Consenso y Conflicto Scmitt y Arendt_Enrique Serrano Gomez

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Consenso y conflicto Schmitt y Arendt: la definición de lo político

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Enrique Serrano Gómez

Consenso y conflicto Schmitt y Arendt: la deñnición de lo político

Otraparte

Editorial Universidad de Antioquia Instituto de Estudios Políticos de la Universidad de Antioquia

Colección Otraparte © Enrique Serrano Gómez © Instituto de Estudios Políticos de la Universidad de Antioquia © Editorial Universidad de Antioquia ISBN: 958-655-542-9 (volumen) ISBN: 958-655-089-3 (obra completa) Primera edición: febrero de 2002 Diseño de cubierta: Saúl Álvarez Lara

Diagramación, impresión y terminación: Imprenta Universidad de Antioquia Impreso y hecho en Colombia / Printed and made in Colombia Prohibida la reproducción total o parcial, por cualquier medio o con cualquier propósito, sin autorización escrita de la Editorial Universidad de Antioquia Editorial Universidad de Antioquia Teléfono: (574) 210 50 IO. Telefax: (574) 263 82 82 E-mail: mercadefigeditorialude a.com Página web: www.editorialudea.com Apartado 1226. Medellín. Colombia Imprenta Universidad de Antioquia Teléfono: (574) 210 53 30 E-mail: [email protected]

Contenido Introducción . . _ _ . . . . . . _ . . . . . . . . . _ _

ix

Primera parte Schmitt: la política como lucha _ . _ . . . _ . . . _

1

La muerte de Levialán . . . . . . . . . . . . _ . Crónica de la agonía . _ . . . _ . _ . _ . . . _ _ ¿El milagro de la resurrección? _ _ _

3 8 14

La política entre amigos y enemigos . _ , _ . _ . El enemigo liberal . . . _ . _ . . . . . . . . . _ .

21 31

Guerra y política _ . . . _ . . . _ _ . . . . . . _ _

41

Democracia y homogeneidad del pueblo. _ _ . _

54

Segunda parte: Arendtzla política como acción pública _ . . _ _

71

Pluralidad y política . . . . . . El terror totalitario. . . . . . La semilla del totalitarismo . Crítica de la ñlosofia política

_ _ . .

73 73 77 82

Condición humana y política . . . _ . . . _ . . .

91

Vida activa y vida contemplativa . _ . . . _ . _ _

106

Legalidad y tenor . . . . . . . . . . . . . _ . _ .

122

. _ . .

. . . .

. . . .

. . . .

_ _ . .

. . . .

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. . . .

_ _ _ _

Los fundamentos de la legalidad . . . . . . . .

122

Cuando la ley se toma terror . . . . . . . . _ _

131

viii Constitución de la libertad . . _ . . _ . _ . . . _

137

Pensar-la política _ _ . . . . . . . . . _ . . . . ._

152

Conclusiones . . . . . . . _ _ _ . . . . . _ _ . _ _

15

Bibliografía . . _ _ _ . . . _ . . . . . _ . _ _ . _.

177

Índiee analítico . . . , . . . . . . . . . . . _ _.

tai

Introducción En verdad ya no ¡mgv vocación dt ¿boií¢ico; por eso mismo la política es para mí un pmbkma. La que siempre me atrae y ocupa de la política es el hecho de que exixm política Karl Kraus

1 Estado moderno se distingue por su soberanía, la cual Eha sido definida como un poder de mando supremo,

sustentado en el uso legítimo de los medios de coacción. A partir de este concepto de soberanía, la política se ha carac-

terizado como el conjunto de las acciones encaminadas ala conquista y preservación de ese poder estatal. Esto ha pro-

piciado, a su vez, que se identifique lo político y lo estatal: lo que genera un círculo vicioso, porque se de termina al Estado como una entidad política y, al mismo tiempo, se considera que lo político se encuentra constituido por las accio-

nes del Estado. La única manera de superar esta circularidad, tan extendida en el llamado “sentido común", es preguntar: ¿qué es lo político?, es decir, ¿qué es aquello que hace del Estado una institución política? A primera vista, esta pregunta,

como la mayoría de los interrogantes filosóficos, puede parecer ingeriuai Pero tan pnonto se intenta dar respuesta a esta pregunta aparece una gran cantidad de problemas que hacen patente la necesidad de revisar de manera crítica el aparato conceptual de la teoría política. Es esto último el

objetivo central que subyace al cuestionamiento sobre la especificidad de lo político.

X

Además, las dificultades que encierra la identificación de lo político y lo estatal no sólo son de índole lógica; también nos remiten a problemas de contenido, tanto de la teoría, como de la práctica política. El concepto de soberanía, que hizo posible la reducción de lo político a lo estatal, se encuentra asociado al presupuesto de que el Estado representa la cúspide del orden institucional, en la que confluyen todas las relaciones de poder y desde la cual es posible controlar a la sociedad en su conjunto. Sin embargo, la diferenciación de los subsistemas sociales, ligada a la modernízación , ha dejado sin base empírica a la creencia de que el

poder soberano otorga al Estado la capacidad de mantener la unidad del orden social, así como de dirigir la dinámica de los otros subsistemas sociales. Si bien es verdad que el Estado puede implementar medidas que afecten a la sociedad en su conjunto, también es cierto que el mismo se encuentra sometido a procesos sociales que trascienden su control. La complejidad inherente a las sociedades modernas muesua que no existe un poder central que pueda encauzar el orden institucional en una dirección prede-

terminada por una decisión política. La consolidación de un mercado mundial, los avatares

del llamado “Estado de bienestar", el derrumbe de los regímenes socialistas, los obstáculos que enfrentan las sociedades en los “procesos de transición" de un sistema autoritario a uno democrático, son algunos de los acontecimientos que ponen en duda la validez de la concepción del Estado como un Leviatán que se alza por encima de la sociedad para gobernarla. Si en la primera mitad de nuestro siglo el temor o la esperanza -dependiendo del punto de vista ideológico- residía en la posibilidad del advenimiento de un “Estado total", al finalizar este siglo se ha hecho patente que la omnipresencia del Estado no implica su om-

nipotencia. Por el contrario, parecería que el problema actual consiste en que el poder político carece del alcance para enfrentar los riesgos globales que nos acosan, Ésta es una de las razones que explica el fenómeno de que la sobrevaloración del Estado ha sido sustituida por la subvaloración del mismo, así como por el escepticismo y la desconfianza generalizados frente a la actividad política. Para

xi evitar los extremos entre los que ha oscilado la visión de la política es menester preguntarse por la especificidad y los límites de lo político. Por otro lado, aunque el Estado es el referente fundamental del subsistema político, la democratización de las sociedades pone de manifiesto que lo político trasciende lo estatal. La reciente revalorización de la dimensión política de la sociedad civil es una expresión de ello. ¿Qué es, entonces, lo político? En este trabajo me propongo examinar algunos de los argumentos centrales de las teorías de Carl Schmitt y de Hannah Arendt, autores que, desde perspectivas distintas, abordan el tema de la definición de lo político. El objetivo que guía este análisis no se limita a la mera labor reconstiuctiva. Se trata, esencialmente, de llegar a proponer un criterio (no una definición exhaustiva) que permita distinguir lo político, en el que se recuperen las tesis básicas, antagónicas en apariencia, de estos dos teóricos. Según Schmitt, lo político precede a lo estatal; por eso se propone buscar un criterio que permita distinguir a lo político de las otras actividades sociales. La dualidad “ami-

go-enemigo” constituye dicho criterio distintivo; ello implica que lo político, antes de ser un subsistema diferenciado dela sociedad, es un grado de intensidad del con-

flicto, que lleva a los individuos a conformar bandos opuestos. De acuerdo con esta propuesta, los conflictos pueden surgir en cualquier ámbito de la convivencia humana, pero sólo aquellos que por su grado de intensidad ponen en peligro la unidad social adquieren un carácter político. Según esta tesis, la constitución de un subsistema político diferenciado responde, precisamente, ala necesidad de controlar esos conflictos y, de esa manera, garantizar la integridad del orden. Para Schmi tt, la identificación de lo político y lo estatal es propia de aquellas sociedades en las que imperó el Estado clalrico europeo, es decir, la forma de organización política que, más allá de toda demagogia, poseía realmente un poder soberano, que le permitía superar o “neutralizar” los conflictos. Desde la óptica de Schmitt, aunque lo político no se reduce de manera necesaria a lo estatal, sólo en aque-

xii llos contextos sociales en que se logra esa reducción, se accede a una situ ación en donde impera “el orden, la pazy la seguridad”. Éste es el núcleo de la concepción estatalista de este representante de la tradición decisionista.

La argumentación de Schmitt se sostiene en la tesis de que el conflicto no es un subproducto de la ”irracionalidad" humana, sino un fenómeno insuperable del mundo, ligado a la formación y defensa de las identidades particulares. Con esta idea del conflicto social, Schmitt pone en entredicho de manera radica] el presupuesto rnetafísico, compartido por gran parte de las teorías políticas, de que existe un

orden universal y necesario, del que pueden deducirse las soluciones “verdaderas” o "correctas" de los problemas prácticos que enfrentan los hombres. Ese presupuesto metafïsico genera la ilusión de que es factible acceder a una reconciliación social, en la medida que los hombres lleguen a conocer y guiar sus acciones por dicho orden. Esto, a su vez, conduce al peligroso “optinnsrno” respecto ala posibilidad de transformar el conflicto en competencia económica y discusión racional, lo que permitiría reducir la política a una administración científica de los asuntos comunes. Schmitt afirma que todo intento de suprimir el conflicto del mundo, lejos de ser una condición para la realización de la“paz perpetua", es un factor que intensifica la lucha. Esto se debe a que los grupos que dicen encarnar la "causa justa" (la causa que, con base en el conocimiento de ese mítico orden universal, busca acceder a una situación de armonía) consideran a los “otros” -aquellos que no comparten sus valoresf como “enemigos absolutos", con u'a los que está justificado aplicar una violencia sin límites. Schmitt ve en la pretensión de validez universal de la razón sólo una expresión de la voluntad de dominio, que genera el riesgo de restringir la política a las actividades de preparar v conducir la última guerra de la historia, considerada

como la tormenta de acem que precede a la supuesta reconciliación de los justos.

Si el conflicto no puede ser desterrado del mundo y su intensidad define lo político, entonces la actividad política es

el destino ineludible de la humanidad. Asumir este destino, sin la esperanza de una reconciliación universal --generada

Xlll

por una razón delirante- representa, para Schmitt, una condición necesaria para hacer compatibles la unidad del orden social y el conflicto. Por su parte, Hannah Arendt destaca que la política remite, en primer lugar, al problema de la coordinación de las acciones, en la indispensable definición de los Fines colectivos. ¡br tanto, el criterio que distingue a lo político debe buscarse en las condiciones que posibilitan la coordinación de los actores. El requisito necesaiio del proceso de integración de las acciones es el surgimiento y consolidación de una esfera pública, entendida como un espacio de aparición, en el que se manifiesta la pluralidad de identida-

des e intereses presentes en la sociedad. El conjunto de derechos que configuran el espacio público hace posible

conjugar la pluralidad y la existencia del nivel normativo común que requiere la unidad social. De esta manera, se

identifica lo político con la esfera pública. Al igual que Schmitt, Arendt niega que exista un orden universaly necesario, en el que se fundamente la validez de las leyes que conforman el espacio público. Sin embargo,

en contraste con la posición de Schmitt, para Arendt, el. rechazo de ese presupuesto metafïsico no implica que el único sustento de la legalidad sea la decisión de quien detenta el poder político. De acuerdo con esta autora, la validez del

derecho se encuentra en el reconocimiento recíproco de los ciudadanos como personas (consemus im-is). La alternativa entre apelar al orden trascendente o apelar a la decisión de la autoridad, ante el problema de la validez de la legalidad es, desde su perspectiva, el resultado de una concepción monoteísta de la Razón, cuyos orí genes se remontan a la filosofía política de Platón. Por eso, el proyecto teórico de Arendt culmina en una crítica a los presupuestos filosóficos que subyacen a la concepción tradicional de la política. El

objetivo de esta crítica es desarrollar una noción ampliada de racionalidad, capaz de conceptualizar la dimensión intersubjetiva que hace posible la comunicación en el proceso político de coordinación de las acciones.

Asi', mientras Schmitt destaca el aspecto del conflicto, como elemento que define lo político, Arendt subraya el aspecto del consenso. La tesis que guía este trabajo consiste

XIV

en sostener que la correcta comprensión del fenómeno político exige vincular estos dos aspectos. La estrategia de argumentación que sigo, con el fin de localizar la mediación entre consenso y conflicto, no consiste en presentar a estos dos autores como representantes de las posturas extremas, para después situar mi propuesta de definición de lo político como eljusto medio "virtuoso". Sostengo, por el contrario, que a través deuna crítica interna de estas dos teorías es posible recuperar el aspecto de lo político que cada una de ellas relega. Esto no implica, por supuesto, que sea posible

reconciliar la convicción estatalista de Schmitt y la republicana de Arendt. Lo único que se afirma es que, a pesar de las enormes diferencias teóricas e ideológicas que existen entre estos dos teóricos, su comprensión de lo político supone de manera implícita una estrecha relación entre conflicto y consenso, lo que es común a toda comprensión de lo político que sea compatible con la experiencia y, paralelamente, no renuncie a su pretensión crítica. El proyecto de este trabajo surgió en el seminario de filosofia política organizado por un grupo de investigadores de esta disciplina del Instituto de Investigaciones Filosóficas de la U.N.A.M. y del Área de Filosofía de las Ciencias Sociales de la U.A.M.-I. Agradezco a todos los participantes de este seminario, porque, de una u otra manera, mediante la discusión, contribuyeron a definir mi posición frente a este tema. Agradezco también la amable asesoría del profesor Dr. Ernesto Ganón Valdés, durante mi estancia en la ciudad de Bonn. Gracias a los comentarios, apoyo y paciencia de la Dra. Gabriela Gándara fue posible llevar a su término este trabajo.

Primeraparte Schmitt: la política como lucha "Cast La lui” nz riifiìz-re en rien au fcmd de la maxim: “C 'ut la guerra ›› Laberthortnièrc

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3

"LI

La muerte del Leviatán De acuerdo a Hobbes el Estado es sólo aquel que con elpoder supremo impide de manera continua la guerra civil

Carl Schmirt

ara Carl Schmitt, el proceso de modernización ha conPducido al triunfo del mercado sobre el Estado. Éste se ha

transformado, según él, en una enorme empresa, sometida, como las empresas privadas, a las leyes inflexibles del

intercambio mercantil. La época de la estatalidad toca ahora a su fin. No vale la pena desperdiciar más palabras en ello- Termina así toda una superestructura de conceptos referidos al Estado, eregida [sic] alo largo de un trabajo intelectual de cuatro siglos por una ciencia del derecho internacional y del Estado “eurocéntrica". El resultado es que el Estado como modelo de la unidad política, el Estado como portador del más asombroso de todos los monopolios, el de la decisión

política, esajoya de la forma europea y del racionalismo occidental, queda destronada.1

Afirmar que en el siglo XX se ha llegado al fin de la

“época de la estatalidad” puede resultar sorprendente, pues en este siglo el Estado se ha expandido por todos los ámbitos sociales. Se puede decir que vivimos la omnipresencia del Estado. Por eso, para los representantes del libel

Carl Schmitt, Elconcepio de lopolítrlco (CP) , Madrid, Alianza. 1991, p. 40.

4 f camas@ y smflm. scams; y Amar.- La defifleián de 10 patitas ralismo, el gran riesgo al que nos enfrentamos actualmente es el estatalismo, que conduce a las sociedades por los caminos de la servidumbre. Schrnitt no pone en duda el hecho de que en este periodo histórico se ha dado un enorme crecimiento del Estado. Sin embargo, a diferencia de los liberales, considera que esta “interpenetración” de lo estatal y lo social ha propiciado el debilitamiento del Estado, hasta convertirlo en una entidad incapaz de controlar los conflictos sociales y de mantener la unidad política nacional. El aumento, extensivo e intensivo, de la intervención estatal tiene como conseoiencia el que los imperativos de los diferentes subsistemas sociales, en especial ios del subsistema económico, se apoderen del Estado y limiten, cada vez mas, su capacidad de acción política. Según él, en las sociedades industriales avanzadas el Estado ya no es más la institución que se sitúa por encima de la sociedad civil para garantizar el orden y la seguridad interna de la nación, sino el campo en el que se esceniñca la iucha de intereses entre una pluralidad de grupos. El fin de la época de la estatalidad significa, para Schmitt, no la desaparición del Estado, sino la pérdida de su poder soberano. El Estado deja de ser la entidad que corona la organización social, y se convierte en un instrumento de los diversos poderes sociales para defender sus intereses particulares. El Estado pierde el monopolio de la “decisión última". La omnipresencia del Estado no significa, de manera necesaria, su omnipotencia; por el contrario, el “Estado total”, esto es, el Estado que interviene en todas las esferas sociales, es una institución débil. Detrás de este diagnóstico de Schmitt se encuentra una idea muy precisa delo que es el Estado. Para él, la esencia del Estado es la soberanía, entendida como el poder supremo que tiene la facultad de tomar la “ decisión última", es decir, la decisión estrictamente política. Ca da individuo toma decisiones, pero en ellas no se generan normas vinculantes para los otros individuos. También en el acto del juez que aplica la ley general a un caso particular existe un aspecto

decisionista; pero éste se enmarca en un orden jurídico previo. En cambio, la decisión soberana es la que crea el derecho o, por lo menos, las condiciones para que este se aplique.

La muerte del lzuiaián / 5

Schmitt toma como punto de partida la definición weberiana del Estado como la asociación que man tiene con

éxito el monopolio dela violencia legítima. Pero se propone precisar en que se fundamenta la legitimidad de ese monopolio. En el tipo ideal de dominación legal, con el que Weber busca caracterizar al Estado modern o, la autoridad

basa su legitimidad en la legalidad. La pregunta que, aparentemente, queda sin contestar en este tipo ideal es: ¿en qué se sustenta, a su vez, la legitimidad de la legalidad? La respuesta de Schmitt es que la legitimidad de la legalidad se basa en la autoridad, en su capacidad de generar y mantener las condiciones “normales” que hacen posible la vigencia del derecho. “Autori tas, non veritas facit legein". El control monopólico de los medios de coacción es, por tanto, una condición necesaria (no suficiente) para adquirir

el monopolio de la decisión última, gracias al que se crea el orden que permite distinguir entre lo legítimo y lo ilegí-

timo. “Porque cada orden se basa en una decisión [...] También el orden legal, como todo orden, se sustenta en una decisión y no en una norma [...] Por su parte, la decisión nace, considerada normativamente, de la Nada. La

fuerzajurídica de la decisión no es el resultado de la fundamentación".2 Es aquí donde entra en escena la famosa definición de Schmitt: “Soberano es quien decide sobre el estado de excepción [...] Soberano es poder supremo independiente de la legalidad y no derivado".3 La importancia que se otorga al Estado de excepción en esta deñnición se debe a que en él se hace patente el carácter del poder soberano como la instancia que, a través de su decisión, hace posible el orden 2

3

Carl Schmitt, Polüische Tkeolagie (FT), Berlín. Duncker 8: Humblot, 1990, pp. 16y 42. Con esta respuestaa la pregunta sobre la legitimidad

de la legalidad, Schmitt hace a un lado la herencia liberal de Weber. Carl Schmitt, PT, pp. ll y 26. “El estado de excepción es donde se revela con mayor claridad el ser de la autoridad estatal. Aquí se distingue la decisión de la norma jurídica y (para formular-lo de manera paradójica) la autoridad demuestra que ella, pam crear el derecho, no necesita ningún derecho” p. 20. Schmitt asocia la nonna con la "normalidad" y la autoridad con la situación extraordinaria en la que se define la frontera entre lo normal y lo anormal o excepcional.

