La Mujer Herida

LINDA SCHIERSE LEONARD LA MUJER HERIDA Sanar la relación padre-hija 1 EDICIONES OBELISCO AGRADECIMIENTOS Muchísimas

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LINDA SCHIERSE LEONARD

LA MUJER HERIDA Sanar la relación padre-hija

1 EDICIONES OBELISCO

AGRADECIMIENTOS

Muchísimas personas me han ayudado a lo largo de los seis años que he dedicado a escribir este libro: clientes, estudiantes, colegas, amigos, y deseo dar las gracias a todas estas mujeres y a todos estos hombres que compartieron conmigo sus experiencias y su entendimiento sobre el tema de la relación padre-hija. Un agradecimiento especial al C. G. Jung Institute de San Francisco por sus becas, que ayudaron a financiar parte del trabajo de oficina necesario; a la plantilla editorial de Psy- chological Perspectives, que originalmente publicaron cuatro artículos que han sido incluidos en el libro, especialmente a William Walcott, Russell Lockhart y Al Kreinheder, por su apoyo y sugerencias; a Donna Ippolito de Swallow Press, cuyas recomendaciones fueron de capital importancia para la revisión final del texto; a Elaine E. Stanton por la artística imagen de la portada; a Mary Ann Mattoon, que primero me invitó a dar una conferencia sobre la herida padre-hija y más tarde leyó el manuscrito y expresó sus opiniones; a mi grupo de escritura, John Beebe, Neill Russack y Karen Sig- nell, que escucharon algunos de los capítulos en su forma original y aportaron nuevos puntos de vista y críticas constructivas; a Peer Hultberg, John Beebe y Kirsten Rasmus- sen, que leyeron el manuscrito completo y ofrecieron valiosas recomendaciones; a mi clase de la California School of Professional Psychology, en Berkeley, por compartir sus fantasías sobre la paternidad y la feminidad; a Hilde Bins-

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wanger, que fue mi primera inspiración para que me pusiera a escribir sobre la herida padre-hija; a Jane y Jo Wheelwright, Janine y Steve Hunter, y Gloria Gregg, (jiie me ofrecieron apoyo emocional y sugerencias durante las lases críticas del proceso de escritura; y especialmente a mi madre, Virginia Schierse, que compartió conmigo su experiencia y recuerdos sobre mi padre. Mi gratitud hacia las siguientes personas y editoriales que me dieron permiso para reproducir material amparado por un copyright o de su propiedad: «A Sword», de Karin Boye, reproducido de The Other Voice, copyright 1976 de W. W. Norton and Co., con permiso de Albert Bonniers Forlag IB. «What is S OIT OW For?», de Robert Bly, con permiso de Robert Bly. «Why Mira Can't Go Back to her Oíd Housc» Mirabai, ver- sionado por Robert Bly, reproducido con permiso de Robert Bly y Sierra Club Books, de News of the Universe, copyright 1980 de Robert Bly. «The Falhcr of my Counlry...» de Diane Wakoski, reproducido de Insicle the Blood Factory; copyright 1968 de Diane Wakoski, con permiso de Doubleday Co. & Inc. «Daddv» de Sylvia Plath, reproducido de Ariel, copyright 1965 de Ted Hughes, con permiso de Harper & Row Publi- shers. Selecciones de Duino FJegies y Letters to a Young Poet de Rainer Maria Rilke, copyrights 1959 y 1954 por W. W. Norton Co., Inc. con permiso de W. W. Norton Co., Inc. «Apotheosis» de Dawn Brett, con permiso de Dawn Brett.

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PREFACIO

UNA HIJA HERIDA De niña yo amaba mucho a mi padre. Era cálido y afectuo so, y era mi compañero de juegos favorito. Me enseñó a jugar al béisbol, me enseñó matemáticas. Cuando tenía siete años, lodos los sábados me llevaba a la biblioteca y utilizaba su encanto con la bibliolecaria para que me permitiera sacar catorce libros a la semana, el doble de lo permitido. Como mi padre no había tenido la oportunidad de terminar el instituto, y como valoraba mucho la educación, me iras- pasó ese valor y, junto con mi abuela, pasó horas y más horas conmigo, ayudándome a estudiar y a aprender, a mejorar mi vocabulario, a jugar a juegos de preguntas y respuestas. En invierno dábamos paseos en trineo y yo descubrí el mágico brillo de la nieve nocturna, y sentí la excitación del rápido descenso hasta el pie de la colina. También me llevaba a las carreras de caballos, donde viví las emociones que suscitan las carreras y las apuestas. Mi padre amaba a los animales, así que ellos se convirtiero n también en mis amigos. Y cuando paseábamos juntos, siempre conocíamos a gente nueva, porque mi padre era muy amistoso y extravertido. Yo era la niña de mi padre, y él se sentía tan orgulloso de mí que en mi cara siempre había una sonrisa de oreja a oreja. Mi madre también era muy especial para él. Todos los fines de semana nos llevaba a cenar fuera, a distintos restaurantes étnicos de la ciudad donde vi víamos, y después mi padre solía llevar a mi madre a bailar hasta bien entrada la noche. Aunque no teníamos mucho

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dinero, la vida me parecía una gran aventura; siempre había tantas cosas nuevas e interesantes que ver y que hacer... Pero entonces, en algún momento, por alguna razón, todo eso empezó a cambiar. Mi padre comenzó a llegar tarde a casa y cuando regresaba, muchas veces me despertaban sus gritos airados. Al principio esto sólo ocurría ocasionalmente, pero pronto se convirtió en una vez por semana, luego en dos, y después prácticamente en algo cotidiano. Al principio yo estaba confusa y me preguntaba por qué mi madre se quejaba tanto a mi padre los domingos por la mañana. Sentía pena por él. Pero cuando llegué a los nueve años las cosas ya estaban bastante claras: ¡mi padre era el borracho del barrio! Por esa época me tomaron una fotografía, y el contraste entre esa fotografía y mi radiante yo anterior era notable. Ahora tenía aspecto de huérfana desvalida. Ni rastro de sonrisa ni ojos brillantes, sólo unos ojos apagados y unas comisuras de los labios caídas. Durante los años siguientes mis sentimientos hacia mi padre fueron muy confusos. Lo quería. Sufría por él. Me avergonzaba de él. No era capaz de comprender cómo podía ser tan maravilloso en un momento determinado y tan horrible al siguiente. . Tengo un recuerdo muy vivo de una noche. Mi padre solía llegar tarde a casa cuando estaba bebido v amenazaba con hacerle daño a mi abuela (su suegra). Mi madre y yo habíamos tenido que llamara la policía en numerosas ocasiones para que lo sacara de casa. Normalmente era yo quien hacía la llamada. A veces, si mi padre se ponía tan violento que me cortaba el acceso al teléfono, corría asustada hacia el porche para gritar pidiendo ayuda. En una de esas no ches especialmente violentas, llegó la policía y me encontró sollozando, acurrucada en un rincón. Uno de los agentes se volvió hacia mi padre y le dijo: «¿Cómo puede hacerle esto a su hija?». El recuerdo de la preocupación de ese extraño y la pregunta que le hizo a mi padre, me quedaron grabadas en la mente durante muchos años. Puede que incluso fuera en ese mismo momento cuando, en alguna parte pro

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funda de mi psique, se plantara la semilla para escribir es te libro. Al irme acercando a la adolescencia, mis confusos sentimientos hacia mi padre se convirtieron en odio. Ya no lo quería, ni tan siquiera me daba lástima. Repelida por su conducta, lo odiaba profundamente. Les mentía a mis profesores y amigos sobre él, y era imposible invitar a nadie a casa. Nadie, excepto nuestros vecinos inmediatos, sabía que mi padre era un borracho. Y nadie más -juré yo- lo sabría nunca, si yo podía impedirlo. Me desconecté de él por completo, e intenté convertirme exactamente en su opuesto de todas las formas imaginables. Para protegerme llevaba una doble vida. En la escuela era una estudiante trabajadora, seria y diligente. Aunque era la «preferida de la profesora» también me llevaba bien con mis compañeros porque era amable, cordial, tímida y adaptable. Por fuera era dulce y seria; pero dentro albergaba una terrible confusión: el odio furibundo hacia mi padre, la vergüenza infinita de ser su hija y el miedo de que alguien descubriera quién era yo en realidad. Los únicos indicios de que algo andaba mal era un tic facial que desarrollé a los catorce años y el hecho de que, a diferencia de otras chicas, no mantenía citas con chicos. Pero como iba un año avanzada en la escuela y era más menuda y joven que el resto, esto resultaba aceptable. En la escuela mi esfuerzo acadé mico y agradable personalidad me daban cierto consuelo y significado. Pero en casa la vida era una pesadilla. Nunca sabía cuándo iba a ser despertada de un sueño profundo por ese loco que era mi padre. Siempre tenía miedo de que una noche llegara a casa con una pistola y nos matara a todas. Cuando me hice mayor, decidí escapar. Sabía que quedarme en casa sería el fin para mí. Para protegerme del aterrador caos de mi hogar, de la violenta y parasitaria dependencia de mi padre, y de las exigencias emocionales de mi madre para que llenara esa laguna que mi padre no era capaz de llenar, me volqué en el mundo del intelecto y de!

