Lima Obrera 1900 - 1930 Tomo II

LIMA OBRERA 1900-1930 TomoII STEVE STEIN Laura Miller Katherine Roberts Compilador Susan C. Stokes José A. Lloréns C

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LIMA OBRERA 1900-1930 TomoII STEVE STEIN Laura Miller Katherine Roberts

Compilador

Susan C. Stokes José A. Lloréns

Colección

: Historia Social y Cultura Popular en América Latina

Serie

: Lima Obrera 1900-1930 Tomo II

Director

: Steve Stein

PRIMERA EDICION ENERO, 1987 ©

Steve Stein

©

De esta edición Ediciones EL VIRREY Miguel Dasso 141 - Lima 27 - Perú Tel. 400607

Impresión: Servicios Editoriales A.Arteta IMPRESO EN EL PERU

Indice Capítulo 1: La mujer obrera en Lima, 1900-1930. Laura Miller Una reseña estadística Estado civil Alfabetismo Trabajo Maternidad Mortalidad infantil Anexo estadístico El contexto ideológico La mujer: Un ser sensible y suave La mujer : La coqueta limeña La mujer : Una Eva caída La mujer : Una niña buena La mujer : Sus múltiples caras en el vals criollo Las mujeres hablan Cuando yo era niña Yo he trabajado Se necesita muchacha: servicio doméstico En la cocina: el trabajo de la cocinera Con la escobilla y el almidón: el trabajo de la lavandera En la plaza: la mujer vendedora La pobre obrerita: la costurera Teníamos horario fijo; la obrera en la fábrica

11 17 19 19 24 25 29

44 48 49 50 53 59 66 77 85 90 93 97 102 108

Hay mujeres que tienen suerte con los hombres y otras que no tieneh ■. La mujer, “Reina del hogar” Yo hacía todo para mis hijos Bibliografía

115 136 144 150

Capítulo 2: El caso de Rosario. KatherineRoberts La prostitución El caso de Rosario Conclusiones

153 155 158 166

Capítulo 3: Etnicidad y clase social: los afro-peruanos de Lima, 1900-1930: Susan C. Stokes Introducción ' Explotación y racismo: algunas reflexiones preliminares Raza y clase en el Perú

171 173 173 174

Primera parte: Los negros en la historia del Perú La esclavitud negra en el Perú El afro-peruano después de la abolición

177 181

Segunda parte: Los afro-peruanos en Lima, 1900-1930 Tendencias demográficas La ubicación geográfica de los afro-peruanos — La nación — La provincia de Lima — Lima Metropolitana: el distrito censal — Lima Metropolitana: la vecindad El racismo y la segregación racial , Los afro-peruanos y la estructura racialde las profesiones — “Una profesión negra” : la construcción civil — Las causas de la estructura racial de las profesiones El racismo ideológico: categorías raciales e identidad negra

189 190 192 193 195 196 201 206 209

Tercera parte: la cultura negroide, 1900-1930 El culto al Señor de los Milagros — La generalidad del culto — La heterogenización social del culto — El culto, el Estado y la Iglesia El Club de Fútbol Alianza Lima Reflexiones generales Bibliografía

219 220 220 222 229 234 248 250

183

Capítulo 4: De la Guardia Vieja a la generación de Pinglo: música criolla y cambio social en Lima, 1900-1940. José A. Lloréns La Guardia Vieja El período crítico La generación de Pinglo Expresiones del cambio Textos citados

253 256 262­ 267 273 280

Capítulo i LA MUJER OBRERA EN LIMA 19 0 0 - 1 9 5 0

Laura Miller

Este trabajo está dedicado a: Elvira e Isabel Alejandra v María

Las abuelas que me contaban Sus vidas. Las madres que me enseñaban muchas artes.

Pilar y Eda

Las hermanas que me daban fuerza en la lucha.

Gloria y Magdalena

Las futuras mujeres que m e animaban con sus sonrisas.

Y a todas las mujeres que han trabajado y luchado. Tenem os el derecho a nuestra historia. Setiem bre 21, 1982 Lima, Perú.

El hombre más oprimido del m undo puede oprimir a otro ser, que es su mujer. La mujer obrera es la proletaria del mismo proletario. Flora Tristán, Unión Obrera (1)

l estudio de la historia debe enfocar y aclarar hechos del pasado, y tam bién tiene implicancias im portantes para la sociedad actual. Para evaluar la problem ática de la m ujer obrera hoy en el Perú, es indispensable tener en cuenta su participación en el trabajo y su rol dentro de la fam ilia en la historia. Con esta visión del pasado, entenderem os m ejor la ubicación de la m ujer actual y hasta qué p u n to ha cam biado su situación. La situación de la m ujer obrera requiere estudio com o gru­ po aparte con u n a dinám ica especial dentro del estudio de la clase obrera a principios del siglo veinte. Este enfoque perm ite aclarar su condición de oprim ida dentro de la clase obrera además de su opresión com o m iem bro de la misma clase. M ientras que com partían una misma pobreza, existían diferencias fundam entales que son necesarias analizar. El estudio de la m ujer desde 1900 hasta 1930 es un aporte a la creciente bibliografía sobre la m ujer peruana. Ya existen es­ tudios de la m ujer actual de varios estratos sociales, de la m ujer cam pesina y sobre aspectos psicológicos, pero la m ujer obrera del pasado es un tem a poco estudiado hasta ahora. Las palabras escri­ tas dejadas p o r m ujeres progresistas de la época com o Elvira G ar­ cía y García, M aría Jesús Alvarado Rivera, Zoila A urora Cáceres y Magda Portal nos dan una idea de la participación de la m ujer en la po lítica y de la creciente conciencia fem inista en el país. Pero sus palabras no ilum inan la vida de las mujeres que com ponían las grandes m ayorías nacionales. Las mujeres que tra ­ bajan en Lima a principios del siglo, sea en fábricas, en casas p arti­ culares, en talleres o en sus propias casas no han dejado palabra es-

E

(1 )

Flora Tristán, Unión Obrera (Barcelona, 1 9 7 7 ), p. 2 3 .

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crita, y su historia m uere con ellas. Es esencial descubrir y escribir la historia de la m ujer obrera para darle el valor que ella merece. La historia de la m ujer obrera no es una historia dram ática de participación en las luchas políticas, aunque había cierto nivel de participación, ni es la historia de la lucha por los derechos civi­ les de la mujer. Pero sí, la historia de la m ujer obrera es una histo­ ria de lucha; quizás la lucha más difícil, por la sobrevivencia. Ella vivía y sobrevivía en un m undo de pobreza aguda, sujeta a fuertes restricciones im puestas por las norm as de una sociedad, iglesia y educación no sólo clasista sino tam bién sexista. El análisis del sexism o dentro de la clase obrera y en la so­ ciedad en general nos dirige a una lucha im portante para cam biar la situación actual. La frase arriba citada de Flora Tristán, u n a fe­ m inista del siglo diecinueve cuyo análisis es perspicaz e incisivo tan to para su época com o para la nuestra, cristaliza la doble opre­ sión que sufre la m ujer obrera. Al estudiar la dinám ica de las opre­ siones de clase y de género y luchar para cambiarlas, se llegará a una igualdad social verdadera. Este estudio se divide en tres partes. La prim era es una aproxim ación estadística de aspectos de la vida de la m ujer obrera, com o estado civil, trabajo, alfabetism o y m ortalidad infantil. La segunda parte es un análisis de varios tex to s literarios de la época, señalando los tem as e imágenes que form aban el co n tex to ideoló­ gico en el cual la m ujer obrera co nstruía su vida. La parte final consiste en el testim onio de las m ujeres mismas, basado en en tre­ vistas hechas en Lima entre O ctubre 1981 y Agosto 1982. La par­ te final es la más im portante. En una historia de esta naturaleza, el papel del historiador es dejar que los que han vivido la época des­ criban su vida. Es justo, además de más rico y tangible, que ellas mismas relaten su historia. Ninguna fuente sola ha sido suficiente para el estudio, pero por m edio de la com binación y confrontación de inform ación, llegaremos a entender m ejor la realidad de la m u­ jer obrera de Lima a principios del siglo veinte (*).

*

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Para una am pliación del tem a, véase “ Yo he tr a b a ja d o ”: Working - Class Women in Lima, 1 9 0 0 - 1930, Tesis de bachillerato de Laura Martín Mi11er, Wesleyan University 1 9 8 4 . Se encuentra archivado en el Centro de D ocum entación de la Universidad Católica.

UNA RESEÑA ESTADISTICA

La estadística es una entre varias m aneras de acercarse a la vida de la m ujer obrera en Lima a principios del siglo. Siendo im ­ posible u n a encuesta form al posterior de un grupo representativo, las fuentes estadísticas de la época sirven para form ar u n a idea del perfil dem ográfico de la m ujer de la clase obrera. Las cifras de los censos de Lima de los años 1908, 1920 y 1931, ju n to con inform a­ ción de los Boletines M unicipales de Lim a y las M emorias de la M unicipalidad de Lima nos perm iten ver, aunque desde lejos, as­ pectos im portantes de la vida cotidiana de la m ujer, com o p arte de u n sector social. Profundizarem os esta visión de un sector social entero con el testim onio oral de unas cuantas m ujeres. Con las en­ trevistas, pondrem os carne y sangre al esqueleto estadístico. ESTADO CIVIL En térm inos de estado civil, hay que señalar dos p u n to s claves: el alto porcentaje de parejas convivientes, con la consecuen­ te tasa alta de ilegitim idad; y la diferencia entre las edades de casa­ m iento del hom bre y de la m ujer. En prim er lugar, los censos indican una proporción baja de m atrim onios. En cada uno de los tres años censales 1908, 1920 y 1931, entre un tercio hasta la m itad de la población m ayor de 14 años se autodistinguía com o soltero (ver Cuadro 1, Estado Civil en Lima: Los tres años Censales).* Y com o es obvio, con esta alta tasa

Ver A n ex o E stad ístico en pág. 29 a 43.

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de solteros de ambos sexos, hay una correspondiente alta tasa de nacim ientos ilegítim os —alrededor del 5 0 °/o a lo largo de la época (ver Cuadro 2, Condición Civil de Nacidos). Convivencia era la m anera más com ún de vivir y construir u n a fam ilia dentro de la clase obrera. Según vemos en el Cuadro 3, Estado Civil en 1908, según las Razas, la proporción de solte­ ros autoclasificados es m uy alto para hom bres de las razas in d í­ gena y negra, las razas característicam ente obreras. Según el censo de 1908, el núm ero de familias definitivam ente construidas (es) in­ m ensam ente superior a la cifra de m atrim onios. . . en nues­ tro bajo pueblo, el hogar ilícito, no sancionado por la ley eclesiástica o la civil, se ofrece al que lo estudie con más frecuencia que el hogar lícito (2). Convivencia era com ún en la clase obrera en parte porque el acto de casarse no daba ningún apoyo económ ico a la pareja. Com o verem os en las entrevistas, la relación entre hom bre y m ujer estaba caracterizada p o r la gran im portancia de consideraciones económ icas en lugar de otros valores de com prensión y afecto. Al considerar las cifras, hay que considerar el efecto de convivencia en la m ujer que vivía en una sociedad que prem iaba la virginidad fem enina y el m atrim onio. Convivencia no necesaria­ m ente indica una m ujer que está abandonada por su hom bre; más bien puede indicar una inestabilidad familiar y la im potencia de la m ujer para reclam ar sus derechos legales y económ icos. Se puede apreciar el dilem a psicológico de la m ujer frente al com prom iso exam inando las cifras de viudas (ver cuadro 1 V La población de Lima se auto-clasificó en los censos de 1908, 3'.,20 y 1931, y era posible representarse com o uno quería. En cada uno de los tres años censales, hay de dos a cuatro veces más mujeres viudas que hom bres viudos. Decir que una es viuda puede ser una m anera más respetada para decir que es m ujer con hijos, pero sin hom bre presente. Las cifras pueden indicar norm as sociales que exigían el m atrim onio para la m ujer que a su vez vivía u n a realidad m uy distinta. Las cifras en cuanto a la edad de los contrayentes de m a­ trim onio son un aporte más a la descripción de los varios elem en­ to s de la opresión de la m ujer (ver Cuadros 4, 5 y 6, M atrim onio

(2 ) 18

Censo d e la Provincia de L im a (Lim a, 1 9 0 8 ), p. 8 2 .

según Edades de C ontrayentes). En más del 7 5 °/o de los casos, el hom bre lleva unos diez años a la mujer. Estas cifras indican una situación en la cual el hom bre pro ­ bablem ente ejercía una m ayor autoridad para dirigir la vida y ac­ ciones de la m ujer a raíz de su m ayoría de edad. La mujer, res­ tringida y dom inada por su padre en la niñez, pasa con la convi­ vencia o el m atrim onio, a la misma situación de subordinación con otro hom bre m ayor que ella, su m arido. Irónicam ente aunque la m ujer obrera fuera m enor que su esposo en la m ayoría de los ca­ sos, ella no po d ía vivir el sueño de ponerse en las manos de un hom bre p ro te c to r para vivir siempre tranquila. Ella ten ía que tra ­ bajar desde m uy joven y enfrentar un m undo difícil sin la protec­ ción económ ica atribuida a un hom bre mayor. Estas cifras sobre m atrim onio reflejan una pequeña parte de una sociedad en la cual la convivencia dom inaba. Pero la infor­ m ación presenta pautas significativas en cuanto a la conform ación de la pareja que puede extenderse a las parejas que no se casaron. ALFABETISMO Para el p eríodo 1900 a 1930. la tasa de alfabetism o es alta y generalm ente igual entre hom bres y m ujeres, (ver Cuadro 7, Al­ fabetism o en Lima: Los Tres Años Censales). Cerca del 7 0 °/o de la población podía leer y escribir. Esta inform ación refleja que an­ tes de la gran ola de m igración de la Sierra, que solam ente com ien­ za a notarse en la últim a década del período, el sistema educacio­ nal cubría las necesidades básicas de una población relativam en­ te pequeña. La alta tasa de alfabetism o tam bién indica que la gran m ayoría de la población, hom bres y mujeres igual experim enta­ ban la misma enseñanza y las mismas im portantes lecciones de so­ cialización. TRABAJO La consideración de las cifras sobre la m ujer en el trabajo es fundam ental para el estudio de la m ujer obrera. Es esencial se­ ñalar no solam ente la naturaleza única del trabajo fem enino, sino tam bién los cam bios en la concentración de mujeres en varios sec­ tores de trabajo a través de la época. Hay una advertencia m uy im portante que hacer antes de considerar las cifras de los c e n so r Muchos estudios del trabajo de la m ujer en la actualidad enfatizan la naturaleza eventual e infor­ 19

mal del trabajo fem enino. Esos estudios indican que la m ujer tra ­ baja en más de una ocupación. La m ujer que se auto-clasificaba co­ mo lavandera la noche que se to m ó el censo de 1908 p o d ía haber­ se levantado la m añana próxim a para ir a una casa particular para lavar y tam bién cocinar. Por la tarde cüando llegara a su casa, p o ­ d ía haber preparado u n a to rta p a ra venta en la calle. Esta m ujer entonces sería no solam ente lavandera, sino cocinera y vendedo­ ra tam bién. Este problem a de la auto-identificación es aún más agudo cuando tratam os de conocer la vida y el trabajo de la m ujer que se identificaba com o “ sin profesión” (en los censos de 1908 y 1920), “ sin datos” (en 1920), o que se ocupaba en “ labores dom ésticas” (en 1908 y 1920) o “ cuidado del hogar” (en el censo de 1931). Las palabras “ am a de casa” y “ labores dom ésticas” ocultan un m undo de pequeños trabajos y servicios inform ales no reconoci­ dos como la ocupación principal, pero que pueden ser el único ingreso fijo en la familia. Solam ente el testim onio oral puede ayu­ dar a superar estas lim itaciones en nuestra visión de la m ujer en el trabajo. No obstante estas lim itaciones sabem os que a través fie la época, por lo m enos u n tercio de la población económ icam ente activa eran mujeres (ver Cuadro 8, Población E conóm icam ente Activa Masculina y Fem enina en Lima: Los Tres Años Censales). Estas cifras incluyen solam ente m ujeres que se clasifican en tra ­ bajos formales rem unerados. D entro de este m undo de trabajo la m ujer m ayorm ente se dedicaba a servicio, haciendo las labores tradicionalm ente fem eninas de lim piar, coser, cocinar y cuidar a niños. Se dedicaba a los oficios aprendidos en su casa desde la ni­ ñez para el trabajo rem unerado fuera del hogar. Por presión eco­ nóm ica, la m ujer obrera te n ía que salir de su casa para trabajar, pe­ ro seguía en la misma categoría de actividad (ver Cuadro 9, Par­ ticipación Fem enina por Sector de Trabajo). Según los censos, las profesiones con m ayor participación fem enina eran corte y confección (2 2 .8 6 °/o de la Población Eco­ nóm icam ente Activa Fem enina en 1931), servicio dom éstico (18.12o/o), lavado y planchado (1 4 .5 9 °/o ), cocina (9 .5 9 °/o ), y com ercio (3.93°/o). Las categorías de em pleada (3 .2 1 °/o ), religio­ sa (2 .2 2 °/o ), estudiante (13.05), y profesora (3 .3 0 °/o ) tam bién m uestran un alto porcentaje de m ujeres (ver Cuadro 10, O cupa­ ciones con la más alta participación de la población económ ica­ m ente activa fem enina: Los Tres Años Censales). La categoría de corte y confección incluye los oficios de bordadoras, camiseras, 20

chalequeras, m odistas, sastres y som brereras, y no sabem os hasta qué p u n to incluye a m ujeres que cosían en sus casas haciendo tra ­ bajos eventuales. Algunas ram as de em pleo eran casi exclusivam ente fem eni­ nas. En 1908, las ocupaciones con más del 50o/o de m ujeres eran costureras, telefonistas, amas de leche, amas de llave, cocineras, lavanderas, dom ésticas, planchadoras, enferm eras, obstetrices y m eretrices. La categoría “ sin profesión” era representada m ay o r­ m ente p o r m ujeres y esa clasificación puede indicar que la m ujer ten ía una m u ltitud de trabajos inform ales. Las alternativas de trabajo para la m ujer eran m uy lim itadas Un análisis de m atrim onios p o r profesión de los contrayentes sir­ ve com o buen ejem plo. Las m ujeres que se casaron en 1907 (427 en to tal), eran agricultores, cocineras, costureras, cigarreras, d o ­ m ésticas, jornaleras, em pleadas, fruteras, institutrices, lavanderas, m odistas, vendedoras y “ sin d a to s” —amas de casa o m ujeres con em pleo inform al y eventual. Estas 13 categorías se com paran con las 56 categorías de trabajo varonil en la m uestra. En este ejem plo hay 4 veces más tipos de trabajo abiertos al hom bre que a la m ujer. Sin em bargo, hay que n o tar que el cam po de trabajo ta m ­ bién era restringido para el hom bre de la clase obrera. Era m uy co ­ m ún que los hom bres siguieran a sus padres en la selección de un trabajo, y esas lim itaciones eran aún más notables en los casos de ciertos grupos raciales de la clase obrera. Com o n o ta Susan Stokes en su estudio sobre los negros, el trabajo del hom bre de esta ra­ za se lim itaba a unos 5 ó 10 em pleos d en tro de u n sistem a de com ­ padrazgo y racismo. Eso era aún más m arcado en el caso de la m u ­ jer negra. El análisis de los em pleos de este grupo no sólo nos m uestra que ellas estaban restringidas a un grupo de em pleos tra d i­ cionalm ente fem eninos, sino que aún dentro de este grupo, ella su­ fría una restricción a trabajos de bajo prestigio p o r su origen racial (ver Cuadro 11, Ocho Profesiones con más de 50 Mujeres Negras en el A ño 1908). 7 2 .5o/o de las m ujeres negras en la población económ icam ente activa trabajaban en ocho profesiones de poco prestigio, m ientras que solam ente 5 8 .2 °/o de las m ujeres indias, 5 3 .2 °/o de m ujeres m estizas, 1 9 .7 °/o de m ujeres am arillas y 1 3 .0 °/o de m ujeres blancas ten ía n em pleo en estos oficios. Hay una alta concentración de m ujeres negras en lavado (3 3 .1 ° /o de las m ujeres negras eran lavanderas), en cocina (1 5 .3 o /o ) y en em ­ pleo dom éstico (1 1 .7 °/o ), m ientras que hay una alta concentra­ ción de m estizas en las categorías de costura (2 0 .6 o /o ) y am a de casa (2 2 .1 °/o ). Estas cifras m uestran que después del valorizado 21

trabajo en fábrica, la costura tenía más prestigio, m ientras que el trabajo en lavado, cocina y em pleo dom éstico era m enos prestigio­ so. La época del estudio —1900 a 1930— es un período de grandes cam bios en Lima y en la estructura de la fuerza de tra b a ­ jo. Estos cambios son visibles en las concentraciones de mujeres en trabajos a través del período. Las mismas ocupaciones fem eninas salen en cada uno de los tres censos, pero hay cambios interesantes en los porcentajes de participación, (ver Cuadro 10). D urante los tre in ta años estu­ diados, se ve u na baja en el porcentaje de la población fem enina económ icam ente activa (PEA fem enina) en lavado, costura, plan­ chado y cocina. Hay un alza notable de m ujeres en servicio dom és­ tico, especialm ente en el censo del año 1931. Estas cifras reflejan dos elem entos claves en la historia del Perú y de Lima. El alza en el núm ero de m ujeres en trabajo dom és­ tico se explica en gran parte por la creciente m igración a Lima que em pezaba con fuerza entre los años 1920 y 1931. Varios estudios de servicio dom éstico indican que es el ram o de trabajo más co­ m ún entre m ujeres recién llegadas de la Sierra a la capital. Aún en 1908, las serranas ten ían la más alta participación en este em pleo; 3 9 .2 °/o de las dom ésticas eran serranas, m ientras que 1 5 .8 °/o de mujeres negras y 34.1 o/o de m ujeres mestizas trabajaban en este oficio, (ver cuadro 12 Profesiones de A lta C oncentración de Mu­ jeres Negras). Esta alza es una expresión num érica del fenóm eno hum ano clave de la m igración a Lima. Trabajo en servicio dom ésti­ co era el trabajo en el cual la m ujer sufría el m ayor grado de explo­ tación y grandes núm eros de las m ujeres de la Sierra com partían esa experiencia. Los sectores de servicios e industrias y artes m anuales te ­ nían la tasa más alta de participación fem enina, y al final del pe­ ríodo, el sector de industrias sobrepasa el sector servicios (ver Cuadro 9, Participación Fem enina por Sector de Trabajo: Los Tres Años Censales). H abía un flujo del sector más explotado de servi­ cios, que incluía amas de leche, cocineras, lavanderas, dom ésticas y planchadoras, hacia el m undo de trabajo más form al. Sin em ­ bargo, el sector de industrias y artes m anuales incluía m uchos ofi­ cios artesanales com o bordadora, canastero, florista, m odista, som brerero y zapatero; estos sobrepasan largam ente el trabajo fe­ m enino en las fábricas. Como verem os en las entrevistas, las condi­ ciones de trabajo en pequeños talleres no eran tan to m ejores com o los trabajos en servicio. Había m uy pocas m ujeres trabajando en 22

fábricas que gozaban de las ventajas del trabajo organizado, y, en algunos casos, sindicalizado. A pesar de la naturaleza más artesanal que industrial del sector de industria, había una entrada notable de la m ujer a los oficios formales. Un resultado del aum ento de presencia fem enina en esta fuerza de trabajo más visible era la prom ulgación en 1919 de la ley 2851 Sobre Trabajo de Mujeres y Niños. La ley era una respuesta al aum ento considerable de las mujeres que trabajan, fenó­ m eno explicativo de la gran crisis económ ica de los hoga­ res pobres, donde para mitigar al ham bre, es m enester ena­ jenar los esfuerzos de la madre y las hijas (3). M ientras que se proclam ó que la ley era un ejem plo de “ al­ tísim o hum anitarism o y previsión social” (4) es m ucho más facti­ ble que la ley fuera una reacción a la crisis vigente en el Perú en el año 1919, debido a la escasez de artículos de prim era necesidad y las huelgas obreras estrem eciendo Lima. Con to n o característicam ente paternalista, la ley señaló que: La cooperación de la m ujer y el niño en los diversos aspec­ tos de la actividad com ercial o fabril eleva cada d ía sus coe­ ficientes y hace po r lo mismo, más necesaria e interesante, la intervención de los organismos adm inistrativos para que la tu te la de la ley que tiende a defender de to d o peligro o expoliación a esas clases trabajadoras (5). La ley propuso proteger a la m ujer y el niño con las si­ guientes m edidas: fijó horas de trabajo para la m ujer y el niño m e­ nor de 18 años; prohibió el trabajo nocturno; fijó dos horas de descanso diario; e institucionalizó el descanso dominical. Esta le­ gislación tam bién requería que la m ujer descansara antes de y des­ pués del alum bram iento y ordenaba que centros de trabajo con un alto núm ero de m ujeres con hijos ten ían que proveer un lugar en donde las m ujeres p o d ían atender a sus bebés m enores de un año (6).

(3 ) (4 ) (5 ) (6 )

Anales d e la Inspección d e Trabajo de Mujeres y N iños del Concejo Provincial d e Lima, Genaro F. Salm ón, (Lim a, 1 9 2 4 ), p. II. Ibid., p. 27. Las Memorias de la Ciudad d e Lim a (Lim a, 1 9 2 5 ), p. 174. L o s B oletines Municipales d e la Ciudad de Lim a (Lim a, 1 9 2 0 ).

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En la ley, hay poca m ención de m ujeres en trabajo even­ tual o en el sector de servicios. Hasta hoy d ía hay poca atención legislativa para este tip o de trabajo que es en gran parte el m undo del trabajo fem enino. Com o verem os en las entrevistas, la gran m a­ y oría de mujeres de la época ten ían trabajo eventual o en servicios y sus condiciones de trabajo nunca estaban sujetas a reglam enta­ ción, ni ten ían sueldo fijo ni jubilación. M ATERNIDAD La m ujer obrera llevaba la carga de ser m adre y esposa en­ cima del peso de su trabajo. Com o verem os en las entrevistas, la jornada de la m ujer obrera no era de unas meras 10 ó 12 horas, si­ no de 17 ó 18. Ella hacía el trabajo de cocinar, lavar, lim piar y cuidar a su familia, en sus m om entos desocupados, en la m añana tem prano antes de ir a su trabajo, o en la noche al llegar a su casa. Si ella trabajaba a dom icilio, integraba sus quehaceres de esposa y madre con el trabajo de la calle. Esta jo m ad a m atadora era ú n i­ cam ente experim entada por la m ujer obrera; el hom bre obrero su­ fría, por eso, un m enor grado de opresión. La m ujer obrera em pezaba su vida com o m adre y esposa m uy joven. En el año 1907, más del 50o/o de las m ujeres que se casaron ten ían entre 12 y 25 años (ver Cuadro 4, M atrim onio según la Edad de los C ontrayentes). Ellas em pezaban a tener rela­ ciones sexuales en estos años, d en tro de la pareja casada o aún más com ún, en una relación de convivencia. Madres entre las edades de 21 y 25 daban a luz el núm ero más alto de hijos —30.94% de los hijos nacidos en 1910 eran de m adres entre 21 y 25 años (ver Cua­ dro 13, M aternidad según la Edad de la M adre). Pero h ab ía m uje­ res que daban a luz hasta los 50 años y en núm eros im portantes hasta los 40 años —7 .0 8 °/o de los hijos nacidos en 1910 eran de m adres de 36 a 40 años. La vida de m adre com enzaba m uy tem ­ prano para la m ayoría de m ujeres y para m uchas, “ nunca term i­ naba” . La m ujer obrera desem peñaba su rol de m adre dentro de condiciones que po n ían en peligro no solam ente su vida, sino, y en m ayor grado la vida de sus hijos. Ella h acía labores pesadas has­ ta unos días antes de dar a luz. El mismo trabajo de cargar y cuiT exto de la ley 2851 “ Sobre el trabajo de Mujeres y N iñ o s” , 2 de O ctubre, 1 9 2 0 . p. 7 3 6 3 .

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dar a sus num erosos hijos la cansaba físicam ente, envejeciéndola antes de tiem po. La altísim a tasa de m ortalidad infantil refleja no solam ente las pésimas condiciones de vivienda, subsistencia y la falta de atención pre-natal; tam bién indica que la m ujer estaba en­ cinta frecuentem ente sin ten e r la dicha de ver a sus hijos sobrevivir más de cinco años. Com o verem os en las entrevistas, la alta tasa de m ortalidad infantil ten ía un efecto profundo en la m ujer y no sólo en térm inos físicos. Ver a sus hijos m orir por caucas que ella no p o d ía cam biar le causaba un sentido de fracaso y tristeza p ro fu n ­ do que era com partido solam ente hasta cierto p u n to por el h o m ­ bre obrero. MORTALIDAD INFA NTIL Las cifras de m ortalidad infantil para la época son so rp ren ­ dentes y chocantes. Este fenóm eno refleja una m u ltitud de fac to ­ res que afectaban a la clase obrera con más fuerza que a o tro s sec­ tores de la sociedad. Al analizar las causas de la m ortalidad in fan ­ til, salta a la vista la falta de recursos para la clase obrera y la es­ pantosa pobreza que estorbaba la vida y llevaba a la m uerte. Com o decía u n a autoridad m édica de 1906, p o r las condiciones de vida la m ayor parte de estos niños están “ condenados a m orir antes de vivir” (7). ' Era la m ujer más que cualquier otro la que te n ía que en ­ fren tar las frustraciones y dificultades de 9er pobre, com o la falta de com ida y las condiciones de vida malsana. El hom bre p o d ía escapar de estos problem as yendo a la calle, pero la m ujer, definida en térm inos de la casa y sus hijos, sentía directam ente el peso de la m ortalidad infantil y el conjunto de factores que la causaba. La m ortalidad en los prim eros años de vida representaba una gran parte de la m ortalidad general del p erío d o (V er cuadro 14, M ortalidad Infantil com o proporción de M ortalidad General). La m uerte de jóvenes de 0 a 10 años c o n stitu ía el 4 6 .6 ° /o de las defunciones en 1930. Un inform e publicado en Las M emorias de la M unicipalidad de Lima en 1906 indicaba que las defunciones en los prim eros cinco años de vida com ponían hasta 3 3 ° /o de la m or­ talidad general (8) y en 1925 se publicó el hecho de que la m o rtali­ dad de niños m enores de dos años co n stitu ía poco m enos que un

(7 ) (8 )

Las M em orias d e la Ciudad d e L im a (Lim a, 1 9 0 6 ), p. III. Ibid, p. V.

25

tercio de las defunciones de m enores de edad (9). Los cuadros para m ortalidad infantil indican que la m ayor tasa de m uerte es el prim er año de vida (ver Cuadro 15, M ortalidad Infantil según Eda­ des: 0 a 5 Años y Cuadro 16, Gráfico de Cuadro 15). D entro del prim er año, la gran m ayoría m orían dentro de los prim eros cuatro meses (ver Cuadro 17, M ortalidad Infantil según Edades: 0 a 12 Meses, y Cuadro 18, Gráfico de Cuadro 17). La m ujer se preocupaba por la com ida y el aseo del niño y era la que lo cuidaba y tratab a de curarlo cuando padecía de la m ultitud de enferm edades que am enazaban la vida de los niños de la clase obrera. Las enferm edades más virulentas entre la población infantil de Lima a lo largo de todo el p eríodo eran diarrea y enteri­ tis, bronco-neum onía, debilidad congénita, m eningitis, tuberculo­ sis, paludism o, saram pión, coqueluche, bronquitis y tétanos. La enteritis m ataba a más de un tercio de los niños en casi todos los años a lo largo del período. La gran m ayoría de estas enferm edades estaban causadas por las condiciones de pobreza de las cuales no se p o d ía escapar. E nteritis, el “ re y ” de las enferm edades infantiles se originaba en: defectos de alim entación, (y) la salud de las m adres se halla m uy lejos de ser suficiente para la lactancia debido a afecciones gastro-intestinales producidas por mala alim en­ tación (10). Era la tarea de la m ujer buscar y preparar la com ida para toda la fam ilia, pero los num erosos avisos sobre la m ala calidad de la leche y escasez de otros víveres dificultaba su vida y la conde­ naba en cierto sentido al fracaso en cuanto a su rol com o m adre. En 1906, el m édico inspector de la M unicipalidad docum entaba un aum ento de m uerte infantil durante los meses de verano debido al calor que “ descom pone la leche y da lugar a la en teritis” (11). La m ujer que trabajaba afuera de su casa enfrentaba aún más proble­ mas para la alim entación de sus hijos. Es irónico que este mismo m édico, salido de las clases acom odadas, inform ara que “ es la falta

(9 ) (1 0 ) (1 1 )

26

Las Memorias d e la Ciudad de L im a (Lim a, 1 9 2 5 ), p. X V V . L os B oletines Municipales de la Ciudad de L im a (Lim a, 1 9 0 3 ). Junio, 20, 1 9 0 3 , p. 1 0 3 9 . Las Memorias de la Ciudad de Lim a (L im a, 1 9 0 6 ), p. iv.

de régimen en las m am adas la causante de enferm edad” (12), sin buscar más las causas de esa “ falta de régim en” . Insalubridad de la vivienda tam bién amenazaba la vida de los niños, com o notaban las autoridades del período: “ la m ayor m ortalidad (era) en los barrios malsanos y en las habitaciones sobrepobladas” (13). Obviam ente estas condiciones de vivienda cau­ santes de la m ortalidad infantil afectaban más a la clase obrera que a cualquier otra clase social, tal como explicaba este desdeñoso com entario de la época: Se encuentra un gran núm ero de callejones en los cuales las personas habitan, con el más absoluto desconocim iento de las triviales reglas de higiene; en cuartos pequeños y húm e­ dos, faltos de luz y de aire, viven hacinados una serie de in­ dividuos en los cuales hacen presa fácil y con m ayor razón en los pequeños, todas las enferm edades (14). Tam bién h a b ía peligros pre-natales que perjudicaban la vi­ da del infante. Según el inform e de 1906 acerca de la m ortalidad infantil, “ la m adre, del pueblo se entiende, (está) mal alim entada y viviendo en lugares antihigiénicos y entregada hasta el últim o m o­ m ento en sus ocupaciones habituales” (15). Por supuesto, los ins­ pectores m édicos de las clases acom odadas no buscaban más allá las causas de estas condiciones de una vida espantosa. Como era com ún en la época, este artículo culpaba a la poca'habilidad de la m ujer obrera para cuidar a su hijo, com entando que había una gran “ falta de conocim iento necesario para la crianza de ellos” (16) entre la clase popular. Insalubridad de vivienda, falta de alim entación de buena calidad y falta de cuidado pre-natal eran factores que afectaban a la dase obrera más que a otros sectores. Relacionando estos he­ chos a la más alta incidencia de convivencia en la clase obrera, no es de extrañar que “ fallecieron en m ayor núm ero los ilegítimos: nacen y crecen en m edio de la pobreza y faltos de cuidado y co-

(1 2 )

Ib id.

(1 3 )

L o s B oletin es Municipales d e la Ciudad d e Lim a D iciem bre 1, 1 9 1 9 . p. 7 3 4 8 .

(1 4 )

p. V. (Lim a, 19 1 9 ).

Las M em orias d e la Ciudad de Lim a (Lim a, 1 9 0 6 ), p. III.

(15)

Ib id.

(1 6 )

Ib id.

p. IV.

27

i

m odidades que rodean en general a los legítim os” (17). H asta en el derecho a la vida, la clase obrera estaba m arginada. El p u n to clave para recordar, frente a las cifras frías de m ortalidad infantil y descripciones de vivienda y salud en general, es que las norm as de la sociedad enseñaban que la vida de la m ujer ten ía que girar en to m o a su casa y sus hijos. Por la pobreza en que vivía, la m ujer obrera estaba condenada a pasar u na vida extrem a­ dam ente dolorosa, caracterizada po r un sentido de fracaso frente a la ideología dom inante que no reflejaba la realidad que ella vivía. Se puede apreciar aún más los sentim ientos e ilusiones de la m ujer obrera después de considerar el m undo ideológico que la rodeaba.

(17)

28

Ibid.

ANEXO ESTADISTICO

ESTADO CIVIL

Cuadro 1. Estado Civil en Lima: Los Tres Años Censales.

Menor de 14 Soltero Casado Viudo Divorciado Sin Datos Total

1931

1920

1908

M o/o

H ° /o

M «/o

HO/o

MO/o

H o/o

28.4 50.4 16.9 3.6

28.5 40.8 17.6 12.4

29.9' 46.2 19.5 3.7

29.5 40.0 19.1 11.1

33.9 41.9 20.4 3.1

34.3 36.0 20.2 8.8



-----

.7 100.0

.2 99.9

100.0

100.0

.7 100.0

.7 100.0

o .O i A

Q •O .4A

Fuente: Censos d e Lima, 1908, 1921 y 1931 Cuadro 2. Condición Civil de Nacidos. AÑO

1901 1902 1903 1904 1907 1910 1912 1915 1919 1922 1923 1931*

LEGITIMOS

ILEGITIMOS

NO

o/o

NO

o/o

1558 1607 1712 1754 1705 1930 1820 2177 2603 3654 3655 1235

46.9 .45.4 47.6 47.8 48.0 48.0 47.4 48.3 53.5 52.7 54.5 54.8

1758 1932 1883 1914 1847 2089 2018 2326 2261 3276 3055 1017

63.1 54.6 52.4 52.2 52.0 52.0 52.6 51.7 46.5 47.3 45.5 45.2

TOTAL

3316 3539 3595 3668 3552 4019 3838 4503 4864 6930 6710 2252

* N úm eros de prim er trim estre de 1 9 3 1 solam ente Fuente: B oletines M unicipales, 1 9 0 1 - 1 9 3 1

29

Cuadro 3. Estado Civil en 1908 Según Las Razas.

MUJERES

BLANCA MESTIZA INDIGENA NEGRA AMARILLA RAZA INDEFINIDA HOMBRES

BLANCA MESTIZA INDIGENA NEGRA AMARILLA RAZA INDEFINIDA

Menor de 14 No o/o 8282 8005 2337 820 1

28.04 33.11 27.49 20.57 1.22

86 40.75 Menor de 14 No o/o 8247 7963 2861 789 41

37.10 34.14 22.32 29.62 .76

49 37.12

Fuente- C enso de Lim a, 1 9 0 8 .

