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La neurosis de clase U

Vincent de Gaulejac Profesor de Sociología en la Universidad de París VII

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La neurosis de clase U

Trayectoria social y conflictos de identidad Por una sociología clínica

Epílogo: Carta de Annie Ernaux

de Gaulejac, Vincent Neurosis de clase / Vincent de Gaulejac; coordinado por Mónica Piacentini; dirigido por Tomás Lambré.- 1ª ed.Buenos Aires: Del Nuevo Extremo, 2013. 280 p.; 23x15 cm. ISBN 978-987-609-399-6 1. Sociología. I. Piacentini, Mónica, coord. II. Lambré, Tomás, dir. III. Título CDD 577

© Vincent de Gaulejac © de la traducción: Marcela De Grande © Editorial Del Nuevo Extremo S.A., 2013 A. J. Carranza 1852 (C1414COV) Buenos Aires, Argentina Tel/Fax: (54-11) 4773-3228 e-mail: [email protected] www.delnuevoextremo.com Correcciones: Mónica Ploese Diseño de tapa: Sergio Manela Diseño de interior: Marcela Rossi ISBN: 978-987-609-399-6 1ª edición: octubre de 2013 Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida por ningún medio sin permiso del editor. Hecho el depósitoque marca la ley 11.723 Impreso en la Argentina - Printed in Argentina

U Para Clément y Damien

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Índice U

Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

9 15

1. Historia e historicidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El ejemplo de Zahoua . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Un ejemplo de neurosis de clase . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El individuo producido por la historia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . De la historia a la historicidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El proyecto parental . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

23 25 28 32 40 47

2. Ubicación y desplazamiento . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Orden de los lugares y lugar dentro de un orden . . . . . . . . . . . . . Distancia social, conflictos relacionales y conflictos de identidad El lugar, o el amor separado. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

57 60 70 78

3. Cambio de clase y conflictos de identidad . . . . . . . . . . . . . . . . Los conflictos ligados a la promoción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Las crisis de sucesión en la pequeña burguesía . . . . . . . . . . . . . . . “La historia empantanada” o las dificultades de cambiar de lugar . . Los conflictos ligados a la regresión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

87 90 102 107 111

4. Neurosis y neurosis de clase . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . De la neurosis . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Análisis del caso de Denise Lesur/Annie Ernaux . . . . . . . . . . . . . Esquema sintético de una neurosis de clase . . . . . . . . . . . . . . . . .

123 126 137 149

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5. El complejo de inferioridad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Del Ideal del Yo y del Superyó . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Ideal del Yo y promoción social . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Génesis social de los conflictos psíquicos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Culpa, vergüenza, inferioridad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La sobreinvestidura en el estudio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

155 155 160 163 167 178

6. El Edipo como complejo socio-sexual . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El ejemplo de Colette Duval . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El ejemplo de August Strindberg . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Novela familiar y neurosis de clase . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

183 187 199 211

7. Disociación del Yo y desdoblamiento . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Génesis social del desdoblamiento . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Discusión sobre El doble de Dostoievski . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

221 221 229

8. Elecciones y soportes metodológicos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Los seminarios “Novela familiar y trayectoria social” . . . . . . . . . Las elecciones metodológicas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Los soportes metodológicos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

239 239 242 249

Por una sociología clínica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Epílogo - Carta de Annie Ernaux . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

263 269 271

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Prólogo U

La noción de “neurosis de clase” es ambigua. En la carta transcripta como epílogo de este libro, Annie Ernaux le hace una crítica acertada: “… ese término todavía me incomoda, puesto que parece ‘fijar’ conflictos y conductas, que en realidad evolucionan con el tiempo”. Acepto de buen grado esa observación. El término neurosis implica una connotación psicopatológica. Induce a la idea de una deficiencia psíquica con respecto a conflictos vivenciados por las personas que cambian de clase o de cultura. Tiende a reducir el carácter dinámico de esos conflictos y de las contradicciones que los generan. Sin embargo, aun cuando el término parece discutible, he podido observar, en vista de los múltiples testimonios que ha despertado, hasta qué punto resulta evocador para quienes se ven confrontados con conflictos de esta índole. Aunque teóricamente sea discutible, provoca un eco inmediato, un cuestionamiento que nos hace entrar directamente en el meollo de la cuestión. Sigo defendiéndolo, entonces, porque es tomado como significante, y elijo de este modo priorizar el reconocimiento intuitivo en detrimento del rigor científico. Su alcance existencial compensa ampliamente, desde mi punto de vista, sus debilidades conceptuales. “La sociología era un refugio contra la vivencia… necesité mucho tiempo para entender que el rechazo de lo existencial era una trampa. La sociología se constituyó en contra de lo singular, lo personal, lo existencial. Allí radica una causa esencial de la incapacidad del sociólogo para interrogar algunos sufrimientos sociales”. Quien lo dijo fue Pierre Bourdieu. Debo reconocer la sorpresa y la alegría que me embargaron al escuchar estas palabras, en octubre de 1991, en un coloquio sobre la pobreza. Por fin, uno de los representantes más comprometidos de la sociología pura y dura señalaba con énfasis la mutilación intelectual y teórica

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que genera el hecho de no tomar en cuenta “lo vivido”. Yo había escrito este libro en reacción a ese rechazo, libro que tenía, en sus orígenes, una triple ambición: participar en la construcción de una sociología clínica; analizar las articulaciones entre la génesis social y la génesis psíquica de los conflictos existenciales; permitir que las personas que, en nuestra sociedad, se ven confrontadas con el problema del desplazamiento puedan entender mejor los conflictos que encuentran. ¿En qué punto estamos hoy en día al respecto? La sociología clínica se ha convertido en una corriente reconocida de la sociología. Cuando yo terminaba este libro en 1986, con el proyecto de trabajar por una sociología clínica, no imaginaba que existía un pequeño grupo de colegas que, en torno a Robert Sévigny, Pilles Houle y Eugène Enriquez, estaban desarrollando un proyecto similar dentro de la Asociación Internacional de Sociología. Me reuní con ellos en Ginebra en 1988. Desde entonces, esta orientación se enriqueció rápidamente, puesto que reúne en la actualidad a investigadores de unos quince países diferentes en América del Norte y del Sur, en África y en Europa. Muchas publicaciones acompañan esta historia, hasta un número especial de la revista International Sociology que tuve el honor de dirigir.1 Ese desarrollo muestra una expectativa compartida por muchos investigadores en ciencias sociales y humanas: rechazo de las segmentaciones disciplinarias, crítica del objetivismo, necesidad de tomar en cuenta el registro existencial y de articular investigación, intervención e implicación. En forma paralela, hemos asistido al surgimiento de un entusiasmo impresionante por las historias de vida. En esa época, yo conocía los trabajos de Daniel Bertaux, Franco Ferrarotti y Mauricio Catani, dentro del campo de la sociología. Pero recién en 1986, en ocasión de un coloquio en Tours, organizado por Guy Jobert y Gaston Pineau, me di cuenta del interés que despertaba la metodología de los relatos de vida y la proximidad de las cuestiones teóricas y prácticas que su aplicación provocaba. También pude observar hasta qué punto las historias de vida 1

“Clinical Sociology”, Internacional Sociology, vol. 12, Nº 2, junio 1997, SAGE Publications; véanse asimismo tres libros colectivos: E. Enriquez, G. Houle, J. Rhéaume y R. Sévigny, L’Approche clinique en sciences humaines, Montreal, Editions Saint-Marin, 1993; V. de Gaulejac y S. Roy, Sociologies cliniques, París, Desclée de Brouwer, 1993; N. Aubert, V. de Gaulejac y K. Navridis, L’Aventure psychosociologique, París, Desclée de Brouwer, 1997.

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eran transversales al conjunto de las disciplinas. De la literatura a la psicología, de las ciencias de la educación a la antropología, del trabajo social a la geografía humana y a la historia, existe allí un fenómeno tan importante como el estructuralismo en los años ’60 y ’70. Muchos trabajos se han publicado desde entonces. El debate se profundizó en torno al uso de las historias de vida en la formación, en la investigación, como factor de desarrollo personal o bien en terapia.2 Ocasiones para discutir las fronteras y las articulaciones entre la teoría y la práctica, el análisis y la vivencia, el relato y la historia, lo social y lo psíquico, etc. Desde la primera edición de La neurosis de clase y tomando un poco de distancia, ¿el análisis que allí se presentaba sigue siendo de actualidad? En realidad, los fenómenos que allí se describían más bien se han acentuado. La exigencia de movilidad ligada a las imposiciones del mercado laboral obliga cada vez a más personas a adaptarse a universos sociales diferentes y a realizar un trabajo sobre sí mismas para poder afrontar los conflictos generados por esos desplazamientos. Podría haberse pensado que, con la explosión de las clases sociales tradicionales, la neurosis de clase iba a desaparecer. No es en absoluto lo que sucede. Lejos de atenuarse, el fenómeno se complica. Los procesos de dominaciones que, en la sociedad industrial, estaban principalmente estructurados alrededor de las relaciones de clase se agravan porque se ven reforzados por el desarrollo de la lucha de lugares.3 En las sociedades hipermodernas, las clases sociales parecen menos visibles porque están instaladas de manera menos definitiva. De todos modos, esto no suprime los procesos de dominación entre grupos sociales, ni los mecanismos de reproducción. Al contrario, la precariedad profesional y la vulnerabilidad social acentúan los procesos de invalidación 2

Cito en particular a Michel Legrand, L’approche biographique, París, Desclée de Brouwer, 1993; Max Pagès, Psychothérapie et complexité, París, Desclée de Brouwer, 1993; Alex Lainé, Faire de sa vie une histoire, París, Desclée de Brouwer, 1998; C. Niewiadomski y G. Villers, Souci et soin de soi, L’Harmattan, 2003 (obra colectiva).

3

En francés, la expresión “lutte des places” da cuenta de un juego de palabras entre “lucha de clases” y “lucha de lugares” (luttes des classes/luttes des places). El autor se refiere con esta expresión a un fenómeno social actual, que se relaciona con el desarrollo del individualismo y la lucha por el lugar social, es decir, que hoy en día cada individuo debe luchar por poseer una existencia social, por tener un lugar en la sociedad. (N. del T.).

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de quienes tienen menos recursos y la internalización de sentimientos de inferioridad en quienes no corresponden a la imagen de éxito que la sociedad propone como ideal. Vemos desarrollarse enfermedades de la excelencia y enfermedades de la exclusión. Por un lado, el estrés; por el otro, la vergüenza. En ambos casos la interpenetración entre los fenómenos sociales y sus repercusiones psíquicas es evidente. Cuanto más se desarrollan las sociedades, más fuertes son las tensiones psíquicas. De allí se desprende la necesidad de entender las relaciones recursivas entre los conflictos psíquicos y las contradicciones sociales. Claro está que los efectos de dichas evoluciones son distintos según el estado de desarrollo económico, cultural y social de los países. En estos últimos años hemos tenido la oportunidad de coordinar grupos de implicación e investigación sobre el tema “Novela familiar y trayectoria social” en países muy diferentes, como Rusia, Grecia, Suiza, Bélgica, Brasil, Uruguay, Chile, Canadá y México. Más allá de las diferencias culturales o lingüísticas, en contextos económicos y sociales muy diversos, siempre encontramos los mismos fenómenos. Las contradicciones sociales atraviesan las historias familiares y personales. Son un componente fundamental en la génesis de los conflictos psíquicos. Cuando los fenómenos de promoción y de regresión social se desarrollan de manera rápida y significativa, los individuos se ven confrontados con conflictos de identidad que tienen aspectos económicos, sociales, culturales, familiares y psicológicos. Es conveniente entonces, para entender las distintas facetas de esos conflictos, salir de la segmentación y de la yuxtaposición disciplinaria. Así pues, el aparato psíquico tiene una lógica interna de funcionamiento que le es propia, diferente de la que rige un aparato de producción económica o un sistema familiar. Son niveles de la realidad que obedecen a leyes particulares, autónomas unas con respecto a otras. Pero esa autonomía es relativa. La sociedad y la familia canalizan deseos, imponen prohibiciones, proponen ideales colectivos, modelos de identificación y sistemas de valores y normas. Todos esos elementos influencian la psicología consciente e inconsciente de sus miembros. Inversamente, los individuos contribuyen a producir sistemas sociales y sistemas familiares que responden a sus aspiraciones y son acordes con su personalidad. Por ende, la combinación de esos distintos registros y el análisis de sus articulaciones es lo que resulta verdaderamente explicativo.

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Hay reciprocidad de las influencias cuando los elementos se articulan entre sí en una complementariedad dialéctica, que Georges Gurvitch4 definía como “contrarios que se completan en el seno de un conjunto, por un doble movimiento que consiste en crecer e intensificarse, a veces en la misma dirección y a veces en direcciones opuestas, gracias al juego de las compensaciones”. El fortalecimiento mutuo entre los conflictos vinculados a un cambio de clase, o de cultura, y los conflictos psicosexuales es lo que produce la neurosis de clase. Muchos individuos en situaciones similares no se vuelven neuróticos, porque esos dos registros en lugar de fortalecerse, se compensan. De este modo, conflictos de orden sexual y conflictos de orden social pueden, o bien entrar en correspondencia y fortalecerse mutuamente, o bien compensarse y aniquilarse. En el primer caso, se producirá una neurosis. En el segundo, el sujeto habrá sabido encontrar las mediaciones para su conflicto, jugando sobre distintos registros. La neurosis de clase es el producto de contradicciones que operan sobre tres registros (sexual, social, familiar) que se refuerzan mutuamente para producir una “estructura cerrada”, es decir, un sistema que se cierra sobre sí mismo y absorbe los elementos anteriores para autorreproducirse. Esas contradicciones, de orígenes heterogéneos, se van transformando a medida que se unen entre sí dentro de un sistema neurótico. En definitiva, es el sujeto neurótico quien produce la neurosis de la cual él mismo es producto: se convierte en productor de aquello que lo produjo a él. El enfoque clínico permite entender mejor las raíces de todo ello, brindándole, a su vez, los medios para liberarse. Para captar la dinámica compleja de los procesos que rigen las relaciones entre la psiquis y lo social, la sociología clínica es un proceder sociopsicológico –que apunta a entender de qué manera las transformaciones sociales condicionan las actitudes y comportamientos de los individuos– y al mismo tiempo psicosociológico –que trata de analizar la manera en que un sujeto interviene en tanto actor, inventa prácticas para afrontar esos conflictos y manejar las situaciones sociales–. Se trata, pues, de construir un espacio entre preocupaciones teóricas y preocupaciones existenciales. La hipótesis central de este libro considera al individuo como producto de una historia de la que intenta 4

Georges Gurvitch, Dialectique et sociologie, París, Flammarion, 1962.

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convertirse en sujeto. Esta perspectiva es cercana a los trabajos de Cornelius Castoriadis, cuando escribe: “… un sujeto se sitúa como origen, ciertamente parcial, de su historia pasada, y también como queriendo una historia futura, queriendo ser coautor de esa historia”.5 Un libro cobra pleno sentido cuando favorece ese trabajo de apropiación de su existencia, dando al lector una mejor comprensión de sí mismo y del mundo en el que vive. Vincent de Gaulejac, junio de 1999

5

Cornelius Castoriadis, “L’État du sujet aujourd’hui”, Topique, 38, noviembre 1986, p. 37.

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Introducción U

La neurosis de clase define las principales características de los conflictos psicológicos vinculados al desclasamiento social. La evolución de las sociedades modernas hace que cada vez más individuos cambien de lugar en la sociedad. La movilidad cultural y la movilidad social contribuyen a desarrollar el fenómeno de la individualización: el individuo se define menos por referencia a un grupo social/ étnico/familiar que le confiere un lugar dentro de un orden estable, que con relación a sí mismo, en referencia a categorías desocializadas (su personalidad, su cuenta en el banco, su signo zodiacal, su físico, etc.) dentro de un orden cambiante. Este fenómeno tiene varias consecuencias. Las sociedades tradicionales, jerarquizadas según una estructura social bien instalada y relativamente fija, dentro de la cual cada individuo ocupa un lugar determinado, son sustituidas por una sociedad multipolar, constituida alrededor de redes intrincadas según un orden cambiante, que lleva a los individuos a cambiar de lugar en distintas redes. La multipertenencia es, por otra parte, una estrategia necesaria para alcanzar posiciones de poder, tanto en el ámbito económico como en el político o intelectual. Dentro de las organizaciones, este movimiento reticular también modifica las estrategias de poder y los desafíos de carrera. El gobierno patronal se ve sustituido por el modelo de gestión y el desarrollo de una ideología “liberal”, basada en la adhesión y la motivación como valores que intentan equilibrar la inseguridad y el estrés reinantes. 6 6

Sobre estos temas, véase M. Pagès, M. Bonetti y V. de Gaulejac, L’emprise de l’organisation, Desclée de Brouwer, 1999; Collectif Sciences Humaines Dauphine, L’organisation et le management en question(s), L’Harmattan, 1987, reedición Desclée de Brouwer, 1998.

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En estos universos, la guerra por los lugares tiende a reemplazar la lucha de clases. En el mundo industrial, uno nacía obrero o burgués y seguía siéndolo toda la vida en la gran mayoría de los casos. En el mundo actual, la competencia por ocupar o “inventar” los lugares sociales es cada vez más fuerte. Cada individuo, cualquiera sea su origen, se ve confrontado con la necesidad de hacerse su propio lugar, de “encontrar un empleo” y hasta de “crear su empleo”. Los lugares ya no se atribuyen de una vez y para siempre, hay que “sacárselos” a quienes los tienen o bien inventar nuevos. Esto genera efectos contradictorios: la movilidad fortalece la libertad de elección y las posibilidades de cambio, pero, al mismo tiempo, genera inseguridad, miedo a perder, y la exclusión de todos aquellos que son eliminados de esa competencia. Si la sociedad de clases ligada al capitalismo industrial era una sociedad rígida, jerarquizada y, por lo tanto, represiva, la sociedad dual que se perfila en la actualidad es fraccionada, frágil y opresiva: tiende a hacer del individuo su propio referente, convierte la “realización personal” en un objetivo a alcanzar, cada persona está de alguna manera condenada a realizarse, “el YO de cada individuo se ha convertido en su carga principal”, según la acertada expresión de R. Sennett.7 El reino de la jerarquía superyoica tiende a ser reemplazado por la tiranía del narcisismo, tal como lo analiza C. Lasch8 a propósito de la sociedad norteamericana. Pero estas evoluciones no suprimen por ello el papel de las clases sociales y el peso de la identidad heredada en la constitución del individuo. La noción de individuo sin pertenencia que propone G. Mendel esboza una transformación probable, pero que actualmente sigue siendo relativa.9 Los individuos sin pertenencia son más bien individuos atravesados por pertenencias múltiples. El desplazamiento social puede tomar formas muy diversas: cambio de oficio ligado a fluctuaciones de la producción, cambio de región ligado a la movilidad profesional, cambio de clase ligado a los procesos de ascenso y descenso social, etc. Pero el desarrollo de la movilidad circulatoria (en el plano individual) no ha transformado de manera 7

R. Sennett, Les Tyrannies de l’intimité, Le Seuil, 1979.

8

C. Lasch, Le Complexe de Narcisse, R. Laffont, 1980.

9

G. Mendel, 54 millions d’individues sans appartenance, R. Laffont, 1983.

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fundamental la estructura de clases de nuestra sociedad: los análisis de la movilidad social muestran que la movilidad estructural sigue siendo baja. Esto surge de trabajos de autores tan distintos como P. Bourdieu (La distinción), D. Bertaux (Destins personnels et structure de classe) o C. Thelot (Tel père, tel fils ?). Los fenómenos de reproducción social que determinan las probabilidades de que los niños ocupen en la jerarquía social un lugar similar al de sus padres todavía son muy poderosos. La noción misma de clase social tiende a modificarse, tal como se transformaron considerablemente la burguesía y la clase obrera en el siglo XIX. Asimismo, los conflictos más importantes que marcan las relaciones sociales de fines del siglo XX ya no pueden ser interpretados de modo dominante en términos de lucha de clases. No obstante ello, lo que nosotros llamamos la guerra de los lugares sigue estando fuertemente influenciada por la permanencia de las clases sociales. La pertenencia original a tal o cual clase social es un elemento fundamental, que determina las probabilidades de acceso a tal o cual posición social. Esta permanencia se manifiesta en particular en los individuos “desplazados”, cuando ese desplazamiento los conduce a pertenecer simultáneamente a grupos sociales diferentes, cuyas relaciones están marcadas históricamente por la dominación de uno sobre el otro. Estas relaciones de poder se expresan a través de procesos de oposición, de invalidación, de sumisión o de rechazo, que influencian la personalidad de los individuos que componen estos diversos grupos. Lo que queremos poner de manifiesto son los efectos psicológicos de estos procesos, a través del análisis de los conflictos de identidad que expresan las personas en promoción o regresión social. Tal es el caso de los inmigrantes de segunda generación instalados en Francia, de los hijos e hijas de campesinos o de obreros que llegan a ser universitarios o ejecutivos, de los hijos de la alta burguesía que está en decadencia, de todos aquellos cuya trayectoria se ve marcada por rupturas importantes, y que se hallan confrontados con sistemas de referencia dobles y contradictorios. Todo individuo que cambia de clase social vive un conflicto entre su identidad heredada (identidad de origen que le confiere su medio familiar)10 y su identidad adquirida (la que va construyendo en el transcurso de su trayectoria). 10

Véase V. de Gaulejac, “L’héritage”, Connexions, nº 41, octubre 1983.

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Estos conflictos no provocan necesariamente una neurosis. Para que haya neurosis es necesario que los conflictos se inscriban en una estructura psíquica vulnerable, que se apoyen sobre un desarrollo psicosexual problemático. La característica principal de la neurosis de clase remite a la intrincación sistémica entre conflictos sociales y conflictos psíquicos, que se van apoyando unos sobre otros en el sentido de un fortalecimiento mutuo. El término neurosis de clase es ambiguo en el plano teórico, porque tiende a asociar una noción clínica y una noción sociológica que no tienen un vínculo directo entre sí: las clases no son neuróticas, las neurosis no dependen de las clases sociales. El término neurosis en psicoanálisis designa un modo de estructuración psíquica, mientras que aquí es utilizado para describir un cuadro clínico. El término de clase podría dar a entender que presentaremos aquí una tipología de las neurosis según las clases sociales (pero en tal caso tendría que ser de clases), o que define las características patogénicas de las distintas clases sociales, lo no es el caso tampoco. Sin embargo, hemos conservado este término porque tiene una resonancia particular en las personas cuyos conflictos psicológicos están ligados a un desclasamiento. En la subjetividad de estas personas existe un estrecho vínculo entre su trayectoria social y las dificultades psíquicas con las que se enfrentan. Aunque el término neurosis de clase sea criticable teóricamente, permite caracterizar un cuadro clínico que describe la sintomatología de los individuos que cambian de posición en la estructura de clases. La descripción de ese cuadro clínico permite aclarar el papel respectivo que juegan los factores psicosexuales y los factores sociales en la génesis y el desarrollo de este tipo de neurosis. Este análisis es una ocasión para reflexionar sobre las relaciones entre la sociología y el psicoanálisis, sobre el interés y los límites de sus respectivos aportes a la comprensión de los destinos humanos y de los conflictos existenciales: a propósito de las relaciones entre la historia social, la historia familiar y la historia personal en el desarrollo de la personalidad; a propósito de la génesis social de los conflictos psíquicos, en particular en el desarrollo de los sentimientos de culpa, de humillación y de inferioridad; a propósito de la articulación entre los componentes sexuales y los componentes sociales del complejo de Edipo; a propósito de las nociones de novela familiar y de escisión del YO…

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Se trata de ilustrar el análisis dialéctico cuyos fundamentos hemos planteado, junto a M. Bonetti y M. Pagès, en nuestra investigación sobre la influencia de la organización, y que consiste, según la expresión de Max Pagès, en “proponer articulaciones significativas entre procesos que conciernen a distintos campos”.11 Este análisis se basa en cuatro principios: UÊ un procedimiento multipolar que consiste en interrogarse sobre un fenómeno, la neurosis de clase en este caso, en el punto de intersección de varios métodos; UÊ una problematización múltiple que relaciona varias perspectivas, en este caso los enfoques fenomenológicos, psicoanalíticos y sociológicos; UÊ el modelo de la autonomía relativa, que permite dar mayor precisión a la noción de articulación: cada registro estudiado (el registro social, el psicofamiliar y el psíquico) tiene una dinámica de funcionamiento propia, pero se relaciona con los demás a través de correspondencias, influencias recíprocas de complementariedad o de oposición, de rechazo o de integración, de refuerzo o de neutralización; UÊ el acento puesto en las contradicciones como analizadoras de los conflictos observados: los conflictos vividos por los individuos son interpretados como respuestas a las contradicciones con las cuales se ven confrontados. La neurosis de clase es el fruto de contradicciones que operan sobre tres registros que se refuerzan mutuamente para producir una “estructura cerrada”, según la definición de Roger Perron.12 UÊ



registro social: las contradicciones sociales que caracterizan a las relaciones de clases atraviesan la identidad de los individuos con doble pertenencia; registro familiar: estas relaciones se reflejan dentro del sistema familiar, por lo general en la pareja parental que propone a los niños aspiraciones y modelos de identificación contradictorios;

11

Véase M. Pagès, Trace ou sens, Ed. Hommes et Groupes, 1986.

12

R. Perron, Genèse de la personne, PUF, 1985.

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registro psicosexual: estos conflictos se hacen eco de las contradicciones de los deseos inconscientes, en particular edípicos, y de la culpa que de allí se deriva.

La mezcla de estas contradicciones en un “complejo”, un “nudo” y su correspondencia interactiva en un sistema que se cierra sobre sí mismo, llevan a producir una estructura neurótica que tiende a la repetición, la inhibición y la resistencia al cambio. El material utilizado para esta investigación proviene principalmente de seminarios de implicación e investigación sobre el tema “Novela familiar y trayectoria social”, cuyos principios y método exponemos en el capítulo 8. Esto representa un corpus de 600 historias personales, recolectadas a lo largo de unos cincuenta seminarios que coordinamos personalmente. De entre los 600 casos hemos retenido unos veinte, que dieron lugar a entrevistas individuales fuera del marco temporal del seminario. En este libro hemos elegido no presentar más que algunos casos y testimonios autobiográficos publicados en forma de novelas o de relatos de vida. Se trata de una limitación deliberada, siguiendo en esto la experiencia de Freud, que declaraba a Lou Andreas-Salomé: “Usted sabe que yo me preocupo por el caso aislado esperando que de allí surja lo universal” (carta de 1905). Para pasar del caso de Dora a la comprensión de la histeria o del caso del presidente Schreber a la comprensión de la paranoia es necesario haber analizado cientos de casos. El caso es la condensación, a propósito de una persona, de procesos descubiertos de a poco en otras. El caso ilustra hipótesis elaboradas en otra parte y adquiere un carácter universal cuando su singularidad fue relativizada y se vuelve representativo de los mecanismos que intervienen en el fenómeno estudiado. A propósito del presidente Schreber, Freud justificaba su enfoque escribiendo: “… una tesis escrita por el enfermo puede reemplazar el conocimiento personal del enfermo. Es por ello que me parece legítimo relacionar las interpretaciones analíticas a la historia de la enfermedad de un paranoico que nunca he visto, pero que ha escrito y publicado por sí mismo su caso”.13 13

Véase S. Freud, Cinq psychanalyses, PUF, 1966, p. 264.

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Sin embargo, la utilización clínica de un material autobiográfico plantea cierto número de problemas. Se trata de una forma de expresión muy elaborada, en la medida en que pasa por la mediación de la escritura, lo que la diferencia de la expresión oral, que, en principio, puede parecer más espontánea. En realidad, estas diferencias son tal vez menos importantes de lo que parecen. Todo discurso, oral o escrito, es una reconstrucción y, en ese sentido, no puede ser identificado con lo real. Con más razón aún cuando se trata de un discurso sobre el pasado que solo puede ser “tiempo recompuesto”. Precisamente la cualidad principal del novelista es encontrar las palabras que más se acerquen a la realidad: “…los poetas y los novelistas son valiosos aliados y su testimonio debe ser altamente estimado pues conocen, entre el cielo y la tierra, muchas cosas que nuestro conocimiento escolar todavía no puede ni imaginar. En lo que respecta al conocimiento del alma, ellos son nuestros maestros, maestros de los hombres comunes, pues se nutren de fuentes a las que la ciencia todavía no tiene acceso”.14 En consecuencia, si bien la novela ofrece un material fijo que no puede enriquecerse con la dinámica interactiva que tiene una entrevista de investigación o terapéutica, su interés radica en la capacidad del autor para poner de manifiesto las “verdades” de la condición humana. Su subjetividad nos ilumina sobre nuestra propia existencia cuando él encuentra las palabras que expresan de la mejor manera relaciones entre los sentimientos, las situaciones, las emociones, las representaciones, etc. Cuando un discurso de esa índole da lugar a un análisis y a interpretaciones, la cuestión no es entonces saber si estos son acertados o falsos para aquel que permitió enunciarlos, sino si permiten ampliar nuestra comprensión de los mecanismos que están en juego. Lo importante no es entender la obra en sí o a su autor, sino producir hipótesis cuya validez dependa de su capacidad para dar cuenta del proceso y de su grado de generalización. La novela es una herramienta de investigación privilegiada de la articulación entre lo psíquico y lo social. También tienen otra ventaja: es un material publicado y, por lo tanto, accesible para todos. El hecho de hacer públicas historias privadas plantea problemas éticos, metodo14

Véase S. Freud, Délires et rêves dans la Gradiva de Jensen, París, Gallimard, col. Idées, 1971.

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lógicos y deontológicos, sobre todo cuando se trata de publicarlas. Ese problema no existe en el caso de la literatura, en la medida en que el autor acepta por adelantado el riesgo de la lectura y de la interpretación de lo que escribe. Su historia cae, pues, en el dominio público y cualquiera puede apropiársela para comentarla, analizarla, interpretarla y utilizarla. Por otra parte, este carácter público facilita la discusión y la confrontación. No pueden publicarse in extenso entrevistas de investigación, y siempre puede quedar la duda de que el investigador haya tomado del material bruto solo los elementos que servían para apoyar su demostración. Sea como fuere, casi nunca es posible verificarlo y la discusión de las hipótesis solo puede ser parcial, dado que solo el investigador conoce los datos iniciales. La novela posibilita una confrontación más amplia, puesto que cualquiera puede tenerla como referencia constantemente. Esa es la razón por la cual hemos privilegiado las referencias a novelas en la presentación de nuestro trabajo. Si bien la mayor parte de nuestras hipótesis fueron producidas a partir de las historias de vida que recolectamos nosotros mismos, siempre que fue posible decidimos ilustrarlas con casos literarios.

1

U

Historia e historicidad U

“El hombre no tiene naturaleza, lo que tiene es... historia”. Ortega y Gasset “Lo importante no es lo que se ha hecho del hombre, sino lo que él ha hecho de lo que se ha hecho de él”. J. P. Sartre

La neurosis de clase especifica un conflicto que emerge de la articulación entre la historia personal, la historia familiar y la historia social de un individuo. Son las correspondencias entre estos tres registros las que permiten comprender la génesis y el desarrollo de esta configuración neurótica, los fenómenos de poder entre las clases sociales que atraviesan a las familias, a las relaciones de pareja y a las relaciones padres-hijos, contribuyendo así a formar la identidad de estos últimos. Para analizar los procesos que funcionan en esta transmisión, es necesario que comprendamos en qué medida la historia actúa en la producción de un individuo, cuáles son las mediaciones por las que se pasa de la historia social a la historia personal, cómo las contradicciones sociales pueden producir conflictos psicológicos. Considerar al individuo como producto de la historia pone en tela de juicio el egocentrismo innato del hombre. En principio, cada uno tien-

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de a considerar que la historia comienza a partir del momento en que se toma conciencia de la propia existencia. Aceptar considerarse como un simple elemento que tiene sus raíces en el pasado y continúa más allá de sí mismo, sacude la percepción de la conciencia y más aún de los deseos de omnipotencia del inconsciente. Salir del etnocentrismo requiere un “trabajo” de renuncia a la omnipotencia y la aceptación del carácter contingente y pasajero de la existencia. “Mi familia, mis orígenes familiares por los cuales yo no me preocupaba mucho hasta ese entonces, ahora me interesan cada vez más. Había ciertamente un fondo de hostilidad en la convicción orgullosa de que yo era entre los míos un fenómeno único, inexplicable, imprevisible. Al irse alejando ese medio social donde he sido totalmente incomprendido, al ir cayendo sus miembros uno tras otro, mi aversión empieza a ceder, y cada vez estoy más dispuesto a reconocerme como su producto”.15 La sucesión de generaciones inscribe sus efectos en cada uno de los miembros de una familia. Así, cada uno está ligado a los otros por una serie de lazos económicos, ideológicos y afectivos que operan en gran medida de manera inconsciente. Es allí donde es necesario comprender “el apego” a la vez como un fenómeno afectivo y limitante. El individuo está limitado por esos lazos que coartan su libertad de movimiento, pero esos lazos también son relaciones que insertan al individuo en una red relacional que implica el tejido familiar y social. La configuración de un árbol genealógico pone de manifiesto de qué manera el individuo es el producto de alianzas sucesivas que se amplían a medida que se profundiza en la historia familiar, en una progresión geométrica que se pierde al cabo de 3 o 4 generaciones en una red ampliada. Al igual que una matrioshka, la historia individual está insertada dentro de una historia familiar y esta, a su vez, dentro de una historia social. Cada uno se inserta en esa red que sitúa su lugar, su identidad. En ese sentido, el hombre es historia. Esta fórmula debe ser comprendida en varios planos: UÊ

15

el individuo es producido por la historia. Su identidad se construye, por un lado, a través de eventos personales que ha vivido y forman la trama de su biografía, historia singular y única y, por

M. Tournier, Les Météores, París, Gallimard, 1975.

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otra parte, por elementos comunes a su familia, su medio, su clase de pertenencia, que lo posicionan como ser sociohistórico; el individuo es un actor de la historia. Si bien el individuo puede ser considerado como un producto de la historia, también es productor de ella. Es portador de historicidad, es decir, de la capacidad de intervenir sobre su propia historia, función que lo sitúa como sujeto en un movimiento dialéctico entre lo que es y en lo que se convierte: el individuo es el producto de una historia de la que intenta convertirse en sujeto; el individuo es productor de historias: a través de su actividad fantasmática, su memoria, su palabra y sus escritos, el hombre opera una reconstrucción de su pasado, como si al no poder controlar su curso, quisiera al menos comprender el sentido.

Estas diferentes dimensiones de la historia son particularmente visibles en los individuos cuya trayectoria está marcada por rupturas tanto culturales como sociales. Es el caso de Zahoua, cuya identidad está atravesada por los conflictos entre la cultura argelina y la cultura francesa. También es el caso de François, procedente del mundo obrero, que se casa con una mujer de la alta burguesía.

El ejemplo de Zahoua Este ejemplo ha sido tomado de un artículo de Abdelmalek Sayad16 sobre la situación de los inmigrantes en Francia. A partir de una entrevista con una joven estudiante argelina llamada Zahoua, en la que esta traza la historia de la emigración de su familia y, más allá de esa experiencia inmediata, la historia de las relaciones entre las sociedades francesa y argelina, A. Sayad muestra los lazos entre el conjunto de contradicciones que la emigración genera y los conflictos psicológicos que suscita: “Esos conflictos, habitualmente descritos en términos psicológicos, son considerados aquí en su verdadera dimensión sociológica: al mismo tiempo que son enunciados, son enunciadas las condiciones sociales de su génesis”. 16

A. Sayad, “Les enfants illégitimes”, Actes de la recherche en Sciences Sociales, 1ère partie, n° 25, 2ème partie, n° 26.

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Es así que Zahoua describe la “fractura que divide a su familia entre los que nacieron en Argelia y los que nacieron en Francia”, así como el drama de su padre, que interroga a sus hijos en quienes no se reconoce: “¡No sé qué son ustedes!... ¿de dónde vienen, de dónde nos vienen? [en árabe en la entrevista]. ¿De dónde son ustedes?... ¿de aquí [de Francia] o de allá [de Argelia]?”. Él expresa de este modo un problema de “reconocimiento” entre padres e hijos, una contradicción entre un proyecto parental apoyado en la cultura argelina y las nuevas condiciones de existencia que llevan a los hijos a realizar otros proyectos. “No hay proyectos nuestros que se cumplan”, constata el padre de Zahoua. Es así que educa a su hija mayor con la idea de que llegue a ser una buena esposa y una buena madre, y luego descubre que el matrimonio no funciona y que su hija tiene que salir a trabajar sin ninguna calificación; es así que decide casar a sus dos hijos relativamente jóvenes con mujeres que hace venir de Argelia, a fin de mantener la tradición y la autoridad sobre ellos, y se da cuenta de que en cuanto se casan, tanto los hijos como las nueras se liberan tanto de la tradición como de su autoridad. Queriendo transmitir a sus hijos el modelo argelino en el cuál él se reconoce, se da cuenta de que ha engendrado “extraños”17(*) que no comprende, hijos que se refieren a un modelo francés, hijos que quiere y rechaza a la vez. Los emigrantes están divididos entre dos culturas, dos tradiciones, dos lenguas, dos países diferentes. Los padres han interiorizado las costumbres de un país, pero viven en otro; los hijos han interiorizado las costumbres de ese otro país y los padres les piden que se conformen al modelo del país de origen. Todo joven magrebí nacido en Francia o traído desde pequeño está sometido a una serie de mandatos paradójicos que podemos resumir del siguiente modo: UÊ UÊ

Conviértete en un hombre o una mujer responsable en la sociedad donde vives... Permanece fiel a las tradiciones de tus ancestros, de tu país...

“Dividido entre una modernidad compleja y una tradición lejana e inaccesible, todo joven inmigrante se encuentra confrontado con un 17

En este caso es válida la ambivalencia del término francés “étranger”, que tanto significa “extraño” como “extranjero”. (N. del T.).

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problema... Es una especie de heredero de la ruptura que han vivido profundamente sus padres”. La confrontación con un doble sistema de referencia, en donde los elementos son opuestos, ocasiona en el emigrante una especie de confusión ideológica, una culpabilidad latente (los temas de la traición y de la negación aparecen frecuentemente), un malestar consigo mismo, con el país que lo acoge y con su país de origen. “Si los emigrantes... dan la impresión de que no saben a qué atenerse, de que están agobiados por la situación, seguramente es porque, a la manera de los colonizadores, ellos llevan en sí mismos el producto de su historia, un sistema de referencia doble y contradictorio. Habiendo interiorizado ya antes de su emigración dos morales contradictorias, cotidianamente contrariadas por su experiencia de emigración, se ven obligados a confrontar puntos de vista contradictorios ante todo lo que les sucede”. Podemos hacer un paralelo entre ese doble movimiento contradictorio, diacrónico y sincrónico, que atraviesa la colonización-emigración, y la situación de los hijos de los campesinos o de los proletarios, que son confrontados con un ascenso social importante: al igual que la colonización, las contradicciones sociales producen en ellos conflictos de idealidad y de aculturación. Así, una situación social producida por la historia, compartida colectivamente por un grupo de individuos, va a estructurar su vivencia psicológica, provocando en ellos algunas de las neurosis individuales. En la medida en que uno es portador dentro de “sí mismo” de la historia de su grupo de pertenencia, se ve atravesado por las contradicciones que caracterizan la historia de ese grupo. La génesis social de ciertos conflictos psicológicos requiere una comprensión de los mecanismos sociales que estructuran la existencia individual, no solamente desde el interior o dentro de “sí mismo”, sino también desde el exterior. Solo se puede comprender la propia situación haciendo referencia a la situación del conjunto con el cual se comparte la condición. A. Sayad muestra que Zahoua no puede comprender su propia condición sin comprender la situación de los otros: el análisis de lo que ella vive, de lo que viven su padre, su madre y cada miembro de la familia es indisociable del análisis de las condiciones sociales de esas vivencias. Más allá de las “miserias” que afrontan su padre y su madre, comprendiendo el origen social de esas miserias, Zahoua llega a comprenderlos y luego a comprenderse a sí misma: “El autoanálisis se convierte así en un verdadero ‘socioanálisis’. A este último Zahoua debe, entre otras cosas, el hecho de haber llegado a la com-

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prensión de su situación y de su propia experiencia..., a restaurar la integridad de una identidad que el conflicto de la emigración ha dislocado: ella contribuye a liberar (al menos parcialmente) contradicciones múltiples impuestas por ese doble sistema de referencia del cual no se puede salir”. Frente a ese double-bind social que sitúa a Zahoua en una situación paradójica, el análisis de la génesis social de sus conflictos personales e interpersonales le permite acceder a un nivel de metacomunicación, único medio para salir de esa doble presión. Nombrar las cosas como son, desarmar los mecanismos que producen esos dobles lazos, comprender la cadena que va de la historia de la colonización a la emigración, de la emigración a la historia de su familia y de esa historia a la construcción de su identidad, es el medio para Zahoua de desarrollar su función de historicidad, es decir, su capacidad para analizar y comprender los elementos que la constituyen como sujeto histórico.

Un ejemplo de neurosis de clase Otro ejemplo permite ilustrar de qué manera las contradicciones sociales (en este caso los antagonismos de clase) se reflejan en un conflicto psicológico para provocar una neurosis de clase. François es un ingeniero que conocimos en un momento de su vida en el que se encontraba preparando un doctorado de tercer ciclo de Economía. Estudiante brillante pero reservado, o casi inhibido, aparentaba ser un joven ejecutivo (28 años) exitoso desde todo punto de vista. Sin embargo, su manera de ser y sus intervenciones expresaban una violencia contenida y una rebeldía profunda. Nos contó su historia a partir de un dibujo sobre el tema “la historia de mi vida”. François es hijo de un obrero, militante activo en el Partido Comunista y en la CGT durante cuarenta años. Por un lado, su padre le ha inculcado “el odio hacia los financistas y los burgueses incapaces”, y por otro, “la admiración por las personas inteligentes que llegan al poder”, en particular las que han estudiado en el Politécnico.18 (*) El padre desea 18

) El Politécnico en Francia es una escuela superior que forma a las élites intelectuales y económicas. El ingreso a esta escuela es particularmente difícil y las personas que entran y son formadas allí gozan de un gran prestigio. (N. del T.).

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que su hijo logre, mediante sus estudios, mostrar su inteligencia y llegar al poder. Al mismo tiempo, combate a los burgueses que ocupan dicho poder. François vive ese doble mensaje como una contradicción irreductible, que se traducirá en una escolaridad a la vez brillante y difícil: es bueno en matemática, pero nunca es el mejor. Sin embargo, detesta esa materia que lo obliga a entrar en un marco lógico cerrado, rígido, en un “orden establecido”. Por el contrario, le gusta el francés, materia en la que su desempeño es regular. Incapaz de concentrarse en un tema, comienza una frase que asocia con otra, dejando fluir su pensamiento, lo que hace que su discurso sea desordenado e incomprensible. Sus profesores le corrigen sistemáticamente esa falencia, con el comentario al margen de “fuera del tema”. Eso no le impide, sin embargo, pasar sus exámenes y preparar su ingreso al Politécnico, al que no logra entrar. Simultáneamente, entra al Partido Comunista. Como él mismo dice, entra luego al Politécnico “por influencias del suegro”. En efecto, François se casa con Isabelle, una muchacha de la clase burguesa (departamento de 16 habitaciones en un barrio burgués de París, casa de campo en las afueras, casa en la Costa Azul, casa de los abuelos en Deauville, cargo importante de su suegro que es egresado del Politécnico, etc.). No solo los padres de François están satisfechos con este matrimonio, sino que desean que su nieto (hijo de Isabelle y de François) sea educado por la familia política a fin de que le den “una buena educación”. François sufre dolorosamente esa posición de sus padres. Como no puede proponerle a su mujer “que vivan en un departamento barato”, acepta y sufre sin decir nada, pero sintiéndose mal, “todo el engranaje del departamento en París, los fines de semana en el campo, las vacaciones con la familia de su mujer, etc.”. Él reprocha a su padre el haber aceptado y favorecido esa situación, no solo porque no se opuso, sino porque lo felicitó: “Bravo, hijo, lo has logrado”, sin ver la contradicción en la que este se encontraba atrapado. A partir de estos elementos vemos aparecer un guión sociopsicológico que produce una situación de tipo neurótico. Al principio, una familia de clase obrera insiste en el deseo de cambiar el orden social a través de la lucha de clases, deseando a la vez para sus hijos otro lugar dentro de ese orden. Para realizar las aspiraciones paternas, François debe ingresar al Politécnico para demostrar que los

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obreros son tan inteligentes como los burgueses, pero, al hacerlo, él mismo se convierte en un burgués y pasa del lado de estos, que son responsables de la “vida de perro” que han llevado sus padres. Para satisfacer el deseo paterno, para ser amado, él debe convertirse en lo que sus padres le enseñaron a detestar. Encontramos aquí una explicación de la trayectoria escolar de François: es bueno en matemáticas a pesar de que no le gustan, pues considera que están del lado del orden. Sin embargo, nunca es el mejor en esa materia. Es malo en francés a pesar de que le gusta la materia, pues se ubica siempre “fuera del tema”, es decir, fuera de ese “orden”. Podemos pensar que aquí se refleja su conflicto con la autoridad y el orden establecido, que determina lo que está “dentro del tema” o “fuera del tema”: estar fuera del tema es una forma de ser devuelto a su lugar. François intenta así demostrar su capacidad de ser inteligente y de tener éxito, conservando una libertad de pensamiento y de expresión que no se deja reducir al marco fijado por el orden establecido. Tiene éxito en lo que no le gusta, mientras que no lo tiene en lo que le gusta, único medio de responder a un proyecto parental también contradictorio. Es el mismo camino que lo llevará, después de haber fracasado en el examen de ingreso al Politécnico, a casarse con la hija de un egresado del Politécnico que pertenece a la alta burguesía y a ingresar al Partido Comunista. Realiza de este modo el doble mandato de entrar al Politécnico, aunque sea “por influencias del suegro”, es decir, de convertirse en un burgués, manifestando a la vez su solidaridad con su clase de origen y, por ende, con su padre, al convertirse también en militante del Partido Comunista. El punto esencial que “cierra” de alguna manera la red de contradicciones en la que François va a encontrarse encerrado es entonces el discurso paterno: “Bravo, hijo, lo has logrado”. Felicitaciones que no se dirigen al militante comunista, sino al hijo que ha cambiado de clase social. Para el padre, se trata del orgullo de ver a su hijo ascender en la escala social. Para François, se trata de un doble fracaso: fracaso por no haber podido lograr ese cambio por sí solo, sino a través de su matrimonio, lo que lo vuelve dependiente de su familia política; fracaso por haberse pasado del lado de un orden que él desearía cambiar radicalmente. Las felicitaciones refuerzan entonces su culpabilidad ligada a la renuncia a sus orígenes, puesto que el cambio de clase, que parece satisfacer a sus padres, fue vivido por François como una traición. Lo

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insoportable para François es ver a sus padres aceptar y regocijarse por el hecho de que su hijo se haya casado por la Iglesia y que su nieto esté siendo educado “como un burgués”, hasta tal punto que se alejan para no perturbar el ascenso de su hijo. Él se ve incitado así a reprochar a su padre por aprobar e incluso por reproducir el orden social, mientras que le enseñó a vivir la lucha de clases. Pero François no puede expresar ese reproche, puesto que ahora se ha convertido en un burgués y su padre sigue siendo un obrero. Tiene que reprimir esa cólera contra su padre, que no solo lo abandona, sino que renuncia a la lucha aceptando la invalidación de su clase social. Su adhesión al Partido Comunista será un intento de reparación pasajero, puesto que François lo dejará rápidamente para sumergirse en un silencio hostil, alimentado por la lectura de Nietzsche. A partir de ese momento, François se siente impotente, desposeído de una parte de sí mismo, incapaz de reaccionar. No puede pedirle a su mujer que vivan en un apartamento barato, entonces acepta vivir en el departamento ofrecido por su familia política. Se deja llevar por los compromisos de la vida burguesa que sin embargo detesta. Admite la renuncia de sus padres a participar en la educación de su hijo y acepta que este sea “ayudado” y beneficiado por las “facilidades burguesas” que él no tuvo. Lo único que François puede hacer es expresar su cólera el día en que sus suegros traen a su hijo de la peluquería, presentándole la imagen de un niño “bien peinado”, es decir, la imagen de eso en lo que se está convirtiendo: un hijo de la buena burguesía, que ciertamente logrará hacer una carrera politécnica. François no pudo encontrar mediaciones entre lo que él es como hijo de obrero y lo que ha llegado a ser como padre de un “pequeño burgués” destinado a ser un heredero de la alta burguesía. Está desgarrado en su interior por este conflicto, que es la traducción a nivel psicológico de las relaciones de dominación entre dos clases. La culpabilidad que deriva de ello no se reduce a la dimensión edípica. Aunque la relación con su padre sea uno de los elementos esenciales del guión que presenta François, esta relación está sustentada por el antagonismo entre la clase obrera y la burguesía. Dicho antagonismo lleva a los padres obreros a desear para su clase un vuelco del orden establecido y para sus hijos, un ascenso, a fin de que ellos pasen “del otro lado”. Sus hijos se hallan tironeados entre la aspiración colectiva de su clase de pertenencia y la aspiración individual del éxito social: el éxito individual los confronta con una rup-

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tura de solidaridad con relación a sus orígenes sociales. Ruptura tanto más importante cuanto que se traduce en diferentes niveles: el paso de la clase obrera a la clase burguesa requiere la adquisición de nuevos hábitos, de un nuevo lenguaje, de prácticas que generan una distancia entre las maneras de hacer y de ser de los padres y de los hijos. Esa distancia social genera una distancia afectiva. Los padres tienen el sentimiento de estar frente a un extraño a quien ya no comprenden; los hijos sienten una deuda por el esfuerzo que sus padres hicieron para asegurar su éxito y, al mismo tiempo, no saben cómo compartir los frutos. Es una situación propicia a los malos entendidos, a la humillación y a la culpa, que torna difícil la comunicación y favorece el distanciamiento afectivo. Para François, el hecho de que su padre acepte y favorezca ese distanciamiento es a la vez una prueba de amor, puesto que es la condición para permitir su éxito, y una traición a los ideales y los valores de los cuales es portador. Como el amor recubre la traición, François no puede reprochar esta última sin reconocer el primero. Solo puede sentirse culpable de responder con enojo al amor así prodigado. Al refugiarse en el silencio, ratifica la distancia con su familia de origen.

El individuo producido por la historia Los ejemplos de Zahoua y de François ilustran la hipótesis según la cual el individuo es “producido” por la historia. Nos ayudan a comprender de qué modo la historia personal está marcada por los conflictos de la historia familiar, que, a su vez, está atravesada por las contradicciones de la historia social: la historia de la colonización y de la inmigración argelina para Zahoua, la historia de las relaciones entre la burguesía y la clase obrera para François. Las contradicciones con las que se confrontan cada uno de ellos no tienen que ver con una estructura psicótica de sus respectivos padres. Los conflictos a los que deben hacer frente no son solamente psicológicos, puesto que están ligados a las contradicciones que caracterizan la historia de sus grupos de pertenencia y del campo social en el que se apoya su identidad. Su “psicología” es, entonces, en parte el resultado de un proceso histórico, que generó la situación social a la que han sido

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confrontados. En este sentido, la historia es “actuante”, en la medida en que condiciona los comportamientos, las maneras de ser, las actitudes y la personalidad de los distintos miembros de una familia. Comprender de qué manera esa historia es “actuante” vuelve necesario el análisis de la génesis social de los conflictos psicológicos, es decir, de los mecanismos sociales que estructuran la existencia individual, no solo desde el interior, o “dentro de sí mismo”, sino también desde el exterior, ya que las situaciones de Zahoua o de François no pueden ser comprendidas sino en referencia a su modo de inserción social. El psicoanálisis aborda este problema mostrando la permanencia del pasado en el inconsciente. Para el inconsciente, la historia se actualiza constantemente. Es el sentido de la expresión “el inconsciente no tiene historia”, que sitúa el funcionamiento psíquico en el registro de la condensación y del desplazamiento: en el orden psíquico, la reversibilidad es posible. Los acontecimientos lejanos “resurgen” del inconsciente en forma de emociones, afectos, sentimientos, deseos. Freud nos muestra que el pasado se perpetúa en la vida psíquica: “Nada en la vida psíquica puede perderse, nada de lo que se ha formado desaparece, todo se conserva de alguna manera y puede reaparecer en determinadas circunstancias favorables...”.19 Freud compara la construcción de la identidad con la construcción de una ciudad que se hace en etapas sucesivas. Cada etapa prefigura la siguiente, que, sin embargo, la cubre luego. En la construcción de la identidad, el aparato psíquico mantiene “la supervivencia del estado primitivo junto al estado transformado que ha derivado del anterior”. Como la identidad se forma a partir de identificaciones sucesivas, el individuo conserva en sí mismo sus relaciones anteriores y, en primer lugar, los lazos afectivos que estableció con sus padres y que, a través de la imitación y la repetición, lo llevaron a constituirse para acceder al mundo del deseo. Pero la mayor parte de los trabajos de inspiración psicoanalítica solo toman en cuenta las cualidades psicológicas, cuando la identificación concierne también a los aspectos, a las propiedades y a los atributos sociales de las personas que son objeto de la identificación. Al tratar este problema independientemente del análisis de las relaciones 19

S. Freud, Malaise dans la civilisation, PUF, 1971, p. 11.

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sociales y de la posición social que ocupan los individuos, se limita la influencia de la historia en la constitución del aparato psíquico a la esfera de las relaciones intrafamiliares sobre una o dos generaciones. Se excluye entonces la posibilidad de analizar en qué medida la historia de las relaciones sociales y de la genealogía atraviesan al individuo, lo marcan, lo forman, lo actúan... Considerar estos fenómenos exclusivamente por sus efectos psíquicos conduce a autonomizar por completo al aparato psíquico, como si solamente estuviera vinculado a la “personalidad” y, por ende, a considerar al hombre como el motor de la historia, cuando no es más que uno de sus engranajes. Se tiende, de este modo, a reducir la incidencia del pasado a las primeras relaciones infantiles y a autonomizar radicalmente la vida psíquica del campo social. “Se ha establecido un consenso para hacer del niño con relación al hombre y del niño que está dentro de cada hombre, la clave de su destino personal y el principio explicativo esencial de su historia”.20 Este postulado denunciado por Castel sigue predominando en la mayoría de las teorías psicológicas actuales, que se expresan en la clínica, la pedagogía, la criminología, etc..., y que consideran que las relaciones establecidas en la infancia determinan el destino de un individuo, más aún cuando no han sido “satisfactorias”. Si consideramos que el destino de un individuo está determinado por la historia, esta no puede reducirse a la historia de las relaciones afectivas entre el niño y los adultos que lo han rodeado en sus primeros aprendizajes. Estas relaciones están sostenidas, a su vez, por una serie de relaciones que las determinan. No son solo portadoras de aspectos afectivos, sino también ideológicos, culturales, sociales y económicos, y cada uno de estos niveles no puede disociarse de los otros, en la medida en que su intrincación es la que produce la estructura de programación, el sistema de habitus, el marco referencial sobre el cual el niño va a apoyar su propia historia. Incluso los enfoques psicológicos que no niegan el impacto de la historia social sobre el destino personal, consideran que dicha historia es solo un elemento externo que no concierne directamente a la formación y al funcionamiento de la psiquis, dado que el Yo está de alguna manera posicionado como mediación entre el interior –que es de incumbencia de la psicología– y el exterior –que incumbe a la sociología–. 20

R. Castel, La gestion des risques, París, Gallimard, Ed. de Minuit, 1981.

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La oposición de los enfoques psicológicos y sociológicos, en particular del psicoanálisis y del marxismo, las discusiones sobre las relaciones entre individuo y sociedad, entre lo mental y lo social, conducen a imponer una concepción del hombre que se debatiría entre dos escenarios independientes: un escenario “interior”, en donde se juegan los afectos, las fantasías, las representaciones, las emociones, los sentimientos, escenario donde el individuo tiende a constituirse en sujeto; un escenario “exterior” en donde se juegan la lucha de clases, las relaciones económicas, culturales y sociales de las que el individuo es objeto: objeto de la historia de las formaciones sociales, objeto de los sistemas sociales, objeto moldeado por las condiciones concretas de existencia que producen las relaciones sociales. En realidad, la vida es una obra que se representa en un solo escenario. Si hay “otro escenario”, metafórico y simbólico, las “representaciones” que tienen lugar allí y la maquinaria que sirve de soporte concreto a la puesta en escena son la expresión del escenario existencial donde se juegan las relaciones sociales. El “otro escenario” no es un escenario aparte, que funciona independientemente del campo social sobre el que se apoyan sus estructuras. Comprender el peso de la historia en sí mismo es comprender la articulación entre su historia personal y la historia social en la que se inscribe. “Comenzaba a darme cuenta de que mi situación psicológica personal no podía separarse de la situación socioeconómica de mi familia, que los mecanismos de identificación jugaban también sobre un modo social, y que no es solamente un problema de complejo de Edipo no resuelto. En realidad, es un enfoque original el que me permitió darme cuenta de que yo era, desde luego, el hijo de mi padre y de mi madre, pero que también era el hijo de un campesino convertido en obrero y de una criada que llegó a ser lavandera y madre de familia... y que esa vivencia estaba intrínsecamente ligada a la historia de mis relaciones infantiles”.21 Este testimonio, al igual que los de Zahoua y François, hace hincapié en la dimensión sociopsicológica del peso de la historia. Toda la experiencia biográfica de un individuo es la que marca su desarrollo, constituyéndolo como un ser psico-social-histórico. 21

B. Jondeau, “Faire craquer l’impérialisme des théories psychologiques”, Le groupe Familial, n° 96, julio/agosto 1982.

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W. Reich había entendido este problema cuando escribía que el psicoanálisis permitía comprender de qué manera las pulsiones sádicas de un individuo lo llevaban a convertirse en carnicero, cirujano o detective, pero que era sobre todo “la posición económica de un individuo la que lo haría sublimar su sadismo como carnicero, como cirujano o como detective”.22 Indicaba así que toda pulsión “está” socializada de “cierta manera” y que los destinos personales son el resultado de una combinación entre los procesos psíquicos y los procesos sociales. El individuo es, en sus comienzos, un heredero. El empleo que ocupa, los estudios que “elige”, el cónyuge con quien se casa, el lugar que habita, el modo de vida que lo caracteriza, las ideologías que defiende, etc., son el producto de su experiencia biográfica que se inscribe dentro de la “sucesión”. Es en este sentido que la historia permite comprender de qué modo cada uno de nosotros es llamado a ocupar tal o cual posición social. Lo que llamamos el “destino” no es sino la expresión de lo que nos ha sido destinado por aquellos que nos precedieron. Cuando D. Bertaux23 muestra que las familias de los funcionarios producen funcionarios, que las familias de capitalistas producen capitalistas, las familias obreras producen obreros, las familias de ejecutivos producen ejecutivos... o cuando C. Thelot 24 muestra que las elecciones profesionales, conyugales, familiares e ideológicas están determinadas por la descendencia, ilustran estadísticamente el impacto objetivo de la historia familiar en las trayectorias de sus miembros. Pierre Bourdieu permite entender un aspecto esencial del peso de la historia en la construcción de la identidad a partir de la noción de incorporación de habitus: para explicar el comportamiento del individuo, conviene entender que “la acción no es una respuesta cuya clave estaría solamente en el estímulo que la produce, sino que tiene por principio un sistema de disposición, lo que yo llamo el habitus, que es el producto de toda la experiencia biográfica.”25 El habitus es el resultado de un conjunto de prácticas que se han constituido a lo largo del tiempo, que han sido capitalizadas en función 22

W. Reich, Matérialisme dialectique, matérialisme historique et psychanalyse (1929), Editions La Pensée Molle, 1970.

23

D. Bertaux, Destins personnels et structure de classe, París, PUF, 1979.

24

C. Thelot, Tel père, tel fils ?, París, Dunod, 1982.

25

P. Bourdieu, Question de sociologie, París, Ed. de Minuit, 1980, p. 75.

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de su pertinencia, es decir, de su capacidad de aportar respuestas a las condiciones concretas de la existencia en un momento dado, y que se transmiten de generación en generación. Son “una especie de programas históricamente armados”, que le indican al individuo las maneras de ser y de comportarse en situaciones sociales. “La historia en estado incorporado se expresa por los habitus, producto de una adquisición histórica que permite la apropiación de la experiencia histórica”. Cuando Bourdieu habla de incorporación de la historia, se refiere al trabajo de inculcación y de interiorización que hace que el habitus forme parte integrante del individuo. Este proceso es en gran parte inconsciente, en la medida en que las condiciones sociales de producción de habitus son ocultadas, negadas, olvidadas: los habitus incorporados son percibidos como naturales, como algo innato, como una especie de “don del cielo” que se despega de su origen concreto. Este sistema de disposiciones se inscribe en el cuerpo, en la psiquis, en las maneras de hablar, de moverse, de caminar, de comportarse... y caracteriza el conjunto de actitudes y conductas del individuo. Si bien el habitus es un programa autocorregible, que puede generar nuevas prácticas adaptadas a la vez al sistema de disposiciones anteriores y a las nuevas condiciones de existencia, su adaptabilidad está inscripta en sus condiciones de producción: algunos medios generan habitus rígidos (medios conservadores o “decadentes”, que tienen dificultad para reproducir las condiciones de su reproducción), en tanto que otros, por el contrario, tienen una gran capacidad para producir habitus que van en “el sentido de la historia”. “Es una especie de máquina transformadora que hace que nosotros ‘reproduzcamos’ las conductas sociales de nuestra propia producción”.26 Este enfoque permite señalar otra dimensión de los procesos inconscientes que no es abordada por el psicoanálisis: el conjunto de las condiciones sociales de producción de un individuo. En otras palabras, el inconsciente “no es más que el olvido de la historia que la historia misma produce, realizando las estructuras objetivas que engendra en esas cuasi naturalezas que son los habitus. Historia incorporada, hecha naturaleza, y por eso olvidada en tanto historia, el habitus es la presencia actuante de todo el pasado del cual es el producto”.27 26

P. Bourdieu, op. cit. p. 134.

27

P. Bourdieu, Le sens pratique, París, Ed. de Minuit, 1980, p. 94.

38 U Vincent de Gaulejac

Esta tesis se alinea a continuación de lo que señalaba Durkheim cuando escribía: “En cada uno de nosotros, en proporciones variables, hay algo del hombre de ayer; es incluso el hombre de ayer quien, por la fuerza de los hechos, predomina en nosotros, puesto que el presente no es mucho comparado con el largo pasado en el transcurso del cual hemos sido formados y del que resultamos. Solo que a ese hombre del pasado no lo sentimos, porque está arraigado en nosotros; forma la parte inconsciente de nosotros mismos”.28 Podemos objetar a la tesis de Bourdieu el hecho de que presenta un hommo sociologicus que aparece como un productor activo de clasificación y de maneras de ser adaptadas a la posición ocupada dentro de un orden: “… los agentes sociales que el sociólogo clasifica son productores no solo de actos clasificables, sino también de actos de clasificación que son a su vez clasificados”.29 Estamos en un universo en donde cada clase reproduce sus esquemas de distinción y de oposición que se repiten y eternizan, lo que conduce a desdialectizar, por una parte, las relaciones entre clases y, por otra, las relaciones entre los individuos y su historia. Si bien la noción de habitus permite identificar de qué manera el peso de la historia incorporada es un factor de reproducción social que produce costumbres y “personalidades” conformes y adaptadas a los modelos culturales transmitidos por cada grupo social, no vemos actuar, desde esta perspectiva, a los distintos procesos de mediación que, del individuo al grupo, del grupo a las clases y de las clases a la sociedad, construyen la dinámica social y permiten comprender la historia como un movimiento.30 P. Bourdieu propone una visión de un individuo que es actuado inconscientemente por maneras de ser y de pensar, reflejos de su posición social. Los procesos psicológicos para él no serían más que las correas de transmisión de los habitus. El trabajo de las pulsiones y del deseo está determinado por el exterior a través de un sistema de aspiraciones. Las cuestiones del sujeto, de la conciencia y de la palabra son dejadas para

28

E. Durkheim, L’évolution pédagogique en France, París, Alcan, 1938, p. 16.

29

Véase P. Bourdieu, La distinction, París, Ed. de Minuit, 1979, p. 544.

30

Para una crítica en profundidad del enfoque de P. Bourdieu, consúltese el trabajo de B. Lacascade, “La divine théorie ou critique de la sociologie de l’habitus”, en Marxisme et mode de vie : contributions a une sociologie des pratiques, tesis de doctorado EPHESS, 1982.

La neurosis de clase U 39

los idealistas y los fenomenólogos. Las contradicciones intrapsíquicas son epifenómenos que perturban el trabajo de los sociólogos, ocultando lo que determina los comportamientos, las actitudes y las personalidades. Al definir los habitus como estructura estructurante, Bourdieu cosifica el trabajo de la historia. Y aunque muestra de qué manera el pasado inscribe a cada individuo dentro de la lógica de la reproducción social, no permite dar cuenta del trabajo de reescritura que el sujeto efectúa a fin de cambiar la manera en que la historia actúa en él. Esos límites de “la Bourdivina teoría”, tal como la llama B. Lacascade con cierto humor, no deben encubrir el interés de la noción de habitus, que permite identificar el trabajo de la historia en estado incorporado. El peso de la historia “tiende a reducir lo posible a lo probable” (P. Bourdieu). Dicho trabajo permite dar cuenta de un proceso sociológico que contribuye a que los individuos formen sus comportamientos y actitudes sobre el porvenir probable, tal como se inscribe objetivamente en el orden establecido, contribuyendo a su reproducción. Estos procesos sociales son “actuantes”, en el mismo sentido en el que Freud hablaba de la transferencia: dominan todas las relaciones de una persona con su entorno humano y actúan con tanta más fuerza cuanto menos se sospeche de su existencia. Tanto si rechazamos como si aceptamos nuestro pasado, este se nos pega a la piel, es nuestra piel. Cuanto más tiende el individuo a ignorar que es producto de una historia, más prisionero de ella se encuentra. Esta discusión crítica de las tesis de S. Freud y de P. Bourdieu permite poner en evidencia una diferencia radical del estatus de la historia en el funcionamiento social y en el funcionamiento psíquico. Para el sociólogo que analiza la permanencia de la historia en el presente, la cronología es una referencia de base incuestionable. La anterioridad de un evento le confiere un estatus particular, en la medida en que el presente es el producto de la historia. Lo contrario nunca es cierto, salvo cuando se considera que el observador es llevado a analizar la historia en función del presente. En ese sentido, la historia es irreversible y lo que ha pasado es la forma definitiva de lo real. En el orden psíquico, esta ley de irreversibilidad dista de ser tan obvia: “… el psiquismo humano es el único sistema que puede desplazarse en las dos direcciones sobre el eje del tiempo; esta total reversibilidad

40 U Vincent de Gaulejac

está en el centro mismo de su existencia”.31 Es decir que desde un punto de vista psíquico, nada está totalmente adquirido, porque en el desarrollo de la persona, los elementos de una estructura pueden ser modificados y reorganizados en un estadio ulterior. En cada nivel de la evolución del aparato psíquico, los elementos asociados en una estructura “son reinterpretados, encontrando un nuevo sentido y sobre todo una nueva función en la estructura siguiente”. Esta singularidad del funcionamiento psíquico es el fundamento de la capacidad del hombre para cambiar, no la historia pasada, sino su relación con esa historia; es decir, la manera en la que esta actúa sobre él y para desarrollar, por este medio, su función de historicidad.