6 ,f amm; y mfleøs. sama: yfimiai.- la arfimu.-¿sa af.- to paraiso en el que sustenta la vigencia del derecho. Mientras en una situación "normal" 0 cotidiana, nos dice Schmitt, se puede caer en la ilusión de creer que el poder Soberano puede ser absorbido por el ordenjurídico, el Estado de excepción nos permite ver que ninguna legalidad puede prevenir todos los acontecimientos extraordinarios a los que se enfrentan continuamente las sociedades y que, por ello, se requiere

siempre de un poder, no sujeto a las trabas jurídicas, para enfrentar las situaciones extremas que ponen en peligro la existencia de la unidad política. “En el caso excepcional, el Estado suspende el derecho en virtud de un derecho de au-

toconsei¬vación".4 Como no es posible prevenir ni tipificar la excepción absoluta, el poder de la autoridad soberana debe ser, según esta perspectiva, ilimitado. “Princeps legibus solutus est". A partir de esta peculiar definición de la soberanía, la forma de argumentar de Schmitt es la siguiente: 1. Ninguna asociación que carezca de un poder soberano es un Estado. 2. La soberanía sólo puede existir si hay una autoridad

suprema que pueda tomar la decisión ziårima. Esta autoridad puede ser el rey eri la monarquía o el líder que encarna o re_presenta la voluntad general del pueblo en la democracia.” 3. Por tanto, ninguna asociación política que carezca de una autoridad suprema es un Estado. ¿Qué es entonces el Estado de Derecho, donde no se re-

conoce ninguna autoridad por encima de la ley? La respuesta de Schmitt es tajante: el Estado de Derecho no es, en sentido estricto, una forma de gobierno, sino sólo un conjunto de límites y controles del Estado, para garantizar la libertad bmguesa.

Schrnitt sostiene que todo ordenjurídico contiene dos elementos, estrechamente relacionados, pero diferentes: 4

5

Para Schrnitt existe una frontera lluida entre el pod er soberano y la dictadura, entendida como la autoridad que puede adoptar disposiciones sin necesidad de otros rnediosjurídicos. Sobre este tema véase:

Carl Schmitt, La dirmdum, Madrid, Alianza, 1985. No hay que perder de vista que Schmitt tiene una idea muy peculiar de la democracia. Dedicaremos un capírulo a examinar esta idea.

La mw@ da ¿mean / 7 a) el elemento normativo (deber-ser), constituido por el conjunto ordenado de leyes y b) el elemento real (ser), que remite a la unidad política, sustentada en la voluntad de

quien detenta el poder. Su tesis central es que la validez del elemento normativo se basa en el poder que hace posi-

ble el orden donde esas normas son aplicadas. Desde este punto de vista, el principio del zfmperío de la ley, característico del Estado de Derecho, encierra una confusión entre estos dos elementos de los órdenes jurídicos. Confusión

que lleva a creer que la soberanía puede residir en las normas jurídicas. Para la concepción del Estado de Derecho, la Ley es, en esencia, norma, y una norma con ciertas cualidades: regulaciónjurídica (recta, razonable) de carácter geneml. Ley, en el sentido del concepto político de Ley, es voluntad y mandato concretos, y un acto de soberanía [...] El esfuerzo

de un consecuente y cerrado Estado de Derecho va en el sentido de desplazar el concepto político de Ley para colocar una “soberanía de la ley' en el lugar de una soberanía existente, es decir, concreta, y, en realidad, dejar sin respuesta la cuestión de la soberanía, y por determinar la voi luntad política que hace de la norma adecuada un mandato positivo vigentes

Según el diagnóstico de Schmitt, la causa de la muerte del Leviatán es la sustitución de una “soberanía concreta" por una "soberanía de la ley abstracta". En otros términos, el Leviatán muere cuando se reduce su condición de dios terrenal, dueño de la sociedad, a servidor, rigurosamente controlado, de los poderes sociales. Lo que distingue la po-

sición de Schmitt respecto a sus “enemigos” teóricos los liberales, es que para él la desaparición de la soberanía estatal no es un camino hacia la liberación, sino que repre-

6

Carl Schmitt, Teoría dc la Cmistitución., (TC), Madrid. Alianza, 1932,

p, lšö. “In dificultad estriba aquí en que en el Estado burgués de Derecho parte de la idea de que todo el ejercicio de todo el poder estatal puede ser comprendido y delimitado sin residuo en leyes escritas, con lo que ya no cabe ninguna conducta política de ningún sujeto [...] ya no cabe una soberanía". p. 123.

8 ,-'Í Comuna y conflicto. Schrnitt ji Am¦dt.' la definición de io político

senta el surgimiento de un nuevo tipo de servidumbre con un rostro mecanico y un apetito insaciable.7

Crónica de la agonía Para Schmitt, la confusión entre el aspecto nonna tivo y el aspecto “real” del orden jurídico, propia de los representantes del liberalismo, no es simplemente un error teórico, sino también un reflejo del desarrollo político de las sociedades modernas, el cual conduce a la muerte del Leviatán. Para reconstruir este proceso, Schmitt utiliza cuatro "tipos ideales” o modelos de Estado: 1. El Estado girbernntivo (Regierungsstaat) es la modalidad de organización estatal donde la soberanía conserva su atributo de poder indivisible y concreto, susceptible de encarnar en una autoridad personal. En el caso mas puro el jefe de gobierno es, ala vez, legislador supremo,juez supremo y comandante enjefe del ejercito; la última fuente de la legalidad y el último fundamento de la legitimidad. 2. El Estado legislativo (Gesetzgebungsstaat) se caracteriza por que en él se separan la instancia legisladora de los órganos encargados de aplicar la ley. Esta división de los

poderes se plantea como el dispositivo que permite hacer realidad el imperio de la ley. Schmitt dice de este Estado que en él “va no hay poder soberano, ni mero poder”, porque quien ejerce uno u otro actúa “en nombre de la ley”. El Estado legislativo puede presentarse como una monarquía parlamentaria o una república parlamentaria. 3, En el Estadojurisdiccional (] urisdiktionsstaat) la labor del gobierno queda supeditada a unjuez que actúa en nombre del Derecho, sin quelas leyes le sean mediatizadas 0 impuestas por otro poder. Es decir, eljuez toma el papel de un poder que busca llenar el vacío de la soberanía. Schmitt ve a T

La tesis que subyacea esta posición consiste en afirmar que desplazar-el poder soberano de una autoridad (personífrcada) a una instancia “abs-

tracta” representa el triunfo de una dorninación técnica, más agobiante e implacable que las tradicionales formas de dominación. E`_sI:.\ tesis la oorriparte Schmitt conjüngery Heidegger. Sobre este tema véase: Grafvon Krockow, C. Die Efttrcìwidung. Franltftlrt a. M., Campus. 1990.

ummmaazuumøn/9 este tipo de Estado como una forma de organización política propicia para los periodos de estabilidad política, en los que la administraciónjurídica puede controlar los procedimientos que llevan a la toma de decisiones.

4. El Estado adminivtrativo (Verwalmngsstaat) se distingue por un poder impersonal que actúa mediante medidas, esto es, ordenanzas de carácter objetivo que se justifican técni-

camente con base en la necesidad que se impone en una situación concreta. Se trata de una modalidad de Estado en

la que impera una racionalidad instrumental. Con este modelo, Schmitt destaca que la burocracia puede llegar a convertirse en la élite política, con su propia autoridad y

legitimidad, capaz de tomar las decisiones políticas@ Mientras el primer tipo ideal corresponde a lo que

Schmitt denomina el Estado dászzo eumpeø (_ el Leviatán), que tiene como prototipo el Estado Absolutista, los otros tres tipos ideales corresponden a variaciones de lo que se ha llamado el Estado de Derecho. La construcción de estos tipos ideales tiene como obje-

tivo hacer patente las diferentes formas de relación que se establecen entre legalidad y legitimidad en las distintas modalidades de organización estatal, para analizar el desarrollo político de las sociedades modernas. En la terminología schmittiana legalidad denota el aspecto “formal” de la ley, esto es, las normas que configuran el orden jurídico; mientras que legitimidad remite a la decisión de la voluntad que sustenta la validez de las normas en su poder (lo que se

ha llamado el sentido político de ley). En el Estado gubernativo hay una clara distinción entre legalidad (normas) y legi8

“La contraposición entre legalidad y legitimidad reilejaría también la dicotomía típica del pensamiento schmittiano entre norma y decisión. La legalidad sería característica de un Estado entendido como un sistema de normas generales y abstractas, como una máquina que

funciona de acuerdo a reglas de racionalidad formal, mientras que la legitimidad seria elemento propio de nna form ación política auténtica basada en una decisión fiindamenial unitaria y capaz en todo momento de tomar decisiones políticas. es decir, distinguirentre amigos

y enemigos". Gómez Orfanel, G., Excepción y normalidad en el pensamiento de Car1Sch1m`:t, Madrid. Centro de Estudios Constitucionales,

1986, p. 254.

10' ,lr Ctmsenso y conjllcta. Schmitt y Arendt: la defmšció-n de lo político

timidad (autoridad), y se reconoce a esta última como una

instancia supralegal. En cambio, en el Estado legislativo la “ñcción norrnativista de un sistema cerrado de leyes” hace suponer que es posible reducir de manera plena la legitimidad ala legalidad, es decir, se asume que el orden normativo es la autoridad de la que se desprende toda decisión. En el Estado jurisdiccional y en el Estado administrativo se vuelve a distinguir entre legalidad y legitimidad. En el pri-

mer ciso la autoridad recae en el juez, y en el segundo en el aparato administrativo. La tesis de Schmitt es que estas dos formas de organización estatal hacen patente de nuevo, en contra del ideal que fundamenta al Estado legislativo, la necesidad de definir una autoridad extrale gal, capaz de tomar las decisiones políticas. Schmitt inicia su crónica del desarrollo politico moderno destacando que los estados absolutistas, ejemplares de esta-

dos gubemativos, son los que crearon las condiciones sociales que hicieron posible la unidad política propia de las naciones modernas. Para Schmitt, la gran conquista del Estado Abso-

lutista, lo que hace de él la “joya” del racionalismo occidental, es la creación de un orden social que, oon base en sus distinciones claras y univocas (público-privado, externo-interno, militar-civil, guerra-paz, etc.) hace posible la vigencia de las normasjurídicas y, con ello, la seguridad al interior de la nación. Schmitt subraya constantemente que los estados de derecho que sucedieron a los estados absolutistas no podrían haber existido sin las "conquistas" de estos últimos. Los estados de derecho surgieron como una con secuencia de las luchas exitosas de la burguesía contra las monarquías absolutistas. Sin embargo, tanto en la constitución entendida como acto de fundación, como en la constitución comprendida como sistema de leyes supremas, del Estado de Derecho, se presuponía ya la existencia de la unidad política nacional. Ello permitió que Su atención se centrara ya no en la creación de esa unidad, sino en el control del poder estatal, para hacer posible lo que Schmitt califica como liberrad burguesa (“libertad personal, propiedad privada, libertad de contratación, libertad de industria y comercio, etc."). La garantía de esa libertad se encontró en la

mmmiazummaa/ll definición de los derechasfimdamentales y en la implementación de un sistema de división de los poderes. En particular, la burguesía liberal en su lucha contra la Monarquía absoluta, puso en pie un cierto concepto ideal de

Constitución, y lo llegó a identificar con el concepto de Constitución. Se hablaba. pues, de 'Constitución' sólo cuando se cumplían las exigencias de libertad burguesa y estaba asegurado un adecuado influjo politico a la burguesíag

La transición a un orden político “burgués” representa, por tanto, el paso de un Estado gubernativo a un Estado le-

gislativo. Lo que distingue a este último, como hemos señalado, es el principio del imperio de la ley, el cual, según Schmitt, deja sin resolver el tema de quién tiene el poder de

tomar la “decisión última”. El Estado gubernativo posee, en la persona de su jefe o en la dignidad del cuerpo colegia do dirigente, todas las

cualidades de la representación. En cambio, el Estado legislativo, a causa del principio en él dominante de la elaboración de normas generales y predeterminadas, y de la distinción que le es esencial entre ley y aplicación de la

misma, entre legislativo y ejecutivo, está colocado en una esfera completamente diferente y padece necesariamente de cierto carácter abstracto.”

Schmitt afirma que el Estado legislativo envuelve una contradicción, puesto que se le encomienda la tarea de ga-

rantizar el orden y la unidad social, pero, al mismo tiempo _..í_ì.í.ì.í

9

Carl Schmitt, TC, p.158. A esta noción de Constitución, Schmitt opone su propio conceptoideal: “Las leyes constitucionalesvalen sólo a base y en el marco de la Constitución en sentido positivo; y ésta, sólo a base de la voluntad de Poder constituyente”. p. 112.

l 0 Carl SchmitI¬ lxgalìíady legitimidad (LL), Madrid, Aguilar, 1971, p. 16.

Schrnittve en la historia de la República deweimar la prueba de ese carácter abstracto del Estado legislativo, que hace de él una instacia incapaz de mantener la unidad política. Para este representante del decisionismo, la falta de decisión sobre quién poseía el poder absoluto, el parlamento o el presidente, conformãndose con apelar a una “vaga” noción de “soberanía popular” determinó el destino de esa república. Sobre este tema ver: Estévez Amújo,j.A., la crisis del Estado de Demdio Liberal, “Schmitt en Weimar", Barcelona, Ariel, 1989

12 / cmm» y m;1¿a0. sama: y Amat- la difimztøn ai» la ¡mzmai no se le concede el poder soberano que requiere para cumplir esa misión. Esta contradicción expresa, a los ojos de Schmitt, la indecisión de la burguesía, esa ¿Lasa dzscutidora, que confia en que a través del debate parlamentario se pueda acceder a una Verdad que indique el rumbo que deben tomar las acciones políticas. La burguesía liberal quiere un Dios (un Dios terrenal, el Estado), pero él no debe ser activo, ella quiere un Monarca,

pero el debe ser impotente. Ella exige libertad e igualdad y, a pesar de ello, limita el derecho al voto a la Clase propietaria, para asegurar que la educación y la propiedad tengan la necesaria influencia sobre la jurisdicción; como si la educación y la propiedad dieran el derecho a oprimir a los pobres e incultos. Ella acaba con la aristocracia de la sangre y la familia y, sin embargo, de_ja la dewergonzada aristocracia del dinero, la forma más necia y ordinaria de aristocracia. Ella no quiere ni la soberanía del rey, ni la soberanía del pueblo.

¿Qué quiere ella entonces?" La respuesta de Schmitt a esta pregunta retórica es que la burguesía quiere abolir la soberanía del Estado y “ neutralizar" la política para implantar su dominio económico. Lo que desea es someter el poder estatal a su control y eliminar todo peligro de lucha, con el objetivo de realizar sus negocios en paz y bajo condiciones calculables. Sin embargo, Schmitt sostiene que la competencia mercantil no es una alternativa al enfrentamiento bélico, como afinnan los liberales, sino una forma de relación social que potencia las hostilidades. El conflicto ya no se limita a los estados soberanos que se reconocen como tales, sino que se extiende por todos los ámbitos internos a la nación y tiene corno protagonistas la pluralidad de “poderes sociales", los que sólo persiguen un fin: la ganancia. Esta descripción de la sociedad mercantil-capitalista corresponde al estado de naturaleza del que habla Hobbes, esto es, la guerra de todos contra todos. El Estado legislativo, lejos de galan tizar “la paz, el orden y la seguridad”, se convierte en un instrumento más en esta lucha generalizada que no conoce ninguna frontera 0 límite. 11

Carl Schmitt, PT, p. 76.

