Loribelle Hunt - Atados Por El Amor

Loribelle Hunt Atados por el amor ~1 ~ Loribelle Hunt Atados por el amor LORIBELLE HUNT ATADOS POR EL AMOR ~2 ~

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Atados por el amor

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ATADOS POR EL AMOR

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Atados por el amor

Para Arthur, por todos los años de apoyo y ánimo, y para Krissy, por soportar a una mejor amiga distraída y telefónica. ¡Os quiero a los dos!

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ARGUMENTO

Mientras va en busca de un soldado desaparecido sin licencia, Nikki hace lo que espera sea un breve y desapercibido viaje a un club sexual privado del que sólo ha oído rumores. Es su "suerte" encontrarse con su compañero de trabajo Mack Chastain tumbado y esperándola. Cediendo a seis meses de tentación, está de acuerdo a tener un lío de fin de semana, determinada a probar lo prohibido una sola vez. Mack no podía creerse su buena suerte cuando su viejo amigo le llamó para advertirle de que Nikki iba a ir al club. Ya está cansado de que ella lo mantenga a distancia y tiene grandes planes para Nikki. Empezando por la completa sumisión de su cuerpo y alma…

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Atados por el amor

Capítulo 1

—Estoy aquí para ver a Rick —dijo al portero—. Me está esperando. Una larga fila de gente esperanzada se alargaba tras ella, y escuchó un murmullo o dos cuando pasó delante. Podría haberles dicho que prácticamente debías tener una invitación grabada para entrar. Ella la tenía, de hecho, pero intentaba no pensar demasiado en ello. —¿Nombre? —preguntó, apoyado indolentemente contra la puerta, los brazos cruzados sobre el pecho. Era alto y más pesado que musculoso. Un chico rubio y de ojos azules californiano, por su aspecto. No un mal espécimen, pero definitivamente no su tipo. —Nikki —respondió. Esperaba que Rick hubiera avisado a su personal de la puerta para no tener que usar su apellido o su rango donde tanta gente podría oírlo. Lo último que quería o necesitaba era que se fuera diciendo que había estado en un club sexual. Abrió la puerta y habló con alguien de dentro antes de asentir hacia ella. ¿Dos porteros en una entrada? El propietario se tomaba su seguridad seriamente. El segundo portero era una copia exacta del primero, y parpadeó sorprendida al comprender que Rick la había instruido para que se vistiera igual que sus empleados: botas, tejanos y una simple camiseta negra. No tuvo mucha oportunidad de dar un vistazo alrededor mientras le seguía arriba por una estrecha escalera cerca de la puerta de entrada hacia una sala rodeada de vidrios que tenía sus vistas a la planta baja del club. Su impresión general de allá abajo fue la de una gran sala con humo. Tres hombres se sentaban dándole la espalda, y ella esperó mientras el portero se inclinaba y hablaba en voz baja con uno de ellos. Cuando el hombre se levantó, ella dio un paso para rodear al portero. Era alto y larguirucho con cabello corto y manchado de canas y ojos reservados. Acercándose a él, levantó la mano y dijo: —Debes ser Rick. —Sí —contestó, deteniéndose un momento antes de apretarle los dedos brevemente—. Nikki, esta es una solicitud muy inusual.

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—Lo comprendo —respondió—. Pero el tipo que estoy buscando es uno de mis mejores hombres y no quiero tener que acusarlo de deserción. —Se encogió de hombros—. Algunos de sus colegas de sección me dijeron que le encontraría aquí. Rick asintió, la remota expresión no abandonó su rostro. Tenía la impresión de que había sido juzgada antes de llegar siquiera, y había sido encontrada insuficiente. Arqueó una ceja. —No quiero estar aquí más de lo que tú me quieres aquí. Con suerte le podré encontrar rápidamente y salir de tu vista. La curiosidad ganó a su buen juicio y se acercó a la pared de vidrio, mirando abajo al club mientras Rick meditaba sus palabras. —¿No quieres participar de nuestra hospitalidad, Nikki? —La expresión con tono divertido y arrastrado vino de uno de los otros hombres sentados junto a ella. Se tensó al reconocerlo. Maldición. Lentamente giró la cabeza por encima del hombro. —Mack. ¿Por qué no me sorprende encontrarte aquí? —¿Cuestión del destino? —preguntó con una voz sexy que le daba escalofríos por la espalda. Se rió. —Oh, no. Esto no es para mí. Ya lo sabes. Él lo sabía porque lo habían comentado la primera vez que él le pidió para salir. Ella estaba a cargo de un escuadrón militar especial de investigación y él estaba en un puesto similar en otro equipo. Durante los últimos seis meses habían compartido oficina. La proximidad la estaba volviendo un poquito loca, y su pobre vibrador igualmente. Él la enfurecía, la hacía reír, y a bien seguro que la excitaba, pero no quería arriesgar su carrera para probar una atracción por algo ligeramente risqué. En su libro, juegos de dominación y sumisión entraban en esa categoría. Si alguien se enterara alguna vez de ello, jamás volverían a tomarla en serio. Hum, no, gracias. Ella tenía que encontrar a alguien y salir de allí pitando, dejar atrás la tentación que era Mack Chastain. Se giró hacia el cristal. Tal vez la suerte estaba con ella aquella noche, después de todo. —Allí está —dijo, dando un paso hacia las escaleras. Mack la miró frunciendo el ceño. —No tienes que ir allí abajo. Quédate aquí, yo iré a por él. Estaba de regreso en pocos minutos, arrastrando a Whitman detrás de él. Whitman se puso ante ella mansamente, con un collar con tachuelas alrededor del cuello, pero aparte de eso vestido normalmente. Un vistazo rápido le dijo que él no llevaba su móvil. Arqueó una ceja y se cruzó de brazos.

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—Llevamos dos días intentando ponernos en contacto con usted, Whitman. —Lo siento, Sargento Primero —dijo contrito—. No llevo conmigo mi móvil. Ella resopló. —Más le vale. Se le ha revocado el permiso. Tenemos una misión la próxima semana y todos debemos reportarnos el lunes a las seis horas. — Se detuvo para darle su mirada más severa—. ¿Podrá apañárselas o tengo que mandarle ya a casa? Porque sería una verdadera vergüenza tener que acusarle de deserción el lunes por la mañana, ¿no cree? Él se enderezó, atento. —Por supuesto, Sargento Primero. Allí estaré. Nikki asintió. —Más le vale, Whitman. Márchese. Cuando él bajó las escaleras ella se giró y sonrió a Rick. —¿Ves? Ha sido rápido e indoloro. Ahora ya desaparezco de aquí. Llegó a su coche antes de comprender que Mack estaba detrás de ella. Él le quitó las llaves de la mano y la tuvo en el asiento del pasajero antes de poder parpadear siquiera. Sorprendidísima, le observó deslizarse tras el volante y encender el motor. Como si nada descansó las manos en el volante y miró por la ventana. —¿Querías algo? —preguntó ella. Mack la miró fijamente hasta que ella sintió que le veía el alma. —¿Además de a ti, quieres decir? Ella tragó aire. Sabía que le decía cosas así para ver si picaba, pero le dolía, porque era una oferta imposible. Nikki meneó la cabeza. —¿Por qué seguimos teniendo esta conversación? Él se encogió de hombros y sonrió ligeramente. —¿Porque sigues rechazándome? Ella puso los ojos en blanco. —Luego te das la vuelta y flirteas conmigo —añadió él, levantando las cejas. ¡Venga ya! —¡Yo no hago eso! Yo hablo contigo. Como charlan los amigos. Somos amigos, ¿verdad, Mack? Él se mantuvo callado durante un buen rato, y ella alargó la mano para tocar la suya. ¿No podrían al menos tener eso?

