Gramsci-bajo La Mole

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Bajo la mole Fragmentos de civilización

Antonio Gramsci

sequitur

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sequitur [sic: sékwitur ]: Tercera persona del presente indicativo del verbo latino sequor: procede, prosigue, resulta, sigue. Inferencia que se deduce de las premisas: secuencia conforme, movimiento acorde, dinámica en cauce.

Selección y traducción Francisco Ochoa de Michelena

Diseño cubierta: Bruno Spagnuolo www.bruspa.com

© Ediciones sequitur, Madrid 2009 w w w. s e q u i t u r. e s Todos los derechos reservados

ISBN-13: 978-84-95363-55-8 Depósito legal:

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Antonio Gramsci Bajo la mole (1916-1920)

Nacido en Ales, provincia de Cagliari, Cerdeña, el 22 de enero de 1891, de un padre funcionario municipal y una madre ama de casa, Antonio Gramsci completará sus estudios primarios y secundarios en la isla, para trasladarse, gracias a una beca de estudios, a Turín en 1911 e inscribirse en la Facultad de Filosofía y Letras. Gramsci vive, en condiciones precarias, sus años universitarios en una ciudad que ya no es tanto aquella cuna liberal del Risorgimento, como un polo de industrialización −dominado por las fábricas Fiat y Lancia− con alta concentración obrera y una activa organización sindical. En este contexto, el estudiante Gramsci fortalecerá su ideología socialista; estudiará los procesos productivos y la estructura organizativa de las fábricas y apostará por conseguir que los obreros adquieran "conciencia y orgullo de productores". En 1913 adhiere al Partido Socialista Italiano. En 1914 empieza a colaborar con el periódico Il grido del popolo [El grito del pueblo]. En 1915 completa sus estudios universitarios y, en diciembre, se integra en la redacción turinesa del Avanti! [¡Adelante!], el periódico del Partido Socialista Italiano, fundado en Roma en 1896, si bien en el año 1911 trasladó su redacción central a Milán. Han sido directores del Avanti!, entre otros, Pietro Nenni (19221948), Sandro Pertini (1949-1951), Bettino Craxi (1978-1981) o Benito Mussolini (1912-1914), que lo prohibiría en 1926. Durante cinco años, aunque más intensamente entre 1916 y 1918, Gramsci escribirá la columna "Sotto la Mole", dedicada a comentar, desde la inmediatez y a la sombra de la Mole Antonelliana que domina la ciudad, el discurrir de la vida turinesa. Pero más allá del prisma municipal, sus artículos reflejan el contexto de un país que, en 1915, pasó de la neutralidad a la beligerancia, de un país que se debate en la definición de un modelo económico, en la superación del modelo social y político de una burguesía dominante, más católicaestatalista que liberal-industrializadora, ante una revolución que se avecina, etc. Artículos, de los que aquí se propone una selección, que revelan una personalidad culta, curiosa, crítica e irónica, anticlerical, esperanzada pero realista, en transición desde el viejo socialismo al nuevo comunismo, etc., la personalidad de Antonio Gramsci, hombre de pensamiento, hombre de acción.

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Indice Año nuevo Exclusión Temas para una maestra municipal La buena prensa En defensa de un ladrón La reforma de la policía La conferencia y la verdad Deformaciones Perros rabiosos Los trompetistas Los buenos hábitos Brujería Mentalidad patriarcal El tendero de los borrachos Sofismos curialescos Jóvenes decrépitos Productos nacionales Leyes económicas Audacia y fe La Consolata y los católicos Conciencia tributaria Antigüedades 14 de julio El loco Llamamiento a los párvulos Acusados Veterinario de película El código de Pralungo Lucha de clases y guerra Derecho común La indiferencia La historia Virutas La escuela en la fábrica

9 10 11 12 13 14 16 17 18 20 22 23 24 26 27 29 31 32 34 35 37 38 40 41 42 44 45 47 48 50 51 53 55 56

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Dos peras 58 Unidad 58 Faracovi 60 Estados de ánimos 62 La idea territorial 63 El hombre que espera algo 64 El vientre 66 Migraña 67 Simplicitas 68 Breviario para laicos 70 Preocupaciones 71 Cadáveres e idiotas 73 Prometeo monopolizado 75 Entre yo y yo 76 Profanaciones 78 El acaparador 79 Los católicos son insaciables 81 El cangrejo y la marmota 83 Progreso en el callejero 84 Pequeñas cosas 86 La hora de los pueblos 87 La calumnia 88 Demagogia 90 Racionamiento epistolar 91 El mono jacobino 93 Garabatos 94 Se pregunta la censura 96 Historia de un hombre que se golpeó la nariz contra una farola 97 La última traición 98 Apocalipsis 101 Vulgaridad 102 Modernidad 103 Elogio al ladrón 105 Cocaína 106 El tabaco 109 Los días 110

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La libertad de divertirse Mercancía Pasividad Elegía por el rojo ¡Vida nueva! El desorden El morbo español El fútbol y la escoba El pasivo Las causas de la guerra Deslealtad A quien no se debe amar La censura El periódico-mercancía Un soviet local Los balances rojos El burdel bolchevique Los revienta-mítines La muerte de un ladrón

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AÑO NUEVO Cada mañana, cuando me despierto otra vez bajo el manto del cielo, siento que es para mi año nuevo. De ahí que odie esos año-nuevos de fecha fija que convierten la vida y el espíritu humano en un asunto comercial con sus consumos y su balance y previsión de gastos e ingresos de la vieja y nueva gestión. Estos balances hacen perder el sentido de continuidad de la vida y del espíritu. Se acaba creyendo que de verdad entre un año y otro hay una solución de continuidad y que empieza una nueva historia, y se hacen buenos propósitos y se lamentan los despropósitos, etc., etc. Es un mal propio de las fechas. Dicen que la cronología es la osamenta de la historia; puede ser. Pero también conviene reconocer que son cuatro o cinco las fechas fundamentales, que toda persona tiene bien presente en su cerebro, que han representado malas pasadas. También están los año-nuevos. El año nuevo de la historia romana, o el de la Edad Media, o el de la Edad Moderna. Y se han vuelto tan presentes que a veces nos sorprendemos a nosotros mismos pensando que la vida en Italia empezó en el año 752, y que 1192 y 1490 son como unas montañas que la humanidad superó de repente para encontrarse en un nuevo mundo, para entrar en una nueva vida. Así la fecha se convierte en una molestia, un parapeto que impide ver que la historia sigue desarrollándose siguiendo una misma línea fundamental, sin bruscas paradas, como cuando el cinematógrafo se rompe la película y se da un intervalo de luz cegadora. Por eso odio el año nuevo. Quiero que cada mañana sea para mi año nuevo. Cada día quiero echar cuentas conmigo mismo, y renovarme cada día. Ningún día previamente establecido para el descanso. Las paradas las escojo yo mismo, cuando me siente borracho de vida intensa y quiera sumergirme en la animalidad para regresar con más vigor. Ningún disfraz espiritual. Cada hora de mi vida quisiera que fuera nueva, aunque ligada a las pasadas. Ningún día de jolgorio en verso obligado, colectivo, a compartir con extraños que no me interesan. Porque han festejado los nombres de nuestros abuelos, etc., ¿deberíamos también nosotros querer festejar? Todo esto da náuseas. Espero el socialismo también por esta razón. Porque arrojará al estercolero todas estas fechas que ya no tienen ninguna resonancia en nues-

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tro espíritu y si el socialismo crea nuevas fechas, al menos serán las nuestras y no aquellas que debemos aceptar sin beneficio de inventario de nuestros necios antepasados. 1º de enero de 1916

EXCLUSIÓN El idiota con decoro, el famoso… "aria ai monti" [mote con el que se conocía al alcalde de Turín, Teofilo Rossi], que sigue llevando sobre su pecho, con sus ribetes grises y verdes, las condecoraciones germánicas y austriacas, tenía que hablar. En Turín hay un Museo del Risorgimento italiano; y una comisión municipal que lo controla. El alcalde nunca ha considerado que esta comisión tuviera que tener, como sí tienen las otras comisiones, un representante de la pequeña minoría socialista. La cosa no me importa en absoluto. De hecho, en lo que a museos se refiere, yo me siento más bien futurista. Pero mis amigos, que creen ser la historia maestra de la vida, quisieran tener representación en esa comisión, al menos para impedir algunas injusticias históricas y evitar que estas instituciones se conviertan en instrumentos de partido o parte. Pues bien, el idiota con decoro, que vende vermú y presume de saber historiografía, justifica la exclusión de una manera que irrita a mis amigos pero que a mi me gusta mucho. Dice el idiota con decoro: "Ustedes, los socialistas, niegan la monarquía; la monarquía hizo Italia; la historia de Itala se basa en la historia de la monarquía. Por tanto: los socialistas deben permanecer alejados del Museo del Risorgimento". ¡Cuánta razón! "Aria ai monti"… con o sin medallas austro-germánicas, tiene razón. Ningún discurso resulta más significativo que el que, en el pleno de ayer, donó a nuestra hilaridad. Para "aria ai monti", Garibaldi, Manzini, el pueblo entero, el de las cinco jornadas [de Milán, 1848], o las diez jornadas de Brescia [1849], leonesa de Italia, pasan a en segundo plano. La monarquía por encima de todo (ocho líneas censuradas). 7 de enero de 1916

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TEMAS PARA UNA MAESTRA MUNICIPAL No sabemos si, cuando se contrata a las profesoras de las escuelas municipales, entre los distintos órganos femeninos sometidos a examen, se ausculta también ese muy delicado destinado a la fecundación. Aún sin tener la competencia uterina del profesor Vejiga, todos sabemos que el órgano al que hemos hecho alusión suele a menudo hacer las veces de cerebro y sirve incluso para razonar. De ahí que resulte conveniente, antes de confiar a las maestras el cuidado de sus alumnos, asegurarse sin sombra de duda que su órgano principal reúne las debidas condiciones. Una de las maestras del colegio Vittorio Alfieri, sin duda, necesita, para su desgracia, de los cuidados del profesor Vejiga. Puede que haya estudiado en un colegio de curas o también que haya dedicado tres cuartas partes de su vida a buscar en vano un marido. Si es así, habría con qué explicar, al menos en parte, los motivos de su cretinismo. Pero para llegar al extremo al que llegó nuestra maestra, no cabe otra que concluir que tiene ese órgano estropeado. Juzguen ustedes. La maestra en cuestión planteó a sus alumnos el siguiente tema para que lo desarrollaran: "Los huelguistas se merecen la reprobación y el desprecio de las personas honestas". Considerando que los padres de los alumnos no pocas veces no habrán tenido otra salida que hacer huelga, se sigue que los alumnos deberán aprender a despreciar a sus propios padres y a amar con pasión a los patronos que consienten a los proletarios sobrevivir. Las enseñanzas de la señora maestra resultan más que edificantes. Y celebramos con tal entusiasmo sus métodos que nos permitimos contribuir a sus esfuerzos sugiriéndole algunos temas más que podrá desarrollar como estime oportuno: −Los verdaderos benefactores de la humanidad son los ricos, porque acaparando toda la riqueza evitan que los pobres se envicien. −Todos deben darse por satisfechos con las condiciones de vida que les tocaron en suerte; pero no es justo que una maestra, ni con el paso de los años, no logre encontrar marido. −Los empresarios que abastecen al ejército son ejemplos vivos de honestidad y desinterés.

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−El deber del buen ciudadano es consentir, sin jamás gritar, que le sometan a esas operaciones que suelen practicarse sobre las ocas. −La carestía de la vida y la carestía de los alquileres los mandó Dios sobre la tierra para favorecer a los seres humanos. −El ayuntamiento paga a la maestra para que eduque a los escolares; la maestra los embrutece; los responsables municipales lo celebran. 5 febrero 1916

LA BUENA PRENSA Me gusta entretenerme ante los escaparates de las librerías y deslizar la mirada por los volúmenes expuestos, intentando grabar en mi memoria la imagen de aquellos que quisiera tener. También me paro delante de las librerías llamadas religiosas, y cada vez que lo hago no salgo de mi asombro. Siempre ocurre lo mismo: veo volúmenes y más volúmenes, sobre cualquier tema, y sobre muchas de sus portadas aparece impresa la mención "vigésima", "trigésima", hasta "quincuagésima edición", y me pregunto: ¿cómo es que libros con semejantes tiradas resultan desconocidos o casi para el mundo de la cultura?, ¿cómo es que nadie habla de esos libros?, ¿cómo es que escapan al juicio de la crítica científica y literaria? No puedo creer que las tiradas anunciadas sean un bluff editorial, de ahí mi admiración hacia, y envidia por, esos curas que logran efectos tan contundentes con su propaganda cultural. Lo cierto es que prestamos poca atención a este lento trabajo de empantanamiento intelectual al que se dedican los curas. Se trata de algo impalpable, que se escurre como la anguila, blando, que no parece consistente y que, sin embargo, viene a ser como ese colchón que aguanta los cañonazos mejor que los muros fortificados de Lieja. Resulta increíble la cantidad de opúsculos, revistas, folletos, hojas parroquiales que circulan por doquier, que pretenden infiltrarse hasta en las familias más refractarias, y que abordan muchas más cuestiones además de la religión. Recuerdo, por ejemplo, que, hace dos o tres años, cuando hasta el Corriere della Sera atacaba a los productores de azúcar por la odiosa especulación que practicaban −y que ahora practican como nunca− tuve entre mis manos un folleto, no más de una cuar-

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tilla ilustrada, uno de esos misterios no sé si semanal o mensual, que una beguina se encarga de distribuir por los pueblos a cambio de una suscripción anual de diez céntimos. Pues bien, en ese misterio estaba, por una cara, la efigie de Jesucristo en la cruz padeciendo el último ultraje y, por la otra, la invitación impresa a rezar esa semana (o ese mes) por los pobres productores de azúcar tan injustamente perseguidos por los enemigos de la religión, es decir, los socialistas y la ineludible masonería. Sugerente analogía la de un Cristo en cruz y un [azucarero e industrial como Emilio] Maraini atacado por [el diputado radical, Edoardo] Giretti. Se trata de un ejemplo: es tan sólo un ejemplo. Y sin embargo, recuerdo que me dio qué pensar y me vuelve a la mente cada vez que me paro delante del escaparate de una librería religiosa y veo alineados todos esos volúmenes de apariencia humilde, de apariencia alejada de los fáciles atractivos de la elegancia exterior, de apariencia inofensiva. Y me pregunto cada vez: ¿con qué condenado pariente de Maraini habrán emparejado esta vez al buen Jesús, estos fariseos de la buena prensa? 16 de febrero de 1916

EN DEFENSA DE UN LADRÓN Ese empleado de la Banca Commerciale que consiguió apropiarse cuarenta mil liras, sin duda dio un buen golpe. El disfrute de su hazaña duró, sin embargo, menos que aquellas rosas. Por mucho que preparara su plan, lo han descubierto y arrestado. No le han dado tiempo siquiera para disfrutar de ese dinero que consiguió sin sudor, pero con gran riesgo. Ha tenido que renunciar al pisito lujosamente amueblado y a la novia con la que iba a casarse por los guardias y la cárcel. ¡Cuántos sueños deshechos! ¡Cuántas pequeñas esperanzas rotas! Es un deshonesto −claro, está− que se apropia cuarenta billetes de mil, que abusa de la confianza en él depositada: es un ladrón sin remisión. ¡Así es! Pero, si fuéramos abogados y nos asignara su defensa, solicitaríamos en el juicio su libre absolución por delito inexistente o, también, nos constituiríamos en parte demandante contra los administradores del

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banco que no solo deberían dar cuenta de la ruina a la que han abocado al joven Silvota, sino también responder del delito de incitación al delito. Silvota, que robó las cuarenta mil liras, llevaba tres años trabajando en la Banca Commerciale. Estuvo trabajando tres años con buen ánimo e inteligencia y el banco lo recompensaba con el espléndido sueldo de ¡noventa liras al mes! La honestidad es la primera obligación del ser humano. ¡Sin duda! Pero hay que ser un héroe para seguir siendo honesto cuando los bolsillos y las tripas están vacíos y cuando, teniendo el monedero ocioso, pasan ante los propios ojos fajos y fajos de billetes. Echen cuentas. ¿Existe en Turín pensión que de comida, cama, baño y colada por noventa liras? Y cuando la hayan encontrado, si ganan tan sólo noventa liras, ¿de dónde sacarán para comprar los vestidos decentes y decorosos que ha de endosar un empleado de la Banca Commerciale? ¿Y todos los otros gastos? ¡El hombre, en definitiva, no vive solo de pan! El empleado cometió el error de enamorarse y querer casarse, de querer tener casa propia para disfrutar de los gozos agridulces de la familia. ¡Ay! ¡El decoro, el decoro!... cuando se gana un sueldo de noventa liras, o se hace eterno voto de castidad o se busca fémina a la que chulear. Nadie se casa si no es con una mujer con una renta anual de cincuenta mil liras. ¡Delicioso mundo burgués! 17 de febrero de 1916

LA REFORMA DE LA POLICÍA Cosa de sabios, rectificar… cierta y humana cosa…, pero estos malditos sabios deberían procurar cambiar de opinión eludiendo justificaciones que sólo atiendan a sus intereses particulares, para evitar así que algún malicioso insinúe que su sabiduría se limita a saber darle vuelta a la tortilla. Hubo hace un tiempo -antes de la guerra, claro- una encendida polémica a propósito de los métodos de la policía, y alguno, incluso, se

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atrevió a proponer remedios y reformas. Hasta en el campo liberal se acabó comprendiendo que gran parte de la aspereza que asumían en ocasiones las manifestaciones proletarias se debía a la brutalidad de los agentes del orden que, provenientes de los más sucios bajos fondos de la sociedad, mal pagados, despreciados, acabaron convirtiéndose en sacra institución con autoridad incluso para decretar la muerte de un individuo y ejecutar la sentencia en el acto, sin que la opinión pública burguesa se conmoviera siquiera superficialmente. Recuerdo que hasta un diario de Milán estuvo entre los que exigieron que se tomaran medidas, y aconsejó a los policías limitarse a los delitos comunes y mantenerse alejados de las cuestiones políticas. Pero el Corriere della Sera protestó entonces con fiereza, aduciendo que las cosas habían ido siempre del mejor modo posible y que quien debía cambiar eran, ante todo, los socialistas; esos, los socialistas, deben enmendarse, ser menos maleducados, etc., etc. Pero ya no piensa así el Corriere della Serra del otro día. Ahí se pueden leer palabras como las que siguen: "Donde se sospeche que se producen actividades criminales es donde la policía, con más determinación, mayor asiduidad y, sobre todo, con más dedicación, debería desempeñar su función de seguridad pública. Porque si la seguridad pública supusiera tan solo asegurarse de que quedan esposados aquellos malhechores que tienen a bien ofrecer sus muñecas, entonces la seguridad pública sería la más insignificante de las utopías…". Palabras sabias. Pero quizá la policía no tenga toda la culpa. ¿Quién enseñó a los policías a ser un peligro para la seguridad pública? ¿Acaso los ladrones, los falsificadores o los subversivos? Estos instrumentos de la justicia, ¿deben echarse a la bartola? ¿Acaso no los vemos siempre, ya sea escondidos u orgullosos, merodear por nuestras reuniones, por nuestro bello edificio de la calle Siccardi [sede de la Cámara del trabajo y de la Asociación de los trabajadores], acurrucarse durante horas escuchando discursos, dando de sí mismos un espectáculo ciertamente ni edificante ni educativo? ¿Y cómo pretenden que estos desgraciados, si han de vigilar a los socialistas, puedan también estar al acecho de falsificadores o vigilando las guaridas donde, desde hace años, se reúnen los malhechores para preparar innumerables robos, y donde se acumulan quintales de carbón robado sin que nadie lo advierta y evite? Conviene, en definitiva, que determinada prensa, la que

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representa la opinión de la clase dirigente, aclare sus ideas. ¿Son más peligrosos los subversivos o los ladronzuelos? ¿Cuál de ellos es el mal menor? Hasta ayer el Corriere della Sera prefería los ladronzuelos (una frase censurada) [ahora] parece que opta por los subversivos. Cosa de sabios, rectificar… 18 de febrero de 1916

LA CONFERENCIA Y LA VERDAD La guerra ha hecho nacer un nuevo género literario: la conferencia patriótica. Así denominan los periódicos todos esos discursos que toman algún hecho cultural o histórico, lo envuelven sobradamente de oportunas palabras y se lo dan recién hecho, calentito, al público para que éste se convenza de alguna tesis y extraiga viático espiritual para este tremendo período que nos toca vivir. Estábamos convencidos de que los hechos seguían siendo hechos, aún en tiempos de guerra, y que la cultura y la historia son cosas demasiado respetables para que puedan ser deformadas y queden sometidas a las contingentes necesidades del momento. La verdad siempre debe respetarse, sean cuales sean las consecuencias que se extraigan de la misma; y las convicciones, si son viva fe, deben encontrar en sí mismas, en su propia lógica, la justificación de los actos que se considera hay que acometer. Con la mentira, con las falsedades facilotas no se construyen más que castillos de arena, que otras mentiras y otras falsificaciones pueden derruir. Aquí, en Turín, hemos oído en estos últimos meses no pocas conferencias, y de alguna hemos dado sobrada cuenta, sin atender a la piedad ni al remordimiento. Pero nos hemos quedado, en lo hondo de nuestra alma, con una especie de náusea y de desazón. Porque esta guerra parece haber incitado a la democracia facilota y charlatana a volver a poner en circulación, e intoxicar los espíritus con, todos esos lugares comunes que con tanto esfuerzo habían logrado deshacer y erradicar los socialistas. Por muchos de estos motivos, la democracia es nuestra peor enemiga; y con ella debemos estar siempre dispuestos a luchar con los puños, porque enturbia la clara separación entre clases y pre-

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tende convertirse en los muelles de la carroza que aligeran el peso de los pasajeros y evitan los sobresaltos que puedan hacerla volcar. Y no es que las conquistas democráticas no sean deseables, pero deben serlo sólo como medio y posibilidad para lograr un desarrollo más rápido, no como fin último de la historia. Deben, en suma, ser instrumentos de la lucha de clases y no motivo de baboseo y achuchón generalizados. Debemos tener presente que la propedéutica de la guerra se construye sobre una clave y unos motivos democráticos, y que la democracia abusa demasiado de esta su posición para soltar ante las candilejas de los escenarios hombres que mejor estarían en la sombra de las plateas, porque no siendo nadie nada pueden decir, ninguna voluntad hacedora de historia pueden crear. En Turín hemos asistido a un verdadero diluvio de personalidades y personajillos democráticos. Han logrado decir todas las bobadas, todos los lugares comunes. Y harían bien los proletarios en frecuentar con más asiduidad esas reuniones conferenciantes. Podrían sacar ahí las mismas enseñanzas que sacaban los espartanos cuando veían a los ilotas borrachos, y, de paso, se reirían un buen rato... 19 de febrero de 1916

DEFORMACIONES Bajo el sol que hace renacer todas las cosas mortificadas por el invierno, observo, como inmerso en un letargo, el alegre enjambre de niñas que en la colina se desahogan en juegos sin sentido, en griteríos, en carreras locas, todas felices en esta tarde dorada, lejos de las estufas y de las aulas del pueblo donde florecen los naranjos, pero también el hongo y el moho. Observo sin pensar, por el placer de mirar la escena, los colores, la ciudad que amo ver intensa y activa en los otros, especialmente cuando menos creo poder vivirla así yo mismo. Pero habrá llegado la hora establecida, porque dos señoras llaman y hacen ponerse en fila a las niñas, ordenadamente… y un himno marcial se levanta de ese coro de vocecitas y, con paso ritmado, el enjambre se aleja. Bajo el sol que relaja la rigidez de mis nervios, sigo el vocerío que se aleja, oigo cambiar los motivos de la canción pero no el ritmo de sus versos marciales, y sonrío mientras pienso en los ejércitos de

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aguerridas amazonas que la escuela quiere regalar a la nación. No entiendo porqué niñitas de ocho o nueve años deben verse obligadas a ceñir sus gestos al caminar de las ocas de Estrasburgo, y sus usos mentales al repetir y repetir banalidades que los poetas de turno creen deber propinar también a los chiquillos de las escuelas primarias. Me gusta ver jugar a los niños, porque los sé libres en sus comportamientos; sin reglas de juego, sin normas de honor; su fantasía crea mundos ficticios, que no tienen ni lógica ni códigos, y por donde ellos se mueven. Pero, como en los cuentos de Oscar Wilde, siempre hay alguien que estorba, que impide que sus vidas se expandan. La maestra ordena la fila que ya entona los primeros versos y se cuida de que nadie yerre el paso o la nota. La maestra representa la sociedad media con sus prejuicios y su aridez, con las vanidades y las debilidades de tanta gente que quiere involucrar también a los niños en cualquier manifestación política o religiosa y les obliga a levantarse a las cinco de la mañana para que puedan ir a la estación a homenajear al [primer ministro Antonio] Salandra, o al cementerio a honorar a un ilustre difunto… y en lo mejor de sus juegos, cuando la brisa suave, templada, del campo invita a estas pequeñas víctimas de las ciudades a perseguirse por entre los setos o a unirse en pequeños grupos para intercambiarse ocurrencias e ideas disparatadas, la maestra ordena la fila; la piernas deben levantarse rectas y acompasadas siguiendo el ritmo de unas palabras convencionalmente marciales y patrióticas para volver así a la grisalla de la vida, al enorme caserón, a la calle peligrosa, a la árida escuela, hecha de mecanicismos, como los del paso de desfile y las cancioncillas que se repiten no por lo que significan sino por cómo suenan… 21 de febrero de 1916

PERROS RABIOSOS "Perros rabiosos": es el gracioso mote que nos pone uno de tantos folletos semiclandestinos que pululan a la sombra de la Mole; ese folleto que, dentro de la actividad humorística del Piamonte, se dedica a las cuestiones de política exterior y que cada semana, para aumentar la

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cultura de sus lectores, vuelve a repartir el mundo, atribuyendo siempre, claro está, a Italia la porción más grande y sabrosa de la tarta. El apodo nos gusta y lo hacemos nuestro. Creemos que también los perros rabiosos tienen en la vida social una función, una función importantísima, y nosotros, como venimos haciendo, la seguiremos desarrollando lo mejor que podamos. En Turín, como saben todos, la vida pública se desenvuelve del modo más arcaico y gracioso. Cualquier matón puede pasar por un gran hombre, cualquier hedor de vertedero se convierte en un hecho político de primer orden. No existe contención, no existe la crítica. Existe el bombo, la adulación más llana y empalagosa. No en vano, Turín es famosa por sus peladillas: todo rebosa azúcar, y fragancia de agua de rosas. Nosotros, los perros rabiosos, estamos dentro de este corral de pavos hinchados y altaneros, y como los humanos apenas nos respetan y no nos dejamos deslumbrar por el brillo de las plumas, ahuyentamos a no poca gente y nos ganamos un montón de improperios y maldiciones. ¡Vaya! ¡Cuánto cacareo por unas personas que, al parecer, no importan y que sólo hablan para los proletarios! Evidentemente, entienden que nuestras dentelladas no son casuales y que nuestra rabia tiene un propósito claro. ¡Cuán bella era esa vida de Arcadia del Turín de otras épocas! [El Alcalde, desde 1909] Teofilo Rossi se empeñaba con modestia e indiferencia en acumular condecoraciones, en manosear las palabras de Dante en sus discursos, en educar froebelianamente a sus vástagos, acostumbrándoles a seguir la horma paterna, decorando sus árboles de Navidad con pequeños discos metálicos que reproducen el colgante de la Annunziata o el de la orden del Águila Negra. ¿Cómo no iba a ser buen administrador de una gran ciudad alguien que supo acumular millones siendo vinatero y que con tanto escrúpulo y diligencia llevó las cuentas de la Exposición Universal de 1911? [El primer ministro, Giovanni] Giolitti nos honraba con sus visitas en las que era obsequiado y elogiado. También estaban los socialistas, que de vez en cuando obligaban al ayuntamiento a hacer algún gasto extraordinario (media línea censurada) pero, ya se sabe, alguna molestia tiene que haber, y sin algún que otro contratiempo, ¿cómo se logra apreciar adecuadamente la tranquilidad? También en aquellos tiempos, el profesor Vittorio Cian, con su entrometida personalidad, parecía querer traer una nueva

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dimensión a la vida ciudadana: el imperialismo municipal, pretendiendo anexionar Cavoretto al término municipal. Las asambleas comunales, con los discursos de Borini y de Mussi o la elefantina agilidad polémica de Zaccone y de Saverio, el de la florida barba, se arrastraban entre la beata indiferencia hacia todo y todos. Era sin duda un idilio, un cortejo de amor, esa vida turinesa… pero algún que otro noble sueño quedó roto cuando apareció esta página del Avanti!, con su grosera petulancia de golfa traviesa. Su zumbar de abeja ha turbado muchos sueñecillos, ha metido en el cuerpo de muchos una irritación sorda y nerviosa. "¿Quién será el abochornado de hoy?", se preguntan los lectores al abrir cada mañana nuestro periódico. Porque en Turín abundan ejemplares de esa subespecie zoológica llamada de los "idiotas con decoro". Y nosotros hemos demostrado que de decoro andaban muy, pero que muy, cortos, por lo que cabe calificarlos tan sólo con el primer, y poco honorable, atributo. Lo hemos demostrado; no nos hemos dedicado a la charlatanería sino que hemos aportado pruebas que avalan nuestras afirmaciones, los hemos descubierto in fraganti, en las conferencias o en su quehacer administrativo o periodístico, y de ahí que la picadura resulte más dolorosa: porque no hay lugar para desmentidos. Perros rabiosos: ¡muy bien! Son los perros rabiosos los que, recorriendo las calles de la ciudad bajo el flagelo de la canícula, obligan a las señoritas de las aceras a correr, a levantar sus falditas y a mostrar sus repugnantes calzones. 22 de febrero de 1916

LOS TROMPETISTAS Hoy me siento más hidrófobo y más perro rabioso que nunca. Pero creo tener motivos para ello. Desde hace tres días, cada mañana, entre las cuatro y las cinco, justamente en la hora en la que en los cuarteles se despierta a los soldados, delante de mi ventana, en el edificio de enfrente empiezan las clases de trompeta. Créanme, no es la cosa más alegre de este mundo. Justo en la hora más propicia al sueño reparador, cuando el nerviosismo de la jornada laboral se calma por el cansancio,

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de pronto parece que llegó el día del juicio universal y trompetas de todo tipo se ponen a chirriar con tan desconcertante insistencia que parece que todas las esquinas de la habitación resuenen sus ecos y que todas las paredes se conviertan en cajas de resonancia. No estoy juzgando, tan sólo constato. El edificio de enfrente es grande, ocupa una cuadra que va de calle Santa Croce a calle del Hospital, es una casona con innumerables rincones. Por qué la academia de trompeta debe estar justo enfrente de la enorme colmena en la que pacíficos ciudadanos creen tener el derecho −un derecho pagado con creces− a descansar, es algo que no logro entender. No se trata de una cuestión personal: claro que estando en juego mi hidrofobia, me duele aún más el daño que se hace a mis coinquilinos, pero creo que mi interés personal coincide muy bien con el de todos los demás, y que la protesta está justificada. Las molestias cotidianas por sí solas ya dan a los habitantes de la ciudad ese tono nervioso que los distingue de los pacíficos y envidiables campesinos. ¿Pero es que no se pueden evitar estas molestias añadidas, estas academias de trompeta? Entiendo que para la autoridad tutora el ciudadano no es más que un contribuyente que sólo tiene el sacrosanto deber de pagar sus impuestos sin rechistar, de aceptar sin quejarse todos los gravámenes que hasta el último monopolizador de las industrias municipales cree tener derecho a imponer, de no alterar la tranquilidad pública, etc., y que para todo lo demás cada ciudadano ha de vérselas por sí solo. Pero como creo que si, por un casual, mañana, yo mismo alquilara un apartamento en la finca donde viven el señor alcalde, o el señor gobernador, o el jefe de policía, y se me ocurriera abrir una academia de trompeta que funcionara con horarios tempraneros, me tocaría oír quejas y protestas que me dejarían peor que todas las ocas de Bremen sometidas al engrose de sus hígados y me echarían sin mayores contemplaciones; también creo que compete a una ciudad, que aboga por la higiene y multa a quien escupe en el tranvía, hacer lo necesario para que también en la casona que se extiende entre la calle Santa Croce y la del Hospital, la academia de trompeta sea trasladada a unos apartamentos más alejados, toda vez que la salud de los ciudadanos no radica solo en los pulmones o en la sangre, sino también en los tímpanos y en el sistema nervioso. 24 de febrero de 1916

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LOS BUENOS HÁBITOS La vida de los hombres de bien es un entramado de buenos hábitos. Levantarse por la mañana, trabajar el tiempo que toque, divertirse, comer, digerir, dar el paseo previamente decidido: todo esto ayuda a dar egregiamente a la patria ciudadanos poco revoltosos, ordenados, disciplinados que, con tal de no perderse su café o su partida de cartas, son capaces de perdonar a la mujer que los traiciona, o a la sirvienta que, aunque les robe, prepara tan bien ese manjar dominical… y así, los hábitos, que deberían tan solo servir para mecanizar determinadas necesidades y mantenerlas fuera de nuestra vida activa, se convierten en tiranos, en unos horribles tiranos. Consideren lo que ocurre con la sociedad productora de gas. El Momento, este desinteresado defensor de todos los usureros, que publica una insignificante protesta contra los productores de azúcar tan sólo para poder publicar, por deber de imparcialidad, tres columnas asquerosamente jesuíticas en defensa de los azucareros, acaba de publicar una entrevista con alguien que conoce los secretos de la sociedad productora de gas y que, tras repetir argumentos que nosotros hemos refutado con reiteración, niega que la sociedad reparta dividendos u obtenga beneficios. La sociedad solo da el interés fijo de diez liras establecido por los estatutos hace sesenta años. Se entiende que una costumbre de sesenta años no puede quedar cancelada de un día para otro. Impongan a un anciano de setenta y cinco años que empezó a fumar a los quince que deje de fumar porque alguien en su familia no aguanta el olor del tabaco: se deshará en lágrimas, se tornará melancólico y no tardará en apagarse. Sesenta años, sesenta años pagando un interés del 10 por ciento (en modo alguno se trata de un dividendo ya que éste debería ser del 8 por ciento según dictan los decretos). ¿Cómo renunciar a ello? ¡No se equivocan estos accionistas de bien! No es necesario recordarles que por el estado de guerra todos hemos renunciado a muchas buenas costumbres; millones de soldados hasta se han visto en la obligación de acabar con la buena costumbre de vivir. Pero no será con el sentimiento como se ablande el corazón de un accionista endurecido por el vicio. El entrevistado dice que, de momento, solo siete u ocho consumidores se han negado a pagar y que han pagado ¡hasta los concejales socialistas! ¡No hay, por tanto, moti-

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vo para desesperarse! Si los consumidores quieren que la buena costumbre del 10 por ciento siga vigente para los accionistas, que insistan en la buena costumbre del dejar hacer, dejar pasar. Pero si quieren que el ayuntamiento haga algo, hagan lo que les aconsejamos: ¡no paguen! Contra la impasibilidad de quien se ríe del malestar general, sólo la violencia puede algo. 27 de febrero de 1916

BRUJERÍA Paola Omegna, la hechicera de la calle Verolengo, logró hacerse con una asidua clientela, especialmente entre los familiares de los soldados que están en el frente. No sorprende. La guerra pone violentamente al hombre ante la muerte, le obliga a pensar en ella todo el tiempo, a reflexionar sobre el llamado misterio de la vida, y los estados de ánimo resultantes son aprovechados de inmediato por la religión y la brujería. Mucho se ha hablado del renacer religioso suscitado por la guerra, pero más exacto habría sido decir que la guerra, con las reacciones psicológicas que provoca, ha potenciado la brujería. También el sacerdote que levanta la hostia consagrada ante el vulgo es un brujo, al igual que la hechicera que quema inciensos bajo la mirada del búho disecado. Ambos interrogan el misterio, ambos interpretan un mundo sobrenatural que el alma inculta y grosera del creyente vulgar (que no entiende el juego de las fuerzas humanas racionales que rigen el destino del mundo y la historia de los hombres) cree lo domina, aplastándolo con ineludible fatalidad. La indiferencia religiosa en los tiempos normales, la ausencia de la práctica del culto, no es independencia, no es liberación de los ídolos. La religión es una necesidad del espíritu. Los hombres se sienten a menudo tan desorientados en la amplitud del mundo, se sienten tan a menudo trajinados por fuerzas que no conocen; el entramado de energías históricas, tan complejo y sutil, resulta tan ajeno al sentido común que en los momentos definitivos solo quien haya cambiado la religión por otra fuerza moral logrará salvarse de la destrucción. El hombre grueso no ha renunciado (por eso lo llamo grueso) a la religión.

