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EL S A N T O DE C A D A DIA POR E D E L V I V E S E D I T O R I A L Z LUIS V I V E S , A R A G O Z A S. A N I H

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EL S A N T O DE C A D A DIA POR

E D E L V I V E S

E D I T O R I A L Z

LUIS

V I V E S ,

A R A G O Z A

S.

A

N I H I L EL

O B S T A T CENSOR

DR. V I C E N T E T E N A

HUESCA,

2 7 D E ABRIL, D H

1946

IMPRÍMASE

LINO, Obispo de fuesen A. A. DE

BAKIIASTRO

Por mandato de S. £. Jl¡>dma. el übtsbo ni i Señor, DR. FRANCISCO PERALTA CAS'C- SFCR. '

ES P R O P I E D A D

Se ba becbo el depósito due marca la ley. Copyritjbl 1946, by Editorial Luis yion I M P R E S O EN ESl'AÑA *

PRÓLOGO O N los tiempos modernos de persistente laicismo y descristianización, O

ha sido arrebatado al hogar español un libro de inapreciable valor:

EL AÑO

CRISTIANO.

Muchos otros libros de edificación han entrado luego en las familias, a Dios gracias, empero aquél no ha sido sustituido. La lectura de la vida de los Santos, tan familiar y frecuente en época aun no lejana, ha sufrido quebranto, incluso en los refectorios de colegios y de instituciones religiosas.

DENTRO DE LA TRADICIÓN, LO MÁS MODERNO PENADOS ante la realidad, sin pretender inquirir las causas o circunstancias que la hayan podido traer, nos ha parecido empresa meritoria contribuir en algo a remediarla, y, dentro de la tradición' de esta lectura espiritual, adoptamos la forma que nos parece más en con* sonancia con las necesidades actuales y con las posibilidades de la vida moderna. La cual presenta días ocupadísimos a la mayoría de los fieles e impone a las veces reglamentos recargados a colegios y comunidades. Teniéndolo muy en cuenta, nos ha parecido condición propicia para facilitar este piadoso ejercicio, que las vidas de los Santos tengan la misma extensión y requiera el mismo stiempo su lectura. se conseguirá más seguramente que sea cotidiana. A lograr este objetivo hemos consagrado todo nuestro esfuerzo y hasta el título que hemos dado a la obra lo dice claramente.

6

PRÓLOGO

'

EL SANTO DE CADA DÍA

/"J ADA día necesitamos pan para alimentar el cuerpo y no. menos C necesitamos alimentar el alma con la lectura de la vida de algún Santo o Santa, que aquel mismo día celebra la Iglesia universal o particularmente una nación u orden religiosa determinada. Seleccionadas así las vidas de Santos, presentan ya una ventaja muy apreciable, es a saber: su gran variedad al proponer ejemplos sacados de todos los tiempos, de todos los estados y de toda condición. Además de la vida del Santo principal, cada día aparecen, como pétalos en flot, las vidas de tres o cuatro Santos secundarios que, en torno a los capullos que forman el Santoral Me cada jornada cristiana, constituyen como un ramillete integrado por las rosas de los mártires, los lirios de las vírgenes y las violetas de los penitentes, que perfuman las bellas páginas de esta obra y embriagan los corazones de los fieles.

LA HEROICA SANTIDAD DE CADA DÍA TRA ventaja más notable será la de ayudarnos eficazmente a santificar nuestro vivir cotidiano. Siempre ha gustado a la Iglesia glorificar ese humilde vivir cotidiano y con reiterada predilección en nuestros dios. Nada hay en verdad tan meritorio ni tan "difícil de alcanzar como la santidad de cada día, que exige el diario y Perfecto cumplimiento de las mismas obligacióngs, la sostenida lucha colttra las mismas pertinaces tentaciones. El alma que lo logra es verdaderamente heroica, pues hora tras hora redobla de piedad y de fervor; por lo cual la Iglesia, inspirada por el Espíritu Santo, gran maestro de santidagusta tanto de glorificar y ensalzar como estrellas de primera magnitud, a esás almas fieles que pasaron ignoradas o inadvertidas ante los mismos que con ellas vivieron. Propone a nuestra admiración e imitación los ejemplos mas comunes, al parecer las virtudes cotidianas más humildes, tanto más preciosas cuanto más comunes y más humildes. Además que, bien mirado, ¿cuántas veces se presentan en la vida circunstancias extraordinarias y acciones

heroicas? Pocas, y vale más, pues mal estuviéramos si la santidad dePendiera de circunstancias extraordinarias y excepcionales. ¿Qué seria de la santidad de la mayor parte de nosotros?; y, no obstante, la santidad es para todos, porque para todos sin distinción es la vida un continuado combate, una conquista que sólo se logra con ia santificación de la propia vida.

EDIFICACIÓN Y AMENIDAD /7P EMOS procurado que todas sus páginas y sus frases todas hablen t / / a la vez al entendimiento, al corazón, a la imaginación y a los sentidos, para mover la voluntad a mejor obrar, pero en forma tal, que la amenidad sostenga su lectura y que la edificación dimane del relato mismo de la biografía y de sus circunstancias, dejando que ellas sugieran al lector 'consideraciones piadosas pertinentes sobre las cuales pueda ampliamente meditar y hacer aplicaciones personales.

ILUSTRACIÓN DE ALTO VALOR ARTÍSTICO OR lo que a nosotros toca no hemos escatimado esfuerzo alguno / para que la parte material secunde y ayude en lo posible la eficacia espiritual que en sí lleva la lectura de la vida de los Santos. Ese mismo esmero nos ha decidido a poner una ilustración abundante y de alto valor artístico. Cada vida va acompañada de dos ilustraciones. Al principiarla se da él retrato del Santo con algunos detalles documentales, en forma de elegante cabecera, y unas páginas más adelante la escena evocadora de un episodio trascendental y representativo de su vida. La edición toda es de hermosa factura, papel de calidad, nítida impresión, caracteres de imprenta nuevos, claros y de fácil lectura, rica y resistente encuademación. Ofrecemos al público esta obra persuadidos de que por su precio, por su valor literario, por su mérito artístico y por todas sus circunstancias, es una verdadera obra de propaganda que responde de pleno al espíritu apostólico que todo lo anima y vivifica en esta Casa.

E N E R O

SAN

ODILON

Abad de Qony (962-1049)

DIA

1.°

DE

ENERO

ESENVOLVIÓSE la larga vida de este héroe de santidad, entre fines del siglo X y principios del X I , precisamente en una época en que la Iglesia sufría el abusivo entrometimiento del poder civil y deploraba la simonía y los más abominables escándalos; época en que el retorno a la barbarie amenazaba arruinar a la vez la Iglesia y la sociedad.

D

Pero Dios, que vela amorosamente por SUS hijos, escogió el monasterio de Cluny para plantel y cuna de almas fervorosas que, andando el tiempo, habían de correr tras las ovejas descarriadas y traerlas al santo "redil de su Iglesia. Allí creció robusta la virtud de nuestro Santo, señalándose luego como uno de los apóstoles más celosos en la obra de regeneración cristiana de la sociedad. Odilón tuvo el alto honor de ser maestro y educador del ilustre Hildebrando, que más adelante gobernó la Iglesia con el nombre de Gregorio V I L En los confines de la Auvernia Baja y cerca de la aldea de Ardes se hallaba, en otro tiempo, un castillo feudal, verdadera fortaleza infranqueable. En él residía por ios años de 960 a 980 una familia de nobilísimo

linaje, compuesta del señor de Mercoeur Beraldo I, apellidado el Grande, uno de ios principales señores feudales del Condado de Auvernia, dechado de perfectos caballeros; de su esposa Gerberga, descendiente del rey Lotario y pariente de Hugo, rey de Italia, y mujer insigne y piadosísima, y de sus diez vástalos, ocho hijos y dos hijas, de los coales Odilón fué el teTcero.

MILAGROSA CURACIÓN RA muy niño ouando, tras grave dolencia que puso en riesgo su vida» quedaron sus miembros sujetos por traidora parálisis. Contaba ya tres años, sin que sus débiles pieraeeitas le permitieran dar un paso. Pero aconteció un día que, al regresar de un viaje que efectuó en compañía de los criados de su padre, detuviéro en un pueblecito cuya iglesia

E

estaba dedicada a la Virgen María, y criados, con el fin de comprar algunas provisiones, dejaron al enfermito en su camilla junto al portál de la iglesia, Mas oomo tardasen en volver, abandonó el niño por inspiración divina la oamilla donde descansaba y , arrastrándose por el suelo, dióse tal traca que llegó a franquear el umbral de la iglesia y logró acercarse al altar de la Virgen. Sin duda para ayudarse a levantar asió con sus manos los manteles del altar y , al punto que los hubo tocado, sintió que salía de ellos» como en otro tiempo de los vestidos del Salvador, una fuerza misteriosa que milagrosamente le restituía la salud. Los criados, al volver, quedaron maravillados viéndole saltar de gozo ante el altar de la Virgen. La bondadosa Madre que le babía curado, parecía sonreírle desde, su trono. Odilón, que ya amaba a la Virgen, le tuvo desde ese día particular devoción y corres* pondió a los favores de su celestial Protectora ofreciéndole generosamente su salud y su corazón. Acudió pocos agios después en peregrinaeiórt a la iglesia en que había recibido tan señalado beneficio y, de ¿rodillas' ante el altar, consagróse a María con la siguiente oración: «¡Oh benignísima Virgen María! Desde hoy y para siempre me consagro a ta servicio. Socórreme en mis necesidades, ¡oh poderosísima medianera y abogada de los hombres!; euanto tengo te doy, y gustoso me entrego a T i por entero pata^wr tu perpetuo siervo y esclavo». A nadie extrañará, pues, si decimos que toda su vida se señaló el Santo por una filial y ardiente devoción a Nuestra Señora. Cada vez que pronunciaba su nombre bendito, inclinaba profundamente la cabeza, y , al cantar en el coro el versículo T « ad líberandwm..., que significa: «Tú, Señor, para redimir al hombre, no desdeñaste el seno de la Virgen», postrábase reverente .para adorar el misterio de la Encarnación del Verbo y honrar y venerar la soberana dignidad de la Madre de Dios.

Sus padres, maravillados de los favores que el niño recibía del cielo, le dieron cristiana y viril educación. Muy jovencito aún pusiéronle con los oanónlgos de la Colegiata de San Julián, que dirigían por entonces una escuela que fué m u y famosa en la ciudad de Brioude. Sólo eran admitidos en ella los hijos de los nobles, y hasta los canónigos que ía regentaban llevaban el título de condes de Brioude. M u y p r o n t o ' s e señaló Odilón por la ciencia y santidad, mereciendo de sus maestros singulares demostraciones de aprecio y deferencia. Tenía veintiséis años cuando recibió la tonsura" clerical; p o c o después fué nombrado canónigo de la Colegiata de San Julián, beneficiado de la catedral de P u y , y algo más tarde abad secular de San E v o d i o .

SAN ODILÓN, ABAD DE CLUNY

L

LEVADO nuestro Santo de un deseo der mayor perfección, determinóse a ingresar en una Orden que por entonces pasaba por la más austera y santa. El providencial encuentro y entrevista que tuvo con San Mayolo, abad d e Cluny,' afirmó más a Odilón en su propósito, de suerte que al p o c o tiempo, renunciando a todas sus dignidades, ingresó de novicio en la célebre Orden benedictina de Cluny, haciéndole donación de todos sus bienes.

En aquel tiempo, esta abadía, fundada hacía sólo unos ochenta años, e n todavía muy pobre. Desde el primer día mostróse Odilón fiel observante de la regla de San Benito, desempeñó con grandísima humildad los empleos más modestos y bajos del monasterio, y llegó a ser muy pronto acabado modelo de todas las virtudes monásticas. Antes de que hubiese transcurrido el año de noviciado, fué admitido a profesar en la Orden, y en el mismo año le tomó San Mayolo como Vicario y le nombró a la vez sucesor suyo, a pesar de la resistencia que opuso Odilón en un principio. Pero apenas murió el abad de Cluny, Odilón dimitió el cargo y fué menester toda la influencia del rey Hu¿o Capeto y el unánime acuerdo de los monjes para que aceptara el gobierno de la abadía. Rendida al fin su humildad y habiendo dado su consentimiento al ver manifiesta la voluntad del Señor, fué ordenado sacerdote el 20 de mayo del año 994, en la festividad de Pentecostés. Después de la muerte de su padre, que ocurrió por aquella época, la madre de Odilón se retiró al monasterio de San Juan de la dudad de Autún, donde pasó sus últimos años llevando santísima vida. El nuevo abad deNduny contribuyó mucho a aumentar la reputación de

santidad del monasterio y llegó a ser en breve, por su caridad, pureza de vida y obras maravillosas, una de iás glorias más señaladas de la Iglesia, Puso singular empeño, desde los principios de su nuevo cargo, en la reforma de la regla de San Benito, observada por casi todos los monasterios de aquella época. Encargóse Odilón de llevar a cabo tan ardua empresa, estableciendo con carácter definitivo un código que se llamó Costumbres de Cluny, que mandó observar puntualmente en todos los monasterios de su jurisdicción. Muy pronto, solicitado de todas partes, emprendió largos, y frecuentes viajes, tanto por Francia, como por Alsacia, Suiza, Alemania y sobre todo Italia, Y envió a diversas provincias de Francia y de España algunos monjes para restaurar y restablecer en la primitiva observancia la regla de San Benito. No se contentó con visitar los monasterios ya existentes, sino que fundó muchos otros y extendió con ello las disciplinas cluniacenses que sirvieron de dique a la relajación de costumbres que empezaba ya a notarse en Europa. La caridad en todas sus formas era la virtud que practicaba con particular empeño. Distribuía limosnas con tanta largueza, que cuantos le rodeaban llegaron a censurarle por mostrarse, decían dios, demasiado pródigo de los bienes del convento. Su confianza en la Providencia era tal que jamás temió le faltara su asistencia. Cierto día que visitaba uno de los monasterios, juntóse tan crecido número de monjes para oír sus enseñanza que llegaron a faltar las provisiones, pues no disponían los sirvientes a la hora de comer sino de un pescado. Mandó el Santo que lo partiesen y, joh prodigio!, no sólo hubo bastante para los allí reunidos, sino que hasta 1iittender más. Estaban en la cabecera el obispo de Jerusalén y los de otras ciudades; San Jerónimo y multitud de sacerdotes y levitas rodeaban el lecho; «ii» que faltasen los coros de purísimas vírgenes y santos monjes que rezaban milmoü. Súbitamente, oyendo el divino llamamiento del Esposo en el verIHIM

guío: Levántate, ven, amada mía, paloma mía, pues el invierno y las Uuritts han cesado, exclamó llena de júbilo: «Aparecieron las flores sobre la (icrru, y a llegó el tiempo de la recolección. Me parece vislumbrar la herencia del Señor en la tierra de los vivos.» Luego, con espíritu tranquilo, con bella nercuidad en el semblante, entregó su preciosa alma al Criador. Fué su dii'lioso tránsito al trasponerse el sol el 26 de enero del año del Señor de 404. í'ué llevado su venerable cadáver en hombros de obispos 8 la iglesia de lu Cueva del Salvador, acompañando unos a su entierro con velas de cera y lámparas en las manos, y dirigiendo otros los coros de los que iban canilludo salmos. T o d a Palestina concurrió a los funerales, hasta los solitarios Milu-ron de su encerramiento, los pobres y las viudas, mostrando los vestidos ' con frecuencia le interrumpían, bien a pesar suyo, con aclamaciones y upliiusos. L a piedad volvió a floreoer en la oiudad de Constantinopla, y se vió u muchas almas generosas, dirigidas por el santo obispo, elevarse a la IMIÍH alta perfección. H u b o numerosas conversiones, aun entre herejes y polín nos. Para mejor combatir a los arríanos, compuso Crisóstomo para los I irlos cantos populares que obtuvieron gran éxito. Kl ministro Eutropio, caído de la cima de los honores y a punto de ser iiHCHimido por la multitud furiosa, se refugió en la iglesia, donde Crisóstomo le Miilvó la vida con las dos célebres homilías sobre La desgracia de Eutropio. (Juinas, general godo, a quien el emperador había confiado su ejército, n pn re ció en las alturas de Calcedonia, al frente de millares de bárbaros, dispuesto a entrar a saco en la capital, si no se le entregaban tres de los más iinlublcs patricios a quienes quería dar muerte. Presa de estupor y de desesperación, la corte n o se vió con fuerzas para oponerse al godo. Ofrecióse CriMÓKtomo a acompañar a los tres prisioneros; una vez en presencia del

general, habló con tal suavidad que ganó el corazón del bárbaro, en forma que hizo arrodillarse ante el obispo a sus hijos y perdonó a los patricios. En otra ocasión, el mismo Galnas reclamaba imperiosamente una de las iglesias de Constantinopla para los herejes arríanos, correligionarios suyos. No atreviéndose a negarla, rogó el emperador a Crisóstomo que le indicase la que convenía ceder; pero el santo obispo resistió por si solo al general bárbaro y no consintió nunca que se cediese ninguna iglesia católica a los herejes.

PERSECUCIÓN, DESTIERRO Y MUERTE IN embargo, la libertad apostólica con que Crisóstomo reprendía los vicios de los nobles, acabó por crearle enemigos. La emperatriz Eudoxia, esposa de Arcadio, ávida de riquezas, despojó injustamente a varios subditos, entre otros a la viuda Teognosta, a quien robó una viña; acudió ésta con las demás víctimas perjudicadas a nuestro Santo, suplicándole que intercediera en su favor. Juan Crisóstomo hizo paternales reconvenciones a la emperatriz, y ésta, dándose por ofendida, se irritó ciegamente. AI propio tiempo el valeroso pontífice acogió con cariño y bondad a las cuatro superiores de los monasterios de Nitria (Egipto), injustamente perseguidos y expulsados por el indigno patriarca de Alejandría, el ya citado Teófilo.. Conviene saber, además, que poco después de la fundación de Constantinopla, a la que se complacían en dar el nombre de «Nueva Roma», el concilio general de Nicea había declarado formalmente que el obispo de la antigua Roma, sucesor del príncipe de los Apóstoles, seguía siendo siempre el primero de los patriarcas y el jefe de la Iglesia. Inocencio I, que ocupaba entonces la cátedra de San Pedro, ordenó la celebración de un concilio de Constantinopla, presidido por sus legados, asesorados por Juan Crisóstomo, y que Teófilo se* presentase en él para responder de su conducta con los monjes de Nitria. Teófilo, de acuerdo con Eudoxia, aprovechó la ocasión para perder a' Crisóstomo. Los legados del Papa fueron arrestados secretamente al desembarcar y coaducidos al destierro. Un conciliábulo reunido en 403 en el pa« lacio de la Encina, cerca de Calcedonia, presidido por Teófilo, citó a su vez al patriarca de Constantinopla para que respondiera a una serie de acusaciones calumniosas. Juan, conocedor del lazo que se le tendía, se negó a presentarse. En consecuencia, declarósele culpable e indigno del episcopado, AI saber que su amadísimo obispo iba a ser enviado al destierro, Constantinopla entera se amotinó y durante tres días defendió heroicamente a su pastor. El santo obispo* para evitar la efusión de sangre, se entregó voluntariamente a los soldados, que lo embarcaron de noche para el Asia.

Pero al día siguiente, al saber su. partida, el pueblo se precipitó en masa imuiu ci palacio imperial, lanzando gritos d e indignación. Fuera d e sí la emperatriz y derramando lágrimas, exclamó: «Estamos perdidos. ¡Que trai(liin a Juan o nos quedamos sin imperio!» Y ella misma escribió al santo desterrado para suplicarle que volviese. Después de su regreso triunfal, Crisóstomo escribió al P a p a San Inocencio l , rogándole anulase la sentencia dada por Teófilo contra él; el clero d e < ¡ortstontinopla suscribió esta petición, mientras Teófilo, por su parte, enviulni a R o m a las actas de su falso concilio. Examinado por el P a p a el proceso y oídas las declaraciones de cuatro obispos llegados expresamente «Ir Oriente, respondió a Crisóstomo y al clero de Constantinopla condenando todo lo hecho por el conciliábulo de la Encina. Mas a la llegada de estas cartas, ya no estaba Crisóstomo en ConstanI inopia. Desterrado de nuevo el 20 de junio del año 404 por el odio de la emperatriz y demás enemigos suyos, fué llevado a Cucuso (Capadocia), en ION confines de Armenia, donde tuvo que sufrir muchísimas privaciones. Pero aun en tan lejano destierro, les pareció el santo proscrito temible caí demasía. Con la esperanza de vencer su constancia, sus enemigos le trastildaron a Pitionte, pequeña población perdida en la costa oriental del mar Negro, al norte de la Cólquida. E l 13 de septiembre del año 407, como el obispo llegara a Comana, custodiado por dos soldados, se detuvo para pasar lu noche en un oratorio dedicado al mártir Basilisco. Estándo Juan en oración, se le apareció el santo mártir y le dijo: «¡Ánimo, hermano; mañana witaremos juntos!» Ai día siguiente, Crisóstomo cayó exhausto de fuerzas en el camino, y expiró el mismo día confortado con la sagrada Comunión. El año 438 los restos del glorioso confesor de la fe fueron triuníalmente Ifcvudos a Constantinopla y depositados en Ja iglesia de los Apóstoles. Cuando la toma de Constantinopla por ios cruzados, los trajeron a Roma y descansan hoy en la basílica de San Pedro. La fiesta de San Juan Crisóstomo se celebra con rito de doble desde el papa San Pío V . El 8 de julio de 1908, Pío X proclamó a este santo dootor patrón de los oradores sagrados, porque su elocuencia era tanta, que se puede deoir sin temor a exagerar, que es el sol más brillante del púlpito cristiano, y sus obras, cartas y sermones son monumentos insuperables donde se encuentran admirablemente hermanadas la más profuuda sabiduría con la más resplandeciente santidad. La una nos asombra, la otra nos admira. Aplaudamos la primera; imitemos la segunda.

SANTORAL • Santos Juan Crisóstomo, obispo, confesor y doctor; Vitaliano, papa; Emerio, abad de Bañólas; Julián, obispo; Avito, Vivencio y Julián de So ra, mártires; Domiciano, en Judea. Santas Antusa, madre del Crisóstomo, y Cándida, madre de San Emerio. SAN EMERIO, abad de Dañólas. — Es Emerio uno de los hijos célebres de la insigne Orden benedictina. Su nacimiento fué fruto de las oraciones de sus padres, muy. nobles por su fortuna pero mucho más aún por sus virtudes cris» tianas. Quería el padre dedicarle a la carrera de las armas, como la más adecuada a su nobleza; pero Emerio,'deseando darse enteramente a Dios, huyó secretamente de su casa y se retiró a un desierto, donde se entregó a la mortificación de tos sentidos y pasiones. Sin embargo se vió forzado a dejar la soledad para acompañar a Carlomagno, rey de Francia, en si^s campañas contra los mahometanos, pues el -Señor había revelado al rey que, con San Emerio a su lado, alcanzaría victoria; y así sucedió, en efecto, después de verificar en diversos sitios sorprendentes milagros, como el de haber abastecido súbitamente al ejército, cuyos soldados morían '"de hambre, y haber resucitado a los ya fallecidos. Gracias a esta protección del pielo pudo el rey conquistar la ciudad de Carcasona, a la que.ya había abandonado por imposible. En Bañólas, coyas casitas, blancas y alegres, se miran en las aguas tranquilas de su lago encantador, amansó la ferocidad de un dragón, de cuyos estragos estaban quejosos todos los habitantes de la población; nadie-se atrevía a acercarse a la fiera; pero Emerio, no sin haber rezado antes fervorosamente, se dirigió al sitio donde estaba y la atrajo al lugar donde fácilmente pudp ser muerta por el pueblo mismo sin que nada les hiciera. En este mismo paraje erigió el Santo un monasterio, que pronto se pobló de jóvenes amantes de su salvación. Murió santamente a.fines del siglo vm. SAN JULIAN, obispo de M a n s . — S u nombre aparece nimbado de una inmensa fama de santidad, confirmada con muchos y portentosos milagros. Pertenece al tiempo de los Apóstoles. San Clemente, tercer.sucesor de San Pedro, fué quien le consagró obispo y le envió a las Galias coi} la misión *le predicar el Evangelio, lo cual llevó'a cabo, con copioso fruto espiritual, en la región que hoy día es llamada del «Maine». Pretendió establecerse en Mané, pero tanto los campos como la población en general, sufrían de falta de agua. Julián pidió a Dios que le ayudase en favor de sus futuros súbditos; Dios le escuchó haciendo que en el mismo sitio brotara milagrosamente un abundante manantial. EJlo le granjeó la estima y veneración de todo el pueblo. Deseoso el príncipe de conocer a Julián le mandó acudir a su palacio; al entrar en él el obispo, curó repentinamente & un pobre ciego con sólo hacerle la señal de la cruz. Instruido el príncipe en la doctrina de Cristo, se convirtió a ella con toda su familia y el pueblo entero. El propio palacio fué cedido para iglesia, la cual más tarde se convirtió en catedral, que aun subsiste. Para favorecer a los pobres y necesitados creó asilos, hospitales y colegios, haciendo con ello mucho bien a las almas. Anastasio y Joviano, que se mostraban rebeldes a su conversión, depusieron su actitud ante la milagrosa curación de sus respectivos hijos, llevada a cabo por Julián. Finalmente, después de haber gobernado su diócesis por espacio de 47 años, se durmió en el Señor dejando en pos de sí una admirable estela de virtud y santidad.

Armas de Aragón y Cataluña

Orden do la Merced

SAN PEDRO N O L A S C O Fundador de la Orden de la Merced (1182.1256)

DIA

28

DE

ENERO

A N Pedro Nolasco, fundador de la sagrada Orden de Nuestra Señora de la Merced, nació el día 1.° de agosto del año 1182 en Mas de las Santas Puellas, cerca de Castelnaudary. Sus padres, nobilísimos en la sangre y no menos en la piedad, le dieron por ayo y maestro un virtuoso sacerdote, de suerte que ya desde muy niño brotaron en su corazón gérmenes de las virtudes cristianas, que fueron creciendo con los años, merced a los solícitos cuidados paternales y a la docilidad con que Pedro supo corresponder a dios. Y a en su temprana edad se distinguió por su angelical mansedumbre y caridad para con los pobres, cuyos sufrimientos y necesidades le movían a compasión. A todos ellos repartía sin tasa cuanto tenía, no esperando que acudieran a él en demanda de limosna, sino adelantándose él y saliendo a la puerta de su casa para llamar a los mendigos que pasaban. Sentía particular satisfacción cuando podía asistir ál reparto de limosnas que tenía lugar en su propia casa, queriendo distribuirlas él mismo. Cuando su maestro enseñaba las oraciones a los mendigos, Pedro se las Inicia repetir hincadas las rodillas. Se instituyó catequista, enseñando a

otros niños las oraciones y repartiendo su almuerzo y merienda entre tos Que respondían mejor. Nunca se desayunaba hasta haber dado la lección, y desde los cuatro años empezó a abstenerse mucho en la comida. Algunas veces salía de casa, y al poco rato volvía sin vestido. Al preguntarle sus padres qué había lucho de él, respondía que se lo había dado a un niño pobre, más necesitado que él. Cuando veía a algún sacerdote, se hincaba de rodillas y le besaba la mano; mas al ver a algún hereje, huía de él, y no quería sentarse a la mesa de sus padres, si había en ella algún pariente infestado de herejía. Un día, convirtiendo en bandera una estampa de la Virgen, convocó a todos los niños del lugar, y , formando un escuadrón, cuyo capitán era él, les decía: «Vamos a matar a los herejes, que son enemigos de Dios y de su Madre, y muramos por la virginidad de la Reina de los ángeles.» Negaban los herejes albigenses con su boca sacrilega la virginidad de Nuestra Señora, y por eso singularmente los aborrecía el niño Nolasco, que tona hondamente arraigado en su corazón el afecto a la Reina del cielo. Frisaba en los quince años cuando hubo de llorar la pérdida de su padre y al p o c o tiempo la de su madre, los cuales murieron cristianamente como habían vivido. Quedó Pedro heredero de cuantiosas riquezas, y sus parientes le instaban para que se casase; pero él tenía otros pensamientos y deseos. Viendo que muchos de sus deudos y amigos se declaraban en favor de los albigenses, que inficionaban aquellas comarcas con el veneno de la herejía profanando los templos y las imágenes de la Virgen, determinó pasar a Barcelona, donde podría más fácilmente poner por obra sus caritativos y apostólicos designios^ en en de do

Visitó el santuario de Nuestra Señora de Montserrat y luego se ocupó obras de caridad, visitando cárceles y hospitales, pero sin pensar todavía un fin social determinado. Entró en relación con varios jóvenes piadosos Barcelona, y todos juntos se pusieron bajo la dirección de San Raimunv de Peñafort, canónigo de aquella iglesia catedral.

-No tardó la Virgen Alaría en manifestarle adónde habían; de encaminar— sus trabajos y su celo.

JLA ORDEN DE LA MERCED ON tales obras de piedad y amor al prójimo, pronto cundieron por la ciudad las alabanzas al Santo, si bien no faltaron las censuras, asechanzas y calumnias con que suelen los malvados estorbar las más nobles y santas empresas. Pero su confianza en el Señor y el gozo grande que recibió con varias apariciones, le infundierbn nuevos ánimos para proseguir sus benéficos trabajos.

C

Gesto día. hallándose en oración, vió en sueños un verde y frondoso olivo cargado de fruto, junto al cual había dos ancianos y venerables varoñes que le invitaron a sentarse al pie del árbol y le encargaron que lo guardara y custodiara, para que nadie lo maltratase o destrozase. Con esto entendió que aquel ofivo representaba la congregación que formaban él y sus amigos. La misma Virgen María se le apareció el día de San Pedro ad Vincula, declarándole cómo era la voluntad de su Hijo y la soya que se fundase en su nombre una Orden para redimir cautivos, bajo el título de Nuestra Señora de la Misericordia o de la Merced, cuyos miembros se dedicasen a rescatar a los cristianos del poder de los infieles. Ignoraba Pedro quién era el que le hablaba, y así repuso con extrañeza y santa audacia: «¿Quién nots Vos que conocéis los secretos del Señor, y quién soy yo para ejecutar tales designios?» La Virgen le respondió: «Soy María, la Madre del Redentor, y quiero tener nueva familia de siervos amantes, que hagan en favor de sus hermanos cautivos lo que yo hice con mi divino Hijo.» Como Pedro Nolasco tenía grande amistad con el rey de Aragón» Jaime I» lleno de alegría oorrió a contarle lo sucedido, y , ¡oh prodigio!, tanto el monarca como Raimundo de Peñafort, confesor del rey, habían tenido a la misma hora idéntica visión. Jaime I hizo preparar lo necesario para la ceremonia de la institución de la nueva Orden, y el día de San Lorenzo, 10 de agosto del año 1218, en Iti catedral de Barcelona y a presencia de la corte, clero y pueblo, Pedro Nolasco y doce de sus amigos fueron armados caballeros por el rey. El obispo don Berenguer de Palou les impuso las insignias de la Orden; hirieron los tres votos solemnes de religión, a los que añadieron el de redimir motivos, obligándose a perder ellos la libertad y exponer su vida, cuando fuere necesario para el rescate de cristianos. Kl rey, que consideraba la obra como suya, la distinguió con un escudo MI el que figuraban las barras que ostentaban sus propias armas, y además cedió a la Orden una dependencia de su palacio real, que quedó constituido NHÍ cu el primer convento mercedario. Así quedó establecida la nueva Orden religiosa, real y militar, cuyo objeto era dedicarse únicamente a redimir a ION cristianos cautivos del poder de los moros, y pedir limosnas por las miles para el mismo caritativo fin. Los Padres Mereedarios llevaron desde la

o b r a d e s u p e r f e c c i ó n , d i s t r i b u y e n d o las h o r a s e n t r e la m e d i t a c i ó n , e l o f i c i o divino, corto reposo y

pláticas

espirituales.

C u e n t a la l e y e n d a q u e cierto día se h a b í a n i d o a un lugar a p a r t a d o tomar con

un

algún

humana,

ligero

refrigerio

y

trago

del

que junto

agua

acompañar a

las r a í c e s

de

ellos corría.

que

Lejos

se de

para

alimentaban toda

mirada

platicaban de Dios, cuando de repente vieron un ciervo de

asom-

b r o s a b l a n c u r a . E l a n i m a l se p u s o a b e b e r e n u n a f u e n t e c e r c a n a y ,

levan-

t a n d o l u e g b la c a b e z a , cruz luminosa

de

tenía estampada

color

les d e j ó rojo y

e n el p e c h o

c e l e b r a r la p r i m e r a

ver, encuadrada azul.

el á n g e l

Habiéndoseles presentado

la

misma

q u é sé apareció a Juan

una

cruz

de

que

Mata

v a r i a s v e c e s la m i s m a v i s i ó n , l o s S a n t o s

comprendieron

vos, cuyas cadenas había mostrado pensamientos

entre su c o r n a m e n t a ,

precisamente

a!

misa.

b l a r o n sus o r a c i o n e s y esos

Era

estaban

redo-

q u e d e b í a n ir a socorrer a los

cauti-

el á n g e l d e l a c r u z d e d o s c o l o r e s .

entretenidos

al

volver

a

la

ermita

cierto

p i d i e n d o al S e ñ o r m u y f e r v o r o s a m e n t e q u e les r e v e l a s e si d e b í a n i r a

En día,

Roma,

S

A N Juan de Mata ve, al elevar la Sagrada Hostia,

un ángel de

blanca y resplandeciente vestidura que tiene sobre el pecho una

cruzt de color encarnado y azul, y da las manos a dos cautivos:

cris-

tiano el uno,

pos-

moro el otro,

que, devotos

trados a sus pies.

y suplicantes,

están

c u a n d o u n ángel les i n t i m ó q u e n o d e m o r a s e n pues, ir a e x p o n e r sus luces y vuestros somos, enviadnos Ambos

peregrinos

estrañeza facilidad

las a

que

nos

Determinaron,

decirle:

«Obreros

menester.»

el v i a j e

a

pie

y,

cuando

a pesar d e sus o c h e n t a

incomodidades

al ángel del Señor que v o y

d o n d e sea

hicieron

de que Félix,

tal p r o p ó s i t o .

visiones al Padre Santo, y

del

camino,

le

va

guiando,

y

Juan

mostraba

años, soportara

contestaba que

me

da

éste: la

con

«Veo

mano

su

tanta delante

cada

vez

caer.»

L l e g a r o n a R o m a en los comienzos del tificio al recién elegido p a p a atrás estudiante

de París, y

1198 y hallaron e n el S o l i o

Inocencio III,

a

le d e s c u b r i e r o n

quien Juan

conociera

sus sospechas

y

pon-

tiempo

esperanzas.

E l P a p a los r e c i b i ó b i e n , p e r o n o q u i s o p r o m e t e r l e s n a d a a n t e s d e

haber

c o n s u l t a d o a los c a r d e n a l e s . C o n m o v i d o s é s t o s p o r el d i s c u r s o d e l P a p a , c i é n d o l e s v e r la a c c i ó n d e l a P r o v i d e n c i a q u e e n v í a a g r a n d e s m a l e s remedios,

declararon

podía venir y

que

el

pensamiento

de

los

dos

Santos

sólo

de

q u e era m e n e s t e r p e d i r a q u i e n se l o h a b í a i n s p i r a d o

para realizarlo.

En

c o n s e c u e n c i a , el P a p a

ordenó preces públicas

ha-

grandes Dios

medios

y

mandó

celebrar m i s a s o l e m n e e n presencia del S a c r o C o l e g i o , el 28 d e enero, en la basílica La

de

Letrán.

afluencia d e fieles llenaba

Después

d e la C o n s a g r a c i ó n ,

lumbradora;

el t e m p l o p o r vióse al P a d r e

completo. Santo

envuelto

J u a n de M a t a : a p o c a altura del altar v i ó a u n ángel y lados.

El ángel ostentaba cruz azul y

roja,

y

ese m o d o

quedaban

despachadas

que

des-

tuviera

d o s c a u t i v o s a sus

sus brazos c r u z a d o s

m o r o y el cristiano parecían significar q u e quería De

en luz

al p o c o f a v o r e c i ó l e el Cielo c o n u n a m i s m a v i s i ó n

hacia

el

cambiarlos.

las preces p ú b l i c a s

que

con

tanto

f e r v o r se h a b í a n h e c h o , p u e s e r a m a n i f i e s t o q u e la r e s p u e s t a v e n í a d e l c i e l o .

FUNDACIÓN DE LA ORDEN DE LOS TRINITARIOS PARA LA REDENCIÓN DE CAUTIVOS

L

L A M Ó E l P a p a a los d o s peregrinos y

«Ahora m e

les

dijo:

s o n manifiestos los designios d e

otros... Os h a elegido para f u n d a r u n a n u e v a cada

a

la

los gentiles.

Santísima

Trinidad

Arrancaréis

de

sus

y

tendrá manos

por a

los

fin

Dios respecto Orden,

procurar

cristianos

su

el

crueles

nombre

adorable

tormentos

guidores.»

y

su

del

Dios

constancia

tres en

veces

santo,

la

redobla

fe

están la

ira

entre

vuestros

bautizados

padeciendo de

vosdedi-

gloria

hermanos

q u e profesan este d i v i n o misterio. Precisamente p o r q u e han sido en

a

q u e será

sus

tan

perse-

E l día 2 de febrero, festividad

d e la C a n d e l a r i a ,

h á b i t o a los d o s n u e v o s religiosos, a d o p t a n d o el q u e v i s t i e r a e l á n g e l q u e s e h a b í a a p a r e c i d o . '¡lúe r e d a c t a r a n

III vistió

forma

y

Inmediatamente

de

la n u e v a

Orden.

pasaron a París, a fin de aprovechar

las l u c e s

d e las p e r s o n a s

sido

testigos

dos de

antiguos la

las C o n s t i t u c i o n e s

Inocencio

la m i s m a

de

los primeros

compañeros

Trinidad.

prodigios.

de Juan

Rogerio

Dées,

Y,

al

solicitaron

ilustre

oír

Para

y

sabio

hacerlo,

que

habían

maravillas,

en la n u e v a según

el

Orden

mundo,

se

m o f ó d e su p r o f e c t o y h a s t a r i d i c u l i z ó a los n u e v o s m o n j e s y su h á b i t o la c r u z a z u l y hábito

roja; pero de repente notó

diferente: de una espesa capa de

El

infortunado

doctor,

q u e su c u e r p o

reconociendo

e n la O r d e n

de

la T r i n i d a d ,

su

culpa,

suplicando

n o m b r e d e R o g e r i o el L e p r o s o , n o m b r e su e j e m p l o Mata.

determinó

a gran

número

É l les e n v i ó a la s o l e d a d

se c u b r í a

fué

a

echarse

a

le fuera o t o r g a d o

de doctores

adonde había

p a r a la C i u d a d E t e r n a l l e v á n d o l a s Al

regresar a

París,

solicitó

pies

tiempo, llevar

a presentarse a

virtudes.

para presentarlas

de Felipe

Augusto,

q u e r i d o s u p o n e r . P o r ella n o se o t o r g a b a

a

de

para

n u e v a m e n t e se p u s o e n

consigo

el

Pero

Juan

rey

al

ca-

Sobe-

diciembre

de

Francia,

la a p r o b a c i ó n r e a l , q u e p o r c i e r t o n o e r a e n a q u e l e n t o n c e s l o q u e se h a

los

vuelto Félix de Valois,

r a n o P o n t í f i c e , el c u a l , t r a s m a d u r o e x a m e n , l a s a p r o b ó e l 1 7 d e 1198.

otro

q u e c o n s e r v ó hasta la m u e r t e .

A c a b ó J u a n d e r e d a c t a r las Constituciones y

de

de

sin p é r d i d a d e

q u e b a j o s u d i r e c c i ó n a p r e n d i e r a n la p r á c t i c a d e t o d a s las mino

con

lepra.

d e J u a n d e M a t a y é s t e l e s a n ó al m o m e n t o . L u e g o , ingresó

el que

les e n c a r g ó

mejor

las r e c i e n t e s

el i n g r e s o

doctor

color

después

las Órdenes religiosas

el

d e r e c h o a la e x i s t e n c i a , a t r i b u c i ó n p e c u l i a r d e l R o m a n o P o n t í f i c e , sino

que

se l e s c o n c e d í a n

esta

nueva

Orden

privilegios

que Felipe Augusto

otorgó

muy

gustoso a

religiosa.

ACTIVIDAD DE LA NUEVA ORDEN ESPUÉS

D Esta

el P a p a

rescate

a Roma

y

varias casas en Francia,

le hizo donación

de

la i g l e s i a y

le

llamó

residencia

S a n t o T o m á s d e F o r m i s , l l a m a d a la N a v e c i l l a , e l 12 d e j u l i o d e

comunidad

hubiera

que Juan h u b o fundado

deseado de

algún

no

tardó en florecer en m e d i o

partir entonces esclavo

al Á f r i c a

cristiano;

pero,

para según

de

la o b s e r v a n c i a ,

quedarse

refiere una

tradición

O r d e n , el P a p a le e n v i ó a D a l m a c i a e n c a l i d a d d e l e g a d o . E n esa p a r e c e s e r q u e se p r o p u s o l a c o n v e r s i ó n d e t o d a tablecimiento

de

la

disciplina

bres. L o s frutos de salvación inmensos.

eclesiástica

y

a

y

en rehenes

reforma

de

Juan por

el

de

la

dignidad,

la C o r t e , se d e d i c ó la

de

j209.

las

q u e d e tal legación r e p o r t ó f u e r o n , en

al rescostumefecto,

A u t o r e s h a y , sin e m b a r g o , q u e e n e s t a t r a d i c i ó n n o v e n s i n o u n a

pura

l e y e n d a , p u e s a su e n t e n d e r el l e g a d o del P a p a f u é J u a n d e C a s e m a r i ,

fu-

turo cardenal. L a v e r d a d es q u e los d o c u m e n t o s d e la é p o c a n o arrojan luz suficiente

que

permita

zanjar

la cuestión,

pues

únicamente

enviados del P a p a a u n tal Juan, capellán, y a Simón, Mientras esto

ocurría,

otros dos religiosos,

Juan

señalan

el Inglés

y

e! E s c o c é s p a r t í a n p a r a M a r r u e c o s e n p l a n d e m i s i o n e r o s , y allí rescatar ciento ochenta

y

seis e s c l a v o s c r i s t i a n o s .

como

subdiácono. Guillermo

consiguieron

Hondamente

conmovido

el P a d r e S a n t o p o r t a n t o s , s e r v i c i o s p r e s t a d o s a la I g l e s i a , q u i s o p r e m i a r Juan,

p e r o éste rehusó

todo

género

de

dignidades,

solicitando

en

a

cambio

el. f a v o r d e ir p o r f i n al Á f r i c a . E l P a p a a c c e d i ó a sus d e s e o s , y J u a n ,

hen-

c h i d o d e g o z o p o r v e r c u m p l i d o s sus a n h e l o s y d e v o r a d o d e la s e d d e l m a r tirio, h í z o s e a la v e l a e n

1199 h a c i a M a r r u e c o s ,

donde estuvo

a punto

ser d e g o l l a d o p o r l o s b á r b a r o s . D e s p u é s d e m u c h o s t r a b a j o s r e g r e s ó a pa e o n c i e n t o d i e z e s c l a v o s q u e h a b í a

de

Euro-

rescatado.

E n lo sucesivo Juan v o l v i ó a emprender otros viajes y llevó a c a b o n u m e r o s a s o b r a s d e c a r i d a d p a r a la m a y o r g l o r i a d p D i o s ; f u n d ó m o n a s t e r i o s

en

el n o r t e d e F r a n c i a , e n P r o v e n z a , en C a t a l u ñ a . C a s t i l l a , A r a g ó n e I t a l i a . F u é este S a n t o m u y a p r e c i a d o d e l p a p a I n o c e n c i o I I I y d e l o s r e y e s

de

F r a n c i a y E s p a ñ a , l o s c u a l e s le c o n f i a r o n e n d i s t i n t a s o c a s i o n e s a s u n t o s

de

m u c h a i m p o r t a n c i a , q u e t u v i e r o n el m á s b r i l l a n t e é x i t o . U n a d e las n a c i o n e s d o n d e m á s b e n é v o l a Santísima

Trinidad

fué

España,

donde

acogida

contó

con

tuvo la Orden de el

calor

fervoroso

p u e b l o y la p r o t e c c i ó n d e c i d i d a d e la n o b l e z a . L o s m i s m o s r e y e s s e

apres-

t a r o n a p r o t e g e r l a ; p u e s A l f o n s o I X en C a s t i l l a , P e d r o I I e n A r a g ó n y cho

I V , en N a v a r r a ,

contribuyeron

con

su

poder,

autoridad

y

f u n d a r m o n a s t e r i o s p a r a l a s e g u r i d a d y p r o p a g a c i ó n d e la n u e v a E f t o s rasgos d e generosidad y

la del

San-

riquezas

a

Orden.

esplendidez .de nuestro p u e b l o n o

fueron

estériles, p a e s e n t r e l o s i n n u m e r a b l e s b e n e f i c i o s q u e d e e s t a O r d e n h a r e c i b i d o E s p a ñ a , m e r e c e s e r r e c o r d a d o el q u e n o s h i z o c o n s i g u i e n d o e l

rescate

del inmortal Cervantes, el Príncipe d e los ingenios, q u e g a n ó para

España

el t r o n o d e h o n o r d e las B e l l a s A r t e s c o n s u a d m i r a b l e o b r a « E l

Quijote».

CREPÚSCULO DE UNA HERMOSA VIDA ASADOS

P

ma,

a

Orden

muchos quién

bajo

afanes y

siempre

fatigas,

profesó

su especial

bendecidos

filial d e v o c i ó n ,

amparo,

decidió

p o r la V i r g e n y

deseando

Santísi-

colocar

la

J u a n fijar su residencia

en

R o m a . L a D i v i n a P r o v i d e n c i a le t e n í a r e s e r v a d o u n l u g a r d e d e s c a n s o !a é g i d a d e l p r i m e r p a s t o r d e la I g l e s i a , e n p r e m i o d e t a n t a s p e n a s y

bajo

fatigas

inherentes a las fundaciones que había emprendido para la mayor gloria de !a la Santísima Trinidad. D e s d e entonces J u a n se dispuso al gran p a s o del t i e m p o a

la

eternidad

m e d i a n t e t o d a s u e r t e d e o b r a s d e c a r i d a d y h u m i l d a d c r i s t i a n a s e n f a v o r d-¿ l o s p o b r e s y d e l o s e n f e r m o s d e l h o s p i t a l d e Santo tras

en

su

méritos

celda

llevaba

se d a b a

de

adquiridos

lleno

ya

en

a

la

oración

el e j e r c i c i o

Tomás y

de

las

obras

de

Muchos

misericordia

p a r a c o n u n a i n f i n i d a d d e d e s g r a c i a d o s , r o m p i e n d o las c a d e n a s d e d e e s c l a v o s , p o r lo cual e s t a b a y a m a d u r o

mien-

in Formis,

contemplación.

p a r a el c i e l o .

multitud

C o m o las

vírgenes

p r u d e n t e s del E v a n g e l i o , t e n í a su l á m p a r a llena d e aceite d e o b r a s

buenas,

pues el f u n d a d o r d e la O r d e n d e los Trinitarios era d e purísimas de

paciencia

inalterable

y

de

extremada

templanza.

Las

costumbres,

cuatro

horas

sueño q u e o t o r g a b a a su cuerpo pasábalas e c h a d o sobre una estera, la c a b e z a

sobre un cabezal.

El

tiempo

sus asuntos, d e d i c á b a l o a orar y

q u e le d e j a b a

Los

cuatro

últimos

años

de

libre el d e s p a c h o

p r e d i c a r la d i v i n a p a l a b r a ,

fervor a m e d i d a que iba acercándose a su hora su

vida

acaecida

el 1 7 d e d i c i e m b r e

de

postrera.

pasólos de

de

redoblando

en

el m a y o r

recogimiento

y silencio en la residencia d e R o m a , d o n d e v i v i ó santa y religiosamente su m u e r t e

de

apoyada

1213.

Enterrósele

d e S a n t o T o m á s d e F o r m i s , el 21 d e d i c i e m b r e d e l m i s m o

en

el

hasta

hospital

año.

FAMA DE SANTIDAD L cuerpo de San Juan d e Mata fué arrebatado clandestinamente de

E

s e p u l c r o , e n 1655, p o r d o s religiosos c o n v e r s o s d e la a n t i g u a

cia q u e lo trasladaron al c o n v e n t o de Trinitarias descalzas d e

donde

estuvo

hasta

1835, en

que

tuvo

lugar

la s u p r e s i ó n

de

su

observan-

las

Madrid, Órdenes

r e l i g i o s a s e n E s p a ñ a . M á s t a r d e f u é c o n f i a d o e n d e p ó s i t o a las m i s m a s

reli-

giosas, q u e l o c o l o c a r o n e n el c o r o inferior, d o n d e se venera en la a c t u a l i d a d , con suma

reverencia.

L a Sagrada Congregación de Ritos comprobó

el c u l t o i n m e m o r i a l

tribu-

t a d o a S a n J u a n d e M a t a , e l 1 4 d e a g o s t o d e 1666, y el p a p a A l e j a n d r o c o n f i r m ó d i c h o decreto el 21 d e octubre del m i s m o año. Inscribió su en el Martirologio R o m a n o

el papa

Inocencio X I ,

el 27 d e e n e r o d e

y el 14 d e m a r z o d e 1694 q u e d ó f i j a d a d e f i n i t i v a m e n t e la fiesta d e S a n d e M a t a e n e l d í a 8 d e f e b r e r o y s u c u l t o f u é e x t e n d i d o a la I g l e s i a por decreto de Inocencio

2 H a c i a el a ñ o 249 o t a l v e z el 2 5 0 , se c i t a a S a n M e t r a s o M e t r a n o , rable a n c i a n o a quien los perseguidores quisieron h a c e r blasfemar del dero Dios;

como

se resistiera,

diéronle de palos,

claváronle

vene-

verda-

en el rostro

y

en l o s o j o s c a ñ a s p u n t i a g u d a s y , h a b i é n d o l e s a c a d o e x t r a m u r o s , le a c a b a r o n a p e d r a d a s . C o n s t a su n o m b r e e n e l M a r t i r o l o g i o el 3 1 d e e n e r o . También

se

apoderaron

de

una

mujer

cristiana

por

nombre

Quinta

o

C o í n t a : l l e v á r o n l a v i o l e n t a m e n t e a u n o d e sus t e m p l o s y p r e t e n d i e r o n a t o d a

f u e r z a q u e a d o r a s e a los í d o l o s . El h o r r o r q u e le c a u s ó la i m p i e d a d querían obligarla, y la heroica constancia d o b l ó e n ellos la f u r i a y

a

la c r u e l d a d . A t á r o n l a p o r los pies y

la

aquellos

ensangrentados

verdugos

la

la flagelaron c r u e l m e n t e .

constancia

de

la

re-

arrastraron

i n h u m a n a m e n t e p o r la c i u d a d sobre e m p e d r a d o s d e agudos guijarros; llaron su cuerpo con grandes piedras y

que

c o n q u e se negó a c o m e t e r l a ,

magu-

Admiró

invencible

a

heroína;

p e r o c o m o la rabia q u e los a n i m a b a h a b í a a h o g a d o e n ellos t o d o s ios sentim i e n t o s d e la c o m p a s i ó n , l a c o n d u j e r o n a l m i s m o s i t i o e n q u e S a n

Medrano

a c a b a b a d e s e r a p e d r e a d o , y e n él le q u i t a r o n l a v i d a c o n e l m i s m o d e martirio. H o n r a la Iglesia a esta mártir el 8 d e

San Serapión, c u y a m u e r t e es tal v e z d o s años posterior, propia

casa

cuerpo y

los

más

atroces

tormentos.

le d i s l o c a r o n l o s huesos y

calle, . donde

consumó

su

género

febrero.

Quebrantáronle

padeció en

los

su

miembros

del

luego le arrojaron desde el t e j a d o a



La

de

martirio.

Iglesia

noviembre.

celebra

su

fiesta

el

14

*

MARTIRIO DE SANTA APOLONIA

M

IENTRAS

descargó

la

tormenta,

la

virgen

Apolonia

se

mantuvo

encerrada en su casa, tranquila y confiada en m a n o s de Dios,

dis-

puesta a sacrificarlo t o d o , sus bienes y la m i s m a v i d a , antes

que

r e n u n c i a r a la f e . ¿ C u á l p o d í a s e r el r e m a t e o b l i g a d o del

martirio?

Apolonia

d e b i ó sin

d e carrera

duda

tener

tan santa, sino la

cierto

presentimiento

c u a n d o v i ó q u e e s t a l l a b a a s u l a d o el m o t í n , o c u a n d o m e n o s l a

palma de

d e q u e d e r r a m a r í a su sangre, y e n santos c o l o q u i o s c o n D i o s n u e s t r o le

expondría

sus

anhelos

y

esperanzas.

No

andaba

ello

posibilidad

equivocada,

Señor

pues

los

p a g a n o s q u e b u s c a b a n ansiosos u n a v í c t i m a , p r o n t o se presentaron e n s u c a s a . Tratáronla

como

víctima

d e valía

y,

como

rehusara

netamente

s u s i n f a m e s i n t e n t o s , g o l p e á r o n l e e l r o s t r o c o n t a n t a f u r i a q u e le r o n las m a n d í b u l a s y

ceder

a

quebranta-

le r o m p i e r o n t o d o s l o s d i e n t e s . I r r i t a d o s n o s ó l o d e

la

s e r e n i d a d , s i n o d e l g o z o q u e m a n i f e s t a b a la S a n t a al v e r s e d i g n a d e

padeier

algo p o r a m o r de Jesucristo, no h u b o crueldad que no ejercitasen en

aquella

cristiana heroína,

de

cuya

constancia

los

tenía

asombrados.

Valiéronse

las

a m e n a z a s , d e las p r o m e s a s , d e c u a n t o s a r t i f i c i o s p u d i e r o n i m a g i n a r p a r a d e r r i b a r l a ; p e r o h a l l a r o n s i e m p r e e n ella u n a f i r m e z a y u n a m a g n a n i m i d a d s u p e r i o r a su s e x o y a sus a ñ o s . D e s e s p e r a d o s d e lograr su i n t e n t o ,

muy

creyeron

q u e s u p e r s e v e r a n c i a n o p o d r í a resistir a la p r u e b a d e l f u e g o , s i e n d o n a t u r a l q u e u n a d o n c e l l a s i n v i g o r c e d i e s e s ó l o al t e r r o r d e s e r q u e m a d a esta idea

la

sacaron

fuera

de

la

ciudad

y,

disponiendo

una

viva.

enorme

Con pira,

l a a m e n a z a r o n c o n a r r o j a r l a al i n s t a n t e si n o p r o n u n c i a b a t r a s e l l o s p a l a b r a s i m p í a s c o n t r a J e s u c r i s t o , y si n o o f r e c í a i n c i e n s o a l o s í d o l o s .

S

A N T A Apolonia

ofrece su vida a Jesucristo e, impulsada por el

amor divino, corriendo se arroja espontáneamente

que la consumen en pocos momentos.

en las llamas,

Los verdugos se quedan

ma-

ravillados ante la mártir, que había sido más pronta en tomar la muerte

que ellos en dársela.

Entonces sárselo

y

rogó

la

Santa

consintieron

en

b e r a s o b r e el p a r t i d o

le f u e r a n ello.

concedidos

Recogióse

que va a adoptar;

unos

instantes

interiormente, los p a g a n o s ,

como

al verla,

c i e r t a e s p e r a n z a d e q u e al f i n c e d e r í a a s u s i n s t a n c i a s . P e r o pensamientos ¿Ofrecía

de

Apolonia

tal v e z

su

vida

mientras a

miraba

Jesucristo?

cielo

¿Imploraba

q u e e n su interior p r e p a r a b a ? E s o D i o s lo Lo

al

para

pen-

quien

deli-

concibieron

otros eran

con

ojos

luces

para

los

suplicantes. el

proyecto

sabe.

q u e sí s a b e m o s es q u e a i m p u l s o s d e l d i v i n o a m o r e n q u é s u a l m a

se

a b r a s a b a , r e p e n t i n a m e n t e s e e s c a p ó d e m a n o s d e sus v e r d u g o s y

espontánea-

m e n t e se l h n z ó

quedó

consumida.

E r a el 9 d e f e b r e r o del a ñ o 249, s i e n d o p a p a S a n F a b i á n y F e l i p e

emperador.

a las l l a m a s ,

donde

en breves

instantes

P a s m a d o s q u e d a r o n l o s v e r d u g o s al v e r q u e u n a d o n c e l l a f u e r a m á s m o s a p a r a ir e n b u s c a d e la m u e r t e Apolonia, Serapión, imitadores «Tales

Q u i n t a y M e t r a s , t u v i e r o n e n esas m a t a n z a s

cuyos nombres violencias

han

duraron

ani-

q u e ellos para dársela. E l e j e m p l o

quedado

de

numerosos

desconocidos.

largo tiempo

—dedlara

San

Dionisio—

y

sólo

una guerra civil consiguió que cesaran; pues, mientras los p a g a n o s se destrozaban

mutuamente

volviendo

contra

sí m i s m o s e l f u r o r q u e

nosotros, p u d i m o s respirar una t e m p o r a d a .

usaran

contra

Mas pronto nos anunciaron

que

el g o b i e r n o u n t a n t o m á s f a v o r a b l e q u e g o z á b a m o s a c a b a b a d e s e r d e r r i b a d o y

nos

vimos

expuestos

edicto del e m p e r a d o r tiempo

a

nuevos

sobresaltos.

D e c i o , t a n cruel y

d e la d e s o l a c i ó n

predicha

Entonces

apareció

el

terrible

tan funesto que parecía llegado

p o r el S a l v a d o r e n

el E v a n g e l i o

y

el

de

la

q u e d i c e q u e a p e n a s si . p o d r í a n l o s j u s t o s l i b r a r s e d e l e r r o r y d e l a s a s e c h a n zas d e sus

enemigos.»

PENSAMIENTO DE SAN AGUSTÍN ACERCA DE LA MUERTE DE SANTA APOLONIA UÉ

Q

d e b e m o s pensar d e ese sacrificio voluntario y espontáneo?

hubiera arrojar

debido

esperar

Apolonia

la

orden

a las l l a m a s p o r s u s m a n o s

pues o b r ó m o v i d a

del

impuras?

dé inspiración especialísima

verdugo En

¿No

y

dejarse

manera

alguna,

del Espíritu

Santo.

E l l a es d e l n ú m e r o d e e s a s s a n t a s m u j e r e s d e q u e n o s h a b l a S a n A g u s t í n la Ciudad

de Dios

cuando

en

dice:

« A l g u n a s d e e n t r e ellas se e c h a r o n al r í o p a r a l i b r a r s e d e las s o l i c i t a c i o n e s criminales entre

los

apoyado

d e sus p e r s e g u i d o r e s . mártires.

No

hay

p o r el a s e n t i m i e n t o

no llegaron a ta! e x t r e m o

que

Y

con

todo

regatearlas

d e la I g l e s i a .

por precipitación

la este

Iglesia

católica

honor,

Esas santas

con

mujeres,

o movimiento

i m p u l s o del d i v i n o E s p í r i t u a q u i e n o b e d e c í a n .

¿No

las

tal

cuenta

que en

natural,

o b r ó así S a n s ó n

vaya efecto;

sino

por

cuando

echó

sobre

sí l a s c o l u m n a s

clamamos «Si

Dios

¿quién una

se

ordena

de de

a

de

que

que de imitar. inspiraciones Fuera

bóvedas

del

cosa y

calificar

da de

templo

de

Dagón?

Acaso

no

claramente crimen

esa

a

conocer

que

obediencia,

u

Él

lo

osará

ordena, condsnar

Santa

ella

Apolonia,

misma

Dios, Autor

d e la v i d a ,

extraordinarias

de estos casos

muy

inflamada

se adelanta que

la

del

deseo

del

ejecución,

envía a veces

ellos

contados,

a

consideran

martirio

es m á s

a

tales o

como

de

cuales

mandatos

en los q u e muestra

SAN FRANCISCO D E SALES Y SANTA

L

razón y

la f e e s t á n c o n t e s t e s al d e c i r n o s

particularmente

Lo

compasivos

con

los

que

el c i e l o c o n

la

dientes.

Por

le

quebrantaron

esa razón

acuden

las

los S a n t o s q u e

padecen

los

mandíbulas

fieles

a

ella

pedir la c u r a c i ó n del dolor d e muelas. E l P .

y

de

padeciemuestran

idéntica

dolencia.

del martirio de le

rompieron

modo

Santa

todos

casi universal

Ribadeneira

e n s u Flos

es la

abogada

de

los

que

padecen

dolor

de

muelas

o

de

la

San Francisco

de

de

Juana

Santa

reliquias

de

dolorida, cierto

Sales

Santa

el

ha

lienzo sido

de

rogaba

la

le ponía

soberano,

surada

hinchazón

de

aplicar

la reliquia

sobre

lo

las

Hijas

de

rabioso

que

le

dolor

envió

Comunidad palabras:

debo

de

un

encargándole

estas

pues

la la

un

Cliantal,

su esposa S a n t a A p o l o n i a

que

en su vida del obispo d e Ginebra,

sufría

Apolonia,

mientras

después

y

lienzo

que

para Os

declarar

se

mejilla;

pero

Visitación

he

al

desean,

si

Al

gloria

de en

«Dios

es

tocado

a

!a

admirable munión

a

es su

Dios esposa

d e los

en

sus

Santa

Santos.

Santos!

Ha

Apolonia

y

permitido darnos

una

este

el

poco

que

por la

por

y

de

desme-

reclinatorio hágase

voluntad»;

achaque

prueba

las

mejilla

Jesucristo

mío,

vuestra

día

noticia

devolverle

celebrar h o y

así: tal

había

el remedio

arrodillarme

orado

tener

aplicara

su. alivio.

para

que cierto

Al

que

lo

devuelvo

no pensaba poder

la m e j i l l a ,

muelas.

i n s t a n t e h a c e s a d o el d o l o r d e m u e l a s y la m e j i l l a s e h a d e s h i n c h a d o . honrar

que

devota-

invocan.

R e f i e r e el a b a t e H a m ó n ello

afirma

encías

D i o s , p o r s u i n t e r c e s i ó n , c o n c e d e m u c h a s v e c e s la c u r a c i ó n a los q u e mente

los para

Sancto-

se h a c e e c o d e la c o n f i a n z a p o p u l a r p a r a e o n esta S a n t a , c u a n d o

rum,

más

muerte.

APOLONIA

q u e el p u e b l o cristiano r e c u e r d a c o n preferencia es q u e

santos

formales.

r o n d e m o d o e s p e c i a l e n d e t e r m i n a d a p a r t e d e s u c u e r p o , se

Apolonia,

que

que

hasta

admirar

irresistible e v i d e n c i a su v o l u n t a d , s i e m p r e será u n c r i m e n el darse la

A

pro-

Escritura?

piedad?»

conducta

el p u n t o

una

atreverá

obra

La

y

la s a n t i d a d d e ese h é r o e d e la

en

sensible

en y

al

;Cuáu

mí de

y mí

para la

co-

UN EXVOTO A C I A fines del siglo X I X , un sacerdote vióse igualmente

H

por espacio

atormentado uno

de

los b r e v e s r a t o s d e alto en el sufrir, entreteníase e n leer la v i d a

de

San Francisco

d e unos días d e v i o l e n t o

de Sales,

c u a n d o sus o j o s

dolor de muelas.

tuvieron

la s u e r t e

En

de

dar con

el

pasaje transcrito. A l instante, p e n e t r a d o d e la m á s v i v a c o n f i a n z a en

Santa

Apolonia,

Santa

le dirige u n a f e r v o r o s a plegaria y

p r o m e t e u n exvoto

a la

si le l i b r a d e l d o l o r q u e p a d e c e . P a s a d o s u n o s i n s t a n t e s , d e s a p a r e c e el por

completo

y

desde

a c h a q u e a l g u n o e n la

entonces

jamás

volvió

a

sentir

dolor

de

dolor

muelas

ni

boca.

C o m o e x v o t o , p r o m e t i ó a la s a n t a m á r t i r p u b l i c a r s u b i o g r a f í a , a la s a z ó n m u y p o c o c o n o c i d a , i n c l u y e n d o e n e l l a e l p a s a j e d e la v i d a d e S a n

Francisco

d e Sales q u e e n c e n d i ó su c o n f i a n z a y l o g r ó la c u r a c i ó n . C u m p l i ó d i c h o en

1897

con una

biografía

de

Santa

Apolonia,

completada

voto

más

tarde

o t r o e s t u d i o d e l e u a l n o s h e m o s s e r v i d o p a r a e s c r i b i r la p r e s e n t e

vida.

por

CULTO DEL PUEBLO CRISTIANO A SANTA APOLONIA E S D E el siglo I I I hasta nuestros días, ha g o z a d o S a n t a A p o l o n i a

D

gran veneración cándola

en la Iglesia c a t ó l i c a . L o s fieles h a n v e n i d o

siempre,

los

sacerdotes

le

levantaron

templos

altares en su h o n o r , los artistas h a n r e p r o d u c i d o su i m a g e n y han

cantado.

empuñando suplicio y

Los

unas

pintores tenazas,

símbolo de su

acostumbran y

a

veces

a

con

representarla un

diente

o

erigieron

los poetas

junto

saltado,

a

de

invo-

una

la

pira

recuerdo

del

patrocinio.

E n o t r a s p a r t e s s e l e h a e s c u l p i d o u n s e p u l c r o b a j o la m e s a d e l a l t a r . A l l í a p a r e c e A p o l o n i a e c h a d a c o m o en l e c h o d e h o n o r , c o n la c a b e z a o r l a d a u n a c o r o n a d e laurel y los o j o s , la m a n o izquierda,

l o s c a b e l l o s s u e l t o s s o b r e la e s p a l d a ;

derecha extendida

q u e descansa en el p e c h o ,

está representada

en algunas

a lo largo

del

cuerpo,

empuña una cruz y

tiene y

en

la

mano

u n a tenazas.

Así

iglesias.

N o n o s d e t e n d r e m o s a narrar la serie i n c o n t a b l e d e S a n t u a r i o s en memoria

por

cerrados

de Santa Apolonia.

La

ciudad

de Roma,

levantados

que manifiesta

d e v o c i ó n a la S a n t a , p u e s t o q u e d o c e d e sus iglesias c u a n d o m e n o s

c i a n d e p o s e e r a l g u n a d e sus reliquias, le h a e r i g i d o u n altar d i g n o e n d e las capillas d e la iglesia d e S a n A g u s t í n .

En

gran

se p r e -

ella se h a e r i g i d o u n a

una co-

f r a d í a , y c a d a a ñ o e l d í a 9 d e f e b r e r o , t e r m i n a d a l a m i s a m a y o r , se h a c e u n reparto de dotes entre doncellas

pobres.

E n E s p a ñ a , en Bélgica, en Francia, en Italia, en Alemania, m u c h o s pueb l e c i t o s r i v a l i z a n c o n las c i u d a d e s p a r a h o n r a r a la S a n t a m á r t i r y siempre su imagen rodeada d e

se

ve

exvotos.

E n n o p o c o s l u g a r e s l o s p e r e g r i n o s e s t i m a n q u e la S a n t a a t i e n d e

prefe-

r e n t e m e n t e a l o s d e v o t o s d e las a l m a s d e l P u r g a t o r i o , p r o m e t i é n d o l e a c a m b i o d e sus f a v o r e s , t r a b a j a r e n l i b r a r a l g u n a s a l m a s a b a n d o n a d a s . S i c u r a n , m a n d a n c e l e b r a r en h o n o r d e S a n t a A p o l o n i a u n a m i s a e n a l i v i o d e las a l m a s del Purgatorio.

Piadosa

confianza

que de seguro h a

cielo y n o dejará de recompensar c o n gracias aun

d e ser m u y

grata

al

temporales.

T e r m i n a r e m o s c o n u n a o r a c i ó n a S a n t a A p o l o n i a c o n t r a el d o l o r d e m u e las y d e c a b e z a , t o m a d a d e u n b r e v i a r i o m u y a n t i g u o d e «Dios y

todopoderoso,

por

mártir, sufrió con valor

dignes

preservar

protección,

del dolor

haciéndoles

cuyo

q u e le a r r a n c a r a n l o s d i e n t e s , de muelas y

saborear

Colonia.

a m o r la bienaventurada

después

de

cabeza

d e este

a

Apolonia

virgen

te suplicamos

cuantos

destierro,

te

imploren

tu

las alegrías

de

la v i d a e t e r n a . P o r J e s u c r i s t o n u e s t r o S e ñ o r , q u e , s i e n d o D i o s , v i v e y c o n t i g o en unidad del Espíritu S a n t o , p o r los siglos d e los siglos.

reina

Amén.»

O r a c i o n e s p a r e c i d a s se h a l l a n e n o t r o s b r e v i a r i o s y d e v o c i o n a r i o s a n t i g u o s de España. Francia,

Italia, Alemania y

Holanda.

SANTORAL Santos Cirilo de Alejandría, obispo, confesor y doctor; Nicéforu, Primo y Donato, mártires; Norberto y Ansberto, o b i s p o s ; Sabino, obispo de Canosa ; Nebridio, hermano de San Justo de U r g e l ; Mariano de E s c o c i a ; Telio y Pedro, o b i s p o s ; A t e n o d o r o , hermano de San Gregorio T a u m a t u r g o ; B r a q u i o de T u r e n a ; Alejandro y otros treinta y o c h o compañeros mártires en R o m a . Santa A p o l o n i a , virgen y mártir, a b o g a d a contra el dolor de m u e l a s ; la Venerable Ana Catalina Emmerich, religiosa. E n Arahal (Sevilla) se celebra la fiesta de Nuestra Señora de las Angustias. S A N C I R I L O D E A L E J A N D R Í A , obispo, confesor y doctor. — Fué educado entre los solitarios de Nitria p o r el abad San Serapión; pero su tío Teófilo lo sacó de su celda y le permitió predicar en Alejandría. Cirilo, que tenía un talento extraordinario, se atrajo a las muchedumbres, ávidas de escuchar su elocuente palabra. E n 412 fué elegido patriarca de Alejandría en sustitución de su tío T e ó f i l o , recientemente fallecido. E n el concilio de Éfeso, celebrado el 22 de junio del año 431, Cirilo, que o c u p a b a el primer lugar c o m o delegado del papa San Celestino, refutó certeramente la herejía de Nestorio, cuya doctrina f u é condenada, y él, depuesto de su silla patriarcal de Constantinopla. Cirilo, con su elocuencia, virtud y saber, prestó un gran servicio a la Iglesia y veló por la honra de María, verdadera Madre de Dios. Murió en 444. S A N N I C É F 0 R 0 , mártir. — El martirio de este Santo nos confirma palpablemente la gran verdad que enseña San P a b l o cuando dice que, aunque el h o m b r e

entregue sn c u e r p o p a r a ser abrasado de las llamas, de nada le sirve si n o tiene caridad. E n efecto, N i c é f o r o tenía amistad c o n un sacerdote cristiano llamado Sapricio, v i v i e n d o a m b o s tan íntimamente unidos y compenetrados, q u e parecían tener un alma en dos cuerpos. Pero el d e m o n i o supo sembrar tales querellas y disensiones, que llegaron a odiarse y aborrecerse. N i c é f o r o quiso reconciliarse y e n v i ó a Sapricio algunos amigos para pedirle perdón. Sapricio n o los o y ó ; después fué personalmente a su casa y t a m p o c o le p e r d o n ó . Se desencadenó entpnces una persecución contra los cristianos, y Sapricio f u é c o n d e n a d o . Mientras era llevado al lugar del suplicio, N i c é f o r o se arrojó tres veces a sus pies para que le p e r d o n a s e ; p e r o Sapricio n o le respondió. E n el m o m e n t o en que iba a ser ejecutado, Sapricio d i j o a los verdugos que le libertaran, q u e y a adoraría a los ídolos. Así castigó D i o s a ese corazón más duro que el pedernal, permitiendo q u e cayera en la apostasía. N i c é f o r o , en c a m b i o , p i d i ó sufrir el martirio en lugar de su desventurado amigo, y así se verificó, v o l a n d o su alma al cielo el 9 de febrero del año 260. V E N E R A B L E A . C A T A L I N A E M M E R I C H , religiosa. — N a c i ó el 8 de septiembre de 1774 en la región de, Münster y f u é bautizada en la iglesia de Santiago del caserío de Flamske, su tierra natal. Sus padres eran eminentemente cristianos. E j e r c i ó el oficio de p a s t o r a ; j e s ú s se le apareció varias veces en f o r m a de pastorcito y le a y u d ó en sus faenas pastoriles. A p e n a s t u v o edad suficiente, se entregó a una penitencia rigurosísima. A causa de su extremada pobreza n o la quisieron recibir algunos c o n v e n t o s a c u y a puerta f u é a llamar. Al fin, el 13 de n o v i e m b r e de 1802 ingresó en un c o n v e n t o de Agustinas q u e p o c o después f u é suprimido, dispersándose las religiosas, e x c e p t o Catalina, q u e , p o r estar enferma, continuó allí basta que una piadosa v i u d a la recogió en su casa, en la q u e llevaba t a m bién v i d a conventual. D i o s satisfizo los deseos de Catalina incrustándole en el p e c h o una cruz diminuta que destilaba un hilito de sangre. E l 29 de diciembre de 1812 v i ó que las Llagas de Jesús desprendían haces luminosos que, a m o d o d-> flechas, atravesaron las m a n o s , l o s pies y el c o s t a d o derecho de nuestra Santa. E s t o ie producía gran dolor, p e r o su rostro rebosaba alegría. L a ciencia quiso conocer el caso prodigioso, p e r o inútil, pues sin la f e n o se p o d í a comprender. T u v o revelación de t o d o s l o s detalles y pormenores d e la Pasión de Nuestro Señor, y la consignó en una o b r a m u y difundida y altamente emocionante. El 9 d e febrero i?íifara

tormentos

caritativa

de Cristo,

a enterrar a la S a n t a ,

y

se acercó

en

el

encontrándose al féretro y ,

¿le s a n t a e n v i d i a , l e d i j o : « T ú , s e ñ o r a , m e r e c i s t e a n t e s l a p a l m a d e l Y el c a d á v e r d e E u l a l i a s e s o n r i o , c o m o •« c e j a r a e n s u n o b l e e m p e ñ o

con Heno

martirio».

para infundirle á n i m o a fin d e

de obrar y

que

predicar.

CELO POR LA SALVACIÓN DE LAS ALMAS

L

A

llama

seaba

del a m o r consumir

deseaba

porque,

eo

divino en

ella

ardientemente.

primer

lugar,

ardía de las Su

cuando

en c a r a su f e l o n í a p o r las v í c t i m a s buscó

la m a n e r a

de ocultárselo

tal m a n e r a

almas celo

era

deseó

de

sus

en

su c o r a z ó n ,

prójimos,

prudente,

ir a i n c r e p a r

esforzado

padres

para que

no

entregaban

que

sus familiares;

n a d i e se percatase

de

s a l i ó d e su c a s a

al p r i m e r

se lo

echarle Religión,

estorbaran,

del sueño a

canto

del

de

espíritu

le e x p u s o

que

gallo,

sin

ello.

L u e g o , u n a v e z a n t e el t i r a n o , n o s e a c o b a r d ó , s i n o q u e c o n e n t e r a la d

de-

ilustrado,

para

q u e c a u s a b a en el c a m p o d e la

a sus

que

salvación

e

al t i r a n o

' ' a r a l l e v a r l o a c a b o se v a l i ó d e las s o m b r a s d e la n o c h e y -i

cuya

la

sinrazón

que

cometía

no

dejando

líber-

practicar

su

r e l i g i ó n a l o s c r i s t i a n o s ; y , f i n a l m e n t e , su c e l o p r e t e n d í a l e v a n t a r l o s a b a t i d o s d e l o s c r i s t i a n o s , s a l i e n d o al p a s o al

ánimos

perseguidor.

E r a n m u c h a s las a l m a s q u e s e g u í a n las h u e l l a s d e E u l a l i a e n e l d e la v i r t u d , p u e s l e e m o s e n s u P a s s i o : « T e n í a n l a s a l v a c i ó n d e su a l m a . » N o p r e t e n d í a almas conocieran

y

todas c o m o

camino

norma

de

o t r a c o s a la S a n t a , s i n o q u e t o d a s

a m a r a n a su D i v i n o

la las

Esposo.

SU VOCACIÓN IEMPRE

S

ha

sido

la

lectura

llama

que ha

devorado

las m e n t e s

los

apasio-

nado,

del

convirtiéndolos

en brasas

f i e r n o . C u a n d o la lectura es b u e n a los capacita para t o d a

obra

grande

táculos suficientes q u e puedan

de

y

amor

a

se h a c e

y

Dios o

bien,

sublime,

en

tizones

enardece

in-

los á n i m o s

sin q u e s e e n c u e n t r e n

estorbar su consecución.

tra Eulalia.

y

obs-

Así ocurrió a

nues-

'

S e h a l l a b a e n f r a s c a d a e n la l e c t u r a d e las A c t a s d e l o s M á r t i r e s , con

y

c o r a z o n e s d e l o s q u e a ella se h a n d a d o c o n f r e n e s í a r d i e n t e y

g r a n a v i d e z las r e f e r e n t e s a S a n T i r s o ,

mártir

español,

cuyo

p e n e t r ó e n n u e s t r a P a t r i a , e n l a q u e d e s p e r t ó i n t e n s o i n t e r é s . D e él E u l a l i a el h e c h o d e presentarse al t i r a n o sin s e r

leyendo heroísmo aprendió

buscada.

T e n í a la santa doncella u n p r o f u n d o deseo d e servir intensamente a Jesús, Esposo

de su alma, a

quien amaba

con

delirio.

En uno

d e sus

frecuentes

éxtasis se le a p a r e c i ó u n ángel y le a n u n c i ó q u e D i o s la h a b í a t o m a d o

por

e s p o s a , p e r o q u e la ú n i c a d o t e q u e l e d a b a e r a l a c r u z . F u é t a n v i v o e l g o z o q u e i n t e r i o r m e n t e sintió Eulalia al oír el f a v o r q u e D i o s

le c o n c e d í a ,

postrándose en tierra, d i j o m i r a n d o al cielo: « S e ñ o r m í o , Jesucristo,

que,

hacedme

t a n dichosa q u e p u e d a tener p o r lecho una c r u z , y q u e p u e d a e n ella e x t e n der mis

brazos y

quedar

crucificada.

Apartad

de mí

todos

los

obstáculos,

p a r a q u e p u e d a y o hacer esta j o r n a d a , de tal m a n e r a q u e nadie i m p i d a muera por Al

saber Eulalia

el D e c r e t o

h o n d a p e n a p o r la d u d a presencia

que

Vos.»

de

ánimo

y

la

de

persecución

contra

los

cristianos,

d e si t o d o s l o s c r i s t i a n o s b a r c e l o n e s e s fuerza

de

espíritu

suficientes para

sentía

tendrían

no

la

desfallecer

e n l o s m o m e n t o s d i f í c i l e s . P e r o se a l e g r a b a , p o r o t r a p a r t e , c o n s i d e r a n d o

que

sus p a i s a n o s n o t e n d r í a n m e n o s v a l o r y

que

con

generosidad

supieron

heroicidad

verter su sangre p o r

que otros mártires,

Dios.

C u a n d o c r e y ó l l e g a d o t i m o m e n t o d e e c h a r e n c a r a al t i r a n o s u se d e c i d i ó ,

con resolución

bien sentado m i

nombre.

quietud de la n o c h e y

heroica,

diciendo:

Mi resolución

el r e p o s o

está

«Dios me

llama.

tomada.»

Y,

d e sus p a d r e s ,

como

ya

He

maldad, de

dejar,

aprovechando hemos

la

apuntado,

E

U L A L I A , llena de valor,

sólo

bras:

a juez

increpa

de la iniquidad

es el verdadero

Dios,

los hombres

y

a quien están

al inicuo enemigo los

obligados

juez,

con estas

de la verdad...:

emperadores a

venerar.»

y

tú y

palaUno todos

e l l a , d e s p u é s d e . u n a p l e g a r i a a l S e ñ o r p a r a q u e le d i e r a f u e r z a s y v a l o r que

soportar

toda

despertar a nadie.

clase

de

trabajos,

salió

decidida

A l llegar frente a una puerta

de

su

cerrada,

con

habitación,

cayó

de

sin

rodillas,

j u n t ó las m a n o s y s u s o j o s se l l e n a r o n d e l á g r i m a s , p e r l a s d e a m o r f i l i a l ; era el a p o s e n t o d o n d e d o r m í a n s u s p a d r e s . « A d i ó s , p a d r e s m í o s , b a l b u c e ó c o n v o z a h o g a d a p o r la e m o c i ó n ; v o y a m o r i r ; D i o s m e

Eulalia

llama.»

C o n p a s o s a p r e s u r a d o s l l e g ó E u l a l i a al m o n t e T a b e r , d o n d e h o y se y e r g u e la g ó t i c a

Catedral

barcelonesa,

el c ó n s u l

Daciano,

el h o m b r e

tiano de cuantos enviara para gobernar, de

para

en más

cuya

cima

tenía

sanguinario

y

establecido

enemigo

su

tribunal

del n o m b r e

el e m p e r a d o r a la E s p a ñ a T a r r a c o n e n s e ,

destruir

y

aniquilar

a

los

que

profesaban

cris-

más

la

que

doctrina

Cristo.

ANTE EL JUEZ V

L

LENA

d e s a n t o v a l o r y p l e n a c o n f i a n z a e n D i o s , se d i r i g i ó E u l a l i a

D a c i a n o y le i n c r e p ó d e e s t a m a n e r a ; « J u e z d e la i n i q u i d a d y

a

enemigo

d e la v e r d a d , q u e h a s l l e g a d o a s e n t a r t e e n t r o n o t a n e l e v a d o q u e

no

t e m e s al S e ñ o r d e las a l t u r a s , q u e e s s o b r e t o d o s t u s p r í n c i p e s , y es s u p e r i o r

a ti. ¿ C ó m o

te a t r e v e s a perseguir y

atormentar,

obedeciendo a Satanás,

los m i s m o s h o m b r e s q u e D i o s c r e ó a su i m a g e n y semejanza para q u e a s o l o sirvieran? U n o s o l o es el v e r d a d e r o D i o s , Criador y c o s a s , a quien los e m p e r a d o r e s y tú y venerar.