De la historia a la historicidad La historia inclina nuestro destino, pero no lo decide. Cuando decimos que es actuante, eso no significa que el individuo sólo pueda actuar de cierta forma. Identificar los determinismos permite comprender “lo que es”, la manera en que las “elecciones” de un individuo están condicionadas por la historia. Pero no se trata de encerrarse en una concepción mecanicista, en el sentido de que el devenir probable no es sino un aspecto del devenir posible, lo “realizado” no es sino una de las formas de lo “realizable”. Señalar en qué medida la identidad está determinada por la posición del individuo en la estructura de clase o por la cadena de ADN que lo caracteriza no aliena en absoluto su singularidad. Decir que el individuo es producido por su historia significa también tomar en cuenta la singularidad, puesto que cada historia es diferente, aunque se inscriba dentro de una historia común. Si bien la historia hace del hombre un individuo programado, este conserva la capacidad de modificar dicha programación, de efectuar una reescritura. Tomar conciencia de la manera en que sus “elecciones” están condicionadas por la historia puede llevar al individuo a modificarlas, comprendiendo en qué medida él ha sido, de alguna manera, “obligado” a conducirse de tal forma.

31

R. Perron, Genèse de la personne, París, PUF, Le Psychologue, 1985, p. 95.

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La historicidad individual Una de las especificidades de la especie humana es la posibilidad que cada individuo tiene de actuar sobre sí mismo, de efectuar un trabajo sobre lo que él es, de autoconstituirse como persona, como sujeto. Esta capacidad del individuo de tomar distancia con relación a su historia, el trabajo que efectúa para modificar el sentido de esa historia e intentar convertirse en sujeto de ella, y la posibilidad de abandonar habitus impropios y adquirir otros para afrontar nuevas situaciones constituye la función de historicidad. La historicidad es un concepto fenomenológico desarrollado por Heidegger y Husserl. En Sein und Zeit, Martin Heidegger escribe: “Entonces la historia no quiere decir ‘el pasado’, en el sentido de lo que ha ocurrido, sino de lo que adviene. Lo que ‘tiene una historia’ está en relación con un devenir... lo que de este modo ‘tiene una historia’ puede al mismo tiempo ‘hacer’ una historia...”.32 Esta concepción dinámica de la historia pone el acento en la relación entre lo que ha pasado y lo que puede ocurrir. El hecho de “tener” una historia es lo que permite “hacer” una historia. Por el contrario, se puede constatar que “lo que no tiene historia” no puede hacer una historia. Cuando se despoja total o parcialmente a un individuo de su historia, se lo mutila de una parte de sí mismo: no saber de dónde viene no le permite saber “quién” es. Existe un estrecho vínculo entre la capacidad del individuo para integrar su historia y sus posibilidades de investir en el porvenir. La experiencia clínica muestra que la historia debe ser completamente dada al niño para que este pueda constituirse como sujeto. Se sabe que los niños de la asistencia pública, que han sido abandonados y que no conocen su historia, es decir, la historia de la cual son producto, tienen grandes dificultades para posicionarse en un devenir. 33 Esta incertidumbre respecto a sus orígenes se traduce en una actividad fantasmática intensa, que les permite construirse una historia: es el sentido de la novela familiar. Entre las personas que rechazan su historia o que albergan dudas sobre sus orígenes reales, encontramos frecuentemente 32

Citado por S. Lebovici, en “Névrose infantile et névrose de transfert”, 39ème Congrès de Psychanalystes de Langue Française, PUF, París, junio 1979.

33

M. Bonnetti, J. Fraisse y V. de Gaulejac, De l’assistance publique aux assistantes maternelles, París, Les Cahiers de Germinal, 1980.

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que tienen dificultades para vivir su propia historia de una manera satisfactoria. Podemos comprender que el hecho de no conocer lo que ha pasado impide al individuo responder a la pregunta “¿quién soy yo?” y, en consecuencia, desarrollar su función de historicidad. “Algunos pacientes sufren por no tener historia. Pueden, sin duda alguna, distinguir una sucesión de acontecimientos en su biografía y describir la manera en que se agrupan entre ellos, pero les falta la experiencia y la representación de un proceso interiormente coherente de su ser y de su devenir que sea función de un contínuum personal... ‘Tener una historia’, o ‘vivir una historia’, presupone la vivencia y la realización de la coherencia del devenir. En cambio, tomar conciencia de su propio bienestar en el tiempo puede permitir al sujeto percibir la historicidad de su existencia e incitarlo a un esfuerzo siempre renovado para dar cuenta de su propia historia e interpretarla”. 34 La historicidad designa la capacidad de un individuo para integrar su propia historia, pero también para integrar la Historia, con el fin de: - por un lado, entenderla e identificarla, lo que puede conducirlo a reconocer y a modificar la manera en que esa historia actúa en él; - por otro lado, implementar estrategias sociales pertinentes con relación a la evolución de la sociedad, al trabajo de adaptación a los cambios culturales y socioeconómicos. El enfoque del psicoanálisis existencial de J. P. Sartre no está muy alejado del nuestro cuando habla del sujeto que se “historializa”, es decir, que opera un cambio en su relación con el mundo para “constituirse como un sí mismo”.35 Coincide también con el enfoque fenomenológico (Husserl, Heidegger), que considera al individuo como una intencionalidad abierta o una temporalidad que se temporaliza como porvenir. Esta característica “abierta” es la que explica la dialéctica de la historicidad entre “nos convertimos en lo que somos” y “somos eso en lo que nos convertimos”. En consecuencia, “no tenemos una significación que pue-

34

L. Schacht, “Découverte de l’historicité”, Nouvelle Revue de Psychanalyse, n° 15, primavera 1977, p. 68. (El subrayado es nuestro).

35

Véase J. P. Sartre, L’être et le néant. Essai d’ontologie phénoménologique, París, TEL Gallimard, 1979, p. 623.

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da asignarse de una vez y para siempre, sino una significación en curso, y es por ello que nuestro porvenir es relativamente indeterminado, es por ello que nuestro comportamiento es relativamente imprevisible para el psicólogo, es por ello que somos libres”.36 El hombre no solo está en la historia, sino que es portador de la historia, de la cual busca el significado. “Hay historia porque los hombres están juntos, no como subjetividades moleculares y cerradas que se suman, sino por el contrario como seres proyectados hacia el prójimo como hacia el instrumento de su propia verdad. Hay pues un sentido de la historia que es el sentido que los hombres, al vivir, dan a su historia”. 37 Ese movimiento de la historicidad es el que permite explicar por qué en las mismas condiciones objetivas de existencia se insertan tomas de conciencia variables, lo que J. P. Sartre denominaba la posibilidad de un “despegue”. La historia no tiene un sentido sino algún sentido. El sentido de una historia es a la vez objetivo y subjetivo, es decir, necesario y contingente.

La historicidad colectiva La comprensión de la relación que cada individuo mantiene con su propia historia requiere un análisis del sistema social en el cual se encuentra y del lugar que allí ocupa. El individuo se halla siempre dentro de un campo de determinaciones sociales que condicionan sus conductas y representaciones, y que lo constituyen como sujeto histórico-social. Hay, pues, una estrecha correspondencia entre la historicidad individual, mediante la cual el individuo tiende a constituirse como sujeto de su historia personal, y la historicidad colectiva, es decir, los procesos por los cuales una sociedad efectúa un trabajo sobre sí misma para manejar sus propias transformaciones. A. Touraine llama historicidad a la acción que “la sociedad ejerce sobre sí misma a través de la inversión, el conocimiento y la manera en

36

J. F. Lyotard, La phénoménologie, París, PUF, Que sais-je?, 1961, p. 100.

37

J. F. Lyotard, op. cit. pp. 118-119.

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que se representa la creatividad”.38 Esta acción continua es la que permite explicar que las sociedades tengan una historia, en la medida en que los modelos culturales que esta produce comparten una interpretación del devenir: “… la distancia entre la producción de la sociedad y su reproducción quiebra la mera sincronía, da un sentido al tiempo, obliga a distinguir hoy y mañana” (p. 37). La transformación de la sociedad por sí misma es una acción, un trabajo que se desarrolla en un “juego” entre la reproducción y la producción, entre el orden y el movimiento, entre los límites que la sociedad se asigna por su modelo cultural, su tipo de acumulación, sus modelos de conocimiento, y las rupturas que esta produce por sus desequilibrios internos: “… toda sociedad está dominada por la unión y la tensión de su ser (...( El sistema de acción histórico (...) [es] el drama que representa consigo misma por el hecho de que la capacidad simbólica del hombre le permite actuar sobre sí mismo, trabajar sobre su trabajo y sobre su ser” (p. 114). Vemos aparecer aquí el vínculo entre la historicidad como concepto sociológico, que designa el conjunto de procesos por los cuales una sociedad produce su historia, y como concepto psicológico, que da cuenta de la capacidad del hombre para producir mediaciones simbólicas en su relación consigo mismo y con el mundo. El paso de un nivel individual a un nivel colectivo permite introducir un elemento esencial de la dinámica social, que condiciona la historicidad individual: “Esta distancia de sí mismo a sí mismo y esta influencia de sí mismo sobre sí mismo no pueden estar separadas de una visión de la sociedad en clases. La sociedad como comunidad no puede manejar este desgarramiento, y esta influencia no es la influencia del todo sobre sí mismo. De allí surge la oposición entre una clase dirigente que maneja la historicidad, pero que también se la apropia, y una clase popular que se defiende contra esa dominación y que también apela a la historicidad en contra de los intereses privados que la confiscan” (p. 37). La historicidad es la problemática esencial de los antagonismos de clase: la clase dirigente se vuelve clase dominante en la medida en que impone su modelo cultural y sus orientaciones al conjunto de la sociedad. Es decir, dicha clase maneja la historicidad en función de sus propios intereses. Las otras clases se encuentran dominadas, lo que se 38

A. Touraine, Pour la sociologie, París, Seuil, col. Points, 1974, p. 37.

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traduce, ya sea en posiciones defensivas (en términos de defensa de intereses particulares frente a los efectos de la dominación), ya en posiciones ofensivas contra los intereses de la clase dominante. En consecuencia, las relaciones de clase son relaciones abiertas: no pueden ser consideradas como simples relaciones de interacción dentro de un sistema, en la medida en que habría que postular en ese caso la existencia de un todo que regularía las relaciones entre las partes. Son relaciones de fuerza, relaciones de poder en las cuales ningún equilibrio “normal” es concebible. Esta concepción dinámica, abierta y conflictiva de la historicidad aclara el posicionamiento de base de cada individuo según su clase de pertenencia. Los individuos que “pertenecen” a la clase dirigente, o son próximos a ella, viven una fuerte congruencia entre lo que son como herederos, la función social de clase que les ha sido asignada y la posición que ocupan en el sistema de distribución antroponímica. Su identidad social no es a priori conflictiva: ellos participan de la historicidad, identificándose con el devenir de la sociedad. No tienen ninguna razón para disociar lo relativo a la producción y la reproducción del orden social y lo relativo a la defensa de su posición dentro de ese orden. No sucede lo mismo para quienes pertenecen a las otras clases, y que encuentran un antagonismo entre sus intereses individuales y sus intereses de clase: en el plano individual, la historicidad puede conducirlos a cambiar de posición en el sistema de clase, mientras que en el plano colectivo, la historicidad los conduce a transformar las relaciones entre las clases sociales. Esto es esencial para comprender la historicidad de las trayectorias sociales, para comprender los mecanismos de producción social de los individuos, la manera en la que lo histórico-social está presente en la historia individual. Coincidimos aquí con la tesis de C. Castoriadis, que escribe: “Una interpretación psicoanalítica debería dar cuenta de lo que hace que un individuo sea capaz de asumir en mayor o menor grado su situación efectiva, que siempre es, desde luego, una situación social. No puede haber una sociedad capitalista si el funcionamiento social no reproduce día a día millones de ejemplares de capitalistas y de proletarios, allí donde ese mismo funcionamiento solo producía, hace apenas un siglo, semifeudales y campesinos. Los procesos psicogenéticos que vuelven a los individuos

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capaces de asumir las situaciones de capitalistas y de proletarios tienen una importancia decisiva, son una de las condiciones de existencia del sistema capitalista”. Y Castoriadis prosigue: “... Dichos procesos son irreductibles a procesos puramente sociales; pero también presuponen lógica y realmente a estos últimos, puesto que se trata en este caso de formar al individuo como capitalista o como proletario, y no como señor, escribano o sacerdote de Amón-Ra. No hay nada en la psiquis como tal que pueda producir esos significados... el modo de ser de esos significados como instituidos. Ningún componente constitucional, aberración de formación, vicarianza del objeto de la pulsión o perversidad de los padres podía preformar a un niño, en Atenas o en Roma, para que llegara a ser presidente de la General Motors; ninguno de esos elementos puede hoy, en París o en Nueva York, preformarlo para ser sacerdote o chamán, a menos que se exponga a convertirlo en un psicótico y que el contenido de su delirio psicótico pueda utilizar los significados históricamente disponibles”. 39 Hemos retomado esta larga cita que permite relativizar la parte individual de la historicidad, mostrando claramente que el individuo es, en primer lugar, un producto de la historia social, inscripto dentro de un orden ya constituido, y que esa historia determina la manera en la que él va a posicionarse en tanto agente de historicidad. La mayoría de las perspectivas psicosociológicas son criticables desde un punto de vista sociológico, porque no integran el análisis de los procesos sociales que contribuyen a producir la identidad individual. De manera inversa, los enfoques sociológicos, que analizan la estructura de los guiones y las regularidades objetivas que condicionan las trayectorias sociales, no dan cuenta de la manera en que esos elementos resuenan en la organización psíquica, de los conflictos que provocan y de las combinaciones individuales con esos procesos colectivos. Los intentos de construcción de una metateoría que abarque en un conjunto estos distintos enfoques nos parecen vanos, porque se trata de fenómenos que obedecen a leyes de funcionamiento de naturaleza diferente. Cada uno de ellos tiene una lógica propia que conviene estudiar como tal, con métodos y conceptos apropiados, aun cuando sus articulaciones también sean un elemento a estudiar como tal. Esto implica no tratar de someter la comprensión de los procesos psíquicos a los mecanismos que rigen los procesos sociales y viceversa. 39

C. Castoriadis, L’institution Imaginaire de la Société, París, Seuil, 1975.

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Entre S. Freud y P. Bourdieu hay una ruptura epistemológica, una incompatibilidad radical. El primero concibe la sociología como un apéndice de la psicología, porque estudia lo social a través de su incorporación en la psiquis: “La sociología no podría ser más que psicología aplicada” escribe en un texto hacia el final de su existencia.40 El segundo ve a la psicología a través del análisis del campo en el que esta se desarrolla, es decir, como una moral característica de la nueva pequeña burguesía que la ve como “un medio para despegarse de la fuerza de atracción del campo social de gravitación”.41 En ambos casos hay una actitud imperialista, que reduce artificialmente la comprensión de la complejidad de los procesos psicosociológicos. Eso no invalida, sin embargo, la pertinencia de sus respectivos análisis. El problema que se plantea, entonces, es construir una problemática que tome en cuenta los aportes de uno sobre el análisis de los procesos psíquicos y del otro sobre los procesos sociales, para comprender su modo de articulación. Para hacerlo, conviene proceder a un doble movimiento. Un movimiento parte de un análisis del campo social y de sus evoluciones, a fin de situar los problemas encontrados por los individuos confrontados con el desplazamiento y comprender en qué medida el contexto social sobredetermina los conflictos que viven. El otro movimiento parte de un análisis de los trastornos psíquicos que padecen los individuos desplazados, de manera tal que puedan dar cuenta de ellos en un discurso sobre su propia historia. El análisis del proyecto parental, elemento central del proceso de construcción de la identidad, nos permitirá ilustrar este doble movimiento.

El proyecto parental “Yo debía ser profesor en la Sorbona. Era el proyecto de mi padre que no había podido realizar. Yo debía realizarlo en su lugar. Tenía una especie de deuda con respecto a él”. R. Aron

40

S. Freud, Nouvelles conferences sur la psychanalyse, texto de 1932, París, NRF, col. Idées, 1979, p. 237.

41

P. Bourdieu, La distinction, París, Ed. de Minuit, 1979, p. 429.

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“No seas un fracasado como tu abuelo”. Michel M.

La familia es el lugar privilegiado del trabajo de incorporación de la historia y de la fabricación de los “herederos”. La herencia opera como estructura de transmisión, que sitúa el marco en el cual cada niño es inscripto. 42 Sobre esa base se apoya el proyecto parental, es decir, el conjunto de representaciones que los padres se hacen del futuro de sus hijos. Los padres tienen proyectos respecto al devenir de su hijo; desean que este se conforme a la imagen que proyectan en él; le proponen metas a alcanzar, objetivos de vida. La noción de “proyecto parental” da cuenta de esos dos aspectos: por un lado, un objetivo a alcanzar, por el otro, una proyección, es decir, el hecho de atribuir al otro lo que viene de sí mismo. Como elemento que “proyecta” al niño, el proyecto parental da un impulso que condicionará su trayectoria posterior. Como elemento de proyección en el hijo, lo destina a perpetuar la relación de los padres en su propio porvenir. El proyecto parental funciona, de alguna manera, como una “correa de transmisión”43 de la historia.

Génesis sociopsicológica del proyecto parental El proyecto parental es la expresión del deseo de los padres para el hijo: “Si consideramos la actitud de los padres con sus hijos, estamos obligados a reconocer el renacimiento y la reproducción de su propio narcisismo” (S. Freud). El niño es así investido del amor que los padres dirigen al niño imaginario que ellos tienen en lo más profundo de sí mismos. Ellos identifican a ese niño ideal con el niño de carne y hueso que han producido, y proyectan en él todas las cualidades que desearían para 42

V. de Gaulejac, “L’heritage”, Connexions, n° 41, octubre 1983.

43

Expresión utilizada por M. Pagès, que analiza el proyecto parental como un proyecto de influencia sobre los hijos en su artículo sobre los sistemas sociomentales, en Bulletin de Psychologie, t. XXXIV, n° 350, p. 599. Nuestra idea también coincide con los trabajos de R. Perron, cuando subraya que “todo niño se inscribe dentro de una expectativa que predefine su imagen y enmarcará su desarrollo”, en Genèse de la personne, París, PUF, 1986, p. 34.

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su propio Yo. Lo invisten con la misión de realizar los deseos que ellos mismos no pudieron satisfacer. El proyecto parental es una especie de “modelo registrado” en cada hijo. Las relaciones padres-hijos están estructuradas por un doble proceso de identificación: identificación de los padres con el niño imaginario que llevan dentro de sí mismos y que presentan como el modelo al que conviene parecerse; identificación del niño con sus padres como modelo adulto, de “grandes personas” que él trata de imitar. Ese doble movimiento sitúa al niño en la trama generacional de la historia familiar, ya que se perpetúa en cada nueva etapa: en las relaciones con sus hijos, los padres reactualizan lo que han vivido con sus propios padres, que se convierten entonces en abuelos. En el proyecto parental se encuentra también la relación del padre y de la madre con el deseo que sus propios padres tuvieron hacia ellos. En el trabajo clínico aparecen frecuentemente situaciones donde el niño retoma por su cuenta el deseo de uno de sus abuelos no satisfecho por su madre o su padre.44 Esos encadenamientos del deseo no describen solamente un proceso psicodinámico. El proyecto parental es, a la vez, la expresión de los deseos conscientes e inconscientes de los progenitores sobre su progenie, y un proyecto social portador de las aspiraciones del medio familiar y cultural, aspiraciones condicionadas por el contexto social que favorece o impide su realización. Es por ello que el proyecto corresponde a un conjunto sociopsicológico que abarca varios niveles: UÊ





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un nivel muy arcaico e inconsciente, que remite a la constitución primitiva de la idealidad. En el cruce del narcisismo primario y de la búsqueda de la omnipotencia, el ideal del Yo canaliza las pulsiones hacia la búsqueda de un absoluto; un nivel afectivo que conduce al individuo a desarrollarse a través de identificaciones y diferenciaciones sucesivas, imitando a las personas amadas y amando a aquellas que corresponden al modelo ideal internalizado; un nivel ideológico que conduce al niño a retomar los valores, las normas, el ethos de los personajes que le son presentados

Sobre esta cuestión es interesante referirse a los casos presentados por Alain de Mijolla en Les visiteurs du Moi, París, Les belles lettres, 1981, p. 171.

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como modelos de identificación, y a rechazar a aquellos que le son presentados como “antimodelos”; un nivel sociológico, en la medida en que se trata de “ideologías” colectivas, de modelos de éxito social, de un sistema ético, que se traduce religiosa, política y socialmente en las prácticas a las que el niño es llevado a participar y a adherir.

La génesis del proyecto parental se encuentra, pues, en la genealogía. Esta es la expresión de los proyectos de las generaciones precedentes, de un grupo familiar que los produce. Pero es también una expresión constantemente actualizada, en la medida en que las aspiraciones que transmite deben modificarse en función de sus condiciones objetivas de realización. Ahora bien, dichas aspiraciones dependen a la vez de la posición social que los padres ocupan y de la relación que ellos mantienen frente a esa posición: sabemos que el nivel de aspiración escolar y profesional de los niños está determinado por el nivel al que los padres llegaron. Los padres agricultores pueden desear que sus hijos sean maestros, mientras que si son maestros, desearían que sus hijos llegasen a ser profesores. Ese esquema clásico debe ser matizado en función de la evolución del contexto social que produce modificaciones entre el estatus profesional y el estatus social en el lapso de una generación: el estatus de maestro, muy valorizado socialmente hasta la Segunda Guerra Mundial, no tiene ahora la misma connotación. El punto esencial es comprender que el proyecto parental se ajusta a las condiciones sociales de existencia a las que son confrontados los padres en su propia trayectoria. En particular, refleja sus estrategias de ascenso social y sus temores de descenso. Conviene, pues, referir el proyecto parental no solo a la situación social de los padres –en la medida en que el proyecto transmite los habitus, los valores y las normas de su clase de pertenencia–, sino también a su historia, que, a su vez, es producto de la historia familiar, con el fin de comprender la dinámica interna y en particular las contradicciones que van a influenciar el devenir del niño. El padre de Zahoua y el padre de François viven en contradicción entre sus solidaridades de origen y sus aspiraciones de integración y éxito social, y por eso transmiten a sus hijos mensajes contradictorios.

La neurosis de clase U 51

Contradicciones del proyecto parental El proyecto parental nunca es monolítico ni unívoco. Está atravesado por una serie de contradicciones, más o menos antagónicas, con las que el niño se ve confrontado. Por el lado de los padres funcionan dos lógicas, de las cuales una incita a la reproducción y la otra a la diferenciación. Su proyecto es la expresión de miedos y deseos contradictorios: miedo de que el hijo llegue a ser como ellos, miedo de que sea alguien diferente –deseo de que el hijo llegue a ser como ellos, deseo de que sea alguien diferente. Por un lado, el deseo de que el hijo sea la prolongación de su vida, que se identifique con ellos, que llegue a ser lo que ellos son, que haga lo que ellos han hecho. Lógica de reproducción que conduce a la imitación, a la repetición, al conformismo. Por otro lado, el deseo de que el hijo realice todos los deseos que ellos no pudieron satisfacer, que haga todo lo que ellos no pudieron realizar, que sea “alguien”, es decir, otro. Lógica de diferenciación que estimula la singularidad, la autonomía y la oposición. Esta contradicción se encuentra en el niño, dividido, por una parte, entre el deseo de realizar los deseos del ideal del Yo de sus padres y, por la otra, el deseo de escapar a la ilusión, a la tiranía de ese niño imaginario. En el proyecto parental se expresa la manera en que los padres tratan de negociar esta dialéctica, asegurándose de que los hijos perpetúen su historia y, al mismo tiempo, afirmen su individualidad. Conviene entonces considerar el proyecto parental no como un conjunto de deseos, de ideologías, de modelos a los cuales el hijo debe conformarse, sino más bien como un conjunto contradictorio que propone a la vez metas a alcanzar y a evitar, deseos ambivalentes, modelos y antimodelos. Esta dinámica interna del proyecto está influenciada por sus modalidades de realización, que son la expresión de la posición social que ocupan los padres y de la relación que establecen con dicha posición. El proyecto parental se inscribe en un contexto que determina las identificaciones posibles e imposibles, las condiciones concretas de logro social, las posibilidades de acceso a ciertos modelos, las ideologías que estructuran los ideales personales..., la realidad social impone lógicas, rupturas, oportunidades y contradicciones que determinan la naturaleza del guión que el proyecto propone.

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Citemos algunos arquetipos que prefiguran los guiones que están presentes en la neurosis de clase. En un medio subproletario o proletario, los niños frecuentemente son confrontados con un doble mensaje, tal como lo hemos señalado en el caso de François. Los padres desean que sus hijos tengan una mejor vida, para acceder a una posición social que les evite conocer la miseria y la explotación y, al mismo tiempo, desean que sigan siendo solidarios con su medio y luchen con los explotados en contra de los burgueses, los ricos y todos aquellos que se aprovechan de esa miseria. Es un mensaje contradictorio, puesto que el niño tiene que llegar a ser burgués y destruir a todos los burgueses. Se le pide, al mismo tiempo, que cambie de clase social y que siga siendo solidario con su clase de origen. Ante esta situación, el hijo se siente culpable: culpable si “no lo logra”, porque no satisface el proyecto parental; culpable si “lo logra”, por la distancia social que se genera entre él y sus padres. Esta culpa es la contrapartida del resentimiento de los padres. Resentimiento si el hijo no lo logra, porque constatan la reproducción de su propia miseria; resentimiento si lo logra, porque lo ven alejarse y adquirir los habitus y las maneras de ser de aquellos a quienes envidian y detestan, porque se encuentran con un extraño al que ya no comprenden y que tampoco los comprende. 45 El ejemplo de Michel es representativo de las contradicciones con las que pueden ser confrontados los hijos provenientes de un medio obrero. “Cuando yo era niño era frecuentemente identificado con mi abuelo paterno. ‘Eres como tu abuelo’; ‘No sirves para nada, como tu abuelo’; ‘Eres sucio como tu abuelo’, cuando manchaba mi ropa. Pero eso estaba teñido de ambivalencia y el discurso podía tomar la siguiente forma: ‘No seas un fracasado como tu abuelo’”. De todos modos, la imagen del abuelo era negativa y el discurso puede resumirse así: “Serás como tu abuelo, pero no debes serlo”. Ese discurso contradictorio apunta a conjurar un futuro que es percibido como ineludible, a preparar al niño a lo que probablemente va a

45

Doris Lessing cita una carta de una mujer de 45 años, recepcionista en un consultorio odontológico después de haber trabajado como empleada doméstica durante 20 años para criar a dos hijos tras la muerte de su marido y que, además, milita en el Partido Comunista: “Mis dos hijos fueron a la escuela primaria y secundaria, y me temo que tienen muchos más conocimientos que yo. Eso me ha generado un complejo de inferioridad difícil de combatir”, en Carnet d’Or, París, Albin Michel, 1980, p. 521.

La neurosis de clase U 53

ser, disuadiéndolo de que llegue a ser eso, a expresar el peso de los determinismos sociales y el deseo de escapar de ellos. Es un discurso que expresa, por un lado, una actitud preventiva frente al temor de la repetición y, por otro, una actitud de resignación frente a la reproducción social que se impone de generación en generación. Otra forma de contradicción, particularmente difundida en los medios conservadores o en regresión, puede existir entre el proyecto de los padres y las condiciones concretas para su realización. Hay un fenómeno de peso ideológico que produce un retraso entre la evolución de los sistemas de valores, de las ideas, de los habitus, y la evolución de las condiciones concretas de existencia. Cuando la moral y los valores propuestos retoman los referentes de los abuelos, con adaptaciones que los padres hacen en función de las condiciones socioeconómicas que existían hace 30 o 40 años, pueden ser vivenciados como no pertinentes e inadaptados por parte de los hijos, que están confrontados con la realidad social actual. Esas contradicciones se ven particularmente acentuadas en las familias que pasan del mundo rural al mundo urbano y en aquellas que están en sectores en crisis. Es el caso de las familias de los mineros instalados en el este y el norte de Francia desde hace varias generaciones, cuyas tradiciones son cuestionadas por el cierre de las fábricas; el de las familias magrebíes, cuyos padres han interiorizado el sistema de valores de su cultura original y cuyos hijos son confrontados con la cultura urbana en los suburbios obreros; el de las familias burguesas tradicionalistas, cuya posición social y fortuna ya no están a la altura de sus aspiraciones. F. Muel-Dreyfus ha analizado con detalle “las crisis de sucesión” entre padres que provienen de las clases medias, que les proponen a sus hijos un proyecto concebido en el momento en que ellos mismos eran adolescentes y los hijos que viven ese proyecto como inadaptado para la evolución del mercado de sus lugares.46 En cada una de esas situaciones, el hijo es confrontado con el desfase, no asumido por los padres, entre un sistema de aspiraciones y las posibilidades objetivas de realización, frente a las cuales ese sistema es inadecuado, como si se le pidiera que llegue a ser lo que no puede ser. Es decir, que el proyecto parental se sitúa en la articulación de los juegos del deseo entre padres e hijos y de las estrategias sociales de adaptación 46

F. Muel-Dreyfus, Le métier d’éducateur, París, Ed. de Minuit, 1983.

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de los individuos a los lugares sociales disponibles en el mercado de la distribución antroponímica. 47

Proyecto paterno-proyecto materno Hasta ahora hemos hablado del proyecto parental como si existiera un proyecto único y bien definido, investido a la vez por el padre y la madre. Ahora bien, el conjunto de contradicciones que acabamos de describir se reflejan igualmente en las relaciones entre los padres, quienes pueden tener trayectorias y posiciones diferentes, determinando así proyectos distintos y a veces conflictivos. La neurosis de clase puede ser el resultado de la confrontación entre dos proyectos, uno materno y otro paterno, cuya síntesis resulta problemática. Antes de la problemática edípica, que estructura el juego de las identificaciones sucesivas, se juegan las relaciones entre las familias paternas y maternas que, en cada generación, intentan asegurar su reproducción a través de alianzas que pueden ponerlas en peligro. Las relaciones conyugales están atravesadas por una guerra entre dos linajes, donde cada uno trata de asegurarse la perpetuación de la herencia familiar. Los efectos de esa guerra recaen directamente sobre los niños: entre el proyecto paterno y el proyecto materno, se trata de saber cuál de ellos va a imponerse.48 Entre el compromiso y la oposición, la internalización por parte del niño de esos dos proyectos es lo que se juega en esta lucha, que puede ser abierta, latente o más o menos aguda según los casos, pero que siempre está presente. Esta lucha es aún más problemática cuando las diferencias son fuertes entre los dos proyectos: diferencias sociales, cuando los padres no pertenecen a la misma clase de origen; diferencias ideológicas, cuando los valores, las opiniones, las opiniones políticas, la religión, la moral son diferentes; diferencias culturales, cuando el nivel escolar, los gustos 47

Sobre esta noción, véase D. Bertaux, Destins personnels et structure de classe, París, PUF, 1977.

48

André de Mijolla interpreta la trayectoria de Rimbaud en este sentido: primero poeta para realizar el proyecto materno, después aventurero que busca enriquecerse para conformarse al proyecto paterno. La imposibilidad de sintetizar estos dos proyectos lo conduce primero a la amputación y luego a la muerte. Les visiteurs du Moi, op. cit., pp. 35 y ss.

La neurosis de clase U 55

y los hábitos no son los mismos; diferencias económicas, cuando hay un desfase entre la fortuna de uno y de otro, etc. Lo que está en juego, en realidad, son las relaciones de dominación, que tienden a perpetuarse en la pareja. El hijo se ve confrontado con ellas a través de los conflictos entre el proyecto materno y el proyecto paterno.49 Este análisis del proyecto parental permite poner en evidencia tres niveles de contradicciones: UÊ





49

Las contradicciones internas del proyecto, que son la expresión de las contradicciones vividas por cada uno de los padres y/o de los padres entre sí. Cuando los padres no han sabido o no han podido resolver los conflictos encontrados en su relación y referidos a su propio proyecto parental, trasladan esa carga a sus hijos. Estos se ven entonces investidos de la misión de tener éxito allí donde los padres han fracasado, reparar sus errores, resolver sus falencias, realizar lo que ellos habrían deseado realizar. Las contradicciones en la relación con el proyecto, que son la expresión de las relaciones entre los padres y los hijos, y en particular de los conflictos edípicos. El padre y la madre son a la vez objetos de amor y de rivalidad. El sueño proyectado sobre el hijo está marcado por el deseo incestuoso y la prohibición que lo refrena. Realizar el proyecto es tomar el riesgo de responder al deseo de uno de los padres, deshaciéndose del otro. Pero no realizarlo es encerrarse en una incapacidad radical, una impotencia que prohíbe la realización de cualquier otro proyecto. Las contradicciones en la realización del proyecto, que son la expresión del desfase o del antagonismo entre el ideal propuesto y los medios que se le dan al niño para alcanzarlo, o bien entre el contenido del proyecto y sus condiciones objetivas de realización. Se trata, en particular, de situaciones en las que los padres proponen a sus hijos modelos de conducta que no están adaptados a la sociedad en la cual esos niños deben insertarse.

La mayoría de las veces, las diferencias entre los dos proyectos no son muy importantes, puesto que la elección de la pareja se basa en la comunidad de habitus y de aspiraciones de los dos padres, que se reproducen en la relación con los hijos. M. Bonetti ha analizado de qué manera se combinan, en las relaciones de pareja, las diferencias de trayectoria entre los cónyuges. En “Trajectoires sociales et stratégies matrimoniales”, Le groupe familial, n° 96, julio-agosto 1982.

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El juego entre estos tres niveles de contradicciones debe ser comprendido dentro de una perspectiva sistémica y dinámica. Las contradicciones se apoyan unas sobre otras, en la medida en que los diferentes aspectos de cada nivel están influenciados (en el sentido de un fortalecimiento o de una atenuación) por los otros niveles. En este sentido, se trata de un sistema en el que los distintos elementos están en interacción unos con otros. En la neurosis de clase, el sistema tiende a cerrarse sobre sí mismo, dado que cada aspecto refuerza a los demás, operando un cierre del circuito: el hijo es confrontado con un sistema contradictorio, frente al cual no llega a encontrar salidas ni a abandonar los distintos aspectos que lo constituyen. Tiende entonces a encerrarse dentro de él y a reproducirlo. Dentro de una perspectiva dinámica, conviene comprender el proyecto parental en el movimiento que conduce a cada individuo a ser a la vez hijo y padre. La prolongación de la esperanza de vida conduce a un número cada vez más elevado de personas a ocupar simultáneamente, durante una parte importante de su vida, esa doble posición. El proyecto evoluciona por la dinámica contradictoria que lo constituye y, al mismo tiempo, por la confrontación entre los proyectos sobre el eje de las generaciones sucesivas. Sin embargo, dentro de esas influencias cruzadas, un elemento sigue siendo predominante: el hijo que se convierte en padre tiende a transmitir a sus propios hijos, más allá del contenido manifiesto de su proyecto, la manera en la cual él mismo ha tenido éxito o ha fracasado en su búsqueda por inventar mediaciones para las contradicciones que lo atraviesan. Se trata, pues, de un elemento central de la identidad heredada.

2

U

Ubicación y desplazamiento U

“Una de las experiencias más importantes que hay para hacer con el hombre consiste en establecerlo en nuevas relaciones sociales… Recorrer todas las clases de la sociedad, ubicarse personalmente en la mayor cantidad de posiciones sociales diferentes”. C. de Saint-Simon “El espacio de libertad-de-movimiento no nace de una relativa debilidad de las determinaciones estructurales, sino de su acumulación contradictoria en un punto, en un lugar determinado. Como las relaciones estructurales no tiran todas en una misma dirección, en su punto de encuentro emerge algo que es del orden de la libertad, y es por ello también que la praxis concreta es más que la suma de sus determinaciones estructurales”. D. Bertaux

El problema del desplazamiento social está vinculado fundamentalmente al desarrollo del individualismo. La posibilidad de cambiar de lugar social es un fenómeno inconcebible en las sociedades de tipo holístico. Según Louis Dumont,50 la concepción holística considera a la sociedad

50

Louis Dumont, Essai sur l’individualisme, París, Seuil, 1983.

58 U Vincent de Gaulejac

como un todo ordenado, englobado por valores que implican una jerarquía entre los sujetos y que priorizan la estabilidad y la complementariedad. Tal como lo ha demostrado C. Lévi-Strauss51 a propósito de las sociedades primitivas, los individuos están relacionados entre sí a través de derechos y deberes, en función de su rango en el pueblo, su parentesco, su edad, su sexo, etc. En las relaciones que mantienen entre ellos comunican su posición social a través de conductas, un lenguaje y actitudes propias a su condición. Los desconocidos deben ser ubicados en una categoría y, en consecuencia, interrogados sobre su genealogía, para poder ser reconocidos. Por esa razón el hombre blanco, inclasificable, a menudo suele ser considerado, cuando aparece, no como un hombre sino como un fantasma. Un sistema de esta índole se caracteriza por un orden que asigna un lugar determinado a cada uno y que organiza a priori la trayectoria de sus miembros. En un universo de ese tipo no puede haber para el individuo una distancia entre el lugar en el cual está y la relación subjetiva con su posición, así como tampoco puede concebirse un pasado o un futuro distantes del presente. Tal como lo destaca C. Lefort: “Si los horizontes están cerrados, si el pasado y el futuro no se vislumbran como diferentes, esto se debe en primer lugar a que los hombres hacen que sea imposible una distancia entre ellos o una experiencia de alteridad, es porque están obnubilados por sus alianzas y parentescos y por su arraigo social”.52 Contrariamente a las formaciones sociales de tipo holístico, la concepción individualista valoriza al extremo la evolución individual, prioriza las relaciones contractuales entre los individuos, hace hincapié en los valores de libertad e igualdad, valores que implican la posibilidad del desplazamiento social y que, según la expresión de L. Althusser, “interpelan al individuo como sujeto”. El desarrollo de la movilidad social es correlativo a ese desarrollo del individualismo. La estabilidad del orden holístico se ve sustituida por el movimiento de las sociedades modernas, que confronta al individuo con la posibilidad de una distancia con respecto a una posición heredada y, en consecuencia, con ciertos conflictos de identidad cuando su trayectoria lo lleva a cambiar de rango.

51

C. Lévi-Strauss, Les structures élémentaires de la parenté, París, PUF, 1949.

52

Véase C. Lefort, Les formes de l’histoire, París, NRF Gallimard, 1978, p. 45.

La neurosis de clase U 59

En una novela, Paul Nizan cuenta la vida de Antoine Bloyé,53 personaje procedente de un medio popular que pasa del lado de la burguesía. A ese desclasamiento opone la vida del padre de A. Bloyé, hombre cuya vida transcurre en el mismo lugar social. “Jean Bloyé viste el uniforme de los empleados ferroviarios. Es cartero en la estación de Orleans. Es un hombre pobre, que sabe que ocupa un determinado lugar en el mundo, un lugar decretado para toda la vida, un lugar que él mide por adelantado, como una cabra atada puede medir la superficie a la redonda de su cuerda y que, como todas las condiciones del mundo, está dictada por el azar, por los ricos, por los gobernantes. ‘¡Por Dios!’, dice su mujer. Dios es lo mismo que el azar y que los gobernantes. Es todo lo que aplasta. Él sabe que le tocarán pocos títulos, pocas propiedades y una pequeña autoridad. Desconoce la ambición y la rebelión. Es dócil. No es uno de esos hombres que esperan paciente, eternamente, una suerte y una fortuna que nunca llegarán. No hace proyectos. Vive un día tras otro, sabiendo que los años no le reservan ninguna transformación, ninguna aventura. Está en un lugar y en una determinada situación y de allí no se moverá: él ve cómo viven los hombres de su estado, cómo se van sucediendo sus vidas, sus muertes y sus humildes herencias. Es un camino cuyo fin puede verse desde lejos. Muchos hombres se instalan a los veinte años en un nivel que nunca sobrepasarán, o del cual apenas a veces descenderán. Nacen, viven, mueren estrangulados por el trabajo: por encima de ellos hay otros hombres que saben simplemente que morirán, pero los desvíos que toman para llegar a la muerte no son tan claros y hacen creer que son bifurcaciones. Los burgueses son hombres que pueden cambiar de futuro y que no siempre saben qué cara tendrá ese futuro…”. Entre la trayectoria del padre y la del hijo aparece la diferencia radical entre un orden que asigna un lugar a cada uno y lo deja fijo allí, y un orden que contribuye al desplazamiento de una cantidad de individuos cada vez mayor.

53

Véase Paul Nizan, Antoine Bloyé, Grasset, 1933. Livre de poche 3173. París, 1971, pp. 34 y 35.

60 U Vincent de Gaulejac

Orden de los lugares y lugar dentro de un orden Los trabajos etnológicos, en particular los de C. Lévi-Strauss, muestran hasta qué punto cada sociedad funciona según un orden que confiere a cada individuo y cada grupo su lugar y sus medios para ubicarse unos con respecto a otros. Este orden de los lugares está basado en la ley, “palabra fundadora que define el orden del mundo que un día fue pronunciado por los dioses o los ancestros y que da sentido al grupo y a su accionar”.54 La ley dicta límites, prohibiciones y sobre todo ordenamientos, es decir, un sistema de clasificación que permite ajustar a cada individuo a un lugar: “En la infinita variedad del mundo, en su insoportable resplandor y en la oscura mezcla que este enuncia, la clasificación elige las diferencias, las estabiliza en un cuerpo de teorías inmutables y otorga a cada uno su lugar, su papel, su posibilidad de ser”. El orden social se constituye a partir de diferencias irreductibles (el sexo, la edad, la vida y la muerte), que brindan puntos de referencia para que cada uno se sitúe en relación a los demás y para dictar reglas sobre lo que está permitido y prohibido, sobre lo que es interior y exterior, superior e inferior. La clasificación permite la diferenciación, la creación de lazos de reciprocidad, pero también de dominación, la distribución de un poder, la producción y el reparto de las riquezas, la construcción de una identidad de grupo y de la identidad de cada uno dentro del grupo. El lugar que uno ocupa en el clan, la tribu, la comunidad, depende de ese sistema de clasificación y confiere un estatus intangible, definitivo. En este orden no puede concebirse una separación entre el lugar ocupado y la identidad de quien lo ocupa. Ambos se confunden, y la noción misma de individuo carece de sentido. Louis Dumont ha mostrado la ambigüedad del término individuo, que designa: “1) una muestra indivisible de la especie humana, tal como se la encuentra en todas las sociedades; 2) el ser moral independiente, autónomo, y por ello esencialmente no social, tal como lo encontramos principalmente en nuestra ideología moderna del hombre y de la sociedad”.55 54

E. Enriquez, De la horde à l’État, París, NRF, Gallimard, 1985, p. 196.

55

Véase L. Dumont, L’homo aequalis, París, Gallimard, 1977.

La neurosis de clase U 61

La aparición del individuo como ser psicológico independiente de la muestra humana, como sujeto capaz de distanciamiento con respecto a su lugar social, como persona que busca una autonomía con relación a su estatus dentro de su comunidad, representa un acontecimiento considerable. Su surgimiento parece ser correlativo al desarrollo de los intercambios mercantiles, que impone el dinero como mediador de las relaciones sociales y sustituye el orden tradicional por las relaciones de intereses, de competencia y de intercambios individuales. Al introducir la abstracción monetaria en las relaciones humanas, el capitalismo introduce una ruptura en el orden de los lugares tradicionales, sometiendo a este último al orden económico del sistema de producción y del valor de intercambio. “Desde fines de la Edad Media, la historia de Europa y de América del Norte es la de la aparición del individuo. Se trata de un desarrollo que comenzó en Italia, en el Renacimiento (…) En el transcurso de ese período, la base económica de la sociedad occidental sufre cambios radicales, que son acompañados por una idéntica transformación de la personalidad del hombre (…) [En la sociedad medieval] cada uno estaba atado a su función social (…) salvo raras excepciones, debía quedarse adonde había nacido (…) Pero si bien el individuo no era libre en el sentido moderno del término, tampoco nadie se sentía solo o aislado. Desde el momento de su nacimiento, cada uno ocupaba un lugar diferente, inmutable e indiscutible en el mundo social, y estaba arraigado dentro de un conjunto bien estructurado. Su vida tenía un sentido que no dejaba lugar ni ocasión a ninguna duda. La persona se identificaba con el papel que jugaba en la sociedad: era campesino, artesano, caballero, pero no un individuo a quien le tocaba tener tal o cual ocupación. El orden social se entendía como un orden natural, y el hecho de ser una parte definida de ese todo le procuraba al hombre un sentimiento de seguridad y de pertenencia”.56 Esta tesis de E. Fromm coincide con los trabajos de P. Ariès sobre la evolución del estatus del niño y de la familia. 57 Ariès muestra que la investidura del niño por los padres en tanto sujeto diferenciado recién se desarrolla a partir del siglo XVII. En esa misma época los padres empie56

Erich Fromm, Escape for freedom, Nueva York, Farrar y Rinehart, 1942.

57

P. Ariès, L’enfant et la vie familiale sous l’Ancien Régime, París, Ed. du Seuil, col. Points, 1975. París, 1ra edición Plon, 1960.

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zan a preocuparse por los estudios de sus hijos, hoy en día diríamos por sus carreras, lo cual indica, por un lado, que la cuestión de la personalidad se introduce en las relaciones familiares y, correlativamente, que la cuestión del futuro lugar del niño en la sociedad también se torna una preocupación. Poco a poco, la preocupación por el orden va siendo sustituida por la preocupación por el individuo: “… la mayoría de las sociedades valorizan en primer lugar el orden, y por lo tanto la conformidad de cada elemento con el papel que juega dentro del conjunto, vale decir la sociedad como un todo (…) Otras sociedades, la nuestra en todo caso, valorizan en primer lugar al ser humano individual (…) Pareciera ser que [el primer tipo de sociedad] ha sido la regla, con la única excepción de nuestra civilización moderna y de su tipo individualista de sociedad”.58 No por ello habría que considerar a las sociedades de tipo holístico como universos sociales en los cuales los lugares ocupados por el individuo fueran totalmente determinados por el orden social. En referencia a la noción de “persona” en África, Louis Vincent Thomas destaca el carácter heterogéneo (varios elementos diseminados de orígenes diversos: almas, principios vitales, apellidos, etc.) y autocreativo de la constitución de un individuo. “La persona debe poner todo en juego para inscribir su libertad dentro y a través de las múltiples grietas que dejan entre sí los distintos sectores del determinismo. Así pues, a los diversos determinismos ‘inscriptos’ en su naturaleza se agregan aquellos que comporta la vida social, y la persona solo puede realizarse utilizando esos mismos determinismos (o sus lagunas) para generar indeterminación”.59 Esta observación sobre las sociedades tradicionales es igualmente pertinente en las sociedades “individualistas”. La pluralidad de los determinismos es lo que genera la posibilidad de un desorden y, por lo tanto, de una elección en la búsqueda que realiza el individuo para encontrar una coherencia en lo que lo constituye y en el trabajo de ajuste a los distintos lugares sociales que puede reivindicar para sí. Confrontado a contradicciones en su herencia y en el proyecto parental que lo incitan

58

Louis Dumont, Homo aequalis, op. cit., p. 12.

59

Véase J. P. Laleye, La conception de la personne dans la pensée traditionnelle Yoruba, H. Lang et al., Berna, 1970; citado por L. V. Thomas, “L’être et le paraître”, en Fanstame et formation, París, Dunod, 1979.

La neurosis de clase U 63

a ocupar tal y/o cual lugar, a realizar tal y/o cual aspiración, encuentra en esas incoherencias la posibilidad de ocupar otros lugares y de realizar otras aspiraciones. Si bien los determinismos definen el marco dentro del cual el individuo constituye su identidad, dicho marco no puede ser concebido como un elemento rígido e inmutable, sino como una pluralidad de elementos polisémicos y multipolares. En las sociedades modernas, esta zona de indeterminación tiende a desarrollarse, lo que no significa que los determinismos sociales tradicionales ya no sean operantes, sino que el orden que les confería una coherencia global tiende a desestructurarse. El individuo se ve entonces sometido a presiones múltiples, heterogéneas y fragmentadas. Confrontado con un universo social segmentado, tiene que tratar de encontrar dentro de sí mismo una unidad que el orden social ya no le ofrece. Estas observaciones convergen con los trabajos de G. Mendel,60 que distingue tres tipos de individuo: UÊ





60

el individuo psicofamiliar, por el cual se interesa el psicoanálisis, que abarca la personalidad formada durante la infancia dentro de una familia y que tiende a repetir en su vida social las relaciones de origen; el individuo de pertenencia (nacional, profesional, sociológica, política, religiosa, sexual), que define como “lo que queda de la antigua pertenencia casi total del individuo tradicional a su comunidad, y que se ha fragmentado en pertenencias especializadas” (p. 12); y el individuo sin pertenencia, que surgió con el desarrollo del capitalismo en los desgarros del tejido social de la sociedad tradicional y que trata de garantizarse un mínimo de armonía y unidad interior, entre los elementos contradictorios de su personalidad. Individuo en búsqueda de identidad que trata de “generarse la ilusión narcisista de su completud” (p. 15) y, al mismo tiempo, salir de su narcisismo, realizarse escapando a toda pertenencia.

Gérard Mendel, 54 millions d’individus sans appartenance, l’obstacle invisible du septennat, París, R. Laffont, 1983.

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Cabe temer que esta atractiva tesis de G. Mendel contribuya mantener una visión tripartita del individuo, permitiendo así que las distintas disciplinas se vean reflejadas en una convivencia pacífica que evita interrogarse sobre las articulaciones. “El individuo psicosocial” para el psicoanálisis, el “individuo con pertenencia” para la sociología y “el individuo sin pertenencia” para una psicosociología moderna (o para un socioanálisis). En realidad, este “tercero en discordia”, como lo llama G. Mendel, aparece en forma correlativa con el primero, conmocionando la existencia misma del segundo. La pertenencia se juega al mismo tiempo en el registro familiar y social, que son indisociables. La no pertenencia es un efecto de las contradicciones sociales que producen la individualización. La búsqueda de lo narcisista y la ideología de la realización de sí mismo son efectos del desplazamiento generado por el capitalismo. La sociología y el psicoanálisis aparecen como herramientas de historicidad que tienden a cubrir la distancia entre el sujeto y su propia historia. Si actualmente ya no podemos aceptar una visión unitaria del individuo, no es tanto porque el individuo esté fragmentado entre distintas partes de sí mismo, sino porque, como instancia histórica, cristaliza individualmente la historia de su familia, de su grupo social, de la sociedad. No podemos entonces oponer la pertenencia a la no pertenencia, en la medida en que cierta forma de pertenencia social es la que lo pone en situación de desplazamiento, de distanciamiento, de oposición, de inadaptación, con respecto a sus pertenencias de origen.

Las organizaciones como “oficinas de ubicación” Nuestra sociedad se caracteriza por una contradicción central entre el desarrollo de la socialización y el de la individualización: por un lado, una interdependencia de los hombres entre sí, la aparición de redes cada vez más complejas de producción, de consumo, de comunicación, de información, de educación, de asistencia, de circulación, de ayudas estatales, etc., que organizan la vida social, modifican los lenguajes, los habitus y los códigos territorializados y aceleran las formas más variadas de

La neurosis de clase U 65

movilidad (geográfica, profesional, social, económica, cultural, ideológica, etc.). Por otro lado, una autonomía de la persona con respecto a su inserción social de origen, que la confronta con la necesidad de posicionarse dentro de las redes sociales para evitar el aislamiento. Pero no todas esas redes son accesibles. Someten al individuo a procesos de selección, de orientación, de contratación, de evaluación, a los que debe someterse individualmente y que determinan su admisión o rechazo, así como el lugar que puede llegar a ocupar. El orden de los lugares es cambiante e inestable. Si bien ese movimiento permite que cada individuo cambie de lugar (por necesidad, obligación o elección), también lo confronta con la inseguridad (puede perder su lugar), la competencia (pueden sacarle el lugar; puede aspirar al lugar de otro), la inadaptación (puede ocupar un lugar al que no se ajusta), el desfase (ocupar un lugar que no cree que le corresponda), etc. A partir del momento en que la clasificación ya no depende de un orden metasocial (como la estructura de clase del antiguo régimen, cuyo orden era “de derecho divino”), se vuelve posible cambiar de clase o ser desclasado. El posicionamiento (“encontrar un empleo”, “tener un buen cargo”, “hacerse un hueco”, etc.) se convierte en un desafío existencial fundamental, que determina las decisiones y elecciones afectivas, profesionales e ideológicas. Aun cuando la lógica de la reproducción social siga imponiendo sus efectos, el grupo social de pertenencia ya no es el que decide las alianzas, la división del trabajo, ni la adhesión a un sistema de valores. El individuo es llevado a posicionarse individualmente en estos diferentes registros, pero su existencia está reglamentada, regulada, condicionada por múltiples instituciones. Las organizaciones juegan un papel cada vez más importante en los mecanismos de distribución antroponímica. En la actualidad, son ellas quienes distribuyen a los individuos en el espacio y en el tiempo, inventan clasificaciones diferenciadas e implementan sistemas de recompensas/sanciones que influyen en las trayectorias individuales. Las organizaciones intentan, de este modo, reemplazar las reglas familiares, patrimoniales o religiosas, sustituyéndolas por sus propias reglas de ordenamiento. Hemos analizado, por otra parte, los procesos de desterritorialización que se llevan a cabo en algunas empresas modernas, que consisten en “separar al individuo de sus orígenes sociales y culturales, desposeerlo de su historia personal para reescribirla dentro del marco de

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la organización, desarraigarlo de su tierra inicial para arraigarlo mejor al suelo de la empresa, borrar sus referencias de origen para sustituirlas por otras”. 61 No todas las organizaciones han ido tan lejos en su grado de influencia, pero su desarrollo es tan grande que impusieron su modo de clasificación en la definición de las posiciones sociales: altos directivos, mandos medios, O.P., O.Q., O.S., 62 empleados, empresarios de la industria y del comercio, etc. Las categorías socioprofesionales se definen por el lugar que se ocupa dentro de las organizaciones del trabajo y se han convertido en uno de los indicadores esenciales para definir las posibilidades sociales del individuo.

La multiubicación En consecuencia, los individuos que pertenecen a diferentes organizaciones ocupan una multiplicidad de lugares que corresponden a estatus y roles diversificados. Esta multiubicación tiene por efecto acrecentar las dificultades de la clasificación, ya que cuando los códigos de referencia son diversificados, heterogéneos y evolutivos, la definición de las posiciones se torna más aleatoria. Es inexacto considerar a los señores Marchais y Krasucki63 como pertenecientes a la clase obrera (aun cuando muchos indicadores “objetivos” permitirían hacerlo), pero también sería inexacto asimilarlos a la burguesía o a las nuevas clases medias. Las jerarquías de las organizaciones políticas no obedecen a las mismas reglas, ni generan los mismos efectos que las jerarquías del mundo laboral. Sin embargo, son esenciales para poder captar el lugar que se ocupa en la jerarquía social. La pertenencia simultánea a distintas organizaciones en las cuales se ocupan posiciones diversas confiere una multiplicidad de estatus: se puede ser ejecutante en el lugar de trabajo y dirigente en una organización sindical, 61

Véase M. Pagès, M. Bonetti y V. de Gaulejac, L’emprise de l’organisation, Desclée de Brouwer, 1999.

62

Estas siglas corresponden a las distintas categorías de obreros (profesional, calificado, especializado). La frase hace referencia a categorías socioprofesionales que en Francia están muy claramente definidas. (N. del T.).

63

Georges Marchais y Henri Krasucki fueron secretarios del Partido Comunista francés y de la CGT francesa, respectivamente. Ambos provenían de medios obreros. (N. del T.).

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política o asociativa. El obrero o el campesino que son, además, consejeros municipales, presidentes de una asociación de inquilinos o de un club de fútbol no ocupan las mismas posiciones sociales que los obreros y campesinos que no participan en otras actividades. Un docente universitario que además es director de una colección en una editorial, o responsable de un laboratorio de investigación, miembro del comité de redacción de una revista o asesor de una empresa o de un partido político no puede ser asimilado al docente que no ejerce ninguna otra actividad fuera de la enseñanza. A partir del momento en que las clasificaciones sociales dejan de basarse en las estructuras de parentesco, la pertenencia religiosa o la pertenencia a un clan y se basan, en cambio, esencialmente en los roles económicos (que es lo que ocurre en todas las sociedades industriales), y más precisamente en los empleos, se instaura un código de referencia abstracto que no permite dar cuenta de la totalidad de las posiciones concretas. La posibilidad, para un mismo individuo, de ocupar distintos lugares dentro de una misma organización o de varias, le confiere una autonomía relativa en el juego de la ubicación y el desplazamiento. En ese sentido, el hombre de las sociedades desarrolladas ya no puede ser considerado como “unidimensional”, según la expresión de H. Marcuse.64 Si bien cada organización a la que pertenece tiende a imponerle su marca, moldeándolo en función del lugar que ocupa (producir un individuo conforme), esto se logra raras veces, puesto que en la mayoría de los casos solo llega a obtener una identificación parcial. Los sucesivos desplazamientos impuestos a los individuos por la historia social, la historia familiar y la historia de las organizaciones los confrontan con un trabajo de ajuste permanente.

Cuestiones de ajuste A partir del momento en que la distribución antroponímica deja de obedecer a la lógica de un ordenamiento social único y responde a la influencia de ordenamientos organizacionales múltiples, cada individuo es llevado a adaptarse a situaciones nuevas, aunque pueda creer que su capacidad personal de adaptación es el motor de su historia. Si es llevado a desarrollar sus capacidades de desplazamiento, es para responder a la 64

H. Marcuse, L’homme unidimensionnel, París, Ed. de Minuit, 1978.

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necesidad de cambiar de lugar o de ocupar lugares diferentes en forma simultánea. La expresión francesa “necesidad de ubicarse”65 podemos interpretarla como una consecuencia de las distancias cada vez más frecuentes entre los distintos estatus que derivan de los lugares ofrecidos y la identidad de los individuos que los ocupan. “‘La necesidad de ubicarse’ expresa una angustia existencial fundamental. El hombre quiere saber ‘dónde está’ y ‘quiénes son los demás’. La taxonomía siempre está vinculada a cierta nostalgia monista: reducir la inquietante diversidad fenomenal a cierto número de casos clasificados en función de un código único”. 66 “Las clasificaciones administrativas, jurídicas, institucionales, informáticas, etc., son las señales del orden disciplinario instaurado del siglo XVIII al XX para unir a los individuos a sus lugares, con el fin de hacerlos, al mismo tiempo ‘dóciles y útiles’: control, ejercicios, maniobras, puntajes, rangos y lugares, clasificaciones, exámenes, registros, toda una manera de someter los cuerpos, de controlar las multiplicidades humanas y manipular sus fuerzas”.67 Pero esas clasificaciones no serían tan operantes si no estuvieran respondiendo a las necesidades de tranquilidad y seguridad que genera el desplazamiento. A la libertad del movimiento social que se desarrolla a partir del siglo XVII se corresponden, por un lado, un orden disciplinario que apunta a delimitar el espacio, a controlar los horarios, para ajustar a los individuos a sus lugares y, por otro lado, un perfil psicológico nuevo de individuos confrontados con la movilidad social. La novedad radica en la capacidad/necesidad de ocupar varios lugares, ya sea en el transcurso de su trayectoria socioprofesional (en la diacronía) o en un momento dado de su vida (en sincronía). A esa pluralidad de posiciones corresponde una identidad multidimensional constituida por identificaciones múltiples y diferenciadas, roles diversificados, pertenencias (sociales, institucionales, culturales, simbólicas, etc.) heterogéneas y habitus variables. El habitus en tanto sistema de disposición coherente y homogéneo estructurado por la posición de clase, tal como lo entiende P. Bourdieu, se ve cada más cuestionado a medida que aumenta la movilidad estructural. Los individuos que ocupan lugares diferenciados están atravesa65

En el sentido de “hacerse de una posición”, social, económica y laboral. (N. del T.).

66

Véase Gérard Vincent, Les jeux français, París, Fayard, 1978, p. 66.

67

Véase Michel Foucault, Surveiller et punir, París, NRF Gallimard, 1975, p. 328.

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dos por conflictos de habitus, que pueden traducirse en un intento de reproducir los habitus antiguos en situaciones nuevas, lo que es la tesis de Bourdieu, o bien en el aprendizaje de la ambivalencia, la búsqueda de mediaciones diferentes, la invención de nuevas prácticas, lo que René Barbier denomina la disidencia: “Hay disidencia cuando el instituyente en el habitus quiebra la estructura de este por su metamorfosis”.68 Si bien no coincidimos con René Barbier cuando tiende a idealizar al instituyente y a la disidencia como elementos positivos a priori del cambio social, compartimos en cambio con este autor su preocupación por hacer hincapié en el carácter dialéctico del habitus como sistema de disposición estructurante y desestructurante a la vez. La multiplicidad de las ubicaciones conduce al individuo a incorporar habitus diversificados y a veces contradictorios. Pensemos, por ejemplo, en esos ingenieros atómicos que también son ecologistas, en los directivos sindicalizados, en los policíaseducadores, en los obreros-concejales municipales, etc., pero sobre todo en todas aquellas personas que cambian de clase social o de cultura. Se ven obligadas a buscar síntesis, a inventar mediaciones, a producir nuevos guiones de vida. En ese sentido, son agentes de historicidad por el trabajo que efectúan para ajustarse a las contradicciones de su historia (en la diacronía) y a los distintos lugares que ocupan (en la sincronía). Mientras que P. Bourdieu describe el sistema social como sometido a una lógica dominante de reproducción de la dominación social, el desplazamiento aparece inscripto más bien en una dialéctica de la reproducción y del cambio. Aunque el análisis de la distribución antroponímica muestra que el lugar de los individuos no responde al azar y sigue estando estructuralmente dominado por determinismos sociales, un análisis más fino de las trayectorias “desplazadas” muestra que la separación entre las posiciones objetivas y las posiciones subjetivas que esos desplazamientos producen introduce una distancia entre el lugar y la relación al lugar. En ese distanciamiento es donde el individuo es llevado a hacer un trabajo de ajuste/desajuste, de desterritorialización/reterritorialización, de identificación/desindentificación, de idealización/desidealización, etc., siendo todos ellos procesos dialécticos mediante los cuales trata de (re) producirse y de (re)situarse transformándose. También es en esa misma 68

Véase René Barbier, “En dépassement du roman familial et de la trajectoire sociale: le réseau de vie”, Le groupe familial, EPE, nº 96, julio 1982, p. 70.

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distancia entre el lugar social y el lugar subjetivo que aparece la fantasía de la novela familiar, es decir, la posibilidad de imaginar que uno está en otra parte porque viene de otra parte y que, en consecuencia, uno puede ir a otra parte que no sea allí donde está. Como socialmente los individuos se ven confrontados con la posibilidad del desplazamiento, el desplazamiento opera como proceso psíquico para permitir imaginarse en otro lado, de otro modo, diferente.

Distancia social, conflictos relacionales y conflictos de identidad Los efectos del desplazamiento social son fácilmente identificables cuando se manifiestan en conflictos relacionales. La literatura y el cine han desarrollado a menudo el tema de las amistades de guerra o de escuela que se desvanecen a partir del día en que cada uno “vuelve a su lugar”. Ilustran así la hipótesis según la cual las relaciones afectivas están condicionadas por la relación social que las sustenta y que hay una correlación entre proximidad afectiva/proximidad social, distancia afectiva/distancia social. No por ello se trata de una causalidad lineal y mecanicista, ya que la proximidad social también puede significar distancia afectiva e, inversamente, la distancia social puede esconder una proximidad afectiva. La influencia de la distancia social sobre las relaciones afectivas aparece en situaciones en donde los niños son ubicados en familias de un medio social diferente del de su familia natural, en las parejas cuyos cónyuges tienen trayectorias sociales antinómicas o en las familias donde los hijos cambian de clase social.

Los niños “en tránsito” En una investigación sobre la asistencia social a la infancia 69 hemos analizado los vínculos entre las relaciones sociales y las relaciones afectivas

69

Véase M. Bonetti, J. Fraisse y V. de Gaulejac, De l’assistance publique aux assitantes maternelles, París, Les Cahiers de Germinal, 1980, pp. 81 y ss.

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en el sistema de relación niño en tránsito/familia acogedora /trabajadores sociales. El nuevo estatuto de las familias de acogimiento en Francia se tradujo en una revalorización profesional, económica y social de la función de “asistente maternal”.70 Ese cambio de la “nodriza” o “cuidadora” a la “asistente maternal” tuvo por efecto aumentar la distancia social entre los padres temporarios y las familias de origen. En nuestra investigación hemos analizado la contradicción entre una intención declarada de fortalecer los vínculos entre el niño “en tránsito” y su familia de origen y un dispositivo que tendía, en cambio, a acrecentar la separación social entre ellos. “Antes podía existir cierta solidaridad de clase entre las familias de acogimiento y las familias de origen (sin idealizar, por supuesto, dado que conocemos las diferencias existentes entre el proletariado y el subproletariado). Dicha solidaridad jugaba socialmente a favor del niño, aun cuando los conflictos psicológicos fueran importantes (en términos de ‘disputarse al niño’) e incluso cuando la política del servicio consistía en alejar a las dos familias. ”Esa solidaridad tiene lugar ahora principalmente entre los trabajadores sociales y las familias de acogimiento. La distancia sociológica entre el niño y su familia de origen aumenta cuando se implementa un discurso psicopedagógico y una política de servicios sociales que tiende a asistir cada vez más a las familias naturales. Ese paso de la solidaridad social a la asistencia social es la consecuencia más significativa del nuevo estatuto sobre las relaciones entre las familias. Las relaciones, especialmente entre el niño y sus dos madres, se ven condicionadas por la cuestión de la distancia social entre las dos familias. Si la distancia social es poco significativa, el deseo de la nodriza por suplantar a la verdadera madre se juega principalmente en el plano psicológico, porque la competencia es más fuerte cuanto menor sea la distancia social: el niño que toma a los adultos que lo crían como figuras de identificación no tendrá problemas sociológicos para pasar de una figura a la otra, de su nodriza a su madre, si ambas tienen el mismo lenguaje, el mismo tipo 70

En Francia, el sistema social prevé una capacitación de Asistente Maternal para las madres que quieran recibir en forma temporaria a niños de familias que, por diversas razones, no puedan tenerlos a cargo. Los niños son acogidos, pues, en casas de familia y la madre provisoria/asistente maternal recibe un subsidio del Estado por el trabajo prestado. (N. del T.).