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pensamiento lógico como defensa. Ello me brindó también el muy necesario distanciamiento de mi madre, porque me di cuenta de que si cedía a su deseo de que me quedara con ella en esa situación, sería como quedar presa a perpetuidad en ese pasado. Estaba intentando romper mi identificación tanto con mi madre como con mi padre y, en definitiva, con ese reino de todo lo que no podía controlar. Durante largos años, rni retiro a una actitud intelectual desapegada me resultó iktil. Me fui de casa y trabajé como reportera para un pequeño periódico de Colorado. Después estudié filosofía para desarrollar mi mente y profundizar más en las cuestiones relativas al sentido de la vida. Por esa época me casé con un intelectual, un hombre lo más opuesto a mi padre que pude encontrar. Mi esposo me animó a proseguir mis estudios y a obtener un doctorado, así que mi vida también pasó a ser intelectual. Durante esa época el hábito de beber de mi padre empeoró. Pero para cuando cumplí veintiún años decidió regalarme un anillo con un ópalo, la piedra que corresponde a mi mes de nacimiento. De algún modo, aunque no trabajaba y se gastaba en alcohol todo el dinero que caía en sus manos, consiguió ahorrar veinticinco dólares para ese anillo. Era el primer regalo que me había hecho en años, el anillo era precioso, con esa luz mágica que emiten los ópalos. Pero no podía llevarlo. Las pocas ocasiones en que fui de visita a casa hasta el final de la vida de m i padre, siempre me preguntaba por ese anillo, y yo siempre respondía con evasivas. Aunque me sentía muy culpable, simplemente no soportaba ponérmelo. Sólo muchos años más tarde, después de su muerte y más o menos para cuando empecé a escribir este libro, pude ponerme el anillo con el ópalo. Y ahora no me lo quito jamás, esperando ser capaz de construir el puente para cruzar ese terrible vacío entre mi padre y yo. Durante el transcurso de mi matrimonio mi lado inconsciente reprimido estalló, de manera misteriosa e incontrolada, asumiendo la forma de ataques de ansiedad y depresión. Para comprender estas experiencias recurrí a los

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filósofos existencialistas Heidegger y Kierkegaard, a novelistas como Dostoievsky, Hesse, Kafka y Kazantzakis, a poetas como Rilke y Holderlin, y finalmente a la psicología de C. G. Jung. Actuando todavía desde mi sistema defensivo pi'ofesional, y con el pretexto de que había decidido convertirme en psicoterapeuta, me fui a Zurich y empecé un análisis junguiano. De repente, mi lado dionisíaco reprimido afloró a la superficie. Mi sueño inicial, el primero que tuve después de iniciar el análisis, fue una terrible pesadilla que me despertó en plena noche. En el sueño, Zorba el griego estaba colgado por el cuello de la viga de un barco varado en tierra, ¡pero no estaba muerto! Me gritaba para que lo descolgara, y mientras yo me movía torpemente, él mismo se liberó, con un tremendo esfuerzo. Entonces me abrazó. Aunque este sueño resultó muy perturbador, Zorba también simbolizaba para mí las ganas de vivir, una relación despreocupada, juguetona y dionisíaca con la vida. Pero este mundo también lo tenía asociado con mi padre, y yo había visto lo destructivo y degenerativo que el viaje hacia lo irracional había sido para él. Como yo había negado conscientemente este lado irracional de mí misma al diso ciarme de mi padre, el reino de Zorba a) principio aparecía como caótico, amenazador y primitivo. Jung ha descrito el viaje hacia el inconsciente como una «travesía marítima nocturna», una travesía de miedo y desmembración, un tiempo de terror y de temblar an te lo desconocido que nos sobrecoge. Y ésa fue mi experiencia. Para entrar en el mundo de mi padre necesité valor, aunque no puedo atribuirme el mérito de este salto al abismo. Me vi forzada a saltar, como si una figura silenciosa hubiera aparecido detrás de mí y me hubiera empujado por el borde de un precipicio donde había estado parada. Allí, en las profundidades, me vi confrontada con mi propia irracionalidad, con mi propia embriag uez y mi rabia. ¡Después de todo era igual que mi padre! Y muchas veces actuaba como él lo había hecho. Me emborrachaba en las fiestas y vi surgir un lado salvaje y seductor de mi personalidad.

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Cara a cara con el reino de lo irracional, sintiéndome desped azada por el mítico Dionisos, empecé a vivir mi tortuoso lado oscuro. Mi aspecto también cambió cuando dejé que mi pelo corto, tan profesional, se convirtiera en una melena de estilo hippie. En las paredes de mi apartamento colgaban las coloridas pero grotescas y amenazadoras imágenes de los expresionistas alemanes. Cuando viajaba, buscaba hoteluchos baratos en barrios peligrosos de ciudades desconocidas. Igual que antes había evitado el mundo de mi padre, ahora me sumergía de cabeza en él. Y ahora también experimentaba la culpa y la vergüenza que antes había considerado dominio exclusivo de mi padre. Aunque todo eso me parecía aberrante y compulsivo, de algún modo sa bía que en esa conducta se escondía un tesoro que yo podía encontrar. En un punto de ese caótico período tuve el siguiente sueño: La entrada a la casa de mi padre era una pequeña y desvenci jada puerta de un sótano. Una vez dentro, me estremecí al ver el papel desprendiéndose en grises manojos de la pared. Negras y relucientes cucarachas corrían por el suelo agrietado y subían por las patas de una mesa desconchada de color marrón, el único mueble de la desnuda habitación. El lugar no era más grande que 1111 cubículo, y me preguntaba cómo alguien, incluso mi padre, podía vivir ahí. De repente el miedo inundó mi corazón y busqué desesperadamente una salida. Pero la puerta por la que había entrado parecía haber desaparecido en la tenue luz. Casi sin poder respirar, mis ojos reco rrieron frenéticamente la habitación y por fin descubrí un estrecho pasadizo, frente al lugar por donde había entrado. Impaciente por salir de esa desastrada habitación que me producía miedo, salí corriendo por el oscuro pasaje. Al llegar al final primero me cegó la luz, pero después entré en el palio más maravilloso que jamás había visto. Flores, fuentes y estatuas de mármol de magníficas formas resplandecían frente a mí. De planta cuadrada, el patio en realidad era el centro de un templo palatino oriental, con cuatro torreones tibetanos que se alzaban en las esquinas. Sólo entonces me di cuenta de que también eso pertenecía a mi padre. Temblando de miedo,

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con un temor reverencial, con un gran asombro, me desperté del sueño.

Realmente existía un pasadizo que conducía del sucio sótano de la casa de mi padre, infestado de cucarachas, hasta el magnífico y resplandeciente templo libetano, si era capaz de encontrai'lo. Aunque en numerosas ocasiones caí en el caos durante ese período desaforado y compulsivo, por suerte me las arreglé, de alguna manera, para funcionar en el mundo cotidiano. Pero la existencia de otra realidad, más poderosa, gradualmente iba abriéndose camino en mi conciencia. Además de los episodios devastadores, tuve maravillosas experiencias de carácter místico en la naturaleza. Los reinos del arte, de la música, de la poesía y de los cuentos de hadas, el mundo de la imaginación y de la creatividad, poco a poco me fueron abriendo sus puertas. Empecé como una introvertida y tímida intelectual, y me fui volviendo más espontánea y capaz de expresar mis sentimientos con una mayor franqueza. Gradualmente me fui reafirmando más y ya no necesitaba ocultar quién era en realidad. En medio de todo ello tuvieron lugar dos episodios traumáticos en mi familia. Un día mi padre se quedó dormido mientras estaba bebiendo y fumando, y provocó un incendio que dejó la casa convertida en un cascarón chamuscado. Mi abuela, atrapada en un dormitorio del piso superior, murió en el incendio. Aunque mi padre había tratado de salvarla, fue demasiado tarde, y él resultó hospitalizado, con quemaduras graves. ¡Cómo debe de haber sufrido la culpabilidad, por ésa y por toda una vida de experiencias auto- destructivas! Y sin embargo no quería, o no podía, hablar de ello. Quizás el deterioro tras toda una vida de embriaguez era demasiado grave. Por fin, dos años más tarde, murió. La muerte de mi padre fue una gran conmoción y me afectó profundamente. Ahora era demasiado tarde para hablarle, demasiado tarde para decirle lo mal que me había sentido al rechazarlo, y cómo, por fin, había sentido cierta

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compasión por su vida de sufrimiento. Nuestra relación no resuelta era como una herida abierta en mi psique. Al poco tiempo de su muerte, cuando cumplí los treinta y ocho años, me puse el anillo con el ópalo. Y después empecé a escribir este libro. El hecho de que pudiera llegar a ser publicado no tenía importancia para mí. Sabía que para mí era algo ineludible escribir sobre la herida padre hija. Quizás el acto de escribir podría acercarnos a ambos. La i ntimidad había sido algo imposible en un nivel exterior, pero quizás en un nivel interno, mediante la escritura, podría redimir a mi «padre interior*. El escribir me ha resultado un proceso largo y dificultoso. Cuando escribo no tengo ninguna idea preconcebida sobre qué voy a decir. No tengo ninguna pauta marcada y simplemente tengo que esperar y confiar en que algo saldrá. El escribir ha requerido un compromiso por mi parte y un acto de fe en que algo vaya a surgir desde las profundidades de mi psique, algo que pueda nombrar, que pueda expresar, aunque sea momentáneamente, en palabras. Al mismo tiempo sé que, escriba lo que escriba, aunque ello pueda arrojar luz sobre la herida padre-hija, también arrojará una sombra. Siempre existirá un lugar oscuro, un lado que mi carácter finito limitador no puede captar. He tenido que aceptar esta mezcla de limitación y posibilidad, esta paradoja que fue la Némesis de mi padre. Durante el proceso muchas veces he sentido rabia; también he llorado. Mi rabia y mis lágrimas están detrás de cada página, no importa lo sereno que pueda parecer el resultado. Cuando empecé a escribir este libro al principio sólo veía, por encima de cualquier otra cosa, los patrones negativos. Era consciente del legado de mi padre: su autodes- trucción mediante el alcohol y cómo eso me había afectado. Aunque sabía que existía un lado positivo, tanto para mi padre como para su efecto sobre mí, en los primeros esta dios de redacción del libro no logré encontrarlo. El último capítulo del libro , «I^a redención del padre», quedó sin escribir. El empezar con un punto de vista teórico me ayudó

