Tema2.Marcuse-El Hombre Unidimensional

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HERBERT MARCUSE El hombre unidimensional “Una confortable, pulida, razonable y democrática no-libertad” La polémica contra el fascismo, contra la civilización represiva y contra el marxismo soviético brotaban, obviamente, de la elección marxista, que Marcuse llevara a cabo en los albores de su vida intelectual. En tal elección se hallaba obviamente implícita la crítica de la sociedad capitalista, objetivo polémico, por lo demás, de toda la Escuela de Frankfurt. Pero la sociedad capitalista no había sido hasta entonces analizada y considerada de modo directo por el estudioso germano-norteamericano, que sólo en 1964 dedicará a ello el más famoso de sus libros, El hombre unidimensional. La obra puede considerarse un poco como la coronación de toda la precedente evolución del pensamiento marcusiano en una síntesis nueva, de amplio aliento y de un particular vigor analítico y polémico. Para quien ha seguido la obra precedente del filósofo, El hombre unidimensional no representa en modo alguno una novedad absoluta. Por ejemplo, muchos de los ensayos anteriores a la guerra prenunciaban los grandes temas de la obra en cuestión. Sin embargo, la gran novedad consiste en una despiadada puesta al desnudo de los mecanismos de control y de poder típicos de una sociedad industrial avanzada, donde es evidente la presencia, en los análisis marcusianos, de las estructuras de la sociedad norteamericana, pese a los intentos de ampliar el razonamiento a otras sociedades que han alcanzado un grado de desarrollo semejante. El hombre unidimensional se publicó en Boston en 1964 y fue traducido al francés en mayo de 1968; lleva por subtítulo Ensayo sobre la ideología de la sociedad industrial avanzada. En dicha obra Marcuse considera al capitalismo norteamericano, fiel modelo de la sociedad industrial avanzada, como la vía para lograr una sociedad cerrada, una sociedad que controla e integra todas las dimensiones de la existencia tanto privada como pública, que administra metódicamente los instintos humanos; una sociedad en la que cualquier forma de negación del orden establecido se reprime y se convierte en factor de cohesión y adhesión. Dicho proceso de integración, se realiza “sin terror explícito o abierto, puesto que la democracia consolida la dominación de manera más eficiente que el absolutismo. Libertad administrada y represión instintiva se transforman en fuentes renovadas de la productividad”. Esta productividad se convierte en destrucción, no sólo en Vietnam sino destrucción del hombre en general, de la naturaleza; derroche de materias primas, de fuerzas de trabajo, envenenamiento del aire, del agua, violencia, ostentación desvergonzada del mal. La sociedad industrializada avanzada o sociedad de consumo, se caracteriza por la producción y la destrucción. Nueva Interpretación de la dialéctica En 1960, Marcuse escribía, para una nueva edición de Razón y revolución, un breve ensayo titulado Una nota sobre la dialéctica, que es iluminador para comprender el espíritu de El hombre unidimensional. En ella afirmaba Marcuse: «Hasta los más abstractos y metafísicos conceptos de Hegel están saturados de experiencia: experiencia de un mundo en el que lo irracional se convierte en racional y, como tal, determina los hechos; en el que la falta de libertad es la condición de la libertad, y la guerra constituye la garantía de la paz. El sentido común y la ciencia olvidan esta contradicción, pero el pensamiento filosófico se inicia con el reconocimiento de que los hechos no corresponden a los conceptos impuestos por el sentido común y por el pensamiento científico, o sea, en pocas palabras, con la negativa a aceptar tales conceptos.» Por tanto, el pensamiento dialéctico es definido como pensamiento negativo, porque toma la presencia de lo negativo en la situación presente, entiende transformar la realidad. «Su función consiste en abatir la seguridad y la satisfacción de sí propias del sentido común, en debilitar la siniestra confianza en el poder o en el lenguaje de los hechos, en demostrar que la falta de libertad es tan intrínseca a las cosas, que el desarrollo de sus contradicciones internas conduce necesariamente a un cambio cualitativo: el hundimiento catastrófico del 1

estado de cosas establecido.» Todo pensamiento que, en el mundo actual, no capte lo negativo presente en la realidad, o sea, todo lo que se opone a la felicidad, a la libertad y al desarrollo humano, es «falso». El drama de la contradicción de la sociedad actual consiste en el hecho de que son precisamente los medios que deberían asegurar al hombre la libertad de la necesidad, de la fatiga y de la miseria, los que, al ser controlados por los grupos de poder, «mantienen a los hombres sometidos al estado de cosas predominante», o sea, al orden constituido que destruye toda oposición, toda crítica y, en definitiva, toda libertad. Es el estado de servidumbre total del hombre, que coincide, por una grotesca situación de contradicción, con su bienestar material. Ya en Eros y civilización se mostraba la fundamental ambigüedad de la concepción marcusiana, la cual afirmaba que en la sociedad represiva existía la posibilidad de eliminar la «represión adicional», o sea, la represión superflua, al objeto de alcanzar un elevado grado de civilización. Además, iba también acompañada, ya en aquella obra, por la convicción de que la nueva tecnología podía permitir una menor fatiga y una menor servidumbre de fuerzas de trabajo. El hombre unidimensional vuelve a esta fundamental ambigüedad, llevándola al máximo: la sociedad tecnológica avanzada reprime, con los potentísimos medios de penetración que posee, la autonomía y la libertad de conciencia, oculta las diferencias de clase, favorece la explotación en el mismo momento en que ofrece sus comodidades y su bienestar, con productos idénticos, consumos idénticos y, en el fondo, ideología idéntica. Pero, al mismo tiempo, posee en sí la posibilidad de liberar al hombre de la fatiga, permitiéndole toda clase de comodidades y aumentando su tiempo libre. ¿Por qué estas grandes energías técnicas no pueden ser usadas en favor del hombre, en vez de dirigirlas contra él, como ocurre hoy? ¿Es posible que los grandes grupos de poder sean destruidos por una radical eversión que ponga todo el aparato tecnológico a disposición de las auténticas necesidades humanas? A esta pregunta responde Marcuse de modo dubitativo, limitándose precisamente a desarrollar su crítica radical, «negativa». Como veremos, ésta es la fuerza y la debilidad de su pensamiento. La lucha por la existencia, la explotación del hombre y la naturaleza se convirtieron en más científicas y racionales pero al mismo tiempo triunfan el derroche, la inseguridad y la destrucción. “Esta sociedad en su conjunto es irracional; su productividad destruye el libre desenvolvimiento de las necesidades y facultades humanas; su paz no se mantiene sino por la amenaza constante de la guerra”. Plantea el carácter de obscenidad para expresar lo irracional y absurdo, así como lo inmoral de la sociedad de consumo. Exponer impúdicamente mercaderías en exceso, hartarse de comida y llenar de ella los recipientes de basura mientras existen innumerables víctimas del hambre, es en realidad una obscenidad. Igualmente, esta sociedad de abundancia “es obscena en los discursos, en las sonrisas de sus políticos y sus oradores, en sus plegarias, en su ignorancia, en la falsa sabiduría de los intelectuales que mantiene”. Esta sociedad industrial podría ser llamada sociedad unidimensional, ya que todo está estandarizado, uniformado, perfectamente integrado según normas comunes y todo en ella, hombres y cosas, aparece pasado por el tamiz del conformismo social. Las necesidades de los sujetos están condicionadas, impuestas por los intereses de los grupos sociales dominantes: Automóvil, televisión, artículos para el hogar, producidos según las leyes mercantiles del beneficio, apareciendo impuestos a la existencia cotidiana de los individuos. En esta sociedad, el individuo queda despojado de toda personalidad, carece de espesor y relieve, es un ser unidimensional. No le quedan otros medios para afirmar su autonomía que la agresividad o la estupidez: conducir un automóvil, comprar un fusil, manipular máquinas mecánicas o perder el tiempo con la televisión. Cambio social y Estado totalitario El hombre unidimensional corresponde por otra parte a la etapa en la que Marcuse entiende que dentro de la sociedad existen unas clases medias que se encargan de explotar a unas clases oprimidas o subdesarrolladas, que serían el sujeto de la Revolución. Plantea que, la amenaza de una guerra destructora total, sirve para proteger a aquellos que perpetúan el peligro. La sociedad es cada vez más amplia y los medios de comunicación cada vez más extensos, pero eso tan sólo permite vender los intereses de unas clases privilegiadas. Hoy 2

está claro que quien controla los medios de comunicación controla el poder, en pocos pueblos se escapa esta verdad. Nuestras necesidades no tienen que ser las que los medios nos intentan vender, pero la sociedad lo acepta. Se desarrolla la técnica, y aunque a veces esa técnica no es buena (por ejemplo: la técnica militar), en general es aceptada, y se considera que siempre ha sido bien aplicada. La sociedad actual ofrece una buena cantidad de recursos materiales que debían emplearse en el desarrollo del individuo, estos recursos debían estar a mano de las sociedades respectivas. Pero el problema reside en que esta sociedad, gracias a la utilización de la ciencia y la técnica convertidas que permiten la administración global de la existencia, contiene al cambio social, esto es, al cambio cualitativo que establecería relaciones diferentes en el proceso productivo. Y aunque existen aún fuerzas y tendencias que pueden romper esta contención y hacer estallar esta sociedad, el aparato técnico de producción y distribución logra desarmarlas, no a través de la represión, sino porque funciona no como un hecho aislado de sus efectos sociales y políticos, sino más bien como un sistema que determina a priori el producto del aparato, tanto como las operaciones realizadas para servirlo y extenderlo. Se trata pues de una contención que consigue además la aceptación general del interés nacional, una política bipartidista, la decadencia del pluralismo. En el siglo XIX, cuando se elaboran los primeros conceptos de la alternativa, la crítica de la sociedad industrial se concretó en una mediación histórica entre teoría y práctica, los valores y los hechos, las necesidades y los fines. Esta mediación se desarrolló en las dos grandes clases que se enfrentaban: la burguesía y el proletariado. En el mundo capitalista, estas son aún las dos grandes clases sociales. Pero a medida, que se ha concretado el desarrollo capitalista, se ha alterado la estructura y función de estas clases, ya no parecen ser agentes de transformación histórica. Ante la ausencia de agentes transformadores, la crítica regresa a un alto nivel de abstracción; es decir, la gente ya no siente sus problemas de una manera global y solidaria, con la asunción de que unidos podrían reconquistar sus derechos. Si el cambio social es autocontenido en esta sociedad, cabe preguntarse quién necesita dicho cambio. La respuesta es obvia, lo necesita la sociedad, no se pueden seguir manteniendo como dogmas el enriquecimiento, el temor a las decisiones de los poderes existentes, la inminencia de la aniquilación, la valorada racionalidad, que propaga su eficacia y el crecimiento, es en sí misma irracional. Pero la sociedad sólo puede efectuar este cambio si experimenta su necesidad de cambiar su forma de vida, de negar lo positivo, esto es exactamente lo que la sociedad industrial trata, y casi lo ha conseguido, de reprimir, comprar la mente humana y de usar la conquista científica para la conquista científica del ser humano. El individuo se ha ido adaptando a una sociedad que proporciona bienestar, aparente bienestar, con un orden social determinado por otros, y dentro de esa sociedad se ha ido anulando su capacidad crítica. Se le concede un pequeño margen de movilidad, así puede percibir un sistema institucional democrático, pero ya ha sido atrapado por la sociedad tecnológica avanzada. El concepto de libertad es muy engañoso. No se puede elegir entre trabajar o morirse de hambre. La sociedad tecnológica avanzada está orientada hacia la imposición de exigencias económicas y políticas, para su expansión en el tiempo de trabajo y ocio y para la organización de la cultura material e intelectual. Si el aparato de producción se dirigiera a satisfacer las necesidades vitales del individuo, no las impuestas, podría ser un aparato de producción centralizado. Esta concepción de la economía centralizada, la hacen coincidir con el concepto de Estado totalitario, pero el estado totalitario no es sólo una forma específica de gobierno, sino también es un sistema de producción y distribución, que es compatible con un cierto pluralismo político. El Estado en esta sociedad unidimensional tiende a hacerse totalitario en el grado que determina no sólo las ocupaciones, actitudes socialmente necesarias, sino también las necesidades y aspiraciones individuales. Ante esta tentativa totalitaria, la evolución de la técnica no es neutra. La sociedad de la técnica es un buen soporte para estas actitudes totalitarias. En este medio tecnológico, la cultura, la política y la economía se unen 3