La muerte del Izviatón / 13

Para Schmitt, otro factor que lleva a potenciar las hostilidades inherentes a la dinámica mercantil se encuentra al

interior del propio Estado legislativo. Los valtmzs burguesa, que definen el contenido de las leyes constitucionales del Estado legislativo, ya no se presentan como el resultado de la decisión de una autoridad, sino como principios universalesy necesarios, que deben ser asumidos por todos los seres racionales. 12 Todo individuo que cuestione la validez de esos valores se convierte en un “ enemigo absoluto”, que no sólo atenta contra el orden establecido, sino que también transgrede su propia racionalidad. Al considerarse al ene-

migo como un ser irracional sejustifica la represión y la violencia sin límites, como medios para conducir de nuevo a

ese insensato ala esfera de la Razón. Schmitt destaca continuamente que la unidad política

creada por los estados gubernativos no es una conquista definitiva, y que la consolidación de los estados legislativos, al carecer éstos de un poder soberano concreto, conduce ala pérdida de dicha unidad. En el seno de las naciones reaparece el conflicto ya sea en la forma de lucha de clases o bien como enfrentamientos entre la pluralidad de grupos de intereses. Schmitt admite la tesis marxista de que el Estado es un “instrumento” de la dominación burguesa; pero agrega que ése no es el atributo de toda forma de organización estatal, sino sólo la característica del Estado legislativo liberal. La carencia de soberanía del Estado legislativo hace de

él presa fácil de los “poderes sociales” y también una entidad frágil, propensa a transformar sus estructuras. Por un

lado, la imposibilidad de que el orden jurídico pueda prevenir todas las situaciones posibles motiva a que los jueces

tomen las decisiones políticas, para cubrir el vacío de la soberanía. De esta manera, el Estado legislativo tiende a convertirse, paulatinarnente, en un Estado jurisdiccional. Sin

12 Carl Schmitt, Frente a esta idea “burguesa” de los valores, afirma; “Los valores son puestos e impuestos. Quien añnna su validez tiene que hacerlos valer. Quien dice que valen, sin que una persona los

haga valer, se propone engañar." Véase; “Die Tyrannei der Wei-te”, en: Sà'Jtula.n'.ra:io-n und Utopia, Ebracher Studien, Stuttgart, Ernst Forstholï zum 65 Geburrstag, 1967, p. 42.

l4 Í Cømemo y conflicto. Schmitt y Amrdt: la definición de io político

embargo, por otro lado, la tendencia más fuerte (que no excluye ala anterior) es que la burocracia suplante a la au toridad soberana y se apropie del monopolio de las decisiones políticas. Por este camino el Estado legislativo se convierte en un Estado administrativo, el que se inclina a intervenir en todos las esferas de la sociedad (“Estado total"), pero sin tomar la iniciativa, sino sólo actuando de manera reactiva,

a través de los compromisos, regateos, acuerdos, etc. de su burocracia con los poderes sociales. En el Estado administrativo son las “medidas” burocráticas, no el derecho, lo que predomina. Las medidas, a dife-

rencia de las leyes, no son normas generales, sino disposiciones que se toman con base en situaciones concretas y que sejustifican por su eficiencia., Mientras la ley hace referencia a un valor, la medida se plantea como un medio eficiente para alcanzar un fin dado. la Desde la perspectiva de Schmitt, la aparición, en el siglo XX, de diferentes tipos de Estado administrativo (el llamado Estado da brkmesraf es un ejemplo) hace patente la necesidad de reinstaurar una autoridad suprema, capaz de mediar en los conflictos entre los

“poderes sociales", así como definir las políticas frente a los graves problemas que enfrentan las sociedades. Schmitt advierte que si la demanda de la presencia del Estado no se acompaña de una recuperación de su soberanía, lo único que sucederá es que el Estado se verá obligado a intervenir

en los distintos ámbitos sociales, para tratar de satisfacer las reivindicaciones de los diversos grupos, pero sin poder ofrecer una respuesta adecuada. El Estado administrativo, sin

soberanía, se vería sobrecargado de demandas e impotente ante ellas, lo que condena a la sociedad, según Schmitt, a permanecer en el desorden, la inseguridad y el conflicto. ¿El milagro de la resurrección? Schmitt, al igual que Hölderlin, cree que allí donde crece el peligro, crece también lo que puede "salvarnos". Para él, las mi

13 Esta distinción entre ley y medida es deudora de los tipos ideales weberianos de "racionalidad con arreglo a valores" y “racionalidad con arreglo a fines".

tam-maiz”-mn/15 medidas del Estado administrativo -en tanto una autoridad cenu-al se apodere del derecho de emitirlasr- pueden ser el instrumento para recuperar la soberanía estatal, es decir, para resucitar al Leviatán. La esperanza de Schmitt

es que un poder soberano, personifìcado en una autoridad central, use las medidas con carácter técnico, para eludir los controles parlamentarios yjurídicos, y, de esta manera, “salvar” la unidad política nacional, superando la indecisión del Estado de Derecho.“ Mucho más importante es el conocimiento de que la razón de ser del “Estado total" actual o, más exactamente de la politización total de toda la existencia humana, hay que buscarla en la democracia, y que, como expone Hein O. Ziegler (Aulm-üãrer oder zotaler Staax, Tübingen, 1932), para emprender la necesaria despolitizacíón y librarse del Esta-

do total se necesita una autoridad estable que sea capaz de restablecer las esferasy los dominiospara una vida libre.” En sus obras Teoría de la cartstítución (_ 1928), La deƒìmsa de la cmtstitucíón (1931 ) y Legalidady Legtlimzdad (1932) se pre-

dice la caída de la República de Weimar, porque en ella rige un Estado legislativo, con ciertos rasgos de Estado adminis_í.í.í.ì___

l-1 Gómez Orfanel, Op. cif., cita un ejemplo del propio Schmitt que aclara esta tesis del uso soberano de las medidas. “Si el Presidente del Reich desean disminuir el salario de los funcionarios. utilizando la via del artículo 48.2, le bastaría con modificar la ley reguladora por medio de una ordenanza con fuerza de ley; aunque se podria plantear

si tal ordenanza lesionaría los derechos adquiridos de los funcionarios, suponiendo una infmcción del arllculo 129 de la Constitución de Weimar. Pero cabría otra posibilidad. consistente en que el Presi-

dente, sin modificar la ley salarial. sin plantearse cuestiones de contenido jurídico. diese orden (es decir, actuase por medio de medidas) de que se retuviese una cantidad o porcentaje de los sueldos de los funcionarios." Vnƒatmngsrechtlicke Auƒšätze aus dntjahfm 1924-19.54,

Berlín, D-unclter 8: l-lumblot, 1985, p. 242. 15 Carl Schmitu LL, p.146. En realidad, esa autoridad soberana es, utilizando los propios términos de Schmitt, un dictador. “El dictador se define como un hombre que, sin estar sujeto al concurso de ninguna ona instancia, adopta las disposiciones, que puede ejecutar inmediatamente, es decir, sin necesidad de otros medios”. La dictadura, p. 37. Así que la salvación, para Schmitt, se encuentn en la dictadui-al

16 / Cmm-mo y conflicto. Schmitt yflrendtr la definición de lo político

trativo, en donde no se ha tomado la decisión sobre si el presidente 0 el parlamento debe encarnar el poder soberano. A principios de 1933 el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (N SDAP), encabezado por Adolf Hitler, se apodera del Estado alemán y disuelve la Constitución de Weimar. Schmitt celebra este acontecimiento y lo califica

como una revolución legal que salvará la unidad política y el derecho alemanes. En su trabajo “Sobre las tres formas de pensamientojurídico científico" (1934), Schmitt argumen-

ta que el régimen nazi ha superado la oposición entre normativismo y decisionismo, propia del Estado legislativo, ya

que el movimiento politico, guiado por su líder, se ha establecido como una mediación entre el normativismo legal y la vitalidad espiritual del pueblo. Este autor llega al extremo de denominar las leyes racistas de 1935 como la Constitución de la libertad É a definir la ley como elplan y la voluntad

del líder (I-`ührer).l La esperanza de Schmitt se realizó, el Leviatán resucitó. Pero no era ya el gigante paternalista que debía garan-

tizar la paz, el orden y la seguridad, sino un monstruo que devora a los “enemigos” y a los "amigos". No creo que

valga la pena entrar a discutir el papel que tuvo Schmitt en el Tercer Reich. Mi interés reside en examinar la vieja te-

sis, retomada por otros autores, incluso desde posiciones de "izquierda", de que la centralización del poder puede ser el instrumento para crear y mantener el orden social o el medio para acceder a un orden más "justo". Es decir, se trata de la tesis que ve el Estado, en la medida que recupe› ra la soberanía, como un centro de las relaciones de poder desde el que puede dirigirse la sociedad hacia una meta establecida, ya sea por la “autoridad” 0 por una supuesta “vanguardia” del pueblo.

16

En su discurso (3 de Octubre de 1933) dirigido a losjuristas nacional-

socialistas, Schmitt afirma: "Adolf Hitler, el líder del pueblo alemán, cuya voluntad es hoy el nomos del pueblo alemán _ ("Nomos", en la terminología schmittiana. hace referencia a la ley en su sentido político). Algo parecido sostiene Heidegger, cuatro semanas después, en su famoso discurso inagural como rector: "El propio líder (I-Tührer) es

hoy y en el Futuro la realidad alemana y su ley".

ia »Mu aa uumn/ 17 En primer lugar, es necesario recordar que hace mucho tiempo Locke, en su crítica a Hobbes, ya había destacado que resulta tan insensato pensar que el Levíatan puede garantizar la seguridad de los ciudadanos, como creer que uno puede protegerse del peligro que representan las zonas y las mofetas refugiándose en lajaula del león. En efecto, ni Hob-

bes ni Schmitt responden a las siguientes preguntas: ¿Qué garantía existe de que la autoridad soberana no abuse de su poder? ¿Por qué se debe aceptar la tesis de que la autoridad soberana tiene la posibilidad de situarse por encima de los conflictos sociales para cumplir su fimción de juez imparcial? ¿Qué asegura la corrección y eficiencia de las leyes y

medidas técnicas del soberano? En segundo lugar, es preciso advertir que la modernidad presupone un proceso de diferenciación de los subsis-

temas sociales que convierte en una ingenua ilusión el pensar que el Estado puede situarse por encima de la sociedad para dirigirla y gobernarla "racionalmente". No se puede reducir la complejidad de las sociedades modernas

simplificando la estructura del orden institucional me~ diante una centralización del poder. Por más racional y capacitada que sea una élite política, si mantiene una organización centralista, siempre se verá rebasada por la complejidad social. La complejidad sólo puede enfrentarse con complejidad. La descentralización política no es una propuesta de una posición ideológica particular, sino

una exigencia que impone la modernidad o el camino hacia ella. La otra alternativa es el diletantismo autoritario.

Si se aceptan las premisas del razonamiento de Schmitt respecto a que el Estado se delìne por la soberanía y ésta, a

su vez, se concibe como un centro de poder, en el que confluye todo el sistema de nelaciones sociales y que puede ser encarnado por una voluntad unitaria, entonces tendremos que aceptar la conclusión de que la “época de la estatalidad ha llegado a su fin". El problema de este razonamiento reside en una visión esencialisra que simplifica los problemas. El Estado de Derecho, en contra delo que piensa Schmitt, sí presupone una decisión. Pero no es la decisión arbitraria de una voluntad particular, sirio la decisión de una pluralidad de individuos, dentro de una historia de conflictos y com-

l 8 J co-.wm y es-ifltm. sem-mi y Amir.- ia ¿aja-mas ds is paises promisos que lleva a trasladar la soberanía estatal al “pueblo”. Éste no es un macrosujeto, con una “voluntad general”, sino una realidad plural, escindida y conflictiva que encuentra su identidad en un orden jurídico. Cuando se habla de una “soberanía popular", si se ha rechazado la creencia metafisica de que una parte puede representar o encarnar al todo, de manera implícita se afirma que no es posible que nadie se apodere de ella. El problema básico de la soberanía del Estado moderno no es quién la delenta, sino cómo se ejerce. Esto nos remite a procedimientos que hacen posible la toma de

decisiones dentro de un contexto plural. A ello puede responder Schmitt con su conocida tesis de que ningún orden jurídico, ni tampoco ningún procedimiento establecido en él, puede prevenirtodas las situaciones excepcionales a las que se enfrenta una sociedad y que, por tanto, se requiere siempre de una autoridad que actúe sin trabas jurídicas. Para rebatir esta respuesta podemos retomar el estudio que hace el propio Schmitt de la dictadura. En él se distingue entre una dictadura comisarial, que actúa en caso extraordinario en nombre y bajo las restricciones de una legalidad existente (ésta es lainstitución que se propuso en la república romana para enfrentar los estados o situaciones de excepción), y una dicmdwra soberana, que actúa en nombre del "pueblo" para ejercer un poder constituyente. En los dos casos el dictador ejerce el poder por un periodo limitado (Provisoriurn) y para realizar una tarea específica. El problema es que el dictador, al otorgársele el poder soberano, tiende a perpetuarse en el poder, convirtiéndose en un déspota. A estojustamente se opone el Estado de Derecho. En los estados de derecho, como en efecto sucede, pueden retomarse ciertos elementos de una dictadura comisarial para enfrentar casos extraordinarios (por ejemplo, una

guerra), pero se rechaza de manera radical toda manifestación de una dictadura soberana.

Por otra parte, pensar que un poder dictatorial puede resolver los graves problemas que existen en las sociedades modemas resulta una propuesta poco objetiva, que pasa por alto precisamente la complejidad de estas sociedades. Resulta una propuesta llena de nostalgia conservadora, en la que

iamemaaiumaun/19 se anora un mundo simplificado que nada tiene que ver con la realidad que vivimos. No se trata de negar que la plurali-

dad y complejidad propias de las sociedades modernas implican riesgos enormes, lo curioso es la manera como Schmitt pretende superarlos. Los intentos de resucitar el Leviatán en nuestro siglo no sólo han conducido al terror totalitario, en donde el peligro potencial del Estado de excepción se convierte en una realidad cotidiana, sino tam-

bién al crecimiento patológico de un sistema administrativo ineficiente. La experiencia del llamado socialismo real puede enseñarnos bastante sobre este tema. No es el objetivo ahora oponer a la ilusión de un Leviatán omnipotente la quimera de un mercado autoequilibrado. Ni “mano invisible", ni “mano negra”; las opciones políticas de las sociedades modernas se encuentran más allá de esta falsa v simple alternativa. Lo importante es., en primer lugar. reconocer la realidad de la diferenciación de los subsistemas sociales y el aumento de la complejidad que

ella trae. Es preciso asumir que la meta no es reconciliar los conflictos y tensiones que existen entre estos subsistemas sociales, apelando a un orden jerárquico homogéneo. sino reconciliarse con esos conflictos y tensiones. Es cierto que la

muerte del Leviatan no conduce al paraíso armónico v equilibrado de la sociedad civil. En esta última también

existen los monstruos que hacen peligrar la seguridad y la libertad de los ciudadanos. Sin embargo, la protección de

los ciudadanos no se logra reviviendo al Leviatán. De hecho, en las sociedades democráticas el Leviatán no está muerto, sino sólo domesticado. La fuerza de las instituciones democráticas que mantienen bajo control la voluntad de poder absoluto de ese gigante se encuentra en la

participación política de los ciudadanos. Cuando ésta se debilita, cuando los individuos creen haber log-rado un

triunfo definitivo que les permite volver a su privatismo apolítico, en seguida ese Leviatán empieza a recuperar su potencia y a eludir las barreras del sistema institucional democrático, con el afán de recuperar su vieja condición de

dueño del mundo. De la misma manera, la única forma de controlar la voluntad de poder absoluto de los nuevosy viejos monstruos que compiten por conquistar el "alma" (la

20 I cmmw y fimflm schfmu y,-amm 1@ dqmffrm aa 10 palm@ soberanía) del Leviatán se encuentra en la acción y organización política delos ciudadanos, esto es, en un orden republicano en el que el ejercicio del poder no sea el privilegio de unos cuantos y, en especial, en el que la soberanía no sea una propiedad de ningún grupo o institución. Ello presupone, y en esto acierta Schmitt, que lo político no pueda reducirse alo estatal, aunque en las sociedades mo-

dernas lo estatal sea el referente fundamental delo político. EI concepto de Estado supone el de lo político.

La política entre amigos

y enemigos ara Carl Schmitt, la definición que identifica lo políti-

Pco y lo estatal es una expresión del periodo histórico en el que impera el Estado clásico europeo (el Estado

Absolutista). Este tipo de Estado es el que logra adquirir el poder soberano y, con él, el monopolio de lo político.

Dicho monopolio signiñca que sólo la autoridad estatal, que encarna el poder soberano, puede decidir, en última instancia, qué debe valer como derecho al interior de la nación. De esta manera, según Schmitt, se otorga al Estado la facultad que permite regular y encauzar los con flic-

tos sociales. Desde esta perspectiva, mientras el Leviatán conserva su poder soberano, la política, en sentido estricto, se limita a la diplomacia, esto es, a la actividad que ejerce el Estado en su relación con los otros estados soberanos, y las “ altera-

ciones” internas del orden nacional se reducen a la calidad de ¡“asuntos policiacos"! Las dificultades surgen de nuevo, según él, cuando los poderes sociales (las diferentes organi-

zaciones de ciudadanos) arrebatan al Estado el poder soberano y, junto con él, el monopolio de lo político. Sin su soberanía el Estado deja de ser el “señor del mundo” para convertirse en un sewidor de los poderes sociales incapaz de garantizar la seguridad de los ciudadanos, pues propicia

un pluralismo que hace renacer el conflicto al interior de la nación.

22 f' cmims y mflam. sama; yamai.- ta ¿¢,fi†.¿¢¦aa de la paris@ En contra de la teoría liberal y su concepción de la democracia, Schmitt afirma que la subordinación del Estado a la sociedad civil sólo puede ser causa de su transformación en uri instrumento, disputado por diferentes grupos para defender sus intereses particulares. El Estado se ve obligado a intervenir en todos los ámbitos sociales para tratar de responder a las diversas exigencias de los poderes sociales. Sin embargo, en la medida que estas exigencias son múlti-

ples y contradictorias, el Estado, sin el poder soberano, carece de la facultad de responder a ellas, por lo que el conflicto, lejos de superarse, se agudiza. El “ Estado total”, es decir, el Estado que interviene en todos los ámbitos sociales, se caracteriza por su omnipresencia impotente. En esta situación la frontera entre lo estatal y lo social se disuelve, y todo asunto cobra, al menos potencialmente, carácter político. El "Estado total” ya no está en condiciones de fundamentar ninguna determinación específica o distintiva de lo político. Por el contrario, la interpenetración de lo estatal y lo social hace patente de nuevo que el concepto de lo político

es más amplio que el concepto de Estado o, dicho con los términos schrnittianos, que “el concepto de Estado supone

el de lo político”. Por eso, Schmitt se propone localizar un criterio para determinar la especificidad de lo político. La relación amigo-enemigo representa este criterio. Así como la distinción bueno-malo es propia de la moral, la de bello-feo de la estética, la de costo-beneficio de la economía, la de verdad-falsedad de la ciencia, la distinción amigo-enemigo remite a la dimensión política de las relaciones sociales. Schmitt agrega que el enemigo político no es el adver~ sario privado (inimiøus), al que se rechaza por razón de antipatía o diferencias personales, sino el enemigo público (hostis). La figura del enemigo sólo sirve para determinar la dimensión política cuando aparece corno un conjunto organizado de hombres que se opone de manera combativa a otro conjunto de hombres igualrnente organizado. Aquí surge ya un problema del criterio que propone Schmitt

para detenninar la especificidad de lo político. Si no todo enemigo es un “ enemigo político", ello quiere decir, enton-

La pal-¡nea entre amigos y me-miga: Í 23

ces, que la dualidad arnigo~enemigo no es la distinción fundamental de lo político; ya que si sólo el enemigo público es

el que adquiere un carácter político, es la distinción privado-público el primer elemento para identificar la dimensión política de la sociedad. A pesar de que Schmitt lo mega de manera explícita, implícitamente en su argumentación se da una prioridad a la figura del “enemigo” y se hace a un lado el tema sobre cómo es posible que los "amigos" consti-

tuyan una esfera pública, que hace posible que el “extraño”, el "otro" o incluso el transgresor interno del orden público (el que deja de ser "amigo”) se convierta en "enemigo político". Volveremos a este tema más adelante, pero, por el momento, continuemos con la reconstrucción de la propuesta teórica de Schmitt.

