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Subjetividad de Epoca. La identidad vocacional interrogada Sergio Rascovan Fragmento del trabajo publicado en Actualidad

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Subjetividad de Epoca. La identidad vocacional interrogada Sergio Rascovan Fragmento del trabajo publicado en Actualidad Psicológica Nº315 –Diciembre de 2003-) La problemática vocacional constituye un campo atravesado por dimensiones subjetivas y sociales. El cerco de este campo se organiza alrededor de los problemas humanos relacionados con la elección y realización de un hacer, básicamente el estudio y/o el trabajo. El campo vocacional es, entonces, una trama compleja, una encrucijada, un entrecruzamiento que no puede reducirse a una sola de esas dimensiones. A casi un siglo de aquel 1908 en el que Frank Parson acuñó el término Choosing a Vocation, mucho fue lo que se hizo y se pensó en este entramado de problemas a la vez subjetivos y sociales. Los diversos discursos y prácticas que se fueron desplegando en orientación vocacional, fueron respuestas a las exigencias sociales de una determinada época. Desde las primeras pruebas estandarizadas hasta la llamada modalidad clínica la intervención siempre estuvo determinada por coordenadas epocales, tanto en sus expresiones instituidas y dominantes, como en su vertiente crítica e instituyente. A lo largo de esta historia, muchos de los que venimos trabajando en este campo, no dudamos en revalorizar la modalidad clínica como forma de intelección y abordaje de los problemas vocacionales. La modalidad clínica es, desde su origen, una reacción -necesaria y saludable- para enfrentar a un modo de operar en orientación vocacional que, amparándose en una cuestionable rigurosidad, terminó deshumanizando al consultante. Su principal aporte fue su fuerza contracultural, su espíritu crítico, su carácter subversivo contra aquellas prácticas que se fueron convirtiendo en recursos refinados de control social. Rodolfo Bohoslavsky, uno de los autores intelectuales de la modalidad clínica fue pionero en todo. Primero en escribir un libro, Orientación Vocacional. La estrategia clínica, particular forma de sistematizar una manera de concebir y actuar en orientación vocacional, propia de un contexto histórico particular. Un libro hecho para rivalizar. Un documento fundacional diseñado para confrontar con la rigidez y cientificidad de la estrategia psicotécnica. Lógicamente la modalidad emergente se conformó de acuerdo a las posibilidades conceptuales de su momento. En rigor, toda práctica es una práctica histórica, que se edifica con las argumentos propios de una cultura y sociedad singulares. A pesar de haber nacido como una modalidad rupturista, la estrategia clínica pronto quedó encapsulada en categorías inspiradas en un psicoanálisis tan rígido y mecanicista como la práctica a la que pretendía combatir. Rápidamente Bohoslavsky advierte la trampa en la que había caído. A los pocos años es el primero, también, en promover una profunda revisión de los conceptos que la modalidad clínica había instituido. Para la segunda edición de su primer libro escribió una addenda en la que, una a una, se autocritica todo, o casi todo lo expresado en su obra. Apenas tres páginas para condensar su pensamiento crítico y abrir nuevos horizontes de análisis e intervención. En el convulsionado año 1975 compila un libro Lo vocacional, teoría, técnica e ideología que quedó olvidado en los cajones de la historia. Ese fue el último Rodolfo. El que recuperó el espíritu de su obra, cuyo principal valor fue resistir a las formas adaptacionistas, mecánicas, sumisas de encarar la orientación, típicas del discurso y la práctica psicotécnica. Al enunciar lo vocacional como encrucijada, Bohoslavsky nos estaba advirtiendo que la modalidad clínica podría perder su principal motivo de existencia, subvertir lo instituido. Y en cierto sentido fue lo que ocurrió. Surgido como dispositivo alternativo, comenzó a naturalizarse. Se cristalizó y, podríamos decir que en su versión más esquemática, perdió aquella fuerza de sus comienzos. En ese derrotero una de sus categorías fundantes es la de identidad vocacional / ocupacional que en este escrito nos proponemos deconstruir En la mayor parte de la literatura especializada de nuestro país, se

