Despues Del Baño

Después del baño ArdentTly Título original: After the Bath. Copyright de la traducción: Atalía (c) 2010 Xena yacía en e

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Después del baño ArdentTly

Título original: After the Bath. Copyright de la traducción: Atalía (c) 2010 Xena yacía en el leve resplandor del amanecer, observando cada bocanada de aire qu e salía de la boca ligeramente entreabierta de Gabrielle. Apoyándose en un codo, se quedó mirando, pensando que la vida no podía ser más perfecta. Por fin había dejado entr ar a la bardo... del todo... y no había huido despavorida. De hecho, pensó Xena, fro tándose el cuello al recordar, la bardo había dado cierta muestra de su propia sexua lidad desenfrenada. Hizo una mueca de dolor acompañada de una sonrisa al notar los mordiscos. Ah, sí, sin duda. Pasó la yema del dedo por entre los pechos de la mujer dormida y sonrió con sorna cu ando los pezones se endurecieron y la rubia gimió provocativamente. Insaciable. Ig ual que yo, pensó sonriendo. Se le volvieron a poner los ojos vidriosos cuando sus pensamientos regresaron a su primer encuentro. La velada había empezado, como de costumbre, con un buen rato a remojo en el agua caliente de la bañera. Cada vez costaba más encontrar posadas donde no las conociera n, pues la afición de Gabrielle a soltar gorgoritos a pleno pulmón en los momentos más inoportunos y sus intentos desafinados de cantar casi acababan con el mejor de los negocios. A Xena le encantaban estos ratos que pasaban juntas en los baños. Era aquí donde se podía relajar y disfrutar de la presencia de la única persona en la que podía confiar de verdad. No sabía muy bien qué iba a sentir la pequeña bardo cuando le desnudara el alma, pero Xena había decidido que esta noche iba a ser la noche. Se acabó el rechin ar de dientes cada vez que la rubia se le pegaba durante la noche. Se acabó el rep rimir las emociones que amenazaban con desbordarse y engullir a la guerrera, deján dola debilitada e incapaz para sus combates diarios con bandidos y asesinos. ¿Y si murieras mañana y no tuvieras la oportunidad de decirle a una persona lo que si entes por esa persona? Gabrielle se aclaró el jabón del pelo y esperó. Sabía que la guerrera estaba dándole vuelt as a algo... sólo que a veces Xena tardaba un poco en poder expresar las cosas. Una vez me dijiste que hasta los muertos pueden oír tus pensamientos. Xena sonrió y luego se puso en pie, haciendo que el agua le chorreara por los homb ros y los pechos al tiempo que alcanzaba otro paño para la cara. Eso es cierto, pero a los que quedan atrás no les sirve de nada. Piensa, Gabrielle, ¿cómo te sentirías si, digamos, estuvieras deseando estar con alguien y no tuvieras l a oportunidad de decírselo y al día siguiente hubiera muerto? La bardo asintió, cogió el paño de las manos de su amiga y se puso a enjabonarlo. Pues supongo que me sentiría decepcionada y triste, sin duda. Oye, ¿esto es una de es as adivinanzas tuyas en que tengo que averiguar qué señor de la guerra te gustaba pe ro nunca se lo dijiste? No sería Draco, ¿verdad? No, no puede ser porque sigue vivo. Xena meneó la cabeza y sonrió.