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a adquirir cierta perspectiva con. respecto a mis conflictos. Mediante la descripción de los diversos patrones y de las bases arquetípicas subyacentes, pude entender mejor cómo funcionaban estos patrones en mi vida y en la de mis clientes femeninos. Sólo cuando empecé a escribir mi historia personal los sentimientos positivos acerca de mi padre afloraron de forma completa. Reconocí Ja promesa de la magia que me había dado cuando era niña, la promesa que más adelante surgió en forma del sueño de Zorba, del templo tibetano y del anillo de ópalo. Mi padre poseía la promesa del vuelo mágico. Pero, como el Icaro de la mitología, al no saber reconocer sus límites, voló tan alto que el sol derritió la cera de sus alas y cayó al mar, donde se ahogó. De modo similar, mi padre ahogó su magia en el alcohol. Me dio su magia, y ésa era la parte positiva de su legado. Pero como lo vi cambiar, también vi cómo la magia se convertía en degeneración. Primero reaccioné negando esa promesa mágica con mi intento de controlarlo todo. Y después, cuando el control empezó a resquebrajarse, me identifiqué con el lado autodestructivo de mi padre. Mis alternativas parecían ser o bien un control estéril o una disolución dionisíaca. El reconocer estos dos extremos opuestos en mí misma me llevó a analizar los patrones psicológicos que yo llamo la eterna muchacha (la puella aeterná) y la amazona acorazada. Y sin embargo la resolución, la redención, estaba en las imágenes de Zorba, del templo tibetano y en el anillo de ópalo que me padre me había regalado. Mi camino de vuelta a la magia de mi padre pasaba por permitir que esas imágenes cobraran vida en mí misma. Este es mi relato personal de la herida de una hija. Pero en mi labor como terapeuta he descubierto que muchas otras mujeres sufren por una relación deteriorada con sus padres, aunque puede que los detalles difieran y que el dolor de la herida se manifieste de formas muy distintas. A muchas de mis dientas les he oído contar mi propia historia: la experiencia de un padre alcohólico, que desemboca en una desconfianza hacia todos los hombres, problemas

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de vergüenza, culpabilidad y falta de confianza en uno mismo. De otras he sabido de padres estrictos y autoritarios capaces de darles a sus hijas estabilidad, estructura y disciplina, pero que generalmente se lo ofrecían en lugar de darles amor, apoyo emocional y valoración de su feminidad. Está el caso de otros padres que querían tener hijos varones y que convirtieron a sus hijas (normalmente la primogénita) en hijos, esperando que lograran aquello que los padres no habían podido alcanzar en sus propias vidas. Y estaban las hijas cuyos padres las querían demasiado; así que ellas se convirtieron en sustitutas de esa amante ausente. Esas mujeres solían estar tan atadas por el amor de su padre que no se sentían libres para amar a otros hombres, y por eso no podían crecer y convertirse en mujeres maduras, lie oído historias de mujeres ci.yos padres se habían suicidado y cómo ellas tuvieron que luchar entonces con ese legado de deseo de muerte y autodestrucción. Las mujeres cuyos padres habían fallecido cuando ellas eran muy jóvenes sufrían heridas con respecto a la pérdida y el abandono. Y las mujeres con padres enfermos se solían sentir culpables por esa enfermedad. Hay hijas cuyos padres se comportaron de forma brutal con ellas, con palizas o con abusos sexuales. Y luego están las hijas cuyos padres no supieron enfrentarse a una madre poderosa, y dejaban que la madre dominara la vida de la hija. La lista de heridas es interminable. Pero existe un riesgo: culpar al padre de esas heridas. Y eso sería no tener en cuenta otro factor: esos padres, a su vez, también habían sido heridos, tanto en relación con su propio lado femenino como con su masculinidad. Esas mujeres no encontrarán la cura en las arenas movedizas de la culpabilidad. La actitud de buscar culpables nos i>uede retener para siempre en el rol de prisioneras pasivas, víctimas que no han asumido la responsabilidad de vivir su propia vida. Creo que es importante que una mujer herida comprenda la promesa que su padre incumplió y cómo esa falta de patrón paterno ha afectado su vida. Las hijas necesitan un acercamiento a sus pa

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dres para poder desarrollar una imagen paterna positiva en su propio interior, una imagen a la que la mujer pueda acudir en busca de fortaleza y de guía, y que le permita apreciar el lado positivo de la masculinidad, tanto en el mundo interior como en el exterior. Necesitan encontrar la perla oculta, el tesoro que el padre puede ofrecer. Si la relación con el padre ha resultado dañada, es importante que la mujer entienda la herida, que sepa reconocer qué es lo que le ha faltado, para que pueda desarrollarlo en su interior. Pero una vez comprendida la herida hay que aceptarla, porque con la aceptación de la herida llega la sanación y la compasión: para la hija, para el padre y para su relación.

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LA HERIDA mi padre no vertía en el listín telefónico de mi ciudad; mi padre no dormía con mi madre en casa; a mi padre no le importaba si yo estudiaba piano; a mi padre no le importaba lo que yo hacía; y aunque mi padre era apuesto y yo lo amaba y me preguntaba por qué me había dejado sola tanto tiempo, tantos años de hecho, pero mi padre me hizo como soy una mujer solitaria sin un propósito, igual que fui una niña solitaria sin ningún padre. Caminé con p/ilabras, palabras y nombres, nombres. Padre no era una de mis palabras. Padre rio era uno de mis nombres. D I A N I : W A K O S K I «The l ather of VIy Gountry»

CAPITULO 1

LA HERIDA PADRE-HIJA ¡Ahora todos los niales que del oscilante aire penden malhadados sobre las Jal tus de los hombres recaen en tus hijas! SLLAK KSIMCAHK

Todas las semanas acuden a mi consulta mujeres heridas que tienen una mala imagen de sí mismas, que son incapaces de establecer relaciones duraderas o que adolecen de falta de confianza en su capacidad de trabajar y funcionar en el mundo. Vistas desde fuera, nos puede parecer que estas mujeres tienen un éxito considerable: son mujeres de negocio seguras de sí mismas, amas de casa satisfechas, estudiantes dedicadas, divorciadas alegres. Pero bajo el barniz de éxito o satisfacción está su yo herido, el desespero oculto, los sentimientos de soledad y aislamiento, el miedo al abandono y al rechazo, las lágrimas y la rabia. Para muchas de esas mujeres el origen de sus heridas radica en una deficiente relación con el padre. Puede que hayan resultado heridas por una inadecuada relación con su padre biológico, o bien por una sociedad patriarcal que a su vez funciona como un mal padre, devaluando cultural- mente el valor de las mujeres. Sea cual sea el caso, la imagen que tienen de sí mismas, su identidad femenina, su relación con lo masculino y su manera de funcionar en el mundo suele estar maltrecha. Me gustaría citar el ejemplo de cuatro

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mujeres, cada una de ellas con una relación diferente con su padre, cada una con su propio estilo de vida. Lo que tienen en común es un rol paterno inadecuado y un modo de vida resultante que obstaculizó su capacidad para establecer relaciones, asi como para trabajar y vivir de forma creativa. Chris era una triunfadora mujer de negocios, que se acer caba a los cuarenta años. La mayor de tres hermanas, había sido una esforzada y aplicada estudiante. Tras graduarse en la universidad encontró un buen empleo en una próspera compañía. Invirtió tanto esfuerzo en su trabajo que cuando cumplió los treinta ya había alcanzado un cargo directivo. Más o menos por esa época empezó a sufrir dolores de cabeza e insomnio provocados por la tensión, y se quejaba de agotamiento crónico. Al igual que Atlas, parecía que estuviera sosteniendo todo el peso del mundo sobre sus hombros y al cabo de poco tiempo empezó a desanimarse y deprimir se. Tuvo una serie de aventuras con hombres casados que iba conociendo en diferentes contextos profesionales, pero no lograba dar con una relación significativa. Empezó a apetecerle tener un hijo. También empezó a sentir que su futuro no tenía sentido, porque su vida se había convertido en una mera serie de obligaciones profesionales sin ningún punto interesante a la vista. En sus sueños aparecían imágenes de niños heridos o moribundos. Cuando Chris inició su terapia se sentía atrapada por la exigencia de ser perfecta en su trabajo y por la incapacidad de soltarse y disfrutar de la vida. Recordaba su infancia como una etapa infeliz. Sus padres habían deseado un hijo, no una hija, y en especial su padre tenía unas expectativas muy elevadas con respecto a sus hijas. Éstas aprendieron bien pronto que si no eran las primeras de la clase se ganarían la desaprobación del padre. Para complacerlo, Chris había trabajado duro. En lugar de jugar con sus amigos se dedicó a estudiar, y después siguió los mismos pasos profesionales de su padre. Como Chris era la mayor, parecía que su padre esperaba más de ella. Y cuando la niña hacía bien las cosas, él la recompen

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saba llevándola a su oficina y pasando un rato allí con ella. Cuando llegó a la adolescencia, el padre se comportó de forma muy estricta; casi nunca le permitía tener citas y cri ticaba a los pocos pretendientes que tenía. La madre aceptaba la autoridad del padre, respaldando siempre todas sus decisiones. En realidad, Chris estaba viviendo la vida de su padre y no la suya propia. Aunque se había rebelado contra algunos de los valores del padre teniendo alguna que otra aventura sexual y ruinando algún «canuto», en lo esencial estaba viviendo el ideal paterno de esfuerzo y excelencia. De hecho, estaba siguiendo la vida que hubiera podido tener el «hijo» que el padre había deseado. Al darse cuenta de ello durante el transcurso de la terapia, Chris poco a poco fue capaz de liberarse de su compulsivo perfeccionismo. Empezó a explorar sus propios intereses y a escribir relatos, una actividad que su padre criticaba tildándola de «poco práctica» y «autocomplaciente». Empezó a co nocer personas nuevas, y aunque todavía tenía que luchar contra su tendencia a la perfección, empezó a sentirse más fuerte v a tener esperanzas con respecto a su vida. El alejamiento de Chris de las expectativas de su padre es un proceso que sigue en marcha, pero cuanto más avance más irá dándose cuenta de cuál es su propio camino personal. En el caso de Barbara podemos observar un patrón diferente, pero asimismo resultado de una relación deficiente con el padre. Cuando la conocí, Barbara era una estudiante que quería entrar en la escuela universitaria de graduados. Se iba acercando a los treinta años, se había divorciado en dos ocasiones, había pasado por una serie de abortos voluntarios, tenía un historial de drogas, un problema de sobrepeso y una pobre relación con el tema del dinero. Aunque tenía talento y era espabilada, su capacidad para el trabajo y para la autodisciplina no estaba desarrollada. Todos los semestres, en lugar de cumplir con los requerimientos del curso, les pedía a sus profesores una calificación que

