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Sobre la paz perpetua – Immanuel Kant Posted on 15 de July de 2006 Immanuel Kant escribió esta obra nada menos que en 1795. Hoy han pasado más de 210 años. No fue el primero en hablar sobre paz perpetua pero sí el primero, al menos que yo sepa, que trató el tema con rigor, analizándolo no como una utopía sino como una posibilidad. Sobre la paz perpetua es un tratado en el que se analizan algunos puntos clave que deben darse para poder hablar de paz perpetua. No en vano, comienza con una de las frases más famosas de Kant: “no debe considerarse válido ningún tratado de paz que se haya celebrado con la reserva secreta sobre alguna causa de guerra en el futuro”. La propuesta de Kant para lograr la paz perpetua se basa en la creación de una federación de Estados independientes. Cada uno de éstos, a su vez, debe ofrecer las garantías de un Estado de Derecho y sustentarse en una constitución republicana, es decir, que garantice la libertad de sus ciudadanos, asegure la dependencia de todos respecto a una misma legislación, y defienda la igualdad de sus súbditos. De estas ideas, se puede deducir una idea que aparece constantemente a lo largo de la obra: la paz no es el estado natural del hombre y, en consecuencia, debe ser instaurada. En un interesante argumento sobre la ciudadanía activa y el republicanismo, Kant dice que el ciudadano debe actuar como colegislador, tomando parte en la dirección de la sociedad a la que pertenece. Cierto es que algunas afirmaciones del texto deben leerse con prudencia y no interpretarse literalmente, dado que las circunstancias sociopolíticas del siglo XVIII no son las mismas que las del siglo XXI. Uno de los puntos clave que señala Kant, es que “ningún Estado debe inmiscuirse por la fuerza en la constitución y gobierno de otro”. No puedo evitar que esta frase me traiga a la cabeza las estrategias de EEUU en Irak, donde ha establecido a su antojo un gobierno títere, que sin duda servirá a sus intereses en el mercado de los hidrocarburos como ya hicieran las repúblicas bananeras en el mercado agrario. Han pasado más de dos siglos desde que Kant estudiase las bases para la paz perpetua. La federación de Estados parecía una utopía. No obstante, hoy existe la ONU que, pese a ser una organización “mejorable” (en especial su Consejo de seguridad), es un punto de partida. Quizá sean necesarios aún otros doscientos años para que la paz perpetua, que muchos vemos ya como una posibilidad y no como una utopía, sea vista de igual manera de forma extendida.

A pesar de que nunca salió de su natal Konisberg, Kant es uno de los personajes más universales de la modernidad. UNP No.59 Título : La "paz perpetua" de Kant: ¿utopía o guía política? Autor : Herfried Münkler Sección: Internacional Fecha : Junio 20 de 2004

La "paz perpetua" de Kant: ¿utopía o guía política?

Entre las confusiones de la seguridad global y después de 209 años, ¿puede la visión de Immanuel Kant sobre la paz aclararnos las cosas todavía? Uno de los principales politólogos alemanes estima su valor en la época de la guerra preventiva. Herfried Münkler* En la historia del pensamiento político, el tratado de Kant de 1795, Sobre la paz perpetua , no es único. Es parte de una larga tradición de obras que intentan responder a la cuestión de cómo se puede acabar con la guerra, el azote de la humanidad. La posibilidad de alcanzar este fin por medio de la política -es decir, sin esperar milagros, como la creación de un nuevo mundo o el nacimiento de un niño pacificador, como en Virgilio- es un concepto que se puede rastrear al menos hasta el poeta y teórico político florentino Dante Alighieri, en su De Monarchia (c. 1313). Cuatro siglos después, el genio europeo universal, Gottfried Leibniz, en su Corpus Juris Gentium (1693) consideró la misma posibilidad, como también el Abate de St. Pierre, quien creó un plan detallado para la fundación de la paz perpetua. A finales del siglo XVIII, con la publicación del tratado de Kant, un diluvio de textos abordó la posibilidad de crear una paz duradera en Europa. La esperanza de una paz perpetua a fines del siglo XVIII se basó entonces en generaciones enteras de pensadores europeos. Pero surgió de nuevo al final de un siglo que había empezado con beligerancia y terminado brutalmente con las guerras revolucionarias de Napoleón. Entre el temor y la zozobra en Europa, la Revolución Francesa promovió entre muchos, incluido Kant, la idea de que la razón misma podía realizarse en la política. Esto llevó a Kant a plantearse una cuestión adicional: ¿puede tal desarrollo también ser verdad para la fundación de una paz perpetua? El ensayo de Kant no es una especulación utópica. Una obra utópica, siguiendo su elaboración clásica en la Utopía (1516) de Thomas More, es un tratado que compara una condición existente con una alternativa imaginaria en la que el comentador se encuentra a sí mismo sin ser capaz de explicar cuál fue el camino necesario para llegar al punto donde se encuentra. El tratado sobre la paz de Kant pertenece a un género diferente: más que producirse, la condición de perpetua paz considera los pasos necesarios para llegar a su objetivo. Es así como, al contrario de la interpretación general, la obra de Kant es más una guía política que un esbozo utópico, y así debe ser leída. Del líder a la ley La prognosis de Kant difiere de los requisitos de Dante para una paz duradera en Europa, fraguados casi quinientos años antes. Dante puso toda su esperanza en la eficacia de una élite política enérgica, como por ejemplo un emperador sin las restricciones de la oposición papal en materia de resolución de conflictos y de negociaciones de paz. Kant renuncia a la instalación de una élite política de esta clase. Cree que solo se puede alcanzar y asegurar la paz en Europa incrementando la importancia del imperio de la ley en las relaciones entre los Estados. Además, tiene que cumplirse una condición vital: tales Estados son repúblicas cuyos ciudadanos -y no un individuo o una élite- tienen la última palabra con respecto a las decisiones de guerra o paz. Kant repudia la política en cuanto garante y ejecutora de la ley y el orden por razones más fundamentales que el mero pragmatismo político. Su énfasis en una federación de Estados capaces, en cooperación con Estados individuales y sus ciudadanos, de asumir la responsabilidad de preservar la ley, es una protección vital contra un posible despotismo. Un líder de la paz, que encarnara en su propia persona la responsabilidad de la administración y el ejercicio internacionales de la justicia, se convertiría rápidamente en un déspota. En pocas palabras: si el plan de paz de Dante se puede describir como imperial, el diseño de la paz perpetua de Kant se puede considerar republicano. Del imperio a la federación