Qué va, es algo a lo que últimamente no paro de dar vueltas. Como, imagina, que hubie ra un tío buenísimo que te gustara y como nunca le dijiste nada, te hubieras perdido la oportunidad de pasar un buen rato con él durante lo que al final resulta que e ran sus últimas horas. Te estás poniendo morbosa, Xena. ¿Cuántos oportos te has bebido abajo? Xena sonrió burlona y levantó cuatro dedos. Podría haber aguantado el doble y las dos sabían que eso no habría mermado en absoluto su capacidad de defenderlas o de manten er una conversación medio decente. Vale, a ver, este señor de la guerra, ¿está vivo o muerto? Xena se giró en redondo y se puso en jarras. ¿Quién ha dicho que fuese un señor de la guerra? Gabrielle se acarició pensativa la barbilla y luego jugueteó con los dedos sobre la superficie del agua. ¿Estás diciendo que no era un señor de la guerra vivo o...? La guerrera agarró el paño y se puso a frotarse el pecho y los hombros. Gabrielle no tó un nudo en la garganta a medida que un tono sonrosado empezaba a cubrir los pec hos y los pezones de su amiga. ¿Por qué piensas que era un señor de la guerra... o... un hombre, si vamos a eso? Xena estuvo a punto de soltar un resoplido de risa al ver la expresión atónita que s e le puso a su amiga. ¿Una... una... mujer? ¡Oh, por favor! Más vale que cierres esa boquita tan mona, no se te vaya a meter una mosca. Gabrielle cerró la boca de golpe y se apoyó pesadamente en el costado de madera de l a bañera. Ni se le había ocurrido pensar que la Princesa Guerrera se refiriera a alguien a q uien pudieran haber conocido en sus viajes. Si no era un señor de la guerra, eso r educía las posibilidades. Entonces se pegó un pellizco mental. ¿Xena deseaba a una muj er? Así que había algo detrás de esos rumores que tanto se había esforzado en pasar por alto. Se le empezó a extender un leve hormigueo por el vientre. Aunque seguramente la guerrera había pegado palizas a más hombres de los que se había llevado a la cama en toda su vida, Gabrielle sabía que había unos pocos que ocupaban un lugar especial en su corazón, sólo que últimamente no. Por mucho que se devanara l os sesos, a Gabrielle no se le ocurría ni una sola aldea, ni un solo momento en qu e Xena hubiera puesto excusas para quedarse más tiempo o no compartir un camastro con ella durante sus viajes. Tal vez estaba enfocando el tema de forma equivocad a. Estaba dando por supuesto que Xena se refería a encuentros pasados con hombres, pero tal vez últimamente le había dado por las camareras. El hormigueo se apagó y fue sustituido por otra cosa. Bueno... esta mujer, ¿está viva o muerta? Una ceja subió disparada por el tono de la mujer, pero Xena decidió no tomar el pelo a la joven. No, ahora no era el momento de hacer tonterías, cuando había cosas seri as de las que hablar.

Se aclaró el jabón del cuerpo y empezó a frotarse el largo y espeso pelo con una loción. La verdad es que no es un juego, Gabrielle. Y te aseguro que no he sacado el tema para hablar de a quién puedo desear... ya sea hombre o mujer. Es que me preguntab a qué pensabas tú sobre el tema en general. Gabrielle enarcó una ceja, tratando de utilizar la guerrera, pero fracasó miserablemente. ¿Te pasa algo en el ojo, Gabrielle?

la mirada

que tan fácilmente le salía a

dijo la guerrera con otra sonrisita.

Ah, te crees muy graciosa. Dices que no es un juego, pero te conozco, Princesa Gu errera: estás tramando algo. Si lo que preguntas es si yo deseo a alguien, la resp uesta es no. Ni siquiera a Joxer, ¿eh? ¡Ajj! ¡Xena! ¡No lo digas ni en broma! Podría oírte y ya estoy bastante ocupada intentando disuadir al muy cretino. Si llegara a creer por un momento que pienso así en él... Bueno, es un hombre, Gabrielle, y es cierto que a ti se te van los ojitos en cuan to te descuidas. ¿Por qué no Joxer? ¿Por qué no...? ¿Por qué...?

balbuceó . ¡Porque no! ¡Porque es Joxer, por eso!