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dijera «insuficiente». Su cuenta pendiente en concepto de psicoanálisis ascendía a varios centenares de dólares. Al sentirse culpable por las deudas y las calificaciones insuficientes, sufrió una serie de graves ataques de ansiedad. Barbara no había tenido ningún modelo en el que basarse con respecto a la autodisciplina o el éxito. Cuando ella era niña, su padre había estado ausente, en la guerra. De vuelta a casa, había ido pasando de un trabajo a otro, se jugaba el dinero en las apuestas y nunca logró establecerse de forma permanente. Su madre era pesimista, estaba deprimida y le decía a Barbara que si no acertaba en su primer matrimonio, ya nunca más lo lograría. Con esta combinación -un padre en quien no se puede confiar y una madre deprimida y pesimista-, Barbara carecía de 1111 modelo adulto para triunfar. Sus sueños eran terroríficos. Veía psicópatas que intentaban matar o mutilar a jovencitas pasivas. En ocasiones ella era la víctima. Con su modo de vida abierto y carente de estructura, Barbara estaba repitiendo el patrón de su padre. También estaba cumpliendo con las proyecciones negativas de su madre, que decía que una mujer no puede alcanzar el éxito. Una vez Barbara se percató de que estaba repitiendo el patrón de su padre y las proyecciones de fracaso de su madre, lentamente inició un proceso gradual de distanciarse de estos patrones y de buscar su propio camino. Primero aprendió a administrar el dinero, pagó lo que debía a sus terapeutas e incluso logró ahorrar una cantidad considerable para sus posteriores estudios. Para conseguirlo tuvo que renunciar a las drogas, que consumían una parte considerable de sus ingresos. A continuación consiguió realizar sus tareas de estudiante y escribió una brillante disertación. Por último aprendió a controlar sus hábitos alimentarios y perdió doce kilos. Estos logros le permitieron experimentar su propio poder v la capacidad de conseguir aquello que se proponía. A lo largo de este proceso, sus imágenes mentales con respecto a los hombres y a su padre empezaron a cambiar. Las imágenes oníricas destructivas y asesinas se convirtie-

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intentaba controlar los temas de trabajo y relaciones, con el resultado de depresión y aburrimiento. Estaba resentida por la falta de alegría en su vida y se dejó invadir por una sensación de desesperanza y victimismo. Al mismo tiempo empezó a sentir que no podía cumplir con ningún otro compromiso en su vida profesional, que todas esas exigencias se le iban a caer encima. Pero sus sueños indicaban ciertas imágenes positivas que mostraban un enfoque diferente. En uno de ellos, después de haber elegido el camino más arduo y más rápido para llegar a donde quería ir, una voz le dijo que aminorara el paso y que optara por una vía más fácil, al tiempo que le aseguraba que llegaría a su objetivo a su debido tiempo. En otros sueños se veía flotando relajadamente río abajo. Susan empezó a darse cuenta de que gran parte de su empuje, exigencia e instinto controlador eran cosas que pertenecían a su madre, no a ella. También fue viendo que la depresión que experimentaba cuando no lograba lo que quería, se parecía a la que sentía su padre cuando su esposa lo criticaba. Se percató también de que en muchos sentidos había actuado como la «amante» de su padre, y que eso la alejaba de una relación con otros hombres. De forma consciente empezó a enfrentarse a la voz interior que con severidad la juzgaba, a ella y a los demás. Se volvió más abierta con los hombres c intentó conocerlos sin prejuzgarlos. Con el tiempo conoció a un hombre amable y afectuoso, pero durante un tiempo estuvo tentada de romper la relación porque él no ganaba tanto dinero como ella había esperado. Cuando fue capaz de reconocer que esas críticas se expresaban con la voz de su madre, Susan pudo permitir que la relación siguiera adelante. En este caso la madre era la figura dominante; el fallo del padre consistió en no presentar oposición a las ambiciones compulsivas de la madre. A su manera, quería «demasiado» a su hija, así que la mantuvo ligada a él. Susan tuvo que reconocer este hecho para poder romper el fuerte lazo que la unía a su padre y ver los efectos de la influencia materna.

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En algunos casos, como en el de Mary, la hija se rebela contra un padre rígido y excesivamente autoritario. Su padre era militar y exigía un rendimiento castrense incluso a sus propios hijos. Marv, de carácter cordial y espontáneo, se rebeló contra la actitud autoritaria de su padre. De adolescente tomaba LSI) y se relacionaba con un grupo de gente bastante atrevida. Aunque tenía talento artístico, no lo cultivó y dejó la universidad en el segundo año. El padre, a pesar de sus tendencias autoritarias y perfeccionistas, sufría una enfermedad crónica que lo forzó a revelar su lado vulnerable y débil. Como nunca llegó a admitir esa parte, Mary percibía a su padre como dos personas distintas: el juez severo y autoritario y el hombre débil y enfermizo. Los hombres que aparecían en sus sueños reflejaban también esos dos opuestos. Había hombres con penes diminutos, que eran impotentes, y hombres violentos que intentaban apuñalarla y asesinarla. Mary sintió que los hombres impotentes simbolizaban su tremenda inseguridad, y los viólenlos correspondían a la voz del desprecio hacia sí misma. La madre de Mary era muy parecida a ella, una mujer afectuosa y cordial, pero que no oponía resistencia a su marido. Como Mary tenía una buena relación con su madre, primero buscó apoyo en una mujer- mayor. Pero en esta relación tendía a interpretar el papel de la hija que busca agradar, mientras que la mujer de más edad la criticaba de forma autoritaria, similar a la utilizada por su padre. Durante el transcurso del análisis empezó a adquirir confianza en sí misma y a reconocer el doble patrón de rebelión contra la autoridad del padre, pero también de sometimiento al intentar complacer a la mujer autoritaria. Finalmente logró afianzar su posición en la relación con su amiga mayor. Después, a medida que los hombres amenazantes y los impotentes fueron desapareciendo de sus sueños, inició una relación con un hombre emocionalmentc maduro con quien, al cabo de un tiempo, contrajo matrimonio. Ahora tenía la suficiente confianza en sí misma para aceptar el reto de volver a retomar su interés por el arte v empezó una carrera en

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este campo. Con su fuerza recién descubierta, pudo incluso tener una significativa charla con su padre, quien, en un momento de crisis provocado por su enfermedad, reconoció su vulnerabilidad. Eso hizo posible que se estableciera una relación emocional más cercana entre padre e hija. Estos son sólo cuatro ejemplos de mujeres que han resultado heridas en sus relaciones con sus padres. Existen muchas variaciones sobre el mismo tema. El siguiente sueño revela la situación psicológica general de una mujer herida que sufre de una inadecuada relación con el padre. Soy una muchacha encerrada en una jaula y sostengo en brazos a mi bebé. Fuera está mi padre, que cabalga libremente por unas verdes praderas. Anhelo poder estar con él y salir de la ¡aula, y estoy sollozando amargamente. Pero la jaula se me cao encima. No sé si la jaula nos aplastará a mí y a mi hijo, o bien lograremos salir de ella.

Este sueño describe la separación entre padre e hija y el aprisionamiento de la hija y de su potencial creativo. Existe el anhelo de alcanzar la energía en libertad del padre. Pero primero la hija tiene que salir de la jaula, y eso implica un riesgo. Puede que ella y su hijo se vean aplastados durante el proceso, o lambién es posible que se liberen. Aunque éste es el sueño de una mujer en concreto, creo que describe perfectamente la forma en que muchas mujeres se han visto aprisionadas por una deficiente relación con el padre, lo que las ha alejado de una relación positiva con el principio paterno en su interior. En un nivel personal, son muchas las maneras en que puede darse una herida en la relación padre-hija. Puede que el padre haya sido extremadamente débil y que la hija se haya sentido avergonzada por ello; por ejemplo, un hombre que 110 es capaz de tener un empleo o que se da a la bebida, al juego, etc. O puede que haya sido un «padre ausente», que haya abandonado voluntariamente el hogar, como ese tipo de hombre cuyo lema es «ámalas y lárgate». La au

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sencia del padre puede haberse debido a otras causas, como muerte, guerra, divorcio o enfermedad: cada una de ellas separa al padre de su familia. Otra forma en que el padre puede herir a una hija es consentirla en exceso, hasta el extremo de que ella carezca de sentido del límite, de valores y de autoridad. Puede que incluso se enamore inconscientemente de ella, y por eso la mantenga así unida a él. O puede que la desprecie y desvalorice su lado femenino porque su propia parte femenina ha sido sacrificada ante el poder y la autoridad masculina dominante. Puede que sea un hombre que trabaje duro y que triunfe en su profesión, pero que en casa adopte un rol pasivo y no se implique en la educación de la hija, es decir, un padre desapegado. Sea cual sea la causa, si el padre no está presente para la hija, de una forma comprometida y responsable, alentando el desarrollo de su parte intelectual, profesional y espiritual, y valorando la singularidad de su feminidad, el resultado será un menoscabo para el espíritu femenino de la hija. «Lo femenino» es una expresión que muchas mujeres están redescubriendo y volviendo a utilizar, basándose en sus propias experiencias. Las mujeres han empezado a darse cuenta de que los hombres han definido la feminidad mediante sus expectativas conscientes y condicionadas por la cultura con respecto al rol de la mujer, y mediante sus proyecciones inconscientes sobre las mujeres. En contraposición a la idea de feminidad definida desde un rol cultural o biológico, mi postura es ver «lo femenino» de manera simbólica como forma de ser, como un principio inherente de la existencia humana. Según mi experiencia lo femenino se revela básicamente a ü'avés de imágenes y de respuestas emocionales, y yo me baso en ellas a lo largo de todo este libro. 1

1 Para una descripción de la visión simbólica de lo femenino en con - Iraposición a los enfoques biológicos y culturales, véase The Feminine in Jungían Psyc/wlogy and in ChrisLian Theology. ; de Aun Ulanov (Evanston, [Northwestern University Press, 1971), p. 137 y ss.

