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Vovelle Michel – Introducción a la historia de la revolución francesa Cap 1. Nacimiento de la revolución. La crisis de

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Vovelle Michel – Introducción a la historia de la revolución francesa

Cap 1. Nacimiento de la revolución.

La crisis del antiguo régimen El objetivo de la revolución era la destrucción del feudalismo. En las estructuras que los juristas revolucionarios impugnaban, es fácil reconocer las características del modo de producción feudal, o del feudalismo en el sentido en que lo entendemos hoy en día. Sin embargo la Francia de 1789 presenta cantidad de características particulares, cuya importancia descubriemos a medida que se desarrolla la Revolución francesa. En 1789, el mundo campesino representaba el 85% de la población francesa, y la coyuntura económica sufría el opresivo condicionamiento del ritmo de las escaseces y las crisis de subsistencia. En este sistema los accidentes económicos más graves son las crisis de subproduccion agrícola que en el siglo XVIII constituyen factores esenciales ante los cuales la importancia de la industria queda relegada a segundo término. El tradicionalismo y el atrrraso de las técnicas agrícolas, refuerza la imagen de un campo “inmutable en no pocos aspectos. El sistema social seguía reflejando la importancia de los tributos señoriales. La aristocracia nobiliaria, poseía una parte importante de la tierra cultivable de Francia (30%). Mientras que el sector del clero otro poco (6%). Pero lo mas importante es el peso de tributos feudales y señoriales que recaían sobre la tierra, y que recuerdan la propiedad eminente que detentaba el señor sobre la tierra que, en realidad, poseían los campesinos. Estas cargas, variadas y complejas, constituían lo que los juristas llamaban “complejo feudal”. También en esta nebulosa de derechos se incluían rentas en dinero “el censo” y el “champart” (porcentaje que debía entregarse sobre las cosechas), que se hacía sentir mucho más gravosamente. Había muchísimos otros impuestos, exigibles anualmente, otras en forma ocasional, en dinero, en especie (laudemio, vasallaje, “declaraciones de fe y homenaje” y las “Banalidades”).por ultimo, el señor detentaba un derecho de justicia sobre los campesinos de sus tierras. Además, determinadas provincias del reino fueron testigos de la sobrevivencia de una servidumbre personal que gravitaba sobre el derecho de “manos muertas”, cuya libertad personal era limitada. A la inversa del sistema inglés, donde la eliminación sostenida de vestigios del feudalismo condujo a una agricultura de tipo precapistalisa. Se puede comparar lo que ocurre en Francia con los modelos que proponía Europa central y oriental, donde la aristocracia, propietaria de la mayoría de la tierra, se apoyó, en el trabajo forzado de los campesinos siervos ligado a la tierra. El campesino francés, en gran parte propietario de la tierra y muy diversificado, habrá de desempeñar un papel importante en las luchas revolucionarias junto a la burguesía y contra

una nobleza menos omnipotente que la de Europa oriental, tant desde el punto de vista social como desde el económico. Para R. Mousnire, la sociedad francesa de la época era más bien una sociedad de “ordenes”, por órdenes no se entiende solamente la división oficial tripartita que opone Nobleza, Clero y Tercer Estado, sino también las normas de organización de un mundo jerarquizado, con una estructura piramidal. Esto es posible ilustrarlo con la procesión de representantes de los tres órdenes en la ceremonia de apertura de los Estados Generales, en mayo de 1789. En primer lugar, el clero, en t tanto primer orden privilegiado, pero el mismo resultado de una heterogénea fusión de un clero alto y de un clero bajo, luego, la nobleza, y por último el Tercer Estado. Esta jerarquía no es meramente figurativa, sino que en ella los “privilegiados” gozan de una posición muy particular. El clero y la nobleza se benefician con privilegios fiscales que los ponen casi por completo a cubierto del impuesto real. Pero también hay privilegios honoríficos y en el acceso a los cargos, como, por ejemplo, la interdicción al Tercer Estado del acceso a los grados de oficiales militares, reafirmada a finales del Antiguo Régimen. Se habla de “cascada de desprecio” de los privilegiados respecto de los plebeyos y no sería nada difícil encontrar ejemplos concretos que ilustren el término de “reprimido social” que se ha aplicado al Burgués francés de finales del Antiguo Régimen. Después del feudalismo y de la estructura de órdenes de la sociedad, el tercer componente de este equilibrio del Antiguo Régimen es el absolutismo. En la época clásica, el reino de Francia se ha afirmado como el ejemplo más acabado de un sistema estatal donde l rey dispone de una autoridad sin contrapesos efectivos “en sus consejos”. En 1789 hace catorce años que ha asumido el cargo Luis XVI, cuya personalidad es demasiado mediocre para las responsabilidades que aquel exige. Desde Luis XIV la monarquía había impuesto los agentes de su centralización, los intendentes de “política, justicia y finanzas”, de los que se decía que eran “el rey presente en la provincia”, en el seno de las comunidades que ellos administraban. Al mismo tiempo, la monarquía había llevado a término la domesticación de los “cuerpos intermediarios”, cuyo mejor ejemplo encontramos en su política respecto a los parlamentos, en esas cortes que representaban las más altas instancias de la justicia real tanto en Paris como en las provincias. En el corazón mismo de este sistema político de Antiguo régimen se ubica la monarquía de derecho divino: el rey, que es un rey taumaturgo que cura a los enfermos que padecen “escrófulas”. Una figura paterna y personaje sagrado, el rey es el responsable religioso de un sistema que tiene al catolicismo como religión de Estado. En 1789, este mundo antiguo está en crisis. Las causas de esta crisis son múltiples, pero es obvio que el sistema todo da muestras de fallos evidentes. Los que más universalmente se denuncian son los que se refieren al carácter inconcluso del marco estatal. Lo mismo que otras monarquías absolutas, aunque en proporciones excepcionales a finales del siglo XVIII, Francia padecía de la debilidad y la incoherencia del sistema del impuesto