¿Cómo,

pues,

siendo

te

atreves

¿ A c a s o quieres c o m p a r a r tu limitado poder c o n cielos y

tierra? N i

Señor de todas

las

todos los h o m b r e s están obligados

hombre,

a

ofender

a

tu

a

Dios?...

aquel soberano dominio

s i q u i e r a el p o d e r d e l o s r o m a n o s e m p e r a d o r e s ,

a Él

de

del

cual

p r o c e d e el t u y o , p u e d e c o m p a r a r s e c o n el d e l S a n t o d e los S a n t o s y el

Dios

d e l a M a j e s t a d . H a s d e s a b e r q u e m i D i o s e s el q u e f o r m a , d i v i d e y los

imperios...

incapaces gracia.

de

Por

Todos

cuantos

conmover

tormentos

nuestra

ello, D a c i a n o ,

fortaleza,

es i n ú t i l

que

pueda porque

inventar se halla

te molestes

tu

aniquila

malicia

sostenida

serán por

en convencerme,

la

pues

n a d a será c a p a z d e a p a r t a r m e d e A q u e l en q u i e n t e n g o p u e s t a t o d a m i

con-

f i a n z a , q u e es J e s u c r i s t o , H i j o d e D i o s v i v o . É l es q u i e n m e a l i e n t a y d a f u e r za y

valor

capaz

de

resistir a

Daciano, quedó un momento

todas

cuantas

crueldades

puedas

cometer.»

s u s p e n s o y a d m i r a d o d e c u a n t o l e d e c í a la

n i ñ a , a l a c u a l se q u e d ó m i r a n d o

fijamente,

como

tierna criatura c o m o aquella pudiera hablar con

asombrado

de

que

una

tanta elocuencia. A l fin

interrogó: « ¿ Q u i é n eres t ú . q u e tan t e m e r a r i a m e n t e has t e n i d o la o s a d í a ,

la no

s ó l o d e p r e s e n t a r t e a l t r i b u n a l d e l j u e z sin h a b e r s i d o l l a m a d a , s i n o q u e ,

con

s o b e r b i a y a r r o g a n c i a , te h a s a t r e v i d o a p r o n u n c i a r a n t e el m i s m o j u e z

pa-

labras tan despreciables para

la m a j e s t a d d e l I m p e r i o y d e s u s

ministros?>>

Eulalia, -Yo

con

voz más

clara

y

con

mayor

viveza

que

antes,

respondió:

s o y Eulalia, sierva d e Jesucristo, ú n i c o R e y d e los R e y e s

y

Señor

de

los S e ñ o r e s ; y , p o r t a n t o , t e n i e n d o m i c o n f i a n z a e n É l , n o m e a c o b a r d a n n i ilomorizan

los t o r m e n t o s y

la muerte.

Voluntariamente

:i venir p a r a r e p r e n d e r t e p o r e l n u e v o e d i c t o p u b l i c a d o .

me

he

apresurado

¿ C ó m o has

llegado

l a n t a n e c e d a d q u e , p o s p o n i e n d o al D i o s ú n i c o , c r i a d o r d e t o d o l o e x i s t e n I,-. a n t e p o n g a s la c r i a t u r a al C r i a d o r , r e v e r e n c i a n d o a S a t a n á s , y , n o

satis-

1 e c h o c o n e s t o , t e p r o p a s a s en p e r s e g u i r a l o s h o m b r e s q u e s i r v e n al v e r d a d e r o Dios para

c o n s e g u i r la v i d a e t e r n a ,

tormentos

a que

llamados diablos,

sacrifiquen a

los

c o n los cuales

y

les o b l i g a s

que no

vosotros,

son

eon

diversos

dioses,

géneros

sino ángeles

q u e l o s a d o r á i s , seréis

de

malos,

atormen-

tados y abrasados p o r el f u e g o e t e r n o ? » Estas palabras enardecieron el f u r o r d e D a c i a n o , q u i e n , irritado, e x c l a m ó : —¿Estás

loca?

—¡Morir!

¿ N o sabes que p u e d o hacerte

—exclamó

Eulalia—;

¡oh

qué

morir?

dicha

morir

por

mi

Dios;

por

A q u e l q u e m u r i ó p o r m í e n la C r u z !

EL MARTIRIO

PERDIÓ

D a c i a n o la p a c i e n c i a al v e r la a c t i t u d e n é r g i c a d e a q u e l l a

cella, a quien n a d a ni n a d i e podía apartar d e su a m o r a D i o s .

don-

Llamó

e n t o n c e s a l o s l i c t o r e s y les d i j o : « A t a d a e s t a l o c a a u n a d e las c o lumnas

del

atrio y

azotadla

hasta

que

sacrifique

a los

dioses».

La

f u é e j e c u t a d a . E u l a l i a s u f r i ó e s t e c r u e l í s i m o t o r m e n t o c o n la m a y o r

orden

resigna-

ción. A pesar de q u e los i n h u m a n o s v e r d u g o s n o cesaban de descargar azotes sobre

sus

Señor

eon

delicadas ánimo

espaldas,

constante

decía, n o siento vuestros

y

no

exhaló

celestial

tan poderoso,

antes, Dios

« ¡ O h miserable doncella!

q u e n o viene a librarte

de ti, infeliz m u c h a c h a ;

queja, «Porque

bendecía me

¡ D ó n d e éstá

d e la p e n a ?

d i q u e n o s a b í a s lo q u e h a c í a s y q u e n o

A lo cual respondió Eulalia:

«Yo

éste

Compadézcome

!a p o t e s t a d d e l j u e z ; y o te p e r d o n a r é si o f r e c e s s a c r i f i c i o s a los

conocías

dioses.»

m e b u r l o d e t i . d i s c í p u l o d e la f a l s e -

d a d . . . Y o , d i s c í p u l a del M a e s t r o d e la V e r d a d , d i g o lo q u e É l m e t o n tus t o r m e n t o s

al

conforta,

tormentos».

D a c i a n o la i n c r e p ó , d i c i e n d o : fu Dios

niguna

alegría:

me veo más ennoblecida

y

inspira;...

esforzada»...

D a c i a n o , v i e n d o la c o n s t a n t e f o r t a l e z a d e E u l a l i a q u e le r e c o n v e n í a su m o d o d e p r o c e d e r y le m a n i f e s t a b a los c a s t i g o s a q u e se h a c í a

por

acreedor,

d o m i n a d o p o r la c ó l e r a , m a n d ó traer el e c ú l e o , u n o d e los i n s t r u m e n t o s tortura

más

usados

entonces;

ordenó

que,

suspendida

en

él E u l a l i a ,

a t o r m e n t a d o su v i r g i n a l c u e r p o c o n ú n g u l a s o t e n a z a s d e n t a d a s . i i inhumana

orden;

los

verdugos

no

tardaron

en

rasgar

y

de

fuese

Cumplióse

despedazar

el

las entrañas. M i e n t r a s

tanto,

Eulalia, c o n rostro alegre, alababa al S e ñ o r y le dirigía la siguiente

c u e r p o d e la valerosa

plega-

ria:

«Señor m í o

niña, hasta descubrirle

Jesucristo,

oíd

los c l a m o r e s

de

vuestra

inútil

sierva,

per-

d o n a d m e lo que he obrado mal, y confortadme para que tolere c o n paciencia y s u f r a c o n t r a n q u i l i d a d los t o r m e n t o s q u e m e a ñ a d e n p o r c a u s a d e santo N o m b r e , a fin d e q u e n o triunfen el d i a b l o y sus D e s p u é s d e los dolores del e c ú l e o y

vuestro

ministros.»

d e la e x u n g u l a c i ó n ,

Eulalia fué

col-

gada de u n m a d e r o en f o r m a de cruz, y D a c i a n o , ciego d e ira, m a n d ó a los s o l d a d o s q u e le aplicasen h a c h a s e n c e n d i d a s a l o s c o s t a d o s y

q u e la

s u s p e n d i d a hasta q u e f u e s e a b r a s a d a p o r la v i o l e n c i a d e las l l a m a s . los v e r d u g o s

derramaron

aceite hirviendo sobre

las h a c h a s y

dejasen Después,

el cuerpo

de

la S a n t a , y n u e v a m e n t e p r e n d i e r o n f u e g o ; l a s l l a m a s s u b í a n m á s v i v a s ; p e r o Dios,

que cuidaba del cuerpo de su amante

en vez de consumir

el c u e r p o d e E u l a l i a ,

paciente, h i z o q u e las

quemaran

llamas,

a los ministros,

abra-

sándolos.

SU NMEDIATAMENTE

I

MUERTE

la Santa e n t r e g ó su espíritu al S e ñ o r , o b r a n d o

e n t o n c e s , o t r o p r o d i g i o , p u e s h i z o q u e d e la b o c a d e s u e s c o g i d a

Dios, saliese

una blanca p a l o m a , q u e r e m o n t ó su v u e l o hacia el alto f i r m a m e n t o .

Era

el a l m a d e E u l a l i a , q u e s u b í a a l a G l o r i a a g o z a r d e l a p r e s e n c i a d e s u S e ñ o r y

D i o s , a q u i e n en v i d a t a n t o h a b í a a m a d o . S e g ú n l a t r a d i c i ó n , p o c o

de

morir,

Eulalia

dirigió

a

su

Divino

Esposo

la s i g u i e n t e

plegaria:

antes «Dios

m í o , r e c i b i d m i a l m a ; o s l a e n t r e g o p u r a c o m o m e la d i s t e i s . B e n d e c i d a m i s p a d r e s y t a m b i é n a B a r c i n o , m i p a t r i a q u e r i d a . . . y a h o r a a b r i d m e las p u e r t a s del

Paraíso». D a c i a n o m a n d ó q u e el c u e r p o d e la S a n t a e s t u v i e s e p e n d i e n t e d e la c r u z

hasta

q u e las aves del cielo devorasen sus carnes. P e r o

Dios

volvió

por

la

h o n r a d e s u e s p o s a , h a c i e n d o c a e r n i e v e en tal c a n t i d a d q u e q u e d ó el c u e r p o totalmente cubierto c o m o

con blanca sábana, protectora

virginales tintas en sangre d e a m o r a D i o s . A burlando la vigilancia

de

los guardias,

bajaron

Santa y , ungiéndole con aromas, lo llevaron a L a fecha

d e su martirio,

según consta

de aquelias

los tres d í a s , u n o s

d e l a c r u z el c u e r p o

obró

sendos prodigios,

el

de

la

de

su

enterrar.

en una inscripción

gótica

a c t u a l sepulcro, sería h a c i a el a ñ o 304. D e s p u é s d e varios traslados, los cuales D i o s

carnes

cristianos,

cuerpo

de

Eulalia

fué,

durante en

1339,

d e p o s i t a d o e n la c r i p t a d e la C a t e d r a l d e B a r c e l o n a , g u a r d á n d o s e s u s

restos

en u n bellísimo sepulcro d e alabastro, c u y a parte exterior presenta b a j o r e l i e v e s a l u s i v o s a l a v i d a d e la

hermosos

Santa.

Barcelona está orgullosa d e ser patria d e esta heroica niña e ilustre mártir

• lo C r i s t o , a la c u a l p r o f e s a g r a n d e v o c i ó n , y d e la q u e r e c i b e

innumerables

gracias y

sobre

todo,

C o n m o t i v o d e l j u b i l e o q u e e n 1 4 5 2 se c o n c e d i ó e n h o n o r d e S a n t a

Eula-

una protección

especial. Esta d e v o c i ó n

se e x t e r i o r i z a ,


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ofrece

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UN LIBREPENSADOR DE ENTONCES

CUANDO

el S a n t o se e n c o n t r a b a ante algún desgraciado esclavo de las pasiones, n o se c o n t e n t a b a c o n amonestaciones y consejos; le e n c o m e n d a b a de c o n t i n u o e n sus oraciones, y sus ardientes plegarias obtenían maravillosas gracias de salvación. A c o n t e c i ó un día que de ciones, se adelantó u n o que no m e predique m á s ni m e m u d a r de vida; n o rece p o r y o e s t o y resuelto a n o m u d a r

entre los que asistían a sus pláticas y exhortaatrevidamente le d i j o : « O i g a m e , santo v a r ó n , dé más consejos, p o r q u e e s t o y resuelto a n o m í t a m p o c o , rece p o r los demás si quiere, que de vida y n o quiero deber n a d a a sus oraciones.»

Contristado el Santo al oír tan desatinadas palabras, r o m p i ó a llorar. Esperando n o obstante que por sus oraciones obtendría lo que n o había p o d i d o conseguir c o n sus consejos y exhortaciones, m a n d ó juntar a los frailes y Ies d i j o : « R o g u e m o s , hermanos, p o r ese ciego d e s v e n t u r a d o . » A las pocas horas se presentó el p e c a d o r obstinado y , al parecer, e m p e dernido; confesó el estado miserable en que 'se hallaba su alma y , humildem e n t e postrado a n t e el S a n t o , i m p l o r ó misericordia y p r o m e t i ó enmendarse. San Esteban mostraba más alegría p o r esa conversión que si hubiera gan a d o el m u n d o entero.

LIMOSNA MAL ADQUIRIDA

PRESENTÓSE

un día una labradora c o n un cestito de huevos que ofrecía al c o n v e n t o . El santo v a r ó n c o n o c i ó p o r inspiración divina q u e parte de ellos habían sido r o b a d o s . A p a r t a n d o algunos, d i j o a la generosa aldeana: — M e quedaré con éstos solamente. — ¿ P o r qué no se queda c o n t o d o s , p a d r e ? — dijo la buena de la mujer. — S i n o fuera por n o enojaros, bien os lo diría — repuso el S a n t o . — D í g a l o , que no m e he de ofender — repuso ella. — O s lo diré, pvies, y a que así lo queréis: habéis de saber que los que he a c e p t a d o son realmente de vuestras gallinas y los otros son del gallinero del v e c i n o . L a p o b r e mujer se q u e d ó avergonzadísima, confesó su ratería y pidió perdón al siervo d e D i o s . c Este h e c h o c o n f i r m a que nuestro S a n t o había recibido de D i o s el d o n de escudriñar las conciencias para convertir a los pecadores. ¡Cuán cierto es que el Señor da sus dones a quien quiere y c o m o quiere, para dar c u m p l i miento a sus designios!

MILAGROS DE ESTEBAN CONTECIÓ

A

q u e el- p r o v e e d o r d e l m o n a s t e r i o f u é t r a i d o r a m e n t e

t a d o y h o n d o valle del b o s q u e , d o n d e

dineros. R i c o era, en e f e c t o , dicho caballero, esa f u n c i ó n .

Encargó

Esteban

—«Ea, ploremos

vayamos

le apalearon para r o b a r l e los q u e p o r pura c a r i d a d

que le buscasen

m e n z a r o n los m o n j e s a entristecerse.

D í j o l e s el

y,

como

protección.

Para

ejercía

pareciese,

co-

Santo:

descalzos al pie del altar d e María

c o n f i a d a m e n t e - su

no

Ella

no

Santísima,

hay

e

im-

mazmorra

tau

o c u l t a , ni país tan l e j a n o , d e d o n d e n o p u e d a sacar a nuestro y

de-

l a t a d o p o r un m e s o n e r o , a d o s ladrones q u e le llevaron a u n a p a r -

bienhechor

devolvérnosle.» Obedecieron

f i e l m e n t e aquellos religiosos a su Superior, y

he a q u í

el d í a siguiente se presentaron a la puerta los d o s ladrones y el

que

proveedor:

éste s u e l t o , y aquéllos e s p o s a d o s . A g r a d e c i e r o n al S e ñ o r y a su s a n t a M a d r e el b e n e f i c i o , y E s t e b a n q u i t ó a- los ladrones las esposas y e x h o r t ó l o s a n o reincidir e n sus c r í m e n e s . O t r o día se dirigía al m o n a s t e r i o un c a b a l l o c a r g a d o d e panes. ronlo u n o s ladrones. E l

conductor protestó

d e ello y

Asaltá-

los a m e n a z ó

con

el

castigo d e la d i v i n a J u s t i c i a , pues tal limosna i b a destinada a los religiosos d e M u r e t . R i é r o n s e l o s l a d r o n e s , y agregaron q u e a u n c u a n d o D i o s se les apareciese allí m i s m o , n o sería i m p e d i m e n t o para q u e ellos c o m i e r a n

aquel

p a n . R o b á r o n l e , p u e s , t o d o el p a n , y , al tratar d e partirlo c o n las m a n o s , 110 l o c o n s i g u i e r o n ; ni a u n c o n los m a c h e t e s p u d i e r o n c o r t a r l o . E s t u p e f a c t o s ante tal m a r a v i l l a , r o g a r o n al c o n d u c t o r q u e los a c o m p a ñ a s e

al

Superior,

a q u i e n p i d i e r o n p e r d ó n c o n m u c h a h u m i l d a d . Sonrióse E s t e b a n y ,

toman-

d o u n p a n , p a r t i ó l o sin la m e n o r d i f i c u l t a d , y d i ó algunos p e d a z o s a c a d a u n o d e l o s ladrones, e n c o m e n d á n d o l e s se d e d i c a s e n a p r o f e s i ó n m á s h o n r a d a . Y a c í a paralítica en c a m a

la m u j e r de un tal G e r a r d o y ,

para

éste f u é g a s t a n d o sin r e s u l t a d o t o d a su h a c i e n d a en m é d i c o s y

curarla,

medicinas.

P o r f i n se d e c i d i ó , a u n q u e a l g o tarde, a a c u d i r al A b a d d e M u r e t .

Pregun-

tóle E s t e b a n si al desposarse c o n ella o b s e r v ó las n o r m a s d e la santa M a d r e Iglesia.

Contestó

Gerardo

afirmativamente:

— ¿ Q u é le p r o m e t i s t e a n t e el P á r r o c o ? —Obligúeme

a guardarla c o n m i g o t o d a

la v i d a . P e r o esto a h o r a resál-

t a m e i m p o s i b l e , pues su e n f e r m e d a d m e h a r e d u c i d o a la m a y o r

pobreza.

E x h o r t ó l e E s t e b a n a q u e n o a b a n d o n a s e a su m u j e r , y le p r o c u r a s e , según sus r e c u r s o s , los c u i d a d o s q u e r e c l a m a b a su e n f e r m e d a d . E n t r e g ó l e al m i s m o tiempo

un p a n , y

p u s o en su m a n o una m o n e d a

de plata,

que e o n esto bastaría para m a n t e n e r a t o d a la f a m i l i a . — !

advirtiéndole

D e regreso a su h o g a r , se apresuró G e r a r d o a enseñar limosna r e c i b i d a , la cual se m u l t i p l i c ó en aquel m o m e n t o

a su esposa

la

maravillosamente.

L l e n o s d e g o z o , a m b o s esposos p r o r r u m p i e r o n e n a c c i o n e s d e gracias a D i o s , q u e n u n c a a b a n d o n a a los q u e en su b o n d a d c o n f í a n , y p r e g o n a r o n la v i r t u d d e su s i e r v o . C u n d i ó a l o lejos la f a m a de s a n t i d a d d e E s t e b a n , y a t r á j o l e

numerosos

visitantes, entre otros dos cardenales: G r e g o r i o P a p a r e s c h i , q u e a n d a n d o los años f u é S u m o P o n t í f i c e , eon el n o m b r e d e I n o c e n c i o I I , y P e d r o de L e ó n (Anacleto I I ) , mo

sucesor

de

q u e p o s t e r i o r m e n t e h a b í a de alzar b a n d e r a c o n t r a el legítiPedro.

Quedaron

prendados

de

la

santa

conversación

del

siervo de D i o s , y declararon n o h a b e r o í d o n u n c a plática tan e d i f i c a n t e , q u e de seguro el Espíritu Santo h a b l a b a p o r su

y

boca.

SU SANTA MUERTE ONOCIENDO

Esteban

su o c a s o , retiróse

que su peregrinación

en la tierra llegaba

del trato c o n los seglares,

para

vacar

sólo

a

con

D i o s y sus m o n j e s . R e v e l ó l e el S e ñ o r su ú l t i m a h o r a en ocasión d e estar ert p r o f u n d a c o n t e m p l a c i ó n , l o c u a l le llenó d e s a n t o g o z o y , l l a m a n d o a sus discípulos, anuncióles su tránsito del destierro a la P a t r i a

bienaven-

turada — H i j o s m í o s — l e s d i j o — , o s lego e n herencia a D i o s nuestro S e ñ o r , ¿ q u é tenéis q u e t e m e r ? P o r e n c i m a d e t o d o a m a d al S e ñ o r , q u e es t o d o b o n d a d ; a m a o s unos a o t r o s . P r a c t i c a d f i e l m e n t e vuestras R e g l a s y a b r a z a d sin d e s c a n s o la santa p o b r e z a y la m o r t i f i c a c i ó n . Si c a m i n á i s r e s u e l t a m e n t e p o r la s e n d a q u e o s h e m o s t r a d o , e l Sefior o s c o n c e d e r á c u a n t o necesitéis.

Nunca

m e h a f a l t a d o n a d a d u r a n t e l o s c i n c u e n t a a ñ o s q u e r e s i d o e n estas soledades. O t r o t a n t o a c a e c e r á c o n v o s o t r o s , si e n nuestro P a d r e celestial cifráis vuestra c o n f i a n z a y si c u m p l í s f i e l m e n t e las R e g l a s q u e o s d e j o . Sobreviniéronle dolores m u y

v i v o s , y e n t e n d i ó E s t e b a n q u e la h o r a

de

su tránsito, tan a n h e l a d a p o r él, e s t a b a y a c e r c a . S u p l i c ó e n t o n c e s le trasladaran al o r a t o r i o y allí r e c i b i ó p i a d o s a m e n t e e l s a n t o V i á t i c o y la E x t r e m a u n c i ó n , d u r m i é n d o s e en el Señor a 8 d e f e b r e r o d e 1124. En

el instante

d e su f a l l e c i m i e n t o ,

un

parvulito

gravemente

enfermo,

p r i v a d o , desde hacía tres meses, del u s o d e los sentidos, a n u n c i ó a su m a d r e q u e v e í a u n a escala resplandeciente, repleta d e ángeles q u e d e c í a n :

«Vamos

a recibir el a l m a d e E s t e b a n d e Muret y a c o m p a ñ a r l a a l c i e l o . Y en p r u e b a de la v e r d a d d e esto — a ñ a d i ó el e n f e r m i t o — , y o t a m b i é n v o y a h o r a m i s m o a ni¡ C r e a d o r . » Y

a c t o seguido

expiró.

El c u e r p o de San E s t e b a n r e c i b i ó sepultura en M u r e t . P e r o c u a t r o m e s e s

más tarde sus m o n j e s hubieron de buscar albergue en un m o n t e estéril, expuesto a t o d o s los vientos, c u y o solo aspecto bastaba para desanimar aun a las almas inclinadas a la penitencia: G r a n d m o n t se llamaba el m o n t e que transmitió su n o m b r e a los m o n j e s f u n d a d o s p o r el siervo de D i o s . Iniciado el proceso de su canonización en t i e m p o de H o n o r i o I I ( f 1130) e introducido p o r U r b a n o I I I , canonizóle Clemente I I I a 21 de m a r z o de 1189, por Bula expedida en el P a l a c i o de L e t r á n , c u y o t e x t o se conserva. F u é publicada en G r a n d m o n t eon m u c h a solemnidad él 30 de agosto del m i s m o año, eon asistencia de 28 prelados y el legado p o n t i f i c i o , cardenal Juan Conti.

LA ORDEN GRANDMONTENSE S T A Orden v i v i ó durante m u c h o tiempo en la observancia de la austera Regla redactada p o r su f u n d a d o r . Bienhechores insignes, que levantaron el Monasterio de G r a n d m o n t , fueron los reyes de Inglaterra Enrique I , E n r i q u e I I , R i c a r d o Corazón de L e ó n y Enrique III.

E

L o s hijos de San E s t e b a n de Muret constituyeron al principio un priorato único, el de G r a n d m o n t , del cual dependían las «ermitas», que tomaron gran incremento, en especial en A q u i t a n i a , Anjou y Normandía. L a «ermita» de Vincennes, cerca de París, erigióse en P r i o r a t o en 1164, c u y o prior, cuando Luis X I instituyó la Orden d e San Miguel, f u é el canciller n a t o d e esta n o b l e asociación. H a s t a los comienzos del siglo X I V n o t u v i e r o n los superiores o t r o título q u e el de priores; el primer A b a d fué elegido en el p o n t i f i c a d o d e Juan X X I I (1316-1334). M u y rígida la observancia de la Orden, mitigóla en 1247 I n o c e n c i o I V y Clemente V en 1309. E n 1642 inicióse en B o r g o ñ a la r e f o r m a , v o l v i e n d o a la primitiva observancia. F u é el r e f o r m a d o r f r a y Carlos F r e m o n t , b i ó g r a f o de San E s t e b a n . L a Comisión d e Regulares dispuso la supresión t o t a l de la Orden d e 1772. L o s bienes del c o n v e n t o d e G r a n d m o n t pasaron al o b i s p a d o de L i m o g e s .

SANTORAL Santos Gregorio II, papa; Esteban de Muret, fundador; Lucinio de Angers y Esteban de Lión, obispos; Julián y Benigno, mártires; Fulcrán, obispo; Martiniano, solitario; Policeto, mártir en Zaragoza; Estéfano de Galicia, a b a d ; Cástor, primer ermitaño de Occidente; Domnino, africano, obispo de Digne; Agabo, profeta, uno de los 72 discípulos del Señor; Gilberto de Ham, obispo; Riocat, compañero de San Patricio, apóstol de Irlanda. Santas Maura y Fusca, mártires; Ermenilda, princesa de Kent y m o n j a ; y Catalina de Ricci, de la Orden Dominicana.

PRIMEROS AÑOS N el p u e b l o d e A l m o d ó v a r del C a m p o , perteneciente a la diócesis de T o l e d o , v i ó la luz primera nuestro J u a n Bautista d e la Concepción q u e , a n d a n d o e l t i e m p o , había d e ser u n a lumbrera d e la Iglesia y una gloria de nuestra P a t r i a . Sus padres, piadosos y d e v o t o s , se esmeraron en darle una e d u c a c i ó n sólidamente cristiana y una cultura q u e corriera parejas c o n su e d u c a c i ó n . L a santidad q u e un día debía alcanzar se revelaba y a desde sus más tiernos años. E r a p o c o a m i g o de juegos y pasatiempos, q u e en nada se avenían c o n su carácter serio, prudente, reservado y amigo de la soledad y el silencio. E n c a m b i o , frecuentaba m u c h o la iglesia, d o n d e pasaba ratos interminables h a b l a n d o c o n Dios en la oración. Su piedad le llevaba a visitar a m e n u d o el hospital, d o n d e su c o r a z ó n tierno y amante sentía los dardos del dolor físico que en sus cuerpos experimentaban los enfermos. E s t a m i s m a piedad le i n d u j o a macerar su cuerpo con las más rigurosas penitencias. •

E

N o frecuentaba m á s compañeros que los libros; sus ocupaciones eran la oración y c o n t e m p l a c i ó n ; sus paseos, la iglesia, especialmente la d e los Carmelitas descalzos d e su p o b l a c i ó n , p o r c u y o m o t i v o t u v o ocasión de tratar a estos religiosos, de los cuales aprendió la perfecta abnegación d e sí m i s m o y la práctica de la v i r t u d . P o r haber leído q u e una santa niña, en sus más tiernos años, había consagrado a Dios su virginidad, quiso él h a c e r l o m i s m o , c o m o se dirá m á s adelante. Santa Teresa d e Jesús, hallándose d e p a s o en el p u e b l o natal d e Juan Bautista, visitó a los padres del niño, llamados Marco García e Isabel L ó p e z , y , al hallarse frente al m u c h a c h o , penetró c o n su mirada espiritual en lo m á s í n t i m o d e J u a n Bautista, al que c o n o c i ó c o m o p o r revelación, y anunció en t o n o p r o f é t i c o l o que en su día llegaría a ser el niño. « E s t e niño, d i j o Teresa, será m a ñ a n a un santo, padre y director de m u c h a s almas y r e f o r m a d o r d e una Orden religiosa.»

SU FERVOR RELIGIOSO R A tan grande la pureza, q u e gándose a ello d o perfectamente lo

E

el a m o r que Juan Bautista tenía a la flor angelical de se c o m p r o m e t i ó a guardar inviolable esta virtud, oblip o r v o t o cuando apenas tenía nueve años, pero sabienque hacía.

Cursó los estudios superiores en la Universidad de B a e z a , en la que estudió c o n gran a p r o v e c h a m i e n t o la Sagrada Teología, que t a n t o debía servirle en su misión de reformador y guía de religiosos. Tenía el p r o y e c t o

iuc se e n c o n t r a b a en la c a t e d r a l P r i m a d a , h a c i e n d o o r a c i ó n a n t e la i m a g e n de la Santísima V i r g e n i l u m i n a d a

p o r los r a y o s del sol q u e le

prestaban

e n c a n t o c o n los matices r o b a d o s a los cristales p o l i c r o m a d o s d e sus g r a n d e s ventanales, le p a r e c i ó o í r , c o m o b a j a d a d e l c i e l o , u n a v o z misteriosa le d e c í a : dad.»

«Si n o

quieres e n g a ñ a r t e , elige la O r d e n d e la Santísima

Prestó pleno asentimiento

a este a v i s o sigiloso q u e , p o r tres

que

Triniveces,

repercutió e n su interior. Y a n o h a b í a d u d a . L a v o l u n t a d d e D i o s se h a b í a m a n i f e s t a d o c l a r a m e n t e . H a b í a q u e p o n e r m a n o s a la o b r a y sin d i l a c i ó n .

VOCACIÓN RELIGIOSA N la i m p e r i a l c i u d a d d e T o l e d o poseían los P a d r e s T r i n i t a r i o s un m a g n í f i c o c o n v e n t o f u n d a d o - p o r San J u a n d e M a t a , y e n él J u a n B a u t i s t a v i s t i ó el h á b i t o d e la O r d e n el día 29 d e j u n i o del a ñ o 1580, cont a n d o a la sazón 19 a ñ o s . H i z o el n o v i c i a d o c o n s a n t o f e r v o r , siendo s i e m pre u n

modelo

de

virtud.

Se ligó a Dios

más

íntimamente

mediante

la

Profesión religiosa h e c h a el 29 d e j u n i o del siguiente a ñ o , o sea, en 1581. Se d e d i c ó

de nuevo

al e s t u d i o

d e la S a g r a d a

Teología;

en los

cuatro

a ñ o s q u e d u r a r o n estos estudios h i z o t a n t o s p r o g r e s o s , q u e p r o n t o l l a m ó la a t e n c i ó n d e l p ú b l i c o su extraordinaria c i e n c i a , n o e s c a t i m á n d o l e sus elogios el m i s m o L o p e de

d e V e g a , q u e le c o n s i d e r a b a

como

el m á s h e r m o s o

genio

d e j a d e ser u n a i n m e n s a gloria p a r a nuestra P a t r i a , q u e en

aquel

España. No

incomparable

Siglo

de

Oro

de

nuestras

Letras

brillaran

por

su

santidad

personalidades t a n ilustres c o m o Teresa d e Jesús, J u a n d e la Cruz, la pléy a d e d e m í s t i c o s y ascetas, y éste c u y a v i d a h i s t o r i a m o s , J u a n B a u t i s t a

de

la C o n c e p c i ó n , E l brillo d e sus heroicas virtudes son los r e f l e j o s d e su s a n t i d a d . L l e v a b a una v i d a t a n p e n i t e n t e , q u e a v e c e s hasta se p r i v a d a d e lo n e c e s a r i o , para repartirlo entre los p o b r e s . U n a v i d a tan austera d e b í a necesariamente repercutir en el e s t a d o d e salud del b u e n religioso. Sus superiores le insistían en q u e m i t i g a r a los rigores y , al m i s m o t i e m p o , c o n el f i n d e q u e repusiera su d e l i c a d a salud, le e n v i a r o n a Sevilla, c u y o b e n i g n o c l i m a era m u y

apro-

p i a d o p a r a ello. Este v i a j e a la tierra d e María Santísima le b r i n d ó e x c e l e n t e o c a s i ó n d e d e m o s t r a r su ardiente c a r i d a d y su celo infatigable en b i e n d e las

almas,

SAN G R E G O R I O II, papa. — Es uno de los papas más esclarecidos que- han regido los destinos de ia Iglesia. Lo hizo con arte y pericia, a pesar de las furibundas tempestades que en su tiempo levantara la perfidia humana. Gregorio fué elegido Sumo Pontífice el 19 de mayo del año 715, y gobernó por espacio de casi dieciséis años. Poseía una dialéctica nada común y se distinguió siempre por su amor al arte, al que protegió cuanto pudo, como lo probó al reconstruir catedrales, monasterios y abadías como la de Monte Casino, que había sido destruida por los lombardos. Se sirvió de la espada de Carlos Martel para verse libre de las vejaciones de Luitprando, rey de Lombardía; y luchó cuanto pudo contra los iconoclastas. Envió misioneros a evangelizar naciones donde aun no había penetrado la luz de la verdad. Fué siempre el Papa enérgico, prudente v valeroso que las circunstancias demandaban. Su figura ocupa un puesto central en la historia del siglo VIII. SAN LUCINIO, obispo. — Nació en Francia hacia el año 540. Pertenecía a una familia noble y poseía unas cualidades excepcionales, tanto naturales como intelectuales y morales. Con su virtud y religiosidad edificaba a todos. Se dedicó con predilección al estudio de las Sagradas Escrituras. Fué muy querido en la corte de Clotario II, en la que desempeñó cargos de importancia; era apreciado a causa de su índole suave y sus costumbres puras. Incluso los mismos enemigos a quienes combatía le respetaban, porque veían en él una gran dosis de humildad, caridad y afabilidad, de las que dió pruebas toda su vida. Fué nombrado gobernador de la provincia de Anjou, y a instancias de sus amigos aceptó el casamiento ; pero la prometida tuvo un ataque de lepra el mismo día concertado para la b o d a ; entonces Lucinio, despreciando toda belleza humana, aspiró a la Belleza absoluta que jamás se extingue, y se hizo religioso, dedicándose enteramente a 1a oración y penitencia. En 586 fué nombrado obispo de Angers; durante su pontificado se corrigieron mucho las costumbres. Murió santamente el 1." de noviembre del año 605; pero a causa de la festividad de Todos les Santos, su fiesta fué trasladada al 13 de febrero. Sesenta años después fué canonizado por el papa San Vitaliano (657-672). SAN POLICETO, mártir. — Es uno de los primeros varones apostólicos. Vino a nuestra Patria poco tiempo después de Santiago y predicó la doctrina de Cristo en muchos pueblos de España, llevando a muchas inteligencias la luz de la fe. Residió un tiempo en Zaragoza, cuyo obispo San Atanasio le confió órdenes sagradas. Pero el infierno no podía ver pasivamente los progresos que conseguía Policeto con su predicación, y por esto se aprovechó de la persecución que el tirano Nerón había desencadenado contra la Iglesia de Cristo. Policeto fué denunciado e inducido a la apostasía; pero, no habiéndolo logrado, encerraron al Santo en oscuro,, e inmundo calabozo, del que fué sacado para sufrir el martirio, con inauditos tormentos. Murió con el cuerpo aserrado el 13 de febrero.

Objetos con que domaba su cuerpo. La lectura y la meditación nutrían su espíritu

BEATO JUAN BAUTISTA DE LA C O N C E P C I O N Religioso trinitario

DÍA

14

DE

(1561-1613)

FEBRERO

N T R E las flores que esmaltan el bello jardín de la Iglesia hispana, se halla Juan Bautista de la C o n c e p c i ó n , b l a n c o lirio p o r su pureza, fragante rosa p o r su a m o r , m o r a d a violeta p o r su m o r t i f i c a c i ó n . D o m i n g o de G u z m á n teje guirnaldas de rosas para ceñir las sienes de María Santísima; P e d r o N o l a s c o trasplanta las flores del invernal encierro de la cautividad al pleno sol de la libertad cristiana; Ignacio de L o y o l a perinola el m u n d o con el aroma de santidad de la ¡Milicia de Cristo; José de Calasanz cuida con esmero los lirios de pureza de la j u v e n t u d ; Teresa de Jesús es el bello girasol que no aparta la mirada de su D i o s , c o n quien conversa lo m i s m o entre la tosquedad de las ollas que en las m á s altas eiin.is d e la perfección religiosa; y P e d r o de Alcántara es la zarza q u e , sin el usiimirse. arde siempre en llamas de amor a Dios. T o d o s ellos son gloria tic España, c o m o lo es Juan Bautista de la Concepción, m a n o j o per f u m a d o constituido con las matizadas flores que a c a b a m o s de percibir.

E

c u y a conversión anhelaba v i v a m e n t e . Su caridad y a m o r hacia D i o s creció de p u n t o al recibir el orden sacerdotal. T u v o ocasión de demostrar su caridad ardiente c o n m o t i v o de una terrible peste que en 1590 diezmaba aquella c o m a r c a , que él recorrió celoso y alegre prestando a t o d o s los cuidados q u e necesitaban, t a n t o materiales c o m o espirituales. A t e n d í a eon especial predilección a aquellos pobres aband o n a d o s de sus familiares, que n o tenían quién curase sus dolencias y

en-

dulzase sus pesares. A todos asistía y a t o d o s consolaba c o n el bálsamo de su a m o r . Les prestaba los auxilios de la Religión y los a y u d a b a a bien morir. Era el p a ñ o de lágrimas de todos los que sufrían, y se mostraba verdadero padre, Heno de abnegación y caridad para con t o d o s . Cuando h u b o cesado la negra epidemia, se dedicó a evangelizar a los m o r o s de Andalucía, particularmente a los que se hallaban en la provincia de Jaén. Su predicación, elocuente y llena de unción, unida a la gracia de Dios que obraba en él, fué la causa de que m u c h o s infieles abrazaran la religión de Jesucristo. « C u a n d o subía a la sa'grada cátedra, dice un autor m o d e r n o , su v o z resonaba potente, su rostro parecía iluminarse, palabras de f u e g o brotaban de sus labios, y t o d o él, m á s que h o m b r e , semejaba un ángel b a j a d o a la tierra para comunicar a los pecadores el a m o r de su alma inflamada,»

JUAN BAUTISTA, REFORMADOR L

A

n o vieja profecía d e Santa Teresa acerca d e nuestro S a n t o iba a tener pronto c u m p l i m i e n t o . E l carácter d e r e f o r m a d o r es lo que le ha inmortalizado y , quizás, lo que le a b r i ó m á s ampliamente las puertas del cielo.

L a Orden de los Trinitarios, f u n d a d a hacía y a cuatro siglos p o r San Juan d e M a t a , había p e r d i d o el prístino f e r v o r que le d i ó origen y c o n s t i t u y ó su savia espiritual durante aquellas centurias de su pasada historia. La observancia regular había venido a menos. L o s religiosos más fervorosos deseaban una reforma interna de la Orden. P e r o , ¿quién debía llevarla a c a b o ? Aquel niño excepcional de A l m o d ó v a r del C a m p o , aquel f e n ó m e n o de santidad descubierto p o r Santa Teresa, la Mística D o c t o r a , recibió la inspirac i ó n divina para a c o m e t e r tan ardua empresa. E r a la voluntad de Dios y , p o r esto, Juan Bautista de la Concepción n o titubeó y se lanzó, resignado y generoso, a la gigantesca obra. N o le faltaran trabajos y dificultades, pero su virtud supo sobreponerse a t o d o ; y la gracia de Dios estaba c o n él. L o s religiosos más piadosos y ejemplares constituyeron el n ú c l e o centra!, el f e r m e n t o que debía regenerar la m a s a restante que, al f i n , aceptó también et plan de la reforma. Se e m p e z ó p o r elegir en cada provincia dos

UAN Bautista era un apóstol de la caridad, de la quz dió feha-

J

cientes pruebas

ción.

Atendía

con

de stís familiares,

durante una epidemia especial

predilección

que diezmaba a los pobres

a la

abandonados

que no tenían quién curase sus dolencias y

zase sus pesares.

pobla-

endul-

o tres c o n v e n t o s d o n d e se guardase en t o d o su v i g o r la p r i m i t i v a o b s e r v a n c i a . El marqués

d e S a n t a Cruz quiso

q u e en sus p r o p i e d a d e s se

levantase

u n c o n v e n t o d e Trinitarios r e f o r m a d o s , y se e j e c u t ó la o b r a e n V a l d e p e ñ a s , v i n i e n d o a ser el p r i m e r c o n v e n t o d e los Trinitarios descalzos, el cual adquirió f a m a e i m p o r t a n c i a

al ingresar en

él Juan B a u t i s t a ,

q u e vistió

h á b i t o de la r e f o r m a . Más tarde f u é elegido superior d e l c o n v e n t o Santo,

q u e p u s o su g o b i e r n o y

c a r g o a los pies d e la S a n t í s i m a

d e la q u e era m u y d e v o t o . E n su h o n o r , a su n o m b r e d e J u a n

el

nuestro Virgen, Bautista

quiso añadir el d e la C o n c e p c i ó n , pues h o n r a b a p a r t i c u l a r m e n t e este privilegio de nuestra I n m a c u l a d a

Madre.

PRUEBAS Y CONTRATIEMPOS XPERIMENTANDO

E

algunas

c o n t r a d i c c i o n e s p o r p a r t e d e sus

prela-

d o s , hasta del m i s m o c o m i s a r i o general, e n o r d e n a p r o m o v e r la ref o r m a , p e n s ó ir a R o m a a solicitar d e l P a p a l o q u e n o p o d í a conseguir

d e sus superiores; p e r o el c o m ú n e n e m i g o le o p u s o grandes o b s t á c u l o s , asust a n d o c o n f o r m a s y aullidos horrendos a sus religiosos, y p r e s e n t a n d o a su

i m a g i n a c i ó n grandes d u d a s y m o t i v o s d e desaliento. E n tal c o n f l i c t o a c u d i ó Juan a la o r a c i ó n , y e n ella m e r e c i ó o í r d e D i o s estas p a l a b r a s : « N o t e m a s ; prosigue, q u e y o t e El

ayudaré.»

24 d e a g o s t o

de

depeñas c o n r u m b o reforma. L a

1597 partía

a Roma

travesía

del

nuestro

mar

desde

Alicante

peligrosa. P o c o a n t e s d e llegar al p u e r t o violenta

tempestad

que

Santo

del

para solicitar del P a p a

anegó

el

barco

Convento

hasta

Génova

fué

el m i s m o Juan

Valde

la

dura

y

d e d e s t i n o , se d e s e n c a d e n ó hundiéndolo

para

siempre

f o n d o p r o f u n d o d e l m a r ; el h e r m a n o E s t e b a n , q u e le a c o m p a ñ a b a , en el naufragio, y

de

la a p r o b a c i ó n

Bautista

hubiera

en

una el

pereció

perecido también

sin

la i n t e r v e n c i ó n d e l Cielo, q u e v e l a b a p o r su v i d a . L o s Trinitarios d e R o m a , q u e n o v e í a n c o n b u e n o s o j o s la r e f o r m a , a c u saron a J u a n B a u t i s t a d e haberse f u g a d o d e l c o n v e n t o c o n una c r e c i d a cantidad

de dinero,

abandonándole

calumnia

que

paulatinamente,

muchos dejándole

creían casi

cierta, solo.

El

por

lo cual

mismo

fueron

embajador

e s p a ñ o l r e c i b i ó d e s u g o b i e r n o la o r d e n d e d e t e n e r l o c o m o si f u e r a u n l a d r ó n . T a m b i é n el P a p a C l e m e n t e V I I I se d e j ó e n v o l v e r e n esta o l a d e versión general c o n t r a J u a n B a u t i s t a . E l a m b i e n t e era, p u e s ,

animad-

enteramente

hostil al b u e n r e f o r m a d o r . Era tan violento el huracán que soplaba

e n c o n t r a d e nuestro

Santo,

q u e l l e g ó a dejarse a c o b a r d a r , p e r d i e n d o n o s ó l o los santos entusiasmos q u e hasta e n t o n c e s h a b í a t e n i d o p a r a su o b r a , s i n o hasta las f u e r z a s físicas, que se d e b i l i t a r o n a l c o m p á s del a u m e n t o d e las penas morales.

E c l i p s a d a y a , al parecer, la estrella d e su c a m i n o d e p e r f e c c i ó n

social,

se sintió a b a t i d o y , d e s e n g a ñ a d o d e t o d o , p e n s ó en m u d a r d e v i d a y s e refugió en los P a d r e s Carmelitas D e s c a l z o s . L o s planes d e r e f o r m a p r o y e c t a d o s por Juan B a u t i s t a parecían u n a

q u i m e r a , pues las d i f i c u l t a d e s q u e

había

que v e n c e r p a r e c í a n i n v e n c i b l e s .

C r e y e n d o estos P a d r e s

favor,

hacerle u n

le i n v i t a r o n a q u e se hiciese c a r m e l i t a c o m o ellos, y a q u e en sus c o n v e n t o s se m a n t e n í a

con fervor

la p r i m i t i v a

observancia.

En el c o r a z ó n del S a n t o se l i b r a b a d u r a b a t a l l a . E s t o s tiros le zaherían y

enemigos

a t o r m e n t a b a n . P e r o D i o s , q u e n o se d e j a v e n c e r e n

genero-

sidad ni a b a n d o n a a los q u e sufren p o r su n o m b r e , c u i d ó d e c o n s e r v a r

la

serenidad e n su á n i m o y le h i z o v e r la d e s o l a c i ó n e n q u e q u e d a r í a l a O r d e n Trinitaria si él a b a n d o n a s e su e m p r e s a . P o r o t r a p a r t e , m u c h o s ilustres v a r o n e s q u e n o d e s e a b a n s i n o la gloria «le D i o s ,

como

San Francisco

d e Sales, C a m i l o d e L e l i s y

l'azzis, le a n i m a b a n a proseguir e n la tarea

Magdalena

de

comenzada.

ÚLTIMOS AÑOS Y DICHOSA MUERTE E su c o n s t a n t e c o m u n i c a c i ó n c o n D i o s en la o r a c i ó n , s a c ó J u a n B a u -

D

tista f u e r z a suficiente p a r a i m p o n e r s e a sí m i s m o y d e s p r e c i a r las insensatas a c o m e t i d a s d e sus adversarios; p a r a ponerse m á s a s a l v o

de los d a r d o s de sus e n e m i g o s , h u y ó a G a e t a , y episcopal d e esta c i u d a d ,

se h o s p e d ó en el

c u y o señor o b i s p o le o b s e q u i ó c o n

las

palacio

muestras

de la m á s c a r i t a t i v a y v e r d a d e r a a m i s t a d . Gracias a este b u e n t r a t o ,

Juan

iíautista r e c o b r ó p r o n t o las p e r d i d a s fuerzas y c o n ellas los a n t i g u o s

entu-

siasmos;

se l a n z ó de lleno

a la p r e d i c a c i ó n ,

dirigiendo

sobre

todo

vida p a l a b r a a los n u m e r o s o s españoles q u e e n aquella c i u d a d

su

fér-

había.

V o l v i ó a R o m a y logró de Clemente V I I I q u e autorizase a los

Trinita-

rias D e s c a l z o s para f u n d a r u n a n u e v a O r d e n en c o n s o n a n c i a c o n el espíritu de

la p r i m i t i v a

2(1 de

agosto

Regla.

de

1599,

Esta

autorización

perteneciente

a

consta dicho

en

el M o t u

Pontífice.

Este

proprio

del

documento

p o n t i f i c i o constituía el t r i u n f o d e f i n i t i v o y r o t u n d o d e Juan B a u t i s t a d e la Concepción.

P o r f i n , v e í a realizados sus intentos y

villa.

Nuevamente

palpitaría

en

mada

de la p r i m i t i v a o b s e r v a n c i a ,

Juan de M a t a y d e San F é l i x d e

los

conventos

cristalización

la gloria de D i o s

trinitarios viva

la

brisa

del espíritu

ser-

perfude

San

Valois.

E n e f e c t o ; v u e l t o a E s p a ñ a y v e n c i d o s los o b s t á c u l o s que sus contrarios pusieron a la e j e c u c i ó n del B r e v e , f u é a t o m a r posesión

del c o n v e n t o

de

V a l d e p e ñ a s . N u e v a s pruebas le esperaban en esta c i u d a d , pues los religiosos q u e h a b i t a b a n d i c h o c o n v e n t o n o quisieron seguir la r e f o r m a . P e r o

después

de las espinas se encuentran las rosas, c u y o p e r f u m e c o m p e n s a la p e n a

de

aquéllas. Así D i o s quiso recompensad a Juan Bautista las penas que por É l había sufrido. M u y p r o n t o aceptaron la reforma hasta dieciséis c o n v e n tos, c o n lo cual se resarció de los disgustos pasados. Y no f u é esto sólo, pues la fundación de o c h o n u e v o s c o n v e n t o s fué una aurora de esperanza y un signo de triunfo en la empresa que por Dios había iniciado. Para m e j o r asegurar el éxito de la r e f o r m a , Juan Bautista reunió, con anuencia del N u n c i o A p o s t ó l i c o , un capítulo general. E n él f u é elegido provincial, a pesar d e su resistencia y o p o s i c i ó n . E n esta n u e v a dignidad parece que se e x c e d i ó a sí m i s m o en las obras de santidad; pues era grande su celo, admirable su vigilancia y paternal su solicitud. E n t o d o m o m e n t o d i ó ejemp l o d e la más acendrada piedad y de la más v i v a caridad. T o d o cuanto emprendía llevaba el sello de esta excelsa virtud que caracteriza a los verdaderos hijos de D i o s , a los fieles discípulos de Cristo; particularmente se manifestaba su caridad en cuantas visitas realizó a sus c o n v e n t o s ; sus palabras, cálidas y ardientes, inflamaban los corazones de los religiosos que le escuchaban; y sus obras arastraban a cuantos las presenciaban. E n sus sermones, avisos y eonsejos a los religiosos que 'visitaba, n o se proponía otra cosa que la santificación de los mismos y una m a y o r tendencia a la perfección mediante el e x a c t o cumplimiento de su Regla. P e r o esta tarea propia de su cargo n o era ó b i c e a la finalidad que se había propuesto d e extender la r e f o r m a , e n la que estaba vinculada la m a y o r dilatación de la gloria de D i o s , q u e c o n ella sería m e j o r servido y y más perfectamente a m a d o . E s admirable el tesón que demostró en su o b r a y el c e l o p o r e! bien de las almas. E j e r c i ó el provincialato durante tres años, pasados los cuales se retiró al c o n v e n t o d e la Solana; después f u é e n v i a d o a Vailadolid p o r sus superiores; posteriormente ejerció el c a r g o d e ministro en el c o n v e n t o de C ó r d o b a . P o c o t i e m p o desempeñó este ministerio, pues renunció al m i s m o para poderse dedicar más amplia y libremente a su plan d e r e f o r m a . Con este fin p a s ó a T o l e d o , d o n d e d e j ó establecido un n u e v o c o n v e n t o , n o sin antes haber p r o b a d o la hiél de la amargura, a causa d e la hostilidad d e los espíritus, que d e ningún m o d o querían aceptar el suave y u g o d e la reforma. P e r o la constancia del santo varón v e n c i ó la resistencia d e los rebeldes; su paciencia se i m p u s o a la impetuosidad d e éstos. Con la gracia de D i o s y la a y u d a d e la Virgen, a la que profesaba tierna d e v o c i ó n , logró triunfar, y su triunfo era el d e la v e r d a d , pues ésta, al f i n , se corona d e h o n o r porque es fiel trasunto d e la S u m a Verdad y del p o d e r inmenso de D i o s . D e s d e entonces los m á s rebeldes a la reforma y los m á s enemigos del espíritu de Juan Bautista, se trocaron en sus mayores admiradores y sumisos hijos de su R e g l a , q u e aceptaron c o m p l a c i d o s y reverentes, c o m o e f e c t o de la divina gracia, que quería compensar el celo del apóstol y conseguir m a y o r perfección en las almas.

Pronto se e x t e n d i ó la O r d e n r e f o r m a d a , y

el santo d e la

Concepción

ni.«lio a los v o t o s d e religión el d e n o aceptar ninguna dignidad eclesiástica • n m a n d a t o expreso del P o n t í f i c e . E n su t i e m p o creció n o t a b l e m e n t e

la

< >i «lcn, pues p o r doquiera surgían nuevos n o v i c i a d o s que eran fraguas en. .ndidas de amor a Dios. Seis años después d e h a b e r conseguido su o b j e t i v o d e r e f o r m a , Juan Kantista d e Ja Concepción descansó en la p a z del Señor el día 14 d e febrero • lraciadamente la invasión d e los bárbaros q u e , a s o m a n d o p o r t o d o s los pontos del horizonte, caían sobre la vieja E u r o p a anegándola en sangre, para regenerarla, agravó la situación de los esclavos. Ea Iglesia, eterna r e n o v a d o r a , e m p r e n d i ó n u e v a m e n t e su labor d e rehabilitación, y c o m o su influencia, asistida p o r la gracia d e D i o s , se a d u e ñ ó ordc del precipicio, en el que se precipitó al incurrir en la herejía que debía hacerle tristemente célebre. N o procedieron del m i s m o m o d o el clero y el iMiehlo fiel, jueces más imparciales y ecuánimes, c u y o s sufragios r e c a y e r o n «-II f a v o r d e F l a v i a n o , venerable sacerdote e n c a r g a d o d e la conservación d e las reliquias y v a s o s sagrados d e la iglesia catedral.

A

líe la v i d a d e F l a v i a n o n o c o n o c e m o s («.da su historia corresponde, pues, a tres «••pnea de su consagración, hasta agosto del los elogios que se le tributan y su invicta «le la Iglesia, nos dicen bastante cuán bien

n a d a anterior a su e p i s c o p a d o ; años; desde julio del a ñ o 446, 449, fecha de su muerte. P e r o c o n d u c t a ante los perseguidores p r e p a r a d o estaba a la delicada

misión que Dios le c o n f i a b a . El obispo T e o d o r e t o , otro esforzado campeón de la fe, le c o m p a r a a una antorcha dada p o r Dios a su Iglesia para trocar en luz esplendorosa las tinieblas que envolvían por entonces al universo. El historiador San T e ó f a n o le llama h o m b r e c o l m a d o de virtud en quien t o d o contribuye al lustre del ministerio sagrado. Finalmente, el p a p a San León M a g n o , amigo s u y o , atribuye la corona del martirio a su singular modestia y profunda h u m i l d a d .

UN OBISPO QUE NO AGRADA A UN MINISTRO A designación de F l a v i a n o a la silla episcopal, hecha a despecho de Crisafio y contra su candidato preferido, exasperó al camarero m a y o r . que desde aquel m o m e n t o m i r ó al o b i s p o c o n aversión y n o perdonó m e d i o alguno para desacreditarle. N o t a r d ó en lograrlo indisponiéndole también con el e m p e r a d o r . A l día siguiente de su consagración, envióle el intrigante ministro un emisario con encargo d e recoger los regalos que los recién elegidos tenían costumbre d e o f r e c e r « a l soberano. E l o b i s p o envió frutas y pasteles que él m i s m o había b e n d e c i d o . Su ofrenda f u é rechazada por Crisafio, que m a n d ó decir a F l a v i a n o p o r m e d i o d e su emisario: « E l emperador necesita o r o y n o p a n . » P e r o la respuesta del prelado f u é m u y valiente: « L o s bienes d e la Iglesia pertenecen a los pobres. Si el emperador quiere un recuerdo de m i consagración, le mandaré los vasos sagrados que sirvieron para los divinos misterios; que los haga fundir si le p a r e c e . » Irritado el ministro por tal. respuesta, decide t o m á r pero juzga prudente aplazarlo para m e j o r ocasión.

sonada

venganza,

Otro día, queriendo alejar de la corte a Santa Pulquería, hermana del débil soberano y protectora del virtuoso prelado, el intrigante ministro int i m ó a San F l a v i a n o que .ordenase a Pulquería de diaconisa. A n t e la i m p o sibilidad material de o p o n e r una negativa, el o b i s p o i n f o r m ó secretamente a la princesa que le impidiese la entrada en su casa, « p o r q u e m e vería forz a d o — l e dice— a hacer una cosa m u y desagradable para v o s . » L a princesa c o m p r e n d i ó el alcance de su advertencia y se retiró a un palacio imperial, en el que se entregó al más severo retiró. E l n u e v o fracaso de sus p r o y e c t o s contrarió sobremanera al ministro y le indispuso más y m á s contra el venerable prelado.

LOS ERRORES DEL ARCHIMANDRITA EUTIQUES I E N T R A S se desarrollaban estos sucesos en la corte, fuera de ella nuevas y animadas controversias teológicas p r e o c u p a b a n a t o d o s los espíritus. Algunos, m o v i d o s m á s por sentimiento de vanidad que p o r celo de la verdad y de la verdadera ciencia, se lanzaron a refutar

M

las p r o p o s i c i o n e s erróneas d e N e s t o r i o ,

que y a

el c o n c i l i o d e É f e s o

había

c o n d e n a d o en 431 y q u e r e c h a z ó s i e m p r e el p u e b l o d e C o n s t a n t i n o p l a .

Este

«•«•lo indiscreto arrastraría a los d o c t o r e s i n o p o r t u n o s a errores l a m e n t a b l e s . Entre estos d o c t o r e s se h a l l a b a el célebre E u t i q u e s . E n su gran

monas-

terio, h a b i t a d o p o r m á s d e 300 m o n j e s q u e v i v í a n b a j o su d i r e c c i ó n , disertaba p r o l i j a m e n t e s o b r e las cuestiones m á s difíciles d e t e o l o g í a . A s í , so p r e t e x t o d e m a n t e n e r la u n i d a d d e p e r s o n a e n Jesucristo, llegó a n e g a r

que

la h u m a n i d a d d e Cristo f u e s e igual a la nuestra. S e m e j a n t e s discursos

en

labios del v e n e r a b l e a n c i a n o , q u e h a b í a l u c h a d o c o n t r a la herejía d e N e s t o rio y q u e d e s d e el a ñ o 440 era m o r a l m e n t e el superior d e los m o n j e s de la capital,

podía

tener graves

que E u t i q u e s era p a d r i n o y

consecuencias,

máxime

d i r e c t o r espiritual

en

cuenta

d e Crisafio, p r i m e r

si se tiene

minis-

tro del i m p e r i o . Por l o m i s m o , a pesar d e su m o n s t r u o s a herejía, el g r a n c r é d i t o d e E u t i ques en la c o r t e era causa d e q u e nadie osase i m p u g n a r l e d e f r e n t e . N o o b s tante, el o b i s p o de Ciro, en la A l t a Siria, T e o d o r e t o , e l h o m b r e m á s s a b i o ile su t i e m p o , t u v o el v a l o r d e responderle c o n b r í o , y e n u n l i b r o p u b l i c a d o en 447 r e f u t ó los errores del a r c h i m a n d r i t a b i z a n t i n o . E s t o b a s t ó p a r a

que

la c o r t e t o m a r a a b i e r t a m e n t e la d e f e n s a d e E u t i q u e s y p r o m u l g a r a disposiciones a t e n t a t o r i a s a la l i b e r t a d d e la Iglesia. S a n F l a v i a n o , o b l i g a d o p o r su cargo o f i c i a l a o b s e r v a r la m á s estricta p r u d e n c i a , e s p e r a b a o c a s i ó n f a v o r a b l e para intervenir, la cual n o t a r d ó e n presentarse. Por a q u e l l o s días se h a l l a b a d e p a s o e n C o n s t a n t i n o p l a E u s e b i o , «le D o r i l e a , h o y Eski-Cheir, en Asia M e n o r , el m i s m o q u e siendo

obispo todavía

un s i m p l e seglar, h a b í a d e s e n m a s c a r a d o la h e r e j í a d e l patriarca N e s t o r i o

y

c o n s e g u i d o q u e f u e r a d e p u e s t o d e su silla. E s t e p r e l a d o , m u y instruido

y

celoso d e f e n s o r d e t o d o l o referente a la f e , estaba u n i d o p o r antigua a m i s t a d con

el a r c h i m a n d r i t a

Eutiques.

En

correspondencia

a

ese a f e c t o le

hacía

frecuentes visitas, y n o t a r d ó e n o b s e r v a r c o n d o l o r q u e las o p i n i o n e s d e su a m i g o d i s c r e p a b a n c a d a día m á s d e la v e r d a d c a t ó l i c a . S o p r e t e x t o d e r e f u t a r m e j o r la h e r e j í a d e N e s t o r i o , c a y ó E u t i q u e s en otra n o m e n o s o p u e s t a a la fe q u e la p r e c e d e n t e . E l o b i s p o d e Dorilea se l o a d v i r t i ó c o n c a r i d a d , esper a n d o reintegrarle p r o n t o a la s e n d a de la v e r d a d e r a d o c t r i n a , para lo cual m e n u d e ó las visitas q u e v e n í a h a c i é n d o l e . P e r o , ; a y ! , m u y p r o n t o

advirtió

q u e el m a l era m á s p r o f u n d o d e l o q u e p e n s a b a ; p o r q u e E u t i q u e s

defendía

c o n o b s t i n a c i ó n sus erróneas o p i n i o n e s y n o c e d í a a n t e ninguna

considera-

c i ó n ; a d e m á s , n o f a l t a b a n e n los monasterios d e la c a p i t a l a m i g o s o

adula-

dores q u e c e l o s a m e n t e las p r o p a g a b a n entre los d e m á s religiosos. H a b í a Ileí'ado, p u e s , el m o m e n t o d e c a m b i a r d e t á c t i c a . C o n v e n c i d o d e q u e la a m i s t a d n a d a conseguía c o n t r a s e m e j a n t e d a d , el o b i s p o d e D o r i l e a o r d e n ó c o n f e r e n c i a s p ú b l i c a s , sencia

d e tres o b i s p o s q u e sirvieran

recabando

terquela p r e -

de testigos en sus discusiones c o n

el

v i e j o archimandrita. T o d o resultó inútil. Eutiques n o a b a n d o n ó su sistema teológico. N o q u e d ó a Eusebio más recurso que romper c o n él e informar al Superior jerárquico del m o n j e obstinado. L a conciencia de éste era de las que n o retroceden ni ante los respetos de una sostenida y p r o b a d a amistad, ni ante ninguna consideración h u m a n a .

EL CONCILIO DE CONSTANTINOPLA CONTRA EUTIQUES N n o v i e m b r e del año 448 debía celebrarse un concilio en Constantinopla al que asistirían una veintena de obispos, con o b j e t o de dictaminar acerca de unas cuestiones litigiosas d e escasa importancia. C u a n d o terminaron de examinar los asuntos señalados, presentó Eusebio querella oficial contra el archimandrita y leyó una extensa memoria jurídica contra Eutiques, quejándose de haber sido acusado por él de nestorianismo y declarando con valentía que Eutiques ostentaba indebidamente el n o m b r e de católico, pues y a n o profesaba la doctrina tradicional. C o m o esta cuestión no constaba en la orden del día y temiera excitar la cólera siempre temible de la corte imperial, San F l a v i a n o hubiera preferido más lentitud en el proceso, ignorante c o m o estaba, además, d e que el acusador había recurrido a todos los medios r e c o m e n d a d o s p o r el D i v i n o Maestro para v e n c e r la obstinación d e los e x t r a v i a d o s . A n t e el relato minucioso de las reiteradas tentativas y probaturas d e Eusebio y ante el requerimiento dirigido p o r el m i s m o al Concilio para hacer c o m p a r e c e r a Eutiques ante él, h u b o d e ordenarlo. E n consecuencia se pasó una invitación al archimandrita emplazándole a presentarse a los cuatro días ante los Padres del Concilio.

E

Se celebraron algunas sesiones y E u t i q u e s n o c o m p a r e c i ó . E l astuto m o n j e alegaba t o d a clase d e pretextos que según él n o le permitían salir del c o n v e n t o : el v o t o d e reclusión perpetua q u e le obligaba a q u e d a r c o n f i n a d o en casa; su e d a d a v a n z a d a ; una fiebre violenta que día y n o c h e le impedía conciliar el sueño, e t c . , e t c . P o r f i n , transcurridos catorce días en visitas, discusiones y negativas absolutas o condicionales y ante la f i r m e v o l u n t a d del Concilio de excluirle d e la c o m u n i ó n de la Iglesia si n o se presentaba, el acusado decidióse a comparecer. P e r o n o iba s o l o . A I hacer su entrada el 22 de n o v i e m b r e d e 448 en la Sala Conciliar, d e j a b a a la puerta multitud d e funcionarios, soldados, m o n jes y siervos del p r e f e c t o del pretorio, gente t o d a ella adicta q u e se prestó a f o r m a r su escolta; a d e m á s , un alto f u n c i o n a r i o de la c o r t e tenía encargo, por orden del e m p e r a d o r , d e asistir a los debates. Esa ostentación d e fuerzas en f a v o r del acusado indicaba claramente q u é alto dignatario se ocultaba tras la persona d e E u t i q u e s y le guardaba las espaldas, y c u á n difícil era en Bizancio terminar d e una v e z las controversias dogmáticas, en una época

E

L poder civil manda a los soldados que prendan al obispo Flaviano.

Resuelto

y sereno busca defensa en el atar,

•a fuerza le cogen y a empellones v como

por milagro puede

a

le sacan de la iglesia. Mal herido

escapar ¿le los energúmenos

de la muerte...

piro

San

por aquel día.

y

librarse

en que el p o d e r civil i n v a d í a c o n s t a n t e m e n t e la esfera d e los asuntos eclesiásticos. A pesar d e las censuras y d e las instancias q u e se h i c i e r o n a E u t i q u e s , el Concilio n o l o g r ó d e él una c o n f e s i ó n d e f e o r t o d o x a , ni m e n o s hacerle retractar de las p r o p o s i c i o n e s heréticas q u e se le atribuían. Si en u n a frase r e c h a z a b a las palabras sospechosas, c u i d a b a en otra f o r m a , y

d e recordarlas en la

t a n t o las a m e n a z a s c o m o las instancias m á s

t o d o se estrellaba c o n t r a la pertinacia d e q u e l v i e j o e m p e d e r n i d o . d e n t e de la a s a m b l e a , S a n F l a v i a n o , t u v o p a r a c o n él u n a

siguiente

afectuosas, E l presi-

condescendencia

a d m i r a b l e , n o p e r d o n a n d o m e d i o a l g u n o p a r a decidirle a la retractación

o

a declaraciones q u e e v i t a r a n el e x t r e m a r las cosas, p e r o t o d o f u é en v a n o . T a m p o c o logró el Concilio q u e a c e p t a s e el s í m b o l o d e la f e p r o p u e s t o

por

su o b i s p o , s í m b o l o q u e c o m p e n d i a b a a d m i r a b l e m e n t e la d o c t r i n a d e la Iglesia sobre los p u n t o s d i s c u t i d o s . E u t i q u e s n o c o m p a r t í a estas ideas, p o r l o q u e se n e g ó , tras varias horas de ruegos, a c o n f e s a r la d o c t r i n a de f e q u e lós o b i s p o s , sus Superiores legít i m o s , le exigían. Q u e d ó , p u e s , p o r o r d e n d e San F l a v i a n o « p r i v a d o d e toda jerarquía sacerdotal, e x c l u i d o d e la c o m u n i ó n d e la Iglesia y

depuesto

del

g o b i e r n o d e su m o n a s t e r i o » . L a e x c o m u n i ó n alcanzaría t a m b i é n c o n la m i s m a extensión

a

cuantos,

enterados

de

su

estado,

le h a b l a s e n

y

tratasen

en

adelante. P a r e c í a q u e c o n esa sentencia

de excomunión

t o d o i b a a v o l v e r a su

curso n o r m a l . E n realidad s u c e d i ó t o d o l o c o n t r a r i o , pues c o m e n z ó para la Iglesia u n a era d e p e r t u r b a c i ó n q u e d u r ó m á s d e cien a ñ o s , y para el p i a d o s o o b i s p o , q u e h a b í a d e f e n d i d o c o n t a n t o a r d o r la f e a m e n a z a d a , una serie d e tribulaciones q u e h a b í a n d e a c a b a r p r e s t o c o n su v i d a .

CONJURA CONTRA SAN FLAVIANO A

L

sesión h a b í a t e r m i n a d o , c u a n d o E u t i q u e s a n u n c i ó al

representante

d e l e m p e r a d o r , q u i e n a su v e z i n f o r m ó a F l a v i a n o , q u e a p e l a b a la sentencia a los Concilios d e R o m a , A l e j a n d r í a , Jerusalén y

de

Tesaló-

n i c a . S a n F l a v i a n o n o c o n s i d e r ó esa diligencia c o m o u n recurso f o r m a l

y

s o b r e t o d o n o c r e y ó q u e tal a p e l a c i ó n suspendiera los e f e c t o s d e la sentencia r e c a í d a s o b r e el a r c h i m a n d r i t a , p o r l o c u a l se i n t i m ó a los Superiores d e los m o n a s t e r i o s p a r a q u e aceptasen la c o n d e n a c i ó n d e E u t i q u e s . E l requerim i e n t o f u é a c o g i d o c o n b a s t a n t e b e n e v o l e n c i a ; sin e m b a r g o , en su

monas-

t e r i o f u é E u t i q u e s a p o y a d o e n é r g i c a m e n t e p o r sus religiosos, y p r o t e s t ó p o r m e d i o d e carteles c o n t r a su e x c o m u n i ó n . inactivo, y , de acuerdo con

su

a h i j a d o el c h a m b e l á n Crisafio, p e r s u a d i ó al e m p e r a d o r d e la n e c e s i d a d

Nuestro herético m o n j e no permaneció

de

mi n u e v o Concilio e c u m é n i c o q u e revisara el p r o c e s o . Se d e t e r m i n ó q u e l o presidiría el Patriarca d e A l e j a n d r í a , que siendo el enemigo n a t o del o b i s p o «Ir Constantinopla n o dejaría de declararse en f a v o r del acusado. Se celebraría 011 É f e s o , en d o n d e y a había sido c o n d e n a d o Nestorio por San Cirilo de Alejandría: y así Eutiques, que se hacía pasar p o r discípulo de San Cirilo, • ililcudria un triunfo análogo sobre el sucesor de Nestorio. Tal era el plan fraguado por los dos cómplices, en el cual a c t u a b a , casi in advertirlo, el excesivamente débil emperador. Este, a instancias de E u liqiics. p r o h i b i ó a numerosos obispos esforzadas e inaccesibles a t o d o s o b o r n o , la asistencia al Concilio, y en c a m b i o , ordenó que obispos débiles y sobre ludo los enemigos de F l a v i a n o concurrieran al m i s m o . T o d o estaba, pues, preparado para dar la victoria al error. Para la reunión de este Concilio e c u m é n i c o ( q u e n o era de absoluta neceiilad) había que contar con la autorización del P a p a . Se hizo a San L e ó n I una pintura tan negra de la situación, que dió su consentimiento, pero c u a n d o llegaron los d o c u m e n t o s sumariales a sus m a n o s , n o le costó al P o n t í f i c e reconocer que el Obispo de Constantinopla había j u z g a d o con rectitud y que la doctrina de Eutiques era inadmisible. Mas, por a m o r a la paz, autorizó la celebración del Concilio de É f e s o , a condición de que la asamblea fuera presidida p o r sus legados, a c u y o efecto r e m i t i ó las o p o r t u n a s letras a p o s t ó licas al e m p e r a d o r , a F l a v i a n o , al Concilio y a los m o n j e s . Dos veces m a n d ó el o b i s p o a San L e ó n m e m o r i a detallada d e l o ocurrido 011 el Concilio d e Constantinopla, pero dichos mensajes, interceptados p o r acontes d e la Corte, n o llegaron a destino, siendo necesario remitir una i creerá relación. Así se explica la extrañeza q u e manifestó el P a p a e n la ' irla dirigida a F l a v i a n o p o r n o haberle tenido al corriente d e los a c o n t e cimientos. E s t a carta p o n t i f i c i a , q u e es hermoso y p r o f u n d o tratado acerca • Id misterio d e la E n c a r n a c i ó n , pasa c o n razón p o r el d o c u m e n t o d o g m á t i c o más i m p o r t a n t e del siglo V . E l I V Concilio d e Calcedonia la c o l o c ó en el m i s m o r a n g o q u e el S í m b o l o d e los Apóstoles, y la Iglesia antigua la distinguió siempre c o n la aureola d e la admiración y respeto. A h o r a b i e n , dicha oarta n o es m á s q u e el desarrollo del pensamiento del m i s m o F l a v i a n o , q u e t u v o q u e precisar a ú n , semanas antes de la apertura del Concilio, e n una profesión d e f e q u e le exigió el gobierno imperial. La tirantez entre la c o r t e y el o b i s p o de Constantinopla era c a d a vez más n o t o r i a . E n una carta dirigida a los d o s funcionarios representantes del soberano en el f u t u r o Concilio, se declara que los obispos que habían j u z g a d o a Eutiques en Constantinopla, podrían asistir a las discusiones, p e r o sin v o t o , porcscncadenóse la décima persecución contra la Iglesia. Los apóstoles de la '•alia Bélgica fueron decapitados y, juzgando humanamente de las cosas, la cristiandad naciente parecía quedar ahogada en su sangre. Muchos cristianos apostataban por temor a los suplicios y otros huían a los campos en donde había menos peligro. De este número fué uno de los ascendientes de l'.lcutcrio, llamado Ireneo. el cual, con un puñado de cristianos fieles se retiró a unas dos leguas de Tournai, en el actual pueblecito de Blandain. En el año 313 cesó la era de los mártires con la conversión de Constantino, y el edicto de Milán devolvió a la Iglesia completa libertad, u [

La cristiandad de la Galia Bélgica principiaba a renacer de entre las ruinas, cuando nuevas tribulaciones vinieron a caer sobre ella. Sucesivamente, vándalos, hunos y francos la recorrieron con sus hordas devastadoras, sembrando por todas partes la desolación. Tournai quedó arruinada por completo, y sus habitantes fueron deportados a Germania. No obstante, la ciudad surgió de nuevo y , pareciendo a los francos muy conforme a su propósito, la declararon capital de su nuevo reino. Transcurrido medio siglo de revueltas, desórdenes y estragos sin cuento, el cristianismo, ahogado al parecer, volvió a germinar y crecer de nuevo como grano sepultado en el surco. San Eleuterio estaba destinado por la Providencia para conseguir este renacimiento.

JUVENTUD DE SAN ELEUTERIO. — CÓMO LLEGA A SER OBISPO A N Eleuterio nació en Tournai, hacia el año 456. Sus padres Serenio y Blanda, nobles cristianos, descendientes del mártir Ireneo y dueños de las tierras de Blandain, habían vuelto a la ciudad de Tournai, pacificada ya y convertida en residencia principal de los francos salios. Childerico, al igual que sus predecesores Clodión y Meroveo, la había embellecido y dotado de hermosos jardines y suntuoso palacio real.

S

Las escuelas públicas volvieron a abrirse y a ellas acudió Eleuterio, niño cabal, «tan agraciado y virtuoso que sus virtudes se transparentaban en su lindo semblante y era encanto y admiración de todos», —como se expresa Gazet en su Historia eclesiástica de los Países Bajos. En el palacio real, donde estudió, luego se encontró con San Medardo, que fué condiscípulo suyo y más tarde su colega en el episcopado. U n día, movido por una especie de inspiración profética, le dijo Medardo: «Hermano mío Eleuterio, te anuncio que serás primero conde franco, y después obispo de esta ciudad». E l talento extraordinario y la piedad del joven estudiante no . eran para contradecir estas predicciones, que el tiempo justificó plenamente. Dedicóse especialmente al estudio de las ciencias eclesiásticas e hizo en ellas tan rápidos progresos y observó una conducta tan irreprensible, que luego pasó por todos los grados de la clerecía y llenó la ciudad con el buen olor de sus virtudes. De corta duración fué la paz relativa de que gozaban los cristianos de Tournai en el. reinado de Childerico. Los francos no podían mirar con buenos ojos a los fieles de una religión que no era la suya; los consideraban, además, como esclavos de. los romanos, a quienes habían jurado extermin". Por eso, luego que Clodoveo hubo derrotado en Soissons, en 435. al general romano Siagrio, y que sus 20.000 sicambros victoriosos se- hubieron

replegado a la Galia Bélgica, comenzó el pillaje y las violencias contra los cristianos. Ante tamaño peligro, la familia de Eleuterio siguió el mismo partido que MIS abuelos tomaron en semejante circunstancia, y se refugió en Biandain. Allí había más seguridad y se podía esperar con tranquilidad y calma el lili de la tempestad. Compacto grupo de amigos siguió a Serenio y a Eleuterio en su éxodo, y la pequeña comunidad cristiana se organizó tan unida y llena de ardor, que resolvió levantar muy pronto en Biandain mismo una iglesia dedicada a San Pedro, príncipe de los Apóstoles. No era ninguna basílica, claro está, sino un modesto edificio, construido probablemente de tapia y madera, como las viviendas más pobres de la época; sin embargo, Ins cristianos celebraban mucho poderse reunir allí para orar. Pronto disminuyó la persecución y sin mucho tardar cesó completamente. I.os cristianos de los alrededores se congregaban en Biandain, y el ejemplo di- su vida trajo nuevas conversiones, aumentando tanto la cristiandad, que Inibo que pensar en nombrar un obispo. Todos pusieron los ojos en Eleuterio, que contaba a lo menos un mártir entre sus antepasados y a quien la capacidad bien notoria y la santidad reconocida, designaban como el más a propósito para la guarda del rebaño en aquellos tiempos de revueltas. N o era sacerdote, sino probablemente íuncionario o c o n d e franco de la comarca de Tournai, lo que le daba más influencia aún, pero su corta edad era un obstáculo para elevarle al episcopado; por este motivo, fué preferido, por el momento, un sacerdote llamado Teodoro. Créese que este obispo sólo ocupó la sede episcopal tres años, ílurió víctima de un rayo y con gran reputación de santidad. La elección de los fieles recayó entonces en Eleuterio. «poderoso en obras y palabras, cuya elocuencia y sólida doctrina habían ganado ya a la fe cristiana gran número de paganos de la diócesis de Tournai». Mientras tanto se había convertido Clodoveo (496), y San Remigio organizaba la jerarquía eclesiástica en la Galia Bélgica; ratificando la elección popular, designó a Eleuterio para la sede de Tournai, enviándole luego a Itoma cerca del papa San Félix II para recibir las bulas de fundación. No se sabe a punto fijo si fué ordenado y consagrado por el Papa, o si lo fué a su vuelta de Roma por San Remigio. Sábese por el testimonio de todos los historiadores que ponía gran cuidado y cifraba el mayor interés en predicar las salvadoras verdades de la religión con tan maravillosos resultados que, después de la conversión de Clodoveo, bautizó en una sola semana el crecido número de once mil personas. Lleno de agradecimiento al Señor por el consuelo que le había deparado en tan augusta ceremonia, y porque las semillas que había sembrado producían tan excelentes frutos, instituyó una fiesta anual para conmemorarlo.

LOS FRANCOS DE TOURNAI, A LOS PIES DE SAN ELEUTERIO A R E C E ser que un suceso singular vino a sacarle de su soledad y a

P

poner a sus pies casi toda la comarca. Y

fué el caso que una joven

pagana,

por nombre Blanda,

cuyo

padre era gobernador de Tournai. era presa de secreta y apasionada simpatía por el joven y virtuoso Eleuterio, desde los t i e r n a s en que éste residía aún en aquella ciudad. Blanda no declaró a nadie su inclinación, pero la dejó crecer en su corazón. U n día, sin embargo, olvidada de la reserva que su sexo le imponía, se fué a Blandain decidida a declarar su pasión al mismo Eleuterio.

Hallábase

éste rezando

en su

oratorio,

cuando

llegó

la

joven.

Advertido por el espíritu de Dios del peligro que le amenazaba, el obispo se levantó indignado: —¡Desgraciada! — e x c l a m ó — . ¿ N o sabes que Satanás osó tentar al Señor y que Éste le respondió: «Retírate, Satanás; no tentarás al Señor tu Dios»? A ejemplo de m i Salvador, y en nombre de la Santísima Trinidad, te mando que te retires y no vuelvas a comparecer más en este lugar. Sea por la impresión que experimentó, sea por castigo del cielo, la desventurada muchacha cayó como herida por el rayo al llegar a Tournai expiró en el acto. Enterado de ello Eleuterio, se le enterneció el alma compasión y , preocupado únicamente de la salvación de las almas,

y de

mandó

llamar a Censorino, inconsolable por tan irreparable pérdida, y le prometió, en nombre del cielo, devolver la vida a su hija, si pedía el bautismo con toda su familia. Conviene recordar que —según nos dice la historia— los bárbaros estaban como anonadados ante la majestad de los obispos, a los cuales miraban como semidioses y árbitros del cielo. N o dudó, pues, Censorino del poder sobrenatural de Eleuterio; solamente le pidió algún tiempo para reflexionar, consultarlo con la familia y con los compañeros de armas antes de darle su respuesta sobre lo que determinasen. E l obispo ayunó y oró varios días. E l tribuno y su familia prometieron convertirse,

pero su deseo no era sincero; por eso aconteció

que

cuando

Eleuterio, confiando en el poder divino, intentó el milagro, no obtuvo resultado. Así conoció el obispo que el corazón de los paganos no se había mudado. Dos

días

después,

el tribuno Censorino,

sinceramente

arrepentido,

fué

a

echarse a los pies de Eleuterio y le confesó su hipocresía. D o nuevo suplicó Eleuterio al Dios omnipotente que realizase el milagro, uiiiudo luego mián hizo cuanto estuvo

de su parte para sostener a Alejandro

II

—elegido según se ha dicho más arriba— por las gestiones de Hildelirando, contra el cual simoníacos y escandalosos presentaban al obispo de l'arma, Cadalo, que tomó el nombre de Honorio II. A este intruso escribió ilos cartas muy enérgicas el obispo de Ostia, reprendiéndole por su ambición, y amenazándole con inmediatos castigos de la venganza divina: «Estoy cierto de que no me engaño, antes de un año moriréis.» Impertérrito, Cadalo marchó sobre Roma al frente de un ejército. grimas —escribía Pedro D a m i á n — ;

«No

puedo reprimir las lá-

siento mi corazón traspasado de dolor

por las calamidades de la Iglesia. Roguemos por esos furiosos para que se conviertan.»

'

Dios acogió favorablemente la oración del santo cardenal. E n una asamblea de obispos que se celebró en Augsburgo en octubre de 1062, fué depuesto Cadalo. L a extensa y

notable memoria

que en esta

circunstancia

compuso el obispo de Ostia, contribuyó a minar la ambición del antipapa más que todos los argumentos.