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La herida padre-hija no se limita a algo que ocurre en la vida individual de una mujer. También es una condición de nuestra cullura. 2 Allí donde exista una actitud patriarcal autoritaria que desvalorice lo femenino reduciéndolo a una serie de roles o cualidades que provienen, no de la propia experiencia de la mujer, sino de una visión abstracta de ella, encontraremos al padre colectivo dominando a la hija y no permitiéndole crecer de manera creativa a partir de su propia esencia. Tanto si la herida padre-hija se da en un nivel personal como cultural, o en ambos, se trata de un tema importantísimo para la mujer actual. Algunas mujeres intentan evitar tener que enfrentarse a ella culpando a su padre o a los hombres en general. Otras puede que intenten evitarlo negando el problema e interpretando los roles femeninos tra- dicionalmcnte aceptados. Pero ambos caminos las llevan a renunciara la responsabilidad de su propia transformación, uno pasando por la culpa y el otro por la adaptación. Creo que el auténtico reto para lograr la transformación de la mujer en nuestra época es que descubran por sí mismas quiénes son. Pero parte de este descubrimiento implica 1111 diálogo con su propia historia y con las influencias del entorno que las han afecLado de forma personal, cultural y espiritual. Mientras ia hija va creciendo, su desarrollo emocional y espiritual se ve profundamente afectado por su relación con el padre. líl es la primera figura masculina de su vida,

>. I..i iile.'i do Jung es ver n\ padre simbólicamente como una imagen arquclípica. I na de tas formas de funcionamiento del arquetipo del padre es en lanío que imagen de la cultura patriarcal en la que viven las mujeres occidentales. De modo similar, el arquetipo de hija puede funcionar como imagen cultural de lo femenino, y en una cultura patriarcal ósle se ve subordinado. Las numerosas heridas entre los padres y las hijas personales existentes en nuestra cullura reflejan un problema entre el principio palcrno dominante > ia subordinación del principio femenino de la hija en nuestra cultura en general. La manifestación cultural de la relación entre los principios de padre e hija puedo que sea una distorsión de su relación inherente.

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tiene una marcadísima influencia en la manera en que se relaciona con su propia parte masculina y, por extensión, con los hombres. Como él es «el otro», es decir, diferente a ella misma y a su madre, es él también quien da forma a su disimilitud, a su singularidad y a su individualidad. La forma en que él se relaciona con la feminidad de la hija influirá en la manera en que ella se va haciendo una mujer adulta. Uno de los roles del padre es conducir a la hija desde el reino protegido de la madre y del hogar al mundo exterior, ayudándola a enfrentarse al mundo y a sus conflictos. La actitud del padre con respecto al trabajo y al éxito influirá en la actitud de la hija. Si él se siente confiado y alcanza el éxito, lo comunicará a su hija. Pero si es pusilánime y no logra triunfar, es probable que ella herede esta actitud temerosa. Normalmente el padre también proyecta ideales para su hija. Le brinda un modelo de autoridad, responsabilidad, toma de decisiones, objetividad, orden y disciplina. Cuando la hija alcanza la edad suficiente, él se aparta a un lado para que ella pueda hacer suyos estos ideales y actuar según los mismos. Si la actitud del padre con relación a estos temas es demasiado rígida a bien despreocupada, eso afectará también a la actitud que su hija muestre hacia ellos. 3 Algunos padres se pasan por el extremo de la toleran cia. Como no han definido límites para sí mismos, ya que no sienten su propia autoridad interior y no han establecido un sentido de orden y disciplina interior, los modelos que ofrecen a sus hijas son inadecuados. Esos hombres suelen ser «eternos jovencitos» (el puer aeternus). Los hombres que se identifican en exceso con este dios de la jiiven-

"). Vera Von der Hcydl ha descrilo, desde un punió de \ isla jun^uiano, el rol del padre y la forma en .

tud se quedan estancados en las etapas adolescentes del desarrollo. 4 Pueden ser soñadores románticos que eluden los conflictos de la vida real, incapaces de aceptar compromisos. Esta clase de hombres tienden a vivir en el reino de las posibilidades, evitando la realidad y llevando una vida provisional. Muchas veces se acercan a las Fuentes de la creatividad y son sensibles buscadores de lo espiritual. Pero como su calendario interior se centra en la parte de primavera y verano, carecen de la profundidad y el renacimiento que aportan el otoño y el invierno. Su carácter tiende a la impaciencia. No han desarrollado la cualidad de «retención», de soportar y avanzar lentamente por una situación difícil. Un aspecto positivo es que suelen ser encantadores, románticos e incluso inspiradores, porque revelan el espíritu en forma de posibilidad, la chispa creativa, la búsqueda. Pero, vistos desde su aspecto negativo, su tendencia es a no llevar nada a su conclusión, porque evitan las épocas difíciles y los quehaceres más terrenales, así como la lucha necesaria para hacer que lo posible se convierta en algo tangible. Algunos ejemplos extremos de estos hombres que se quedan en eternos muchachos los podemos ver en los adictos, que permanecen para siempre aferrados a su adic- ción, hombres que son incapaces de trabajar, donjuanes que van de mujer en mujer, hombres que son como hijos pasivos para sus esposas, y hombres que seducen a sus hijas con sus aires románticos. Algunos de ellos pueden tener un éxito rutilante durante un breve período de tiempo, como por ejemplo el actor James Dean o la estrella del rock Jim Morrison, pero después sucumben a sus propias tendencias autodestructivas, y dejan tras ellos una leyenda, e incluso un culto, que no hace más que realzar el carácter arquetí- pico de su fascinación.

4 VA fmcr aelcrnus o eterno muchacho es una expresión que Jung lomó prestada de Ovidio, quien la había utilizado para describir a un travieso y seductor joven dios, \1aric Louise von Franz ha descrito este patrón en su libro Puer //eternas (Zurich, Spring Publications, 1970).

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Las hijas de estos sempiternos muchachos crecen sin un modelo adecuado de autodisciplina, de límites y de autoridad, y suelen adolecer de sentimientos de inseguridad, inestabilidad, falta de confianza en si mismas, ansiedad, frigidez y, en general, un ego débil. Además, si el padre fue extremadamente débil (como en el caso del hombre que no trabaja o del adicto), es probable que la hija se sienta avergonzada. Y si siente vergüenza por su padre, es probable que también se avergüence de sí misma. En tales casos, se suele construir inconscientemente una imagen ideal del hombre y del padre, y puede que su vida se convierta en una búsqueda de ese padre ideal. .\l ir en pos de ese ideal, es posible que se ate a un «amante fantasma», es decir, a ese hombre ideal que sólo existe en su imaginación. 5 Por ello, su relación con los hombres, especialmente en el campo de la sexualidad, puede que esté perturbada. La falta ele compromiso que experimentó con su padre acaso produzca una falta general de confianza en los hombres, que puede llegar incluso al reino del espíritu, es decir, metafóricamente hablando, al «Dios Padre». En el nivel más profundo, sufre de un problema religioso ya que, para ella, el padre 110 la proveyó de espíritu. Entonces, ¿cómo puede alcanzarlo? Anai's Nin, que tenía un padre de este tipo, lo expresó de la siguiente manera: «No tengo guía. ¿Mi padre? Pienso en él como en alguien de mi misma edad». () Otros padres fallan por el lado de la rigidez. Duros, fríos y a veces indiferentes, esclavizan a sus hijas con una actitud estrictamente autoritaria. Estos hombres suelen estar muy alejados del dinamismo de la vida, desconectados de su propio lado femenino y de sus sentimientos. Su punto fuerte suele ser la obediencia, el deber y la racionalidad, e insisten en que sus hijas tengan los mismos valores. La obediencia al orden establecido es la norma. Alejarse de las reglas de la sociedad es algo que contemplan con recelo y desconfianza. Estos padres suelen ser hombres mayores y dominantes, frecuentemente amargados, cínicos y desvitalizados. Como su punto fuerte es el control y hacer las cosas bien, no suelen estar abiertos a lo inesperado, a la expresión de la creatividad y de los sentimientos. Y tienden a 5 Esther Jlarding lia descrito el «amante fantasma» en su libro The Wuy of All

Wonien (New York, Ilarpcr and Row, 1970), pp. 56-38.

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tratar tales cosas con sarcasmo y burla. Por el lado positivo, su insistencia en la autoridad y el deber aporta un sentido de seguridad, estabilidad y estructura. Por el negativo, tienden a sofocar las cualidades «femeninas» del sentimiento, de la sensibilidad y de la espontaneidad. Podemos encontrar algunos ejemplos extremos de padres que funcionan como viejos dominantes entre los viejos patriarcas que asumen el control exclusivo de todo el dinero, dominando a sus cónyuges e hijos con el tema financiero, padres que dictan todas las normas y que exigen obediencia, padres que esperan que sus hijas alcan cen un éxito extraordinario en el mundo, padres que exigen que sus hijas sigan los roles femeninos convencionales, padres que se niegan a reconocer señal alguna de debilidad o enfermedad en sus hijas, o que éstas sean diferentes a ellos. En algún momento de su vida, las hijas de estos viejos dominantes experimentan una relación dificultosa con sus propios instintos femeninos, puesto que sus padres nunca supieron reconocer su feminidad. Como estas mujeres tuvieron unos padres duros y severos, puede que también ellas lo sean consigo mismas, y con los demás. Aunque se rebelen, en esa misma rebelión es fácil encontrar algo duro e implacable. Algunas hijas se dejan vencer por las reglas autoritarias y nunca llegan a vivir sus propias vidas. Otras, a pesar de que pueden rebelarse, siguen ligadas al control del padre, reaccionando permanentemente ante él. También estas hijas, al igual (fue las de los padres más condescendientes, tienden a no gozar de una relación positiva con los hombres y con su propio espíritu creativo. Hasta el momento he descrito dos tendencias extremas que pueden darse en la relación de un padre con su hija. Pero la mayoría de los padres son una mezcla de ambas.