real. La carga de este impuesto era diferente según los grupos sociales, asi como lo era también según los lugares y las regiones. En este fin de siglo la opinión pública toma conciencia más clara de ella, cual si se tratara de una carga insoportable. Algunos historiadores han escrito que la “voluntad reformadora de la monarquía se agotó” entonces. Pero quedaría aun por saber porque no hubo despotismo ilustrado a la francesa. La crisis social de fin del Antiguo Régimen es una impugnación fundamental del orden de la declinación de la aristocracia nobiliaria, pudiendo ser esta absoluta o relativa. En la casta nobiliaria misma se multiplican los ejemplos derechazo de la solidaridad de clase, los desclasados, de quienes Mirabeau o el marqués de Sade constituyen vivas imágenes. Pero si bien su testimonio individual es revelador, la actitud colectiva del grupo se expresa más bien en el sentido inverso, en lo que se llama “la reacción nobiliaria o aristocrática”. Los señores resucitan antiguos derechos y a menudo se aferran con éxito a las tierras colectivas o a los derechos de la comunidad rural. Esta reacción señorial en en plano de la tierra va de la mano con la “reacción nobiliaria” que triunfa por entonces. El monopolio aristocrático sobre el aparato gubernamentativo del Estado ya no conocía prácticamente más brechas. En los diferentes grados de la jerarquía, los cuerpos o “compañías” que detentan parcelas de poder defienden y hasta consolidan notablemente el privilegio nobiliario. Al provocar la hostilidad de los campesinos y de los burgueses, la reacción señorial y la reacción nobiliaria contribuyeron en gran medida a la creación del clima prerrevolucionario, y la monarquía se vio comprometida debido al apoyo que les prestara. Es así como la crisis del viejo mundo se expresaba también en términos de tensio nes entre la monarquía absoluta y la nobleza. Se ha calificado la revolución aristocrática o nobiliaria a este periodo que va de 1787 a 1789 y que otros han llamado “prerrevolucion”. Detrás de esta fachada de liberalismo, lo que en realidad hacían los aristócratas y los Parlamentos al rehusar todo compromiso que sirviera para salvar el sistema monárquico era defender sus privilegios de clase.

Las fuerzas nuevas al ataque

Sería imposible describir la crisis final del Antiguo Regimen exclusivamente en términos de contradicciones internas; pues también sufrió un ataque desde el exterior, a partir de la burguesía y los grupos populares. De esta forma se ha formulado una pregunta sobre si la fue una revolución de la miseria o una revolución de la prosperidad. Un debate en el que discutieron Michelet y Jaures. Pero sigue siendo de gran valor. Michelet, el “miserabilista”, no se equivoca cuando llama la atención sobre la precaria situación de una gran parte del campesinado, Los trabajadores agrícolas y junto a ellos los medieros, pequeños agricultores

que comparten las cosechas con el propietario, constituyen por entonces la masa de lo que se ha dado en llamar campesinado «consumidor», esto es, que no produce lo suficiente para atender a sus necesidades. Para estos campesinos, el siglo XVIII desde el punto de vista económico, no merece el calificativo de «glorioso» con que tantas veces se lo adorna. En efecto, el alza secular de los precios agrícolas, tan beneficiosa. para los grandes agricultores que venden sus excedentes, sólo es para ellos un grave inconveniente. sería falso reducir la participación popular en la Revolución, tanto en sus aspectos urbanos como en los rurales, a una llamarada de rebelión primitiva; por el contrario, se asocia a la revolución "burguesa”, la que, sin discusión posible, se inscribe en la continuidad de una prosperidad secular. El ascenso secular de los precios, y como consecuencia de la renta y del beneficio, comenzó en la década de 1730, y se prolongaría hasta 1817, aunque no sin accidentes. Lo tradicional en la historiografía francesa ha sido ver en la burguesía a la clase favorecida por excelencia a causa de este ascenso secular, Veremos que recientemente se ha discutido este esquema explicativo, no sólo en las escuelas anglosajonas, sino incluso en Francia, a favor del argumento de que la burguesía, en su acepción actual, no existía en 1789. En la Francia de 1789, la población urbana sólo reúne el 5 por 100 aproximadamente del total. Los burgueses urbanos todavía extraen una parte a menudo importante de sus ingresos de la renta de la tierra y no tanto del beneficio. Los «burgueses» tratan de acceder a la respetabilidad mediante la compra de tierras y de bienes raíces, o, mejor aún, de títulos de oficiales reales, que confieren a sus posesores una nobleza susceptible de transmitirse hereditariamente. Por otra parte, una fracción de esta burguesía, la única que en los textos se precia del título de «burguesa», vive únicamente del producto de sus rentas, o, como se decít.t a la sazón, «noblemente», y, en ,.su nivel, se mimetiza al modo de vivir de los nobles. Pero la mayoría de la burguesía, en sentido amplio, se dedica a actividades productivas. Por último, están los banqueros y financieros, activos en ciertos lugares, pero que en su mayor parte se concentran en París. La burguesía propiamente industrial de empresarios y fabricantes existe, pero su papel es secundario en un mundo en que las técnicas de producción modernas comienzan a dar sus primeros pasos, mientras que la industria textil constituye la rama más importante. La burguesía francesa incluye también todo un mundo de procuradores, abogados, notarios y médicos, en una palabra, de miembros de las profesiones liberales, cuyo papel habrá de resultar esencial en la Revolución. Por su función cabría esperar que fueran defensores de un sistema establecido que les da vida; sin embargo, afirman su independencia ideológica en el seno de la burguesía. Artesanos y minoristas, también sus compañeros, que comparten los talleres, son ideológicamente dependientes de la burguesía, aun cuando tengan sus propios objetivos en la lucha. A priori, sería prematuro esperar una conciencia de clase autónoma del asalariado urbano. Esta burguesía naciente, tal cual es, con todos los desniveles económicos, sociales y culturales que la recorren, constituye la fuerza colectiva que da a la Revolución su programa.

La filosofía de las luces sé extendió y, traducida en fórmulas simples, circuló cual moneda corriente. Las ideasfuerza de la Ilustración, modeladas en fórmulas simples —libertad, igualdad, felicidad, gobierno representativo, etc. — encontrarán en el contexto de la crisis de 1789 una ocasión excepcional para imponerse. En primer lugar, una crisis económica ha catalizado las formas del descontento sobre todo en las clases populares. Los primeros signos de malestar cristalizaron en el campo francés en la década 1780, pues un estancamiento de los presos del cereal, una seria crisis de superproducción vitícola y, más tarde, en 1786, un tratado de comercio anglofrancés, crearon graves dificultades a la industria textil del reino. Los conflictos sociales, asociados a la carestía de la vida, otorgan una amplitud inédita al malestar político, que hasta ese momento se había polarizado hacia el problema del déficit. Además, la personalidad del monarca gravitaba pesadamente en la constelación de causas inmediatas, en los orígenes del conflicto. Rey desde 1774, honesto pero indudablemente poco dotado, Luis XVI no es ni por asomo el hombre que la situación requiere, y la personalidad de María Antonieta, a través de quien ejerce su influencia el peligroso grupo de presión de la aristocracia de la corte, no arregla en absoluto las cosas.