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Su vida se limita a los quehaceres cotidianos. Su cuerpo, sus extremidades, enteras, envainadas en la corteza vigorosa, le dan la certeza de la salud; si el microbio lo ataca, contraataca desorientando el orden natural, acude al curandero charlatán: la charlatanería contrarresta el misterio de las leyes filosóficas. Si el destino lo atrapa y lo arrastra en su furia destructiva contra energías que desconoce y que sólo puede vencer quebrándolas, entonces se turba; no entiende que voluntades humanas puedan crear tan enormes catástrofes, y entonces recurre al brujo, al sacerdote: las palabras mágicas, el latín de breviario, el incienso, el humo de las hierbas aromáticas contrarrestan ese enorme misterio que siente gravitar en torno a él, implacable. No hablemos por tanto de renacer del misticismo, ni de reconquista religiosa. La masa amorfa que ondea perennemente fuera de toda organización espiritual es presa fácil para cualquiera: para los brujos según sea el misterio, para los socialistas cuando los efectos demuestran orgánicamente la infecundidad de la guerra. Es el material humano necesario para crear Historia; es un material, no es conciencia; un material que nada crea por sí mismo si la chispa de la inteligencia no lo aviva y enciende. Y los brujos, ya se llamen Paola Omegna o sean obispos o cardenales, no son inteligencia, ni conciencia: son sacerdotes que se ríen juntos detrás de los altares. 4 de marzo de 1916

MENTALIDAD PATRIARCAL Según la Rivista politica finanziaria (órgano avalado y difundido por el contador Atilio Finocchiaro de Roma), la mentalidad de los jueces del tribunal de Turín que han inhabilitado al commendatore Leumann, sería una mentalidad patriarcal. La mencionada revista desarrolla su demostración con un razonamiento que no tiene desperdicio. El 90 por ciento de los señores ricos frecuentan timbas y salas de juego nacionales y extranjeras, y pueden llegar a dilapidar patrimonios enteros: el commendatore Leumann sólo es culpable de pertenecer a ese 90 por cien. Los jueces que no están a la altura de los tiempos, y no entienden que la timba es una institución; no son sino unos patriarcas más pro-

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pios de los tiempos de Noe y Matusalén. Estos jueces, por ejemplo, no han reparado en el arma formidable que han entregado a las esposas. Al igual que la señora Mazzonis-Leumann, el 90 por ciento de las ricas señoras podrían inhabilitar a sus maridos, y se produciría entonces una desastrosa inversión del derecho de familia, de los derechos del hombre y del marido y una vuelta al patriarcado de las familias ricas, como en la época del patriarcado judicial. No lo olviden: el commendatore Leumann "es consejero provincial de Turín, persona muy estimada con cargos muy relevantes en el ámbito económico y filantrópico y con una notoria reputación en el ámbito industrial". No cabe duda, los jueces han sido muy podo cuidadosos al atacar a semejante hombre. ¿Qué merecerá siguiendo objeto de respeto si ya no se tienen en cuenta los méritos políticos, ni los económicos, los filantrópicos o industriales? ¿O es que el dinero sirve para que se deje pudrir? ¿Acaso no es filantropía dejarse desplumar por "personas que saben sacar provecho de las debilidades de sus clientes", como dice la sentencia? La vida moderna, que tan fielmente representan las pochades parisinas y las operetas vienesas, abunda en personalidades señaladas como Leumann. La jornada de trabajo: dedicada a administrar las cosas públicas, a participar en ferias de beneficencia, a sacar de las plantillas de obreros el mayor beneficio posible, a cristalizar −terminología marxiana− el sudor del proletario. Las tardes y noches: dedicadas al tapete verde, a las mujercitas agradables, a las compañías ruidosas, entre las que no faltan, es cierto, los embrollones y los aprovechados… pero, ¡y lo divertido que resulta! Así es la vida moderna, ¡Por Dios! ¿Qué tendrán que ver las esposas, las familias, etc. todas estas arcaicas instituciones ya superadas por el 90 por cien de los señores ricos? Pero para desgracia del contable Finocchiaro, existen jueces con teorías sobre la vida algo distintas de las de las pochades parisinas y las operetas vienesas, y mientras esta mentalidad patriarcal no quede superada, para mayor difusión de la Rivista politica financiaría, los personajes de opereta como el commendatore Leumann no podrán nunca prodigar tranquila y libremente sus millones. Bien es cierto que en Italia sigue habiendo suficiente libertad para que el que queda inhabilitado para gestionar su patrimonio privado siga administrando bienes públicos, pero en lo que a la libertad se refiere nunca se es suficientemente pró-

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digo. Cuando además se es gran filántropo, nada importa que los dineros distribuidos o prodigados sean fruto del trabajo arduo, del trabajo que embrutece, de una masa de hombres a los que −por lo general− se les niega todo derecho a mejorar y a poder acudir a tabernas y timbas a corromper las buenas cualidades de la raza. ¿No es así, egregio commendatore Leumann y señor contable Attilio Finocchiaro? 23 de marzo de 1916

EL TENDERO DE LOS BORRACHOS "Somos y demostramos ser ante todo seres humanos (sic) y pensamos que todos estos tenderos tan −injustamente− mal vistos son comerciantes que pagan un montón de impuestos y dan trabajo a los obreros". Así escribe el señor Martinotti, presidente de la Unión general de comerciantes, y me recuerda un señor que, en el colmo de la desesperación porque una carroza había arrollado su perro, decía en una farmacia: "los perros pagan impuestos y deberían ser respetados y protegidos igual que los ciudadanos". No pretendo insultar a la benemérita categoría de los comerciantes y menos aún a la subcategoría de los vendedores de licores y vinos que con escrupuloso celo se esfuerzan por alegrar a la humanidad, pero sus lamentos resultan un tanto exagerados. Están de acuerdo en que es necesario luchar contra el alcoholismo, pero como esta lucha no puede hacerse sin que en la suerte se produzca o imponga una disminución del consumo de sustancias alcohólicas, ocurre que los beneméritos ciudadanos que pagan sus impuestos y dan trabajo no logran, como Bertoldo, encontrar el árbol del que ser colgados. De ahí que la ley contra el alcoholismo esté mal planteada en sus premisas, en sus disposiciones y en sus efectos. También creemos nosotros que esta ley, como todas las leyes de este tipo, no es un dechado de perfección y que sus disposiciones no harán desaparecer el alcoholismo. Mientras existan el vino y los hombres, habrá borrachos y alcohólicos, y mientras perduren determinadas condiciones sociales el número de los mismos será considerable. Bien es cierto que la ley puede evitar excesos, destruir parte del mal, de ahí la necesidad de respetarla. Toda ley hecha en beneficio de la utilidad

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colectiva perjudica a alguien: es inevitable. El código penal perjudica notablemente a los ladrones y a los asesinos, pero, seguro, el señor Martinotti no querría ser presidente de una asociación de delincuentes, aunque también ellos paguen sus impuestos y den trabajo (a los policías, por ejemplo). En Turín existen 3.000 vendedores para borrachos, es decir, uno por cada 150 habitantes. La ley quiere dejarlos en 800, y no serían pocos. Para acelerar esta reducción se prevé negar nuevas licencias y prohibir los traspasos y cesiones. Esto último irrita especialmente al señor Martinotti: recuerda el artículo 29 de la Constitución, el que sanciona la inviolabilidad de la propiedad privada. Si un propietario ya no puede ceder o dejar en herencia su propiedad ya no es propietario, y, por tanto, la ley es inconstitucional. Pero entonces, ¿cómo se hará la reducción? Sigue siendo el problema del árbol de Bertoldo: solo que el principio de la propiedad privada ya ha sido sometido a tantas agresiones, que no parece que esta última deba suscitar tanta indignación. Como mucho se trataría de una demostración más de que este bendito principio siempre se opone al bienestar de la colectividad y de la civilización. De haberse respetado el principio, las calles seguirían siendo estrechas y sucias, las casas antihigiénicas, como hace quinientos años; no habría ferrocarriles, ni monopolios sobre el tabaco, el sal, los seguros, etc., etc. El Estado tiene el derecho de limitar, si lo considera oportuno, el principio de la propiedad para vinateros y licoristas. Y que éstos se quejen y protesten es humano y natural. El tendero de los borrachos apoya la lucha contra el alcoholismo hecha con conferencias y libros y demás cosas inútiles pero se opone decididamente a todas las leyes que, para reducir el alcoholismo, reduzcan sus beneficios y perjudiquen a su categoría. 28 de marzo de 1916

SOFISMOS CURIALESCOS Un amigo, que también es abogado, me escribe una larga epístola para expresarme su desacuerdo respecto de nuestras revelaciones acerca de los beneficios de la Fiat −del cien por cien− y de los honorarios verdaderamente colosales de sus administradores y directores. No digo

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que el amigo pretenda hacer de abogado defensor de los bandidos de la economía nacional. De ser así no tendría motivo alguno en discutir con él sobre un asunto que palpita de actualidad. Dice mi amigo: "Si pretendiste difundir una constatación y dar una noticia de información industrial, nada tengo que decir; pero si, más allá de señalar la inmoralidad de la organización capitalista que permite amasar y concentrar fabulosas riquezas, has pretendido censurar los enormes beneficios que pueden obtener los seres humanos, y en concreto los hombres de la Fiat, como si esos beneficios reflejaran la inmoralidad del sistema burgués, me permito disentir. A través de dificultades terribles, de episodios escabrosos y dolorosos −con visión precisa y voluntad inflexible− el hombre de la Fiat [Giovanni Agnelli] ha creado con muy pocos medios una organización industrial, algo que parecía imposible en nuestro País". Sigo citando: "De modo que, ¿por qué te aterra este episodio de concentración capitalista, que posibilita la creación de una gran industria?". La carta del amigo desarrolla ampliamente un sofisma vetusto que se sabe donde empieza pero del que nunca se sabrá cómo puede acabar. Parece una premisa revolucionaria, marxiana, y las inferencias que pueden seguir van desde la celebración incondicional de la Fiat, a la exaltación del hombre que "de la nada" creó una empresa colosal, de un hombre que puede adentrarse por esas regiones fantásticas donde el sueño nietzscheano forja al superhombre. La concentración capitalista, la gran industria… ¡Perfecto, bien dicho!, amigo abogado. El proletariado debe facilitarlas para desarrollar el contraste entre clases. Pero, ¿cómo ha de facilitarlas? David Ricardo decía que "si el salario sube, el beneficio baja; y, viceversa, si el beneficio sube, el salario baja". Es decir, el desarrollo del capitalismo se basa en la explotación del proletariado. Ahora bien, el amigo abogado no advierte cómo, por ejemplo, el ser promotor de la concentración capitalista sin "negarla", sin oponerse a sus maleficios, puede conducir a acepar la guerra y a aprobar la invasión alemana de Bélgica, que algunos sofistas de un marxismo de vía estrecha quisieran atribuir a un modo ineludible de concentración económica: de este modo se invierten las razones de la lucha de clases, lucha que no deja de ser uno de los modos más eficientes del desarrollo capitalista.

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En definitiva, el amigo abogado −que no entiende que el beneficio del cien por cien ocurre en tiempo de guerra y gracias a la guerra− se queda en lo dicho por Ricardo… en su fatalismo. Nosotros, por el contrario, estamos con Marx y queremos favorecer el desarrollo del capitalismo, la concentración económica, la gran industria, al ahondamiento de la antítesis entre clases, luchando contra los capitalistas, denunciando sus errores, las formas innobles de explotación, la acumulación individual de riqueza −por tanto, también el cien por cien de la Fiat− y, también, denunciando los sofismas del amigo abogado. Al que, en lugar de mandar largas epístolas, le aconsejaría leer el Antidühring de Engels, un texto que los proletarios quizá no lean, pero cuyos preceptos sí saben poner en práctica. 3 de abril de 1916

JÓVENES DECRÉPITOS El Foglio dei giovani, órgano de la Federación regional de la juventud católica italiana, publica la convocatoria de un concurso de ensayo que plantea las siguientes preguntas: 1. ¿Cómo atraer a los jóvenes hacia los círculos católicos y cómo interesarles y comprometerles para que nuestras organizaciones sean más activas y eficaces? 2. ¿Cómo preparar y orientar a los jóvenes de los círculos católicos hacia las organizaciones profesionales? 3. ¿Cómo difundir la prensa católica entre los jóvenes y a través de ellos?

El hecho mismo de plantear mediante concurso semejantes preguntas refleja la íntima debilidad de las organizaciones católicas y lo artificiales que son. ¿Se imagina un productor de vino que pregunte por concurso sobre la mejor manera de vender su mercancía? Bastará, claro está, que el vino sea bueno para que todos los buenos entendedores se apresuren a comprarlo. En las asociaciones políticas o de partido rigen las mismas leyes económicas de la oferta y la demanda. Para atraer (curiosa expresión, en verdad) a los jóvenes, bastaría con que los círculos católicos representaran una necesidad del espíritu, la necesidad

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de juntarse entre compañeros de ideales y lucha, y la conciencia del deber de difundir y propagar la fe vivida como única verdad digna de ser afirmada a cualquier precio. El espíritu de apostolado que ardía en los primeros cristianos daba por supuesto que todo cristiano sentía el deber de afirmarse como tal y de conquistar para Dios a los infieles. Juventud decrépita, la católica, que habiendo perdido todo calor interno se limita a buscar acomodos prácticos, lisonjas de correccional, y a saturarse de inscritos; poco importa que la mayoría sea un peso muerto, un estorbo, anodino, que se apunta a los círculos como podría apuntarse a una sociedad deportiva o a un club de jugadores de naipes. Basta con que, si conviene, se puedan desgranar centenares de nombres como granos de un rosario para protestar contra la estatua de una mujer desnuda o contra la exposición de periódicos pornográficos. Lo que constituye la energía, el potencial de lucha y desarrollo queda descartado en estos círculos ancien régime, en los que está prohibida la libre discusión, en los que un representante de la curia vigila para que no se hagan afirmaciones heterodoxas o contrarias a los buenos principios. La juventud que siente, que se agita buscando su propio camino necesita, por el contrario, de una libertad sin límites, de la posibilidad de atreverse para ir adecuándose poco a poco a la dura experiencia cotidiana. ¿Cómo difundir la prensa católica entre los jóvenes? Otra vez, el mismo malentendido. ¿Cómo es que la prensa católica, buena por definición, es ahora tan sosa y aburrida, tan ajena a cualquier soplo de pasión, a cualquier arrebato agresivo de fe? ¡Ay, jovenzuelos decrépitos del catolicismo!, no bastan los concursos y premios para infundir vida a un cadáver: el tiempo de los milagros ya pasó, y Lázaro en su tumba duerme el sueño de los justos y nunca más se abrirán sus ojos para ver la luz del sol. Otros círculos, mientras tanto, han ido naciendo, y no por concurso; otra fe ha llenado el alma de los jóvenes, y no es la de vuestro anciano Dios. Quien más hilo tenga más tela tejerá: pero la de ustedes es una tela de Penélope que espera inútilmente a que regrese su Ulises. 4 de abril de 1916

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PRODUCTOS NACIONALES La insinuante invitación nos sigue, nos persigue desde los escaparates, desde las paredes de las tiendas: "Opten por los productos nacionales". Está siempre ahí, delante de los ojos, como una admonición o una acusación implícita. A la coerción estatal que, imponiendo en las fronteras barreras aduanales y haciendo subir los precios, obliga a los ciudadanos a comprar un producto antes que otro, se pretende añadir también está coerción moral. Bueno, está bien. No hay que tener prejuicios genéricos. El producto nacional es fruto de nuestra industria, es una prueba de nuestra civilización económica, y si se ofrece en condiciones ventajosas y con las mismas cualidades que un producto extranjero, ¿por qué boicotearlo? Si la invitación pretende llamar la atención sobre lo que antes pasaba desapercibido, o se despreciaba por la fácil costumbre de auto-desacreditarse, pues puede valer. La guerra, al romper muchas de las corrientes comerciales tradicionales, establece automáticamente unas condiciones de monopolio que los industriales italianos pueden haber aprovechado para fortalecerse, para poder hacer lo que antes no podían hacer, vistas algunas condiciones propias de nuestro país y la falta de determinadas materias primas. Sin embargo, la insinuante y sugestiva invitación no apunta a esto. El objetivo que se pretende alcanzar es ligeramente distinto. Se quiere sustituir el hecho económico de la libre competencia y de la libre elección en función de la conveniencia por una coerción moral en la que predomina el factor político. Pido al farmacéutico una aspirina, una medicina que debe de tener un mínimo de cualidades indispensables para que produzca resultados terapéuticos. Me pone delante de los ojos tres frascos de distinta marca: una alemana, una francesa, una italiana, y me plantea lo siguiente: el producto italiano es el primero de producción nacional que se comercializa; no puede compararse con la aspirina de Bayer y tampoco con la francesa, que no es muy buena. Tiene un fuerte olor acídulo, que produce rechazo, mientras que las otras dos son completamente inodoras. Una tiene el aspecto del polvo de mármol, mientras las otras son como cristales bonitos, brillantes y transparentes. Pero es italiano, es un producto nacional, y es obligación del buen patriota comprarlo para que

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nuestra industria química se afiance y nuestro mercado sea independiente del extranjero. Pregunto si tienen distinto precio: tienen el mismo precio. El farmacéutico, cuando ya me he decidido por la aspirina Bayer, me confiesa que tampoco él se fiaría del producto italiano, porque ese olor insoportable a acidez lo pondrían en alerta y le haría pensar que, además de la fiebre, le tocaría aguantar alguna molestia intestinal. Todo esto, si no fuera indigno y nauseabundo, sería cuando menos ingenuo. El "Opten por los productos nacionales" se convierte en una trampa. En las medicinas, si el que elige es el farmacéutico y no el cliente, y el patriotismo pone la zancadilla, la trampa puede ser peligrosa, porque está en juego la integridad física del consumidor. ¡Ay de mí! No es así como la industria italiana se hará independiente y se acabará con la idea de que todo lo italiano es inferior y despreciable. Y los consumidores, teniendo que elegir entre la ley económica del mejor precio por mejor calidad y la ilusión moral de favorecer a la nación optando por los productos nacionales, seguirán una vez más el camino más lógico y natural, y de esta manera le harán un servicio a nuestra actividad productiva: obligándola a ser honesta y a ponerse al mismo nivel que la extranjera. 9 de abril de 1916

LEYES ECONÓMICAS Ha sido una buena lección de humildad. ¿Por qué lamentarse siempre y con todos de la subida de los precios, de la imposibilidad de seguir el paso, etc., etc.? El camarero que me sirve en la casa de comidas me ha demostrado en un abrir y cerrar de ojos que no tengo razón, y que contra las leyes económicas es inútil oponerse. No se trata de una persona común, de un trabajador cualquiera de comedor. Lee y piensa sobre las verdades con las que los periódicos aderezan prodigiosamente sus páginas económicas; ha viajado, aprendió por sí solo francés y alemán −y, cosa rara, no se avergüenza de hablar este último idioma, como sí les ocurre a tantos profesores universitarios y tantos diputados que de repente lo olvidaron (aunque alguno duda de

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que lo hayan llegado a aprender)− y no pasa noches insomnes sobre las gramáticas de inglés para ponerse a la altura de los tiempos. Así, mi camarero cree en el fatal devenir de las leyes económicas. Disminuyen los ocupados y, natural y correlativamente, aumentan los precios. Sin embargo, añade señalando con el dedo su frente amplia e inteligente, no hay que creer que estas leyes sean siempre fatales. Su fatalidad depende de la actual sociedad, con su reparto de la riqueza. Sí, estas leyes parecen haber sido creadas para tutelar los sacrosantos derechos de los ricos. Esas leyes, de hecho, tutelan un tipo de ahorro, una manera de impedir la dispersión de determinados productos y reservarlos para el consumo del que puede gastar mucho sin tener que sacrificarse. Tómese el caso de los alimentos, de la carne: antes de la guerra su consumo estaba bastante generalizado, también entre las clases más pobres. Habría sido una desgracia que los precios no hubieran subido; al poco tiempo, no solo los pobres tendrían que haberse privado de su consumo, también los ricos. Pero opera entonces el benéfico control de la ley económica, y lo que cien habrían consumido en un día, bastará para uno cien días. Lo mismo vale para cualquier otro género. La casa de comidas es un grado más de la escala. Sucesivamente, vemos pasar por ella todas las clases sociales. Ayer comieron los que pudieron gastar 1, hoy los que pueden gastar 2, mañana los de 3, etc. Y los que ya hayan pasado irán bajando cada vez más al reino de los sucedáneos y los sustitutivos. Todo esto es fatal, pero, cabría decir, que es fatalmente burgués. Si las joyas costaran lo que los trozos de cristal, ¿para qué ser rico? La campesina se confundiría con la duquesa. Pero se advierte que, hasta ayer, las leyes económicas aseguraban lo necesario y mantenían las debidas distancias. Hoy, en tiempos excepcionales, esas leyes son más gravosas, más aplastantes, pero no por ello menos lógicas. Lección de humildad, sin duda. Pero también es evidente que esta bendita fatalidad es un espectro que convence sólo muy relativamente. Porque todas las leyes, incluso las que resultan más metafísicas, más inasibles, son en realidad el reflejo de un estado de hecho; un estado de hecho cuya responsabilidad siempre puede atribuirse a alguien o, mejor, si se puede decir, siempre puede enclasarse. 5 de mayo de 1916

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AUDACIA Y FE "Yo hablo con audacia, ¿por qué? Porque creo". Las palabras de Savonarola sirven de moto al pequeño periódico que lleva su nombre como título. Hablar con audacia es siempre buena cosa, si el ingenio da a las palabras un contenido y la fuerza moral que viene de la sincera convicción les da dignidad de apostolado. Pero los jóvenes que editan el Savonarola (algunos de los cuales son amigos, de ahí que nos permitamos usar un lenguaje un tanto rudo) deben saber que a menudo la audacia nace de la completa incomprensión del argumento que se pretende tratar. Quien insiste continuamente en hablar de fe, de verdad, de sinceridad, no puede permitirse deshacer con ofensiva ligereza las ideas y hechos que movilizan la fe y el entusiasmo de otras personas; porque entonces la audacia se convierte en descaro, prosopopeya, aguante, cualidades todas que no pertenecen precisamente a la tradición savonaroliana. ¡Cuánto abuso de viejos clichés en un artículo de su primer número, dedicado al socialismo! ¡Qué tufo a andrajo de chamarilero! Sandez en el uso de los lugares más comunes, absoluta equivocación en el uso de cualquier noción teórica e histórica del movimiento socialista. Idílica concepción del socialismo que de la "boca de Jesús quitó las palabras caridad y fraternidad", tras haberlas despojado de toda virtud religiosa. Historia: "Durante cincuenta años de socialismo, ¿qué progresos ha hecho el pueblo? Económicos: alguno. Intelectuales: pocos. Morales: ninguno". Y así sigue con este muy audaz tono. Tanta bobada nos aturde. Podríamos darle la vuelta a las preguntas y aplicarlas al cristianismo, y con respuestas semejantes solo demostraríamos nuestra ignorancia. Pero no queremos ensañarnos con quien, en su candor de neófito celoso, así nos juzga: el candor es demasiado a menudo sinónimo de torpeza, y no conviene ser duro con los… cándidos. El deseo con el que concluye el inocente parloteo es la mejor prueba de la escasa compresión de este jovenzuelo: el socialismo debería hacerse cristiano. Lo que viene a ser lo mismo que decir que el cuadrado debería hacerse triángulo. ¿Por qué toda esta gente no ha entendido, esta gente que a propósito y más a menudo con despropósito habla de valores espirituales, que el socialismo es precisamente la religión que debe acabar con el cristianismo? Es una religión en el senti-

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do de que también el socialismo es una fe, con sus místicos y sus expertos; religión porque en las conciencias ha sustituido al Dios trascendental de los católicos por la confianza en el hombre y en sus mejores energías como única realidad espiritual. Nuestro evangelio es la filosofía moderna, queridos amigos de Savonarola, la filosofía que prescinde de la hipótesis de Dios para comprender el universo, la filosofía que se basa solo en la historia, la historia de la que somos criaturas del pasado y creadores del futuro. Y nuestros maestros han vulgarizado esta filosofía, la han asumido como guía de nuestros destinos y nos han enseñado, con lógica firme, que el pueblo, del que tanto hablan ustedes, es una abstracción sociológica; que la caridad significa limosna y no se da limosna al fuerte, al conquistador; que el amor y la fraternidad solo deben significar solidaridad de clase, si han de traer algún resultado. Porque los socialistas, el proletariado, no son unos infelices, ni unos mendigos, o unos pobretones, como se imagina la fantasía democristiana. Son audaces trabajadores de un nuevo edificio social, de una nueva civilización, que no piden ayuda ni piedad a nadie, porque están seguros de ganar por si solos. No es el socialismo una doctrina de esclavos sublevados, es una doctrina de dominadores que con esfuerzo cotidiano preparan las armas para dominar el mundo entero. 22 de mayo de 1916

LA CONSOLATA Y LOS CATÓLICOS El socialismo no hunde sus raíces en un sistema filosófico que excluye la idea de Dios o que no reconoce la utilidad social de la religión. Entre el catolicismo y el socialismo no existe, por lo tanto, una separación esencial y la actitud antirreligiosa del partido no es más que una incrustación de la moda positivista de hace veinte años, contra la que los socialistas más inteligentes han empezado a reaccionar.

Con semejantes razonamientos un católico pretende demostrar la utilidad de una alianza permanente entre nosotros y las fuerzas clericales, o al menos un acercamiento amable. Cúmulo de despropósitos por un lado, propósitos irrealizables, por otro. No merece la pena, ni siquiera, recordar que el socialismo crítico se asienta graníticamente sobre el

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idealismo alemán del siglo XVIII, el cual, aunque no coincida con la moda positivista, no ha dejado por ello de guillotinar la idea de Dios. Hegel sigue siendo la bestia negra de los católicos, porque no resulta fácilmente refutable. Un profesor de historia de la filosofía ha sido expulsado de nuestra universidad por la muy sectaria razón de que, siendo hegeliano, era odiado por una manada de colegas clericalizantes. La distinta concepción y sistemática filosóficas entre socialistas y católicos queda patente en cualquier acción, en cualquier premisa, por lo que sobra cualquier demostración doctrinaria de dicha diferencia. En Turín, por ejemplo, se celebró ayer la gran feria en honor de la Madonna Della Consolata [Virgen del Consuelo]. El gran mercado de la superstición piamontesa rebosaba luces, platerías (verdaderas o alquímicas) y constricción. Un telegrama del cardinal Gasparri otorgó indulgencia plenaria durante treinta y seis horas. El papa mandó una píxide para mil hostias decorada con setenta piedras preciosas. Pero prescindamos de este armamento escenográfico y fijémonos tan sólo en la inscripción grabada en la munífica donación papal como expresión de una idea: "Fiat pax in virtute tua, virgo Consolatrix Maria". Latín sencillo, al alcance incluso de los proletarios. Pero hasta respecto a la paz, la posición de los católicos está en clara antítesis con la nuestra. Ellos esperan la redención de la gracia, invocan la buena voluntad de los santos, cuando sería más conveniente apelar a la de los hombres. Para ellos solo vale la autoridad, la revelación, la palabra de Dios, toda vez que los hechos humanos no pertenecen al hombre sino a una voluntad suprema que todo lo abarca y juzga, y que distingue lo justo de lo injusto, con una concepción semítica del bien y del mal que puede valer para los esclavos pero no para los hombres. Nosotros no esperamos nada salvo de nosotros mismos; nuestra conciencia de hombres libres nos impone un deber, y nuestra fuerza organizada lo ejecuta. Sólo lo que es obra del hombre, conquista nuestra, tiene valor para nosotros, es parte de nosotros y no lo que viene concedido por un poder superior, ya sea el Estado burgués, o la Virgen del Consuelo. No es pues la repugnancia que suscita el rito, el rechazo de esa exterioridad y del simbolismo vaciados de toda fe, lo que, a pesar de los esfuerzos dialécticos de algún hábil casuista, nos mantienen alejados del catolicismo. Es la antítesis inasible de las ideas. El hombre que ha adquirido conciencia de la fuerza de su voluntad, de la eficacia de su conciencia

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en la historia, ya no quiere saber nada de la Virgen del Consuelo y de sus virtudes taumatúrgicas. Y en el mundo católico hay todavía demasiadas Vírgenes del Consuelo. 21 de junio de 1916

CONCIENCIA TRIBUTARIA [El catedrático de Finanzas de la Universidad de Turín] Luigi Einaudi debería intensificar su propaganda. Resulta indispensable que la burguesía adquiera conciencia tributaria y deje de dar esos miserables espectáculos con cada nuevo agravio. Proponemos a la junta municipal la creación de una cátedra móvil de predicación tributaria. Del Palacio municipal hemos salido profundamente contrariados y perplejos respecto al destino de la patria y quisiéramos se acabara ya esta indecorosa algarabía. Lamentos, protestas, silbidos ante el modo en que se han establecido las cuotas del impuesto sobre la familia. Nadie está conforme, todos padecen terribles injusticias, indignos atropellos, y todos reclaman, exigen la crucifixión y lapidación de los empleados municipales. Nadie, claro está, se empeña en dar a conocer su verdadera renta, nadie exige pagar en función de la totalidad de sus ingresos. Todo es cuestión de relatividad. El conde ese, el que todos saben… paga menos que yo; mi casera, que ingresa tanto… sólo paga… etc. Porque las cuotas son inadecuadas, porque algún poderoso de alta alcurnia consigue por derecho o torcido eludir el fisco, todos quieren tentar la suerte y convertir las ventanillas de las oficinas del fisco en puestos de feria donde regatear. De ahí la idea de las cátedras móviles. Los admiradores de Inglaterra tienen montones de ejemplos en este sentido. Resulta demasiado fácil predicar desde las columnas de los periódicos, sin arriesgarse a recibir tortas a cambio. La conciencia tributaria se extiende acercándose a los catequizandos, persuadiéndoles de las verdades propias del acto de cumplir con los deberes de contribuyentes. Esta gente que no deja de gritar contra la demagogia socialista porque pretende levantar a las masas contra el Estado, que con una lluvia de impuestos indirectos

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maltrata la miseria, debería ahora dedicarse a las tareas educadoras entre la clase burguesa, para que ésta no intente demagógicamente huidas indecentes. Tarea educativa para que todos estos protestantes se convenzan de que las arcas estatales y municipales deben nutrirse ante todo de la riqueza acumulada y no del consumo, y que es obligación de todo buen burgués denunciar a quien evade y dejar de aducir que alguien evade para evadir a su vez. Pero, ¿cuál de los moralistas del tipo Einaudi se atreven a llevar sus ideas hasta las últimas consecuencias? ¿Querrá el commendatore Alberto Geisser llevar a la práctica, en su condición de concejal de Turín, la magnifica teoría que propugna Riforma sociale. ¿Aceptarán los administradores municipales y el alcalde Rossi obligarse a dar todo lo que es moral dar al erario? La conciencia tributaria de la burguesía es siempre la misma: grabar indirectamente a todos rebajando así el nivel general de vida, y dejar inmune la verdadera riqueza, esa riqueza que habiendo alcanzado cierta magnitud no se ve afectada por los acontecimientos y las crisis. La masa es demasiado amorfa y policroma y se deja esquilmar sin apenas protestar; la riqueza está concentrada en unos pocos, y a éstos les resulta fácil gritar, cocear, regatear. Se demuestra así que, hasta en el mejor de los casos, la burguesía no es capaz de imponerse con ecuanimidad impuestos a sí misma, y se demuestra que la conciencia tributaria sólo conseguirán enseñársela los administradores socialistas, indagando e imponiendo sin autocompasión, la autocompasión de la que ninguna clase logrará deshacerse. 2 de julio de 1916

ANTIGÜEDADES Nos acusan de ser viejos. Hasta se mofan porque no mantenemos todas nuestras promesas, porque prometemos más de lo que podemos. Por momentos, inmersos como estamos en esta vida tumultuosa que nos rodea, sensibles como somos a los reproches, a la cara rabiosamente burlonas de nuestros adversarios, llegamos a sentir como una merma de nosotros mismos, nos sentimos decrépitos, incapaces de pro-

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nunciar la palabra definitiva que reavive nuestros órganos, que infunda vigor a los miembros encogidos y les de elasticidad, capacidad para luchar y conquistar. Pero una rápida reflexión ahuyenta el pesimismo. Nos sentimos viejos porque el destino perverso nos hizo nacer en una época vieja. El aire que respiramos, las instituciones que nos rodean, los hombres contra los que luchamos, todo eso es viejo. Con cada golpe vigoroso que asestamos contra esta gusanera, una tufarada de antigualla nos tapa las narices; cada vez que agitamos esta materia en descomposición tanto es el asco que sentimos, que ineludiblemente nos parece quedar mermados. Como el Lao-tse de la leyenda china, somos viejos chavales, gente que nace con ochenta años. Un cúmulo de tradiciones pesa sobre nosotros, y debemos doblar los riñones para aguantarlo; leyes centenarias condicionan nuestra actividad y el esfuerzo por superarlas debe sintetizar todos los esfuerzos de las generaciones pasadas, que no se preocuparon de luchar por nosotros, de ir abriendo un camino menos erizado de espinos, de obstáculos que tomados uno por uno no son nada pero que juntos son formidables. Tuvo que llegar la guerra para echar bajo nuestros pies este colchón blando de prejuicios, para hacer con los tantos hilos de fina seda una red inexpugnable. No es palabra de desánimo, la nuestra. Más bien conviene tener bien claro ante los lúcidos ojos el obstáculo complejo para mejor desfondarlo con un golpe de maza. La visión de la vida social, que ahora se muestra en toda su extensión, renueva nuestra confianza y el propósito que en el pasado solo unos pocos pudieron tener. Nuestros propios compañeros de lucha nos han llamado místicos de la revolución; y lo fuimos en el pasado, pero sólo teníamos una intuición de la realidad y no una representación clara, viva, de lo que tenía que ser destruido. Donde casi todos no veían sino "hechos" puntuales, "opiniones" sueltas a conquistar con paciencia hasta llegar a la cumbre, nosotros veíamos un muro compacto sobre el que volcar en un acto enérgico, voluntario, la masa de nuestras fuerzas. O todo o nada, decíamos. Y la guerra nos ha dado la razón. O todo o nada debe seguir siendo nuestro programa. El golpe de maza, no lo asestamos con paciencia y método. Queremos la falange irresistible, no la lucha de topos en trincheras fétidas. Somos jóvenes viejos. Viejos por el cúmulo de experiencias que en poco tiempo hemos reu-

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nido, jóvenes por el vigor de nuestros músculos, por el deseo irresistible de victoria que nos anima. Nuestra generación de viejos jóvenes es la que deberá realizar el socialismo. Nuestros adversarios se han agotado en el enorme y continuado esfuerzo de defender cada uno su parcela. Pues bien, sobre este tronco verdaderamente decrépito asestaremos el golpe final de nuestra maza y entonces habrá llegado nuestra hora, habrá llegado gracias a nuestra voluntad irresistible, sí, pero también reflexiva. 13 de julio de 1916

14 DE JULIO Un prejuicio. Se suele decir: "París, Francia, en vísperas de la revolución, no tenía republicanos". Mejor sería decir: los revolucionarios franceses no tenían como fin inmediato crear una república. Su meta era más ambiciosa, más general: era internacional, en última instancia. Su revolución era económica −como la que nosotros estamos preparando−, no política. Querían que fuera la burguesía la que rigiera la producción, que fueran los productores los que crearan con sus propias manos su futuro, su vida: la tierra para los campesinos que la cultivaran, no para los señores feudales que la pisaban para cazar liebres y muchachas; la industria para el industrial, no para el clero y la nobleza que imponían tasas, que querían su parte −¡y qué parte!− y entorpecían el trabajo con impuestos, con aduanas interiores particulares, etc.; en un determinado momento, la monarquía se entrometió, hizo pesar su poder para conservar el statu quo, y fue despachada. Todos se convirtieron en republicanos simplemente porque ya lo eran en potencia, aunque no fueran miembros del partido republicano y no gritaran a diario que querían la república. No es un milagro, por lo tanto, que París fuera republicana, que derruyera la Bastilla o masacrara a los sicarios suizos. Cuando el objetivo es amplio, general, interesa y moviliza a toda una clase, y no es un milagro si, para llegar a la meta final, se abaten toda un serie de cosas, toda una serie de ordenamientos, que al parecer de algunos reclamarían acciones puntuales, exigirían acciones específicas, polémicas cotidianas.

