Lima Obrera 1900 - 1930

LIM A EJBRERA 19QQ-193Q Tomo I STEVE STEIN Colección : Historia Social y Cultura Popular en América Latina Serie : Li

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LIM A EJBRERA 19QQ-193Q Tomo I

STEVE STEIN

Colección : Historia Social y Cultura Popular en América Latina Serie : Lima Obrera: 1900 - 1930 Director . : Steve Stein

PRIMERA EDICION FEBRERO, 1986 © ©

Steve Stein De esta edición Ediciones EL VIRREY Miguel Dasso 141 Lima 27 - Perú, Telf. 400607

Impresión : Servicios Editoriales Adolfo Arteta IMPRESO EN EL PERU

CAPITULO I LOS CONTORNOS DE LA LIMA OBRERA

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La Lima de comienzos de siglo, aun hasta la época de la Primera Guerra Mundial, era todavía una serie de barrios algo inde­ pendientes, con sabor colonial.. .Tal era la falta de integración de Lima como ciudad, que sus Habitantes se identificaban, más que como limeños, de acuerdo a su barrio o su calle; eran bajopontinos, o de Maravillas, o de la Calle de la Cruz. La desgregación de Lima se refleja en las experiencias cotidianas de las personas que vivían Abajo el Puente, por ejemplo, y que rara vez “ subían” a Lima aunque hacerlo sólo significaba caminar una cuadra para cru­ zar el puente que conectaba el Rímac con el centro de la ciudad. La vida giraba alrededor de la calle, el mercadito, la iglesia más próximos. Desde 1900, sin embargo, Lima había comenzado su trans­ formación casi revolucionaria en una metrópolis moderna y ciu­ dad de masas. Había varias manifestaciones de este proceso. La multiplicación de calles nuevas y asfaltadas, los nuevos barrios co­ mo La Victoria, las nuevas casas para ricos y en m«nor escala para pobres, las nuevas plazas y edificios, todos combinaron para dar a la capital la imágen de una ciudad que cada día crecía en exten­ sión y en modernidad. Al mismo tiempo se notaba un importante crecimiento institucional. El gobierno, tanto a nivel nacional como municipal, se ampliaba en funciones y en personal. Con esa amplia­ ción vino una extensión de los servicios urbanos, luz eléctrica, agua y desagües a través del área metropolitana. Pequeñas industrias comenzaban a aparecer, sobre todo como respuesta a la demanda local por bienes de consumo cuando hubo una disminución impor­ tante de las importaciones europeas durante la Primera Guerra Mundial. En términos humanos, el aspecto más importante de esta transformación fue el dramático crecimiento demográfico que ocu­ rrió entre 1900 y 1930. El número total de habitantes aumentó en más de 125 por ciento de unos 165,000 en 1900 a 376,000 en 13

1931. Con respecto a las masas populares, el crecimiento fue mu­ cho más espectacular, alcanzando una cifra aproximada de 200 por ciento. Este crecimiento demográfico en general y especialmente el de las masas populares fue producto, en su mayor parte, de la ola de migración provinciana sin precedente hacia la capital, sobre todo durante los años del oncenio de Leguía (1919-1930). Las no­ ticias de las novedades de una ciudad en proceso de modernización llegaban al interior por el creciente número de carreteras construi­ das por el gobierno. Al mismo tiempo, la mayor inserción del Perú en el mercado mundial en estos años llevó a la consolidación y ex­ pansión de las grandes haciendas a costa del campesinado. Inspira­ do por la visión de una vida mejor en Lima, hombres, mujeres y niños iniciaron ese movimiento masivo de población del campo ha­ cia la ciudad capital. Fue en esta época que Lima se gestó como ciudad de ma­ sas. Los sectores populares se hicieron más y más visibles en el panorama urbano: trabajaban en los numerosos proyectos de cons trucción que ejemplificaban el crecimiento de la ciudad; llegaban a ser vendedores de todo, desde frutas en los mercados hasta huachitos de lotería frente a las numerosas iglesias de la ciudad; labo­ raban en las fábricas textiles, de cerveza y de jabón que habían surgido como respuesta a la aumentada demanda del nuevo merca­ do de consumidores urbanos; vivían en crecientes números en los callejones, en las casas de vecindad y en los antiguos solares colo­ niales que se iban subdividiendo para acomodar a esta nueva pobla­ ción; comenzaban a participar en la política, primero en las mani­ festaciones callejeras que precedieron a las elecciones y después como integrantes de los primeros partidos organizados con base popular. El presente libro constituye una parte del extenso estudio sobre “ Lima obrera, 1900-1930” . El estudio intenta analizar a lar­ go plazo las diversas facetas del proceso de masificación que expe­ rimentó la ciudad en esos años. Se pone especial énfasis en la re­ construcción de la vida cotidiana de los sectores populares urba­ nos, concentrándose sobre todo en los aspectos menos formales, menos institucionalizados de esa vida. Ya tenemos algunos traba­ jos pioneros sobre el proceso de sindicalización y la politización de estos sectores populares(l). Pero poco sabemos de sus experien(1)

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Denis Sulmont, El movimiento obrero en el Perú: 1900-1956 (Lima, 1975); Sulmont, Historia del movimiento obrero peruano (1890­

cias diarias, sus valores, su cultura, su nivel de vida, sus relaciones sociales. Este libro y los dos tom os que le siguen constituyen sólo un primer paso para conocer esa realidad compleja. Mi preocupación por conocer lo popular de la ciudad na­ ció en mi primera investigación en el Perú (1969-71) sobre la in­ corporación política de las masas populares limeñas a los movi­ mientos “populistas”, el Aprismo y el Sanchecerrismo(2). Al estu­ diar estos movimientos —su trayectoria, ideología, estilo de lide­ razgo, reclutamiento popular, e tc —, muy pronto me di cuenta que era necesario saber quiénes eran estos trabajadores que participa­ ban en las enormes manifestaciones por un Haya de la Torre o un Sánchez Cerro; cómo vivían, y por qué apoyaban a un determi­ nado tipo de movimiento. Para esta última pregunta, tenía que saber algo de su “cultura política”, o sea, su orientación objetiva y sobre todo subjetiva al proceso político. A la vez, no se podía separar la cultura política de la cultura popular en general, es de­ cir, los valores y normas que regían a la vida popular. Y aún cono­ ciendo esta cultura popular, quedaba la cuestión de cómo se for­ maron estos valores, estas normas y no otros. Inicialmente no tuve el tiempo suficiente para desarrollár estos aspectos de mi trabajo. Llegué a Lima en agosto de 1981, a exactamente diez años del tér­ mino de mi primera investigación con el deseo explícito de seguir trabajando en esta línea. ¿Cómo abarcar un tema tan vasto como la reconstrucción de toda una sociedad? Antes de comenzar a trabajar, había deli­ neado las siguientes áreas de investigación: '

(2)

1977); Peter Blanchard, The Origins of the Peruvian Labor Movement, 1883-1919 (Pittsburgh, 1982); James L. Payne, Labor and Politics in Perú (New Haven, 1965); Piedad Pareja Pflucker, Anarquis­ mo y sindicalismo en el Perú (Lima, 1978); Pareja Pflucker, Aprismo y sindicalismo en el Perú: 1943-1948 (Lima, 1980); César Lévano, La verdadera historia de la jomada de las ocho horas en el Perú (Li­ ma, 1967); Wilfredo Kapsoli Escudero, Luchas obreras en el Perú por la Jornada de las 8 horas (Lima, 1969) y David Chaplin, The Peruvian Industrial Labor Forcé (Princeton, 1967). A estas fuentes secundarias, habría que añadir lo que es prácticamente una fuente primaria por los numerosos documentos, folletos y cartas que repro­ duce, Ricardo Martínez de la Torre, Apuntes para una interpreta­ ción marxista de historia social del Perú, 4 tomos (Lima, 1947). El libro que generó esta investigación es Populism in Perú: The Emergence of the Masses and the Politics of Social Control (Madison, 1980).

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La composición étnica y social de los sectores populares. Aquí se intenta examinar en términos cuantitativos y cualitativos los diferentes grupos étnicos que componían las masas urbanas y los cambios en ellos a través de los treinta años del estudio. Como parte de eso, hay que determinar los efectos demográficos y cul­ turales de la migración rural-urbana. En el caso específico de los migrantes, se trata de descubrir la variedad de motivos por ir a la ciudad y los problemas de adaptación que habrían tenido a su lle­ gada. Un área que este estudio enfoca y que ha suscitado poco in­ terés en trabajos anteriores es el impacto de la identidad étnica so­ bre las relaciones sociales. En otras palabras, se quiere determinar el grado de conciencia étnica y de racismo existente en la Lima de la época y trazar su influencia, por un lado, sobre las relaciones en­ tre las masas populares y otros estratos sociales, y por otro, entre los grupos étnicos distintos que componían esas mismas masas. S La vida en el trabajo de los sectores populares. El panora­ ma de empleos sufrió varias alteraciones durante el período, y hay que conocer estos cambios en relación a los tipos de oficios dispo­ nibles para los hombres, mujeres y niños de las masas urbanas. Existían además, diferencias entre las varias clases de trabajo popu­ lar con respecto a nivel de remuneraciones, estabilidad laboral, y status relativo. Dado estas distinciones, ¿cuándo, cómo y por qué se obtenía ciertos tipos de trabajo, con qué frecuencia se cambiaba de empleo, y por qué se cambiaba? Los integrantes de los sectores populares pasaban en muchos casos la mayor parte de su vida en el sitio de empleo, de ocho hasta dieciocho horas para algunos, y es importante estudiar las condiciones de trabajo, incluso el ambiente del lugar donde se laboraba, los contactos con los jefes, gerentes o patrones, las relaciones con los otros trabajadores, y la participa­ ción en organizaciones sindicales o mutualistas. Las condiciones de vida de los sectores populares: la vivien­ da y la cultura material. Las masas urbanas ocupaban varios tipos de vivienda durante el período que incluían callejones, casas de vecindad y casas subdivididas. Cada tipo presentaba diferentes características físicas y dentro de eso se nota variaciones substan­ ciales en la calidad de la vivienda manifiestas en términos de mate­ riales de construcción, espacio, densidad de población, luz, aire, y salubridad. ¿Por qué se vivía en uno versus otro tipo de casa? ¿Con qué frecuencia se cambiaba de domicilio y por qué? Bajo cultura material se considera todo lo que es el interior del domici­ 16

lio y las pertenencias del individuo y de la familia como muebles, ropa, etc. La estructura de la familia popular. El estudio de la fami­ lia incluye una variedad de elementos que son básicos para cono­ cer la vida de las masas urbanas. En primer lugar, ¿cómo estaba constituida esa familia? ¿Era más común vivir en una familia nu­ clear o extendida? Para evaluar la importancia y la estabilidad de la familia popular hay que comparar la frecuencia de familias basadas en la institución del matrimonio con las que existían en torno al arreglo menos formal de la convivencia, y al mismo tiempo el por qué del predominio de una forma versus la otra. También, hay que tomar en cuenta que la familia obrera era víctima de fuertes pre­ siones como consecuencia de su pobreza. Quizás la expresión más dolorosa de esas presiones fue el grado extremadamente elevado de mortalidad infantil, algo que significó un golpe especialmente duro para la mujer obrera. Para todos los casos, el proceso de socializa­ ción comenzó en la familia popular. Allí se aprendía cóm o com ­ portarse tanto con sus “ iguales” como con sus mayores y con per­ sonas consideradas “ superiores”. Las lecciones aprendidas en los primeros años dentro de la familia formaban la base de todo un sis­ tema de valores; serían ingredientes fundamentales de una cultura popular emergente en la Lima obrera de 1900-1930. La escolaridad popular. Es común creer que los niños de las masas populares urbanas, especialmente en los primeros años del siglo, no asistían al colegio y por consiguiente eran analfabetos. Sin embargo, información extraída de los tres censos municipales y de otras fuentes revela una proporción de asistencia escolar sor­ prendentemente alta para este grupo (aproximadamente 70 por ciento). Aunque la escolaridad popular sufrió un descenso dramá­ tico en el segundo grado cuando los niños alcanzaban la edad de trabajar, para la juventud p®pular el aula de la escuela primaria constituyó el primer contacto formal con la sociedad urbana. Las lecciones allí aprendidas, o a través de los estudios formales o co­ mo respuesta al ambiente y estructura de la clase llevaron a la m o­ dificación y/o refuerzo de las lecciones aprendidas en la familia. La religión popular. Se puede estudiar las prácticas religio­ sas de las masas populares desde varios puntos de vista. Dado que la población urbana era casi en su totalidad por lo menos formal­ 17

mente católica, la ideología y los rituales oficiales de la Iglesia tu­ vieron un impacto significativo sobre la vida popular. La asistencia regular a la misa, la figura del cura, la lectura repetida de las nove­ nas, todas contribuyeron a la formación de creencias culturalreligiosas que afectaron al proceso de socialización. Tanto o más importante que el catolicismo formal para conocer la religión po­ pular de la época, son los numerosos cultos y hermandades dedi­ cados a la veneración de un santo o virgen en particular. Las for­ mas de comportamiento estimuladas por éstos influyeron de ma­ nera importante sobre las normas de la vida cotidiana a la vez que constituyeron importantes expresiones del sentir popular. Tam­ bién la religiosidad actuó como un importante mecanismo de esca­ pe en un mundo donde la nota más saltante era la penuria apa, -térnente irremediable. Al­

La participación política de las masas urbanas. Los sectores populares de Lima llegaron a tener una participación formal en la política sólo al final del período 1900-1930 a través de su movili­ zación por el Aprismo y el Sanchezcerrismo y’ dé sü“votó“secreto en la elección de 1931. Pero esta participación no ocurrió en un vacío histórico. Desde el siglo XIX los sectores populares urbanos habían tenido un rol político a través de los clubes electorales, las manifestaciones callejeras y la venta de sus votos. Todas esas for­ mas de participación contribuyeron a la creación de una memoria política que en alguna medida condicionaría la participación ma­ siva formal en 1931. Al respecto es particularmente importante estudiar el fenómeno del capitulerismo; era el capitulero quien fojaba los primeros contactos entre la política electoral y los sec­ tores populares. Además de las manifestaciones visibles de la parti­ cipación popular, lo que se intenta conocer es la orientación subje­ tiva de las masas hacia el sistema político. ¿Cuáles eran las creen­ cias y los sentimientos internos de la población popylar sobre el funcionamiento del sistema político^ sobre los beneficios que ese sistema podría ofrecer y cómo conseguir en mejor forma estos beneficios? La vida social y la cultura popular de las masas urbanas. En cierto sentido el estudio de la vida social y la cultura popular es el estudio de la misma textura de la Lima obrera, y necesariamente tiene que proceder de todos los aspectos ya mencionados, por ejemplo, la estructura familiar, la religión popular, las condiciones de vida, etc. Dentro de ésto se enfoca a la red compleja de relacio­ 18

nes sociales verticales y horizontales de los miembros de los secto­ res populares, y las múltiples expresiones de cultura popular urba­ na tales como la música, las fiestas y los deportes. El compadrazgo fue una institución predominante de la Lima obrera, y es impor­ tante analizar los varios tipos de relaciones patrimoniales propicia­ das por él: en la fábrica entre el obrero y el maestro o el gerente; en la política entre el votante popular y el capitulero o el candida­ to; en la hermandad religiosa entre el suplicante y el mayordomo o .el santo. Los lazos verticales encerrados en estas relaciones se contaban entre los pocos recursos que tenían los humildes para conseguir beneficios, aunque fueran marginales, a través de la “ ma-> nipulación” de aquéllos que estaban por encima de ellos en la pirá­ mide social. También eran importantes los tratos más formales de los sectores populares en el contexto del sindicato, del club de pro­ vincianos o del equipo de fútbol. Y por debajo de todo ésto, hay que enterarse de la interacción cotidiana de las masas urbanas, en sus hogares, en el barrio y en sus lugares de trabajo. Es en el estu­ dio de la cultura popular donde se revela esta variedad de relacio­ nes sociales con particular claridad. Las expresiones populares en la jarana, en la letra de los valses que se cantaban allí, en la celebra­ ción de los carnavales o de un gol por la hinchada del barrio, todas estas y más son las expresiones directas que han perdurado de las normas y valores de una sociedad en proceso de masificación. Nos permiten un acercamiento a la Lima obrera desde adentro, una vi­ sión de la vidá cotidiana íntima, privada cuyo estudio es el propó­ sito central de esta obra. El estudio de la Lima obrera ha sido guiado por una serie de propósitos universales que trascienden al análisis de cualquier lugar o tiempo específico. Quiero hacerlos explícitos antes de en­ trar a la consideración de la mecánica de este proyecto de investi­ gación conjunta, las principales metodologías empleadas, y las fuentes más pertinentes. Una preocupación de extrema importan­ cia en el estudio ha sido llegar a un conocimiento de cómo vivían los sectores populares a nivel individual, familiar y de clase social. O quizás deba decir, ¿cómo sobrevivían, no sólo en términos físi­ cos sino también psicológicos? Si el crecimiento de estos sectores, y por ello de la ciudad, fue la dinámica principal de la época, es igualmente importante observar a la vida popular desde la perspec­ tiva de otra dinámica: la miseria. La miseria de distintas maneras en diferentes momentos actuaba como una especie de colador a través del cual pasaban todas las instituciones y los valores popu­ 19

lares. Por ejemplo, si casi todos los ingresos de una familia obrera se dedicaban a la compra de alimentos, esta realidad de escasez tenía varias consecuencias claras. Con respecto a la escolaridad, por ejemplo, significó que más del noventa por ciento de los niños de la Lima obrera recibían menos de dos años de educación for­ mal simplemente porque se vieron forzados a ayudar con el soste­ nimiento de sus familias tan pronto estaban en edad de trabajar. Estas condiciones de miseria tenían un impacto igualmente pro­ fundo sobre la mujer obrera. El sueño de dedicarse al hogar, al ma­ rido y a los hijos —un sueño propiciado por la iglesia y elE stado en sus ensenanzas formales sobre el rol de la mujer— estaba desti­ nado a ser hecho pedazos por la dura realidad de días largos de los trabajos más bajos dentro y fuera de la casa y por el aún más dolo­ roso espectro de la alta incidencia de mortalidad infantil como re­ sultado de la falta crónica de recursos para la alimentación básica o la atención médica. Estas ideas no son nuevas, pero frecuente­ mente parecen perderse de vista en muchos de aquellos estudios que examinan a las masas desde arriba hacia abajo. A la luz de esta miseria cotidiana, otra cuestión que me ha interesado es la definición de los elementos que daban cohesión a una sociedad fundamentalmente opresiva. Algunos de estos eran mecanismos de control social creados por las clases dominantes mientras otros se generaban dentro de' las mismas masas populares. Los elementos externos son más fáciles de distinguir, desde los ac­ tos de represión física hasta la difusión de ideologías que enseña­ ban valores conservadores tales como el fatalismo y la resignación frente al sufrimiento. Los elementos internos comprendían pautas más sutiles que incluían actitudes racistas entre los mismos com­ ponentes de los sectores populares, conflictos entre trabajadores sobre empleos específicos, o sobre eventos deportivos o sobre mu­ jeres. Todos estos conflictos separaban a las masas populares ha­ ciendo más difícil su cohesión como clase pero a la vez más fácil su explotación, y por consiguiente más fácil la cohesión de la so­ ciedad limeña como conjunto. Otro factor que dividía a los sectores populares y cuyo análisis ha sido central en este estudio fue la heterogeneidad pro­ funda que caracterizaba a esos sectores. En términos concretos, es­ to significa identificar las formas más comunes de diferenciación dentro de las clases populares en torno a niveles económicos, expe­ riencias de movilidad e identidad étnica. También implica conocer las numerosas contradicciones que se generaban en la vida cotidiana 20

de la Lima obrera. No es mi intento tratar de resolver las cor\y|\e dicciones de un individuo quien, por ejemplo, fue partícipe aettvo en las más importantes conquistas sindicales de la época, sufrió cárcel en numerosas ocasiones por sus actividades sindicales, y políticas, mientras que al mismo tiempo sentía una admiración profunda por los gerentes gringos de la fábrica textil en donde trabajaba, sobre todo por el trato riguroso que daban a los obreros y atribuía a su devoción por el Señor de los Milagros todos los lo­ gros de su vida. Más bien, quiero llegar a reconocer estas contra­ dicciones y comprender sus efectos sobre el comportamiento de los sectores populares limeños. El estudio de la vida cotidiana de las masas urbanas que pone énfasis en los valores, estilos de vida y formas de interacción social que perduraron a través de los años, tiende a subrayar lo estático versus lo cambiante en la vida de la Lima obrera. Sin embargo, la premisa inicial de todo el proyecto es que los sectores populares y su ciudad estaban experimentando transformaciones profundas, si no revolucionarias, en la época del estudio. No sólo se trata de no ignorar el impacto de estos cambios en la vida de las masas urbanas, sino también se busca esclarecer la influencia de estas mismas masas en el amplio proceso de modernización que ocurría en el Perú. Es importante examinar las muchas manifesta­ ciones de la dinámica entre masificación y modernización como algunos ejemplos de los años veinte. En estos tiempos se hizo común ver a 10 o 15,000 espectadores, sobre todo de los sectores populares, asistiendo a un partido de fútbol. Una respuesta a esa situación fue la creación de la Federación Peruana de Fútbol para regular estos eventos. En las fechas de la Procesión del Señor de los Milagros, las calles comenzaban a rebosar de suplicantes humildes, y respondiendo a los “ peligros” que estas “turbas” representaban, miembros de la clase alta actuaron rápidamente para controlar a la Hermandad, tomando los puestos de mayordomos. Y cuando la política de los años 1930-31 fue monopolizada por los nuevos par­ tidos con bases populares, las élites tradicionales se vieron obliga­ das a tratar de ganarse al candidato populista menos peligroso en vez de lanzar candidatos propios. Ya se debe haber hecho evidente que un proyecto de esta amplitud sobrepasa los alcances de un solo investigador con tiem ­ po limitado. ¿Cómo abordar un tema que parece tan vasto como interesante? Yo llegué a Lima en agosto de 1981 con un año para dedicar al proyecto. Antes había estado en contacto con la Univer­ sidad de Lima que me había invitado a ser profesor investigador 21