Soltera No O/o 12375 41.89 9316 38.53 3596 42.30 1916 48.07 28 34.15 62

29.38

Casada No O/o 5141 4013 1432 569 48

17.40 16.60 16.84 14.56 58.54

34

16.11

o/o

12.23 11.00 12.49 16.03 4.88

128 .04 184 .76 .87 74 42 1.05 1 1.32

24 11.37

5 2.37

3614 2661 1062 639 4

Sin Datos NO o/o

17.73 14.76 14.12 15.24 11.29

654 824 495 156 164

2.94 3.53 3.86 5.85 3.03

145 106 73 26 59

9.85

------

----

No

o/o

9244 41.58 10987 47.11 7579 59.13 1287 48.31 4531 83.86

3941 3442 1810 406 610 13

21.21

Sin Datos NO

Viudo No o/o

Soltero No o/o

28

Viuda No o/o

Casado

Total No

o/o

29540 99.60 24179 100.00 8501 99.99 3986 100.00 82 100.00 211

99.98

Total No

0/0

.65 .45 .57 .97 1.09

22231 100.00 23322 99.99 12817 100.00 2664 99.99 5403 100.01

42 31.82

132 100.00

Cuadro 4. Estado Civil: Matrimonios según Edad de los Contrayentes. ANO

■fcüJAD: 12-20 M 16-20 H

21-25

26-30

31-35

6-40

41-45

46-50

51

TOTAL

1903 M No o/o

105 19.89

174 32.95

112 21.21

46 8.71

35 6.63

19 3.60

22 4.17

15 2.28

100.
vadió el salón. Graciela apagó su cigarro en el cenicero encim a del piano sin tener que m irar lo que hacía, com o si el gesto fuera tan viejo com o su profesión. “ ¿Quién es ésta?” , m urm uró Graciela, aparentem ente re ­ cién levantada de la cama. “Tenem os una nueva m am acita, o ella es la nueva em pleada y si así es, me gustaría una taza de café y algunas tostadas” . Con eso, se fue del salón. “No le hagas caso a G raciela” , dijo la M adame. “Parece que se le ha acabado su pequeña porción de Pichicata. Ha venido to ­ m ando más y más en estos días, dem asiado para m i gusto. Quizás tenga que soltarla. La Pichicata es agradable para las m uchachas de cuando en cuando, com o regalo de sus clientes, pero en exceso, hay que tener cuidado. A veces me canso de ser la m adre pero so­ m os una familia, aquí. Mira R osario” , dijo suspirando, “vivimos en nuestro propio m undo, con nuestros propios problem as y alti­ bajos, to n to s celos entre las m uchachas, problem as con sus am an­ tes, pero todo lo solucionam os de alguna m anera. Si tú vieras có­ m o viven algunas de esas prostitutas baratas. Cholas cochinas, en­ ferm as, ignorantes com o esas del Callejón de R om ero; aceptan 160

cualquier chusm a que puedan, van sus am antes cada noche a sus cuartos borrachos y violentos para robarles y golpearlas. S í, te n e ­ m os nuestros problem as, pero gracias a Dios estam os lejos de ese m u n d o ” . La M adame se quedó pensativa, pero luego volteó hacia Rosario. “ Así pues, Rosario, ¿por qué esta casa?” . Rosario vaciló, escogiendo sus palabras cuidadosam ente. Ella se h ab ía hecho esa misma pregunta cientos de veces, reco ­ giendo fragm entos de razones para ir form ando la más obvia: d i­ nero. Pero eso sólo contestaba el “ por q u é” , no realm ente lo de “ esa casa” . Esos fragm entos de razones que te n ía Rosario para es­ tar en el salón del burdel de la “Polaca” para convertirse en “ una m ujer de la vida” , se centraban en una serie de conflictos in te r­ nos y dolor, con los que Rosario h a b ía tenido que vivir desde su niñez. Ella h a b ía crecido en un solo cuarto atestado de gente: con su m am á, sus herm anos adem ás de las ratas y cucarachas, en un su­ cio callejón con un solo caño y un botadero para 24 fam ilias. El aire olía a basura, orín y sonaba con el griterío sobre el agua y el llanto de los chiquillos. De niña, Rosario veía a su m adre fregando ropa to d o el d ía y to d a la noche, cocinar lo que h a b ía para dar de com er a los niños, gritar a los vecinos para conseguir más agua y sufrir las golpizas de un conviviente a m enudo borracho. Su padre era una constante pesadilla. Ella no p o d ía recordar que alguna vez hubiera sido cariñoso con su m adre, que la ayudara, y si la m adre de Rosario m encionaba dinero, él se enfurecía. Rosario no sabía en qué trabajaba, ni si ten ía trabajo; sólo sabía que tom aba b astan ­ te y golpeaba a su m adre. Sus escasos besos paternales olían a li­ cor fuerte. Fue un verdadero alivio para Rosario cuando las raras visitas de su padre dism inuyeron hasta no darse. Su único escape era soñar. Sus fantasías se volvieron in ­ creíblem ente elaboradas, ella im aginándose la hija del Presidente Leguía, viviendo en Palacio, com iendo m ontones de com ida, con su propio cuarto decorado según su gusto. Después de su único año en el colegio, Rosario estaba enterada de los pecados de la lu ­ juria y la gula, y sus sueños ya no eran más de vivir en el Palacio Presidencial sino en un cálido hogar, hija de un zapatero; ella re ­ citaba los Diez M andam ientos cada d ía, com o le habían dicho en el colegio y rezaba cada noche a la Virgen del Carm en, com o h a ­ bía aprendido las veces que había acom pañado a su m adre a la Iglesia. El colegio y la iglesia le habían asegurado a Rosario que ser m oral y cristiana conducirían sólo hacia el bien. H abía dos m ujeres a las que Rosario idolatraba. Una era la

Srta. R etam oza, su joven y bonita profesora en el colegio. La Srta. R etam oza siem pre te n ía el cabello en un m oño perfecto, llevaba blusa blanca alm idonada de cuello largo con una larga falda gris. Se iba a casar con el D irector del colegio dentro de cinco meses, y era sum am ente alegre y graciosa. Ls Srta. les explicó a las m uchachas qué era el m atrim onio. “ ¿Qué es el m atrim onio?” . Ella preguntaba, y las chicas respondían: “ El m atrim onio es un sacram ento que santifica la unión del esposo y la esposa, y les da su gracia, para que vivan en paz y eduquen a sus hijos en el cam ino cristiano” . La joven m aes­ tra les explicaba que ellas eran hijas jóvenes y que guardaban den­ tro de sí la pureza. Ella decía que serían esposas, y que de sus h o ­ gares crecerían las semillas de la virtud, destinadas a florecer en la vida pública, hijos que serían buenos ciudadanos de la R epública del Perú. El otro ídolo de Rosario, era la Virgen del Carmen. Ella adoraba a la Virgen, quien para ella representaba m isericordia, per­ dón y gracia. Rosario se retiraba con frecuencia a su m undo de sueños y h ab ía asignado m entalm ente todos los cuartos de su casa, que se­ rían para su fam ilia. C uando la m am á de Rosario le dio por sus quince años, un pequeño retablo de lata, Rosario se lo agradeció y dijo que quedaría bonito sobre la mesa de su “ d o rm ito rio ” . Su m am á no la entendió, pero la constante distracción de Rosario, sí le preocupaba a su amiga más cercana, Carmen. “ ¿Qué te pasa?” Carm en preguntaba, y Rosario le contestaba distraídam ente “ n a ­ da” . A los diecisiete años, Rosario se había convertido en una m ujer bastante atractiva, de figura esbelta, rostro bello de póm u­ los altos, nariz respingona, y un cutis claro que contrastaba fuer­ tem ente con sus ojos y cabellos oscuros. Sus sueños habían casi cesado con la nueva enferm edad de su m am á que forzaba a R osa­ rio a trabajar más duro, lavando para que su m adre pudiese des­ cansar. Las fantasías de Rosario, ya eran dejadas a un lado para ser reem plazadas por lo que ella esperaba, fueran ideales alcanzables, ideales que le habían sido inculcados por el colegio, la iglesia y su propia m adre, que siempre le decía que p o d ría tener una m e­ jo r vida que la suya, si encontraba el buen cam ino. Qué significaba exactam ente el buen cam ino, era lo que Rosario nunca supo. Ella dedujo que para su m am á “ el buen ca­ m in o ” significaba el hom bre correcto, lo que explicaba que el mal cam ino h ab ía sido el suyo. Rosario decidió que el buen camino 162

era Fernando. Fernando p are c ía 'e n ten d e r perfectam ente lo que sentía Rosario y lo que ella quería hacer de su vida, y él pintaba una maravillosa imagen de los dos, construyendo su propio hogar y su m undo ju n to s. F ernando ten ía tanta confianza y hablaba tan bonito sobre ese cálido hogar, que Rosario em pezó a esconderse nuevam ente —pero esta vez ju n to a Fernando— en ideales puros. Fernando trabajaría fuerte en la fábrica textil m ientras que Rosa­ rio acostum braría a su herm ana m enor al rol de lavandera. Pronto buscarían un sitio propio, lejos de ese sucio callejón lleno de gen­ te que gritaba to d o el tiem po. Para celebrar este gran plan, Fernán- * do h ab ía alquilado un cuarto para él y Rosario en un m odesto pe­ ro lim pio hotel, donde ellos podían escapar de sus familias aunque fuera por una sóla noche. Fem ando llegó a la casa de Rosario m uy tarde esa noche, cuando su m adre y herm anos se habían dorm ido, tocó suavemente la puerta, y Rosario apareció nerviosa, asustada, sabiendo que irse con Fem ando no era exactam ente seguir con el orden correcto de llegar a ser una esposa, vivir en un buen hogar, y tener hijos. F er­ nando pareció sentir sus tem ores, y la reconfortaba de ese m odo tan suyo, insistiendo que esa noche juntos era una parte de sus grandes planes para el fu tu ro . A pesar de todo, parecía im pacien­ te por apurar ese prim er paso. El cuarto te n ía pocos m uebles, un simple cuadrado pinta­ do de verde pálido, una mesa de noche con una lám para que daba la única luz. Rosario se acercó a la mesa tím idam ente y sacó el pe­ queño retablo de su bolsillo. Lo exam inó y lo puso sobre la mesa. Fernando la m iraba sabiam ente desde las sombras de la cam a y luego la llam ó. Con algo de vacilación, Rosario fue a su lado y lue­ go de un abrazo tranquilizador, Fernando com enzó a desvestirla Rosario se sintió com o una m uñeca sin vida, un objeto con el que F ernando jugaba. Levantó la m ano m ecánicam ente para im pedir a F em ando desabotonarle la falda, y solam ente una vez form ó con la boca un “ n o ” . T rató de escapar a sus sueños y los planes que ella y Fernando habían hecho en los últim os días para después de este prim er paso, pero después Rosario sintió tal dolor, que sólo quería que to d o acabara. Fernando jadeaba encima de ella y de repente se detuvo, aparentem ente satisfecho, y se volteó. Ella se despertó tem prano la siguiente m añana, sola, con al­ go de luz entrando a través de las grietas de aquel extraño cuarto. Rosario se sentó rápidam ente, dándose cuenta de dónde estaba y de lo que h a b ía pasado la noche anterior. Pisó tentativam ente el suelo, doliéndole un poco entre las piernas; se vistió y salió silen163

ciosam ente del cuarto. Fernando debió de haberse ido a la fábri­ ca, pensó m ientras se ab ría paso por el bullicioso m ercado, siguien­ do su cam ino al callejón donde vivía. , La m am á de Rosario la estaba esperando. Cuando entró en el cuarto, m iró a Rosario, cuyo cabello estaba despeinado, y su rostro registró una mezcla de cólera, dolor y pena. Parecía que quería decirle algo, pero nunca hab ía hablado a su hija antes sobre tales cosas, ya era obviam ente dem asiado tarde. D urante los siguientes tres meses, Fernando llevaba a R o ­ sario a otros pequeños y m altratados cuartos para pasar la n o ­ che. Cada vez él vendría al callejón m uy tarde en la noche, los dos saldrían a éste o aquél cuarto pintado de verde pálido y él se iba antes de que ella despertara. Rosario odiaba esas noches, sintiéndo­ se de alguna m anera pecadora y herida por el brusco tra to de Fer­ nando y su abandono en la m añana. Su único consuelo era el aparente placer de él y su prom esa de que en un corto tiem po se casarían y tendrían su lugar propio. Rosario sentía que era su d e ­ ber com o futura esposa de Fernando gustarle, y que sus noches juntos eran un pequeño sacrificio que ella ten ía que hacer para cum plir su rol de m ujer de por vida del hom bre. A los cuatro meses, Rosario se dio cuenta de que estaba en ­ cinta. Poco después, Fernando tam bién se dio cuenta, y cuando Rosario le habló, esa habitual confianza desapareció de su cara. “ No puede ser, no puede ser” , F em ando rep e tía a sí mismo en voz alta. Rosario le m iraba profunda y ansiosam ente m ientras él se encontraba sumido en sus propios pensam ientos, sentado en la cama, la cabeza entre las m anos. Después de un rato , Fernando se volteó lentam ente hacia ella y dijo, “ No te preocupes, to d o sal­ drá bien” . Se fue tem prano la m añana siguiente, pero esta vez pa­ ra siempre. F em ando había desaparecido. Las semanas y los meses de hacer planes con él para realizar todos sus ideales se habían hecho pedazos. Finalm ente Rosario despertó por com pleto a su propia realidad, al hecho de que ella estaba encinta, sin un hom bre, en el mismo cuarto con su m adre y sus herm anos; en un sucio callejón. Su sueño había m uerto. Ella estaba m olesta y amarga, fu ­ riosa con las cosas que habían hecho que ella creyera que existía una salida: con el colegio que le h ab ía hecho m em orizar los Diez M andam ientos sin explicarle lo que éstos significaban; con la Iglesia que la había llevado a creer que siendo recta y virtuosa ella alcanzaría los frutos de una vida alegre y m oral de m ujer cristia­ 164

na; y con su m am á, quien la h ab ía convencido de que existía un buen cam ino hacia una vida lim pia y cóm oda com o esposa y m a­ dre, sin haber definido en qué consistía ese camino. Luego Rosario em pezó a culparse a sí m ism a. Qué to n ta que era, pensaba, el haber soñado que uno p o d ría escapar y vivir tranquilam ente, aún cuando to d o a su alrededor, p o r donde se m i­ raba, indicaba la futilidad de ello. Rosario h a b ía dejado que sus sueños la envolviesen, y éstos habían tem poralm ente ocultado lo que siem pre h a b ía sido la obvia y fea realidad. Qué culpa sen tía ella entonces, por haber in ten tad o echar la culpa a otras causas por lo que ella h ab ía traíd o a sí m ism a, y aquello que iba a traer p ro n ­ to al m undo. Después de to d o , h a b ía sido su culpa. Si sólo hubiese se­ guido m ejor las enseñanzas de m oral. Si sólo hubiese sido una “ m uchacha bu en a” . “ Debe haber algo m alo en m í. Yo nunca e s tu ­ ve destinada a ser buena, a tener felicidad en mi vida” . Pero, en m edio de su culpabilidad y su confusión, surgió una nueva d e te r­ m inación. Era su deber para con su hijo tratar de sacarlo de ah í, y luego de las conversaciones cada sem ana con Carmen —en el ca­ llejón— finalm ente se convenció que debería seguir su ejem plo y escapar de la única m anera que ella veía abierta. Ella no p o d ía q u e ­ darse en ese cuarto con su bebé, lavando ropa por el resto de su vi­ da. Ella ten d ría su bebé, y luego seguiría el consejo de Carm en, la única m ujer que conocía que había dejado el callejón y que p a­ recía tener una vida m ejor que la de ella. A hora la realidad de Rosario la estaba m irando a la cara, m ientras estaba sentada en el salón del burdel. Rosario logró c o n ­ tar a la Madame Polaca un poco sobre su vida en el callejón, sus relaciones frustradas con F ernando, y su necesidad de encontrar una nueva vida. “ Tengo una hija” , m urm uró Rosario, “y necesito plata p a ­ ra darle de com er. Q uiero guardar plata para dejar a mi fam ilia, para ser una buena m adre, para encontrar de repente un buen, h o m b re .. . ” . “ A h, sí... un buen hom bre. El pilar, el sostén, el experto piloto que m aneja la nave, y sabe navegar con seguridad y firm e­ za. ¡Y ser m adre! Dar la vida a otro ser, que será el sím bolo de tu orgullo y tu esperanza, para que satisfaga tu felicidad! El m aravi­ lloso milagro de la vida. ¡Ay, querida, querida, qué sueños!” . Sus­ piró. “ Mira a tu m adre y a ias otras m adres de tu callejón y a las m ujeres de la calle. Tus sueños no son originales. A hora m íram e a m í, la Polaca, mis chicas me llaman “ m am ita” ; soy m ucho más m a­ 165

dre para ellas que las m ujeres que las parieron. Yo las cuido como te voy a cuidar a ti. Quién es la m enos feliz, ¿tu mamá o y o ? ” . Rosario rom pió a llorar. Sollozó en el pecho de la Polaca. “ Ya, ya, ya no te pongas a sí” , dijo la Madame reconfortándola. “ Vas a hacer buena plata aq u í para cuidar a tu bebe, y puedes p a­ sar m ucho tiem po con ella com o las otras chicas con sus hijos. T rabajar com o “ m ujer de la vida” , claro, no es exactam ente lo m is­ ' mo que trabajar com o tu m adre, de lavandera. Por una cosa, tiene un horario d istin to ” , se rió . “ A hora, llevarás lindos vestidos en lugar de lavarlos” . Se detuvo brevem ente. “ Probablem ente la m ayor diferencia que vas a n o ta r es lo que la gente piense de ti, cóm o te m ire, cóm o te trate. De alguna m anera, los otros parecen siempre saber.... pero te vas a acostum brar” . Rosario levantó la cara y dijo, “ estoy segura que sólo esta­ ré a q u í un corto tiem po. Sólo lo necesario para ju n ta r plata para poder irnos mi bebe y yo a nuestro propio hogar” . La Polaca se sonrió y dijo, “ com prendo” . CONCLUSIONES A pesar de que ésta es una historia ficticia, es tam bién una especie de análisis; cada tem a tiene una explicación histórica-so­ ciológica, basada en mis investigaciones concretas sobre las mujeres de la clase popular de Lima, desde principios de siglo hasta 1930. La prim era frase, que dice que el color de la piel de .£osa­ rio le perm ite a ella entrar a un burdel de prim era clase, radica en el hecho de que la belleza y la blancura sobre to d o , fueron los fac­ tores determ inantes para la aceptación de una p ro stitu ta de prim e­ ra clase. La insistencia de la M adame de que Rosario se cortara el cabello nos m uestra que las “ m ujeres de la vida” lo llevaban corto, y que en las familias peruanas, los padres prohibían a las mujeres (esposas e hijas) tener el cabello corto por esa misma razón. Mi descripción de la M adame Polaca está basada en trozos de las entrevistas de historia oral adem ás de la descripción de D á­ valos y Lisson sobre las amas de los burdeles. La Madame Polaca realm ente existió; dirigía un burdel en la calle Huevo, actualm ente una cuadra de la Av. Tacna. La M adame te n ía un doble rol: ser m ujer de negocios, y ser m adre. Com o m ujer de negocios, la Ma­ dame era generalm ente aguda, capaz de m anejar a clientes p roble­ m áticos y cualquier disputa con las autoridades locales. Era tam 166

bien m uy estricta con sus prostitutas. C ontrataban porteros fu er­ tes, que se encargaban de los hom bres que m olestaban. De acuer­ do con una entrevista, era bien conocido que la típ ica Madame te ­ nía a la policía local en su bolsillo. En cuanto al estilo de vida de las p rostitutas en las “ casas de tolerancia” , las madam es insistían en la lim pieza, respetando así la higiene y las “ buenas m aneras” . Eso se reflejó en el rechazo de Madame Polaca hacia las prostitutas de clase baja. Tam bién las m adam es desaprobaban que sus mujeres tuvieran am antes favoritos. Eso explica el alivio de la Polaca, cuando ese tal Carlos de Carmen dejó de verla. Quizás el rol más obvio que tuvieran las m adam es dentro del aislado m undo de los burdeles, fuera el rol m aternal. No era sin m otivo que las prostitutas del burdel llamaran a la m adam e “ m a­ m ita ” , ya que las m adam es iban asum iendo esa imagen para ellas, frecuentem ente reem plazando a sus verdaderas m adres en la m en­ te de las p rostitutas. Las prostitutas escogían con m ayor frecuen­ cia trabajar en burdeles lejos de sus viejos barrios, aparentem ente com o un m edio de aislarse de sus familias. A través del tiem po, las visitas a sus casas se hacían m enos frecuentes, por la obvia tensión social que sentían al regresar a un m undo que ya habían dejado atrás. Las m adam es, adem ás eran psicólogas am ateurs pero experi­ m entadas, y controlaban hábilm ente las relaciones con sus m ucha­ chas. El hecho de que Rosario se va abriendo paulatinam ente y su llanto al final, dem uestran la habilidad de la M adame para actuar com o confidente y m adre. A unque no se logró entrevistar a alguna m ujer que adm itie­ ra haber sido p ro stitu ta, pensam os que esta historia de Rosario es­ tá m uy cerca de la realidad; de una m ujer joven que saliendo e n ­ cinta es abandonada por su am ante, y necesitando los recursos pa­ ra m antenerse ella y su hijo, es arrastrada por el m undo de la pros­ titución. No es difícil encontrar pruebas que reafirm en la descrip­ ción del callejón de Rosario entre 1900 y 1930; esas sucias, anti­ higiénicas, sobrepobladas y ruidosas casas que albergaban a la gran m ayoría de los pobres de Lima. A propósito de la casa de Rosario, las entrevistas con hom ­ bres y m ujeres de esa era, nos relatan lo com ún que era que en los callejones, las m adres lavaran para sostener a sus familias y que esa ocupación frecuentem ente causaba problem as para lavanderas, so­ bre to d o , por la escasez de agua. Las peleas más frecuentes y vio­ lentas entre vecinos eran las que había entre mujeres que discutían po r el agua. 167

Entre los m últiples recuerdos de las m ujeres m ayores de la clase popular es m uy com ún escuchar de la falta de recursos ju n to con la presencia de un padre abusivo en los años de la infan­ cia y de la juventud. Me acuerdo de una m ujer que en nuestra p ri­ m era entrevista dijo que no recordaba haber tenido un padre. Pero en la entrevista siguiente, confesó haber visto a su padre y haber si­ do golpeada por él en varias ocasiones. A pesar de que la descrip­ ción del padre de R osario pueda parecer dura, refleja el contenido de muchas entrevistas. La historia del único año de Rosario en el colegio, está ba­ sada en las entrevistas con limeñas de la época y en lo que el Censo de Lima en 1908 indica sobre el notable descenso en la población escolar después de prim ero o segundo de prim aria. Lo que estudió Rosario en el colegio venía del brevísim o Catecismo de la D octrina Cristiana, arreglada para los principiantes, (5) y mi insistencia en que Rosario hubiera recordado m ejor sus clases de religión deriva de un análisis del B oletín M unicipal de Lima (6). De acuerdo con el B oletín, cada clase com enzaba con algunos elem entos de instrucción religiosa; y en un día norm al de cole­ gio, tres de las seis lecciones eran sobre Religión. Mi tem a central es el de los ideales de las m ujeres de clase popular versus su realidad. Cada entrevista con una m ujer seguía más o m enos el mism o patrón: al principio de la entrevista la m u ­ jer quería dejar sentado que su vida h ab ía sido feliz, a m enudo dura, pero que la fam ilia h ab ía seguido siem pre unida y tirando para adelante. Sin em bargo, en el curso de la entrevista, o de re­ pente en mi segunda entrevista con la m ism a m ujer, m uchas con­ tradicciones com enzaban a surgir concernientes a lo que su vida había sido en realidad. La palabra “ esposo” cam biaba a “ querido” o “ com prom etido” , o quizás h ab ía habido dos o tres o más con­ vivientes en su vida en lugar de uno solo. El núm ero de niños iría dism inuyendo porque m uchos habían m u erto . Esos recuerdos fe ­ lices del com ienzo se convertían en relatos de una existencia m i­ serable, de una lucha sin fin. Hacia el final de una serie de e n tre ­ vistas, las historias de las m ujeres frecuentem ente habían cambia-

(5 ) (6 )

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Filomeno, Armando. “ Catecismo de la Doctrina Cristiana”. Lima 1 98 3. Boletín Municipal de Lima. Lima, 1 89 3-94 .

do com pletam ente. Esa gran contradicción al interior de la vida de las mujeres nos hizo un gran im pacto. Fue el resultado del cons­ tante in ten to po r un lado de lograr la imagen de una buena m ujer de acuerdo con la iglesia, la escuela o la sociedad en general. Sin em bargo, por el co n tex to social y m aterial en que vivían las m u ­ jeres populares, esa imagen parecía casi im posible de alcanzar. La historia de una joven p ro stitu ta es para m í el ejem plo más claro de la m ujer que te n ía que abandonar todos sus ideales y seguir, al final, la existencia de un objeto de explotación. La p ro stitu ció n , entonces, se convierte en un m icrocosm o de la situación de la m u ­ jer pobre de Lima a principios de siglo; ejem plifica, posiblem en­ te, la más pura realidad.

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Capítulo 3 ETNICIDAD Y CLASE SOCIAL LOS AFRO-PERUANOS DE LIMA 1900 -1930

Susan Carol Stokes

INTRODUCCION

EXPLOTACION Y RACISMO: ALGUNAS REFLEX IO N ES PRELIM INARES Una pregunta prelim inar que debem os hacernos antes de com enzar este estudio de los afro-peruanos lim eños a com ienzos del siglo XX es la siguiente: ¿por qué aislar a un sub-grupo étnico dentro de la clase obrera com o tem a de investigación? A nalítica­ m ente, podem os distinguir entre, p o r un lado, la explotación so­ cio-m aterial, es decir, las relaciones sociales que perm iten la e x tra c ­ ción de la plusvalía producida po r los trabajadores bajo distintos regím enes productivos; y, por o tro , la m ezcla de actitudes y p rác ti­ cas que desprecian a los individuos y deform an los elem entos cul­ turales de un grupo definido po r características étnico-culturales y po r un com ún origen nacional o regional. Pero en la vida cotidiana de los sectores populares, los dos fenóm enos se m ezclan en form a inseparable. E nfatizar sólo una de estas dim ensiones —es decir, o la explotación social, o lo que podem os llam ar el racism o— es correr el riesgo de hacer un análisis reduccionista, y po r lo p ro n to abs­ tracto , de la clase obrera, en vez de acercarnos a un análisis cada vez más preciso de los procesos que afectan a dicha clase. El presente estudio tom a com o sujeto o protagonista a un grupo étnico —los afro-peruanos— que form aban parte de los sec­ tores populares limeños. O, m ejor dicho, nosotros tratarem os de aislar el fenóm eno de ser negro, y de explicar cdm o se interm ezcla173

ban el racismo con la explotación clasista que ha sufrido un im por­ tan te sector d entro de la masa popular limeña. El esfuerzo por com prender la im portancia del racismo com o un proceso afectan­ do a los sectores populares, sin em bargo, nos llevará a cam pos más amplios que el de la vida de los afro-peruanos. Nos veremos fo r­ zados a indagar, por ejem plo, el papel de la identificación racial y del racismo en la segm entación del m ercado de trabajo; o el afán del Estado de canalizar las energías populares, intentando trans­ form ar, po r ejem plo, el deporte y la religión popular en esferas ofi­ ciales, o po r lo m enos controlables oficialm ente.

RA ZA Y CLASE EN EL PERU En el trabajo que presentam os aquí, no nos corresponde seguir detalladam ente el desarrollo de la dom inación racial a tra ­ vés de la historia del Perú; nos lim itarem os, más bien, al estudio de las tres prim eras décadas del siglo XX. Sin em bargo, es im prescin­ dible tom ar en cuenta que desde la conquista española del Tawantinsuyu en el siglo XVI, la dom inación social en el Perú siem pre ha ocurrido sobre una m atriz étnica. D urante la época colonial, las re­ laciones sociales de dom inación ten ían com o protagonistas princi­ pales no solam ente a corregidores o encom enderos, por un lado, y campesinos o artesanos, por otro, sino tam bién a españoles e in d í­ genas, m iem bros de (al m enos) dos etnias distintas. De igual m ane­ ra, la escasa o inaccesible m ano de obra indígena fue reem plazada por esclavos negros durante la Colonia, y por culíes chinos a m e­ diados del siglo XIX; de nuevo, la jerarquía social era siempre y a la misma vez una jerarquía étnica. En la época colonial y aun despues, se po d ía hablar de una sociedad de castas, en que las distin­ tas categorías raciales correspondían a distintos m odos de inser­ ción en el sistema productivo. En aquella época to d av ía pre-capitalista, las clases sociales dom inantes recurrían a m ecanism os de trabajo forzado (por ejem plo, la esclavitud, la m ita) para conseguir la m ano de obra (negra, indígena) necesaria para ía producción económ ica. C onjuntam ente con este sistema social de castas se iba des­ arrollando, en form a dialéctica, un m undo de ideas e ideologías ra­ cistas, que funcionaban tan to de soporte com o de justificación para la dom inación racial y social. 174

D urante los últim os años del siglo XIX y los prim eros del siglo XX, los actores sociales se iban form ando en una sociedad con un im portante sector capitalista. Las clases sociales desplaza­ ban a las castas com o fundam ento del sistema productivo; los m e­ canismos de trabajo forzado fueron desplazados —en cierta m edi­ da— po r la (ilusoria) libertad del trabajo asalariado. Sin embargo, pese a la desaparición de la rígida estructura de castas, el fenóm e­ no de raza seguía siendo im portante, tan to en la organización del sistema productivo com o en las m entalidades de la gente. Algunos autores han señalado la perm anencia de una “ di­ m ensión é tn ic a ” dentro de la estructura social com o elem ento de continuidad de relaciones pre-capitalistas en el Perú m oderno. Pero dicha línea de análisis corre el riesgo de sostener la fórm ula “ siste­ m a racial = pre-capitalism o, sistema clasista = capitalism o, es de­ cir que la existencia continua de segmentación racial dentro de la estructura de clases es un indicador de la naturaleza inm adura o distorsionada del capitalism o en el país. Cotler, por ejemplo, señala que “ . . . desde la conquista española esta población (indígena) ha sido explotada bajo distintas m odalidades pre-capitalistas m ediante la intervención de mecanismos de co-acción extraeconóm icos, que suponen la dom inación de una clase con definidas connotaciones étnicas —en el sentido social y cultural del térm ino— sobre otras, llámense indios, negros y, por últim o, asiáticos. De ahí que las relaciones sociales de dom inación en el Perú estén cargadas de un fuerte in­ grediente de naturaleza étn ica” ( 1 ). N osotros esperam os m ostrar en el presente trabajo que la existencia de un “ ingrediente étn ico ” en la estructura de clases del Perú m oderno y (semi—) capitalista no se debe 3 una simple heren­ cia histórica. Al contrario, el desarrollo del m ercado de trabajo ca­ pitalista en Lim a a com ienzos del siglo creaba nuevas prácticas ra­ cistas. Por lo consiguiente, no habría que hablar ni de “ dim ensio­ nes” ni de “ ingredientes” étnicos, sino de la creación de nuevos m ecanism os racistas (por ejem plo, en el reclutam iento de m ano de obra) que se integraban en el nuevo tejido social de la sociedad ca­ pitalista-dependiente. Permanencias racistas sí habían. Pero ta m ­ bién se daban nuevas m odalidades que significaban que el fenóme-

(1 )

C otler, Ju lio Clase, E stado y Nación Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 1 9 7 8 , p . 3 8 6 .

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no “ raza” seguía siendo un factor central tan to del sistem a p ro ­ ductivo del Perú, com o de la vida cotidiana de sus habitantes. Antes de com enzar nuestro estudio, hay que hacer un co­ m entario prelim inar sobre el sentido político del fenóm eno de la etnicidad. Una versión del m arxism o vulgar tiende a interpretar la existencia de divisiones étnicas en el seno de la clase trabajadora (o de elem entos raciales en la 'superestructura ideológica” ) como elem entos que debilitan la conciencia clasista y la form ación de una clase trabajadora "para s í” , lim itando las posibilidades de la ac­ ción conjunta de dicha clase. Cabe la posibilidad, sin em bargo, que en determ inados m om entos históricos las instituciones popularesétnicas han servido más bien para fortalecer la resistencia popular frente a las incursiones del Estado y de las clases dom inantes que intentan captar a dichos sectores y borrar su conciencia histórica y colectiva. En la historia de los afros peruanos a com ienzos del si­ glo existía precisam ente este tip o de tensión entre grupos populares-étnicos y grupos de poder. R econociendo que “ lo racial” tiene la posibilidad de dividir a los trabajadores, insistimos que la histo­ ria nos enseña que la relación entre etnicidad y conciencia popular es compleja y. a veces, ambigua. Dada una sociedad m ulti-racial, nos parece im portante aprender de las experiencias históricas para definir las circunstancias bajo las que los m osaicos étnicos enrique­ cen y fortalecen a los sectores populares, en vez de dividir a dichos sectores.

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PRIM ERA PARTE: LOS NEGROS EN LA H ISTO RIA DEL PERU

LA ESCLAVITUD NEGRA EN EL PERU D urante la época colonial se estableció u n a polaridad racial en la costa del Perú entre el blanco y el negro, el español y el escla­ vo. La razón de ser principal de la esclavitud negra era la falta de m ano de obra en el V irreynato, m ano de obra que era necesaria pa­ ra el buen funcionam iento ta n to de las m inas de plata y de oro, co­ m o para la agricultura. De esas necesidades nacieron instituciones de trabajo forzado tales com o la m ita y el trib u to indígena; pero a raíz de la crisis dem ográfica que la C onquista produjo, y de la inac­ cesibilidad de los indígenas, los españoles recurrieron a la im p o rta­ ción de esclavos africanos, procedentes de la costa occidental de dicho continente. Factores fisiológicos y económ icos parecen explicar la dis­ tribución desigual de los afro-peruanos a través del territo rio colo­ nial, con implicancias im portantes para el posterior desarrollo de este grupo étnico. A diferencia de México, donde la actividad colo­ nial m inera se daba en regiones ubicadas a distintas alturas sobre el nivel del m ar perm itiendo el trabajo esclavo, en el Perú la concen­ tración de las minas en partes m uy altas, tales com o P otosí, inac­ cesible para la población negra, iba a significar la concentración de­ m ográfica de los afro-peruanos en las partes costeñas del país. El factor explicativo aquí es la elevada m ortalidad de los individuos de raíces africanas a alturas m uy altas y, de ahí, la m enor rentabili­ dad de la m ano de obra negra en el trabajo m inero. El tradicional dicho “ gallinazo no canta en P una” pareciera reflejar esta cierta realidad fisiológica. La casi ausencia de los esclavos africanos en el com plejo m inero colonial explica, entonces, su ubicación casi exclusivam en­ te costeña. Pero el aspecto más destacado del p a tró n geográficoracial que se desarrolló durante la época colonial fue la ubicación urbana, y en particular lim eña, de los negros. Del to tal de los escla­ 177

vos que llegaron durante el p eríodo colonial al m ercado de Lima se ha estim ado que dos tercios perm anecieron en la capital. Vivían en Lima aproxim adam ente 4,000 negros en el año 1586; 11,130 en 1614; 13,137 en 1619; y posiblem ente hasta 20,000 en 1640 (2). Una gran proporción de los esclavos vivía, además, en el cora­ zón de la ciudad: del to ta l de los esclavos lim eños, el 6 0 ° /o vivía en el Cercado, lo cual co n stitu ía aproxim adam ente el 4 0 ° /o del to tal de la población esclava en el país (3), Esta naturaleza urbana y lim eña seguía caracterizando a los negros peruanos todavía en el siglo XX, y explica po r qué, en cierto m odo, la cultura afro-perua­ na nació y floreció en la capital. La estructura ocupacional de los negros lim eños a com ien­ zos del presente siglo tam bién reflejaba una herencia colonial. T an­ to los esclavos com o los negros libres se dedicaban a una serie de ocupaciones, destacándose entre ellas la agricultura costeña, el ser­ vicio dom éstico, sobre to d o en Lima, varios tipos de trabajo arte nal, el com ercio de pequeña escala en los m ercados y el transporta relacionado, por ejem plo, con el puerto del Callao. Los esclavos negros eran m eros instrum entos de sus amos, instrum entos de p ro ­ ducción (en el caso de los que se dedicaban a la agricultura o a otras actividades productivas), o de la reproducción de la casa se­ ñorial (en el caso de los sirvientes dom ésticos). En ambos casos, el sistema esclavista tratab a de quitarle al esclavo su hum anidad; no sólo el fruto de su labor sino su persona fue ajena a sí mismo. Cuando llegamos después a considerar el m undo ideológico y las auto-percepciones de los afro-peruanos en Lima en el siglo XX, verem os que no existía una im portante m em oria colectiva en­ tre los mismos negros de la experiencia esclavista. Esto se debía a la naturaleza del trabajo esclavo. Una buena parte de los escla­ vos negros en el Perú colonial no vivían en grupos grandes y con­ centrados en las haciendas o plantaciones, sino dispersos entre p o ­ blaciones de cada clase y etnia, po r ejem plo, dentro de la ciudad de Lima, trabajando como sirvientes dom ésticos o artesanos, y m an­ teniendo contacto con un círculo restringido de personas negras en las mismas condiciones que ellos. En este sentido es interesante la afirm ación que otros autores han hecho de que no se desarrolló una econom ía esclavista (es decir, una econom ía de grandes plan(2 ) (3 )

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Boeser, Frederick P. El Esclavo Africano en el P erú colonial, 1 5 2 4 ­ 1 6 5 0 (M éxico: Siglo XXI Editores, 1 9 7 7 ). Burga, Manuel “ La Hacienda en el P erú” Tierra y S ocied ad 1: 1, abril de 1 9 7 8 .

taciones que dependía de una num erosa m ano de obra negra) (4). De la misma m anera, no llegó a existir el “ m undo creado por los esclavos” , para adoptar la frase del elocuente Eugene Genovese, describiendo el m undo cultural y de resistencia de los esclavos en el sur de los Estados Unidos (5). La cultura o el “ m undo” de los esclavos en el Perú tuvo una im portancia m enor com parada con la que se desarrolló en las plantaciones del Brasil, el sur de los Esta­ dos Unidos, o en el Caribe, donde existían plantaciones grandes, pobladas a veces con centenares de esclavos negros, quienes tenían poco contacto con el m undo de los blancos, salvo (de vez en cuan­ do) con un m ayordom o o capataz. El contraste del caso peruano, con agrupaciones pequeñas y dispersas de esclavos, es m arcado. Es más, el final de la esclavitud en el Perú no produjo un cam bio muy dram ático en la vida de m uchos esclavos. Todo esto explica por qué, en la m em oria colectiva de los negros, la época de la esclavi­ tud no se destaca significativam ente com o etapa histórica. E xistían pocos canales para la liberación del esclavo afri­ cano en el Perú. En algunas ocasiones el amo liberaba a un esclavo después de m uchos años de servicio, sobre to d o porque resultaba más económ ico para el dueño em ancipar al viejo esclavo, quien ya no p o d ía rendir m ucho trabajo, que m antenerlo en su vejez. Tam bién ocurría que el am o español que tom aba a una esclava com o concubina, la liberaba tanto a ella com o a los hijos de los dos; de ahí la form ación de una sub-población m ulata libre. La única estrategia de liberación para el esclavo hom bre benefició no a él sino a sus hijos, si éstos eran producto de la unión o del m atri­ m onio entre él y una m ujer indígena. Queda claro que el m estiza­ je, un proceso continuo a través de la historia de los negros en el Perú, com enzaría en la época colonial, en parte com o una estra­ tegia de liberación. No es de sorprender que el negro o m ulato libre, aunque dueño de su persona, tam bién se enfrentaba a una vida difícil. Un estudioso del tem a ha anotado que “ la única esperanza [del ne­ gro libre] era desem peñar labores duras y consideradas de baja con­ dición social, donde los prejuicios de la época les perm itiesen cum ­ plir con su labor sin ser m olestados” ( 6 ). Los negros libres de Lima (4 ) (5 ) (6 )

Burga op. cit. Ver Eugene G enovese Roll Jordán, R o ll op. cit. M illones, Luis “ La Población Negra en el Perú: A nálisis de la P osi­ ción Social del Negro durante la D om inación E spañola” en Minorías Etnicas en el Perú, 1 8 5 5 -1 9 0 0 (Lima: Pontifica Universidad Católica del Perú, 1 9 7 3 ).

