Literatura ecuatoriana de La Colonia

UTPL ^ LITER A TU R A LA COLONIA (II) JUAN BAUTISTA AGUIRRE ft JOSÉ DE OROZCO RAMÓN SÁNCHEZ DE VIESCAS R a f a e l G

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^ LITER A TU R A LA COLONIA (II) JUAN BAUTISTA AGUIRRE ft

JOSÉ DE OROZCO

RAMÓN SÁNCHEZ DE VIESCAS R a f a e l G a r c ía

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KIKIIOIICA BÁSICA

in: AlflORIlS KCDATOKI \\«S

El presente volumen ofrece una muestra de la obra lite­ raria de cuatro autores del siglo XVIII. Ellos son: Juan Bautista Aguirre, José de Orozco, Ramón Sánchez de Viescas y Rafael García Goyena. De estos, los tres primeros fueron jesuítas, quienes, en cumplimiento de un real decreto, debieron abando­ nar su patria y vivir el des­ tierro en Italia. Todos ellos (incluido García Goyena) representan lo mejor de la poesía de ese siglo, siendo Juan Bautista Aguirre el más destacado de nuestros poetas coloniales. La mues­ tra que aquí se presenta recoge las diversas tenden­ cias que ofrecía la poesía de esa época, la cual se mani­ festaba en géneros tan diversos como la lírica, la épica, el epigrama, la sátira y la fábula.

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Literatura de la Colonia (ID

BIBLIOTECA BÁSICA DE UrrORES ECUATORIANOS

BIBLIOTECA BÁSICA I)E ALTORES ECUATORIANOS U niversidad T écnica Particular de L oja

Proyecto editorial de la

utpl

(2015)

Literatura de la Colonia (II) Primera edición 2015 ISBN de la Colección: 978-9942-08-773-7 ISBNCoMITÉ DE HONOR UTPL:

José Barbosa Corbacho M. Id. Rector

Santiago Acosta M. Id. Vicerrector

Gabriel García Torres Secretario General

A utoría y dirección general:

Juan Valdano Miembro de número de la Academia Ecuatoriana de la Lengua y miembro correspondiente de la Real Española C oordinación:

Francisco Proaño Arandi Miembro de número de la Academia Ecuatoriana de la Lengua y miembro correspondiente de la Real Española R evisión de textos :

Pamela Lalama Quinteros D iseño y diagramación:

Ernesto Proaño Vinueza I nvestigación y asesoría en diseño gráfico:

Departamento de Marketing de la

utpl,

sede Loja

D igitalización de textos:

Pablo Tacuri ( u t p l , s e d e Loja) I mpresión y encuadernación: ediloja cía. Ltda. URL: h ttp :/ / a u t o r e s e c u a t o r ia n o s .u t p l.e d u .e c /

Loja, Ecuador, 2015

Literatura de la Colonia Juan Bautista Aguirre José de Orozco Ramón Sánchez de Viescas Rafael García Goyena

Estudios introductorios: Juan Valdano Aclaración: En la presente edición se conservó la versión original de los textos literarios seleccionados.

I ndice J uan B a u t ist a A g u ir r e

Sobre el autor / 13 A una rosa. Sonetos I y II / 21 Soneto m oral / 23 Carta a Lisardo / 24 Llanto de la naturaleza hum ana después de su caída por Adán / 27 D escripción del M ar de V enus / 30 A la rebelión y caída de Luzbel y sus secuaces / 35 A una dam a im aginaria. Rom ance / 40 A unos ojos herm osos / 42 Epigram as a Zoilo. I y II / 44 Breve diseño de las ciudades de G uayaquil y Quito / 45

Los

POETAS DEL « O C IO S O DE F A E N Z A » :

J o sé d e O r o zco y R a m ó n S á n c h e z de V iescas / 61

J o sé de O rozco L a c o n q u ista de M e n o r c a

Canto I. La elección del suprem o com andante / 71

índice

Canto II. La navegación del M editerráneo / 85 Canto III. La conquista de la isla / 92 Canto IV. La tom a de San Felipe / 100 C onclusión jocosa / 113

R a m ó n S á n c h e z d e V ie sca s

Al sepulcro de Dante / 115 M adre e hija I y II / 119 A la restauración de la iglesia de la torreta de Ravena. D ebida al celo de Dn. G abriel de Roca / 121 Ensayo ju ven il / 122 L a m u s a e s c é p t ic a

Soneto / 125 D écim as / 126 Da gritos, pidiendo a Dios por la C om pañía Exsurge: Quare obdorm is, dom ine? Psal. 43, 23 / 148

R a f a e l G a r c ía G o y e n a

Sobre el autor / 151 Fábula política. N uevo sistem a de G obierno en el Reino A nim al / 153

índice

Los sanates en consejo / 163 Los fueros jum en tiles / 168 Los m uchachos, los sanates y el loro / 170

Juan Bautista Aguirre

Juan Bautista Aguirre

N o t a b io g r á f ic a

uan Bautista Aguirre nace en Daule, provincia del Guayas, en 1725. Pocos son los datos concretos que se conocen acer­ ca de su vida. Hacia 1740 lo encontramos en Quito como colegial en el Seminario de San Luis, regentado por los jesuitas. Al culminar sus estudios, ingresa a la orden de San Ignacio de Loyola y se ordena de sacerdote. Pronto llegó a ser uno de los profesores más renombrados en la Universidad San Gregorio, institución en la que tuvo a su cargo las cátedras de Filosofía y Teología Moral. En aquellos años había en Quito dos universida­ des que mantenían serias rivalidades entre sí: la de San Gregorio, que estaba dirigida por la Compañía de Jesús y la de Santo Tomás, que pertenecía a la orden dominicana.

J

La universidad colonial tenía un carácter y rasgos propios se­ mejantes a los que, en ese entonces, ofrecían las universidades españolas de esa misma época; eran instituciones muy diferen­ tes a lo que hoy conocemos como universidad. Salvo los estudios de Derecho y Medicina (poco pragmáticos y muy especulativos), la universidad colonial no tenía una orientación profesional ni una finalidad práctica. Siguiendo una tradición que partía de la Edad Media, la enseñanza universitaria de esa época se centraba

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Literatura de la Colonia

fundamentalmente en el estudio de la Filosofía (el aristotelismo como sistema dominante) y la Teología (la cual se reducía a re­ petir la escolástica tomista). Imperaba el pensamiento deduc­ tivo, pues el conocimiento basado en la inducción, observación y experimentación y propio de las ciencias de la naturaleza, era desconocido. Incluso las ciencias como la Física o la Cosmología eran enfocadas como una parte de la Filosofía, por lo que se con­ virtieron en un diletantismo meramente retórico que consistía en repetir doctrinas tradicionales (Aristóteles, sobre todo) y conver­ tirla en dogmas inalterables. No había la posibilidad de proponer un nuevo enfoque de los grandes temas filosóficos ni tampoco de difundir la nueva ciencia experimental que había surgido a partir del siglo XVII en Europa (en los países con tradición protestante) como, por ejemplo, los aportes científicos de Newton, Copémico o la filosofía de Descartes. Este nuevo pensamiento estaba exclui­ do de las aulas quiteñas porque, según la autoridad de la Iglesia, contrariaba los dogmas y las opiniones de la Biblia. Este era el panorama intelectual y académico con el que debió enfrentarse el joven e inquieto jesuita Juan Bautista Aguirre cuando obtuvo la cátedra de Filosofía en la Universidad de San Gregorio. Y es en este punto que la labor académica desarrollada por Juan Bautista Aguirre marcó un hito fundamental en la evolución del pensamiento científico de la Audiencia de Quito. La figura de Aguirre, por tanto, rebasa con mucho la literatura y llega a tener una significación relevante en la historia de las ideas del Ecuador. Se conservan pruebas de que Juan Bautista Aguirre enseñó la Física experimental y explicó a Descartes y Copérnico en su cátedra de Física durante el año lectivo de 17691, siendo, por ello, la primera vez que en América, y en un aula universitaria, se enseñaba la nueva ciencia del universo a base de las teorías newtonianas y copernicanas, razón por la cual fue

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Juan Bautista Aguirre

castigado y separado de su cátedra2. Eugenio Espejo fue uno de sus discípulos y quien pinta al maestro con rasgos de un carácter vivaz y comunicativo; dice: «Ayudábale una imaginación fogosa, un ingenio pronto y sutil»3. El 20 de agosto de 1767 y por orden del rey Carlos III, Juan Bautista Aguirre dejó su patria y, al igual que otros jesuítas qui­ teños, fue desterrado a Italia. Poco se sabe sobre la suerte que este jesuíta corrió en los Estados Pontificios, lugar donde residió el resto de su vida. A diferencia de otros compañeros de infortu­ nio que llevaron una vida lánguida y plagada de necesidades, se tiene datos de que Aguirre exhibió su saber y su talento en Roma, en los años del pontificado de Pío V I. El obispo de Tívoli lo aco­ gió en su casa y le nombró consultor del clero. Ocupó, además, la cátedra de Teología Moral en el colegio público de esa ciudad italiana. Murió en 1786 en Tívoli, donde residió sus últimos años.

O b r a l it e r a r ia

Juan Bautista Aguirre es recordado, en la historia de las letras del Ecuador, por su obra poética. Sin embargo, durante su vida, tanto en Quito como en Italia, tuvo fama de orador sagrado y de tratadista de cuestiones morales y filosóficas. Prueba de ello es la oración fúnebre pronunciada en Quito con ocasión de las exe­ quias del obispo Nieto Polo del Águila. Sobre lo segundo, se con­ serva su Tratado de Física que recoge el contenido de sus clases y enseñanzas impartidas cuando fue profesor de esa asignatura en la Universidad de San Gregorio4. Es muy probable que Aguirre haya escrito su poesía durante el primer período de su vida, esto es en su etapa quiteña, cuando fue estudiante y, luego, profesor en la Universidad de San Gregorio.

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Literatura de la Colonia

El manuscrito que contenía su poesía permaneció perdido por mucho tiempo en Guayaquil. En el siglo XIX se conocía solo unos pocos fragmentos de algunos de sus poemas; entre ellos, las coplas satíricas en las que pondera la belleza de Guayaquil y denigra la fealdad de Quito y algunas más en las que hace gala de un estilo gongorino. Con esta muestra magra y desigual, los críticos del siglo XIX (Pablo Herrera, Juan León Mera) condenaron al padre Aguirre como un poeta insoportable por sus desplantes culteranos. Por azares del destino, llegó a salvarse un manuscrito que recogía buena parte de su obra poética, la cual fue publicada y comentada por el crítico argentino Juan María Gutiérrez, e incluida en la antología titulada América poética, editada en Buenos Aires, en 1846. Sin embargo, es a partir de 1917 y cuando Gonzalo Zaldumbide conoce en París el libro de Gutiérrez, que se redescubre la poesía de este olvidado poeta colonial al que, además, dedica un minucioso estudio. Años después, el crítico argentino Emilio Carilla incluye el nombre de Juan Bautista Aguirre entre los poetas más representativos de la época colonial en América Latina. Incluimos a continuación algunas ediciones de la obra de Aguirre: Versos castellanos, obras juveniles. Miscelánea. Incluido en «Los dos primeros poetas coloniales ecuatorianos. Siglos XVII y XVIII. Antonio De Bastidas, Juan Bautista Aguirre». Biblioteca Ecuatoriana Mínima. Quito, 1960. Poesía y obras oratorias. Clásicos Ariel 35. Guayaquil, s/f. Nuevas poesías. Ediciones de la Biblioteca Ecuatoriana «Aurelio Espinosa Pólit». Quito, 1979. Física de Juan Bautista Aguirre. Biblioteca «San Gregorio», Pontificia Universidad Católica del Ecuador. Quito,1982.

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Juan Bautista Aguirre V a l o r a c ió n

El corpus poético que se conserva de Aguirre es escaso, solo unos pocos poemas que, sin embargo, presentan una variedad de to­ nos, metros, esquemas estróficos, léxico y estructura. Hay una diversidad temática que va desde motivos morales a otros bana­ les, desde temas graves y metafísicos a otros de carácter satírico y chocarrero. Esta dualidad que va de lo serio a lo jocoso es un ras­ go propio de esa etapa decadente del barroco y que, en la historia de las letras, se lo conoce como barroquismo. Hay que recordar que para la época en la que Aguirre vivió en Quito (la mitad del siglo xvm ), el estilo barroco triunfaba en todas las manifesta­ ciones artísticas, literarias, intelectuales y sociales de la ciudad audiencial. Este estilo fue defendido y sostenido, en gran parte, por los jesuítas. Son los años en los que se construye la fachada de la iglesia de la Compañía, los años del escultor Caspicara y del pintor Goríbar, todos artistas netamente barrocos. Son los años del triunfo de ese elemento arquitectónico indispensable en los retablos y en algunas fachadas de los templos quiteños: la colum­ na salomónica. La poesía de Aguirre obedece a este mismo estilo social de la época. En la poesía de Aguirre encontramos la recurrencia a ciertos ele­ mentos retóricos que dan cuenta del interés en lo barroco en su doble expresión: gongorina y conceptista. He aquí algunas de esas líneas expresivas: a. Reflexiones morales y la fragilidad de la rosa: Aquí se reflejan buena parte de las preocupaciones morales dominantes en esa época. En este ámbito se hallan, por ejemplo, composiciones poéticas como Carta a Lisardo, los Sonetos morales, la Canción heroica y los Sonetos a una rosa. Tópico barroco de fecundos antecedentes en la literatura europea fue el tema de

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Literatura de la Colonia

la rosa tratada como un símbolo de la brevedad y fragilidad de las glorias mundanas. La rosa es un emblema literario entre poetas renacentistas y barrocos. Juan Bautista Aguirre no podía sustraerse a la moda de su tiempo. *

b. Dos canteras: la Biblia y la mitología grecolatina: De ins­ piración bíblica son algunos de los poemas más importantes de Aguirre como A la rebelión y caída de Luzbel, composición de forma y fórmulas gongorinas; el Llanto de la naturaleza humana después de la caída por Adán, poema moral y conceptista que re­ cuerda el discurrir del Segismundo calderoniano y el Rasgo épico a la concepción de Nuestra Señora, que parte de la meditación del capítulo XII del Apocalipsis. Emilio Carilla ya había anotado que «la Biblia y Calderón son, particularmente, los alimentos que nutren los asuntos de Aguirre». En lo que se refiere a las fuen­ tes latinas, Juan Bautista Aguirre recurrió a la Metamorfosis de Ovidio, obra de la que tomó el tema para sus poemas titulados La descripción de mar de Venus, la Fábula de Mirra y la Fábula de Atlanta e Hipómenes. c. Sentimiento imaginado: El tema galante al que tan proclives fueron los barrocos se halla también presente en la poesía de Aguirre. Aunque se la tilda de «poesía amorosa», no se la debe tener por tal, pues no se trata de afloramientos apasionados y eróticos sino, más bien, de ejercicios retóricos en los que el deseo de maravillar domina sobre cualquier otro. Poesía de la inteligencia y no de la emotividad. Se trata, por tanto, de sentimiento imaginado, juegos de fantasía y alardes de ingenio, algo que es parte de la estética barroca. En esta línea temática encontramos composiciones como A una dama imaginaria y A unos ojos hermosos. d. La sátira y la burla como trágico consuelo: Es conocida la relevancia que el barroco concedió a lo satírico y burlesco. La

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Juan Bautista Aguirre

ironía, la burla y la sátira tenían en el siglo XVIII, un trasfondo, pues si el desengaño era un sentimiento dominante en la sociedad colonial, no quedaba sino una salida para conservar la cordura: el humor negro como trágico consuelo frente a lo irremediable: la abulia, el atraso, el olvido, la pobreza generalizada en la que vivía la Colonia, en particular, la Audiencia de Quito. Esto se aprecia en los poemas titulados Breve diseño de las ciudades de Guayaquil y Quito, también en su poesía epigramática en la que arremete contra médicos e ignorantes. e. La dialéctica de los contrastes: El descubrimiento de las opo­ siciones fue un modo de interrogarse sobre el sentido de la vida y del arte. Esto se aprecia a menudo en la poesía de Aguirre, por ejemplo en Carta a Lisardo encontramos que el poeta juega con conceptos opuestos como nacer-morir, vida-muerte; en A unos ojos hermosos, las oposiciones saltan en conceptos como ricospobres, fuego-nieve, cielo-infierno, ángeles-diablos, etc. f. Vocabulario y sintaxis: La tendencia al embellecimiento fue un rasgo de toda manifestación artística del barroco. En el cam­ po de las letras esto significó un uso particular del vocabulario y la sintaxis. Nuestros barrocos coloniales no hicieron sino seguir los modelos hispánicos, sobre todo a Góngora. Es justamente de Góngora y sus seguidores que Aguirre retoma un vocabulario culto que procede del latín. Ello es evidente en el uso reiterado de vocablos como «púrpura», «canoro», «aurora», «candor», «eclipse», «conturno», «cerúleo», «promontorio», etc. A esto se añade el uso y abuso del hipérbaton con clara intención resalta­ dora, rasgo propio del gongorismo. g. Por fin y para terminar, debemos señalar que en la poesía de Juan Bautista Aguirre encontramos un uso gongorino de la me­ táfora, elemento que personaliza el estilo de este poeta5.

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Literatura de la Colonia N o tas:

1Rodríguez Castelo, Hernán. El nuevo luciano de Quito. Guayaquil: Ariel, [s. f.]. [Colección Clásicos Ariel; 73]. 2Véase las siguientes obras de Juan Valdano: La pluma y el cetro. Cuenca: Universidad de Cuenca, 1977; Ecuador: cultura y generaciones. Quito: Planeta/Letraviva, 1985; Prole del vendaval. Quito: Abya-Yala, 1999; Identidad y formas de lo ecuatoriano. Quito: Eskeletra, 2005. 3Rodríguez Castelo, Hernán. Ob. cit. 4 Aguirre, Juan Bautista. Física. Quito: Pontificia Universidad Católica del Ecuador, 1982. 5 Véase estudio completo: Identidad y formas de lo ecuatoriano, de Juan Valdano. B ib l io g r a f ía s o b r e e l a u t o r :

Espinosa Pólit, Aurelio. Los dos primeros poetas coloniales ecuatorianos, siglos XVII y XVIII: Antonio de Bastidas y Juan Bautista Aguirre. Puebla: J. M. Cajica, 1960. [Biblioteca Mínima Ecuatoriana]. Barrera, Isaac J. Historia de la literatura ecuatoriana. Quito: Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1960. Jara Idrovo, Efraín. «Juan Bautista Aguirre». En Historia de las literaturas del Ecuador, Vol. III. Coord. Juan Valdano. Quito: Universidad Andina Simón Bolívar/Corporación Editora Nacional, 2001. Valdano, Juan. Identidad y formas de lo ecuatoriano. Quito: Eskeletra, 2005. Carilla, Emilio. Un olvidado poeta colonial. Buenos Aires: Bajel S. A., [s. f.]. Rodríguez Castelo, Hernán. Literatura de la Audiencia de Quito, siglo XVIII, T. II. Ambato: Consejo Nacional de Cultura/Casa de la Cultura Ecuatoriana, Núcleo de Tungurahua, 2002.

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A

una (Sonetos)

I En catre de esmeraldas nace altiva la bella rosa, vanidad de Flora, y cuanto en perlas le bebió a la aurora cobra en rubís del sol la luz activa. De nacarado incendio es llama viva, que al prado ilustra en fe de que la adora la luz la enciende, el sol sus hojas dora con bello nácar de que al fin la priva. Rosas, escarmentad: no presurosas anheléis a este ardor; que si autoriza, aniquila también el sol ¡oh rosas! Naced y lucid lentas; no en la prisa os consumáis, floridas mariposas, que es anhelar arder, buscar ceniza.