El enemigo político es aquel con quien el conflicto puede desembocar en una guerra, entendida como la lucha armada entre unidades sociales organizadas, en las

que cada una busca exterminar a la otra (aunque no siempre se llegue a este extremo), es decir, la lucha que tiene como fin “la negación óntica de un ser distinto". Esto no

quiere decir que Schmitt reduzca la política a la guerra, Su tesis es que la guerra, en tanto posibilidad real, representa el presupuesto fundamental de la acción política. Para que las relaciones entre dos grupos cobre sentido político, el

enfrentamiento armado entre ellos tiene que ser una alternativa siempre presente. El hecho de que la guerra pueda originarse en motivos económicos, religiosos o culturales, indica que todo antagonismo puede adquirir un carácter político, en la medida quese agudice lo suficiente

para agrupar a los individuos en bandos opuestos, capaces de declararse la guerra. Para que la relación amigo-enemigo se convierta en el criterio distintivo de la política se requieren, por tanto, dos

condidones: 1) su carácter público y 2) que alcance un grado de intensidad suficiente para poder convertirse en una guerra. Schmitt sostiene que la relación amigo-enemigo es un

“hecho existencial básico”; lo que implica sostener que la políticay la forma de conflicto ligada a ella son determinaciones insuperables de la condición humana. Para com-

24 / cm-.ima y mflei». situar ,Amat la estaras» at ra parties prender el sentido y el alcance de esta tesis de Schmitt es menester tener en cuenta su crítica a los supuestos antropológicos de las teorías políticas tradicionales y el efecto que ello tiene en la conceptualización de la política. bo que se encuentra enjuego en esta polémica es la correcta determinación de la autonomía de lo político. Schmitt empieza por cuestionar la creencia, típica del humanismo, de que existe una esencia o un ser común de los hombres en la que pueda susten tarse un juicio de valor

simple sobre la uialidad moral del ser humano. Es esa creencia la que conduce a la filosofía política a la vieja disputa bizantina sobre si el “Hombre es bueno o malo por naturaleza". Este autor es de la opinión que la opción entre el optimismo y el pesimismo antropológicos es una falsa alternativa originada en una visión esencialista. En contraste con ello, él destaca que el ser del hombre puede considerarse desde diversas perspectivas, las que dan lugar a distintas disciplinas teóricas y a diferentes posturas valora tivas. Aceptar la inexistencia de una esencia del hombre presupone también asumir que no hay un orden universal y necesario al que deban adecuarse todas las sociedades. Schmitt reconoce que los individuos requieren de un orden social para sobrevivir; pero, al mismo tiempo, destaca que la forma y el contenido de cada orden social son el resultado contingente de un conflicto permanente. Para apoyar esta conclusión, Schmitt recurre a la teoría antropológica de Helmuth Plessner. Este último afirma que la característica primaria de los hombres es que su ser permanece como algo “indeterminado e inescrutable", debido a que el uso del medio simbólicoles permite "to1narclistancia" y experimentar su realidad y su identidad como algo contingente, como una “pregunta abierta” (einer Horizont des Auch-anders-sein können). La

experiencia de la contingencia lleva al hombre a tomar conciencia de que puede transformar lo dado para crear un orden uilttrral, que le ofrezca seguridad frente a un entorno hostil. Ese entorno resulta amenazador, entre otras cosas,

porque hace patente la fragilidad del orden que los hombres han construido. El espacio de la experiencia que cada individuo o grupo reconoce como un ámbito confiable es el resul-

La política mm amigas y enemigas Í 25

tado de su autoaiirmación en la lucha contra un mundo “inquietante” (Unheimliche). Una comunidad es siempre una esfera cerrada de confiabilidad (Vertrautheit), enfrentada a un entorno indeterminado. Este transfondo hostil, elemento necesario ante

el que se delimita la comunidad [sic] es lo público (Ófí`entlichkcit), es decir, el conjunto de personas y cosas, que ya

no pertenecen a ella, pero con el que hay que contanl El criterio para establecer el límite entre lo propio y lo

extraño, entre arnigosy enemigos, pueden ser los lazos familiares y personales, la pertenencia a un grupo étnico, una tradición cultural, un principio de identidad nacional, etc., o

un conjunto de estos elementos. Pero la deñnición de la identidad propia siempre implica la determinación del “otro” (toda determinación es una negación, como nos lo re-

cuerda Spinoza). El líruite entre lo propio y lo extraño es variable y fiinciona como una membrana que aísla y, a la vez, mantiene en contacto. En tanto dicho límite es variable, un

artificio cultural e histórico, el contacto con el entorno adquiere el carácter de una relación de poder, en la que, de maneta conflictiva, se mantiene la separación. La tesis cenu'al de Plessner es que :anto la identidad del individuo, como la del grupo, son adquisiciones políticas, que se conservan o transforman gracias al poder, en la lucha contra lo otro (der Mensch als Macht). El Hombre -toda expresión con el carácter formal de esta generalidad es siempre un aventurarse- se encuentra como poder en lucha por su ser, esto es, en la oposición entre lo confiable y lo extraño, entre amigo y enemigo {,..]

La relación amigo-enemigo se conceptualizar aquí como la constitución esencial del hombre, porque ella se distancia

de toda determinación concreta y, de esta manera, asume al ser humano como una cuestión abierta, como poder?

Si la dualidad amigo-enemigo es la determinación esencial de la condición humana y esta relación define la di]

Helmuth Plessner, "Grenzen der Gemeinschaft”, en: Gnamrnalu Schnƒlen, Franltfurt, a.M.. Suhrkamp. 1981, p. 48.

2

Ibíd., “Macht und menschliche Namr”, Op. cil., pp. 191-!92.

26 K c.;-mm 3 mfles. smsiii y /im.ai.› la aifmiasa as to patines mensión política, esta última representa, por tanto, la actividad esencial del hombre, en la que se manifiesta su ser como una pregunta abierta, que debe ser decidida en la práctica de manera permanente. Al igual que Plessner, Schmitt con sidera que la decisión política,_ es decir, la decisión que se “orienta en referencia al caso decisivo", en el que está enjuego la distinción amigo-enemigo, es la decisión que “marca la pauta” de todo el orden social. La perspectiva de la antropología política no es una más entre otras, sino la perspectiva básica que revela el carácter “ insondable e indeterminado" del ser humano.

A primera vista puede parecer que Schmitt y Plessner lo único que hacen es repetir la vieja definición aristotélica respecto a que el hombre es un animal político. Sin embargo, hay una radical diferencia entre la tesis de los primeros y la posición de Aristóteles. Este último parte del supuesto de que existe un orden con validez universal y necesaria; por lo que la “buena” politica es la que se adeciia a ese orden, mientras que el “buen” político es el que conoce dicho orden y ajusta sus acciones aese conocimierito. Gran parte de las teorías políticas comparte ese supuesto, el cual fi.ie expuesto de manera sistemática por primera vez en La República de Platón. De acuerdo con el mencionado supuesto, el orden es lo necesario, mientras que el conflicto resulta un fenómeno accidental, motivado por la irracionalidad de los individuos. Dentro de esta amplia tradición teórica existen, en términos generales, dos vertientes. La primera postula la posibilidad de educar o ilustrar a los hombres hasta que sean lo su ñcientemente racionales para aceptar la validez de ese

supuesto universal y lo asuman como principio para coordinar sus acciones. Por esta vía se accedería a una sociedad armónica, en donde la política, en tanto actividad ligada al conflicto social, desaparecería. La segunda vertiente se muestra más pesimista, y afirma que en la conducta de los hombres siempre existirá una elevada cuota de irracionali-

dad. En consecuencia, la única alternativa es crear una forrna de organización social, cercana al modelo ideal, capaz de controlar la conducta de los individuos. Ala política se le asigna la función de guardián del orden, mediante la represión de las conductas anómicas. En cada una de estas ver-

La politica min amigos y mmugos Í

tientes hay una gran variedad de versiones. Sin embargo, todas ellas tienen en común la tesis de que el orden social es

el resultado de nuestras necesidades y que en él se encierra una principio de racionalidad, mientras que el conflicto político es la expresión de la irracionalidad. En todas estas teorías se reconoce al hombre como un animal político, pero, de manera paradójica, se plantea reducir al mínimo

la actividad política o, incluso, eliminarla. En oposición a esta tradición, tanto Plessner como Schmitt sostienen que el conflicto es un fenómeno insupe-

rable, ligado a la condición humana; en cambio, conciben el orden como lo contingente. esto es, lo que en todos los casos puede ser de otra manera. Desde esta perspectiva, el

conflicto político no es una manifestación de la irracionalidad 0 imperfección del hombre, sino un dato fundamental. ante el cual los individuos se ven impulsados a desarrollar

su racionalidad. Lo racional no consiste en conocer y aplicar un orden universal y necesario que suprima la lucha, sino en implementar procedimientos que permitan manejar el conflicto y, de esta manera, constituir un orden que

sirva a los hombres como refugio y como orientación en el caos mundano. Pero cada uno de esos órdenes es un artificio particular; no hay ningún orden “verdadero” o con validez universal al que deban adecuarse todos los demás. El tomar conciencia de este hecho signilìca para Plessner y

Schmitt reconocer el pluralismo del mundo humano (el piufivm-so, como dice el segundo), en el cual tiene su raíz el conflicto político. Ello implica, además, que la política no

puede reducirse a otra actividad, ni puede juzgarse con un criterio externo a ellas Schmitt acepta que las teorías que perciben al hombre como “malo” estánmás cerca de comprender el fen ómeno político que aquellas que predican que es un ser “bueno”, 3

E1 ser uno de los primeros autores que delìende la autonomía de lo político respecto a la mmal es uno de los grandes méritos que reconoce Schmitt de Maquiavelo. "Tal es el destino que iuvo Maquiavelo, el

cual, si llega a ser un maquiavelista, en lugar de escribir El Pvínnpe, habría escrito más bien un libro plagado de sentencias conmovedo-

ras', CP, p. 94.

28 / cmmø y mfliio. sfhmiii y.-iman ia aafineisn da 10 patata» Porque sólo las primeras son capaces de comprender la especificidad del conflicto político. Sin embargo, agrega

que el error de todas ellas es acudir a términos morales para calificar la raíz humana del conflicto político. Para

Schmitt la distinción política amigo-enemigo es autónoma y, por tanto, irreductible a la dualidad propia de la moral bueno-malo. Incluso, según este representante del decisionismo, la distinción propia de la política no sólo es independiente dela moral, sino que también la precede. La argumentación que sustenta esta tesis puede reconstruirse de la siguiente manera: 1. El uso moral de los términos “bueno” y “malo” presupone la existencia de un orden, en el que se definen los

contenidos de las reglas que nos permiten calificar a una acción de buena o mala. 2. El orden no es una realidad dada con validez universal, sino el resultado de una decisión soberana.

3. Por tanto, tiene que asumii-se que la decisión de aquel o aquellos que detentan el poder soberano precede y funda-

menta el lenguaje moral y su distinción entre bueno y malo. A esta argumentación schmittiana subyace una posición an tiuniversalista, para la cual la validez de las normas y valores siempre hace referencia a un contexto particular y a las decisiones que en ese contexto han tomado los individuos. (“Los valores son puestos e impuestos. Quien afirma su validez tiene que hacerlos valer. Quien dice que valen,

sin que una persona los haga valer, se propone engañar.”) Precisamente los amigos son aquellos que comparten un

conjunto de valores y normas concretos, que les permiten llegar a un consenso básico. Los amigos no pueden dialogar con los enemigos porque entre ellos existe un abismo,

abierto por decisiones con un contenido normativo distinto. Entre amigosy enemigos sólo puede darse el conflicto. 4 Según Schmitt, el universalismo del humanismo moral, lejos de superar el conflicto, lo intensifica. Porque cada uno de los bandos en contienda tenderá a identificar sus valores y normas con la universalidad, mientras que el rival se __

4

Schmitt a diferencia de Plessner. no ve que esta tesis ya presupone uu cierto universalismo.

La. política emm amigw y enemigas / 29

convierte en un “enemigo absoluto” de la Humanidad. Schmi tt sostiene que el rechazo al universalismo es la única

manera en que los diferentes grupos y naciones lleguen a reconocer el carácter particular de los valores que encarna. Si bien esto tampoco puede eliminar el conflicto, al menos

puede ponerle un coto, el que hace posible que la guerra se convierta en política. Cuando se acepta que el enemigo es simplemente el otro, aquel que ha tomado una decisión con un contenido normativo distinto, y no una criatura malvada que viola valores universales, se puede llegar a un compromiso (no un entendimiento) con él, que permite reglamentar el conflicto. Schmitt sabe que en la historia de la humanidad no ha sido muy frecuente el que los rivales se reconozcan como

enemagosjustos, esto es, como enemigos que asumen recíprocamente que el otro puede de manera legítima tomar una decisión diferente y defenderla. Por el contrario, la tendencia más Fuerte es que cada uno crea defender la única “causa

justa” y, por ello, considerar al contrincante como ima criatura vil e inhumana, contra la que se puede y debe aplicar

una violencia sin restricciones. Sin embargo, Schmitt observa que como consecuencia del “equilibrio trágico” al que se llegó en las guerras de religión que asolaron a Europa enla alborada dela modernidad, un número relevante de teóricos y políticos vio que la única salida al continuo conflicto era abandonar la idea de “guerra justa" (donde cada uno dice defender la verdad y lajusticia), y sustituirla por la noción de “enemigojusto”. Este último es al que se le recono-

ce el derecho a declarar la guerra y, por eso mismo, el derecho a negociar la paz ola tregua, esto es, la legitimidad de hacer política.

Schmitt atribuye la realización de este “gran progreso” de la Humanidad a la acción de los estados absolutistas (el Estado gubernativo, el Estado clásico europeo). Según él,

es la autoridad central, que caracteriza a este tipo de organización estatal, la que logra imponer, gracias a su decisión soberana, un orden nacional y definir al “enemigo justo” como aquél que actúa fuera de sus fronteras. Con ello, el

conflicto se traslada de los grupos que dicen luchar por una “causajusta" a la relación entre estados soberanos que se re-

30 / cmmfl y wnflaao. sarmm y Amat.- za aefifleión aa zo poza@ conocen como tales. Es esto, a su vez, lo que permite el acotamiento y la reglamentación de la guerra (die Hegung des Krieges) a través delju.-r Publicum Europaeum. La enseñanza que desprende Schmitt de esta experien-

cia histórica es que el monopolio estatal de lo político representa la única manera de limitar la enemistad y, por este camino, garantizar la paz, la seguridad y el orden al interior de la nación. Al Estado en su condición de unidad esencialmente política, le es atribución inherente el im bella', esto es, la posibilidad real de llegado el caso, determinar por propia decisión

quién es el enemigo y combatirlo [...] Sin embargo la aportación de un Estado normal consiste sobre todo en producir dentro del Estado y su territorio una pacificación completa, esto es, en procurar "paz, seguridad y orden" y crear así la situación normal que constituye el presupuesto necesario para que las nomiasjurídicas puedan tener vigencia en ge-

neral, ya que toda norma presupone una situación normal y ninguna norma puede tener vigencia en una situación totalmente auómala por referencia a ella.5

Schmitt e s consciente de que el mon opolio estatal de lo político es aterrador, pues sigriilìca que el Estado tiene la capacidad de disponer de la vida de los ciudadanos, al po-

der exigirles que maten y mueran en la guerra con otros estados, que han sido declarados por él como enemigos. Esto

se compensa, según él, porque el Estado, mediante su soberanía, monopoliza la decisión que establece la frontera en-

tre amigos y enemigos; y con ello impide, al quitar a los ciudadanos el derecho de convertir a su rivales privados en enemigos políticos, que la relación de enemistad se extienda al interior dela nación. Esta tesis se basa en el cuestiona-

ble supuesto de que el monopolio de lo político le permite al Estado imponer un orden y, con ello, convertir al pueblo en una comunidad de “amigos”, Por su parte, es la creencia de que el pueblo es una realidad homogeneizable, capaz de convertirse en una comunidad de amigos politicos, lo que lleva a mantener la fórmula: centralización del poder = es5

C. Schmitt, CP, pp. 74 y 75.

LA política entre amigo: y memigas / 31

tabilidad del orden = seguridad de los ciudadanos. En contra de esta fórmula se puede comprobar empíricamente que el “pueblo” en las naciones modernas es una realidad plural y conflictiva; por lo que todo intento de homogeneizarlo, lejos de permitir la estabilidad y la seguridad. lleva a la escalación de la violencia.

El supuesto de que el pueblo puede ser homogeneizado por el Estado conduce a que Schmitt eleve al rango de criterio normativo la reducción de la política ala diplomacia (la relación entre estados soberanos). Por ello, para él, la actividad política que tiene sus raíces en la pluralidad interna de las naciones modernas es sinónimo de disolución del

orden y de guerra. La relación entre el disidente y el Estado sólo puede ser, para Schmitt, una relación policiaca 0,

cuando el disidente adquiere el suñciente poder para cuestionar el monopolio estatal de lo político, una guerra civil. Lo que Schmitt alaba como la "pacificación" de la sociedad

por el Estado es, en realidad, la continuación de una guerra civil con los medios de un Estado policiaco; el triunfo de uno de los bandos, que le permite reducir a sus rivales al

status de delincuentes. El enemigo liberal Para Carl Schmitt la relación amigo-enemigo es una determinación esencial de la condición humana, que define la especificidad tanto de la práctica como de la teoría política. Por eso, de acuerdo con esta perspectiva, todos los conceptos de la teoría política tienen carácter polémico: Se formulan con vistas a un antagonismo concreto, están vinculados a 'una situación particular cuya consecuencia

última es una agrupación según amigos y enemigos (que se manifiesta en guerra o revolución), y se convierten en

abstracciones vacías y farttasmales en cuanto pierdevigencia esa situación.

Asi, para entender un concepto político se requiere situarlo en el contexto en que se usa, para establecer que se busca defender y combatir con él. El concepto de Estado de Derecho, por ejemplo, adquiere

un significado predso cuando es utilizado por los teóricos

32 / ctmm y wapa». sama yamai.- za dsfiniføfl da ia poza.-to del liberalismo para oponerlo al Estado Absolutista. Pero dicho concepto adquiere otro sentido cuando se utiliza para contrastarlo con el llamado “Estado de bienestar” 0 cualquier otra forma de organización estatal que no se pro-

ponga exclusivamente garantizar el orden jurídico. De la misma manera, la plena comprensión de la definición de lo

político que ofrece Schmitt exige aplicar su propio criterio, esto es, determinar el contexto polémico en el que surge.