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—¿Mack? —No creo que pueda seguir siendo sólo tu amigo, Nikki. Cercana a las lágrimas ante semejante afirmación, asintió hacia la puerta del club. —Bueno, pues estamos en un impás, porque yo no puedo hacer aquello. —Se tropezó con las palabras, pero se obligó a decirlas—. Y ambos somos adultos. Ambos sabemos lo importante que es una vida sexual satisfactoria en una relación. —¿Cómo sabes que no puedes? Nunca lo has intentado. Oh, se sentía tentada. —Te sientes tentada —dijo él con su sexy sonrisa, como si conociera sus pensamientos. Ella se rió. —Por el sexo, claro. Pero no tengo interés en ser dominada, en no tener control. Mentirosa, mentirosa, mentiroooosa. —Eso no es de lo que va esto, Nikki —dijo—. Es cuestión de confiar en mí lo suficiente para dejarme el control. Podemos parar en cualquier momento que quieras. Jamás te obligaría a ir más allá de donde tú quisieras. Ella miró a la noche, pensando en ello. Si cerraba los ojos podía verlos juntos. Tenía la tremenda sospecha de que sería diez veces mejor que en sus fantasías. Y de esas tenía muchas en las que le daba a Mack el control total. Un escalofrío le recorrió la espalda. —Di que sí —susurró, acercándose sus nudillos a la boca y mordisqueándolos ligeramente. Unos zarcillos de calor la atravesaron y ella dejó de luchar contra aquello. Lo había decidido cuando entró en aquel club esa noche y lo había visto allí. Sin girarse para mirarlo, lentamente asintió. —De acuerdo.

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Capítulo 2

Él

condujo, aceptando sin palabras de buen grado su reticencia, su confusión y ansiedad. Ella no tenía ni idea de lo que él había planeado y desconocía seriamente lo que él esperaría de ella. Era culpa suya y de nadie más. Cuando la había conocido pensó “sumisa”. Pero no había comprendido que ella había enterrado ese instinto para sobrevivir en su mundo. Tenía la intención de educarla. Y quedársela. Después de las primeras veces que le rechazó, cambió de táctica. Ella le conocía mejor que nadie. Y ahora él la conocía mejor que ella misma. Habían sido unos seis largos meses, pero sentía que la estaba venciendo. Ella no tenía ni idea de lo determinado que estaba en realidad. Y se estaba quedando sin paciencia en lo que concernía a su juego de “sólo amigos”. La llamada de Rick para verificar su identidad fue el ímpetu que necesitaba. Dejó sus otros planes y se preparó para emboscarla en su propio terreno. Ella cayó directamente a su regazo y, viendo un punto débil en su fuerte armadura, finalmente se las había apañado para tenerla donde la quería. Casi. El silencioso recorrido (él ansioso, ella nerviosa) era como un afrodisíaco. Le provocaba en todos los buenos sentidos. Pensar en que sería él quien la iniciaría, y que tenía toda la intención de quedársela después, le estaba volviendo loco. Su control estaba claramente siendo puesto a prueba. Finalmente él condujo por su calle. Con el rabillo del ojo la vio observarlo todo. Era una calle arbolada normal, llena de casas típicas americanas. La suya estaba en un callejón sin salida, y subió por el aparcamiento intentando verla como ella. Una casa de una planta en forma de ele, el garaje delante y la puerta que daba a un descansillo. Sonrió. Sin duda no encajaba con la idea que ella tendría de un dominante loco por el sexo. Aparcó y la animó a entrar, directamente del vestíbulo al dormitorio. ¿Para qué entretenerse? No fuera que cambiara de opinión. Cerró firmemente la puerta tras de sí y la fue siguiendo mientras cruzaba la habitación hasta que la parte de atrás de sus piernas golpearon el borde de la cama. Sin tocarla, se inclinó y ligeramente le mordisqueó el pulso en el cuello.

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Aunque dominante por naturaleza, no participaba activamente en el estilo de vida. Una conversación sobre el tema hacía unos meses obviamente la habían dejado confundida sobre sus preferencias. Rápidamente formulando un plan, fue a por su fantasía favorita sobre ella. —¿Por qué no te quitas las botas? —preguntó, aunque estaba claro para los dos que la petición era más bien una orden. Con una mano sobre su hombro, suavemente la empujó para que se sentara, y luego caminó hacia el vestidor y rebuscó entre sus cajones. Miró por encima para ver que ella miraba la puerta y se cruzó de brazos. —¿Pensando en escapar? Ella lo meditó un minuto y vio que su elegante garganta tragaba. Finalmente ella meneó la cabeza y se inclinó hacia sus botas. Regresando a los cajones, sacó dos corbatas de seda y después de unos momentos de duda, una venda para los ojos. Por el espejo la vio colocar las botas a un lado, levantarse y, dudando, alcanzar el cierre de sus tejanos. —¿Dije algo sobre quitarse algo más? —preguntó suavemente. Su mano inmediatamente cayó, y ella lo miró a los ojos en el espejo. —No —contestó, levantando la cabeza. Casi sonríe al ver la mirada que reconoció en sus ojos. La había visto a menudo. Estaba decidida a aguantar, simplemente soportar lo que viniera. En lo que a él concernía, aquel no era el espíritu del trato. Acercándose a ella silenciosamente, la giró y le sacó la goma del cabello. Los mechones caoba cayeron por su espalda y él levantó un puñado y olió la profunda esencia a vainilla. Después de un momento le ató la venda alrededor de sus ojos. Ella jadeó. —¿De acuerdo? ¿No está demasiado apretada? ¿No pasa la luz? Ella meneó la cabeza para decir que no, y él le palmeó ligeramente el trasero. Ella saltó, pero no dijo nada. —Respóndeme siempre verbalmente si eres capaz —susurró cerca de su oído, inclinándose desde su espalda—. La próxima vez tendrás que ser castigada. Nikki empezó a asentir de nuevo y rápidamente dijo: —De acuerdo. Sí. Lo entiendo. —Señor. —¿Perdón? —preguntó incrédula, y Mack sonrió. —Señor o Amo —dijo mientras pensaba en otra cosa, tirando de la camiseta sobre su cabeza y admirando la piel lisa de su espalda. Ella contuvo el aliento cuando Mack le pasó los dedos ligeramente por su columna y se detuvieron en el enganche de la tira de su sujetador. Encaje rojo. Si no lo hubiera visto con sus propios ojos jamás habría creído

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que la práctica Nikki llevaba ropa interior de encaje rojo. Tiró del enganche y deslizó las manos para rodearla, bajo la tela. Ella respondió hermosamente, erizándosele la piel cuando la tocó. Mack casi no pudo contener su gemido de delicia cuando sus pezones se endurecieron bajo sus manos. Cuando tiró de ellos, Nikki tembló y empujó hacia adelante. —No te muevas —dijo suavemente, esperando a que respondiera. —De acuerdo —contestó casi sin voz, y añadiendo reluctante—: señor. —Pobre Nikki. La norma es demasiado difícil de seguir, ¿eh? —preguntó ligeramente—. ¿Debería inclinarte sobre mis rodillas? ¿Azotar ese delicioso culo tuyo? Creo que igualmente lo haré por tentarme durante tanto tiempo. Un encantador sonrojo se extendió por su cuello. —No, señor —susurró. Sonó como una queja endeble a sus oídos. —Hum —respondió Mack y deslizó las manos hacia el botón de sus tejanos. Los abrió y lentamente bajó la cremallera. Los tejanos eran sueltos y bajaron fácilmente por sus piernas. De nuevo se sorprendió al encontrar un tanga de encaje rojo. Estaba llena de sorpresas, su Nikki. Sonrió de oreja a oreja. Definitivamente necesitaba algo de excitación en su vida. Le dejó puesto el tanga. Se sentó en la cama y tomó sus manos entre las suyas, colocando un beso en cada palma. Intentando darle un tono de pena a su voz, tiró de ella para ponérsela encima. —El castigo primero, ¿no crees? —preguntó, situándola sobre su regazo. Pasó una mano suavemente sobre uno de sus muslos, notando el temblor que la recorrió y se imaginó su marca en ella con satisfacción. Juguetonamente, al principio dejó caer una mano sobre su trasero, lo suficiente para captar su atención, pero no como para que picara. Lo suficiente para convencerla de que se estuviera quieta. Cuando se relajó, Mack soltó el primer azote fuerte. Ella se tensó, pero se mantuvo callada. Él sonrió, meditando en cuánto podría soportar Nikki o lo lejos que ella le permitiría ir. Normalmente repartir un castigo no era atrayente, pero ella lo había mantenido alejado tanto tiempo que lo estaba ansiando. No era un tipo apegado a las normas. No le podía importar menos si le llamaba señor o amo y prefería escucharla gritar “Mack” cuando se corriera. Pero cuando ella no respondió automáticamente a la manera tradicional sumisa, se le ocurrió que era una excusa para el castigo que sí se merecía por mantenerlo a distancia durante tanto tiempo. Mack repartió una serie de fuertes azotes que la hicieron jadear. Dándole un breve respiro, recorrió la mano sobre la zona irritada, bajando por sus muslos y regresándola a la unión entre sus piernas. Encontró su coño caliente y húmedo y comprendió, feliz, que ella no se estaba enfriando con aquello como había afirmado antes. Nikki gimió y se movió contra su mano.