*

Literatura de la Colonia

II De púrpura vestida ha madrugado con presunción de sol la rosa bella, siendo sólo una luz, purpúrea huella del matutino pie de astro nevado. Más y más se enrojece con cuidado de brillar más que la encendió su estrella; y esto la eclipsa, sin ser ya centella la que golfo de luz inundó al prado. ¿No te bastaba, oh rosa, tu hermosura? Pague eclipsada, pues, tu gentileza el mendigarle al sol la llama pura; y escarmiente la humana en tu belleza, que si el nativo resplandor se apura, la que luz deslumbró para en pavesa.

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Juan Bautista Aguirre

Soneto moral

No tienes ya del tiempo malogrado en el prolijo afán de tus pasiones, sino una sombra, envuelta en confusiones, que imprime en tu memoria tu pecado. Pasó el deleite, el tiempo arrebatado aun su imagen borró; las desazones de tu inquieta conciencia son pensiones que has de pagar perpetuas al cuidado. Mas si el tiempo dejó para tu daño su huella errante, y sombras al olvido del que fue gusto y hoy te sobresalta, para el futuro estudia el desengaño en la imagen del tiempo que has vivido, que ella dirá lo poco que te falta.

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Literatura de la Colonia

Carta a Lisardo persuadiéndole que todo lo nacido muere dos para acertar a morir una. (Liras) ¡Ay, Lisardo querido! si feliz muerte conseguir esperas, es justo que advertido, pues naciste una vez, dos veces mueras. Así las plantas, brutos y aves lo hacen: dos veces mueren y una sola nacen. Entre catres de armiño tarde y mañana la azucena yace, si una vez al cariño del aura suave su verdor renace: ¡Ay flor marchita! ¡ay azucena triste! dos veces muerta si una vez naciste. Pálida a la mañana, antes que el sol su bello nácar rompa, muere la rosa, vana estrella de carmín, fragante pompa; y a la noche otra vez: ¡dos veces muerta! ¡oh incierta vida en tanta muerte cierta!

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En poca agua muriendo nace el arroyo, y ya soberbio río corre al mar con estruendo, en el cual pierde vida, nombre y brío: ¡Oh cristal triste, arroyo sin fortuna! muerto dos veces porque vivas una. En sepulcro suave, que el nido forma con vistoso halago, nace difunta el ave, que del plomo es después fatal estrago: Vive una vez y muere dos: ¡Oh suerte! para una vida duplicada muerte. Pálida y sin colores la fruta, de temor, difunta nace, temiendo los rigores del noto que después vil la deshace. ¡Ay fruta hermosa, qué infeliz que eres! una vez naces y dos veces mueres. Muerto nace el valiente oso que vientos calza y sombras viste, a quien despierta ardiente la madre, y otra vez no se resiste a morir; y entre muertes dos naciendo, vive una vez y dos se ve muriendo.

Literatura de la Colonia

Muerto en el monte el pino sulca el ponto con alas, bajel o ave, y la vela de lino con que vuela el batel altivo y grave es vela de morir: dos veces yace quien monte alado muere y pino nace. De la ballena altiva salió Jonás y del sepulcro sale Lázaro, imagen viva que al desengaño humano vela y vale; cuando en su imagen muerta y viva viere que quien nace una vez dos veces muere. Así el pino, montaña con alas, que del mar al cielo sube; el río que el mar baña; el ave que es con plumas vital nube; la que marchita nace flor del campo púrpura vegetal, florido ampo, todo clama ¡oh Lisardo! que quien nace una vez dos veces muera; y así, joven gallardo, en río, en flor, en ave, considera, que, dudando quizá de su fortuna, mueren dos veces por que acierten una. Y pues tan importante es acertar en la última partida, pues penden de este instante perpetua muerte o sempiterna vida, ahora ¡oh Lisardo! que el peligro adviertes, muere dos veces porque alguna aciertes.

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Juan Bautista Aguirre

Llanto de la naturaleza humana después de su caída por Adán (Liras premiadas en primer lugar en un certamen cuyo asunto era el nacimiento del Niño Jesús)

De su infelice suerte naturaleza humana congojada, del árbol de la muerte al yerto tronco estaba recostada; y si el curso del llanto suspendiera, aun más helado tronco pareciera. ¿Hasta cuándo, hasta cuándo (clamaba triste) el mal que me atormenta su fuerza irá aumentando, que, aunque infinita, por mi mal se aumenta? ¿hasta cuándo querrá mi mal supremo mostrar que admite más y más lo extremo? Mas si suele en el llanto hular tal vez consuelo un afligido, arroje mi quebranto ayes del alma con mortal gemido, canten mis ojos, y sus melodías tan tristes suenen que parezcan mías.

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Literatura de la Colonia

Pero ¡ay! ¡ay! que son tales las crueles penas que en el alma siento, que a publicar mis males de mis ojos no basta el instrumento; y así, por dar el lleno a mis enojos, en vez de llanto lloraré los ojos. Yo fui aquella dichosa formada a esfuerzos de un milagro, aquella criatura venturosa, copia de Dios y copia la más bella; yo fui ¡ay dolor! aquella peregrina centella hermosa de la luz divina. Yo fui la que al esmero del más sublime numen delineada, en mi instante primero de mil prodigios me miré formada; mas ¡ay! que si esto fui, todo ha pasado, y en mí, de mí, la sombra no ha quedado. Mi antigua llamarada tan breve se apagó, con tal presteza, que, convertida en nada, antes que llama se miró pavesa; pues sólo ardió mi luz aquel instante que a dar ser a mi nada fue bastante. Esta mi pena ha sido, y esta pena importuna de tal suerte con el alma se ha unido, que aun no la puede separar la muerte, pues cuanto a mitigarla se apercibe en ella muere, y ella en todo vive.

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Juan Bautista Aguirre

Y así en tales enojos apelo sólo por remedio al llanto. Lloren tristes los ojos mi imposible dolor, y lloren tanto, que al ver absorto mi dolor profundo, valle del llanto se apellide el mundo. Lloraré eternamente la antigua dicha de que fui halagada, aun más que el mal presente; pues, porque fui feliz soy desdichada. Dijo, y rendida al grave sentimiento, en el dolor se destempló el acento.

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Literatura de la Colonia

Descripción del Mar de Venus (Ficción poética y moral)

De Memnón en el reino floreciente, donde entre rosas, llama brilladora, con bostezos de nácar al oriente se asoma el sol en brazos de la aurora, cuando, risueño, la estación luciente del celeste zafir purpúreo dora, y, fogoso bajel, trasmonta bellas ondas de luz en piélagos de estrellas, el Mar de Venus yace, que encendido, encrespando los rizos de su frente, ondas eleva que formó Cupido de adusto aljófar, de cristal ardiente: En llamas hierve el golfo, y convertido en torpe hoguera su voraz torrente, risueñas brillan con incendio ciego espumas rojas en un mar de fuego. Abrasado en el golfo es un cometa cada brillante pez, y con iguales rayos que emulan al mayor planeta los escollos se cambian en fanales: nada de Venus el ardor respeta, escollos, peces, ondas ni cristales; y, luceros del mar, arden serenas de Cupido en el fuego aun las arenas.

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Juan Bautista Aguirre

Este, pues, golfo habitación profunda de halagüeñas sirenas siempre ha sido, arqueros del amor, en quienes funda su imperio Venus, su poder Cupido; que dulces vibran con acción fecunda de apacible veneno arpón teñido, y a los esfuerzos de su acero impuros arrojan sangre aun los peñascos duros. ¡Oh a cuántos necios el mentido halago de este mar enamora sin sosiego, y, mariposas de su mismo estrago, la muerte beben en un dulce fuego! ¡Oh cuántas naves, de este obsceno lago despojo fueron al impulso ciego, revelando su ruina a las orillas sangrientos trozos de deshechas quillas! Aquí la madre del Amor navega, que si riza las ondas o el mar bruma, con lo halagüeño de su vista anega en luz el aire y en ardor la espuma: Venus, divina Venus a quien llega de las tres Gracias la belleza suma confusa al verla, matizando ufano arpón dorado su nevada mano.

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Literatura de la Colonia

Su nave es una concha brilladora que de nácar y púrpura formada, o es, constelado, el llanto de la aurora o es la risa del cielo congelada: su proa argenta, si su popa dora de luz y aljófar copia enamorada; y si gira las ondas, es en ella Venus la perla de esta concha bella. Aquí Cupido, de este mar pirata, del arco ebúrneo fatigando el seno, en suaves dardos de bruñida plata dispara dulce su mortal veneno; y tanto el ciego flechador maltrata del convexo marfil la cuerda o freno, que, siendo el blanco humanos corazones, anega al mundo en piélagos de arpones. En esta, pues, galera de Cupido se miran muchos del amor forzados, que en dulce llanto y apacible ruido gimen al remo, de una flecha atados, y del numen rapaz, terror de Gnido, siendo azote su cuerda, amenazados, con eco alterno, con clamor profundo, juran a Venus por deidad del mundo.

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Juan Bautista Aguirre

Enamorados de sus graves penas, de un dardo y otro al golpe repetido, forman del nácar que latió en sus venas víctima a Venus de carmín vertido; y de las bellas de su amor sirenas al fatal silbo dulcemente oído, sulcan gustosos con trabajo sumo golfos de fuego en remolinos de humo. En copas de oro que el amor propina, un néctar liban de dulzuras lleno, en el cual Venus a su sed destina veneno dulce, pero cruel veneno; y el dios vendado, que áspid se reclina en el catre florido de su seno, en suave llama su ponzoña miente para entrañarles hasta el alma el diente. A estos cautivos cada ninfa ingrata, Circe hechicera, brinda dulcemente en manos de cristal prisión de plata, y en labios de carmín ponzoña ardiente; cadena de oro con que amor los ata es el pelo, desdén de ofir luciente, que en las costas de amor estas sirenas son causa hermosa de un Argel de penas.

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Literatura de la Colonia

En el purpúreo rosicler sediento que risueño en sus labios liba grana, tiñe sus dardos de carmín sangriento el lince, nieto de la espuma cana. Y de amor los cautivos, al violento fogoso impulso de la flecha insana, ríen y lloran, porque están de modo que nada sienten y lo sienten todo. ¡Oh infelices forzados de la impura madre del numen faretrado y ciego! ¿este tormento lo juzgáis dulzura? ¿refrigerio fingís que es este fuego? ¿por acierto tenéis esta locura? ¿esta inquietud amáis como sosiego? ¡Oh, cuánto os ciega vuestro amor! ¡oh, cuánto la copa un día colmaréis con llanto!

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Juan Bautista Aguirre

A la rebelión y caída de Luzbel y sus secuaces

Viose Luzbel de estrellas coronado, plumas de fuego y resplandor vestido, de los astros al ápice encumbrado, entre querubes adalid lucido, de Dios portento, a esmeros fabricado, perfecto en todo, en todo esclarecido; y soberbio de verse en tanta alteza, dijo lleno de rabia y de fiereza: ¿En lóbrego no puedo, ardiente, horrendo desorden, espantoso a la fortuna, el universo todo confundiendo, ahogar al sol en su dorada cuna? ¿En pavesas cambiar, si lo pretendo, no me es posible el globo de la luna? ¿Qué espera, pues, mi enojo sin segundo, que no hundo al cielo sepultando al mundo? Falsear haré con ira fulminante del alto cielo, en un vaivén ruidoso, la azul muralla, y subiré triunfante a ser señor del reino luminoso; si son estorbo a mi ímpetu arrogante aire, mar, tierra o firmamento hermoso, haré que sientan mi furor violento el mar, la tierra, el aire, el firmamento.

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Literatura de la Colonia

Igual a Dios seré, pues se dilata mi poder tanto, y sellaré mi huella donde el ártico polo en hielos ata al Aquilón, perezas de su estrella. Dijo, y al punto en iras se desata de celestes garzones tropa bella, que marchando con brava bizarría luz, por guerrero polvo, daba al día. ¡Al arma! ¡al arma! ya el clarín sonoro grita con ecos agrios, resonantes; y al aire vieras del metal canoro blandir los astros picas de diamantes; serpeaba undosa sobre yelmos de oro turba de airones vivos, tremolantes; nunca vio el aire, en pavoroso anhelo, poblado de astros, tan turbado el cielo. Con rabia extraña, con coraje horrendo de Lucifer los lúgubres pendones, seguían, de sombras su escuadrón vistiendo, prófugos de la luz, ciegos dragones; con tal soberbia, confusión y estruendo marchaban estos hórridos campeones, que del antro al cénit el polo helado tembló confuso, palpitó turbado.

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Juan Bautista Aguirre

No de otra suerte cuando intenta el noto teñir feroz el vulto de la esfera: el aire entonces duramente roto con serpientes de fuego al mundo altera; pálido el sol al fúnebre alboroto ceniza peina en vez de cabellera: todo es horror, el cielo se anochece, el polo cruje, y el universo entero se estremece. Del testamento sobre el monte ardiente Luzbel estaba respirando saña, dos hogueras por ojos, y por frente negra noche que en sierpes enmaraña; altivo aturde al mundo fieramente, este bastardo horror de la montaña, pues, trueno el silbo, el eco terremoto, confunde al orbe en hórrido alboroto. El divino Miguel espiritoso, que fiel se opone al ángel atrevido, las rubias hebras apremió garboso al yelmo de oro en soles guarnecido; y al encuentro primero pavoroso, al caos le arroja, donde el fementido, de expirante tizón eterna llama, blasfemo truena, corajudo brama.

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No tan furioso nubes despedaza el sulfúreo turbión, no tan violenta con ráfagas de luz montes arrasa del huracán la rápida tormenta, como arrojado de la etérea casa Luzbel cayó con ira tan sangrienta que, en humo envuelto y en coraje eterno, de espíritus de luz ondeó un infierno. Al caer Luzbel con su escuadrón tremendo, un polo y otro, el vulto demudado, palpitaron violentos, confundiendo, el giro de ambos orbes prolongado; turbóse luego al estallido horrendo del cielo y tierra el orden barajado, y que bajaban pareció al profundo la esfera en polvo, en átomos el mundo. ¿Viste nocturna Dama presurosa encendida ilusión, que en pronto vuelo, rasgo de luz, exhalación hermosa, con brillante destello argenta el cielo? ¿y que al correr la esfera luminosa, desliz lucido, con fogoso anhelo, tan presto acaba luces y carrera que no miras lo que es sino lo que era?

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Así Luzbel, planeta rutilante, que a la madre de amor dio lucimiento, lucero hermoso entre ángeles brillante, del sol envidia, de beldad portento, fanal celeste que intentó arrogante establecer al aquilón su asiento, fue en el estado de su luz primera llama que pasa, exhalación ligera. Estudiad, oh mortales, escarmiento en esa imagen necia de Faetonte, que quiso remontarse al firmamento, y el averno fue tumba a su remonte: así pagó su loco atrevimiento este atezado embrión del Aqueronte, y así padece, aún más que en el abismo, horrible infierno dentro de sí mismo.

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Lector mío, los versos amorosos que se siguen, advierte que no se hicieron a otro fin que a mi diversión y ejercicio: si tú puedes, aplícalos a lo divino, y si no, juzga que son requiebros de Don Quijote a Dulcinea.

A una dama imaginaria (Romance) Qué linda cara que tienes, válgate Dios por muchacha, que si te miro, me rindes y si me miras, me matas. Esos tus hermosos ojos son en ti, divina ingrata, arpones cuando los flechas, puñales cuando los clavas. Esa tu boca traviesa brinda, entre coral y nácar, un veneno que da vida y una dulzura que mata. En ella las gracias viven: novedad privilegiada, que haya en tu boca hermosura sin que haya en ella desgracia.

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Juan Bautista Aguirre

Primores y agrados hay en tu talle y en tu cara; todo tu cuerpo es aliento, y todo tu aliento es alma. El licencioso cabello airosamente declara que hay en lo negro hermosura, y en lo desairado hay gala. Arco de amor son tus cejas, de cuyas flechas tiranas, ni quien se defiende es cuerdo, ni dichoso quien se escapa. ¡Qué desdeñosa te burlas! y ¡qué traidora te ufanas, a tantas fatigas firme y a tantas finezas falsa! ¡Qué mal imitas al cielo pródigo contigo en gracias, pues no sabes hacer una cuando sabes tener tantas!

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A unos ojos hermosos

Ojos cuyas niñas bellas esmaltan mil arreboles, muchos sois para ser soles, pocos para ser estrellas. No sois sol, aunque abrasáis al que por veros se encumbra, que el sol todo el mundo alumbra y vosotros le cegáis. No estrellas, aunque serena luz mostráis en tanta copia, que en vosotros hay luz propia y en las estrellas, ajena. No sois lunas a mi ver, que belleza tan sin par ni es posible en sí menguar, ni de otras luces crecer. No sois ricos donde estáis, ni pobres donde yo os canto; pobres no, pues podéis tanto, ricos no, pues que robáis. No sois muerte, rigorosos, ni vida cuando alegráis; vida no, pues que matáis, muerte no, que sois hermosos.

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No sois fuego, aunque os adula la bella luz que gozáis, pues con rayos no abrasáis a la nieve que os circula. No sois agua, ojos traidores, que me robáis el sosiego, pues nunca apagáis mi fuego y me causáis siempre ardores. No sois cielos, ojos raros, ni infierno de desconsuelos, pues sois negros para cielos y para infierno sois claros. Y aunque ángeles parecéis, no merecéis tales nombres, que ellos guardan a los hombres y vosotros los perdéis. No sois diablos, aunque andáis dando pena a los que os vieron, que ellos del cielo cayeron, vosotros en él estáis. No sois dioses, aunque os deben adoración mil dichosos, pues en nada sois piadosos ni justos megos os mueven. Y en haceros de este modo naturaleza echó el resto, que, no siendo nada de esto, parece que lo sois todo.

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Epigramas a un Zoilo i Zoilo, ayer tarde por chiste un quídam te dijo ¡tonto!, y tú, por vengarte pronto, ¡Adulador! le dijiste. Y a la verdad que lo era el que tonto te llamó, pues tú no eres tonto, no, sino la misma tontera.

II Tus mentideras estiras con progresos tan felices, que, en dos palabras que dices dices Zoilo mil mentiras. Por eso admirados todos juzgan con razón no poca, que hablas sólo por la boca, y que mientes por los codos.

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Breve diseño de las ciudades de Guayaquil y Quito (Carta jo c o s e r i a escrita p o r e l a utor a su cuñado don Jerón im o M en d iola , d escribien do a G ua yaquil y Q uito.)

Dichoso paisano, en quien con diversísimos modos se miran los dones todos, todas las prendas se ven, perdona si en parabién de tu carta no te da algo mi amor, porque ya cuanto yo darte podía, que era la voluntad mía, tú te la tienes allá. Mostrárteme agradecido hoy mi empeño viene a ser, y para poderlo hacer de estos versos me he valido; recíbelos advertido, de que si aun el don mayor sólo recibe valor del amor de quien lo da, inmenso mi don será, pues es inmenso mi amor.