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Incluso en el caso de que un padre haya vivido su vida en sólo uno de esos dos extremos, suele manifestar el otro de forma inconsciente. 6 Existen muchos ejemplos de padres rígidamente autoritarios que de repente pasan por estallidos emocionales irracionales, que ponen en peligro toda la seguridad y el orden que han establecido y que siembran un terrible miedo al caos en sus hijas. El padre no reconoce de forma consciente el reino de lo emocional, sino que se ve atrapado en él de vez en cuando, y eso resulta todavía más amenazador para sus hijas. En ocasiones esos estallidos también tienen connotaciones sexuales, como por ejemplo en el caso del padre que castiga físicamente a una hija desobediente, de tal forma que ella se siente amenazada sexualmente. Así que. aunque la insistencia consciente del padre puede que esté en el deber, en seguir de forma racional la línea marcada, en el trasfondo puede haber estados de ánimo e impulsos pueriles que aparecen inconscientemente en momentos inesperados. De igual modo, es probable que los padres tolerantes tengan como telón de fondo de sus vidas el sarcástico cinismo de un juez implacable. Un padre de este tipo de repente puede criticar a su hija por las mismas cualidades impulsivas que a él le dis gustan de sí mismo. Por supuesto, el papel de la madre es otro factor importante en el desarrollo de la hija. 7 Como mi intención en este libro es la de centrarme en la relación padre-hija, no voy a tocar el tema de la influencia materna ni en extensión ni en

6 James Hillman ha descrito estos dos extremos y su secreta interacción en su artículo «Senex and Puer: An Aspect ol the Historical and Psychological Present», Eranos Jahrbuch XXXVl, i9(>7. 7 El rol de la madre en el desarrollo femenino es un lema muy exten so, sobre el cual existe amplia literatura. Por ejemplo, Nancy Friday en My Mother, My Se(f ( Nueva York, Dell Publishing Co., 1977) explora el efecto que tiene la madre sobre la búsqueda de identidad de la hija. Desde un punto de vista junguiano, Erich Neumaun analiza el arquetipo de «La Gran Madre» y su relación con el desarrollo de la conciencia en The Great Mother (Princeton, Princeton líniversily Press, 1963).

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profundidad, sino que ine limitaré a sugerir algunos puntos. Con cierta frecuencia descubrimos parejas típicas en un matrimonio, por ejemplo: el padre que es un jovencito eterno suele tener a una «madre» por esposa. En estos casos, la madre suele ser la que lleva la casa y quien marca la disciplina. Es únicamente a través de la madre como los hijos aprenden sobre los valores, el orden, la autoridad y la estructura, temas que, generalmente, son competencia paterna. A veces este tipo de madre puede ser más rígida que el más rígido de los padres de la vieja escuela patriarcal. Y todo ello va mezclado con toda la fuerza de sus emociones femeninas. Cuando el padre es débil e indulgente y la madre fuerte y controladora, la hija tiene un problema doble. No sólo el padre es incapaz de ofrecerle un modelo masculino, sino que no se enfrenta a la madre ni ayuda a la hija a diferenciarse de aquélla. Puede que la hija permanezca atada a la madre y se identifique con ella. En este caso, es probable que adopte inconscientemente las mismas actitudes rígidas que su madre. Además, cuando la madre tiene que cumplir la función del padre, a veces la hija no recibe ningún modelo genuino, ni paterno ni materno. Otra pareja formada por opuestos es el padre rígido y patriarcal cuya esposa es una niña. En este caso, tanto la madre como la hija son dominadas y la madre, en su dependencia pasiva, no ofrece un modelo genuino de independencia femenina. Así que es probable que la hija repita el patrón de dependencia femenina o, si se rebela, lo hará como reacción defensiva contra una autoridad paternalista en lugar de motivada por sus propias necesidades y valores femeninos. También es posible que tanto el padre como la madre sean eternos jovencitos, a la manera de Scott y Zelda Fitz- gerald, y en este caso ninguno de los padres puede ofrecer, en general, estabilidad, estructura ni autoridad. En estos casos el compromiso de ambos padres suele ser muy débil y puede que el matrimonio y la familia se disuelva, y deje a la hija en medio del caos y la ansiedad. O bien puede que

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ambos cónyuges sean rígidos patriarcas, gobernando con mano dura. Entonces tanto el padre como la madre impiden el acceso de la hija a las fuentes de la espontaneidad y del sentimiento. En mí misma y en mis dientas he encontrado dos patrones opuestos que suelen ser, con frecuencia, resultado de una herida con respecto a la relación con el padre. Y estos dos patrones antagónicos suelen coexistir en la psique de una mujer herida, batallando entre sí. A uno de ellos yo lo llamo «la eterna muchacha» (o puella aeterna). 8 Al otro lo llamo «la amazona acorazada». De momento sólo quiero describir brevemente estos dos patrones, a grandes rasgos, puesto que los trataré en profundidad en capítulos posteriores. La «eterna muchacha» o puella, es una mujer que psicológicamente sigue siendo una joven cita, aunque cronológicamente pueda tener sesenta o setenta años. Sigue siendo una hija dependiente y tiende a aceptar la identidad que otros proyectan sobre ella. Al hacerlo, ella deposita su propia fuerza en manos de otros, así como la responsabilidad de dar forma a su identidad. Con frecuencia se casa con un hombre rígido y autoritario y se convierte en la imagen de mujer que él desea. Suele tener un aspecto inocente, desvalido y pasivo y actúa de esta misma forma. O puede que se rebele, pero en su rebelión sigue siendo la víctima indefensa atrapada en sentimientos de autocompasión, depresión e inercia. En cualquier caso, no es ella quien dirige su vida. En ios sueños de tales mujeres he encontrado algunas imágenes recurrentes. Uno de los temas que se repiten es la pérdida de la cartera, que contiene todos los documentos de identidad y el dinero. Por ejemplo, una mujer soñó que su amigo ia había dejado y, cuando intentaba volver a casa, se daba cuenta de que no tenía dinero. El único me

8 Puella es la palabra latina para muchacha. La puella aeterna (eterna muchacha) es un modo de ser femenino paralelo al masculino puer aelernus.

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dio de transporte que podía lomar era un autobús escolar, como una niña. Olro tema que suele aparecer en sueños, y que revela una dependencia básica, es no estar conduciendo el propio coche; en ellos la mujer suele ir sentada en la parte trasera, sintiéndose impotente y sin poder controlar nada, mientras el padre conduce. Otra imagen recurrente en los sueños de las mujeres que psíquicamente siguen siendo jovencilas es la de un viejo malvado que las persigue, las amenaza y en ocasiones las domina de forma brutal. Una mujer joven con quien trabajé soñó que se encontraba en un trampolín muy alto mientras un viejo sádico le exigía que se lanzara al agua de formas cada vez más peligrosas; a menos que siguiera sus órdenes, su vida corría peligro. Estos temas oníricos revelan el peligro de perder la propia fuente energética y la propia identidad (simbolizadas por la pérdida del dinero y do la cartera), el peligro de perder el rumbo de la propia vida (simbolizado por no conducir el coche) y el peligro de no reafirmarse contra las órdenes absurdas (seguir las instrucciones del viejo sádico). Con frecuencia la mujer que no ha dejado de ser una jovencita no ha logrado integrar en su interior ni identificarse con las cualidades de un padre positivo que pueda ayudarla eri su desarrollo: concienciación, disciplina, valentía, toma de decisiones, amor propio, propósito. Muchas mujeres de nuestra cu llura actual se han encontrado en esta tesitura porque los «padres culturales» no han animado precisamente a las mujeres a cultivar tales cualidades. Y en muchos casos las mujeres han sido convencidas para que no las desarrollen. El resultado es desastroso y deja a la mujer sintiéndose débil y desvalida, sin recursos, con miedo de vivir su propia vida y sometida a unos principios patriarcales anticuados y dictatoriales. He visto el funcionamiento de estos patrones en mí misma y en las vidas de muchas mujeres que se quedan atascadas en el patrón de la paella cielerruL Es como si el lado masculino de la mujer estuviera escindido en dos partes opuestas: el jovencito débil y el viejo pervertido y sádico. Esta combinación impide

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que la mujer se desarrolle, puesto que en su inconsciente estas dos figuras masculinas trabajan de forma conjunta pero secreta. La voz del viejo pervertido dice: «No puedes hacerlo, sólo eres una mujer». Y el jovencito débil y sensible cede ante estos sentimientos de debilidad, que impiden a la mujer salirse del patrón destructivo. Cuántas veces les ocurre esto a las mujeres de nuestra cultura, cuando ceden ante sentimientos de debilidad y negatividad que les dicen que no son capaces de crear, o que todos los hombres son malos y que lo único que harán será traicionarlas. ¡Precisamente entonces habrán perdido su espíritu! La «amazona acorazada» es el patrón opuesto que adoptan muchas mujeres. He descubierto que este patrón surge durante el transcurso de su desarrollo como reacción contra un rol paterno inadecuado, ya sea en un nivel personal o cultural. \\ reaccionar contra el padre negligente, esas mujeres se suelen identificar en un nivel egoico con las funciones masculinas o paternas. Como sus padres no les dieron lo que necesitaban, comprenden que tienen que conseguirlo por sí mismas. Así que se construyen una fuerte identidad egoica masculina mediante sus logros profesionales, luchando por una causa, o controlando e imponiendo la ley ellas mismas, quizá como una madre que dirige la familia como si fuera una empresa comercial. Pero esta identidad masculina generalmente no es más que una capa protectora, una coraza contra el dolor del abandono o del rechazo que experimentaron por parte del padre, una armadura contra su propia ternura, debilidad y vulnerabilidad. La armadura las protege porque las ayuda en su desarrollo profesional y les permite tener voz y voto en el mundo exterior. Pero como esa armadura es, asimismo, una barrera que las aisla de sus propios sentimientos femeninos y de su lado más tierno, estas mujeres tienden a estar separadas de su propia creatividad, de una sana relación con los hombres y de la espontaneidad y vitalidad necesarias para vivir el momento. Todos los días recibo en mi consulta a mujeres triunfadoras, que han llegado lejos en su profesión, que son eco

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nómicamente independientes. Su apariencia exterior es de mujeres seguras, con confianza en sí mismas, poderosas y fuertes. Pero en el ambiente protegido de la consulta del terapeuta, dejan salir sus lágrimas y confiesan su gran cansancio, su extenuación, su enorme soledad. La imagen de una coraza suele aparecer en sus sueños. Una mujer soñó con un hombre pequeño y débil, cansado de la vida y a punto de morir, que iba vestido con una armadura protectora y llevaba un casco, un escudo y una espada. Más adelante, en el transcurso del análisis, cuando fue soltando la armadura innecesaria, soñó que encontraba un tesoro de diamantes escondido en un montón de conchas de ostra. Su interés se centraba en vivir el momento y en abrirse a las relaciones, y se sentía más flexible y más tierna. La concha estaba ahora abierta y podía tener acceso a la auténtica fuerza del diamante. En los sueños de otra mujer, el tema de la armadura surgió bajo la imagen de gruesos abrigos invernales. En un sueño era verano, y cuando salía de la casa donde pasó su infancia, se dio cuenta de que llevaba encima varias pesadas perchas de madera, que servían para los abrigos, pero que éstos habían desaparecido. Sintió que había perdido su protección. Mientras se alejaba de la casa, dos jóvenes la iban siguiendo. Eran chicos alegres, que reían y se gastaban bromas, pero a ella le daban miedo. Así que apretó el paso para alejarse,* pero a causa de un cordón del zapato mal atado, resbaló ligeramente. Entonces sintió terror y, al intentar escapar, se metió en una casa de aspecto perturbador, Mena de mujeres locas y paralizadas. No hace falta decir que se despertó sobresaltada. En realidad, esta mujer tenía que soltar la protección de los abrigos y aprender a jugar con los alegres muchachos, pero todavía Ies tenía miedo. La mujer con una armadura de amazona no tiene acceso a su propio centro, igual que la eterna muchacha. De hecho, en la mayoría de las mujeres estos dos patrones tienden a coexistir. En mi caso el primero que surgió fue el