Cap. 2 La revolución burguesa.

De 1789 a 1791: la revolución constituyente

¿Se trata de una sola o de tres revoluciones? En el verano de 1789 se pudo hablar de tres: una revolución institucional o parlamentaria, en la cumbre, una revolución urbana o municipal y una revolución campesina. Por primera vez en la historia, la campaña electoral había dado al pueblo francés el derecho a hablar. Y éste hizo uso de ese derecho en sus asambleas, de las que los «cuadernos de quejas», desde las más ingenuas a las más elaboradas, nos han legado un impresionante testimonio colectivo de las esperanzas de cambio. La «sesión real» del 23 de junio confirma la determinación del Tercer Estado que, responde que «la nación reunida no puede recibir órdenes. No obstante haberse denominado Asamblea Nacional y haber obligado, de buen o mal grado, a las órdenes privilegiadas a sentarse con ellos, los diputados del Tercer Estado

sentían la precariedad de su situación, cuando se perfila la contraofensiva real, esto es, la concentración de tropas en París y la destitución del ministro Necker el 11 de julio. Mediante la utilización del marco de las asambleas electorales de los Estados Generales, a partir de los primeros días de junio la burguesía parisiense echa las bases de un nuevo poder y el pueblo de París comienza a armarse. El aumento de las dificultades apenas destituido Necker llevó a la jornada decisiva del 14 de julio, en la que el pueblo se apodera de la Bastilla, fortaleza y prisión real que le resistía. El alcance de este episodio trasciende con mucho el mero hecho considerado en sí mismo, para convertirse en el símbolo de la arbitrariedad real y, en cierto modo, del Antiguo Régimen que se hunde. La revolución popular parisiense sigue su camino con la muerte del intendente de la Generalidad de París, Bertier de Sauvígny en julio, y en particular con la marcha de hombres y mujeres de París a Versalles. A partir de esta serie de acontecimientos se puede juzgar cuál era el nexo entre la revolución parlamentaria en la cúspide, tal como se afirma en la Asamblea Nacional, y la revolución popular en la calle. Pero entre estas, dos revoluciones hay más que una mera y casual coincidencia. Gracias a la intervención popular la revolución parlamentaría pudo materializar sus éxitos; gracias al 14 de julio, el rey tuvo que ceder el día 16, volver a llamar a Necker y aceptar ponerse la escarapela tricolor. Así las cosas, la presión popular .distó mucho de ser sólo parisiense, pues fueron muchas las ciudades que, siguiendo el ejemplo de París, hicieron su “revolución municipal”. Lo que se ha dado en llamar revolución campesina no es sólo un eco de las revoluciones urbanas, Por el contrario, es evidente que tiene su ritmo propio y sus objetivos de guerra específicos. En este contexto de rebeliones localizadas, la segunda quincena de Julio asiste al nacimiento de un movimiento a la vez próximo y diferente: el Gran Miedo, que afectará a más de la mitad del territorio Francés. Es menester reconocer que las conquistas más importantes, las que han cuestionado profundamente el orden social, son el fruto de la presión revolucionaria de las masas; lo mismo ocurrió en agosto de 1789 con la destrucción del feudalismo. La realización del nuevo sistema político, lejos de tener como base un compromiso amistoso, reveló la existencia de tensiones cada vez más grandes. Así parapetada, pudo la burguesía revolucionaria echar las bases esenciales del nuevo régimen. Al menos en teoría, la destrucción del antiguo, régimen social se condujo con energía en la noche del 4 de agosto. La denuncia del «feudalismo» de parte de los nobles más lúcidos y realistas llevó a una moción general que tendía a destruir el conjunto de las cargas feudales y de los privilegios.

El decreto final declara que la Asamblea Nacional «elimina el sistema feudal en su conjunto»; sin embargo, introduce distinciones sutiles entre derechos personales y los «derechos reales» que gravaban la tierra, a los que se limitaba a declarar enajenables. A pesar de esta distinción, la noche del 4 de agosto establecía las bases de un nuevo derecho civil burgués, fundado en la igualdad y la libertad de iniciativa. Por otra parte, las restricciones que se establecían cedieron en los meses y en los años sucesivos ante la obstinada negativa del campesinado a aceptarlos. Así, la violenta oposición del campo impondrá la abolición lisa y llana de los restos del sistema feudal. Había que reconstruir pues, sobre la base de esta tabla rasa. El 26 de agosto de 1789, en una declaración solemne anunciaba los Derechos del Hombre y del Ciudadano, que proclamaba los valores nuevos de libertad, igualdad... seguridad y propiedad. Quedaba aún para el futuro el valor de la Fraternidad, que constituiría un descubrimiento de la Revolución. En verdad la elaboración de la nueva Constitución no se realizó en un clima de serenidad. Durante este período constituyente veía la luz, al calor de la pasión de la acción, un nuevo estilo de vida política. Se estructura una clase política dividida en tendencias, si no en partes; los aristócratas a la derecha, los monárquicos en el centro, los patriotas a la izquierda. En su seno se imponen líderes y portavoces. La discusión de la futura Constitución ocupó una gran parte de las sesiones de la Asamblea, en cuyo transcurso las oposiciones se cristalizaron en torno a un cierto número de cuestiones cruciales, como el problema del derecho de paz y de guerra, o el del derecho de «veto» que dejaba en manos de la realeza la posibilidad de bloquear una ley aprobada por la Asamblea. La crisis financiera, herencia de la monarquía del Antiguo Régimen, pero no resuelta, llevó a la experiencia monetaria de los asignados, papel moneda respaldado por la venta de la propiedad eclesiástica nacionalizada en beneficio de la nación. Á modo, de "consecuencia”, la Asamblea tuvo que proporcionar al41 ero un nuevo estatuto, con retribución a sus miembros en calidad de funcionarios públicos. Era la «constitución civil del clero», aprobada en 1791, que habría de tener 'enormes ’consecuencias. La venta de los bienes del clero, que se convirtieron en bienes nacionales, también resultó preñada de graves consecuencias. Esta expropiación colectiva afectó del 6 al 10 por 100 del territorio nacional; la operación, denunciada por los contrarrevolucionarios, no fue mal vista por la opinión i general; desde 1790, y sobre todo desde 1791, las ventas se ligaron indisolublemente a la causa de la Revolución al grupo de los, compradores de bienes nacionales. Aprobada en julio de 1790, la constitución civil del clero convertía a los curas y a los obispos en funcionarios públicos elegidos en el marco de las nuevas circunscripciones administrativas.