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De ahí que convenga recordar el 14 de julio y París sin Bastilla. Es una enseñanza y un estímulo. [Treinta y dos líneas censuradas] 15 de julio de 1916

EL LOCO Cansado de que me llamen loco (loco original, loco simpático, eso sí, pero loco) ya sea por los conocidos, o por los tantos que se cruzan en mi camino y con los que también hay, por deber de conversación, que abrir algunos tomos de la propia vida, he querido conocer a los locos, un asilo de locos, 2.016 locos. Me han asegurado que son locos de verdad, que científicos con no pocos anteojos y títulos los han calificado como tales. Algunos incluso peligrosos (loco peligroso, no sólo original y simpático). 2.016 personas, cada una con su propia lógica, cada una sacando de causas arbitrarias consecuencias aún más arbitrarias. Quisiera preguntar a cada uno de los 2.016 cuánto es dos más dos; estoy seguro de que recibiría 2.016 respuestas distintas: un millón, nueve, trescientos, etc. quisiera mostrarles los colores del arco iris y preguntarles por el nombre de cada color: estoy seguro de que una estrafalaria confusión de nombres extravagantes seguiría a mi pregunta. Y salgo del asilo con las orejas sordas por la muchedumbre enjaulada, el cerebro confundido por ese ir y venir de palabras sin sentido, de conversaciones interesantes por sus formas estrambóticas pero que acaban confundiendo y cansando. Estoy desolado porque no logré lo que me propuse. Porque esos 2.016 no me han servido, no me han ayudado a comprender el secreto de mi locura. He entendido porqué la tutela social los ha excluido de la comunidad: porque esos locos, hablando o actuando, no siguen una ley que se ajuste a un esquema, porque no tienen historia, no tienen modales, no tienen lenguaje. Su conciencia no ha crecido ni gracias a la socialización, ni gracias a las innumerables experiencias de cada momento, ni gracias al conjunto de principios, de leyes universales que hacen menos bestial la convivencia entre los hombres. Quien no diga que dos más dos son cuatro, como enseñan en las escuelas, es un peligro para la sociedad. Quien llama verde al rojo puede confundir la san-

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gre con el granizado de menta, y los hombres no quieren ser bebida refrescante para estrambóticos cerebros y estómagos. Pero consigo consolarme. Son tantos los sabios alocados que al final la calificación de loco no es ofensiva. Querrá decir que en mis discursos hay algo que en la comunidad de mis conocidos casuales parece ajeno a la lógica común, ajeno a la historia hasta ahora conocida. Porque otros −no casuales− me consideran lógico, y sus discursos no me sorprenden. Quiere decir que nosotros no nos tratamos mutuamente de locos, y somos más de 2.016, y nuestro número crece día tras día; hemos encontrado, hemos heredado de nuestras experiencias propias, de clase, que son muy nuestras, que nos acompañan, un nexo, un modo, una cualidad de nuestro pensamiento nueva, que no puede ser de los demás. Esa cualidad es la sal, lo que da sabor a nuestra conciencia, lo que nos convierte en iniciadores de una nueva historia, de un nuevo lenguaje, de nuevas costumbres. Loco querrá decir, entonces, "nuevo", "distinto". Y, si quieren, también "aberrante". No debería pues ofenderme. 30 de julio de 1916

LLAMAMIENTO A LOS PÁRVULOS Los pequeños no tienen sugerencias que dar a los generales en los campos de batalla, ni consejos que transmitir a los gobernantes: son seres débiles, pero por el candor de su alma, por la pureza de su amor, constituyen la clase privilegiada de la gran familia cristiana. Sus sugerencias son para Dios: en los campos de batalla están sus padres, quizá sus hermanos, y el afecto que tienen por sus seres queridos les dará esas expresiones que los hombres no comprenden pero que Dios, el amigo más tierno de los niños y en cuyo poder reside la suerte y la vida de las naciones, no sólo entiende, también atiende.

Con media columna de semejantes afectadas expresiones propias de devocionario para damas pías, el Momento glosa el llamado que el pontífice hizo a los niños que ayer tomaron la primera comunión. Todos los chiquillos que ayer, primorosamente vestidos, se presenta-

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ron ante los altares no se portaron bien tan sólo por la promesa de los dulces y caramelos que recibirían después. El pontífice les había nombrado plenipotenciarios de la paz ante la corte del padre eterno. Y los niños se han tomado en serio su misión. Para miles y miles de chiquillos, el día de ayer será inolvidable. El catolicismo, dando a la función de ayer un objetivo concreto, y de no poca concreción, ha sembrado el bien que habrá de venir. Manzini dice que superó sus titubeos de ateo por el camino de Damasco, cuando sintió una profunda emoción al escuchar música sacra, que salía de un órgano a través de la tibia y sugestiva luz crepuscular de una iglesia. La conciencia religiosa se alimenta de estas impresiones crepusculares, del vago aflorar de lejanos recuerdos, que ablandan el cerebro, que sorben la conciencia o la alejan de la tierra para emprender vagabundeos sublunares que oscilan en la perpetua inercia, abdicando la propia voluntad en manos de la Omnipotencia y de sus ministros sobre la tierra. Resulta difícil contrarrestar estos estados de ánimos, porque van más allá de lo racional, y no son solo estoposa vacuidad. De ahí que los católicos los fomenten, como modo de conquista, intensificando su obra de engatusamiento. Y su arma más eficaz es el niño: se le manipula en las escuelas, en los colegios privados, en los oratorios y en el altar ante la primera comunión. En el libro de Fogazzaro, Piccolo mondo antico, Piero Maironi, en la noche de Navidad, despierta a su hija de cuatro años y adormecida la lleva en barca a través del lago hasta una iglesia, y la introduce aturdida en un mar de luces e incienso. A quien le pregunta porqué turbó de ese modo a la niña, responde que pretendía crearle para su futuro recuerdos románticos, impresiones vaporosas, que tendrán más efecto en la cristalización de la hija que las prédicas morales o los razonamientos que otras prédicas y otros razonamientos pueden socavar. Poco les importa a los católicos que con estos métodos se creen personalidades truncadas, conciencias cobardes. Con eso mismo se crea el plexo social más retrógrado y conservador, el colchón contra el que en vano se golpea. ¿No es propio de personalidades truncadas y de conciencias cobardes hacer que los niños invoquen lo que los adultos deberían buscar por si solos, dejar a los niños la responsabilidad de una respuesta negativa por parte de quien se presenta como el

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amigo de la infancia, como el que escucha las sugerencias de los seres débiles? 31 de julio de 1916

ACUSADOS No tenemos mucha simpatía por el romanticismo francés. Las soflamas, las predicaciones sociales, de Victor Hugo nos dejan discretamente indiferentes. Estériles diatribas, que destruyen, pero no logran construir siquiera arte. Resultado de un fetichismo sentimental por el "pueblo", no deja surco en la conciencia, no deja estímulos en la fantasía creadora. Sin embargo, tras pasar por el aula de un tribunal, recordamos las enormes, titánicas andanadas del romántico francés contra la justicia de su época, y quisiéramos tener sus robustos pulmones para soplar contra esas montañas de pliegos que marcan sobre la frente de los pacientes que desfilan ante los jueces la marca que les manda para siempre al infierno de los bajos fondos: ¡acusado! Treinta minutos de vista, cuatro procesos sumarísimos, cuatro sentencias condenatorias, cuatro nuevos acusados. Y sus nombres, los desconocen los jueces hasta el momento decisivo. La principal preocupación es la de resolver con prisa, la de poder salir de la sala fétida, respirar. Ningún sentido de la responsabilidad. El fiscal que, según los sagrados principios del 89, tutela la colectividad y debe hablar en nombre de todos en virtud del derecho que todos tienen a vivir tranquilos, habla con el vecino. Y cuando le toca intervenir, pregunta por el nombre del acusado, ojea el informe policial, recuerda un artículo del código penal y firma su petición. Su deber, según él, es condenar siempre. La policía ya condenó y contradecirla exigiría un esfuerzo, requeriría una opinión. Y el calor no permite esfuerzos, la prisa y la conversación interesante con el vecino no dejan tiempo para formarse una opinión. La colectividad le paga, y no poco, para que la tutele; entiende que ha de tener ese mínimo de simpatía humana necesaria para no mandar a la cárcel al primero que llega, para no crear de una persona honesta, que quizá haya cometido un error, un acusado, un criminal que ya sólo pensará

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en la injusticia padecida, que ya sólo, obligado por la marca infamante a vivir en los márgenes de la sociedad, quedará atrapado en el engranaje y se convertirá en un delincuente nato para satisfacción de la antropología criminal. No tenemos simpatía por el romanticismo francés. Y, sin embargo, desearíamos que uno de esos grandes escritores pomposos, uno de esos fetichistas del "pueblo" pusiera en la picota a estos sabihondos del derecho, a estos irresponsables que asumen cargos, para que realmente defiendan a la colectividad. Porque no se puede dictar sanción punitiva con tanta urgencia y ligereza. Porque quisiéramos, aunque sea querer demasiado, que la furia del pueblo deshiciera esas montañas de pliegos judiciales, echara a estos comediantes en toga, tan odiosos como aquellos melodramáticos inquisidores de feliz recuerdo. Y podría bastar que, como efecto de algún libro romántico, se les persiguiera por las calles, se les gritara como se hacía con los jesuitas de grandes sombreros de los antiguos grabados. Porque, persuadidos de que la justicia puede existir, nuestra irritación moral se desfogaría contra estas parodias que las mentes ligeras tienen por justicia, por la única justicia posible. 2 de agosto de 1916 VETERINARIO DE PELÍCULA A las once y media, en el ambulatorio médico de la fábrica, por grupos, están los obreros que esperan la visita del veterinario que les cuida. Veterinario, sin duda lo es, dicen los pacientes, porque examina con una ojeada. Los obreros, también es cierto, hablan, son capaces de decir cómo se siente, pero diantre, ya se sabe que los síntomas que dicen tener no son más que invenciones, exageraciones para que les den la baja, y puedan irse de parranda. Entonces es como si no supieran hablar, como si se tratara de unos brutos alérgicos al trabajo. Y el médico se torna veterinario: la inferencia es sencilla, pero muy lógica. La espera debilita aún más a los pacientes; pasan los minutos, es casi mediodía. Mientras tanto, los jefes de cuadrilla advierten la prolongada ausencia de sus subalternos y van apuntando las multas de dos liras

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que éstos habrán de pagar. ¡Ay! ¡Estos obreros! Se les da un dedo de margen y acaban tomando un palmo. Gentuza, ya se sabe. Un rumor intenso, imprecaciones sordas entre los dientes. El vigilante observa y se muestra generoso en la denuncia de los instigadores, de los que predican la rebelión. Porque, como se sabe, el desorden siempre viene de abajo, y protestar contra el que no cumple con su deber no es aprecio por el orden, es rebelión. Pero… finalmente, llega el veterinario y se preparan los cuarenta obreros para desfilar delante de él. Pasa primero un pequeño anciano muy tímido que se encoge completamente ante la poderosa mole de su juez de bigotes espinosamente petulantes. Dice, temerosamente, que se siente cansado, que las trece horas de intenso trabajo, las horas extraordinarias lo agotan; le duelen los riñones, siente a menudo náuseas… una mirada al aire: un purgante y a seguir con las trece horas. El segundo obrero tiene una astilla en el ojo; la extirpación es rapidísima; las pinzas hurgan en la llaga… como hacen en los pueblos de montaña los sangradores con sus tenazas oxidadas, hurgan en la garganta del caballo para arrancarle la sanguijuelas tragada en las aguas de los riachuelos. Y el dolor de cabeza: no importa… a las dos: de vuelta al trabajo. Y ante un amago de queja, el practicante apunta nombre y apellido, avisando de la visita de los reales guardias en caso de ausencia. La sirena anuncia el paro del mediodía. El número de pacientes se reduce. Muchos obreros viven lejos, tienen que estar de vuelta puntuales, y también tienen que comer. El doctor está muy contento: se están yendo… evidentemente no tienen nada. Su tardanza en llegar, las multas que otros deberán pagar por ello… eso no importa. El obrero es una máquina, qué diantre, y debe producir. El malestar, el cansancio es cosa de subversivos indisciplinados y perversos. Un tercer obrero. Le duelen los riñones, tiene una tos seca que lo sacude todo el tiempo, quizá sea un tuberculoso, y no pide más que un poco de descanso, para retomar luego el trabajo con más vigor. Bastará un poco de agua de sales, indica el bigotes. Una queja: dos liras de multa, y vuelve a reinar el orden. Siguiente. Un cuarto obrero, con la mano medio aplastada, se le cambia el vendaje sin mirar siquiera la herida, y que vuelva el próximo día. Pero que no falte al trabajo, la carga de trabajo no debe reducirse, los industriales no deben, por un capricho de la máquina, ver cómo se

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reducen sus honestos beneficios. Y la parodia sigue hasta que llega un coche a recoger al Esculapio para llevarlo a su merecida comida, aún fresco, acicalado, rubicundo. Nada de mangas remangadas, nada de tocar pieles febriles, con llagas sanguinolentas, con pulsos negros de carbón… ¡cuantas pretensiones tienen estos benditos proletarios! Quisieran un médico, no un veterinario, quisieran recibir una atención exquisita, pero Esculapio no se altera, cumple con su deber, con su evangelio. Pero ya se sabe, con tanta predicación materialista, con tanto pacifismo, ya no sorprende que también los subalternos se aferren a la vida, a su salud, a su integridad física. De tratarse de los caballos del regimiento, el veterinario se convertiría de inmediato en médico, porque los caballos cuestan el ojo de la cara del jefe y tampoco son muchos. Pero entiéndase: estas son frases de mitin, valen para instigar a la rebelión a los inconscientes. Mientras que la disciplina, el orden, llenan bocas y aseguran la victoria. 4 de agosto de 1916

EL CÓDIGO DE PRALUNGO En el pueblo de Pralungo ha ocurrido un gravísimo suceso, a tenor de lo que dicen los periódicos católicos. El habitual grupito de socialistas vinculados al hampa ha vapuleado a unos jóvenes músicos clericales que, soplando sus cobres, manifestaban su alegría y compromiso patrióticos. Los católicos reclaman justicia para reparar la libertad violada, los sacrosantos derechos del hombre atropellados por gamberros. El diputado Sacchi, que es radical y que tiene de la libertad ese amplio concepto propio de su partido, especialmente cuando está en el poder, debe pensar que la tan alabada libertad de pensamiento no es sino un juguete de niños si no va acompañada de la libertad de manifestación y de propagación del pensamiento justo. La libertad de pensar no es algo que se pueda dar o quitar: es un atributo del espíritu y, como tal, no teme ni a policías ni a gamberros. Es la libertad de dar a conocer el propio pensamiento lo que está sujeto al arbitrio de la sociedad, y de los ministros radicales. Así razonan

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los católicos, con acierto, cuando se trata de su libertad para expresar su pensamiento. Porque el pensamiento de los demás no les importa: la reciprocidad es palabra diabólica para los locuaces de cuyos labios sólo puede salir la verdad, la única verdad, a la que todos, gamberros incluidos, deben rendir pleitesía. Pero los gamberros, que son evidentemente unos pobres de espíritu, por lo que parece, defienden la reciprocidad. No consiguen concebir la libertad esclava de los hombres y las categorías. Y como se dan cuenta de que la Constitución, el código de la colectividad italiana, ampara ahora privilegios, pues promueven códigos y normas locales que afirman pedestremente que lo que yo no pueda hacer tampoco lo puedes hacer tú; norma que ejecutan con el antediluviano bastón. Solución lamentable, sin duda, para cualquier persona bien nacida y de buen corazón. Pero, por lo que se dice, solución inexorable, fatal. Siempre ha sido así, y los católicos lo saben, ellos que ha través de los siglos han sido los más denodados defensores de sus propias libertades, y han tapado, por las buenas o por las males, tantas bocas de heréticos que exigían esa libertad que se les negó en Pralungo a los músicos católicos. Siempre, cada vez que los derechos de la colectividad se conculcan en beneficio de unos pocos, los conculcados se consuelan con las modalidades a su alcance. En Roma aparcan la Constitución, en Pralungo entra en vigor un nuevo código, hampesco como pocos, exasperante, incluso humillante, pero fatalmente inevitable. Los católicos no entienden estas cosas. Y de sus limitaciones intelectivas culpan a la educación nefasta que los socialistas imparten a las masas. 16 de agosto de 1916

LUCHA DE CLASES Y GUERRA La doctrina de Carlos Marx ha demostrado de nuevo su fecundidad y su eterna juventud al ofrecer un contenido lógico al programa de los más denodados adversarios del Partido socialista, a los nacionalistas. Enrico Corradini [de la Asociación Nacionalista Italiana] ha echado mano de Marx, después de haberlo vituperado. Traslada de la clase a la

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nación los principios, las constataciones, las críticas del estudioso de Tréveris; habla de naciones proletarias en lucha con naciones capitalistas; de naciones jóvenes que deben, en virtud del desarrollo de la historia, sustituir a las naciones decrépitas. Y considera que esta lucha se expresa en la guerra, se afirma en la conquista de los mercados, en el sometimiento económico y militar de todas las naciones por una sola, aquella que con el sacrificio de su sangre y de su bienestar inmediato demuestre ser la elegida, la merecedora. De ahí que Corradini no se oponga, de palabra, a la lucha de clases. "Suprimir la lucha de clases, dice, sería como suprimir la guerra. No es posible. Ambas son vitales, una dentro de las naciones, otra fuera. Generan movimiento y proporcionan material humano fresco a las clases, a las naciones, al mundo". Este saqueo de las ideas marxistas para uso nacionalista está equivocada, como toda adaptación arbitraria: le falta base histórica, no se apoya en ninguna experiencia tradicional. De ahí que si desde el punto de vista de la lógica formal los razonamientos corradiniani son rigurosos, carecen de todo valor cuando pretenden convertirse en norma de vida, en conciencia del deber. La historia no proporciona ejemplos de equivalencia, de uno igual a uno; esta igualdad no es sino fórmula matemática, no constatación de la relación entre dos realidades del pasado o del presente. Fulano es igual sólo a sí mismo, y no siempre. Fulano niño no es igual a Fulano adulto. O también: la clase no es igual a la nación, y por tanto no puede tener las mismas leyes. Prueba de ello es que el propio Corradini, tras afirmar el principio, lo matiza de tal manera que acaba, sin advertirlo, arruinando toda su construcción. Afirma que hay que enseñar al proletariado el máximo respeto por la producción. Y por "producción" entiende el capitalismo nacional, es decir, ese conjunto de actividades económicas, buenas o malas, naturales o ficticias, que vienen a aumentar la riqueza invertida en las máquinas y las empresas [una palabra censurada] los socialistas pretenderían socializar la explotación, y en su mayoría ya viven a costa del bienestar general y, por tanto, también del bienestar proletario. Respetar esto no parece que les resulte fácil a los proletarios, los cuales no hacen la lucha de clases solo para aumentar sus salarios, como cree Corradini, admirador claro está de los reformistas nacionales, sino para sustituir con la clase que trabaja la clase de los capitalistas que les hace trabajar. Y esto en

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virtud de esos principios fundamentales del espíritu humano por los que el hombre quiere que su actividad sea autónoma y no esté subordinada a la voluntad e intereses de otros. Y al igual que la burguesía francesa, exaltada por Corradini, luchó por la autonomía económica y alcanzó simultáneamente la realización de la autonomía nacional, que hasta entonces no existía, ahora el proletariado internacional lucha por algo que aún no existe, porque siempre se lucha por alcanzar algo que aún no se tiene. Y esta nación proletaria, que es la unificación de todos los proletarios del mundo, es superior a la nación. Y la lógica de Marx, que se alimentaba de la realidad histórica, es superior a la de Enrico Corradini, que se divierte rellenando las barricas sin fondo de la lógica formal con los pulidos recursos de la lengua italiana. Y la lucha de clases, moral porque universal, es superior a la guerra, inmoral porque particularista y hecha no por voluntad de los combatientes, sino por un principio que éstos no pueden compartir. 19 de agosto de 1916

DERECHO COMÚN Si un ciudadano cualquiera, cruzando de noche una calle, advierte que un desconocido se pega a las paredes y le sigue, tiene derecho a pedir ayuda a las autoridades para que le protejan y a hacer uso de su fuerza física para poner fin al juego peligroso. Si un ciudadano cualquiera advierte que bajo las ventanas de su casa un desconocido se pone a escuchar, a observar el mecanismo de sus costumbres, a seguir toda esa parte de su vida que por pudor o simplemente buen gusto quiere mantener alejado de cualquier curiosidad, el ciudadano pensará tener derecho a derramar sobre el curioso los líquidos más heterogéneos y a ahuyentarlo por las buenas o por las malas. Existe, en definitiva, en la conciencia difusa en todo ciudadano que siente su dignidad de hombre, el derecho a tutelar la propia libertad de vida, de elección de los propios hábitos, la distribución de las propias actividades, a cualquier precio, y el derecho a prohibir a los desconocidos curiosos meter sus narices en su vida privada.

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Todo esto parece claro y sencillo y nadie se atrevería a sostener lo contrario. Y, sin embargo, hay hombres que son perseguidos por las calles en las horas más improbables de la noche y no pueden protestar. Y, sin embargo, hay casas privadas que deben aguantar la vigilancia de desconocidos que espían, escuchan, preguntan, sin que los inquilinos puedan protestar. Existe un edificio privado [el Palacio de la calle Siccardi, sede de la Asociación general de los obreros], que no puede ser cerrado por ley porque ninguna autoridad lo considera guarida de malhechores, antro de ladrones y asesinos. Ahí, los viandantes pueden ver a unos desconocidos parados, que escuchan, toman apuntes, sin que nadie sepa quienes son y sin que nadie crea tener el derecho a usar contra ellos el látigo como si fueran perros errantes. Porque ocurre que, si el perseguido pide explicaciones al espía curioso, puede que le ponga bajo la nariz una tarjeta con un número, o puede ser despachado y trasladado a un puesto de policía, o puede que le arrecien golpes, y ganarse una condena por ultraje a un agente. Porque ocurre que, en el Reino de Italia, conviene considerar a cada civil vestido de burgués como un agente, y dejarse robar no sea que el presunto ladrón sea en verdad un agente y acabe metiendo en la cárcel al robado. Porque ocurre que, en el Reino de Italia, existe una categoría de personas, que visten de burgués pero tienen en su cartera un permiso, por el cual pueden hacer todo aquello que los demás tiene prohibido hacer; y los ciudadanos deben saber que esas personas tienen en sus carteras ese permiso y deben aceptar ser vapuleados, escarnecidos, golpeados, sin tener derecho a protestar. Porque ocurre que −y esta es la razón clave− los italianos tienen tan poca conciencia de lo que es la libertad, que permiten que un pequeña categoría de personas, por lo general granujas excelsos y reyes de cloacas, esté fuera del derecho común y pueda librarse de esas sanciones punitivas que la conciencia universal considera justificadas contra todos los delincuentes comunes. 22 de agosto de 1916

LA INDIFERENCIA Es en verdad el muelle más fuerte de la historia. Pero al revés. Lo que sucede, el mal que se abate sobre todos, el posible bien que un acto de

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valor general puede producir, no se debe tanto a la iniciativa de los pocos que actúan, como a la indiferencia, al absentismo de la mayoría. Lo que sucede, no sucede tanto porque algunos quieran que suceda, como porque la mayoría de los ciudadanos abdica de su voluntad, y deja hacer, y deja que se formen los nudos que después sólo la espada puede cortar, y deja subir al poder a los hombres que después sólo un amotinamiento puede hacer caer. La fatalidad que parece dominar la historia es precisamente la apariencia ilusoria de esta indiferencia, de este absentismo. Los hechos maduran en la sombra porque manos no vigiladas por ningún control tejen la tela de la vida colectiva, y la masa lo ignora. Los destinos de una época son manipulados conforme a unas visiones estrechas, a los fines inmediatos de pequeños grupos activos, y la masa de los ciudadanos lo ignora. Pero los hechos que han madurado acaban saliendo a la luz, la tela tejida en la sombra acaba terminándose, y entonces parece que la fatalidad lo arrolla todo y a todos, que la historia no es más que un enorme fenómeno natural, una erupción, un terremoto, del que acaban siendo víctimas todos, quien ha querido y quien no ha querido, quien sabía y quien no sabía, quien fue activo y quien fue indiferente. Y este último se irrita, querría sustraerse a las consecuencias, querría que quedase claro que él no ha querido, que él no es responsable. Algunos lloriquean piadosamente y otros maldicen obscenamente, pero ninguno, o pocos, se preguntan: si yo también hubiese hecho mi deber de hombre, si hubiese intentado hacer valer mi voz, mi parecer, mi voluntad, ¿habría sucedido lo que ha sucedido? Pero ninguno, o pocos, se echan la culpa por su indeferencia, por su escepticismo, por no haber dado su apoyo moral y material a aquellos grupos políticos y económicos que combatían, precisamente, para evitar ese mismo mal; que se proponían conseguir ese mismo bien. Ellos, en cambio, prefieren hablar de fracaso de las ideas, de programas definitivamente hundidos y de otras gracias semejantes. Continúan en su indiferencia, con su escepticismo. Mañana seguirán con su vida de renuncia a toda responsabilidad directa o indirecta. Y no hay que pensar que no vean claras las cosas, que no sean capaces de presentarnos bellísimas soluciones a los problemas más urgentes, ya sean puntuales o de más larga preparación. Pero estas soluciones siguen siendo bellísimamente infecundas, esta contribución a la vida colectiva no está animada por ninguna luz moral; es consecuencia de una curiosidad inte-

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lectual, no de un punzante sentido de la responsabilidad histórica que quiere que todos sean activos en la vida, en la acción, que no admite agnosticismos ni indiferencias de ningún tipo. Tenemos, por eso, que educar en esta nueva sensibilidad, tenemos que acabar con los lloriqueos vanos de los eternos inocentes. Hay que pedir cuentas a cada cual de cómo ha desarrollado la tarea que la vida le ha planteado y le plantea cotidianamente, de lo que ha hecho y, especialmente, de lo que no ha hecho. Es necesario que la cadena social no pese sólo sobre unos pocos, que no parezca que todo lo que sucede se debe al azar, a la fatalidad, sino que sea considerado obra inteligente de los seres humanos. Y por eso es necesario que desaparezcan los indiferentes, los escépticos, los que gozan del poco bien que la actividad de unos pocos procura, y no quieren tomar sobre sí la responsabilidad del mucho mal que, por su ausencia de la lucha, dejan que se prepare y ocurra. 26 de agosto de 1916

LA HISTORIA Atrévanse a entregar a la vida toda su actividad, toda su fe, todo el sincero y desinteresado abandono de sus mejores energías. Atrévanse, criaturas puras, a sumergirse en el vivo y palpitante devenir humano, hasta confundiros con él, hasta recibirlo entero y sentir vuestras personalidades como átomo de un cuerpo, como vibrante partícula de un todo, cuerda sonora que recibe y resuena todas las sinfonías de la historia que así sentirán construir ustedes también. Pero aún en este completo abandono a la realidad circundante, en este vincular el ser al complejo juego de las causas y efectos universales, pueden sentir, de repente, la sensación de un vacío, la sensación de unas extrañas y difícilmente definibles necesidades, esas necesidades que Schopenhauer llamaba metafísicas. Están ustedes en el mundo, pero no saben porqué. Obran, pero no saben porqué. Sienten vacíos, y echan en falta justificaciones para vuestra existencia, vuestro obrar, y les parece que las razones humanas no son suficientes, que remontándose de causa en causa se llega a un punto que, para poder coordinar y orientar el movimiento, precisa de

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una razón superior, ajena a la conocido y a lo conocible. Como quien mirando el cielo y escalando los espacios que la ciencia ha medido, sintiera cada vez mayores dificultades en su fantástico vagabundear por el infinito, hasta alcanzar el vacío, un vacío absoluto que no logra entender y, entonces, inconscientemente lo adorna con criaturas divinas, entidades sobrenaturales que coordinan el movimiento, vertiginoso pero lógico, del universo. El sentimiento religioso nace de estas aspiraciones indefinibles, de estos razonamientos instintivos e interiores, y sin salida. Y todos tenemos en la sangre algún resto, algún frémito, también quien más ha logrado dominar estas manifestaciones inferiores, porque instintivas, impulsivas, que surgen del propio yo. Pero la misma vida las deshace; la actividad histórica las borra. Productos de la tradición, depósitos instintivos de milenarias épocas de terror e ignorancia de la realidad circundante, se trata de rastrear sus orígenes: explicarlas significa superarlas., convertirlas en objeto de la historia significa reconocer su vacuidad. Y entonces se retoma la vida activa, se siente más plásticamente la realidad de la historia. Remitiendo a la historia no solo los hechos sino los sentimientos, se acaba entendiendo que solo la historia explica nuestra existencia. Todo lo historiable no puede ser sobrenatural, no puede el residuo de una revelación divina. Si aún queda algo de inexplicable, se debe tan solo a nuestra carencia cognoscitiva, a una perfección intelectual aún no lograda. Y esto podrá hacernos más humildes, más modestos pero no nos echará en los brazos de la religión. Nuestra religión vuelve a ser la historia; nuestra fe vuelve a estar en el hombre, en su voluntad, en su actividad. Sentimos esta enorme, irresistible fuerza que procede del pasado, la sentimos en el bien que nos trae, al darnos la enérgica seguridad que lo que fue posible volverá a ser posible, y aún con mayor probabilidad pues aprendimos de las experiencias ajenas. Y la sentimos en el mal que arrastra, en esos residuos inorgánicos de estados de ánimos superados por la historia. De ahí que nos sintamos inevitablemente antitéticos con el catolicismo; de ahí que nos consideremos modernos, porque el pasado lo sentimos vivificando nuestra lucha, pero un pasado domado, siervo y no patrón, iluminador y no sombrío. 29 de agosto de 1916

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VIRUTAS Dos espectáculos, uno sobre el escenario, otro entre el público. Y el segundo no es el menos interesante. Y el dialecto pone más velozmente en contacto las dos partes del teatro, las hace colaborar, provoca impresiones inmediatas, porque el dialecto es siempre el lenguaje más propio de la mayoría, mientras que la lengua literaria necesita una traducción interior que reduce la espontaneidad de la reacción maravillada, la frescura de la comprensión. Observo. El escenario no muestra nada interesante. La opereta es una de tantas, ordinario y banalísimo acopio de lugares comunes. Ni una frase, ni un motivo que se salga de los vulgarísimos chistes. Un padre que quiere casar a su hija sin dote, una sucesión de acontecimientos dispersos, donde el motivo dominante es dar con el ardid para engañarse unos a otros. Pero el público, mezcla de dispares elementos sociales, parece interesado. Reunido en torno a las mesas, con sus bebidas refrescantes, rodeado por grandes árboles susurrantes y por el río que deja oír el estruendo de sus aguas estrechadas por la presa, no sugestionado por el recogimiento propio de los habituales teatros cerrados que impone al cerebro tan sólo ese pedazo de vida que se desarrolla sobre el escenario. Sin embargo, el público sigue el espectáculo. Y se ríe, y sonríe, aunque en verdad ni se inmute o conmueva. Y el espectador imparcial, que observa, percibe de inmediato que este bendito público de los suburbios es mucho más inteligente que el público chic de las butacas y los palcos. Porque no atribuye al espectáculo, a los actores, a los autores más mérito del que se merecen. La risa discreta es la misma que la que florece en los labios del paseante que vio a una portera encolerizada gritando. La sonrisa sin malicia ni maldad es la misma que ilumina las caras de los trabajadores que, en esa esquina de la calle, oyeron una frase absurda de un borracho parlanchín que se balancea sin compostura. Las observaciones banales son las mismas que se suelen oír a propósito de cualquier hecho social igualmente banal. Y si se mira a esos pobres actores, que se mueven con torpeza, que cantan con torpeza o bailotean sin gracia, que repiten con aplomo viejos retruécanos, esperando un aplauso que nunca llega, se siente una piedad infinita. Porque se advierte que, en el fondo, quien se limita a

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hacer el bufón y a hacer muecas no puede esperar laurel y premios. Porque se advierte que este tropel de hombres y mujeres que no sabe más que imitar a las marionetas, en el fondo se desprende del decoro humano y pretende hacer olvidar que existe una dignidad humana. Cabe, no obstante, pensar que el castigo sea demasiado duro, que el público sea demasiado inteligente también en los suburbios y que el susurro de las frondas, el estruendo del agua, el rayo de luna que atraviesa la techumbre podrían hacer desaparecer las mesas con refrescos para dejar a estos hombres y mujeres con las caras demasiado pintadas, con los trajes demasiado chillones, con esos rostros con muecas de honestidad pequeño-burguesa, solos, abandonados a sus melancólicos ejercicios. Y, sin embargo… sin embargo, estos actores creen realmente estar perpetuando la tradición dialectal y pretenden abandonar para siempre la barraca y las mesas con refrescos para fundar un teatro estable y convocan un gran concurso para seleccionar la comedia que mejor exprese los sentimientos patrio-pegajosos suscitados por la guerra. Y así, la ilusión alimentada por la benévola indulgencia acaba en desgracias y suicidios. 30 de agosto de 1916

LA ESCUELA EN LA FÁBRICA La fábrica inspira ditirambos. La fábrica, puede leerse, transformará la escuela, devolverá savia y ánimos juveniles a la escuela. Los jovenzuelos que estarán con los obreros, que entrarán en contacto con una vida menos artificial, menos blanda y desmovilizadora que su vida normal de familia, se transformarán y se convertirán en la generación que se necesita para renovar la vida italiana. Inglaterra es el modelo. Hay que preparar una generación a la inglesa. El nuevo ministro de Instrucción pública da su plácet a esta hipótesis, y deja que se extiendan los rumores: exenciones fiscales, exámenes más accesibles, reducción de los programas escolásticos. Y los profesores, para no parecer antipatrióticos, deberán consentirlo. Y los padres de familia, para no parecer saboteadores de la guerra, deberán dejar que sus hijos dejen de estudiar para ir a fabricar munición, sin que se especialicen como trabajadores,

