Catala, Toni - Vida Religiosa A La Apostolica

7 AX# Hombres ymujeres que quisieron emir al Señor con mayor libertad' I ( olección «SERVIDORES Y TESTIGOS» 95 Ton

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7 AX#

Hombres ymujeres que quisieron emir al Señor con mayor libertad'

I

( olección «SERVIDORES Y TESTIGOS»

95

Toni Cátala, SJ

Vida Religiosa «a la apostólica» «Hombres y mujeres que quisieron seguir al Señor con mayor libertad»

Editorial SAL TERRAE Santander

Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida, total o parcialmente, por cualquier medio o procedimiento técnico sin permiso expreso del editor.

© 2004 by Toni Cátala, SJ [email protected] © 2004 by Editorial Sal Terrae Polígono de Raos, Parcela 14-1 39600 Maliaño (Cantabria) Fax: 942 369 201 E-mail: [email protected] www.salterrae.es Con las debidas licencias Impreso en España. Printed in Spain ISBN: 84-293-1529-2 Dep. Legal: B1-4-04 Diseño de cubierta: Fernando Peón Fotocomposición Sal Terrae - Santander Impresión y encuademación: Grafo, S.A. - Bilbao

«La causa que nos ha movido a hazer mayores experiencias y a tomar más tiempo que en otras congregaciones acostumbran a tomar, es que si alguno entra en monasterio bien ordenado y concertado, estará más apartado de ocasiones de pecados, por la "mayor" clausura, quietud y concierto, que en nuestra Compañía, la qual no tiene aquella clausura, quietud y reposo, mas discurre de una parte a otra. Yten, uno que tenga malos hábitos y sin perfectión alguna, vasta perfeccionarse en monasterio así ordenado y concertado; mas en nuestra Compañía es necessario que primero sea alguno bien experimentado y mucho probado antes que sea admitido; porque después discurriendo ha de conversar con buenos y con buenas, y con malos y malas, para las cuales conversaciones se requieren mayores fuerzas y mayores esperiencias, y mayores gracias y dones de nuestro Criador y Señor. IGNACIO DE LO YOLA: «De Collegiisftmdandis»,18 (Monumento Ignatiana SJ, Vol. 63, Roma 1934)

índice Introducción

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Contexto de la reflexión Temas que vamos a abordar Necesidad de un talante de discernimiento: o libres o sometidos Distinguir el Espíritu que se nos entrega en la Cruz, no cualquier espíritu Mudarse contra la desolación

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1. ¿Qué ha pasado con «la vuelta a las fuentes»?

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Cuando ni se agradece ni se discierne lo «normal y natural» .. 34 La espacio-temporalidad en la VRA y la llamada «vida espiritual» 36 Vida religiosa y estado de perfección 44 Iniciación a la VRA y «desierto» 48 El riesgo de la descontextualización del cuerpo congregacional 53 2. Vida religiosa apostólica y espiritualidad ignaciana Una pregunta nada ociosa: ¿formación o probación? Los Ejercicios Espirituales como referente normativo de todo proceso de formación en la Espiritualidad Ignaciana . . Anotaciones de los Ejercicios espirituales: ¿qué tipo de sujeto? Una palabra sobre la oración Primera semana, o la lucidez sobre uno mismo y sobre el mundo

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Examinar la conciencia, o configurar la vida desde la acción de gracias 90 Segunda semana, o la pasión por Jesús y la Buena Noticia de Dios 98 La Encamación, o la mirada limpia sobre el mundo 101 Dos banderas: el mundo es muy tramposo, y nosotros también 104 «Binarios» y «grados de humildad» como crecimiento en libertad evangélica 109 Tercera semana, o mirar el reverso de la condición humana y de la historia . 113 Cuarta Semana, o el modo nuevo de estar en la vida desde la Vida 123 3. Seguimiento en pobreza, castidad y obediencia Espiritualidad y cristología: no seguimos nuestras ensoñaciones ni delirios, sino a Jesús de Nazaret El servicio: ¿sacrificarse o implicación compasiva hasta el final? No es lo mismo Jesús, el Siervo Servidor, nos libera de la vida de votos como «sacrificio» La radical entrega gratuita de Jesús Vivir en pobreza, castidad y obediencia como posibilidad de vivir en «mayor libertad» Vivir en pobreza: la herida en la tendencia a la posesión . . Vida en obediencia: la herida en la tendencia a manejar la vida a nuestro antojo Vivir en castidad: la herida en nuestra tendencia a la exclusividad en el amor y la ternura Conclusión

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Introducción Durante estos últimos años, preguntas e inquietudes recurrentes han estado presentes en mis reflexiones, en conversaciones con compañeras y compañeros de vida religiosa, en mi actividad dando ejercicios o cursos breves... ¿Qué nos está pasando en la vida religiosa (VR)? ¿Qué nos está pasando, que cada vez te encuentras con más carga de insatisfacción, de energías malgastadas, de malestar en las comunidades y en la misión? No estamos, desde luego, en los mejores tiempos. Existe una ruptura muy fuerte entre lo que se formula en las congregaciones e institutos y lo que se vive en la vida cotidiana; no parece que se dé mucha correspondencia entre lo que se dice y lo que se está viviendo; no parece que exista mucha adecuación entre las «teologías» de la VR que generamos y lo que he escuchado, sobre todo, en las entrevistas mantenidas durante veinte años dando ejercicios. En estos veinte años, la mayoría de la gente con la que he tratado es gente «mayor», y a esta gente le debo toda mi gratitud, porque han sido testimonio gozoso y doloroso de lo que aquí abordo: quisimos volver a las fuentes, liberarnos de un modelo de «perfección», y en este momento nos encontramos sin saber muy bien por dónde tirar. Es momento de no mirar a otro lado, o de no decir que no pasa nada, porque están pasando muchas cosas, como todas y todos sabemos. Tenemos que hacer lo posible para salir de situaciones que provocan tantos sufrimientos inútiles -inútiles por evitables, porque no son inherentes al desvivirse por las criaturas del Padre-, provocados por falsas

sublimaciones y voluntarismos que rompen1. Sufrimientos que se deben al hecho de estar «como sin suelo», con muchas angustias de cara al futuro y con muchas heridas mal curadas del pasado. La impresión es como que vamos acelerados, con huidas hacia el futuro pero sin saber muy bien qué indicadores son los que nos pueden orientar y, desde luego, con páginas pasadas muy rápidamente, demasiado rápidamente, lo cual hace que tampoco tengamos un pasado reciente que se pueda mirar con serenidad. Es un momento doloroso el que estamos viviendo, sí; pero es también un momento apasionante, porque la persuasión de todos y de todas es que así no podemos seguir, que por algún lado tenemos que encontrar luz y, sobre todo, que el problema es la vida cotidiana, los estilos de vida. En cuanto a contenidos, formulaciones, proyectos..., está prácticamente todo dicho. Cuando se da esto, es que estamos vivos, aunque hay demasiada gente en la VR que parece que lo que le cansa es el vivir.