D e este modo se cumplía la profecía de

Pedro Damián, pues como él mismo dice, si Cadalo no murió realmente, su poder y su honor, por lo menos, quedaron muy debilitados, o, por mejor decir, muertos. A instancia del cardenal obispo de Ostia, congregóse nuevo Concilio en Mantua el 31 de mayo de 1064, en el que se confirmó la destitución

de

< lúdalo. E n medio de estas luchas y

triunfos, Pedro Damián suspiraba por la

soledad y la tranquilidad de Fontavellana. Pero en vano alegaba su mucha edad y sus achaques; sobradamente comprendía el Papa la utilidad de su presencia, para que condescendiese con su deseo; sólo le permitió que tomara algún

descanso.

Desde entonces,

en vez

de firmar los

documentos

pontificios con su título de cardenal obispo, prefería hacerlo con el de «Pedro pecador».

DIVERSAS LEGACIONES A B I E N D O intentado Drogón, obispo de Macón, anular en 1063 privilegios y exenciones de la abadía de Cluny y someterla a propia jurisdicción, no obstante depender entonces directamente la Santa Sede, fracasó ruidosamente al emplear la fuerza; pero terco en propósito, puso en entredicho a la abadía y excomulgó a los monjes.

H

los su de su

Enterado Alejandro II de todo por San Hugo, abad de Cluny, designó como legado a Pedro Damián, que se había ofrecido para ir a informarse directamente. En una carta del Papa a varios obispos de Francia, leemos estas palabras: «Os enviamos al que después de Nos tiene la más alta autoridad en la Iglesia romana, a Pedro Damián, obispo de Ostia, que es como Nuestro ojo y el más fuerte sostén de la Sede apostólica.» Por la acertada gestión del legado se congregó un sínodo en Chalón del Saona, el cual reconoció la autenticidad de los títulos presentados, por la abadía en defensa de sus privilegios, teniendo además Drogón que someterse a un ayuno de pan y agua durante una semana, después de la cual obispo y abad vivieron en buenas relaciones. Movido a compasión Alejandro II por los escrúpulos y achaques de su consejero, otorgóle, si bien a pesar suyo, el descanso deseado, rogándole, no obstante, que le escribiera con frecuencia. Pedro Damián, una vez retirado a Fontavellana, acrecentó sus penitencias pasadas e hizo más rigurosos ayunos, llevando además hasta su muerte, ceñido al cuerpo, un cinturón de hierro guarnecido de puntas; su cama fué una estera de juncos que ponía en el duro suelo. A pesar de esta rigurosa austeridad, siempre conservaba su buen humor y jovialidad, eomo lo demuestran sus relaciones íntimas con Alejandro II e Hildebrando. U n día que regalaron a éste un pescado, mandó la mitad al santo cardenal, el cual le contestó con este dístico: — Y a no m e maravilla que Pedro se vea reducido a semejante pobreza, c u a n d o los ríos n o producen más que medios pescados. Otra vez — d i c e el m i s m o P e d r o D a m i á n — emprendió el Papa un negocio escabroso sin contar c o n m i g o , y acudió a m i intervención para llevarle a buen fin. D e m o d o que habían e m p e z a d o el Gloria Patri y me llamaron para contestar Sicut erat. T o d a v í a a p r o v e c h ó el Papa en diversas ocasiones de los servicios de nuestro Santo. E n la dieta que t u v o lugar en Worms en junio de 1069. Enrique IV, que a la sazón contaba diecinueve años, había anunciado su resolución de repudiar a la j o v e n reina Berta, con la que había contraído m a t r i m o n i o en T í v o l i el 13 de julio de 1066. Informado el Papa, apeló nuevamente al celo de Pedro Damián. Éste, en un Concilio celebrado en

Francfort, condenó el vergonzoso proyecto del príncipe alemán y declaró i|iie, si Enrique no se sometía a las leyes de la moral cristiana, sería excomulgado y el Papa se negaría a coronarle. «Procuraré —dijo Enrique, más despechado que convencido— hacerme violencia y llevar lo mejor que pueda un yugo de que no puedo librarme.» Ambos esposos se reconciliaron, al parecer, sinceramente. La postrera misión de Pedro Damián fué la de llevar a los pies de la Santa Sede su amada ciudad de Ravena, de la cual se había separado por culpa de su primer pastor, que participaba del cisma de Cadalo.

MUERTE DEL SANTO» — PÚBLICA VENERACIÓN su regreso de Ravena, acometióle la fiebre en el actual monasterio de Santa María Vecchia, en Faenza. El mal fué empeorando durante una semana, y en la noche anterior a la fiesta de la Cátedra de San Pedro — 2 2 de febrero de 1072—, sintiendo el enfermo que su último fin se acercaba, ordenó a los monjes que rezaran inmediatamente el oficio del día siguiente por entero, pues «deseaba celebrar —según decía— el oficio del Príncipe de los Apóstoles como si hubiese estado en Fontavellana». Poco después de terminar los Laudes, «le vimos —dice su biógrafo Juan de Lodi— recogerse en profunda meditación que parecía un éxtasis, y su alma, desatándose suavemente de los lazos del cuerpo, dejó de vivir en la tierra». Varias poblaciones se disputaron la honra de poseer los restos mortales del santo varón; pero Faenza no quiso nunca desprenderse de su precioso tesoro. No existe ningún documento oficial concerniente a la canonización de San Pedro Damián, pero la voz popular, desde el día siguiente de su muerte, le veneró como a santo. Los monjes c o n t e m p o r á n e o s suyos, c o n quienes (anto se había relacionado, y en particular los de M o n t e Casino y de Cluny, comenzaron a darle culto poco después de su glorioso tránsito. R a v e n a , su patria, siguió su ejemplo, y con ellas las diócesis sufragáneas. L o s calendarios más antiguos de Faenza, mencionan su n o m b r e el 23 de febrero y muchas otras ciudades italianas admitieron igualmente su fiesta. P o r eso los decretos del 27 de septiembre y 1.° de octubre de 1828 del papa L e ó n X I I . extendiendo a la Iglesia universal, con el título de D o c t o r y rito de doble, el oficio y la misa de San Pedro D a m i á n , no han hecho más que sancionar mi culto ya existente desde tiempo inmemorial.

SANTORAL Santos Pedro Damián, cardenal, confesor y doctor; Félix, obispo de Brescia; Florencio de Sevilla y Lázaro, confesores; Sereno, hortelano de Sirmio, mártir, en la persecución de Diocleciano; Boisil, abad; Policarpo, presbítero, amigo de San Sebastián; Ebertramno, abad; Ordoño, de León, confesor; Milón, obispo; setenta y dos mártires en Siimio (Austria; Meraldo, abad; Veterano, confesor; Celso, obispo de Tréveris; Geroncio, Carpóforo y Eros, mártires. Santas Marta de Astorga, virgen y mártir; Milburga, abadesa; Romana, virgen, en Todi; Librada, virgen y mártir en Agen, y Concordia, mártir en Roma. SAN LÁZARO, EL PINTOR, monje. — La vida de este Santo nos enseña que cada mal tiene su remedio. Los iconoclastas habían declarado la guerra más despiadada a toda clase de imágenes religiosas para acabar con la santa Religión de Cristo. Pero Dios hizo que los religiosos tuvieran el buen pensamiento de sustituir las imágenes por cuadros, y así lo hicieron, en efecto, llenando los conventos de dichas pinturas. Uno de los que más sfc distinguieron por su arte pictórico era Lázaro, que fué objeto de una persecución particular. Se negó a secundar la orden del emperador Teófilo, que ordenaba la entrega de todos los cuadros. Por lo cual Lázaro fué azotado cruelmente, se le aplicaron barras de hierro candentes en las palmas de las manos, consumiéndole toda la carne hasta llegar a los huesos, sin que le produjeran la muerte. Debido a la ayuda de la virtuosa emperatriz Teodora aun pudo Lázaro pintar nuevas obras de mucho valor. Cuando iba de embajador ante el Pontífice, murió en camino, según parece, hacia el año 867. SAN ORDOÑO, confesor. — Pertenecía a una de las ilustres familias de León y se distinguió muy pronto por su ciencia y su virtud, particularmente desde que vistió el santo hábito de la Orden benedictina. Su elocuencia era muy grande, pero su fervor y unción en los sermones eran la causa de las muchas conversiones que obraba. Fué acompañando a Fernando I, rey de León y Castilla, en sus conquistas, y así extendía el reino de Cristo al compás en que se iba dilatando el reino cristiano a expensas de los infieles. Su alma voló a tomar posesión del reino de los cielos el día 23 de febrero del año 1065. SANTA MARTA, virgen y mártir. •— Celebra, hoy la fiesta de esta Santa la Iglesia de Astorga. En su oficio del día se lee que, en tiempo de la persecución de Decio (249-251), Marta fué apresada por el procónsul Paterno, el cual quiso persuadirla a que adorase a los ídolos; mas ella se mantuvo firme en la fe de Cristo. Entonces, el procónsul mandó ponerla en el ecúleo y que la hiriesen con bastones nudosos; más tarde fué llevada a la cárcel. Renunció Marta a cuantas promesas y halagos le ofrecía Paterno; éste, al ver la inutilidad de sus esfuerzos, mandó que la degollasen y echaran su cuerpo en un lugar inmundo, de donde la sacó una noble matrona, dándole después cristiana sepultura.

Instrumentos de tormento y de martirio del santo Apóstol

SAN DÍA

Palma gloriosa

MATIAS

Apóstol

24

DE

(siglo

I)

FEBRERO

A N Matías, uno de los discípulos más fieles de Nuestro Señor, siguió muy pronto al divino Maestro y fué testigo de toda su vida pública, desde su bautismo en el Jordán hasta su Ascensión en el monte Olívete. Si Jesús no le contó en el número de sus Apóstoles durante su vida mortal, le destinaba, sin embargo, para sustituir al traidor Judas; y en vista de este destino, ¡cuántas veces el Señor debió fijar sus miradas llenas de ternura en aquel miembro del Colegio Apostólico y mensajero de la buena nueva!

S

No sin motivo el Salvador fijó en doce el número de sus Apóstoles. Este número estaba ya simbolizado por los doce patriarcas, padres de las doce tribus; por los doce príncipes que llevaban el Arca del Testamento, por los doce leones del trono de Salomón, etc. El número doce es número sagrado en la historia del pueblo de Dios. Posteriormente, San Juan, contemplando la Jerusalén celestial, en sus sublimes visiones de Patmos, nos dirá que tiene doce puertas guardadas cada una por un ángel, y doce fundamentos sobre los cuales «están escritos los nombres de los doce Apóstoles» (Apocalipsis.

cap. X X I , 12-14). San Pablo había llamado ya a los Apóstoles los «fundamentos» de la Iglesia de Cristo. Este número simbólico se deshizo por la prevaricación del traidor. Los once que quedaban se preocuparon pronto de complementar la vacante. Eligieron un duodécimo apóstol: San Matías. De su vida, tan sólo conocemos con certeza plena su elección, referida por los Hechos de los Apóstoles. Fijemos, pues, la atención, en primer lugar, en esta página de nuestros Libros Santos. Cuando Jesucristo subió a los cielos viéronse los Apóstoles desamparados, «en este valle, hondo, oscuro». Con su vista le habían seguido y no podían apartar los ojos de la «nube envidiosa» que les robó su tesoro. Fué necesario que dos ángeles vinieran a decirles, como para sacarles de su arrobamiento: «Varones de Galilea, ¿qué hacéis aquí mirando al cielo?» A ellos correspondía ahora completar la obra del Salvador. En efecto, apenas estaba esbozada, y aun, humanamente hablando, se hubiera podido decir que el Hijo de Dios, subiendo al cielo, renunciaba al coronamiento de su gran empresa. Pero los designios de Dios no son los nuestros. Por medio de los Apóstoles, Jesús quería establecer la Iglesia. A l privarlos de su presencia visible, les había dicho: «Permaneced aquí, en la ciudad, hasta que seáis revestidos de la fortaleza de l o alto.» (Luc. X X I V , 4 9 ) . «Recibiréis la virtud del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y me seréis testigos en Jerusalén y en toda la Judea y Samaría y hasta las extremidades de la tierra» (Hechos, I, 8 ) . Jesús se había limitado a echar los cimientos del reino de los cielos y encargaba a los Apóstoles su constitución y organización. Conviene saber, además, que ninguno de ellos tenía el valor y arrestos suficientes para tal empresa e incluso parecían carecer aún de una idea clara de la obra que les estaba e n c o m e n d a d a . V e r d a d es que tenían a la Santísima Virgen c o m o consejera valiosa, mas en ello no tenía parte oficial. N o es ella la cabeza, sino P e d r o ; son los Apóstoles los que deben enseñar y gobernar. Sin el Espíritu Santo, ¿ q u é podrían? Este d i v i n o Espíritu los transformará. « L o que el alma es al cuerpo del h o m b r e , dice San Agustín, es el Espíritu Santo al cuerpo de Cristo que es la Iglesia» (Sermón C C L X V I I ) . E n la venida del Espíritu Santo, la Iglesia nacerá y vivirá c o m o vivió el cuerpo de A d á n al recibir el soplo de la boca de Dios. Apenas descendieron del m o n t e Olívete, en d o n d e el divino Salvador los había d e j a d o , subieron los Apóstoles al Cenáculo para conformarse con sus instrucciones. Allí estaban Pedro y Juan, Santiago y Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé y Mateo, Santiago, hijo de Alfeo, Simón el Celoso y Judas, hermano de Santiago. Estaban allí c o n !a Madre de Jesús y numerosos discípulos. Señalemos principalmente la presencia de María en este n u e v o Belén, en esta nueva

cuna en donde va a nacer la Iglesia. Como María había estado antes junto a la cuna del Salvador, convenía estuviera también hoy, cábe la cuna de la Esposa de Cristo. Perseveraban todos juntos en la oración con las mujeres, y con María, Madre de Jesús y con sus hermanos, es decir, con sus primos, según el modo de hablar de los judíos en aquella época. Los tres Apóstoles nombrados anteriormente en último término eran de éstos. Su oración llamaba con fervor al Espíritu que el Hijo de Dios les había prometido. Mas antes de enviarles el divino Paracleto, queriendo Jesús que el Colegio Apostólico estuviese completo, inspiró a San Pedro que procediese a elegir el duodécimo Apóstol. Y esta elección se hizo mientras esperaban el día de Pentecostés.

ELECCIÓN DE SAN MATIAS SÍ la refieren los Hechos de los Apóstoles (I, 15-26): «Por aquellos días, levantándose Pedro en medio de los hermanos (cuya junta era como de unas ciento veinte personas), les dijo: —Varones hermanos, es necesario que se cumpla lo que tiene profetizado el Espíritu Santo por boca de David acerca de Judas, que se hizo adalid de los que prendieron a Jesús (--•)- Así es que está escrito en el libro de los Salmos: «Quede su morada desierta, ni haya quien habite en ella; y ocupe otro su lugar en el episcopado» 0). Es necesario, pues, que de

A

estos varones que han estado en nuestra compañía todo el tiempo que Jesús Señor nuestro conversó entre nosotros, empezando desde el bautismo de Juan, hasta el día en que, apartándose de nosotros, se subió al cielo, se elija uno que sea, como nosotros, testigo de su Resurrección. »Con eso propusieron a dos: a José, llamado Barsabas, por sobrenombre el Justo, y a Matías. Y haciendo oración, dijeron: » ¡ O h Señor!, T ú que conoces los corazones de todos, muéstranos cuál de estos dos has destinado a ocupar el puesto de este ministerio y apostolado, del cual cayó Judas por su prevaricación, para irse a su lugar. » Y echando suertes, cayó la suerte a Matías, con lo que fué agregado a los once Apóstoles.» Los dos candidatos propuestos por la asamblea, eran juzgados con iguales méritos a los ojos de todos. Esto fué sin duda el motivo por el que en la perplejidad de la elección Pedro recurrió al nombramiento por la suerte.

(1) San Pedro toma esta cita de dos Salmos haciendo un solo texto. La primera parte, que desea la extinción de la raza del traidor, es del Salmo L X V I I I , 26. La segunda, que habla de sil sustitución, es del Salmo C V I I I , 8. La partícula y que une los dos textos, significa, pues: «Está aán escrito: que su obispado se confíe a olro.»

Otro motivo debió aún decidirle a emplear ese procedimiento: el deseo de hacer intervenir directamente a Nuestro Señor en un asunto de tal importancia, como lo prueba la fervorosa plegaria que hizo rezar por todos. Jesús, en efecto, había escogido a los Doce; era, pues, conveniente que el sustituto del infiel y traidor fuese también designado por Él. Así, el Colegio de los Doce sería siempre el resultado de la elección divina. Procedióse a la elección en la forma acostumbrada entre los judíos, o sea depositando en una caja o un vaso cubierto con su tapa, las cédulas de los que debían ser elegidos, y la mano invisible de Dios condujo la suerte de modo que cayó sobre Matías, y agregado a los otros once Apóstoles, completó el número de doce.

PENTECOSTÉS ATÍAS era ya miembro del Colegio Apostólico cuando diez días después de la Ascensión, la mañana de Pentecostés y a la hora de tercia (las nueve de la mañana, según nuestra manera de contar el tiempo), descendió el Espíritu Santo acompañado de extraordinarios prodigios que llenaron de estupor a los habitantes de Jerusalén y a la inmensa muchedumbre de peregrinos que de Palestina y naciones vecinas, habían acudido para celebrar en el Templo la Pascua de Pentecostés, una de las mayores fiestas del año. Se conmemoraba ese día, entre los judíos, la promulgación de la ley en el Sinaí, y se ofrecían en el Templo las primicias de la cosecha. Esas antiguas ceremonias prefiguraban el nuevo orden de cosas. En lo sucesivo la ley de gracia sustituirá a la antigua ley de temor, y las primicias de la predicación evangélica reemplazarán a las primicias de los frutos de la tierra. Un ruido tan repentino como violento, que rememoraba los truenos del Sinaí, retumbó como silbido de huracán. Lenguas de fuego aparecieron sobre la cabeza de los Apóstoles, símbolo de su misión docente y del fervor con que debían inflamar el universo: «y se renovará la faz de la tierra.» « Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en diversas lenguas las palabras que el Espíritu Santo ponía en su boca» (Hechos, II, 4 ) .

M

Residían entonces en Jerusalén, judíos venidos de todas las naciones, y estaban atónitos y se maravillaban, diciendo: «¿Por ventura éstos que hablan no son todos Galileos rudos e ignorantes? ¿Pues cómo es que los oímos cada uno de nosotros hablar nuestra lengua nativa? Partos, medos y elamitas, los moradores de Mesopotamia, de Judea y de Capadocia, del Ponto y del Asia, los de Frigia, de Panfilia y de Egipto, los de la Libia, confinante con Cirene, y los que han venido de Roma, tanto judíos como prosélitos, los cretenses y los árabes: los oímos hablar en nuestras propias lenguas las maravillas de Dios» (Hechos, II, 7-11).

LUMBRADOS y movidos

A

de Dios,

los Apóstoles

a San Matías para sustituir al desventurado

proclaman

Judas, y le in-

visten de la dignidad apostólica. Recibido el Espíritu Santo y abra-

sado de amor de Dios, comienza su vida de apostolado con celo abrasador y con gran fervor de espíritu.

Este prodigio los pasmaba. Dios quería dar a entender con ello que habían llegado los tiempos de restablecer la unidad

de las naciones

dispersadas

desde Babel.

también que en lo sucesivo cualquier lengua podría servir para

Mostraba propagar

la doctrina de la fe; así lo hace notar San Agustín: «Si hay lenguas — d i c e — que la Iglesia aun no habla, las hablará, pues se desarrollará hasta se apodere de todas las lenguas del universo» (Super

Ps.

CXLVII,

que

19).

E n este primer día, tomando San Pedro la palabra en nombre de todos los Apóstoles, se dirigió a la multitud; estuvo tan persuasivo y conmovedor, que tres mil personas se convirtieron en aquel mismo momento y pidieron el bautismo. Comenzó San Matías,

luego que fué hecho Apóstol,

a desempeñar su

misión y a predicar a los pueblos el misterio escondido e inefable de la cruz con gran santidad

de vida,

fervor de espíritu y

celestial

doctrina;

porque además de la que, siendo mozo había aprendido, el mismo Espíritu Santo era su maestro y su doctor, y el que le alumbraba el entendimiento con su luz, le abrasaba el afecto con su ardor, y le daba lengua de fuego divino, para encender los corazones de los que le oían.

DISPERSIÓN DE LOS APÓSTOLES OS Doce no debían permanecer juntos. Nuestro Señor les había man-

L

dado ir a predicar a todas las naciones de la tierra. Evidentemente empezaron por Jerusalén y Palestina, hasta que Uegó la hora de se-

pararse para ir a sus respectivas misiones. Primero tuvieron que concertarse para fijar las pautas de su enseñanza,

naciendo de ahí la tradición que les hace componer juntos el Credo conocido con el nombre de «Símbolo de los Apóstoles», el cual, si no es una fórmula redactada por ellos, es sí el sumario de su predicación. ¿Se repartieron

después

las naciones

que debían evangelizár?

Puédese

creer, mas la historia nada de positivo nos dice sobre ello. Obligados estamos a investigar sobre algunas alusiones escapadas a los escritores eclesiásticos primitivos, para determinar en qué regiones diferentes ejercieron los apóstoles su celo. D e algunos de ellos, en particular de San Matías, sábese tan poco,

que la Iglesia no ha encontrado materiales para redactar una

lectura para el Breviario. Mas nos tendríamos por muy felices si poseyéramos algunos pormenores acerca de su apostolado, pero para la mayoría de ellos nos hemos de contentar con vagas probabilidades. Créese que su salida definitiva de Jerusalén fué el año 42, en la persecusión de Herodes Agripa, durante la cual Santiago el Mayor fué decapita-

do y San Pedro encarcelado. Éste se libró entonces del martirio gracias a la milagrosa intervención del ángel. . S a b e m o s de manera cierta que el Príncipe de los Apóstoles fué primero a A n t i o q u í a , que evangelizó varias provincias del Asia Menor, y luego a R o m a , d o n d e f i j ó su residencia y f u é c r u c i f i c a d o . Sabemos igualmente que Santiago el Menor se q u e d ó en Jerusalén y que, veinte años después, el año 62, los judíos le arrojaron de lo alto de los pórticos del T e m p l o y lo lapidaron. P o r lo que concierne a los otros diez Apóstoles, apenas si sabemos nada fijo y d e t e r m i n a d o . Sin e m b a r g o , si h a y quien sea merecedor de una amplia biografía, nadie tanto c o m o estos heraldos de la b u e n a n u e v a . Mas, después te t o d o , ¿ q u é importan los pormenores? Su v i d a sublime se sintetiza en estas palabras que la liturgia canta en honor s u y o : « H e aquí los campeones y amigos de Dios, que sin prestar h o m e n a j e a los m a n d a t o s de los príncipes han merecido eternas recompensas. Éstos son los que durante su vida fecundaron a la Iglesia con su sangre. ±ian Debido el cáliz del Señor. Su v o z resonó en todos los confines de la tierra, y la Iglesia ha sido iluminada con su doctrina c o m o la L u n a por el Sol» (Oficio de

los Apóstoles). Estas magníficas alabanzas se aplican indistintamente a todos los m i e m bros del Colegio A p o s t ó l i c o .

MISIÓN DE SAN MATÍAS U É viajes hizo el apóstol San Matías? ¿Qué países evangelizó? Su relato no se ha escrito o, a lo menos, no ha llegado a nuestras manos. E l historiador Nicéforo dice que San Matías predicó la buena nueva en Etiopía y allí padeció el martirio. Clemente Alejandrino refiere algunas particularidades de la predicación del santo apóstol: «Insistía sobremanera —dice— en la necesidad de mortificar la carne, refrenar las pasiones y sus concupiscencias, acrecentar la fe y el conocimiento de las cosas de Dios.» Añadía que esta mortificación exterior, aunque tan necesaria, no basta si no está acompañada de fe viva, de esperanza que avasalle toda duda y de caridad ardiente. Enseñaba que nadie, cualquiera que fuera su edad o condición, estaba dispensado de esta ley y que no había otra teología moral. Reconozcamos que estas enseñanzas nada tienen de muy particular, pudiendo afirmar que todos los Apóstoles predicaban en la misma forma. Además, Clemente Alejandrino pretende que San Matías murió de muerte natural, así como San Felipe, San Mateo y Santo Tomás, pretensión que se contradice con la tradición comúnmente admitida.

Varios historiadores afirman que en el repartimiento que hicieron los Apóstoles de las provincias en que habían de predicar, a San Matías le cupo la Judea, y en ella convirtió innumerables gentes al Señor; luego,

alejándose,

llegó hasta Etiopía, donde fué apedreado después de treinta y tres años de apostolado; en cambio otros relatos más circunstanciados nos dicen que fué crucificado, desclavado después de la cruz y por fin decapitado. L o que parece ser tenido como cierto, entre otras varias contradicciones, es que San Matías fué el apóstol de Etiopía; Existe un evangelio apócrifo que lleva su nombre. Clemente Alejandrino lo cita con el nombre de «Tradiciones de San Matías». Los Philosophumena

mencionan «discursos» apócrifos de San Matías, T a m -

bién el historiador Eusebio. gelasiano

Este

evangelio

está señalado

por el

Catálogo

que le niega todo valor.

H e m o s de declarar francamente — y sobre el ministerio evangélico

ello vale m á s — nuestra

de este gran

Apóstol

y

sobre

ignorancia

su

martirio,

que ciertos autores colocan el 24 de febrero del año 60.

SUS RELIQUIAS

E

STAMOS

mejor informados acerca de la suerte que han corrido

reliquias? Está

igualmente

envuelto

en muchas

sus

incertidumbres.

E l cuerpo de San Matías fué tr ansportado a R o m a por Santa Ele-

n a ; la cabeza y huesos principales se hallan actualmente en Santa María la M a y o r , bajo el altar papal. Tréveris se gloría, sin embargo, de poseer el cuerpo de este santo A p ó s tol,

que había sido depositado en la iglesia de San Euquerio,

la cual se

llamó después iglesia de San Matías. N o olvidemos que Tréveris f u é residencia del emperador Constancio Cloro, esposo de Santa Elena, y no es inverosímil que la piadosa emperatriz hubiese hecho donación de una

parte

de

las reliquias de San Matías a la iglesia de Tréveris (1). Por otra parte, el docto Juan E c k , disputando con Lutero, escribió que el cuerpo de San Matías f u é llevado de R o m a a Augsburgo. Trátase sin duda (1) Parece ser que la emperatriz Elena dió las reliquias de San Matías a San Agricio, arzobispo de Tréveris. San Agricio era un clérigo de una iglesia de Antioquía, presentado por Santa Elena al papa San Silvestre. El Papa le nombró primado de las Galias y de las dos Gemianías, designándole por residencia Tréveris, con el título de arzobispo. Santa Elena le dió numerosas e insignes reliquias, en particular la túnica inconsútil del Salvador, así c o m o uno de los clavos de la Pasión. Dióle también el cuerpo de San Matías (tan sólo una p:irte, sin d u d a ) ; San Agricio lo depositó en el Santuario de San Euquerio, que le servía de Catedral. Más tarde, esta iglesia, aumentada con un monasterio, fué dedicada a San Matías. San Agricio gobernó la Iglesia de Tréveris desde el año 313 al 335, sobre p o c o más o menos. El octavo centenario del descubrimiento de las reliquias de San Matías fué solemnemente celebrado en Tréveris del 1 al 8 de septiembre de 1927, bajo la presidencia del cardenal Schulte, arzobispo de Colonia, y .del Nuncio Apostólico en Berlín, rodeados ,!e cinco obispos.

de algunas reliquias, y la imaginación popular habrá tomado la parte por el todo. También puede ser que haya confusión con otro San Matías, obispo de Jerusalén en el año 420. Venerábase, asimismo, una parte de la cabeza del santo Apóstol en Barbezieux, en Charente. Los calvinistas la arrojaron al fuego.

SU F I E S T A . — SAN MATÍAS, COMO SANTO PATRONO L nombre de San Matías consta, desde los primeros siglos, en el Canon de la misa; no en la primera lista de los Apóstoles, sino en la segunda, o sea en la de los mártires, después del Memento de los Difuntos.

E

Su fiesta, señalada en el Saeramentario gregoriano para el 24 de febrero, fué mandada celebrar con rito de doble por Bonifacio V I I I en 1295, juntamente con la de los demás apóstoles y evangelistas. Desde San Pío V , se celebra con rito de doble de segunda clase. Los griegos rutenos celebran la fiesta de San Matías el 9 de agosto y los copto» el 8 de marzo. Se representa a San Matías con símbolos distintos, según esté solo o en compañía de los otros Apóstoles. En grupo, tiene un hacha o una alabarda, emblema de su decapitación. Solo, tiene, ordinariamente, una cruz en forma de T llamada potenzada o de San Antonio, en memoria de su crucifixión. Seguramente que por representar a San Matías con un hacha, fué escogido por patrón de los carpinteros, carreteros y talladores de hierros.

SANTORAL Santos Matías, apóstol; Modesto, obispo de Tréveris; Lucio, Montano, Victorico, Flaviano, Juliano, Donaciano y compañeros, mártires; Pretextato, obispo Letardo, obispo; Sergio, mártir en Capadocia; Honorato, obispo de Milán; Quinto, mártir; el Venerable Julián de Ávila, Santas Cuartilosia, mártir; Demetriada, penitente; Primitiva y Nina, mártires. SANTOS LUCIO, MONTANO Y COMPAÑEROS, mártires. — Poco después del martirio de San Cipriano, víctima de la persecución de Valeriano, fueron encarcelados ocho discípulos del insigne obispo de Cartago. Seis de ellos eran clérigos y se llamaban Lucio, Montano, Flaviano, Juliano, Reno y Victorico; otros dos eran catecúmenos: Prímolo y Donaciano. Ellos mismos dejaron escritos los pormenores de su martirio. Quiso el procónsul quemarlos vivos el día siguiente de su arresto, mas cambiando luego de parecer, los dejó en la cárcel, donde sufrieron hambre, sed y toda clase de privaciones. Reno y Victorico tuvieron un sueño que los llenó de gozo, pues les anunciaba su próximo martirio. Una viuda, llamada Cuartilosia, compañera de prisión, les 36-1

anunció que Dios les proveería de pan y agua, como en efecto sucedió al día siguiente. Después de largo cautiverio fueron presentados al juez, y después vueltos a la prisión. Donaciano murió unas horas después de recibir el bautismo y Prímolo varios días antes. Reno y Cuartilosia también murieron pronto. Los que quedaban fueron alimentados por un diácono que, de cuando en cuando, les llevaba la Eucaristía. Después de ocho meses volvieron a comparecer ante el procónsul, y, como éste los viese tan firmes como siempre en la fe, los condenó a muerte. Lucio, Montano, Juliano y Victorico fueron conducidos al suplicio, siendo decapitados. Tres días después el diácono Flaviano moría también en el cadalso, lleno de santo gozo, como sus compañeros. Sucedía esto el año 259. SAN P R E T E X T A T O , obispo. — Era obispo de Ruán, en Francia, y asistió a varios concilios. Fué muy perseguido por Fredegunda y acusado falsamente ante el rey y ante un sínodo de obispos, celebrado en París por orden del rey Chilperico, de Neustria. Pretextato, ignorando las circunstancias, bendijo el matrimonio incestuoso de Meroveo, hijo de Chilperico. En el sínodo dicho fué acusado de esto, de sedicioso y de haber contribuido con sus consejos a envenenar el corazón de Meroveo, arrastrándole al crimen. Sólo Gregorio, obispó de Tours, se levantó para defender a Pretextato. Éste fué depuesto, y acusado, además, de que había querido incautarse de los bienes de la viuda de Sigeberto, rey de Austrasia. En una nueva reunión del concilio en que se juzgaba a Pretextato, éste, sobornado por Fredegunda, confesó ser culpable de cuanto se le acusaba. Durante siete años vivió haciendo penitencia, profundamente arrepentido de haber confesado falsamente su culpabilidad. Dios patentizó al fin la inocencia de Pretextato, que tuvo que reprimir la vida licenciosa de Fredegunda, la cual mandó asesinar a nuestro Santo después de haber sido devuelto a su sede de Ruán. SAN EDILBERTO, rey. — Este rey ceñía la corona del reino marítimo de Kent; su esposa Berta, hija del rey de París, era muy católica y exigió y obtuvo del rey su esposo, que le respetase su religión, de la cual le hablaba frecuentem e n t e . D e m o d o q u e c u a n d o llegaron a Inglaterra los misioneros m a n d a d o s p o r el P a p a , f u e r o n m u y bien recibidos p o r E d i l b e r t o o E t e l b e r t o , d á n d o l e s t o d a cíase de facilidades para su predicación. L a c o s e c h a fué grande, p u e s en un solo día f u e r o n b a u t i z a d o s p o r el m o n j e A g u s t í n m á s de diez mil ingleses. E l m i s m o rey se c o n v i r t i ó y se m o s t r ó siempre d i g n o de la Iglesia, t a n t o p o r sus obras c o m o p o r sus leyes. F u é el primer rey cristiano de Inglaterra. M u r i ó el 24 de febre-

ro de 616.

S A N S E R G I O , mártir. — L a c o n d u c t a y obras de este S a n t o n o s p r u e b a n una v e z m á s el p o d e r de la oración y la ceguera del h o m b r e a p a s i o n a d o que, ni aun en vista de los m a y o r e s milagros, quiere d e p o n e r su error. E n cierta ocasión en que la ciudad de Cesarea celebraba grandes fiestas en h o n o r de los dioses del imperio, se presentó ante la inmensa concurrencia un m o n j e de penitente a s p e c t o , l l a m a d o Sergio, el cual desafió a las falsas divinidades a q u e permanecieran en pie ante la sola i n v o c a c i ó n del santo n o m b r e de D i o s . A l instante se d e s p l o m a r o n los ídolos, y aquel p u e b l o , en vez de r e c o n o c e r el p o d e r de D i o s i n v o c a d o p o r Sergio, p i d i ó el castigo del santo m o n j e , el cual, aunque s o m e t i d o a los más inh u m a n o s t o r m e n t o s , salió ileso de t o d o s , p e r o al fin fué degollado y d e s p e d a z a d o en u n a plaza p ú b l i c a de Cesarea, el día 24 de febrero del año 304-,

BTO. SEBASTIAN DE APARICIO Labrador y franciscano

DÍA

25

DE

(1502-1600)

FEBRERO >

N aquellos tiempos dorados en que España iba extendiendo su Imperio por tierras vírgenes, descubiertas, civilizadas y cristianizadas por los españoles, vino al mundo un niño que debía ser, con los años, un rayo esplendoroso que iluminara el cielo americano con los destellos de su santidad y asombrara a los mortales moradores de aquel país con sus innovaciones civilizadoras, las cuales contribuirían a ensanchar los fértiles caminos que descubriera Colón, el Almirante, y afianzaran con su espada Hernán Cortés y Pizarro y ennoblecieran con su espíritu los esforzados misioneros, que iban sembrando por doquiera la semilla santificadora de la Buena Nueva evangélica, adquiriendo así nuevos horizontes para la Corona de nuestros Monarcas y nuevos subditos para la Iglesia de Cristo. Este niño formidable se llamó Sebastián de Aparicio, cuya biografía vamos a relatar brevemente.

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INFANCIA A bellísima región galaica que, con sus rías y sus montañas, con la plata de su o c é a n o y el encanto apacible d e sus bosques, ha visto nacer a m u c h o s grandes hombres, t u v o también la suerte de mecer la cuna d e Sebastián de A p a r i c i o , que v i ó la luz en el pintoresco pueblo de Gudina, perteneciente al o b i s p a d o d e Orense. L o s padres de Sebastián se llamaban Juan de Aparicio y Teresa del P r a d o . Poseían escasos bienes d e f o r t u n a , pues constituían su única riqueza material unas cuantas cabezas d e ganado y los p o c o s frutos que sacaban de las escasas tierras que poseían. P e r o en contraste con esta pobreza material poseían grandes riquezas espirituales, pues eran sumamente d e v o t o s y piadosos. Sebastián fué creciendo en m e d i o de este cálido clima religioso, y , gracias a esta poderosa influencia d e piedad y a las buenas y constantes enseñanzas de sus padres, p u d o triunfar en m e d i o de los mil peligros que le salieron al paso en los primeros años de su vid i a través de los caminos del m u n d o .

L

Sebastián se ocupó, primero en guardar el ganado de su casa; pero a más altos fines le encaminaba Dios, según d i ó a entender c o n el siguiente

PRODIGIO E B A S T I Á N contaba sólo doce años de edad cuando fué acometido de un mal muy extendido en la región gallega y que hacía enormes estragos. Para que el contagio no se extendiera a los miembros de su familia, el niño fué llevado a una choza perdida en medio del campo, viviendo allí completamente solo, sin más compañía que los lobos que poblaban aquellos contornos.

S

Su madre le llevaba la comida todos los días, pero se la dejaba junto a la entrada, ya que no se atrevía a penetrar en la choza por no contaminarse; después llamaba a la puerta y en seguida se marchaba. Sebastián abría, tomaba el frugal alimento que su madre le había dejado, y luego cerraba bien la puerta por temor a los lobos. Sin embargo, una vez, tan desfallecido estaba, que no tuvo fuerzas suficientes para cerrar debidamente, y al poco rato penetró en la cabaña un lobo de los que vivían en las cercanías, produciendo en el niño el susto consiguiente; pero ¡cuál no fué su sorpresa al ver que aquel fiero animal, lejos de dañarle, le abría el maligno tumor, causa de su mal, y le iba chupando toda la podre que de él salía! Con esto quedó Sebastián completamente curado. No cabían en sí de gozo los padres del niño al ver tal prodigio, que atribuían a la bondad de Dios, al que no cesaron de dar reconocidas gracias.

SEBASTIÁN, LABRADOR A del todo restablecido, Sebastián se ocupó en las faenas del campo

Y

ayudando a sus padres, sin descuidar por eso los progresos en la virtud. Más tarde ejerció el oficio de labrador sirviendo a diversos amos

y entregando íntegro el jornal a su familia. Primero sirvió en casa de una

señora m u y rica de Salamanca; luego, en casa de Don Pedro Figueroa, en Extremadura; y por fin, en Sanlúcar de Barrameda prestó sus servicios en casa de una señora viuda que tenía dos hijas. Pero, lo mismo aquí que en sus anteriores servicios tuvo que luchar contra las asechanzas que le tendía el demonio por medio de las mujeres que había en las casas donde trabajaba. Finalmente, viendo que peligraba su pureza, abandonó esta casa lo mismo que había abandonado las anteriores y determinó no servir a nadie más, a fin de evitar los riesgos de perder la virginidad que él deseaba conservar íntegra a toda costa. Después

de mucho

correr

por

caminos

y

pueblos encontró

Sebastián

quien le ofreció una posesión de relativa extensión, muy apropiada a sus necesidades y gustos; con ello podía entregarse más a Dios y elevar a Él su corazón en medio de sus cotidianas labores del campo. Fué modelo de sencillez, laboriosidad y devoción. Las gentes quedaban prendadas de sus cualidades y se admiraban al ver que la finca de Sebastián producía más y mejores frutos que nunca.

VIAJE A LAS INDIAS A C I A poco que se habían descubierto las Américas, cuya riqueza y

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maravillosa fertilidad atraían, cual imán irresistible, a grandes masas de emigrantes de las diversas provincias españolas. Entre los atrevi-

dos que osaron atravesar los mares, siguiendo el camino de Colón, para explorar aquellos ignorados países, figura en lugar destacado nuestro ilustre biografiado Sebastián de Aparicio. U n suceso inesperado le obligó a aplazar el viaje. Fué el de tener que salvar a una muchacha abandonada por su amante, y que no quería volver a su casa para no incurrir en las iras que su fuga despertara. Solucionado ya este asunto, Sebastián se hizo a la mar en el puerto de Sanlúcar de Barrameda y llegó a las Indias Occidentales el año de 1533, desembarcando en Veracruz. Pronto dejó esta ciudad, donde no encontraba recursos para vivir, y se estableció en Puebla de los Ángeles, población que acababan de fundar los españoles.

a los blasfemos y murmuradores, haciéndolo siempre con suavidad y dulzura, de modo que nadie se pudiera molestar. Se interesaba vivamente por los pobres, a quienes ayudaba y protegía cuanto podía. Todos encontraban en él "a un padre; su casa era la casa de todos, hallando en ella lo que necesitaban. Prestaba dinero, pagaba deudas de otros, daba dotes a las doncellas que por falta de ella no podían contraer matrimonio y estaban expuestas a mil peligros físicos y morales; regalaba semillas, prestaba sus jornaleros para la labranza de otros campos y siempre gratuitamente. Pero su caridad resalta sobre todo en los siguientes hechos. Un hombre muy honrado y virtuoso tenía tres hijas a las que no podía casar a causa de su extremada pobreza. Súpolo Sebastián y desde entonces daba a la familia cuanto dinero necesitaba; atendió a su manutención durante varios meses, y , además, dió al padre cuantiosas sumas para que colocase a sus hijas de modo que pudieran constituir cristianos hogares, dándoles la dote que requerían. Pues bien, vino a morir este hombre, y la viuda quedó desconsolada ante las deudas de su marido,' las cuales nunca podría satisfacer; pero Sebastián, acudió con el notario a casa de la viuda para que constara en acta notarial la condonación de la deuda, pues se contentaba y satisfacía con haber realizado semejante acto de caridad. En otra ocasión vió que llevaban preso a un hombre conocido suyo. Preguntó la causa y, al saber que era porque debía tres mil pesos, pidió que le libertaran, que él salía fiador y pagaría de su bolsillo todo lo que aquel hombre adeudaba. Bajo su palabra el juez dió orden de libertarle.

SEBASTIAN, SE DECIDE A TOMAR ESTADO R O B Ó Dios a nuestro B e a t o con una dolorosa enfermedad que le llevó a las puertas del sepulcro, por lo cual hizo testamento, c o n v e n c i d o de que su destierro en este m u n d o había llegado y a a su f i n . Mas no fué así, sino que p r o n t o recuperó la salud perdida y p u d o dedicarse nuevamente

P

a sus faenas del campo. Mas un problema se le presentaba, y era que no podía continuar viviendo solo a causa de los achaques propios de sus años y necesitaba de alguien para que le cuidara y sirviera. E n su interior se libró ruda lucha entre la necesidad del m a t r i m o n i o y su afán de conservar la pureza virginal. P o r fin, a los setenta años se casó con una j o v e n honesta y de m u y buenas prendas, c o n la cual vivió más c o m o padre que c o m o esposo, y c o m o tal le consideraba ella. P e r o a los p o c o s meses Dios se la arrebataba para llevársela consigo, q u e d a n d o solo otra v e z el bueno de Sebastián. Casóse segunda v e z y le pasó

lo mismo, ya que esta segunda mujer, también delicada doncella, mur'ó a los ocho meses de casada. Con estos golpes comprendió Sebastián que Dios no aprobaba

aquella

vida matrimonial, sino que le quería en la vida retirada de la Religión. Pidió, pues, que le admitieran en el convento de los Padres Menores observantes de San Francisco de la ciudad de Méjico. E l Padre Guardián le puso algunos reparos indicándole que aquello era asunto que debía pensarse durante muchos días; pero Sebastián insistió tanto, que a los pocos días fué admitido por el Superior, diciéndole: «liste asunto pide muchos días para resolverse, pero ya que vos no queréis sufrir más dilación, os diré lo que me parece que podéis ejecutar y que será agradable al Señor: distribuid todos vuestros bienes a los pobres, dando una parte de ellos a las monjas de Santa Clara, que están fundando un monasterio y se hallan bastante necesitadas». «Todo esto, respondió Sebastián, lo cumpliré al momento; pero decidme lo que debo hacer de m i persona.» E l Guardián, que era el confesor del Beato, replicó: «Pues deseáis ser religioso, por ahora vestid el hábito de terciario de mi Orden, y de este modo podréis prestar algún servicio a las monjas de Santa Clara; y , si Dios os quiere en otro estado, É l os descubrirá los caminos que os conduzcan a la consecución de vuestra salvación eterna.» Indescriptible fué la alegría que sintió Sebastián al verle revestido con el hábito de terciario; fué destinado al servicio de las monjas y les dió la cantidad de dieciséis mil pesos; permaneció en este menester por espacio de dos años, pues el 9 de junio de 1573 fué admitido ¿n el Noviciado del convento de San Francisco. Durante este período de su formación religiosa fué motivo de edificación para todos los de su casa. Profesó solemnemente el día de San Antonio de Padua con indecible alegría de su alma.

PRUEBAS ERMINADO

T

Ángeles vento.

el noviciado, Sebastián fué trasladado al convento

de

Santiago de Tecali, en el cual permaneció un año sirviendo a los religiosos en los empleos más bajos. Después fué la Puebla de los su residencia,

en la

Con su carreta y

que ejerció el cargo

de limosnero

sus bueyes iba por aquellos caminos

del que

conantes

santificara con sus caritativas peregrinaciones. Comía poco, lo que le daban de limosna; vestía pobremente, y llevaba los pies descalzos; sufría con resignación las inclemencias del tiempo, lo mismo los ardores del verano

que

los rigores del invierno; no aceptaba la hospitalidad que se le ofrecía para librarle de los rigores de la noche, sino que prefería dormir al raso debajo de su carro y al calor del hálito que exhalaban los bueyes; muchas veces ama-

necia cubierto de blanca nieve o con los vestidos hechos fuente. Con esta conducta a todos edificaba y se ganaba el respeto y el afecto de todos. Cuando podía se acercaba al convento para oír Misa y recibir los Santos Sacramentos; pero su presencia ante el pueblo producía hilaridad a causa del desorden de su vestido. Cuando ayudaba al Santo Sacrificio lo hacía con tan notorias incorrecciones, que le valieron las burlas de los fieles y los más duros reproches de su Superior, el cual le quitó el empleo de limosnero y le mandó de nuevo al Noviciado, cuyo maestro de novicios le reprendió con excesiva violencia, tanto, que Dios lo dió a entender con los hechos. Comprendió el Maestro de novicios que el temblor de su cuerpo era un castigo de Dios por los malos tratos dados a su siervo, el cual lo soportaba todo con santa alegría y resignación. Nuevamente fué Sebastián destinado al empleo de limosnero y lo cumplió siempre con gran edificación de todos.

MILAGROS Y MUERTE O M P L A C Í A a Dios la conducta de su fiel servidor Sebastián, según

C

dió a entender concediéndole el don de milagros y el poder de tener pleno dominio sobre los animales salvajes, particularmente sobre los

toros, los cuales le obedecían como si tuvieran uso de razón. Estas bravas reses, que se volvían contra sus pastores y amos, se tornaban mansas ovejitas en presencia de Sebastián. Cuando los dejaba en libertad para que pacieran a sus anchas, les prohibía que entrasen en los sembrados e hicieran daño a nadie. Así lo hacían todos, sin que ni uno solo se desmandara, a pesar de que estaban circundando los campos vecinos. A l llegar la noche los dejaba bajo la custodia de un toro, el cual estaba de vigilante y ponía empeño en que ninguno hiciera el menor daño a nadie. A l llegar la mañana, y apenas el sol asomaba su rostro dorado por el horizonte levantino, el toro jefe los hacía comparecer a todos ante la presencia de Sebastián para proceder a la continuación de sus ordinarias labores. E n cierta ocasión se presentaron a Sebastián

dos mujeres

quejándose

falsamente de que los toros habían causado daños en los campos. Pero habiendo preguntado el Beato "a los animales si era verdad, éstos contestaron con la cabeza que no. Entonces ellas confesaron su malicia, diciendo que lo hacían para que Ies diera dinero. Con frecuencia se vió servido por los ángeles. Su cordón y su vestido tenían el poder de devolver la salud a cuantos los tocaban. Mas se acercaba ya el fin de su carrera. Dios se lo manifestó con antelación, y destinó los pocos días que le quedaban de vida para despedirse de sus amigos y conoeidos. Luego volvió al convento de Puebla de los Ángeles,y echóse a dormir en el suelo como si fuera su lecho. Por mandato del Su-

perior, se trasladó a la enfermería, no haciendo uso de la cama más que por obediencia al médico. Sus últimos días fueron una seria y devota preparación a la muerte; se confesó con gran dolor y recibió la Santa Extremaunción, aunque no pudo recibir el Viático a causa de los frecuentes vómitos. No se cansaba de besar una imagen de Jesucristo que tenía entre sus manos, y así, encendiéndose en amor de Dios, se apagó aquella vida terrenal para comenzar la otra eterna que mereció por la santidad de sus obras. Tenía a la sazón noventa y ocho años, y corría el año del Señor de 1600. Su cuerpo, antes feo y desfigurado por los trabajos, sufrimientos y enfermedades, se volvió lúcido y hermoso después de morir, como si Dios quisiera manifestar con ello la gran pureza de vida de su fiel siervo. Fueron muchos los milagros que obró Dios por mediación de Sebastián en aquellas horas que precedieron a su sepelio. H e aquí uno de ellos: ' Una mujer rompió, indignada, un vaso en el que había bebido Sebastián cuando iba al convento para reponerse; y le dió tal asco que lo tiró contra el suelo, haciéndose añicos; pero cuando supo las maravillas que Sebastián obraba, quiso recoger los cascos para conservarlos como si fueran reliquias; mas al ir a tomarlos se encontró con el vaso entero y con una flor olorosa qde salía del lugar mismo en que el Beato había aplicado sus labios. Este vaso se conserva en el convento de la Puebla con todos los honores de reliquia. Fué beatificado Sebastián por Pío V I en 1789.

SANTORAL Santos Félix II (o III), papa; Victorino, Víctor, Nicéforo y compañeros, mártires; Cesáreo, confesor; Tarasio, patriarca de Constantinopla,; Gerlando, obispo de Agrigento; Avertano y Romeo, religiosos carmelitas; Eterio, obispo de Osma; Leobardo, religioso penitente; Kenán, presbítero bretón; Gotardo, anacoreta, de quien toma nombre el célebre macizo de los Alpes; Donato y Justo, mártires; Ananías y Regino, mártires; el Beato Sebastián de Aparicio, confesor. Santas Walburga, virgen y abadesa; Luciosa y Casta, mártires. SAN F É L I X II (o I I I ) , papa. — Nació en Benevento, se educó muy cristianamente e hizo grandes progresos en los estudios profanos, pero aun más en 1.a virtud, por lo cual se ganó el aprecio del rey ostrogodo, Teodorico, que se gozó en gran manera ' cuando Félix subió al Solio Pontificio al morir San Simplicio, el año 483. Gobernó la Iglesia con gran sabiduría y prudencia, al mismo tiempo que con viril energía para combatir los errores que pudieran dañar a los fieles.^ Dictó sentencia de anatema y deposición contra Acacio, patriarca de Constantinopla, por negarse a romper sus relaciones con Pedro Mongo, sobre el cual pesaba ya sentencia de excomunión por sus herejías. Convocó un concilio en Roma en 487, mandó construir la iglesia de los Sailtos Cosme y Damián, y reedificó la de San

Saturnino. Supo captarse la simpatía de Atalarico, rey de los ostrogodos. cristiandad entera lloró su muerte, acaecida en febrero del año 492.

La

SAN CESÁREO, confesor. — Dotado de un talento extraordinario, se dedicó al estudio con gran interés y aprovechamiento, llegando a ser un buen orador y un gran filósofo; pero se distinguió sobre todo por sus conocimientos de Medicina, llegando a ocupar el cargo de médico del emperador Juliano el Apóstata. Era muy apreciado de todos. Vivió algún tiempo en Constantinopla; pero, a instancias de su hermano San Gregorio Nacianceno, prefirió vivir apartado del mundanal ruido. Valente le hizo tesorero de su patrimonio privado y también de Bitinia. Con motivo de un terremoto que se produjo al internarse Cesáreo en este país y del cual salvó la vida milagrosamente, se convirtió de veras, y desde entonces despreció los bienes de la tierra y repartió sus bienes entre los pobres. Rindió su espíritu al Señor el año 369. SAN E T E R I O , obispo. — Este Santo español fué un esforzado luchador de la buena causa, pues no reparó en contradecir y aun atacar las teorías heréticas de Elipando, arzobispo de Toledo, quien, valiéndose de su posición, favorecía y propagaba , la herejía de Félix de Urgel, que consistía en afirmar que Jesucristo no era más que Hijo adoptivo de Dios. En esta campaña le ayudó el esforzado sacerdote Beato- de Liébana, cuya vida hemos reseñado el día 19 de este mismo mes. Eterio ocupaba la sede episcopal de Osma. Descansó en la paz del Señor el día 25 de febrero del año 800. S A N T A . W A L B U R G A , virgen y abadesa. — Hay familias que parecen tener la santidad y la nobleza del patrimonio hereditario. Santa Walburga o Vauburga, cuyo nombre significa «graciosa», nos presenta un ejemplo de ello. Nació en 710, en Devonshire (Inglaterra). Su padre fué el rey sajón Ricardo, que por su piedad y heroicas virtudes mereció el honor de los altares. Su madre Winna era hermana de San Bonifacio, el gran apóstol de Alemania y arzobispo de Maguncia. Tuvo dos hermanos que la Iglesia venera con los nombres de San Willibaldo y San Winibaldo. Y a de joven, Walburga no sentía ningún atractivo por los placeres y diversiones de la corte. Gustábale retirarse con Winibaldo a algún rincón apartado del palacio para rezar. Pronto descubrió a su padre el deseo de abandonar el mundo para consagrarse a Dios; y el piadoso rey acompañó muy gustoso a su hija a la gran abadía benedictina de Wimborne en el Devonshire. A los 18 años hizo la profesión solemne y ya no tuvo más ambición que la de ser más y más humilde y obediente y la de vivir más y más unida a Dios en la oscuridad del claustro. A los 38 años fué llamada por su tío San Bonifacio a Alemania y la puso al frente de un monasterio de monjas recién fundado. En él se entregó a la práctica de virtudes tan sublimes que todos pudieron ver en ella lo que con razón debían admirar y ventajosamente imitar. En los últimos días, su vida era más angélica que humana. Fué al encuentro del Esposo celestial el 25 de febrero de 779.

El Santo Sepulcro en el siglo V

Cierre de templos paganos

Obispo de Gaza

DÍA

26

DE

Lluvia prodigiosa

(352-420)

FEBRERO

O R F I R I O nació en Tesalónica (Macedonia) el año 352, de padres ricos y virtuosos. Estudió en las escuelas más acreditadas de su provincia natal, haciendo grandes progresos en las letras humanas. El conocimiento que tenía de los Libros Santos le dió tal reputación, que más tarde se acudió a él frecuentemente para consultar en materia de exégesis, pues resolvía mejcr que nadie las dificultades de la sagrada Escritura. Al menos así lo escribe su biógrafo. Sirvióle esta ciencia en particular para refutar las objeciones de oiertos herejes, por ejemplo de los discípulos de Arrio y Manes.

P

VIDA MONÁSTICA N el ardor de su juventud, supo levantar el corazón lo suficiente para comprender que Dios vale más que todas las esperanzas de la tierra. Salió, pues, de su patria y dejó a su opulenta familia para retirarse al desierto de Escete, uno de los principales centros monásticos de Egipto. Acontecía esto hacia el año 372, cuando Porfirio tenía veinte años. En él

E

se m a n t u v o c i n c o años, entregado a los rigores de una austerísima vida, hasta que el deseo de visitar los Santos Lugares y adorar aquellos sitios regados p o r la sangre del R e d e n t o r , le sacó del desierto. Fué luego a vivir, durante otros c i n c o años en una gruta cercana al Jordán, determinado a llevar allí vida eremítica. L o insalubre del lugar y las terribles mortificaciones a que se entregaba arruinaron completamente su salud. Contrajo un t u m o r en el h í g a d o , c o m p l i c a d o con calentura permanente, viéndose por ello obligado a retirarse a Jerusalén. Corría probablemente el año 382. Allí le encontró su futuro biógrafo, Marcos, joven copista de manuscritos que había f i j a d o su residencia en la Ciudad Santa tanto por devoción, como porque allí había encontrado ocasión de ejercer su arte. Asiduo a los oficios del Santo Sepulcro, Marcos notó la asistencia cotidiana de un m o n j e , j o v e n anacoreta, de tez biliosa, piel seca, espalda encorvada, que andaba penosamente a p o y a d o en un bastón. Veíale cada día con el cuerpo inclinado, acercarse con dificultad hasta el altar para recibir la Sagrada Eucaristía y después de larga acción d e gracias, retirarse a su albergue con el rostro radiante y tranquilo, que bien se echaba de ver lo mal que correspondía el pobre cuerpo al alma que le daba vida. Marcos se s'ntió m o v i d o a c o m p a s i ó n a la vista del enfermo. Viéndole subir un día con m u c h a dificultad las pocas gradas de la escalera que cond u c e a las tres puertas de entrada de la iglesia del Santo Sepulcro, le ofreció el brazo. P o r f i r i o rehusó este alivio por virtud, pero desde entonces trabóse entre ambos una amistad que sólo la muerte debía romper. E l copista se puso al servicio del monje que le encargó un viaje a Tesalóniea. Tratábase de vender los bienes de Porfirio, porque había sabido la muerte de sus padres y , además, porque sus hermanos no lo necesitaban. El encargo fué cumplido pronto y bien, sacó de la venta 4.500 monedas de oro que distribuyó a los pobres y a los monasterios de Egipto y Palestina. ¡Cuál no sería la sorpresa de Marcos, cuando a su regreso encontró a Porfirio lleno de salud y de vida, de tal modo cambiado que apenas era reconocido! Marcos abrazó a su amo y le suplicó le dijera cómo se había operado un cambio tan repentino y tan maravilloso. — N o te sorprendas, hermano mío —respondió el Santo—, antes bien admira la bondad de Nuestro Señor Jesucristo. Hace cuarenta días, me encontraba abrumado por los dolores, penosamente llegué según mi costumbre, a la tumba del Salvador y, estando allí, vencido por el dolor, caí desvanecido. Mis miembros quedaban rígidos, mi cuerpo parecía muerto, pero mi alma estaba viva como nunca. Gozaba de la vista de mi Salvador crucificado; a su derecha estaba el buen Ladrón, y como él exclamé: Señor, acuérdate de mí cuando hayas llegado a tu reino. Apenas hube pronunciado estas palabras, cuando Jesús mandó al buen Ladrón que me socorriera; y éste, descendiendo de la cruz, vino y me abrazó y tomándome de la mano me

eondujo a Jesús. El divino Maestro descendió entonces de la Cruz y me dijo: Toma este leño y guárdalo. Tomé al momento el precioso obsequio y apenas el leño tocó mis espaldas, todo mi cuerpo se enderezó: estaba curado. L a curación de Porfirio no trajo cambio alguno en las relaciones de los dos amigos. El copista hubiera deseado trabajar solo, creyendo poder ganar lo suficiente para el sostenimiento de su amo y el suyo, pero el monje no lo consintió. Acordándose que San Pablo después de predicar y evangelizar todo el día, robaba el tiempo a la noche para trabajos manuales, ganando así su pan y evitando ser carga a nadie, el antiguo solitario se hizo batanero y curtía cueros para ganar su sustento. Su alimento era de sólo pan y algunas verduras cocidas, y un poco de vino aguado que le habían ordenado por su mal de estómago. Los días festivos añadía un poco de aceite y queso, tomando la comida al medio día, pues los demás días no rompía el ayuno hasta después de puesto el sol.

NOMBRAMIENTO EPISCOPAL INESPERADO A fama de sus virtudes se extendió tanto por Jerusalén, que Juan, patriarca de esta ciudad, le ordenó de sacerdote a pesar de sus lloros y protestas. El mismo día le encomendó la custodia de la verdadera Cruz en la capilla del Calvario. Porfirio se acordó entonces de las palabras que le dirigió Cristo en su visión: Toma este leño y guárdalo, y con humildad se sometió a la voluntad divina. Tenía a la sazón cuarenta años y corría el 392.

L

Tres años después de la ordenación sacerdotal de Porfirio, murió Eneas, obispo de Gaza. El clero y los fieles de esta ciudad, aunque poco numerosos, no podían entenderse para el nombramiento del sucesor, y acudieron al metropolitano de Palestina, Juan, obispo de Cesarea marítima, el cual puso los ojos en Porfirio. Para sacar de Jerusalén al candidato, se valieron de una estratagema: una cuestión de la Sagrada Escritura para cuya solución el clero de Cesarea requería las luces, de Porfirio. El obispo de Jerusalén consintió en la partida de su súbdito, a condición de que la ausencia no pasara de una semana. Apenas Porfirio supo la solicitud de que era objeto, exclamó: «¡Hágase la voluntad de Dios!», y dirigiéndose a su discípulo: «Hermano Marcos —le dijo—, vayamos por última vez a adorar la Cruz de Jesucristo en el Calvario; en mucho tiempo no lo volveremos a hacer.» Marcos, extrañado de tales palabras, le pidió explicación de ellas. —Esta noche —le dijo el Santo— he visto a Jesucristo, que me ha dicho: «Devuelve el obsequio que te entregué; quiero darte una esposa humilde y menospreciada, pero cuya fe y piedad atraen mi amor. Es mi hermana pre-

dilecta; cuida de adornarla con nuevas virtudes.» Esto es lo. que el Señor me ha dicho y yo, que sólo pensaba en expiar mis pecados, me veo obligado, según temo, a expiar los de los demás. Maestro y

discípulo se postraron llorando ante el leño sagrado de la

Redención, encerrando luego en su relicario la santa reliquia. Porfirio llevó las llaves al obispo de Jerusalén y aquella misma tarde se puso en marcha. A

pesar del cansancio del viaje, el Santo interrumpió el sueño de la

noche, levantándose para asistir al canto del oficio. A la mañana siguiente, al canto de las horas canónicas, siguió la misa solemne. Entonces los enviados de Gaza, que habían llegado el día anterior, rodearon a Porfirio y le llevaron a los pies de Juan, rogando al arzobispo le confiriera la consagración episcopal. Por más que Porfirio protestó de su inexperiencia e indignidad, los diputados exclamaron por tres veces, según costumbre: «Es digno, es el elegido de Dios.» Temiendo desobedecer entonces a la voluntad divina, Porfirio se sometió, por más que no cesó de llorar durante toda la ceremonia. Era Gaza en aquellos tiempos ciudad m u y poblada y próspera. Casi todos sus habitantes eran paganos; los cristianos no llegaban a trescientos y

el

clero lo constituían un sacerdote, un diácono y un ecónomo. Esta reducida comunidad cristiana poseía tres lugares de oración: dos iglesias extramuros de la ciudad, y un santuario en el interior; que hacía de catedral. Los paganos, por el contrario, muy bien organizados, tenían en la ciudad ocho templos públicos, y en particular el templo dedicado a Júpiter Mamas, que los habitantes consideraban como el más ilustre de los santuarios del mundoPululaban también otros ídolos en las casas y pueblos, en tal número que era imposible calcularlos. Apenas el populacho pagano tuvo noticia de que el nuevo obispo se acercaba a Gaza, puso en juego todas sus malas artes para impedirlo. anchas zanjas en la carretera,

obstruyó el camino con zarzas y

Abrió

espinas,

plantó estacadas y lo llenaron todo de barro y lodo. A su paso inflamaron sustancias infectas y sólo merced a la oscuridad de la noche y a fuerza de paciencia y humillaciones, el obispo y su reducido séquito llegaron a la residencia episcopal. Al día siguiente, Porfirio dirigió la palabra a los cristianos perseguidos, que tuvieron gran consuelo al comprobar que Dios les había enviado un obispo santo. Marcos fué pronto promovido a la dignidad

de

archidiácono, es decir, de vicario general.

MILAGROSO TÉRMINO DE UNA GRAN SEQUÍA O R F I R I O había llegado a Gaza al principio de la primavera del 395.

P

Una gran sequía asolaba la región aquel año, presagio de

hambre

para el siguiente. Los paganos ofrecían víctimas sobre víctimas a su

dios Mamas; salieron en procesión fuera de la ciudad durante siete días a un

NFERMO San Porfirio, llega arrastrándose al Calvario.

E

Apeté-

cesele Jesucristo teniendo a su derecha al Buen Ladrón, el cual,

por mandato del Señor, baja y le lleva al Salvador, que a su vez desciende de la cruz y le dice: «Esta es mi Cruz, guárdala.» Se acerca a ella, y siente que está curado.

37-1

santuario que había pertenecido a los judíos; pero todo fué en vano, el cielo permaneció insensible a sus ruegos. Marnas era tan sordo como el Baal de quien se burlaba el profeta Elias. Perdidas todas las esperanzas por parte de los paganos, creyeron los cristianos que su hora había llegado. El obispo prescribió oraciones especiales; celebraron un día de rogativas y acudieron a una función en la iglesia de la ciudad. Los cristianos cantaron durante la noche treinta oraciones, seguidas de otras tantas genuflexiones. A la mañana siguiente, todos salieron en procesión, precedidos de la cruz, a una iglesia extramuros de la ciudad; hízose después una estación ante las reliquias de San Timoteo, natural de aquel país, y volvieron a la ciudad cantando himnos sagrados. Llegados a las murallas, hacia las tres de la tarde, encontraron las puertas

cerradas.

Los paganos creyeron que las súplicas de los cristianos no tendrían eficacia si en esa forma no les permitían terminar sus ceremonias. A pesar del cansancio de la noche y del día, los fieles, prosternados de rodillas y levantando las manos al cielo, redoblaron sus súplicas al Señor. Dos horas transcurrieron así; el cielo permanecía sereno y nada anunciaba para aquel día un cambio de tiempo.

'

De repente el cielo se cubrió de nubes, sopló el viento con violencia y la lluvia cayó con tal abundancia, que amenazaba hundir las casas construidas con adobes. Ante este milagro, puertas a los cristianos,

127 paganos se convirtieron,

abrieron las

q u e con extraordinario alborozo se dejaron calar

por la lluvia, y juntos con ellos entraron en la iglesia exclamando:

«¡Sólo

Cristo es Dios; É l es el único vencedor!» L a lluvia duró dos días, trayendo la fertilidad a los campos y lá felicidad a las familias. Eran los primeros días del año 396. L a

conversión de los paganos continuó,

contando

aun

otros 35 ingresos en la Iglesia cristiana durante aquel año.

PRODIGIOS Y CONVERSIONES N A mujer de noble estirpe sufría desde hacía siete días dolores in-

U

creíbles, sin que ningún médico de la ciudad pudiera librarla de ellos. L a criada de aquella señora, que era cristiana, fué a hablar

a Porfirio, y , al regreso a.la casa de su ama, le dijo: — E l obispo de los cristianos conoce a un hábil médico; si este médico

os cura, ¿qué le daréis? — L o que quiera— dijo la familia. —¿Prometéis que no os volveréis atrás en vuestra promesa? — L o prometemos. — S i es así —replicó la criada levantando la v o z — , ved lo que dice el

obispo Porfirio: «¡Que Jesucristo, Hijo de Dios vivo, os dé la salud! Creed en Él y viviréis.» Instantáneamente cesaron los dolores y la señora dió a luz un niño con toda felicidad. Conocido este hecho en la ciudad, convirtiéronse 64 personas. E n otra ocasión, érase una rica maniquea llamada Julia, que había bajado de Antioquía a Gaza para propagar sus errores; los recién convertidos, poco instruidos aún en la fe, vacilaban. El santo pastor voló al socorro de sus fíeles y para detener pronto todas las maniobras de la hereje, la invitó a aceptar una controversia pública, en la que refutó todos sus errores. L a maniquea, no sabiendo qué responder a los argumentos del obispo, se desató en injurias y blasfemias. Porfirio indignado, exclamó: «¡Dios que crea todas las cosas, que solo es eterno, sin principio ni fin, que es glorificado en la Santísima Trinidad, encadene tu lengua y cierre tu boca en castigo de tus blasfemias!» Estas palabras tuvieron efecto inmediato. L a maniquea, sobrecogida de un temblor nervioso, palideció de repente desencajándosele los ojos; ¡estaba muda!, y falleció al cabo de breve tiempo. Sin embargo, el Santo quiso que se la enterrase cristianamente. Su mansedumbre, no menos que el castigo infligido a esta mujer mantuvieron a los cristianos en su religión y aun determinaron la conversión de varios paganos.

LUCHAS CONTRA LA IDOLATRIA. — TEMPLOS CERRADOS U N Q U E se habían promulgado numerosas leyes contra el paganismo, contra sus leyes y contra sus dioses, no se habían aplicado en Gaza, y la pequeña cristiandad de esta ciudad, ante la hostilidad creciente de los paganos, pasaba días cada vez más penosos. Para poner término a esta situación, el Santo envió a su discípulo a Constantinopla, y , gracias a la influencia de San Juan Crisóstomo y a la intervención

del

chambelán,

el

famoso

Eutropio,

obtuvo

del

emperador

Arcadio un decreto que ordenaba cerrar todos los templos de la

ciudad,

imponía silencio a los oráculos y confiaba la ejecución de estas órdenes a un funcionario importante. Pero el decreto se cumplió flojamente; pues el delegado imperial se dejó sobornar, permitiendo que en el santuario de Mamas se diesen oráculos en secreto. E n resumidas cuentas, Porfirio sólo consiguió un mediano resultado que fué casi un fracaso. Los paganos se dieron cuenta de ello, y , por lo mismo, sus vejaciones contra los cristianos fueron tan violentas y tan continuas que el obispo pensó en retirarse. Echóse a los pies del metropolitano

de Cesarea,

declarándose

indigno

del episcopado, adelantando que él era la única causa de todas las desgra-

cias de su pueblo y presentó la dimisión. El metropolitano, conmovido ante tan gran dolor, abrazó afectuosamente al Santo, sin permitirle, sin embargo, abandonar su grey. Entonces Porfirio dió a entender al arzobispo que los paganos de Gaza permanecerían siempre aferrados a su culto, mientras vieran sus santuarios en pie, siendo necesario para extirpar la idolatría de su diócesis, destruir los templos paganos reemplazándolos por iglesias cristianas. Mas para ello se necesitaba !a autorización del emperador. Los dos obispos convinieron en ir a Constantinopla para visitar a Arcadio, haciéndose a la vela el 25 de septiembre del año 401. A su paso por Rodas, no dejaron de visitar al monje Procopio, renombrado por su santidad, el cual les predijo el feliz éxito de su misión. San Juan Crisóstomo no tenía entonces en la corte ningún ascendiente, y los dos obispos se dirigieron a la emperatriz Eudoxia. Esta, los recibió al día siguiente de su llegada encargándose de obtener de su marido orden de destrucción de los templos de Gaza. E l asunto no era tan fácil de resolver, pues los paganos de Gaza pagaban generosamente el impuesto y el emperador teipía, con razón, descontentarlos. Pero como Arcadio no sabía negar nada a su esposa y como ésta tuvo la suerte, mientras duraban estas negociaciones, de dar a luz un hijo esperado desde largo tiempo, Porfirio vió por fin despachada favorablemente su petición. Eudttxia misma preparó una escena y el emperador fué o fingió ser la víctima. El día del bautizo de Teodosio, hijo del emperador, la petición de Porfirio fué presentada al tierno infante, el cual dijo que sí con la cabeza, movida por la mano del cortesano que le llevaba. El emperador se dió cuenta cabal de trdo, pero se contentó con decir: «Dura es la petición, empero, duro sería denegarla. A l fin es el primer decreto de nuestro hijo.»

EL TRIUNFO. — LA MUERTE L 18 de abril del 402, los obispos, colmados de regalos, abandonaron la capital y regresaron a Palestina. Durante la travesía, Porfirio apaciguó una violenta tempestad, prodigio que contribuyó a que el piloto, que era arriano, se convirtiera a la religión católica. Llegados a Waiumas, puerto de Gaza, los cristianos, que allí eran mayoría, salieron en procesión a recibirle. Luego se dirigieron a Gaza, yendo la cruz al frente del cortejo; en el trayecto, una estatua de Venus cayó de su pedestal sobre dos paganos que hacían mofa de la procesión.

E

Algunos d?as más tarde, se dió lectura al edicto imperial que ordenaba la destrucción de los templos, empezando la demolición bajo la protección de las tropas. Las estatuas fueron derribadas, los libros mágicos echados al

fuego, los templos demolidos, a excepción del santuario de Marnas. En cuanto a éste último, un niño de siete años, a quien por casualidad su madre había llevado ante el templo, exclamó de repente con acento inspirado: «Quemad este templo hasta los cimientos, pues muchos crímenes se han cometido en él y muchos sacrificios humanos se han hecho aquí; cuando esté quemado, construid en su solar una iglesia al Dios verdadero.» Y añadió: «No soy y o quien habla, sino Jesucristo quien habla en mí.» Había dicho esto en siríaco, lengua del país; pero llevado a presencia del obispo, lo repitió en griego, lengua que ignoraba por completo. Diéronse, pues, órdenes para que se hiciera punto por punto todo lo que el niño había dicho. Pronto las llamas dominaron el edificio y los muros se desplomaron. El obispo hizo construir en seguida, sobre el emplazamiento de este templo, una vasta y hermosa iglesia a la que se dió el nombre de la emperatriz Eudoxia, su principal bienhechora. A l cabo de cinco años de un trabajo ininterrumpido, fué terminada e inaugurada el día de Pascua del año 407, con gran solemnidad. Porfirio vivió aún largos años, durante los cuales su ocupación constante fué infundir en las almas un profundo amor al reinado de Jesucristo. Asistió en diciembre de 415 al Concilio de Dioscópolis o de Lida, ante el cual hubo de comparecer el heresiarca Pelagio. Por fin, después de haber distribuido todos sus bienes a los pobres y lleno de achaques, se durmió plácidamente en la paz del Señor* di 26 de febrero del año 420.

SANTORAL Santos Porfirio, obispo de Gaza; Alejandro, patriarca de Alejandría; Andrés y Faustiniano, obispos respectivos de Florencia y Bolonia; Néstor, obispo y mártir; Víctor, mártir; Agrícola, obispo de Ñevers; Sérvulo, obispo de Verona; Justiniano, mártir; Hilario, obispo de Maguncia; Donativo y dos compañeros mártires; Juan de Gorze, abad; los Beatos Juan de Banegas, carmelita, y Antonio de Valdivieso, dominico. Santa Mectilde, religiosa; la Venerable Ana de Jesús, carmelita. SAN A L E J A N D R O , obispo. — Ocupó la sede episcopal de Alejandría en 313, portándose como buen pastor con sus ovejas, a las que procuraba el sustento necesario y las apartaba de los manjares nocivos que solapadamente les presentaban los herejes, verdaderos envenenadores del pueblo. Alejandro combatió con cuantos medios piído la herejía de Arrio, que negaba ser el Hijo de Dios consustancial con el Padre. Reunió nuestro Santo dos concilios en Alejandría, y en ellos se condenó el error de Arrio y el de su amigo Melecio, que hacía mucho daño entre los fieles. Luego se condenó solemnemente esta herejía arriana en el memorable concilio de Nicea, celebrado el año 325, al cual asistieron el emperador Constantino y 31S obispos. Alejandro siguió gobernando santamente su diócesis hasta que Dios le llamó a sí. el 25 de febrero del año 326.

SAN NÉSTOR, obispo y mártir. — Es una de las muchas víctimas que hizo Decio en la comarca de Panfilia. Ejercía el cargo de obispo, y se distinguió siempre por su gran talento y sobre todo por su santidad. Una vez preso por los sicarios del emperador, exteriorizó su condición de cristiano y confesó ante el tribunal que jamás emperador alguno de la tierra sería capaz de apartarle de su amor a Jesús, emperador del cielo. Esta manifestación hizo que el juez le condenara a morir crucificado como Jesús. Sufrió el martirio con inmensa alegría por caberle la dicha de morir como su Maestro. Desde la cruz alentaba a los cristianos que le miraban, a que supiesen sufrir por Dios para ser con Él glorificados. Sus postreras palabras fueron: «Hijos míos, doblad las rodillas, y bendigamos al Señor». Después de pronunciarlas, Néstor entregó su espíritu a Dios; eran las tres de la tarde del quinto día de la semana, o viernes. SAN JUAN D E G O R Z E , abad. — Nació este santo abad benedictino a fines del siglo ix, en un pueblo de Lorena, llamado Vandieres. Aunque hijo de rices labradores, tomó ojeriza al campo y dióse a peregrinar, contra la voluntad de su padre, en busca de la sabiduría. Pasó de una escuela a otra sin hallar los maestros que deseaba. Muerto su padre, volvió al campo y reveló su gran talento organizador. Pronto volvió a sentir añoranza de los libros y tuvo ocasión de tratar con monjes, de modo que empezó a sentirse inclinado por la vida religiosa. Frecuentó iglesias y conventos; saboreó la salmodia; turbóse más al leer las vidas de los Padres del yermo; hizo confesión general de sus pecados; emprendió larga peregrinación por Italia; púsose bajo la dirección de un anacoreta, cerca de Verdún; y, finalmente, en 933, el arzobispo de Metz le encargó la restauración y administración de la antigua abadía de Gorze, a 15 kilómetros de esa ciudad. Adoptó la Regla benedictina en toda su perfección: vigilia perpetua, silencio estricto y predilección por la liturgia solemne, aumentada con muchos salmos. El Santo ayunaba casi constantemente a pan y agua, y al mismo tiempo seguía estudiando con avidez a San Gregorio, San Ambrosio, San Aggutín y otros. Usó su talento administrador en plantar viñas, explotar salinas, criar grandes rebaños y pesquerías y hacer valer las tierras. E n 956 Otón I le envió de embajador a Córdoba, con una misión cerca de Abderramán n i , que no le recibió, hasta pasados tres años. De vuelta a Gorze y nombrado abad, tuvo el consuelo de ver su monasterio convertido en un gran centro de renovación benedictina. Entregó su alma al Creador en 975. L A V E N E R A B L E A N A D E JESÚS, carmelita. — Parece que nació en Medina del Campo, aunque según otros, en Extremadura; pertenecía a la casa de Lobera. Profesó en la Orden Carmelitana, recibiendo el santo hábito de manos de Santa Teresa, quien más tarde la nombró superiora del convento de Madrid, mandado construir por la emperatriz María de Austria, hermana de nuestro gran rev Felipe II. Posteriormente fué enviada a Francia para diversas fundaciones, echando en aquel país las raíces y fundamentos de dicha Orden; entre otros monasterios fundó el de París. Lo mismo que había realizado en Francia, realizó la Venerable Ana en Bélgica, cuyas fundaciones de Amberes, Tournai, Mons y otras, son obra suya. En Bruselas acabó santamente sus días, a los 66 años de edad, el 26 de febrero del 1661.

Gloria a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo que han dado a España la fe católica

Arzobispo de SeviUa (520-600 ó 603)

DÍA

27

DE

FEBRERO

O se conoce ninguna biografía antigua de San Leandro,

N

arzobispo

de Sevilla. L o que de él sabemos está tomado de los escritos de San Isidoro, de San Gregorio Magno que le honró con su amistad, y por fin, de San Gregorio de Tours y de algún otro historiador.

Puede asegurarse que entre los héroes del cristianismo no hay ninguno,

después del apóstol Santiago, destinos de España,

que haya ejercido mayor influencia en los

que los que ejerció San Leandro, cuya obra gloriosa

tiene muchos puntos de contacto con la realizada por el santo Patrón de nuestra patria, pues si éste la sacó de las tinieblas del paganismo, iluminándola con la luz evangélica, el bienaventurado arzobispo de Sevilla restauró la obra del apóstol Santiago, disipando los negros nubarrones que sobre ella había extendido el arrianismo. Era San Leandro egregio por su linaje, el mismo de los reyes godos; y más ilustre todavía por la piedad de sus padres Severiano y Túrtura. Nació poco antes de 520 en Cartagena, y era el mayor de cuatro hermanos a quienes la Iglesia ha colocado en los altares: San Fulgencio fué obispo de íieija, San Isidoro sucedió a su hermano mayor en la sede episcopal de Sevilla,

y Santa Florentina fué abadesa, madre y maestra de muchas monjas vírgenes consagradas al Señor. No falta quien a los cuatro hermanos añade la princesa Teodosia, esposa de Leovigildo, rey de los visigodos, y madre de San Hermenegildo, rey y mártir ( f 585). Dióse Leandro desde niño con tanto celo y piedad a la virtud y al estudio de las ciencias sagradas, que pasaba por ser el varón más ilustrado y elocuente de su tiempo. Tal era la solidez y eficacia de sus argumentos y tal su irresistible mansedumbre, que fácilmente persuadía a su auditorio. Mas, temiendo al mundo y a sus vanos atractivos, resolvió entregarse por entero a Dios, dar libelo de repudio al mundo y a sus vanidades e ingresar en un monasterio de Sevilla. Vistió el hábito de San Benito y se consagró con más ardor que nunca al estudio y a la virtud. Pero Dios le había conducido al retiro para disponerle en el silencio del claustro a las luchas supremas que le tenía preparadas en un teatro más glorioso.

SAN LEANDRO, ARZOBISPO DE SEVILLA A fama de Leandro habíase difundido por toda España, por lo que al vacar la Sede episcopal de Sevilla, el clero y el pueblo, de común consentimiento, le aclamaron p o r pastor en 579. H a b í a s o n a d o ía hora de la lucha para él; mas, fortalecido por la gracia que atesorara en el retiro, puso manos a la obra con inquebrantable firmeza. Supo dominar en su Sede todas las dificultades que le salieron al p a s o ; pero fué a costa de constantes desvelos, empleando para reducir a los arrianos a la fe católica, los esfuerzos de su. arrebatadora y persuasiva elocuencia y los efluvios de su ardentísima caridad. Con las mismas espirituales medicinas fortificó la fe de los católicos, y les alentó a no dejarse intimidar por la osadía de los herejes, cada día más insolentes, a causa del f a v o r que a sus perniciosos errores prestaban el rey y los principales dignatarios de la corte. E n estas y otras santas obras se ejercitaban el celo y la sabiduría del santo prelado, c u a n d o una serie de hechos verdaderamente providenciales v i n o a aumentar su gloriosa f a m a , realzándola con la aureola de la persecución por la justicia, con que Dios señala m u y especialmente a sus escogidos. Reinaba en aquella sazón en España L e o v i g i l d o , que abiertamente patrocinaba a los arrianos. Sin e m b a r g o , su hijo Hermenegildo, nacido de su primera mujer T e o d o s i a , se había casado c o n Ingunda, hija de Sigeberto í> rey de Austrasia. P o r orden de su padre fué a vivir a Sevilla con su j o v e n consorte, que era católica. L a influencia de esta última, tío menos que los consejos de L e a n d r o , que c o m o queda d i c h o era presunto pariente del j o v e n príncipe, determinaron a éste a recibir el bautismo ( 5 8 0 ) .