Xena sonrió afablemente y luego se acercó más a la bardo. Anda, no te preocupes. Te estaba tomando el pelo. Además, no creo que tuviera la más mínima posibilidad con una niña bonita como tú. No soy una niña bonita, Xena. Soy una mujer. Dicho lo cual se levantó y se volvió despac io, dando oportunidad de sobra a la guerrera para inspeccionar sus numerosos enc antos femeninos. Cogiéndose los pechos, Gabrielle los sujetó bien y se pasó los pulgar es por los pezones . ¿Te parece éste el cuerpo de una niña , Xena? A Xena se le congeló la sonrisa en la cara al ver que a su amiga se le endurecían lo s pezones. El rostro de la bardo mostró una reacción parecida y las dos mujeres empezaron a pre guntarse cómo se las habían arreglado para meterse en aguas más profundas de lo que ni nguna de las dos se esperaba. El hechizo que había entre ellas quedó roto cuando a Gabrielle se le cayó el paño mojado de la mano. Mm... Xena se pasó la lengua rápidamente por el labio superior y luego su boca esbozó una so nrisa desganada. Sin embargo, el chasquido seco de su garganta desmintió la actitu d indiferente que intentaba proyectar. Je, creo que será mejor que nos vistamos... el agua se está quedando fría. Gabrielle se descubrió asintiendo, pero su boca tenía otros planes. No, la verdad es que aquí hace calor... mucho calor. Xena escudriñó la cara de la mujer, tratando de averiguar qué derroteros iba a tomar l a conversación y cómo debía responder ella.

Ya, calor. Gabrielle abrió la boca para decir algo y luego la cerró. Asomó la punta de la lengua y luego los blancos dientes mordisquearon un poco su labio inferior. Xena notaba la incertidumbre que emanaba de la bardo y decidió que tal vez sería mej or retroceder y reanudar el tema en otro momento. Date la vuelta y te ayudo a aclararte. Le pareció que le subía un rayo por el brazo cu ando tocó el hombro de la mujer. Gabrielle asintió y se dio la vuelta, y luego se su mergió hasta el cuello en el agua, que casi ni notaba. De hecho, su capacidad de c oncentración se limitaba ya a una sola cosa: a Xena le atraían las mujeres. Por un i nstante se preguntó qué tipo de mujer, y entonces surgieron en su mente varios nombr es: Lao Ma, M Lila, Cleopatra... incluso algunas de las historias que había consegui do sonsacarle a la mujer sobre una amazona llamada Cyan ahora le parecían sospecho sas. ¿Xena?

empezó titubeante.

La guerrera había estado ocupada deslizando los fuertes dedos por el largo pelo ru bio, disfrutando del contacto y del breve silencio, cuando dos manos se cerraron en torno a sus muñecas. ¿Eh? Xena, ¿has estado con muchas... mujeres? La guerrera se planteó por un instante si debía pasar por alto la pregunta o salir d el apuro como pudiera y cambiar a un tema de conversación más seguro. Esas ideas dur aron, efectivamente, muy poco, pues la rubia se levantó del agua y se volvió de cara a ella. Xena se encontró atrapada por algo más que un par de manos alrededor de sus muñecas cuando unos ojos verdes se clavaron en ella. Pues... yo... A Gabrielle le daba la impresión de que el corazón le golpeaba con fuerza en los oídos mientras aguardaba lo inevitable: no se hacía ilusiones de que la guerrera fuese a contestar de verdad esa pregunta tan directa: Xena no solía compartir información ín tima, y esto sin duda entraba dentro de esa categoría. Por lo tanto, para ella fue una sorpresa total cuando la mujer la agarró de las muñecas de forma parecida. Pues sí. Oh

soltó la bardo.

¿Te sorprende? No debería. Estoy en la treintena, Gabrielle, y he vivido mucho en tod o ese tiempo, probando todo lo que la vida puede ofrecer... incluidas cosas que la mayoría de la gente negaría bajo tortura. Sonrió con sorna al pensar en algunas de l as modalidades de entretenimiento más subidas de tono que ofrecía Roma. No, mm, sí, mm... no lo sé, pero supongo que no debería, ¿no? Xena se limitó a sonreír. Alzó una ceja despacio cuando la bardo apartó la mirada e inte ntó soltarse las manos.

