Historia Alta Edad Media

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Alta Edad Media

Corona votiva de Recesvinto, tesoro de Guarrazar. En el año 409 un grupo de pueblos germánicos (suevos, alanos y vándalos) invadieron la península ibérica. En el 416, lo hicieron a su vez los visigodos, un pueblo igualme nte germánico, pero mucho más romanizado, bajo la justificación de restaurar la autori dad imperial. En la práctica tal vinculación dejó de tener significación y crearon un re ino visigodo con capital primero en Tolosa (la actual ciudad francesa de Toulous e) y posteriormente en Toletum (Toledo), tras ser derrotados por los francos en la batalla de Vouillé (507). Entre tanto, los vándalos pasaron a África y los suevos c onformaron el reino de Braga en la antigua provincia de Gallaecia (el cuadrante noroeste peninsular). Leovigildo materializó una poderosa monarquía visigoda con las sucesivas derrotas de los suevos del noroeste, los vascones y otros pueblos del norte (la zona cantábrica, poco romanizada, se mantuvo durante siglos sin una cla ra sujección a una autoridad estatal) y los bizantinos del sureste (Provincia de S pania, con centro en Carthago Spartaria, la actual Cartagena), que no fue comple tada hasta el reinado de Suintila en el año 625. San Isidoro de Sevilla en su Hist oria Gothorum se congratula de que este rey «fue el primero que poseyó la monarquía de l reino de toda España que rodea el océano, cosa que a ninguno de sus antecesores le fue concedida...» El carácter electivo de la monarquía visigótica determinó una gran ines tabilidad política caracterizada por continuas rebeliones y magnicidios. 35 La uni dad religiosa se había producido con la conversión al catolicismo de Recaredo (587), proscribiendo el arrianismo que hasta entonces había diferenciado a los visigodos , impidiendo su fusión con las clases dirigentes hispanorromanas. Los Concilios de Toledo se convirtieron en un órgano en el que, reunidos en asamblea, el rey, los principales nobles y los obispos de todas las diócesis del reino sometían a consider ación asuntos de naturaleza tanto política como religiosa. El Liber Iudiciorum promu lgado por Recesvinto (654) como derecho común a hispanorromanos y visigodos tuvo u na gran proyección posterior. En el año 689 los árabes llegaron al África noroccidental y en el año 711, llamados por la facción visigoda enemiga del rey Rodrigo, cruzaron el Estrecho de Gibraltar (de nominación que recuerda al general bereber Tarik, que lideró la expedición) y lograron una decisiva victoria en la batalla de Guadalete. La evidencia de la superiorid ad llevó a convertir la intervención, de carácter limitado en un principio, en una ver dadera imposición como nuevo poder en Hispania, que se terminó convirtiendo en un em irato o provincia del imperio árabe llamada al-Ándalus con capital en la ciudad de Cór doba. El avance musulmán fue veloz: en el 712 tomaron Toledo, la capital visigoda; el resto de las ciudades fueron capitulando o siendo conquistadas hasta que en el 716 el control musulmán abarcaba toda la península, aunque en el norte su dominio era más bien nominal que efectivo. En la Septimania, al noreste de los Pirineos, se mantuvo un núcleo de resistencia visigoda hasta el 719. El avance musulmán contra el reino franco fue frenado por Carlos Martel en la batalla de Poitiers (732). La poco controlada zona noroeste de la península ibérica fue escenario de la formación de un núcleo de resistencia cristiano centrado en la cordillera Cantábrica, zona en la que un conjunto de pueblos poco romanizados (astures, cántabros y vascones), e scasamente sometidos al reino godo, tampoco habían suscitado gran interés para las n uevas autoridades islámicas. En el resto de la península ibérica, los señores godos o hi spanorromanos, o bien se convirtieron al Islam (los denominados muladíes, como la familia banu Qasi, que dominó el valle medio del Ebro) o bien permanecieron fieles a las autoridades musulmanas aun siendo cristianos (los denominados mozárabes), c onservaron sus posición económica y social e incluso un alto grado de poder político y territorial (como Tudmir, que dominó una extensa zona del sureste).

Cruz de la Victoria, Cámara Santa de la Catedral de Oviedo. La sublevación inicial de Don Pelayo fracasó, pero en un nuevo intento del año 722 con siguió imponerse a una expedición de castigo musulmana en un pequeño reducto montañoso, lo que la historiografía denominó «batalla de Covadonga». La determinación de las caracterís ticas de ese episodio sigue siendo un asunto no resuelto, puesto que más que una r eivindicación de legitimismo visigodo (si es que el propio Pelayo o los nobles que le acompañaban lo eran) se manifestó como una continuidad de la resistencia al pode r central de los cántabros locales (a pesar del nombre que terminó adoptando el rein o de Asturias, la zona no era de ninguno de los pueblos astures, sino la de los cántabros vadinienses.36 ) El «goticismo» de las crónicas posteriores asentó su interpreta ción como el inicio de la «Reconquista», la recuperación de todo el territorio peninsula r, al que los cristianos del norte entendían tener derecho por considerarse legítimo s continuadores de la monarquía visigoda.