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se concentraban sobre to d o en varios ram os de las ocupaciones artesanales. Dadas las condiciones de vida y de trabajo opresivas que sufría la población ta n to esclava com o negra libre, tam poco debe sorprender que surgiesen varias form as de resistencia hacia sus amos y el régimen colonial. U na de ellas fue la fuga: los palenques de negros cim arrones que se establecieron en los cerros alrededor de Lima durante el siglo XVIII representaban “ una novedosa resis­ tencia negra” (7). Estos palenques se organizaban para defender a los esclavos fugados, pero sus m iem bros tam bién im ponían cierta justicia propia sobre los españoles que eran las víctim as de sus ata­ ques. La form ación de la Santa H erm andad, un órgano policial que te n ía el sólo propósito de buscar a los esclavos fugados, repre­ senta quizás el prim er conflicto entre los negros y el E stado en el Perú, un conflicto que iba a to m ar nuevas form as en las épocas si­ guientes. Tam bién se form aron durante la época colonial algunas organizaciones culturales que, si bien no ten ía n com o fin crear so­ lidaridad entre los esclavos y de ahí ser u n a am enaza para los es­ pañoles, por lo m enos m uchas veces fueron interpretadas de este m odo po r los mismos españoles. Un ejem plo era la cofradía reli­ giosa. Algunas de estas cofradías —8 de las 15 que existían en 1619— fueron form adas po r varias órdenes de la Iglesia, con la intención de convertir a los negros en buenos católicos ( 8). Otras fueron form adas espontáneam ente p o r los negros esclavos, es de­ cir, sin la iniciativa y con cierta au to n o m ía de la Iglesia oficial. Las autoridades eclesiásticas y seculares, siem pre recelosas de su pa­ pel en la vida espiritual y p o lítica del V irreynato, vieron estas o r­ ganizaciones com o algo sospechoso si no subversivo. En 1544 el Cabildo de Lima “ se quejó de las sesiones de la fraternidad negra [que] no eran mas que sesiones de planeación de delitos y asaltos y excusa para em borracharse” (9). De ahí la prohibición, desde 1619, de reuniones de las cofradías sin la presencia de represen­ tantes de la Iglesia Católica (10). Así percibim os las pequeñas para­ noias que los españoles sufrían frente al m undo afro-peruano, un (7 ) (8 ) (9 ) (1 0 )

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Lazo García, Carlos y Javier Tord N icolin i D el Negro Señorial al N e ­ gro Bandolero: Cimarronaje y Palenques en L im a Siglo X V I II (Lim a: B iblioteca Peruana de H istoria, E con om ía y S ocied ad , 1 9 7 7 ). B ow ser, op. cit. Citado en Bowser op. cit. M illones op. cit. p . 37 -3 8 .

m undo que ellos habían creado, en cierta m edida, pero que se es­ capaba de su control total. Tenem os aquí no solam ente u n a am enaza al poder estru c­ tural de los españoles, sino un cuestionam iento —aunque im plíci­ to — de la hegem onía de sus ideas y de su versión de la vida espiri­ tual. La religiosidad negra fue heterodoxa (y po r lo p ro n to heréti' ca, según los criterios dom inantes). La religión del esclavo fue una religión sincrética, con corrientes africanas y tam bién católicas, t o ­ do m ezclado con elem entos culturales que surgían en el nuevo m e­ dio peruano colonial. Desde la perspectiva oficial, sin em bargo, las actividades de las cofradías eran sospechosas, sus reuniones “ ru id o ­ sas zam bras que, m uchas veces, ni asomos te n ía n de devotos y edi­ ficantes” ( 1 1 ). Cerca del año 1650, un grupo de negros esclavos form ó una cofradía en el barrio lim eño de Pachacamilla. Com o la m ay o ­ ría de las cofradías, la de Pachacam illa sufrió lo que se p o d ría d e ­ nom inar u n a ligera represión estatal; du ran te el siglo XVII, por ejem plo, las autoridades in ten taro n borrar la imagen de Cristo p in ­ tad a sobre u n a pared del local de la cofradía, pero sin éxito. A diferencia de otras, la cofradía de Pachacam illa sobrevivió, pese a todos los esfuerzos de las autoridades españolas po r destruirla, lle­ gando, en el siglo XX, a constituir el culto religioso popular de m ayor im portancia en Lima, el del Señor de los Milagros. Este tem prano enfrentam iento entre el E stado, las clases dom inantes y la Iglesia, p o r un lado, y la población negra, p o r el o tro , era más un síntom a de lo que Flores Galindo ha llam ado tem ores “ su b te­ rráneos y preconscientes” de las clases dom inantes, que u n a am e­ naza real po r parte de los esclavos (12). Tem ores ocultos, represión cultural y física, todos eran elem entos que definían la relación entre españoles y afro-peruanos en el Perú colonial, elem entos que iban a m anifestarse de nuevo a com ienzos del siglo XX.

EL AFRO-PERUANO DESPUES DE LA ABOLICION El final de la esclavitud en 1854, pro d u cto de las guerras

(1 1 ) Vargas Ugarte op. cit. p . 4. (1 2 ) Flores G alindo, Aristocracia y P leb e, o p . cit. p. 9 5 .

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civiles que experim entaba el país a m ediados del siglo XIX, cam bió el status legal de los esclavos sin cam biar sustancialm ente su inser­ ción en el sistema productivo. Denys Cuche ha afirm ado que la estructura profesional de los negros liberados se distinguía m uy poco de la de los esclavos. Según este autor, la gran m ayoría de los esclavos que habían trabajado en haciendas antes de la abolición perm anecieron allí, y los que habían sido sirvientes dom ésticos en Lima quedaron en las casas de sus anteriores amos (13). Los que dejaron a sus ex-amos buscaron trabajo en sectores tradicionalm en­ te “ negros” , m ayoritariam ente com o artesanos, todavía en la capi­ tal. La herencia colonial pesaba m ucho en la ubicación geográ­ fica de los afro-peruanos, y tam bién en su inserción en el sistema productivo al final del siglo XIX. Esta población se encontraba m a­ yoritariam ente en la costa del país, o en las zonas agrícolas, com o peones en las grandes haciendas o dueños de pequeñas chacras; o en la capital, donde seguían ocupando sus tradicionales oficios (aunque ahora com o trabajadores libres): el servicio dom éstico, la artesanía, el transporte, el pequeño com ercio. Se destaca, sobre to ­ do, la naturaleza capitalina de una buena parte de los negros perua­ nos a fines del siglo XIX: en el año 1876, el 9 2 °/o de los negros del país vivía en la costa, y el 3 8 ° /o en Lima (14). Quizás la m ayor injusticia que sufrió la población afro-pe­ ruana, una vez suprim ida la esclavitud, fue el hecho de que se se­ guía asignándole características negativas, com o si éstas hubieran sido las causas de su anterior deshum anización. “ La palabra ‘ne­ gra’ —según Cuche— te n ía una connotación peyorativa, pues evoca­ ba to d o un pasado de servidum bre” (15). Es decir, la práctica lin­ güística seguía reflejando el desprecio hacia el negro, vigente en la ideología dom inante. La población afro-peruana llegó así, al siglo XX con una pesada herencia de racismo que form aba un nudo principal en el tejido social e ideológico del país.

(1 3 ) (1 4 ) (1 5 )

Cuche op. cit p. 2 7 . C enso N acional de 1 8 7 6 , citado en R om ero op. cit. 1 9 6 5 . C uche o p . cit. p. 71.

SEGUNDA PARTE LOS AFRO-PERUANOS EN LIMA DE 1900-1930

TENDENCIAS DEMOGRAFICAS Si bien la situación socio-económ ica del negro limeño no se había transform ado desde la época colonial hasta principios del si­ glo XX, su situación dem ográfica sí había cam biado drásticam en­ te. Como ya se ha señalado, el núm ero de habitantes negros de Li­ ma superó los 20,000 a m ediados del siglo XVII, constituyendo aproxim adam ente la m itad de la población de Lima. En ei censo de 1908, en cam bio, el núm ero de personas que se identificaron como negros h a b ía dism inuido a 6,763, constituyendo m enos del 5 °/o de la población lim eña total. ¿Qué factores explican tal descenso demográfico a través de dos siglos y m edio? Hasta cierto punto la diferencia podría ha­ ber sido p roducto de una distorsión introducida en los distintos m étodos censales. En los censos coloniales la persona que apli­ caba el censo definió la raza o etnicidad del interrogado, m ien­ tras que en los censos de los prim eros años del presente siglo, se perm itió al entrevistado definir él mismo su identidad racial. O b­ viam ente, en la m edida en que se daba una valorización positiva a las razas más claras y una negativa a las más oscuras, habría cierto porcentaje de personas que se identificarían com o “ m estizos” , aunque, según su procedencia, com o sus características físicas y culturales, la sociedad en general lo denom inaría como “ negro''. Sin embargo, pensam os que hay otro factor más profundo que hace difícil la com paración entre los censos de las dos épocas: durante la esclavitud, Lima era una ciudad con una composición racial dividida básicam ente entre negro y blanco, esclavo y espa­ ñol, y las mezclas de las dos etnias. Es decir, era una ciudad con una m ultiplicidad de categorías raciales, pero en donde la gran m a­ yoría de los habitantes ten ía sus orígenes en una de'estas dos et183

nias, salvo una pequeña población indígena que ya ocupaba la ciudad. Además, la claridad de esta estru ctu ra racial se destacaba aún más porque correspondía a una estru ctu ra social claram ente dividida entre esclavo negro y amo español. En cam bio, Lima de principios del siglo XX era u n m osai­ co étnico. Un m osaico de por lo m enos cuatro colores: los blan­ cos —aparte de las personas con antecedentes españoles había ca­ da vez más europeos de otras nacionalidades y norteam erica­ nos— indígenas, asiáticos, negros y un núm ero creciente de m esti­ zos, productos.de los cruzam ientos entre las otras razas (especial­ m ente entre blancos, indígenas y negros). Más difícil, entonces, fue la tarea del censor, de colocar a los habitantes de Lim a en ca­ tegoría étnicas o raciales sencillas. No sólo el carácter m osaico de la estructura étnica sino tam bién cierta am bigüedad o hasta fluidez racial en la Lima de 1908 hizo del censo una m eta form idable (16). A esta fluidez con­ tribuyó el hecho de que, en la m edida que el individuo iba m ejo­ rando su situación económ ica, de igual m anera p o d ía “ m ejorar” en su status étnico. Como com entaba el encargado del censo de 1908: “ Casi la m itad de la población —el 4 2 ° /o — ha declarado ser blanca. Esto no es c ie rto ... m uchos indios, sobre todo los que gozan de cierta holgura pecuniaria y alguna eleva­ ción social, se han inscrito com o b la n c o s.. .como los in­ dios, m uchos m estizos en igualdad de circunstancias se han filiado com o blancos en el em padronam iento” (17). Los negros habrían obrado de una m anera semejante. Finalm ente, hay que reconocer que la diferencia del núm e­ ro de negros en los censos tam bién habría reflejado u n a verdadera (1 6 )

(1 7 )

184

“T anto la generalización extrem a cuanto la extensa nom enclatura im pidieron que se conociera de una manera adecuada las cifras estadísticas que registraban las cantidades d e individuos co n heren­ cia biológica africana” R om ero op . c it., p . 2 4 8 . El m ism o autor argu­ m enta que la naturaleza inadecuada de las cifras estad ísticas “ sobre la realidad racial del Perú. . . en el caso de lo s negros ha producido una diferencia cuantitativa por d e fe c to ” o p . c it., p . 2 4 8 . G eorge en el siglo X IX , afirma que tanto en esa ciu d ad , com o en todas las A m éricas, los cen sos han dism inuido, sistem áticam en te, el tam año de la p oblación negra. Véase George R eid A ndrew s “The Afro-Argentines o f B uenos A ires, 1 8 0 0 -1 9 0 0 ” (M adison, W isconsin: University o f W isconsin Press, 1 9 8 0 ). L eón G arcía, o p . , cit, p. 1 4 .

dism inución dem ográfica, lo cual ten d ría dos explicaciones: po r un lado, una tasa de m ortalidad m ayor que la natalidad, sin flujos de inm igración; y, p o r o tro , un fuerte m estizaje que perm itió a cierto grupo de individuos con antecedentes africanos escaparse de la categoría de negro. Si bien la población negra de Lima fue dism inuyendo entre m ediados del siglo XVII y principios del XX, esa población sufrió cierta recuperación a través del perío d o aquí estudiado, au m entan­ do desde 6,763 en 1908, a 8,244 en el censo de 1931 (véase el cua­ dro 1). Esta recuperación hab ría sorprendido a los mism os obser­ vadores contem poráneos quienes, basándose en la aparente tray ec­ to ria dem ográfica de la población negra, afirm aban que andaba en vías de extinción. CUADRO 1 Número de Negros en la Ciudad y la Provincia de Lima, 1908, 1920 y 1931 Año

Ciudad de Lima

1908 1920 1931 *

' Provincia de Lima

Número Absoluto

Número Relativo (°/o)

Número Absoluto

Número Relativo (°/o)

6,763 1,782* 8,244

4.8 3.4 3.0

9,450 9,683 12,977

5.4 4.2 3.5



Incluye solam en te Lima Cercado; cifras sem ejantes en o tros cen so s in clu ­ y en la zona m etrop olitan a más amplia (el R ím ac, La V ictoria, etc.).

Fuentes: Censo d e las Provincias de Lim a y Callao, 1 9 0 8 ; R e su m e n d e l Censo d e la Provincia de Lima, 1 9 2 0 ; Censo de las Provincias de L im a y Callao, 1 9 3 1 .

Este ligero aum ento num érico tam bién parece algo p ara­ dójico, dado que la tasa de increm ento vegetativo de los negros fue negativa a través del período. El cuadro 2 presenta el núm ero de los m iem bros de cada etnia que se hubiera encontrado en 1931, si su increm ento desde 1908 fuera el p ro d u cto solam ente de la n a ­ talidad y m ortalidad, com parándolo con el núm ero de los m iem ­ bros de cada grupo que se encuentra efectivam ente en el censo de 1931. El cuadro dem uestra que el núm ero de negros en el censo de 1931 (8,244) era m ayor que el núm ero que se hubiera encon­ trado (5,192) si fuera solam ente el increm ento natural que afec­ tó el tam año de la población negra. 185

Cuadro 2. Las Etnias Limeñas: Cálculo de la Tasa de Incremento Vegetativo, su Tamaño Proyectado en 1931 (año base 1908), y su Tamaño real en el Censo de 1931. A Tasa Natural de Incremento(b) Etnicidad (a) Negros Blancos Mestizos Indígenas

0.98 1.002 1.007 0.97

B Población calculada para 1931 (según A(c)) 5,192 61,762 62,897 10,985

C Población en 1931

Diferencia C -B

8,244 94,998 144,627 15,719

+3,062 +33,236 +81,630 +4,734

(a) Por carencia de datos, se ha prescindido en este cuadro de los asiáticos. (b) Se ha calculado la tasa de increm ento vegetativo de la siguiente manera: 1 + N — D , N = nacim ientos, D = d efu n cion es, P = población total de P cada grupo étn ico. Los d atos relacionados a n acim ien tos y d efu n ­ cion es son de los registros civiles para los años 1 9 0 4 , 1 9 0 7 , 1 9 1 0 , 1915; 1 9 2 4 (n acim ien tos) y 1 9 2 6 (d efu n cion es). La cifra en cada caso es el p ro ­ m edio de los seis años. Una tasa de increm ento vegetativo ( “ tasa d e re­ p rod u cción ” ) d e 1.0 significa que, sin m igración, la p ob lación se m an ten ­ drá estable a través del p eríod o. Una tasa m enor de 1.0 significa que la población disminuirá; una tasa m ayor de 1.0 significa que la pob lación aumentará. (c) El año base es 1 9 0 8 ; se ha utilizado el núm ero de cada grupo étn ico regis­ trado en el censo de ese año.

La ligera recuperación dem ográfica de los negros limeños es particularm ente sorprendente dado que, de todas las raza* d e Lima, el negro parece haber sido el más afectado po r el proceso de mestizaje. Las tablas 1 y 2 dem uestran que los a fro -p eru a r' ; eran los más “ exógenos” , con solam ente 5 9 .4 °/o de los m atrim o­ nios de los hom bres negros y 7 5 .9 °/o de los m atrim onios de las m ujeres negras ocurridas entre m iem bros de esa misma etnicidad. El único otro grupo igualm ente exógeno fue el de los hom bres asiáticos; en ese caso, la casi ausencia de mujeres chinas durante este p eríodo forzó a los hom bres chinos a casarse con m ujeres de otras etnias. El increm ento natural de la población negra de 0.98 h a­ bría producido una dism inución para el año 1931 hasta llegar a unos 5,000 individuos negros; la “ tasa de exogeneidad” (porcen186

Tabla 1. Porcentajes de Matrimonios de Hombres de cada Etnia con Mujeres de Etnia* MUJERES (o /o ) (HOMBRES o /o ) Blancas Blancos Mestiz. Indíg. Negros Asiát. Se Ig.

94.0 9.1 3.0 2.2 18.2 2.2

Mestizas Indígenas 4.9 86.6 10.0 23.9 52.3 2.2

0.9 3.0 86.6 14.5 2.3 —

Se Igno. Total

Negras Asiát. 0.04 0.6 1.3 59.4 4.5 —

22.7 —

0.2 0.05 0.1 — — 95.7

100.04 99.95 100.00 100.00 100.00 100.10

* Sum ados de lo s añ os 1 9 0 8 , 1 9 1 0 , 1 9 1 5 , 1 9 1 6 , 1 9 1 7 y 1 9 3 2 . F uente: B o le t ín Municipal d e Lima, 1 9 0 0 -1 9 3 2 .

Tabla 2. Porcentaje de los Matrimonios de cada Etnia con Hombres de cada Etnia* HOMBRES (o /o ) (MUJERES o/o) Blancos Blancas Mestiz. Indíg. Negras Asiát. Se Ig.

91.0 5.9 2.3 0.9 —

8.0

Mestizos Indígenas Negros Asiát. Se Igno. Total 7.3 86.5 8.0 11.1 — 2.0

1.1 4.6 87.2 10.2 2.0

0.1 1.8 2.4 75.9 -

0.5 1.2 0.1 1.9 100.0 -

0.04 .05 —

— — 88.0

100.04 100.05 100.00 100.00 100.00 100.00

* Sum ados de lo s añ os 1 9 0 8 , 1 9 1 0 ,1 9 1 4 ,1 9 1 5 , 1 9 1 7 y 1 9 3 2 . F uente: B o le tín Municipal d e Lima, 1 9 0 0 -1 9 3 2 .

tajes de negros que se casaron con m iembros de otras razas) de 4 0 .6 °/o para los hom bres negros y 2 4 .1 °/o para las m ujeres ne­ gras hubiera dism inuido aún más el núm ero de negros-en Lima, dada una fecundidad igual entre las mujeres de todas las razas. Entonces, ¿cóm o se explica el aum ento dem ográfico de los negros lim eños durante las tres prim eras décadas del siglo XX? Su­ gerimos que existió un flujo m igratorio de los negros desde otras 187

zonas de la costa hacia Lima, lo cual habría sustentado, o hasta au­ m entado, la población negra limeña. En zonas com o Chincha y Cañete, es probable que la m ortalidad negra fuese m enor que la de Lima. Además, cierto aislam iento de esos núcleos negroides hubie­ ra m antenido una “ densidad cultural” , es decir, una cultura ne­ groide más elaborada, m enos influenciada po r corrientes cu ltu ra­ les ajenas. ¿Cuáles fueron las trayectorias dem ográficas que sufrieron las otras razas limeñas? D ado el peso cultural y racial enorm e de la población andina dentro de la capital d urante la segunda m itad del siglo XX, parece paradójico que el núm ero de indígenas dism i­ nuyera dram áticam ente, desde 21,472 individuos en 1908, a 15,719 individuos en 1931. Bajó tam bién el núm ero relativo de indígenas dentro de la población to ta l desde 1 5 .2 °/o a 5 .7 °/o durante el mismo período. Esta aparente paradoja desaparece cuando se tom a en cuenta la tasa de m ortalidad de los indígenas en Lima: con un increm ento natural (negativo) para la población indígena de 0.97 que hemos calculado para el período, se esperaría que la población de 21,472 en 1908 cayera a unos 11,000 individuos en 1931, lo cual no ocurrió. A parentem ente, la m igración continua de indíge­ nas serranos a Lima m antuvo el nivel de una población que m oría a u n ritm o asombroso. Una fluidez conceptual además m ostraría que una buena parte de los indígenas que llegaron a la capital entre 1908 y 1931 se absorbieron en la categoría de mestizos. El mism o hecho de m i­ grar a la ciudad significaba perder la identidad de “ indígena” y ad­ quirir la de “ m estizo” . O, si la m igración a Lim a no cam biaba la identidad del m igrante indígena, sus hijos, nacidos en Lima, ad­ quirían casi siempre la identidad racial de m estizo. De ah í la dism i­ nución aparente del peso de la población andina en Lima, pese a la m igración continua de individuos que en su co n tex to original se habrían considerado indígenas. Afirm am os, finalm ente, que esta fluidez socio-cultural era más im portante en el caso de los indíge­ nas, que el proceso de m estizaje por el m atrim onio o unión sexual entre personas de razas distintas. Vale acordarse de que los indíge­ nas de Lima form aban un grupo bastante cerrado y endógam o, con “ tasas de endogam ia” de 8 5 .6 °/o para los hom bres y 8 7 .2 °/o para las mujeres. D entro del conjunto de las etnias lim eñas, eran dos las que, en térm inos absolutos, aum entaron en una m edida significativa durante el período: la blanca y la m estiza. En ninguno de los dos casos se explica el aum ento solam ente po r el increm ento natural 188

(véase el cuadro 2). En los dos (pero po r sobre to d o en el caso de los m estizos) nos parece que la auto-identificación de personas que en el sentido cultural se colocarían en realidad d entro de otras categorías, explica u n a parte de su aum ento. Es decir, esos dos grupos hab rían sido los beneficiarios, en térm inos num éricos, de cierto “ arribism o racial” , además de la migración. En las célebres palabras de Mark Twain, la m uerte de los negros lim eños h ab ría sido “ sum am ente exagerada” . La tra y e c to ­ ria de dism inución que sufrió la población negra durante los siglos XVIII y XIX se transform ó en u n ligero aum ento durante las p ri­ m eras tres décadas del siglo XX. Efectivam ente, sin em bargo, los afro-peruanos lim eños c o n stitu ían una entidad cultural pequeña, casi perdida ya d en tro de una masa cada vez más heterogénea. Quizás lo que sorprende más que la sobrevivencia de un sólido “ corazón” negro a través del siglo XX, es la im portancia o peso de dicho grupo en la cultura popular y nacional del Perú. E sta p a ­ radoja la tratarem os de explicar más adelante, cuando enfoquem os algunas de las expresiones culturales afro-peruanas que m antuvie­ ron de una u o tra form a la identidad negra com o fenóm eno sociocultural vigente.

LA UBICACION GEOGRAFICA DE LOS AFRO-PERUANOS L A NACION. La distribución de la población negra d en tro del espacio nacional reflejaba, a com ienzos del siglo XX, ta n to la herencia de la época de la esclavitud (de a h í la naturaleza costeña de los negros), com o procesos contem poráneos (com o el flujo m i­ gratorio hacia Lima desde otras zonas costeñas). Intentarem os re­ construir la ubicación geográfica de la población negra, con el fin de esclarecer este conjunto de procesos que produjo la relación entre etnia y espacio geográfico, ta n to a nivel nacional y de la p ro ­ vincia de Lima, com o a nivel del distrito y del vecindario d e n tro de la capital. A nivel nacional, la ubicación geográfica de los afro-perua­ nos m ostraba u n a fuerte continuidad con la época colonial. La­ m entablem ente carecem os de datos nacionales para nuestro p e ­ río d o ; pero, basándonos en los censos de 1876 y 1940, vemos que la gran m ayoría de los negros seguía viviendo en la costa del país y que, de los negros costeños, u n a alta proporción continuaba resi­ 189

diendo en Lima. En 1876, el 9 2 .4o/o de los negros peruanos radi­ caba en la costa, m ientras el 7 .1 °/o vivía en la sierra y el 0 .5 °/o en la selva. De los negros costeños, el 3 8 .3 °/o vivía en Lima, y si se suma a ese núm ero el de los afro-peruanos del Callao, el porcentaje sube a 4 4 .8 °/o . Según el censo de 1940, m ientras la población n e ­ gra nacional no llegaba a la m itad del uno por ciento, los afro-pe­ ruanos ten ían un peso dem ográfico m ayor en la costa, alcanzan­ do el 3 .1 °/o de los habitantes de Lima y Callao, y el 4 .2 °/o de los habitantes de lea (18). La procedencia regional de las etnias que vivían en Lima en 1908 dem uestra de nuevo que los afro-peruanos constituyeron la etnia capitalina par excelence. El cuadro 4 dem uestra que, en un sentido, los afro-peruanos co n stitu ían el grupo étnico más antiguo entre las etnias limeñas. Es decir, a pesar del flujo m igratorio de negros de las provincias costeñas a Lima, entre ellos el porcentaje de lim eños nativos era m ayor que en cualquier otro grupo étnico. Cuadro 4. 1908: Porcentaje de Habitantes de Lima, Nativos de: Etnia Blancos Indíg. Mestiz. Negros

Lima 63.3 39.2 63.4 77.6

Callao 63.3 39.2 66.3 80.2

F uente: Censos d e las Provincias d e L im a y Callao, 1 9 0 8 .

LA PRO VINCIA D E LIM A. La ubicación geográfica de los afro-peruanos en la provincia de Lima reflejaba las ocupaciones ta n to urbanas —el servicio dom éstico, distintos ram os de trabajo artesanal— com o actividades rurales (véase el cuadro 5). La alta proporción de negros en distritos rurales, tales com o Surco y las “ poblaciones rurales” (que aparecen en el censo de 1908), y Carabayllo y Puente Piedra (que aparecen en el de 1920 y 1931, res­ pectivam ente), dem uestra la im portancia de los negros com o fuer­ za de trabajo en la agricultura de los valles costeños cercanos a la capital.

(1 8 )

190

C ensos N acionales de 1 8 7 6 y 1 9 4 0 , citad o en R om ero op . c it., p. 2 3 9 -2 4 0 .

Cuadro 5. Número de Habitantes Afro-peruanos en distintos Distritos, y Porcentaje de Población Afro-peruana en cada Distrito, 1908,1920 y 1931 Distrito

1908 Número (a) °/o(b)

6,763(c) Lima 1,669 Población Rural 420 Barranco 311 Chorrillos 60 Surco 30 Miraflores 29 Ate 26 Ancón 26 Chosica Nueva 20 Magdalena Vieja Carabayllo 8 7 Lurigancho 6 Lurín Magdalena del Mar Pachacamac San Miguel Puente Piedra La Victoria San Isidro Bellavista Rímac La Punta Callao (a) (b) (c) (d)

4.8 9.5 7.1 5.9 15.5 2.0 1.1 3.0 2.7 3.3 0.2 0.4 0.3

1920 Número

o/o

1931 Número

o/o

6,608

3.8

5,367(d)

2.7

277 659 269 41

4.2 5.4 4.2 6.8

434 381 388 826 386 51

3.1 4.3 8.1 3.3 5.2 3.4

108 1,203 151 18 66 43 11

3.9 18.9 4.4 1.0 3.2 2.3 2.9

108 1,304 251 55 260 62 46 181 1,690 71 161 1,187 43 1,555

4.1 13.2 4.2 2.1 3.3 2.1 2.2 9.4 4.8 3.3 3.1 3.0 2.3 2.5

N úm ero ab solu to de afro-peruanos en el distrito. Porcentaje de la p ob lación negra respecto del total. In clu ye Lima Cercado, La Victoria y R im ac. Incluye Lima Cercado solam ente.

Fuente: Censos de Lim a y Callao, 1 9 0 8 , 1 9 2 0 y 1 9 3 1 .

Sin em bargo, el lector de hoy puede tener la imagen de una distancia excesiva entre zonas urbanas y zonas rurales que no exis­ tía en la vida cotidiana de los trabajadores de com ienzos de siglo. Más bien, nuestras entrevistas nos sugieren que Lima m etropolita­ na y las zonas rurales cercanas representaban una sola zona econó­ mica, un solo m ercado en el cual el obrero po d ía ofrecer su m ano de obra. No existían m uchos obstáculos a que un peón de una ha191

Cuadro 6. Población Afro-peruana de la Provincia de Lima, según Especie de Distrito, 1908, 1920 y 1931 (a)

Año 1908 1920 1931

Zona Urbana No. o/o 7,656 7,557 10,421

81.7 78.0 82.3

Zona Mixta No. o/o —

203 251



2.1 2.0

Zona Rural No. o/o 1,719 1,923 1,990

18.3 19.9 15.7

(a) Las divisiones entre zonas “ urbanas” , “ m ix ta s” y “rurales” provienen d e los m ism os censos. Fuente: Censo d e la Provincia d e Lima, 1 9 0 8 , 1 9 2 0 y 1 9 3 1 .

cienda viniera a Lima a trabajar com o albañil (tal com o Pedro M éndez); tam poco que un albañil del R ím ac fuera a trabajar de jornalero agrícola en Chorrillos (tal com o Angel Saldano); ni que una joven lavandera del R ím ac fuera a Chorrillos para trabajar co­ m o sirviente dom éstica, para luego volver a trabajar en u n a fábrica de Lima (como Elena Tenaud). E sta m igración entre el cam po y la capital po d ía extenderse a zonas costeñas más lejanas y po r plazos bastante largos. Juan R am írez, p o r ejem plo, se alternaba entre ser jornalero en la agricultura de lea y ser chofer en Lima p o r cerca de 20 años antes de quedarse definitivam ente en la ciudad. Sin embargo, los casos de los negros que habitaban las zo­ nas rurales de la provincia de Lima eran la excepción y no la regla. La gran m ayoría de los negros eran residentes urbanos (véase el cuadro 6 ). El porcentaje de to d o s los negros de la provincia que ocupaban las zonas urbanas en 1908 era de 8 1 .7 °/o , m anteniéndo­ se este porcentaje a través del período. Al m ism o tiem po, la m ano de obra afro-peruana seguía siendo significativa en las áreas agríco­ las, lo cual se revela en el hecho de que, en 1931, los tres distritos con la concentración más alta de negros en relación con las otras razas son los tres, (todavía rurales), de Carabayllo, Puente Piedra, y Surco.

LIMA M E T R O P O L IT A N A : EL D IS T R IT O CENSAL. ¿E xistía o no la segregación racial dentro de las zonas residen­ ciales de Lima? Los datos relevantes revelan que los afro-peruanos vivían en distritos dispersos, pero siem pre populares: en cinco de los diez distritos que aparecen en el censo de 1908 (el 1, 5, 6 , 8 y 192

9) la concentración de negros superó el prom edio de 4 .8 °/o del área m etropolitana en to ta l (véase el cuadro 7). Se tra ta ta m ­ bién, com o no es de sorprender, de distritos sum am ente p o p u ­ lares: los Barrios Altos (distritos 5 y 6 ), La V ictoria (el 8 ), y la par­ te del R ím ac que incluía a M alambo (el 9). Cuadro 7. 1908: Los Afro-peruanos en los Distritos de Lima Número del Distrito 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 Total

Afro-peruanos en Distritos

°/o de la población del distrito que es negro

797 192 273 517 1,104 647 675 1,310 783 465 6,763

4.8 2.6 2.8 2.9 7.3 5.1 4.7 6.2 5.2 3.8 —

°/o del total de negros en Lima 11.8 2.8 4.0 7.6 16.3 9.6 10.0 19.4 11.6 6.9 100.0

Fuente: C e n s o d e la P r o v in c ia d e L i m a , 1908.

La dispersión residencial de los barrios negros —los cuales se registraban en cada cuartel de Lima— se habría debido, en gran parte, al servicio dom éstico, al cual se dedicaban una buena parte de los negros limeños desde la época de la esclavitud. Las jornadas largas de los cocineros, criadas, y otros em pleados dom ésticos sig­ nificaban que éstos ten ían que vivir m uy cerca de la casa en que ofrecían sus servicios, si no dentro de ella. De ah í el aspecto casi medieval de algunas zonas limeñas (todavía visible en la actuali­ dad), donde existían viviendas hum ildes a co rta distancia de casas de gran lujo. LIMA M E T R O P O L IT A N A : LA VECINDAD. Datos reco­ gidos relacionados con la salud pública, sobre to d o a raíz de una epidem ia de peste bubónica que azotó Lima en 1903-05, y de una cam paña de vacunaciones en el año 1902, nos perm iten acercarnos 193

en form a detallada a la estru ctu ra racial de los vecindarios limeños. ¿Por qué recurrir a un análisis tan m eticuloso de la ubicación resi­ dencial de los afro-peruanos? A nive] del distrito censal, existía cierta uniform idad entre la distribución de los afro-peruanos, por un lado, y la de las otras etnias urbanas “ de c o lo r” , po r otro (véase los cuadros 8 y 9). Nos interesa, entonces, ver hasta qué p u n to se agrupaban las distintas etnias dentro de los barrios populares. Cuadro 8. 1 9 0 8 : Orden de D istritos Censales según C oncentración de P oblación de cada Grupo E tnico D istrito

Etnia 2, 9, 9, 5, 4,

B lancos M estizos Indígenas Negros A siáticos

3, 7 , 1, 1 0 , 4, 8 , 6 , 5, 9 1 0 , 8 , 6, 5, 1, 4 , 7, 2 , 3 5, 8, 6 , 1 0 , 4 , 7 , 2, 3 , 1 8 , 9 , 6 , 1, 7 , 1 0 , 4 , 3 , 2 6 , 3, 9 , 1, 8, 5, 2, 7 , 10

Fuente: Censo de la Provincia d e Lima, 1 9 0 8 . Cuadro 9. 1 9 0 8 : Orden d e D istritos Censales según N úm ero de Individuos de cada Grupo E tnico D istrito

Etnia B lancos M estizos Indígenas N egros A siáticos

1, 8, 8, 8, 4,

8, 5, 5, 5, 6,

7, 4, 9, 1, 9,

4, 9, 4, 9, 1,

3, 1, 6, 7, 8,

1 0 , 5, 9 , 2 , 6 , 1 0 , 7 , 3, 1, 7, 1 0 , 3, 6 , 4, 1 0 , 3 , 3 , 5, 7, 1 0 ,

6 2 2 2 2

F uente: Censo d e la Provincia d e Lima, 1 9 0 8 .

958 víctim as de la peste bubónica fueron registrados, con nom bres, dirección e identificación racial. E ntre ellos se en co n tra­ ron a 81 negros. Del to ta l de 51 vecindades afectadas, vivía por lo m enos una víctim a en cada una. En el rancho de Cieneguilla ha­ b ían doce personas en to ta l que se vieron afectadas por la peste, entre ellas siete eran negros (lo cual, de paso, nos ilustra una vez más sobre la im portancia de la m ano de obra negra en las hacien­ das de los alrededores de Lima). En el barrio de M alambo, conoci­ do com o u n foco de cultura afro-peruana y de alta concentración negra, de los 19 individuos que iban a sufrir la peste, 4 eran negros, 2 blancos (un español y un italiano), 5 m estizos, 8 indígenas y un asiático. Las dos calles representadas en nuestra m uestra con la ma194

yor concentración de afro-peruanos eran el Jirón A yacucho, con 3 negros y un m estizo; y Mestas, con un blanco, un asiático y 4 negros. Estos datos nos perm iten desprender algunas conclusiones más sobre el patrón racial de viviendas en Lima al nivel sub-distrital. De nuevo percibim os cierta dispersión de la población afro-pe­ ruana en la capital. H asta en los barrios con m ayor concentración negra, aparentem ente vivían tam bién m iem bros de las otras etnias, sobre to d o m estizos e indígenas. Sospechamos que, hasta el nivel de la casa de vecindad o callejón, la concentración de los negros habitantes m uy pocas veces habría superado el 50 °/o . Es intere­ sante n o tar que hasta en Capón, el “ M alambo” de los Chinos lim e­ ños, las víctim as de la peste incluyeron a 7 asiáticos, 1 mestizo, 3 indígenas, y 1 negro. Ello indica que hasta en los barrios popula­ res con las características étnicas más m arcadas, existía cierta he­ terogeneidad racial, por lo m enos entre m estizos, indígenas, negros y asiáticos. Esta conclusión tiene eco en la respuesta típ ica de los entrevistantes acerca de la com posición étnica de los callejones o solares en donde vivían: “ había de to d o ” . Las fotografías que hem os podido analizar de viviendas populares de la época tam bién ofrecen la misma impresión de una m ezcla racial. En un artículo de la revista Mundial de 1920, por ejem plo, con fotografías interiores de viviendas populares, encon­ tram os que entre la m itad y la sexta parte de las personas que sa­ len parecen ten er rasgos africanos. Los demás parecieran tener raí­ ces serranas y,en algunos casos, chinas. Existía, entonces, en la Lima de las prim eras décadas del siglo u n a segregación más m arcada entre los blancos y las etnias “ de color” (a pesar de la estructura multi-clasista y, de ahí, multiétnica) que una diferenciación dentro del propio m undo popular. Si existiera una segregación racial dentro de la misma clase obrera, ésta era de un tipo más sutil y m enos destacado. Mientras un aná­ lisis grosso m odo de los distritos censales de la ciudad revela la segregación racial que separaba a los blancos de los demás, el aná­ lisis sub-distrital tam bién dem uestra cierta mezcla de las etnias de color dentro de los barrios populares. EL RACISMO Y LA SEGREGACION RACIAL Antes de term inar esta sección, nos parece que vale la pena reflexionar sobre el significado del patrón racial de vivienda aquí 195

descubierto, sobre todo dentro del espacio m etropolitano. Sugeri­ mos aquí que la segregación racial puede ser p roducto de (por lo menos) dos fuerzas sociales diferentes. Una se p o d ría deno­ minar la fuerza de atracción que atrae a m iem bros de la mis­ m a etnia a vivir juntos. Esa atracción se realiza po r m ecanis­ mos tales com o relaciones de parentesco, de am istad, etc. La otra sería una fuerza de rechazo, por ejem plo, de vecinos p o ­ tenciales, por el hecho de que ellos pertenecerían a una etnia des­ preciada. Ambas fuerzas —la de atracción y de rechazo— actúan sobre una base económ ica. Las fuerzas de rechazo, sobre todo, sólo pueden realizarse cuando el grupo que segrega el otro tiene el poder económ ico para im poner sus deseos y prejuicios. Aunque hace falta un estudio preciso sobre los m ercados de terreno y vivienda durante la época, pareciera que en Lim a a comienzos del siglo XX, los blancos eran los únicos que ten ían el poder económ ico necesario para im poner sus prejuicios raciales. A diferencia de los otros grupos, los blancos, por lo general, eran los dueños de la m ayor parte del hab itat urbano. Según el censo de 1908, de los propietarios en Lima el 9 0 °/o eran blancos. Aunque no se sabe, efectivam ente, si fuera lo económ ico o lo racial, lo que “ protegía” a las zonas residenciales blancas del resto de la ciuda­ danía capitalina, lo que sí es cierto es que d entro de la masa p o p u ­ lar étnicam ente “ oscura” , los posibles prejuicios y otras fuerzas de rechazo carecían del substrato económ ico para realizarse. Es decir, poco im portaba que al serrano o al negro no le pareciera agradable vivir al costado del chino, para dar un ejem plo; de todos m odos hubiera tenido pocas form as de im poner sus deseos. Más im p o rtan ­ te en este sentido serían las fuerzas de atracción, que, en un m un­ do personalista y de relaciones familiares produciría pequeñas co­ lonias o agrupaciones de grupos étnicos d entro de las vecindades populares. De ahí los casos conocidos de M alambo y la calle Ca­ pón.