Cuando empapa Pío VI condenó el sistema, en abril de 1791, se produjo un cisma que opuso a sacerdotes y clero constitucional por un lado, y, por otro, a los llamados «refractarios», Entre unos y otros se abrió un abismo inzanjable. La idea de conmemorar la toma de la Bastilla en julio de 1790 en la explanada del Campo de Marte partió de las provincias, pero los parisienses la hicieron suya. Como un eco de la misma, las provincias festejaron la fraternidad de los guardias nacionales, y el fin de las antiguas divisiones. Semiimprovisada, no obstante lo cual tuvo un éxito ‘considerable, la fiesta parisiense constituyó la demostración más acabada y espectacular de lo que se puede llamar el carácter colectivo de la revolución burguesa.

La escalada revolucionaria (1791-1792)

Un año después, esta ficción de unanimidad ya era inadmisible. El 17 de julio de 1791, en un amargo recuerdo de la fiesta de la Federación, el Campo de Marte es escenario de una masacre, la matanza del Campo de Marte, en la que, en virtud de la ley marcial dictada bajo responsabilidad del alcalde Bailly y del comandante Lafayette, la guardia, nacional ametralla a los peticionarios del Club de los Cordeleros, que solicitaban la destritucion del rey Luis XVI. Entre la revolución constituyente burguesa, que ellos encarnaban, la revolución popular se abría un abismo que en el futuro sería cada vez mayor. Entre 1791 y la caída de la monarquía, el 10 de agosto de 1792, la marcha revolucionaria cambió de rumbo. Algunos historiadores actuales han propuesto el tema del «patinazo» de la Revolución francesa. Para ellos, la intervención de las masas populares urbanas o rurales en el curso de una revolución liberal que en lo esencial había logrado sus objetivos escapaba al orden de las cosas. El miedo exagerado, de una contrarrevolución mítica, apoyado sobre el tema del «complot aristocrático», había despertado los viejos demonios de los miedos populares y había acelerado la revolución. A la inversa, torpezas del rey, hasta su evidente hipocresía, y las intrigas de los aristócratas habían facilitado este patinazo, cuyos platos rotos los pagó el frágil compromiso que entonces estaba en vías de experimentación entre las élites, y que unía a burgueses y nobles liberales. Por seductor que sea, este- nuevo" modelo no me satisface. Subestima la importancia del peligro contrarrevolucionario, tal vez por una visión demasiado exclusivamente parisiense, que descuida los frentes de lucha de la revolución en el conjunto del país. La contrarrevolución en acción corre primero a cargo del grupo de los emigrados. Pero la constitución civil del clero, así como la agravación de los antagonismos, aumentaron sus efectivos entre 1790 y 1792; y se comienza a tejer toda una red de conspiraciones en el país, a fin de provocar levantamientos contrarrevolucionarios; o bien en París, con el propósito de organizar la fuga del rey. En las montañas del Vivarais, al sudeste del Macizo Central, entre 1790 y 1793 se sucedieron sin interrupción las reuniones de contrarrevolucionaríos armados, los campos de Jales.

La contrarrevolución disponía aún de muy sólidos apoyos en el aparato del Estado y, junto con las actividades de conspiración, no es difícil distinguir una contrarrevolución oficial, o desde arriba. Como contrapartida de esta historia de resistencias y de contrarrevolución, se inscribe la de la politización y el compromiso creciente de las masas urbanas, y a veces de las rurales. Lo que más tarde se llamará sans-culotterie — movimiento de patriotas en armas que se rebelan en defensa de la Revolución— se constituye por etapas entre 1791 y 1792. El resurgimiento del malestar económico contribuyó agesta creciente movilización; después de la mejoría de 1790, una mala cosecha en 1791, agravada por la especulación y por la inflación asociada a la caída del valor del asignado, dio renovado vigor a la reivindicación popular. Luego, más profundamente aún, son éstos los años en que se lleva a cabo, en la práctica, la emancipación de los restos del derecho señorial que aún quedaban, mediante la negativa, a menudo violenta, a pagar los derechos que en 1789 se habían declarado recuperables. En las ciudades y los burgos, es entonces cuando los clubs y las sociedades populares se multiplican hasta cubrir el territorio nacional con una red a veces muy densa. El gran aumento de volumen de la prensa, otra novedad revolucionaria, es uno de los elementos de esta politización acelerada. La Constitución de 1791, que comienza con una declaración de derechos, continua con una reorganización integral de las estructuras de la administración, de la justicia, de las finanzas y hasta de la religión, y en la que encontraremos los elementos esenciales a la hora de realizar el balance de la Revolución, es mucho más que un documento de circunstancias; es la expresión más acabada de la revolución burguesa constituyente en su ensayo de monarquía constitucional. Con este nuevo sistema por base se reunió el 16 de diciembre de 1791 la nueva asamblea, llamada Asamblea Legislativa. Muchos se presentaron con la firme intención de clausurar la revolución, o, de «quebrar la máquina de insurrecciones». Esta tendencia constituiría el grupo de los feuillants, numeroso en la Asamblea, pero dividido entre partidarios de Lafayette, por un lado, y, por otro, del triunvirato (Barnave, Duport, Lameth). En el externo opuesto estaban los que muy pronto recibirían la denominación de brissotins y que más tarde habrían de ser los girondinos; en ellos también había discrepancias entre el grupo dirigente que reunía brillantes elementos. Para determinados líderes que no estaban en la Asamblea, pero que eran muy influyentes, como Robespierre entre los jacobinos y Marat en su diario, esta condición de supervivencia es mucho más que una simple alianza de conveniencia. Por el contrario, los brissotins sólo veían en ella una necesidad sufrida con impaciencia; la unión entre ellos y el movimiento popular será siempre equívoca, pues no comparten sus aspiraciones sociales y económicas, de modo que muy pronto se abrirla un abismo entre los unos y el otro. El acelerador de esta evolución, no cabe duda, es la guerra, que habrá de hacer más rígidas las opciones políticas y más graves las tensiones sociales. Tal como lo preveían los brissotins,

