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“Después del éxtasis, la colada”, o la vuelta al mundo real según Jack Kornfield 26 enero 2011, Peregrino , 17 Comments

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“Después del éxtasis, la colada”, o la vuelta al mundo real según Jack Kornfield 26 enero 2011, Peregrino , 17 Comments

“Emprender un auténtico camino espiritual no es eludir dificultades, sino aprender con atención del arte del error, y someter las equivocaciones al poder transformador de nuestro corazón” Jack Kornfield maestro budista y escritor Terminé el libro que os voy a presentar hoy hace un par de meses, y he estado dándole vueltas desde entonces, la verdad. Al final, he decidido que valía la pena compartirlo con vosotros: no es que tuviera dudas en cuanto a la calidad del mismo, la verdad es que me ha encantado, pero quería estar seguro de poder transmitir la idea que subyace a un libro con un título tan sugerente como éste…

… y es que el título dice mucho de lo que viene después, como no podía ser menos. Jack Kornfield, el señor con la cara simpática de la foto, es un afamado maestro budista: aprendió en Birmania las bases de la meditación y la filosofía. Volvió seguro de querer compartir con toda la humanidad sus conocimientos sobre el Darma, sobre la vida y sobre la muerte. Y, después de varios textos, sintió la necesidad de escribir algo como “Después del éxtasis, la colada”. Voy a intentar condensar la enseñanza para mí tan pertinente que Kornfield ha querido transmitirnos con una prosa, por otro lado, clara y amena. El tema me parece muy interesante. Hay una creencia generalizada de que, cuando uno alcanza un nivel espiritual determinado, todo su ser, por así decirlo, está en ese nivel: es decir, no podemos concebir, en general, que Jesús tuviera un acceso de mala uva y maldijera a una higuera por no dar frutos en temporada, por ejemplo. Aún a pesar de que existen explicaciones “simbólicas” del episodio, (como no), el ejemplo nos puede valer para mostrarnos que un maestro de la elevación espiritual indudable de Jesús tenía accesos de rabia. Dejando aparte si ésto sería su parte humana o divina, y sin meternos demasiado en jardines espinosos, lo que sí que parece claro es que la elevación espiritual no garantiza una evolución, digamos, “uniforme”. Todos conocemos casos de seres cuyas enseñanzas dibujan una sabiduría indudable, pero que sus acciones, a veces, desmienten en toda regla. La vieja regla del “haz lo que yo digo, pero no lo que yo hago” parece una tentación bastante peligrosa. Y de esto es de lo que habla Kornfield en su libro: de la vuelta a la realidad de muchas personas que, en un momento de sus vidas, alcanzaron un nivel de penetración apreciable, bien a través de la meditación, de la oración, o de cualquier práctica espiritual, y que encontraron muy complicado conciliar su vida “tras el nirvana” con la realidad de ir a comprar al supermercado el día siguiente, o de lidiar con sus hijos adolescentes. Una explicación muy elegante y diría yo que refinada de por qué pasa ésto nos la da Ken Wilber en sus libros

Aquí lo tenemos. Y usando sus propias palabras, “dentro de cada persona habría diferentes “líneas de desarrollo”, que no serían sino un sistema de múltiples inteligencias o capacidades que se hayan permanentemente disponibles para todos, y que están más o menos desarrolladas en cada individuo. Existen diferentes “líneas” de crecimiento representan diferentes capacidades que van desarrollándose desde los estadíos prepersonales, hasta los personales y más allá. Por ejemplo: la línea del desarrollo ético, la línea del desarrollo emocional, la de las capacidades kinestésicas, la línea cognitiva, la espiritual, de la conciencia de la muerte, etc. Estas líneas no se desarrollan en cada individuo de modo uniforme y parecen hacerlo de forma relativamente independiente unas de otras. Para ejemplificar, pongamos por caso el de un individuo que ha desarrollado su línea de crecimiento lógico matemático de un modo postconvencional (un ingeniero) y que al mismo tiempo su línea de crecimiento moral no llega más que a niveles pre convencionales (un estafador). Coexisten así, diferentes niveles de desarrollo en un mismo individuo.” (tomado de La vision integral, Ken Wilber, la negrita es mía) Kornfield no llega a dar una explicación tan, digamos, “psicológica” del asunto. Para él, el asunto sería puramente evolutivo, es decir: una vez hemos alcanzado la iluminación, comienza una de las etapas más peligrosas para el practicante. Hay que saber cómo volver a la realidad, con el resto de tus congéneres, y poder transmitirles todo tu conocimiento. Es la sabiduría del boddishatva, la de aquel que vuelve para poder ayudar al resto de los mortales a seguir con la evolución. Porque, como diría cualquier maestro zen, (o monje trapense, sólo hay que leer a Thomas Merton), si crees que ya has pasado a la otra orilla del río de la consciencia, y has alcanzado el nirvana, entonces es cuando estás más lejos de la verdadera iluminación. Para Kornfield, la iluminación sólamente es un paso más dentro de la evolución espiritual. Menciona un caso que me llamó especialmente la atención: es conocida la penetración espiritual del maestro hindú Krishnamurti.

Kornfield nos cuenta que, hacia el final de su vida, tuvo bastantes pleitos con colaboradores muy cercanos por cuestión de dinero, e incluso se supo que había tenido una relación con la esposa de uno de sus más antiguos colaboradores. No parecía la conducta que se podría esperar de un ser tan evolucionado. La verdad es que la visión de Wilber me parece bastante esclarecedora en este aspecto. Me parece correcto no reducir a un ser tan complicado como es el ser humano a términos tan absolutos y a menudo injustos. No podría haber cielo si no hubiera infierno, o, mejor dicho, y siguiendo el viejo adagio ocultista, Jesús pudo vencer a la muerte porque triunfó sobre los infiernos. Para mí, eso quiere decir que antes de subir al cielo hay que pegarse un paseo necesario por nuestros infiernos, conocerlos, darles su voz, y después subir al cielo. Y una vez estamos por allí, es bastante posible que nos llame por teléfono la suegra… y me temo que deberemos estar a la altura de ello. Porque podemos tener un nivel de discernimiento psicológico magnífico… pero un nivel moral, cuanto menos, discutible.