Contexto de la reflexión Siempre que me refiera en estas páginas a la VR me estoy refiriendo a la VR apostólica (VRA). Creo que tenemos que reflexionar contextualmente y no hacer generalizaciones que pueden ser muy injustas. Cada forma de VR tiene sus propios subrayados carismáticos y sus modos de estar en el «mundo de la vida» y en el Seguimiento del Señor; cada forma tiene su propio «modus procedendi», y dentro de la vida «activa» se dan situaciones y retos muy distintos en dimensiones, por ejemplo, de género; y no creo que los retos de la vida «contemplativa» sean 1.

Tengo presente que muchas páginas han sido ya publicadas en Discernimiento y vida cotidiana, Cristianisme i Justicia (Cuadernos EIDES, n. 22); y Pobreza, castidad v obediencia. Entre la misericordia y la exclusión, Cuadernos Frontera Eguian.

los de la vida «activa». Sólo en la medida en que cada forma de VR entre en interacción con otras, podremos clarificarnos mutuamente. En cualquier caso, en esta reflexión tengo presente únicamente la VRA. Por lo tanto, insisto, estas reflexiones y consideraciones se refieren a la VRA del primer mundo, y especialmente a la VR que está a vueltas con la Espiritualidad Ignaciana. Cuando digo «primer mundo», es, evidentemente, porque es el mundo en el que vivo, aunque me he encontrado estos años con religiosos y religiosas, en muchos cursos y ejercicios de mes, de diversos contextos y países que me han llevado a percibir retos comunes, porque el modelo del que partimos es el mismo. No podemos olvidar que en las Congregaciones de implantación universal los fundadores y fundadoras han sido europeos y con un modelo de partida, sobre todo en lo referente a la formación, similar. Y cuando hablo de «estar a vueltas con la espiritualidad ignaciana», me refiero a las Congregaciones que tienen la practica de los Ejercicios Espirituales como momento cualificado de la formación y como una de sus «costumbres espirituales». Este «estar a vueltas» tiene muchos niveles e implicaciones diversas: desde el mes de ejercicios como momento cualificado en el noviciado y en la última etapa de formación hasta los ejercicios anuales a lo largo de la vida, pasando por el dar ejercicios como tarea apostólica. Y, sobre todo, pienso en las congregaciones que en el momento fundacional tuvieron muy presentes los ejercicios y la espiritualidad de la Compañía de Jesús, bien por «práctica espiritual» del fundador o fundadora, bien por haber estado presente un miembro de la Compañía como «cofundador», «asesor», o «director espiritual». Como decía, el malestar está ahí. Es un malestar difuso, no estridente; la gente más joven lo vive y no acaba de saber ponerle nombre. A los que llevamos más años en la VR nos cuesta sensibilizarnos ante lo que acontece, porque lo vivido en los años sesenta y setenta más bien nos sirve de coartada («gracias a Dios, no se dan hoy los conflictos que tanto nos hirieron y desangraron hace unos años...», o expresiones semejantes), dando lugar a distancias cada vez mayores entre sensibilidades distintas. Da

la impresión de que pasamos las páginas demasiado rápidamente y hemos declarado que estamos en otro momento distinto, de más paz y calma, como que las cosas están más serenas, en referencia a los tiempos posteriores al Concilio, y todo como más encauzado y estructurado, aunque existan problemas y conflictos. Puede que sea así, pero me sigo preguntando si la paz no es aparente y falaz. En todo proceso de discernimiento, en todo proceso de intentar la fidelidad a lo que el Espíritu nos dice hoy, hace falta finura y sensibilidad para caer en la cuenta de cuándo la paz en la vida cotidiana, tanto personal como institucional, es la paz de los cementerios o es una paz que hace crecer.

Temas que vamos a abordar No trato, ni mucho menos, de hacer una reflexión sistemática sobre la VRA, ni tan siquiera de esbozar unas pistas teológicas excesivamente articuladas sobre la misma, sino de poner por escrito aquellos temas que han sido motivo de conversación entre compañeros y compañeras de VRA, porque son causa de común preocupación; y, a partir de estas preocupaciones, reflexionar sobre la «vuelta a las fuentes», que era el tema de hace unos años, antes de que se hablara de «refundación». Da la impresión de que «refundar» supone que estos años algo no ha funcionado, que después de tantas energías gastadas, gozos y sufrimientos, algo ha fallado. Creo, pues, que tenemos que mirar hacia atrás y no pasar páginas rápidamente. Haré alguna consideración sobre cómo seguimos anclados en el «modelo de perfección» y sus consecuencias, un modelo demasiado introyectado como para creer que lo dejábamos al cambiar las formulaciones. Los estilos cotidianos siguen anclados en las secuelas del modelo de perfección. Por último, intentaré releer el proceso de los Ejercicios en su fecundidad para iluminar procesos de «formación» y vida de votos en la VRA. _