Sabedor Leovigildo de lo ocurrido, sufrió por ello gran contratiempo, viniendo el negocio a tales extremos, que para eludir el peligro de muerte que le amenazaba, resolvió Hermenegildo apelar al auxilio de los bizantinos, que aun conservaban dominios en la Península, y con tal objeto, envió al arzobispo de Sevilla a Constantinopla a negociar con el emperador Mauricio. En esta ciudad se encontró Leandro con un monje llamado Gregorio, legado a la sazón del papa Pelagio I I para tratar de los intereses de Roma y de Italia, y que a no tardar había de engrandecer la cátedra apostólica con el nombre de San Gregorio Magno. Y como San Gregorio y San Leandro eran tan parecidos en carácter y tan santos, trabóse entre ellos estrecha amistad que duró toda la vida. Cuando más tarde subió Gregorio al solio pontificio, dedicó al arzobispo de Sevilla el Libro de Morales o Comentario de Job, que a instancia suya compusiera.

PERSECUCIÓN CONTRA LOS CATÓLICOS. — DESTIERRO DE SAN LEANDRO A misión de San Leandro no alcanzó todo el resultado que era de esperar, porque ya había declarado Leovigildo la guerra a su hijo. Cierto que el emperador Mauricio ordenó a algunas tropas griegas de la Península, que apoyaran el partido de Hermenegildo, pero no supieron resistir al poder del oro y, cuando llegó la hora del combate, fueron cobardemente traidoras al joven príncipe a quien tenían que defender. Desamparado Hermenegildo de los suyos y vendido de los soldados romanos, refugióse en una iglesia, como en asilo sagrado, confiando aplacar la ira de su padre. Y , en efecto, mientras se hallaba prosternado al pie del altar, entró su hermano Recaredo en nombre del rey a prometerle perdón si se rendía. Fiado en su promesa, el joven príncipe vino a echarse a los pies de Leovigildo, mas este padre desnaturalizado, que había jurado la muerte de su hijo, le despojó de las insignias reales y le envió a un oscuro calabozo cargado de cadenas. Tres años permaneció allí Hermenegildo inquebrantable siempre en su fe. Ciñó áspero cilicio y buscó fortaleza en la oración y en la penitencia. Se acercaban las fiestas de Pascua y como rehusara tomar comunión sacrilega de manos de un obispo arriano enviado al efecto, fué allí mismo decapitado de orden de su padre, el 13 de abril de 585, La Iglesia honra su martirio en dicho día. Leovigildo, convertido de padre en verdugo, quedó muy satisfecho con la muerte de su hijo por pareeerle que había asegurado su reino y su falsa religión. Pero como un pecado siempre atrae a otro, empezó la persecución más violenta contra la Iglesia de España desterrando a los obispos, que eran sus columnas vivientes. Entre los primeros que fueron desterrados se

de su hijo Recaredo, suplicándole velara por él y le guiase como guió a Hermenegildo. A Recaredo recomendó siguiera en todo los consejos del santo obispo. N o olvidó Recaredo los prudentes consejos del moribundo y su primer cuidado al subir al trono, fué aprovechar las enseñanzas de Leandro. Llegó, por fin, a conocer la verdad y pidió el bautismo. Su ejemplo fué seguido por toda la nación visigoda, que abrazó el catolicismo.

SAN LEANDRO, EN EL CONCILIO DE TOLEDO A R A más afianzar la conversión de su pueblo, Recaredo congregó en concilio nacional a los obispos del país sometido a su autoridad, es decir, España y la Galia narbonense. Dicha asamblea se celebró en Toledo y Leandro desempeñó en ella función capital y preponderante. Este concilio — e l tercero toledano— se abrió el 1.° de mayo de 589.

P

El rey, acompañado de su corte, declaró'abierto el concilio, y . dirigiéndose a los Padres del mismo, les dijo las siguientes palabras: — N o ignoráis, reverendísimos sacerdotes, que os hemos llamado para restaurar la forma de la disciplina eclesiástica, y que, si en los tiempos pasados la dominante herejía arriana negó a la Iglesia católica el permiso para' tratar sus asuntos en los sínodos, Dios al presente se ha valido de Nos para remover ese obstáculo. Alegraos, pues, y regocijaos en el Señor, por cuya providencia v u e l v e la costumbre canónica a sus antiguos términos. Os amonesto y exhorto ante todas cosas, a que pongáis en práctica las vigilias, las oraciones y los a y u n o s , para que el buen orden establecido por los cánones y borrado p o r su largo olvido de los entendimientos de los sacerdotes, se i m p r i m a de n u e v o en ellos y vuelva a brillar con su natural esplendor. A estas palabras siguió una aclamación unánime de aprobación y de alabanza, q u e d a n d o a c o r d a d o un ayuno de tres días según la intención del piadoso monarca para el m e j o r resultado de las deliberaciones de la sagrada y d o c t a asamblea. Cumplida esta penitencia previa, volvió a reunirse el concilio, y el rey presentó a los Padres un largo escrito, pidiéndoles que lo leyesen y examinasen, y que, una vez aprobado por ellos, sirviera en todos los templos de p ú b l i c o testimonio de su fe. — B i e n sabéis — d i c e , entre otras cosas—, las grandes molestias que hasta ahora ha sufrido la Iglesia católica, y cómo Dios nos ha inspirado el ardor de su f e para reducir a sus pueblos al conocimiento de la v e r d a d . Toda la preclara nación de los godos, que se hallaba envuelta en las tinieblas del error y separada de la autoridad de la Iglesia, unida ahora eon Nos, desea con el m a y o r afecto ser participante de la comunión católica. Y no sólo hem o s procurado la conversión de los godos, sino que, además, hemos llamado

eon igual celo a su antigua creencia a la muchedumbre de los suevos, sujeta a

nuestro reino

con el auxilio

del cielo.

Ofrecemos,

pues,

por

manos al eterno Dios, estas nobilísimas gentes, como un santo y

vuestras agradable

sacrificio, y para completarle, hemos resuelto también manifestar y declarar nuestra

fe en medio

de vosotros

como

si estuviéramos

en

la

presencia

de Dios. A continuación de este exordio, leyó el mismo rey su profesión de fe, ajustada en un todo a las decisiones de los concilios de Nicea,

Constanti-

nopla, Éfeso y Calcedonia, y pidió a los obispos que dicha profesión de fe constara en las actas del Concilio, y que las que hiciesen de viva voz los prelados, monjes y nobles del reino, constasen igualmente por escrito, firmándolas y sellándolas de su propia mano. A su confesión de fe, agregó el rey Recaredo el símbolo de Nicea,

el

de Constantinopla y el decreto relativo a la fe del sínodo de Calcedonia, haciendo seguir a su firma esta declaración: —-Yo, Recaredo, rey, he firmado con mi mano derecha esta santa fe y verdadera confesión que la Iglesia católica profesa por todo el mundo y que yo tengo en mi corazón y confieso con la boca. A continuación, firmó Bada, la mujer de Recaredo, añadiendo estas palabras: Y o , Bada, gloriosa reina, he firmado de mi mano, con todo mi corazon, esta fe que he recibido y profesado. A

la lectura de estas declaraciones, sucedieron las jubilosas

aclamacio-

nes de todos los Padres del Concilio, en honor de Dios y del rey. E l concilio invitó a los obispos godos recientemente convertidos, a los clérigos y a los nobles a declararse con la misma profesión de fe. La

asamblea

pronunció

veintitrés

anatemas

contra

los

partidarios

de

Arrio y contra los que rechazaban la fe de los cuatro grandes Concilios mencionados. El proceso verbal fué firmado en primer término por Recaredo y seguidamente por sesenta y cuatro obispos y por los siete clérigos representantes de otros tantos obispos.

En

presencia de semejante milagro de la

gracia, que en tan breve espacio de tiempo había transformado los corazones, Leandro no podía contener su satisfacción: «Nuestros perseguidores de antaño —exclamaba en el discurso de clausura del concilio— han llegado a ser con su conversión, nuestra corona. Levántate con alegría, salta de júbilo, ¡oh Iglesia de Dios!, y entona himnos de gratitud. Levántate en el esplendor de tu unidad, ¡oh cuerpo místico de Cristo!; revístete de fortaleza en medio de las alegrías de tus triunfos, pues tus lágrimas se han trocado en gozo, tu vestidura de luto en túnica gloriosa. N o llores más la muerte de tus hijos inmolados, que en su lugar te nacen cientos de miles. Aquéllos fueron la simiente, éstos el fruto.» Y

lanzando su mirada a lo porvenir añadía:

« Y lo que hoy pasa entre nosotros se ha de realizar en todo el universo. E l

mundo entero está hecho para creer en Cristo y para vivir en la unidad de la Iglesia católica. Si aun quedan en apartadas regiones, razás bárbaras no alumbradas por el rayo de la fe cristiana, día llagará en que también creerán.» Más que nadie había contribuido el arzobispo de Sevilla a este triunfo de la; fe¡ por eso mereció llevar el glorioso dictado de apóstol

de los

godos.

AMISTAD ENTRE UN GRAN PAPA Y UN GRAN OBISPO REGORIO

G

Magno

pontificado,

y

recibió

tan

alegres

nuevas

al

principio

de

su

presuroso contestó a Leandro dándole el parabién

por tan dichoso y feliz suceso y declarándole el gozo incomparable

que había sentido. «Recibí — l e decía— vuestra epístola, escrita con la pluma de la caridad.

Del corazón tomó la lengua lo que escribió con la pluma. Estaban presentes cuando se leyó vuestra carta algunos varones buenos y sabios, y comenzaron luego a enternecerse y compungirse con sólo oírla leer, y cada uno amor y afección os ponía en su corazón, porque le parecía no oír sino ver la dulzura del vuestro.» Unas líneas después se encomienda con gran humildad a las oraciones de San Leandro confesando su impotencia y debilidad. Para premiar los señalados servicios que Leandro prestara a la Iglesia y a la religión por su labor eficaz en la conversión de Recaredo y sus vasallos, San Gregorio le envió el palio, testimonio de honor y de distinción que acostumbran conceder los Papas a los arzobispos. Cuando

Leandro

dió

cuenta

al Pontífice

de las intenciones

rectas

y

puras de Recaredo el Católico, contestóle San Gregorio: «Mis palabras no aciertan a expresaros lo que siente el corazón, al ser sabedor de la conversión sincera a la fe católica, del celo y de la piedad de nuestro hijo común, el gloriosísimo rey Recaredo. L o que me decís de sus costumbres hace que le aprecie aun antes de que haya podido conocerle. Vele vuestra Santidad por esa alma noble y generosa, pues el enemigo de las almas tratará de seducirle todavía, ya que acomete preferentemente a los que le vencieron una primera vez. Enseñad, pues, a vuestro real discípulo a perseverar en la senda de la virtud, a glorificar con obras santas la pureza de su fe; prevenidle contra ej orgullo, para que goce de un reinado largo y feliz en la tierra, preludio de la gloria que le espera en el cielo.» Es común creencia que el mismo San Gregorio hizo donación a Leandro de la imagen de Nuestra Señora pintada por San Lucas y que se conserva en Guadalupe

(Cáceres).

Dicha

imagen

es objeto

de gran veneración,

y

cuantos delante de ella invocan con fervor y perseverancia a la Reina del cielo, consiguen que sus oraciones sean siempre favorablemente

atendidas.

TRANSITO DE SAN LEANDRO. — LITURGIA N A vez que Leandro dió tan venturoso fin a un negocio de tanta entidad como la conversión de la nación visigoda, llevó entre sus ovejas la vida del buen pastor, apartando los obstáculos dispuestos por el demonio y desplegando toda su actividad en bien de su rebaño. Estaba cumplida su misión y aguardaba la hora suprema, afligiendo su cuerpo con severas mortificaciones a pesar de su avanzada edad y regalando su espirítu con la oración y estudio de la Sagrada Escritura. Finalmente, Dios consideró las obras de su fiel siervo y le juzgó digno de las eternas recompensas Leandro había llegado a los ochenta años cuando se durmió en el Señor, volando su hermosa alma al cielo escoltada por ángeles que cantaban los triunfos del apóstol de los visigodos. Ocurrió tan feliz tránsito el 27 de febrero del año 603, juzgando por un epitafio común a Leandro, a su hermana y a su hermano Isidoro. Con todo, J. B . Rossi opina que fué el año 600. Su cuerpo recibió sepultura en la iglesia dedicada a las santas vírgenes Justa y Rufina. Después de sucesivas traslaciones fué inhumado por fin en la catedral de Sevilla, junto al cuerpo del rey San Fernando que rescató esta ciudad de la dominación agarena.

U

En un breviario antiguo hallamos este elogio a San Leandro: «Ganó para España un nombre ilustre; fué hombre lleno del santo temor de Dios, de prudencia consumada, pródigo en sus limosnas, equitativo en sus juicios. Fué un obispo sobrio en sus sentencias, asiduo a la oración, defensor benemérito de todas las Iglesias; levantóse contra los orgullosos y estuvo animado de caridad tan sobresaliente, que jamás rehusó nada a los que llamaban a su puerta.» También extendió Leandro sus desvelos a la liturgia y la restauró en nuestra patria. Desde tiempo inmemorial se ha conservado en Toledo un rito especial conocido con el nombre de mozárabe, hoy todavía en uso. Proviene tal nombre de haberse conservado en la Península después de la invasión de los moros, pues los cristianos obtuvieron de los vencedores licencia para conservar su religión aun «viviendo entre los árabes», que eso precisamente significa mozárabe. E n realidad, este rito era mucho más antiguo y se remontaba a la época de los visigodos; pero si no lo compuso San Leandro, él fué cuando menos quien lo reorganizó y, guardada la debida proporción, su obra en este orden de ideas puede compararse con la que realizó su amigo el papa San Gregorio Magno en el canto eclesiástico. San Leandro es honrado como Doctor de la Iglesia en la Orden benedictina, no tanto por sus escritos como por la actividad que desplegó en el tercer Concilio de Toledo, de capital importancia para la religión.

SANTORAL Santos L e a n d r o , o b i s p o , c o n f e s o r y d o c t o r ; Gabriel de la Dolorosa, pasionista, confesor; A l e j a n d r o y A b u n d i o , m á r t i r e s ; Baldomero, cerrajero- y monje; Talileo, p e n i t e n t e ; Gelasio, comediante' y mártir; Cronión, Julián y Besas, m á r t i r e s ; Juan de Gorze o de Vandieres, a b a d (cuya biografía d i m o s a y e r ) ; Basilio y P r o c o p i o , c o n f e s o r e s ; Marciano, o b i s p o de T o r t o n e ; D a c i a n o , m á r t i r ; D i o n i s i o y v e i n t i c u a t r o c o m p a ñ e r o s , mártires en Á f r i c a . Santas P o n c i a n a , m á r t i r ; Onésima, v i r g e n ; H o n o r i n a , v i r g e n y mártir. • S A N G A B R I E L D E L A D O L O R O S A , pasionista. — N a c i ó en la c a t ó l i c a ciudad de Asís, patria del sublime San Francisco. E r a el segundo de los siete hijos que D i o s c o n c e d i ó a los e s p o s o s Santos Possenti e Inés Frisciotti. E n el b a u t i s m o recibió el n o m b r e de F r a n c i s c o , que después c a m b i ó p o r el de Gabriel al vestir el santo h á b i t o religioso. E l sello característico de F r a n c i s c o era su c a r á c t e r abiert a m e n t e j o v i a l ; n o f u é un Santo triste, n o , sino un Santo f r a n c a m e n t e alegre. Su primera j u v e n t u d f u é a l g o f r i v o l a ; gustábanlq lecturas, diversiones y bailes. P e r o D i o s le visitó repetidas veces c o n serias enfermedades, q u e f u e r o n el aldab o n a z o q u e despertó a F r a n c i s c o para q u e escuchara la v o z de D i o s q u e le llamab a a la v i d a religiosa. Nuestro j o v e n ingresó en la C o n g r e g a c i ó n d e l o s Pasionistas, de la q u e es una gloria. E n t r e las m u c h a s v i r t u d e s -que en él descollaron d e s t a c a r e m o s su o b e d i e n cia, su a m o r a Jesús y su d e v o c i ó n a María. A c e r c a d e ésta e s c r i b e : « C r e o q u e vuestra intercesión es m o r a l m e n t e necesaria - p a r a s a l v a r n o s ; q u e t o d a s las misericordias o t o r g a d a s a los h o m b r e s vienen p o r v u e s t r o c o n d u c t o , y q u e n a d i e p u e d e entrar en el cielo sin pasar p o r V o s , q u e sois la p u e r t a q u e allí n o s i n t r o d u c e . » R o d e a d o de sus h e r m a n o s en R e l i g i ó n , Gabriel d e la D o l o r o s a v o l ó a la Gloria al despuntar el alba del día 27 de febrero del a ñ o 1862, e n el retiro d e Issola, del reino de Nápoles. C o n t a b a 24 años de e d a d . S A N B A L D O M E R O , m o n j e . — V i n o al m u n d o en las cercanías d e L i ó n y ejercía la profesión de cerrajero. L o s ratos libres q u e le q u e d a b a n d e s p u é s d e la c o tidiana jornada, los e m p l e a b a en rezar, g u s t a n d o m u c h o de visitar a N u e s t r o Señor en la iglesia, en la cual tenía siempre una p o s t u r a edificantísima. V i v e n c i o , a b a d del monasterio de San Sulpicio, en L i ó n , q u e d ó altamente i m p r e s i o n a d o al verle en su actitud de o r a c i ó n y le i n v i t ó a q u e entrara en su m o n a s t e r i o , d o n d e tendría grandes facilidades para entregarse a la o r a c i ó n y a la p e n i t e n c i a ; para ello le p r o p o r c i o n ó una celda en su monasterio. E l o b i s p o G a u d r y l e . o r d e n ó de s u b d i á c o n o , p e r o B a l d o m e r o rehusó el sacerdocio p o r considerarse i n d i g n o de tanta d i g n i d a d . D e s c a n s ó en el Señor a m e d i a d o s del siglo v n . S A N G E L A S I O , mártir. — ' Era natural de Fenicia, de un lugar n o m u y distante de Heliópolis. E n una representación teatral se hacía burla de la ceremonia del B a u t i s m o , y nuestro Gelasio representaba el p a p e l de b a u t i z a d o . C u a n d o le echaron a una c u b a de agua, según rito de la é p o c a , su c o r a z ó n y sus o j o s f u e r o n deslumhrados p o r una luz celestial q u e le hizo ver la v e r d a d de aquel misterio. Allí m i s m o c o n f e s ó su creencia religiosa y manifestó q u e estaba dispuesto a morir p o r e l l a ; al fin, fué martirizado.

SAN

ROMAN

Abad y Fundador (390P-460?)

DÍA

28

DE

FEBRERO

A N R o m á n fué destinado por la divina Providencia para encender en el e x t r e m o oriental de las Galias un n u e v o foco de vida monástica y religiosa; fué el f u n d a d o r y primer abad de la céleDre anadia de C o n d a t , árbol vigoroso y fecundo que' durante trece siglos cubrió con sus ramas y verde follaje esta re»ión que se ha llamado la Teoama de las Galias.

S

N a c i ó R o m á n a fines del siglo I V . hacia el año 390, de virtuosa y honrada familia, en la provincia seeuanesa, limitada por el Jura. Sus padres, en aquella época perturbada por las invasiones de los bárbaros, no tuvieron con qué hacerle instruir en las ciencias humanas, pero procuraron desenvolver las hermosas cualidades de que estaba dotado aquel niño de predilección. La juventud de Román discurrió, como su niñez, en medio de la oración y de la vida familiar, apartado del mundo y de sus placeres y diversiones, que le causaban horror. Sin embargo, dotado como estaba de bondad y afabilidad, se había granjeado la estima y el aprecio de todos, incluso de algunos que no tenían el valor de imitarle. 38-1

VOCACIÓN. — CENOBITA Y SOLITARIO O M A N había oído la voz íntima de la gracia que le incitaba a renunciar a todo y a vivir sólo para Dios. Pedía al Señor le iluminara sobre el mejor modo de realizar este designio. En vano sus padres le habían querido obligar a pedir matrimonio, no consintió en ello. Su determinación era cerrada, quería ser ermitaño para mortificarse más y entregarse a la contemplación.

R

Apenas quedó libre, desasiéndose de los halagos y cariños de su familia y ofreciendo a Dios este doloroso sacrificio, marchó a Lyón, que entonces se llamaba Lugdunum. ¿Estaba Lyón en el camino del desierto? Sin duda que no, pero Román sabía que antes de entrar en batalla, hay que aprender el manejo de las armas. Habiendo oído hablar del venerable abad Sabino, superior del monasterio de Ainay, fué a ponerse humildemente bajo su dirección, para que le enseñara el arte sublime y difícil de la perfección cristiana. Tenía a la sazón 35 años. E l abad no tuvo más que felicitarse por la adquisición de este nuevo discípulo, que pronto se formó a las prácticas de la vida cenobítica e hizo rápidos progresos en la ciencia de los santos. La lectura de la Vida de los Padres del yermo constituía sus delicias; el ejemplo de los sacrificios y penitencias de los solitarios, lejos de asustarle, aumentaba, por el contrario, cada día su deseo de vivir como los Pablos, los Antonios y los Hilariones. Cuando estuvo suficientemente instruido, Román se dirigió a las selvas deshabitadas del Jura; la Providencia le deparó como retiro un lugar casi inaccesible llamado Condat, que en lengua céltica significa conlluencia. Este desierto, situado en la confluencia de dos riachuelos: el Tacón y el Binne, y encerrado entre tres montañas, presentaba aspecto agreste de p r o f u n d a soledad. Román encontró un lugar verdaderamente encantador, d o n d e esperaba evitar fácilmente las miradas y las suspicacias de los hombres. En este lugar fijó, pues, su morada con gusto, albergándose al principio bajo un enorme abeto, cuyo espeso ramaje le recordaba la palmera que servía de tienda a Pablo el ermitaño, en el desierto de Egipto. Como este Santo, cuyos ejemplos ansiaba imitar, empezó inmediatamente y con ardor, una vida de oración y penitencia. Según las reglas que se había trazado, destinaba un tiempo considerable a la oración; su conversación estaba en los cielos; para, mantener su fervor leía asiduamente la Vida de los Padres del yermo, que había llevado de Ainay. Por fin, el gran alimento de su oración era la mortificación extraordinaria; trataba duramente al cuerpo, reduciéndole a servidumbre con espantosas austeri-

dades; durante mucho tiempo no se alimentó más que de raíces y frutas silvestres y no tenía otro lecho que la tierra desnuda. Dios sólo le bastaba. Dedicaba una parte del tiempo al t r a b a j o manual. Para ello se proveyó de algunas herramientas, de semillas y hortalizas, y empezó a cultivar una corta extensión de tierra, no para procurarse mejores alimentos, sino para hacer a Dios el sacrificio de sus m i e m b r o s y de todo su cuerpo en este ejercicio penoso, tan conforme al espíritu m o n á s t i c o .

SAN LUPICINO. — LLUVIA DE PIEDRAS. — DERROTA Y VICTORIA OMÁN había dejado en el mundo a un hermano a quien amaba tiernamente. Llamábase Lupicino, el cual no habiendo sabido resistir a las solicitaciones apremiantes de sus padres, se había casado; pero poco después de la partida de Román, perdió sucesivamente a su mujer y a su padre, y consideró esta desgracia como un aviso del cielo. Una voz interior le impulsaba a juntarse con su hermano, que se le apareció en sueños, instándole á hacerse solitario. Sin más vacilaciones fué a echarse a los pies de Román, que le admitió con gozo en su compañía.

R

Los ejemplos del maestro, más aún que sus palabras, eran elocuente enseñanza para el discípulo, cuya naturaleza robusta y enérgica se prestaba admirablemente a la vida austera del desierto. Los dos hermanos rivalizaban en fervor y generosidad. Pero llegó la hora de la tentación. Mientras rezaban las oraciones acostumbradas, se vieron agredidos de repente por una verdadera lluvia de piedras, sin poder descubrir la mano que las lanzaba. Continuaron el rezo y los cánticos, y las piedras siguieron cayendo con más fuerza. Volvieron a sus plegarias, y volvieron los asaltos y acometidas; cada vez que se arrodillaban eran heridos cruelmente por aquel enemigo invisible, que los dejó maltrechos y cubiertos de heridas. Este hecho, al parecer tan extraño, se produce a veces por causas naturales. ¿Era este el caso, o había en ello intervención del enemigo de las almas? No sabríamos decirlo. L o cierto es que la misma escena se repitió varios días. Román y Lupicino, acobardados se dijeron mutuamente: «Acaso Dios quiere que vayamos a otra parte y por esto permite que el enemigo nos atormente.» Partieron, pues, en busca de morada más apacible. En el camino se detuvieron una tarde en el umbral de la casa de una pobre mujer, que les ofreció hospedaje, creyendo que eran peregrinos ordinarios, rendidos por el cansancio de un largo viaje.

«¿Quiénes sois? —Ies dijo— ¿De dónde venís? ¿Qué os trae por estas tierras?» Los dos hermanos refirieron con toda humildad lo que les había acontecido: sus miedos y el por qué de su huida. «¡Cómo! —exclamó aquella mujer— ¿es esto un motivo justo para abandonar el servicio de Dios? ¿Tendré que enseñar yo, flaca mujer, que lo que habíais de hacer era perseverar en la oración? Si no hubierais cedido tan pronto, habríais triunfado.» Estas palabras los llenaron de humillación; avergonzados de su cobardía, volvieron a emprender inmediatamente el camino de Condat. Apenas llegaron fueron objeto de una prueba más terrible: cayó sobre sus cabezas nueva lluvia de piedras y se vieron con !os rostros inundados de sangre. Pero esta vez se mantuvieron firmes, acudieron a la señal de la cruz repetidas veces, en medio de una oración ferviente y llena de confianza. Aun tuvieron que resistir más de un combate de este género, acudiendo también a las mismas armas. Pronto bendijo Dios su paciencia y energía y los libró de prueba tan terrible. '

EL DESIERTO FLORECE. — HUMILDAD Y MANSEDUMBRE DE SAN ROMÁN A santidad es perfume que no puede menos de trascender a lo lejos y cuya suavidad atrae misteriosamente a los que aspiran a ser preservados de la corrupción del siglo. Cierto día, R o m á n , inspirado por una luz divina, dijo a Lupicino: «Preparemos en esta colina vecina una habitación para los hermanos que la P r o v i d e n c i a nos envíe.» Al día siguiente llegaban dos jóvenes eclesiásticos de B o r g o ñ a , suplicando a los piadosos solitarios que los guiasen por las sendas de la salvación y perfección.

L

El camino del desierto estaba abierto; p r o n t o fué c o n o c i d o y seguido por otros discípulos a quienes Román acogió eon la m a y o r caridad; su número creció tanto, que los dos hermanos resolvieron edificar un monasterio regular. Nivelaron el terreno, talaron los bosques del contorno y el humilde eremitorio se transformó en un gran c o n v e n t o ; tal es el origen de la abadía de Condat, llamada a gozar pronto de tanta celebridad. Dios había santificado estos lugares; de todas partes acudían a ellos para ver y oír a aquellos hombres extraordinarios; no dudando de su poder, les llevaban enfermos y paralíticos, a los guales curaban o restituían el uso de sus miembros; les presentaban posesos y ellos los libraban del demonio con la señal de la cruz. Los que habían recuperado la salud, no querían separarse de sus bienhechores; otros, que habían sido convertidos por sus instrucciones, pedían para quedarse junto a ellos y hacer penitencia; por último,

Y

l\~ciaro taban

misericordia encomendó

el día, mirólos sanos

y limpios

y despidióse mucho

a todos

de ellos

a Dios,

con nueva

y,

dió gracias

abrazándolos

que no ofendieran castigados

San Román

de la lepra,

viendo

que

es-

por

su

a Dios

cariñosamente.

Les

para que no se

vieran

lepra.

el espectáculo de aquellos prodigios y de tan sublimes virtudes, decidía a muchos a no regresar al mundo y a permanecer en Condat para hacerse santos. L a afluencia de novicios fué tan numerosa que Román se vió precisado a construir otro monasterio, una legua más allá, y más tarde un tercero aun más amplio. Aquellas maravillas henchían de gozo el corazón de Román pero le conservaban en la más profunda humildad, porque refería toda la gloria a sólo Dios; una de las pruebas que dió de su humildad .fué rehusar el título de abad, que confirió a su hermano. L a dirección de los monasterios era común a los dos hermanos. La regla que en ellos establecieron estaba sacada de las observancias de la abadía de Leríns, f u n d a d a h a c i a el 410, y de las Instituciones de San Juan Casiano, quien habiendo sido m o n j e en Oriente, había fundado hacia el 413 la abadía de San Víctor en Marsella. Introdujeron en ella algunos usos de los monjes de Oriente, de la regla de San Basilio y de la de San Pacomio, acomodándolos al clima del Jura y al temperamento de los galos. Los monjes de Condat cultivaban la tierra; les estaba vedado ! el uso de la carne, pero podían comer huevos y lacticinios. Esta regla fué observada en toda su pureza y exactitud, gracias a la vigilancia de los santos fundadores. Visitaban con frecuencia y por turno los monasterios, manteniendo en ellos el fervor por medio de sus instrucciones y consejos, y sobre todo con el ejemplo. Román brillaba por el esplendor de su mansedumbre y cardad; al verle en medio de sus hijos, hubiérase creído ver al discípulo amado, diciendo: «Hijitos míos, amaos unos a otros.» Uno de los religiosos más antiguos de Condat le echó en cara un día, con aspereza, la excesiva facilidad con que recibía a los que se presentaban solicitando ser monjes. «Pronto —añadió— no tendremos puesto para acostarnos.» «Acojamos, hijo mío —respondió el santo fundador—, a todas esas ovejas que nos envía el Divino Pastor; no nos neguemos a defenderlas contra el enemigo que procura su pérdida con encarnizamiento; antes bien, conduzcámoslas con nuestro celo a la puerta del paraíso.» Román sólo era duro consigo mismo, conservándose siempre en una perfecta igualdad de ánimo. Lupicino, por el contrario, era m u y austero y severo en sus correcciones; mas sus esfuerzos, aunque inspirados por un santo celo, no eran siempre tan fructíferos como los de su hermano. E n una visita que hizo a uno de los nuevos monasterios, Lupicino entró en la cocina, donde estaban preparando diferentes guisos de pescado y legumbres; indignóse el Santo por aquella prodigalidad tan contraria a la observancia. «¿Es ésta —exclamó— la templanza que c o n v i e n e a unos monjes? ¿Es posible que pierdan en semejantes fruslerías, un tiempo que deberían dedicar al oficio y al culto divino?» Y tomando una gran caldera echó en ella juntamente aquellos diversos alimentos, y así mezclados los

hizo hervir, imponiendo a los religiosos como penitencia el comer aquel manjar extraño y de aspecto repugnante. Doce se negaron a ello murmurando, y como el superior persistía en su mandato, tomaron la resolución de dejar el monasterio. Cuando Román supo, por revelación, lo ocurrido, sintió gran pesar y tan pronto como Lupicino regresó, le reprochó su excesivo rigor: «¿¡Cómo!, hermano mío -—le dijo—, ¿por un guisado has sacrificado el alma de esos doce hijos? ¿Qué va a ser de ellos en medio de las vanidades y placeres del mundo?» Púsose entonces en oración y por sus súplicas, lágrimas y penitencias obtuvo de la divina misericordia la vuelta de los fugitivos. Éstos, arrepentidos de su pasada y liviana cobardía volvieron con más celo a la práctica de la regla, llegaron a ser excelentes religiosos, dando a sus hermanos los ejemplos más edificantes.

CERCA DE GINEBRA. — LOS LEPROSOS CURADOS E R O veamos hasta d ó n d e puede llegar el heroísmo de la caridad fraterna, Román fué a visitar un nuevo monasterio fundado cerca de Ginebra, tal vez la abadía de Romain-Moutier, a la otra parte del Jura, cerca del lago L e m á n ; salió tarde y le sorprendió la noche en los alrededores de la ciudad.

P

N o había por allí más albergue que un lazareto que servía de refugio a nueve leprosos. Entró sin vacilar, considerándose feliz con poder dar una prueba de cariño a aquellos desgraciados a quienes la sociedad ha desterrado de su seno. Lejos de manifestar repugnancia al ver las horribles llagas que roían sus cuerpos, se acercó a ellos con semblante risueño, hablóles con la mayor bondad; y les lavó los pies, como el divino Maestro hizo con los Apóstoles, y comió en su compañía. Después, dispuso una sola y espaciosa cama en que todos cupiesen, y se acostó con ellos. Una vez acostados, los nueve leprosos se durmieron, velando sólo Román, que se puso en oración, como si estuviese en la capilla del monasterio, y empezó a cantar himnos sagrados. Luego, movido por una inspiración celeste, se acercó a uno de los leprosos y le tocó el costado; al instante el leproso quedó sano y limpio de la lepra. Tocó a otro, y al instante sanó también. Estos dos recién curados despertaron entonces a sus compañeros para que pidieran a su visitante la misma gracia que ellos habían recibido; mas. ¡oh prodigio sorprendente!, semejante a un flúido misterioso, la virtud del taumaturgo se les comunicó, y por el mero hecho de tocarse unos a otros para despertarse, quedaron libres de su horrible enfermedad. A l levantarse echaron de ver que la lepra había desaparecido totalmente. Entonces, cele-

braron su dicha con exclamaciones de alegría y agradecimiento, pero ya la humildad de Román ce había librado de sus demostraciones de gratitud, poniéndose en camino para Agauno, donde quería hacer oración junto a la tumba de San Mauricio. Cuando al regresar de su peregrinación pasó por Ginebra donde ya era conocido el prodigio, salieron a su encuentro el clero, los magistrados y todos los habitantes, y le tributaron una ovación.

SACERDOTE. — LA HERMANA DE SAN ROMÁN IMITA A SUS HERMANOS A humildad profunda de Román, se había opuesto Insta entonces a recibir los honores del sacerdocio, del que se consideraba demasiado indigno. Pero Dios quería que esta aureola brillara en la frente de su siervo. Habiendo pasado San Hilario, obispo de Arles, por Besanzon, oyó hablar de las eminentes virtudes de Román, le mandó llamar y después de una larga conversación le dijo: «Padre, os falla la autoridad del sacerdocio para hacer todo el bien que Dios quiere de Vos; preparaos, pues, para recibir las sagradas órdenes; yo mismo os las conferiré.» E l humilde religioso t u v o que someterse y se dejó ordenar de sacerdote. Era el año 444: tenía por lo tanto unos 54 años. I,a dignidad sacerdotal no m o d i f i c ó en lo más m í n i m o su v i d a de oración y de austeridades; sólo sirvió para acrecentar su amor al Dios c u y a s misericordias le confundían. Sirvió también para aumentar la caridad para con sus hermanos: observaba eon ellos la misma sencillez, la m i s m a familiaridad y la misma b o n d a d paternal que antes. P o r su parte, ellos mostraban cada día m a y o r amor y confianza al que cada día era aún más padre de sus almas. Varios discípulos suyos alcanzaron alto grado de santidad e hicieron milagros. El poder de lanzar demonios se c o n c e d i ó especialmente al diácono Sabiniano. el cual, con perseverancia heroica, había triunfado de las más espantosas tentaciones y de las obsesiones del enemigo infernal, en f o r m a que llegó hasta abofetearle terriblemente. El sacerdocio d a b a al apostolado monástico de R o m á n nueva fecundidad. D e todas partes en los Vosgos y hasta en Alemania reclamaban su presencia para nuevas fundaciones. A c c e d i ó al m i s m o tiempo al deseo de su hermana, que quería también terminar sus días en la oración y la penitencia. N o lejos de L a u c o n n e , construyó para ella y para las mujeres que quisieran seguirla, el monasterio de la B a u m e , llamado así porque estaba situado sobre .una caverna, que es lo que significa balme en lengua céltica. Esta comunidad fué visiblemente bendecida por Dios y contaba quinientos religiosas a la muerte de San R o m á n .

SAN ROMAN SABE QUE VA A MORIR Y SE DESPIDE D E SUS DISCÍPULOS O M Á N supo por revelación que su peregrinación terrestre iba a terminar. A c o m e t i ó l e p o c o después una dolnrosa enfermedad que acabó de purificar su alma en el crisol del sufrimiento. Soportóla con perfecta c o n f o r m i d a d a la v o l u n t a d de D i o s . M o v i d o p o r un sentimiento de caridad se lo n o t i f i c ó a su h e r m a n a , que era abadesa, y se despidió de ella con palabras santas y enteroecedoras. R e u n i ó luego, por última vez, a todos los m o n j e s a quienes a b r a z ó y b e n d i j o c o n ternura. A b r a z ó asimismo a su hermano L u p i c i n o . encareciéndole eon insistencia que gobernase sus queridos monasterios con a m o r paternal.

R

— D i me, hermano carísimo — l e declaró L u p i c i n o al f i n — , ¿en cuál de nuestros monasterios quieres que te disponga el sepulcro, para preparar también el m í o ? P o r q u e quisiera descansásemos juntos los que h e m o s vivido juntos. Y o , h e r m a n o m í o — d i j o R o m á n — , te profeso cariñoso a f e c t o , pero has de saber que n o seré sepultado en monasterio d o n d e no puedan entrar mujeres. Y a sabes que a m í , vilísima criatura, se ha dignado nuestro gran Dios, por ser quien es, c o m u n i c a r m e la gracia d e curar las enfermedades con sólo tocar mis manos y hacer la señal de la santa cruz; por esta causa quiere el Señor que mi sepulcro esté fuera del monasterio para que todos, hombres y mujeres, gocen de ese beneficio en las aflicciones y enfermedades, pues te aseguro que su concurso será siempre grande. Así murió este «héroe de Cristo», como le llama su biógrafo. Ocurrió su muerte el 28 de febrero, probablemente del 460 ó 463. La abadía de Condat, alrededor de la cual se había formado poco a poco una ciudad, subsistió hasta la revolución. Tal como el siervo de Dios lo había profetizado, su cuerpo fué sepultado fuera del monasterio, en un montecillo poco distante de él. Su caridad multiplicó allí los milagros. Levantóse una vasta iglesia sobre su tumba. En 1522, un violento incendio destruyó el convento. Parte de sus reliquias fueren salvadas felizmente de las llamas. Después fueron trasladadas a una iglesia edificada en el emplazamiento del antiguo monasterio. Los habitantes de los pueblos circunvecinos tienen dichas reliquias en gran veneración.

SANTORAL Santos Román, abad; Macario, Rufino, Justo y Teófilo, mártires; Proterio, patriarca de Alejandría y mártir; Ruelín, obispo en Bretaña; Cereal, Púpulo, Serapión, Cayo y muchos otros, mártires en Alejandría; Alderto, obispo de Viviers; y el Venerable Diego Pérez de Valdivia, en Baeza, presbítero. Santas Edina, princesa de Baviera y abadesa; Avelina; Rufina, virgen, y Onésima, en Colonia; Sira, mártir en Persia; Servilia, Basilisa, Jenara y Siivona, mártires. SANTOS MACARIO, RUFINO Y COMPAÑEROS, mártires. — Macario, Rufino, Justo y Teófilo eran cristianos y fueron hechos prisioneros por sus creencias. Gracias a los herejes novacianos adquirieron la libertad, y en agradecimiento a ellos se hicieron también herejes. Mas al saberlo San Cipriano, obispo de Cartago, escribió a Macario para recriminarle su mala acción. Macario entró dentro de sí y se avergonzó de su caída y abrazó nuevamente la fe cristiana; lo mismo hicieron sus compañeros. Tuvieron nuevo encarcelanjniento y, por fin, el martirio, que sufrieron el 28 de febrero del año 252. SAN PROTERIO, obispo y mártir. — Admira la vida de este Santo que no tuvo más norma de conducta que el agradar a Dios y cumplir sus preceptos y los de la Iglesia. Tuvo que oponerse a los deseos de Dióscoro, sucesor de San Cirilo de Alejandría. El concilio ecuménico de Calcedonia depuso a Dióscoro por hereje, y en su lugar fué elegido Proterio. Esta elección excitó las iras de los herejes partidarios del obispo depuesto; para apaciguar los ánimos tuvo que intervenir el ejército, que nada logró. Proterio obtuvo del emperador que devolviera a Alejandría el trigo que, en castigo, había llevado a Constantinopla; este hecho le atrajo el aplauso y la admiración del pueblo, pero no acalló la envidia de los herejes, los cuales, a pesar de la edad del obispo y de ser Viernes Santo, en la misma iglesia le dieron muerte a fuerza de g o l p e s ; después le arrastraron p o r las calles y le cortaron en pedazos, que algunos de aquellos criminales comieron c o m o si fueran caníbales o leones hambrientos. Después quemaron lo restante de ese venerable cuerpo y aventaron sus cenizas. V E N E R A B L E D I E G O P É R E Z D E V A L D I V I A , presbítero. — Esta honra del sacerdocio católico v i n o al m u n d o en la ciudad de Baeza, de la bella región de Andalucía. Fué discípulo m u y aprovechado del Maestro Avila, siendo en la tierra catalana lo que su Maestro fué en la andaluza. E m p e z ó sus funciones sacerdotales explicando Sagrada Teología en la Universidad de su ciudad natal, y luego pasó a o c u p a r el cargo de Deán de la Catedral de Jaén. Este puesto le acarreó serios disgustos y persecuciones, incluso la c á r c e l ; y t o d o era d e b i d o a su vehemencia y tesón en c o m b a t i r los vicios y corregir las malas costumbres. A pesar de su humildad y resignación cristianas, n o p u d o soportar más t i e m p o aquella violenta situación y pretendió marchar a países infieles. P e r o D i o s hizo que se quedara en Barcelona que, en adelante, había de ser el centro de sus predicaciones evangélicas, c o n las cuales reformó casi t o d o el Principado de Cataluña. Entre sus escritos figura el llamado «Avisos de gente p e r d i d a » , m u y d o c t o tratado espiritual. La costumbre de exponer el Santísimo durante los días de carnaval, es institución suya. Murió el 28 d e febrero de 1589.

SAN DÍA

DOSITEO

Monje (siglo V I )

29

DE

FEBRERO

A Y en la fisonomía de cada santo una característica que llama especialmente la atención. Esta particularidad es la que importa hacer resaltar y proponer a la imitación de los lectores. En Santa Teresa de Jesús, por ejemplo, es el amor ardiente; en San Francisco de Sales, la dulzura y mansedumbre; en San Vicente de Paúl, la caridad. Por lo que toca a San Dositeo, debemos hacer resaltar el vencimiento propio y la completa abnegación de la voluntad.

H

QUIÉN FUÉ DOSITEO O c o n o c e m o s el lugar ni la é p o c a de su nacimiento; sólo sabemos que fué un j o v e n noble, hijo de un prefecto, ministro de la guerra o tribuno, oficial que m a n d a b a un cuerpo de tropas, y que corresponde ahora al grado de teniente general. C o m o estaba en la flor de la edad, y era de bello aspecto y bien p r o p o r c i o n a d o , constituía las delicias de t o d a la familia, y el ídolo de su padre, que le crió con gran delicadeza y el m a y o r

N

regalo. Aunque cristianos, sus padres le dieron lastimosa educación, manteniéndole en la total ignorancia de la religión cristiana, y por miedo de contrariar su libertad, no le dedicaron a los estudios, y le dejaron crecer sin darle el menor barniz de cultura científica ni literaria. Si Dositeo no se precipitó en las más funestas licencias de la juventud, debiólo a la buena inclinación de su bella índole, o por mejor decir, a la especial gracia con que el cielo 1c preservó hasta de los menores escollos. Era Dositeo de natural dulce, gracioso y apacible; y como a ello se añadía la hermosura de su semblante, la proporción airosa de su talle, la delicadeza y blancura d e su tez, modales desembarazados, modestos y llenos de una noble ingenuidad, junto con una rara inocencia de costumbres, fué universalmente a m a d o de t o d o el mundo. El padre, particularmente, estaba tan hechizado c o n su h i j o , que no sabía negarle ningún gusto, siendo tan excesiva condescendencia 1a causa de su crasa ignorancia.

VIAJE A TIERRA SANTA N esta regalona ociosidad vivía Dositeo cuando oyó hablar del viaje que unos oficiales iban a realizar a Tierra Santa movidos por la devoción. El Señor, que tenía particulares designios sobre aquella alma privilegiada de su gracia, le inspiró el deseo de hacer este viaje. Apenas dió a entender a su padre la curiosidad que se le había excitado, al instante providenció todo lo necesario para complacerle y pidió a los oficiales que llevasen consigo a su hijo y le cuidaran durante aquellas jornadas.

E

Llegaron a Jerusalén. Todas las cosas grandes y santas que Dositeo veía en aquellos sagrados lugares le tenían como embelesado, causándole especialmente grande impresión todo lo que oía decir de nuestros sacrosantos misterios. Condújole un día la divina Providencia a cierta iglesia, cerca de Getsemaní, y vió en ella una pintura que le afectó vivamente. Era un vivísimo retrato de los tormentos que los condenados padecen en el infierno. Contemplaba inmoble aquel horroroso lienzo, cuando de pronto apareció a su lado una señora de majestad y belleza extraordinarias, que le explicó el espectáculo que tenía ante los ojos. Aturdido Dositeo con lo que estaba oyendo, y reflexionando en la vanidad de su vida pasada, temió que le estuviese reservada la misma suerte. —¿Qué debo hacer, pues, para evitar tamaña desgracia?—preguntó. — H i j o mío — l e respondió la matrona-— si quieres no ser del número de los condenados, ayuna, no comas carne y ora sin cesar. Y diciendo esto desapareció. Nunca dudó nuestro Santo que esta Señora había sido la Santísima Virgen, y por esto le profesó siempre una ternísima devoción.

DOSITEO, SE HACE RELIGIOSO U E G O que Dositeo volvió al lugar de su hospedaje, comenzó a poner

L

en práctica el consejo recibido. Sus compañeros echaron de ver la mudanza, y en tono de broma le aconsejaron que se retirase al claustro.

El joven ignoraba lo que esto quería decir, y cuando se lo explicaron no vaciló un momento. La broma de sus amigos había sido para él una advertencia del ciclo, porque sin demora se presentó en uno de los monasterios más florecientes de Palestina, del cual era abad San Seridso. El venerable abad, al ver a un joven tan apuesto, educado con la mayor delicadeza y vestido eon un rico uniforme militar,

temió en un principio

que su resolución fuese hija de un fervor pasajero. Así es que llamó a San Doroteo — q u e era su principal discípulo— y declarándole lo que recelaba, le encargó que examínase la vocación de aquel mozo. N o tardó San Doroteo en apreciar todo el mérito del joven aspirante pero viendo que su nuevo discípulo era joven, tierno, delicado y criado con todo regalo, no quiso sujetarle desde luego a todas las austeridades de la Regla, contentándose por entonces con enseñarle a obedecer con alegría y puntualidad, a no tener voluntad propia, a modificar sus inclinaciones, y a desprender su eorazon aun de las cosillas más menudas. Fué acostumbrándole por grados a la abstinencia. A l principio el joven consumía pan y medio. Pocos días después, por orden de su maestro, disminuyó una parte de esta cantidad y como le preguntase si había quedado satisfecho, contestó: — T a n t o como satisfecho no; pero estoy bien. Más tarde, aumentando el rigor de las mortificaciones, Dositeo, a quien no bastaban al día cuatro libras de pan en los principios de su conversión, llegó insensiblemente a contentarse con solas ocho onzas, sin haber enflaquecido ni experimentado mengua en sus fuerzas. Ansiaba por entonces el santo mancebo dedicarse al estudio de la Sagrada Escritura, y así se lo dijo a su abad, el cual lejos de condescender eon aquella petición,

le contestó con aparente menosprecio,

y

sólo para

probarle,

que un hombre que había llevado en los primeros años de su juventud una vida tan disipada, era más digno de cavar la tierra, a la que estuvo un tiempo tan apegado, que de elevar su espíritu con la contemplación de las cosas celestiales. Fácil es comprender, por tanto, cuán violentas tempestades se levantarían en el corazón de Dositeo con el choque diario de su propia voluntad con la regla de obediencia que le obligaba a someterse a los mandatos del superior, y cuántas serían las batallas que hubo de sostener contra el espíritu de la soberbia y

de independencia que tanto le excitaban. Pero de todos estos

asaltos salió vencedor, gracias a las plegarias que continuamente elevaba a la Santísima Virgen para que le encaminara p o r donde mayor gloria pudiera dar a Dios y mejor correspondiera al beneficio que le había hecho cuando se le apareció en Getsemaeí, mientras c o n t e m p l a b a la pintura del infierno, al advertirle los peligros que corría si seguía entregado a las p o m p a s y vanidades del mundo y a las malas c o m p a ñ í a s que habían estado a punto de pervertir su alma.

LE ENCARGAN DE LA ENFERMERÍA causa de su carácter afable, D o s i t e o era más apto que ningún otro para el servicio de los enfermos, por lo cual le encargaron de la enfermería. Desempeñó este empleo con una limpieza y una caridad que edificaba a todos los religiosos confiados a su cuidado. Si alguna vez por la propia debilidad de la naturaleza humana se le escapaba alguna palabra un poco ruda, sentía profundo dolor, sé retiraba a su celda y , postrándose rostro en tierra, deploraba su fragilidad. En tales ocasiones sólo Doroteo podía secar sus lágrimas. —¿Qué tienes, pues, Dositeo? — l e preguntaba—-; ¿por qué lloras de esa manera? —Perdóneme, Padre mío — l e respondió entonces el humilde discípulo—, me he dejado llevar de la cólera contra mi hermano y le he hablado con impaciencia. —¡Cómo!, hermano mío, ¿ n o sabes que aquellos a quienes sirves son los m i e m b r o s de Jesucristo y que al servirlos sirves al mismo Cristo? ¿Por qué, pues, lo haces tan mal? ¿Quieres afligir al divino Salvador, que toma como cosa s u y a todo lo que se hace a sus siervos? Nuestro Santo sólo respondía a esta suave corrección con suspiros y lágrimas. Movido a compasión por aquel arrepentimiento sincero, Doroteo dejaba entonces' el tono de maestro y hablaba como padre: —Levántate, pues, y ten buen ánimo. En adelante, procura portarte mejor y no caer en semejantes faltas. Espero que Dios por su misericordia te perdonará. Perdonado y alentado de tal suerte, Dositeo se levantaba en seguida y corría a su trabajo con tanta tranquilidad de espíritu como si el mismo Dios le hubiese perdonado. ¡Cuántas almas excesivamente escrupulosas hallarían muy pronto una paz que desesperan de alcanzar, si, imitando a nuestro Santo, acudiesen con fe sencilla y confianza filial a solicitar el consejo de su prudente director!

A gran señora le dice: «Si quieres evitar tan horrendos

L

suplidos,

renuncia al mundo, ayuna y entrégate por completo a la ora-

ción y a la penitencia.»

Nunca dudó San Dositeo

de que aquella

señora había sido la Santísima, Virgen; siguió sus consejos y le tuvo tiernísima devoción

hasta morir.

CÓMO SAN DOROTEO LE EJERCITABA EN LA HUMILDAD Y DESPRENDIMIENTO X H O R T Á B A L E también a estar continuamente en la presencia de Dios. a corregirse cada día de alguna falta, a no dejar sin dolor y sin castigo las menores culpas, a no hacer cosa alguna por su propia vo luntad, a no tener apego a persona ni a cosa de esta vina, a no ejecutar aun las acciones más menudas y más ordinarias, sino puramente para agradar a Dios, y a no temer nada tanto como desagradarle. El santo mancebo puso en ejecución estos saludables consejos, cuya puntual observancia le elevó en menos de cinco años a una eminente saiuulau; jamás se desmentían su dulzura, su modestia y su profunda humildad; siempre se mostraba igual, laborioso, alegre; de manera que sólo con ver aquel risueño y angelical semblante se consolaban los enfermos. T o d o su empeño consistía en hacer perfectamente todas las acciones: ninguna falta se perdonaba, y por eso, si le ocurría alguna vez levantar algo más la voz. o escapársele algún súbito ímpetu de genio, estaba inconsolable. Hemos dicho que San Doroteo no imponía a su discípulo duras penitencias corporales, pero en cambio le acostumbraba a dominar más y más su carácter, de suyo tan dócil.. Para ello le reprendía continuamente, le humillaba en toda ocasión y le bastaba observar én él el menor apego a alguna cosa, para obligarle a renunciar a ella. Dositeo aceptaba estas pruebas con sumisión y aun con alegría. En cierta ocasión que Doroteo visitaba la enfermería para ver si todo estaba en orden, le d i j o : — ¿ N o os parece, Padre mío, que hago las camas de los enfermos con pulcritud y destreza? —Verdad es, hermano m í o —replicó el maestro—. Has alcanzado ser buen enfermero, pero eso 110 prueba que seas buen religioso. En otra ocasión dióle San Doroteo paño para que se hiciese un hábito nuevo: trabajó en él Dositeo muchos días, y le costó m u c h a fatiga coserle. Llevóselo al fin a su maestro, y éste le mandó que se lo diese a un m o n j e , y que él hiciese otro hábito nuevo para sí. E j e c u t ó l o el santo m o z o , y se repitió con el segundo hábito lo mismo que se había h e c h o con el primero. Muchas veces le hizo repetir estos sacrificios en actos semejantes de desasimiento, y Dositeo los cumplía no sólo sin quejarse y sin repugnancia, sino cada vez con mayor alegría. El mayordomo del monasterio le entregó una vez un cuchillo m u y bueno y muy a propósito para el servicio de la enfermería y Dositeo pidió a su maestro permiso para aceptarlo. «Es muy bueno —añadió— y m e servirá perfectamente para el uso a que pienso destinarlo.» Al oír esto San Doroteo

creyó que le agradaba aquel regalo y , queriendo arrancar de su corazón hasta el m e n o r apego a las cosas, replicó: —Según v e o te satisfaces m u c h o c o n inútiles bagatelas. ¿Qué prefieres, ser esclavo de tu cuchillo o servidor de Jesuerist"? ¿No tienes vergüenza, Dositeo, de poner tu corazón a más b a j o nivel que un cuchillo? El h u m i l d e discípulo b a j ó los ojos y respondió con un ademán silencioso que estaba dispuesto a prescindir de él. — A h o r a — a ñ a d i ó D o r o t e o — , v e t e a poner ese cuchillo con los otros y no lo toques más. Obedeció inmediatamente y v i ó , sin sentir la menor acritud ni el más leve despecho, c ó m o lo usaban sus hermanos. A medida que el joven novicio iba aumentando en perfección, encontraba en su camino mayores pruebas, aunque jamás llegasen a turbar la tranquilidad de su alma. Habíanle permitido por entonces leer las Sagradas Escrituras y, como lo hacía con gran pureza de corazón, empezaba a entender su sentido oculto. Si a veces encontraba alguna dificultad, acudía inmediatamente a pedir la explicación a su padre espiritual. Éste, para probar su humildad, le recibía con rudeza y le negaba la explicación deseada. Un día, en vez de responderle, le envió a San Seridio, el cual, prevenido de antemano, miró al discípulo con aire severo. —¿Qué ignorante, como tú, dijo, se atreve a hablar de cosas tan elevadas? Añadió otras palabras tan duras como éstas y le despidió sin contemplaciones. Dositeo recibió esta humillante corrección eon la dulzura de un ángel y volvió tranquilamente a sus ocupaciones. Empero conviene saber que, como Dios se complace en comunicarse a las almas puras y humildes, aunque Dositeo no tenía ni el más leve barniz de letras, ni de doctrina, poseía un conocimiento tan comprensivo y una inteligencia tan clara, tan limpia, de los más elevados y profundos misterios de la religión, que algunas veces hablaba de ellos como hombre divinamente inspirado. Su maestro, que no perdía ocasión de ejercitarle en la humildad, lo lograba siempre que se trataba de estas materias, pues hablaba en ellas Dositeo con su acostumbrado acierto, humillándole entonces grandemente: pero con tanta complacencia del humildísimo joven, que nunca sentía mayor gozo que cuando le echaban en rostro su ignorancia.

ENFERMEDAD Y MUERTE DEL SANTO INCO años pasó Dositeo en estos ejercicios de obediencia, regularidad, humildad y continua unión con Dios. De noche sólo asistía a la última parte de maitines, según se le había ordenado, en atención a su poca salud. De día cuidaba a los enfermos, y comía un poco de pescado

C 39— I

a las horas señaladas. Estaba tan mal del pecho, y

arrojaba tanta sangre

por la boca, que de esta enfermedad vino a perder la vida. L a

inquietud

y dolores que le causaba, nunca le pudieron arrancar ni una leve señal de impaciencia; su oración ordinaria era ésta: —Señor,

ten

misericordia

de m í .

Dulce

Jesús

mío,

asistidme.

Virgen

Santísima, m i querida Madre, no m e neguéis vuestro favor. Di jóle un hermano

que tal vez unos huevos frescos podían aliviarle

y

detener l a sangre que perdía en abundancia; mostró Dositeo algún deseo de tomarlos; pero luego le pareció que ésta era inclinación sensual, y la detestó. Después se acusó al a b a d — q u e a la sazón era San D o r o t e o — como de una tentación a que había prestado oídos. — P a d r e m í o — l e d i j o — , m e han hablado d e un remedio que quizás m e fuera de1 mucho provecho. Y o desearía indicártelo, pero te conjuro que no m e lo procures, porque m e inquieta demasiado. — ¿ Q u é remedio es ése? — U n o s huevos frescos. Pero te suplico en ( nombre de Dios que no accedas a este deseo, pues no quiero recibir nada que t ú n o m e ofrezcas por tu propio

impulso. — E s t á bien — d i j o San D o r o t e o — , así lo haré; n o te acongojes por eso.

Sin embargo el m a l iba empeorando; pero al paso que crecían sus dolores crecía

también

su resignación y

su paciencia. Redújole la debilidad a

no

poder moverse; y preguntado por San Doroteo si hacía siempre su acostumbrada

oración:

— ¡ A y ! , Padre —respondió al p u n t o — , y ¡cómo la hago!, par señas, pues no puedo hacer otra cosa. Habiéndole ido a visitar San Barsanufio, uno de los más eminentes religiosos del monasterio, y sintiendo Dositeo que ya le iban faltando las fuerzas, díjole con gran

humildad:

— P a d r e mío, m á n d a m e que muera, porque y a no puedo

más.

— T e n un poco de paciencia, hijo mío — l e contestó el anciano—, que cerca está la misericordia del Señor. E n efecto, pocos días después el enfermo le decía dulcemente: — P a d r e mío, permíteme acabar en paz m i destierro. E l santo religioso le respondió l l e n o de ternura con lágrimas en los ojos: — V e t e en paz, hijo mío, y ponte con mucha confianza en la presencia de Dios,

que quiere hacerte participante de su gloria; ruega

a Su

Majes-

tad por nosotros. «Entonces — d i c e la Vida

de

los

Padres

del

yermo

aquel

bienaventu-

rado hijo de la obediencia se durmió con el sueño de los justos en el seno de aquella hermosa virtud que había sido como su nodriza en el camino de la perfección...»

Los religiosos que se hallaban presentes quedaron admirados de la extraordinaria opinión que San Barsanufio tenía de la eminente santidad de su hermano. Es más, algunos monjes ancianos sintieron cierto despecho: —Dositeo —decían entre sí— no ayunaba, dispensábasele en los ejercicios más penosos de la religión; tratábasele con demasiada indulgencia; pues ¿en qué consistía su extraordinaria virtud? Pero Dios les quiso dar a entender a qué grado tan sublime de virtud se puede llegar en poco tiempo por el ejercicio de una perfecta obediencia. P o c o después de la muerte de Dositeo, pasando por el monasterio un solitario de virtud eminente, vió en sueños a todos los religiosos de la casa, a quienes Dios había llamado ya a su seno. E n medio de los ancianos que componían aquella celeste asamblea, v i ó a un joven novicio, cuyas facciones quedaron grabadas en su memoria. Habló de ello con asombro, y p W el retrato q u e h i z o , n o fué posible dudar de que se trataba de San Dositeo. A partir de aquel momento entendieron los religiosos que el vencimiento y el renunciamiento de la propia voluntad son más meritorios q u e ' a s mortificaciones exteriores, porque si es difícil al espíritu domar la carne y las pasiones que de ella nacen, más difícil le es aún el dominarse í» sí mismo. Ninguna cosa enseña mejor que los ejemplos. Por eso ha querido el Señor proponérnoslo en toda edad, condición y estado, atajando por este medio los falsos pretextos de que pudiera servirse nuestro amor propia para desviarnos de la virtud. Quiso confundir nuestra cobardía poniéndonos a la vista la santidad de aquellos, que siendo más jóvenes, más débiles, más delicados, menos sabios que nosotros, no por eso dejaron de a f ' b a r a un eminente grado de virtud, aun ceñidos siempre dentro de los línútes de los empleos menos brillantes y de las acciones más comunes y ordinarias.

SANTORAL Santos Dositeo, religioso; Oswaldo, obispo; Arculfo, presbítero; Tib eo > mártir; Flaviano y Vendemial, obispos; Sión, mártir en Bulgaria. Santas Tarasia o Teresa; Cocilína, virgen penitente, y Gobertrudis; las Beatas Eduvigis, reina de Polonia: Emma, reina; Antonieta de Florencia, abadesa clarisa. SANTA TARASIA o TERESA D E ÑOLA. — En Alcalá de Henares vió la luz primera esta mujer fuerte, modelo de esposas, de madres y de cristianas. Contrajo matrimonio con Paulino de Ñola quien, por razón de su cargo, se hallaba entonces en dicha ciudad española, fecundada con la sangre de los santos niños Justo y Pastor. ¡ Matrimonio feliz el de Teresa y Paulino! Este encentró en el hogar el ambiente apropiado a la elevación de su espíritu, pues su numen de poeta pudo encumbrarse hasta las alturas del reino de la caridad, de c.uya virtud es escuela necesaria la paz del hogar. ¡ Bellas condiciones para un p o e t a ! Es que Teresa poetizaba y embellecía aquella vida del hogar con sus abnegaciones, deli-

cadezas, laboriosidad, sencillez, humildad, piedad, y demás virtudes. N o se alteró esta paz ni con la muerte de su único hijo objeto de sus trabajos, imán de sus amores. Teresa aprovechó esta triste circunstancia para penetrar en el corazón de Paulino y convencerle de la caducidad de los bienes de la tierra. Con ello, Paulino se hizo cristiano recibió el Bautismo y vivió en 'adelante con ansias de santidad, llegando a ser obispo de Ñola y una de las más preciadas glorias del episcopado. De Teresa tendrían que aprender mucho las mujeres y aún los hombres cuando traten de buscar consorte en el cual han de brillar por encima de todas sus cualidades la fe y ia religiosidad, porque como dice Severo Catalina, una mujer incrédula es el ser más inverosímil y hasta repugnante que puede existir sobre la tierra. Cuando Paulino se trasladó a Roma, y de común acuerdo se separaron, ella se vino a España y acabó sus días en la áspera soledad de un convento el 29 de febrero de 424. LA BEATA EMMA, reina. — Ejemplo palpable y notorio de la fuerza irresistible de una mujer cuando anima su pecho ia fe y caldea su corazón el amor. Emma pertenece a la generación de aquellas esforzadas cristianas que, sabiendo infiltrar en los corazones de sus esposos la creencia religiosa que las animaba, lograron uncir naciones enteras al carro triunfal de la Iglesia Católica. Así fueron: Berta que influyó sobre Ethelberto, en Inglaterra, y Margarita sobre Malcolm, en Escocia; y Brígida sobre Wulfon en Suecia, y nufestra biografiada Emma, hija, madre y esposa de rey. Hija de Ricardo II, duque de Normandía, mujer de Etelredo II de Inglaterra y madre de San Eduardo. Casada en 1017 con Canuto II el Grande, rey de Dinamarca, supo trocar la fiereza de este león rugiente en suavidad de manso cordero. Si la serpiente que engañó a Eva fué causa de la caída del hombre, la piedad de Emma originó el levantamiento de Canuto, cabeza de todo un pueblo. Y con este cambio obrado en el corazón del rey, Dinamarca e Inglaterra se hermanaron pacíficamente, habiendo sido enemigas hasta entonces. Una vez transformado, Canuto procuró que los daneses no oprimieran ni molestaran a los ingleses; envió misioneros a Escandinavia para acelerar la derrota total del paganismo; y su orgullo se tornó en profunda humildad. Un día, sentado junto al mar, mandó a éste que detuviera sus movimientos, pero nada consiguió; entonces dijo a sus cortesanos: «Ya véis la debilidad de los reyes de la tierra; el único fuerte es el Señor». Y por humildad depositó su corona a los pies del Crucificado y no quiso usarla más. Y ello fué obra de Emma, que por sus virtudes goza en el cielo de un puesto de honor entre los elegidos. Murió en 1046 ó 1052.

I

N

D

I

C

E

E N E R O Prólogo

5

1.—San Odilón, abad de Cluny (962-1049) SANTORAL.—San Fulgencio, obispo y confesor San Gregorio de Nacianzo, ob.—S. Concordio, sina, virgen 2 . — S a n Macario Alejandrino, anacoreta y a b a d SANTORAL.

11 19 mr.—Sta.

Eufro20

(f

395)

21



29

ob. y mr. — ¿ \ Adelardo,

San Isidoro, de Marsella

ab. y cf. — S. Teodoro,

3 . — S a n t a G e n o v e v a , virgen, patrona de París (422-512) SANTORAL.—San Antero, P,—S, Florencio, ob.—S. Avilo, San Teúgenes, mr

obispo

30 81

mr,—

40

4 . — B e a t a Ángela de F o l i g n o , viuda, terciaria franciscana (1248-1309) S A N T O R A L . — San Tito, obispo San Gregorio, ob.—S. Rigoberto, obispo de Rdms.—S. Sinesio, obispo de Tolemaida

41

5.---San Simeón Estilita (387-459) SANTORAL.—San Te/esforo, P. Gaudencio, arz

51 y

mr.—5.

Deogracias,

ob. — San

49

50

60

6 . — B e a t o J u a n de Ribera, arzobispo y virrey de Valencia (1533-1611) S A N T O R A L . — S a n Melanio, ob. —S. Nilanón, solit. —Sta. Macra, virgen y mártir

61

7 . — S a n L u c i a n o , mártir en N i c o m e d i a (f 312)

71

SANTORAL.



79

80 80

El Niño Jesús vuelve de la Tierra de Egipto San Polieucto, mr. — El Beato Witikind 8 . — S a n Severino, apóstol de B a v i e r a y do Austria (f 482) S A N T O R A L . — S . Apolinar, ob. y cf. — ,S\ Luciano y compañeros, Santa Gúdula, virgen

81 rnrs.

91



99

San Pedro de Sebaste, ob. — ,S\ Marcelino, obispo de Ancona San Adriano de Nérida, abad.—Sta. Marciana, virgen

...

10.—San P e d r o Urséolo, d u x de Venecia, y m o n j e (928-987?) SANTORAL.



San Marciano, pbro. —S.

90

90

9 . — S a n t o s Julián, mártir ( j hacia 312), y Basilisa, virgen SANTORAL.

70

100 100 101 J09

Agulón,

P. —S.

Guillermo,

arz. de Bourges

110

11.—San Teodosio Cenobiarca,

m o n j e en P a l e s t i n a (423-529) P. y mr •—S. Teodosio de Antioquía.—S.

SANTORAL.

— S a n Higinio,

fian Salvio

de Amiéns.

111 119

Palemón,

abad 12.—San Benito Biscop, abad benedictino (618 ó 628-703) SANTORAL. — San

Santos Eutropio

Nazario,

y

Tigrio,

cf. —- 5 .

Arcadio,

mrs. — Sta.

129

mr

Taciana,

vg.

130

y mr

1 3 . — B e a t a V e r ó n i c a d e B i n a s c o , c o n v e r s a a g u s t i n a (1444-1497) S A N T O R A L . — Santos Gumersindo y Servodeo San Leoncio de Capadocia, ob.—S. Vivencio, cf.—S. Potito

131 139

mr.

.14.—San Hilario, padre y d o c t o r d e la Iglesia (f 367) S A N T O R A L . — San Félix de Ñola, presbítero y confesor San Malaquias,

prof.—•

S. Teódulo,

solit.—S.

queas,

erm. — S .

149

Ponciano,

ob.

y

mr.

ob.

y cf. —I^os

159

Stos.

Abacuc

y

obispo de Écija

Los Santos Berardo, Vital, Pedro, Santa Prisca o Priscila

Mi-

, (564-630)

SANTORAL.—San Marcelo L P. y mr San Honorato, obispo de Arlés. — S. Melas,

Acursio,

150

151

profs

16.—San Fulgencio, :

Bonito,

140

141

15.—San Pablo de Tebas, primer ermitaño (229-342) S A N T O R A L . — San Mauro, abad San Macario,

120 121

160 161

obispo

Adyuto

y Otón,

17.—San Antonio, ermitaño en E g i p t o (251-356) S A N T O R A L . — San Sulpicio, obispo. — Stos. Diodoro Santa Rosalina de Vilanova, virgen

.'

mrs. ...

y Mariano, mrs.

168 169

169 170 171 180 180

18.—San Deícola, f u n d a d o r d e la abadía d e Lure (f 625) S A N T O R A L . — Sta. Prisca, vg. y mr. — Sta. Librada, vg. y mr. — Santa Liberata, virgen

190

19.—San Canuto, r e y d e Dinamarca y mártir (f 1086)

191

SANTORAL.



181

199

Santos Mario, Marta, Audifax y Abacuc, mártires San Basiano, ob. y cf. — S. Victorián, ab. — Sta. Eufrasia, vg. y mr.

200 200

20.—San Sebastián, mártir en R o m a ( | 288) S A N T O R A L . — S. Fabián, P. y mr San Eutimio, ab. —S. Neófito, mr. —S. Mauro, obispo de Cesena ...

201

21.—Santa Inés, virgen y mártir en R o m a (291-304) S A N T O R A L . — San Epifanio, ob. de Pavía. — S . Fructuoso gona. — S. Publio, ob. y mr

211

22.—San Vicente, d i á c o n o y mártir (t 304) SANTORAL.—San Anastasio, monje.—S. Gaudencio, Santos Orencio, Víctor, Vicente y Aquilina, mártires

de

Tarra-

220 221 230 230

obispo

23.—San R a i m u n d o d e Peñafort, d o m i n i c o (1176-1275) S A N T O R A L . — San Ildefonso, arzobispo de Toledo San Juan el Limosnero, ob. y cf. — S. Parmenas, diác. — Sta. renciana, vg. y mr

209

210

231 239

Eme-

240

24.—San T i m o t e o , discípulo de San P a b l o y mártir (26P-97?) S A N T O R A L . — La Descensión de la Santísima Virgen a Toledo San Babilas, obispo de Antioquía

241

25.—Conversión de San P a b l o , A p ó s t o l (siglo i) S A N T O R A L . — San Ananías, discípulo de Jesucristo San Proyecto, ob. y mr. —S. Poppón, mo. —S. Apolo,

251 259 260

250

250

ab

2 6 . — S a n t a Paula, v i u d a (347-404) SANTORAL

261 ¡

269

San Policarpo, ob. y mr. —S. Severiano, San Ansurio, obispo de Orense

ob. —Sta.

Batilde,

reina ...

270 270

27.—San Juan Crisóstomo, patriarca de Constantinopla, d o c t o r de la Iglesia (344?-407) SANTORAL.—San Emerio, ab. de Bañólas. — S. -Julián, ob. de Mans.

271 280

2 8 . — S a n P e d r o Nolasco, f u n d a d o r de la Orden de la Merced (1182-1256) S A N T O R A L . — San Julián, ob. de Cuenca. — S. Tirso, mártir

281 290

2 9 . — S a n Francisco d e Sales, o b i s p o y d o c t o r (1567-1622) S A N T O R A L . — San Valero, obispo de Zaragoza San Sulpicio Severo, historiador. — Sta. Radegunda, vg. — Santa Sabina, vg

291

30.—Santa

301

Jacinta Mariscotti, terciaria franciscana (1585-1640) San Félix I, P. y mr. — S . Lesmes, ab. — S . Hipólito, pbro. y mr Santa Martinar virgen y mártir

299

300

SANTORAL. —

31.—San Juan B o s c o , f u n d a d o r de los Salesianos (1815-1888) S A N T O R A L . — Santos Ciro y Juan, mrs. — S. Julio, cf. — Sta. cela, vda

310 310 311

Mar-

320

F E B R E R O

1 . — S a n I g n a c i o , o b i s p o d e A n t i o q u í a , mártir (f hacia 110) SANTORAL

San Cecilio,

ob. y mr. — S. Severo,

323 331

ob. — Sta. Brígida,

332

vg

2 . — B e a t a Juana de L e s t o n n a c , f u n d a d o r a d e la C o m p a ñ í a de María (1556-1640) SANTORAL.—San

333

mr.

342

vg.

343 352

4 . — S a n A n d r é s Corsino, carmelita, o b i s p o de Fiésole (1302-1373) ... S A N T O R A L . — San José de Leonisa, capuchino San Fileas, ob. y S. Filoromo, mrs. — S. Gilberto, cf

353 362 362

Cornelio,

ob.—S.

Lorenzo,

3 . — S a n B l a s , o b i s p o y mártir (t 316) SANTORAL.—San Celerino, cf.—S. Anatolio,

ob.—S.

ob.—Sta.

Aproniano,

Wereburga,

5 . — S a n t a Á g u e d a , v i r g e n y m á r t i r en C a t a n i a ( 2 3 0 ? - 2 5 1 ) SANTORAL. — Los veintiséis Mártires del Japón San Avito, ob.—Sta. Adelaida, abadesa

363 372 372

6.—Santa Dorotea, virgen y mártir (f 304) S A N T O R A L . — S a n Tilo, obispo y confesor

373 •

San

Vedasio,

ob.—S.

Guarino,

ob.—S.

381

Amando,

382

obispo

7.—San R o m u a l d o , f u n d a d o r de los camaldulenses (906-1027) S A N T O R A L . — S a n Moisés, ob. y cf. — S. Teodoro, mártir

383

8 . — S a n Juan de Mata, f u n d a d o r de los Trinitarios (1160-1213) S A N T O R A L . — Santos Pablo y sus compañeros Lucio y Ciríaco, mártires

393

Santos

Emiliano,

Dionisio

y Sebastián,

mrs. — S. Pedro

9 . — S a n t a A p o l o n i a , v i r g e n y m á r t i r (f 249) SANTORAL.—San Cirilo de Alejandría, ob,. foro, mr

La Venerable

card.

doctor.—S.

Nicé411

412

Catalina Emmerich,

erm.

y conf.—S.

Zenón,

402

402 403

cf. y

religiosa v 10.-—Santa Escolástica, virgen, hermana de San Benito S A N T O R A L . — San Protadio, obispo de Besanzón San Guillermo,

Ana

Igneo,

392

erm.—S.

413 421

Arnaldo,

ab.—

422

Sta. Solera, vg. y mr 11.—Santos Saturnino, D a t i v o y sus compañeros, mártires SANTORAL. — San Severino, abad San Calocero, ob.—S. Martín de Lobéra, ñeros, mrs

423 431

ag. — S. Lucio

y

compa432

12.—Santa Eulalia de Barcelona, virgen y mártir (f 304) S A N T O R A L . — Los siete Fundadores de la Orden de los Servitas San Melecio, ob. de Antioquía.—.S. Benito de Aniano, abad

433 442 442

13.—San Esteban

443

SANTORAI..

de Muret

(1048-1124)

—•

45]

San Gregorio II, P. —S.

Lucinio,

ob. y cf.—.S'.

Policeto,

452

mr

1 4 . — B e a t o Juan Bautista de la Concepción, trinitario (1561-1613) .... S A N T O R A L . — San Valentín, pbro. y mr. — Stos. Vidal y Zenón, y Sta.

Felfeóla,

San Antonino,

461

mrs

ab.—S.

Auxencio,

ermitaño

15.—Santos Faustino y Jovita, mártires en B r e s c ; a (f 120) S A N T O R A L . — San Severo, pbro. — El Beato Claudio de la jesuíta.—El Beato Juan de Gandía, franciscano

453 462 463

Colombiere,

16.—San Onésimo, discípulo de San P a b l o y o b i s p o de É f e s o S A N T O R A L . — San Gregorio X, papa Santos Elias, Jeremías, Isaías y compañeros, mrs. — S. Honesto, bítero y mártir

472 473 482

pres-

17.—San A l e j o Faloonieri, u n o de los siete fundadores de la. Orden d e los Servitas (1200-1310) S A N T O R A L . — San Angilberto, abad Santos Teódulo y Julián, mrs. — S'. Bonoso, ob. — 5. Eutropio, pbro.

482 483 492 492

18.—San Flaviano, patriarca de Constantinopla y mártir (f 449) SANTORAL.—San aguslino

Simeón,

ob.—S.

Eladio,

ob.—S.

493

Teotonio, 502

19.—San A l v a r o de C ó r d o b a , d o m i n i c o

(1358-1430)

SANTORAL. — San Beato, pbro. — S. Gabino, bado, ob San Conrado de Placencia, ermitaño

503

pbro.

y mr. —

Bar512 512

20.—San Eleuterio, o b i s p o y confesor (hacia 456-531) .., SANTORAL.—San Eleuterio rio, ob San León, obispo. •— Sta.

de Constantinopla,

ob.

513

y cf. — S.

Euque521

Barbada,

522

virgen

2 1 . — B e a t o P i p i n o de L a n d é n (hacia 580-640) y Santa I d a SANTORAL.—San Severiano, obispo San Ascanio, ob.—S. Zacarías, ob.—Sta.

22.—Santa Margarita de Cortona, penitente

Irene,

523 531 532

virgen

(1247?-1291)

533

SANTORAL. — La Cátedra de San Pedro en Antioquía San Siricio, P. — 5 . Abilio, ob.—S, Papías, ob

541 542

23.—San P e d r o D a m i á n , cardenal, obispo de Ostia (1007-1072) S A N T O R A L . — San Lázaro, pintor mo. — 6". Ordoño, cf. — Sta. virgen

y

543 Marta, 552

mártir

24.—San Matías, A p ó s t o l

(siglo i)

553

SANTORAL. — Santos Lucio, Montano San Pretextato, ob.—• S. Edilberto,

561 562

y compañeros, mártires rey.—S. Sergio, mártir

2 5 . — B e a t o Sebastián de Aparicio, labrador y franciscano (1502-1600) SANTORAL.—San Félix

San Cesáreo,

II

(o

cf. — S. Eterio,

IIIj.

ob. — Sta.

Walburga,

vg.

y abadesa

26.—San Porfirio, obispo de Gaza (352-420) SANTORAL.—San Alejandro, San Néstor, ob. y mr. —S. carmelita

obispo Juan de Gorze,

581 ab. — Ven.

Ana de

Jesús, 5S2

583

SANTORAL. •—• San Gabriel de la Dolorosa, pasionista San Baldomero, monje. —• S. Gelasio, mártir

592 592

28.—San. R o m á n , f u n d a d o r de la abadía de C o n d a t (390P-460?) S A N T O R A L . - — Santos Macario, Rufino y compañeros, mártires ob. y mr. — Ven.

Diego

Pérez

29.—San Dositeo, m o n j e (siglo vi) SANTORAL. — Santa Tarasia La Beata Emmq, reina

572 573

27.—San L e a n d r o , arzobispo de Sevilla (hacia 520-603)

San Proterio,

563 571

papa

o Teresa

de Valdivia,

pbro

593 602

602

605 de Nolu

611 612

INDICE

ALFABETICO

Los nombres escritos con negrita, corresponden al Santo de cada día, con vida completa. Los escritos con letra redonda ordinaria, corresponden a Santos de los cuales se hace menciófi y se dan referencias más o menos extensas. Cada uno lleya la fecha de su fiesta. Abacuc, prof. — 15 enero 160 Abacuc, mr. — 19 enero 200 Abilio, o b . y cf. — 22 febrero ... 542 Abra, v g . — 13 diciembre ... 142-148 Acursio, mr. fr. — 16 enero ... 169 Adalberto, o b . y mr. — 23 abril 60 Adamnano, ab. y cf. — 23 sep. tiembre 122 Adelaida, ab. — 5 febrero 372 Adelardo, ab. y cf. — 2 enero ... 30 Adelelmo o Lesmes, ab. y confesor. — 30 enero 122 Adón de Jouarre, ob. y cf. — 3 diciembre 526 Adriano de Nérida, ob. y cf. — 9 enero 100 Adyuto, mr. fr. — 16 enero 169 Afra, mr. — 24 mayo 469 Agatón. P . — 10 enero 110 Agricio, ob. y cf. — 13 enero ... 560 Agueda, vg. y mr. — 5 febrero 363 Aldegunda, ab. — 30 enero 90 Aldetrudis, ab. — 25 febrero ... 90 Alejandro, patr. — 26 febrero ... 581 Alejo Falconieri, cf.—17 febrero 483 Amando, o b . y cf. — 6 febrero 382 Amando, o b . y cf. — 18 junio 70 Amelberga, vda. — 10 julio 90 Ampelio, mr. — 11 febrero 424 Alvaro de Córdoba, dominico. — 19 febrero 503 Ana Catalina Emmerich, vg. — 9 febrero 412 Ana de. Jesús, vg. — 26 febrero 582 Ananías, ob. y mr. — 25 enero 259 j Anastasio, mr. — 9 enero 97-99 | Anastasio, mo. y mr. —• 22 enero 228 : Anatolio, solit. — 3 febrero .... 352 ; Andrés Corsino, ob. y cf. — 4 febrero 353 i

Ángela de Foligno, vda. —• 4 enero 41 Angilberto, ab. y cf. — 17 febrero 492 Anscario u Oscar, ob. — 3 febrero 192 Ansurio, ob. — 26 enero 270 Antero, P y mr. — 2 enero ... 40, 209 Antimo, ob. y mr. — 21 abril ... 74 Antonino, ob. y cf. — 14 febrero 462 Antonio, ab. y cf. — 17 enero 171 Antonio, pbro. y mr. — 9 enero 96-99 Antusa, vda. — 27 enero .... 271-274 Apolinar, ob. y cf. — 8 enero 90 Apolo, ob. y cf. — 25 enero ... 260 Apolonia, vg. y mr. — 9 febrero 403 Apolonio, ob. y cf. — 7 julio 470-471 Aproniano, mr. —• 2 febrero .... 342 Aquilina, mr. — 22 enero 230 Arcadio, mr. — 12 enero 129 Arnaldo, ob. y cf. — 10 febrero 422 Arnulfo, ob. y cf. —• 18 julio ... 525 Arsenio, anac. — 19 julio 266 Ascanio, ob. y cf. — 21 febrero 532 Asterio, mr. — 18 enero 461 Atanasia, mr. — 31 enero 320 Atanasio, obispo de Zaragoza ... 452 Atelieo, mr. — 11 febrero 425 Audifax, mr. — 19 enero 200 Augurio, diác. y mr. — 21 enero 220 Auxencio, erm. — 14 febrero ... 462 Avito, mr. — 3 enero 40 Avito, ob. y mr.—..21 enero ... 160 Avito, ob. y cf. — 5 febrero ... 372 Babilas, ob. y cf. — 24 enero ... Baldomero, mo. y cf.—27 febrero Barbada, vg. — 20 febrero Barbado, ob. f cf. — 19 febrero Barsanufio, anac. — 11 abril ...