durante mi estancia en el Perú. Aproveché de la cooperación de la Universidad para montar un equipo de investigación. Mi idea no era sólo de reclutar a varios auxiliares de investigación que se limi­ taran a recoger datos para mí. Más bien, pensé que el tema era tan extenso que cada investigador podría escoger su propio tópico dentro del proyecto. Propuse hacer un simposio público y editar los trabajos más valiosos si nuestros logros fueran significativos. El simposio se realizó en julio de 1982 y los tres tomos de La Lima obrera, 1900-1930 son los productos de nuestra investigación con­ junta. El término de “investigación conjunta” es particularmente apropiado para describir la evolución del proyecto. Desde agosto hasta julio el cuerpo de investigadores, que oscilaba entre quince y veinticinco personas, se reunía ?. veces semanalmente, a veces cada dos semanas, para discutir metodologías, comparar hallazgos y a compartir ideas. Muy rápidamente los trabajos de cada uno se hi­ cieron los trabajos de todos ya que, en un ambiente de coopera­ ción plena, todos se ayudaban mutuamente, ya sea con el desarro­ llo de una técnica para hacer entrevistas, o con estrategias para el uso de varios tipos de fuentes estadísticas o simplemente para sugerir nuevas hipótesis a un colega. En parte, la interacción tan fructífera entre todos nosotros fue resultado de que los miembros del grupo venían de una diversidad de campos. Hubo representan­ tes de Historia, Antropología, Demografía, Sociología, Ciencias Políticas, Economía, Arquitectura, Ciencias de la Comunicación, Educación y Psicología. Y el grupo era heterogéneo en otros senti­ dos también. Alisté a estudiosos no sólo de la Universidad de Lima sino también de la Universidad Católica, de la Universidad Nacio­ nal Mayor de San Marcos, de la Universidad de Ingeniería y de va­ rias universidades norteamericanas. En el equipo había desde estu­ diantes universitarios hasta catedráticos. . Recurrimos a una gran variedad de fuentes para tratar la gama de tópicos dentro del proyecto Lima obrera. Por supuesto utilizamos las fuentes tradicionales como los libros, los periódicos y las revistas. También hicimos mucho uso de las fuentes demográ­ ficas como los censos, registros civiles, anuarios estadísticos, catas­ tros, etc. La historia oral aportó material a casi todos los trabajos. El equipo de investigación realizó más de 120 horas de grabaciones de entrevistas históricas de inestimable valor. Además, empleamos fuentes aún menos tradicionales para esclarecer áreas específicas de la Lima obrera. Entre ellas están los análisis de contenido de fotografías, de las letras de valses criollos, y de novenas y sermo­ 22

narios de la época. Este primer tomo de trabajos míos está compuesto en su mayor parte de ensayos metodológicos. Pongo énfasis en lo m eto­ dológico antes de entrar en el estudio substantivo de la Lima obre­ ra porque me parece importante discutir los planteamientos, las fuentes, y las formas de presentación de información que son factibles en los estudios de la historia social. Este último punto, el de la presentación de los datos, está enfocado en el siguiente capítulo de este tomo. En “ La vida de Lucho Saldaña, o la recons­ trucción de una realidad histórica a través de su ficcionalización”, presento una variedad de aspectos dé la vida popular limeña en la forma de una biografía compuesta, semi-ficticia. Este capítulo crea una visión panorámica de la Lima obrera al mismo tiempo que intenta'meter al lector dentro de ese mundo por medio de personajes de carne y hueso y situaciones reales. Al final del ensayo incluyo comentarios detallados sobre los tipos de materiales consultados en esta reconstrucción semi-ficticia. Estos sirven como una nota introductoria a las fuentes empleadas en todo el proyecto de Lima obrera. El Capítulo 3, “ Cultura popular y política popular en los comienzos del siglo XX en Lima”, especula sobre, la interacción entre las normas culturales y la conducta política de las masas populares. Trata de descubrir las fuerzas más significativas en la formación de la cultura popular —las relaciones familiares, la vida escolar, las prácticas religiosas, la interacción con el sistema polí­ tico y la frecuencia de relaciones sociales patrimoniales para después examinar la influencia de estas fuerzas en la formación de una orientación subjetiva hacia la política y los políticos en las masas limeñas. Algunas de las fuentes más útiles para este ensayo son los relatos de José Antonio Encinas, el primer “ psicólogo so­ cial del Perú”, sobre la estructura familiar y el medio ambiente es­ colar y el análisis de contenido de textos de colegio primario para llegar a conocer a la ideología oficial sobre las características del buen ciudadano. , El Capítulo 4, “El vals criollo y los valores de la clase tra­ bajadora en la Lima de comienzos del siglo XX”, sigue con el tema de la cultura popular. En vez de reconstruir el proceso de enculturación como el capítulo anterior, sugiere el uso de las letras de los más populares valses de la época para identificar los valores y nor­ mas más consecuentes de esta cultura. Una especie de folklore ur­ bano escrito casi exclusivamente por y para los habitantes de los barrios pobres de la ciudad, la letra de los valses es quizás la única 23

fuente disponible de expresión directa de las masas urbanas en las tres primeras décadas de este siglo. “Don Pedro Frías y la creación de los documentos histó­ ricos: un ejemplo de la historia oral”, el Capítulo 5, surge de la necesidad de examinar en algún detalle una fuente de primordial importancia para todo el proyecto de Lima obrera, la historia oral. En el contexto del proyecto, comento sobre los usos más producti­ vos de las entrevistas, sus limitaciones y el método para efectuar­ las. Estas observaciones están seguidas por una parte de una entre­ vista con Don Pedro Frías, un obrero textil de la época, la que sirve como una muestra concreta de este tipo de material. ’ El último capítulo de este primer tomo, “ Entre el Offside y el Chimpún: Las clases populares limeñas y el fútbol, 1900­ 1930”, fue escrito conjuntamente con el Historiador José Deustua del Instituto de Estudios Peruanos y la Politicóloga Susan Stokes de Stanford University. En el trabajo tratamos de descubrir el papel que tenía ese deporte en la vida cotidiana de las masas urba­ nas. Encontramos dos dinámicas contrarias en el fútbol de estos grupos: el fútbol como genuina manifestación popular, con la capacidad de forjar lazos solidarios entre sus participantes y así contribuir a incrementar la conciencia de clase; y el fútbol como instrumento de control social que facilitaba la captación de secto­ res obreros por el régimen jerárquico de la sociedad y, por su espí­ ritu de competencia, creaba divisiones entre los mismos obreros —jugadores e hinchas— haciendo más improbable actitudes y accio­ nes solidarias. Además de entrevistar extensamente a jugadores e hinchas de la época, encontramos publicaciones deportivas de enorme valor para el estudio del fútbol histórico. El segundo tomo comienza con el trabajo de Laura Miller, Historiadora de Wesleyán University, sobre “ La mujer obrera’ 1900-1930”. El capítulo de Miller es el primer estudio sociohistórico que tenemos de la mujer peruana. Basado en un número considerable de entrevistas con mujeres humildes de la época ade­ más del análisis de datos estadísticos y de publicaciones femeninas, Miller ilumina múltiples aspectos de la vida de la mujer obrera. Ha­ ce contribuciones especialmente valiosas sobre el proceso de socia­ lización en la niñez, las condiciones de trabajo en los empleos más frecuentes, el contenido de las relaciones de convivencia y matri­ monio, y el impacto del terrible espectro de la mortalidad infantil. El Capítulo 2 por Katherine Roberts, Historiadora de Duke University, sigue el estilo de mi biografía compuesta en el primer tomo. “El caso de Rosario” trata sobre una mujer humilde 24

que entra a trabajar en un prostíbulo. Introducido por un breve examen de la institución de la prostitución en Lima a comienzos de siglo, Roberts relata en su cuento las presiones en la vida de su personaje semi-ficticio que la llevaron a convertirse en prostituta y el efecto de esa decisión sobre su vida. Tanto en las entrevistas de las mujeres obreras como en las fuentes impresas, Roberts fue im­ presionada por la tensión en la vida de la mujer obrera que a la vez fue exhortada a ser una esposa y madre modelo mientras que se veía forzada a trabajar largas horas para sostener a su familia. Esta contradicción creaba serios estados de depresión emocional y en algunos casos, como el de Rosario, fue un motivo determinante para que adoptara la vida de prostituta. “ Raza y clase social: los negros en Lima, 1900-1930” por Susan Stokes es otra contribución notable, esta vez sobre un grupo étnico que ha sido generalmente ignorado en estudios de la Lima histórica o actual. El trabajo está basado en el uso intensivo de una variedad de datos demográficos provenientes de los censos, los re­ gistros civiles y otras fuentes estadísticas, además de un buen nú­ mero de entrevistas de historia oral y de fuentes periódicas y se­ cundarias. Establece las dimensiones y las tendencias de cambio numérico de la población negra, examina la posición de este grupo relativa a los otros componentes de los sectores populares urbanos, y descubre algunas de las matrices étnicas de la dominación histó­ rica en el Perú. Stokes describe la situación de los negros limeños en torno a dos tipos de racismo, el estructural y el ideológico, que se daban simultáneamente en la Lima obrera. Encuentra que por estos racismos el grupo negroide se mantenía “ cuantitativamente” en la parte más baja de la pirámide social limeña mientras que “cualitativamente” sufría desmesuradamente de las actitudes de prejuicio y desprecio ocasionadas por su origen étnico. Para trazar la evolución de estos racismos en la época de 1900-1930, Stokes termina con dos estudios de caso sobre dos instituciones que tradi­ cionalmente han sido identificadas con la población negra de la capital, la Hermandad y la Procesión del Señor de los Milagros y el equipo de fútbol Alianza Lima. El Capítulo 4, “De la Guardia Vieja a la generación de Pinglo: Música criolla y cambio social en Lima, 1900-1940” presenta una interpretación algo distinta a la mía (Capítulo 4 del primer tom o) sobre el impacto de este “folklore urbano” sobre la Lima obrera. Su autor José Antonio Llorens, además de ser antropólogo del Instituto de Estudios Peruanos, es un guitarrista consumado, así que trae a este estudio una sensibilidad doble de científico so­ 25

cial y de músico. Llorens identifica tres etapas en el desarrollo de la música criolla antes de 1940: La Guardia Vieja desde 1900 hasta 1920, época caracterizada por una música “artesanal o preindustrial” que no salía de su propio barrio y que se mantuvo ajeno a cualquier medio de comunicación formal; El Período Crítico entre 1920 y 1930 cuando comenzó a haber una difusión intensa de for­ mas musicales extranjeras sobre todo de la Argentina y de Nor­ teamérica las cuales tuvieron un impacto notable sobre las formas musicales criollas; y La Generación de Pinglo de 1930 a 1940 cu­ yos integrantes logran asimilar ritmos y géneros extranjeros sin perder la esencia popular de la música criolla. Llorens también ana­ liza a la música criolla como expresión de los cambios socioculturales que experimentaba Lima en aquellos años. El último tomo de Lima obrera comienza con el trabajo del Demógrafo de la Universidad de Lima, José Luis Huisa, “ Lima 1900-1930: Aspectos demográficos”. El autor presenta una visión de conjunto de una Lima que se transformaba demográficamente. Se ve los contornos de esta transformación en cuanto a la expan­ sión geográfica de la ciudad, y los cambios en la población en términos numéricos, étnicos, educacionales, de las proporciones de los sexos y de las edades, y ocupacionales. Huisa no se limita a describir estos cambios sino que también analiza el impacto sobre ellos del crecimiento demográfico vegetativo, la incidencia de enfermedades contagiosas y la ola de migración provinciana. Ade­ más, el autor hace un análisis sofisticado de la variedad de materia­ les estadísticos empleados por él y por el resto del equipo de inves­ tigación en que explica su valor como fuentes históricas a la vez que señala sus limitaciones. El Capítulo 2, “ Las condiciones de vida de los sectores po­ pulares de Lima: 1900-1930” es de dos Economistas de la Univer­ sidad de Lima, Augusto Cavassa e Isabel Hurtado. El enfoque cen­ tral de su estudio es el grado dé satisfacción de las necesidades físi­ cas de las masas urbanas. Para poder hacer conjeturas sobre eso, Cavassa y Hurtado examinan a través de la época las variables de niveles y clases de empleo, ingresos y costo de vida. En cada una de ellas los autores nos demuestran con datos concretos los alcan­ ces de la miseria de la Lima obrera que se traducía en términos de altas incidencias de enfermedades, la carencia casi total de asisten­ cia médica, la inestabilidad laboral crónica, y el trabajo casi obli­ gatorio de las mujeres y los niños. Es más, ellos encuentran que existía un grave deterioro en las condiciones de vida de los sectores populares que, para el caso de muchos de ellos, ya estaba por de­ 26

bajo de lo que se podría considerar un nivel de subsistencia. El Capítulo 3, “ Los cambios en la población obrera de Lima entre 1900 y 1930: Su relación con decisiones gubernamen­ tales”, de Alejandro Caballero, experto en Educación de la Uni­ versidad de Lima, hace una correlación entre la masificación de Lima, las presiones generadas por las nuevas masas urbanas, y las decisiones gubernamentales a los niveles del Estado y de la Munici­ palidad de Lima. Caballero ha realizado la dura tarea de recolectar todas las leyes nacionales y municipales que se relacionaban de al­ guna forma con los sectores populares. Al mismo tiempo ha traza­ do un esquema de las acciones más significativas de las masas po­ pulares en los campos sociales, políticos, económicos y culturales. Encuentra una relación estrecha entre decisiones y acciones que se demuestra con particular fuerza en sus fascinantes gráficas. El último capítulo, “ Los obreros textiles: condiciones y contradicciones de un ‘nuevo proletariado’ ”, es un estudio a fon­ do de uno de los sectores más destacados de la Lima obrera. Escri­ to por la politicóloga Cynthia Sanborn de Harvard University, su­ pera a los análisis anteriores de este grupo los cuales se limitaban mayormente a recontar la historia política y sindical. Sanborn no ignora estas áreas; más bien, las analiza desde la perspectiva mucho más amplia de la vida cotidiana de los obreros textiles. Reconstru­ ye esta vida en sus múltiples aspectos: el proceso de contratación de los trabajadores, la estabilidad y movilidad laboral del sector; la estructura de la producción en las fábricas; las condiciones de trabajo; el trabajo de mujeres y niños; las relaciones “ humanas” dentro de las fábricas tanto entre obreros como entre obreros, maestros y gerentes; la evolución de las organizaciones obreras; la tensión entre “ el arribismo” individual que producían los logros materiales que alcanzaban los textiles por encima de todos los de­ más sectores obreros y la identificación con el proletariado explo­ tado; y la diversidad de expresiones culturales de los trabajadores desde el teatro obrero hasta el fútbol. Sanborn pone especial énfa­ sis en el pueblo textil de Vitarte donde se observaba más claramen­ te los varios aspectos de la vida de los obreros textiles. Basándose en una gran variedad de fuentes que incluye la prensa obrera, in­ formes policiales y ministeriales, libros de actas de los sindicatos y numerosas entrevistas a obreros textiles de la época, entre ellos algunos líderes sindicales, Sanborn presenta una abundancia de de­ talles sobre la vida de los textiles. Todo el capítulo está infundido por el intento de mirar desde abajo, desde la fábrica, desde el hogar textil. 27

Con tres tomós publicados sobre una diversidad de temas dentro de un concepto llamado “ Lima obrera” quizás parezca algo absurdo decir que esto sólo representa el comienzo y ciertamente no el final del proyecto. En el curso de la investigación se creó el Instituto de Investigaciones en Historia Económica-Social dentro del CIESUL de la Universidad de Lima com o instrumento para ampliar este proyecto y para apoyar a otros proyectos similares. Ha seguido trabajando un equipo de investigación en varios aspec­ tos adicionales de la Lima obrera con el mismo espíritu de apertu­ ra, colaboración y compartimiento de información que ha carac­ terizado a todo el proyecto. El trabajo de Sanborn sobre los tex­ tiles, por ejemplo, servirá como modelo para trabajos sobre otros sectores laborales como la construcción, el servicio doméstico, la prostitución y el transporte. Siguen adelante estudios sobre la pre­ sencia andina en Lima, la participación política de las masas urba­ nas entre la época de Piérola hasta 1930, la evolución de la vivien­ da popular, la religiosidad y la escolaridad en la Lima obrera. Espe­ ramos que estos tres tom os marquen sólo el inicio de una serie de publicaciones sobre el tema de la Lima obrera y otras áreas simi­ lares.

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CAPITULO II LA VIDA DE LUCHO SALDAÑA, O LA RECONSTRUCCION DE UNA REALIDAD HISTORICA A TRAVES DE SU FICCIONALIZACION

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Este capítulo representa un intento de utilizar la forma del cuento para presentar limeños entre 1900 y 1930. Basándome casi totalmente en fuentes primarias particularmente las estadísticas contenidas en los censos y catastros de la época, he creado a un personaje, una familia y una serie de circunstancias que reflejan las estructuras y modalidades de la existencia de las masas urbanas de estos años. La historia de Lucho Saldaña es una biografía com­ puesta, semi-ficticia, que representa lo que se podría llamar un personaje “típico”, como si realmente hubiera tal. De todos mo­ dos, la descripción de una yida que puede haber sido relativamente representativa revela algo de los orígenes sociales y étnicos de las clases populares, la estructura de la familia obrera, los trabajos disponibles, la vivienda popular y aspectos de las relaciones socia­ les de este grupo. La imagen creada está lejos de ser completa. Más bien, se enfocan las áreas tratadas con mayor detalle en las fuentes" consultadas. Al final del capítulo he escrito un extenso ensayo en que examino estas fuentes y explico en qué han sido basados los personajes y situaciones del cuento. Pero antes de comenzar, ¿por qué recurrir a la ficcionalización para presentar lo que es esencialmente un estudio de historia social? Hubiera sido probablemente más fácil y más lógico simple­ mente indicar los porcentajes de los diferentes grupos étnicos, de los tipos de vivienda, de las formas de empleo, etc. que regían para los sectores populares. Tengo varios motivos para sugerir esta forma alternativa de exponer la historia social. En primer lugar, como gran proporción del material del historiador social consiste en datos estadísticos, la exposición tradicional de éstos tiende a girar alrededor de núme­ ros, porcentajes, tablas y su explicación. Los trabajos resultantes son muchas veces difíciles de leer, y en parte por eso parecen ser tan esotéricos que sólo son consultados por otros profesionales de la historia y de las ciencias sociales. Francamente me siento pertur­ 31

bado por esta especie de incesto intelectual. Nos esforzamos mu­ cho en nuestras investigaciones y en presentar nuestros resultados, y no debemos sentirnos conformes con la idea de que nuestros; trabajos queden en los estantes de las bibliotecas para estar rara vez abiertos. La historia es en su esencia comunicación; la historia que no comunica bien pierde gran parte de su valor. Si pensamos que lo que escribimos es importante —y si no, por qué estamos escri­ biéndolo— entonces debemos desear que ún gran número de perso­ nas lo lean. El uso del cuento constituye una manera de hacer lle­ gar la historia social a un público más amplio. Es interesante que en años recientes en Latinoamérica los escritores de novelas y cuentos no han titubeado en utilizar a la historia como base sus­ tantiva de sus obras. Los casos de Mario Vargas Llosa, Carlos Fuen­ tes, Gabriel García Márquez, Miguel Angel Asturias, Ernesto Sábato, y Jorge Amado son algunos de los ejemplos más obvios. Y ellos siguen una larga tradición que tiene sus comienzos en los albores de la literatura occidental. Uno solo tiene que pensar en Homero, Virgilio, Cervantes o Shakespeare. Y en tiempos más recientes te­ nemos a Dickens, Tolstoy y Zolá. Teniendo com o base el relato histórico, todos ellos han captado y mantenido el interés de innu­ merables lectores. Sin embargo, pocos historiadores han hecho este mismo salto entre la historia y la literatura. Yo propongo la ficcionalización como una modalidad, por supuesto no la única, para llegar a un público más grande. En otras palabras, sugiero la forma del cuento o de la novela para populari­ zar la historia en el mejor sentido de esa palabra. Para los literatos, la distancia entre el contenido de la literatura y la historia está conscientemente minimizada. El historiador profesional serio pue­ de hacer lo mismo. Los historiadores con estas metas pueden y deben hacer uso de las metodologías más sofisticadas de investi­ gación. Pero no es sólo aceptable sino deseable separar la investi­ gación del acto de comunicación. Demasiados científicos sociales, los historiadores entre ellos, se han olvidado de esta distinción entre establecer los resultados de un estudio y comunicarlos. En términos de la comunicación, la ficcionalización tiene otra ventaja igualmente impqrtante: nos permite presentar las es­ feras más subjetivas de la hi^soria, de la existencia humana. Cual­ quier historia con pertinencia cultural tiene que necesariamente tratar con las intenciones subjetivas de la gente. En efecto, es ine­ vitable tocar lo subjetivo cuahdo buscamos las causas y efectos de 32

eventos y procesos históricos. Al hacer eso tenemos que dar nues­ tros propios saltos especulativos que no siempre están com pleta­ mente respaldados por los datos. Quiero decir que la subjetividad es ineludible tanto en la esencia de la historia como en su interpre­ tación. Por eso, criticar el recurso a la ficción como demasiado subjetivo es algo ingenuo. Más bien lo que logra la ficcionalización, y lo que la hace particularmente valiosa, es que permite tanto al escritor como al lector penetrar la realidad histórica, la concien­ cia de las personas tratadas. Así el escritor y el lector pueden expe­ rimentar esa realidad al nivel emocional de los mismos seres histó­ ricos. A través del cuento o de la novela, podemos reconstruir lo que alguien en el pasado puede haber dicho, pensado o sentido. Lo que da valor histórico a esta creación es la veracidad y la efectivi­ dad de la imagen presentada. Su mérito depende de su capacidad para reproducir la gama de sensaciones y pensamientos del pasado y su ingenio para hacer que el lector participe en ellos. En este sen­ tido, la distinción entre la historia y la literatura desaparece. La historia es literatura. No debe extrañar que termino esta breve introducción con la referencia de un literato. Mario Vargas Llosa comienza su obra de teatro La Señorita de Tacna con un ensayo titulado, por coinci­ dencia, “ Las mentiras verdaderas” . Su definición de la forma del cuento no está muy lejos de la forma aquí propuesta de hacer his­ toria social: En este sentido, ese arte de mentir que efe el cuento es, también, asombrosamente, el de comunicar una recón­ dita verdad humana. En su indiscernible mezcla de cosas ciertas y fraguadas, de experiencias vividas e imaginarias, el cuento es una de las escasas formas —quizá la única— capaz de expresar esa unidad que es el hombre que vive y el que sueña, el de la realidad y el de los deseos. sfc s{í :fc