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Considero que sólo en la medida en que todos y todas nos sigamos animando a seguir «produciendo» e intercambiando nuestras reflexiones, podremos arrojar más luz sobre lo que nos está ocurriendo. Hay que vencer miedos: estamos atenazados por muchos miedos, y el miedo paralizante es mortal. Muchos miedos, por supuesto, son inconfesados. Me da mucha pena seguir oyendo a gente joven, ellos y ellas, que de lo que se trata es de aguantar el tipo hasta la «profesión» o hasta las «órdenes», porque entonces parece que «todo vale», pero «si antes hablas, antes te la juegas». Más de una vez he tenido que oír, desde Brasil hasta Valencia: «La verdad nos negará las órdenes o no me renovará los votos». Esto es muerte. Cuando hay miedo a expresarse, cuando se temen las consecuencias por expresar lo que se siente y se vive, algo se está muriendo: la libertad del evangelio. Cuando el conflicto y la diversidad de pareceres producen miedo, y se intentan neutralizar, algo se está muriendo: la creatividad y la vida. Cuando hay miedo al futuro, estamos matando el presente. Se están dando situaciones que dan que pensar. Tomo tan sólo una, a modo de ejemplo: hace unos años, las salidas de la VR se daban como el riego por aspersión, que es estridente y salpica, y tienes que evitar acercarte si no quieres «mojarte». Hoy las salidas se dan como riego por goteo, que ni es estridente ni salpica, cala más hondo, y sólo los que están muy cerca lo ven. En las salidas gota a gota, al ser una a una o dos a dos, el análisis se personaliza; mejor dicho, en la mayoría de los casos se psicologiza, y el cuerpo institucional queda más o menos inmune, sobre todo cuando la cosa se hace desde determinados planteamientos de análisis psicológicos en los que el fracaso siempre es debido a las resistencias del «paciente», y el éxito al terapeuta y a la bondad del método. El fracaso siempre o casi siempre es del sujeto, y nunca o casi nunca del cuerpo institucional. Es un ejemplo entre otros que podríamos poner, pero que da que pensar, y mucho; da miedo abordar con serenidad y hondura lo que está pasando. 15

Necesidad de un talante de discernimiento: o libres o sometidos El modelo del que partimos funcionaba porque existían unas «reglas» claras y concisas que normaban todo el vivir cotidiano, las cuales han sido abolidas o están de adorno. El tema está en ver cómo nos orientamos sin unas reglas que nos marquen el día a día y sin saber en cada momento a que atenerse. Y el único modo consiste en ser hombres y mujeres de discernimiento. Considero que es un don el que la palabra «discernimiento» esté cada vez está mas presente en nuestra boca, en proyectos y declaraciones, aunque también tiene sus riesgos, que no son pocos. Discernir para percibir el paso del Espíritu por nuestra vida, y no una vida en abstracto, sino siempre contextualizada en una cultura, supone aprender su lenguaje. Es un aprendizaje lento, no es una técnica; es una disposición de corazón, un hábito; es un modo de estar y percibir la realidad. La experiencia más personal del Espíritu del Señor Jesús es siempre una experiencia «mística» y, por tanto, últimamente inefable. Inefable es lo que difícilmente se puede expresar con palabras, lo que difícilmente se puede decir. Cuando esta experiencia se intenta «decir», no hay modo de decirla si no es en palabra, y esta palabra ya no me pertenece. Se dice en lenguaje, que es lo más nuestro y lo más exterior a nosotros, por cuanto somos lenguaje y vivimos en él. No hay discernimiento sin honda experiencia del Dios de la Vida; por eso no podemos abusar de la palabra. Se tiende a confundir el discernimiento con técnicas de toma de decisiones o de elección. Y todo eso está incluido, pero el discernimiento es muchísimo más: es el modo de orientarnos cuando vamos pasando del «ámbito de la Ley» al «ámbito de la Gracia»; por eso no podemos olvidar nunca que el discernimiento es un don que nos va haciendo aprender a vivir como hombres y mujeres con la libertad liberada para el servicio. Si lo que se dice es Espíritu del Señor Jesús, antes que nos— 16 —

otros digamos algo se han dicho muchas palabras sobre Jesús. Mi decir sobre Jesús viene también mediado por lo anterior a mí. La experiencia inefable es mía, pero ponerla en palabra cristiana supone que la «expongo» en un ámbito configurado por una tradición. Tradición que supone todo lo que hombres y mujeres a lo largo de dos mil años han dicho, sentido, confesado, sufrido, gozado y celebrado a vueltas con Jesús de Nazaret. Entonces, para que mi palabra sobre el Espíritu pueda ser reconocida como tal, tiene que sonar en al ámbito de los que se sienten afectados por el vivir, morir y Vivir para siempre de Jesús. Discernir supone caer en la cuenta en la VRA de que somos comunidades de memoria, que venimos de muy atrás, y que estas comunidades están insertas en la Comunidad eclesial. Discernir no es patrimonio de ninguna Congregación ni «invento» de ningún fundador o fundadora; es un don del Espíritu. El hombre y la mujer de discernimiento lo serán en la medida en que se sientan arraigados en la comunidad creyente. En la VRA tenemos una excesiva facilidad para abusar de palabras que son patrimonio de todo el pueblo de Dios; por eso el riesgo de las teologías de la VR es que sean teologías descontextualizadas, desde y para nosotros, con autodeclaraciones de profetismo y significatividad que a la mayoría del pueblo de Dios lo dejan igual de indiferente. La VRA necesita de estilos de vida, para poder discernir, que la sitúen en la trama del vivir de la mayoría de la gente; estilos de vida que nos lleven a empaparnos de «datos de realidad». Sobran reflexiones autoreferenciales, que se agotan pronto, porque no sintonizan con lo que la gente vive y le pasa. Discernir supone, por tanto, una doble referencia: por un lado, poner en «crisis», someter a «prueba» nuestro decir y sentir sobre Jesús, para no caer en una ensoñación o en una alucinación meramente subjetiva y, por tanto, irreconocible por la comunidad cristiana; por otro lado, «pleitear» (someter a juicio) nuestro modo de estar en la vida, porque el lenguaje es muchas veces tramposo y enmascarador de la realidad. Insisto en que para discernir tenemos que empaparnos de vida, — 17

pero no de una «vida espiritual», de la vida tal como la entiende el común de los mortales. Distinguir el Espíritu que se nos entrega en la Cruz, no cualquier espíritu Antes de orientarnos en el discernimiento es preciso recorrer un largo camino para no precipitarnos a hablar fácilmente del Espíritu de Jesús. Si es el de Jesús, tenemos que ser pacientes y reconstruir el camino que lleva a Jesús a «entregarnos su Espíritu». Jesús de Nazaret es confesado por las Iglesias cristianas como el Ungido de Dios, el Cristo de Dios. Esta confesión de fe supone para los creyentes cristianos que el vivir, morir y Vivir para siempre de Jesús son la referencia normativa del acceso a la Divinidad. Para los creyentes cristianos, lo de Dios tiene que ver con Jesús, y Jesús tiene que ver con lo de Dios. El que se dice cristiano, aunque no precise su decir correctamente, está refiriéndose a Jesús de Nazaret, el Ungido de Dios. Jesús percibe al Dios de Israel en su cercanía, no necesita pasar por las instituciones que cosifícan a Dios como legitimador de un orden (ley) y regulador de los mecanismos de expiación de la culpa que provoca la infracción de dicho orden perdonando o anatematizando (templo). Jesús percibe al Dios de los padres y madres de Israel como Padre y Creador. Esta cercanía inmediata no supone en Jesús una ausencia de radical alteridad con el Dios de su pueblo; para Jesús es el Padre «del cielo». La relación de Jesús con Dios en el contexto del judaismo del siglo I es la negación de las mediaciones institucionales de la ley y del templo. Esta relación no supone una manipulación de la Divinidad ni una pérdida de identidad propia. Jesús no queda fusionado y absorbido por la Divinidad, sino que encuentra su consistencia y la de las criaturas en Ella. La inmediatez se entiende en cuanto cambia radicalmente las mediaciones de acceso a Dios: ya no son instancias exteriores a las criaturas. — 18

