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SARAO_ Historias tapatías LGBTQ+ COLECCIÓN LETRAS DIVERSAS Sarao_ Historias tapatías LGBTQ+ © Rob Hernández, coord. 2

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SARAO_ Historias tapatías LGBTQ+

COLECCIÓN LETRAS DIVERSAS

Sarao_ Historias tapatías LGBTQ+ © Rob Hernández, coord. 2019 Participantes: Adriana Neri Emmanuel Medina Guerra Gerardo Salgado Rojas Abdel Anahí Vidrio Juan Manuel Buenrostro Terán José Armando Güemez Josué Martín Zacarías Francisco Javier Alférez Diseño de portada: Diego Josué Gontorr Título: Sarao, 2019 Edita: Robsmx / @RobsMx Primera edición: 2019 Guadalajara, Jalisco. México. www.robs.mx / [email protected] Corrector de estilo: Kike Esparza Correctora de estilo auxiliar: Nancy Oviedo Jurado:

David Izazaga, @Dizazaga Luis Guzmán, Codise Ac. Kike Esparza, RosaDistrito.com Rob Hernández, www.Robs.mx

En alianza con: Festival Prohibido Codise AC. RosaDistrito.com “Derechos Reservados 2019. Puede citarse cualquier parte de este trabajo, siempre y cuando se respete el derecho de cada autor y dando debido crédito a la fuente. Esta publicación es realizada para fines meramente culturales y de divulgación, sin fines de lucro”.

Contenido Sobre Sarao_ Que sigan contándose las historias La fiesta de las letras diversas

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Las historias tapatías LGBTQ+ De serpientes a estrellas José A. Güemez Cruz Charros, charros Emmanuel Medina Guerra En un baño del Centro Magno Abdel Anahí Vidrio R. Todos necesitamos un amigo Gerardo Salgado Rojas Hermanos de leche Emmanuel Medina Guerra Visitando el infierno Josué Vitales La historia de un alma perversa Adriana Neri Domingo en Grindr Emmanuel Medina Guerra Descubrimiento Juan Manuel Buenrostro Terán Primeras veces Paco Alférez Lomeli

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Para todas las personas que han dedicado una parte de su vida a la lucha por los derechos de las personas LGBTQ+ de Guadalajara. Para aquellas y aquellos héroes que el tiempo se ha llevado físicamente o el recuerdo de su labor social.

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Sobre Sarao_ Sarao_ Libro digital LGBTQ+ surge como iniciativa del blog RobsMx para convocar a personas de Guadalajara para que escribieran y nos compartieran sus historias LGBTQ+. La propuesta del libro digital es involucrar a las y los protagonistas con situaciones que suceden diario, en todas partes y a todas horas. Personas gays, lesbianas, bisexuales, transexuales, queer o heterosexuales que quisieran contar alguna anécdota o historia que hayan vivido, o les haya tocado vivir con alguien cercano. A través de una convocatoria pública, se invitó a que las y los participantes inscribieran hasta 3 historias que tuvieran como eje central que sucedieran en Guadalajara y temática LGBTQ+; mismas que serían evaluadas por integrantes de los organismos convocantes y una persona experta, con el objetivo de seleccionar las 10 historias que conformarían esta primera edición. Para la selección de las 10 historias que se publicarían se contó con la participación del escritor y cronista David Izazaga, así como un representante de cada una de las organizaciones convocantes, Codise AC., la revista digital Rosa Distrito y Prohibido, Festival Cultural LGBT. En esta primera edición tuvimos la participación de 39 personas y recibimos 44 historias que nos mostraban diversas perspectivas de la vida LGBTQ+ en Guadalajara. Sarao_ es un trabajo colaborativo quienes tenemos interés en generar acciones y actividades en favor de la no discriminación para todas y todos. En el camino encontramos aliadas y aliados que decidieron sumarse al proyecto. Diego Gontorr se sumó con su propuesta creativa para la creación de la portada, de esta manera incluimos otras expresiones artísticas que apuestan por acciones culturales para la sensibilización de la problemática que vivimos las personas LGBTQ+. Buscamos que esta convocatoria pública se vuelva una actividad recurrente, para recopilar las historias para contar diferentes realidades y de esta manera generar, en un futuro, libros digitales temáticos de lo que pasa en una ciudad tan grande, multicultural y dinámica como Guadalajara. 5

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Que sigan contándose las historias El escritor polaco Czeslaw Milosz, premio Nobel de Literatura, ha escrito que “lo que se nombra adquiere fuerza, lo que no se nombra deja de existir”. Para muchos de quienes crecimos en el siglo pasado, no nos es extraño que nuestros padres evadieran dar nombre, por ejemplo, a los órganos sexuales. O, en el mejor de los casos, los denominaban eufemísticamente: “no te agarres tu cosita”; “déjate la pipí”; “¿te lavaste bien tu conchita?”, eran algunas de las palabras con las que se pretendía evadir el nombrar al pene o a la vagina. Si eso ocurría con los órganos reproductores —la pretendida invisibilidad que se creía lograda si no se nombraba— ya mejor ni hablar de lo que significaban entonces las relaciones sexuales y todo lo relativo a ello. Si tuviéramos que denominar al siglo pasado mediante un verbo, posiblemente este sería esconder. Lo oculto dominó, como en ninguna otra etapa de la humanidad, y le dio poder a lo oscuro. En cambio, este nuevo siglo en el que afortunadamente nos ha tocado desarrollarnos, vivir plenamente y expresarnos sin miedo, es dominado por lo contrario: la transparencia, el descubrimiento, la enseñanza. De ahí la fuerza y la importancia de este ejercicio propuesto: invitar a que la comunidad LGBTTTIQ de Guadalajara se abriera de capa, se expresara, contara sus historias, sus experiencias. De nuevo: al nombrar, al contar y reconocer, se visibiliza y se conjura. 6

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Como parte del jurado, para mí, ha sido una gran experiencia, más allá del juzgamiento objetivo de las piezas y su valor testimonial formal. Debo confesar que hubo historias que me sorprendieron, que me impactaron y que, finalmente, lograron concientizarme de lo mucho por lo que pasan quienes en algún momento de sus vidas han tenido que visibilizar ante sus familiares o personas cercanas, su verdadera condición, o bien las experiencias que en el día a día experimentan y que no encajan con lo que se denomina “normal”. Nombrar, contar, darles la justa dimensión a los hechos. Narrar experiencias y así buscar que la nuestra sirva para al menos allanar el camino, para visibilizar, para darse cuenta de que no se está solo, que nombrar libera y empodera. Sirva este primer ejercicio SARAO_, para que la fiesta nunca termine, que sea el inicio de un diálogo eterno, continuo, feliz. ¡Enhorabuena! David Izazaga

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La fiesta de las letras diversas Hay historias que sabemos que existen, pero no se cuentan. Hay mitos urbanos en los que todos conocen a alguien que ha estado, le ha pasado o ha ido, pero no hay registros de nada. Hay sucesos históricos que han pasado en calles por las que diario transitamos, pero no hay bibliografía o notas periodísticas que sean testigos de que hayan sido ciertas. Hay actividades clandestinas que suceden, que muchas o muchos frecuentan, pero poco se platican. Hay personas que han entregado una parte de su vida por salvar la vida de otras y otros, pero hoy nadie les recuerda. Hay acontecimientos sociales fuera de las capitales que han aportado o iniciado movimientos, pero si pasa en provincia, poco se sabe. Así me atrevería a definir la historia del movimiento LGBTQ+, o los usos y costumbres de las personas no heterosexuales que viven en Guadalajara. Hace no mucho tiempo, comencé a interesarme en la bibliografía LGBTQ+ existente en México. Al comenzar a buscar y leer, me di cuenta que la mayoría de los libros y publicaciones históricas, novelas, crónicas y otros géneros literarios tienen su origen o suceden siempre en la Ciudad de México, capital del país. Muchas de esas publicaciones son fáciles de encontrar en librerías comerciales, para encontrar otras es necesario acudir a librerías más especializadas. Pero los que hablan o retratan la vida LGBTQ+ de ciudades como Guadalajara, son prácticamente inexistentes, salvo por algunos títulos recientes. Comencé un proyecto de entrevistas a personas de Guadalajara que a través de su arte, su trabajo o su activismo, han contribuido para tener, hoy en día, una ciudad más abierta e incluyente. Activistas de los años ochenta que les tocó enfrentarse al sida cuando recién comenzaba, diseñadores que han logrado posicionarse a nivel internacional, periodistas, locutores, travestis, drags, entre otras personas, me contaron sus vivencias y las vicisitudes que les tocó sortear en una Guadalajara más conservadora 8

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y cerrada a la diversidad sexual. De este proyecto personal, surge la intención de crear Sarao_ libro digital LGBTQ+, una apuesta para involucrar a las personas gays, lesbianas, trans, bisexuales y queer de la ciudad, a través de sus historias, donde ellas y ellos nos contaran lo que les ha tocado vivir o han atestiguado con personas cercanas. Sarao es una palabra que su significado es fiesta nocturna con baile y música; una metáfora que busca recrear las grandes noches de baile, pero con letras, con historias que nos cuenten qué pasa, cómo viven y cómo es vivir en Guadalajara si eres una persona LGBTQ+. Este libro digital, es producto de una sinergia entre personas que buscan promover una cultura de la igualdad y la no discriminación a través de acciones culturales, que usan la expresión artística como medio para transmitir un mensaje social. Agradezco a todas y todos los que participaron en esta primera convocatoria pública para la selección de las historias que nos muestran 10 perspectivas diferentes de Guadalajara. Con Sarao_ convocamos a hacer una fiesta de las letras diversas, donde todas y todos podemos contar nuestra perspectiva o experiencia siendo parte de la vida gay o siendo alguien cercano. Una fiesta incluyente. Quisimos alborotar y abrir pista para todas y todos aquellos que tuvieran una historia que contar. La mezcla de ritmos esta puesta, los beats suenan por todo el cuerpo. Es tiempo de mover el cuerpo. Bienvenido a la pista de baile y que disfrutes del Sarao_, la fiesta de las letras diversas. Rob Hernández

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Sarao_ Historias tapatías LGBTQ+

Coordinador: Rob Hernández

Coleccion Letras Diversas Junio 2019

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De serpientes a estrellas José A. Güemez Cruz

Quiero hablar sobre algo personal, algo que no se habla lo suficiente y que sucede en nuestra comunidad, se trata de asaltos. Estaba haciendo un intercambio de estudios por seis meses en Guadalajara y como cualquier foráneo, quería comerme la ciudad en un día. Tenía grandes expectativas y como venía con amigos, no había mucho de un rule-book a seguir, o alguien que nos detuviera a hacer cosas. Algunos consejos que dan los familiares son mantenerse bajo perfil, no hablar con extraños, tener cuidado, no salir demasiado tarde, etc. Pero honestamente nos gusta jugar riesgoso y creemos que somos indestructibles.Y no lo somos, en absoluto. Puedo decir que tal vez fui el más ingenuo de todos mis amigos; esto es lo que pasó. Siempre he creído que mis sueños me han prevenido de las grandes desgracias de mi vida y como siempre, yo no les hacía caso. Ese día no iba a ser la excepción. En aquel sueño había una serpiente verde y grotesca, pues por qué no, es un sueño y me puede llevar la chingada si así lo quiere mi mente. Para no hacerla más larga que la serpiente, terminé por tomarla del cuello y someterla, en ese momento… desperté. Me paré a preparar el almuerzo y escuché ese sonido particular, ese sonido que la mayoría de los gays conoce, ese sonido que nos inspira emoción, incertidumbre y para algunos, misterio.v Así es, ese sonido en particular era el de una notificación de Grindr, porque aunque es algo básico, no es fácil despegarse de la adrenalina que uno siente al conocer a alguien nuevo. Obviamente contesté el mensaje, porque soy todo un casanova. Después de una larga plática, mandar nuestros CV, seguro social, puntos infonavit, acta de nacimiento y claro, un par de nudes, quedamos en vernos en mi casa aproximadamente a las 17:00 horas.