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de la amazona acorazada. Pero detrás de ella estaba la niña asustada, que finalmente emergió y después salió huyendo, incapaz de asentarse en ningún lugar, incapaz de compro meterse con algún lugar o persona. Otras mujeres han empezado como esposas dóciles y encantadoras, y después se han convertido en violentas luchadoras. En la mayor parte de las mujeres los dos patrones se "van alternando, a veces de momento a momento. Por ejemplo, una mujer que solía hablar en público con frecuencia todavía se sentía como una niña frágil que temía desmayarse frente al público, pero en su interior también existían los sentimientos de ser una oradora competente y la autoridad que eso le confería. Se extrañaba de que otras personas, especialmente hombres, la vieran como fuerte y competente, cuando por denü'o se sentía tímida y asustada. El por qué una mujer escoge primero el camino de la eterna muchacha mientras que otra escoge el de la amazona acorazada sigue siendo un enigma para mí y es algo que tengo que seguir explorando. Mi intuición me dice que existe una variedad de factores que influyen en el camino que toma la mujer. Algunos de los principales son el temperamento innato, la posición que ocupa y el rol que desempeña en la familia; la relación con la madre es otro. Las diferencias en el aspecto físico, de raza y clase socioeconómica también son aspectos significativos. Con frecuencia la hija mayor tiende a escoger la ruta de la amazona, mientras que la menor se convierte en la eterna jcvencita, aunque no siempre éste es el caso. Oü-o factor es si la mujer se identifica con el padre o con la madre, y repite el patrón o se rebela con tra el padre o la madre dominante. Según mi experiencia, estos dos patrones (la eterna muchacha y la amazona acorazada) están presentes en la mayoría de las mujeres, aunque pueden experimentar uno de ellos de forma más consciente que el oü -o. Tanto la eterna muchacha como la amazona acorazada suelen sentirse desesperadas por ello. Se sienten desconectadas de su cenü-o porque no tienen acceso a partes impor

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tan tes de sí mismas, lis como si su casa fuera una mansión pero sólo utilizaran algunas habitaciones. El filósofo Soren Kierkegaard me ayudó a comprender en mí misma y en las vidas de mis clienlas la fuente de esa desconexión y desesperación. Kierkegaard, en La enfermedad mortal, analiza la desesperación como una falta de relación con el Self con la fuente del ser humano. 9 Para Kierkegaard existen tres formas principales de desesperación: en primer lugar, la inconsciente; en segundo lugar, la desesperación consciente que se manifiesta como debili dad; y en tercer lugar, la desesperación que es consciente y que se manifiesta como desafio. En la forma inconsciente de desesperación la persona no tiene una relación con el Self, pero no es consciente de ello. Esa persona, según Kierkegaard, tiende a vivir una vida hedonista, dispersa en la sensación del momento, sin comprometerse con nada que vaya más allá de los impulsos del ego. Ésta es la fase del esteticismo y del donjuanismo. Aquí podemos ver un tipo de existencia en la que las personas no son conscientes de su desespero aunque, como apunta Kierkegaard, la compulsión hacia la sensación y el placer infinitos, junto con momentos oscuros de aburrimiento y ansiedad que se deslizan por en medio, revelan que hay algo que no funciona. Si la persona permite que los momentos oscuros de aburrimiento y ansiedad entren en su vida de forma totalmente consciente, entonces llega la concienciación del desespero, el darse cuenta de la desconexión con el Self y el sentimiento de que uno es demasiado débil para apostar por el Se(f, puesto que ello implica la aceptación de la propia fuerza para tomar esa decisión. Entonces la persona se desespera por esa debilidad que no la deja comprometerse con algo superior a los impulsos del ego. Me imagino que muchas puellas sufren intensamente la desesperación

9 Swren Kierkegaard, Temor y temblor; Madrid, Alianza. 2003; La enfermedad mortal , Madrid, Alba Libros, 1998.

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de su debilidad, queriendo ser valientes y aceptar el riesgo de actuar, el riesgo del compromiso, pero, por algún motivo, siguen asustadas e incapaces de dar el salto. Pero si la persona penetra de forma más consciente en la razón de esa debilidad, entonces llega la concienciación de que la excusa de la debilidad en realidad sólo era una forma de evitar esa fuerza que ya estaba allí. Lo que la persona originalmente confundió con debilidad se ve ahora claramente que es desafío y provocación, es decir: ¡un rechazo al compromiso! Para Kierkegaard, la desesperación del desafío es una forma de conciencia más elevada, un darse cuenta de que uno posee la fuerza para escoger el Self, o dicho en términos de Kierkegaard, para dar el salto de fe que requiere la aceptación, de lo incontrolable y lo trascendente, pero que uno escoge no dar ese salto como puro desafío frente a los poderes que trascienden la razón y la finitud del ser humano. ¡El desafío consiste en negarse a cambiar! En la desesperación del desafío, uno rechaza la posibilidad y la infinitud. En la desesperación de la debilidad, uno rechaza ia materialización y la finitud. Rechazar uno es rechazarlos ambos. Yo veo la desesperación de la debilidad como un aspecto de la eterna muchacha. La desesperación del desafío la considero más un aspecto de la amazona acorazada. Y, sin embargo, en el fondo, de forma secreta, ambos son lo mismo: dos polos de una escisión en el yo. Las mujeres que caen en el patrón arquetípico de la puella, atrapadas en el desespero de la debilidad, necesitan hacerse conscientes de su fuerza y sacudirse de encima su identidad de víctima. Las mujeres atrapadas en la tendencia controladora de la amazona acorazada tienen que aprender que el control puede ser una fortaleza falsa, y a adoptar una predisposición abierta ante aquello que no puede ser controlado. Para Kierkegaard, la resolución y la transformación aparecen por fin cuando la desesperación, en todas sus fases, es vencida gracias a un salto de fe. En este salto uno acepta al mismo tiempo las propias flaquezas y fortalezas,

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el solapamiento de los reinos finitos c infinitos en el ser hu mano, y toma conciencia de que los seres humanos deben moverse entre opuestos en lugar de identificarse con un absoluto. En mi práctica terapéutica me sirvió de gran ayuda la obra del psiquiatra Cari Gustav Jung para llegar a comprender este tipo de situación que se da en la vida de muchas personas. Jung creía que la vida de cada individuo era un todo complejo y misterioso. Pero que el curso concreto de su desarrollo, derivado de experiencias familiares personales, influencias culturales y el temperamento innato, tendía a conducir a la persona a resaltar una parte de su personalidad y a quitarle importancia a la parte conflictiva. Pero esa parte opuesta, no aceptada, seguía estando allí, queriendo ser reconocida, y con frecuencia irrumpía en el lado conscientemente aceptado, afectando a la conducta de la persona y alterando sus relaciones. Jung creía que la tarea del crecimiento personal consistía en ver el valor de ambos lados y en intentar integrarlos, a fin de que pudieran funcionar de forma conjunta y fructífera para la persona. A mi parecer, esto reviste importancia terapéutica para la mujer herida que tiene un conflicto entre estos dos patrones: la eterna muchacha y la ainazona acorazada. Cada uno tiene su valor; cada uno puede aprender del otro. Y la integración de los dos es la base para la naciente mujer. Aunque una mujer puede estar herida por una relación deficiente con el padre, tiene la posibilidad de trabajar para sanar esa herida. Acarreamos las influencias de nuestros padres, pero no estamos condenados a seguir siendo un mero producto de ellas. Existe en la psique, según Jung, un proceso de sanación natural que avanza hacia el equilibrio y la totalidad. En la psique también existen patrones naturales de conducta, que él denominó arquetipos, y que están disponibles para servir como modelos interiores, aunque los modelos exteriores sean i nexistentes o insatisfactorios. Una mujer, por ejemplo, posee en su interior todos los potenciales del arquetipo padre, y puede tener acceso a ellos si

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está dispuesta a correr el riesgo de ponerse en contacto con el inconsciente. Así que, a pesar de que los padres personales o culturales puede que inicialmente hayan dado forma a la imagen consciente que tenemos de nosotras mismas como mujeres y de lo que podemos hacer en el mundo con relación a los hombres, también contamos en nuestro interior con los aspectos positivos y creativos del padre arque- típico, que pueden compensar tas numerosas influencias negativas de nuestras vidas externas. Todas poseemos este potencial para llegar a tener una mejor relación con el principio paterno en nuestro interior. Las imágenes de lo s sueños suelen revelar partes previamente desconocidas del padre que podemos experimentar para llegar a ser completas y maduras. El siguiente caso ilustra esta opinión. L na mujer con quien trabajé creció bajo el dominio de un padre rígido y autoritario que 110 valoraba lo femenino. El insistía en temas como el trabajo duro y la disciplina, y ocupaciones de carácter masculino. La debilidad o la vulnerabilidad de cualquier tipo no estaban permitidas. Así que la hija adoptó estos valores y siempre andaba ocupada planificando y controlando su vida. No se permitía relajarse ni mostrar ningún tipo de flaqueza. Pero ello la situaba a una distancia emocional de los demás y también de su propio corazón. Acudió a terapia al poco tiempo de desarrollar un problema dermatológico que cada vez se hacía más visible para los demás. Era como si su vulnerabilidad quisiera ser reconocida. No podía ocultarla más, porque la llevaba en su piel, donde todo el mundo podía verla. En el primer sueño que tuvo al iniciar la terapia se veía perdida en la parte de arriba de un rascacielos. Desde allí podía contemplar todo el tráfico de la ciudad, pero no podía bajar a tierra para intervenir. Por último un hombre muy alegre subía a la torre y la ayudaba a bajar, y una vez abajo ella se ponía a correr descalza con él, jugando en la hierba. Este sueño mostraba la parte masculina de la que había carecido durante su desarrollo, puesto que no se la había ofrecido su austero y severo padre. Ella necesitaba relacionarse con un