expresa que los autodenominados procesos de orientación vocacional (OV) tienen por objetivo desarrollar la identidad vocacional del sujeto que consulta. Hoy podríamos preguntarnos ¿acaso el proceso de OV instituye o, al menos, promueve el desarrollo o el fortalecimiento de la identidad vocacional? En caso que la respuesta fuese afirmativa, admitiría una segunda pregunta ¿Es saludable hoy, establecer un dispositivo para instituir una identidad vocacional? ¿Acaso los grandes y graves cambios en la vida social en general y en el mundo del trabajo en particular, no son una feroz interpelación a esas categorías conceptuales propias de otro contexto sociohistórico? Procuraremos ir desmenuzando estos interrogantes. Tal vez sea oportuno aclarar que el concepto de identidad vocacional / ocupacional remite a otro concepto, el de identidad personal. Empezaremos, entonces, por aquí. El concepto de identidad al igual que tantos otros se construyó desde un paradigma moderno sustancialista, esencialista. Desde esta lógica, el concepto de identidad, que surgió como intento de articulación entre lo individual y lo social, terminó explicándose en sí mismo, como una entidad cerrada, verdadera y única. El individuo fue considerado un ser autónomo, consciente, libre, capaz de determinarse a sí mismo. Precisamente la noción de sujeto viene a enfrentar esta concepción de individuo como indiviso, homogéneo y encapsulado en sus propios límites. El psicoanálisis, uno de los inventos de la modernidad, fue motor en este cambio provocando una verdadera revolución copernicana. La primera tópica freudiana así lo demuestra cuando divide el aparato psíquico en los sistemas consciente, preconsciente e inconsciente. De este modo, el aparato psíquico se presenta heterogéneo, escindido, dividido, disociado. Es estructural y, obviamente, no se restringen a sus formas patológicas. En este sujeto escindido, el yo deja de ser un todo, lo uno congruente, coherente, quedando ligado directamente al fenómeno del narcisismo, vía defensas inconscientes. El yo, entonces, tendría una dimensión inconsciente, de manera tal, que las defensas propias del yo no se elegirían sartreanamente, sino que, sencillamente se cumplirían. El registro de un yo, asiento de la identidad, sólo será posible desde la otredad. Hay yo porque hay otros. Y es el proceso de identificación la operatoria psicológica por la cual el yo establece relaciones con los otros, hace lazo. Para comprender la dinámica del psiquismo, sintéticamente podríamos decir que la identificación, desde una perspectiva psicoanalítica, se despliega en dos sentidos: un lugar en que se identifica (la imagen) y el lugar desde dónde se identifica. El primero de orden imaginario tiene que ver con lo que se conoce como yo ideal, el sujeto establece una relación libidinal con su imagen ante la que queda fascinado, resultando una primera unificación, libidinalmente investida. Este proceso se constituiría a partir de una primera inscripción de satisfacción, que a su vez, sería la matriz generativa de la fantasmática del sujeto, a través de la cual quedará mediatizada su relación con el mundo. Ese yo ideal sería el molde de unidad primera del sujeto. A partir de allí y sobre ese sostén se irán hilvanado las ulteriores identificaciones. Vale puntualizar que la identificación primaria produce alineación, enajenación. El sujeto se ve, se reconoce, allí donde no está, en esa imagen. El reconocimiento de esa imagen permitirá adquirir atributos de permanencia, de identidad, de sustancia. Sin embargo ese logro tendrá su contracara en tanto condicionará al psiquismo a la fijeza, la inmovilidad. La tensión conflictiva del narcisismo en la que queda el sujeto es, por un lado, permanecer encerrado, cristalizado en una imagen de sí mismo y por otro, perder esa adquisición, perder esa unidad y correr el riesgo de volver a precipitarse en una fragmentación. El segundo sentido es de orden simbólico y se relaciona con lo que se conoce como ideal del yo. El proceso de identificación primaria ocurre en un mundo cultural, simbólico. Es decir, el niño nace en un mundo de simbolizaciones, nace en una trama de significaciones que determina lugares, lugares sociales que, en la modernidad están asociados con la institución familia.