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de ropa, la misma cultura, etc. Por el contrario, ese deseo de suplantar a la verdadera madre, cuando la distancia social es importante, se realiza ‘naturalmente’ para la asistente maternal si esta vive en una cómoda casita con jardín (en oposición al cuarto de servicio o a la vivienda social donde vive la madre), si su lenguaje es adaptado al de la escuela, si la higiene, la limpieza y la vestimenta son conformes a la ética burguesa. En ese caso, el ‘retorno’ para el niño a su medio de origen plantea problemas tales como su deseo de quedarse más bien con esa ‘madre’ sustituta, y esta última tendrá menos necesidad de ‘pesar’ a nivel psicológico para garantizarse el apego del niño. El vínculo sociológico que se establece sirve de sostén al vínculo afectivo. ”En sentido inverso, si las familias naturales renuncian en un momento dado a ir a visitar a sus hijos, es porque sienten que la distancia va creciendo entre lo que ellas son socialmente y aquello en lo que el niño, que cada vez es menos ‘suyo’, se va convirtiendo. En resumen, se observa que en el mismo momento en que la distancia social objetiva aumenta entre las familias de acogimiento y las familias naturales, aparece un discurso sobre la necesidad de alentar y restablecer los vínculos entre ambas”. Las entrevistas con adultos que han sido niños con familias provisorias confirman la importancia de la problemática que ha representado para ellos la distancia social entre sus dos familias, cuando una de ellas estaba marcada por las referencias y habitus del proletariado o del subproletariado y la otra por los de la pequeña burguesía.

Las relaciones conyugales El enfoque estadístico muestra que las distancias en términos de estatus social entre los cónyuges no son ni muy frecuentes ni muy significativas. Así pues, la mayoría de las mujeres se casan con hombres próximos a la posición social que ocupa su propio padre. Tal como lo señala Alain Girard: “La libertad del individuo, o bien el margen de libertad en sus acciones más íntimas y personales, sigue estando aprisionada por todos lados, hoy como ayer, en una estrecha red de probabilidades y determinismos que llevan menos a elegir que a encontrar un cónyuge que le sea

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tan cercano como sea posible”.71 En consecuencia, si las probabilidades y los condicionamientos llevan a la gran mayoría de los cónyuges a elegirse socialmente próximos y a que la mayoría de las parejas se fundan sobre una homología de las trayectorias del marido y de la mujer (ya sea en descenso, en estabilidad o en promoción), es interesante analizar los efectos de las trayectorias cruzadas: mujeres en promoción/hombres en descenso; mujeres en descenso/hombres en promoción. Constatamos entonces que esas distancias están en la base del desacuerdo conyugal o de conflictos que pueden tomar formas diversas para los hombres y para las mujeres.72 Para los hombres, casarse con una mujer cuyo estatus social es inferior a la posición social adquirida reduce los efectos de la promoción social o amplifica la regresión. Inversamente, las mujeres encuentran a través del matrimonio una amplificación de su promoción personal o una atenuación de su eventual regresión. En el caso en que los orígenes sociales de los cónyuges sean muy opuestos, sus posiciones subjetivas corren el riesgo de ser antinómicas: uno se esfuerza por no decaer al nivel de un estatus del cual el otro trata de liberarse. El que está en regresión tratará de valorizar sus orígenes, mientras que el otro se apoyará sobre su éxito profesional para hacer olvidar los suyos. Es así como las diferencias sociales pueden sostener la guerra conyugal. El que está en promoción le reprocha al otro que ya no sea lo que él está llegando a ser, mientras que, al mismo tiempo, le debe su promoción, y el que está en regresión lo acusa de haberse servido de él para llegar a ser lo que él ahora ya no es más, aun cuando la promoción del otro represente un freno para su propio descenso. Nudo de relaciones complejas y superpuestas, estas situaciones alimentan la humillación, el resentimiento, la aspereza, los celos y la culpa. Las rupturas en las trayectorias profesionales (desempleo, despido, reconversión, accidente laboral, etc.) generan situaciones de este tipo que son más conflictivas aun cuando sea el hombre el que entra en regresión, puesto que el descenso es social y psicológicamente menos aceptado para 71

Alain Girard, “Sociologie du mariage”, en Enciclopedia Universale, París, 1974. Véase también Cl. Thélot, Tel père, tel fils ?, op. cit., particularmente el capítulo 8, “Las alianzas”, pp. 179 y ss.

72

Véase M. Bonetti, “Trajectoire sociale et stratégies matrimoniales”, Le groupe familial, EPE, nº 96, julio 1982.

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los hombres que para las mujeres. Sin embargo, si el hombre en regresión conserva un estatus superior al de su mujer, a pesar de la promoción de esta última, las relaciones de pareja no se transformarán radicalmente. El problema se plantea cuando el éxito profesional de la mujer es tan importante que el hombre puede quedar al lado suyo como un fracasado y vivir esa situación como una humillación, un cuestionamiento de su poder “viril”. La situación es diferente cuando la mujer está en regresión y el marido en promoción. El caso más conocido es el de las herederas de la burguesía o de la aristocracia en decadencia que se casan con jóvenes profesionales de los cuales se espera que sepan reflotar la nobleza de la familia. Si el marido satisface esas expectativas y permite disminuir la distancia entre la posición objetiva y la posición esperada, la dinámica social consolidará el entendimiento conyugal. En el caso contrario, el resentimiento, el despecho y la culpa pueden atravesar las relaciones de la pareja y desembocar en una separación física o, por lo menos, en un distanciamiento afectivo. Estos diferentes ejemplos ilustran la hipótesis según la cual la proximidad social favorece los acercamientos afectivos, mientras que la distancia social perturba los vínculos afectivos. En los grupos de implicación e investigación que hemos coordinado sobre el tema “Novela amorosa y trayectoria social”73 constatamos que cierto número de rupturas afectivas habían sido provocadas por trayectorias desmembradas, y la guerra conyugal era una de las formas de expresión de los antagonismos sociales.

Las relaciones padres/hijos Las relaciones familiares son también relaciones sociales. La promoción de unos o el descenso de otros condicionan las relaciones que se establecen entre los distintos linajes, entre hermanos y hermanas, y entre los padres y los hijos. Puede observarse que la decadencia de una rama de la familia se acompaña, por lo general, de un alejamiento progresivo 73

J. Fraisse y V. de Gaulejac, Groupes, “Roman amoureux et trajectoires sociale”, Formation Permanente, UER Sciences Humaines Cliniques, París VII, 1985 a 1987.

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de las otras ramas. Algunas familias burguesas llegan hasta a olvidar a aquellos cuyo descenso es patente. El paso de la clase obrera a la clase media desemboca, en general, en una ruptura dentro de la familia entre quienes siguen siendo obreros y quienes están en promoción. Los problemas que plantean los cambios de clase son particularmente visibles entre los hijos en fuerte promoción y sus padres. El hijo que está en ascenso social es llevado a utilizar otro lenguaje, adquirir otros habitus, integrar otro mundo, provocando así una disonancia cognitiva, existencial y social en las relaciones con sus mayores. La distancia social, reflejada en un alejamiento, progresivo o no, reactiva la ambivalencia, provoca malentendidos y alimenta culpas en ambas partes. Por el lado de los padres, es el sentimiento de estar tratando con un extraño que ya no entienden y que es, al mismo tiempo, objeto de orgullo (porque su éxito es también el de ellos) y de vergüenza (porque se ha transformado en algo que los confronta con la imagen de lo que ellos no son y al temor de no estar a la altura de las circunstancias). El malestar que sienten puede llevarlos a tomar distancia con respecto a ese otro que no se les parece. Por el lado del hijo, la culpa se arraiga en el sentimiento de haber traicionado las fidelidades de origen, en una disociación entre dos seres: el heredero producido por los padres, que sigue estando marcado por una filiación de origen; y el hijo que se ha vuelto otro, que escapó a la influencia de las identificaciones primarias. Lo que provoca el paso de un niño a otra clase social es una ruptura de identificación. Sabemos que la identificación permite al niño asimilar las propiedades y los atributos, en particular de las figuras parentales, constituirse según los modelos que le proponen, y que este proceso perdura independientemente de la presencia real de los padres. En este sentido, la identidad es el resultado del conjunto de las identificaciones pasadas. Se trata, pues, de un proceso diacrónico, pero también sincrónico, en la medida en que la identidad nunca está establecida de una vez y para siempre: los objetos tomados como modelo son cambiantes, es decir, que pueden ser reemplazados por otros, en un trabajo de reactualización permanente. En función de los distintos lugares ocupados, los modelos de identificación varían, llevando al individuo a efectuar elecciones, síntesis, compromisos, renunciamientos y ajustes.

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La identidad en un momento dado es la resultante del conjunto de los objetos y personas tomados como soportes de identificación en el pasado y en el presente. Y, por otra parte, la multiplicidad de esas identificaciones es lo que confiere al individuo su conformidad y su singularidad al mismo tiempo, en los distintos grupos de pertenencia. La evolución estructural (del orden de los lugares) y la movilidad coyuntural (de su lugar en la estructura social) confrontan al individuo desplazado con contradicciones entre la fidelidad a las identificaciones pasadas y la necesidad de cuestionarlas para adaptarse a sus condiciones actuales de existencia. La identidad es el espacio de trabajo que trata de resolver los conflictos entre la identidad heredada –que representa el peso de la historia dentro de uno– y la identidad adquirida –que se ajusta a los habitus, a los ideales y a las prácticas de los grupos a los cuales se pertenece en el presente–. En las relaciones con los padres, hay ruptura de identificación cuando el hijo abandona las figuras de identificación dominantes dentro de las cuales sus padres se reconocen, para adoptar nuevas figuras que los padres perciben como extrañas, porque son referencias situadas fuera de su clase social de pertenencia. Esa ruptura es un proceso diferente del fenómeno de contraidentificación característico del adolescente, que se opone a las figuras parentales tratando de ir hacia lo contrario de las referencias propuestas por la autoridad. Situándose en oposición, el adolescente se mantiene dentro de su marco de referencia habitual, puesto que intenta hacer lo contrario de lo que sus padres le piden. En ese caso, la investidura de los modelos iniciales persiste, aun cuando el adolescente querría librarse de ellos. La ruptura de identificación pasa por la desinvestidura de los modelos internalizados, que se vuelven indiferentes, a través del abandono de las referencias ideológicas, culturales e institucionales que los sostienen. Se trata de un trabajo de des-vinculación,74 según la acertada expresión de Pierre Ansart, que tiende a desatar los lazos padres-hijos que ya no están “vinculados” por referencias comunes ni por identificaciones con los mismos objetos. La ruptura de identificación causada por la distancia social produce efectos diferentes según la posición subjetiva de los padres y la relación 74

Véase P. Ansart, “Structure socio-affective et désidentification”, Bulletin Psychologique, nº 360, mayo-junio 1983.

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entre la posición adquirida y la posición esperada del hijo. En la medida en que el hijo realice las aspiraciones parentales, la distancia social no pondrá en riesgo necesariamente la proximidad afectiva. Por el contrario, esto sí puede suceder cuando el proyecto parental es contradictorio en sí mismo, como en el caso de François, a quien su padre le pedía que se convirtiera en un burgués y, al mismo tiempo, que destruyera a todos los burgueses. En este ejemplo, hay en cierta forma un collage entre los conflictos identificatorios del padre y de François, donde este último reproduce, en una posición objetiva diferente, la contradicción de su padre. Al convertirse en un burgués, François realiza un deseo paterno y, al mismo tiempo, se convierte en enemigo de su padre, puesto que pasa al bando de los “malos”. Aquí, el conflicto de identificación obstaculiza el proceso de liberación que le permitiría a François efectuar una ruptura de identificación. El conflicto de clase burgués/obrero se articula sobre un conflicto edípico en una problemática contradictoria, donde la identidad queda dividida entre dos modelos antagónicos, de los cuales François no logra liberarse. Para Jacqueline Palmade, este tipo de situación es característica de los hijos de las clases más desposeídas, que viven necesariamente un conflicto entre los modelos parentales y los modelos sociales: “En nuestro sistema cultural, (…) el hijo de un obrero especializado no puede encontrar a su ‘Padre’ (especialmente al Padre internalizado) en las imágenes de hombres, imágenes portadoras de poder social y de conocimiento, propuestas y valorizadas por la sociedad (a la cual debe integrarse). La sociedad le muestra explícita o implícitamente una imagen de su padre disminuida, desvalorizada, ‘castrada’ (…) La actitud de los padres suele corresponder a una orden paradójica, proponiéndole al hijo explícitamente que se identifique con los modelos sociales valorizados y rechazando implícitamente esos modelos, porque no son los de su clase y la traicionan, y porque perturban el deseo de identificación y de dominación de los padres sobre el hijo”.75 La capacidad para superar este tipo de conflicto entre los modelos sociales y parentales, siempre según J. Palmade, depende del lugar que 75

Vése J. Palmade, “Systèmes symboliques et idéologie de l’habiter”, Tesis de doctorado ès lettres, Université de Toulouse le Mirail, 1981, vol. 1, p. 768.

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uno ocupe en el sistema social: “Según el lugar objetivo en las relaciones sociales de producción y en la adquisición de la herencia cultural, los hijos de las clases sociales en relación de identificación simbólica con el sistema cultural dominante tendrán más o menos probabilidades de superar las dificultades y las contradicciones inherentes a la fase de latencia”. La distancia social entre el hijo en promoción social y sus padres será vivida entonces de distintas maneras, dependiendo de que el lugar adquirido por el hijo sea realmente valorizado por los padres o bien percibido de manera ambivalente. Constatamos, en particular, que las clases socialmente invalidadas confrontan a sus miembros con una contradicción entre el deseo de cambiar de clase y el deseo de revalorización de su cultura, sus tradiciones y sus habitus. Este es uno de los principales elementos que atraviesan las relaciones familiares cuando los hijos cambian de clase social, con diferencias que dependen también de la valorización que se dé (o no) a la posición de origen: los campesinos, los pequeños comerciantes o los artesanos, que son sus propios jefes y tienen una relativa autonomía en la organización de su trabajo, son menos invalidados que los obreros o los empleados confinados a un trabajo repetitivo de ejecución. La posibilidad de valorizar el acto de trabajo (el savoir-faire) o la comunidad de trabajo (a través de la militancia) son medios de reacción frente a la invalidación de su imagen social, pero esas reacciones suelen ser muy precarias cuando el hijo, que desearon que viviera de otra manera, ocupa un lugar que reactiva las contradicciones vividas por los padres con relación a su propia posición. En este sentido, el testimonio de Annie Ernaux es ejemplar.

El lugar, o el amor separado En un libro titulado La place (El lugar),76 Annie Ernaux describe las dificultades ligadas al desplazamiento, en particular la distancia que, poco a poco, separa a la estudiante casada con un burgués en la que se ha convertido, de sus padres que eran de origen campesino, luego obreros y finalmente pequeños comerciantes. Este “desgarro de clase” la lleva a la escritura, que actúa como reparación, como un medio para llenar esa 76

Annie Ernaux, La place, París, NRF Gallimard, 1984.

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distancia. Annie Ernaux escribe una “novela familiar”, en oposición a la novela “novelada”, donde describe con precisión ese mundo del que viene y que va desapareciendo: “Para contar cómo es una vida sometida a la necesidad, no puedo permitirme elegir el camino del arte ni tratar de hacer algo ‘apasionante’ o ‘conmovedor’. Reuniré las palabras, los gestos, los gustos de mi padre, los hechos redestacados de su vida, todos los signos objetivos de una existencia que también compartí” (p. 24). Así pues, va describiendo el lento ascenso de su padre, que es peón en una granja hasta la guerra de 1914-1918, luego obrero en una fábrica donde conoce a su mujer, obrera también. Tras un accidente, la pareja decide ahorrar un poco para comprar un fondo de comercio de un bar-almacén en un barrio obrero, luego en un barrio menos popular. Es la vida de trabajo de un padre que se codea con la miseria, sin caer en ella, que utiliza cada oportunidad de la existencia, en particular las dos guerras mundiales, para “hacerse un lugarcito bajo el sol”, para ir subiendo escalones y pasar de su condición de peón de tambo a la de obrero-comerciante, y a comerciante por completo: “Él no bebía, trataba de quedarse en su lugar. Parecer más comerciante que obrero” (p. 45). Y bajo ese éxito aparente, Annie Ernaux nos describe “la crispación del ascenso ganado palmo a palmo” (p. 58), es decir, el trabajo incesante, “ni siquiera un minuto para ir al baño”, la necesidad de ahorrar en todo y quizás, sobre todo, el miedo a ser desplazado, a tener vergüenza… “leit motiv, no cagar más alto de lo que te da el culo (p. 59), la obsesión de la apariencia… ‘¿qué van a pensar de nosotros?’” (p. 61). Describe extensamente las características de ese medio intermedio entre la clase obrera y la pequeña burguesía: la ausencia de opinión y el cuidado excesivo de las buenas maneras para no llamar la atención ni correr el riesgo de ser criticado, el conformismo que lleva a parecer, tratando de pasar inadvertido, de calcar su conducta sobre “lo que se hace”, con el miedo constante a hacer “lo que no hay que hacer”. “Quedarse en su lugar” para los padres de Annie Ernaux significa pegarse a un modelo que representa “lo que está bien”, “lo que se hace”. Internalización de un sistema de valores de la gente “bien educada”, es decir, de aquellos que no son campesinos ni obreros, pero con los cuales, sin embargo, pueden codearse. Al pintor o al carpintero se les pregunta “¿qué se usa?, ¿qué hay que poner?” para los colores y las formas. Lo importante es no tener pinta de ser campesino (“pajuerano” o “provinciano”), u obrero, “los

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estudios, un sufrimiento obligatorio para llegar a una buena situación y no casarse con un obrero” (subrayado en el texto, p. 80). Cuando Annie presenta a sus padres “un estudiante de Ciencias Políticas” que luego sería su marido, señala: “Le bastaba con ser bien educado (subrayado en el texto). Era la cualidad que mis padres más apreciaban, pues les parecía una conquista difícil de lograr. No trataron de saber, como lo hubieran hecho para un obrero, si era valiente o si no bebía. Convicción profunda de que el saber y los buenos modales ya eran de por sí la marca de una excelencia interior innata” (p. 94). Ese encuentro hace que Annie entre definitivamente “en esa mitad del mundo para la cual la otra mitad no es más que un decorado” (p. 96), quedando al mismo tiempo atravesada por esa distancia, ese corte irreductible que también atravesará luego su pareja. Ella iba sola a ver a sus padres, “callando las verdaderas razones de la indiferencia de su yerno, razones indecibles, entre él y yo, y que asumí como obvias. ¿Cómo un hombre nacido en la burguesía, con títulos, constantemente ‘irónico’, podría haberse sentido cómodo en compañía de gente bonachona cuya amabilidad, reconocida por él, nunca podría compensar a sus ojos esa carencia esencial: una conversación de cierto vuelo”(p. 96). Las palabras son para Annie Ernaux el medio para encontrar una mediación entre su posición de origen como hija de sus padres, “suelo decir ahora ‘nosotros’, porque durante mucho tiempo lo pensé así y no sé en qué momento dejé de hacerlo” (p. 61), y su posición adquirida como intelectual burguesa. Ella se describe como “dividida” entre, por un lado, el amor de sus padres, la solidaridad con ese medio del que proviene y, por otro lado, el desprecio de los pequeñoburgueses por parte de la gran burguesía y la distancia crítica e “irónica” que los intelectuales tienen con respecto al mundo, las cosas y las personas. “Intento dar una explicación: escribir es el último recurso cuando uno ha traicionado”. Esta frase de Jean Genet que Annie Ernaux pone en el epígrafe, propone una clave en cuanto al estatuto de este libro en el trabajo que ella tiene que realizar para manejar su desplazamiento/reubicación: distanciarse pero colmando a la vez esa distancia, reparar una traición para sentirse mejor en su lugar, ratificar una ruptura afirmando su alianza original. “Estrecha vía, al escribir, entre la rehabilitación de un modo de vida considerado como inferior y la denuncia de la alienación que lo acompaña.

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Porque esas maneras de vivir eran nuestras, incluso una felicidad, pero también eran barreras humillantes de nuestra condición (conciencia de que ‘las cosas en casa no están suficientemente bien’), me gustaría poder expresar y hablar al mismo tiempo de la felicidad y de la alienación. Impresión de oscilar, más bien, de una orilla a otra de esa contradicción” (p. 55). Comienza entonces para ella un autoanálisis, un trabajo sobre sí misma, cuya descripción lúcida permite identificar diferentes procesos que intervienen.

Componentes de la gestión del desplazamiento Lucha contra la humillación Sus padres tienen miedo de no ser nunca “como se debe ser”, de no estar a la altura de la condición a la cual aspiran, miedo que los lleva a tener vergüenza de sí mismos. La hija participa, asimismo, de esa vergüenza original y adquiere una posición que la lleva a compartir el desprecio de clase que caracteriza a la relación entre las clases dominantes y las otras. “Se me hace ahora imprescindible descifrar esos detalles, tanto más cuanto que hasta ahora los he negado, segura como estaba de su insignificancia. Solo una memoria humillada pudo hacer que los conservara. Me plegué al deseo del mundo en el que vivo, que se esfuerza por hacer que olvidemos los recuerdos del mundo de abajo, como si eso fuera algo de mal gusto” (p. 72). Esa humillación se exacerba cuando Annie Ernaux tiene que “mostrar” su familia a su futuro esposo o a sus amigas estudiantes, confrontando a unos con su superioridad y a otros con su inferioridad, con la existencia de dos mundos separados por la distancia de clase que se trasluce por más voluntad que pongan unos y otros por atenuar sus efectos. “Cuando la familia de una de mis amigas me recibía, yo estaba autorizada a compartir un modo de vida que mi presencia no modificaba en nada. Podía entrar en su mundo que no temía a ninguna mirada extraña y que se me abría porque yo había olvidado los modales, las ideas y los gustos de los míos. Queriendo dar un carácter de fiesta a lo que en esos medios no era más que una visita cualquiera, mi padre quería honrar a mis amigas y hacerse pasar por alguien que tenía clase. Lo que hacía en realidad era UÊ

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mostrar una inferioridad que ellas reconocían a pesar suyo, diciendo por ejemplo, ‘buenos días, señorita, ¿cómo es que le va?’” (p. 93). Humillación que es recubierta en el padre por la negación, cuando un día le dice, con mirada orgullosa: “Yo nunca te hice pasar vergüenza” (p. 93). Humillación escondida en A. Ernaux por el olvido, la renuncia a una parte de sí misma, que, por decirlo de algún modo, “reprimió” desde el momento en que estuvo en contacto con la clase dominante. La asimilación con la represión se impone cuando las mismas palabras designan los sentimientos de vergüenza ligados a la sexualidad y los ligados a la diferenciación social: el mal gusto, vivido como un pecado, una tara que tiene que disimular para adquirir lo antes posible “los buenos modales”. Se siente entonces doblemente culpable: culpable de ese “mal gusto” que lleva dentro de sí y culpable de reconocer como “malo” ese gusto que es el de sus padres. Lucha contra la culpa Esa culpa se desarrolla aún más cuando se hace eco del sentimiento de no estar nunca en el lugar adecuado, de estar constantemente en transición entre la posición de origen donde ya no está y la posición adquirida, donde se siente incómoda: el desplazamiento es marcado por la deuda y la traición que se actualizan constantemente en las relaciones del hijo con sus padres. El hijo, al realizar las aspiraciones de promoción del proyecto parental, les muestra a los padres la distancia que ellos no han recorrido y les debe, al mismo tiempo, el hecho de haber podido llegar adonde está. A medida que el hijo avanza en sus estudios, se van mezclando el distanciamiento crítico (habitus característico de las clases intelectuales que pueden analizar los sentimientos y las diferencias, lo que es un medio para sentirlos atenuando al mismo tiempo su carga afectiva) y el sentimiento de traición cuando uno es llevado a renegar de sus orígenes, aun cuando la renuncia objetiva se vea acompañada por una solidaridad subjetiva. Es la razón por la cual la trayectoria de los individuos en promoción suele ser caótica y estar marcada por conductas de fracaso, movimientos, cambios de orientación y un profundo sentimiento de ilegitimidad. “Yo no me sentía con derecho a entrar en la universidad” (p. 86), dice Annie Ernaux en el momento en que confronta su juventud y su liUÊ

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bertad con la difícil vejez de sus padres, como si su éxito tuviera que ser pagado con la vida de sus padres, y como si la deuda contraída con ellos fuera tanto más pesada cuanto mayor fuera su éxito. La ambivalencia El trabajo de escritura de Annie Ernaux consiste particularmente en descifrar la ambivalencia que sirve de base a las relaciones con sus padres a medida que ella va realizando su ascenso social. Para los padres, ambivalencia entre el deseo de que el hijo “sea mejor de lo que ellos son” y el miedo de que se les escape, de que se convierta en un extraño y de que, al realizar ese deseo, les devuelva una imagen devaluada de sí mismos. Para el hijo, ambivalencia entre el deseo de realizar las aspiraciones parentales –deseo que asume por su cuenta en la expectativa de tener éxito–, y el sentimiento de distancia, de extrañeza, de disonancia que, poco a poco, va invadiendo la relación con sus padres. “Mi padre entró en la categoría de la ‘gente sencilla’ o ‘humilde’ o ‘gente bonachona’. Ya no se atrevía a contarme historias de su infancia. Yo dejé de hablarle de mis estudios…, le resultaban incomprensibles y se negaba a aparentar que le interesaban… Y siempre el miedo, O TAL VEZ EL DESEO [en mayúscula en el texto] de que yo no lo lograra” (p. 80). Al orgullo del padre ante los logros de su hija se corresponde el sentimiento de ser superado, de no entenderla más, de no poder seguirla y, en consecuencia, el temor a no estar “a la altura de las circunstancias”. Pero también, y sobre todo, el miedo de que su hija adoptara el desdén que las clases “superiores” muestran tan a menudo por quienes no pertenecen a ellas. UÊ

UÊ El trabajo de des-vinculación La ambivalencia frente al cambio de clase, deseado y temido a la vez, esconde aquí una contradicción que se hace cada vez más fuerte cuanto más se desmorona la identificación entre el padre y la hija. “Lógralo” significaba, para Annie Ernaux, efectuar un trabajo de des-identificación con respecto a sus padres, del cual su libro es la culminación. Para el padre, el deseo de que “ella no lo logre” es el deseo de conservar a su hija, como si el padre entendiera implícitamente que el éxito de su hija

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la llevaría a invalidar su existencia, a devolverle una imagen devaluada de su persona, provocando no solo una distancia social, sino también una distancia afectiva irreducible. En cambio, para ella, se trata de efectuar una “des-vinculación”, según la expresión de P. Ansart, es decir, de liberarse de los aspectos, de las propiedades y los atributos parentales que le sirvieron para constituir su personalidad original. La diferenciación social que ella efectúa se sostiene sobre un trabajo de diferenciación psíquica con respecto a los modelos de identificación que representa el mundo parental. Sabemos que las identificaciones forman una estructura compleja, en la medida en que el padre y la madre son, ambos, objetos de amor y de rivalidad a la vez. El alejamiento de Annie Ernaux produce una parte de desinvestidura de esos objetos, ya sea en el ámbito del amor como en el de la rivalidad, ya que las figuras parentales se tornan figuras de otro mundo, el de la “gente bonachona”. La escritura, que busca ser un testimonio de la permanencia del amor de la hija por su padre, es, sobre todo, el producto de ese trabajo de des-vinculación, un medio para reinvestir en el plano intelectual esa relación afectiva. Dicho trabajo de des-vinculación también tiene lugar con respecto a los habitus de origen. Para invertir el proceso descrito por P. Bourdieu, se trata en este caso de desincorporación de los habitus: cambiar sus gustos, sus costumbres, sus maneras de ser, ya sea en la relación con los objetos, la cocina, la ropa o el lenguaje. Tiene que “olvidar los modales, las ideas y los gustos” (p. 93) del medio parental para adquirir los de la burguesía intelectual y acceder, así, a la cómoda “soltura” que caracteriza a la cultura de las clases dominantes. Es un trabajo considerable para llegar a diferenciar “lo que es de buen gusto” o de “mal gusto”, lo que da sensación de “culto” o de “vulgar”, tanto en lo relativo a los objetos de decoración como en la manera de vestirse, de cocinar, de hablar, de vivir en su cuerpo y, en general, de “manejarse” en la vida social. Cuestionamiento radical y profundo del modo de vida y, en consecuencia, del modo de ser de sus padres, del sistema de disposiciones adquirido durante la infancia, de la herencia como elemento estructurante de la identidad. El testimonio de Annie Ernaux es ejemplo de una trayectoria de fuerte ascenso. El padre pasa de la posición de peón de granja a la de obrero, luego a la de pequeño comerciante. La hija se convierte en profesora

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de Letras y luego en escritora y accede, a través de su matrimonio, a la gran burguesía intelectual “instalada”. Este doble éxito, éxito objetivo pero también éxito en cuanto a su capacidad para “asimilar” los conflictos que su ascenso conlleva, se vio facilitado por varios elementos: UÊ



UÊ UÊ



el crecimiento económico y los efectos de las dos guerras, que permitieron la reconversión y el ascenso de sus padres, ofreciéndoles oportunidades que supieron aprovechar; la pendiente en ascenso de la trayectoria parental, que ella, de algún modo, solo sigue prolongando, en la medida en que esa pendiente le indica la dirección a seguir, marcando una coherencia entre la posición esperada y la posición adquirida; su estatus de hija única que la convierte en el objeto exclusivo de las expectativas y de la investidura parental; su matrimonio, en la medida en que el estatus de su marido le permite acelerar y consolidar su pertenencia a la burguesía intelectual. Este caso particular es frecuente para las mujeres en fuerte promoción social, mientras que los hombres en fuerte promoción social suelen casarse con mujeres que están en una posición intermedia entre su posición de origen y su posición adquirida; su investidura en la escritura, a través de la cual maneja las contradicciones de su historia: esa “novela familiar” tiene una doble función psicológica (soportar y corregir la realidad vivida) y una doble función social (prestigio del escritor y pertenencia al “mundo de las letras”, por un lado, pero, por otro, distanciamiento del “artista”, que le permite afirmar siempre que está en otra parte que no es donde está objetivamente ubicado). Annie Ernaux puede así reconstruir su historia, desarrollando su propia historicidad: trabajo de reconocimiento y de transformación en una búsqueda de coherencia entre lo que ella es y lo que ella llegó a ser, entre su identidad heredada y su identidad adquirida.

3

Cambio de clase y conflictos de identidad U U

“Lo que distingue a quien ha realizado estudios del autodidacta no es la amplitud de sus conocimientos, sino distintos grados de vitalidad y de confianza en sí mismo. El fervor con el cual Tereza, una vez en Praga, se lanzó a la vida, era al mismo tiempo voraz y frágil. Parecía temer que alguien, algún día, pudiera decirle ‘¡Tú no estás en tu lugar! ¡Regresa al lugar de donde has venido!’”. Milan Kundera

El desplazamiento social acarrea una serie de conflictos afectivos, ideológicos, culturales, relacionales, políticos, que se cristalizan en la relación del individuo con su lugar y con su identidad. La identidad es definida aquí como la resultante de las distintas posiciones ocupadas (por el lado de la identidad social) y de la relación subjetiva con esas posiciones (por el lado de la identidad psíquica). Esta definición remite al doble sentido de la identificación que es, por un lado, el proceso mediante el cual un sistema social permite nombrar y ubicar a cada individuo en su “orden” y, por otra parte, el proceso psicológico mediante el cual se constituye la

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personalidad, asimilando todo o parte de las propiedades, los atributos, las cualidades de las personas que lo rodean. La identidad es el producto de un doble movimiento: interno y externo. En consecuencia, no es tanto un estado como una construcción dinámica que resulta del trabajo de un individuo que intenta situarse, posicionarse, afirmar una singularidad y una unidad frente a una realidad multiforme y heterogénea, encontrar mediaciones frente a las contradicciones intrapsíquicas, psicológicas y sociales que lo atraviesan. La identidad es tironeada de algún modo entre la permanencia y el contraste, entre la similitud y la singularidad, entre la reproducción y la diferenciación, entre lo que la funda en el pasado y lo que la especifica en el presente, con una perspectiva de futuro. La identidad es una noción multidimensional y contradictoria, tal como lo subraya Lévi-Strauss. “La identidad es una suerte de hogar virtual al cual nos es indispensable referirnos para poder explicar algunas cosas, pero que nunca tiene una existencia real”.77 La palabra “identidad”, que incluye su raíz “idem” (lo mismo), solo cobra sentido dentro de una dialéctica, donde la similitud remite a lo diferente, la singularidad a la alteridad, lo individual a lo colectivo, la unidad a la diferenciación. Devereux plantea la identidad como una construcción activa, producto de un proceso de diferenciación que se efectúa a través de un acomodamiento y una yuxtaposición de elementos heterogéneos. Los conflictos de identidad aparecen cuando, entre esos elementos, se juntan objetos conflictivos, sin que el individuo logre encontrar mediaciones satisfactorias para permitir que estos coexistan. La constitución de la identidad es un proceso complejo, dinámico y conflictivo. La identidad no es un dato inicial, “resulta de una combinación, planificada y fortuita a la vez, cuyas posibilidades y alcance están limitados tanto por la naturaleza del ‘proyecto’ como por el material del cual dispone, y del que explota las posibilidades con mayor o menor éxito”.78 En este proceso, Devereux distingue lo que se relaciona con la parte nuclear de la psiquis, la personalidad idiosincrásica, lo que abarca la idea de “Mí mismo” y la personalidad étnica, que “no se constituye 77

Véase C. Lévi-Strauss, L’identité, París, Grasset, 1979, p. 322.

78

Véase G. Devereux, “La renonciation à l’identité : défense contre l’anéantissement”, Revue française de psychanalyse, t. XXI, nº 1, p. 112.

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durante los estadios pregenitales y en la época de los objetos parciales, sino durante el estadio edípico y la época de los objetos totales, que funcionan como mediadores del ambiente social y cultural” (p. 104). En este sentido, los trastornos de identidad siempre son de esencia psíquica, a condición de que se tome en cuenta la actividad psíquica como una actividad que integra lo social, es decir, el mundo exterior con sus conflictos y contradicciones. El psicoanálisis ubica el fundamento de la identidad en la relación del individuo con sus progenitores, poniendo de manifiesto los procesos de identificación que tienen lugar en esa relación, en el Yo (je) sujeto al deseo del otro. “La adquisición de la identidad no es una construcción lineal que operaría mediante sucesivas integraciones, sino un proceso dialéctico de la relación sujeto/objeto. Para convertirse en algo, conviene proceder a una destrucción frente a aquellos mismos que fundaron su existencia”.79 Esta dependencia original no debe reducirse, sin embargo, a sus aspectos psíquicos. La relación con los progenitores es, de entrada, una relación social. “La identidad del individuo solo puede venirle del exterior, es decir, de la sociedad”. 80 Es la sociedad la que le impone su identidad, por las posiciones sociales que define para cada individuo dentro de la red social. La sociología plantea el fundamento de la identidad en la relación del individuo con un sistema de parentesco, con los grupos de los cuales proviene, las instituciones y redes sociales a las cuales pertenece y las clases sociales que caracterizan el funcionamiento social del cual participa. Pero dicha relación está marcada por la problemática familiar, es decir, por la manera en que los progenitores y sus ascendientes se han posicionado ellos mismos dentro de ese conjunto de relaciones. Este recorrido de los distintos enfoques de la identidad nos muestra que estamos ante una noción de encrucijada, multidimensional, que pone de manifiesto los distintos registros que constituyen la personalidad de un individuo. Es por ello que nos pareció necesario hacerlo para poder comprender luego la situación de las personas que cambian de clase social y analizar las tensiones que provocan esos desplazamientos. 79

Véase A. Green, “Atome de parenté et relations oedipiennes”, en L’Identité, seminario dirigido por C. Lévi-Strauss, París, Grasset, 1979, p. 83.

80

Véase F. Héritier, citada por C. Lévi-Strauss, op. cit., p. 99.

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Los conflictos ligados a la promoción Las trayectorias promocionales han sido objeto de múltiples testimonios, lo cual no es asombroso, en la medida en que la escritura es un medio, para quienes la viven, de realizar su promoción, manifestando al mismo tiempo los conflictos que esta genera. Dichos testimonios pueden adoptar la forma de novelas más o menos autobiográficas (véanse Annie Ernaux y Paul Nizan, que ya hemos citado) o de estudios sociológicos. Entre estos últimos, hemos retenido el de F. Muel-Dreyfus sobre los maestros de origen campesino, el de R. Hoggart sobre los desarraigados provenientes de las clases populares, el de L. Boltanski sobre los ejecutivos autodidactas en promoción y el de M. Bonetti sobre los hombres en fuerte promoción. Estos estudios permiten abordar los conflictos y contradicciones ligados a la promoción.

La novela familiar y social de los maestros de origen campesino En el estudio de F. Muel-Dreyfus sobre los maestros provenientes del medio campesino encontramos muchos puntos en común con la historia de Annie Ernaux. 81 Partiendo de autobiografías, testimonios, cartas y novelas, F. MuelDreyfus muestra que, cuando uno es hijo de un campesino, en la “elección” de ser maestro interviene la historia de todo un linaje. La gestión de esta promoción social y el paso entre dos universos sociales radicalmente distintos los lleva a vivir una tensión entre la identidad heredada de padres campesinos, por lo general pobres, y la identidad adquirida a través de un trayecto escolar que los lleva de la escuela primaria a la escuela normal, luego al oficio de maestro, por lo general en colegios rurales. La similitud de las problemáticas que aparecen permite identificar algunas constantes en su novela familiar y social: sentimiento de culpa ligado a la distancia con el medio de origen, sentimiento de orgullo por haberlo logrado, reconocimiento de una deuda para con sus ascendientes, aislamiento social, sentimiento de no estar en su lugar, ni en el medio de origen, ni en el medio actual, investidura en el trabajo de escritura, etc. 81

F. Muel-Dreyfus, Le métier d’éducateur, París, Éditions de Minuit, 1983.

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La escritura juega, para los maestros, esa función de historicidad que permite establecer un vínculo entre el pasado y el presente a través de los conflictos que de allí se derivan: “El trabajo literario puede aparecer entonces como la expresión de un trabajo simbólico sobre el pasado, que permite, a su manera, desanudar ciertas contradicciones del presente” (Le métier d’éducateur, p. 2). La autobiografía es un medio para recordarse a sí mismo y dar a entender a los demás, especialmente a sus propios hijos, que “si hemos podido acceder a una profesión que nos permite no vivir en una condición material hecha de inseguridad, desgaste físico y exceso de trabajo, se lo debemos al esfuerzo de los padres (y/o de los abuelos)” (p. 92) El relato de vida es, al mismo tiempo, el testimonio de una deuda contraída con los ascendientes y un trabajo de reconstrucción de la historia, de reflexión sobre sí mismo, de integración entre la identidad original y la identidad actual. El elemento más conflictivo que se manifiesta a través de los múltiples testimonios es la relación de proximidad distante que mantiene el maestro proveniente de las facciones más pobres del campesinado con su clase de origen, relación reactualizada permanentemente por el hecho de que se encuentra en una escuela rural, en contacto con el medio campesino. Esta posición posibilita una mediación entre el reconocimiento de la deuda y la toma de distancia: mediante un trabajo educativo con los niños de su clase de origen, el maestro se mantiene cerca de ellos, ayudando a algunos a “salir de su condición”. Al mismo tiempo, vive en un pueblo rural, pero tiene un estatus particular y diferente. Al permitir que otros, a través de la escuela, puedan aspirar a una promoción, el maestro encuentra un elemento de legitimación de la condición a la cual él accedió. Sabemos hasta qué punto la figura del maestro aparece muy a menudo como elemento determinante en los relatos de trayectorias ascendentes de hijos de obreros o de campesinos. La desidentificación del maestro con respecto a sus propios padres, generada por su desplazamiento, es sustituida por una identificación con los niños provenientes de hogares humildes que son “buenos alumnos”, y que él apoya y protege para que puedan tomar el camino que él mismo recorrió. Pues es un camino difícil: “El costo psicológico y social del ‘ascenso’ no siempre se deja olvidar y la relación con el pasado que sigue vivo de la familia de origen y con el presente de las familias que viven en el pueblo

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o las granjas vecinas puede ir acompañado, a veces, por una especie de trabajo de duelo, que debe reelaborarse constantemente, aun cuando sea suavizado por el orgullo de lo que se ha logrado” (p. 93) Ese trabajo de duelo incluye el trabajo psicológico y social de desvinculación que todo cambio de clase requiere: trabajo de des-incorporación de los habitus originales y de reincorporación de nuevos habitus; trabajo de des-identificación de los modelos “registrados” en el niño por su medio inicial y de re-identificación con modelos diferentes, a veces contradictorios; trabajo de des-idealización de los valores y adquisición de nuevas creencias e ideologías: “Este trabajo sobre los orígenes tiende a integrar universos sociales y simbólicos separados: el mundo del esfuerzo físico, el de la comunidad campesina con sus ritmos, sus representaciones del tiempo, su sistema de valores, su división del trabajo entre los sexos, etc…, y lo que podríamos llamar el mundo de los libros, el del aislamiento, el trabajo intelectual y la soledad sin sobresaltos de la carrera de empleado estatal, descrita como un camino de llanura” (p. 137). De esa separación se derivan una serie de contradicciones que atraviesan la existencia de estos maestros: por un lado, des-vinculación, pero por otro, afirmación de una solidaridad para con aquellos a quienes les deben su posición, deuda ligada al sentimiento de culpa de ya no ser como ellos, de poder ver sus lagunas, sus carencias, su pobreza. La característica de los maestros es la de cumplir con un destino social, la mayoría de las veces esperado por los dichos y los actos de sus ascendientes: cumplen “un destino”, es decir, aquello a lo que han sido destinados por quienes los precedieron. “Cuando cuentan la vida cotidiana, doméstica o profesional de sus padres, los maestros identifican allí todos los signos de aliento para ser eso en lo que efectivamente se convirtieron” (p. 172). Pero en realidad esas aspiraciones son contradictorias: los padres desean que el hijo tenga éxito y acceda a un estatus más privilegiado; al mismo tiempo, desean que no se vuelva un extraño para ellos, que no reniegue de sus orígenes. Desean que se vuelva otro, pero que siga siendo el mismo, poniendo así la construcción de la identidad en el centro mismo de una contradicción entre lo idéntico y la diferencia. De allí, esos relatos que describen el aislamiento social de los maestros, que se sienten constantemente “des-ubicados” dentro de los distintos grupos sociales que frecuentan, pero que afirman, al mismo tiempo, su fidelidad a las tradiciones, su solidaridad con la clase de origen y que ubican su propia

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trayectoria dentro del combate colectivo de todo un medio por mejorar sus condiciones de existencia. La solidaridad se expresa en una valorización de la instrucción como elemento de progreso social, en los relatos que dan testimonio de su cultura familiar de origen, exaltando sus méritos y, con frecuencia, en un compromiso militante “de izquierda”. Este compromiso, al igual que la escritura, es una de las respuestas posibles al aislamiento social.

Los autodidactas en promoción La situación es diferente en el caso de los ejecutivos autodidactas en promoción, que desarrollan su carrera en un sector donde están en competencia directa con los herederos de la burguesía, para quienes la posición de ejecutivo está prácticamente asegurada desde el origen. El ejecutivo autodidacta no tiene los mismos medios que el maestro para expresar una solidaridad con sus orígenes, en la medida en que su trabajo de conducción lo lleva a “pasar del otro lado”, del lado de quienes tienen el poder. Luc Boltanski, en un capítulo titulado “Une pathologie de la promotion” (Una patología de la promoción), 82 expone los resultados de una encuesta realizada entre los lectores de la revista Science et vie, de los cuales gran parte son obreros, empleados o técnicos que se han convertido en ejecutivos, ya sea gracias a una “formación casera” o siguiendo estudios por la noche. El estudio muestra que la promoción social requiere inversiones económicas y psicológicas, una organización metódica de la existencia, una energía totalmente dedicada a ello: control del tiempo, control de sí mismo, ascetismo sexual, ausencia de salidas, diversión, etc. Estos distintos elementos producen una tensión que se traduce en fragilidad psicológica, rigidez de carácter y aislamiento social. “Conociendo el alto costo de las inversiones que exige la promoción hacia posiciones de mando, es comprensible que aquellos que logran pasar la barrera tengan tendencia a sobreinvestir psicológicamente su posición y su rol, lo cual contribuye a hacerlos muy vulnerables” 82

Luc Boltanski, Les cadres, la formation d’un groupe social, París, Éditions de Minuit, 1982, pp. 451-459.

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(Luc Boltanski, p. 456). Su vulnerabilidad se refleja en particular en una “patología de la promoción”, en forma de trastornos psicológicos, depresiones nerviosas, enfermedades cardiovasculares, úlceras de duodeno, etc. Boltanski cita una investigación de la UNEDIC,83 que muestra que el 30% de los ejecutivos autodidactas caen en depresión cuando no tienen empleo, y un estudio de J. Ruesch sobre la frecuencia de las úlceras de estómago en los individuos en promoción. También menciona, al pasar, que los anglosajones han hecho investigaciones sobre estos temas, pero que prácticamente no se ha llevado a cabo nada semejante en Francia. En un trabajo que hemos realizado con asistentes sociales de la Seguridad Social francesa, que hacen un seguimiento de los beneficiarios con licencia por enfermedad, habíamos constatado que estos diversos síntomas estaban, en efecto, particularmente desarrollados en los ejecutivos en fuerte promoción amenazados en su posición profesional. Su vulnerabilidad también se refleja en el sentimiento de inseguridad frente a las reestructuraciones, reconversiones y diversas reorganizaciones que se llevan a cabo en sus empresas. Luc Boltanski ve en ello el indicio “de la tensión cotidiana que caracteriza la relación de los ejecutivos en promoción con su identidad social” (p. 458). Dicha tensión se manifiesta en una rigidez en su comportamiento, tanto en la relación con el lenguaje (la obsesión por la “palabra justa”), como en la importancia concedida al respeto de los títulos y estatus y la obediencia a las directivas que conviene seguir “al pie de la letra”. “En las situaciones más comunes se ven tironeados entre el abandono a los impulsos del habitus, producto de su primera educación, y la obediencia a los controles internalizados con mayor o menor fuerza, adquirida por el aprendizaje de normas a veces inciertas y ambiguas, tironeados entre la identidad de origen y la identidad a la que apuntan. Así, los ejecutivos autodidactas, al igual que todos aquellos para quienes el mundo ha dejado de ser ‘simple’, son llevados a buscar el alivio que brindan las reglas establecidas y formuladas” (p. 459). La rigidez del comportamiento expresa una dificultad para poner distancia entre el individuo, su papel y su estatus. La dificultad para

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Union nationale interprofessionnelle pour l’emploi dans l’industrie et le commerce, organismo encargado, junto a las Assédic y el Garp, de la gestión del seguro de desempleo en Francia. (N. del T.).

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“poner cada cosa en su lugar”, para jugar con las palabras, cosa que los ejecutivos universitarios saben hacer con comodidad. Esa soledad se ve particularmente exacerbada frente a los jóvenes universitarios recién recibidos, a quienes critican por su despreocupación y envidian por su soltura. En esos casos pueden buscar una complicidad, o bien exigir respeto, lo que es percibido por los subordinados como una actitud “fuera de lugar”. Cuando se sobreinvisten las marcas nominales del estatus, cuando se manifiesta una voluntad feroz por “poner las cosas en su lugar” y se exige un respeto del orden formal que puede volverse obsesivo, es porque se mantiene una relación ambigua con el propio lugar que uno ocupa. Quienes tuvieron que invertir una energía considerable para adquirir cierto estatus se apegan a los signos que caracterizan ese estatus y reaccionan enérgicamente ante los riesgos de su desvalorización. El margen de juego con respecto al lugar, que es necesario para quienes quieren hacer carrera en las empresas que están en transformación constante, requiere un distanciamiento permanente entre el papel asignado al lugar que se ocupa y el papel asignado a la persona que lo ocupa. Así como las reglas deben ser transgredidas para poder ser aplicadas, 84 la relación con el lugar debe ser lo suficientemente fluida y distante como para aceptar reestructuraciones o cambios rápidos de posición en la organización. Si los maestros y los profesionales de la relación pueden efectuar, a través de la escritura o de la palabra, el trabajo de distanciamiento que requiere la gestión de los conflictos generados por una trayectoria promocional, a los ejecutivos autodidactas, en cambio, les cuesta adquirir esa fluidez que se les pide para pasar del estatus de ejecutivo al de manager.85 Las organizaciones de tipo patronal se caracterizaban por un marco estable y jerarquizado (el organigrama clásico), un sistema de reglas de tipo disciplinario y el ejercicio de una autoridad fundada en normas explícitas. En ese modelo, el ascenso de escalafones por antigüedad o a través de 84

Véase “Le jeu avec la règle et la règle du jeu”, en L’emprise de l’organisation, op. cit., p. 58.

85

Sobre este párrafo podemos referirnos en particular a L’emprise de l’organisation (op. cit.); al artículo de M. Bonetti y V. de Gaulejac, “Condamnés à réussir”, Sociologie du travail, nº 3, 1983, y a nuestra exposición “Modèle patronal et modèle managérial dans les rapports Hommes-Femmes”, Le sexe du pouvoir, EPI, 1986.

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capacitaciones internas permitía un ajuste progresivo de la personalidad al lugar ocupado, mediante un sistema de selección que evaluaba la capacidad para internalizar las normas de funcionamiento y reproducirlas: la obediencia, el respeto de las reglas y de la jerarquía y los saberes prácticos eran sus elementos esenciales. La evolución de las empresas hacia modelos de tipo managerial y sistémico hace que la promoción ya no esté basada en la adaptación a un marco fijo y rígido, sino en la adaptación a una organización en movimiento, en la capacidad de reciclaje permanente, en la capacidad de innovar en la técnica, en la coordinación del trabajo, en la producción de las reglas de funcionamiento, etc. La rigidez de las estructuras jerárquicas, al igual que la de las estructuras de carácter, se convierten en obstáculos para el desarrollo de estos nuevos modos de organización. Los ejecutivos autodidactas que han internalizado los habitus propios de las empresas de tipo patronal, cuya rigidez es uno de los aspectos, resultan la mayoría de las veces inadaptados para universos en movimiento, flexibles, en reorganización permanente. En la medida en que la investidura en el trabajo es para ellos el elemento central de su identidad, se sienten profundamente inseguros y muy a menudo estafados por un sistema que los pone ante una situación paradójica: se les pide que sacrifiquen su vida personal, que vivan como verdaderos ascetas para formarse y capacitarse y, cuando después de muchos años de esfuerzo logran llegar, se les da a entender que en realidad no tienen la formación adecuada para ocupar esa posición. 86 La vulnerabilidad y la rigidez van de la mano con el repliegue sobre sí mismo y el aislamiento. L. Boltanski describe el modo de vida de los empleados, técnicos, obreros especializados que quieren llegar a ejecutivos. Vida “ejemplar”, completamente organizada alrededor de ese proyecto: cursos por la noche, trabajo el fin de semana, pocas salidas, vida familiar reducida al mínimo. El postulante está constantemente orientado, tendiendo (no sin tensión) hacia la realización de ese proyecto, al que debe sacrificar la totalidad de su existencia. Boltanski señala, en particular, que el índice de celibato es especialmente alto en esta población (el 32% entre los hombres de 25 a 34 años, contra el 25% en el promedio nacional de 1970). 86

El capítulo “Moi, un cadre”, en el libro de L. Boltanski (op. cit., p. 13) y sobre todo el último capítulo “La voiture dans la remise” (p. 149) son totalmente ejemplares sobre este punto. También lo es el papel interpretado por G. Dépardieu en la película Mi tío de América.

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Los hombres en fuerte promoción Un estudio del CSTB sobre los hombres en fuerte promoción87 muestra que el aislamiento se refleja también en la relación con la vivienda: “La fuerte promoción social pone a los individuos en una situación intermedia entre su clase de origen y su clase de pertenencia (…) Se trata de una gestión difícil, puesto que, al mismo tiempo, tienen que despegarse de sus orígenes y tratar de integrar los nuevos medios sociales correspondientes a sus nuevas situaciones sociales”. Si el entorno de su vivienda corresponde a su clase de origen, se encuentran en contradicción con respecto a aquello en lo que desean convertirse, y el significado de su entorno es un obstáculo para la realización de su proyecto de futuro. Si, en cambio, buscan un barrio acorde con su nueva situación, corren el riesgo de sentirse completamente aislados, e incluso amenazados, pues no manejan correctamente las relaciones sociales que requiere su condición de ejecutivo. Suelen buscar entonces su vivienda en espacios intermedios entre los barrios humildes y los burgueses, a menudo en barrios recientes, en aglomeraciones nuevas o en el conurbano, barrios de chalecitos donde predomina el aislamiento social. Reaccionan “banalizando sus relaciones”, limitándolas a simples intercambios de servicios. Las relaciones con los otros, ya sea en el trabajo o fuera de él, son principalmente funcionales y defensivas: poco contacto afectivo, amistades profesionales y participación en redes relacionales amplias. El estudio del CSTB da cuenta de una “fuerte resistencia a la integración comunicativa”, que es inversamente proporcional a la distancia social: cuanto más importante es la promoción, más bajas son las relaciones sociales intensas. La experiencia del ascenso social es una experiencia solitaria. Al limitar las relaciones sociales, el individuo en promoción tiende a evitar las situaciones conflictivas de humillación o contradicción que implica cualquier reunión colectiva, donde cada uno puede ser llevado a ubicarse, a afirmar signos de pertenencia o de no pertenencia a tal o cual grupo. Lo que predomina en el discurso de los hombres en promoción es el malestar entre un deseo de reconocimiento social nunca satisfecho y el temor siempre presente a “recaer” en el lugar del que provienen. Pero, 87

Véase M. Bonetti, nota sobre los hombres en fuerte promoción, CSTB, documento mimeografiado, 1983.

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contrariamente al ejemplo de los escritores, maestros o educadores que, a través de la escritura o de su oficio tienen los medios para efectuar “un trabajo sobre sí mismos” y asumir las contradicciones de su posición, los ejecutivos autodidactas suelen no contar con medios para poder hacerlo. Podemos pensar que el extraordinario desarrollo de los seminarios de relaciones humanas en las empresas haya podido ser utilizado por algunos en este sentido. Pero conociendo la manera en que generalmente son coordinados estos seminarios, es de temer que más bien tiendan a fortalecer el proceso de negación y de represión ante los conflictos determinados por sus trayectorias sociales. La dinámica de grupo, el análisis transaccional, los seminarios de expresión, etc., aplicados a la empresa son, por lo general, un espacio de descarga catártica más que una perlaboración que permita un análisis profundo de los conflictos identitarios de los participantes. De cualquier modo, la rigidez y el aislamiento de los hombres en fuerte promoción, tanto en su trabajo como en su vida social, los llevan a la mayoría de ellos a vivir su conflicto desde el interior (interior de la “intimidad familiar” e interior de su psiquis), favoreciendo así la aparición de síntomas psicosomáticos, consecuencia de una situación contradictoria vivenciada como ansiogénica. “Su promoción social parece resultar de una identificación con el deseo [de promoción social] de los padres y se halla en contradicción con un deseo de identificación [y de fidelidad] con las imágenes parentales. En los hechos, realizaron un proyecto parental que implicaba la separación social de los padres y esa situación ansiogénica los conduce a rechazar, tanto en su trabajo como en su habitar, todos los aspectos sociosimbólicos que podrían llegar a confirmar su promoción-traición: la promoción era necesaria, pero solo puede avanzar disimuladamente”. 88

Los desarraigados y desclasados Las contradicciones de los individuos en promoción social también fueron analizadas por R. Hoggart en un estudio sobre la cultura de las 88

Véase Investigación CSTB, “Changement de travail et relations à l’habiter”, documento mimeografiado, 1982.

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clases populares, 89 estudio que tiene tanto de etnosociología como de autobiografía, puesto que el autor proviene de la clase obrera del nordeste de Inglaterra y se convirtió luego en profesor en la Universidad de Birmingham. En un capítulo de La culture du pauvre (La cultura del pobre), R. Hoggart analiza las dificultades para vivir de los becarios y autodidactas: “Entre los desarraigados, la insatisfacción y la ansiedad que afectan a todas las clases alcanzan su paroxismo, por el hecho de que ellos están sentimentalmente separados de su clase de origen por cualidades que, como la vivacidad de la imaginación o el espíritu crítico, les procuran una conciencia aún más aguda y dolorosa de la ambigüedad de su condición. No todos los ‘desclasados hacia arriba’ son neuróticos, pero todos tienen una experiencia de la ansiedad que puede, en algunos casos, conducir al desequilibrio patológico” (p. 347). R. Hoggart analiza la naturaleza y los efectos de ese desarraigo al cual se ve confrontado todo muchacho de origen popular que logra proseguir sus estudios gracias a becas y ayudas del sistema escolar. En esos casos, el conflicto con el entorno familiar es inevitable, puesto que se encuentra en el “punto de fricción” entre dos culturas, fricción que es aún más grande cuando el éxito escolar fue apenas suficiente como para separarlo de su clase de origen, sin permitirle por ello acceder realmente a otra categoría social: “Quienes peor se sienten consigo mismos son los becarios, que solo pudieron salir de su clase de origen sin acceder a una calificación suficiente como para integrarse al grupo de los… [intelectuales] o asimilarse a los miembros de las profesiones liberales” (p. 349). Toda trayectoria promocional se ve marcada por el corte entre el individuo y su familia, corte que puede tomar diversas formas. El niño es estigmatizado por su entorno, tanto por los comentarios elogiosos y el orgullo que despierta por sus logros escolares, como por la desconfianza y la condescendencia que genera el trabajo intelectual: “La gente del pueblo siempre da por sentado que ‘saber arreglárselas’ según las normas tradicionales es quizás más difícil que ‘ser un buen alumno’” (p. 350).

89

The uses of literacy, Chatto and Windus, 1957. En francés, La culture du pauvre, París, Les Éditions de Minuit, 1970. Véase en particular el capítulo 10, “Desarraigados y desclasados”.

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Para tener éxito, el becario debe romper con el “ethos del hogar” familiar, los valores comunitarios de las clases populares. Para acostumbrarse a los habitus escolares, tiene que abstraerse mentalmente de su entorno original y, por lo tanto, resistirse a lo que constituye la cualidad principal de su medio: la intensidad de los intercambios familiares y el ambiente cálido de los parientes. Tanto en la familia como frente a sus amigos del barrio, el becario “experimenta entonces desde muy joven la soledad y el repliegue sobre sí mismo” (p. 351). Cada vez menos comprendido en su casa, a menudo apenas aceptado en la escuela, se siente como dividido, tironeado entre dos mundos que no tienen casi nada en común: “Una vez que entra al liceo, a los 14 años, aprende rápidamente a usar dos acentos al hablar, e incluso tal vez a tener dos personajes distintos y obedecer alternativamente a dos códigos culturales” (p. 352). Este desdoblamiento lo hace sentir incómodo en los dos mundos de los que participa. Por un lado, pierde su espontaneidad, su “despreocupación de niño”, su insolencia y su socarronería, sin adquirir por ello la tranquilidad y la confianza en sí mismo con las que cuentan los jóvenes burgueses. Se ve constantemente confrontado con la humillación ligada a su pobreza, al “estigma de la ropa barata, de las excursiones escolares a las que tuvo que renunciar por falta de dinero y, sobre todo, de la entrada –observada por todos– de [sus] padres endomingados al salón de actos de la escuela el día de la entrega de diplomas” (p. 353). Para avanzar a pesar de esas diversas dificultades, el becario se obsesiona en hacer las cosas bien, por que los profesores lo consideren, pero sin hacerse notar demasiado. La investidura en el estudio se traduce en una identificación formal con el papel de “buen alumno” que consagra todas sus energías a rendir bien los exámenes, que responde concienzuda y pasivamente a las exigencias de la escuela: “El becario va perdiendo toda espontaneidad para dar forma (…) a una personalidad intelectual que le permita rendir con certeza sus exámenes. Se torna incapaz de burlarse de quien sea, o de lo que sea. Va en camino a convertirse en un buen empleado, serio y trabajador, tan desprovisto de incongruencias como de entusiasmo” (p. 354). Producto puro del sistema escolar, se encuentra entonces sin recursos cuando tiene que enfrentar otro mundo. A menos que él mismo se convierta en agente de la educación nacional, como muchos maestros

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y profesores, no tiene los medios necesarios para afrontar el mundo de la competencia, donde las recompensas no siempre van a aquellos que mejor trabajan y donde el éxito no depende de los concursos y exámenes, sino que introduce otros criterios como la suerte, el dinamismo, el trabajo colectivo y las relaciones sociales. Frente al universo narcisista y competitivo del sector privado, el becario se ve como paralizado: “Nunca se decide a aceptar los criterios de esa nueva forma de competencia para hacerse, cueste lo que cueste, un lugar bajo el sol (sin dejar de sentir, contradictoriamente, la amargura del fracaso porque los años de humillación le enseñaron la importancia del dinero)” (p. 356). Está dividido entre el orgullo y la falta de confianza en sí mismo, la fascinación de sus propios logros y el temor a una recaída, el deseo de progresar, de subir cada vez más alto, y la culpa de romper la solidaridad de sus vínculos de clase. En su descripción de los efectos del desarraigo hacia arriba, R. Hoggart insiste particularmente en la descripción del autodidacta avergonzado de sus orígenes, que tiene tendencia a “mirar desde arriba” las actitudes y modales populares: “Se siente incómodo y a veces es agresivo cuando se da cuenta de que sus gestos, su postura, ciertos rasgos de su acento o sus modales lo ‘traicionan’ constantemente. En consecuencia, él traslada a su grupo de origen su propio sentimiento de imperfección y se resguarda detrás de todo un sistema de actitudes defensivas” (p. 358). Es así que, delante de los obreros, muestra su falta de habilidad con las manos, como si esto permitiera afirmar ipso facto su superioridad intelectual. También aparece el intento de mostrarse familiar con la gente humilde, comportándose como si fuera “uno de los suyos”, cuando en realidad toda su actitud consiste en sobreinvestir los signos de pertenencia a la burguesía. Conserva la nostalgia de su medio de origen, del cual tiende a idealizar la calidez, la sencillez y la generosidad, negando al mismo tiempo la incultura y la “vulgaridad” que incluyen. Separado de su medio de origen, el autodidacta también está separado de los demás medios, y en particular de las clases dominantes, de las que admira la soltura, la cultura y la desenvoltura, pero a las que desprecia y rechaza profundamente. Por un lado, le gustaría ser integrado a ese mundo, ser reconocido como uno de los suyos; por otro lado desconfía de ellos y los odia. Oscilando entre el desprecio y la envidia, se comporta como el personaje que describe Virginia Woolf en Al faro. “Me recuerda

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a un joven mocoso becario, extremadamente brillante e inteligente, pero tan egoísta y acomplejado que se volvió loco a causa de ello: extravagante, amanerado, ruidoso, incómodo consigo mismo. La gente que lo apreciaba sentía lástima por él, los demás lo consideraban insoportable”.90 Para R. Hoggart, la propensión de los autodidactas a volverse insoportables frente a los burgueses debe interpretarse como un deseo inconsciente de ser rechazados por estos últimos. Como hombre dividido entre un mundo al cual ya no pertenece y un mundo al cual aspira y rechaza a la vez, el autodidacta es un hombre solitario, indeciso, atormentado y ansioso.

Las crisis de sucesión en la pequeña burguesía A los ejemplos de los maestros de la belle époque y de los autodidactas para los cuales el costo psicológico del ascenso social se ve parcialmente atenuado por la adquisición de una posición deseada, tanto por sí mismos como por sus padres, se opone el ejemplo de las nuevas clases medias que están en una posición objetivamente poco alejada de la de su familia de origen, pero subjetivamente muy diferente. En este caso, el desplazamiento no corresponde necesariamente a un cambio de clase social, sino a un cambio interno dentro de una misma clase, entre fracciones cuya ideología, valores y habitus se hallan en oposición. Dicho desplazamiento esconde una estrategia de recuperación para individuos amenazados de regresión. En todos los casos, el desplazamiento permite manejar una relación contradictoria con el proyecto parental, que es rechazado explícitamente siendo, a la vez, implícitamente realizado. Es el caso de muchos de los participantes de nuestros seminarios “Novela familiar y trayectoria social”: trabajadores sociales, psicólogos, enfermeras, animadores socioculturales, etc., que están en una problemática similar a la de los educadores, de la que hablaba F. Muel-Dreyfus.91 Ellos cuentan una historia familiar conflictiva, cuya trama describe oposiciones, tensiones, malentendidos y rupturas.

