SAGARNAGA, Jedu. 2017. Historia de Un Hallazgo

HISTORIA DE UN HALLAZGO (ó el capítulo que a C. W. Ceram le faltó escribir) Jédu Sagárnaga El inicio del proyecto boliv

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HISTORIA DE UN HALLAZGO (ó el capítulo que a C. W. Ceram le faltó escribir) Jédu Sagárnaga El inicio del proyecto boliviano finlandés en el lago Titikaka Fui a esperar a Risto Kesseli al aeropuerto de El Alto con un letrero que decía: “RISTO”, y tenía una cara sonriente dibujada a un lado. Nos habíamos conocido por correo y llevábamos varias semanas conversando, hablando sobre nuestros comunes intereses (en los chullpares) y nuestro proyecto que debía iniciarse en unos días más, pero jamás nos habíamos visto las caras. Cuando finalmente el gringo se me acercó, dejé el letrero y le di un gran abrazo. Me pareció que él no estaba muy acostumbrado a estas expresiones de afecto, pues pude sentir su rigidez y hieratismo. En los meses y años siguientes, nuestra amistad se enriqueció de tal manera, que la última vez que partió a Finlandia de retorno, no solo me dio un gran abrazo, sino que brotaron gruesas lágrimas de sus ojos. Aún hoy, aunque no nos vemos hace varios años, mantenemos correspondencia electrónica; y si no nos escribimos sabemos, el uno del otro, que nos llevamos en el pensamiento. Algo importante de mencionar es que a Kesseli le acompañaba un estudiante de arqueología, Antti Korpisaari. Nunca sospeché que, años más tarde, junto a 

En 1953 Ceram escribió una obra en alemán que, con el tiempo, se volvería clásica: “Dioses, Tumbas y Sabios”, que recogía la historia de la arqueología mundial, ocurrida hasta entonces.

este muchacho de pelo largo y rubio, y con quien había una clara diferencia de edades, lograríamos una amistad tan frondosa y firme como el mejor de los árboles. Menos aún podía imaginarme que 6 años después protagonizaríamos juntos uno de los hallazgos más significativos de la arqueología boliviana. Fue aquel año (1998) que iniciamos el proyecto boliviano–finlandés en la provincia Cascachi, en las orillas del lago Titikaka (porción meridional). No lo sabíamos entonces, pero el mismo iba a durar nueve largos años. De inicio Risto aceptó mi sugerencia y le pusimos el significativo rótulo de “Proyecto Arqueológico Chullpa Pacha”, es decir “tiempo–espacio de las chullpas”. Con Risto nos sumergimos en diversas y fructíferas indagaciones referidas al Período Intermedio Tardío y Horizonte Tardío (aymaras e inkas); y con Antti emprendimos otras aventuras intelectuales referidas al Horizonte Medio (tiwanakotas). Como dato anecdótico y ciertamente divertido puedo comentar que cuando el proyecto lo codirigíamos Risto y yo, se llamaba “Chullpa Pacha”, y cuando los codirectores éramos Antti y mi persona, se llamaba “Chachapuma”. Momentos álgidos e inicio de las investigaciones en Pariti El 98 nuestros pasos se dirigieron a Quehuaya cuyas ruinas habían sido declaradas Monumento Nacional en 1937, seguramente al influjo de Wendell Clark Bennett, el arqueólogo norteamericano que inmortalizó su nombre en el gigante monolito de Tiwanaku y que había estado por estos 1

lares realizando indagación arqueológica. Llevamos a cabo allí diversas temporadas de campo haciendo prospecciones, excavaciones y restauraciones de algunas estructuras arquitectónicas. Nuestra labor incluyó una muy completa planimetría de los tres sectores que comprendían esa ciudadela precolombina del Período Intermedio Tardío y ulterior ocupación inka. Posteriormente, con Antti (cuyo interés estaba más bien en la Formación Social Tiwanaku,) excavamos un cementerio rural en Tiraska, a muy poca distancia de Quehuaya. En nuestros planes estaba trabajar en Taramaya (jurisdicción de Patapatani), donde había un par de torres funerarias en muy buen estado de conservación, enclavadas en un asentamiento que debió ser contemporáneo a la ciudadela de Quehuaya. Lo logramos en 2002. Desde que por primera vez hincamos la pala en las ruinas de Quehuaya, observábamos a no mucha distancia la isla de Pariti, y nos preguntábamos ¿cuándo conoceríamos la “isla de Bennett”?, es que Bennett también había trabajado allá con tan buena fortuna que realizó hallazgos muy significativos algunos de los cuales estaban referidos a pequeños objetos de oro cuyos datos yo mismo incluí, varios años antes, en mi tesis de grado referido a la metalistería suntuaria precolombina del área circum Titikaka. Sucedió en 2002 que nos decidimos y un buen día Risto, Antti, Jonny Bustamante (nuestro arquitecto) y yo, nos subimos a un bote que nos llevó a la pequeña isla que ya entonces me resultaba mágica.

La pequeña población está próxima al desembarcadero, así que apenas andamos un poco para llegar a ella. La poca gente que vimos, nos miraba con cierta desconfianza. Nos aproximamos a algunos ancianos que parecían estar descansando y les preguntamos si no conocían “lugares antiguos de los abuelitos” o si habían encontrado alguna vez “ollas de los antiguos”1. Simplemente movieron la cabeza negativamente, y nada más. Cerca del kiosko de la antigua casa de hacienda (hoy convertida en Escuela) alcanzamos a ver un gran lito de arenisca roja sin decoración alguna que, obviamente, no era del lugar. Alguien nos dijo que el antiguo hacendado la mandó a traer desde Pajchiri hacía más de 60 años. Ese fue el único elemento llamativo que observamos en superficie, pero nada más. Un niño, de nombre Willy, se ofreció a mostrarnos –por unas monedas– el rostro de Manko Kapaj, cosa que despertó nuestra curiosidad y le seguimos por una escarpada serranía con dirección al norte. Cuando al fin llegamos allí, Willy nos mostró unas extrañas formaciones rocosas donde los habitantes creían ver un rostro humano y lo atribuían al fundador del imperio inka, pero para mí y mis compañeros solo eran unas caprichosas formaciones naturales que nos decepcionaron y marcaron el final de nuestra rauda visita a Pariti. La pista precisa Pero el destino es caprichoso y al año siguiente (2003), mientras estábamos excavando en Tiraska el cementerio tiwanakota antes nombrado, llegó a 1

Términos como “vestigios”, “restos materiales” e incluso “arqueológicos” no son conocidos por la mayoría de los habitantes altiplánicos, por cuanto hay que usar unos más simples.

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nuestro campamento un joven aymara que muy afable entabló conversación con nosotros preguntándonos qué éramos y qué hacíamos. Como nosotros acostumbramos establecer relaciones con los comunarios2, no tuvimos problema en explicarle que éramos arqueólogos y que llevábamos a cabo unos estudios allí con relación a los restos que habían dejado nuestros ancestros en Tiraska (quizás con palabras más sencillas). “Y… ¿porqué no han venido a mi comunidad?”, interpeló. “¿Su comunidad?”, pensé. ¿Acaso no era un tirasqueño más?”. –“De dónde eres, pues”, pregunté. – “Soy de Pariti”, respondió. – Pero ya hemos estado allí y no hemos visto nada. ¿Tú sabes que haya algo allí de los abuelos? – “Si, claro”, nos dijo y empezó a describir, en sus propias palabras, un extraordinario tipo de cerámica modelada que hasta el momento no habíamos hallado en nuestras ya largas indagaciones en el sector. Estaba sobrecogidos con la información, pero la experiencia me indicaba que no debíamos mostrar demasiado interés.

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“Yo tengo algunas de esas cosas –nos señaló con mucha naturalidad– ¿Porqué no vienen a verlas?”. Nos miramos con Antti sin decir nada, pues el hecho de que él mismo tuviese algunos de esos objetos en su poder, nos entusiasmaba mucho, pero había que ser prudentes en nuestras palabras y acciones.

Pero cuando quisimos retornar a Tiraska para proseguir la labor de campo, los caminos del departamento (y sobretodo la región lacustre) estaban todos bloqueados. Eran momentos de convulsión política y el Mallku había organizado movilizaciones campesinas en todo el altiplano, mientras el gobierno de Gonzalo (Goni) Sánchez de Lozada se tambaleaba.

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Pasaron varios días hasta que, por fin, hubo un resquicio (o tregua) y pudimos volver a terminar nuestras excavaciones en el cementerio tiwanakota de Tiraska. Un día, cuando estábamos en plena labor de excavación, volvió a nuestro

Este tipo de relaciones han caracterizado nuestro trabajo. Los comunarios pueden y deben integrarse a nuestras labores, porque finalmente el fruto de nuestras investigaciones debe servirles más a ellos que a ningún otro ciudadano, pues crean lazos identitarios con los restos materiales, y ello implica un compromiso con estos y su preservación, respeto y constitución como imaginario colectivo.