para rechazar las otras alternativas. La razón tecnológica se ha hecho razón política. De forma análoga al lenguaje, la razón cae bajo el dominio de lo irracional. Las tendencias establecidas chocan con los elementos subversivos de la razón, el poder del pensamiento positivo con el del negativo, hasta que los logros de la civilización industrial avanzada llevan al triunfo de la realidad unidimensional sobre toda contradicción. La sociedad está organizada de tal modo que procurarse las necesidades de la vida constituye la ocupación del tiempo completo y permanente de clases sociales específicas que no son libres y están impedidas de una existencia humana. La racionalidad pretecnológica y tecnológica están ligadas por aquellos elementos del pensamiento que ajustan las reglas del pensamiento a las reglas de control y la dominación, se contradice el orden establecido de las personas y las cosas en nombre de las fuerzas sociales existentes, que revelan el carácter irracional de este orden: porque racional es una forma de pensamiento y acción que se encaja para reducir la ignorancia, la destrucción, la brutalidad y la opresión. Los límites de esta racionalidad, y su siniestra fuerza, aparecen en la progresiva esclavitud del ser humano por parte de un aparato productivo que perpetúa la lucha por la existencia y la extiende a una lucha internacional total que arruina las vidas de aquellos que construyen y usan este aparato. Vivimos y morimos racional y productivamente. Sabemos que la destrucción es el precio del progreso, como la muerte es el precio de la vida, que la renuncia y el esfuerzo son los requisitos para la gratificación y el placer, que los negocios deben ir adelante y que las alternativas son utópicas. Esta es la ideología del aparato social establecido, es un requisito para su funcionamiento y parte de su racionalidad. El ordenamiento técnico, la lucha por la existencia y la explotación del ser humano y la naturaleza son ahora más científicas y racionales. La gestión científica y la división científica del trabajo aumentan la productividad de la empresa económica, política y cultural. El resultado es un más alto nivel de vida. Esta empresa racional produce un modelo de mentalidad que justifica los aspectos destructivos de la empresa. La racionalidad técnica y científica y la manipulación, se unen en una nueva forma de control social. El “a priori” tecnológico es un “a priori” político, en la medida que la transformación de la naturaleza implica la del ser humano y que las creaciones del ser humano salen y vuelven a entrar en un conjunto social. La maquinaria del universo tecnológico es considerada como tal, indiferente a los fines políticos. Esta neutralidad es refutada por Marx, el modo social de producción, y no la técnica, es el factor histórico básico de transformación. Hoy la dominación se perpetúa y se difunde no sólo por medio de la tecnología, sino como tecnología, y ésta provee la legitimación del poder político en expansión, que absorbe todas las esferas de la cultura. La tecnología provee la gran racionalización para la falta de libertad del ser humano, porque esta falta de libertad no aparece como irracional ni como política, sino más bien como una sumisión al aparato técnico, que aumenta las comodidades de la vida y aumenta la productividad del trabajo. El mundo tiende a convertirse en la materia de la administración total, que incluye también a los administradores. La sociedad ha avanzado en el sentido de que los aspectos problemáticos son eliminados o aislados, los elementos perturbadores, son neutralizados. La tendencia es a concentrar el poder económico en las grandes empresas, con la fuerza y el apoyo del Estado. Para superar un Estado totalitario impuesto por una sociedad tecnológica moderna, haría falta la restauración de la libertad intelectual, que ahora se encuentra subsumida en los medios de comunicación, en el adoctrinamiento de masas, en la creación de necesidades ficticias. La sociedad se encuentra organizada sobre la base de cubrir las necesidades del individuo, pero hay que analizar las necesidades falsas, que son las impuestas, que son casi todas. Estas serán las más promocionadas, mientras que las reales, como son la vivienda, la sanidad, la enseñanza, parece que se han olvidado de ellas. Lo importante es el consumismo. La liberación del individuo de una sociedad que le impone hasta sus tipos de necesidades, sólo puede pasar por la toma de conciencia, por parte del individuo, de esta servidumbre. Ha 4

de tomar conciencia de que la sociedad del consumismo, es la sociedad destructiva del despilfarro, la sociedad del engaño que supone la libertad de mercado, y de su falta de libertad política. Esta libertad lo que encubre es una tremenda dominación, para mantener el sistema, todos tenemos que doblegarnos ante él. No se le puede cuestionar. Esta sociedad de la libertad, que implica la dominación, tiene su correlato en lo irracional de lo racional. La necesidad de convertir lo superfluo en necesario. Es un proceso tan intenso que busca incluso en la idea de la libertad interior del individuo, aquella parcela en la que nos creemos libres. A través de este proceso, el individuo se reconoce en su sociedad, en las leyes de su sociedad, eliminando cualquier capacidad de crítica. No es que sea el fin de las ideologías, el sistema de tecnología avanzada, es la ideología en sí mismo. Conlleva la supremacía del aparato productivo de los bienes y servicios que produce. Este sistema admite maneras diversas de comportamientos, sectas religiosas, movimientos pacifistas, feministas, pero controlados. Cuenta, además, aparte del propio auto-control del individuo, con todas las fuerzas legales y represivas, por si alguno de estos movimientos le hiciera ligeramente tambalearse. Se promueve el pensamiento unidimensional: por ejemplo la idea de que únicamente son libres las empresas que funcionan en el “mundo libre”, y socialistas son las que funcionan desde el Estado y que pueden perjudicar el beneficio privado. El progreso no es neutral. La sociedad avanza hacia la automatización, y cuando se alcance su grado más alto, se podrá proceder a la “abolición del trabajo”, concepto acuñado por Marx. También es marxista la idea de la “pacificación de la existencia”, que nos habla de la lucha del ser humano con el ser humano y la naturaleza bajo condiciones en las que las necesidades no estén organizadas por intereses creados de dominación y escasez. A ésta concepción marxista se impone la realidad de la política de contención bélica, otra vez en lo irracional de lo racional en el principio de “haz la paz, pero prepárate para la guerra”. En política exterior, ante la amenaza del comunismo internacional, el bipartidismo cumple las exigencias de los grupos: los partidos políticos mayoritarios se presentan ya con programas difíciles de distinguir. En Estados Unidos se advierte una unión de los intereses entre sindicatos y empresarios, en el Reino Unido, el laborismo inglés no plantea ninguna forma de nacionalización parcial, en Alemania Occidental se ha proscrito el Partido Comunista. Los partidos comunistas más fuertes de Occidente, Francia e Italia, se adhieren a los sistemas dejando de lado las reivindicaciones revolucionarias. La teoría marxista clásica, observable en esos partidos comunistas, ve la transición del capitalismo al socialismo como una revolución política: el proletariado destruye el aparato político del capitalismo, pero socializa el proceso tecnológico. Marx sostiene también, que la organización y dirección del aparato productivo por los productores inmediatos, introduciría un cambio cualitativo. Dirigiría la producción hacia la satisfacción de necesidades individuales que se desarrollarían libremente. Las fuerzas históricas liberadoras se desarrollan dentro de la sociedad establecida. Marx hablaba del trabajador que agota su fuerza física para la apropiación privada de la plusvalía. Ahora, en muchos casos, no se produce ese desgaste físico, debido a la automatización, pero se ha sustituido por el desgaste mental que produce muchas enfermedades tanto físicas como psíquicas. La forma de esclavitud ha cambiado sólo aparentemente. No es el ser humano el que se dobla ante la máquina, es la máquina la que le impone un trabajo mentalmente agotador (cadenas de producción). En cualquier caso, según Marx, la máquina nunca crea valor, como el dinero, sino que transmite el valor al producto, mientras permanece la plusvalía como explotación del trabajo. Se advierte, en el proceso de integración del individuo en el sistema de producción capitalista, una actitud del trabajador por solucionar los problemas de producción; esto en principio no sería objetable a condición de que primero se planteara apropiarse de los medios de producción. Pero ahora el nuevo mundo del trabajo tecnológico, refuerza el debilitamiento de la posición negativa de la clase trabajadora. Se produce por que la dominación se transforma en administración. Por un lado está el proceso productivo, del que le hacen 5