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sin que se empeñen en ser obreros, porque serán algo gracias a la escuela y no a la fábrica. La verbosa retórica de siempre va construyendo la trama de prejuicios, de intereses en la que quedará ahogada la escuela y con la que se ahogará a no pocos jóvenes. Se ensalza la fábrica y se relega la escuela, según dicen, para imitar a Inglaterra, donde, sin embargo, se respeta tanto la escuela como la fábrica. Donde la escuela no es financiada por el Estado ni sirve para crear funcionarios, sino que la pagan los que asisten a ella, porque estiman ser más útiles estudiando que trabajando con las manos. Donde el paso de los jóvenes desde la escuela a la fábrica no supone un fenómeno destacable, porque al no haber títulos escolásticos reconocidos y garantizados por el Estado, no es posible que Fulano pueda entrar en el instituto o la universidad simplemente porque acabó los estudios o porque si en lugar de ir al colegio fue a la taberna o a la fábrica. Porque en Inglaterra, no existiendo el proteccionismo de Estado sobre los títulos de estudio, los empleos y los cargos se dan sólo a quien realmente sabe y no a quien ha podido frecuentar las escuelas. Se suele decir, y lo hemos dicho nosotros también, que en Italia se da demasiada importancia a la escuela del conocimiento desinteresado, mientras se descuida la escuela del trabajo. Pero el ministro Ruffini demuestra no conceder importancia ni a una ni a otra. Cree que la calidad de la escuela puede cambiar si los estudiantes van a la fábrica. Pero la escuela, si ha de ser seria, no deja tiempo para la fábrica y, viceversa, quien trabaja en serio solo podrá instruirse con un gran esfuerzo de voluntad. Confundirlas como se está haciendo es una de tantas aberraciones pedagógicas que vienen impidiendo que la escuela en Italia sea una cosa seria. Que la escuela sea sólo para quien tenga la aptitud, la inteligencia y la voluntad necesarias, y que la escuela no sea privilegio sólo para quien la puede pagar. Despejen las escuelas de los intrusos, de los futuros fracasados y oblíguenles a trabajar ahí donde sean más útiles. Que la escuela sea realmente escuela y que la fábrica no sea una condena, así se conseguirá una generación de hombres útiles. Útiles porque desarrollarán con provecho sus conocimientos y porque darán a la fábrica lo que le falta: la dignidad, el reconocimiento de su indispensable función, la equiparación del obrero con cualquier otro profesional. 8 de septiembre de 1916

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DOS PERAS En la calle Don Bosco. Una manifestación contra un casero que ha desahuciado a unos inquilinos, pobre gente, para poder así subir el alquiler. Policías y carabinieri rodean la casa y mantienen alejados a los manifestantes, practicando alguna que otra detención. Gavroche, inmortal, está entre la muchedumbre. Se ríe de los agentes y quiere contagiar su risa. El muchacho se mofa de un policía; quiere que la gente lo vea en su verdad, como ridículo esbirro manzoniano que la risotada plebeyamente alegre desarma, como un cuervo desplumado por unos polluelos petulantes. Gavroche se planta orgullosamente, con sus piernas abiertas como un compás, mira con malicia a los carabinieri y grita, como congestionado de heroísmo, en su dialecto: "Haré justicia a los pobres, con las dos peras que tengo guardadas". Los cuervos se miran: el plano estratégico queda preparado. Dos agentes de civil se infiltran en la muchedumbre y, de golpe, dos brazos inmovilizan a Gavroche y dos manos lo registran febrilmente tras un Ah! de satisfacción. "¡Mis peras −grita el muchacho en italiano−, mis peras del desayuno!". Los dos agentes se miran contrariados. Dos peras, dos prüss [en piamontés, pere significa piedra y prüss significa peras] y estalla la risa entre la gente, mientras Gavroche se escabulle gritando "¡Arrestar a un chaval porque tiene dos peras en el bolsillo!". Los cuervos se derriten, se desvanecen, derrotados, desarmados. Y el comisario Donvito se muerde nerviosamente los bigotes: ¡Ojalá hubieran sido dos piedras! ¡Cómo lo habríamos juzgado, cómo lo habríamos condenado! Gavroche inmortal se venga. Y los Donvito abochornados aplazan a mejor fecha la inauguración de sus placas auto-conmemorativas, perseguidos por esas risas que resuenan en sus oídos. 12 de septiembre de 1916

UNIDAD En la reunión de empleados y dependientes del comercio minorista, el profesor Mazzini Alati, aludiendo al problema del proteccionismo, elogió a los organizadores turineses que se han preocupado de este

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grave problema nacional, que es un problema que tiene que ver con la libertad y también con la solidaridad con los proletarios de toda Italia. Nada nuevo ha dicho Mazzini Alati, pero sus consideraciones merecen tenerse en cuenta. Creemos que tiene más valor seguir difundiendo una verdad establecida que enunciar nuevas paradojas, novedades ocurrentes que rebosen elegancia retórica. Se ha puesto en marcha una lucha contra el proteccionismo, contra la tendencia, apuntalada por los odios que reafirma la guerra, a recrudecer el proteccionismo. Pero no parece que las distintas organizaciones se empeñen en exceso. Parece que hasta ahora la lucha se ha limitado a reiterar principios y aún no parece dispuesta a pasar a acciones más prácticas, a acciones coordinadas para alcanzar objetivos claros y concretos. Mientras tanto, los otros siguen con lo suyo y, al contar con el apoyo de las poderosas organizaciones industriales y de muchos gobernantes, seguirán sin lugar a dudas alcanzando sus objetivos mientras no se demuestre, con hechos, con la acción unitaria de todo el proletariado italiano, que existe una fuerza que los proteccionistas han de tener en cuenta, una fuerza que se opondrá a ellos y al gobierno si, abusando del estado excepcional de limitación de las libertades públicas, pretenden una vez más hacer una política de hechos consumados. La lucha contra el proteccionismo se presenta en estos momentos con unas condiciones muy favorables al Partido socialista. El partido, con su energía compacta, puede convertirse en el centro de atracción de todos aquellos, y se trata de la mayoría casi absoluta de los italianos, que tras treinta años de régimen proteccionista siguen viendo cómo menguan sus salarios, cómo el bienestar se torna imposible, cómo la riqueza general se ha reducido en beneficio de unas cuentas bandas de negociantes creadas en torno a unas pocas fortunas personales. El choque entre capitalismo y proletariado se hace aún más evidente en esta lucha, adquiere una plasticidad más cautivadora, se consiguen nuevos elementos de propaganda. Las organizaciones turinesas deberían tomar la iniciativa de esta acción práctica. No en vano se habla ya de un liberalismo turinés, para referirse a la escuela de economía política liberal que se viene formando en Turín. Pero la simple doctrina nunca logrará transformarse en una práctica activa si la ciencia no encuentra en una corriente social bien organizada la fuerza que le de consistencia política, que la convierta en elemento de resistencia. En el mes de octubre se celebrará en Milán un

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congreso de académicos en defensa de los principios del libre comercio. Los socialistas turineses deberían conseguir que, por su iniciativa y previo acuerdo con la dirección del partido, en Italia se celebre una gran manifestación proletaria que reitere su firme propósito de oponerse a cualquier nueva restricción aduanera y exija que la economía nacional sea encauzada por las vías de la libertad. El proletariado italiano debe realizar un acto que demuestre su unidad, una unidad que los sucesos de la guerra no han quebrado. El proletariado tiene un programa económico, debe empezar a llevarlo a la práctica. 23 de septiembre de 1916

FARACOVI Faracovi, Faracovi, desde hace algunos días arrastra el cerebro este zumbido. Se trata de un doctor, el doctor Agostino Faracovi, doctor en medicina, el descubrimiento más reciente de la medicina, glorioso continuador de la más pura tradición italiana, la de Balanzon y Dulcamara. Faracovi es un auténtico monumento de la farmacia de toda la vida: de la farmacia, es decir, ahí donde se digiere el periódico y se produce la opinión pública, donde se debaten los más elevados problemas de la existencia y del espíritu concentrando la filosofía, la literatura, la poesía, la religión en pequeñas píldoras baratas, edulcoradas con polvo de regaliz para el paladar de los buenos villanos. Faracovi despacha al por mayor píldoras de farmacia política. ¿Desean saber cómo se cristalizan entre los zoófilos de las farmacias de los arrabales las discusiones suscitadas por la guerra? Les bastará leer una de esas cartas abiertas de Faracovi; aplastar entre el pulgar y el índice una de esas píldoras de su escaparate de Balanzon; probar una de sus pastillas. Entonces conseguirán entender qué es la opinión pública, mucho mejor que si leen cien periódicos. Acopio de deshechos de todo tipo caídos de las mesas de esos grandes Epulones del pensamiento que son los periodistas, estalactización del húmedo reflujo de la retórica pueblerina; ceguera de todos los topos multiplicada hasta el infinito. Y esa presunción, esa altanería, ese orgullo agresivo que deberían hacernos llorar como corderitos ante la devastación causada

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al carácter de los italianos en estos dos años de imbéciles polémicas sobre Alemania, sobre los alemanes, sobre la filosofía alemana, sobre la religión alemana, sobre la poesía alemana, sobre la gastronomía alemana, sobre la mujer alemana, y sobre todo ese cúmulo de tonterías italianas que reflejándose en sí mismas sirven para barruntar sobre la vida alemana. Faracovi no tiene la culpa de ser un imbécil; no tiene la culpa de ser un irresponsable. Es uno más de la infinita tribu. Faracovi es un vendedor y consumidor de píldoras; pero la pasta de las píldoras la compra en los periódicos, en los grandes y en los pequeños periódicos que desde hace dos años se dedican con ahínco a la cretinización nacional. Faracovi amasa la pasta, forma píldoras y las recubre de polvo de regaliz de su propia imbecilidad. Aplasten esas píldoras: "Los bárbaros no crean; los bárbaros destruyen". Acaso, ¿no lo sabía? Bellas cosas creó Alemania en estos cincuenta años de paz y desarrollo…. No. Son diabluras, diabluras que sirven a un único fin: destruir, destruir, destruir… el crear, señor director, es cosa de Dios, y de los hombres hechos a su imagen y semejanza… pero esos hombres de ahí claro que no están hechos a imagen y semejanza de Dios… ni siquiera tienen idea de lo que es Dios, como queda demostrado por el hecho de que para nombrarlo usan una antinomia: "viejo Dios". Ya se sabe que "viejo" y "dios" son términos antitéticos. Dios no puede ser viejo porque dios siempre es joven. Quien tenga alguna duda que se lo pregunte al papa, pero no al actual (¿a cuál entonces, por dios?). ¿Qué han creado esos bárbaros en cincuenta años de paz y desarrollo? Han creado dos cosas, ambas diabólicas: el socialismo y el internacionalismo". Aprieten bien este pildorón; de Faracovi no son más que las palabras, el tono, el polvo de regaliz, poco más; el resto: historia, filosofía, religión son la sustancia, la olla podrida [en español en el original] que desde hace dos años sirven cada día los periódicos al público italiano. Faracovi, Faracovi; Faracovi no es más que una peonza zumbadora que una mano, la mano de la opinión pública, hace girar y girar para mostrar mejor su propia imbecilidad. 20 de octubre de 1916

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ESTADOS DE ÁNIMOS Son al menos quince días que ya no me siento yo mismo. Son al menos quince días que siento crujidos en el andamiaje de mi ánimo, y dudo, y desconfío. ¡Qué lección para mi satánico orgullo! Creer que soy un ser moral; estar convencido que pensamiento y acción estén fundidos en mis actos como un bloque granítico que ni el más potente ácido de autocrítica corrosiva puede arañar. ¡Qué lección! Porque, son al menos quince días que, en cada acto que el hábito hace realizar mecánicamente a la persona concreta, caen con lúgubre zambullirse cascotes en las aguas quietas del foro interno de la conciencia y surgen multitud de preguntas dolorosas: ¿soy un ser moral? ¿o seré el último de los hombres? Diez cigarrillos, diez puñaladas en el corazón: el humo se enrojece, la respiración parece un silbido viperino. La constelación de las fibrilas gustativas es toda amargura de reproches punzantes. ¿Qué lentes poner entre la retina y el mundo? ¿Por qué el mundo se empecina en conservarse bello y en asaltar todo el sentir (como diría el inefable neo-filósofo de la carta abierta Faracovi) con traicioneras y tentadoras sensaciones? Satanás, el saboteador burlón de la guerra, no está al acecho sólo de las pobres monjas. ¿Quién logra huir de sus maléficas artes? Satanás está en los marrons glacés. Satanás está en la taza de café en la que se escurrió un cuarto de terrón de azúcar. Satanás está en el último racimo de uvas que queda en Italia después de que Filippo Meda asumiera el ministerio de Hacienda. Satanás está por todas partes, en el pedazo del rarísimo pan, en el vino aguado por los nuevos impuestos, en el huevo que nunca comparece para fastidiar así al recaudador. Satanás está en cada uno de nuestros más miserables deseos. Son al menos quince días que Satanás se impone. Satanás nos persigue. Satanás hace temblar con sus brazos musculosos el andamiaje de nuestras conciencias. Y hace caer escombros del edificio de nuestro ánimo, y deja lúgubremente esqueléticas las vigas, a la intemperie de un invierno que se acerca, al frío que nos recuerda el lamento de los congelados, de los que nada tienen, de los que ven a Satanás obrando en sus vidas, en sus venas de las que brota implacablemente sangre, en sus cerebros que se retuercen fuera del macabro cáliz del cráneo. Satanás no está sólo en las bellas gemas que lucen las finas manos de las señoras de los nuevos plutócratas, no está en los palacios, en las

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haciendas, en el perverso precio de la industria nacional que se asegura el mañana, tampoco en las ganancias ensangrentadas de los capitalistas que preparan la nueva Italia, más disciplinada, más atenta a cumplir con el deber. Pues sí, es así: son al menos quince días que parece caerse el andamiaje de mi ánimo, pero solo parece. Ante la nueva tribu de aburridos cuáqueros monorrimos, mi ánimo responde con un escupitajo; si el libro del destino dice que diez generaciones serán canceladas del mundo, mundo que tiene sus bellezas, no le quiten a la tribu de cuáqueros un terrón de azúcar, un racimo de uva ni siquiera un marron glacé. En cualquier caso, el canto de mañana no lo endulzará la escasez de azúcar de hoy. 23 de octubre de 1916

LA IDEA TERRITORIAL No doy con otro adjetivo. La lengua italiana no tiene otro adjetivo, y no deja de ser significativo. No se puede traducir en italiano ni la palabra ni el concepto que en francés dice déraciner, déracinement −en los libros, por ejemplo, de Maurice Barrés. Se trata de una idea histórica, esencialmente histórica, que supone un largo trabajo de penetración cultural, que no puede convertirse en patrimonio de las conciencias tan solo por razonamiento, porque es un hábito mental, que se aprende de la colectividad, al igual que el lenguaje, al igual que la fe. No se trata solo de sentirse parte de un todo social ya se llame Italia, Francia, Alemania, formado por una reunión de humanos que, además de los rasgos genéricamente abstractos de humanidad, tienen unos rasgos específicamente nacionales, creados mediante la diferenciación histórica. También se trata de sentir los límites territoriales de ese todo social. Transmitir el sentimiento territorial de la patria es el fin concreto de la educación nacionalista, una educación que tiene en tiempos de guerra el momento psicológicamente más propicio a su propaganda, cuando la frontera se convierte en algo vivo, que sangra, que está herido, que está desgarrado por la furia bestial de la lucha de conquista. Lo cierto es que se reprocha a los socialistas el que no sientan esta

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idea. Incluso aquellos que no creen en las ideas innatas, que no creen en el principio natural, que equiparan civilización e historia, reprochan a los socialistas el que no tengan una idea territorial de la patria. Creen en el viejo prejuicio evolucionista, que se imagina la historia como una sucesión de estadios, a través de los cuales deben pasar todos los hombres, si han de ser plenamente humanos. Del individuo a la familia, a la tribu, a la parroquia, al municipio, etc. La naturaleza no quema etapas, por lo tanto los socialistas son unos idólatras y el internacionalismo es una mitología pútrida. El ciudadano ha de tener una idea territorial si quiere ser perfectamente humano, si quiere ser plenamente él mismo. Pero no hay evolución, en las ideas. Las ideas se hacen, sí: pero se hacen efectivas si son vitales, es decir, si representan una necesidad. No hay paso entre una idea y otra, hay sustitución. Cada nueva formación social que asoma en los límites de la historia, trae consigo las ideas que, haciéndose efectivas, servirán para satisfacer las necesidades de su futura vida. El proletario no puede sentir la idea territorial de la patria, porque el proletario no tiene historia, porque nunca ha participado en la vida política, porque no tiene tradición de una vida colectiva más allá de su pueblo. Se ha convertido en un ser político a través del socialismo; en su conciencia el territorio carece de concreción espiritual; la necesidad nacional no resuena en ninguno de sus recuerdos de pasión concreta, de dolor, de martirio. Su pasión, sus dolores, sus martirios los ha tenido por otra idea, por la emancipación del hombre de toda esclavitud, por la conquista de todas las potencialidades del hombre como tal, que no tiene territorio, que no conoce límites más allá de las inhibiciones de su conciencia. Para el socialismo, el hombre ha recuperado sus rasgos genéricos: de ahí que hablemos tanto de humanidad y queramos la Internacional. 3 de noviembre de 1916

EL HOMBRE QUE ESPERA ALGO Conozco a un hombre al que he colocado en un apartado especial de mi memoria: el hombre que espera algo.

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Me gusta encontrarme con él, me gusta conversar con él. Es un observador imparcial de la historia que transcurre a su alrededor. No es un hombre de acción, porque no adhiere a ningún programa de acción. No es de temperamento crítico, porque para criticar hay que saber distinguir, y para distinguir hay que tener un criterio, una idea general, un apriorismo polémico, y no ha tenido tiempo de formarse un criterio, de pensar una idea, de digerirla, asimilarla, confundirla hasta tal punto con la conciencia viva que acaba convertida en apriorismo lógico. Él tan solo espera, y este eterno compás de espera se ha convertido en algo morboso, en un marcado sentimiento de nostalgia que le despierta la noche con las orejas al acecho de algún rumor de muchedumbre pasando por las calles, del trote firme de la caballería represora, del ritmo acompasado de los infantes que con sus cuerdas apresarán la fiera enfurecida de la revolución. Su ansia es tal que algunas mañanas debe salir cuando aún despierta la ciudad y abre con la mano temblorosa los periódicos, en los que una pequeña nota, un artículo sintomáticamente censurado, una convocatoria le dan un golpe al corazón, le empalidecen las mejillas, lo dejan pensativo para todo el día. Empezó a padecer este orgasmo hace unos años; se tranquilizó en 1914. Empezó a hacer amigos entre los subversivos; quería ambientarse, quería aguzar su sexto sentido, quería poder esperar mejor, percibir mejor los síntomas de lo que se estuviera preparando. Llegó incluso a dar mayor importancia a la victoria del diputado nacionalista Bevione que al asesinato de Francisco Fernando, ambos sucesos anunciados en los periódicos el mismo día. La guerra mundial, por tanto, lo sorprendió, lo turbó aún más con sus aires de milagro. Esperó el hombre sin ideas generales, el hombre que no siente la civilización ni la historia, el derecho o la prepotencia, porque quiere el hecho, el hecho nuevo, definitivo, que lo cure de su morbosa pasión, que sea como un cerrojo sobre el futuro, que pare la historia. No lo había vuelto a ver, casi dos años estuvo sin aparecer, porque lo engañé, porque orienté equivocadamente sus expectativas. Pero me busca otra vez; sabe que no puede esperar nada de la otra parte; ha adelgazado, y sus nervios son aún más sensibles, lo perciben todo, son su desgracia. No consigue olvidar nada, los estímulos son demasiados, y lo destruyen. Está sumido en la incertidumbre; su pasión le reconcome; la noche cae de nuevo para anunciar el rumor de la

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muchedumbre levantada; el galope firme de la caballería. Me impresiona. No es bueno para la sociedad, este hombre que espera algo. La censura debería eliminarlo de las aceras, de las mesas de café. Creo que por esperar algo se acaba deseando ese algo, buscando ese algo. La censura, la policía deben remediarlo. 7 de noviembre de 1916

EL VIENTRE El diablo de la réplica quisiera dictar a mi mano un elogio del vientre. Y debo reconocer que el demonio no se equivoca del todo. El demonio empezó a azorarse el día, que por desgracia va alejándose, en el que la fábula de Menenio Agrippa le enervó. Hoy, es el egregio abogado Marconcini, concejal de Turín, el que se presenta, como nuevo Menenio, con cuentos sobre el vientre. Y remite al vientre la diferenciación entre socialistas y católicos y, según publica el Momento, ataca a Bebel por su frase, sibilina a la inteligencia del cronista clerical: "la cuestión social es una cuestión de vientre". El demonio de la réplica reclama un elogio del vientre. Pero tampoco esta vez atenderé su deseo, como tampoco lo hice cuando, sobre el atormentado banco del colegio, vientre significaba todo aquello que resulta dulce al paladar, y entonces la tentación era más fuerte. Dejemos que se haga el elogio del cerebro, de la inteligencia, de la razón y que el pobre vientre sume a las injurias del régimen de guerra, con el pan racionado y las restricciones alimenticias, las injurias teleológicas del profesor Marconcini. El cual, afortunado él, es un socialista sin vientre, es un socialista generoso, mientras que nosotros somos unos socialistas traidores y engaña-obreros, porque por desgracia nacimos con un vientre. Y no nos duelen prendas en inclinarnos humildemente ante el nuevo Menenio, porque, es cierto, tenemos vientre, pero no es hipertrófico y podemos por lo tanto inclinarnos. Sólo pretendemos sugerirle al cronista clerical una interpretación de la sibilina frase de Bebel, para que se la traslade al egregio abogado profesor Marconcini, concejal de Turín, y ver si logra así convencerse de que nuestro sistema económico se basa en un principio moral. Por ejemplo: "La cuestión social es cuestión de un vientre

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que ya no quiere ser solo vientre". Algo bien sencillo, sencillo al menos para el cerebro del egregio profesor que en una frase de Bebel resume la esencia del socialismo, que convierte una palabra en la quintaesencia de un movimiento social de los más complejos, con su teoría y su praxis, con su moral y su economía. Quizá por ello, no he hecho un elogio del vientre. Este modesto órgano tan necesario como despreciado por los necios que atribuyen nobleza a las palabras y a las partes del cuerpo, no necesita que lo defiendan. Las estupideces no se merecen réplicas. El demonio se calma. Quien cree ser cerebro y solo cerebro se hunde en el ridículo de su fatuidad. Quien sostiene que los adversarios son vientre y nada más que vientre, está tan alejado de los dominios de la inteligencia que podrá ser un buen católico con elogiables tendencias democristianas, pero no puede ser rebatido. O quizá sí, pero que lo haga Pietro Aretino, que ante las melosas necedades de la moralina católica logró dar con la única réplica posible. 21 de noviembre de 1916

MIGRAÑA Evidentemente es debido a la migraña. El cerebro trabaja por su cuenta. Los silenciosos obreros que cada día reconstruyen lo que el cansancio destruye están hoy más agitados. Un zumbido, un doloroso hormigueo, como si las paredes corticales fueran pisoteadas por un número infinito de pequeños pies afilados, pungentes, cortantes que atacan cruelmente la materia orgánica, la irritan, la martirizan. Y la materia orgánica reacciona no obedeciendo a la voluntad, extraviándose en atroces fantasmagorías, en violentas y grotescas representaciones, poblándose de rojos, fantasmas rojos que arrancan, pisotean, con miles, miles de tentáculos afilados, miles, miles, infinitos como el número de bastones, como el número de muletas que se podrá comprar con lo recaudado por la nueva colecta, en Turín, en Milán, en las cien localidades donde la beneficencia apela al corazón generoso de las personas que pueden caminar sin bastón, sin muletas, que caminan sin bastón, sin muletas, que tienen la mente serena, el corazón gozoso de las personas que caminan sin bastón, sin muletas.

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Evidentemente es la migraña. Evidentemente la materia orgánica del cerebro se está rebelando contra la voluntad, y crea con rencor esos atroces fantasmas sanguinolentos, esos muñones de humanidad esforzándose sobre una infinidad de bastones y de muletas. Porque el cerebro está lleno, porque el cerebro rebosa por todas las ventanas por las que le llegan las sensaciones: porque el zumbido de las orejas se define, se distingue, se reconoce en el repiqueteo leñoso, que estalla en las aceras, en los empedrados. Porque los párpados entreabiertos en un doloroso estiramiento ya no son una membrana enrojecida por el malestar, llena de sangre, sino una pantalla, una atroz pantalla delante de la que pasa esta interminable, prodigiosa sucesión de astas rígidas, con ritmo monótono, que zumban en el oído, que hacen tajos en las paredes corticales, que con maligno repiqueteo hacen saltar miríadas de chispas rojas como gotitas de sangre que pueblan toda la fantasía, y convierten en atroces las visiones y tornan opaca la voluntad. Y la voluntad no reacciona; y la voluntad se deja abandonar, y sigue en su serpentino deshacerse este desfile de monstruos, que llenan el mundo, que entristecen el mundo, que ensombrecen con un velo infinitamente melancólico la belleza del mundo, que apesadumbran la ligereza de la vida del mundo, en un ritmo leñoso, hecho de malignos repiqueteos, de atroces embestidas llenas de infinita melancolía dolorosa. Evidentemente es debido a la migraña. Evidentemente, no puede ser sino el efecto de la migraña. 27 de noviembre de 1916

SIMPLICITAS El Momento responde al "padre de familia" que hace unos días protestaba, en una carta dirigida a nuestro periódico, porque en una escuela de Turín una maestra hace recitar a los niños el Padre nuestro antes de empezar la clase. Y propone al "buen padre de familia" este sencillo razonamiento: "¿Has notado en tu hija algo que te preocupe y que puedas considerar como una consecuencia de esa oración que ella recita todas las mañanas junto con sus compañeras de clase? ¿Acaso es ahora menos obediente y respetuosa para contigo? ¿Comete en casa

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más travesuras que antes? Porque si nada de esto ocurre no acabo de entender el motivo de tu preocupación. Es cierto, eres un libre pensador y quieres que tu hija crezca libre de todo pensamiento religioso; de quererlos, ya se los buscará ella… eso dices; pero no eres sincero, porque sabes muy bien que tu niña cuando llegue a ser una mujer para el matrimonio, y se encontrará luchando en medio de todos, no tendrá ni modo ni deseos de aprender esa fe y esa oración que tu le habrás hecho ignorar. ¿Y dónde queda entonces tu respeto por la libertad de pensamiento? Tú eres el que ejerce una violencia sobre ella, y no la maestra que le hace recitar el Padre nuestro ". Así de llanamente responde el Momento. Y el "buen padre de familia" nos pide que se responda aún más llanamente, como sigue: "Me importa de verdad la mención de "buen padre" que el Momento usa con algo de ironía, insinuando que soy un padre fantasma. "Y lo cierto es que me preocupo por el modo en que mi hija va formando su carácter a través de los contactos con la vida escolar y a través de las enseñanzas que yo mismo le imparto. "Mandándola al colegio, pretendía darle la posibilidad de aprender tantas cosas que yo no sería capaz de enseñarle. Pero no pretendía, en modo alguno, abdicar de lo que considero es mi máximo deber y mi obligación primordial para con ella: ser yo el maestro de sus convicciones más profundas, para poder asumir después con toda convicción, la responsabilidad de su futuro y de su comportamiento. "Estas convicciones se las transmito siguiendo lo que yo considero es la verdad, y acostumbrándola, con la persuasión y el ejemplo, a poner siempre como fin de sus propias acciones, por pequeñas que sean, lo verdadero y lo justo. Cualquier apriorismo, cualquier prejuicio absoluto queda excluido de mi manera de educar. El único apriorismo indiscutible es el de la sinceridad, el único prejuicio admitido es el del desinterés en la búsqueda cotidiana de esos elementos que deben ayudarla a convertirse en una criatura profundamente humana. Pero yo no lo puedo hacer todo. Es necesario que la escuela complete la obra. Reconozco que la oración cotidiana del Padre nuestro no ha hecho que mi hija sea mala. Pero ella, que es una persona viva, aunque aún sea una niña, y que tiene gran sensibilidad, está desorientada ante el hecho de que su maestra le enseña cosas que su padre no le enseña y le explica de otra manera. Le molesta ser casi la única (una compañera de

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familia israelita no recita las oraciones) que no realiza esos actos especiales que todas las demás niñas si realizan. Y entre el respeto y afecto por su padre y el respeto y afecto por la maestra queda atrapada en una angustia que quisiera evitarle, al no ser aún intelectualmente madura para poder comprender que puede haber un desacuerdo entre dos personas que para ella representan toda la vida espiritual. Sé que en esta angustia, que no solo mi hija sentirá, radica un problema pedagógico que las autoridades deberían resolver de la manera más liberal, haciendo que la escuela solo sea una escuela de cultura, y dejando a cada familia la tarea de educar a sus hijos como estimen oportuno. Si en las escuelas enseñaran el Buda nuestro o el nuestro Alá, no por ello serán malas las niñas: y, sin embargo, seguro, el Momento se uniría a mí para protestar y seguramente también recurriría a la libertad de conciencia. No quiero ser hipócrita con mi hija, eso es todo: y lo sería si dejara que ella pudiera pensar que no estoy lo suficientemente convencido de mis ideas como para permitir que su espíritu se convierta en una especie de maleta en la que caben todas las opiniones corrientes del mundo." 15 de diciembre de 1916

BREVIARIO PARA LAICOS Es del poeta inglés Rudyard Kipling y queremos darlo a conocer a nuestros lectores, como ejemplo de una moral no contaminada por el cristianismo y que todos los hombres pueden aceptar: Si guardas en tu puesto la cabeza tranquila cuando todo a tu lado es cabeza perdida; si en ti mismo tienes una fe que te niegan y nunca desprecias las dudas que ellos tengan; si esperas en tu puesto, sin fatiga en la espera; si, engañado, no engañas; si no buscas más odio que el odio que te tengan... Si eres bueno y no finges ser mejor de lo que eres; si al hablar no exageras lo que sabes y quieres; si sueñas, y los sueños no te hacen su esclavo;

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si piensas y rechazas lo que piensas en vano; si tropiezas con el triunfo, si a la cumbre llega tu derrota y a estos dos impostores los tratas de igual forma; si logras que se sepa la verdad que has hablado, a pesar del sofisma del orbe encanallado; si vuelves al comienzo del trabajo perdido, aunque esta obra dure toda tu vida; si arriesgas al momento y lleno de alegría tus ganancias de siempre a la suerte de un día, y pierdes y te lanzas de nuevo a la pelea, sin decir nada a nadie de lo que es y lo que era; si logras que nervios y corazón te asistan, aun después de su fuga de tu cuerpo en fatiga, y se agarren contigo cuando no quede nada, porque tú lo deseas y lo quieres y mandas; si hablas con el pueblo y guardas tu virtud; si marchas junto a reyes a tu paso y tu luz; si nadie que te hiera llega a hacerte una herida; si todos te reclaman, y ninguno te precisa; si llenas un minuto envidiable y certero de sesenta segundos que te lleven al cielo... toda esta tierra será dominio tuyo y aún mucho más, serás hombre, hijo mío. 17 de diciembre de 1916

PREOCUPACIONES Me trae el servicio postal una circular de mi parroquia. No conozco ni a los curas ni la parroquia, pero esto no es óbice para que no existan ni para que yo sea un cordero de su grey, ni para que cuiden de mi salud espiritual e incluso dediquen unos minutos de su precioso tiempo para suplicar al ángel anunciador el milagro que ablande las durezas de mi corazón. La circular me suscita por tanto bondad, ternura. Solicita ayuda para

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levantar un templo dedicado a la virgen María; quisieran reunir a toda Italia a los pies de María Santísima para implorar victoria y paz, protección a los combatientes, eterno descanso a los caídos. Se adjuntan a la circular copias de una publicación periódica de título ¡Votemos a María!; recuerda que la Santísima protegió en mil batallas a los magnánimos príncipes de la Casa Savoia, recuerda que la imagen de la diosa brilla sobre pecho de nuestro heroico soberano en su collar bendito, y recuerda que es la primera protectora de los ejércitos y soldados de Italia. Estas consideraciones tampoco tienen la virtud de molestarme, de sacar al menos un pequeño grito de mi conciencia de jacobino. Mi conciencia está ahora en un vago crepúsculo mitológico, mi conciencia tiene ahora otras preocupaciones. La actividad de los demás no me irrita, aunque esté en las antípodas de mi voluntad y de la de mis compañeros de ideas. Me preocupa el que esa actividad se proponga dejar sobre algunos metros cuadrados de la superficie terráquea un rastro arquitectónico hecho de piedras y yeso; ingenio y brazos para un edificio que no sé qué uso podrá tener en el futuro, cuando la actividad actual se haya convertido definitivamente en mito, cuando el edificio haya perdido para todos su carácter hierático y no sea más que piedra y yeso en forma de edificio. Se trata de una preocupación candente, actual. Convendría que todo lo que se produce en forma sólida, como transformación geológica de la superficie del mundo, tuviera condiciones de perpetuidad y pudiera por lo tanto adaptarse a nuevas funciones. El hombre pasa: una generación sustituye a la anterior. La historia de los hombres es una matriz fecunda de conciencias siempre nuevas, aunque alimentadas por lo antiguo, por la tradición. Pero la materia bruta no tiene esta elasticidad de renovación. Los hombres se la dan, si tienen conciencia de su devenir, si proyectan sus esfuerzos de hoy en las fuerzas de mañana. Y cuando transforman la estratificación geológica del mundo, cuando le quitan granito al monte o cal a la mina para ordenarlos en paredes y tejados, procuran hacerlo con un criterio de continuidad, para no herir inútilmente al decrépito mundo, para no entorpecer inútilmente el nuevo mundo que lucha por nacer. La circular de mi párroco me preocupa mucho en este vago crepúsculo mitológico en el que está inmerso mi ánimo. Pero no por ello pierdo mi bondad y ternura.

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Son la misma bondad y ternura que se sienten ante todas las criaturas imperfectas. Se piensa en su fatal esterilidad, en el olvido en el que quedarán sumidas dentro de no mucho tiempo. El mito pagano nos ha dejado bellos monumentos que siguen vivos por su carácter perenne, que permiten revivir sentimientos ancestrales. El mito cristiano, por lo menos en nuestra ciudad, no dejará sino estorbos, futuras demoliciones. Hay motivos para preocuparse. Confesemos que si todo esto da pena por su impotencia y esterilidad, también acaba resultando molesto. 31 de diciembre de 1916

CADÁVERES E IDIOTAS Circula el rumor −y, sin duda, se trata de una broma maliciosa, pero de una broma significativa− que la sección turinesa del partido socialista ha decidido días atrás dejar de admitir de ahora en adelante socios que hayan superado la escuela primaria.