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“De momento no podemos ir allá, pues debemos terminar nuestras excavaciones aquí en Tiraska”, respondí. “Entonces ¿cuándo pueden venir?”, inquirió. Antti y yo nuevamente cruzamos miradas y susurramos algunas posibles fechas. La más apropiada sería el primer lunes luego de nuestro próximo descanso en La Paz, luego de lo cual podríamos ir directamente a la isla para ver las piezas del joven aymara. El estuvo de acuerdo y nos despedimos hasta entonces.

Mi experiencia e intuición me decían que estábamos sobre la pista de algo grande, y con la emoción que me producía ese pensamiento volvimos a nuestro trabajo. Días después salimos a nuestro habitual descanso de dos días de duración en la sede de gobierno. Solíamos aprovechar ese par de días para tomar una prolongada duchada, comer algo “rico” y ver “tele” mientras poníamos en orden nuestras libretas de campo.

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campamento Juan Carlos Callizaya, aquel joven pariteño que habíamos conocido días atrás. Casi de entrada nos reprendió por nuestro incumplimiento al no haber ido a la isla el día que habíamos acordado. Le explicamos que no era nuestra culpa sino del bloqueo de caminos, y eso le conformó. “Bueno –exclamó– como Uds. no fueron a la isla el día que quedamos, yo he traído las piezas acá”. “¡Waw! –pensé– que maravilla que haya eso de la montaña y Mahoma”, mientras advertía que Juan Carlos llevaba consigo un maletín deportivo. Volví a hacer uso de mi intuición (que casi nunca me falla), y de inmediato le hice entrar en nuestro improvisado alojamiento (que era un aula de la escuela), pidiendo a Antti seguirme. Allí, casi a escondidas de miradas indiscretas, Juan Carlos empezó a sacar del maletín unos pequeños paquetes envueltos con periódico. Nuestros ojos iban a salir de las órbitas cuando atónitos empezamos a ver las cabezas modeladas de unos felinos, patas igualmente de esos animales y hasta un pequeño rostro humano hecho con tal perfección que quedamos en silencio girando en nuestras manos estas pequeñas maravillas que, sin duda, correspondían al estilo clásico de Tiwanaku. Todas las pocas piezas eran de dimensiones reducidas y todas estaban quebradas y habían formado parte de piezas mayores, pero aun así eran… maravillosas. - “Conoces la procedencia de estos objetos”, inquirí. - “Claro, está en mi terreno”, explicó. - “¿Podrías mostrarnos el lugar ahora?”. - “Claro, tengo mi bote amarrado aquí mismo”.

Sin pérdida de tiempo Antti y yo dejamos a cargo de las excavaciones a los estudiantes y nos fuimos con Juan Carlos a la “mágica” isla. No recuerdo si el viaje fue largo o corto, pues –como de costumbre– estaba inmerso en mis pensamientos. “Entonces lo de Bennett era cierto”, me decía. A poco de llegar a la isla, caminamos hacia el sur del desembarcadero hasta el lugar en que vivía nuestro guía. A pocos metros de su casa había un pozo de agua que él mismo había abierto años antes y nos explicó que fue entonces cuando encontró los objetos. Mientras recorríamos el terreno se acercó un anciano con un pequeño cántaro tiwanakota y nos lo enseñó. Parecía que estaba ya advertido de nuestra presencia. Tanto a él como a Juan Carlos les dimos dinero por las piezas, pero no bajo la figura de “compra” sino de “recompensa”. “Este es el inicio de la colección pariteña”, les dije. Justo cuando ya volvíamos al bote, pasamos por la casa de otro vecino que estaba excavando para los cimientos de una nueva habitación y que acababa de hacer añicos con su picota un lebrillo igualmente tiwanakota. Recogimos los fragmentos en una bolsa y salimos de la isla muy emocionados. Días después volvíamos a ella con un permiso de la DINAR3 en una mano, y nuestra pala en la otra. Juan Carlos se había convertido en nuestro eventual aliado y nos brindó toda la colaboración para hacer unos pozos de sondeo en su terreno a cambio, claro, de unos billetes. Riikka Väisänen (estudiante finlandesa que trabajaba con nosotros), estuvo en Pariti el primer día, y luego volvió a 3

Dirección Nacional de Arqueología

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Tiraska. Tres días estuvimos Antti, y yo practicando pequeños pozos, los mismos que resultaron infructuosos. Pasarían meses para enterarnos que la información de nuestro guía, era falsa y que los objetos que poseía venían de otro lugar, pero dentro de la misma isla. Sin embargo a él le debemos, y jamás lo olvidaremos, el habernos dado la pista más clara para nuestras fructíferas investigaciones en Pariti. Trágico final de temporada Con las manos prácticamente vacías volvimos a Tiraska y días después culminaba nuestra temporada de campo 2003. Algo que no mencioné pero que hay que decir, es que durante toda la temporada de campo Antti sentía extraños y fuertes dolores en las piernas que llegaron a preocuparnos seriamente, al punto que –en una de nuestras salidas a La Paz– le llevé al médico, y éste le dijo que podía tratarse de principios de reumatismo. También su novia, Helena Anttila, que por primera vez había llegado a Bolivia, no se sentía del todo bien, y casi no salía del campamento. Los últimos días realizó hermosos dibujos de las piezas que obtuvimos de Juan Carlos, pero se le notaba pálida y muy débil.

4 compañeros finlandeses volverían a casa y no sabíamos cuándo volveríamos a vernos, ya que los recursos se habían agotado y no había atisbos de conseguir financiamiento para proseguir nuestra investigación en el cantón Cascachi en 2004. Así que ese sábado sería la última reunión. Temprano aquel sábado sonó el teléfono de casa. Era Antti. “Tenías que llamarme más tarde, ¿ha pasado algo”, le pregunté. “Ha pasado lo peor que puedas imaginarte –me respondió con la voz quebrada– ¡Helena ha muerto!”. De mi garganta salió un sonido lastimero: “¡Noooo!, ¡no puede ser!”, exclamé sollozando. El mismo día en que Carlos Mesa asumía la presidencia del país, Helena dejaba en La Paz su último suspiro. Mucha gente ha comentado –años después– que la Pachamama da cuando recibe, y que tal vez la muerte de Helena sirvió para que nosotros pudiésemos encontrar lo que más tarde encontramos. Jamás pensé que esta temporada iba a terminar tan trágicamente para todos y en especial para Antti, quien a los pocos días volvía a su país con el cuerpo inerte de su amada. Para nosotros también fue negro aquel octubre de 2003.

Cuando salimos a La Paz habiendo terminado nuestra labor por ese año, la convulsión política en el país había llegado a niveles muy preocupantes. Goni había huido del país, y el Vicepresidente debía asumir el primer mandato de la nación.

Por varios días mantuve en mi mente la imagen de mi amigo y colega, totalmente desfigurada por el profundo dolor. Creo que cada día le escribía tratando de levantar su ánimo. Un buen día me escribió un e-mail, más desanimado que de costumbre, en el que decía:

Cada fin de temporada, teníamos por costumbre hacer en La Paz (normalmente en mi casa) una última reunión de confraternidad. En este caso

“Mi vida ha estado muy oscura en los últimos días. No tengo reumatismo, pero tengo algo mucho más grave: cáncer. Los problemas con las rodillas y 5

los pies probablemente son causados por el desequilibrio hormonal causado por el cáncer. La enfermedad ya ha avanzado mucho…

enfermedad, él y Riikka se habían unido mucho, y de esa unión nació una relación que años más tarde los llevaría al altar.

“Creí que había podido sobrevivir a la muerte de Helena y continuar viviendo mi vida, pero ahora ya no sé si puedo resistir estos golpes continuos. Me siento como Job en la Biblia, pero no tengo la fe de pensar que todo lo que ha ocurrido va a resultar en algo bueno...

Todo parecía que mejoraba y fue entonces que otro mail de Antti (de exactamente un mes después) me anunciaba que nuestros informes y los dibujos que Helena había hecho de las piezas, habían animado a los auspiciadores finlandeses y que ¡¡¡teníamos algo de dinero para un mes de trabajo en Pariti!!!