Al convertir las criaturas en mediación y ser criaturas «de Dios», la mediación termina en ellas. No hay equivalencia e intercambiabilidad entre la mediación ley-templo y la mediación criatura. La criatura ya no es una alternativa de mediación a la ley y al templo. No se cambia la criatura por la ley y el templo (eso sería cosifícar la criatura para convertirla en un «pretexto» para estar a bien con Dios), sino que la criatura se convierte en fin: «a mí me lo hicisteis». El intercambio sería aterrador: las criaturas de Dios convertidas en moneda de cambio para la salvación de aquellos que siempre necesitan acumular méritos ante un dios que no es gratuidad, sino el gran mercader, el gran contable legitimador de tanto destrozo histórico pasado y presente. La mediación siempre es interesada y se cobra intereses y se lleva comisiones. La «riqueza» espiritual siempre ha entendido de contabilidad. ¡Gracias a ti, Juan de la Cruz, que nos enseñaste en la «noche oscura» a sospechar de la riqueza espiritual! Este percibir a las criaturas como lugar, que no medio, inmediato para percibir a Dios, supone en Jesús que nunca las utiliza en su propio provecho. Nunca cura y alivia sufrimiento para tener seguidores; no fomenta el clientelismo; su itinerancia es pura desinstalación; no quiere reinos según el orden de este mundo, que oprimen y pisan. Al pasar en la percepción de las criaturas de medio a lugar, el acceso pasa por espacio y tiempo, pasa por modos de estar en la vida. Este situarse de Jesús de cara al Dios de Israel percibido como «Abba» termina en la cmz. La ejecución de Jesús en la Cruz es consecuencia histórica de su modo de vivir. Al anular las mediaciones opresoras para la inmensa mayoría de los hijos y las hijas de Israel, en las que no cabe otra alternativa más que el sometimiento, ha «expuesto» su vida a la muerte (lo radicalmente opuesto al discernimiento es el sometimiento). «Siendo hombre, se ha hecho dios», y debe morir. Jesús ha sub-vertido el orden; lo normal y natural querido por Dios ha sido des-velado como opresor y estigmatizador para la inmensa mayoría de las criaturas de Israel. Al no utili19

zar a las criaturas como causa de su propia justificación, al Buen Pastor las ovejas le importan; y como le importan, no las utiliza para ganar un salario ante un dios-amo: Jesús no puede exponer delante de Dios nada que no sea él mismo en su puro y total despojo. La Cruz es la radicalización de una percepción de Dios que no exige méritos ni necesita mediadores interesados. El abandono de los suyos es consecuencia de un seguimiento que no ha dado beneficios: ni primeros puestos en el reino, ni tan siquiera la posibilidad de administrar las nuevas mediaciones alternativas que podían esperar de Jesús como un hacedor de milagros. La cruz será el lugar de toda negación de mediaciones. El velo del templo se rasgó de arriba a abajo. La cruz y los crucificados serán el lugar de acceso a la Divinidad precisamente por ser lo que no interesa. En un mundo que tanto entiende de intereses, sólo en lugares desinteresados, y por desinteresados, se podrá encontrar el Espíritu del Viviente. Viviente que es el Crucificado. Jesús es el que Vive con Dios para siempre. Jesús no quedó para siempre en el lugar de la muerte, sino que el Padre lo resucitó de entre los muertos constituyéndolo Ungido y Señor. El vivir hasta desvivirse de Jesús ha resultado ser la expresión de la humanidad querida por Dios, la manifestación de la humanidad de Dios: Jesús es el Hijo de Dios. En la cruz se expira el Espíritu que hace posible dar culto a Dios en Espíritu y en verdad. Si el creyente percibe la cruz cuando confiesa que cree en «el Espíritu que procede del Padre y del Hijo», empieza a percibir que la Cruz es salvación. La cruz nos libera de la blasfemia y de la idolatría. Nos libera de la utilización interesada de la divinidad y nos libera de la mentira sobre nosotros mismos y la realidad. El Espíritu expirado en la cruz nos libera del fatalismo de lo «normal y natural», nos abre los ojos para ver toda la realidad con ojos nuevos. No es verdad que el hombre y la mujer espirituales sean los que consiguen un «yo» entero, sin fisuras, impa20 —

sible, con perfecto dominio de sí. El Espíritu nos cambia la mirada hacia los crucificados y despojados, nos hace mirar a las criaturas heridas en su dignidad y machacadas en sus cuerpos. Cuando la mirada ha cambiado, al «yo» espiritual se le conmueven las entrañas, se enternece, se altera y descubre que la paz y la alegría del Espíritu aparecen cuando la vulnerabilidad te devuelve solidariamente a las criaturas. Es una vuelta a la criatura desde la honda percepción de que ya no son objetos de consumo espiritual, no son un pretexto para mi correcta actuación, sino que nos encontramos con que el Espíritu nos abraza en comunión solidaria. Nos libera de lo «normal y natural». La cultura es una red de signos; y discernir es empezar a procesarlos desde otro código. El Espíritu pone en crisis el «orden presente»; el Espíritu lleva a juicio, pleitea con la realidad mostrenca y petrificada, con lo dado por hecho, con lo que «es así» y «no puede ser de otra manera». Se empieza a taladrar la realidad y empiezan a verse otras cosas. Discernir será cambiar el código normal y natural de lectura. Nos cuesta aprender a los seguidores y seguidoras que el seguimiento de Jesús es un modo de estar y de ver la vida. El Espíritu es el colirio que el ángel le dice a la Iglesia de Laodicea que le falta. Al mirar ya no vemos lo mismo. El Espíritu de Jesús nos da la posibilidad de cambiar la mirada, de situamos en la realidad de un modo distinto, desde la libertad liberada. Como es Espíritu de Vida, nos da la posibilidad de vivir libres y sin temor. Un temor que se funda últimamente en el miedo a la muerte en todas sus formas («aquellos que por miedo a la muerte vivían toda la vida como esclavos»). La muerte como amenaza última, como algo aterrador que me puede diluir, como algo, por tanto, a evitar; y para evitarla, ¿qué mejor cosa que la alienante esclavitud respecto de los ídolos que me ofrecen seguridad? Seguridad aparente, pues nos evita aceptar que el origen de toda violencia es mantener a ultranza lo que no se puede mantener: la afirmación del yo caiga quien caiga. 21