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Contarte un pesar intento por ver si puedo lograr el que mi propio pesar sirva de ajeno contento; escúchame, pues, atento, que ya mi triste gemido empieza a dar condolido dos efectos a mi canto, pues lo que en mi voz es llanto será música en tu oído. Guayaquil, ciudad hermosa, de la América guirnalda, de tierra bella esmeralda y del mar perla preciosa, cuya costa poderosa abriga tesoro tanto, que con suavísimo encanto entre nácares divisa congelado en gracia y risa cuanto el alba vierte en llanto; Ciudad que es por su esplendor, entre las que dora Febo, la mejor del mundo nuevo y hoy del mundo la mejor; abunda en todo primor, en toda riqueza abunda, pues es mucho más fecunda en ingenios, de manera que, siendo en todo primera, es en esto sin segunda.

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Tribútanle con desvelo entre singulares modos la tierra sus frutos todos, sus influencias el cielo; hasta el mar que con anhelo soberbiamente levanta su cristalina garganta para tragarse esta perla, deponiendo su ira al verla le besa humilde la planta. Los elementos de intento la miran con tal agrado, que parece se ha formado de todos un elemento; ni en ráfagas brama el viento, ni son fuego sus calores, ni en agua y tierra hay rigores, y así llega a dominar en tierra, aire, fuego y mar, peces, aves, luces, flores. Los rayos que al sol regazan allí sus ardores frustran, pues son luces que la ilustran y no incendios que la abrasan; las lluvias nunca propasan de un rocío que de prisa al terreno fertiliza, y que equivale en su tanto de la aurora al tierno llanto, del alba a la bella risa.

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Templados de esta manera calor y fresco entre sí, hacen que florezca allí una eterna primavera; por lo cual si la alta esfera fuera capaz de desvelos, tuviera sin duda celos de ver que en blasón fecundo abriga en su seno el mundo ese trozo de los cielos. Tanta hermosura hay en ella que dudo, al ver su primor, si acaso es del cielo flor, si acaso es del mundo estrella; es, en fin, ciudad tan bella que parece en tal hechizo, que la omnipotencia quiso dar una señal patente de que está en el Occidente el terrenal paraíso. Esta ciudad primorosa, manantial de gente amable, cortés, discreta y afable, advertida e ingeniosa es mi patria venturosa; pero la siempre importuna crueldad de mi fortuna, rompiendo a mi dicha el lazo, me arrebató del regazo de esa mi adorada cuna.

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Buscando un lugar maldito a que echarme su rigor, y no encontrando otro peor, me vino a botar a Quito; a Quito otra vez repito que entre toscos, nada menos, varios diversos terrenos, siguiendo, hermano, su norma, es un lugar de esta forma, disparate más o menos. Es su situación tan mala, que por una y otra cuesta la una mitad se recuesta, la otra mitad se resbala; ella se sube y se cala por cerros, por quebradones, por guaicos y por rincones, y en andar así escondida bien nos muestra que es guarida de un enjambre de ladrones. Tan empinado es el talle del sitio sobre que estriba, que se hace muy cuesta arriba el andar por cualquier calle; no hay hombre que no se halle la vista en tierra clavada, porque es cosa averiguada que el que anda sin atención cae, si no en tentación, en una cosa privada.

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Hacen a Quito muy hondo una y otra rajadura, y teniendo tanta hondura, es ciudad de ningún fondo. Aquí hay desdichas ahondo, aquí el hambre y sed se aúnan y a todos nos importunan; aquí, en fin, ¡raros enojos! los que comen son los piojos, los demás todos ayunan. Son estos piojos taimados animales infelices, grandes como mis narices, gordos como mis pecados; cuando veo que estirados van muy graves en cuadrilla, me asusto que es maravilla desde que un piojillo arisco, sólo con darme un pellizco, me sumió la rabadilla. Las sillas de mano aquí se miran como a porfía, y te aseguro a fe mía que tan malas no las vi; luego que las descubrí por unos lados y otros, viendo los asientos rotos y quebradas las tablillas, dije: Bien pueden ser sillas, mas yo las tengo por potros.

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En estas sillas se encierra, llevando cualquier serrana, mucho pelo y poca lana, como oveja de la tierra. Aquí, pues, en civil guerra con femeniles enojos son de los piojos despojos, y con dentelladas bellas, los piojos las muerden a ellas, y ellas muerden a los piojos. Estas quiteñas como oso están llenas de cabello, y aunque tienen tanto vello, mas nada tienen hermoso; así vivo con reposo sin alguna tentación, siquiera por distracción me venga, pues si las hablo, juzgando que son el diablo, hago actos de contrición. Lo peor es la comida (Dios ponga tiento en mi boca): ella es puerca y ella es poca, mal guisada y bien vendida; aquí toda ella es podrida, y ¡vive Dios! que me aburro, cuando imagino y discurro que una quiteña taimada me envió dentro una empanada un gallo, un ratón y un burro.

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Hay tal o cual procesión, mas con rito tan impío, que te juro, hermano mío, que es cosa de inquisición: van cien Cristos en montón corriendo como unas balas, treinta quiteños sin galas, más de ochenta Dolorosas, San Juan, Judas y otras cosas, casi todas ellas malas. Con calva, gallo, y sin manto, un San Pedro se adelanta, y, por más que el gallo canta, no quiere llorar el Santo; pero le provoca a llanto de sus llaves la reyerta, pues cuenta por cosa cierta, estando el Santo con sueño, que se las hurtó un quiteño para falsear una puerta. Va también tal cual rapaz vestido de ángel andante, con su cara por delante y máscara por detrás; con tan donoso disfraz echan unas trazas raras, dándonos señales claras que, en el quiteño vaivén, aun los ángeles también son figuras de dos caras.

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De penitentes con guantes salen los nobles por no dar limosna, y temo yo que han de salir de danzantes. Estos quiteños bergantes ¿cómo harán tal indecencia?, pues hallo yo en mi conciencia que es muy grave hipocresía vestir la cicatería con traje de penitencia. Después se ven unos viejos beatos, brujos y quebrados, y algunos frailes cargados con sus barbas y agarejos; luego se sigue a lo lejos una recua de Cofrades, después las Comunidades, y otras bestias con pendones, porque aquí las procesiones todas son bestialidades. Mil pobres despilfarrados se miran a cada instante, mas ninguno es vergonzante, que son bien desvergonzados; ciegos, mudos, corcobados y enanos hay en verdad tantos en esta ciudad, que yo afirmo sin rebozo que es este Quito piojoso el Valle de Josafat.

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Hermano, en aqueste Quito muchos mueren de apostemas, de bubas, llagas y flemas, mas nadie muere de ahito; y hay serrano tan maldito que al rezar la letanía pide a la Virgen María, con grandísimo fervor, que le conceda el favor de morir de apoplejía. A cualquiera forastero, con extraña cortesía, sea de noche, sea de día, le quitan luego el sombrero; y si él no trata ligero de tomar otra derrota, le quitan también sin nota estos corteses ladrones la camisa y los calzones, hasta dejarlo en pelota. Andan como las cigarras gritando por estas sierras que son leones en las guerras, y lo son sólo en las garras; para hurtar estos panarras con sutileza y con tiento son todos un pensamiento, de suerte que yo he juzgado que en las uñas vinculado tienen el entendimiento.

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El que es noble gamonal algún obraje procura, y de esta suerte asegura tener enjerga el caudal. Los quiteños, por su mal, entablaron desdichados estos obrajes malvados, pues con esperanzas vanas van al obraje por lanas y se vuelven trasquilados. Todos estos obrajeros, por interés del vellón, compran ovejas y son ellos gentiles carneros. Tienen bueyes y potreros del caudal para ventaja, pero, aunque ellos se hacen raja, nunca salen de pobreza, pues vinculan su riqueza en cuernos, lanas y paja. A todos con gran certeza de frailes les acredito, pues todos en este Quito hacen voto de pobreza; pero el fausto, la grandeza y la gala es incesante, pues aquí, como es constante, se estudia con grande aprieto la comedia de Moreto nombrada, «Trampa adelante».

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Cualquier chisme o patarata lo cuentan por novedad, y para no hablar verdad tienen gracia gratis data: todo hombre en lo que relata miente o a mentir aspira; mas esto ya no me admira, porque digo siempre: ¡Alerta! sólo la mentira es cierta y lo demás es mentira. Mienten con grande desvelo, miente el niño, miente el hombre, y, para que más te asombre, aun sabe mentir el cielo; pues vestido de azul velo nos promete mil bonanzas, y muy luego, sin tardanzas, junta unas nubes rateras, y nos moja muy de veras el buen cielo con sus chanzas. Llueve y más llueve, y a veces el aguacero es eterno, porque aquí dura el invierno solamente trece meses; y así mienten los franceses que andan a Quito situando bajo de la línea, cuando es cierto que está este suelo bajo las ingles del cielo, es decir, siempre meando.

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Este es el Quito famoso y yo te digo, jocundo, que es el sobaco del mundo viéndolo tan asqueroso. ¡Feliz tú! que de dichoso puedes llevarte la palma, pues gozas en dulce calma de ese suelo soberano, y con esto, adiós, hermano. Tu afecto, Juan de buen alma. N ota:

* Los textos han sido seleccion ad os de E spinosa Pólit, A urelio. Los dos prim eros p o eta s coloniales. M éxico: J. M . Cajica, 1960. [Colección B iblioteca E cuatoriana M ínim a].

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José de Orozco y

Ramón Sánchez de Viescas

Los poetas del «Ocioso de Faenza»:* José de Orozco y Ramón Sánchez de Viescas

a cultura ecuatoriana debe al padre Juan de Velasco S. J. no solo el haber escrito el primer ensayo historiográfico importante acerca de lo que fue el «Reino de Quito», sino también la más extensa recopilación de obras poéticas de nuestro período colonial, amén de otros trabajos eruditos sobre la lengua quichua que hoy, lamentablemente, andan perdidos. En efecto, en la Colección de poesías varias, hecha por un ocioso en la ciudad de Faenza, Velasco pretendió compilar, en una suerte de antología, las obras poéticas más célebres de la lengua española, florilegio al que añadió algunas producciones propias de los jesuítas americanos expulsados en Italia, principalmente de sus coterráneos1. Varios son los nombres de los poetas jesuítas nacidos en el territorio de la antigua Audiencia de Quito y a los que Juan de Velasco rescata del olvido gracias a su acuciosa labor de antologo. Entre ellos encontramos a Nicolás Crespo (1701-1769); Juan de Ullauri (1722-1801); Juan Celedonio Arteta (1741-1796); José de Orozco (1733-1796); Ramón Sánchez de Viescas (17311799 ); José Garrido (1726-1780); Sebastián Rendón (1715-1776); Mariano Andrade (1734-1811); Manuel de Orozco (1729-1786); Ambrosio Larrea (1742-1796). A estos nombres hay que añadir el del propio Juan de Velasco, quien incluye en su voluminosa

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antología las obras líricas de su propia cosecha. Si todos nacieron en diversas ciudades y pueblos de la Audiencia de Quito, todos ellos murieron en el destierro, en Italia, lejos de su tierra, pues nunca retornaron a su extrañada patria. Hacer un balance general acerca del valor literario de los textos líricos de esta colección resulta complejo en vista de la gran varie­ dad de temas, estilos y géneros poéticos que se aborda en ellos y, sobre todo, por la desigualdad que existe en la capacidad literaria de los autores. Para medir la importancia de esta colección en las letras ecuatorianas, me remito a lo ya expresado en Identidad y form as de lo ecuatoriano: Las pequeñas obras de los extrañados, incluidas en este libro colectivo (El ocioso de Faenza), llegan a nuestra sensibilidad, no solo por su men­ saje estético sino, además porque hay en él algo como un haz de angus­ tiadas voces de auxilio frente a un casi seguro naufragio en el tiempo, lejos de la amada patria. Porque si hay algo que une la diversa heteroge­ neidad de esta colección de poesías varias es el hecho de que estas voces se nos aproximan al unísono, en coro. En toda ella hay una implícita voluntad de salvarse, no individualmente sino en comunidad, porque en comunidad habían compartido la vida y el infortunio. Aunque no era la publicación el fin inmediato, no obstante se siente que fue este afán de salvarse del olvido, de afirmar ese «yo» y ese «nosotros» tan negados y rezagados, ese grito inicial del «sálvese quien pueda» que por obra del recopilador llegó al comunitario «salvémonos», el principal impulso aglutinador de esta colección2.

De todos los poetas aquí nombrados, nos referiremos con más de­ talle a dos de ellos: José de Orozco y Ramón Sánchez de Viescas.

J osé de O rozco

El padre José de Orozco nació en Riobamba en 1733. Ingresó en la Compañía de Jesús en 1748. Coterráneo y pariente de Juan de Velasco. Fue profesor de gramática y bibliotecario en el

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colegio jesuíta de Guayaquil. Como todos los jesuítas quiteños, fue desterrado a los Estados Pontificios (Italia) en 1767. Vivió en Rávena junto a otros hermanos expulsados. Fue en esa ciudad italiana que escribió la mayor parte de su obra poética, sobre todo su poema de corte épico titulado La conquista de Menorca. No se sabe a ciencia cierta la fecha de su muerte, es probable que ocurriera en Rávena poco después de 1796.

O b r a l i t e r a r ia

José de Orozco figura en las letras ecuatorianas por su célebre poema épico La conquista de Menorca, obra que consta de 142 octavas reales y escrita en 1782, el mismo año que ocurrieron los acontecimientos que se relatan en el poema. Tales hechos se re­ fieren a la expedición militar que realizó Carlos III, rey de España, para reconquistar del poder de los ingleses la isla de Menorca, antigua posesión española en el Mediterráneo. La acción estuvo al mando del Duque de Crillón, mercenario francés a órdenes de la monarquía española. El poema consta de cuatro «Cantos»: «La selección del supremo comandante»; «La navegación del Mediterráneo»; «La conquis­ ta de la Isla» y «La toma de San Felipe». El plan de exposición es, en opinión de Juan León Mera3, «sencillo y bien concertado» y, en esencia, consiste en lo siguiente: Carlos III decide recon­ quistar la isla de Menorca, pero duda en cuanto a la elección del jefe militar que llevaría a cabo la empresa. Hasta su despacho real llega Marte, el dios de la guerra, y le aconseja nombrar al Duque de Crillón. Una vez que la escuadra se da a la vela, so­ breviene una tormenta que pone en grave peligro la vida de los españoles. Los navegantes elevan al cielo sus ruegos y gracias a la intervención de Jesús y María, la calma y las esperanzas de los navegantes renacen. Caen por sorpresa en la isla de Menorca y

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dominan Mahón, pero los ingleses, al mando del general Murray, se reagrupan en la fortaleza de San Felipe desde donde resisten valerosamente. Sin embargo, los españoles arremeten con valor y denuedo y consiguen, al fin, dominar a los ingleses. No le falta al poema aliento épico y al poeta le sobran ganas de dar a sus versos nobleza heroica y de engrandecer una escaramuza que, como tantas otras de ese siglo, la historia no ha concedido mayor importancia. Orozco es consciente de las dificultades que le ofrece el tema, pues se propone cantar un hecho que no pertenece a su mundo ni a su ámbito. Por ello, desde la segunda estrofa de su poema se oye la dolida voz del desterrado que atisba, como furtivo espectador, la historia ajena que —oh paradoja— se propone, sin embargo, exaltar: C om o en co n tra rio clim a deg en era no p o ca s veces d esg ra cia d a p la n ta , aun cu an d o cu id a d o so m ás se esm era en su cu ltiv o a q u el q u e la trasplan ta: tal, m i M u sa in feliz en extran jera región se ve deg en era r, s i canta: fá lta le la aura nativa, y con ella el dulce flu jo de ben ig n a estrella .

Pero la dificultad del poeta es aún mayor cuando se confiesa inepto para el verso, pues por «cuatro lustros», dice, ha estado alejado del «comercio de las Musas». Sin embargo, el «marcial estrépito» de la conquista de Menorca «cual trueno, el estro des­ pertó que en mí dormía». Este «trueno» que sacó de la pasividad al poeta Orozco para cantar una guerra ajena, ¿no es acaso el pre­ ludio de aquel otro que, años después, despertará al guayaquileño José Joaquín Olmedo para celebrar la libertad de los pueblos americanos? ¿Coincidencias o influencias? No es de extrañar que este criollo de Riobamba, desterrado en tierras italianas por incomprensible disposición de la monarquía

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española, alabara en su poema al propio rey que lo desterró. Y no es de extrañar esta actitud, digo, porque con ello Orozco se unía a una tradición colonial que estaba más allá de sus sentimientos personales, tradición que consistía en manifestar siempre sumisión a un monarca cuyos favores, a pesar de todo, eran esperados con ansias por los míseros expulsos. No otra cosa hicieron otros poetas coloniales antes de Orozco y después de él, como es el caso de Olmedo, el cantor de la Independencia, quien rompió lanzas en los campos de la poesía celebrando las glorias de la monarquía. José Orozco muestra en La conquista de Menorca dos impulsos diferentes en su estilo. Por una parte está su formación barroca que se manifiesta en ese empaque rígido al que obliga el gongorismo; y, por otra, hay una expresión que corre más ligera y suelta, alivianada de los excesos propios de «embellecimiento» culterano; sin embargo, en un caso y otro, la frase se halla siem­ pre sometida a la tortura del hipérbaton, ese corsé que retuerce la anatomía de la oración. Ejemplo de ese estilo más terso bien podría ser la estrofa transcrita anteriormente. La expresión cul­ terana, muy cercana al Góngora del Polifemo se manifiesta, en cambio, en la siguiente octava real en la que se describe el agreste paisaje de Menorca: Su desmedida mole comparece del más bárbaro adorno con las señas, pues rebujándose áspera ennegrece la hórrida gala y fausto de sus greñas; de mil Tifeos el remedo ofrece en lo encumbrado de sus rudas peñas, cuyos escudos y deformes bultos a Jove le recuerdan sus insultos.

Es manifiesta la desigualdad de estilo y de tono en esta obra; un defecto que ha sido señalado por los críticos literarios a partir de

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Juan León Mera. Por lo demás, José de Orozco sabe manejar el verso con acierto y la cláusula poética con gran aliento y ampli­ tud. Sin embargo, no comparto el entusiasmo de Espinosa Pólit, quien sostenía que «la obra del P. José de Orozco es piedra sillar de cimiento en la literatura ecuatoriana». No tiene valor, hoy en día la discusión que plantearon varios críticos acerca de la mezcla que hace Orozco de la mitología grecolatina con lo divino-cristiano. Un recurso semejante —aunque lindando con el disparate— había sido utilizado un siglo antes por el poeta guayaquileño Antonio Bastidas. Tampoco hacía falta «justificar» esta licencia señalando que ya, antes, desde la Edad Media se la había utilizado, en concreto, a partir del Caballero Cifar. Esta simbiosis (que nunca ha ofrecido buenos logros, es verdad) obedece, en la obra de Orozco, a dos razones: por una parte, a la imprescindible utilización de tópicos de la poesía épica occidental (la referencia a los dioses griegos) y, por otra, a la relación (imprescindible también en una cosmovisión cristiana de la vida) de los actos humanos con la voluntad divina.