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Lucho Saldaña nació en Lima en 1897. Fue el segundo de dos hijos. Su madre había dado a luz cuatro veces, pero uno de los hermanos murió al nacer, y una hermana vivió sólo hasta los nueve meses, víctima de una enfermedad intestinal. Como su hermano, Lucho fue hijo ilegítimo. Su padre y madre convivieron hasta que él tuvo ocho años, y nunca se casaron. Después de que su padre los abandonó para ir a vivir con “su otra familia”, Lucho apenas lo veía. Con una mezcla de sangre española e india corriendo por sus venas, Lucho era como la mayoría de sus amigos y vecinos que residían en el barrio del Rímac. En sus andanzas diarias por las calles del Rímac, Lucho observaba la gran variedad racial que era una característica distintiva de la Lima obrera. Estaba el frutero mestizo, el verdulero chino con su puesto en la esquina, el barbero japonés, la negra tamalera, la india que vendía pollos vivos, y los mendigos mestizos que tocaban la guitarra y cantaban con la espe­ ranza de recibir alguna moneda. Ahora, con cuarenta años cum­ plidos, Lucho recordaba que en su niñez veía mayor cantidad de negros y chinos que en los años posteriores. También notaba que con el paso del tiempo había menos y menos blancos y más y más mestizos. En su juventud Lucho y su hermano Miguel tuvieron dos años de escuela primaria. Aprendieron a leer y escribir pero no pudieron continuar sus estudios porque tenían que buscar trabajo para ayudar con las necesidades económicas de su casa. Antes de cumplir los trece años Lucho había tenido una diversidad de tra­ bajos eventuales. Lustraba zapatos a lo largo de la Plaza de Toros de Ácho, hacía diligencias para el farmacéutico del barrio, y ayu­ daba a una amiga de su madre que iba de casa en casa comprando botellas y periódicos usados. Con la esperanza de aprender un ofi­ cio, Lucho se hizo aprendiz de un carpintero, y comenzó a traba­ jar en uno de los muchos pequeños talleres artesanales que emplea­ ban a una gran proporción de las clases populares de Lima. Al igual que la mayoría de sus compañeros de trabajo, Lucho se mudaba de un taller a otro durante los próximos tres años sin conseguir un puesto fijo. Su más larga permanencia fue de 18 meses cuando tra­ bajó en un taller de carpintería. Al comienzo, sus obligaciones para el maestro carpintero diferían poco de sus experiencias de trabajo previas. No recibía nada de instrucción en carpintería; más bien se le exigía efectuar labores domésticas en la casa de su patrón. En verdad, el ambiente patriarcal del taller le hacía recordar la vida anterior de su casa. 34

Después de un año de tareas domésticas, Lucho finalmente se gra­ duó al taller. Comenzaba a trabajar a las siete de la mañana y mu­ chas veces no terminaba hasta las diez u once de la noche. Lucho sobrellevaba silenciosamente los rigores de esta existencia con la esperanza de algún día convertirse en maestro carpintero. Admira­ ba la situación de su patrón a quien consideraba poseer una vida envidiable. El maestro carpintero había trabajado duramente para poder ahorrar el dinero suficiente para comprarse sus propias he­ rramientas, y había' finalmente podido establecer su propio taller, A los ojos de Lucho, parecía tener pocas preocupaciones económi­ cas. Aunque claramente era un miembro de las clases trabajadoras, el maestro carpintero tenía ingresos suficientes para alquilar cuatro cuartos en una quinta y tener a una empleada doméstica para ayu­ dar en el lavado, la cocina y la limpieza general. Justo cuando Lucho comenzaba a pensar que sería posible convertirse en el pa­ trón de un taller de carpintería, vió todos sus sueños para el futuro deshechos. Una súbita baja en la economía y en la demanda de trabajo de carpintería hizo que el maestro carpintero redujera su personal. Lucho fue el primero en ser despedido. ' Después de dejar el servicio de carpintero, fue aprendiz por corto tiempo de un pintor, un zapatero, y un sastre, pero no pudo permanecer en ninguno dé los trabajos por más de ocho me­ ses. Finalmente decidió dejar el sector artesanal y buscar otra for­ ma de empleo. Durante los próximos años trabajaba en diferentes oficios como mozo, cargador de maletas, ayudante de plomero, conductor de tranvía y finalmente obrero de construcción en va­ rios proyectos por todo Lima durante la década de los veinte. A través de la mayor parte de su vida en el trabajo hasta la Depresión de 1930, había una constante demanda de trabajadores en Lima. Lucho tenía poca dificultad en cambiarse de empleo, encontrando siempre algo nuevo. Aunque nunca llegó a realizar su meta original de convertirse en maestro carpintero, Lucho no se lamentaba. Sen­ tía cierto orgullo por haber logrado una posición económica mejor que la mayoría de sus vecinos a quienes les había sido imposible conseguir cualquier forma de trabajo regular, siendo relegados a la condición de barrenderos de calles, sirvientes domésticos, ambu­ lantes o vendedores de “huachitos” de lotería. Un trabajo que Lucho nunca había tenido era el de obrero industrial. Cuando comenzó en el taller de carpintería en 1910, sólo una pequeña porción de los sectores populares urbanos traba­ jaba en el sector industrial; una excepción importante consistía en aquellos empleados en las industrias de artes y oficios representa­ 35

dos por los talleres de artesanía. Con la llegada de la Primera Gue­ rra Mundial y sus efectos en la econom ía peruana, las industrias manufactureras, particularmente la industria textil, crecieron y pu­ dieron emplear a un número cada vez mayor de trabajadores. El crecimiento industrial vino acompañado de una expansión en el tamaño y el poder de las organizaciones sindicales que llevó a un desnivel cada vez más pronunciado entre los trabajadores organi­ zados y los no-organizados. Lucho se quejaba frecuentemente del hecho de que nunca hubiera podido conseguir un empleo que le hubiera dado la oportunidad de ser miembro de un sindicato. Veía que a través de la actividad sindical los obreros organizados habían podido obtener logros concretos no compartidos por los no-organi­ zados. Los sindicatos habían ganado para sus miembros la jornada de ocho horas, mejores condiciones de trabajo en las fábricas y protección de los excesos de los gerentes. Donde más se veía las diferencias era en los sueldos. Los sindicatos habían sido relativa­ mente exitosos en lograr convenios favorables para sus miembros al punto que los trabajadores organizados ganaban casi el doble que los no-organizados. A pesar de todos sus logros, aún los obreros sindicalizados vivían en la pobreza, siendo la situación peor para la mayoría de los trabajadores no-sindicalizados que formaban las masas popula­ res de Lima. Lucho siempre comentaba a Margarita, la mujer con la que convivía desde los veinte años, que nunca podía ganar sufi­ ciente dinero para sentir alguna medida de seguridad económica, aun después de obtener un trabajo de construcción regular y bien remunerado. El aumento constante en el costo de vida, especial­ mente después de 1920, hizo que su sueldo fuera escasamente ade­ cuado para cubrir sus necesidades mínimas diarias. En 1928, por ejemplo, Lucho ganaba 3 soles diarios, lo que significaba 75 soles mensuales. Gastaba el 60% de su sueldo en comida y el 25% en vi­ vienda. El resto era apenas suficiente para pagar ropa y otras nece­ sidades de su familia de cinco. Siempre se encontraba endeudado con el bodeguero, el sastre, el farmacéutico y el zapatero. Temía muchísimo que llegara el día que por accidente, enfermedad o cri­ sis económica perdiera su trabajo. Le repetía siempre a Margarita aue estarían perdidos si esto les llegara a suceder. Los límites sobre la vida de Lucho y su familia se refleja­ ban mejor en el tipo de vivienda que podían ocupar. Soñaba con el día en el cual pudiera comprar un pequeño lote de tierra para construir su propia casa, pero los 16 a 18 soles que él dedicaba 36

cada mes para alquiler eran apenas suficientes para proporcionarle uno o dos cuartos en un callejón. Los callejones de la época de Lucho eran de diferentes formas. El más común se conformaba de un largo pasadizo saliendo de la calle, con edificios estrechos de una planta a los dos lados, divididos en apartamentos de uno o dos dormitorios. Estas filas apretadas de cuartos por lo general abarcaban el largo de toda una manzana con entradas de dos calles, o sólo abarcaban media cuadra, terminando abruptamente en una pared de adobe. Existían también callejones en que las filas de cuartos se desviaban de un lado a otro dentro de la manzana. Dos otros tipos comunes de vivienda de los sectores popu­ lares eran las casas subdivididas y casas de vecindad. Una casa subdividida era un solar colonial o de comienzos de la República que había sido abandonado por sus propietarios de la clase alta y subdividido en una serie de pequeños cuartos para convertirse en vi­ vienda de familias pobres. Por lo general tenían dos plantas y dos o tres patios interiores. La elegancia exterior de estas residen­ cias escondía un caos interno de cuartuchos minúsculos con menos espacio aun que los apartamentos de los callejones. Las casas de vecindad ofrecían condiciones algo mejores. Habiendo sido origi­ nalmente construidas com o edificios de alquiler para las clases pobres, sus dos plantas tenían departamentos de dos o tres dormi­ torios que se extendían alrededor de un patio central. El resultado de la concentración del mayor número de ha­ bitantes en el menor espacio posible fue un terrible problema de sobrepoblación en la Lima obrera. Una familia típica de clase po­ pular —formada de una madre, a veces de un padre, abuela y/o abuelo, y de niños grandes y pequeños— casi siempre vivía en una sola habitación estrecha. Los que vivían en callejones y casa de vecindad generalmente tenían más espacio que los que vivían en casas subdivididas. En cuanto la familia crecía, el espacio físico de cada miembro de la familia disminuía. En todos estos tipos de vi­ vienda había poca relación entre el tamaño de la casa y el tamaño de la familia. Lucho se acordaba, por ejemplo, que en uno de los callejones en el que él había vivido, había un grupo de 14 personas apiñadas en dos cuartos pequeños. En sus moradas de uno o dos dormitorios, algunas veces divididas por cartones y hasta sábanas, familias grandes y pequeñas veían nacer a sus hijos y velaban a sus muertos. Aunque muchos se mudaban por lo menos tres o cua­ tro veces durante sus vidas, consideraban a sus cuartos de callejón, de casa subdividida, o de casa de vecindad como sus viviendas per­ 37

manentes. Durante su vida Lucho Saldaña residió en cuatro diferentes callejones y en una casa subdividida. Cuando niño vivió con su ma­ dre y hermano en un callejón llamado San José. Al lado del río Rímac, se hallaba en suelo extremadamente húmedo; el aire del calle­ jón estaba cargado de humedad del río y del fuerte olor de dos excusados abiertos. El corredor central de la vivienda bordeado de 25 pequeñas habitaciones a cada lado, había sido originalmente pavimentado con ladrillos y piedras pequeñas, pero el continuo uso y la falta de mantenimiento durante años había llevado al de­ terioro de mucho del pavimento. En los días lluviosos, o cuando las mujeres colgaban sus ropas mojadas para secarse al sol, charcos de barro aparecían en el piso desigual del corredor. El callejón te­ nía dos grandes botaderos con dos caños de agua que suministra­ ban las necesidades de los 127 habitantes. Cada apartamento de paredes de adobe tenía pequeñas puertas y ventanas que permi­ tían solamente una mínima ventilación y luz. Cuando a la edad de veinte Lucho comenzó a vivir con Margarita, pasaron su primer año juntos con su madre. Después de eso, se mudaron a un callejón llamado La Alegría. Un pequeño complejo con sólo 7 cuartos y 24 habitantes, sus habitaciones te­ nían aun menos espacio que aquellas del Callejón San José y reci­ bían luz sólo a través del tragaluz que había por encima de cada puerta. Para obtener algún alivio de las condiciones estrechas, los residentes vivían la mayor parte de sus vidas en el pasillo de dos metros de ancho que se extendía a lo largo del callejón, llenándolo de sillas, lavaderos, ollas de cocina, y animales domésticos. Miran­ do desde la calle, La Alegría parecía un laberinto de animales, gen­ te y muebles viejos. Y lo que era peor, estaba situado delante de un establo; el olor del excremento de los caballos y muías que cu­ bría la calle inundaba la atmósfera de La Alegría. Después de vivir cuatro años allí, Lucho comenzó a buscar una casa mejor. Había conseguido un trabajo fijo y Margarita ha­ bía tenido dos hijos. Los dos sentían que podían pagar algo mejor y que necesitaban más que el pequeño cuarto de La Alegría. Des­ pués que Lucho buscó por varias semanas, la familia se mudó al Callejón Roberto. Sus 18 cuartos proporcionaban vivienda a 44 personas. El Callejón Roberto tenía cuartos ligeramente más gran­ des que los de La Alegría, pero sus residentes también vivían bajo condiciones de estrechez y confusión. La luz del sol nunca entraba por su estrecho corredor central que estaba cruzado por sogas llenas de ropa secándose. En el cuarto de Lucho, por ejemplo, aun 38

al medio día, no había suficiente luz natural para distinguir las imágenes de Jesús y de Santa Rosa que Margarita había colgado en la pared con tanto cuidado. Al fondo del callejón había un sólo caño con botadero que proveía un chorrito escaso de agua a las mujeres que diariamente hacían cola con bandeja en la mano. Lucho y su familia vivieron en el Callejón Roberto durante siete años. Una enfermedad prolongada que había mantenido a Lucho sin trabajo durante varios meses finalmente los obligó a bus­ car vivienda más barata. Se mudaron a una gran casa colonial subdividida conocida como la Casa del Pescante cuyos 172 cuartos al­ bergaban a 353 personas. Era evidente por los restos de los delica­ dos balcones de madera y grandes portales adornados que en su día La Casa del Pescante había sido una mansión suntuosa. Pero para Lucho y su familia cuando llegaron les pareció un infierno de pequeños corredores cubiertos, escaleras irregulares en varios esta­ dos de deterioro, más corredores oscuros, y cuartos diminutos es­ parcidos por todas partes. Alojándose en uno de estos cuartos en el segundo piso, la familia tenía aún menos espacio que en su primera casa de La Alegría. Al comienzo, Margarita se asustaba por las no­ ches del sonido de las pisadas de los que subían las escaleras cru­ jientes. Y Lucho maldecía cada vez que se tropezaba en algún hue­ co del piso de madera agujereada afuera de su cuarto. Cuando Mar­ garita o sus hijos se quejaban, Lucho trataba de apaciguarlos insis­ tiendo en la conveniencia de tener una bodega, una sastrería y un zapatero en el primer piso de la casa. Pero Margarita no se ablanda­ ba y seguía quejándose de los animales pestíferos, de la suciedad de las cocinas de carbón, de las sillas destartaladas, de los niños hambrientos y llorosos y de las mujeres escandalosas que llenaban los corredores ruidosos. Tan pronto como Lucho pudo encontrar de nuevo un tra­ bajo relativamente seguro y bien pagado en la construcción, él, Margarita y sus dos hijos se mudaron de la Casa del Pescante a un callejón llamado Montañón. Esta residencia fue la mejor que Lu­ cho había jamás tenido. Con 36 cuartos y 135 habitantes era ex­ tremadamente sobrepoblada como sus viviendas anteriores, pero tenía la ventaja de poseer un gran patio bien ventilado en la parte delantera, un corredor central de 4 metros de ancho y cuartos más amplios con corrales pequeños atrás para el cultivo de legumbres o el mantenimiento de animales domésticos. El estado general del Montañón era muy superior a las otras casas de Lucho. El corredor central y los pisos de cada apartamento estaban pavimentados con grandes piedras redondas y todas las paredes habían sido reciente39

mente pintadas con cal. Este callejón contaba con bastante luz en el corredor y en los patios, pero como sólo tenía ventanas peque­ ñas, cada cuarto quedaba oscuro. A pesar de tener un sólo caño para 135 personas, Margarita quiso aprovechar del mayor espacio en el Montañón para tomar lavado de la calle y así incrementar los ingresos de la familia. Lucho agradecía sus esfuerzos y sabía ciertamente que el dinero extra del lavado sería una ayuda para afrontar el constante aumento en el costo de la vida, pero malde­ cía cada vez que se tropezaba con la bandeja grande de madera de Margarita y con la ropa mojada que ella había colgado en su cuarto para secarse en los días lluviosos de invierno. Además de tener que soportar vivir siempre en espacios muy limitados, Lucho y su familia también padecían con la alta incidencia de enfermedades reinante en las viviendas de las clases populares. La mayoría de lo* que construían callejones o que di­ vidían sus viejas casonas daban mayor consideración a la ganancia que a la higiene. En muchas de estas viviendas existía un sólo caño con botadero para el uso en algunos casos de 500 habitantes. Este era utilizado día y noche, obligando a muchos a salir al exterior a un espacio abierto para hacer sus necesidades. El excremento hu­ mano que se acumulaba era la causa mayor de las enfermedades intestinales que abundaban en estas viviendas. Los desagües que atravesaban por el medio de muchos de los callejones intensifica­ ban el problema de las enfermedades. Al mismo tiempo que se . utilizaban para arrojar basura y como reservados, sus aguas tam­ bién eran empleadas para lavar ropa, para cocinar y a veces para beber. Además, las apretadas habitaciones y la limitada ventila­ ción de la mayoría de las viviendas de las clases populares aumen­ taban el índice de tuberculosis y de otras afecciones respiratorias. La falta general de salubridad junto cqn la construcción defectuo­ sa de las casas —se utilizaba adobes confeccionados con excremen­ to de animales— estimulaban la proliferación de ratas e insectos, portadores de toda clase de enfermedades. En suma, el exceso de población y la falta casi absoluta de facilidades sanitarias llevaron a un alto porcentaje de mortalidad entre las masas urbanas afec­ tando particularmente a la niñee. Casi no pasaba un año sin que la familia de Lucho no fuera atacada por alguna enfermedad seria, y dos de sus hijos fallecieron con djsentería y tifoidea. Lucho encontraba poca Comodidad física o espiritual en el cuarto obscuro y húmedo qye ¡cbmpartía con su mujer, sus dos hi­ jos, su suegra y su abuelo. Muebles de todas las edades y estilos que él y Margarita habían cuidadosamente juntado a través de los 40

años llenaban el departamento. Un sofá, testigo de mejores tiem ­ pos, con su tapiz de seda desteñido y sus resortes crujientes, rete­ nía lo suficiente de su elegancia anterior para parecer fuera de sitio entre sillas burdas de madera —algunas con patas rotas— una vieja mesa, dos camas de segunda mano con colchones de paja y un ar­ mario sin puerta lleno de ropa raída. Al regresar a casa después de un día de mucho trabajo, Lucho trataba sin éxito de cerrar sus oídos a las interminables quejas de su mujer y de su suegra sobre toda clase de asuntos desde las enfermedades de sus hijos hasta la constante escasez de agua del único caño del callejón. En voz baja Lucho agradecía a Dios que por lo menos su abuelo era un hombre callado que daba pocos problemas. Lo que más le disgustaba a Lucho sobre la vida de callejón eran las constantes discusiones y peleas que se entablaban entre los residentes que vivían en condiciones tan estrechas. Parecía que ningún día pasaba sin que hubiera alguna pelea entre las mujeres, y los niños nunca se cansaban de pegarse el uno al otro. El caño que era el centro de la vida social del callejón era también por lo gene­ ral el centro de los conflictos. Las mujeres se empujaban para ser las primeras en la cola, y frecuentes luchas verbales y físicas hubie­ ron. Lucho se acordaba mucho del día en que una Margarita lloro­ sa le salió al encuentro para contarle que cuando había salido a enjuagar su ropa, la mujer del No. 12 le había colocado una bacenica sucia encima de su ropa limpia. Cuando Margarita comenzó a insultarla, la mujer cogió una piedra pesada y se la tiró golpeándole en la espalda. Mientras Margarita buscaba como defenderse, las otras mujeres presentes pararon la peleá. A la mañana siguiente Lucho, con toda la cólera encima, se despertó a las 5:00 a.m., vació un gran barril que usaba para guardar artículos de la casa y lo llevó al caño. Pacientemente esperaba mientras que el agua goteaba llenando el barril lentamente. Durante las dos horas que duró este procedimiento, Lucho no permitió a nadie llenar ni siquiera la olla más pequeña. Finalmente regresó soberbiamente a su casa, sin importarle los insultos murmurados de las mujeres que esperaban. Aun de noche cuando las peleas y las discusiones habían cesado afuera, los chismes más severos fueron el tema de la con­ versación detrás de la puerta cerrada de cada habitación. Margarita siempre comentaba a Lucho que sus vecinos no eran “ gente de buenas costumbres”. Se quejaba que el hijo de la mujer del No. 10 siempre estaba pegando a los niños menores: “ El debería estar trabajando, ayudando a su familia y no juntándose con todos esos palomillas.” Un tema favorito de los chismes de todo el callejón 41

era la mujer que vivía en el No. 16 que siempre estaba peleándose con su marido. Todos podían oír sus gritos cuando él le pegaba al regresar a casa y encontrar hombres extraños en su habitación to­ mando cerveza. Muchas veces ella se escapaba al corredor central del callejón y allí, delante de todos, recibía los golpes de su marido enfurecido. Después de estos incidentes, ella comentaba con las mujeres que le escuchaban ávidamente que tenía que ver a otros hombres, porque la cantidad miserable de dinero que aportaba su marido como vendedor ambulante no era suficiente ni para pagar la comida de sus tres hijos. Aun así usualmente sólo comían dos veces al día: una taza de café con un pedazo de pan por la mañana, y arroz con frijoles o papas y más café a las 2 p.m. Cuando tenía un poquito de dinero adicional, salía por las tardes para comprar algunos bizcochitos para sus hijos. A pesar de que los residentes del callejón siempre se referían el uno al otro en sus chismes dia­ rios, y las mujeres conversaban horas de horas delante del caño de agua, pocas familias hacían amistades duraderas. La desconfianza mutua reinaba entre las familias del callejón. Las experiencias de Lucho Saldaña, su trabajo y sus con­ diciones de vida, eran las mismas de la mayoría de la población de la Lima obrera. Su historia es la historia de un hombre —o de un grupo de hombres— quienes percibieron relativamente pocos cam­ bios en sus vidas durante las primeras décadas de este siglo. Ellos afrontaban diariamente los mismos problemas, las mismas penu­ rias, las mismas inseguridades. Sin embargo, mientras Lucho y sus compañeros tal vez no se hubieran dado cuenta, el período de 1915 a 1930 marcó üna era de cambio casi revolucionario en la ciudad capital. Lima se extendió geográficamente y demográfica­ mente a un paso acelerado. Y más importante, las masas urbanas crecieron durante estos años a números sin precedente. Transfor­ mados en tamaño, composición e importancia, como grupo ellos comenzaron a asumir un nuevo rol en la vida política, social y eco­ nómica de la nación.