El panteón de ídolos tiene su atractivo por la ilusión de prometer «inmortalidad». La cruz no promete inmortalidad. La cruz no engaña. La cruz del Viviente invita a vivir la vida en manos de la Misericordia. Cuando nuestra vida está anclada en la Vida, surge la libertad de los Hijos de Dios. La vida deja de ser una lucha deshumanizadora para asegurarnos la inmortalidad. «No temáis, pequeño rebaño, que es decisión de vuestro Padre reinar de hecho sobre vosotros» (no temas, María; no temáis, pastores; no temas, Pedro...). El discernimiento es, por tanto, don y tarea. Es don porque se nos da con el Cristo entregado. Es tarea porque es posible de nuestra parte mantener una actitud vigilante, despierta. Cuando entramos en el ámbito de Cristo y se nos da su Espíritu, nos ambientamos en una tradición que entiende de discernimiento. El discernimiento es un don a la comunidad cristiana, es patrimonio de la Gran Iglesia, en la que ha habido hombres y mujeres que han tenido el don y la gracia de ser más sensibles al paso del Espíritu de Vida. La doble referencia en el discernimiento supone un estar al tanto del «Christus traditus», el Cristo que se me entrega y que no inventamos en cada generación y en función de nuestros modos de estar en la vida. Discernir hoy supone, en la VRA, fidelidad a lo que se nos ha entregado, nuestros carismas y tradición, al mismo tiempo que una profunda pasión por este mundo roto y desquiciado, en el que nos toca ser cauces de misericordia y «memoria evangélica». VRA llamada a ser «comunidad de memoria» en un mundo sin capacidad de mirar atrás y aterrado ante el futuro. Discernir hoy es, fundamentalmente, «mudarse contra la desolación».

Mudarse contra la desolación Nuestro tiempo es calificado, en muchos ambientes de VR, como «calamitoso». Utilizo esta expresión porque, curiosamente, se ha utilizado en casi todas las épocas, lo que no deja — 22 —

de ser sintomático; sospecho que es porque se evalúa siempre lo que acontece desde la «perfección», y así todo tiempo es percibido como «desolado» y sin salida. Esta percepción de la realidad desolada provoca la tendencia al abandono y al bloqueo, y entonces, o se abandona o, lo que es peor, se entra en dinámicas de lamento persistente y mortecino y de gesticulaciones inútiles... Este tema conviene tomarlo con seriedad. En la dinámica de Ejercicios, las reglas de primera semana se dan para tener destreza en discernir que la consolación es un don que hay que recibir, porque el don siempre es algo recibido; si no, no es don; y la desolación es para «lanzar» [EE, 313]. La desolación no se puede equiparar a la consolación. Si equiparamos al «buen Espíritu» con el «mal Espíritu» y les damos la misma consistencia teológica, más allá de la constatación fenomenológica que hace Ignacio del movimiento de espíritus, caemos en un maniqueísmo de consecuencias dramáticas en la vida cotidiana. Muchos de los que comienzan a andar este camino posiblemente abandonen en la prueba de seguir a Jesús en «este mundo», pero los que siguen no pueden olvidar que es posible el «intenso mudarse» contra la misma desolación [EE, 319]. Lo que no se puede es estar en el seguimiento sin poner nada de nuestra parte para discernir en la realidad desolada («Por el contrario, piense el que está en desolación que puede mucho con la gracia suficiente para resistir a todos sus enemigos» [EE, 324]). El intenso mudarse contra la misma desolación no es un asunto de voluntarismo, no es un esfuerzo tenso que únicamente conduce al rompimiento personal; se trata de poner de nuestra parte lo necesario para percibir que el tiempo desolado es un tiempo que no está dejado de la mano de Dios. Precisamente porque el tiempo desolado se percibe como un tiempo sin gracia, desgraciado, tenemos que mirarlo con «ojos limpios». No se trata de dedicar más tiempo a mirarnos «por dentro», sino de percibir que, cuando perdemos la dimensión de gratuidad, somos nosotros los que cambiamos la mirada sobre la realidad y la cerramos. Al perder la dimensión de arraigo en la Misericordia, 23 —

que sustenta nuestro vivir, distorsionamos y desenfocamos nuestro modo de estar en la vida. La realidad es compleja, y el «mucho examinar» como discernimiento nos debe llevar a preocuparnos y ocuparnos de lo que pasa en el mundo que vivimos. En la vida cotidiana no podemos separar el discernimiento de las mociones y el análisis de acontecimientos y realidades. ¡En cuántos ambientes de VRA se dan lamentos, no de aflicción, sino de tedio, criticas y rechazos de la realidad, pero, eso sí, «bien comidos», «bajo buenos techos» y con no mejores «palabras, palabras, palabras»...! El analizar es una disposición y un saber. Todos no podemos saber de todos los saberes pero sí podemos disponernos a enterarnos, a estar «avisados», a preguntarnos por nuestras fuentes de información, a sospechar de nuestras convicciones inamovibles. Lo que es evidente es que el lamento y el derrotismo alimentan la desolación. Considero -y éste es un tema no resuelto y de difícil remedio- que debemos preguntarnos seriamente qué canales de acceso a la información y de análisis de lo que acontece utilizamos. Da la impresión de que las preocupaciones y valoraciones de la gente de la calle y las valoraciones y preocupaciones de la VRA en la vida cotidiana, no en las declaraciones, van por caminos muy, pero que muy diversos. Cuando mucho se examina, más situaciones y gentes caben en la oración. Este instar más en la oración -en la vida ordinaria no supone necesariamente más tiempo «cronológico»nos lleva a referir nuestro tiempo desolado a la Buena Noticia en su totalidad: vida-muerte-resurrección del Señor. La oración cristiana está amenazada en su raíz si sólo la practicamos cuando todo nos va bien o cuando todo es normal y natural, o debería serlo. El reto es saber orar con Jesús desde el Getsemaní personal e histórico. Cuando se examina y se analiza el tiempo desolado, nuestra oración se llena de personas y situaciones; se dinamiza, porque deja de ser una oración centrada en el yo. La «calidad» de la oración en la VRA tiene mucho que ver con el modo en que se vive y el «conocimiento del mundo» [EE, 63] que se tiene. Cuando la percepción de 24 —