250 592 522 512 610

20'> . Cunibcrto, ob. y cf. — 12 noviembre 100 1 91 j Cutberto, ob. y cf. —• 20 marzo 270 : Dadón de Rabáis, ob. — 512 Dámnolo, ob. y cf. — Daniel, mr. — 16 febrero 442 Dativo, mr. —-11 febrero 121 Deícola, ab. y cf. — 18 enero ... 169 Deogracias, ob. y cf. — 5 enero 343 Descensión de la Sma. Virgen a 389 Toledo. — 24 enero 160 Diego, mr. — 5 febrero 492 Diego Pérez de Valdivia, presbí332 t e r o . — 28 febrero " Caliiner, ob. y mr. — 31 mayo 471 i Diodoro, mr. — 17 enero Dionisio, rnr. — 8 febrero Calixta, mr. — 6 febrero 376 Dorotea, vg. y mr. — 6 febrero Calocero, ob. y cf. — 11 febrero 432 Doroteo, ab. y c f . — - 5 junio ... Calocero, mr. —• 18 abril 469-471 Dositeo, monje.—-29 febrero ... Canuto, rey y mr. — 19 enero 191 Cástor, mr. — 7 julio 207 Edilberto o Etelberto, rey. — Cástulo, mr. —• 26 marzo 206-207 24 febrero Cátedra de S. Pedro en Antio-" Eladio, ob. y cf. — 18 febrero . quía. — 22 febrero 541 Eleuterio, ob. y cf. —• 20 febrero. Cayo, P. y mr. — 22 abril 20S Cecilio, ob. y mr. — 1 febrero ... 332 Eleuterio, ob. y cf. —• 20 febrero. Celerino, cf. — 3 febrero 352 Elias, mr. — 16 febrero Emelia, madre de San Basilio Celso, mr. — 9 enero 96 Cesáreo, cf. — 25 febrero 572 Magno. — 30 mayo Ciríaco, mr. — 8 febrero 402 Emerenciana, vg. y mr. — 23 en. Cirilo de Alejandría, ob., cf. y Emerio, ab. y cf. — 27 enero ... doctor. — 9 febrero 411 Emérito, mr. — 11 febrero Ciro, mr. — 31 enero 320 Emiliano, mr. —• 8 febrero Claudio, mr. — 7 julio 202-207 < Emma, reina. — 29 febrero ; Claudio de la Colombiére, S. J. Enemundo o Chamundo, ob. y cf. — 15 febrero 472 i mr. — 28 septiembre .'. Clotilde, reina. — 3 junio 39 : Epifanio, ob. y cf. — 21 enero . Coínta o Quinta, mr. — S febrero 405 | Erconvaldo, ob. — 30 abril Columbano, ab. y cf. — 22 noErmenilda, reina y ab. — 13 feb. viembre 181-189 ¡ Escolástica, vg. y ab. — 10 fcb. 1 Columbino, ab. y cf. — 188 Esteban de Muret, ab. y fund. Concordio, mr. — 1 enero 20 i — 13 febrero C.ongal, ab. y cf. — 10 mayo ... 181 Estrevino, ab y cf. — Conrado de Placencia, erm. v Eterio, ob. y cf. — 25 febrero ... cf. — 19 febrero 512 Eudoxia, mr. —'31 enero Conversión de San Pablo, Apósj Eufrasia, vg. y mr. — 19 enero tol. — 25 enero 251 j Eufrosina, vg. — 1 enero Cornelio, ob. — 2 febrero 342 j Eugipio, ab. y cf. —• 84, Cristina o Cristeta, mr. — 6 feEulalia de Barcelona, vg. y mr. brero 376 ! — 12 febrero Cromacio, mr. — 11 agosto ... 202-207 | Eulogio, diác. y mr. — 21 enero. Cuartilosia, mr. — 561 ¡ Euquerio, ob. y cf. — 20 febrero Basiano, ob. y cf. — 19 enero ... Basilio, cf. — 30 ele mayo Basilisa, vg. — 9 enero Batilde, reina. — 26 enero Beato, pbro. y cf. •—• 19 febrero Benito de Aniano, ab. — 12 febrero Benito Biscop, ab. — 12 enero Berardo, mr. fr. — 16 enero ... Blas,, ob. y mr. — 3 febrero ... Bonifacio, ob. y mr. — 19 junio Bonito, ob. y cf. —• 15 enero ... Bonoso, ob. y cf. —• 17 febrero Brígida, vg. y ab. — 1.° febrero

525 122 526 229 482 423 181 60 250 372 602 180 402 373 605 603 562 502 513 521 482 100 240 280 428 402 612 123 220 122 352 413 443 127 572 320 200 20 87 433 220 521

Gertrudis de Nivelles, ab. aa — 17 marzo 90 Gilberto, cf. — 4 febrero 362 Godofredo, ab. y cf. — 8 nov. 127 Gregorio de Nacianzo, ob. y cf. —• 1.° de enero 20 Gregorio II, P. y cf. — 13 feb. 452 Gregorio X , P. y cf. — 16 f c b . 482 382 209 j Guarino, ob. y cf. — 6 febrero 90 90 j Gúdula, vg. — 8 enero Guillermo, ob. y cf. — 10 enero 110 Guillermo, erm. y cf. — 10 feb. 422 526 Guillermo de Bas, cf. —• 288 190 Gumersindo, mr. — 1 3 enero ... 139 463 462 TTiginio, P. y mr. — U enero . 119 Hilario, ob., cf. y doct. — 14 310 enero 141 571 Hilario de Arlés, ob. y cf. — 5 429 mayo 600 429 Hilarión, niño mr. —-11 febrero. 431 435 Hipólito, pbro. y mr.—30 enero 310 Honorato, ob. y cf. — 16 enero 169 149 Honorio, ob. y cf. — 30 sept. 123 362 Honesto, pbro. y mr. — 16 fe434 brero 482 i 526 j Ida, esp. del B . Pipino de Lan362 ; dén. — 21 febrero 523 493 Ignacio, o b . y mr. — 1.° febrero. 323 146 Ildefonso, ob. y cf. — 23 enero . 239 40 Inés, vg. y m r . — 2 1 enero ... 211 Inocencio I, P. y mr. — 28 julio 279 583 Irene, vda. — 22 enero 208 ¡ Irene, vg. — 21 febrero 532 291 Ireneo, mr. — 513-514 220 Isaías, mr. — 16 febrero 482 19 Isidoro, ob. y mr. — 2 enero ... 30 161 Isidoro, mr. — 5 febrero 372

Kusr-bio, P. v cf. — 26 septiem. Kusebio, ob. *y cf. — 26 sept. ... Eustaquio, vg. y ab. — 28 sept. Eutimio, ab. y cf. —• 20 enero . Kutropio, mr. — 12 enero líutropio, pbro. y cf. — 17 fcb. lívodio, ob. y mr. — 6 mayo ...

300 230 264 210 130 492 323

Fabián, P. y mr. — 20 enero ... Faraílda, veía, y ab.s a — 4 enero Farón de Meaux, ob. y cf. — 28 octubre Faustina, vg. —• 9 julio Faustino, mr. •— 15 febrero Felícola, mr. — 14 febrero Félix I, P . y mr. — 30 enero, 30 mayo Félix TI, P. — 25 febrero Félix, m:\ — 11 febrero Félix, mr. — 11 febrero Félix, pbro. y mr. — 24 octubre Félix de Ñola, pbro. y cf. — 14 enero Fileas, ob. y mr. — 4 febrero ... Fileto, mr. — 27 marzo Filiberto de jumiéges, ab. — 20 agosto Filoromo, mr. — 4 febrero Flaviano, patr. y mr. — 18 feb. Florencia, vg. — 1 diciembre ... Florencio, ob. y mr. — 3 enero . Florentina, vg. y abadesa. — 14 mayo 162 y Francisco de Sales, ob., ef. y doct. — 29 enero Fructuoso, ob. y mr. — 21 enero Fulgencio, ob. y cf. — 1.° enero Fulgencio, ob. y cf. — 16 enero. Fundadores de la Orden de los Servitas. — 12 febrero

442

Gabino, pbro. y mr, — 19 febr. 512 Gabriel de la Dolorosa, pasionista. — 27 febrero 592 Galo, ab. y cf. — 16 octubre . 181-182 Gamaliel, — 3 agosto ... 252 Gaudencio, ob. y cf. — 5 enero . 60 Gaudencio, ob. y cf. — 22 enero. 230 Gelasio, mr. — 27 febrero 592 Genoveva, vg. — 3 enero 31 Germán, ob. y cf. — 31 julio ... 32 Germero, abad. — 24 septiembre 526

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Jacinta Mariscotti, virgen. — 30 enero Jeremías, mr. — 16 febrero José de Leonisa, cf: O. F. M. — 4 febrero Jovita, diác. y mr. — 15 febrero Juan, mr. — 31 enero Juan Bautista de la Concepción, trinitario. —• 14 febrero Juan Bosco, cf. j fundador. — 31 enero Juan Crisóstomo, ob., cf. y doet. — 27 enero

301 482 362 463 320 453 311 271

Juan de Gandía, cf. — 15 febr. Juan de Gorze, ab. — 26 febreo Juan el Limosnero, ob. y cf. — 23 enero Juan de Mata, cf. y fund. — 8 febrero Juan de Ribera, arz. y cf. — 6 enero Juana de Lestonnac, vda. y fundadora. — 2 febrero Julián, mr. — 8 enero Julián, mr. — 9 enero Julián, ob. y cf. — 27 enero ... Julián de Cuenca, ob. y cf. — 28 enero Julián, mr. — 17 febrero Julio, pbro. y cf. — 31 enero ... Justo, mr. — 28 febrero

472 582 240 393 61 333 90 91 280 290 492 320 602

Lázaro el pintor, mo. — 23 febr. 552 Leandro, arz. y cf. — 27 febrero 583 Leda, mr. — 434 León, ob. y cf. — 20 febrero ... 522 Leoncio de Capadocia, ob. — 13 enero 140 Lesmes o Adelelmo,. ab. en Burgos. —• 30 enero 310 Liberata, vg. — 18 enero 190 Librada, vg. y mr. — 18 enero . 190 Lorenzo, ob. y cf. — 14 noviembre 122 Lorenzo, ob. y cf. — 2 febrero 342 Luciano, pbro. y mr. — 7 enero 71 Luciano, mr. — 8 enero 90 Lucinio, ob. y cf. — 13 febrero. 452 Lucio, mr. — 8 febrero 402 Lucio; mr. — 11 febrero 432 Lucio, mr. — 24 febrero 561 Lupicino, ab. y cf.—28 febrero 595-601 Lupo o Lope, ob. — 27 julio ... 32 Macario Alejandrino, anac. y ab. — 2 enero 21 Macario, solit. — 15 enero 160 Macario, mr. — 28 febrero 602 Macra, vg. y mr. — 6 enero ... 70 Macrina, vg. — 19 julio 100 Malaquías, prof. —• 14 enero 150 Marcela, vda. —-31 enero 320 Marceliano, mr. — 18 junio ... 202-207 Marcelino, ob. y cf. — 9 enero . 100 Marcelo I, P. y mr. — 16 enero . 168

Marcial, ob. y cf. — 3 0 junio ... 270 Marciana, vg. y mr. — 9 enero . 100 Marciano, pbro. y cf. — 10 enero 110 Marcionila, mr. — 9 enero 97-99 Marco, mr. — 18 junio 202-207 Margarita de Cortona, penitente. — 22 febrero 533 María, mr. — 11 febrero 424 María Mazzarello, fund. — 314 Mariano, mr. — 17 enero 180 Marino, erm. — 7 febrero 385 Mario, mr. — 19 enero 200 Marta, mr. — 19 enero 200 Marta, vg. y mr. — 23 febrero . 552 Martín I, P. y mr. — 12 nov. 210 Martín de Lobera, cf. — 11 febrero 432 Martina, vg. y mr. — 30 enero . 310 Mártires del Japón — 5 febrero. 372 Matías, apóstol. — 24 febrero ... 553 Mauro, ab. — 15 enero 159 Mauro, ob. y cf. — 20 enero ... 210 Maximiano, mr. — 8 enero 90 Mayolo, ab. y cf. — 11 m a y o ... 13 Medardo, ob. y cf. — 8 jimio ... 520 Melanio, ob. y cf. — 6 enero ... 70 Melas, ob. y cf. — 16 enero ... 169 Melecio Magno, patr. — 12 febrero 272-274 y 442 Melito, ob. y cf. — 24 abril .... 122 Metras o Metrano, mr. —-31 de enero 405 Miqueas, prof. — 15 enero 160 Moisés, anac., ob. y cf. — 7 febrero 392 Montano, mr. — 24 febrero 561 Nazario, cf. — 12 enero 129 Nearco, mr. — 22 abril 80 Neófito, m r . — 2 0 enero 210 Néstor, ob. y mr. — 26 febrero . 582 Nicéforo, mr. — 9 febrero 412 Nieóstrato, mr. — 7 julio 202-207 Nilamón, solit. — 6 enero 70 Niño Jesús vuelve de Egipto. El — 7 enero : 80 Odeno (Ouen), ob. y cf. — 24 agosto Odilón, ab. y cf. — 1.° enero ... Olimpia, vda. —

526 11 277

Onésimo, ob. y mr. •—• 16 febrero 473 Ordoño, cf. — 23 febrero 552 Oroncio, mr. — 22 epero 230 Oscar o Anscario, ob. y cf. — 3 febrero 192 Oswino, rey y mr.—20 agosto. 121-122 Otón, mr. — 16 enero 169 Pablo, primer erm. — 15 enero . 151 Pablo, ob. y mr. — 8 febrero ... 402 Pacomio, ab.—11 enero. 24-26 y 120 Palemón, ab. —-11 enero 120 Pánfilo, mr. — 16 febrero 482 Papías, ob. y cf. — 22 febrero . 542 Parmenas, diác. — 23 enero 240 Paula, vda. y ab.Ba — 26 enero. 261 Pedro, mr. — 16 enero 169 Pedro Amerio, cf. — 2S enero .. 287 Pedro Damián, card., cf. y doct. — 23 febrero 543 Pedro ígneo, card. — 8 febrero . 402 Pedro Nolasco, cf. y fund. — 28 enero 281 Pedro de Sebaste, ob. y cf. — 9 enero 100 Pedro Urséolo, mo. y cf. — 10 enero 101 Piat o Piatón, ob. y mr.—2 oct. 513 Pipino de Landén, cf. — 21 febrero 523 Policarpo, pbro. y cf. — 23 febrero 202 Policarpo, ob. y mr. — 26 enero 270 Policeto, mr. — 13 febrero 452 Polieucto, mr. — 7 enero 80 Ponciano, ob. y mr. — 14 enero . 150 Poppón, mo. y cf. — 25 enero . 260 Porfirio, ob. y cf. — 26 febrero. 573 Porfirio, mr. — 16 febrero 482 Potito, mr. — 13 enero 140 • Pretextato, ob. y mr. — 24 febrero 562 Principia, vg. — 21 noviembre . 320 Prisca, vg. y mr. — 1S enero ... 190 Prisca o Priscila, vda.—16 enero 170 Proclo, ob. y cf. — 24 octubre . 493 Protadio, ob. — 10 febrero 422 Proterio, ob. y mr. — 28 febrero 602 Proyecto, ob. y mr. — 25 enero. 260 Publio, ob. y mr. — 21 enero ... 220 Pulquería, emperatriz. — 10 septiembre 494-501

Quinta o Coínta, mr.—8 febrero

405

Radegunda, vg. — 29 enero Raimundo de Peñafort, cf. — 23 enero Reinalda, vg. y mr. — 16 julio . Restituía, mr. — 17 mayo Ricardo, rey de Ingl. — 7 febr. Romualdo, ab. y fund. — 7 febrero Román, ab. y fund.—28 febrero Rosalina de Vilanova, vg. — 17 enero Rufino, mr. — 2S febrero Rufo, mr. — 18 diciembre

300 231 90 426 572 383 593 1S0 602 325

Sabas, ab. y cf. — 5 diciembre. 111-119 Sabina, vg. — 29 enero 300 Sabiniano, mr. — 20 enero 300 Salvio, ob. y cf. — 11 enero .... 120 Samuel, mr. — 16 febrero 482 Saturnino, pbro. y mr. — 11 febrero 423 Saturnino, mr. — 11 febrero. 429-431 Saturnino, mr. —• 2 mayo 342 Sebastián, mr. — 20 enero 201 Sebastián, mr. — 8 febrero 402 Sebastián de Aparicio, cf. — 25 febrero 563 Segunda, mr. — 17 julio 426 Seleuco, mr. — 16 febrero 482 Serapio o Serapión, anac. — 21 marzo 266 Serapión, mr. —-14 noviembre . 406 Sergio, mr. — 24 febrero 562 Seridio o Seridión, ab. y cf. —•2 enero 605 Servodeo, mr. — 13 enero 139 Severiano, ob. y cf.— 26 enero . 270 Severiano, ob. y mr.—21 febrero 531 Severino, ab. y cf. — 8 enero ... 81 Severino, ob. y cf. — 8 enero ... 89 Severino, ab. y cf. — 11 febrero. 431 Severo, ob. y cf. — 1 febrero ... 332 Severo, pbro. y cf. —>15 febrero 472 Sifinio, mr. — 342 Sigifredo, ab. y cf. —• 15 febrero 127 Silas, cf. — 13 julio 243 Simeón Estilita, penit. — 5 enero 51 Simeón Estilita, el Mozo — 3 septiembre 52 Simeón, ob. y mr. — 18 febrero. 502

Sinforiano, mr. — 7 julio Siricio, P. y cf. —. 22 febrero ... Sotera, vg. y mr. — 10 febrero. Sulpicio, ob. y cf. — 17 enero ... Sulpicio Severo, hist. — 29 enero Susana, vg. y mr. — 11 agosto

207 542 422 180 30!) 512

Taciana, vg. y mr. — 12 enero . 130 Tarasia o Teresia, vda. — 29 febrero 612 Telesforo, P. y mr. — 5 : enero . 60 Teodoro, ob. de Marsella — 2 enero 30 Teodoro, arz. de Cantorbery .... 124 Teodoro, mr. — 7 febrero 392 Teodoro de Tournai, ob. y cf. 515 Teodosia, mr. — 31 enero 320 Teodosio, cenobiarca, cf. — I I enero 111 Teódulo, solit. — 14 enero 150 Teódulo, mr. — 17 febrero 492 Teófilo, mr. — 6 febrero 381 Teófilo, mr. — 28 febrero 602 Teógenes, mr. — 4 enero 40 Teotista, mr. — 31 enero 320 Teotonio, cf. — 18 febrero 502 Xiburcio, mr. —'11 agosto ... 204-207 Tigrio, mr. — 12 enero 130 Timoteo, ob. y mr. — 24 enero . 241 Tirso, mr. —• 28 enero 290.Tito, ob. y cf. — 6 febrero 38L Tranquilino, mr. — 6 julio ... 202-207?

Valentín, pbro. y mr. — 14 febrero 461 Valero, ob. y cf. — 29 enero. 222 y 299 Vedasto, ob. y cf. — 6 febrero ... 382 Verónica de Binasco, vg. — 13 enero 131 Vicente, diác. y m r . — 2 2 enero. 221 Vicente, mr. — 22 enero 230 Víctor, mr. — 22 enero 230 Victoria, vg. y mr. — 11 febrero 426-431 Victorián, ab. y cf. — 19 enero. 200 Victorino, mr. — 7 julio 207 Vidal, mr. —• 14 febrero 462 Vital, mr. — 16 enero 16!) Vi venció, pbro. y cf. — 13 enero 140 Walburga, vg. y ab. sa — 25 febrero 572 Wercburga, vg. — 3 febrero 352 Wijfrido, ob. y cf.—12 octubre 122-126 Willibaldo, ob. y cf. — 7 julio . 572 Winibaldo, ab. y cf. — 1S diciembre 572 Witikind, cf. — 7 enero 80 Zacarías, ob. y cf. —-21 febrero. 532 Zenón, erm. — 10 febrero 422 Zenón, mr. •— 14 febrero 462 Zoé, mr. — 5 julio 202-207 Zósimo, mr. — 18 diciembre 32S

EL S A N T O DE C A D A POR

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1947

IMPRÍMASE

LINO, Obispo de Jíuesca *

P o r m andato de S. E. R o d tn a . el O bispo, m i Señor, D R . F R A N C IS C O PERALTA C A N . SE C R .

ES PRO PIED AD Se ha hecho el depósito m arca la ley. by Editoria l L u is V iv es , 1947 IMPRESO EN ESPAÑA

M I S I Ó N DE L O S S A N T O S OS Santos, como dijo Jesucristo a los qué representaban los primeros modelos de la santidad del Evangelio, son la sal de la tierra y la luz del mundo, porque como la luz ilumina fuera de sí y la sal libra de la corrupción, así la misión del Santo es una gracia interna destinada a dar frutos externos. Los Santos son imágenes de Dios tan perfectas como pueden serlo las criaturas y, si bien no puede faltarles ninguna virtud fundamental, porque la Iglesia exige para darles ese título que, tras maduro y contradictorio examen, sea probado jurídicamente que han practicado las virtudes cristianas en grado heroico, ostentan todos, indivi­ dualmente considerados, algunos rasgos particulares de la grandeza y santidad divinas. Y así, mientras en algunos aparecen extraordinarias manifestaciones del poder de Dios Padre, otros ostentan sorprendentes esplendores de la sabiduría de Dios Hijo, y muchos son como destellos encendidos de Dios Espíritu Santo.

2 .

SANTOS TAUMATURGOS O OS primeros forman el grupo de taumaturgos u obradores de mi■Z ■> lagros; los segundos, el de los doctores, apologistas o doctrinan­ tes; y los terceros, el de los misericordiosos, benéficos, milagros vivos de caridad. Los prodigios que obra Dios por medio de sus Santos, detienen el vuelo del orgullo humano y lo confunden, pues mientras se endiosa contemplando las conquistas que realiza en la naturaleza, Dios le demues­ tra que existe un poder que está sobre ella, poder sobrenatural y divino, del que los milagros son palpable manifestación.

En el milagro ven los hombres él dominio de Dios, material y positiva­ mente ostentado. De ahí que los incrédulos, los laicistas y los racionalistas hagan tanto por negar o desacreditar los milagros, los cuales demuestran, no sólo un co­ nocimiento de las leyes naturales, sino un dominio absoluto sobre ellas. Por eso la Iglesia los considera inherentes a la santidad y exigei que todos los siervos de Dios que reciben tal aureola hayan obrado varios milagros, debidamente examinados y minuciosamente comprobados.

SANTOS DOCTORES S*7T Sí como los actos de los taumaturgos son iluminaciones del poder iS j, omnipotente de Dios, en orden a los hechos materiales, así la sabi­ duría de los santos doctores es un milagro de iluminación. Por ellos se ha mantenido permanentemente iluminado el firmamento social con res­ plandores de verdad divina y, gracias a ellos, se ha impedido que en las regiones humanas fuera completa lou noche de la ignorancia y del error. Los más ilustres sabios en el orden humano se han convencido de que las exposiciones de la sabiduría cristiana revelan una doctrina infinita­ mente superior a la ciencia del hombre y que, al igual que los milagros, son demostración de la superioridad del poder divino sobre los más ad­ mirables experimentos e invenciones humanos. La ciencia de los Santos es incomparablemente superior a la ciencia de los hombres.

SANTOS, MILAGROS VIVOS DE CARIDAD »

S~T UNTO a los testimonios vivos del poder y de la sabiduría de Dios, y -/ están los de su inefable amor, los que pudiéramos llamar agentes especiales del Espíritu Santo. Forman ellos el grupo más considera­ ble de los Santos, los cuales son los fundadores y sustentadores de las instituciones benéficas, centros vivos de caridad tanto en el orden es­

piritual como en él corporal, verdadero compendio de todas las obras de misericordia. Esa bondad, que conquista a las almas, tiene fuerza incontrastable para apartarlas del mal y encariñarlas con el bien, y su fundamento es la humildad y la gracia que por ella obtienen del Señor. Esa gracia y esa bondad que los Santos reciben de Dios, la comunican ellos a los cristianos, hermanos y devotos suyos, que los invocan y en ellos confían. Hay, pues, un comercio continuo entre Dios y los Santos, y entre los Santos y los hombres.

ACCIÓN SOCIAL DE LOS SANTOS ÓLO Dios sabe la acción que los Santos ejercen en todas las clases de la sociedad humana, en la que sostienen la doctrina y la moral de la santidad. En las manos de los Santos se halla, pues, un gran poder que el Altísimo les confiere. El buen sentido de la sociedad cristiana lo ha comprendido así, y , por eso, desde los primitivos tiempos los Santos han sido invocados para obtener remedio en las enfermedades, auxilio en los apuros, consuelo en las tribulaciones. El valimiento de los Santos ha despertado en él pueblo una confianza innata, y su culto ha sido fervorosamente practicado en todos los tiempos. Las fiestas a ellos dedi­ cadas han revestido y revisten aún, a pesar de la miseria y maldad de los tiempos presentes, una expansión y una cordialidad características, y re­ bosan sentimientos efusivos Se familiar poesía. La fiesta del santo patrón del pueblo, de la nación, por ejemplo, es fiesta de tradicionales alegrías y recuerdos; en ella renace la Historia Patria, es su fe de vida, y en ellas el pueblo se confirma en sus creencias, en sus esperanzas, y en la fidelidad de sus destinos y de los de su raza.

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MARZO

DI A

SAN

1.9

DE

MARZO

ALBINO

ABAD Y OBISPO (470 . 550)

ACIA el año 469, ó el 470,- nació este glorioso Santo en Languidic de Bretaña, de padres ricos materialmente, pero mucho más espiritualmente, por lo cual, sin duda, Dios bendijo tan santo hogar haciendo germinar en su seno esta bella flor, que perfumó su casa y el mundo entero con el aroma exquisito de su encumbrada santidad. Siendo aún niño dejó de lado los juegos y pasatiempos propios de la infancia y comenzó a mortificar su cuerpo privándole de comodidades y aun de sustento. Nada quería, nada anhelaba fuera de Dios, único digno de sus amores y complacencias. Asistido con gracias especiales de lo A lto, se vió libre de las ligerezas e imperfecciones de la niñez. Apenas supo andar y juntar sus manecitas en actitud orante, se le vió acudir al Señor con gran asiduidad y contento, y a Él se ofreció generosamente. Gustaba de retirarse a un lugar escondido para entregarse a la oración, libre de las miradas de los demás. Cuando los compañeros le hacían burla por esta piedad, él se mostraba agradecido y satisfecho, considerándose feliz y dichoso al poder sufrir algo por Dios.

H

ALBINO SE HACE MONJE ALES ejemplos de virtud mostraban bien a las claras que Albino no había nacido para vivir en el siglo. Sentía tal inclinación a las cosas del divino servicio, que ya desde niño desapegó su corazón de todo afecto y afición a las riquezas y dignidades de este mundo, que tanto podían solicitarle y atraerle a causa de la ventajosa posición de sus padres. N o se contentó con menospreciar los bienes terrenales, sino que quiso renunciar completamente a todos ellos, y , a pesar de la viva oposición de sus padres, profesó en el monasterio de Cincillac, situado cerca de Angers. Aun viviendo en el claustro, la nobleza de su origen era un peligro para su virtud, pues le permitía disfrutar de algunos privilegios o exenciones; pero él supo evitar este escollo con suma prudencia y humildad, y some­ terse a todas las observancias regulares. A la renuncia de los bienes terrenales y de su brillante porvenir en el mundo, siguióse muy pronto el ejercicio de las más heroicas virtudes, y com o la humildad es la base de todas ellas, procuró adquirirla en grado sumo, ejercitándose en todos aquellos actos que redundasen en el desprecio de sí mismo y en la mortificación del orgullo y vanidad. Teníase por el último de los monjes y buscaba con santo afán ocasiones de humillarse, dedicándose a los oficios más bajos y penosos del convento. Ejercitábase en continuos ayunos, vigilias y oraciones, subiendo con ello, en breve tiempo, a tan alto grado de perfección, que aventajó en mucho a los más antiguos y santos religiosos. Causaba admiración, más que otra cosa, su porte grave y recogido; le­ vantaba los ojos sólo para mirar al cielo y contemplar las maravillas creadas por el Señor. En ese libro incomparable de la naturaleza veía A lbino un reflejo de las bellezas de Dios y estudiaba las divinas perfecciones, infla­ mándose más y más su corazón en santas dilecciones. Dentro del monasterio desconocía cuanto le rodeaba. Si tenía que salir de él por razón de obe­ diencia, procuraba custodiar solícito la entrada de su corazón, dentro del cual proseguía sus tiernos coloquios con el Señor. Mas plugo a Dios poner de manifiesto lo mucho que el joven novicio le agradaba y complacía, y así, cierto día en que Albino y otros religiosos salieron de viaje por mandato del abad, sobrevino recia tempestad con tan copiosa lluvia, que debieron guarecerse en una casa medio arruinada *que hallaron en el camino. Pero sucedió que, debido a la violencia del huracán, vínose abajo el tejado que los cobijaba y quedáronse sin abrigo. Mas, ¡oh maravilla!, el agua, que caló a los compañeros de Albino, respetó a éste sin que ni una sola gota cayera sobre él.

T

SAN ALBINO, ABAD Y OBISPO OS monjes, admirados de la virtud y santidad del humilde religioso, le eligieron abad del monasterio en el año de 504. Tenía Albino, a la sazón, treinta y cinco años, y gobernó a los monjes por espacio de veinticinco con mucha sabiduría y acierto, logrando que bajo su direc­ ción floreciesen en el convento el fervor y la disciplina. Era muy áspero y riguroso consigo mismo, pero sumamento blando y suave con los demás, a quienes levantó presto a gran perfección. Su fama de santidad se extendió por toda la comarca y muchas personas acudieron a él en demanda de luminosos consejos. Mas era ya hora de que brillase ante los hombres aquella resplandeciente antorcha escondida en el retiro del claustro. £1 Señor teníale destinado a llevar la pesada carga del episcopado, a la cual le preparó con cincuenta años de vida de silencio y oración. En 529, estando vacante la silla de Angers, pueblo y clero, inspirados sin duda del cielo, eligieron obispo, por aclamación, al santo abad Albino. Asombróse él con la noticia de su elección, y procuró quedara sin efecto, porque, a causa de su poca experiencia de las cosas del siglo, se juzgaba incapaz de desempeñar con acierto tan alto ministerio; pero al fin, viendo que era voluntad del Señor que lo aceptase, bajó la cabeza y sometióse humildemente al divino beneplácito. De allí en adelante se entregó totalmente al cuidado espiritual y cor­ poral del rebaño confiado a su custodia. N o se contentó con dispensar a los fieles el pan de la divina palabra los domingos y fiestas de guardar, sino que se propuso hacerlo todos los días, «porque el alma — decía— lio necesita menos de su diario sustento, que el cuerpo del pan de cada día». Con eso, presto se echó de ver el copiosísimo fruto espiritual logrado por Albino, porque, merced a su ardiente celo, mudó la faz de la ciudad de Angers y de toda su diócesis, la cual estaba gozosísima con tan santo prelado. Al celo por el bien de las almas, juntábase en el corazón del Santo en­ cendida caridad, que le animaba a remediar las necesidades corporales de sus diocesanos. Mostrábase con todos padre cariñosísimo y se apiadaba de los trabajos y padecimientos de su amada grey, sin que se hallara necesidad que no intentase remediar, ni dolor que no probase mitigar o que, a lo menos, no compartiese. Para redimir a los presos, socorrer a los pobres y ayudar a las viudas, daba con pródiga mano todo lo propio. Cuando nada tenía o *le salía al paso alguna necesidad que no podía remediar con los auxilios naturales, sirviéndose de la viva y ardiente fe de su akna, suplicaba al Señor que se dignase enviar desde el cielo el oportuno remedio.

MILAGROS DE SAN ALBINO OMPLACIASE Dios nuestro Señor en la vida caritativa y santa de su amante siervo, al que dió muestras de su agrado favoreciéndole con el don de milagros, y otorgándole poder casi ilimitado sobre la vida y la muerte. ' Una señora, llamada Etería, de excelente familia y de elevada alcurnia, venida a menos por vicisitudes de la suerte, fué encarcelada por no pagar algunas deudas y estaba custodiada por soldados brutales y disolutos. Súpolo el Santo, fuése a la cárcel, y , prevaliéndose de la grande autoridad que le daban la prelacia y la fama de santidad de que gozaba, sacó de allí a la infeliz encarcelada. Quiso oponerse a ello con extremada audacia uno de los soldados, profiriendo mil injurias contra el siervo de Dios; mas con sólo soplarle el Santo al rostro, lo derribó, dejándolo muerto a sus pies. Pagó Albino todas las deudas de aquella mujer, la cual salió de la cárcel deshaciéndose en alabanzas y acciones de gracias a su bondadoso libertador. Así com o un solo soplo de su boca bastaba para dejar sin vida a quien de ella se hacía indigno, así también una sola palabra suya tenía virtud suficiente para dar vida a quien santamente había de emplearla. Sucedió que un joven, llamado Malabrando, murió de edad temprana, que­ dando sus padres sumamente afligidos y desconsolados. A l tener noticia de ello el santo obispo, sintió gran compasión de los desventurados con­ sortes y los fué a visitar; los consoló y exhortó a que conformasen su volun­ tad con la divina y esperasen en la misericordia del Señor, el cual es dueño de la vida y de la muerte, y de ellas dispone según su beneplácito. Entró luego en el aposento donde yacía el cadáver, mandó a los presentes que se arrodillasen y , postrándose él mismo junto al lecho del difunto, permaneció buen rato recogido, orando con fervor. De pronto, todos los pechos prorrumpieron en gritos de alborozo y ad­ miración, viendo que el pálido rostro del cadáver iba, por momentos, co­ brando color y que el mancebo muerto volvía a levantarse lleno de vida. Entretanto, el santo prelado Albino salió del aposento a tod a , prisa, pues quería sustraerse a las alabanzas y aplausos, los cuales tan fácilmente las­ timan la humildad. Había en Angers una señora que tenía paralizado el brazo derecho; llena de confianza en el valimiento del santo prelado, fuéle a visitar, suplicán­ dole que a a celebrar suaves coloquios con el divino Esposo de su alma. El amor de Dios era en ella manantial de su amor al prójimo. ¡Cuántos prisioneros le debieron la libertad o la vida!; mas nunca se impacientó el emperador Enrique, a pesar de las gracias incontables que le pedía Matilde, pues ésta sabía ser misericordiosa sin faltar a la justicia.

Y

Bendijo Dios aquella santa unión otorgándoles tres hijos que fueron: Otón, más tarde emperador, que mereció el título de Grande; Enrique, duque de Baviera, y a quien su madre quería como a su benjamín; y por último, Bruno, que andando el tiempo fué arzobispo de Colonia y a quien la Iglesia inscribió en el catálogo de los Santos. Tuvieron además dos hijas: Gerberga, que fué reina de Francia, y Eduvigis, madre de los reyes Capetos. Gracias a su acción benéfica surgieron como por encanto en todos los punto del im p e r io multitud de monasterios y hospitales. Los monjes y los clérigos, suavemente obligados por la gratitud, oraban sin interrupción por la familia imperial y, con sus oraciones, apartaban del Estado los peligros que le amenazaba, al par que preparaban el reinado glorioso de Otón el Grande.

VIUDEZ DE SANTA MATILDE

E

N medio de las más lisonjeras esperanzas llamó la muerte a las puer­ tas del palacio imperial, donde la dicha y la santidad reinaban a por­ fía. Acometido de una enfermedad mortal, el piadoso soberano de Alemania se iba acabando poco a poco, a pesar de los desvelos y de lo cuidados de sus más fieles servidores. Matilde no se apartaba de la cabecera de su querido enfermo, hacién­ dose violencia para no llorar en su presencia y no entristecerlo. Con fre­ cuencia tuvieron juntos largos coloquios acerca de la vida eterna, de las alegrías del paraíso y de la vanidad de las cosas mundanas. El augusto moribundo daba gracias a su esposa por los consejos que le había dado, sobre todo en los asuntos de alta justicia, en que estaba expuesto a jugar con la vida de sus semejantes. Cuando se retiraba la reina, volvíase a los asistentes, les hablaba de ella con admiración y les refería muchos actos de virtud, de los que él sólo había sido testigo. A los mismos pies de un Cristo agonizante, agotadas sus fuerzas por el dolor interior demasiado tiempo contenido, se enteró Matilde de la triste nueva de la muerte de su esposo muy amado, acaecida el 2 de julio de 936 en Memleben de Sajonia. Cayó de rodillas y, con un esfuerzo heroico, que la dejó rendida, se en­ tregó en manos de la Providencia, prorrumpiendo entonces en copioso llanto, tan violento y tan hondo que a cada momento estaba a punto de ahogarse. Largo tiempo permaneció en esta forma como privada de sentido. Cuan­ do pudo levantarse tomó de la mano a sus tres hijos y llevólos junto al lecho de su padre; allí les habló con unción de la vanidad de las cosas y grandezas de la tierra.

—Hijo mío —dijo mirando a Otón, el mayor— , si subes al trono de tu padre, acuérdate de que un día bajarás a su tumba. Luego preguntó si había aún algún sacerdote que pudiera celebrar y, en­ contrando uno,, le rogó que ofreciese el santo sacrificio por el alma de su esposo, y le dió por ello espléndida limosna. Una vez trasladados los restos del emperador, según su deseo, a Quedlimburgo para ser allí inhumados, Alemania se dispuso a designarle sucesor; todas las miradas recayeron en Otón, y el joven príncipe fué elegido según los deseos de su padre. Matilde experimentó por ello, según parece, una gran contrariedad, es­ timando que Enrique debía tener preferencia, puesto que había nacido des­ pués del advenimiento del duque de Sajonia al trono de Germania. El pri­ vilegio de antigüedad de que disfrutó Otón, acentuó la tirantez existente entre los dos hermanos, por lo que fueron menester bastantes años para que la concordia se restableciera, gracias a los buenos oficios de su madre. Otón dió a su hermano Enrique el ducado de Baviera. Bruno, en cambio, escogió la mejor parte: ya que, renunciando al mundo, se hizo sacerdote y gobernó la Iglesia de Colonia, desde 953 a 965. Tranquila ya en cuanto al porvenir de sus hijos, la Santá no se ocupó en adelante sino en servir al Señor. La oración, el ayuno, la limosna fueron sus ocupaciones ordinarias; y, como los días no eran tan largos como sus anhelos, pasaba las noches en coloquios amorosos con el Esposo de su alma. Tenía costumbre de rezar el salterio entero antes del canto del gallo. Sus primeras y últimas visitas eran para los pobres. Su corazón sentía con su vista vivísima alegría, porque los consideraba como hijos suyos; tratábalos con tierna intimidad y bastaba que ella se presentase para que en todos los corazones reinase la más perfecta alegría.

PERSECUCIÓN Y DESTIERRO. — DIOS TOMA SU DEFENSA ENTE mal intencionada declaró a Otón el Grande que su madre ocultataba tesoros y confiscaba las rentas de la corona para distribuirlas in­ discretamente a una multitud de vagabundos y desconocidos. Esto bastó para que el emperador la llamase a dar cuenta de los bienes de la corona que había administrado; la privó de sus propias rentas, 'quiso saber los donativos que le hacían, la hizo espiar de un modo indigno y hasta colocó guardias en los barrios que ella frecuentaba. Enrique, duque de Ba­ viera, su hijo predilecto, ayudó a su hermano a alejarla de la corte. Todo lo sufrió ella sin la menor resistencia y, como alguien se permitiese un día hablar en forma desfavorable a sus dos perseguidores, le atajó di­ ciendo:

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ANTA Matilde acoge y socorre a los pobres de Colonia como a hijos suyos muy queridos. Todos la llaman madre y la ve­

neran como a santa. Siempre que sale va con ella una monja en­ cargada especialmente de distribuir las limosnas. La emperatriz dis­ tribuye consuelos y bondades sin fin.

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—Es para mí motivo de consuelo ver que mis hijos, antes en desacuerdo, empiezan a entenderse, aunque sea para perseguirme. Sí — añadía— , ¡ojalá pudiesen continuar de esa forma sin ofensa de Dios, pues tendría siquiera la satisfacción de verlos unidos! » . AÍ dejar la corte para ir confinada a Engem (Westfalia), hubo de entre­ gar a Otón toda su fortuna, incluso la dote que le dió su difunto esposo. Con todo, Dios tomó la defensa de su causa; Enrique se vió acometido de una enfermedad muy dañina, en la que muchos vieron el castigo de su in­ gratitud; al propio tiempo sus Estados y los de su hermano, se. veían des­ garrados por continuas guerras intestinas y castigados con diversas plagas. Los magnates dirigiéronse entonces a la emperatriz Edith, para que ob­ tuviese de Otón reparación de su falta y levantase el destierro a su madre. Así lo hizo, en efecto: envió a Santa Matilde los primeros señores de la corte para declarar su arrepentimiento y suplicarla que volviese; al mismo tiempo le escribió una carta muy respetuosa pidiéndole humildemente perdón de su falta. La Santa, que era incapaz de guardar resentimiento alguno, accedió en seguida a los deseos de su hijo y volvió a encontrar a sus queridos pobres, que la esperaban hacía tanto tiempo y la recibieron con los ojos arrasados en lágrimas de pura alegría. Atendiólos con más ternura que antes; por todas partes la acompañaba una monja para distribuir sus limosnas. Durante el invierno mandaba en­ cender grandes braseros en las plazas públicas para que se calentasen los menesterosos, y esto en todas las ciudades y villas donde podía.

EL CONVENTO DE NORDHAUSEN ESDE el año 961 al 965 estuvo Otón en Italia por causa de expe­ diciones militares, en el transcurso de las cuales recibió, del papa Juan X II la corona imperial; entretanto, su santa madre redoblaba las oraciones y limosnas y, mandaba celebrar todos los días misas por el feliz regreso de su hijo. Por último, con la ayuda de su nieto Otón, levantó en Nordhausen, ciudad de Turingia, un dilatado monasterio que pronto se vió habitado por más de tres mil doncellas que alababan a Dios todas las horas del día-. Para que pudiesen vivir tranquilas y ajenas a los cuidados materiales, asignó a dicho monasterio cuantiosas rentas. Al regresar de Italia el emperador después de su coronación, avistóse con su madre en Colonia; la estrechó entre sus brazos con gran ternura y res­ peto, y juntos dieron gracias a Dios por los beneficios de que los había colmado.

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Otón visitó después el monasterio de Nordhausen, acompañado de su corte, y quedó maravillado del orden admirable que allí reinaba, pues la prudencia de Matilde‘lo había dispuesto y arreglado todo hasta en sus me­ nores detalles. La santa fundadora sentía, sin embargo, que su hora estaba cercana, y no quería salir de este destierro sin hacer valer la obra de sus manos. Habló, pues, al emperador de su designio de retirarse al convento para disponerse a la muerte; Otón puso al principio muchas dificultades, mas por último consintió en la separación. La viuda de Enrique I se dirigió inmediatamente a Nordhausen y pidió por favor que la admitiesen entre las más humildes religiosas. Su regulari­ dad y sobre todo su caridad no tardaron en ser la admiración de las religiosas, quienes apenas podían creer lo que veían: una antigua emperatriz y madre del más grande de los emperadores, desempeñar con tanta alegría los más humildes oficios.

VUELVE AL MUNDO O tenemos documentos concretos acerca del género de vida de Ma­ tilde después de la última entrevista con el emperador Otón; pero del texto un tanto impreciso de sus biógrafos se puede colegir que, a pesar de sus achaques y de la enfermedad, no disminuyó su actividad y siguió preocupándose de las obras que había fundado, arrostrando si era preciso frecuentes viajes, muy penosos a veces, en aras de su caridad. Herida ya por la enfermedad que debía muy en breve llevarla de este mundo — dice su biógrafo-^-, no daba importancia a las fatigas mientras le quedase alguna buena obra que realizar. En los primeros días de enero de 968, llegó a Quedlimburgo, sus dolores se acrecentaron y comprendió que iba a morir muy pronto; distribuyó, pues, sus bienes entre los obispos, sacer­ dotes y monasterios; su nieto Guillermo, arzobispo de Maguncia, acudió a su lado y al verle se sonrió con angelical semblante. —La voluntad de Dios te trae a mi lado —le dijo— ; ningún ministerio podía serme más agradable qué el túyo, puesto que plugo a Dios hacerme sobrevivir a mi amadísimo Bruno, arzobispo de Colonia; ante todo vas a oír mi confesión, para absolverme de mis pecados, en virtud del poder que has recibido de Dios y de San Pedro. Luego irás a celebrar misa para la remi­ sión de mis culpas, por el descanso del alma de mi difunto esposo y señor Enrique, y por los fieles de Cristo, vivos y difuntos. Una vez cumplido el deseo de su santa abuela, Guillermo volvió de nuevo a su lado, le dió otra vez la absolución y le administró la Extrema­ unción y el Viático. Antes de ausentarse el arzobispo, la piadosa reina

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mandó llamar a la abadesa de Quedlimburgo y le encargó fuese a buscar los «palios», como llamaba a los lienzos mortuorios que había dispuesto para su sepultura. Luego añadió: — Quiero ofrecérselos a mi nieto como prueba postrera de mi cariño, pues los necesitará para el difícil viaje que va a emprender; después de mi muerte, no me faltará con qué amortajarme, pues, como dice el refrán popular: «Los parientes dan siempre un vestido para casar y un sudario para enterrar.» Trajo, pues, los palios la abadesa, y la reina los ofreció a Guillermo, diciéndole: «Acéptalos como última ofrenda mía y corno advertencia suprema.» El arzobispo le dió gracias por esta tierna muestra de cariño, le dió con lágrimas su bendición y se despidió de ella; era la última plática que ha­ bían de tener en este mundo. Al alejarse, dijo en voz baja a las personas que cuidaban a la augusta enferma: «Me veo precisado a salir para Radulveroth, pero dejo aquí a uno de mis familiares con el encargo de avisarme si se agrava la enferma para regresar apresuradamente.» Pronunció estas palabras en tono tan bajo que parecía imposible que la reina hubiese podido oírlas; sin embargo, Santa Matilde levantó la cabeza y dijo al arzobispo: — Es inútil que dejes aquí a ese sacerdote, lo necesitarás en tu viaje. Vete con la paz de Cristo adonde su voluntad te llama. Partió Guillermo para Radulveroth, pero algunos días después de su lle­ gada murió repentinamente. Enviáronse mensajeros a Quedlimburgo con la triste nueva, no osando nadie anunciársela a la reina por temor de acelerar su muerte; pero la sierva de Cristo, sonriendo en medio de sus sollozos, dijo: — ¿Por qué ocultarme la triste nueva? Ya sé que el arzobispo Guillermo ha salido de este mundo; que toquen las campanas, que llamen a los pobres y les den limosnas, para que nieguen por el alma del difunto.

ÜLTIMAS PLÁTICAS. — CULTO DE SANTA MATILDE ATILDE sobrevivió aún doce días a esta prueba tan cruel para su corazón. El Sábado Santo —14 de marzo del 968— , al rayar el alba, la sierva de Dios mandó llamar a los sacerdotes y a las religiosas, que se con­ gregaron junto a su lecho. Gran multitud del pueblo se juntó a ellos y la mo­ ribunda tuvo suficiente presencia de ánimo para darles saludables consejos. Habló también confidencialmente a su nieta, la abadesa Matilde, y le entregó un necrologio en el que estaban inscritos los nombres de sus parien­ tes difuntos y le recomendó sobre todo que orase por el alma del difunto rey Enrique y por la suya propia.

En aquel momento la abadesa de Richburgo, con los ojos arrasados en lágrimas, se arrodilló a los pies de la augusta reina y muy reverente dijo con voz entrecortada por los sollozos: —Señora muy amada, ¿a quién dejáis el cuidado de esta Congregación desconsolada, a cuya cabeza me habéis puesto a pesar de mi indignidad? ¿Qué va a ser de nosotras sin vos?... Santa Matilde le dijo tiernamente que les dejaba por protector al em­ perador y la consoló cuanto pudo. Luego, mandando entrar de nuevo a los sacerdotes y monjas, hizo confesión pública, recibió la absolución, oyó misa y comulgó. Después permaneció con los ojos y las manos levantados al cielo hasta las tres de la tarde. Entonces mandó que la pusiesen sobre un cilicio cu­ bierto de ceniza. «Así —dijo— debe morir una cristiana»; y, haciendo la señal de la cruz, expiró. Las religiosas de Quedlimburgo lavaron piadosamente su cuerpo y lo de­ positaron en el féretro. A punto de llevarla a la iglesia, llegaron unos emi­ sarios enviados a toda prisa por Gerberga, hija de la Santa, los cuales eran portadores de un palio magnífico, tejido de oro, para la augusta sepultura. De este modo se cumplía la profecía de la sierya de Dios relativa a los palios regalados al arzobispo' Guillermo, y a la sábana que le había de servir a ella misma de mortaja. Su cuerpo fué depositado junto a la tumba del rey Enrique, en Quedlimburgo, como lo había solicitado ella misma. Desde los primeros momentos de su muerte, cuantos conocieron a Ma­ tilde, de común acuerdo celebraban su santidad, pero, desgraciadamente, no tenemos textos auténticos sobre el culto tributado a la Santa en el curso de los siglos. Y fácilmente se explica si se tienen en cuenta los estragos causa­ dos por las guerras de religión, las revueltas y los múltiples desórdenes, que aniquilaron, por decirlo así, la fe en muchas comarcas de Alemania, antaño muy católicas. Una iglesia le fué dedicada en Quedlimburgo en 1858, y desde 1884, el clero de la diócesis de Paderborn, de la cual forma parte Quedlimburgo, tiene inserta en el breviario y en el misal una conmemoración especial de Santa Matilde.

SANTORAL Santos Lubino, obispo de Chartres; Eleuterio, obispo de G énova; Inocencio, obis­ po de Verona; Bonifacio, obispo de Ross, en E scocia; León, obispo y m ártir; Eutiquio, Pedro y Afrodisio, mártires; los cuarenta y siete solda­ dos mártires de la cárcel Mamertina, de Roma, bajo el imperio de N erón; Juan II, abad de Monte Casino. Beatos Juan de Barastre, abad; Conrado . de Ascolí, franciscano; Elias, enviado a Francia por •San Francisco de Asís. Santas Florentina, virgen , cuya fiesta celebra la Iglesia española el 20 de junio; Matilde, emperatriz y matrona; Demetriada, virgen de Cartago, alabada por San Jerónimo y San Agustín. En el Abruzo ulterior (Italia) se celebra la fiesta de dos santos religiosos que fueron ahorcados de un árbol, en donde; después que habían muerto, les oyeron sus amigos cantar salmos. SAN LUBINO, obispo de Chartres. — Nació en el seno de humilde familia en Poitiers, pero Dios le ensalzó hasta la dignidad episcopal. De jovencito, se ocu­ paba más en el cultivo de la tierra que en el de su propio espíritu; por esto crecía ignorante. Pero su trato con un piadoso ermitaño le facilitó el conocimiento de las primeras letras y, con ellas, un notable avance en la virtud. Llevado de su único afán, meditar en Dios, abandonó la casa paterna para ingresar en un monasterio. Recibió consejos y dirección de San A v ito ; permaneció un tiempo en la abadía de Leríns, y se estableció definitivamente en un monasterio de los alredores de Lyón. Después de la guerra entre francos y borgoñones, durante la cual la soldadesca despiadada le serró la cabeza con cuerdas, de cuyo mal le curó Dios, volvió a vivir con San Avito hasta la muerte de éste; luego fué a un desierto, pero el aroma de su santidad se difundió de tal manera, que no pudo librarse de aceptar la sede episcopal de Chartres. D ió ejemplo de todas las vir­ tudes y durmióse en la paz del Señor en el transcurso del año 557. SANTA FLORENTINA, virgen. — En Cartagena se meció la cuna risueña de esta santa doncella, que creció como planta hermosa y flor lozana en el hogar bendito donde germinaron las flores bellas de todas las virtudes, cultivadas con esmero por San Leandro, San Fulgencio y San Isidoro, tres luceros que alumbra­ ron al mundo con destellos de sabiduría y reflejos de santidad. Florentina recibió esmerada educación cristiana de sus padres; vió siempre admirables ejemplos de virtud en el hogar paterno; recibió sólida instrucción de su hermano mayor, Leandro; aprendió latín y entendió las Sagradas Escri­ turas. Nada de extraño, pues, que ella misma enseñara a su vez a Isidoro, el menor de los cuatro hermanos. Por su talento, cultura y virtud se atrajo las simpatías de cuantos la conocían. Muchos fueron los que la pretendían por es­ posa; pero Florentina había consagrado a Dios su virginidad y despreciaba todas las cosas de la tierra. Ingresó en el convento de Nuestra Señora del Valle, pró­ ximo a la ciudad de Écija, del cual pronto llegó a ser abadesa. Al olor de sus virtudes corrían muchas doncellas a ponerse a sus órdenes y recibir el influjo saludable de su dirección. Hubo necesidad de crear otros monasterios, en cuya empresa le ayudó notablemente su hermano San Fulgencio. San Leandro y San Isidoro le dedicaron varios de sus libros, para que con su lectura se perfeccio­ nase más y más en la virtud. Después de dar a sus religiosas las últimas reco­ mendaciones, voló a unirse con su divino Esposo, el 14 de marzo del año 633.

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DE

MARZO

SAN CLEMENTE M." HOFBAUER REDENTORISTA (1751 - 1820)

ACIÓ este heroico defensor de la Iglesia el 26 de diciembre de 1751, en Tasswitz (Checoeslovaquia). Recibió en el bautismo el nombre de Juan, que trocó más tarde por el de Clemente María. Contaba sólo seis años cuando murió su padre, Pablo Hofbauer; su madre, María Steer, llamó al niño en aquella ocasión y, enseñándole un crucifijo de familia, le dijo: «Mira, hijo mío, en adelante éste será tu único padre; procura seguir sus pasos y llevar una vida conforme a su voluntad santísima». El niño se arrodilló, juntó las manos y levantó amorosamente sus ojos al crucifijo, como quien da conformidad absoluta a los deseos de su madre. Desde aquel instante el niño Juan puso todas sus delicias en frecuentar las iglesias y practicar la caridad. Su placer más grato era distribuir a los niños pobres, vituallas y algunos dinerillos que se agenciaba. Sólo el fuego' del amor divino que inflamaba ya su alma puede explicar­ nos la sabiduría celestial de alguna de sus ocurrencias. Yendo cierto día el niño Juan en compañía de su madre, acertaron a encontrar en la calle a unos parientes suyos. «¿Qué hacéis aquí?» — Ies preguntó el niño— . Y le contestaron: «Estamos matando el tiempo».

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Juan, que a la sazón tenía sólo ocho años, no alcaqzó a entender lo que querían decir coln aquello de «matar el tiempo», y cuando oyó de labios de su madre el verdadero sentido del modismo: «¿Es posible? — exclamó, sorprendido por tan extraña respuesta— , ¿es posible?... Pero si no tienen que hacer nada, ¿por qué a lo menos no em­ plean el tiempo en rezar?» Respuesta, en verdad, digna de un santo y de un apóstol.

PANADERO Y LATINISTA. — VOCACIÓN PROVIDENCIAL ESDE muy joven puso Dios en su corazón vivísimas ansias de llegar al sacerdocio, pero a sus encendidos deseos se oponía como obstácu­ lo insuperable la pobreza de la familia; tuvo que resignarse a tomar un oficio manual: el de panadero. Después de tres años entró a servir en la abadía premonstratense de Bruke. El hambre hacía estragos en Moravia y Bohemia; de todas partes acudían a la abadía turbas menesterosas y, a veces, hambrientas a pedir pan. Juan, en razón de su oficio de panadero, fuá el encargado de amasar y cocer todo el pan necesario para alimentar a las muchedumbres; ya se comprenden los trabajos y desvelos que se impondría para cumplir. A su prodigiosa actividad, unía el sacrificio sin límites, imponiéndose las más duras privaciones para aumentar las limosnas. Fray Jorge Lambreck, abad del monasterio, descubrió pronto la virtud y los secretos anhelos del panadero; ofrecióle manera de estudiar, a la ve* que seguía en el oficio, y Juan pudo en cuatro años terminar los estudios de latinidad. » A la muerte del abad, Juan resolvió retirarse a la soledad y fué a vivir en una gruta, junto al santuario de Muhlfrauden, donde se veneraba una milagrosa imagen de Cristo atado a la columna; en este género de vida pasó sólo dos años, pues un decreto del emperador de Austria, José II, de tirá­ nico recuerdo, abolió la vida eremítica en sus Estados. Juan se trasladó entonces a Viena, donde volvió a su»antiguo oficio, en la panadería llamada la «Pera de hierro», situada frente al convento de las Ursulinas. Peregrinó por dos veces a Roma en compañía de su virtuoso amigo. Pedro Kunzman. Al fin llegaron a Tívoli, donde solicitaron del obispo Bernabé Chiaramonti, elevado más tarde al solio pontificio con el nombre de Pío VII, licencia para llevar vida eremítica en su diócesis. El discreto obispo los so­ metió a un riguroso examen y, convencido por sus respuestas, de que era el espíritu de Dios el que los guiaba, se determino a satisfacer los deseos de ambos jóvenes: les dió su bendición y el hábito de ermitaños. En esta oca­ sión recibió el siervo de Dios el nombre de Clemente María.

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Sin embargo, a medida que adelantaba en años, sentía irresistible incli­ nación al sacerdocio; parecíale que Dios le quería, apóstol y no ermitaño; y, como esta idea' le bullera de continuo en la mente, algunos meses después volvió a encaminarse hacia Viena, donde esperaba que la Providencia le de­ parase los medios necesarios para proseguir sus estudios teológicos y conse­ guir lo que tanto .anhelaba. Pero en la Universidad, nuestro Clemente no se sentía satisfecho; notó pronto que la doctrina de algunos profesores estaba plagada de los errores de Lutero y de Febronio, y con santa indignación interrumpió cierto día a uno de ellos, diciéndole: — Señor, la doctrina que acaba usted de proponer, es contraria al dogma católico. Y diciendo esto abandonó el aula en que con tanto descaro se maltra­ taba la doctrina de la Iglesia. Tan oportuna intervención tuvo un feliz re­ sultado: el profesor que hablaba de aquella suerte, el célebre Jahn, reflexio­ nó y mudó de vida, en forma que murió en 1816 siendo canónigo de Viena'. Así obra muchas veces Dios misericordioso: válese de una palabra para producir la chispa que ha de iluminar a una inteligencia y convertirla. Volvió a Roma, en compañía de su condiscípulo Tadeo Hubel; llegaron a la Ciudad Eterna a la caída de la tarde y se retiraron a descansar en una modesta posada, cerca de Santa María la Mayor. Convinieron que a la ma­ ñana siguiente irían a la iglesia cuyas campanas oyeran tocar primero. Al romper el alba el esquiloncillo de la iglesia de San Julián, les envió antes que ningún otro campanario el sonido de su voz; levantáronse, pues, y se dirigieron a la iglesia para implorar la protección del Señor. Era la hora en que los religiosos que la servían tenían la hora de meditación. El aspecto de profunda piedad con que oraban impresionó tan hondamente el ánimo de Clemente que, al salir del templo, preguntó a un niña qué reli­ giosos eran aquéllos. — Son redentoristas —le contestó el niño; y luego, en tono profético, añadió: — Y no está lejano el día en que usted entre en esa Orden. Esta inesperada salida del niño hizo no poca mella en el áni,mo de Cle­ mente, quien, sin aguardar al día siguiente, se va a encontrar al Superior y le pide respetuosamente informes sobre la regla y fin de la Congregación. Impulsado por divina inspiración, el Superior ofrece a nuestro Santo ad­ mitirle en la Congregación; así fué cómo Clemente María dió con su verda­ dera vocación; vió claramente ser esta la voluntad de Dios. Con suma com­ placencia aceptó el ofrecimiento que se .le hacía; tenía entonces 33 años. El ilustre fundador de los íiedentoristas, San Alfonso de Ligorio, que vivía aún, al enterarse de la admisión de C'.smente, sintió gran alegría y predijo que por su ministerio «Dios manifestaría su gloria en los países del Norte».

NOVICIO. — SACERDOTE. — MISIONERO LEMENTE María fué desde el primer momento dechado y modelo de novicios, pero su estómago de moravo tuvo mucho que sufrir de la frugalidad italiana. Tomó el hábito religioso el 24 de octubre de 1784, y al afto siguiente, en la Solemnidad- de San José, pronunció los votos religiosos en la Congrega­ ción del Santísimo Redentor. Tanto progresó en santidad y ciencia que, un año después, fué juzgado digno de recibir las órdenes sagrada? de manos del Obispo de Veroli. Ser sacerdote colmaba sus deseos; con ello veía ya realizados los ensueños de toda su vida y vislumbraba en lontananza los trabajos que podría empren­ der para mayor gloria de Dios. Poco tiempo después, en 1785, sus Supe­ riores le enviaron con algunos compañeros a Varsovia donde, recomendado por el Nuncio, fué muy bien acogido por el rey Estanislao II. Desgraciada­ mente el estado social y religioso de Polonia era desastroso; los protestantes gozaban situación privilegiada por obra de Catalina II, emperatriz de Rusia. Con la fe católica habían desaparecido las buenas costumbres y la corrup­ ción había llegado al colmo de la iniquidad. — Temo mucho —decía nuestro Santo— que Dios descargue algún golpe terrible sobre esta nación que así desprecia sus gracias y favores; roguemos para que mis temores no se cumplan. Estas palabras proféticas tuvieron pronto fiel cumplimiento. En 1793 co­ menzaba el desmembramiento de Polonia y dos años más tarde Rusia, Austria y Prusia se repartían este desventurado país. La nación polaca des­ aparecía como tal durante siglo y medio. Sin embargo, a pesar de todos los obstáculos y contrariedades, el mi­ sionero no perdía el ánimo en su labor, seguro como estaba de hacer la voluntad de Dios al cumplir su ministerio apostólico. «Dios lo quiere», solía decir, y al, decirlo se entregaba a su misión lleno de confianza en Aquel que todo lo puede. En una circunstancia, como llegase a faltar el pan a sus religiosos, el Padre Hofbauer bajó a la iglesia y oró largo rato; de repente, con santa osadía, se acercó al sagrario y, llamando a la puertecilla, dijo: «Presto, Señor, venid a nuestra ayuda, que ya es tiempo». Poco después un desconocido caballero se presentaba en la residencia y entregaba socorros para remediar aquella necesidad. Varias otras veces le ayudó Dios de manera prodigiosa, todo lo cual sabía aprovechar admirablemente para extender y propagar sus obras apos­ tólicas.

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L niño dice a San Clemente María Hofbauer: «Estos religiosos tan piadosos son los sacerdotes que en Rom a llamamos Reden-

ristas. Sin tardar mucho, será usted como ellos, porque entrará en esa Congregación»'. El peregrino, impresionadísitno, tomó el aviso por llamamiento divino.

CELO Y CARIDAD DEL SANTO. — FUNDA ESCUELAS

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U celo no reconocía límites y los pobres eran Irá que primero participa­ ban de sus caridades. Después de la devastación de los arrabales de Varsovia por los rusos una multitud de niños, cuyos padres habían perecido, se encontraron sin pan y sin hogar. Clemente creó para las niñ huérfanas establecimientos de beneficencia que confió a vírgenes cristianas y él mismo se encargó de los niños, a los que cuidaba y prodigaba sus aten­ ciones cual solícita madre. Pedía limosna para ellos y nada le importaban las humillaciones más crueles con tal de poderles atender y alimentar. Habiéndose encontrado cierto < día con un grupo de jugadores, Ies pidió limosna; uno de ellos se dió por ofendido y, fuera de sí, llegó a escupirle en la cara; el siervo de Dios se limpió con toda calma y, dirigiéndose con sosiego a su injuriador: — Esto —le dijo— va para mí, pero ahora te suplico me des una limosna para mis huerfanitos. Tanta mansedumbre y humildad desarmaron al furioso jugador, el cual le dió una crecida limosna, se convirtió y publicó por todas partes la he­ roica paciencia del Santo. Pero no les basta a los niños el pan material; bien lo sabía el santo sacerdote; por eso fundó para sus huérfanos escuelas que puso en manos de maestros hábiles y virtuosos, formados bajo su inspección y vigilancia. Esas obras exigían grandes gastos y el administrador del convento se quejaba a menudo, pero el Santo le respondía sonriendo: —Dad y se os dará: no os preocupéis del día de mañana. Esta confianza en Dios no le salió nunca fallida. La iglesia de San Bennón era una verdadera misión perpetua en la que el celo del padre Clemente lo animaba todo con su entusiasmo y fervor; en ella se distribuían al año más de 100.000 comuniones; cada grupo de fieles formaba una cofradía; una de ellas tenía por misión la difusión de buenos libros y combatía con todo entusiasmo la propaganda jansenista, la protes­ tante y la de la naciente secta de los francmasones. La vida íntima de nuestro Santo no era menos admirable que su vida de apóstol. A los pies del Santísimo Sacramento sacaba fortaleza y ecuani­ midad-admirables. Ofrecía el santo sacrificio de la Misa con amor de sera­ fín; practicaba los votos de religión con la perfección y fervor de las aliñas escogidas. Sumamente austero consigo mismo, jamás se quejaba de nada ni' de nadie. «Mirad —decía un día a uno de sus Hermanos— : para soportar la fatiga el misionero debe ser mortificado. Y o no he probado el vino hasta los' cuarenta años».

Tampoco descuidaba la mortificación interior: «Las penitencias corPora" les — solía decir— no son ni absolutamente necesarias, ni muy difíciles; pero la renuncia de la propia voluntad y la represión de las malas Inclina­ ciones son de necesidad absoluta para adquirir las virtudes; es éste ul* com­ bate mucho más difícil». Un alma tan bien templada alcanzó rápidamente la más alta perfección. Cual otro San Francisco de Sales, ‘había logrado domar, mediante una lucha incesante, la vivacidad natural de su carácter; las injurias más atroces no conseguían turbar su tranquilidad ni alterar en lo más mínimo su semblante. Persona de tal condición era idónea para llevar la cruz a ejemplo de su di­ vino Maestro; por otra parte, el Señor cuidó que no le faltara nunca (Jurante toda su vida, purificando así más y más a su fiel siervo.

LOS REDENTORISTAS SON EXPULSADOS DE PO LON IA

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NVIDIOSOS los sectarios, herejes y revolucionarios de la gran influen­ cia de los Redentoristas en Varsovia, emplearon todas sus arterías hasta lograr la total extinción de su obra, y un decreto por cual se los expulsaba no tan sólo de Varsovia, sino de toda Polonia. Federico Augusto, rey de Sajonia, firmó con lágrimas en los ojos este decreto por orden de Napoleón, cuyas tropas ocupaban el país. Nuestro desterrado Padre Clemente María permaneció algunas semanas detenido con sus Hermanos en la fortaleza de Custrin, y hacia fir»es del año 1808 hubo de salir, para Viena. En esta ciudad halló al principio oposiciones y penalidades, pv*es fu é detenido como conspirador y enviado al calabozo; pero lejos de intiiíndarse el inocente perseguido, con estos rigores aumentaba su alegría, al entrever próximos consuelos. En efecto, su inocencia fué a todos manifiesta y p or eU° salió de la cárcel. El papa Pío VII le defendió tan bien contra la descon­ fianza de la corte de Viena, que el emperador de Austria, Francisco I* re_ conoció al fin a la Congregación del Santísimo Redentor. Entonces, el Padre Clemente María agrupó en torno suyo a todas las clases sociales de la ciudad.

APÓSTOL DE VIENA UY raros eran en aquella época en Viena los cristianos de entereza suficiente para declarar en público su afecto a las doctrinas de la Iglesia católica y su adhesión incondicional a la Santa Sede- Este valor, que a tantos faltaba, San Clemente María lo poseía en alto grado. Sin importarle lo que el público dijera, se estableció en el centro de la ca­

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pital de Austria como sacerdote netamente católico, y como tal se dió a conocer en sus enseñanzas, en su proceder y en todas sus obras y empresas. Tan alto ejemplo de virilidad cristiana causó verdadera sensación en el am? biente social; y a poco el humilde Padre Clemente llegó a ser cual faro lumi­ noso que atraía a todos los verdaderos hijos de la Iglesia católica. Y es que este santo varón vivía de la vida de fe. «Una persona sin fe —solía decir— me da la impresión de un pez fuera del agua... Creo con mas tesón y firmeza lo que la fe me enseña, que lo que veo a simple vista y, si con los ojos corporales me fuera dado presenciar los misterios de la fe, no los abriría para no perder el mérito de esta virtud». Gracias a esa fe realizó numerosas obras de caridad. Apenas si puede compararse la ternura que tiene un padre con sus hijos con la que este após­ tol tenía con los pobres: daba cuanto llegaba a sus manos. Cada día visi­ taba a los desheredados de la fortuna, escuchábalos, los animaba y se ponía a su disposición en el confesonario. Los pobres vergonzantes eran objeto de una caridad especial: sabía descubrirlos y socorrerlos con extremada de­ licadeza. Difícil sería dar idea de la caridad y solicitud que prodigaba a los miem­ bros dolientes de Jesucristo. Nunca retardaba el auxilio a los enfermos, ora fuese de día, ora de noche, con viento o con nieve, a corta o larga distan­ cia. Si el enfermo era pobre, suministrábale socorros; si no había nadie para cuidarle, él hacía de enfermero; su abnegación, su amena charla, su amable familiaridad, le ofrecían esas brillantes victorias por las cuales arran­ caba del infierno a tantas almas como la muerte pudiera precipitar en él. Cierto día fueron a llamarle para confesar a un enfermo que hacía más de veinte años que no frecuentaba los Sacramentos, y a la hora de la muerte rechazaba los auxilios de la religión. Su anciana madre y su mujer recibie­ ron al Padre Clemente María con lágrimas en los ojos y le introdujeron en la estancia del moribundo; apenas le vió el enfermo montó en cólera vomi­ tando injurias y denuestos contra él. — Amigo — le dijo el Santo— , cüando uno se dispone, a emprender largo viaje, procura proveerse del necesario viático, ¿cómo puede ser que tú, cuando vas a emprender el de la eternidad, que es tan largo, desprecies los Sacramentos de la Iglesia, medios indispensables para llegar felizmente al término, que es la gloria? El enfermo rechazó sus consejos. — Márchate, sal pronto de aquí — exclamó. El Padre Clemente hizo ademán de retirarse, pero se detuvo en el umbral de la puerta. El enfermo se dió cuenta y, juntando las pocas fuerzas que le quedaban, le increpó frenético: —Márchate y déjame en paz.

Entonces el Padre se vuelve hacia el enfermo y, con voz resuelta y tono severo, le dice: —-No me iré, no; vas a morir pronto y quiero presenciar la muerte de un réprobo. A estas palabras, que parecían inspiradas por el cielo, el moribundo prorrumpió en sollozos, se avino a reconciliarse con Dios y expiró como un predestinado en brazos del santo misionero.

MUERTE DEL SANTO. — EL TRIUNFO AN numerosos y continuados trabajos habían debilitado poco a poco la robusta complexión del Santo; sin embargo, no cesaba en sus apos­ tólicas empresas y en el ejercicio de su ministerio, aun en medio de crueles sufrimientos. Por fin el 15 de marzo de 1820, a eso de mediodía, en el momento en que' rezaban el Angelus, entregó su hermosa alma a Dios. Sin tardár empezaron los prodigios en su tumba; innumerables gracias espirituales y temporales fueron el fruto ‘de su intercesión. Los hechos mi­ lagrosos se repetían con tanta frecuencia que los fieles solicitaron a Roma la introducción de su causa, lo cual tuvo lugar el 14 de febrero de 1867. Verificóse su Beatificación en el Pontificado de León X III y, por fin, la Ca­ nonización solemne del Apóstol de Viena, por Pío X , el 20 de mayo de 1909, al mismo tiempo que la de. San José Oriol, apóstol de Barcelona.

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SANTORAL Santos Raimundo de Fitero, abad; Zacarías, papa ; Clemente María Hofbauer, confesor; Longinos, mártir, soldado que atravesó con una lanza el costado del Divino Redentor; Mágoriano, uno de los primeros evangelizadores del Tirol; Probo, obispo de Rieti; Juan Sabas, natural de Nínive y monje, cerca del Tigris; Juan de Sapsas, que moró en una cueva, honrada con la presencia de Jesucristo cuando visitó al Precursor en el desierto; Juan de Choceba, que se alimentaba en el desierto con sólo frutas y raíces; Juan, anacoreta de la Laura de San Sabas; Aristóbulo, hermano de San Berna­ bé, discípulo de los Apóstoles y mártir; Menigno, batanero de oficio, már­ tir; Especioso, monje benedictino; Sisebuto, abad de Cardeña; Balustato, religioso en Ribagorza; Mélitón, mártir, venerado en Granada; Silvio y Eutiquio, mártires en Nicomedia. Santas Madrona, virgen y mártir, vene­ rada •en Barcelona; Leocricia o Lucrecia, mártir en Córdoba, por denuncia de sus mismos padres; Columba, abadesa de Lamego, virgen y mártir; Luisa de Marillac, cofundadora de las Hijas de la Caridad.

SAN RAIMUNDO, abad de Fitero y de Calatrava. — Este ilustre Sjmto, que ocupa un puesto de honor en la Historia de nuestra Patria, nació en Tarazona, sita en el reino de Aragón. Dios, que le destinaba a grandes empresas, le adornó de las disposiciones y gracias conducentes a. sus fines providenciales. Y a de joven fué «ejemplar en las costumbres, moderado en el hablar, grave en las palabras, modesto en las acciones y extremado en todos los ejercicios de piedad» (Ribadeneira). Deseando atender con esmero al delicado negocio de su, salvación, se hizo religioso del Cister, ingresando en el monasterio de Scala Dei, en Gascuña. De allí, en tiempos de Alfonso V II el Emperador, vino a fundar el monasterio de Fitero, del que llegó a ser abad. Se hizo célebre en la Historia de España por su valor e intrepidez en luchar contra los árabes, a quienes venció en la importante plaza de Calatrava, que los Templarios habían abandonado por el inminente pe­ ligro en que se hallaban ante las duras acometidas de sus enemigos. No pudiendo acudir Sancho a defender la plaza, la ofreció con todos sus términos, castillos y fortalezas a quien se comprometiera a libertarla del yugo sarraceno. Sólo se ofre­ ció para esta empresa Raimundo, abad de Fitero. Reunió un ejército de veinte mil combatientes, y con ellos se fué a Calatrava y logró rechazar valerosamente a los árabes, arrojándolos hasta de sus más inexpugnables fortalezas. Prontp creció el interés de muchos personajes en luchar bajo la dirección de este nuevo y valeroso caudillo del Señor. Así se originó la Orden militar de Calatrava, compuesta de dos clases de cuerpos regulares: una de la reforma del Cister, y otra de militares con las insignias del mismo hábito de la Orden. - Murió cerca de Aranjuez el 15 de marzo de 1163. SANTA MADRONA, virgen y mártir. — Era una doncella de servicio en casa de una señora judía de Tesalónica, y estaba dotada de un carácter dulce y ama­ ble. Descubrió su dueña la religión católica que profesaba Madrona, y por esto la atormentaba de palabra y de obra para lograr que renunciase a su fe. P e r o ' la joven cristiana se mantuvo firme en sus creencias, por lo cual fué muerta a golpes por su ’ cruel señora. Después de su martirio, los cristianos se llevaron su cuerpo; pero la Providencia dispuso que el barco que llevaba tan santa reliquia llegase, a causa del temporal, al puerto de Barcelona, en cuya ciudad es muy venerada en la parroquia que está bajo su patrocinio. SANTA LEOCRICIA, virgen y mártir. — A mediados del siglo xx vivía en Córdoba, su ciudad natal. Fué catequizada por Liciosa, amiga suya. Huyó de casa de sus padres, musulmanes, porque con malos tratos la querían hacer abju­ rar de su fe. Se vió grandemente protegida por San Eulogio, cuya vida reseña­ mos el día 11. Con cuatro días de diferencia, Eulogio y Leocricia o Lucrecia su­ frieron el martirio, vertiendo su sangre al filo de la espada, que segó sus gargan­ tas arrebatándoles la vida corporal, pero introduciéndolos en la eterna. -Día tan venturoso fué para Lucrecia el 15 de marzo del año 859. SANTA LUISA DE MARILLAC, viuda y cofundadora. — Nació en París en 1591 de familia de noble abolengo. Huérfana de madre, su padre la puso presto como pensionista 'en el convento de Dorpinicas de Poissy. Muerto el padre, quedó Luisa bajo la tutela de un tío suyo, canciller del reino y hombre de gran piedad, que le sirvió de preceptor. En su. escuela hizo grandes progresos en letras, artes y virtudes. A los veinte años manifestó deseos de entrar en el claustro, mas Dios lo dispuso de otro modo y Luisa contrajo matrimonio. Pronto se distinguió en París por su caridad para con los pobres. Púsose bajo la dirección de San Vicente de Paúl y habiendo ella enviudado, realizó con este Santo una obra fecundísima: la fundación de las Hijas de la Caridad. El 15 de marzo de 1660, murió santamente.

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MARZO

SAN ABRAHAN KIDUNAIA ERMITAÑO ( f en 366)

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A vida y virtudes de este renombrado ermitaño sirio son harto cono­ cidas gracias a los himnos compuestos en honra suya por el contem­ poráneo —y quizá pariente— San Efrén (373), y, sobre todo, por una extensa biografía escrita probablemente en el siglo V. Abrahán Kidunaia o Kiduna vió la luz primera en la segunda mitad del siglo III, muy cerca de la ciudad de Edesa — la actual Orfa— , en Mesopotamia. Sus padres eran ricos y muy estimados. Fué una de sus preocupa­ ciones procurar al joven Abrahán una alianza matrimonial digna de su fortuna y de su alcurnia. Desposáronle, en efecto, con una joven tan reco­ mendable per sus virtudes como por su abolengo. Cuando más tarde llegó el momento de concertar el matrimonio, vióse Abrahán fuertemente obliga­ do por las lágrimas y los ruegos de su madre y por el mandato expreso de su padre a aceptar, a pesar de su gran repugnancia, el partido que se le proponía, aparentemente, con visos de providencial. Las fiestas y diversiones que acompañaron a la ceremonia de la boda duraron, según costumbre, una semana; pero el séptimo día, horas antes de la conclusión del matrimonio propiamente dicho, el alma de Abrahán fué repentinamente iluminada por

una luz celestial y oyó la voz del Señor que le llamaba a bodas más castas y deleitables. El joven no titubeó un instante, dejó secretamente casa, padres y prometida esposa, y se retiró a una cabaña solitaria situada no lejos te la ciudad. Una vez en refugio seguro, dió gracias a Dios por haberle separado del mundo y de sus seducciones, y se entregó por entero a glorificarle en la soledad mediante continuas austeridades y oración prolongada. Esta repentina y nunca esperada fuga, sorprendió y afligió sobremanera a sus padres y parientes, quienes despacharon mensajeros a todas partí? para inquirir noticias de él. Finalmente, al cabo de diecisiete días le en­ contraron en la cueva, con no poca admiración de unos y otros. padre, la madre, la esposa y todos los parientes, deshaciéndose en lágrimas, pusieron en práctica todos los medios que les sugirió la ternura para retirarle de aquella soledad; pero el santo mozo les supo demostrar que Dios acababa de otorgarle una merced señaladísima, sustrayéndole a las ocasiones de pecar e imponiéndole el yugo suavísimo de su divino servicio en el estado de perfección. Sus padres comprendieron sin dificultad la gracia con que los distinguía el Señor y dejaron libre a su hijo para que siguiera su vocación. Abrahán, para m ejor conseguir que respetasen su soledad y su vida de ermitaño, mandó tapiar las ventanas y no conservó en su celda más que un diminuto ventanillo por donde le pudiesen proveer de pan y agua, único alimento que tomaba.

VIDA DE ERMITAÑO

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L nuevo asceta se dió con extraordinario ardor a la práctica de las virtudes cristianas. No poseía más que los objetos indispensables, una túnica de pelos de cabra, una capa, una estera para el escaso reposo que tomaba y un cantarillo para el agua. Negaba a los sentidos hasta la satisfacciones más legítimas. Hace observar su biógrafo que, a pesar de las vigilias, penitencias y ayuno prolongado, conservó Abrahán su cuerpo sano y vigoroso, con todo y estar dotado de temperamento delicado; tanta era la alegría espiritual con que la suavidad de la gracia le fortalecía. Pobre en bienes temporales, hallábase ricamente provisto de los dones celestiales: lá­ grimas de compunción, humildad profunda, espíritu de oración, caridad inagotable. Permitió el Señor que la acrisolada virtud de Abrahán tuviera extenso campo de acción. Su celda se trocó en breve en una especie de santuario que atrajo a muchos visitantes. Unos iban a buscar ejemplaridad o mayor fervor, otros dirección y oportunas enseñanzas, pues Dios le había otorgado con larga mano el don de sabiduría y de consejo; muchos anhelaban conse­

guir del cielo, por su mediación, algún favor particular. Sabía el buen ermi­ taño que tales visitas habían de procurar más gloria a Dios y a las almas más alientos en la práctica de la virtud, y por eso las recibía. Era su humildad de las más profundas y arraigadas, por lo que tratába a sus visitantes con la mayor llaneza, sin mostrar preferencia alguna: idén­ tico celo e idéntica bondad sobrenatural para los pobres y los ricos. No reprendía a nadie con ira ni usaba jamás términos duros o altaneros; sus palabras — según nota su biógrafo más antiguo— iban impregnadas siem­ pre de prudencia y mansedumbre, por lo que no se cansaban de oírle, y tanto su conversación como sus ejemplos movían las almas a una vida más cristiana. Hacía más de diez años que Abrahán había dejado el mundo para vivir como ermitaño, cuando cierto día llegó a sus oídos la noticia del falleci­ miento de sus padres, que le dejaban heredero de considerable fortuna. Tenía el corazón demasiado desprendido de los bienes de la tierra y demasiado deseoso de la pobreza evangélica para retener.semejante herencia y cargarse con su administración. Rogó, pues, a un amigo suyo, de reconocida probi­ dad, que repartiera a los pobres y huérfanos la mayor parte, reservándose lo demás para alguna necesidad imprevista y urgente. Con tales limosnas pensaba Abrahán librarse de cuidados importunos y peligrosos y cumplir además los deseos de sus difuntos padres y los deberes que le imponía la piedad filial. Su alma salió con ello ganando mucho, pues esta renuncia cons­ tituyó un paso más en el desprendimiento total de los bienes créados y, por lo tanto, la ocasión de enriquecerse más de los dones sobrenaturales.