FUENTES Y METODOLOGIA Existe una gran diversidad de fuentes valiosas para el estu­ dioso de la historia urbana-social de América Latina. En el caso particular de Lima de comienzos del siglo veinte, los materiales dis­ 42

ponibles que incluyen los censos de 1908, 1920, y 1931 muestran que el tamaño promedio de la familia limeña era relativamente pe­ queño. El promedio del tamaño familiar aumentó sólo ligeramente de 4.1 en 1920 a 4.57 en 1931 mientras que en ese último año la familia de las áreas más pobres de la ciudad contaba, en términos promedios, con 4.29 miembros. Véase: Perú, Ministerio de Hacienda, Resumen del censo de las Provincias de Lima y Callao levantado el 17 de di­ ciembre de 1920 (Lima, 1927), pp. 183-185; y Perú, Censo de las Provincias de Lima y Callao levantado el 13 de noviembre de 1931 (Lima, 1932), p. 40. También es notable el número de familias de clase popular afectadas por la mortalidad infantil y por enfermedades en general. En 1908, por ejemplo, de 2,839 madres que declararon haber dado a luz a 3 niños, sólo 905, o aproximadamente un tercio, tenían tres hijos sobrevivientes. Las proporciones de niños sobrevivientes disminuían aún más en cuanto el tamaño de la familia aumentaba. Véase: Perú, Dirección de Salubridad Pública, Censo de la Provincia de Lima (26 de junio de 1908), (Lima, 1915), Vol. II, pp. 990-91. Los censos de Lima de 1908 y 1930 indican que aproxima­ damente 2/3 de los niños de los sectores populares eran ilegítimos, uno entre muchos indicadores de la gran frecuencia de relaciones informales entre hombre y mujer y el poco recurso al matrimonio formal. Véase: Perú, Censo de Lima 1908, Vol. I, p. 232; Perú, Cen­ so de Lima 1931, pp. 130-131; y Boletín municipal de Lima, 1900-1930, que contiene registros muy de­ tallados sobre matrimonios. Las estadísticas sobre los cambios en la composición étnica de Lima en la época deben ser tratadas con cuidado, ya que el mar­ gen de error es muy alto. En el censo de 1931, por ejemplo, los cuestionarios fueron llenados por los encuestados y no por los que tomaban el censo. Con gran frecuencia los mestizos y los indios se autodenominaban blancos. Es dudoso que los resultados fueran mucho más acertados si los cuestionarios hubieran sido llenados por los que tomaban el censo, quienes encontraban extremada­ mente difícil juzgar características raciales. Los materiales que fue­ ron consultados para la composición racial de los sectores popula­ 43

res de Lima fueron: Perú, Censo de Lima 1908, Vol. I, pp. 90-97; Perú, Censo de Lima 1920, pp. 118-25; y Perú, Censo de Lima 1931, pp. 92-94. Véase también: Enrique León García, Las razas en Lima (Lima, 1909), especialmen­ te pp. 14-15, 40 y 69; Pedro M. Benvenutto Murrieta, Quince plazuelas, una alameda y un callejón (Lima, 1932), p. 137; José G. Clavero, Demografía de Lima en 1884 (Lima, 1885), p. 29; José Luis Caamaño, Apuntes limeños, (Lima, 1935); y Eleuterio Vigil Peláez, El Callao de ayer y de hoy (Callao, 1946). En,términos de empleo, la población mestiza se agrupaba en ocupaciones manuales como artesanía, trabajo industrial y transporte. Muy pocos mestizos, negros o indios eran propietarios en Lima, y las ramas de comercio, abogacía, medicina y educación fueron dominadas por los blancos: “Esas profesiones que ganan el más alto ingreso o producen el más alto prestigio social son preferencialmente-ejercidas por blancos.” León García, Las razas, p. 20. Entre 1900 y 1930 el alfabetismo era notablemente alto en las áreas urbanas de Lima. En 1908 la proporción de alfabetismo de la población masculina y femenina de la ciudad mayor de 6 años fue de 76% con un total de analfabetismo calculado en 18.3% (el otro 5.7% era constituido por las categorías de semialfabetizados y sin datos). Hacia 1920 el analfabetismo había disminuido a 9.6%. En 1931 se elevó ligeramente a 11%, llegando a 13.6% en el barrio popular del Rímac. Este aumento parece haber sido el resul­ tado de la migración a la ciudad de una población rural menos edu­ cada. Si la edad mínima es aumentada de 6 a 10 años, el analfabe­ tismo declina a 9.6% en 1931. Una de las razones del alfabetismo significativo fué la alta proporción de asistencia escolar. En 1931, por ejemplo, 72% de los niños limeños en edad escolar había reci­ bido algo de educación formal. Véase: Perú, Censo de Lima 1908, Vol. I, pp. 370-76 y Vol. II, pp. 894-900; Perú, Censo de Lima 1920, pp. 139­ 46; y Perú, Censo de Lima 1931, pp. 150-66. Un excelente examen de las condiciones de trabajo de las masas urbanas a comienzos de siglo se encuentra en Joaquín Cape­ lo, Sociología de Lima (Lima, 1895), Vol. II, pp. 39 y 43-45. Las descripciones de Capelo paralelan estrechamente otras posteriores de 1920.y 1930 de: 44

Ricardo Martínez de la Torre, Apuntes para una inter­ pretación marxista de historia social del Perú, (Lima, 1947), pp. 74-75; José Carlos Mariátegui, Temas de educación (Lima’ 1930) pp. 138-39; y Magali Sarfatti Larson y Arlene Eisen Bergman, Social Stratification in Perú (Berkeley, Calií., 1969), p. 105. Datos sobre la estructura general de empleos de Lima pue­ den ser encontrados en: Perú, Censo de Lima 1908, Vol. II, pp. 906-43; Perú, Censo de Lima 1920, pp. 163-82; Perú, Censo de Li­ ma 1931, pp. 192-207; David Chaplin, The Peruvian Industrial Labor Forcé (Princeton, N.J., 1968), p. 279; y Federico Debuyst, La población en América Latina (Madrid, 1961), pp. 125 y 128. Material sobre las categorías económicas de empleos para clases populares es derivado de: Santiago Basurco y Leónidas Avendaño, “Informe emitido por la comisión encargada de estudiar las con­ diciones sanitarias de las casas de vecindad en Lima, primera parte”, Ministerio de Fomento, Dirección de Salud Pública, Boletín, III: 4, (30 de abril, 1907), 33­ 35; Pedro Reyes, A la Capital (Lima, 19 ?), p. 46; El Perú, enero 20, 1931, p. 1; Hugo Marquina Ríos, “ Cincuenta casas de vecindad en la Avenida Francisco Pizarra”, en Carlos Enrique Paz Soldán, Lima y sus suburbios (Lima, 1957), p. 78; y Benvenutto Murrieta, Quince plazuelas, p. 318. Los cambios frecuentes de empleo eran muy comunes y parece que no era muy difícil encontrar trabajo durante la mayor parte del período entre 1900 y 1930. Como Arturo Sabroso señaló en una entrevista con el autor: “ Para cambiar de trabajo lo único que teníam os que hacer era revisar los anuncios”, (26 de febrero 1971). Véase también El Comercio, 10 de diciembre, 1931, p. 2. Aparentemente el mercado laboral comenzó a saturarse a media­ dos de los años veinte debido al flujo a la ciudad de grandes núme­ ros de migrantes rurales, y por consiguiente, la demanda de trabajo en sectores como la industria de la construcción bajó estrepitosa­ mente. Véase: Alberto Alexander, Las causas de la desvalorización de la propiedad urbana en Lima (Lima, 1932), pp. 12­ 13. 45

Las diferencias entre los trabajadores sindicalizados y los no-sindicalizados se describen en: El obrero textil, V: 62, (Junio, 1924), 2. Arturo Sa­ broso, Réplicas proletarias (Lima, 1934), pp. 38-39; Leoncio M. Palacios, Encuesta sobre presupuestos fa­ miliares obreros realizada en la ciudad de Lima en 1940 (Lima, 1944) pp. 112-14; Martínez de la Torre, Apuntes para una interpretación, Vol. II, p. 353; y Enrique Echecopar, Aptocracia, (Lima, 1930), p. 79. Información sobre los ingresos de la clase trabajadora y los gastos puede ser encontrada en: Martínez de la Torre, Apuntes para una interpreta­ ción, Vol. I, pp. 22 y 108-109; Federico Ortiz Rodrí­ guez, “ Páginas del pueblo”, Mundial, VI: 251, (3 de abril, 1925), 32; Basurco y Avendaño, “Casas de ve­ cindad”, 35; Ernesto Galarza, “ Deudas Dictadura y Revolución en Bolivia y el Perú”, Foreign Policy Reports, (13 de mayo de 1931), 116; y Lawrence Dennis, “What Overthrew Leguia: The Responsibility of American Bankers for Peruvian Evils”, The New Republic, LXIV: 824, (17 de septiembre 1930), 117­ 118. Que la mayoría de las clases populares de Lima vivía en ca­ llejones, casas de vecindad o casas subdivididas en las primeras dé­ cadas del siglo XX está demostrado en: Basurco y Avendaño, “ Casas de vecindad”, passim; Jorge Basadle, Historia de la República del Perú, 6ta. edic., (Lima, 1968-69), Vol. XII, p. 249; Benven” Jto Murietta, Quince plazuelas, p. 209; Alberto Ale> ?.nder al Director de Salubridad en Boletín de la D i c ­ ción de Salubridad Pública, Segundo Semestre, (1926), 185; J.P. Colé, Estudio geográfico de la gran Lima (Lima, 1957), pp. VII-18; y José Muñoz y Die­ go Robles, Estudio de tugurios en los distritos de Je­ sús María y La Victoria (Lima, 1968), p. 68. La descripción de los rasgos arquitectónicos de los callejo­ nes está derivada de: El Tunante (Pseud.) Abelardo Gamarra, Lima: unos cuantos barrios y unos cuantos tipos (Lima, 1907), pp. 22-23; Benvenutto Murrieta, Quince plazuelas, 46

p. 270; Basurco y Avendaño, “Informe emitido por la comisión encargada de estudiar las condiciones sanita­ rias de las casas de vecindad en Lima, segunda parte”, Ministerio de Fomento, Dirección de Salubridad Pú­ blica, Boletín, III: 5 (31 de mayo, 1907), 55-57; Marquina Ríos, “ Cincuenta casas de vecindad”, p. 79; y Oscar Romero Fernández, “ Un espacio urbano libre: La Alameda de los Descalzos”, en Paz Soldán, Lima, p. 100. r También una serie de conversaciones con el conocido ar­ quitecto e historiador de Lima Juan Gunther en Mayo de 1971, y observaciones personales de las viviendas actuales de las clases po­ pulares en Lima —muchas de ell^s son las mismas que aquellas des­ critas en las fuentes del período 1900-1930— fueron inmensamen­ te útiles para el entendimiento de la estructura de estas casas. Mu­ ñoz y Robles, Tugurios, es un estudio excelente en dos zonas, La Victoria y Jesús María, de la Lima más reciente. Es interesante no­ tar los paralelos sobresalientes entre los callejones del tiempo en que esto fue escrito y aquéllos que existieron 70 años atrás. Su comparación demuestra la mínima evolución sufrida por este tipo de vivienda en el transcurso del tiempo. Véase especialmente pp. 50-51. Para los planos de ios varios tipos de callejones véase: Alberto Alexander, Los problemas urbanos de Lima y su futuro (Lima, 1927), Tabla VII; y Pedro E. Paulet, Directorio anual del Perú, Vol. I, Provincias de Li­ ma y El Callao (Lima, 1910-11), p. 190. La proliferación de callejones, casas subdivididas y casas de vecindad no fue un fenómeno nuevo en la Lima de principios del siglo XX. Los primeros callejones de la ciudad crecieron a lo largo de las grandes mansiones de las familias adineradas durante el siglo XVIII. Estimulados por un aumento general de la población urba­ na y una escasez de vivienda en el área metropolitana, muchos pro­ pietarios de grandes casas coloniales construyeron una serie de cuartos pequeños en terrenos desocupados al lado de y atrás de sus viviendas en tierras que anteriormente habían sido utilizadas para el cultivo de legumbres. Después, la forma de callejón fue adopta­ da a través de todo Lima como la manera más económica de amon­ tonar a cuantiosos números de personas en las grandes cuadras que dividían el área central de la ciudad. La diseminación de las casas subdivididas y de las casas de vecindad fue particularmente visible en la última parte del siglo diecinueve cuando se hizo cada vez más 47

aparente a las clases propietarias que la construcción de vivienda de alquiler barato prometía ser una inversión lucrativa. Un produc­ to del renovado interés en este tipo de construcción fueron las ca­ sas de vecindad de las cuales el “ entrepreneur” norteamericano Henry Meiggs fue uno de los primeros promotores. Una forma más común de vivienda que estos primitivos edificios de apartamentos para los sectores populares fueron las casas subdivididas que cre­ cieron en número especialmente después de 1900 cuando las clases altas de Lima comenzaron a mudarse de la parte central de la ciu­ dad a los suburbios cercanos. Ellos subdividieron sus viejas casas en viviendas minúsculas para las familias de las clases pobres. El alqui­ ler obtenido de un callejón, de una casa subdividida, o de una casa de vecindad proporcionaba un ingreso constante y seguro para su propietario. Información sobre la historia de la vivienda de los sectores populares de Lima fue obtenida de: José Gálvez, Estampas limeñas, 2da. ed. (Lima, 1966), pp. 109-110; Juan Günther, entrevista, mayo 18, 1971; Tunante, Lima barrios, pp. 21-22; Marquina Ríos, “Cincuenta casas de vecindad”, p. 79; y El Perú, 12 de enero, 1931, p. 1. Basurco y Avendaño en su estudio admirable sobre las vi­ viendas de la clase baja de Lima en 1907 estimaban que en toda la ciudad un 66.7 por ciento de la población vivían en viviendas sobrepobladas e insuficientes. Ellos también afirmaban que su inves­ tigación demostraba que, “ la sobrepoblación y la vida de callejón coexisten”. Véase: Basurco y Avendaño, “ Casas de vecindad, pri­ mera parte”, 24-27. Datos má6 recientes sobre densidad de pobla­ ción reafirman sus conclusiones. Véase: Colé, Estudio geográfico, pp. V-16-17; Romero Fer­ nández, “ Espado.urbano libre”, p. 100; y Muñoz y Robles, Tugurios, pp. 52-53. De acuerdo a Muñoz y Robles, p. 53, aquéllos que en los años sesenta vivían en casas subdivididas tenían aun menos espacio que los habitantes de callejones. Para más información sobre las condiciones de hacinamiento características de las viviendas popu­ lares limeñas, véase: Rómulo Eyzaguirre, “Influencia de las habitaciones de Lima sobre las causas de su mortalidad”, Boletín del Ministerio de Fomento, Dirección de Salubridad Pública, II: 1, (31 de enero, 1906), 23-52; Tunante, 48

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IWIVMSÍDAD N. M. Dg SAN MAR O

EMflEC. DE BIBLIOTECA Y PUBLICACIONES

Lima barrios, p. 23; Richard W. Patch, Life in a Callejón”, American Universities Field Staff Reports (West Coast South America Series), VIII: 6, (junio, 1961), 1; Martínez de la Torre, Apuntes para una in­ terpretación, Vol. I, pp. 77-78; y Basurco y Avenda­ ño, “ Casas de vecindad, primera parte”, 113-120. Las descripciones de las diversas residencias de Lucho Saldaña fueron destiladas de la encuesta detallada hecha casa por^casa de las viviendas populares de Lima por Basurco y Avendaño, Ca­ sas de vecindad, primera parte”, 38-107. Sobre las condiciones ge­ nerales de vivienda de las masas urbanas véase también: Gálvez, Estampas limeñas, p. 109; Muñoz y Robles, Tugurios, p. 7; y El obrero textil, III: 36, (julio del 1-15, 1922), 3-4. Muñoz y Robles, Tugurios, pp. 54-64 y 69, que contiene datos específicos sobre los materiales empleados en la construc­ ción de tugurios, afirman que con el transcurso de los años el único cambio ha sido el reemplazo de pisos de piedra y de tierra por pisos de concreto. Las paredes de los callejones, las casas subdivididas y las casas de vecindad continúan siendo de adobe, y la madera sigue predominando en la construcción de los techos. También demuestran que ha habido poco progreso en el área de la instalación de cañerías, con los residentes en siete de cada diez callejones aún teniendo que compartir el agua, el desagüe y los re­ servados. Véase pág. 56. Información general sobre las condiciones de salud entre los pobres de Lima se encuentra en: Basurco y Avendaño, “Casas de vecindad, primera parte”, 6-7, 58-59 y 108-111; La Tribuna, 5 de julio de 1931, p. 4; Patria, 2 de julio, 1931, p. 2; Tunante, Lima barrios, pp. 20 y 22; y Romero Flores, “Espacio urbano libre”, p. 99. Un estudio detallado sobre la correlación entre la vivienda de los sectores populares, las enfermedades y la alta mortalidad es el de Eyzaguirre, “Influencia de la habitación”, véase especialmen­ te 44-48. Información sobre los rasgos internos de la vivienda pro­ viene de: Basurco y Avendaño, “ Casas de vecindad, primera parte”, 109-10; Marquina Ríos, “ Cincuenta casas de vecindad”, pp. 79-80; Enrique León García, “ Aloja49 8 735^ :

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mientos para la clase obrera en el Perú”, Boletín del Ministerio de Fomento, Dirección de Salubridad Pú­ blica, II: 1 (31 de enero, 1906), 57-58; y Emilia de la Barrera, Estampas del ambiente (Lima, 1937), p. 35. Varios observadores han recalcado el más alto grado de desorganización social y desconfianza entre los residentes de los tugurios de Lima. Véase: Gálvez, Estampas limeñas, pp. 110-12; Tunante, Lima barrios, p. 23; y Basurco y Avendaño, “ Casas de ve­ cindad, primera parte”, p. 68. Las descripciones en estos primeros trabajos son sorpren­ dentemente similares a las observaciones de autores posteriores in­ cluyendo a: Patch, “ Life in Callejón”, especialmente 4-5, 7, 12, 15-16 y 19; y Humberto Rotondo, “Psychological and Mental Health Problems of Urbanization Based on Case Studies in Perú”, in Phillip M. Hauser, ed., Urbanization in Latin America (New York, 1961), pp. 250-51 y 255. s También una entrevista con Alcides Carreño el 4 de mayo de 1971, fue muy reveladora acerca de los muchos aspectos de la vida diaria de los pobres de Lima durante este período. Parece que las circunstancias de las masas urbanas comen zaron a deteriorarse a partir de 1920, un proceso que se extendió hasta la Depresión. Un aumento significativo en el tamaño de b población de Lima, producto en parte de la extensa migración rural-urbana, llevó a una aglomeración aún mayor en los domicilios de clase popular durante este período. Un desmejoramiento de las viviendas populares acompañó a la creciente sobrepoblación de las mismas durante los años vein­ te. Bajo las circunstancias de una aumentada demanda para nuevas urbanizaciones para las clases medias y altas y con el subido costo de los materiales de construcción, poco capital fue destinado al mejoramiento o aun al mantenimiento de los callejones, casas sub­ divididas y casas de vecindad existentes. Estos tipos de vivienda decayeron gradualmente en esta década al punto de que, según un registro de propiedad urbana compilada entre 1927 y 1929, apro­ ximadamente el 53 por ciento de todos los domicilios de Lima eran considerados inaceptables para la habitación y 40 por ciento de éstos estaban totalmente irreparables. 50

Para información sobre las fluctuaciones en la población de Lima entre 1908 y 1940, véase: Alberto Alexander, Estudio sobre la crisis de la habi­ tación en Lima (Lima, 1922), especialmente pp. 8-12; Perú, Censo de Lima 1931, pp. 28-31; Juan Bromley y José Barbagelata, Evolución urbana de la ciudad de Lima (Lima, 1945), pp. 117-18; The West Coast Leader, 3 de mayo de 1932, p. 3; Ricardo Tizón y Bueno, El plano de Lima (Lima, 1916), p. 54; y Emi­ lio Harth-Terré, “ Lima contemporánea”, en Lima en el IV centenario de su fundación (Lima, 1935). Muñoz y Robles, Tugurio, p. 88, presenta datos sobre la evolución de la densidad demográfica en las viviendas populares entre 1961 y 1967. Un estudio valioso de la relación entre la esca­ sez de viviendas obreras y el auge de la industria de la construc­ ción en los años veinte se encuentra en Alexander, Crisis de la ha­ bitación, pp. 1 y 34-35. Véase también: Alexander a Dirección de Salubridad, 186-87; Alexan­ der, Causas de la desvaJorización, p. 4; M. Montero Bernales y Alberto Alexander, “Contemplando la si­ tuación de los desocupados y la crisis de la vivienda”, El Perú, 23 de enero de 1931, p. 2; Bromley y Barbagelatta, Evolución urbana, p. 105; Martínez de la To­ rre, Apuntes para una interpretación, Vol. I, p. 77; y Harth-Terré, Lima contemporánea. Las cifras para comparar la sobrepoblación de las viviendas en 1907 y 1931 provienen de: Basurco y Avendaño, “Casas de vecindad, primera parte”, 24; Eyzaguirre, “Influencia de la habitación”, 27, 30, 32 y 34-37; y Montero Bernales y Alexander, “Contemplando la situación”, p. 3. Aun cuando se toma en cuenta estas fluctuaciones tem po-( rales, la comparación de descripciones de las condiciones de vida de las masas urbanas hechas a comienzos de siglo con las que se han hecho después demuestra que estas condiciones no han varia­ do mucho a través de los años. Una excepción evidente a esta regla ha sido el crecimiento de los barrios marginales, especialmente des­ de 1945. Sin embargo, la vida de los tugurios en los barrios tradi­ cionales ha cambiado poco. Existen paralelos pronunciados entre los datos recogidos por Basurco y Avendaño en 1907, “Casas de vecindad, primera parte”, y los estudios hechos en los años 50 y 60 como los de Muñoz y Robles, Tugurios, y Colé, Estudio geográ5]

fico. Aparentemente, aun las serias epidemias de enfermedades contagiosas que desde el comienzo de siglo eran percibidas como consecuencias en parte de las pésimas' condiciones de vivienda po­ pular, provocaron solo mínimos esfuerzos para aliviar esas condi­ ciones. La información sobre las condiciones de vivienda popular en los años veinte fue encontrada en: Perú, Dirección de Salubridad Pública, Ministerio de Fomento, Inspección Técniea de Urbanizaciones y Construcciones, “Primer informe anual sobre el re­ gistro sanitario y catastro de la propiedad urbana de Lima”, Ciudad y campo y caminos, V: 38, (marzoabril, 1928), 25-26 y 28; Perú, Dirección de Salubri­ dad..., Segundo informe sobre el registro sanitario y catastro de la propiedad urbana de Lima (Lima, 1928), p. 4 y Tablas I-III; Perú, Dirección de Salubri­ dad..., “ Catastro del Distrito de La Victoria”, Ciudad y Campos y Caminos, VI: 44, (1929), 45-46; y Perú, Dirección de Salubridad..., Cuarto informe sobre el registro sanitario de la vivienda y catastro de la pro­ piedad urbana de Lima, (Lima, 1929), pp. 4-5 y Ta­ blas I-III. Una explicación de la manera en que se recopiló ese regis­ tro se encuentra en Alexander a Dirección de Salubridad, 184-85. Sobre el deterioro de la vivienda popular en los años veinte, véase: Alexander, Crisis de la habitación, especialmente pp. 38-41; Alexander, Causas de la desvalorización, p. 9; Basadre, Historia de la República Vol. XIII, p. 300; y El hombre de la calle, I: 13, (12 de diciembre de 1930), 2.