El Corriere della Sera se divierte multiplicando con este motivo las habituales frases chistosas que tanto gustan a sus lectores, aunque las hayan oído repetir cien veces. Socialistas: idiotas y nefandos; socialistas: proletarios de la inteligencia; socialistas: protozoos que sirven a la especie superior de mamíferos; socialismo: peones contra intelectuales; socialismo: analfabetos de todo el mundo uníos, perinde ac idiotus (como un solo idiota; traduzco para uso de nuestros socios). Sopesemos las palabras. Idiota: palabra muy noble de origen griego. Idiota significa ante todo soldado raso, soldado sin galón alguno. Significa también: quien piensa por sí solo, que es propio de sí mismo, que aún no se ha sometido a la disciplina social vigente. Cuando esta falta de disciplina ante el ordenamiento social se torna culpa, la palabra empieza a asumir un significado ofensivo. Pero en sí misma, la palabra no es ofensiva. Tiene un significado social, no individual. Idiota es el que es distinto, el que piensa y habla de manera distinta a la mayoría. Idiotismo es la palabra o la expresión propia de una región y que no se usa en la lengua literaria o nacional. Idiota, en definitiva, significa refractario, en lo relativo a las relaciones sociales. Nefando:

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palabra igualmente noble, de origen latino. Significa: quien habla como la divinidad prohibió hablar, quien hace afirmaciones prohibidas por la ley. Dos palabras con un valor claramente democrático desde el punto de vista social. Dos palabras que adquirieron un valor ofensivo cuando la sociedad, la ley, la disciplina social se basaban en el principio divino, en una concepción mística del destino que precede al acontecer de los hechos humanos. Idiotas y nefandos eran, por tanto, aquellos que no creían en la eficacia taumatúrgica de las frases hechas, del "Dios lo ha dicho", "la patria así lo pide", "las leyes inescrutables que guían a la humanidad dicen", etc. y, por tanto, obraban y hablaban siguiendo sus propios principios, seguramente equivocándose de vez en cuando, pero dispuestos a reconocer el error y a corregirlo, contentos si lograban alcanzar un fin por nimio que fuera, por cuanto, incluso en su pequeñez, lo alcanzaban con sus propios medios, como resultado de su obrar y no de la supina obediencia a la voluntad de otros. Idiotas y nefandos: palabras clásicas que expresan la independencia de un pequeño grupo respecto a la colectividad, de un individuo respecto a su entorno. Palabras que se contraponen al cadáver de los jesuitas, al "creo aunque sea absurdo; es más, creo porque es absurdo", al ipse dixit (lo he dicho…y ya no habrá más traducciones para nuestros socios) y a todas las otras fórmulas del ovejuno sometimiento a la verdad revelada, a la ley, a la voz de Dios, al Estado: disciplina mística para la realización de la voluntad de Dios sobre la tierra. Intelectuales: también, si intelectual quiere decir inteligente, y no tirano por gracia de un título académico; seguir a los intelectuales: también, si seguir quiere decir encontrar en ellos, aclarados, más lógicamente construidos, aquellos conceptos y aquellas verdades que cada cual siente pero sin distinguir bien. Pero no se pretende sacrificar la propia inteligencia al intelecto, la independencia y la libertad al intelecto de otros. Cuando se demuestre que no tener un título académico significa ser estúpido, que no ser ovejunamente esclavos significa ser un delincuente, entonces nos cubriremos de cenizas y nos golpearemos el pecho. De momento estamos convencidos que estúpidos y cretinos son sólo aquellos que dan a las palabras ese significado que tendrían si se refirieran a sí mismos. Nosotros somos más clásicos que ellos, y nos va bien. 17 de enero de 1917

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PROMETEO MONOPOLIZADO Prometeo es el desconocido inventor del fósforo. Prometeo es el símbolo del espíritu humano que nunca se conforma con lo logrado, que siempre busca, siempre mejora, que sustituye continuamente lo bueno con lo mejor, lo mejor con lo perfecto. Prometeo ha sido monopolizado. El fisco estranguló a Prometeo. Prometeo es el espíritu que domina el fuego y lo convierte en algo de uso práctico. La primera cerilla es su antorcha que trae del cráter de un volcán, de un árbol fulminado, la llama que alimenta innumerables hogueras. Es el fuego sagrado, siempre encendido a los pies del simulacro de una diosa, del que los moradores del mundo esparcidos por los campos sacan la chispa cuando la lluvia apaga sus hogares. Es la piedra contra la que se golpea para sacar chispas. Es el fósforo que permite guardar en el bolsillo cientos de eventuales llamas. Prometeo no descansa nunca. Cien llamas por dos monedas son demasiado pocas para la utilidad del hombre, para el mayor bienestar del hombre. Y, así, vuelve la espoleta: vuelve el sílex (el que de más chispas), una rueda estriada de acero (la que menos se oxide) y algo que prenda (la gasolina) y por dos monedas se tienen trescientas, cuatrocientas posibles llamas. Y sigue trabajándo. El hilo de platino que enciende el gas. El hilo de cobre que atrapa la chispa: por dos monedas, infinidad de chispas. Prometeo, el agitador de la luz, ha tenido suerte. Su enemigo, el fisco burgués, aún no había nacido. El monopolio fiscal, por suerte, aún no ha prohibido algunos sustitutivos. De lo contrario estaríamos aún con el fuego de Vesta; aunque el fisco sería capaz de hacer desfilar cada mañana a los patres familias en busca de una llama única y monopolizada para cuadrar las cuentas del Estado. Como también sería capaz de hacer rodar las locomotoras sobre rígidos rodillos, el día en que monopolice la rueda. De no ser porque Prometeo sustituyó los rodillos, los troncos con los que los salvajes aún trasladan grandes pesos, con la rueda, la rueda con rayos, la rueda de acero, la fina rueda recubierta de neumático que vino a contradecir las leyes de la gravedad del cuerpo. El fisco es el estrangulador siempre al acecho. Ha prohibido el hilo de platino que permite ahorrar cerillas en el encendido del gas, ha prohibido durante un tiempo el encendedor automático y lo prohíbe de nuevo porque es demasiado difícil de controlar por los recaudadores,

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porque tiene demasiado fósforo y de aplicarle un impuesto sería tal que el pobre contribuyente desfallecería. El fisco es molesto, es filisteo, como todas las cosas burguesas, pero es molesta y filisteamente listo. No quiere que el contribuyente desfallezca y muera. Tres monedas cada dos o tres días, son como una gotita de sangre cada dos o tres días; veinte, treinta liras por un encendedor automático sería demasiada sangría: el fisco prohíbe el encendedor, como ya prohibió el hilo de platino, como prohibiría los interruptores de la luz eléctrica, si fueran de consumo proletario general y no casi un privilegio. El fisco es el enemigo de Prometeo. El monopolio burgués es el estrangulador de Prometeo, del espíritu que sustituye lo bueno con lo mejor, lo mejor con lo perfecto, para que cada vez más gente puede disfrutar de bienestar, para que sea cada vez más libre de la servidumbre de las leyes naturales. El fisco no es un liberador; es un contador que piensa en cuadrar la contabilidad burguesa. De ahí que Prometeo, que es revolucionario, se vea a veces forzado a convertirse en contrabandista para seguir siendo él mismo. 19 de enero de 1917

ENTRE YO Y YO En un recodo de mi pensamiento mi yo se escinde en dos: yo y yo, y entre yo y yo se entabla este diálogo: −¿Crees realmente poder inducir al profesor Rinaudo a hacer aquello

que él mismo considera es deber de todo ciudadano hacer, y especialmente de esa categoría reducida de ciudadanos que hacen leyes, que determinan en cuales y cuantas maneras se concreta la más elástica de las palabras del diccionario: el deber? ¿No será un tiempo baldío el que dedicas a este magistrado, un tiempo malgastado, además, en propósitos salvajes, ya que puedes dar a entender que el profesor es el único canalla que calienta butaca en la sala del consejo municipal? −Vayamos por partes. Ni soy ni quiero ser el don Quijote de la moral, de la justicia, etc., etc. aunque estoy más que convencido que estas

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virtudes se manifiestan no sólo en las palabras sino en los actos ya sea de cada individuo como de la colectividad. Son palabras elásticas, es cierto. Pero para un burgués son menos elásticas de lo que pueda parecer. Para un burgués que realmente es ciudadano de su Estado, de su ciudad, la moral, la justicia, la rectitud se definen en las leyes. Siendo el burgués, como se suele decir, un hombre de orden y no un subversivo, acepta las leyes de su Estado y de su ciudad. Las acepta íntegramente, porque no las critica, porque no se propone cambiarlas, porque su actividad como ciudadano propende a la conservación, no a la sustitución, tampoco a la revolución. Pero fíjate: el burgués hace las leyes, pero no las respeta; es un empleado, pero nunca está en la oficina; es un oficial, pero no quiere ir a la guerra; es cura, pero no cree en Dios. El burgués propende a ser, con todo su empeño, parásito de sus propias ideas, de su programa, de su nacimiento, de la herencia de su padre, de la ignorancia de sus obreros, de la fama de su padre, de la indiferencia de sus administrados. El burgués quiere que las calles estén limpias, que la patria esté protegida, que tenga muchos cañones, muchos soldados, que el servicio postal funcione, que los trenes respeten sus horarios, que muchos policías protejan su monedero y toda esa infinita lista de cosas que le aseguran su bienestar de hoy y todo el bienestar posible de mañana. Para conservar y aumentar el bienestar, hay que gastar, hay que sacrificar algo, hay que limitarlo. El burgués procura no hacerlo. Revierte sobre los demás las penas, y se queda para sí las glorias. El bien sin el mal, el disfrute sin el sufrimiento, la luz sin la sombra. Ya tiene cien, y procurará guardarse ese cien. Otros tienen diez e intentará quitarles cuanto pueda, dejándoles tan solo aire que respirar. No hace coincidir las palabras con los hechos, el burgués con el ciudadano, con el legislador. Nadie se preocupa de denunciarlo o, mejor dicho, nadie se preocupa ya de denunciarlo hasta que no se avergüence, no se sienta abochornado. Y entonces conviene poner en el lugar del burgués, un nombre: Rinaudo. Hay cincuenta mil burgueses que no cumplen con su deber. Estos cincuenta mil se reducen a unos pocos: los concejales municipales. En la junta municipal, un concejal, el de hacienda, es el responsable de establecer impuestos. Para que odiar el privilegio hay que procurar reducir el número de privilegiados. Todo no-privilegiado odia el privilegio. Si el concejal de Hacienda no

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fuera un privilegiado, no permitiría que lo fueran otros. La tolerancia es el precio por los crímenes que uno mismo comete. Tras estas palabras yo y yo se dan la mano y yo, de nuevo uno, sigue su camino. El interés por Rinaudo se aclara: alguien cambió espíritu cívico por cínico. El matiz puede valer. 28 de enero de 1917

PROFANACIONES El pan de guerra -hecho por manos puras - es pan de comunión - donde está toda la Patria - transubstanciada, viva - como el cuerpo del Redentor en la ofrenda eucarística - Año de la victoria MCMXVII

Es la inscripción dictada por Gabriele D'Annunzio para la medalla a los panaderos que mejor preparan el pan de guerra. Para los católicos, la inscripción es una blasfemia, una profanación. Ya se han celebrado en las iglesias de Turín triduos de reparación; la opinión pública católica ha protestado de todas las maneras; a D'Annunzio han llegado a llamarlo Rapagnetta [su verdadero apellido], que es el máximo insulto que se puede hacer a un esteta que ama las palabras armoniosas. Profanación, tontería. Profanación para el católico, tontería para el racionalista. El racionalista no reniega el misticismo: lo comprende, lo explica y, por tanto, lo vacía de su significado, de su valor propagandístico. El racionalista no desprecia el misticismo: niega que tenga eficacia moral, una eficacia constructiva duradera y sólida. El misticismo es intuición apasionada de una realidad fantástica; es un fenómeno individual que en determinados individuos puede facilitar la perfección de la vida moral. Pero es individual: no puede elevarse a máxima, a programa de acción. Es intuición, no raciocinio. Es incomunicable en su profundidad y, por lo tanto, si se convierte en programa de acción será solo como fastidiosa imitación simiesca, como vulgar beatería, como tonta y vana palabrería. Para los católicos, D'Annunzio ha profanado, ha hecho algo necio. Ha esquematizado el místico acto de la tran-

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substanciación de Cristo en el pan ácimo de la eucaristía, y ha aplicado el esquema a otras realidades: a la patria hoy, pero como hizo antes y volverá a hacer mañana con la mujer, con la palabra "mujer". Y la necedad no es solamente dannunziana: es de los católicos, y de los monárquicos, y de los republicanos, y de todos aquellos que han convertido la mística en una máxima para la acción y la propaganda. (Quince líneas censuradas). Y para alguno podrá ser así. Los santos existen y existirán; los místicos que queman en una llama de pasión sobrehumana todas las escorias de su terrenal existencia hasta alcanzar el espíritu puro, existen y existirán. Pero éstos viven el misticismo y mueren por él, pero no pueden transmitirlo. Convertir sus vidas en ejemplo de acción es una necedad. La máxima para la acción puede ser la voluntad, la investigación, el estudio, la coherencia, la disciplina, no lo incognoscible, la oscuridad, el rayo revelador, la intuición que brota de lo más profundo del ser, sin ajustarse a ley alguna, sin atender a rasgos uniformes. Quien tenga como máxima de vida el misticismo es un mono, no un hombre, es un pedante, no un maestro, ya se trate de D'Annunzio o del predicador de la iglesia católica, o del periodista del trust clerical. Es un tramposo, inconsciente a veces, casi siempre consciente del fin que se propone. D'Annunzio, ¿profanador? Necios tramposos: D'annunzio y sus fustigadores que se acuerdan de Rapagnetta pero admiran a esos famosos incordios que son [los novelistas] Paul Bourget o Antonio Fogazzaro. 29 de enero de 1917

EL ACAPARADOR Se dice que existe una señora a la que vulgarmente se conoce con el nombre de Opinión Pública: no se le conoce dirección permanente, como ocurre con todas las señoras a las que les acompaña el adjetivo de "públicas". Sólo se conocen las direcciones de sus Alphonses [el seductor protagonista de la novela de Alejandro Dumas, Monsieur Alphonse]: los periódicos burgueses, a los que sólo se les permite ser amantes de corazón de la nombrada Opinión, sólo se les permite ser intérpretes de los pensamientos, de los afectos, de los deseos de la

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mentada Opinión. Y los periódicos tienen toda la mentalidad, toda la cultura, todo el raciocinio de los plebeyos Alphonses. Tampoco faltan aquellos dotados de ese carácter pillo y socarrón propio de los cerebros elementares. Vean sino como se comportan en las distintas circunstancias de la vida, cuando la mentada Opinión Pública es agredida por alguna famosa personalidad del mundo criminal. El Alphonse debería perseguir al agresor y hacerle pagar su ofensa: forma parte de su función social y profesional. Pero entra en liza la pillería socarrona. Alphonse es un bellaco, ya se sabe, y evita las aventuras peligrosas. Aunque pudiera identificar a los culpables y hacerles pagar hasta el último céntimo su deuda, rechaza ir a la caza y atribuye la culpa al sistema. En este caso el sistema viene a ser un fantasma evanescente, ya que la Opinión Pública ha sido agredida tan solo indirectamente, ya que ningún ciudadano podría decir con precisión cómo y cuánto tiempo la agredieron. De ahí que el sistema sea el único culpable en la probada y continuada vendimia del erario público que vienen haciendo los proveedores militares. No era difícil saber quien hizo contratos con el Estado, era fácil saber hasta el último céntimo que perdió el Erario a través de los precios hinchados, de los contratos incumplidos, etc. esos contratos existen y los contratos presuponen unas partes contrayentes claramente identificadas. Pero resulta peligroso mentar a las personas, cuando estas son claramente identificables: sería como dar rostro al estado de desazón, sería objetivar la desazón: y es lo que con toda cautela procuran evitar los periódicos burgueses. Se da también otro fenómeno: desaparece de la circulación la calderilla; los ciudadanos son agredidos cada uno individualmente, es decir, que, esta vez, la desazón sí se identifica, si se objetiva en las vejaciones y molestias, en el no poder comprar, en las pérdidas de tiempo que cada cual debe aguantar. Evidentemente un fenómeno como este, complejo, farragoso, no puede ser el resultado de la voluntad de los traficantes: es cosa del sistema, depende del estado general de las cosas. Baste pensar que Turín no produce para el comercio interior o exterior, sino que produce para el Estado. Que el Estado paga con billetes que la ciudad consume y que para pagar sus consumos poco a poco el dinero sale de la ciudad y es sustituido por los billetes que el Estado paga a los consumidores. Pero en este caso remitir la culpa de la molestia al sistema resulta peligroso a los bienpensantes Alphonses. En este caso el sistema ya no es un fan-

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tasma evanescente; en este caso el sistema se identifica en la escasez, en las molestias, en las vejaciones que cada cual debe soportar. Y entonces se denuncia al responsable, al acaparador: porque se sabe muy bien que el acaparador no puede identificarse; porque se sabe muy bien que para identificarlo habría que impedir que los campesinos vengan a vender a los mercados, que los viajantes viajen, que los extranjeros se vayan. Porque se sabe muy bien que aunque son miles y miles los riachuelos por los que la calderilla sale de Turín, ningún río la trae de vuelta, porque el río regio, el Estado, ando seco. Los Alphonses lo saben, de ahí que griten contra el acaparador: la gente suele creer a los acaparadores, hasta que la leprosería rebosa enfermos. 29 de marzo de 1917

LOS CATÓLICOS SON INSACIABLES Se han producido estos hechos. "Una procesión de personas pías que acompañaban al Santo Viático en día de Pascua de los enfermos", al pasar delante de la escuela De Amicis, donde está acuartelada la división ciclista de los bersaglieri [cuerpo de infantería], algunos soldados, desde las ventanas han "insultado con zafias imprecaciones" a los pasantes. Los católicos están furiosos contra estos soldados, "brutos, desgraciados, maleducados, innobles" y exigen que los superiores les repartan buenas raciones de reprimendas y de días de arresto. Comprendemos perfectamente la santa cólera de los católicos. Se le ha faltado al respeto a su tótem, a su tabú. En todos los países de este mundo, los seguidores de las innumerables religiones, los practicantes de los innumerables cultos, infaliblemente se encolerizan cuando se insulta su tótem, su tabú. En todos los países existen leyes que castigan a quien gratuitamente falta al respeto a los símbolos de la fe de los otros. Pero entre los otros países e Italia existe una pequeña diferencia. En los otros países no se puede insultar, es cierto, pero también es cierto que nadie tiene la obligación de reverenciar y postrarse ante tótems y tabúes. Los símbolos tienen valor para los fieles, los tótems y tabúes lo son para los practicantes de su culto, no para todos. En Italia, por el contrario, el tótem católico debe ser reverenciado por todos; los solda-

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dos tienen la obligación de postrarse ante él, la obligación de imaginar que en él hay de verdad sustancia divina. Tienen la obligación de mantenerse serios, de no reír burlonamente, mientras saludan, mientras presentan armas a un objeto material, a un pequeño objeto al que sus cerebros, su entendimiento se niega a atribuir ninguna virtud taumatúrgica, ninguna vida trascendental. La libertad de no reverenciar, de no postrarse se toma su venganza a la primera de cambio. ¿Obligan a dar realmente importancia a una cosa que, en verdad, no la tiene? Entonces esa importancia vale no solo para saludarla, también para imprecarla. La oración y la blasfemia son las dos caras de una misma realidad: la incomprensión de lo incognoscible. Se rezar porque existe la costumbre de creer; se blasfema porque existe la costumbre de no creer. También la imprecación es un homenaje a la divinidad: es una expresión polémica, una costumbre polémica. Los católicos quieren imponer la adoración de sus tótems. Cuando pueden, cuando logran dar vigencia jurídica a su específica forma de superstición, imponen el saludo, la oración, la práctica religiosa. Es natural que quien padece la imposición acabe dando importancia al tótem y que, no logrando darle una importancia positiva, se la de negativa, la impreque: lo cierto es que le atribuye una vida, le acaba reconociendo alguna autoridad, porque si impreca el tótem de los católicos, no impreca las piedras en el camino o los árboles de los paseos, lo cual significa que establece una diferencia ente el pequeño objeto material tabú y las piedras y los árboles. Por lo tanto, los católicos no deberían enfurecerse con estos "desgraciados" bersaglieri ciclistas. Probablemente los "desgraciados" bersaglieri apenas habían vuelto de oír por obligación una misa impuesta. Probablemente no sintieron el tótem en la iglesia, no lo veneraron; lo sintieron en la calle, lo imprecaron. El propósito de los católicos, en cualquier caso, se logró: que se sienta su tótem. Son realmente insaciables estos católicos, con sus lamentos. Un grupo quiere imponer a otro su propia creencia: sólo consigue imponerlo en parte, como no podía ser menos. Los católicos suelen imponer el sentir venerando: consiguen que se sienta imprecando. Logro positivo el que se sienta. Nosotros nos conformamos con ello. 22 de abril de 1917

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EL CANGREJO Y LA MARMOTA Rusia contra Inglaterra: el elefante contra la ballena. Alemania contra Inglaterra: el tigre contra el tiburón. Los historiadores y los cantores han descrito y cantado estas luchas. Guglielmo Ferrero lleva ya un tiempo enredado en la búsqueda de las sorprendentes leyes históricas que subyacen a estos perennes antagonismos entre el arado y el tridente, entre los monstruos de secano y los monstruos acuáticos. La historia italiana proporciona muchos ejemplos: desde el antagonismo entre Roma y Cartago hasta el de candente actualidad entre Piamonte y Liguria. Nada podemos hacer si las montañas del Piamonte y el mar de la Liguria no tienen la suerte de albergar en sus cuevas y abismos monstruos como el elefante o la ballena. El antagonismo expresado en términos zoológicos podría reducirse aquí a dos animalillos ciertamente modestos: el cangrejo y la marmota. El cantor, de querer cantar sus gestas, antes que en Homero o en Kipling, deberá inspirarse en el autor de la Batracomiomaquia [o la Batalla de las ranas y ratones: una épica cómica, parodia de La Ilíada], y escribir unos Paralipómenos [suplemento o adición a algún escrito]. Ni a los cangrejos ni a las marmotas, les sobra heroísmo. Y sus jefes, Teofilo Rossi [alcalde Turín] o Nino Ronco [alcalde de Génova], más que a Aníbal y a Escisión se parecen a Rodiformaggio [Roequesos] y a Leccalamacina [Lamemorteros]. Defienden sus egoísmos, egoísmos que ni siquiera tienen el mérito de coincidir con los intereses de una colectividad nada despreciable. La fórmula del "sagrado egoísmo", tan mezquinamente burguesa, la han trasladado desde una colectividad de treinta millones de habitantes, al servicio de los intereses de unos centenares de miles de capitalistas, a unas regiones en las que sólo se dan los intereses de unos centenares de capitalistas. La marmota quiere acaparar toda el agua dulce; el cangrejo, toda el agua salada. Los torrentes alpinos deberán esperar antes de poderse transformar en electricidad a que la marmota despierte de sus habituales letargos y crea poder sacar provecho del negocio. La Liguria sedienta no podrá recibir agua dulce mientras la marmota quiera seguir durmiendo: el agua dulce le pertenece porque ella es la que vive en las montañas, porque ella no tiene sed, porque ella puede esperar. Y el cangrejo se venga: quien no de agua dulce no recibirá agua salada. El

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Piamonte deberá seguir usando el puerto de Génova, no podrá disponer de una salida al mar más cómoda, más cercana. Los privilegios de la ciudad marinera, que quiere centralizar todo el tráfico del interior, se yerguen orgullosos y amenazadores contra los del montañés que quiere para sí todos los beneficios y ganancias que las aguas de sus montes puedan dar. Es el eterno duelo: cada privilegio se enfrenta a otro, cada egoísmo acaba encontrando otro egoísmo que se le enfrenta. Y la lucha se entabla. Y el cangrejo atenaza a la marmota, mientras la marmota intenta morder al cangrejo. Y, mientras tanto, los intereses de la colectividad son sacrificados, su riqueza colectiva no crece, porque ni al cangrejo ni a la marmota les importa que aumente el bienestar general, tan sólo se preocupan de conservar sus privilegios, de salvaguardar sus particulares bienestares. Y en esto la marmota y el cangrejo son inflexibles. Deben ser los hombres libres del Piamonte y de la Liguria, los que ven amenazados sus intereses generales, los que quieren que el bienestar aumente, que la riqueza se multiplique por todas partes y todos se beneficien de ella, deben ser los proletarios, los que intervengan para acabar con estas ridículas batracomiomaquias, para echar de sus refugios, alpinos o marinos, a las marmotas y a los cangrejos. 9 de mayo de 1917

PROGRESO EN EL CALLEJERO La comisión municipal encargada de la denominación de las calles se ha sumado al camino del progreso. Pertrechada con enciclopedias y hachas va deshaciendo la vieja Turín. Caen los viejos nombres, los nombres tradicionales del Turín popular, que recuerdan la ajetreada vida de la ciudad medieval, la fantasía exuberante y original de los artesanos del Renacimiento, menos enciclopédicos pero más prácticos y con mejor gusto que los comerciantes de hoy. Son reemplazados con nombres-medalla. El callejero se convierte en un medallero. Toda la pacotilla de la vulgar erudición sale a las calles. Los nombres son sonido inertes, que no suscitan ninguna imagen de vida, que se hunden en el fondo de la conciencia material, muerta, que no remiten al pasado, que desgarran en un acto violentamente ilógico los vínculos tradicio-

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nales entre el hombre y la calle. El callejero se convierte en un museo, en un cementerio de ilustres desconocidos, pobre osario mohoso y pálido del oportuno olvido. La burguesía comerciante no tiene nada con que reemplazar la intensa vida espiritual del pasado. Su vida es la medalla, la condecoración; su estímulo, la enciclopedia; su método, la igualación, el aplanamiento de los valores. La ciudad de los artesanos rebosa vida artesana, en todos sus aspectos, en todas sus manifestaciones, y, por lo tanto, también en los nombres de sus calles. Cada nombre era una historia de vida, era el recuerdo de un momento de la vida colectiva. El callejero era como un patrimonio común de recuerdos, de afectos, que unía aún más a los individuos mediante el vínculo de la solidaridad con el pasado. La burguesía comerciante ha destrozado este patrimonio, sin sustituirlo con algo igualmente vivo. La cortesanería áulica o la vacua vanidad están ahora donde estaba la fantasía recreadora. Todos los príncipes, los reyes, los ministros, los generales de la casa de Savoia ya tienen su hueco, han sido impuestos a todos los ciudadanos cuyos recuerdos llenarían esos huecos con sujetos más dignos. La enciclopedia se ha encargado del resto. Cosmópolis se llama a la ciudad burguesa, es decir, una falsa internacional, una falsa universalidad: confusión de valores, imperio de lo indeterminado, caos desordenado y antihistórico. [El médico turinés] Michele Lessona es tan insigne y genial como Leonardo da Vinci. Helvio Pertinax [emperador romano durante 86 días] merece más recuerdo que los Carroceros. Un desconocido imbécil de la historia de Roma es más relevante que una forma de vida social que transformó la historia. Desaparecen las populares calles de la Ceca, del Hospital, del Depósito, de los Carroceros y aparecen los nombres de siempre del convencionalismo monumentomaníaco y se recuerda a Quinto Agricola y a Helvio Pertinax. La tosquedad de la cultura comerciante ahoga los últimos pálpitos de la vida del pasado. El burgués comerciante, armado de hachas y diccionarios, sigue el camino del progreso. Cosmópolis incolora e insípida, triunfa. 1º de junio 1917

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PEQUEÑAS COSAS Avenida Duque de Génova, la tarde. Bandadas de niños toman por asalto el escenario de madera que se ha montado para los conciertos vespertinos, desmontan sus ejes, se los rifan ruidosamente y los distribuyen sobre los bancos de la avenida y se divierten: se han construido unos columpios. Los niños pretenden muy natural y justificablemente jugar: encuentran con qué, y juegan. Cierto es que no se preocupan por saber si lo que han encontrado, además de útil, también es barato, y si el juego merece la pena. Los ciudadanos que ya no son niños pasean indiferentes y observan sonriendo. Bastaría que uno de ellos se acercara y dijera algo para que el natural y justificable deseo de los niños tomara otro cariz, para que el fin pudiera alcanzarse con otros medios, más baratos. Pero los ciudadanos que ya no son niños siguen indiferentes, ni se les ocurre pensar que pueden intervenir. Se ha dañado, es cierto, algo que es patrimonio de la colectividad y que para ser reparado exigirá informes de inspectores, peritajes de los peritos, planillas de los arañapapeles, firmas de las autoridades, quizá hasta votaciones del pleno municipal. Pero los ciudadanos no se inmutan y los tutores del orden no aparecen, están ausentes. Por suerte. Porque de estar estos presentes impondrían multas y a las planillas, los peritajes, los informes, al cúmulo de papel que las oficinas municipales dedican a la menor de las cosas, se añadirían los expedientes sancionadores, las notificaciones de los ujieres, las sentencias del juez de primera instancia, el estupor de los niños por la enormidad de los efectos causados por un inocentísimo y justificabilísimo deseo. Pero los ciudadanos no se inmutan. Se trata de pequeñas cosas, y no merece la pena intervenir, decir unas pocas palabras. Consideraciones melancólicas. La vida es toda ella una apretada trama de pequeñas cosas, y es casi siempre mala, agotadora, caótica precisamente porque estas pequeñas cosas no se tienen por dignas de consideración. Los ciudadanos italianos se ríen ante estas pequeñas cosas, las delegan en la autoridad, en los tutores del orden. Lo que podría evitarse si la costumbre fuera otra, si los ciudadanos fueran menos indiferentes, acaba en la máquina jerárquica de la autoridad, descompuesta confusión, justificación de una burocracia pletórica: para valorar, reparar y reponer un daño de poca monta la colectividad gasta centenares de liras, y permite la existencia de una

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máquina compleja de intermediarios y de agentes que cuestan miles de liras. Pero los ciudadanos no se inmutan y ríen. Y la meditación sobre las pequeñas cosas se torna aún más melancólica, porque los ciudadanos tienen inconscientemente un motivo para obrar así. La función de tutelar el orden está a cargo de los policías: y los policías prefieren, por tantos motivos, vestir de civil. Intervenir para poner fin a un pequeñogran desorden puede significar que la gente piense que se es un policía vestido de civil, y la sospecha sería ciertamente infamante. Y así, por las cosas de la costumbre, los ciudadanos no se inmutan, los policías y los guardias están ausentes, los ejes se desmontan, se extravían y la máquina funciona: peritajes, inspecciones, y enormes cúmulos de papel rellenados de inutilidades por la innumerable cohorte de arañapapeles. 9 de julio de 1917

LA HORA DE LOS PUEBLOS El rey de Prusia concede a sus predilectos súbditos el sufragio igualitario. El parlamento inglés concede a las mujeres mayores de treinta años el derecho al voto. El parlamento italiano deroga… la autorización marital. Se acerca la hora de los pueblos. Los poderes de los Estados sienten que llega, y conceden. Será sin duda un gran día… esa hora. Los católicos, que inventaron la fórmula, ya saborean el gozo de ese hermanamiento. Y son partícipes de la democratización del mundo. También su soberano se adentra por el camino de las reformas. También su soberano, el soberano por derecho divino por antonomasia, atiende el ánimo de su grey, acepta el principio del referéndum y de la iniciativa popular. Un comunicado del Vaticano resulta ser un documento sumamente importante de este nuevo ritmo histórico de la humanidad. Anuncian los periódicos de la "hora de los pueblos": el canon 1247 del nuevo código de derecho canónico, que entrará en vigor el 19 de mayo de 1918, enumera las fiestas llamadas de precepto: entre estas vuelven a incluirse la del Corpus Domini y la de San José que Pío X había suprimido. Esto se debe a las reiteradas peticiones cursadas desde distintos lugares ante la Santa Sede. El 19 de mayo de 1918 de la hora

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católica habrá empezado una nueva era. El papa legitimista, el papa infalible por el divino crisma que la angélica paloma le concedió, acepta las peticiones de los fieles, deshace con una firma un decreto infalible de Pío X, reconoce a San José el derecho a mandar al infierno aquellos mal nacidos que se atrevieron a despreciar el precepto de su festividad. El enorme alcance del canon 1247 del nuevo Código es evidente. Recuerda un poco el espíritu detrás de la república griega con su presidente hereditario, el señor Venizelos, que también contribuyó poniendo una piedrecita más en la ciudad de dios que traerá, milagro viviente, la "hora de los pueblos". Venizelos declara abiertamente que Constantino XII y último abusó del principio legitimista, del derecho divino, ignorando la voz y la voluntad del pueblo. Benedicto XV, no abierta sino implícitamente, admite que Pío X erró, no supo interpretar el alma de sus fieles, concediendo a los mal nacidos la posibilidad de no acabar en el infierno por no observar el precepto de la festividad de San José. Se ha corregido el error, se ha restaurado la verdad canónica. El alma de los fieles puede apaciguarse, y puede llenarse de gozo. El fin de la era del legitimismo y del derecho divino absoluto está llegando. La nueva era se confunde con la voluntad popular, y de la adaptación nace la felicidad del siglo. Benedicto XV sigue y marca el nuevo ritmo de la historia. Venizelos, Guillermo II, Lloyd George, Boselli lo acompañan. Caen los viejos escenarios: se introduce el voto igualitario en el cuartel prusiano, las suffragettes ya no tendrán que hacer huelgas de hambre, los griegos volverán a vender higos secos y uvas pasas a Inglaterra, las campesinas italianas venderán por partes sus dotes sin autorización del marido. Los católicos del mundo entero podrán lograr que quien no festeje Santa Rosalía o San José o Benito Cottolengo vaya al infierno. El mundo progresa. (Siete líneas censuradas) 19 de julio de 1917

LA CALUMNIA En Francia, por iniciativa de Jean Finot, se ha creado una Liga contra la calumnia. Los periódicos italianos lo han comentado: es muy probable que en Italia también se cree una institución semejante.

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No confiamos nada en este tipo de iniciativas. Tienen objetivos particularistas; son producto de una mentalidad abstracta, materialista, que disecciona al hombre en función de cada una de sus facultades y acciones y en función de una de éstas −buena o mala, digna de apoyo u oprobio− crea su negociado. El hombre es una unidad ideal y para que desaparezca un mal hábito, para que se instaure una nueva costumbre, debe renovarse completamente él mismo y en sus relaciones con los demás. Pero en el programa establecido por Finot para la nueva Liga si hay algo concreto. Y es justamente de esa parte de la que no hablan los periódicos italianos. No hablan porque es precisamente la parte concreta, basada en experiencias reales, la parte que puede dar pie a un trabajo útil y productivo; la parte que los futuros promotores italianos no tendrán en cuenta. ¿Alguna vez se ha oído al profesor Bettazzi de la Liga en defensa de la moral protestar o incitar a la indignación del espíritu público porque hayan metido a mujeres y a chicas, arrestadas en alguna manifestación, en las mismas cárceles que las prostitutas, en las mismas celdas a las que van a parar las mujeres errantes arrestadas en alguna redada policial? ¿Que haya protestado o intentado provocar alguna conmoción en la gente porque estas chicas, a menudo ignorantes y ajenas a toda lucha política, sean agredidas con el habla más soez por enloquecidos policías? El profesor Bettazzi y su la Liga en defensa de la moral desarrollan una gran actividad hecha de convocatorias, de conferencias moralizadoras y perfectamente inútiles, pero no hacen nada que pueda resultar inmediatamente práctico. Lo mismo le ocurrirá a la Liga contra la calumnia. Organizarán bellísimas conferencias moralizadoras, se rellenarán los sesos con opúsculos, folletos y comedias convertidas en tesis. Las calumnias seguirán circulando, las insinuaciones más aterradoramente cretinas seguirán llamando la atención, porque "proceden de fuentes viables". Y, justamente, la propuesta más práctica y concreta de Finot caerá en el vacío. Propone Jean Finot: "¿Quieren de verdad acabar con una de las principales fuentes de las calumnias? Pues eliminen el servicio secreto de la policía, eliminen los archivos secretos en los que la policía apunta, a costa del dinero todos los ciudadanos, los rumores que sus agentes recogen de informadores inconfesables o crean por interés profesional". Precisamente porque aquí hay una posibilidad de acción eficaz, la mentalidad académica y arcádica de los predicadores de moralidad la

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ignorará. Y de las comisarías seguirán escapando las habladurías más infames, los rumores más calumniosos, y los informantes y policías seguirán informando a los defensores de la pública honestidad con datos completamente infundados pero que circulan y se difunden subrepticiamente por todo el país a través de las mallas de la censura. Pero el buen conservador, el liberal genuino seguirán estando convencidos de que el Estado, a través de sus distintos organismos y especialmente a través de la policía, sigue desarrollando su misión de órgano ético de la nación, 19 de septiembre de 1917

DEMAGOGIA Demagógico y demagogia son las dos palabras más en uso entre las personas bienpensantes y los pietistas de salón para dar el golpe de gracia a la actividad de los "cabecillas", de los "instigadores" socialistas. Demagogia, para el exquisito sentido lingüístico de los tartufos, sólo tiene este preciso significado: actividad, propaganda socialista que pretende despertar a los durmientes, organizar a los indiferentes, dar estímulos de búsqueda, de libertad a todos aquellos que hasta ahora se han mantenido alejados de la vida y de las luchas sociales. La demagogia no es, en definitiva, un modo de hacer propaganda, sino que se refiere a determinada propaganda, la propaganda socialista. Demagogia no es un juicio moral que se puede hacer contra la ligereza, la superficialidad, la imprudencia con las que se pretende formar cualquier convicción, sino un hecho histórico: el movimiento de ideas que representa la cara más visible de la acción educativa del Partido socialista. Los tartufos modifican así el vocabulario, determinan la suerte de las palabras: ya rehabilitaron la palabra "maleante", ahora ennoblecen la palabra "demagogia". Dentro de poco, cuando el movimiento socialista tenga tanta fuerza como para darle su propio sello de bondad y liberalidad a la lengua, "maleante" querrá decir definitivamente "caballero", y viceversa, y "demagogia" querrá decir "método de propaganda serio, basado en la realidad de los hechos y no sobre las apariencias más visibles y por ello más falaces".