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Llegó la hora del encuentro y el susodicho, al cual llamaremos “Hijo de p*ta”, porque no recuerdo su nombre -así de especial fue chicos- llegó en un taxi. Alto, moreno, rudo y atractivo, era un antojito mexicano, ya saben, de los que nos atrevemos a llamar chacales. Abrí la puerta de la casa y lo dejé pasar a mi habitación, sacó un cigarro de su mochila y lo encendió. Entre una de sus ideas mencionó ir a un hotel, yo le dije que no necesitábamos ir a otro lado pues ya estábamos en una habitación y nadie iba a molestarnos. Pero él siguió insistiendo; dijo que él pagaría y que no me preocupara por mucho, hasta que finalmente accedí. Tomé mis cosas y salí. Llegamos al Hotel, nos registramos y entramos al cuarto. Nos recostamos un momento a platicar y vimos un rato la TV. Topamos con una película y la dejamos, era “Al filo del mañana”; más bien estaba de fondo. Empezamos a platicar sobre qué era lo que quería hacer, de qué tenía ganas, cómo empezar y le dije que podría empezar quitándose la camisa, y lo hizo, se la quitó. Buen cuerpo, tatuajes… chacal, ugh qué rico. Se volvió a acostar y dijo que quería verme tomar una ducha. Le dije que era algo de pensarse. La neta ya me había duchado y qué flojera hacerlo de nuevo. Seguimos platicando. Preguntó nuevamente si lo haría, volteé a verlo y sonreí. Me levanté sin decir nada. Abrí la llave para ver si tenía agua caliente, dejé correr el agua mientras me quitaba la ropa y caminé hacia la puerta. Me apoyé sobre el marco y le hablé. En el momento en que volteó, se paró de un brinco, tomó una silla, la puso en la entrada del baño y se sentó ahí. Platicamos hasta que comencé a enjuagarme lentamente, ya saben, tratando de dar el mejor show. Él solo estaba ahí sentado viéndome, platicando.Y yo solo me bañaba. De un momento a otro cambió la plática, me dijo que si recordaba lo que había dicho antes, sobre que asaltaban en una calle cerca de donde vivía. En mi mente pensaba sobre ese instante y asentí con la cabeza. En eso, él sigue hablando y dice… v “Entonces, fíjate que esto es un asalto”. Después de escuchar eso, volteé lentamente a verlo, quitando el agua de mi rostro y observé que tenía un arma en su mano derecha. Lo único que pude exclamar en ese momento fue un sutil 12

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“¿Qué?” Dijo que cerrara la llave del agua y me sentara en la esquina del baño. Lo observé por unos segundos, luego empecé a sonreír y pregunté si acaso esto era una broma mientras me acercaba a él. Levantó la voz y cargó el arma, dijo que no era un chiste, que obedeciera y todo sería rápido. Cerré la llave del agua y seguía repitiendo una y otra vez, “dime que es una broma de mal gusto, por favor”. Repitió la orden. Pero por alguna razón me rehusé a hacerlo, sin embargo, tuvo una manera bastante agresiva y efectiva de hacerme entrar en razón. Tomó el arma. Se acercó, me apuntó y dijo: “Solo haz lo que te digo”. Pegando el arma contra mí. En ese momento hice lo que me pidió. Aún sentado en el suelo le seguía preguntando si esto era una broma. Estaba en un estado de shock, no sabía si lo que me pasaba era real, si era una casualidad o si estaba planeado; no sabía qué pensar, qué hacer o si tenía alguna oportunidad. Solo quería salir de ese lugar y volver por mi camino. Él se puso de pie y me dijo que no me moviera, que iba a cambiarse. Estaba sentado en el baño, en el suelo, en una esquina, húmedo, con frío. Sabía que estaba desnudo, pero sentía como su mirada y su presencia podía hacer que ni con toda la ropa del mundo me sintiera cubierto. Era vulnerable, era débil, era estúpido. Cada vez que asomaba a verme, lo miraba y le decía que se podía llevar lo que traía, que no importaba. Lo único que quería era que me dejara ir, le prometí que no diría nada, solo quería que me devolviera la vida, porque hasta ese punto, parecía que él sostenía mi futuro en sus manos. Se volvió a sentar en la silla con mi celular en su mano, una vez que accedió a mi contenido, solo veía que revisaba.Yo le preguntaba qué hacía, que no había nada que pudiera servirle. Mi verdadero miedo recaía en mis redes sociales, por la posibilidad que tendría de contactar a alguien de mi familia, a mis amigos, a un conocido y que la situación en la que estaba en 13

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ese momento, pasara a ser de otra persona cercana, no quería envolver a nadie en mi error. Por suerte no lo hizo. Se fijó en mis aplicaciones bancarias y me pidió que le diera las contraseñas para poder acceder. Sin pensarlo tanto, se las di. Al darse cuenta de que en verdad no tenía dinero, procedió a ponerse de pie y solo dijo que esperara sentado. Lo único que venía a mi mente era que a pesar de que no me quitó nada, no creía que pudiese retirarse tan fácil, sin tomar algo a cambio, sin quitarme algo, y empecé a sentir miedo de nuevo. El futuro parecía incierto en su presencia, pero traté de mantener la calma. De fondo solo podía escuchar a mi mente gritar que quería escapar y el leve sonido de la película que comenzamos viendo, ese sonido que me hizo pensar que en tan poco tiempo, había sucedido demasiado. Yo tomaba mis piernas, mis brazos, me apretaba, me tiraba al agua observando de fondo la puerta, tenía tantas ganas de correr, pero no quería jugar al valiente. Pasó media hora y tomé el primer paso que creí que me costaría la vida, me puse de pie. Cada vez que escuchaba la mínima señal de ruido regresaba a la posición en que estaba, luego volvía a pararme. Me armé de valor y empecé a dar pasos a la puerta, hasta que después de unos momentos me atreví a asomarme y observé que no había nadie en el cuarto, la puerta no estaba completamente cerrada. Entonces, ¿Qué es lo que sigue? ¿Dónde estaba él? ¿Qué podía hacer al respecto? Mi corazón empezó a latir más rápido que el de un colibrí, corrí hacia la ventana y con el corazón en la mano me asomé. Di vueltas por toda la habitación, noté que se había llevado mis pertenencias. Al revisar la habitación, encontré mis zapatos bajo la cama y el poncho que llevé conmigo, estaba escondido en las almohadas. Vi el teléfono y pensé en llamar a mis amigos, pero no recordaba sus números. Lo segundo que vino a mi mente fue llamar a la recepción y pedir ayuda, en realidad llamar a cualquiera que pudiera auxiliarme. Pero no encontraba el número de la recepción en ningún lado. Había un mapa del hotel, un cenicero, varias tarjetas y ninguna traía el número que necesitaba…

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QUÉ P*TA SUERTE TRAIGO Por un segundo, cruzó en mi mente llamar a mi hermana. Levanté el teléfono y dejé que sonara. Sentía que el tiempo se me acababa, que en cualquier momento él volvería y todo acabaría. Realicé las mismas acciones cientos de veces. Pasaron 10 minutos y él no volvía. Fue cuando decidí hacer lo último que me quedaba, pedir ayuda a alguien más. Era la solución más obvia, pero tal vez nadie me ayudaría. Finalmente me asomé a la ventana para ver si podía hablar con alguien, si algún rostro amigable volteaba a ver aquel rostro pálido con los ojos rojos, pero nadie lo hizo. Nadie notó mi presencia, y no culpo a nadie más, quién pensaría que algo así podría estar pasando, cuántas veces hemos volteado a otros lados solo para ver si alguien está sufriendo: ninguna, podría decir. Sin más qué hacer y sin nadie quien volteara, abrí la puerta despacio. Miré a tanta gente pasar cerca de mí y yo era incapaz de exclamar tan siquiera una sílaba. A lo lejos vi una sombra, vi a alguien, a una persona, vi una luz. Era la joven que nos había atendido antes. Sin exclamar un sonido, clave mi mirada lo más fuerte que pude en ella con la esperanza de que volteara y lo hizo. Logré llamar su atención y pedí que se acercara a mí, ella caminó lentamente hacía donde estaba y cuando llegó, abrí poco a poco la puerta y preguntó: “¿Qué necesitas?” inmediatamente la primera oración que salió de mi boca fue, “necesito ayuda” Me tiré frente a ella y comencé a llorar. Entre cada jadeo y cada lágrima intenté explicarle lo que había pasado. Solo podía ver su rostro serio con una pizca de preocupación. Pregunté si el “Hijo de p*ta” con el que me vio llegar ya se había ido, dijo que sí. Lo siguiente que preguntó fue que qué 15

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necesitaba, qué quería y respondí, “ropa” Cuando volvió, tenía una camisa y un pantalón con ella; me dijo que podía ponerme lo que necesitara y que no me preocupara por ello. Ella se quedó en la habitación conmigo en todo momento. Me preguntó que si quería llamar a mi familia o a la policía. Yo le dije que todo estaba bien así, no quería hacer el problema más grande y no quería más problemas. Eran las 20:00 horas y yo seguía perdido. Le pedí si podía acompañarme a la entrada del hotel. Caminamos juntos hasta la entrada y miré la calle, las luces de los autos parecían estrellas en persecución, la ilusión del tiempo se hacía más lenta. Antes de cruzar la calle, la joven volteó a verme y seriamente me dijo: “A pesar de lo que te haya ocurrido, no olvides que eres una persona valiosa y bella. Nadie puede quitarte eso”. La miré fijamente, solté una lágrima y entonces corrí. Solo podía pensar en ir a casa. No me interesé en los autos, ni en las avenidas, solo quería llegar a casa sano y salvo. Caminé hacia la esquina y crucé la calle corriendo, sin detenerme, sin mirar atrás. Me detuve y vino a mi mente un solo pensamiento, ¿y si está fuera de mi casa? Porque él sabía dónde vivía y tenía mis llaves. Así que caminé lentamente hacia la puerta y cuando me di cuenta de que no había nadie alrededor, entonces respiré. Con lo poco que me quedaba de fuerza, grité el nombre de mi compañero y golpeé la puerta lo más fuerte que pude. Su cuarto estaba a lado de la puerta así que contaba con que él me abriera. Cuando finalmente lo hizo, lo miré a los ojos, lo abracé y pensé: estoy en casa.