Ram ón S ánchez de V iescas

Nació en Quito en diciembre de 1731. En 1745 ingresa como alumno en el Seminario de San Luis, en Quito, institución regentada por los jesuítas y donde fue condiscípulo de Eugenio Espejo. Estudia retórica y filosofía. En la Universidad de San Gregorio fue profesor de Teología Moral. En 1765 se ordena de sacerdote y en 1767, al igual que sus hermanos de la orden jesuíta, es desterrado a Italia. El resto de sus días los pasa en Rávena, ciudad insalubre, según lo testimonia en sus escritos. Los jesuítas desterrados en Italia estaban impedidos de ejercer su oficio sacerdotal y con el fin de ganarse el pan cotidiano, Viescas, al igual que otros hermanos de

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infortunio, debieron ejercer la cátedra. Su fama de teólogo y buen maestro se difundió en Rávena, donde con dignidad sobrellevó el destierro. A diferencia de otros hermanos de hábito que debieron arrastrar una vida de desocupación y hasta miseria, Viescas fue llamado a ejercer cargos de importancia como el ser prefecto de las Escuelas Públicas de Rávena, tarea que le encomendó el cardenal Valenti Gonzaga, a la sazón gobernador de la Romaña. Muere en la misma ciudad italiana en marzo de 1799.

O bra literaria

De entre los poetas quiteños que comparecen en El ocioso de Faenza, Ramón Viescas es, sin duda, el de mayores méritos literarios y el que más simpatías despierta. La crítica del siglo XIX lo consideró nuestro mayor poeta colonial. Como poeta, Viescas muestra una inspiración variada, un buen conocimiento del oficio y una búsqueda de la corrección formal. Sin embargo, sus dotes de buen poeta se ven a menudo limitadas por ese ámbito estrecho que impone siempre la poesía de circunstancias, género que él practicó de preferencia, un condicionamiento al que, sin excepción, estuvieron sometidos todos los poetas coloniales. Abordó con acierto y tono adecuado, tanto lo serio como lo festivo, ductilidad que demuestra, por ejemplo, cuando celebra el nuevo túmulo erigido a la memoria de Dante o cuando, con sarcasmo y burla, describe la calvicie de algún hermano de hábitos. En efecto, en estos dos grupos: poesía seria y poesía satírica pue­ de clasificarse la obra de Ramón Sánchez de Viescas, tal como nos ha legado la colección del P. Juan de Velasco. En la primera categoría se destacan poemas como Al sepulcro de Dante, los dos sonetos de despedida escritos en honor de Matilde Cappi y de su madre, y el soneto dedicado a la restauración de la iglesia de

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la Torreta de Rávena. Todas, como se ve, son obritas nacidas al impulso de alguna circunstancia pasajera, dictadas por el com­ promiso de la lisonja a sus mecenas (el cardenal Valenti) o a per­ sonajes influyentes. Si desde el punto de vista del arte, pena da ver cómo el P. Sánchez de Viescas desperdició su ingenio poético (que lo tuvo, sin duda) en escribir loas a los poderosos, humana­ mente, en cambio, es comprensible, pues con ello logró afianzar en tierra ajena su siempre precaria condición de forastero. En este primer grupo debemos también mencionar las décimas de La musa escéptica y en las que el poeta, sin tomar partido por el Thabor o el Calvario, elige «el oscuro limbo de las dudas». A la par de estos encomios y otra poesía seria, Sánchez de Viescas escribió también poesía satírica, como lo demuestran las fáci­ les décimas dedicadas a la calvicie «apóstata» de don Vicente Recalde. A l sepulcro de Dante es un poema que formal y expresivamen­ te obedece a un ideal literario clásico. Está escrito en liras (es­ trofa preferida por los poetas del Renacimiento) y se siente que el poeta ha dejado atrás las brumas del gongorismo y ha con­ quistado una renovada expresión en la que, además, se mueve con admirable seguridad. La idea del sueño en el que emergen sombras parlantes es, en este caso, atractiva aunque no original, procede, en parte, de una tradición en la que el mismo Dante (el asunto del poema) fue uno de los más connotados cultores (José Joaquín Olmedo la repetirá después en La victoria deJunín). Lo desmedido es el elogio sin reservas al transitorio gobernante de la ciudad de Rávena que el poeta pone en boca del gran Dante. No deja de ser interesante la coincidencia de que un desterrado en Rávena, como lo fue Sánchez de Viescas, interprete los sen­ timientos de otro desterrado, esta vez Dante, que para siempre dejó sus huesos en la misma ciudad.

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José de Orozco y Ramón Sánchez de Viescas

No coincido con la opinión de aquellos que tildan a Sánchez de Viescas de «poeta neoclásico»; pero sí creo que con él se inicia un camino de transición en la poesía colonial, camino que nos con­ ducirá a la obra de un José Joaquín Olmedo, por ejemplo. Esta transformación en el gusto y estilo de este poeta jesuíta, que en su juventud, en Quito, fue educado bajo la sombra de Góngora, se debe no solo a esa corriente estética de retorno a los clásicos del Renacimiento (tendencia que dominó el arte literario italiano, al final del siglo xviii), sino también a un impostergable afán de comunicación más eficiente con el medio en el que debió abrirse paso. Ramón Sánchez de Viescas, el jesuíta quiteño que estuvo en contacto con la élite culta de la ciudad de Rávena, siente que el gongorismo en el que se formó en su juventud es anacrónico y quiere ponerse más a tono con su tiempo y, sobre todo, con esa clase aristocrática italiana a la que sirve y elogia. Las décimas que Viescas escribió a una «calva apóstata» lo muestran como poeta dotado para la sátira. Los versos —que corren fáciles y espontáneos— derraman buen humor y, a veces, destilan mordacidad. El autor se enfila aquí en la tradición conceptista y al pretender describir la gran calva que le obsesiona, sus estrofas crecen y se inflan con el uso reiterado de la hipérbole quevedesca. Así lo muestran estos versos en los que, hipérbole tras hipérbole, trata de darnos una idea de cómo era aquella célebre calva: Una bóveda capaz de ser la casa de Anás; un gran Calvario sin cruz, un huevo de avestruz, un talón de Fierabrás.

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N otas:

*Los prólogos que corresponden a José de Orozco y a Ramón Sánchez de Viescas reproducen, en su mayor parte, el texto que, bajo el subtítulo de «José Orozco y Ramón Sánchez de Viescas: dos intentos de conferir dignidad a lo circunstan­ cial», consta en mi libro: Identidad y formas de lo ecuatoriano, publicado en Quito, por la editorial Eskeletra, en 2005 (págs. 309 a 317). 1Valdano, Juan. Identidad y formas de lo ecuatoriano. Quito: Eskeletra, 2005, pág. 298. Sobre el destierro que la Corona española (Carlos III) decretó en 1767 en contra de los jesuitas que, en ese momento, residían tanto en España como en sus territorios coloniales, me remito al mismo libro aquí citado, págs. 289 y ss. 2 Ibíd., págs. 305-306. 3 Mera, Juan León. Ojeada histórico-crítica de la poesía ecuatoriana. Guayaquil: Ariel, [s. f.], pág. 73. [Colección Clásicos Ariel; 23].

José de Orozco La conquista de Menorca' (Fragmentos)

Hallándose la Isla de Menorca, antigua posesión de España, en poder de los Ingleses, fue conquistada por el Señor Carlos III, el año de 1782, bajo el comando del Excmo. Sr. Duque de Crillón y de Mahón, Grande de España, Gran Cruz del Real Orden de Carlos III, Capitán General de los Reales Ejércitos, etc., etc., a quien dedicó su Autor esta Obra, dividida en 4 Cantos, el mismo año 1782.

Canto I La elección del supremo comandante Musas del Pindó hispano, mis errores discretas disculpad, que yo no puedo a esa cumbre llegar, ni a los honores que a vuestras sienes con envidia cedo. Mal de la docta rama los verdores solicitara, pues distante quedo de ellos: que siendo en su desdén fugaces, ni a seguirlos mis ansias son capaces.

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Como en contrario clima degenera no pocas veces desgraciada planta, aun cuando cuidadoso más se esmera en su cultivo aquel que la trasplanta: tal, mi Musa infeliz en extranjera región se ve degenerar, si canta: fáltale la aura nativa, y con ella el dulce influjo de benigna estrella. Son cuatro lustros que en obscuro seno un letargo funesto me oprimía, teniéndome apartado del ameno comercio de las Musas de que huía, cuando marcial estrépito, cual trueno, el estro despertó que en mí dormía, mientras que, desvelados mis pesares, bogaban de mis ojos en los mares. Del patrio reino la ruidosa fama el peso aligeró, de que oprimido, vi ya confusa y trémula la llama casi apagarse en mí de lo entendido: el triunfal viva, con que el orbe aclama al gran Bertón aquel estruendo ha sido, que hechicero poder de patriotismo pudo en mí tanto, que volví en mí mismo. Éste, pues, entre júbilos me obliga a divorciar la necia pesadumbre, que, cadena de horror, al alma liga cuando le ofusca su preciosa lumbre; con paz de mi dolor, vuelvo a la amiga deliciosa estación, si no a la cumbre, a lo menos al pie: probaré en tanto si me hospeda otra vez amigo el canto.

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No el místico cristal que la eminencia baña del Pindó, músico risueño, libar presumo, no, que en apariencia de fugaz nieve, incendio es halagüeño: ardor más vivo imploro, en la asistencia del héroe de quien canto el desempeño: él me influya su ardor; que así presumo que por suyo el acierto será sumo. Del Duque excelso el inmortal coraje, y la ciencia me inspiren al intento, que unir sabrán en bello maridaje la dulzura y terror en mi instrumento; de deifica deidad con el visaje, al numen disfrazar supo sangriento: deba, pues, de su influjo a la armonía de Apolo y Marte ser mi melodía. Del Gran Carlos el alto entendimiento, (sol en augusto cielo) cierto día giró con luminoso movimiento la extensión de su vasta monarquía; bien que viese que de ella el lucimiento en perpetuo cénit se mantenía, darle quiso, con una nueva empresa, lucimiento mayor a su grandeza. Del sublime designio a la medida no estar ceñido a límites enseña su poder, en la fuerza desmedida militar, en que pródigo se empeña; a la inmensa riqueza difundida, inexhausto el erario desempeña, siendo la misma profusión del oro de su regio esplendor mayor tesoro.

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Ardua empresa es decir cuál fuese a punto la luminosa armada, que mi acento, al cantarla admirable en el conjunto, restaura en pasmos su perdido aliento. En él la admiración encuentra junto cuanto con su facundia y fingimiento grandiosa en otros inventar podría licenciosa brillante fantasía. No del feliz Perú preciosas venas tantas riquezas a la Europa han dado, que, excediendo del mar a las arenas, de la gran madre el cuerpo han circulado, cuantas son (casi de guarismo ajenas) las que regia opulencia ha derramado para mayor decoro de la armada al arduo desempeño destinada. Grecia, la antigua Roma, el Otomano, y cuanto las historias de eminente decirnos pueden del poder humano, ceder sin queja deben al presente. Basta decir: fue empeño soberano de aquel Monarca sumo, en cuya frente aun son corto diadema los imperios que ilustra el sol en ambos hemisferios. De aquel Monarca invicto y poderoso, Carlos Tercero, el sabio, el admirado... Aquí suspender debo el armonioso acento, reverente y asombrado: nadie ignora que asunto muy glorioso resalta, más que dicho, respetado;

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pues la elocuencia del silencio abulta el mismo encomio que industriosa oculta. Carlos Tercero, sí, mas sin segundo, vuestra gloria aplaudir sólo callando podré, con el respeto más profundo, pues que sólo errar mucho puedo hablando; mudo mi labio será más fecundo en encomiaros dignamente, cuando de vuestros timbres en inmenso abismo zozobra absorto aun el asombro mismo. Disculpad, como padre compasivo, este mi arrojo temerario y grave: a callar, el respeto es gran motivo, mas el silencio en tanto amor no cabe; entre amor y respeto decisivo el choque fue —mi pecho bien lo sabe—, que en él gigantes ambos combatieron, y mutuamente siempre se vencieron. De Menorca esculpida en su real pecho llevaba el Rey la indeleble historia, a que vio mantener mejor derecho, según publica a voces la memoria; y sabio resolvió que con un hecho más decisivo y digno de su gloria, borrase de sus héroes el coraje de rea fortuna el antiguo ultraje. Mas en la misma copia prodigiosa de campeones, perpleja considera su regia comprensión cosa por cosa,

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y cuál de tantos al bastón prefiera: de méritos la lid si admira hermosa, crece su duda más, porque pondera de cada cual prerrogativas tales, que todos le parecen ser iguales. Equilibrada así la competencia estaba, cuando, con prodigio claro, de Carlos en la augusta residencia se dejó ver un personaje raro; a reprimir su intrépida violencia no bastando de guardias el reparo, libremente sus pasos encamina al gabinete, en donde al Rey se inclina. Su aspecto horror, sus ojos fulminantes, de amenazas y estragos giran llenos: sus acentos y voces resonantes idioma son de articulados truenos; membruda emulación de los gigantes, su gran mole conturba los terrenos, y oprimidos los pueblos gimen tanto que de sangre en torrentes va su llanto. Un morrión es la pompa de su frente, la de su diestra un penetrante acero todo manchado en sangre, que caliente de su sed refrigera el ardor fiero, su hórrido traje avisa que igualmente es de hierro fatal su genio austero, pues mostrando el odiar la paz del hombre, se jacta de tener este renombre.

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Si a vulgar perspicacia inexorable por su cruel apariencia se presenta, de la razón a veces amigable, y poderoso defensor se ostenta; no lleva siempre, no, la lamentable venda de la ignorancia turbulenta: tal vez observa bien, como conviene, la equidad de la parte que sostiene. El Monarca muy lejos del espanto que al más invicto ocasionar debiera tal objeto, lo mira sin quebranto de su quietud serena y placentera; del vestiglo extranjero observa en tanto traje, aspecto y divisas: quién pudiera ser bien advierte, y dícele severo: «¿Qué pretendes aquí marcial guerrero? ¿Cómo o por qué de mi mansión sagrada a violar los respetos te atreviste? ¿Tal vez de la más alta y adorada Suprema Potestad nuncio veniste? Si tal eres, declara la embajada, y el fin arcano que en venir tuviste: ¿Quién eres? Del misterio corre el velo, y sabe que me rindo sólo al cielo». «Marte soy, le responde, aquel terrible genio o numen sangriento de la guerra: esta espada es el yugo que insufrible hace gemir el mar, gemir la tierra. Mi presencia, que os debe ser plausible,

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no otro arcano que gratitud encierra, pues tengo vinculada yo mi gloria de las armas de España a la memoria. Más que amigo, deudor agradecido, a vuestro grande Imperio me declaro; mi aplauso por sus armas desmedido en nuevos mundos resonó más claro: su dominio sin límite extendido, al del sol justamente lo comparo, pues pudo victoriosa su bandera las distancias medir de su carrera. Con ruidoso silencio los anales, con muda voz los ricos monumentos, en tinta y bronces hacen inmortales del brazo iberio insignes vencimientos: testigo soy y afirmo que son tales de sus héroes los hechos y portentos, que en valor sin igual y en la constancia, hacen al Reino una común Numancia. Se dilata en dos mundos poderoso de vuestros campeones el heroísmo, sosteniendo el Imperio más famoso, donde mayor me encuentro yo a mí mismo: ¿Qué mucho que, solícito y ansioso de mi gloria mayor en el abismo, pretenda de fiel Marte, que en su empeño haga mi gratitud el desempeño?

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Minerva como yo, como yo Astrea reconoce su deuda cual conviene; y grata cada cual se lisonjea en el sumo esplendor que por vos tiene de valor, ciencia y equidad pelea el poder triplicado, de que os viene gloria inmortal, no halago de fortuna, luz permanente, no esplendor de luna. De luna, que al esmero de favores de quien su gala argenta e ilumina, crece y, cuando más crece en esplendores, tanto más a las menguas se avecina; no así cuando resaltan los primores de una fuente de luz que no declina, como la vuestra, que perenne crece por sí misma, y dos mundos esclarece». Dijo; y con agradable cortesía, el grande Carlos reconoce en Marte la atenta y obsequiosa bizarría que al Reino encomios liberal comparte; viendo pues que propicio le sería, de su indecisa duda le da parte, haciendo que por justo y por severo, fuese su fiel privado consejero. «Veniste, dijo, al tiempo que mi idea en tantas dudas más que detenida, ya se confunde, ya se lisonjea, en la bella contienda divertida;

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el mérito sublime la recrea de mis héroes, si bien entretenida, y suspensa éste mismo tiene el alma, a un tiempo en dulce y turbulenta calma. Preferir dignamente se debría aquel a quien adorna y ennoblece la ciencia militar, brillante guía, sin la cual el valor no resplandece: una ciega e intrépida osadía ¡oh, cuanto las empresas obscurece! pues que de la ignorancia los arrojos son de sí mismos trágicos despojos. La ciencia sin valor no desempeña los créditos de un jefe esclarecido: el que sin alas a volar se empeña, de necio yerra, más que de atrevido. Así razón, así experiencia enseña ser aquel que, de ciencia enriquecido, del valor no se adorna necesario a rebatir el ímpetu contrario. Arte eximia y valor, los principales apoyos, que a mis armas dan decoro, se elevan en el precio a ser iguales de la equidad con el mejor tesoro: de una injusta violencia los triunfales aplausos sólo sirven de desdoro; de Rey justo el renombre a mis deseos satisface más bien que mil trofeos.

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Cedo esta vez la decisión dudosa a tu experiencia y sin igual cordura: mi mente inquieta en ellas se reposa tranquila, y los aciertos asegura; de mis guerreros en la copia hermosa elegirás aquel cuya estatura alta en valor, en equidad y en arte, a ti mismo te deje absorto, Marte». «Comprendo bien, oh sabio soberano, vuestros designios, dijo Marte, y veo que de mil héroes la invencible mano llena su espacio inmenso a mi deseo: más allá remontada de lo humano en contemplarla es mi mayor recreo; por lo que será fácil que yo emprenda hallar al que queréis que me sorprenda. Mi gratitud atenta se previene al desempeño de la empresa, y llama el mejor testimonio que ésta tiene en el grito sonoro de la Fama: Cuanto de Europa el ámbito contiene, pregonero sus méritos aclama, y el eco que repite todo el mundo, al héroe me señala sin segundo. Mi justa aprobación lo solemniza de gloria sin igual enriquecido, pues con ventaja en él junto divisa lo que en muchos se admira dividido:

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ni más brillante, ni mejor divisa jamás a un héroe tanto ha distinguido como la suya, a cuyo solo nombre no habrá quien justamente no se asombre. Valor, ciencia, equidad son ornamento digno del General que se pretende. Juntas y en competencia a vuestro intento, las descubro en aquel que me sorprende; entre sí cada cual el vencimiento, y bello exceso en amistad contiende: eximias y sublimes en su altura, solemnizan del héroe la estatura. El vuelo de sus méritos excede con sus remontes la más alta esfera, adonde apenas acercarse puede la idea más facunda y lisonjera; a sus prerrogativas se concede que si elevar alguno se debiera entre los semidioses, por guerrero, el Duque de Crillón fuera el primero. Éste es, sabio monarca, el valeroso campeón, que Providencia os lo previno: a su diestra librad vuestro reposo, pues que de Marte fiel os lo destino; comprobará más bien el venturoso éxito cuánto mi elección convino, y quedaran mis grandes expresiones inferiores del Duque a las acciones.