RECIBE LA UNCIÓN SACERDOTAL ABIA en las cercanías de la ciudad de Edesa una villa importante llamada Beth-Kiduna. Sus moradores, gentiles aún, persistián re­ beldes a las predicaciones y al celo de los sacerdotes, diáconos y monjes enviados para su conversión; no cosechando los misioneros más que odio y malos tratos. Sumamente afligido por tan pertinaz resistencia a la doctrina evangélica, el obispo de Edesa buscaba qué medio emplearía para librar a los habitantes de Kiduna de la idolatría. Ocurriósele cierto día va­ lerse de Abrahán el ermitaño: su gran piedad, extraordinarias virtudes y crédito ante el Señor conseguirían, a no dudarlo, conversiones a la fe cris­ tiana. El clero que asistía al prelado aprobó unánimemente la elección. Fué, pues, el obispo acompañado de algunos sacerdotes a la celda del ermitaño y le habló de los infieles de Beth-Kiduna, de su propósito de ordenarle de sacerdote y de encargarle de la evangelización de la villa pagana. Como Abrahán protestase de su indignidad y pidiese que le dejasen en paz llorando sus culpas en la soledad, respondióle el prelado que la gracia de Dios le

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haría llevar a feliz término lo que su superior le ordenaba; pues, trabajar en la salvación de las almas de los demás a la vez que en la propia, era prueba de mayor amor a Dios y manantial más abundante de méritos propios. —Cúmplase la voluntad de Dios — dijo entonces el solitario, rindiéndose a las razones del prelado— , dispuesto estoy a obedeceros y a ir adonde queráis mandarme. Dejó con tristeza su retiro para seguir la voluntad de Dios, preparóse algún tiempo al ministerio sacerdotal y recibió el sacerdocio en una fecha que no podemos fijar con exactitud, pero que hubo de ser hacia el año 330.

EL MISIONERO

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ACERDOTE ya, Abrahán encaminóse sin tardanza al campo de su apostolado. Allí reinaba el demonio como dueño y señor, y la lucha había de ser dura y prolongada. El nuevo apóstol conjuró al Señor que se apiadara de su debilidad, que le asistiera en aquella obra empren dida únicamente por su gloria y que librara de la tiranía de Satanás a aque­ llas almas creadas a su imagen y redimidas con la sangre de su Hijo. Aprovechando' los pocos recursos que providencialmente había reservado al distribuir su 'herencia paterna, y ayudado por la administración civil, edificó un templo modesto pero de bella ornamentación y decorado con buen gusto. Nuestro Santo pasaba gran parte de los días en oración, pues sabía que sólo las fervorosas plegarias, unidas a las austeridades y prolijos sufri­ mientos, conseguirían del Señor gracia para transformar aquellos corazones empedernidos y hostiles a la fe. A los paganos que por curiosidad iban a visitar el nuevo templo, expli­ cábales Abrahán que había un solo Dios verdadero y que los ídolos no eran más que deidades falsas y sus sacerdotes impostores o ministros de los de­ monios. Por inspiración de Dios y apoyándose en la legislación civil estable­ cida por el emperador Constantino, el celoso misionero derribaba las esta­ tuas de los dioses y juntamente sus altares. No hizo falta más para excitar el furor de aquellas gentes; los más fanáticos se echaron sobre él, le gol­ pearon bárbaramente y le arrojaron de la villa. Pero el Santo volvió durante la noche y entró en su iglesia, suplicando al Señor que se apiadase de sus perseguidores. No quedaron poco sorprendidos los paganos al encontrarlo allí al día si­ guiente. Exhortólos el Santo a renunciar a sus supersticiones, mas en vez de prestarle oído, llenos de furor echaron mano de él, sacáronle de la igle­ sia y le arrastraron por las calles hasta fuera de la villa. Arrojaron sobre él una nube de piedras y se retiraron al fin dándole por muerto. Al volver en sí el santo mártir, lo primero que hizo fué orar por la conversión de sus

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AN Abrahán Kidunaia no deja en su cabaña más que un ven­ tanillo por donde le puedan proveer de un poco de pan y agua

para su sustento. Desde él adoctrina y consuela a los numerosos peregrinos que vienen en busca de consejos y gracias espirituales, las cuales obtienen del cielo por mediación del ermitaño.

verdugos. Con la ayuda de Dios pudo llegar a la iglesia y emprender nueva­ mente su ministerio de oración y predicación. Al verle, sus enemigos queda­ ron más asombrados que nunca; pero redoblóse su encono y por espacio de tres años procuraron, por todos los medios posibles, hartarle de insultos, ultrajes, golpes, malos tratos, negativa de sustento, expulsión; en una pa­ labra, de todo usaron para forzarle a que se retirara. Mas todo fué en vano, pues Abrahán soportó tantos vejámenes sin ma­ nifestar la menor señal de cólera o de queja. Cuanto más le perseguían, más bondad demostraba a sus enemigos, tratando a los más ancianos conoto a padres, y a los jóvenes como a hijos suyos. Al fin, el odio y la crueldad de sus enemigos quedaron vencidos: todos admiraban ya la conducta de su víctima. A pesar de los malos tratos y de los insultos, el santo sacerdote a todo se había sobrepuesto; todo lo había soportado sin quejarse y hasta con alegría; jamás se le oyó una palabra de reproche contra nadie, siem­ pre la misma caridad y la misma disposición de ánimo. Había derribado con suma facilidad todo losf ídolos y los ídolos no habían podido vengarse de él. Evidentemente este hombre anunciaba la verdad y era prudente escucharle. Así se decían aquellos pobres extraviados. Acabaron, pues, por ir a verle a la iglesia. ¡Qué grande fué la alegría de Abrahán cuando los vió acudir en masa a someterse al verdadero Dios! ¡Con qué acentos de reconocimiento y de júbilo dió gracias a Dios por haber oído sus plegarias! Los nuevos catecúmenos fueron instruidos en las verdades de nuestra fe con todo esmero y preparados al santo bautismo. Casi toda la población, compuesta de unas mil personas, se bautizó y el Santo gastó un año en organizar la nueva parroquia.

INOPINADO RETORNO A LA VIDA EREMÍTICA IENDO Abrahán la decisión de los recién convertidos de permane­ cer fieles a la fe y a la religión de Cristo, juzgó terminada su mi­ sión; y tanto más cuanto que el afecto y veneración de que era objeto por parte de sus hijos espirituales, le hacían temer que tal vez su amor a Dios y el celo de su gloria fueran menos desinteresados. Por otra par­ te, el cuidado de tantas almas no le permitía orar y mortificarse como era su deseo. Por estos motivos resolvió Abrahán reanudar la vida eremítica y, temiendo que el obispo no se lo permitiera, se creyó con derecho a colocarle ante el hecho consumado, puesto que ya había dado fin a su mandato, que era la conversión de los paganos de Kiduna. Así, pues, cierta noche partió secretamente de la villa, no sin haberle dado antes por tres veces su ben­ dición, se internó en el desierto y ocultóse lo mejor que pudo.

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Con profundo dolor se dieron cuenta al día siguiente los fieles de la par­ tida de su venerado padre; pero a pesar de todas las pesquisas el paradero de éste permanecía ignforado. Avisado el obispo, llegóse a Kiduna para con­ solar a sus moradores, y eligió de entre ellos a los varones más notables por Su virtud; preparólos a la recepción de las diversas órdenes sagradas, los ordenó y les confió la dirección espiritual de sus paisanos. No bien supo Abrahán lo que el prelado acababa de hacer, se holgó « i extremo y dió gracias al Señor por ello. Con esto, seguro ya de que en lo sucesivo habían de dejarle tranquilo, volvióse a su antigua celda, edi­ ficó al lado otra, mejor dispuesta y más resguardada de las miradas de los visitantes, y se abrazó nuevamente con los ejercicios de la vida monástica.' Envidioso el demonio de las virtudes eminentes y del apostolado fecundo del santo recluso, hízole continua guerra para lograr que dejara la soledad o conseguir siquiera que atenuara el rigor de vida en el servicio de Dios. Unas veces, disfrazado de ángel de luz, le daba alabanzas y parabienes por #u santidad; otrqs, presentábase como un hombre armado de un hacha en ademán de echar abajo la celda; o bien, le amenazaba de muerte, o aparecían fantasmas que con gritos pretendían distraer al ermitaño postrado en fer­ vorosa oración. Mas el varón de Dios no se dejaba intimidar; antes bien, despreciaba a su enemigo, ahuyentábale .invocando el santo nombre de Dios, redoblando sus austeridades, y sobre todo humillándose más y más ante el divino acatamiento. Maravillosas fueron las victorias que tuvo Abrahán de la carne, del mundo, de los gentiles que convirtió, y de los mismos demonios;, pero no fué la menos ilustre de todas la que sigue. Su primer biógrafo asegura que el ermitaño se dedicó en su soledad a la educación de una sobrina suya, por nombre María, huérfana de padre y madre. Algunos historiadores modernos ponen sus reparos a la autenticidad de esta parte de la biografía; sin en­ trar, pues, en discusión histórica, diremos que la niña — lo refieren las Actas— , por no haber querido encargarse de ella sus parientes, fué recogida por San Abrahán quien, habiendo hecho repartir entre los pobres los grandes bienes que sus padres* la habían dejado; dispuso que viviera en una celda inmediata a la suya, y allí por una ventanilla la instruía y le enseñaba los salmos y otras oraciones. Hizo tan grandes progresos — dice. San Efrén— bajo la disciplina de su tío, que fué perfecta imitadora de sus virtudes y modelo de pureza y de piedad. Pero, ¡ay!, el demonio le armó un lazo para hacerla caer. Sirvióse al efecto de un joven que iba algunas veces a visitar a Abrahán, el cual la vió un día y se encariñó y, enredándolo todo el demonio, tuvieron ocasión, lugar y tiempo para perderse. Entró a la pobre joven ciega desesperación, y, en vez de declararse y pedir consejo a su tío, tuvo vergüenza y huyó secretamente.

Creyendo que su mal era sin remedio, se entregó a una vida disoluta en una población que había a dos jornadas de allí. Luego que el enemigo de la salvación triunfó de su presa, vió San Abrahán en sueños que un espantoso dragón se estaba tragando a una inocente palomita cerca de su celda. Creyendo que esto significaba alguna grande persecución que amenazaba a la Iglesia, pasó todo el día siguiente en ora­ ción y en gemidos. La noche inmediata se le volvió a presentar en sueños el misirto dragón que, viniendo a reventar a sus pies, árrojaba del vientre la misma* palomita, pero todavía con vida. No tardó mucho en comprender el verdadero sentido de la visión, porque, reparando que había dos días que no oía cantar a María los salmos que acostumbraba, y habiéndola llamado inútilmente, conoció que ella era la paloma que el dragón se había tragado. No se pueden explicar las lágrimas que derramó y las penitencias que hizo por espacio de dos años para alcanzar la conversión de aquella desgraciada. Mientras derramaba lágrimas de sangre por aquella tan lamentable caída de su sobrina, iba en busca de ella, no como pariente iracundo, deseoso de vengar el ultraje hecho a sus venerables canas, sino como buen pastor que corre en busca de la oveja descarriada para volverla al redil de que en mala hora se apartara. Mas sus pesquisas resultaron durante bastante tiempo infructuosas, porque la pecadora sabía burlar la diligencia de su tío, a quien su hábito delataba por donde quiera que iba, mudando de residencia así que San Abrahán se presentaba en el lugar que ella se encontraba. Inspiróle, por fin, el Señor la traza de disfrazarse de soldado; dejó su retiro y fué a la ciudad, donde sabía que su sobrina vivía, y se hospedó en el mismo mesón donde la joven estaba. Logró hablar con ella a solas, dióse a conocer y la rogó que se volviera a Dios que perdona al hijo pródigo. No pudo María resistir al espíritu divino que hablaba por su tío; así, pues, volvió a la soledad y se encerró en una -de las celdas que había edificado Abrahán, María reparó sus extravíos con larga y austera penitencia, tuvo revelación de que el Señor se los había perdonado, e hizo muchos milagros sanando a los enfermos de diversas y peligrosas enfermedades, con grandísimo regocijo del santo viejo Abrahán.

MUERTE DEL ASCETA. — SOLEMNES HONRAS FÚNEBRES

ESPUÉS de estos sucesos, pasó todavía Abrahán veintitrés años en los ejercicios de la vida eremítica. Tení¿i más de setenta cuando murió, habiendo pasado cincuenta en la soledad. Su biógrafo dice que al salir de este mundo el solitario tenía el rostro tan risueño y herm cual si los ángeles hubieran venido a recibir su alma. Si hemos de dar fe

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a una anotación cronológica inserta en una Catena Patrum (Cadena de los Padres) del siglo VIII, Abrahán murió el 14 de diciembre del año 366, Otros documentos históricos, tales como la Crónica de Edesa, la Crónica eclesiástica de Bar-Hebrceus (t 1286), dicen tan sólo que era contemporá­ neo del diácono Efrén, sin mencionar el año de su muerte. Muchedumbre incontable de gente asistió a sus exequias, que fueron solemnísimas. En ellas se cantaron himnos que de intento compuso San Efrén en honra de Abrahán. El cuerpo del difunto fué colocado en el sepul­ cro en que más tarde descansó el del diácono de Edesa. Ya antes muchos fíeles habían cuidado de hacerse con trocitos de la túnica y de la capa del santo monje; algunos enfermos se curaron al contacto de su cuerpo o de sus vestidos. Del ermitaño sirio San Abrahán hace mención el Martirologio romano a los 16 de marzo, agregando que el diácono San Efrén escribió sus Actas.

SANTORAL *

Santos Abrahán, ermitaño; Heriberto, arzobispo de Colonia; Agapito, obispo de Ravena; Julián de Cilicia, mártir; Maurilio, obispo de Cahors; Papas, már­ tir en Licaonia; Hilario, obispo de Aquilea, y compañeros, mártires; Dentelino, niño, cuyos padres y hermanas son también santos; Patricio, obispo • de M álaga; Gregorio de Armenia, obispo y solitario; Valentín, obispo de Terracina, y su diácono San Damián, mártires; Hugo, abad en el Delfin a d o; Cástor, mártir en Nicomedia; Marcelo, legionario, mártir en Tán­ ger; Florencio y Joviano, mártires en Grecia; Finiano el Leproso, irlandés de sangre real; los Mártires Canadienses, jesuítas. Beatos Juan de Sordi, abad de San Víctor y de San Lorenzo y obispo de Mantua y de Vicenza, suce­ sivamente (s. x i i ) ; Vicente Kadlubek,- obispo de Cracovia; Bertoldo, abad de Engelberg (Suiza); Simón de Alne, hermano lego cisterciense; Torello, monje de Vallumbroso; Pedro de Sena, terciario franciscano; Diego Ortiz, agustino, protomártir del Perú. Santas Eusebia, abadesa en Flandes, hija de los santos Adalbaldo y Ric'truda y nieta de Santa Gertrudis, abadesa de Ham age; Eufrasia, mártir en Grecia; Colum.ba, virgen y mártir, en In­ glaterra.

SAN HERIBERTO, arzobispo. — Nació en la ciudad de Worms, célebre por la dieta convocada por León X contra Lutero en el año 1521. A medida que las sublimidades del Dogma y el estudio de las Sagradas Escrituras iluminaban la mente de Heriberto, el amor a la vida religiosa iba acrecentándose en su cora­ zón ; pero la rotunda negativa de sus padres le impidieron entrar en religión. Sus grandes dotes de talento, prudencia, discreción y gobierno le granjearon la amis­ tad del emperador Otón III" que le nombró Canciller. En dicho elevado cargo demostró ser un insigne estadista. Por dos veces rehusó el nombramiento de obispo, aunque, por aclamación popular y decisión del propio emperador, aceptó el arzobispado de Colonia. Poseía un talento singular para apaciguar los ánimos

cuando estaban exaltados por discordias civiles; entre otras ocasiones lo demos­ tró solucionando el conflicto amenazador que había estallado en el exarcado d* Ravena. Sabía simultanear sus funciones de Canciller y de Arzobispo, desempe­ ñadas ambas con el acierto requerido. Expiró en una de sus visitas pastorales, el 16 de marzo de 1021. SAN AGAPITO, obispo de Ravena. — Brilló a principios del siglo vi. Des­ pués de muerto Liberio, obispo de Ravena, la Providencia indicó, mediante un prodigio, que >el sucesor debía ser Agapito. El pueblo entero lloraba la pérdida de su Pastor y elevaba al cielo fervientes y constantes preces para que le, depa­ rara un digno sucesor. Cuando pueblo y clero se hallaban reunidos en la iglesia para proceder a la elección, \ma paloma apareció en el aire y, después de re­ volotear en torno de Agapito, se posó al fin sobre su cabeza. Todos vieron en ello la señal inequívoca de la elección divina. Era Agapito hombre recto y sen­ cillo y tan caritativo con los pobres, que éstos le llamaron su padre. En el Con­ cilio reunido en Roma por el papa San Julio I, se distinguió por su firme actua­ ción contra los arrianos, muchos de los cuales se convirtieron. Después de go­ bernar su diócesis por espacio de veintiséis años, murió santamente el 16 da marzo del año 341.

SAN JULIÁN DE CILICIA, mártir. — Escalofriante es el relato de los tor­ mentos de este valeroso atleta de la fe, cuya paciencia en los continuados dolo­ res y prolongado martirio sólo se explica por un milagro de la Divina Providen­ cia. Eran los tiempos de la persecución decretada por Diocleciano. Un juez pa­ gano, tan cruel como su emperador, no pudiendo vencer la constancia de Julián en la fe, mandó pasearlo con gran ignominia por toda la Cilicia; después ordenó que le desgarraran las carnes, lo cual hicieron aquellos bárbaros soldados hasta dejar descubiertos sus huesos y patentes sus entrañas; luego le infligieron vio­ lentos golpes, y aplicaron a sus carnes hierros candentes y encendidos carbones. Y como si esto fuera poco, Julián fué encerrado en un saco lleno de víboras, serpientes y escorpiones y así arrojado al mar, con lo cual consiguió la palma del martirio. Su cuerpo fué devuelto por las aguas y llevado a Antioquía, donde es objeto de gran veneración.

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SA N

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DE

MARZO

PATRICIO

APÓSTOL DE IRLANDA (372? - 463?)

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A evangelización de Irlanda, que bien puede decirse que se confundo con la vida de San Patricio, es uno de los hechos más sorprendentes de la vida de la Iglesia en el siglo V. Gracias a la inteligente acti­ vidad de este hombre y a su rara prudencia, la conquista de toda una nación pagana a la fe cristiana se operó en pocos años sin choques, sin violencias y sin persecuciones. Patricio nació en el último cuarto del siglo IV, en un pueblo marítimo de la Gran Bretaña llamado antiguamente Tabernia, donde sus padres poseían una granja. Su abuelo Potito era sacerdote, su padre Calpumio, diácono y decurión, y su madre, de raza franca, pariente de San Martín de Tours. Patricio tenía apenas dieciséis años cuando fué apresado por piratas ir­ landeses, como muchísimos compatriotas suyos. £1 santo mancebo vió en este acontecimiento un castigo del cielo, pues — refiere él mismo— «vivíamos alejados de Dios y no observábamos sus preceptos ni obedecíamos a los sacerdotes que nos amonestaban sobre nuestra salvación» t Vendiéronle a un amo que se lo llevó al oeste de la Isla para guardar sus rebaños. Patricio pasaba la vida por los montes como si fuera ermitaño, absorto en la divina contemplación. Él mismo nos dice que «cien veces al

día y otras tantas de noche se hincaba de rodillas a hacer oración». Seis años estuvo cautivo, llevando una vida santa y penitente; durante este tiem p o aprendió la lengua irlandesa y conoció las costumbres y el espíritu del pueblo al que, andando el tiempo, había de evangelizar.

LLAMAMIENTO DE DIOS. — APOSTOLADO EN IRLANDA

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L cabo de estos seis años, avisado por una voz celestial y guiado como por mano invisible, emprendió la marcha hacia el oeste y llegó a un puerto desconocido, donde halló una nave dispuesta para ha­ cerse a la vela con un raro cargamento de perros. Pasados tres días de n gación, abo’rdaron a las Galias, y emprendieron una larga caminata a través de un país desierto para'llevar a los mercados del sur de Francia y de Italia esos grandes perros lobos de Irlanda, que eran muy apreciados en estos países. La caravana recibió auxilio milagrosamente varias veces y fué salvada gracias a las oraciones de Patricio; al fin, sin percances mayores, logró nues­ tro Patricio hurtar el cuerpo a la compañía con quien viajaba y emprendió el regreso a su tierra pasando por el monasterio de Lerins. En él permane­ ció por algún tiempo admirando el fervor de la vida monástica, y se reiñtegró a su familia que le hizo un caluroso recibimiento. Rogábanle sus padres que no volviera a dejarlos, recordándole la gran tribulación que por él habían pasado; pero la gracia le instaba y las visiones se multiplicaban, siendo el ángel «Víctor» el mensajero habitual. Dios ha­ blaba a su corazón cada vez con más vehemencia y le hacía oír las voces y gemidos de Irlanda, que imploraba su venida. Tras una crisis de ánimo muy violenta, Patricio se puso por completo en manos de Dios y se dejó condu­ cir por su Providencia. Tenía a la sazón veinticinco años. Pasó a las Galias para disponerse a su futuro apostolado y conseguir de Roma autorización para misionar, quedándose luego catorce años en Auxerre, donde estudió bajo la dirección de dos santos prelados: Amador, que le ordenó de diácono y Germán, que primero le ordenó de presbítero y más tarde le consagró obispo, para que fuese a predicar la buena nueva a Irlanda. Hallábase este país dividido en multitud de tribus o clanes gobernados por un jefe más o menos poderoso y, por lo general, independiente de los reyezuelos vecinos. La conversión de un rey o jefe traía casi siempre con­ sigo la del clan entero; por eso puso tanto empeño Patricio para convertir ante todo a los magnates de aquella tierra. Pero tenía enfrente la influencia decisiva y omnímoda de los druidas o magos, a los que provocaba a verdaderas justas de milagros, de las que, con el auxilio divino, siempre salía vencedor, lo que daba como resultado que

muchos paganos acudiesen a él ansiosos de conversión. De ese modo recorrió, tribu tras tribu, las cinco provincias de Irlanda, destruyendo el culto idolá­ trico y fundando por doquier cristiandades fervorosas; ordenaba para cada lugar de diácono, sacerdote* u obispo a algún discípulo suyo y les confiaba el cuidado de la naciente Iglesia.

MILAGROS DE SAN PATRICIO

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DMITIMOS de modo concluyente las maravillas que de San Patricio nos refieren sus contemporáneos o sus inmediatos sucesores, y no podríamos explicarnos la obra apostólica df: este pastorcillo, si Dios no le otorgara poder para demostrar con obras portentosas la doctrina predicaba. Desde sus primeros años Patricio vióse asistido por el don de milagros. Siendo todavía niño, curó a una hermana suya de una herida muy grave que se hizo en una caída. Resucitó a su tío, que le acompañaba a una asamblea pública en la que cayó muerto de repente. Durante el cautiverio de Patricio, su amo le vió en sueños acercarse a él rodeado de llamas; rechazólas el amo, pero consumieron a sus dos hijitas, que dormían en una misma cuna. Sus cenizas esparciéronse a lo lejos y las llamas, llevadas por el viento, llegaron a los confines de la isla. Al despertar, Milco — tal era el nombre del amo— rogó a su esclavo que le interpretase sueño tan extraño. Patricio respondió que la llama era la verdadera fe en que se abrasaban su inteligencia y su corazón, que sus dos hijas se harían cristianas y que sus reliquias, llevadas a lo lejos, servirían para mayor pro­ paganda de la verdad, que Irlanda aceptaría en toda la extensión de su territorio. Nunca, fuera de la ocupación de la Gran Bretaña por Agrícola, había pensado Roma en invadir a Irlanda. Ésta, por el contrario, invadía a Ingla­ terra por medio de sus colonias, que desde Escocia iban penetrando hasta los alrededores de Londres. Más tarde fueron rechazadas tales factorías, pero el temor de los irlandeses dominó largo tiempo a los bretones. Hallábase Irlanda sometida por aquel entonces a tres clases superiores: los druidas, los jueces y los bardos. Los druidas habían anunciado con mucha anticipación la llegada de San Patricio y descrito su traje, tonsura y costumbres. Así os que cuando arribó hacia el año 432 a la desembocadura del río Vartry, negá­ ronle la entrada y tuvo que ir a desembarcar por la parte de Meath, donde transcurrió el cautiverio de su juventud. De los comienzos de su apostolado hemos de mencionar la historia del niño Benigno que, viendo al Santo dor­ mido a orillas de un riachuelo, fué a coger las más bellas flores que halló por allí y, contra la voluntad de los compañeros de Patricio, que no que­

rían despertarle, se las puso en el seno. Despertóse, en efecto, el Santo, y predijo la futura grandeza del niño: «Éste será, les dijo, el heredero de mi reino». * ' Otro historiador añade que, habiendo pasadó Patricio la noche en casa de los padres de Benigno, el niño se empeñó en quedarse toda la noche a sus pies. Cuando al día siguiente iba el Santo a partir, conjuróle Benigno con tales instancias a que le permitiese acompañarle, que Patricio consintió en ello; desde entonces Benigno ya no se separó de él y fué su sucesor en la sede de Armagh. Patricio •hubiera querido convertir a su antiguo amo Milco. Envióle oro, pero el viejo avaro, furioso por la llegada de su antiguo esclavo, juntó sus tesoros y, pegando fuego^a la casa, pereció con ellos. Alejóse Patricio de Meath y se estableció en Strangford. La comarca esta­ ba gobernada por Dichu, vasallo de Laegario, rey de Tara. Los druidas, que recelaban de la llegada del apóstol, no dejaron piedra por mover para rechazarle. Aquí dan principio los portentos de Patricio. Celebrábanse las fiestas de Pascua y se prohibió a los paganos que encendiesen fuego antes de la aparición del fuego real. Patricio no hizo caso de la prohibición y en­ cendió el suyo. Avisado el rey, envió soldados para que prendieran a Pa­ tricio; él mismo quiso levantar su espada sobre la cabeza del Santo, pero no pudo, porque su mano quedó paralizada. Con orden de darle m u erte enviaron emisarios a los caminos por donde había de pasar. Patricio bendijo a sus ocho compañeros y al niño Benigno; él, por su parte, se hizo invisible, y los esbirros sólo vieron pasar ocho gamos y un-cervatillo. Al día siguiente, el rey daba un festín: y, aunque las puertas de la sala se hallaban cerradas, Patricio se presentó en medio. Ofreciéronle una copa emponzoñada; Patri­ cio hizo la señal de la cruz, volcó la copa y sólo se vertió el veneno. Cuenta, la tradición que había en Tara, corte del rey Laegario, un druida muy experto en artes mágicas, que teniendo noticia de los milagros de San Patricio y creyéndolos efectos de sortilegios, se propuso competir con él y, a este fin, logró que cayera repentinamente sobre la ciudad tan fuerte neva­ da, que el sol se oscureció, dejando la población sumida en las más espesas tinieblas y completamente obstruida por la nieve. Gozaba el druida con aquel triunfo y, al invitar a nuestro Santo a que hiciera otro portento igual, San Patricio respondió que para que el prodigio de su competidor fuera completo, debía hacer cesar aquel fenómeno meteorológico con la misma ra­ pidez que lo había producido. Comprometióse a «lio el druida pero, por más apelaciones que hizo a sus artes mágicas, la nieve seguía cayendo, amenazando sepultar bajo su blanco y espeso sudario a toda la ciudad, con gran espanto de sus morado­ res, que no cesaban de pedir socorro a sus falsos dioses, para que los libra­ ran de aquel horrendo peligro. Compadecido San Patricio de la aflicción de

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AN Patricio encuentra a unos pobres leñadores, esclavos de un amo tan cruel que no les permite afilar las hachas, a fin de

que el trabajo sea más duro. A l verloÁ él Santp con las manos en­ sangrentadas, apenado y compasivo, bendice las herramientas, las cuales quedan de forma que permiten sea más humano el trabajo.

aquellos desventurados y después de haber hecho confesar al druida su im­ potencia para conjurar el riesgo en que había puesto al pueblo por su impru­ dente presunción, hincóse de rodillas y, pidiendo al Dios verdadero que cesa­ ra la imponente nevada, se rasgaron las nubes inmediatamente y un sól esplendoroso y refulgente fundió los témpanos de hielo, devolviendo a los atribulados habitantes de Tara el sosiego que les había hecho perder el male­ ficio del soberbio druida. Muchos otros portentos obró el Santo, uno de los cuales costó la vida al druida. Convirtióse la reina, pero no el rey. Con todo, varios convertidos recibieron el bautismo; Laegario lo rehusó tenazmente, tal vez por diplo­ macia. Patricio le anunció que sus hijos morirían sin reinar, salvo el más joven, porque se haría cristiano; los acontecimientos justificaron la profecía. Después del drama de Tara, se nos presenta Patricio como vencedor que ha conquistado el país con una sola victoria, recorriéndolo de oriente a occi­ dente como triunfador. Encuéntrase con las dos hijas del rey Laegario y, tras un diálogo de encantadora sencillez, las bautiza, les impone el velo de las vírgenes y les hace partícipes de los sagrados misterios’. Ellas, presas en ardiente deseo de contemplar a Dios cara a cara, quedaron sumidas en un sueño extático y al despertar se hallaron al pie del trono del Eterno. Pero un combate más empeñado aguardaba a Patricio. Al llegar al monte que lleva su nombre, entra en lucha con Dios mismo: quiere almas y dice al ángel enviado por el Todopoderoso cuántas han de ser; y cuanto más le deja hablar, más pide. Al principio el Señor parece rehusar, mas luego consigue el Santo cuanto deseaba. ¿Qué podía negar Dios a tan gran sier­ vo suyo?

SAN PATRICIO Y LOS JEFES DE CLAN I M P O S I B L E sería seguir al apóstol en sus peregrinaciones, que nada tenían de regular. Había pedido a un rey, por nombre Dairo, licencia para edificar una iglesia en una colina. El rey se la denegó y a los pocos días cayó enfermo. Patricio tomó agua, la bendijo y se la envió a Dairo, que curó al punto. Contentísimo el rey de verse bueno, tomó un caldero de cobre y se los envió al Santo, el cual respondió solamente: Deo gratias. Esta manera de dar las gracias no agradó a Dairo y mandó otra vez por el caldero. «¿Qué ha dicho Patricio cuando le habéis quitado el caldero? —preguntó el rey— . Deo gratias» —respondió aquél. Tal dominio de sí mismo conmovió al mo­ narca, que fué en persona, acompañado de la reina, a devolverle el caldero y le concedió la colina que antes le había rehusado. Patricio y sus compa­ ñeros subieron a la cima y encontraron una cierva con su cervatillo. Los compañeros querían matar al cervatillo, pero Patricio se opuso a ello y

llevó a cuestas al cervatillo, cuya madre le seguía ansiosa. Conmovedora representación del buen Pastor. La construcción de la iglesia parece el punto culminante de la vida de San Patricio. Un pagano, cuyo ídolo había derribado Patricio, juró ven­ garse. Fuése al bosque y esperó junto al camino a que pasara el viajero apostólico, pero hirió equivocadamente a su compañero, único mártir que tuvo Irlanda durante aquel maravilloso episcopado. La fe iba, no obstante, difundiéndose por la futura «isla de los Santos», y era Patricio casi el único propagador; bautizaba a los convertidos, sanaba a los enfermos, predicaba sin descanso, visitaba a los reyes para que le auxiliasen en la obra de la conversión de los pueblos; no retrocedía ante ningún trabajo ni peligro, derramando por doquier raudales de amor y luz evangélica. Lo más admirable de San Patricio es la fe. Ella le inspiró la confianza de que todo lo podía con el auxilio de Dios. Un capitán de bandoleros, Mac Kile, era el terror de la provincia de Ülster. Un día tuvo noticia de que Patricio estaba para llegar a los parajes infestados por él; su primer pen­ samiento fué huir, mas por no sé qué sentimiento de caballerosidad se deci­ dió a resistir el poder del apóstol. Al efecto, ordenó a uno de la banda que se metiese en un ataúd y que sus compañeros le llevasen a Patricio, para implorar un milagro inútil y cubrir de confusión al Santo. Pero una luz divi­ na se lo reveló todo al siervo de Dios, al que no abandonaba el auxilio de lo alto, pues al descubrir los portadores el rostro de su compañero, lo halla­ ron muerto de verdad. Grande fué entonces su desolación; cayeron de rodi­ llas a los pies de Patricio, el cual, movido a lástima, resucitó al desventurado. Este acontecimiento causó tal impresión en Mac Kile, que se entregó a espantosas austeridades y llegó a ser uno de los santos más ilustres de Ir­ landa.

CARIDAD Y MORTIFICACIONES

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A caridad de Patricio no tenía límites. Viajando un día por un bos­ que se encontró con unos leñadores que tenían las manos ensangren­ tadas. Preguntóles la causa, y ellos respondieron: «Somos esclavos de Trión, el cual es tan cruel que no nos permite afilar las hachas, para que la labor sea más penosa». Patricio bendice las hachas, con lo cual el trabajo no presenta .dificultad; mas no para aquí su caridad, va ante Trión para implorar gracia en favor de aquellos infelices. Todo es eif vano, incluso el ayu­ no que con tal fin se ha impuesto. Patricio se retira, prediciéndole una muerte desastrada en castigo de su dureza. Trión prosiguió sus malos tratos, pero

cierto día que bordeaba un lago, el caballo le lanzó al agua, pereciendo aho­ gado; desde entonces lleva el lago el nombre de Trión. . Convertida ya Irlanda, gozó Patricio de algunos años de quietud y pudo entregarse con más sosiego a la contemplación. Sus visiones eran constantes, sobre todo al celebrar el santo sacrifico o cuando leía el Apocalipsis. El ángel Víctor le visitaba a,menudo. En la primera parte de la noche rezaba cien salmos, haciendo al mismo tiempo doscientas genuflexiones. En la se­ gunda parte de ella se metía en agua helada, con los ojos y las manos levan­ tados al cielo hasta terminar los cincuenta salmos restantes. Por último daba al sueño un tiempo muy corto, tendido sobre una roca cuya cabecera era una dura piedra. Aun entonces llevaba los lomos ceñidos con un áspero cilicio para macerar su cuerpo durante el sueño. ¿Es, pues, de admirar que a semejante austeridad concediese Dios dones sobrenaturales, como el de resucitar treinta y tres muertos en nombre de la Santísima Trinidad y el de obtener tan sorprendentes efectos con su predicación y sus ardientes ora­ ciones? Como San Elfín, Patricio renunció al episcopado, pero consagró más de trescientos obispos. Explícase que fueran tantos por el gran número de pon­ tífices que renunciaron a sus sedes.

EL SUDARIO DE SANTA BRIGIDA ESPUÉS de haber conocido por revelación el porvenir de Irlanda, Patricio tuvo noticia de que se acercaba la hora de su muerte. Cier­ to día en que el varón de Dios se hallaba sentado con algunos com­ pañeros, en un lugar inmediato a la ciudad de Down, se puso a hablar de la vida de los Santos. Mientras así hablaba brilló una gran luz en el campo­ santo próximo. Sus compañeros le hicieron notar el prodigio y él encargó a Santa Brígida que lo explicase. La virgen respondió que era el sitio en donde sería enterrado un gran siervo de Dios. Santa Etumbria, la. primera virgen consagrada a Dios, preguntó a Santa Brígida que le dijese el nom­ bre de tan gran siervo de Dios, y la Santa respondió que era el padre y apóstol de Irlanda. Patricio se encaminó entonces hacia el monasterio de Saúl y al llegar se puso en cama, porque sabía que llegaba a su fin. Por su parte, Sahta Brígida, en cuanto regresó a su monasterio de Curragh, tomó el sudario que desde hacía mucho tiempo tenía preparado para Patricio y volvió inme­ diatamente a Saúl acompañada de cuatro'monjas; pero como iban en ayu­ nas y estaban rendidas de cansancio, ni ella ni sus compañeros pudieron pro­ seguir el camino. El Santo tuvo revelación, en su lecho de muerte, de la angustia en que se encontraban las caritativas viajeras; envió cinco carritos

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a su encuentro y pudieron llegar a tiempo. Besaron sus pies y manos y reci­ bieron por último su bendición. Iba acercándose la hora de su muerte; reci­ bió el cuerpo de Cristo de manos del obispo de Tassach y poco después en­ tregó su alma al Señor. Envolviéronle en la sábana que Santa Brígida había preparado. En los funerales multiplicáronse los milagros. Muchos oyeron a los ángeles que cantaban delante del difunto, que exhalaba suavísimo olor. Los habitantes de Armagh y los de Ulidia tuvieron entre sí gran controversia, porque cada pueblo pretendía tener derecho a sus reliquias. Colocóse el cuerpo en un carro fúnebre tirado por dos bueyes. Los de Armagh seguían el carro, cami­ nando — según creían— hacia su ciudad; pero al llegar al término vieron que habían sido víctimas de una ilusión, pues habían seguido a un fantasma, en tanto que los ulidianos, dueños del precioso depósito, lo llevaron a su pueblo y lo enterraron, como estaba predicho, entre los hijos de Dichu, en Down-Patrick. Los irlandeses han profesado a San Patricio un culto extraordinario y lo han honrado y bendecido en todas las edades como jamás lo fué apóstol nacional alguno. La ciudad de Murcia se honra con la protección de San Patricio, a quien tomó como abogado, igualmente que la ciudad de Lorca, porque en 1452, por su intercesión fueron libradas ambas ciudadas de caer de nuevo en poder de los moros en la batalla de los Alporchones, que se dió de la mencionada fecha, y en la que los mahometanos fueron derrotados y sufrieron incalculables pérdidas. La fiesta de San Patricio, señalada para el 17 de marzo por Urbano VIII, fué mandada celebrar con rito de doble por Pío IX el 12 de mayo de 1859.

SANTORAL Santos Patricio, obispo y confesor; José de Arimatea, confesor; Pablo, mártir en Constantinopla; Alejandro y Teodoro, mártires en Roma; Agrícola, obis­ po; Ambrosio, diácono de Alejandría; Silvestre y Salonio, compañeros de San Paladio, apóstol de Irlanda; Víctor y compañeros, mártires en Nicomedia; gran número de mártires en Alejandría. Santas Gertrudis de Nivela y Vivencia, vírgenes.

SAN JOSÉ DE ARIMATEA, confesor. — Este nombre es de sobra conocido por el relato evangélico, según el cual era hombre rico y principal y miembro del Sanedrín. Había nacido en Arimatea, pero vivía en Jerusalén, y en ella se ha­ llaba en los días cruentos de la Pasión del Señor. Aunque era uno de los discí­ pulos del Divino Maestro, disimulaba y temía manifestarse como tal en público. No obstante, cuando el Sanedrín votó la muerte de Jesús, José se negó a ello, y, después de muerto el Señor, tuvo valor de presentarse a Pilatos y pedirle el

cuerpo del Divino Crucificado, al que envolvió en limpia sábana y enterró en un sepulcro nuevo de su propiedad. Acerca de la posibilidad de su viaje a Ingla­ terra llevando consigo la Sangre que manó del costado de Cristo abierto por la lanza, se han forjado muchas leyendas, suponiendo todas que los famosos caba­ lleros de la Edad Media iban en busca del Santo Grial, vaso que contenía la sangre Redentora. Créese que murió a fines del siglo i, después de una vida muy piadosa. SAN AGRÍCOLA, obispo. — Descendía de ilustre familia senatorial, y fué ala­ bado por San Gregorio como hombre urbano, prudente, humilde y virtuoso; además sobresalió por su elocuencia. Tuvo estrecha amistad con el poeta Fortu­ nato, autor del Vexilla Regis, cuyas bellas estrofas hacen vibrar el más hondo sentimiento cristiano en las ceremonias del Viernes Santo. Ocupó la sede episco­ pal de Chalons-sur-Saóne desde el año 532 hasta el 580, que fué el de su muerte. Llevó vida muy austera y se preocupó grandemente por el bien espiritual de su grey. Asistió a todos los Concilios celebrados en su tiempo, como el cuarto y quinto de Orleáns, el segundo de Auvernia, el de París en 555 y el de Lyón, dos años más tarde. Después de ochenta y tres años de vida santa, se durmió en el Señor el 17 de marzo del año 580. SANTA GERTRUDIS DE NIVELA, virgen y abadesa. — Vino al mundo en el palacio de Landen, en 626, siendo su padre gran dignatario de la Corte y mi­ nistro de los reyes de Austrasia, región limitada por el Rin, el Mosa y la Cham­ paña. Gertrudis encontró en la casa paterna un ambiente apropiado a la virtud, cuya práctica le fué familiar aun desde sus más tiernos años. No quiso aceptar otro esposo que a Jesucristo, a quien se había consagrado en cuerpo y alma desde su infancia. Fué confiada a la solicitud de San Amando, obispo de Maestricht. Muerto el padre de Gertrudis, el Beato Pipino, su madre, Santa Ida, eri­ gió el monasterio de Nivela, en Brabante, en el que profesaron madre e hija. Gertrudis tuvo la dirección del monasterio, en cuyo cargo dió pruebas de gran discreción y prudencia, pues gobernó con celo, diligencia, suavidad y acierto. Era muy versada en las Sagradas Letras y, según algunos, sabía de memoria casi toda la Biblia. Llevó siempre una vida de austeridad, oración y penitencia. Esta delicada flor fué transportada al cielo el 17 de marzo del año 659, después de haber permanecido. en la tierra treinta y tres años.

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DE

MARZO

SAN SALVADOR DE HORTA HERMANO LEGO FRANCISCANO (1520 - 1567)

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principios del siglo X V I vivían en la aldea de Bruñóla, de la dió­ cesis de Gerona, dos esposos jóvenes, propietarios de una masía llamada MasdeValI, y regularmente ricos y buenos cristianos. El porvenir se presentaba a sus ojos apacible y lleno de esperanzas; pero por circunstancias que ignoramos, los dos esposos se vieron completa­ mente arruinados* y de allí a poco hubieron de ser admitidos por caridad, enfermos y sin recursos, en el hospicio de Santa Coloma de Farnés. Empero, como dice el apóstol San Pablo, a los que aman a Dios todo les viene a parar en bien; las pruebas cristianamente sobrellevadas se con­ vierten en un manantial de riquezas eternas para el cielo, y hasta pueden, si así lo permite el Señor, atraer bendiciones en esta tierra. Habiendo recobrado la salud los dos enfermos, pidieron a las autori­ dades de Santa Coloma que les permitieran consagrarse al servicio del hos­ pital. Concedióseles este favor y se dedicaron a ayudar a los pobres y a los enfermos con alegría y con ejemplar caridad cristiana. Por entonces, es decir, hacia 1520, les concedió el Señor un hijo de bendición, al que pusie­ ron por nombre Salvador, el cual, andando el tiempo, obraría incontables milagros. Diéronle cristianísima educación y el niño se mostró desde su infancia modelo de obediencia y de piedad.

APRENDIZ DE ZAPATERO. — VOCACIÓN RELIGIOSA

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LEGADO a la «dad de la adolescencia, Salvador fué enviado a Bar­ celona con su hermana Blasa y fué colocado como aprendiz de zapa­ tero, pero ignoramos si llegó a aprender completamente el oficio. Sintiendo en el fondo de su corazón la voz de Dios que le inspiraba, el deseo de dejar el mundo, fué a suplicar a los franciscanos del convento de Santa María que le recibiesen en la comunidad en calidad de hermano converso. Con gran alegría suya fué recibido y revestido del hábito de San Fran­ cisco. Pusiéronle de ayudante del hermano cocinero, religioso de mucha vir­ tud, que se encargó de formar al recién venido en los ejercicios de la obe­ diencia. Su tarea era fácil. Con una docilidad incansable, fray Salvador se entregaba a los más humildes oficios, encendía el fuego, fregaba los platos, limpiaba las ollas y hacía todo lo que le mandaba el hermano cocinero. Amigo del silencio, no salían de sus labios otras palabras que los dulces nombres de Jesús y María, a quienes invocaba durante el trabajo. Los padres franciscanos, al ver la virtud de este joven hermano, novi­ cio aún, decían que había de ser sin duda más tarde, por su santidad, una de las glorias de su Orden. Un día, sin embargo, cayó en falta, pero muy a pesar suyo. Ocurrió esto con motivo de una de las fiestas patronales del convento. El canciller del reino, excelente cristiano y muy devoto de los franciscanos, les había anun­ ciado que iría a comer con ellos, acompañado de varios personajes nota­ bles, amigos suyos. Todo el mundo sabe que los hijos de San Francisco viven de limosnas; así es que el inteligente canciller había cuidado de enviar de antemano abundantes (provisiones, de forma que el hermano cocinero tuviera con qué preparar un buen festín. Desgraciadamente, durante la noche, este buen hermano fué acometido de una recia calentura y encargó a fray Salvador que avílase al padre guar­ dián; pero después de la comunión quedó absorto en una larga acción de gracias, a modo de éxtasis que duró varias horas. Llegaba entretanto la hora de la comida y el padre guardián fué a la cocina para ver si todo estaba preparado con arreglo a .sus órc^enes. ¡Qué sorpresa! Ni siquiera estaba abierta la puerta. Envió inmediatamente a buscar al hermano cocinero, a quien encontraron enfermo en la cama; el pobre hermano se excusó diciendo que desde el oficio de media noche había encargado a fray Salvador que avisase al padre guardián y le entregase las llaves. El padre guardián indignado, corrió a la iglesia, hizo salir a Salvador, lo abrumó con los más humillantes reproches y declaró que semejante afren­ ta hecha a toda la comunidad y a sus nobles huéspedes merecía que lo

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echasen del convento. Arrebatándole las llaves, fué él mismo a abrir la co­ cina. Apenas hubo entrado, se ofreció a sus ojos un maravilloso espectáculo. Todo lo que habían mandado la víspera estaba , muy bien preparado, sin que hubiese nada que desear. Era seguro, sin embargo, que nadie había podido entrar en la cocina. Dios había querido revelar la santidad de su joven servidor y, guardándole para sí mismo toda aquella mañana, había suplido su ausencia por medio de los ángeles, o de otro modo milagroso. Fray Salvador no fué, pues, despedido del convento y aprovechó admi­ rablemente el caso para practicar más y más la obediencia y la humildad. Cumplido el año de noviciado, fué admitido a pronunciar los votos solemnes.

PORTERO Y HERMANO LIMOSNERO EN TORTOSA

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L padre provincial le envió a Tortosa, al convento de Santa María de Jesús, cuyos religiosos tenían fama por su observancia y auste­ ridad. Fray Salvador continuó allí la vida de oración, penitencia y humildad que había empezado en Barcelona. Todas las noches azotab cruelmente su cuerpo, quebrantado ya por el ayuno. Todas las mañanas se confesaba y comulgaba. Portero y limosnero sucesivamente, brillaron sus virtudes a los ojos de los habitantes de Tortosa, que pronto le conocieron y le veneraron como a un santo y se encomendaban en sus oraciones. Por su cargo de portero había de recibir* a los pobres que se presentaban y darles limosna. Su caridad era tan generosa que la comunidad llegó a asustarse y el padre guardián reprendió al Hermano. «Padre —respondió fray Salvador— , ¿por ventura no hay que dar limosna a los desventurados que nada tienen? Repare su reverencia que, con haber dado tanto, a nosotros no nos ha faltado nunca lo necesario». Uno de los principales habitantes de la ciudad tenía un hijo gravemente enfermo. Viendo pasar a fray Salvador, que iba a pedir limosna, fué a echar­ se a sus pies, suplicándole que pidiese a Dios la curación de su hijo. Con­ movido hasta derramar lágrimas, el buen Hermano entró en la casa, bendijo al niño, rezó por él un Avemaria y se retiró. Antes de que acabase el día observaron los padres que el niño estaba curado. En la aldea de Galera — cerca de Tortosa— curó a una niña que padecía cuartanas, tocándola con su rosario y rezando un Avemaria. La fama de santidad de fray Salvador y las gracias que se obtenían por sus oraciones, llevó muy pronto a la puerta del convento de los franciscanos tan gran número de personas que querían verle y encomendarse a él, que los Padres vieron en esta afluencia continua un peligro para la paz del claustro y para el mismo Hermano. En consecuencia, suplicaron al padre provincial que enviase a fray Salvador a otro convento.

EI. SANTO FRAILE DE HORTA

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únas seis millas al norte de Tortosa, perdida entre los montes, se hallaba una aldea pobre y solitaria llamada Horta. En otro tiempo los Templarios, dueños del lugar, habían erigido allí una capilla en honor de la Santísima Virgen. Esta capilla había sido dada más tarde los Hermanos Menores, y algunos vivían allí en un pequeño convento casi a modo de ermitaños. Aquel lugar parecía un retiro muy seguro para con­ servar a fray Salvador en la oscuridad y la soledad. Por orden del padre provincial, el Hermano dejó la ciudad de Tortosa y fué a ocultarse en Horta. Esto ocurría en 1559. Pero Dios, que quiere servirse de instrumentos humildes para hacer res­ plandecer su gloria, no permitió que menguase ni en un punto el brillo de la santidad de su siervo ni aun a los ojos de los hombres; y esta aldea de Horta, oculta y desconocida hasta entonces, fué pronto célebre en toda España. Un día las autoridades de la aldea tuvieron el pensamiento de pedir al humilde Hermano que rogase por ellos y por sus convecinos. Salvador, mo­ vido por una inspiración divina les respondió: —Preparad una gran hospedería con muchos alojamientos y víveres en abundancia, porque Dios quiere glorificar a su Madre que se venera aquí y obrar maravillas por su intercesión. La afluencia de gente será muy grande. Retiráronse las autoridades harto pensativas e indecisas sobre lo que habían de hacer; unos daban crédito a la profecía y otros no, de modo que no prepararon nada. Algún tiempo después, se vió llegar a una multitud de unas dos mil personas, entre las que había muchos cojos, sordos, jorobados, paralíticos y gran número de enfermos que allí llevaban a pesar de las di­ ficultades del camino. «¿Dónde está — preguntaban— aquel hombre santo que hacía tantos milagros en Tortosa?» Los habitantes les enseñaron el convento de Santa María, y los peregri­ nos fueron a llamar a la puerta, pidiendo a gritos por fray Salvador. Hubiera sido peligroso no acceder a su petición; fray Salvador se presentó, pues, ante la multitud y dijo a los peregrinos que se confesasen, que comulgasen y que invocasen a la Santísima Virgen María. Cuando hubieron cumplido este mandato, el Hermano apareció de nuevo, bendijo a la multitud en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, y todos los enfermos quedaron curados, excepto un paralítico. —No olvidéis— añadió Salvador, al despedir a la multitud— , no ol-

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N el pueblo de Galera, cercano a la ciudad de Tortosa, una joven padece de recias fiebres cuartanas que le hacen sufrir

extraordinariamente y ponen en grave peligro su vida. Ante los padres, admirados, San Salvador de Horta la cura tocándola con su rosario y rezando el Avemaria.

vidéis de mostraros agradecidos a Dios por los favores que acaba de conce­ deros por intercesión de su Santísima Madre. —Y yo—preguntó el paralítico— , ¿por qué no he sido curado como los demás? — Porque no te has confesado ni tenías confianza como ellos —respondió Salvador. —Quiero confesarme ahora— dijo el enfermo con humildad— , y pido per­ dón a Dios de todos mis pecados. —Si así es, levántate—repuso el Franciscano— , levántate y ve a con­ fesarte. El enfermo obedeció, se levantó y fué por su pie a confesarse: estaba curado. Los peregrinos se volvieron publicando por todas partes las maravillas de que habían sido testigos. A partir de aquel momento, y durante varios aSos, no pasó día en que no se viesen llegar a Horta centenares y aun mi­ llares de personas. El número de éstas aumentaba en la Semana Santa y en las festividades de la Santísima Virgen; un año en la fiesta de la Asunción llegaron a seis mil los peregrinos. Como la aldea no podía bastar para alber­ gar a tantos forasteros, muchos acampaban bajo los árboles o en tiendas de campaña. Gracias a una providencia visible, nunca faltaron víveres a estas muchedumbres; los habitantes de la comarca llevaban de todas partes pro­ visiones en tiempo útil y las vendían a los peregrinos. Todos los días el santo religioso obtenía de la Santísima Virgen la cura­ ción de gran número de enfermos de toda especie. Las almas ganaban aún más, puesto que el Santo empezaba por pedir a los peregrinos que se con­ fesasen y comulgasen.

EL INQUISIDOR DE ARAGÓN Y FRAY SALVADOR ALLÁNDOSE en Alcañiz un dignatario de los principales de la In­ quisición Real, había visto multitud de enfermos que partían para 'Horta, y quedó asombrado de verlos volver curados. En su calidad de Inquisidor resolvió abrir informe. Reuniendo a los qué habían sido cu­ rados, les hizo prestar juramento de decir la verdad, y les ordenó que decla­ rasen cómo habían obtenido la curación. Todos respondieron: — El santo Fraile de Horta nos mandó que purificásemos nuestra alma de todo pecado por medio de la confesión y recibiésemos el cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo. Después nos bendijo y quedamos sanos. En virtud de esta declaración, el Inquisidor se decidió a ir a Horta para ver lo que allí pasaba. Salió secretamente, vestido de pobre cura de aldea.

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A su llegada vió una multitud de peregrinos que le pareció no bajaría de dos mil. Púsose entre la multitud, observando todo con’ ojo atento; de esta suerte penetró en la iglesia del convento, se escondió en un rincón detrás de la gente y aguardó la entrada del «milagrero». Al fin apareció el Santo e inmediatamente el pueblo se arrodilló para re­ cibir su bendición. Pero Salvador, en lugar de bendecir a los peregrinos como de costumbre, les dijo; —Levantaos y dejadme pasar. Apartáronse y él fué derecho al rincón de la iglesia en donde se ocul­ taba el Inquisidor. Le saludó, le besó la mano doblando,la rodilla y le dijo: —¿Viene aquí su Señoría a ver los milagros que obra Dios por mediación de la Santísima Virgen? — Equivocado está, Hermano, que no soy Señoría ni merezco tal honor ■ —respondió el forastero— , ¿no ve que no soy más que un pobre cura de pueblo? —No me equivoco— repuso fray Salvador— . Su Señoría es el Inquisidor de Aragón, venido aquí para ver lo que pasa y examinar los milagros que obra la Santísima Virgen. Su Señoría tiene derecho a un puesto más res­ petable. Dicho esto le llevó al presbiterio muy cerca del altar mayor. Volviéndose en seguida al pueblo, dijo como de ordinario: —Hermanos míos, arrepentios de vuestros pecados y pedid perdón a Dios. Después bendijo a los asistentes y todos los que estaban enfermos fueron curados. El Inquisidor quedó lleno de admiración y permaneció varios días «n el convento de los Franciscanos.

EL SIERVO DE MARÍA. — HUMILLACIÓN N día los peregrinos, en número de unos dos mil, reclamaban en vano al santo lego; éste había huido a una empinada sierra de los alrede­ dores, para hacer oración con más sosiego, lejos de la multitud. — ¡Santísima Virgen María, Soberana y Patrona nuestra, haced que en­ contremos a vuestro siervo! De pronto se vió bajar del monte una nube muy densa, pero de extra­ ordinaria blancura. Llegada a Horta, disipóse la nube y dejó ver a fray Sal­ vador. Éste dió su bendición, y los enfermos quedaron sanos. A veces era difícil al buen Hermano librarse del entusiasmo indiscreto de la multitud; arrancábanle jirones de su hábito, como reliquias,- y en cierta ocasión, si los Padres no hubiesen acudido a tiempo, le hubieran dejado medio desnudo.

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Libró a muchos posesos, en particular a una joven que le llevaron atada y encadenada. No pudtendo lograr los que la -llevaban que entrase en la iglesia, fueron a suplicar al Santo que hiciese el favor de salir a donde se hallaba la endemoniada; ésta, llena de furia, -rompió inmediatamente las cadenas y se escapó de las manos de sus guardianes, que no supieron dar con ella. Fray Salvador Ies dijo: «Id a tal sitio y la hallaréis bajo una pila de leña». Halláronla, en efecto, donde les dijo el Santo, y no podían explicarse cómo no había muerto bajo un peso semejante. —Espíritus inmundos— dijo entonces Salvador— , en el nombre de la San­ tísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, os mando que salgáis de esa criatura. —No saldremos—-respondieron los demonios. El fraile repitió la orden, y Dios obligó a los demonios a obedecerle y a dejar libre a la joven. — Ya estás curada, hija mía —le dijo Salvador— ; mira cómo sirves a Dios en adelante, y evita cuidadosamente el pecado, si no quieres que los enemigos recobren su imperio sobre ti. Al cabo de algunos años, los Padres del convento de Horta, como los de Tortosa, acabaron por cansarse de la incesante afluencia de gente. El padre provincial, estando de visita, fué del mismo parecer, aparte de que quería estar seguro de si la santidad de fray Salvador era de buena ley, probándola en una piedra de toque que nunca falla: la de la obediencia y la humildad. Habiendo, pues, reunido a la comunidad en capítulo, el padre provincial habló en los siguientes términos: —Esperaba encontrar en este convento regularidad, silencio y paz, y ¿qué es lo que encuentro? Un mal religioso que trae aquí a las gentes del mundo y todo lo trastorna y desordena. A vos me refiero, fray Salvador. ¿De dónde os ha venido esa idea de hacer cosas tan extrañas y tan poco conformes con la humildad de un hermano lego? Y ¿cómo, sabiehdo que sois tan mal religioso, podéis tolerar que la gente, os llame el Santo de Horta? Es preciso que en adelante no se oiga siquiera vuestro nombre: desde este momento lo cambio por el de fray Ambrosio; como penitencia recibiréis la disciplina y muy de madrugada partiréis con el mayor sigilo para el convento de Reus. El buen fraile se sometió a todo sin replicar: a las censuras, a la disciplina y a la partida. El convento de Reus distaba bastante de allí, pues se hallaba a tres leguas de Tarragona.

•UN MILAGRO A GRAN DISTANCIA. — SÚ MUERTE

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N los días que siguieron a la salida de San Salvador fué grande el dolor de los peregrinos. Un pobre paralítico, que se hacía llevar con gran trabajo desde Castilla, supo al llegar a Fuentes, villa de Aragón, que era inútil continuar el viaje, porque el santo religioso había salido de Hort Desconsolado, mandó que lo llevasen a la iglesia del pueblo e hizo la si­ guiente oración: — ¡Oh santo hombre, Fray Salvador!, dondequiera que os halléis en este momento, tened piedad de mí y rogad a la Santísima Virgen que me cure. Después se durmió y al despertar se encontró curado. En Reus se renovaron las maravillas de Horta y empezaron a afluir pere­ grinos de todas las partes de España, contentos con haber descubierto la nueva residencia del santo lego. Salvador tuvo que ir a Barcelona para comparecer ante el tribunal de la Inquisición. Su viaje fuá una serie no interrumpida de milagros, y la sencillez del buen lego acabó por conquistar el ánimo de los jueces, que se encomendaron a sus oraciones. Por último, el Comisario general de los Franciscanos en España resolvió alejar a fray Salvador de este reino y se lo llevó a Cagliari, en la isla de Cerdeña. Los dos años que San Salvador vivió allí fueron de felicidad para aquella ciudad y murió en ella el día 18 de marzo del año 1567. Los milagros continuaron en su sepulcro, y, cuando treinta y tres años después fué abierto con motivo del proceso de beatificación, se halló el cuerpo incorrupto. Fué beatificado por el papa Clemente X I el 29 de enero de 1711, y Benedicto X III, el 15 de julio del año 1724, concedió que se celebrase su oficio con rito de doble en el día 18 de marzo, no sólo en toda la Orden franciscana, sino también en Cagliari, en Santa Coloma de Farnés y en Horta. La solemne ceremonia de su canonización tuvo lugar en Roma el 17 de abril de 1938, durante el pontificado de Pío X I.

SANTORAL Santos Salvador de Horta, confesor; Cirilo de Jerusalén, obispo, confesor y doc­ tor; Eduardo II, rey de Inglaterra y mártir; Alejandro, obispo de Jerusa­ lén; Félix de Gerona, mártir; Narciso, obispo, cuya fiesta se celebra el 29 de octubre; Tétrico, obispo de Langres; Anselmo y Frigidiano, obispos de Luca. La conmemoración de diez mil santos mártires, en Nicomedia; Marcelino, tribuno militar y notario público, en Argel. Santas Anastasia, en Egipto; María y veinticinco compañeros, mártires en Nicomedia.

SAN CIRILO DE JERUSALÉN, obispo, confesor y doctor. — Fué un hom­ bre muy letrado y de gran virtud y prudencia. Ordenado de sacerdote en 345, se dedicó a la instrucción de los catecúmenos. Siendo obispo de Jerusalén, fué testigo de un gran prodigio; Una cruz más resplandeciente que el sol y de gran­ des proporciones, apareció en el Calvario, llegando sus brazos hasta el monte Olívete. El propio emperador Constancio y el pueblo entero fueron testigos de esta maravilla. Con esto los corazones estaban dispuestos a recibir la verdad y Cirilo aprovechó la ocasión para predicar con tesón la fe Jesucristo. Por esta causa el santo obispo fué desterrado de su sede. En su tiempo tuvo lugar el portento que se verificó cuando Juliano el Apóstata intentó levantar el templo de Jerusalén, sin que lo pudiera conseguir a causa de las llamas que impedían la construcción. En 381 asistió al Concilio general de Constantinopla. Murió en la paz del Señor' en el año 386, a los setenta años de edad, después de haber prestado grandes beneficios a la Iglesia. Se distinguió como catequista, y escri­ bió varias instrucciones doctrinales conocidas con el nombre de Catequesis. SAN EDUARDO II, rey de Inglaterra y mártir. — Cuando ocupaba el trono inglés el rey anglosajón Edgardo, vino al mundo, en 962, el niño Eduardo, a quien no sedujeron ni los halagos del mundo ni el fausto de la corte. Apenas contaba trece abriles cuando murió su padre, a quien sucedió en el trono en el año 975. Se hizo amar entrañablemente de sus súbditos a causa de sus virtu­ des, especialmente de la piedad, modestia, integridad de costumbres y caridad para con los pobres. En ausencia de su padre, le dirigió y aconsejó en los nego­ cios del estado San Dunstano, arzobispo de Cantorbery, que supo moldear su corazón para todas las virtudes. Los nobles y la misma Elfrida, madrastra de Eduardo, no querían reconocer a éste como rey y maquinaban contra él para quitarle la vida. Durante una cacería realizada por el joven monarca en las pro­ ximidades de la morada de su madrastra, hizo a ésta una visita para ofrendarle una vez más su cariño y su respeto. Mientras Eduardo disfrutaba de estas satis­ facciones de intima familiaridad, uno de los servidores de Elfrida se avalanzó violentamente sobre él! y le quitó la vida (978). Dios obró por su medio porten­ tosos milagros. La indigna mujer, arrepentida de su crimen, fundó un monas­ terio, donde se encerró para hacer penitencia.

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DE

MARZO

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ESPOSO DE MARÍA. PATRONO DE LA IGLESIA UNIVERSAL (s. I)

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AN José, esposo de la Virgen María y padre adoptivo del Niño Jesús, ocupa un lugar 'preeminente en el plan de la Redención. Como úl­ timo patriarca de la Ley antigua y primero de la Ley nueva, su figura y su persona llenan la historia del mundo desde el principio hasta el fin de los siglos. Abrahán, padre de los creyentes, representaba ya a José cuando, yendo a Egipto, decía proféticamente de Sara, la esposa bella entre todas, que era su hermana. El antiguo José, hijo de Jacob, desterrado a Egipto por la maldad de sus hermanos, figuraba al nuevo José huyendo del furor de Herodes. Ambos varones justos llevan el mismo nombre e idéntico título: intendentes de la casa réál, y ambos merecieron tan honrosa distinción por haber guardado y conservado la pureza. En la Ley antigua habíanse prometido los bienes de la tierra a los siervos de Dios, y el antiguo José, desterrado en Egipto, sacaba de aquella nación trigo para los pueblos castigados por el hambre. En la Ley nueva, el nuevo José trae de Egipto, país del pecado, un trigo muchos, más ma­ ravilloso.

Entre los muchos personajes que han servido al Espíritu Santo para figurar a José, citemos al prudente Mardoqueo, guardián y protector de la reina Ester, salvadora de su pueblo. Mardoqueo «fué el intendente de palacio» y el ministro del rey. San José es el intendente de la casa de María, donde reina Jesús. Anunciaban los profetas que el Mesías debía pertenecer a la raza de David, y su padre, aunque sólo era adoptivo, debía darle su filiación legal, así como su madre —madre virgen— le había de dar su descendencia según la sangre. Era, pues, necesario que José y María descendiesen de David. El Evangelio conserva ambas genealogías: San Mateo da la de José y San Lucas la de María. Después del Salvador la distinción de familias entre los judíos cayó en completa confusión, como si tal distinción no hubiese tenido otro objeto que señalar las genealogías de María y de José. La opinión de muchos teólogos —y la más generalmente admitida— es que San José tuvo el privilegio, como Jeremías y San Juan Bautista, de ser santificado antes de su nacimiento. Cuando vino al mundo, su padre Jacob le puso, el día de la circuncisión, el misterioso nombre de José, que significa acrecentamiento y encierra la idea de la grandeza por excelencia. Colmado de gracias desde el primer instante de su vida, San José estaba preparado para el sublime ministerio que debía ejercer cerca de Jesús, de María y de la Iglesia. Tal tesoro de gracias lo describe en pocas palabras la Sagrada Escritura al decir que «era justo», esto es, que poseía, según la definición de Santo Tomás, «esa rectitud completa del alma que consiste en la reunión de todas las virtudes». Es muy fundado pensar — dice Suárez— que San José ocupó el lugar preeminente en el estado de gracia entre todos los Santos. Empero, si San José se vió colmado de riquezas espirituales, faltábanle las otras riquezas, pues, en Judea la abundancia de granos y la fecundidad de los rebaños eran la base de la jerarquía y de la fortuná, en tanto que la industria y el comercio, poco estimados entonces, eran patrimonio de los pobres, y ya sabemos que San- José era artesano. Su padre le formó y educó en las modestas labores del trabajo de la madera y del hierro, y le ejercitó en todo lo concerniente a su oficio de constructor de viviendas (San Agustín); José labró, con la ayuda de Jesús, yugos para uncir bueyes (San Justino) y , era Maestro en otros trabajos, pero la tradición universal nos dice que ejerció principalmente el oficio de carpintero y que Jesús aprendió con él a trabajar la madera. Él, que debía consumar nuestra redención en el madero de la cruz (San Juan Crisóstomo). ¿Qué sentiría allá en su corazón el bendito San José al oír que el Hijo de Dios le llamaba con el dulcísimo nombre de padre? ¡Misterio sublime de sólo Dios conocido! Y en verdad que José era padre de Jesús, si no en cuanto a la sustancia, sí en cuanto a las funciones y prerrogativas.

DESPOSORIOS DE SAN JOSÉ. — ENCARNACIÓN DEL SALVADOR OCANTE a las circunstancias de los desposorios de San José con María Santísima, podemos optar por la opinión más común, que sostiene que María debió perder a sus padres cuando aun estaba en el Templo, y que el Sumo Sacerdote en persona hubo de encargarse de colocar a la joven al cumplir los quince años. Hay que dar por seguro que San José no era ni anciano ni hombre ya maduro, sino antes un joven cuya edad estaba ,en relación con la de María Santísima. Lleváronse a cabo estos desposorios por manifestaciones directas de la voluntad divina, y cada consorte guardó preciosamente los secretos del Rey de la gloria, que había acogido sus promesas de virginidad. Esta unión, bella a los ojos de los ángeles, debía — dice San Jerónimo— poner a cubierto el honor de María ante los hombres y ocultar a los demonios el parto vir­ ginal. Muy por encima de los demás desposorios, fué éste el prototipo de la unión mística de Jesucristo con la Iglesia, según hace notar San Am­ brosio, y en ese día tomaba San José posesión del título de Patrono de la Iglesia universal. San José esperaba al Mesías, y sabía que nacería de su estirpe, pues no ignoraba las profecías; pero era tal su humildad que no podía sospechar que su pobre casita había de ver al Salvador esperado. A no mucho tardar se presentó el ángel Gabriel a María y le anunció el gran misterio de la Encarnación del Verbo en sus purísimas entrañas. La morada de José trocóse entonces en el santuario más augusto del universo. José, empero, por divino beneplácito, ignoró entonces los misterios que allí' se realizaron. Entretanto, la Santísima Virgen fué a visitar a su prima Santa Isabel, porque el ángel le había revelado que había concebido en su vejez; San José, custodio de María, la acompañó sin demora y sin oponer el menor reparo. Ese viaje de veinticinco leguas era penosísimo en aquel tiempo y en aquellas circunstancias. Según la costumbre de Oriente, mientras la Santísima Virgen fué recibida por Santa Isabel en la habitación de la casa reservada a las personas de su sexo, San José saludó a Zacarías, y no asistió al Magníficat ni a las íntimas expansiones de estas dos venturosas madres colmadas de bendiciones di­ vinas; sus palabras le habrían revelado el misterio que debía ignorar aún. A la vuelta de tan venturoso viaje, siendo ya el tercer mes de la Anun­ ciación, sobrevínole a San José una turbación penosísima y violenta, la prueba más cruel de su vida. Consiguió dominarla, y, aunque no podía explicarse lo que veía, tampoco dudó de la santidad de su esposa; mas

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para no difamarla, resolvió dejarla secretamente. Apiadóse el Señor der sus angustias, más crueles que las de Abrahán al ver a su hijo Isaac en la pira, y, apareciéndosele un ángel durante el sueño, le dijo: «José, hijo de David, no tengas recelo en recibir a María tu esposa, porque lo que se ha engendrado en su vientre es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús —esto es, Salvador-^-; pues Él es el que ha de salvar a su pueblo de sus pecados» (Mat. I, 20-21). Sabía que María había advertido sus zozobras y angustias, y por eso la hizo partícipe de la comunicación celestial: aconteció entonces algo con­ solador y placentero como en la Visitación. En la Visitación, María no había declarado el secreto del Señor a su prima, pero el Señor se dignó revelarlo mediante un milagro, e Isabel fué la primera que habló de ello; de igual manera, en esta ocasión, María guardó el secreto, pero el ángel lo reveló y José empezó a hablar, pronun­ ciándose entonces otro Magníficat, cuyo texto el cielo ha guardado. ¡Di­ chosas las almas que dejan a Nuestro Señor el cuidado de manifestar su gloria! El período de felicidad y de alegría que precedió al nacimiento del Salvador, no fué de larga duración para los dos santos Esposos.

NACIMIENTO DEL NIÑO DIOS ABIENDO dado un edicto el César de Roma, para que se hiciese el empadronamiento de su pueblo, José, modelo pefecto de obediencia, se sometió al momento a las prescripciones imperiales y partió para Belén, de donde era originaria su familia, con María próxima ya a su alumbramiento. Iba la Virgen en un asnillo y José llevaba el buey. - Nada tan modesto como esta caravana ni nada más grande. El asno que llevaba a la Madre y al Niño figuraba al pueblo judío; el buey, según las palabras de Isaías, iba a reconocer a su amo, bos cognóvit possessórem suum. En las hospederías de Belén no hallaron sitio donde albergarse, «y los suyos no le recibieron». Así, pues, cumplidas las prescripciones del empa­ dronamiento, que se hacía en la misma casa de la familia de David, andu­ vieron a la ventura por los contornos. Dios velaba, sin embargo, por su Hijo, como lo hace por cada uno de nosotros. A doscientos pasos de la ciudad, por el oriente, vieron una gruta bajo las rocas que sostienen las murallas del recinto: era una de tantas cuevas como hay en Judea, donde se albergan los pastores en las noches de invierno. Era sábado, 24 de diciembre. José se durmió a la entrada de la cueva; María, allá en el fondo, aguardaba en éxtasis los acontecimientos que Dios preparaba. Era la medianoche cuando nació el Mesías, a quien saludaron los ángeles y adoraron los pastores, avisados por un emisario celestial. A éstos

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UBLIME protector del Niño Jesús, guardián y protector tam­ bién de la Santísima Virgen, San José es, asimismo, protector

de las familias cristianas que en Él confían. Por su santo patro­

cinio será respetada la autoridad de los padres, y cristiana la edu­ cación de los hijos.

los recibió José y los condujo a María, quien les mostró al Niño, acostado en un pesebre como espiga madura sobre la paja. No en vano el misterio se realizó en Belén, cuyo nombre significa «casa del pan». Cuando se cumplieron los ocho días, Jesús fué circuncidado. José, según los privilegios deí padre, fué el sacrificador que derramó las primicias de la sangre divina (San Efrén); y tuvo el honor insigne de poner al Niño el nombre de Jesús, revelado por el ángel. Corría el mes de enero cuando se detuvo una estrella sobre el establo, y tres Reyes Magos, venidos del Oriente, solicitaron de José licencia para adorar al Niño. Lo que con tal ocasión refirieron excitó la admiración de la Sagrada Familia; obsequiáronla los Magos con ricos presentes, que José llevaría a Egipto o tal vez daría a los pobres. Sea como fuere, a los cuarenta días del nacimiento de Jesús, se presentó la Sagrada Familia en el Templo para cumplir la ley de la purificación. Para rescatar al que es Dueño del mundo sólo ofrecieron las tórtolas de los pobres y no el cordero de los ricos. José asistió al Nunc dimíttis del anciano Simeón y oyó las profecías, aunque su corazón no había de verse traspasado por la espada del dolor como el de María.

HUIDA A EGIPTO

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ASADA la Purificación —2 de febrero— la Sagrada Familia volvió a Nazaret, según refiere San Lucas; pero créese que este traslado no fué definitivo, sino que muy pronto volvieron a Belén, que tan dulces recuerdos evocaba en su mente y donde contarían ya con muchas simpatía Poco después el ángel apareció de nuevo en sueños a José, diciéndole: «Levántate, toma al Niño y a su Madre y huye a Egipto, y estáte allí hasta que yo te avise, porque Herodes ha de buscar al Niño para matarle». José despertó a María y partieron inmediatamente. Era tiempo. La noticia de los sucesos de la Purificación y el regreso de los Magos a su tierra por otro camino, habían excitado las sospechas de Herodes y estaba para dar el cruel edicto de degollar a todos los niños varones de Belén y su comarca. En el camino del destierro supo José el degüello de los niños asesinados por causa de Jesús, y estrechó al Salvador con más amor entre sus brazos. Lo único que de este viaje sabemos con certeza, es su larga permanencia cerca de Heliópolis —la ciudad del sol— , donde se ve todavía el árbol de Jesús y de María; transcurrieron dos o tres años — siete dicen otros— antes que el ángel dijera a José: «Levántate y toma al Niño y a su Madre, y vete a la tierra de Israel, porque ya han muerto los que atentaban a la vida del Niño».

EN NAZARET

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EVANTÓSE José y partió. Sin duda, durante esa larga permanencia en Egipto habían allegado recursos y organizado su casa; pero todo lo dejó al instante, cumpliendo la antigua profecía de Oseas que dice: «De Egipto llamé a mi H ijo». Supo José que Arquelao, heredero de la cruel­ dad de Herodes, continuaba los degüellos, y el ángel le advirtió que no fuese a Jerusalén, sino que volviese a Nazaret de Galilea, donde encontró intacta su casita. En ella pasó Jesús los años de su vida oculta. El que había de llamarse Nazareno, quiso pasar allí su vida oculta, re­ tirado en el taller de San José. Con el ti'empo edificóse una iglesia suntuosa en el taller en donde José trabajaba ayudado por el adolescente Jesús, y que estaba separado de la casa en donde tenían la habitación. El Evangelio nos refiere que cuando Jesús cumplió los doce años, José, que iba solo a Jerusalén en las tres festividades más señaladas, llevó por primera vez, siguiendo la costumbre de los judíos, al Niño y a su Madre; asistieron durante ocho días a las ceremonias pascuales que figuraban la Pasión y se hospedaron en una casa próxima al Calvario. Terminada la semana, los peregrinos de Jerusalén partieron de la Ciudad Santa por grupos, yendo, como se acostumbraba en Judea, las mujeres separadas de los hombres. Los adolescentes se juntaban indistintamente con el padre o con la madre, de forma que María creía que Jesús iba con José, en tanto que éste se figuraba que estaba con María. Cuando al caer de la tarde se juntaron los padres en la hospedería, fué grande el dolor que ambos sintieron; el Niño Jesús se había perdido. Preguntan a unos y a otros; vuelven a Jerusalén; le buscan por todas partes; entran en el Templo a implorar el auxilio de Dios, y allí fué donde al tercer día hallaron al que también al tercer día debía resucitar glorioso y triunfante. Jesús estaba sentado en medio de los doctores a quienes, ora escuchaba, ora preguntaba, dejándolos atónitos por su sabiduría. —Hijo mío — dijo María, dominando su asombro— , ¿por qué te has por­ tado así con nosotros? Mira como tu padre y yo, llenos de aflicción, te hemos andado buscando. —¿Por qué me buscabais? —les respondió Él— . ¿No sabíais que yo debo emplearme en las cosas que miran al servicio de mi Padre? Palabras que José y María meditarían durante muchos años. El Niño crecía en ciencia y en sabiduría y les estaba sumiso, et erat súbditus illis. Esto es cuanto sabemos de los dieciocho años que siguieron a este paso de la vida del Salvador, pues esta parte de la vida de San José, cuya gloria sólo en el cielo nos será revelada, mereció compartirse con la oscuridad de la vida de Jesús y como ella permaneció ignorada de los hombres.

VIRTUDES Y MUERTE DE SAN JOSÉ

UÁNDO murió San José? No se sabe con certeza. Hay quienes su­ ponen que fué poco antes del bautismo de Nuestro Señor por el Precursor y explican las exclamaciones de la muchedumbre que llama a Jesús: el hijo del carpintero, por el recuerdo vivo aún del santo Patri Otros, apoyándose precisamente en las observaciones de los compatriotas de Jesús: «¿No es éste el hijo del carpintero?», referidas por San Mateo, ponen la muerte de San José mucho más tarde. Sin embargo, es indudable que San José murió antes de la Pasión del Señor. La muerte del bendito Patriarca fué dulce y tranquila, expiró en los brazos de Jesús y de María, probablemente en Jerusalén, adonde había ido por última vez en peregrinación, con motivo de la Pascua, pues la tradición pretende que fué enterrado en el valle de Josafat. Tuvo este santo Patriarca todas las virtudes en grado sumo: ardiente fe, grande esperanza y encendida caridad; virginal y celestial pureza, pro­ fundísima humildad,, perfectísima obediencia, rara sencillez, singular pru­ dencia, maravillosa fortaleza y constancia,,increíble paciencia y mansedumbre, vigilancia cuidadosa, solícita providencia, y un silencio tan extraño, que no leemos en todo el Evangelio que San José haya hablado palabra alguna. Porque no era hombre de palabras, sino de obras; y estaba tan absorto en la contemplación del sumo bien que tenía consigo, y tan transportado de aquella altísima admiración — dice San Lucas— que tenía al considerar y rumiar lo que veía en el Niño y oía de Él, que estaba como mudo, hablando con solos los sentimientos, afectos y obras, reverenciando con tanto silencio, aquello que le causaba tan inefable admiración. «El ideal de San José fué someterse a la voluntad de Dios; bendecir al que da la pobreza o la abundancia; cerrar el corazón a todo sentimiento que no emanara del cielo; mirar con indiferencia los bienes tras los cuales corre el mundo desatentado; ver la tierra, no como patria definitiva, sino como lugar de tránsito donde el hombre, soldado del deber, conquista, a costa de su sangre, inmortales destinos. Podía San José llevar corona como sus abuelos...; pero a todo prefirió la oscuridad de su hogar, sabiendo hacer lo que es más difícil y meritorio: vivir oculto e ignorado.» (Calpena). Finalmente, fué tan acabado y perfecto San José, que más se podía llamar varón divino que hombre mortal; y a la medida de su caridad y altos me­ recimientos, recibió el galardón y la corona de la gloria. Una piadosa opinión, apoyada por varios Padres de la Iglesia, sostiene que San José resucitó a la muerte de Cristo, cuando se abrieron muchos sepulcros, y que el padre adoptivo de Jesús subió luego al cielo en cuerpo y alma con el Divino Salvador.

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CULTO A SAN JOSÉ

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L nombre de San José permaneció olvidado — digámoslo así— por mucho tiempo y su culto se ha extendido poco a poco en la Iglesia. A últimos del siglo X V , el papa Sixto IV incluyó la fiesta de San José en el Breviario y en el Misal romano, y Gregorio X V la declaró ob gatoria para la Iglesia entera, con rito de doble menor, el 8 de mayo de 1621. En nuestra España hizo mucho para propagar la devoción a San José la gloriosa Santa Teresa de Jesús, que escribió: «No me acuerdo hasta ahora haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer. A otros Santos parece que les dió el Señor gracia para socorrer en una necesidad; de este glorioso Santo tengo experiencia que socorre en todas» (Libro de la Vida, capítulo V I). Gran propulsor fué igualmente el padre Baltasar Álvarez, el cuál declaró que estando en Loreto orando a Nuestra Señora, le recomendó que fuera gran devoto del glorioso San José. Los últimos Papas, especialmente, han contribuido en gran manera al florecimiento del culto a San José. Pío IX el 8 de diciembre de 1870 pro­ clamó al santo Patriarca Patrono de la Iglesia universal y mandó celebrar su fiesta con rito doble de primera clase. León X III exhorta repetidas veces al pueblo cristiano a que acuda a su poderosísima intercesión. Pío X aprueba el 18 de marzo de 1909 las letanías en honor del santo Patriarca y autoriza su rezo público. Benedicto X V , por decreto del 9 de abril de 1919, aprueba el Prefacio propio para las misas que se celebren en honor de San José. Finalmente, la costumbre de dedicar un mes del año —marzo— a honrarle, se halla, difundida hoy por toda la cristiandad. Su colosal figura se agranda y agiganta conforme se avanza en su estudio, y va apareciendo en todo su esplendor para consolar al triste, sanar los corazones ulcerados, alentar a los trabajadores, aliviar nuestras penas, apar­ tar de nosotros envidias, egoísmos, rencores y venganzas, y extinguir nuestra sed de placeres.