LOS AFRO-PERUANOS Y LA ESTRUCTURA RACIAL DE LAS PROFESIONES En la ubicación geográfica de las etnias urbanas a com ien­ zos del siglo XX, encontram os que la “ línea de c o lo r” entre los blancos y los demás grupos étnicos fue más im portante que las di­ visiones entre las etnias que se hallaban d entro de las clases p o p u ­ 196

lares. En cam bio, una com paración entre etnia y ocupación revela una realidad m uy distinta. No sólo existían ocupaciones m arcada­ m ente blancas, las m ejores en rem uneración y prestigio social, sino que tam bién existía una diferenciación racial po r ocupación d en ­ tro de las mismas clases populares. Los negros, por ejem plo, se concentraban en una serie de ocupaciones distintas, en cierto m o­ do, de las profesiones típicas de los indígenas o de los asiáticos. El m ercado de trabajo que se desarrollaba a principios del siglo XX no era hom ogéneo sino segm entado en el aspecto racial. Cuadro 10. Las Ocupaciones de los Grupos Etnicos Urbanos (1908) Ocupación

Blancos (°/o)

Mestizos (°/o)

Indígen. (°/o)

Negros (O/o)

Asiát. Total (°/o) (o/o)

Agricultura y Ganadería

27.4

29.8

36.8

5.6

4.0

100.0

Industrias y Artes Manuales

22.9

47.7

18.6

6.3

4.5

100.0

Comercio

51.2

20.5

8.4

1.0

18.9

100.0

Transportes

26.9

37.3

20.4

15.0

4.0

100.0

Personal de Servicio

7.9

19.5

26.8

3.8

41.9

99.9

Propietarios

90.4

4.3

2.9

0.5

1.9

100.0

Empleados de Gob. y Culto

34.0

25.9

38.9

1.2

----

100.0

Profesiones Sanitarias

72.0

16.4

3.8

----

7.8

100.0

Profesiones Liberales

73.5

14.5

8.0

2.4

1.6

100.0

Instrucción y Educación

41.0

26.2

10.0

2.8

20.0

100.0

Fuente: E. León García, Las R a zas en Lim a: E studio D em o g rá f ic o , Lima, 1909.

197

El hecho de que existía una correspondencia entre ser blanco y pertenecer a la clase alta o m edia durante el p eríodo se revela definitivam ente en la estructura étnica de las ocupaciones, visible en el cuadro 10. E ntre las personas que se dedicaban a las profesiones como el com ercio, las ‘profesiones sanitarias’ (la m edi­ cina, higiene dental, etc.), las profesiones liberales y la educación en 1908, más del 5 0 °/o eran blancos. Según el mismo cuadro, co­ mo ya hem os señalado, un poco más del 9 0 ° /o de los propietarios en la ciudad de Lima eran blancos; en este sentido los blancos eran los dueños de la capital. Esta tendencia llevó a un com entarista a concluir en 1909 que “ las profesiones que producen los más altos rendim ientos pecuniarios o la m ayor consideración social son ejer­ cidas, preferentem ente, po r los blancos” (19). Los hom bres afro-peruanos ocupaban un nicho ocupacional popular y distinto al de los otros grupos ‘de color’. En 1908 dos tercios de los hom bres negros se dedicaban a una de 10 pro fe­ siones, m ientras el 9 1 °/o de las m ujeres negras se dedicaban a ú n a de 8 profesiones, todas populares. (El to ta l de las profesiones enu­ m eradas en el censo era de 51; véase los cuadros 11 y 12 respecti­ vam ente). La diferencia de la estructura profesional de los hom ­ bres negros y la de los otros grupos de hom bres de color se m ani­ fiesta en el hecho de que, con respecto a las 10 profesiones del cuadro 1 1 , sólo en el caso de los indígenas se encuentra un porcen­ taje sem ejante de individuos dedicados a las mismas profesiones. Esta diferencia se ve aún más destacadam ente cuando se excluyen a los m ilitares, constituyendo los indígenas “ la masa de los solda­ dos” (20). El 6 2 .1 °/o de los hom bres negros se dedicaban a las nueve profesiones restantes, frente a 1 4 .5 °/o de los blancos, 3 6 .2 °/o de los m estizos, 3 7 .4 °/o de los indígenas y 2 4 .7 °/o de los asiáticos. En 17 profesiones, más del 5 ° /o de los hom bres que las practicaban eran negros en 1908 —es decir, más que el prom edio de 4 .8 °/o para la población negra en general del mismo año (véa­ se el cuadro 10). Entre estas profesiones se destacan la agricultura (‘jo rn alero ’ y ‘agricultura’) y profesiones artesanales; de nuevo n o ­ tam os la supervivencia de una vieja herencia colonial. . La segm entación racial de la estructura profesional que he­ m os señalado no fue absoluta. El “ tipo ideal” de esta estructura se-

(1 9 ) (2 0 )

198

L eón García op. cit p. 20. L eón García o p . cit. p. 2 2 .

Cuadro 11. Números Absolutos y Relativos de los Hombres Afro-Peruanos en 10 Profesiones Comparado con los Hombres de las Otras Etnias (1908) Profesión #

Negros o/oa

Blancos O/o

Mestiz. o/o

Indíg. o/o

Asiát. o/o

345 191 145 120 104 104 82 72 61 61

17.8 9.9 7.5 6.2 5.4 5.4 4.2 3.7 3.1 3.1

0.9 2.6 0.3 0.3 1.5 2.6 7.1 1.0 5.0 0.3

6.7 8.7 2.1 1.4 6.9 3.4 10.9 2.8 3.6 0.6

5.1 4.1 6.6 1.5 5.7 5.6 29.1 6.3 2.2 0.3

0.1 1.9 4.5 0.1 4.2 1.7

TOTAL

1,285

66.3

21.6

47.1

66.5

24.7

Total sin militares

1,203

62.1

14.5

36.2

37.4

24.7

Albañil Carpintero Jornalero Carretero Zapatero Agricultor Militar Doméstico Sin Prof. Cocheros

--4.2 8.0

---

a: Todos los porcentajes corresponden a la proporción de los hombres de la etnia dedicados a cada ocupación. Cuadro 12. Número y Porcentaje3 de las Mujeres Afro-Peruanas en 8 Profesiones, Comparados con las Mujeres de las Otras Etnias (1908) Profesión

Negras o/o #

Blancas o/o

Mestiz. o/o

Indíg. o/o

Asiát. o/o

6.2 17.2 18.4 1.1 1,062 33.1 Lavandera 3.7 16.1 7.3 0.5 15.3 491 Cocinera 51.9 12.9 22.1 51.6 12.7 407 Sin Prof. 4.9 15.0 5.1 11.7 1.1 376 Doméstica 4.9 8.2 20.6 9.9 185 5.8 Costurera Labradora 9.9 11.7 12.9 20.6 5.8 185 Doméstica --0.8 0.2 0.2 152 4.7 Agricultora --0.9 1.6 0.2 63 Planchadora 1.9 81.5 82.8 88.2 85.2 2,921 91.0 TOTAL 19.7 58.2 53.2 13.0 2,329 72.5 Total de trabajadoras remuneradas a: Todos los porcentajes corresponden a la proporción de las mujeres de las etnias dedicadas a cada profesión. F uente: Censo de la Provincia de Lima, 1908.

199

ría una en que todos los blancos ocuparían todas las profesiones de élite, y cada una de las ‘razas populares’ ocuparían distintos ni­ chos dentro de las profesiones obreras. Es poco probable que este tipo ideal de segm entación racial existiera en cualquier país. Has­ ta en el Perú en la época de la esclavitud, algunos negros se dedica­ ban a ramos del trabajo artesanal o del com ercio, en donde ta m ­ bién trabajaban algunos m iem bros de los o tro s grupos étnicos. Sin embargo, han existido, y en la actualidad persisten, algunos ejem ­ plos de segmentación racial de las profesiones más m arcadas que las que hemos descrito aq u í (tal ha sido la naturaleza de las estruc­ turas profesionales, por ejem plo, de los Estados Unidos y de algu­ nos países caribeños a través de su historia). La segm entación ra­ cial de la estructura laboral de Lima a com ienzos del siglo XX era de un nivel interm edio entre ese caso tip o extrem o, y una “ dem o­ cracia racial” , en que no existiría correspondencia alguna entre etnia y profesión. Es posible que esta segm entación notable, pero interm e­ dia, represente solam ente los rezagos de una situación histórica que iba desapareciendo. D esafortunadam ente, carecem os de datos para el resto del período 1900-1930 sobre etnicidad y profesión. Hemos podido ofrecer solam ente una especie de “ fotografía” de la estructura racial de las profesiones en el año 1908, basándonos en el censo de ese año. Sin em bargo, verem os después que si bien dis­ m inuyó en alguna m edida la segm entación racial de las profesio­ nes, existieron mecanism os en pleno siglo XX que la m antenían y reforzaban. Pero antes de analizar más a fondo este tem a, intentarem os esclarecer la naturaleza de las profesiones en que se encontraba una concentración elevada de obreros negros. El nicho ocupacional de los afro-peruanos no sólo era uno de bajos rendim ientos y consideración social, sino m uy poco dinám ico en el sentido de o r­ ganización política o sindical. Ha:y que to m a r en cu enta que este período de tem prana industrialización generó un im portante m o­ vim iento sindical, teniendo com o foco los sectores proletarizados, com o, por ejem plo, el de los obreros textiles. Agunos sectores artesanales —tales com o los panaderos y zapateros— tam bién ex­ perim entarán una radicalización sindical y política. Sin em bargo, las profesiones en donde se encontraban los negros - y los ‘estra­ tos negros’ dentro de esas profesiones —se vieron poco afectadas por el m ovim iento sindical. No pensam os que fuera su carácter racial lo que impidió la politización de los sectores de alta concen­ tración negra, sino, en cam bio, que la estructura jerarquizada o 200

atom izada de estos sectores im pidió la actividad sindical o p o líti­ ca. Como veremos después en m ayor detalle, faltando una c o n ­ ciencia de clase o grupo que naciera en el trabajo, la conciencia de grupo entre los negros que sí existía, surgía alrededor de algunas instituciones culturales, instituciones que sufrieron cam bios im p o r­ tantes durante este período. ‘UNA PRO FESIO N N E G R A ’: LA CO NSTRU CC IO N CI­ VIL. Los años entre 1900 y 1930 engloban, com o hem os dicho, el período en que se daba el prim er m om ento del m ovim iento lab o ­ ral en el Perú, un m ovim iento que fue la expresión de un nuevo proletariado consciente, en cierta m edida, de sus intereses com o clase íntegra. Pero si bien el naciente m ovim iento laboral refleja­ ba cam bios en la estructura de la econom ía peruana y en la m ism a clase obrera, estos cam bios afectaban distintam ente a los d iferen ­ tes sectores de dicha clase. En algunos sectores las relaciones so ­ ciales de trabajo se transform aron hasta perm itir una nueva c o n ­ ciencia en sí de sus obreros; en otros sectores, perm anecieron las relaciones que habían existido en época anteriores. En las p ro fe ­ siones limeñas en que se encontraban agrupados los negros —el ser­ vicio dom éstico, la construcción, el tran sp o rte— las relaciones so ­ ciales de trabajo no perm itían o hacían más difícil tal tran sfo rm a­ ción. Una consecuencia de ello es que los negros no ex p erim enta­ ron el m ejoram iento de los sueldos y de las condiciones de trabajo que —tan to por los esfuerzos del m ovim iento laboral com o p o r ra ­ zones económ icas— experim entaban algunos de los obreros p ro le ­ tarizados. Para sustentar nuestra afirm ación de que no se desarrolla­ ban relaciones sociales de trabajo que generasen o perm itiesen una conciencia de clase entre los obreros negros, vamos a exam inar un sector específico: la construcción civil. En 1908, el 1 6 .6 °/o jd el t o ­ tal de los obreros eran afro-peruanos. Eran poco m enos que el 1 8 °/o del to ta l de los obreros negros, frente al 0 .9 ° /o de los b lan ­ cos, 6 .7 °/o de los m estizos, 5 .1 °/o de los indígenas, y 0 .1 ° /o de los asiáticos. En dicho año, más negros se identificaron com o al^ bañiles que con cualquier o tra categoría profesional. El hecho de que a los jugadores del equipo de fú tb o l Alianza Lima se les llam a­ ra “ los negritos” y a la vez “ los albañiles” , dem uestra que esa p ro ­ fesión form aba una parte íntegra de la imagen popular sobre los negros ( 2 1 ). (21 )

Entrevista con Miguel Rostaing, 2 4 / 4 / 1 9 8 2 . 201

El sector de la construcción experim entó una expansión durante la época, sobre to d o durante el Oncenio de Leguía (1 9 1 9 ­ 1930), cuando la construcción de obras públicas fue un aspecto im portante de la po lítica oficial. E ntre los años 1920 y 1927, el núm ero de obreros dedicados a la construcción aum entó de 6,507 a 11,251, casi el 1 0 0 °/o (22). Se tra ta de uno de los secto­ res de la econom ía peruana más dinám icos de la época, y p o d ría ser que el aum ento de la dem anda produjera un m ejoram iento de los sueldos y de las condiciones de trabajo para los albañiles y, tam bién quizás, u n a m ayor organización sindical. Pero la construcción era un sector profundam ente h e te ­ rogéneo, y los albañiles afro-peruanos se encontraban m ayorm en­ te en los estratos m enos favorecidos de él. Por un lado existían unas grandes empresas, algunas de ellas pertenecientes al capital extranjero com o The Foundation Company, que em pleaban a n u ­ m erosos obreros y recibían los co ntratos más im portantes del Es­ tado. Por otro lado, había un gran núm ero de firmas o equipos de construcción pequeños, con un personal cam biante, que se ocupa­ ban en obras pequeñas, a plazos relativam ente cortos y con pocos obreros por obra. Este ‘polo chico’ de la construcción civil ocupa­ ba a la gran m ayoría de los albañiles: según H unt, en el año 1950 solam ente el 7 .8 °/o de la fuerza laboral dedicada a la construc­ ción trabajaba en firmas de más de 10 personas, com parado con 2 4 .9 °/o de los obreros textiles y 2 9 .3 °/o de los obreros en el co­ m ercio (23). Se supone que el porcentaje de los albañiles que tra ­ bajaba en firmas chicas, veinte o tre in ta años antes, fue aún m ayor. Si bien ocurrió una expansión de la construcción, estim ulando cierta m odernización de las técnicas o cam bios en las relaciones sociales de trabajo que se daban entre los obreros, estos cambios aparentem ente ocurrieron en el polo del sector de las grandes em ­ presas. Nuestras entrevistas indican que los albañiles afro-peruanos de la época se hallaban m ayoritariam ente en el polo pequeño del sector. E xistían dos características de la construcción -y, sobre to ­ do, del ‘polo chico’ del sector— que im pedían que se desarrollara una conciencia de solidaridad entre los obreros allí dedicados. La prim era fue la estructura jerarquizada de los equipos de construc­ ción, que generaba lazos verticales de dependencia entre los vario:

(2 2 ) (2 3 )

202

Berm údez Lizarraga op. cit. H unt op . cit.

niveles del equipo a la misma vez, y relaciones horizontales conflic­ tivas entre los obreros del mismo nivel. En una sola obra se encon­ traban por lo m enos tres niveles de obreros: el peón (tam bién lla­ m ado asistente o aprendiz), el oficial (o albañil) y el m aestro. El equipo tam bién incluía a un ingeniero o arquitecto, encargado del diseño y aspectos técnicos de la construcción, y a un contratista, que servía com o interm ediario entre el cliente y el m aestro. El m aestro era el encargado de co n tratar a los demás obreros —peo­ nes, oficiales— según las necesidades de cada obra. T anto para con­ seguir trabajo com o para ascender dentro de la jerarquía, los peo­ nes y oficiales ten ían siem pre que procurar relaciones amables con sus superiores, sobre to d o con el m aestro. El segundo obstáculo a la solidaridad entre los albañiles fue la inestabilidad del trabajo. El contratista, ingeniero y/o arquitecto y el m aestro co n stitu ían el personal estable del equipo. Los ran­ gos más bajos eran sum am ente inestables, term inando el puesto una vez finalizada la obra. Por razones obvias, esta fluidez, sobre todo de los equipos pequeños de construcción, im pedían las rela­ ciones de solidaridad entre los peones, los oficiales, etc. La im portancia de las relaciones personales entre el maes­ tro y los peones y oficiales significaba que los prejuicios raciales de los m aestros se trad u cían m uchas veces en una estructura racis­ ta dentro de la construcción. Varios testigos han afirm ado que los albañiles negros fueron encargados de las tareas o especialidades de m ayor desgaste físico. De ahí el hecho de que los ‘adoberos’ (los obreros que preparaban los ladrillos de adobe, una especiali­ dad m uy pesada) ,“ eran la m ayor parte m orenos” (24). Los cono­ cidos futbolistas Miguel Rostaing y José M aría Lavalle eran adobe­ ros (el segundo antes de trasladarse a la M unicipalidad de Lima). Rostaing cuenta que el trabajo del adobero fue considerado más o m enos del mismo nivel que el peón, y con condiciones m uy ries­ gosas: “ Bien fastidioso y peligroso (era el trabajo del adobero) por el agua. . . (que) se te n ía en pozos así en la calle, y en­ tonces era agua dorm ida, pues, con eso se trabajaba la albañilería y los adoberos, entonces era peligroso porque ve­ n ía la e n fe rm e d a d ...” (25).

(2 4 ) (2 5 )

Entrevista con Miguel R ostaing, 1 3 /6 /1 9 8 2 . Entrevista con Miguel R ostaing, 2 9 /4 /1 9 8 2 .

203

La existencia desde 1913 de un sindicato de albañiles no contraviene nuestra afirm ación de que la estructura del sector ge­ neraba com petencia y no solidaridad entre los albañiles (26). La form ación del prim er Sindicato de Albañiles pareciera ten er que ver más con la pujanza de algunos personajes, tales com o Eulogio Rojas y, después, Guillerm o Aguirre y M anuel Rosales, y con el am biente auspicioso dentro de la clase obrera en general, que con un m ovim iento de las bases de los albañiles. Es más, aparente­ m ente había una ignorancia general en la m ayoría de los albañiles a quienes hemos entrevistado, sobre la existencia de cualquier sindicato para los m iem bros de su profesión. Hasta algunos albañi­ les participaron en huelgan sin darse cuenta de la existencia del sin­ dicato. Miguel Rostaing describe una huelga de la construcción ci­ vil, que (según él) carecía de organización o apoyo del Sindicato: “ —(Por el año 1930) nos to có una huelga. . . pero ya le fal­ ta, pues, a uno y tiene que ir a pedir adelantos sobre su tra ­ bajo, así que no dem oran m ucho las huelgas. . . llega a fal­ tar, pues, plata, no ve que nadie nos atiende, porque el te x ­ til si tiene, porque el tex til tiene sindicatos, y hacen sus ollas com unes. . . —Si no ten ían sindicato, ¿cóm o acordaban para hacer una huelga? —‘Huelga de construcción civil’ nom ás decían, ya para en diferentes sitios y sin o paraban les m etían p ie d ra s ...” (27). En lugar de la solidaridad o cooperación, la com petencia parece haber predom inado en las relaciones entre los albañiles. En ciertas ocasiones, po r ejem plo, ocurrían robos de las herram ientas entre los mismos albañiles, un acontecim iento bastante serio ya que los albañiles ten ían que proveerse de sus propias herram ientas: “ Usted, por ejem plo, ten ía que ocuparse, ten ía que bajarse a los baños de abajo, entonces cuando regresaba, ya no en­ contraba su herram ienta. . . los m ism os albañiles robaban uno al o tro ” (28). En resum en, estam os frente a u n a profesión de m uchos riesgos y desgaste físico, de poca estabilidad laboral, prestigio so-

(2 6 ) (2 7 ) (2 8 )

204

Para la historia del m ovim ien to sindical en véase Bermúdez Lizarraga op. cit. Entrevista con Miguel R ostaing, 2 9 /4 /1 9 8 2 . Entrevista con Miguel R ostaing, 2 9 /4 /1 9 8 2 .

la con stru cción civil,

cial y posibilidad para la concientización po lítica de los obreros que form aban la base del sector, y una profesión que absorbía p o ­ co m enos que la quinta parte de la m ano de obra negra. De nuevo, la estructura profesional de los negros lim eños a com ienzos del siglo XX era sem ejante a la de los esclavos y negros libres durante la época colonial, quienes se dedicaban tam bién mayoritariam ente al servicio dom éstico, la artesanía y, dentro de las zonas rurales, a la agricultura. Veremos después que existían m e­ canismos que m antenían esta naturaleza racial de las profesiones generación tras generación. Lo que quisiéram os destacar aq u í es que, durante los prim eros tre in ta años del presente siglo, cuando el país experim entaba un tem prano desarrollo industrial acom pañado de la form ación, por prim era vez, de una clase obrera ta n to “ para s í” com o “ en s í” , los afro-peruanos trabajaban en sectores que en cierta m edida quedaron al m argen de estos cambios. En cuanto a la m ujer afro-peruana com o trabajadora, lo que encontram os es un nivel de participación en trabajos rem u n e­ rados m ayor que el de la m ujer de cualquier otra etnia. Esta d ife­ rencia se explica po r la presión económ ica que sufre la m ujer n e ­ gra po r com plem entar los in |reso s familiares —com parada con la de la m ujer blanca y m estiza— y su larga tradición de inserción en el m ercado de trabajo, diferente al de la m ujer indígena. De ahí que, si se excluyen las categorías censales de “ sin profesión” y “ la­ bor dom éstica” (ninguna de las dos era trabajo rem unerado), el 7 2 .5 °/o de las m ujeres negras se concentraba en las seis profesio­ nes “ fem eninas” restantes, frente al 1 3 °/o de las blancas, 5 3 °/o de las m estizas, 5 8 °/o de las indígenas, y m enos del 2Q°¡o de las asiá­ ticas (cifras de 1908 —ver el cuadro 12). Tan solo el 1 8 .5 °/o de las m ujeres afro-peruanas se registraron en alguna categoría de tra b a ­ jo no-rem unerado o dom éstico. Un aspecto significativo de la m ano de obra afro-peruana fem enina en la provincia de Lima es que, en una m edida im presio­ nante, se dedicaba al trabajo agrícola. Sum ando las categorías cen ­ sales de “ A gricultura y G anadería” con la de “ Jornaleros” (lo cual se entiende en el censo com o jornalero agrícola), encontram os que, de todas las m ujeres que trabajaban en 1908 en las haciendas y chacras alrededor de Lima, 4 0 ° /o eran afro-peruanas, una p ro p o r­ ción verdaderam ente asom brosa dado el porcentaje relativam ente bajo de los afro-peruanos dentro de la población to ta l capitalina. H abría que añadir a la agricultura, la lavandería, la cocina y el ser­ vicio dom éstico, form ando éstas las profesiones típicam ente “ n e­ gras” femeninas. 205

El p unto fundam ental con relación al trabajo de las m u­ jeres afro-peruanas que quisiéram os destacar es que la m ujer negra no se distinguía m ucho de las otras m ujeres, sean ellas blancas u otras m ujeres “ de c o lo r” , en los tipos de profesiones en que tra b a ­ jaba, siendo pocas las opciones de trabajo rem unerado para las m ujeres en general —de ahí el hecho de que más del 8 0 o /o de las m ujeres de todos los grupos étnicos urbanos se dedicaban a una de las 8 profesiones señaladas en el cuadro 12. Podem os concluir que la dim ensión del sexo fue más im ­ p o rtan te que la de etnia para determ inar el tipo de actividad eco­ nóm ica del lim eño a principios del siglo XX. La m ujer afro-perua­ na te n ía más .en com ún con las m ujeres de las otras etnias que con los hom bres afro-peruanos en térm inos de las ocupaciones a las cuales se dedicaban. Los hom bres negros ocupaban un nicho p ro ­ fesional diferente al de los hom bres de las otras razas, y tam bién diferente al de las m ujeres hegras, que ocupaban el m ism o nicho que las m ujeres aunque en una m edida m ayor. Es decir, ser m ujer era más im portante que ser negra al determ inar el trabajo de las m ujeres afro-peruanas a principios del siglo. L A S C A U SA S D E LA E ST R U C T U R A R A C IA L D E L A S PROFESIONES. Hemos afirm ado que la segm entación racial de la estructura profesional visible en las prim eras décadas del siglo XX no era solam ente u n a herencia de épocas anteriores, sino una di­ m ensión vigente de la sociedad que se reproducía a través de las prim eras décadas del siglo XX. ¿Cuáles fueron los m ecanism os que p ro d u cían y m antenían este fuerte sabor étnico en la estratifica­ ción social? De igual m anera que en el caso de las estructuras é t­ nicas de vivienda, actuaban ta n to fuerzas de atracción com o de rechazo sobre el obrero afro-peruano. Relacionado a las profesio­ nes, lo más im portante de las fuerzas de atracción era la m ano’-a sum am ente personal de conseguir trabajo: uno tras o tro , los testi­ m onios de obreros negros de la época ofrecen evidencias de la im ­ portancia de los que aq u í llam arem os una ‘red de relaciones perso­ nales’ para conseguir em pleo. Esta red de relaciones personales —relaciones horizontales entre personas de la misma clase social— estaba com puesta po r los padres, familiares, com padres y amigos del obrero o la obrera, que le ayudaban a conseguir trabajo, avi­ sándole de la existencia de un puesto, presentándole a la persona encargada de c o n tra ta r a trabajadores, etc. La im portancia de esta red de relaciones personales descan­ sa en el hecho que servía com o un m ecanism o conservador, repro­ 206

duciendo generación tras generación la misma estructura racial de trabajo. Las personas que co n stitu ían los contactos de un obrero —su ‘red’— habrían de ser, hasta cierto p u nto, de la misma etnia, esto sobre to d o en la m edida en que fueran los miembros de la misma familia del obrero. Un albañil negro llevaría a su hijo o a su sobrino a trabajar en la m ism a obra de construcción en que labo­ raba él; así se m an ten ían las mismas características raciales de cier­ tas profesiones. Por otro lado, aunque la ‘red ’ no estuviera consti­ tu id a to talm ente p o r personas de la misma etnia del obrero, de to ­ das m aneras servía com o una fuerza conservadora, llevando al obrero a u n a de las pocas opciones profesionales tradicionales, en el caso de los negros lim eños: la construcción, el transporte (cho­ feres), el servicio dom éstico, etc. Para hacer más hom ogénea la com posición étnica de las profesiones se necesitaría de mecanism os impersonales —los perió­ dicos, po r ejem plo— además de cam bios en las ideologías racistas existentes. Pero los obreros que ingresaban al m ercado de trabajo por vías im personales eran la excepción. La vía personal era la re­ gla. Es más, una vez que la vía personal lo colocaba al trabajador dentro de algún sector, varios factores —el conocim iento técnico necesario para su oficio, la falta de contactos o entradas en otros sectores más favorables— le daban cierta inmovilidad. Un ejemplo típ ico es el ya m encionado Miguel Rostaing, quien em pezó a tra b a ­ jar de albañil a los nueve años. En el caso de Rostaing, fue su m a­ dre quien le ayudó a conseguir su prim er puesto de peón en una obra de construcción. Una vez hallándose en esa profesión, R osta­ ing, com o m uchos obreros, se quedó allí, a pesar de que las condi­ ciones de trabajo y los sueldos eran mejores en otras profesiones: “ Uno se acostum bra a su tra b a jo ... y le es más fácil ya se queda ahí, pues, por ejem plo, la fábrica es otra cosa, ya tiene que gustarle” (29). Como queda dicho, la red de relaciones personales actua­ ba como una fuerza conservadora, reproduciendo la segmentación racial de la estructura de trabajo. Hay que destacar que la naturale­ za personalista del ingreso al m ercado de trabajo no sólo m antenía las agrupaciones de los negros en ciertos sectores de élite. El lazo fam iliar era aparentem ente clave, por ejem plo, para entrar a las fá­ bricas textiles de V itarte; y la conocida naturaleza oligárquica de la ---------------(2 9 )

Entrevista con Miguel Rostaing, 2 9 / 4 / 1 9 8 2 .

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sociedad peruana de la época significó que las posiciones de p o ­ der fueran controladas tam bién po r grupos de personas unidas por lazos familiares o de “ clan” . La estructura personalista del m ercado laboral relegaba a las “ familias negras” a sectores m argi­ nados hasta dentro de los oficios obreros, y más to d av ía de las p ro ­ fesiones que significarían un claro ascenso social. Al m om ento de presentarse para un puesto de trabajo, el obrero afro-peruano m uchas veces tuvo que enfrentar un rechazo categórico por la discrim inación racial. A unque esta discrim inación racial muy pocas veces se form alizó en una po lítica explícita de fá­ bricas o empresas determ inadas, sin em bargo, los testim onios ora­ les com prueban que a los afro-peruanos, en varias situaciones, se les negaba trabajo sim plem ente por el color de la piel y por las carac­ terísticas culturales que se les atribuían. Hasta en la construcción, sector en que, como ya hemos visto, los afro-peruanos habían tra ­ bajado tradicionalm ente, albañiles negros, com o Pedro M éndez, ofrecen evidencias de que existía la discrim inación racial: “ V enían, por ejem plo, cuatro m orenos a una obra. V enían tam bién cuatro cholos. E ntonces, ¿qué pasa? Agarran a los cholos y no a los m orenos. ¿Por qué? Porque el negro es li­ so, es m alcriado” (30). En un sentido, la im portancia de la ‘red de relaciones p er­ sonales’ ya señalada, no connota un m ecanism o m arcadam ente ra­ cista, aunque ten ía el resultado de m antener una estructura social de este tipo. Tom ando en cuenta solam ente ese m ecanism o, se p o ­ dría argum entar que, en relación a los negros, hubo un m om ento histórico racista —el de la esclavitud— que produjo una estructura profesional racista y que esa estructura se m antuvo por la n a tu ra ­ leza conservadora y estática de la sociedad. La estructura racista, que hemos visto existía para 1908, sería, según esta interpretación, nada más que la herencia de ese m om ento histórico anterior. Pero Lima de com ienzos del siglo XX —y hasta cierto p u n ­ to, durante la segunda m itad del siglo anterior— no era una socie­ dad estática, sino una sociedad que experim entaba cam bios dra­ máticos. La estructura m aterial de Lima en 1900 no epa la misma que la del siglo XVIII, cuando florecía un sistema económ ico que incluía la esclavitud. Como ya se ha señalado, la tem prana indus­ trialización significó que aparecieran nuevos sectores de obreros, nuevas tecnologías y nuevas relaciones sociales de trabajo. Para ex­ (3 0)

208

Entrevista con Pedro Méndez, 2 1 / 5 / 1 9 8 2 .

plicar la asfixiante estabilidad de los afro-peruanos en la fuerza laboral pese a estos cam bios, la discrim inación racial, com o la ha descrito Pedro M éndez, tuvo que ser bastante generalizada. No una discrim inación form alizada, ni absoluta, sino sutil y parcial, que dependía de la misma naturaleza personalista de la form a de reclu­ tar m ano de obra para el m ercado de trabajo. Si no fuera bastante generalizada en co n tra de los negros, no hubieran existido durante ta n to tiem po los obstáculos que im pedían que los negros asum ie­ sen las nuevas profesiones obreras, las que les ofrecían u n a vida m aterial m ejor, y hubiera sido cada vez m ayor su acceso a los es­ tratos profesionales más elevados. EL RACISMO IDEOLOGICO: CATEGORIAS RACIALES E IDENTIDAD NEGRA Todos los regím enes esclavistas que se conocen han desa­ rrollado una serie de ideas y prácticas culturales que tienen com o objetivo convertir al esclavo en cuasi-persona, o en una persona “ socialm ente m u erta” , según la frase de O rlando Patterson (31). En el Perú colonial, el esclavo africano, con sus lenguas, prácticas y creencias “prim itivas” , fue asociado con lo prim itivo, lo infiel, lo sensual, en fin, con una serie de características poco hum anas o civilizadas. Com o ya hem os señalado, el resultado paradójico de es­ to fue que el africano pareciera ser e] culpable de su propia co n d i­ ción de esclavo, según las perspectivas españolas. Es decir, el ne­ gro esclavo no m erecía o tra vida m ejor que la de la esclavitud, sien­ do una cuasi-persona que te n ía que ser tratada com o un anim al porque “ efectivam ente” casi lo era, y no po r culpa de la e stru c tu ­ ración de la justicia española. A com ienzos del siglo XX, existía un desprecio m uy sem e­ jan te hacia las prácticas culturales de los esclavos negros de épocas anteriores. En el mismo perío d o en que nacía en tre algunos de los intelectuales capitalinos y provincianos un profundo respeto p o r el indígena y su cultura, con expresiones y m ovim ientos concretos tales com o el indigenism o, esta sensibilidad cultural no parece haber alcanzado a la cultura negroide. Los com entarios del doc­ to r Carlos Wiesse, historiador e intelectual contem poráneo, sobre

(3 1 )

Orlando Patterson Slavery and Social Death op. cit.

209

la música de los esclavos negros, dem uestran un agudo etnocentrism o: “ Por lo general bailaba uno sólo. Otras veces lo hacían dos o cuatro personas cantando al mismo tiem po y c o n to ­ neándose ridicula y deshonestam ente. . . En lugar del agra­ dable tam boril de los indios usaban un tronco hueco ceñi­ do a los dos extrem os con un pellejo tosco. Este tam bor lo cargaba un negro tendido sobre su cabeza y otro iba por detrás con dos palitos en la m ano, en figura de zancos, gol­ peando el cuero con sus puntas, sin orden y sólo con el fin de hacer ruido ” (32). Si bien no nació entre los intelectuales un nuevo aprecio por lo negroide, sí se vivía o se habían transm itido ciertos senti­ m ientos colectivos de culpabilidad. Sin em bargo, estos sentim ien­ tos parecen haber estado ligados más a la esclavitud —institución ya superada m edio siglo antes— que a la condición actual del afro-peruano. Un cuento publicado en El Comercio en 1900 tra ta ­ ba de la venganza —aunque fuera solam ente una venganza m oral o verbal— del negro contra el blanco. En el cuento un diputado ne­ gro, un “ apóstol de la dem ocracia” , responde a un colega quien se “ había atrevido a llamarlo hijo de esclavos” . Sí, le responde el di­ putado negro, “ mis padres ten ían la som bra en la epiderm is, pero la luz en el alm a” (lo cual refleja la idea de que el color oscuro de la piel fue asociado con la inferioridad u oscuridad m oral que, en el m ejor de los casos, cu b ría un alma clara, leer = buena). El di­ putado negro acusa al o tr o : “ Olvida, po r ventura, que las m anos de su padre se m an­ charon con la m uerte de una esclava negra y bella que no quiso recoger el pañuelo de aquel sultán. . . . Ju ro por la m em oria de mis padres que yo, casi en la cuna, presencié la m uerte de esa esclava. . . era mi m adre!” (33). Así evocó un a u to r de la época la vergüenza que, se iba re­ conociendo, fue la esclavitud negra para la sociedad colonial. Pero el cuento, escrito de una m anera exageradam ente dram ática, no hace relación ninguna entre el pasado de la esclavitud y la situa­ ción actual del negro de aquella época. Además, el negro del cuen­ to era un diputado, lo que da la im presión de que el contem porá­ neo gozaba de cierta ascendencia social, una im presión que, como (3 2 ) (3 3 )

210

D octor Carlos W iesse, citado en El Comercio 1 /1 /1 9 0 0 . “El D iputado N egro” El C om ercio 4 /2 /1 9 0 0 .

hemos visto, era totalm en te m ítica. Es decir, el diputado negro realiza un ascenso social y una vindicación que, en realidad, no habían realizado los negros como grupo social a comienzos del si­ glo XX. Más vigente quizás que sentim ientos de culpa o m itos de ascendencia social era el tem or al hom bre negro, al ser no com ple­ tam ente hum ano ni civilizado, •sino un reflejo distorsionado de los blancos, que, sin em bargo, seguía viviendo dentro (aunque en los márgenes) de la sociedad y era una amenaza perm anente al orden social. Foucault argum enta que una sociedad se revela por quienes marginaliza y aísla, recurriendo a instituciones com o las cárceles y los m anicom ios para alejar a los que no respetan las norm as legales o la racionalidad “ norm al” (34). Es sugerente, desde esta perspecti­ va, anotar que los hom bres y mujeres negros sufrían una represen­ tación significativam ente m ayor que su peso real en la población de las escuelas correccionales lim eñas durante las prim eras décadas del siglo XX, siendo la diferencia todavía más m arcada en las cárce­ les de la capital (ver los cuadros 13 y 14). Es interesante observar la distinción, dado los criterios más amplios que se usaban para aislar a los m enores en las escuelas correccionales de lo que se solía usar para condenar a los criminales en las cárceles. Pese a la afirm ación de Millones de que “ hoy com o en el si­ glo XVI, se espera que el índice 'de crim inalidad de los barrios po­ pulares sea más alto entre los negros” (35), pareciera que ser pobre e indisciplinado (más que ser exactam ente criminales) era el “ deli­ t o ” de los afro-peruanos. Las 44 mujeres negras (19o/o del total) que se encontraban en la Escuela Correccional para Mujeres Meno­ res de Edad, en 1920, habían sido condenadas por haber com etido uno de los siguientes “ crím enes” : (1) (2) (3) (4) (5) (6) (7)

Practicar hurtos o robos. Com eter faltas de moralidad. Concurrir a casas de juego o prostitución. La embriaguez habitual. La vagancia. La m endicidad pública. La carencia de dom icilio.