La paz perpetua más que una utopía es un proyecto político viable para las sociedades democráticas.

Al finalizar el conflicto Oriente-Occidente y empezar la búsqueda de un nuevo orden mundial a principios de la década de 1990, la concepción de Kant recibió renovada atención, y su emergente contraste con el plan de Dante opacó las ideas cambiantes entre las visiones europeas y estadounidenses de lo que debería ser el mundo de posguerra.

Al transcurrir la década, las visiones europeas del orden mundial parecían cada vez más orientadas hacia el modelo de Kant, mientras que las de la política de Estados Unidos parecían más arraigadas en el modelo de Dante. No deja de ser significativo que las recientes polémicas de periodistas cercanos a las políticas oficiales estadounidenses son muy críticas del tratado Sobre la paz perpetua. Un ejemplo es On Paradise and Power de Robert Kagan, que repite la consabida afirmación de que el tratado de Kant no es más que una utopía, cuyo autor ve a Europa "entrando en un paraíso poshistórico (kantiano) de paz y prosperidad relativas" mientras que Estados Unidos permanece "empantanado en la historia". Este no fue el caso, lo repetimos, cuando el ensayo fue escrito. Pero por supuesto que en manos de un kantiano habría adquirido esa interpretación en el transcurso del tiempo. La historia política europea en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial -desde la lenta expansión de la Unión Europea hasta el final de la confrontación este-oeste- se puede entender como la realización paso a paso de la especulación kantiana. Pero sería inducir a error ver la federación de Estados, de Kant, como un modelo de organización de Europa o de las relaciones globales. Es cierto que el equilibrio de poder europeo está en el contexto de las consideraciones de Kant. Lo menciona con frecuencia en su obra sobre el derecho internacional. En concepto suyo, la reciprocidad de la paz que asegura la seguridad, la ley y el orden depende de la tendencia hacia un equilibrio de poder entre los Estados europeos; sin equilibrio no hay reciprocidad. En este sentido, la federación de Estados kantiana no considera a una superpotencia como Estados Unidos; sin duda un realista político, Kant se habría dado cuenta de que en su proyectada estructura no había lugar para una potencia tan avasalladora. La Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (Osce), la Unión Europea y posiblemente la parte europea de la Otan pueden justificadamente ser consideradas, en cierta medida, como personificaciones de una federación de Estados tal como Kant la previó. Pero aplicar este concepto en una escala global a las Naciones Unidas, o proyectar otros desarrollos en esta dirección sería un paso atrevido. Tanto la posición cuasiimperial de Estados Unidos dentro de la comunidad mundial como el fenómeno de los Estados "colapsados" o "fracasados" en sus desamparados márgenes, indican lo contrario. En esta situación, Kant sería demasiado realista como para seguir su propio modelo. Su plan de paz es aplicable a la federación europea de Estados; ve con desconfianza los grandes imperios en su periferia. No los incluye, de todos modos, en su proyecto de paz. De los costos de la guerra a los beneficios de la paz Sobre la paz perpetua de Kant ha generado una enorme masa de comentarios, pero buena parte de ellos casi han pasado por alto una de las principales características de su argumento: la importancia elemental del imperio de la ley encarnado en el Estado. Kant no deja de anotar que las interacciones legales tienen lugar entre los Estados. Esto no es para él una limitación histórica, sino un punto de importancia sistemática. Solo cuando los Estados tienen la capacidad exclusiva de librar la guerra tiene efecto la observación de Kant, la base de toda su idea: que la guerra invariablemente implica más costos que beneficios, incluso para el vencedor. Llega a esta conclusión mediante un cálculo que mide los costos de la guerra para todo el territorio afectado y que incluye todos los gastos. Solo esto, cree él, permite la conclusión de que la guerra no vale la pena bajo ninguna circunstancia. Un análisis a sangre fría de sus costos-beneficios prevalecería cada vez más, estaba convencido Kant, sobre las ficticias ideas de honor y de gloria. Todos estos desarrollos, imprevistos en su idea de paz perpetua, tienen escaso reconocimiento en la Europa de hoy. Los europeos todavía se concentran en las guerras civiles y transnacionales, desde las del África subsahariana hasta las del Asia central y del sureste. Los elude una visión moderna de la guerra y por lo tanto una visión de la paz aplicable a lo que se ha convertido el mundo de la guerra, tal como lo hizo Kant en su propia época. Más de dos siglos después de la publicación de su tratado, es posible concluir que Kant resultó tener razón, aunque también estar equivocado; correcto al suponer que las guerras entre los Estados desaparecerían con la expansión mercantilista y la democratización de los sistemas políticos; equivocado en que esa desaparición sería idéntica a la fundación de la paz perpetua.