sentirse integrante, y por otro los jefes y propietarios, que asumen una función de burócratas. El acceso del trabajador a los controles administrativos no compensan el hecho de que las decisiones sobre su vida o su muerte, su seguridad nacional o personal, se tomen en lugares a los que el individuo no tiene acceso. Los esclavos de la sociedad industrial, son esclavos sublimados, la esclavitud está determinada, es la forma más pura de servidumbre. En el estado actual del capitalismo, el trabajo organizado se opone directamente a la automatización. Insiste en la utilización de la fuerza de trabajo humana y se opone al progreso técnico. Pero la detención de la automatización puede debilitar la posición competitiva del capitalismo, provocar una gran depresión y reactivar el conflicto de intereses de clase. En la sociedad soviética se estaba en un proceso de automatización más bajo, y sus instituciones económicas y políticas eran la nacionalización total y dictadura. El retraso histórico obligaba a la industrialización soviética a producir sin despilfarro, sin las restricciones sobre la productividad impuesta por los intereses privados. Era un sistema de mayor racionalidad en la producción. Por diversos factores todo esto saltó por los aires. Habrá que esperar a otro momento histórico. En general se puede decir que la sociedad primero tiene que crear riqueza para poder, luego, distribuirla, debe permitir que los obreros aprendan para dejar de ser esclavos, deben ser obligados a ser libres, ésta era la teoría de la “dictadura educacional”. Marx pensaba que la liberación de la clase trabajadora sólo podía ser producto de la acción de la misma clase trabajadora. El Socialismo debe realizarse en el primer acto de la Revolución porque debe estar en la conciencia y en la acción de aquellos que lleven a cabo la Revolución. Habría una primera fase de la construcción socialista en la que la nueva sociedad estaría marcada por la antigua sociedad, el cambio cualitativo de la vieja a la nueva sociedad ocurre cuando la fase nueva empieza. Según Marx, la segunda fase está constituida literalmente en la primera. Una vez conseguida la Revolución, la transformación de la economía capitalista en una economía centralizada supondría cambiar la explotación de la productividad del trabajo y el capital sin resistencia estructural, al mismo tiempo que reduce las horas del trabajo y aumenta las comodidades de la vida. Mientras más capaces sean los gobernantes de repartir los bienes de consumo, más se ligará la población a las diversas burocracias gobernantes. Habría que efectuar un cambio cualitativo y gradualmente podría ir desapareciendo el estado, el partido, etc. Seguirían produciéndose diferencias sociales auténticas, diferencias físicas y mentales entre los individuos. Pero las diferencias entre funciones ejecutivas y de supervisión no traerían consigo el privilegio de gobernar la vida de otros en interés particular. Esta sería la base racional y material de la producción, pero las fuerzas políticas transcendentes dentro de la sociedad son detenidas y el cambio sólo parece como un cambio desde el exterior. Para paliar las graves consecuencias sobre el individuo de la producción capitalista se ha interpuesto el Estado del Bienestar. El Estado del Bienestar sirve para proteger las capacidades opresivas del estado anterior. En la fase más avanzada del capitalismo, esta sociedad es un pluralismo sojuzgado, en que las instituciones competidoras ayudan a consolidar el poder de la totalidad sobre el individuo. El estado del bienestar es una deformidad histórica situada entre el capitalismo organizado y el socialismo, entre la servidumbre y la libertad, el totalitarismo y la felicidad. Publicidad y lenguaje La publicidad es una de las características de la sociedad industrial avanzada. “Los agentes de la publicidad fabrican el universo de comunicación en el que se expresa el comportamiento unidimensional”. El universo en el que vivimos es un universo manipulado, en el que las formas de pensamiento dialécticas, bidimensionales, ceden cada vez más el lugar a los hábitos de pensamiento sociales y al comportamiento tecnológico. La sociedad de consumo somete el lenguaje a un tratamiento reductor y estandarizado. Palabra y lenguaje se impregnan de elementos mágicos, autoritarios y rituales. La expresión está dirigida a la eficacia, el rendimiento y el beneficio, y es un factor poderoso de condicionamiento de los espíritus. El principio de operacionalismo tiene en el mundo tecnológico la misión de identificar las cosas y sus funciones, cuestión que se traduce en el plano lingüístico por la identificación de 6

la palabra y el concepto; más apropiadamente, el concepto es absorbido por la palabra y esta remite al comportamiento fabricado y estandarizado por la publicidad. Todo es sometido al interés del comercio y las técnicas de la publicidad permiten una manipulación y un condicionamiento perfecto de los espíritus. Así, el discurso público atrapa a los individuos en el ámbito de una visión uniforme. Se manipula el vocabulario, que habla hipócritamente de la moralidad para servir a los intereses de una sociedad inmoral: la categoría de obscenidad tan apropiada para dicha sociedad, “nunca se aplica al comportamiento moral del orden existente, sino siempre al de los otros”. Simplificación, unificación, inmediatez, univocidad, funcionalismo pero también represión y autoritarismo: Estas son los rasgos del lenguaje cerrado al que nos condena una sociedad que tiende por completo a la utilidad y al beneficio. Dicho lenguaje se difunde en todo el mundo, lo mismo en el ámbito capitalista que en el comunista. Hasta en el mundo del ocio que debería corresponder por excelencia a la libertad y la fantasía individual, está colonizado por la sociedad tecnológica, comercializado y entregado a una explotación racional. Así los placeres modifican nuestros gustos y necesidades, y cuando se trata de ocios culturales como la televisión, el cine o la radio, imponen sus esquemas a nuestro lenguaje. El Manifiesto Comunista proporciona un ejemplo clásico: los dos términos claves burguesía y proletariado gobiernan predicados contrarios. El término burguesía es el sujeto del progreso técnico, la liberación, la conquista de la naturaleza, la creación del bienestar social y de la perversión y destrucción de estos logros. El término proletariado lleva consigo atributos de la opresión total y de la derrota de la opresión. Esta relación dialéctica de los opuestos, es posible mediante el reconocimiento del sujeto como agente histórico. Pero en la actualidad, según los distintos regímenes de la unidimensionalidad, desaparecen las formas de vida alternativas, sustituidas por las técnicas de manipulación y control. El lenguaje no sólo refleja estos controles, sino que llega a ser en sí mismo un instrumento de control, incluso cuando no transmite órdenes sino información, incluso cuando no exige obediencia sino elección, cuando no pide sumisión sino libertad. Una vez que, mediante la manipulación del lenguaje, el descontento personal se ve separado de la infelicidad general, una vez que los conceptos universales que se oponen a la funcionalización son disueltos en referencias particulares, el caso general se convierte en un accidente tratable y de fácil solución. Sexualidad La sociedad tecnológica refuerza la dominación; la mecanización transformó la libido; focalizó la libido para cumplir con las necesidades del trabajo y del rendimiento. Lo erótico quedó reducido a la sexualidad. El mundo tecnológico al que debe adaptarse no le parece hostil y si lo erótico quedó debilitado, la sexualidad se volvió más intensa. En esta sociedad de consumo la libertad sexual es grande, y todo lo que tenga que ver con el sexo tiene valor comercial. Es que el sexo se integró a las relaciones públicas y de trabajo; componentes libidinosos fueron integrados a la producción y circulación de mercancías. El resultado de esta sabia manipulación es la sumisión del individuo y la desaparición de la protesta. Esta desublimación de lo erótico y su degradación en lo erótico suministra placeres aunque sea sólo una seudoliberación. Mientras que la sublimación preservaba la necesidad de liberación, la desublimación controlada debilita la rebelión de los instintos contra la sociedad establecida. Este es el planteamiento central de Marcuse sobre la desublimación represiva de la sexualidad. Según Freud la civilización descansa en el freno constante de los instintos. “La felicidad no es un valor cultural sino que está subordinada al trabajo, a la reproducción y a las leyes del orden social”. Eros sin barreras es tan fatal como su contrapartida mortal, el instinto de muerte. Bajo la influencia de la realidad exterior, que es el mundo sociohistórico en el cual vivimos, los instintos del animal se vuelven pulsiones humanas. Sublimación, proyección, represión, designan las mutaciones de los instintos gracias a las cuales el animal humano se convierte en ser humano. A esto es lo que llama Freud transformación del principio del placer en principio de realidad. Los deseos del hombre ya no le pertenecen, son organizados por la sociedad, y este proceso 7

de represión de los instintos, que se da tanto en el desarrollo de la especie como del individuo, debe ser retomado por la civilización para detener los ataques de lo reprimido. Según Freud, esta represión es impuesta por la lucha por la existencia, es de índole económica: la escasez de los medios de subsistencia obliga a la sociedad a limitar el número de sus miembros y a volcar sus energías de la actividad sexual hacia el trabajo. Freud considera el principio del placer y el principio de realidad como permanentemente antagónicos; según él, una civilización no represiva es imposible, y la represión aumenta en proporción a la civilización misma. En el ámbito de la sexualidad la organización represiva se manifiesta en la subordinación de los instintos parciales a la genitalidad procreadora. Todo lo que no tiene que ver con la procreación se vuelve prohibido bajo el nombre de perversión. La sexualidad deja de ser un principio autónomo que rige todo el organismo, y se transforma en “una función temporal especializada, un medio para alcanzar un fin”. Para Marcuse es el principio de rendimiento el que suministra esta transformación, ya que en la civilización contemporánea todo se dirige hacia la ganancia, la competencia, la expansión creciente. Mediante la división del trabajo cada vez más especializada, los individuos quedan apresados en un aparato que le es ajeno. No viven su vida sino que cumplen funciones preestablecidas, trabajan para la alienación. Marcuse advierte también que la liberación sexual no va unida necesariamente a una liberación política, pues el sistema de dominación puede utilizar a su servicio las libertades sexuales, administrándolas provechosamente para sus fines. La dominación del ser humano y de su sexualidad se convierte, en la sociedad del bienestar, en administración de la conciencia en general y de la sexualidad en particular. No es sólo por tanto, la modificación represiva de la sexualidad, sino la administración dosificada de la misma bajo la forma de la desublimación represiva. Este término hace referencia a que la civilización industrial avanzada trabaja a su favor con un mayor grado de libertad sexual cuando en esta operación se convierte el sexo en un valor de mercado, un elemento más de las nuevas costumbres sociales. Las nuevas ofertas de sexualidad que aparecen en las producciones culturales elevadas, en las películas o en las pequeñas aventuras eróticas que se pueden ver cotidianamente en televisión “pueden ser obscenas, atrevidas, bastante inmorales y precisamente por eso perfectamente inofensivas”. Liberado de la forma sublimada, el principio de placer se vuelve domesticable y sumiso a la realidad, y la sexualidad se convierte en “vehículo de los best-sellers de la opresión”. Por contra, las sublimaciones culturales de las sociedades pretecnológicas revelan la fuerza negadora de lo dado al mostrar su disparidad con una realidad miserable en la que sus ideales grandiosos no pueden realizarse. Marcuse añora aquí la sublimación creadora que produjo en el terreno del arte obras como Madame Bovary, frente a la desublimación satisfecha que sólo puede crear obras como La gata sobre el tejado de zinc, liberalizadoras en lo sexual pero sin poner en tela de juicio la realidad social en que esta pseudolibertad se realiza. Cultura y Arte Como acabamos de ver, en cuanto a la cultura, este Estado tecnológicamente avanzado, se caracteriza por la anulación de la dimensión del antagonismo entre cultura y realidad social, mediante la extensión de los elementos de oposición. Esta eliminación de la cultura no tiene lugar través del rechazo de los elementos culturales, sino a través de la incorporación total al orden establecido, mediante su reproducción y distribución en una escala masiva. Si las comunicaciones de masas reúnen armoniosamente el arte, la política, la religión, la filosofía con los anuncios comerciales conducen estos aspectos de la cultura a un denominador común: la forma de mercancía. Ya no hay imágenes de otra forma de vida, sino más bien rarezas o tipos de la misma vida, que sirven como afirmación más que como negación de una forma de vida. En contraste con la afirmación marxista de la relación del ser humano consigo mismo y con el trabajo en la sociedad capitalista, la alienación artística es la transcendencia consciente de la existencia alienada: un nivel más alto de la alienación mediatizada. “Romántico”, es un término difamatorio que se aplica a posiciones vanguardistas, al mismo tiempo que “decadente”, muchas veces denuncia a los elementos progresivos de una cultura moribunda, 8