(3 4 ) (3 5 )

F ou cau lt, Madness and Civilization. Luis M illones “ La G ente Negra en el Perú” citado en Rosa Valcárcel C. Universitarios y Prejuicio Etnico: Un E stu dio del Prejuicio ha­ cia el Negro en los Universitarios de Lima (Lim a: E S A N : 1 9 7 4 ).

211

Cuadro 13. Porcentaje de Penitenciados en el Panóptico de Lima, por Etnia (varios años)

Año

Blancos

Mestiz.

Indíg.

Negros

1900 1901 1902 1903 1904 1905 1906 1907 1908 1910 1912 1914 1916 1917 1918 1922 1924

8.0 5.7 5.7 4.4 4.4 7.7 5.8 10.7 7.8 9.5 7.1 8.0 8.8 10.9 12.6 14.1 13.3

29.5 25.7 25.7 30.5 32.1 33.7 43.5

53.0 60.0 60.0 56.5 54.3 49.8 44.0 82.9 87.3 82.2 83.7 73.0 48.7 48.2 50.3 57.8 25.1

4.0 3.5 3.5 4.1 4.8 4.5 4.7 4.1 2.7 5.4 6.2 6.3 3.4 2.4 2.7 1.1 2.0

9.7 36.3 36.0 32.8 26.1 58.8

Asiát. 5.0 5.1 5.1 4.4 4.4 4.2 1.9 2.4 2.2 2.9 3.0 2.9 2.9 2.4 1.6 1.1 0.8

Total 99.5 100.0 100.0 99.9 100.0 99.9 99.9 100.1 100.0 100.0 100.0 99.9 100.1 99.9 100.0 100.2 100.0

a Incluye a “ Negros” y “Zambos” Fuente: Memoria del Ministerio d e Justicia, Educación, Beneficencia y C u lto , 1 9 0 0 - 1 9 3 0 .

(8)

La insubordinación frecuente co n tra padres, guardadores o patrones (36). Las inquilinas de la Escuela Correccional h ab ían ofendido un orden público y privado, judicial y clasista; no es de sorprender que entre ellas había un núm ero desm esurado de afro-peruanas, marginadas y rechazadas po r la sociedad oficial. José Diez Canseco, en un cuento, se burla de los criterios amplios bajo los que se juzgaba la crim inalidad de tres negros lus­ trabotas en Lima: “ Como vagos, no lo eran. Pero eso de lustrar calzado no es sino una excusa para pasársela ociosos en los banquillos, tom ándose al jorobado o encendiendo piropos groseros a las señoras transeúntes:

(3 6 )

212

Memoria del M inisterio d e Justicia, C ulto, Instrucción y B en efi­ cencia, 1 9 2 0 .

Cuadro 14. Porcentaje de Internos en la Escuela Correccional de Varones por Etnia3, varios años

Año

Blancos

Mestiz.

1905 1906 1907 1908 1910 1912 1913 1916 1917

23.7 28.6 24.5 26.9 21.3 10.3 19.7 17.9 31.4

22.0 25.0 16.3 48.1 32.5 29.0 30.7 29.3 15.7

Promedio

21.6

29.2

Indíg.

Negros

Total

30.5 21.4 36.7 7.7 32.5 40.0 33.9 30.7 43.1

23.7 25.0 22.5 14.1 13.8 20.7 15.7 22.1 9.8

100.0 100.0 100.0 100.0 100.1 100.0 100.0 100.0 100.0

29.1

19.7

99.6

a Por falta de datos se ha prescindido de los asiáticos. Fuente: M em orias d e l Ministerio d e Justicia , Educación, Beneficencia y C u lto , 1900-1930.

— A mi m ujer, que está encinta, le dijeron una vez, ‘A hora no dirá usté que no ha hecho nada, señora. . — Qué atrevim iento! Los señores del despacho consideraron entonces que una tem porada de seis meses no les haría d a ñ o ” (37). La negación de la contribución de los negros a la cultura nacional, el m ito de que el negro contem poráneo gozaba de un im portante ascenso social, ju n to con la imagen del negro com o cri­ m inal o delincuente, todos éstos eran elem entos de una ideología racista de la sociedad lim eña a principios del siglo XX. Pero quizás los m ejores testigos del desprecio generalizado hacia los negros son los mismos individuos que lo sufrían. Tales com o E nrique A costa Salas, cuando dijo en el co n texto de una entrevista sobre el culto del Señor de los Milagros, que a los blancos “ no les gustaban los negros, querían que los negros fueran más esclavos” (38). O com o Ju an R am írez, cuando se refirió eufem ísticam ente a “ lo racial” :

(3 7 ) (3 8 )

José Diez C anseco o p . cit., p. 2 8 . Entrevista con Enrique A costa Salas, 1 5 /1 2 /1 9 8 1 .

213

“ A ntiguam ente siem pre había. . . lo racial. ¿Ve? Que siem ­ pre a la gente m orena le han querido siem pre tener aleja­ da. . . De inteligente había m ucha gente m orena más que los blancos. Pero por el color, muchas veces no le daban ese realce” (39). ¿Cuál era la percepción de sí que ten ían los negros en la época? Si bien el pasado com ún de la esclavitud casi no existía en la conciencia colectiva de los negros, tam bién era reducida la co n ­ ciencia negroide que giraba alrededor de su posición económ ica y su rol en el sistema de producción. En los casos de los sectores económ icos en donde sí existía cierta identificación negra, ya he­ mos afirm ado que la naturaleza objetiva de estos sectores —disper­ sos, atom izados, jerárquicos— im pedía que se desarrollara allí una conciencia ni étnica ni de clase m uy profunda o generalizada. La percepción que ten ían de sí los afro-peruanos de Lima a com ienzos del siglo XX giraba alrededor de instituciones culturales algunas religiosas (por ejem plo, el culto del Señor de los Milagros) y otras deportivas (com o, por ejem plo, el club de fútbol Alianza Lima). Pero antes de inten tar penetrar dentro de estos elem entos de la cultura popular negroide, vamos a exam inar más a fondo la imagen que te n ía el negro de sí com o individuo. Entre la población afro-peruana existía una auto-percep­ ción agudam ente am bivalente: po r un lado, “lo n egro” englobaba aspectos culturales m uy valorizados, m otivo de cierto prestigio u orgullo para la misma gente m orena. Pero, por o tro, parece haber persistido o penetrado cierto auto-desprecio, cierta identificación de los m iem bros de su raza con rasgos negativos. Hasta el mismo color negro llegó a ser visto com o intrínsecam ente “ odioso” . Las frases de Miguel Rostaing son ilustrativas: “ . . . aquí en Lima, el negro nunca ha querido ser negro. G ente ha buscado dejar su raza. ~V,A usted le parece bien eso? —Bueno, lo que a m í me parece es que el negro no ha que­ rido ser negro hasta la fecha. . . el mismo, pues, da a com ­ prender que el negro es odioso. Porque no quieren atrave­ sar su raza. Muy raro es el que quiere atravesarse con ne­ gro. —Pero, ¿por qué es el negro odioso? ¿Qué tiene de odioso?

(3 9 )

214

Entrevista con Juan y Hicardina Ramírez, 2 7 / 4 / 1 9 8 2 .

—Su color pues. Su color de negro” (40). Si bien fue difícil para el afro-peruano “ dejar su raza” , por lo m enos intentaba esconderla. En situaciones en donde se encon­ traba con personas de otras razas, ‘lo negro’ ten ía que quedar lo m enos visible posible. De ahí, afirmamos, la predom inancia de térm inos eufem ísticos —m ulato, zam bo, m oreno que se referían a la persona con antecedentes africanos, com o si la palabra “ ne­ gro” fuera de mal gusto. O bviam ente, esta confusión de térm inos tam bién reflejaba el alto nivel de mestizaje que había sufrido la po­ blación afro-peruana a través de su historia en el Perú. Sin em bar­ go, la existencia de estos térm inos —y otros más— reflejaba tam bién la necesidad de referirse indirectam ente a cuestiones de “ raza’, de llamarle ‘negro’ al negro sin decirlo así. Paradójica y trágicam en­ te, el negro debería enfrentarse a la sociedad com o un ser invisible, lo que expresaba claram ente una trem enda represión cultural co­ lectiva. El juego lingüístico con el objetivo preconsciente de mimetizar al negro (si no hacerlo invisible) pareciera haber existido tam ­ bién en otras ciudades latinoam ericanas. En Buenos Aires en el si­ glo XIX, existían térm inos para denom inar a las personas con la piel oscura que no especificaban que fueran negros o de otras e t­ nias; es decir, térm inos que ten ían connotaciones de color pero no de etnia (41). Tal separación lingüística entre color y etnia ayu­ daba al afro-argentino a escaparse de la categoría étnica de “ ne­ gro ” . La misma ha sido la función de algunos térm inos —‘•trigue­ ñ o ” es un buen ejem plo— en el Perú. El individuo con anteceden­ tes mezclados, pero con una m edida de “ sangre” africana, podía haber sido llam ado trigueño, un térm ino que reconoce el color os­ curo de la piel sin fijar la raza del individuo. La o tra cara de la m oneda de esta represión de “ lo negro” fue el énfasis desm esurado que se atribuía a los afro-peruanos en algunas capacidades casi m íticas, a raíz de su destacada participa­ ción en algunas actividades, tales com o el deporte, la música y el baile. Si bien el éxito en dichos campos perm itía al afro-peruano recuperar cierta estim ación de sí com o grupo, para la sociedad en general co n trib u ía a perpetuar imágenes caricaturizadas y dis­ torsionadas del negro. De la imagen del negro de buen físico, sen­ sual, y corporal, había apenas un paso para luego tom ar el estereo(4 0 ) (4 1 )

Entrevista con Miguel R ostaing, 2 9 /4 /1 9 8 2 . George Reid A ndrew s, op. cit.

215

tipo a la del negro prim itivo y sem i-hum ano —de nuevo “ socialmen­ te m u erto ” ; estereotipo que p ertenecía a un substrato de la m enta­ lidad dom inante de raíces m uy antiguas. Es interesante anotar que, aunque el afro-peruano debería hacerse invisible, habían situaciones, sobre to d o de conflicto, en que la identidad étnica se hacía m anifiesta. Ju stam en te durante es­ te período, el fútbol llegó a representar un cam po en donde se per­ m itía que el conflicto racial se m anifestase, una especie de rito en que se representaba, sim bólicam ente, el conflicto subterráneo que se daba entre el negro y el blanco. Com o verem os después con m a­ yor detalle, el fútbol —y sobre to d o el Alianza Lima— no sólo p ro ­ dujo sentim ientos de orgullo para los afro-peruanos de Lima, sino que les ofreció oportunidades para criticar a los “ blanquiñosos” , a los ricos y sus costum bres. Un ejem plo es la siguiente explicación de los herm anos Juan y R icardina R am írez sobre la superioridad de los negros en el fútbol. Según ellos, se d e b ía a su costum bre de -c o m e r bien: “ (Ricardina): Es que la piel de los negros vale más en el fútbol. —¿Por qué piensa usted así? —Porque son m ejor m antenidos. Por ejem plo, la gente que tiene plata no come bien, no come nada. Pican a un picadito pequeñito, m ientras uno come su buen plato de sanco­ chado, de frejoles, quinua, y están bien com idos, tienen su café con su leche, m ientras ellos to m an su tasita así de ca­ fé. No para engordar. Qué se va a enferm ar. Y qué rico juega la pelota. Juegan tenis, esas cosas. —¿El fútbol ha sido bien popular entonces? —(Juan): Ah sí. G ente, por ejem plo, gente blanca, que ha jugado por la “ U ” , que ha sido b u e n a ... han sido de p ro ­ vincias, pero no han sido ricos. —(Ricardina): Son gente que han tenido que com er de olla” (42). Así como en el fútbol, tam bién en la vida cotidiana de los afro-peruanos, ocurrían de vez en cuando situaciones en donde inevitablem ente se le “ subía la raza” . En u n a entrevista con Elena Tenaud, en que contaba sus experiencias cuando era niña de diez

(42)

216

Entrevista con Juan y Ricardina Ramírez, 2 7 / 4 / 1 9 8 2 .

años en el colegio, destacaba un incidente con otras chicas de su clase: “ Yo te n ía trenzas largas. Y la chica que se sentaba detrás de m í me las jalaba, y se burlaba de mi pelo crespo, y hasta una vez me las m anchó con tin ta. Allí se me subió la raza. E staba con una rabia, y me subió la raza” (43). Es significativo que el conflicto racial que aquí se describe ocurrió entre chicas jóvenes, en pleno proceso de socialización. E ntre adultos, m enos francos, o currían m enos situaciones abierta­ m ente conflictivas; es decir que por m edio del mism o proceso de socialización el individuo aprendió a evadir tales situaciones con­ flictivas. En su balance, entonces, para la persona afro-peruana —por lo m enos en su relación con la sociedad exterior— el significado de ser negro era negativo, algo que m erecía esconderse; las personas que hem os entrevistado lo asociaban con características tales co­ m o el de ser “ liso” , “ m alcriado” , “ odio so ” y hasta crim inal o delin­ cuente. Un ejem plo prístin o de esta actitud era el deseo de p ro d u ­ cir hijos que fueran lo m enos negro posible, de “ m ejorar la raza” y no “ retrocedería” . Con este fin se procuraba no ten er descenden­ cia con una persona de piel oscura. El rechazo de lo negro en este caso nos parece m uy profundo: no solam ente se buscaba m ejorar la condición social de los hijos, sino de negar sus propios antece­ dentes africanos: en la m edida en que los padres eran reflejados en los hijos, tenerlos relativam ente claros significaba que, en cierto m odo, los mism os padres se hacían más claros. Esta actitu d tuvo un im pacto real: com o ya hem os señalado, los negros se casaban en una m edida m ayor que cualquier o tro grupo con m iem bros de las otras etnias, aunque la existencia del prejuicio racial p ro ­ ducía que los negros se casaran poco con los blancos. Este deseo de “ m ejorar la raza” representaba una pro fu n d a • negación de sí p o r parte de los negros. Miguel Rostaing, un ídolo negro de Alianza Lima, expresa tal auto-negación en las siguientes frases: “ —El negro no quiere ser negro. El negro siem pre busca la m ujer más clara. ¿Por qué? Porque ellos mismos se han criado así pues, de esa rivalidad de negro y blanco. Quiere m ejorar su raza.

(43)

Entrevista con Elena Tenaud 1 8 / 3 / 1 9 8 2 .

217

—¿Y m ejorar la raza significa ser más claro, entonces? —N atural, pues. Por eso busca una más clara” (44).

(44)

Entrevista con Miguel Rostaing, 2 9 / 4 / 1 9 8 2 .

TERCERA PARTE: LA CULTURA NEGROIDE, 1900 - 1930

Hasta ahora hem os buscado la imagen y la auto-imagen del afro-peruano en las referencias de individuos que expresan una ideología am bivalente acerca del negro en el Perú. Se trataba, pues, de una ideología con una corriente dom inante de desprecio, te ­ m or, desconfianza y auto-negación, y o tra “ contra-ideología” al­ go subversiva y conflictiva, que valorizaba ciertas características negroides. Pero para rescatar esta imagen compleja y ambigua del significado de ser negro en el Perú, se requiere una m etodología supra-individualista; se necesita com prender lo negroide com o ex­ presión de una colectividad. Esta historia colectiva que nos p ropo­ nemos reconstruir aquí, enfatiza sobre todo en dos instituciones negroides centrales: el culto religioso al Señor de los Milagros y el club de fútbol Alianza Lima. Ambas dos eran expresiones que surgieron o adquirieron un nuevo im pulso con el siglo. Pero los cambios que sufrieron antes del año 1930 tuvieron el efecto, en térm inos m uy genera­ les, de dism inuir su au to n o m ía com o fenóm enos negroides y po­ pulares, forzándolos a asimilarse más a la cultura nacional, oficial, hom ogénea. A fines del siglo pasado, en el caso del culto al Señor de los Milagros, y en la década de 1920, en el caso del club de fú t­ bol Alianza Lima, las dos instituciones representaban expresio­ nes culturales bastante espontáneas de la población afro-peruana de Lima, siendo sus mismos participantes y dirigentes, personas negras. El costo que conllevó su asimilación a la cultura nacional fue la erosión ta n to de los vínculos con la población negra com o del control que ejercían los afro-peruanos sobre las dos institucio­ nes. :En la m edida en que representaban sím bolos centrales —y básicam ente positivos— de la conciencia colectiva de los negros, hay que preguntarse si se iba erosionando tam bién la conciencia de grupo de los negros. ¿Esta conciencia étnica fue desplazada por otra más am pliam ente horizontal y clasista? O, al contrario, ¿es 219

que la historia que aquí contam os es la de la paulatina estrangula­ ción de una corriente legítim a de la cultura popular lim eña? Al plantearnos esta pregunta, rom pem os con una tradición reciente en las ciencias sociales peruanas, que asume que la forja de una cul­ tura “ nacional” siem pre representa un avance de las fuerzas p o p u ­ lares del país. Sin embargo, verem os que, especialm ente en el caso del cul­ to al Señor de los Milagros, los procesos de asim ilación y heterogenización —o “ desnegrización” — no llegaron a realizarse sin reac­ ciones por parte de los negros, generándose una dialéctica conflic­ tiva entre las varias fuerzas sociales operantes. Como reacción a las presiones de las clases dom inantes, el Estado y la Iglesia, siempre surgía una resistencia po r parte de los negros participantes, frente a la intervención desde arriba y desde afuera.

EL CULTO DEL SEÑOR DE LOS M ILAGROS El período que em pezó con la últim a década del siglo pasa­ do y que term inó con el final del O ncenio de Leguía (1919-1930), constituyó un m om ento de cam bios profundos en el culto del Se­ ñor de los Milagros. Los cambios fueron tres: prim ero, la com posi­ ción racial del culto, visible, sobre to do, en su procesión anual. De ser casi totalm ente com puesto po r afro-peruanos a com ienzos del siglo, el culto se fue generalizando d en tro de las clases popula­ res, hasta encontrarse com o devotos a representantes de todas las “ razas populares” . Segundo, sobre to d o durante la década de 1920 entraron al culto m iem bros de las clases m edias y altas, predom i­ nantem ente blancos. Tercero, en esta misma época, el Estado, y hasta cierto punto la Iglesia, se relacionaron con el culto de una m anera nunca antes vista, intentando canalizar la popularidad del culto hacia sí. LA G E N E R A L IZ A C IO N POPULAR D E L CULTO. Es d ifí­ cil precisar con m ucha exactitud en qué años se generalizó el culto entre las clases populares, es decir, cuándo se em pezó a ver a perso­ nas no-negras, pero de extracción popular en él. Siguiendo los tes­ tim onios de devotos de la época, este cam bio parece haber ocurri­ do entre la últim a década del siglo pasado y la prim era del presen­ te. Según un cargador de com ienzos de siglo, en el año 1908, cuando él em pezó a asistir a la procesión, los devotos seguían sien­ do casi todos afro-peruanos. O tro testigo com enta que “ antes 220

era más gente m orena la Procesión: el año 1905, 1906 casi puro m orena. . .” (45). Pero la visión que ofrecen algunas fotografías de la época es que, durante los prim eros 5 años del presente siglo, la p ro ce­ sión anual (si no el mismo culto) ya h a b ía adquirido cierta h e te ro ­ geneidad racial. La baja calidad de la m ayoría de las fotografías, ju n to con la escasez de fotografías de la procesión en los prim eros años del siglo, son factores que lim itan la utilidad de esta fuente. Sin em bargo, el siguiente cuadro dem uestra los núm eros relativos de individuos negros y no negros en am pliaciones de 3 fotografías de la época: Cuadro 15. La Composición Racial en Fotografías sobre la Procesión del Señor de los Milagros Año

A No. de Negros

B No. de No-Negros

Relación A/B

1906 1923 1925

32 43 19

21 43 14

1.5/1 1.0/1 1.4/1

F uente: A ctu alidades, 1 9 0 6 ; M undial,1 9 2 3 ; Mundial, 1 9 2 5 .

A unque estas fotografías reflejan cierta heterogenización racial del culto, vale reflexionar sobre la alta concentración de afro-peruanos que tod av ía se m antenía en esos años. Hem os visto en los patrones de vivienda que en 1908 en ningún d istrito de la ciudad h ab ía u n a concentración de afro-peruanos que alcanzara el 8 ° /o (véase el cuadro 7 ). El 1 6 °/o de los albañiles negros de Lima en el mismo año nos pareció una concentración relativa­ m ente alta d en tro de un sector ocupacional; sin em bargo, esto im ­ plicaría una concentración todavía relativam ente ligera de afropéruanos en las obras de construcción de la ciudad. Se p o d ría imaginar, basándonos en estos datos, que ninguna de las esferas de la vida cultural de Lima a com ienzos del siglo XX te n d ría que ser realm ente dom inada po r afro-peruanos. Nos parece, por lo tanto, verdaderam ente asom broso que en esta esfera cultural del

(4 5 )

Entrevista con d ev o to s an ón im os del Señor de lo s M ilagros, 1 8 /1 0 / 1981.

221

culto al Señor de los Milagros probablem ente se encontraran con­ centraciones de afro-peruanos de cerca del 8 0 ° /o a fines del siglo XIX, y del 6 0 ° /o en térm inos más vagos, pero no menos im por­ tantes, según la fotografía del año 1906. En la expresión ya cita­ da de un observador de 1905-6, era “ casi pura m orena” (46). Es decir, una etnia transparente o invisible, un grupo étnico casi siem ­ pre im plícito, se hacía visible, explícito, en este culto popular. El cam bio en la com posición racial del culto (excluyendo por ahora a los blancos) se explica en parte por los cambios en la com posición racial de las clases populares limeñas ocurridos d u ­ rante el siglo XIX. Los afro-peruanos, com o el com ponente m a­ y o r de la población popular limeña, fueron desplazados en este siglo por una masa m ucho más heterogénea en su com posición racial. El culto del Señor de los Milagros originalm ente se for­ mó entre los negros lim eños en parte porque, com o grupo pobre y m arginado, les ofrecía cierta esperanza y am paro espiritual. Al llegar la época que aquí nos interesa, la com posición racial de los grupos pobres y m arginados de Lima se había heterogenizado: más del 9 0 °/o de la masa popular ya estaba co n stitu id a por m esti­ zos, indígenas y asiáticos y, se supone, algunos blancos. Estos otros grupos raciales o étnicos trajeron a Lima elem entos cultura­ les propios y crearon nuevas instituciones forjando una nueva cultura popular lim eña; pero tam bién adoptaron una institución popular ya existente: el culto del Señor de los Milagros. Se tra ta de un flujo m ulti-étnico que se distinguiría claram ente de la capta­ ción m ulti-clasista, la que se daría algunos años después, con la en­ trada al culto de las clases medias y altas, el Estado y la Iglesia oficial. LA H E T E R O G E N 1Z.ACION SOC IAL DEL CULTO. Las fuentes escritas nos ofrecen inform ación lim itada para precisar exacta­ m ente en qué años em pezaron a entrar en el culto m iem bros de las clases medias y altas, racialm ente blancos, aunque avalan el hecho de que tal cam bio sí ocurrió. El costum brista Eudocio Carrera Vergara escribe, por ejem plo, solam ente que “ año tras años y poco a poco, el culto del Nazareno de Pachacam illa fue creciendo más y más hasta que principió a verse en las procesiones elem entos socia­ les de categoría confundidos con el pueblo soberano, dentro de un

(4 6 )

222

Entrevista con devoto anónim o 1 8 / 1 0 / 1 9 8 1 .

am biente asaz dem ocrático. . (47). O, igualm ente impreciso en el sentido tem poral (aunque sí bastante prístino en su tono racis­ ta): “ Los círculos aristocráticos y pudientes, predom inando con el transcurso del tiem po sobre los humildes negros. . . han ido poco a poco im prim iéndole a su fiesta anual es­ plendor y m agnificencia tales, que ya no son únicam en­ te sus prim itivos devotos; los que acom páñanlo en su recorrido profesional, sino la población e n te r a ... (48). La aparición de artículos periodísticos sobre el culto d u ­ rante la segunda década del siglo XX docum enta la entrada de las clases medias y altas en él. A nteriorm ente, los periódicos ten ían m uy pocas noticias sobre la procesión o el culto. Cuando com ien­ zan a aparecer, estos artículos negaban el origen y la naturaleza afro-peruana del culto, fom entando el m ito de que la procesión siem pre h ab ía atraíd o a limeños de todas las clases sociales. La en­ trada de la “ gente decente” fue acom pañada por el esfuerzo de absorber el culto dentro de la historia cultural dom inantes. Escuchem os el reportaje de El Comercio de 1920: “ Ayer celebró la Iglesia la tradicional advocación del popularísim o Señor de los Milagros, la vieja festividad de nuestros abuelos. . .” (49). Salvo que el a u to r fuera de antecedentes afro-peruanos, es poco probable que sus abuelos hubieran participado en la procesión; e igual de im probable era la participación de la m ayor parte de los abuelos del público lector de El Comercio. Tenem os aquí un buen ejem plo del in ten to p o r parte de la sociedad dom inante de “ desnegrizar” el culto a nivel ideológico. La frase “ todas las clases sociales” y otras semejantes, m u­ chas veces repetidas en los artículos periodísticos referidos a la participación en la procesión, tam poco nos ayudan m ucho a preci­ sar la cronología exacta de los cambios que aq u í nos interesan. Pa­ rece que se utilizaban estas frases tan to para denom inar eufem ísticam ente la presencia de una agrupación enorm e de grupos popula­ res, com o para describir la cada vez más im portante mezcla de las clases sociales en la procesión.

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Carrera Vergara op. cit. p. 250. Carrera Vergara op. cit. p. 245. El Comercio de Lima, 18/10/1920. 223

Se puede in terpretar la misma aparición de estos a rtíc u ­ los, durante la segunda década del siglo, com o un indicador de que entre la clientela de los periódicos y revistas com o El Comercio y Mundial —m iem bros de las clases m edias y altas— h a b ía surgido un nuevo interés en el tem a, un interés que reflejaba la nueva partici­ pación de m iem bros de ellos en la festividad. Verem os después que ya para la tercera década del siglo, personas de las clases m e­ dias y altas blancas o m estizos, no sólo habían entrado sino que jugaban un papel m uy im portante d en tro del culto. ¿Cuáles fueron los m otivos po r los cuales los representan­ tes de las clases medias y altas em pezaron a participar en el culto? En la m edida en que el crecim iento de la clase m edia lim eña era una característica im portante de las prim eras décadas del siglo XX, este cam bio tam bién reflejaba transform aciones demográficas y so­ ciales de la sociedad en general. O bviam ente las necesidades psico­ lógicas y espirituales que satisfacía el culto no se restringían exclu­ sivamente a los pobres. No debe de sorprendernos que los m iem ­ bros de la creciente clase m edia,y hasta de las clases dirigentes más tradicionales, tam bién hubieran buscado m ilagros que les trajeran buena salud, éxito en el trabajo y en los negocios, etc. Pero exis­ tía n otros motivos, además, que em pujaban a m iem bros de las cla­ ses medias y altas a participar en la procesión: el deseo, de hecho paternalista, de ayudar a lqs negros pobres a conservar el culto, ya que para ellos era una costum bre antigua, p roducto de un criollis­ mo rom antizado, a la vez que un elem ento —de nuevo para ellos— de un catolicism o sentim ental lim eño. Se tra tab a de “ el últim o ves­ tigio de la Lima de an tañ o ” que, por “ m antener bullente nuestro acerbo católico” , m erecía conservarse (parecían haberse olvidado de la larga historia de represión del culto po r sus supuestas here­ jías) (50). D istinta fue la perspectiva de los devotos afro-peruanos, para quienes el culto no representaba un vestigio del pasado sino la vigencia de una serie de creencias profundam ente sentidas. Pa­ rece irónico, finalm ente, qüe este deseo de “ conservar” el culto surgiera justo en el m om ento en que iba adquiriendo una populari­ dad nunca antes vista. Posiblem ente, a un nivel pre-consciente, el “ m antener” y “ conservar” el culto significaba para las clases m e­ dias y dom inantes “ salvarlo” del control exclusivo de las masas populares.

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“Sugerencias de la Procesión de losM ilagros” M und¡a/ no. 1 7 9 ,1 9 /1 0 / 1923.

Los representantes de los am plios sectores populares en­ traron al culto en form a de devotos; no llegaron, al principio, a penetrar la herm andad de los cargadores, ni a ser zahum edoras, cantoras, etc. Su entrada representó tan sólo u n a heterogenización racial del culto a nivel del público devoto. En cam bio, los m iem bros de las clases medias y altas —los blancos, para usar el térm ino que suelen usar los devotos afro-peruanos— realm ente sí llegaron a transform arlo. Com o ya hem os señalado, se tra ta b a de m inim izar el rol de los afro-peruanos com o fundadores del culto, de su “ desnegrización” , de tal form a que pareciera más propio de la tradición lim eña, nostálgicam ente señorial. La prensa que representaba a estos grupos altos fue, en es­ te sentido, su portavoz. C uestionaba hasta el rol de los negros en el origen del culto, tal com o decía un artículo que salió en la revis­ ta M undial en el año 1925: “ La imagen del Señor fue pintada por un negro de aquella cofradía, lo que en verdad no deja de llam ar la atención, p o r m ucho que nos fijemos en que cabe en cualquiera la afición al arte de Apeles y de Rafael. Agregando a la cir­ cunstancia de ser UN NEGRO. . .el a u to r de ta n m agnífica pintura, ( . . . ) tendrem os perfectam ente explicada, ‘la apa­ rición’, es decir, el ta n to p o r ciento que ganan estas cosas en el correr de los siglos y en la imaginación más o m enos fecunda de las clases populares” (51). O, en los térm inos más suscintos de Enrique Acosta Salas, viejo devoto negro del culto, “ . . . después ya entraron una sociedad de gente blanca (e) hicieron una sociedad para ser herm anos del Señor de los Milagros y decían que quien h ab ía pintado al Señor de los Milagros era un blanco, uno de sociedad, blanco. . ’a(52). La “ desnegrización” del culto y su re-orientación hacia una cultura más propia de las clases dirigentes no se lim itaba a la re-in­ terpretación de los orígenes del culto. Para la tercera década del si­ glo esta nueva orientación tam bién se m anifestó en el gran esfuer­ zo que se hizo para construir nuevas andas para la celebración del C entenario de la Independencia. En el año 1921, el entonces ma-

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“ El Señor d e los Milagros y el M onasterio de las N azarenas” Mundial n o . 2 7 9 , 1 6 /1 0 /1 9 2 5 . Entrevista con Enrique A costa Salas. 1 5 /1 2 /1 9 8 1 .

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yordom o de la H erm andad, Aurelio Koechlin, una persona aparen­ tem ente de la clase alta o m edia y de antecedentes europeos, orga­ nizó este esfuerzo. Y aunque las nuevas andas —costosas y elegan­ tes— no se habían term inado hasta el siguiente año, su producción sim bolizó la re-interpretación del culto en térm inos de la cultura nacional, paralela a la re-interpretación del significado religioso del culto en térm inos del catolicism o tradicional. La form alización y jerarquización del culto que ocurrió después de la penetración de los “ blancos” , a pesar de los argu­ m entos de algunos autores (53), parece haber reem plazado una organización m ucho más espontánea e igualitaria. De ahí la des­ cripción de un viejo cargador de la organización del culto antes del ingreso de las clases dirigentes: “ —(A ntes) to d a era gente del pueblo no más. —¿Y ahora ha cam biado eso? —Sí, ha cam biado to d o , ahora ya tenem os Presidente, Vice-Presidente, cuadrilla form ada po r estaturas. —¿Allí no h ab ía cuadrilla form adas tam poco? —Nada, nada de eso. —¿Y cóm o se organizaban entonces para cargar el anda? —Cargaba uno hasta donde podía, y después ya seguía. . .” (54). Esta organización más o m enos espontánea fue reem plaza­ da po r una estructura form alizada y jerarquizada en una form a im presionante: “ Esta asociación se halla regida por un M ayordom o y por un D irector eclesiástico, nom brado por el Ordinario. Com ­ prende tres clases de Hermanos: los Cargadores, los M istu­ reros y los Devotos. Los prim eros dos son los más num ero-

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D enys Cuche ha afirm ado que “ Para lo sn e g r o sla s herm andades co n s­ titu ían . . . una oportunidad de m ovilidad vertical de re-em p la zo : no pudiendo esperar nada de la sociedad, ni siquiera ser sacerdotes. . . ellos daban mucha im portancia a la jerarquía de lo s cargos en las her­ m andades, que les procuraban ciertas p o sicio n es de prestigio. Se en ­ tiende pues que los negros con ya pocas chances de ascensión social, no podían estar felices de ver a los blancos introducirse en su her­ mandad y amenazar de quitarles sus cargos de p restigio” , o p . cit. p. 1 67. Entrevista co n d evoto an ón im o 1 8 /1 0 /1 9 8 1 .

sos y obedecen al Capataz General, al Sub-Capataz, al Mar­ tiliero, y a los Jefes de Cuadrilla. Estos tienen debajo de sí a doce herm anos y son los encargados de conducir las andas en el sector que se les señala y de ellos y de los de­ más se ha de llevar un libro especial. Les siguen los M isture­ ros, que tienen a su cargo, velar por el buen orden de la procesión, cuidar de las andas y m irar por su seguridad una vez que sale fuera de su tem plo. . . Agrupados en núm ero de 30 tienen com o los cargadores sus Jefes de Cuadrilla que los convocan y les im parten las órdenes del M ayordo­ m o” ^ ) . Esta form alización y jerarquización del culto era solam ente otro indicador de cuánto se había alejado de sus orígenes com o un culto negroide, en m uchos sentidos espontáneo, transform ándose para la década de 1920 en una organización altam ente verticalizada y controlada por un grupo de dirigentes que no eran ni de ex­ tracción negra, ni popular (56). ¿Es que se percibe, quizás, la m a­ nía de algunos m iem bros de las jerarquías sociales, políticas y reli­ giosas por im poner cierto “ o rd en ” a lo que pare ellos era una m ul­ titud popular caótica y por lo tan to alarm ante? ¿Cuál fue la reacción de los negros devotos del culto a es­ ta aparente incursión blanca? La respuesta es, aparentem ente, de una profunda ambivalencia. Por un lado, la paulatina generaliza­ ción del culto, su aceptación entre amplios sectores sociales y é t­ nicos, provocó cierto orgullo para algunos devotos. Frente al des­ precio casi absoluto que sufría el negro y su cultura, el hecho de que un elem ento de esta misma cultura fuera no solam ente acepta­ do sino adm irado y adoptado por los grupos de élite de la ciudad, parece haber generado bastantes sentim ientos de orgullo en algu­ nos negros. Paralelam ente, m uchos devotos hoy expresan cierto orgullo de que el culto haya atraído a devotos o curiosos a niveles nacionales e internacionales.

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Vargas Ugarte op. cit. p. 1 2 9 . Vale añadir q u e, adem ás de entrar a la Hermandad de Cargadores en p osicion es de prestigio, algunos m iem bros de las clases altas y m e­ dias form aron a sociacion es paralelas pero exclusivas, identificadas con el Señor de lo s Milagros, pero com pletam ente aparte de las ins­ titu cion es populares ya existen tes. Un ejem plo fue el “ C om ité de D a­ mas de N uestro Señor de los M ilagros” , que existía en 1 9 2 2 , dirigi­ da por mujeres con pretensiones aristocráticas y sin vinculación nin­ guna con las otras organizaciones del culto.

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Sin embargo, com o ya hem os señalado, la asimilación signi­ ficó el eclipse de los negros en sus posiciones de liderazgo dentro del culto, y la erosión de la au to n o m ía del culto com o institución negroide y popular. Antes, po r ejem plo, el local de una cuadrilla del culto habría de funcionar com o un club en el que los m iem ­ bros eran de la misma condición social y tradición cultural, disfru­ tando de cierto aislam iento respecto de los elem entos dom inantes en la sociedad. Pero después ese local se encuadró más o m enos bien con el esquem a de una sociedad que en m últiples situaciones im ponía relaciones verticales, lim itando así las actividades de las clases populares. Algunos negros de la época tam bién se dieron cuenta de estos costos. Sobran ejem plos del resentim iento que generó la in­ cursión blanca entre los negros, percibibles en la prensa dom inan­ te y en la literatura costum brista: “ En efecto, al lado de mujeres guapas y elegantes vénse tam bién hoy hom bres de fuste y campanilas, acom pañan­ do al Señor . . . sin que falten, claro está, las m urm uracio­ nes rabiosas y de entre dientes de los cofrades que no aca­ ban todavía de tragarse la introm isión de los blancos en cosas que ellos creen de su exclusiva propiedad” (57). Este mismo autor, habiéndose referido anteriorm ente al “ am biente asaz dem ocrático” de la procesión, en unas pocas fra­ ses irónicas nos ofrece una imagen del descarado conflicto racial: “ Pobrecita la que, po r bonita que fuese, hubiérasele ocu­ rrido asistir llevando puesto uno de esos pastelillos. . . y si era blanca, la cosa agravábase, porque la fam ilia negreiros, capaz era de com érsela a bocaditos. ¡Tam bién pobre del defensor que surgiera p o r allí!, de fijo quedaba conver­ tido en otro crucificado auténtico con la pateadura que caíale hasta verlo clavado o sin sentido. Algo parecido, aunque no ta n grave, ocurríaseles a las pocas blanquitas que por entonces asistían luciendo el hábito de la Her­ m andad, porque los mismos negros devorábanlas con las miradas maliciosas y perversas” (58). Las siguientes frases de Enrique A costa Salas, algunas de las cuales ya hemos citado, dem uestran de nuevo, pero desde la perspectiva de los negros, el conflicto racial que conllevó el ingreso

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Carrera Vergara o p . cit. p. 2 5 0 . Carrera Vergara op. cit. p. 2 4 7 .

de los blancos al culto. Lo interesante es que, según él,eran los negros que, po r su m ayor y más auténtica fe, al final seim ponían en ese conflicto: “ (La) gente blanca hicieron una sociedad para ser herm a­ nos del Señor de los Milagros, y decían que quien había pintado al Señor de los Milagros era un blanco, uno de so­ ciedad, blanco, y la m ayoría h ab ía veteranas que ten ían ciento y tan to s años que acom pañaban al Señor y ten ían llagas aquí en el hom bro y ellos contaban que era falso lo que dicen porque yo con mis ojos lo he visto al negro ese que pintó al Señor, ¿cóm o pueden decir que un blanco lo ha hecho?, porque ellos no les gustaban los negros, querían que los negros fueran más esclavos y por la fe que ellos lle­ vaban siem pre llegaron a levantarse y a ser dueños del Se­ ñor. . .” (59). Si bien los blancos no lograron “ adueñarse” del Señor, c o ­ mo tem ían devotos afro-peruanos com o A costa Salas, sí lo hicie­ ron hasta cierto p u n to con el culto, transform ándolo, de ser una institución autónom a de la cultura negroide, a ser una expresión relativam ente anónim a de una vaga cultura “ nacional” . A unque estos cam bios no lograron hacer sentir al negro su total desplaza­ m iento, su posición en el ‘corazón’ del culto —com o cargadores, cantoras, m istureros, etc. —era cada vez más sim bólica frente a la verdadera conquista de las posiciones de poder dentro del culto por los blancos. EL CULTO, EL E STA D O Y LA IG LESIA. El 29 de o c tu ­ bre de 1921, Augusto B. Leguía asistió a la procesión del Señor de los Milagros, siguiéndola desde el balcón del Palacio de G obier­ no. Casi un año después, el 15 de octubre de 1922, el Presidente de la R epública asistió a la bendición de las nuevas andas, que (co­ mo ya hem os señalado) se habían construido en h o n o r del C ente­ nario de la Independencia. El siguiente relato de aquella cerem o­ nia es ilustrativo del rol que habían asum ido los representantes del Estado en el culto: “ La cerem onia revistió, no sólo excepcional solem nidad, sino tam bién los caracteres de una suntuosa fiesta religiosasocial. Asistieron los m inistros de E stado, el Excm o. Sr. Nuncio M onseñor Petrello, senadores y diputados, genera­

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Entrevista con Enrique Acosta Salas, 1 5 / 1 2 / 1 9 8 1 .

