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“EL CLUB DE LOS EMPERADORES” (2003,

EEUU)

Adecua fondo con forma este filme al presentarse la mayor parte de su narración como un flashback, puesto que el profesor protagonista (Hundert, Kevin Kline) lo es de Historia Antigua, necesitándose la retrospección que enseguida nos ofrece para poder entender qué hace allí el profesor así como la moraleja final implícita en los últimos momentos de la película. Es interesante la exposición de la metodología didáctica impartida en el prestigioso colegio St. Benedict, mayormente tradicionalista al uso de la clase magistral, lógica por otra parte si tenemos en cuenta la época que pretende ambientar (ca. años 60), cronología que explica asimismo el anacronismo de que los colegios sean todavía de chicos y chicas. No obstante el método clásico impartido, donde una buena muestra es el concurso Mister Julio César –en donde el Prof. Hundert es puramente conductista, al trampear uno de los exámenes a fin de favorecer al díscolo hijo del Senador con el fin de motivarlo al estudio como catón para formarle como “hombre de bien”-, también empleará nuestro profesor algunas estrategias renovadas, como son el uso de los mapas rollables o la teatralización de colocarse todos (profesor incluido) unas togas para una de las clases de historia romana, en concreto la de sus emperadores. Dos son los ejes principales de la historia que nos relata el film: la integridad y laboriosidad del profesor Hundert, bien ejemplificadas en la cita que rememora él mismo ya al comienzo de la cinta, “el carácter de un hombre es su destino”-Heráclito-; y la “civilizada” barbarie del hijo de papá, rebeldía que no es sino producto de la propia historia personal del chico, un niño rico hijo de Senador que teniéndolo todo no tiene nada porque está falto del cariño paterno, no por un caso de maltrato sino de abandono emocional, al no dedicarle el padre ni cuatro palabras de interés o afecto en toda su vida, como el propio niño levantisco confiesa –ya adulto- al final del filme a su profesor, a raíz de ser pillado nuevamente en falta, ya que el trampeo, la “astucia política” ha pesado finalmente más en su vida que la ejemplaridad escolar representada en el profesor Hundert. Este último punto es interesante porque retoma el debate entre formación y educación (tratado en otra de nuestras clases del CAP), sobre todo entre quién hace cada qué, desprendiéndose del film que, si bien el profesor logra “educar” al alumno difícil, no llega a formarlo, como dice pretender cuando la única entrevista con el padre de éste –intención que molesta al progenitor, que se tiene como privativo de este trasunto-, ya que al final el que fue niño rebelde desarrolla las mismas inclinaciones egoístas de su niñez, siguiendo significativamente el modelo paterno al presentar además su candidatura política a imagen y semejanza de su padre. Pascual Raga Rosaleny