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Mack sonrió abiertamente, levantando una ceja que ella no podía ver. Dejándola moverse rítmicamente contra sus dedos, soltó el azote más fuerte hasta entonces sobre su culo. Seguido de otro y otro, dejando una satisfactoria marca de su mano tras de sí. Continuó con el azote hasta que la tuvo ansiosa y tensa, rodeándolo con su primer orgasmo. La dejó temblorosa sobre su mano mientras usaba la otra para calmar el ardor que le había producido. Cuando se calmó, Mack la levantó y la tumbó en el centro de su cama. Nikki se movió para enroscarse hacia un lado, pero él la detuvo. Moviendo el cuerpo de ella, Mack todavía vestido, se apretó lo suficientemente cerca como para que no hubiera dudas de su erección. Le tomó las manos y las levantó por encima de su cabeza. —Oh, ni mucho menos he acabado contigo esta noche, corazón —le susurró al oído. Se sentó, cabalgando sus caderas, y le ató las manos juntas con una corbata de seda. Con la otra la fijó al cabezal. Ella estaba casi desnuda y satisfecha bajo su ávida mirada, y casi gime por la sensación de posesión. Mía. Toda mía. Había esperado toda una vida a esta mujer. Ahora, a convencerla de que eran perfectos el uno para el otro. Quería una socia igualitaria en su vida, una mujer fuerte e independiente. En todas partes menos en aquella habitación. Si podía confiar en él lo suficiente para darle eso, la haría delirantemente feliz. Estaba tan seguro de eso como de que el sol saldría por la mañana. —¿Cómoda? —le preguntó cuando probó las ataduras—. ¿No está demasiado fuerte? —Sí, señor —añadió Nikki suavemente. —Mack. —Soltó una risa ronca, inclinándose para capturar sus labios—. Llámame Mack siempre —susurró—. Sólo quería una excusa para azotarte, por mantenernos separados tanto tiempo. Y lo has disfrutado, ¿verdad? —Sí —dijo, rompiéndosele la voz. —¿Sorprendida? Ella bufó, regresando algo de su equilibro. —Sí. —Hum... hay más por venir —dijo Mack.

*

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Ella tembló, insegura. ¿Cuánto más podría soportar? Podría pedirle que la desatara, y sabía que él la dejaría marchar. Pero ¿de verdad lo quería? Sus más oscuras fantasías no habrían podido imaginar esos azotes. Bueno,

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sí, pero no el placer que obtuvo. Y ahora estaba atada. ¿Iba a hacer realidad todas sus fantasías en una noche? La venda en los ojos era un bonito detalle. Nikki había empezado como oficial de inteligencia y sabía todo sobre la privación sensorial, aunque jamás se le habría ocurrido usarlo de aquel modo. Sin el uso de su visión todo era más intenso. Su piel parecía más sensible, y se esforzaba por escuchar cualquier mínimo sonido de movimiento. La suave estación de clásicos de la radio le llegaba de lejos y la esencia de él impregnaba el aire. La cama se hundió y una oleada de aire pasó sobre ella. Su camiseta, pensó, cuando fue seguida del ruido de una cremallera. Silencio. Se esforzó por escuchar más allá de los sonidos de la música y oyó un ruido de puerta. Pasos ligeramente sonoros sobre el suelo en la habitación adyacente. Baño. Cuando él regresó, la rodó sobre su estómago y notó frío aceite de bebé sobre su columna. El suave olor a polvos de talco le recordaba a los días sin nada que hacer en la playa, y se relajó cuando su firme mano trabajó sobre los nudos en sus músculos. Suspiró y empezó a soltarse. Se podría acostumbrar a aquello. —Qué tensa —murmuró Mack. —Hum —fue toda la respuesta que pudo dar. La tensión era de meses de luchar contra su atracción hacia él. No es que fuera a darle aquella munición. Si se enteraba de lo mucho que la afectaba, estaba perdida. Lo amaba, pero él solo estaba jugando. Qué lío. Sintió el punzante tirón de su tanga mientras se rompía y el frío aire cuando él se lo sacó. El masaje se volvió sensual cuando unos traviesos dedos recorrieron las curvas de sus pechos y bailotearon sobre el picazón que le había dejado en el trasero. Cuando lentamente metió un dedo en su ano, jadeó. El sexo anal era una cosa que había soñado probar. Por desgracia los hombres con los que se había citado eran muy formales. La única vez que se había atrevido a pedirlo, lo que encontró fue asco y rechazo sumarial. Claramente necesitaba más hombres como Mack en su vida. Un dedo se convirtió en dos y entonces volvió a susurrarle en la oreja. —¿Alguna vez has tomado a alguien aquí? —No —gimió ella, probando la sensación con un pequeño movimiento hacia atrás. Mack se rió. —Pero te gustaría. ¿Cómo negarlo cuando su cuerpo parecía moverse por voluntad propia contra él? Sus palabras no eran una pregunta, así que dejó que su cuerpo respondiera por ella. Las sábanas crujían con su movimiento y los hombros de él empujaron sus muslos para abrirlos más. Entonces su boca se cerró

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alrededor de su clítoris y Nikki sintió el comienzo de un segundo orgasmo aproximándose. Todos los viejos clichés le pasaron entonces por la mente: oleadas, choques, explosiones. Cuando llegó fue un dulce temblor que comenzó en su coño y se extendió por todos sus miembros. Él la mantuvo en aquel punto álgido con su talentosa lengua durante lo que parecieron horas. —¡Mack, no puedo más! —gritó, intentando apartarse de su agarre, las lágrimas derramándose por las esquinas de sus ojos. —Shh, shh, relájate, corazón. Dándole la vuelta, le quitó la venda y ella parpadeó por la fuerte luz. Rápidamente Mack apagó el interruptor y encendió la lamparita de la mesilla de noche. Suave luz ambarina inundó la habitación y Nikki lo estudió mientras intentaba hacer que su corazón fuera más despacio. Él tenía las mejillas sonrojadas y su respiración era profunda. La tensión le creaba arrugas en los ojos. Ella cerró los suyos ante la intensidad de su mirada. Aquella concentración suya la ponía más nerviosa de lo que ya estaba. Nikki oyó el ruido del plástico rompiéndose y en segundos su erección empujó en la entrada de su coño. Él entró en ella apenas un par de centímetros, y Nikki contuvo el aliento esperando a que la llenara. —Mírame —dijo roncamente. Sus ojos se abrieron de golpe y se sintió subyugada por la mirada en sus ojos, oscurecida por la pasión y la posesión. Se había equivocado muchísimo al no querer aquello. Simplemente no había conocido al hombre apropiado. Ablandándose bajo él, de repente se sintió lista para cualquier cosa que él tuviera para dar. En su mandíbula apareció un tic cuando, muy despacio, se fue hundiendo en ella hasta la empuñadura. La sensación de plenitud era exquisita y de nuevo los párpados bajaron mientras suspiraba con apreciación. —Mírame, Nikki —dijo Mack, sonando una advertencia en su voz. Queriéndolo más profundamente y más rápidamente, intentó levantar las caderas, pero, inmediatamente, él movió sus manos para mantenerla quieta. Clavada por las caderas y las muñecas no podía hacer nada más que gemir bajo su tortuoso asalto. Incapaz de darle voz a sus deseos, le suplicó con los ojos. —No me mires así —gimió él y le tomó el rostro con sus manos para darle un beso hasta el alma. Mientras su lengua empujaba profundamente en su boca, él movía su polla exactamente como lo necesitaba. Gradualmente fue aumentando la velocidad, y ella añadió profundidad cuando le rodeó la cintura con las piernas. Por fin, él marcó un ritmo rápido y furioso en ella. El sonido de la piel golpeando piel llenó la habitación y su último orgasmo la reclamó. Vagamente registró el grito de Mack al correrse antes de que, sucumbiendo al agotamiento, se dejara caer en la cama.