la guerra obligó muy pronto al rey a quitarse la máscara y poner al descubierto sus armas; en efecto, se negó (mediante el «veto») a promulgar las decisiones de urgencia de la Asamblea y destituyó a su gabinete brissotin. Pero las esperanzas del rey y de los aristócratas también se vieron confirmadas, pues las primeras acciones resultaron desastrosas para las armas francesas, en plena desorganización por la emigración de la mitad de sus oficiales. El aumento de los peligros provocó en París una jornada revolucionaria. Én esa oportunidad, los manifestantes invadieron el palacio de las Tullerías e intentaron inútilmente intimidar al rey, quien opuso toda la resistencia pasiva de que era capaz 'fue un fracaso, pero un fracaso que anunciaba la movilización popular que se estaba gestando. El 11 de julio, la Asamblea proclamaba solemnemente a la «patria en peligro», y de las provincias llegaban batallones de federados que subían a París, y entre los cuales se encontraban los famosos marselleses, que popularizaron su canto de guerra, «La Marsellesa». La jornada decisiva es la del 10 de agosto, en que se produce una insurrección preparada, durante la cual los miembros de las secciones parisienses y los «federados» que habían llegado de las provincias marchan al asalto de las Tullerías, de donde la familia real había huido. Tras una batalla a muerte con los suizos que defendían el palacio, la insurrección popular triunfa. La Asamblea vota la suspensión del rey de sus funciones y la familia real será encarcelada en la prisión del Temple. Esta etapa concluyó con dos acontecimientos espectaculares; la victoria de Valmy y las masacres de septiembre. Con el contraste entre estas dos imágenes se cierra la fase de la revolución burguesa y de compromiso. Comienza una nueva etapa, en la que la burguesía revolucionaria tendrá que entenderse con las masas populares.

Cap. 3 La revolución jacobina.

La hegemonía de la montaña

Para una parte de la burguesía el mayor peligro es el que representa la subversión social, y que ven el retorno al orden, como una necesidad perentoria. Para otros, por el contrario, lo más importante es la defensa de la Revolución contra el peligro aristocrático y esta defensa impone una alianza con el movimiento popular, aun cuando ello obligue a dar satisfacción, a las reivindicaciones sociales de estas capas, y adoptar una política muy alejada del liberalismo burgués, recurriendo a medios excepcionales. ¿Hay entre estas dos actitudes burguesas una mera diferencia de grupos y de estratos, o se trata lisa y llanamente de la oposición entre dos opciones políticas que expresan las denominaciones de girondinos y montañeses? estas dos actitudes, que sería tan

caricaturesco oponer reduciéndolas de un modo mecanicista a diferencias sociológicas, como creerlas intercambiables y mero producto del azar, se definen mejor si se tiene en cuenta una tercera fuerza, que estaba fuera de las asambleas. Nos referimos a la fuerza de las masas populares de la sans-culotterie, organizada en el marco de asambleas de las secciones urbanas o en sociedades populares. De estos grupos surgieron los líderes, o simplemente los portavoces ocasionales. Después de la represión que reducirá al silencio a los enragés (exaltados), se constituye otro grupo, más motivado políticamente, y también más equívoco, alrededor de Hébert, Chaumette y la Comuna de París, Los hebertistas aspiraron al menos a tomar la dirección del movimiento de los sans-culottes y apoyarse en éste. El enfrentamiento _entre la Gironda y. la Montaña era inevitable: tuvo lugar desde finales de 1792va junio de 1793. Sus episodios esenciales fueron el proceso de Luis XV I, luego los acontecimientos de política exterior, por último, en la primavera, la sublevación de la Vendée abría un nuevo frente interno. Prisionero en el Temple, Luis XV I fue juzgado por la Convención en diciembre de 1792, La Gironda se inclinaba a la clemencia, e intentó proponer soluciones susceptibles de evitar la pena capital, esto es, el destierro y la detención hasta que se estableciera la paz, e inclusive la ratificación popular. Por el contrario, los líderes de la Montaña, cada uno a su manera se unieron para pedir la muerte de Luis XVI en nombre del Comité de Salvación Pública y de las necesidades de la Revolución. La apertura de un frente interno de guerra civil agrava la situación: a comienzos de primavera estalla la insurrección de la Vendée, en Francia occidental, y se extiende muy pronto. Se trata de una sublevación rural, en un primer momento, cuyos jefes son de origen popular pero gradualmente los nobles, bajo la presión de los campesinos, se embarcan en el movimiento, que terminan por enmarcar y primero los burgos y después también las ciudades que se habían mantenido republicanas son arrasadas por esa ola. El sentimiento religioso arraigado en estas comarcas, que durante tanto tiempo se ha señalado como causa principal, si bien es cierto que desempeñó su papel en los comienzos de esta movilización a favor de la causa real, no lo explica todo. Factor más directamente movilizador pudo haber sido la hostilidad al gobierno central, en un país que rechaza el impuesto y sobre todo las levas de hombres. Pese a las reticencias girondinas, la presión de los peligros que rodeaban a la República llevó a poner en práctica un nuevo sistema de instituciones. En primer lugar, un Tribunal Criminal Extraordinario en París, que se convertirá en Tribunal Revolucionario, y luego, en las ciudades y en los burgos, la red de Comités de Vigilancia encargados de vigilar a los sospechosos y a las actividades contrarrevolucionarias.