90

V. Woolf, A writer’s diary, Nueva York, Harcourt Brace and Co., 1953, p. 49.

91

F. Muel-Dreyfus, Le métier d’éducateur, op. cit.

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F. Muel-Dreyfus interpreta sus trayectorias como “una crisis de sucesión”, en la medida en que el futuro real de los hijos no realiza el futuro imaginado por los padres y que el proyecto parental es repensado por los hijos como “invivible”, en el doble sentido del término: invivible porque es objetivamente irrealizable e invivible porque es subjetivamente desaprobado. El sistema de aspiración de los padres de la pequeña burguesía de los años ’60 se ajustaba a un pasado que estaba desapareciendo: la considerable elevación del nivel de vida entre 1950 y 1970, la expansión económica y la democratización de la enseñanza daban sustento a una fuerte coherencia entre una ideología promocional (investidura en la carrera profesional), trayectorias ascendentes y una expectativa de que los hijos prosiguieran el camino así trazado. “Toda la existencia de un pequeño burgués ascendente es anticipación de un futuro que, en la mayoría de los casos, solo podrá vivir por procuración, por intermedio de sus hijos, sobre los que traslada, como suele decirse, sus ambiciones. Como una suerte de proyección imaginaria de su trayectoria pasada, el futuro ‘que sueña para su hijo’, y en el cual se proyecta desesperadamente, consume su presente. Porque él está destinado a las estrategias sobre varias generaciones… es el hombre del placer diferido que se disfrutará más adelante, ‘cuando tengamos tiempo’, ‘cuando hayamos terminado de pagar’, ‘cuando los niños hayan terminado sus estudios’, ‘cuando los chicos sean grandes’, o ‘cuando esté jubilado…’”.92 La coherencia entre el contexto socioeconómico y la ideología de la pequeña burguesía promocional empieza a desvanecerse en los años ’60. A los hijos, la desproporción entre las satisfacciones y los sacrificios necesarios para realizar el proyecto parental los lleva a “vivir el presente”, a adaptarse al mercado de los títulos y los lugares tal como está planteado, a ajustar sus aspiraciones a las probabilidades objetivas de realización. Alrededor de 1968, la competencia se hace más fuerte, las profesiones que conservan un estatus prestigioso para los padres (enseñanza, medicina, derecho, etc.) comienzan a ser desvalorizadas aunque todavía sigan siendo de acceso restringido, los títulos ya no bastan para acceder a puestos profesionales importantes, la asimilación entre carrera profesional y realización personal empieza a plantear problemas, etc. 92

P. Bourdieu, “Avenir de classe et causalité du probable”, Revue française de sociologie, XV, 1974, p. 20.

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La problemática de los jóvenes frente a la inserción social cambia radicalmente: ya no se trata de “ser llevado” por quienes los preceden, sino por el contrario de “no aceptar la herencia” (F. Muel-Dreyfus, p. 175). Para algunos de ellos, la militancia jugará una función similar a la que la escritura juega para los maestros: manejar la tensión entre identidad heredada e identidad adquirida, pero en una dirección diferente. La “proximidad distante”, que afirma una fidelidad a los orígenes, es sustituida, en este caso, por una “distante-proximidad”, que afirma una oposición a lo heredado, particularmente a la herencia ideológica, sin que esto se traduzca en un cambio de posición social. Si bien la distancia social objetiva entre los jóvenes educadores y sus padres es poca, la distancia subjetiva, en cambio, es importante. En la ideología se afirma la oposición: denuncia de la “estupidez pequeñoburguesa”, de la trampa de la promoción individual, de los “jóvenes ejecutivos dinámicos” que representan el antimodelo por excelencia, del acceso a la propiedad que obliga a trabajar años y años para devolver los préstamos, de la lógica del consumo y de la diferenciación social, etc. Pero esa oposición ideológica también refleja un apego a ciertos valores de la herencia familiar: laicos y republicanos para unos, católicos y humanistas para otros. La ideología del ’68 es portadora de esos valores de igualdad social, de búsqueda de sentido en el trabajo… Valores que tratan de cuestionar radicalmente la ideología de la promoción, del consumo y de la acumulación, pero que remiten a una especie de pureza ideológica original. La oposición manifestada esconde cierta forma de fidelidad: en nombre de la solidaridad con los más dominados, los hijos de algunas familias católicas se vuelven maoístas; en nombre del rechazo a la tradición de la familia, se les pone a los hijos nombres bretones, vascos o provenzales que permiten reubicarlos dentro de una tradición “ampliada”; los mensajes de caridad, de apostolado o de sacerdocio se transmutan en acción social, trabajo educativo o psicológico, etc. El invento de nuevos oficios dentro de las profesiones relacionales –educadores, animadores, consejeros conyugales, consejeros de orientación, etc.– es entonces un medio para operar una transacción social que permite, al mismo tiempo, oponerse y realizar el deseo parental: oposición porque se trata, por lo general, de un trabajo que representa un cuestionamiento de las aspiraciones parentales, un re-

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chazo a los valores familiares, una voluntad de ruptura con respecto a las trayectorias ascendentes. Lo que predomina en la explicación de las elecciones profesionales son esencialmente las elecciones negativas: no se sabe muy bien qué se quiere, pero se sabe perfectamente lo que no se quiere. Encontramos esta constante, mientras que los reclutados por esas profesiones provienen de todos los medios sociales: familias obreras en ascenso, familias de ejecutivos en consolidación, familias burguesas en peligro de decadencia, etc. Lo esencial en la elección es el rechazo de una carrera previsible, de un estatus bien definido, de una vida profesional totalmente trazada por adelantado. A través de esas nuevas profesiones con contornos mal definidos se busca “un sector donde uno pueda siempre tener la sensación de inventar su vida”, un medio para tomar distancia de “la identidad social heredada”, “un terreno de aventura sobre el cual se puede jugar con las contradicciones, recientemente producidas, de la relación con el mundo social y con el universo de las posiciones sociales” (F. Muel-Dreyfus, p. 202). Pero a través de ese “terreno de aventura” profesional, se realizan en realidad las aspiraciones familiares, accediendo a una posición objetiva cercana a la que se esperaba. En términos de estatus, de ingresos, de condiciones de trabajo y hasta de prestigio social, la diferencia entre el maestro y el educador, el ejecutivo medio y el asistente social, el técnico superior y el psicólogo no es muy significativa. Más aún, estas profesiones permiten utilizar los habitus de la clase de origen, que llevan al hijo (o hija) de un ejecutivo superior a convertirse en trabajador social, luego en director de establecimiento, al hijo del de profesión liberal a convertirse en psicólogo-psicoanalista, al hijo de docentes en formador de adultos… Se constata que, a medida que estos oficios fueron inventándose e institucionalizándose, quienes los invistieron mantienen entre ellos, a nivel profesional, las disparidades sociales originales o vuelven a encontrar, en otro código, las posiciones que les eran asignadas. Los hijos de obreros. cuyas posiciones esperadas eran posiciones de técnicos o de obreros especializados, terminan siendo educadores técnicos; los hijos de la burguesía y de las clases medias, cuyas posiciones esperadas eran más bien docente, cura, médico o ingeniero, terminan siendo educadores especializados. Aquellos para quienes se esperaba una posición de mando medio

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o superior terminan siendo educadores con cargos de jefes o directores de establecimientos. Podríamos profundizar este punto en otros sectores del trabajo social, de la coordinación grupal, la psicología, el asesoramiento, la formación, es decir, en todos esos oficios recientes, poco estructurados, sin jerarquía instituida de larga data, sin tradiciones profesionales fuertes. Es un campo “ideal” para quienes no quieren cargar con herencias, para quienes desean “producir su vida”,93 pero cuya función esencial es la de mezclar los códigos: en tanto espacio de encuentro entre trayectorias ascendentes, descendentes y estables, estas profesiones posibilitan que cada uno disimule (frente a sus ascendientes, sus colegas y frente a sí mismo) las problemáticas sociales y los conflictos que acarrean. La ausencia de referencias establecidas permite evitar las comparaciones y, por lo tanto, medir los desclasamientos. Se puede, en ese ámbito, manejar un fuerte ascenso y manifestar, al mismo tiempo, una solidaridad profesional con su medio de origen (particularmente en el trabajo social). También se pueden realizar allí las aspiraciones promocionales de sus padres “pequeñoburgueses” haciendo como que no importan, como si uno pudiera situarse en otro lado. Por último, también se puede disimular un fuerte descenso a través de un trabajo que compensa simbólicamente la distancia objetiva: las dimensiones militantes, solidarias, educativas o caritativas de estos oficios permiten hablar de un “lujo”, aun cuando las ventajas económicas y sociales que confieran pongan de manifiesto una regresión social objetiva. En todos estos oficios, cuyo objeto es un trabajo relacional, cuya herramienta principal es la palabra y cuya función es manejar conflictos personales, interpersonales, institucionales o sociales, la identidad misma del profesional está “trabajando”. No es sorprendente entonces que esos profesionales manejen allí su “crisis de sucesión”, es decir, una tensión permanente entre la identidad heredada rechazada y la identidad en curso de adquisición que se está buscando.

93

Expresión retomada de Gastón Pineau, que cuenta de qué manera el trabajo autobiográfico fue para él un medio para manejar las contradicciones de su paso de obrero-campesino a formador de adultos, en Produire sa vie, París, Edilig, 1984.

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“La historia empantanada” o las dificultades de cambiar de lugar Las crisis de sucesión pueden tomar diversas formas. La tensión entre una identidad heredada y una incierta identidad adquirida puede manifestarse en una sensación de no poder ser otra cosa más que lo que uno es, de sentirse como “empantanado” en su historia y querer salir. El caso de Patrick es significativo al respecto: “Me siento tironeado entre lo que me hubiera gustado ser y lo que no he podido ser”, nos dice. Patrick tiene 34 años. Fue pastelero durante 12 años, antes de convertirse en educador técnico en un CAT.94 Intentó de ser educador especializado, pero fracasó dos veces en los exámenes de ingreso. Proviene de un medio de campesinos en progresión muy leve desde hace cuatro generaciones. Se trata de un medio muy conservador, que vive en el mismo lugar desde hace tanto tiempo como la memoria familiar pueda recordar. El conservadurismo familiar es la expresión del orden social que se impone en esta región de Charentes (en Francia), orden vivenciado como algo intangible (como en la expresión “las cosas son así”). Cada uno tiene su lugar y nadie sueña con cambiarlo: “No hay luchas de clases entre los grandes propietarios, los medianos y los pequeños”, nos dice Patrick. Toda su familia (materna y paterna) está instalada en un radio de 30 kilómetros. Sus bisabuelos paternos eran jornaleros en grandes haciendas, sus abuelos también, hasta que pudieron comprar una pequeña granja que su tío siguió explotando luego. Por el lado materno la trayectoria es similar, y su padre retoma la granja de los padres de su mujer antes de convertirse en carpintero de carros. En realidad, el mejoramiento de su estatus social está ligado al aumento generalizado del nivel de vida desde comienzos del siglo XX y al mejoramiento de las condiciones de existencia del campesinado (movilidad estructural). Es por ello que su promoción no se refleja en un cambio de posición en la estructura de clase.

94

Centre d’Aide par le Travail. Se trata de estructuras que colaboran con la reinserción laboral de personas con discapacidades. (N. del T.).

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De una familia de ocho hijos, Patrick es el único que “subió”95 a París. Sus hermanos y hermanas se instalaron en la misma región y, algunos, en el mismo pueblo. Describe a sus padres como personas que no tuvieron ningún proyecto de promoción social para sus hijos y que no invertían en los logros escolares. Cuando a los 12 años Patrick le dice a su padre que quiere seguir estudiando, este le responde: “No le hemos pagado estudios a los otros, tú también aprenderás un oficio”. A los 16 años obtiene un CAP (Certificado de Aptitud Profesional) de pastelero, oficio que ejercerá durante 12 años. En la familia, los hombres tienen un oficio (panadero, agricultor, cartero, empleado ferroviario, carnicero) y las mujeres trabajan ayudando a sus maridos en el comercio o en la granja según los casos. Todos han comprado una casita y tienen entre 3 y 5 hijos. Es un medio familiar muy cerrado en sí mismo, en el que las personas no se hablan y donde los dramas, las historias de familia y las aventuras de unos y otros, transcurren en el silencio y el misterio: historias de herencias, peleas frecuentes, muertes sospechosas, celos tenaces, etc. Pero la influencia familiar sigue siendo muy fuerte: “Cuando hay riesgos de separación, la familia interviene. Lo importante es dar la imagen de una vida familiar feliz”. El padre de Patrick es descrito como trabajador, conservador y no conformista a la vez, más bien comunista en un medio católico “le gustaban mucho las fiestas y a menudo se gastaba todos los ahorros yéndose a bailar”. Su madre, en cambio, es una mujer sumisa, católica practicante, que le reprocha a sus padres que la hayan forzado a casarse. Su marido es el primer hombre que conoció. Las dos granjas eran lindantes. Es una mujer de deber, que tiene ganas de otra cosa pero “que nunca se dio la autorización de obtenerlo”. Se queja entonces constantemente de su condición, padeciéndola: “Cuando quedó embarazada de mí, lloró a lo largo de todo el embarazo” (Patrick es el octavo hijo). Envidiaba en particular a su hermana, que era más bonita y que había logrado un matrimonio más interesante, con un propietario-labrador de una granja importante, que solo había tenido dos hijos y muchos amantes. Aunque

95

En Francia suele emplearse el verbo “subir” cuando se va de la provincia a París (e inversamente “bajar” de París al interior), lo cual no deja de tener una significativa connotación simbólica. (N. del T.).

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sean vecinas, las dos familias están enemistadas y no se hablan desde hace años. La infancia de Patrick fue difícil a causa de la pobreza del hogar y de la cantidad de niños, sin haber sido por ello una infancia desgraciada. Su novela familiar está marcada por tres situaciones que quedaron grabadas en su memoria. Sus abuelos vivían en una granja que fue “recuperada” por su padre y que Patrick también “recuperó” luego, sin que podamos saber si la recibió como herencia o si la compró. Sobre este punto, el discurso de Patrick es impreciso y contradictorio, expresión de su ambivalencia con respecto a esa casa. A pesar de un fuerte deseo de “deshacerse” de la casa, Patrick conserva allí todos los recuerdos familiares en el granero y va allí con frecuencia: “Tengo un espíritu muy familiar, me siento bien allí pero no puedo pasar más de medio día con ellos… Es un peso para mí”. Su sueño es venderla y se siente impotente para hacerlo. De sus abuelos maternos, conserva la imagen de una pareja siempre feliz, “tomados de la mano”: abuelo cortés que escribía poemas que Patrick conserva religiosamente en su granero, abuela atenta que preparaba “ricos platos”. Tras la muerte de su mujer, el abuelo se suicida a los 87 años tirándose en un pozo: “Yo tenía 15 años; dormía en la misma habitación que él”. Así se relacionan, en la novela familiar de Patrick, la posesión de esa casa de la que no logra deshacerse y la historia familiar, de la cual se siente uno de los depositarios principales. El suicido de su abuelo, que se lanza a las profundidades de la tierra, acentúa el peso de esta “historia empantanada”. Su padre tenía una hermana, Jeanne, cuyo marido era hortelano y que no tenía ya hijos a cargo: uno había muerto en la guerra y el otro se había ido. Cuando Patrick tenía 8 años, su padre sugirió que se fuera a vivir con esa tía, que quería fervientemente que así fuera. Patrick, tras un momento de reticencia, aceptó, pero su madre se opuso, y él lo lamenta amargamente: “Si me hubiese ido, habría podido estudiar”. Otra situación de su infancia quedó grabada en la memoria de Patrick: “En esa región, los grandes terratenientes son notables, los pequeños no son nada. Yo iba a menudo a casa de los vecinos, donde había tele, instrumentos de música, objetos de cobre…, eso me gustaba. Muchas veces soñaba que mis padres se morían y que esa gente, que no tenía hijos, me adoptaba”.

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Patrick se ve entonces tironeado, desde su infancia, entre una historia familiar en la cual se siente “empantanado” y una aspiración de promoción que se apoya en ese sueño de ser el hijo de los “notables” de su pueblo. “Busco salir de esa coraza familiar sin poder hacerlo, tengo ganas de algo más fuerte… Sufro muchísimo esa familia campesina no intelectual. Desde muy pequeño, me hubiera gustado tener otra familia, otro medio… Soy la primera persona que paga las consecuencias de ese medio social”. En esa familia en la cual no se habla, es el único que hace preguntas sobre los ancestros, expresión de su búsqueda de un modelo identificatorio que le preste un posible guión para salir del “yugo familiar”: “Pensaba encontrar gente cultivada, lo cual me hubiera alentado a enriquecerme y cultivarme yo mismo. Es difícil ser el único que lucha por hacerlo”. Por cierto, Patrick es consciente de que su búsqueda retoma algo de las aspiraciones no satisfechas de su madre (“Yo realizo lo que ella no pudo hacer”) y de su abuelo materno que escribía poemas. Pero ninguno de ellos dos salió del modelo, y cuando él le hace preguntas a su madre sobre la historia familiar, ella se incomoda como si se estuviera tratando de algo indecible. Contrariamente a lo que ocurre en las familias obreras, donde la ideología de la lucha de clases sostiene un proyecto de cambio, las familias campesinas están marcadas, tradicionalmente, por la inmovilidad social. Patrick no tiene referencias sobre lo que le conviene hacer para satisfacer su aspiración de otra cosa. Si bien encuentra la manera de irse a París, se siente continuamente como vuelto a “aspirar” por su medio de origen. Si bien no soporta el lugar que se le asigna en la estructura familiar, tampoco ve qué otro lugar podría ocupar ahora. Cuando conoce a Annie, mujer divorciada a quien le gusta la música y el arte, Patrick logra abandonar su oficio de pastelero y convertirse en educador técnico. Pero se siente “en transición”, con un trabajo inestable, una relación afectiva precaria y viajando entre París y Charentes, sin poder deshacerse de esa casa que ama y detesta a la vez. Sus decisiones son esencialmente negativas: “No tengo hijos por el momento, porque no tengo ganas de volver a convertirme en todo eso”. Para él, se trata más que nada de escapar y no de instalarse. En su familia, Patrick es percibido como el “patito feo”, casi al límite de ser considerado un “loco”. Estatus particular, que al mismo tiempo

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valora y le pesa. Pero en su búsqueda de otra cosa, Patrick no corta sin embargo la solidaridad que lo une al grupo familiar: “Si yo logro salir, quizás otros miembros de mi familia también puedan hacerlo”. La historia de Patrick ejemplifica la situación de algunos grupos sociales marcados por fuertes tradiciones, que inscriben a cada uno de sus miembros dentro de un orden inmutable. Dicho orden define un marco que cumple la doble función de soporte de identidad y de fijación de los individuos a un lugar bien determinado. En su búsqueda de otra cosa, Patrick vive ese orden como un yugo que lo apresa, pero del cual, sin embargo, no puede prescindir. La característica de su medio radica en el hecho de que no está atravesado ni por la ideología de la promoción social, ni por la ideología de la lucha de clases, ideologías que pueden ser portadoras de proyectos de cambio individual o colectivo. Aquí nadie piensa en transformar su condición: las cosas son como son. En la genealogía familiar no hay ninguna figura de identificación que pueda darle un guión diferente sobre el que Patrick pueda apoyarse. En los “honorables” vecinos encontrará un soporte para su sueño de ser el hijo de otra clase. Pero ese sueño solo puede realizarse a costa de la muerte de sus padres, confrontando a Patrick con una culpa insuperable que le prohíbe cumplirlo. Solo a través de un largo trabajo, Patrick podrá efectuar una mediación entre la exclusión y la recuperación familiar y recorrer un camino distinto del que la historia le trazaba en un principio.

Los conflictos ligados a la regresión La regresión96 caracteriza la trayectoria de los individuos que no supieron o no pudieron adquirir la posición correspondiente al lugar que probablemente tendrían que haber ocupado en función de su herencia, sabiendo que la mayoría de quienes estaban en una situación similar ocupan lugares socialmente más altos. Puede tratarse de los herederos que no quisieron he96

El equivalente invertido de la promoción no es la regresión, sino la democión, término utilizado frecuentemente en Bélgica en las empresas. El término “regresión” permite condensar el hecho sociológico (cambio de posición en la estructura social) y la representación social y psicológica de ese hecho como fenómeno negativo que es lo contrario de una progresión.

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redar, de individuos que pertenecen a grupos sociales en decadencia y que soportan pasivamente su destino social, de “fracasados” que no realizan las aspiraciones que el grupo familiar depositaba en ellos, de todos aquellos que activa o pasivamente se ven confrontados con el desclasamiento, sin que este pueda interpretarse como algo pasajero. Muchas trayectorias siguen un camino caótico con momentos de promoción y otros de regresión. Lo importante aquí es observar la pendiente del conjunto, que permite ver a largo plazo si se trata de promoción, de estabilidad o de regresión. Eliminamos entonces de nuestro tema las regresiones transitorias provocadas por el desempleo, los avatares de las carreras profesionales, las dificultades económicas y los hechos accidentales, cuando estos solo tienen efectos momentáneos. Consideramos que existe desclasamiento a partir del momento en que no solamente el individuo, sino también la unidad familiar que él (que lo) constituye, cambiaron de clase en condiciones donde las probabilidades de retorno a la clase de origen son bajas. Conviene entonces identificar el fenómeno sobre toda una generación, para poder distinguir las regresiones pasajeras de las regresiones consolidadas. Estas precisiones son muy necesarias, puesto que la regresión es, además, un fenómeno difícil de identificar.

Los obstáculos para la observación de la regresión social Los efectos de la regresión social pertenecen al registro de lo opaco, lo que los hace difícilmente observables. Mientras que las promociones son social y subjetivamente reconocidas como tales, las regresiones no se muestran. Se disfrazan y disimulan detrás de las diversas formas de racionalización y de negación. El fenómeno de la regresión choca con la ideología dominante que valoriza la promoción, que asimila el éxito individual con el ascenso social, que impone la representación de un mundo en el cual hay que subir, condenando a quienes descienden a la desconsideración, la invalidación y el olvido. La ausencia de reconocimiento tiende a provocar el desconocimiento, con más razón aún en una sociedad donde el individualismo, la “promoción personal”, “la invasión de la sociedad por parte del yo, etc., remiten a cada uno a su propio narcisismo, tal como lo demuestra Christopher Lasch para la sociedad nor-

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teamericana.97 La regresión es entonces social y psicológicamente inadmisible, lo que hace que su observación y su análisis se tornen delicados. Su identificación objetiva es difícil, porque la regresión, hasta ahora, no entra en las estadísticas. Lo que Claude Thélot denomina “el efecto trinquete”98 y el desarrollo de la nueva pequeña burguesía tienen por consecuencia atenuar o desplazar los efectos de los descensos sociales, de forma tal que no pueden ser analizados como regresiones. En las “crisis de sucesión”, que podrían ser interpretadas como respuestas a las amenazas de regresión, hay una mezcla tan grande de los códigos tradicionales de clasificación de los individuos, que esto impide aplicar los indicadores habitualmente utilizados para medir el desclasamiento. Así como las empresas multiplican los títulos jerárquicos para evitar que los empleados perciban los procesos de descalificación de los que son objeto, los grupos sociales en peligro de decadencia tienden a transformar las tipologías sociales, para evitar ser percibidos y sentirse en regresión. En ese punto, cuentan con el apoyo del discurso político que habla de reconversión, de mutación, de modernización cuando se dirige a ellos. Es el caso de los agricultores, de los pequeños comerciantes, de los siderúrgicos y metalúrgicos, de una parte cada vez más grande de los gerentes medios de la industria, para quienes se implementa toda una serie de dispositivos de indemnización y de capacitación que tienden a limitar los efectos de su decadencia, a presentarla como un fenómeno transitorio y a atenuar sus consecuencias. Por otra parte, en una sociedad en donde, desde hace dos generaciones, la cantidad de lugares dentro de las clases dirigentes y de las clases medias tiende a aumentar regularmente, y donde el crecimiento acarreó una mejora global del nivel de vida del conjunto de las categorías sociales, los fenómenos de descenso objetivo son estadísticamente irrisorios. En esta situación, una simple reproducción de la posición de origen puede representar objetivamente una regresión, sin que por ello sea vivenciada como tal. Es el caso de los maestros y los médicos, cuyo estatus social tiende a declinar desde principios del siglo XX, pero cuyo estatus simbólico sigue siendo importante. Envidiadas por quienes ven en ellas un medio para garantizar su promoción, cuando estas profesiones son ocupadas por hijos de maestros o de médicos, pueden dar a estos 97

C. Lasch, Le complexe de Narcisse, París, R. Laffont, Libertés 2000,1980.

98

C. Thélot, Tel père, Tel fils?, París, Dunod, 1982.

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últimos la sensación de conservar su posición social, aun cuando pierdan gran parte de la relevancia que antes tenían. Estos obstáculos para la observación del fenómeno de la regresión social se ven aumentados por las resistencias psicológicas de los individuos que se ven enfrentados a esa situación. La promoción se caracteriza por la ambivalencia entre sentimientos positivos (orgullo, valorización, consideración, etc.) y sentimientos negativos (culpa, humillación, infidelidad, etc.) y por la expresión consciente del vínculo entre los conflictos vividos y la trayectoria social. La regresión, en cambio, genera sentimientos esencialmente negativos (desvalorización narcisista, humillación, celos, tristeza, etc.) que provocan, por un lado, la negación y, por otro, una disociación en el sujeto entre los conflictos vivenciados y el desclasamiento. Un estudio del CSTB 99 muestra que el 40% de los hombres en regresión objetiva se sienten en promoción (20%) o bien en estabilidad (20%). Solo la mitad de ellos tiene una vivencia conforme a su trayectoria. La negación también puede tomar formas ideológicas. Mientras que los individuos en ascenso social hablan de ello sin problema, quienes están en descenso construyen una visión de la sociedad que les permite evitar situarse en términos de movilidad social, minimizando las barreras sociales, negándose a considerar el ascenso social como un ideal o un proyecto, privilegiando la adhesión a un sistema de valores “metasocial” que tiende a fundarse por fuera de las relaciones sociales. Así como quienes ascienden son elocuentes sobre su propia historia, ya que las palabras o la escritura les brindan un medio para afrontar sus contradicciones, las personas en regresión son silenciosas y huidizas.

Características de los individuos en regresión El silencio, la negación y el repliegue sobre sí mismo son las características más evidentes de la regresión. Así ocurre con algunos hijos de personajes ilustres que, literalmente, “se sumergen en el anonimato”, ejemplos extremos pero significativos de 99

Véase M. Bonetti, “Notes sur les hommes et femmes en regression sociale”, documento mimeografiado, CSTB, 1983.

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las dificultades de los individuos que no pueden acceder al lugar ocupado por sus predecesores. La señora X100 es hija de un famoso escritor-filósofo. Vive en la región de la Drôme y es maestra en un pueblo. Se casó con un licenciado en psicología que se convirtió luego en ebanista. No quiere oír hablar de su padre, rechaza las entrevistas de la prensa o de los investigadores y no responde a las invitaciones que se le envían frecuentemente para participar en coloquios. Cortó relaciones con el resto de su familia, salvo con su madre, a quien ve ocasionalmente. En este caso, todo se plantea como si el aislamiento fuera una respuesta al sentimiento de no poder estar a la altura, un rechazo a vivir por procuración, como “la hija de” ese escritor famoso. Frente al lugar que representa el antecesor ilustre, sabiendo que no podrá igualarlo y cuya trayectoria representa un desafío imposible (puesto que él provenía de un medio humilde), la dificultad estriba en posicionarse. Las alternativas son dos. O bien vivir explotando ese capital social y administrando su posición de “hija de”, viviendo a la sombra de un padre famoso, cuya memoria y consideración se mantienen; ocupar su estatus de hija, de descendiente, borrándose detrás de esa historia que determina su propio futuro; aceptar ser únicamente una heredera, como esos hijos que retoman la obra del padre, mantienen su memoria, publican su correspondencia, cumplen su destino al servicio de la gloria de su ascendiente. O bien rechazar la herencia, tratar de vivir por sí misma, independientemente de la vida de ese Otro que continúa existiendo socialmente y cuyo Apellido deja al hijo su marca histórica. Intento vano, puesto que ese Apellido es constantemente retomado por los demás, que, en cuanto el niño o la niña se presentan, les preguntan qué relación tienen con… La persona del niño desaparece entonces, porque ese Otro ocupa todo el lugar. De alguna manera entonces tiene que desaparecer efectivamente para poder existir, ser anónimo para poder encontrar su propio nombre. En estas situaciones, en las que el destino está sobredeterminado por un destino “histórico” y las posibilidades de convertirse uno mismo en “ilustre” son poco probables, el repliegue sobre sí mismo suele ser el medio adoptado para escapar del peso, demasiado pesado, de la historia. 100 Con el fin de respetar ese “anonimato voluntario” hemos modificado los hechos que permitirían reconocerla.

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Dicho repliegue explica la posición marginal en la cual se encuentran los hijos que, tomando distancia con respecto de la posición prestigiosa de su ascendiente, abandonan el grupo familiar y social de pertenencia, sin por ello integrarse a otro. Si bien puede medirse objetivamente su regresión, no puede decirse que cambiaron subjetivamente de clase, en la medida en que la no-pertenencia es justamente lo que les permite, de algún modo, existir. Fuera del espacio privado de la vivienda, todos los lugares habitualmente utilizados para arraigar la identidad social son desinvestidos: el trabajo, las relaciones sociales, los diplomas, los compromisos militantes o asociativos, y todos los elementos que relacionan a los individuos con redes sociales. La ausencia de investidura de los objetos sociales es una característica del conjunto de las personas que están en descenso. Esto lo confirma el estudio realizado por M. Bonetti,101 que constata que es una población heterogénea en cuanto a la movilidad profesional, la relación con el poder, las investiduras ideológicas, los niveles de aspiración, pero que es homogénea sobre las dos variables de la relación con el trabajo y la relación con la vivienda, con diferencias entre hombres y mujeres. Mientras que los hombres deben su descenso social al fracaso profesional, la mayoría de las mujeres lo deben al hecho de haber “sacrificado” su carrera profesional por investiduras afectivas y familiares, lo cual las lleva a investir de manera central en la pareja y la familia, mientras que los hombres se repliegan en una soledad mucho mayor. Los individuos en regresión consideran el trabajo únicamente como un medio de subsistencia o una condición para poder realizar sus deseos en otro ámbito. El trabajo no es valorizado como elemento soporte de relaciones personales, así como tampoco buscan establecer relaciones continuadas o integrarse a redes sociales. La desinvestidura se refleja en particular por la ausencia de proyectos profesionales o sociales. El problema entonces radica en saber si la desinvestidura del trabajo, de la movilidad social, el distanciamiento con respecto al poder, etc., resultan de la imposibilidad de mantener su estatus social y concretizar un proyecto de promoción, o bien si esa desinvestidura es la causa de la regresión social. Esto lleva a interrogarse sobre la natu101 M. Bonetti, “Notes sur les hommes et femmes en régression sociale”, documento mimeografiado, CSTB, 1982.

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raleza del deseo de éxito social, sobre los vínculos entre los deseos de omnipotencia y la atracción del poder, sobre el fenómeno de la ambición: si en nuestra sociedad la regresión es entendida como un fracaso, mientras que la promoción es vivida como un éxito, queda por saber aún cuánto de ello está vinculado a la ideología y cuánto se relaciona con la psicología propia de los individuos en el proceso de investidura y desinvestidura del éxito social. Podemos pensar que el hecho de ubicarse por fuera del valor de la movilidad, para los individuos en regresión, procede del mismo mecanismo que ilustra La Fontaine en su fábula “La zorra y las uvas”:102 Bien le hubiera gustado comerlas, mas sin poder alcanzarlas: ¡Verdes están, exclamó, y solo un tonto las tomaría por ricas! Al no poder satisfacer sus ambiciones sociales, es mejor invalidar lo que no puede alcanzarse. Y La Fontaine concluye: “¿No fue mejor aquello que quejarse?”, describiendo así dos actitudes posibles para hacer frente a la regresión: aparentar o quejarse. Aparentar significa tratar de conservar frente a los demás, y frente a sí mismo, la ilusión del éxito pasado o del mantenimiento de la posición de origen. Quejarse significa arriesgarse a invalidarse a sí mismo, confrontándose a su propia decadencia, a menos que se la impute a causas externas: la crisis, los inmigrantes, la guerra, la enfermedad, la mala suerte, etc. Estas problemáticas aparecen en la relación con la vivienda: “Cabe insistir, con respecto a la vivienda, sobre su función de disimulo del significado social inconsciente de la investidura, con el fin de manejar las contradicciones psíquicas provocadas por sus trayectorias sociales (…) La plasticidad simbólica del hábitat permite, por ejemplo, transmutar la búsqueda de identificación aparente en el significado social de la vivienda, o bien anular de igual modo la frustración de la imagen social (…) Podemos preguntarnos si (…) la univocidad simbólica del

102 La Fontaine, Fables, París, Classiques Hachette, 1929, p. 105.

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hábitat HLM,103 que da a entender inexorablemente a sus habitantes su estatus social desvalorizado, no es uno de los mayores problemas con los cuales los confronta, en la medida en que no les permite hacerse ilusiones sobre su significado social”.104 Frente al proceso de descenso social, la vivienda sigue siendo un medio para compensar, reparar, ocultar el fracaso social o profesional. Recordemos, sin ir más lejos, las luchas de esos aristócratas en quiebra que se aferran a sus casas, última expresión del esplendor pasado, hasta el punto de pelear fusil en mano cuando las fuerzas del orden se presentan para ejecutar un desalojo. O bien los gerentes que pierden su empleo y tratan de conservar a toda costa su chalet en un barrio residencial, que hicieron construir a fuerza de endeudamientos en el momento de su carrera ascendente. Si la vivienda representa la pertenencia social, su abandono significa la caída, la pérdida de posición; es el signo de una decadencia consumada. Conservar la casa es mantener el engaño, para los otros pero también para sí mismo, de que uno sigue estando en el mismo lugar, de que no se ha cambiado y que uno conserva el conjunto de los atributos de pertenencia a “su” clase social. Vivir en un castillo, aun sin tener dinero, es ser todavía un señor; ocupar una gran casa o un chalet en un barrio exclusivo o un gran departamento en los “buenos barrios”, es pertenecer todavía a la buena burguesía; tener una casa con jardín en una zona residencial es estar aún entre la nueva burguesía ascendente. Por el contrario, vivir en un HLM significa, irremediablemente, ser catalogado dentro de las clases populares. Los estudios del CSTB muestran que los individuos en promoción eligen instalarse en viviendas cuyo significado social es intermedio entre su clase de origen y su nueva clase de pertenencia, mientras que los individuos en regresión tratan de protegerse manteniéndose en su entorno inicial, lo que les permite evitar las confrontaciones con otras clases sociales. De este modo, evitan develar las distancias, compensando la

103 Siglas de “Habitation à Loyer Modéré”, literalmente “vivienda de arrendamiento moderado”. Se refiere a conjuntos de viviendas sociales administradas por el Estado. (N. del T.). 104 M. Bonetti, op. cit., p. 25.

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distancia social por una cercanía geográfica. Podemos pensar que esta observación solo es válida para una parte de las personas en descenso, las que, precisamente, logran “aparentar”, es decir, mantener los signos de pertenencia a su antigua clase social. Es probable que las regresiones fuertes, que no permiten mantener estas ilusiones, lleven a los individuos a aislarse, a marginarse y a alejarse de los lugares y de las personas que podrían conocer su posición de origen. La dificultad estriba en el hecho de que estas personas rechazan entonces participar en cualquier tipo de encuesta o investigación que pueda llevarlos a exponerse. Tienden a hundirse en un aislamiento cada vez más radical, medio extremo para afrontar la profunda herida narcisista que representa el sentimiento de su propia decadencia. Esto puede conducirlos a la enfermedad mental, al alcoholismo, a conductas delictivas, al mutismo, todos estos síntomas de reacción ante la angustia que les provoca una imagen degradada de sí mismos, el sentimiento del fracaso cuando es irremediable, la desvalorización de sí mismos cuando la negación ya no les permite escapar. Los conflictos vividos en las trayectorias ascendentes están conscientemente ligados a la existencia de las clases sociales y a las contradicciones que caracterizan sus relaciones. Las trayectorias descendentes, en cambio, remiten a los individuos a sí mismos. Se trata menos de humillación social que de herida narcisista profunda, de conflictos de identificación que de pérdida de identidad, de culpa que de sentimiento de persecución, de negación de los demás que de desvalorización de sí mismo. Puede pensarse, si la crisis actual perdura, que la vivencia de la regresión va a transformarse a medida que vaya afectando a una parte más grande de la población. Hasta hace algunos años, era un fenómeno sociológicamente marginal, que afectaba a individualidades cuya fragilidad psicológica era un factor determinante de su situación social. En este sentido, se trataba de un fenómeno principalmente individual. En la medida en que la regresión se convierta en un fenómeno social, en que se cuestionen la ideología del progreso y de la promoción, en que la movilidad estructural acelere los procesos de desplazamiento horizontales y verticales, la vivencia de la regresión ciertamente se irá modificando: se la percibirá como socialmente menos inadmisible y psicológicamente menos desvalorizante.

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Esta idea coincide con los trabajos de C. Tietze, que constató, comparando la cantidad de trastornos mentales entre los desempleados en Baltimore en 1933 y 1936 que, en esta última fecha, el porcentaje de casos solo representaba un tercio de los casos de 1933.105 La hipótesis planteada es que, en 1936, período de depresión económica, el desempleo se percibía como un fenómeno social cuya responsabilidad incumbía al gobierno y a los dirigentes económicos, mientras que en 1933 la responsabilidad se atribuía más fácilmente a los obreros mismos. Actualmente, en Francia, asistimos a un cambio del mismo orden. Tal como ocurrió con los repatriados de África del Norte, con los judíos perseguidos en la Segunda Guerra, con las familias arruinadas por la crisis de 1929, cuando la regresión afecta a un grupo social entero, la pérdida de las posiciones adquiridas se vive menos como una regresión que como un accidente de la historia, que enfrenta a toda una generación a recuperar las posiciones perdidas. Los efectos psicológicos son menos conflictivos cuando una situación es compartida por la totalidad del grupo de pertenencia. En esos casos, no hay conflicto de identidad, ni pérdida de identidad, en la medida en que las dificultades que enfrentan los individuos son causadas directamente por los “torbellinos de la historia”. Los sujetos se sienten, entonces, claramente concernidos en tanto sujetos sociohistóricos y no en la ilusión de un sujeto individual. Aunque estas situaciones de crisis provoquen en ellos perturbaciones psicológicas, estas se deben a transformaciones sociales (la guerra, la crisis, la revolución, etc.) y no a disfuncionamientos internos de su aparato psíquico. No sucede lo mismo cuando cada individuo es llevado en forma individual a manejar los efectos de la movilidad estructural. Entre las personas que están en situación de desclasamiento, pocas son las que relacionan lo que les pasa con las luchas sociales para conquistar o conservar posiciones en la estructura de clase. Si la regresión opera principalmente como herida narcisista, es porque en la mayoría de los casos está ideológicamente des-socializada.

105 Christopher Tietze, Epidemiology of mental disorders, Milbank Memorial Fund, 1950; citado por R. Bastide, Sociologie des maladies mentales, París, Flammarion, col. Champs, 1977 (1ra ed.1965), p. 158.

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Se la interpreta como la consecuencia de un destino individual, cuando en realidad es producto de la competencia que provoca el desfase entre la oferta y la demanda en el mercado de los lugares sociales. La regresión es, siempre y en primer lugar, un fenómeno social. Si hay 3,85 millones de desocupados en Francia en 2009,106 esto obedece a la diferencia estructural que existe entre la población activa y la cantidad de empleos ofrecidos, y no a la incapacidad o la inadecuación de los individuos que no tienen empleo. Los síntomas que esta situación provoca no pueden tratarse entonces psicológicamente si la psicología no integra, en su comprensión de los procesos psíquicos, la presencia de efectos sociales internalizados. Lo mismo sucede con los efectos del desclasamiento: el tratamiento de los conflictos psicológicos que este provoca pasa por la comprensión de los vínculos entre los procesos psíquicos y los procesos sociales que intervienen.

106 Esta es la cifra total de desempleo para Francia y sus departamentos de ultramar, incluyendo a los desempleados de categoría A (quienes no han trabajado en el último mes) y a los de categoría B y C (desempleados con una actividad reducida) según datos del Ministerio de Trabajo. (N. del T.).

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Neurosis y neurosis de clase U

“Cuéntenos, por favor, la historia de un joven muchacho, un hijo de mujik que fue mandadero, monaguillo, y luego estudiante, a quien se lo educó en el respeto de la nobleza y el clero, a quien se le enseñó a inclinarse frente a la opinión de los demás, a agradecer a sus benefactores por el más mínimo pedazo de pan, que padeció el látigo con frecuencia, que tuvo que ir a dictar clases particulares en invierno y sin botas, que peleó con granujas, que maltrató animales, le tomó el gusto a cenar en la ciudad en casas de relaciones adineradas, que se condujo ante Dios y los hombres con hipocresía, no para avanzar en su carrera, sino simplemente porque tenía conciencia de su insignificancia; háganos ver cómo ese muchacho logró matar a fuego lento el esclavo que había en él, y cómo se despierta una bella mañana sintiendo que en sus venas ya no corre la sangre de un esclavo, sino la de un hombre libre”. Carta de Chéjov a Suvarin

El término de “neurosis de clase” puede generar algunos malentendidos y confusiones. Nuestro proyecto no es estudiar, como lo hacen algunas corrientes de la psiquiatría social, la enfermedad de los grupos sociales, partiendo de la hipótesis de que las clases sociales presentan trastornos, de igual manera que los individuos.

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Así, por ejemplo, Trigant Burrow habla de “sociedades histéricas” y Ruth Bénédict de “sociedades paranoicas”.107 La hipótesis según la cual ciertas clases sociales se volverían neuróticas solo puede conducir a un callejón sin salida, puesto que lleva a asimilar el funcionamiento del individuo con el funcionamiento de la sociedad de una clase o de un grupo. Las neurosis siempre son individuales. El término designa un disfuncionamiento del aparato psíquico. Aunque algunas clases sociales, en determinados momentos de la historia, puedan influenciar la aparición y el desarrollo de síntomas neuróticos entre sus miembros, de ningún modo puede inferirse que ellas mismas sean neuróticas. El funcionamiento social y el funcionamiento psíquico son fenómenos de distinta naturaleza y, por ende, obedecen a leyes, reglas y procesos diferentes. Solo de manera metafórica puede entonces utilizarse un concepto que describe un tipo de funcionamiento del aparato psíquico para describir un tipo de funcionamiento colectivo. En ese sentido, no nos parece apropiado hablar de clase neurótica, de sociedad histérica o esquizofrénica. Esos distintos conceptos han sido elaborados para describir síntomas clínicos en el plano individual. No se los puede emplear para calificar fenómenos sociales sin riesgo de confusión. Por el contrario, y tal es el objeto de la sociología de las enfermedades mentales, puede constatarse que el desarrollo de tal o cual neurosis es más frecuente en algunas clases sociales que en otras, que algunas formaciones sociales favorecen la aparición de la paranoia o de la psicosis, y otras, la aparición de trastornos psicosomáticos o histéricos, etc. Un autor como R. A. Schermerhorn108 es representativo de ese enfoque: según él, la clase baja presentaría sobre todo desórdenes de la conducta, la clase media desórdenes psicosomáticos asociados a la represión o censura social y la clase alta psiconeurosis o psicosis maníacodepresivas. Ruesch muestra, asimismo, que las enfermedades traumáticas están más expandidas en las clases populares, en relación con la lucha de clases, las enfermedades psicosomáticas en las clases medias, en relación con el conformismo, y las psiconeurosis en las clases dirigentes, en relación con el Superyó muy fuerte y conservador de los miembros de 107 Trigant Burrow, The social neurosis; Ruth Bénédict, Echantillons de civilisation, citados por R. Bastide, en Sociologie des maladies mentales, París, Flammarion, 1965. 108 Citado por R. Bastide, en Sociologie des maladies mentales, op. cit., p. 14.

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dicha clase. Rennie, Srole, Opler y Langner109 han mostrado que las psicosis varían en razón inversa al estatus en una escala de estratificación social (el 13% de los enfermos son de tipo psicótico en las clases bajas, contra el 3,6% en las más altas), mientras que los neuróticos varían en razón directa (el 25% de los enfermos son neuróticos en las clases bajas y el 43% en las altas). El estudio más completo en esta dirección es el de Hollingshead y Redlich realizado en New Haven.110 A partir de un índice de posición social y de una tipología en cinco clases sociales, estos autores constatan, por un lado, que la cantidad global de enfermedades aumenta a medida que se desciende en la escala social y, por otro lado, que la cantidad de psicóticos es predominante en las clases inferiores: “… el tipo de vida de la clase baja aparece como un estimulante del desarrollo de los desórdenes psicopáticos. Inferimos [de nuestros datos] que la gran cantidad de psicosis en las áreas desfavorecidas es un efecto de las condiciones de vida de los estratos socioeconómicos inferiores de la sociedad” (p. 242). Los resultados de otros estudios contradicen esta hipótesis. En Pensilvania, Graham111 encuentra que los desórdenes mentales son más frecuentes en las clases superiores. En Ontario, Laughton112 no encuentra diferencias significativas entre las distintas clases, ni para la cantidad de enfermos mentales ni para su distribución por tipo de enfermedades. Las divergencias de resultados sobre las correlaciones entre la pertenencia de clase y la aparición de las enfermedades mentales muestran los límites de este tipo de enfoque. Más allá del hecho de que las estadísticas no son confiables en este terreno, la interpretación misma de estos datos es problemática: el hecho de encontrar una correlación estadística no establece por ello que haya una correlación lineal directa entre la posición 109 T. Rennie, L. Srole, M. K. Opler y T. Langner, “Urban life and mental health, Socioeconomic status and mental disorder in the metropolis”, American Journal of Psychiatry, nº 113, 1957, p. 173. 110 A. B. Hollingshead y F. C. Redlich, Social class and mental illness, a community study, Nueva York, 1958. Citado por R. Bastide en Sociologie des maladies mentales, op. cit., p. 161. 111 S. Graham, “Socioeconomic status and illness, and the use of medical services”, Milbank Fund Quart, 35, 1957. 112 K. B. Laughton, “Socioeconomic status and illness”, ídem, 36, 1958.

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de clase y los trastornos psíquicos. Estos últimos son producto de una multiplicidad de factores complejos que no pueden reducirse a un factor social simple. Para R. Bastide, el papel de las clases sociales en la etiología de las enfermedades mentales está menos relacionado con la pertenencia a tal o cual grupo que con las dificultades que encuentran los individuos de tal o cual grupo para cambiar de posición social: “Así pues, la posición social jugaría menos que la rigidez del sistema de clases, los crecientes obstáculos opuestos a la voluntad de ascenso, la ruptura con esa comunicabilidad de una clase a otra que definía la sociedad del capitalismo naciente. Todo ello constituiría tal vez el factor explicativo de la mayor cantidad de trastornos en las clases inferiores, si las estadísticas de Hollingshead y Redlich son válidas”.113 Esta interpretación, a la cual adherimos, no establece un vínculo entre la posición de clase y tal o cual síntoma, sino entre la evolución de las relaciones sociales y los conflictos psicológicos que se plantean a los individuos. Desde esta perspectiva dinámica nos situamos. Hablamos de “neurosis de clase” para describir el cuadro clínico que caracteriza los conflictos psicológicos vivenciados por individuos que cambian de posición en la estructura de clase.

De la neurosis No tenemos la pretensión de desarrollar aquí una teoría general de la neurosis, lo que requeriría referirse a una teoría general de la personalidad. Es necesario, sin embargo, esbozar algunas referencias de base, con el fin de situar la noción de neurosis de clase que nos sirve para describir un guión sociopsicológico característico de los individuos confrontados con un cambio de posición social. Dos nociones son esenciales para entender el desarrollo de trastornos neuróticos: la noción de estructura y la noción de conflicto. Los estudios sobre la personalidad hacen hincapié en los caracteres de globalidad, de coherencia y de permanencia que definen una estruc113 R. Bastide, Sociologie des maladies mentales, op. cit., p. 168.

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tura: “Una estructura es un sistema de transformación que incluye leyes en tanto sistema (por oposición a las propiedades de los elementos) y que se conserva y se enriquece por el juego mismo de esas transformaciones (…). Una estructura incluye pues los tres rasgos de totalidad, transformación y autorregulación”.114 El funcionamiento del aparato psíquico se corresponde bien con esta definición, en la medida en que se trata de un sistema de transformación que, al mismo tiempo que garantiza cierta permanencia, es capaz también de integrar elementos nuevos: “La persona es una estructura, es decir, un conjunto organizado de partes interdependientes, y regido por leyes de autorregulación, sobre la doble pendiente del equilibrio interno y el ajuste externo; por ello tiende a la coherencia y la permanencia”.115 Desde esta óptica, la neurosis puede definirse como un disfuncionamiento de ese proceso de equilibramiento en el funcionamiento interno y en el ajuste externo del aparato psíquico, que actúa entonces como “una estructura cerrada, por su tendencia a la repetición y su resistencia al cambio: [la neurosis] se consolida por su funcionamiento mismo”.116 El problema que se plantea entonces es determinar las causas de esos disfuncionamientos, es decir, la naturaleza de los conflictos que perturban la instalación y el desarrollo de la estructura psíquica. El Vocabulario del psicoanálisis define la “neurosis” como una “afección psicogénica, cuyos síntomas son la expresión simbólica de un conflicto psíquico que tiene sus raíces en la historia infantil del sujeto y constituyen compromisos entre el deseo y la defensa”.117 El conflicto psíquico es el elemento central de la teoría freudiana de las neurosis. Hay conflicto cuando el sujeto se ve confrontado desde el interior con exigencias opuestas, cuando está en presencia de tendencias contradictorias. Sabemos que el psicoanálisis considera el conflicto como un elemento constitutivo del ser humano, conflicto que puede tomar diversas formas: conflictos entre instancias, conflictos entre pulsiones, conflicto entre el deseo y la defensa, conflicto entre el deseo y lo prohibido. 114 Véase J. Piaget, Le structuralisme, París, PUF, 1970, p. 67. 115 Véase R. Perron, Génèse de la personne, París, PUF, 1986, p. 13. 116 Véase R. Perron, op. cit., p. 11. 117 J. Laplanche y J. B. Pontalis, Vocabulaire de la psychanalyse, PUF, p. 267.

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“Si dirigimos una mirada de conjunto a la evolución de las concepciones que Freud nos ha dado del conflicto, sorprende (…) que uno de los polos del conflicto sea siempre la sexualidad, mientras que el otro se busque en realidades cambiantes (‘yo’, ‘pulsiones del yo’, ‘pulsiones de muerte’)…”. (Voc. de la psychanalyse, p. 93). ¿Cuál es la justificación teórica que hay detrás de este privilegio concedido a la sexualidad en el conflicto?, se preguntan J. Laplanche y J. B. Pontalis, señalando que Freud no ha respondido realmente a esa pregunta. En un artículo de 1896 sobre la herencia y la etiología de las neurosis, Freud pasa revista a las causas específicas de las neurosis: “… cada una de las grandes neurosis tiene por causa inmediata un trastorno particular de la economía nerviosa. Estas modificaciones patológicas funcionales reconocen como fuente común la vida sexual del individuo, ya sea desorden en la vida sexual actual o bien acontecimientos de la vida pasada” (subrayado por S. Freud).118 Esta importancia concedida a la vida sexual en la etiología de las neurosis también se encuentra cuando S. Freud examina los factores de entrada a la neurosis. Entre los distintos factores, la frustración y la incapacidad de adaptarse a una realidad por fijación son presentadas como esenciales. La frustración: el individuo conserva la salud mientras su necesidad imperiosa de amor es satisfecha por un objeto real del mundo exterior: “Se vuelve neurótico desde el momento en que ese objeto le es retirado sin que un sustituto ocupe ese lugar...”. La frustración tiene por efecto refrenar la libido provocando una tensión psíquica. Esta puede aliviarse de dos maneras: “La primera consiste en convertir la tensión psíquica en energía activa que sigue estando dirigida hacia el mundo exterior y que finalmente obliga a que este conceda una satisfacción real a la libido; la segunda es renunciar a la satisfacción libidinal, sublimar la libido contenida y utilizarla para alcanzar objetivos que ya no son eróticos y que escapan a la frustración” (p. 176).119 Si el Yo no logra ofrecer una satisfacción sustitutiva a la libido por desplazamiento del objeto o por sublimación, el conflicto desemboca en la formación de síntomas. 118 S. Freud, Névrose, psychoses et perversion, París, PUF, 1973, p. 47. 119 S. Freud, “Sobre los tipos de entrada a la neurosis” (Über neurotische Erkankungstypen), en Névrose, psychoses et perversion, op. cit., p. 175.

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La incapacidad de adaptarse a una realidad por fijación: el individuo no se enferma luego de una modificación del mundo exterior que sustituye la satisfacción por la frustración, sino porque choca con dificultades internas para adaptarse a las exigencias de la realidad externa. El individuo, en razón de una rigidez interna, no logra intercambiar una satisfacción anterior por otra con el fin de adaptarse a las modificaciones del entorno: “El conflicto está presente de entrada, entre el esfuerzo por modificarse en función de nuevos propósitos y las nuevas exigencias de la realidad” (p. 177). Cuando las fijaciones anteriores de la libido son suficientemente fuertes como para impedir esas modificaciones, para “oponerse a un desplazamiento”, se instaura un conflicto que inhibe tanto las satisfacciones anteriores a las cuales el individuo estaba acostumbrado como las que trataba de alcanzar. Sobre estos dos tipos de entrada a la neurosis,120 los ejemplos presentados muestran que la frustración siempre está ligada, según Freud, a una insatisfacción sexual. Sin minimizar la importancia de la sexualidad como elemento motor del desarrollo psíquico, surge, no obstante, que los procesos neuróticos pueden ser provocados por conflictos de otra índole. Así pues, la frustración también puede tener una raíz social cuando el niño constata que sus padres son dominados o invalidados, que otros niños son más favorecidos que él, que su manera de ser o de hablar es utilizada para devolverle una imagen negativa de sí mismo, etc. En esos casos, y el proceso es precisamente el que describe Freud, el niño puede convertir la tensión psíquica en energía activa para compensar la desvalorización narcisista que padece, por ejemplo, mediante el fanatismo por el estudio o el trabajo que caracteriza a los neuróticos de promoción. Asimismo, la incapacidad de adaptarse a una realidad por fijación corresponde a la situación de los niños que se ven confrontados con la necesidad de adaptarse a dos mundos sociales diferentes y en parte opuestos. La rigidez y la falta de adaptabilidad que menciona S. Freud están ligadas sin duda a aspectos constitucionales, pero también a las exigen-

120 S. Freud habla asimismo de la “inhibición del desarrollo” y de “estasis repentina de la libido”, indicando que las considera como secundarias con relación a las otras dos.

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cias contradictorias a las que se ve confrontado todo niño que cambia de clase social: hay riesgo de neurosis cuando coexisten, en una relación conflictiva que tiende a fijarse, habitus, ideas e identificaciones inconciliables. En ese caso, el individuo queda en parte apegado (energía vinculada) a objetos de investidura de su origen (por lo general ligados al grupo familiar), cuando convendría en realidad que se despegara de ellos para adaptarse a una nueva situación. Se resiste a entablar un trabajo de desidealización, de desidentificación, de desincorporación de los habitus, no solo a causa de rigideces internas, sino también porque hay antagonismo entre esos ideales, esas identificaciones y esos habitus. El comportamiento humano está codificado en gran parte por los modelos afectivos, sociales e ideológicos del grupo original de pertenencia. El uso de esos códigos es internalizado por el individuo como una necesidad vital de adaptación a su medio. El entorno social siempre está ahí para “llamarnos al orden”, para darnos a entender “lo que tenemos que hacer, lo que está permitido hacer, lo que no lo está, lo que está absolutamente prohibido y cómo tenemos que comportarnos”.121 Pero ese entorno no es unívoco. La internalización del código inicial puede llevar al individuo a chocar con otras prescripciones, otros imperativos, otras prohibiciones y modelos. El Yo es llevado entonces a elegir, a encontrar compromisos, a inventar mediaciones con respecto a esos vínculos sucesivos que lo constituyen. Cuanto más importante es la distancia entre los distintos modelos, más excluyentes unos de otros son los objetos de investidura, más opuestas las figuras de identificación y más intensas las repercusiones psíquicas del conflicto vivido. En un estudio sobre los conflictos de transculturación,122 J. Palmade define el conflicto como la “presencia de tendencias contradictorias que el individuo no puede resolver sin desequilibrio e insatisfacción (...) Uno de los indicios de conflicto sería la imposibilidad para el Yo de encontrar una salida satisfactoria y adaptada a la exigencia (admitida por el sujeto y, por lo tanto, internalizada) del entorno”.

121 Véase A. Mitscherlich, Vers la société sans pères, París, Gallimard, 1969. 122 Véase J. Palmade, “Conflits de transculturation chez les cadres moyens au Cameroun et au Sénégal”, Thèse de 3ème cycle, París VII, 1972, p. 309.

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De igual modo, Dallas Pratt123 analiza la situación de los estudiantes extranjeros en los Estados Unidos: “… el hecho de ir al extranjero o de vivir cierto tiempo allí puede dar lugar a conflictos mentales, creando una rivalidad entre ideales diferentes y escalas de valores diferentes (...) Lo que amenaza sobre todo a la salud mental es la conmoción de los basamentos profundos de la personalidad; y esos basamentos tienen sus cimientos en la infancia y en la cultura de origen, o en una cultura asimilada desde hace mucho tiempo”. Estos distintos enfoques tienden a examinar la distinción entre los conflictos intrapsíquicos, que provendrían de exigencias inconscientes y cuyo origen estaría en la estructuración de la personalidad en las primeras experiencias infantiles, y los conflictos del Yo, que provendrían de una tensión entre esas exigencias internalizadas y la adaptación al entorno externo. Este esfuerzo de aclaración es útil para entender mejor el funcionamiento del aparato psíquico, a condición de que no terminemos estableciendo una oposición entre los factores internos, que serían del orden psíquico, y los factores externos, que serían del orden de lo social. S. Freud precisaba, a propósito de los tipos de entrada a la neurosis, que la enfermedad aparecía por “capas sucesivas”, y cada una de esas capas puede relacionarse con un tipo de factor desencadenante diferente, unos más bien internos, otros más bien externos, etc.: “… el primer tipo [la frustración] nos hace tener en mente la influencia extraordinariamente poderosa del mundo exterior. El segundo [la fijación], nos recuerda la influencia no menos importante del temperamento particular del individuo que se opone a esa primera influencia (...) El psicoanálisis nos ha exhortado a abandonar la oposición estéril entre factores externos e internos, entre destino y constitución, y nos ha enseñado a encontrar con regularidad la causalidad de la entrada en la neurosis en una situación psíquica determinada que puede instaurarse por distintas vías”.124 Hay aquí cierta ambigüedad en el pensamiento de Freud, que admite que los factores desencadenantes de la neurosis pueden ser internos 123 Véase Dallas Pratt, “Rôle des valeurs culturelles dans la santé m entale de l’étudiant étranger”, Bulletin international des sciences sociales, vol. VIII, nº 4, 1956, pp. 612-620. También puede consultarse sobre este punto el trabajo de Norma Takeuti, “Conflits d’identification culturelle chez les étudiants brésilens en France”, Thèse de 3ème cycle, París IX, 1985. 124 Véase S. Freud, Névrose, psychose et perversion, op. cit., p. 182.

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y/o externos, pero que concede una importancia casi exclusiva a la vida sexual como “fuente común” de cada una de las grandes neurosis.125 Ahora bien, paralelamente a esos aspectos sexuales, que no pretendemos minimizar en absoluto, nos parece oportuno, sin embargo, dejar lugar a otros factores que intervienen en el desencadenamiento y el desarrollo del proceso neurótico. La característica principal de la neurosis de clase es que efectúa un collage entre elementos sexuales y elementos sociales en el proceso: los primeros afectos ligados a experiencias sexuales infantiles (frustradas o logradas) estuvieron relacionados con problemáticas sociales conflictivas. El conflicto que provoca el trauma puede ser primero social, y la experiencia sexual provocar una investidura libidinal de las problemáticas sociales; también puede tratarse de un conflicto sexual sobredeterminado por problemáticas sociales, en una configuración socio-sexual que pone en relación los distintos aspectos. Lo que se trata de analizar, entonces, es justamente esta intrincación entre elementos de distinta índole (sexuales, afectivos, fantasmáticos, ideológicos, culturales, etc.), para entender de qué modo se articulan unos sobre otros, de qué manera están relacionados entre sí, cómo se constituyeron sus articulaciones en el tiempo para culminar en una configuración particular. Nuestro enfoque coincide aquí con el análisis que propone Max Pagès a partir del concepto de influencia que define como una relación de refuerzo entre tres procesos: “… un proceso de dominación social, un proceso inconsciente de fantasmatización y de separación, y un proceso de inhibición de los intercambios corporales y emocionales”.126 La articulación entre estos tres tipos de procesos funciona según una circularidad dialéctica que vuelve estériles los debates sobre la primacía de uno u otro: “… la dominación produce fantasmatización e inhibición corporal, la inhibición produce fantasmatización y dominación (…) se trata de sistemas dialécticos que ponen en relación, todos juntos, contradicciones y conflictos de distintos órdenes” (p. 504). Lo esencial, por lo

125 Véase S. Freud, “L’hérédité et l’étiologie des névroses”, en Névrose, Psychose et perversion, op. cit., p. 53 y ss. 126 Véase Max Pagès, “L’emprise”, Bulletin de psychologie, t. XXXVI, nº 360, mayojunio 1983, pp. 503-509.

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tanto, es entender las articulaciones entre procesos de mediación, en el nivel sociológico del poder, procesos de defensa, a nivel de los conflictos psicológicos inconscientes, las relaciones fantasmáticas y las tensiones corporales. Pagès demuestra así que cada uno de esos polos (la lucha de clases, el inconsciente, el cuerpo) funciona según lógicas autónomas que, sin embargo, están en correspondencia y en conjugación con las otras. El análisis de Max Pagès tiene el mérito de ir más allá de las oposiciones marcadas entre diferentes términos (psicología/sociología, psíquico/social, interno/externo, inconsciente/poder, etc.), para centrarse en la relación entre estos diversos términos y poner de manifiesto los procesos que los unen: “… los sistemas de influencia se encuentran en la encrucijada de las determinaciones internas y externas (…) En materia psicosociológica, lo interior crea su propio entorno, lo exterior estructura lo interno. En la reciprocidad de esas influencias es donde debe aprehenderse la génesis de los sistemas sociomentales” (p. 508). Esta concepción de la articulación entre procesos psíquicos y sociales también es muy cercana al pensamiento de G. Gurvitch que, para criticar las concepciones mecánicas de la causalidad, había planteado el principio de “la reciprocidad de las perspectivas”, en la medida en que la psiquis y lo social se implican mutuamente en un juego de “complementariedad dialéctica”: “Se trata de contrarios que se completan dentro de un conjunto a través de un doble movimiento que consiste en crecer e intensificarse, a veces en la misma dirección, a veces en direcciones opuestas, gracias al juego de las compensaciones”.127 Así pues, los conflictos de orden sexual, esencialmente de origen psíquico, y los conflictos de orden social, ligados a un cambio de clase, pueden entrar en correspondencia y, como dice Gurvitch, “crecer e intensificarse en la misma dirección”, o bien compensarse, aniquilarse unos a otros. En un caso, tendremos una neurosis. En el otro, el individuo habrá sabido encontrar respuestas satisfactorias a los conflictos que afronta jugando sobre distintos registros. Tal como lo señala R. Bastide: “… hay que captar las diversas variables, no como en mecánica, es decir, como un conjunto de factores aislados que actúan en forma separada, sumándose o sustrayéndose y reflejándose finalmente en un teorema de 127 Véase G. Gurvitch, Déterminismes sociaux et liberté humaine, París, Presses Universitaires, 1955, y Dialectique et Sociologie, París, Flammarion, 1962.

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composición de las fuerzas, sino de una manera dinámica, como un sistema global en movimiento, donde es imposible separar analíticamente la acción de la construcción mental, de los micro y macroagrupamientos, ni distinguir un antes y un después, porque todo se sostiene entre sí y todo está en dependencia mutua”.128 Esa es la razón por la cual una misma situación social no produce las mismas respuestas psíquicas, respuestas que, a su vez, influencian la naturaleza de las situaciones encontradas: confrontados con cambios de clase similares, algunos individuos se vuelven neuróticos y otros no. Hay neurosis a partir del momento en que los conflictos relacionados con la trayectoria social y los conflictos relacionados con el desarrollo psicosexual se apuntalan recíprocamente y generan un fortalecimiento mutuo. La psiquis actúa como un filtro que toma de lo social algunos elementos que van a mantener inhibiciones, reforzar defensas, amplificar conflictos internos; recíprocamente, los conflictos sociales a los cuales se ve confrontado el individuo dan forma a su personalidad, resuenan en su funcionamiento psíquico, sin que pueda establecerse al respecto una anterioridad de las influencias. La neurosis se instala por oleadas sucesivas y el individuo, desde su nacimiento, está inmerso en las relaciones familiares y sociales que condicionan su desarrollo psíquico. Este concepto permite salir de los debates entre los enfoques que consideran la neurosis como el producto de las contradicciones sociales y los que buscan su causa en la herencia genética o en un disfuncionamiento psíquico. La búsqueda de una causa definitiva, de un factor preponderante, lleva a una concepción mecanicista del desarrollo individual. La neurosis de clase es, al mismo tiempo, el producto de conflictos sexuales, de conflictos relacionales y de conflictos sociales, que se sostienen unos a otros mediante un sistema de influencia recíproca. La neurosis de clase se caracteriza por el hecho de que la complementariedad dialéctica opera en la dirección de un refuerzo o fortalecimiento de los conflictos vividos por el individuo. La inhibición sexual refuerza la inhibición social y recíprocamente, como si los distintos elementos estuvieran pegados unos a otros y sin que pueda determinarse un elemento desencadenante exclusivo. Lo que diferenciará a la neurosis de clase de las demás formas de neurosis es la importancia de los conflictos 128 Véase R. Bastide, Sociologie des maladies mentales, op. cit., p. 251.

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relacionados con el desplazamiento social en la aparición de la enfermedad. El individuo vive un desfase conflictivo entre su posición objetiva y su posición subjetiva, conflicto que va a influenciar su desarrollo psíquico hasta el punto de provocar trastornos mentales. Hemos excluido de esta discusión los factores biológicos. La problemática de los biólogos no está muy alejada de la nuestra. Así, por ejemplo, F. Jacob demuestra que la articulación de los factores biológicos y los factores culturales se efectúa mediante una interacción permanente entre los genes y el medio: “… en los organismos complejos, el programa genético (…) en lugar de imponer estructuras rígidas, confiere al organismo potencialidades y capacidades (…) los cuarenta y seis cromosomas del ser humano le confieren toda una serie de aptitudes, físicas o mentales, que puede explotar y desarrollar de forma muy distinta según el medio y la sociedad en la cual vive y crece. Por ejemplo, el equipamiento o bagaje genético es lo que le va a permitir hablar a un niño. Pero su medio es el que le enseñará un idioma u otro. Como cualquier otro carácter, el comportamiento humano es modelado por una interacción permanente de los genes con el medio. Esta interdependencia de lo biológico y de lo cultural suele ser subestimada (…) En lugar de considerar estos dos factores como complementarios e indisolublemente ligados en la formación del ser humano, se tiende más bien a oponerlos”.129 Esta última frase podría aplicarse de igual modo a la interdependencia entre lo social y lo psicológico. En resumen, podemos afirmar que en el origen de la neurosis y de los trastornos mentales siempre hay un conflicto interno de orden psíquico. La cuestión radica en saber, entonces, si el conflicto es producido por un disfuncionamiento psíquico, por una situación social o por un desarreglo orgánico. 1º. No se puede plantear este tema en términos de oposición (es uno o lo otro), en la medida en que pueden intervenir diferentes factores, de los cuales ninguno puede ser considerado a priori como determinante. No hay un factor causal único, sino un conjunto de factores en interacción que forman un sistema. 129 F. Jacob, Le jeu des posibles : essai sur la diversité du vivant, París, Fayard, 1981, p. 119.

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2º. En la génesis de un conflicto psíquico pueden intervenir factores biológicos, psicológicos o sociales en formas y composiciones diferentes. Si uno de los factores puede ser considerado, en tal o cual caso, como dominante, eso no excluye la intervención de los demás. 3º. La neurosis de clase es una forma de neurosis clásica (se trata de un trastorno psíquico), en la que los factores sociales jugaron un papel esencial o preponderante: el desclasamiento es uno de los componentes centrales del conflicto inicial que provocó la neurosis. Existe, por lo tanto, una repercusión a nivel psíquico de un conflicto social. El término de neurosis de clase que proponemos tiene un valor más descriptivo que nosográfico, en la medida en que nos esforzamos por describir un determinado tipo de conflicto, más que un determinado tipo de funcionamiento psíquico. Es decir que no entramos aquí en una discusión que tendería a especificar la neurosis de clase con respecto a las clasificaciones contemporáneas de las enfermedades mentales o de las distintas formas de neurosis. Se trata más bien de designar con este término un cuadro clínico que caracteriza a los individuos cuyos trastornos están relacionados (consciente o inconscientemente) con un desplazamiento social. El conflicto se manifiesta en particular en el plano psicológico a través de: UÊ UÊ UÊ UÊ

UÊ UÊ

una reactivación del sentimiento de culpa, un fuerte sentimiento de inferioridad, una dificultad particular frente al complejo de Edipo, cuyos componentes sexuales y sociales se apuntalan mutuamente, el desarrollo de una actividad fantasmática, sobre el modelo de la novela familiar, que constituye un mecanismo de defensa contra la inferioridad social, un mecanismo de desdoblamiento ligado al sentimiento de estar dividido interiormente, el aislamiento y el repliegue sobre sí mismo.

Estos distintos componentes de la neurosis de clase pueden variar de un caso a otro y, en un mismo individuo, de un período a otro. Habría

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que determinar, entonces, en qué momento podemos hablar de neurosis. En la mayor parte de los individuos, los trastornos aparecen o desaparecen según variaciones periódicas más o menos intensas. Es decir que la frontera entre lo que podríamos llamar dificultades existenciales y la neurosis no es nada obvia. Nosotros estimamos que las dificultades existenciales tienen un carácter neurótico a partir del momento en que se reúnen tres condiciones: UÊ UÊ UÊ

el conflicto es la causa de una ansiedad profunda que inhibe una parte de la actividad sexual y/o social del sujeto, el individuo no logra encontrar soluciones duraderas para efectuar mediaciones satisfactorias para los conflictos que lo atraviesan, se encuentra en una situación repetitiva, caracterizada por un guión cuya trama él reproduce, consciente o inconscientemente.