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Charros, charros Emmanuel Medina Guerra

Aurelio es mariachi. Toca la trompeta. Y según las reglas del albur, de manera literal, también toca la trompeta. Porque a este músico le van los hombres, los machos barbudos y algo barrigones que ve mientras toca su instrumento, la trompeta, pues. Toca en fiestas de fines de semana donde lo contratan con su grupo de cuates, para interpretar canciones como “El Niño Perdido”, su número estrella, donde se va al extremo de un salón y toca con enjundia, la famosa canción. Pero a demás de las habilidades con la trompeta -albur aparte- tiene muchas otras. No agarra galán porque a los 50 años, parece que la vida homosexual se acaba. Parece que le tocaron “Las Golondrinas” desde hace mucho. Y según él, no está de malos bigotes: es moreno, más bien prieto, pero aún conserva su pelo sin canas, es algo gordo, alto y bien peinado, como dicen las señoras que lo ven por su calle. De más joven, y con menos panza, acorde a las reglas de la moral, llegó a estar casado con una mesera de un restaurante de comida mexicana “La Gorda”. Y a pesar de que su matrimonio era una pinche broma, como decía ella, tenía un sexo bien rico y largo como la Cuaresma. Él se ufanaba de durar bien harto en chorrearse. Pero era solo porque su mente viajaba lejos. La satisfecha esposa sabía que el mariachi, mientras la poseía, pensaba en hombres del estilo de Vicente Fernández o Antonio Aguilar. Sus ídolos. Así que, como a ella le venía guango en quién pensara su marido, mientras la hiciera mojarse mucho y gritar como posesa, la relación alcanzó a durar casi una década. A los cuarenta años, Aurelio decidió que quería mojar su brocha en las deliciosas nalgas de algún aventado que le permitiera “dejársela ir”, según el argot joto que escuchaba del peluquero que le cortaba su pelo y 17

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le recortaba la barba, mismo que resultó ser su único referente gay. Así que, después de llegar bien peinado a la esquina de su casa, decidió que se iría del nido marital, con una pequeña maleta y su estuche de trompeta. Desde entonces vive solo, en un cuarto en la colonia El Refugio. Todas las tardes, sin vacaciones ni puentes laborales, se dirige a Tlaquepaque a buscar chamba con su grupo de amigos que se autonombran “Los Hijos del Tenampa”. Hasta hace unos meses, un cuate del grupo le dijo que tenía un hijo “puñal” y que lo había descubierto porque lo vio, una madrugada, besándose en Las Nueve Esquinas, con otro cabrón. “Es que ahí hay un bar de putos que les gustan los vaqueros y los charros, ¿tú crees compadre? Paso a creer”. Aurelio dejó de escuchar a su compañero músico: se prometió que iría a conocer tal antro, lo antes posible. Estaba cansado de chaquetas, todas las mañanas en su catre, encuerado y abiertas las piernas, imaginando hombres bien bragados que se lo comían vivo, mientras él les dejaba llena la boca de su leche tibia hasta que por su mano se resbalaba su semen, con fuerte olor a cloro. Un sábado le habló del teléfono de la esquina a su compadre y le avisó que se sentía enfermo. Que tenía “chorro”. “Caray, compadre, está de cuidarse: usté nunca se enferma”. Aurelio le dijo que mañana, domingo, estaría mejor y los vería en la plaza de Tlaquepaque. Al colgar, se dirigió a un Soriana y se compró unos calzones y calcetines nuevos. Por si le tocaba estrenarlos.Y es que él era de los que se dejaban los calcetines a la hora de coger. Tenía una uña con un hongo y, aparte, era muy friolento de los pies. A las nueve de la noche empezó a deambular por el famoso barrio de Las Nueve Esquinas. No veía ningún sitio como para hombres como él, puros lugares de birria y de músicos colombianos. Se sentó en una banca y suspiró fuerte. “Se me hace que me cabuleó mi compadre”, pensó mientras veía pasar a un par de jóvenes que vestían mezclilla apretada y fajos piteados. Uno de ellos le sonrió abiertamente. Aurelio sintió la llamada del deseo en forma de un bulto en su propio pantalón. Sin pensarlo, se paró y los siguió dos cuadras. Ellos entraron en un sitio que tenía el letrero pintado a mano. “El Condado”. Aurelio entró y vio que era una cantinota. Llena de sombreros, 18

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botas, camisas de cuadros y muchos barbones. No se veía ninguna mujer, ni de meseras. Aurelio sintió que estaba en el pinche paraíso. Le dieron ganas de echarse un grito como Pedro Infante. Se acercó a la barra y pidió una cuba. Junto a él, el joven de la calle que le sonrió pedía una cerveza. Se vieron a los ojos y el muchacho le soltó: “Eres nuevo aquí, ¿verdad, papi? Aurelio, bien chiveado, dijo que sí. “Soy Rey, mucho gusto”. “Aurelio, pa´servirte”, le dijo el mariachi. A la hora, ya estaban bailando en la pista, llena de hombres, una canción de Julión Álvarez. Rey le agarraba las nalgas y le dijo al oído que estaba bien bueno. Aurelio se replegó más y sus dos penes se sintieron duros. 30 minutos más tarde, Rey le dijo que conocía un motel de pasada. “Dicen que tiene jacuzzi para darnos un baño, ¿me invitas, papi?”. Aurelio no sabía bien qué era un jacuzzi, pero dijo que sí. “Yo invito, pues, morro”, le dijo con su voz de barítono. Entraron a un motel de avenida La Paz, caminando y rozándose las manos. Aurelio dio gracias de traer ropa que oliera a nueva. Entraron al cuarto más caro, mismo que le costó lo de una semana de trabajo, porque que tenía una albercota. Ni tardo ni perezoso, Rey se quitó la ropa y abrió la llave. Aurelio se empezó a desnudar y trató de que el muchacho no le viera el dedo del pie. Se metió a la tinota que hacía que el agua burbujeara, y que estaba tan caliente como él. Rey lo besó con fuerza, mientras su mano le agarraba la trompeta, no el instrumento. Aurelio lo manoseaba y gemía despacito. “Ay muchacho, qué bueno estás”. Pronto, Rey se trepó encima de él y Aurelio lo penetró con fuerza. Rey soltó un grito que prendió más al mariachi. La primera vez que tenía sexo con un hombre y en una alberca junto a una cama. Ni en sueños se imaginó esa mamada. Esa noche le aguantó al muchacho tres “palos”, todos en la cama que tenía resortes como púas, pero que lo hicieron hacer malabares. Rey se le metía por todos lados, y se asombraba de que Aurelio aguantaba mucho cogiendo, sin venirse. Le tenía que suplicar que le llenara de su leche por todos lados. “Eres un semental prieto”. Casi al amanecer se quedaron adormecidos. Aurelio sentía sus piernas rozando las de su muchacho. Si hubiera traído un anillo, le hubiera pedido que se casara con él. “¿A qué te dedicas papá?”, le preguntó el 19

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muchacho mientras le acariciaba los vellos del pecho. “Soy mariachi, mi muchacho”. Rey soltó una carcajada. “Ay, papi. Sí que me ando buscando siempre problemas”. Aurelio alzó una ceja. “Es que mi papá también es mariachi”. “Chin”, pensó el músico. “Ya me hice suegro de mi compadre”. Y besó a Rey largamente.

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En un baño del Centro Magno

Abdel Anahí Vidrio R.

And though that time passes by and that our lives have changed but our love was special our love was strange. And though my heart broke in time it did mend except when I think about the time that we used to be friends.

Beautiful Friend — Cranes

Se irá de viaje por una semana. Es el último día que pasan juntas. Salen del cine antes que termine la película, que es realmente aburrida. Sofía sugiere hacer una escala rápida a los sanitarios que maravillosamente se encuentran en soledad total. Cinthia se lava las manos mientras que su amiga se encamina a un baño. — ¿Solo vas a orinar? — gritó desde los lavamanos Cinthia — ¡Sí, yo no puedo hacer de “lo otro”, más que en mi casa! — Lo sé, recuerdo solo dos ocasiones en las que hiciste en la mía y fue porque tu estómago parecía de cinco meses de embarazo. — ¡Ya seeé! Es horrible. Cinthia se seca las manos con una toalla de papel, mientras camina hacia la puerta del cubículo de Sofía y golpea la puerta un par de veces. 21

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— ¡Hay más, entra a cualquier otro! —exclama Sofía desde el interior. — ¡No! Quiero entrar al tuyo. — Déjame terminar, por lo menos. — ¿Me dejas verte orinar? ¡Ándale! Silencio total. Transcurren un par de minutos mientras Cinthia espera una respuesta del otro lado de la puerta; exhalando un fuerte suspiro apoya su frente sobre la lámina de metal. De pronto, súbitamente, su petición es atendida. La primera imagen es una visión espectacular: una falda de mezclilla en el suelo cubriendo un par de tenis converse rojos de bota, los calzoncitos a media pierna; el pubis atisba unos cuantos vellos, la piel blanca marmolada, sus brazos sosteniéndose entre las dos mamparas, su mirada suspicaz y temerosa al mismo tiempo. Cinthia cierra la puerta con una sonrisa de oreja a oreja, coge a su amiga por el cabello y junta sus labios con los de ella, para después introducir medrosamente su lengua. Sofía se encoge un poco hacia atrás. Cinthia la sostiene fuertemente por la cintura con una mano, con la otra acaricia suavemente su espalda y su ondulado cabello; sus dedos bajan por un costado llegando hasta las nalgas, tomándolas suavemente. Se separa un poco de su amiga y la mira. — ¿Ya te desconcentré de hacer pipí? — le dice sonriendo coquetamente. — Sí. — ¿Quieres que te ayude? — ¿A qué? — Siéntate hasta atrás, si quieres acomoda un poco de papel y encima tus piernas sobre las mías. — No vamos a caber. — Sí cabemos, no reniegues. Sofía recoge su falda del suelo y la recarga entre las orejas de su bolso colgado del gancho de la puerta. Cinthia se levanta su falda hasta el ombligo, coloca un poco de papel en el rodete y se sienta cerciorándose de que su vagina no roce la taza del baño público. Da la señal a su amiga para que monte sus piernas por arriba de las suyas mientras se sujeta con 22

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fuerza de la tubería del agua que está justo atrás del inodoro. Aprovechando la postura, y una vez bien colocada sobre el retrete, Cinthia levanta la playera de Sofía, desabrocha su corpiño, palpa lentamente cada uno de sus senos en pleno crecimiento, olorosos a perfume juvenil y de suave tono rosado.Titubeante pasa su lengua por encima de ellos contemplando la cara de angustia y excitación de su compañera; sonríe un poco y vuelve a lamer, la toma por el cuello y la jala hacia ella. Sus besos sutiles se intensifican al correr los minutos acrecentando el nivel del éxtasis hasta que la lujuria se apodera de ellas. Alguien entra en el cubículo siguiente y escucha una serie de roces y gemidos. Se ensordece el ruido ante un cúmulo de voces de más mujeres que arriban; las dos se detienen por completo y sueltan ligeras risas nerviosas. — ¡Cinthia, nos van a descubrir! — No, abrázame con tus piernas para que solo se vea un par. — ¿Así? — Sí, así… ¡ven, bésame! — ¿Quieres que te bese ahorita? — Sí. — ¿Y si nos oyen? — ¡Que no! Repentinamente perciben un chorro de orina en el sanitario contiguo, las dos practican gestos libidinosos y se besan. Cinthia se contonea lentamente, Sofía se sujeta del tubo de agua con una mano y con la otra comienza a masturbar a su amiga mientras la mira fijamente. Es la primera vez que ve a su amiga hacer ese tipo de expresiones. Se siente extraña al recordar el rostro de su madre teniendo sexo con su padre, cuando en una ocasión los sorprendió en la sala. Por su parte, Cinthia levanta lentamente su blusa frotándose el pecho con ímpetu. Las piernas le tiemblan, no reconoce si está entumiéndose o si es la emoción; es un calambre subiendo poco a poco desde su pelvis, creando una sensación inmensa de calor, unas ganas exacerbadas de apretar fuertemente con sus manos el cuerpo de su amiga y, al final, siente aturdimiento: a sus catorce años está experimentado su primer orgasmo.