¿Qué pasa? Xena tiró de la mano de la mujer y luego la soltó . Vamos, Gabrielle, puedes pre untarme lo que quieras. Se encogió por dentro, dándose de tortas mentalmente una vez más por sacar siquiera el tema de conversación. Ojalá se hubiera callado la boca, rego deándose ilícitamente en sus miradas furtivas mientras la mujer se bañaba, totalmente

ajena a la reacción que estaba teniendo su cuerpo desnudo. Hasta su cercanía cotidia na era una maravillosa tortura que estaba dispuesta a soportar para siempre. Se le dilataron las aletas de la nariz y sus ojos bailaron despacio por la super ficie húmeda del pecho de la bardo. Se notaba la boca seca y, sin embargo, llena a rebosar al mismo tiempo. Gabrielle eligió ese momento para levantar la mirada. Su nivel de desazón retrocedió s ustancialmente al advertir dos cosas: que Xena había estado mirándole los pechos y q ue ahora parecía una niña a la hubieran pillado con la mano metida en el tarro de la s galletas. Ambas cosas tenían algo en común: el hambre. Sintiéndose algo osada, carraspeó y decidió coger el toro por los cuernos. Pues es que me preguntaba... has estado con mujeres... en fin... Se toqueteó nervios a la comisura del labio y luego siguió de carrerilla : Bueno, si has estado con muje res y te gustan, ¿cómo es que...? O sea, ¿cuál es tu tipo y cómo es que nunca te he visto con una mujer o es que todavía no has encontrado tu tipo...? Y estoy divagando, ¿ver dad? Xena parpadeó. Vaya, ya la has hecho buena: la has dejado confusa hasta tal punto que o se pone a soltar espumarajos por la boca o se aparta llena de asco. A ver, Gabrielle... a lo mejor deberíamos ir a echarnos... o sea... deberías vestirte y sentarte. Allí junto al... mm... en una mesa de abajo. Ahora le tocó parpadear a Gabrielle. ¿Es que la iba a tratar como a una especie de c ría y a pasar por alto su pregunta directa? ¿Había más de una? Trató de pensar en lo que h abía dicho exactamente, pero se le quedó la mente en blanco. Oye, no quiero vestirme ni volver abajo. Quiero una respuesta. ¡Y deja de tratarme como a una niña! Se puso con los puños en jarras y la miró furibunda, igualita a la niña que intentaba no ser. Xena apretó los labios con fuerza, decidiendo acertadamente que echarse a reír en es e momento sería de lo más inoportuno y poco apropiado. En cambio, carraspeó y se puso a hablar del agua fría y de que a las dos les iba a dar un pasmo, sin dejar de int entar llevar a la bardo más cerca del borde. Tal vez si salía ella primero de la bañer a, la bardo acabaría por pillar la indirecta y también saldría. Tener a la mujer desnu da, apuntándola orgullosamente con los pechos, la distraía por completo y no forment aba su capacidad de concentrarse en lo que tenía que hacer. Se rascó la cabeza menta lmente. ¿Y qué era lo que tenía que hacer? Se quedó en blanco. Gabrielle se tomó el silencio de la mujer como una afirmación de que iba a seguir si endo tratada como una niña y que Xena jamás la iba a ver de otra manera que no fuese como a una niña. Y por eso la besó. Con fuerza. Y en la boca. A Xena se le pusieron los ojos como platos y algo vidriosos cuando sus labios se apretaron con fuerza contra los de la rubia. Gabrielle, sin embargo, tenía los oj os cerrados y el cuerpo tembloroso como reacción. Ah, ya me acuerdo, pensaron las dos mujeres a la vez. Sin embargo, la bardo fue algo más rápida al reaccionar y detuvo a la guerrera en seco haciéndole precisamente l a pregunta que peor preparada estaba para contestar en ese momento. ¿Cómo es que nunca has...? O sea... ¿yo soy...? ¡Xena! Xena parpadeó y luego echó la cabeza hacia atrás sorprendida. Se había quedado pensando