Análisis del caso Denise Lesur/Annie Ernaux Para ilustrar nuestro análisis de la neurosis de clase hemos elegido utilizar un material autobiográfico publicado, más que una entrevista, por un lado en virtud de su interés clínico y, por otro, porque su carácter público permite que todos podamos remitirnos a él. El uso de entrevistas para presentar hipótesis de investigación tiene un inconveniente fundamental. Las entrevistas no pueden transmitirse en su estado bruto, y el investigador es quien las recompone en función de las hipótesis que trata de convalidar. Al hacer esto, no permite que el lector discuta la pertinencia de lo que ha sido retenido o dejado de lado en el recorrido desde el material de partida hasta lo que queda en su presentación. Es la razón por la cual hemos preferido presentar un caso publicado, y por lo tanto accesible a todos. Retomaremos aquí la discusión sobre el estatus de este tipo de material. Los dos testimonios que nos brinda Annie Ernaux en La place130 (El lugar) y Les armoires vides131 (Los armarios vacíos) sobre su propia his130 Annie Ernaux, La place, París, NRF Gallimard, 1983. 131 Annie Ernaux, Les armoires vides, París, Gallimard, 1974. Los números de página remiten a la edición de 1984, col. Folio.

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toria son de una riqueza excepcional. A través de la escritura, la autora efectúa un verdadero trabajo terapéutico en el que describe la totalidad de los conflictos ligados al “desgarro social”. Hemos evocado ya su situación a propósito de los conflictos de identidad vinculados a la promoción social. Ahora se trata de analizar mediante qué procesos esos conflictos pueden volverse neuróticos. En La place, Annie Ernaux escribe en primera persona y se presenta como sujeto de su novela; en Les armoires vides se disimula tras la historia de Denise Lesur. Si bien esta diferencia explica el trabajo efectuado por la autora durante los nueve años que separan a ambas novelas, ninguna de las dos deja de ser un testimonio autobiográfico en el cual la autora trata de entender la relación entre la situación social de sus padres y los conflictos psicológicos vividos durante su infancia, hasta su matrimonio. La culpa es un tema recurrente en todos los casos de neurosis de clase. En Les armoires vides, Annie Ernaux describe perfectamente su génesis y desarrollo, con lo que permite poner de manifiesto los distintos componentes y, en particular, los vínculos entre la culpa sexual y la culpa social. Annie Ernaux narra cuando, al llegar a sexto grado en una escuela privada, es llevada a someterse al ritual de la confesión: tiene que responder un cuestionario y anotar la lista de todos sus pecados, lo que hace con aplicación, antes de entrar al confesionario donde el cura parece interesarse especialmente por su sexualidad: “Salí de allí sucia y sola. Era la única. Nadie más deslizaba su dedo por la ranura, nadie se la miraba en un espejo… Si las otras hubieran sido como yo, él no habría hecho tanto alboroto. No había nada que hacer, yo era rechazada, estaba separada de los demás por cosas inmundas”.132 Annie inicia, entonces, todo un trabajo para reconocer el bien y el mal, lo puro de lo impuro, para distinguir el “pecado/no pecado”. Es en ese momento cuando se da cuenta de que una diferencia la distingue radicalmente de las demás chicas de su edad, cuyas faltas son fundamentalmente anodinas, sin importancia, sin consecuencias. Annie se siente marcada, separada de los demás: “Yo sola me quedo con mi viejo pecado inclasificable, ni mortal, ni venial, innombrable, mezcla de sucia viciosa, 132 Annie Ernaux, Les armoires vides, op. cit., p. 65.

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no toques eso, caramelos robados, guiso rascado del fondo del plato de los obreros de la obra, fantasías despreocupadas en el colegio y sobre todo mis padres, mi ambiente de sórdidos comerciantes” (p. 67). Y aunque pueda haber absolución en lo relativo a la sexualidad, pecado del que ella se entera que es común a todas las chicas de su edad, no ocurre lo mismo en lo que se refiere a su pecado relacionado con la diferencia: “La iglesia rechaza todo en bloque: mi madre abatida de cansancio, mi padre que se saca la dentadura después de comer, mis placeres que yo creía inocentes… Todas las plegarias de penitencia no lograrán nada. Tengo que ser castigada” (p. 67). Por más que Annie se diga: “Dios mío, Dios mío, no es mi culpa, haz que esto cambie, que mis padres se parezcan a los demás” (p. 90), sabe que su plegaria no será oída y que seguirá cargando con ese mal, del cual desconoce las causas, pero cuyos efectos ve cotidianamente: en las reflexiones de sus profesores sobre “las cosas que no se hacen” y “que no se dicen”, en las miradas condescendientes o burlonas de la directora y de sus compañeros de clase hacia sus padres en su primera comunión, en las comparaciones entre la gente “bien educada” y la gente “mal educada”. Ese pecado es la toma de conciencia, primero brutal y luego progresiva, de que su comportamiento, su manera de ser, su manera de hablar, que le parecían naturales hasta ese entonces, no son compartidos por todo el mundo y, sobre todo, son condenados por “autoridades” a quienes sus mismos padres dicen que hay que obedecer. Se da cuenta entonces de la diferenciación entre las clases y de que en esas diferencias existen buenos y malos, la gente “bien” y la otra. A la constatación de las distancias objetivas entre los ricos y los pobres, la gente del centro y la de su barrio, los niños de la escuela estatal y los de la escuela privada, etc., se superpone la conciencia subjetiva de los valores asignados a unos y otros, la aprehensión de los procesos de clasificación, de jerarquización y de invalidación: “A los doce años armé mi pequeño baremo, un sistema para medir. Las personas ‘bien’ tienen un coche, portafolios, un impermeable, las manos limpias. Hablan con facilidad, en cualquier lugar y de cualquier modo. En la ventanilla del correo protestan fuerte: ‘¡Es increíble!’. Mi padre nunca se queja. Pueden hacerlo esperar durante horas. Las mujeres ‘bien’… son muy especiales, el corte de pelo, el trajecito sastre, joyas, discretas, nunca hablan fuerte… La liviandad, eso es, e impecables, limpias. Los otros, los demás, se parecen todos a los clien-

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tes: obreros de azul, con boina o gorra, la bici… Aunque estén de punta en blanco, los días de comunión, uno los reconoce igual, las uñas negras, sin gemelos en la camisa, sobre todo la forma de caminar, con los brazos colgando, blandos, vacilantes. No saben hablar correctamente, vociferan. Las mujeres que vienen por los pedidos, con sus zapatillas, sus bolsas de hule, se parecen todas, demasiado gordas o demasiado delgadas, siempre deformadas, los pechos hundidos, ausentes, o pesadamente cayendo hacia la cintura, las nalgas rodeadas por la faja… nunca pensé que las diferencias pudieran venir del dinero, yo creía que era algo innato, la limpieza o la grasitud, el gusto por las cosas bellas o la dejadez” (p. 97). Vemos asomar en esta descripción los dos mundos que desgarran a Annie Ernaux, cada uno de ellos portador de habitus que permiten distinguir a la gente bien, y por lo tanto “bien educada”, y a los demás. “El bien se confundía con lo limpio, lo bonito, una facilidad para estar y para hablar, en definitiva con lo ‘bello’; el mal era lo feo, lo pringoso, la falta de educación” (p. 107). De un lado, la afirmación de sí mismo, la limpieza, la liviandad, lo espiritual, la soltura, la corrección, la elegancia, la fineza, el buen gusto. Del otro lado, la sumisión, la suciedad, la pesadez, la chatura, la resignación, la grosería, la flojera, la torpeza, la vulgaridad y la falta de gusto. De un lado, cualidades, del otro, defectos. La falta radica en primer lugar en haber sido “mal educado”. La dominación entre las clases sociales opera en términos de invalidación, desvalorizando los comportamientos, los habitus y los valores de las clases “inferiores” y presentando como modelos y “cualidades” los habitus de las clases “superiores”. El lenguaje cotidiano está repleto de términos que connotan al mismo tiempo la diferencia social y diferencias de valores en términos morales: la “nobleza” designa una clase y una cualidad de carácter, la “soltura/holgura”,133 la facilidad de la gente que tiene dinero y un tipo de comportamiento; la gente “bien educada” es la que tiene modales, es cultivada, distinguida, mientras que la gente “mal educada (o maleducada)” no tiene modales, es inculta y vulgar, etc. Cuando se habla de “falta de gusto” no solo se indica un error con respecto a los cánones de la cultura dominante, sino que se trata también 133 En francés, una misma palabra, “aisance”, hace alusión a la holgura económica y a la soltura para manejarse en sociedad. (N. del T.).

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de una falta que condena a su autor, percibido entonces como malo. El mismo collage puede observarse en las dificultades para calificar las clases sociales. Hablar de clases superiores e inferiores remite, por un lado, a determinadas posiciones en la estructura social, pero, al mismo tiempo, da a entender una jerarquía de valores que tiende a asimilar, por un lado, dominación de clase y superioridad de las personas que la componen y, por el otro lado, el hecho de ser dominado con el de ser “inferior”. Frente a ese proceso de invalidación que le devuelve al niño una imagen negativa de sus padres, sus intentos por revalorizarlos tienen poco peso: los padres de Annie Ernaux predican la honestidad, la hospitalidad, la amabilidad, la solidaridad, la sobriedad, la valentía, el éxito a través del trabajo y la lucha contra la hipocresía. Pero todos esos valores disfrazan, en realidad, una aceptación de su suerte, una resignación a su estado, una sumisión al orden establecido que el niño percibe como un acto de cobardía: no quieren ver lo que realmente son. Dicen que “no hay que cagar más alto de lo que da el culo”, “que hay que saber quedarse en su lugar”, valores que contribuyen a descalificarlos, puesto que, de ese modo, aceptan la humillación y el desprecio de los que son objeto. Al confrontarse con estos procesos de invalidación, el niño descubre la existencia de las clases sociales, y solo más adelante podrá vincularla a los procesos de explotación y de desigualdad económica. Lo que constata el niño es que el bien no está principalmente del lado de su padre y de su madre; que a menudo los ve incómodos, torpes, “mal” vestidos,134 tartamudeando delante de personas más importantes que ellos, como si se sintieran culpables, como si efectivamente los hubieran descubierto en falta. Esto se deriva de que el Superyó está impregnado por valores de la clase dominante. Cuando se habla de la “gente bien”, se indica al niño y a uno mismo un comportamiento que hay que observar, del orden del Superyó; hay que ser así para ser gente “bien” y, en sentido inverso, se condena implícitamente a quienes no observan ese mandamiento. Annie Ernaux se describe como atravesada por una tensión insoportable entre el apego a sus padres y el desprecio que le inspiran: “Pese

134 El autor hace hincapié en el hecho de que las tres cualidades que nombra (“mal à l’aise, maladroits y mal habillés” incluyen en francés la palabra “mal”, por oposición a la noción de “bien” antes mencionada. (N. del T.).

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a todo, ellos eran unos pequeños comerciantes, con su café de barrio, sus pequeñas ganancias, unos miserables… ya bastaba con sentirme una viciosa, una fingidora, una chica pringosa y pesada frente a mis compañeras de clase, livianas, libres, puras en su existencia… Encima tenía que empezar a despreciar a mis padres. Todos los pecados, todos los vicios. Nadie piensa mal de su padre o de su madre. Solo yo” (p. 99). Entendemos que la falta, para Annie Ernaux, condensa en este caso tres elementos: por un lado, la vergüenza social y sexual; por otro, el odio frente a quienes le muestran el buen gusto y, en consecuencia, el desprecio, el saber y, por lo tanto, la posibilidad de comparar, el deseo de ser como ellos y, en consecuencia, despegarse de sus padres; y por último, la ambivalencia frente a sus padres, compuesta de amor mezclado con odio, de apego y desapego, de gratitud y de culpa. Retomemos esos tres puntos: 1)

La escena de la confesión efectúa un collage entre la idea de pecado, la noción de impureza y el medio familiar de Annie. Hasta ese momento, Annie vive la sexualidad como un placer que no es objeto de una prohibición particular. Su despertar sexual y, más tarde, la llegada de su menstruación, que ella esperaba con impaciencia, al igual que sus primeras experiencias sexuales son vividos como descubrimientos, aventuras que no provocan malestar ni culpa. Lo que le genera problemas es, por un lado, el sentimiento de que es diferente de las demás niñas de la escuela y, por otro lado, el sentimiento que le transmite el cura de que en ella hay algo sucio, impuro, vicioso y malo. Y esos distintos calificativos los asocia desde entonces a la pertenencia a su medio. El asco por los pobretones que vomitan en el patio, la grasa de los clientes del café, la miseria de los manteles de hule, la suciedad de su casa, etc., se convierten en signos de impureza que representan ese vicio que lleva dentro de ella y que se le reprocha. La vergüenza no proviene del placer, de las caricias, sino de la imagen negativa que se le devuelve de sus padres, de su familia y de sí misma. Su diferencia es el mal. Su falta es la de ser hija de padres “miserables” y querer ser diferente. Su castigo es la soledad y la humillación. En el mundo de Annie Ernaux se mezclan entonces, por un lado, pureza, riqueza y bienestar y, por otro, impureza, pobreza y suciedad. Las

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niñas del colegio, que están bien vestidas, que tienen casas bonitas, no pueden tener malos pensamientos. Estos son propiedad exclusiva de las “amigas del barrio”, con las cuales ella compartió “pícaros juegos” en los sótanos y en los toilettes del patio, primeros descubrimientos de los placeres del cuerpo asociados a su mundo “sórdido”. Annie se encuentra en la escuela como única de su especie, única viciosa, única hija de pequeños comerciantes, y ambas cosas están relacionadas: como necesita darle un sentido a su diferencia social, que se le da a entender como una tara, precisa separar de este modo el mundo puro del mundo impuro. Podríamos interpretar su comportamiento como un desplazamiento de su culpa sexual sobre la culpa social. Esta hipótesis podría retenerse si la primera fuese reprimida, si hubiese en Denise Lesur una inhibición frente a sus deseos sexuales, una relación problemática con el cuerpo y con el erotismo. Pero aun cuando posee poca información sobre los temas sexuales, ella despierta al placer por el camino del juego más que por el de la culpa, espera con ansiedad su primera menstruación, es atraída sin reticencias por los varones y trata de satisfacer su curiosidad sin ninguna discreción particular. Frente a las insistentes preguntas del sacerdote, su primera reacción es el asombro, la sorpresa. El sentimiento de culpa se impone recién en una segunda etapa, asociando a su situación social la noción de pecado que le es devuelta con relación a los juegos sexuales. Lo que es “asqueroso” no es la sexualidad, sino las condiciones de existencia de su medio: “¡Otra vez se emborracharon en lo de Lesur! Esas miradas de asco dejan huellas en mí... Esa impureza frente a la cual los dedos explorando regiones húmedas, suavemente irritadas, por la noche, bajo las sábanas, son un juego casi inocente” (p. 101). 2) El odio es en primer lugar una reacción contra la humillación sentida ante la invalidación y el desprecio que la gente de los barrios elegantes comunica con tanta “soltura” hacia su medio, su familia, sus padres y ella misma. Pero ese odio no puede traducirse en rebelión, en la medida en que sus propios padres le piden que se convierta en “una persona como se debe”, es decir, que asimile los valores y los habitus de la burguesía a través de la educación de la escuela privada en la cual ella entra. Para ello, tiene que internalizar ese nuevo modelo y rechazar el de sus padres. Tiene que poder decir “no soy como ellos, no me parezco a ellos” (p. 94). Para distanciarse socialmente hay que desapegarse afec-

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tivamente de sus padres: “Si los escucho, si me dejo llevar, si empiezo a querer la casa de mis padres, como lo hacía antes, voy a volverme como ellos” (p. 106). Debe iniciar entonces un trabajo de desidentificación, aprendiendo el desprecio y el odio. Tiene que resistir a la tentación continua de renunciar a salir de allí, combatir los momentos de cansancio cuando el conflicto es demasiado fuerte, y el peso de los habitus demasiado importante: “De todos modos siempre los tendré a mis padres, sus griteríos, sus gustos, su manera de hablar... Eso me impedirá salir de aquí, elevarme” (p. 112). Entonces tiene que odiar, hacerlos cargo de todas las humillaciones que ella va sufriendo: “No me enseñaron nada, es por culpa de ellos que los demás se burlaron de mí” (p. 115). Pero ese odio necesario que va creciendo en ella también hace crecer la culpa: “… un monstruo... una puta... cada vez tenía más vergüenza. No es verdad, no los odiaba... Ellos quieren que yo tenga éxito, ellos quieren que yo sea feliz” (p. 116). Cada vez está más encerrada en la contradicción entre tener éxito para satisfacer el narcisismo parental (vertiente ideal del Yo) y odiarlos para poder cumplir con eso. Tiene que cambiar de ideal, buscar otras figuras de identificación, las que corresponden a la gente bien educada, pero que también corresponden a quienes practican el odio y el desprecio hacia sus padres. Es una contradicción insuperable que le dejará odio en el corazón hasta que logre demostrar de dónde proviene, cuál es la fuente de ese odio: “Yo no nací con el odio, no los detesté siempre, ni a mis padres, ni su comercio, ni a los clientes... ahora detesto también a los otros, a los cultos, los profes, los decentes” (p. 17). El odio es una respuesta a una situación. Cuando se le devuelve una imagen negativa, no a la Denise-Lesur-que-le-va-bienen-el-colegio sino a la Denise-Lesur-hija-de-los-dueños-de-un-café-de-unbarrio-humilde, es cuando se ve confrontada con la humillación. Para liberarse de esa imagen negativa, tiene que liberarse de su medio; tiene que despegarse de sus padres. Paralelamente, para integrarse a ese medio de la “gente bien”, tiene que reprimir su rebelión, soportar el rechazo del que es objeto para superar el odio que le provoca: “Nunca se habla de eso, de la vergüenza, de las humillaciones... se las olvida, las frases pérfidas derecho a la cara, sobre todo cuando uno es chico” (p. 60). El niño está desprovisto de elementos para posicionarse en ese doble juego contradictorio de las relaciones de clases y de las identificaciones

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con los padres y los profesores, tanto más desprovisto cuanto que, afectivamente, depende de unos y otros. 3) El odio a los padres no es solamente la reproducción de la invalidación social externa; también es producido por los mismos padres, en la medida en que el niño descubre que sus padres participan del autosometimiento, que son dominados y que lo aceptan: “Si les hablan desde arriba se terminó, no dicen más nada” (p. 97). Este descubrimiento la lleva a desvalorizarlos, lo que acarrea la desidealización y la desidentificación. Existe allí una primera contradicción entre el apego afectivo y el desencanto social: ¿cómo seguir amando en la desidealización? Dicha contradicción se ve reavivada cuando Annie Ernaux descubre que sus padres son ambivalentes con respecto a ella. Por un lado, le piden explícitamente que sea buena alumna, que no se junte con las niñas del barrio; por otro lado, temen que se convierta en una extraña, se resisten a que se aleje, le piden que sea como ellos: “… siempre encontraban razones para que uno no saliera de la grasa. Ese miedo me lo transmitieron. Nací en medio de ellos, es más fácil volver a ser como ellos” (p. 107). Así, le enseñan la sumisión y la resignación, tratan de frenar sus ímpetus de rebelión, sus cuestionamientos, ¡le piden que sea diferente, pero que siga siendo como ellos! Otro elemento que desconsidera a los padres ante la mirada de Annie Ernaux es la toma de conciencia de que sus habitus internalizados provocan que los demás niños se burlen de ella. Les recrimina entonces no haberle enseñado a comportarse “como es debido”. Los padres son doblemente culpables: UÊ



por ser dominados y, en consecuencia, bajados de su pedestal, lo que provoca una herida narcisista fundamental en el niño que descubre que ellos, a quienes tenía en lo más alto, son “miserables”, “pequeños”, “menos que nada”… por no proteger al pequeño, al débil, al sin defensa, de la burla y el desprecio que los niños de otras clases le hacen sentir a quienes no son como ellos.

La humillación es aún más fuerte cuando las diferencias y la singularidad (de los habitus, del lenguaje, del comportamiento…) que el niño

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siente con respecto a sus compañeros le son devueltos por los adultos como una tara, algo de lo que debe deshacerse. Un profesor dice: “¿No sabía usted, señorita Lesur, que eso no se dice?” (p. 115); reproche implícito en dirección a los padres, que no han sabido enseñar al niño los usos correctos de la palabra; reproche explícito al niño de ser lo que es, de utilizar las palabras que aprendió de su familia. Le dicen que no se comporta “como es debido”, cuando se comporta como sus propios padres. Y esos mismos padres son quienes le dicen que hay que escuchar a los profesores, que están orgullosos de su hija porque va a la escuela privada, porque se va a convertir en una persona como esas que los desprecian, porque está aprendiendo el arte y la manera de ya no ser lo que son ellos. Esto pone al niño en una situación de doble culpa: culpa por no ser “como hay que ser”. Como en La putain respectueuse, Lizzie y el Negro, que se sienten culpables sin haber cometido ninguna falta.135 La falta es la de ser el marginal, el extranjero, el negro, el dominado… UÊ culpa por tener que reprochar a sus padres lo que son: “Tenía que odiarlos”, escribe Annie Ernaux (p. 82), para despegarse de lo que representan, de su medio, su clase, para liberarse de su lenguaje y de sus habitus. Annie Ernaux vuelve en reiteradas ocasiones sobre ese sentimiento de ser un “monstruo” con respecto a sus padres, que por amor a ella hicieron todo para que le fuera bien, y a quienes tiene que odiar. Es una situación contradictoria, al límite de la paradoja. Es por amor que los padres llevan al niño a que los odie. Es para satisfacer el deseo de los padres que ella se convierte en una niña “bien educada” y tiene que despegarse de ellos. El niño = es por amor que te odio. Los padres = es por amor que te pido que me odies. UÊ

135 Véase J. P. Sartre, La putain respectueuse. Lizzie: ¿Tú también te sientes culpable? El Negro: Sí, señora. Lizzie: ¿Y sin embargo no has hecho nada? El Negro: No, señora. Lizzie: ¿Pero qué tienen al fin para que todos estén siempre de su lado? El Negro: Son blancos.

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El niño siente entonces vergüenza de sí mismo, vergüenza de ese sentimiento negativo que siente con respecto a sus padres: “Puta, tenía vergüenza… cada vez más. No es verdad, yo no los odiaba… papá, mamá, los únicos que se interesan realmente por mí, solo los tengo a ellos. Quieren que me vaya bien, quieren que sea feliz… Más adelante se lo voy a agradecer, se lo voy a devolver. Con las lágrimas en los ojos, ¿por qué soy tan injusta?” (p. 116). Y vergüenza también por no estar ni siquiera a la altura del deseo de los padres de que sea feliz: los padres quieren su felicidad y ella es infeliz. Se enoja con ellos por esa exigencia contradictoria a la cual la someten y les debe, y por lo tanto les agradece, su amor y su sacrificio. Es la problemática de la deuda que el niño siente frente a aquellos a quienes se dice que les debe todo y de quienes siempre será deudor porque no sabe cómo pagarles. Tiene que amarlos y odiarlos al mismo tiempo, porque le piden que sea como ellos y que sea diferente, diferencia que obliga a rechazar lo que son. El odio y la culpa son, para el niño que se despega de sus padres, el medio para conservar, a pesar de todo, una relación afectiva con sus padres: “Siendo una extraña para mis padres, para mi medio, yo no quería mirarlos. Los únicos momentos que me unían a ellos eran las explosiones de odio o de culpa” (p. 119). El odio también responde al descubrimiento de que los padres modelan al niño según sus aspiraciones, que esperan que se adapte a esa imagen y que temen que no responda a sus expectativas: “Miedo de que no sirviera para nada haberme puesto en la escuela privada, miedo de haberme hecho estudiar para nada” (p. 146) y, en reacción, el niño que lo ha logrado y dirige su odio contra aquello en lo que se ha convertido: “Es a mí misma que odio. Subí por encima de ellos, trabajan en el mostrador y yo los desprecio… ¿Para qué sirve todo esto? No tengo amigas, no quiero a nadie…” (p. 164). En un nivel más inconsciente podemos interpretar estas reacciones de Annie Ernaux como un distanciamiento del padre en el momento en que el despertar de su sexualidad la confronta con la prohibición que recae sobre sus deseos edípicos. Realizando el deseo de su padre de convertirse en “una persona bien”, realiza al mismo tiempo el sueño incestuoso que sirve de base al proyecto paterno. En su fantasía, podemos pensar que la culpa social ligada al descubrimiento del desprecio que

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sufren sus padres y la culpa edípica ligada a la realización imaginaria del deseo de su padre son indisociables. Es porque el deseo es imperioso que tiene que odiar y poner distancia de su padre; es porque está prohibido que se siente culpable. Estas dos interpretaciones no nos parecen excluyentes una de la otra. Todo lo contrario: la imperiosa necesidad de ser la “alumna diez” en la escuela es tanto más intensa cuanto que debe renunciar a ser “la mejor” para su padre. El odio y el desprecio que de algún modo está condenada a aprender para convertirse en una “persona bien” le permiten expresar de manera desplazada el resentimiento que siente frente a su rival edípica. La situación social con la que se confronta se hace eco de la trama edípica en la cual sus padres son objetos de amor y de rivalidad. La culpa social entra en estrecha resonancia con el complejo edípico. Las contradicciones que ella vive entre los dos universos a los cuales tiene que integrarse no serían tan fuertes si no estuvieran sostenidas por las contradicciones del proyecto paterno, que confronta a la hija con realizar un sueño incestuoso a través de la realización del sueño de ascenso social. La culpa que resulta de la prohibición de satisfacer ese otro deseo es un elemento esencial de la falta de Annie Ernaux. Lo importante es concebir estos dos registros (el registro inconsciente del Edipo y el registro social de la familia y de la escuela), cada uno con su propia realidad y su dinámica, pero no de manera independiente. Las dos interpretaciones de los conflictos vividos por Annie Ernaux no se eliminan entre sí. Su coexistencia es lo que permite, en cambio, explicar su intensidad. El hecho de que los elementos fantasmáticos, relacionales y sociales estén vinculados unos con otros en una dinámica de fortalecimiento y sostén recíprocos, es lo que hace que se desarrolle un sistema neurótico, es decir, una estructura conflictiva, rígida y repetitiva, que tiende a cerrarse sobre sí misma, vale decir, a alimentarse de su propio funcionamiento.

Esquema sintético de una neurosis de clase En la teoría psicoanalítica, la culpa es interpretada como consecuencia de una tensión entre el Superyó y el Yo. Según Freud, la función del Su-

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peryó es correlativa al complejo de Edipo: el niño, obligado a renunciar a la satisfacción de sus deseos edípicos prohibidos, transforma su investidura en los padres en identificación con los padres, o más exactamente en identificación con el Superyó de los padres: internaliza la prohibición. El Superyó aparece como una instancia del aparato psíquico que cumple tres funciones: autoobservación, conciencia moral y función de ideal (Nuevas conferencias sobre el psicoanálisis, 1932). La distinción entre conciencia moral y función de ideal se ilustra en la diferencia que introduce Freud entre sentimiento de culpa y sentimiento de inferioridad; el primero se relaciona con la conciencia moral que fija mandatos y prohibiciones (“Honrarás a tu padre y a tu madre”), el segundo se vincula al Ideal del Yo que establece exigencias y modelos a alcanzar. Retomaremos la discusión teórica sobre las posiciones tópicas respectivas del Superyó y del Ideal del Yo. En una primera etapa, proponemos esta distinción con el fin de analizar los conflictos que encuentra Annie Ernaux en su relación con sus padres y el mundo exterior. Escuchemos lo que dice: “Estudiar humanidades inspira respeto. De todas formas es lo mismo. Soy una puerca. ‘Honrarás a tu padre y a tu madre’ ya no existía. Lo peor es que no era porque eran malos o severos. Yo no lo hablaba con nadie, pero en la escuela, paseando frente a los comercios del centro, leyendo, había aprendido a comparar” (p. 95). Vemos surgir aquí dos componentes del sentimiento de culpa que repercuten uno en el otro a nivel intrapsíquico entre las instancias del aparato psíquico Superyó-Ideal del Yo-Yo, a nivel relacional entre Annie, sus padres y su familia, consecuencia de los procesos de dominación e invalidación que proponen modelos de valorización contradictorios. Hemos resumido estos distintos elementos en un esquema.

Esquema sintético de una neurosis de clase Comentarios 1) Sostén recíproco de las contradicciones. Las relaciones de dominación entre el medio de la escuela privada y el del café de los padres se traducen en el plano relacional en habitus y modelos de identificación diferentes, de los cuales uno es invalidado y el

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otro valorizado. El sujeto se ve entonces confrontado con un conflicto de identificación entre lo que representan sus padres y lo que representan sus profesores. Este conflicto va a modificar profundamente el aparato psíquico del niño, introduciendo tensiones entre las distintas instancias: cuando el niño trata de adaptarse al modelo propuesto por el Ideal del Yo (“conviértete en una persona importante”) es llevado a cuestionar las exigencias del Superyó (“honrarás a tu padre y a tu madre”), en la medida en que la gente “importante” muestra que los padres son despreciables, vulgares, pesados, obsequiosos, etc. Señalemos que los padres mismos participan en el mantenimiento y refuerzo de estas contradicciones, al responder con sumisión e idealización a los procesos de dominación e invalidación, proponen al niño un antimodelo y participan, de este modo, en su autoinvalidación. De la misma manera, no hacen sino transmitir al hijo sus propias contradicciones entre su deseo de que se convierta en alguien “mejor”, es decir, que realice lo que a ellos mismos les hubiera gustado ser, y su temor de que, al lograrlo, el hijo se convierta en otra persona y se les escape. En la escuela, el niño es llevado a invertir su sistema de valores y sus referencias del bien y del mal. Lo que estaba bien (sus padres), allí está mal; lo que era objeto de amor, se torna odioso. 2) Desarrollo de la culpa Estas contradicciones generan una carga agresiva del niño en respuesta a las humillaciones percibidas. El niño se siente culpable de no ser “como se debe ser” ante los profesores –teme no poder satisfacer el ideal que ellos le proponen– y ante sus padres –teme no amarlos lo suficiente–. Se enfada entonces con unos y otros. Con los primeros, que le piden que desprecie y rechace sus primeros objetos de amor, y con los segundos, que son responsables de las humillaciones que sufre. Frente a la ambivalencia, el niño tiende a volcar contra sí mismo la carga agresiva. Su propio Yo se le vuelve odioso. 3) Mecanismos de defensa Frente a estos conflictos, el niño va a poner en marcha una serie de mecanismos de defensa para regular la agresividad y la angustia que le generan, para soportar sus consecuencias, para encontrar mediaciones ante las múltiples contradicciones que lo desgarran.

sumisión Medio popular de pequeños comerciantes en un barrio obrero

2 clases diferentes

Medio burgués de los niños de escuela privada y del centro de la ciudad

invalidación

Nivel relacional

Nivel social

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idealización 2 modelos diferentes

Los padres

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Los profesores y compañeros de clase

va

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Nivel psíquico

n

Identificación

(des) Identificación



2 exigencias contradictorias

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“Honrarás a tu padre y a tu madre”

“Es por su culpa que soy humillada”

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YO

“Tus padres son miserables” “Conviértete en una persona bien”

idealización

“Me odio a mi misma” Descarga sobre sí misma de la carga agresiva “¿Por qué soy tan ingrata?”

Esquema sintético de una Neurosis de clase

Vínculos entre las instancias del sistema sociomental Contradicciones entre instancias Procesos

Para ser “como se debe ser” hay que odiar a sus padres

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La dedicación total al estudio como medio para revalorizarse. Frente a las humillaciones de “niña peor vestida”, cuyos padres son continuamente invalidados y que no sabe cómo hacer para ser “como se debe ser”, el éxito escolar permite diferenciarse de los demás con respecto a un sistema de normas y valores en el cual ella puede ser competitiva. Es el medio para canalizar toda la agresividad consecuente a la humillación, de dar vuelta el desprecio contra quienes la invalidan, invertir los celos que siente por quienes la dominan: “… soy yo, yo... Denise Lesur, la torpe, la viciosa del cura... yo tengo mejores notas que ustedes” (p. 71). Así es como se convierte en la “señorita diez”, la que sabe todas las respuestas y a quien la maestra consulta cuando los demás no saben. Es su revancha, el medio para afirmar una superioridad que compense la inferioridad social que se le señala constantemente. Es el medio para conquistar y salvaguardar una identidad, en un medio que tiende a invalidar la identidad social y familiar que la caracterizaban hasta ese entonces. Al ser la mejor alumna, afirma su existencia accediendo a un reconocimiento social indiscutible. A nivel energético, el estudio brinda un objeto de investidura que permite canalizar la libido en una actividad social y afectivamente valorizada, tanto por sus padres como por sus profesores. El desdoblamiento es el medio para lograr que coexistan las aspiraciones y los sentimientos contradictorios que la atraviesan. “Dos mundos paralelos, que no se molestan demasiado uno al otro: la escuela y la casa” (p. 73). Frente a las identificaciones y a los habitus de esos dos mundos, aparece una división del Yo en la que conviven esos contrarios diferentes: “Llevo conmigo dos lenguajes, los pequeños puntos negros de los libros, los alocados y graciosos saltamontes, al lado de las palabras grasosas, pesadas, que se clavan en el vientre, en la cabeza, hacen llorar arriba de la escalera y reír en el mostrador” (p. 77). Pero el equilibrio entre esos dos mundos es frágil, porque es demasiado contradictorio: “Tuve que elegir uno, como punto de referencia. Es así. Si hubiera elegido el de mis padres... no habría querido ser buena alumna en el colegio” (p. 82). Elige, pues, ser la hija de sus padres en su casa y convertirse en otra cuando está afuera: “En cuanto atravieso la puerta, una vez que estoy afuera, condeno mis modales”. Tiene que acumular diplomas para

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esconder a “la niña Lesur (...), llena de gestos y palabras vulgares... para ahondar la separación, perder definitivamente de vista el bar-almacén, la infancia ignorante y tosca... [y] (...) ser como las niñas distantes” (p. 161), para convertirse en una muchacha “como se debe”, de esas que van a la universidad. El repliegue sobre sí mismo: frente a estos conflictos demasiado agudos con el mundo exterior, ya sea el de los padres o el de la escuela, para escapar al desgarro y el tironeo de las contradicciones que la separan en dos, para tratar de conservar una unidad cohesiva de sí misma, Annie Ernaux se repliega sobre sí misma, sobre la lectura, los deberes: “Cada vez me alejo más... Ausente” (p. 92). Deja de saludar a los clientes, de frecuentar a las “amigas del barrio”, de hablar de la escuela con sus padres, que de todas formas ni siquiera saben gramática, ni latín, ni historia, ni geografía... Se vuelve una extraña que vive en su casa como en un hotel, que se queda allí pero está ausente y que sueña con otra familia, con otro mundo que nace de sus lecturas. Su doble diferencia, en su casa porque va a la escuela y en la escuela porque viene de su casa, la condena al aislamiento. En cada uno de esos lugares solo hay una parte de sí misma que se encuentra cómoda. El repliegue sobre sí misma, el diálogo interior son entonces un medio para encontrarse entera consigo misma, no fragmentada, y evitar la división y el desgarro. En ese “repliegue”, el sueño y las lecturas le permiten realizar fantasmáticamente lo que la realidad no permite cumplir: “Huir hacia bellas historias... tenía la cabeza repleta de mucha gente libre, rica y feliz, o bien de una miseria negra, soberbia, sin padres, de harapos, restos de pan, sin medio social alguno” (p. 80). Vemos aparecer aquí la función de la novela familiar como fantasía de los niños de las clases dominadas, que les permite invertir su posición social y soportar las condiciones concretas de existencia corrigiendo la realidad. La dedicación total al estudio, el desdoblamiento, el repliegue sobre sí mismo y la elaboración de la novela familiar son todos mecanismos de defensa que Annie Ernaux produce para tratar de aliviar las tensiones, encontrar soluciones, escapatorias o transacciones para los conflictos que la atraviesan. Estas reacciones no son necesariamente neuróticas. Por el contrario, en la mayoría de las situaciones de este tipo permiten que el individuo escape a la neurosis. Esta aparece cuando los distintos

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elementos que hemos descrito forman un sistema consolidado que tiende a cerrarse sobre sí mismo: “Toda neurosis –en el sentido ‘patológico’ del término– tiende a realizar un sistema –relativamente– cerrado, es decir, protegido, y doblemente protegido: hacia el exterior, de acontecimientos, contactos, relaciones personales, etc... hacia el interior, de irrupciones pulsionales y de reactivación de conflictos generadores de angustia. El sistema defensivo funciona hasta donde puede de manera aislada, siguiendo sus mecanismos y su lógica propios”.136 El esquema sintético de ese sistema permite describir sus diversos componentes, la manera en que están vinculados unos a otros y los mecanismos circulares que lo llevan a cerrarse sobre sí mismo.

136 Véase R. Perron, Genèse de la personne, París, PUF, 1986, p. 239.

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U

El complejo de inferioridad U

“La sangre servil de Jean no le permitía semejante presunción. Reconocía el privilegio y no soñaba con participar de él; tenía conciencia de que allí sería más humillado y es por eso que no lo quería”. A. Strindberg

Del Ideal del Yo y del Superyó En el análisis del caso Annie Ernaux hemos iniciado una discusión sobre los respectivos roles del Ideal del Yo y del Superyó, oponiéndolos como dos instancias diferenciadas. Sabemos que el pensamiento de Freud fue variando entre la distinción y la asimilación de estas dos instancias.137 En lo que respecta a la génesis y el papel del Superyó, la teoría psicoanalítica es homogénea y coherente, mientras que es más diversificada y evolutiva en lo referente al Ideal del Yo. Al comienzo de su historia, el niño se encuentra en una relación dual con su madre. Esa relación es quebrada por el padre, que prohíbe a la madre 137 Sobre la evolución de la concepción freudiana y un intento de clarificación de este concepto podemos remitirnos al exhaustivo trabajo de J. Chasseguet-Smirgel, “Essai sur l’idéal du Moi”, Rapport pour le 38ème Congrès des psychanalystes de langues romanes, París, PUF, abril 1973.

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imponiendo la Ley de la prohibición del incesto, lo que introduce el deseo del niño que irá en busca de esa madre perdida. El sentido de la Ley es que, al renunciar a su madre, el niño puede acceder al deseo del otro. En la relación dual que precede a la instauración de la Ley, el niño no puede desear nada que no sea el deseo de la madre, es decir, que él satisfaga los deseos de omnipotencia de esta última y que no nazca, por su parte, al mundo del deseo. La resolución del complejo de Edipo pasa por la internalización del legislador (el Superyó) y la aceptación de una existencia limitada, sujeta al tiempo y a la muerte. El Superyó es la internalización de las exigencias y las prohibiciones paternas, instancia que encarna una ley y prohíbe que se la transgreda. Se corresponde, pues, con una identificación con la instancia parental. Pero, según S. Freud, dicha identificación no debe ser entendida como una identificación con personas: “El Superyó del niño no se forma a imagen y semejanza de los padres, sino a imagen y semejanza del Superyó de aquellos. Retoma los mismos contenidos, se convierte en representante de la tradición, de todos los juicios de valor que subsisten a través de las generaciones”. En las Nuevas conferencias sobre el psicoanálisis (1932), Freud también presenta al Superyó como el vehículo del Ideal del Yo con respecto al cual se mide el Yo, a nivel del cual trata de alzarse y del cual trata de cumplir con las exigencias de perfección. En su Vocabulario, Laplanche y Pontalis definen el Ideal del Yo como una “instancia de la personalidad que resulta de la convergencia del narcisismo (idealización del Yo) y de las identificaciones con los padres, con sus sustitutos y los ideales colectivos. Como instancia diferenciada, el Ideal del Yo constituye un modelo al cual el sujeto intenta adecuarse”.138 Contrariamente a S. Freud, estos dos autores plantean el Ideal del Yo como una instancia diferenciada. Para J. Chasseguet-Smirgel, el Ideal del Yo es menos una instancia que una “fantasía” proyectada hacia adelante, fantasía surgida de la perfección narcisista perdida bajo la influencia de la crítica parental.139 Pero, prosigue esta autora: “Existe en cambio una instancia, al lado del Ideal del Yo, cuya tarea sería verificar si la satisfacción narcisista está garantizada en función del Ideal del Yo y que, con ese propósito, controla constantemente al Yo real y lo confronta 138 Véase J. Laplanche y B. Pontalis, Vocabulaire de la psychanalyse, París, PUF, 1967. 139 Véase J. Chasseguet-Smirgel, “Essai sur l’idéal du Moi”, op. cit., p. 21.

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con dicho Ideal”. Se trata de algún modo de un proceso140 de evaluación permanente del Yo con respecto a exigencias internalizadas, proceso que describe adecuadamente el término “autoestima”. En realidad, si J. Chasseguet-Smirgel rechaza la idea de instancia, pero la reintroduce al mismo tiempo, es para afirmar el carácter dinámico del Ideal del Yo como proceso incitativo y evolutivo que continuamente le fija al Yo exigencias y objetivos a alcanzar y que, según la última frase de su ensayo, “nos lleva hacia adelante sin descanso, siempre hacia adelante”. Más allá de estas discusiones sobre el estatus del Ideal del Yo, aparece claramente una serie de diferencias entre el Ideal del Yo, heredero del narcisismo primario, y el Superyó, heredero del complejo de Edipo. El primero constituye, por lo menos en su origen, un intento de recuperación de la omnipotencia perdida. El segundo, en la perspectiva freudiana, nace del complejo de castración. El primero tiende a restaurar la ilusión, el segundo a promover la Realidad. El Superyó separa al niño de su madre, el Ideal del Yo lo empuja hacia la fusión. El Ideal del Yo tiene exigencias ilimitadas de perfección y de poder, mientras que el Superyó alivia esas exigencias instituyendo la barrera del incesto y transformando la impotencia intrínseca del niño en obediencia a una prohibición, “lo cual no solo le permite salir bien parado, sino también obtener una satisfacción narcisista por su obediencia misma”.141 El Ideal del Yo es una instancia de incitación que empuja al Yo, en un primer momento, a reconquistar su perfección perdida, luego a buscar en otras partes fuera de sí mismo objetos parciales o totales idealizados, objetos que va a internalizar, como para obligarse desde el interior a cubrir la distancia que lo separa del ideal. Lo que está constantemente 140 En realidad, las distintas instancias del aparato psíquico abarcan diversos tipos de procesos psíquicos y no estados diferentes del inconsciente. Existe aquí una ambigüedad en el vocabulario psicoanalítico bien señalada por R. Perron: “El lenguaje introduce en el tema una trampa de la que hay que cuidarse. Designar los subsistemas en cuestión con sustantivos favorece la idea de que se trata de personajes autónomos, sobre todo si los términos se escriben con mayúscula como si se tratara de nombres (Ello, el Yo, el Superyó, etc.)… Se trata en realidad de describir procesos que caracterizan el funcionamiento de subsistemas (las ‘instancias’); con todo rigor, quizás habría que utilizar solamente verbos y adjetivos, hablar con ejemplos de procesos inconscientes, y nunca del Inconsciente. No obstante ello, el sustantivo es cómodo, si se evita una cosificación ingenua, para designar un conjunto de procesos del mismo tipo”, R. Perron, La genès de la personne, PUF, 1986, p. 173. 141 Véase J. Chasseguet-Smirgel, “Essai sur l’idéal du Moi”, op. cit., p. 87.

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involucrado es, entonces, el narcisismo, incitando al Yo a superarse para “estar a la altura” de su imagen idealizada. El Superyó es más bien una instancia de adaptación, que establece límites y fronteras al Yo, indicándole lo que debe hacer y lo que no debe hacer. El Edipo introduce al niño en la ambivalencia por diversificación del proceso de identificación (identificación secundaria). El Superyó se constituye en ese momento y simultáneamente como instancia predictiva –“Sé como tu padre” y/o “Sé como tu madre”– y como instancia prohibitiva –“No seas como tu padre” y/o “No seas como tu madre”–, es decir: “Acepta que algunas prerrogativas están reservadas para ellos”, “Renuncia a ocupar un lugar que no es el tuyo”. Si el Ideal del Yo empuja a la fusión y, por lo tanto, a la indiferenciación, el Superyó conduce al Yo a posicionarse por identificación, pero también por diferenciación en la medida en que señala límites (“que no hay que pasar”) y fronteras. El Superyó se caracteriza por la continuidad, por el hecho de que se constituye a partir de los Superyoes parentales, formados y consolidados por los predicados y prohibiciones ligados a los usos y costumbres del grupo social de pertenencia. En este sentido, es una instancia más bien conservadora, que predica el mantenimiento del orden, el respeto de las tradiciones, la permanencia de los modelos de referencia. Esquematizando, podríamos calificarlo de instancia de reproducción y de instancia de ubicación. En efecto, del Superyó proviene la orden de tener que ubicarse dentro del orden de las generaciones (entre padres e hijos), en el orden de los sexos (entre hombres y mujeres) y en el orden social (entre las distintas clases, etnias, culturas, etc.), reproduciendo la manera en que los padres se situaron a su vez e internalizando la ley de cultura de su grupo, que establece el orden de los lugares asignados a cada uno. El Ideal del Yo es más permeable a la evolución de los modelos y de los ideales colectivos. Tiende hacia la superación de lo que es. Su búsqueda de perfección empuja al Yo a buscar otros modelos, siempre más “elevados”, y a ir hacia otra parte, siempre más lejos, para lograrlo. La búsqueda de la omnipotencia no concibe límites ni fronteras. En la novela familiar, siempre son las figuras más prestigiosas, los personajes más “considerables” quienes serán tomados como padres sustitutos o como referencias ideales. El Ideal del Yo fija las exigencias que impulsan permanentemente al Yo hacia el cambio. Se trata, pues, de una instancia más bien de desplazamiento, en el sentido en que incita al individuo a situarse en otra parte, a buscar otros lugares que el que le asigna su herencia.

La neurosis de clase U 159

Estas dos instancias someten al Yo a tensiones de distinta índole. El Superyó se inclina por la obediencia. Está en los orígenes del sentimiento de culpa que se experimenta cuando la prohibición que ha fijado es transgredida. El Ideal del Yo, en cambio, establece exigencias idealizadas y le pide al Yo que las alcance. Está en los orígenes del sentimiento de inferioridad que se experimenta cuando el Yo se siente incapaz de realizarlas, y del sentimiento de vergüenza cuando fracasa, lo que le devuelve una imagen desvalorizada de sí mismo.142 Estos distintos elementos permiten esquematizar las respectivas características del Ideal del Yo y del Superyó. Cuadro comparativo de las características del Ideal del Yo y del Superyó Ideal del Yo

Superyó

Heredero del narcisismo

Heredero del complejo de Edipo

Búsqueda de omnipotencia

Respeto de la prohibición y de la ley

Mantenimiento de la ilusión

Búsqueda de adaptación a la realidad

El Ideal del Yo empuja a la fusión (relación dual)

El Superyó separa al niño de la madre (procede del complejo de castración)

El Ideal del Yo ejerce presión sobre el Yo para satisfacer su ambición, su búsqueda de la perfección y del poder: lo impulsa a la superación/ desplazamiento = instancia incitativa

El Superyó alivia las exigencias ilimitadas del ideal, transformando la impotencia en obediencia a una prohibición y al respeto de las reglas: impulsa al Yo a la adaptación al lugar ocupado = instancia predictiva

Identificación primaria: modo primitivo de constitución del sujeto sobre el modelo del otro; proyección de la omnipotencia perdida sobre el objeto (la madre) que se vuelve así el representante del primer Ideal del Yo del niño

Identificaciones secundarias que llevan al niño a renunciar a la fusión, a la relación dual y por ende a la omnipotencia, capacidad de triangulación y de entrada en un sistema de doble identificación

Vergüenza = tensión Ideal del Yo/Yo. Sentimiento de inferioridad ligado al temor de no estar a la altura

Culpa = tensión Superyó/Yo. Sentimiento de culpa ligado a la transgresión

Tiende al cambio a través de la búsqueda de modelos cada vez más exigentes = exaltación del Yo = instancia de desplazamiento

Tiende a la reproducción de los modelos anteriores = sumisión del Yo = instancia de ubicación

142 Véase Piers y M. Singers, Shame and guilt, a psychoanalytic and a cultural study, Springfield, Ch.Thomas, 1953.

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Ideal del Yo y promoción social En su ensayo, Janine Chasseguet-Smirgel insiste sobre el aspecto dinámico y madurativo del Ideal del Yo, que conduce al sujeto a “adquirir un Yo que haya integrado todas las fases de su evolución” (p. 175). Este se constituye entonces por etapas sucesivas, donde cada etapa va integrando a las precedentes. En el proceso de edificación del Yo, el Ideal del Yo interviene para fijar exigencias sobre la manera en que el Yo integra sucesivamente diversas identificaciones. Impulsa a buscar las cualidades y los atributos que representen la perfección y la omnipotencia frente a las contradicciones, las fallas y las defectuosidades con las que el Yo se ve confrontado. Esta evolución del aufheben143 continúa después del estadio edípico: el Yo se constituye transformándose en una dialéctica de la identificación y de la diferenciación que prosigue a lo largo de toda la existencia. Sin embargo, podemos identificar una tendencia según la cual el aspecto “conservador” tiende a desarrollarse con el envejecimiento, mientras que el aspecto “superación” tiende a atenuarse. Desde esta perspectiva, el papel del Ideal del Yo se concibe como alentando constantemente al Yo a la superación, a buscar continuamente en los modelos de identificación atributos y cualidades más “elevados” que los que el individuo se atribuye a sí mismo. Es por esa razón que las trayectorias promocionales no son obligatoriamente neuróticas: el desafío continuo de superarse, de elevarse, con el cual el Yo se ve confrontado, solo se vuelve conflictivo en la medida en que haya contradicción entre los modelos iniciales de su edificación y los nuevos modelos propuestos como ideales. Este aspecto del funcionamiento del aparato psíquico permite entender mejor la correspondencia psicológica de la lógica sociológica de la diferenciación social: el Ideal del Yo empuja al Yo a apropiarse de la totalidad de los signos de pertenencia al grupo social que le parece superior. Dicho empuje es tanto más significativo cuanto más ideales sean la promoción y la carrera en sí mismas: hay que lograrlo, hay que subir en la escala social; cada individuo es “llamado” así a cubrir las diferencias (de estatus, de ingresos, de salarios, de tren de vida, de nivel cultural, 143 Proceso descrito por Hegel que consiste en superar, pero conservando al mismo tiempo.

La neurosis de clase U 161

de standing, etc.) con aquellos que ocupan las posiciones a las cuales aspira y, al mismo tiempo, a diferenciarse de quienes ocupan las posiciones que él trata de abandonar. En esta carrera promocional entrevemos los vínculos entre un sistema social, basado en una doble lógica de expansión y de jerarquización, que solicita a cada individuo que se involucre para mejorar su posición y el proceso psíquico que lleva al Yo a conformar las exigencias del Ideal del Yo.144 Si bien los procesos sociales y los procesos psíquicos son heterogéneos, en la medida en que caracterizan el funcionamiento de fenómenos de diferente índole, no por ello están menos relacionados unos con otros por efectos de bucle y de correspondencias. La acción de las estructuras sociales sobre los individuos se ejerce por intermedio de los mecanismos que rigen los procesos psíquicos e, inversamente, los procesos psíquicos, aunque no produzcan las organizaciones sociales y las relaciones que allí se establecen, se integran a ellas de manera más o menos coherente. La coherencia es el efecto de un apoyo recíproco que se consolida cuando existe una fuerte correspondencia entre el modo de funcionamiento de la organización social y el modo de funcionamiento del aparato psíquico. Cuando dicha correspondencia es débil o conflictiva, la coherencia del sistema tiende a disminuir. En el trabajo L’emprise de l’organisation (La influencia de la organización) hemos analizado los dispositivos que garantizan un circuito entre los objetivos de producción y de dominación, y el sistema de aspiración individual. Más precisamente, de qué manera las políticas de gestión del personal sostienen, captan y canalizan procesos psíquicos. En ese juego de correspondencias, el Ideal del Yo de cada uno de los empleados es particularmente requerido, en la medida en que la idealización favorece, al mismo tiempo, la adhesión y la productividad y, por consiguiente, la influencia psico-ideológica de la organización sobre sus miembros. Este tipo de circuito cerrado muestra la permanencia del Ideal del Yo como exigencia de superación continua a la cual el Yo está sometido, pero también su permeabilidad a las exigencias externas mucho más

144 Véase en particular C. Lasch, The culture of narcissism, Nueva York, W. W. Norton and Company, 1979, traducción francesa de M. L. Landa, Le complexe de Nacercisse, París, Robert Laffont, 1981.

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allá de la infancia. Toda situación social de competencia, de desafío, de selección, reactualiza la influencia del Ideal del Yo, que encuentra allí elementos para instar al Yo a superarse. En situaciones organizacionales de este tipo, los individuos son llevados a adecuarse al modelo de personalidad creado por la empresa: una personalidad individualista, agresiva pero adaptable, con un ideal perfeccionista, fuertes exigencias morales y una gran capacidad de resistencia al estrés. Quienes se adaptan encuentran allí una importante fuente de satisfacción narcisista: el poder de la organización con la cual se identifican les permite creer en una omnipotencia individual, la de un Yo en incesante expansión que no conoce límites. Pero aunque las satisfacciones sean profundas, las exigencias también lo son: el individuo debe dar lo mejor de sí mismo, dedicarse por completo a su trabajo y sacrificar todo por su carrera: “está condenado al éxito”. Evidentemente no se trata de una ley formal, sino de una orden cuyo basamento está en los sueños de omnipotencia del inconsciente. La contrapartida de las satisfacciones narcisistas se halla en el temor a fracasar, a perder el amor del objeto amado (en este caso la organización), el miedo a no estar a la altura de las circunstancias, la humillación de no ser reconocido como un buen elemento. En esas situaciones, la tensión se ubica entre el Ideal del Yo y el Yo. También interviene otro elemento conflictivo en la neurosis promocional, que impide, de alguna manera, que el Yo satisfaga las exigencias del Ideal del Yo: el Yo debe obedecer al mandato superyoico de seguir “apegado” a sus padres, es decir, conservar sus primeras identificaciones paternas y maternas. Por un lado, hay una exigencia de superación; por otro lado, está el mandato de hacer las cosas “como ellos”. Aquí el conflicto no se sitúa solamente entre, por un lado, el Ideal del Yo y el Yo y, por otro lado, el Superyó y el Yo, sino que aparece también entre las incitaciones del Ideal del Yo y las del Superyó. En nuestras sociedades “narcisistas”, dominadas por el modelo de desarrollo de las empresas multinacionales, que nosotros calificamos de modelo managerial,145 los ideales de éxito social, de promoción indi-

145 Véase V. de Gaulejac, “Modes de production et management familial”, en Le sexe du pouvoir, libro colectivo bajo la dirección de N. Aubert, E. Enriquez y V. de Gaulejac, París, EPI, 1986.

La neurosis de clase U 163

vidual, de movilidad permanente (profesional, geográfica, pero también afectiva), entran en correspondencia con dispositivos dominantes de legitimación social: la ideología de la realización de sí mismo, del desarrollo personal, es vehiculizada por los medios de comunicación, por las instituciones educativas y las organizaciones profesionales, y atraviesa, pues, a la mayor parte de las clases sociales. Esta ideología también plantea problemas en los medios tradicionalistas y en las clases sociales dominadas, para las cuales el éxito individual choca contra obstáculos objetivos, pero también subjetivos. Lo mismo sucede para las distintas etnias para las cuales el modelo occidental “modernista” entra en contradicción con muchos puntos de su sistema de valores original. En estas diferentes situaciones, la aspiración promocional, que va a buscar puntos de apoyo psíquicos en la formación del Ideal del Yo, corre el riesgo de verse criticada por el Superyó, que asume por su cuenta la reprobación de los padres y de su medio frente a todo lo que podría cuestionar el respeto de las costumbres, de los habitus y de los valores sobre los que construyeron su identidad las generaciones anteriores. Se trata, en este caso, de una dimensión particular de los conflictos de identificación, cuya génesis se encuentra en la articulación entre procesos sociales y procesos psíquicos.

Génesis social de los conflictos psíquicos Conviene insistir aquí sobre el carácter a la vez autónomo y heterónomo de los procesos sociales y los procesos psíquicos. Cada uno de ellos obedece a lógicas propias según mecanismos específicos. No obstante, están vinculados unos a otros en una relación de correspondencia sistémica, que establece circuitos e interacciones que van superponiéndose. Es así que el desarrollo del Superyó y del Ideal del Yo se efectúa según leyes que presiden el funcionamiento del aparato psíquico, influenciado, al mismo tiempo, por el contexto social en el cual se forma. No se trata, pues, de establecer un vínculo directo y mecánico entre los conflictos sociales y los conflictos psíquicos. Eso tendría por efecto considerar a la persona como una “suerte de calco interno del sistema de valores y de las reglas de conducta de los que no podría

164 U Vincent de Gaulejac

escapar”.146 Los conflictos internos nunca son el reflejo exacto de los conflictos del entorno, puesto que proceden también de necesidades internas: “… es volver a decir que la persona es un sistema activo, regido por sus propias leyes, y agregar que su crecimiento y su equilibrio son necesariamente tensionales porque allí deben conciliarse el deseo y la prohibición”.147 Pero no podemos considerar por ello los conflictos internos como totalmente independientes de las situaciones sociales vividas por el individuo. Las tensiones psíquicas, aunque no sean el puro reflejo de tensiones sociales, son amplificadas, influenciadas y condicionadas por estas últimas. No hay, en este caso, una relación de determinación simple, sino de correspondencia compleja de tipo sistémico, donde elementos de diferente naturaleza repercuten unos sobre otros. La neurosis de clase se caracteriza por conflictos de identificación que operan a un nivel intrapsíquico en tensiones entre instancias (YoIdeal del Yo-Superyó), tensiones que son tanto más fuertes cuanto más relacionadas estén con un desplazamiento social entre dos posiciones conflictivas, conflicto producido por antagonismos sociales que se desarrollan entre algunos grupos, algunas clases, algunas etnias en momentos históricos particulares. Si seguimos a E. Jacobson,148 en el momento del período de latencia el niño es llevado a desplazar sus relaciones e identificaciones con los padres hacia los modelos (éticos, sociales, físicos e intelectuales) comunes a su grupo etario o propuestos por sus profesores u otros adultos externos al medio familiar de origen. Se plantea, entonces, el problema de la compatibilidad de esas distintas figuras de identificación, confrontando al niño con conflictos que pueden estimular los procesos de organización del Yo –si logra encontrar en esa diversidad una unificación y una cohesión– o bien, por el contrario, fragilizarlos, si las diferencias son demasiado contradictorias.

146 Véase R. Perron, La genèse de la personne, París, PUF, París, 1986, p. 3. 147 Véase R. Perron, op. cit., p. 31. 148 E. Jacobson, Le soi et le monde objectal, traducción de A. M. Besnier, col. Le Fil Rouge, París, PUF, 1975. En particular el capítulo IX, “Les voies du développement durant la période de latence et les rapports entre sentiments de culpabilité et complexes de honte et d’infériorité”.

La neurosis de clase U 165

Esta idea coincide con una observación de S. Freud en El Yo y el Ello que señala, a propósito de las identificaciones del Yo con objetos sexuales: “Cuando esas identificaciones se vuelven demasiado numerosas, demasiado intensas, incompatibles unas con otras, nos encontramos en presencia de una situación patológica (…) De allí puede resultar una disociación del Yo, cuyas distintas identificaciones logran aislarse unas de otras, oponiéndose resistencias”.149 Entre las contradicciones que culminan en una disociación de esa índole, Freud estudia principalmente las que son de naturaleza sexual. Los conflictos vinculados a la variedad de las investiduras objetales también pueden ser de origen social. A partir del período de latencia, las discordancias sociales o ideológicas empiezan a ser percibidas como tales por el niño, en particular cuando en la escuela se ve confrontado con la lógica de la diferenciación social. Es lo que describe Annie Ernaux cuando opone el mundo sucio, sórdido de sus padres al mundo culto de sus profesores, lo que la lleva a odiar a sus padres para poder identificarse con objetos más compatibles con su nuevo grupo de pertenencia. Frente a dos modelos contradictorios, el niño es llevado a desvalorizar a sus padres, a invalidarlos para poder retomar por su cuenta los valores y la ideología de la cultura dominante. Este cuestionamiento es verdaderamente insoportable, porque conduce al desamor. Para dar ese paso, para entrar en la red identificatoria que la constituye, tiene que odiar a sus padres, efectuar un trabajo de desidentificación, elegir entre dos mundos. En esa elección se arraiga el proceso de disociación del Yo del que hablaba Freud. El niño dividido entre dos grupos sociales antagónicos tiene que elegir entre sus fidelidades identificatorias originales y su entrada en el mundo del “saber”, de la “cultura”, del poder, mundo en donde existen una unidad y una coherencia entre las satisfacciones narcisistas, las relaciones objetales y el reconocimiento social. Si los objetos de identificación son sexualizados, en el sentido de que la investidura es libidinal, las contradicciones con las cuales se confronta el Yo son la consecuencia de la dominación entre los grupos sociales, dominación que produce los fenómenos de desvalorización, invalidación, humillación e inferioridad. Frente a estos conflictos de identificación, el niño es llevado entonces muy precozmente a afirmar la autonomía de su 149 S. Freud, Essais de psychanalyse, París, Petite Bibliothèque Payot, 1975, p. 199.

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Yo para escapar a una elección imposible, autonomía que no resuelve por ello los conflictos que tienden a perdurar. En este ejemplo, podemos identificar las distintas dimensiones psíquicas del conflicto. UÊ





La tensión entre el Superyó y el Yo, que procede de la imposibilidad de identificarse con padres invalidados provoca un intenso sentimiento de culpa. La tensión entre el Ideal del Yo y el Yo, producida por la oposición entre modelos de personas percibidas como cultas, ricas, distinguidas, y otras provenientes de un medio pobre, percibidas como incultas y dominadas, provoca sentimientos de inferioridad (miedo de no estar a la altura de la situación) y de humillación. La tensión entre el Superyó, que impulsa a la fidelidad, a la obediencia, a la sumisión parental, y el Ideal del Yo, que conduce a cuestionar e invalidar a los padres, provoca una contradicción del Yo que tiende a disociarse, a desdoblarse.

Tal como se ve en este caso, la génesis de este tipo de conflictos psíquicos no puede entenderse independientemente de las condiciones sociales que impulsan su desarrollo. Una lectura exclusivamente psicoanalítica tendería a buscar la raíz de la culpa en los conflictos edípicos, la génesis de los sentimientos de inferioridad y humillación en la herida narcisista original del niño –que se da cuenta de que es irremediablemente demasiado pequeño para satisfacer el deseo de aquellos de quienes busca el amor–, e interpretaría la disociación del Yo como resultado de un conflicto entre un deseo reprimido y la realidad externa. Ahora bien, sin que esto anule la existencia de los conflictos intrapsíquicos en el desarrollo de la personalidad, hay algunos puntos que no pueden ser omitidos: 1)

2)

Que las tensiones entre el Yo y el Superyó no son únicamente el fruto de una relación edípica problemática, sino que pueden ser la consecuencia de un conflicto de aspiraciones entre el Superyó y el Ideal del Yo, vinculado a conflictos de identificación generados por antagonismos sociales. Que las heridas narcisistas pueden ser consecuencias psíquicas de los procesos de invalidación y desvalorización social.

La neurosis de clase U 167

3)

Que el desdoblamiento puede ser provocado por la necesidad de ocupar, en un momento dado, dos posiciones sociales contradictorias.

Culpa, vergüenza, inferioridad La comparación entre el Superyó y el Ideal del Yo nos condujo a distinguir, por un lado, el sentimiento de culpa y, por el otro, los sentimientos de inferioridad y humillación. En la teoría freudiana, el sentimiento de culpa se relaciona con el período edípico y con la formación del Superyó: la culpa es la percepción que corresponde, en el Yo, a la crítica del Superyó. El sentimiento de inferioridad es muy anterior. Freud muestra que el deseo más imperioso del niño, durante sus primeros años de vida, es el de ser como sus padres, es decir, tan grande como ellos. Se trata de un proceso de identificación primaria, inmediata, directa, anterior al Edipo. Pero ese deseo choca con la realidad de la inferioridad objetiva del niño, que es irremediablemente “más pequeño que” sus padres, y provoca una herida narcisista profunda: el niño toma conciencia “de ser un objeto sexual inapropiado, rechazado y humillado por los objetos mismos de su deseo”.150 La dolorosa toma de conciencia de su impotencia sexual lo lleva entonces a desarrollar una gran actividad fantasmática, con el fin de compensar su frustración a través de la omnipotencia del pensamiento. En esta falla original, en reacción a la humillación de ser “más pequeño”, es donde se construye el Ideal del Yo, que tiene una función de exaltación del Yo (fantasía) y de reparación de la imagen narcisista. Por otra parte, los padres, que son los causantes de esa herida y que, hasta ese momento, eran objeto de amor, se van a convertir también en objeto de resentimiento, haciendo entrar al niño en el aprendizaje de la ambivalencia y de la culpa. Esquematizando estas distintas fases del desarrollo psíquico del niño, podemos reconstruir una cadena que une el sentimiento de inferioridad con el sentimiento de culpa. 150 Véase S. Freud, “La création littéraire et le rêve éveillé”, texto de 1907, en Essais de psychanalyse appliquée, París, Gallimard, 1971.

168 U Vincent de Gaulejac Inferioridad (ser más pequeño que)

Humillación Desarrollo de la actividad fantasmática y del Ideal del Yo

Odio a los padres Aprendizaje de la ambivalencia

Culpa Formación del Superyó

La importancia del sentimiento de inferioridad en el desarrollo de la neurosis ha sido objeto de una polémica entre Freud y Adler. Este último veía allí el proceso fundamental de la formación de los trastornos neuróticos y buscaba la raíz de la inferioridad en discapacidades orgánicas objetivas: “… los defectos constitucionales y otros estados análogos de la infancia dan lugar a un sentimiento de inferioridad que exige una compensación en el sentido de una exaltación del sentimiento de personalidad. El sujeto se forja una meta final, puramente ficticia, caracterizada por la voluntad de poder, meta final que (…) arrastra tras de sí a todas las fuerzas psíquicas”.151 La teoría adleriana le da un alcance general al complejo de inferioridad, explicando todos los trastornos de la personalidad como reacciones a deficiencias morfológicas que el sujeto trata de compensar. Dicha tesis le valió una virulenta crítica de Freud: “Así se trate de un homosexual, de un necrófilo, de un histérico ansioso, de un neurótico obsesivo muy encerrado en sí mismo o de un demente agitado, el adepto a la psicología individual de Adler explicará la enfermedad diciendo que el sujeto quería hacerse valer, sobrecompensar su inferioridad”.152 En esa conferencia, Freud se interroga sobre el origen del sentimiento de inferioridad situándolo, al igual que la culpa, como resultado de las tensiones entre el Superyó y el Yo: “… el sentimiento de inferioridad tiene fuertes raíces eróticas. El niño se siente inferior cuando nota que no es amado, y lo mismo ocurre con el adulto (…). La causa principal del sentimiento de inferioridad debe buscarse en la relación del Yo con el Superyó puesto que dicho sentimiento, al igual que el sentimiento de culpa, no hace sino reflejar una tensión entre ambos”153 y agrega un poco más lejos: 151 Véase A. Adler, Über den nevrösen Charakter, 1912, La tempérament nerveux, Payot, París, 1955, p. 49. 152 S. Freud, Nouvelles conférences sur la psychanalyse, 1932. Traducción A. Berman, NRF Gallimard, col. Idées, 1971, p. 186. 153 Véase S. Freud, Nouvelles conférences sur la psychanalyse, op. cit., p. 89.