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En espera de ese día, seguiremos dando a la palabra su viejo significado y seguiremos aplicándola a los demagogos, es decir, a aquellos que zancadillean la lógica para aparentar verdad, que falsean conscientemente los hechos para parecer triunfadores, que para emborracharse de la victoria de un instante se precipitan y obvian la sinceridad. Nos han llamado demagogos porque nos gusta llamar "tiburones" a los proveedores del ejército. Y nos han recordado que algunos de estos tiburones pagan dos mil liras por poner anuncios en nuestro periódico. Somos "demagogos" porque nuestros juicios no tienen en cuenta el beneficio económico. ¡Pues que viva la demagogia! Somos demagogos porque no somos imbéciles, porque no queremos confundir lo inconfundible. Porque no nos avergüenza el que nuestro propio periódico cobre dos mil liras por un contrato publicitario libremente acordado en libre competencia con los otros medios publicitarios, y estamos convencidos que los tiburones deben avergonzarse de cuanto ganan, convencidos de que puede llamarse "tiburones" a los que abusan de su posición, de la falta de competencia para desvalijar el erario público, para imponer los precios que permiten enriquecimientos espontáneos y la jubilación anticipada de los afortunados que aprovecharon la ocasión. Porque no obramos según las apariencias falaces, porque no juzgamos según el criterio del beneficio inmediato, somos demagogos, y los demás son personas serias, maestros del bien vivir. Con estas inversiones del sentido común queda demostrada nuestra deshonestidad, nuestra demagogia y de paso se transforman, nada menos, que los significados del vocabulario italiano. 10 de octubre de 1917

RACIONAMIENTO EPISTOLAR El Giornale d'Italia, órgano oficioso de todas las autoridades, en su editorial del 16 de octubre indica a la perfección cómo deberán escribirse las cartas de los ciudadanos que vivan en zona de guerra. La situación económica es excelente: los negocios crecen vertiginosamente, la expansión industrial tiene algo de prodigioso, la agricultura es muy rentable; circula mucho dinero y el aumento de los precios resulta para muchas clases de la población, especialmente para las cla-

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ses trabajadores, muy soportable teniendo en cuenta el aumento de los salarios como consecuencia de la febril producción y, en general, de la economía de guerra. Los ahorros crecen, tanto en las regiones industriales como en las agrícolas, y abundan los empleos bien remunerados, todo ello debido a que la grandísima parte de los gastos de guerra se quedan dentro del País. La situación interna es razonablemente buena: la población está, en todas partes, tranquila, es trabajadora, disciplinada y demuestra con su serena actitud lo infundado de la leyenda −con la que se alimentan a falta de alimento más vital, los periódicos de los países enemigos− que sostiene que los pueblos latinos son incapaces de mantener el esfuerzo bélico, incapaces de soportar contratiempos, de adaptarse a las privaciones. Contratiempos y privaciones que, por otro lado, son muy relativos: sólo ahora, tras dos años y medio de guerra, se ha empezado a racionar los alimentos, y los que conocen la situación alimentaria de Austria-Hungría y de Alemania (como nuestros oficiales regresados de las cárceles enemigas), afirman que, en comparación, nosotros vivimos en un Eldorado. Bastará una organización más sabia y atenta de los servicios de aprovisionamiento (y la genialidad italiana sabrá estar a la altura) para eliminar los inconvenientes y robustecer aún más la resistencia del País. El País, después de dos años y medio de guerra, está en unas condiciones altamente satisfactorias: el ejército tiene un ánimo excelente, su arsenal es formidable, rebosa orgullo por las victorias logradas y por el temor que infunde a nuestro enemigo hereditario. Nuestras fuerzas militares siguen creciendo mientras las adversarias menguan fatalmente; nuestros soldados ocupan firmemente el territorio ocupado y pueden continuar con nuevas conquistas, mientras que el otrora orgulloso y petulante ejército austriaco va cediendo terreno y se desgasta en una humillante y extenuante huida defensiva. La marina, con su silenciosa, enérgica, vigilante tarea, corta el paso al enemigo, protege el litoral nacional, asegura al país provisiones por mar, y lleva sus ataques y provocaciones hasta las costas enemigas, mientras la flota adversaria permanece herméticamente cerrada e inoperante. La situación diplomática es sólida, más aún tras los últimos acuerdos con Londres y París: Italia ocupa entre los aliados un lugar digno de su lealtad y de la pureza de sus intenciones y obras, digno de su esfuerzo

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bélico, que se ajusta a unas aspiraciones justas. Nuestro País es uno de los elementos esenciales de la política de guerra de la Entente, y lo será del mismo modo en la política mundial cuando termine la guerra; resulta incalculable el incremento del prestigio moral y de la eficiencia diplomática alcanzado por la nación y, no cabe duda, de que seguirá creciendo siempre que −como, sin duda, ocurrirá− salga inevitablemente victoriosa del conflicto, etc., etc. 18 de octubre de 1917 [El 24 de octubre empezó la batalla de Caporetto]

EL MONO JACOBINO El mono jacobino es el último producto de las diferenciaciones que se están produciendo en el rebaño de brutos que llena con sus gritos los mercados italianos. Diferenciación mecánica. El mono no tiene alma; su vida es una sucesión de gestos; los gestos son ahora frenéticos; esta es la diferenciación. Le vida política italiana siempre ha estado más o menos controlada por los pequeños burgueses; personajes mediocres, medio literatos, medio hombres; son todo gesto. Conciben la vida librescamente. Están embebidos de literatura barata. No tienen idea de las leyes naturales y espirituales que rigen la historia. La historia es para ellos un esquema. Y el esquema es el de la Revolución francesa. Pero no el de la revolución que transformó profundamente a Francia y el mundo, la que se afirmó entre la gente, que conmovió y descubrió estratos profundos de la humanidad sumergida, sino la Revolución francesa superficial, la que aparece en las novelas y libros de Michelet y cuyos actores son abogados rabiosos y energúmenos sanguinarios. Esta superficie la confunden con la esencia, confunden el gesto de un individuo con el alma de un pueblo. Repiten el gesto, y creen así reproducir un fenómeno. Son monos, y creen ser hombres. No tienen el sentido de la universalidad de la ley, de ahí que sean monos. No tienen vida moral. Obran movidos por objetivos inmediatos, particularísimos. Para alcanzar tan sólo uno de ellos, lo sacrifican todo, la verdad, la justicia, las leyes más profundas e intangibles de la

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humanidad. Para destruir a un adversario sacrificarían todas las garantías de defensa de todos los ciudadanos, sus propias garantías de defensa. Conciben la justicia como una comadre en cólera que amenaza con su horcón. La verdad, una señora de la acera de la que se han autonombrados sus d'Artagnanes. La humanidad, la forman tan sólo los que piensan como ellos, es decir, los que no piensan, pero sacrifica a Dios todos sus monos. Son italianos, en cierto modo. Son los últimos restos de una italianidad decrépita, salida de las lonjas, de las carbonerías. Una italianidad pequeñita, piojosa, que opone a la autoridad despótica de los principuelos una nueva legitimidad demagógica no menos bestial y deprimente. Son los restos de esa italianidad de la que salieron los magistrados y policías del giolittismo, y que ahora quiere imponerse con otros magistrados y otros policías. En el fondo, su manera de ser, su esencia misma, ese agitarse torpemente, resulta útil. Los nuevos italianos, que han formado su conciencia y su carácter en este sanguinario drama de la guerra, se sentirán más personas comparándose con estos monos. Los monos jacobinos son, en este sentido, útiles: harán que los hombres quieran ser más hombres, para diferenciarse, para que no les confundan con los bellacos, que tienen como cerebro un nido de escarabajos y como alma una fotografía descolorida de Marat. 22 de octubre de 1917

GARABATOS Una vez, dos veces, tres veces…. Escribes y borran, escribes y tachan… Se carga la pluma; la mano se queda suspendida, titubeante. El cerebro se traba, no trasmite a la mano, a los dedos, el impulso de moverse. La mano cae sobre el papel y la punta de acero se pasea sobre el blancor describiendo complicadísimos garabatos, laberintos sin salida. Se busca afanosamente la salida. El pensamiento se desazona en la angustia, toca las paredes esperando que cedan para dejar una salida. Se empieza. Se borra. Se vuelve a empezar. Fluye la expresión, el trabajo de juntar frases, los tiempos verbales, va disminuyendo, ablanda-

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do el esfuerzo inicial. Parece que se ha dado con el equilibrio necesario entre las exigencias de la sinceridad y las agresiones irracionales de la censura. Esperamos con trepidación. Sin duda, trepidantes, porque amamos todo aquello que nos ha requerido un esfuerzo para nacer, para expresarse. Tenemos las mismas sensaciones que cuando nos examinábamos, salvo por una diferencia: los examinadores eran para nosotros individuos absolutamente superiores, capaces de juzgar nuestros esfuerzos, nuestros méritos. Ahora, por el contrario, estamos ante la absoluta incapacidad, la incompetencia absoluta de quien, armado como entonces de un lápiz, juzga y manda. Pero sí hay una similitud entre unos y otros; sentimos que sí hay una similitud. Tanto ahora como entonces nos enfrentamos a viejos italianos que no conceden ninguna importancia a los demás, al trabajo, al esfuerzo de los demás, a la personalidad moral de los demás. Dueños, aunque sea por un instante, de poder (aunque sea un pequeño poder) quieren dejar constancia, toda la constancia que puedan de su poder. El viejo italiano no está acostumbrado a la libertad: no ya a la libertad con mayúscula, abstracción ideológica, sino a la pequeña libertad, que se expresa en el respeto a los demás, al trabajo y al esfuerzo de los demás, a la personalidad y necesidades morales de los demás; que evita las pequeñas, exasperantes, inútiles irritaciones; que impone, a quien tiene poder (por pequeño que sea), el evitar hasta la apariencia de la injusticia, de la vejación. Que confía en las buenas energías de los hombres y no pasa el rastrillo sobre un campo de trigo para destruir cuatro amapolas y media docena de margueritas, porque considera que es natural que el trigo se mezcle con las flores, porque una vida colectiva es sana sólo cuando hay lucha, roce, sentimientos y pasiones exaltados, y sólo en la lucha se descubren los fuertes, los indispensables, los hombres de fe y acción que silencia la crítica actuando con determinación. Pero el viejo italiano no entiende el poder sin represión: si en Italia existiera la pena de muerte y nadie fuera condenado a la misma, el verdugo, para no estar parado, ordenaría asesinatos y violaciones, para poder trabajar. Así ocurre en muchos pueblos del sur de Italia, donde los propios guardias forestales destruyen las propiedades para demostrar su indispensabilidad. Así ocurre con el censor, para que se sepa lo cansado e ímprobo que es su trabajo: borra, borra, lo borra todo, todo, todo, trigo y flores, trabajo y aburrimiento, lo bueno y lo malo. Y la pluma sigue

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dibujando garabatos, y espera, porque siente que esta barbarie (la confusión de criterios, lo arbitrario, la vejación es barbarie) se agotará en su propia rabia. 14 de noviembre de 1917

SE PREGUNTA LA CENSURA Han cerrado los café-conciertos y los teatros de variedades. Está prohibido divertirse, comprar diversión en los cafés y teatros. La autoridad tuvo que intervenir. Ríos de personas habrían seguido frecuentando los lugares del placer más banal y ordinarios de no haber intervenido la autoridad. Entendemos que la autoridad haya intervenido. Nos sorprende que no lo haya hecho antes. No porque deseemos que la autoridad intervenga en todo para encauzar la voluntad y la vida de los ciudadanos, sino porque quisiéramos que cualquier manifestación de la vida tuviera su lógica, se ajustara a un programa, y que ese programa se realizara. El Estado intervino para regular la manifestación de las ideas de los ciudadanos: ha instaurado la censura preventiva, ha decretado condenas durísimas para quien exprese determinados modos de ver o no ver. Quiere que el pensamiento expresado sea uniforme, democráticamente uniforme. Toda originalidad le resulta nociva a los intereses públicos. Está prohibido el lujo, la diversión de pensar, la ostentación de la inteligencia, de la riqueza interior (aunque sea riqueza de pobres afectaciones). La censura de esta riqueza ha sido inexorable, ha secuestrado, ha quemado, ha destruido. No existe la otra censura, la verdadera y tradicional censura que ataca los bienes, el lujo, los placeres. No existe ninguna ley que prohíba la ostentación de la riqueza inútil, porque transformada en joyas y detraída del trabajo, de la producción. El censor de las costumbres no existe. Sí existe el de las ideas. Único bien que deba ser limitado: las ideas. Única riqueza que deba ser secuestrada: las ideas. El Estado siempre se ha manifestado mejor en cuanto Estado burgués, en el sentido más mezquino de la palabra. Solo las ideas son enemigas del Estado. No las ideas que puedan tener los ciudadanos al ver determinados espectácu-

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los, sino determinadas ideas, de determinadas personas, y de determinados grupos. (Seis líneas censuradas) 16 de noviembre de 1916

HISTORIA DE UN HOMBRE QUE SE GOLPEÓ LA NARIZ CONTRA UNA FAROLA Noche de niebla. Es medianoche, la hora en la que se producen los grandes delitos y las aventuras asombrosas. El hombre camina, solo, en medio de la calle, con cautela. Suenan lentamente las horas. Cada hora, dos pasos. Doce horas, veinticuatro pasos: un golpe. El hombre se para, se toca la cara, la siente húmeda. Seca la sangre que brota de su nariz y piensa. Siente que ha llegado la hora tópica de su vida: siente que ha cumplido con la tradición que establece que la medianoche es la hora de los grandes delitos y de las aventuras asombrosas. El hombre sigue limpiándose, con tranquilidad. Su aventura no es un simple golpe contra la nariz, no es una simple hemorragia. Es más. Es toda su persona la que se ha golpeado contra la farola, se ha golpeado con toda la tierra, con todos los que viven en la tierra, al menos en ese trozo de tierra que el hombre hasta entonces solo había divisado, se ha topado con la Patria, por decirlo claramente, o, mejor, con la Entente, que en estos momentos es la patria más grande. El golpe ha provocado chispas, y las chispas han encendido el cúmulo de sensaciones vagas, de sentimientos indiferenciados que el hombre había acumulado durante tres años. Sus sensaciones y sentimientos se han fundido en un solo bloque. El hombre nunca había pensado tanto en estos tres años, si es que pensar significa ligar las cosas, generalizar, universalizar. El hombre tan solo había vivido. Había reducido su vida, sin darse cuenta que su vida se ampliaba, se uniformaba, porque día tras día se iba asemejando a la de los demás. Levantarse por las mañanas a determinada hora: eso era lo que, hace tres años, asemejaba al hombre con una determinada cantidad de otros hombres. Luego llegó lo demás. Comer solo lo que los otros comían; leer solo lo que los otros leían; ir donde los otros iban. Los demás apretaban de cerca al hombre, le cortaban la calle, le limitaban la comida, le limitaban los pasos, le limitaban el pensamiento, al menos los estí-

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mulos para el pensamiento que cada día proponían los periódicos. El hombre no se había dado cuenta del cambio que se había producido en sus relaciones entre su persona y los demás. No se había dado claramente cuenta. El golpe de la nariz contra la farola lo puso en contacto con los demás: ahora siente la colectividad. Le han limitado la luz, le han dado una luz de determinado color. La luz es lo que más le une a los demás: la luz de las farolas que los hombres han inventado para diferenciarse mejor de las bestias, para no golpearse entre ellos, para reducir la probabilidad de golpes voluntarios entre hombres-bestia y hombres-cordero. El hombre siente la colectividad. La siente toda en su interior, la mide toda en su persona, en su vida. Ahora sabe quienes son los demás, porque sabe cómo comen y cuánto comen, cómo visten, cómo calzan, cómo piensan, lo que saben, lo que deben ignorar. Piensa que el colectivismo es algo ciertamente execrable, si hace que un se golpee la nariz contra las farolas, se reduce la vida de los hombres a mecanismos típicos, a serie. El hombre piensa. En el fondo, piensa, no es la colectividad la que ama golpearse la nariz. La colectividad tiene poco que ver con estas diabluras. La colectividad no conoce el Imperio, conoce la Libertad. El colectivismo de la luz azul es el colectivismo de una minoría, no de una mayoría: es el colectivismo por decreto militar; no es la composición armoniosa de todas las voluntades en una voluntad, de todas las necesidades en la utilidad universal. El colectivismo de la luz azul es el del cuartel, que aún ayer servía para ahuyentar tímidas fantasías, cuando el otro colectivismo asustaba. Es el colectivismo del sufrimiento, no el de la felicidad. El hombre piensa junto a la farola y sigue secándose la cara. Piensa que no hay por ahí ninguna fuente para poder lavarse y que la sangre lleva a su garganta un tufo agrio y dulzón, insoportable. 27 de noviembre de 1917

LA ÚLTIMA TRAICIÓN [El economista] Achille Loria comunica, a través de la Gazzetta del Popolo, que recientemente cayó desde el séptimo cielo. El empujón se

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lo dio Nicolás Lenin, y también de esto deberá responder Lenin el día del juicio universal. Loria ha leído (dice que hace veinte años, pero yo creo que supo del título y del contenido del libro cinco minutos antes de su primera caída) un libro de Vladimiro Ilín sobre el desarrollo del capitalismo en Rusia. Vladimir Ilin es Vladimir Uliánov, es decir, Nicolás Lenin. El libro demuestra (con muchos documentos) que el orden capitalista se desarrolla en Rusia siguiendo las mismas leyes que marcaron su desarrollo en las sociedades europeas, aunque a menor ritmo. El libro también desmonta la tesis socialnacionalista según la cual Rusia es un país privilegiado y superior que puede evitar la etapa capitalista y pasar de un salto desde las tinieblas del feudalismo al resplandor del colectivismo integral. Lenin, sin embargo, "se agita" ahora para instituir el socialismo en Rusia entrando en contradicción con el libro que publicó veinte años atrás: rehabilita claramente la tesis antes flagelada y suelta el empujón que ha hecho caer rodando a Achille Loria de cielo en cielo, desde el séptimo hasta "el parterre que nos hace tan soberbios" [Dante, Paraíso, XXII, 151]. ¡Pobre Achille! No merece la pena enojarse con él, cuando habla de que los revolucionarios rusos se "sumaron" a un "ejército extranjero", que "invocan la ayuda del extranjero" para realizar la obra revolucionaria. Loria está aún bajo los efectos del golpe, y olvida que es un "científico", y olvida la primera obligación de los científicos, que es la de cribar los documentos y usar sólo los que sean genuinos y auténticos. De hacerlo, Loria no atribuiría a los revolucionarios rusos tantos entuertos, ni a Lenin la intención de instituir el socialismo en las formas que supone Loria. Porque "instituir el socialismo", como todas las frases contundentes, puede significar una infinidad de cosas. Puede querer decir instituir esa forma de sociedad en la que se supone ha de resultar la actual sociedad cuando ésta haya alcanzado el máximo de su desarrollo, y la producción esté toda capitalizada, y los hombres estén divididos claramente entre capitalistas y proletarios, con todos los capitalistas de un lado, y todos los proletarios de otro. Pretender instituir inmediatamente esta sociedad sería realmente absurdo, como dar esposa a un niño de dos años y esperar que pasados nueve meses nazca un hijo. Pero instituir el socialismo puede significar otras cosas, y entre éstas está lo que se está haciendo en Rusia. Y entonces significa: abo-

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lir las viejas instituciones jurídicas, abolir los viejos privilegios, convocar a todos los hombres a que ejerzan la soberanía estatal, y a todos los que producen a que ejerzan la soberanía de la producción. La científica caída no se habría producido si Achille Loria hubiera caído en que las revoluciones son siempre y solo revoluciones políticas, y que hablar de revoluciones económicas es tan sólo un ejercicio metafórico. Pero como la economía y la política están estrechamente ligadas, la revolución política crea un ambiente nuevo para la producción y ésta se desarrolla con nuevos objetivos. En el contexto jurídico burgués, la producción tiene objetivos burgueses; en el contexto jurídico socialista, la producción tiene objetivos socialistas, aunque deba seguir usando la técnica capitalista por mucho tiempo y no pueda dar a todos los hombres el bienestar que el régimen colectivista entienden deben y pueden tener todos los hombres. Habría sido suficiente para comprender y justificar "científicamente" el socialismo ruso preguntarse si sería posible seguir juzgando los delitos con el código zarista, para el que las penas y absoluciones dependen estrechamente del principio de autoridad y del abuso del principio de la propiedad privada. Preguntarse si los socialistas, llegados al poder por el impulso popular, podían dejar de ser socialistas y no abolir las viejas instituciones jurídicas y crear las bases de nuevas instituciones. Y si la actitud de los socialistas es el reflejo de una necesidad, ¿qué puede objetar la ciencia que, precisamente, investiga las determinaciones de la necesidad, más allá de todo apriorismo dogmático? En un país cuyo pueblo elige casi el cien por cien de los diputados constituyentes entre los defensores del socialismo, ¿no es necesidad espiritual el socialismo, las instituciones jurídicas socialistas, el impulso con finalidad socialista de la producción? Si en Rusia los ciudadanos han dado el mandato de establecer la Constitución sólo a los socialistas, esto ha hecho comprender a Vladimir Ilin que Rusia, aunque no sea el país de los milagros, es el país en el que se puede evitar que la clase burguesa asuma el poder y justifique una fatalidad que solo existe en los apriorismo librescos del profesor Achille Loria. 3 de enero de 1918

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APOCALIPSIS En Francia sigue difundiéndose, cada día más enragée, la campaña contra el lujo. Parecía que bastaba poner el lujo al servicio de los objetivos y necesidades de la guerra, imponiéndole fuertes impuestos. Ahora, sin embargo, se pide su eliminación, ¡en todas sus vertientes! Esta campaña francesa estaría por llegar aquí. Los periódicos la comentan, no sólo los periódicos burgueses. Nosotros tan solo deseamos advertir a aquellos que se sienten, o creen ser, socialistas de mantener abiertas sus conciencias a una concepción radicalmente nueva del mundo y a no sumarse a esta campaña contra el lujo, que esconde tras un atractivo envoltorio de austeridad moral y de democracia igualitaria un prejuicio extremadamente conservador que niega y desdice nuestro espíritu socialista. Nosotros no somos demócratas del viejo estilo, para los cuales la democracia consistía y consiste en ser unos habitués de las tabernas, maldicentes sin tregua y miserables en todo, en los dineros y la casa, en los vestidos y el alma, y enemigos declarados de las finezas de los elevados gozos de la vida material y espiritual. ¡En absoluto! Nosotros anhelamos, no la destrucción de los bienes superiores de la sociedad, sino su generalización, y luchamos no para suprimirlos tal y como han llegado a ser por el insultante fasto, sino a hacerlos accesibles a la masa como elementos de elevación intelectual y estética. Hubo un tiempo en que los obreros, tras comprender que la máquina los explotaba y empobrecía, las atacaron con todo su odio y nació el ludismo, es decir, un insensato furor destructivo contra la expresión más señalada del ingenio productivo humano. Más adelante, los obreros entendieron que era una bestialidad destruir los instrumentos modernos de producción y que se debía, por el contrario, tomar el control de las máquinas en beneficio de toda la colectividad, que, por lo tanto, era necesario defenderse de la acelerada explotación a través de la máquina mediante una organización solidaria y una acción de clase de todos los explotados. Y del ludismo, es decir, de la destrucción se pasó al socialismo, es decir, a la emancipación. Es necesario cerrar todos los poros de nuestro espíritu a cualquier penetración del amenazante ludismo.

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(Cuatro líneas censuradas) el buen gusto, el arte, el patrimonio estético de la humanidad. El proletario no tiene ningún interés en destruir un patrimonio que deberá heredar para potenciar y generalizar el disfrute. (Cinco líneas censuradas) 16 de febrero de 1918

VULGARIDAD Me desperté hoy con una incontenible tendencia a tener pensamientos vulgares. El vientre se ha impuesto al cerebro, el argumento de la inutilidad impera sobre el de la belleza. La ciudad se me antoja no ya como un monumento alzado sobre un florido jardín, sino como un caserío rodeado de huertos. ¿Tenemos derecho a la belleza, cuando aún queda tanto útil por hacer? ¿Podemos, sin remordimientos, dedicar esfuerzos y trabajo a construir un bello edificio, cuando aún la mitad de los hombres no dispone de una vivienda digna? ¿Podemos interesarnos por la belleza del balcón, cuando nueve de cada diez casas aún no disponen de retrete? Pensamientos vulgares, preocupaciones antiestéticas, ¿qué se le va a hacer? Esta mañana me persiguen, no logró deshacerme de estos pensamientos: la voluntad no consigue acallarlos, alejarlos de las circunvoluciones cerebrales. En el parque Valentino se plantan patatas. Parejas de bueyes proceden robustamente a remover el terreno que hasta ahora alimentó raíces de flores, que hasta ahora estaba recubierto de una tierna hierba sobre la que los niños vestidos de domingo perseguían a gráciles perros, perros de raza, una tierna hierba sobre la que en las noches… (extendamos un púdico velo sobre las noches del Valentino). El césped es ahora un huerto; el campesino surca la dura costra de la tierra para fecundarla con patatas. Es un símbolo. La utilidad que se consiga no puede ser mucha. Cosecha de patatas suficiente para alimentar un día a la mitad de la población turinesa. Y el Valentino sin cultivar no puede compararse a las tierras, otrora cultivadas y fértiles, que por falta de brazos están sin trabajar. Se trata por tanto tan sólo de un símbolo. La utilidad anteponiéndose a la belleza, el vientre a la fantasía. Se han dado cuenta de

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que es oportuno educar en el utilitarismo, que no es materialismo porque busca el bienestar de los demás. Se han dado cuenta porque la guerra pone en riesgo el bienestar de todos, puede dejar a todos sin lo mínimo para vivir. Si estos todos hubieran sido sólo la mayoría del pueblo, no se habría sacrificado la belleza, el utilitarismo habría seguido siendo la doctrina de la clase proletaria, ávida de disfrute, atenta a su vientre. No se habrían cultivado patatas en el Valentino, porque los "estetas" no lo habrían necesitado, y la patata es alimento plebeyo, basura para estómagos vulgarmente voraces. La burguesía es anti-utilitarista, es idealista, aborrece la vulgaridad. Les da a sus hijos viviendas amplias y cuidadas, rodeadas de jardines y flores. Gasta millones en belleza, en estucos, en colores. ¡Encuentra un trabajo, diantres! ¡Hazte utilitarista por altruismo! Construye acueductos cuando el tifus amenaza con ir más allá de la sangre plebeya para atreverse a agredir la sutil sangre burguesa. Cultiva patatas en los jardines, cuando la necesidad acumulada parece querer llegar hasta los vientres dorados. Se darán cuenta que es más perentorio pensar en los retretes que en los balcones, cuando el urbanismo frenético haga aparecer el peligro de insidiosas epidemias. Se darán cuenta entonces, por fin, que el utilitarismo es idealista porque no es egoísmo, sino cuidado del otro, sentido del deber cívico. La actual vulgaridad la glosarán los curas: el teatro representará el drama moral del hombre que lucha, en la disputa ideal de tener que escoger entre el retrete y la columna de mármol. 4 de marzo de 1918

MODERNIDAD Modernidad: el asesinato no conmueve, la muerte de un hombre no conmueve. El asesinato es sólo una curiosidad. El conocimiento acabó con el sentimiento, el intelecto sofocó al corazón. El conocimiento y el intelecto en cuanto rumor, cotilleo, morbosa necesidad de estar al tanto del último detalle de lo ocurrido. Los periódicos especulan con la curiosidad: dimensión eminentemente moderna de la especulación. Modernidad: el sacerdote especula con la madera, es banquero, es

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corredor de comercio, comisionista, representante comercial; es todo, menos sacerdote. Modernidad: el empleado del ferrocarril especula con los vagones, usa en provecho personal los materiales bajo su competencia, comercia con la madera, hace negocios con el sacerdote-comerciante, que sabe muy bien que el comercio funciona porque un empleado prevarica. Modernidad: una condesa alquila habitaciones amuebladas en su palacio nobiliario. El empleado gana doscientas liras al mes, gasta seiscientas por el cuartito amueblado en el palacio nobiliario. El sacerdote acude al cuartito y sabe que lo alquila un empleado que gana doscientas liras al mes. En el comercio todo es natural y plausible, aunque sean comerciantes los sacerdotes, símbolos de la moralidad y de la pureza espiritual. Los negocios son los negocios y justifican las relaciones más extrañas. Modernidad: el empleado quiere dejar de trabajar y asegurarse un patrimonio para su vejez. El lobezno se hace lobo. El sacerdote no desconfía del lobezno. ¿Por qué no desconfía? Sabe muy bien que es un empleado de doscientas liras al mes, que comercia con los vagones bajo su competencia, que gasta seiscientas liras por un apartamento en Turín cuando tiene una vivienda en Alessandria: no puede ser casta de santos. ¿Por qué no desconfía? Misterios comerciales del sacerdocio. Modernidad: el empleado mata al sacerdote pensando sacar cuatrocientas mil liras del delito. Si en otros tiempos París valía una misa, en los tiempos modernos cuatrocientas mil liras bien valen la vida de un socio de negocios. El lobezno no tarda en convertirse, modernamente, en un lobo viejo. Pero aquí acaba la modernidad. Una condesa alquilahabitaciones; un sacerdote-comerciante, banquero, comisionista; un empleado de doscientas liras al mes que gasta seiscientas liras por el apartamento en la gran ciudad; el choque bestial. Hasta aquí. El modo es antiguo: el hacha, no el cloroformo o el hipnotismo. Mientras la modernidad triunfa, el lobo sigue siendo el viejo, antediluviano lobo. Descuartiza, hunde sus manos en la sangre, y esto es lo que interesa a la gente, se divierte. En cada cual hay un poco de ese lobo que dilata sus narices ante el olor ácido de la sangre. Y la modernidad triunfante satisface el instinto de la animalidad troglodita. 18 de marzo de 1918

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ELOGIO AL LADRÓN Cuentan los periódicos que un ujier del ministerio de educación ha sido detenido por haber tomado la costumbre de hacer desaparecer de los escritorios de los empleados los voluminosos "expedientes" para venderlos como papel de estraza y sacar algún dinero en estos tiempos de carestía y carísimo papel. Naturalmente le espera el destino de todos los genios incomprendidos: será procesado, condenado y perderá el empleo. Y, sin embargo, si la justicia, al menos la justicia, estuviera menos burocratizada y menos fosilizada, ese hombre debería ser absuelto y celebrado. Porque, si desde hace años se extienden las quejas por la burocracia, si se repiten las investigaciones y las comisiones para la reforma de la administración pública; si cada ministro, que quiera pasar por modernista y ganarse algún aprecio de la prensa y de la opinión pública, asume prometiendo solemnemente que desburocratizará, para luego quedar inevitablemente atrapado por la costumbre, por los engranajes de la mastodóntica e inexorable máquina; él, él sólo, ese muy humilde travet [personaje −un empleado vejado− creado por Vittorio Bersezio], ha señalado la manera más segura, rápida, de librarse de las montañas de papel bajo las cuales los hombres del siglo XX yacen oprimidos, y cambian inútilmente de postura para buscar alivio. Piensen qué liberación, si un enorme incendio devorara los "expedientes" que se amontonan sobre miles y miles de mesas y estanterías, y cómo bailarían felices alrededor del fuego el baile de la emancipación miles de travets, verdugos y víctimas todos juntos. Porque los más desgraciados de los desgraciados, en lo relativo a la administración pública, son aquellos que tienen que abrir, tratar, inflar los "expedientes". Seres forzados a un trabajo que resulta perfectamente inútil en el noventa por cien de los casos; escribiendo cartas que se sabe los destinatarios de los distintos negociados no se toman en serio; solicitando con peticiones estereotipadas respuestas que ya se conocen al dedillo y todo tan solo porque el "expediente" debe seguir su curso, porque el jefe de división, el jefe de sección, el jefe de oficina, el subjefe de oficina, el jefe de negociado podrían montar en cólera si por casualidad advirtiera que la circular 12501 de 1898 no ha sido tenida en cuenta, que la orden de servicio tal no…, etc., etc. Y aguantar esta fatiga idiota e idiotizante toda la vida es

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un suplicio que Dante podría haber impuesto a ¡quién mató a su padre! No hay remedio. Toda rebelión es inútil. Hay que resignarse y obedecer, y callar aunque el jefe de sección dedique su jornada a repartir la correspondencia y a prepararla en distintas carpetas para las distintas firmas de los distintos superiores, preocupándose de no equivocarse al poner los sellos bajo los que habrán de firmar los superiores, etc. ¿Conocen la historia del sello? … Érase una vez un jefe de una oficina importante de una gran empresa estatal. Ocurre que le ascendieron y le destinaron a otra sede. Pero mientras se procedía a reorganizar a los gros-bonnets, tuvo que quedarse un par de meses en su antigua oficina. Pero al haber sido ascendido, ¿creen que se conformó con su viejo título? ¿Y la dignidad? ¿Y la autoridad? Entonces hizo hacer unos cincuenta sellos de modo que en las cartas ya no figurara como "jefe de división" sino como "Jefe de dirección de primer grado encargado de la división". Naturalmente, cuando llegó su sucesor los sellos se tiraron y volvieron a usarse los antiguos, pero el Estado ya había gastado unos centenares de liras. ¿Aún confían en que se renovará la burocracia? Sólo el fuego, el incendio, la revolución… ¿Y quizá algo más? 3 de abril de 1918

COCAÍNA ¿Han permitido que el Mogol vuelva a abrir sus puertas y sus salas? No he tenido oportunidad ni curiosidad de comprobarlo. Pero la autorización tácita no me sorprendería. El Mogol se cerró por orden del jefe de policía: a altas horas de la noche se reunían ahí jóvenes para embriagarse de cocaína. ¿Por qué se cerró el Mogol ? ¿Porque recibía clientes en las horas prohibidas por la ley o porque estos clientes se embriagaban con cocaína? Los nombres de estos infelices no se han publicado; tampoco se ha publicado el nombre del farmacéutico que les vendía el veneno. Por lo tanto, este hecho, para la autoridad no es constitutivo de delito, los nombres no son nombres de culpables que deban darse a conocer por ser seres nocivos al bienestar social: la autoridad tan solo se ha preocupado de la hora no reglamentaria.

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Los periódicos bienpensantes han tenido un breve ataque de moralismo. Uno se ha dado cuenta de que en Italia la cocainomanía no está penada por ley, y esto le preocupa. Otro ha preparado un prédica para el caso, recordando a los desgraciados que la patria está en guerra, que los hermanos sufren en las trincheras, y demás estímulos morales del mismo tipo que por enfáticos y fatuos suenan sordas como las monedas de plomo. Como en Turín, también en Roma y en Bolonia se han descubierto (!?) varios amantes de la embriaguez con alcaloides. Y por doquier se repite la misma fraseología amanerada. ¡Vaya! La ley no consigue que desaparezca el vicio. ¡Pero si el vicio es un resultado necesario de la civilización moderna!... de la civilización exterior, que se basa en el trabajo, pero de los demás. Se forman necesariamente estas espumas pútridas, sin meta, sin moral, sin historia. ¿Qué es la vida para tanta gente? Animalidad corpórea, disfrute de los sentidos, mecanicidad nerviosa y muscular. ¿Por qué no tendrían que embriagarse con cocaína? Me sorprende que sean tan pocos los que se deslizan hacia los placeres que arruinan; la causa de la escasa difusión del vicio no es el deber: es la indiferencia, la tosquedad. Se conforman con mucho menos, eso es, pero el fenómeno es grave como si los morfinómanos fueran medio millón y no quinientos. Sin duda, la primera causa es la ausencia de fines morales pero, ¿puede un burgués tener fines morales? Si es un héroe, sí, pero la media tiene bien poco de heroico. El trabajo, la actividad aleja a los burgueses de la perversión, pero determinado número de individuos de la clase no trabaja en absoluto, no sabría como llenar con provecho las veinticuatro horas del día. Millonarios que pasen doce horas al día ante el escritorio, como Benedetto Croce solo debe de haber Benedetto Croce. Los otros prefieren las carreras de caballos, las estaciones balnearias, Montecarlo, las novelas de Luciano Zuccoli y la cocaína. Solo les puede salvar la obtusidad de sus sentidos y la avaricia, es decir, estar por debajo de la animalidad humana media. ¿Se pueden fabricar los fines morales, trasladarlos a las tiernas mentes en las escuelas? Pero la escuela sigue en la sociedad, y la vida de las relaciones sociales es muy distinta a la de los apólogos, de Giannetto a Pinocho. El trabajo solo da impulsos morales, es el caldo del que brotan las esencias espirituales que pueden regir la vida.