la realidad se llena de tópicos, de «costras ideológicas»... la oración se rutiniza y se seca. La oración, en la espiritualidad de los Ejercicios, no es una oración de «desposorios», sino de buscar y hallar a Dios en todas las cosas; cuando la mayoría de las cosas se desautorizan a priori, no es posible encontrar al Dios de la Vida. Cuando todo nos va bien, es posible que orar sea dedicar tiempo a la tranquilidad y al sosiego, situarnos delante del Dios de la vida y disfrutar del hecho de ser criatura. Cuando se barrunta la desolación personal o se viven situaciones desoladas, entonces parece que el buen Jesús desaparece; entonces, o se deja de orar para caer en la frustración, o se invoca a una divinidad potente a la que se le pide que nos cortocircuite el vivir en conflicto y desolación, y esta invocación provoca entonces más frustración. En la vida no hay atajos. En el origen de muchos derrotismos, abandonos, criticas amargas, ironías y sarcasmos ante lo que acontece, se encuentra algo relativamente sencillo de diagnosticar, porque se trata de algo muy «normal»; es ese momento en el que uno dice: «ya he llegado adonde iba». Cuando creemos que controlamos las situaciones, que ya estamos preparados, que ya sabemos lo que pasa..., se desencadena una dinámica muy peligrosa. Es como cuando, por ejemplo, un profesor sigue con su mismo esquema de trabajo, inamovible, pero no percibe que delante de él las cosas han cambiado, que los alumnos son de «otra cultura»: entonces se producirá una dinámica desolada de conflictos, faltas de fluidez en la comunicación, victimizaciones, etc., y en el origen de todo lo que se ha dado hay una pereza y una negligencia original. Este ejemplo se puede transportar a otros ámbitos de la realidad. No se trata de hacer una lectura moralizante de la pereza, pero sí que se trata de caer en la cuenta de que para configurar un talante de discernimiento en el vivir cotidiano no podemos confiarnos, caer en autocontentamientos, sino que se trata de estar vigilantes. El permanecer y durar en el seguimiento del Señor cuando la realidad se nos presenta desolada, no puede estar en función — 25

del gusto o el disgusto, ni de la continua necesidad de gratificación. No podemos pedir que a cada momento nos digan lo bien que lo hacemos en nuestro compromiso, comunidad... En nuestra cultura esto constituye una auténtica dificultad, pero no podemos pedir ni al Espíritu ni a los demás que estén todo el día pendientes de nosotros. La inmensa mayoría de la gente lleva adelante su trabajo sin esperar que cada día se le diga lo bien que lo hace; al contrario, cuando lo hace mal es cuando se le dice. En buen discernimiento, «no hay bestia tan fiera sobre la haz de la tierra» [EE, 325] como el no hacer frente a los miedos y temores, porque miedos y temores todos tenemos siempre. Se trata de hacer frente a los temores que nos surgen, a los fantasmas que nos construimos. Se trata de perder miedo a decirnos: «yo siento esto y esto», «me da miedo esto y esto», «nos pasa esto y esto»... No podemos construir la realidad desde lo irreal, desde lo fantasmagórico, porque todo proceso queda trucado cuando se pierde la capacidad en encarar los propios «temores y pérdidas de ánimo» Cuando no abordamos los miedos y temores, entonces ideologizamos, en el sentido de que encubrimos la realidad y nos defendemos de ella personal e institucionalmente. Ante una realidad que se nos presenta adversa y dura, tiendo a defenderme de ella mentirosamente. Esta «bestia feroz» nos lleva a vivir en el engaño, cosa que no podemos permitirnos. Cuando sentimos temor y no lo abordamos, damos falsas respuestas, trucamos la realidad, la limitamos, matamos lo que acontece por no poner las palabras adecuadas. Existe un miedo matriz que consiste en la radical incertidumbre de futuro ante la muerte y desaparición de la Congregación o Instituto. Ante el miedo a la muerte, personal e institucional, o se crece en libertad evangélica o sutilmente se generan estructuras y modos de actuar que tan sólo pretenden asegurar angustiosamente lo que tenemos o creemos tener. Tenemos que abordar lo que nos pasa desde dentro y de cara. El miedo a la muerte genera esclavitudes tremendas (Heb 2,14-18). --26

No hay cosa más deprimente que percibir en personas que dicen que siguen al Jesús de la Buena Noticia radicalmente en pobreza, castidad y obediencia que fustigan continuamente al mundo desolado. Los lamentos y las gesticulaciones son estériles e inoperantes: urge redescubrir el combate espiritual para «mudarnos» contra la desolación. Lo del lamento y la gesticulación es realmente impresionante, por los ambientes enrarecidos que genera, en los que la Buena Noticia brilla por su ausencia. Estas reflexiones pretenden, por tanto, no caer en lamentos ni gesticulaciones, sino intentar «mudarse» contra la desolación en la VRA. Es una vida que vale la pena vivirla; pero es una vida que nos la jugamos a cara o cruz: o nos libera la libertad en el Seguimiento del Señor, o alimentamos más la desolación y la muerte. El Espíritu es el Espíritu del Viviente, que es el Crucificado, y no de otro que no sea Él. Espero y confío que nos seguirá configurando la vida desde la Vida.