Schmitt considera su definición de lo político como un arma en la lucha contra la visión liberal de la sociedad y las consecuencias que ésta tiene en la práctica política. Este re-

presentante del decisionismo asume que el liberalismo es su enemigo teórico, debido a que este se opone a esa “joya

de la forma europea y del racionalismo occidental" que es el Estado soberano, aquel que tiene la capacidad de monopolizar lo político y, gracias a ello, de pacificar la nación. IA cuestión es, sin embargo, si el concepto puro y consecuente del liberalismo individualista puede llegar a obte-

ner una idea específicamente política. la respuesta tiene que ser negativa. Pues la negación de lo político que contiene todo individualismo consecuente conduce, desde luego, en la práctica política a una desconfianza contra todo poder político y forma de Estado, pero nunca a una teoría positiva propia del Estadoy la política [..,] La teoría sistemática del liberalismo se refiere casi en exclusiva a la

lucha política interna contra el poder del Estado, y aporta toda una serie de métodos para inhibir y controlar ese podery ponerlo al servicio de la protección de la libertad individual y de la propiedad privada. Se trata de convertir al Estado en un compromiso', y sus instituciones en "válvu-

las" {...]6 6

Carl Schmitt, CP, p. 98. Desde otro punto de vista valomtivo la critica de Schmitt al Liberalismo parece un elogio. “Todo el pathos liberal se dirige contra la violencia y la falta de libertad. Toda constricción o amenaza a la libertad individual, por principio ilimitada, 0 a la propiedad privada 0 a la libre competencia es violencia y, por lo tanto eo

ipso, algo malo. lo que este liberalismo deja en pie del Estado y de la política es únicamente el cometido de garantizar las condiciones de la libertad y de apartar cuanto pueda estoi-haria", p. 99.

la política mhz amigos y enemigos / 33

Desde el punto de vista de Schmitt, el liberalismo es la expre sión teórica de los intereses de la burguesía, esa “clase discutidora", que pretende controlar y dividir el poder del Estado, hasta convertirlo en un instrumento de su dominación económica. Pero Schmitt advierte que el intento de hacer del Estado un instrumento de los poderes sociales no es exclusivo del liberalismo, sino que también ha sido asumido por otros grupos y clases sociales, así como por otras teorías políticas, incluso por aquellas que, como el marxismo, son rivales del liberalismo. Hoy no existe nada más modemo que la lucha contra lo po

lítico. Banquems americanos, técnicos industriales, marxistas y revolucionarios anarcosindicalistas se unen en la exigencia de que la unilateral dominación política sobre la imparcialidad de la vida económica sea superada. La exi-

gencia de que sólo deben existir tareas técnicas-organizati vas y económicas-sociológicas, pero no más problemas po líticos' Podemos decir que los supuestos liberales son para Schmitt el reflejo de la era moderna o, por lo menos, de aquellos aspectos esenciales de la organización política que caracterizan a la modernidad. Para entender la estrategia

crítica de Schmitt es preciso tener en cuenta su caracterización del liberalismo: Para los liberales en cambio la bondad del hombre no es otra cosa que un argumento con cuya ayuda se pone el Estado al sewicio de la "sociedad", y no quiere decir sino que la sociedad posee un propio orden en sí misma y que

el Estado le está subordinado; ella lo controla con más confianza que otra cosa, y lo sujeta a límites estrictos [...] Pues si bien es cieno que el liberalismo no ha negado radi-

calmente el Estado, no lo es menos que tampoco ha hallado una teoría positiva ni una reforma propia del Estado, 7

1bía'.,PT, p. 82. Para Schmitt el marxismo, en la medida en que subordina la política a la dinámica económica. tampoco ofi'ece una alternativa a la visión del mundo liberal. El gran empresario no tiene un ideal diferente al de Lenin, es decir. una 'tierra elect.r¡f1cada'. Ambos discuten en realidad sólo sobre el método correcto de electrificación".

34 / Cortmuo y conflicto. Schmitt y/inmdl: la definicíón de la político

sino que tan sólo ha procurado vincular lo politico a un ética y someterlo a lo económico; ha Creado una doctrina

de la división y equilibrio de los "poderes", esto es, un sistema de trabas y controles del Estado que no es posible calificar de teoría del Estado o de principio de construcción política. 8

Frente a esta descripción del liberalismo es necesario hacer algunas precisiones. El liberalismo no parte de la pre-

misa de que el hombre es bueno por naturaleza; por el contrario, gran parte de los teóricos del liberalismo comparte el

pesimismo antropológico de Hobbes y del propio Schmitt. De acuerdo con este “pesimismo”, en una supuesta situa~ ción donde no hubiera ningún control político (el llamado

estado de naturaleza), se daría un conflicto permanente y generalizado, tšue impediría el desarrollo de las otras actividades sociales. De hecho, el liberalismo es más consecuente

en su “pesimismo” antropologico que Schmitt, ya que si los hombres constituyen al Estado para protegerse de sus semejantes, y una parte de éstos son los que controlan el poder es-

tatal, la pregunta obligada es: ¿qué garantiza que los titulares del poder político respeten el orden social y cum-

plan con su función de ofrecer seguridad alos ciudadanos? Cuando los liberales abordan el tema del con trol del Estado, mediante la división de poderes y los procedimientos democráticos, sacan la conclusión última de eso que Schmitt de-

nomina “pesimismo antropológico”. La diferencia esencial entre el liberalismo y el decisio-

nismo de Schmitt no se encuentra, por tanto, en la valoración antropológica que subyace a estas teorías. Sus

diferencias respecto al papel que debe desempeñar el Estado provienen de sus distintas concepciones del orden social. Mientras que Schmitt -al igual que Hobbes-¬ sostie-

ne que la decisión de la autoridad soberana es el fundamento que sustenta el orden social, los liberales rechazan la

s

ma., cr, p. eo.

9

Sobre la actualización y uso de los supuestos de este llamado " pesimismo" véase: Robert Noziclt, Amzfquía, Estado y Utopía, México, FCE. lQ8B.

Lq. política entre amigos y enemigas / 35

tesis de que el origen y mantenimiento del orden social sea el resultado de la acción política de un poder central. Para

estos últimos no hay ningún "centro" de la sociedad, pues destacan que ésta es un efecto de la interrelación de los individuos en los diversos campos y actividades, que trascien-

de la voluntad del individuo. Es por eso que para el liberalismo el Estado sólo puede ser un garante del orden social, pero nunca su creador.

El “optimismo” de algunos representantes del liberalismo no es una consecuencia de sus premisas antropológicas, sino del supuesto de que las acciones de los individuo s, gracias ala mediación del orden social, tienden de manera espontánea al equilibrio, esto es, a la coordinación del interés particular y del interés general. Es este supuesto, herencia del iu snaturalismo, el que lleva a desvalori zar lo político. Si existe un orden espontáneo que trasciende la arbitrariedad de los hombres, pero que puede ser conocido por ellos para orientar su conducta, entonces la fimción que se le asigna a la política se limita a garantizar la dinámica de dicho orden

contra la agresión inacional de algunos individuos. El orden se considera como lo necesario, y el conflicto como lo accidental, que puede, gracias a un control efectivo, reducirse al mínimo. Así el concepto político de la lucha se transforma en el pensamiento liberal, por el lado económico, en competencia, y por el otro lado, el lado espiritual', en discusión, En lugarde la distinción clara entre los dos estados opuestos 'guerra' y 'paz' aparece aquí la dinámica de la compe-

tencia eterna y de la eterna discusión. lo

La definición de lo político que propone Schmitt se dirige contra la creencia liberal en un orden “prepolítico”, capaz de "neutralizar" el conflicto. La tesis implícita en la

definición schmittiana de lo político consiste en afirmar que no hay un principio u orden universal capaz de suprimir el conflicto y que ello tiene como consecuencia el que ningún ámbito de la sociedad pueda escaparse de la rela-

ción amigo-enemi go que define la dimensión política. Des10 Carl Schmitt. CP, pp. 99-100.

36 / emm» y ampara. sama: y Amat- za aasflffaa ds to paran@ de esta perspectiva, lo político, antes de ser un subsistema diferenciado de la socie dad, es cierto grado de intensidad de la asociación-disociación de los hombres, que se manifiesta en todos los subsistemas sociales. Si los liberales creyeron encontrar en la dinámica mercantil ese orden “prepolítico”, Schmitt destaca que en el sistema económico tampoco existe un orden con validez universal y necesaria capaz de “neutralizar” o superar los conflictos. Schmitt es

de la opinión que si lo económico adquiere un carácter político no se debe a intromisión maligna del Estado, sino al

hecho de que los propios antagonismos económicos, al agudizarse, se han convertido en políticos y que, incluso, han llegado a someter al Estado.

La política será también en el futuro, para bien y para mal, nuestro destino. La importancia actual de la obra de Schmitt reside en la serie de argumentos, que se exponen a lo largo de toda su obra, contra el supuesto de un orden “prepolítico” equilibrado, que garantiza, en la medida que nada “irracional” se oponga a su dinámica, el desarrollo armónico de la sociedad y la “neutralización" del conflicto. La actualidad de la postura schmittiana resalta especialmente cuando se observa que dicho supuesto liberal sigue conserwfándose como un principio de legitimación de una política supuestamente tecnocrática. Sin embargo, la crítica ala creencia en un orden "prepolítico” fue realizada, antes que lo hiciera Schmitt, por un gran número de representantes del propio liberalismo (pensemos, por ejemplo, en john Stuart Mill, Weber, Keynes, etc.). Desde el momento en que resultó imposible eludir el hecho de las crisis económicas y que los antagonismos políticos adquirían un carácter politico, muchos autores liberales cuestionan la idea de un equilibrio espontáneo y

revaloran la dimen sión política. Pero estos liberales críticos no retoman a la vieja tesis de la necesidad de crear un poder político centralizado capaz de ordenar la sociedad. Por el contrario, respondiendo ala experiencia de la complejidad de las sociedades modernas, niegan la-eitistenr:ia

de un “centro” de la sociedad, así como de una “razón de Estado", ala que deban subordinarse los individuos. Su alternativa es recuperar el ideal de la "República democráti-

La política entre amigas y enemigos / 3 7

ca" capaz de garantizar políticamente el equilibrio de los poderes sociales.

Un ejemplo de este liberalismo crítico se encuentra en la teoría de Helmuth Plessner, en la que el propio Schmitt se apoya, como hemos mencionado en el anterior apartado. Tanto Schmitt como Plessner sostienen que la distin-

ción amigo-enemigo es el criterio que nos pen-nite distinguir la especificidad de lo político, v que dicha distinción tiene sus raíces en la pluralidad y contingencia del mundo humano. Por su parte, Schmitt afirma que la pluralidad -lo que él llama “pluriverso”-- es una característica que nos remite a la diversidad de estados soberanos y sus naciones; al mismo tiempo afirma que la pluralidad puede y debe suprimirse al interior de la nación para lograr que en ella reine la paz, el orden y la seguridad. En cambio, Plessner destaca que la pluralidad es un atributo insupera-

ble del mundo humano, tanto al exterior como al interior de la nación. Schmitt considera que el “mito de la nación” puede convertirse en una fuerza vital capaz, en la medida que se

mantiene la soberanía estatal, de homogeneizar al pueblo hasta convertirlo en una comunidad de amigos. Para Pless-

ner, el intento de identificar la nación y la comunidad (Gemeinschaft) es una ilusión peligrosa, propia de las ideologías nacionalistas, ya que puede llevar a desencadenar y legitimar el uso de la violencia sin límites, comomedio para homogeneizar el pueblo que conforma una nación. Aquellos que creen que la nación es 0 puede llegar a ser una comunidad, consideran a todo disidente como un “enemigo

absoluto”, con el que no es posible llegar a un acuerdo. Schmitt y Plessner coinciden en que la pluralidad está ligada al conflicto y que la única manera de controlar este último (no de suprimirlo) es que cada uno de los rivales re-

conozca al otro como un “enemigojusto”, es decir, como un enemigo que tiene el derecho de encarnary defender otros valores. Para ambos au totes es el reconocimiento recíproco de los enemigos lo que permite que el conflicto deje de ser una lucha sangrienta y adquiera un carácter político en sen-

tido estricto. Pero Plessner, en contraste con Schmitt, afirma que ese reconocimiento no sólo se debe dar entre los

38 / ca-mm y mfliai. sama: y Amat; ia iiafiiia-ta-t te la pararse@ estados soberanos, sino también entre el Estado y los ciudadanos, así como entre estos últimos. Plessner ve el sostén de la democracia en el reconocimiento recíproco de los rivales políticos como enemigos que tienen el derecho a tener derechos. A diferencia de la Lradición teórica que define a la democracia a partir de una voluntad general, Plessner considera la democracia como un mecanismo que permite escenificar los conflictos y, al mismo tiempo, garantizar la estabilidad del orden social. El “enemigo político" en un sistema democrático no es un ser infrahumano, ni un delincuente que transgrede valores universales, sino tan sólo aquel que representa intereses, valores y alternativas de acción tan contingentes como los intereses, valores y alternativas de los amigos políticos. La continuidad del juego democrático requiere que el rival que ha sido derrotado en

la lid electoral mantenga sus derechos)/, con ellos, la posibilidad de que en un momento posterior su postura llegue a obtener los votos de la mayoría. El principio democrático de la alternancia de los partidos políticos en el poder se fundamenta, precisamente, en el hecho de que un procedimiento electoral no garantiza que el vencedor tenga la verdad o que encarne la opción correcta.” Al igual que Schmitt, Plessner sabe que es muy difícil que los enemigos lleguen a reconocerse como "personas", porque la tendencia espontánea de todo individuo o grupo, para reafirmar la creencia enla validez de su propia forma de vida, es rechazar lo extraño, ya sea negando todo valor al otro o considerando que se encuentra en un estadio

inferior de un supuesto desarrollo universal. Es por eso que Plessner percibe las dificultades que existen para acceder y conservar un sistema democrático. Pero él no cree en la posibilidad de revivir la vieja comunidad. Por el contrario, su esperanza de que el reconocimiento de la pluralidad pueda generalizarse y, de esta manera, se consolide la democracia, reside en el fenómeno que un gran número de teóricos .conll

Sobre la relación entre democracia y escepticismo véase también: Hans Kelseri, Vtm Wes:-ri u-nd War der Demalmztie, Tübingen, ].C.B., Mohr, 1929.

La política entre amigos ji enemiga /

sidera un desastre de la modernidad, a saber: el escepticismo frente a los valores, el llamado “desencanto del mundo", producido por la disolución paulatina de las co-

munidades en el proceso de modernización. Plessner acepta que el dermmbe de las creencias y mitos tradicionales representa un problema para la integra-

ción dela sociedad, puesto que aquéllos constituían el nivel normativo común que permitía coordinar y orientar las acciones en las comunidades. Pero, a diferencia de los críticos

románticos de la modernidad, él no piensa que este problema pueda superarse rescatando la comunidad 0 las certi-

dumbres que ellas ofrecían a los individuos. Plessner sostiene que en las condiciones que imperan en la modernidad es imposible mantener por mucho tiempo el aisla-

miento v todo intento de "regresar" a una comunidad cerrada. lejos de permitir a los individuos recuperar la se-

guridad, potencia la enemistad y el riesgo de la violencia. Todo grupo que busca defender su identidad, sustentándola en valores absolutos, transforma al otro en “ enemigo ab-

soluto", con el que no es posible negociar en términos políticos.

En consecuencia, la única alternativa para disminuir el riesgo de la violencia es la radicalización del escep Licismo. Valor para mantener un escepticismo sin reservas es un método para que el hombre, aceptando la inseguridad, pueda reencontrarse [...] Sólo el reconocimiento del ca-

rácter insondable e indeterminado del hombre abre la oportunidad de encontrar de nuevo un lugar a los valores del Humanismo ilustrado [,..] Este escepticismo será su-

peiado, sólo cuando lo realicemos. 12 Plessner plantea que sólo la radicalización del escepticismo, sin eludir los riesgos y los costos que ello implica,

permite negar la validez absoluta tanto de los valores que deiinen la identidad del enemigo, como de los valores que

definen la identidad propia y de los amigos. Es la diferenciación entre los valores que definen las identidades parti12 H . Plessner, "Die Aufgabe der philosophischen Anthropologie”, en: Geiammelie Schnflen VIII, Frankfurt a.M., Suhrkamp, 1981, p. 41.

40 / Cwunuo y conflicto. Schmitt y/irmdt: la definición de lo polüico

culares y la pretensión de validez absoluta, la condición para que los rivales se reconozcan recíprocamente como “enemigos políticos" y, de esta manera, puedan defender su identidad y dirimir sus conflictos a través de una acción política en sentido estricto.

Por otra parte, en contraste con Schmitt, Plessner sostiene que el escepticismo implícito en el reconocimiento del politeísmo de los valores no tiene que desembocar de manera necesaria en un relativismo, para el cual lo único que vale es el poder de una voluntad para iniponer su deci-

sión sobre lasotras. Para Plessner, el “escepticismo sin nesen-as" es el camino para rescatar la pietensión de validez universal de ciertos valores fundamentales, diferenciándolos de los que definen las identidades particulares. Dichos valores fundamentales son aquellos que garantizan la integridad delos amigos y los enemigos en su lucha política. Plessner admite la tesis de Schmitt, respecto a que la guerra es el presupuesto de la política; pero de inmediato agrega que la guerra es también el fracaso de la política, porque en esta última encuentra su especificidad en la crea-

ción de las condiciones sociales que hacen posible la coexistencia del conflicto y del orden. Para Plessner, la creación de estas condiciones no puede ser sólo una labor de un Estado o de los políticos profesionales, sino el resultado de

la acción de todos los ciudadanos o, por lo menos, de un número nelevante de ellos. En este sentido, aunque Plessner ve en el monopolio estatal de la violencia legítima una condición que facilita acceder a dichas condiciones, rechaza de

manera radical el monopolio estatal de lo político.

Guerra y política In guerra no se ju.stg'fica no-nnafiuammie, :_: un hecho enlslmtcial Carl Schmitt

ara Schmitt, uno de los más grandes acontecimientos Pde la historia política dela humanidad es la reglamen-

tación de la guerra (die Hegung des Krieges) a través del fui Pubhcum Eumpaeum. Esta primera forma de derecho internacional se basa en el reconocimiento recíproco de los estados soberanos como tales. Una delas consecuencias más importantes de dicho reconocimiento es la transformación de la figura del enemigo. En las luchas religiosas que precedieron a este derecho, cada uno de

los bandos decía luchar por la “causajusta” y, por tanto, se consideraba al rival como un "enemigo absoluto”, esto es, un hereje que transgrede valores universales. En cam-

bio, al reconocerse los estados, cada uno acepta que el otro puede llegar a ser un “enemigo justo” (iustus hostia), que tiene el derecho a declarar la guerra (ius ad beliumj,

pero, por eso mismo, también el derecho a firmar un tratado de paz.

El mérito del derecho público europeo reside, para Schmitt, en haber diferenciado el derecho y la moral, lo que, a su vez, permitió distinguir la relación amigo-ene»

migo dela dualidad bien y mal. Cuando cada una de las partes en conflicto considera que lucha por una “causa justa", que se identifica con el bien, entonces el rival se

42 Í Cørumso y conflicto. Schmitt y Armdt: la dejìnicíón de lo político

convierte en la “encarnación del mal". El gran peligro de las guerras en las que los participantes creen defender valores absolutos o se plantean desterrar el mal del mundo, reside en que en ellas se legitima el uso indiscriminado y total de la violencia. Por el contrario, cuando los rivales reconocen de manera recíproca su calidad de "enemigos

justos", pueden llegar a ponerse de acuerdo sobre ciertas reglas que limiten la violencia, por ejemplo, el cuidado de los heridos, el respeto de los prisioneros, la prohibición

de ciertas armas. También es posible establecer distinciones claras entre las situaciones de pazy de guerra, entre el ámbito militar y el civil, etc. Por eso, Schmitt, en la medida que presupone que la relación de enemistad y la guerra son fenómenos insuperables del mundo, ve en el derecho público europeo una “obra de arte de la razón humana", que crea las condicio-

nes para relativizar las hostilidades, al sustituir la noción de “causajusta" por la de "enemigo_justo”. Según él, gracias ala vigencia de este derecho público, durante dos si-

glos no tuvo lugar en suelo europeo ninguna guerra de aniquilación. Schmitt admite que la tendencia a que cada uno de los contrincantes en una guerra asocie su posición con el bien y perciba al otm como “el malo" es muy fuerte. Esto propició que las conquistas del derecho público europeo no se ex-

tendieran a otros ámbitos geográficos y que, en la propia Europa, se abandonara posteriormente. Para explicar el destino trágico del derecho público eu-

ropeo, Schmitt recurre a la teoría de Carl von Clausewitz. Este militar prusiano sostiene que la guerra oscila entre dos extremos en tensión, a saber: la escalaciófn y la mode-ración (Mälìigung) de la violencia. El grado en que el conflicto bélico se acerque a uno de estos dos extremos da lugar a dife-

rentes tipos de guerra; desde la guerra de exterminio, hasta la “ paz armada”, la que representa un límite, mas allá del cual se extiende la práctica política. A partir de su deli-

nición de la guerra como “un acto de violencia para obligar al contrincante a cumplir con nuestra voluntad", la tesis de Clausewitz es que "la violencia que debe aplicarse a nuestro

enemigo depende del grado de nuestras exigencias políti-

Guerra y política / 43

cas”.1 Es decir, la intensidad de la guerra depende de lo que el llama el tacto dzljuiíeio (Takt des Urteils) de la dirección política. Cuanto mayores sean las exigencias de esta última, mayor tendrá que ser la violencia que se emplee

para doblegar al contrincante. Cuando la dirección política exige al enemigo no sólo la rendición, sino también el que asuma la validez de sus valores, la escalación de la violencia es inevitable. Por el contrario, cuando la dirección política reconoce que se enfren-

ta a un "enemigo conforme a derecho", que defiende su propia posición e intereses, la regulación y la clara delimitación de la guerra resultan factibles. Desde el punto de vista de Schmitt, cuando la burguesía se autopmclama representante del “interés general" y afirma que sus valores tienen validez universal, propicia la reunificación de la relación de enemistad y la moralidad,

De esta manera, se crean las condiciones que conducen a romper con los límites v regulaciones qu)e el derecho público europeo había impuesto a la guerra." La burguesía liberal se había propuesto “neutralizar” y “despolitizar" los conflictos sociales, al transformarlos en competencia eco-

nómica, por un lado, y, por el otro, en discusión ética racional, Pero, para Schmitt, la pretensión de validez universal .