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les del Ejército, el Cabildo M etropolitano, com unidades religiosas, concejales de la ciudad y las misiones de más de cuarenta sociedades, con sus respectivos estandartes. . . el Jefe de la Nación habló al pueblo elocuentem ente, con la facilidad de palabra que le es peculiar, declarando, entre otras cosas, que causaron piadoso frenesí, que era “ insen­ sato, pretender destruir las verdades inconm ovibles en que descansa la D octrina de C risto” . D istribuyéronse en segui­ da, medallas de oro y plata conm em orativas de la cerem o­ nia: las cam panas de la histórica iglesia echáronse a vuelo, y los invitados pasaron al locutorio en donde te n ía prepa­ rado un espléndido bar, tributándose en to d o el proyecto al Presidente de la R epública ruidosas dem ostraciones de sim patía” (60). En poco más de 20 años, un culto religioso negroide, casi desconocido por la sociedad en general, había llegado a ser p a tro ­ cinado por todos los grupos de poder, sean ellos grupos p o líti­ cos, religiosos, policiales o representantes del orden oligárquico. Es más, el acontecim iento aquí descrito dem uestra la actitud po­ pulista del Estado respecto del culto: la identificación retórica del régimen con el pueblo y con sus sentim ientos religiosos, la distri­ bución de sím bolos político-religiosos, etc. Pero los esfuerzos p o ­ líticos de Leguía se efectuaron a dos niveles. El presidente in te n ta ­ ba en la cerem onia ganar la sim patía no sólo del ‘pueblo’, sino tam bién de m iem bros de grupos sociales y órganos poderosos —la Iglesia, la policía m etropolitana (im portante base de poder para Leguía), el ejército, etc. Es decir, el culto del Señor de los Mila­ gros ofreció un espacio cultural po r el que Leguía intentó conso­ lidar su control sobre un conjunto amplio de fuerzas sociales. El resquebrajam iento de la hegem onía p o lítica de la antigua oli­ garquía, que había liderado la República A ristocrática (1899­ 1919), creó cierta inestabilidad po lítica en el país. Dado este con­ te x to po lítico , Leguía te n ía que efectuar un nuevo balance de p o ­ der entre los antiguos grupos oligárquicos, y otros tradicionales ó r­ ganos de poder (la Iglesia, el ejército, la policía) y tam bién las cla­ ses populares, que jugaban un papel cada vez más significativo en la esfera política. De ahí su esfuerzo de com placer a algunos sec­ tores oligárquicos, conservadores y religiosos consagrando el país al C orazón de Jesús (aunque la protesta popular, en m ayo de 1923,

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“El Señor de los Milagros y el M onasterio de las N azarenas” Mundial o p . cit.

a este esfuerzo, dem uestra que Leguía tenía, en efecto, poco espa­ cio político en que negociar las contradicciones sociales cada vez más agudas). El culto del Señor de los Milagros, fue otro escenario utilizado por Leguía para acceder a este nuevo balance político. Pero no hay que presum ir que los esfuerzos de Leguía de ganar el respaldo de los devotos eran del to d o exitosos, inclusive aun en las ocasiones cuando los resultados no eran tan explosivos com o en mayo de 1923: “ —¿Por qué creé Ud. que Leguía com enzó a hacerle el saludo al Señor. . . qué sentía Ud.? —Que el Presidente te n ía otras ideas y no le convenía esas ideas, porque ese Presidente en once años estaba arruinan­ do al Perú. . . —Pero Leguía se m etía más en la cosa, o sea, quería participar más que los otros Presidentes. —Si, po r lo que él había hecho, quería salvar sus pecados. —¿No sería tam bién una form a, si él estaba arruinando al Perú, com o Ud. dice, no sería una form a de quedar bien con to d a esa gente que estaba en la procesión? —Sí, le parecería para él, pero para el público no, no esta­ ban de acuerdo con el Presidente. —¿Cómo reaccionó la gente cuando él saludó la prim era vez al Señor? —Lo aplaudieron a él la gente, lo aplaudieron al ver que el Presidente envió sus flores. —¿Pero si no estaban de acuerdo con él, por qué lo aplau­ dieron. . .? —No, el pueblo no estaba de acuerdo, lo aplaudieron disi­ m ulando, claro ” (61). La p o lítica populista de Leguía fue poco a poco reem pla­ zada po r una m ayor represión frente a las clases populares, los sin­ dicalistas, los partidos políticos y los grupos estudiantiles. Basán­ dose cada vez más en un poder im puesto sobre el pueblo, Leguía no se hubiera preocupado ta n to por su imagen popular. Es signifi­ cativo que un cronista sardónico utilizó la procesión del Señor

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Entrevista con Enrique Acosta Salas, 1 5 / 1 2 / 1 9 8 1 .

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de los Milagros com o m etáfora para la cam biante relación entre el dictador y el pueblo, después de las “ elecciones” de 1924, en que Leguía era candidato único: CUESTION DE OPORTUNIDAD Como ya le hizo el milagro de darle la reelección este año se quedó Augusto sin ir a la procesión (62). Si bien la actitu d del Estado hacia el culto evolucionó des­ de un apoyo populista a una tenue tolerancia, la de la Iglesia tuvo elem entos de las dos actitudes a través del perío d o . Hemos visto que desde su origen en el siglo XVII, la cofradía de Pachacamilla fue vista por la Iglesia com o practicante de u n a religiosi­ dad m uy poco correcta, institucional y teológicam ente hablan­ do. La relación tensa entre el culto y la Iglesia persistía hasta el siglo XX, aunque ésta com enzó a desarrollar tam bién un cierto populism o frente a esta expresión im portante de la religión p o p u ­ lar. De ahí la sugerencia de algunos autores de que fue el entonces Arzobispo de Lima, Em ilio Lisson, quien dio a Leguía la idea de hacer un hom enaje a las andas cuando pasaran por la Plaza de Ar­ mas: “ Una buena tarde vióse en la Plaza principal lo siguiente: el Arzobispo, M onseñor Emilio Lisson, después de presen­ ciar el paso del Señor p o r la Plaza de Armas. . . abandonó su palacio para sumarse al im ponente cortejo. . . al año si­ guiente, apareció tam bién en los balcones de la casa de Pizarra el Presidente Leguía con sus familiares y edeca­ nes, para presenciar de rodillas el paso del divino R eden­ to r” (63). El tentativo apoyo populista del Arzobispo al culto se m ezclaba con cierto tem o r a las m ultitudes y su afán por c o n tro ­ larlas. El mismo año en que Leguía apareció po r prim era vez en el balcón del Palacio Presidencial, la Iglesia estaba presionando p a ­ ra que la Procesión term inara antes del anochecer; aparente­ m ente las procesiones populares nocturnas eran vistas com o una amenaza al orden social y al correcto com portam iento religioso. Tres años antes, en 1919, oficiales de la Iglesia pidieron al Minis­ terio de Justicia, Culto, Instrucción y Beneficencia para que los (6 2 ) (G3)

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Mundial, año V , n o. 2 3 2 , octubre de 1 9 2 4 . Carrera Vergara o p . cit. p. 2 5 0 .

apoyaran en su esfuerzo de term inar las procesiones nocturnas, “ con el objeto de evitar los desórdenes que en ellas se realizan” (64). T anta gente del pueblo desbordándose en las calles de noche, les asustaba a las autoridades, de igual m odo que am enazaban las reglas no sólo sociales sino sexuales de com portam iento. Según Carrera Vergara, en 1922 el A rzobispo Lisson expidió “ un de­ creto, disponiendo que la procesión d eb ía detenerse en la iglesia donde acabara la luz solar. . . tal vez (el A rzobispo) te n ía razón que tales andanzas semiobscuras, p o d ían engendrar escenas más o m enos paganas” (65). No se sabe si el A rzobispo tuvo éxito en sus esfuerzos aquel año. Siete años después, en to d o caso, los ofi­ ciales eclesiásticos seguían con las mismas preocupaciones. El 19 de octubre de 1929, El Comercio publicó una carta dirigida al M ayordom o de la H erm andad de Cargadores, “ po r encargo del li­ mo y Rvmo Sr. A rzobispo” , pidiendo que, “ para evitar desórde­ nes e irreverencias en la procesión del Señor de los Milagros, ésta debe recogerse, cuando más tarde a las siete de la noche. . . ” (66). Las autoridades políticas aparentem ente co m p artían es­ tos tem ores por el “ orden social” (sin m encionar las posibles “ irreverencias” ) en la procesión. Fue en 1923 que p o r prim era vez la policía estuvo presente en la procesión, m ostrando aquel año una actitu d claram ente agresiva. En el m ism o año en que c o ­ m enzaba la etapa más represiva del O ncenio de Leguía, la policía in te n tó ordenar la procesión por adentro, decretando po r m edio de los periódicos “ que las m ujeres m archen por una vereda, los hom bres po r o tra y las cofradías y com unidades religiosas po r el c e n tro ” (67). Según algunos testigos de la época, el éxito de la policía en este in ten to de separar a los hom bres de las m ujeres d entro de la procesión, fue relativo. Pero no po r falta de agresividad policial. Al llegar la procesión a la Plaza de Armas en 1923, algunos subal­ ternos de la policía m unicipal no perm itieron que se acercaran los devotos a un lado del anda. La acción de la policía fue tan decidi­ da que volcó la sim patía de los periódicos hacia los devotos agra­ viados: “ Esta determ inación de los guardias subalternos, produjo, com o es natural, generales protestas, pero en vista de la actitud

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B o le tín de la M unicipalidad de Lim a, 1 5 /1 0 /1 9 2 1 . . Carrera Vergara, o p . cit. p. 2 5 1 . El C om ercio de Lim a, 1 9 /1 0 /1 9 2 9 . El C om ercio de Lim a, 1 7 /1 0 /1 9 2 3 .

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agresiva de los policías no había más rem edio que obedecer y pri­ var a m uchos hom bres de cum plir una práctica religiosa y tradicional” (68). El hecho de que las autoridades políticas y eclesiásticas se vieran como los defensores del orden no sólo social sino sexual, am enazado (según ellos) por los participantes en el culto nos pa­ rece significativo. ¿No es posible que la identificación del culto todavía con los negros, y, por lo p ro n to , con to d o un m undo de sensualidad y paganism o, les despertase antiguos tem ores y repug­ nancias, aún vigentes entre la sociedad oficial? ¿Sería exagerado entender el im pulso de controlar y reprim ir el culto com o la reac­ ción natural de los bis-nietos de los dueños de esclavos, frente a una incontrolable m u ltitud de bis-nietos de esclavos? E L CL UB D E FU TBO L D E A L IA N Z A LIM A

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“ El últim o reducto en que se baten los que sólo reconocen el m érito técnico de Alianza Lima. . . es el relativo al p re­ juicio de raza. — ¡Cómo vamos a m andar un equipo de negros a u n cam ­ peonato! —exclaman. ¡Dirán que som os un pa^s de esa raza!” . Toros y Deportes, 15 de febrero de 1930, com entando sobre Alianza Lima y el Cam peonato Sudam ericano de F útbol de 1929. “ De un lado está la juventud estudiosa (del Universitario de D eportes) y del otro de los obreros (del Alianza Lima), quienes com ulgan en el cam po de la dem ocracia que es hoy d ía el deporte, en el cual no tiene cabida ninguna dis­ tinción de clase, de raza, ni tam poco intelectual” . Toros y Deportes, 19 de abril de 1930. Las dos citas reflejan imágenes contradictorias del fútbol de la época: elitista y prejuicioso, por un lado, dem ocrático y socialm ente hom ogenizador, por otro. Desde la perspectiva de los afro-peruanos, ¿cuál fue la situación verídica del fútbol? ¿Fue una esfera cultural en donde jugadores com o los negros del club A lian­ za Lim a sufrían el prejuicio racial que tam bién sufrían los afro-pe­

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El Com ercio de Lima, 1 8 / 1 0 / 1 9 2 3 .

ruanos en el resto de la sociedad? ¿O fue, en cambio, un cam po “ dem ocrático” , liberado de las distinciones de raza, com o indica el segundo com entario? Buscaremos la respuesta por m edio de la historia de la institución en donde lo racial y lo deportivo se entre­ m ezclaban inseparablem ente: el club de fútbol Alianza Lima. Efectivam ente, Alianza Lima, quizás más que cualquier otra institución cultural, form aba parte de la imagen del negro du­ rante las prim eras décadas del siglo XX (69). Como fue el caso tam bién del culto religioso del Señor de los Milagros, Alianza Lima funcionaba com o un canal po r el cual lo negroide se insertaba en lo nacional, en ambos casos durante la tercera década del presente siglo. Pero el vínculo orgánico entre Alianza Lima y los negros li­ m eños se m antuvo en esos años más que en el caso del culto. Alianza provocaba la sim patía e identificación de los afro-peruanos de Lima' en una form a asom brosa, todavía a fines del período que aquí nos interesa. Si bien Alianza Lima no representaba solam ente a los negros (sino tam bién, por ejem plo, al distrito de La Victoria o a los obreros), este grupo étnico no tuvo m ejor canal de expre­ sión o de identificación colectiva durante la época que ese equipo de fútbol. Veremos en una historia paralela a la que acabam os de ver del culto del Señor de los Milagros, tam bién una atenuación de los vínculos entre el club y su público original, el im plícito barrio ne­ gro lim eño de La Victoria. La autonom ía del club frente al Estado y los grupos de poder fue sacrificada, en cierta m edida, por la forja de una cultura (deportiva) “ nacional” . Fundado en el año 1901, el entonces “ S port Alianza” se distinguía poco en su fase tem prana de los varios equipos popula­ res que existían algo más form alm ente que aquellos ínfim os “ equi­ pos de barrio” de la Lima del 1900, algunos de los otros clubes similares al Alianza en los prim eros años del siglo fueron el A tléti­ co Chalaco y el Unión Buenos Aires Callao, los dos pertenecientes a la vida popular del puerto vecino de la capital. Hemos señalado que estos clubes se distinguían, por un la­ do, de los clubes o equipos de barrio por ser más estables, menos espontáneos. Pero aún los clubes de barrio no carecían totalm en(6 9 )

José D eustua, Steve Stein y Susan C. S tok es “ Entre el O ffside y el Chim pún, las Clases Populares Lim eñas y el F ú tb ol: 1 9 0 0 -1 9 3 0 ” , m ism o volu m en , engloba a sp ectos sem ejantes de la historia de A lian­ za Lim a, enfatizando las im plicancias de esta historia para el deporte y la sociedad.

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te de estructura. En su niñez, por ejem plo, Miguel Rostaing juga­ ba en una ‘liga’ m uy inform al que se reu n ía todas las tardes en un cam po desocupado de La Victoria. En aquellos ‘cam peonatos’ se­ manales, se ju n tab a una cuota pequeña de to d o s los jugadores, para luego repartir el dinero entre los m iem bros del equipo gana­ dor (70). Estos dos niveles del fú tb o l de la prim era década del siglo se distinguían m uy claram ente de lo que era el fútbol de élite, practicado en los terrenos exclusivos del Lim a C ricket y Foot-ball Club o del U nión Cricket, para m encionar dos ejemplos. Paulatinam ente iba creciendo la popularidad del fútbol du­ rante la segunda década del siglo, y los clubes de élite perdieron su im portancia frente a una verdadera ola de clubes form alizados, pe­ ro abiertos, perteneciendo estos a las clases populares (o a veces medias), en el doble sentido de la palabra, es decir que la m ayo­ ría de sus jugadores eran de extracción popular y que atraían a un público tam bién popular. Se p o d ía distinguir, pues, tres categorías sociales en el fútbol: los clubes cerrados de élite, clubes form aliza­ dos pero sin esa careta oligárquica, y equipos de barrio m enos formalizados. Con afán de im poner cierto orden en los m ultiplica­ dos clubes de fútbol, se form ó en el año 1912 la prim era Liga Pe­ ruana de F útbol, co n stitu id a por 8 clubes: Lim a Cricket F.B.C., Association F.B. C., Miraflores Sporting Club, la Escuela Militar, el Jorge Chávez No. 1, S port Inca, S port V itarte y S port Alian­ za (71). Tal fue la popularización del fú tb o l en Lima que casi cada grupo socio-económ ico te n ía su expresión futbolística. No se ha­ b ía prescindido de los antiguos clubes oligárquicos, aunque algu­ nos se transform aron en clubes más abiertos com o el Lima Cricket, o se retiraron de la esfera pública del deporte. Si anteriorm ente los periódicos capitalinos, por ejem plo, se h ab ían ocupado de los clu­ bes de fútbol aristocráticos, ahora los más im portantes, com o El Comercio, dedicaban páginas enteras a los deportes, en donde se leía más sobre el “ clásico” entre el Alianza Lima y el Universita­ rio de Deportes que sobre los enfrentam ientos futbolístico-sociales entre el Lima Cricket y el U nión Cricket.

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Entrevista con Miguel R ostaing, 5 /6 /1 9 8 2 .

(7 1 ) Guillerm o T horndike El R evés d e Morir (Lim a: M osca A zul E d ito ­ res, 1 9 7 8 ).

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En este panoram a el club de fú tb o l Alianza Lima iba a o cu ­ par un lugar especial. Siendo uno de los más antiguos clubes del tipo form alizado, no-oligárquico, Alianza se distinguía de los otros po r varias razones. Prim ero, m uchos de los otros clubes si bien ten ía n un origen popular, habían llegado a ser absorbidos y, en cierto m odo, captados po r la com pañía o fábrica que los patronizaba. E ntre éstos destacaban el S port V itarte, el S port Inca, el S port Progreso y el Sport Tabaco, llegando en esta form a a ser más una expresión de las relaciones laborales que el pro d u cto de una cultura deportiva popular. Así, m ientras m uchos de estos clu­ bes te n ía n una estructura jerárquica, dependiendo de un p atrón (que p o d ía ser un individuo o u n a fábrica) para to d o lo que era el m aterial que los distinguía de los equipos de barrio —uniform es, pelotas, trofeos— Alianza Lima m antenía algo de su original es­ tru c tu ra cooperativa y autónom a. Form ado por tres obreros del stu d Alianza, quienes eran a la misma vez los dueños y jugadores del club, fue recién a finales de los años 20 que se im puso una es­ tru c tu ra más jerarquizada, con personajes ajenos a lo popular co ­ mo Juan Carbone o Juan Brom ley, que fueran luego presidentes del club. Alianza Lima jam ás fue asociado con una fábrica, y p o r lo m enos hasta el final de la década de los ’20, los mismos jugado­ res aparentem ente jugaban un papel im p o rtan te (com o verem os después) en las decisiones del club. M ientras m uchos clubes llegaron a im itar cada vez más las relaciones sociales jerárquicas de la sociedad capitalista que los englobaba, Alianza continuaba siendo una especie de club-coopera­ tiva. Es decir, en un imaginado continuum de grados de control ejercido por los futbolistas sobre sus clubes, con un extrem o o cu ­ pado po r los clubes de barrio totalm en te auto-suficientes, com o los que co n stitu ían la liga descrita po r Rostaing, y po r el o tro , los ocupados po r los equipos de las empresas, cuya estructura era úna m era extensión de la jerarq u ía de la fábrica, Alianza Lima (al m e­ nos antes del año 1930) se hallaba en un sitio más cercano del pri­ m er extrem o que del segundo. El segundo aspecto de Alianza Lim a que lo h acía destacar de los dem ás clubes, que te n ía que ver ta n to con su público com o con el m ism o equipo, era su identificación racial. Desde su fu n d a ­ ción, Alianza Lima había sido un club popular, siendo sus jugado­ res y su hinchada obreros. Pero para los ‘20 era un hecho indiscu­ tible que Alianza era un club de negros. Sus inm ortales, com o Ale­ jandro “ M anguera” Villanueva o José M aría Lavalle, eran afro-pe­ ruanos. Y tam bién lo eran sus “ cracks” m em orables: los herm a­ 237

nos Rostaing, A lberto M ontellanos, los herm anos García, etc. Los jugadores de la segunda y tercera década del siglo que no eran de procedencia africana - com o, por ejem plo, el chino Jorge Kochoy Sarm iento o el blanco Juan Valdivieso— eran las excepciones. Es más, durante estos años, anteriores a la profesionalización del fú t­ bol, y a pesar de su fama, las vidas de los aliancistas negros eran típicas de la m ayoría de los afro-peruanos de Lima. Vivían en los barrios populares, sobre to d o en La V ictoria (así fueron los casos, por ejem plo, de Villanueva y Lavalle). Las profesiones que los sus­ tentaban, no siendo suficientes las “ propinas” que ganaban en el fútbol, eran tam bién típicas. Para citar algunos casos, Miguel Ros­ taing era albañil, tam bién su herm ano Juan y José M aría Lavalle, antes de convertirse los dos últim os en choferes para la M unicipali­ dad de Lima. Vivían en los barrios habitados por gente m orena, tra b a ­ jaban en ocupaciones tradicionalm ente afro-peruanas. No debe de sorprender, por lo tan to , la fuerte identificación de la pobla­ ción negra con el Alianza Lima. Habrán sido gente conocida del barrio, com pañeros de trabajo, los naturales ídolos del fútbol p a­ ra los afro-peruanos de Lima. Pero hay algo sorpresivo en la lealtad y sim patía que sen­ tía n los negros hinchas de Alianza. Lo sorpresivo es que esa leal­ tad no era provocada solam ente po r las varias sim ilitudes en las condiciones de vida entre los aliancistas y sus hinchas negros sino justam ente por el vínculo racial, pues tam bién habían m uchos otros equipos de obreros. Resulta así llamativo porque la socie­ dad en general in ten tab a prescindir de la conciencia de raza, so­ bre todo cuando era, al m enos potencialm ente, un lazo unificado r de grupos oprim idos. Los afro-peruanos eran una etnia im plí­ cita, casi oculta; su exteriorización y expresión pública, en la fo r­ ma de Alianza Lima, fue excepcional. Muchas veces los viejos hinchas afro-peruanos de Alianza Lima que hem os entrevistado buscaban m etáforas para expresar esta dim ensión racial de la identificación del club. P roducto de la presión social, lo racial se expresa frecuentem ente en sím bolos lin­ güísticos tales com o el “ barrio ” residencial, inclusive en casos (tales com o el de Juan Ram írez) de individuos que ni siquiera vi­ vían en La Victoria. “—Usted tam bién era hincha de algún equipo? —Acá fuim os de Alianza. 238

—¿Y por qué Alianza? ¿Por qué le gustó Alianza? —Es del barrio, pues, Acá de La Victoria. —¿Y usted vivía en la V ictoria en esa época? —Bueno, es cierto que he sido hincha de cuanto estuve allá (en lea). Y ahora que estuve acá m ucho m ejor to ­ davía (72). La afirm ación que Alianza fue el equipo “ del barrio” no sólo para personas negras que vivían en La Victoria, sino en el Ca­ llao o hasta en lea, nos sugiere el sentido m etafórico que adquiría el térm ino barrio, más allá del lugar de residencia. Afirm amos que existía todavía para los años 20 un vínculo de conciencia étnica entre los negros, un “ barrio negro” en este sentido m etafórico, que —no casualm ente— salía a la luz cuando se hacía referencia al fú t­ bol y específicam ente al Alianza Lima. No es extraño que ocurrie­ ra de esta form a porque, com o ya hemos señalado, el fútbol era una de las m uy pocas esferas en que la imagen del negro era positi­ va y hasta superior frente a los demás. Cuando persistim os en preguntarle a Juan Ram írez por qué había sido hincha de Alianza, inevitablem ente hizo m ención al vínculo racial y cultural entre el club de negros y el hincha ne­ gro, a un (ya m enos im plícito) “ barrio negro” : . . . habían tantas maravillas en el fútbol y hacían, de la pelota, lo que querían. . . Don José M aría Lavalle bailaba m arinera con la pelota. . . N osotros por lo regular del Alianza casi éram os gente morena. . —¿Y cóm o explica Usted, por qué ha sido siempre cosa de la gente m orena? “ —Porque siem pre ha sido, este, equipo de barrio” (73). A fines de la década de 1920 los partidos de Alianza eran los más concurridos de todos los enfrentam ientos futbolísticos y, obviam ente, el público no estaba com puesto solam ente de hinchas afro-peruanos. ¿Por qué la popularidad generalizada del equipo de los “ negros” ?

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Entrevista con Juan y Ricardina R am írez, 2 7 /4 /1 9 8 2 . Entrevista con Juan y Ricardina R am írez, 2 7 /4 /1 9 8 2 .

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Por un lado, se debió a su alta calidad técnica y, por con­ secuente, al éxito del equipo, que quizás no fue ajeno a la misma solidaridad interna del club, una solidaridad que te n d ría que ver, por un lado, con la estructura todavía más colectivista y cooperati­ va del club frente a los otros, y, po r otro, con la profundidad del lazo étnico. De esta m anera, Alianza gozaba de una hinchada que seguía siendo leal cualquiera fuera los resultados obtenidos —de ahí el fenóm eno de “ los sufridos” de Alianza. Pero hem os dicho que existía tam bién una rara solidaridad entre los mismos jugado­ res. En este sentido es significativo el apelativo que ten ían : “ los íntim os” . En 1930 se com entaba: “ Como se sabe, el club Alianza Lima constituye el único caso de solidaridad y arm onía entre sus com ponentes, vale decir, espíritu del cuerpo, lo que les ha perm itido m an te­ ner un frente único ante los requerim ientos de desintegra­ ción que se deriva del pase anual de jugadores” (74). O, como decía Teodoro Legario sobre Alianza Lima en una época un poco más tard ía, “ era una fam ilia en ese entonces” (75). O tra dim ensión de la identificación racial de Alianza se de­ rivaba no de su solidaridad sino del conflicto racial, sobre to d o cuando se tratab a de un enfrentam iento entre negros y blancos. Hemos afirm ado que en la m ayoría de las esferas de la vida cotid ia­ na —en el callejón, la calle, el lugar de trabajo— existía cierta pre­ sión para no m anifestarse el conflicto racial, especialm ente entre el negro y el blanco. La cancha de fú tb o l resultó una de las únicas es­ feras en que sí se expresaba claram ente. E fectivam ente, el enfren­ tam iento con sabor racial —tal, por ejem plo, com o el de Alianza y Universitario de D eportes— te n ía una atracción casi ilícita. El in­ terés de este espectáculo, en el cual diez u once “ blanquiñosos” luchaban contra hasta ocho “ negritos” fue sustancial, de fo rm a tal que a partir del año 1918, el partido anual entre estos dos equi­ pos llegó a reem plazar al de Alianza co n tra A tlético Chalaco com o el “ clásico” del fútbol peruano. A diferencia de la vida cotidiana, el aspecto de conflicto ra­ cial de este clásico del fútbol superó el nivel sub-consciente, sien­ do reconocido lo racial por jugadores, prensa y público com o el

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T oros y D e p o rtes 1 /2 /1 9 3 0 . T eodoro Legario, sim posio en Universidad de Lim a, 6 /1 9 8 2 .

ingrediente central del enfrentam iento. Se lo veía tam bién, obvia­ m ente, com o un partido entre ricos y pobres. Pero lo que más se destaca en las referencias periodísticas e individuales es el sim bo­ lismo de etnia, de color. Según una revista deportiva: “ . . . el m atch de los negritos con los doctores será una com petencia entre la leche y el café, en el que se im p o n ­ drá la m ejor calidad de estos p ro d u cto s” (76). O un hincha de Alianza: “ . . . antiguam ente no h ab ía gente m orena en la “ U ” . No había. Bueno, con el tiem po. . . se lo iba a jalar a u n ar­ quero, quien fue Segala. En eso recién a la “ U ” vino una gente morena. Y nosotros le decíam os ‘a la leche se h a caí­ do u n a m osca’ ” (77). El aspecto de enfrentam iento racial pareciera haber ten id o algo que ver con este partido —que, así com o m uchos otros, era tam bién un enfrentam iento entre la Lima trabajadora y la oligarca. Tenem os así una gran tentación a afirm ar —aunque esto es to d av ía un a especulación— que justam ente fue lo racial lo que hizo que es­ te ritualizado conflicto social se distinguiera de los demás, lo que lo convirtió en el clásico. De hecho, cuando Alianza jugaba co n tra otros equipos que tam bién representaban a los blancos, se desper­ tab a en el público un interés sem ejante. Tal fue el caso de los p a rti­ dos entre Alianza y Association, según Miguel Rostaing: “ —Association jalaba [público] tam bién [cuando jugaba contra Alianza]. —Y ¿por qué jalaba Association? —Porque tam bién h ab ía esa variedad de blanco y negro, ¿no? Porque esto [Association] era de blancos no m ás” (78). No solam ente el enfrentam iento racial, sino un e n fre n ta ­ m iento. ritualizado y bajo norm as m uy diferentes de las que gira­ ban en la vida cotidiana, pareciera explicar la singular fascina­ ción del fú tb o l de Alianza y del clásico. D entro de la cancha, los blancos se enfrentaban a los negros en la m ism a condición de seres hum anos, habiendo tenido que dejar fuera to d o s los privilegios y poderes que conllevaban su herencia racial y posición social. En este sentido form al, en el fú tb o l no se reconocían distinciones ra-

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T oros y D e p o rte s 1 9 /4 /1 9 3 0 . Entrevista con Juan y Ricardina R am írez, 2 7 /4 /1 9 8 2 . Entrevista con Miguel R ostain g, 1 3 /6 /1 9 8 2 .

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ciales. A diferencia de las reglas que m andaban en casi todas las es­ feras de la vida, las del fútbol no fijaban distintas probabilidades de ganar o perder según el color de la piel. Este m undo al revés, sin embargo, se term inaba en los lím i­ tes del cam po de fútbol. Tom ando en cuenta todo lo que represen­ taba el fútbol, no sólo el partido sino la institución social, existía d entro de ella el mismo racismo y los mismos privilegios clasistas de la sociedad. Las relaciones raciales en la institución del fútbol no se escapaban de las mismas relaciones de la sociedad que la en­ globaba: los que m andaban —los m iem bros de la Federación Pe­ ruana del F útbol, los dueños de los equipos, los que m anejaban la prensa deportiva— pertenecían m ayoritariam ente a las clases dirigentes en donde había ausencia de individuos de color; los “ ne­ gritos” de Alianza Lima, a pesar de su superioridad futbolística, pertenecían a las clases populares. Además, todavía en aquella épo­ ca el éxito en el fú tb o l no les perm itía a los aliancistas superar su condición social de oprim idos. En 1929 se celebró un Cam peonato Sudam ericano de fú t­ bol, esta historia nos va a ilustrar sobre la vigencia del racismo en el deporte. A pesar de que entre los jugadores de Alianza se halla­ ban los mejores futbolistas de la época, la m ayoría de los m iem ­ bros de la Federación Peruana de Fútbol se opusieron a incluir­ los en la selección nacional, sim plem ente po r el prejuicio racial: “ En los días que se hacía la selección para form ar el equi­ po que debía representar en el pasado C am peonato Sud­ am ericano, varios colegas de la Federación la em prendie­ ron contra los m uchachos del Alianza, pidiendo que se les excluyera po r razones de color y razas. . .” (79). Los jugadores de Alianza se negaron a ir al cam peonato. Ellos percibieron el prejuicio y eran sensibles a su vulnerabilidad, a la crítica si resultara que, siendo ellos los representantes del país, no les fuera bien en Buenos Aires, se negaron a ir al cam peonato. Por lo cual la misma Federación “ em prendió duram ente contra los ‘negros’. Los calificó ' de antipatriotas, de interesados y trataro n de echarles al público encim a para lapidarlos definitivam ente. ¡Cómo era posible que elem entos peruanos se negaban a concu-

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T oros y D e p o r te s , 1 5 /2 /1 9 3 0 .

rrir a un certám en, en que estaba com prom etida la Patria !” (80). La aparente igualdad de las razas dentro de la cancha era ilusoria, o sim bólica; una vez term inado el conflicto racial del clásico “ U” — Alianza, po r ejem plo, los blancos seguían pertene­ ciendo a la clase de los opresores, los negros a la de los oprim idos. A pesar de la fascinación del conflicto, al final no habían cam bia­ do en absoluto las verdaderas relaciones raciales que se daban en la sociedad. Ricardina Ram írez, una m ujer afro-peruana en La Vic­ toria de la época, nos afirm ó que “ la piel del negro vale más en el fú tb o l” . Pareciera ser cierta la implicancia lógica tam bién, que fu e­ ra del fútbol, vale m uy poco. Por lo m enos en la realidad actual de la segunda m itad del siglo XX, el fútbol profesional ha sido un canal de ascenso social para determ inados jugadores negros, aunque es discutible que este hecho haya beneficiado a los afro-peruanos com o grupo. Pero en las prim eras décadas del siglo, el ídolo negro no aprovechó de tal ascenso, m ucho m enos los negros com o colectividad. La tragedia de Alejandro Villanueva, el ídolo m áximo de Alianza Lima en los años 20 y 30 ha sido interpretada literariam ente por Guillermo Thorndike. En 1944, Villanueva m oría de tuberculosis, pobre y casi olvidado en el Hospital Dos de Mayo. Según esta versión lite­ raria, “ M anguera” reflexiona en su lecho de m uerte sobre su suerte en la vida y el significado de ser negro en el Perú: “ Dicen que no, que el color de la piel no im porta en el Pe­ rú, pero negro, lo que se dice negro, lo que se llama zambo auténtico, no hay todavía uno que haya sido presidente de la R epública o m inistro de estado. O que llegara a los resplandecientes salones del Paseo Colón . . . O que pasara el Jirón de la Unión a bordo de un Packard com o no fuera chofer. N unca deseó lavarse la piel, sumergir su estirpe en jaboncillo hasta cam biar de color y vestir de blanco, de tem porada en Chorrillos, de caballero sajón” . El país del Paseo Colón o del Jirón de la Unión fue ajeno a Villanueva: “ El suyo em pezaba en o tra parte. La Alameda Grau fue su frontera. Ju n to a textilerías, más allá de conventillos que

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parecen transatlánticos de pobreza, después . . . de canchas miserables donde grupos de negritos disputan partidos pol­ vorientos, llam ándose a sí m ism o M anguera, silbándose co­ mo los íntim os auténticos. . . ” (81). Ese fue el Perú para el negro Alejandro Villanueva; su te m ­ porada de aliancista fam osísim o no cam bió en absoluto su suerte. Es justam ente lo ilusorio que era la igualdad de las razas en el f ú t­ bol lo que, según T hom dike, hab ría hecho a Villanueva preguntar­ se: “ ¿Y to d o verdaderam ente para q u é?” La predom inancia de Alianza Lima sobre to d o en los años 20 tam poco significó una verdadera vindicación de la posición de los afro-peruanos com o grupo en la sociedad lim eña o peruana. Porque el fútbol de la época se desarrollaba com o u n deporte cada vez más centralizado, controlado p o r la Federación y patrocinado p o r el Estado, y cada vez m enos ligado a lo popular. El mism o go­ bierno de Leguía que se hab ía m etido conspicuam ente en el culto del Señor de los Milagros, tam bién qu ería absorber al fú tb o l en la m edida que fuera posible, con la intención de “ canalizar hacia sí las sim patías que la práctica de este deporte generaba entre las cla­ ses populares lim eñas” (82). De ahí, por ejem plo, la construcción del prim er Estadio Nacional en 1922 y la form ación de las prim e­ ras selecciones nacionales. A unque, com o hem os visto, el prejuicio racial im pedía en algunas ocasiones que los negros de Alianza se integrasen a estas selecciones, inevitablem ente fueron incluidos y los aliancistas llegaron a predom inar, p o r ejem plo, en la selección peruana enviada a las Olimpiadas de Berlín de 1936. Este mismo ascenso a la esfera del deporte internacional les alejó en algo de su hinchada original, siendo ya m enos naturales los lazos que u n ían al ídolo de Alianza con el negro pobre de Lima. Pero dentro del país tam bién se deshacían paulatinam ente los lazos entre Alianza y su hinchada negra. Hem os afirm ado en otro artículo que 1929 fue un año decisivo para Alianza Lim a (83). En aquel año Alianza o ptó —o, m ejor dicho, fue la víctim a de p re­ siones que le forzaron a o p t a r - por un fú tb o l que era m enos una expresión de la vida popular y más un deporte controlado p o r un pequeño grupo de élite, representado p o r la Federación. Suspendi-

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Guillerm o Thorndike o p . cit. p. 1 8 2 -8 3 . José D eustua C. “ La incorporación nacional del fú tb o l” ,en L a Re­ vista de arte, ciencia y sociedad, n o. 7 , Lim a, m arzo de 1 9 8 2 , p. 4 3 . D eustua, Stein y S tok es op. cit.