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CAPITULO III CULTURA POPULAR Y POLITICA POPULAR EN LOS COMIENZOS DEL SIGLO XX EN LIMA

Este ensayo intenta encontrar una vía preliminar para comprender la interacción entre las normas culturales y la conduc­ ta política de los sectores populares de Lima en las primeras déca­ das del siglo XX. Numerosos observadores en esos años y más tar­ de han hecho hincapié en el alto grado de personalismo que parece penetrar el sistema político del momento, un personalismo que en­ cuentra su expresión política más importante en dos movimientos, el Sanchezcerrismo y el Aprismo que emergieron para dominar la jscena política en 1930-31. Para comprender la especial atracción de esos movimien­ tos y la notable importancia del personalismo, este ensayo pone énfasis en el desarrollo de una orientación subjetiva hacia la políti­ ca y los políticos en las masas limeñas. Sugiere algunos de los más importantes elementos que debieron intervenir en la formación de esa orientación subjetiva. Es al mismo tiempo una mirada intro­ ductoria al interior de algunas de las instituciones y estructuras que contribuyeron a la formación de los valores culturales popu­ lares. Y como las actitudes políticas son simplemente una faceta del más amplio universo cultural del pueblo, cualquier análisis de cultura es implícitamente también un análisis de política. Al mismo tiempo que podemos hacer uso de un estudio de la cultura y de la formación cultural para estudiar la política, po­ demos también entender mejor las normas culturales de un sector social particular analizando su participación política formal o su apoyo a un movimiento político definido. Los valores culturales jio pueden ser cuantificados. Pero la conducta política, desde la participación en una manifestación por un candidato, hasta el acto de sufragio puede, aunque frágilmente, medir las normas subjetivas que caracterizan a cualquier grupo político. Antes de considerar a la cultura como alguna especie de entidad integrada debemos pri­ mero descubrir esas fuerzas que jugaron los principales roles en su 55

formación. No existió un solo factor preponderante en la creación de un sistema de valores en las masas de Lima a comienzos del si­ glo XX. Más bien, ese sistema fue el producto de la interacción de una serie de influencias del medio ambiente, las cuales pueden ser agrupadas bajo los dos rubros generales de experiencias de sociali, zación y restricciones estructurales. Las relaciones familiares, la vi-1 da escolar, las prácticas religiosas y la interacción con el sistema político fueron elementos fundamentales del proceso de socializa­ ción de los sectores populares de Lima. Los valores aprendidos en esas áreas fueron reforzados por la confrontación diaria del indivi­ duo con las relaciones estructurales de la sociedad urbana. Los ele­ mentos estructurales que afectaron particularmente la formación de valores incluyeron la distribución del poder y la riqueza entre los varios estratos sociales y la prevalencia de ciertos tipos de rela­ ciones sociales tradicionales. Una premisa básica de este enfoque para el desarrollo de un conjunto específico de valores es que las creencias que la for­ man fueron aprendidas por cada individuo a través de un ajuste personal a las realidades de la existencia cotidiana. Cada miembro de las masas urbanas experimentó un proceso de “enculturación” con el cual, en respuesta a los estímulos generados por su propia experiencia, obtuvo una manera de ver y enfrentarse al mundo. Muy importante para adquirir disposiciones hacia la con­ ducta política fueron las lecciones aprendidas en la vida acerca de la autoridad y la relación propia con personajes que la repre­ sentaban. Su contacto inicial con la autoridad vino de la realidad íntima de la familia. Al interior de ésta los integrantes de los sec­ tores populares limeños aprendieron primero a definir un rol so­ cial propio y a hacer distinciones entre los estatus de subordina­ dos y superiores. El sistema dominante en el hogar conformado con premios y castigos enseñó los modelos de conducta que suscitaban aprobación y las que merecían un juicio contrario. Hacia los inicios del siglo XX el sistema de premios y cas­ tigos en las familias de clases trabajadoras tenía preponderancia en cuestiones relacionadas con la obediencia de los hijos. Corriente­ mente los padres demandaban absoluta sumisión de su descenden­ cia a su autoridad en todos sus aspectos. Un crítico agudo de la familia peruana, José Antonio Encinas, caracterizaba esta situa­ ción como una en la cual: “El padre es todo; sus gustos, tenden­ cias, preferencias y ambiciones deben imponerse. El hijo es na56

die” (1). Una importante faceta de la buena educación era mostrar respeto a los mayores a través de manifestaciones exteriores de humildad. Cómo se creía generalmente que la obediencia no viene na­ turalmente sino que puede ser producida por ciertas formas de coerción, varias formas de castigo se tenían a la mano para asegu­ rar el mantenimiento de normas aceptables de conducta y de he­ cho el castigo tom ó primacía sobre el premio como modalidad en la mayoría de los hogares. El interés de un miembro joven de la familia a participar en una conversación de sobremesa, un pasa­ tiempo estrictamente reservado a los adultos, podía ser literalmen­ te destruido con una reprimenda verbal, como en la sarcástica des­ cripción de Manuel González Prada: Cuando uno de esos jóvenes sentía (por suerte o mila­ gro) el impulso a expresarse con orgullo y dignidad, a toda la familia le tomaba por sorpresa de la más extraordinaria manera, haciéndola sentir en un estado de inequívoca ame­ naza, como si hubiesen visto que una libra esterlina se transformaba en un centavo... Por suerte, la madre estaba allí para reprimir el escándalo y ella salvaría el honor del hijo. La experimentada e inteligente señora no pronuncia discursos interminables, ni tampoco ofrece consejos espon­ táneos; recurre a una parquedad espartana. Ahoga el malig­ no impulso del joven con una abracadabra supersacramental de un indiscutible efecto mágico: “Tonto, com e y calla”(2). Paralelamente a la censura verbal, los padres comúnmente recurrían a emplear el temor para corregir una mala conducta diciéndoles a sus hijos que el espíritu de una persona muerta o el “cuco” vendría a jalarles los pies o llevárselos. Si los otros métodos no daban resultados, el castigo físico era empleado frente a los ni­ ños que no alcanzaban las estrictas reglas familiares (3), (1) (2) (3)

José Antonio Encinas, Higiene Mental, 2da. ed. (Santiago, 1946), p. 259. Manuel González Prada, Bajo el oprobio (París, 1933), pp. 114-15. La más valiosa fuente de información sobre la estructura de la fami­ lia peruana comienzos del siglo XX hasta 1940 es el trabajo del sicó­ logo-educador José Antonio Encinas. Sus estudios siguientes pueden ser consultados: Higiene Mental, especialmente pp. 15-16, 31, 45, 62 y 105; y La educación de nuestros hijos (Santiago, 1938), pp. 57 y 92.

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La estructura autoritaria y de jerarquía rígida en estos ho­ gares debió haber dejado una huella indeleble en sus miembros jó­ venes. La continua conformidad a la poderosa y muchas veces arbi­ traria autoridad paternal produjo un estado de inseguridad y temor en estos niños fijando una tendencia a retraerse frente al conflicto con personas a las cuales se les percibía formando parte de un “staLus superior”. González Prada describe esta exagerada sumisión de sus compatriotas más pobres a las autoridades que los gobiernan com o una demostración extrema de la mentalidad del “come y calla” que fuese embebida durante su juventud: La mentalidad del come y calla ha sido difundida de tal manera que merece colocarse en el anverso de nuestras monedas. Esto revela un rasgo básico de carácter... El asno, trabajador y sufrido, no busca comprender la sicología de su amo; él mastica su pasto y permanece callado; las mas; aún más miserables y quizás más pacientes que la muía no indagan acerca del valor moral o intelectual del muletero: ellas desayunan y se callan la boca.(4) González Prada insinúa que el tutelajeí autoritario que ca­ racterizaba las relaciones familiares también creó un individuo con poca confianza en su habilidad para influenciar significativamente o controlar su medio ambiente. En su lugar, la excesiva dependen­ cia en el hogar pudo haberlo llevado a la búsqueda de gratificacio­ nes a través de la sumisión a los hombres, de “arriba”. Estas experiencias iniciales con la autoridad pueden haber sido transferibles más tarde a las percepciones acerca del funciona­ miento del sistema político y acerca de los atributos de sus dirigen­ tes. El sistema del “ come y calla” que excluía la participación en la toma de decisiones en el hogar pudo haber llevado a esperar un rol pasivo similar en el proceso político. Y los padres estrictos de la juventud trabajadora pudieron convertirse en su mayor punto de referencia para elegir a los dirigentes políticos en su madurez. En el contexto de la política populista de los años 30, Luis M. Sán­ chez Cerro y Víctor Raúl Haya de la Torre exhibían muchas carac­ terísticas de un padre ideal de las masas. La participación de las .clases laborales urbanas en esos movimientos dirigidos por hom­ bres con estilos políticos a la vez protectores y autoritarios quienes (4)

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González Prada, Bajo el oprobio, pp. 116-117.

proclamaban que ejercerían el poder en beneficio de sus seguidores pero sin la activa participación de éstos, fue un tipo de retorno político a las formas de dependencia y protección experimentadas en sus primeros años. El dil igente populista podría tomar el rol de un padre sustituto. Para muchos —aparentemente la mayoría— de las masas li­ meñas, los verdaderos padres no formaban parte del hogar. Más bien la forma más común de uniones conyugales era la conviven­ cia. Datos de los censos de Lima de 1908 y 1930 indican que apro­ ximadamente dos tercios de los hijos de las clases trabajadoras fue­ ron ilegítimos y que, en términos comparativos, Lima tenía uno de los porcentajes más bajos del mundo de personas casadas en el total de su población. De este modo, una alta proporción de las relaciones familiares populares no fueron entre padres e hijos sino entre madres e hijos (5). Es posible que es ,os hogares matriarcales aumentaran la tendencia de los hombres de bajos estratos a buscar más tarde la­ zos dependientes en la política y en otros dominios. En estudios sobre diferentes orientaciones políticas de los hombres y hogares de padre y madre versus hogares cuya única figura era la madre en otros lugares del mundo, se encontró que estos últimos producían (niños) “Más infantiles, dependientes y sumisos que aquéllos de hogares en los cuales el padre estuvo presente” (6). En parte estos patrones se derivan de las características de “sobreprotección, dominación y exigencias” adscritas a las madres de familia de pa­ dre ausente, particularmente en los rangos inferiores de la escala social. Los sectores populares, como el resto de la sociedad, co­ menzaron el aprendizaje de valores sociales en la familia, pero el proceso no terminó allí. El impacto relativo de los valores aprendi­ (5)

(6) ,

Perú, Censo de la Provincia de Lima (26 de Junio de 1908) (Lima, 1915). Vol. I, p. 232; Perú, Censo de las Provincias de Lima y Callao levantado el 13 de Noviembre de 1931 (Lima, 1932), pp. 130-131; Enrique León García, Las razas en Lima (Lima, 1909), pp. 26-29; y Richard Patch, “ Life in a Callejón”, American Universities Field Staff Reports (West Coast South America Series), VIII: 6 (Junio, 1961), 20-21. Kenneth P. Langton, Political Socialization (New York, 1969), p.31. Langton basa sus conclusiones sobre datos de encuestas llevadas a cabo en Estados Unidos y Jamaica.

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dos en el hogar sobre la vida posterior dependió en gran medida del grado en que la experiencia posterior modificó o reformó las lecciones aprendidas en el seno familiar. Para la mayoría de los niños de las clases bajas de Lima, el contacto formal inicial con la sociedad en su conjunto llegó en la escuela primaria. En las tres primeras décadas del siglo XX aproximadamente el 70% de los niños de la capital en edad escolar asistieron a la escuela primaria en algún momento. El aprendizaje, de los, valores en la escuela ocurrió de dos maneras. Primero, los estudiantes asimilaron a tra­ vés del ambiente y estructuras del aula, conocimientos implícitos acerca de las normas básicas de estratificación social y los modelos aceptables de conducta. Con respecto al aprendizaje político, a menudo el profesor fue el primer representante de la autoridad política que el niño encontraba. La relación entre el profesor y el alumno tuvo un efecto profundo más tarde en el enfoque que este último adquirió hacia los políticos. Segundo, la escuela primaria dió. lecciones explícitas tanto sobre la “moral” apropiada como sobre la conducta política, el enseñar temas que iban desde urbani­ dad hasta Historia del Perú. Los roles, las relaciones, y los materia­ les curriculares aprendidos en la escuela fueron extremadamente importantes en la formación de la personalidad. Como afirmó un prominente educador peruano “todo el mundo grande” se refleja en este “mundo pequeño” del aula(7). Las enseñanzas formales e informales del aula fueron posteriormente legitimadas por el he­ cho de que la educación publica constituía una de las únicas for­ mas aceptables de conseguir alguna movilidad, aunque marginal, para el sector popular. Como en el hogar, la obediencia fue la norma principal de “la sociedad” representada en el aula de la escuela primaria. Mu­ chos de los esfuerzos de los profesores estaban dirigidos al mante­ nimiento de un ambiente apropiado de orden y silencio. En la típica escuela de los distritos más pobres de Lima: Los niños deberán permanecer sentados, con las espal­ das rígidas, atentos a la voz y a las órdenes del profesor. Ningún movimiento es posible, ninguna pregunta es permi­ tida, debe reinar el silencio de los cementerios (8). (7) (8)

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José Antonio Encinas, Un ensayo de escuela nueva en el Perú (Lima, 1932), p. 197. Encinas, Educación de hijos, p. 169.

A la luz de estas condiciones, la descripción de estas escue­ las por Francisco García Calderón como “pequeños cuarteles don­ de debía marchitarse la juventud popular” (9), no parecía inapro­ piada. Varios factores facilitaban a los profesores el logro de esta disciplina estricta. Estaban investidos con el rol de padres sustitutos por la administración de la escuela y por los verdaderos padres de los alumnos quienes de costumbre presentaban a sus hijos a los profesores declarando: “ Profesor, señor, con todo el debido res­ peto, vengo a traerle a su segundo hijo. Usted será su segundo pa­ dre de ahora en adelante” (10). Cuando faltaba en la clase el “respe­ to filial” los profesores recurrían con frecuencia al castigo corporal para mantener su autoridad suprema. “La letra con sangre entra”, una máxima comúnmente usada para simbolizar el proceso educa­ cional en la escuela primaria peruana, tuvo una aplicación más que figurativa. Los estudiantes que quebrantaban las reglas rígidas de conducta, o que no alcanzaban a recitar sus lecciones apropiada­ mente, eran usualmente objeto de una corrección con una regla, y en algunos casos con un látigo. Aquellos alumnos en cambio que demostraban un alto grado de obediencia y aun de servilismo eran objeto de frecuente aprobación por parte del profesor. Para la mayoría de los profesores que entendían la educación como la dis­ ciplina y dominación de sus alumnos, los valores supremos de la sociedad representados en el aula eran la buena conducta y la obe­ diencia a sus órdenes. Medían a los niños en relación a estas cuali­ dades dentro de una escala de pasividad y sumisión; los mejores alumnos eran aquellos que no sólo obedecían sin protestar sino que exteriorizaban constantemente su deferencia hacia el profesor al lustrar diligentemente la manzana profesoral. Un crítico particu­ larmente sensible a los aspectos autoritarios de la escuela primaria de inicios del siglo XX describe sin omitir detalles en su agrio in­ forme de la conducta de los profesores: Cerrado dentro de un absurdo criterio de autoridad... más drástico que en el hogar... el profesor se considera con­ vertido en policía o en juez, transformándose con frecuen(9) (10)

Francisco García Calderón, En torno al Perú y América (Lima, 1954), p. 76. Esta situación fue detallada al autor por Próspero Pereyra, Entrevis­ ta, Marzo 4, 1971 y ha sido repetido casi al pie de la letra en un nú­ mero de entrevistas subsiguientes con otros individuos.

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cia en un dictador que posee todas las peculiaridades de los que se erigen en amos de un pueblo o de los que se creen “providenciales”: Les gusta ser obedecidos, halagados; sienten fruición cuando todos se consideran sus subordi­ nados; a diario están en espera de alguna lisonja, de alguna dádiva, de algún obsequio, de alguna pleitesía; se rodean de su corte que, generalmente, son los muchachos serviles, o que se entrenan para serlo; éstos son los encargados de pronunciar discursos laudatorios... Engreído y ensoberbe­ cido, juzga que la escuela es su patrimonio, \ que los niños han sido llevados allí para ponerlos a su entero servicio.(11) Los valores de obediencia y sumisión aprendidos por los niños de la clase trabajadora, primero en la atmósfera del hogar, eran fuertemente reforzados por la dictadura profesoral en la escuela. El alumno descubrió en el salón de clase, por ejemplo, que el escape seguro a un castigo arbitrario se encontraba en el servilis­ mo. Por lo tanto, la escuela contribuyó significativamente a la internalización de la conducta servil como la fórmula favorita para la confrontación con personas a las que se consideraba portadoras de gran poder. Actuando directamente en contra del logro de autoconfianza por parte del alumno, el ritual diario del salón de clase de la escuela primaria alentó, por el contrario, una búsqueda constante de aprobación y apoyo de las figuras autoritarias. Du­ rante el proceso los alumnos aumentaban su respeto básico por las jerarquías sociales preexistentes. El ámbito de la enculturación política las condiciones opresivas del aula en el que la crítica y el cuestionamiento no eran atendidos y más bien generalmente castigados por el maestro auto­ ritario, desalentaban el posterior cuestionamiento y crítica de los hombres poderosos y de las instituciones de la política nacional. Un dirigente aprista de las décadas de 1920 y 1930 que atacaba amargamente el “ pesimismo político” generado por el pro­ ceso educacional se lamentaba así: Podemos aún testimoniar las consecuencias de i'na educación diseñada para formar espíritus débiles, inde~i os y sumisos, a través del período del gobierno civilista... >:n(11)

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Encinas, Escuela nueva, p. 196; Higiene Mental, p. 48.

contramos espíritus que constituyen un receptáculo de de­ sesperanza y que creen que todo está perdido porque juz­ gan al enemigo sobre la base de su complejo de inferiori­ dad, viéndolo a éste enorme y poderoso.(12) Igualmente la terrible competencia en la escuela por los fa­ vores del dictador-preceptor trabajaba directamente contra la creencia de que las formas de acción colectiva podrían usarse con éxito para el progreso individual o grupal. Por el contrario, la situa­ ción del aula estimularía al niño de la clase trabajadora a conside­ rar la sociedad y la política simplemente como una competencia más grande por los favores de los poderosos. Al mismo tiempo, se buscaba alguna recompensa dentro de esa a través de la sümisión al tutelaje de un líder superior con atributos similares a aquellos del profesor autoritario. Más aun, las relaciones de dependencia personal que caracterizaban el gobierno del aula podrían alentar a los alumnos a ver al gobierno nacional en términos personalistas si­ milares. Las entrevistas con miembros de los sectores populares de Lima con relación a sus experiencias en la escuela primaria son es­ pecialmente demostrativas de la formación en el aula de una per­ cepción personalista del Estado. La siguiente identificación del go­ bierno con la persona del Presidente José Pardo hecha por un en­ trevistado al explicar cómo se distribuían libros y materiales en las escuelas es característica de las descripciones de la relación de la persona de Pardo con las escuelas. “Don José Pardo nos enviaba los libros de segundo grado donde aprendíamos los poemas de memoria. El Presidente don José Pardo daba de todo a las escuelas hasta materiales de escritorio; para el segundo año daba compases. ¿Cuánto cree Ud. que cuesta un compás? Es bien caro, por supues­ to Cuando le preguntaba si José Pardo sacaba de sus recursos personales para proveer esos implementos esta persona respondió: “No, no. El gobierno d,el señor Pardo distribuía. Cada provincia te­ nía su representante y ellos venían por su provincia”. (13) T Otra faceta de la educación popular masiva en los comien­ zos del siglo XX en Lima que estimuló la fprmación de valores so­ ciales y políticos conservadores era el extenso uso del aprendizaje de memoria como método de enseñanza. De acuerdo a un crítico del sistema, “desde el comienzo de la escuela el estudiante debe (12) (13)

Juan de Dios Merel, Principios del Aprismo (Santiago, 1936), p. 64. Próspero Pereyra, Entrevista, Marzo 4, 1971.

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desarrollar su memoria y su humildad. La memorización es la prin­ cipal obsesión del profesor y el alumno” (14). En el aula típica, el maestro asignaba una o dos páginas de un texto a sus alumnos para ser memorizados. Después de dos o tres horas de “absoluto silen­ cio” durante el cual esta memorización se realizaba, el maestro examinaba a sus alumnos haciéndoles recitar palabra por palabra el pasaje memorizado. El rendimiento de un niño era evaluado por el número de palabras, incluso de sílabas olvidadas. En algunos ca­ sos los errores llevaban al castigo inmediato, usualmente en la forma de aplicar golpes a la mano del alumno con una regla según el número de errores que,tuviera en el recitado. En cualquier caso, los estudiantes que olvidaban frecuentemente partes de sus leccio­ nes eran objeto de abuso verbal por parte del maestro que los ca­ talogaba como ociosos y estúpidos innatos. Las reglas incontestadas de este sistema era la veneración de la frase y la aceptación cie­ ga de las palabras del profesor que eran, en muchos casos también, el producto de su lectura en un texto en voz alta. Una canción memorizada comúnmente por los alumnos del primer año a los co­ mienzos de siglo en las escuelas públicas, señalaba este fenómeno: Cuando en mi banco querido, padre me pongo a estu­ diar, se me figura la escuela transformada en un altar. Los libros son un tesor^, y los maestros la luz, De Dios la cien­ cia es imagen que ella salvará al Perú. Es tu mansión ún edén, y tus claustros benditos en los que hallaremos el bien.(15) El análisis o esceptisismo de parte de los alumnos que hu­ biera podido conducir a cierta conciencia de que las cosas podrían ser distintas a lo presentado, no entraba por definición en el proce­ so educacional y se consideraba por cierto subversivo. En lugar de estimular a los alumnos a observar y experimentar, el sistema de aprendizaje de memoria los acostumbraba a escuchar pasivamente y a aceptar la “Verdad” que venía desde arriba. Los padres presen­ taban a menudo apoyo efectivo al aprendizaje memorístico al juz­ gar el trabajo de los niños en la escuela sobre la base del número (14) (15)

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Carlos Enrique Paz Soldán, De la inquietud a la revolución: diez años de.rebeldías universitarias (1909-1919) (Lima, 1919), pp. 13-14. Relatado al autor por Próspero Pereyra, Entrevista, Marzo 4, 1971.

de lecciones memorizadas que ellos le repetían. La conversación imaginaria presentada en un texto de la época entre una madre y un niño ilustra muy bien la medida cuantitativa paternal de logro escolar: — Madre: El Perú es grande, hijo mío, tiene muchas ciuda­ des... cuyos nombres estás ahora aprendiendo en geogra­ fía. — Hijo: Tienes razón mamá, y escúchame : “ El territorio , del Perú está dividido en veinte departamentos, subdivididos en provincias, de allí en distritos... Los departa­ mentos son: Amazonas, su capital Chachapoyas; Loreto, su capital Moyobamba; Lambayeque, su capital Chiclayo...” — Madre: Está muy bien, hijo m ío, es suficiente. Ahora puedo ver que tú estás muy avanzado en el estudio de la Geografía. (16) El material real que se presentaba en clase para la memori­ zación respaldaba ampliamente los valores aprendidos a través de la estructura autoritaria y estilos de enseñanza de la educación pri­ maria urbana masiva. Los cursos expresamente diseñados para for­ mar un conjunto de creencias políticas y sociales eran aquellos que enseñaban moral, urbanidad y buenas maneras. En las mentes de muchos maestros y alumnos por igual estos cursos eran la parte más importante del curriculum de la escuela primaria. Los maes­ tros, ponían énfasis especial en las lecciones de buena conducta, a fin de aumentar la disciplina del aula, y los alumnos hallaban que la conducta enseñada en las clases de moral tenía más aplicación directa en su vida diaria en el hogar y en la escuela que cualquier otra materia. La instrucción en urbanidad que trataba de todo, desde modales en la mesa hasta principios éticos elementales, acentuaba dos preceptos básicos: obediencia hacia, respeto por, y la confianza en las figuras superiores; y la aceptación pasiva del sufrimiento en la vida. El libro de texto más ampliamente usado en esos asuntos, el Manual de urbanidad y buenas maneras de Ma­ nuel Antonio Carreño, resumía su perspectiva jerárquica y básica(16)

José Luis Torres, Catecismo patriótico y los mártires (Lima, 1885), p. 9.