en lugar de a los factores de una cultura real de la decadencia. Se ha invalidado su fuerza subversiva, su fuerza destructiva, su verdad. En el campo de la cultura, el nuevo totalitarismo se manifiesta en el pluralismo armonizador, en el que las obras y verdades más contradictorias coexisten pacíficamente en la indiferencia. Teniendo en cuenta que la distinción no es psicológica, entre el arte creado dentro del placer y el arte creado dentro del dolor, entre la cordura y la neurosis, tan sólo se distingue la realidad artística de la social. Separado de la realidad del trabajo, donde la sociedad se reproduce a sí misma y su miseria, el mundo del arte creativo permanece como un privilegio y una ilusión, pero ha sido privado de su fuerza antagonista, de la separación que era la dimensión misma de su (la) verdad. El centro cultural está llegando a ser una parte incorporada al centro de compras, al centro municipal o al centro de gobierno, y con esta difusión el arte se convierte en el engranaje de una máquina cultural que reforma su contenido. Marcuse estudia el fenómeno de la uniformización e integración, característico de la sociedad de consumo, al que en El Hombre Unidimensional le ha dado el nombre de “desublimación represiva”, que consistiría en igualar con el rasero de lo inferior. “El culto a la personalidad, a la autonomía, al humanismo, al amor trágico y romántico, es el ideal de una época superada”. Dicha cultura se halla cuestionada por la realidad misma, ya que el hombre moderno, gracias a la racionalidad tecnológica, puede superar a los héroes y semidioses propuestos por la cultura de antaño, es que la realidad de hoy trasciende a la ficción de antes. Esta dimensión de la realidad que era la cultura superior decrece hasta desaparecer. Sus elementos de oposición, de alteridad, de trascendencia con relación a la realidad social vivida, no son negados ni rechazados sino incorporados al orden existente. Lo cultural pierde su valor, porque ya no garantiza la bidimensionalidad del hombre y se vuelve realidad; con esto pierde toda su fuerza de cuestionamiento ya que está integrado y triturado por la sociedad de consumo. Los medios de masas sólo conocen como denominador común la forma mercantil, y como único valor el valor de cambio. El amor trágico de Romeo y Julieta o de Madame Bovary, que era un cuestionamiento a la sociedad, ya no está presente en las historias de amor de la literatura contemporánea; es que la sociedad tecnológica suprimió a los héroes trágicos eliminándolos, anulando todos los tabúes, diluyendo sus historias destruyendo la sustancia misma del arte. Platón, Hegel, Shelley, Baudelaire o Marx, Bach o Freud, eran acusadores contra este mundo de la ganancia. Pero en el comercio se convierten en un elemento de la sociedad de consumo, explotados ellos mismos y explotando, instrumentos al servicio de la dominación. En definitiva, las artes se convierten en sencillos “engranajes de una máquina cultural que remodela su contenido”. Los efectos combinados de la desublimación cultural y artística así como los de la desublimación sexual, la publicidad y la represión llevan a la sociedad tecnológica a un estado de hipnosis o anestesia. Los términos embotamiento, encerramiento, sociedad sin oposición, utilizados por Marcuse lucen apropiados. La tecnología es totalitaria, produce unificación, cohesión e integración social. Así la sociedad industrial avanzada se convierte en un universo político, en el cual por medio del dispositivo de la tecnología, cultura, política y economía se amalgaman en un sistema omnipresente que devora o repele todas las alternativas. En países económicamente muy avanzados, como Estados Unidos o Alemania Occidental se observa a los sindicatos aliarse con el capital para proteger y mantener el orden existente. La mecanización reduce gradualmente la energía física requerida por el trabajo y el obrero moderno, que se parece poco al proletario descrito por Marx, está por integrarse a la sociedad tecnológica. Las ocupaciones tienden a asimilarse y la proporción de trabajadores de cuello blanco y no productivos aumenta sin cesar. Así se atenúa la actitud de negación y oposición. En la civilización industrial los obreros quedan reducidos a ser instrumentos y los mismos técnicos son esclavos de las máquinas que fabrican; aunque son esclavos sublimados puesto que no tienen conciencia de su esclavitud. Una sociedad es libre si utiliza todas sus potencialidades para satisfacer las necesidades individuales; por el contrario, es dominadora si las necesidades individuales se subordinan a 9

la necesidad social. En nuestras sociedades todas las necesidades humanas, del hombre como animal racional, obedecen al mandato de la explotación y el rendimiento; el individuo pierde hasta el deseo de actuar como hombre libre. El arte representaba antes el Gran Rechazo de la realidad existente; hoy es el mismo Gran Rechazo el que es rechazado, y la cultura se hace «afirmativa», o sea, obediente a la sociedad tecnológica y a sus mitos. Tenemos así la desublimación represiva: el arte deriva esencialmente del principio del placer, sublimado de modo ideal; este fantástico mundo se opone al mundo real, lo contradice. Por el contrario, hoy, con el bienestar, la revolución sexual, etc., se tiende a «desublimar» las energías instintivas del hombre, satisfaciendo su petición de placer. Pero —y aquí está el elemento central— el precio de esta desublimación es una nueva represión, o sea, el uso de modos de satisfacción que están ya controlados por la sociedad tecnológica y que sirven sólo para alimentar la cadena producción-consumo. Un ejemplo típico es la diferencia que existe entre hacer el amor en un prado o en una calle de Manhattan. En el primer caso, todo el ambiente circundante es, en cierto modo — precisamente por ser natural, «romántico»—, partícipe del acto, «erotizado». Por el contrario, en el segundo caso, la satisfacción se permite hasta cierto punto, porque el ambiente circundante es tan oprimente, que llega a contrastar de una manera estridente con los sentimientos y el placer sexual. De tal modo, la sexualidad se hace innocua, controlada, ya no es peligrosa, subversiva del sistema, como aparecía en Eros y civilización. Rasgos generales de este mundo futuro. Una sociedad sin oposición Se trata de una revolución y no de reformas. Ruptura, discontinuidad, rechazo del orden establecido. Las nuevas formas de una sociedad humana libre, no pueden concebirse como la prolongación de las antiguas. Si el marxismo quiere continuar siendo la teoría crítica de la sociedad que fue hasta ahora, debe aceptar el escándalo de la diferencia cualitativa. “Debe redefinir la libertad de tal manera que no pueda confundírsela con nada de lo que pasó hasta ahora”. La diferencia cualitativa que distingue a la sociedad socialista futura, sociedad de la libertad, de las sociedades dominadas existentes, es la dimensión estético-erótica, idea en la cual el concepto de estética tiene el sentido original de desarrollo de la sensibilidad y que plantea la convergencia de la técnica y el arte, el trabajo y el juego, así como la satisfacción de las necesidades instintivas y las inclinaciones espontáneas del hombre. Con respecto a los proyectos históricos de la historia contemporánea, la mayor verdad histórica corresponde a aquel de los dos sistemas que procure la mayor productividad sin destrucción y ofrezca “la mayor cantidad de oportunidades para una pacificación”. La palabra pacificación es utilizada constantemente por Marcuse para designar el estado de apaciguamiento de las necesidades, de satisfacción de los instintos; concepción según la cual la vida libre de los instintos abandonados a sí mismos se expande en feliz armonía de la paz recuperada. En consecuencia de lo anteriormente escrito, la ruptura radical, la negación total del orden establecido señalan un giro histórico en la orientación del progreso: la existencia humana será cambiada, incluidos el mundo del trabajo y la lucha contra la naturaleza. Tener estas ideas, lamentarse acerca del materialismo del hombre moderno e invitarlo a lo bello y al bien de este mundo y el otro, es demostrar que aún se es prisionero de este mundo de represión. Se trata de una sociedad en la cual la producción y la productividad estarán organizadas en función de necesidades y metas instintivas que serán la negación de las que predominan en la sociedad represiva. En dicha sociedad las necesidades sublimadas se desarrollarán en ella libremente, y la energía erótica, trabajando en forma social, traerá la cooperación y la solidaridad en la fundación de un mundo natural y social, que rechazará la dominación y la presión represiva, y que tendrá como principio de realidad a la paz. En resumen, la sociedad que debe nacer más allá de la negación total es una sociedad pacificada, estético-erótica, no represiva, de goce y satisfacción. La sociedad capitalista actual es una sociedad «sin oposición»; en ella, la racionalidad 10

tecnológica, o sea, la funcionalidad de la organización en función de fines productivos, queda invalidada por una irracionalidad de fondo: «su productividad tiende a destruir el libre desarrollo de facultades y necesidades humanas; su paz es mantenida bajo una constante amenaza de guerra; su crecimiento se funda sobre la represión de las posibilidades más verdaderas, para hacer pacífica la lucha por la existencia, individual, nacional e internacional». Esta irracionalidad aparece claramente a la luz de dos puntos que Marcuse sitúa en la base de El hombre unidimensional: 1) la vida humana es digna de ser vivida del mejor modo posible; 2) en la sociedad actual existen las posibilidades tecnológicas para llevar a cabo una gran mejora de la vida humana respecto al pasado. Sin embargo, estas posibilidades están actualmente sometidas a una lógica represiva, que impide un uso verdaderamente humano de las mismas. Por tanto, es necesario «trascender» las condiciones históricas de la sociedad actual, aunque, desde luego, no en el sentido de volver a encontrar una trascendencia de tipo religioso o metafísico, sino en el sentido de contestar el actual ordenamiento social en función de una posibilidad futura de crear una sociedad distinta, que niegue de modo radical el establishment. Por tanto, se trata de una trascendencia rigurosamente histórica. En consecuencia, es necesario un notable esfuerzo de abstracción para superar el dato, el hecho, el presente, e imaginar un cambio social de vasto alcance. En éste su carácter de abstracción, la filosofía y la «teoría crítica de la sociedad» renuncian al que fue su cometido secular, uniéndose de nuevo a la gran tradición especulativa, pero confiriendo a la misma un carácter histórico y social que antes no poseía o no era consciente de poseer. Pero, ¿dónde encontrar los motivos y la fuerza suficientes para el cambio social? En general, la gente está satisfecha del ordenamiento actual de la sociedad, no parece desear nada mejor. En una fase precedente, el capitalismo tenía frente a sí un enemigo acérrimo: el proletariado; hoy, este enemigo se ha venido haciendo cada vez más maleable, hasta convertirse en un colaborador «responsable» e insustituible. Capitalistas y proletarios —si se quieren utilizar aún estas esquematizaciones, en gran parte superadas— colaboran en la gestión de las empresas, en la elaboración de los contratos, ligados por un común destino económico. Esto no mejora la situación de alienación de la sociedad, sino que, por el contrario, la hace aún más opresiva; hasta la conciencia humana se hace insensible, manipulada y transformada por los procesos productivos: «El hecho de que la gran mayoría de la población acepte y se vea impulsada a aceptar la sociedad actual, no hace a ésta menos irracional y menos reprobable. La distinción entre conciencia auténtica y falsa conciencia, entre interés real e interés inmediato, conserva todavía un significado. Sin embargo, la distinción debe ser verificada. Los hombres deben darse cuenta de ello y encontrar el camino que lleva de la falsa conciencia a la conciencia auténtica, del interés inmediato al interés real. Pueden hacer esto sólo si advierten la necesidad de cambiar su modo de vida, de negar lo positivo, de rechazarlo.» Es dudoso que ocurra esto, o sea, que los hombres puedan efectivamente darse cuenta de que están alienados y oprimidos y, por tanto, sean inducidos a transformar un mecanismo autoritario que oprime no sólo a una clase social, sino a la inmensa mayoría de la población. Más aún, Marcuse se inclina a creer que esto no ocurrirá, a menos que intervenga una «catástrofe» que modifique radicalmente la realidad actual. La tecnología al servicio del dominio La tecnología no es, como se pensaba en el pasado —y como pensaba el propio Marx— un instrumento «neutral»; su organización actual responde a determinadas elecciones fundamentales, a ciertos usos y finalidades, que acaban por plasmar toda la sociedad, insertándose en la cultura, en el modo de pensar y de actuar del hombre y condicionándolos sin que éstos puedan darse cuenta de ello. Esta situación de universal control técnico crea una situación de no-libertad casi total. Como dice Marcuse al principio de El hombre unidimensional, «una confortable, pulida, razonable y democrática no-libertad predomina en la civilización industrial avanzada, señal de progreso técnico. En verdad, ¿qué podría ser más racional que la supresión de la individualidad en el curso de la mecanización de actividades socialmente necesarias, pero fatigosas...? En la medida en que la libertad de la necesidad — 11