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De forma paralela, se escuchan a lo lejos barullos de varias mujeres entrando y saliendo; algunas mirándose en el espejo y maquillándose. Unos minutos después retorna todo al tenso silencio. Cinthia abre los ojos y se ríe, no lo puede creer: ¡Qué cosa tan maravillosa son los orgasmos! —piensa. Sofía la mira asombrada, es la primera vez que provoca una sensación tan intensa en otra persona. — ¿Te gustó? — ¡Sí! — Me di cuenta por tu cara. ¡Qué bueno que te gustó! — Ahora me toca hacértelo. Pero cambiémonos al último baño, ya estamos solas otra vez. Salen deprisa con todas sus pertenencias colgando de los hombros; riendo y agarradas de la mano ingresan al último. Cinthia avienta las cosas sobre la tapa del retrete y voltea hacia Sofía empujándola contra la pared, comienza a besarla al mismo tiempo que acaricia suavemente su vulva; acomoda una de las faldas en el suelo para hincarse en ella y bajar suavemente. Contempla el sexo de Sofía, le parece hermoso, completamente lampiño, pequeño y rosado; separa con cautela sus piernas y la lame. Su amiga la observa pasmada: - ¿Qué haces? —pregunta asustada. Cinthia sigue embelesada entre esa dualidad de suavidad y humedad que está descubriendo. Sofía cubre su cara con las dos manos intentando controlar sus emociones en vano, un fuerte impulso la hace descansarlas sobre la cabeza de su amiga, quien sigue pegada a su sexo. Entreteje los cabellos con sus dedos y se deja llevar hasta ver una luz blanca soltando un fuerte gemido. Cinthia mira desde abajo a Sofía con frenética alegría, jamás se imaginó que su “primera vez” sería en los baños públicos del cine de un centro comercial. Al tratar de levantarse observa unos pies que caminan apresurados. — ¡Sofía! –dijo murmurando. — Espera, ahorita no puedo hablar estoy en shock. 24

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— Sofía, alguien nos estaba escuchando. — ¿Qué? — Acabo de ver los pies de alguien. — ¡Ya ves!, te lo dije ¿Qué explicación le diré a mi mamá? ¡Mi papá! ¡Dios! Cuando se enteren me correrán de la casa, no sin antes ponerme una paliza. — Espera, no seas tan dramática. Hay que quedarnos aquí hasta que alguien nos saque. Aguardan una eternidad, aunque en realidad solo pasan cinco minutos; no sucede absolutamente nada, nadie toca a la puerta ni se escucha alguna voz. Cinthia se asoma sigilosa y recorre todo el pasillo mirando por debajo de todas las puertas esperando ver algunos pies. Están completamente solas. Sofía se asoma esperando que su amiga le haga la señal de salida, se acerca sigilosamente a los lavabos para mojar sus manos, se arregla el cabello, se pone brillo en los labios, saca un perfume del bolso y se rocía con él como si fuera una ventisca. Una vez arregladas salen al mundo exterior muy contentas tomadas de la mano, caminan rumbo a las escaleras eléctricas y justo al dar vuelta para bajar, la señora encargada del stand de rosetas acarameladas y dulces las observa fijamente, con una mirada despectiva e inquisidora. Cuando regresó de su viaje, después de varios meses, regresaron al cine, entraron de nuevo al sanitario donde había muchas mujeres haciendo fila, esperando su turno. Aguardaban impacientes recargadas sobre el muro. Sofía depositó su atención en un letrero colocado en una pared. Fue entonces cuando le soltó un tremendo codazo a Cinthia. — ¡Ouch! –renegó Cinthia sobándose fuertemente. — ¿Ya viste? — ¿Qué cosa? — ¡El letrero! Léelo. A toda persona que sea sorprendida teniendo actividades de dudosa moral, será reportada a las autoridades. Atentamente. La Administración. — ¡Qué tal! ¿Ves?, te dije que no me había imaginado los pies. 25

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Todos necesitamos un amigo Gerardo Salgado Rojas

Debo confesar que soy un chico muy penoso. Mi primera semana en la universidad fue una especie de iniciación a la que no sentía pertenecer. Mientras iba camino a mis clases, escuchaba la conocidísima canción Perfect de Ed Sheeran, y es extraño porque no suelo escuchar su música, pero ese día en especial me preguntaba si lo que me esperaba en esta nueva etapa sería “perfecto” o si sería un total caos una vez más. ¿No te pasa que te propones a ser mejor de lo que eras, cuando estás a punto de iniciar una nueva misión, en un nuevo lugar, con nuevas personas? Yo me propuse ser más relajado y sociable, pero al final del día terminé siendo de los que se sientan hasta atrás, en donde es más complicado que el profesor haga contacto visual contigo y te pregunte algo que claramente sabes, pero que te da pena contestar. No solo me apartaba de todos por no tener buenos temas de conversación, sino que terminando la clase, salía a toda prisa con el pretexto de que si me iba más tarde no alcanzaría a llegar a tiempo al trabajo o a casa para hacer tarea. En parte era cierto, suelo hacer dos horas y media (o incluso tres) de mi casa a la universidad, y el mismo tiempo de regreso. Pero también es verdad que tenía miedo a socializar con personas que consideraba mejores a mí y lo que menos quería era que alguien me hablara por lástima. ¿Qué podría tener de interesante un chico con un claro desorden emocional, fanático de Stranger Things y los libros, loco por The Lumineers y Lady Gaga? Así es, a ese grado de autodesprecio llegué. Yo solo quería amigos de verdad, pero era tiempo de partir y esperar a que algún día pudiera sentirme en total confianza para hablar con alguien. Absolutamente todos mis mejores amigos estudian su propia carrera, y me llena de alegría ser testigo de cómo se preparan en lo que son buenos; mis dos chicos favoritos se fueron por la ingeniería industrial, 26

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mi más legendaria amiga optó por la medicina y la sanación, otra lleva la nutrición con ella y la última (pero no por ello menos importante) la hace en grande en la ingeniería química. Estoy rodeado de pocas personas, para ser honesto, pero esas pocas personas son gente de éxito. Hablando de mí, me fui por relaciones internacionales, pero la soledad de mis días me hacía desertar poco a poco. En mi experiencia personal, llega un momento en el que pierdes el interés de ir a un sitio muy lejano a tu domicilio, al que además le da igual tu existencia. De verdad, podía ir o no a clases y pasaba desapercibido. Llegué a pensar que no era lo suficientemente bueno para la carrera, es decir, me esforcé mucho para entrar, mi familia sacrificó e invirtió mucho para que tuviera la oportunidad que ninguno de ellos tuvo, pero a la vez no era capaz de comunicarme con alguien, ¿qué me estaba pasando? ¿no se suponía que me voy a dedicar a relacionarme con personas? Una clara crisis de apatía social. No me malinterpretes, si hablaba con mis compañeros, pero al mismo tiempo me costaba mucho salir con ellos; apenas despedirme suponía un reto, incluso mayor a llegar y saludar. Mis amigos de toda la vida estaban recorriendo su propio camino de ladrillos amarillos y la pasaban mucho mejor que yo. Todos me contaban de sus nuevos amigos. Supe entonces que era momento para dejar ir esos buenos días en los que llegaba a la preparatoria con ellos, trabajaba con ellos, desayunábamos juntos y volvíamos a casa para repetir lo mismo al día siguiente. Todos esos recuerdos representaban lo mejor de mi vida, pero ya no existían más porque la realidad era otra. Sin embargo, yo había elegido a mis amigos. Fui yo mismo quién eligió entregar 7 años seguidos a las personas que me hicieron un ser humano respetuoso y soñador. Así que tenía la capacidad y todo el derecho del mundo a elegir a nuevas personas que merecieran la pena y me enseñaran cosas nuevas. Hubo una chica pelirroja muy amable con la que ya había platicado antes, y me actualizaba de lo que ocurría en las clases a las que llegué a faltar. Me sentí el hombre más torpe por haberme dado cuenta tan tarde que ella también quería un amigo, así que empecé por conocerla más y dejar que el destino hablara por nosotros. Hubo más personas, muy contadas en realidad, pero puedo decir con todo el corazón que que todas ellas  hacían mis días más disfrutables y divertidos, que gracias a ellos ahora 27

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tenía una motivación más para llegar al aula y quedar en ridículo en las exposiciones, o que las personas del pasillo se nos quedaran viendo por lo fuerte que nos reíamos. Tuvo que existir ese periodo de soledad para conocer la alegría y lo que es ser un joven pleno. No te conozco exactamente, lector, pero estoy seguro que sabes a lo que me refiero cuando digo lo valiosos que son los amigos en el día a día. No podía ser yo el único con necesidad de un amigo de verdad, mucho menos con problemas de inseguridad propia, porque mientras yo me decepcionaba de volver a casa sin una buena anécdota que contar a mamá, sobre las personas geniales que conocí los primeros dos meses, hubo otro chico en particular que vivía lo mismo que yo y que sin conocerme me entendía con precisión. Cristian es en realidad el motivo por el que estoy escribiendo esto, porque es el único que sabe lo que es estar en mis zapatos y que incluso la ha pasado peor que yo. Y escribo sobre él porque, primero, mi propia historia no tiene nada de relevante todavía (ni nada de LGBTTTIQ+ porque… buga asexual) y segundo porque desde que lo conozco algo en mi sanó y finalmente es mi mejor amigo. A pesar de tener poco tiempo de conocerlo, es ese tipo de personas que sabes que van a quedarse para siempre. Él no solo se alejaba de todos, sino que por su seriedad, jamás imaginé entablar una conexión tan cercana. En ese primer semestre de licenciatura solo éramos cinco chicos en el salón, las otras treinta y tres alumnas eran chicas. Me llevaba bien con los otros tres, pero algo me decía que yo no le agradaba al que ni siquiera cruzaba una mirada con el resto de la clase. Un día me senté delante de él porque solo quedaban dos asientos vacíos, y a media clase me di cuenta que se estaba quedando dormido. En mis adentros no lo culpaba, también me sentía cansado, pero había una pizca de tristeza en su imagen. En mi intento de hacerlo sentir más en confianza, solo se me ocurrió dibujar un enorme “#” en mi cuaderno, con un círculo en la esquina superior izquierda y pasárselo para jugar gato. Me había funcionado antes como distracción en los ratos que me sentía con sueño, y creí que era una forma infantil de hacerle ver que me interesaba que pusiera atención a la clase. Al tomar el cuaderno me dirigió una mirada de incredulidad, pero marcó su equis en el centro y tras varias partidas, una ligera sonrisa se quedó en su rostro. 28