SANTORAL Santos José, esposo de la Madre de Dios; Apolonio y Leoncio, obispos de Braga; Juan de Pinna o Pina, abad; Pancario, m ártir; Landoaldo, presbítero de Roma, y su discípulo Adrián, con Amancio, diácono, misioneros de los Paises B a jos; Andrés de Sena o Siena, solitario; Bertulfo, abad de B ob­ bio ; Siagrio, ob isp o; Auxiliano, obispo de Dol, en Bretaña; Cirilo, obispo de Tréveris; Corbasio, m on je; Calocero y Alemundo, mártires; Quinto, Quintila, Cuartila, Marco y otros nueve, mártires, en Sorrento. Santa Magna, amparadora de huérfanos y pobres.

SAN JUAN DE PINA, abad. — Era Juan uno de aquellos hombres sabios de que supo rodearse el emperador Justiniano para llevar a cabo sus célebres reformas. Se trasladó de Siria a Italia cuando Narsés hubo arrancado a dicha nación del poder de los ostrogodos. Juan, admirable por su virtud y sabiduría, huyó del trato de las gentes y se retiró a una choza que él mismo se formó alrededor de un árbol que le servía de sostén. No obstante, pronto se divulgó la fama de su santidad. Entre las numerosas visitas que recibió se cuenta la del obispo de Spoleto, ante quien hizo el prodigio de cubrir la higuera de su choza con profusión de hojas y frutos, a pesar de ser el mes de enero. Con ello pudo obsequiar a su prelado. Éste le mandó levantar allí mismo un monasterio, que Juan gobernó por espacio de cuarenta y cuatro años con gran prudencia y sabiduría. Después de una vida llena de merecimientos obtuvo el descanso eterno el 19 de marzo del año 550. SAN PANCARIO, mártir. — Nacido en Roma de padres nobilísimos, perma­ neció en el' gentilismo a pesar de ser eristianos sus padres. Ni los consejos y exhortaciones del padre, ni las lágrimas y palabras fervorosas de la madre tu­ vieron eficacia para traer al buen camino al hijo extraviado. Pero lo que no se obtuvo con palabras se alcanzó con la oración. Ésta consiguió la gracia de la conversión. Dios tocó aquel corazón empedernido mediante una carta de la ma­ dre: «No permitas, hijo mío, que tu obstinación sea causa de tu ruina y del sentimiento en que tienes anegada la vida de tus padres. No consientas que tus padres desciendan a la tumba con la convicción de que nuestra separación ha de ser eterna y de que serán inútiles para ti todo nuestro cariño y tod os' nuestros sacrificios. Vuelve tu vista a la verdad; pide a¡ Jesucristo que te ilumine y verás cómo una luz, que ahora desconoces, ilumina tu inteligencia, y un amor intenso, que jamás has experimentado, abrasa tu corazón.» La felicidad entró en aquella casa con la conversión del hijo. Pancario, que era tesorero de Diocleciano, fué desterrado a Nicomedia, y allí coronó sus días con el martirio, corriendo el año 310 de la Era del Señor. SAN ANDRÉS DE SENA, solitario. — Era hijo de familia noble y de arrai­ gadas costumbres católicas. Andrés creció en este ambiente religioso, destacán­ dose sobre todo por su aversión, a la blasfemia y a toda clase de palabras soeces y menos dignas. Poseía un temperamento enérgico y vigoroso, y por'esto abrazó la, carrera de las armas. Un día que oyó a un compañero suyo proferir una horrible blasfemia, sintió tan viva indignación que, sin dar tiempo a la refle­ xión, desenvainó su espada y atravesó con ella el corazón del blasfemo. Ello le valió el destierro, que él convirtió en tiempo de penitencia y mortificación para reparar sus crímenes. Dios le perdonó y aun le concedió el don de milagros, proporcionándole el consuelo de ser visitado por la Virgen en varias ocasiones. El 19 de abril de 1252 acabó sus días lleno de esperanza en la divina mise­ ricordia.

J A V H AV Sy g Moneda de Teodorico

Bonete, estola y báculo del obispo misionero

D IA

SAN

20

DE

MARZO

WULFRANO

ARZOBISPO DE SENS ( f hacia 720)

RASLADÉMONOS a mediados del siglo V il. Entre los valerosos caballeros que formaban la brillante corte de Dagoberto I, distin­ guíase uno llamado Fulberto, cuyo heroísmo había tenido ocasión de conocer el rey y a quien había confiado delicadas e importan­ tes misiones. El valiente cortesano contrajo matrimonio con una matrona digna de él por su nobleza y piedad. Dios los bendijo dándoles un vástago, que debía añadir a la gloria de su nombre la de una santidad poco común y dar ce­ lebridad a los distintos países en los que había de ejercer su ministerio apostólico. Nació Wulfrano en el castillo de Milly, hacia el año 650. Parece se conservan aún hoy las ruinas de la antigua morada en que nació y de la que hizo donación al monasterio de Fontenelle, en el que debía acabar sus días. Cuando el niño hubo cumplido la edad de poder- aprovechar la brillante educación que querían darle sus padres, lo confiaron a personas tan doctas como virtuosas, que se aplicaron a desenvolver las cualidades de inteligencia

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y piedad de que daba manifiestas señales cuando apenas despuntaba su razón. Aunque Fulberto dejaba a aquellos prudentes maestros el cuidado de cultivar el espíritu del niño, no lo perdía de vista, y la actuación a que le obligaba su vida en la corte, no le distraía de lo que consideraba su deber primordial: el cuidado del alma de su hijo. De tal manera supo el joven aprovechar las lecciones y ejemplos que recibía, que ni se dejó jamás deslumbrar por los resonantes éxitos alcanzados en los estudios, ni por las perspectivas del brillante porvenir que se le presentaba. Todo parecía conspirar para atraerle al mundo e iniciar en un ambiente de plena. felicidad una, carrera que tantos otros habrían envidiado. Admitido a la corte de Neustria por la alta consideración de que go­ zaba su padre, fácil le habría sido atraerse el favor de los príncipes, que tenían en grande estima tanto su virtud como sus talentos naturales. Pero el piadoso joven abrigaba otras ambiciones muy distintas de las de la tierra. Sentíase llamado al servicio del Rey del cielo y cultivaba cuidadosamente esa vocación divina en su corazón, aguardando la hora en que pluguiere al divino Maestro sacarle del mundo.

DE LA CORTE A LA SEDE EPISCOPAL ONSÉRVANSE acerca del período de tiempo pasado por Wulfrano en !a corte, diferentes relatos que no concuerdan del todo y hasta difieren bastante. Unos nos lo presentan formando parte del cortejo de jóvenes señores que los reyes francos* gustaban de tener en su palacio, tanto para servirles de guardia de honor, como para formarlos en las costumbres guerreras, necesarias en aquellas épocas turbulentas. Al finalizar los estudios, el hijo del leudo Fulberto, fué admitido a la corte. Inclinado Wulfrano al sacerdocio, recibió las Órdenes sagradas, y ejerció sus funciones en el palacio real. Su reconocida piedad y el admirable ejemplo que de ella daba, le habían señalado desde largo tiempo, tanto a la atención de los obispos y de los fieles, como al afecto y estima de los reyes de Neustria y de la reina madre Santa Batilde. De ahí que cuando murió Lamberto, arzobispo de Sens, hacia el año 690, la voz unánime del pueblo eligió a Wulfrano por sucesor del pontífice difunto. La entrada del nuevo elegido en su ciudad episcopal fué saludada entusiásticamente por el gozo unánime del pueblo. Únicamente el Santo, abrumado por el pensamiento de las responsabilidades que contraía, se abismaba en su humildad y suplicaba al Señor viniera en ayuda de su debilidad.

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RENUNCIA AL OBISPADO PARA HACERSE APÓSTOL DE LOS FRISONES

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IETE años habían transcurrido desde su elevación al episcopado, durante los cuales Wulfrano había edificado a su diócesis con el espectáculo de sus virtudes y adoctrinado con sus admirables ense­ ñanzas, cuando recibió de Dios la inspiración de ir a llevar a otras gentes los esfuerzos de su celo. Esta determinación, cuyas circunstancias ignoramos, nos sorprenderá tal vez, pero obra divina debió ser, puesto que el cielo se encargó de bende­ cirla; los milagros que el apóstol iba a obrar en la nueva viña del Señor y las prodigiosas conversiones que obtuvo, lo prueban sobradamente. En la parte noroeste de Alemania, a orillas del mar, vivía sumida en la idolatría y en la ignorancia, una nación que apenas conocía otro modo de vivir que el pillaje, perturbando constantemente las comarcas vecinas y en especial el país de los francos por sus bárbaras incursiones. Era el pueblo de los frisones, que ocupaba lo que hoy se llama Holanda. Carlos Martel los había vencido repetidas veces, pero jamás llegó a dominarlos. Por manera que, no habiendo podido conseguir su intento la fuerza de las armas y el valor de los guerreros, la Iglesia lo emprendió por los pa­ cíficos medios del apostolado cristiano. Al frente de estos apóstoles, plugo a la Providencia colocar al pontífice que ella había elegido para tal apostolado: el arzobispo de Sens. Pero antes -de lanzarse a obra tan gigantesca , y tan difícil, el hombre de Dios quiso ordenar los asuntos de la diócesis y preparar por medio de la oración las conversiones en que meditaba. Para sustituirle nombró, a título de administrador, a San Gerico, monje del monasterio de San Pedro, de la misma ciudad de Sens. Cumplido este requisito, salió de la diócesis y se dirigió en primer lugar a Ruán para hablar sobre sus proyectos con San Ansberto, arzobispo de dicha ciudad. Antes de ser nombrado para ocupar la silla episcopal de Ruán, Ansberto había sido abad de Fontenelle y conviene saber que esta abadía, fundada en 648 por San Wandrilo, había sido siempre para Wulfrano de singular predilección. Bien lo había demostrado entregándole, como antes se dijo, sus heredades de Milly. En ella quiso pasar algún tiempo consagrado al recogimiento y a la oración, antes de partir para Frisia. Pidió a San Hiberto, que era por entonces abad del monasterio, doce religiosos como auxiliares de su apostolado. No era sobrado el número que pedía si se considera que Fontenelle albergaba por entonces más de tres­ cientos monjes.

Esta selección evangélica, cuyo número recordaba el de los Apóstoles, se embarcó en el Sena con rumbo al puerto de Caudebec, para penetrar en Frisia. Mientras duró el viaje, Wulfrano celebraba el santo sacrificio de la Misa cuantos días le era posible. Empero, sucedió una vez que, echada el áncora cerca de Therouanne, como estuviesen preparando la celebración, su diácono San Vandón, que andando el tiempo fué monje y abad de Fontenelle, se dejó caer al mar la patena en el momento de presentarla al celebrante. Confuso de su torpeza, se echó de rodillas ante Wulfrano. Púsose el santo obispo en oración y ordenó al diácono que alargara la mano en el lugar mismo en que había ocurrido el accidente. La patena volvió a subir por sí misma a la superficie del agua, y ella misma se puso en la mano de Vandón. Durante muchos años se conservaron en el monasterio la patena y el cáliz que sirvieron para la celebración de aquella Misa. Este milagro contribuyó grandemente a manifestar la santidad del pon­ tífice, excitar la admiración y aumentar la confianza de sus compañeros.

PRIMERAS PREDICACIONES. — MILAGROS

UANDO los misioneros llegaron a Frisia, se presentaron al jefe de la nación, que era el duque Radbodo. Aunque pagano, al igual qiíe todo su pueblo, Radbodo dió al obispo y a sus acompañantes be­ névola acogida y escuchó con interés la primera predicación del apósto Evangelio. Eran tan distintas las palabras que oía, de cuantas hasta en­ tonces habían llegado a sus oídos, que se sintió conmovido hasta lo más íntimo de su alma, aunque no tanto sin embargo, que quisiera convertirse; dió, empero, licencia a Wulfrano para predicar y bautizar en toda la ex­ tensión de su reino. Su mismo hijo recibió el bautismo. Los sorprendentes milagros que obraba Wulfrano confirmaban las ver­ dades que anunciaba y determinaron buen número de conversiones; pero la mayor parte de los frisones resistieron a’ la gracia de Dios, y aunque mani­ festaban simpatía a los misioneros y aun prestaban oídos a sus palabras, permanecían en sus vanas supersticiones y seguían ofreciendo los bárbaros sacrificios de un culto abominable. Consistía uno de ellos en ofrecer a los dioses de la nación víctimas humanas, ordinariamente niños a quienes tocaba en suerte ser inmolados. Un día recayó ésta en un joven llamado Ovón, a quien los bárbaros se preparaban a inmolar. Radbodo se puso al frente de aquel tropel de homi­ cidas. El obispo misionero, que en aquellos momentos adoctrinaba al pueblo, al notar el triste cortejo que pasaba, se lanzó hacia él para suplicar al duque que perdonara a aquel inocente. «Es la ley del país» —respondió

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AN Wulfrano arrebata al furor de los paganos y de las olas a dos inocentes niños que han sido ofrecidos como holocausto

a los dioses. Lleno de confianza en Dios, el Santo camina por en­ cima de las aguas a pie enjuto y lleva a los niños a la playa. Ante el prodigio, se convierten numerosos gentiles.

Radbodo— ; y, haciendo eco a la voz de su jefe, los que le acompañaban reclamaban que se cumpliera la ley. Cansados, al fin, de las interminables instancias del apóstol, exclamaron: «Si tu Cristo es lo bastante poderoso para arrancar de nuestras manos al que tú pretendes salvar, que lo haga, y el joven será tuyo». Solo y sin armas entre aquellos energúmenos, Wulfrano dirigió a Dios una adiente plegaria, solicitando su omnipotente intervención. Sin embargo, la horrible ejecución se llevó a término. Ovón, estrangulado, se hallaba sus­ pendido del patíbulo desde hacía dos horas, cuando, de repente, la fuerte atadura que lo aguantaba se rompió y el cuerpo del ahorcado cayó a tierra, pero levantóse inmediatamente sano y salvo. La oración de Wulfrano había sido oída. Este milagro fué seguido de numerosas conversiones. En cuanto a Ovón, andando el tiempo fué ordenado de sacerdote y llegó a ser uno de los más ilustres monjes de San Wandrilo, sobresaliendo especialmente en el arte de transcribir libros. A pesar de las predicaciones y portentosos milagros de los misioneros, no se habían podido desterrar de aquel suelo ingrato tan bárbaras prácticas de secular raigambre. En efecto, los suplicios más atrozmente variados eran sucesivamente puestos en juego por aquellos seres inhumanos, cuya barbarie parecía imposible extinguir. Dos niños angelicales fueron arrebatados de los brazos de una pobre ma­ dre que no poseía otro tesoro, y condenados a perecer ahogados en las aguas, para satisfacer a las pretendidas divinidades. Los dos fueron expuestos en la playa a la furia de las olas en forma que no pudieran huir, sino que fueran arrastrados por las aguas en el momento en que subiese la marea. Radbodo y los suyos asistían desde cierta distancia al cruel suplicio. Durante ese tiempo, Wulfrano y sus fervorosos cristianos, que no habían podido obte­ ner gracia para los inocentes, oraban con fervor esperando conseguir de Dios un milagro. Pronto principió a subir la marea. Las olas adelantaban rápi­ damente y llegaban ya a los dos niños, cuando de repente vióse que se sepa­ raban y seguían adentrándose en la ribera, formando como un islote en el que las dos tiernas víctimas quedaron en seco. Entonces Wulfrano, lleno de fe y confianza en Dios omnipotente, se levantó y, caminando sobre las aguas como si estuviera en tierra firme, fué derecho hacia los niños, tomó al menor en brazos y al mayor por la mano y los con­ dujo a la orilla. Este milagro deslumbrador produjo la conversión de la mayo­ ría de los que lo presenciaron.

FURIA DEL DUQUE RADBODO. — CONVERSIÓN DE LOS FRISONES

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ARECE natural que a la vista de testimonios tan numerosos del poder divino, Radbodo se sintiera vencido y diera ejemplo de fidelidad a la gracia. Tomó, en efecto, el camino de la penitencia, pero no lo siguió hasta el fin. En el momento en que iba a recibir el bautismo, ocurrió preguntar al pontífice si en el cielo que le prometía volvería a encontrar a sus abuelos y a los duques sus antecesores, o si estaban en aquel infierno que Wulfrano quería hacerle evitar. -r-jEs cierto — contestó el obispo— que para entrar en el cielo se necesita haber sido regenerado por las aguas del bautismo. —Pues entonces — exclamó Radbodo— prefiero ir al infierno para en­ contrar allí a mis ilustres antecesores, que estar en tu cielo con miserables pobretones cristianos. Y se retiró del baptisterio, dejando para más tarde el cumplir su de signio. Wulfrano logró más halagüeños resultados en el pueblo frisón. Aque­ llos corazones duros y rebeldes acabaron por ablandarse. Con todo, la obra apostólica emprendida por el santo misionero, no debía tener plena eficacia hasta después de su salida del país. Como los frisones sostenían frecuentes guerras contra los francos, habían tratado a los primeros misioneros con cierta desconfianza, mas ésta iba a desaparecer ante la predicación evangélica llevada a cabo por misioneros de otra nación. Con prudencia divina, la Santa Sede envió a Frisia para cultivar el campo, tan laboriosamente roturado por Wulfrano y los monjes de Fontenelle, a doce misioneros ingleses a las órdenes de San Wilibrordo, a quien el Papa había consagrado previamente arzobispo de los frisones. Quiso el duque Radbodo comprobar si la doctrina de este obispo misio­ nero concordaba con la de Wulfrano y con tal propósito mandó llamar ante sí al nuevo apóstol. No permitió Dios, por altos designios de su justicia, que esta nueva tentativa tuviera el resultado que Radbodo esperaba, pues murió sin bautismo antes que Wilibrordo hubiera podido acudir a su llama­ miento. Posiblemente quiso Dios mostrar así que rehúsa al orgullo lo que concede superabundantemente a la humildad. ¡Ay del que, endureciendo su corazón, se hace sordo al divino llamamien­ to! Su mala voluntad le expone a tremendos castigos, aun en esta vida. Dios es paciente y está siempre dispuesto a perdonar y a recibir con bondad y misericordia al alma pecadora que a £1 se llega sinceramente arrepentida y con propósito de servirle con fidelidad, pero confunde al que se opone reite­ radamente a los movimientos de la gracia.

VUELVE A FRANCIA. — SU MUERTE

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los cinco años de apostólicas labores regresó Wulfrano a Francia para tomar nuevamente posesión de su Iglesia. Pero al llegar, halló la diócesis tan maravillosamente gobernada por Gerico, que en el acto resolvió dejarla a cargo del que tan bien había sabido dirigirla. Confi pues, la consagración episcopal a San Gerico, siendo éste desde aquel mo­ mento su sucesor en la sede de Sens. Descargado ya de la misión de conducir su rebaño, el apóstol de los frisones, que tenía a la sazón setenta años, resolvió acabar sus días en el monasterio de Fontenelle, sin que ni la avanzada edad, ni los achaques, ni la dignidad episcopal, ni los duros trabajos de su apostolado en Frisia, le parecieran razones suficientes para dispensarse de la observancia minu­ ciosa de la regla del monasterio, porque no era el descanso, que tan bien merecido tenía, lo que había venido a buscar a Fontenelle, sino las gracias y los méritos de la vida religiosa. Habiendo hecho la profesión o por lo menos renovado los votos — no se sabe de cierto si había profesado con anterioridad— en manos del abad Hiberto, mostróse en todo el modelo de sus Hermanos, siendo sus virtudes predilectas la obediencia, la humildad y la mortificación. El biógrafo de su vida nos cuenta cómo en una o dos ocasiones tuvo que volver aún a Frisia para aseguraj la obra que había dejado principiada. A pesar de su gran deseo de vivir oculto e ignorado, no pudo sustraerse al concurso de visitantes de todas las clases sociales que, ávidos de sus luces y consejos, acudían al monasterio. Los príncipes y los reyes mismos iban a su celda a pedirle consejo y dirección. Esos ilustres personajes le ofrecían con frecuencia ricos presentes; mas nunca los aceptaba, a menos que fuera para aliviar a los pobres. El don de milagros que le había concedido el Señor para la conversión de los infieles, le acompañó hasta en su retiro. Un día curó instantáneamente a uno de los religiosos, atacado de parálisis completa, con sólo hacerle la unción con aceite que previamente había bendecido. Por último, llegó el día en que Dios quiso llamar a sí a su fiel siervo. Recibió del cielo previo aviso de su fin y murió el 20 de marzo, hacia el año 720; siendo enterrado en Fontenelle, junto al sepulcro de San Wandrilo, fundador de la abadía. Los milagros que habían hecho ilustre en vida a San Wulfrano conti­ nuaron sucediéndose después de su muerte. En el año 728 fué exhumado su cuerpo, que se halló intacto, lo mismo que los de San Ansberto y San Wandrilo.

Han opinado algunos historiadores que el cuerpo de San Wulfrano se volvió a encontrar en tiempo de Ricardo I, duque de Normandía (996), bajo las ruinas de la basílica de Fontenelle. Según tal opinión, las reliquias, guardadas en la abadía durante la Edad Media, estarían hoy en la iglesia parroquial de San Wandrilo. Pero, basándose en el testimonio del historiador de San Wulfrano, el monje Jonás, hagiógrafo de gran autoridad que vivía en Fontenelle hacia el año 729, se tiene por cierto que, a mediados del siglo X I, el cuerpo fué llevado a la iglesia de San Nicolás de Abeville, que llegó a ser colegiata con el nombre de San Wulfrano. La convicción que tenían los canónigos de Sens de la autenticidad de las reliquias de su santo obispo, conservadas en la colegiata de Abeville, los determinó a solicitar algunas en 1641. Estas reliquias forman aún hoy parte del valioso tesoro de la catedral.

SANTORAL Santos Martín Dumiense, obispo y 'confesor; Wulfrano, arzobispo de Sens; Nicetas o Niceto, obispo y mártir; Ambrosio de Siena, dominico y confesor; , Pablo. Cirilo, Eugenio, Anatolio y otros, mártires, en Siria; Arquipo, compañero de San P ab lo; Urbicio, obispo de M etz; Goerico, obispo de Sens, sucesor de San W ulfrano; Nicasio, Máximo, Exuperio y Saturnino, obispos de D ie ; Benigno, ab ad; Grato, diácono, . y Marcelo, subdiácono, venerados en F orli; Cutberto, obispo de Landisfarne (Inglaterra). Beato Bautista Mantuano, carmelita. Santas Fotina, conocida con el nombre de uLa Samaritanan, mártir; Alejandra y compañeras, mártires; Cándida, viuda, en Constantinopla; Protasia, virgen y mártir en Senlís.

SAN MARTÍN DUMIENSE, arzobispo de Braga. — Fué natural de Panonia (Hungría), y después de visitar los Lugares Santos de Jerusalén, vino a Espa­ ña, don de. realizó un bien inmenso, pues logró la conversión de los suevos de Galicia, cuyo rey, Carrarico, abjuró los errores arríanos al ver a su hijo Teodomiro curado de la lepra por intercesión de San Martín Turonense. Era Martín uno de los hombres más sabios de su. siglo. Cerca de Braga edificó un monasterio del que fué abad y obispo juntamente. Después, sin abandonar estos cargos, ocupó la sede arzobispal de aquella ciudad. Recorrió ciudades, villas y aldeas inculcando a todos la infalible verdad de la fe. Gracias a su celo e insinuaciones, se convocaron los concilios de Braga y Lugo, en los que se condenaron las herejías do Arrio y de Prisciliano. En todo momento dió pruebas de gran prudencia, extremada justicia y ardiente caridad. Escribió luminosas epístolas y admirables tratados de virtud, que revelan su vasta erudición y sólida piedad. Murió el 20 de marzo del año 580, aproximadamente treinta después de su consagración episco­ pal. El Concilio X de Toledo le llama «santo»; San Isidoro, «santísim o»,'y Ve­ nancio Fortunato, «el nuevo San Martín» y «apóstol de Galicia».

SAN NICETO, obispo. — Es una de las víctimas de la persecución de los icono­ clastas, llevada a cabo por el emperador de Oriente León III Isáurico y conti­ nuada por su sucesor Constantino V Coprónimo. Los católicos que permanecían firmes en la ortodoxia se llamaron iconólatras; uno de sus defensores era Niceto, obispo de Apolonia, en Bitinia. Por su tesón en defender el culto de las imá­ genes, Niceto se vió depuesto de su sede episcopal y desterrado. Fué llevado de una parte a otra en medio de injurias y malos tratos, trabajos e incomodidades que quebrantaron su salud, produciéndole un martirio lento, que se consumó en­ tregando su espíritu al Señor el 20 de marzo de 735. Los escritores dicen de él que fué: «Varón constante en la fe ortodoxa, acérrimo defensor de la religión cristiana, admirable en la piedad, liberal en favorecer a los pobres, esclarecido en el conocimiento de las cosas divinas, y de una elocuencia singular.» SAN AMBROSIO DE SIENA dominico y confesor. — Vino al mundo en la ciudad de Siena (Italia) el 15 de abril de 1220. Nació deforme, contrahecho, negro y monstruoso, pero por un milagro de la Divina Providencia, al año de nacer quedó trocado en niño natural y hermoso, cuando se hallaba en el templo de la Orden de Predicadores en brazos de su nodriza. Fué grandemente inclinado a la virtud. 'Antes de los ocho años ya rezaba diariamente el Oficio de la Santísima. Virgen y se levantaba durante la noche para vacar a sus oraciones. Ello le infun­ dió fuerza para resistir al enemigo de la salvación que intentaba reiteradamente la perdición del piadoso joven. Su ardiente caridad para con los pobres causó la admiración de sus paisanos. En 1237 vistió el hábito religioso en la Orden de Santo Domingo. Se doctoró en la Universidad de París y fué celoso predicador de la palabra de Dios, que había aprendido de su Maestro San Alberto Magno. Con ella consiguió la conversión de innumerables pecadores, tanto en Alemania como en Hungría. Dios le honró con el don de milagros. Era tanto el entusiasmo con que predicaba, que un día, en Siena, sá le rompió una vena del pecho, con lo cual se aceleró su muerte, acaecida el 20 de marzo de 1286, con la tranquilidad del justo. SANTA FOTINA (LA SAMARITANA) Y COMPAÑEROS, mártires. — Esta Santa, conocida con el nombre de «Samaritana», es aquella mujer a quien Jesu­ cristo declaró que era el Mesías, según el relato evangélico de San Juan en su capítulo IV. ¡ Conversación admirable la de Cristo y aquella mujer pecadora! En ella bebió la Samaritana el agua de aquella fuente de vida que engendró en su corazón la felicidad verdadera que apagó la sed de la concupiscencia y reanimó su alma, salvándola. Deseosa de llevar esta verdad redentora a las re­ giones más apartadas, marchó al África con sus hijos Víctor y José y otros seis cristianos, donde, después de lograr numerosas conversiones, consiguieron la palma del martirio.

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DE

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BENITO

ABAD Y FUNDADOR (480 - 543?)

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ANTA Brígida, en sus Revelaciones, habla del patriarca de los mon­ jes de Occidente, en estos términos: «San Benito hubiera podido santificarse en el mundo; pero el Señor lo llamó a la cima del monte, para que con su ejemplo se animaran otros a abrazar la perfección. La Providencia adjuntó a San Benito numerosos compañeros para que formasen un hogar; el Santo les trazó tal Regla de vida que pudiera guiar adecuadamente a cada uno por el camino de la santidad según la propia disposición: ora fuese confesor, ora ermitaño, ora doctor y aun mártir; de suerte que al observarla con fidelidad, numerosos monjes alcanzaron la per­ fección de su Padre Fundador». Benito, cuyo nombre significa «Bendecido o bendito», nació hacia el año 480 en la ciudad de Nursia, situada en el centro de Italia. Las únicas referencias ciertas que de su infancia poseemos, nos las dan los Diálogos de San Gregorio Magno, quien al referirse en ellos a los padres del Santo, sólo dice que descendía de la antigua nobleza sabina. Pero su santidad precoz, y casi innata en él, y en su esclarecida hermana Santa Escolástica, nos dan a entender, bien a las claras, que uno y otra respiraron en el hogar familiar densa atmósfera de virtudes cristianas.

Hacia el año 497, Benito, gallardo y bien apuesto joven de 17 años, fué a terminar los estudios a Roma. El libertinaje y la inmoralidad de sus compañeros, produjeron en él verdadero espanto, y, en lugar de abando­ narse a las nacientes pasiones de la edad, resolvió poner a cubierto la virtud huyendo de la gran urbe con el ama que le había criado. Pusieron en práctica su proyecto y, a instancias de algunos habitantes, ambos se detuvieron en Enfide, hacia las colinas de Tibur, y allí habrían fijado definitivamente su morada, si la reputación de santidad de Benito, que le ganara el milagro que hizo con una criba rota e instantáneamente reparada en virtud de una fervo­ rosa plegaria, no hubiera determinado al estudiante a adentrarse solo en la espesura de un monte.

VIDA EREMÍTICA

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L llegar al desierto de Subiáco, a cincuenta millas al sureste de Roma,

el joven encontró un cenobita llamado Román, cuyo monasterio estaba situado en la cúspide del monte Taleo. El aspirante a la vida eremítica, manifestó, bajo secreto, a aquel religioso varón sus deseo perfección. El monje juró guardárselo y le indicó en las abruptas laderas de la roca una gruta inaccesible, en la que penetró con ánimo resuelto, Desde el fondo de ésta sólo se veía el cielo. En determinados días, desde lo alto del peñasco, le bajaba su maestro un pan colgado de una cuerda: al toque de campanilla advertía Román a Benito que era llegado el mo­ mento de dejar la oración y de tomar el frugal alimento. Tres años permaneció el joven recluido en aquel retiro, hasta que unos pastores lo descubrieron, tomándolo al pronto por bestia montaraz; pero, oyéndole hablar, reconocieron en él a un gran siervo de Dios y escucharon dócilmente sus instrucciones. Satanás quiso aniquilar desde los comienzos la acción sobrenatural de aquel a quien miraba ya como temible adversario. Tomando, pues, la apa­ riencia de un mirlo se puso a revolotear tan cerca de él, que para lanzar al importuno volátil el solitario tuvo que acudir a la señal de la cruz. Ven­ cido ya por este medio, representóle con toda viveza la imagen de una joven a quien había tratado en Roma, y surgió en el acto la sugestión dia­ bólica: «¿Estoy bien cierto de que debo continuar llevando un género de vida que tan por encima de las fuerzas de la naturaleza está?» Pero en esta lucha que le redujo a terrible congoja, la gracia divina intervino oportunamente, y a su impulso el Santo se lanzó a unas zarzas de espinas que había ,en las cercanías de la gruta y se revolcó en ellas, desgarrando su cuerpo lastimosamente, hasta que el dolor ahogó en él la rebeldía de los

sentidos. Desde aquel momento nunca más Tos ardores de la concupiscencia hicieron mella en él. Murió el abad de Vico varo, cuyos solitarios fueron a suplicar al ermi­ taño de Subiaco que tomara el cargo que quedaba vacante; aunque resistió al principio, cohsintió al fin y se fué con ellos. Empero, el gobierno del Santo les pareció pronto demasiado austero y llegó a tal punto su descontento que, para librarse de él, envenenaron el vino. Pero Dios velaba por su Siervo: antes de beberlo, el piadoso ermitaño lo bendijo según costumbre, y al instante el vaso se hizo pedazos en sus manos. — Dios os perdone, Hermanos — dijo el abad levantándose de la mesa— , por lo que habéis querido hacer. ¿No os había dicho de antemano, cuando a toda fuerza quisisteis hacerme vuestro Superior, que entre mi vida y la vuestra no habría armonía? Buscad a otro Padre que os convenga, porque yo no viviré más con vosotros. Y se volvió a su amada soledad de Subiaco.

SUBIACO, «ESCUELA DE VIDA»

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A reputación de santidad de Benito se había extendido por toda la comarca. Las familias de la alta aristocracia acudían a él para con­ sultarle. El noble Equicio le confió su hijo Mauro para que lo educara y dirigiera, y el patricio Tértulo hizo otro tanto con su pequeñuelo Pláci niño de corta edad. Pronto concurrieron discípulos de todas partes. Así fué iniciándose y desenvolviéndose la llamada «Escuela de Vida» de Subiaco, que comprendía los doce monasterios esparcidos en las fragosidades de aquellas rocas, integrados por doce monjes cada uno con un abad al frente. Beqito desempeñaba el cargo de Abad general, ya que por sus manos había pasado la formación religiosa de cada uno de los monjes. Reservóse, además, el derecho de continuarla con los nuevos aspirantes que ingresaban en sus monasterios. Entre esos conventos había tres instalados en las partes más altas de aquellas rocas áridas. Los monjes que los habitaban veíanse obligados a bajar por agua al lago que había en el fondo del barranco, teniendo que seguir una bajada muy peligrosa a causa de lo resbaladizo de la pendiente. Al cabo de algún tiempo se cansaron de los esfuerzos que esa labor suponía. «Padre —dijeron a Benito— , ¿no podríamos construir nuestra vivienda en un lugar más cómodo? Es muy penoso subir el agua cada día.» Benito los consoló paternalmente y les dijo que pensaría en ello. A la noche siguiente tomó consigo a Plácido y escaló silenciosamente la montaña, detúvose al llegar cerca de los monasterios de aquella cima, arrodillóse

sobre la dura roca y oró largo rato. Luego, señaló con tres piedras el lugar preciso en que había estado orando y bajó a su monasterio. Al otro día acudieron los Hermanos a saber su decisión. «Volved —les dijo— a vuestros monasterios, hasta un sitio en que veréis tres piedras puestas sobre otras y cavad allí un poco; el Dios poderosísimo a quien ser­ vimos podría escucharos haciendo brotar el agua que tanto necesitáis.» Con absoluta y pronta obediencia los monjes tomaron e l ' sendero que con­ ducía al lugar indicado, y que se hallaba a las puertas mismas de sus mo­ nasterios; ¡cuál no sería su sorpresa cuando al llegar vieron que la roca, árida y seca hasta entonces, destilaba hilitos de agua que, en pocos mo­ mentos, formaran un riachuelo que llegó hasta el lago del valle! Aconteció que por aquel entonces, Italia se hallaba en poder de los godos. Uno de aquellos bárbaros, hombre de extraordinaria talla y robustez, pero sin letras, se había convertido y fuése a solicitar el honor de servir a Dios entre los monjes. Benito lo recibió con gran bondad y lo destinó a ocupaciones en armonía con sus aptitudes. Un día le entregó un hacha y le encargó que limpiase de matorrales y arbustos las orillas del lago, para transformarlo en huerto; se puso al instante a la obra con ardor, y tan recios hachazos daba que acabó por saltar el hacha, que saliéndose del mango fué a parar al lago, precisamente a uno de los lugares más profundos, por lo que era imposible sacarla. Grandemente apenado, el pobre novicio fué a contar su desventura a Mauro, que era el discípulo predilecto y brazo derecho de Benito, pidiéndole que le impusiera una penitencia. Mauro contó el caso a su santo maestro. Éste al oírlo dirigióse al lugar del accidente, tomó el mango del hacha, sumergió la punta en las aguas y al instante víóse que el hierro subía y que por sí mismo se metía en el mango. El godo, que contemplaba estu­ pefacto lo que pasaba, recibió el instrumento de manos de Benito, quien le dijo paternalmente: «Sigue trabajando, hijo, y cesa ya de estar triste». Otro milagro conmovedor tuvo lugar por aquellos días en Subiaco. Una vez que había ido Plácido a llenar un cántaro al lago, perdió el equilibrio y cayóse al agua. Benito, que se hallaba en su celda, sintió una voz interior que le advería de lo que sucedía. —Hermano Mauro — exclamó dando fuertes voces— , corre al lago; el niño ha caído al agua y se lo lleva la corriente. El Hermano al oírse llamar acude presuroso, recibe la bendición de. su Padre y se dirige a todo correr a la orilla, desde donde ve al joven Plácido hundido en el agua y arrastrado por la corriente. Sin reparar en el peligro, llégase hasta él, lo coge por su larga cabellera y lo saca sano y salvo a la orilla. Solamente entonces se dió cuenta del milagro; el abad recibió al niño, cuyos vestidos chorrreaban agua, mientras que Mauro no se había mojado lo más mínimo.

N novicio está cortando malezas junto al lago. L o hace con

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tanto ardor, que se le escapa el hierro del hacha y cae en un

sitio muy profundo. Sabedor San Benito del percance, va a conso­ lar al apenado novicio; mete la punta del mango dentro del agua y el hierro sube a ponerse en su sitio.

—Tu obediencia, Hermano Mauro, te ha merecido este prodigio —dijo Benito— ; yo no tengo parte alguna en él. • — Menos la tengo yo —replicó el discípulo— , lo he hecho todo en estado de inconsciencia, sin darme cuenta de lo que hacía. — Pues yo —exclamó Plácido— veía sobre mi cabeza el hábito de mi Padre abad y sentía que era él quien me sacaba del agua. Para apagar el fulgor de aquella verdadera «escuela.de vida» de Subiaco/ Satanás suscitó el odio de un acólito suyo, llamado Florencio, que habitaba en el valle. El desventurado envió un pan emponzoñado a Benito, quien al recibirlo, aunque entendió lo que había en él, sin más alteración ordenó con naturalidad a un cuervo que fuera a arrojar aquel presente homicida a un lugar inaccesible. Viendo Florencio que no podía matar los cuerpos, trató de perder las almas; envió junto al jardín donde jugaban los jóvenes monjes, a siete muchachas de vida licenciosa para que a vista de ellos ejecutaran bailes lascivos. Benito comprendió en el acto el peligro que corría la inocencia de sus discípulos. Y como el que se había declarado enemigo suyo mortal sólo odiaba a su persona, determinó ausentarse para siempre y asegurar a los suyos los bienes de la paz. Así que, despidiéndose de sus doce queridos monaste­ rios, se puso en marcha con algunos Hermanos, en busca de otra soledad. Florencio contemplaba el caso desde el terrado de su casa, gozándose en su triunfo al ver partir a Benito; pero de repente la casa se estremeció, se derrumbó y le sepultó entre sus escombros. El joven Mauro, que había salido más tarde y fué testigo del hecho, corrió jubiloso a llevar la noticia a Benito. El hombre de Dios afligióse profundamente, tanto por la muerte desventurada de su enemigo, como por la alegría de su discípulo, a quien castigó y dió grave penitencia; y sin más, continuó su viaje. Benito había pasado en Subiaco, según la tradición, cerca de treinta años.

MONTE CASINO. — LUCHAS CONTRA SATANÁS

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IGUIENDO hacia el sur la ruta que le señalaban los montes, Benito llegó al Monte Casino, en el que encontró las ruinas de la antiquísima ciudad romana Cassinum. Conservábanse aún los restos de un anfi­ teatro y el templo de Apolo. Fué su primer cuidado levantar la cruz del Salvador sobre los escom­ bros del ídolo; consagró el templo pagano para el culto del verdadero Dios y lo transformó en basílica del Monasterio, bajo el patrocinio de San Juan Bautista y de San Martín. Corría el año 529 cuando el Patriarca de los monjes de Occidente llegaba al Monte Casino. Catorce años había de vivir en aquella altura destinada

a ser, en expresión del papa Víctor III, «el Sinaí de las Órdenes Monásticas». Benito levantó el .monasterio con sus mismos discípulos, no sin la oposición del demonio. Cuéntase que un día, los monjes no podían mover una piedra que parecía estar fuertemente sujeta al suelo por invisibles raíces; pero la bendijo el Santo y se pudo entonces remover con la mayor facilidad. El demonio rabiaba de coraje contra el santo patriarca que se instalaba, a pesar suyo, en un monte en que había reinado como soberana la más grotesca idolatría. A veces se le aparecía en pleno día en figura horribilísima, lanzando torbellinos de llamas por ojos, boca y narices, y le llamaba por su nombre; «¡Benito!, ¡Benito! (en latín: Benedicte! Benedicte !). Este nom­ bre, como es sabido, significa Bendecido o Bendito; por lo cual el demonio, como si quisiera retractarse de su palabra, repetía: «No, no Bendito; ¡Mal­ dito!, ¡Maldito! ¿Qué has venido a hacer aquí? ¿Qué tienes tú que ver con­ migo? ¿Por qué te gozas persiguiéndome?» Benito le dejaba gritar sin hacerle el menor caso y se entregaba con todo sosiego a sus ocupaciones. Uno de los religiosos que, cediendo a ocultas sugestiones del tentador, se había disgustado de su vocación, se presentó al abad pidiéndole licencia para retirarse al siglo. Trató Benito de hacerle ver lai locura de su proyecto, le recordó los días de su primitivo fervor y cuán razonable era la resolu­ ción tomada en tiempos anteriores de abrazar la vida religiosa. En su pa­ ternal amonestación le habló de la decisiva importancia de la salvación del alma y de la excelencia sin igual de la vida dedicada al amor y servicio de Dios. Aconsejóle finalmente que orara y esperara con paciencia el fin de aquella tentación. Pero el religioso nada quería oír ni saber de razones, pues ya su imaginación se hallaba en el mundo y no en el claustro. Como el abad difiriera concederle el permiso que el desventurado solicitaba, tur­ baba el orden general con escándalo de los Hermanos, hasta el punto que Benito se vió obligado a despacharle. El pobre iluso salió contentísimo; pero estaba aún a corta distancia del convento, cuando vió que se le venía enfrente un furioso dragón con la boca abierta para devorarle. Horrorizado el fugitivo, principió a dar grandes vo­ ces, a cuyo' eco acudieron presurosos los monjes. Éstos le hallaron temblando de pies a cabeza y, compadecidos de él, le volvieron al monasterio. El pobre apóstata, que se daba perfecta cuenta del peligro que había corrido, prometió ser fiel a su vocación y mantuvo íntegra su palabra, profesando toda su vida vivísima gratitud al santo abad, a cuyas oraciones se reconocía deudor de la gracia que le había obtenido de ver al dragón infernal que quería devorarle.

RESURRECCIÓN OBRADA POR SAN BENITO N día, Benito había salido al campo a trabajar con sus Hermanos. Entretanto, cierto campesino embargado por el dolor, llegó al mo­ nasterio con el cadáver de su hijo en los brazos, preguntando .por el Padre Benito. Al decirle que el abad estaba trabajando en el campo, el infortunado padré dejó el cuerpo del hijo tendido delante de la puerta y se fué precipitadamente en busca del Santo. Dió con él en los precisos mo­ mentos en que volvía del trabajo y, sin más preámbulo, exclamó: — ¡Padre, devuélvame a mi hijo! —Pero, ¿soy yo quien te lo he quitado? —Ha muerto; venga en seguida a resucitarlo — insistió con viveza el pobre padre. — ¡Vamos, hombre! Eso no es asunto nuestro; lo que tú pides es cosa de los santos Apóstoles —le respondió Benito con aparente brusquedad— . ¿Cómo quieres tú imponernos lo que está sobre nuestras fuerzas? El campesino, entretanto, reiteraba, embargado por el dolor, que no se . iría mientras el Santo no le resucitase al hijo. — ¿Dónde está ese muerto? — preguntó el abad. — Ahí tiene usted su cuerpo a la entrada del monasterio —le contestó el padre entre suspiros. Llegado a él Benito con todos los religiosos, se puso en oración y luego se extendió sobre el cadáver, como en otro tiempo San Pablo cuando resu­ citó a Eutiquio. Poniéndose después en pie y elevando al cielo los brazos, exclamó: «Señor, no mires mis pecados, sino la fe de este hombre, y de­ vuelve a este cuerpo el alma que le has quitadop. Apenas hubo terminado esta oración, un fuerte temblor se apoderó del cadáver. Benito tomó al niño por la mano y lo devolvió a su padre rebosante de vida y salud.

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TOTILA Y SAN BENITO

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L rey godo Totila habíase apoderado de casi toda Italia, desde el norte hasta Nápoles. Como oyera hablar del abad de Monte Casino en tonos ponderativos y particularmente de su espíritu profético, quiso probar la verdad de lo que se decía, y, al efecto, hizo que su escudero Rig se vistiera de las insignias reales, y así disfrazado le envió, con brillante séquito de oficiales, al Monte Casino. —Hijo mío — exclamó Benito apenas lo divisó— , quítate esos vestidos e insignias, que no son tuyos.

Sobrecogido Riggo por lo inesperado del easo y espantado por haber pretendido engañar a tal hombre, se postró a sus pies. Sin tardanza se presentó Totila en persona y, sintiéndose acometido por un terror súbito, cayó humildemente a las plantas del Santo. El siervo de Dios, dirigiéndose a él, clamó por tres veces: «¡Levántate!», y a la tercera tuvo que levan­ tarlo él mismo. —Muchas malas obras haces —le dijo Benito— , muchas malas obras has hecho; cesa ya en la maldad. Tornarás a Roma, pasarás el mar, vivirás nueve años y al décimo morirás. El rey, con muestras de visible espanto, se encomendó a sus oraciones y desde aquel instante se mostró menos cruel. Sucumbió efectivamente en 552, a consecuencia de una herida recibida en la batalla de Jagina, con lo que se cumplió exactamente la profecía del Santo.

MUERTE DE SAN BENITO. — SU CULTO UANDO Benito pasaba ya de los sesenta años, tuvo el dolor de per­ der a su hermana Santa Escolástica, a la que enterró en el Monte Casino, en el mismo sepulcro que tenía preparado para sí. Pocas semanas después cayó enfermo con fiebre muy elevada y ordenó se abriera nuevamente su sepulcro^ AI sexto día hízose conducir a la iglesia de San Martín para recibir el Sagrado Viático. Luego, puesto en pie y apoyado en los monjes que sostenían sus miembros debilitados, entregado el espíritu a una oración suprema, exhaló el último suspiro en aquella reverente actitud. Créese que fué el 21 de marzo del año 543. En el momento mismo de su muerte, dos monjes que habitaban respectivamente en Monte Casino y en Subiaco, vieron por el lado de Oriente una deslumbradora ruta triunfal que, partiendo de la celda del siervo de Dios, se perdía en lo alto de los cielos, a la vez que lucían en ellos con esplendor inenarrable, multitud de brillantes lámparas. Mientras contemplaban embelesados aquel portento, un ángel, irradiando a su vez fulgurantes resplandores de luz, les dijo: «Esa es la vía por la cual Benito, el amadísimo del Señor, acaba de subir al cielo». La Regla promulgada por Benito hacia el año 540, es aún hoy un monu­ mento admirable que, a diferencia de la primitiva casa de Monte Casino donde nació, ha resistido a todos los embates y vicisitudes de los tiempos. San Benito cuenta entre sus innumerables hijos espirituales con una multitud de santos, muchos papas y un inmenso número de obispos, celo­ sísimos todos de la conservación del espíritu de su Fundador en el mundo. León X III elevó la fiesta de San Benito al rito de doble mayor el 5 de abril de 1883.

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SANTORAL Santos Benito, abad y fundador; Lupicino, abad; Filemón y Domnino, mártires; Birilo, obispo de Catania, en Sicilia; Serapión, el Sidonita; conmemoración de muchos Santos Mártires de Alejandría; Serapión, obispo, compañero de San Atanasio; Serapión, abad de Arsinoe; Serapión,- mártir en Alejan­ dría ; Elias, solitario y obispo, en Sión (Suiza); Roberto, abad de Molesme; Edeo, abad de Arania (Irlanda); Casiano, mártir con otros mu­ chos, en R om a ; el Beato Ugolino, agustino, que se distinguió por su pureza y devoción a María; el Beato Alfonso de Rojas, religioso. Santas Calicina, Basilia y tres compañeras, mártires; Matilde, hermana de Trajano.

SAN LUPICINO, abad.— Era hermano de San Román y, ambos, hijos de una familia muy cristiana. Lupicino casó con una mujer tan virtuosa como él. Al morir ésta, abandonó el mundo y se entregó a una vida de penitencia y mortificación en compañía de su hermano. La sabiduría y caridad de ambos fueron pronto conocidas y admiradas; por esto fueron muchos los jóvenes que se pusieron bajo su dirección. Lupicino edificó el monasterio de Lauconne, al que gobernó sabia y santamente. Para la manutención de los monjes se vió 'socorrido por el rey Chilperico. Se distinguió por su ardiente amor a Jesús cru­ cificado y su tierna devoción a la Virgen de los Dolores. Después de una vida de oración y penitencia, descansó en la paz del Señor a los ochenta años de edad, hacia el 480. SANTOS FILEMÓN Y DOMNINO, mártires. — Eran descendientes de una noble familia romana, que los educó en el santo temor de Dios. Abrazaron la carrera sacerdotal y, llenos de celo apostólico, recorrieron las provincias del imperio para salvar almas y convertir infieles. A las insinuaciones del prefecto para que apostatasen y ofreciesen sacrificios a los dioses, contestaron negativa­ mente y prefirieron la muerte antes que la traición. En medio de los más atro­ ces suplicios a que los sometieron, mostraban una celestial alegría que se tro­ caba en cánticos de gloria' al Señor. Finalmente fueron degollados, consiguien­ do así la corona de la gloria, hacia el año 300. SAN BIRILO, obispo. — Natural de Antioquía de Siria, fué ordenado y con­ sagrado por el Apóstol San Pedro el año 44 de nuestra Era. Desempeñó sus fun­ ciones de obispo de Catania con tanto acierto y edificación, que atrajo a la fe a muchos infieles y supo captarse el amor de todos sus súbditos. San Pedro le llevó consigo para predicar en O ccidente; el éxito fué resonante. Murió santa­ mente, llorando, incluso, por los mismos idólatras. SAN SERAPIÓN, EL SIDONITA.— La vida admirable de este santo'egip­ cio gira en tom o de sus dos grandes amores: caridad para con los pobres y celo para la salvación de las almas. Se hizo criado de un actor pagano y logró atraerlo a la verdad de la fe junto con toda su familia. Sirvió a otro amo, que le regaló una túnica, un traje y un libro de los Evangelios. Las dos prendas y el precio del libro fueron dados por Serapión a sendos pobres, en quienes veía .a miembros de Jesucristo. Después hizo con un maniqueo lo que antes había hecho con el comediante. Murió en el desierto a los sesenta años de edad, hacia el año 388.

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SAN BASILIO DE ANCIRA PRESBÍTERO Y MARTIR ( f 362)

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A ciudad de Ancira, hoy Angora o Ankara, es la ciudad más im­ portante de Asia Menor. Este centro eminentemente industrial, asen­ tado a orillas de un afluente del Sakaria, fué elegido en 1923 por capital de la República turca en sustitución de Constantiopla o Estambul. Entre sus más puras e inmarcesibles glorías cuenta la de haber poseído en la persona del ilustre presbítero y mártir San Basilio, a un intrépido y celosísimo defensor de la religión cristiana. Desde luego, no hay que con­ fundir a este paladín de la fe con su contemporáneo Basilio, obispo de An­ cira, personaje desgraciadamente de sospechosa doctrina y jefe de los semiarrianos, contra los que tuvo que sostener nuestro Santo los más reñidos combates. En un ambiente malsano de lamentables y numerosas defecciones, este valeroso sacerdote llevaba vida irreprochable y santísima. Exacto cumpli­ dor de los deberes de su estado, mostróse particularmente asiduo al minis­ terio de la predicación; su palabra apostólica producía abundantes y ma­ ravillosos frutos en la Iglesia de Ancira. No le inquietaban en lo más mínimo las revueltas que la herejía susci­ taba en su derredor, ni la perversidad de los adversarios que le espiaban

deseosos de acusarle apenas hallaran en sus palabras o en su conducta el menor pretexto de qué valerse para sus dañados fines. Consciente de sus sagrados deberes sacerdotales, se entregaba a ellos por entero con calma y serenidad tan admirable, que nada era capaz de alterarle.

PERSECUCIÓN ARRIANA ERMITIÓ la Providencia, para bien de muchos, que Basilio viviera en la época calamitosa en que el arrianismo hacía terribles estragos y conseguía los más deslumbradores triunfos. En íntima unión con los cristianos que estaban resueltos a todo trance a permanecer fieles a su fe, Basilio tuvo que luchar a brazo partido contra los autores de la herejía que, desgraciadamente, eran numerosos y poderosísimos en Ancira. Ocupaba por entonces el trono imperial Constancio, tercer hijo de Cons­ tantino. Este mal aconsejado príncipe, presentándose como decidido y po­ deroso protector, hizo que en el sínodo arriano de Antioquía se condenara al ilustre San Atanasio, intrépido campeón de las doctrinas católicas contra los errores de Arrio; y en el año 342, prosiguiendo en su furia persecutoria, colocó en la sede de Constantinopla al intruso semiarriano Macedonio, a pesar de una sublevación popular que costó la vida a 3.150 personas, según refiere el historiador Sócrates. Al amparo de tan poderoso protector, los arríanos de todas las ciudades de Oriente se sintieron amos. La persecución se dirigió contra los núcleos cristianos que habían permanecido fieles. Diéronse con tal motivo los espec­ táculos más lamentables: la sangre fué derramada sin piedad; los partida­ rios de la causa católica tuvieron el dolor de ver sus templos destruidos, y sus bienes confiscados; muchos de ellos fueron condenados al destierro o a los suplicios del martirio. Algunos arríanos moderados pensaban conciliar y satisfacer a la yez a católicos y arríanos, al emperador Constancio y al obispo San Atanasio. Proyectaban devolver la paz a la Iglesia y acabar con la persecución me­ diante la inserción de una sola letra griega, la i, en el discutido vocablo omoousios (consustancial), que lo trocaba en omoiousios. Cambio en apa­ riencia de poca importancia, pero en realidad de suma gravedad. Así, al admitirlo, en vez de decir: Jesucristo es una misma sustancia con su Padre, un mismo Dios; los semiarrianos decían: Jesucristo es de una sus­ tancia semejante a la de su Padre. Era pacto entendido con el enemigo, una conciliación a todas luces inadmisible para el catolicismo. Basilio vió inme­ diatamente el lazo que se tendía al pueblo fiel y, con el mismo celo con que había combatido ya al arrianismo formal, desenmascaró al semiarrianismo.

Viendo en él los amaños al más temible adversario de su secta, le prohi­ bieron, en el año 360, la celebración de asambleas en las que enseñase la verdad; pero apoyado por los obispos de Palestina, no hizo el menor caso de aquella injusta prohibición y continuó combatiendo el error,, aun delante del mismo emperador Constancio.

JULIANO EL APÓSTATA Y EL RENACIMIENTO DEL PAGANISMO

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L hereje Constancio sucedió el emperador Juliano, llamado el Após'tata. A su advenimiento al trono imperial, el paganismo, que tan humillado se había visto en el cristiano gobierno de Constantino el Grande y de sus tres hijos, reaccionó y volvió a sentirse fuerte. El degenerado Apóstata manifestaba sin ambages su vergonzosa adora­ ción y culto al Sol, y apoyaba hasta las más degradantes funciones del culto idolátrico. Viósele en ocasiones, revestido de las insignias y ornamentos pon­ tificios, acarrear en persona la leña para el sacrificio, soplar y mantener el fuego, meter las manos en la sangre de las víctimas, cayendo en ridículo ante los mismos paganos, que calificaban su celo de impropio e intempestivo. A los pocos días de su entrada en Constantinopla, el nuevo César or­ denó que se volvieran a abrir los templos paganos y se restaurara el culto oficial de los falsos dioses. Más aún: con tal de pasar por restaurador y protector de la idolatría, presentóse como el más fervoroso de sus pontífi­ ces. Hizo levantar un templo en su palacio y consagró los jardines a varias divinidades. Alentados los gobernadores de las provincias con tal ejemplo, se enva­ lentonaron y diéronse a reedificar templos, a celebrar los sacrificios, proce­ siones y demás fiestas del paganismo. •

UN PROCÓNSUL CONFUNDIDO ANTO en la lucha contra la religión pagana como en los combates contra la herejía, Basilio de Ancira fué hasta el fin el intrépido sol­ dado de Cristo.

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Lejos de acobardarse el celo del heroico presbítero ante los sacrilegos aten­ tados de los triunfantes paganos, se elevó y encendió sobremanera. Recorría la ciudad en todas direccionfes y exhortaba a los fieles a luchar generosamente por la santa causa de Dios y a no contaminarse •con las abominaciones y ceremonias de los idólatras. Ello bastó para encender la cólera de los enemigos. Cierto día, mientras imploraba el auxilio del cielo con gemidos de dolor -a vista de tantas iniqui­

dades y pedía a Nuestro Señor disipara a sus enemigos y aniquilara el im­ perio del demonio, un pagano llamado Macario que le oyó, lo denunció al procónsul Saturnino. Pocas horas después, el acusado comparecía ante ese magistrado. «Señor — dijeron los delatores— , aquí tenéis al que derriba nuestros altares, excita públicamente a oponerse a la restauración de nuestros templos y desde ha mucho tiempo habla contra nuestro divino emperador y contra su religión». La actitud de Basilio ante sus acusadores fué resuelta e independiente. La primera pregunta que le hizo el procónsul fué si consideraba y creía como verdadera la religión establecida por el príncipe? — ¿La crees tú tal? —replicó el valeroso confesor de la fe— . ¿Es posible que tu juicio admita como dioses a estatuas mudas? Saturnino prolongó el interrogatorio, pero no pudo conseguir del acusa­ do más que respuestas breves, firmes y humillantes para él. —El emperador a quien tanto adulas y ensalzas como a divinidad — le dijo Basilio— es, como los demás, de barro y limo de la tierra, y ha de caer sin mucho tardar en manos del Rey Supremo, ante quien nada son los reyes terrenos. Ese mismo Dios omnipotente destruirá en breve la impiedad que has restaurado. ' El procónsul, con halagadoras promesas al principio, con amenazas des­ pués, trató de conmover la constancia de Basilio. Desconcertado ante la inutilidad de sus tentativas y sintiéndose burlado por la resistencia de aquel débil sacerdote que despreciaba sus ofrecimientos, le condenó al tormento del potro; y, mientras el Santo sufría sus horrores, insultábale el procónsul diciendo: —Aprende ahora lo que cuesta desobedecer al emperador. Otra vez te lo digo, obedece al príncipe y sacrifica a los dioses. Como rehusara, fué conducido a la cárcel. Entretanto, se informó al emperador de cuanto había sucedido.

SAN BASILIO AFEA LA CONDUCTA DE UN APÓSTATA

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ULIANO, desde su residencia de Constantinopla, envió a Ancira dos oficiales de alta graduación de su palacio, Elpidio y Pegasio, ambos apóstatas como él, recientemente afiliados al paganismo para compla­ cer a su soberano. Pegasio fué solo a la cárcel, espejando doblegar el ánimo de Basilio con seductofas promesas; pero éste ni se dignó siquiera responder a su saludo. — ¿Cómo puedo saludar yo — exclamó— al que traicionó a su Dios y a su fe, al que en otro tiempo bebía ampliamente en el manantial de aguas vivas, que es Cristo, y ahora sacia su sed en los charcos de la iniquidad,

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AN Basilio se desabrocha, toma un pedazo de carne de sus terri­ bles desgarraduras y lo lanza al rostro de Juliano, diciendo:

«Toma: come mi carne, bebe mi sangre, pues que tan sediento estás de ella. Y o, en cambio, me alimento del Cuerpo y Sangre de mi Dios y Señor, Jesucristo».

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al que en otro tiempo participaba de nuestros divinos misterios y ahora come en la mesa de Satanás; guía de las almas hacia la luz en otro tiempo, y hoy causa de su pérdida, caminando al frente de ellas hacia los tenebro­ sos abismos del error? ¡Desventurado!; ¿qué hiciste de los tesoros que te fueron impartidos? ¿Qué responderás al Señor en el día supremo de su visita? Pegasio, confundido, no supo responder palabra. Volvióse avergonzado al procónsul y a su colega, a quienes contó su fracaso. Éstos, indignados, exigieron que en el acto compareciera ante ellos el preso; y Saturnino or­ denó que así se hiciera inmediatamente. Apenas lo tuvieron en su presencia, se le hizo extender nuevamente en el potro y fué sometido a mayores tormentos que la primera vez. Con la misma grandeza de alma que antes sobrellevólos el Santo, quien, cargado de cadenas, fué conducido de nuevo a la cárcel.

JULIANO EL APÓSTATA EN ANCIRA

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NTRETANTO, Juliano partió de Constantinopla para dirigirse a Antioquía, donde pensaba prepararse a la guerra contra los persas. Eran los.primeros días de junio del año 362. La marcha fué en extremo lenta, debido a que en todas las poblaciones de cierta importancia en que habían sido reedificados los templos paganos, las gentes se presentaban al emperador para suplicarle que sacrificara a los dioses, sabiendo que con ello complacían al Apóstata. Los letrados de la loca­ lidad organizábanse en corporación para cumplimentar al príncipe, autor de numerosos escritos, cuya sabiduría ensalzaban exagerando la nota de la adu­ lación. Juliano complacíase en hallar ocasión de hacerse admirar por la ele­ gancia de sus discursos, cuantas veces se le ponía en trances de responderles. Las distintas etapas del viaje fueron, pues, otras tantas escenas estudia­ das, otras tantas arengas académicas, más largas, por cierto, de lo que hu­ biesen querido sus cortesanos, quienes tenían que escuchar las declamacio­ nes aparatosas de su soberano siempre en pie, aunque fuera bajo un sol abrasador. Pero la característica vanidad de Juliano encontraba en ello plena satisfacción, y había que complacerle. En vez de seguir la vía más directa para llegar a Antioquía, Juliano se apartaba de ella con visible satisfacción cuando calculaba que podría recibir nuevos homenajes. Así se explica su paso por Nicomedia y Pesinonte. Al fin llegó a Ancira, donde salieron a su encuentro los sacerdotes paga­ nos, llevando en andas el ídolo dé Hécate: piadosa oficiosidad que les me­ reció grandes e inmediatas recompensas y la promesa de fiestas y juegos públicos para el día siguiente. Juliano hizo la más amable acogida a aquella simpática población. Su

tribunal quedaba abierto a todos y él escuchaba con la mayor benevolencia las quejas, reclamaciones y solicitudes de toda especie. Eran una manse­ dumbre y dulzura calculadas, que se alteraban hasta la grosería cuando se presentaba algún asunto relacionado con la religión cristiana.

SAN BASILIO HACE FRENTE AL EMPERADOR

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N estas circunstancias le fué presentado Basilio, como delicuente sacer­ dote cristiano que perturbaba al país entero y que pocos días antes había sido encadenado por el procónsul. Los dos oficiales apóstatas, heridos en lo más vivo de su amor propio por el fracaso antes dicho, no habían parado hasta provocar una audiencia del prisionero con el emperador. Basilio compareció en actitud santamente altiva y con semblante im­ pasible. — ¿Quién eres tú — le preguntó Juliano— y cuál es tu nombre? — ¿Que quién soy? Pues óyelo bien —dijo Basilio— . Ante todo me llamo «cristiano»,* y éste es un nombre gloriosísimo, ya que el nombre de Cristo es eterno y jamás podrá perecer. También me llamo Basilio, y con este nombre se me conoce entre los hombres. Pero conservando el primero tendré por recompensa la inmortalidad feliz. Juliano, al ver la valentía y libertad con que se expresaba su interlocu­ tor, sintióse gozoso, saboreando de antemano el feliz éxito que para él pre­ veía en una interesante discusión que la ocasión le deparaba, para ser admi­ rado por la aduladora asamblea que estaba en su derredor; y, afectando como primera medida sentimientos de compasión, dijo amablemente a Basilio: — Te engañas, Basilio. Tú no ignoras que conozco bastante vuestros mis­ terios. Pues bien, puedo asegurarte que aquél en quien tanto confías, murió —y bien muerto está— en la época en que Pilato gobernaba la Judea. —No me engaño —replicó Basilio— . El que se engaña eres tú, empera­ dor. Eres tú el que renunciaste a Jesucristo en el momento mismo en que te daba el imperio; pero te advierto en nombre suyo, que muy presto fe quitará este imperio juntamente con la vida, y por ello conocerás, aunque demasiado tarde, quién es Aquel a quien abandonaste. Él derribará tu trono del mismo modo que tú derribaste sus altares. Te has gloriado neciamente de pisotear su santa ley, esa ley bendita que tú mismo habías anunciado tantas veces a los pueblos; pues bien, de igual manera será pisoteado tu cuerpo, y tu cadáver quedará insepulto al serle arrancada el alma en medio de atroces dolores y de la más espantosa desesperación. — (Como, en efecto, nucedió en junio del año siguiente, estando en lucha contra los persas).

Toda la asamblea se sintió profundamente estremecida al oír estas ame­ nazas que el acusado pronunció con sobrehumana seguridad y energía. El emperador sintióse desconcertado y presa de incontenible furor. En el acto levantó la sesión y ordenó al capitán de la guardia, Frumencio, que castigase duramente a aquel insolente y le azotase sin compasión, si no sa­ crificaba prontamente a los dioses y no daba una satisfacción a la autoridad imperial ofendida.

SANGRIENTA INJURIA INFERIDA AL EMPERADOR

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RUMENCIO se sobrepasó en crueldad y aplicó al mártir la pena de flagelación con azotes más terribles, quizá, de lo que Juliano hubiese querido. Sin embargo, nada hizo éste para atemperar las órdenes dadas por su subalterno. El instrumento de tortura era de tal calidad, que a cad golpe desgarraba y hacía saltar un pedazo de carne. No había paciente que pudiera resistir más de seis o siete golpes por día sin perecer en el tormento. Basilio soportó el primer desgarramiento de sus carnes con heroica pa­ ciencia. Al terminar pidió audiencia con el emperador. Frumencio, regoci­ jado en extremo al ver el sorprendente efecto que su atroz castigo había producido y jactándose sobremanera de haber conseguido al fin doblegar el heroico valor de Basilio, quiso tener el gusto de informar personalmente al emperador de lo que pasaba. Para hacer más solemne el triunfo que se prometían con ingenua anti­ cipación, eligieron para sala de audiencia el templo de Esculapio, a fin de que el nuevo apóstata, dada su elevada calidad, pudiera sacrificar con el emperador y los sacerdotes. —Pienso —dijo Juliano— que te has vuelto sensato y confío que habrás reconocido tu error y sacrificarás con nosotros. —No lo creas —respondió Basilio— . He venido para enseñarte que tus pretendidos dioses no significan ni valen nada. Son simples estatuas de ma­ dera y, como tales, ídolos sordos, ciegos y mudos. Luego, entreabriendo sus vestidos y arrancándose un pedazo de carne de sus terribles desgarraduras, lo lanzó al rostro de Juliano, diciendo: «Toma: aliméntate de mi carne; y bebe de mi sangre, pues que tan sediento estás de ella; por lo que a mí toca, me alimento del Cuerpo y Sangre de mi Dios y Señor, Jesucristo». AI oír esto, lanzáronse sobre él los que le rodeaban y le arrastraron bár­ baramente, mientras el emperador, pálido de cólera, lanzaba terribles mira­ das al torpe cortesano que le había expuesto a tan denigrante humillación, introduciendo a aquel audaz prisionero, en el templo de Esculapio.

ÚLTIMO SUPLICIO

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STREMECIDO Frumencio ante tan inesperado desenlace, comprendió que no había más que un medio para apaciguar a su soberano, irri­ tado hasta el paroxismo. Temiendo se le hiciera responsable de lo que acababa de suceder, resolvió vengar de un modo ejemplar el ultra hecho al emperador. Al día siguiente, sin esperar a que diera orden alguna el Apóstata, Basilio fué citado a presencia del verdugo. La crueldad ejerci­ da con él fué horrorosa. El capitán de la guardia hizo varios días repetidas tentativas para ven­ cer al mártir, mientras le aplicaban nuevamente el suplicio de los azotes para dar pábulo á su furor. Pero Basilio permanecía inquebrantable en su firmeza: fué imposible alterar su constancia y heroicas disposiciones. Finalmente, al despojarle de los vestidos para azotarle por última vez, se vió con asombro que todas las heridas precedentes habían desaparecido sin dejar huella alguna, y que el cuerpo aparecía sano, puro y hermoso, como pura y hermosa era su alma ante el Señor. —Has de saber — dijo Basilio— que Jesucristo me ha sanado durante la noche. Anda, puedes ir a contárselo a tu amo Juliano para que sepa cuál es el poder del Dios de quien ha apostatado. Furioso el verdugo, hizo extender a su víctima boca abajo con el fin de hincarle en la espalda puntas de hierro candentes. En medio de tan horri­ bles tormentos, Basilio daba gracias a Dios: el amor que consumía su co­ razón le hacía sobrellevar con gozo las atroces quemaduras que padecía en su cuerpo por el, nombre de Cristo. Pensaba sin duda en aquellas palabras del real profeta: «¿Qué tengo que desear yo en el cielo ni en la tierra sino a ti, Dios mío? Tú eres mi herencia por toda la eternidad.» Con estos admirables sentimientos expiró el 29 de junio del año 362. Los griegos y latinos celebran su fiesta el 22 de marzo.

SANTORAL Santos Basilio de Ancira, presbítero y mártir; D eogracias, obispo y con fesor; B ienvenido, obispo de Ó sim o; Pablo de Narbona y Afrodisio, obispos res­ pectivos de Narbona y Beziers; A v ito , solitario; Epafrodito, obispo de Terracina, discípulo de los Apóstoles; Octaviano y muchos millares de mártires, muertos por los vándalos en Cartago; Severino, en Sevilla; Rufo, en Aviñón; Camelino, obispo de Troyes. Santas Calínica y Basilisa, vír­ genes y mártires, en Antioquía; Lea, viuda y abadesa.

SAN DEOGRACIAS, obispo y confesor. • —■Cuando los vándalos dominaban el Norte de África, su rey Genserico permitió que los cristianos eligieran un obispo para Cartago, y la elección recayó en Deogracias, sacerdote éjemplarísimo y po­ pular por su talento y virtud. Genserico había ido a Rom a en auxilio de Eudoxia, forzada a casarse con el asesino de su esposo, Valentiniano III, y volvió a Car­ tago con un rico botín y un sinnúmero de prisioneros, a los cuales procuró liber­ tar Deogracias con sus propias riquezas y con el producto de la venta de objetos de valor y ornamentos sagrados, y aun pidiendo él mismo limosna pública­ mente. Tanto agradó esta conducta a los cristianos cuanto desagradó a los arría­ nos, los cuales tramaron una conspiración contra su vida. Pero una enfermedad le arrebató de este mundo y le abrió las puertas de la Gloria en el año 457. SAN BIENVENIDO, obispo de Ósimo. — Nació en Ancona y estuvo inclina­ do a la piedad desde su infancia. Fué ordenado de sacerdote, entró en la Orden de San Francisco y, más tarde, consagrado obispo de Ósimo, a pesar de lo cual nunca dejó el hábito de franciscano, conformando siempre su vida al espíritu de su santo Fundador. Se distinguió durante toda su vida por su gran celo, caridad ardiente y profunda humildad; y se convirtió en padre y enfermero de ios pobres y desgraciados. Logró la conversión de muchísimos pecadores. Cargado de méritos y llorado de todos, se durmió en el Señor el día 22 de marzo del año 1276. SAN AVITO, solitario y monje. —■Clodoveo, rey de los francos, después de su conversión al catolicismo- en 496, declaróse protector de los católicos del reino visigodo, perseguidos por Alarico, al que derrotó en la comarca de Poitiers en el 507. Entre loá prisioneros hechos por Clodoveo hallábase un jefe llamado Avito, al que dió pronto libertad porque era católico. Viéndose libre, Avito determinó abrazar el camino de la perfección para asegurar la salvación de su alma. Vistió, al efecto, el hábito religioso y retiróse a vivir vida eremítica. Favorecido de Dios con dones celestiales e ignorado de los hombres, entregóse durante algún tiempo a rigurosos ayunos, cilicios y otras mortificaciones y penalidades. Después entró en un monasterio en el que prosiguió su vida penitente, sirviendo de modelo a los monjes por su gran humildad y excelentes virtudes. Murió santamente el 22 de marzo del año 518.

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DE

MARZO

SAN JOSE O R I O L PRESBÍTERO Y CONFESOR (1650 - 1702)

ACIÓ José Oriol en Barcelona el 23 de noviembre de 1650. Fueron sus padres Juan Oriol, maestro terciopelero en las sederías de la localidad, y Gertrudis Buguñá, ambos honrados y laboriosos, aun­ que escasos en bienes de fortuna. Sólo contaba el niño dieciocho meses cuando su padre falleció, víctima, sin duda, de la peste que hacía por entonces estragos en Barcelona. Poco después contrajo su madre nuevo matrimonio con un virtuoso zapatero lla­ mado Domingo Pujolar, que profesó siempre vivísimo afecto al pequeñuelo. Cuando José llegó a la edad de los estudios, fué confiado a los clérigos de la iglesia de Santa María del Mar, en la que ayudaba a misa y se prestaba con singular agrado al aliño de los altares y otros menesteres de sacristía, a cam­ bio de lo cual recibía lecciones de sus maestros en los diferentes ramos del saber humano. Desde esa tierna edad, José daba ya pruebas de una piedad extraordina­ ria. Poco costó a los Beneficiados de Santa María del Mar reconocer en él las señales de vocación sacerdotal, por lo cual aconsejaron a sus padres lo enviaran a la Universidad de Barcelona, con el fin de poder ser un día admitido a las sagradas Órdenes.

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ESTUDIANTE

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los catorce años y a punto de principiar los cursos en la Universi­ dad, tuvo José que alejarse del hogar y pedir albergue y alimento a una señora que había sido su nodriza, excelente cristiana y mujer de un honrado obrero. Ambos trataron al pobre José como a hijo pro diéronle un cuartito del que únicamente salía para asistir a la iglesia o a las clases. Los progresos que hacía en las ciencias teológicas, corrían parejas con los que lograba en la piedad. Tan extraordinarios eran aquéllos, que asom­ brados sus maestros le daban- inequívocas muestras de la más alta estima, sus condiscípulos le envidiaban y sus padres adoptivos estaban santamente ufanos de su protegido. Entretanto, los acrecentamientos de santidad de su vida virtuosísima prin­ cipiaron a revelarse a todos por palpable intervención divina en su favor. Sucedió un día que su padre' adoptivo, sospechando de él por fútiles apa­ riencias, dió lugar en su espíritu a desfavorables juicios temerarios acerca de su virtud. José, que, penetrando los pensamientos, comprendió luego lo que acerca de él se pensaba, protestó de su inocencia; y en prueba de la veracidad de sus palabras se acercó al fuego, puso la mano por largo rato sobre las ardientes llamas y la retiró sin la menor quemadura. El buen obrero, atónito y cabizbajo ante tal prodigio, no acertó a proferir palabra, pero al llegar la noche, arrasados los ojos en lágrimas, pedía humildemente perdón a Oriol al ver cómo el cielo tomaba su defensa de modo tan admirable. A los veintitrés años terminaba sus estudios y obtenía con brillantes pruebas el grado de Doctor. Provisto de un beneficio eclesiástico y de una modesta renta que le asignó el obispo de Gerona, fué ordenado de presbí­ tero, eligiendo para celebrar su primera misa la iglesia parroquial de Canet de Mar, en atención a sus bienhechores, los señores de Miláns. Tuvo lugar este mayor acto de su vida el 29 de jimio de 1676.

PRECEPTOR. — DIOS LE LLAMA A GRANDES AUSTERIDADES

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A pobreza de su madre fué causa de que José entrara en calidad de preceptor en el hogar del rico y noble Tomás Gasnieri, que era maes­ tre de campos y armadas del rey. Naturalmente, el nuevo género de vida era para él ocasión muy tentadora para hacerle abandonar las riguro­ sas austeridades a que se entregaba. No tardó el Señor en mostrar al joven sacerdote lo que esperaba de su generosidad.

Cierto día estaba sentado a la suntuosa mesa de su amo e iba a servir­ se un manjar exquisito, cuando sintió una fuerza irresistible que le incitaba a dejarlo. Tom ó el fenómeno com o advertencia del cielo, y ya no volvió a sentarse más a la mesa con sus señores, pues no decía bien con su vida de austeridades. Condenóse desde entonces a perpetuo ayuno, alimentándose únicamente de pan y agua. A pesar del cuidado y trazas que se daba para ocultar sus mortificacio­ nes, éstas no pudieron quedar ocultas mucho tiempo. Principió la gente a mofarse de él y a injuriarle. Cuando aparecía en las calles, el pueblo lo lla­ maba por burla «el D octor pan y agua». Mas él aceptaba estos desprecios con apacible gozo, considerándose feliz al parecerse a Jesucristo tan humi­ llado y escarnecido. Se daba disciplinas frecuentes y con tal rigor que los golpes se oían en la casa. Luchó con tesón y energía para ir acortando el tiempo que daba al sueño, y consiguió habituarse a no dormir más de dos horas cada noche; hacíalo vestido y sentado en una silla; nunca en cama. Pasaba los días y las noches absorto en la meditación de la vida y pasión de nuestro di­ vino Salvador. No teniendo otro ideal que el de ser imagen viviente de Jesucristo, cuidaba de su conciencia con estrecha rigidez y pasmosa mi­ nuciosidad.

VIAJE A ROMA. — EL PADRE DE LOS POBRES A virtuosa madre de José murió en el año 1686. Al verse huérfano y libre de la obligación de ayudar a ninguno de los suyos, salióse de la casa de Tomás Gasnieri y partió para la capital del orbe cristiano con el propósito de obtener un beneficio que librase a su obispo de la carga de asignarle renta. Nuestro Santo hizo a pie este largo viaje. Llegó a Roma después de tres meses de grandes fatigas y penalidades. Pero todo ello lo dió por bien empleado ante los consuelos que inundaron su alma al visitar los. santuarios de la Ciudad Eterna. Por otra parte, sus gestiones fueron co­ ronadas con el éxito más feliz: el papa Inocencio X I , sabedor de sus virtu­ des y relevantes prendas, concedióle en 1687 un beneficio eclesiástico en la iglesia de Nuestra Señora del Pino, de Barcelona. Los beneficiados de aquella parroquia vivían en comunidad. Al ver llegar a José para convivir con ellos, lo primero que hicieron fué nombrarle enfermero de la casa. El Santo condenóse voluntariamente a habitar en un estrecho desván, cuyo único mobiliario era un crucifijo, una mesita, una (tilla, algunos libros y un baúl en donde guardaba los vestidos. Vivía en él practicando la más extremada pobreza, lavando por sí mismo su ropa y ofreciendo a los indigentes cuanto tenía.

E l último día del mes recibía sus haberes de beneficiado, y en el mismo día lo distribuía íntegro a los pobres. Éstos, que lo sabían muy bien, espe­ raban con ansia la ocasión y nunca faltaban a la puerta de la iglesia. José se lo daba siempre todo, sin guardar absolutamente, nada para sí. El Señor, magnánimo para con los que por su amor son pobres, le re­ compensó más de una vez multiplicando en sus manos el dinero, para poder hacer frente a los compromisos de caridad que se había creado. Y no se contentaba con socorrer a los menesterosos de la tierra; el alivio de las almas del purgatorio le interesaba de m odo extraordinario y le impulsaba a hacerlas partícipes de sus santas liberalidades. Tan apenado se sentía por la indiferencia en que las dejan los hombres, que a menudo prorrumpía eíi llanto.

APÓSTOL. — CELO POR LAS ALMAS

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L tiempo que le dejaban libre las largas horas de coro y de oración, lo dedicaba José al apostolado. Su profundo conocimiento de las vías de Dios fué causa de que gran número de personas lo escogieran por guía de sus almas; pero no le faltaron angustiosas pruebas y dolorosas ad­ versidades. Fué acusado de dar penitencias excesivamente rigurosas, y de que inducía a las almas a imprudentes mortificaciones. Estos rumores lle­ garon a oídos del señor obispo, que le retiró en absoluto las licencias para confesar. José recibió esta humilllación sin la menor turbación. A un amigo suyo que se lamentaba de tal injusticia, contentóse con responderle: «Eso durará poco, amigo»; y le predijo la próxima muerte del prelado, profecía que se cumplió al pie de la letra. El nuevo obispo de Barcelona, mejor informado y conocedor de la ver-, dad de todo, le devolvió nuevamente las licencias. Al ministerio de la confesión unía el Santo el del apostolado de la infan­ cia, al que se dedicaba con celo infatigable. Iba personalmente a buscar a los niños por calles y plazas, los llevaba a la iglesia y los instruía en la religión con palabras y prácticas adecuadas a su edad. Pero nada bastaba al ardiente celo que consumía su corazón. Hubiese querido llevar las criaturas todas a Dios y que todas le amaran y cumplie­ ran su santa Ley. Con tan apostólicos sentimientos, pensaba desde' hacía mucho tiempo en los infieles y acariciaba la idea del martirio, ofreciendo de antemano su vida por la salvación de las almas. A l fin, no pudiendo resistir por más tiempo al vivísimo anhelo de mar­ tirio, púsose en camino sin declarar su secreto a nadie, y anduvo sin rumbo fijo por espacio de varios días, resuelto a llegar hasta los países de infieles para anunciar el Evangelio. Pero algunos sacerdotes que le conocieron, le

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OSPECHAN y casi acusan a San José Oriol de un pecado que no ha cometido. El joven pone la mano sobre las ascuas del

hogar y la deja un rato sin sufrir la menor quemadura, como prueba de su inocencia. El acusador, sobrado crédulo, reconoce el prodi­ gio y pide perdón de su mal proceder.

invitaron a descansar con ellos; y , al contemplar su rostro com o encendido por algo que le preocupaba apasionadamente, preguntáronle a dónde iba. «V oy a Jerusalén — les dijo— a convertir infieles». Trataron de persuadirle de mil m odos para que no continuase el viaje en aquélla forma, sin provi­ sión alguna y sin haber madurado detenidamente las dificultades de tan importante empresa. Y tras prolija porfía lo condujeron a Barcelona.