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En un estado como de ensueño, lo sintió soltarle las ataduras y tirar de ella hacia él. Y por primera vez en meses, durmió el sueño de los muertos.

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Capítulo 3

—Despierta, dormilona. Abriendo un ojo, vio que la débil luz del sol se filtraba por las persianas bajadas. Tiró de la sábana sobre su cabeza, intentando hacer que su cerebro, todavía en nebulosa, funcionara. Su cuerpo le dolía en sitios que no habían visto la acción en un año o más, y algunos otros no la habían visto jamás. La noche anterior le volvió a la mente. Ojos tapados. Ataduras. Azotes. Mack. Sus ojos se abrieron de golpe y dejó escapar un gemido contra la almohada. —Venga, Nikki. Te perderás el desayuno. —Hizo una pausa—. He salido y he traído cappuccinos. —¿Con vainilla francesa? —murmuró contra la almohada. Tal vez saldría y se enfrentaría a él con tal de tener su café favorito. Mack se rió. —Por supuesto. ¿Por qué no te das una ducha mientras yo acabo de preparar el desayuno? Me he pasado por tu casa ahora que he salido y te he traído algo de ropa. Está en la bolsa junto a la puerta. Nikki se quedó quieta hasta que oyó sus pasos en el pasillo. Al final se arrastró por las cálidas sábanas y se sentó en el borde de la cama, temblando bajo el chorro del aire acondicionado. ¿Y ahora qué? En lo que respectaba a la mañana, esto escapaba de su experiencia. En vez de ser él quien estuviera resacoso y gruñera quejándose por dónde coño se había metido, había salido y le había traído su ropa. Incluso ahora le estaba preparando el desayuno. Esta mañana del día de después no encajaba con el “ámalas y déjalas”, la imagen que tenía de él. Suspiró, con la piel de gallina finalmente obligándola a moverse hasta el baño. No lo había visto la noche anterior y miró a su alrededor, maravillada. Frías baldosas de mármol en el suelo formando un esquema de rosetón y que iba subiendo a media altura por las paredes con un suave color miel que acentuaba el amarillo de las paredes. La larga encimera tenía dos lavabos y había un cristal que separaba la zona de ducha junto a un pequeño banco. De todos modos, fue el jacuzzi lo que se llevó toda su atención. Colocado en una zona apartada y rodeado por ventanas, estaba elevado y

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parecía más parte de la zona de fuera que de la casa. Dos escalones de un metro de largo llevaban hasta el borde y pequeñas macetas bordeaban las escaleras y las ventanas. Parecía tan poco propio de Mack que se preguntó si ya estaría así en la casa cuando la compró. Decadente y autoindulgente, ansiaba probarlo, y lo habría hecho si no hubiera oído un dong proveniente de la cocina. Antes de poder caer en la tentación se dirigió a la ducha y entró bajo el agua ardiendo. Otra delicia la esperaba cuando descubrió los múltiples mandos y las dos cabezas masajeantes. Iniciaron un ritmo continuado contra sus músculos agotados, soltando nudos y despertando deseos. Suspirando con apreciación, se sentó en el banco e inclinó la cabeza hacia atrás, inundándosele la cabeza con pensamientos de la noche anterior. ¿Qué la había hecho ceder? ¿Se había resistido a Mack porque no quería someterse a él? ¿O porque tenía miedo de ser sólo otra más en una larga lista de conquistas? Él no había mantenido su vida social en secreto. Jamás se citaba con la misma mujer dos veces, aquel era su mantra. ¿Cuánto tiempo duraría ella? Con ese pensamiento turbador buscó el champú, sorprendida de ver la botella de la ducha de su casa, junto con su acondicionador y jabón. Se echó una buena cantidad en la palma. Trabajando desde el cuero cabelludo hasta las puntas, se imaginó situaciones para ese día. Podría ir a la cocina y exigirle sexo caliente sobre la mesa. No, a él no le gustaría eso y ella dudaba que la fuera a complacer. No estaba segura de que, de todos modos, su naturaleza reservada se lo fuera a permitir. Saldría, desayunaría y se iría. O, mejor aún, saldría y Mack le declararía su amor eterno. Nikki se rió, pero sonó triste incluso a sus propios oídos. Seh, seguro que eso sucedía. Con el cabello limpio y acondicionado ya no tenía más excusas para retrasarlo. Se envolvió una toalla alrededor del pelo mojado y otra alrededor de su cuerpo y luego fue a buscar la bolsa con sus ropas. Curiosa por lo que él habría metido, la vació en la cama. Tejanos, camiseta de tirantes, chanclas, su ropa interior más diminuta y un ajustado vestido negro con medias hasta el muslo y tacones. Con un sentimiento de anticipación comprendió que él tenía planeado pasar el día juntos y se maravilló, desvergonzada, si podría darle una lista de sus fantasías favoritas. Se vistió y metió casi todas sus cosas de nuevo en la bolsa excepto el vestido, que colgó en una percha vacía de su armario. La puerta al vestíbulo estaba abierta y ella salió, siguiendo el olor del bacón. En el arco de entrada a la cocina se detuvo, pasmada al ver la visión que él presentaba. Llevaba puestos tejanos pero sin abrochar el botón, descalzo y sin camiseta, sacando el bacón de la plancha de cocinar. Girándose, la pilló mirándolo. Sonrió y asintió. —Bonito cabello.

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Ella se rió, avergonzada al recordar la toalla, y alargó la mano para quitársela, meneando la cabeza mientras lo hacía. Su cabello cayó cuando lo soltó, la fría masa descansando contra su espalda. Tembló. Asintiendo hacia el vaso de Starbucks a la altura de su codo, ella dio un paso adelante. —¿Eso es para mí? Él se inclinó contra la encimera, con las manos agarrando ligeramente el borde, bloqueándolo. Asintiendo, dijo con falsa seriedad: —Tiene un precio muy alto. Ella le sonrió débilmente, todavía no estaba lista para luchar antes de su primera dosis de cafeína. —¿Cuál sería? —Ven aquí —susurró él, alargando las manos y atrayéndola entre sus brazos. Nikki echó la cabeza hacia atrás, esperándose el primer beso del día, y feliz de que él tuviera un cepillo de dientes extra en su baño. Los labios de Mack le rozaron la frente y ella parpadeó, sorprendida. De acuerdo. No era como el tipo “yo me encargo” de la noche anterior. Aún y así, sus brazos la rodeaban, su pecho estaba desnudo y un zumbido de percepción la atravesó. Se podría acostumbrar a aquello. Le costó un momento registrar la tensión que radiaba de él y cuando levantó la mirada y sus ojos se encontraron, se sorprendió al ver un punto de vulnerabilidad. —¿Qué precio tiene? —preguntó un poco cautelosa. ¿Qué más podría pedirle después de lo de la otra noche? —Quiero el resto del fin de semana. Que te quedes aquí. Sin saber qué decir, Nikki no respondió. Él continuó. —Tienes que admitir que la noche ha sido increíble. Sería una vergüenza no ver a dónde más nos puede llevar. Sólo sexo, se recordó. Él quería explorar las posibilidades de su cuerpo, no las posibilidades con ella. Inspiró profundamente. Bueno, ¿y por qué no? No volvería a tener la oportunidad y estaba intrigada. Incluso ahora la lujuria la carcomía. Ella misma estaba ansiosa por explorar esas posibilidades. Asintió. —De acuerdo. Mack soltó el aliento y la dejó ir. Alargando la mano detrás de él, le pasó la taza y la empujó hacia la mesa, que ya estaba preparada para dos. El desayuno fue rápido. Muerta de hambre, estuvo contenta de descubrir que Mack era un buen cocinero y comió bacón, tostadas y tortillas de jamón y queso.

