Adel Hakim - Ejecutor 14

ADEL HAKIM EJECUTOR 14 ACTO ÚNICO La escenografía no es realista. Una habitación en una ciudad que agoniza, devastada p

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ADEL HAKIM

EJECUTOR 14 ACTO ÚNICO La escenografía no es realista. Una habitación en una ciudad que agoniza, devastada por la guerra civil. Visión de ruinas. Al mismo nivel que los espectadores, la escenografía invade la sala. A la derecha, una gran ventana da al exterior, un agujero, un abismo. A la izquierda, un pasillo oscuro, sin salida. Los muros tienen marcas de disparos de balas y de obuses. Sólo una mesa inestable se mantiene en pie. Uno se pregunta cómo. Sobre tlpiso, algunas bolsas de plástico, y viejos periódicos arrugados. Hace mucho tiempo que no se venden periódicos. Una música, tal vez oriental, melódica, recuerdo de una época feliz, sale de una grabadora destartalada colocada sobre la mesa. De vez en cuando se puede oír el ruido de las guerras lejanas. El personaje es joven, unos treinta años, pero parece envejecido, gastado, lleva puesta una camiseta, tenis, jeans. Sucios y rotos. Está envuelto en una manta del ejército. Al principio, murmura cosas incomprensibles. Durante un largo rato, no hablará sino para sí mismo, como si estuviera roto por dentro. Al fin, para la grabadora y se sienta sobre el borde de la mesa. Luego, poco a poco, de sus balbuceos empieza a distinguirse el texto:

No, de pequeño no era cruel. A las ranas no les cortaba las patas de atrás con piedras, no metía cigarros encendidos en la boca de las lagartijas, no les abría las tripas para saber qué había dentro, jamás he arrancado las patas de las moscas, aunque no les duela. Hasta los gatos me daban mucho miedo. Son crueles, pensaba. Con sus bigotes largos, su cara triste y atenta, sus ojos penetrantes y las zarpas terribles. Y esa manera de estar tranquilos, y cómo de pronto se ponen en marcha para matar. Entonces ya nada los detiene. Ahora todo está muy lejos. Se ha perdido, “lost” para siempre. 1

Ya no me dan miedo los gatos. Es como si fuera una época anterior a la Creación. (Un tiempo durante el cual se rehace el tiempo) Al principio era un juego. Sí, un juego de niños que quieren ser mayores. Era sólo para divertirse. Disparar al aire para asustar a mamá o a Petite Amie, ! y sólo en las grandes ocasiones: Navidad, Año nuevo, la muerte, la Boda, el Bautizo. Para demostrar que ya se era mayor, que no se temía al ruido, que se sabía cómo hacer escupir fuego al hierro. Era sobre todo el orgullo de hacerlo. Son bonitas las salvas; llamaradas que desgarran el cielo. Cielo, la cara de mamá, aterrada y seria. Y Petite Amie que se tapaba los oídos. Además así aprendíamos; para manejar las armas, hay que saber cómo funcionan. Nunca se sabe. Lo único que sabíamos es que las cosas que estaban en juego eran importantes, complejas, multillamas. Conflictos pulpos, tentáculos enredados entre clanes. Visto así, desde fuera, es caos. Los conflictos pueden parecer misterios. Pero vividos, lo son mucho menos. Forman parte de nosotros, del Ser Conforme. El conflicto que se tiene más claro —porque es parcial— es el que tiene que ver con el Ser Conforme. Cuando se pertenece a un clan, se entiende. Yo soy del clan de los Adamitas. El mejor de todos: el Jefe Supremo procede de este clan. Desde siempre. Me gustaba ser Adamita; podía soñar. Tenía una oportunidad, pequeña, pero real, de convertirme algún día en el Jefe Supremo de la Ciudad. Satisfacer las ambiciones de los padres. Sobre todo de mamá. Ser Adamita era un privilegio. 2

Yo sólo era el cuarto de la clase. Y tres compañeros estaban delante de mí en la clasificación: un Barkave, un Yamita y un Clovien. Ninguno de ellos era Adamita. Por lo tanto, ninguno de ellos podía acabar siendo el Jefe Supremo de la Ciudad. Estaba tranquilo. Pero cada año, al principio de los cursos, me fijaba en los nuevos de la clase e intentaba adivinar de qué clan eran. Tenía una preocupación: ver llegar a un nuevo que fuera a la vez Adamita y mejor que yo. Si no era Adamita, no había ningún peligro: no podía convertirse en Jefe Supremo. Y si era Adamita, y peor que yo, no merecía serlo. Pero si coincidían las dos cosas, entonces... ¡Ay, ay, ay! ¡Espina clavada en mi corazón! Estos pensamientos eran secretos. Los guardaba aquí. (Señala su cabeza). No lo hablaba con nadie, y menos aún con los compañeros. Nunca impidió la amistad. Al salir de la escuela, nos pasábamos horas hablando en la calle, Kline, Coma y yo. Hablábamos de construir la Súper-Ciudad. Edificios de cristal con láminas de plata y hojasdiamante. Y la torres de Asmo-nea, y las cuevas reales, de cristal transparente. Y las chicas guapas y fáciles en las avenidas sinuosas. Soñábamos, y después volvíamos, back, a la calle. Y también estaba okay. Durante mucho tiempo, todo iba bene, molto bene. Bueno, quizás había esa ligera tensión: que el Jefe Supremo de la Ciudad tenía que ser Adamita cuando la mayoría era Zelita. Pero casi no se notaba. Muy poco. Cada uno se guardaba profundo lo que pensaba. Nadie hablaba, pero cada uno sabía, en el fondo de su Ser Conforme, la verdad. Por ejemplo, yo nunca había ido a Gimba, al barrio Zelita; tenía como una aprehensión instintiva, inexplicable. Bueno, okay, me acuerdo de esas casas de cartón y láminas, en las orillas de la Ciudad Horizonte, en los límites de lo permitido. La mayoría de los Zelitas vivían aquí, en aquellas casas sucias y mal cuidadas. Sin embargo estaban integrados a la sociedad. Casi todos trabajaban de obreros, con los 3