Luego de diversos enfrentamientos se refuerza la unión entre la burguesía jacobina, la que representan los montañeses en la Convención, y cuyo poder ejecutivo es el Comité de Salvación Pública, y las masas populares de la sans-cuíotterie. ¿Se trata de una solidaridad sin fisuras? El historiador Daniel Guérin, cuyas tesis analizaremos más adelante, considera que los bras nus, que encontraron a través de sus portavoces el modo de canalizar sus energías, estaban en condiciones de desbordar el estadio de una Revolución democráticaburguesa para realizar los objetivos propios de una Revolución popular. Sean cuales fueren las contradicciones de que es portador el movimiento popular, sobre todo en París, los sans-culottes constituyen, hasta finales de 1793 y aun en la primavera de 1794, el alma del dinamismo revolucionario. En efecto, su presión constante y activa impone al gobierno revolucionario la realización de una cierta cantidad de consignas: en el plano económico, el control y la fijación de precios máximos en el plano político, el desencadenamiento del Terror contra los aristócratas y los enemigos de la Revolución, y la aplicación de la Ley de Sospechosos. Durante este período la burguesía de la Montaña forjo y estructuró los mecanismos para poner en marcha el gobierno revolucionario, que se inscribía en el polo opuesto al ideal de democracia directa de los sans-culottes. El gobierno revolucionario recibió su forma acabada en el famoso decreto del 14 Frimario del año II, el mismo que definía la Revolución como «la guerra de k Libertad contra sus enemigos».

Apogeo y caída del gobierno revolucionario

La pieza central del sistema es el Comité de Salvación Pública, elegido y. renovado por la Convención, pero que en realidad permanece esencialmente intacto durante el año II. Se designaron primero agentes nacionales en los distritos, y luego comités revolucionarios en las localidades. Pero en el Comité y las instancias ejecutivas ocupaban un sitio esencial los Representantes en Misión, que eran convencionales enviados a las provincias durante un tiempo determinado. Junto a estos agentes individuales, se descubre también la acción localmente esencial de los ejércitos revolucionarios del interior, «agentes del Terror en los departamentos». Tales son los elementos, o los agentes de la acción revolucionaria, Pero ¿con qué resultados? Ya se ha dicho que se puso el Terror al orden del día, El término «Terror» abarca mucho más que la represión política, pues se extiende al dominio económico y define la atmósfera que reinaba en ese momento. Sin duda, la represión aumentó y el Tribunal Revolucionario de París, vio incrementadas sus atribuciones gracias a la ley de Pradial del año II que antecede a lo que se ha dado en llamar el Gran Terror de Mesidor.

En el terreno económico, la fijación de precios máximos respondía a una exigencia popular espontánea. A pesar de que la política de precios máximos se fue haciendo cada vez más impopular tanto entre los productores como entre los asalariados, no por ello dejó de asegurar a las clases populares urbanas una alimentación adecuada durante toda la época del Terror. El resultado de esta movilización de energías nacionales se inscribe sin ambigüedad en la reorganización de la situación política y militar. Ya hemos visto que los jans-culottes lograron imponer una parte de su programa en septiembre de 1793, en su último verdadero éxito. El movimiento de descristianización es, sin duda alguna, mucho más que un mero derivado inventado por los hebertistas, como a veces se ha creído. El mismo se originó eñ el centro de Francia y tuvo gran resonancia en París y luego se difundió por toda Francia durante los meses siguientes. Este movimiento semiespontáneo fue mal visto de entrada por los montañeses en el poder, y desautorizado por el gobierno revolucionario. Con el paso del tiempo podemos juzgar hoy más objetivamente. La descristianización no fue un complot aristocrático ni expresión de la política jacobina, pero tampoco traduce las actitudes de un movimiento politizado de sans-culottes. Adoptó la forma de desacerdotización, que fue la responsable de que más de 20.000 sacerdotes renunciaran a su estado, pero también se prolongó en fantochadas, en vandalismo, unas expresiones carnavalescas de la subversión soñada, como en las fiestas que se celebraban. La descristianización levantó vivas oposiciones locales, y en muchas regiones apenas si ejerció influencia. Pero encontró terreno propicio en un sector de las categorías sóndales urbanas y en ciertas comarcas rurales predispuestas a acogerla bien. Su rechazo por el gobierno revolucionario es un elemento, entre otros, del creciente deseo de controlar el movimiento popular. El deísmo rosseauniano de los montañeses, para quienes la sociedad debe fundarse en la virtud y la inmortalidad del alma es una exigencia moral que conlleva la necesidad de un Ser Supremo, se instala como contrapartida tanto de la herencia cristiana, reducida a la categoría de superstición, como del culto Je la Razón, al que se considera una vía al ateísmo.

Cap. 4 De termidor al directorio.

La convención termidoriana La coalición que había conducido con éxito el golpe de Termidor era de naturaleza equívoca. Quizás algunos de sus Instigadores soñaran con la vuelta a una dirección más colegiada, en la misma línea de antes, y no supieron manejarse adecuadamente en medio del contragolpe que siguió inmediatamente después de la caída de Robespierre.

En la conducción de la Revolución se producía un cambio decisivo de rumbo. El dinamismo popular se debilita, a pesar de que en los años III y IV no faltan motivos de movilización. El año III quedará en la historia como «el gran invierno», como el año dé la vuelta de la hambruna y el pan caro, a lo cual contribuyen la mala cosecha, la vuelta a la libertad de precios, la inflación del asignado, que llega a su última fase de degradación, ¿Bastaba esto para despertar al pueblo bajo?. Si bien éste conservaba aún las armas, los cuadros de su organización habían sido destruidos. Además, en la Convención, la Montaña, decapitada, y desorientada, había perdido el control de la situación. En año III , durante los cuales los sans-culottes en armas invadieron la Convención al grito de «Pan y la Constitución de 1793», que expresaba muy bien los dos niveles de su reivindicación, el económico y el político. Pero fracasan, la Convención gana, y las consecuencias son gravísimas: en la Asamblea se elimina el último foco de montañeses, comprometidos con la insurrección, se desarma el faubourg Saint-Antoine, se termina con el pueblo en armas. En el frente de la política externa, la Convención termidoriana aprovecha las victorias que los ejércitos franceses consiguen en todos los frentes, que retoman el espíritu de las del año II. Un anexionismo que aún se limitaba a las fronteras naturales es uno de los legados de la Convención termidoriana, pero sólo representa una parte de una impresionante herencia política. Herencia, después de todo, hasta cierto punto usurpado cuando se contabilizan en el activo de los termidorianos todas las reformas jurídicas administrativas o universitarias que a menudo maduraron en el período montañés anterior. En cierto modo, la Convención es un todo, pero es verdad que no se podría discutir a los termidorianos la paternidad de la Constitución del año III, que lleva su sello y su espíritu en el compromiso burgués que repudia el hálito democrático de la Constitución de 1793, con el que soñaron poner punto final a la Revolución. Rechazado el sufragio universal 200.000 electores censitarios designan el cuerpo legislativo, que se articula en dos asambleas: el Consejo de los Quinientos y el-Consejo de los Ancianos. El mismo principio de división, de poderes impone la colegialidad del ejecutivo, distribuido entre cinco «directores». Sin, duda, se trata de una anticipación, en un mundo en que la lucha entre la Revolución y sus enemigos aún no ha concluido. El 13 de Vendimiarlo del año III, los cabecillas realistas lanzan los barrios ricos de la capital a la insurrección armada. Bajo la dirección de Barras, la Convención recupera la serenidad y confía el mando de las tropas al joven general Napoleón Bonaparte, que ametralla a los insurgentes en la escalinata de la iglesia St. Roch. La contrarrevolución parisiense armada ha fracasado, pero por primera vez la Revolución que ha desarmado a los sans-culottes tiene que recurrir a la fuerza militar. Con esta transición entramos de lleno en el régimen del Directorio.