do de la Liga p o r no querer participar en el C am peonato Sudam e­ ricano, Alianza p o d ía jugar durante unos meses solam ente con e­ quipos locales en las zonas agrícolas rurales y pobres de la costa —en Chilca, en lea, en la hacienda Infantes— justam ente las zonas en donde h ab ían m uchos jugadores y público de descendencia afri­ cana. No eran éstos realm ente sólo partidos de fútbol, sino eventos sociales populares, con bienvenidas form ales, alm uerzos, bailes y, por supuesto, m ucho deporte. En vez de servir para dism inuir la estim ación pública del Alianza, la suspensión y la gira local que esto conllevó aum entó la acogida del ya popularísim o equipo. Si bien fue u n a gira forzada p o r las circunstancias de la suspensión, las relaciones con su públi­ co fue uno de los elem entos que le hizo al club o p tar p o r no p a rti­ cipar en los juegos internacionales, reconociendo que el perío d o del entrenam iento y la estadía en el extranjero significaban cierto alejam iento de su hinchada. No sería u n a exageración decir que, en cierto m odo, los aliancistas o ptaron en 1929 p o r u n fú tb o l p o ­ pular y nacional, y rechazaron el fú tb o l centralizado y orientado hacia el extranjero que era el deporte en m anos de la Federación. Com o ejem plo de ¡esta orientación anti-nacional de la Federación, hay que recordar que ese órgano decidió prescindir del cam peo­ n ato nacional en 1929, prefiriendo canalizar to d o el esfuerzo f u t­ bolístico hacia el C am peonato Sudam ericano del m ism o año. Se quejaba un com entarista de la época: “ El C am peonato [nacional] se paralizó, a pesar de las seguridades que dieron los interesados de la Federación en realizar u n viaje de placer a Buenos Aires que c o n tin u a ría ... se m ató el fú tb o l local” (84). O tro indicador de las parcialidades elitistas y anti-nacionales de la Federación es la frecuencia del reclam o que se escuchaba y, se publicaba, de que sus dirigentes dedicaban m uy poca im portancia y recursos al des­ arrollo del fú tb o l en las provincias del Perú. Pero resultó que Alianza no p o d ía sobrevivir sin la F edera­ ción, y tam poco p o d ía sobrevivir la Federación sin Alianza. A lian­ za no p o d ía seguir dedicándose al fú tb o l local por varias razones. Prim ero, aunque to d av ía no se p o d ía hablar de un fú tb o l profesio­ nal ni de futbolistas profesionales, de todas m aneras los en fren ta­ m ientos grandes, po r ejem plo, en tre Alianza y la “ U ” , generaban ganancias, una parte de las cuales eran repartidas entre los m iem ­ bros de los clubes participantes. En el caso de Alianza Lima, sien­ (8 4 )

Toros y D eportes , 2 1 / 1 2 / 1 9 2 9 . 245

do sus jugadores obreros, existiría cierta presión económ ica para re-integrarse al fútbol de la Liga, a pesar de lo sim pático que podía haber sido el fútbol popular que habían experim entado durante la suspensión. Además, la calidad de sus rivales que no eran de la Liga, era obviam ente inferior. Aquella tarde que los aliancistas ju ­ garon en Chilca, ganaron por 10 goles a 0: p o d ía haber sido satis­ factorio en algunos sentidos pero les hubiera sido un poco aburri­ do en el aspecto deportivo. No sólo para no desacostum brarse si­ no para m antener su alta calidad técnica, habría de parecerles con­ veniente volver a un nivel de com petencia más elevada. Finalm ente, com o ya hem os señalado, Alianza Lima había em pezado a ten er una estru ctu ra interna más sem ejante al tipo norm al de los clubes de la época, perdiendo su carácter original de un club m anejado por los mismos futbolistas. Los presidentes que cada vez más m andaban en el club no pertenecían al m undo, en donde h ab ía nacido el fútbol popular, de los barrios populares de La V ictoria o del Rím ac. Pertenecían, para adoptar la frase de T horndike, al “ otro p a ís” en donde el fútbol había significado el juego elitista del Lima Cricket o el Union C ricket o, por lo menos, el juego de los equipos de la clase media. A pesar de la sim patía que sintiese un Juan Bromley por el m undo de los aliancistas, para él la esfera apropiada de los “ m uchachos” de su club hubiera sido la Liga, bajo la autoridad algo rígida de la Federación. O tros síntom as nos m uestran que la estructura interna del Alianza Lima em pezaba a parecerse no solam ente a la de los otros clubes de fútbol, sino a la jerarq u ía que predom inaba en to d a la sociedad, con su relación central de patrón-cliente. Por ejem plo, aunque los aliancistas no escaparon de las profesiones tradicional­ m ente negras, gracias al “ p a tró n ” del club, Juan Brom ley, varios de ellos consiguieron trabajo por lo menos algo más seguro en la M unicipalidad de Lima y reforzó los lazos verticales dentro del club. Llegaron a laborar allí José M aría Lavalle y Juan Rostaing, com o choferes, y otros más. Este clientelaje que experim entaron los jugadores de Alianza en los años ’20 les alejó un poco más de la vida cotidiana de los afro-peruanos de Lima. Ya no p o d ía llam ar­ se, exactam ente, un “ club de barrio” , semi-cooperativista. Tam bién la Federación no po d ía vivir sin Alianza Lima, sim plem ente porque en 1930, era el m ejor club de fú tb o l en el Pe­ rú, y sus juegos los más concurridos. La experiencia de la selección peruana en Buenos Aires resultó un fracaso to tal; volviendo a Li­ ma, los m iem bros de la Federación valorizaron aún más las habili­ dades de un José M aría Lavalle o un Alejandro Villanueva, aunque 246

el color de su piel seguía siendo, desde la perspectiva de la Federa­ ción, lam entablem ente oscuro. Es más, además del interés futbolís­ tico se incentivó el interés descaradam ente económ ico. En su “via­ je de placer” a Buenos Aires, los m iem bros de la Federación apro­ vecharon al m áxim o las posibilidades de entretenerse en esa ciudad lujosa, regresando a Lima vencidos en el fútbol y con deudas asom ­ brosas. Como Alianza Lima era el equipo que más “jalaba” , tam ­ bién era el que más dinero aportaba a la Liga. Los m iem bros de la Federación tuvieron que dejar de lado sus disgustos raciales y les levantaron el castigo, justo con tiem po para que Alianza participa­ ra en una serie de partidos organizados por la Federación; las ga­ nancias que generaron esos partidos ayudaron a reestablecer la li­ quidez de ese organismo. En la m edida en que el fútbol se desarro­ lló más en las siguientes décadas como un negocio, los clubes y sus jugadores iban a ser cada vez más m ercancías: la calidad técnica y la capacidad de “jalar” público iban a ser los com ponentes más im ­ portantes de los clubes, forzando a los dueños y a la Liga a dejar de lado aún más el prejuicio racial. Fuera o dentro de la Federación, Alianza Lima no dejó de ser un equipo que atraía a jugadores negros y que valorizaba la cul­ tu ra afro-peruana en Lima. Si Alianza se alejó algo de su “ barrio” , la culpa la tuvo la estru ctu ra de la institución del fútbol, y no el e­ quipo mismo.

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REFLEX IO NES FINALES En la introducción del presente estudio, nosotros plantea­ mos dos inquietudes teóricas que íbam os a ten e r presentes a tra ­ vés de la investigación. Prim ero, sugerimos que el racismo (es decir, el desprecio y la distorsión sistem ática de la identidad cultural e histórica de grupos con u n a herencia nacional o étn ica com ún), no sólo h ab ía persistido en el Perú durante el tránsito desde u n a sociedád de clanes a una de clases sociales; sino que hasta se habían creado nuevos m ecanism os racistas con la em ergencia de los m erca­ dos de trabajo y la transform ación del trabajo en m ercancía, resul­ tado de la tem prana industrialización de Lima. De ahí, puede ser equivocado hablar sim plem ente de “ dim ensiones” o “ ingredien­ te s” étnicos en la dom inación social, com o herencias del pasado colonial en el Perú m oderno. Efectivam ente, hem os visto que las redes de relaciones personales, por ejem plo, form an u n a parte ín ­ tegra del capitalism o peruano. La segm entación racista de los m er­ cados de trabajo y la estructura racista de la fuerza de trabajo, no eran solam ente herencias coloniales o artefactos de la naturaleza estática de la sociedad peruana, sino tam bién productos inevitables de los nuevos procesos y las nuevas dinám icas que em ergían a fines del siglo XIX y com ienzos del siglo XX. La segunda problem ática que nos planteam os en las prim e­ ras páginas giraba alrededor de la relación entre etnicidad y clase social en la forja de la conciencia y las instituciones populares. Planteam os la existencia de dos trayectorias históricas posibles peío distintas de la relación etnicidad-clase social durante el tránsi­ to, de una sociedad pre-capitalista y pre-industrial, a ú n a en que el m odo de producción capitalista es el dom inante. Por un lado, la existencia de la diferenciación étnica en el seno de los sectores p o ­ pulares p o d ría servir com o un obstáculo a la em ergencia de una clase trabajadora unida en el sentido ta n to de conciencia com o de organización. O, al contrario, la existencia de instituciones étnicas fuertes y relativam ente autónom as, p o d ría ten er el efecto de fo r­ talecer los lazos horizontales dentro de la clase obrera, deviniendo en una m ayor resistencia a los esfuerzos de las clases dom inantes y del Estado por captar y controlar cada aspecto de la vida social, política y cultural de la clase obrera. La historia cultural de los afro-peruanos durante el período que hemos tratado aquí ofrece lecciones un tan to ambiguas en este sentido. Por un lado, nosotros pensam os que la existencia de una conciencia e identidad cultural afro-peruana co n trib u ía a u n a m a­ 248

y o r resistencia a la captación y dom inación de los grupos de élite que lo que se hubiera dado si es que no hubieran existido tales ins­ tituciones e identidad. La persistencia, aún hoy en día, de una con­ ciencia étnica y ciertas tendencias anti-elitistas entre los afro-pe­ ruanos de Lima, sobre to d o alrededor de instituciones com o el cul­ to al Señor de los Milagros y el club de fú tb o l Alianza Lima, es n o ­ table. Pero por otro lado, hem os visto que el com plejo Estadoclases dom inantes co n stitu ía un antagonista form idable a la a u to ­ n o m ía popular. Esto sobre to d o en la historia un ta n to trágica del eclipse de Alianza Lima com o expresión autónom a de cultura p o ­ pular a fines de la década de 1920. La historia que hem os traducido de los afro-peruanos d u ­ rante este m om ento im portante de la historia social peruana es, a fin de cuentas, una historia contradictoria. C ontradictoria sobre to d o con respecto a esta problem ática de la relación entre la iden­ tidad étnica y obrera. La contradicción central se encuentra en tre las tendencias demográficas y poblacionales, p o r un lado, y las so­ cio-culturales, po r otro. Si los afro-peruanos hubieran sido un gru­ po étnico en aum ento durante las prim eras décadas del siglo XX, entonces su rica historia de au to n o m ía y resistencia cultural p o ­ d ría haberse traducido en una coincidencia feliz entre la concien­ cia étnica y la conciencia popular. Pero ya du ran te aquella época se p o d ía percibir que la influencia dom inante d en tro de los sectores populares lim eños iba a ser la de las gentes provenientes de los A n­ des. Con el transcurso del siglo, la cu ltu ra afro-peruana de Lim a fue cada vez más ahogada po r las consecutivas olas de m igración serrana, y las instituciones culturales negras fueron cada vez más fácilm ente reducidas a fragm entos desubicados de folklore o a m ercancías para vender. A unque todavía existen en Lim a elem en­ tos subterráneos de identidad y au to n o m ía negra, los ríos de la conciencia popular iban a ser llenados p o r otras corrientes cu ltu ra­ les.

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B I B L IO G R A F IA

El presente estudio, p roducto del sem inario titu lad o “ Lima Obrera: 1900-1930” , está basado básicam ente en tres tipos de fuentes: trabajos publicados contem poráneos ta n to de la época del estudio com o de la actualidad, cifras estadísticas publicadas en va­ rios órganos oficiales, y entrevistas personales con personas que vi­ vieron durante la época. De los trabajos publicados que to can directam ente el tem a de los afro-peruanos en el Perú, se ha utilizado Frederick P. Bowser El Esclavo Africano en el Perú Colonial, 1524-1650 (México: Siglo XXI E ditores, 1977); A lberto Flores Galindo A ristocracia y Plebe: Lima, 1760-1830 (Lima: Mosca Azul E ditores 1984); Denys Cuche La Condición del Negro en el Perú, 1855-1900 (Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú, 1973); Luis Millones “ La Población Negra en el Perú: Análisis de la Posición Social del Negro durante la Dom inación Española” en M inorías Etnicas del Perú (Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú, 1973); Car­ los Lazo G arcía y Javier Tord Nicolini Del Negro Señorial al Negro Bandolero: Cim arronaje y Palenques en Lima Siglo XVIII (Lima: Biblioteca Peruana de H istoria, E conom ía y Sociedad, 1977); Manuel Burga “ La H acienda en el Perú, 1850-1930” Tierra y Sociedad 1:1, abril de 1978; finalm ente, la obra del d o c to r F er­ nando R om ero sobre el negro a través de la historia peruana, inclu­ yendo “ El Mestizaje Negroide en la D em ografía del P erú” , Revista Histórica (Lima: In stitu to H istórico del Perú, 1965), y “ Papel de los Descendientes de Africanos en el Desarrollo Económ ico-Social del Perú” M ovim ientos Sociales, No. 5 (Lim a: Universidad Nacio­ nal Agraria, La Molina, 1980) ha sido sum am ente útil. Sobre el fe­ nóm eno de la esclavitud se ha consultado O rlando P atterson Slavery and Social D eath (Cambridge, M assachusettes: Harvard University Press, 1980); y Eugene Genovese Roll Jordán, Roll: The W orld the Slaves Made. Los trabajos contem poráneos de la época que hem os u tili­ zado son: Enrique León G arcía Las Razas en Lima: E studio Demo­ gráfico (Lim a: San Marti y Cia., 1909); José Diez Canseco Estam ­ pas M ulatas (Lima: Festival del Libro, 1940); Eudocio Carrera Vergara Lima Criolla de 1900 (Lim a: Tip. Rivas Berrio, 1940); E n­ rique López Albújar M atalaché (Lima: Ediciones PEISA, sin fe­ cha). Se ha consultado, además, varios periódicos y revistas: El 250

Com ercio de Lima, M undial, y, en el cam po deportivo, Toros y D eportes de los años 1929 y 1930. Para la historia general de la época se ha consultado: Al­ berto Flores Galindo y Manuel Burga: Apogeo y Crisis de la R epú­ blica A ristocrática (Lima: Ediciones Rikchay Perú, No. 8, segunda edición, 1981); Steve Stein Populism in Perú: The Emergence of the Masses and the Politics o f Social C ontrol (Madison, Wisconsin: University of Wisconsin Press, 1980); y “ Populism and Mass Poli­ tics in Perú: The Political Behavior o f the Lima Working Classes in the 1931 Presidential E lections” (tesis de doctorado, Stanford Uni­ versity, 1979); Julio Cotler Clase, Estado y Nación (Lima: In stitu ­ to de Estudios Peruanos, 1978), especialm ente el capítulo 4. Sobre tem as más específicos se ha consultado: M aría Magdalena Bermúdez Lizárraga Orígenes y Organizaciones del M ovim iento Sindical de la Industria de la C onstrucción en Lima 1895-1948 (tesis de ba­ chillerato de la Pontificia Universidad Católica del Perú, 1981); Shane H unt “ Evolución de los Salarios Reales en el Perú: 1900­ 1 9 4 0 ” E conom ía vol. 3, No. 5 (Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú, junio de 1980): Julio Revilla “ Industrialización Tem prana y Lucha Ideológica en el Perú: 1890-1910” , Estudios Andinos No. 17-18, 1981; Rubén Vargas Ugarte El Cristo del Se­ ñ o r de los Milagros (Lima, 1957); Raúl Banchero Castellano La V erdadera H istoria del Señor de los Milagros (Lima: Inti-Sol Edi­ ciones, 1976); Guillermo Thorndike El Revés de Morir (Lima: Mosca Azul Editores, 1978). Las fuentes estadísticas que se han utilizado han sido Jas siguientes: Censo de la Provincia de Lima y Callao de 1908; Resu­ m en del Censo de la Provincia de Lima 1920; Censo de las Provin­ cias de Lima y Callao de 1931; el B oletín de la M unicipalidad de Lima, varios años; y las Memorias del M inisterio de Justicia, Ins­ trucción, Beneficencia y Culto, varios años. Estos Boletines y Memorias han incluido datos coleccionados de registros civiles, de los hospitales y de las cárceles y escuelas correccionales de Lima, que nos han inform ado sobre la salud, m ortalidad, natalidad, y crim inalidad de las razas limeñas, y son especialm ente útiles para los años ínter-censales. Las entrevistas personales con testigos de la época del estu­ dio no solam ente han sido la parte más satisfactoria de esta inves­ tigación, sino tam bién han ofrecido inform ación e interpretacio­ nes que no se p o d ían derivar de los trabajos escritos, m ucho menos de los cuadros estadísticos. Entre las personas que han ofrecido m uchas horas para contar sus interesantes historias, quisiéramos 251

agradecer a Irene y Pedro M éndez, Agusto Ascuez, Elena Tenaud, V íctor León, Miguel Rostaing, Enrique A costa Salas, Angel Saldano, y Juan y Ricardina Ram írez. Agradecem os tam bién a Steve Stein, quien hace de la entrevista un verdadero arte; y , finalm ente a la familia Navarro Lavalle, p o r su generosidad sin lím ites, y a José Deustua, p o r sus correcciones editoriales.

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Capítulo 4 DE LA GUARDIA VIEJA A LA GENERACION DE PINGLO: MUSICA CRIOLLA Y CAMBIO SOCIAL EN LIMA 1900 -1940

José A. Lloréns Instituto de Estudios Peruanos

De la Guardia Vieja a la generación de Pinglo: m úsica criolla y cam bio social en Lima, 1900-1940*

En los program as radiales y en las páginas de espectáculos de los diarios lim eños se em plea actualm ente una serie de térm inos para ubicar la producción musical criolla según épocas o estilos, com o “ G uardia Vieja” , “ la edad de oro” , “ los tiem pos h a ” y otros similares. Se busca así distinguir los varios m om entos de su evolu­ ción. Sin em bargo, no existe un criterio único ni m uy preciso para situar las etapas. Cada locutor o com entarista parece tener su p ro ­ pia idea de las características que separa una de otras, influyendo en los criterios m uchas veces la edad de la persona que los aplica. Para los más veteranos, por ejem plo, la Guardia Vieja corresponde a los prim eros años del siglo XX o incluso antes. Algunos de los más jóvenes, por el contrario, llegan a identificar esta etapa con los contem poráneos del fam oso Felipe Pinglo o hasta con los com posi­ tores posteriores que se inician en la actividad musical apenas en la década de 1950 y que en su m ayoría sigue produciendo valses y polcas. No hay, pues, una percepción clara del desenvolvimiento histórico de la m úsica criolla. Por o tra parte, existe tam bién la idea más o m enos genera­ lizada de que el com positor popular lim eño Felipe Pinglo Alva (1899-1936) representa “ lo más genuino” , la “ etapa clásica” de la m úsica criolla. Esta idea se asocia muchas veces a la suposición. que la Lima de Pinglo era m uy criolla y tradicional, una época cuando aparentem ente las clases populares de la capital vivían en un am biente donde la m úsica peruana era la única que se interpretaba y escuchaba, siempre en grandes fiestas y jaranas de callejón. A Pinglo, además, se le tom a com o el fundador de la m ú­ sica criolla, el que le da un estilo auténtico, característico y defini­ tivam ente nacional o peruano. (* )

El presente artícu lo , es una versión resum ida del primer ca p ítu lo de un libro sobre la m úsica criolla y andina editado por el Instituto de Estudios Peruanos. Q uerem os expresar nuestro agradecim iento al Dr. Steve Stein , por facilitam os los invalorables d ocum entos que co n sti­ tuyen las entrevistas tom adas por él a com positores populares lim e­ ñ os, varios de ellos ya fallecidos.

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Intentarem os aq u í desm itificar estas ideas, tra tan d o de p re­ cisar con criterios más sistem áticos las etapas de la creación m usi­ cal lim eña en base al c o n tex to histórico y social en que se desarro­ llan dichos m om entos. Se hará referencia a la form a en que los m e­ dios de difusión m oderna influyeron sobre la producción a rtísti­ ca local dando origen, dentro de las transform aciones sociales y culturales de la tercera década del presente siglo, a una nueva etapa en la música criolla. Para com prender estos procesos habrá que re­ m ontarse al m om ento previo a la popularización del fonógrafo y de las funciones cinem atográficas én Lima, considerando la practi­ ca musical antes que se extendiera el habito de consum o de los medios de difusión. LA GU ARDIA V IEJA En los prim eros años del siglo XX, Lima te n ía m ucho de aldea o de conglom erado de barrios en to rn o a un núcleo donde se concentraban los edificios públicos y de gobierno. Los barrios estaban rodeados de huertas y jardines, m ientras que en los ex tra­ m uros de la ciudad h ab ía chacras y haciendas. La m ayor p arte de los limeños vivían en callejones. Estos lugares, form ados p o r hile­ ras de pequeñas viviendas de una o dos habitaciones dispuestas a lo largo de un estrecho corredor descubierto y con una sola en­ trada desde el exterior, p o d ían albergar entre 50 y 200 personas, estando ocupados por las familias de m enores ingresos económ i­ cos (1). Todavía no se hab ía construido las grandes avenidas que intercom unicarían los barrios entre sí y el centro de Lima con los balnearios y el puerto del Callao. Com o se sabe, gran parte de la actual estructura urbana de la capital surgió entre 1919 y 1930 o ha provenido del im pulso entonces iniciado. El tran sp o rte urbano estaba lim itado al tranvía o al coche de alquiler, am bos de tra c ­ ción animal. Sólo a p artir de 1905 el tran v ía com enzó a usar ener­ gía eléctrica. El autom óvil em pezaba a llegar en núm ero lim itado y para uso de sectores m uy restringidos de la población. No se des­ arrollaban aún los grandes espectáculos masivos. Las m ayores atracciones públicas eran las funciones de zarzuela, el tea tro popu-

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Una descripción detallada de las características de vida en lo s callejo­ nes lim eños durante las primeras décadas del siglo X X p u ede en co n ­ trarse en Stein (1 9 7 3 ).

lar, e l c ir c o y las co r rid a s d e to r o s.

D entro de este am biente urbano, descrito a grandes ras­ gos, la m úsica criolla m antenía canales de trasm isión y difusión que po d rían denom inarse orales y po r lo general en el m arco de ocasiones festivas celebradas po r las clases populares limeñas. Los cum pleaños, bautizos y m atrim onios co n stitu ían m otivos suficien­ tes para “ arm ar jaranas” con los amigos y vecinos del callejón. M uchos de los callejones guardaban en su interior alguna imagen de un santo católico al que se veneraba, considerándosele el “ pa­ tró n ” de sus m oradores y p ro te c to r de sus viviendas. Se acostum ­ braba festejar el d ía del santo p a tró n con misas, cerem onias y p ro ­ cesiones que recorrían el barrio y term inaban en grandes verbe­ nas criollas. Tam bién se conm em oraban los carnavales y las efem érides nacionales al interior de los callejones, aunque es im ­ p o rta n te destacar que en esa época la música criolla no era ejecu­ tada en las cerem onias oficiales que organizaba el gobierno (cf.: Azcuez 1982c). Se puede decir que todos estos elem entos estim ulaban en las clases populares lim eñas cierto sentim iento de pertenencia e identidad con el lugar donde se vivía, con el barrio específico e incluso con un callejón en particular dentro del barrio. D ebido a su relativo aislam iento y a las características señaladas en el p á ­ rrafo anterior, los barrios lim eños m anifestaban alguna variedad en sus expresiones culturales. E n el aspecto m usical, los diversos barrios habían im prim ido estilos ligeram ente diferenciados a los géneros criollos, pudiéndose distinguir la procedencia de los gui­ tarristas p o r su form a de pulsar el instrum ento y se identificaba el barrio de origen en los cantores por su m anera de en to n ar la voz y por el “ c o rte ” o ritm o que le daban a las canciones (Santa Cruz, C.. 1977). Se había llegado a desarrollar incluso un senti­ m iento de pertenencia y orgullo de barrio, que suscitaba m uchas veces la com petencia de estilos y co n trapuntos de intérpretes re­ presentativos de cada lugar. Las jaranas y fiestas populares en los callejones y barrios populares eran animadas por músicos no profesionales, en su gran m ayoría. Ejecutaban valses, polcas en m edio de m arineras, tristes y yaravíes, aunque tam bién intercalaban m azurcas y cuadrillas de m oda (cf.: Carrera Vergara 1940 y 1956). Es posible que en estas fiestas y celebraciones incluyeran algunas expresiones musicales afroperuanas, las cuales abundaban entre los peones negros de las haciendas y pueblos de la costa central (véase Diez Canseco 1949; Santa Cruz, Nicom edes 1982; Azcuez 1982a). 257

Este sería el lugar indicado para distinguir lo que para la época era m úsica criolla de lo que más am pliam ente se p o d ría lla­ mar música popular costeña. E ntendem os po r m úsica criolla la que era producida y consum ida por las clases populares de la ciudad de Lima, co n stitu id a básicam ente po r dos géneros: el valse y la polca. Desde una perspectiva histórica, este m om ento de la m úsi­ ca criolla es el que p o d ría llamarse Guardia Vieja, situado aproxi­ m adam ente entre fines del siglo pasado y 1920. El valse estaba ad­ quiriendo características locales después de transform arse bebien­ do en diversas fuentes, ta n to las europeas (waltz vienés, jo ta espa­ ñola y m azurca polaca) com o las m estizas de la costa central (pre­ gones, tristes) y las afroperuanas de la misma región (2). Ju n to al valse y a la polca, existía entonces o tro im portan­ te género popular lim eño. De m ucha raíz africana, hasta m ediados del siglo XIX había sido practicado en sus form as más tradiciona­ les sólo por la población negra y m ulata de la costa central. Dicha característica se aprecia en diversos testim onios de la época. Co­ nocida durante gran parte del siglo XIX com o zamacueca o mozamala, se había enriquecido asim ilando la resbalosa y las fugas diferenciándose de géneros costeños similares, pasando a ser llam a­ da marinera en los años de la Guerra con Chile. Es posible que la agresión arm ada del exterior catalizara su aceptación e integración al repertorio criollo popular de Lima, rebazando el ám bito negroi­ de y tendiendo puentes entre ambos sectores, tal vez en el afán de buscar un baile com o expresión de la tan necesitada unidad nacio­ nal. Es así que desde las últim as décadas del siglo pasado la mari­ nera limeña puede considerarse parte de la vertiente criolla y se le

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N o se con o cen con exactitu d los orígen es o el p roceso de aparición del valse criollo, tem as p o co investigados hasta ahora. Es probable que el resurgim iento y gran apogeo finisecular de la zarzuela españo­ la, la cual tuvo m ucha popularidad en Lima durante esos añ os, haya influido en la form ación del valse, después qu e el w a ltz vienés llegara a m ediados del siglo X IX . La fuerte orientación localista y co stu m ­ brista de la zarzuela, que asimilaba la m úsica tradicional de las diver­ sas regiones ibéricas dándole renovado vigor y amplia d ifu sió n , p u e­ de haber estim ulado en los com p o sito res populares y lim eñ os una búsqueda y rescate de expresiones locales y nacionales para am o l­ darlas a form as que eran m uy gustadas por el p úblico capitalino de la época. Las m ism as zarzuelas parecen haber proporcionado parte de la m úsica y te x to s de algunos valses criollos de la Guardia Vieja. Al respecto puede verse: C ollantes, A . 1 9 5 7 ; C isneros, N . 1 9 7 2 , Santa Cruz, C. 19 7 7 ; A costa Ojeda, M. 1 9 8 2 .

encuentra en las fiestas populares de negros, mestizos y blancos (3). Sin em bargo, se conocían en Lima géneros musicales que tam bién p odrían considerarse populares a principios del siglo ac­ tual, pero que solam ente algún sector étnicam ente distinguible de sus habitantes urbanos los practicara. El am orfino, por ejem plo, “ (. . .) sólo lo cantaba la gente de color, pues el am orfino es canto de m orenos (y) propio de la ciudad de L im a ...” (Azcuez 1982a). H abía además otros géneros de raíces africanas que los esclavos cantaban durante el siglo XIX en las zonas rurales de la costa cen­ tral, pero que a principios del XX ya se les encontraba en algunos barrios de la capital, com o Malambo. Es el caso del panalivio, la­ m ento negroide de los que trabajaban en las haciendas. En su fo r­ ma más tradicional era cantado durante las faenas, siendo poste­ riorm ente instrum entado con guitarra y en parte con cajón cuando se llevó a los galpones y luego a la ciudad (cf. Azcuez ob. cit.). Según lo visto, algunas expresiones musicales tradicionales de origen afroperuano y procedencia rural costeña seguían un p ro ­ ceso de asimilación urbana, aunque sólo se conocían entre la p o ­ blación negra de la ciudad. La m ayoría de ellas no ten d ría la suer­ te de la marinera limeña, tam bién llamada canto de jarana, ya que com o géneros prácticam ente se extinguirán a lo largo del presente siglo, así com o desaparecieron otras m anifestaciones negroides del siglo anterior. A pesar de su traslado a la ciudad, no superaron la difusión étnicam ente restringida y no llegaron a ser integradas a la vertiente criolla. Se puede entender en ello que existían aún m ar­ cadas diferencias culturales en las clases populares urbanas, dife­ rencias que por su no m uy lejano origen colonial se hacían p aten ­ tes todavía en la dim ensión étnica. De ah í que no podam os consi­ derar dichos géneros musicales com o criollos aunque fueran urba­ nos y lim eños, sino más bien com o parte del folklore afroperuano. En el resto de la Costa Central, principal asentamien-

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Un rezago de la anterior separación entre la cultura afroperuana y la criolla m estiza en las expresiones m usicales lim eñas se pone de ma­ n ifiesto en una anécdota que relata A zcuez (1 9 8 2 d ): “ [ . . . ] No se lle­ vaban porque ‘P an ch o’ [Ballesteros, com p ositor negro ] le decía a H uam bachano: ‘Tú no cantas [marinera lim eña], tú eres ch o lo ; quien canta es A ugusto [A zcu ez, cantante negro], ése sí sab e’. Cuando cantábam os marineras [lim eñas], por buscarle la lengua a Ballesteros, le d ecía a H uam bachano: ‘C ontéstale tú ’. P an ch o’ se soltaba e n to n ­ ces: ‘A nda ch o lo de m . . .’ y ya no contestaba [la marinera]. Ni en pintura lo p od ía ver. . .” .

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to de la población negra, se practicaban las expresiones de canto, danza y literatura oral del folklore afroperuano. E ntre sus m anifes­ taciones podem os m encionar el ingá, el agüenieve, el co n trap u n to de zapateo, el socabón, el fe s te jo ; y otras más com plejas com o los negritos, el son de los diablos y m oros y cristianos (4). En la costa norte, por o tra parte, se conocían otros géneros musicales com o el triste, la marinera norteña y el fondero. Es posible que en las ciu­ dades del litoral se practicaran tam bién valses y polcas de creación local y que luego serían conocidos en Lima tra íd o s po r los m igran­ tes que provenían de estos lugares a lo largo del presente siglo. Sin embargo, sería necesario un estudio más extenso para conocer la vida musical de las clases populares en las ciudades costeñas a p rin ­ cipios del siglo, lo cual escapa a los propósitos de este trabajo. Habiendo delim itado a grandes rasgos la vertiente lim eña en los prim eros años del siglo XX, verem os con m ayor detalle la producción y difusión de la m úsica criolla en la capital. Los m úsi­ cos y com positores criollos de la G uardia Vieja eran de extracción popular: artesanos y obreros en su gran m ayoría que no o b ten ían beneficios económ icos de su labor artística, siendo m uy escasos los que podían sostenerse exclusivam ente en base a su actividad musical. Dichos com positores, además, no ten ían entonces m ucho interés en registrar oficialm ente sus obras, ya que no hab ía ningún aliciente económ ico para hacer valer derechos de a u to ría sobre te ­ mas que no trascendían la ocasión festiva y que m uy rara vez se oían fuera de las jaranas o de los barrios populares. Cada nueva canción se aprendía directam ente del propio com positor o se tra s­ m itía entre sus amigos más cercanos en los festejos sociales a los que sólo acudían los familiares y los conocidos en el barrio (cf.: Santa Cruz, C. 1977). Es im portante destacar que la generación criolla de la Guardia Vieja se desenvuelve sin la presencia generalizada de los m edios de difusión. Las influencias musicales cosm opolitas que re­ cibe provienen de fuentes que utilizaban canales más tradiciona­ les de propagación. Entre ellos se pueden m encionar las funciones de teatro (ópera, zarzuela y cuadros de costum bres), las retretas públicas que ofrecían las bandas m ilitares, además de los pianitos am bulantes o portátiles que m uchas veces eran alquilados para

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N o se ha h ech o todavía un trabajo exhaustivo sobre el arte y fo lk lo ­ re afroperuano. A lgunos d atos pueden encontrarse en C uche, D . 1 9 7 5 ; M atos, J. y Carbajal, J . 1 9 7 4 ; Santa Cruz, N . 1 9 8 2 .

anim ar las reuniones a la espera de los m úsicos y guitarristas o ta m ­ bién para los paseos cam pestres que se organizaban en los alrede­ dores de la ciudad. Los m iem bros de la G uardia Vieja, por ser co m ­ positores que generalm ente no te n ía n preparación técnica ni fo r­ mal, debieron recoger sus ideas musicales foráneas de los tem as y géneros de m oda que se d ifundían a través de los m edios señala­ dos, ya que no p o d ían leer las partituras que aparecían en diversas revistas lim eñas o que vendían las casas de música. Cuando los m o­ dernos m edios de difusión em piezan a extenderse p o r la capital, a fines de la segunda década del presente siglo, la G uardia Vieja h a ­ b ía plasm ado ya sus estilos característicos, m arcando u n a etap a en el desarrollo de la m úsica criolla. A m odo de ilustración, se pueden m encionar los siguientes valses com o producción de la G uardia Vieja: E l guardián (“ Yo te pido, guardián, que cuando m uera/borres los rastros de m i h u ­ milde tum ba. . .” ); Brisas del mar (“ Cuando el sol de la m añana colora/en oriente su diáfano velo. . .” ); Pasión de hinojos (“ U na pasión de hinojos/borrará nuestros encantos. . .” ); A s í es m i am or (“ Suave com o el arrullo de la palom a,/dulce com o el trin ar de un ruiseñor. . Tus ojitos (“ Tus ojitos que contem plo con deli­ rio/yo los quiero y los adoro con em peño. . y La pasionaria (“ A quí está la pasionaria, /flo r que cantan los poetas. . .” ). Se ha escogido com o referencia algunos valses que son m uy conocidos hasta la actualidad. Existen m uchos otros valses de la época, pero la m ayoría de ellos tiene características similares a los ejem plos citados. El nom bre de sus autores ha caído en el olvido, com o se explicaba líneas arriba, figurando en nuestros días com o p ro d u c ­ ción “ anónim a” o no registrada. Para ensayar u n a caracterización de esta etapa, se p o d ría decir que la generación de com positores de la G uardia Vieja crio­ lla realiza u n a producción ^musical con algunos rasgos folkloricos, usando el sentido científico del térm ino (véase, p o r ejem plo, Cor­ tázar, R. 1959). Es u n a creación de los sectores populares, en su m ayor p arte sin autor registrado y casi siem pre olvidado, que llega al presente com o p roducto “ anónim o” , siendo distinguido precisa­ m ente con el nom bre genérico de G uardia Vieja. En el m om ento de su aparición, la difusión de estas canciones estaba circunscrita a un grupo dentro de una localidad geográficam ente ubicable: el b a­ rrio popular lim eño. La creación se tra sm itía de com positor a in ­ térprete por m edios orales y bajo condiciones musicales “ artesana­ les” o “ preindustriales” y sin registrársele por m edios gráficos: La 261

m ayoría de estos artistas populares no te n ía conocim ientos form a­ les ni técnicos sobre la com posición o interpretación musical, ca­ reciendo igualm ente de preparación para leer o escribir la música que ejecutaban. Se puede decir que eran “ intuitivos” . La audien­ cia tam bién era local y restringida, com puesta casi siem pre p o r los asistentes a las jaranas y festividades que servían de m arco y oca­ sión para la práctica musical. De este m odo, h ab ía una estrecha vinculación e identificación entre el com positor, el intérprete y la audiencia, vinculación que no estaba m ediada por relaciones m er­ cantiles ni por intereses económ icos en la producción y difusión musicales. EL PERIODO CRITICO Lima era entonces el centro de la producción musical crio­ lla. El valse y la polca ten ían su base social en la población capitali­ na, pero es ésta tam bién la más afectada por el im pacto inicial de la m odernización que se opera en el país entre 1920 y 1930, debi­ do a los grandes cambios estructurales sufridos durante el segundo gobierno del presidente A. Leguía (5). En la vida de la urbe, las transform aciones se expresan en el desarrollo de las avenidas que integrarían los diversos barrios de la ciudad y en la am pliación de las calles en general para facilitar la creciente circulación vial. El autom óvil se convierte en u n a presencia cotidiana d entro del pai­ saje urbano, aunque siem pre significara un sím bolo de posición so­ cial. Las costum bres capitalinas son alteradas con m ucha rapi­ dez, especialm ente entre la juventud que acoge las novedades y m odas foráneas, las cuales provienen en esta época principalm ente de N orteam érica. Los Estados Unidos desplazan a E uropa en el dictado de la m oda cosm opolita y en el m anejo de lo que se ha llam ado la industria cultural. Lima estaba adquiriendo las características de una ciudad m oderna y la aparición de los m edios masivos de difusión musical era parte de este proceso generalizado.Se debe recordar que el uso de estos m edios de difusión em pezó a popularizarse en el m undo con la producción industrial del fonógrafo en los prim eros años del

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E ste m om en to de la historia nacional ha sido bastante investigado en lo s últim o s años. V éase, por ejem plo, Burga y F lores Galindo 1 9 8 1 ; Pareja P. 1 9 7 8 ; S tein , S. 1 9 7 3 ; Y ep es, E. 1 9 7 9 . Una interpre­ tación de! p erío d o en cu estión puede encontrarse en C otler, J. 1 9 7 8 .

siglo XX, m arcando el com ienzo de toda una nueva era en la p ro ­ pagación de la música. Este aparato ten ía la ventaja de ser prácti­ co y asequible para el uso en el hogar: se podía o ír en cualquier m om ento las canciones de m oda y todo tipo de música y sonidos que la creciente industria disquera lanzara al m ercado. Fue así que los artistas tuvieron en el fonógrafo la oportunidad de ser es­ cuchados por m ucho más personas de las que cabrían en un tea­ tro y en distintos lugares a la vez, todo esto sin que el mismo artis­ ta necesitara estar presente. Se forjaba de este m odo un nuevo proceso en la irradiación de las modas musicales y una relación distinta entre el m úsico y su audiencia, bajo una dinám ica que se­ ría reforzada e intensificada con la sucesiva aparición y desarrollo de otros m edios m odernos de difusión musical. En Lima, hasta antes de 1920, el fonógrafo no parece ha­ ber alcanzado más que una audiencia reducida y lim itada a las cla­ ses pudientes y a los sectores que vivían atentos a las novedades técnicas del m ercado internacional. A pesar que sus oyentes au­ m entaban en la capital a m edida que iban apareciendo aparatos ca­ da vez menos costosos y técnicam ente superiores, llegando p ro ­ gresivamente a m uchos hogares de las clases medias y populares, la m úsica peruana escasam ente alcanzó a ser registrada en discos durante las tres prim eras décadas del siglo (cf.: Santa Cruz, C. 1977). Es probable que no se contara todavía con un público con­ sum idor lo suficientem ente num eroso para hacer rentable una producción masiva de tem as musicales que sólo eran populares en­ tre los gustos locales de sectores con bajo poder adquisitivo. La idea de instalar una fábrica de discos en el Perú para absorber la producción artística nacional no debió ser atrayente en esa época para las empresas fonográficas, las cuales ten ían sus sedes en Esta­ dos Unidos o Europa. Las esporádicas grabaciones y ediciones co­ merciales de músicos populares peruanos que se registraron antes de 1930 respondían más bien a la satisfacción del gusto por lo exó­ tico que el público norteam ericano m ostraba frente a las expresio­ nes artísticas de otros países (6).