“No sé qué día van a operarme, pero espero que la próxima semana. Creo que tengo que pasar más o menos una semana en el hospital, y si el cáncer se ha extendido a otras partes de mi cuerpo, tengo que empezar un tratamiento muy fuerte con venenos celulares. Entonces van a pasar muchas semanas sin poder trabajar. Si el cáncer se ha extendido, quizás nunca vuelva a trabajar y voy a tener mi descanso bajo tierra al lado de Helena...”4 Mi vista se nublaba mientras leía estas líneas; y mis siguientes mails trataban de levantar su ánimo, aunque yo mismo me temía lo peor. Al final del túnel siempre hay una luz Pasaron los días, las semanas y los meses. Antti se sometió a la dura operación y a dolorosos tratamientos de quimioterapia. Pero el 2 de febrero de 2004, un nuevo mail de Antti me traía la gran noticia de que su recuperación era efectiva. Su ánimo subía como espuma y hasta había encontrado un nuevo amor. Y es que durante el proceso tan doloroso ocasionado por la muerte de Helena y su

“… Martti piensa que es muy importante hacer investigaciones en Pariti para verificar el contexto arqueológico de las piezas interesantes que se obtuvo”5, me escribía. Salté de alegría y de inmediato escribí otro mail a mis tres estudiantes: “Alisten sus mochilas, pues nos vamos a Pariti en agosto”. Parte de mi labor como codirector boliviano fue siempre “preparar el terreno” antes de la llegada de los colegas finlandeses. Es decir, ubicar a las autoridades comunales y explicarles el alcance de nuestro trabajo pidiendo su autorización y colaboración. Entiéndase que siempre actuábamos con autorizaciones emanadas desde la Unidad de Arqueología, pero ellas no son suficientes pues, por respeto a las comunidades y operatividad, ellas siempre deben dar su conformidad. Ya desde julio empecé a viajar a la isla tratando de hablar con las autoridades, pero sin éxito porque, o no estaban, o estaban festejando algún acontecimiento. Vanos fueron mis

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Copia textual del correo electrónico del 5 de noviembre de 2003.

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Mail del 2 de marzo

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esfuerzos y a ello se sumaba que casi nadie hablaba castellano, pues literalmente habían quedado más aislados que otras comunidades del sector. Escollos iniciales Sin que pueda hacer más por falta de tiempo, Antti llegó a Bolivia el 29 de julio y juntos volvimos a Pariti para hablar con sus autoridades. No lo logramos y eso nos descorazonó, pues algunos comunarios nos decían que era mejor que no vengamos, aunque otros señalaban lo contrario. Sin poder esperar mucho más, decidimos agarrar nuestro equipaje y equipo e irnos a la isla a presionarles con nuestra presencia. Antti había llegado con Riikka, y volvían al campo con nosotros los estudiantes Javier Méncias, Claudia Sejas y Marco Antonio Taborga (de la Carrera de Arqueología de la Universidad Mayor de San Andrés, en La Paz). Iniciaba agosto y estábamos a bordo de una lancha rumbo a la pequeña isla. En el trayecto Antti me dijo: “Si de todas maneras nos niegan la entrada a la isla, entonces nos vamos y excavamos en otro lugar”. “De acuerdo, le dije, podríamos ir a Suriqui donde nos están esperando con los brazos abiertos. Pero haremos otro intento. Si tanto nos está costando obtener su aquiescencia, es que algo bueno nos aguarda”, le respondí, haciendo nuevamente uso de mi bendita intuición. Cuando llegamos a medio día y la gente vio que descargábamos nuestras cosas (mochilas, sleepings, alimentos, bebidas, y equipo de trabajo), primero se acercaron a curiosear. De todos modos ya sabían a qué veníamos, por nuestras previas visitas. Entonces –jugándome el

pellejo– les dije que habíamos venido a trabajar y que necesitábamos que nos alquilen un cuarto y nos ayuden en el trabajo que se iniciaría al día siguiente. Al poco rato vino un emisario de la comunidad y nos dijo que teníamos que esperar a que deliberen. No nos quedaba otra, así que aceptamos. Sin nada que hacer, nos quedamos allí mismo, cuidando del equipaje que conformaba un pequeño túmulo. Sin embargo, para nuestra desgracia, pasaban las horas y no teníamos respuesta alguna sobre el resultado de sus deliberaciones. Como a las 4 p.m. mandé a preguntar sobre nuestro requerimiento, pero no obtuve respuesta. Alguien nos dijo que una anciana cuidaba la casa de su hijo residente en La Paz, la única casa de tres pisos y ladrillo en la isla, y que ella podría alquilarnos un par de cuartos. Fuimos a buscarla con un intérprete, pero se negó. Le pedimos y le imploramos, pero mantuvo su respuesta negativa. El sol se estaba ocultando y nosotros seguíamos literalmente en la calle con nuestro voluminoso equipaje, cuando finalmente alguien vino y nos dijo que se había decidido que no éramos bienvenidos y que debíamos irnos de regreso a La Paz. Pero yo no estaba dispuesto a claudicar tan fácilmente y fui personalmente a hablar con las autoridades. Tal y como pensé, había opiniones en contra, pero también a favor. Usé de todos mis recursos diplomáticos y finalmente quedamos en una ambigüedad: “Mañana se vería”. Cuándo las cosas no resultan como las planeaste, no te queda sino recurrir a la diplomacia y a la verborrea que, en mi caso, es un don preciado. Su respuesta 7

ambigua la asumí como un “si” y pedí a los comunarios que vinieran al día siguiente a las 8 a.m. con su pico o su pala para comenzar el trabajo. Por otro lado, un niño resultó ser nieto de la viejecita y finalmente pudo convencerla de que nos diera alojamiento en la casa de su hijo, así que –ya sin luz solar– logramos instalarnos en nuestro nuevo hogar. Esa noche la preocupación no me dejó dormir, pero al día siguiente muy temprano desayunamos y salimos fuera de la casa a esperar a los comunarios que trabajarían con nosotros como obreros asalariados. A las 8 no había nadie, ni tampoco a las 8:30. Estábamos nerviosos pues pese a que estábamos armados con nuestros propios picos y palas era obvio que sin ellos no podríamos empezar el trabajo sin incurrir en un despropósito y convertirnos en personas totalmente indeseables. No recuerdo quien fue, creo que el propio Juan Carlos, pero se apareció allí temeroso y sin herramientas. “¿Nos vas a ayudar?”, le pregunté. “No sé, es que los demás no se animan, y no quiero aparecer como enemigo”. “¡Anímate! –le pedí– el resto te va a seguir”. - “No sé… ¿Cuánto me vas a pagar?”. - “Cuarenta el jornal”, repliqué. - “Que sean cincuenta6”. - “Trato hecho, ve a traer tu picota”. Volvió al rato con su picota, y al verle otro pariteño más se acercó, y luego otro y otro. Los dioses una vez más estaban de nuestro lado.

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Ese jornal hoy en día ha quedado pequeño en las comunidades rurales.

La siguiente pregunta era: ¿Dónde empezamos? Teníamos la información de que años atrás se había producido un hallazgo casual cerca de la casa de Armando Callizaya, así que les pedimos que nos enseñen el lugar exacto; y a pocos centímetros del mismo decidimos abrir nuestro primer pozo y que lo dirigiría yo. Viendo las irregularidades del terreno Antti eligió otro sitio a unos 40 ms. Al norte de éste pozo para abrir el segundo y que estaría a su cargo. Comenzaba así uno de los episodios más emocionantes de toda mi carrera arqueológica. Se produce el hallazgo Varios días habíamos estado ya excavando, sin los resultados esperados. Aquél 11 de agosto de 2004, proseguíamos la excavación del Pozo #2. En realidad, estábamos algo desilusionados, y Antti y yo no teníamos muchas ganas de excavar, pues el Pozo #1 no había arrojado los resultados que esperábamos, y éste no parecía ser más prometedor. En realidad, lo más interesante que habíamos encontrado en el Pozo #1 era una punta de flecha muy fina, y una oreja humana modelada en cerámica de un par de centímetros, y que debió corresponder a algún wako– retrato. Juan Carlos Callisaya, el joven que nos había llevado a la isla en 2003, también nos había contado una extraña historia de un pato que, junto a otras figuras de cerámica como perros, etc., había sido encontrada hacía mucho tiempo por su abuelo dentro de su propiedad. Al parecer, ello había sucedido hacía varias décadas. Según su relato, éste era un pato “transparente” en cuyo interior se podían ver los intestinos del animal, algo extraordinario que no podíamos 8

alcanzar a imaginar, al menos no sin observar la pieza. Aprovechando que aquél día retornaríamos a La Paz para nuestro habitual descanso, le pedimos a Juan Carlos que nos llevara donde su abuelo, a lo cual accedió gustoso. Dejamos a cargo del Pozo a los cuatro estudiantes ya mencionados que venían con nosotros: Riikka, Claudia, Marco y Javier. Así que como a las 9:00 o 9:30, emprendimos el camino hacia la casa del abuelo que vivía con su esposa al otro lado de la isla casi en el extremo meridional. Tras cerca de media hora de caminata, llegamos a una humilde choza donde encontramos al abuelo de Juan Carlos, un anciano de tal vez 80 o más años, aunque siempre he tenido dificultad para adivinar la edad de los aymaras. Su esposa, era otra anciana que nos saludo displicentemente. Juan Carlos se acercó al abuelo y le dijo algo de nosotros en aymara, entonces él se acercó a saludarme. Además tomó mi mano y me pidió algo que no alcancé a comprender, por lo que pedí ayuda a nuestro eventual traductor. El abuelo se hallaba enfermo y quería que yo le ayudase a rezar en la creencia de que una oración podría ayudarle a sanar. No se porque me eligió a mi, pues en todo caso Antti tenía más pinta de cura extranjero que yo. Peor aún, no es ningún secreto mi falta de religiosidad y una situación semejante me ponía incómodo. De cualquier manera, debía mostrar respeto hacia el anciano, pues de lo contrario no nos ayudaría, así que tuve que buscar en mi archivo cerebral algún rezo aprendido en mis años de colegial e hincarme junto al anciano para decir la oración, luego de lo cual hubo un pequeño instante de silencio.