El directorio El Directorio cubre el período comprendido entre el mes de abril de 1795 y octubre de 1799. Época de facilidad y de corrupción, pero también de miseria y de violencia, época de inestabilidad, que se ha hecho clásico resumir en la imagen ele los golpes de Estado convertidos en método de gobierno, como un vicio radical de forma y símbolo del sistema. Interesados en equilibrar los poderes, los convencionales no previeron ningún recurso legal en el caso de conflicto entre el ejecutivo y los consejos, laguna en la cual se vio el origen de inevitables golpes de Estado. ¿Qué representan estos hombres en el poder durante cinco años? Allí encontramos revolucionarios de 1789 y de 1791 girondinos convencionales del Centro o de la Llanura, eternizados por la Constitución del año III , todos los cuales representan una burguesía revolucionaria interesada ante todo en consolidar sus posiciones, mediante la defensa de las conquistas políticas y sociales de que era beneficiaría. Este interés alcanza relieve muy especial cuando se evoca la personalidad de los «logreros», que reinaron en esta época, y que defendían una posición o una fortuna: piénsese en el miembro del Directorio. ¿Podía la clase política hacer otra cosa que hacia otra potencia, consolidada, como lo era el ejército? El Directorio es para unos época de insolente opulencia, mientras para otros lo es de rigor, según la imagen que del mismo se conserve. La crisis de las finanzas del Estado no sólo traducía esta coyuntura, sino también la negativa a pagar impuestos, lo que expresa una crisis de autoridad. Una de las consecuencias de ello será el izquierdismo en aumento de la expansión revolucionaria. La conquistarse convierte en un medio de sacar a flote la hacienda, .con el consiguiente debilitamiento de las motivaciones ideológicas y el aumento del poder militar respecto de un poder civil dependiente. Tales son las constantes, o las taras que presiden la historia de estos cinco años. Sin entrar en el detalle de un tramo rico en peripecias, es clásico oponer el «primer» Directorio, del año III al 18 de Fructidor del año Val «segundo» Directorio, en el que la práctica del golpe de Estado adquiera carta de ciudadanía. El régimen del Directorio estaba dispuesto a realizar compromisos, El aumento de peligro de reacción realista le impondrá, no obstante, golpear también a la derecha. La contrarrevolución se organiza, se da sus estructuras o sus pantallas. No tiene un frente homogéneo, pues los realistas puros, partidarios de una vuelta al Antiguo Régimen, conviven con los realistas constitucionales dispuestos a aceptar una parte de las novedades revolucionarias dentro de un marco monárquico. El golpe de Estado del 18 de Fructidor del año V anula el resultado de las elecciones que habían dado la mayoría a los realistas e inaugura una fase de represión violenta. Se vuelven a poner en vigor los textos contra los emigrados y los realistas, se deporta más que se

ejecuta, pero la Guayana se convierte en la «guillotina seca» de esta momentánea llamarada terrorista. El régimen está minado en su interior por una crisis de medios, y de autoridad. Se ha hablado de la miseria del Directorio, incapaz de pagar a sus funcionarios y a sus soldados, poco obedecido, en un clima de disgregación y de anarquía. Esta imagen, que el régimen siguiente mantendrá como cómodo justificativo, es sólo parcialmente cierta. El país escapa al control del Estado, el bandolerismo se convierte en uno de los signos reveladores de la crisis del régimen. En las llanuras de la Francia septentrional, los chauffeurs queman los pies de los campesinos para hacerles saltar sus ahorros, mientras en el Mediodía o en el Oeste los bandidos realistas atacan las diligencias. Estos “rebeldes primitivo” expresan bajo formas variadas la regresión a formas elementales de contestación popular. A estos elementos de descomposición interna se agregan, en proporción cada vez mayor, el peso de la guerra y de las conquistas exteriores, de donde surgirá el cesarismo. El Directorio, según los planes de Carnot, había proyectado en 1795 el ataque al emperador medíante la presión conjunta de una ofensiva sobre Viená, por Alemania, y de una campaña de diversión en Italia. Cuando Bonaparte pierde la serenidad, la presencia de ánimo de su hermano Lucien, que preside la Asamblea, logra imponerse. El resto lo hace la intervención de las tropas, que dispersan a los diputados. Con este golpe de Estado sin pena ni gloria se cierra la historia de la Revolución francesa y comienza la aventura napoleónica.

Cap. 5 Conclusión a modo de balance.