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Su rubor generoso se querella, que a su modesta frente le es deforme de sus encomios la corona bella, que le tejió verídico mi informe. De sí mismo se queje; pues que de ella atestiguan sus hechos ser conforme al mérito, que a medida lo encarece en cuanto por sí mismo se merece. El bastón de supremo comandante, para la empresa de Menorca quiero por mí mismo poner en la triunfante mano del que más digno considero: ésta mi dignación será bastante a descifrar mejor el verdadero aprecio, que del grande campeón tengo, pues de amigo a servirlo me convengo». Dijo, y con pompa airosa gravemente rindió obsequio cortés al Soberano, protestando, al partirse reverente, ir, por rendido a Carlos, más ufano. El Monarca no menos sabiamente en lo discreto se excedió y humano, viendo que de amistad en el combate, vence quien más se rinde y más se abate. En la justa elección el Rey pondera retratada su mente con recreo, y con ella gozoso el dar espera cumplimiento feliz a su deseo;

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la difícil conquista se acelera, el bastón entregando del empleo al insigne Bertón, en cuya mano la victoria asegura el Soberano. El empleo, rendido y obediente, acepta, y el empeño en que lo pone el guerrero parcial, numen ardiente, a mil heroicidades lo dispone. En alas de su espíritu impaciente abrevia la distancia que se opone a ejecutar con la mayor presteza de la Menorca la gloriosa empresa.

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Canto II La navegación del Mediterráneo En el Hercúleo puerto numerosa flota, si de sus ansias retardada, y no del tiempo, suspiraba ansiosa por transportar al héroe con su armada, cuando Fama festiva y presurosa, en aurora elocuente transformada, de un parlero esplendor en los reflejos, anunció que aquel sol no estaba lejos. Arrebatado cada cual corría, a impulsos de suavísima violencia, y en éxtasi después se suspendía, absorto al esplendor de su presencia; en tan bella ocasión ¿quién no querría a sus ojos brindar la complacencia de ver en sólo el Duque los esmeros, que iguales no verán siglos enteros? La prevenida flota, que impaciente de tardos los instantes acusaba, y su misma quietud por displicente, como insufrible afán la recusaba, al ver que en ella el gran Bertón presente espíritus fogosos le inspiraba, presurosa indultó, con las faenas, de su prisión rugosa a las entenas.

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De la región cerúlea sorprendido el Numen tutelar, la causa mira de su ronco furor entumecido, más bien por un recelo, que por ira: recela y teme quedar desposeído de la gran amplitud en que respira, e inquieto en los tumultos de su pena, romper quisiera el freno de la arena. Sobre su azul instable pavimento ve dominar excelsas poblaciones, que hacen de débil quilla su cimiento, y de elevados pinos sus torreones; con susto las numera ciento a ciento, gimiendo de sus altas exenciones violada la razón, pues parecía, que el mar con ellas casi se perdía. Como el ansioso bosque en su espesura torres vegeta al aire peregrinas, emulación frondosa de la altura del cielo, que a tocarlo van vecinas; como sabe tejer en sombra obscura laberintos de riesgos y ruinas, donde confuso se halla el pasajero, en débil cárcel de hojas prisionero, así la regia escuadra representa en densa selva Anteos presumidos, cuya erguida altivez a Jove ostenta nuevo motivo a sustos desmedidos; así cuando, intrincada se presenta, los espacios cerrando encanecidos,

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robar sabe extendida en sus remontes, a cielo y mar sus bellos horizontes. De Neptuno en los golfos dominantes, al asombro espectáculos ofrece en cada nave, que ciudad andante con el tren militar se fortalece. En alianza vistosa el fulminante terror con rico adorno comparece, formando el fausto, en que el poder se apura promontorios de horror y de hermosura. Cuando festiva de sus galas bellas trémula pompa desplegaba al viento esmalte rico a Flora y sus estrellas les pudo competir su lucimiento: enjambre vago del rubí en centellas la tiria púrpura agotó sediento, y del vario matiz con los primores tejido al iris tremoló en colores. Mas cuando formidable en el combate de horror oculto rasga la cortina, de bronce bocas mil abriendo, bate a las contrarias naves que extermina; del Érebo al profundo las abate horrendo impulso de total ruina: breves Etnas de hierro en irrupciones, en llamas y en fragor son sus cañones. El incansable volador aliento de Pírois y de Etón, más encendida

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formaba la estación, en que aun el viento aborta incendios, fragua desmedida, cuando la hispana flota al elemento líquido se entregó, y en su partida, al primer soplo de auras oportunas vio robarse el Non plus de sus Colunas. Poderosa y ufana se pasea de Tetis por el reino cristalino, y al halago del céfiro campea vistosa pompa, hinchado cada lino; de Tetis que, si absorta se recrea en contemplar al héroe peregrino, se precia de tener en su hemisferio del poder y el valor todo el imperio. Cuando rica de esfuerzo y de esperanza, que superior oráculo le inspira, por el Hercúleo estrecho más se avanza, ardiendo ve al Mediterráneo de ira: a reprimirla su constancia alcanza por más que horrendo el monstruo se conspira en que, oprimidos de espumosos montes, naufraguen aun sus mismos horizontes. Fatal el Austro, con preludio insano de densas nubes, puso en movimiento el tranquilo reposo, con que ufano tal vez duerme el instable pavimento; del helado Trión más inhumano en los tumultos que abortó el aliento del mar, tan alto concitó el olaje, que ni a los astros perdonó su ultraje.

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Si el estruendo furioso con que brama la densa obscuridad, presagia al pecho que suerte cruel inexorable llama de los hados el último despecho; no menos ominosa cuanta llama intermedia sinuosa en el estrecho ligamen de tinieblas, de que flecha sierpes de fuego en tempestad deshecha. Del Euro y Noto la ira turbulenta, del Áfrico al esfuerzo furibundo, avisa a las riberas que amedrenta los parasismos últimos del mundo. Al cóncavo celeste en la tormenta intimó vecindades el profundo, pues usurpando a Juno los espacios, pasó a manchar del cielo los topacios. Trágica flota, del fatal destino al vario y replicado desconcierto, aun el mismo sepulcro cristalino de tanto afán miraba como puerto; lastimoso juguete cada pino, de procelosa furia al golpe incierto, tal vez astros rozó con sus entenas, y tal vez con sus quillas las arenas. De súplicas ardientes la armonía al sacrosanto Nombre reverente apeló de Jesús y de María, como al mayor asilo omnipotente: se humilló de los vientos la osadía, avasalló Neptuno su tridente:

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que a tan sagrado Nombre por sí mismos, se rinden cielo, mar, tierra y abismos. La forzosa obediencia a tanto Nombre, el aspecto cambió, con que la muerte armada de mil modos contra el hombre, apuró los rigores de la suerte; el pueblo fiel atónito se asombre del excelso poder, con que convierte, a esmeros de fe viva el Nombre augusto, en dulzura la hiel, en gozo el susto. En los preludios de aquel fausto día, los purpúreos matices de la aurora, del orbe macilento la alegría rescataron con perlas que ella llora; del oriental rubí la lozanía ya más adulta el horizonte dora, restituyendo al mundo los primores, que usurparon de sombras los horrores. Ya de vivos colores matizaba, con esplendor más claro y reluciente, diestro el solar pincel, que reformaba los objetos que borra estando ausente, cuando la flota se observó que estaba, a pesar del desastre precedente, renacida, batiendo placentera alas de lino en cristalina hoguera.

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Si de ondas y tinieblas combatida acusaba tal vez de su destino la crueldad y violencia desmedida, con que en todo peligro le previno, ya con mejor aliento, sostenida en la experiencia del favor divino, al ver el sol y mar tan halagüeño, tormenta y sombras tuvo por un sueño. No tanto aquel que en opresión funesta de nocturno fantasma acometido, despierto ya, con risa manifiesta el duro afán que agonizó dormido, cuanto esta vez solemnizó con fiesta cada cual el peligro ya vencido, pues por la realidad de la agonía, resaltó más plausible su alegría. La reparada flota a velas llenas de zafir el pacífico sendero hollaba, como al son de las sirenas, del Céfiro al aliento lisonjero: vengando así de las pasadas penas las inclemencias y tesón severo, hacia Menorca, que observó cercana encaminó sus proas más ufana.

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Canto III La conquista de la isla En el Mediterráneo se levanta una de las Baleares, que engreída, sujeta y humillada ve a su planta de las ondas la saña encanecida: en átomos deshecha la quebranta su robusta paciencia envejecida, donde espumoso orgullo, como en tumba, su propio funeral ronco retumba. Su desmedida mole comparece del más bárbaro adorno con las señas, pues rebujándose áspera ennegrece la hórrida gala y fausto de sus greñas; de mil Tifeos el remedo ofrece en lo encumbrado de sus rudas peñas, cuyos escudos y deformes vultos a Jove le recuerdan sus insultos. Organizada en montes su estatura, de Juno en los espacios extranjera, usurparse presume por su altura los ajenos linderos de otra esfera; alzándose frondosa su verdura sobre las nubes, pretextar pudiera de Pírois y de Etonte la fogosa hambre satisfacer vanagloriosa.

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Por fértil y abundante su terreno de Baco y Ceres trono se encarece, que acallar puede, de delicias lleno, los melindres del gusto en lo que ofrece: del cultivo al prolijo afán ameno, feraz y dócil tanto se enriquece que con exceso paga de su parte cuanto debió a naturaleza y arte. Si de frutos y mieses la riqueza el justo aprecio a su memoria ha dado, de sus isleños la marcial fiereza el eco de la fama ha fatigado: de su brazo certero la destreza, a naciones guerreras ha aterrado haciendo de amias débiles tal uso, que el enemigo se volvió confuso. Teatro antiguo de la guerra ha sido, pues que, alternando escenas en cada una, con muy diverso traje ha parecido, según variable genio de Fortuna; liberal de laureles le ha cedido, y tal vez de cadenas importuna; que inconstante en sus gracias y traiciones, fija es sólo en sus propias mutaciones. Si solo la britana valentía le basta para hacerla formidable, de ingeniosa opulencia la porfía ostentarla presume inexpugnable: al tiempo y sus agravios desafía

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y pretende burlar insuperable de armadas mil, el ímpetu y fiereza, de sus fuertes segura en la firmeza. Surta la alegre flota a su destino, de aura feliz al cariñoso aliento, la tropa presurosa se previno al mayor y más árduo atrevimiento: no la contiene, no, mirar vecino el vasto promontorio, que sangriento le intima, desde sus soberbias rocas, exterminios de fuego con mil bocas. «¡A tierra!, dijo el Jefe valeroso, que es llegada por fin la feliz hora al Español invicto y animoso, a quien un riesgo extremo le mejora; si éste abate al cobarde y temeroso, éste mismo estimula y acalora a los que, en las hazañas a que aspiran, hallan la aura vital con que respiran». Dada ya la más sabia providencia al gran designio de común concierto, resolvió en la Mezquita la prudencia el desembarque con feliz acierto. El sol, que declinando de su ausencia avisaba el forzoso desconcierto a la tropa empeñó, que no perdía ni un solo instante de la luz del día.

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Por cuanto activo y animoso fuese el afán por dar fin a la gran obra, del día con la luz esta fallece, y aquél confuso en dudas mil zozobra. Mas ¿qué importa? si claro resplandece esfuerzo superior que basta y sobra a vencer, más que próvido, admirable, lo que parece ser insuperable. Menorca macilenta, bajo el triste lóbrego velo de la noche, en tanto, de mil trágicos lutos se reviste, cubierta en negro presagioso manto: del sol en el ocaso, cuando insiste más denso de las sombras el espanto, temeridad heroica que la insulta, no teme riesgos de asechanza oculta. «Seguidme, oh héroes de inmortal memoria, el Jefe dijo; que ésta ser parece la tierra que a fatiga transitoria, eternos los laureles reverdece. De arrebatada heroicidad la gloria su mejor época al asombro ofrece; y el arrojo plausible que os empeña, más allá de lo humano desempeña». Así influyendo activos sus ardores en sus campeones, éstos se encendieron en tan ardientes iras y furores, que a vencer o morir se resolvieron:

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de su ejemplar supremo los primores de intrépido valor así aprendieron, que a su admirable influjo reforzado, un nuevo Hércules fue cada soldado. La ciudad de Mahón, que denomina el puerto principal, yace en un seno retirado del Golfo que termina en su planta, besándola sereno. Contra cualquier asalto predomina la fuerza insuperable del terreno: fuertes torres, cuatro islas, sin segundo su puerto, son justo terror del mundo. Mas no del nuevo Marte, que en persona intrépido acomete con increíble arrojo, que a su vida no perdona, exponiéndola al riesgo más terrible, así cuando no bien con luz corona de los montes la cima inaccesible el sol, la Isla solemne el homenaje rindió a su diestra e inmortal coraje. Cual desprendido rayo en la altanera defensa de los puentes del Pritano, hiriendo y abrasando en su carrera, la gran Menorca sujetó al Hispano: en solas horas nueve la bandera del más invicto y sabio Soberano triunfante tremoló tales portentos, que aun los amagos fueron vencimientos.

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¡Oh noche! noche no, que mal concibo, cuando de sol presente relucía heroico lucimiento más activo, con que el valor a su cénit subía. ¿Quién no ve que del Duque el excesivo coraje y ciencia fueron la gran guía, que forzó de la noche a los horrores dar a la acción mayores resplandores? Pródigo en el afán del tiempo avaro, ni a su propia quietud treguas concede, ni de un instante el General preclaro el desperdicio tolerarlo puede: contra su actividad ningún reparo valer pudiendo, como a rayo cede a su rápido asalto prontamente el gran poder de la britana gente. Con su acción memorable ha compendiado, en el espacio a pocas horas fijo, el tardo obrar del tiempo dilatado, y el molesto tesón de afán prolijo; de la noche hasta el sol más elevado la Isla reconoció con regocijo a su antiguo Señor, y en cumplimiento hizo de vasallaje el juramento. El ínclito Avilés digno guerrero honor de la nación, con hidalguía mostró que el temple duro de su acero a la fragua de Brontes lo debía:

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éste desempeñando su ardor fiero la Ciudadela sujetado había, haciendo la ventaja de su proeza pasó avanzado a la feliz empresa. Del gran Osuna el hijo, hacia Fornela se encaminó con ímpetu violento, y en arduo trance, que a su diestra apela, hizo más que seguro el vencimiento: los fuertes ocupó, rápida vuela la Fama a publicar que en un momento, a las impulsos de su mano airada le faltó el campo y le sobró la espada. De tantos grandes jefes oportuno fuera aplaudir el mérito preclaro: del Estado Mayor era cada uno de maravillas ejemplares muy claro: de Marte cada cual probado aluno, ser el mayor parece y el más raro; mas, siendo igual su bella competencia, se equilibra su mutua preferencia. De la fuerza naval los oficiales de su parte a la acción daban el lleno, rayos mil arrojando artificiales, al ronco rimbombar de un solo trueno. Distinguido lugar en los anales de la nación merecerá un Moreno, y cada subalterno que a porfía aspiraba emular lo que veía.

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Del ocupado emporio el opulento desmedido despojo tanto monta, que a número ceñido no contento sobre todo guarismo se remonta. La Isla duplica un excesivo aumento con la grande riqueza que ella apronta en las naves, pertrechos, provisiones y en tantos prisioneros escuadrones. Brillante comitiva al templo santo del Dios de las batallas, con grandiosa pompa pasó, donde solemne el canto eco de gratitud fue religiosa: mezclado el regocijo con el llanto, reveló de la llama fervorosa el poder invisible, que a los ojos asomó ardiente en líquidos despojos. Del Numen el favor y beneficio solemnizó mejor la más augusta sacra función de incruento sacrificio, placación infinita a Dios muy justa: cuanto por ella al fiel se hace propicio, tanto aterra al protervo y tanto asusta, que si absorto y rendido no se viera, con esta sola acción vencido fuera.

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Canto IV La toma de San Felipe El General Murray sobrecogido y atónito del caso más extraño, de su propia experiencia aun prevenido, pudo de un sueño imaginarlo engaño: «¿Quién jamás comprender habrá podido que al golpe, dijo, precediese el daño? Mas ¿quién dudarlo puede, si al momento del combatir previno el vencimiento?». Viendo en la amarga circunstancia dura, que del tiempo la angustia no permite los prodigios obrar de su cordura y coraje, que igual a ella compite, en parte a reparar la desventura, su acierto vigilante nada omite por ponerse en estado de defensa, y tal vez de vengarse de la ofensa. La sorpresa otro arbitrio no le ofrece que las fuerzas unir en lo seguro de los fuertes, que más los engrandece inexpugnable de su brazo el muro. Como el sol, que al nublado se obscurece, y no deja de ser brillante y puro, así el britano jefe supo invicto mantenerse glorioso en su conflicto.

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Con presuroso arrebatado aliento al gran fuerte de San Felipe emprende entrar y su forzoso atrevimiento ni a la distancia, ni al peligro atiende; emulando velocidad al viento, con su vuelo parece que lo ofende, que relámpago fue su ligereza a ocupar esta insigne fortaleza. Allí muestra constante cuánto importa escoltado el valor de marcial ciencia: ejemplar vivo de uno y otro exhorta a la más obstinada resistencia: guerreros más de cuatro mil conforta el ánimo que infunde su presencia, pues donde el mismo a la defensa se halla de bronce o de diamante es la muralla. «¿Sabéis, dijo, cuál es el enemigo que nos ocupa la Isla, cuál su fama? el orbe, absorto y ocular testigo, maravillas sus hechos los aclama; valerosos Britanos, esto os digo por encenderos en aquella llama con que ardiendo lució vuestro coraje, sin rendirse jamás en homenaje. A trance extremo, extremo también sea nuestro esfuerzo, nos valga o no fortuna, y aunque présaga anuncia suerte rea el no dejamos esperanza alguna

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salvo el honor, ¿qué importa que yo vea abrirse las murallas una a una, si el héroe que invencible nos oprime del desdoro con gloria nos exime?». Dijo, y con ceño ardiente alzar previno un formidable tren a la defensa magnífico el Murray, tanto que vino a hacer alarde de su fuerza inmensa; y aunque en su Numen tutelar divino poder no hallaba a vindicar su ofensa, como de la Isla Sacerdote Sumo, le hizo a Bolena un sacrificio de humo. Al terminar su religioso culto el Español al Dios de las batallas, hallóse revestido por resulto de nuevo ardor a impenetrables mallas. Arrebatado luego del oculto ímpetu a desolar va las murallas de San Felipe, a que en el cerco estrecho gima oprimido su último despecho. Cerca de un siglo que la Gran Bretaña este de armas emporio mantenía, sin más derecho que una suerte extraña, que vivamente el Español sentía. Sobre tantos esmeros con que España prodigio a ser de ingenio lo erigía, compitiendo el Britano a sus primores quiso ostentar los suyos superiores.

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De armas plaza famosa, lo decora su natural y firme consistencia, que mucho más el arte la mejora con militar magnífica opulencia: como en su centro la firmeza mora, como en su solio está la resistencia: ármense todos, se arme aun el profundo, segunda Gibraltar la admira el mundo. Sus torres y sus fuertes encumbrados, su doble muro, escándalo del arte, minas y fosos a Plutón pegados, ser regia ostentan del sangriento Marte, donde apurada industria en intrincados laberintos de bronce se comparte a rebatir insultador exceso que en su estrago total halla el regreso. De San Felipe, pues, la fortaleza, antigua emulación de las naciones, el confín donde apenas de proeza portentosa llegaron las acciones, al arduo empeño, a la imposible empresa incita de la España a los campeones, que arrebatados de una noble saña, de tanta gloria aspiran a la hazaña. La peligrosa apenas imitable empresa al heroísmo reservada, de rendir una plaza inexpugnable, censura en vano lengua envenenada.