“Ahora si pregúntale sobre el pato”, le dije a nuestro guía. Durante unos segundos ambos intercambiaron palabras y finalmente Juan Carlos nos explicó: “Dice que el pato ya no está en su poder. Qué unos gringos vinieron hace un tiempo, y que se los vendió a ellos”. Sentí mucha rabia y al principio quise obtener mayor información sobre ¿Quiénes eran?, ¿Hacía cuanto que vinieron? Y cosas por el estilo, pero pronto me di cuenta que nada de ello tenía ya sentido. El pato había ya emigrado y nunca sabríamos cómo era. Emprendimos luego el retorno a la población, en medio de la cual teníamos abierto nuestro pozo de excavación. Ya al llegar a la comunidad, vimos una anciana sentada frente a su telar, tejiendo una “cama” o frazada que en aymara recibe el nombre de “p’ullu”. Nos acercamos a ella para saludarle y pedirle que nos dejase tomar unas fotografías, a lo cual accedió. Además, Antti le pidió que le vendiese su wich’uña que es el instrumento fabricado de hueso de llama con el cual se ajusta la urdimbre en el telar. Se hizo la transacción y finalmente nos reunimos con los 4 estudiantes que seguían minuciosamente trabajando en el Pozo. “¿Cómo les ha ido?” pregunté. “Igual nomás”, fue la desconsolada respuesta. Cómo ya rayaban las once de la mañana, decidí colaborar con la excavación, permitiendo que los estudiantes fueran a asearse un poco y cambiarse de ropa, pues don Justino Huañapaco iba a recogernos con su lancha al medio día para llevarnos a Huatajata, según lo que habíamos acordado el día que nos dejó en la isla. Algo cansados y aburridos, Claudia, Marco y Javier accedieron a mi pedido, así que entré al pozo que había 9

alcanzado una profundidad ligeramente mayor al metro y treinta centímetros. Antti y Riikka se quedaron a acompañarme para recoger y embolsar los hallazgos que iban saliendo del pozo y que consistían, hasta ese momento, en algunos fragmentos de cerámica, y otros tantos de huesos de animales. Nada extraordinario, y más bien habitual en estos casos. Transcurrieron algunos minutos, cuando de pronto mi badilejo se topó con un curioso fragmento de cerámica decorada. “Mira, Antti –le dije– un fragmento decorado”, y se lo pasé. “Bonito”, respondió. Tras ese fragmento apareció otro y otro más. Conforme aparecían se los iba pasando a Antti y él iba embolsándolos. De pronto eran más de seis o siete, así que acordamos con Antti en ya no removerlos de su lugar, y proceder a limpiar el rasgo, que le llamamos RASGO 1. Cómo el grupo de fragmentos creciera bastante, le propuse a Antti quedarme a limpiar el rasgo, mientras él también iba a cambiarse de ropa y alistarse para el viaje, pues ya nos acercábamos a medio día. Accedió a ello, pero antes me trajo, de nuestro improvisado campamento, las brochas y las herramientas de odontología que solemos usar en estos casos. Así que me quedé trabajando en el pozo con minuciosidad pero muy apacible. La brocha y los finos instrumentos metálicos ayudaron a descubrir un cúmulo de al menos un par de docenas de fragmentos de cerámica tiwanakota decorada, que mantuvimos in situ, labor que demandó un buen rato. Al poco rato volvió Antti ya listo para salir de la isla. Registramos el hallazgo tomando medidas y fotografías, y Antti quedó en el pozo para recoger los fragmentos y embolsarlos con ayuda de Riikka.

Mientras tanto yo me cambiaría de ropa y me prepararía para el viaje. Cuando al poco rato volví al Pozo, Antti aún se hallaba dentro del mismo, junto con los estudiantes y varios pobladores que, curiosos, se habían agolpado en torno al Pozo. “¿Qué pasa, Antti?, ¡aún no has terminado con esos fragmentos y ya es hora de partir!”, le dije. “Si, pero es que esto no se acaba”, me respondió mostrándome que los fragmentos de cerámica se habían reproducido de manera sorprendente y empezaban a llenar todo un balde. Antti trabajaba lo más rápido que le permitían sus manos, extrayendo de la tierra los fragmentos y colocándolos en el balde, pero era insuficiente. Ya con ropa limpia y sin mi habitual sombrero de ala ancha, entré nuevamente al pozo para ayudar a mi amigo y colega. Pronto se llenó un segundo balde, un tercero, y un cuarto... Para entonces, casi toda la comunidad estaba arremolinada alrededor nuestro, creo que tan histérico como nosotros, aunque nosotros tratábamos de mantener la serenidad y la calma, sobre todo para no despertar otro tipo de intereses en los comunarios de la isla que pondrían en peligro el hallazgo7. Incluso el lanchero ya había llegado y esperaba por nosotros, aunque pronto tomaba parte del espectáculo y participaba de los comentarios señalando que él conocía muchos sitios con cosas similares en la isla. 7

Se me cruzó por la mente despistar a los obreros como Heinrich Schliemann hiciera en Troya cuando en una esquina de sus excavaciones ubicó un tesoro con piezas de oro. Instruyó a su esposa Sofía que despachara a los trabajadores argumentando un día de asueto por su cumpleaños y rato después él y Sofía guardaban para sí las valiosas piezas de oro. Solo que acá era cerámica y no oro, y no era nuestra intención despistar a los pariteños sino, simplemente, evitar el saqueo.

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Cada vez que se llenaba un balde dentro del pozo se lo pasábamos a los estudiantes afuera para que ellos colocasen el contenido en bolsas de plástico etiquetadas. Les ordené conseguir cajones de cartón, pero les fue casi imposible, pues de pronto las dos diminutas tienditas del pueblo habían elevado el precio de las mismas considerablemente. Más aún, no querían venderlas. Con las pocas cajas que conseguimos, se formó un abultado equipaje. Empero, y pese a la enorme cantidad de cerámica trizada que ya había salido de la tierra, la “veta” no se agotaba y seguía produciendo más, y más material. Era algo que rayaba en el delirio. En mi vida profesional sólo una vez había sacado tanta cerámica de un pozo de excavación. Fue aquella vez que excavé en el sitio de Plaza Pampa en Cotapata (los Yungas). Allí encontramos los restos de una vivienda del s. XIX cuyo techo de teja había colapsado. Por tanto yo y mi ayudante extraíamos del pozo una cantidad tan alta de teja quebrada que, con fines estadísticos, pesábamos por arrobas. Acá en Pariti sucedía algo similar, solo que esta vez no eran tejas, sino cerámica de la más fina calidad. Le habíamos pedido al lanchero aguardarnos unos minutos, pero el trabajo podía llevarnos el resto del día e inclusive, el resto de la semana. No lo podíamos saber. Hablando en voz baja con Antti, decidimos simular que ya no había más material, tapando con tierra lo mejor posible, los fragmentos que, entremezclados con tierra, aún podían apreciarse. Esto a fin de parar el trabajo que ya llevaba varias horas, y evitar la destrucción del contexto hasta nuestro retorno lo cual, ciertamente, era un risgo. Así lo hicimos y sería la una y

media o dos de la tarde cuando Antti y yo salimos del pozo, completamente mugrientos, pero con el corazón henchido y latiendo a toda prisa8. Instruimos a los estudiantes subir todas las cajas a la lancha, mientras nosotros nos acicalábamos un poco, y pedíamos a un par de comunarios que tapasen nuevamente el pozo. Tuvimos que pagarle unos billetes extras a uno de ellos a fin de que nadie se aproximase al área durante nuestra ausencia. Finalmente cuando estuvimos a solas con Antti nos abrazamos llenos de emoción. Se había producido uno de los hallazgos arqueológicos más importantes de Bolivia y los Andes de los últimos tiempos; y nosotros éramos sus protagonistas. La diosa del lago amenaza con devorar nuestro tesoro Aquél mismo día, abordamos la lancha cargados de nuestro valioso material, y prácticamente no sentimos el viaje que, atravesando el lago Wiñay Marka, nos llevaría hasta Huatajata y de allí a La Paz. Estábamos muy emocionados y no hacíamos sino comentar sobre los acontecimientos, y darnos la mano sin muchas muestras de alegría, pues estábamos bajo la mirada vigilante del Sr. Huañapaco, el lanchero. A poco de haber llegado a La Paz dimos aviso del hallazgo a nuestros superiores. Yo a Javier Escalante, Director entonces de la Dirección Nacional de Arqueología, por ser la autoridad competente; y Antti a Martti Pärssinen quien estaba coordinando el Proyecto y había posibilitado que se lleven a cabo las investigaciones este año en la isla de 8

Creo que allí se inició la hipertrofia del ventrículo derecho de mi corazón que hoy padezco.