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U no de lo s prim eros con ju n tos criollos que registró sus voces en la grabación fonográfica para ed icion es com erciales fue el dúo co n fo r­ m ado por Eduardo M ontes y César Manrique. E llos viajaron en 1911 a E stados U n id os para que la empresa Columbio Phonograph & Comp a n y imprimiera discos con tem as populares de la costa peruana, por cuenta de la casa Holting y Cía. de Lima que financió su viaje. Llega-

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De este m odo, fue aum entando en Lima el consum o local de discos y fonógrafos de origen foráneo, sin que se desarrollara al mismo tiem po una edición discográfica masiva en base a los in­ térpretes peruanos. La gran m ayoría de canciones grabadas en esos años provienen del extranjero, sobre to d o de Estados Unidos, dependiéndose así de esa producción para el consum o fonográfico de la población capitalina. Se im plem entaba u n a nueva dinám ica de contacto con la m úsica foránea y con la m oda internacional, in ten ­ sificándose en la m edida en que el m ercado del disco lanzaba apa­ ratos cada vez más fáciles de adquirir y extendiera así el hábito de escuchar música a través del fonógrafo (7). La aparición del cine sonoro en la capital poco antes de 1930 debió reforzar el proceso descrito. No obstante, hay que te ­ ner en cuenta que las funciones del cine m udo tam bién co nstituían una ocasión pública y frecuente para escuchar música. Las prim e­ ras películas eran acom pañadas generalm ente p o r un pianista en la sala cuando no lo hacía u n a pequeña orquesta, en base a tem as - musicales foráneos o cosm opolitas del m om ento. La llegada del cine sonoro significó un m ayor co n tacto entre el público local y la música internacional de m oda, pudiéndose incluso ver en la p an ­ talla a los cantantes y artistas del m om ento. Cabe suponer, po r ello, que los géneros musicales ligeros llegados a través de las películas sonoras eran los mismos que se difundían en los discos de la épo­ ca (8). .

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ron a editarse 91 discos d ob les co n 1 8 2 piezas, m uchas de las cuales eran m uy con ocid as en esos años, co m o Luis P a rd o , La palizada y San Miguel de Piura ál amanecer. E ste caso es ilustrativo de las d ifi­ cultades que ten ia la p rod u cción musical peruana de arraigo popular para llegar a ser grabada an tes de 1 9 2 0 , a sí c o m o de la curiosidad que el exotism o de lo s artistas nacionales despertaba en lo s nortea­ m ericanos (cf.: Basadre 1 9 6 4 : X , 4 6 1 7 ). N o se puede decir, sin em bargo, que el u so del fon ógrafo en Lima re­ presentó el inicio del co n ta c to popular co n la m úsica foránea del m o ­ m en to. Lo que cambia es el lugar de origen de la m úsica extranjera. El consum o discográfico llevó al desplazam iento de España y Europa en general por E stados U n id os en la p rod u cción y propagación de m úsica ligera para las audiencias populares. Pero hay una diferencia m ás im portante del au m en to de la intensidad en el con su m o m u si­ cal y en la frecuencia del c o n ta cto co n lo s géneros forán eos de m oda que lo s m ed ios m odernos de difu sión m usical introducen en lo s c en ­ tros urbanos. E ste es un aspecto que no ha sido estudiado en nuestro p aís, por lo

Se puede decir, entonces, que los m edios de difusión m o ­ derna influyeron crecientem ente sobre los gustos populares de Lima, en una dinám ica que venía im puesta y controlada desde el extranjero po r la floreciente industria cultural norteam ericana, e x ­ tendiéndose en poco tiem po sus efectos hacia los sectores más n u ­ merosos de la ciudad. A diferencia de épocas anteriores, los m e­ dios de difusión m oderna inducían un co n tacto masivo, perm anen­ te y cotidiano con las novedades de la m oda foránea por las carac­ terísticas de la producción y difusión artística que im plem entaban dichos m edios. Fue así que la m úsica internacional de m oda se convirtió en un elem ento de consum o frecuente e incluso diario gracias al creciente hábito de la audición fonográfica y de las fu n ­ ciones de cine. La producción musical de las clases populares lim eñas fue afectada por estos procesos y po r los mism os contenidos que in tro ­ ducían los m edios de difusión m oderna. Las fuentes que h ab ían alim entado a la G uardia Vieja se vieron desplazadas p o r los nuevos y más dinám icos vehículos de trasm isión, los que además im po­ nían géneros musicales no conocidos hasta entonces pero que son asimilados con inusitada rapidez por los jóvenes de todos los secto ­ res sociales. Este doble proceso de desplazam iento conduce a que los géneros musicales de producción tradicional y difusión local sean prácticam ente reem plazados po r las nuevas m odas foráneas en los gustos de las audiencias populares limeñas. Las nuevas preferen­ cias que se im ponen sobre' el público local, a la vez, van a influir sobre los artistas capitalinos hasta el p u n to de verse obligados a incluir en sus repertorios los géneros internacionales del m om ento. El ciclo se com pletaría cuando los com positores populares lim eños adaptan sus propias creaciones a los estilos foráneos predom inan­ tes, asim ilando varias de sus características musicales para poder luego ser aceptados por la audiencia local y adm itidos finalm ente en los m edios de difusión m oderna. El prim er m om ento de este fenóm eno, ubicado a fines de la década de 1910, se le conoce tam bién com o el perío d o crítico de la canción criolla: “ ( . . . ) el valse y la polca criollos (alrededor de 1920) ceden posiciones hasta casi desaparecer” (Santa Cruz, C. 1977:44). Los tem as de la Guardia Vieja, hasta entonces m uy es-

cual no se p u ede tener una idea m ás precisa de la influencia qu e las fu n cio n es cinem atográficas tuvieron sobre la cultura popular lim eña y en particular sobre la m úsica de nuestro m ed io.

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cuchados en las fiestas populares y jaranas de barrio o callejón, tuvieron una fuerte y desigual com petencia con la m úsica de m oda que venía del extranjero, siendo desplazados durante cierto tiem ­ po de casi todos los am bientes criollos, incluso de los mismos calle­ jones limeños. En diversos testim onios, los propios com positores populares que vivieron este m om ento describen el fenóm eno: “ __ Parecerá m entira, pero en los callejones no querían bailar el v alse... Tango, la juventud quería ta n g o ... Me acuerdo de la época del tango Té. H abía un m uchacho, m e­ dio escritor [que en 1922 ó 1923 ] reprochando esa cues­ tión del tango, parodió [la invasión del tango] con un verso de él, pero con la m úsica del tango Té que decía: Desde hace un tiem po que los negros de Malambo en lugar de m arinera bailan tango. Con esa gracia y displisura [sic ] lo han convertido en m ovim iento de cintura. En un rincón las negras viejas cuchichean, en el centro las zam bitas se balancean. Es una cosa graciosa y chistosa entrar a un callejón y ver bailar el tango T é ... ” . (Covarrubias, Manuel, en Stein 1974c)

Ni siquiera las jaranas de callejón pudieron resistir la inva­ sión de los géneros argentinos y norteam ericanos en boga, los cua­ les se disputaban las preferencias de la audiencia en las fiestas p o ­ pulares, sobre to d o entre los jóvenes: “ ... Se cantaba todo: valse, el tango; se bailaba en las fies­ tas [populares] el tango, se bailaba el jazz, se bailaba el swing, se bailaba el chárlesto n ... El valse, com o siem pre, para los m ayores, siem pre un valsecito, una m arinerita pa­ ra el final de fiesta, a s í ...” . [Pregunta el entrevistador:] Pero esas jaranas de callejón de los años de 1920, ¿no eran sólo de música criolla? [Respuesta] “ ... No, no, n o ... Todo entró a llí... Así co­ mo ahora ha entrado el ‘rocanrol’, así f u e ... (Carreño, Alcides, en Stein 1974a) Algunos de los com positores criollos reaccionaron frente a la invasión musical foránea y a la actitud de los jóvenes que aco­ gían con tan to entusiasm o la m oda cosm opolita. El ya citado Ma­ nuel Covarrubias, por ejem plo, lo hizo a través de su valse Viejo jil266

guerrilla, com puesto en esos años: Tardes que enlutan el alma, noches que hacen llorar. Sentim ientos de un jilguero son los que voy a cantar. Dichoso jilguerillo / que en alegre retozo vuelas de ram a en ram a / sin soñar ni esperar que aquí en tu paraíso / de arbustos y rosales por años transcurridos / te fueran a olvidar. No vivas resentido / porque ya no te escuchan ese tu dulce canto / desde el amanecer. Oh, viejito jilguero / escucha y ten paciencia: ese estilo m oderno / no debes aprender. (En Stein 1974c) F rente a esta situación, la m ayoría de los músicos popula­ res lim eños que antes de 1920 ya habían m adurado sus estilos, co­ rrespondientes a la G uardia Vieja, no pudieron o no quisieron adaptarse a las novedades y cam bios de la moda. Como decía M. Covarrubias, al explicar el m otivo de su valse, en el cual personifi­ caba la generación criolla de la Guardia Vieja en el jilguero: “ Re­ sentido el jilguerillo porque ya no le oían su c a n to ” ni en su p ro ­ pio “ paraíso de arbustos y rosales” (los barrios populares limeños), porque “ ya estaba viejito y todos los pichoncitos se m andaban m u­ dar” hacia los nuevos géneros musicales en boga. De este m odo, el p eríodo crítico de la canción criolla, ubicado entre 1920 y 1925 y m otivado po r los cam bios socioculturales que atravesaba la ciudad, m arcó el final de una época en la producción y difusión de la m ú­ sica popular limeña. Term inaba así lo que llamamos la Guardia Vieja criolla, pero se iniciaba una nueva época. Al transform arse Lima, se alteraron tam bién las características de la creación, pro ­ ducción y difusión musicales, cam bios que se plasm arían en la si­ guiente generación de com positores criollos. Son precisam ente ellos, los m iem bros de la generación que sucede a la G uardia Vie­ ja, que entonces eran jóvenes y com o tales atentos a las noveda­ des del m om ento, los que asimilaron el im pacto musical del pro ­ ceso m odernizante sufrido por la capital. LA GENERACION DE PINGLO Debió ser m uy difícil para los jóvenes intérpretes y com ­ positores populares lim eños de los años de 1920 el sustraerse de 267

la creciente influencia de los ritm os foráneos, más aún si éstos ga­ naban las preferencias del cam biante gusto de su propia audiencia solicitando que fueran ejecutados en las fiestas y reuniones socia­ les. Se ven así forzados a aprender y ejecutar los nuevos ritm os, in­ cluso en las jaranas de callejón, pues de lo contrario perderían oyentes y popularidad. Se puede en tender p o r ello que m uchos de los que recién em pezaban su tray ecto ria artística en esos años, y que después serían figuras m uy conocidas de la canción criolla, interpretaran estos géneros internacionales. Uno de ellos fue Pablo Casas Padilla, autor del conocido valse A nita, que en esa época se iniciaba en la actividad musical: “ . . . N osotros am enizábam os una reunión [en una casa de vecindad o en un callejón]. Con los que yo paraba to ca ­ ban la guitarra y cantaban. . . H acíam os lo nuestro y hacía­ mos tam bién lo extranjero, en la m ism a jarana. Se bailaba el valse, la polca, el fox-trot, en la m ism a jarana. El tango tam bién. Todo eso se sabía bailar [ en las fiestas de ca­ llejón].” (Casas, P., en Stein 1971) . Alcides Carreño Blas, p o r otra parte, quien posteriorm en­ te se dedicaría a la com posicion de m úsica criolla (Quisiera) y cos­ teña en general (Malabrigo, En Trujillo nació D ios), com enzó com o intérprete de tangos en Lima. Fue su prim era presentación pública, acom pañado con su herm ano, en u n te a tro popular de la capital durante los años de 1920. Poco tiem po después fue contra- tado por Teresita Arce para form ar una “ típ ica argentina” , una o r­ questa al estilo popular argentino, en la que aparecía vestido com o gaucho (Carreño, en Stein 1974a). El mismo Felipe Pinglo Alva, quizá el más fam oso de los autores que surge en esos años, tam bién ejecutaba “ con singular m aestría” los tangos y fo x-tro ts de m oda (Collantes 1977). Se dice incluso que Pinglo se hizo conocido prim ero com o ejecutante de fo x-tro ts y después com o com positor de m úsica criolla (Az­ cuez 1982b), m ientras otros sostienen que y a en su niñez se entre­ ten ía “ tocando en un ro n d ín la m úsica de m oda: ‘El chavarán’ , especie de zapateo am ericano” (Collantes 1977). O tros contem ­ poráneos de Pinglo, com o Pedro Espinel Torres, Sam uel Jo y a Neri, V íctor Correa Márquez, M áximo Bravo y varios más, que luego se dedicarían a la creación de valses y polcas criollos, igualm ente practicaban el tango, el one-step, el pasadoble y la m ayoría de gé­ neros foráneos de m oda en los años de 1920 y 1930 (Santa Cruz, C. 1977:47). 268

No pasó m ucho tiem po antes que los com positores p o p u la­ res lim eños probaran suerte con los ritm os extranjeros. El ya ci­ tad o Pablo Casas fue uno de ellos: “ . . . Me gustaba el fo x -tro t [en los años de 1930], Es la­ m entable que en el m edio ya no se le utilice, pero me agra­ daba y tam bién hice algunas canciones [de este género]. Por ejem plo, hice un fo x-trot que se hizo tam bién b astan ­ te popular. Llegó hasta el vecino puerto. . (Casas, P., en Stein 1971) Se puede decir, según to d o lo que hem os visto, que los com positores populares lim eños llegaron en poco tiem po a fam i­ liarizarse ta n to con la m úsica foránea del m om ento, que la p u d ie­ ron dom inar hasta el p u n to de producir tem as en estos géneros. No hubo, pues, u n a separación tajan te entre ambas vertientes o culturas musicales, tam poco una audiencia local aislada y p u ra ­ m ente criolla. Por el contrario, ta n to el público lim eño com o los intérpretes y autores populares co m p artían la afición por la m úsi­ ca que producían. Así, d entro de la relación entre los músicos populares y su audiencia, ésta les im puso un cam bio en su repertorio para sa­ tisfacer, prim ero com o ejecutantes e intérpretes, los nuevos gus­ tos internacionales que se in tro d u cían a través de los m edios de difusión m oderna. A nte esta exigencia, los com positores criollos se vieron tam bién en la necesidad de incorporar algunas caracte­ rísticas de la m úsica foránea en los género locales, dándoles n u e ­ vos estilos a los viejos géneros para adecuarlos a los gustos del m om ento. De este m odo, se les presentó el requerim iento a los nuevos com positores criollos de “ internacionalizar” el valse y la polca según los ritm os en boga, pero tratan d o al mism o tiem po que no perdieran su “ esencia” local. Era la principal m anera que en­ contraron para enriquecer, variar y renovar la m úsica p o p u lar li­ - m eña en una dirección tal que pudiera com placer la audiencia lo­ cal en co n tacto estrecho con la m oda internacional. En F. Pinglo, po r ejem plo, se com prueba la introducción de ciertas características de la m úsica norteam ericana en la polca criolla, logrando un estilo nuevo. Nicom edes Santa Cruz (1977) señalaba este caso: “ [ ...] con Pinglo [la polca] se enriquece cuando ésta asim i­ la la influencia del fo x-tro t, dándole ese ritm o sincopado que es llam ado ‘golpe A bancay’ de estilo V ictoriano...” . 269

Pinglo tuvo m ucho éxito en esta com binación, porque hasta ahora se siguen cantando sus one-steps y sus “ polcas crio­ llas” creadas en base al ritm o del fo x -tro t, com o El saltimbanqui, t i sueño que y o viví, Llegó el invierno. Ven acá limeña y Qué bo­ nito es mirar. Es im portante destacar que estas obras son com ún­ m ente tenidas ahora po r legítim as polcas criollas, lo cual de­ m uestra que la amalgama fue exitosa y se le ha adm itido com o vá­ lida para incprporarse al repertorio criollo. Lo mismo sucedió con el pasodoble español y la polca, cuya influencia es n o toria en te ­ mas com o B om bón Coronado, de Pedro Espinel Torres; Los tres ases, de F. Pinglo; La gitanilla, de V ícto r Correa M árquez; Lim a, de Jorge Huirse y Enrique Portugal; Angélica, de Juan Criado; N os­ talgia chalaca, de Manuel Raygada Ballesteros; y Carmen R osa, de Luis Dean. En cuanto al valse criollo, las innovaciones consistieron en am pliar y diversificar su universo arm ónico aum entando las variacio­ nes en los grados de la tonalidad, po r un lado, o en alterar el o r­ den, duración y estructura que caracterizaban a la G uardia Vieja en su uso de los grados principales de la tonalidad. Sobre estos cam bios se sustentaban m elodías más ricas y sutiles que las a n te ­ riores. En general, se n o ta una m ayor libertad en el uso de la arm o­ nía y la incorporación de giros m elódicos desconocidos durante el p eríodo anterior, llegándose en algunos casos a grados de com pleji­ dad nunca usados antes en la m úsica popular lim eña (9). Algunas de estas novedades se pueden encontrar en los valses más elabora­ dos de Felipe Pinglo, com o El canillita, La oración del labriego, Jacobo el leñador. Tu Jiombre v el m ío, Horas de am or y Sueños de opio. Tam bién en algunas obras de Laureano M artínez Sm art, com o Destino, I'atalidad y Compañera m ía. Se pueden m encionar igualm ente el valse R em em branzas, de Pedro Espinel Torres; Julia, de Sam uel Jo y a Neri; y Ventanita y Desconsuelo, de Eduardo Már­ quez Talledo. Surgió así to d a una nueva etapa en la producción musical criolla, pudiéndosela denom inar la “ Generación de Pinglo” para personificarla en su más conocido integrante. Los m iem bros de

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Es d ifícil precisar con exactitu d , para el caso del valse, las influencias m usicales foráneas que recibe durante esta ép oca. E ste asp ecto m ere­ ce un estu d io m u sicológicü p rofu n d o, lo cual perm itiría discernir los elem en tos asim ilados y su origen id en tifican d o las fu en tes m usicales locales y las internacionales.

esta generación nacidos en su m ayoría entre 1895 y 1910, co­ m enzaron su actividad musical enfrentando el cambio de las con­ diciones en la creación artística popular que im ponía las trans­ form aciones socioculturales. Se puede decir que son ellos los que perm iten superar el m om ento de crisis de la canción criolla. Para lograrlo, habían asimilado los géneros y ritm os foráneos com bi­ nando algunas de sus características con los estilos y m elodías locales de épocas anteriores, com o respuesta de la producción m u­ sical al cam bio en el gusto de su audiencia, llegando a una notoria alteración de los estilos y contenidos musicales de la G uardia Vie­ ja. Esta dinám ica de la producción musical criolla parece ha­ ber sido un fenóm eno generalizado en la música popular urbana de las ciudades latinoam ericanas desde fines del siglo XIX. Así lo señala, por ejem plo, la m usicóloga cubana M aría Teresa Linares (1977). Según ella, se identifica esta producción musical por los m ateriales cosm opolitas que incorpora, lo que le acerca o parango­ na a los últim os giros de la m oda que se im pone desde los grandes centros m ercantiles capitalistas. Antes, esta música urbana había incorporado otros m ateriales (elem entos de estilo) que llegaban principalm ente con la música de com pañías de revistas o de la zar­ zuela española. Con el desarrollo de los medios de difusión masiva, fue luego la de películas musicales y del fonógrafo; “ . . . La m úsica popular urbana [de Latinoam érica] se en­ frentó a la contradicción im plícita entre la homogeneización [que im pone la m oda cosm opolita sobre los estilos locales] y la identificación de perfiles nacionales m edian­ te la selección de m aterias primas [musicales] y su elabora­ ción más inm ediata de m anera que se adapta a las dem an­ das comerciales. [. . .]” . (Linares 1977:83)

Es im portante destacar que esta pugna entre lo nacional o local y lo internacional o cosm opolita fue percibida con cierta cla­ ridad por algunos com positores criollos, com o Felipe Pinglo cuan­ do le escribe a un amigo: ; “ [. . .] Tú sabes cóm o lucho por sacar adelante la canción criolla, pero tengo la esperanza de que el esfuerzo m ío y de otros, que no somos m uchos, sirva para que nuestro fol­ klore se coloque en el lugar que le corresponde; y que sea 271

conocido tan to aquí com o en el extranjero,pero con carta de ciudadanía peruana bien definida. [. . .]” . (En Collantes 1977) R esulta m uy significativo el uso del térm ino “ folklore” por Pinglo. Posiblem ente la misma invasión de m úsica foránea con m a­ y or fuerza e intensidad que en épocas anteriores haya agudizado el contraste entre la tradición local y la m oda internacional. Pero el uso de dicho térm ino den o ta tam bién que h a b ía ya una conciencia de lo tradicional y local com o algo distinto de lo que él y su gene­ ración estaban produciendo. Esto se debe a que no se tratab a sólo de un problem a estilístico o de form as musicales exclusivam ente. Para el caso concreto de Lima se estaba operando en esos años una transform ación en las características de la producción y difusión de la m úsica criolla, lo cual perm ite distinguir con m ayor precisión la Guardia Vieja de la G eneración de Pinglo com o dos etapas en la historia de esta vertiente musical. Los cambios que se expresaban a través de los- estilos m u­ sicales reflejaban transform aciones en la dinám ica de la creación artística popular, tendiéndose en térm inos generales a la pérdida de los rasgos folklóricos que, según habíam os visto en una sección anterior, te n ía la producción y difusión de la m úsica criolla duran­ te la etapa de la Guardia Vieja. La a u to ría de las obras populares, por ejem plo, em pezó a ser registrada y se transcribieron las cancio­ nes al m edio impreso y a la notación musical. A parecieron las ca­ sas editoras de polcas y valses criollos y los cancioneros adquirie­ ron gran difusión (cf.: Santa Cruz 1977). De este m odo, las form as de trasm isión, difusión y aprendizaje dejaron de ser predom inante­ m ente orales y directas del com positor o ejecutante a la audiencia. Por o tra parte, las diferencias en los estilos de creación e interpretación musicales em pezaron a borrarse, tendiéndose a su hom ogeneización. La difusión superó el cerrado círculo de amigos o de las jaranas de barrio, llegando progresivam ente a to d a la ciu­ dad e incluso en ocasiones al extranjero. Las canciones pasaron a ser identificadas por sus com positores e intérpretes, cuya fam a in ­ dividual crecía gracias a la difusión de cancioneros, y se iba per­ diendo la identificación p o r barrios de procedencia o po r referen­ cias locales. Por últim o, al propagarse los nuevos m edios de difusión p o r la capital, fueron reem plazando los tradicionales canales de influencia y las anteriores fuentes de asimilación de ideas m usi­ cales provenientes del extranjero. El com positor lim eño Pablo 272

Casas ofrece una clave m uy valiosa para entender la asim ilación de los géneros foráneos en la creación local a través de los de los m odernos canales o m edios que tra ía n algunas de las nuevas ideas musicales. Dicho autor explicaba así el proceso de creación y varia­ ción en la com posición de tem as po r los artistas populares de la ciudad: . . Ya en la época de Pinglo, o quién sabe un po q u ito más antes, com ienzan a venir aquí películas sonoras. . . E ntonces venían películas musicales; justam ente, m usica­ les nom ás. Muy buenas, desde luego, m uy bonitas para aquel que le gusta la música. E ntonces, qué sucede: que aquel que le gusta y tiene esa inquietud. . Yo pienso que uno de los órganos que tenem os, el o íd o , es el más sensi­ ble, que yo pienso que ni más ni m enos com o u n a m áqui­ n a fotográfica. El oído se impregna. . . se im pregna y. . . entonces el tipo se dispone más [...] y com ienza a crear una m elodía; y lo que le sale lo que ha oído ahora cuatro, cinco, diez o quince años a trá s ... A veces conscientem ente, a veces inconscientem ente.. (En Stein 1971) EXPRESIONES DEL CAMBIO En este p u n to quisiéram os ilustrar lo que se ha expuesto recurriendo a un estudio som ero y provisional de la misma obra ar­ tística que ha em anado de la producción musical criolla. Son m uy escasas las investigaciones sobre este tem a, concentrándose casi e x ­ clusivam ente en los tex to s del valse y sus implicancias sicológicas (Z apata 1969) o en los aspectos literarios y la estructura interna de un solo com positor (Silva 1974). Dichos estudios dejan de lado el co n tex to histórico en que se desarrolla la m úsica popular lim e­ ña para fijar su atención en las tendencias aparentem ente invaria­ bles o constantes que expresan las letras de los valses criollos y lue­ go extrapolarlas para caracterizar la sicología de las masas capitali­ nas. El historiador S. Stein (1973: cap. VIII y 1982), aunque e stu ­ dia am pliam ente el am biente social de los sectores populares de Li­ ma en las tres prim eras décadas del siglo actual, busca tam bién en el valse criollo las expresiones de los valores m orales de la clase tra ­ bajadora. Los autores citados, sin em bargo, han om itido de sus aná­ lisis el aspecto específicam ente musical de la producción criolla, lim itándose además a estudiar los textos de un solo género d entro 273

de to d a esta vertiente. Por otro lado, no consideran la situación festiva donde se actualiza p o r lo general la canción popular, m o­ m ento donde prim an sentim ientos opuestos a los que se despren­ den de un análisis exclusivam ente tex tu al o literal, tal com o apare­ cen en los estudios citados; tristeza, m elancolía, abatim iento, resig­ nación (10). Según lo expuesto a lo largo de nuestro estudio, e n co n tra­ m os que las transform aciones socioculturales de la década de 1920 en Lima se aprecian tam bién en un cam bio de tem as y contenidos en las letras y en los géneros musicales criollos. D entro del prim er aspecto, se observa u n a diferencia im p o rtan te en los tem as que canta la G uardia Vieja y la G eneración de Pinglo. En algunos casos el tem a puede ser el m ism o, pero la perspectiva distinta. Es intere­ sante así tener en cu enta que uno de estos tem as es precisam ente el del cam bio en las costum bres y en la vida de Ja ciudad. Por ejem ­ plo, en los prim eros años del siglo se canta a las m anifestaciones iniciales de la m odernización urbana: La luz eléctrica Resbalosa de autor anónim o (c. 1900) No sé que quieren hacer / los extranjeros en Lima, que nos vienen a p o n er / una luz tan dañina: la llam an la luz eléctrica, /com petidora del gas, que po r m uy buena que sea / siem pre causa enferm edad. ¡Pobrecito gasfitero, / qué oficio aprenderá! A sastre o a zapatero / o lo ajeno agarrará. (Tom ado de Vásquez, A. 1978)

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Al tom ar en cuenta la dim ensión social de la prod u cción criolla, el estu d io de Stein (1 9 7 3 , 1 9 8 2 ) es el que más se acerca a la perspectiva ensayada a q u í. E stam os de acuerdo co n dicho autor en que durante las prim eras décadas del siglo X X la m úsica criolla está hecha por y para lo s sectores populares de Lim a, co n stitu y en d o a sí un testim o ­ nio esp on tán eo y directo de esto s grupos sociales. N o ob stan te, cree­ m os que se debe considerar la p rod u cción artística en su aspecto global. A sí, los estilo s m usicales y sus variaciones en el tiem po p u e­ den dar alguna luz sobre las tendencias culturales de d ich os grupos. El h ech o d e qu e com pongan en ciertos géneros forán eos de m oda, c o m o se ha visto , tam bién resulta bastante revelador, lo que se pierde del análisis cuando la investigación se cincunscribe a uñ so lo género de los diversos que en to n ces, tenían am plia d ifusión. Por ú ltim o , y a pesar de la orientación histórica de su estu d io , S tein no señala las di­ ferencias en tre lo s prim eros años de la p rod u cción criolla y lo s c o m ­ positores de 1 9 2 0 y 1 9 3 0 , co locan d o en una sola categoría diversos te x to s aparecidos desde 1 9 0 0 hasta 1 9 4 0 .

O tra m uestra de este m om ento es el valse Los motoristas. En él se adaptó una m elodía de la zarzuela La trapera, para expre­ sar la aparición del tranvía eléctrico en Lima, servicio inaugurado en 1904: Los m otoristas Valse con letra de Belisario Suárez y música de La trapera (c. 1905) Ya se ha form ado una empresa / que reem plazará al U rba­ no: Los caballos y cocheros /tendrán que parar la m ano. Pobrecitos conductores, / ya no tendrán que em pujar, con este nuevo sistema / ya to d o se va a acabar. Tú, con el autom óvil; /yo, con el tranvía, recorrem os las calles / de noche y de día. (Tom ado de Santa Cruz, C. 1977) En am bos tex to s se n o ta cierto' asom bro y preocupación po r estos cam bios, los cuales no son del to do bien vistos en el pri­ m er ejem plo, aunque en el segundo parece haber ya alguna acogi­ da a las novedades del transporte m oderno. Desde 1920, por el contrario, se hace n o torio el desarrollo de las avenidas en la ciu­ dad y el autom óvil em pieza a convertirse en un elem ento com ún del paisaje urbano en proceso de m odernización. Es bastante sig­ nificativo al respecto el m otivo que impulsa al com positor p o p u ­ lar lim eño Manuel Covarrubias a iniciarse en la creación musical: “ . . . Ya yo, cuando he tocado un poquito [de guitarra, cerca de 1920], abrieron aquí una avenida Miramar, y sa­ qué un valse dedicado a la avenida. . . Yo me acuerdo, ése fue el prim er valse que saqué ; y com o había tan poco elem ento [i. e., com positores en su "barrio], así que gustó el valse. . .” . (En Stein 1974c) Para 1930 el autom óvil había adquirido tal difusión en la capital que perm ite la com posición de un tem a en base a las num e­ rosas marcas de vehículos que circulaban por la capital. Como se puede ver, el te x to que citam os a continuación expresa además el desarrollo de las avenidas y el prestigio social que confería el uso del autom óvil: El volante ‘O ne-step’. Letra y música de F. Pinglo (1933) En H udson turism o de m áquina ideal o en Limousine Ca­ dillac me deleita ir cuando de paseo salgo a la ciudad, o sus avenidas suelo recorrer. , 275

Si me lleva al m ínim o el señor chauffer puedo en M ercade­ res m uy bien adm irar los rostros angélicos de cada m ujer, hijas de esta Lima bella y colonial. En Chandler, Ford, Overland, Chevrolet o Fiat, Willis, Night, Mercedes, Minerva o D urant; Dodge, Lincoln, Pizarro o Rolls Royce; Stultz, Buick, Lancia o Renault. En Hispano Suizo, Paige, Studebaker, Isota Franchini, Cobe, Alfa Rom eo, O akland, Oldsm obile, Pathfinder o Cle­ veland. En King o Mercer siento yo el placer que nos p ro ­ porciona la grata em oción de pasear en auto con bella mujer. Pontiac, Austin, M urray Vaulvas, Bugatti, Wacha, Case, C ourburn, Citro en D ustro, Fhúngaro y Wright; Seret, La Salle, Morris, Mac Farland, Peugeot, Fhum m obile y Duwo bondadosos son. Todos son m uy buenos cuando es m enester darse un colo­ rido de persona bien, burlando al travieso cupido de am or. Al dejar el auto cesa mi pasión. (Tom ado de Collantes 1977) Las diferencias no sólo se encuentran en lo que expre­ san los tex to s citados. Hay que destacar tam bién el tip o de música empleado. En los dos prim eros se usaron géneros vigentes en el m om ento, com o la tradicional resbalosa lim eña que provenía del siglo XIX, o se adaptó la m elodía puesta de m oda com o parte de una zarzuela. Pinglo, llevado po r la m oda de los años de 1930, recurre en cam bio al one-step de origen norteam ericano. Es com ­ prensible-que sea un género musical norteam ericano en el que se exprese las m anifestaciones de la m odernización urbana de esos años, ya que la difusión del autom óvil estuvo asociada a la llegada de las m odas provenientes de Estados Unidos, así com o el cam bio general de las costum bres limeñas (cf.: Basadre 1964:4133). Esta asociación debió estar presente en la m entalidad popular de la épo­ ca. Un tem a que aparece en la m úsica criolla de los años de 1920 y 1930 es el deporte. Se com pone canciones para destacar las glorias y triunfos de los nuevos héroes que el fútbol, y más ta r­ de el boxeo, hace surgir de los sectores populares. Esta inclinación coincide con la difusión de algunos deportes que logran audiencias masivas, lo cual no ocurría antes de 1920 (D eustua 1982). En los com positores de la Guardia Vieja no figura este tem a porque no existía una afición al espectáculo deportivo y a sus protagonistas. Desde otro aspecto, se puede n o tar que la Generación de Pinglo desarrolla cierta conciencia de la transform ación generali­ 276

zada de la ciudad en la desaparición de personajes tradicionales li­ m eños, com o el leñador, y la aparición de nuevos, com o el canilli­ ta y la costurera de m áquina. Surge así una nostalgia de haber vivido los últim os años de la Lima tradicional, tem iéndose que el cam bio sea irreversible. Los bailes antiguos, po r ejem plo, están desapareciendo y son cosa de viejos: Vamos doña M ariquita / a bailar esta polquita: acuérdese de sus tiem pos/ aunque sea usted abuelita. El corazón no envejece / y de alegría palpita al escuchar los acordes / de esta m úsica bonita. ‘Yo tuve mis veinte abriles / y me place recordarlos. ¡Para qué les digo nada / de esos tiem pos juveniles! Se bailaba la cuadrilla, / la m azurca y el festejo. Pero hoy de esos cantos viejos / casi no ha quedado n a d a ’. (Márquez Talledo, E. Dona M ariquita). La percepción del cam bio no sólo se lim ita a las danzas y cantos antiguos. Se expresa tam bién la idea de que el am biente tradicional del barrio está desapareciendo y que ya no es posible detener el proceso. El lugar donde pasaron su niñez y juventud es­ tá term inando de transform arse, aunque no se sabe cuál será el re­ sultado final de los cambios: De nuevo al reto rn ar / al barrio que dejé, la guardia vieja son/ los m uchachos de ayer. No existe el café / ni el criollo restaurán. Todo, to d o se ha ido / los anos al correr. Nostalgias de bohem io / entre m í han surgido y lleno de afán/ añoré con envidia aquellos laureles de tiem po atrás. La vida en su m isterio / me ha dado una verdad: Los tiem ­ pos que se fueron, / ésos no volverán. (Pinglo, F. : De vuelta al barrio) Este sentim iento culm ina en una visión global de cam bio que afecta a to d a la ciudad, vislum brándose u n a esperanza de m an­ tener viva la Lima tradicional a través de sus canciones: Lima de antaño, tu recuerdo es im borrable. Hoy nadie canta ya tu m úsica querida, han olvidado por com pleto tu canción. La canción de Lima que pasó 277

hay que hacerla recordar, hay que hacerla renacer en nuestro ser. Lima tan tradicional, linda tierra virreinal* tu canción ha de triunfar. (M artínez, L.: Lim a de antaño) El “ costum brism o” que m anifiesta la m úsica criolla des­ de la Generación de Pinglo no se encuentra en la G uardia Vieja, porque ésta vivía aún el ám bito tradicional com o algo natural y sin m uchas alteraciones, m ientras que aquélla sufre ya los contrastes de un m undo sujeto a grandes transform aciones. De este m odo, h e­ mos visto que la Generación de Pinglo no sólo fue en lo artístico un p roducto de las transform aciones sociales, sino que además ex­ presa en su obra los cam bios que llevan a Lima de ciudad-aldea a urbe m oderna. Este “ costum brism o” , sin em bargo, tiene u n a contraparte en la visión de que las transform aciones de la m odernización inclu­ yen el trastocam iento de las categorías de posición social. Las rígi­ das castas de la sociedad lim eña tradicional em piezan a convertirse en clases sociales con cierta flexibilidad para el ascenso social. Sur­ gen así tem as y puntos de vista que sería m uy raro en co n trar en la G uardia Vieja, y que representan un cam bio sustancial en los valo­ res y percepciones de las clases populares lim eñas sobre el ordena­ m iento social. Term inarem os este artículo citando la segunda parte del valse más conocido y popular de la m úsica criolla: E l ple­ beyo (11), donde se expresa el p u n to culm inante de esta nueva

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En el tex to de Zapata (1 9 6 9 :5 2 -5 7 ) aparece una encuesta tom ada a una muestra de 5 0 0 estu d ian tes universitarios y obreros de am bos sexos, con finalidades exploratorias. Según lo s resultados d e la e n ­ cuesta, el valse más gustado resultó ser El p le b e y o , de F elip e P in ­ glo, con un 1 8 .4 ° /o de op in ion es favorables. El valse más recorda­ do fue tam bién El p le b e y o , con 1 3 .8 ° /o de respuestas positivas. El valse considerado más popular, según lo s en cu estad os, es La flor d e la canela, de Chabuca Granda, con 2 7 .2 ° /o de op in ion es afirma­ tivas; y El P le b e yo quedó en segundo lugar, con 1 2 .6 ° /o de respues­ tas favorables. D eb em os aclarar, sin em bargo, que La flor de la cane­ la es un valse de una época posterior al de Pinglo, habiendo sido com p u esto después de 1 9 5 0 . Según ésto , el valse m ás popular de la G eneración de Pinglo es El p le b e y o .

visión en la G eneración de Pinglo a través de su más destacado ex ­ ponente: Así en duelo m ortal, abolengo y pasión en silenciosa lucha condenam os suelen a grande dolor; al ver que un querer porque plebeyo es, delinque si pretende la enguantada m ano de fina m ujer. El corazón que ve destruido su ideal reacciona, y se refleja en franca rebeldía que cam bia su hum ilde faz: el plebeyo de ayer es el rebelde de hoy que po r doquier pregona la igualdad en el amor.

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