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Por las mañanas llegaba temprano y compraba café para los dos, porque estaba seguro que no alcanzaba a desayunar, justo como me pasaba a mí. En menos tiempo de lo que me pude dar cuenta, Cristian ya había encontrado en mí a esa amistad masculina que todo hombre necesita. Me contaba lo poco que quería decirme, porque es alguien de pocas palabras, y yo era quien pasaba horas contándole sobre los libros que había leído, tratando de convencerlo de que leyera más frecuentemente para tener alguien con quien compartir esa magia de las novelas de fantasía de Tolkien, pero eventualmente dejé de ser tan insistente. Terminando las clases, él debía ir a trabajar diario. ¿Has ido a Boca 21 Deli? Bueno, pues detrás de esas deliciosas hamburguesas y crujientes baguettes, hay mucho estrés y largas jornadas de trabajo. Tanto así, que llegaba a casa después de las 00:00 de la noche, sin tiempo para terminar las tareas y sin otra necesidad más que dormir un poco, antes de madrugar para iniciar otro día. La condena de Cristian, era atender a clientes gruñones e impacientes por comer y la mía era atender a americanos prepotentes por teléfono para explicarles por qué sus facturas tenían un incremento. Una tarde que estábamos libres de tareas comenzamos a hablar sobre nuestros crush, y cuando le tocó su turno le dio mucha pena decirme. Había algo que quería contarme, pero no sabía cómo lo iba a tomar yo. Esa conversación había abierto paso a revelar su propia identidad, lo que él mismo definió diciendo “no soy tan heterosexual”. En su momento no podía creerlo, porque la imagen que yo tenía de él no iba en esa dirección, pero no me pareció algo del otro mundo. Vengo de una familia machista con mente cerrada y pensamientos homofóbicos e intolerantes. Mis mejores amigos eran heterosexuales y ese parecía ser el estándar en las personas con las que me relacionaría en el futuro; pero nada de eso que me fue impuesto, iba a ser motivo suficiente para dejar de lado a quien se estaba convirtiendo en una de las personas en las que más confiaba y apreciaba. Era una prueba de fuego el enfrentar a todo aquello que se dice anormal, no quería que mis prejuicios fueran más fuertes que yo. Por fortuna no fue así. Me volví una de las personas que se quedan incondicionalmente. Es difícil hacer amigos, y más difícil todavía mostrarte tal cual eres ante el mundo, porque siempre existe 29

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la posibilidad de que te rechacen. Lo sé porque lo he vivido por diferentes motivos, pero con la misma sensación de tristeza. Las cosas para Cristian no iban nada bien; su padre falleció un mes después de que lo conocí. Exactamente en el mes de mi cumpleaños. Tuvo que ser estudiante, trabajador y cabeza de la casa. El ritmo tan saturado que comenzó junto con su luto, le impidió salir adelante con varias relaciones estables. Cuando la casa depende de tu trabajo y estudiar, salir o formar un noviazgo pasan a ser un lujo que no se puede tomar. Como si todo eso no supusiera una entrega enorme, él de verdad quería salir del clóset con su madre y su hermana, pues eran quienes quedaban y para quienes tanto se esforzaba. Hoy escribo para él, porque en este tiempo ha sido un amigo que me inspira, que me ayudó a encontrar mi valor propio, que me hizo ver que las personas son más que una etiqueta. Su ejemplo de vida y su valentía son algo digno de aplaudir. Confesarle a su madre que es bisexual no representó la pesadilla que nos imaginábamos. Ahora tiene los huevos de salir a la calle agarrando de la mano a su chico, de besarlo y mantener la cara en alto. Tener un mejor amigo con una preferencia única y diferente, es más benéfico de lo que el patriarcado condena. Si pasas toda la vida siendo alguien más, ¿quién vas a ser tú? Existe entre nosotros una confianza total y completa, una especie de bromance que se siente igual de fuerte que lo que siento por el resto de mis amigos. Esperar tanto tiempo a cruzar mi camino profesional y personal con alguien tan asombroso lo valió todo. Hoy no solo se ha sanado de una vida dura; sin proponérselo me sanó a mí también.

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Hermanos de leche Emmanuel Medina Guerra

Cada que se va a meter a bañar grita para que nadie abra el agua del grifo de la cocina, al escucharlo, no logra reprimir una leve erección de imaginarlo desnudo, escurriéndole el chorro de agua por su pálida piel, resbalando jabón por sus redondas nalgas y cayéndole en sus pies, anchos y blancos. “Como de pinche Hobbit”, se auto bromea Ismael, por todos los vellos rubios que cubren su empeine, como abrigo. Su piel es de una blancura única. Misma blancura de Alma, su esposa. Y es que Daniel nunca imaginó que al conocer a Alma, sería Ismael, su cuñado quien acabaría robándole el sueño y apropiándose de sus fantasías. Lleva casado 10 años con Alma. El regordete chiquillo de 12 años, con quien se sentaba a ver el fútbol en la sala, mientras ella terminaba de arreglarse para salir a dar la vuelta al centro, ahora es un joven guapo, alto y con un carisma irresistible. Su personalidad borra a cualquiera que se le ponga alrededor, con sus eternos chistes pelados y esa belleza que, día a día, se graba más en el deseo de su cuñado. Daniel es chofer de Uber, flaco y desgarbado. Esto es en lo que que acabó su prometedora carrera como administrador. Desde que se mudaron a la casa de su suegro, debido a su crisis económica, Daniel y Alma se comenzaron a distanciar. Quizá en esos 10 años juntos, nunca estuvieron ni remotamente cerca: se hacían compañía en sus sueños míseros, anhelaban salir adelante juntos y vivir en una casita en Chapalita. “Con un niño y una niña”, decía la joven de preparatoria y él solo asentía. Se casaron a los tres años de novios y no tuvieron viaje de bodas. Se escaparon a un motel donde él la hizo suya, como tantas veces. Siempre con la imagen de hombres en su cabeza, para lograr venirse en interminables espasmos, haciendo esfuerzos supremos para que de su 31

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boca no se escaparan nombres de otros hombres que siempre le gustaron: vecinos, amigos de la universidad, actores y hasta algún desconocido con el que tropezaba en las calles. Desde hace cuatro años, el nombre que quiere salir, en un agudo grito de placer, es el de Ismael, su cuñado. Los años no les han dado hijos. Se acercan a los treinta y viven en un cuarto minúsculo, en una planta alta asfixiante, que la comparten con el asmático padre de Alma. El guapo hermano de su mujer duerme en el sofá de la sala. “Sin pedos cuñado, aquí todos somos familia”, le dice de vez en vez, cuando los ojos verdes de Ismael se topan con los de él. Cuando regresa al amanecer del turno de chofer, lo encuentra en calzones en la pequeña sala, viendo su celular entretenidamente. Cuando entra Daniel en la sala, con la luz de las siete de la mañana, Ismael siempre lo apaga con sonrisa pícara y le hace una plática con un chiste picante. Daniel come el sándwich que su esposa le dejó en la cocina y se sienta. Cuñados que comparten su vida cada amanecer: Ismael se queja que no le gusta estudiar, que le urge ya dedicarse a ser barman de tiempo completo. “Mi sueño, cuñado”. Pero su papá se lo prohíbe y le pide que acabe una ficticia carrera de arquitecto, que dice estudiar. Daniel le cuenta algo vago sobre la gente que subió al coche que maneja. No pasan de 15 minutos y se despiden. Daniel sube los escalones, despacio, mientras deja a su hermano político en la sala, casi desnudo, mientras suspira al ver algo en su celular. Imagina que ve pornografía. Lo excita ese pensamiento. Así que, sin hacer ruido, regresa sus pasos y lo ve desde la escalera meterse la mano entre la trusa y tocarse, apresurado, como si supiera que lo fuera a cachar el esposo de su hermana. Daniel sube aprisa, en silencio y se mete a su cama. La erección le duele, pero no puede hacer nada: no queda tiempo antes de que Alma despierte y se meta a bañar. Desde la semana pasada, lo de menos es si Daniel es bisexual o gay de closet. Lo que de verdad consume su mediocre vida es no poder pasar sus fines de semana en el sofá de la sala, sentado, abrazando a Ismael, viendo partidos de fútbol.Y en las noches, desnudos, explorándose mutua32

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mente, jadeantes hasta el cansancio. Sin que existiera Alma, ni su suegro. Solo ellos dos. No es imposible su anhelo. No olvida que Ismael le acaba de contar de sus “cuates”. En realidad, tipos que acaba “parchándoselos” donde puede, para sacarles algo. Se lo contó un amanecer que Daniel lo vio llegar al mismo tiempo. Trastabillando le dijo “No lo sabe nadie cuñado. Confío en tí”. Ismael le dice que siempre es sexo acelerado, casi mecánico, de pie, “para sacarles lana a esos putos”. Usualmente es en los baños del bar donde es mesero. A veces cae en un motel. “Donde llevabas a la Alma”, le confiesa. Ismael es famoso por lo guapo y el tamaño de su pene. Lo llaman El Torero, dentro de ese mundo nocturno que cree controlar. El negocio de Ismael es regalarles dos cubas en el bar California´s y caen rendidos ante su guapura. Acaba penetrándolos con apenas saliva y ellos, hipnotizados por tal intercambio, acaban dándole regalos: comidas en restaurantes argentinos, un par de Converse a la última moda o algún fin de semana en Manzanillo, como le pasó con un estudiante “closetero” del ITESO. “Pero no me gustan los hombres, creo que ni las mujeres”, le dice bajito mientras se confiesa. Daniel, desde ese día, siente que un volcán lo consume. Se masturba en el baño, solo, en las mañanas que nadie está en la casa, en la cama donde Alma y él ya no se tocan. No dura mucho. El nudo en la garganta le apaga las ganas y con trabajos logra hacer resbalar por sus dedos el semen. Piensa en Ismael. Piensa en lo chichifo que es. Piensa que él no podría pagarle ningún regalo caro. Piensa que su mundo está retorcido y que no tolera pensar que el pene de su cuñado sea trofeo de muchos. Menos para él. Una tarde, días después, Daniel hizo su maleta y se fue. Sin dejar ni un recado sobre la cama. Alma se cansó de llamarlo y dejarle mensajes. También Ismael. “Cuñado, markame, plis. Si tienes pedos, los solucionamos”. Ismael veía los mensajes con los ojos llorosos. Imaginaba que Daniel lo extrañaba. Con el paso de las semanas, lo olvidaron. ... 33

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En un bar en Colima, Daniel encontró trabajo de mesero. Y las noches de suerte, tiene sexo en el baño. Ninguno es Ismael. Ninguno es de sonrisa encantadora y pies blancos. Pero se deja penetrar, sumiso, apenas con saliva, para que resbalen los miembros duros de desconocidos. Solo pide que le llamen “Cuñado”.