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Pariti, sacando un poco de dinero del presupuesto asignado para sus investigaciones en Oruro, las mismas que había cumplido con Risto Kesseli apenas unas semanas atrás. El fin de semana se nos hizo uno de los más largos de nuestra vida, pues en el alojamiento improvisado que teníamos en Pariti, habíamos dejado nuestras pertenencias con poca seguridad y temíamos que alguien se pudiera colar y robar nuestras pertenencias, algunas de gran valor como nuestros GPSs, etc. Ya en 1998 nos había ocurrido un infortunio así en Quehuaya, cuando estábamos alojados en la Escuela. En cierta oportunidad salimos de descanso aprovechando un largo feriado. Creo que era la Fiesta del Pueblo o algo así. Cuando a los pocos días retornamos, encontramos uno de los vidrios de nuestro eventual alojamiento roto de una pedrada. El agujero les había permitido a los ladrones abrir la ventana y entrar al interior a través de ella. No recuerdo todo lo que nos habían robado. Danilo perdió su mochila, Jonny su pipa y unos libros, y yo mi radio. Nunca supimos quien fue el autor, e incluso pudo haber sido algún visitante fortuito. Pero esta vez, al margen de la preocupación por nuestras cosas, teníamos un temor particular. Temíamos que aprovechando nuestra ausencia, y soliviantados por algún irresponsable, los pariteños pudieran haber abierto nuevamente el pozo de excavación a fin de curiosear y robar indiscriminadamente el resto de los materiales arqueológicos allí existentes. Así que, en cuanto desembarcamos ese lunes 14 en la isla, corrimos para ver nuestro pozo, el mismo que –para nuestro alivio– permanecía tapado tal y

como lo habíamos dejado días atrás. El “ajayu” (alma) volvió a nuestros cuerpos y recién fuimos a nuestro alojamiento a percatarnos de nuestras cosas, las mismas que también se hallaban inalteradas y en las mismas condiciones en que las habíamos dejado. A poco de nuestro retorno, la excavación se reanudó en el Pozo #2 ampliando a su lado otra área de excavación similar, que llamamos Pozo #3. La excavación duró toda la semana y la cantidad de fragmentos que esta vez salió de ambos pozos, sobrepasó con creses lo que días atrás habíamos recuperado. No era posible salir de nuestro asombro tanto por la cantidad como por la calidad de los materiales. Bellos fragmentos de kerus, tazones, tinajas, iban apareciendo ante nuestros ojos. Y aún más, pedazos de magnificas figuras modeladas de animales de varios tipos pero, por si fuera poco, estupendos rostros de hombres y mujeres que brotaban del interior de la tierra llenando la labor de solemnidad9. Aún hoy, a trece años del hallazgo, todavía debo pellizcarme para estar seguro de que no lo soñé. Esa semana el trabajo fue un poco más ordenado, pues habíamos llevado suficientes cajas de embalaje, y organizamos mejor el registro de las piezas y los niveles. Además procurábamos limpiar algunas piezas mientras salían de la excavación, labor que estaba a cargo principalmente de Riikka y Claudia. Una cuadrilla de trabajadores locales nos apoyaba, y a la vez servía de testigo del sensacional descubrimiento, pero además eran los ojos de la comunidad, propietaria de la 9

Allí se hacía patente y literal lo que alguna vez escribió el inglés Mortimer Wheeler: “El arqueólogo no desentierra objetos, sino personas”.

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tierra de la que emergía el invalorable tesoro cerámico10. Mientras excavábamos, varias veces tuvimos la visita de grupos de turistas, que maravillados contemplaban el proceso de excavación que llevábamos adelante, y la aparición, de rato en rato, de magníficas obras de arte. Fue una semana intensa, pletórica de emociones. Procurábamos hacer un trabajo cuidadoso y detallado, pero no podíamos alargarnos demasiado. Finalmente el sábado 18 la excavación llegó a su fin a los 3 metros y diez centímetros de profundidad. Miles de fragmentos mezclados con hueso trisado de animales llenaban una gran cantidad de cajas que estaban embaladas y listas para ser trasladadas a La Paz para su respectiva limpieza y estudio. Cuando llegó la lancha a recogernos, empezamos a subir con cuidado todas las cajas a bordo, colocándolas hacia proa y cuidando de no sobreponer una sobre otra. Esta vez la lancha era más grande y el lanchero era un viejo conocido nuestro: Máximo Catari11.

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En el momento actual es preciso dejar sentado que, si bien se reconoce el derecho de las comunidades a la tierra, y que los vestigios arqueológicos comprendidos en su territorio deberían servir para elevar su autoestima y –tras una apropiada gestión turística– beneficiarles económicamente, todos los bolivianos somos igualmente herederos y propietarios del patrimonio cultural; y no como el campesino griego que creyéndose legítimo propietario de la Venus de Milo, se la vendió a Francia, donde actualmente se encuentra. 11 Este aymara era poseedor de un hotel y restaurant en Huatajata. Coleccionista y revendedor de piezas antiguas, había sido objeto de un decomiso por parte de las autoridades de arqueología hacía unos años, y algún tiempo después de nuestro hallazgo fuimos desalojados de su casa cuando le pedimos que entregara las piezas que aún tenía en su poder y que

En ese proceso apareció don Marcelino Callizaya, el Secretario General de la Isla, seguido de varios otros miembros de la comunidad. “Queremos hablarle Licenciado”, me dijo. Dejé de hacer lo que estaba haciendo y me acerqué al grupo. “Licenciado –inició– hoy ustedes trasladan esos objetos a La Paz, pero ¿en qué quedamos nosotros?”, me increpó. “Miren señores, les dije, mi intención como Codirector del Proyecto y arqueólogo comprometido con las comunidades es que las piezas, una vez reconstruidas y estudiadas, retornen a la isla. Pero hay algunos problemas. El primero de ellos es que yo no puedo decidir a mi libre albedrío, pues han de ser las autoridades del Viceministerio de Cultura quienes definan el destino de los objetos ya que son ellas las que tienen esa facultad. En segundo lugar, para mí sería muy importante que las piezas vuelvan a Pariti, pero no pueden volver a la casa del Secretario General, o a la pequeña iglesia que acá tienen ustedes. Para que las piezas retornen tiene que haber un museo, es decir un lugar apropiado donde se conserven y exhiban apropiadamente al público. Yo me voy a poner en campaña ya mismo para que las piezas encuentren ese lugar acá en la isla”. En el momento en que –desde el fondo de mi corazón– salían esas palabras, la verdad era que no tenía la más remota idea de dónde podría conseguir los fondos para construir allí un museo. En todo caso las autoridades locales quedaron aparentemente conformes y, nuestro equipo, listo para zarpar.

las exhibía en su restaurant. Fue la última vez que le vimos.

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Rato antes Juan Carlos Callisaya nos había hecho conocer su interés de acompañarnos hasta Huatajata y de allí a La Paz, pero ya en el momento de abordar, él se desanimó y no terminó de subir a la embarcación. “¿Qué te pasa? – le pregunté– ¿ya no vienes con nosotros?”. “¡No! –me respondió– ¿qué no ves como se ha puesto el cielo? ¡Se viene una fuerte tormenta!”. Hasta entonces, con toda la emoción, no habíamos reparado en el clima. Apenas había pasado el medio día, pero el sol se había visto cubierto por espesas y oscuras nubes que amenazaban con una fuerte tormenta. Ya no podíamos echarnos atrás, pues todo estaba ya dispuesto para nuestro viaje a Huatajata. Además no podíamos arriesgarnos a que los comunarios cambiasen de parecer y decidiesen decomisarnos las piezas. Así que nos subimos todos a la embarcación y le ordenamos a Máximo arrancar los dos motores. La gente se había reunido en el muelle y vimos como la pequeña isla disminuía de tamaño por nuestro raudo alejamiento. Estábamos muy contentos de llevar el “tesoro” con nosotros a la ciudad donde emprenderíamos su limpieza, reconstrucción y análisis. Pero nuestra alegría se vio súbitamente interrumpida cuando arrancó una intensa lluvia acompañada de vientos muy fuertes. Cierto es que Wiñay Marka, la porción menor del lago Titikaka, es poco profunda y que sus olas jamás podrían compararse con las de un mar agitado; pero es igualmente cierto que acá pueden formarse crestas hasta de varios metros de altura, aunque en muy raras ocasiones; sin embargo, conforme iba pasando el tiempo, nos dábamos cuenta que esta era una de esas “raras ocasiones”. Cada vez con mayor brío, la