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Recogieron la cocina juntos en silenciosa compañía y luego le mostró el resto de la casa. Su orgullo por ella era obvio. Nikki encontró su entusiasmo pegadizo y le preguntó sobre las obras que había hecho y los planes que tenía. Resultó que aquel baño maravilloso era todo cosa suya, y se obligó a reconsiderar la opinión que tenía sobre él. La idea que tenía de que era un hombre concentrado en su trabajo y poco más no era completa. El tour acabó en la sala de estar, a un nivel más bajo. Nikki examinó las estanterías con libros mientras él buscaba entre sus películas. Era una colección ecléctica: los descontados misterios y suspenses, historia, ciencias naturales, física, política. Se sorprendió al descubrir uno o dos de suspense romántico y también levantó una ceja a su espalda, preguntándose si una novia anterior de la que ella no tuviera constancia se los habría dejado. Tenía miedo de preguntar, insegura de si quería saber que alguien había reclamado algo de sus afectos. Apartándose de las estanterías, caminó hacia el sofá y vio otra pila de libros. La pila “para leer”. Intentó ser disimulada mientras la analizaba, pero él estuvo a su lado antes de poder echarle un buen ojo. Se pasaron la mañana viendo pelis. En la cuerda floja y Transporter 2. Bajo circunstancias normales habría disfrutado del bomboncito, pero estaba ansiosa esperando a que él diera algún paso, peguntándose si él esperaba que lo diera ella. Su proximidad tenía a su cuerpo en total revolución. Intentó desentrañar el porqué. ¿Era su olor? Aquella esencia masculina y amaderada era intoxicante. ¿O era su pecho desnudo, marcado, esa línea de vello que desaparecía hacia sus tejanos casi abiertos? ¿O tal vez era su profunda voz cuando hacía algún comentario sobre la película? Comentarios a los que ella murmuraba un hmm ya que no tenía ni idea de qué estaban viendo. Al final concluyó que simplemente era Mack. Mack era la que la ponía tan cachonda que su piel le picaba y ni siquiera la había tocado. Y comprendió lo jodida que estaba. Al final del fin de semana él continuaría con su vida y ella se iría a casa incluso más enamorada de él y ansiando su cuerpo sabiendo lo que se sentía siendo poseída por él, amada por él, durante dos cortos días. Para cuando acabó la segunda película su estómago rugía. Sonriendo, Mack se giró hacia ella. —¿Hambrienta? Nikki se echó a reír. —Podría comer. Tiró de ella, la puso de pie y la condujo hacia la cocina. Hicieron sándwiches mientras Mack hablaba sobre las películas. A pesar de la conversación intrascendente, el aire estaba cargado de tensión sexual. Nikki no pudo evitar mirarlo de reojo.

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Sus marcados abdominales parecían llamarla y sin pensarlo conscientemente alargó la mano para recorrerle el estómago con un dedo. Se sorprendió cuando él le agarró la mano y se la apretó contra su erección. Ella dudó un momento antes de rodearlo con su mano y meneársela. Mack, respirando profundamente, la detuvo, se separó y la empujó hacia la mesa. —Primero come el almuerzo. Luego ya te podrás encargar de eso —dijo con tono ronco. Un escalofrío de nervios y ansia la recorrió imaginándose lo que podía tener en mente. De repente se visualizó de rodillas, con la boca en su polla. Otra experiencia nueva para ella. Cuando Mack apretó la mandíbula Nikki pensó que tal vez él se estaba imaginando lo mismo. Meditando en lo que estaba por venir, se apresuró a acabarse el sándwich y llevó su plato al fregadero. Él apartó el suyo y ambos se estudiaron fijamente desde los dos lados de la sala. —Ven aquí —dijo él. Ella se puso frente a él. La voz de Mack era ronca—. De rodillas. Ella se mordió el labio inferior y levantó la mirada mientras se apoyaba sobre sus talones. Sus nervios se desvanecieron al oír su voz de mando. —Ya sabes qué hacer. —Su voz dura le susurraba sobre la piel. Nikki le bajó la cremallera, sorprendida al ver que le temblaban las manos. Su polla saltó libre y ella lo rodeó con una mano, meneándosela arriba y abajo antes de inclinarse y lamerlo desde las pelotas hasta la punta con su lengua. La polla dio un tirón en su mano y ella se rió suavemente. —¿Disfrutándolo, descarada? —preguntó. —Hmm —respondió ella, tomándolo en su boca. Lo fue trabajando con la mano y la boca con un ritmo sin prisas. La respiración de Mack empezó a salir en jadeos. Nikki encontró la posición, él sentado y ella de rodillas, rara. De repente él se meció hacia adelante y se levantó. Ella gimió, disfrutando del cambio de posición, sintiéndolo golpear contra el fondo de su garganta. Ya no tenía que esforzarse por llegar a él, y deseosa de hacer que se corriera, aumentó el tempo. Él se sintió a gusto dejándoselo a ella unos minutos, pero pronto se encargó del asunto. Con los puños enredados en su cabello, Mack empujó adelante y atrás en su boca con una velocidad furiosa, corriéndose con un rugido. Ella tragó su orgasmo salado y él cayó sobre la silla. Se quedó ahí, jadeando, con la cabeza hacia atrás y los ojos cerrados. Ella se maravilló de lo hermoso que se veía. Aguantándose la risa, dudó que él apreciara ese pensamiento. Se sentó de nuevo sobre sus talones y esperó, disfrutando de observarlo con el pesado olor del sexo en el aire. Con un

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suspiro, se resolvió a obtener lo que pudiera del fin de semana y luego ya vería qué hacía. Finalmente Mack se enderezó y su mirada se concentró en ella. No habló durante unos cuantos minutos y Nikki empezó a sospechar que aquel fin de semana ya había acabado. Oh, no. No te atrevas a dejarme así. Tal vez él vio lo que le pedía en los ojos. —Dormitorio —dijo con voz rasposa. De pie, él le tomó la mano y la siguió por el pasillo. De nuevo le vendó los ojos y la desnudó, pero Nikki se sorprendió al encontrarse estirada en la cama pero sin atar. —¿Te va un poquito de experimentación? —preguntó Mack. Un tremor de anticipación la traspasó al imaginarse las posibilidades de aquello. Él la estaba volviendo una descarada. Nikki asintió y recordó que a él le gustaban las respuestas verbales. —Desde luego, Mack. Cerrando los ojos detrás de la venda, se relajó sobre la cama y escuchó los sonidos de la habitación. Él volvió a encender la radio. Ella se preguntó si era porque le gustaba la música o sólo como sonido de fondo. Escuchó el ruido de su ropa acercándose y lo sintió sentarse en el borde de la cama. No se movió hacia ella y escuchó el cajón de la mesita abriéndose. Se escucharon ruidos de alguien rebuscando, y un momento después, el cajón cerrándose. No hubo preaviso. Un minuto lo tenía junto a ella y al otro le estaba abriendo los muslos y colocaba sus hombros entre ellos, con su cálido aliento soplándole sobre el coño. Ya caliente y húmeda, se meció para ir al encuentro de su boca. Riéndose, él le colocó un brazo sobre las caderas para que se estuviera quieta mientras su lengua iba por todas partes menos a su clítoris. Empujó dentro de su coño y le metió una polla delgada por el culo. Ya lubricada sólo le llevó un momento acostumbrarse al objeto. Su curiosidad sobre lo que era pronto se vio respondida cuando él le dio al encendedor y el vibrador se puso en marcha. Nikki contuvo el aliento, sobrepasada por las sensaciones. Empujó las caderas y se recordó respirar. Cuando los labios de él fueron a su clítoris Nikki deseó que él la hubiera atado. Era un asalto tortuosamente lento, suave, y luchó contra la necesidad de contonearse contra él y exigirle que la tomara ya. Se corrió a los minutos, pero después de una mañana al filo lo sintió como si fueran horas. Él repitió la experiencia de la noche anterior, llevándola al borde una y otra vez hasta que empezó a suplicarle que parara... deseando que no lo hiciera. La hizo rodar y la colocó a cuatro patas. Cuando él le quitó el vibrador, inmediatamente ella lamentó la pérdida. Mack se inclinó sobre su espalda y le susurró al oído:

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—¿Estás lista para mí? Nikki gimió cuando sintió la punta de su polla moverse en su culo. —¡Sí! —jadeó. Él apretó dentro, centímetro a centímetro, lentamente, llenándola más allá de cualquier experiencia previa, y se preguntó brevemente si podría tomarlo entero. Creando un deslizamiento adentro y afuera, le metió la mano por debajo y deslizó algo en su coño. Su cerebro nublado por la lujuria registró una cuerda rodeándole la pierna, pegada a una cajita. Cuando la vibración empezó, se maravilló de que él se las hubiera apañado para colocarle una bala sobre su punto g. Cinco minutos antes estaba segura de que no podría correrse otra vez. Ahora estaba desesperada por hacerlo, y se empujó contra él. Captándola, Mack aumentó el ritmo, embistiendo dentro y fuera de ella. El sonido de la piel chocando fue sustituido por el de ella gimiendo cuando volvió a correrse y el grito de él al llegar al clímax segundos más tarde. Cayeron juntos sobre la cama. Un momento más tarde él recogió todos los juguetes y los dejó sobre la mesa. La tomó entre sus brazos, tiró de la sábana para cubrirlos y ella se durmió.

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Se despertó con el sonido del agua cayendo. Estirando los brazos sobre la cabeza, echó un vistazo al reloj para ver que habían pasado dos horas. Mack apareció en la puerta del baño, cruzado de brazos y con una sonrisa en su cara que decía tengo un secreto. Nikki sonrió a su vez y rodó, apoyando la cabeza sobre una mano. Era la primera oportunidad que tenía de estudiar su cuerpo sin distracciones y con luz, así que lo analizó. Hombros anchos que se estrechaban hacia abdominales marcados y largas piernas esbeltas. Cicatrices en una rodilla que sabía que eran de una operación antigua. Su pene se endureció bajo su escrutinio, y la mirada en sus ojos cambió de lánguida a hambrienta. En respuesta, un calor la recorrió por su cuerpo. Él se enderezó y alargó una mano hacia ella. —Vamos a tomar un baño. Se sorprendió a sí misma al ir al jacuzzi contoneándose con el culo al aire ante él. Iba al gimnasio, comía sano, pero jamás pensó que su cuerpo fuera algo para atraer. La evidente apreciación en los ojos de Mack estaba cambiando aquello. Se metió en la bañera y se reclinó, con los ojos cerrados y suspirando satisfecha cuando los chorros le golpearon el cuerpo. El agua subió de volumen cuando él se metió dentro y se puso frente a ella. Estando sola, había sitio suficiente. Los dos metidos estaban apretados. Se rieron cuando el agua llegó al borde. —Estrechos —dijo ella.

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—Más de una cosa por aquí está estrecha —bromeó Mack, meneando las cejas lascivamente. Nikki se rió y le salpicó agua. —Siempre un payaso. Sonriendo de oreja a oreja, se encogió de hombros. —Alguien tiene que aligerar el ambiente. Tú estás siempre demasiado seria. —No. —Sí. Nikki resopló. Genial. Ahora sonaban como si fueran un par de niños de seis años en el patio. Levantó una ceja, mirándolo. —No te haría daño estar serio de tanto en tanto, ¿sabes? —Corazón —respondió él, tirando de sus antebrazos y colocándosela sobre el regazo—, he estado bastante serio contigo las últimas veinticuatro horas. —Esto es muy serio, ¿verdad? —bromeó ella, gesticulando con una mano, señalando que estaba sentada sobre su regazo. —Oh, seh —murmuró Mack, sus labios reclamando los de ella. En una escala del uno al diez, le daba un quince. Con una mano acunándole la nuca y la otra rodeándole la cintura, tiró de ella contra su pecho. Los finos vellos de allí rozaban y excitaban sus pezones, poniéndoselos erectos y su dura polla le tocaba el culo. A ella se le encendió la sangre. El beso fue lento, casi indolente, como lo había sido el resto del día, como si él tuviera todo el tiempo del mundo para amarla. Con un gemido él la recolocó en su lado de la bañera. Nikki parpadeó, sorprendida, y se rió. —Eres el maestro de la contención, ¿eh? Mack rió con ella, restregándose la cara con una mano. —Solía pensar que sí. Tú haces que mi control salte por los aires. Nikki levantó una ceja. —Ya lo veo. Por eso yo estoy aquí y tú ahí, ¿no? —Tú —respondió, inclinándose y mordisqueándole el labio inferior—, necesitas dominarte. Sorprendida por la respuesta, se rebotó irritada. ¿De qué coño iba eso? ¿Es que se le había echado encima? ¿Acaso había forzado ella aquel pequeño encuentro? Él se rió, divertido, meneando la cabeza. —Tu vida social ha sido un poco escasa este último año, Nikki —dijo, obviamente compadeciéndose de su confusión. Pero entonces su voz bajó,

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se volvió fría, con un brillo peligroso en su mirada—. A menos que haya algún hombre escondido en un armario del que yo no sé nada. Nikki resopló. —Seh, claro. —Inclinó la cabeza a un lado y observó cómo varias expresiones le cruzaron por la cara. ¿De verdad estaba celoso? Ella saboreó la sensación de tener a un hombre celoso durante un momento antes de apartar la idea por ridícula. —Así que, sobre esto del control... —dejó sin acabar la frase. —Control —murmuró él, levantándole uno de sus pies y masajeándolo firmemente. Nikki gimió de placer y por poco se le escapa la respuesta—. Si no me ocupara del control te follaría tanto hoy que no serías capaz de caminar mañana. Y entonces, ¿qué haríamos el domingo? A ella se le atascó el aire en la garganta. Puesto así, se sentía tentada a decir ¡a la mierda el control! —Ah —respondió débilmente, todavía con la idea de tener tanto sexo que no fuera capaz de caminar. Mack sabiamente cambió de tema. Conversó sobre gente con la que trabajaban, su familia, la familia de ella. Parecía que podía seguir con cosas intrascendentes mientras estaban en remojo. El agua que vibraba y los chorros combinados con su suave voz la volvieron a adormecer. Debió hacerlo porque lo siguiente que supo es que él la estaba sacando del jacuzzi y la rodeaba con una de sus enormes toallas. La condujo a la cama y la acunó. —Tenemos reservas para cenar a las siete. ¿Por qué no te echas una siesta? —Hmm. —Nikki lo agarró de la mano—. Túmbate conmigo —dijo, un susurro somnoliento. Mack sonrió. —Pensé que no me lo pedirías nunca. —Se subió a la cama y la acurrucó contra sí.

*

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Se estaba pasando el cepillo con máscara de pestañas cuando Mack entró en el baño. El hombre pensaba en todo. No sólo le había hecho una bolsa con sus ropas aquella mañana, sino también había cogido su champú, acondicionador y bolsa de maquillaje. No podría haberlo planeado mejor para el fin de semana ni ella misma. Nikki le sonrió a su reflejo y se movió para aplicar máscara al otro ojo cuando él se inclinó tranquilamente contra el mueble y la miró arriba y abajo. Normalmente, Nikki se habría sentido incómoda ante el escrutinio.