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¿Qué le impide al valor lo insuperable? ¿tal vez no conseguir? Mas esto es nada para quien colocó su propia gloria en emprenderlo, más que en la victoria. Una victoria muchas veces pende de un repentino halago de fortuna, cuya necia política suspende y frustra los progresos importuna. El mérito de acasos no depende, sí de los hechos: aun desde la cuna Hércules mereció con propia mano el aplauso debido a un veterano. Llama temeridad, necia osadía, quien este asedio a comprender no llega, y a vista de la luz del mediodía, densa tiniebla su pasión lo ciega; contra la heroicidad y valentía, tanta dificultad muy mal alega, pues ésta misma muestra cuánto puede el que ni al imposible mayor cede. El africano monstruo coronado, terror del bosque, gravemente herido, sacude la melena ensangrentado, a combatir de nuevo prevenido; bien que no espere en tan fatal estado el vencer, casi ya desfallecido, su valor más se aplaude en la proeza de su gloriosa pertinaz fiereza.

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León más generoso es el Hispano, terror universal de las naciones. Mal la calumnia condenó de insano su noble empeño de arduas pretensiones: poderoso esta vez, robusto y sano, bien las puede esperar de sus acciones: la envidia selle ya su negro labio, que el veneno tiznó para el agravio. El numeroso campo, a quien ordena ardor heroico, mas ardor modesto, redobla vigilante la faena de inmenso afán y riesgo manifiesto; el grande espacio de sus ansias llena el arduo triunfo, con que espera presto mirar al golpe de una excelsa mano, postrado en tierra al imposible ufano. Si con sólo mirarlo aterra tanto de rocas el erguido promontorio, artificial horror, donde el espanto erigir supo su mayor emporio, al asediante no, que sin quebranto de su valor, se arroja al más notorio peligro del cañón expuesto el pecho más que al fuego voraz, a su despecho. Bien es que la razón, con freno de oro, contener sepa este furor, que acusa del más enorme trágico desdoro, de que necia esperanza no lo excusa:

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su obrar por eso, para más decoro, de arte eminente las industrias usa para que resplandezca en la victoria de ciencia y de valor igual la gloria. Por más que la ingeniosa vigilancia en tantos Argos dividida hiciese al Hispano forzosa la distancia, a que más impaciente en ella ardiese, se le acercó, ¡prodigio de constancia! Circe estupenda, a que el Britano viese por encanto erigiendo baterías, del gran fuerte ocupar las cercanías. La poderosa Circe, a lo que pienso, fue del invicto Duque la presencia; pues de ella admiro, en éxtasi suspenso, de portentosos aciertos la influencia: la maravilla de un afán inmenso, que erigir sólo pudo su asistencia, se dice encanto, porque allá se avanza, adonde apenas fuerza humana alcanza. La obra de los reparos y trinchera, perfecionada sobre peña viva, del asombro excediendo la alta esfera, mostró hasta dónde un gran ingenio arriba; llegar a más no pudo aquella fiera mole, donde apurada la excesiva industria, daba, con afán plausible, la norma de vencer un imposible.

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Máquina erguida con flegrea planta, de marcial aparato revestida, descomunal terror se alza y levanta, a abortar exterminios prevenida. El coraje enemigo se ve en tanta consternación y pena desmedida, que palpitando ruinas, encarece, que más su asombro que su riesgo crece. Dirigióse la empresa portentosa con tal valor, actividad y ciencia, que al despecho de fuerza prodigiosa, imposible hizo ver la resistencia. Valeroso Murray, disculpa hermosa os ofrece la fuerte competencia no ya vulgar valor, ni vulgar arte, invencible os oprime el nuevo Marte. Su coraje por eso no desiste; pues de prodigios émulo glorioso, de mayor fortaleza se reviste, a competir con Marte generoso; con nuevo ardor en abatir insiste del Hispano el progreso ventajoso, que rápido avanzándose al gran fuerte, se aceleraba a decidir su suerte. De un riesgo casi extremo el incentivo aviva más de un ánimo valiente el fuego, que apurado y más activo, solo la dilación teme impaciente:

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así el furor britano ardió más vivo, cuando miró su riesgo ya inminente; que en su mayor conflicto parecía que de triunfante insultador hacía. Tal se mostró de intrépida su saña, que presumió salir de lo seguro del reparo, juzgando a tanta hazaña, que de su pecho le bastaba el muro. Por la siniestra al campo, con extraña furia acomete, bajo el manto obscuro de la noche, y ve claro ser su proeza necia temeridad y loca empresa. De aquella parte el venturoso Caro, al comando feliz del gran Cifuentes, tan veloz oponer supo el reparo, que burló sus arrojos insolentes: precipitada fuga fue el amparo, que los libró de tales combatientes, cuyo brazo inflexible, en sus amagos, anticipaba al golpe mil estragos. Corta hazaña juzgando el héroe hispano el rechazar a su enemigo fiero, lo persiguió en su fuga, mas en vano, porque lo hizo el temor más que ligero: así salvarse pudo de la mano alzada ya, con que furor guerrero lo forzaba al extremo de la suerte en el impulso de una honrada muerte

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Entre tanto, en los fuertes más activo el desempeño militar ardía, cuyo furor constante y excesivo, no ya valor, despecho parecía: contener presumiendo el ardor vivo del campo, que perenne fuego hacía, hizo también al suyo, que incesante emulase las iras del Tonante. De fuego, estruendo y humo al gran insulto, con vaivenes y sombras el terreno los estragos sintió, cual si en oculto se hallara de Plutón lóbrego seno. A Aqueronte a rendir llegó el resulto, porque teniendo el Lago Estigio lleno, tantas reclutas le mandó la Parca, que apenas pudo transferir su barca. El residuo, del arte defendido, que todavía el ofender pretende, aun de cóncavas rocas protegido del hispano furor mal se defiende: el vivísimo fuego dirigido a sus lóbregos senos lo sorprende; y al despecho de angustia repetida, se ve forzado a sepultarse en vida. Como cuando preñez de oculta mina aborta de su seno embrión tremendo, haciendo que se sienta la ruina anticipada al estallido horrendo,

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así esta vez el campo que se obstina contra la plaza, a su fragor y estruendo anticipó el estrago, y furibundo desquiciar de sus ejes quiso al mundo. Con diestra dirección contra la plaza esfuerzo irresistible se replica, que de lástimas puebla cuanto arrasa, y de horror una escena reedifica: hierro exterminador, fuego que abrasa, y Parca que mil vidas sacrifica, hacen ya que en su trágico quebranto exceda el daño al desmedido espanto. A los fuertes de bronce mal seguros tanto avanzarse ven el ardor fiero, que abriéndose en mil bocas ya los muros, lamentan el estrago lastimero; bien que resistan aún, peñascos duros, fuerza es ceder al sin igual esmero de más que humana, superior violencia, que hace inútil a toda resistencia. Por suspender estragos, a un humano pacto de rendimiento la bandera blanca calmó la furia del Hispano, que pasó a compasiva de severa. Fuertes y plaza le rindió el Britano, la guarnición quedando prisionera: valor cedió al valor. ¡Eterno asombre del vencedor y del vencido el nombre!

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Duque excelso, inmortal será la gloria de vuestro invicto brazo poderoso, y a la futura edad vuestra victoria será con pasmo ejemplo luminoso: en la imitación no, sí en la memoria vivirá siempre un hecho tan glorioso, que al gritarlo la Fama sin segundo, hallará corta la extensión del mundo. Retomad a Madrid, que ansiosa espera dar a vuestra modestia mil sonrojos con sus vivas; tomad, que desespera por calmar la impaciencia de sus ojos. Bien sabe que vencisteis, mas quisiera el veros arrastrando los despojos por los arcos, que augustos y triunfales, celebran vuestros hechos inmortales. Después de tantos siglos, aun caliente del Ilion abrasado la ceniza, es del argivo nombre un elocuente mudo orador, que más lo preconiza. De Ilion más invencible la cadente mole, con sus estragos eterniza el vuestro, que alzar supo en un momento sobre minas su eterno monumento. El digno desempeño sois de Marte, prisioneros ilustres escuadrones: gloria es vuestra rendir el estandarte, espadas y británicos blasones;

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vuestra fama inmortal en cualquier parte será siempre inferior a las acciones; vuestro valor, en fin, cual lo presumo, mayor no pudo ser, porque fue sumo. A vosotros, felices acreedores del paterno esplendor, que a sus prolijos hechos queriendo ser competidores, mostrasteis ser del Duque dignos hijos, a rendiros no alcanzo yo mejores plácemes de triunfales regocijos, que con decir: Subid adonde alcanza del padre excelso la alta semejanza. En vosotros y el padre, triplicado portentoso fenómeno se admira, que de su propio pasmo enajenado, no llega a comprenderlo quien lo mira: el más raro esplendor multiplicado en vosotros a ser prodigio aspira; pues no es, no, de un parhelio de arreboles, sí del bello conjunto de tres soles. Musa, no más, que obscurecer no quiero sublimes glorias con mi plectro rudo, que, Faetón nuevo, otro solar sendero a girar aspiró, pero no pudo: por temerario, en triste y lastimero desdoro de mí mismo, quede mudo, y de su estrago y confusión la Musa en el más claro sol halle la excusa.

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Conclusión jocosa Coronó sus valentías el Duque, dando cortés malas noches al Inglés y al Español buenos días. De Marte en las galerías previno el divertimiento; y para dar cumplimiento, sonó un concierto marcial, al que respondió puntual la plaza con rendimiento. Duque excelso, en conclusión, a vuestras plantas rendida, pide mi Musa atrevida de un gran delito el perdón. Llevada de la ambición de eternizar la memoria de vuestra insigne victoria, la cantó; pero tan mal, que, en vez de hacerla inmortal, obscureció vuestra gloria. N ota:

’ Texto seleccionado de De Orozco, José. La conquista de Menorca. Quito: Comisión Nacional Permanente de Conmemoraciones Cívicas/Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1987.

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Ramón Sánchez de Viescas Al sepulcro de Dante (Fragmentos)

(Liras) Una vez que, cansado con vanas esperanzas el deseo, entregué mi cuidado y toda el alma en brazos de Morfeo, que al punto sorprendidos dejó con dulce halago mis sentidos, libre la fantasía del sonoro esplendor, con que enajena las potencias el día, a volar comenzó por la serena región de noche umbrosa, mientras el alma en dulce paz reposa. Vime, soñé que estaba en los Campos Elíseos; que su cielo nuevo sol alumbraba, y verdor nuevo matizaba el suelo; y cuyos horizontes dudaba si eran soles, si eran montes.

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Céfiro lisonjero, vapor me parecía de las flores, cada flor un lucero; y anunciaba de nuevos ruiseñores la sonora armonía perenne aurora de un continuo día. Mas entre tanto objeto de asombro y de placer, como triunfante en ese albergue quieto, me pareció mirar la alma de Dante: de aquel Dante divino, que al Parnaso Italiano abrió camino. Vila como rodeada de otras sombras ilustres, que festivas, por la región alada la celebraban con alegres vivas, dejando con su acento absorta mi alma y armonioso el viento. El asunto glorioso, que pude concebir confusamente, fue el sepulcro suntuoso alzado a sus cenizas nuevamente; y que cantaba infiero unas veces Virgilio, otras Homero. Y cuando ansiosamente aplicaba a sus voces el oído, miro que de repente, de un estro superior Dante embestido, alza la voz, y en tanto dejan los otros su empezado canto.

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Oh tú, sublime genio, (pareció que empezaba de este modo) Oh tú, sublime genio, gloria de Mantua, y aun del mundo todo, en cuya diestra mano puso el bien de la Emilia el Vaticano, oh tú, que entre las gentes, que baña el Tajo y que fecunda el Reno, dejaste relucientes huellas de tus virtudes; que en el seno de extranjeras regiones perpetuas mereciste aclamaciones, tú, que, segundo Augusto, al sabio animas, la virtud fomentas, y el presente buen gusto lo apoyas, ennobleces y lo aumentas; siendo las nobles partes de tu atención virtudes, ciencias y artes, a ti, gran Mantuano, (ya que fue de la edad veraz trofeo aquel de Polentano) debo el suntuoso y nuevo mausoleo, donde el arte y belleza vencidos sólo son de tu largueza. En la obra que erigiste, del polvo del olvido me sacaste: alma a mi fama diste, y el sepultado honor resucitaste, volviendo a la memoria de los siglos mi antigua ilustre gloria.

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En mármol duradero, por ti reposan mis cenizas yertas, donde ve el pasajero imagen viva de memorias muertas; y en aplaudir combate al artífice, al héroe, al Mecenate. Y tú, madre fecunda de grandes héroes, inmortal Ravena, que fuiste mi segunda patria, y alivio de mi antigua pena, adora aquella mano, que restablece tu esplendor anciano. Y para un argumento de eterna gratitud, con letras de oro, se añada al monumento, a eternizar su fama, y tu decoro por toda edad restante: Reina Valenti donde yace Dante. Dijo, y entre el estruendo de fantásticos vivas, lentamente se fue desvaneciendo el grosero vapor que dulcemente en éxtasis tenía el corazón, el alma y fantasía. ¡Oh nunca despertado de tan alegre y dulce sueño hubiera! Mas al fin, he probado, lleno de una delicia pasajera, que es eco fiel el sueño de cuanto vigilante piensa el dueño.

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Madre e hija (Sonetos)

I La madre a la hija ¡Ay, amada Metilde! ¿conque el cielo a dejarme te obliga envuelta en llanto, para unirte con nudo sacrosanto, el materno pospuesto, a otro desvelo? ¿Conque tus prendas, que eran mi consuelo, son la causa fatal de mi quebranto? Porque sois bella; porque sois mi encanto, ¿he de perderte? ¡Ay, duro desconsuelo! Hija, adiós. Anda; pero ten presente que no en los ojos el amor se anida, y aprende a no olvidarme estando ausente. Tu corazón es grande y sin medida: luego pueden caber cómodamente tu esposo en él y quien te dio la vida.

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La hija a la madre Madre adorada, no: ningún momento podrá dejar mi amor de ser constante. Antes bien, con mi ausencia en cada instante irá siempre ganando un nuevo aumento. ¿Viste herida una cierva con violento dardo correr al bosque agonizante, mucho más grave haciendo y penetrante la llaga con su mismo movimiento? Así yo parto, al vivo traspasada con la flecha de amor; y en mi retiro me siento de dolor despedazada. Luego aumentarse más mi herida miro al paso que de ti voy separada, buscando en solo el llanto mi respiro.

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A la restauración de la iglesia de la torreta de Ravena. Debida al celo de Dn. Gabriel de Roca (Soneto) Lloró tu ruina, oh templo de María la ciudad reina del Emilio suelo, y sumergida en alto desconsuelo, modo de repararte no sabía. Cuando la Iberia generosa un día, llena de devoción, llena de celo, un hijo suyo, digno de su cielo, nuevo Zorobabel a ti te envía. Anda, le dice, oh Roca, tú el Atlante serás del nuevo templo, tú reforma, realza, adorna y hazlo más brillante. Él a tanto designio se conforma, y con empeño siempre vigilante, más firmeza te dio, más bella forma.

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Ensayo juvenil (Ejercicio métrico en esdrújulos) Epitafio fúnebre al deplorable fallecimiento de un burro anciano

Hoy yace un burro mísero que, por dar gusto a jóvenes, quiso cual cisne trágico cantar su muerte próxima. Tuvo en su vida lástimas con aquel mudo bárbaro, que con injusta cólera le descargaba látigos. Su trabajo fue máximo y su carga sin límites; pues todo el año cáscaras llevaba a puercos zánganos. Fue su virtud heroica, sus penitencias ásperas; que pudo dar dictámenes a anacoretas místicos. Fue su abstinencia rígida; pues lunes, martes, miércoles, ayunaba el hipócrita como si fuera sábado.

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Pocos y duros vástagos comía en los días clásicos, quedándose en paréntesis los que no eran tan célebres. Hecho un infausto Tántalo de las bestias más prósperas, de cuando en cuando hurtábales de yerba algunos átomos. Su humildad era sólida, de todos el más ínfimo, sin afectar fantástico de su nobleza vínculos. Era tan justo y tácito, pareciendo hipocóndrico, que jamás dijo cláusulas para no tener émulos. No obstante, en los certámenes era de poetas fábula, porque su vena rústica salir solía al público. Llegó a vejez decrépita, exhausto, seco y pálido; pues sus trabajos hórridos le redujeron a ético.

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No conocieron médicos cuál era su mal último, porque según los índices fueron males sin número. Él no estaba apoplético ni tuvo torzón áspero, porque era tal su estómago que digiriera mármoles. Y en fin, lleno de méritos, aqueste animal ínclito dio a la nada su espíritu y su cuerpo a los pájaros. Lloran Musas tal pérdida con destempladas cítaras, pues del Parnaso métrico fue uno de los Píndaros. No tachéis, Poetas críticos, estos malos esdrújulos, porque no es para cánticos si no es ad lyram Asinus.

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La musa escéptica (Soneto) Ésta que me dio el mundo dura cruz, juzgo que del Calvario no ha de ser, porque en ella el Jesús mandó poner, y de ésta borrar quiere mi Jesús. Ni en el Tabor, con este gran capuz de pesares, me quiero entrometer, porque no es éste traje de placer, ni dice bien la sombra con la luz. Pues si la cruz que cargo a mi pesar no cabe en el Calvario ni Tabor, no tengo que temer ni que esperar. Al Limbo me iré a dar con mi dolor, donde, sin padecer y sin gozar, estaré hasta que venga Redentor.