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mente conservadora en esta descripción del supuesto básico de la urbanidad: La urbanidad respeta ampliamente aquellas catego­ rías establecidas por la naturaleza, por la sociedad y el mis­ mo Dios, y por tanto nos obliga a darle tratamiento preferencial a algunas personas sobre otras de acuerdo a su edad, a su posición social, a su rango, su autoridad y su carácter.(17) Los profesores de curso de moral decían, además, que la jerarquía esencial de una sociedad organizada se mantendría sola­ mente si los hombres de menor rango adquiriesen el hábito de ceder a aquellos de mayor rango. Lecciones específicas sobre ejer­ cicios diarios de esas reglas fundamentales eran definidas en térmi­ nos de personas “ superiores” e “ inferiores”. En la calle, por ejem­ plo, los “ inferiores” estaban obligados siempre a darle el paso a los “superiores”, excepto en casos de circunstancias urgentes. En la casa los niños “ inferiores” estaban obligados a obedecer dócilmen­ te las órdenes de sus familiares “superiores”, y la misma regla se aconsejaba en la escuela tratándose de los profesores “superiores”. Además, los jóvenes “inferiores” no debían nunca intervenir en una discusión entre mayores como mencionaba un individuo que aparentemente internalizó estas enseñanzas: “ Eso era ilógico e inmoral. ¿Qué podíamos saber de los asuntos y costumbres de nuestros padres? Cuando se decidían a llamarnos, nosotros estába­ mos allí, listos y dispuestos a servirlos” (18).En los cursos de moral se enseñaba también a los “ inferiores” que tanto en la casa como en la vida en general un fiel servicio a los “superiores” podía traer recompensas tangibles: El pobre debería considerar que... la expiación de sus aflicciones depende en gran parte, directa o indirectamf (17)

(18)

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Manuel Antonio Carreño, Manual de urbanidad y buenas maneras (Lima, 1966), p. 39. El trabajo de Carreño fue publicado por prime­ ra vez en las últimas décadas del siglo XIX y desde ese tiempo y a través de gran parte del siglo XX ha permanecido en uso como el libro de texto de moral más popular en las escuelas de Lima. Gran parte de esta sección está basada sobre un análisis de su contenido. Próspero Pereyra, Entrevista, Marzo 4, 1971.

te, de las empresas creadas y fomentadas por el rico, y que en muchos casos esa expiación depende de la generosidad con la cual él da parte de sus ingresos para ayudar en tiem­ pos de necesidad... el pobre debería honrar y respetar tales nobles atributos del rico prodigándole todas las atenciones a las que sus virtudes lo hace merecedor.(19) El objetivo establecido de esta educación moral era la for­ mación de individuos inicuos, a los cuales se hace alusión en un texto, de primaria como “ buenos árboles”, cuyas personalidades retraídas y pacientes serían placenteras para todos aquellos que los rodeasen, y especialmente para aquellos de los cuales depen­ dían (20). En tiempos de adversidad ya sea mayor o menor, la cóle­ ra o el resentimiento eran juzgados totalmente inaceptables. Aque­ llos “malos árboles” , que exhibían señales de disconformidad con su suerte eran considerados como seres desesperados y lastimosos que no adoptaron la actitud correcta “ resignación afectuosa” cuan­ do sufrían las aflicciones que marcaban cada momento de la exis­ tencia humana: ■ Finalmente el niño nace a costa de crueles sacrificios y su primer signo de vida es un quejido, como si el destino estuviera presente listo para recibirlo en sus brazos e impri­ mir en su frente la marca del dolor que arde acompañarle en su peregrinaje desde la cuna hasta la tumba.(21) Las clases de historia peruana constituían los agentes más directos de la socialización política en la escuela primaria limeña. Como la introducción de un texto de historia anunciaba, estos cursos eran planeados para proveer a los alumnos “ejemplos prác­ ticos de moral cívica”.(22) (19)

(20) (21) (22)

Carreño, Manual de urbanidad, p. 342. A los “superiores” se les ense­ ñó que parte de su servicio en la vida era proporcionar ayuda pater­ nal para los menos afortunados. De acuerdo a Carreño, p. 24, en res­ puesta a sus actos caritativos, “nuestro corazón siempre siente tal inmenso placer, tan intenso y tan indefinible, que no podría ser des­ crito ni por las más poderosas expresiones delsentimiento”. Torres, Catecismo patriótico, pp. 44-45. Carreño, Manual de urbanidad, p. 11. F.F. Brenner en Ismael Portal, Lecturas históricas comentadas ( Li­ ma, 1918); p. 138.

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Dedicadas casi exclusivamente a la vida y muerte de los héroes de la nación, las clases de historia y los textos enseñaban a los alumnos considerar el pasado de su país como una serie de acontecimientos grandes realizados por un grupo de hombres casi sobrehumanos y predestinados. De acuerdo con la visión de la his­ toria inculcada en el colegio ni presiones sociales ni procesos polí­ ticos y económicos jugaron un rol en la evolución del Perú. Más bien, “ héroes providenciales”, trabajando a la sombra de Dios y del destino parecían haber sido los principales modeladores y orientadores de los hechos históricos: Los hombres que nos dieron la libertad en el mejor momento (así se tiene que decir) ¡nos dieron también la Patria!... hombres de carácter, hombres de principios, hom­ bres determinados y aparentemente enviados de lo Alto con objetivos “ superiores”...(23) Por sus grandes obras, profesores y textos declaraban que merecían gratitud eterna y admiración de todos los peruanos.(24) Este énfasis en el rol preponderante dado a los héroes indi­ viduales en la historia que llevó a un comentador a señalar, “ Un pueblo sin héroes es un pueblo sin Patria” (25), contribuía a una visión personalista de la política y del estado. Al mismo tiempo, la propagación de este culto al héroe llevó rápidamente a considerar a las personas con autoridad como las únicas capaces de generar cambios, tanto a nivel personal como nacional. Las cualidades per­ sonales atribuidas a estos héroes por los autores de los libros de historia los hacían aparecer no solamente como hombres podero­ sos sino, además como hombres de los cuales se podía aceptar de­ pender, especialmente en momentos de crisis. Las palabras más fre(23) (24)

(25)

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Portal, Lecturas históricas, p. 58. El autor saca estas conclusiones concernientes al culto del héroe en los cursos de historia peruana de la escuela primaria de un análisis de contenido de libros de texto usados en esas instituciones y de co­ mentarios de observadores de ese fenómeno. Los textos consultados incluyen: Portal, Lecturas históricas, Torres, Catecismo Patriótico, David Constantino Ferrer, Compendio de Historia del Perú para el primer grado de instrucción primaria (Lima, 1934); J. Vitalicio Berroa, La epopeya de Arica (Lima, 1916); y Manuel G. Abastos, Bolognesi y su hazaña (Lima, 1916). Javier Prado y Ugarteche, La educación nacional (Lima, 1899), p.20.

cuentemente usadas en estos libros para describir a los “grandes hombres” de la historia peruana, desde San Martín y Bolívar hasta los héroes de la guerra del Pacífico, incluían: valeroso, generoso, afectuoso, humano, noble, puro, virtuoso, orgulloso, sacrificado. En pocas palabras, reunían las cualidades del patrón ideal. A tra­ vés de la memorización de sus nombres y hazañas, los niños del colegio asimilaban ejemplos de carne y hueso de paternalismo posi­ tivo, que más tarde podrían ser aplicados & los líderes de la políti­ ca nacional. Aun cuando la confianza en estos héroes paternales no conducía al éxito, como aconteció, por ejemplo, en la derrota pe­ ruana a manos de los chilenos en la guerra del Pacífico, los textos de historia predicaban una “resignación necesaria” (26). El hecho de que, exceptuando a los líderes de la independencia, los princi­ pales héroes de la historia del Perú participaran en la causa perdida de la guerra con Chile, llevó a los popularizadores del culto al hé­ roe a dar un énfasis particular a la aceptación pasiva de la adversi­ dad. Un tema recurrente en los cursos de historia peruana era el sentimiento de reverencia por aquellos hombres que por propia vo­ luntad se sacrificaron al servicio de la nación. Eran representados como “ ejemplos dignos de admiración y a ser imitados... nos lega­ ron lecciones sublimes... que elevan el espíritu en las horas solem­ nes de prueba... hoy su recuerdo, no debemos dudarlo, es un con­ suelo frente a la adversidad” (27). Estos héroes nunca fueron cri­ ticados por haber fallado en sus esfuerzos. Más bien, la explicación de haber perdido la guerra, giraba alrededor de las implacables fuerzas del Destino: “ la suerte decidió no darnos sus favores. ¡Misterios de los Cielos!”.(28) Se atribuyó al destino un rol importante en los aconteci­ mientos humanos y en muchas de las historias parece haber traba­ jado contra los protagonistas; de allí esa sorprendente virtud del pueblo peruano de “tolerar”, “ser silencioso” y “ sufrir con resig­ nación”.(29) . Una fuerza que probablemente tuviera mayor influencia que la escuela primaria en la formación de actitudes fatalistas en (26) (27) (28) (29)

Ver por ejemplo Portal, Lecturas históricas, (Lima, 1899), p. 20. Torres, Catecismo patriótico, pp. 262-63. Portal, Lecturas históricas, p. 250. , Portal, Lecturas históricas, p. 173.

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las masas limeñas fue el catolicismo popular. Indujo a los miem­ bros de los sectores populares a considerar su sufrimiento y su po­ breza como la inevitable e inalterable condición de sus vidas, como producto de la voluntad divina. La escuela primaria era el mayor auxiliar del catolicismo popular. Religión e Historia Sagrada eran materias obligatorias y la educación moral enfatizaba que las bases de la sociedad eran dadas por Dios. Estas creencias fueron centra­ les en el catolicismo popular peruano, tanto en las áreas rurales como urbanas. Una larga y asentada subtradición de la creencia católica popular, por ejemplo, enfatizaba la imagen de Cristo como el sufrido hijo de Dios coronado de espinas y clavado en la cruz, esperando una muerte dolorosa con resignación. Sacerdotes, pa­ dres de familia y profesores de escuela quienes compartían esta doctrina a menudo señalaban paralelos entre el largo sufrimiento de Cristo y el sufrimiento del hombre en la tierra. Como Cristo cargó su cruz los menos afortunados aprendieron a llevar sus cru­ ces a través del “valle de lágrimas” que parecía constituir sus vidas. Muchos de los que hablaban en nombre de la religión exaltaban el carácter redentor de la pobreza y la humildad especialmente para los desposeídos. Un corolario importante a esta concepción era que la propia miseria de uno nunca debía estimular el deseo para obtener el mayor bienestar y la posición de otros. En su énfasis de adaptarse a las circunstancias difíciles, el catolicismo popular im­ plícitamente permitía una poderosa colaboración para la existen­ cia de modelos de una estratificación social extrema en la capital. Mientras la siguiente cita dirigida por un sacerdote a un grupo de trabajadores muestra el rechazo por parte de al menos un c i' : 3o de la corriente principal de las visiones más progresistas sobro las relaciones sociales que venían de Roma en forma de la Rerum Novarum y otras encíclicas papales, refleja también una afirmarían que tuvo eco en los círculos religiosos populares por la cual la di­ visión jerárquica de la sociedad peruana era justa y correcta y que cualquier cambio radical en el statu quo debía ser condenado: Pero la desigualdad social entre clases, dado el presen­ te estado del pecado del hombre, es necesaria; es esencial en una sociedad que no puede ser concebida sin ésta. La sociedad es un verdadero cuerpo moral que muestra increí­ bles paralelos con el cuerpo físico del hombre... ¿A qué se parecería el cuerpo humano si todo fuese cabeza? Y qué si todo fuera sólo pies, manos u ojos. Una verdadera monstruosidad, o mejor dicho, una aberración 70

imposible. Más aún, vemos que la cabeza es la parte más alta de nuestro cuerpo, como el supremo director de nues­ tras acciones, que los pies, las manos y los ojos obedecen sumisamente a las órdenes del cerebro... si todo el mundo diese órdenes no habría nadie para obedecer, la sociedad sería un caos. Si todo el mundo fuese rico no habría nadie para efectuar algunos trabajos y quehaceres que incluso si son bajos son necesarios a la sociedad. Si, de otro lado, todo el mundo fuese pobre no habría nadie por facilitarle el capital necesario para dar pan y dinero a los trabajadores, y ellos son el alma de las grandes empresas...ven, mis ama­ dos trabajadores que es necesario que existan desigualdades en el cuerpo social...esto es para decirles mis amados traba­ jadores que debemos aceptar la sociedad como la hemos encontrado y no caer en el absurdo del socialismo que no quiere reconocer la ley de Dios. (30) Individualmente muchos sacerdotes intentaron asegurar la obediencia a estos modelos de comportamiento, previniendo las consecuencias que provocarían su desviación. El miedo a Dios se inculcó frecuentemente a edad muy tierna. De acuerdo a respues­ tas ofrecidas en entrevistas tomadas en la década de 1920 a nume­ rosos alumnos de escuela primaria, estos creyeron que no obedecer la palabra de Dios equivaldría a ser enviado al infierno, ser acecha­ do por el diablo, o simplemente sufrir una muerte prematura. Se­ gún la misma investigación, una aceptación de estas enseñanzas religiosas se pensaba como el camino más seguro hacia la felicidad en la otra vida. Puesto que todos los actos humanos eran atribuibles al deseo de Dios, la humilde aceptación de la fatalidad divina parecía el mejor medio para hacer la existencia diaria más tolerable y así alcanzar la máxima felicidad en el cielo.(31) En el marco de estas creencias populares y dentro de esta resignación el rezo constituía el único medio válido para lograr algún éxito. En la mayoría de los casos el creyente encomendaba sus ruegos a uno o más santos y vírgenes. En la esfera de la religión (30) (31)

Francisco Cabré P.F.M., La unión de la c.„oe obrera (Arequipa, 1918) pp. 8-11. Los relatos de niños de seis a nueve años de edad son transcritos tex­ tualmente por Encinas, Escuela nueva, p. 128 y pp. 130-31.

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popular estas entidades actuaban como intermediarios, relativa­ mente accesibles, entre el hombre y Dios. Eran generalmente vistos y tratados como figuras con atributos casi humanos con los cuales una relación personal era posible. Era común que individuos iden­ tificasen su fortuna con la benevolencia de un santo particular, de la misma manera que en política podían contar con la benevolen­ cia de un líder político específico. Había varios signos de la impor­ tancia de los santos en la vida de los sectores populares. Raro era, por ejemplo, el callejón que no tuviera una estatua de algún santo patrón o virgen rodeada de velas, colocada en la pared del fondo. Muchos de estos callejones llevaban el nombre de la virgen o del santo patrón. La mayoría de las hermandades religiosas de Lima, a pesar de ser cada vez más subvencionadas por los miembros de las clases altas, estaban esencialmente formadas por gente de extrac­ ción popular. Dedicadas a la veneración de un santo particular, o de una virgen, estas hermandades eran responsables de organizar procesiones, preparar las festividades de la celebración del día del santo y generalmente de “cuidar con afecto” a sus patrones espiri­ tuales. Sin lugar a dudas, el santo más popular de la capital era el Señor de los Milagros, llamado también el Cristo de los Pobres: El Cristo de los Milagros es el Cristo que ha aparecido en el corazón de la tristeza. Allí, en el oscuro rincón de la % pobreza, en el tugurio de los descalzos sin Pascua ni Do­ mingo, allí, en la Choza sin pan ni leche para aquellos que vienen al mundo sin la estrella de Belén, el Cristo de los Milagros es el Cristo de los pobres. El Cristo de los desvali­ dos. El Cristo de una mano que pide pan... El Cristo de los Milagros es el Cristo de los esperanzados sin esperanza... Es el Cristo de las masas que apuestan su último centavo con los ojos fijos en el cielo, siempre esperando el milagro imposible.(32) Todos los años durante tres días en octubre una multitud bulliciosa y devota, principalmente de origen pobre, llenaba las ca­ lles para acompañar al Señor de los Milagros en una procesión a través de Lima, una práctica que sigue hasta ahora. Muchos de aquéllos que creyeron haber recibido un favor especial del Señor a (32)

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Aurelio Collantes, “ A tí... señor de los pobres” Expreso, octubre 18, 1970, p. 9.

través de su devoción seguían su imagen, algunos descalzos o de rodillas, proclamando en alta voz el favor recibido. Peticiones po­ pulares al Señor de los Milagros incluían curación de enfermeda­ des, éxito en el trabajo, suerte en la lotería, y protección general contra el daño. ., . El común recurso de la humilde postración frente a las 11guras de los santos en busca de ayuda contribuyó a la noción de que cualquier beneficio que un individuo recibía en la vida era el resultado de un favor otorgado por una figura o fuerzas superiores y que no tenía ninguna relación con sus esfuerzos personales, excepto cuando éstos eran dirigidos a solicitar servicios de los po­ derosos. En vez de provocar una acción afirmativa, las prácticas y creencias religiosas de la Lima pobre acentuaron la importancia de lazos espirituales con personas más poderosas. En la familia, en el colegio y en las prácticas religiosas del pueblo, las masas urbanas asimilaban un sistema de valores funda­ mentales que premiaban la adaptación pasiva y la dependencia personal Este sistema de valores actuaba como una base de refe­ rencia, a partir del cual se podía evaluar la experiencia subsecuen­ te en todos los aspectos de la vida, incluyendo el universo de la política nacional. Mientras los valores pre-políticos y no políticos formaban las bases de la cultura política de las masas, mucho de o que se llegó a creer sobre el sistema político era resultado de la observación y de contacto directo con la política real. Los encuen­ tros personales con el proceso político además del conocimiento sobre la interacción con el proceso de sus semejantes y de anterio­ res generaciones contribuyeron al desarrollo de una “memoria política” sobre las reglas del juego político. La experiencia con la política en el pasado, inmediato y distante, marcó en los miembros de las masas populares una serie de espectativas sobre las formas legítimas de participación política, la forma en la cual él sistema político funcionaba, qué beneficios este sistema podría proveer y la mejor forma de obtenerlos. Mientras 1931 señaló la primera vez en la historia peruana en que las masas urbanas escogieron libremente por medio del voto secreto al candidato de su gusto en una elección presidencial, du­ rante la segunda mitad del siglo XIX y las primeras decadas del si­ glo XX las clases populares sostuvieron un contacto extensivo con la política electoral. La forma más común en que las masas urba­ nas participaron en política durante este período fue a través de los clubes políticos que se formaban justo antes de la votacion para promover la elección de un candidato determinado. Hasta la 73

reforma electoral de 1895, estos clubes sirvieron como una frágil base de organización para la captura por la fuerza de las mesas electorales. El motivo principal de ser miembro de un club político era la recompensa material inmediata en forma de dinero, comida y/o licor, distribuidos por los candidatos por intermedio de capituleros. Tal era la violencia que acompañaba los actos de sufragio en el siglo XIX que la “profesión” de elector se volvió rápidamente dominio de las masas limeñas. Como señaló el periodista peruano Manuel Atanasio Fuentes, quien se apodaba “el Murciélago” , con respecto a la elección de 1855: He notado, sin embargo, yo el Murciélago, que las mesas estaban rodeadas solamente de gente de color de lu­ to y que un pequeño número de personas de tonos más cla­ ros permanecían detrás, a una cierta distancia, más como espectadores de la gran celebración.(33) Con la reforma electoral de 1895 la violenta captura de las mesas electorales, que había sido patrimonio de los clubes políti­ cos, llegó a su fin. Sin embargo, esos clubes y capituleros sobrevi­ vieron, transformando sus actividades en la compra de votos y en la subvención de turbas para llevar a cabo manifestaciones ca1lppras como un medio de mostrar las capacidades de poder de sus candidatos respectivos. Como antes, la remuneración concreta por servicios rendidos era el único estím ulo de la participación de'las clases trabajadoras. Y la única opción real ejercida por los miem­ bros de las masas urbanas la encontramos más en el campo econó­ mico que en el político: cuál candidato o capitulero sería más ge­ neroso. Esta visión “comercial” de la política fue más allá de los casos específicos de participación de masas, penetrando hasta las raíces del sistema político. Tradicionalmente, una función primor­ dial del Estado peruano era el otorgamiento de favores políticos eji la forma de trabajos, servicios personales y a veces pagos directos (33)

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Manuel A. Fuentes, Aletazos del Murciélago, 2da. ed. (París, 186), Vol, I. p. 97. Fuentes es una excelente fuente sobre los comienzos de los clubes electorales en la política peruana. La mayoría de las deta­ lladas descripciones de la formación y funcionamiento de esos clubes fueron escritos por Clemente Palma bajo el seudónimo de Juan Apapucio Corrales, Crónicas político-doméstico-taurinas (Lima, 1938).

en especie. Debido a que la mayoría del pueblo no tomaba parte directa en la conducción del país, la política parecía esencialmente un asunto de favores individuales y los gobiernos en el poder eran a menudo comparados a organizaciones de “caridad”. Según un di­ cho popular, el Perú no era una república sino una “res pública, una res que ha ido al matadero y de la que todos pueden coger ta­ jada” (34). Los cambios de gobierno inevitablemente provocaban casi una invasión del Palacio de Gobierno por gente que competía por un pedazo de la torta. Según el secretario personal de un pre­ sidente peruano, al asumir el poder, la carrera emprendida por la gente para obtener su favoritismo era inmediata y abrumadora: A veces digo que lo peor que le puede pasar a uno en política es ganar. Porque al día siguiente el ganador es la primera víctima. Porque uno tiene la casa llena de gente, pidiéndole su tarjeta, llamándolo por teléfono: “recomién­ dame a este hombre, recomiéndame a aquél; yo quiero esto, usted es mi amigo”.(35) Algunos políticos podíari haber encontrado esta práctica desagradable, sin embargo reconocían que esto constituía una par­ te fundamental del proceso político. Para aquellos que recibían los favores del gobierno, el uso de la política para obtener beneficios personales no sólo era ventajoso materialmente, sino también bas­ tante lógico. Un votante popular en la elección de 1931 explicó su adhesión a esta modalidad política en lenguaje bastante sencillo: “Una vez que los políticos llegan arriba las masas van a pedir traba­ jos y toda una serie de cosas.’ Nadie ha regado el árbol para que se quede allí no más, nadie. Todo el mundo fue a participar en la co­ secha. Eso es todo”.(36) La figura central y más visible en los mecanismos de la pro­ tección y el favoritismo era el presidente de la república. Especial­ mente en la mentalidad popular, alejada de los procedimientos co­ tidianos de la administración burocrática, el presidente era el go­ bierno. Ver al presidente como la autoridad suprema y, por lo tan­ to, como el distribuidor máximo de favores no era irreal dado el (34) (35) (36)

Alberto Guillén, El libro de la democracia criolla (Lima, 1924), p.98. Pedro Ugarteche, Entrevista, Febrero 13, 1971. Próspero Pereyra, Entrevista, Marzo 4, 1971.