La neurosis de clase U 169

“Convendría tal vez considerar al sentimiento de inferioridad como el complemento erótico del sentimiento de inferioridad moral”. Vemos aquí que Freud duda entre dos hipótesis: o bien dar autonomía al sentimiento de inferioridad, situándolo como una consecuencia de la herida narcisista del niño que percibe que no es objeto de amor exclusivo, y asimilarlo al sentimiento de culpa, o bien convertirlo en una de las problemáticas de la tensión entre el Superyó y el Yo. Por un lado, esta duda puede explicarse como una consecuencia de su reacción a las teorías adlerianas, frente a las cuales trata de minimizar el papel del sentimiento de inferioridad en la formación de las neurosis. Por otro lado, puede obedecer también a su resistencia a disociar, en el aparato psíquico, los papeles del Superyó y del Ideal del Yo como instancias independientes. Para Freud, lo esencial es insistir en el componente erótico del sentimiento. Podríamos retomar al respecto la crítica que Freud desarrolla contra Adler y volverla en contra de él: la relación con los padres y las insatisfacciones que genera es lo que se presenta como explicación definitiva y casi exclusiva del sentimiento de inferioridad. Pero el sentimiento de inferioridad, aun cuando tenga que ver efectivamente con una herida narcisista, también puede tener “fuertes raíces” sociales. La inferioridad como sentimiento de “ser más pequeño que” puede surgir en el momento en que el niño toma conciencia de que sus padres no son ni todopoderosos ni perfectos y de que hay otros más poderosos y “mejor educados”. Por lo tanto, si bien podemos considerar que todo conflicto psicológico es mediatizado por el funcionamiento del aparato psíquico, no por ello las causas pueden buscarse exclusivamente en las tensiones entre dichas instancias. El sentimiento de inferioridad, en particular, puede nacer efectivamente de un “defecto constitucional”, tal como lo señala Adler (discapacidad física) o de una diferenciación social: el niño que nota que sus padres son dominados por otros o que sufre la humillación de la pobreza frente a sus compañeros de escuela se ve confrontado con una inferioridad “objetiva”, frente a la cual podrá reaccionar subjetivamente de múltiples formas. Si, por otra parte, tiene la sensación de no ser amado, de no haber sido deseado, de no estar a la altura de las aspiraciones parentales, los factores psíquicos amplificarán el sentimiento de inferioridad. La manera en que sus padres se ubiquen ante las diferencias sociales es (en particular) un elemento esencial para el niño. Si los padres

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se resignan a su suerte, participan de su propia invalidación, internalizan la humillación ligada a la imagen negativa de su posición social, el niño internalizará el sentimiento de inferioridad por identificación. Si, por el contrario, los padres se mantienen por fuera de los mecanismos sociales de la dominación, se niegan a aceptar pasivamente su suerte, se ubican en una relación de poder frente a los dominantes, no aceptan plantear las relaciones de clase en términos de “superioridad” e “inferioridad”, el niño aprenderá a diferenciar lo que se relaciona con el estatus social de sus padres y lo que se relaciona con lo afectivo, con el amor, con su identidad sexual, con su posición narcisista. En este caso, el niño podrá instaurar una identificación positiva con sus padres, sin resignarse por ello a reproducir su posición social. Tenemos aquí dos niveles de realidad diferentes (social y psíquica) que funcionan según lógicas distintas (la lógica de la dominación social y del poder para la primera, la lógica del deseo y del amor para la otra), pero que son interdependientes: repercuten una en la otra, se interpenetran y se influencian recíprocamente. Es la interacción entre las “raíces eróticas” y las raíces sociales lo que, en la neurosis de clase, explica el desarrollo del sentimiento de inferioridad. Podemos aceptar que el niño que tiene la sensación de no haber sido deseado y amado se pregunta si su “inferioridad” no es la causa de ello. También podemos entender que esa inferioridad pueda ser generada por la constatación de que sus padres son socialmente dominados, oprimidos, despreciados o humillados. En ese caso, el niño podrá internalizar un sentimiento de inferioridad, sin necesidad de que sienta que sus padres no lo aman. El ejemplo de Annie Ernaux ilustra al respecto una situación en la que el sentimiento de inferioridad aparece mucho más ligado a “raíces sociales” y en la que los problemas sexuales son uno de sus efectos. A. Ernaux es hija única y en ningún momento evoca el sentimiento de no haber sido amada lo suficiente. En sus primeras relaciones con los muchachos, sus miedos y conflictos son evocados principalmente en términos de inferioridad social: “Inicié sin pudor alguno la caza de muchachos. ¿Quién hubiera podido enseñarme esa cosa burguesa, el pudor?”.154 La preocupación esencial que la guiaba en sus elecciones amorosas era la de 154 Véase Annie Ernaux, Les armoires vides, op. cit., p. 130.

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eliminar a los obreros, a los que se parecían “a los roñosos del patio”. Cuando se encuentra con un joven burgués que le habla de Mozart o de Wagner, nombres que ella nunca había escuchado, escribe: “No hay manera de dejarlo. Si soy tonta, mala suerte, tengo que pescarlo para poder ser otra… Soportar mis inferioridades” (p. 134). Ciertamente podríamos interpretar esta cacería de burgueses como un desplazamiento en el plano social de una herida narcisista inconsciente ligada al sentimiento de no haber sido un objeto sexual satisfactorio para su padre. Aunque esa hipótesis no pueda ser descartada, no podemos tampoco hacer abstracción de los elementos que la autora nos brinda para analizar la génesis de su sentimiento de inferioridad: la imagen negativa que la gente “bien educada” le devuelve de su “medio roñoso”, de sus “padres despreciables”, basta para producir una imagen desvalorizada de sí misma. En este caso, la desvalorización narcisista es la consecuencia psíquica de la desvalorización social. P. Nizan describe este proceso en la novela que dedicó a su padre: “Antoine empezaba a sufrir por muchas cosas que veía… Por ejemplo, que hubiera gestos de caridad disfrazada hacia sus padres, que se les enviara, porque eran dóciles y respetuosos, viejos pantalones, viejos sacos (…). Le molestaba ver a su padre saludar tan dócilmente, soportar tan educadamente que le palmearan el hombro con aires de suficiencia, de protección”.155 Tanto A. Ernaux como A. Bloyé descubren en la mirada de los otros la inferioridad social de sus padres, y esta es la que provoca su malestar y su sufrimiento. Este debate sobre la inferioridad puede retomarse a propósito de la vergüenza. Si bien Freud no aborda este punto, algunos psicoanalistas, en particular anglosajones, lo han estudiado. Ya hemos mencionado a Piers y Singers, que ubican a la vergüenza como un sentimiento percibido por el Yo que se siente incapaz de cumplir con las exigencias del Ideal del Yo. Para E. Jacobson: “La vergüenza se remite principalmente a la mirada de los demás, mientras que el sentimiento de culpa obedece sobre todo a críticas, prohibiciones, exigencias verbales. Las angustias provocadas por la vergüenza (…) se desarrollan tanto con respecto a problemas morales como a problemas de tacto, buenos modales, trato social y apariencia física (…) Mucha gente siente vergüenza no solo por debilida155 Véase P. Nizan, Antoine Bloyé, París, Grasset, Livre de Poche, 1971, p. 58.

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des tales como las deformidades físicas (…) sino también por su pobreza, su bajo rango social, su raza u otros caracteres análogos”.156 E. Jacobson interpreta el sentimiento de vergüenza como una formación reactiva en respuesta a las tendencias pregenitales, narcisistas, infantiles, eróticas o agresivas, en conflicto con el Superyó. “Un éxito logrado gracias a las fuertes tendencias agresivas y narcisistas puede satisfacer la autoestima de un individuo, mientras que puede ser condenado por su conciencia moral: una carrera brillante pero llevada adelante sin escrúpulos, que condujo a grandes realizaciones, al poder, a la riqueza, a una situación social envidiable, etc., puede provocar perfectamente graves conflictos morales, capaces finalmente de arruinarla” (p. 153). En último análisis, para E. Jacobson, la vergüenza proviene de un conflicto que se arraiga en el período edípico o preedípico. Las formaciones reactivas remiten siempre, por lo tanto, a conflictos inconscientes anteriores, dentro de la diacronía psíquica. Los conflictos vinculados a la relación entre el Yo y la realidad externa nunca son interpretados en función de esa realidad. Se apunta al trabajo psíquico, y los sentimientos de culpa, de vergüenza y de inferioridad son habitus psicológicos constituidos en reacción a un deseo reprimido, a un conflicto inconsciente que tendría sus raíces en las primeras experiencias infantiles. Esta lectura tiende a reducir la importancia del rol de las contradicciones sociales en los conflictos psíquicos que atraviesan a algunos individuos: la vergüenza, la culpa, el sentimiento de inferioridad –si se apoyan sobre problemáticas narcisistas– y las primeras relaciones objetales también pueden provenir de la experiencia concreta (y en segundo lugar la representación) de los procesos de dominación, invalidación y diferenciación. La búsqueda de una unidad cohesiva del Yo tropieza con conflictos inconscientes o conscientes de diversa índole (sexuales, sociales, ideológicos, afectivos, etc.). En la neurosis de clase, las formaciones reactivas deben ser interpretadas simultáneamente como reacciones vinculadas a la actividad sexual infantil y como reacciones ante las primeras experiencias de la dominación social, en las cuales el niño ha experimentado la vergüenza, la inferioridad, la culpa o el desprecio.

156 Véase E. Jacobson, The Self and the Object World, Nueva York, Internacional Universities Press, 1964. Traducción francesa de A. M. Besnier: Le soi et le monde objectal, París, PUF, col. Le Fil Rouge, p. 149.

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El fortalecimiento mutuo entre los sentimientos de inferioridad/culpa tal como pueden desarrollarse en cualquier niño en su relación con sus padres y los sentimientos ligados a su situación social, es lo que provoca neurosis. Estos vínculos entre el costado psíquico y el costado social de la inferioridad, de la humillación y la culpa son los que provocan los trastornos neuróticos. Proponemos ilustrar este punto mediante un gráfico que permite clarificar las correspondencias entre ambos aspectos. El complejo de inferioridad en la neurosis de clase

Costado social

Costado familiar

Descubrimiento de la diferenciación social entre clases sociales

Descubrimiento de la diferenciación entre generaciones y entre sexos

“No ser suficientemente grande…” para ser un objeto sexual satisfactorio

“No ser como se debe ser…” para ser una persona “bien educada”

COMPLEJO DE INFERIORIDAD

Humillación

Humillación Novela familiar

complejo de superioridad

Odio a los dominantes

Odio a los padres

Culpa

Vergüenza de sí mismo

Culpa

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Este esquema permite ver un paralelismo y correspondencias entre los aspectos más exclusivamente psicológicos y los aspectos sociales de los sentimientos de inferioridad, de humillación y de culpa. En la neurosis de clase constatamos una génesis sociopsicológica de estos distintos sentimientos, en el sentido en que los elementos psíquicos y los elementos sociales se sostienen mutuamente, con componentes diversos según los casos. En este sentido, hablaremos de complejo de inferioridad, en la medida en que los sentimientos percibidos por el sujeto abarcan una combinación de representaciones y emociones afectivas, sociales, parcial o totalmente inconscientes, que estructuran sus actitudes, sus conductas y reacciones. El complejo se va formando por capas sucesivas en diferentes períodos (preedípico, edípico, latencia, adolescencia). Cada una de esas etapas provoca un reacomodamiento de los estadios anteriores o una consolidación de los conflictos que arrastran. Es decir que el complejo efectúa una condensación de elementos diacrónicos que constituyen progresivamente un nudo, un guión básico (pattern) que determinará el perfil psicológico ulterior del sujeto. El complejo de inferioridad proviene del descubrimiento, por parte del niño, de los procesos de diferenciación entre sexos, entre generaciones y entre clases sociales. En cada uno de esos planos el niño ocupa una posición dominada que lo lleva a relativizar sus deseos de omnipotencia y a salir de la completud fusional correlativa a la relación dual original. Doble herida narcisista para el niño, que se da cuenta de que: UÊ



por un lado, él no es “suficientemente grande” como para ser un objeto sexual satisfactorio para los objetos mismos de su deseo (padre y/o madre), por otro lado, sus padres, que él imaginaba todopoderosos y perfectos, son a su vez dominados, invalidados y despreciados por otros adultos.

La desvalorización social amplifica, en este caso, la desvalorización narcisista. Este descubrimiento confronta al niño con una humillación doble: humillación de ser pequeño e impotente, que lo llevará a renunciar a ser un objeto de amor exclusivo para sus padres, y al sentimiento de ser “mal” amado; humillación de ser dominado, invalidado, desvalorizado socialmente, que lo llevará al sentimiento de haber sido “mal educado”.

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Estas humillaciones acarrean una serie de reacciones por parte del niño. 1)

2)

3)

Desarrollo de una actividad fantasmática que permite al sujeto soportar esas frustraciones y conflictos, realizando en el imaginario los deseos que no puede cumplir en la realidad. La fantasía de la novela familiar es ejemplar de esa actividad en tanto permite al niño salir del complejo edípico, desplazando sus investiduras iniciales sobre objetos fantasmáticos, efectuar una restauración narcisista imaginando que proviene de padres mucho más prestigiosos que sus padres reales, soportar su dependencia y corregir los efectos de la dominación social. El sujeto también puede efectuar “una inversión en el contrario”, transformando la inferioridad en complejo de superioridad. En reacción a la humillación y como compensación a la doble herida narcisista, se constituye una exigencia ideal muy elevada: ser perfecto, el mejor, el primero, el más virtuoso, etc. El Ideal del Yo compensa entonces las carencias del Yo y las exigencias de adaptación del Superyó. Frente a las contradicciones del niño entre sus deseos y la realidad, frente a los límites y las prohibiciones a los que se ve sometido, el Ideal del Yo propone al Yo que “se supere” para superar esas contradicciones y esos límites. El estudio frenético, la voluntad de ser el mejor de la clase, la búsqueda de la excelencia en todos los ámbitos y la entrada en una lógica de desafío permanente son la expresión de esa búsqueda constante de superioridad. Se trata de elevarse para superar a aquellos que son la causa de la humillación, de volver el desprecio en contra de todas las figuras que simbolizan la dominación, de ocupar el lugar de quienes están por encima de uno, de evitar todas las situaciones de dependencia, sumisión o autoridad que podrían volver a ponerlo en inferioridad. La humillación provoca un odio del niño hacia quienes son sus causantes. Odio a los padres que lo obligan a renunciar no solo a la omnipotencia sexual y social, sino también a la idealización original. La desvalorización de los padres que han bajado de su pedestal, y que el niño percibe de pronto como pequeños y débiles, genera un resentimiento tanto más poderoso cuanto mayor sea la decepción. Decepción que se torna insoportable cuando el niño constata que

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sus padres son humillados, que participan de su propio sometimiento, que están resignados a su suerte y que no pueden hacer nada para salir de esa situación, ni para protegerlo del desprecio y de las agresiones externas. El problema para el niño consiste, entonces, en renunciar a idealizar a sus padres pero seguir amándolos. Odio a los dominantes (maestros, burgueses, profesores, ricos, etc.) que devuelven una imagen negativa del niño y de su medio, que participan en la invalidación de sus progenitores, en su desconsideración y, por ende, ponen en tela de juicio el amor que el niño les profesa. Odio también a quienes poseen la riqueza, el poder, la soltura, la cultura, la consideración y que representan, por lo tanto, figuras ideales, modelos a seguir que ponen al Yo frente al temor constante de no poder estar a la altura de la situación. Odio alimentado por la confrontación con la injusticia que acarrean las desigualdades sociales, la explotación y los efectos cotidianos de la dominación. El problema para el niño radica, entonces, en tomar como ideal figuras de identificación odiosas. Esta compleja intrincación de amor y de odio, de idealización e invalidación, de identificación y rechazo, desarrolla en el sujeto un intenso sentimiento de culpa. La parte de odio que no puede descargarse en rebelión, en agresión hacia el exterior, se vuelve contra el Yo en forma de culpa. Frente a los padres, la culpa se arraiga en el Edipo. El deseo de eliminar al padre del mismo sexo para ocupar su lugar en el deseo del otro es aún más fuerte cuando el progenitor está invalidado socialmente. Dicha invalidación torna problemática la posibilidad de idealización que permite al niño resolver en el plano de la fantasía los deseos que no puede satisfacer en la realidad. El deseo edípico es aún más reactivo cuando el niño es llamado a volverse socialmente superior a sus padres, a superarlos. Hay en ello una transgresión en el orden de los lugares sociales equivalente a una muerte simbólica. Por otra parte, la inferioridad social conduce al niño a reprocharles el hecho de ser dominados, de no ser como se debe ser y, por consiguiente, a sentirse culpable de esos resentimientos, de no amarlos como es debido, de no saber cómo honrarlos. Y además, el niño tiene una deuda para con ellos, en la medida en que les debe eso en lo que se está convirtiendo. La culpa se convierte, entonces,

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en un sentimiento de ingratitud, tanto más fuerte cuanto que el niño se aleja objetivamente de ellos, se vuelve diferente y, al volverse “superior”, les devuelve una imagen negativa de lo que son. El sentimiento de culpa se desarrolla en forma correlativa con respecto al mundo exterior. El niño se siente culpable de no ser “como se debe ser” en sus relaciones con sus compañeros de clase, sus profesores y el conjunto de las nuevas relaciones que establece con personas que le parecen “bien educadas”. El sentimiento de haber sido “mal educado” se internaliza como correspondiente psíquico del proceso de invalidación: si me invalidan, es porque hay algo malo en mí. El niño se siente distinto, marginal, y siente como faltas todas las diferencias de comportamiento, de lenguaje, de actitud, es decir, las diferencias de habitus entre su medio familiar y el medio de la gente “bien”. Estas personas representan, al mismo tiempo, un ideal que lo empuja a volverse como ellas y el objeto de su odio que lo conduce a rechazarlas: se siente culpable de admirar a quienes odia y de odiar a quienes admira. El abandono de sus habitus originales es vivenciado como una negación de sus orígenes, una ruptura con sus primeros vínculos afectivos, una traición. Al elevarse, se ve obligado a hacer causa común con quienes participan de la invalidación de sus padres y de su medio de origen. Aquí también la culpa desemboca en la ingratitud y el sentimiento de ser malo. Se vuelve en contra del Yo como elemento inverso de la autoestima, en forma de vergüenza de sí mismo. Tanto frente a los padres como frente a los dominantes, el sujeto que está en situación de desplazamiento entre dos posiciones sociales de las cuales una es considerada inferior que la otra, se halla en un estado de tensión entre la estima y la vergüenza de sí mismo. A la revalorización narcisista, los sentimientos de orgullo y de admiración que podría generar el hecho de elevarse se corresponden sentimientos de culpa e ingratitud que refuerzan el complejo de inferioridad. Este conflicto central en la neurosis de clase concierne a los posicionamientos del sujeto dentro del orden de los lugares sociales. La problemática que está en juego no abarca solamente la fijación de su lugar en el orden de las generaciones y las identidades sexuales, sino que incluye también la fijación de los lugares sociales en términos de superioridad e inferioridad. Para el sujeto, se trata de ubicarse entre los dominantes y los dominados, entre los señores y los servidores, los reyes y los pastores,

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los amos y los lacayos, los patrones y los obreros, los patricios y los plebeyos, los burgueses y los proletarios, los ricos y los pobres, etc. En la neurosis de clase, el complejo de inferioridad es la traducción psíquica de las relaciones de poder entre los grupos sociales. Los conflictos que han marcado al sujeto se caracterizan por el deseo de elevarse, pero manteniéndose vinculado a su posición de origen, el temor a no estar nunca a la altura de sus aspiraciones, una sensibilidad intensa ante todas las situaciones de humillación y un sentimiento de culpa relacionado con los temas de la traición, la negación y la deuda.

La sobreinvestidura en el estudio La sobreinvestidura en el estudio es una defensa reactiva al complejo de inferioridad en la neurosis de clase. Hemos señalado que el complejo de superioridad efectuaba una inversión de la relación del individuo frente a lo que lo humilla. El excesivo empeño en el estudio, particularmente del niño en la escuela, siempre es presentado en primer lugar como un medio para saldar las diferencias “culturales”, pero también de compensar las heridas narcisistas que esas diferencias acarrean. En la escuela, el niño se da cuenta de que las diferencias entre los ricos y los pobres se reflejan en las relaciones interpersonales por la invalidación, la condescendencia o el desprecio, y que las diferencias de habitus le son devueltas como una tara, un defecto, una deficiencia: “Siente confusamente que nunca dispondrá de los mismos códigos de entendimiento y unión que tienen los hijos del comandante”.157 El empeño en el estudio le permite al niño, por un lado, luchar para colmar esa deficiencia, a través de un frenético deseo de saberlo todo, leerlo todo… y, por otro lado, compensar la inferioridad en el registro social mediante una superioridad en el registro escolar: ser el mejor en todo, recibir el premio al mejor promedio le permite tomar revancha. “Es así que empecé a querer ser la mejor alumna, contra las demás, todas las demás, las inteligentes, las presumidas, las lentas… Esa era mi revancha… Si alguna no sabe algo, la Señorita levanta el mentón, ‘Denise Lesur…’, y yo respondo. Es como si le diera una bofetada a la 157 Véase P. Nizan, A. Bloyé, op. cit.

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chica”.158 Se trata de invertir la relación de inferioridad vivida frente a los demás: al no poder ser como ellos, se busca la posición en la cual uno es el mejor: “Una niña de campo que se convierte en la mejor alumna… a los demás no les quedaba más opción que ponerse en la fila detrás de ella” (C. Duval). La clasificación escolar permite utilizar referencias distintas de las de la clasificación social, brindando resultados que son reconocidos y valorados por quienes ocupan las posiciones a las cuales se aspira: “Había descubierto de ese modo que había algo que podía ponerlo al nivel de los más grandes en la sociedad y que estaba a su alcance: el saber”.159 El saber permite alzarse al mismo nivel e incluso más arriba que aquellos que los desprecian e invertir de ese modo las desigualdades. El medio es muy atractivo, puesto que permite elevarse sin tener que deberle nada a nadie: el niño que es “buen alumno” pasa a cubrir al niño “mal educado” y trata de hacerlo olvidar. Pero este último puede resurgir en cualquier momento. La escena de la entrega de premios de fin de año aparece a menudo en los testimonios biográficos, porque pone en escena la contradicción en la cual se halla el niño que es buen alumno: UÊ



por un lado, el reconocimiento de su éxito. Frente a todos los demás, es proclamado como el mejor. Puede entonces regalar ese éxito a sus padres que, gracias a él, “pueden estar orgullosos”. Es una ocasión de revalorización pública, pero también narcisista para el niño, que ve a sus padres ruborizarse de satisfacción ante sus logros; pero, por otra parte, esta consagración reaviva el sentimiento de inferioridad. Las diferencias de estatus social se manifiestan públicamente en la manera de vestir, el lenguaje, la manera de ser de sus padres, bajo la mirada condescendiente de los demás alumnos, de los profesores y de la “gente bien”.

La consagración oficial del rendimiento del niño se paga con una humillación suplementaria, la satisfacción narcisista da lugar a una nueva herida: “Muchas personas aplaudieron; en la primera fila, una dama 158 Véase A. Ernaux, Les armoires vides, op. cit., p. 71. 159 Véase A. Strindberg, Le fils de la servante, PUF, col. Folio, p. 86.

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elegante con un vestido violeta con puntillas… Más lejos, Antoine vio a su madre, con su falda negra raída, su blusa ajustada y su peinado pueblerino… La dama que estaba sentada en la primera fila se inclinó hacia su vecina y empezó a reírse. Sin duda se reía de él, lo miraba… A él le parecía escucharla: ‘Ese pequeño campesino’” (Paul Nizan, Antoine Bloyé). Y enrojecer de vergüenza… Así, el placer y la vergüenza se entremezclan en una emoción común que puede desembocar en manifestaciones fóbicas, como en el caso de Aliette que, a partir de los 12 años dejó de salir de su casa porque tenía miedo de sus rubores incontrolables cada vez que alguien le dirigía la palabra. En contrapartida de esa eritrosis emotiva, debida a la humillación que sentía por el origen popular de sus padres, Aliette pasaba sus días leyendo, estudiando, aprendiendo. A pesar de la oposición de sus padres a que prosiguiera con los estudios, logró pasar el bachillerato, ganó un concurso académico para dictar cátedra de Filosofía, se recibió de licenciada en biología, hizo un posgrado en psicología y otro en antropología, con excelentes notas en los exámenes escritos y pánico en los orales. Pero esa acumulación de diplomas no le permitía, sin embargo, encontrar la confianza en sí misma o llegar a ocupar un puesto donde no se sintiera desvalorizada ni humillada. Con todos esos títulos a cuestas, se mantenía en una posición marginal y hacía suplencias en una infinidad de instituciones de investigación, sin llegar nunca a adquirir un puesto estable y reconocido. Seguía estando aislada y atemorizada cada vez que tenía que entablar un mínimo de relaciones sociales necesarias para obtener los puestos que le interesaban. El estudio, que en un principio es un medio para compensar el sentimiento de inferioridad y tomar revancha, se convierte luego sobre todo en un medio para canalizar la angustia relacionada con la culpa de ser exitoso. Colette Duval se siente como anestesiada a lo largo de toda su escolaridad: pasa todo su tiempo libre estudiando. Tener siempre algo para hacer, estar ocupada permanentemente, completamente absorbida… El estudio se vuelve un fin en sí mismo, como sucede también con el trabajo para Antoine Bloyé: “El perfil de las líneas, los informes de servicio (…) daban vueltas en su cabeza como ruedas cuidadosamente calibradas. Hasta en su casa vivía acechado por las horas, siempre apurado, a contrarreloj… No tenía lugar para otros movimientos humanos que no fueran los del trabajo. Estaba completamente absorbido por su

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oficio, sin poder ni tener la oportunidad de pensar en sí mismo, de meditar, de concentrarse y de conocer el mundo”. La sobreinvestidura en el estudio (o en el trabajo) tiene las mismas características que la bulimia: es el signo de un intento, nunca logrado, de llenar una carencia, de compensar una inferioridad, de reparar algo que se rompió, de saldar una deuda. La paradoja, en el empeño por el estudio o el trabajo, es que acentúa la distancia social que provoca la angustia que trata de aliviarse. Antoine Bloyé, al subir en la jerarquía, “entraba en la sociedad de los hombres que mandan… su carga y su responsabilidad se hacían más pesadas… cada vez estaba más entre los grandes jefes y los obreros… se transformaba en su propio enemigo”. Evidentemente, lo que se torna neurótico no es el hecho de trabajar ni los logros que se obtienen, sino el hecho de que el éxito obtenido produce un efecto contradictorio con el que se buscaba. Lejos de resolver el sentimiento de inferioridad, el éxito parece en cambio reavivarlo: “… nunca hubo un solo diploma que bastara para darme confianza” (C. Duval). A. Strindberg cuenta, en Le fils de la servante (El hijo de la sirvienta),160 sus relaciones con los hijos de “la clase superior”. Narra de qué modo esos “jóvenes nobles”, finos y delicados, eran admirados y envidados a la vez por los hijos de las otras clases que aspiraban, pero no se atrevían, a imitarlos o compartir sus privilegios: “La sangre servil de Jean no le permitía una presunción de esa índole. Reconocía el privilegio y no soñaba con tenerlo; tenía conciencia de que allí sería todavía más humillado y es por eso que no lo quería. Pero llegar a su nivel por otros medios, por el mérito o por el estudio… con eso sí soñaba seriamente”. El éxito debe ser inatacable, sin concesión, sin compromisos, sin fallas. El mérito debe ser ejemplar: “Aclararlo todo, saberlo todo se volvía ya una manía en mí” (A. Strindberg) – “Tenía que ser la mejor” (C. Duval) – “… responder sin una sola falta a las preguntas de la Señorita” (A. Ernaux). El Ideal del Yo pone al niño ante el desafío de superar a quienes invalidan a sus padres, reparar la herida narcisista fundamental que representa su humillación. Pero ese Ideal tiene exigencias absolutas: no so160 Véase A. Strindberg, Histoire d’une âme, op. cit., p. 87.

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porta el más mínimo fracaso, la más mínima falla; siempre pide más. Es la razón por la cual el fracaso no es vivido como un accidente del camino, como un error pasajero, sino como un error insoportable, como una falta imperdonable. Porque entonces el niño “buen alumno” ya no logra esconder al niño “mal educado” que puede llegar a resurgir en cualquier momento y reflotar todas las humillaciones pasadas y la inferioridad original insuperable. El Ideal del Yo no puede soportar esa imagen del niño humillado, del niño inferior, del niño pequeño. La exigencia del Ideal del Yo tiene también otra función: se trata de canalizar la culpa producida por la transgresión, que consiste en querer ocupar un lugar diferente del que en principio se le había asignado. Frente al Superyó que recuerda que allí hay una falta, que el deseo de superar a los padres es también un deseo de darles muerte, el sujeto tiene que dar muestras constantes de su mérito, legitimar sus pretensiones, mostrar que su éxito no obedece más que a sus virtudes: de allí el permanente temor a ser pescado en falta y el obstinado empeño por probar sus méritos.

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U

El Edipo como complejo socio-sexual U

“La importancia vital del Edipo para la constitución del sujeto radica en su inscripción milenaria dentro de las estructuras mismas de la sociedad. Sostiene la organización simbólica de la Familia y podríamos decir al respecto que, si el niño lo vive, es precisamente porque debe socializarse”. A. Rifflet-Lemaire “¿Sería posible, se decía a sí mismo, que yo fuera el hijo natural de algún gran Señor exiliado en nuestras montañas por el terrible Napoleón? A cada instante la idea le parecía menos improbable... Mi odio hacia mi padre sería una prueba de ello... ¡dejaría de ser un monstruo!”. Julien Sorel Le rouge et le noir, STENDHAL

Freud consideraba el complejo de Edipo como el verdadero núcleo de la neurosis.161 Sabemos que Carl Schorske le reprocha a Freud haber olvidado que “Edipo era Rey”, olvido que puede ser interpretado como una repre-

161 Véase S. Freud, “Un enfant est battu”, en Névrose, psychose et perversion, París, PUF, 1973, p. 233. Texto de 1919 (Ein Kind wird geschlagen) traducido por D. Guerineau.

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sión analítica sobre la manera en que las condiciones sociohistóricas interfieren en los destinos humanos. Analizando el contexto cultural y político de Viena a fines del siglo XIX, C. Schorske muestra en qué medida esto habría podido influenciar el pensamiento de Freud: “… habiendo integrado de este modo el conflicto con su padre a su propia hostilidad frente a la autoridad pública, Freud podía a partir de ese momento adaptarse a ésta, estableciendo la preeminencia de aquél. Al hacerlo, elevaba la historia personal, determinada en el seno de la familia, por encima de la historia general, determinada en el seno de la cultura en su conjunto. Portador de todas las dimensiones de las relaciones y de la identidad familiar, Edipo perdió sus atributos de rex. En otros términos, Freud suprime la significación pública del mito en provecho de su único sentido psicológico”.162 El destino de Edipo es un destino de realeza. Si bien simboliza lo que sucede con los deseos humanos más inconscientes, el mito que permite representarlos pone en relación a personajes “fuera de lo común” en lo que se refiere a su estatus social. Y aunque cualquiera pueda, fantasmáticamente, verse reflejado en los diferentes protagonistas de la tragedia, las condiciones objetivas de realización del deseo son importantes para comprender lo que representa este complejo dentro de la historia de cada individuo. Más precisamente, se trata de analizar la dinámica edípica, y los procesos de identificación que instaura, como un complejo socio-sexual que traduce una interacción entre elementos psíquicos y elementos sociales. El Edipo como momento en que el sujeto se constituye en una relación triangular tiene un doble efecto: lleva al niño a salir de la relación dual, de la indiferenciación; lo enfrenta a la socialización del deseo, es decir, a encontrar objetos en los cuales investir fuera de la relación paterna/materna. En el Edipo, el niño sale de la ilusión de omnipotencia en la que el otro es imaginariamente manipulable a voluntad. La introducción de un tercero en la relación con el otro (la madre) conduce al niño a reconocer que el otro es a la vez sujeto y objeto del deseo de otro, el padre, y por lo tanto de otros, eventualmente de todos los demás. El Edipo introduce las relaciones afectivas en la dinámica de las relaciones sociales: “El encuentro edípico erige frente al niño, de manera indefinible, a la

162 Véase Carl Schorske, “Conflits de générations et changement culturel, réflexions sur le cas de Vienne”, Actes de la recherche en Sciences Sociales, nº 26, 27, marzoabril 1979, p. 115.

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institución como fundamento de la significación (...), y lo obliga a reconocer al otro y a los otros humanos como sujetos de deseos autónomos, que pueden conectarse unos con otros independientemente de él, incluso hasta excluirlo de su circuito”.163 Más allá del rol del padre que bloquea el acceso del niño hacia su madre, es lo social lo que viene así a canalizar la actividad fantasmática de la psiquis y a hacer que el niño acceda a su ser social: “Solo la institución de la sociedad puede sacar a la psiquis de su locura monádica original (...). Ello implica la fabricación ‘hereditaria’ de individuos como individuos sociales –lo que también quiere decir individuos que pueden y desean continuar la fabricación de individuos sociales–. Allí es donde yace, más allá de toda relatividad sociocultural, el significado profundo del complejo de Edipo”.164 La importancia de la fase edípica en el desarrollo psíquico del individuo estriba en el hecho de que lo confronta con el aprendizaje de la diferenciación y de la identificación: ¿dónde puedo situarme entre mi padre y mi madre? ¿Entre las niñas y los niños? ¿Entre los buenos y los malos?, etc. Es el momento en que el niño va a buscarse una identidad, que es el producto de un movimiento dialéctico entre un proceso de identificación y un proceso de diferenciación. La reproducción social requiere la puesta en marcha de dos lógicas contradictorias. Por un lado, que cada uno se quede en su lugar respetando el mantenimiento del orden; para que una sociedad se reproduzca, conviene que las reglas de transmisión de herencia y ajuste de los individuos a los lugares sociales se hagan de manera tal de evitar el cuestionamiento del orden que la funda. Por otra parte, que este orden pueda evolucionar para adaptarse, con el fin de producir las mediaciones necesarias para manejar las contradicciones que lo atraviesan. Por un lado, la lógica de la distribución antroponímica; por otro, la lógica de la historicidad. En el desarrollo psíquico de los individuos encontramos este doble movimiento entre la reproducción y el cambio, entre la identificación y la diferenciación, entre el deseo mimético y la búsqueda de originalidad, entre el deseo de transgresión y la interiorización de la ley. Si bien la tragedia edípica da cuenta claramente de los elementos fantasmáticos que marcan las relaciones del niño con sus padres, rara 163 Véase Castoriadis, L’institution imaginaire de la société, París, Seuil, 1975, p. 418. 164 Véase Castoriadis, op. cit., p. 417.

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vez es interpretada como la expresión de lo que se pone en juego socialmente: al ocupar el lugar de su padre en el amor (y la cama) de Yocasta, Edipo recupera asimismo el lugar social que le correspondía por derecho. Él es el heredero legítimo de un trono del cual Layo, para protegerse, ha tratado de desposeerlo. Hemos visto que las elecciones amorosas están sobredeterminadas por lógicas sociales que conducen a los individuos a elegir compañeros congruentes con sus propias trayectorias sociales: “El amor no es ciego y, por más que el corazón tenga sus razones, pocas veces ignora la razón social de aquel o aquella por quien late”.165 Es decir que la trama edípica que abre al niño la posibilidad de operar elecciones en cuanto a los objetos de sus deseos y de sus identificaciones contiene una dimensión social esencial. Hasta la fase edípica, el proceso de distribución antroponímica y los procesos de desarrollo psíquico interfieren. El Edipo es el momento en que estas dos lógicas van a combinarse, o a cortocircuitar, en un complejo, es decir, un agrupamiento de elementos relacionados unos con otros en un sistema de relaciones organizadas y relativamente estables. El proceso de identificación, que juega un papel central en el momento del Edipo, debe ser concebido como un proceso psicosocial. Designa, a la vez, el fenómeno de asimilación de todo o parte de las cualidades o de los atributos ligados al objeto y significa igualmente el trabajo de posicionamiento en una red de lugares organizados, jerarquizados, subordinados unos a los otros. A través de la identificación, el niño es confrontado con el aprendizaje de la diferenciación sexual y social. Es así conducido a interiorizar los límites ligados a las diferencias de sexo, de generación y de clases. El Edipo es el momento en que aprende a ubicarse, porque, en cierto modo, “se lo pone en su lugar”, aprende a reconocer dónde está posicionado en el orden familiar y social, a aceptar ocupar el lugar que le es asignado, en tanto niño o niña, en tanto hijo de ciertos padres. En ese sentido, el Edipo es el primer momento del trabajo de ajuste entre el individuo y su lugar. Hemos subrayado que la identidad era una construcción, un agrupamiento de elementos heterogéneos, multidimensionales, un “bricola165 Véase M. Bonetti, “Trajectoire sociale et stratégies matrimoniales”, Le groupe familial, nº 96, julio 1982. Véase también V. de Gaulejac. “Trois hypothèses sur les rapports entre l’amour et la sociologie”, Dialogue, le jeu de l’amour et du travail, nº 83, 1984.

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je”, según la expresión de Lévi-Strauss. Es decir que la identificación no se refiere solamente a objetos parciales, sino también a “objetos totales”, en el sentido en que la personalidad es un conglomerado de elementos corporales, psíquicos, culturales, ideológicos y sociales que forman un conjunto. Frente a esos “conjuntos”, el niño va a situarse en el momento del Edipo, en un movimiento que lo conduce a elegir, a separar, a probar diferentes modos de reunir, a tratar de relacionar distintos elementos heterogéneos, a buscar mediaciones originales frente a las diversas figuras de identificación que le son propuestas. En esta amalgama de elementos dispersos, el sujeto comienza la experiencia de su autoconstitución: primer intento de conexión que encuentra su coherencia con mayor o menor éxito. Los procesos psíquicos que intervienen –en particular la identificación y la idealización– son esencialmente procesos que tienden a vincular y a reunir instancias, objetos, entidades. Los conflictos surgen entonces a partir del momento en que algunos elementos no pueden adherirse a los otros porque contienen aspectos contradictorios. Estos conflictos pueden tomar formas variadas. Los casos aquí presentados intentan mostrar de qué manera, en el momento de la fase edípica, hay elementos afectivos, fantasmáticos y sociales que están enganchados dentro de un circuito recíproco. Es la estructura de influencia que conducirá al sujeto a la neurosis. Los casos ilustran, en particular, de qué modo las diferencias sociales interfieren en el posicionamiento del niño frente a los deseos paterno y materno.

El ejemplo de Colette Duval Colette proviene de una familia de campesinos de un pueblo del oeste de Francia. En ese pueblo de 600 habitantes, con “una calle, una iglesia, una escuela y comerciantes”, Colette describe la existencia de tres clases: “… los pequeños, los medianos y los grandes”. Los pequeños son los campesinos que arriendan una granja o que son propietarios de una pequeña granja de menos de tres hectáreas. Los medianos, de los que sus padres forman parte, son propietarios o alquilan una granja que permite a la familia vivir correctamente (alrededor de 16 hectáreas). Los grandes

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son los propietarios de un castillo, alcaldes del pueblo de padre a hijo, que ella nombra como los señores de los castillos: “Ellos eran bien vistos en el pueblo… No eran gente que marcara una distancia, trataban de establecer contacto, saludaban, preguntaban por los niños… En la misa tenían bancos reservados… Eran gente culta… De cualquier forma no era nuestro mundo…”. En oposición a ese mundo, los “pequeños” son campesinos pobres que viven como pueden. De ese medio proviene una empleada doméstica que sus padres contratan, y que luego es despedida cuando se sabe que espera un hijo del padre de Colette. “Yo tenía cuatro años cuando mi padre y mi madre estuvieron a punto de separarse por culpa de esa historia de la criada embarazada que fue despedida de la casa… nunca se habló después de eso, fue un asunto enterrado… De lo único que me acuerdo es de pasar por el pueblo con mi madre y encontrar a esa criada y sus hijos, y escuchar a mi madre decir algo así como: ‘Se parece a los Duval’. Yo creo que hubo una gran perturbación en mí a propósito de esta historia… Es que eso me bloqueó afectiva y sexualmente… Viví entre paréntesis hasta los 25 años, cuando tuve una depresión”. A partir de esa escena, ella describe a su padre como retirado, culpabilizado, rechazado por la familia. Esa vida “entre paréntesis”, Colette la pasa estudiando. Al terminar la escuela primaria, es la única que va a la secundaria, en un colegio a 35 kilómetros de su pueblo. Se encuentra entonces con niñas de la ciudad, en otro mundo en el que se siente extraña y acomplejada a causa de su acento al hablar. “Es un período de mi vida del que tengo la impresión de que las cosas se hacían así. Estudiaba mucho, aprendía, pasaba todo mi tiempo haciendo la tarea, aprendiéndome las lecciones, los fines de semana también, cuando regresaba a la granja… No me daba cuenta de que estudiaba más de lo que era necesario… Creo que necesitaba ser la mejor para tener la impresión de que funcionaba… Como había sido la mejor alumna en la primaria, tenía que seguir así. Hubiera sido difícil ubicarse en otro rango, ya que eso me habría sacudido”. Colette vive ese período como “anestesiada”, la investidura en el trabajo escolar es un medio para “no venirse abajo”. “Tenía que ser así, ese empeño en la escuela, esa necesidad de ser la mejor… La necesidad de acumular diplomas. Pasé años de mi vida yendo a la universidad además de mi trabajo, porque era necesario para mantener mi equilibrio…

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Nunca hubo un solo diploma que fuera suficiente para darme confianza en lo que era… Lo que produjo eso fue la historia de mis padres… un desfase… Ya no pertenezco al medio de mis orígenes, pero no soy del medio en donde estoy ahora”. Cuando habla de su historia, Colette asocia las etapas de la escolaridad y su trayectoria afectiva, uniendo en su discurso sus relaciones en la escuela y sus relaciones con los varones. Sus relaciones afectivas son aún más problemáticas, puesto que su madre le repite siempre que los hombres son peligrosos, le dice que hay que cuidarse, que la vergüenza suprema es quedar embarazada antes del matrimonio y, además, Colette no recibe ninguna educación sexual: “Estuve marcada por eso. Tenía que coquetear muy poco, lejos porque siempre existía el riesgo… Mi madre, era la prohibición en todo…”. Su madre la vigila cuando va a bailar a las reuniones y revisa las cartas que recibe. Cortejada por maestros que no le gustan, Colette se siente atraída físicamente por los muchachos del pueblo vecino, de quienes guarda distancia. “De todas formas, durante un campamento de vacaciones me lancé, empecé a coquetear con un muchacho que era maestro, es decir, perfectamente lo que hacía falta… Fue recibido en casa de mis padres… Ya me consideraban como comprometida… Duró un año y medio. El tipo se fue al servicio militar. Durante ese tiempo, salí con jóvenes del pueblo, descubrí que tenía ganas de divertirme, que no tenía ganas de casarme con ese hombre… No sabía cómo zafarme, porque la lógica indicaba que tendría que haberme casado con ese muchacho, que estaba bien dentro de la norma… Que yo fuera maestra, y él también, era una vida bien planeada… Pero ya había estado en la cama con él y francamente no tenía ganas de hacer el amor… cuando me besaba no sentía nada, no estaba enamorada, eso es seguro”. Frente a ese sentimiento de ser arrastrada a un camino que ella rechaza, Colette no sabe cómo salir de esa relación que la compromete. Ella quisiera romper con su novio, pero no sabe cómo hacerlo. Decide hablarlo con su madre, con el fin de encontrar una salida. “Pero mamá me dijo, tal vez sea igual con otros hombres. Y ahí puedo decir que me hundió, me ahogó…”. Sigue para Colette un período de culpabilidad intensa frente a su novio, a quien anunció su deseo de ruptura, culpabilidad que se apagará

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cuando él se case seis meses después con una de sus amigas. “Entonces después salí con los muchachos del pueblo, coqueteé con ellos, pero jamás me acosté con los muchachos del pueblo, me resultaba imposible, había un nudo en mí que nunca pude superar”. Simultáneamente, Colette conoce a otros maestros, profesores, gente “que tenía otro nivel”. “Comenzaba a sentir que me habían engañado: ser maestra no era la cima… Era lo más bajo de la escala… Para mi familia la cima era maestra y yo creí que tendría un gran ascenso siendo maestra”. Conoce en esa época a un español, un ingeniero civil con quien sale durante más de un año: “Un día me dijo que si me casaba con él, no quería que yo trabajara y que nos iríamos a España… No trabajar era negar todo mi pasado, no podía hacer ese corte… No sé lo que se jugó ahí, ese muchacho nunca me empujó a hacer el amor con él, esperaba, era el hombre que cumplía con todos los requisitos… Finalmente nos separamos, porque se dio cuenta de que no era viable… Yo tenía un desprecio por esos burgueses españoles que él no podía admitir. Y entonces en ese momento, cuando él dijo: ‘Bueno, finalmente nunca habrá nada entre nosotros’… entonces sí, caí en una depresión nerviosa… Antes tenía la impresión de que me iba a ahogar, ahora creo que me hubiera gustado que se realizara, pero que no se podía, estaba ese desfase social que me bloqueaba… y ahí tuve la impresión de que hubo una ruptura, pero una ruptura interior, y que no podría volver a tener relaciones con los hombres”. Colette, que en esa época tenía 28 años, fue durante tres meses a una clínica de reposo y comenzó un psicoanálisis que duró diez años. Durante ese período, trabajó como profesora y luego como consejera de orientación. Simultáneamente cursaba en la universidad y coleccionaba diplomas. Obsesionada por los problemas de sexualidad y de virginidad, encontró una ginecóloga que le prescribió pastillas anticonceptivas. Logró tener relaciones con hombres que se caracterizaban por venir de un medio similar a su medio de origen, estar en fuerte ascenso social sin diplomas (comerciantes, periodistas…) y con quienes estableció una relación de amante más que de mujer legítima. “En mi vida, mi aspiración suprema siempre fue casarme y sin duda no me casaré nunca. Forma parte del deseo de ser como los otros. Existe una aspiración a estar dentro de la norma, en la masa, que me es imposi-

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ble de realizar, impresión de asfixiarme en la norma y sin embargo de aspirar a ella…”. La historia de Colette y la manera en que reconstruye cada una de las etapas nos aclaran la intrincación permanente de lo que está en juego en cuanto a lo sexual y a lo social en los conflictos que la atraviesan y van a conducirla a la depresión. Se trata ahora de despejar los diversos componentes, con el fin de comprender esos nudos de los que ella habla a propósito de su vida. Esos nudos pueden ser interpretados como complejos, es decir, un conjunto de representaciones que se refieren a la vez a hechos pasados, a los recuerdos que el sujeto guarda al respecto, a las fantasías que los vinculan, que los pegan unos a otros, que los fijan en un conjunto organizado relativamente estable. El trabajo de análisis consiste en ubicar los elementos de ese collage y desmontar la constitución de una neurosis que se constituye, como lo subraya Freud, por “capas sucesivas”. Los procesos neuróticos que intervienen aquí son característicos de un circuito cerrado, en el sentido sistémico del término, entre los aspectos sexuales, afectivos y sociales de los conflictos cuya génesis y desarrollo Colette describe. Ella misma vincula sus relaciones a la cultura, el cuerpo y la sexualidad. “Me siento sin cultura... Siempre tengo esa aspiración de saberlo todo y de medir a cada instante mis vacíos de saber, mis vacíos, mis falencias; me confronto con ello todos los días, cuando escucho hablar a la gente que tiene un lenguaje fácil... todos los días, todos los días. Yo pensaba que siendo maestra en el Estado, podría completar esa cultura formándome en horarios complementarios. En realidad, me doy cuenta de que no, de que, de cualquier modo, siempre existe una diferencia. Ahora vivo con esa diferencia, pero sé que jamás la completaré”. A esa diferencia social vivida como irreductible, Colette opone la sexualidad, mediante la cual ella estima que puede alcanzar una cima que le permita “estar a la altura”: “Mi problema era estar en mi cuerpo y en la vida a la altura de las circunstancias”. Y cuando Colette se pregunta dónde se origina esa aspiración de alcanzar la cima, esas ganas de ascender siempre socialmente que la confrontan con el riesgo de la depresión, con sus vacíos, con sus falencias, surge la invalidación original: “Cuando yo nací, hubieran querido un niño... Mi convalidación se instaló en toda mi persona”.

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En estas asociaciones alrededor del tema de la diferencia y de la carencia aparece una condensación entre un sentimiento de inferioridad social, el miedo de no poder estar a la altura y un complejo de castración. El “vacío”, sentimiento de no saber y que los demás saben, remite a tres factores que se superponen en su historia y condicionan su sentido. El “vacío” es el del pueblerino, el del hijo de campesinos que no tiene “la” cultura legítima, la que confiere “la prestancia” y la soltura de los nobles o de los señores, de la “gente bien”, de los burgueses, de los de la ciudad, que tienen dinero, que “saben cómo hacer las cosas”, que pueden hablar de todo o de nada. El “vacío” es también el secreto que recubre la historia de la criada, la falta y el placer del padre; historia sin palabras que genera el repliegue del padre, el rechazo de su amante, el odio de su madre. Silencio que genera una amenaza sobre las relaciones entre hombres y mujeres, una prohibición sobre el placer y una culpabilidad frente a la transgresión sexual y social que representa la falta del padre. Silencio que se generaliza a todo lo que concierne a la sexualidad: Colette no tendrá ninguna educación sexual, ningún “saber” sobre la sexualidad femenina y masculina, sobre la anticoncepción, sobre las relaciones amorosas. El “vacío” es, por último, la ausencia del pene de la pequeña niña que no puede satisfacer el deseo paterno (y sobre todo materno) de tener un varón. Es el fundamento del sentimiento de inferioridad de Colette, herida narcisista original que va a marcar su existencia: para estar a la altura del hijo ideal, tendría que llenar ese vacío, poseer un pene, ser lo que no es y no será nunca: un niño. Cronológicamente, esta carencia inicial es la que será determinante. Sabemos que para S. Freud,166 el complejo de castración conduce a la niña a desear el pene paterno. Mientras que en los niños, la angustia de castración marca la crisis terminal del Edipo, precipitando la formación del Superyó. Para la niña, que vive la castración no como una amenaza, sino más bien como una ausencia, esto marca el momento de entrada en el Edipo. En ella “... la renuncia al pene solo tiene lugar después de un intento por obtener una compensación. La niña pasa –podría decirse que a lo largo de una equivalencia simbólica– del pene al hijo, y su complejo de 166 Véase S. Freud, “Le déclin du complexe d’Oedipe”, (Der Untergang des Oedipus Komplexes, 1924), Revue française de psychanalyse, 1934, 7, nº 3, pp. 394-399.

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Edipo culmina en un deseo mantenido mucho tiempo de obtener como regalo un hijo del padre, de traerle un hijo al mundo”.167 Colette, en ese momento esencial de la organización de su aparato psíquico, descubre que su padre ofreció un hijo a otra mujer que no es su madre. Este descubrimiento la confronta con dos figuras femeninas opuestas, con dos modelos contradictorios en el orden de las identificaciones sexuales y en el orden de las identificaciones sociales: su madre, que es “la primera” en el orden de la norma social, no es un objeto de satisfacción sexual para su padre. En cambio, la amante de su padre, de la cual puede suponer que es la primera en el orden de la satisfacción sexual, está en el último nivel del orden social. Vemos dibujarse aquí una trama edípica de tipo socio-sexual que va a inscribir su deseo en un juego contradictorio entre el placer y la norma, entre el bien y el mal. Si los procesos de identificación llevan al niño a situarse simultáneamente en una identidad sexual y en las relaciones de filiación, también le permiten ubicarse dentro de las relaciones sociales. El lugar asignado al hijo en el orden simbólico le confiere un lugar social en función de la posición social de la pareja parental. Ese “orden” es tanto más apremiante cuanto que Colette nació de la unión de dos familias campesinas instaladas desde varias generaciones atrás en la Sarthe, región conservadora y tradicionalista. Su madre lleva el nombre de su abuela y de su bisabuela. El tío materno lleva el mismo nombre que su abuelo. Del lado paterno encontramos ese mismo peso de las tradiciones campesinas, simbolizado en la transmisión del nombre y de la tierra. Su padre lleva el nombre del abuelo, quien logró instalar a sus tres hijos como granjeros, cada uno de los cuales se casó con hijas de campesinos. Solo la hermana del padre de Colette, Magdalena, escapa a ese destino convirtiéndose en maestra y casándose luego con un maestro. En ese medio, las filiaciones y las alianzas son organizadas en función de la reproducción y de la transmisión del instrumento de trabajo: lo esencial es ser propietario de sus tierras para escapar a la dependencia de los grandes propietarios que contratan granjeros. El orden está dividido, 167 S. Freud es muy criticado por su interpretación “masculina” del Edipo. Sin entrar en ese debate desarrollado en particular por C. Olivier en Les enfants de Jocaste (Denöel et Gonthier, 1974) la mayor parte de los actores tienden a pensar que el Edipo remite al niño a la amenaza, al miedo, mientras que remite a la niña al vacío y a la envidia.

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entonces, en tres clases: los pequeños, que no pueden vivir sin trabajar para otros; los medianos, que conservan su independencia porque su granja les permite vivir y mantener a la familia; los dueños de los castillos, alcaldes desde hace varias generaciones, que personifican la cultura, la prestancia y el poder. Según ese orden, Colette está destinada a casarse con un granjero, como su mamá y sus dos abuelas, o a convertirse en maestra, como su tía Magdalena. De hecho, es lo que probablemente habría sucedido si un acontecimiento no hubiese puesto en duda ese orden, desequilibrando la coherencia entre el juego del deseo y la ley de la distribución antroponímica. Colette se encuentra con una media hermana, que lleva el mismo nombre que ella, hija de su padre y de la criada. Recién mucho tiempo después ella podrá, a pesar de la opacidad del silencio en torno a ese escándalo, reconstruir lo que pasó. “En mi vida, me siento en el lugar de la criada que fue significativa en el plano sexual para mi padre y me encuentro siempre en ese lugar”. Esta situación opera como un cortocircuito del Edipo para satisfacer el deseo del padre: no es el lugar de la madre el que conviene ocupar, sino el de la amante. Es ella quien es objeto del deseo. Pero ese lugar es doblemente ilegítimo, porque transgrede la ley del matrimonio y del orden social. La mujer que da placer es una trabajadora doméstica de una clase inferior. Y es la madre quien personifica la prohibición, quien resguarda la ley. Es ella quien sanciona la falta del padre y quien da a entender a la niña la frontera entre el bien y el mal. Colette se encuentra entonces confrontada con dos modelos antagónicos de mujer: por un lado, su madre, conformista, superyoica, insatisfecha sexualmente, pero legítima. Por otro lado, la criada, marginal, seductora, satisfecha sexualmente, pero ilegítima. Una es una mujer de bien, “como se debe”. La otra es rechazada y desvalorizada socialmente. El proyecto materno es que su hija esté en el lugar que le corresponde, en su nivel, es decir, que se case, que sea maestra y tenga un cargo estable en la función pública. Pero para ello necesita renunciar al placer sexual y aceptar no sentir nada con los hombres, que son seres peligrosos que más vale evitar. En un primer momento, Colette va a inscribirse dentro de ese proyecto. Buena alumna, es alentada por los profesores a seguir con sus estudios. Es la única alumna de su pueblo que va a la secundaria, a la

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ciudad vecina: “Ese fue un gran corte, cambiaba de mundo, me encontraba con gente de la ciudad, en lo desconocido...”. Ese cambio la confronta con el sentimiento de ser menos culta, con la lógica de la diferenciación social que conduce a las otras niñas a burlarse de su acento. En reacción, ella sobreinviste en el estudio con el fin de ser la mejor alumna: “… necesitaba ser la mejor para tener la impresión de que funcionaba… Hubiera sido difícil ubicarse en otro rango, ya que eso me habría sacudido”. Pero esos buenos resultados no son investidos de manera narcisista. Colette no saca de allí ninguna revalorización, como si se tratara de una exigencia interna que está obligada a cumplir: tiene que ser la mejor. Detrás de esa obligación, podemos percibir una reacción del Yo frente a las exigencias del Superyó, un deseo de reparación, un mecanismo de defensa contra la culpabilidad inconsciente y un medio de mantener la represión de esta última. La sublimación en el estudio no logra canalizar la angustia. Lo que ocurre es que la persistencia se sitúa en otro lado. Siendo “la mejor”, Colette trata de superar el resentimiento original, consecuencia del no-deseo de su madre por ella. Desde el principio ella era insatisfactoria, porque su cuerpo, su sexo no provocó el deseo de su madre, y en el momento en el que hubiera podido ser objeto del deseo paterno, este se proyectó sobre otra, aun cuando esa otra fuera luego rechazada, exiliada, derrotada y condenada. El temor a “ubicarse en otro rango” remite, entonces, a una serie de parejas opuestas (niño/niña, madre/amante, amo/doméstica) que sitúan distintas posiciones contradictorias. Ser la primera como objeto de deseo para el padre es arriesgarse a un doble desclasamiento: desclasada en el amor de la madre y desclasada en lo social (“ser marginada de la sociedad”). Ser la primera en el amor de la madre es arriesgarse a ser la última en el deseo del padre, etc. Para Colette “la primera cosa que no convino estaba en el cuerpo, ya que se trataba del sexo que no provocó deseo de parte de la madre”168 y Christiane Olivier muestra claramente que ese “vacío” inicial es patrimonio de la gran mayoría de las niñas. Pero ese conflicto se vuelve crucial para Colette en la medida en que el sentimiento de no estar a la altura del deseo del otro juega sobre varios registros que se entrelazan unos con otros para sostenerse recíprocamente. Esto no quiere decir que 168 Véase C. Olivier, Les enfants de Jocaste, París, Denöel and Gonthier, 1974, p. 65.

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uno determine a los otros, sino que se refuerzan mutuamente en relaciones de correspondencia. La dedicación total al estudio, lejos de atenuar las diferencias favoreciendo su asimilación al mundo urbano y burgués, contribuye a aislarla un poco más. Colette no hace amigas y pasa todo su tiempo libre leyendo los libros de la escuela. Se margina, vive entre paréntesis, como “anestesiada”. Su ansiedad por no estar a la altura de la situación la lleva a estudiar mucho más de lo que sería necesario para que le fuera bien. El miedo a no saber, el temor a no ser la mejor, en lugar de atenuarse, se amplifican. Frente a la angustia que aumenta, ella se sostiene aferrándose a los marcos institucionales de la escuela, luego de la escuela normal, y luego de la función pública: “… era necesario para mi equilibrio”. Esas diversas organizaciones le confieren un lugar, un rango, un soporte, pero no por ello le permiten escapar a su sentimiento de inferioridad. Mientras que percibe a los demás como poseedores de una soltura natural, capaces de hablar de cosas que no conocen, ella no logra encontrar en los diplomas ni en sus éxitos escolares la confianza que le falta. A la trama edípica que introduce una contradicción en su posicionamiento afectivo y sexual, se superpone una separación entre dos mundos en los cuales no logra encontrar su lugar: “… ya no soy del medio de mis orígenes, pero tampoco soy del medio en donde estoy ahora”. Ese corte remite a una doble oposición: oposición entre el mundo rural campesino de sus padres y el mundo urbano burgués de la escuela; oposición entre el mundo de los hombres y el de las mujeres. El enfrentamiento de la diferencia social, la lucha para reaccionar contra el “sacudimiento” que genera y el gasto de energía necesario para ser y permanecer como la mejor alumna tienen lugar dentro de un universo femenino. El equilibrio encontrado por Colette se mantiene a partir del momento en que ella está en un marco que la protege de los hombres. Pero ese marco que la protege es el mismo que la anestesia, porque excluye el placer, porque asfixia la parte de sí misma que es atraída por los hombres, porque reprime su sexualidad: “Siempre eliminé a los hombres en ese momento”. Los contactos que ella puede tener con los muchachos se dan en situaciones oficiales, ritualizadas, “en las asambleas”, bajo la mirada del pueblo y de sus padres, o en la Escuela Normal, en los encuentros organizados con las promociones de los muchachos. “Para mi madre, había un peligro en los hombres;

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ciertamente, estaba el peligro de quedar embarazada solo por besar a un muchacho”. Ese temor a los hombres comunicado por su madre es doble: los hombres son amenazantes porque son violentos, “son bestias”, la necesidad de los hombres es una necesidad bestial; por otra parte, la falta más grave para una mujer es quedar embarazada fuera del matrimonio, lo que representa el fracaso supremo. Para evitar ese riesgo y canalizar la violencia de los hombres, hay que comprometerse lo más rápido posible con un hombre “bien”. Colette se encuentra, entonces, frente a una contradicción en su relación con los hombres. Por un lado, sale con un maestro serio, recibido por su familia, con quien está prácticamente comprometida: él se ajusta perfectamente al proyecto materno, dentro de la norma, de “una vida bien trazada”. Pero con él, ella no siente nada, ni deseo, ni amor. Por el otro lado, se siente atraída físicamente por los jóvenes del pueblo, pero le es imposible tener relaciones sexuales con ellos debido a la prohibición de la madre que ella ha interiorizado, reforzada por la diferencia del nivel cultural, que los excluye como pretendientes al matrimonio. Ese “nudo”, esa contradicción desencadena un primer episodio depresivo. Sin saber cómo salir de esa situación, Colette va a buscar ayuda en su madre. Esta última, en lugar de alentarla a separarse de un hombre por quien no siente nada, le transmite su incapacidad de vivir: “Tal vez sea igual con otros hombres”. En esta respuesta, la madre expresa que no puede aceptar que su hija no sea como ella; al decirle eso, le dice también: “A mí me pasa lo mismo”, “Tú eres como yo”, “Sé como yo” y, en sentido inverso: “Si sientes, te pones en el lugar de la criada, me traicionas, eres una mala hija”. Colette se siente entonces “hundida”, “ahogada”, devuelta a su ser incompleto, incapaz de reaccionar. Esa situación ilustra la hipótesis de F. Pasche sobre la depresión de inferioridad: “En la depresión, el Yo (je) y el Superyó hacen causa común contra el Yo (moi) para pronunciar un veredicto sin fin de incapacidad”.169 Ese episodio depresivo durará seis meses, hasta que conoce a una mujer “aparentemente enamorada de su marido” que le da a entender que la alternativa en la que se encuentra no tiene nada de inevitable: “… hay que parar esto, la vida no es así, no hay 169 Véase F. Pasche, A partir de Freud, París, Payot, 1969, p. 185.

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que seguir en esa historia si tiene ese efecto sobre ti”. Colette se siente entonces con la energía y el derecho a separarse, a afrontar a su familia y a su maestro-novio. Ese guión va a repetirse en una segunda etapa de manera un poco diferente: por un lado, Colette se autoriza a coquetear con un “muchacho del pueblo”. Por el otro, comienza a conocer hombres de otro nivel social que le hacen darse cuenta de que ser maestra “no era una cima, era lo más bajo de la escala”. Se pone de novia entonces con un estudiante de ingeniería que la inicia en la vida parisina y la cultura burguesa, pero con quien no tiene relaciones sexuales. Se siente atraída por lo que vive como “un cuento de hadas”, por esa nueva “cima” a alcanzar: modelo de la mujer burguesa, mantenida por un marido, que la respeta y no le propone tener relaciones sexuales antes del matrimonio. Pero esta propuesta le da la impresión de asfixiarse: renunciar a trabajar es negar todo su pasado, es invalidar todo lo que ella ha hecho para llegar a ser maestra, es separarse de sus orígenes sociales y culturales, es volverse una burguesa, es estar irremediablemente confrontada con el desfase social y admitir la separación entre esos dos mundos. Aceptando el hecho de que debe su promoción a un hombre, ella se condena a aceptar su dominación, a estar en deuda con él, a convertirse en alguien que ella menosprecia en el fondo de sí misma. Ese miedo al desfase social oculta otro miedo de la que esa relación la protege: al no proponerle hacer el amor, él le permite evitar la amenaza de quedar embarazada, pero aprueba por esa misma razón el ahogo de su sexualidad, la prohibición del placer. Proponiéndole que se convierta en una mujer legítima y respetada, como su madre, asfixia a otra mujer, ciertamente ilegítima, pero que supo dar y recibir placer. Desmembrada entre esas dos partes de sí misma, Colette empuja a su novio a dejarla y se sumerge una vez más en la depresión: “Tuve la impresión de que había una ruptura, pero una ruptura interior, y que no podría volver tener relaciones con los hombres”. Aun después de un psicoanálisis, sus relaciones con los hombres seguirán estando marcadas por esa contradicción entre el deseo sexual y la aspiración social. Hay hombres con los que ella podría tener relaciones y casarse, pero con ellos no siente nada, no siente placer (los maestros, los ingenieros, los universitarios). Están en la norma del proyecto mater-

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no, podrían aportarle seguridad, estabilidad y consolidar su promoción social, permitirle alcanzar “una cima” social. Pero son otros los hombres que pueden permitirle alcanzar “una cima” sexual, con quienes ella siente placer en su cuerpo: los hombres del pueblo, hombres ya casados, pero que tienen como característica: el ser marginados con relación a la burguesía, ser autodidactas sin diplomas. Todo ocurre como si hubiera que disociar la posibilidad de tener relaciones sexuales satisfactorias y relaciones afectivas duraderas. Aunque su “aspiración suprema” sigue siendo casarse, su obsesión es “poder todas las noches hacer el amor legalmente”. La satisfacción de su deseo no puede realizarse en la obligación de la legalidad instituida y en la forma burguesa. Esta problemática sigue estando fundamentalmente inscripta en la relación del deseo del padre, dividido entre dos modelos de mujer irreconciliables que pertenecen a dos mundos sociales diferentes.

El ejemplo de August Strindberg La discusión sobre la respectiva participación de las problemáticas sexuales y sociales en el complejo de Edipo también puede ilustrarse con el caso de A. Strindberg, quien, a través de su obra dramática y sus novelas autobiográficas, nos proporciona un material extremadamente rico y conmovedor sobre su historia.170 No discutiremos aquí el estatus del material empleado: ¿se trata de un testimonio autobiográfico o de una novela “inventada”? Como subraya Marthe Robert:171 “La novela nunca es ni verdadera ni falsa”. Como todo discurso de un sujeto sobre sí mismo, “no es más que una magnificación de su poder de ilusión”, un medio para “contar historias” para engañarse y engañar a otros, pero que interviene en la vida “revelando sus interiores más ocultos”, en la medida en que “puede detallar el mal sin que el sujeto deje de ser puro y benefactor por ello”. 170 A. Strindberg ha escrito más de cincuenta obras de teatro, varias novelas, una autobiografía en cinco volúmenes y una correspondencia voluminosa. Véase la bibliografía establecida por G. Vogelweith, en I, París, Ed. Klincksieck, 1972. 171 Véase Marthe Robert, Roman des origines et origines du roman, París, TEL Gallimard, 1976, p. 33, 1era ed., B. Grasset, 1972.