sustancia concreta de toda libertad— se está convirtiendo en una posibilidad real, van perdiendo el contenido de otro tiempo las libertades correspondientes a un estado de menor productividad». Ya no existe una auténtica libertad de palabra y de conciencia, porque la discusión es posible sólo en el interior del status quo existente; y, en consecuencia, no puede poner en duda los valores fundamentales por los que se rige esta sociedad. La sociedad industrial avanzada tiende a ser «totalitaria» sin violencia, porque impone todas sus finalidades económicas, políticas y sociales, a través de la producción, la creación de necesidades incluso superfluas o falsas, la manipulación de las conciencias. En efecto, hay necesidades «falsas», y son aquellas que, una vez satisfechas, en vez de aliviar al hombre, lo reprimen, lo hacen infeliz y perpetúan la fatiga, la injusticia, la miseria. «La mayor parte de las necesidades que hoy predominan —la necesidad de relajarse, de divertirse, de comportarse y consumir de acuerdo con los anuncios publicitarios, de amar y de odiar lo que otros aman y odian—, pertenecen a esta categoría de falsas necesidades.» De aquí la cadena producción-consumo, a la que los hombres están sometidos, en la convicción de que es algo absolutamente necesario para su supervivencia y para su felicidad: producir y consumir más allá de la necesidad, aun cuando sea inútil, perjudicial, y aun cuando obviamente sirva, a quien tiene en las manos las palancas del poder económico (y, por tanto, político), para perpetuar su dominio de la sociedad. La irracionalidad de esta organización social, en la que el trabajo produce, con su mecanicidad, el embrutecimiento, que, además, es prolongado por la diversión y por el tiempo libre, programado en una serie de consumos superfluos represivos; una tal irracionalidad —decía— aparece como la mejor racionalidad. El individuo se identifica totalmente con la sociedad, pierde toda dimensión interior, toda posibilidad de criticar, de negar, de contraponer. Más aún, acaba por interiorizar todo cuanto es publicitado y se persuade de lo que es afirmado por los grandes medios de comunicación de masas, que invaden basta el dormitorio. Además, la sociedad avanzada da la ilusión de la igualdad. La relación entre explotadores y explotados tal vez sea hoy más despiadada que nunca, pero la diferencia queda escondida: el trabajador y su jefe ven el mismo programa televisivo, todos leen un mismo periódico, la mecanógrafa viste y se maquilla lo mismo que la hija del patrón. La contradicción existe, fortísima, pero no aparece en la uniformidad absoluta que oculta las diferencias y los contrastes, sumergiendo al individuo en un universo que piensa y vive de acuerdo con esquemas comunes: «De tal manera, emergen formas de pensamiento y de comportamiento unidimensional, en el que las ideas, aspiraciones y objetivos que trascienden como contenido el universo constituido del razonamiento y de la acción, son rechazados o reducidos a los términos de dicho universo.» La sociedad avanzada habla hoy mucho de progreso. Pero progreso no es un término neutral: significa algo muy preciso en un determinado contexto cultural, o sea, el perpetuarse e incluso el incrementarse del dominio en la sociedad tecnológica, a través de una cada vez más refinada producción de bienes de consumo. A esta interpretación del progreso, Marcuse contrapone otra bien distinta: el progreso significaría hoy la abolición del trabajo o, por decirlo con Marcuse, la «pacificación de la existencia»: «“Pacificar la existencia” significa colocar en un nuevo plano la lucha del hombre con el hombre y con la Naturaleza, realizando condiciones en las cuales las necesidades, los deseos y las aspiraciones en competencia no sean ya organizados por intereses constituidos por el dominio.» Establecidos estos conceptos fundamentales, Marcuse profundiza en varias direcciones su análisis de la sociedad contemporánea como si se tratara de encontrar en planos distintos la confirmación de sus afirmaciones. El universo se ha hecho uniforme y represivo en el plano político, en el plano del trabajo y en el cultural. En el plano político, Marcuse advierte una casi total abolición de la oposición: en la sociedad en que domina el bipartidismo (Estados Unidos, Inglaterra, Alemania, etc.), los dos mayores partidos convergen en las elecciones fundamentales: en los países occidentales en que están presentes fuertes partidos comunistas, éstos se ven obligados a desempeñar un papel de oposición interna, compartiendo el sistema capitalista; en los países comunistas, la necesidad de transformar rápidamente la realidad económica a través de la industrialización forzada, ha llevado a una situación muy semejante a la occidental. El estalinismo llevó también a la Unión Soviética a 12

esa separación entre obreros y medios de producción que domina en la sociedad capitalista. En efecto, para construir el socialismo no basta que sean permitidos los más elementales niveles de vida; es necesario también que exista la autodeterminación del proletariado a través del control directo de los medios de producción. Por tanto, no existe una diferencia sustancial entre el capitalismo y el comunismo soviético. Los resultados de la producción tecnológica actual se hallan ante la vista de todos. La mecanización hace el trabajo tipificado, vacío, y, con sus mecanismos repetitivos, influye sobre las capacidades creativas del hombre, obligándolo a un trabajo mecánico y embrutecedor. Tienden a desaparecer las diferencias entre obrero y empleado. Al principio, el obrero era, en cierto modo, la «negación» de la máquina, y ahora es un dependiente de la misma. De tal manera desaparece también el carácter revolucionario del proletariado, integrado cada vez más en la empresa y en su eficiencia. Cointeresado en el éxito de la producción, no es ya el antagonista clásico del capitalista. Por tanto, todos se hallan ligados a una lógica general de la producción que somete a todos, los hace objetos, engranajes de un mecanismo, instrumentos de producción. Entonces escapan al control las cuestiones esenciales, el porqué de este enorme aparato productivo, las finalidades del mismo; el «velo tecnológico» lo oscurece todo, y el único imperativo parece ser el de producir para consumir y el de consumir para producir. La conciencia humana obedece a tal imperativo porque no logra captar ya la irracionalidad del sistema. En consecuencia, el radicalismo político se halla cada vez más en declive, porque es obvio que un mundo de empleados, permitido hoy por el altísimo nivel de la mecanización, no es tan revolucionario como el viejo mundo de los proletarios. El mundo de la «administración total» —como llama Marcuse a la sociedad tecnológica avanzada— es un mundo en el que todo queda tan bien controlado, que ya no da miedo ni siquiera el pluralismo ideológico, la existencia de los distintos partidos; más aún, se muestra como un instrumento más moderno y racional de sometimiento. De la misma forma, asistimos —según Marcuse— a una subyugación de la cultura. En la Era pretecnológica, la alta cultura y el arte representaban la negación del mundo material, dominado por la sed de dinero y por la miseria. Por el contrario, hoy la alta cultura pierde todo su poder negativo, se convierte en «mercancía» y adopta los valores y los ideales de la sociedad tecnológica. «La verdad de la literatura y del arte ha sido siempre aceptada (en el supuesto de que haya sido aceptada) como una verdad de orden "superior”, que no debía perturbar y, en realidad, no perturbaba el orden económico. Lo que ha cambiado en el período contemporáneo es la diferencia que existía antes entre los dos órdenes y su verdad. El poder asimilador de la sociedad vacía la dimensión artística, absorbiendo sus contenidos antagonistas. En el reino de la cultura, el nuevo totalitarismo se manifiesta precisamente en un pluralismo armonioso, donde las obras y las verdades más contradictorias coexisten pacíficamente en un mar de indiferencia.» El control del universo del razonamiento y la traición de la filosofía La administración total controla hasta el lenguaje o —como lo llama Marcuse— «el universo del razonamiento». El lenguaje de la sociedad industrial avanzada es un lenguaje carente de capacidades subversivas, es un simple reflejo de la sociedad económica y social. El universo del razonamiento vigente es un universo uniforme y monótono, en el que la nota dominante es la eliminación de todos aquellos significados que pudieran «ir más allá» del ordenamiento social y económico presente. De esta manera pierden toda referencia histórica que pudiera recordar a los hombres que la realidad en la que viven no es absoluta, sino algo condicionado y relativo. Marcuse interpreta toda la tradición filosófica occidental como un intento de trascender la realidad dada, hacia lo que debería ser, hacia la liberación. La idea platónica y el concepto aristotélico, precisamente en su ser «abstraídos» por la realidad, en su ser gozados en una condición de libertad del trabajo (la contemplación es superior a la acción), se hallan en contradicción con toda forma de sometimiento. Así, también en el pensamiento de Hegel (como, por lo demás, ya ha visto en Razón y Revolución), la exigencia de racionalizar la realidad, o sea, de quitarle todo elemento de negatividad, de miseria, de alienación, es, para Marcuse, esencial. Pero en el pensamiento moderno, la investigación científica es sustituida 13