lancha se tambaleaba de un lado a otro, y las grandes olas que se estaban formando pasaban por encima del techo bañando la parte de atrás donde controlaba los motores nuestro lanchero. En pocos minutos quedó empapado aunque ya había recurrido a un poncho impermeable que de poco le servía. Pero no era el único que se estaba mojando, pues en el techo de nuestra embarcación había una claraboya cuadrada sin tapa por la que entraba un baldazo por ola, y aunque nos habíamos alejado de esa abertura, igual empezaron a mojarse el suelo y nuestros asientos. La agitación, cada vez más creciente, asemejaba a los atléticos saltos que da un caballo en competencia. Cada vez que la lancha se elevaba y volvía a caer mis tres estudiantes hacían coro gritando ¡waaa waaa! y se reían muy divertidos. Empero Antti y Riikka, estaban más pálidos que habitualmente, y su rostro tenía una expresión de seria preocupación. La verdad es que al principio yo trataba de reírme también pero en el fondo estaba bastante preocupado haciendo relación de esta situación con la que me había sucedido meses antes. Resulta que en el mes de mayo de aquel año, la Cooperación Española había contratado mis servicios para montar un museo en Ulla Ulla, en Apolobamba. A poco de llegar a la zona de trabajo con un guía experimentado que tenía sesenta años, el vehículo que yo manejaba sufrió un serio accidente. Quise evitar un enorme bache que había en ese penoso camino carretero y sufrimos un vuelco atroz que casi nos cuesta la vida. Salvamos por un pelo, pero esa es una historia que ya relaté en otra parte. Lo interesante fue que a los pocos días un amigo insistió en que 14

visitáramos una curandera en la población de Curva que también se halla en Apolobamba. La mujer, además de curandera, tenía fama de clarividente. No hablaba más que quichua, así que su adolescente hijo, hizo las veces de traductor. Ya en media ceremonia me pidió que me pasara por todo el cuerpo unas hojas de coca y unas lanas de colores. Luego se puso a ver las hojas y con preocupación le susurró algo a su hijo. “Dice que vas a tener un accidente serio con tu carro”, me dijo el muchacho. Mi amigo y yo nos miramos y yo repuse: “Dile a tu mami que ya he tenido el accidente”. Los ojos del muchacho se abrieron más con expresión de sorpresa y le tradujo mis palabras a su madre. Ella también notoriamente se alarmó y volvió a dirigirse a su hijo. “Dice que en ese accidente tú tenías que morir –me explicó–, ahora estás en deuda con la Pachamama”. Luego la mujer mandó a su hijo a comprar más “elementos mágicos”, y el ritual y la cura se prolongaron por varias horas más. Supuestamente aquel ritual había servido para congraciarme nuevamente con la Pachamama pero ¿y si ella aún estaba ofendida conmigo? Otra cosa más: El bolsón de cerámica que nosotros habíamos excavado en Pariti fue efectivamente una ofrenda que los antiguos tiwanakotas tributaron a alguna de sus deidades, probablemente la Qotamama, es decir, la diosa del lago y de las aguas. Entonces, tanto la Pachamama como la Qotamama estarían ofendidas con nosotros y tal vez reclamaban el castigo que merecíamos. Estos eran mis pensamientos, pero que no iba a compartir con mis compañeros de aventura para no preocuparlos más. Sin embargo el asunto se agravaba a cada minuto, y automáticamente mis

estudiantes dejaron la chacota y adquirieron rostro de preocupación. La lancha se había convertido en un juguete de las olas y nuestro conductor tenía la cara más aterrada que jamás había visto. En un momento dado apagó uno de los dos motores, pues tener los dos prendidos empezaba a ser contraproducente. Los chicos se habían sosegado y para distender el mal momento que estábamos pasando, les pedí que abrieran una lata de atún, dado que no habíamos probado alimento desde tempranas horas en la mañana. Aceptaron de buen gusto, pero esa simple orden se convirtió en un verdadero reto por el grave bamboleo y sacudones que tenía la nave. Abrieron los panes con las manos e introdujeron en su interior manojos de atún. Haciendo piruetas llevé uno de esos maltrechos sándwiches personalmente a nuestro piloto quien lo recibió aparatosamente mientras el agua azotaba fuertemente su cuerpo y pidiéndome disculpas anticipadas por lo que iba a hacer. Seguidamente partió el pan por la mitad, se hizo la señal de la cruz con uno de los pedazos y lo arrojó por la borda. Comprendí rápidamente que acababa de hacer una pequeña ofrenda para apaciguar a los dioses andinos que parecían tan molestos con nosotros. En ese momento giré mi vista a las cajas que contenían nuestro tesoro y casi estuve tentado de arrojarlas todas al fondo del lago, a ver si así se aplacaba la aparente ira de esas divinidades. Lo comenté en voz alta con mis compañeros y hubo varias mociones a favor. “Por lo menos creo que deberíamos echar por la borda una cantidad de cerámica ¿no?”, propuso uno de mis estudiantes. Sin embargo nadie se atrevió a hacerlo pues sabíamos que con un solo pedazo perderíamos parte de la rica información. 15

Los siguientes minutos fueron de mucha tensión y absoluto silencio de parte nuestra. Solo se escuchaba el crujir de la embarcación que amenazaba romperse y las olas chocando sañudamente contra ella. Huatajata parecía nunca aproximarse. Finalmente, tras largo sufrimiento, nuestra embarcación logró superar la peor parte de la tormenta. La lluvia nunca cesó, ni el viento se calmó, pero Huatajata ya se veía más cerca. Un viaje que habitualmente nos llevaba media hora o 40 minutos, duró aquél día casi dos horas, que a nosotros nos parecieron 8 ó 10. Cuando finalmente pusimos los pies en el muelle de Huatajata, estábamos todos tiritando de frío y de impresión por el susto que habíamos pasado. Recuerdo que Antti se atrevió a preguntar a nuestro lanchero si siempre ocurría eso en el lago. Máximo le respondió: “En mi vida de lanchero con casi 30 años de experiencia, sólo me ha ocurrido esto dos veces. Esta es la segunda”. Como los chismes vuelan, meses después por una extraña casualidad, me enteré por boca de un tiquineño12 amigo de Máximo Catari, que en una noche de farra él les había contado a varios amigos del penoso incidente, y que estaba tan asustado que se había orinado en los pantalones. Empapado como estaba, jamás lo habríamos notado. Cuando un par de semanas después del incidente volvimos Antti y yo a la isla llevando regalos para los niños, llevábamos también una mesa ritual que

compartimos con los miembros más destacados de la comunidad, pijchando coca, tomando alcohol y fumando cigarro. El humo de nuestra ofrenda estaba dedicado a la Pachamama y a la Qotamama. Espero haberme reconciliado con ambas. Aquél suceso ha quedado en la memoria de todos los que pasamos el mal momento, y –menos mal– vivimos para contarlo. Se da a conocer al mundo nuestro descubrimiento El fabuloso hallazgo que realizamos en Pariti cambió todo nuestro cronograma de trabajo y nos forzó a modificar nuestros planes. A poco de nuestro arribo a La Paz trayendo el tesoro, tuvimos que alquilar una casita que se convirtió en nuestro centro de operaciones. Además tuvimos que comprar canastillas, bañadores, cepillos, guantes, pegamento, etc. etc. y quienes días antes estaban excavando ahora debían lavar cerros y cerros de cerámica seleccionada por pozos y niveles. Era una tarea notoriamente ardua, pero que todos la emprendimos con la misma alegría y entusiasmo que la de excavar. Y lo mismo ocurrió cuando más tarde procedimos a la reconstrucción de los objetos y luego a su catalogación. Y es que “la arqueología es nuestra religión”13. La gran noticia de nuestro hallazgo debía ser conocida por el mundo y, desde Finlandia, Pärssinen se puso de acuerdo con las autoridades bolivianas para que el lanzamiento de la misma se 13

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Oriundo de Tiquina, varios kilómetros al norte de Huatajata.

En la película de Indiana Jones y el Arca perdida, el director pone esas palabras en boca del arqueólogo francés René Belloq en una conversación con Jones.