en las musarañas, tratando de dar con una forma de disuadir a la joven de que llev ara a cabo su propia tarea: reducirla al cascarón de una mujer, traumatizada y abs olutamente vulnerable a los ataques, ¡conquistada por completo! Abrió y cerró la boca sin conseguir decir ni una palabra. Quería defenderse, quería deci rle a la mujer que se apartara, que la dejara en paz. Cómo se atrevía a ponerla en e videncia de esa forma y hacer que se sintiera... Aturdida. Con un estremecimiento, la guerrera se dio cuenta de que había querido esto todo e l tiempo y de que la verdad iba a acabar por salir a la luz, y que ninguna de la s dos podría hacer como que no había pasado. Y a pesar de su total incomodidad, Xena supo que todo empezaría o terminaría aquí mismo y en este preciso instante. Tú eres mi tipo. Las cejas rubias salieron despedidas hacia el nacimiento de un pelo igualmente r ubio. ¿Cómo? O sea, ¿lo soy? ¡Soy su tipo! ¡Hurra! Pero entonces... ¿por qué no me has llevado a la cama... o... has intentado algo...? O sea... Resopló, pensando en todos los baños que habían compartido, todas las camas en las que habían dormido juntas y todas las noches frías que había pasado sobre el pedr egoso, duro y frío suelo cuando podría haber estado echada encima de... . ¡Vaya, pues qué bonito! Haces que me sienta como una cría, pasando de todos mis intentos de flirte ar... Xena enarcó las cejas de golpe. ¿Flirtear?

exclamó.

Sí, flirtear. ¿No me digas que no lo has notado? ¡Llevo años tirándome prácticamente encima e ti! Se dio la vuelta y golpeó el borde de la bañera con el puño . Habrase visto. Tanto tiempo pensando que lo único que deseaba era una ristra interminable de chicos mal os cuando en realidad me deseaba a mí. Pero al mismo tiempo pasaba de mis deseos y necesidades... ¡que estaban más claros que el agua! ¡Durante años! ¡Ah, pero qué injusto! P odríamos haber estado... Se volvió de golpe de cara a la morena, apretando los puños un a vez más . Estoy tan... Alzando las manos con gesto de súplica, la guerrera retrocedió y se puso a farfullar . Calma, calma... sé hacer muchas cosas, pero en ellas no está incluida la capacidad de leer la mente, Gabrielle. ¿Y cómo iba a saber yo que esos ojos de cordero degollado eran por deseo y no por el culto a la heroína que me parecían a mí? ¡O sea, en serio! ¿Y todos esos tipos con los que se te caía la baba? ¡Oh, eso es muy injusto y lo sabes! ¡Si me hubieras dado la menor indicación de que est abas aunque sólo fuera mínimamente abierta...!

¡Ja! ¿Abierta? Xena avanzó por el agua y pegó la nariz a la de la mujer más menuda . ¿Y cóm abas que me abriera? ¿Acaso tenía que decirte que siempre te he amado, o que llevo año s caliente por tu cuerpo, que llenas mis sueños cada noche, y que tengo que hacer un esfuerzo ímprobo de voluntad para no agarrarte y...? ¡Oh, por Hades! Agarró a la mujer por los hombros y la besó. Con fuerza. En plena boca. Y aunque notó que a la bardo se le vencían las rodillas, no pudo ni plantearse siqui era la idea de parar. Y el beso se hizo más profundo.