por la filosofía y se transforma, de investigación de la verdad, en instrumento tecnológico al servicio del dominio. Ésta es la gran objeción contra la «neutralidad» de la ciencia moderna: «La observación y el experimento, la organización y la coordinación metódica de datos, proposiciones y conclusiones, no proceden jamás en un espacio no estructurado, neutral, teorético.» Así se manifiesta «el carácter instrumental interno de tal racionalidad científica, en virtud de la cual se plantea como una tecnología a priori y como el a priori de una tecnología específica, o bien la tecnología como forma de control y de dominio sociales». En la misma filosofía, en opinión de Marcuse, se puede analizar el impacto de la sociedad industrial avanzada. La filosofía unidimensional aparece como el sistema de pensamiento que subyace a la sociedad unidimensional al tiempo que la expresa. La filosofía positiva, o positivista, se define por oposición al pensamiento negativo, esencialmente dialéctico, en virtud de que es el producto o resultado de una racionalidad tecnológica que busca la eficacia, y de una lógica de dominación al servicio del universo establecido. En Razón y revolución, escrita durante los años de la guerra, se propuso mostrar que la filosofía positiva, desvirtuando la herencia de Hegel, llegó a través de Comte, Stahl y Von Stein al totalitarismo del poder político establecido; más apropiadamente, al fascismo y al nacionalsocialismo. Se proponía rescatar los estudios hegelianos y el renacer del pensamiento negativo que estaba en etapa de extinción. En cuanto a la filosofía, al pensamiento, la nueva definición del pensamiento que coordina las operaciones mentales con las de la realidad social aspira a ser tan sólo una terapia. Al pensamiento que está más allá de la realidad, la metafísica, ha de aplicársele una terapia para que funcione al mismo nivel que la realidad. Se centra en la función terapéutica del análisis filosófico, la corrección de la conducta anormal en el pensamiento y en el lenguaje, la eliminación de ilusiones, rarezas o denuncias. El tratamiento terapéutico es académico. Este carácter terapéutico del análisis filosófico arranca del psicoanálisis; un psicoanálisis que no contiene el descubrimiento fundamental de Freud: el problema del paciente está enraizado en una enfermedad general, que no puede curarse mediante una terapia analítica. La filosofía, a su vez, identifica como su preocupación principal la destrucción de los conceptos transcendentes, proclama como su marco de referencia el uso común de las palabras, la variedad de la conducta dominante. El esfuerzo contemporáneo por reducir el alcance y la verdad de la filosofía es brutal, y los mismos filósofos proclaman la modestia y la inefectividad de la filosofía. Esta deja intacta la realidad establecida, odia las transgresiones, aborrece las formas alternativas del pensamiento que contradicen el universo establecido del discurso. El lenguaje en el que se basa el análisis filosófico o lingüístico está purgado, no sólo de su vocabulario no ortodoxo, sino también de los medios de expresar cualquier otro contenido que no sea aquel que proporciona a los individuos su sociedad. La reducción del lenguaje a lo humilde y común se hace un programa: debemos acogernos a los sujetos de nuestro pensamiento cotidiano y no desviarnos e imaginar que tenemos que describir sutilezas. El pensamiento está encerrado en el lenguaje como en una camisa de fuerza del lenguaje común, también se le ordena no hacer preguntas ni buscar soluciones más allá de las que estén a mano. Los problemas se solucionan, no aportando nueva información, sino poniéndolos en un orden que conocemos desde siempre, en un orden propio del sentido común. Pero lo que se trata es de preservar el derecho, la necesidad de pensar y hablar en otros términos que el lenguaje común: términos que están llenos de sentido que son racionales y válidos precisamente porque son otros términos. En este contexto la destrucción de estos conceptos racionales en los que se basaría una antigua ideología se convierte en parte de una nueva ideología. Se destruyen las ilusiones y las verdades contenidas en ellas. La nueva ideología tiene su expresión en aquello que todo el mundo admite, o que la reserva común de nuestras palabras, encierra todas las distinciones que los seres humanos han encontrado que vale la pena hacer. La ideología llega a estar incorporada al mismo proceso de producción de esta sociedad; que es en realidad la totalidad que ejercita su poder sobre el individuo. Esta sociedad no es inidentificable, tiene su centro 14

empírico en un sistema de instituciones, que son las relaciones establecidas y cristalizadas entre las personas. Para vivir, la gente depende de sus jefes y políticos, de sus trabajos y de sus vecinos, que los hacen hablar y entender como ellos, se ven obligados a identificar su propia persona con sus funciones. A todos nos unifica el lenguaje mediático de la televisión, la radio, los periódicos, las revistas. El lenguaje multidimensional es convertido en lenguaje unidimensional, en el que los significados diferentes no se interpretan, son mantenidos aparte, la dimensión histórica del significado es silenciado. En cuanto al análisis filosófico o lingüístico, su esfuerzo ideológico, puede ser verdaderamente terapéutico, podría mostrar la realidad como aquello que realmente es y mostrar aquellos que la realidad evita que sea. La filosofía contemporánea se propone exorcizar mitos metafísicos como el espíritu la conciencia, la voluntad, disolviendo la intención de estos conceptos en afirmaciones sobre operaciones, actuaciones, poderes, fácilmente identificables. Uno de los problemas de la actual filosofía analítica es el de las declaraciones sobre universales como nación, estado, universidad, la traducción reductiva de estos universales parece cambiar su significado. Ninguna entidad particular corresponde a estos universales; sin embargo, la manera en que estas cosas están organizadas e integradas, operan como una entidad diferente, hasta el punto que pueden disponer de la vida y la muerte, como en el caso de la nación o el Estado. Las personas que ejecutan el veredicto son identificables, pero no ejercen su acción como individuos particulares sino como representantes de la nación, la empresa, la universidad, la justicia… La ausencia de armonía entre el individuo y las necesidades sociales y la falta de instituciones representativas en las que los individuos trabajen y hablen para sí mismos llevan a la realidad los universales como Nación, Partido, Constitución, Iglesia, Estado. La protesta contra el carácter vago de tales universales, la insistencia en una concreción familiar y la protectora seguridad del sentido común y científico, revela la angustia primordial que guio dentro del pensamiento filosófico a la evolución de la religión a la mitología y de la mitología a la lógica; la defensa y la seguridad son grandes apartados en los presupuestos, tanto intelectuales como nacionales. La filosofía contemporánea ha llegado a un alto grado de conflicto entre su objeto y su función. Por una parte tenemos el síndrome lingüístico de agradable, sentido estético de Nietzsche que destroza la ley y el orden, mientras el campo abierto para los elementos de desorden pertenece al lenguaje hablado por autoridades judiciales y de información. Lo que aparece como desagradable desde un punto de vista lógico, puede ser agradable en un orden diferente, y puede ser una parte esencial de los proyectos filosóficos. El proyecto filosófico es ideológico, y por lo tanto un proyecto histórico, pertenece a un nivel específico del desarrollo social, y el concepto critico-filosófico se refiere a posibilidades alternativa de este desarrollo. Se sugiere la frase “elección determinada” para subrayar la inserción de la libertad en la necesidad histórica. El ser humano hace su propia historia, pero bajo algunas premisas: las contradicciones que se desarrollan dentro del sistema histórico entre lo potencial y lo actual, los recursos materiales e intelectuales disponibles en el sistema, el grado de libertad teórica y práctica compatible con el sistema. Estas condiciones abren posibilidades alternativas para utilizar los recursos disponibles, hacer una vida, de organizar la lucha del ser humano con la naturaleza. Como proceso histórico, el proceso dialéctico comprende a la conciencia: el reconocimiento y el dominio de las potencialidades liberadoras. Así, según Marx, el proletariado es la fuerza histórica revolucionaria; la negación determinada del capitalismo ocurre si y cuando el proletariado ha llegado a ser consciente de sí mismo y de las condiciones y procesos que configuran su sociedad. Esta toma de conciencia es requisito previo, tanto como un elemento de la práctica de la negación. Esta toma de conciencia es esencial en el progreso histórico: es el elemento de la libertad. Sin embargo, la verdad de un proyecto histórico no alcanza su validez mediante el éxito. La teoría marxista, era ya verdadera en la época del Manifiesto Comunista, el fascismo sigue siendo falso aunque esté en ascenso en una escala internacional. 15

El pensamiento positivo y su filosofía neopositivista neutralizan el contenido histórico de la racionalidad, así en el análisis de una economía capitalista que funciona como un poder independiente, los aspectos negativos (exceso de producción, desempleo, inseguridad, despilfarro, represión…) están contemplados como subproductos inevitables de la historia del crecimiento y del progreso. La tolerancia del pensamiento positivo es una tolerancia forzada por un poder abrumador, poder anónimo de la eficacia de la sociedad tecnológica. Para una alternativa al orden existente. Posibilidad del advenimiento de la civilización no represiva Ahora conviene precisar algunos aspectos del proyecto marcusiano de la crítica de la sociedad industrial avanzada. ¿Qué tipo de hombre espera realizar Marcuse? ¿Cuál es el modelo de sociedad que espera construir? ¿Cómo se concibe al hombre en la sociedad, en el proyecto marcusiano? La civilización no represiva sólo puede establecerse si desaparecen los factores de represión. Según Freud, el elemento esencial del que depende la organización de la civilización en forma de represión y dominación es la Ananké, la lucha por la existencia. Dicha necesidad fue la impuso el control represivo de los instintos, canalizando sus tendencias polimorfas exclusivamente hacia la función genital reproductora y condenando como prohibidos todas las perversiones en las cuales se consumiría la energía sexual. Así la sexualidad inclinó todas sus energías hacia el trabajo; igualmente, fue la que organizó el trabajo mediante una división social eficaz. El hecho de que la represión se haya vuelto anacrónica y artificial no significa que vaya a desaparecer. Ella subsiste, se aferra y se fortalece: Cuanto más aumenta la productividad y las riquezas, se impone todavía más la necesidad de liquidar los excedentes, para crear necesidades y condicionar a la clientela, para construir cómplices del bienestar y la dominación a los intereses opuestos, privados o públicos, de los productores, consumidores o vendedores. De esta manera, el sistema económico y administrativo, sin dejar de desarrollarse, se volvería más totalitario. Una de las fuerzas explosivas que harán saltar el sistema, es la inherente al propio progreso técnico, es la automatización. Esta, “una vez que logró los límites de posibilidades técnicas, es incompatible con una sociedad en la que el proceso de producción descansa en la explotación privada de la fuerza de trabajo humana”. El factor principal de la producción y de la riqueza, ya no es el trabajo humano, ni su tiempo de trabajo sino su poder de productividad, es decir, su capacidad tecnológica de dominar a la naturaleza. La automatización no sólo permite producir más, también permite pasar de la cantidad a la calidad; la fuerza de trabajo separada del individuo se convierte en objeto productivo independiente. Es una verdadera revolución. El desarrollo de la automatización es una necesidad del capitalismo, por las leyes del beneficio y de la competencia internacional pero le dicta un límite: la automatización generalizada significa el fin del capitalismo, ya que existiría una sociedad en la cual desaparecería la pobreza, en la que el trabajo sería juego y en la que la imaginación permitiría a la humanidad desarrollar libremente todas sus posibilidades. Las posibilidades técnicas no serán suficiente para que desaparezca la pobreza y para lograr la civilización no represiva, puesto que se deben tomar en cuenta las reacciones defensivas de la sociedad represiva. La civilización debe defenderse contra la posibilidad de un mundo que podría ser libre. Es precisa pues una reestructuración de los instintos. No es posible cambiar la sociedad si no se intenta cambiar al hombre hasta en sus necesidades e instintos más profundos, ya que el hombre fue transformado por la civilización. En consecuencia, sería ilusorio pretender que un mejor porvenir se logrará con sólo hacer algunas reformas que mejoren el funcionamiento del mercado o de la competencia; hace falta un cambio fundamental en la estructura instintiva como en lo cultural. Para Marcuse, es posible una civilización no represiva en la que pueda ejercerse el libre juego de los instintos. Con esta afirmación, el pensador alemán permanece 16