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hiciera casi simultáneamente. A fines de octubre, en Helsinki, él realizó una rueda de prensa y luego tomó el primer avión a La Paz para participar en la rueda de prensa que acá también se había organizado. Ello sucedió el lunes 25 de octubre. Un día antes, el domingo 24, los más importantes periódicos paceños lanzaron la gran noticia que conmovió al país. El evento periodístico, organizado por el Viceministerio en el propio Palacio Chico de la calle Potosí, congregó a los principales medios de comunicación nacionales y extranjeros, y a los intelectuales y estudiosos de todo el país. La testera fue ocupada por el entonces Viceministro de Cultura, Dr. Fernando Cajías; el Director de la UNAR, Arql. Javier Escalante; el Dr. Pärssinen y mi persona. Pese a todo, la cobertura no fue muy grande y luego de aquel momento, los medios ya no dieron mayor importancia ni seguimiento a nuestras acciones. Entre los colegas encontramos expresiones de felicitación y aliento, pero también hubo muchos arqueólogos que hablaron de un fraude montado por los finlandeses y mi persona. Algunos se atrevieron a decir que las piezas eran todas falsas y que las habíamos hecho o mandado a hacer Korpisaari y yo. Gran halago, por supuesto, puesto que las piezas son obras de arte tan exquisitas que ya quisiera haberlas hecho personalmente o saber de alguien que ahora (en el siglo XXI) pudiera hacerlas con la misma maestría. En el fondo lo que creo que pasaba es que involuntariamente me había ganado la impopularidad entre los arqueólogos y estudiantes luego de que un periodista publicara (años antes) una entrevista y varias fotos mías en un artículo sobre los

Indianas Jones bolivianos, luego de lo cual se me bautizó como “El Indiana Jones boliviano”, que no me molestaba pero tampoco me enorgullecía. Creo, sin embargo, que eso dolió a mucha gente y entonces empezó una campaña de desprestigio según la cual yo era un émulo del personaje de cine, y que por tanto no era muy serio, sino más bien un aventurero en busca de fama. Con el tiempo, y mi trabajo, paulatinamente fui acallando esas voces disonantes demostrando que yo y el equipo que dirigía estábamos liderando la arqueología profesional boliviana, con ética, método científico y responsabilidad. Hoy, aunque sigo sin ser “monedita de oro”, tengo bien ganado el respeto de los colegas tanto a nivel local como internacional. Los meses que siguieron a nuestro descubrimiento y el traslado de los materiales a La Paz, se dedicaron a la limpieza y el armado de cientos de rompecabezas que enardecería a los más avezados armadores de puzles, pues estaban todos mezclados, eran tridimensionales y no traían instrucciones. Por si ello fuera poco, si bien habían cientos de especímenes pertenecientes a la cerámica corporativa de Tiwanaku, muchas nuevas formas (que obviamente no figuraban en la bibliografía arqueológica boliviana) salieron a la luz. Jamás olvidaré, por ejemplo, cuando mis estudiantes empezaron a armar unas fuentes de regular tamaño cuya base parecía quebrada. Al mismo tiempo también habían armado algunos wakoretratos muy conocidos en nuestro registro arqueológico, pero que aparentemente tenían el borde superior 17

quebrado, aunque no se entendía muy bien la razón. Un buen día a uno de los estudiantes se le ocurrió poner una de las fuentes encima del wako-retrato y, ¡zas!, formó una pieza absolutamente magnífica. Bautizamos a esa nueva morfología, más tarde, como wakofuente. Al final de la ardua labor de limpieza y reconstrucción, se había logrado obtener 340 ceramios más o menos completos y un pase para el hospital psiquiátrico especialmente para mis estudiantes que, literalmente, estaban al borde de la demencia. Al poco tiempo mis muchachos podían considerarse expertos en morfología cerámica tiwanakota más que muchos experimentados arqueólogos. Al año siguiente excavamos un segundo rasgo en todo parecido al primero y que habíamos detectado precisamente mientras trabajábamos con ese primer rasgo. Nuestras labores en el campo y el laboratorio arrojaron 105 nuevas piezas que sumadas a las del anterior año y las que logramos obtener de los propios pariteños (por compra o donación), conformaron una nada despreciable colección de 556 especímenes. ¡La colección de objetos cerámicos precolombinos más grande jamás lograda hasta entonces en Bolivia en un mismo espacio inferior a los 4 metros cuadrados! Pero nuestra labor no podía ni debía concluir allí. Todas las piezas fueron catalogadas y el catálogo logrado, así como los respectivos informes, entregados a las autoridades nacionales con lujo de detalles. Asimismo proseguimos labores en 2006 no tanto con el propósito de acrecentar la colección, cuanto para poder observar

mejor el contexto arqueológico. Resultó que ambas ofrendas habían sido depositadas en el interior de una estructura cuyos cimientos de piedra pudimos ubicar y que parecían señalar un laberinto de modestas proporciones. Esa fue la última vez que excavamos en Pariti. Un museo para Pariti Seguramente el lector se estará preguntando qué pasó con las piezas y el ofrecimiento de hacer un museo en la islita del Titikaka. Pues resulta que a fines de 2004, a poco de llegar a La Paz con nuestro valioso cargamento, me puse a pensar en la forma de conseguir dinero. Comenté mi preocupación con un amigo de infancia, Juan Carlos Alurralde, y el tuvo la genial idea y amabilidad de presentarme a Willi Graf de la Cooperación suiza en Bolivia; y éste a su jefe, Peter Tschumi. Ambos se mostraron vivamente interesados por nuestro trabajo. A ellos y sus colaboradores les invité a viajar a Cascachi para conocer los sitios donde habíamos estado trabajando los últimos 6 años, y al final del recorrido les mostré fotos de algunas piezas pariteñas ya reconstruidas por nosotros. No salían de su asombro, y aprovechando su desconcierto aproveché para pedirles que me ayudasen a instalar un museo en Pariti. Ellos me pidieron un perfil de proyecto, cosa en la que me esmeré, pero no les gustó del todo, por lo que tuve que corregirlo una y otra vez hasta que finalmente el proyecto fue de su agrado y respondió a los fines de la cooperación.

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No había terminado ese glorioso año, y ya teníamos el primer desembolso que haría realidad mi sueño y el de los pariteños. Y es que alguien nos había dicho al inicio de esta gran aventura: “La isla tiene poder”.

Siempre le llevaremos en la mente… y en el corazón.

A principios de 2005 ya teníamos el terreno cedido por la comunidad y, como no queríamos afectar posibles restos arqueológicos en el lugar, en enero iniciamos las excavaciones de sondeo allí; tras lo cual nuestro arquitecto, nuestro albañil y los ayudantes (que eran los propios pariteños) iniciaron la construcción del museo que se estaba entregando a la comunidad el 11 de septiembre del mismo año. Acudieron a la cita la esposa del Mandatario de la República, Ministros de Estado, autoridades, gente de la Cooperación, miembros de todas las comunidades lacustres y cientos de otras personas más. Fue un día para recordar.

Los hallazgos producidos por los arqueólogos es cierto que son fruto de la pericia, el esfuerzo y empecinamiento; pero es cierto también que son –en gran medida– producto de la casualidad14 pues nadie, pese a la más avanzada tecnología, puede predecir lo que va a encontrar y, menos, dónde lo va a hacer.

La Partida de Siiriäinen Pese a todo, el año terminó de manera lúgubre. El lunes 13 de diciembre, Antti me escribía desde Finlandia un nuevo mail que comenzaba con esta frase: “Tengo noticias muy malas: Ari Siiriäinen murió el jueves pasado”. Simpático en toda la acepción de la palabra, fue este destacado arqueólogo finlandés que dejó éste mundo aparentemente por la leucemia que le había estado aquejando. Lo poco que le conocí e interrelacioné con él, me sirvió para darme cuenta de su sencillez como persona, pese a su grandeza como científico. Grandeza que, menos mal, fue reconocida por sus compatriotas en un amplio libro publicado en su honor con motivo del que pudo haber sido su sexagésimo aniversario natal en 1999.

Publicaciones, conferencias, exposiciones y nuevos problemas

Pero lo que distingue a un arqueólogo de un simple suertudo, es su capacidad de interpretación. Antti y yo no solo habíamos realizado el singular hallazgo, sino que éramos capaces de interpretarlo y lo íbamos a probar. Muy pronto nos dimos cuenta que nuestro hallazgo era un venero para la investigación y que muchos y muy distintos temas podrían desarrollarse a partir de los materiales pariteños. Teníamos trabajo de sobra para los próximos 10 o 15 años y tal vez más. De entrada decidimos hacer un resumen de nuestra investigación en la isla y sus preliminares resultados. Además, estando aún en el pozo de excavación, pensé que sería importante montar una exposición de las piezas en La Paz, y luego tratar de hacer otras en el interior y, porque no, en el exterior. El entusiasmo de las autoridades del Viceministerio y del director del Museo Nacional de Arqueología, hizo que en mayo de 2005 montáramos nuestra 14

“Sin la casualidad la arqueología nunca habría existido”, ha dicho el arqueólogo Brian Fagan; y C.W. Ceram ha escrito que “el azar desempeña un papel importante en todos los descubrimientos”.

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primera exposición a la que acudió muchísima gente incluido el Presidente Mesa y su séquito. Ese mismo día circuló una especie de catálogo que incluía nuestro inicial trabajo, bajo el epígrafe de “Pariti: La isla que asombró al mundo”.

Como nunca recibimos un centavo de parte del Estado boliviano desde el inicio de nuestras investigaciones en 1998, fui tan iluso en creer que ahora si apoyarían nuestras iniciativas, y me aproximé a Aruquipa quien se mostró muy interesado en nuestro proyecto.

A ese artículo siguieron muchos que se publicaron en periódicos y revistas diversas tanto acá como en Finlandia.