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Estaba sólo medio vestida, en sujetador, tanga y medias. Pero él parecía destrozar todas sus barreras. Acabada, devolvió el cepillo a su sitio y lo tiró a la bolsa. Él le había pedido que llevara el pelo suelto, así que lo cepilló bien cepillado y luego se giró hacia donde estaban sus ropas. —Espera —dijo Mack—. Quiero que lleves esto. —Abrió la palma y reveló una bala vibradora que parecía tener una cuerda colgando. Nikki levantó las cejas—. Es un remoto —respondió a su silenciosa respuesta, abriendo la otra mano para enseñar el control remoto. Nikki lo miró un momento sin decir palabra y luego alargó la mano para que se lo pasara. Rodándolo entre sus dedos, lo observó con el rabillo del ojo mientras él se ponía su corbata. Cuando acabó, le dio una palmada en el culo. Ella se sobresaltó por la palmada ligera, sonrojándose al recordar la noche anterior. —Llegaremos tarde —dijo Mack dejando caer un besito en sus labios—. Voy a poner el coche en marcha. Ella se preguntó si estaba preocupado por llegar tarde o si sabía que ella se sentía reluctante a insertar el vibrador con él mirando. Una vez se fue, lo colocó en el sitio y buscó los zapatos. Sus amigas los llamaban tacones-fóllame, y parpadeó un poco esperando que la noche no requiriera caminar mucho. Mirándose el reloj de la muñeca, se apresuró y sintió el primer toque en su coño mientras se pasaba el vestido por las caderas. Inclinándose contra la encimera, contuvo el aliento. Costaría acostumbrarse a aquello. Cuando paró, tomó su pintalabios y se miró al espejo, maravillada. ¿Quién era esa mujer tan satisfecha? Si pretendía usar aquel fin de semana para relajarla, para que bajara la guardia, ciertamente había tenido éxito. Decidió que le gustaba la nueva confianza en su propio cuerpo, la mirada que brillaba en sus ojos, y el modo en que quería contonear sus caderas cuando caminaba. Sonrió a la Nikki que le devolvía la mirada desde el espejo mientras todo tipo de posibilidades le pasaban por la cabeza. —Nikki —la llamó Mack desde el recibidor—. ¡Apresúrate, nena! Se echó un último vistazo antes de apagar la luz y caminar por el pasillo. El viaje fue inacabable. Al principio él encendía el vibrador en cada stop, pero luego como a mitad del trayecto la cosa fue totalmente aleatoria. Cada vez que ella se sobresaltaba o jadeaba él aseguraba que lo estaba probando, pero su sonrisa ladina le decía que tenía otros motivos. Para cuando llegaron al restaurante, Max's, estaba en un alto estado de excitación, sin saber cuándo sería la próxima vibración. Con alivio comprendió que había escogido un lugar muy público. Nadie se daría cuenta del vibrador escondido excepto ellos. Se les mostró su mesa directamente y ella pidió un vaso de vino blanco esperando que le ayudara a calmar sus nervios. Mack sonrió como el gato

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de Cheshire, como si supiera exactamente lo que estaba haciendo y planeara burlarla. La cena fue placentera y divertida. De alguna manera saber que estaban en una sala llena de gente que eran testigos ignorantes de cómo la estaba atormentando Mack era algo que la excitaba por completo. Tal vez era una exhibicionista, ¿quién sabía? Estaba caliente y húmeda, los pezones visiblemente tiesos a través de su sujetador. La impredecible vibración contra su punto g era suficiente para mantenerla en el filo del orgasmo, pero él añadía una sobrecarga de sensaciones con sus pequeños gestos. Una mano que ligeramente le recorría el brazo mientras la otra hacía círculos en el interior de su muslo. En algún momento entre platos él se inclinó y le dio un beso arrebatador. Ella no era consciente de nada más excepto de su deseo por él. Para cuando llegó el postre “Muerte por chocolate” ya se había acostumbrado a la sensación de vibración ahora sí, ahora no, en su coño. El vibrador no se apagó mientras compartían el dulce, pero cuando el camarero se llevó el plato Mack aceleró el aparato. Nikki se sonrojó e intentó no jadear. Notando también en él el peso de la noche, ella le rozó la erección bajo la mesa. Los ojos de Mack brillaban y la piel que los rodeaba se tensó. El agarre sobre el bolígrafo cuando firmó la cuenta era tan fuerte que dobló el plástico duro lo suficiente para que se rompiera de un lado. Conduciéndola hasta el coche, de nuevo encendió el vibrador y ella jadeó, asiéndose fuerte de su brazo. Rápidamente él la ayudó a subir, puso en marcha el coche y salió del aparcamiento. Ella ya no intentó controlar sus jadeos cuando los dedos de él pasaron por debajo de sus bragas y encontró su dolorido clítoris. Estaba tan encendida que se corrió tan pronto como la tocó y su grito bajo llenó el coche. Mientras se estremecía contra su mano, su mente registró vagamente que él se apartaba de la carretera y aparcaba en un pequeño parque apartado. Le quitó el tanga y, con un rápido tirón, le sacó el vibrador y luego la subió sobre su polla libre y enhiesta. —Móntame —le exigió con voz ronca, inclinando el asiento hacia atrás. Saciada, ella sonrió al pensar en tener un poquito de control. Tomándolo en ella, contuvo el aliento por su renovada excitación. ¿Era posible morirse de demasiado placer? Tal vez ella sería la primera en hacerlo. Intentó atormentarlo con un ritmo lento. Él se lo permitió un poco, pero sus ojos brillaban prometiéndose venganza. Ella tembló de anticipación. Debió tomarlo como una señal de que estaba lista para dejarse ir porque él la agarró de las caderas y empezó a empujar en ella. Mack marcó un ritmo rápido y golpeador. Ella se maravilló por la delicia que volvió a atravesarla en espiral. Jamás había experimentado tal armonía con un hombre y, taciturna, decidió no pensar en el poco tiempo que le quedaba.

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Capítulo 4

Él no estaba seguro de cómo se le había escapado el día. Empezó en la cama, por supuesto, y aquello fue una experiencia nueva. Si pasaba una noche entera con una mujer era siempre en la casa de ella. Nikki no entendía que era la única mujer a la que había llevado a su casa. Soltó un bufido. ¿Y cómo lo podría saber? Él no se lo había dicho. Entonces sucedió lo de la mesa de la cocina. ¿Acaso era culpa suya no poder dejar de ponerle las manos encima, ahora que la tenía desnuda y en su casa, sin que pudiera escaparse? Al fin y al cabo era un hombre. Desesperado, le sugirió que salieran. Pero incluso en público no podía no tocarla. En el Mercado de los Granjeros sus manos estuvieron todo el tiempo en el bolsillo trasero de ella. Durante el almuerzo, estuvieron tan cerca de las caderas que casi podía sentir el calor y la humedad de su coño. A penas llegaron a casa tuvo miedo de pasar por otro momento embarazoso en el coche. Jesús. No había hecho nada así desde que era adolescente. Sonrió. En retrospectiva, de todos modos, tal vez debería haber cedido. Ella había estado preciosa con la luz de la luna llena brillando sobre su piel, con la cabeza echada atrás en su éxtasis. Aunque estaba lo del condón olvidado. Tampoco le había pasado algo así desde que era un adolescente. Normalmente, la posibilidad de un embarazo no planeado le haría estar temblando por dentro. Siendo sinceros, era más pronto de lo que a él le gustaría, quería más tiempo con sólo ellos dos, pero era algo que encajaba en sus planes para ella. Después de una cena ligera en la sala de estar, llevó los platos a la cocina y regresó, dispuesto a establecer de una vez por todas que ella no se iba a ir. Encontró la sala vacía y, con la frustración en aumento, la buscó por la casa. Aunque algo en su interior le dijo que la encontraría haciendo las maletas en el dormitorio. Tenía razón. Su sonrisa fue tímida cuando Mack entró y se colocó sobre los pies de la cama, con los brazos cruzados. Ella estaba metiendo sus efectos personales en un bolsillo lateral y se enderezó, mirándolo con una ceja levantada. —¿Qué? —preguntó Nikki. —¿Dónde te crees que estás yendo?