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(Décimas) Con sentimiento profundo en el destierro me estoy, y por Dios cargando voy la cruz que me ha puesto el mundo. Y aunque el cielo y tierra inundo de gemidos y de llanto, me parece, en el quebranto de este mi infeliz destierro, todo corazón de hierro, y de mármol todo santo. Yo me esfuerzo, yo me animo a sufrir lo que me toca, y con la risa en la boca dentro de mi pecho gimo. Con la soledad me oprimo, con el mundo me disgusto, con las noticias me asusto, con la dilación me amargo, con la esperanza me alargo, y con el cielo me ajusto. Y como Isaac que, esforzado, con la leña a sus espaldas, iba por las duras faldas de ese eminente collado, y cuando más fatigado con sus dudas y camino solicitaba el destino de esa leña y de ese altar,

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no le quiso revelar Abrahán el querer divino; así yo, que no colijo cómo la cosas irán, porque guarda el nuevo Abrahán un silencio muy prolijo, trago lo que aquel buen hijo, que es callar y obedecer, sin esperar ni temer, hasta que el suceso diga lo que al fin de la fatiga me pudiere suceder. Me dicen que es necesario, que haya de parar la escena en las glorias o en la pena del Tabor o del Calvario. Yo soy un poco contrario (al ver tanta suspensión) de esta común opinión; pues uno y otro sería señal cierta de que urgía próxima la Redención. Yo juzgo que en un abismo de mil dudas superiores se hallan los acusadores, y está metido el juez mismo: Y que con escepticismo se está todo ejecutando, y sólo voy divisando

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algunos visos de muerte, en que de ninguna suerte se sabe el cómo ni el cuándo. Estoy como en alta mar, donde no se puede ver ni puerto donde correr ni escollo en que tropezar. Ni aun sabré determinar lo que indica el cataviento; porque en un mismo momento me muestran los siete Montes, por todos sus horizontes, señales de calma y viento. Y así, aunque cueste dolor esta duda, estoy constante, sin dar un paso adelante ni al Calvario ni al Tabor; porque me viene temor, que esta grave cruz que siento aumente en vano el tormento, y mis hombros delicados quedarán más lastimados con cualquiera movimiento. ¿Al Calvario yo? Qué poco me verán allá en mis días. Luego lleno de alegrías, ¿me iré hacia el Tabor? Tampoco: que, aunque a volar me provoco a su hermosa cumbre, advierto

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que nunca fue buen acierto, antes que el piloto acabe la maniobra de la nave, quererse meter al puerto. Aunque al esperar se inclina mi corazón, juntamente conoce que es muv prudente temer una oculta mina; y así, ni uno ni otro atina mi razón filosofal; y en el equilibrio tal en que las cosas se ven, ni quiero esperar el bien, ni quiero temer el mal. El temor, si acaso puede definirlo el juicio mío, es como el escalofrío que a la enfermedad precede: pues de ordinario sucede que el que teme con temprana anticipación se afana, padeciendo desde hoy día la mitad de la agonía del mal que vendrá mañana. Es una pasión cobarde, que engaña la fantasía, turbando su medio día con las sombras de la tarde. Dios de su engaño me guarde,

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pues con fingido color hará parecer horror lo que es rayo de la luz, y del Calvario la cruz sabrá llevar al Tabor. ¿Y la esperanza? Al contrario, va templando la pasión con lejos de redención en las sombras del Calvario. Mas con un efecto vario, si alegra al primer rayar, con el tiempo hace llorar; pues, como Salomón dice, aflige a un alma infelice desde que empieza a tardar. ¿Qué importa que el navegante al puerto llegar espere, si de congoja se muere al ver el puerto distante? Va perdiendo a cada instante su estimación la bonanza que se junta a la tardanza, y es un navegar amargo, cuando sopla un viento largo de una prolija esperanza. ¡Qué mal alivio, esperando mucho bien, mi contratiempo, si con no venir a tiempo, se va otro dolor formando! En nuevo llanto engolfando

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yo me voy incautamente, pues con no visto accidente estoy, si en esperar duro, padeciendo el bien futuro, por sanar del mal presente. Pues si es tormento el temor, si es la esperanza congoja, el que ni uno ni otro escoja ¿no es el partido mejor? ¿Quién me mete en el Tabor, si al fin será acción precisa mojar con llanto la risa? ¿ni en el Calvario... que fuera dar más calor a la hoguera, para morir más a prisa? Y ¿no será bien que acuda de dos males al remedio de colocarme en el medio con una constante duda? También es mal; mas me ayuda, con ser de fuerza tan poca, que, cuando el otro sofoca lo más interior del alma, dejando en gran parte calma, sólo al pensamiento toca. Si temo, mi mal irrito; si espero, no encuentro fondo; mas si en mis dudas me escondo, ambos escollos evito. Mi sosiego solicito

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en aquesta obscuridad; que nunca fue necedad, en un golfo sin orilla, el meterse en la escotilla por no ver la tempestad. Que el esperar o temer sea prudente, es innegable, cuando igualmente es probable el triunfar o perecer. Mas, como no llega a ser tan convincente verdad, esta probabilidad, cualquiera quedar suspenso entre el asenso y disenso podrá sin temeridad. Y si son cuestiones de hecho, con igual razón se infiere que, cualquiera que eligiere, no quedaré satisfecho. Siempre en turbación mi pecho se verá; porque si digo que a éste, porque afirma, sigo lo que por sus ojos vio, ¿por qué razón diré yo que el que niega es mal testigo? No hay septiembre, no hay abril que sobre mi dura suerte no batallen, si se advierte que hay testigos mil a mil.

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Éstos, con encono vil, vieron ya la supresión, y aquéllos la exaltación de los hijos de Jesús: en unos hallo la cruz, y en otros la redención. Luego en un conjunto vario de testimonios de vista, al mayor Probabilista le es el dudar necesario. Ni sin juicio temerario temer o esperar podrás, por más que el ángel Tomás, con pluma de luz, asiente que se cree más fácilmente lo que se apetece más. Dudo, pues, si el Quirinal, o si algún otro Palacio de los alumnos de Ignacio trata para bien o mal. Dudo si algún Tribunal tiene mi causa delante; dudo si algún petulante nos engaña a cada paso; y dudo si nuestro caso podrá tener semejante. Dudo si se mudarán las cosas según deseo; si yo seré Mardoqueo,

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si el mundo será mi Amán; si ad Valvas Petri verán todos los fieles Casuistas, colgado en funestas listas, para eterno sanbenito, con un pescuezo infinito, un mundo de Jansenistas; si el Papa, que disimula por ahora, dará sentencia; si merecen indulgencia los que no reciben Bula; y si ellos la dan por nula, creo que un día vendrá en que se confirmará, con un por siempre condeno, en aquel Concilio pleno del Valle de Josafá; si en sepultarnos tenaces están estas almas buenas, como unas tantas ballenas contra otros tantos Jonases, y si, errados sus compases, los encerrará el Señor en la Red del Pescador; si será gran maravilla, que vomiten en la orilla vivo todo nuestro honor. Y entre tanto que mi juicio, con tantas dudas perplejo, no sabe tomar consejo,

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temer o esperar es vicio. Ni es para temer indicio esta actual persecución; porque es pedir la cuestión, si sobre este presupuesto, se pregunta, si hay en esto para librarse opinión. ¿Qué doliente se opusiera con su misma enfermedad, a un doctor de autoridad que curar su mal espera? ¿Qué encarcelado, si oyera que le anuncia la alegría su abogado, le diría que teme duren sus penas, porque de aquellas cadenas siente el peso todavía? Luego la aflicción presente no es motivo que limite la esperanza que me excite algún arbitrio clemente. Ni el padecer solamente puede servir de argumento, que en la noche del tormento no me rociará otra aurora, cuando sucede en una hora lo que no sucede en ciento. Y así, si en congoja tanta, por todas partes cerrado estoy de un fatal nublado,

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y con agua a la garganta, aunque al principio me espanta tanto mar, mas, desde que mi larga experiencia ve que aún no me hundo ni me encallo, ¿no podré dudar si me hallo en el Arca de Noé? Si alrededor de mi vida me acecha un furioso león, temeré su ejecución, y la daré por perdida; mas si después advertida mi reflexión mira que él no me despedaza cruel en tanto tiempo, ¿podrá cualquiera dudar si está en el Lago de Daniel? Si junto al altar ligado mis enemigos me ponen, temeré que ya disponen un sacrificio malvado; pero al ver que no ha bajado, a pesar de un general grito, el fuego celestial a consumir la oblación, bien podré dudar si son los Profetas de Belial. Si me cerca un vasto fuego de envidia y odio infernal, entre su llama fatal

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creeré ser ceniza luego; mas, si después con sosiego sólo padezco el bochorno, dudaré si, con trastorno de su natural ardor, quiere guardarme el Señor de Babilonia en el Homo. Temeré al ver que en lo humano todo conspira a mi mal, y que es el golpe mortal de un impulso soberano; mas, si miro al Vaticano, ¿no podré dudar prudente si ha habido algún inocente que pueda decir de cierto que ha sido juzgado y muerto por sentencia de un Clemente? Y así, cuando empiezo a ver, a pesar del mundo entero de riesgos, que aún no me muero dudaré de perecer. Empezaré a no temer envidias, calumnias, tretas, nuevas, anuncios, gacetas, naufragio, fuego, extinción, homo, lago, mundo, león y tantos falsos profetas. Porque el corazón humano cuando en un peligro advierte que tarda en venir la muerte,

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va dando al temor de mano. Y aquel fuego que tirano rayos contra mí desprende, si la ejecución suspende, cuanto más es, menos dura, y su extinción asegura todo el tiempo que no enciende. Mas ¡pobre de mí! que tanto de este escollo quise huir, que casi sin advertir me voy al opuesto canto. Porque si yo me adelanto todo riesgo a despreciar, parece que vengo a dar de la esperanza al confín, porque es del temer el fin principio del esperar. Pero no; pongo remedio a esta prudente sospecha, y haciendo ya la deshecha, vuelvo a ponerme en el medio. Que, aunque en este duro asedio con desembarazo digo que no temo a mi enemigo, mas no es prudencia que espere socorro, que no supiere me quiera dar el amigo. ¿Yo esperar? ¿De quién? ¡Ay cielo, que llega el mal a lo sumo cuando, al ver que me consumo,

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Ramón Sánchez de Viescas

no hay a quién pedir consuelo! ¿Del mundo? ¡Vano desvelo! que es necedad, en rigor, esperar que aquel ardor que mi corazón inflama apague la misma llama que me produjo el dolor. ¿De los hombres? ¿De qué modo? si, siendo del mundo parte, no es fácil hallar el arte de separarlos del todo. Mal con ellos me acomodo si los amigos son menos, al paso que a mis serenos sucede la confusión: ni ¿qué harán ellos, si son los malos más que los buenos? Luego a mis justas querellas, a mi llanto, a mis gemidos, no encuentro humanos oídos debajo de las estrellas. ¿Y escucharme podrán ellas? sí, que en su piedad es claro, si en la Escritura reparo, que aquel, que en la adversidad acude con humildad, halla seguro su amparo. Mas ¡ay! que también es cierto que, en las temporales penas, el ruido de las cadenas

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Literatura de la Colonia

es su más bello concierto; y así confuso no acierto a prometerme bonanza; que si el sufrir afianza mi eterno bien, esperar librarme de este penar es una vil esperanza. Dios con su saber profundo parece que ha decretado que quede yo mejorado con estos golpes del mundo. ¡Oh, cuánto al ver me confundo la tibieza de mi celo! Y así, mientras que mi anhelo no cumpla la condición de esta divina intención, no puedo esperar consuelo. Zafar no espere, si siente que así Dios lo determina, de sus ruedas Catarina, ni de sus ondas Clemente. Porque, aunque jamás consiente su voluntad soberana en la ejecución tirana, mas, ésta supuesta, ¡oh cuantos para el cielo invictos santos entre los tormentos gana! Y ¿quién con seguridad podrá esperar, si probable juzga ser más agradable

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al cielo su adversidad? De esta inconcusa verdad los santos testigos son; y es muy clara la razón, porque en la fe se afianza lo firme de la esperanza, y nunca es fe la opinión. Y ¿Dios querrá mi amargura? Puede ser que sí y que no: que uno y otro inferir yo puedo en esta coyuntura. Ninguno el no me asegura, ni yo el sí puedo negar. Luego bien puedo dudar, si mi paz podrá volver; luego no puedo yo creer; luego no puedo esperar. Pero ¿qué? ¿mi petición humilde hacer no pudiera que el cielo librarme quiera de esta actual tribulación? Ofrece su protección al que en la aflicción lo invoca, y aun a invocarlo provoca: luego negarme a pedir, será quererme morir con el remedio en la boca. Pediré, pues; mas ¿qué abona mi petición, mi fortuna, si en esta pena importuna

Literatura de la Colonia

mi virtud se perfecciona? Es renunciar la corona, que se debe al sufrimiento; es irme ¡cobarde intento! al cielo por el atajo, y por ahorrarme el trabajo, cortar el merecimiento. El cielo me ha declarado, que el que fuere perseguido, y del mundo aborrecido, será bienaventurado. Dichoso yo, si he llegado a serlo; luego pedir que, acabado mi gemir, vuelva mi antiguo reposo, es por un pequeño gozo, mi gloria disminuir. Yo soy soldado de Cristo que no sirvo en la pelea, si de la roja librea de pesares no me visto. Y ¿qué soldado se ha visto, que a su Capitán le pida, al tiempo que es más reñida la expedición en que se halla, lo libre de la batalla, para conservar la vida? ¿Qué dirá mi Capitán, que en su ordenanza ha dejado, que aprecie todo soldado

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Ramón Sánchez de Viescas

afrentas, odios, afán? Éstos los timbres serán de su ilustre Compañía. Luego el pedir con porfía mi patria, mi paz, mi honor, fuera ser contraventor de lo que observar debía. Y ¿qué un Boija? ¿qué decía, como veterano ilustre? Si todo es paz, gloria y lustre, ¡pobre de ti, Compañía! Tu blasón sólo debía solicitarse en Jesús; en la humillación, tu luz; en las afrentas, tu gloria; en los odios, tu memoria; tu exaltación en la cruz. Si yo pido, ¡a cuántos veo, de los que en inmensas glorias gozan ya de sus victorias, que no apoyan mi deseo! Que es el sufrir el trofeo, dicen de mi Religión; mas a esta resolución podrá decir mi tibieza que o me den su fortaleza o firmen mi petición. Si yo pido, ¡oh! cómo miro sediento un grande Javier de más y más padecer,

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Literatura de la Colonia

y mi memorial retiro. Un temple en su pecho admiro, que en ningún afán se gasta: con sus fatigas contrasta suma gloria, eterna paz; y si un Javier dice más, ¿qué podrá alcanzar mi basta? Y así, mientras el camino de impetrar no me abre el cielo, ¿cómo he de esperar consuelo, si ni aun a pedir atino? ¿Quién vio tan raro destino, que yo mismo he de cerrar la puerta del esperar? Porque en tanto que confiado no pida ser consolado, me es necesario dudar. No por esto del umbral me retiro de una vez, porque me ha mandado el juez que reforme el memorial. Impone a mi amor filial pida por mi Religión, ya que sin contradicción será, si por ella pide, cuanto más de mí me olvide, más eficaz mi oración. Pido, pues, que a esta tormenta suceda un sereno hermoso, a la fatiga el reposo,

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la adoración a la afrenta. Pido que el infierno sienta, a pesar de su rencor, el que vuelva el resplandor de su doctrina eclipsada desde la Zona templada a su brillante Ecuador. Pido que mi abatimiento sea la basa de su gloria, mi combate su victoria, mi ruina su vencimiento. Pido que en su firmamento sol más apacible nazca; y, aunque en la dura borrasca fuere mi muerte forzosa, que, cual Fénix, más hermosa, de mis cenizas renazca. Espera firme mi anhelo (porque el cielo ha prometido) que todo esto que yo pido me ha de conceder el cielo. Fúndase este mi consuelo en tantas revelaciones, con que en diversas regiones, para enjugar tiernos llantos, Dios ha descubierto a tantos sus divinas intenciones. Y aunque a esperar no convengo que haya de ser en mis días, muchas de estas profecías

Literatura de la Colonia

por verdaderas las tengo; que mal el tiempo prevengo, si está reservado a aquel que sabe numerar fiel, por más que el mundo se asombre, para redimir al hombre, las Semanas de Daniel. Este mismo pueblo amado, que ahora en el destierro llora, verá aquella feliz hora, en que ha de ser ensalzado. Que aunque haya de estar mudado en lo físico, (porque en lo moral no diré,) el mismo será, si advierto que Israel queda en desierto, y queda Israel con Josué. Pero yo pregunto aquí: (creyendo, que ha de llegar mi Religión a triunfar) Señor, ¿qué será de mi? Me parece que oigo un sí, que ni el sí ni el no se infiere; y que solamente quiere quede dudoso en mi afán, como cuando dijo a Juan: Quid? sic te volo manere. Y pues no puedo saber cuál podrá ser mi destino, no encuentro con el camino

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Ramón Sánchez de Viescas

de esperar ni de temer. Luego sólo podrá hacer acto de conformidad, diciendo a Dios con verdad: Señor, si mi fe no alcanza a hacer acto de esperanza, hágase tu voluntad. Y, en fin, a unas Musas ruego, ya que no es muy necesario ir al Tabor ni al Calvario, que me excusen desde luego. Pues por buscar mi sosiego en el Limbo estoy metido, mientras Dios fuere servido, donde libre del engaño, padezco pena de daño, pero no la del sentido.

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Da gritos, pidiendo a Dios por la Compañía Exsurge: Quare obdormis, domine? Psal. 43, 23. (Soneto) ¿Es posible, Señor, ¡quién lo diría! que parezca que duermes sosegado, cuando el infierno está tan desvelado contra tu muy amada Compañía? Van creciendo sus riesgos a porfía, al paso que tu amor se ha adormentado; y cuando te ve el mundo tan callado, levanta más su voz la tiranía. Despierta ya, que amparo omnipotente su vida necesita, ya que es vana la abusada paciencia de Clemente. Que si tarda tu mano soberana, el peligro está ya tan inminente, que no subsistirá quizá mañana.

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Rafael García Goyena

Rafael García Goyena

N

o t a b io g r á f ic a

ació en Guayaquil en 1766, murió en la ciudad de Guatemala en 1823. Muy temprano, a los doce años, via­ ja a Guatemala, en busca de su padre, país donde vivirá el resto de sus días. Estudió Derecho y en 1804 se doctoró en La Habana. Luego regresó a Guatemala donde ejerció el periodismo y la profesión de abogado.

N

Su obra poética se caracteriza por su carácter didáctico y satírico. Su nombre cuenta para las letras ecuatorianas y guatemaltecas por una treintena de composiciones que constan en un volumen titulado Fábulas y poesías varias (Guatemala, 1825).

O

b r a l it e r a r ia

Uno de los géneros literarios que más prosperó durante el siglo xvill, tanto en España como en América, fue la fábula, antiguo género moralizador y didáctico en el que, por lo general, los per­ sonajes son animales dotados de habla y pensamiento que obran y razonan como los humanos. En España, la fábula adquirió po­ pularidad con escritores como Samaniego e Iriarte, quienes mos­ traron el camino y dieron la pauta para sus muchos imitadores.

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Literatura de la Colonia

A finales del siglo XVIII, no pocos escritores americanos influidos por los ideales de la Ilustración e imbuidos de las ideas liberta­ rias usaron con frecuencia la fábula para tratar temas sociales y políticos y, de manera soterrada, criticar ciertas costumbres de la sociedad colonial. La fábula, con sus historias aparentemente inocentes, canalizó el ánimo de inconformidad política, preludio de lo que será, en pocos años más, el espíritu de rebeldía que dará al traste con el régimen colonial. Este es el caso de García Goyena. Bajo un lenguaje satírico y mordaz, sus fábulas encu­ bren la crítica social. Su sentido pedagógico se orienta a mostrar las falencias de un régimen decadente. «Los versos de García Goyena —ha dicho Isaac J. B arrerason fáciles y armoniosos; la lectura es agradable y amena. La enseñanza sencilla; la acción se conduce sin precipitaciones e inconvenientes, por lo que a veces la fábula se alarga más de los que debiera»1. Entre sus fábulas más celebradas se hallan Fábula política. Nuevo sistema de gobierno en el reino animal, Los muchachos, los sanates y el loro, Los fueros jumentiles, Los sanates y el bu­ rro, El sopilote con golilla, y Los sanates en consejo y otras más. N ota:

1 Barrera, Isaac J. H istoria de la litera tu ra ecu a toria n a . Quito: Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1960, pág. 468. B ib l io g r a f ía s o b r e e l a u t o r :

Barrera, Isaac J. H istoria de la litera tu ra ecu a toria n a . Quito: Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1960. Rodríguez Castelo, Hernán. L itera tu ra de la A u d ie n c ia de Q uito, sig lo XVIII, T. II. Ambato: Consejo Nacional de Cultura/Casa de la Cultura Ecuatoriana, Núcleo de Tungurahua, 2002. Carilla, Emilio. P oesía de la In d ep en d en cia . Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1979.

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Rafael García Goyena

Fábula política. Nuevo sistema de Gobierno en el Reino Animal' (Fragmentos)

Sabrá mi lector curioso, si por fortuna lo ignora, por qué es fortuna en el día ignorar algunas cosas... Que en los países de levante, allá en tierras muy remotas, hubo en el reino animal una conmoción ruidosa. En un espacioso valle circundado de las ondas por una parte, y de peña inaccesible por la otra. De todos los animales un congreso se convoca, desde el reptil que se arrastra el ave que se remonta. Confusamente mezclados el milano y la paloma, el cordero con el lobo, la gallina y la raposa.