dentro de la más estricta ortodoxia freudiana. Al filósofo de la Escuela de Frankfurt, le interesa el psicoanálisis como filosofía del hombre; no la terapéutica sino la teoría. Él se propone retomar el pensamiento de Freud para definir sus implicaciones filosóficas y sociológicas. El carácter fijo y no histórico de los conceptos freudianos, entre ellos, la inevitabilidad del antagonismo entre pulsiones y civilización, entre principio de placer y principio de realidad oculta una realidad histórica. La civilización se fundamenta en el principio de la realidad, que persigue lo que es socialmente útil mientras que la civilización moderna se basa en el principio de rendimiento, que es un caso particular del principio de realidad. Igualmente, se debe distinguir la represión fundamental de las pulsiones, sin la que ninguna civilización sería posible, de las coacciones suplementarias que mantienen la dominación social propia de nuestras sociedades modernas y que Marcuse denomina sobrerrepresión. También la filosofía ha pretendido hoy seguir a la ciencia, perdiendo así su originario carácter de oposición a la realidad existente. El pensamiento neopositivista, con su negación de todo dato que vaya más allá de la experiencia, ha querido «purificar» la filosofía de todo elemento trascendente. Esta terapia del lenguaje filosófico ignora completamente las tensiones sociales, el contexto histórico, el ambiente humano en el que emergen las ideas, para confiarse a la pura verificación de la experiencia científica. Al hacer esto, el neopositivismo se revela, de una parte, como una filosofía pobre y chata, o sea, privada de todo elemento «nuevo» respecto a la realidad. Por otra parte, se muestra como un instrumento de dominio, al objeto de llevar a cabo de modo definitivo la destrucción de la dimensión autónoma de la filosofía y convertirla en un dócil auxilio del poder constituido. ¿Cuál es entonces la conclusión de El hombre unidimensional? ¿Será posible crear una sociedad de tipo diverso? Para Marcuse, la empresa es muy problemática, aun cuando no se diga en modo alguno que la sociedad actual tenga ilimitada capacidad de supervivencia: «Los hechos que convalidan la teoría crítica de esta sociedad y de su fatal desarrollo están presentes en su totalidad: la creciente irracionalidad del conjunto; el despilfarro y la limitación de la productividad; la necesidad de la expansión agresiva; la constante amenaza de la guerra; la explotación intensificada; la deshumanización. Y todos remiten a la alternativa histórica: el empleo planificado de los recursos para la satisfacción de las necesidades vitales con un mínimo de trabajo, la transformación en verdadero tiempo libre del tiempo dedicado a pasatiempos, la pacificación de la lucha por la existencia.» El pensamiento crítico lucha por definir el carácter irracional de la racionalidad establecida y definir las tendencias que provocan que esta racionalidad genere su propia transformación; la tecnología establecida se ha convertido en un instrumento de la política destructiva. La función histórica de la razón ha sido reprimir e incluso destruir la aspiración a vivir, vivir bien, vivir mejor; o a posponer y poner un precio exorbitantemente alto a la realización de esta exigencia. Si la consumación del proyecto tecnológico presupone una ruptura con la racionalidad tecnológica dominante, la ruptura depende a su vez de la existencia continuada de la misma base técnica, porque es esta la que ha hecho posible la satisfacción de las necesidades y la reducción del esfuerzo, sería la base de la libertad humana. El progreso implicaría la ruptura, la conversión de la cantidad en calidad. Abriría la posibilidad de una realidad humana esencialmente nueva: la de la existencia de un tiempo libre, sobre la base de las necesidades vitales cubiertas. Por ejemplo, lo que es calculable es el mínimo de trabajo con el que las necesidades vitales de todos los miembros de la sociedad pueden ser satisfechas, suponiendo que los recursos disponibles son empleados para este fin, sin ser restringidos por otros intereses y sin impedir la acumulación de capital necesario para el desarrollo de la sociedad respectiva. Lo que es calculable para procurar el cuidado de los enfermos, inválidos o ancianos, esto quiere decir lo que es cuantificable es la posible reducción de la angustia, la posible liberación del temor. Así la tecnología puede proveer la corrección histórica de la identificación entre razón y libertad, de acuerdo con la cual el ser humano sólo puede llegar a ser libre mediante el progreso de la productividad que se perpetúa sobre la base de la opresión. En el grado que la tecnología se ha reafirmado sobre la 17

base de la opresión, la corrección no puede ser resultado de un progreso técnico, sino a través de una inversión política. Se alcanzaría “la pacificación de la existencia”, esta pacificación presupone el dominio de la naturaleza que es y sigue siendo el objeto opuesto al sujeto en desarrollo. Pero hay dos clases de dominio, uno represivo y otro liberador. Este último comprende la reducción de la miseria, la violencia y la crueldad. En este caso, la conquista liberadora de la naturaleza implicaría reducir la ferocidad del ser humano contra la naturaleza. El cultivo de la tierra es totalmente diferente a la destrucción de la tierra, la extracción de los recursos naturales es distinta a la devastación, la tala de árboles a la deforestación. La civilización ha alcanzado esta transformación liberadora en los jardines, parques y en algunas zonas protegidas. Pero fuera de estas pequeñas áreas el ser humano ha tratado a la naturaleza como ha tratado al propio individuo: como un instrumento de productividad destructora. Al igual que con la naturaleza, la civilización tecnológica establece una relación específica entre el arte y la técnica. La racionalidad del arte, su habilidad para proyectar la existencia y definir posibilidades no realizadas, puede ser vista como ratificada por la transformación científico-tecnológica del mundo. En vez de ser el criado del aparato establecido, embelleciendo sus negocios y su miseria, el arte llegaría a ser una técnica para destruir estos negocios y su miseria. Según Hegel, el arte reduce la continencia inmediata en la que existe un objeto, a un estado en el que el objeto toma la forma y la cualidad de la libertad. El nivel de vida alcanzado en las áreas industriales más avanzadas, no es el modelo más adecuado si lo que se busca es la pacificación. Pero había que señalar que la liberación de la sociedad opulenta, no significa el regreso a la pobreza, a la simplicidad. Al contrario, la eliminación del despilfarro lucrativo aumentaría la riqueza social disponible para la distribución, y el fin de la movilización permanente reduciría la necesidad social de negar satisfacciones que son del individuo: negaciones que hoy se compensan con el culto al buen aspecto, la fuerza y la regularidad. La liberación de la energía empleada en la prosperidad destructiva implicaría disminuir el alto nivel de servidumbre y capacitaría al individuo a desarrollar la racionalidad que puede hacer posible una existencia pacífica. Un nuevo nivel de vida, adaptado a la pacificación de la existencia presupone una reducción en la población futura. La civilización industrial considera legítimo la matanza de millones de humanos en guerras y los sacrificios diarios de todos aquellos que carecen de los cuidados adecuados; pero se pone escrupulosa a la hora de tomar medidas contra un aumento indiscriminado de la población, escrúpulos que pueden ser entendidos porque esta sociedad necesita un número cada vez mayor de consumidores y partidarios. Liberar la imaginación para que pueda disponer de todos sus medios de expresión, presupone la regresión de mucho de lo que ahora está libre y perpetúa una sociedad represiva. La meta de la auténtica autodeterminación de los individuos depende del control social efectivo sobre la producción y distribución de las necesidades, en términos de nivel de cultura material e intelectual alcanzado. La teoría crítica de esta sociedad y su fatal desenvolvimiento están presentes: la irracionalidad creciente de la totalidad, la necesidad de expansión agresiva, la constante amenaza de guerra o las guerras controladas, la deshumanización. Todo esto apunta hacia la alternativa histórica: la utilización planificada de los recursos. Las tendencias totalitarias de la sociedad unidimensional hacen ineficaces los medios de protesta, quizá lo hagan peligroso porque preservan una ilusión de soberanía del pueblo. Pero si el pueblo anteriormente era el fermento del cambio social, ahora se ha convertido en el elemento de cohesión social. Sin embargo, bajo esta clase conservadora, está el sustrato de los proscritos y los extraños, los explotados y los perseguidos de otras razas. Sus vidas existen fuera del proceso democrático. Su oposición es revolucionaria aunque su conciencia no lo sea; golpean al sistema desde fuera, por lo que no se pueden contaminar. Aunque esto no signifique que constituyan un sujeto revolucionario, pues el sistema es lo suficientemente amplio para absorberlos y las fuerzas represivas están sobradamente bien equipadas para neutralizarlos. 18

Sin embargo, el espectro está siempre ahí, siempre puede haber unos “bárbaros” que desde fuera estén amenazando el “imperio”. Los nuevos instrumentos de dominación exigen nuevas formas de liberación y ésta ha de librar sus batallas sobre todo en el espacio político. Para los que viven dentro de la totalidad social y con conciencia crítica, Marcuse sólo recomienda el gran rechazo, la crítica sistemática y frontal sin concesiones. “Quizá la conciencia negadora actuando desde dentro y la fuerza revolucionaria presionando desde fuera” puedan encontrarse algún día y construir la utopía que soñó Marcuse en Eros y civilización. Observaciones críticas Aunque se trata de un libro en ocasiones caótico, atravesado por ráfagas poéticas y no obstante de gran capacidad analítica, tiene una conclusión elemental: la sociedad capitalista avanzada o sociedad unidimensional es definida por Marcuse como la sociedad sometida a la continua fetichización y alienación de sus miembros; un mundo determinado por la inmanencia absoluta (de ahí su carácter unidimensional) donde la democracia se manifiesta como la forma más refinada e insuperable de totalitarismo; donde la ideología tecnológica y la técnica misma penetran en cada cuerpo en el núcleo de cada alma; donde nada queda fuera del control de una racionalidad desbocada que termina por negarse a sí misma y entregarse al pragmatismo del discurso “operacional” y administrativo; donde los conceptos son sustituidos por imágenes o consignas, mientras la vieja filosofía “bidimensional” (esto es, orientada hacia alguna trascendencia) queda desacreditada o sometida a la “terapia” del positivismo más rastrero, y la cultura desaparece bajo el entretenimiento de masas; donde la naturaleza es sistemáticamente explotada y afeada; incluso las mejoras en las condiciones de trabajo, conquistadas tras legítima protesta, jugarían a favor de la lógica de la productividad capitalista al igual que las últimas victorias alcanzadas en materia de libertad sexual, apuntadas a su vez en la cuenta de la “desublimación represiva”. El resultado que contempla Marcuse es la constitución de una conciencia feliz sometida que asume gustosamente todas las formas de expresión administrada, que tolera sin sentimientos de culpa los horrores de un Thánatos cada día más fortalecido. Las “necesidades de lo real”, “la lógica de la producción” justifican cualquier irracionalidad, al tiempo que atrofian los órganos mentales que permitirían captar las contradicciones y las alternativas posibles. Para la conciencia feliz dominada “todo lo real es racional” y la única racionalidad aceptada es la funcional y técnica. El término de la conciencia feliz es la creencia que lo real es lo racional y el sistema social establecido produce los bienes necesarios. Para convencer y convencerse de esto se necesita el lenguaje. El lenguaje creado aboga por la unificación y por la producción sistemática del pensamiento. Dentro de las formas dominantes del lenguaje se advierte la diferencia entre las normas de pensamiento “bidimensional” o dialéctico y la conducta tecnológica o los hábitos de pensamiento sociales. La funcionalización del lenguaje contribuye a rechazar los elementos no conformistas del habla. La estructura analítica del lenguaje aísla al sustantivo de todos aquellos significados que podía invalidar, mientras que los positiviza. Añadiéndoles aspectos que los hacen familiares, o neutralizan ante nosotros, como “bomba atómica limpia”, “radiación inofensiva”, “guerra quirúrgica”, “el padre de la bomba H”, “el modelo de mil dólares del refugio atómico tiene batidora, alfombra y televisión”. Cabe pues abandonar toda esperanza. Una sociedad en la que la razón instrumental ha logrado, mediante una utilización ideológica de la ciencia y la técnica, un impresionante poder de transformación de las necesidades y motivaciones de los individuos, y en este punto hay que situar el triunfo y pervivencia del sistema. Para Marcuse, el individuo “unidimensionalizado” es aquel que percibe y siente como suyas las perspectivas y necesidades que los mecanismos publicitarios y de propaganda le prescriben. La Sociedad Administrada ha conseguido establecerse no tanto en estructuras exteriores al sujeto sino que la unidimensionalidad se mueve en una doble dimensión psicológica: la sobrerrepresión y los esquemas de asimilación e introyección de los controles sociales. A partir de aquí, desaparece la bidimensionalidad; es decir, la capacidad del sujeto para percibir crítica y autocríticamente su existencia y su sociedad. En consecuencia, la culminación de la irracionalidad en la sociedad de consumo de Masas será la que bajo la aparente comodidad 19