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Visitando el infierno Josué Vitales

Y ahí estaba yo, en el cuarto que pagaba mes tras mes, con el único fin de ser un lugar para reposar en esta gran ciudad que refugiaba mi soledad. Días antes me asesinaron sin arma alguna, mis ojos fueron ríos por el engaño del antes dueño de mi corazón. Mi cabeza rodó por el suelo mientras sus jodidas excusas bailaban en mis oídos. Claro, ahora yo era el culero pendejo que nunca tuvo tiempo. Nunca creí que Richie, el de los ojos bonitos, sería la causa de su infidelidad. Los vacíos emocionales existen y Alex dejó uno muy grande en mi alma. Nada es para siempre. A pesar de ello, comprendí que no todo era tan malo en Guadalajara, gracias a mi estancia estudiantil había conocido gente extraordinaria que nunca soltó mi mano. Pero ese día el lamento se pausó, pues era de aquellos en los que la lujuria te invade y penetra. Eran las 23:00 horas de un domingo lleno de cruda y de ansias por llenar el lugar que me da placer, mi ano. La lujuria poseyó mi cuerpo, mientras mi conciencia me invitó a una búsqueda por la satisfacción. El remedio perfecto era lo “casual”, así que entré a las apps donde hay amores pasajeros. Estaba tan necesitado de sexo que mi cuerpo por sí solo se estimulaba, pero ni siquiera una chaqueta era lo suficientemente buena para calmarme. Tomé mi celular y la típica conversación se hizo presente, desde un “Hola, ¿cómo estás?” hasta un “Cojamos, yo vergon ”, acompañado de sus partes íntimas capturadas en fotos. De pronto un mensaje llegó con título de perfil: “discreto”. Al verlo quedé fascinado por su fotografía, era aperlado, barbón, buen cuerpo, además de guapo. “Conozcámonos”, le escribí. Me respondió con una ubicación. Sinceramente sentí algo de miedo porque, aparte de enviarme una ubicación cualquiera y una foto de él, no tenía más información. No sabía 35

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si acudir, no quería ser el “mujercito asesinado” o peor aún el “muere maricón en madrugada por prostitución” del periódico local. He visto notas en donde la homofobia es causa de asesinatos. Pero después me dije: “no creo que te pase nada Vitales. Wey, es Guadalajara, disfruta”. Así que pedí Uber y me aventuré a lo desconocido. Era riesgoso y eso aumentaba mi morbo. Al llegar observé que tenía dos coches, anoté sus placas y se las envié a un amigo por aquello de la seguridad. Le avisé al perfil “discreto” que estaba ahí, abrió la puerta y mis nervios se intensificaron. El desconocido estaba realmente guapo, grandote, portaba una camiseta de tirantes casi transparente, que hacía notar lo moreno de sus pezones parados por el frío de la noche, sus vellos en pecho eran una clara invitación a pecar; en cambio, en su pants resaltaba su bulto frontal y sus nalgas redondas. -“Pasa”, me dijo mientras paseaba sus ojos por mi cuerpo hasta llegar a mi culo. Al entrar noté que fumaba en una pipa de cristal que soltaba un espeso humo blanco. Le pregunté qué era. Si no mal recuerdo, me dijo que “mate”, ¿o era meta?”. No sé. Recordé entonces que un amigo de la universidad siempre llevaba su té de mate. -“¿Qué efecto tiene?”, le pregunté. -Es como la mota, - respondió mientras acercaba la pipa a mi boca. “No ha de ser tan malo consumirlo”, pensé, “nada es peor que una traición”. Me atreví a fumarlo, al instante una energía caliente recorrió mi cuerpo, una electricidad nubló mi cerebro. Mis ganas de follar eran infinitas y al ver su bulto endurecerse, decidí quitarme el pantalón para dar paso al desfogue. -“¡Todavía no!”, me gritó con voz dura interrumpiendo mi desnudo. -“Fúmale más”, insistió. Al hacerlo no pude aguantar más la calentura y empecé a tocarme por encima de la ropa. Se acercó con intención brusca, me cargó, me llevó a su habitación y me lanzó a la cama. Mientras él fumaba me ordenó que lo desnudara, lo hice. Después de darme dos toques más con su fa36

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mosa droga, aproximó su entrepierna hacia mi cara, sacó su miembro semi erecto y con él exploró mi boca. -“¡Chúpala toda cabrón!”, dijo mientras sostenía su polla con su mano izquierda. Esa verga era enorme, era tan larga y tan gruesa que mis labios disfrutaban apretarla. Cada vez crecía y se endurecía más. Con su otra mano tomó mi cabeza y controló cada movimiento hasta que mi saliva cubrió desde la punta de su gran salchicha hasta sus pesados huevos. -“¿Te gusta putita?”, él exclamaba mientras su glande rozaba mi garganta. Entre gemidos y jalones de cabello me volteó poniéndome en cuatro, tomó mis nalgas y la dilatación comenzó. Primero un dedo, luego dos, después su húmeda lengua se deslizó desde mi nuca hasta mis nalgas y terminó hundiéndola en mi ano, una y otra vez me lo lamía como si el tiempo para comerlo fuese limitado. -“¡Para el culo cabrón!”, me ordenó mientras me separaba las nalgas acercando su miembro hacia mis paredes anales. Lentamente sentí como mi culo abrazaba el grosor y la firmeza de su verga, llenándome de placer constante. -“¡Más rápido!”, grité. Los gemidos crecieron y retumbaron en las paredes. -“Vas a ser mi puta a partir de hoy, solo vas a coger conmigo, ¿entendido?”, solo afirmé soltando gemidos al techo. Se recostó sobre la cama y contraje el culo al ritmo que él inclinaba mi cadera hacia su pelvis. Los límites en nuestros cuerpos desaparecieron hasta fusionarse, todo mi deseo de esa noche estaba siendo complacido por ese hombre con firmes músculos, grandes pectorales y lleno de sexo disfrazado de pasión. Me sentí en el cielo. -“¡Gime perra, gime putita!”, me ordenaba al golpear mi espalda con sus puños, al ritmo que sus huevos chocaban contra mis nalgas. El miedo, al igual que la excitación, comenzó a ser una constante, pero no por eso dejó de ser tan disfrutable. Me escupía, me mordía la nuca, me lamía y me ordenaba que hiciera todo lo que él me pedía. 37

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- “Soy casado putita, pero tú eres la dueña de mi verga”. Eso me calentó más. Cambiamos de posiciones varias veces y su sudor junto con el mío despidieron un olor a corrupción. Las horas se fueron volando. Cuando lo noté ya eran las 04:00 de la mañana, pero su verga no dejaba de ser un motivo para quedarme. -“¡Ah! ¡Ahh! Me voy a venir en tu culo, te voy a preñar mi putita. ¡Ahh! ¡Ahh!”.  Cerró sus ojos haciendo un gesto de satisfacción y sentí cómo un chorro de leche inundó mis entrañas. -“¡Ahhhh! ¡Qué rico papi!”, dijo mientras deslizaba su ahora flácido miembro lentamente por mi agujero hasta sacarlo. Los mecos salieron poco después escurriéndose por mi ano, fue por papel y me lo dio para limpiarme. -“Ya vete. Está por llegar mi esposa y mi hijo”. Al escuchar esto me sorprendí. Coger con cabrones cuando tienes un compromiso familiar era totalmente lo opuesto por la sociedad, recordé que yo también había pasado por una deslealtad, pero el sentirlo tan dentro de mí y tan cerca me hizo olvidar a aquel cabrón que rompió mi confianza. Probablemente a él le sucedió algo similar y también me utilizó como consuelo, o tal vez solo le gusta coger putitos. ¿Por qué no ser yo uno más en su lista? Cada quien hace con su culo lo que quiere y fue uno de los mejores encuentros que he tenido.Tomé mis cosas, me vestí y salí del lugar, no sin antes agradecerle por su existencia a él y a Dios por el buen palo. Son de esas veces en las que buscas un compañero para saciar esa sed de sexo, misma que conlleva, también, el olvidar que nos han hecho daño alguna vez. Es un amor por el cuerpo del otro, una búsqueda infinita de sentir caricias, afecto; es el saber que hay alguien que puede disfrutar de ti, de apreciar tu carne y de amar aunque sea por un instante tus suspiros llenos de placer.

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La historia de un alma perversa Adriana Neri

Fue en el 2012. Era un día de verano, un día caluroso. Estuve en casa todo el día. Bebí dos cervezas y encendí un porro mientras escuchaba alguna playlist de mis bandas favoritas. Fue entonces que comencé a sentir ganas de salir. Dispuesta a obtener un date esa noche, me alisté y me puse mi mejor outfit.Ya pasaban las diez y decidí salir en busca de diversión. Fui a un par de fiestas donde mi objetivo principal (que era obtener un date), se vio interrumpido por mi deseo de platicar con amigos y conocidos que me topaba; no voy a negar que de repente se me iba el ojo coqueto cuando veía una chica que a mi parecer era atractiva. Todo fue muy divertido hasta que la fiesta terminó y decidimos buscar la mejor opción para el after. Ahí mismo conocí a una “bolita de amigos” y salimos en busca de un antro gay; cabe mencionar que para la hora que era, en la madrugada, no íbamos a encontrar otro sitio abierto más que “Caudillos Disco Bar”. Al llegar al lugar, los pocos o muchos que lo conocen, sabrán que para esa hora hay un poco de espera; tal era la fila que alcanzamos a fumar un par de cigarrillos mientras bromeamos un poco acerca del lugar y las personas que íbamos a entrar. Me sorprendía mucho que no hubiera ruido de música afuera; sin embargo no le presté tanta atención hasta que entramos y pude intuir que tenían un truco de pared falsa o algo parecido, puesto que el volumen era alto, pero muy bien sincronizado para que no se escuchara afuera. 39

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Estuvimos en el tercer piso bailando circuit hasta que decidimos bajar para ver el show de dragas. Ahí me di cuenta que las personas con las que iba conocían muy bien a las artistas en escena. Fue entre risas, críticas, bufeos y gritos de “PERVERSA” que logramos casi morir de risa. Mientras reíamos, me intrigué con la palabra “Perversa” y decidí preguntarle a Valentina -¿Por qué te llaman perversa? A lo que ella respondió ¡Soy una perra, mana!-. Terminó su show y algunas de las personas con las que llegué habían desaparecido del lugar. Valentina nos invitó a mí y a otro conocido a su camerino. No dudé ni un poco en conocer una que otra historia chistosa y por qué no, hasta morbosa que ella nos narró. A lo largo de la charla, me di cuenta que Valentina lo único que quería era poder platicar de una manera seria con alguien que no fuera su público común. Sin peluca, con maquillaje y las medias a mitad del abdomen se sentó suspirando de una manera que pareciera que no iba a terminar. Nos contó que de “PERVERSA” no tiene mucho en la vida, pues no puede ser quien en realidad quiere ser, que el show y la actuación lo mantienen de pie, puesto que ahí se siente querido; sin embargo le hacía falta una parte importante para él, su familia. Habló de lo mucho que los quería mientras se cambiaba de ropa. En ese momento y entre algunas copas, lo único que yo podía pensar es que a veces juzgamos o creemos que la mayoría de las personas se encuentran bien, pero al final no sabemos qué pueden estar pasando en su día a día. Valentina terminó concluyendo con un “Basta de dramas, que de aquí no salgo sin marido”, y salió del camerino. Me causó intriga la situación, puesto que yo era una persona que criticaba sin antes detenerme a pensar si esa persona está pasando por un mal rato. Ahora entiendo a las almas perversas.