1

Carl von Clausewitz. I/om Kfiege (selección), Bonn. l980, p. 960. Scmitt sobre Clausewitz: “la guerra no es sino la prosecución de la política con otros medios. Para él la guerra es 'mero inslnimento de

la politicafi Y ciertamente la guerra es también eso; lo que ocurre es que sn signilìmción para el conocimiento de la esencia de lo político

no se agota con esa proposición. Y si se mira más atentamente, tampoco para Clanseviiu es la guen-a una más entre los diversos instrumentos de la política. sino que constituye la 'última ratio' de la agrupación según amigos y enemigos. La guerra posee su propia

'gramática' (sus propias reglas técnico-militares). pero la política es y sigue siendo su `cen:bro'; la guena no posee ningunz 'lógica propia”. CP, pp. 63-64 (nota l0)_ 2

Al igual que Clansewitz, Schmitt considera que la pérdida de la vigencia del derecho público europeo es una consecuencia de la Revoln-

ción Francesa. Según Clauscwiu, la Revolución "llevó a que el elemento bélico estallaia con la integridad de su fuerza natural y se libenra de toda barrera convencional". CP, p. 972.

44 / cmmw ;.- mflmø. suman yfimaø.- za afineián de lo pozffam de la teoría liberal tenía que conducir de manera necesaria al renacimiento de la figura del “enemigo absoluto". La forma de argumentar en esta crítica al liberalismo es la siguiente: si se cree en la existencia de un orden con validez universal que se manifiesta tanto en las leyes del mercado, como en las normas morales, se asume, de manera

explícita o implícita, la posibilidad de una reconciliación social e incluso de una “paz perpetua". Porque se supone que, en la medida que los hombres son seres racionales, pueden llegar a reconocer la validez de ese orden y usarlo como instancia de coordinación de sus acciones. Pero, al

mismo tiempo, se considera que todo individuo que rechace 0 se encuentre fuera de dicho orden, es decir, del statu quo de la sociedad liberal, actúa “irracionalmentc" y que, por tanto, se tiene el derecho a reprimirlo y, en caso de resistencia, de aniquilarlo. La conclusión de Schmitt es que, a pesar de las grandes diferencias que existen entre las ideologías religiosas y el racionalismo liberal, ambos comparten un universalismo moral, qne tiene como efecto generar una escalación de la

violencias Como lo prueba, según Schmitt, el hecho de que al igu al que las primeras potencias religiosas utilizaron la religión para justificar la opresión e incluso el exterminio de

otros pueblos, la burguesía en sus empresas coloniales apela a las nociones de progreso y razón para los mismos fines. En oposición al liberalismo, Schmitt afirma que la relación amigo-enemigo, la cual es un supuesto común de la política y la guerra. es un hecho existencial que tiene sus raíces en la pluralidad del mundo humano y, ligado a ella, en el politeísmo de los valores. Para Schmitt, en la medida que no es posible desterrar la guerra y que toda condena de la guerra sólo tiene como resultado la intensificación de la

3

Matthias Kaufmann resume la tesis antiuniversalista dc Schmitt de la manera siguiente: “No es deseable ni posible ordenar una comuni-

dad humana a uavés de reglas que puedan ser justilìcadas racionalmente cou criterios universalmente válidos... Carl Schmitt considera que toda moral con pretensión de validez universal es inhumana,

Pues, según su opinión, ella permite la destrucción de los inmorales". ¿Derecho sin reglas?,México, Fontamara, 1991, p. 6.

Guemz y política/

relación de enemistad, la alternativa se encuentra en reconocer al rival como un “enemigo real A diferencia del

enemigo absoluto, el enemigo real no es considerado como un obstáculo en la realización de valores absolutos 0 como una amenaza de la humanidad, sino que es, simplemente,

el otro, que defiende sus propios valores e intereses y que tiene el derecho a declarar la guerra (íwtus hearts) y a Firmar

un tratado de paz. La propuesta de reconocer la pluralidad y el politeísmo de los valores subyace también a la apología que hace Schmitt del "guerrillero" que defiende su territorio y su for-

ma de vida particular contra las potencias coloniales y sus pretensiones universalistas. Schmitt ve en el guerrillero el último refugio de una “enemistad real”. Sin embargo, advierte que la actual guerra de guerrillas ha sido absorbida por la tendencia mundial en la que se reunifica el conflicto político

y la moral universalista. Ello sucede porque la resistencia del guerrillero contra la potencia invasora es utilizada por una tercera potencia hostil a la anterior. Los partisanos se convierten en los peones dentro del conflicto entre las potencias

mundiales, las cuales ofrecen a los primeros su apoyo o se lo niegan según convenga a sus intereses. Carl Schmitt comparte con Ernstjün ger la idea de que en todos los tipos de guerra del siglo XX se ha perdido el código de honor que caracterizaba a la guerra clásica. Uno

de los principios básicos de ese código era el no estigmatizar al adversario como un criminal, sino reconocerlo como un enemigo real, con el que se puede llegar a un acuerdo sobre la forma de regular el conflicto y de linalizarlo. En contraste con ello, la guerra del mundo tecniñcado se

transforma en una "movilización total" contra un “enemigo absoluto”, que adquiere un carácter abstracto e impersonal. Dicha movilización total es una prolongación del

proceso productivo y su racionalidad instrumental, en donde la figura del "trabajador", en tanto su rendimiento adquiere un carácter directamente militar, desplaza a la del soldado. Este último se convierte en un “asalariado de la muerte”, en un trabajador más dentro del inmenso aparato técnico de producción y destrucción.

46 J cmiam i» cmflew. srhmiri y Amar.- ia affifiarófi to i » patera@ En la movilización total se da una inversión del sentido; ya no es el hombre el fin último y el trabajo el medio para satisfacer sus necesidades, sino que el proceso productivo adquiere el carácter de fin en sl mismo, mientras que los hombres son degradados a ser simple material hurrumo. En este contexto la guerra ya no es una continu ación de la política, sino una prolongación de la economia, dominada por una dinámica que trasciende la voluntad y las decisiones de los individuos. La movilización total precisa del “enemigo absoluto" para poder subsistir, incluso en los mo-

mentos de paz. Un mundo sin guerra sería, desde la óptica de Schmitt, un mundo sin política. Pero, según el, este mundo apolítico, es algo no sólo indeseable, sino también algo imposible de alcanzar. Todo intento de suprimir la guerra, de transformarla en competencia económica y en discusión racional, produce una intensificación de la enemistad y el resurgimiento del “enernigo absoluto". Para este teórico, el gran peligro que enfrenta la humanidad es que la guerra se le gitime con base en un discurso en el que se propone alcanzar una "paz perpetua”. La “última guerra”, es decir, la guerra que se plantea eliminar al “enemi go absoluto” para lograr una pacificación global, sería, con los medios técnicos que se poseen hoy en día, la guerra delfiri del muniío. El análisis que realiza Schmitt de las transformaciones de la guerra modernay de la figura del enemigo está encaminado a criticar la actitud de las potencias triunfadoras de la Primera Guerra Mundial con Alemania. De acuerdo con su visión de los hechos, cuando se acusa a la nación alemana de ser la agresora y se le condena a pagar un alto precio económico, social y territorial se viola el derecho público europeo. al desconocerse el ia.: ad belium de los estados soberanos. Schmitt ve en la visión tecnocrática, el liberalismo y el socialismo los factores esenciales que pro-

piciaron el resurgimiento de la enemistad absoluta, en donde todo adversario es difamado al considerarse como obstáculo para la paz. La parcialidad de la posición de Schmitt es evidente (él mismo no lo negaría), baste mencionar que en sus escritos posteriores a 1945 no dice una sola palabra sobre la postura

Guma y política /I 47

de los alemanes en la Segunda Guerra Mundial. Es la Alemania nazi la que rompe con todas las distinciones y límites de la guerra clásica. El nacional-socialismo es el paradigma de una ideología que crea la imagen de un “enemigo absoluto", al que degrada moralmente hasta el grado de reducirlo a un ser inƒraƒmmano, para después exterminarlo en los campos de concentración. El propio Schmitt, con tradiciendo sus propuestas teóricas, contribuye de manera acti-

va a forjar la imagen de la enemistad absoluta. Para comprobarlo es suficiente leer, por ejemplo, su trabajo “La ciencia alemana del derecho en lucha contra el esp íritu judío" (DeuLwh.e_ƒuri`.sten Zeitung, 15 de octubre de 1936), que

termina con la siguiente cita: “En la medida que me defiendo de los judíos, lucho por la obra del Señor". Pero mi intención no es ahora adetitrarme en una discusión histórica con Schmitt. Mi objetivo es retomar una te-

sis que este autor desarrolla en el análisis que hemos reconstruido, para cuestionar su propia posición en relación con la política interior de una nación y el derecho. Me

refiero a la tesis en la que se sostiene que la pretensión de validez universal de los valores lejos de producir una “neu-

tralización” o pacificación de los conflictos, conduce a la violencia. Me parece una tesis muy importante que nos permite comprender muchos aspectos de la historia de la gramática profunda de los conflictos sociales; pero de la que Schmitt no saca todas sus consecuencias. a) Se parte del supuesto, que para él es el supuesto fundamental de toda teoría política “auténtica”, de que cada grupo organizado de hombres representa un peligro para los otros, al ser un enemigo en potencia. b) Posteriormente se agrega que en la diversidad de unidades políticas existe una pluralidad de intereses y visiones del mundo, entre las que hay una tensión irreductible.

c) A partir de ello se concluye que toda moral universalista (en la medida que, supuestamente, todas niegan la pluralidad) impide el reconocimiento del otro como “enemigo real”, como iustus hostis. Esta falta de reconocimiento de los rivales es lo que potencia la enemistad y propicia la escalación de la violencia, al convertir al otro en un “en emi-

48 Í Cmuemo J conflicto. Schmitt J:/hfiidt: la definición de lo polflieo

go absoluto” que, al carecer de todo valor y derecho, amenaza a la humanidad.4 Respecto al primer supuesto del razonamiento podemos decir que, en efecto, la pluralidad es un atributo esencial del mundo humano, que está estrechamente ligado a los conflictos sociales. El problema en la formulación de Schmitt consiste en que se reconoce el pluralismo en los estados nacionales, pero se rechaza, en nombre de “la paz, la seguridad y el orden", en el ámbito intraestatal. Del rasgo conceptual de lo político deriva el pluralismo en el mundo de los Estados. La unidad política presupone la posibilidad real del enemigoy con ella la existencia simultánea de otras unidades políticas. De ahí que, mientras haya sobre la tierra un Estado, habrá otros, y no puede haber un `Estado` mundial que abarque toda la tierra y a toda la humanidad. El mundo político es un pluriverso, no un nniverso. En consecuencia, toda teoría del Estado es pluralista, si bien esto posee aqní un sentido diferente del de la teoría pluralista intraestatal comentada más arribaã

Podemos utilizar el mismo argumento con el que Schmitt defiende lo que él llama elpluriverso de los estados nacionales para destacar, contra él, la importancia de reconocer que la realidad interna de las naciones modernas es también un pluriverso (cosa que él rechaza porque absolutiza los valores de "orden" y “seguridad” nacional). El Estado 4

"Aducir el nombre de la 'humauidad`, apelar a la humanidad, confiscar ese término, habida cuenta de que ran excelso nombre uo puede ser pronunciado sin determinadas con secuencias, sólo puede poner

de manifiesto la aterradora pretensión de negar al enemigo la calidad de hombres, declararlo han-la-laa' y ho-rs Z'humam`¿¿, y llevar así la guerra a la más extremada inhumanidad". CP, p. 84. 5

Carl Schmitt, CP, pp. B2-B3. Sobre el pluralismo liberal Schmitt afirma: “Su pluralismo (el de Cole y Laski) consiste en negar la unidad so-

berana del Estado. esto es. la nnidad política, y poner una y otra vez de relieve que cada individuo particular desarrolla su vida en el marco de numerosas vinculaciones y asociaciones sociales... que lo determinan en cada caso con intensidad variable y lo vinculan a una pluralidad de obligaciones y lealtades, sin que qnepa decir de alguna de estas asociaciones qne es la incondicionalmenre decisiva y soberana". CP, p. 70.

Guerraypulínca Í 49

que pretenda homogeneizar al pueblo, como él propone en su peculiar noción de la democracia, lejos de superar los conflictos internos, los potencia; ya que hace de todo indi-

viduo o grupo opositor un “enemigo absoluto", frente al cual se legitima la escalación de la violencia. Pensemos en las acciones de la policía secreta en los estados totalitarios o

en la experiencia de las dictaduras latinoamericanas, donde los disidentes son calificados de agentes de potencias e

ideologías extranjeras, que ponen en peligro la unidad nacional y, con base en este discurso, se considera justificado el desencadenar la “guerra sucia” contra ellos. Es el rechazo de la pluralidad uno de los principales factores que producen el que los conflictos internos desemboquen en el

terrorismo o en la guerra civil.6 De la misma manera que Schmitt afirma que el reconocimiento delos estados soberanos es lo que permite relativizar la hostilidad entre ellos, podemos sostener que el

reconocimiento mutuo de los diversos grupos y asociaciones, así como el reconocimiento de éstos por parte del Esta-

do, es lo que permite relativizar la enemistad entre ellos y hacer compatible la pluralidad y la unidad sociales. Precisamente, el mérito del liberalismo es haber percibido que, más allá de nuestras preferencias y valores, cada nación es una realidad compleja y que el pueblo no es una unidad susceptible de ser homogeneizada (a pesar de toda la violencia que pueda utilizarse), por lo que la manera de garantizar la integridad del orden y la de cada uno de sus miembros, es la de crear un sistema de división y contrapeso de los poderes, así

como una serie de procedimientos que permitan dirimir los conflictos políticamente, sin pretender superar las diferencias. El admitir queel opositor a un régimen establecido no es un “enemigo absoluto”, es una condición necesaria para la consolidación de un régimen democrático.7 6

Sobre esto véase el articulo de Ernesto Garzón Valdés: "El terrorismo de Estado. El problema de su legitimación c ilegitimidad", Düznaia (XXXVII - 37), México, UNAM, 1991.

7

El intentar defender el nivel normativo de la democracia (liberal), fnente a la decisión dogmática de Sdimitt a favor del "orden" y la “seguridad”, nos llevarla a una discusión de valores sin salida. Por eso,

50 J' Cmufiuo y conflicto. ScF¿miltyAnrndt: la dgƒìnúsàín de lo político

En relación con el segundo supuesto, se puede sostener, en oposición a Schmitt, que reconocer el pluralismo y, con el, el politeísmo de los valores, no conduce necesariamente al relativismo. Para desarrollar esta tesis podemos utilizar la terminología de este autor. Hemos dicho que el “enemigo absoluto" es aquel al que se le nie ga todo valor y todo derecho; en cambio, el “enemigo real” es aquel a quien, a pesar de las diferencias y conflictos, se le reconoce

como mms hasta y, como tal, su atributo de "persona". Schmitt no percibe que la diferenciación entre estos dos tipos de enemistad, que él mismo propone para concep malizar las condiciones "morales" que conducen a la escalación de la violencia, presupone una distinción entre dos concepciones de la universalidad. En el primer caso se piensa la universalidad como sinónimo de homogeneidad; en el segundo, como un principio en que se enmarca la existencia de la pluralidad. Para decirlo de otra manera, la enemistad absoluta es el resultado de considerar a la humanidad como una entidad que supera las diferencias, debido, generalmente, a que se identifica con una forma de vida y una organización social particulares. Por el contrario, la enemistad real supone considerar a la humanidad corno una realidad plural, desgarrada y conflictiva, que, sin embargo, implica que todos sus miembros tienen el derecho a tener derechos. Para Schmitt, la “humanidad no es un concepto político” y, por tanto, no le corresponde tampoco una unidad o comunidad política. Aunque a la humanidad no le corresponda una unidad política, ella es el principio al que debe subsumirse la relación amigo-enemigo para que adquiera carácter político. “La guerra procede de la enemistad, ya

creo que la mejor manera de argumen lar seria destacar que es el Estado que recurre a la violencia, para lograr homogeneizar el pueblo y mantener la centralización del poder, el que debilita a la nación en su relación con las otras unidades políiicas. Me parece que esta defensa "estratégica" de la democracia tiene un gran apoyo empírico. B

C-on la terminología hegeliana se podría afirmar que la universalidad no es la noche en la que todos los gatos son negros, sino la "identidad

de la identidad y la no-identidad".

Gunmypolílícaf 51

que esta es una negación óntica de un ser distinto”.9 En contra de esta definición se puede sostener que no toda enemistad implica la “negación óntica” del otro; por el

contrario, la enemistad mantiene su sentido político en tanto se afirma la distinción. En su evaluación crítica del liberalismo, Schmi tt no es consecuente con la distinción de los tipos de enemistad que él mismo propone. La humanidad de las doctrinas iusnaturalistas y libe-

ral-individualistas es universal, esto es, una construcción social ideal que comprende a todos los seres humanos de la tierra, un sistema de relaciones entre los hombres singulares que se dará efectivamente tan sólo cuando la posibilidad real del combate quede excluida y se haya vuelto

imposible toda agrupación de amigos y enemigos En semejante sociedad universal no habrá ya pueblos que constituyan unidades políticas, pero tampoco liabrá clases que

luchen entre si ni grupos hostiles. lo

El ideal del liberalismo no es la reconciliación de los conflictos sociales, sino la creación de un orden institu cional que encarney garantice el reconocimiento de los rivales corno "personas", para que, de esta manera, disminuya el

riesgo de la guerra y se acrecienten las posibilidades de la práctica política. El gran problema en el paso de la “enemistad absoluta" ala “enemistad real” es crear ese sistema institucional que encarne y garantice el reconocimiento recíproco de los rivales como "personas". No fueron los países anglosajones,

ni la “conspiración” de las ideologías liberal y socialista, lo que propició las violaciones al derecho público europeo, sino la falta de un marco institucional en el ámbito interna-

cional que garantizara su vigencia. El objetivo básico de las organizaciones internacionales no es, como cree Schmitt,

crear un “Estado mundial" que arrebato el ¿us belli a las unidades políticas nacionales, sino, fieles al espíritu del_]us Pu9

Carl Schmitt, CP, p. 63.