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1 ¿Qué ha pasado con «la vuelta a las fuentes»? Los votos expresan nuestro modo carismático de seguir al Señor en la VRA, uno de cuyos principales retos consiste en replantearse radicalmente, desde la raíz, el fundamento y el sentido de los votos, para adquirir mayor libertad en el Seguimiento: «Ya desde los comienzos de la Iglesia hubo hombres y mujeres que por la práctica de los consejos evangélicos quisieron seguir a Cristo con más libertad e imitarlo más de cerca, y todos ellos, cada uno a su manera, llevaron una vida consagrada a Dios». El Concilio nos cambió de paradigma: con mayor libertad, no con mayor perfección. Cuando el Concilio Vaticano II subraya la libertad como rasgo carismático del modo de Seguimiento, está constatando un cambio de paradigma en el modo de comprender y autocomprenderse la VRA. No se trata ya de un estado de «consejos» frente a «preceptos» comunes a todos los cristianos. No se trata de «perfección» frente a lo común del pueblo fiel, que podría conformarse con los «mínimos para salvarse». Se trata de que, desde la libertad evangélica a que todos somos llamados, la VRA tiene que hacer patente en la vida de Seguimiento una «mayor» libertad. Más libertad evangélica como rasgo constitutivo de un modo de estar en el mundo y en la Iglesia que supone seguir al Señor en profesión de pobreza, castidad y obediencia. No podemos dar por supuesto que la libertad evangélica haya sido el punto focal de los intentos de la «reno-

vación» de la VRA durante estos últimos años; hemos hablado hasta la saciedad de austeridad, radicalidad, compromiso, inserción, integración personal, vida de comunidad, libertad personal..., pero no tanto de libertad evangélica. Sobra decir que este cambio supone un riesgo, una osadía: la de dejarse conducir hoy por el Espíritu Santo, por ese Espíritu que procede del Padre y del Hijo y que es la única fuente de la libertad del cristiano. Dejarse conducir en una cultura que está provocando en la VRA interrogantes, no sólo sobre su sentido, sino sobre su misma viabilidad como modo de Seguimiento, supone mucha humildad, una profunda actitud de escucha y mucha generosidad, mucho descentramiento. En mi opinión, no se trata tanto de refundar cuanto de volver a plantear desde la raíz el sentido. Lo de «refundar» puede adolecer de un cierto lirismo, por olvidar que es imposible partir de cero. Ya sé que la refundación no supone este olvido, pero es bueno que nos lo digamos: no partimos del hoy, sino que venimos de una historia y somos historia para lo bueno y para lo malo (y estoy persuadido que más para lo bueno). La vuelta a las fuentes fue muy sincera e ilusionante, pero hoy podemos y debemos ser conscientes de sus límites hermenéuticos. Nuestro modo de vivir estaba lastrado por muchos «tics», por supuestos básicos no sometidos a discernimiento, por persuasiones inamovibles..., olvidando que lo que consideramos «normal y natural» casi siempre son construcciones sociales, al menos en lo que se refiere a lo que llamamos «normal». Quisimos volver a las fuentes, pero no podíamos al mismo tiempo caer en la cuenta de que pretendíamos volver a un lugar en el que nunca habíamos estado. No podemos prescindir de todo lo que en nuestras Congregaciones se ha ido acumulando desde las «fuentes» hasta hoy: estilos de vida, «tradiciones y traiciones», desplazamientos históricos entre lo que pretendían los primeros y primeras y las ubicaciones apostólicas actuales... Esta vuelta a las fuentes se dio en un momento de «euforia eclesial», momento apasionante, vital, tenso, crítico y cargado de temores y de muchas ilusiones. Esta vuelta fue en muchos - 30 -

momentos acrítica en cuanto a la metodología empleada; y posiblemente no podía ser de otra manera, porque todo a la vez no se puede hacer, y había muchos frentes en los que estar. Sucedió algo análogo a lo ocurrido en Cristología cuando se quería encontrar el mismo evangelio limpio de toda adherencia y de todo añadido dogmático a lo largo del tiempo, para llegar a lo más puro del evangelio; de alguna manera, quisimos ir a las fuentes para encontrar el «mismo carisma» libre de todos los añadidos posteriores. Lo cual era una ingenuidad, porque ya hemos visto que no es posible acceder al «mismo carisma» si no es a través de la mediación histórica y de la profunda atención a los contextos en que emergieron nuestros carismas en la Iglesia y en el mundo y al modo en que se configuraron después. Se idealizó el carisma fundacional como llovido del cielo, limpio de toda adherencia y vivido sólo desde lo «mejor» de nuestros fundadores y fundadoras. En ningún momento se trata de minusvalorar los auténticos trabajos y sufrimientos que supuso la «vuelta a las fuentes»; se trata más bien de seguir avanzando en el intento de dar más calidad fidelidad evangélica a nuestra vida religiosa. No podemos olvidar lo que pasó (es muy peligroso ver las crisis de los años sesenta y setenta como «pecados de juventud»), sino que debemos caer en la cuenta de que se daba una cierta ingenuidad sobre la condición humana y una hermenéutica deficitaria. La historia del origen de cualquier congregación es también una historia de sufrimiento y de incomprensiones (no sólo por parte de los de fuera, sino también entre los primeros y primeras); en estas historias fundacionales aparecen las luchas por el poder, las ambiciones, la mezquindad y lo ruin de la condición humana. No podemos leer la historia y la tradición propia sólo desde lo mejor de los/as que nos precedieron, aunque es evidente que hubo mucha santidad y grandeza. No podemos contentarnos con decirnos que lo sabemos y que no se oculta; se trata de aprender que la condición humana siempre «da de sí lo que da de sí», y que esta condición siempre estuvo presente en la historia de nuestras congregaciones. — 31

Aquí es donde merece la pena que reflexionemos seria y serenamente sobre la antropología teológica que manejamos en nuestra vida cotidiana, es decir, preguntarnos qué es la condición humana desde la Buena Noticia de Jesús. Al volver a las fuentes, posiblemente no se encontró todo lo que se esperaba, y por eso estamos hoy como queriendo empezar de nuevo; desandar el camino es imposible: hoy vivimos un momento en que nos encantaría «rebobinar» la historia y la tradición, pero no podemos hacerlo. Al volver a las fuentes no nos encontramos ningún «ideal» actualizable sin más: en el origen se estaba dando un regalo del Espíritu a la Iglesia y al mundo por medio de hombres y mujeres con su grandeza y sus límites, y, sobre todo, nos encontramos con un regalo, el carisma fundante, que para sobrevivir se vio obligado, en la mayoría de los casos, a «enjaularse» en estructuras, como veremos, del monacato medieval que nos configuraron los estilos de vida. Esto, sobre todo en la VRA femenina, ha sido un auténtico drama. Esta vuelta a las fuentes nos llevó a percibir el carisma nítidamente, pero siendo prácticamente imposible liberarse de una «jaula» que con el paso de los años había pasado de ser una estructura externa a ser una estructura interna de configuración del Seguimiento en la VRA, porque se introyectó. El problema es cómo hacer para que la jaula se abra sin miedos, porque el miedo hace que se cambie la jaula de hierro por otras jaulas más sutiles, como veremos. La idealización de los orígenes hace daño, porque después se va a generar una serie de «teologías» de la vida religiosa desde el «núcleo carismático ideal», para hombres y mujeres «ideales», en comunidades «ideales», para un mundo «ideal» que no existe. Creo que en la VRA nos cargamos de excesivas pretensiones; no queremos ser perfectos, pero sí ser significativos; no queremos ser perfectos, pero sí ser profetas; no queremos ser perfectos, pero sí ser «coherentes» y con una «personalidad integrada»; y, sobre todo, queremos ser relevantes... La signifícatividad no viene dada a priori; la signifícatividad se nos otorga si la merecemos y nos acreditamos en la vida