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Literatura de la Colonia

Hasta los brutos marinos arrimados a la costa innumerables cabezas sobre las aguas asoman. El objeto de la junta es variar la antigua forma del político gobierno, porque a muchos incomoda. Subida sobre un peñasco hizo de orador la zorra, como en otro tiempo Tulio en las tribunas de Roma. Sin captar benevolencias con el asunto se exordia, diciéndole esta arenga más bien sentida que docta: Mas ha de sesenta siglos según la cuenta más corta, que de nuestro imperio el hombre por príncipe se corona. Él es, como uno de tantos, mísero mortal; y consta, que nuestras mismas flaquezas, y pasiones le son propias. Pero hoy en la elevación, cercado de honor y gloria, orgulloso no permite que se le siente una mosca.

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Que somos su patrimonio, por todo el orbe pregona; y que nació para rey en su concepto es un dogma. Bajo su cetro de hierro, y sus leyes caprichosas, ninguno tiene seguras la vida, la hacienda ni honra. Sanguinario por carácter, sólo porque se le antoja nos hiere, mata y desuella en juguete y por chacota. Muchas familias enteras de nuestro género lloran sin su libertad sujetas a esclavitud vergonzosa. Y los que la conservamos, a su pesar, es a costa de una vida fugitiva llena de susto y zozobra. Los brutos, que por humildes, ante él la rodilla doblan, dice que son sus amigos y los oprime y devora. A los que llama rebeldes porque sus derechos cobran, en sus últimas trincheras a sangre y fuego destroza.

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¿Cuál especie de las nuestras hizo fortuna a la sombra de su amparo? ¿dónde están las ventajas y mejoras? Si con dolosos regalos suele cebar a las bobas es porque le hagan después pías gordo el caldo de la olla. De modo que es más temible por sus dádivas sinónimas que cuando tirano ofrece veneno, puñal o soga. Con bárbara petulancia, cuando de noble blasona se apellida por grandeza señor de cuchillo y horca. Si los peces que me escuchan no fueran mudos, ahora refirieran sus crueldades y fraudulentas tramoyas. El corpulento cetáceo que en el piélago se engolfa y el humilde caracol, que arrastra su frágil concha, en los anchurosos senos del elemento que moran, no encuentran seguro asilo que los defienda y esconda.

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Déspota «el más absoluto, su política es su bolsa, sus leyes son los placeres, y su razón su pistola. Del gran soberano es esta una diminuta copia, y de su largo reinado la más abreviada historia. En este punto la inmensa muchedumbre se endemonia, grita, chilla, bala, gruñe, bufa, ruge, brama, rosna. La serpiente, dando un silbo sobre una piedra se enrosca; eleva el cuello, y erguida la cabeza, así perora: —En sólo el hombre reunidas las facultades se logran del discurso, la palabra, y de la fuerza obradora. Aquel cerebro inventor, aquella elocuente boca; aquella mano flexible, que a tantos usos se amolda. Estos son los tres poderes que en el político idioma a la majestad suprema necesariamente adornan.

Literatura de la Colonia

Mientras permanezcan juntos, bajo de una mano sola, si alguna vez favorables, mil veces serán en contra. Los poderes se dividan: uno sea el que sanciona; aquel quien juzga y el otro la fuerza armada se ponga. Así la soberanía sus principios reconozca; y sirvan sus atributos a la patria de custodia. Guardándose el equilibrio, las autoridades obran con mutuas emulaciones y recíproca concordia.

Aquí quedó interrumpido el discurso, porque todas las bestias con el aplauso, y Víctores se alborozan. A una voz gritan: «Se aprueba» y al momento se disponga la ejecución del sistema, que por nosotros se adopta. Al elefante que ha dado entre los de aquella tropa de su mucha inteligencia unas pruebas muy notorias,

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Del poder legislativo dueño absoluto lo nombran; y él, en señal que lo acepta rinde hasta el suelo la trompa. El judiciario poder que hace las declaratorias de la ley, lo dan al loro, al papagayo y cotorra. Al famoso orangutango cuya figura confronta con la humana y en la mano tiene diferencia poca. El poder se le encomienda de la fuerza ejecutoria; y ya las autoridades una de otra se divorcian. Los proyectos que el cerebro en bien del público forja, unas lenguas los explican, y otras manos los apoyan. Es preciso confesar, que si de los tres se toman; de aquel mono la figura, del perico la voz bronca, Y del discreto elefante la inteligencia que asombra y se unen en un sujeto para hacer una persona,

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Literatura de la Colonia

Nunca podrá resultar un ente tal, que suponga que un estúpido humano de la nación hotentota. Sin embargo, al ejercicio de la majestad aprontan, y del soberano usurpan el tratamiento y la pompa. En las primeras sesiones mil abusos se reforman, mil providencias se dictan, mil privilegios derogan. La libertad se decreta que los animales gozan para explicar lo que siente cada uno en su jerigonza. Se establece la igualdad con cuya farsa censoria tanto el mínimo arador como a la Ballena importa. Otras útiles materias dignas de Lacedemonia se examinan y discuten con aplicación heroica. Pero hétele aquí que cuando con más calor se funciona, según las atribuciones que a cada poder le tocan,

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Rafael García Goyena

Armado de punta en blanco con una valiente escolta de Alanos, el hombre mismo se presenta entre las rocas. Con el arribo importuno la multitud quedó absorta; «él es, dicen, y a nosotros se dirige su derrota». El elefante discreto, que conoce y reflexiona los peligros, el primero puso pies en polvorosa. En volandas le siguieron de las indiciarías Togas las turbas; y de las aves la sociedad volantona. El orangutango grave, por hacer la fuga pronta, multiplicando los pies sobre las manos se postra. Tras él huyeron las fieras apostando a quien más corra, desamparan la campaña y en las malezas se emboscan. Las culebras se desfilan con inflexiones tortuosas, y en los hoyos subterráneos ocultaron su ponzoña.

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Los peces se zambuyeron a sus cavernas más hondas, y con el gran movimiento las aguas hicieron olas. Sólo las especies mansas con su suerte se conforman y siguen, o bien paciendo o bien rumiando a sus solas. El hombre llega triunfante sin que nada se le oponga; y el reino animal se rige por sus antiguos axiomas. Permite, lector amigo, que mis conceptos proponga sin hacer aplicaciones porque suelen ser odiosas: Si acaso algún Aristarco mal mi fábula acomoda, diré lo que dijo Iriarte: «que con su pan se lo coma».

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Los sanates en consejo En el espacioso patio de mi casa, un ciprés tengo, y los sanates del barrio tienen en él sus congresos. En sus respectivas ramas tomaron ayer asiento, y en la cúpula del árbol un sanate clarinero. Este mismo levantando su vista y el pico al cielo, como que implora su amparo preciso para el acierto, Se volvió después al magno y respetable colegio, que le escucha con agrado y con los picos abiertos. «Ya se nos acerca mayo, les dice, y en ese tiempo de nuestro género claro se asegura los renuevos. Con el natural conato que nos impele este objeto, trabaja con entusiasmo el uno y el otro sexo.

Literatura de la Colonia

Por lo que convenga al caso, me parece proponeros algunos graves reparos que me ocurren al intento. Nosotros en propagarnos, somos activos y diestros, y se consiguen de facto los más fecundos efectos. Nuestra especie, sin embargo no logra sensible aumento, y en un mismo ser estamos poco más o poco menos. Juzgo proviene el atraso de la prole que perdemos, por los malditos muchachos en sus criminales juegos. Asaltan los nidos caros: tiran y rompen los huevos, y de los pollos acaso sacrifican los dos tercios. Ni el espinoso naranjo ni este ciprés por excelso los defienden de las manos de los rapaces perversos. Para evitar tales daños, y asegurar los recelos, es preciso discurramos algunos prudentes medios».

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Así concluyó, esperando que el consistorio discreto agradeciese el cuidado y su patriótico celo. Un susurro sordo y vago discurre, y turba el silencio y aumentándose por grados paró en gritos descompuestos. Algunos chillan: «son vanos esos temores y miedos, de los sanates sensatos no merecen el aprecio». Otros chiflan: «muy despacio se debe meditar eso, sobre que el negocio es arduo y pide maduro acuerdo». Este pita: «Yo de espantos estoy curado, no temo» aquel otro silba: «al amo matan cuidados ajenos». De manera, que entre tantos vocales, ni dos hubieron que con dúo concertado siguiesen el mismo metro. Después de distintos cantos, y de tonos tan diversos, gritó con tiple más alto un sanatillo moderno.

Literatura de la Colonia

Y dijo: «con todos hablo; el peligro es manifiesto, no obstante, también alcanzo que tiene fácil remedio. Mientras nos multiplicamos se muda temperamento en los vecinos barrancos de las Vacas o el Incienso. Concluidos nuestros trabajos, alegres nos volveremos a los lugares urbanos con los hijos ya mancebos. Así se atan bien los cabos porque se salvan los riesgos: se goza el aire del campo, sin perder el patrio suelo. Este es mi dictamen, salvo el más conveniente y recto». Cerró el pico, y se miraron entre sí, los compañeros. Un sanate, el más anciano, en tono de magisterio replica: «siempre fue malo emprender caminos nuevos. Este mismo vecindario me vio sin pluma y sin pelo, aquí también se empollaron mis ascendientes y abuelos.

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¿Quién será tan mentecato, que los acuse de lerdos? o que piense mejorarlos y ser más sanate que ellos? Yo por mi parte declaro que seguiré sus ejemplos, aunque mire engolillados morir a todos mis nietos». Aquí todos levantaron juntos el grito y el vuelo y cada uno por su lado tomó el rumbo de su genio. Entonces dijo un Letrado, esto es, un sanate y medio: «o estos pájaros son sabios, o los hombres somos necios. Sentarse en un mismo palo, mirarse todos muy serios, gritar en tiple o en bajo, practicar usos añejos: Seguir cada cual su bando sin ver el común provecho, este es el gran resultado del sanático consejo. En vista de todo fallo: que este mismo es el suceso en los concursos humanos de los políticos cuerpos».

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Literatura de la Colonia

Los fueros jumentiles

A cierta función de iglesia, que con un motivo regio se celebraba, asistían todos los ilustres cuerpos. El Tribunal Superior en su respetable acuerdo, de los señores togados y Presidente compuesto. Con todo aquel aparato, de ministros subalternos, con paso grave y medido, también se dirige al templo. Al embocar una calle se pasaron los maceros: el señor Regente entonces dijo: ¿en qué nos detenemos? Es el Real Claustro, responden de los Doctores y Maestros, que con todas sus insignias caminan al mismo objeto. Que se suspendan, repuso con aire imperioso y serio, y córteseles el paso nuestra marcha prosiguiendo!

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Al punto así se ejecuta; y los Doctores discretos la autoridad reconocen, y permanecen suspensos. A pocos pasos andados vuelven a estar los porteros inmóviles; y pregunta segunda vez: ¿qué hay de nuevo? Es una recua, contestan, de más de treinta jumentos, que unidos uno en pos de otro, siguen sin dar intermedio. Pues es preciso esperar que pase el último de ellos; dijo el Señor Presidente del Tribunal circunspecto. Cumplióse al pie de la letra el acordado decreto, y dióseles libre PASE a los Jumentiles Fueros. Es cordura sostener con los sabios los derechos, y no es menos discreción el cederlos a los necios.

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Los muchachos, los sanates y el loro En un naranjal su nido un sanate construía, y en el pico conducía el material escogido. Con algún conocimiento de reglas de arquitectura de la más gruesa basura usaba para el cimiento. Un bejuco, un desperdicio, una piltrafa, un andrajo, de un mecate, un estropajo, fundaban el edificio. Con más ligero y más fino material, después trabaja: cerdas, hojarasca y paja, retales de lana y lino. Al fin el nido se acaba, y en pelillos delicados yacen los huevos pintados que la madre fomentaba. Quiso la desgracia un día, que un muchacho juguetón vio que del nido un cordón de San Francisco pendía.

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A otros compañeros llama, sube al árbol en un vuelo, da con el nido en el suelo desprendido de la rama. Juntos todos, con gran prisa proceden al inventario: Miren ¡un escapulario! gritó uno muerto de risa, otro dice: aquí hay retazos de patentes y de bulas... La Medida de Esquipulas! ¡Jesús! qué picaronazo! Dice otro: si a más no viene, este ramo está bendito... miren este rosarito... solo dos misterios tiene... A ver, a ver la estampita; es de San Pedro y San Pablo de la Cruzada... ¡qué diablo de sanata tan maldita! El examen satisfecho de los andrajos devotos, dejaron los huevos rotos, y el nido todo deshecho. Mientras tanto, amotinados los sanates, daban gritos diciendoles: ¡oh, malditos, herejes excomulgados!

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¡Oh qué horrendo sacrilegio! lo más sacrosanto y pío ¡cómo lo ridiculizan! ¡las plumas se nos erizan; no hiciera más un judío! ¡Qué juegos tan execrables qué chacotas tan punibles! ¡hacer objetos risibles las reliquias venerables! Pero el cielo, que es testigo de tanta profanación dará a vuestra irreligión correspondiente castigo. Oyendo estos disparates, dizque un Loro muy ladino de un Licenciado vecino, dijo hablando a los sanates: «la profanación, hermanos, ya la hizo quien de estas cosas sagradas y religiosas, se sirve en usos profanos. A los cintos y cordones por su bendito instituto, no conviene el atributo de empollar y criar pichones.

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Ese celo tan extraño que mostráis por su respeto, sólo tiene por objeto evitar el propio daño. La defensa muchas veces de la religión hacemos, cuando de acuerdo la vemos con los propios intereses. La religión soberana y su divino derecho, conforme nuestro provecho se consagra o se profana. N ota:

* Los textos han sido seleccionados del sitio web: www.efemerides.ee/i/fabulas/

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B iblioteca básica de autores ecuatorianos (BBAE) 1. L iteratura

de l a c o l o n i a

(I)

Fray Gaspar de Villarroel Juan de Velasco Eugenio de Santa Cruz y Espejo 2. L iteratura

de la colonia

del siglo x i x

(I)

José Joaquín de Olmedo Dolores Veintimilla de Galindo Julio Zaldumbide Remigio Crespo Toral 4. L iteratura

d e l s ig l o x ix

Gustavo Alfredo Jácome Jorge Icaza Alfredo Pareja Diezcanseco Raúl Andrade

(II)

Juan Bautista Aguirre Ramón Sánchez de Viescas Rafael García Goyena José de Orozco 3. L iteratura

8. L iteratura d e l s i g l o xx (III)

9. L iteratura

Hugo Mayo Pablo Palacio Humberto Salvador 10. L iteratura

del siglo x i x

11. L iteratura

del siglo xx

del siglo x x

(VT)

(I)

(II)

Enrique Gil Gilbert Demetrio Aguilera Malta Joaquín Gallegos Lara José de la Cuadra

L iteratura

del s i g l o x x

(VII)

Gonzalo Zaldumbide Benjamín Camón Leopoldo Benites Isaac J. Barrera Aurelio Espinosa Pólit Gabriel Cevallos García

(III)

Ernesto Noboa y Caamaño Alfonso Moreno Mora Humberto Fierro Arturo Boija José María Egas Medardo Ángel Silva 7. L iteratura

del siglo xx

Adalberto Ortiz Nelson Estupiñán Bass Ángel F. Rojas

Juan Montalvo Fray Vicente Solano José Peralta Federico González Suárez Marietta de Veintemilla 6. L iteratura

(V)

del siglo xx

Jorge Carrera Andrade Gonzalo Escudero Alfredo Gangotena Manuel Agustín Aguirre

12. L iteratura

(IV)

(II)

Juan León Mera Manuel J. Calle Luis A. Martínez Roberto Andrade Miguel Riofrío 5.

del siglo x x

13.

(VIII) Jorge Enrique Adoum César Dávila Andrade Efraín Jara Idrovo

L iteratura

d e l s ig l o x x

14. L iteratura

del siglo xx

(EX)

Pedro Jorge Vera Alejandro Camón Arturo Montesinos Malo Alfonso Cuesta y Cuesta Rafael Díaz Icaza Miguel Donoso Pareja

15- L iteratura

(X)

del siglo xx

Eugenio Moreno Heredia Jacinto Cordero Espinosa Carlos Eduardo Jaramillo Ileana Espinel Rubén Astudillo y Astudillo Femando Cazón Vera 16. L iteratura

del siglo x x

(XI)

Alfonso Barrera Valverde Francisco Granizo Ribadeneira José Martínez Queirolo Filoteo Samaniego Francisco Tobar García 17. C ontemporáneos (I)

Agustín Cueva Dávila Alejandro Moreano Hernán Rodríguez Castelo Femando Tinajero Villamar 18. C ontemporáneos (II)

Iván Égüez Raúl Pérez Torres Eliécer Cárdenas

22. C ontemporáneos (VI) Juan Andrade Heymann Vicente Robalino Bruno Sáenz Sara Vanegas Coveña 23. C ontemporáneos (VII) Carlos Béjar Portilla Carlos Camón Abdón Ubidia Jorge Velasco Mackenzie 24. C ontemporáneos (VIII) Marco Antonio Rodríguez Jorge Dávila Vázquez Vladimiro Rivas Iturralde Natasha Salguero 25. C ontemporáneos (IX)

Oswaldo Encalada Alicia Ortega Santiago Páez Aleyda Quevedo Rojas Raúl Vallejo 26. C ontemporáneos (X)

19. C ontemporáneos (III)

Rocío Madriñán Sonia Manzano Julio Pazos Barrera Alicia Yánez Cossío 20. C ontemporáneos (IV)

Iván Carvajal Alexis Naranjo Javier Ponce Antonio Preciado Humberto Vinueza 21. C ontemporáneos (V)

Jaime Marchán Francisco Proaño Arandi Juan Valdano

Carlos Arcos Cabrera Modesto Ponce Huilo Rúales Raúl Serrano Javier Vásconez 27. C o n t e m p o r á n e o s (XI) Gabriela Alemán Fernando Balseca Juan Carlos Mussó Leonardo Valencia Oscar Vela 28. C ontemporáneos (XII) María Eugenia Paz y Miño Juan Manuel Rodríguez Lucrecia Maldonado Gilda Holst

UTPL UNIVERSIDAD T ÉC N IC A P AR T IC U LA R O I LO JA

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BIBLIOTECA BASICA DE AUTORES ECUATORIANOS

Impreso en Ecuador en octubre de 2015 Para la portada de este libro se han usado caracteres A Love ofThunder, creados por Samuel John Ross, Jr. (1971). En el interior se han utilizado caracteres Georgia, creados por Matthew Cárter y Tom Rickner.

Literatura de la Colonia L iteratura

de la

C olonia (i)

Fray Gaspar de Villarroel Juan de Velasco Eugenio de Santa Cruz y Espejo L iteratura

de la

C olonia (ii)

Juan Bautista Aguirre José de Orozco Ram ón Sánchez de Viescas Rafael García Goyena

Literatura del siglo xix L iteratura

del siglo x ix

(I)

José Joaquín de Olmedo Dolores Veintim illa de Galindo Julio Zaldum bide Rem igio Crespo Toral L iteratura

del siglo x ix

(II)

Juan León Mera M anuel J. Calle Luis A. M artínez Roberto Andrade M iguel Riofrío L iteratura

del siglo x ix

(ill)

Juan M ontalvo Fray Vicente Solano José Peralta Federico González Suárez M arietta de Veintem illa

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