Yamitas. Incluso algunos eran ricos. Banqueros... (Se ríe.) Ahora están todos acabados, hechos un fiasco. Vivíamos tranquilos... Pero los Zelitas siempre han tenido una especie de rencor: un sabor amargo en la boca, un regusto a asiento de café... (Un tiempo.) Nadie estaba realmente en peligro. Pero todo el mundo se armaba. Cada vez más. Y las klachincas y las granadas circulaban por debajo del agua. Pero todo mundo convivía con todo mundo en un intercambio cool. La ciudad, agitada, como siempre, entre neones y anuncios, entre bares y cantinas, como si nada sucediera. Las devotchkas súper, por todas las calles enseñando sus últimas garras, buenísimas, sobre todo con el calor. Gente por todos lados, de todas las razas, y dealers... ¡uf! haciendo sus business. Al fin y al cabo la lana tenía que circular, ¿no? Hasta que un día comprendí que todo había cambiado. (Hurga en su bolsillo, saca unos objetos que extiende sobre la mesa. Los mira. Toma un cartucho de rifle entre el pulgar y el índice, barre el resto con la mano. Coloca cuidadosamente el cartucho delante de él. Lo mira atentamente, como si fuera una bola de cristal.) Una noche de verano... De las que hacen soñar, con el cielo, las estrellas, la suavidad del viento y todo lo demás. Yo manejando, a mi lado Petite Amie. El auto era viejo, destartalado y descoyuntado. Pero bravamente escalaba la carretera de montaña que habíamos tomado. El auto, orgullo para mí... sobre todo con Petite Amie. 4

Íbamos así, cool, paseo vespertino... Entonces atravesamos un lugar oscuro, donde no se veía ni a ij metros lo que se podía esconder.. Y de repente, es como si la luna no hubiera llegado a la cita... En un momento cualquiera, a la izquierda, unas formas sin forma. Unos hombres quizás, en la oscuridad. No me preocupo —¿de qué preocuparse?— y paso. Oigo vagamente como en sueños: "¡Alto! ¡Alto!" Pese a todo prosigo, siempre con mis sueños y la tierna noche. Y el otro desde fuera: "¡Alto o disparamos!" Continúo a pesar de todo porque no entiendo lo que quieren, ni tan siquiera quién, o qué. Después, de golpe: ¡Crac! ¡Clash! El disparo de la klachinca. Ahí sí, freno en seco. Miramos sorprendidos por el cristal de atrás. Cinco hombres enmedio de la carretera con klachin-cas, de pie como samurais, decididos to shoot us. "Ahora, retrocede, cool", me dice uno de ellos. Obedezco, muy cool, para no provocar sobresaltos. Hasta llegar a su altura. Era un retén Zelita y estábamos cerca de un campamento Zelita. Quizás una Zona-Prohibida, pero no lo sabía. Los Zelitas revisan nuestras I.D. (Pronuncia "aidi" por identity card.) Con las clachincas apuntando sobre nuestras cabezas. —"¿Por qué no paraste? —No sabía que había un retén. —Un metro más, y tú y tu amiga, we shoot you. Tienes suerte... Toma: es el cartucho disparado al aire. Un amuleto. —Gracias, dije, gracias." Revisados los papeles, "okay, pueden marcharse, pero cuidadito a la próxima". El auto escupe y se pone en marcha, con más dificultades aun. 5

Petite Amie estaba lívida, y muda. Yo también, seguramente. Un metro más y era la Gran Cita con el Eterno. Sí, la guerra estaba ahí, steady, lista para tragarnos. Con rabia lo apretaba, primer cartucho, primer aviso. A partir de aquel día, por todas partes, como pólvora encendida que no se apaga nunca, había estallado la guerra. Y por todas partes, miedo y temor. Entonces, los acontecimientos extraños empezaban por aquí y por allá. Y poco a poco, lo extraño se volvía okay también. Como una masa viscosa llegada del cosmos, adopta formas que no conoces, se adhiere a tu Ser Conforme, y acabas por reconocerla, la aceptas okay y convives con ella. (Un tiempo.) Mira a ése, por ejemplo. Vuelve a su sweet home después de la chamba. La puerta está entreabierta. La empuja y entra. Los muebles ¿qué? Tirados por el suelo, registrados, saqueados, killed, asesinados, destripados. Una disputa ¿maybe? ¿Pero quién? Vive solo. Las cortinas arrancadas y rotas y los libros recortados en trocitos como queso rayado. Porque los muebles, bueno, las cortinas, bueno, ¡pero los libros! No way... En fin... Escucha. Gruñen al lado. Mira en la habitación dos: sobre una silla, una mujer atada y amordazada. No la conoce. ¿Cómo ha venido a parar aquí? Heridas en los brazos, marcas de golpes en la cara. Le da miedo. Va a la habitación de al lado. Un hombre está tendido en la cama. Un agujero en medio de la frente. Sangre en la almohada. (Un tiempo durante el cual se tranquiliza un poco. Le da una minúscula miga a Daisy encima de su hombro.) A veces era así al regresar al home. A veces. No siempre. (Un tiempo durante el cual se vuelve a agitar.) 6