En diez años, la Revolución francesa representa un giro considerable y en lo esencial irreversible no sólo en la historia de Francia, sino en la historia del mundo , en parte por lo que destruye, pero principalmente por lo que edifica o por lo que anuncia. Revolución burguesa con apoyo popular, propone, precisamente por ello, un balance ambiguo, adaptado a las condiciones propias de la Francia de finales del siglo XVIII. Pero se puede intentar reunir en ciertos temas principales los elementos fundamentales de la herencia que aquella Revolución legó. No hay duda de que su mensaje no es monolítico, ni de que en el mismo se inscriben tanto el discurso de la Revolución constituyente el acta constitucional de 1791, como la Declaración de Derechos de 1789. La Revolución sustituye la desigual ordenación jerárquica de la sociedad del Antiguo Régimen por la afirmación de la igualdad; «los hombres nacen y permanecen libres e iguales en sus derechos. Eso supone hacer tabla rasa con todos los privilegios y servidumbres anteriores. La igualdad es, ante todo, la igualdad civil 'en todas

sus formas, la de los protestantes, y con más reticencias, los judíos, que se convierten en ciudadanos de pleno derecho. En materia política, únicamente el período comprendido entre 1793 y el año II ha sido testigo de la experiencia del sufragio universal de los adultos varones: en 1791, lo mismo que en el año III , predomina el sufragio censitario, que opone ciudadanos activos y ciudadanos pasivos sobre la base del censo, limitaciones políticas que son en realidad barreras sociales y que determinan los límites de la democracia burguesa en este estadio. La Revolución es el año I de la Libertad, que proclamó de entrada tal vez con menos reticencias que la Igualdad. Se trata de la libertad personal del ciudadano, garantizada en su persona por un régimen que, en la línea del humanitarismo de las Luces, quiere eliminar toda crueldad gratuita en los sufrimientos. Luego, libertad de opinión, que termina con el monopolio de la Iglesia católica en la dirección de las conciencias y se extiende primero a los protestantes en 1789 y luego a los judíos. Las libertades políticas fueron el terreno de las más ricas y ejemplares experimentaciones. Así, la Declaración de los Derechos proclama la soberanía del pueblo, el principio de la elección en todos los dominios, la necesidad de un régimen representativo fundado en la separación de los poderes. Se echan las bases del liberalismo político del siglo xix en Francia y en otros sitios, aun cuando haya ciertos rasgos que no habrán de sobrevivir al episodio revolucionario, Por último, la libertad de empresa es una de las proclamas fundamentales, que toma forma de 1790 a 1791 en las leyes de Allarde y Le Chapelier, las cuales prohíben toda coalición y todo monopolio. Libertad, Igualdad: se ha tratado de completar la célebre tríada agregándoles la Fraternidad. Pero la fraternidad vivida, la que proclama al menos el deber de asistencia a los más desprotegidos y el derecho a la vida, en- tanto capaz de limitar el derecho de propiedad, no formó parte de los sueños de la democracia jacobina del año II, tal como se plasmaron en las leyes de Ventoso del año II, Libertad, Igualdad. Seguridad y Propiedad: he aquí los principios que constituyen más netamente la continuidad de los valores burgueses restablecidos en el año III. El cuadro administrativo se reestructuró y se simplificó. En un comienzo 83 departamentos, y luego más, responden a las necesidades de una fragmentación racionalizada, simplificada, pero en cuyo trazado los constituyentes, con realismo, rehusaron aceptar el proyecto ele división cuadrangular a la norteamericana, a fin de preservar el peso de la historia y de la geografía. En estos marcos se crearon las nuevas instituciones. La Revolución tuvo vocación descentralizadora. En este dominio, el Consulado y el Imperio volverán a una centralización que pesa sobre nosotros mucho más directamente que la herencia revolucionaria. Pero la organización judicial y la fiscal racionalizan y a la vez ponen en práctica los nuevos principios de Igualdad ante la justicia yante la ley.

Es verdad, con todo, que la Revolución francesa ha provocado espectaculares desplazamientos en el equilibrio social. Con la nacionalización de los bienes del clero, más la venta de los bienes de los emigrados, la proporción del suelo que cambió de dueños tal vez llegara a la sexta parte del total. Por cierto que se llevó a cabo un gran cambio, por el cual el campesinado, si bien en proporciones muy variables en los distintos sitios, compró entre un tercio y la mitad de los bienes nacionales, y la burguesía, tanto urbana como aldeana, aumentó su implantación en bienes inmuebles. Sobre todo el campesinado, medio o pequeño, consolidó su situación a. través de la completa disposición del tributo señorial y de los -restos- de feudalismo. La nobleza, si bien es cierto que sufrió, no desapareció. Por el contrarío, se funde con los burgueses y los rentistas en el grupo nuevo de los «propietarios» que nace a la sazón y que tiene por delante más de medio siglo de prosperidad, basta mediados del siglo XIX. Es ésta la reorganización del mundo de la renta rústica, que dominará Francia desde el Imperio a la monarquía censitaria. Luego se puede suponer el nacimiento de un grupo nuevo de funcionarios o agentes de los servicios públicos que relevan a los oficiales reales, los que pasan a la situación de pasividad de rentistas. El alcance de la revolución, más que en los cambios inmediatos, se mide en lo que anuncia, pero también en la manera en que es vivida, senada, como quiebra decisiva entre el «Antiguo Régimen» y e-I nuevo. En los mapas que conservan registrados gráficamente los comportamientos franceses ante los acontecimientos políticos o religiosos —el cisma Constitucional o la descristianización—, se inscribe una geografía y una sociología asombrosamente modernas de las actitudes francesas, el reflejo comparado de la Francia que rechazó la Revolución y de la que lo vivió intensamente. La Revolución fue catalizadora de las actitudes colectivas, fue la época y el sitio en qué se realizaron opciones definitivas al calor de la acción. Pero antes de cerrar este balance hemos de insistir al menos en dos últimas herencias de largo alcance de la Revolución. En primer lugar, el papel que desempeñó en la edificación de una ideología nueva que habría de dominar el siglo XIX. Complementariamente, la Revolución francesa experimentó la práctica de un gobierno revolucionario, esto es, la puesta entre paréntesis de las libertades democráticas burguesas en el contexto de una amarga lucha de clases revolucionaria. Este ejemplo tampoco se habría de olvidar, así como tampoco se olvidaría la formulación del ideal de una revolución social colectivista que hiciera el movimiento babuvista. Justamente esta riqueza y esta lozanía en que las realizaciones concretas se unen a las esperanzas para el porvenir, es lo que ha otorgado a la Revolución el alcance y el eco de que gozó no sólo en Francia sino en Europa y más allá aún. Es ella la que dio nacimiento e hizo madurar a la nación francesa en sus rasgos modernos; es, por último, el prototipo y la inspiradora de todas las grandes revolucionas del siglo XIX.