Por fin las dos se apartaron, totalmente sin aliento pero sonrientes. Caray. Sí. Gabrielle pegó la mejilla al pecho de la guerrera y suspiró con satisfacción. La reacción de la guerrera fue un poco distinta: tras haber mantenido todas sus em ociones bajo un control estricto, sin haber podido nunca expresar un mínimo del am or que sentía, fue como si se hubiera abierto una presa. Gabrielle notó que la mujer se estremecía pegada a ella y luego que Xena simplemente parecía... relajarse. La bardo levantó la mirada hacia el rostro de la mujer y se dio cuenta de que nunc a la había visto tan... relajada. Oye, Xena. ¿Estás bien? Se quedó parpadeando, preguntándose precisamente lo mismo. ¿Cómo se sentía exactamente? Genial. Me encuentro maravillosamente, Gabrielle. La bardo sonrió. Ella también se sentía estupendamente. Abrazó más a la otra mujer y respi ró hondo. Al advertir dónde exactamente tenía la nariz, Gabrielle se volvió un poco y se puso a absorber el olor embriagador de la guerrera. Una agradable sensación de bienestar se apoderó de ella mientras su nariz discernía todos y cada uno de los sutiles matic es que eran Xena: el olor viejo a caballo unido al del cuero bien engrasado, con algo de sudor de guerrera, un poco del cordero especiado del que habían disfrutad o abajo, junto con la intensa fragancia del oporto barato. Su mente zumbaba feliz a medida que iba asimilando cada brizna de información. Xena bajó la barbilla e intentó ver qué hacía la bardo. Parecía estar... sorbiendo. Oye, que me haces cosquillas. Un par de ojos verdes se apoderó de los suyos y luego ambos pares se cerraron cuan do sus labios se volvieron a juntar. Cuando por fin lograron salir del agua ahora fría del baño, Xena levantó a la mujer en brazos, haciendo que la bardo la rodeara con las piernas, y se dirigió deprisa a un camastro. Estuvo a punto de dejar caer a la mujer cuando unas pequeñas sacudida s de dolor asaltaron sus sentidos. La guerrera tardó un momento en darse cuenta de que Gabrielle le había hundido los dientes en el cuello y estaba chupándoselo con m ucho ruido. Se le vino a la memoria un recuerdo loco y fugaz de su encuentro con Baco y se estremeció de placer. Ver la boca de la bardo rodeada de rojo, por no h ablar de lo absolutamente embriagador que era probar ese conocido sabor cobrizo, tenía algo que alimentó las brasas en el interior de la guerrera hasta tal punto qu e hasta el aire que las rodeaba dio la impresión de incendiarse. Fue una noche llena de fuego y hielo, durante la cual cada mujer provocó y tentó a l a otra, hasta alcanzar y hacerla alcanzar niveles increíbles de intenso deseo. Xena parpadeó con fuerza y luego suspiró cuando sus pensamientos regresaron al prese nte. Sí, si antes les costaba conseguir habitación, ahora era casi imposible. ¿Quién se podía imaginar que la bardo era capaz de chillar tanto? Se frotó la cara para quitar se la sonrisa. ¿Quién se podía imaginar que ella misma era capaz de chillar tan fuerte ? De hecho, era precisamente ese tipo de reacción lo que garantizaba la falta de i

nterés de un posadero a la hora de alquilarles una habitación de vez en cuando. Eso y el hecho de que su baño nocturno, ahora ritual, había hecho que más de un techo se e mpapara de tal forma que las goteras a gran escala estaban garantizadas. Pero au nque se habían visto obligadas a reducir sus aventuras de interior, merecía la pena. Al contemplar el dulce rostro de su amante, la tierna bardo de Potedaia, uno nun ca se imaginaría que hubiera tanta pasión tras esos seductores ojos verdes. Sintió que su carne hinchada se contraía y que una vez más se le extendía un dolor al pensar en la intensidad con que hacían el amor. Su respeto por la creatividad de la bardo se multiplicó por diez al preguntarse dónde habría aprendido Gabrielle unas maneras tan interesantes de... entretener. La vida iba a ser de lo más interesante mientras la s dos descubrían hasta qué punto estaba bien desarrollada la imaginación de cada una d e ellas. Se quedó mirando mientras la bardo seguía durmiendo, sabiendo que por la mañana reanud arían sus actividades libidinosas. A lo mejor podía montar un espectáculo de ejercicio s de entrenamiento con arma corta en la plaza del pueblo, para ganar así un poco más de dinero. Al fin y al cabo, unos cuantos días más de descanso y relajación les harían mucho bien a las dos. Relajación, ¿eh? No recordaba que nadie lo hubiera llamado jamás así, pero era una descrip ción tan buena como cualquiera. Y con un suspiro de satisfacción, Xena se tumbó de nue vo con las manos detrás de la cabeza y se preguntó cuánto faltaría para el amanecer: est aba claro que esa noche no iba a dormir. Y entonces Gabrielle se dio la vuelta y se acurrucó con la cabeza apoyada en el hu eco de su hombro y a Xena se le borraron todas las ideas sobre el insomnio. De h echo, hacía ya muchas horas que había amanecido cuando las dos mujeres se despertaro n sintiéndose descansadas y muy relajadas. FIN