Como veníamos señalando la identidad tiene que ver los otros. No hay yo sin otros. Sin embargo en las conceptualizaciones lacanianas se diferencia los otros, del Otro con mayúsculas, para indicar la diferencia existente entre los otros como pares, como congéneres, al Otro entendido como la alteridad del Inconsciente, lo radicalmente heterogéneo a la consciencia. El Otro es todo el código inconsciente, es toda la red de articulaciones, de pensamientos inconscientes, la forma de operar del inconsciente. Esta distinción entre otro y Otro es decisiva. Tiene efectos en la dirección de la cura o, en el caso de orientación vocacional, en el proceso de elección ya que, respecto de ese Otro del Inconsciente sólo se puede lograr acceder a cierta verdad, aún cuando quebrante la unidad narcisística en la que el sujeto se cree que es. Y todo proceso de acceso a una verdad inconsciente es doloroso y generalmente muy lesivo para el narcisismo. La construcción de la identidad podríamos entenderla como crédito otorgado por los otros, a través de la conciencia que habilita la construcción de una imagen sobre sí que se ajuste al ideal. Esta imagen estará resguardada por la desmentida y la represión como principales procesos psíquicos. De manera que la identidad depende de ese reconocimiento por la conciencia, regulado por las defensas del yo. En este sentido, las imágenes que construye intentan dejar afuera lo inconsciente, aunque nunca será posible hacerlo de manera absoluta. La identidad por lo tanto se conforma alrededor de un proceso de unión a los otros, es decir, de pertenencia, pero al mismo tiempo, también, de separación con los otros, o sea, de diferencia. Mientras la identificación tendría que ver con las primeras experiencias de satisfacción, la separación, la diferencia, estaría asociada al dolor. De ese modo podría postularse que la identidad se estructuraría en torno de las experiencias de satisfacción por un lado y, del dolor por otro, que en conjunto, establecen marcas que edifican la subjetividad. La identidad es, pues, la representación de sí como perteneciente a un conjunto, pero también como diferente al mismo. Su paradoja más evidente consiste en que siendo una referencia al sí mismo, sólo puede sostenerse con lo que está en otra parte. Ana María Fernández en sus trabajos insiste en evitar todo psicologismo en el análisis de la subjetividad. Reconoce el valor del psicoanálisis desde lo disciplinario pero sostiene la necesidad de efectuar un abordaje de la subjetividad desde la complejidad y, por tanto, con un criterio transdisciplinario. Por eso sostiene que pensar desde la diversidad los distintos modos de producción subjetiva, implica un proceso de des-sustancialización de los relatos de la interioridad psíquica estructurada básicamente en la infancia, el inconsciente, el deseo. Y agrega: “lo que hoy día está puesto en cuestión es la existencia de un mecanismo universal de estructuración del sujeto ¿Cuánto de lo que creímos estructura universal de la subjetividad será narrativa propia de la modernidad?”. (Para acceder al texto completo ir a http://www.actualidadpsi.com.ar) Bibliografía Bohoslavsky, Rodolfo. La Orientación Vocacional. Una estrategia clínica. Nueva Visión, Buenos Aires, 1983. Bohoslavsky, Rodolfo. Lo Vocacional. Teoría, técnica e ideología. Ediciones Búsqueda. Buenos Aires, 1975. Bourdieu Pierre. Respuestas. Por una antropología reflexiva. Introducción de Wacquant, L.J.D. Paidos. Buenos Aires, 1997 Castel, Robert. Metamorfosis de la cuestión social. Una crónica del salariado. Paidos. Buenos Aires, 1997 Colectivo Situaciones. Contrapoder. Una introducción. Ediciones de mano en mano. Buenos Aires,

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