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alto grado de centralismo que caracterizaba a los gobiernos perua­ nos desde fines del siglo XIX, los considerables poderes reservados por ley y costumbre al primer mandatario, y la inclinación de va­ rios de ellos por intervenir en asuntos tan banales como “el contra­ to de un portero o el despido de un empleado... porque la sicolo­ gía nacional requiere que se haga así”.(37) Algunos presidentes pusieron mucho énfasis en su rol de patrón político consagrando mucho tiempo a las audiencias perso­ nales con sus fieles partidarios. La accesibilidad relativa de los mandatarios peruanos, su aparente omnipotencia y su atención al más humilde de sus “clientes” inspiraron la creencia que la benevo­ lencia presidencial resumía la mejor parte del sistema político, la parte más sensible a las necesidades del hombre común. Las rela­ ciones políticas generadas no eran diferentes al tipo ideal de rela­ ciones entre padres e hijos, profesores y alumnos, santos y supli­ cantes. Aunque la autoridad estaba claramente concentrada en el hombre de arriba, los de abajo podrían esperar que la muestra ade­ cuada de deferencia y apoyo podría persuadirlo a utilizar su poder en beneficio de ellos. Esta expresión elaborada de humildad hacia el político poderoso se volvió una forma importante de comporta­ miento político de las masas, especialmente en situaciones en que se pedía favores de aquellos que ocupaban posiciones de liderazgo. Como un escritor insistió ácidamente, “el pueblo fue a ver a los de arriba con elogios zalameros saliendo de sus labios y con sus manos abiertas, a la espera de recibir una ayuda, una propina, un ofreci­ miento” (38). En la sombría estimación de otro, la política perua­ na era esencialmente un ejercicio de suplicar la caridad de arriba: Este sentimiento singular de caridad en el Perú se ex­ tiende a todas las áreas de la lucha por la existencia. Aquí se ruega por todo, desde puestos en las oficinas del Estado hasta el talento y la gloria... Nada es conquistado. Todo el Perú es un pueblo de mendigos... Nadie hace otra cosa que mendigar favores y protección del Estado y el Estado está reducido a un hombre... y de esta persona que constituye (37) (38)

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Pedro Dávalos y Lissón, La primera centuria (Lima, 1919-26), V. 1 p. 60. Gastón Roger, “ Fuegos fatuos”, Mundial, IX: 532 (Agosto 29, 1930), 14.

todo el gobierno se espera todo.(39) El contexto estructural en el cual vivieran las masas lim e­ ñas de principios de siglo reforzó los valores que ellos habían ad­ quirido gradualmente en la casa, en el colegio, en la iglesia y en el proceso político. La sumisión y dependencia hacia las figuras de autoridad junto con la sensación de impotencia que caracterizaba sus relaciones con individuos de estratos mas altos, eran el resulta­ do del contacto cotidiano de las masas con las realidades de su existencia tanto como el producto de creencias aprendidas. El m o­ nopolio tradicional de todas las formas de poder por los de arriba y la escasez resultante de los recursos de los de abajo tuvo un im­ pacto decisivo sobre el desarrollo de la cultura política popular. La omnipotencia de la presidencia era simplemente el ejemplo más importante de la acumulación incesante del poder en el Perú. Una consecuencia de esta situación era el alto grado de domina­ ción ejercida por el más poderoso sobre el más débil en todos los niveles de la sociedad nacional. En el taller el artesano dominaba al aprendiz. En la fábrica el maestro dominaba al trabajador. En el campo, el lugar de origen de un gran porcentaje de población ur­ bana, el hacendado dominaba al peón. Las condiciones de gran de­ sequilibrio en la distribución del poder inducían al dominado a reconocer que su vida dependía en una gran medida de las inicia­ tivas de los hombres que ejercían un gran control s»bre los recur­ sos de la sociedad. Dos tipos de actitudes emergieron de esta aguda división de la sociedad entre poderosos y desposeídos. Primero, los indivi­ duos de las clases populares faltos de poder vieron que su débil po­ sición les impedía ejercer efectivamente control sobre su medio. Esta sensación de impotencia en un universo difícil y esencialmen­ te hostil era un ingrediente primario en el desarrollo de una visión fatalista de la vida que a menudo podía llevar a una conformidad con la penuria. Segundo, las influencias dominantes ejercidas por las clases superiores hicieron que las masas dependieran de indivi­ duos de élite para lograr algún éxito en una amplia variedad de asuntos. La tendencia a esperar que iniciativas y recursos vinieran de arriba provenía en parte de la reflexión acertada que éstos eran, en realidad, dispuestos en su mayor parte desde arriba. Bajo condi­ ciones de amplio dominio, la deferencia y sumisión a las figuras de (39)

J. Eugenio Garro, “ Caridad humana”, Claridad, 1: 4 (Enero 1, 1924), 18.

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autoridad constituían una postura racional a adoptar. Por consi guiente, el individuo de las clases populares a la vez que reconocía su propia impotencia dirigía sus esfuerzos hacia la creación de la­ zos con personas de un status superior con la esperanza de que en el futuro éstas pudieran interceder a su favor. En la búsqueda de lazos con los de arriba los miembros de las masas urbanas acepta­ ron implícitamente las grandes desigualdades del statu quo y su posición subalterna en la jerarquía social. Además, muchos pare­ cían haber sentido que les favorecía la altamente estatificada es­ tructura social por el hecho de que las ventajas más tangibles que recibían venían a través de su adhesión personal a los representan­ tes influyentes de esta estructura. En suma, el conocimiento de estos severos lím ites a su poder llevó a los componentes de las cla­ ses populares a concluir que lo mejor que podían obtener era un grado de protección paternalista en un mundo hostil. La escasez de poder en los estratos bajos de la sociedad ur­ bana era una limitación importante para la formación de lazos horizontales con otros miembros de las clases populares para la acción colectiva por mejores condiciones de vida. El mismo senti­ miento de carencia de poder que proscribía manifestaciones de agresión contra figuras dominantes causaba a veces hostilidades entre miembros de la misma clase social, los que se vieron enfren­ tados unos a otros por la obtención de una cantidad limitada de servicios provenientes de arriba. González Prada denunció fuerte­ mente la veneración al “superior” y la noción de que el provecho personal para un hombre significaba necesariamente la pérdida personal para otro en sus mismas circunstancias: Da grima ver... el respeto servil a hombres huecos e instituciones apolilladas... Aquí no vivimos como herma­ nos, a la sombra del mismo techo, respirando el mismo ambiente i amando las mismas cosas, sino disputándonos un rayo de Sol, como gitanos en feria; tratando d’engañarnos sórdidamente, como tahúres en mesa de garito; odián­ donos interiormente...(40) Ejemplos de esta hostilidad abundaban en la vida de las masas limeñas. Habitantes de callejones mostraban un alto grado (40)

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Manuel González Prada, Páginas libres (Lima, 1966), V. II, pp. 156­ 57.

de desconfianza entre sí. Eran comunes los insultos a los vecinos y a menudo se llegaba a golpes por el uso de caño o algún otro objeto de contienda. Inmigrantes de clase baja, especialmente los chinos, eran a menudo el blanco de ira y violencia física, víctimas de hombres que temían que su llegada empeorara las condiciones de trabajo y aumentara la dificultad de encontrar empleo. Los lí­ deres laborales se quejaban constantemente de la dificultad de pre­ sentar un frente unido en su lucha por salarios más altos y menos horas de trabajo, porque, de acuerdo a la declaración de un sindi­ cato, “las posibilidades de lucha por nuestro sindicato están res­ tringidas por prejuicios, falta de confianza y una completa confu­ sión sobre su rol social, lo que podemos comprobar por el absurdo criterio colaboracionista que gobierna las acciones de muchos miembros...” (41) ■ Otro obstáculo a la creación de movimientos de acción colectiva era la represión por parte de las autoridades políticas. Manifestaciones de protesta, ya sea contra el alto costo de los ali­ mentos, las malas condiciones de trabajo o las imposiciones des­ póticas o impopulares del régimen político, acababan generalmen­ te en choques con la policía y derramamientos de sangre. El fichar y encarcelar eran procedimientos comúnmente empleados contra los líderes de los movimientos de las clases po­ pulares, a fin de desalentar cualquier acción que podría atentar contra el “legítim o” orden establecido. El extenso uso de encarce­ lamientos y deportaciones practicado por Leguía y la severa repre­ sión de las huelgas mineras por parte de Sánchez Cerro fueron dos ejemplos del recurso habitual a la fuerza para sofocar la formación y las actividades de las organizaciones populares. La propensión de los individuos de las clases populares a buscar lazos verticales, como medio de sostenerse dentro del con­ junto social, era estimulada por la existencia, desde el período colonial, de una extensa red de relaciones patrón-cliente. Estas re­ laciones exhibían tres características principales: involucraban a gente de estratos sociales y económicos desiguales; eran recíprocas; y eran llevadas cara a cara sobre bases comparativamente informa­ les. Para el patrón, las relaciones conllevaban protección a sus clientes en las formas de ayuda económica —especialmente en mo(41)

Comisión Gráfica de Organización y Propaganda Sindical, Manifiesto a los obreros gráficos (Lima, 1930), p. 1.

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mentos de crisis— ayuda en disputas legales, defensa contra la excesiva explotación por otros hombres poderosos, recomendacio­ nes Para trabajos y otros favores y consejos Sobre la prudencia de acciones proyectadas. El patrón reunía, en esencia, los atributos de un guía y un protector que actuaba en amparo de su “humilde” cliente en el mundo social “superior”. Los mejores patrones eran esos hombres o mujeres que tenían considerable poder y eran lo bastante “generosos” .para usarlo en la protección de sus depen­ dientes. Los clientes de las clases populares recompensaban a sus patrones tratándolos con deferencia. En presencia del patrón, el cliente adoptaba una respetuosa postura y a menudo declaraba su sólida lealtad hacia su protector “amado”. El célebre ensayista Abelardo Gamarra bosquejó los términos de un intercambio entre un patrón y su cliente en su cómica descripción de una matrona de alta sociedad a quién llamó doña María Campanillas: La señora doña María Campanillas es alta personali­ dad en el mundo filantrópico: hace muchas caridades, di­ cen las gentes... la señora de las caridades tiene una cliente­ la especial, cierta categoría de gentes a la que socorre o ha­ ce socorrer por las instituciones en las que tiene influjo. Para pertenecer a esa clientela se necesita tantas y más re­ comendaciones que para conseguir un puesto en la adua­ na... Conseguido, eso sí, el influjo, ya no queda otra cósa que entregarse a la tarea de alabanzas para merecer... el auxilio en las premiosas necesidades de la vida... “Qué buena es”, “Una santa”. “No hay como la señora de Cam­ panillas”, “Qué matrona!” Tales son las exclamaciones de su casería socorrida... Ella no socorre a los pobres sino a sus pobres...(42) Específicamente en la esfera de la política, los clientes eran capaces de.ofrecer formas más tangibles de retribución a sus pro­ tectores. Mediante el voto, la asistencia a manifestaciones y la par­ ticipación en otras actividades de apoyo a un movimiento político, contribuían directamente al ascenso político de su patrón. Los tipos más comunes de relaciones patrón-cliente en la (42)

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El Tunante (pseud.) Abelardo Gamarra, Rasgos de pluma: primera serie (Lima, 1911), pp. 138-40.

sociedad limeña eran aquéllos que involucraban compadrazgo. Es­ cogiendo un padrino para un bautismo o un matrimonio, el indi­ viduo de las clases populares escogía al mismo tiempo un patrón a través del cual él podría fortalecer su posición en la comunidad. El acto de “honrar” a una figura superior nombrándolo padrino tenía el propósito de ganar su confianza y por medio de eso indu­ cirlo a dar trato preferencial a la persona que era su nuevo compa­ dre o su ahijado. A través de la institución del compadrazgo, los estratos inferiores de la población urbana podían manipular sutil­ mente los mecanismos de patronazgo y buscar así a aquellas perso­ nas más apropiadas para tomar el rol de compadre, en otras pala­ bras, los más generosos. La importancia de la generosidad en las relaciones entre compadres aparecía claramente en un dicho popu­ lar sobre la elección de un padrino: Indigno padrino, con los bolsillos cerrados... no tiene dinero y quiere tener ahijado... Padrino feo, padrino arrui­ nado, no tiene dinero y quiere tener ahijado... ¡Desgracia­ d o ...! ^ ) Para los integrantes de las masas urbanas, los padrinos más comunes incluían los dueños de talleres artesanales, gerentes de fa­ bricas, médicos, abogados, burócratas, políticos y hasta el presi­ dente del país. Los únicos límiteá para escoger a un padrino eran aquellos de posible accesibilidad y generosidad. ^ Esos lazos de patrón-cliente se extendían más allá de las relaciones entre determinados individuos para permear la sociedad entera de arriba abajo. Como Víctor Raúl Haya de la Torre señaló en una ocasión. “Todo es hecho en Lima por medio de argo­ llas” (44), y efectivamente, la primacía de las relaciones clientelistas hizo que la vida de la capital pareciera girar alrededor de una extensa red de vínculos patrón-cliente. Para los hombres de todos los estratos sociales, la seguridad y el progreso parecían depender principalmente de quienes conocían, o, en otras palabras, los con­ tactos con personas de posiciones superiores en el sistema. Cuando alguien deseaba algo, se comunicaba con un patrón particular, su (43) (44) -

Néstor Gambetta Bonatti, Cosas de Callao (1936), p. 123. Víctor Raúl Haya de la Torre a Julio R. Barcos, Londres, Junio 20, 1925, en Haya de la Torre, Ideario y acción aprista (Buenos Aires, 1930), pp. 77-78.

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compadre quizás, el cual, si no era capaz de ayudarlo en su necesi-E dad, podía a su vez llamar a una persona asociada a él para resolver el problema. Esta estampa clientelista en la vida era especialmente evidente en el dominio político. En el contexto de la política pa-‘ trimonial, los líderes políticos estaban casi forzados a asumir el rol de patrón por el gran número de seguidores que les pedían favores personales. Un autor resumía la supremacía del clientelismo en el proceso político al afirmar: Todos hemos puesto nuestra esperanza en el Mesías en nuestra maldición en el Canalla... ¿Quién es el Mesías? Nuestro amigo o el amigo de nuestro papá, o de nuestro compadre, o de nuestro amigo, o de nuestro tío Don Perensejo. ¿Quién es el canalla? El canalla es el enemigo, el olvidadizo Presidente que no dió destinillo a nuestro amigo o al amigo de nuestro papá o a nuestro compadre o a nues­ tro tío Don Perensejo.(45) O, como otro analista declaraba, la más alta figura del mundo político, el presidente, era en efecto, “El padrino número uno del pueblo está allí para dar una mano a sus ahijados...”(46) Para las masas de Lima, la importancia de esos lazos crecía enormemente en momentos de crisis. Un factor fundamental en la profusión de relaciones clientelistas en todo momento era la per­ cepción de las masas de que disponían de escasos recursos con los cuales enfrentarse a su medio ambiente esencialmente hostil. Las situaciones de crisis actuaron para hacer los recursos aún más esca­ sos y por consiguiente acentuaron la tendencia de los más necesita­ dos a buscar vínculos de dependencia con patrones potenciales. Se­ mejante situación de crisis se produjo en el Perú por la gran Depre­ sión de los años 30. En parte la respuesta entusiasta de las masas a los dos movimientos populistas que surgieron en estos años se de­ bió al empobrecimiento creciente de los sectores populares urba­ nos. Esto los llevó a ver en los líderes de esos movimientos, en Sánchez Cerro y en Haya de la Torre, dos poderosos y aparente-

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Guillén, Libro de democracia criolla, p. 40. El Tunante (pseud.) Abelardo Gamarra, Algo del Perú y mucho :!>.■ pelagatos (Lima, 1905), p. 50.

mente generosos patrones con los cuales era posible forjar lazos valiosos de dependencia personal, al menos a nivel simbólico. Por esto, lejos de radicalizar a las clases populares, la Depresión las in­ dujo a responder a esas alternativas populistas materializando los modelos de dependencia personal en la esfera política.

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CAPITULO IV EL VALS CRIOLLO Y LOS VALORES DE LA CLASE TRABAJADORA EN LA LIMA DE COMIENZOS DEL SIGLO XX*

El estudio de la historia es, inevitablemente, el estudio del comportamiento de las personas. Y en el núcleo del comporta­ miento, trátese de un individuo o de una sociedad, se halla aque­ llas ideas y creencias, adquiridas a través del contacto con el am­ biente, acerca de cuáles métodos y objetivos para la acción son de­ seables o indeseables. Al pertenecer más al ámbito del sentimiento y pensamiento subjetivos que al de la acción abierta, los valores del hombre siempre son difíciles de determinar, especialmente en un contexto histórico. El problema se agudiza cuando los sujetos de la investigación son los valores proletarios; es decir, aquéllos de un grupo que generalmente carece de una historia escrita. Una visión parcial de los valores populares en el Perú de comienzos del siglo veinte, específicamente en Lima, puede obte­ nerse consultando los trabajos de ensayistas y científicos sociales de ese tiempo, quienes describieron la cultura y los estilos de vida de la clase trabajadora. Un primer tema de esos trabajos es que los miembros de la clase trabajadora consideraban a la vida como ine­ vitablemente difícil, y creían que el conformismo y la resignación eran casi las únicas respuestas disponibles a las constantes penalida­ des y crisis. Se aceptaba el status quo social, económico y político, y las sugerencias de cambio eran por lo general rechazadas sobre la base de que, muy probablemente, sólo traerían más problemas. Esta mentalidad otorgaba gran valor al acomodamiento en el me­ dio ambiente. Según el juicio de un comentarista quien, mientras criticaba esta tendencia, admitía sin embargo su fuerza y utilidad entre los miembros del proletariado urbano: “El conformismo es una fuente inagotable de felicidad; los grandes retrocesos en la vida .no vulneran los corazones de aquéllos que saben conformarse; la (*)

Publicado en Socialismo y Participación / No. 17.