Además nosotros habíamos conseguido de la Embajada de Finlandia en Bolivia y Perú (con sede en Lima), un monto indeterminado de dinero para implementar un proyecto de tipo social en la isla. Lastimosamente ese dinero no podía entregársenos directamente sino a través de la entidad gubernamental, es decir el Ministerio de Culturas. Aruquipa, entonces, me pidió que le ayudara a elaborar un proyecto y así lo hice. Hasta le llevé a conocer la isla.

Y a esa exposición le siguieron tres más en la ciudad de La Paz, y otras tres en el interior (Cochabamba, Sucre y Santa Cruz), gracias al interés y auspicio de Espacio Patiño que realizó un trabajo brillante. Por si eso fuera poco, en noviembre de 2009, el Ministerio de Desarrollo de Culturas en coordinación con el consulado boliviano en la Argentina y el Museo Nacional de Arte de Buenos Aires, montaron una exitosa exhibición sobre Pariti. Sorprendentemente el Ministerio tuvo la gentileza de invitarme y, junto a Esteban Callizaya (comunario de Pariti), nos constituimos en la capital argentina donde ofrecimos una conferencia de prensa muy satisfactoria, según nos dijeron. Más tarde, una exposición boliviana, que incluía piezas de Pariti, se abrió al público en Austria, y allí estuvo hasta casi finales del 2012. Esta vez nuestra participación fue excluida. Pero no todo ha sido color de rosa desde 2004. No solo tuvimos que pelear contra la envidia de algunas personas y algunos colegas, sino que fuimos objeto de malas jugadas por parte de alguna gentuza. Resulta que entronizado el nuevo gobierno de Evo Morales, fue puesto en la Dirección de Patrimonio Cultural, un tal señor David Aruquipa, con el discurso de que la cultura nativa debía ser revalorizada en este nuevo proceso.

Sorpresivamente a nuestro proyecto se sumó una señora de apellido Delgadillo de una Fundación (CPC). Solo tiempo después colegí que entre CPC y Aruquipa existía una sociedad. Al principio no tuve problemas en que se sumará esa señora y su fundación creyendo que haríamos equipo. Incluso llevé también a Delgadillo a conocer la isla y su comunidad. En el ínterin hubo problemas y el desembolso se vio detenido. Incluso pensé que ya no se realizaría. Tiempo después, y de manera casual, me enteré que la Embajada ya había hecho el primer desembolso de aproximadamente 20 mil dólares y que el proyecto estaba siendo ejecutado, a mis espaldas, por CPC con el total apoyo de Aruquipa. Me habían dado una “patada en el trasero” (como reza el dicho popular), pues no solo me excluyeron en la ejecución del proyecto, sino que utilizaron mis ideas. Sorprendido por ese acto nada ético, 20

increpé a Aruquipa y le dije algunas verdades que debieron molestarle, provocando sólo su total antipatía. Desde entonces inició una guerra sucia en contra mía que me perjudicó y sólo cesó cuando se hubo ido de la Dirección de Patrimonio, tras una gestión lamentable, por supuesto. Ello no provocó mi derrumbe, sino que me fortaleció. En 2007 apareció el primer número de nuestra revista CHACHAPUMA, y hemos llegado ya al octavo, haciendo los esfuerzos necesarios para seguir adelante. Además en 2007 conseguimos un importante financiamiento de la Embajada de Holanda para llevar a cabo excavaciones en el complejo arqueológico de Cóndor Amaya. Les satisfizo tanto nuestro trabajo que al año siguiente (2008) volvieron a otorgarnos fondos para proseguir nuestras excavaciones. Y hace un par de años pudimos realizar labores de restauración allí. Pero esa… es otra historia. Los materiales de Pariti me parecen inigualables, quizás porque –al igual que el Principito de Saint Exupéry– si bien sé que hay miles de rosas y todas muy bellas, esta es MI rosa. ¿Una maldición en torno a Pariti? Entre las muchas cosas que nunca hemos contado o escrito, está el hecho de que el antiguo dueño de la isla, el señor Pablo Pacheco, murió de una forma muy trágica. Se puede conjeturar que Pacheco encontraba, con cierta frecuencia, objetos de antigua data en su ínsula, y hasta es probable que haya tenido una colección privada. Al enterarse de que

estaba en el país Clark Bennett, el arqueólogo norteamericano antes mencionado (algo tan raro como que hoy nos visitara un astronauta), tomó contacto con él, y le invitó para que diera su experto parecer sobre sus antiguallas. Tal vez así lo hizo Bennett, tras lo cual propuso al dueño de la isla llevar allí calas arqueológicas. Así se explicarían las exitosas excavaciones que tuvo en Pariti, aunque los ancianos recuerdan que, luego de aquello, hubo una trifulca entre ambos. Recurriendo (siempre) a la imaginación, es posible que la pelea se haya originado por la posesión de las piezas. Tal vez el gringo argumentaba que las piezas halladas debían llevarse a un museo… su museo; y Pacheco replicaba que, siendo él el dueño de la isla, las piezas le pertenecían. Tal parece que finalmente llegaron a un acuerdo. Bennett se llevaría todas las piezas al Museo de Historia Natural en Nueva York (donde aún permanecen), excepto las de oro que se habrían de quedarse con Pacheco. La conjetura resulta de la evidencia. Resulta que siempre se pensó que Bennett se llevó todo lo que recuperó, pero Korpisaari llevó adelante una investigación al respecto en el museo neoyorquino, y encontró que en la colección de Bennett no figuran, ni figuraron, las piezas de oro cuyos dibujos dio a conocer en una publicación científica norteamericana. Lastimosamente en ella no habla de su paradero. Sin duda Pacheco formaba parte de la élite paceña, y hasta se dice que el Presidente Gregorio Pacheco era pariente cercano. Nada raro pues también se dice que otros dignatarios de Estado, como Daniel Salamanca, visitaban con frecuencia su isla para 21

pasar allí algunos días de reposo y esparcimiento. Al parecer el anfitrión era dado a las fiestas y grandes celebraciones, y hasta tenía una lancha a motor, cosa rara en aquellos tiempos. Los relatos obtenidos de boca de los más antiguos comunarios, señalan que en una corcóva15 carnavalera, decidió salir en su lancha con su fiel asistente de apellido Lima o Limachi. Aparentemente ambos estaban ebrios. Aquel día no regresaron; pero al día siguiente encontraron la lancha volcada en medio lago, y también en el agua los cuerpos sin vida de los infelices… abrazados. La diosa del lago había reclamado sus vidas. Estando un día hablando con mi colega y amigo Javier Escalante, le comenté la triste historia de Pacheco, a lo que él repuso que ciertamente era una pena, y que también era triste que lo propio le haya sucedido a Bennett. “¿cómo?”, le increpé. “Sí. Parece que murió mientras pasaba unas vacaciones con su esposa en Hawái”, repuso. Mi ulterior investigación confirmó el dato, aunque de manera escueta. En Wikipedia se puede leer que, efectivamente, Bennett “Murió ahogado en una playa de su país”.

decir, alguien con ciertos poderes de adivinación. Su respuesta nos estremeció, pues dijo: “Lo que pasa es que estoy teniendo visiones sobre cómo han de morir todos Uds. Todos nos miramos, pero se notaba nuestra curiosidad. Tú –le dijo a uno de mis compañeros– has de morir con un ataque al corazón. Tú, en cambio –dijo señalando a otro– morirás de viejo”. Y así fue diciéndonos a cada uno, la forma de muerte que tendríamos de manera poco cortés, y más bien seca. Cuando me tocó, me miró y me dijo: “Tú, Jédu, te has de ahogar”. Para mí, todo esto no es más que coincidencia y superstición; y otras han sido las cosas que me han quitado el sueño. Epílogo En mi vida he sentido dos veces una emoción extremadamente fuerte: La primera fue cuando nació mi hijo; y la segunda, cuando la Pachamama nos permitió extraer de su seno los maravillosos ceramios de Pariti. Creo que puedo morir satisfecho. La Paz, 26 de enero de 2017.

Para hacer más dramática la historia viene a colación una anécdota personal. Estando un día en una reunión de amigos escanciando algunas botellas de licor, los cuatro o cinco participantes notamos que uno de nuestros amigos, Jaime Chambi, estaba extremadamente silente. Le preguntamos si le sucedía algo malo. Antes hay que decir que Jaime es respetado en su comunidad (Pirapi), por sus atributos de yatiri. Es 15

La fiesta que cierra el Carnaval.

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Nota del autor. El presente artículo ha sido redactado con el apoyo de apuntes en el cuaderno de campo, correos electrónicos, cartas, invitaciones y una muy, pero muy frágil memoria que sin embargo parece renovarse al recordar los momentos aquellos. Agradezco especialmente a mi amigo/colega Antti Korpisaari por haber leído mi borrador y brindado importantes sugerencias que ayudaron a precisar, aún más, la información. Termino este documento glosando su impresión sobre el mismo: “La historia me hizo revivir muchos

sucesos que compartimos tú y yo, la mayoría de los cuales fueron buenos, aunque algunos fueron muy malos. ¡Es un texto interesante y lleno de emoción!”

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