Otro. Vuelve a su casa. Hombres en la oscuridad, con las schlagas y las klachincas. Se lo llevan. Entonces es el olvido. El agujero sin fondo de la memoria. Nadie lo verá nunca más a this one. ¿Por qué a él? Nadie lo sabrá nunca. No obstante debe haber un por qué. Al que se han llevado así, él por lo menos, en un rincón de su cabeza, sabe seguramente por qué, la Causa, el Crimen. En algún sitio siempre hay un Crimen, una Causa, la Culpa. A no ser que se trate de un pecado original, como ser Adamita, Yamita o Zelita. Un pecado tan profundo, tan enraizado en el Ser Conforme que no lo puedes arrancar jamás. Ningún arrepentimiento. Ninguna salida. A menos que se arranque también el corazón. Y algunas veces, aun así no es suficiente. (Saca una identificación de su bolsillo.) Mira: aquí está la prueba. Indeleble. Sin salida. ¡No help! Aquí se ve el pecado. Aquí no hay duda. Aquí se ve muy claro: aquí el nombre del padre, aquí el nombre de mamá; aquí los números para quien quiera descifrar si eres Zelita o Adamita, ¿o qué? Entonces si eres Zelita, los Adamitas te matan. Si eres Adamita, los Zelitas te matan. Claro, uno va y dice: este I.D., lo puedes borrar, raspar, tirar, quemar. Tss, tss, tss,tss, ¡no, no, no! Entonces uno se convierte en sospechoso para todo el mundo. ¡U-ni-ver-sal! Si no tienes tu I.D., ¡entonces sí que no hope! Porque entonces, ni los propios Adamitas tienen manera de identificarte a ti que eres Adamita. Entonces ¡clac, clash! (Hace el gesto de mataré) No beneficio, no duda. No en tiempos difíciles. Es por eso que este I.D. hay que preservarlo, conservarlo precioso, mantenerlo legible, limpio, brilloso. Mientras tienes tu I.D., eres culpable para unos. Si pierdes tu I.D., eres culpable para todos. En fin... 7

(Un tiempo.) Después vinieron las bombas. Hasta que no te han bombardeado no sabes lo que es. Crees que lo sabes, pero no sabes nada. Quiero decir realmente, aquí. (Señala su estómago.) No hay nada parecido, ni cuando —con ganas de vomitar— te parece que se te van a salir las tripas por la boca. Llegando a este punto todo es lento, esperas, mucho rato, mucho rato, sin saber qué pasa. El bombing salvaje empieza en tu cabeza, horas, después días, después meses, y esperas. Después, de repente, todo pasa en segundos. Como un resumen de todo lo que ha pasado antes. Estás aquí, una ficha, una pinche maceta. Y no puedes hacer nada: pasa o no pasa. Sólo puedes gritar hasta desgañitarte. Había oído hablar de todo eso: el bombing salvaje, por ahí, lejos de aquí, a las orillas del lago Athabasca. Había visto las fotos, como todo el mundo. Pero era cool, insignificante, sin sonido y sin color. Es como ver a aquel que tiene dolor de muelas: sufre, y tú, tú lo comprendes, tú lo compadeces; pero tú no lo tienes, entonces dices: "¡Valor! ¡Valor!" De hecho, sea como sea, lo compadeces hasta que te cansas. Ya no oyes los gemidos rabiosos del que tiene dolor de muelas, y al final te dices: "Está bien, okay, ya estás exagerando". Pero él, nunca, nunca consigue acostumbrarse. Primero caían en otro barrio, las bombas. Tú, tú no te imaginas que a la mañana siguiente, en tu barrio, en tu calle, en tu home, te tocará la maldita bomba. Y de repente sucede. Entonces te preguntas: ¿por qué?, ¿por qué ahora sí, antes no? ¿Ahora es un accidente, o antes —haberse librado— fue un milagro? Ocurre en el momento más tonto: como siempre, te estás comiendo tu torta de paté-ketchup, no eres culpable de nada, y de repente te castigan. ¡Pum! Debe de haber una Causa, una Lógica, la Razón. Hay una causa, sin duda. La balística existe, ¡cómo no! Pero compleja la causa, confusa, multiílama. Tanto que es misterio. Y tú no puedes 8