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Además, son impulsos inmediatos que solo por concatenación llegan a lo general. La patria, la familia, la humanidad, la bondad, la justicia necesitan, para ser reales, materializarse varias veces al día en actividades mínimas que exigen esfuerzo y sacrificio, que dan satisfacción y alegría. Estas palabras se tienen que transformar en papel que rellenar con tinta, en peso a cargar sobre las espaldas, en herramientas o máquinas a poner en función. La moralidad consiste simplemente en vincular la acción mínima con el fin máximo, de ahí la necesidad de la acción mínima, del rosario infinito de estas acciones que se hacen cotidianamente. De los contrario: embriaguez de cocaína o embriaguez de palabras hueras, alucinación física o alucinación espiritual por una palabra-mosca que bate sus alas de una pared a otra del cráneo: patria, humanidad, pueblo, justicia…. La moralidad no existe sin un órgano específico y espontáneo para su realización −no existimos fuera de la organización, ya se llame Eclesia o Partido. La burguesía es un momento de caos no sólo en la producción también en el espíritu. Ha disgregado la Eclesia, la organización de la vida moral autoritaria, pero en nuestro país no ha pasado por la fase del puritanismo o de la manía de los clubs. La asociación liberal ha producido solo agrupaciones de baile, sociedades de mandolinistas, y ahora empiezan las congregaciones de los amigos de la embriaguez. Las asociaciones burguesas nacen para el placer, no para el deber; para ejercitar los nervios no agotados por el trabajo, no para recuperar el cuerpo después del trabajo equilibrándolo con la actividad del cerebro. El uso de la cocaína es un índice del progreso burgués: el capitalismo evoluciona. Genera categorías de personas completamente irresponsables, sin preocupaciones por el mañana, sin problemas ni escrúpulos. Las autoridades lo saben. ¿Hacen algún daño estos individuos? No, porque la sociedad, donde uno es todos y todos son uno, no es cosa burguesa. No hacen daño: sus nombres no se publican, el farmacéutico recibirá tan solo un apercibimiento, el Mogol volverá a abrir sus salones. ¿Qué sentido tiene oponerse al destino? 21 de mayo de 1918

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EL TABACO ¿Faltará? ¿Faltará pero completamente? ¿Tendremos la cartilla de racionamiento del tabaco o, para ser exactos, el racionamiento de la posibilidad del tabaco? No sé si Guglielmo Ferrero fuma o esnifa rapé. En caso afirmativo (el estímulo del propio bienestar ayuda al pensamiento a devanar mejor) quisiera humildemente suplicarle que escriba un libro sobre la importancia del tabaco en la historia de la sociedad humana y de la psicología de los pueblos. A mi entender, el tabaco tiene una importancia capital en la historia. Es la única contraseña de la civilización moderna. Es el documento único del progreso, es el único signo de diferenciación entre los individuos y colectividades actuales y los individuos y colectividades de la antigüedad. El progreso. Intenten definirlo. ¿Hay progreso intelectual entre Aristóteles y Kant, entre un esclavo de Atenas y un proletario de Caltanissetta? La capacidad de comprender no ha cambiado, el alcance de la inteligencia no ha aumentado. Ha aumentado el número de los estudiosos, no de los sabios, de los instruidos no de los inteligentes. El progreso ha sido meramente mecánico −y no lo desprecio− no ha sido un progreso cualitativo. Se ha aprendido a ahorrar, a economizar, eso es todo. Un viaje de cien kilómetros se hace en una hora y ya no en un día, con el ferrocarril en lugar de la silla de mano, mil personas servidas por cincuenta en lugar de una sola servida por diez esclavos. Cambian las relaciones numéricas, no cambian las relaciones jerárquicas, cualitativas. Bélgica fue invadida por Guillermo II con tanques; Julio César la invadió con la sencilla daga de los legionarios, expugnó las ciudades con máquinas de madera y no de acero. El objetivo fue y ha sido el mismo; los efectos fueron y han vuelto a ser los mismos: muertos, destrucción, triunfos. Girando, girando, hasta hemos vuelto a los mismos artilugios; el encendedor automático no es más que una espoleta más pequeña adaptada para las buenas gentes que no quieren llenarse los bolsillos de piedras y trozos de acero. El amor sigue recreándose en sus motivos elementares, la belleza no ha sobrepasado los límites recogidos en los cánones alejandrinos. Las viviendas tienen ahora tan sólo más pisos, y ha aumentado el número de las que no son chozas.

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Siempre, en todas las actividades, en todas las relaciones encontramos el factor numérico. Una disminución, un aumento, nunca una novedad originaria, un plano superior a todo, nuevas bases para la actividad humana. Único progreso, única diferenciación: el tabaco. El hombre moderno es el hombre que fuma y que masca. Una nueva sensibilidad, original, se ha añadido a las viejas sensibilidades. Kant se diferencia de Aristóteles, el proletario de Caltanissetta se diferencia del esclavo de Atenas porque ha fumado (o podía fumar), porque mastica el mordisco. La civilización burguesa (la introducción del uso del tabaco coincide con el nacimiento de la burguesía) no tiene otra originalidad calitativa, no ha enriquecido a la humanidad con ninguna otra experiencia originaria. Es por lo tanto la civilización del tabaco, la civilización del humo y del mascar. La más difundida de las solidaridades es aquella que hace exclamar ¡salud! Cuando se estornuda. En este plano todos los hombres están de acuerdo, han alcanzado en comunión un mismo estado de ánimo. Un sociólogo podría escribir un libro utilísimo sobre estas cuestiones, siguiendo el modelo de Fra due mondi de Guglielmo Ferrero. Sería realmente muy útil porque ayudaría a los dirigentes a reflexionar sobre la misión que les ha conferido la historia, y, entonces, el tabaco no faltaría a los hombres, los hombres no correrían el riesgo de verse echados de las sublimes cimas que han alcanzado con la sangre de tantas guerras, con los padecimientos de tantas generaciones. 28 de mayo de 1918

LOS DÍAS Se va haciendo cada vez más popular esa institución anglosajona de los "días". Se lee en los periódicos que se celebró en las trincheras "el día de las madres"; que en Inglaterra y los Estados Unidos celebraron "el día de Italia", "el día de la Alianza", "el día del Imperio". La institución resulta simpática. Es claramente democrática, es decir, capitalista. Puesto que lo mejor es que los ciudadanos piensen lo menos posible mientras comercian y trabajan, se ha aplicado el método Taylor

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al pensamiento y a los recuerdos. Cada movimiento del espíritu, cada movimiento del cuerpo, tiene su momento. Se establece un calendario espiritual-político-social. En lugar de celebrar el martirio de San Lorenzo, o las virtudes de Santa Zita, o los milagros de la Virgen de Caravaggio, durante todo un día se piensa en las madres, o se reflexiona sobre la utilidad política de una alianza con Italia, o se celebra la grandeza del Imperio de Su Majestad Británica. La institución resulta simpática. Por otro lado, los trabajadores de todo el mundo han sido de los primeros en considerarla como tal y desde hace unos diez años el "día del trabajo" ya es una tradición. El primero de mayo. ¿Por qué no podrían también los burgueses celebrar los días o adaptar la institución a los "usos locales"? Sería una muestra de madurez económica y política (pero quizá por ello mismo tardará en asentarse). Piensen. El régimen económico diluye todos los vínculos que unen a los individuos unos con otros, enrarece los contactos intelectuales, torna nerviosas y entrecortadas las conversaciones, los intercambios de opinión. La sociedad es disgregada por la acción de la economía capitalista en sus órganos morales y políticos más eficaces: la familia, el municipio, la región. Los individuos reaccionan ante esta acción disolvente y establecen fechas fijas: un domingo, todos los individuos de una nación disertan sobre el amor familiar, sobre un problema institucional, sobre una cuestión de política internacional. Resucita, en fecha fija, la comunión espiritual, la sociedad que el régimen disolvió; resucita ampliada, con horizontes más vastos, enriquecida con nuevos valores. En estas creaciones de la civilización capitalista hay indudablemente una grandeza que impone respeto: un respeto que quisiéramos se sintiera por "el día del trabajo" que celebrándose en todo el mundo ya indica algo sobre las relativas grandezas del Imperio burgués y de la Internacional socialista. La institución no se asentará rápidamente entre la burguesía italiana, pero, ¿por qué no podría difundirse gracias al proletariado? ¿Acaso no resultaría eficaz para la propaganda el día de la revolución rusa, el día del proletariado inglés, alemán, francés, estadounidense, etc., el día de los campesinos, el día de las mujeres, etc.? Saber que en el mismo momento tantas personas piensan en el mismo tema, se intercambian reflexiones y juicios sobre ese mismo tema, engrandece la visión de la vida, aumenta la intensidad y la efica-

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cia del pensamiento. El proletariado anticipa los momentos históricos que la sociedad burguesa tendrá que atravesar. El sufrimiento aviva la fantasía y provoca la visión dramática del mundo futuro en sus manifestaciones de solidaridad y comunión, de los espíritus y del pensamiento, y alguna de estas manifestaciones puede empezar a darse ya mismo, incluso en un contexto adverso. Serían como los pilotes de la ciudad nueva que el proletariado desde ya planta en el barro viscoso del cenagal. 30 de mayo de 1918

LA LIBERTAD DE DIVERTIRSE El Estado italiano es el Estado de un país alegre. Los ciudadanos italianos hasta ignoran que el Estado existe: de hecho no saben cómo funciona, no saben cómo debería funcionar conforme a las leyes fundamentales del reino y, ante un acto del poder, no saben decir si es justo o injusto, si se ajusta o no a la Constitución y, por tanto, si respeta o no los derechos adquiridos de los ciudadanos, ese mínimo de libertad que el Estado garantiza. La libertad se concibe de manera grotesca y pueril: no se consigue entenderla como garantía para todos, impersonalmente tutelada por las leyes, que las autoridades deben ser las primeras en respetar. El pueblo italiano no es un pueblo de hombres libres, o de ciudadanos que quieren ser libres: Italia es, en verdad y desgraciadamente, la nación del carnaval, y la libertad es la libertad de divertirse y de rascarse al sol. (Ochenta líneas censuradas) Los ciudadanos tienen tan solo una vaga idea de las leyes del Estado y cree que éstas son solamente punitivas; no conciben la ley como garantía, como seguridad individual. Los italianos son individualistas, dicen los psicólogos. Pero lo cierto es que los italianos son unos analfabetos e incultos y que Italia es la nación-carnaval, con una sola libertad, la única deseada: la libertad de divertirse. 1 de junio de 1918

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MERCANCÍA Algún presumido ha proclamado por enésima vez la derrota de la ciencia. Química aplicada a los gases asfixiantes, lacrimógenos, ulcerantes; mecánica aplicada a los cañones de largo alcance… sí, pero también la azada puede fracasar un cráneo, y la escritura también puede servir para falsificar cheques y redactar cartas anónimas, y no por ello se proclama la derrota de la agricultura y de la caligrafía. La ciencia tiene la desinteresada tarea de establecer nuevas relaciones entre las energías, entre las cosas. Fracasa sólo cuando se torna charlatanería. ¿Los hombres usan los descubrimientos para infligir dolor y matar en lugar de para defenderse del mal y de las fuerzas ciegas de la naturaleza? Esto tiene que ver con una voluntad que es ajena a la ciencia, que no es desinteresada, sino que depende estrechamente de la sociedad, de la forma de sociedad en la que se vive. El descubrimiento científico tiene el mismo destino que todos los productos humanos en el régimen capitalista: se convierte en mercancía, en objeto de intercambio y por tanto acaba sometido a los fines dominantes del régimen: infligir dolor y destruir. El doctor Carrel acaba de abrir una nueva era en la cirugía: se multiplican las posibilidades de los injertos humanos. Aún no hemos llegado a la intensidad prevista por Edmund Perrier: implante de cerebros, uso de los órganos sanos de los cadáveres para sustituir los órganos dañados de los vivos. Aún estamos lejos de la victoria científica sobre la muerte: de momento, la muerte sigue triunfando y para triunfar más rápidamente usa con prodigalidad de la ciencia y sus secretos. Pero todo llegará y la vida se convertirá, ella también, en mercancía, si para entonces el régimen capitalista no habrá sido reemplazado, si la mercancía no habrá sido abolida. Según comunica la academia de las ciencias de París, el profesor Laurent ha logrado cambiar el corazón de Fox por el de Bob, y viceversa, sin que ninguno de los inocentes perros haya sufrido mucho, sin que la delicada víscera se alterara. Desde ahora, el corazón se ha convertido en mercancía: puede intercambiarse, puede comprarse. ¿Quién quiere cambiar su corazón gastado, achacado por las palpitaciones, por un corazón rojizo como nuevo, pobre, pero sano, pobre pero que siem-

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pre palpitó con honestidad? Una buena oferta: hay una familia que mantener, el futuro de unos niños preocupa al padre; que se cambie el corazón para que no se diga que no es previsor. El doctor Voronof ya ha anunciado la posibilidad del implante de ovarios. Una nueva oportunidad comercial se abre a la actividad explotadora de la iniciativa individual. Las chicas pobres ya podrán hacerse sus ajuares con facilidad. ¿A qué les sirve el órgano de la maternidad? Lo cederán a las señoras ricas estériles que desean descendencia que pueda heredar los esforzados ahorros maritales. Las chicas pobres ganarán dinero y se evitarán complicaciones. Ya están vendiendo sus rubias cabelleras para las cabezas calvas de las cocottes que buscan marido y quieren entrar en la buena sociedad. Venderán la posibilidad de ser madres: darán fecundidad a las viejas ajadas, a las señoras gastadas que se divirtieron demasiado y quieren recuperar la opción pasada. ¿Hijos nacidos después de un implante? Extraños monstruos biológicos, criaturas de una nueva raza, también ellos mercancía, genuino producto de la empresa de los derivados humanos, necesarios para prolongar la estirpe de los salchicheros enriquecidos. La antigua nobleza tenía sin duda mejor gusto que la clase dirigente que la sucedió en el poder. El dinero desfigura, embrutece todo lo que cae bajo su ley implacablemente feroz. La vida, toda la vida, no solo la actividad mecánica de las extremidades, sino la misma fuente fisiológica de la actividad, se separa del alma y se convierte en mercancía, en trueque: es el destino de Midas, el de las manos encantadas, símbolo del capitalismo moderno. 6 de junio de 1918

PASIVIDAD La ausencia de pensamiento caracteriza la acción política de la clase dirigente. Probar y volver a probar, es su lema, más propio de la ciencia experimental, que prueba y vuelve a probar con la materia bruta, pero trasladado a la política y a la administración, las cuales inciden sobre los hombres, que en las pruebas y repruebas sufren, quedan dañados, cercenados de mil maneras.

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Y así es cómo el muelle del desarrollo histórico no es, en efecto, el pensamiento, sino el dolor, el mal. El pensamiento, anticipando las consecuencias lógicas de una premisa, resuelve obrar de inmediato como si esas consecuencias ya hubieran sido probadas y, por lo tanto, evita el mal y el sufrimiento: la historia se desarrolla entonces con algo de armonía, los ajustes en la organización de las instituciones necesarias a la convivencia social se reducen al mínimo, a ese mínimo de imprevisible propio del despliegue de cualquier hecho humano. La ausencia de pensamiento, el empirismo que procede a tientas en el probar y volver probar deja que el mal se acumule, que los sufrimientos se multipliquen: y cuando la vida se ha vuelto insoportable, interviene y quita de en medio la premisa, que fue fuente envenenada de todo ese mal, de todo ese sufrimiento. Sí, la historia procede mediante la eliminación de la pasividad: es un perenne fracasar, una perenne revisión de cuentas equivocadas, fracasos y errores no necesarios, que se dieron porque los administradores carecían de capacidad para asumir sus tareas. Entendamos, por tanto, que el mal es el salvador de la fortuna progresista de los hombres, la seguridad de que finalmente algo se hará: la tiña, el cólera, la viruela, con los estragos de otros tiempos, obligaron al respeto metódico de normas higiénicas que pudieran eludir la repetición de los estragos. Los males de hoy obligarán en el futuro a pensar y a eludir. Mientras tanto, esperamos a que la pasividad acabe abriendo los ojos, acabe siendo un peligro: la paciencia se ha convertido en la primera virtud cardinal del hombre político y social. Una, dos, tres, diez, veinte veces. Atracadores se presentan de noche en una portería. Despiertan a los durmientes. Se declaran agentes de policía bajo las órdenes de un comisario; deben registrar los apartamentos para asegurarse de que no se esconden elementos perseguidos, etc., etc. Hablan con la seguridad y prepotencia propias de los representantes de la ley que se saben superiores a toda ley. A la mínima objeción reparten con generosidad golpes, preludio de las escenas salvajes que se producen en las comisarías. El ciudadano, sin fuerza alguna, conociendo por dolorosa experiencia o por experiencia escuchada los hábitos de la "justicia", deja entrar y una, dos, tres, diez, veinte veces y los apartamentos son saqueados por los atracadores. ¿Qué hacer? Se pregunta el ciudadano. Esperar. No queda otra que

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esperar. Que las hazañas se multipliquen, que los atracadores tengan siempre mayor confianza en su impunidad, que amplíen su campo de acción. Que algún pez gordo caiga en su trampa, que alguna propiedad, de las gordas, esté en peligro. Entonces la opinión pública ya no aguantará más. Entonces se dirá: ¿por qué no se intenta buscar la manera de que los ciudadanos puedan distinguir un atracador de un agente de policía? ¿Por qué no llevan uniforme todos los agentes de policía? ¿Por qué no se elimina al agente vestido de burgués que es el origen de estas confusiones y la causa de estos robos? Dejen que la pasividad se acumule, que acabe poniendo en peligro la empresa del "orden". Probando y volviendo a probar, se llegará a resolver. El desarrollo de la historia es siempre así, en las pequeñas como en las grandes cosas. 16 de junio de 1918

ELEGÍA POR EL ROJO Y también había una bandera roja [en la ceremonia del juramento de resistencia celebrada el 23 de junio delante de la iglesia Gran Madre de Dios]; entre las muchas banderas también había una bandera roja. Sin duda el color era el rojo, objetivamente debía ser rojo. Era una bandera entre otras, demasiadas banderas, y entre ellas también tenía que existir objetivamente el color rojo. Ocurrió lo que ocurre entre los colores. Los colores simpatizan entre ellos y se unen entre ellos en tiernas confusiones, en dulces matices. Eso ocurrió con esa bandera; todos los otros colores simpatizaban con ella, ella estaba inmersa entre tantas banderas, entre tantos colores, y se confundía, se dejaba absorber. Y, sin embargo, esa bandrera era objetivamente de color rojo. El observador imparcial, considerando en su pensamiento abstracto las sobreposciones sintéticas de la visión general, debía concluir: esa bandera es roja. No del rojo habitual de las bandera rojas. Las viejas, convencionales bandera rojas de siempre que recortan la pupila, que se clavan en la pupila; esas son como una herida apenas abierta que brilla; esas recuer-

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dan vagamente una herida que no se cierra, porque unas manos perversas separan el corte y hacen brotar nueva sangre. Esa bandera no era herida; era a la herida lo que la mancha de tomate que los cómicos, muriendo de muerte violenta sobre el escenario, se aplican sobre las sienes apretando en sus puños la económica solanácea, es a la sangre. No era una herida: ¿acaso los heridos pasan debajo del aspersorio de un cardinal para que les rocíen de agua bendita? Pues sí, esa bandera, objetivamente roja, pasó bajo el santísimo sacramento y fue consagrada por el aspersorio de un cardenal. No se quemó la herida, no sintió la carne viva la mordedura del agua bendita; no había herida, no había carne viva, el rojo era objetivamente rojo, como el zumo de un tomate. Y la bandera siguió paseando entre las muchas, demasiadas banderas. Una vez iniciado, el desfile de los honores es sencillo y suave. Fue a inclinarse delante del gobernador civil; la herida no sintió que se abriera sanguinolento su corte bajo unas manos perversas; no brotó, roja, la sangre. Es más, las muchas, demasiadas banderas se unieron estrechamente y la innata simpatía apretó el lazo de la gama de tantos colores. La bandera quedó absorbida, el poco rojo objetivo se confundió aún más en el lazo, como un rábano en una cesta de remolachas y lechugas. Pobre color de la sangre viva, pobre color de las banderas que acostumbran a quedarse solas, pobre color que en las multitudes pareces una herida reciente. En esa multitud, entre las muchas, demasiadas banderas desaparecías, descolorida, absorbida en la gama entrelazada, deslavada por el agua del aspersorio de un cardenal. Pero has iniciado tu curso, y llegarás lejos, ya que te conformarás si desapareces, ya que no exiges que te disuelvan, igual que la salsa de un tomate, sabroso condimento para los estómagos que tienen mucho, demasiado apetito. 26 de junio de 1918

¡VIDA NUEVA! Los hombres han cambiado (todos lo periódicos bien informados lo afirman); el pasado ha quedado superado y el más humilde de los sal-

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chicheros, aunque sin tener exacta conciencia, quema la insinceridad, la pereza, la tosquedad espiritual del pasado en la llama de una palingenesia universal. Un nuevo orden está empezando, un nuevo ciclo de los siglos, en el que la historia seguirá el ritmo de la conciencia. Es como −según dice Rudyard Kipling− los monos Bandar Log de la jungla que cantan en todos los minutos de todas las horas, de todas las semanas, de todos los meses, de todos los años. Cantan y no hacen nada, hablan y el verbo no se hace carne (los monos son herbívoros y la inflación no les estimula a tomar iniciativas individuales). La democracia italiana no es una tribu de monos: a sus palabras siguen hechos, educa las veleidades y las convierte en voluntad consciente de los medios y los fines. "El día de América" ha vuelto ha demostrarlo. El día de América ha sido un momento de vida democrática: el "pueblo" italiano venía sintiendo que tenía que entrar en comunión espiritual con el "pueblo" de los Estados Unidos. Esta vaga necesidad, abandonada a su propia suerte, se habría agotado toda ella en vanas exterioridades, en manifestaciones indistintas: desfiles, marchas, gritos de vivas y abajos; no se habría diferenciado en nada la conmemoración de una verbena católica. Pero el "pueblo" italiano tiene la rara fortuna de poseer en su ser, la democracia, es decir, la organización política que transforma el pensamiento en voluntad, en conciencia las distintas tendencias del "alma" popular. Y así el día de los Estados Unidos no se limitó a ser un conjunto de desfiles, marchas, gritos de vivas y abajos; y así, los anglosajones que presenciaron las manifestaciones populares pudieron afirmar que Rudyard Kipling podría quemar sus libros de la jungla ya que los latinos ya no son como los Bandar Log, que cantan y no hacen nada, que dicen ser los más sabios, los más geniales, los más clarividentes pero dejan siempre para mañana la puesta en práctica de sus himnos y discursos. El partido democrático, todos los partidos democráticos quisieron que el día de América fuera un momento de vida democrática. En los teatros (en doble sesión) se escenificaron obras dramáticas de autores estadounidenses; un orador recordó la contribución de los estadounidenses al teatro, que no es ni pequeña ni inútil actividad del espíritu humano. En las salas de cinematógrafo se celebraron conferencias organizadas por la universidad popular, órgano de cultura de la demo-

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cracia: distintos oradores recordaron al público, o les dieron a conocer, cómo se desarrollaron los Estados Unidos, como se constituye el Estado de los Estados Unidos, qué arte, filosofía, ciencia han producido los ciudadanos estadounidenses. No fue un día en balde. El pueblo italiano aprendió a conocer otro pueblo: se reforzaron las simpatías, condición necesaria de la convivencia pacifica internacional, preciosa garantía en el caso de que mañana un grupito de exaltados (¡todo es posible!) llame a declarar la guerra a los Estados Unidos: espontáneamente el pueblo rechazará las invenciones interesadas y dispondrá de elementos para juzgar las maniobras aviesas. La democracia ha realizado una obra nobilísima, altamente encomiable. ¿Ha realizado? Bueno: ha realizado o realizará; el futuro es idéntico al presente: si no lo hace este año lo hará el que viene o al siguiente. La hará, se hará… nosotros somos los hombres más sabios, más geniales, más clarividentes de la tierra y ya verán lo que somos capaces de hacer… mañana, porque la nueva vida empieza mañana, como para los Bandar Log de la jungla de Rudyard Kipling. 8 de julio de 1918

EL DESORDEN Dice Villiers de L'Isle-Adam: "El que te insulta, no insulta sino la idea que él mismo tiene de ti, es decir, a sí mismo". Los lectores de periódicos deberían tener siempre presente esta máxima y aplicarla a todos los juicios con los que se intenta dirigir su pensamiento en un determinado sentido. Los lectores pueden leer en los periódicos: los japoneses desembarcan en Vladivostok, luego leen el desmentido, luego vuelve a leer la misma noticia, y un nuevo desmentido. Leen que el zar ha sido asesinado: desmentido. Ha sido asesinado no solo Nicolás, sino también Olga y Tatiana: desmentido. Se trata de un intento de asesinato, no se trata ni de un intento. El archiduque Miguel ha sido proclamado zar y marcha sobre Moscú; el archiduque Miguel no marcha sobre Moscú, pero sí marchan los checoeslovacos; los checoeslovacos están a seis

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mil kilómetros de Moscú y tan sólo han recorrido cinco kilómetros, hacia el oeste, persiguiendo un cerdito para asarlo; el general Aléxiev, el almirante Kolchak, el general Semiónov marchan, marchan, marchan; los mencionados generales y almirantes se han parado al percibir que les seguían dos soldados y un tambor; los samoyedos, los hiperbóreos y los esquimales han declarado que no saben qué hacer con los Soviets y quieren contar con la ayuda de la Entente; los mencionados pueblos, habiendo sido mala la caza de la foca, sólo piden un poco de grasa de marmota para engrasar sus pantalones. Juicio de los periódicos: "El caos reina en Rusia, nunca se vio tal desorden". Juicio del lector: "¡Qué tiempos, qué costumbres, qué país, qué hombres, todos marchan y ninguno marcha, todos desembarcan y nadie desembarca. Todos quieren y nadie desembarca! Mi cerebro no entiende nada". Es lo que se quería conseguir: el cerebro no entiende nada: el cerebro está desordenado. Y dice Villiers de L'Isle-Adam: "El que te insulta, no insulta sino la idea que él mismo tiene de ti, es decir, a sí mismo". El desorden está en el cerebro, la confusión está en el cerebro, en las ideas, en el revoltijo de noticias: juzgando Rusia, los periodistas y los lectores se juzgan a sí mismos. Injuriando a Rusia y a Lenin, se injurian a sí mismos. ¿Qué se puede hacer? ¿Cómo defenderse de tantas insidias? ¿Cómo encontrar la verdad? En uno mismo, en la fuerza moral de la propia conciencia. Aferrándose desesperadamente a esas dos o tres nociones fundamentales que ninguna crítica, ninguna objeción puede atacar y desmantelar: 1) Es absolutamente imposible que el mal acabe triunfando y se extienda. Si Lenin y los Soviets fueran el desorden, la confusión permanente, considerando que su poder se basa en unos pocos centenares de carros armados, ese poder habría sido destruido quince días después de instaurarse. Si pervive, significa que depende de una necesidad, que se basa en la libre elección de una mayoría. 2) El orden y el desorden no son conceptos absolutos, sino que dependen de los esquemas sociales de quien juzga. Para un burgués, la dominación del proletariado significa confusión y desorden porque él queda excluido: ¿puede ser orden si no se ajusta a su ideal? Es natural que sea así, es lógico que sea así, de lo contrario el burgués no sería burgués. 3) En el

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pasado ya se dio este revoltijo de noticias tendenciosas contra los revolucionarios. A los revolucionarios franceses hasta se les acusó de despellejar cadáveres para fabricar zapatos de piel humana. ¿Acaso no hubo desorden en París y en Francia al abolirse los privilegios feudales y eclesiásticos? El orden feudal dejó de existir, efectivamente. Pero Francia, de la que se decía que estaba al borde del abismo, extenuada por el hambre y la más tétrica desesperación, Francia que los Capetos dejaron llena de deudas, durante veinticinco años financió los gastos militares de la república y de Bonaparte; ¿cómo un país en ruinas, un país hambriento, produjo de repente tantas riquezas para pagar tantos gastos? Es que las noticias eran falsas; es que un hecho específico de importancia anecdótica se magnificaba: ¿se emborracha un francés? Toda Francia está borracha. ¿Un loco propone un locura? Toda Francia enloquece en la devastación. Lo mismo ocurre con Rusia. Aferrémonos a estas máximas. Boicoteemos los periódicos que pretenden generar confusión en los cerebros para hacerles creer que los hechos están revueltos, que los hechos quedan atrapados en la mentira y la oscuridad, para hacernos creer que el sol dejó de brillar en un país de cien millones de habitantes. 17 de julio de 1918

EL MORBO ESPAÑOL Fiebre de tres días, fiebre de mosquito. Expresiones no populares, que no se han difundido. En Francia han encontrado el adjetivo apropiado: grippe española; y los periódicos italianos han aceptado el adjetivo: "Desde Berlín, llega la noticia de que el embajador de Turquía, Hakki Bajá, murió por la enfermedad española". Los periodistas-médicos han proveído: la enfermedad no es nueva para los anales de la ciencia y de la experiencia humana. Pero los médicos-periodistas no saben explicar porqué el morbo se ha hecho epidemia y se ha extendido rápidamente por todos los países europeos. Siempre existió, ¿pero con qué difusión, con cuántas víctimas? Y, ¿por qué justo en estos últimos meses se ha recrudecido, intensificando sus efectos hasta el extremo de condicionar el proceso de los aconteci-

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mientos históricos, retrasando o adelantando ofensivas y contraofensivas? Si la enfermedad no es nueva, habrán cambiado las condiciones de su difusión, habrán cambiado los hombres y su resistencia al morbo. La enfermedad tendrá algo que ver con la guerra; de ahí que se haya aceptado el adjetivo… española. El adjetivo es un amuleto, un exorcismo. El adjetivo "neutral" aleja de la fantasía cualquier preocupación temerosa, cualquier duda derrotista. El morbo no es letal (Hakki Bajá murió por su causa, pero era un turco, y además vivía en Alemania). El morbo es, sobre todo, una molestia. Pero la extensión que ha abarcado, su irresistible difusión de un país a otro, tiene una magnitud que lo asemeja a una fuerza de la naturaleza, primaria, contra la que nada puede la voluntad del hombre. La posibilidad de resistencia humana ha demostrado ser increíble en estos últimos cuatro años. El sufrimiento, el dolor, la privación, se han sobrellevado: todo resistió y pareció invulnerable. Este morbo ha mermado la confianza. Apareció y se difundió fulminantemente, superando todo obstáculo y toda previsión higiénica. ¿Un aviso? ¿Un síntoma? ¿Una amenaza del desconocido destino a los hombres que tensan demasiado el arco de la vida? Se resuelve con el adjetivo. E morbo es "español": viene del país de la neutralidad, no está intrínsecamente ligado con las nuevas condiciones de resistencia fisiológica creadas por la guerra. Por otro lado: ya se sabe que la Revolución ha llevado a Rusia el cólera… 1º de agosto de 1918

EL FÚTBOL Y LA ESCOBA Los italianos aman poco el deporte; los italianos prefieren la escoba al deporte. Antes que el aire libre, prefieren la clausura de la taberna; antes que el movimiento, prefieren la quietud en torno a una mesa. Observen un partido de fútbol: es un modelo de la sociedad individualista: se ejerce la iniciativa, pero ésta está definida por la ley; las personalidades se distinguen jerárquicamente, y la distinción se da no

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por antigüedad sino por méritos específicos; hay movimiento, competición, lucha, pero todo está regulado por una ley no escrita que se llama "lealtad" y que un árbitro se encarga de recordar en todo momento. Paisaje abierto, libre circulación del aire, pulmones sanos, músculos fuertes, siempre dispuestos a la acción. Una partida de escoba. Clausura, humo, luz artificial, gritos, puños contra la mesa y a menudo contra la cara del adversario… o del cómplice. Perverso empeñarse del cerebro (¡!). Desconfianza mutua; diplomacia secreta; cartas marcadas; estrategia de las piernas y de las puntas de los pies. ¿Una ley? ¿Cuál es la ley que hay que respetar? Esa ley cambia según el lugar, tiene distintas tradiciones y sobran las ocasiones para contestarla, pelearse por ella. La partida de escoba a menudo acaba con un cadáver o un cráneo magullado. Nunca se ha leído que un partido de fútbol haya acabado así. También en estas actividades marginales de los hombres se refleja la estructura económico-política de los Estados. El deporte es una actividad habitual en las sociedades en las que el individualismo económico del régimen capitalista ha transformado las costumbres, ha suscitado junto a la libertad económica y política también una libertad espiritual y la tolerancia del contrario. La escoba es la forma de deporte de las sociedades económica, política y espiritualmente atrasadas, donde la convivencia civil la caracterizan el confidente de la policía, el policía de civil, la carta anónima, el culto a la incompetencia, el hacer carrera profesional (con los consabidos intercambios de favores y gracias). El deporte suscita también en política el concepto de "juego leal". La escoba produce señores que echan a la calle al obrero que en la libre discusión se atrevió a contradecir su pensamiento. 26 de agosto de 1918

EL PASIVO La jefatura de policía de Turín ha publicado el balance de su actividad durante el mes de agosto: 784 arrestos, 784 ciudadanos privados de su libertad personal; 203 arrestos por delitos y órdenes judiciales, 16

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por embriaguez, 12 por tenencia ilegal de armas: 231 arrestos en virtud de los poderes otorgados por la ley. ¿Y los restantes 553? ¿Con qué respeto a libertad personal se han realizado esos 553 arrestos? ¿Quién es el responsable de los eventuales errores? ¿Cómo podrán los perjudicados defender sus razones y exigir sanciones punitivas, corporales, pecuniarias, contra los agentes prevaricadores? De los 553 arrestos practicados arbitrariamente, sin mandato judicial y sin delito in fraganti, 258 son de mujeres y por razones de moralidad. Los policías, ¡maestros de la vida moral! Los policías, ¡jueces inapelables de las buenas costumbres! Los policías que se meten en las casas privadas y arrestan a pobres chicas obreras porque "han oído decir" y las retienen en el cuartel y las someten a sus burlas y a sus mofas. Las razones de la moral son en algunos casos los rumores de las comadres, o, más a menudo, las propinas de las dueñas de prostíbulos que quieren monopolizar el comercio del placer. Ninguna garantía para la libertad individual, ninguna garantía para que, en cualquier momento, la obrera, que no oyó los piropos de un agente, no pueda ser privada de su libertad por razones morales. 295 arrestos por razón de "seguridad pública". También por estos, ninguna responsabilidad, ninguna justificación que no sea arbitraria, ninguna garantía para los ciudadanos. Cualquiera puede ser considerado "peligroso": cualquiera puede ser tenido bajo arresto sin que ningún juez haya dictado la orden. Las garantías constitucionales no sirven para nada, ni siquiera para tutelar el libre desarrollo de los negocios. Es conocido el caso del contador detenido durante diez días por haberse dirigido a la comisaría a denunciar un fraude. Los ejemplos son muchos: se ha secuestrado a personas para impedir que unos comerciantes pudieran cerrar un contrato y dejar así campo libre a sus competidores. Las victimas no tienen modo de desquitarse, no reciben ninguna tutela de la ley, de las instituciones. Las instituciones están atrasadas también en comparación con la sociedad que perezosamente se ha ido desarrollando en Italia por el estímulo de la producción capitalista: la policía sigue organizada como en tiempos de los Borbones en Nápoles o de Carlos Alberto en el Piamonte, cuando los ciudadanos se movían solo para conjurar: es una traba para la vida civil, impone un enrome pasivo al balance social. La moralidad, la usanza, los negocios, el comercio están a merced del arbitrio de irresponsables contratados

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sin discernimiento, expuestos a todas las tentaciones de las propinas y de las promesas de favores. 784 arrestos en un solo mes, de los cuales 231 por orden judicial: un tercio. Dos tercio: incógnita, arbitrariedades, atropellos, chantajes, propinas a cambio de muchos golpes y mucha hambre. Es el balance de la pasividad democrática del Estado italiano, constitucional, parlamentario. 6 de septiembre de 1918

LAS CAUSAS DE LA GUERRA El doctor Achille Loria, en la jerarquía social profesor de economía política en la universidad y en la jerarquía caballeresca oficial de la orden ecuestre militar de San Mauricio y San Lázaro y comendador de la Corona de Italia, es, en la jerarquía de la inteligencia, algo que se podría definir, en estos tiempos de hierro, un motor de explosión con el tubo de escape siempre abierto. Es el descubridor de todos los descubrimientos, el teórico de todas las teorías, el buzo indefenso que del aterrador océano de todos los misterios humanos extrae brillantes y preciosas perlas de conocimiento, de sabiduría. El motor de su sublime inteligencia explota con perenne y armonioso ritmo, y no es humo lo que escupe, sino (¡Oh, milagro!) maravillosa luz para indicar el camino a los humanos en la procelosa niebla de la historia. En su último trabajo (treinta y dos líneas impresas en el semanal La Difesa, que se publica en Turín cada viernes y también publica los versos del caballero Esuperanzo Ballerini, ecónomo general del regio economato general de los beneficios sobrantes), el caballero, oficial, doctor Achille Loria marca una nueva conquista de la verdad sobre el error, de la luz sobre las tinieblas, del conocimiento sobre la inerte y ciega ignorancia: atribuye a la historia las causas de la conflagración mundial. La guerra es consecuencia de la sífilis. De hecho: vemos que "los tres grandes defensores de la libertad y del positivismo, Lloyd George, Clemenceau y Wilson, surgidos primero de la zozobra, ascienden ahora, mientras los tres representantes del misticismo y de la tiranía, el zar, el kaiser y el emperador austriaco bajan hacia el lúgubre ocaso".