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Domingo en Grindr

Emmanuel Medina Guerra

Los domingos por la tarde, Toño se conecta en su smartphone a Grindr. La red social para ligues homosexuales es un escaparate que bulle de hormonas, de fotos de torsos desnudos, algunas caras cubiertas con lentes de imitación Ray-Ban, algunos prostitutos que cobran 1,200 la hora, “Depositas en el OXXO la mitad”, dicen en el chat. “La otra mitad al acabar el trabajo: todo en una hora, máximo”. Pero Toño busca algo más auténtico, “quizá de aquí saque un novio” pensó. Un conocido le dijo que un amigo de su primo así le hizo. Todos ahí son gay y había encontrado buenos ligues. Sabía que mentían en sus descripciones, pero se conformaba con conocer a alguien, ver pornografía desnudos; y claro, un buen faje, incluida una mamadita, por supuesto. Pero han pasado semanas y nada para Toño. Saluda en diversos perfiles, algunos le regresan el “hola”, platican un poco; pero luego nada. Unos le preguntan si tiene lugar: él les dice que sí. Vive con un roomate, pero nunca está. Otros ni siquiera contestan. Él piensa que quizá no es demasiado guapo: tiene 32 años, trabaja en Oracle y sí, está pasado de peso. En la chamba le dicen El Panda. Mide 1.90 y pesa casi 130 kilos, pero al amor no le importa el peso, Toño tiene mucho corazón para dar. Es tarde, casi a las siete. Un chichifo le manda mensaje “¿Quieres pasarte un buen rato? No salgo caro”. Toño piensa que tiene un dinero guardado. “¿Qué ofreces?”, le pregunta, “lo que aguantes, papasíto”.Toño le dice que es activo. “A ver, manda foto”. Toño busca en su archivo del teléfono la imagen donde se vea menos ancho. No encuentra. Se quita la ropa, se queda en calzones y se toma una desde arriba. La manda. “Ay, rey, estás 41

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muy gordo: te sale en 800 pesos una hora. Me trepo en ti y me la metes”. La oferta del chichifo le parece tentadora. “¿Cómo te llamas?”, pregunta Toño. “Sin nombres, papá”. Toño duda, pero las ganas son las ganas. “Tengo lugar: vivo en Pedro Moreno”, finalmente le escribe. “Manda la ubicación exacta y te caigo en media hora”. Toño empieza a sentirse excitado: apenas le daría tiempo de bañarse. Manda su ubicación.“Ok, ahí te caigo.Ten listo el condón y lubricante”.“No tengo”, dice Toño. “Te salen 100 pesos extra sin condón y sin lubricante”. Toño acepta. Se mete a bañar y se empieza a tocar en la regadera: acepta que su pene es chico, para la media nacional. Trata de excitarlo y jalonearlo para que se vea más grande. Decide rasurarse, así se ve más. Todo el proceso tarda 25 minutos. Estrena ropa interior... Suena el timbre. Contesta el interfón: “Soy yo, abre”. El tono imperativo le chirría un poco, pero abre la puerta. Escucha subir las escaleras y tocar a su puerta. Es blanco. Mide 1.75 metros, es delgado y trae una mochila. “Hola, papá, ¿estás listo?”. Apenas cierra la puerta el chico se baja los pantalones: no trae ropa interior y le muestra un miembro adormecido, pero enorme. Toño no le despega la vista hasta que escucha: “el dinero papá, y empezamos”. Toño va y busca al cuarto. El joven lo sigue y Toño se siente invadido, amenazado. Abre un cajón, sintiendo la mirada del joven saca varios billetes. El chichifo se los arrebata,Toño se asusta. Hay como dos mil pesos ahí. El joven cuenta 8 billetes de cien y le regresa lo demás: “Seré muy puto, pero soy honrado. Por cierto, soy Mario”. Toño está desconcertado ante ese gesto. Por un segundo pensó que lo asaltaría. Pasa mucho en Grindr. Deja de pensar en todo al ver a Mario quitarse la playera y mostrar un cuerpo trabajado. Músculos bien formados y un pecho rasurado, plagado de pecas. Toño sigue en ropa interior cuando Mario lo abraza y lo empieza a besar en las orejas, mientras su mano se cuela en sus bóxers. Su pene despierta ante los delgados dedos de Mario que tiene una pericia asombrosa, pues mientras lo está masturbando le baja los calzones. “Quítate la playera”, le dice Mario y al hacerlo, Toño siente en su tetilla izquierda una mordida. “Eres un pastelote, papá”, le dice Mario.Toño piensa que es una frase hecha para cobrar su labor, pero siente que Mario está excitado de verdad. Su pene se alza como una lanza enorme y empieza a enrojecer mientras se besan, los dos parados, junto a la cama. 42

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Mario lo lanza al colchón y ya desnudos fajan sin parar. Las manos y las bocas encuentran diferentes densidades. Mario suda mucho y Toño siente un olor animal que lo hace lanzar un suspiro. “Todo bien, ¿verdad papá?”. “Llámame Panda”, le dice Toño. “Mi Panda”, dice Mario y se avoca al sexo oral. Toño siente que está en el cielo, mientras agarra el pelo crespo de Mario para hacerlo subir y bajar. Con lo que ha pasado, siente que ya desquitó los 800 pesos. La boca de Mario es la cueva de Alí Baba y el Panda siente que todo su miembro es un monumento de sensaciones. “No te vayas a venir Panda: quiero que me la metas”, le dice Mario mientras se acomoda encima de Toño que siente las apretadas nalgas de Mario. La apertura caliente por donde tiene que entrar lo excita tanto que siente que se viene. Mario le pone saliva y se deja embestir. Lanza un gemido. Toño empuja y siente el cielo que se escurre entre saliva, sobre sus piernas. Es su líquido lubricante. Mario lo monta con los ojos cerrados y le toma la mano. “Jálamela papá”. Panda necesita las dos manos porque la lanza de Toño es ancha y está bañada en líquido preseminal. Todo es como en las películas que ve a solas, en sus masturbaciones solitarias. Una lágrima discreta de emoción le resbala y empuja con más fuerza. De manera asombrosa, el semen de los dos hombres sale a chorros interminables, casi al mismo tiempo entre los gemidos ahogados de Toño y los agudos de Mario. Han pasado 25 minutos. Mario se echa a un lado en la cama y Toño siente que sus piernas tiemblan sin parar. No se ha cumplido la hora, pero con eso tiene suficiente. No pide más. No podría. Se atreve a frotar sus anchos pies con los largos de Mario. “Wey, prende la tele y la vemos un rato, mientras nos recuperamos”. “Te vas a tardar más y yo no tengo…”. “Cálmate, Panda, apenas son las ocho de la noche. Los dos nos la vamos a pasar muy bien. Y ya no te voy a cobra más”. Quizá Mario decida quedarse y regrese otro día sin que le tenga que pagar, piensa Panda. Son milagros raros, poco comunes, pero posibles en la red social de putos. Panda enciende la tele y está empezando “Juego de Tronos”. “No mames, me prende esa serie: la veo pirata”, dice Mario. Panda siente que ya 43

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tiene con qué tentarlo para el siguiente domingo. Habrá botana y lubricante.

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Descubrimiento Juan Manuel Buenrostro Terán

De pequeño solía sentirme extraño, diferente, o con algún defecto. No me gustaban las mismas cosas que a mis compañeros: el fútbol, los programas de televisión, los juguetes y demás cosas que eran “normales” en los niños. Conforme crecía me daba cuenta de otros aspectos en lo que mis amigos parecían tener gran certeza, “la atracción por las mujeres”. Creía que quizá no había encontrado la chica indicada, aunque la verdad, encontraba más atractivos a mis amigos o compañeros. Me ponía nervioso cuando hablaba con alguno, no sabía cómo describir el sentimiento, pero al mismo tiempo, me sentía culpable, sentía que estaba mal, que no era correcto que me gustaran. En el bachillerato me concentré en mis estudios. Aunque había algunos chicos que me atraían, no les decía nada, solo los observaba a lo lejos, me resultaba lejano el tener una relación de noviazgo. Tenía miedo que alguien se enterara, que me excluyeran por ser “diferente”. Tenía miedo a la sociedad por provenir de un pueblo con costumbres e ideologías muy arraigadas; no imaginaba cómo lo tomarían, sobre todo, porque formaba parte activa en grupos parroquiales: el grupo de teatro, el grupo juvenil y el grupo de catequistas. Sabía la postura que la religión tenía sobre la homosexualidad. Me sentía sucio el simple hecho de pensar en hombres, me sentía mal, como si tuviera una enfermedad o algo, por no ser como los demás. En casa, la situación no parecía complicada, no solían tocarse temas al respecto, ni para bien ni para mal. Aunque en alguna ocasión mi mamá llegó a comentar sobre algunos amigos con “preferencias distintas” de cuando era joven; decía que sufrían mucho porque sus familias no los 45

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aceptaban. A uno de ellos dejó de hablarle su padre, porque no aceptaría un “joto” en la familia.Yo tenía miedo que ella se enterara que yo también era “un joto” en la familia. Nadie sabía sobre mis preferencias, no me sentía cómodo para contárselo a alguien. Además, ¿cómo se explica? Los heterosexuales no se preocupan por esas cosas; la sensación de nervios cuando el corazón late muy fuerte y quieres gritarlo a los cuatro vientos, para dejar de sentir la gran presión como si se tratase de una tonelada encima, del miedo intenso que te cuesta pasar saliva y decirles a tu familia o amigos, “¡Soy homosexual!”. En la universidad, gracias a las redes sociales, conocí a un chico. Recién había cumplido los 19 años y él tenía 16. Él era de un municipio colindante. Decía que le atraían los chicos, que vio mi foto y le gusté. Eso me resultaba extraño, nunca antes me habían dicho un cumplido, menos un chico. Comenzamos a mensajearnos y comencé a crear un vínculo afectivo hacia él, quería conocerlo, platicar, ir a un parque o a comer, y quizá… pudiera darse la oportunidad de dar “mi primer beso”. Nos conocimos en persona, pero yo como él, también estaba en el clóset. Salimos como dos amigos que platican en el parque. Luego de conocernos, nos distanciamos. Pero antes de ello entablé amistad con su amiga; ella malinterpretó las cosas, pensó que coqueteaba con ella, me declaró que le gustaba. No sabía qué hacer o decir, fui lo más sincero que pude y le conté sobre mi situación. Le mencioné que me agradaba su amistad pero que no podía corresponderle. Le pedí que guardara el secreto, que aún no lo sabía nadie más. Fue la primera persona que sabía que yo era homosexual. Sentía un mar de emociones que me ahogaban dentro, sentía miedo que fuera a contarle a alguien más, pena por no ser lo que esperaba, incertidumbre de lo que fuera a pasar, pero también comenzaba a sentirme libre. Pasaron unos años y en una de las redes sociales, seguía una página con contenido LGBT+ que rápidamente fue creciendo, llegando a tener más de 100 mil seguidores. Publicaron una convocatoria para buscar a su próximo administrador. Revisé la información y vi que tenía que escribir una historia que publicarían con una imagen que elegiría el administrador. Las subirían y el público votaría por la mejor. La más votada sería la gana46

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dora del concurso y el nuevo administrador. Estaba en un dilema, participar en la convocatoria y que alguien se enterara que seguía una página con contenido LGBT+, o no participar; aunque me encantaba escribir y quería pertenecer al grupo de administradores. Luego de meditarlo por mucho tiempo, decidí escribir sobre lo que sentía.Tenía una ventaja, el escrito podía ser publicado con un pseudónimo, eso me ayudaría a ocultar mi identidad.También decidí que no compartiría el enlace, para que no sospechara nadie. Además, si ganaba la convocatoria, que fuera porque les había agradado a los lectores. La historia que escribí fue un gran desahogo para mí, fue la forma de contarle a todos lo que me ocurría; el remolino de emociones que sentía en mi interior desde hace años y que no podía contarlo abiertamente por miedo a ser señalado o excluído. Había terminado la historia, redacté el mensaje, busqué el archivo en mi computador para enviarla al administrador. Di un largo suspiro. Cerré ojos y presioné el botón de enviar. Estaba muy nervioso por lo que había hecho y esperé unas horas a que publicaran la historia. ¡Por fin!, sentía cómo la tonelada que me asfixiaba se hacía más ligera; por fin podía respirar luego de estar bajo los escombros mucho tiempo. Eso sucedió el 04 de febrero del 2013, día que quedó marcado en mi memoria, a mis 22 años, fue cuando decidí romper esa puerta de metal que había colocado en mi clóset mental. Pasaron algunos días. Una noche, minutos antes del 14 de febrero. Mi mamá comentó en una publicación “¿Y para cuándo la novia?”, no sabía qué decir o qué hacer. Me armé de valor, copié el enlace de la historia y se la envié por mensaje privado, “Creo que antes de presentarte a alguien… deberías saber algo…”, le escribí. Se encontraba en su habitación y yo en la mía, no sabía cómo lo tomaría, estaba muy ansioso. Los minutos se hacían eternos, no sabía si ya la había leído o no, mi corazón se aceleraba mientras mi cuerpo se hiperventilaba a cada minuto, mi mente creaba varios posibles escenarios sobre lo que sucedería. No había vuelta atrás. Sentía como si se detuviera el tiempo, mientras mis ojos no quitaban la vista de la ventana de chat a la espera. 47