hacer nada. Entonces, un día así, estaba solo en mi casa, por casualidad, y mi calle se había convertido en Zona-Prohibida, no man's land, toque de queda y black out, matadero. Había escuchado a los vecinos: "Grupos armados van a patrullar la calle", decían mientras huían. Por supuesto que los grupos armados no estaban para advertir o proteger a la población. No. Estaban por otras razones que eran misterios. Yo estaba inquieto, realmente obsesionado por una cosa: ¿cómo sobrevivir? Sí, esa pregunta estúpida, irritante, se me repetía todo el tiempo; e impedir que volviera, no way: ¿cómo sobrevivir? Pronto esas cosas militares invadieron la calle. Conocía algunas: lanzallamas, klachincas pesadas, granadas pequeñas y grandes, cañones orugas, schlagas de todo tipo, y otras que no conocía, pero igual de aterradoras. Metal-Vampiros, hambrientos de carne humana. No me atrevía a salir a la azotea para enterarme del estado del sitio. La Gran Noticia no valía la pena. Solamente me arrastré y eché un ojo por la ventana, sin ruido, sin llamar la atención, por miedo a atraer el rayo, el de los guerreros. Miraba al frente: la pensión Los Niños del Calvario estaba destrozada, fuego por todas partes. La vieja, aferrada a su dinero, la dueña —pensaba en ella riéndome— debía estar, eso sí, totalmente apopléjica. Horas debajo de la mesa, ahí me quedaba; las manos tapaban los oídos, los ojos fijos en un rincón del cuarto, el vacío en la cabeza. Trataba de pensar en otra cosa. Con todo ese ruido, no era fácil. A veces, me phoneaban amigos para decirme: "¡Aguanta! ¡Aguanta!", como se le dice "¡aguanta!" a quien tiene dolor de muelas o se está ahogando. Me quedaba en mi home, apestado, out, excluido, incomunicado del resto. Quizás un ángel bajaría del cielo y me sacaría de aquí. Sí, muy hermoso, muy blanco, así vendría, el ángel, el mismísimo Maestro Limpio, sin un ruido. O con una música cool, y campanas, como en Navidad. Sería grande y fuerte, con la pelona reluciente. Y sin sonrisa, sería tan amable. El héroe, como en los anuncios. Sus brazos, llenos de músculos, como el acero. Uno podría colgarse de ellos como de un árbol. 9

Y entonces alza el vuelo y te lleva, muy lejos sóbrela ciudad, lejos de las klachincas y de las máquinas de matar. Y entonces, allá, muy abajo, ves tu ciudad, tu Ciudad Horizonte. Se está rompiendo como una caja de cerillos. Y es tu ciudad, la Ciudad Horizonte donde pasaste la vida. Y finalmente no entiendes nada. ¿Cómo entenderlo que ocurre? Estas ahí, abrigado en los brazos del ángel, lejos de toda esa mierda, de todo ese shitland pinche mierda, pero la Ciudad que tú amas se está rompiendo. Entonces prefieres estar adentro antes que con el ángel, y no te imaginas que puedas estar en ningún otro sitio. Estaba ahí, horas, debajo de la mesa. A través de la ventana veía un encantador tanque blindado estacionado a trescientas yardas de mi home. Lo miraba a los ojos durante largos minutos. Tal vez terminaría por venir. Pero no movía un milímetro su caparazón. Se hizo de noche. El phone estaba cortado. En un momento dado, no sé por qué, prendí la luz. (Se ríe.) Y fue como si hubiera prendido la mecha en un polvorín: de repente, las balas mataban a los vidrios por todas partes, los tiros de klachincas llenaban de nuevo mi home por todos los huecos. Logré apagar la luz, off, y de nuevo se hizo el silencio. Automático: encendía la luz, las klachincas comenzaban en seguida; apagaba: paraban. A veces, en las noches demasiado largas, ¡sí!, así, ellos y yo. Yo, bien escondido, con el palo de la escoba, encendía la luz... tatatatatatatata —y apagaba la luz— ruido del silencio. Y de nuevo: luz, tatatatatata; oscuro, silencio; y de nuevo: luz, tatatata; oscuro, silencio; y de nuevo... Había puesto colchones, almohadas, libros, corneld-beef ketchup debajo de la mesa, para moverme lo menos posible. A menudo, con las explosiones cantándome su canción de cuna, me dormía con la nariz contra el colchón. Una vez tocaron a la puerta. No sé quién. ¿Amigo o enemigo? ¿Guerrero o víctima? ¿Cómo saberlo? ¿Cómo saberlo? No abrí, por supuesto. La vida era como... frágil. Podía irse así, por un pequeño agujero, cool, sin decir nada, no comment. O al contrario, con boom y crash, cuando el estallido de una granada te decapita o te descuartiza. 10

Por eso era necesario protegerse: tapas todos los agujeros del muro por donde se puede colar la muerte. (Un tiempo durante el cual el tiempo pasa.) El tiempo también pasaba. Seguía enjaulado en mi home, la guerra afuera. Luego aprendí a reconocer cuando se detenía. Había que aprender, saber cómo piensan los guerreros. Cuando está tranquilo, out, demasiado tranquilo, es que se está incubando un ataque, listo para salir, la tormenta va a estallar. Cuando oyes una klachinca por aquí, otra por allá, una bomba de vez en cuando, entonces todo está okay, easy, relax, la rutina. Si las klachincas son rápidas, luego otra y otra vez, entonces, ahí, yes sir, te hundes en el colchón, porque, ¡puta! va a estallar terrible. Cuando el olfato te dice: está cool, sales a buscar comida. Pero cuidado cuando vas por la Zona de Guerra-D: al salir caminas primero por la derecha —porque a la izquierda hay uno que te mata por nada. Después corre no yardas al descubierto. Rápido, rápido, retroceder peor que todo. Luego sigues el camino trazado por los guerreros; fuera del trazado, no man's land y minas estallonas. Vas de patio en patio, de planta baja en planta baja. Trazado obligatorio, si no, dead. (Un tiempo.) Por eso, los días en que el olfato me decía: "esto va a estar cool mucho tiempo", me iba a casa de Petite Amie. La encontraba siempre con su máquina de escribir destartalada. Se pasaba horas escribiendo poemas bizarros. No siempre entendía, pero decía: es bonito, como la música o las estrellas. Cuando no escribía, caminaba alrededor de un viejo aparato de energía solar y a veces se perdía en el laberinto de los espejos o al interior del planetario muerto. Yo le decía: "Ven a mi casa." Ella decía: "No, no, me quiero quedar con mis cosas aquí. La máquina de escribir, las ollas, my songsyel resto." Entonces venía el pleito. Primero no entendía por qué. Sólo tenía que venir y seríamos dos en vez de uno, con la nariz contra el colchón, y las noches serían menos largas. 11