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El zar, sólo por una broma de la naturaleza, fue durante muchos años aliado de la República francesa, la naturaleza se cansó de bromear (lo bueno dura poco) y el "triste señor cayó para siempre". La antítesis se dibujó con precisión: por un lado el espiritualismo, es decir, el misticismo, es decir, el kaiser y el emperador austriaco; del otro, el positivismo, es decir, el materialismo de la historia, es decir, la libertad, es decir, Lloyd George, Clemenceau y Wilson. Ahora bien, ¿qué es el espiritualismo, el misticismo? Y ¿qué es la tiranía? Los trae la sífilis, como el doctor, profesor, oficial, comendador Achille Loria tuvo el gozo de descubrir en Siena, cuando poco después de publicar sus libros sobre el materialismo y antes de que Federico Engels demostrara que Loria había saqueado a Carlos Marx, al hacer el discurso inaugural de un curso universitario y todos lo aclamaron, salvo un místico que murió algunos meses después de sífilis. ¿Qué es, entonces la historia, señores? Un enigma para quien no haya estudiado patología. ¿Qué es, entonces, la guerra? Un fenómeno monstruoso provocado por la sífilis. ¿Qué es el mundo? Un hospital de inconscientes, abúlicos, desgraciados cretinos que frenéticamente se matan entre ellos por voluntad de dos sifilíticos. Esta concepción de la historia está para el doctor, profesor, oficial, comendador Achille Loria ligada al materialismo histórico. La síntesis de las treinta y dos líneas publicada en La Difesa se abre de hecho con esta afirmación: "Los espiritualistas que pretenden tener el monopolio de los ideales nos suelen echar en cara, a nosotros los positivistas y materialistas de la historia, esta trágica guerra, como reproche y como solemne desmentido de nuestras posiciones doctrinales". El tubo de escape siempre abierto acaba convirtiéndose en una grave desgracia pública. 17 de septiembre de 1918

DESLEALTAD Un cartel en las paredes, un cartel que expresa una actitud política muy precisa, que es la emanación de una corriente social exactamente identificable. Y bajo las palabras y las frases, el catálogo homérico de

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las asociaciones que manifiestan, que predican, que instan y en el catálogo también está esta asociación: Partido socialista italiano. El Partido socialista italiano, por tanto, también manifiesta, predica e insta en este preciso momento junto con unas asociaciones contra las que siempre luchó o no pudo luchar porque eran asociaciones que solo existían en los catálogos, en las guías para extranjeros y a pie de los carteles. El Partido socialista italiano, por tanto, ha salido de su aislamiento, ha renunciado a las doctrinas y a las normas de acción de Zimmerwald y Kienthal, ha saltado las férreas barreras de clase (cinco líneas censuradas). Es lo que ha ocurrido. Quedará como testimonio del fenómeno un documento, un ejemplar del cartel, en la Biblioteca nacional, escondido en algún sobre para gozo de los futuros investigadores de los "documentos" históricos. En esta edición de Avanti!, que quizá el futuro investigador examinará, queremos que conste la enésima protesta contra los malos hábitos políticos de la vida italiana, contra la deslealtad sistemática de los viejos partidos conservadores y de las recientes asociaciones ocasionales o que pretenden sobrevivir para propugnar lo que el compañero Rapoport llama el "socialismo de los nuevos ricos". (Tres líneas censuradas). Estas asociaciones, esta "mano negra" antisocialista, esto hongos pútridos que pretenden sofocar los robles que se hunden en las fuertes raíces del fecundo humus de la necesidad social para crecer hacia la luz, hacia el choque con las energías desatadas sin ley de la naturaleza y de las necesidades humanas, estos pequeños canallas sin fe en nada que no sea su inmediata fortuna económica y política, son cosa ciertamente despreciable. Comerciantes enriquecidos sin esfuerzo, sin ingenio ni voluntad, pequeños burguesas de estrecho cerebro relleno de fraseología del único periódico que leen, intelectuales sin inteligencia que solo haciendo carrera funcionarial consiguen evitar acabar sus tontos e inútiles días en un albergue de beneficencia, este enjambre de moscas saciadas o que quieren saciarse con los infectos expurgos de las ganancias de la guerra, son cosa ciertamente despreciable y miserable. Su ideología se hace evidente, se revela en la acción tras haber pasado por los filtros del hábito. Su mentalidad está mezquinamente construida con fraude y deslealtad: como el lechero que intenta engañar al cliente vendiéndole agua y ámido por leche, el farmacéutico vendiendo polvo de mármol por bicarbonato, o los pro-

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veedores del ejército dando cartón por suela, algodón por lana o acero malo por acero bueno, así es como estos proveedores de civismo, de patriotismo, cordura política, conciben la sociedad, como una salchichería y engañan, y engañan: la historia es una desleal zancadilla, la suerte de las ideas es como el destino del último pegote pregonado en cuarta página, la propaganda política es igual que la actividad del charlatán que cada tarde ha de cambiar de plaza para evitar que le linchen. Queremos dejar este documento mínimo, ingenuo porque contra la deslealtad solo cabe la reacción delas sociedades bárbaras, tan solo para dar salida a la irritación moral del ciudadano que ama la lucha, el choque de las ideas y las fuerzas pero concibe la vida con rectitud, aborrece la tortuosidad de los débiles que hunden con malicia sus sucias uñas en el músculo tenso y disfrutan con el pequeño dolor causado, pobres hongos viscosos y sin futuro que secar encinas. 12 de octubre de 1916

A QUIEN NO SE DEBE AMAR La Royal Society de Londres propone, y los delegados de las Academias de París, Roma, Bruselas y Washington, reunidos en su sede, aceptan, romper para siempre cualquier relación con la ciencia alemana. Los académicos tienen la misma naturaleza que los enamorados; en las novelas de Luigi Pirandello y de Amalia Guglielminetti, el académico y el enamorado asumen actitudes parecidas, intercambiables. Ambos suspiran y se atormentan por un "ideal"; las noches insomnes dejan las mismas secuelas de dulce y resignada melancolía en sus rostros austeros. La "ciencia enemiga" y "a quién no se debe amar" [título de una novela de Guido da Verona]. Es la Innombrable, la Desconocida; se borra su nombre de los libros y de las antiguas cartas amarillentas perfumadas por el sugestivo olor del tiempo. Se vacila cuando los ojos caen sobre las fatales sílabas, cuando el oído es sorprendido por el sonido de esas sílabas que guardan un maleficio. "A quién no se debe

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amar" es la pesadilla de las horas de sueño robadas al progreso científico, el implacable duendecillo que revolotea en torno al cansado cráneo y golpea con sus brazos impertinentes la frente arrugada. La vida se torna insoportable; el académico se torna neurasténico. Descanso, descanso para los pobres nervios agotados, para el estómago que no digiere, para las extremidades que perdieron toda elasticidad. Es necesario descansar: Suiza, lagos, montes, la Arcadia tranquila con sus vaquitas y sus pastorcillas. Suiza, ahí donde en las novelas se produce siempre el reencuentro entre las dos criaturas atrapadas por el Destino. "Su" nombre ya no irrita la delicada sensibilidad de los sentidos. Es más: "ella" se convierte en "el misterio que atrae". Todo en ella despierta curiosidad, atrae. Con excitación, con el miedo que escruta el lugar, se la sigue, se observan sus gestos, sus rasgos. ¿Es ella envejecida o se embellece para conservar la perenne juventud? ¿Qué ha hecho, qué ha dicho hasta ahora? ¿Qué aventuras tuvo? El académico enjuto olvida sus juramentos, olvida sus promesas. Y una noche, cuando la luna ilumina las cimas de los montes con sus rayos suavemente encantadores y se agitan los grandes árboles, y las aguas se precipitan en el abismo turbulentamente, los dos se encuentran, se miran, y como dirigidos por el hilo de una mágica marioneta van a sentarse en el mismo murito: el idilio renace. La Royal Society propone romper para siempre los vínculos con la ciencia enemiga. Nuestra conclusión: a Suiza le espera un maravilloso porvenir científico. 27 de octubre de 1918

LA CENSURA La censura eliminó completamente la nota de ayer. La censura sigue con su trabajo, aunque el ejército enemigo ya no amenace los "fértiles campos" ni el honor de las mujeres, aunque nadie, ni siquiera el más obtuso reaccionario, crea que la discusión de las ideas pueda abrir las fronteras a nuevas invasiones. La censura sigue y no nos sorprendemos, ya que en nuestro país la censura nunca ha sido algo provisional o ligado a la defensa de la "salud pública", sino que ha sido un método de

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gobierno, el método inevitable del Estado italiano, policial, proteccionista, antiliberal. A los italianos no les sobre fantasía (la imaginación y los antojos no son fantasía): los italianos entienden que otros Estados no son democráticos, porque el único periódico que leen recalca sus actos y medidas reaccionarias. No entienden que el Estado del que forman parte, y que también constitucionalmente podrían transformar, es la negación de la democracia. Para muchos Giolitti sigue siendo un liberal democrático. Estos italianos tienen una imaginación superficial a la que le impresionan las "divertidas" interrupciones del parlamentario avispado y tramposo. Olvidan, sin embargo, que Giolitti les quitó a los italianos la libertad de celebrar mítines públicos (les quitó la libertad de expresión y de propaganda oral, salvo en época de elecciones). No consideran que Giolitti representaba en el poder a las camarillas más reaccionarias de la industria metalúrgica y del campo. Orlando y Nitti son para los italianos "hombres que hablan"; los italianos no consiguen ver en ellos "hombres que obran", no lo consiguen porque les falta fantasía, porque son incapaces de recrear "dramáticamente" una acción permanente, en lo que tiene de esencial, de transformación de la realidad en beneficio de unos fines determinados. Los italianos, el pueblo italiano puede llegar, por indicación del único periódico que leen, a alegrarse porque se persigue a una minoría, que no puede hablar, que no puede dar a conocer sus ideas y sus fines. El pueblo italiano no tiene fantasía, porque no entiende que su alegría nace de un mal que le afecta, porque todo el pueblo italiano deja de conocer esas ideas y esos fines, porque el pueblo italiano piensa que esa minoría es una banda de monos chillones que no tienen criterio, ni mesura. La censura es el método de gobierno del Estado italiano, que sigue siendo paternalista y despótico bajo la superficial cara del compromiso democrático. Los socialistas siempre deben intentar explicar los acontecimientos y las acciones políticas; deben hacerlo porque tienen una doctrina y deben difundir las conclusiones a las que llegan, porque son los únicos demócratas, porque aspiran a instaurar la única democracia históricamente necesaria y eficiente: la democracia social. El Estado italiano es paternalista y despótico, porque representa camarillas particulares y no una clase; esto es la negación de la democracia liberal porque la voluntad de los ciudadanos no cuenta nada, porque los

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ciudadanos no pueden tener una voluntad específica, porque le Estado impide que esta voluntad nazca, inhibiendo la discusión, impidiendo la llegada de periódicos extranjeros, incluso de los países aliados donde también hay censura. La censura sigue obrando y esto ocurre porque las camarillas que nos gobiernan quieren instaurar abiertamente un gobierno despótico, quieren anular la Constitución y otras garantías de libertad y desarrollo de las nuevas fuerzas históricas. 4 de noviembre de 1918

EL PERIÓDICO-MERCANCÍA El periódico burgués es el periódico-mercancía, así lo determina la competencia comercial entre los propietarios de empresas periodísticas. Es una salchichería donde una caterva de diligentes empleados corta, envuelve, acumula: queso, mortadela, gelatina, mucha patata y poca leche, mucho caballo y poca vaca, mucho hueso y poco caldo. No importa: importa tan solo que el escaparate sea bonito, con muchas luces cegadoras, muchos lazos multicolores. Los hombres pasan y se paran, maravillados, asombrados: ¡qué lujo, cuántas cosas apetitosas, cuánta riqueza y todo por una simple moneda!. Y los hombres entran y compran y se van satisfechos con su lujo, sus colores, la elegancia señorial de los lazos multicolores: y la ilusión permite tragar los alimentos podridos sin tener náusea, sin vomitar, aunque el cuerpo se vaya desnutriendo y el cerebro se atrofie y las ideas ya no sirvan para expresarse sino para que se muevan lentamente una tras otra como viejas arrugadas apoyadas en su bastón que se paran cada cinco pasos para rebuscar en sus bolsillos la tabaquera y esnifar un buen rato: sin ese tabaco embalsamador no podrían vivir. Pues bien: nuestro periódico Avanti! no puede ser un periódico-mercancía, no puede ser una salchichería llena de bagatelas, adornada con todos los espejos que atraen a las alondras. El Partido socialista no es un mercadillo donde el maestro circense Barnum suena su tambor para atraer a los ingenuos. El Avanti! es un periódico único, sin competencia, es el "producto" necesario que se compra porque es necesario, porque es insustituible, porque satisface una necesidad íntima, irresistible

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como la necesidad del pan para un estómago sano. Quien compra el Avanti! no escoge, no puede escoger: se escoge entre dos cosas parecidas, distintas solo en su distinta perfección, entre dos caballos, dos casas, entre dos bastones, entre dos periódicos burgueses. Pero quien sea socialista, quien quiera (no en el sentido de desear vagamente o de suspirar, gemir, sino que quiere concretamente) que el socialismo trasmita sus valores morales a la sociedad de los hombres, que quiere que la sociedad se organice de tal forma que cada hombre tenga una tarea útil y ajustada a sus aptitudes, que cada hombre de el máximo de su rendimiento y que su actividad esté coordinada con la actividad universal en una armonía que elimine todo sufrimiento inútil, toda dispersión de energías y de espiritualidad; quien esté, hoy en día, inmerso en la sociedad del tráfico mercantil, en la sociedad en la que se gana dinero sacrificando a los demás, apuñalando a la propia madre, prostituyendo a la propia hermana, atesorando el hambre y la sangre de los hombres; quien es socialista y ha matado dentro de sí mismo y en sus relaciones con sus compañeros de fe el frenesí individualista, el afán de acaparar, acaparar para sí dando lo menos posible a los demás, no podrá escoger entre el Avanti! y otro periódico, no puede confundir el Avanti! con un periódico-mercancía. Sabe ser parte del Avanti!, una parte viva, activa; sabe que el Avanti! no es una empresa capitalista, con accionistas que arriesgan el dinero de otros para sacar beneficios con el engaño y la ilusión de una mercancía vistosa y bien anunciada, sino que representa, hoy en día, en plena sociedad mercantil, el principio antimercantil, el principio comunista, que impone la sinceridad, la verdad, la utilidad esencial incluso si parece a primera vista dañina. Comprar el Avanti! significa, por lo tanto, liberarse de las leyes mercantiles del capitalismo, vivir ya mismo el comunismo y acercar por tanto la sociedad comunista. 27 de diciembre de 1918

UN SOVIET LOCAL La fábrica de la Fiat es ahora una colonia norteamericana, donde los leales pioneros wilsonianos, con tenacidad y perseverancia, trabajan

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para crear el primer núcleo social italiano de la Sociedad de las Naciones. El capitalista Agnelli es un convencido promotor de la paz perpetua. Convencido y voluntarioso. Una gran idea ha conquistado su conciencia. ¿Puede un hombre de acción, un hacedor, un creador, un demiurgo de la talla de Giovanni Agnelli dejar que las grandes ideas se pudran en las buhardillas de la conciencia? La conciencia de Giovanni Agnelli es un granítico bloque sin intereses ni grietas: fe significa acción, concepto universal significa acto histórico concreto. Agnelli es un hombre moderno, es un militante de la ideología democrática; quiere la libertad de los pueblos, el reconocimiento de las nacionalidades bautizadas y confirmadas mediante el plebiscito y la constituyente. Quiere concretamente y, por lo tanto, como fiel soldado del ideal, promueve, en la esfera de acción de su voluntad individual, las condiciones necesarias y suficientes para que lo verdadero se convierta en hechos, para que el ideal se convierta en hecho histórico eficiente. Y así es como la Fiat se ha convertido en un núcleo social de la Sociedad de las naciones libres. Para que las naciones sean libres es necesario que los individuos sean "disciplinados" hacia la libertad nacional. Los individuos que, por deber profesional y por razones prácticas de subsistencia, trabajan en la Fiat pueden tener intereses opuestos e ideales contrapuestos a la Liga de las naciones libres. Es necesario por lo tanto someterlos a rigurosos controles y desinfecciones, y prevenir cualquier acto que pueda entorpecer la realización del ideal. La Fiat, núcleo originario de la inminente Sociedad de las Naciones, se transforma en un Estado soberano, con su monarca, su gobierno ejecutivo y sus órganos de ordinaria administración estatal vulgarmente conocidos con el nombre de policía. Esta es por tanto la justificación histórica y racional de las "palomas" que cuidan del orden interno de la Fiat ("palomas", gentil intuición lingüística en la que coinciden la realidad y el ideal, la paz en el orden, la libertad bien entendida y la autoridad; escoger la paloma como símbolo de la policía interna de la Fiat es una prueba de la genialidad moderna y wilsoniana del caballero Agnelli). Las "palomas" se han identificado enseguida con la dialéctica finalista de la Sociedad que han de anunciar y hacer nacer. Entienden las palomas que el mejor método de gobierno es prevenir y no reprimir. Por lo tanto presuponen que todo ciudadano del nuevo y feliz Estado

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de la Fiat es un ladrón, y controlan, controlan, requisan, buscan. Pero tampoco hay que quejarse: el régimen de las naciones libres tiene sus inevitables exigencias, a las que hay que someterse en nombre del feliz progreso de la humanidad. ¿Hay que someterse al control político? ¿Cómo podría realizarse el nuevo orden wilsoniano, si se permite a los agitadores que pretenden insolentemente pensar de distinta manera que Wilson y Agnelli la libertad de propaganda y de acción? La Sociedad de las Naciones quiere instaurar la paz perpetua, dentro y fuera. La lucha de clases, al turbar las relaciones de producción e intercambio, genera malestar interno y provoca guerras externas. El capitalista, para dar respuesta a las exigencias de los obreros, debería presionar al Estado central para que éste conquiste nuevos mercados de exportación y, entonces, la paz perpetua, ¿cómo va? Es necesario, por lo tanto, que exista un control político que impida que los obreros se concentren en torno a una idea, a la idea socialista, que plantea reclamaciones insolentes y estimula insolentes exigencia y que, para colmo de insolencia, indica el modo adecuado y fructífero de forzar a los capitalistas a satisfacer las insolentes reclamaciones. Esta es por tanto la justificación racional e histórica de la creación, en el feliz Estado de la Fiat, de un cuerpo de vigilantes políticos que "prevenga" el que los obreros hagan propaganda a favor del Avanti! y a favor de la idea de unos Soviets proletarios. Así la Fiat se convierte en el núcleo originario y orgánico de la Sociedad de las Naciones, cuidado, no de los Estados. El Estado centrado políticamente en el parlamento no es sino un forma política pequeño-burguesa. El Estado capitalista es la Sociedad de las Naciones, un Estado de clase exquisitamente cosmopolita, como el capitalismo. Los órganos eficientes e históricos de la Sociedad de las Naciones son las agrupaciones de industriales, o Soviets de los capitalistas. En Italia ha nacido el primer Soviet de capitalistas: la Fiat de Giovanni Agnelli, pequeño Estado local, con policía propia, con su propio órgano de justicia preventiva, con una ley "general" propia, que deberá instaurar la Sociedad de las Naciones, es decir la dictadura explícita del capitalismo que abola la lucha de clases con el terror blanco,para evitar que surjan los soviets de obreros que abolan, a su manera, la lucha de clases con el terror rojo. La dialéctica histórica sigue desarrollándose, unificando a los contrarios. Estamos en la fase del

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Soviet. El desarrollo sucesivo dirá qué fuerza histórica adjetivará de manera permanente al sustantivo: ¿capitalista o proletario? 19 de marzo de 1919

LOS BALANCES ROJOS Los balances rojos de Rusia son pasivos, cruelmente pasivos. El Momento lo lamenta con grandes lloros, el Momento lo lamenta en toda en su alma franciscana. Vean, vean: 13.700 personas fusiladas hasta el primero de enero de 1919 por contrarrevolucionarias, sin contar las condenadas por "intuición"; vean, vean, el mismo comisario Lisoflski lo ha declarado. Y diecisiete mil millones de déficit, vean, vean, lloren, lloren, ¡oh corazoncitos sensibles! Vade retro, ¡oh comunismo! Ahí va el aspersorio contra el soviet; crueles, malísimos monstruos apocalípticos, nunca más oirán a las tiernas Perpetuas, nunca más oirán el Te Deum por vuestra gloria. ¿Alguna vez hubo sobre la faz de la tierra una máquina de matar, un flagelo destructor de vidas y millones tan horripilante como la revolución soviética? ¿Qué fue la matanza de los albigenses? Un juego de jardín de infancia (y, por favor, no piensen que el papa Inocencio fue el precursor del "intuicionismo" cuando predicaba matar, y matar, ya que el Señor Dios Misericordioso habría, en su omnisciencia, separado el blanco cordero de la tiñosa oveja; demostrarían ser unos vulgares anticlericales, sin conocimiento alguno de teología y catequismo si lo piensan). ¿Qué fue la guerra de los campesinos en Alemania? Un juguete de Nuremberg, aunque se dice que destruyó doce millones de vidas humanas. ¿Qué fueron las destrucciones de flamencos, incas y marranos cometidas por los muy católicos reyes españoles? Servicios a la santa religión, eso fueron: corvées devotísimas de los vasallos del Señor Omnipotente Jesucristo. ¿Qué son los diez millones de muertos y diez millones de inválidos y mutilados de esta guerra que su Santidad el Papa Benedicto ha definido como una "inútil matanza", pero que para el Momento fue utilísi-

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ma, pero Su Santidad es el Pontífice de la Iglesia Católica, y el Momento es sólo el órgano del Partito Popolare Italiano? ¿Qué son los veinte millones de muertos por la grippe o fiebre española, o peste pulmonar, es decir, peste de guerra, determinada, propagada y cultivada por las condiciones creadas por la guerra? ¿Qué son las miles y miles de criaturas humanas que mueren cada día de hambre, de escorbuto, de frío en Rumania, en Bohemia, en Armenia, en la India, por mencionar sólo países amigos de la Entente? ¿Qué son los ochenta mil millones de déficit del presupuesto italiano, los ciento veinte del francés, los dos mil millones de millones de daños de guerra? ¿Qué son los veinte millones de rusos que serían exterminados de triunfar la contrarrevolución de los generales Krasnov, Denikin y Kolchak, esos amigos de la Entente que ahorcan durante tres días uno de cada diez obreros de los pueblos que reconquistan, esos amigos de la Entente que mandan a Petrogrado vagones llenos de soldados soviéticos cortados en trocitos? ¿Qué son? ¿Qué es?... Minucias, pequeñeces, acciones magnánimas, comparadas con los 13.700 fusilados y los 17 mil millones de déficit. La revolución social es el flagelo, es el monstruo apocalíptico. ¿Qué es, qué vale una vida proletaria frente a una vida burguesa? Estudien economía, ¡demonios!: un burgués vale al menos diez mil proletarios; los 13.700 fusilados por los Soviets valen 137 millones de proletarios y el capitalismo internacional no ha desangrado a 137 millones de proletarios con sus negocios, para engrosar sus haberes. Lloren, lloren, tiernas Perpetuas, sensibilísimos curas del Piamonte, y que no os fascine el comunismo, el Soviet, la revolución social. 4 de abril de 1919

EL BURDEL BOLCHEVIQUE El Fascio de combate de Turín conmemora el 24 de mayo [de 1915, Italia declara la guerra a Austria-Hungría] con un "vibrante manifiesto". Estas son las vibraciones más destacables del manifiesto del Fascio de combate de Turín: 1) Guerra, sangre, tortura, martirio, gloria, Italia victoriosa; 2) Plutocracia, empresa loca, disminuir, mutilar, inmortal

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Italia. 3) Hordas teutónicas, valor, nuestros soldados, mercado de pueblos. 4) Tierra de Francia, neutralidad italiana, victoria, Marne, agentes, habsburgos, Austria asesina. 5) Salvación, Entente, mundo, feudalismo militarista alemán, innoblemente traicionada, indignamente expoliada e insultada. 6) Abyectos arneses de derrotismo, sucia cloaca, carne de chacal, burdel bolchevique… Un momento. El manifiesto dice exactamente: "Italia no es carne de burdel bolchevique" y quisiéramos que los fascistas, combatientes y vibrantes en sus manifiestos nos aclaren esta cuestión. El burdel bolchevique es la Rusia de los Soviets tal y como la describen las agencias de los emisarios de los Cien Negros [grupo terrorista de extrema derecha en tiempos de la revolución de 1905]: un inmenso recinto rodeado por un cordón sanitario, habitado por ciento veinte millones de hombres y mujeres, en el que toda ley divina, humana, democrática, civil, justiniana, napoleónica es violada descaradamente: se viola, se roba, se saquea, se incendia, se despelleja y come carne humana, se muerde la cola a los perros, se afeita a los gatos, se aliña la ensalada con salsa de escarabajo, se lubrica el árbol de la cucaña con grasa de ahorcado: en definitiva, una barahúnda, un caos, una república, un Soviet, un infierno, un pandemonio. Este es el burdel bolchevique del que Italia nunca, nunca jamás, será carne. Pero, ¿y si Italia ya fuera lo que los fascistas no quisieran que sea? ¿Si la misma existencia de los fascistas no fuera una prueba de que Italia ya es lo que los fascistas no quieren que sea? Las palabras son paja: importan las cosas. Y, ¿qué es este despliegue de fuerzas irresponsables e incontroladas que se superponen a los órganos legítimos del Estado? Indisciplina, desorden, caos social, "burdel bolchevique"; ¿y qué son estos fascios, estas asociaciones, estas ligas de militares y burgueses, de oficiales y soldados? Fascios, desmembramiento, descomposición, "Soviet". Gobierno, parlamento, magistratura son ahora nombres sin sujeto activo, larvas evanescentes en este crepúsculo de sangre y locura. El Estado se deshace, corroído por estos microbios impuros que nacen de las putrefacciones y traen más y peor putrefacción. La dictadura del proletariado, el nuevo Estado de los Consejos obreros y campesinos, resulta, en el orden de las cosas, inevitable precisa-

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mente porque existe el "burdel bolchevique". La sociedad no puede vivir sin Estado: el Estado es la sociedad en cuanto acto específico de una voluntad superior al arbitrio individual, a la facción, al desorden, a la indisciplina individual. Los antibolcheviques "bolcheviques" multiplican la arbitrariedad, la facciosidad, el desorden, la indisciplina individual; los bolcheviques anti-"bolcheviques" se preparan para domarlos imponiéndoles, por las malas, mediante el tribunal revolucionario, mediante la tarjeta de racionamiento, con el control de los obreros y los campesinos, imponiéndoles trabajar más y vibrar menos. 24 de mayo de 1919

LOS REVIENTA-MÍTINES Los obreros conocen, por dolorosa experiencia, la institución capitalista de los "revienta-huelgas". Los obreros tienen escasos medios para resistir la potencia del capital, pero incluso con estos escasos medios pueden tocar con bastante efecto la generación de beneficios y forzar al capital a pactar. El capital recurre a los reventadores de huelga, sustituye a los ferroviarios, a los electricistas, panaderos, etc. con elementos voluntarios, con su guardia blanca, intenta que la producción no se interrumpa, seguir atendiendo a la clientela, impedir que decaigan y se corrompan las condiciones generales de sus ganancias. Hoy ha nacido una institución "original": la del reventador de mítines. Miles y miles se reúnen en las plazas en manifestaciones. Los obreros tienen pocas posibilidades de reunirse y les conviene aprovechar plenamente estas posibilidades. El mitin es para la clase obrera el medio más importante para adquirir conciencia de clase; el capitalismo, con la producción industrial, intenta dividir la clase en muchas categorías, en muchos grupos, en muchas comunidades desvinculadas y dispersas: en las manifestaciones de masa, en los mítines, la clase se vuelve a juntar, el metalúrgico con el albañil, el zapatero con el carpintero, el gomista con el panadero, y siente su unidad en la vibración común por un mismo ideal, en la aceptación común de un mismo programa, de un mismo método de lucha. Pues no: el reventador de mítines no puede permitir que miles y miles de obreros afirmen en un mitin

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la misma disciplina que muestran en todas sus manifestaciones de lucha de clase, no puede permitir que con esta disciplina se creen las condiciones necesarias para poder celebrar un mitin que sea útil a la educación de la clase obrera. El reventador de mitin quiere que su personilla, henchida de viento parlanchín y de vanidad, se superponga a los miles y miles de obreros: priva así a la clase obrera de las escasas oportunidades de reunión de que dispone, no permite a la clase obrera celebrar sus manifestaciones, demostrar su fuerza, adquirir mayor conciencia de su voluntad colectiva. Si observan, verán que difícilmente el reventador de mítines es un obrero de fábrica, un obrero industrial: casi siempre es un inútil, un hombre de cien oficios, que revela en su nerviosismo físico y verbal el nerviosismo de su vida económica, de su vida laboral, que refleja en su cerebro y en su ideas la incertidumbre y la confusión de las condiciones materiales de su vida. De ahí que el reventador de mítines afirme ser anti-autoritario y antimarxista porque Marx era "autoritario". La verdad es que Marx previó estos seudorrevolucionarios y puso en guarda a la clase obrera contra sus métodos y sus fraseología; porque Marx creía que la revolución no se hace con la garganta, sino con el cerebro; no se hace con la vana agitación física, con la venas cargadas de sangre, sino con la disciplina de la clase obrera que lleva en la construcción de la sociedad comunista las mismas virtudes del trabajo metódico y ordenado que aprendió en la gran producción industrial. 5 de marzo de 1920

LA MUERTE DE UN LADRÓN ¿Quién ha reparado en el suceso que los periódicos narraron el otro día? Un hombre, sorprendido de noche en el jardín de una villa, perseguido, cazado, abatido a balazos, abandonado jadeante encima de un tejado. Los carabinieri recogieron el cuerpo agónico, los periodistas contaron lo sucedido, pero ya nadie lo recuerda. Los muertos, y los delitos, también tienen un sino. Un enamorado se venga del infiel, un marido degüella al amante de su mujer. El suceso despierta las fibras más ocultas del ánimo del público y de sus informadores. Los cronistas se convierten en novelis-

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tas, jueces, defensores, exploradores del alma: la mujer histérica más tonta se convierte en una esfinge de la que hay que desentrañar sus inexistentes enigmas psicológicos; cualquier bestia se convierte en un héroe que defiende los derechos del sentimiento. El crimen por celos, el crimen de "amor", remueve toda una sedimentación de turbios sentidos que se esconden en el alma del hombre civilizado de nuestros días, y que en la primera ocasión se manifiestan en una expulsión purulenta. Estos sentimientos son el "honor" de nuestra sociedad. Pero que un hombre, un presunto ladrón, sea abatido a balazos por el propietario de una villa, al que le molestaron en sus descanso y cuyo nombre no ha sido revelado, eso no turba la conciencia de los hombres civilizados. El Estado abolió la pena de muerte. La abolición de la pena de muerte es evidentemente una muestra de civilización, una muestra de que la personalidad viva del hombre se considera un bien superior a cualquier otro, inconmensurable ante cualquier otro bien. La clase burguesa, tras asegurarse con la fuerza del Estado la propiedad, sumo bien para ella, aseguró después la vida para todos. De ahí que el Estado de los burgueses disponga para sus propios fines de la vida de los ciudadanos que él asegura. Pero imaginemos que el Estado se desmorona, entonces, esta condición de las cosas, esta gradación de los valores quedará, cruelmente, patente. Así es como la pena de muerte queda reestablecida por el propietario que estima, antes que la vida de un hombre, cien bienes más: la propiedad, la tranquilidad, la buena digestión, el sueño pacífico roto por una sombra que merodeaba por el jardín. De ahí que, contra los ladrones o los presuntos ladrones, hoy en día los propietarios disparen y nadie se rebele, y a todos la cosa les parezca lo más natural del mundo. La conciencia del valor absoluto de la persona viva, ¿quién nos la dará, sino aquellos que sabrán asegurar igualmente para todos los bienes materiales? 8 de julio de 1920

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Fina Birulés, Richard Bernstein et al Hannah Arendt, el legado de una mirada Giulio Carlo Argan Lo artístico y lo estético Zygmunt Bauman Modernidad y Holocausto Witold Gombrowicz Contra los poetas Hobbes Consideraciones sobre el Leviatán François Flahault ¿Quién eres tú? - Identidad y relación Paul Barry Clarke Ser ciudadano Peter Burke et al Una historia del humor Cicerón Acerca de la vejez Ivan Turguenev Hamlet y Don Quijote Ruy Belo El problema de la habitación Ger Groot Adelante, ¡contradígame! Filosofía en conversación Gadamer, Rorty, Onfray, Ricoeur, Vattimo, Girard, Taylor, Kristeva, Todorov et al

Ana Salinas de Frías (dir.) Inmigración e integración

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David Le Breton El silencio: aproximaciones Slavoj Zizek En defensa de la intolerancia Karl Marx Simón Bolívar Ernest Renan ¿Qué es una nación? Jonathan Swift El arte de la mentira política Tucídides El discurso fúnebre de Pericles Andrés Bilbao Individuo y orden social Marcos Roitman Democracia sin demócratas Stefan Zweig El misterio de la creación artística Michael Oakeshott La actitud conservadora Zygmunt Bauman Arte, ¿líquido? Karl Marx Elogio del crimen Condorcet ¿Es conveniente engañar al pueblo? Boaventura Sousa Santos Reinventar la democracia reinventar el Estado

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