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hombre que estuviera en contacto con su naturaleza instintiva y que jugara con ella. Al poco tiempo de estar en análisis tuvo un sueño que evidenciaba la influencia del padre. En el sueño ella quería mostrarle a su padre su problema de piel, pero él se negaba a mirar. Se negaba a permitir en ella cualquier vulnerabilidad, y ella había adoptado inconscientemente esta actitud hacia sí misma. Esto afectaba no sólo a su vida emocional, sino también a su creatividad. Aunque poseía un gran talento artístico y un potencial creativo, se inclinó por una de las ciencias más racionales, aunque nunca finalizó sus estudios. Era como si siguiera el camino del padre, no el suyo propio. Durante el transcurso del análisis empezó a aceptar su lado vulnerable y se permitió jugar. El hombre de su primer sueño le ofreció una imagen para que aceptara esas partes de sí misma. En su vida exterior conoció a un hombre afectuoso y espontáneo de quien se enamoró, abriendo así su lado vulnerable. Reanudó sus estudios, pero esta vez de un tema que le encantaba. Al poco, la imagen de su padre cambió en los sueños. En un sueño le decían que su padre había muerto. Entonces oía una campaña llamándola desde el otro lado del río. Empezó a cruzar un puente, pero no estaba terminado de construir y tuvo que meterse en el agua para poder llegar a la otra orilla. La muerte del padre simbolizaba el fin de su rígido reinado, y ahora sentía la llamada de cruzar al otro lado del río, a un nueva orilla de sí misma. El puente hacia esa nueva orilla ya estaba parci almente construido, pero tenía que meterse en el agua para acabar de cruzar. Para ella, esto significaba introducirse en el discurrir de la vida y de sus sentimientos. Cuando lo hizo, la imagen de su padre cambió en sus sueños y se convirtió en alguien más tolerante. En un sueño había perdido algo que le pertenecía al padre, y en lugar de reñirla por ello, él la aceptaba. En otro sueño su padre trabajaba para un creativo músico de rock y ella se sentía orgulloso de él. Era como si sus sueños y su vida estuvieran bailando juntos, cada uno de ellos probando nuevos pasos, para que ella

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pudiera moverse por una nueva y rítmica manera de ser. Mediante la búsqueda del autoconocimiento y el estudio de sus sueños en terapia, fue capaz de conectar con su lado juguetón y expresivo, y liberó su feminidad y su creatividad. Cuando experimentó las energías compensatorias del arquetipo del padre, la antigua herida proveniente de su severo padre, rígido e intolerante, empezó a sanar.

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CAPITULO 2

EL SACRIFICIO DE LA HIJA 'Fu naturaleza, princesa, es ciertamente noble y verdadera; pero los acontecimientos están emponzoñados, y la divinidad enferma. EURÍPIDES

La herida padre-hija es una particularidad de nuestra cultura y. en este sentido, es un conflicto que afecta a todos los hombres y mujeres de nuestro tiempo. A las mujeres con frecuencia se las considera inferiores a los hombres; los hombres son menospreciados si muestran cualidades femeninas. Implícita en la herida padre-hija está la deteriorada relación entre los principios masculino y femenino. 10Y esto afecta no sólo a los individuos, sino también a las parejas, a grupos y a sociedades enteras. Tanto los hombres como las mujeres sufren por ello. Ambos están confusos con respecto a sus identidades y los propios roles con respecto al otro. Las raíces de la herida padre-hija son profundas y pueden verse claramente en la tragedia griega Jfigenia en Auli- de, de Eurípides. La tragedia muestra como un padre llega a sacrificar a su hija e ilustra la herida que el padre recibe cuando se ve impelido a hacerlo. También revela la baja opinión de lo femenino en una sociedad regida por un pa-

t. Para una discusión más detallada véase Ulanov, The Fetninine.

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Iriarcado. ingenia es la hija mayor del rey Agamenón, la más amada. Y sin embargo, en la obra, es sacrificada, condenada a muerte por su propio padre, que tanto la ama. ¿Cómo puede ocurrir algo así? ¿Cómo es posible que un padre sacrifique a su hija? /VI principio de la obra vemos a Agamenón profundamente desesperado, medio loco, porque ha aceptado sacrificar a su hija ingenia. Los helenos habían declarado la guerra a Troya porque el troyano Paris había raptado a Helena, la más bella de las mujeres y esposa de Menelao, hermano de Agamenón. Pero cuando el ejército acudió al puerto de Á uI ide, dispuesto a zarpar hacia la batalla, no soplaba el viento. Enloquecido por su afán de lucha, el ejército se impacientó y el gobierno de Agamenón se vio en peligro. Temiendo la pérdida de su poder y su gloria, así como de su dominio sobre el ejército, Agamenón consultó a un oráculo, quien le dijo que debía sacrificar a su hija primogénita a mayor gloria de Grecia. El sacrificio debía ser dedicado a la diosa Artemisa a cambio del viento necesario para poder desplegar las velas. Desesperado, Agamenón por fin aceptó el decreto y mandó a buscar a Ifigenia, alegando que iba a desposarla con Aquiles. Pero eso era sólo un pretexto para que Ifigenia acudiera a Áulide, donde tendría lugar el sacri ficio. Más adelante, Agamenón se dio cuenta de la locura que había cometido, pero ya era demasiado tarde. Enojado, Agamenón acusó a Menelao de estar esclavizado por la belleza y de estar dispuesto a sacrificar su razón y su honor por ella. Menelao acusó a Agamenón de acceder al sacrificio de Ifigenia para salvaguardar su propio poder. Mientras los dos hermanos discutían con ardor, llegó Ifigenia, y Agamenón se sintió impotente en manos del destino. A pesar de que Menelao, en un momento de repentina compasión, se dio cuenta de su error e instó a Agamenón a que 110 sacrificara a su hija, éste ya se sentía obligado a seguir adelante con el sacrificio. Tenía miedo de que si no lo hacía las masas airadas se rebelaran y mataran no sólo a Ifigenia, sino también a él. Así que el rey Agamenón,

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gobernado por su propia sumisión ante el poder y por la gloria de Grecia, así como por su miedo, se sintió obligado a matar a su hija Ifigenia. Cuando Ifigenia y su madre Clitemnestra llegaron a f

Aulide se sentían felices con la idea de que la joven se des posara con Aquiles. Pero Ifigenia encontró a su padre extrañamente triste y preocupado. Y cuando Agamenón mandó que Clitemnestra se marchara de Áulide antes de la boda de su hija, su esposa sospechó y se negó a cumplir la orden. Finalmente descubrió la trama para sacrificar a su hija y se sintió ultrajada. También Aquiles se enojó al saberse engañado por Agamenón, y juró proteger a Ifigenia con su vida. Con un terrible desespero, Clitemnestra se encaró a Aga menón con todo lo que había descubierto. Al principio él esquivó y neg6 la acusación, pero por último confesó la horrenda verdad. Furiosa, Clitemnestra lo acusó de otros cargos vergonzosos: que había asesinado a su primer marido y a su hijo pequeño y que la había raptado a ella. Pero, cuando su propio padre se había mostrado de acuerdo con el matrimonio, ella se había sometido y se había convertido en una esposa obediente. Clitemnestra intentó utilizar la vergüenza para que Agamenón cambiara de opinión, e Ifigenia le rogó a su padre que le perdonara la vida. Ambas quisieron saber porqué Helena, que era hermana de Clitemnestra y tía de Ifigenia, tenía que ser más importante que su hija. Pero Agamenón, sintiéndose impotente ante las diabólicas ansias de poder del ejército, dijo que su primer deber era con Grecia, y que no tenía otra elección. Al principio Ifigenia maldijo a Helena, maldijo a su sanguinario padre y maldijo al codicioso ejército que se dirigía hacia Troya. Pero cuando ni siquiera Aquiles pudo hacer nada contra las masas airadas, consintió. Decidió morir noblemente por Grecia, puesto que todo el país tenía los ojos puestos en ella esperando a que la armada pudiera zarpar. Por qué debería Aquiles morir por ella, se preguntaba, cuando «Un hombre vale más que toda una hueste de

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mujeres». 11 ¿Y quién era ella, una mortal, para oponerse a la divina Artemisa? Pero el coro griego, hablando por boca de la verdad, replicó: «Tu naturaleza, princesa, es ciertamente noble y verdadera; pero los acontecimientos están emponzoñados, v la divinidad enferma». 12 A pesar de ello, Ifigenia se dirigió noblemente hacia su muerte, perdonando al padre y recomendándole a la madre que no se enojara con él y que no lo odiara. 13 ¿Qué opinión de lo femenino vemos implícita en esta tragedia? ¡Que la mujer es considerada una posesión del hombre! Los tres principales personajes femeninos son contemplados como objetos por parte del hombre. Debido a que Menelao considera a Helena su posesión, la pérdida de la bella Helena provoca que los griegos declaren la guerra a Troya para recuperarla. Agamenón considera que Clitemnestra, su obediente esposa, le pertenece y por tanto puede darle órdenes, e Ifigenia es una hija que puede ser sacrificada por su padre. Por lo tanto, no se permite a lo femenino manifestarse desde su propio centro, sino que se ve reducido a aquellas formas compatibles con el punto de vista masculino prevaleciente. Asimismo, el objetivo masculino predominante es el poder; el primer deber del hombre es para con Grecia, no importa cuál sea el coste. La seducción de Helena por parte de Paris es realmente una oportunidad para que los griegos puedan declarar la guerra a los troyanos. Tal como Agamenón descubre cuando ya es demasiado tarde: «Un extraño afán merodea con poder diabólico entre el ejército griego...». 14

11 (-'.impides, (/¡¿nenia en AulUle., Madrid, Ediciones Clásicas, 2001. \ Ihíd. 13 Kn algunas versiones se dice que Ifigenia fue salvada en el último momento por Artemisa y