Nos divertiríamos mucho juntos. Entonces no entendía cuando ella decía: "No, no quiero ir." Entonces me enojaba. Pero luego yo mismo me decía: "Bueno, okay, ella nene razón yo me quiero quedar con mis cosas. Yo tampoco me voy a instalar en su casa, entonces yes sir, todo está okay así, y no problem." Bueno, entendía, y qué. Y se acabaron las discusiones. A veces el olfato decía: la calma va a ser larga. Entonces nos íbamos de paseo. A descubrir la Ciudad-Horizonte. Era bien distinta ahora. El cielo siempre igual de azul, pero todos los muros estaban heridos, gravemente, las tripas afuera, por las heridas abiertas y grandes. Y ese muro. Nací enfrente. Años y años me habla visto jugar al policía, a los pieles rojas, al baskec, a la guerra. Ahora estaba muerto, derrumbado y negro por las llamas. A veces, de las heridas de los otros muros, veías restos de living, ejércitos de teles, de juguetes, de refrigeradores, y los microondas, y los soldados de plomo, y los batallones de armarios y de sillas... Todos huían en una carrera loca. En la calle, en los coches retorcidos por las bombas, encontrabas estatuas humanas, todas negro-carbón, como vivas, así estaban. Te llamaban en silencio, te observaban ir y venir, estaban ahí fixed en el instante en que la sorpresa del fuego cayó sobre ellas. Nosotros mirábamos todo eso como un museo, desconocido y moderno. Podía durar horas el descubrimiento. Era nuestra Ciudad-Horizonte, la misma y distinta. Después volvía el peligro, así que rápido, rápido, regresábamos a nuestros sweet homes. Sweet, sweet home, sweet, sweet home, mild and cosey... (Un tiempo para el oscurecimiento del cielo.) Después, un día, todo se volvió off. Era el retén Zelita contra el que Petite Amie y yo fuimos a topar, como una mariposa sobre el fuego y la muerte; por azar. Una noche de invierno. De las que hacen llorar. Los Zelitas piden nuestras I.D. 12

Se las damos, obligados, no way. "¡Adamitas, eh! Vengan por acá." Nos llevan, a los dos. Al patio siniestro de un home abandonado. Un baldío en el vientre de una casa. Las klachincas, las boots, los quepis. Uno de los tipos me dice: "Los Adamitas nos quieren exterminar, ¿eh?" Me empujaba. Me daba tremendas bofetadas en la cara. No para hacerme daño en realidad. Para humillar al Adamita que yo era. ¿Sabes lo que les hacemos, nosotros, a los Adamitas? "¿Sabes lo que le vamos hacer a tu devotchka? Fíjate bien... " Apuntaban hacia mí las klachincas. Y entonces, y entonces... Pobre Petite Amie. Sólo sufrimiento y no hope. Sólo sufrimiento y aquellos ojos que me miraban gritando help. Tristeza y desesperación. Sus ojos se ahogaban en un mar de lágrimas. Decían help con dulzura, un interminable, un eterno grito enmudecido. Aquellos ojos penetraban mi alma. Y hacían daño, mucho más daño que todos los golpes que pudieran clavar en mi carne. Y los otros, los soldados: sólo odio. Una y otra vez, odio. Uno, después otro, después otro... ¿Cuántos otros odios? El odio eterno, sin fin, las terribles muecas, como lobos hambrientos, unos tras otros, embistiendo aquel cuerpecito. ¡Qué pequeñito era! Desvalida y sin armas... Hasta el disparo de klachinca final. ¡Por fin! Adiós Petite Amie, adiós. Fin de la alegría de la vida. Fin del amor y de la amistad. Fin. (Un tiempo.) El odio se había vaciado en un instante. Como el cargador de la pistola. Las klachincas habían bajado, avergonzadas quizá. Sólo quedaba el silencio. Cada uno el suyo. Ante el odio o la impotencia. Frente al cuerpo mancillado y muerto por nada. "Ve a decirles a tus amigos Adamitas lo que les espera. ¡Anda!" Entonces la huida, la carrera, lejos. Y la soledad. Y el desprecio. Y el odio. Yo también, ahora, 13