del bienestar y la felicidad organizada destruya los vínculos de interpretación causal e institucionalice un comportamiento colectivo en el que la desindividualización del ciudadano, pese a la propaganda del “individualismo”, sea su efecto más evidente. En cuanto a las críticas que cabe formular a la obra de Marcuse en general y a El hombre unidimensional en particular es la ausencia de alternativas que vayan más allá de estas genéricas afirmaciones de principio, de la misma forma que tampoco indica una clase revolucionaria que se pueda hacer portadora de las exigencias de la transformación de la sociedad actual, si se exceptúan los desesperados, invocados al cierre de la obra. El análisis marcusiano de la sociedad actual nos presenta una sociedad opresiva, plúmbea, destructora de la libertad y de la autonomía del individuo, en la que el ser humano es víctima de los mecanismos creados por él mismo. Si en muchos casos tal análisis no puede en modo alguno ser rechazado de modo categórico, también es difícil para los críticos adherirse a él totalmente. Las cuestiones que le plantean estriban en si es cierto que en la sociedad tecnológica avanzada no existen espacios para la libertad individual, nuevas posibilidades de progreso cultural y social, momentos de emergencia de la cadena producción-consumo que no sean ilusorios e instrumentales de la lógica del dominio económico. De ahí la caracterización de la denuncia marcusiana como pesimista, lo cual, consideran, era necesario para que tal denuncia fuese incisiva y eficaz. En suma, las espectaculares simplificaciones a cuyo través Marcuse logra colorear con tintes oscuros los contornos de la sociedad contemporánea son funcionales en el plano de la polémica pero no siempre convincentes. Por otra parte, en cuanto a las posibilidades de transformación los críticos han insistido en que la visión apocalíptica que presenta Marcuse de la transformación histórica (si alguna vez se da), que conducirá a la nueva sociedad no-represiva, es por un lado excesiva, y por otro simplificadora. La crítica plantea que la civilización tecnológica encierra en sí la posibilidad de autocorregirse y, por otra parte, la misma tecnología que envenena las aguas puede purificarlas. Marcuse repite lógicamente todas las quejas habituales sobre el efecto destructivo de la moderna tecnología y el empobrecimiento espiritual resultante del enfoque utilitario de la vida en el que el individuo no es más que la función que realiza. Estas no son invención suya, sino truismos de inmemorable recuerdo. Sin embargo, lo importante es que los efectos destructivos de la tecnología sólo pueden combatirse por un nuevo desarrollo de la propia tecnología. La especie humana debe elaborar científicamente, con la ayuda de la “estéril” lógica, métodos de planificación social para neutralizar las consecuencias adversas del progreso tecnológico. Para ello debe fomentar y establecer unos valores que hagan más soportable la vida y faciliten la consideración racional de las reformas sociales, a saber: los valores de la tolerancia, la democracia y la libre expresión. El programa de Marcuse es exactamente el contrario: destruir las instituciones democráticas y la tolerancia en nombre de un mito totalitario, sometiendo la ciencia y la tecnología (no sólo en su aplicación práctica, sino también en sus aspectos teóricos) a una nebulosa intuición “esencial” que es propiedad exclusiva de los filósofos hostiles al empirismo y el positivismo. Ni la ciencia ni la tecnología ofrecen obviamente una base para establecer una jerarquía de fines y valores. Los fines-ensí, en oposición a los medios, no pueden ser identificados por métodos científicos; la ciencia sólo nos puede decir cómo alcanzar nuestros fines y qué sucederá cuando los hayamos alcanzado, o cuando se sigue un determinado curso de acción. La distancia no puede salvarse mediante ninguna intuición “esencial”. Así, para la crítica, Marcuse une el desprecio hacia la ciencia y la tecnología con la creencia en que debemos luchar por valores superiores porque se han resuelto todos los problemas del bienestar material y existe una cantidad inagotable de mercancías: aumentar la cantidad sólo serviría a los intereses del capitalismo, que necesita crear falsas necesidades y divulgar una falsa conciencia. En este particular, Marcuse es una muestra típica de la mentalidad de quienes nunca tuvieron que molestarse ellos mismos para obtener alimento, vestido, vivienda, electricidad, etc., pues tenían satisfechas todas las necesidades de la vida. Según Kolakowski, esto explica la popularidad de su filosofía entre quienes nunca tuvieron nada que ver con la producción material y económica. Los estudiantes de la confortable clase media tienen en común con el lumpen proletariado que la técnica y la organización de la producción 20

están por encima de su horizonte mental: los bienes de consumo, ya sean abundantes o escasos, están ahí y pueden ser consumidos. El desprecio por la técnica y la organización va de la mano con el desagrado de todas las formas de aprendizaje sometidas a reglas de actuación regulares o que exigen un vigoroso esfuerzo, disciplina intelectual y una actitud humilde hacia los hechos y las reglas de la lógica. Es mucho más fácil esquivar las tareas laboriosas y proclamar eslóganes sobre la revolución global que ha de trascender nuestra civilización actual y unir el conocimiento y el sentimiento. Quizá quepa recordar que la fuerza de la denuncia de Marcuse radica en su capacidad de dirigirse a todos los miembros de la sociedad tecnológica avanzada, sometidos y encadenados a una misma lógica de dominio. Su mensaje no tiene destinatarios privilegiados, de la misma forma que no tiene enemigos identificables. Somos responsables todos y ninguno, esclavos y amos no se hallan en frentes opuestos, sino en el interior de cada uno; y tampoco se puede afirmar que el mal está en la tecnología, que la máquina sea responsable de la esclavización; más aún, que precisamente la tecnología abre horizontes nuevos, que podrían permitir al ser humano redimirse del hambre y de la miseria y gozar de un nivel de libertad y bienestar jamás visto antes. En suma, El hombre unidimensional no ofrece alternativas que vayan mucho más allá de las genéricas afirmaciones de principio sobre este tipo de sociedad, de la misma forma que no indica una clase revolucionaria que se pueda hacer portadora de las exigencias de la transformación de la sociedad actual, si se exceptúan los desesperados, invocados al cierre de la obra. Pero la fuerza de la denuncia marcusiana radica en su dirigirse a todos los miembros de la sociedad tecnológica avanzada, todos sometidos y encadenados a una misma lógica de dominio. Su mensaje no tiene destinatarios privilegiados, de la misma forma que no tiene, por lo demás, enemigos bien identificables. Somos responsables todos y ninguno, esclavos y amos no se hallan en frentes opuestos, sino en el interior de cada uno; y tampoco se puede afirmar —como alguien, groseramente, ha hecho— que, para Marcuse, el mal está en la tecnología, que la máquina sea responsable de la esclavización; más aún, que precisamente la tecnología abre horizontes nuevos, que podrían permitir al hombre redimirse del hambre y de la miseria y gozar de un nivel de libertad y bienestar jamás visto antes. No estamos en condiciones de valorar las probabilidades que existen de que pueda realizarse esta perspectiva. Sea como fuere, nos parece que se pueden hacer dos clases de observaciones sobre el pensamiento marcusiano: la primera sobre el análisis de la sociedad actual; la segunda, sobre las posibilidades de transformación. El análisis marcusiano nos presenta, sin más, una sociedad opresiva, plúmbea, destructora de la libertad y de la autonomía del individuo, en la que el hombre es ya víctima de los mecanismos creados por él mismo. Si en muchos casos tal análisis no puede en modo alguno ser rechazado de modo categórico, también es difícil poderse adherir a él totalmente. Por otra parte, ¿es cierto que en la sociedad tecnológica avanzada no existen espacios para la libertad individual, nuevas posibilidades de progreso cultural y social, momentos de emergencia de la cadena producción-consumo que no sean ilusorios e instrumentales de la lógica del dominio económico? En realidad, la denuncia marcusiana peca de pesimismo, lo cual, a fin de cuentas, era necesario para que tal denuncia fuese incisiva y eficaz. Las espectaculares simplificaciones a cuyo través Marcuse logra colorear con tintes oscuros los contornos de la sociedad contemporánea, son funcionales en el plano de la polémica, pero no convincentes. Por otra parte, hemos de decir que la visión apocalíptica que presenta Marcuse de la transformación histórica (si alguna vez se da), que conducirá a la nueva sociedad norepresiva, es, por un lado, excesiva, y por otro lado simplificadora. La civilización tecnológica encierra en sí la posibilidad de autocorregirse, y, por otra parte, la misma tecnología que envenena las aguas puede —si quiere— purificarlas. Es cierto que hasta hace sólo unos años se consideraban sólo los aspectos positivos de la técnica y no se veían, o se veían poco, los negativos. Por el contrario, la moderna sociedad tecnológica se está dando cuenta ahora de estos problemas, y en los próximos decenios deberá proveer, sin duda, a eliminar cuanto hay de más peligroso y opresivo en el sistema actual. Sin embargo, resulta difícil aún imaginar cambios de alcances revolucionarios o catastróficos que puedan subvertir totalmente la 21

sociedad actual. Aunque todo es posible en la historia humana. // Mario D.S.

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