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Luego de varios minutos, escuché abrir la puerta de su habitación, salió y se dirigió hacia la mía. Me habló, la miré y pude ver lágrimas en sus ojos, me acerqué temeroso, me abrazó fuertemente diciendo: “No sabía por todo lo que pasabas, me siento muy orgullosa de ser tu madre, eres un gran hijo, seas como seas siempre te voy a querer. Siempre serás mi hijo, no importa quién te guste, y si alguien quiere hacerte daño, estaré ahí como una leona para defenderte. Te quiero mucho”. El simple hecho de abrazarme, significó mucho para mí; no era una persona que expresara su cariño de esa forma y sus palabras hicieron correr las lágrimas de mis ojos. Fue uno de los mejores momentos en mi vida. Nos secamos las lágrimas, se dirigió a la cocina, tomó un poco de agua y al regresar a su habitación se acercó conmigo y me dijo: “Oye, pero no eres de los que se visten como mujer, ¿verdad? No porque me moleste, sino porque tuve varios amigos así y suelen sufrir mucho. La sociedad no comprende del todo lo que sucede y no quisiera que sufrieras como ellos.” Luego le dije: “No, no me siento como una mujer en el cuerpo de un hombre. Sé que es muy complicado para ellos, como dices, la sociedad aún no comprende del todo muchas cosas, siente miedo hacia lo diferente, porque no las conoce, porque no lo comprende”. Me sentí libre. No esperaba esa reacción. Pensé en los peores escenarios y no en que sucediera así. Luego de eso, comencé a decirles a mis seres queridos sobre mi historia. Recibía mucho apoyo. Algunos comentaban que no comprendían del todo, pero querían saber más. Comenzaron a preguntar cómo me di cuenta de ello, si había tenido alguna pareja o si había tenido relaciones sexuales. Entendí que igual que para mí fue un proceso aceptarme y poder decirlo a los demás, también para ellos sería un proceso. Debía darles el tiempo para asimilarlo. Un día en la universidad, durante el receso me encontraba con cuatro de mis compañeros. Les conté sobre mis preferencias y platicamos largo rato. Al final les comenté que el día siguiente se celebraba el día contra la homofobia y la transfobia. El color para apoyar la causa era el morado, y si querían, podían apoyar vistiendo una prenda del tono. Al día siguiente, la primera clase era en el laboratorio de cómputo. Vi a mi amiga sentada con una blusa morada y accesorios ad hoc. Me emocioné mucho al verla, sentí su apoyo, no solo conmigo, sino con la causa. 48

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Luego de un momento llegaron dos compañeros que estaban siempre juntos y se sentaron en la mesa opuesta, uno de ellos era muy machista. Luego llegó otra compañera con su blusa morada y al final un buen amigo, que no creí que fuera a llevar playera morada para apoyar la causa. Me alegré mucho por su apoyo. Le dije: “Gracias de verdad, significa mucho para mi”. A lo que respondió: “No fue por ti, solo que no tenía otra camisa qué ponerme”. Luego de decir eso, hizo una sonrisa de complicidad, sabía que no era porque no tuviera otra playera, nunca había llevado alguna de ese color. Entró el profesor al salón y el compañero machista volteó a vernos: “¡Ay ternuritas! Se pusieron de acuerdo para venir vestidos del mismo color, ¿en qué grupo van a tocar?”, a lo que le respondí: “No vamos a tocar en ningún grupo, es en apoyo al día contra la homofobia y la transfobia”. “Yo no apoyaría esa causa, ni que fuera gay, ¿o ustedes lo son?”, dijo él; “¡Sí, lo soy! Y si no lo fuera, ¿qué tiene de malo en apoyar la causa?”, respondí con toda seguridad. Mis compañeros me apoyaron. Después de eso, el profesor irrumpió la discusión para señalar que no por tener preferencias distintas debemos ser señalados, marcados, o agredidos, que todas las personas formamos parte de una comunidad, y sobre todo, debe existir respeto entre todos. El compañero se quedó callado sin argumentos. Luego de algunos años más de universidad, se disculpó por sus comentarios. Al terminar la universidad, decidí dejarme crecer el cabello. Me gustaba, sobre todo, lo rápido que crecía. Al año, ya lo sujetaba con una liga. Hubo personas que no tomaron a bien mi decisión. Comenzaron a cuestionarme del por qué, hacían conjeturas sobre si lo decidí para transformarme en mujer, si de noche me travestía, si lo quería para trenzarlo, rizarlo o hacerle cualquier cosa. Era tanto el morbo, que me lo preguntaban constantemente, a lo que siempre respondía: “No tengo porqué darte explicaciones”. Donde más me sentía atacado era en los grupos religiosos, recibía diferentes comentarios, algunos con argumentos bíblicos, de por qué debía cortarme el cabello. Aún así, seguía dejándolo crecer, yo sabía mis razones. Hace un año, comencé a usar rebozos, trenzarme el cabello y usar tocados de colores vivos. Me encanta hacerlo, representa nuestra cultura, 49

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nuestras tradiciones. El outfit que más me gusta es una diadema de trenza, tocado de flores, rebozo colorido y una barba definida. A pesar de vivir en un pueblo tradicionalista, que si bien, sí hay personas que no comparten esas ideas o hasta las reprochan, gran parte de la comunidad a aceptado la diversidad de género y preferencias sexuales, ha sido un gran avance en los últimos años.

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Primeras veces Paco Alférez Lomeli

Dicen que todos tenemos al menos un talento. Aunque me gusta pensar que soy una persona de muchos, creo que el más importante es que siempre recuerdo mis primeras veces.Y no dejes que tu mente se vaya tan lejos, porque hablo de muchas otras cosas, más de las que te imaginas; cómo recordar la playera que tenía puesta mi crush cuando lo conocí, las primeras palabras que me dijo mi mejor amiga, o el primer desayuno que tuve como universitario. Este es un relato de las primeras veces que he vivido al ser un hombre que se enamora de otros hombres. Nunca voy a olvidar la primera vez que hablé con mi mamá sobre mi sexualidad.Yo tenía 16 años y la acompañé a comprar unas cosas al Centro. Ella vestía una de sus blusas de flores y yo todo de negro, como si por la mañana hubiera presagiado la muerte de mi clóset. El sol ya nos estaba quemando la cara y mientras caminábamos para llegar a la estación del tren ligero me asaltó con la pregunta:“¿ayer saliste otra vez con tu amigo?”. La cabeza se quedó vacía al momento y entre las dos únicas opciones –que básicamente eran responder honestamente o lanzarme de una buena vez al tráfico de avenida Juárez–, opté por alzar mi bandera de la honestidad (demasiado honesta): “¡Sí!” «le respondí», para después agregar lo completa y absolutamente innecesario: «ya somos novios». En mi mente volaron pelos, sangre y sudor; pero en la vida real y con una mamá que se las olía desde que tenía 5 años, solo obtuve un: “pues cuídate mucho, no vayas a creer que es todo risas”. Muy buen consejo, uno que me hubiera servido mucho cuando a los 18 años me bañé, me peiné y me perfumé para estrenar mi IFE (INE, para los niños de hoy), en nada más y nada menos que Babel (un antro reconocido de Guadalajara). Según yo, me vestí con lo más joto que tenía en el 51

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clóset porque quería que todo mundo supiera que yo había llegado ¡arrasaaaaaaando! Así que agarré mi pantalón más pegadito y mi camisa azul de guapo, para que nadie en el lugar pudiera decir que no lo había dado todo. Entonces llegué a la fila y recibí el primer golpe, uno que me dice que nunca voy a ser el más perfumado, ni el más vestido, ni el más peinado y muchísimo menos el más joto del antro. Agarré mi dignidad y entré por la puerta de uno de los lugares más maravillosos que conoció mi yo de 18 años. No hay forma de describir correctamente lo que sentí en ese momento, cuando vi la oscuridad que se teñía de colores, la música tan alta, que sentía las ondas rebotar por todo mi ser, el humo que rodeaba los cuerpos y las incontenibles ganas de bailar. Lo que sentí esa noche solo se ha repetido en contadas ocasiones. Esa sensación brutal de libertad en la que no importa nada, cuando sabes que no importa lo que hagas, el cómo bailes, ni el cómo cantes, porque por fin estás donde perteneces. De esa manera me entregué por primera vez a la música y al alcohol, rodeado de personas desconocidas pero al mismo tiempo muy cercanas, a las que no temo y de las que no huyo. Porque somos simplemente nosotros, los “ellos” de todos los que están afuera. Así que bailé, y tomé, y bailé, y tomé hasta que no pude más. De pronto estaba perreando y me caí completo, llevándome conmigo una de esas mesitas cilíndricas que tenían en ese entonces. Como pude me levanté y entré por primera vez al baño, ese mágico lugar de borrachos donde por fin podía ver bajo la luz blanca las caritas preciosas de los hombres que me habían estado cautivando toda la noche. Entré tambaleando a uno de los cubículos y perdiendo toda gracia, me puse a vomitar. Ya no pasaron muchos minutos entre eso y que me subí a un taxi para regresar a mi casa, muy destrozado, pero muy feliz. Ojalá así de feliz hubiera llegado a La Estación (lugar de encuentro), la primera vez que por fin tuve el valor suficiente para entrar a ese paraíso de calenturientos, a esa acogedora casita amarilla que se difumina discreta sobre la misma avenida que se adorna con muchos otros negocios donde también se come muy rico. Ahí hace falta mucho valor y mucho calor interno, para tocar el timbre y cruzar la puerta negra por primera vez. Recuerdo que yo leí todo sobre el mágico lugar en un sitio de in52

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ternet sobre cruising. Apenas había leído la mitad, cuando ya sentía que las orejas se me estaban quemando. Aun así, tuvieron que pasar como 4 meses hasta que un día, con unas rayitas de alcohol encima, me animé a acudir, por fin. Llegué, apreté el timbre y algunas otras partes de mi cuerpo. Abrieron y percibí de inmediato ese inconfundible olor a sexo. Pagué mis 30 pesitos y comencé la exploración del lugar. No voy a mentir y decir que me encantó, pero ciertamente hubo algo en el lugar que me hizo sentir que había valido la pena. Sentir a tantos cuerpos tan cerca, escuchar la respiración agitada a través de las delgadas puertas de las cabinas y saber que a unos pasos están pasando miles de cosas; todo te llena de una sensación de satisfacción muy grande. Pero cuando te vas, no te llevas solo el placer, sino también la preocupación de estar cargado otro regalito desafortunado. Y desafortunado hubiera sido no aprovechar todas las experiencias que me ofrecían las calles (y rincones) de esta bonita ciudad, de esta Guadalajara que a veces nos quiere mucho pero a veces no nos quiere nada. Desafortunado sería no vivir la libertad de una vida por la que han luchado y por la que seguimos luchando, para tener el gran privilegio de ser nosotros, de caminar las calles bajo la luz del día, pero también de bailar desenfrenados, cobijados por la oscuridad de la noche. Afortunado, dichosos, de seguir viviendo una historia de colores que no para, que está viva en nuestras experiencias: en la primera, en la segunda y en todas las veces.

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Sarao_ Historias tapatías LGBTQ+ Coordinador: Rob Hernández

www.Robs.mx @Robsmx

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