era eso. Conservar la memoria de todo; no olvidar nada, no-thing. Actuar, eso era el must. Y matar, para borrar ...la sangre allá. (Un tiempo.) Quizás ese día empecé a creer. A creer en el Gran Conciliador, el Altísimo. Cuando todo está perdido, ¿qué hacer? Te vas sin dejar huella en este mundo. O te pones a creer. Pero no puedes más dejar las cosas tal y como estaban antes. No way. Es como si no hubiera más un antes. Haces un zoom de tu vida y decides: la dejas o actúas, yes, sir! Pues sí, empecé a creer en el Gran Conciliador. Todo mi Ser Conforme creía en Él ahora. El Gran Conciliador, el Único, el Único. El de los Adamitas. El Gran Conciliador es el origen de todo. Es el principio, el medio y el fin. Está en lo alto, tan alto que le decimos el Altísimo. El Gran Conciliador. Es masculino y es una Virgen Eterna. Sobre Él están la tierra y el cielo lleno de estrellas. Es el aliento universal, la violencia del fuego y la suavidad del viento. El fundamento del mar y el señor del espacio. El Altísimo es el único poder, el dios único, la fuerza infinita que lo trastorna todo. Es el temor y el amor lleno de encantos. Es Él, el Altísimo de la misericordia, el Altísimo de la bondad infinita, el Altísimo del amor sin límites. Sí, es exactamente eso: es el amor. Este Altísimo, el de los Adamitas, está lleno de dulzura, de ternura. Un dios de sufrimientos. Por eso hay que protegerlo. 14

Es el que los bastardos Zelitas quieren destruir. Contra la barbarie, contra eso, hay que defender al Altísimo, infinito y eterno. En el Gran Conciliador está todo. En su cuerpo poderoso. Su cabeza y su rostro deslumbrantes, con una melena dorada; en sus sienes lleva dos cuernos de toro, el Oriente y el Occidente. Sus ojos son el cielo y la luna. Su espíritu es el cielo entero, all of it. Él lo sabe, lo oye todo, el Gran Conciliador. Su cuerpo brilla como el fuego de cien mil klachincas. Le salieron alas. Así que vuela por todas partes, en todo momento. Su vientre es la masa de las montañas. Me decía: "si Él quiere, Él puede ayudar, Él puede actuar". Él lo sabe, lo escucha todo. Forzosamente, Él está ahí. Y de vez en cuando, Él dice: "Okay, ya es suficiente, tengo que hacer algo." Entonces me decía, como todos los Adamitas, mis hermanos, mis compañeros de combate, del nuevo combate en el cual estaba: "yes sir, agarras las armas y no las dejas hasta que haya terminado, the end". Mientras el enemigo esté sobre la tierra, mientras los Zelitas estén en la Ciudad Horizonte, tu ciudad amada, mientras quede uno, combates. Por el Altísimo, para salvar al Gran Conciliador. Salvarlo... en esta tierra donde los Zelitas quieren destruirlo. Para entrar en el combate, había buscado a los Adamitas, mis hermanos. Había visto al Regulador Jefe de los Adamitas. Sorpresa: era Coma, el compañero del colegio. No, ya no era el chavo que conocía, el kid bromista. Ahora era un hombre fuerte y musculoso, un auténtico jefe de combate, el Regulador-Jefe, yes sir, y tutti quanti! Lo miraba. Trataba de reconocer al kid de antaño. Sus ojos seguían igual de claros. Pero ahora como el acero. Antes, eran un cielo de verano. Ahora, claros y fríos, acero-cut. Buscaba el alma dentro, para volver a encontrar a los niños que éramos. Pero todo eso parecía escondido, profundo, bien profundo. Sólo quedaban los ojos, acero claro y frío. 15

El Regulador Jefe daba órdenes, palabras secas, costumbre de la fuerza. En un momento de descanso le pregunté por Kline, el otro compañero del colegio. Decapitado, dijo, el estallido de una schlaga, y decapitado. Y fue todo. Nunca hablábamos del pasado. Pero sabía... En mí, tenía el feeling de que la fuerza de Coma le venía del pasado. Pero ¿qué? Era misterio. Nadie sabía. Aquí sólo había órdenes, combate y guerra. Me gustaba eso también. Olvidar el resto, todo el resto. (Un tiempo.) Había perdido mi home. No me quedaba más que la lucha. La que duele aquí adentro. (Enseña su estómago.) Solamente si crees en la victoria te puede ayudar el Gran Conciliador. Toda tu fuerza en el combate, es tu fuerza interior. Como crees y cuánto. Coma, él tiene esa fuerza. Me enseñó a luchar. Es como un juego. Pero, esta vez, se trata de vivir o morir. El juego de la fuerza. El que exige velocidad, rapid-inteligencia y rapid-voluntad. El juego es gratis. La apuesta: tu vida. Cada segundo puede ser el último, the last, le dernier. Frente al enemigo, el Zelita, puedes perderlo todo. En un segundo. ¿Y qué vas a ganar? Muy poco. Ganas: es la vida de un Zelita, casi nada, niente, no-thing, la piel de un perro podrido. Pierdes: es tu vida, todo. Y después de aquel Zelita viene otro y otro. Y el odio cada vez. Hasta la victoria final: el día en que no queda ningún Zelita dentro de la Ciudad Horizonte. La fuerza en el combate no es la fuerza del cuerpo, ni el entrenamiento del ejército. Todo eso está okay, lo puedes hacer, okay, easy. La fuerza en el combate es el deseo de destruir enfrente. Y eso, se tiene o no se tiene. Es un 16