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conformidad ofrece los mayores beneficios, porque le permite a uno evitar inquietantes preocupaciones y tenebrosas irritacio­ nes”.^ ) Un segundo y relacionado valor atribuido a las masas popu­ lares limeñas era que tenían una estimación muy baja de su poder sobre sus propias existencias y, concomitantemente, una visión fa­ talista de sus asuntos. La impotencia personal y el inmovilismo eran simplemente aceptados com o hechos incambiables de una vi­ da preordenada. Un observador citó el siguiente dicho popular para ilustrar el punto de vista fatalista de los pobres urbanos: “Qué quieren ustedes, así me ha hecho Dios, con este geniecito. Genio y figura hasta la sepultura”.(2) Finalmente, estos escritores daban considerable énfasis a la aceptación por parte de la clase trabajadora de la jerarquía social junto con la creencia de que la única mediación para aliviar las cir­ cunstancias adversas era la confianza en los poderosos. Aún cuan­ do el individuo concluía que las cosas no eran como deberían ser, la pasividad y la subordinación a los situados más arriba en la esca­ la social eran vistas como formas necesarias de comportamiento, dáda la naturaleza fija del bajo peldaño de las masas en la escalera de la sociedad. Bajo estas condiciones, las esperanzas de mejoría del hombre de clase baja se centraban en su cultivo de buenas rela­ ciones con aquellos “por encima” suyo. “Al dominio de aquellos de alta posición, los de la baja posición siempre han respondido con un encogimiento de hombros” (3), se burlaba un comentarista, y la ácida pluma de Manuel González Prada comparaba este “espí­ ritu de servilismo” con la ética de una prostituta: “Nuestra geometría moral no incluye líneas vertica­ les. La posición horizontal es la favorita de las prostitutas y de muchos peruanos; las primeras sobre la espalda y abra­ zando al hombre que paga, los segundos sobre su estómago y lamiendo los pies del pequeño tirano que les arroja li­ mosnas”.^ ) (1) (2) (3) (4)

El Obrero textil, V: 81. Mayo 1, 1925. 4. Eudocio Carrera Vergara, El gran doctor Copaiba, protomédico de la Lima jaranera. Lima, 1953, p. 221. Bedoya, Otro Caín, p. 54. González Prada, Bajo el oprobio, p. 84. González Prada expresa simi­ lares opiniones sobre la prevalencia de estos valores en: Páginas li­ bres, Vol. I, pp. 61-62 y Vol. II, p. 155; y Anarquía, p. 20. Otros co­

Sin otra confirmación por otros tipos de materiales historí­ eos estas observaciones tienen una utilidad limitada por la distan­ cia 'social entre sus autores, generalmente de clase alta, y los indi­ viduos de clase trabajadora analizados. , La única fuente fácilmente disponible de expresión directa de la masa urbana durante las tres primeras décadas de este siglo, de la cual pueden extrapolarse valores populares, apoya sin embar­ go muy de cerca las citadas interpretaciones. Esa fuente es el vals criollo la forma principal de música popular de clase baja de Lima practicada desde 1900 a la década del treinta. Como expresión de la cosmovisión de sus compositores proletarios, las letras de estas canciones suministran una excepcional corroboracion de la prima­ cía de la resignación, del fatalismo, del respeto a las jerarquías y de la dependencia personal en el sistema de valores de las masas urbanas.El vals criollo se originó en Lima entre «nnr\ n-i n y, ™ 1900 y -i1»1U se convirtió en la tendencia principal de la música de la clase trabaja­ dora urbana en los años 20 y comienzos de los 30 (5). Se tocaba y

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mentarlos sobre el conjunto de valores mencionado por observadores peruanos de fines del siglo 19 y del 20 incluyen: Capelo, Sociología de Lima Vol. III, p. 21; El Tunante (seud.), Abelardo Gamarra, Algo del Perú' y mucho de pelagatos (Lima, 1905), p. 49; Francisco A. Lo ay z a Llamaradas (Lima, 1912), p. 9; Ulloa Sotomayor, La organi­ zación social, p. 13; Ulloa Sotomayor, Reflexiones de un cualquiera, pp. 252-54; Pedro Dávalos y Lissón, La primera centuria (Lima 1919) Vol. I, pp. 73-74; Pedro Cisneros en El obrero textil, 111. 38 (15 de agosto’ 1922), 2; Félix Pereyra, Problemas políticos y sociales (Lima, 1923), p. 121; Mundial, IX: 549 (diciembre 26, 1930) 34 y 36; Modesto Málaga, El sermón de mi montana (Tacna 1933), pp. 13-15- Partido Aprista Peruano, Proceso Haya, pp. 28-29; Gaceres, Pasmo de Insurgencia, pp. 39-40; Juan Carlos Federico Blume y Cor: bacho Sal y pimienta (Lima, 1948), p. 241; Eudocio Carrera Vergara Gran doctor p. 138. Un científico social que ha escrito extensa­ mente acerca de estos valores es Richard Stephens, Riqueza y p ° « en el Perú (ingl.) (Metuchen, N. J., 1971), especialmente pp. 30, 41Varias autoridades en el vals criollo del Perú consideran los años de 1920 v comienzos de los 30 com o la era más productiva y afirman aue después de 1935, con la introducción de la radio y mayores ven­ tas de discos, el comercialismo concomitante lo destruyo com o una forma de expresión autóctona. Este es el punto de vista de varios compositores conocidos, incluyendo a Filomeno Ormeno, entrevista, 3 de abril de 1971; y Pablo Casas, entrevista, 6 de mayo de 1971. Gran cantidad de información para esta sección sobre música criolla,

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cantaba valses casi exclusivamente en los callejones proletarios de la ciudad. Eran el acompañamiento siempre presente en las ocasio­ nes festivas de los pobres urbanos, llamado por un compositor criollo de la guardia vieja “ la orquesta del pueblo” (6). Realizadas en el estrecho recinto de las viviendas proletarias, las fiestas o jara­ nas, en las que esta música se tocaba, eran por lo general un asunto simple. Según las describía un prominente intérprete y compositor de valses, que asistió a muchas jaranas: “Un grupo de muchachos se juntaba, compañeros de trabajo, vecinos. La jarana era muy po­ bre. Era un cuarto, una caja de madera/£>ara el ritmo, una guitarra,, una banca y pisco. Y ahí bailaban” ( 7 / Los compositores, intérpre-1 tes y oyentes que asistían a estas jaranas eran casi siempre de ex- " tracción obrera. La estrecha identificación de la música criolla con las masas populares llevó al total rechazo de tal música por parte de las clases alta y media de L im a/ta antipatía exhibida por estos últimos grupos hacia la expresión popular alcanzó tal virulencia que los músicos de clase baja a menudo sufrieron agresiones verba­ les y, en ocasiones, físicas, cuando llevaban abiertamente sus guita­ rras en vecindarios aristocráticos. En las pocas ocasiones en que el vals criollo se deslizó fuera del callejón a un área de clase alta, los que lo tocaban o cantaban trataban a la música casi como un obje­ to subversivo, y se aseguraban de confinar su “ impropiedad” a los cuartos traseros de la casa para evitar ser escuchados por los vecinos.(8) * Pese al estigma social vinculado al vals criollo por algunos

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un área de la cual sólo hay escasos datos publicados, fue obtenida p" una serie de extensas entrevistas con compositores e intérpretes de la guardia vieja. Sin su ayuda, su redacción no habría sido posib'e También hay información sobre los orígenes de este estilo music;:' en: Aurelio Collantes, Historia de la canción criolla (Lima, 195?), passim; Collantes, “ Así nació el criollismo”, Expreso, 1° de noviembre, 1970, pp. 18-19; y Sergio Zapata, Psicoanálisis del vals peruano (Li­ ma, 1969), p. 9.; Alcides Carreño, entrevista, 5 de mayo, 1971. Filomeno Ormeño, entrevista, 13 de abril, 1971. Rosita Ascoy, la famosa Limeñita del dúo La Limeñita y Ascoy, re­ cordó sus intentos de mantener secreto su interés por la música crio­ lla ante su madre de clase media, en entrevista con el autor el 18 de mayo, 1971. Otros que comentaron la naturaleza estrictamente pro­ letaria de la música criolla incluyen a Alcides Carreño, entrevistas, 4 de mayo y 12 de mayo, 1971; Filomeno Ormeño, entrevista, 13 de abril, 1971; Pablo Casas, entrevista, 6 de mayo, 1971; José Diez-

sectores de la sociedad, quienes escribían e interpretaban esas com­ posiciones encontraron en ellas un valioso medio para comunicar sentimientos individuales fuertemente percibidos. Parece que la mayoría de compositores criollos utilizaron las letras de sus can­ ciones para contar sus propias experiencias en la vida y como vehí­ culos de verbalización de emociones profundamente sentidas. Un conocido compositor, Pablo Casas, al ser preguntado por qué él y otros componían valses, respondió que satisfacían una necesidad de liberar tensiones internas y era sincera expresión de creencias personales. Al comentar, por ejemplo, el tenor pesimista de su más célebre composición, “Anita”, Casas afirmó: “Siempre he sido así, es decir siempre he sido un po­ co pesimista. ¿Por qué negarlo? Así que nunca pensé te­ ner éxito o que triunfaría o que saldría adelante. Siempre lo que salía, como dice en “Anita” , eran mis dudas. Ahí encuentro la base, y escribo el verso... Usted me pregunta si mi canción se basa en la realidad. Yo digo que sí. Y co­ mo esta canción, todas mis canciones, inspiradas por cosas reales básicas, muy sentidas”.(9) En adición a las afirmaciones de los compositores mismos, las letras del vals criollo parecerían ser sinceros enunciados de sen­ timientos personales considerando que, hasta la aparición de la radio y la distribución masiva de discos, los autores no recibían re­ muneración por su trabajo. Por lo tanto, nadie sugería que acomo­ daran sus canciones a un mercado que podría no ser consistente con o estar fuera de su propia circunstancia. Si había un mercado a tomar en cuenta, éste lo constituían los amigos y vecinos del

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Canseco, Lima, coplas y guitarras (Lima, 1949), pp. 15-19; José Gálvez, Una Lima que se va, 3a. ed. (Lima, 1965), p. 152; Eudocio Ca­ rrera Vergara, La Lima criolla de 1900 (Lima, 1940), especialmente p. 38; Marquina Rfos, “Cincuenta casas de vecindad”, p. 79; Ugarte Eléspuru, Lima y lo limeño, p. 111; Ricardo Mariátegui Oliva, El Rímac: barrio limeño de abajo el puente (Lima, 1956), p. 147; Blume y Corbacho, Sal y pimienta, pp. 211-12; y Zapata, Vals peruano, p. 9. Pablo Casas, entrevista, 6 de mayo, 1971. Todos los compositores e intérpretes entrevistados estuvieron de acuerdo con Casas en que la mayoría de compositores criollos utilizaron sus composiciones para expresar sentimientos reales y para describir situaciones reales.

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compositor, que eran también integrantes de la clase trabajadora urbana. La amplia popularidad de las canciones criollas en precisa­ mente este segmento de la sociedad indica aún más su importancia como mediación de los valores de la clase trabajadora. El vals se convirtió en el modo dominante de expresión musical para los po­ bres de Lima, al menos parcialmente, porque transmitía imágenes que concordaban con la temática emocional de la existencia de las clases bajas. Más que el producto de un compositor individual, el vals criollo constituía la manifestación musical de la sensibilidad colectiva de todo un grupo social o, como dijo un observador, una serie de “mensajes del pueblo”,(10) Las historias relatadas por estos “mensajes” generalmente giraban en torno a las relaciones de individuos en conflictos. Aun­ que las líneas específicas de la trama siempre diferían en los deta­ lles, la mayoría de los valses más populares (11) constituían varia­ ciones sobre un tema único. Ese tema está bien ilustrado por un vals de Manuel Covarrubias, “Zoila Rosa” : ¿Cómo olvidarte si eres vida mía? Cómo olvidarte si por tí yo muero, si en mi existencia, lúgubre agonía, con todo mi espíritu, te quiero. Y mientras más me olvides, más te adoro. Y mientras me desprecies, más te miro. En el fondo del alma siempre lloro, en el fondo del alma siempre respiro, ¡ay! (10) (11)

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Zapata, Vals peruano, p. 110. Ver también pp. 8, 9 y 13. _ Por medio de entrevistas con Filomeno Ormeño, Alcides Carreño, Pablo Casas y Rosita Ascoy, y una extensa revisión de ejemplares dis­ ponibles de El cancionero de Lima y La lira limeña, las dos revistas que publicaron canciones criollas a partir de los años 30, el autor pudo recopilar una lista tentativa de los valses más populares entre 1910 y 1940. Fechando y estimando la popularidad relativa de los valses, se intentó establecer un conjunto representátivo de letras para el análisis. El orden de los valses seleccionados es enteramente arbi­ trario: “Idolo”, “ Celaje”, “Cadenas”, “Hermelinda”, “Envenenada”, “Adiós, adiós” , “ Idolatría”, “Lam¿nt$s”, “El guardián”, “La tísi­ ca”, “ Luis Pardo”, “ Alejandrina”, “ Hortensia”, “La palizada”, “Anita”; “ Rosa Elvira”, “Zoila Rosa”, “Angélica”, “Cruel destino’’, “Amargura”, “Optimismo”, “El interés”, “Perdón”, “El plebeyo”,

Sí, el eterno llorar, tal es mi suerte. Nací para sufrir y para amarte. Sólo el hacha cortante de la muerte podrá de mis recuerdos, Zoila Rosa, arrancarte.(12) “ Zoila Rosa” reproduce la clásica situación del vals en la que un hombre se enamora de una mujer y es rechazado. La mujer es siempre la figura más poderosa en la canción, debido a su belle­ za o al embrujo que ejerce sobre el hombre. Aunque el macho se siente profundamente herido por no ser su amor correspondido, su dolor rara vez se convierte en ira o rebelión. Y en vez de culpar a la hembra por su desdeñoso rechazo, parece adquirir mayor respeto por su superioridad, echándose la culpa a sí mismo o al destino por el fracaso de su relación. Al final de la canción, el hombre general­ mente se encuentra buscando su propia muerte como la única ma­ nera de acabar con su agonía, una muerte que trae consigo la in­ consciencia pero no el cielo. En suma, confrontado por una situa­ ción de conflicto con un individuo de status superior al suyo pro­ pio, el protagonista del vals se niega a enfrentar su problema. Inca_ paz de ignorarlo, busca aquella retirada total que sólo la extinción física puede suministrar. Las fantasías populares presentadas en el vals a primera vis­ ta no parecerían iluminar mayormente el sistema de valores de las clases trabajadoras urbanas. Sin embargo, tras un análisis más cui­ dadoso, los conflictos interpersonales pintados en estas com posi­ ciones poseen profundas implicancias para la vida proletaria en general, y son particularmente valiosas por revelar las pautas de comportamiento vigentes para los individuos de clase baja en tiem ­ pos de crisis. Un elemento conspicuo de casi todo vals tradicional es la predominante atmósfera depresiva. El vals parece ser el medio con el cual el compositor o cantante pone en palabras la sensación

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“Victoria”, “ Desavenencia”, “ Quejas”, “ La pasionaria”, “ La ventanita” “ Rosa Luz”, “Oración del labriego”, “El huerto de mi ama­ da”, '“Desprendidas”, “Desengaño”, “Infiel”, “La faz marchita”, “Adela”, “ La fe verdadera”, “Nunca me faltes” y “Alma herida”. También fueron de ayuda para compilar esta lista y encontrar letras: Collantes, Historia de la canción criolla, passim, Oscar Flores Calde­ rón y Alberto Balbuena Pacheco, Ayer y hoy del criollismo (Lima, 1970), passim; y 200 valses criollos (Lima, 1971), passim. La letra fue suministrada por Alcides Carreño al autor.

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de sufrimiento interno que acompaña a su existencia cotidiana. Una canción que claramente expresa esta idea es “Amargura” de Laureano Martínez Smart. En el vals, el protagonista lamenta que su felicidad haya terminado al hacerse adulto y que ahora, “ muy tristemente voy por ahí delirante, soñando con la infancia que nunca volverá” . Añade que está solo y no tiene a quien contar de su dolor y desesperación, excepto: Tan sólo mi guitarra me acompaña por el mundo, con ella las tristezas siempre suelo disipar. Porque ella noble y buena la que nunca me abandona y juntos por el mundo seguiremos hasta el fin, ni de rencor una obsesión.(13) La última frase de “Amargura” contiene otro tema cumbre en el vals: que uno acepta pasivamente su estado infortunado sin protesta. La idea de queja pero con sumisión frente a las dificulta­ des se diseña agudamente en otro popular vals, “ Adiós, adiós” : Adiós, adiós, ensueño de mi vida, el corazón lo siento desmayar... Viviré llevando con dolor la cruz de mi destino que tan cruel pusiste en mis hombros con rencor... Dejaré tan sólo de sufrir el día que te olvide, sólo así... pero eso nunca he podido conseguir. Adiós, adiós, mujer que en mi camino hizo caer la piedra del dolor; yo ya me voy a cumplir con mi destino sin un reproche y sin guardar rencor.(14)

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La lira limeña, XI: 513 (agosto 4, 1940). El cancionero de Lima, No. 1027 (enero, 1935).

Relacionado con el tema de la sumisión en “Adiós, adiós” está el concepto de que las dificultades del hombre son causadas por el destino, y que escapar del propio hado es una propuesta casi imposible. La creencia de que el poder del destino sobre la vida de las personas hace infructuoso todo recurso a la lucha o a la adop­ ción de otros tipos de acción positiva para cambiar condiciones desfavorables, es expresada enérgicamente en un vals apropiada­ mente llamado ‘ Cruel destino”. El protagonista de la canción apa­ rece manipulado, más allá de su control, por las fuerzas del destino que siempre parecen deseosas de aumentar sus penas: Es culpa del destino que separa el cariño que nació de nuestras vidas, no niegues ni maldigas el momento, confórmate si el destino lo depara; bien comprendes ese abismo nos divide, resígnate al destino amargo y cruento...(15) En la música criolla, la impotencia del. hombre no sólo convierte a la resignación frente al cruel destino en la única alter­ nativa viable, sino que se considera ridículo todo intento de mejo­ rar la situación, porque sólo traerá mayores frustraciones y proba­ blemente más sufrimiento. Como decía una canción criolla escrita a principios de este siglo: No quiero dichas, no quiero, con mi mal estoy contento, que el subir para bajar sirve de mayor tormento.(16) Aquí el autor muestra una terca reticencia aun para con­ templar la posibilidad de una mejoría limitada, debido a su convic­ ción de que cualquier alteración de su tradicional situación de po­ breza será ciertamente temporal y llevará, finalmente, a una angus­ tia mayor. Una interesante faceta de casi todas las canciones criollas es que la gente en ellas descrita, confronta sus pesares sola, y en la mayoría de casos el único alivio al dolor procede de la muerte. Los cantantes en muchos valses literalmente claman por el fin de sus vidas, com o en el caso de la famosa composición “Idolo”. (15) (16)

El cancionero de Lima, No. 951 (mayo?, 1933). Transcrito por Carrera Vergara, El gran doctor,

p.

268. Una impor-

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¿Por qué quitarme quieres, la pena de no matarme? ¿Por qué mujer, ¡oh ídolo!, quieres martirizarme? Deja que yo muera y que en paz descanse...(17) Un espíritu colectivo, y más aún una acción colectiva, que olucre compartir o superar dificultades de consumo con sus ales, es algo claramente ausente del vals. De hecho, con excepn de la muerte, las únicas personas presentes en estas canciones i pueden ayudar a aliviar las aflicciones del protagonista, tienen asombroso parecido con los caudillos paternalistas que, en la jra política, eran los recipientes de las esperanzas de sus seguies. En el vals “Perdón”, por ejemplo, el desconsolado cantante enta haber abandonado el ámbito protector de la casa paterna. :uerda que fue un “ día fatal” aquel en el que se independizó, y límente decide que la única esperanza para aliviar su infeliz conón es volver a someterse abyectamente a la autoridad de sus res: Cansado de rodar en mi camino, ¡pobre ay de mí!, a la casa de mis padres regresé y al verme desgraciado me dijeron: ¿por qué tanto nos haces padecer? Ven acá, hijo mío, pídenos PERDON, que sólo en los padres existe el amor.(18) Aprendida la lección gracias a la experiencia, el hijo próditante excepción a la regla de la sumisión en el vals es el famoso “El plebeyo” de Felipe Pinglo, que destaca com o el casi único ejemplo de protesta social en la música criolla de los años treinta. En el vals de Pinglo, el obrero Luis Enrique se enamora de una chica de clase alta, y cuando los prejuicios sociales de ella le hacen rechazar sus avances, él se vuelve un rebelde contra el privilegio social: su corazón que ve destrozado su ideal reacciona, y ello se refleja en la franca re­ belión que cambia su humilde apariencia; el plebeyo de ayer es el re­ belde de hoy que en todas partes proclama la igualdad en el amor. El cancionero de Lima, No. 1027, (enero, 1935). 200 valses, p. 140. El cancionero de Lima, No. 1154 (junio, 1937).

go retorna al hogar a tiempo. Se asume que su pasada “rebeldía” le será perdonada cumpliendo con los deseos de sus padres y pi­ diéndoles perdón.(19) La resignación como respuesta a la adversidad y la crisis, la aceptación fatalista de la propia suerte infortunada, y la deferencia hacia —combinada con la dependencia de—figuras “superiores”, emergieron como valores primarios de las masas populares en las letras de los valses, así como de otras fuentes de evidencia sobre la existencia de las clases trabajadoras. Un aspecto importante en relación con la utilidad del vals como indicador de los valores populares en Lima, es cómo se dife­ rencia del lenguaje idiomático popular de otras áreas según su men­ saje. En su énfasis en las relaciones amorosas y su tono de generali­ zada melancolía, el vals parecería ser muy similar a otras formas de música popular, y por tanto quizá no tan representativo del caso singular de la Lima proletaria. Dos estilos musicales latinoamerica­ nos para los que se ha encontrado información comparativa son el tango argentino y la ranchera mexicana. A primera vista, abundan las similitudes. Los tres tratan del amor entre hombres y mujeres. Los tres a menudo se refieren a situaciones trágicas. Los tres mu­ chas veces conciernen al poder del destino sobre las vidas humanas. Pero allí terminan los parecidos, y las diferencias entre ellos pue­ den constituir fascinantes comentarios acerca de las diferencias sico-culturales básicas entre la gente trabajadora de estos tres paí­ ses. En Argentina, por ejemplo, el amor no correspondido que do­ mina el vals peruano se halla casi totalmente ausente del tango. En el tango es la mujer el objeto pasivo que debe aceptar su destino, y no el hombre. En contraste con la triste figura vagabunda del vals, el hombre es descrito como el conquistador por excelencia de hembras. Finalmente, cuando el tango examina la situación en la que la mujer abandona al hombre, a diferencia del vals, donde el último reacciona retirándose y deseando la propia muerte, el pro­ tagonista argentino culpa a la hembra por lo que ha pasado y a me­ nudo termina matándola en venganza (20).La superioridad del ma­ (19) (2)

Una interesante discusión sobre sicología popular según la expresa el vals, que llega a conclusiones similares acerca de los valores comuni­ cados en la música criolla, es Zapata, Vals peruano, passim, especial­ mente pp. 13, 15, 26, 31, 34, 36-37, 49-50 y 110-11. La información sobre el tango fue obtenida en Darío Cantón, “El mundo de los tangos de Gardel”, Revista latinoamericana de socio-

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cho sobre la hembra es todavía más pronunciada en la ranchera mexicana, donde el protagonista usualmente canta contra la mujer. Casi nunca se reconoce rasgos femeninos positivos. La residencia de la mujer ha de ser usada por el macho para su propio placer, después de lo cual suele dejarla. Es interesante que la característica central de la ranchera, el machismo del hombre, esté totalmente ausente del vals peruano. En la ranchera, la violencia es todavía más común que en el tango, y la habitual respuesta a la infidelidad es pegar o matar a la hembra infiel, una actitud muy distante de la resignación a la voluntad de la superior amada en el vals. Permanece la cuestión de por qué prevalecieron estos va­ lores. No hay un factor responsable único para la creación del sis­ tema de valores de las clases trabajadoras urbanas. Más bien, ése sistema fue el producto de la interacción de una serie de influen­ cias del medio que pueden ser agrupadas bajo los conceptos gene­ rales de experiencias de socialización y restricciones estructurales. Las relaciones familiares, la vida escolar, las prácticas religiosas y los encuentros con el sistema político fueron todos partes funda­ mentales del proceso de socialización del proletariado de Lima. Y los valores aprendidos en estas áreas fueron reforzados por la con­ frontación diaria del individuo de clase trabajadora con las reali­ dades estructurales de la sociedad peruana. Los elementos estruc­ turales que afectaron particularmente la formación de valores in­ cluyeron la distribución del poder y de la riqueza entre diversos es­ tratos sociales y la prevalencia de ciertos tipos de relaciones socia­ les tradicionales. Cómo estos elementos se reforzaron mutuamente para crear un sistema general de valores, y específicamente un con­ junto de orientaciones para el comportamiento, será sujeto de fu­ turos estudios de la Lima de clase trabajadora. (Traducción: José B. Adolph. Las citas en inglés fueron retraducidas al castellano).

logia, IV: 3 (noviembre, 1968), 341-362. Sobre la ranchera, véase Aniceto Aramoni, Psicoanálisis de la dinámica de un pueblo (México, 1961), pp. 186 y 192-205. Una comparación entre estas compos:"; >nes también es hecha en Zapata, Vals peruano, pp. 101-108.

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CAPITULO V DON PEDRO FRIAS Y LA CREACION DE LOS DOCUMENTOS HISTORICOS: UN EJEMPLO DE LA HISTORIA ORAL*

"Cuando era más joven, yo hablaba de las teorías de la histo­ ria: grandes m ovim ientos de hombres y eventos desbordaban de m i boca. Estaba seguro de que sabía cuales eran las tenden­ cias históricas más importantes, y hacía generalizaciones sobre decenas de miles de personas. Yo lo hacía y estaba seguro que tenía la razón. Pero después c