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Escribiendo en tercera persona, A. Strindberg puede liberarse, guardando la distancia ilusoria necesaria del escritor de novelas, ya sea con respecto a sí mismo o con respecto a la sociedad rígida y conservadora de Suecia en el siglo XIX. El subtítulo que le da a su novela, Historia de un alma, indica claramente el propósito del autor, que consiste en describir la constitución y la formación de su personalidad entre 1849 y 1867, es decir, durante los 18 primeros años de su vida. La extraordinaria calidad de este material autobiográfico completado por una obra dramática igualmente interesante, tanto en el plano teatral como desde un punto de vista clínico, hace de Strindberg el objeto de numerosos estudios psicopatológicos, entre los que se encuentran los de Guy Vogelweith y J. Chasseguet-Smirgel.172 Nacido en 1849 en Estocolmo, Strindbreg es el cuarto de once hijos. Su padre, agente marítimo, proviene de una familia aristocrática que lo rechaza después de su matrimonio con una antigua criada. Su madre muere en 1862, cuando August tiene 13 años. Siendo el único de su familia que estudia, entrará a la universidad, será bibliotecario en la Biblioteca Real de Estocolmo, y autor dramático. En 1875 se enamora perdidamente de Siri von Essen, casada con un barón, y con quien finalmente contraerá matrimonio en 1877. Comienzan entonces una crisis de delirio que él describirá en particular en Alegato de un loco (1887).173 Se divorcia en 1862 y entra en un período de conflictos, de miseria, de delirios que lo conducen a interesarse por la alquimia. Sus crisis de paranoia llegan a su paroxismo en París, en 1896. Las describirá en Inferno y Leyendas. De regreso a Suecia se vuelve a casar, retoma su actividad literaria, se divorcia nuevamente para luego volver a casarse y divorciarse por tercera vez en 1904. Muere en 1912 de cáncer de estómago. August Strindberg en El hijo de la criada (Le fils de la servante)174 relata su novela familiar bajo los rasgos de Jean: “El padre era aristócrata de nacimiento y de educación. Había un viejo árbol genealógico 172 Véase Guy Vogelweith, Le psychothéatre de Strindberg, op. cit., y J. ChasseguetSmirgel, Pour une psychanalyse de l’art et de la créativité, París, Payot, 1971. 173 Le plaidoyer d’un fou, París, Mercure de France, 1964. 174 Su autobiografía titulada Histoire d’une âme, escrita en 1866, se compone de cuatro volúmenes Le fils de la servante, Fermentation, Dans la chambre rouge y L’écrivain. Las citas siguientes son tomadas de Le fils de la servante, traducido por Camille Polack, París, PUF, col. Folio, 1973.

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según el cual su familia noble remontaba hasta el siglo XVII... La madre de Jean era hija de un pobre sastre. Su padrastro la había tirado a la vida como criada, luego como empleada de una hostería” (p. 12). Por su “casamiento inconveniente”, el padre de Jean rompe con el resto de su familia, pero mantiene sus hábitos aristocráticos: “Usaba barba, tenía la piel fina, se peinaba al estilo Luis-Felipe. Además, usaba lentes, estaba siempre bien vestido y le gustaba la ropa limpia. El criado que lustraba sus botas debía ponerse guantes para hacerlo, ya que sus manos eran consideradas demasiado sucias como para entrar en las botas del amo” (p. 12). Lo describe como triste, cansado, severo, serio, encerrado en sí mismo, “no aceptaba ninguna invitación de sus amigos, porque él no podía invitarlos después... tenía una herida sentimental que él quería esconder y cicatrizar” (p. 14). Herida de la regresión “pues había descendido, él había arruinado su situación”. La madre es descrita como sencilla, limpia, compasiva, justa, “relativamente contenta de su suerte, ya que se había elevado en la escala social”. Aunque tenga empleados domésticos, la familia vive bastante humildemente: alimentos racionados, carne solo los domingos, ropa conservada el mayor tiempo posible, vivienda insuficiente para una familia numerosa: “… en tres recámaras habitaban el padre, la madre, siete hijos y dos criados”. Jean es descrito como huidizo y solitario. Su hermano mayor era el favorito de su madre, el segundo, el favorito de su padre, “Jean no era el favorito de nadie... él quería ganarse a su madre. Se volvió cariñoso, llegando a ser pesado; fue lastimado y rechazado”. El sentimiento de ser malquerido genera una culpabilidad profunda: “Jean tenía constantemente miedo de que descubrieran alguna falta de la cual culparle”, lo que lo conduce a ser castigado por faltas que él no cometió. Una escena quedará particularmente grabada en la memoria del narrador. Strindberg la evoca varias veces en su autobiografía. “Un día, al mediodía, su padre examinaba una botella de vino que era de la tía. –¿Quién se acabó la botella? –pregunta paseando su mirada alrededor de la mesa. Nadie responde, pero Jean se sonroja. –¡Ah! ¡Eres tú! –dice el padre.

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Jean, que nunca había notado el escondite de la botella de vino, se pone a llorar y a sollozar. –No fui yo quien se tomó el vino. –¡Ah! ¡Y encima lo niegas! ¡Ya vas a ver cuando nos levantemos de la mesa! El pensamiento de lo que iba a pasar cuando hubieran dejado la mesa y los comentarios que el padre seguía haciendo sobre el carácter poco comunicativo de Jean provocaron un nuevo diluvio de lágrimas. Se levantan de la mesa. –Entra –dice el padre, y se va a la recámara donde duermen. La madre lo sigue. –Pide perdón a papá –dice ella. –¡Yo no lo hice! –grita él ahora. –Pídele perdón a papá –dice su madre jalándole el cabello. El padre ha tomado el látigo que estaba detrás del espejo. –Papá querido, perdóname –grita el inocente. Pero ahora es demasiado tarde. La confesión está hecha. La madre asiste a la ejecución. El niño grita de despecho, de rabia, de dolor, pero sobre todo de vergüenza, de humillación. –Ahora pídele perdón a papá –dice su mamá. El niño la mira y la menosprecia. Se siente solo, abandonado por aquella en quien siempre se había refugiado para recibir ternura y consuelo, pero rara vez justicia. –Papá querido, perdón –dice mordiendo cruelmente sus labios mentirosos. Y entonces se escapa a la cocina cerca de Louise, la niñera que suele peinarlo y lavarlo, y sobre su delantal llora su pena. –¿Qué has hecho? –pregunta ella compasiva. –Nada –responde él–. Yo no lo hice. La madre llega. –¿Qué dice Jean? –Le pregunta a Louise. –Dice que él no lo hizo. –¡Lo sigue negando! Y finalmente Jean es llevado para ser torturado hasta que confiese lo que nunca hizo”.

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Desde ese día, Jean vive en un estado de inquietud permanente y comienza a entrever “malvados espíritus como salvajes y bestias feroces... Era como un condenado. Condenado por mentira y robo... Había perdido su consideración social, se había convertido en sospechoso y era la burla de sus hermanos y hermanas porque lo habían agarrado” (p. 21). Todo eso a causa de una falta que él no había cometido. Una interpretación psicoanalítica simple permite comprender de qué manera Jean es castigado por su padre, frente a su madre, lo que le permite menospreciar a aquella a quien desea inconscientemente y odiar por causa de injusticia a aquel de quien querría deshacerse inconscientemente. El castigo viene aquí a responder a la culpabilidad inconsciente, sustituyendo el deseo prohibido por una falta imaginaria que le es atribuida. Esta escena ilustra perfectamente las problemáticas sexuales del deseo que van a influenciar a Strindberg en sus relaciones ulteriores. Ilustra también las problemáticas sociales que van a marcarlo tan radicalmente. Si se quiere comprender la naturaleza profunda de la neurosis del autor, la dinámica inconsciente del deseo sexual es indisociable de la posición social de los actores presentes. El padre, que representa a la clase superior de la cual ya no forma parte, trata en vano de encarnar el orden, la justicia, el poder, la autoridad, pero ejerce sus prerrogativas de manera desplazada. La humillación experimentada por Jean está ligada al sentimiento de que el padre está desclasado con respecto a la posición que trata de ocupar y que ya no le corresponde. Más que la injusticia del padre que lo castiga por una falta que él no cometió, es la decadencia de la imagen paterna la que se pone aquí en escena. La vergüenza viene de la necesidad de someterse a una autoridad que quisiera ser superior, pero que ya no lo es, a una potencia en donde lo arbitrario no hace más que expresar la debilidad, a un poder que ya no es legítimo para la consideración social. El padre es desvalorizado porque es incapaz de aportar protección y seguridad al hijo, ya sea frente a los deseos culpables que lo atraen hacia su madre, o a un orden social separado en “dominantes” y “esclavos”, en el cual los hijos están irremediablemente del lado de los esclavos. El padre no permite al niño encontrar una salida a sus conflictos, porque él mismo no ha podido encontrar una salida para su falta, es decir, para su matrimonio inconveniente. Se conduce como si todavía fuera un amo cuando ya no lo es, como si todavía fuera superior, cuando vive recluido, disimulando en el interior del espacio doméstico

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la decadencia familiar y social de la que es objeto. En la identificación al padre, lo que resalta entonces es la humillación, la desconsideración social, la burla de los otros, como si Jean se hiciera cargo de la imagen reprimida de su padre. La identificación con el agresor, lejos de proponer al niño un modelo de potencia, de firmeza, de fuerza, de dominación, lo lleva a introyectar una imagen negativa y desvalorizada de sí mismo. Es sin duda en ese proceso que conviene inscribir la génesis del sentimiento de persecución que acompañará a Strindberg a lo largo de toda su existencia. Y más aún cuando el niño, indefenso ante el castigo paterno, no puede apoyarse en la madre ni en la solidaridad de los dominados. Su madre es doblemente sumisa: como mujer al deseo del padre, como esclava al deseo del amo. Ella asiste a la ejecución y participa en ella. Frente a la injusticia y a la arbitrariedad de las que el niño es objeto, lo acusa y lo mortifica. Lejos de consolarlo, ella es quien lo lleva a su “torturador” cuando él va a buscar al lado de otra criada el consuelo que ella le negó. No solamente lo abandonó, sino que además se hizo cómplice activa de su perseguidor: es ella quien le pide que se humille, que se someta: “Pídele perdón a papá”, le dice, y hasta le jala el pelo. Ella, la madre que se halla del lado del padre –pero eso no sería más que un simple episodio edípico– pero sobre todo ella, la esclava, la criada, que se halla del lado del amo, y eso se convierte en una tragedia social. Jean es “el hijo de la criada”. En el deseo que él siente por su madre, no puede disociar a la mujer de su estatus social. La pareja parental es, a la vez, el soporte de los juegos del deseo sexual y de las relaciones sociales de dominación. El problema para Jean será entonces situarse en unos y en otros. El deseo de estar del lado de su madre para convertirse en “su favorito” lo lleva a afirmar una solidaridad activa con el mundo del que ella proviene, pero se da cuenta de que ella ya no pertenece a ese mundo, que hace alianza con el amo en contra de él. Esta alianza de dos personas desclasadas, que podría significar el triunfo del amor frente a las lógicas de la dominación, se transforma en arbitrariedad, en encierro sobre sí misma, en conformismo, en negación de toda expresión de sí mismo (“Tú no eres quién para querer algo” p. 17), en autodesvalorización. Es la imagen social desvalorizada, interiorizada por sus padres, lo que constituye su falta, negando a los niños la capacidad de afirmarse: “¿Qué dirá la gente?... Y así fue como su personalidad fue destruida; el niño nunca podía ser él mismo; dependía siem-

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pre de la opinión flotante de otros y nunca tenía confianza en sí mismo para lo que fuera” (p. 17). La escena del castigo y la culpabilidad que genera se debe, sin duda, a un acceso de energía sexual reprimida. Pero la violencia de los sentimientos no sería tan grande si no estuviera reforzada por los conflictos de clase que atraviesan el triángulo edípico: humillación por el cambio de posición social para el padre, que vive una contradicción entre la autoridad paterna de la cual sigue investido y la autoridad social que le es negada; culpabilidad para la madre, cuya promoción produjo el desclasamiento del padre, que ella compensa con sumisión y dependencia a su autoridad. La renuncia de Jean a sus deseos edípicos se traduce entonces en un collage entre las problemáticas afectivas y las sociales. El conflicto con su padre, si pensamos que inconscientemente es Jean quien al sonrojarse lo pone en posición de castigarlo injustamente, no sería tan violento si no compartiera su humillación social. Al deseo de deshacerse de un rival, que viene a bloquear el acceso hacia la madre, se suma el menosprecio por un padre que reproduce las injusticias de una dominación que él mismo ha sufrido. Es un hombre rebajado y castigado. El castigo, lejos de aliviar la culpa experimentada por el niño, contribuye a poner en escena la incompetencia del padre para situarse en un orden que, aunque sea arbitrario, permite que cada uno encuentre su “justo” lugar. “Lo más despreciable es echar la culpa a los demás... ese castigo es una venganza pura”, escribe Strindberg, dando a entender hasta qué punto el padre, al pedirle al niño que confiese una falta que no cometió, trata de resolver su propia culpa, de vengarse de su propio estado. Cierto es que el niño, a los 5 o 6 años, no percibe más que confusamente las reglas del juego social que presiden los comportamientos de su padre y de su madre. Es más adelante cuando organiza su novela familiar, introduciendo directamente la dinámica de las relaciones sociales, la conciencia de la jerarquía social. Pero así como el niño no puede simbolizar en palabras las problemáticas del deseo sexual que experimenta, las problemáticas sociales también las siente, aun cuando no pueda expresarlas. En ese nudo edípico es donde se arraiga el conjunto de los conflictos en los cuales Strindberg se debatirá toda su vida y, en particular, su incapacidad para posicionarse socialmente. “El niño ha visto a lo lejos

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el esplendor de la clase superior... Aspira a ello como si fuera su región natal. Pero la sangre esclava de su madre se revela en contra. Venera por instinto a la clase superior, la venera demasiado como para osar esperar acceder a ella. Y siente que no es parte de ella. Pero tampoco es de la clase de los esclavos. Esa será una de las fracturas de su vida” (p. 36). Después de haber terminado sus estudios en el colegio (el equivalente del bachillerato), su padre le propone entrar a la escuela militar. “Él no sabía qué responder. Era demasiado. ¡Volverse un señor elegante que lleva espada! ¡Volverse oficial! Eso significa tener poder; las jóvenes muchachas le sonreirían, y (...) ya nadie lo oprimiría (...) Pero era demasiado para él (....) él no quería esa elevación, ni mandar, quería simplemente escapar a la obediencia ciega, al control, a la sumisión. El esclavo que no se atreve a exigir nada de la vida se despertaba en él. Rechazó la propuesta” (p. 118). Así pues, aspira a volverse dominante, pero no se lo permite, no se atreve a pretenderlo, porque una parte de sí mismo se opone. Seguir siendo esclavo es mantener el lazo con los orígenes sociales de su madre, es seguir siendo “el hijo de la criada”, es mantener la identificación original a través de lo que representa socialmente. El deseo de elevarse se enfrenta por otro lado a la culpa frente a ese padre derrotado a quien tendría entonces que sobrepasar y, por lo tanto, humillar. El niño es atrapado en una red de contradicciones en cuanto al lugar que le toca entre los dominantes y los dominados, los amos y los esclavos, los verdugos y las víctimas. Tenemos aquí los componentes de un sistema que proponemos esquematizar con el fin de poner en evidencia: UÊ UÊ UÊ

los vínculos entre la posición social de los padres y las contradicciones de su proyecto; los vínculos entre esas contradicciones y las tensiones psíquicas entre el Superyó y el Ideal del Yo; las reacciones del Yo frente a esos conflictos.

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A PROPÓSITO DE A. STRINDBERG: LOS COMPONENTES SOCIALES DEL COMPLEJO DE EDIPO

Dominación Sumisión

Posición de origen Aristocracia, clase “superior”

Posición de origen Sirvienta, clase “inferior”

Trayectoria, regresión Valorizado por su origen pero invalidado por su matrimonio que confirma su rutina

Trayectoria, promoción

Matrimonio desasertado dominación

Padre

Madre

sumisión

IDEAL DEL YO

SUPERYÓ

IDEAL DEL YO

Se justo/quédate en tu lugar. No hay peor falta que la rutina

Se aristócrata, respetado, desprecio hacia los sirvientes.

Se simple, sumiso. Respetuoso del patrón.

Ser un patrón.

es

yo

como yo

No hagas

los



pa

un

pa

tró

ec

d

e Ob

ea

n tro

Quédate del lado

z

n

de los discriminados

Odio alos dominantes

Ha

mo

Variación y depreción

SUPERYÓ

SUPERYÓ

IDEAL DEL YO

Sumisión al orden social y parental

Veneración de las clases superiores-desprecio de los dominados y los desposeídos.

Rechazo del orden social y parental.

Apego a la condición de los dominados/desprecio a los dominantes

Culpabilidad

Inversión de la rebeldía contra el YO delirio de persecusión/Convertirse uno mismo en víctima.

YO

o

rg

ca

En

Humillación

Complejo de inferioridad Megalomanía ser superior en todo, como Dios.

te

ra



Su

Veneración y desprecio

Sumisión y rebeldía

PADRES

Pero su madre “sumisa” es de hecho la causa de la rutina paterna (verdugo) El padre “patrón” es de hecho la víctima de la sirvienta que se convierte en su mujer.

co

HIJO

Invalidada por su origen pero valorizada por su matrimonio que confirma una promoción que la deja en deuda con su mando

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Creemos que la puesta en evidencia de los componentes sociales del complejo de Edipo puede hacer más comprensible la génesis de los disturbios paranoicos de A. Strindberg, y completar la interpretación que de ello hace J. Chasseguet-Smirgel.175 J. Chasseguet-Smirgel ve el origen de la paranoia en el carácter terrorífico de la imagen materna y en la debilidad de la identificación paterna: “Podemos decir que el futuro paranoico, cuya imagen materna fálica es siempre mala, no ha encontrado en su padre (...) el soporte para una nueva triangulación. Por ello, el sujeto no ha podido pasar por la fase de idealización del padre que (...) es necesaria en las identificaciones edípicas. El pene paterno es para él un objeto erótico y agresivo, pero no es portador de su Ideal del Yo. Sigue siendo para él un pene y no un falo”.176 A partir de esta debilidad, el sujeto será llevado a idealizar su propio Yo o a proyectar el Ideal del Yo sobre una figura divina. La investidura del Yo es interpretada como una defensa fundamental contra la homosexualidad: “El sujeto elaborará entonces fantasías y actos que apunten a demostrar que él ya posee un pene de una potencia absoluta, y perfecto desde todo punto de vista: superior a todos los otros, este pene es evidentemente superior al de su padre, del cual no tiene, en consecuencia, ninguna necesidad” (p. 124). Según J. Chasseguet-Smirgel, como la existencia de ese pene está basada sobre una laguna, la introyección del pene paterno no efectuada explicaría ciertas características de la paranoia, y en particular la invención megalomaníaca, que corresponde “a la creación de un falo autónomo que se sitúa fuera de la realidad”. Esta autora interpreta la obra de A. Strindberg como una defensa contra la angustia que genera la debilidad de la identificación paterna y las pulsiones homosexuales que esa debilidad refuerza. Las escenografías, las situaciones falsas, las funciones usurpadas, los dobles juegos, las humillaciones puestas en escena, los fracasos, los engaños, las mentiras que pueblan el universo dramático y autobiográfico de Strindberg son analizados “como escapes del senti-

175 Véase J. Chasseguet-Smirgel, Pour une psychanalyse de l’art et de la créativité, París, Payot, 1971, pp. 107-167; véase también su Essai sur l’idéal du Moi, París, PUF, 1973, pp. 124-131. 176 Véase J. Chasseguet-Smirgel, Essai sur l’idéal du Moi, p. 124.

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miento profundo de la propia falta de autenticidad de su identificación paterna” (p. 127). Para J. Chasseguet, la vida conyugal es “una muralla de defensa contra la homosexualidad, gracias a las satisfacciones homosexuales indirectas que procura por identificación con la pareja” (p. 127). Sus invenciones literarias, así como sus delirios de persecución, son el resultado de la pulsión homosexual: “Si su falo ha perdido sus características narcisistas mágicas, el sujeto es llevado a reconocer su deseo erótico por el padre y su pene, es decir, su necesidad de identificación con el portador del pene genital por introyección de sus atributos” (p. 129). La infructuosa tentativa de depositar sobre el padre la potencia fálica impide la sublimación de la pulsión homosexual, mientras que el Yo del sujeto sigue siendo objeto de una fuerte investidura narcisista, lo que lleva a una regresión: “La regresión llevará a la megalomanía, puesto que la investidura narcisista del Yo es la única salida para quien no ha podido proyectar su narcisismo sobre un objeto erigido como Ideal del Yo”.177 Así, la debilidad de la imagen paterna es el producto de una decadencia social no asumida por el padre, que propone a su hijo una figura de identificación contradictoria. Lo confronta con una exhortación paradójica, pidiéndole, por un lado, que sea como él, un amo y un aristócrata, cuando él mismo ya no lo es y, por otro lado, que escape al fracaso, pero rebajándolo al mismo tiempo, sometiéndolo, tratándolo como un empleado doméstico, pidiéndole que asuma tareas “serviles” (véase Le fils de la servante, p. 115 y ss.). De igual forma, el sadomasoquismo de Strindberg es la consecuencia de las relaciones de dominación/sumisión que atraviesa la pareja de sus padres en lo que se refiere a sus respectivas posiciones de clase: la madre sirvienta, dominada, es amenazante porque es la causa de la caída del padre, de la invalidación del Amo, sin dejar de ser una mujer sumisa; el padre, que representa la autoridad, el poder social y familiar, es de hecho una víctima, sin dejar de ser el guardián de la ley, aquel que juzga, fija lo prohibido y distribuye los castigos. La megalomanía y el complejo de superioridad son las consecuencias de situaciones de humillación que lo llevan a desarrollar un complejo de inferioridad. 177 Pour une psychanalyse de l’art et de la créativité, op. cit., p. 114.

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En su autobiografía, Strindberg muestra claramente la importancia de las situaciones de humillación en la génesis de su delirio de persecución. Narra, en particular, cómo en el gimnasio (el equivalente de la secundaria), se veía expuesto a los sarcasmos y burlas de sus compañeros por su pobreza y, en su familia, su éxito escolar lleva a su padre y a sus hermanos a rebajarlo: “Creció teniendo que ponerse ropa que no era de su talle. Los compañeros empezaron a bromear sobre sus pantalones demasiado cortos. Sus camisas ya no le llegaban hasta el codo... es por eso que en gimnasia se quedaba con el saco puesto”, lo que le valía el reproche de sus profesores y su rechazo; “Ahora conocía las humillaciones. La pobreza, impuesta por maldad como humillación, y no por necesidad. Se quejaba ante sus hermanos, pero estos le decían que no había que ser orgulloso. El abismo ya se había abierto, creando entre ellos una cultura diferente” (p. 114). Vemos aquí de qué modo la humillación social conduce al encierro sobre sí mismo y al sentimiento de ser expuesto a la maldad. La revalorización narcisista que el niño busca en un logro escolar se enfrenta a la invalidación de su padre y de sus hermanos, que lo perciben como una voluntad de su parte de rebajarlos. Tanto en la escuela como en su familia, su búsqueda de reconocimiento y de amor es rechazada. El sentimiento de ser perseguido se desarrolla entonces como reacción al rechazo del que es objeto: es más desgastante ser constantemente desvalorizado que ser perseguido. La humillación de no ser objeto de amor se transforma en resentimiento contra quienes lo rechazan y de quienes se vuelve víctima: “Ahora él odia a sus perseguidores y ellos lo odian”. La humillación y la invalidación son, en este caso, el producto de rivalidades afectivas y sociales. En ese juego de rivalidades, Strindberg se ve constantemente confrontado con identificaciones contradictorias, que reactualizan permanentemente las contradicciones del proyecto parental. Incapaz de situarse entre la clase superior y la clase inferior, los amos y los esclavos, los dominantes y los dominados, los alumnos del gimnasio y sus hermanos, los verdugos y las víctimas, entra en un proceso de división y de desdoblamiento del cual su producción teatral será una de las expresiones. Coincidimos aquí con la tesis de Guy Vogelweith, que ve en el trabajo de escritura el medio para Strindberg de proyectarse en un escenario imaginario: “Es ahí, en ese espacio mental, que irá viendo entre líneas surgir su doble (...) El doble del autor no es necesariamente

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una copia conforme de su yo (...) [sino] un proyecto de comportamiento destinado a resolver sus dificultades de orden psíquico (...) gracias a la proyección de ese otro sí mismo que es el doble, el autor puede confrontar su Yo con una imagen que fracciona sus diversas zonas”.178 Strindberg pondrá en escena esas distintas partes de sí mismo que están en conflicto unas con otras, respondiendo así al análisis de Freud cuando escribe sobre la paranoia que “fracciona el yo en varias personas extrañas entre ellas”.179 A través de todos esos personajes aparecen los componentes múltiples de la neurosis de Strindberg, entre los cuales los aspectos sociales están constantemente presentes.180

Novela familiar y neurosis de clase Ya en 1897, Freud menciona la trama de la novela familiar en una carta para Fliess. Pero es en 1909 que publica su artículo “Der Familienroman der Neurotiker” en un libro de Otto Rank.181 La novela familiar designa, para Freud, las fantasías mediante las cuales el sujeto modifica imaginariamente sus lazos con sus padres, imaginando, por ejemplo, que es un niño encontrado: “Para el pequeño niño, los padres son al principio la única autoridad y la fuente de toda creencia (...) el niño aprende poco a poco a conocer las categorías a las cuales pertenecen sus padres” (vemos aquí que Freud establece por sí mismo la relación entre la novela familiar y la confrontación del niño con la existencia de las clases sociales). “Conoce a otros padres, los compara con los propios y llega así a dudar de las cualidades únicas e incomparables que les había adjudicado. Pequeñas experiencias de su vida infantil, que despiertan en él un sentimiento de disconformidad, lo incitan a emprender la crítica de los padres y a aprovechar, en apoyo de esta actitud contra ellos, la ya adquirida noción de que otros padres son, en muchos sentidos, preferibles a los suyos. La sensación

178 Véase G. Vogelweith, Psychothéâtre de Strindberg, París, Klincksieck, 1972, p. 8. 179 Véase S. Freud, La naissance de la psychanalyse, traducción de A. Bermann, París, PUF, 1969, p. 270. 180 Véase en particular Mademoiselle Julie, París, l’Arche, 1957; traducción de Boris Vian. 181 Véase Otto Rank, Le mythe de la naissance de héros, París, Payot, 1983.

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de que su propio afecto no es plenamente retribuido se desahoga entonces en la idea… de ser un hijastro o un hijo adoptivo”.182 Entonces comienza la elaboración de narraciones más o menos extraordinarias y fabulosas, maravillosas o terroríficas, que el niño va a crear. Aun cuando el título del artículo de Freud parece limitar esta fantasía solamente a los neuróticos (sin precisar de hecho quién no lo es), su contenido permite afirmar que lo considera como una experiencia normal y universal de la vida infantil. “Inventarse historias” no es una actividad exclusiva de la primera infancia. Más allá de los escritores, que socializan la expresión de sus historias, cualquier individuo puede “hacer una novela” a propósito de lo que le sucede. Todas las historias que hemos utilizado (novelas, historias de vida, autobiografías) son medios similares para ilustrar la trayectoria psicosocial de un individuo y la forma en que se la representa. Realidad y/o fantasía llegan a condensarse como en el teatro. Estas reconstrucciones de historias individuales ilustran, cada una a su manera, combinaciones del amor y del poder, de las problemáticas sexuales y sociales, del deseo y de la ambición que intervienen en todo destino humano.183 La actividad que consiste en “hacer una novela” es definida por el diccionario Littré en estos términos: “[se trata] de conquistar el corazón de una persona de condición superior, como se ve en las novelas, ‘y’ de contar las cosas de un modo diferente del que ocurrieron”. Estos dos aspectos de la novela son analizados por Marthe Robert, quien subraya su función de historicidad. La novela no busca reproducir la realidad, sino “resumir la vida para recrear constantemente nuevas condiciones y redistribuir sus elementos”.184 La novela es un medio privilegiado para escapar de la reproducción, abrir un campo de posibilidades, reescribir su historia. Es un trabajo de 182 S. Freud, “Le roman familial des névrosés”, en Névrose, psychose et perversion, París, PUF, 1973. 183 S. Freud, ‘Les désirs qui donnent son impulsion au fantasme... sont soit des désirs ambitieux qui servent à exalter la personnalité, soit des désirs érotiques’, en “La création littéraire et le rêve éveillé”, texto de 1907, en Essais de psychanalyse appliquée, París, Gallimard, 1971, p. 73. 184 Véase Marthe Robert, Romans des origines et origines du roman, París, TEL Gallimard, 1977, p. 37.

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retoque que el autor opera, con el fin de soportar “lo que es” y de cambiar “lo que él es”. La novela familiar permite al niño soportar sus insatisfacciones y sus decepciones, en particular en la crisis edípica. En la realidad, no faltan ocasiones para sentirse decepcionado, humillado, rechazado, olvidado, a veces hasta abandonado. El niño debe compartir el amor de sus padres con sus hermanos y hermanas, confrontarse con las prohibiciones y los castigos, soportar las ausencias y las separaciones que le son impuestas, aceptar la imperfección, la mediocridad, la cotidianidad. Se da cuenta de que sus padres tienen problemas, dificultades que no saben resolver, que no son mejores ni peores que los demás. Renunciar a la imagen ideal de los padres todopoderosos, que aman totalmente a su hijo, implica una herida narcisista profunda. De entre todas las insatisfacciones y las decepciones que el niño debe soportar, conviene dar un lugar particular al descubrimiento de la diferenciación social y a la humillación que siente al descubrir que sus padres son seres más bien medianos, tal vez inferiores y que, en todo caso, existen otros mucho más favorecidos, más ricos, más poderosos y más hábiles. Este descubrimiento es una humillación inexplicable e inevitable: sus padres no son los mejores; existen muchos otros, de entre los cuales algunos son “superiores”. El imposible pero necesario reconocimiento de la diferenciación social va a llevar al niño a reescribir su historia para “explicar la inexplicable vergüenza de haber nacido en mal lugar, de verse desfavorecido, mal querido”. 185 A través de este medio, el niño encuentra la manera de quejarse de lo que no está bien, de consolarse por todas sus insatisfacciones y de vengarse de sus humillaciones, preservando sus relaciones con sus “verdaderos” padres. La ficción de la novela familiar permite conservar el cariño original del niño por sus padres. “La infidelidad y la ingratitud son solo aparentes, pues si se examina en detalle la más común de estas fantasías novelescas, es decir, la sustitución de ambos padres por personajes más encumbrados, se advertirá que todos estos nuevos padres más distinguidos están provistos de atributos derivados exclusivamente de recuerdos reales de los verdaderos 185 Marthe Robert, op. cit., p. 45.

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y humildes padres, de modo que en realidad el niño no elimina al padre, sino que lo exalta”.186 La novela permite al niño evitar la crítica de sus verdaderos padres, el enfrentamiento con ellos y, por el contrario, aceptarlos con gratitud por la atención con la que ellos se ocupan de ese niño que no es el suyo, por el trabajo que se toman cuando precisamente no son ricos ni poderosos. A fin de cuentas, esta consideración de lo cotidiano en la relación es lo que le da valor y permite “elevar” a ese padre y a esa madre imperfectos. La actividad fantasmática ayuda al niño a soportar la cotidianidad, es decir, las condiciones concretas de existencia a las cuales está obligado a adaptarse. A medida que el niño se encuentra confrontado con el tiempo presente, la novela familiar le permite revivir un tiempo feliz y pasado “donde su padre aparecía como el hombre más distinguido y más fuerte, su madre como la mujer más querida y más bella. Se aleja del padre tal como lo conoce ahora, para volverse hacia aquel en quien creyó, en los primeros años de su infancia, y esa fantasía, en realidad, no es sino la expresión de la añoranza de ese tiempo feliz”.187 La novela familiar se construye a menudo sobre el guión del bastardo cuya madre ha tenido una relación ilegítima con un padre prestigioso, un señor, un rey o un alto ejecutivo… El esposo de la madre no es entonces más que un “José”,188 retomando una expresión utilizada por A. Strindberg.189 De este modo, el niño novelista se atribuye un padre ideal de quien espera retomar todas las cualidades. Se ahorra el asesinato paterno suprimiéndolo del triángulo edípico, y vuelve disponible a su madre, convirtiéndose en el principal objeto de su atención. Se sirve así de la astucia para manejar sus deseos edípicos, permitiéndose una satisfacción fantasmática y sin tener que temer a los castigos que lo sancionarían si los llevara a cabo en la realidad. Otto Rank muestra que todos los héroes legendarios tienen un nacimiento oscuro, milagroso o anormal. Nunca son el fruto de una pareja parental legítima e instalada. La interpretación que propone es que un nacimiento por fuera de las leyes “naturales y sociales” de la procreación 186 Véase S. Freud, “Le roman familial du névrosé”, op. cit., p. 160. 187 Véase S. Freud, “Le roman familial du névrosé”, op. cit., p. 160. 188 En referencia al esposo de la Virgen María. (N. del T.). 189 Véase en particular en la obra Mademoiselle Julie, op. cit.

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permite compensar inconscientemente la inferioridad que imponen al niño humano su nacimiento prematuro y la larga dependencia que esto provoca. Imaginándose que viene de otra parte, el niño puede aliviar el peso de su contingencia histórica y entonces imaginar que es otro, distinto de lo que en verdad es. Junto a las problemáticas edípicas que un nacimiento mítico permite circunscribir, esa fantasía también da la posibilidad de soportar la contingencia social. La mayor parte de las interpretaciones psicoanalíticas olvidan que esas historias de hombres y mujeres, de madres e hijos, de padres e hijas son también historias de reyes y pastoras, de princesas y sirvientes, de príncipes y criadas. Más allá de la gestión de los deseos de incesto y de parricidio, la novela familiar permite superar las barreras sociales, corregir la realidad cotidiana con la introducción de un padre ideal, rico, poderoso, prestigioso, que le permite al niño elevarse. “La actividad fantasmática asume la tarea de deshacerse de los padres, en adelante menospreciados, y de sustituirlos por otros, en general de un rango social más elevado. En ese proceso se aprovecha la aparición fortuita de experiencias realmente vividas (en el campo, el encuentro con el dueño de un castillo o un gran hacendado; en la ciudad, con personajes principescos). Esas experiencias fortuitas despiertan los deseos del niño, que se expresan entonces en una fantasía en la que ambos padres se ven reemplazados por otros más distinguidos”.190 Corregir la realidad consiste en deshacerse de sus padres, del estatus social que define su identidad, para cambiar de vida. En este caso, cambiar de vida es volverse príncipe, dueño del castillo, noble o burgués, lo que tiene un significado psicológico, claramente demostrado por Freud, pero también un significado social. La fantasía de la novela familiar no sirve únicamente para manejar las relaciones afectivas entre el niño y sus padres. Si está en el centro de esa relación, es porque se trata también de una relación social. Esa es la razón por la que la novela va a escribirse de diferente manera según la posición de clase del padre y de la madre, y el tipo de conflicto que atraviese a la familia en sus relaciones con la sociedad. El deseo de corregir la realidad no será el mismo si los padres ocupan una posición privile190 Véase S. Freud, op. cit., p. 159.

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giada o si son oprimidos. Como dice también Freud, es probable que un niño cuya posición social es baja, al tomar conciencia de las diferencias de clase, imagine que su padre es noble, más de lo que lo haría un niño cuyo padre ya es noble. Si la novela familiar sirve para “corregir la realidad”, conviene considerar la realidad en la cual está el niño para comprender lo que desea corregir. Si bien las posiciones de clase determinan estructuralmente los intereses que los individuos defienden, podemos constatar que algunos tienen más interés en corregir la realidad y otros prefieren mantenerla tal como es. ¿Se puede considerar que la fantasía del niño pastor que imagina ser hijo del rey es homóloga a la fantasía del niño rey que sueña que es hijo del pastor? Existe aquí una diferencia de fondo, cuyas consecuencias psicológicas deben ser estudiadas. La novela familiar no puede entonces ser únicamente analizada como la actividad fantasmática de un sujeto en respuesta a conflictos intrapsíquicos. La integralidad de su sentido debe ser aprehendida en referencia a la historia del individuo y de su familia que lo producen. La novela permite al niño luchar de manera simultánea contra los sentimientos de culpa con los que sus deseos lo confrontan y soportar la humillación de ser un niño común con padres dominados socialmente. Es una respuesta al triple sentimiento de inferioridad (biológico, psicológico y social) que lo invade. Para el niño se trata de vivirse como niño encontrado, a quien un día se le revelará su verdadera familia para reubicarlo en su verdadero sitio y escapar así de su condición social. “El sueño de ser otra niña... El bar-almacén de mis padres seguramente no era verdadero. Una noche me iría a dormir y despertaría al borde de un camino, entraría en un castillo, una campana sonaría y yo diría ‘¡Hola papá!’ a un elegante señor servido por un mayordomo. No era posible que mi vida, en la calle de Clopart, no fuera el revés de alguna otra”.191 En el capítulo sobre el complejo de inferioridad hemos mencionado la función de la novela familiar que permite al niño corregir los efectos de la dominación social imaginándose que proviene de padres mucho más prestigiosos. 191 Véase Annie Ernaux, Les armoires vides, París, Gallimard, col. Folio, 1984, pág. 80.

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La cita de Stendhal en el epígrafe de este capítulo pone a la fantasía como un medio para aliviar la tensión entre la ambición de Julián Sorel, hijo de un pequeño artesano, y la culpa que siente, en particular frente a su padre. La novela familiar es un mecanismo de defensa de los niños para soportar su condición de clase dominada y redimir a los padres de su miseria. Aparece como contrapartida de la culpa que siente el niño llevado a odiar la miseria y, por ende, a sus padres, que son responsables de ella, y de la inferioridad que siente frente a los demás, a los más favorecidos. La actividad fantasmática le permite, por un lado, revalorizarse en su narcisismo, construyendo una imagen ideal de sus padres y, por el otro, absolver a los padres de su falta, ligada a las humillaciones de las que son objeto por parte de los dominantes. Hemos encontrado esta fantasía en todos los sujetos confrontados con un cambio de posición social y, especialmente, en las personas originarias de un medio popular que están en fuerte promoción social. Estas situaciones se caracterizan por un conflicto entre: UÊ



por un lado, el deseo de ser hijo de un noble o de un rey, que entra en resonancia con el deseo de los padres de que sus hijos tengan el éxito social que ellos mismos no pudieron tener; por el otro, el hecho de que el niño asume el deseo de luchar contra los reyes y los nobles que explotan a sus verdaderos padres.

El niño debe entonces, al mismo tiempo, convertirse en noble y destruir a todos los nobles, convertirse en burgués y luchar contra la burguesía. Es una contradicción difícil de resolver: se siente culpable de ese deseo de promoción social, cuya realización es asimilada a una traición a sus orígenes, a una ruptura de solidaridad frente a su clase. Se siente presionado para realizar ese deseo que sigue siendo un medio privilegiado para tomar revancha por sus padres y su grupo de origen, una manera de pagar la deuda contraída con ellos. La sociología, el psicoanálisis y más ampliamente la intelectualidad de izquierda son tierras de asilo para estos desarraigados. Se trata de lograr una promoción social manteniendo un profundo desprecio por el dinero, un odio a la burguesía y al poder dominante, consolidando al mismo tiempo su capital cultural e ideológico.

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Escribir es un medio para resolver esta contradicción. Otros encuentran una salida compensando su éxito social con una militancia simultánea en el Partido Comunista: “En los ritos del Partido Comunista, el aspecto familiar está fuertemente marcado. No en el estatus o el discurso oficial, sino en los hábitos de vida y las costumbres, y es lógico: los militantes encuentran allí la culminación de una novela familiar inconsciente”.192 Dos casos ilustran lo que señala Catherine Clément: el de Gerard Bellouin, autor de Nuestros sueños camaradas, y el de Régine Robin, autora de El caballo blanco de Lenin. Comencemos por Régine Robin: “… toda su historia es la de la integración de una joven judía polaca a la alta intelectualidad francesa. Integración que logra perfectamente: un cargo en la enseñanza superior, libros cultos y hasta psicoanálisis. Pero integración culpable, como siempre que el éxito viene a coronar una negación de los orígenes (el subrayado es nuestro), ya que así es como lo vive el inconsciente familiar. Cuando a través de la memoria reencontrada, controlada, revive la leyenda de ese padre que había visto el caballo mítico en el que Lenin hacía piruetas, el éxito aparece como una traición. La adhesión (al Partido Comunista) compensa la traición y confiere una pertenencia de tipo particular: entre excluidos de la sociedad nos parecemos, nos unimos”. Encontramos el mismo tipo de síndrome en el libro de Gérard Bellouin: “Inscripto a muy temprana edad al Partido Comunista, a los 14 años, Bellouin se vuelve funcionario del partido, adquiere allí una cultura propia a todos los funcionarios y termina también escribiendo libros... La culpa es la misma, hecha de admiración y de vergüenza inconsciente. La afiliación, que constituye en él una segunda familia, reforzó y anuló la exclusión original”. Y Catherine Clément concluye, sobre este tema que ella conoce bien debido a su propia trayectoria: “Todos aquellos que se afilian ocultan, enterradas en lo más profundo de su novela familiar, la huella de la exclusión y las promesas de ese acercamiento imaginario en donde, teóricamente, todas las diferencias de clase se anulan desde el instante en que se admite la supremacía política de la clase más desfavorecida. Conscientemente, esto se expresa a menudo en palabras simples: el rechazo de la injusticia. Inconscientemente, esa injusticia está de algún modo 192 Véase C. Clément, “Les effets politiques du divan”, Pouvoirs, 1979, nº 11, p. 85.

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profundamente inscripta en la historia familiar, y en el desbordamiento que haya podido emprender el individuo para superarla”. Podríamos multiplicar los ejemplos en los que la novela trata de reparar los conflictos ligados a un cambio de clase. Tanto la actividad fantasmática de la novela familiar como la actividad socializada de la novela autobiográfica, que efectúan, cada una a su manera, una reescritura de la historia del sujeto, son un medio para reafirmar una fidelidad a los orígenes y conjurar la culpa, dando testimonio de las humillaciones, la invalidación, la dominación y, en sentido contrario, del coraje, el valor y la grandeza de quienes son su objeto.

7

U

Disociación del Yo y desdoblamiento U

“Ya no soy del medio de mis orígenes, pero tampoco soy del medio en el que estoy”. C. Duval

Génesis social del desdoblamiento La neurosis de clase se caracteriza por la internalización conflictiva de referencias que vienen de universos sociales diferentes. En los casos presentados hemos mostrado que el desdoblamiento era una reacción del Yo que trataba de hacer coexistir identificaciones, ideales y habitus contradictorios. Al no poder elegir entre unos y otros, hay que internalizar unos y otros. Cuando esos distintos elementos son antagónicos, el Yo, que no logra encontrar una mediación para soportar la división que lo atraviesa, efectúa un desdoblamiento, como si se constituyeran dos identidades ajenas una de la otra. Los testimonios que describen este fenómeno son muchos. Así, por ejemplo, August Strindberg, en el prólogo de La señorita Julia presenta a Jean, que lleva el mismo nombre que él se puso en su autobiografía: “Es hijo de un jornalero. Ha hecho de sí mismo un futuro señor. Tuvo facilidad para aprender, tiene sentidos muy desarrollados (olfato, gusto, vista) y un sentido de la belleza. Ya se ha elevado más alto que su condición y ya es lo suficientemente fuerte como para servirse de los otros sin sufrir por ello. Ya es ajeno a

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lo que lo rodea, que es un medio que desprecia como algo superado; le teme y le huye, pues allí conocen sus secretos, prevén sus intenciones, ven con envidia su ascenso y esperan con satisfacción su caída. Eso explica su doble carácter, indeciso, dudando entre la simpatía por lo elevado y el odio hacia quienes todavía, en ese momento, están por encima de él”.193 En su estudio sobre los maestros de origen campesino, F. Muel-Dreyfus cita el caso de Louis Caubet que escribe: “… sufro de esta aptitud mía para desdoblarme, para asomarme constantemente sobre mí mismo para observarme vivir (…). En lugar de mirar a la multitud sin mezclarme con ella, en lugar de despegarme de ella, tendría que sumergirme allí y vivir la vida”.194 Francine Muel-Dreyfus interpreta ese desdoblamiento como la consecuencia de la oposición entre el modo de vida y los habitus del mundo campesino (valores “viriles” basados en el esfuerzo físico, la acción, la fuerza, etc.) y el modo de vida y los habitus del mundo de los maestros (valores más bien “femeninos”, apoyados en el mundo de los libros, de lo mental, de la reflexión, etc.): “La especificidad de este tipo de aprendizaje campesino explica la fuerza del corte que surge al entablar una carrera de docente o de funcionario: no se puede estar a la vez en ese universo y fuera de él; se está completamente adentro o completamente afuera y, de cierto modo, tanto más afuera cuanto que, a diferencia de quienes se fascinan por el exotismo rural, se sabe, a ciencia cierta, de qué se trata. Las ‘cualidades’ del campesino y las ‘cualidades’ del maestro no son de la misma naturaleza (p. 111)”. Como estos universos son contradictorios en muchos aspectos, el individuo se siente atravesado por un doble sentimiento de pertenencia frente al cual la escritura efectúa una mediación. Si bien el desdoblamiento es un proceso psicológico que caracteriza un conflicto interno del individuo, es el producto de una situación social. En razón de que el individuo se ve confrontado con la coexistencia de dos grupos sociales diferentes y opuestos, y que de cierto modo “pertenece” a ambos, termina estando dividido. Roger Bastide constata el mismo fenómeno con respecto a la migración: “A medida que el migrante se adapta a su nuevo medio es remoldea-

193 Véase A. Strindberg, “Prólogo” a Mademoiselle Julie, traducción de B. Vian, L’Arche, París, 1957, p. 13 (prólogo traducido por C. G. Bjurstrom). 194 L. Caubet, “Fragment d’un journal intime”, La veillée, suplemento de los Annales, junio 1905, pp. 143-144, citado por F. Muel-Dreyfus, op. cit., p. 97.

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do por este, pero ello no implica que se destruya su antigua educación. Su Yo se divide entonces en dos. Dos hombres habitan dentro de él y luchan en lo más profundo de su ser”.195 Para R. Bastide, el momento que es importante captar para entender el origen de los trastornos mentales en las personas trasplantadas es el momento de la internalización del conflicto: cuando las contradicciones entre las dos culturas no se viven externamente sino como algo interno: “… entre dos yoes, igualmente ‘míos’ y sin embargo contradictorios… entre el hombre antiguo y el hombre que nace”. Una expresión que se usa en Malí describe muy bien las contradicciones propias de los individuos divididos entre dos culturas. Designa a los negros que, por su comportamiento, han sobreinvestido el modo de vida, los habitus y los modelos de los blancos: se los llama los “toubab-fin”. “Toubab” quiere decir blanco (de raza blanca) y “fin” significa negro (color negro).196 Richard Hoggart ha analizado estos procesos en los jóvenes en promoción procedentes de medios pobres. A propósito de los becarios y los autodidactas, muestra las consecuencias psicológicas de ese corte social, su arraigo en la infancia y en la adolescencia, y sus efectos en toda la vida posterior. Dicho corte produce un desdoblamiento, tanto por la adopción de dos lenguajes diferentes (el de la escuela y el de su casa) como por la obediencia “a dos códigos culturales”.197 El proceso de desdoblamiento conduce al niño y luego al adolescente a replegarse sobre sí mismo, tanto en su hogar como en el grupo de jóvenes de su edad. En la escuela, su origen social le confiere un estatus particular. En su hogar, su estatus de “intelectual” lo lleva a leer libros que los demás no comprenden, a interesarse por temas que no comparten y tal vez, sobre todo, a pesar suyo, a devolverles una imagen que invalida a quienes no acceden a esa cultura. Aunque no haya rechazo hay, de una parte y de otra, una separación, separación producida por la distancia social que “divide” a quien quiere pertenecer a dos universos sociales ajenos uno del otro.

195 Véase R. Bastide, Sociologie des maladies mentales, París, Flammarion, 1977, p. 212. 196 Véase H. Dapiedad, “L’émergence des régimes militaires en Áfrique”, Thèse de 3ème cycle, Université París IX Dauphine, 1979, p. 25. 197 R. Hoggart, La culture du pauvre, estudio sobre el estilo de vida de las clases populares en Inglaterra, presentación de J. C. Passeron, París, Ed. de Minuit, Le sens commun, 1970.

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En el prólogo de Aden Arabie, Sartre describe a Nizan en estos términos: “… la contradicción se ha instalado bajo su techo…”, por las diferencias de trayectoria entre su padre y su madre: “… el conflicto mudo de una vieja burguesa y un obrero renegado, Nizan lo interiorizó desde su más tierna infancia y lo convirtió en el basamento futuro de su persona”.198 Al escribir A. Bloyé, la historia de su padre, Nizan explora la división que lo atraviesa, división entre el mundo hacia el que lo llevan sus estudios y el mundo en el que han vivido sus padres desde la juventud: “Siente un comienzo de separación. Ya no es exactamente de su sangre ni de su condición, ya sufre como un adiós, como una infidelidad sin retorno”.199 Coexisten dentro de él varios personajes: el jefe que tiene que mandar y hacer trabajar a los ferroviarios; el propietario rural que hubiese podido ser, en tanto hijo de campesinos, y que no había muerto completamente en él; el obrero de quien se siente solidario frente “a los insultos que las damas distinguidas dirigían al pueblo”. Pero esa coexistencia no está exenta de roces. Con ocasión de una huelga, A. Bloyé da consejos para quebrar sin violencia la oposición de los obreros: “Soy mi propio enemigo, piensa entonces”. De allí el comentario de P. Nizan: “… ¿qué hombre puede vencer su división? No podrá hacerlo solo, pues las causas de su división no están dentro de él”. El tema de la división interna y del desdoblamiento es un leitmotiv de la neurosis de clase. A. Ernaux: “Doble… los dos mundos uno al lado del otro… la escuela y la casa… llevo dentro de mí dos lenguajes”. El padre enojado reprende al hijo: “… ¡conjuga los verbos!”, mientras que la madre grita: “… ¡el maldito animal se zampó de nuevo el queso de los clientes!”. G. Gailloux: “Tenía el culo entre dos sillas… y al mismo tiempo me sentía culpable”. C. Duval: “Ya no soy del medio de mis orígenes, pero tampoco soy del medio en el que estoy ahora”. El desplazamiento social provoca un corte, primero entre el sujeto y su medio de origen, y luego dentro de sí mismo, entre la parte de sí mismo que sigue estando vinculada a su posición inicial y la parte de sí

198 Véase Paul Nizan, Aden Arabie, París, PCM/Editions La Découverte, 1984; prólogo de Jean-Paul Sartre, p. 26. 199 Véase P. Nizan, Antoine Bloyé, París, Grasset, 1933. Editions Livre de Poche, París, 1971.

La neurosis de clase U 225

mismo que internaliza el lenguaje, los habitus, el código cultural de su nuevo grupo de pertenencia. Al corte entre dos universos sociales ajenos uno del otro se corresponde una división que atraviesa al individuo. Desplazamiento social y producción del desdoblamiento

Clases dominadas

Clases dominantes Dominación / invalidación / rechazo

Sumisión y/o admiración y/u oposición

G2

G1

Grupo de origen de pertenencia posición heredada

Nuevo grupo de pertenencia posición adquirida o esperada

1

INDIVIDUO

6

Fidelidad, solidaridad y culpa

Aislamiento Desdoblamiento

Asimilación/Integración

Apego

Adquis ición d e los hábitu s nuev os

Rechazo

5

Idealización/Identificación

nosotros”

Odio y sentimiento de inferioridad

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Orgullo y admiración

desidealización

Rechazo “Ya no eres como

Apego

4 Corte desprecio e invalidación

Corte 2 3

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Comentarios 1) El desdoblamiento, como sentimiento internalizado de estar cortado en dos, de un Yo dividido en dos partes antagónicas, de una coexistencia dentro de sí mismo de dos universos separados, es el efecto de la confrontación entre dos grupos sociales en la historia del individuo. Un grupo de origen (G1) que marca la posición heredada y del que se han incorporado los habitus en la primera infancia. Y un nuevo grupo (G2) al que se aspira a pertenecer, del cual se adquieren los habitus a lo largo de su desarrollo y que simboliza su posición esperada y/o adquirida. Las relaciones entre esos dos grupos sociales se caracterizan por relaciones de dominación/sumisión que los oponen uno al otro, relaciones signadas por la invalidación (de G2 con respecto a G1) y la ambivalencia (de G1 con respecto a G2). El individuo se siente a la vez vinculado y ajeno a ambos grupos. 2) Frente a su grupo original de pertenencia, el corte proviene del grupo, que tiende a rechazar a quien se vuelve diferente a medida que va incorporando los habitus de los dominantes y que, por su “éxito”, les devuelve una imagen desvalorizada y negativa de sí mismos. El corte proviene, asimismo, del individuo, que necesita despegarse de su grupo de origen para asimilarse al otro grupo. Esta separación lo lleva a efectuar un trabajo de desidentificación y desidealización con respecto a las figuras parentales, los valores y los modelos del grupo. En la medida en que los procesos de identificación e idealización son soportes activos de la relación amorosa, la separación acarrea un desamor que se desarrolla aún más cuando el individuo siente que es rechazado. 3) Este proceso de des-vinculación choca con el vínculo afectivo que, a pesar de todo, sigue existiendo en ambas partes. El rechazo del grupo sólo es parcial en la medida en que el individuo es objeto de orgullo y admiración por sus logros, logros que compensan la invalidación y el desprecio sentidos. Su éxito repercute sobre todos y demuestra que ellos son tan “valerosos” como cualquiera. Asimismo, la separación del individuo también es parcial. Sigue vinculado por sentimientos de fidelidad a sus orígenes y de solidaridad con respecto a su clase. Por otra parte, se siente culpable de tomar distancia frente a sus ascendientes, a quienes les debe el haberlo criado (es decir, haberse ocupado de él) y haber contribuido así a que se elevara (en la escala social).

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4)

5)

6)

Frente a su nuevo grupo de pertenencia, el corte viene del grupo que reproduce frente al individuo el desprecio y la invalidación que tiene por los grupos dominados. El individuo confrontado con la humillación y la dominación reacciona con odio y desarrolla un complejo de inferioridad. Separado, estigmatizado, tiende entonces a aislarse, replegarse sobre sí mismo, dividido entre su deseo de asimilación y el rechazo del que es objeto. Pero al mismo tiempo trata de reducir la distancia social, de atenuar los efectos del corte asimilando el lenguaje, los habitus, los valores y todos los signos de pertenencia a ese nuevo grupo. Elegirá allí sus nuevos objetos de identificación e idealización. Cuando la distancia se atenúe, se desarrollarán entonces procesos de integración, ya que los grupos dominantes suelen tener, por lo general, una estrategia de asimilación de las élites provenientes de los grupos dominados. La intensidad del deseo de asimilación será proporcional al hecho de que los grupos dominantes sean portadores de la cultura legítima, gocen de la fascinación que opera el poder y sus habitus sean socialmente valorizados. En este caso, el individuo se halla una vez más en contradicción, entre su deseo de asimilación y el rechazo del que es objeto, entre su aspiración a integrarse al grupo y el odio que le profesa. Frente a estas contradicciones, al sentimiento de ser un extraño en todas partes (“Ya no soy de G1” - “No soy de G2”), frente a este conflicto de pertenencia, el individuo reacciona mediante el aislamiento, la búsqueda de grupos intermedios y el desdoblamiento.

La ausencia de capital cultural y de capital social en la herencia lleva al niño a arreglárselas solo desde muy pequeño para “salir de su situación”. No es casual que los casos que ilustran la neurosis de clase sean a menudo hijos únicos o hijos que se encuentran aislados de la fratría. 200 En la escuela, el niño reacciona ante la diferenciación social mediante una posición distanciada. La diferencia provoca separación y desapego con respecto a sus padres y a los compañeros del grupo original,

200 Es la razón por la cual no hay neurosis de clase cuando el conjunto de la fratría está en trayectoria promocional. Cuando el conflicto es vivido por todo el grupo familiar hay menos probabilidades de que provoque una neurosis individual.

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pero también una distancia frente a quienes pertenecen al nuevo medio al que accede. Es un doble movimiento de alejamiento, tanto por parte de quienes, intencionalmente o no, tienden a rechazar a quien les parece diferente, como por parte del sujeto mismo que se siente incómodo, humillado, invalidado, y reacciona aislándose, conservando distancias. Evita todas las situaciones que puedan llegar a “ponerlo de nuevo en su lugar”, es decir, devolverlo a su origen social, como si se tratara de una tara o de un pecado. De allí surge el frecuente sentimiento de que solamente puede salir adelante por sus propios medios: “Pensaba que ningún ser humano lo necesitaba… estaba separado por un espacio helado, impenetrable, su mirada no se encontraba con ninguna otra mirada” (A. Bloyé). Las “barreras” sociales se transforman, entonces, en barreras psicológicas. El sujeto solo logra superar los conflictos que implica el desplazamiento “atrincherándose” dentro de sí mismo. El repliegue sobre sí mismo es un medio de protección. La distancia social produce distancia afectiva y torna problemática toda relación de amor. “No entendía; sentía que la gente me quería pero que al mismo tiempo me rechazaba… ¡he sufrido tanto por eso!; ya no formaba parte de su mundo y tenía que encontrar otra gente. Pero al mismo tiempo me sentía incómodo en otros medios” (G. Gailloux). Para tratar de escapar del aislamiento, el sujeto empieza a buscar grupos intermedios entre su grupo de origen y su nuevo grupo de pertenencia. Busca de ese modo un medio para manejar su doble condición de ajeno, su sentimiento de ilegitimidad, su permanente impresión de no estar en el lugar que le corresponde. La Escuela Normal para C. Duval, el Partido Comunista para G. Gailloux, el medio del teatro para A. Strindberg, la universidad para A. Ernaux, el ámbito de la educación nacional y el trabajo social para muchos otros, son espacios que facilitan la transición, que aportan seguridad en un momento en que las referencias originales son cuestionadas. Brindan los medios para una reestructuración frente a la desestructuración provocada por el desplazamiento. Más allá de su heterogeneidad aparente, estos lugares tienen características en común para los individuos que cambian de posición social:

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Son organizaciones que, en sus objetivos y por su funcionamiento, están en relación con los distintos grupos sociales con los cuales estos sujetos se ven confrontados. Por medio de la acción política, educativa, social o cultural, ellas mismas están situadas en las relaciones de clases. Reúnen a gente que tiene trayectorias sociales homólogas, que pasó por conflictos similares y que está allí por razones conexas. Permiten que cada uno “socialice” las relaciones ambivalentes que mantiene con los distintos grupos sociales que ha atravesado. Ya lo hemos constatado para el caso de los maestros de origen rural, para los educadores especializados, para militantes del Partido Comunista, etc. Por último, son organizaciones estructurantes, que distribuyen a los individuos lugares precisos, según criterios internos que no están únicamente vinculados a los mecanismos sociales de selección y distribución. Permiten que cada uno se ubique con respecto a referencias que son diferentes de las del grupo de origen o las de las clases dominantes. Brindan un marco formal que puede ser investido como soporte de la identidad cuando esta es socialmente incierta.

Las reacciones de aislamiento y la búsqueda de organizaciones intermediarias no logran evitar, sin embargo, el desdoblamiento internalizado como un medio para el individuo de conservar relaciones con su grupo de origen y mantener, al mismo tiempo, relaciones con los nuevos grupos de pertenencia a los que trata de acceder. Esquemáticamente, se trata de hacer que coexistan el Yo G1 y el Yo G2, y la división actúa como mecanismo de defensa contra las tensiones internas que genera esa coexistencia, como medio para conciliar los distintos aspectos contradictorios que atraviesan al individuo.

Discusión sobre El doble de Dostoievski Freud define la división del Yo como “el hecho de que una persona pueda adoptar, con respecto a un comportamiento dado, dos actitudes psíqui-

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cas diferentes, opuestas, e independientes una de otra”.201 Agrega que ese hecho es característico de las neurosis y que ese proceso de división tiene una doble génesis: “… el Yo infantil, bajo la influencia del mundo real, se deshace de las exigencias pulsionales reprobadas mediante el procedimiento de la represión. Agreguemos (…) que el Yo, durante ese mismo período de la vida, a menudo se ve obligado a luchar contra algunas pretensiones del mundo externo que le resultan penosas y, en ese caso, se sirve del procedimiento de la negación para suprimir las percepciones que le dan a ver esas exigencias (…) El rechazo siempre es acompañado por una aceptación; se instauran dos actitudes opuestas, independientes una de la otra, lo cual va a culminar en una división del Yo”. 202 La división puede provenir, entonces, de un conflicto entre el Yo y el Ello (“la exigencia pulsional del interior”), o bien de un conflicto entre el Yo y el mundo exterior. Es decir, de un conflicto entre las instancias del aparato psíquico, o bien de un conflicto intrasimétrico (en el Yo) producido por la realidad externa. Esta distinción es importante, en la medida en que sirve de base a una discusión sobre la importancia respectiva de los factores sexuales y de los factores sociales en el fenómeno del desdoblamiento, discusión que ya hemos iniciado a propósito de A. Strindberg. Tenemos otro ejemplo en las respectivas interpretaciones que brindan André Green e Yves Barel del libro de Dostoievski El doble.203 En esta obra, Dostoievski narra la historia de M. Goliadkin, “concejal titular”, es decir, el tipo convencional del funcionario medio, que se siente perseguido: “Tengo malvados enemigos que han jurado mi perdición” (p. 44). Desea casarse con Clara Olsufievna, hija de Olsufii Ivanonovich, a quien él considera como su protector y benefactor. Pero otro hombre se hace depositario de los favores de la joven y Goliadkin es echado de la casa de la muchacha después de haber intentado forzar su puerta. En ese momento, aparece su doble, que representa lo que Goliad-

201 S. Freud, Abregé de psychanalyse, traducción de Anne Berman, París, PUF, 1967, 5ta edición, p. 82. 202 S. Freud, op. cit., p. 82. 203 Dostoievski, El doble, prólogo de André Green, trad. de A. Aucouturier, París, Gallimard, Folio, 1984; Yves Barel, La société du vide, París, Seuil, París, 1984, pp. 248 y ss.

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kin no quiere ser (embaucador, charlatán, conspirador, hipócrita y mentiroso), pero que triunfa allí donde él mismo fracasa, particularmente en ganarse la simpatía de sus superiores jerárquicos y de la familia de su ex protector. Cuanto más rechazado se encuentra Goliadkin (lo despiden de su trabajo, sus colegas le retiran el saludo, su criado lo abandona…), más su doble aparece como alguien que logra obtener la amistad de quienes lo rechazan y, al mismo tiempo, como el instigador principal de su caída, hasta llegar a organizar la última escena que conduce a Goliadkin al asilo psiquiátrico en presencia de sus “enemigos”. Este “caso”, que resumimos aquí muy sucintamente, es objeto de una interpretación de inspiración psicoanalítica por parte de André Green, a la cual Yves Barel opone una lectura “sociológica”. El debate se centra en la importancia recíproca de la génesis sexual y/o de la génesis social del desdoblamiento de Goliadkin y de su paranoia. Aunque Dostoievski insistía en “la importancia social” de su protagonista, que él describe escribiendo: “Nunca he lanzado en literatura nada más serio que esta idea”, 204 A. Green piensa que “el doble es otra cosa” (Prólogo, p. 8). Para él, lo esencial no es la crítica social que se percibe a través de la paranoia de Goliadkin, sino el desarrollo de un delirio de persecución descrito “con una precisión y una intuición que van mucho más allá de las habituales en los psiquiatras de su época” (p. 10). A. Green subraya: “Sin duda alguna, hay más verdad en este Doble que en los tratados de psiquiatría de la época. Es cierto que Dostoievski no sabe lo que hace, puesto que cree haber hecho una obra ‘social’… ¿Pero se trata de eso?” (p. 14). A. Green retiene la ambición social de Goliadkin: ahorrar dinero para casarse con la hija de su jefe e integrarse a la “buena sociedad”. “Ese es el deseo inconsciente. Lo que lo lleva a fracasar es que Goliadkin no puede asumirlo”, y agrega: “… en su carruaje alquilado parece Pulgarcito, que se calza las botas de siete leguas, pero le quedan grandes” (p. 16). En otras palabras, si fracasa es porque “no está a la altura”. Pero ese aspecto A. Green no lo considera como importante: lo esencial es el deseo inconsciente. El fracaso proviene de la culpa frente a la “homosexualidad que está actuando, salvajemente negada” (p. 17). El 204 Carta de Dostoievski a su hermano Michel, 1854, en Récits chroniques et polémiques, Pléiade, NRF, p. 1664.

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“verdadero” deseo de Goliadkin es “hacer triunfar a su rival” (p. 18), y “el triunfo sádico” del doble se regocija con el “cumplimiento del deseo masoquista” de Goliadkin (p. 19). No desarrollaremos aquí el fino análisis de A. Green sobre el “caso” Goliadkin y los vínculos entre el libro y la vida de Dostoievski. Retendremos, en cambio, la problemática teórica que fundamenta su lectura, y que toma prestada de S. Freud. “La etiología sexual no es para nada evidente en la paranoia; por el contrario, los rasgos salientes de su causalidad son la humillación, los desaires sociales, particularmente en el hombre. Pero si miramos un poco más en profundidad, vemos entonces que el factor afectivo en estas heridas sociales se debe al papel que juegan en ellas los componentes homosexuales de la vida afectiva”. 205 La etiología sexual es presentada, por lo tanto, como el elemento explicativo determinante del comportamiento de Goliadkin, en la medida en que estaría buscando en la paranoia defenderse de la “sexualización de las investiduras instintivas sociales”.206 Su búsqueda y su alienación no son interpretadas como una problemática del desfase entre su posición objetiva y sus aspiraciones sociales, sino como la expresión de una homosexualidad reprimida: “Alienado por su imagen especular, esta le devuelve lo que está ‘prescrito’ dentro de él: su inmensa necesidad de amor pasivo frente a otro hombre”. 207 El doble sería menos la imagen de aquello en lo que desearía convertirse y no puede que la imagen del objeto amado, amor prohibido que conduce a Goliadkin a ser humillado y castigado por instigación de ese mismo doble. La humillación no es, en este caso, una consecuencia de las relaciones de fuerza entre grupos sociales dentro de un juego social de exclusión y dominación, sino la consecuencia de una situación provocada por Goliadkin, por instigación de su doble, para castigarse por haber tratado de transgredir una prohibición y satisfacer un deseo reprimido. La homosexualidad es el elemento activo “de las heridas sociales” y André Green agrega en una nota (p. 17): “En la paranoia, la homosexualidad 205 S. Freud, Cinq psychanalyses, París, PUF, 1967, p. 305. 206 S. Freud, op. cit., p. 307. 207 A. Green, op. cit., p. 18.