misterio. Coma, él, lo tenía. Quieres destruir al peligro cada vez que está ahí. Derribar. Derribar uno tras otro los obstáculos. Tus ojos, tu nariz, tus oídos viven. Tu corazón escucha. Entonces mira, evalúa, mide, sopesa, decide, dispara ¡clac! ¡crash! Tu cuerpo obedece como la máquina: sht, shhht, silencio, flexible, prudente, resbaladizo, tenso y después cool, después tenso, después cool, firme, preciso, sensible. Y tu corazón, siempre, escucha, atento, mas allá del oído. ¿Oyes al Zelita? Por ahí se mueve, respira, existe, y el odio sube. Y el olor del perro Zelita, lo hueles, te inunda las narices, y tu cabeza se hincha con ese olor a carroña, y la ira te llena el corazón. Cerca de ti, ligera, sientes la presencia del Ángel. Te protege con sus grandes alas, te guía, el Enviado del Gran Conciliador. Coloca su mano sobre tu hombro. Cool, tranquilo. Entonces respiras, te sientes poseído por el espíritu de la Naturaleza. Todo tu Ser Conforme está invadido por el combate. Y el Zelita está ahí, al frente. Su masa se aferra a la klachinca. Apesta a odio, tras las piedras, allá. Espera verte para matarte. Pero tú no te dejas ver. Contienes tu respiración, te escondes, te adhieres a los muros, one. Sin ruido, y porque el Ángel te protege, rodeas el lugar donde él se encuentra, lo sorprendes por detrás, y sin que tu mano tiemble —el Ángel te guía y el Gran Conciliador está contigo— matas al Zelita. Y cuando está ahí, muerto, tienes ganas de lavarte las manos en la sangre, de penetrar en la carne. Tienes ganas de morder las tripas calientes del enemigo, de llenarte la boca de sangre y carne. Pero no tienes tiempo. Y el combate continúa. (Un tiempo.) Después hubo ese gran día. Súper, el show era súper. Las llamas, grandes en el cielo rojo, justo encima de la Ciudad. Por todas partes. Todos los Adamitas, los hermanos, con Coma, nuestro Regulador Jefe, estábamos en el cerro, 17

encima de la Ciudad. Y mirábamos el show. La inmensa nube de humo. Y el cielo negro, y las formas bizarras sobre el mar plata. Las llamas se lanzaban como rayos sobre la tierra. Y muros enteros caían. Todos los almacenes en llamas con sus stocks adentro. Se desplomaban con ruido, como en un infierno. Las máquinas, muy chiquititas, pulgas, corrían por todos lados, como locas, en medio del fuego. Hombres, por aquí, por allá, querían escapar. Pero el dragón corría tras ellos y los lamía con mil lenguas ardientes. ¿Cómo escapar a la venganza del Altísimo? Todo el centro de la Ciudad Horizonte tragado por el fuego. Ésa era la ira del Altísimo. ¿Quién había prendido el fuego? Nosotros, por supuesto, nosotros los Adamitas, los protegidos y los defensores del Altísimo. Y ahora, desde lo alto de la montaña, mirábamos. La Ciudad, el puerto, nosotros los habíamos construido. Ahora nosotros los quemábamos. Y que todos los enemigos, los Zelitas, se rosticen en ese fuego, hasta el último. Ahora la Ciudad se había convertido en Zona-In-fierno. Pero después, después de la Purificación, estaría okay, se convertiría en la Zona-Felicidad, con templos para el Altísimo. Podremos construir entonces la Súper-Ciudad. La de nuestros sueños, los de Coma, los de Klin, y los míos. Los edificios enormes de cristal, con láminas de plata y hojas-diamante. Y torres de Asmonea, y cuevas reales de vidrio transparente. Y muchachas guapas bajo los árboles de las avenidas sinuosas. Sí, lo íbamos a hacer. Pero esa batalla, esa victoria de los Adamitas, no era la última... Todavía había que enfrentar, en una batalla final, a los últimos, a los adversarios que quedaban. Los dos últimos campamentos. Exterminar los campamentos enemigos. Un campamento. El último. Exterminarlo.

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(Un largo silencio. La memoria se enreda. ¿Quién es el verdugo, quién es la víctima ? ¿Qué sucedió? El espíritu queda confundido, amnésico en una niebla espesa y mortal.) Un día iremos a un campamento, el último, the last. Los otros nos habrán echado de todas partes. Como animales, bestias, tendremos miedo. Nuestra última defensa será ese campamento, el último. Nuestras homes fueron destruidas antes. Todas nuestras homes. Nuestros guerreros se habrán ido. A otra parte. En este mundo o en el otro. Y nadie, nobody para defendernos. Entonces vendrán los Ejecutores. Grandes como gigantes. Con las klachincas y los cuchillos. Vendrán los gigantes, en grupos de cinco o seis. A veces más. Cazarán al hombre y al niño. La cacería sin cesar. Sin cesar jamás, con las klachincas y los cuchillos. Casi por diversión, tan fácil que es, easy, para ellos. Hasta el fin, the end. Vendrán al campamento. Y nos esconderemos en el refugio. Oiré los tiros. Y los muertos caer. Y la tortura. Por el ojo de la cerradura, I will look: veré las ejecuciones. Cómo matan. Y a una mujer, cómo la violan y la matan. Entonces el miedo roerá mis entrañas. Pero ningún suspiro se me escapará. Un suspiro, y the end. Durante mucho tiempo, eternidad sí, esperaremos así. Después oigo los pasos que se acercan a la puerta. Patadas en la puerta. Y truena. Entonces ahí están los gigantes, los Ejecutores, grandes y fuertes. Se huele a sudor. Sobre las manos y la ropa, sangre por todas partes. Y cuchillos en las manos. Reirán porque estamos como ratas en el escondite. Tanto miedo tenemos que se ríen. Nosotros los conejos y ellos los lobos. Uno de ellos tiene brazos inmensos. Con músculos. En medio de los pelos del brazo, hago zoom al tatuaje. Un gran tatuaje azul y rojo: Ejecutor 14. 19