cotidiana haciendo verdad lo que profesamos. ¿No tendremos que empezar por reconocernos en primer lugar como criaturas de Dios agraciadas? Cuando la dimensión de criatura la damos por supuesta, lo único que se provoca es la insatisfacción personal, comunitaria, y -lo más grave, en el fondo- una no aceptación del mundo roto y desquiciado en el que tenemos que estar como «memoria evangélica». Se están dando en muchos ambientes de la VRA demasiados rechazos sutiles o no tan sutiles del mundo porque éste no es el que debería ser, un mundo visto desde los cómodos sillones de las salas de televisión de comunidades insatisfechas porque sus miembros, a su vez, tampoco son lo que deberían ser. Es urgente mirar desde dentro las causas de tanta insatisfacción y tantos desajustes que impiden que el Evangelio de Jesús se convierta en un ámbito de Vida. En ese momento de euforia en la Iglesia y en la vida religiosa, se daba en paralelo el trabajo teológico de encontrar en «la primera comunidad cristiana» un modelo a imitar. Se toma como referencia el sumario de Hechos (4,12-17) y no se tienen en cuenta los conflictos de las comunidades primeras (comunidades, en plural), lo cual nos lleva a caer en la ingenuidad de creer en una hipotética «primera comunidad ideal» que nunca existió, aunque muchos y muchas se nieguen a reconocerlo, e incluso dirán que renunciar a ello es atentar contra la utopía... Comunidades de Galacia, de Corintio, de Roma... con tensiones internas hasta el dramatismo, como los conflictos, desde muy temprano, entre judeocristianos helenistas y judeocristianos palestinenses en la misma Jerusalén. Comunidades convocadas por el Espíritu, pero no anuladas en su caminar humano, a veces demasiado «humano», por no hablar de los desgarradores conflictos que atraviesan toda la historia del dogma trinitario y cristológico. Se sigue creyendo, más inconsciente que conscientemente, que hubo un tiempo privilegiado limpio de toda ambigüedad y conflicto: una creencia o ensoñación que bloquea y paraliza. El único privilegio de los primeros y primeras, ni más ni menos,

fue ser testigos del Resucitado. Tenemos testimonios de una experiencia de encuentro que les cambió el modo de vivir: la vida se les abrió hacia el futuro del Dios de la Vida, y empezaron a vivir en la esperanza del futuro de los pequeños y crucificados; pero este encuentro no los «espiritualizó», sino que siguieron viviendo en unos «cuerpos» en interacción con otros cuerpos y con el mundo cultural, político y económico, con las consiguientes tensiones. ¿No serán éstas, entre otras, las causas remotas de que en la vida religiosa nos aficionemos tanto a la «psicología» y tan poco a la «antropología» y a la «sociología»? Nos preocupamos y nos ocupamos mucho del «yo» espiritual (?), y muy poco de los estilos de vida, de los modos de estar en el mundo concreto, de la Espiritualidad como modo concreto y globalizante de estar en el Seguimiento. Nos sigue preocupando más la «integración del yo» que las relaciones del yo con el entorno social, cultural y político. Ha estado totalmente desequilibrada la integración de los saberes, han primado y siguen primando las psicologías egotistas en la espiritualidad. La nueva jaula que nos mata la libertad es el «yo», el en-si-mismamiento personal y comunitario, que es una jaula muy sutil: no se ve como en las estructuras que dejamos, pero es más frustrante y más asesina de la libertad. Dice la sabiduría jasídica: «El hombre que se mira a sí mismo sólo puede hundirse en la melancolía, pero cuando abra sus ojos a la creación, en torno suyo, conocerá la alegría»1.

Cuando ni se agradece ni se discierne lo «normal y natura!» Una palabra sobre lo «normal y natural». La cultura es una red de signos, y el discernir consiste en empezar a procesarlos desde otro código. El Espíritu pone en crisis el «orden presente»; el

1.

Elie WlFSBL, Celebración Jasídica, Salamanca 2003. p. 39.

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Espíritu lleva a juicio, pleitea con la realidad mostrenca y petrificada, con lo dado por hecho, con lo que «es así» y «no puede ser de otra manera». Discernir será cambiar el código «normal y natural» de lectura. Se empieza a taladrar la realidad y empiezan a verse otras cosas Nos cuesta aprender a los seguidores y seguidoras que el Seguimiento de Jesús es también un modo de estar y de ver la vida. Al «mirar» ya no «vemos» lo mismo. Discernir es no dar nada por supuesto o, por lo menos, cuidar un talante que sabe que todo puede ser puesto en cuestión, porque el único absoluto es el Señor. Es bueno caer en la cuenta de que toda disposición por el saber tiene que estar abierta a cambiar de percepciones, a modificar la sensibilidad, y ésta se modifica «aplicando los sentidos». ¿Estamos dispuestos en la VRA a aceptar otras formas de pensar y otros modos de percibir la realidad? Modificar las percepciones de la realidad es uno de los retos más difíciles y apasionantes que tenemos en la VRA, y esta modificación tiene que ver con las ubicaciones, con las percepciones espacio-temporales, con la sensibilidad. Este taladrar lo «normal» es lo más difícil. En la vuelta a las fuentes tuvimos habilidad para cambios de contenido más o menos relevantes: hábitos; formalismos en el trato; reglas más o menos obsoletas; lecturas «espirituales»; libertades básicas, como la inviolabilidad de la correspondencia; abolición formal de los grados de «madres y hermanas» (menos en lo de «padres y hermanos», por causa del ministerio ordenado que anda de por medio), abolición meramente formal, porque las formulaciones nuevas no cambian prácticas de años e incluso de siglos2; relación con la familia, tema sobre el que volveré

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