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pierde una parte de las adquisiciones obtenidas gracias a la sublimación. Sexualiza pues nuevamente las relaciones sociales desexualizadas. Esta observación permite tender un puente entre la interpretación psicoanalítica y la interpretación sociopolítica del Doble”. De este modo, tiende a generalizar el fundamento homosexual de las relaciones sociales y da a entender que estas pueden estar determinadas por otras lógicas de funcionamiento que autorizan, por ende, otras lecturas e interpretaciones. Yves Barel, en “el vacío social”, propone un enfoque sensiblemente distinto del de A. Green: “Sin subestimar la importancia de la descripción ‘clínica’ de un caso de doble mental, pareciera ser que la puesta en escena que elige Dostoievski es profundamente social y que ese aspecto social mismo juega un papel en la lógica de la intriga. Goliadkin es un funcionario medio 208 (demasiado pequeño para realizar su ambición, demasiado pequeño para estar a resguardo de la ambición), alguien casi insignificante, cuyo estado de ánimo es presentado del siguiente modo: es un hombre recto, claro, sin vueltas, sumergido en un mundo de intrigas, de superficialidades, y que le es hostil; en esas condiciones, no le corresponde rebajarse para seducir a ese mundo de maldad. Ese mundo es malo, por cierto, pero es muy difícil no caer en la vanidad social, y Goliadkin muestra ostentosamente a su sirviente, alquila un carruaje prestigioso, etc. En resumen: Goliadkin quiere elevarse, no sabe cómo hacerlo, sabe que no lo sabe, quiere ocultárselo a sí mismo y ocultarlo ante los demás, inventando historias sobre su diferencia radical con respecto a un mundo podrido, y oscila permanentemente entre un simulacro de aislamiento y una desesperada necesidad de reconocimiento social”.209 Para Yves Barel, la creación del Doble es una respuesta fantasmática a una situación de poder: Goliadkin no puede llegar a formar parte de la alta sociedad (es un rival “real”, Vladimir Siéminovich, quien avanza y es retenido como pretendiente para la hija de su superior jerárquico); se le hace sentir que su “posición” lo limita a aspirar a casarse únicamente con una “ex dueña de pensión”. De este modo, es “devuelto a sí mismo”, mientras que Dostoievski lo describe como un hombre que “querría esconderse de sí mismo”. Y en el momento mismo en que está pensando en el suicido es cuando aparece su Doble. 208 Subrayado en el texto. 209 Yves Barel, op. cit., p. 249.

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“Ser perseguido por su Doble es triunfar de todos modos, en una situación donde una verdadera victoria de sí mismo sobre sí mismo y de sí mismo sobre los demás aparece ya como irrisoriamente imposible” (p. 249). El doble es quien puede triunfar por procuración, quien obtiene los favores del poder y realiza con éxito todas las bajezas y las intrigas necesarias para satisfacer las aspiraciones sociales de Goliadkin. Este último puede entonces transformar su derrota, convirtiéndose en la víctima expiatoria de su doble triunfador. Esa imagen de sí mismo, que ama y detesta a la vez, la saca de sí mismo, puesto que él mismo no puede acceder a la posición que aquella abarca. “Finalmente, Goliadkin se desdobla porque es la única ‘solución’ que pudo encontrar para el imposible problema que consiste en alimentar una ambición social sin tener los medios para ello” (p. 251). Detrás de esa imposibilidad aparece la fragmentación social como el elemento determinante de los trastornos de Goliadkin: sociedad que pone en tensión, por un lado, “a individuos o grupos sociales y, por otro lado, los roles sociales a los cuales son confinados” (p. 249). De allí la conclusión de Yves Barel: “Admito –es demasiado obvio– que Goliadkin sea además un ‘caso’ psicológico, pero no veo en nombre de qué deberíamos dejar de lado todo el condicionamiento de su enfermedad mental... Es aconsejable entonces que la explicación psicológica deje el pequeño espacio que se merece al factor social” (p. 250). Estos dos análisis del fenómeno de desdoblamiento descrito por Dostoievski, a pesar de las precauciones que toman para establecer puentes o aceptar la coexistencia de diferentes interpretaciones, son radicalmente distintos: uno considera el desdoblamiento como el resultado de una homosexualidad reprimida, la paranoia como búsqueda de castigo y la humillación como expresión del sadomasoquismo. La situación social vivida no es más que la puesta en acto del “otro escenario”, el del inconsciente, en un registro sublimado. Lo determinante es la etiología sexual y los conflictos intrapsíquicos entre el Yo y las demás instancias del aparato psíquico. La otra lectura considera, en cambio, el desdoblamiento como la consecuencia de una situación social en la que un individuo desea convertirse en alguien que no es con respecto a la posición social que ocupa y a los roles que su estatus le confiere. Al no poder satisfacer sus ambiciones sociales, al no poder elaborar estrategias psicosociales que le per-

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mitan efectuar las mediaciones necesarias para afrontar los conflictos de pertenencia a dos grupos sociales antagónicos, el individuo se desdobla, y el carácter patológico del desdoblamiento es interpretado como una de las formas de expresión de esa situación. El desdoblamiento es una respuesta a las contradicciones sociales: “Lo encontramos allí donde la práctica social se enfrenta con paradojas.” (Yves Barel, p. 251). Pero aunque las dos lecturas se opongan en cuanto a la génesis del proceso, ambas terminan coincidiendo sobre la puesta en evidencia del carácter dialéctico del desdoblamiento: la aparición del doble es una respuesta que produce el individuo frente a contradicciones que atraviesan su identidad. Para André Green, “cuando aparece el deseo de aniquilamiento, en el momento en que el sujeto aspira a cero, es cuando se efectúa el desdoblamiento salvador: se convierte en dos... Pero, en otros momentos, el doble no logra mantener, mediante la creación de una imagen especular, la cohesión amenazada del Yo. El doble se multiplica en una infinidad de figuras. Es la fragmentación y es todo el carácter ilusorio del concepto de identidad, amenazados al mismo tiempo por la tentación de la nada y por el infinito de la fragmentación. El doble afirma de este modo nuestro destino de ser dividido, entre la imagen que quisiéramos tener de nosotros mismos y la imagen que nos devuelve nuestro alter ego desconocido” (p. 24). Detrás de ese “alter ego desconocido”, el sociólogo reconoce la presencia de la multiplicidad de las prácticas sociales que influencian los deseos de manera de ser y los habitus a partir de los cuales el individuo trata de situarse y constituirse. Para Yves Barel, el desdoblamiento social aparece allí donde las contradicciones sociales funcionan como paradojas: “En el fondo existe una raíz común a las paradojas individuales y a las paradojas sociales: es lo que podríamos llamar la aporía de la identidad, individual o social. Dicha aporía consiste en que un sujeto no puede sentir que existe sin admitir o crear al mismo tiempo un corte entre sí mismo y el mundo y negar ese corte, reconstituyendo una especie de estado fusional y planteando que su identidad le viene de los otros” (p. 252). Detrás de esta aporía de la identidad, el psicoanalista reconoce la presencia del inconsciente, el carácter fundamentalmente contradictorio de la psiquis, la ilusión de la búsqueda de unicidad, la presencia del de-

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seo de fusión en lo colectivo, la dialéctica entre la singularidad del sujeto y la presencia de los demás dentro de sí mismo. Se trata de dos análisis inconciliables del desdoblamiento que desembocan en la constatación de la fragmentación, del carácter ilusorio de la unicidad del sujeto y en el carácter dialéctico de la búsqueda existencial. Se mantiene un desacuerdo en cuanto a la primacía de los deseos inconscientes o de las situaciones sociales en la explicación de las conductas humanas. Para el psicoanálisis, el corte fundamental se ubica en la base del aparato psíquico: la existencia, dentro de un mismo sujeto, de “dos actitudes psíquicas diferentes, opuestas e independientes entre sí” (S. Freud) está en el principio mismo del psicoanálisis. Pero Freud no ubica esa división solamente entre instancias psíquicas. También pone de manifiesto otro proceso con respecto al modelo de la represión, la escisión del Yo (Ichspaltung), cuya particularidad “es no culminar con el establecimiento de un compromiso entre las dos actitudes presentes, sino mantenerlas simultáneamente sin que se instaure entre ellas una relación dialéctica” (Vocabulaire de la psychanalyse, p. 70). La división resulta entonces de un conflicto. Pero, tal como lo indican Laplanche y Pontalis, “aunque la noción tenga un valor descriptivo, no tiene en sí misma ningún valor explicativo. Por el contrario, plantea la siguiente pregunta: ¿por qué y de qué manera el sujeto se separó de ese modo de una parte de sus representaciones?”. La explicación se buscará entonces en la relación entre el Yo sujeto y el inconsciente. Desde un punto de vista sociológico, la respuesta se buscará en la relación del sujeto con el mundo exterior: los cortes, las paradojas, las contradicciones que atraviesan el campo social (ya sea diacrónica o sincrónicamente), es lo que lleva a los individuos a afrontar situaciones conflictivas frente a las que reaccionan hasta lo más profundo de sí mismos. El corte entre los grupos sociales, el desfase entre los individuos tal como son producidos socialmente y los roles sociales que se les proponen, las rupturas sociales que conducen a la producción de inadaptaciones de todo tipo, enfrentan a los individuos a contradicciones frente a las cuales el Yo trata de efectuar mediaciones. La escisión, de la cual el desdoblamiento es la máxima expresión, se manifiesta en respuestas de repliegue cuando la mediación no se produce: los dos aspectos antagó-

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nicos coexisten, sin que se establezca entre ellos una relación dialéctica. Goliadkin es, al mismo tiempo, un pequeño funcionario miserable y replegado sobre sí mismo, que no llega a la altura de sus ambiciones, y un conspirador brillante y eficaz que logra “hacerse un lugar”. La paranoia viene a cubrir la distancia entre esos dos personajes: el fracaso y la frustración de uno de ellos se vuelve consecuencia de las maniobras y logros del otro. La lucha social en donde el protagonista es perdedor se desplaza hacia el interior en un delirio entre esas dos partes de sí mismo que no puede conciliar. La homosexualidad también puede ser interpretada como la expresión de ese deseo, de alianza y de fusión, de la búsqueda de unificación entre lo que es y lo que querría ser. Queda claro, entonces, el interés de una interpretación multipolar del desdoblamiento como fenómeno coproducido por problemáticas inconscientes (en las cuales las tensiones entre el deseo y la prohibición son esenciales) y problemáticas sociales (en las que los conflictos de poder y la competencia en torno a los lugares a ocupar son determinantes). Estas distintas problemáticas pueden ser analizadas con lecturas yuxtapuestas, en la medida en que las teorías de referencia que las apoyan tienen cada una su lógica propia y su coherencia interna. Pero, por esa misma razón, tienden a excluir de la explicación todos los factores que no se someten a su lógica y su coherencia. La yuxtaposición es insuficiente para entender una realidad en la que el síntoma es el resultado de una combinación de factores de distintos órdenes que interactúan. Así pues, el fenómeno del desdoblamiento en la neurosis de clase no es ni simplemente el reflejo en lo psíquico de las contradicciones sociales, ni la consecuencia única de los conflictos intrapsíquicos. Lo que lo provoca es la combinación de elementos inconscientes y elementos sociales. Las relaciones de sostén entre, por un lado, conflictos intrapsíquicos y, por otro lado, conflictos entre grupos sociales, y el hecho de que esos conflictos de distinta naturaleza se encuentren vinculados en la historia de un individuo, es lo que provoca el desdoblamiento.

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Elecciones y soportes metodológicos U

“Necesitamos lo que nos ayuda a pensarnos por nosotros mismos: un método. Necesitamos un método de conocimiento que traduzca la complejidad de lo real, reconozca la existencia de los seres, acerque el misterio de las cosas”. E. Morin

Los seminarios “Novela familiar y trayectoria social” Nuestro interés por la neurosis de clase surgió de los seminarios que hemos concebido y elaborado con M. Bonetti y J. Fraisse sobre el tema “Novela familiar y trayectoria social”. Estos seminarios atraen a personas que, por su historia, no encuentran ni en la psicología, ni el psicoanálisis, ni en la sociología explicaciones suficientes para entender su propia trayectoria y los conflictos que se les plantean. La mayoría de ellas están en “desplazamiento” y se ven atravesadas por contradicciones múltiples. Para algunas, esas contradicciones forman un verdadero nudo mediante una intrincación permanente y compleja que justifica el término de neurosis. En el transcurso de esos seminarios, y con el apoyo de esas personas, hemos elaborado y convalidado en primer lugar nuestras hipótesis.

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La presentación del seminario es la siguiente:

Grupo de implicación e investigación Objetivos Se trata de explorar de qué modo y hasta qué punto la historia individual está socialmente determinada. Estos seminarios de implicación e investigación apuntan a permitir que los participantes se comprendan como el producto de una historia de la cual tratan de convertirse en sujeto, explorando los diferentes elementos de esa historia que contribuyeron a formar la personalidad. La historia personal es el producto de factores psicológicos, sociales, ideológicos y culturales, cuya interacción nos esforzamos por entender. El análisis se basa particularmente en: UÊ el análisis de la “genealogía familiar”, de la que depende la “herencia” afectiva, cultural, económica e ideológica que cada uno recibe y que condiciona la inserción social, UÊ la formación del “proyecto parental” (lo que mis padres deseaban para mí), sus contradicciones e incoherencias, UÊ la “novela familiar”, en tanto que cada sujeto realiza una reescritura de su historia buscando para ello elementos dentro de las “historias de familia”, con el propósito de pasar de la historia padecida a la historicidad, UÊ las “elecciones y las rupturas” de la existencia (elecciones profesionales, políticas, amorosas, rupturas familiares, ideológicas, etc.), con el fin de entender lo que las produjo y lo que reproducen, e identificar los elementos estructurantes de su vida social; la manera en que cada uno escribe la historia de su vida. Una exploración de esta índole debe permitir que cada uno comprenda mejor su historia para tener un mayor manejo de su devenir. Para los terapeutas, los psicólogos, los trabajadores sociales, los formadores y todos aquellos que están involucrados en un trabajo relacional, este seminario puede brindar algunas herramientas teóricas y metodológicas con el fin de identificar mejor lo que determina la historia y los mecanismos de cronicidad de las personas para las cuales trabajan.

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Coordinación Se utilizarán diferentes técnicas de expresión verbal y no verbal para permitir la producción de material sobre su propia historia (dibujos, árboles genealógicos, entrevistas, etc.). Dicho material servirá de soporte para el análisis en común de la novela familiar y de la trayectoria social de cada participante. Los coordinadores proponen una problemática de conjunto, métodos de trabajo y aportes teóricos articulados sobre el análisis colectivo del material producido. Estos grupos de trabajo tienen un doble objetivo: UÊ un objetivo de investigación que consiste en elaborar un método de investigación que permita articular el análisis de los factores sociológicos y psicológicos que condicionan las historias individuales; UÊ un objetivo de formación que propone a los participantes soportes para la reflexión que les permitan analizar su trayectoria social y las relaciones que mantienen con su historia. Estos dos objetivos son indisociables para nosotros, en la medida en que permiten dialectizar dos aspectos de los testimonios recolectados: un nivel descriptivo, expresión de lo que un individuo vivencia de su historia; un nivel analítico, que es una reflexión “coral” sobre esa vivencia, como dice la acertada expresión de M. Catani.210 Por reflexión “coral” debe entenderse el análisis que realizan en forma conjunta el sujeto y los investigadores –coordinadores y demás participantes– sobre cada una de las historias, análisis en el que se entremezclan elementos subjetivos, las resonancias generadas en los demás, informaciones objetivas e hipótesis interpretativas y/o explicativas. Esta modalidad de trabajo remite a ciertas elecciones metodológicas que conciernen, al mismo tiempo, la investigación propiamente dicha y la coordinación de grupos.

210 Véase M. Catani y S. Maze, Tante Suzanne, une histoire de vie sociale, París, Librairie des Méridiens, 1982.

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Las elecciones metodológicas Si bien los problemas de las relaciones del investigador con el objeto han sido ampliamente tratados, en particular en el campo de la psicosociología, es menos frecuente, en cambio, encontrar reflexiones sobre la implicación de las personas involucradas (“cobayos”) en el proceso mismo de la investigación. Esta reflexión no obedece solamente a razones deontológicas, sino que apunta a facilitar la participación de los sujetos en el análisis de su situación, a partir de un dispositivo que integra el trabajo cognitivo –comprensión de procesos, producción de hipótesis, análisis de los mecanismos, etc.– y el trabajo de implicación, donde entra en juego su historia personal, familiar y social. Un dispositivo de esta índole permite producir material y reflexionar sobre su tratamiento de manera simultánea. La calidad del material producido en forma colectiva depende del grado de implicación de cada participante, es decir, de su capacidad y de su deseo de ir “en busca del tiempo pasado”, para encontrarlo, expresarlo y analizarlo. Todo trabajo histórico consiste en producir un discurso que reconstruya lo que sucedió, al mismo tiempo que expresa la permanencia de la historia en el aquí y ahora. El dispositivo pedagógico se concibe de manera tal que favorezca el resurgimiento de esa historia: UÊ mediante el uso de soportes verbales y no verbales que propicien la exploración, la implicación y la expresión individual, UÊ mediante la fluidez de la palabra y de la comunicación de unos con respecto a otros, UÊ mediante la transversalidad del trabajo, que permite una profundización colectiva de las trayectorias individuales, desde el momento en que cada historia entra en resonancia con las demás historias. Paralelamente a estos resurgimientos de la historia, se efectúa un trabajo teórico que permite, más allá de las experiencias individuales, dar cuenta de los mecanismos intervinientes. El objetivo es producir grupalmente hipótesis explicativas, proponer una problemática que dé sentido y guíe la decodificación de los materiales presentados. Las hipótesis sirven, en primer lugar, como claves explicativas para entender tal

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fenómeno de tal persona en particular. Solo se convierten en hipótesis teóricas a partir del momento en que su pertinencia para una historia singular puede constatarse en las otras historias. Poco a poco, “lo personal” se va decantando y deja entrever el andamiaje teórico, una problemática que cobra sentido más acá de cada experiencia individual.

La trampa de lo vivido sin concepto y del concepto sin vida211 Nuestra metodología tiende a dialectizar la relación entre el análisis y la experiencia evitando dos errores: UÊ



uno consiste en sumergirse en lo vivido, en lo sentido, en la experiencia personal, como si esta pudiera encontrar su sentido en sí misma. Una conducta, una actitud, no tienen autonomía con relación a las condiciones que las producen, es decir, a los sistemas de relaciones dentro de los cuales se expresan. Pensar que el saber sobre el hombre puede ser infundido, surgir de su interior, de su vivencia, es caer en la ilusión empirista que busca el sentido de los actos en la conciencia del actor y que asimila lo real con la percepción subjetiva de la realidad. La inmersión en “lo vivido” permite producir las representaciones, es decir, la relación imaginaria que mantiene cada individuo con sus condiciones concretas de existencia. En consecuencia, el análisis de esas condiciones es indispensable para comprender “lo vivido” y es por ello que, para guiar ese análisis, la teoría resulta necesaria; el otro error consiste en sumergirse en lo teórico, en el saber “puro”, en las construcciones intelectuales. Esto significa caer en la ilusión positivista que reduce lo real al estudio de las determinaciones estadísticas, de las probabilidades y de las regularidades objetivas a las cuales obedecen las conductas humanas. Aunque la sociología consista en estudiar los fenómenos sociales como objetos, no por ello debe olvidar que la aprehensión subjetiva forma parte de los objetos a estudiar, que no se puede

211 Tomamos esta expresión de H. Lefebvre en La survie du capitalismo, París, Anthropos, 1973, p. 85.

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tener acceso a la realidad fuera de la experiencia concreta –aunque subjetiva– de un individuo concreto y que la prueba de lo social solo puede ser mental. El sentido y la función de un hecho humano se descubren en la confrontación entre la elaboración teórica y la experiencia vivida, entre la objetividad del análisis y la subjetividad de la conciencia individual.

Objetivación/subjetividad Nuestro objetivo metodológico consiste, entonces, en crear las condiciones de un doble movimiento de distanciamiento y de implicación en cada etapa del trabajo. El distanciamiento permite objetivar su propia historia, situándola en relación con la evolución de las relaciones sociales, relativizar su singularidad, identificando en qué aspectos la historia es el producto de evoluciones que atraviesan al conjunto de los miembros de una clase social, de una cultura, de una época y analizar, más allá de los sufrimientos, de las rupturas, de las emociones y de los conflictos, las contradicciones y los procesos que intervienen. Pero el trabajo no sería completo si esta objetivación no se arraigara en la experiencia subjetiva de cada uno, expresión de la singularidad individual, que la cuestiona, la convalida y/o la contradice, permitiendo una interacción constante y dialéctica entre objetividad y subjetividad, entre los fenómenos colectivos e individuales, entre lo social y lo psíquico. Al contar detalladamente una historia se produce su deconstrucción, a la cual corresponde una reconstrucción a partir de las hipótesis que identifican las distintas determinaciones sociohistóricas que han producido esa historia.

Pluridisciplinariedad y co-coordinación El dispositivo que implementamos apunta a analizar al individuo como producto de una historia de la que trata de convertirse en sujeto. Debe, pues, instalar una iteración permanente entre la experiencia y el análisis, entre la expresión de las representaciones y la objetivación de las situa-

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ciones, entre la dinámica del deseo individual y la puesta en evidencia de las determinaciones sociales. Este enfoque dialéctico solo es posible si estos distintos aspectos están presentes dentro del trabajo, provocando un movimiento en tensión: el avance sobre un aspecto es inmediatamente relativizado, criticado, cuestionado desde otras perspectivas. La irreductibilidad de los enfoques psicológicos y sociológicos, que no es más que la expresión de la imposibilidad de reducir lo psíquico a lo social o lo social a lo psíquico, debe estar presente en el trabajo como dentro de un motor de dos tiempos, que solo funciona gracias a su interacción dinámica.212 Para que ese movimiento sea posible, tiene que estar inscripto dentro del dispositivo mismo, a través de un enfoque pluridisciplinario activo y de un proceso de co-coordinación dinámica. La coordinación pluridisciplinaria requiere que cada coordinador tenga un arraigo dentro de ese movimiento dialéctico, cosa que ocurre cuando su trayectoria personal y teórica se ha visto atravesada por rupturas, cuestionamientos, reorganizaciones, transformaciones que lo han conducido a una reflexión epistemológica. Pero esa condición es insuficiente si el coordinador no es puesto en tensión entre sus distintos referentes teóricos por la dinámica del grupo y la situación de co-coordinación. En una situación pedagógica, el investigador-coordinador se ve más atraído por la tentación de apoyarse en sus certezas, que por profundizar en las tensiones. Delante del grupo, el coordinador es devuelto a la posición de quien “se supone que sabe”, se le pide que aporte un conocimiento elaborado, hipótesis bien construidas, explicaciones bien hechas… Esto puede producir un bloqueo de los procesos de exploración, una tendencia a encerrarse en síntesis cuya coherencia puede ocultar su carácter frágil o parcial. La co-coordinación es uno de los medios para instaurar esa tensión, siempre y cuando cumpla con dos condiciones: 1.

Los coordinadores deben estar de acuerdo en una problemática para que un trabajo en común sea posible. Pero este acuerdo solo debe

212 Véase V. de Gaulejac, “Irreductible social, Irreductible psychique”, Bulletin de psychologie, nº 360, mayo-junio 1983.

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ser parcial, para que pueda instaurarse una dinámica reflexiva y pedagógica: cada hipótesis debe someterse a discusión para probar su validez. En particular cuando se trata de comprender las determinaciones que estructuraron una trayectoria individual, es importante discutir la intervención y el peso respectivo de los diferentes factores (económicos, históricos, sociológicos, ideológicos, psicológicos) que pudieron intervenir. En la interacción de esos distintos factores es donde puede entenderse la dinámica de una trayectoria individual. Conviene entonces que la confrontación de hipótesis explicativas sea igualmente activa dentro del trabajo de grupo. Es aquí donde la formación de base de los coordinadores resulta importante. Nadie puede pretender al mismo tiempo situarse como economista, sociólogo, historiador y psicólogo, aun cuando haya recibido una formación en todos esos ámbitos. Solo puede plantearse un trabajo transdisciplinario dentro de una confrontación activa entre las disciplinas para cada coordinador y entre los coordinadores. 2. Esta dinámica entre la complementariedad y la oposición de los coordinadores permite que los participantes también se ubiquen en un estado de tensión reflexiva frente a los coordinadores y entre ellos mismos. Esto genera una zona de incertidumbre, de cuestionamiento, dentro de la cual ellos dejan de ser solamente el objeto del trabajo de grupo y los consumidores del saber de los coordinadores. Se sitúan entonces como sujeto de una investigación que concierne a cada uno personalmente –cuando se trata de explorar cada historia singular–, pero también a todos colectivamente, puesto que cada historia no es sino la expresión individualizada de una historia común. El espacio del seminario crea una estructura de participación en la que cada integrante es invitado a utilizar su experiencia individual para comprender mecanismos colectivos. Lo que se realiza en común es una búsqueda a la vez personal y teórica. El rol de los coordinadores es el de crear las condiciones para que este proceso sea posible. Una vez que está en marcha, todos participan. Las herramientas de análisis y los soportes de investigación se irán construyendo paulatinamente, en función de las direcciones de investigación que van surgiendo.

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Determinismo y libertad La puesta en tensión entre la vivencia y el análisis, entre el trabajo individual y el trabajo colectivo, entre los factores psicológicos y los sociológicos, tiene también otro efecto importante. Permite evitar dos obstáculos que surgen inevitablemente en un trabajo de este tipo: la ilusión de omnipotencia del sujeto y, su otra cara, que es la ilusión del determinismo absoluto. El psicologismo, que tiende a considerar que la persona humana es el motor de la historia, no tendría tanto éxito si no coincidiera con una fantasía profundamente arraigada en el inconsciente de todos. La fantasía de la omnipotencia, la concepción narcisista del sujeto, la visión etnocéntrica del mundo, la creencia en la capacidad ilimitada del hombre para realizarse independientemente de toda contingencia histórica y social, etc. Todos estos elementos psico-ideológicos se sostienen mutuamente y se reconfortan, generando resistencias importantes para la introducción de una comprensión sociohistórica. La introducción de una visión más sociológica de los destinos individuales pone en tela de juicio esa ilusión y culmina a menudo en una fase depresiva: “Me doy cuenta de hasta qué punto soy prisionero de mi historia, cómo me inscribo dentro de la reproducción. Hasta ahora creía que manejaba mi destino, que era actor. Ahora tomo conciencia de que no soy más que un actante”. En estos casos, la toma de conciencia de la existencia de determinismos desemboca en el sentimiento de que todo no es más que reproducción, que el individuo no es sino el producto de su historia y de sus condiciones concretas de existencia, que su deseo de ser sujeto no puede ser satisfecho más que en el registro de la fantasía, sin relación con una realidad que lo determina totalmente. El trabajo consiste, entonces, en aceptar la contradicción como elemento de su práctica existencial, en renunciar a la ilusión del sujeto libre que espera encontrar mediante un trabajo personal el medio para resolver todos sus problemas, pero en salir también de la ilusión de que la salvación podría provenir de un cambio de la sociedad que produciría inevitablemente un destino menos problemático. El hecho de analizar hasta qué punto el individuo está programado por su historia no cambia esa historia, pero sí modifica, en cambio, su relación con la historia. Al tomar en cuenta las dimensiones sociológicas e históricas de los desti-

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nos personales, del suyo y también de los de los demás, cada uno puede comprender de qué manera actuaron sobre él algunos factores, cómo contribuyeron a posicionarlo en su familia y en las relaciones sociales, y esto modifica profundamente su relación con esa “situación” y le permite comprender concretamente que la realidad es solo una de las formas de lo realizable, y que lo posible no se reduce a lo probable.

Terapia e investigación Un trabajo de esta naturaleza se ubica en la frontera entre la investigación y la terapia. La mayor parte de los ejercicios que proponemos apuntan a un trabajo de localización: ¿dónde estoy yo dentro del deseo de mis padres?, ¿dónde me encuentro dentro de la saga familiar?, ¿dónde me ubico en las diferentes corrientes ideológicas?, ¿dónde estoy dentro de la estructura social?, ¿dónde estoy dentro de la historia? Esta búsqueda de precisión concreta sobre las posiciones de cada uno permite evidenciar, al mismo tiempo, la identidad y la diversidad de las situaciones, poniendo en tela de juicio las fijaciones o las generalidades representativas abstractas dentro de las cuales el individuo tiene tendencia a encerrarse y protegerse. De este modo, percibe que él esta allí, y allí, y que en cada una de esas posiciones él es a la vez esto y aquello. En este sentido, se trata de un trabajo sobre los conflictos con los que se confrontan los individuos en su trayectoria y de un análisis de las contradicciones que los provocaron. Para emprender un proceso de este tipo es necesario que el participante esté en condiciones de afrontar una posición contradictoria, cosa que no ocurre en todos los casos. Algunos sujetos llegan a la terapia precisamente porque no pueden soportar la contradicción. Están tensos en el deseo de comprender lo que ocurre “dentro de Mí mismo” a partir de sus emociones, de su sufrimiento actual, del aquí y ahora de su vida cotidiana. La necesidad inmediata es liberarse de ese peso del que se sienten prisioneros, de ese pasado que los envenena. La idea de que el Yo es el producto de una historia no es entonces aceptable para ellos, porque el rechazo de la historia solo puede acarrear un rechazo del Yo, en un momento en que ese Yo es el único punto de arraigo dentro de la realidad, el único medio de acción para

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dominar lo que uno es. Situarse “dentro de Sí mismo” antes de posicionarse dentro de la historia y de las relaciones sociales es entonces, en tales casos, una cuestión de supervivencia para el individuo. Para que la persona acepte ver en qué aspectos su Yo es el resultado de factores sociohistóricos y para que pueda instaurarse una dialéctica entre la individualidad y la realidad exterior es necesario que tenga un sentimiento de un mínimo de autonomía del Yo. En el tratamiento psicoanalítico, la transferencia sirve de soporte a la relación terapéutica. En consecuencia, la historia del sujeto es constantemente reintroducida y reinterpretada en función de la relación de transferencia. En nuestros grupos, la relación con los coordinadores es un elemento entre otros dentro del marco de trabajo, en la medida en que cualquier situación de grupo produce fenómenos de proyección y de identificación. Dicha relación se considera entonces como un elemento de la realidad del grupo, pero no es objeto de un tratamiento específico. Es solo uno de los eslabones de la cadena que va de la vivencia actual a la historia personal y social del sujeto. Si bien nuestro trabajo genera significativas reorganizaciones en los participantes en cuanto a su forma de situarse, no tiene un propósito terapéutico, en el sentido de que trata de producir una comprensión intelectual de procesos sociopsicológicos y no de atender o brindar tratamiento a individuos cuyo malestar existencial es insoportable.

Los soportes metodológicos El trabajo de deconstrucción/reconstrucción de los relatos autobiográficos es facilitado mediante una alternancia entre fases de expresión verbal y la utilización de técnicas no verbales de exploración. Se trata de encontrar los soportes que permitan, al mismo tiempo, dilucidar procesos a través del análisis verbal y expresarlos de la manera más cercana a la que cada uno los siente. El uso de soportes no verbales (dibujos, dramatización, juego de roles, teatro, imágenes, disfraces, etc.) posibilita formas de expresión que no están sometidas a las mismas reglas que el lenguaje hablado. El análisis verbal es un acto a posteriori, que requiere la construcción y la definición de un objeto, tiende a racionalizar, es decir, a

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reconocer y a ordenar los fenómenos. Pero, al ordenarlos, oculta los que no han sido descifrados. La racionalización es entonces, simultáneamente, un instrumento de elucidación y un mecanismo de defensa. La expresión no verbal facilita el surgimiento del imaginario, de lo no explicado a priori, de las contradicciones vividas, de lo imprevisible. Permite producir material a partir de códigos diferentes del lenguaje hablado, frecuentemente menos manejados. Favorece el acceso a la representación de situaciones vividas que son reactualizadas en el aquí y ahora del grupo. La producción de material no verbal posibilita, asimismo, identificar las pistas que luego servirán de soporte para el análisis verbal. Este método permite, a la vez, favorecer la implicación, que pone en juego las técnicas de expresión libre y el distanciamiento. No es directamente sobre sí mismo que uno trabaja, sino que está analizando cierto material. Por ejemplo, trabajar a partir de un dibujo que representa el proyecto parental da la posibilidad de observar directamente la naturaleza de dicho proyecto, independientemente del discurso que el actor produzca sobre el dibujo. En el juego de las formas, de los símbolos utilizados, de los colores, aparece un conjunto de significados que el grupo puede captar directamente, independientemente de las racionalizaciones y las explicaciones propuestas por quien las dibujó. Este último se encuentra entonces distanciado de su proyecto parental, en una situación donde busca, al igual que los demás, comprender la problemática que está en juego. Empleamos cuatro soportes: la construcción de un árbol genealógico, UÊ un dibujo sobre el proyecto parental, UÊ un esquema de análisis de las trayectorias sociales, UÊ sociodramas que ponen en escena situaciones sociales. UÊ

El árbol genealógico213 La consigna que se propone a los miembros del grupo es que reconstituyan su genealogía en una hoja de papel grande, indicando para cada 213 Véase Jean Fraisse, ‘La généalogie’, en “Que faire des histories de famille?”, Le groupe familial nº 96, julio-agosto 1982.

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personaje el nombre, la profesión, el nivel cultural, el lugar geográfico, la fecha de nacimiento y de muerte. Por otra parte, se les pide que anoten las “señas particulares” que distinguen a tal o cual miembro de la familia que, en la novela familiar, hayan sido retenidos como ejemplares, tanto en sentido positivo (condecoraciones, cualidades particulares, cargos prestigiosos, etc.) como negativo (defectos, fracasos, síntomas, enfermedades, etc.). Se toman en cuenta las tres o cuatro últimas generaciones, alrededor de un siglo, lo que en general se corresponde con lo que subsiste de la memoria familiar. Cuando el autor puede ir más lejos, lo que ya es un signo característico del funcionamiento familiar, se le pide que indique los linajes de los que la familia conservó las huellas, ya sea en la novela familiar (lo que se cuenta) o bien en documentos, objetos, tierras, casas, etc. Una vez realizado, el árbol genealógico es expuesto. Quien lo dibujó hace un comentario al respecto y se efectúa luego un análisis colectivo, por parte de los coordinadores y del grupo de participantes. La genealogía proyectada de este modo permite identificar las características de la estructura familiar, los distintos componentes (económicos, sociales, culturales, ideológicos, psicológicos) de la herencia, pero también la relación que el heredero genealogista mantiene con su historia familiar. En este caso, el estudio de la forma (por ejemplo, el espacio que ocupa cada una de las ramas familiares en la hoja) es indisociable del estudio del fondo. El árbol es tan significativo por lo que muestra como por sus vacíos, sus ausencias, sus carencias. El olvido en el que cayó tal o cual personaje, o uno u otro linaje, es muy a menudo significativo de las problemáticas sociales que atraviesan a la familia: se retiene a quienes fueron “exitosos”, mientras que no se sabe mucho de quienes son considerados como en regresión. Algunas familias retienen los linajes maternos, mientras que otras solo prestan atención a los paternos. Por último, el árbol genealógico posibilita referir la novela familiar a ciertos indicadores que permiten objetivar las posiciones sociales de unos y otros, identificar el funcionamiento dominante de la estructura familiar y restituir los destinos individuales en la evolución socioeconómica global. La identificación de la clase social de los distintos individuos situada en la genealogía es un elemento determinante para entender las problemáticas del destino social y afectivo de cada uno. En particular, permite

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identificar los fenómenos de promoción, regresión, los casamientos desfavorables, los fenómenos de reproducción o desvío, el peso de las ideologías vinculadas a la pertenencia de clase, las estrategias individuales o colectivas de ubicación social, etc. La identificación del funcionamiento de la estructura familiar permite captar las tradiciones, las reglas, los habitus y la manera en que esos distintos elementos marcan las elecciones profesionales, afectivas, sexuales, ideológicas, culturales, etc., de cada uno de sus miembros. Se pueden, de esta manera, identificar las tradiciones profesionales, la estructura de los casamientos, la cantidad de hijos por pareja, las prácticas ideológicas. Por último, el árbol genealógico permite observar en qué aspectos los destinos individuales están condicionados por la historia familiar e influenciados por las mutaciones económicas, políticas y sociales. Se observa allí particularmente el paso de lo rural a lo urbano, que a menudo es acompañado por el paso de un estatus de trabajador independiente (artesano, agricultor, pequeño comerciante…) a un estatus de asalariado; la sensible baja de natalidad que aparece desde hace dos generaciones en el conjunto de las clases asalariadas que habitan en medio urbano; el aumento de las prácticas de convivencia sin matrimonio en los jóvenes; la elevación del nivel de estudios de la totalidad de las clases populares y medias; el desarrollo de las clases medias; el aumento de la esperanza de vida y la disminución de la mortalidad infantil; el desarrollo de la movilidad profesional y geográfica, etc. Nuestro enfoque de la genealogía difiere del que adopta el genograma utilizado en la terapia familiar.214 El objetivo del genograma no es recolectar informaciones objetivas sobre la estructura familiar, sino proyectar sobre una hoja la representación de la familia. Esa superficie proyectiva de las fantasías producidas sobre la estructura familiar es un medio para identificar los vínculos narcisistas y libidinales dentro de una familia: el genograma es “una representación del espacio interpsíquico familiar”. Permite al terapeuta entender la problemática edípica, los procesos de identificación, los mitos y los secretos de la historia familiar. 214 El genograma es utilizado en particular por Donald Bloch, director del Ackermann Institute de Nueva York, y en Francia por Evelyne Lemaire-Arnaud, que ha expuesto sus objetivos y método en dos artículos: “A propos d’une technique nouvelle, le génogramme”, Dialogue nº 70, 1980; “Utilité du génogramme pour la mise au tour des phénomènes transgénérationnels”, Dialogue nº 89, 1985.

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“El genograma es lo que queda cuando hemos olvidado todo del árbol genealógico”, escribe E. Lemaire-Arnaud. Esta definición muestra claramente la diferencia esencial entre el enfoque de los terapeutas familiares y el que nosotros practicamos. El genograma se utiliza como un medio de investigación psíquica que hace abstracción de la realidad sociohistórica. Lo esencial es el relato construido por el individuo y las fantasías que describe. Las identificaciones solo son entendidas desde su dimensión psicológica. Se trata de una perspectiva sustentada por una concepción del funcionamiento de la familia como producto de las interrelaciones entre sus miembros. La ausencia de referencias a las características sociales de los personajes y al análisis de la estructura familiar no permite al paciente establecer un vínculo entre dichas interacciones psíquicas y las interacciones psicosociales y/o sociales.

El dibujo sobre el proyecto parental Hemos definido el proyecto parental como un “modelo registrado” en cada niño. Es un modelo que está en la línea de cruce entre el narcisismo infantil y el imaginario parental. Su exploración requiere un soporte que deje un lugar importante al imaginario. La consigna propuesta al participante es que represente mediante un dibujo “¿En qué querían mis padres que yo me convirtiera?”. Se ponen a su disposición hojas de papel grandes, pinturas, pasteles, lápices de colores, etc. Lo que se intenta es facilitar la expresión gráfica recurriendo a la imaginación de los autores, que pueden jugar con las formas, los colores, la ocupación del espacio, los contrastes, lo figurativo y lo abstracto… El dibujo da la posibilidad de escapar a la racionalización a priori del lenguaje hablado, proponiendo una superficie de proyección y una técnica que permiten expresar directamente las condensaciones, los desplazamientos y las contradicciones conscientes e inconscientes que pueblan el imaginario. El dibujo obliga a no nombrar las cosas. Permite desarrollar una comunicación de tipo analógico, adecuada a la expresión del proyecto parental. La comunicación analógica “no posee discriminantes que indiquen de frente dos sentidos contradictorios, que hay que entender;

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tampoco tiene indicios que permitan distinguir el pasado, el presente y el futuro. Por el contrario, existen discriminantes e indicios en la comunicación digital; lo que le falta a esta última, es un vocabulario adaptado a los avatares de la relación”.215 Así pues, el dibujo permite expresar al mismo tiempo las contradicciones del proyecto parental, los “avatares” de la relación que el autor tiene con ese proyecto, la aceptación y el rechazo de sus diversos aspectos, la permanencia de ese proyecto en él, etc. La comunicación a través del dibujo expresa directamente la relación entre el autor y su representación. Al igual que en el trabajo del sueño, lo manifiesto y lo latente se mezclan constantemente. La ausencia de destreza técnica de los participantes, frente a una técnica que no manejan, favorece la expresión de la representación que ellos se hacen de lo que sus padres deseaban en cuanto a su futuro. En ese deseo de los padres se mezclan los mandatos precisos, los deseos formulados o disimulados, deseos no satisfechos, esperanzas y decepciones, exigencias contradictorias, afectos y prácticas, toda una serie de elementos dispares más o menos coherentes. El dibujo brinda la posibilidad de mostrar ese carácter heterogéneo e irracional del proyecto. El dibujo no tiene por objeto ser sometido a una interpretación. Es utilizado como una superficie de proyección del proyecto parental, cuyo sentido se elabora a posteriori. En tanto elemento de representación, es una imagen que el participante da de sí mismo, a partir de la cual se realizará un trabajo. Trabajo de grupo que, en un primer momento, devuelve esa imagen al autor indicándole lo que allí ve cada uno. Esta fase es importante porque posibilita que cada uno tome distancia con respecto a su representación. Permite, asimismo, expresar las emociones, los sentimientos, los interrogantes que el dibujo produce en los demás, sabiendo que esos distintos elementos expresan la mayoría de las veces, con gran fidelidad, la relación que el autor mantiene con su proyecto parental. En una segunda instancia, el autor pone palabras sobre lo que ha querido expresar, luego reacciona a los comentarios y a la imagen que el grupo le devolvió. Comienza entonces el análisis propiamente dicho del 215 Véase P. Watzlawick, J. Helmick Beavin y D. Jackson, Une logique de la communication, París, Editions du Seuil, 1972, p. 63.

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proyecto parental, de la combinación entre sus aspectos afectivos, relacionales, ideológicos y sociales, de los mandatos y de las contradicciones que encierra y de la manera en que el participante se inscribe dentro, se opone y se desplaza con respecto a él.

El análisis de las trayectorias El trabajo sobre la genealogía y el proyecto parental permite obtener precisiones sobre la génesis socioafectiva del individuo, es decir, el conjunto de los componentes de la identidad heredada. El análisis de las trayectorias debe permitir entender el recorrido entre la posición inicial y la posición adquirida. Para efectuar dicho análisis proponemos a los participantes una grilla que pone en perspectiva: UÊ UÊ UÊ

las características de las distintas posiciones ocupadas a partir de indicadores socioprofesionales, los principales acontecimientos personales y familiares que tuvieron influencia en su trayectoria, los acontecimientos históricos y los cambios sociales que modificaron el curso de su trayectoria.

Luego de una charla sobre el esquema propuesto, cada participante es invitado a “interpretar” el soporte para adaptarlo a una descripción de su propia trayectoria. Se le pide, en particular, que destaque las secuencias de su historia de vida que le parezcan más significativas y que investigue las rupturas, las “elecciones”, el paso entre cada una de esas secuencias. Una vez que el soporte está constituido, cada participante presenta su trayectoria que es objeto de una doble exploración: UÊ UÊ

identificación de la dinámica singular de la historia, con referencia al discurso que el sujeto produce sobre su propia vida, identificación de la dinámica social, de la cual esa historia es una expresión, con referencia al contexto sociohistórico en el cual se inscribe.

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Una trayectoria se analiza simultáneamente en la diacronía y en la sincronía. Cada posición es resultante del trayecto anterior y del contexto personal, familiar y social que ofrece las oportunidades y determina las transformaciones necesarias o posibles. Las trayectorias se inscriben dentro de una historia que canaliza su sentido mediante las potencialidades que brinda y las rupturas que provoca. Las trayectorias describen la historia de las distintas posiciones ocupadas, es decir, de las orientaciones tomadas en cada momento por el individuo-actor, que se determina frente a esas potencialidades y rupturas. El análisis consiste en identificar los momentos clave de la inscripción social de la identidad y los elementos que intervienen en cada uno de esos momentos, para explicitar la relación del individuo con las situaciones encontradas (p. …, Esquema de análisis de una trayectoria social).

Los sociodramas El sociodrama es una técnica intermedia entre el juego de roles, el psicodrama y el teatro-foro.216 Consiste en crear un espacio escénico en donde el grupo va a experimentar situaciones sociales concretas, a partir de un guión básico construido ya sea en función de escenas evocadas en el grupo, o bien propuestas por los coordinadores. Describimos a continuación tres ejemplos. 1. Escena del barco: Y la nave va Los participantes parten en un crucero en barco. Son invitados a tomar su pasaje en primera clase, en segunda o en clase “económica”, según su origen social. Se organiza el espacio de manera tal que a esas tres clases les correspondan lugares bien diferenciados. Tras la partida, el barco sufre una avería y la tripulación (interpretada por los coordinadores) abandona el navío. A partir de ese momento, comienza una improvisación colectiva que pone de manifiesto los comportamientos dominantes de los tres grupos iniciales.

216 Técnica elaborada por Augusto Boal y el Teatro del Oprimido.

INDIVIDUO

Génesis: identificación de la herencia transmitida

Trayectoria escolar

Transición entre la infancia y la edad adulta

Posición de fijación

Posición adquirida identificación de la herencia a transmitir

Trayectoria socioprofesional

Posición final

CONTEXTO SOCIO HISTÓRICO Identificación de los acontecimientos históricos y de los cambios sociales que influenciaron o modificaron la trayectoria

Genealogía

Posición inicial

ESQUEMA

Posición heredada

CONTEXTO PERSONAL Y FAMILIAR Identificación de los acontecimientos personales y familiares que influenciaron o modificaron la trayectoria

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DE ANÁLISIS DE UNA TRAYECTORIA SOCIAL

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El grupo de la primera clase se refugia en un etnocentrismo suntuoso recreando la situación de los pasajeros del Titanic, tal como se la ha descrito en varias películas; un director de orquesta organiza un party que pretende ser, al mismo tiempo, heroico e irrisorio. Se reúnen en un salón donde intercambian diálogos mundanos, comentando la agitación que reina en las otras clases. El grupo de la segunda clase es más indeciso. Se siente dividido entre la fascinación ante el espectáculo mundano de la primera clase, que algunos envidian, y el espectáculo activo de la clase económica, frente a quienes conservan cierta distancia. En un primer momento predomina un sentimiento de incertidumbre, antes de que la dinámica colectiva lleve al grupo a explotar y sus participantes se unan a los otros grupos. El grupo de la “clase económica” se caracteriza por su activismo: rebelión, división, reagrupamiento, manifestaciones, gritos, agitación, movimiento, hasta el momento en que tres líderes lo llevan a la sala de máquinas para poner nuevamente el barco en funcionamiento y conducirlo a puerto. Un cuarto grupo reúne a los aislados, marginales con respecto a su grupo de pertenencia original, lo que les permite pasar de uno a otro grupo sin integrarse nunca verdaderamente. Podríamos pensar que esta descripción es una caricatura y está fuertemente influenciada por representaciones inducidas en el seminario. En realidad, esta improvisación ha sorprendido tanto a los coordinadores como a los participantes por la extraordinaria vivacidad de las imágenes, los comportamientos y los habitus internalizados en función del origen social. Cada uno se mostraba de algún modo “más auténtico de lo que es” y las diferencias sociales, fuertemente eufemizadas hasta ese momento, se expresaban a través del sociodrama: la condescendencia de las primeras clases frente a las demás; la dificultad de ubicarse para las segundas; la rebelión y el respeto de las clases económicas frente a las primeras, su intento de liberación al hacerse cargo de las máquinas y la actividad manual, a lo que respondía la indiferencia y el desprecio de los demás por esas tareas materiales… Sin que la consigna se haya hecho explícita al comienzo, la situación permitía a cada uno poner en escena la manera en que había sido confrontado con la existencia de las clases sociales, a partir de su posición inicial. Además de la articulación entre lo individual y lo colectivo, el sociodrama había puesto en evidencia las oposiciones entre el hacer y el hablar, entre las posiciones de autoridad y las de ejecutante, entre la sumisión y

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la rebelión, la aceptación pasiva y la movilización activa, la integración y el aislamiento, los celos y la envidia, la superioridad y la humillación, etc. Estas diferentes posiciones se habían manifestado entre los grupos, pero también en las situaciones individuales. El análisis de las relaciones entre la manera en que cada uno se había ubicado en el sociodrama y la trayectoria social le permitía reactualizar los conflictos encontrados y entender el vínculo entre la dinámica conflictiva de las relaciones sociales y las contradicciones vividas. 2. Escena de la comida en familia Se trata de explorar concretamente la noción de incorporación de los habitus a partir de una puesta en escena de una comida en familia. La comida ilustra la función de la herencia como conjunto de prácticas sociales, ideológicas, comportamentales, que forma una estructura de disposiciones y predisposiciones distintas según los grupos sociales. Cada participante es invitado a poner en escena un almuerzo o una cena de su infancia. Él interpreta su propio papel y los demás miembros del grupo encarnan a los demás comensales presentes en esa comida: padres, abuelos, hermanos y hermanas, etc. Debe prestarse una atención particular al decorado y al espacio, en particular al corte entre la cocina y el comedor, que sitúa el lugar de los hombres y de las mujeres, de los amos y de los sirvientes; lo mismo para el lugar que cada uno ocupa en la mesa, quién se ocupa de servir, la circulación de la palabra durante la comida, la presencia o ausencia de una radio o de la televisión, etc. En este caso no se trata de construir un guión particular, sino de representar la “banalidad” de la vida cotidiana durante la infancia. Una representación de esta índole permite entender mejor: UÊ UÊ

UÊ UÊ UÊ

el reparto de los roles masculinos y femeninos a través de las tareas domésticas, los habitus relacionados con la etiqueta o, para algunos, el aprendizaje de los “buenos modales” a partir de la manera de comportarse en la mesa, el funcionamiento íntimo del grupo familiar, el estatus y el lugar de cada uno, las distancias entre el estatus de la comida en las distintas familias de clase, etc.

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Veamos un caso que ilustra el interés de este enfoque. Georgette, hija de campesinos, ha logrado, con la ayuda de un maestro, realizar estudios de enfermería y luego de trabajadora social, a pesar de la reticencia de sus padres que deseaban que se quedara en la granja. Georgette se casa con un hijo de campesinos que es ingeniero electrónico. Trayectorias similares de uno y otro lado, marcadas por una fuerte promoción, pero vivida por Georgette con dificultad, pues ella siente muy intensamente las contradicciones entre su modelo cultural de origen y el modelo cultural de su nueva clase de pertenencia. La puesta en escena de la comida familiar le permitirá trabajar sobre ese conflicto. En las primeras épocas de su matrimonio, la pareja no se atrevía a recibir amigos porque ni uno ni el otro sabían lo que “había que hacer”. La humillación de no poder afrontar el desconocimiento de los habitus de una comida burguesa generaba en ella una fuerte impresión, que hasta ese momento nunca se había atrevido a expresar. El trabajo sociodramático le ofreció la oportunidad de representar su malestar, de compartirlo con otros, de tomar distancia con respecto a la situación, relativizar lo que ella vivía como una incapacidad internalizada. La representación de sí mismo en una situación lúdica permite ese trabajo de des-vinculación entre la investidura afectiva y la situación social. Una variante de este sociodrama es la “comida mundana”. En ese caso, la situación propuesta es una comida real a partir de la cual se va a desarrollar una improvisación colectiva. Cada uno es invitado a jugar el papel correspondiente a la posición social que debería ocupar si la distribución antroponímica fuera un proceso mecánico. Se organizan tres mesas, la “mesa burguesa”, la “mesa de las clases medias” y la “mesa humilde”. Para la mesa burguesa hay un “servicio”. A partir de ese esquema, el sociodrama prosigue a lo largo de toda la comida, que no es simulada, integrando las actividades de despejar las mesas, lavar los platos y ordenar. En la explotación, el análisis se enfoca en la manera en que cada uno ocupó y vivió “su lugar”, las diferencias entre cada mesa en cuanto a la relación con el servicio, el reparto de las tareas domésticas entre los grupos, entre los hombres y las mujeres, etc. Se observa la facilidad con la que algunos se ubican (estar cómodo en su posición) y la dificultad de otros para encontrar su lugar y ocuparlo. Este tipo de situación permite identificar experimentalmente, aun cuando en un principio no se trate más que de una caricatura, cierto

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número de problemáticas esenciales de las relaciones sociales, la manera en que cada uno participa de ellas, tomar conciencia según los casos de las frustraciones y humillaciones vividas, de la culpa o de la conciencia limpia y más generalmente, de la manera de “estar allí” o “ser de allí”. 3. Escena del baile de disfraces Se trata de un trabajo a partir de la noción de proyecto parental. Los participantes son invitados a disfrazarse partiendo de la consigna “¿En qué querían mis padres que me convirtiera?”. Se organiza entonces una fiesta. Cada uno se presenta al llegar. Luego sigue una improvisación de escenas donde los participantes tratan de establecer relaciones unos con otros. Según las situaciones y las características de los participantes, la “fiesta” puede evolucionar hacia un cocktail, un baile popular, una gran velada, u otra cosa, lo que ocurre por lo general en los grupos socialmente heterogéneos, donde se percibe que no existe ningún modelo que permita a varias clases sociales pasar una velada juntas. La paradoja estriba entonces en que el fracaso aparente del baile de disfraces (cuando no pasa nada a nivel colectivo) suele ser una condición necesaria para el éxito del sociodrama: el juego no logra superar la realidad social. Una puesta en escena demasiado lograda, en el transcurso de la cual todos participan de manera activa y lúdica, puede tener por efecto ocultar los conflictos sociales que por este medio tratamos de captar. Si el teatro y el juego se convierten en un fin en sí mismos por la atracción que generan, pueden hacer olvidar lo que representan. La situación sociodramática, como soporte de concretización, de puesta en escena y de proyección, permite hablar de lo que no vemos y ver aquello de lo que no hablamos. Amplía así el registro individual y colectivo de la expresión y reproduce en el espacio del seminario situaciones sociales que, como el teatro, son un medio de acceso a lo real.

U

Por una sociología clínica U

“Sin duda, nada es tan cautivante como avanzar por caminos poco andados, abrir rutas en las fronteras indecisas entre dos ciencias, la psiquiatría y la sociología; por ese sendero, hasta los errores son valiosos. Pues cada error es la promesa de una conquista. Solo nos perdemos para encontrar tierras que aún no han sido visitadas”. R. Bastide

El estudio de las trayectorias sociales complejas y de la neurosis de clase nos ha llevado a recorrer un campo multidisciplinario entre la sociología de la reproducción y el psicoanálisis, incursionando también en el terreno de la historia, la etnología, la psicosociología, la fenomenología y la economía. Los destinos individuales se inscriben dentro de un movimiento producido por las interferencias entre la lógica de la distribución antroponímica, que tiende a repartir a los individuos en la estructura social según un orden jerárquico estable, y la lógica de la historicidad, que introduce una separación entre el orden estructurado de los lugares y los actores sociales. En un plano más existencial, este movimiento dialéctico se efectúa entre una lógica de programación, que lleva al individuo a conformarse con lo que hereda, y una lógica del deseo y de la transgresión, que lo empuja a construirse en la diferencia, a ir en búsqueda de otros modelos, distintos de los que depositaron en él, a inventar otros posibles, diferentes de los que se le asignaron como probables. No se trata, entonces, solamente de ocupar los lugares disponibles, sino también de contribuir a producir lugares. Estos “inventos” requieren un trabajo de distanciamiento y de transformación entre el individuo

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tal como es producido y el individuo que se construye para operar y/o soportar esos desplazamientos. El movimiento que tiene lugar es contradictorio: genera equilibrios y rupturas, rigideces y cuestionamientos, bloqueos y transformaciones, adaptaciones y rechazos, reproducción y cambio. Estas contradicciones atraviesan los distintos niveles constitutivos del ser humano, lo que abarca el término de “identidad”. El análisis de los conflictos de identidad es, pues, un campo privilegiado para captar el carácter dialéctico y multidimensional de ese movimiento, en particular en los individuos que pertenecen simultánea y/o alternativamente a grupos sociales diferentes y cuyas relaciones se ven marcadas por relaciones de dominación. Las relaciones entre las clases sociales no son exclusivamente relaciones de explotación. La dominación y la diferenciación se reflejan en el plano simbólico, relacional, afectivo, emocional, a través de una serie de mediaciones que vemos aparecer en la historia familiar, en las relaciones interpersonales y en el aparato psíquico. Así pues, podemos definir el cuadro clínico que caracteriza una configuración neurótica singular en las personas que cambian de clase social. En la neurosis de clase, asistimos a una influencia concordante entre, por un lado, los conflictos generados por una trayectoria que atraviesa universos sociales antagónicos y, por otro, los conflictos relativos al desarrollo psico-sexual del individuo. La manera en que se sostienen mutuamente estos conflictos de diferente naturaleza es lo que produce la neurosis de clase. Esta tesis nos lleva a discutir el papel respectivo de los factores sexuales y de los factores sociales en este tipo de neurosis, en particular en lo referente a la génesis del sentimiento de culpa, la evolución del complejo de Edipo y el fenómeno del desdoblamiento. Nos permite entender mejor el papel que juegan la humillación y la invalidación en la aparición de los complejos de inferioridad y de superioridad. Por último, nos permite aclarar los distintos mecanismos de defensa característicos de la neurosis de clase: el repliegue sobre sí mismo, la sobreinvestidura en el trabajo o el estudio, la división del Yo, la fantasía de la novela familiar. El resumen de estos distintos puntos conduce a precisar sus límites. Si bien el término “neurosis de clase” parece apropiado para designar los diversos elementos de una patología propia de las personas desclasadas,

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y aunque tenga la virtud de ser muy esclarecedor para dichas personas, que lo sienten de inmediato apropiado para el malestar que sienten, también nos introduce en el terreno de la patología y de la terapia. La metodología que hemos adoptado no nos permite afirmar que hemos descubierto una nueva forma de neurosis. El material que reunimos limita el examen de las problemáticas inconscientes de los conflictos que allí se describen. La selección que hicimos nos llevó a retener solamente a los individuos capaces de reconstruir su historia, es decir, a aquellos que intelectual y psicológicamente pueden elaborar una representación de sí mismos que les posibilita liberarse, al menos parcialmente, de su inhibición y su sufrimiento. Las hipótesis que nos permitieron producir solo serán definitivamente convalidadas a partir del momento en que puedan utilizarse dentro de un marco terapéutico. La repercusión que provoca nuestro trabajo entre los psicólogos clínicos nos autoriza a creer que la problemática que defendemos permite lograr una mejor comprensión de los casos que tienen que tratar. Otro límite de nuestro enfoque se relaciona con el hecho de que los intentos por salir de la segmentación disciplinaria suelen verse confrontados con la generalización globalizante. No hay una teoría general que permita pensar la “personalidad total”. Esta ausencia se debe a la multiplicidad de factores de diverso orden que constituyen a la persona humana. Cada uno de esos registros ha sido objeto de investigaciones y de teorizaciones particulares. Esa división parece ser una condición necesaria para captar las leyes que presiden el funcionamiento de cada uno de esos factores. El trabajo de construcción del objeto conduce a reducir, definir, circunscribir la realidad observable. Por ende, los conflictos que caracterizan la trama de una historia individual no constituyen en sí mismos un objeto de estudio, porque son multidimensionales, aun cuando esas distintas dimensiones estén relacionadas entre sí. Los conflictos somáticos, psicosomáticos, psíquicos, relacionales, culturales, económicos, políticos, sociales, etc., obedecen a leyes que les son propias, aun cuando para el individuo que los afronta esas divisiones sigan siendo solo formales. Es la persona, en sus distintos componentes, que es afectada por un conflicto, sin que ella pueda fácilmente identificar las causas y los efectos, y distinguir dentro de ellos los diversos elemen-

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tos. Cada uno de esos elementos solo puede ser aprehendido por una “construcción” científica particular, pero cada una de esas construcciones debe ser deconstruida para identificar las relaciones que existen entre los elementos. Para que un trabajo interdisciplinario pueda ser posible es necesario entonces, como lo proponía G. Bachelard, construir un sistema de varias entradas. Pero esa propuesta, que hemos tratado de aplicar, choca con dos dificultades fundamentales. 1.

2.

Cada entrada determina una problemática, una especificidad en el trabajo de construcción del objeto, en las elecciones conceptuales y en las opciones metodológicas. Induce un procedimiento de investigación dentro del cual siempre puede profundizarse. El problema que se plantea, entonces, es ubicar el punto a partir del cual esa lógica deja de ser operante con respecto a los objetivos de conocimiento. En otras palabras, es difícil determinar, cuando la teoría no permite aprehender un fenómeno, si eso se debe a una insuficiencia de profundización o a los límites de la teoría misma. Puede haber, por lo tanto, psicoanalistas que consideren que nuestro análisis de la neurosis es superficial, en particular en lo que respecta al análisis de la dinámica inconsciente de los conflictos y de los procesos de represión. También puede haber sociólogos que argumenten sobre la ausencia de representatividad de los casos presentados y sobre las condiciones de producción de los discursos que elaboran sobre sí mismos. La aguda conciencia de los impasses ocasionados por el sociologismo y el psicologismo puede así volverse en contra de quien la posee, acusándolo de no hacer ni sociología ni psicología. El hecho de tomar varias entradas implica el riesgo de terminar en una yuxtaposición de enfoques, cada uno con su lógica propia y su pertinencia, dando una visión fragmentada y no articulada del fenómeno estudiado.

Tenemos conciencia de habernos topado con esos distintos límites, sin por ello haberlos superado por completo. Se trata ahora de proseguir esta investigación. La dificultad proviene del hecho de que nos enfrentamos a un campo virgen en el cual vamos trazando pistas y no

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a un terreno claramente definido donde solo faltaría establecer algunas marcas. Las perspectivas que abre este trabajo se derivan lógicamente de esos límites. En el plano teórico, se trata de profundizar la reflexión sobre una teoría de la articulación que tome en cuenta la naturaleza diferente de los procesos sociales y de los procesos psíquicos, intentando, al mismo tiempo, entender la manera en que interactúan. La psicología social y la psicosociología se han limitado a menudo a construir objetos al margen de las disciplinas de las que nacieron. Solo adquirirán un reconocimiento científico en la medida en que sepan sistematizar la dimensión sociológica de los procesos psicológicos y la dimensión psicológica de los fenómenos sociales. Sin duda alguna, las perspectivas más interesantes se hallan en el plano metodológico. La profusión actual de investigaciones que se basan en relatos de vida lo demuestra.217 Pero estas solo se transforman en experiencias ganadas cuando saben superar las distintas ilusiones que con demasiada frecuencia las caracterizan: la ilusión retrospectiva, la ilusión del sujeto, la ilusión empírica, la ilusión biográfica…218 Entre el subjetivismo y la objetivación positivista, entre el sociologismo y psicologismo, entre la estadística y la entrevista más o menos dirigida, hay lugar para métodos que permitan comprender los hechos, y las representaciones de los hechos, sin confundirlos, entender la historia del individuo concreto y la palabra del individuo sobre su historia sin asimilarlas. En el plano clínico, nos parece esencial desarrollar la investigación y la consideración, en particular en las prácticas terapéuticas, de la génesis social de los conflictos psicológicos. Si bien el tratamiento de los conflictos vividos requiere un trabajo sobre sí mismo, también pasa por el análisis de las condiciones sociales de producción de los conflictos. Esa articulación remite a una disciplina que aún queda por construir: la sociología clínica. Sociología porque se trata de entender de qué manera la dinámica de las contradicciones sociales y el peso de las estructuras intervienen en

217 Véase V. de Gaulejac, “Approche sociopsychologique des histories de vie”, Histories de vie, Education Permanente, nº 72-72, marzo 1984. 218 Véase P. Bourdieu, “L’illusion biographique”, Actes de la recherche en Sciences Sociales, nº 62/63, junio 1968.

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los destinos individuales para canalizar su sentido, es decir, su dirección y la representación que el individuo tiene de ella. Clínica porque el análisis de los procesos sociopsicológicos recién está completamente “convalidado” (es decir, a la vez verificado y valorizado) cuando la conceptualización se corresponde con una experiencia vivida a la que la hipótesis da un sentido y una coherencia.

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Epílogo U

Cuando este libro se publicó por primera vez, le envié un ejemplar a Annie Ernaux, a quien no conocía. Su respuesta es un testimonio y una convalidación. Cuando el análisis se hace eco de este modo de una experiencia subjetiva cobra una nueva dimensión. La investigación clínica se construye en este ida y vuelta permanente entre los intentos de conceptualización y la escucha de lo vivido.

Carta de Annie Ernaux 26 de diciembre de 1987 A Vincent de Gaulejac, Como es natural, sentí cierta aprensión al abrir su libro La neurosis de clase, temiendo, por lo que me sugería el título, sentirme como un caso clínico, ilustrado por lo que escribo. Luego de haberlo terminado, creo que ha hecho usted un estudio notable en general y, en lo que a mí respecta, totalmente acertado. Su enfoque me pareció de entrada muy interesante. Llenar ese “agujero” que existe entre la sociología y la psicología, ver de qué manera se articulan esos dos “escenarios”, entender la manera en que lo social y lo histórico son representados en la historia individual. De un modo diferente, es también lo que yo trato de hacer, a través de lo que convencionalmente se llama literatura, por oposición a lo que usted hace, la ciencia. (El

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último libro que escribí, y que se publicará en enero, lleva también las huellas de esas preocupaciones).219 La descripción y el esquema que usted realiza de la neurosis de clase (aunque debo admitir que ese término todavía me incomoda, puesto que parece “fijar” conflictos y conductas que, en realidad, evolucionan con el tiempo) me parecen innegables, y el hecho de que el desplazamiento social sobredetermina los otros conflictos es para mí de una evidencia irrefutable. Reduciendo al extremo, yo diría: “Mis padres eran dioses. Poco a poco comprendí que no lo eran, que los despreciaban”. Ese descubrimiento al menos, estoy segura, está fundado sobre un contínuum de sensaciones, de experiencias, cuya marca quedó grabada en la memoria. Es la marca de la que habla Freud, no lo niego, pero no me “interesa”: no es objeto de experiencias, no tengo “recuerdos” de ella (quizás imágenes, acercamientos que permiten captar los conflictos edípicos, en el centro de la escritura). Hay solo un punto que me gustaría discutir, cuando usted menciona la investidura en la escritura como función psicológica y social y habla del “distanciamiento del artista que le permite decir que siempre está en otra parte que no es donde objetivamente está ubicado”. Es cierto que por lo general el artista pretende estar “en otro lado” y ser inclasificable, pero justamente desde el libro Les armoires vides hasta La place hay un rechazo de mi parte a ese estar “en otro lado”, alejando todo proceder ficcional. Asimismo, la naturaleza misma de lo que escribo, la actualización del desplazamiento, ¿no es una manera abierta de “situarme”, es decir: alguien que pasó de la clase dominada a la clase dominante? Y hay más que la escritura. Está el decir, por ejemplo en un encuentro, una conferencia, porque por lo general eso no se dice. Uno es “escritor”, eso es todo (entre paréntesis, el sociólogo también evita situarse... ¿“de dónde” viene?, por ejemplo... ¿qué interés lo llevó a estudiar la neurosis de clase?). Tal vez habría muchas otras cosas para decir sobre las relaciones entre origen social/escritura (pero, por supuesto, esto no entraría dentro del marco de su estudio)... Con toda mi simpatía y mis deseos de éxito para su libro, que lo merece. ANNIE ERNAUX

219 Se trata del libro Une femme, París, NRF Gallimard, 1988.

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