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Ella se rió, meneando la cabeza. —Creo que me voy a casa. Tengo que recoger al equipo mañana y tomar un vuelo antes de las doce. No he hecho maletas, no he regado mis plantas y no he hecho ningún arreglo para que me recojan el correo. — Respiró profundamente y le miró a los ojos—. Así que me voy a casa. Ella le estaba mirando con esa expresión de no te metas en mi camino. Mack luchó contra el impulso de encadenarla a su lado. Nikki tenía que trabajar. Era algo que le gustaba de ella. Pero ¿había algún motivo por el que no pudiera encargarse de esas cosas (incluso él le ayudaría) y regresar allí? ¿Es que el fin de semana no había sido nada más que una exploración para ella, un interludio con el chico malo de la oficina? La mierda de todo es que no podía preguntárselo. No podía forzar las palabras de su boca. Pero maldito fuera si dejaba que otro hombre se beneficiara de la sensualidad que él había despertado en esa mujer. Su mujer. Mack asintió. —No quiero que esto acabe. Nikki le miró durante un buen rato. —Ha sido un fin de semana, Mack. La cita por la que has estado acosándome seis meses. ¿Acosándola? ¿Así era como le veía? Ella cerró la cremallera de la bolsa y la echó al hombro. —Tengo que irme ya. Él le agarró de la mano cuando Nikki se acercó a la puerta. —No quieres romper esto más de lo que lo deseo yo, Nikki. Ella inspiró profundamente y tiró para liberar su mano. —Dame algo de tiempo para pensar en ello. Mack asintió. —¿Cuánto tiempo vas a estar fuera? —Probablemente dos semanas. —Entonces cuando regreses. —De acuerdo. —Y vuelve aquí —le dijo—. Al menos concédeme eso. Ella lo miró, extrañada. —No se puede saber a qué hora de la noche o de la madrugada será eso. —Entonces ten la llave.

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Se sacó el llavero del bolsillo, sacó la llave de la casa y se la colocó en la palma de la mano, cerrándole los dedos para que la envolvieran. —Yo... de acuerdo. —Llegó hasta la puerta antes de que él la detuviera de nuevo. —Podrías estar embarazada. Ayer por la noche... Nikki se detuvo en el umbral de la puerta, con la mano sobre la jamba y meneó la cabeza. Mirando por encima del hombro, sus miradas se encontraron. —No. Estoy con la píldora —respondió. Nikki salió mientras él se quedó clavado en el sitio, imaginándose que se corría en su interior. Escuchó que encendía su coche. Maldición. Ni siquiera le había dado un beso de despedida.

*

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La larga semana había acabado. Finalmente. Cansada, se fue cruzando la casi vacía terminal. A las cuatro de la mañana la muchedumbre de ojos rojos estaba empezando a desvanecerse. Siguiendo un pasillo interminable, llegó a la cinta de los equipajes y esperó a que apareciera el suyo. Había resumido una investigación de ocho días en cinco pero eso le había costado días eternos y noches sin dormir. Después de mandar el resto del equipo a casa en un vuelo antes, se quedó para terminar el papeleo. Le había llevado unas horas más de lo previsto, pero el final de la larga semana estaba a la vista. Suspiró aliviada cuando aparecieron sus bolsas. Su coche estaba en el aparcamiento de estancias largas y se sentó unos cuantos minutos intentando aclararse la cabeza y hacer una elección. El domingo Mack le había dado una llave y había insistido en que fuera a su casa cuando regresara a la ciudad. Sin importar lo tarde que fuera. Quería su respuesta tan pronto como fuera posible. Se preguntó sarcásticamente si tendría a alguna preparada en caso de que ella dijera que no. Inclinó la cabeza sobre el volante, sobrepasada por la fatiga. El problema es que no podía aclararse la cabeza. Lo había estado rumiando toda la semana. Ni siguiera estaba segura de lo que él le estaba pidiendo. No quiero que esto acabe, había dicho él. ¿Qué significaba eso? ¿No quería que el sexo acabara? ¿Había disfrutado de su compañía? ¿Qué? Ni una palabra de lo que sentía por ella, o sobre qué futuro podrían tener. Nikki había querido escuchar... ¿qué? ¿Que la amaba? Soltó un bufido. Mack la había llamado cada día mientras estuvo fuera y nada de eso había salido de sus labios. Sus llamadas eran de lo más eficiente a parte de un afable “¿qué tal te va?”

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No podía continuar si para él era solo sexo, no con su corazón tan involucrado. Decidió ir a casa y dormir. Mañana sería lo suficientemente pronto para arrancarse el corazón. Cuando apagó el motor y comprendió a dónde había conducido se rió y meneó la cabeza para sí. ¿Desde cuándo había empezado a pensar en su casa como la de ella? Agotada, sacó la llave de su bolso y fue a abrir la puerta delantera. Él le había dejado encendida la luz. Suspiró y se giró para echar un ojo a la calle despejada, respiró profundamente el olor de las gardenias en flor y miró a la luna llena que colgaba baja en el cielo de la madrugada. Se sentía bien. Con la decisión firme en su mente, sonrió. Pobre Mack. No sabría lo que le había golpeado. Entró y cerró la puerta con llave tras de sí con un suave click. Con la garganta seca, primero fue a la cocina. En el fregadero se bebió dos vasos de agua antes de dirigirse hacia el vestíbulo. —Estaba empezando a preocuparme —dijo cuando ella se detuvo en el arco que daba a la sala de estar—. Has estado ahí fuera mucho tiempo. Ella dio un paso para entrar en la estancia, buscándole entre las sombras. —Estaba pensando —dijo cuando lo vislumbró tumbado sobre el sofá. Ella se acercó y jugueteó con el botón abierto de sus tejanos un momento antes de recorrer con sus dedos suavemente su pecho desnudo hasta acunarle la mejilla. La mirada de Mack no revelaba nada de sus pensamientos. —¿Y? —Fue genial. El pasado fin de semana, quiero decir. —Se detuvo, insegura de cómo continuar y deseando poder leer su expresión ilegible. La voz de Mack era distante. Añoraba su tono más apasionado, el que se deslizaba sobre su piel. —¿Y? Nikki se encogió de hombros. —El sexo no basta. Te amo, pero me merezco a alguien que también me ame a mí. Esperó en silencio su siguiente movimiento. Intentar forzar una admisión de sentimientos por su parte era o lo correcto o un enorme error que la deprimiría. Sólo había una manera de descubrirlo. Él se levantó del sofá, la agarró y rodó debajo de él. —Vas a matarme, mujer —dijo con una gratificante mezcla de frustración masculina y desconcierto—. Déjame ir directo al grano. ¿Me dejaste en suspenso toda la semana porque no dije las palabras?

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Mirándolo fijamente se quedó parada al ver lo perfectamente que encajaban y sonrió. Tal vez las palabras se rehuían, pero él se las había mostrado de mil maneras distintas. Había sido una tonta al no verlas. Mack le acunó el rostro con sus manos amables y la miró fijamente a los ojos. —Te quiero. ¿Ya estás contenta? Sácame de mi miseria. Por favor. — Continuando antes de que ella pudiera contestar, dijo—: me conoces lo suficientemente bien para saber que yo no traigo a nadie aquí. —Mack —interrumpió ella. —¿Y de verdad te crees que le daría la llave a cualquiera? Jesús. —Mack. —Jamás pensé en ti como en una de duras entendederas, Nikki. —¡Mack! —¿Qué? —Finalmente Mack se detuvo cuando ella lo agarró por las orejas. Sonriendo, Nikki dijo lo primero que le pasó por la cabeza. —Cierra el pico y bésame. Con una enorme sonrisa, obedeció. Y acabaron atados felices para siempre.

Fin

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