10 Íbíd., p. 84.

52 / Cmunuo ja conflicto. Schmitt y Arendt: la definició-ri de lo político

bhcum Europaeum., se trata de crear los medios para la negociación política entre ellas. Schmitt advierte que una “ liga de pueblos” puede ser también el instrumento delimperialismo de un Estado o una coalición de estados contra

otros. Esto es verdad; pero para evitar esa manipulación de las organizaciones es preciso superar las restricciones que existen en ellas a los procedimientos democráticos. El ne-

gar la validez de dichas organizaciones, como lo hace Schmitt, sería fomentar la “enemistad absoluta" que él mismo rechaza. Para poder observar la transformación del “enemigo

absoluto" en “enemigo real como primer paso en el camino que nos adentra en la dimensión política, es mejor acudir a la política interna. Todo grupo 0 clase hegemónica busca legitimar su posición mediante un discurso que contiene los elementos de una moral universalista. Es cierto que este nivel normativo se tratará de identificar con los va-

lores y forma de vida particular de ese grupo 0 de esa clase. Sin embargo, una legitimación no puede ser únicamente el

resultado de una autojustificación, requiere del reconocimiento delos otros. Por ejemplo, cuando la burguesía en su

lucha contra el Estado Absolutista desarrolla un discurso con pretensiones de validez universal, es evidente que trata deju stificar sus propios intereses. Pero no sólo hace eso; en la medida que también se propone crear un orden que se adecue a ese discurso, propoitiona los medios para defender los intereses que se vean exduidos de ese orden burgués, una vez que éste se ha consolidado. Los trabajadores,

las mujeres, las minorías étnicas, etc., encuentran en el principio de la igualdad de todos los hombres frente a la ley, propia del Estado de Derecho liberal, un sostén firme para cuestionar las normas y las situaciones de hecho que restringen sus denechos. Aunque sea correcta la sospecha de que la intención de

la burguesía al defender la igualdad jurídica era legitimar las bases normativas del orden mercantil capitalista contra el sistema de privilegios feudales, no debemos ,perder de vista que esa demanda de igualdad pudo ser retomada y

ampliada por los grupos sociales subordinados y exigir una igualdad que trastienda el ámbitojurídico y se extiendaa la

Guerra y política / 53

distribución de los bienes y oportunidades. Cuando Schmitt y, desde otra perspectiva, Marx reprochan al universalismo de la burguesía liberal el ser sólo una coartada para justificar los intereses de una clase, olvidan las implicaciones teóricas y prácticas de vincular una visión del mundo determinada y una pretensión de validez universal,

que busca Fundamentarse de manera racional. La tensión que se genera entre la visión particular y la pretensión racional de validez abre el camino a la crítica, tanto teórica como práctica, y, a través de ella, al reconocimiento del otro. Es el conflicto en el que está en juego este reconocimiento el que adquiere carácter político.

Democracia y homogeneidad del pueblo I Schmitt afirma que uno de los rasgos de la política del Si~ glo XX es que ya nadie tiene "el valor de gobernar de otra manera que no sea mediante el recurso de apelar a la voluntad del pueblo". La democracia se ha convertido en el único modelo de legitimación del poder político con aceptación generalizada, lo cual ha propiciado que ella se convierta en un concepto “ideal” que todo régimen utiliza para autocalificarse. Ello conduce, a su vez, a que el concepto democracia adquiera multiplicidad de significados. Es por eso que, para Schmitt, antes de adentrarse en el análisis de los problemas de la democracia se requiere deñnirla; no con la intención de acabar con la disputa en torno a este concepto, sino sólo con la pretensión de ahorrarnos algunas confusiones en esta polémica] La definición que él propone es la siguiente: “Democracia es una forma política que corres-

ponde al principio de la identidad (quiere decirse identidad »

1

Recordemos que para Schmitt todos los conceptos políticos tienen carácter polémico. Ello quiere decir que él asume la imposibilidad de llegar a un consenso generalizado sobre el sentido de estos conceptos. los términos políticos, según esto, sólo adquieren un sentido preciso para un grupo cuando éste los utiliza en su enfrentamiento con un rival determinado.

Democmcia y homogeneidad del pueblo/

del pueblo en su existencia concreta consigo mismo como unidad política)".*

Para comprender esta definición es preciso determinar qué se entiende en este contexto por "identidad del pueblo

consigo mismo”. Schmitt subraya constantemente que la identidad de la que habla no es la igualdadformal de los ciudadanos ante la ley, ni la igualdad en un sentido económico. La identidad democrática es para él una igualdad

sustancial, la cual nos remite a un principio que permite la homogeneización del pueblo. La dificultad que surge de inmediato ante esta noción de i`g-unidad susta.m:z'al consiste en advertir que las sociedades modernas ya no están conformadas por una comunidad de

creencias que posibilite la identificación inmediata de todos sus miembros. Por el contrario, en ellas el pueblo deno-

ta una realidad plural, escindida y conflictiva. Schmitt admite esto, pero, al mismo tiempo, sostiene que la demo-

cracia requiere de la formación de una "voluntad general" que permita al pueblo erigirse en el poder constituyente, que sustente la unidad política. En contraste con Rousseau,

Schmitt sostiene que la “voluntad general" no es una realidad dada, que nos remita a una serie de principios racionales comunes a todos los hombres, sino una entidad que debe crearse políticamente. Para ello hay que recurrir a un

“mito” que proceda de “profundos sentimientos vitales". Este mito no es otro que el de la 1iaa`ó1t.3 Del mito nacional brota, de acuerdo con esta posición, la “gran decisión" que impulsa a las masas a superar sus diferencias y constituir la

unidad política. Sustituir la razón por la “fiieiza vital del mito", como contenido de la “voluntad general”, tiene como consecuen-

cia rechazar la tesis de que el principio de la igualdad sustan2 3

Carl Schmitt, TC, p. 221. En la relación entre política y mito, Schmitt retoma gran parte de la teoria de Sorel. Pero en la definición del contenido del “mito politico" se encuentra más cercano a Mussolini, quien en su discurso de octubre de 1922 en la ciudad de Nápoles dijo: “Hemos creado un mito; el mito es fe. noble entusiasmo. No tiene por qué ser una realidad; es un impulso y una esperanza, fe y valor. Nuestro mito es la nación. la gran nación que queremos convertir en una realidad concreta”.

56 f cmam y es-iƒtim. sdmiiiyawii.- ia ¿asustan aa is patines cial tiene validez universal. Desde la perspectiva de Schmitt, esta forma de igualdad siempre hace referencia a la identidad de un pueblo concreto. ¿Qué pasa si al interior de una nación no todos aceptan la vigencia del mito nacional o, por lo menos, la interpretación dommante? Schmitt se expresa sobre este punto claramente: al no servir la discusión, la única salida es la eliminación o exclusión de lo heterogéneo. Toda democracia real se basa en el hecho de que no Sólo se trata a lo igual de igual forma, sino, como consecuencia inevitable, a lo desigual de forma desigual. Es decir, es propio de la democracia, en primer lugar, la homogeneidad, y, en segundo lugar --y.en caso de ser necesaria- la eliminación 0 la destrucción de lo heterogéneo [...] El poder político de una democracia estriba en saber eliminar 0 alejar lo extraño y desigual, lo que amenaza la homogeneidad.4

Por tanto, la homogeneización del pueblo significa la identificación de sus miembros con una instancia míti-

ca-simbólica y, paralelamente, la eliminación de lo heterogéneo. En la visión del mundo schmjttiana la democracia no puede coexistir con la pluralidad. Antes de entrar a discutir esta tesis sobre la homogeneización del pueblo, cabe destacar que cuando se define la democracia en términos de identidad surge otro problema, a saber: en las sociedades modernas, debido a la complejidad que encierran y al gran número de sus miembros, no todos pueden participar directamente en el acto de gobernar. Schmitt reconoce esto: El pmblema del gobierno dentro de la Democracia consiste en que gobernantes y gobernados tienen que ser diferenciados, pero dentro de la homogeneidad inalterable del pueblo. Pues la diferencia delos gobemantes y los go-

beniad os, de los que mandan y de los que obedecen, subsiste en tanto que se gobiema y se manda, es decir, en tanto que el Estado democrático es un Estado. No puede 4

Carl Schmitt, Solm* el parlaflwntanfirmø (SP), Madrid, Tecnos, 1990, pp. 12-13. Di: Geilstesgeschíchtlíchz Lage des heufigm Parlanufltaflïrmtis.

Berlín, Duncker & Humblot, 1979.

Democracia y homagmeidad del pueblo/ 57

por eso desaparecer una diferenciación entre gobernantes y gobernados. La Democracia se encuentra aquí tam-

bién bastante alejada, como auténtico concepto político que es. de la disolución de tales distinciones en normatividades éticas o mecanismos económicos. La diferencia entre gobernantes y gobernados puede robustecerse y

aumentar en la realidad de manera inaudita, en comparación con otras formas políticas, sólo por el hecho de que las personas que gobiernan y mandan permanecen en la homogeneidad sustancial del pueblo."

Aunque Schmitt insiste en que toda forma de representación es un límite al principio democrático de la identidad, asume que hoy en día es necesario hacer compatible de alguna manera identidad y representación. Para ello

distingue dos tipos de representación: el primer tipo es la representación (Vertretung) basada en el principio de “estar eu lugar de..." o “actuar en nombre de alguien que está ausente". Esta idea proviene del derecho privado y se refie-

re ala gestión de intereses ajenos. Los miembros de un parlamento representan a un pueblo que está ausente. En este caso se requiere de procedimientos para detenninar quiénes adquieren la autorización de representar al pueblo y actuar en su nombre. El segundo tipo de representación (Repräsentation) se funda en lo que él llama ia identidad existencial entre gobernantes y gobernados. Esto quiere de-

cir que los gobernantes representan al pueblo porque encarnan su "voluntad" y su "espíritu". Los gobernantes son, de acuerdo con esta idea, partes representativas en las que se condensa la totalidad hornogeneizada del pueblos Este

último puede confirmar la validez de este tipo de representación por medio de la aclamación pública directa. Schmitt afirma que sólo este segundo tipo de representación es

compatible con la democracia.

5

mi., rc, p. 232.

6

Vale la pena señalar que esta idea de representación la extrae Schmitt de la doctrina de la Iglesia católica, en la que se afirma que la Iglesia representa la ci-vitas humana por ser la eneamación de Cristo y su sacrificio. en aras de la humanidad. en ia C-n.tz. véase: Schmitt. Rómuche-r Katholizirmus undpolitische Form, Hellel-au._]akob Hegner. 1923.

58 ,f cima-.ia y mflim. senmiiyamtai.- ta asfmaea-a te ¿O patera; A partir de la idea de røpresemación existencial Schmitt sostiene que la “auténtica” democracia implica una identidad entre gobernantes y gobernados. En primer lugar, ello quiere decir que entre gobernantes y gobernados no existe una barrera de privilegios y de jerarquías tradicionales, como en las sociedades aristocráticas. En segundo lugar significa una identificación vivencial, emocional de los gobernados con sus gobemantes, gracias a que comparten una mitología. Según esto, resulta que la democracia no tiene nada que ver con votaciones, sino con asambleas populares en las que se “aclama" al líder. Es por eso que este represen-

tante del decisionismo ve en el fascismo, el bolchevismo y otros tipos de dictaduras, fenómenos "autiliberales, pero no necesariamente antìdemocráticos”. Es esta su puesta compatibilidad entre democracia y dictadura la tesis que corona la propuesta de definición schmittiana de la democracia. II En este punto cabe recordar que la historia de las democracias está ligada a lasluchas del pueblo en contra de los abusos del poder. Sin embargo, en ia teoría de Schmitt no se propone ningún mecanismo que permita controlar a la clase gobernante. De hecho, él sostiene que en este modelo de democracia la asimetría entre gobernantes y gobernados puede acrecen tarse de manera inaudita. A la ingenua pregunta: ¿Cómo garantizar que los gobernantes actúen no sólo en nombre del pueblo, sino también a favor de él?, Schmitt responde: Existe siempre, por eso. el peligro de que la opinión pública y la voluntad del pueblo sean dirigidas por fuerzas sociales invisibles e irresponsables. Pero también para esto Se encuentra la respuesta al problema en el supuesto esencial de toda Democracia. En tanto que exista la homogeneidad demoerática de la sustancia y el pueblo tenga conciencia política, es decir, pueda distinguir entre amigos y enemigos, el peligro no es grande?

7

Carl Schmitt. TC, p. 241.

Demmracia y homogeneidad del pueblo Í 5 9

Digo que es una pregunta ingenua porque desde el principio, por definición, está claro que para Schmitt sólo los homogeneizados, que son aquellos que tienen preferencias en común con los gobernantes, gozarán de la seguridad y beneficios del Estado democrático. Para tener claro el tipo de maniobra teórica que le per-

mite a Schmitt hacer compatible democracia y dictadura podemos reconstruir de manera esquemática su argumentación desde la perspectiva de la noción de soberanía popular (en tanto principio democrático esencial): a) Schmitt admite que la democracia tiene que ver con la soberanía del pueblo. Para determinar el sentido de esta noción hay que definir, en primer lugar, los términos que

intervienen en ella. Soberanía es poder supremo, no derivado, que permite mantener el monopolio de la decisión

última. La dificultad, en la perspectiva schmittiana, reside en determinar el significado del concepto pueblo, que sea compatible con esta noción de soberanía. b) En la teoría liberal se plantea que la identidad del pueblo está dada por las leyes constitucionales; es decir, el pueblo es una realidad plural, no homogeneizable, que remite a una identidad simbólico jurídica (unidad legal)_

Schmitt rechaza esta acepción del término puebla, porque aduce que si se admite que en una democracia existe una soberanía popular, tendrá que aceptarse que el pueblo es el poder constituyente y, como tal, tiene que aceptarse que es

una realidad y un poder que precede a la ley. Schmitt afirma que las normas jurídicas basan su validez, no en otras normas, sino en un poder que las hace efectivas. En una monarquía es el reyel que decide qué es lo legal y lo ilegal;

en una democracia es el pueblo el que tiene esa facultad. c) Schmitt define pueblo como sigue: Pueblo es un concepto que sólo adquiere existencia enla esfera de lo público. El pueblo se manifiesta sólo en lo público; incluso lo produce. Pueblo y cosa pública existen juntos; no se dan el uno sin la otra. Y, en realidad, el pueblo produce lo público mediante su presencia. Sólo el pueblo presente, verdaderamente reunido, es pueblo y produce lo público. En esta verdad descansa el certero

60 ,Í Cortrfluo 3.' conflicto. Schmitt y Arendt: la definición de la político

pensamiento, comportado en la célebre tesis de Rousseau. de que el pueblo no puede ser representado. No puede ser representado, porque necesita estar presente y sólo un ausente puede estar representado [_ .,] Sólo el pueblo verdaderamente reunido es pueblo, y sólo el pueblo verdaderamente reunido puede hacer lo que específica-

mente corresponde a la actividad de ese pueblo: puede aclarnar, es decir, expresar por simples gritos su asentimiento o recusación, gritar 'viva' o “muera”, festejar a un jefe o una proposición, vitorear al rey 0 a cualquiera otro, o negar la aclamación con el silencio o murmullosfi

d) De acuerdo con las definiciones de soberanía y pueblo que se han dado aquí, la soberanía popular significa que el poder supremo y la decisión última recaen en estos ciudadanos que se reúnen en la plaza pública. Pero se ha agregado la premisa de que la actividad específica de este pueblo es simplemente “aclamar", y el gobierno no puede ser reducido a esta actividad. Por lo que debe haber un grupo social que como representante del pueblo, gobierne. e) Puede decirse, entonces, que el Estado democrático se basa en dos principios de formación contrapuestos: a) el

principio de la identidad del pueblo consigo mismo, que configura launidad política y b) el principio de la representación, en virtud del cual la unidad política es representada

por el gobierno. f) Según Schmitt, para que el gobierno pueda representar la unidad política creada por la identidad del pueblo, aquél debe cumplir dos requisitos: a) mantener la centralización del poder de decisión y b) constituirse en un punto de referencia con el que pueda identifiarse fácilmente el pueblo. Estos requisitos se cumplen en un gobierno que posea estructura jerárquica, en la que el puesto superior sea ocupado por un líder. L0 que propone Schmitt es un presidencialismo. Pero no un presidencialismo constitucional, en el cual el poder del ejecutivo esté controlado por el legislativo y un poderjudicial autónomo, sino una dictadura presidencial, donde el único

control del poder presidencial es la aclamación popular. 8

Carl Schmitt. TC, p. 238.