Ejecutor 14. Entonces sé que todo acabó, lost. En seguida zoom: veo el rostro que se ríe, que se acerca. Los ojos son pequeños, llenos de llamas. Dientes blancos como el metal que corta. Se ríe porque nos ve ahí, cagados de miedo como ratas. Nos sacarán a la fuerza del último refugio, the last. Cerca de mí estará mi sobrino, el bebé de nueve meses. Entonces, because el olor a sudor y el ruido, se pondrá a gritar. A gritar y gritar como un cerdito. Gritan así y no los puedes parar más. Entonces uno de los Ejecutores, el Ejecutor 14, con un tatuaje en el brazo, perderá la paciencia. Después de un momento así, dirá: "Okay, basta de los gritos de esa mierda." Luego le pegará un tiro de klachinca en la espalda al bebé. Lloraré. No está okay, no, no está okay. Diré: "No hay más que él, es el único kid que queda, es el último de los niños". Pero el Ejecutor 14 se enfurecerá todavía más por los gritos y los llantos. Tomará al bebé y lo cortará en dos. Como un pescado lo cortará. Y entonces se hace el silencio. Y la sonrisa con los dientes de metal del Ejecutor 14. Ejecutor 14 mató al Ángel. Todos los Ángeles están muertos ahora. Después. Un poco después, todo se habrá acabado. The end. (Se levanta, como si tuviera algo importante que hacer) Enterrar. Hay que enterrar a los muertos. No dejarlos sufrir al sol. (Un tiempo.) Imagínate. ¿A dónde puede llevar lo extremo? Los brazos se te caen, tu mirada se pierde en el vado. Nada, ya no esperas nada más. Caminas por los lugares desiertos, Zona-Prohibida, donde todo es peligro. No hay nadie para ayudarte en la Zona-Nada. Pierdes la memoria. Caes, caes en el precipicio donde no hay fondo. 20

Caes y el mundo desfila ante tus ojos, como un loco que perdió el sentido. Todas las direcciones están perdidas, lost para siempre. You look, y no entiendes nada de lo ocurrido. Sólo ves los ojos de Petite Amie o del bebé que gritan help. En silencio. Tú, tú no hiciste nada. No les tendiste la mano. Entonces no haces preguntas y, no comment, olvidas. Nada que esperar en este mundo. Todo está arrancado, con las tripas y las raíces. Entonces, ahí, te tiendes en el suelo. (Se tiende lentamente sobre la mesa inestable.) Y ahí esperas y miras el cielo, fijamente. Miras ese punto frente a ti. Está fijo. Tu memoria lo olvidó todo: entonces se aferra a ese punto fijo. Pero el punto fijo que miras queda escondido de vez en cuando por la forma puntiaguda. Entonces de nuevo el peligro está aquí. Pero incluso el recuerdo del peligro se fue. Porque el miedo desapareció con el Ángel. Sin temor, sin un solo parpadeo. Cool, easy. Los instintos se acabaron, extintos para siempre. Y la violencia con ellos, extinta. Todo es tranquilidad y reposo. Luego tu mirada sigue el peligro puntiagudo que, por un instante, ha escondido el punto fijo. Y ves la curva, la parábola súper perfecta, trazada hasta el punto de impacto. Esa parábola mágica, híperperfecta, debida sólo al azar, nada más al azar, impacto aleatorio, impacto misterioso, no definición, que nunca comprenderás —sin por qué— ni siquiera la Ciencia o la Razón pueden explicarla, Zona-Impacto entre el peligro puntiagudo y el punto encontrado, sólido, material, quizás un cuerpo humano, quizás no, y esa Zona-Impacto es la explosión y la muerte. Tu memoria se pierde, olvida lo que sigue, lo que no puede ser descrito. Si no, hay que revivirlo todo. Prefieres olvidar. Es más cool y las lágrimas ahogan tu garganta. Ya no te quedan lágrimas en los ojos. Todo lo que quieres es estrechar dulcemente, tiernamente, con una dulzura mayor que la violencia y el ruido provocados por la Zona-Impacto. Entonces vuelves a cerrar los brazos dulcemente, tiernamente, sobre la persona que amas, y le das muy lentamente el beso. Aprovechar el contacto tibio, tan vivo, tan dulce, tan bueno. 21

Paseas los labios tocando apenas la piel, paseas el aliento sobre los ojos sin lágrimas, y estrechas en tus brazos el cuerpo tibio y te hundes dulcemente en las aguas de la felicidad. Entonces olvidas todo el resto, te olvidas de ti mismo y los ojos regresan al punto fijo... y nunca, nunca más, el punto fijo será atravesado por la forma puntiaguda.

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