Democracia J homogeneidad del pueblo Í 61

g) De esta manera se llega a la conclusión de que el poder soberano del pueblo significa que éste sólo tiene la facultad de aclamar al lídery sus propuestas. Por otra parte, si se toma en cuenta que Schmitt reconoce que “el poder polí-

tico puede formar la voluntad del pueblo, de la cual debería partir", resulta que, como en el lenguaje que describe

Orwell en su novela 1984, las palabras adquieren el signilicado contrario al usual: “soberanía del pueblo” es, en reali-

dad, soberanía de un Estado con poder dictatorial. En la argumentación de Schmitt, la única diferencia entre el rey, en la monarquía absolutista, y el presidente, en su modelo de Estado democrático, es que el primero gobierna en nombre de Dios o de lo que “siempre ha valido”, mientras que el segundo gobierna en nombre del pueblo (adviértase que en una monarquía absolutista el pueblo también puede aclamar al rey). Donoso Cortés afirma que el fin de la era monárquica signiñca que la única manera de conservar la soberanía estatal, como elemento que resguar-

da a la sociedad dela guerra civil permanente, es la dictadura. Schmitt comparte esta opinión del teórico español, pero además quiere usar el prestigio del concepto democracia para adornarla. En el razonamiento en el que Schmitt pretende hacer compatibles democracia y dictadura introduce una serie de tesis que permanecen sin justificación y que resultan muy problemáticas. Sin embargo, él considera que la justificación de estas tesis no puede buscarse fuera

del contexto polémico en el que ellas surgen. Es decir, Schmitt es de la opinión de que el fundamento de su modelo de la democracia se encuentra en la crítica a la teoría liberal. Se trata de una forma que podemos llamarfimdamentación negativa, basada en una especie de argumento de reducción al absurdo, en donde la idea es que demostrar la

falta de corrección de la posición rival conduce a la aceptación de la validez de su propia postura. III Lo primero que ataca Schmitt de la teoría liberal es el prin-

cipio de la división de los poderes. Para él la separación de poderes no implica, en sí misma, una forma de gobierno,

62 ,Í Co-mnuo y cmtflicla. Schmitt y Arendt: la defin-¿ción de lo político

sino una serie de límites y controles del Estado, que tiene corno objetivo garantizar la libertad burguesa mediante la relativización 0 el debilitamiento del poder estatal. Ello tiene como consecuencia, según este autor, la pérdida de la unidad política y, con ella, de la identidad del pueblo consigo mismo, así como la identidad entre gobernantes y gobernados. El supuesto implícito que lleva a esta conclusión es que el Estado, antes de ser una forma específica de gobierno, es " un determinado status de un pueblo, y, por cierto, el status

de la unidad política”. Por ende toda forma de gobierno que rompa con esa unidad, lejos de promover la soberanía popular, lleva a la disolución del pueblo en una pluralidad con intereses antagónicos. Para Schmitt, la alternativa es conservar la plenitud del poder estatal concentrado en una sola instancia o la lucha de todos contra todos. Desde su punto de vista, el debilitamiento del poder del Estado no conduce a la democracia, sino a la expansión de una dominación económica. Schmitt ve la teoría liberal de la democracia y la división de Ios poderes como una toma de postura a favor del

Estado legislativo parlamentariog Es por eso que su crítica a la democracia liberal toma como eje el cuestionamiento de los principios del parlamentarismo. Schmitt afirma que

el parlamento se basa en un conjunto de presupuestos falsos, los cuales pueden agruparse en dos rubros: a) supuestos sobre la soberanía de la legalidad yb) supuestos sobre la representatividad y dinámica del parlamento. Los prime» 9

El Estado legislativo (Gesetzgebungmaat) es, en la temtinología de Schmitt. un Estado en el que dominan las normas generales y en el

que la instancia legisladora está separada de los órganos encargados de aplicar la ley. Generalmente la instancia legislativa en este tipo de Estado (que conocemos como Estado de Derecho) es un parlamento, constituido por los representantes del pueblo. “En este Estado 'imperan las leyes', no los hombres ni las autoridades. De manera más exac-

ta: las leyes no imperan, se limitan a regir como normas. Ya no hay poder soberano ni mero poder. Quien ejerce uno u otro, actúa 'sobre

la base de una ley' o 'en nombre de la ley', Se limita a hacer valer en forma competente una norma vigente." Legalidad y legitimidad, Madrid, Aguiiar, 1971, p. 150.

Dsmatrada y llum-ogmeídad del pueblo / 63

ros se refieren a los fines e ideales del parlamento, los segundos antañen a su formación y dinámica intema, así como a su relación con los diferentes grupos de poder que

existen en una sociedad. a) De acuerdo con una amplia tradición teórica, el prin-

cipio en el que se sustenta el Estado de Derecho (Estado legislativo en la terminología de Schmitt) es que la acción de gobernar debe ser un ejercido de la razón y no de la volun-

tad. Razón que se expresa en un conjunto de leyes con validez general, a las que tienen que someterse todos los ciudadanos, incluidos los propios legisladores. El parlamento es la institución que se encarga de hacer realidad ese

“imperio de la ley", al propiciar un proceso de discusión y deliberación entre sus miembros (como representantes de los diferentes grupos sociales), que tiene como objetivo acceder a la definición de leyes razonables y justas. Detrás de

esta interpretación del parlamentarismo se encuentra el ideal ilustrado de que en la libre lucha de opiniones surge la “verdad”, Schmitt retoma esta interpretación, pero agrega que ella no está necesariamente vinculada a la democracia. El siguiente paso de la crítica de Schmitt es constatar que este ideal del parlamento ya no tiene (si alguna vez la tuvo) una base empírica. Los parlamentos reales, lejos de

ser el escenario de la argumentación racional de los representantes del pueblo, son el campo de luchas y compromisos entre gmpos de intereses particulares que hacen a un

lado el interés general. La disciplina partidaria anula toda polémica racional y convierte a las sesiones parlamentarias en meros rituales, en una formalidad. Por otra parte, Schmi tt observa que tampoco la exigencia de publicidad se

cumple, porque gran parte de las decisiones se toman por pequeñas comisiones parlamentarias de “especialistas”, alejadas deljuicio y la crítica del resto de los miembros y del pueblo.

El que los parlamentos sean ámbitos de regateos entre intereses particulares y no lugares de argumentación racional es, para Schmitt, demoledor de los ideales que sustentan a esa institución, porque ello significa que las leyes que de ellos emanan no son normas con validez general, sino expresión de la correlación de fuerzas. La situación “histó-

64 ,Í Cmueluo y coflflictff. Schmitt yA'nmd!.' ia- de_ƒ`míció11 de la político

rico-espiritual" del parlamento produce una “ degradación” del orden jurídico, que Schmitt califica como la transformación del Derecho en legalidad. La ley se convierte en modo de funcionamiento de los procedimientos estatales, en un mero instrumento de los compromisos y

metas egoístas de las autoridades. La supuesta degradación del Derecho en legalidad po-

dría verse como la confirmación de la tesis schmittiana respecto a que la ley, más que ser una norma, es la expresión de una voluntad. Evidentemente, para Schmitt, detrás de toda ley hay un poder que sustenta su validez. Pero su rechazo al

parlamento se debe a que en él ese poder que sustenta la ley se ha diluido en un a pluralidad de intereses. Esto denota, de acuerdo con su perspectiva, que el Estado se ha convertido en un simple instmmento de poderes sociales y económicos.

De ahí, que Schmitt también cuestione la concepción de Max Weber sobre el parlamento. Para este último el parlamento es un medio para seleccionar a los líderes políticos; un camino para eliminar el diletantismo político, permitiendo que los "mejores" y los más voluntariosos alcancen el liderazgo político. Schmitt considera muy dudoso que el parlamento tenga la capacidad de formar y seleccionar a los líderes políticos, pues, según él, los miembros del parlamento hoy en día, más que políticos, son burócratas, títeres de poderes que permanecen ocultos. Schmitt cree que las condiciones imperantes en las sociedades de masas han derrumbado los Fundamentos del parlamentarismo. Así como el tiempo de la monarquía ha llegado a su fin, del mismo modo la era del parlamentarismo se ha acabado. i b) El parlaniento está constituido por una asamblea de representantes del pueblo, elegidos a través de un proceso electoral. Schmitt ve en esta forma de representación (Vertretung) sólo un procedimiento mecánico, el cual no garan-

tiza la identidad del pueblo consigo mismo, ni con sus gobernantes. El método de formación de la voluntad por la simple verificación de la mayoría tiene sentido y es admisible cuando puede presuponerse la homogeneidad sustancial de todo

amm;-la , fwmgmflaaa az ¡fase / 65 el pueblo [...] Si se suprime el presupuesto de la homogeneidad nacional indivisible, entonces el funcionalismo sin objeto ni contenido, resultante de la verificación pura-

mente aritmética de la mayoría, excluirá toda neutralidad y toda objetividad; será tan sólo el despotismo de una mayoría cuantitativamente mayor o menor sobre la minoría

vencida en el escrutinio y, por tanto, subyugadalo

Schmitt afirma que cuando la teoría liberal defiende el procedimiento electoral como procedimiento de representación, presupone ya la homogeneidad del pueblo o, mejor

dicho, de los ciudadanos con derecho al voto. Así, por ejemplo, en un principio el derecho al voto únicamente se otorgó a la clase propietaria, para asegurar la igualdad sustancial de los electores. Pero las luchas sociales y, como consecuencia de ellas, la universalización del voto rompen con esa homogeneización, por lo que las elecciones se convierten, según este autor, en un simple cálculo aritmético que ase-

gura el dominio de la mayoría. En este punto Schmitt retoma las viejas críticas de Hegel contra los procedimientos electorales, a saber:

l) En las elecciones los individuos permanecen aislados, por lo que el pueblo ya no elige como tal, sino como átomos dispersos con intereses e ideas distintas.

2) Los requisitos para obtener el derecho al voto (mayoría de edad, cierta propiedad, pertenencia a un sexo, etc.) no garantizan la racionalidad de los votantes. 3) La influencia del individuo aislado respecto al resultado electoral es tan pequeña que produce indiferencia y apatía en los ciudadanos.

Además Schmitt agrega que el "principio de la mayoría" que rige en los procedimientos electorales sólo adquiere sentido si existe una "igualdad de chance" para que cada minoría pueda convertirse también en mayoría. Pero esa "igualdad de chance" está muy lejos de ser una realidad en la moderna sociedad de masas. El problema reside, desde la óptica de Schmitt, en que cada grupo 0 partido que llega

al poder interpretará de manera unilateral esa noción iml0

Carl Schmitt. LL, pp. 42-43.

66 / cmfm y mflew. scfmm yamaz.- za sifint.-¡an de to parties precisa de “igualdad de chance" y, de esta manera, determinará las posibilidades de acción que está dispuesto a

permitir a sus adversarios políticos internos. ,

IV

Es indudable que la crítica de Schmitt ala teoria liberal toca numerosos puntos sensibles y problemáticos de esta última. Sin embargo, asumir que muchos elementos de esta crítica

a la “democracia liberal” son acertados, no implica de ninguna maneta concluir que el modelo alternativo de la de-

mocracia que él propone sea válido. La dilicul tad de la estrategia crítica de Schmitt reside en que se basa en el conocido y muy frecuente uso unilateral del principio de realidad, ya que este último sólo sirve para cuestionar los valores y las normas de la posición teórica rival (al mostrar su inadecuación con la realidad); mientras que los valores y normas propios se creenjustificados únicamente a través de la supuesta “falsedad” de la normatividad ajena. Si este autor pretendió liberarse de la “tiranía de los valores", ahora se muestra como un súbdito fiel de esa tiranía, ya que cae en el mismo error que él reprocha alos teóricos liberales. Es decìr, convierte a la democracia en un concepto ideal, identificado con sus propias preferencias, sin tomar en cuenta la realidad histórica de esta forma de organización del poder político. En primer lugar, en su crítica al liberalismo, Schmitt pasa por alto que la democracia representa una forma de organización del poder en la que se acepta la existencia de una inadecuación y tensión permanente entre sus idealesy su realidad. Es por eso que el orden democrático se caracteriza por su apertura a la continua reforma y transfoirnación. Democraciaimplica democratización. De ahí que uno de los valores imprescindibles dela democracia sea la libertad de expresión y asociación, la cual exige la creación de las condiciones institucionales que permitan la crítica cons-

tante. Los estados totalitarios, por el contrario, creen que encarnan plenamente sus ideales o que están en el camino de realizarlos, por lo que consideran que pueden prescin-

dir de la crítica. Decir que las democracias no se adecuan a

Democracia y homogeneidad delpueblo Í 67

sus valores y que, por tanto, no son "verdaderas" democracias o que no existe la "verdadera" democracia es no entender los principios esenciales de esta forma de Estado y gobierno.

En segundo lugar, si bien es cierto que la democracia moderna nace en la lucha de la burguesía contra el Estado Absolutista, hoy ya no puede aceptarse que ella sea la propiedad exclusìva de ese grupo social. En efecto, en un pri~

mer momento se limitó los derechos democráticos a la clase propietaria, pero esas restricciones entran en contradicción con la pretensión de validez universal de esos derechos. Es esa contradicción o ten sión entre los valores democráticos y su realidad institucional lo que permitió a los Obreros, a los grupos feministas, a las minorías étnicas, etc. utilizar los discursosy los recursos democráticos en sus

luchas para romper con el monopolio de la burguesía, introducirse enla organización estatal, ampliar los derechos democráticos y llegar a tener cierto control sobre el gobierno-. Es obvio que este proceso de democratización está muy

lejos de llegar a su fln, ni siquiera sus conquistas pueden considerarse definitivas; sin embargo, quien habla en el siglo XX de democracia burguesa hace historia y no un análisis de su realidad institucional actual. Han sido y son los con-

flictos surgidos de la falta de igualdad de oportunidades, así como de la exclusión de grupos del orden democrático, lo que ha llevado y lleva a la continua transformación de éste. La aparente fortaleza de las críticas de Schmitt a los

principios democráticos liberales consiste en que gran parte de sus ataques se dirigen a teorías y hacen a un lado la reali-

dad e historia del orden democrático. Por ejemplo, cuando sostiene que los parlamentos no son lugares en los que se argumenta racionalmente en busca de una verdad, tiene la razón. Pero esto no es la esencia del parlamentarismo, ni siquiera el único principio normativo que orienta a esta institución. El parlamento es, en primer lugar, un mecanismo de control del poder político y un ámbito en el que se escenifican públicamente los conflictos de los diferentes grupos sociales. Carl Schmitt afirma que un síntoma de la crisis mortal

68 I cmms y mfleio. smart yftmai.- ra asfmfftafl af.- to patata que vive el parlamentarismo es la sustitución de la discusión racional por el compromiso negociado. Pero si atendemos al desarrollo y la dinámica del parlamento nos daremos cuenta, precisamente, de que es el compromiso y no la discusión racional su objetivo fundamental. Y si el Procedimiento específicamente dialéctico contradictorio del parlamento tiene algún sentido profundo, éste puede ser tan sólo el que de la contraposición de tesis y antítesis de los intereses políticos pueda producirse alguna síntesis. Pero ésta no puede significar, como suele suponerse falsamente, confundiendo la realidad con la ideología del parlamentarismo, una verdad absoluta, 'superior', un valor absoluto quie se encuentre por encima de los intereses de los grupos. sino un compromiso.”

Schmitt acierta cuando destaca que en la discusión en la que intervienen posiciones con valores distintos no puede llegarse a una verdad, ni a un entendimiento pleno, ya que no existe ninguna verdad que pueda solucionar los problemas prácticos ni los conflictos. Pero con ello ataca a Guizot y otros representantes de una ilustración ingenua, no a la realidad del parlarnentarismo. lnciu so la ideología que sostiene la existencia de una verdad de la que podemos deducir lo que debe ser el curso de nuestras acciones y el modo de organización de nuestras instituciones no tiene nada de democrático. Se trata de una ilusión, herencia del platonismo, que conduce al rechazo de la pluralidad propia del mundo humano y, por tanto, a posturas totalitarias. La verdad es una pretensión de validez propia de los enunciados descriptivos, su uso en otros contextos o en discursos prescriptivos indica sólo el intento de legitimar intereses más allá de las exigencias racionales. El principio democrático de la mayoría no se sustenta en ninguna verdad que justifique su transformación en el dominio de la mayoría. Detrás de los compromisos de las mayorías parlamentarias sólo existe la necesidad de tomar ll

Kelsen. Von Wenn tmd Wert der Demoltratíe, Tiibin gen, _].C.B. Mohr. 1929, p. 58. Sobre esto véase: E. Garzón Valdés, "Representación y democracia", Doxa, 6,1989.

Democracia y honwgmeídad del pueblo Í 69

decisiones ante las exigencias de la realidad. De ahí que una de las funciones de las minorías en los sistemas democráticos es mantener vivo el imperativo de la crítica. Lajusta valoración del parlamento requiere no perder de vista que esta institución no pretende ser la realización de la so-

beranía popular. Ella misma es un compromiso entre los valores de libertad y autodeterminación con la compleja realidad de las sociedades modernas. El parlamento es una condición necesaria pero no suficiente para que una orga-

nización política se adecue alos valores implícitos en la noción de soberanía popular. Existen numerosas formas de

parlamentarismo que sólo sirven como fachada de un régimen autoritarioç incluso, en una democracia consolidada el parlamento, al eludir el principio de la publicidad y ceder la toma de decisiones a pequeñas comisiones de “exper-

tos”, propicia el que se favorezcan intereses particulares en detrimento de los intereses generales.

Los procesos electorales pueden también servir como una farsa autoritaria, propiciar la indiferencia v mantener

el aislamiento de los individuos. Pero hay que recordar que la esencia v el valor de la democracia no se encuentran en una institución o procedimiento particulares, sino en la conjunción de varias instituciones y procedimientos que

permitan mantener el equilibrio de los poderes. La crítica que saca de contexto a una institución o un procedimiento

para cuestionar su adecuación a los ideales democráticos actúa de mala fe. Por otra parte, en su crítica a la "democracia liberal", Schmitt destaca una serie de riesgos alos que ésta se enfrenta. En efecto, al ser una forma de organización del poder en la que se toma partido por la libertad, en la democracia sur-

gen innumerables peligros. Pero éstos no pueden eliminarse en ningún tipo de organización social factible. La única

manera de disminuir a largo plazo estos riesgos (sin nunca superarlos por completo) es mediante la cultura política y la participación popular (lo que Montesquieu llamó la “virtud” de los ciudadanos). Sin embargo, para acceder a éstas no existe una receta que pueda implementarse por una élite iluminada.

70 / Comnuo y conflicto. Schmitt y Arendt: la definición de lo político

Si se parte del supuesto de que es posible homogeneizar al pueblo y, de esta manera, suprimir el conflicto, entonces, evidentemente, la llamada democraczkz representativa de la teoría liberal será vista corno un meno formalismo que impide la realización de esa reconciliación del pueblo consigo mismo y con sus gobernantes. Pero ese ideal de homogeneización ha demostrado ser una de las peores utopías que se pueda concebir. Digo la “peor utopía” no sólo por-

que estâ alejada de la realidad propia de las sociedades modernas, sino también porque el intento de llegar a ella ha

conducido a desencadenar la violencia total. Si Schmitt eligió la seguridad en detrimento de la libertad, su propuesta ni siquiera nos ofrece los medios para alcanzar la primera. La concepción democrática presupone aceptar que no existe una jerarquía única 0 “verdadera” entre los valores, ni tampoco una fundamentación última de ellos, esto es, implica aceptar lo que Weber denominó el politeísmo de ¿os vaåmm. Sin embargo, Schmitt, que se consideraba él mismo como el auténtico discípulo de Weber, pretende situar a la igualdad sustancial (homogeneidad) como valor supremo en la jerarquía normativa de la democracia. Se suelen citar juntos, como principios democráticos, los de igualdad y libertad, cuando en realidad esos dos principios son distintos y con frecuencia contrapuestos en sus supuestos, su contenido y sus efectos. Sólo la igualdad puede valer con razón para la política interior como principio democrático. La libertad político-interna es el principio del Estado burgués de Derecho, que viene a mod ilìcar los principios político-formales --sean monárquicos, aristo-:råticos 0 democráticos.”

Es innegable que existe una tensión entre igualdad y li-

bertad. pero la trayectoria de la democracia está marcada por la serie de compromisos que se establecen entre estos valores en los diferentes contextos históricosy sociales. Tratar de definir la democracia sólo con base en uno de los valores de esta tensión es renunciar al esfuerzo de com-

prender su dinámica neal, 12

Carl Schmitt. TC, p. 222.

Segunda parte Arendt: la política como acción pública LA que hace de un hombre im ser político es su facultad de acción; le pmmle unirxe a sus iguala, azrtuar concntadammte y akanmr olyktivm y empresa: en ln.: quejamâs habría pensado, y aun -menus deseado. si -no hubiese obtenida este ¿rm ¿ba-ra embarcarse m algo mu-ua

Arendt

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