VIAJE MARAVILLOSO

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A desolación fué general en Barcelona cuando se supo que había esta­ do a punto de perder al Santo. De todas partes acudían a él para suplicarle con lágrimas en los ojos que no quisiera abandonar más una población en la que tan palpable era el bien que hacía. Pero José, lejos de renunciar a un proyecto que veía tan combatido, determinó ponerlo en práctica cuando se le presentara alguna propicia coyuntura. Entretanto re­ partió los pocos bienes que le quedaban entre los pobres, bienhechores y parientes, sin más reservas que una parte que dejó para oraciones y sufra­ gios para su alma después de muerto. Llegado el 2 de abril del año 1698, salió para Rom a con el fin de po­ nerse incondicionalmente a disposición de la Propagación de la Fe para las misiones del Japón. Puesto ya en camino y a poca distancia de la ciudad, dió a unos des­ graciados que encontró el poco dinero que llevaba. Un joven avispado que le había acompañado durante dos leguas, en la seguridad de que al dar a los pobres aquellas monedas se habría reservado otras, com o era natural, se hizo servir buena cena en el mesón de Fontfreda, convencido de que la pagaría el bondadoso sacerdote; pero al terminarla y comprobar que no había guardado ni un céntimo, se sintió avergonzado y presa de las mayores perplejidades. José, que se dió cuenta de lo que pasaba, vino en ayuda del joven del modo más insospechado: cortó un nabo en rodajas com o m o­ nedas, y se obró en ellas el estupendo milagro de convertirse en tantos reales. de vellón cuantos hacían falta para pagar al mesonero. En aquel largo y azaroso viaje con frecuencia se encontraba ante ríos y torrentes que tenía que atravesar sin medios para ello. En tales trances poníase en profunda oración y , sin saber cóm o, se hallaba en la orilla opuesta. En Marsella fué uno de sus mayores anhelos lograr entrada en el hospi­ tal para cuidar a los enfermos, y lo consiguió; pero cayó enfermo a los pocos días con síntomas de gravedad, y no tardó en verse reducido al últi­ m o extremo. Apa.reciósele la Reina del Cielo, que le anunció su curación y le advirtió que debía regresar a Barcelona. Todos los deseos de martirio que le habían hecho emprender aquel viaje, no habían sido sino una prueba,

y en premio de su fidelidad, Dios le concedía el don de curar a los enfer­ mos, a cuyo alivio debía dedicarse desde entonces por entero. •Dócil, pues, al aviso de Nuestra Señora, a fines de mayo de 1698 el sier­ vo de Dios embarcaba en un velero con rumbo a Barcelona. Y a en plena travesía desencadenóse tan deshecha tempestad, que el piloto y los mari­ nos, perdida toda esperanza de salvación, daban por seguro el fatal naufra­ gio. Pero llegó un momento en que José Oriol, imitando al Divino Maestro, puesto en pie extendió majestuosamente las manos sobre las olas y en el acto cesó la tempestad.

GRAN TAUMATURGO. — CURACIONES DE ENFERMOS

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A vuelta del santo capellán de Nuestra Señora del Pino a Barcelona, provocó una manifestación de simpatía en toda la ciudad. Las mul­ titudes acudían a él de todas partes, com o antes de su partida. Cierto día, hallándose en casa de un amigo suyo, presentóse el patrón del barco en el que había vuelto a Barcelona. Necesitado de dinero para ciertos negocios, venía a reclamar el precio del pasaje. José rogó al dueño de la casa que abriera una eajita que le señaló y pagara con las monedas de oro que allí encontraría. El buen -amigo, que sabía bien lo que en la cajita tenía, se echó a reír de la ocurrencia de Jbsé, pero, com o éste insis­ tiera seriamente, abrióla al fin y , efectivamente, apareció oro en la canti­ dad que el naviero pedía. Pero este poder maravilloso lo ejercía especialmente con los enfermos. La fama de los continuos milagros que obraba traspasó los límites de Bar­ celona; y de todos los puntos de Cataluña y aun de gran parte de España, principiaron a llevarle enfermos. Cada tarde, a las tres, revestido de los hábitos de coro, se dirigía a la capilla del Santísimo. Pasados algunos instantes en oración, dirigía breve exhortación a los enfermos, animándolos a confiar en el Señor. El siervo de Dios les imponía las manos o les hacía por tres veces la señal de la cruz enhonor de la Santísima Trinidad y les recomendaba que rezaran tres Padre­ nuestros, Avemarias y Gloriapatris cada día. Y si los enfermos estaban en pecado, cosa que él conocía, invitábalos secretamente a reconciliarse con 1)1o h y a volver otro día. No faltaban ocasiones en que José tenía que salir de la ciudad para viultnr enfermos. Una vez viósele con asombro caminar sobre las aguas para ■travesar el Besós; y oyendo tocar al Angelus en tal circunstancia, púsose da rodillas con la mayor naturalidad sobre el líquido elemento com o si estuviera en tierra firme.

Habiéndose encontrado otro día en el camino con dos personajes muy ricos de Barcelona, invitáronle a que subiera al coche; pero él se negó y prefirió continuar el camino a pie. ¡Cuál no sería la sorpresa de ambos cuando, habiéndole dejado, com o es natural, m uy atrás por la velocidad que el vehículo llevaba, lo volvieron a encontrar más adelante arrodillado al pie de una cruz y rezando tranquilamente el Breviario!

HUMILDAD Y OBEDIENCIA. — DON DE PROFECÍA

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pesar de las frecuentes curaciones milagrosas que realizaba, José Oriol no se envanecía, sino que todo lo atribuía a Dios, de quien se consideraba ministro indigno. Cierto día, no pudiendo contener una mujer su admiración a vista de tantos prodigios, exclamó al verle pasar: «Bendita la madre que un día te amamantó». Pero un obrero se indignó y protestó de tantas alabanzas. No había 'acabado de proferir sus airadas pa­ labras, cuando se le quedaron los brazos paralizados. Espantados los que le rodeaban, acudieron precipitadamente a José Oriol, suplicándole que fuera a curar al desgraciado: el siervo de Dios concedió en seguida la gracia solicitada. La piedra de toque de la verdadera virtud es la obediencia. El confesor de nuestro Santo — que no estaba conforme con que curase a los enfermos dentro del templo, por el tumulto de gentes y el consiguiente desorden que ocasionaba— prohibió a su dirigido que curase a ninguno más en ln casa del Señor. En el acto se sometió a ello José, considerando en su director al mismo Dios. Pero permitió la Providencia que el tal confesor, en un lamen­ table accidente se 'rompiera una pierna; en su angustia acudió a su santo penitente para que lo sanara — lo que hizo inmeditamente— , y la prohibi­ ción de obrar milagros en la iglesia fué derogada, continuando el Santo sus prodigios en favor de los que eran víctimas de toda suerte de dolencias. Al portentoso don de milagros unía el Santo el de profecía. Anunció con toda precisión las grandes persecuciones que la Iglesia sufriría a fines del siglo X V III, y predijo el día de su muerte.

ENFERMEDAD Y MUERTE

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L día 8 de marzo del año 1702, fecha en que había de enfermar por última vez, José Oriol asistió com o siempre a los oficios de Nuestra Señora del Pino, y al terminarlos se fué a casa de un amigo suyo para pedirle que le preparara una cama. Hacía más de veinticinco años que nuestro Santo no usaba de tal mueble. Apenas hubo entrado en dicho domicilio, cuando se sintió repentinamente enfermo.

La noticia cundió rápidamente por toda la ciudad, quedando ésta sumida en extraordinaria y general consternación. De todas partes acudían gentes a informarse del curso de la enfermedad y ofrecían dinero para socorrer al Santo en la extremada pobreza a que se sometió durante la vida; pero nada quiso aceptar. Habiéndose presentado el síndico o administrador de la iglesia trayéndole lo que le correspondía cobrar por su prebenda, díjole que se quedara con aquel dinero, pues quería morir pobre. £1 20 de marzo aparecieron síntomas inequívocos de su próxim o fin. Con­ soló con admirable calma y santas palabras a sus amigos, prometiendo ayudarles desde el cielo. Recibió con muestras de inefable gozo la Sagrada Comunión y desde aquel momento cesó de tomar todo alimento. £1 día 22 se le administró la Extremaunción. Por la tarde pidió que cantaran ante él el Stabat Máter. Acudieron en el acto los niños de la escolanía de la iglesia de Nuestra Señora del Pino, que rodearon el lecho y cantaron a media voz acompañados del arpa. José los interrumpía a menudo con ardientes exclamaciones de amor. Por fin, llegó un momento en que dió una última mirada al crucifijo y , con la vista fija en él, expiró suavemente sin la más leve agonía. Era el 23 de marzo de 1702. José Oriol contaba cincuenta y dos años de edad. Los restos preciosos del santo Presbítero fueron inhumados en la iglesia de Nuestra Señora del Pino y son incontables los prodigios que se han ve­ nido obrando en su sepulcro. Este gran Santo fué beatificado por el papa Pío V II el 15 de mayo de 1806 y solemnemente canonizado por P ío X el 20 de mayo de 1909, fiesta fiesta de la Ascensión.

SANTORAL Santos José Oriol, confesor; Toribio, arzobispo de Lima, cuya fiesta se celebra el 27 de abril ; Victoriano y compañeros, mártires; Liberato, Germana, su esposa, y compañeros, mártires; Frumencio y Fidel, mártires; Eusebio II, obispo de San Pablo Tricastillo (Francia); Próculo, obispo de Verona; Benedicto, monje en la Campania; Félix y otros veinte, mártires; Teódulo, presbítero; Julián, confesor; Domicio, Pelagia, Aquila, Eparco y Teodosia; mártires; Beato Santiago,- mártir. Santa Filotea, virgen, en Ba viera.

SANTO TORIBIO, arzobispo de Lima. — El 16 de noviembre de 1538 vino mundo en un pueblo de León, un niño cuyo destino debía ser el de propagar cu tierras de allende los mares la doctrina del Divino Crucificado y ejercer la misión apostólica desde la sede episcopal de Lima. Cursó estudios en Valladolid, primero, y en Salamanca, después, con grandísimo aprovechamiento. Felipe II Id nombró presidente de Granada, cuyo cargo desempeñó con la inteligencia e íiI

integridad propias de un hombre tan sabio y tan santo como él. El mismo mo­ narca le eligió para arzobispo de Lima, capital del Perú' que entonces dependia de España, de la que recibió la organización, las instituciones, la religión y el idioma. Toribio gobernó con celo, abnegación, caridad, entereza y dulzura, y por esto se granjeó la estima de sus súbditos, la cual se acrecentó hasta la ve­ neración a causa de su santidad y de los numerosos milagros que obraba. Fué el padre, el pastor y el apóstol de aquellas tierras, visitadas por él en medio de dificultades, privaciones y sacrificios; reprendía a los avaros y animaba a los oprim idos; instruía a los indios, los catequizaba y los socorría. Cum­ pliendo su misión apostólica en el pueblo de Santa, a ciento diez leguas al norte de Lima, le sorprendió la muerte, que le abrió las puertas del cielo, el 23 de marzo de 1606.

SAN VICTORIANO Y COMPAÑEROS, mártires. — Hombre rico y principal, fué elegido procónsul de Cartago. Por entonces se levantó la persecución de Hunerico, rey de los vándalos, contra los cristianos. A las instancias de éste para que apostatase, Victoriano contestó: «Bien puedes, señor, hacerme quemar, arro­ jarme a las fieras, atormentarme con todo género de suplicios; pero jamás me obligarás a condescender con tus propósitos ni a titubear en mi fe. En vano habría yo recibido el bautismo en la Iglesia Católica y profesado su antigua, única y verdadera doctrina, si ahora desertase de ella. Y aunque no hubiera más vida que la presente, ni esperanza de la eterna, que es la única vida ver­ dadera, nunca me resolvería, por una gloria mundana y pasajera, a faltar a la fidelidad que debo a Aquel que me confió el precioso depósito de la fe y me ha regalado con los más preciosos dones de su gracia.» • Esta respuesta encolerizó al tirano, que ordenó sometieran a Victoriano a los más atroces tormentos, que le fueron aplicados con lentitud para mayor sufrimiento. La alegría y constan­ cia del Santo hicieron convertir a muchos a la fe de Cristo. Con él lograron la palma del martirio otros cuatro Santos, entre ellos dos mercaderes de Cartago llamados Frumencio. El triunfo de estos Santos tuvo lugar el 23 de marzo del año 484. SANTOS LIBERATO Y COMPAÑEROS, mártires. — Era Liberato un médico famoso de Cartago, admirado de todos por su ciencia y santidad de vida. Se afanaba por lograr la conversión de los infieles; su mujer, Germana, hacía lo mismo entre las mujeres. Ambos esposos sufrieron el martirio en tiempo de la persecución del vándalo Hunerico, que hizo más de cuatrocientos mil mártires. En este día conmemora también la Iglesia de Cartago el martirio de doce niños cantores de la catedral, que durante varios días supieron resistir a todos los halagos, caricias y tormentos a que los sometieron; pero Dios protegió a estos tiernos confesores de la fe y no sucumbieron en las pruebas a que fueron some­ tidos. Pasada la tremenda persecución continuaron cantando las glorias del Señor y fueron muy respetados y honrados en Cartago. Por su parte, Dios castigó a Hunerico haciendo que el mismo año 484, su cuerpo se cubriera de gusanos y que muriera, arrojando las entrañas de su cuerpo.

Anillos resguardados por el lirio de la virginidad

D ÍA

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DE

Ciencia y santidad

MARZO

SANTA CATALINA DE SUECIA VIRGEN (1330 - 1381)

ACIÓ Catalina por los años de 1330 en rico palacio, y por su na­ cimiento parecía estar destinada a gozar toda su vida de los ho­ nores y grandezas del siglo; pero la piedad y la religiosidad de sus padres merecieron que su hija se hiciese digna de las inmor­ tales grandezas del cielo. Fué su padre Ulfón, príncipe de Nericia, y su madre la ilustre Santa Brígida, tan conocida por sus revelaciones en la Iglesia del Señor. Entrególa su santa madre a una abadesa m uy religiosa para que la edu­ case, y con su acertada dirección la iniciase en el amor y temor santo del Señor y en la práctica del bien y de toda virtud. Furioso el demonio, declaróle dura guerra, y una noche, estando en maitines la abadesa, tomando el maligno figura de toro quiso matar a la niña, y con los cuernos la sacó de su camita y la arrojó en el suelo de­ jándola casi muerta. Sobresaltóse la abadesa con los gritos que daba la niña, acudió a toda prisa para ver lo que pasaba, y habiéndola tomado en sus brazos, se le apareció el demonio y dijo: «¡Oh, qué de buena gana acabara yo con ella si Dios me hubiera dado licencia!» Nuestro Señor, que la destinaba a tan gran santidad, la apartó con amor

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16. — II

de los frívolos pasatiempos propios de la infancia y juventud, y así, una vez que siendo ya de siete años se entretuvo con las otras niñas jugando a cierto juego de muñecas, no quiso el Señor que aquella niñería pasase sin castigo, y la noche siguiente fué molestada de los demonios que le apare­ cieron en figura de muñecas, y azotaron, tan duramente, con los palillos del mismo juego, que su tierno cuerpecito quedó magullado, para que desde niña comenzase a dar de mano a las niñerías y juegos en que se suele entre­ tener aquella tierna edad.

VOTO DE VIRGINIDAD EN EL MATRIMONIO ENIENDO edad para casarse, su padre le mandó que tomase mari­ do y ella lo aceptó, confiada en que con la bondad de Dios y el favor de la Santísima Virgen María, su Madre, podía casarse sin detrimento de su virginidad. Así sucedió, porqué, habiéndose casado con un caballero nobilísimo lla­ mado Etgardo de Kurner, de eminente piedad y grandes virtudes, de tal manera le habló que los dos hicieron voto de castidad y la guardaron toda su vida. Dábanse mucho a la oración, a la aspereza de vida y a todas las obras de caridad; a los ojos de los hombres parecían y se trataban com o seño­ res; pero a los ojos de Dios eran santos. Ponían todo su contento en apartarse de lo que halaga a los sentidos y en sujetar constantemente la carne al espíritu, porque no ignoraban que la azucena de la castidad sólo florece y guarda su fragancia y lozanía, cercada de espinas de penitencia y mortificación.

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INFLUENCIA SOBRE SU CUÑADA ENÍA Catalina un hermano llamado Carlos, mozo brioso y muy dado a la vanidad, que no podía sufrir que su hermana y su cuñado lle­ vasen aquella vida tan santa con la que parecían echarle en rostro sus vanidades y licenciosas costumbres. Enojóse mucho con su hermana cuando vió la llaneza que usaba en su vestido y que no se conformaba con el traje que llevaban las otras señoras y mujeres de su calidad. Era que a la vista del desenfrenado lujo que os­ tentaban las personas del siglo, Catalina se había despojado de sus ricas galas de princesa, sin temor de mostrar al mundo que las virtudes cristianas son ornato más bello que los atavíos de la vanidad. Con su ejemplo arrastró a no.pocas damas nobles.

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Catalina, lejos de turbarse por las burlas y aun los denuestos que su hermano le dirigía, persistía en su vida ejemplar y penitente siguiendo el ejemplo que de continuo le daba su madre Santa Brígida. Empero, su her­ mano no tardó mucho en apreciar los ejemplos de virtud de nuestra Santa. Un día, su cuñada Gilda, esposa del príncipe Carlos, se hallaba con ella orando en la iglesia ante una imagen de María. Durmióse Gilda y en sueños le pareció ver que la Virgen la miraba con rostro severo por ser amiga de lujos y vanidades, siendo así que a Catalina le sonreía m uy dulcemente. Esta visión fué para ella la gracia salvadora, porque refirió luego a Catalina lo que había visto, y la Santa, con sus palabras y con su ejemplo, la per­ suadió a que dejase las galas y atavíos superfluos y la imitase, como lo hizo, renunciando de allí en adelante a sus lujosos trajes y vistiéndose con modestia y sencillez cristianas. No fué eso del agrado de Carlos, el cual, fuera de sí, mandó llamar a su hermana Catalina y , después de haberle dicho palabras duras e injuriosas, añadió: «¿Quieres acaso que mi esposa sea blanco de las burlas y risas de las gentes?» Catalina lo escuchaba con gran paciencia y alegría, gozosa de seguir así, más de cerca por la senda del sacrificio, a su divino Esposo y. modelo Jesucristo.

VIAJE A ROMA. — ASECHANZAS DEL DEMONIO

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OS piadosos padres de nuestra Santa emprendieron una peregrinación a Santiago de Compostela, durante la cual murió Ulfón santamente en el monasterio español de Alvastra. Santa Brígida volvió sola a Suecia, donde fundó el convento de monjas de San Salvador, en Nadstena, diócesis de Lincopen, y cinco años después se partió para Roma, en la cual levantó una hospedería para peregrinos y estudiantes suecos. Cuando Brígida llevaba ya varios años en Rom a, su hija Catalina fué a visitarla, con permiso de su esposo Etgardo, acompañada de varias per­ sonas. Pero al llegar Catalina a la Ciudad Eterna, Brígida se hallaba en Bolonia, y aquí recibió la visita de su hija. Ésta volvió a Roma y, después de visitar los santuarios y sepulcros de los mártires, regresó al lado de su madre para ayudarla y servirla, según disposición del cielo. No le faltaron a Santa Catalina en Rom a grandes trabajos y dificulta­ des, porque el demonio la tentó para que se tornase a su tierra, donde viviría con más quietud, regalo y descanso. Además, com o era señora de tanta calidad y de extremada hermosura, algunos caballeros principales, Sa­ biendo que ya era muerto su marido, la pretendieron por mujer, y viendo que los medios blandos y amorosos no bastaban, quisieron hacerle fuerza y arrebatarla. Habiéndose escondido en cierta parte con gente armada, para

más seguramente arrebatarla un día que con otras matronas iba a la igle­ sia de San Sebastián, al tiempo que entraban en la celada, apáreció de repente un ciervo y, dando ellos tras él, pasó en aquel mismo tiempo Ca­ talina y se escapó de sus manos. Otra vez, yendo con su santa madre a la iglesia de San Lorenzo, un ca­ ballero que la aguardaba con gente, al tiempo que la quiso acometer quedó ciego y, conociendo su culpa, se echó a sus pies; les pidió perdón y , ro­ gando por él las santas madre e hija, recobró la vista; el milagro se contó después al papa Urbano V I y a sus cardenales. Estas y otras muchas molestias tuvo que padecer Catalina, tanto en Rom a com o fuera de ella. En cierta ocasión, yendo, por divina revelación, en compañía de su santa madre a visitar la ciudad de Asís y a orar a Santa María de la Porciúncula, les sobrevino un temporal de agua y nieve que las obligó a guarecerse en una pobre casilla para pasar la noche. En ella penetraron unos salteadores de caminos, que hicieron a las San­ tas objeto de sus burlas e insultos, llevados de sus torpes instintos. Pero Catalina y su madre imploraron el favor divino, que no tardó en serles propicio, pues al mismo tiempo los bandidos huyeron precipitada­ mente para escapar de las manos de un grupo de gente armada que venía en su busca para prenderlos. A l día siguiente, ante una nueva acometida contra las dos Santas, los bandidos perdieron la vista, con lo cual ellas pudieron proseguir tranquila­ mente su viaje.

VIRTUDES DE SANTA CATALINA ON tan manifiesta protección del Señor, Catalina crecía cada día en su amor y se daba con mayor cuidado al ejercicio de todas las vir­ tudes, especialmente de la humildad, que es madre y guarda de todas ellas. Pesábale mucho verse alabada y se holgaba de verse menos­ preciada y tenida por gran pecadora. Era muy devota y dada desde niña a la oración y al rezo de las horas de Nuestra Señora, salmos penitenciales y otras oraciones. Cada día gas­ taba cuatro horas en llorar y meditar la sagrada muerte y Pasión de su dulce Esposo, a quien se ofrecía en perpetuo y suave sacrificio. Una vez, estando en R om a orando en la iglesia de San Pedro, le apa­ reció una mujer vestida de blanco con un manto negro, y le dijo que rogase a Dios por la mujer de Carlos su hermano, que era muerta, y que presto tendrían un buen socorro de ella, porque le había dejado la corona de oro que, según la costumbre de su patria, traía en la cabeza. Como la mujer lo

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UANDO Catalina pasaba por Prusia, quiso Nuestro Señor

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obrar algunos milagros para declarar la santidad de su sier­

va. En mitad del camino cayó del coche uno de los que la acom­ pañaban y quedó aplastado bajo las ruedas. Púsose de rodillas la Santa y , tocándole con las manos, luego le dejó sano.

dijo, así sucedió, y del precio de la corona Santa Brígida y su hija se sus­ tentaron todo un año con su familia. ¿Cómo ponderar su benignidad y misericordia para con los pobres en­ fermos y llagados? Catalina iba a los hospitales con su madre; ésta, delante de ella servía con gran humildad a los enfermos y les curaba las llagas, para que su hija aprendiese y la imitase y siguiese sus pisadas, cosa que hacía Catalina con extremada caridad y diligencia, com o hija de tal madre. Era tan amiga de la pobreza de Cristo que andaba con un vestido vil y roto y usaba de cama pobre con sólo un jergón de paja, una almohada y una manta vieja y remendada. Pero- Nuestro Señor, para honrarla en al­ gunas ocasiones, hizo que ella pareciese ricamente vestida y su cama pre­ ciosa aunque realmente no lo era. Así, paseándose un día p o r , la campiña romana, de pronto resplandecieron sus vestidos cual si estuviesen cuajados de preciosísima pedrería, quedando maravilladas su compañeras. Fué asimismo muy sufrida, paciente y mansa, pues soportaba con ma­ ravillosa mansedumbre los agravios e injurias que se le hacían, y devolvía siempre bien por mal, com o verdadera sierva de Dios.

ABADESA DE UN MONASTERIO EINTICINCO años habían transcurrido desde que por divina inspi­ ración fué Catalina a Roma a vivir con su santa madre, y por ese tiempo determinaron pasar a Palestina para visitar los Lugares San­ tos, testigos de los padecimientos y muerte del divino Salvador. Venciendo mil dificultades llevaron a buen término su intento; pero era llegada ya la hora en que Santa Brígida debía volar al cielo a recibir de Nuestro Señor el premio de sus virtudes. La madre de Catalina fué acometida de recia calentura en Jerusalén, de suerte que tuvieron que volver a Rom a, donde ocurrió su dichoso tránsito el día 23 de julio del año 1373, cuando tenía setenta y uno de edad. Catalina llevó las sagradas reliquias de su santa madre a Suecia, con algunas de otros santos; salió a venerarlas innumerable multitud de fieles, gozosos de poder al mismo tiempo admirar de cerca las virtudes de Cata­ lina, que era viva imagen de su bienaventurada madre. Los de Lincopen, al verla, prorrumpieron en gritos de alborozo, y el prelado no quiso ceder a nadie el honor de darle la bienvenida. Después de haber cumplido con el entierro de su bendita madre, se encerró en el monasterio de Vadstena, de donde fué abadesa, e instruyó a las monjas en la regla que había heredado y aprendido de su santa madre. Es­ cribió un tratado de los Consuelos del alma, que contiene sentencias sacadas de las sagradas Escrituras y de algunos libros piadosos.

V

VUELVE A ROMA. — MILAGROS OMO Nuestro Señor obrase muchos y grandes milagros en el sepulcro de Santa Brígida, pareció al rey de Suecia y a los grandes señores de aquel reino, que debían tratar de su canonización con el Sumo Pontífice, para lo cual convenía que su hija Catalina fuese a Roma. Ella lo tuvo a bien y fué, aunque halló las cosas tan turbadas por la muerte del papa Gregorio X I y por el cisma que se levantó en el occidente de Europa en tiempo de Urbano V I, su sucesor, que no tuvo por entonces efecto lo que pretendía, y se volvió a su patria. En Rom a dejó los in­ formes auténticos de los milagros y demás documentos necesarios al fin apetecido. Por su medio realizó Nuestro Señor varios milagros. Uno de ellos fué que, habiendo enfermado gravemente una noble señora de mala vida que no quería confesarse ni escuchar a Santa Catalina, que le aconsejaba lo conveniente para su eterna salvación, la Santa rogó a Dios por aquella alma pecadora y al instante levantóse del Tíber un humo negro y espeso que en­ volvió la casa de la enferma y la oscureció de tal manera que sus mora­ dores no podían verse unos a otros. Esto iba acompañado de un.ruido tan espantoso, que la pobre enferma, despavorida y com o fuera de sí, llamó a Catalina y le prometió hacer cuanto le mandase; se confesó, y al día si­ guiente acabó sus días dejando cierta esperanza de salvación eterna. El Tíber salió de madre e inundó de tal manera la ciudad de Rom a, que corría peligro de destrucción. Rogaron a Santa Catalina que se opusiese a las aguas y con su presencia y oraciones librase a la ciudad de aquel peli­ gro. Ella se excusó por humildad, pero llevada a viva fuerza junto al río, las aguas retrocedieron al ponerse en contacto con sus pies. Estando en la ciudad de Nápoles, adonde había ido para recoger los mila­ gros de su santa madre, le declaró una señora principal que una hija suya, viuda, era muy molestada cada noche de un demonio, y que, aunque lo había callado por vergüenza hasta entonces, ahora se lo declaraba para pedirle reme­ dio, fiada en su santidad. La santa virgen le aconsejó que se confesase de todos sus pecados, pura y enteramente, porque muchas veces por los pecados que se callan en la confesión por vergüenza, permite Nuestro Señor semejantes ilusiones y. que los demonios tengan fuerza para fatigar las almas y oprimir los cuerpos con abominable tiranía. Dióle también otros santos consejos y devociones y ofreció sus oraciones por ella. Al cabo de ocho días se halló la mujer del todo libre de aquel monstruo infernal que tanto la perseguía y atormentaba.

ÚLTIMOS AÑOS Y MUERTE DE LA SANTA ESPUÉS de una permanencia de cinco años en R om a y no teniendo esperanza de conseguir la canonización de su bienaventurada madre, Catalina se volvió a su patria y monasterio. En todo el viaje fué muy bien recibida y agasajada de los príncipes, prelados y ciudades de Italia y Germania por donde pasaba. En este camino hizo también Nuestro Señor por medio de ella algunos milagros, entre los cuales se cuenta que, habiendo caído del carro en que iba dormido uno de los que la acompañaban, fué aplastado por una rueda, que le quebró los huesos; pero, haciendo oración por él Santa Catalina y tocándole con las manos, estuvo luego sano. Al llegar Catalina a su monasterio, cayóse un obrero de lo alto de un edificio y quedó medio muerto. Apenas la santa virgen rogó por él y le tocó, luego se le consolidaron los miembros y recobró tan perfecta salud, que se volvió a trabajar. Y todos alabaron al Señor y a Santa Catalina, por cuya intercesión había sanado el obrero. Estaba en este tiempo la santa virgen m uy flaca y fatigada de dolores y enfermedades del cuerpo, aunque m uy entera y alegre en su espíritu. Tenía costumbre, desde que anduvo en compañía de su santa madre, de confesarse cada día, y algún día dos y tres veces. Así lo hizo en esta pos­ trera enfermedad, aunque por la flaqueza de su estómago no se atrevía a recibir el Santísimo Sacramento; mas hacíasele traer y le adoraba y reve­ renciaba con grandísima devoción y humildad. Finalmente, levantando los ojos al cielo y encomendando su alma al Señor con el corazón, porque no podía con la lengua, en presencia de las monjas, deshechas en lágrimas, entregó su alma al que la había creado para tanta gloria suya. Sobre e l ' monasterio en que murió apareció una estrella que fué vista, día y noche, por algunos religiosos. Durante él entierro la estrella se puso sobre las andas hasta el momento de dar sepultura al cuerpo de la Santa en la iglesia, y después desapareció. A estos actos estuvieron presentes muchos arzobispos, obispos y abades de los reinos de Suecia, Dinamarca y Noruega, y el príncipe de Suecia, llamado Erico, con otros señores y barones, los cuales, por devoción, lleva­ ron sobre los hombros el cuerpo de Catalina. Su sepelio fué m uy dificultoso por la mucha gente que concurrió. Murió esta santa virgen en el monasterio de Vadstena el 24 de marzo del año del Señor de 1381; en su sepulcro obró Dios muchos milagros, para glorificar a su fiel sierva.

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El Martirologio romano hace mención de Santa Catalina de Suecia a los 22 de marzo, y el cardenal Baronio la menciona en sus «Anotaciones». Fué canonizada por la santidad del papa Sixto IV en el año 1474.

SANTORAL Santos Gabriel A rcángel; Simón, niño mártir de T ren to; Teodoro, obispo de Za­ ragoza, y compañeros, mártires; Agapito, obispo de Sinnada; Guillermo de Norwich, m ártir; Quirino, mártir; Donaciano, discípulo de San Cipriano, Pigmenio y Epigmenio, mártires; Marcos y Timoteo, mártires en R om a; Alejandro, Dionisio, Agapio y otros compañeros, mártires, en Cesarea de Palestina; Seleuco, confesor; Latino, obispo de Brescia, y Severo, de Catania; Rómulo y Segundo, hermanos, mártires en Mauritania; Juanita, niño martirizado por unos judíos en Colonia; los Beatos D iego José de Cádiz, confesor, y Simón el Cireneo, que llevó la Cruz del Redentor. Santas Catalina de Suecia, virgen; Hildelita, abadesa.

SAN GABRIEL ARCÁNGEL. — Es el emisario enviado por Dios a la tierra para anunciar a María Santísima el misterio inefable de la Encarnación del Verbo en sus virginales éntrañas. Leemos en las divinas Letras que San Gabriel aparecióse al profeta Daniel y le señaló el tiempo en que el Mesías debía venir al mundo, que sería después de aquellas setenta semanas de años fijadas para que se borrase la iniquidad y terminase la prevaricación del pueblo de Dios. El mismo Gabriel se apareció a Zacarías, cuando estaba incensando el altar, y le anunció el dicho nacimiento de su hijo Juan Bautista. Pero la gran embajada llevada a cabo por este arcángel fué la primeramente indicada, en la cual pro­ nunció aquellas bellísimas palabras que constituyen el saludo del Ángel a la Reina de los cielos: «Dios te salve, llena de gracia; el Señor qs contigo; bendita Tú entre todas las mujeres...» Gabriel quiere decir «Fortaleza de Dios», y es nombre adecuado a su misión de anunciar al Dios Fuerte y Poderoso, ante quien tendrían que rendirse todas las potestades de la tierra. Agradezcamos a Dios esta embajada y roguemos al Arcángel que nos haga dignos de alcanzar el fruto de aquel soberano misterio que él nos trajo del cielo. SAN SIMÓN, inocente y mártir. — En la ciudad de Trento, célebre por su famoso Concilio, vivían en 1475 tres familias judías cuyos jefes eran Tobías, Ángel y Samuel; en casa de este último vivía un infernal y bárbaro viejo llamado Moisés. Estos judíos se disponían a celebrar la Pascua de aquel año y se re­ unieron a este fin en casa de Samuel. Querían sacrificar a un niño y se valie­ ron, para tenerlo, de Tobías, médico, cuya presercia en cualquier casa no llama­ ría la atención. Éste, con halagos y dulzuras, se atrajo a Simón, niño de dos años que se hallaba sentado en el umbral de su casa. Desnudaron al niño, le taparon la boca y le fueron cortando pedacitos de carne.

Aquel infame Moisés empezó la faena cortando con una tijeras unos trozos de la mejilla infantil; y así iban haciendo los demás judíos. Los pedazos eran echa­ dos en una bandeja, donde recogían la sangre inocente. Seguidamente se repitió la escena cortando en la pantorrilla derecha y luego en la izquierda. Después le tendieron en cruz y le dieron repetidos golpes, remedando la crucifixión de Jesús; con punzones, agujas y alfileres le atravesaron las carnes, desde lo más delicado de la cabeza hasta la planta de los pies. Pasada una hora en este cruel suplicio, Simón expiró, conquistando la palma del martirio que le abrió las puer­ tas de la Gloria.

BEATO DIEGO JOSÉ DE CÁDIZ, confesor. — Nació en Cádiz en 1743, de distinguida fam ilia; desde joven se señaló por la austeridad de costumbres. Tras reiteradas instancias, ingresó en la Orden de Capuchinos; sus grandes virtudes, además del espíritu de penitencia que le caracterizó toda su vida, fueron un in­ tenso amor a la Cruz de Cristo y un celo ardoroso por la salvación de las almas. Sobresalió como notable orador sagrado, no con verbosidad de elocuencia litera­ ria que recrea los oídos, sino con sencillez de palabra evangélica que trueca los corazones. En esto siguió siempre la pauta de los Apóstoles. De todas partes acudían a oírle,, y cuando la iglesia no era suficiente para contener a tantos oyentes, salía a la plaza pública y allí tenía en suspenso al auditorio durante horas enteras. Y es que, al predicar, se hallaba tan lleno de amor de Dios, que parecía como que estaba arrgba:tado y hablando lejos de este mundo tsrrenal. Por sus sermones se convirtieron inmensas muchedumbres, cesaron largas ri­ validades y se extinguieron odios gravísimos. El pueblo le llamaba «Apóstol de España, Enviado de Dios, otro Pablo, etc.». Es un hermoso ejemplo de lo que puede una voluntad recta y firme, cuando va ayudada de la oración, el estudio y las buenas obras. Murió en Ronda el 24 de marzo de 1801, a los 58 años de edad. Entre otras obras escribió Sermones y A locu ciones sobre varios asuntos, y dejó inéditos seis tomos de sermones, novenas y otros muchos opúsculos. En muchos pueblos y ciudades de España se conservá todavía, como reliquia de gran valor, el púlpito en que predicó este ferviente apóstol.

D ÍA

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DE

MARZO

S A N T A L U C I A FILIPPINI VIRGEN Y FUNDADORA (1672-1732)

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los 13 de enero de 1672 nació esta virgen y fundadora en la ciudad de Corneto, hoy día llamada Tarquinia, situada a poca distancia del puerto de Civita-Vecchia. Sus padres eran nobles y muy cris­ tianos y vivían en un pequeño palacio que aun existe. Bautizada Lucía el mismo día de su nacimiento, por un tío suyo, preboste de la cate­ dral, recibió el nombre de la gloriosa virgen Santa Lucía, patrona de la ciudad de Siracusa. A los once meses de edad perdió a su madre, y a los seis años a su padre. Por esta causa, sus tíos maternos cuidaron de su educación y de la de sus hermanitos. Desde su tierna infancia ponía singular empeño en mostrarse respetuosa, dócil, servicial y caritativa con sus prójimos, y se distinguía entre sus compañeras por su devoción y por la especial y decidida inclina­ ción que tenía a las cosas de la religión, gustándole sobremanera que se las enseñasen, para luego poder ella explicarlas, a sus amiguitas. Se complacía en levantar altarcitos y adornar las imágenes de la Virgen y de los Santos y arrodillarse ante ellos sola o con sus compañeras, orando con angelical devoción. Para conservar la pureza y santidad de su alma, guardaba severa modestia y se apartaba de las compañeras frívolas y poco

devotas. En punto a vestidos y atavíos era m uy al revés de su hermana Isabel y se contentaba con llevar traje pobre y humilde. Preparábase siem­ pre a la confesión con muy largo y detenido examen de conciencia, m os­ trando con ello ser m uy timorata y por extremo celosa de su pureza. Lucía recibió la primera comunión en el convento de Benedictinas de la ciudad de Corneto, donde se educaban las doncellas nobles de la comarca. Pronto echó de ver el virtuoso párroco del lugar la extraordinaria pie­ dad y vida sosegada y recogida de la santa doncella; y* después de haberla interrogado y com probado que tenía claro conocimiento de los misterios y verdades de nuestra santa fe y religión, la tom ó de auxiliar para explicar la doctrina a los niños, siendo de maravillar la energía y amor que en ello ponía, sobre todo cuando hablaba de la pasión del Salvador, no siendo raro, entonces, ver a muchos derramando lágrimas, preludiando de este m odo, aunque sin sospecharlo, el desempeño del noble ministerio de maestra y educadora de la juventud, al que le tenía destinada la providencia del Señor.

EL CARDENAL BARBARIGO Y LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS

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N enero del año 1688 y para cerrar los santos días de misión en las

parroquias de la ciudad, vino a Corneto en primera visita el obispo de la diócesis, cardenal Marco Antonio Barbarigo, pastor santo, docto y celosísimo. Descendía de una ilustre familia patricia de Venecia; a los treinta años dejó todas sus riquezas y el cargo de miembro del gran consejo de la ciudad y abrazó la carrera eclesiástica. Fué canónigo en Padua y más tarde arzobispo de Corfú. Señalábase por su acendrada devoción, ardiente celo por la educación cristiana de los niños, inagotable caridad y largueza con los huérfanos y necesitados, y admirable abnegación al servicio de los enfermos y apestados. El papa Inocencio X I le nombró Cardenal en el año 1686. Hallábase la diócesis de Cometo en estado muy lamentable, porque las costumbres de los fieles eran más paganas que cristianas, y la ignorancia del catecismo era general. Para traer a vida cristiana a individuos, familias y parroquias, mandó el señor Obispo dar misiones en todas ellas, ordenando además que en las iglesias se explicase a los fieles la doctrina con celo y asiduidad. Fundó un seminario para formar a los clérigos, y exigióles el exacto cumplimiento de las prescripciones del Concilio de Trento. Tenía Lucía dieciséis años cuando trató por vez primera con tan emi­ nente y virtuoso prelado, y descubrió su alma a quien había de ser, a no tardar, director y guía, promotor y verdadero fundador del Instituto de las Piadosas Maestras Filippini, dedicado a la educación cristiana de las niñas.

INTERNA EN LAS CLARISAS IÓSE por entonces la santa doncella en el delicado momento de la elección de estado. Por un lado ardía en deseos de dejar el siglo para consagrar su vida al servicio del Señor y a la salvación de los prójimos, y por otro, no acertaba a separarse de su hermana Isabel, que parecía inclinarse a las vanidades, con grave riesgo de su virtud. Habló de ello al prelado, director de su conciencia, el cual, habiendo considerado en la presencia del Señor lo que convenía hacer, determinó poner interna a Isabel con las Benedictinas de Cometo, y enviar a Lucía a Montefiascone, para que completara su educación bajo la tutela de las monjas de Santa Clara, hasta tanto que la divina Providencia manifestase más claramente la vocación de la virtuosa joven. Aquel santísimo varón, padre amante de los huérfanos, quedó prendado de la virtud, piedad, cari­ dad y cualidades naturales de su protegida. Allí, en la soledad y sosiego del claustro, Lucía tom ó a pechos llevar vida cristiana y santa y conservar la blancura de su angelical pureza. Dando de mano a los regalos y comodidades de que suelen gustar las personas nobles y ricas, la piadosa joven se entregaba de buena gana a las labores humildes y penosas, y , servía con afán y cariño a las monjas, las cuales la estimaban sobremanera y solían llamarla «el ángel del convento». Ella, a su vez, se edificaba y aprovechaba cuanto podía de los ejemplos de piedad y virtud de aquellas santas religiosas. Seguía el obispo velando por el alma de Lucía y de cuando en cuando la exhortaba a pensar seriamente en el grave negocio de su vocación. Uno y otra pedían al Señor sus luces y al Espíritu Santo, sus consejos, para acertar en la elección de estado. Presto llegó a persuadirse Lucía de que Dios no la quería casada, ni tampoco religiosa de vida claustrada y con­ templativa. En cambio, sentía vivísimos deseos de dedicar sus fuerzas y y actividad al servicio de sus prójimos mediante el apostolado exterior.

V

HUMILDES PRINCIPIOS DE UNA OBRA GRANDE

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N TE N D IA el cardenal Barbarigo, que la mujer cristiana es base y fundamento de las familias y sociedades realmente cristianas, y de ahí sacaba la necesidad e importancia de la escuela católica para la formación de las niñas. Para traer los hogares cristianos a la práctica de la religión y mudar en buenas y honestas las depravadas costumbres de aque­ llos tiempos, el cardenal Barbarigo concibió el designio de establecer en dis­ tintas poblaciones de su diócesis escuelas de niñas, parecidas a la que desde

hacía algunos años florecían en Viterbo bajo la dirección de una virtuosa dama llamada Rosa Venerini. La primera de estas escuelas se instaló en Montefiascone y fué regida y gobernada por dicha virtuosa señora. Las alumnas procedían de barriadas obreras más o menos pobres y desamparadas. Prometíase el celoso pastor muy consolador fruto y provecho de la obra por él emprendida, mas al cabo de poco tiempo, Rosa Venerini tuvo que regresar a Viterbo, por hallarse en lamentable estado la escuela de aquella ciudad. Pero aun no había logrado formar algunas maestras, com o era su intento. Con todo, estando en el convento de Santa Clara de Montefiascone, tuvo ocasión de hablar y tratar a Lucía, enterándola m uy por menudo de las escuelas ya fundadas, de los métodos de enseñanza y educación y del apostolado cristiano entre las mujeres, congregadas en piadosas juntas. A l despedirse del cardenal, antes de partirse para Viterbo, le declaró que Lucía, por sus raras prendas intelectuales y morales, le parecía ser la más 'indicada para tomar por sí la dirección de la escuela recién fundada en Montefiascone. Declaró al piadoso cardenal sus dudas y zozobras; mas, viendo que su direcminado echar mano de Lucía para que fuese su principal ayuda en la im ­ portante obra de las escuelas que pretendía establecer en su diócesis. La virtuosa huérfana recibió gran sobresalto con la noticia de la determinación del prelado, pues, aunque sentía vivísimos deseos de dedicarse a la vida activa, tenía repugnancia para el cargo de maestra, por obligarla a continuo trato con la gente seglar. A ratos, la vida de oración practicada en la soledad y retiro del claustro, parecía colmar los anhelos de su corazón. Además, se juzgaba incapaz de educar por el escaso conocimiento que tenía de las inclinaciones de las niñas. Declaró al piadoso cardenal sus dudas y zozobras; mas, viendo que su direc­ tor insistía en la primera determinación y recibiendo el parecer del prelado com o expresa voluntad del Señor, bajó la cabeza y aceptó el cargo de di­ rectora de la escuela de Montefiascone. De allí a poco dióle el cardenal hábito negro de religión, que él mismo bendijo después de escoger la calidad de la tela y su hechura. Con eso, rompió Lucía definitivamente con su anterior modo de vida, y pública y oficialmente enderezó sus pasos por una nueva y desconocida senda, en la que su alma delicada sólo vislumbraba en los principios dificul­ tades y graves responsabilidades. Quiso el Señor que, a poco de desempeñar aquel cargo, cayese la santa maestra enferma de grave dolencia por espacio de un año, siendo vanos los remedios y cuidados de los médicos famosos que el cardenal mandó llamar para asistirla. Ella aceptó y sobrellevó aquella prueba con mucha paciencia y resignación, y al cabo sanó maravillosamente de su enfermedad, saliendo de ella con más acrisolada y resplandeciente virtud, y con la voluntad rendida del todo al divino beneplácito.

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OS caballos desbocados se arrojan por las barandillas del puen­ te. Milagrosamente se enreda el coche de tal manera, que Santa

Lucía Filippini tiene tiempo de bajar antes de que suceda una ca­ tástrofe que habría de ser mortal. Muchas veces salvó Dios su vida con semejantes prodigios.

EL CARDENAL BARBARIGO Y SUS ESCUELAS

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L celoso cardenal, que quería a toda costa llevar adelante su obra,

señaló las materias de estudio y el método para enseñarlas con pro­ vecho. A su juicio, la niña debe ser instruida y educada teniendo mu­ cha cuenta, ante todo, con su condición de cristiana y sus futuras obligaciones de madre. Se le enseñará a leer, escribir, contar, coser, hilar y hacer medias y al mismo tiempo la doctrina cristiana, las virtudes, la oración, la frecuen­ cia de sacramentos y honestas costumbres. Las diversas ocupaciones del día habrán de ir com o empapadas en espíritu cristiano y envueltas en am­ biente sobrenatural: la oración vocal, los ejercicios piadosos variados y cortos, com o el ofrecimiento de obras, la lectura espiritual, un rato de ora­ ción mental, el recuerdo de las postrimerías, algún cántico piadoso, alter­ narán con la labor de costura y el estudio de las lecciones. La niña trabaja y se instruye, pero al mismo tiempo lleva vida cristiana pensando a me­ nudo en Dios, bajo cuya divina mirada y protección vive. También fué obra del sabio prelado todo lo referente a la formación de las maestras, com o las condiciones de admisión, postulantado de tres meses, vestición del hábito, noviciado, práctica de los consejos evangélicos, ejerci­ cios piadosos, obediencia al obispo y a la superiora ordinaria. Lucía, a su vez, tomando por modelo y patrona a la Virgen María en el misterio de su Presentación, cumplió con sabiduría y acierto admirables el cargo de maes­ tra de novicias. Discernía las vocaciones erradas y las apartaba; mostraba con insistencia la belleza e importancia del magisterio cristiano; enseñaba que la vida de oración alcanza y conserva las virtudes, que el trabajo aparta las tentaciones y que las cualidades indispensables a la educadora de la juventud son la mortificación de la propia voluntad, la práctica de la po­ breza en los vestidos, la modestia, prudencia y discreción en el trato con las familias y con la gente seglar. Fundáronse escuelas, además, en Tarquinia, Capodimonte, Valentano y otras poblaciones de la diócesis, y Lucía fué nombrada directora general de todas ellas, a la vez que superiora de las maestras, las cuales, con todo, quedaron sujetas a la jurisdicción del obispo, com o a fundador, guía, amparo y protector. Cada año solía el prelado llamarlas a Montefiascone para darles los ejercicios espirituales. Las alentaba en su santo estado y ministerio, y de­ fendíalas saliendo por los fueros de la justicia y la verdad cuando sabía que el clero o las personas influyentes las habían calumniado. Recomendaba a los padres que llevaran sus hijos a esas escuelas, y muchas veces echó mano de las maestras para traer la concordia a los hogares, ayudar a los necesi­ tados, y aun convertir a algunas pecadoras. Visitaba a menudo las escue­ las, interesándole grandemente su buena marcha y los adelantos de las

niñas; miraba, en suma, la obra de las escuelas com o excelentísima y la más a propósito para recristianiz4r la sociedad y , por eso, al morir legó a dicha obra todos sus bienes.

LAS MAESTRAS PÍAS FILIPPINI

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L cardenal Marco Antonio Barbarigo halló en Lucía una colaboradora sapientísima, celosa en extremo y muy amante de las niñas, a las que daba muestras de sobrenatural afecto, trabajando en la formación de sus almas con incansable abnegación. Su escuela es un templo; en ella hay un altar y un Santo Cristo de gran tamaño, algunos cuadros de la sagrada Pasión, imágenes de santos, com o San Ignacio y San Felipe Neri, y una cruz de procesión. En las aulas de las Maestras Filippini se cantan piado­ sos cánticos, se acostumbra a las niñas a orar y a vivir cristianamente; también se echa mano de la oportuna corrección cuando es menester; la maestra, siempre atenta y de buen humor, dirige y forma la voluntad y la inteligencia de las alumnas. La escuela es, asimismo, cenfro de ejercicios espirituales. A ella acuden las jóvenes antes de casarse, para instruirse en sus nuevas obligaciones y responsabilidades y disponerse a recibir debidamente la gracia dél sacra­ mento. Dóciles a las exhortaciones de celosos sacerdotes, las madres cristia­ nas y otras señoras del»lugar se congregan a la vanagloria... Admiré en esta ocasión cóm o el demonio de la vanidad, semejante a un tridente que tiene la punta del medio más larga que la 3 otras, hace guerra a los demás demonios.

Para resistir y triunfar de las tentaciones, castigaba Juan su cuerpo con los rigores de la abstinencia; combatía la vanagloria con el retiro y silencio continuos; ahuyentaba al demonio de la pereza con la meditación frecuente de la muerte y , por último, se ejercitaba en el desprendimiento de los bienes terrenos mediante la práctica de la caridad que usaba con los pobres, a quienes ofrecía el fruto de su trabajo. Mostraba en todo una gran discre­ ción y prudencia. No se privaba de ninguna clase de alimentos compatibles con su estado; pero los tomaba siempre en poca cantidad, en cuanto eran suficientes para sostener la vida corporal y sólo de la calidad que su con­ dición le permitía aceptar. Era esto — según decía— excelente medio para combatir las rarezas y la vanagloria. Para aniquilar en su corazón el afecto a lo terrenal, se desprendía de todas las cosas, hasta de las necesarias, que ganaba con su trabajo, y las daba a los pobres.

ESPIRITU DE ORACIÓN. — DON DE LÁGRIMAS

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L desprendimiento perfecto del mundo material le hacía soberanamente apto para la vida interior y le permitía elevarse libremente a Dios por la oración y contemplación continuas. A veces era arrebatado en éxtasis sublimes; entonces, el cuerpo, dócil a los impulsos de su alm parecía exento de las leyes de la materia, com o se observa con frecuencia en la vida de los Santos, aun en los de nuestros días; y, elevado de la tierra, seguía al espíritu en su vuelo hacia Dios y conversaba suavemente con los ángeles sobre los misterios de nuestra santa fe. Este espíritu de oración tan perfecto engendraba en su corazón un amor apasionado por la soledad; las grutas más alejadas y más recónditas de la montaña tenían para él encanto indecible; allí esquivaba todas las miradas para contemplar más atentamente la belleza increada; allí pasaba con fre­ cuencia horas enteras absorto en Dios, que le descubría, en íntimo coloquio, los secretos más admirables del cielo y del orden sobrenatural de la gracia. El Señor le concedió además otro favor no menos señalado: el don de lágrimas. Sus ojos se trocaban en fuentes inagotables de donde brotaban a diario torrentes de lágrimas que purificaban más y más su alma. «Derramá­ balas en secreto, afirma su historiador, porque temía ser notado por los ana­ coretas, sus vecinos». Para cerrar la entrada en absoluto a la vanagloria, se apartaba y retiraba a un antro oscuro, que aun se ve al pie de la montaña, y allí se entregaba, día y noche, a las efusiones de su alma, com o si hu­ biese querido ahogar en un mar de lágrimas todos los crímenes de los pe­ cadores.

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S

AN Juan Clímaco persevera en el apartamiento con gran ale­ gría y

fervor de espíritu.

ocioso. Para que la aspereza y

Vive de la oración y

nunca está

la soledad no le puedan vencer,

escribe libros como la Escala Espiritual, por la que pueden subir los hombres a la cumbre de la perfección.

VISITA A LOS SOLITARIOS DE EGIPTO. — NUEVO JUAN BAUTISTA

A

DEMÁS de las luces sobrenaturales que recibía en sus éxtasis y arro­ bamientos. Juan alimentaba su espíritu con la lectura de las Sagradas Escrituras y de las sentencias de los Santos Padres. «Gustad — decía frecuentemente— ; gustad de los manjares exquisitos que la bondad d os ha dispuesto copiosamente en esta mesa que se llama la Biblia; saboread, también, a vuestro gusto el pan delicioso de las verdades eternas que los Santos Padres os parten con tanta abundancia». Pero el simple estudio de las obras de espiritualidad no bastaba; Juan quiso conocer y admirar prác­ ticamente las virtudes de los antiguos Padres del yermo en sus descendien­ tes. Con este fin partió para Egipto. En este viaje recogió los interesantes relatos que admiramos en la Escala Santa acerca de los solitarios de Egipto. Así como la industriosa abeja va ' libando de las más variadas flores el rico néctar con que fabrica la miel, del propio modo nuestro piadoso peregrino, visitando las soledades de Egipto, hizo gran acopio de enseñanzas con las que a su vuelta enriqueció a las | multitudes. Cautivadas éstas por el encanto misterioso de su santidad, acu- s dían de todas partes a exponerle sus miserias y oír sus consejos. Cual nuevo f Juan Bautista dirigía a todos, sin distinción de clases, palabras llenas del | espíritu de Dios; trazaba a cada uno un plan de vida, según sus necesida- | des. Su sola bendición curaba a los enfermos, fortalecía a los débiles, con- | solaba a los afligidos, conmovía a los empedernidos y los convertía con más | eficacia que con los argumentos más sólidos de la ciencia. .| Vivía en aquellos parajes un fervoroso solitario, llamado Moisés, el cual, I m ovido del deseo de imitar a Juan Clímaco, quiso ser su discípulo y vivir ¡ bajo el mismo techo. Temiendo no ser atendido, supo interesar en su causa a varios Padres del yermo. Nuestro Santo pensó que debía acceder a sus 1 ruegos y le recibió en su compañía. Dios nuestro Señor manifestó por medio ; de un milagro cuán agradable le había sido esta obra de caridad. Un día Juan ordenó a su discípulo que recogiese tierra de excelente ca­ lidad que había en un lugar apartado y la llevase a un huertecito en donde 1 cultivaba unas pocas legumbres. Moisés no se hizo rogar, antes con gran ; alegría, presteza y exactitud ejecutó el mandato de su maestro. Extenuado j de fatiga y para librarse del ardiente sol que caía a plomo sobre su cabeza i descubierta, retiróse Moisés bajo un corpulento peñasco y allí se durmió. ;■ En aquel preciso momento, Juan se hallaba en oración en su celda y , ha- ■ biéndose adormecido ligeramente, creyó ver a un hombre de aspecto vene- J9 rabie que le despertaba, diciendo; m

— ¿Qué haces, Juan, siervo m ío? ¿Te es lícito permanecer tranquilo cuan­ do Moisés, tu discípulo, está en peligro de perder la vida? A l oír estas palabras, el bienaventurado solitario, lleno de estupor, se echa de hinojos y conjura a Dios nuestro Señor proteja a «su ovejita» (así solía nombrar a su amado discípulo). El Señor atendió su oración y Moisés volvió sano y salvo a su retiro. Al verle, preguntóle Juan si no le había ocurrido nada durante su ausencia. — Padre, he estado a punto de ser aplastado bajo una enorme mole que se desprendió de una roca al pie de la cual dormía y o profundamente; oí que me llamabas y- salí precipitadamente de mi escondite lleno de gran es­ panto. Apenas di algunos pasos, un estruendoso crujido atronó aquellas sole­ dades: era el peñasco que se abría y que dejó ir una piedra que pasó justa­ mente por el lugar donde yo había estado descansando. Oído el relato, Juan guardó silencio y por humildad no quiso descubrir a su discípulo la visión con que el Señor le había favorecido. Pero ambos solitarios entonaron un cántico de acción de gracias por tan señalado be­ neficio.

PODER DE SAN JUAN SOBRE LOS DEMONIOS. — LA CALUMNIA N A vez más quiso manifestar el Señor el poder de su fiel siervo sobre el espíritu de las tinieblas.

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Cierto día, un solitario llamado Isaac sentíase atormentado de tal m odo de pensamientos sensuales, que desesperado casi y no pudiendo resis­ tir a la violencia, huyó, aunque derramando un mar de lágrimas. La gracia divina le condujo a la celda del bienaventurado Juan: «Padre mío — excla­ m ó, arrojándose a sus pies— , en nombre de Dios Todopoderoso, líbrame del verdugo que me atormenta desde hace mucho tiempo. ¿N o ves al espíritu satánico que se empeña con increíble terquedad en mancillar mi alma con el sucio deleite de la impureza? Tu valimiento ante Dios es grande; habla y mi alma quedará sana. — La paz sea contigo, hermano — respondió el santo anacoreta— ; ten confianza y la victoria será segura». Dicho esto se pusieron ambos en oración y al poco rato el rostro de Juan tom óse resplandeciente, iluminando con claridad celestial los rincones todos de su lóbrega mansión. El resplandor aumentaba a medida que su unión con Dios era más íntima, oyéndose bramidos siniestros que llenaban de es­ panto al monje atribulado. Acabada la oración, levantóse Isaac completa­ mente libre de su achaque espiritual: renació la calma en su alma y se di­ sipó la tentación definitivamente.

Signos tan evidentes de santidad, ¡oh miserable naturaleza!, antes atra­ jeron a Juan Clímaco envidias y contradicciones de sus Hermanos, que ad­ miración y respeto. «E l demonio — leemos en el libro de Job— se desliza y penetra a veces entre los hijos de Dios». En efecto, algunos solitarios, en­ vidiosos del bien que Juan hacía con sus instrucciones, o creyendo de buena fe remediar un mal que no existía, pretendieron paralizar y aun destruir la influencia benéfica del célebre anacoreta, acusándole de orgulloso, charla­ tán, quebrantador del silencio y perturbador del recogimiento. Para bien de los descarriados, el humilde siervo de Dios juzgó prudente callar y encerró en su celda los tesoros y raudales de ciencia que hasta entonces había derra­ mado por pura caridad y celo apostólicos. Algún tiempo más tarde, aver­ gonzados sus mismos enemigos de su mal proceder, se presentaron al santo ermitaño, implorando perdón y rogándole que abriese otra vez su boca de oro, fuente de oráculos celestiales. Juan, cuya alma rebosaba caridad encendida y humildad profunda, con­ tinuó recibiendo a cuantos acudían a él, prodigándoles sus consejos y con­ suelos.

ABAD DEL SINAI. — MUERTE

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CERCÁBASE el día en que iban a verse cumplidas las predicciones de Anastasio y Juan el Sabaíta. Muerto el abad del Sinaí, los mon­ jes se congregaron en la iglesia para elegir su sucesor. «E l bienaventurado Juan Clímaco — dice Daniel de Raite— , adornado de todas las virtudes en grado eminente, con gran alegría de todos los mon­ jes, fué elegido por unanimidad abad del monasterio del Sinaí. Todos le tuvieron por nuevo Moisés que había de guiarlos en la vida espiritual. De nada le sirvieron las protestas y resistencia de su humildad, pues convenía fuese colocado sobre el candelabro com o luz brillante, para que iluminase a todos los moradores de la casa.» Contaba a la sazón 75 años. Un nuevo milagro confirmó su elección a la dignidad abacial. Así lo relata un testigo ocular. «Cuando San Juan Clímaco fué elegido nuestro superior y abad, llegaron numerosos huéspedes al monasterio. Durante la comida vióse a un maestre­ sala, tocado con larga túnica blanca al estilo hebreo, dirigir con perfecto orden y gran contentamiento de todos el servicio de la casa. Terminada la comida y retirados los convidados, buscóse por todas partes al deseonocido para recompensarle sus buenos servicios, pero todo en vano. «N o le busquéis más — nos dijo entonces nuestro Padre— , pues el Señor y Dios de Moisés se dignó ordenar en persona lo necesario para ejercer la hospitalidad en el lugar que le está particularmente consagrado.»

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P oco tiempo después de su elevación al cargo de Superior, compuso — a petición del solitario Juan de Raite, que debía ser su comentarista— su E s­ cala Santa, obra mística y ascética, cuyo título le sugirió la escala de Jacob por la que subían y bajaban los ángeles. Dividida en 30 gradas o peldaños en memoria de los 30 años de la vida oculta del Salvador, toma al hombre en la grada inferior de la «vida pur­ gativa» y le conduce hasta la cumbre de la «vida unitiva». Es una obra maestra del ascetismo cristiano por su doctrina, lógica y elocuencia. Para algunos críticos, el L ibro para el Pastor, que primitivamente formaba parte de la «Escala», es com o otro tratado; en él parece demostrar que el autor conocía la R egla pastoral del papa San Gregorio Magno. L a «Escala Santa» no fué publicada en su texto griego original hasta el año 1633, en que lo realizó un impresor de París. En España gozábamos y a de una magnífica traducción que del latín había hecho el Maestro Fray Luis de Granada para regalo y provecho de muchos, enriquecida además con algunas declaraciones y anotaciones suyas. Esta obra contiene todo el progreso de la vida espiritual, desde la pri­ mera conversión hasta la perfección más elevada. En cada uno de los treinta escalones que abarca, se recorre una virtud. Comienza con la renuncia y menosprecio del mundo, y sigue con la mortificación de las pasiones y aficiones, la verdadera peregrinación, la obediencia, la penitencia, el re­ cuerdo de la muerte, la perfecta compunción del corazón, la perfecta mor­ tificación de la ira y la mansedumbre, el olvido completo de las injurias; evitar la detracción o murmuración, la locuacidad; desterrar la mentira, la pereza, la perversa señora gula y practicar el ayuno, la castidad incorrupti­ ble; apartar la avaricia y arrimarse a la pobreza; trata después de la muerte espiritual antes de la del cuerpo, de la oración, de las vigilias, del temor servil, de la vanagloria, de la soberbia, de la blasfemia; de la humildad, vencedora de todas las pasiones; de la discreción para conocer los pensa­ mientos, los vicios y las virtudes. Por último, se eleva a la sagrada quietud del euerpo y del alma, a la unión con Dios en la oración y a la bienaven­ turada tranquilidad terrenal de que goza el alma adornada de todas las vir­ tudes. Esta tranquilidad mostró tener San Pablo cuando dijo que poseía en su alma el espíritu de Dios. Habiendo regido con gran acierto durante cuatro o cinco años el monaste­ rio del Sinaí, Juan volvió a su ansiada soledad de Tola, hacia la cual se sentía atraído más y más a medida que avanzaba en años. No tardó en caer gra­ vemente enfermo, y , en pocos días, una enfermedad maligna le condujo a la tumba. Momentos antes mandó llamar al abad Jorge, su sucesor en el go­ bierno del monasterio, dióle cita para antes de un año en el cielo, cerró los ojos a la luz del día y entregó su bella alma en manos del Criador hacia el año 635.

SANTORAL Santos Juan Clímaco, abad; Quirino, tribuno y alcaide de la cárcel de Roma; Víctor, Domnino y compañeros, mártires en Tesalónica; muchos Santos Mártires en Constantinopla; Régulo, obispo de Arlés; Pastor, obispo de Orleáns; Zósimo, obispo de Siracusa; Job, profeta; Juan del Pozo, lla­ mado así porque vivió durante diez años en un pozo, adonde, según la leyenda, le llevaban la comida los ángeles; Verón, confesor. Beatos Morico, compañero de San Francisco de Asís; Domingo, dominico, honrado en Cataluña; y Joaquín, abad de Corazzo (Italia) y fundador. Santas Eubula, madre de San Pantaleón; Verona, hermana de San Verón, honrados en Bélgica; Agatonia, Aquilina y Eulalia, mártires, compañeras en el triunfo de los santos Marcelino, Satulo y Saturnino.

SAN QUIRINO, mártir. — Durante las persecuciones del siglo n fué encarce­ lado el papá San Alejandro, y puesto bajo la custodia de Quirino. Éste, iluminado por la luz de la fe, se convirtió al catolicismo y recibió las aguas bautismales de manos del mismo Pontífice. El juez Aureliano llegó a tener noticia de esta con­ versión y llamó a su presencia al carcelero, el cual se mantuvo constante en la fe a pesar de las amenazas. Aureliano mandó que le cortasen la lengua, las manos y los p ies; y, como si esto fuese poco, Quirino fué, finalmente, puesto en el potro y degollado. Era el año 130 de Jesucristo y mandaba el emperador Adriano. SANTOS VÍCTOR, DOMNINO y compañeros, mártires. — Fueron martirizados en Tesalónica en tiempos del emperador Maximiano. Su martirio fué largo, pues primeramente les cortaron los brazos y las piernas, y luego, por espacio de los siete días que aun vivieron después de este tormento, tuvieron que soportar las molestias de un calabozo inmundo y asqueroso, desde el cual sus almas, purifi­ cadas y hermoseadas por el martirio, volaron al cielo, a principios del siglo iv, a recibir la corona de los predestinados. CONMEMORACIÓN DE MUCHOS SANTOS MÁRTIRES en Constantino­ pla. — Por los años de 351, y en tiempo del emperador Constancio, fueron mar­ tirizados en Constantinopla por orden del heresiarca Macedonio. Los tormentos a que este tirano sometió a sus pobres víctimas son de una crueldad inaudita. Entre ellos menciona el Martirologio Romano el de arrancar los pechos de las mujeres católicas. Poníanlos encima del borde de un cofre y, dejando caer de golpe y con gran fuerza la cubierta, los hacían pedazos; lo que quedaba era que­ mado con un hierro candente.

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DE

MARZO

SAN N ICO LAS DE FLÜE ANACORETA Y CONFESOR (1417 - 1487)

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L bienaventurado Nicolás, cuyo apellido alemán de Flüe corresponde en castellano al de «la R oca», nació el 21 de marzo del año 1417 en un pueblo de Suiza, llamado Sachseln, perteneciente al cantón cató­ lico de Unterwa|d. Era su familia una de las más nobles y antiguas del país, distinguida entre los suizos en el dilatado espacio de más de cuatrocientos años, no sólo por una especie de bondad, que era como hereditaria en ella, sino por el des­ empeño de los primeros cargos de la nación, entre los cuales se hallaba el de juez y consejero superior. Nicolás dejó de ser niño tan presto, que parecía haberse anticipado la piedad a la razón, así com o la razón a la edad. Notóse desde luego en él un juicio tan maduro, un entendimiento tan claro y una prudencia tan su­ perior a sus años que se creyó, había logrado el uso libre de la razón antes de salir de la cuna, contra las reglas ordinarias de la naturaleza. A vista de tan felices disposiciones para la virtud, se dedicaron sus pa­ dres con particular cuidado a educarle en los piadosos principios de la reli­ gión; pero su bella índole no había menester muchos preceptos. Nicolás sólo hallaba gusto en hacer oración y leer vidas de Santos.

Frutos bellos dé su inocencia fueron la sinceridad, la modestia y el can­ dor; rendido siempre a sus padres, no tenía más voluntad que la suya. Aun­ que era de complexión débil y de un genio extraordinariamente apacible para los demás, comenzó m uy presto a ser duro y riguroso para consigo. M ovido 1 del ejem plo de su patrón San Nicolás, ayunaba regularmente cuatro veces a la semana y mortificaba su delicado cuerpecillo con otras muchas penitencias. En aquellos tiempos las riquezas de Suiza consistían principalmente en ganados, granjas, pastos y dehesas; por lo que era ordinario que los jóvenes e incluso los hijos de familias acomodadas y ricas se ocuparon en el ino­ cente oficio de pastores. El grande amor que nuestro Nicolás profesaba á la soledad y a la oración, le hacía hallar todas sus delicias en el aparta­ miento, y hubiera tomado este apacible oficio si la total subordinación a . la voluntad de sus padres no sirviese de estorbo a la ejecución de un intento tan conforme a su inclinación y genio. La vista de los campos le inspiraba < tanto amor al desierto, que desde luego se hubiera retirado a él; pero quería el Señor que Nicolás fuese modelo de perfectos cristianos en diferentes estados.

CONTRAE MATRIMONIO,

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O obstante el deseo que tenía de mantenerse en el estado del celibato, Nicolás se vió precisado a sacrificar su natural repugnancia en obsequio de la obediencia y , por condescender con sus padres, consintió en contraer matrimonio con una virtuosa doncella, llamada Dorotea; y , com o era Dios el autor de esta dichosa boda, ni la unión pudo ser más estrecha ni el matrimonio más feliz. Pegáronse presto a Dorotea todas las virtuosas inclinaciones y todos los devotos ejercicios de su esposo; y por el arreglo de las costumbres, las obras de caridad, la concordia- de las voluntades, el buen régimen y la modestia de la familia, aquel hogar parecía una casa religiosa. Nicolás, sin aflojar en sus penitencias ordinarias, iba ereciendo cada día en devoción. Levantábase regularmente a media noche y pasaba en oración más de dos horas. Encendíase más y más por instantes la tierna devoción que profesaba a la Santísima Virgen, devoción que parecía ser en él com o otra naturaleza, pues era muy rara la conversación en que no hablara, com o hombre verdaderamente arrebatado, de las excelencias, del poder y de la boridad de esta tiernísima Madre. Traía continuamente en la mano el rosario, que rezaba muchas veces cada día, siendo ésta la devoción de su cariño y la que llenaba todos los espacios que le dejaban libres las demás ocupaciones. Su confianza en la soberana Reina de los Ángeles era absoluta, y aun se dice que muchas veces en el decurso de su vida recibió la visita de esta celestial Señora.

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Favorecióle el Señor con diez hijos, cinco varones y cinco hembras* A todos dió con sus instrucciones y ejemplos tan bella educación, que tuvo el consuelo de dejarlos herederos, más de un rico tesoro espiritual que de bienes materiales. Juan, su primogénito, y Gauterio, el tercero de sus hijos, fueron sucesivamente gobernadores del cantón y desempeñaron con honor este empleo. Nicolás, el menor de todos, fué uno de los más ejemplares sacer­ dotes de su tiempo; y toda aquella santa familia acreditó la eminente vir­ tud de su bienaventurado padre.

SOLDADO Y HOMBRE DE ESTADO

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OR las leyes del país se vió obligado Nicolás a prestar servicio de armas por algún tiempo; y pareció que la divina Providencia le había conducido al ejército para contener las licencias de los soldados y dar a todos raros ejemplos de perfección cristiana. Un día, queriendo sus co ciudadanos quemar el convento de Caterinental, en el que se había refu­ giado la tropa enemiga, Nicolás se opuso enérgicamente; —Hermanos — les dijo— , no manchéis con la crueldad la victoria que Dios os ha hecho conseguir. Gracias a su intervención se salvó el convento. Era naturalmente esforzado, intrépido y excelente oficial. Quisieron pre­ miar sús virtudes y servicios y le eligieron juez y consejero superior, a pesar de su resistencia. Desempeñó ambos cargos durante diecinueve años, cum­ pliendo fielmente sus obligaciones. Estas elevadas funciones no le impedían atender a la salvación de su alma. Su oración habitual, que se ha hecho célebre y popular en los can­ tones suizos, era la siguiente: «Señor y Dios mío, quitad de mí todo lo que me impide ir a Vos. Señor y Dios mío, concededme todo lo que me pueda llevar hacia Vos. Señor y Dios mío, haced que no haya en mí nada que no sea vuestro y que me entregue a Vos por com pleto.» Esta vida, aunque tan ajustada, no le satisfacía y suspiraba continua­ mente por la soledad. A la edad de cincuenta años, hallándose sumido en profunda meditación, oyó una voz que le decía: «Nicolás, ¿por qué te in­ quietas? N o te preocupes más que de hacer la voluntad de Dios y no con­ fíes en tus propias fuerzas. No hay nada más agradable a Dios que ser­ virle con abandono y buena voluntad». P oco después oyó una voz interior que le decía: «Abandona todo lo que amas y Dios mismo cuidará de ti». Comprendió que Dios le pedía que abandonase a su mujer, a sus hijos, su casa y cuanto poseía, com o en otro tiempo hicieron los Apóstoles, para

servir a Jesús. T uvo que sostener largo y penoso combate, pero al fin triun­ fó la gracia, y tomó la inquebrantable resolución de abandonarlo todo par» seguir el llamamiento divino. Desde luego solicitó el consentimiento de su esposa. Ésta oró, pidió con­ sejo a amigos ilustrados y por último accedió. La mayor parte de los hijos estaban ya criados, y en cuanto a los más jóvenes la madre prometió edu­ carlos en la doctrina cristiana.

SE DESPIDE DE SU MUJER Y DE SUS HIJOS PARA RETIRARSE A LA SOLEDAD NA vez arreglados todos sus negocios, despidióse de su mujer y de sus hijos, les declaró cuán de corazón les agradecía el cariño que le habían profesado y se alejó descalzo, vestido con una larga túnica de tela burda y con un rosario en la mano; de esta suerte salió de su pa­ tria, sin dinero y sin provisiones. Llegado a Liestal — cantón de Basilea— , encontró a un piadoso campe­ sino, al que dió cuenta de sus proyectos, suplicándole de paso que le indi­ case un lugar desierto donde pudiese vivir desconocido y ocuparse única­ mente de su salvación. Admiróse en gran manera el campesino; pero al mismo tiempo hízole notar que si se alejaba tanto de su tierra, podrían to­ marle por fugitivo, vagabundo o delincuente. Entendiólo así Nicolás, y re­ solvió tornarse al cantón de Unterwald. Llegada la noche, quedóse dormido al raso. En medio de su sueño pa­ recíale sentir un impulso irresistible que venía del cielo y le impelía hacia su país. V olvió, pues, a su patria y, en medio de las tinieblas de la noche, pasó silencioso y ligero por delante de su casa, que encontró al paso, y bajó a un valle llamado Kúster, propiedad suya. Allí estableció su morada bajo un enorme fresno en medio de malezas. A los ocho días de estar allí, unos cazadores lo descubrieron y dieron noticias suyas a Pedro de Flüe, su hermano. Éste se encaminó al sitio donde estaba y le rogó que, para no morir de hambre ni de frío, volviese al seno de su familia. Nicolás le respondió: — Has de saber, querido hermano, que no moriré de hambre, pues desde hace once días no la he sentido. Tam poco tengo sed ni frío; Dios me sostiene y no tengo m otivo para abandonar estos lugares. Sin embargo, menudearon tanto las visitas que se vió precisado a buscar un sitio más oculto. Era una boca o una oscura caverna abierta en una es­ carpada roca, cubierta toda de espinas, de piedras y de cascajo, que le ser-

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EÑOR — dice San Nicolás de Flüe — , por amor vuestro renun­ cio a mi propia voluntad y a cuanto puedo tener y amar en

este mundo. M e separo de mi familia, de mis bienes, de mis digni­ dades y de todos los honores, para que

amor que os profeso sea

más puro y más acrisolado.))

vían de lecho. También allí afluyeron piadosos peregrinos, que le edifica­ ron una cabaBa de ramas y cortezas de árboles. En ella pasaba los días y las noches, sin tomar alimento, consagrado a la oración y meditación de las verdades celestiales.

SE HACE ERMITAÑO Y VIVE DIECINUEVE AÑOS SIN MÁS ALIMENTO QUE LA SAGRADA EUCARISTÍA

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SÍ transcurrió un año entero, cuando de pronto surgió la sospecha de que alguien le llevaba secretamente de comer. Algunos funciona­ rios del Gobierno observaron largo tiempo y con minuciosidad los alrededores de su cabaña; pero pudieron convencerse de que el piadoso mitaño no tomaba otro alimento que la Sagrada Eucaristía, único sostén de su existencia. Todos quedaron maravillados. El obispo de Constanza, para cerciorarse del milagro, envió a su Vicario general, el cual preguntó al ermitaño cuál era la m ayor virtud. Nicolás respondió: «La obediencia». Entonces el Vicario puso ante él pan y vino y le mandó comer y beber. Obedeció el ermitaño, pero inmediatamente se sintió acometido de tan violentos calambres de estómago que se temió por su vida. Desde aquel momento no le volvieron a incomodar, persuadidos como estaban de que Dios le sostenía sin necesidad de alimento. En esta cabaña no pasó Nicolás más que un año, pues creciendo cada día el concurso y devoción de los pueblos, sus conciudadanos le edificaron una celda de piedra y una capilla a la que la piedad de los archiduques de Austria asignó las necesarias rentas, así para su conservación com o para la manutención del capellán que la servía. Diecinueve años y medio vivió solo en aquella celda, sin más alimento que la Sagrada Eucaristía, que recibía cada mes y todos los días festivos de manos del sacerdote que estaba consagrado al servicio de su capilla. Cerca de su celda vivía un piadoso ermitaño llamado Ulrico, noble bávaro que, atraído por la reputación de las virtudes de Nicolás, había acudido con el fin de imitar su género de vida. Ulrico visitaba con frecuencia a Nicolás y tenía con él santos coloquios. La devoción de los fieles pudo más que la humildad del siervo de Dios; y así no se pudo negar a hacerles algunas pláticas espirituales, que refor­ maron luego las costumbres, hicieron grandes conversiones y fueron segui­ das de muchas maravillas. ' A una hora determinada Nicolás hablaba a los peregrinos que venían ; de todas partes a visitarle. Un día se presentaron su esposa y sus hijos: las palabras del esposo y del padre les edificaron y conmovieron cuanto se " ; puede pensar.

ANUNCIA QUE EL LUJO CIERRA LA PUERTA DEL CIELO IE R T O día fué a visitarle una señora con su nuera espléndidamente ataviada. El Santo miró a la joven com o quien está preocupado y le dijo:

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—S i lleváis semejantes trajes por vanidad, tened entendido que aunque estuvieseis ya en el paraíso, seríais arrojada de él, y , si acostumbráis a vues­ tros hijos, que serán numerosos, a gastar este lujo, no veréis nunca el ros­ tro de Dios. Y añadió: — Vuestros hijos os darán mucho que hacer; y , si algún día para poner­ los en paz tenéis que echar mano de un tizón ardiendo, acordaos entonces de lo que ahora os digo. Esta mujer fué madre de once hijos y la profecía de Nicolás relativa al tizón se cumplió exactamente. Otro día se presentó al Santo un joven vestido muy a la moda y le pre­ guntó en tono de broma si le gustaba el traje. Nicolás respondió: — Cuando el corazón y los sentimientos son buenos, todo es bueno; sin embargo, más te valdría atenerte a la sencillez de nuestro traje nacional.

SALVA LA INDEPENDENCIA DE SU PATRIA

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U profunda sabiduría y prudencia le habían conquistado la confianza de las autoridades, que le pedían siempre consejo en los asuntos impor­ tantes.

En 1476 y 1477 los suizos se cubrieron de gloria derrotando al duque de Borgoña en Grandson, Morat y Nancy; pero no tardaron en surgir entre ellos disentimientos y rivalidades con m otivo de la distribución del botín y de la admisión de las ciudades de Friburgo y Soleura en la Confederación. Tras empeñados e inútiles debates, iban a retirarse los diputados con el corazón lleno de odio y con amenazas de venganza y represalias. T odo hacía presagiar una guerra civil. Pensaron entonces en Nicolás, el cual acudió a Stans vestido de una pobre túnica de color oscuro que le llegaba a los talones; iba con los pies descalzos y la cabeza descubierta, apoyándose con una mano en un palo y llevando en la otra un rosario. Al presentarse el santo anciano ante la asamblea, todos se levantaron e inclinaron con respeto. Tom ó la palabra y , en un discurso lleno de sencillez, de fe, de emoción

y de patriotismo, hizo oír a sus compatriotas el lenguaje de la justicia, del desinterés, de la caridad cristiana, de la concordia y de la paz. La gracia de Dios acompañaba al santo anacoreta y en una hora quedaron allanadas todas las dificultades. No era fácil resistir a la voz de un hombre a quien Dios favorecía tan extraordinariamente con el don de profecía y de milagros. Se admitieron en la Confederación los cantones de Friburgo y Soleura, se confirmaron y completaron con nuevas bases los antiguos tratados de alianza, se repartió el botín de las expediciones militares proporcionalmente al número de soldados alistados por cada cantón, y se adoptaron las dis­ posiciones que parecieron más prudentes para lograr la pacificación de los cantones y el mantenimiento del orden público. El júbilo fué universal. «E l motivo no podía ser más justo: allí los confederados habían salvado a su patria de los enemigos extranjeros, mientras que aquí la salvaron de sus propias pasiones.» El verdadero libertador que Ies había hecho conseguir esta victoria sobre sí mismos era el pobre ermitaño Nicolás; pero ya no se hallaba en Stans, porque la misma noche de su triunfo, esquivando las felicitaciones, había re­ gresado humildemente a su apacible retiro. AHÍ vivió aún seis años en medio de la mayor santidad.

ENFERMEDAD Y MUERTE

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OR fin, Dios le envió una enfermedad tan aguda, que le hacía retor­ cerse en el lecho en medio de sufrimientos indecibles. Este martirio duró ocho días y ocho noches sin quebrantar en lo más mínimo su paciencia. Exhortaba a los que iban a verle a vivir de m odo que su conciencia no temiese la muerte: — La muerte es terrible — decía— ; pero es mucho más terrible caer en las manos del Dios vivo. Mientras tanto, se calmaron bastante sus dolores y pidió la Extrema­ unción y el Cuerpo adorable del Salvador, que recibió con fervor admirable. Cerca del moribundo estaban su fiel compañero fray Ulrico y su amigo el cura de Stans; por último, acudieron la piadosa esposa y los hijos del solitario para recibir sus últimas recomendaciones y darle el postrer adiós. Nicolás de Flüe dió gracias a Dios por todos los beneficios que le había dispensado, hizo un esfuerzo para practicar el último acto de adoración en la tierra y murió con la muerte de los justos el 21 de marzo de 1487, a los setenta de su edad, después de haber pasado veinte en el desierto.

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Toda Suiza le lloró com o a un padre y él la sigue protegiendo desde el cielo. Quiera el Señor que sus oraciones logren reducir de nuevo a todos los habitantes de los cantones a la santa fe de sus padres, a la fe de los va­ lientes que fundaron la independencia de Suiza, mediante la cual se puede conquistar no sólo la patria terrena, sino también la patria eterna del cielo. El día siguiente al de su felicísimo tránsito, fué llevado el santo cadá­ ver con extraordinaria pompa a la iglesia de Sachseln, donde se le dió se­ pultura. Los muchos milagros que sin tardar comenzó a obrar el Señor en su sepulcro, le merecieron la veneración pública de todos los cantones y pronto fué célebre en Alemania, en los Países Bajos y en Francia. El año de 1538 fué solemnemente levantado de la tierra su sagrado cuer­ po por el obispo de Lausana y colocado en un magnífico relicario. Día a día fué creciendo el concurso de los pueblos, especialmente desde que la Silla Apostólica aprobó y autorizó su culto. En dicho relicario se ven, entre otros adornos, condecoraciones de Órde­ nes Militares, testimonio del valor de nuestro héroe y de sus descendientes, que han tenido a gloria juntar la suya con la de su ilustre antepasado. El 21 de marzo de 1887 celebró la República suiza el cuarto centenario de la gloriosa muerte del Santo. Dos años antes, el gobierno y el clero de Obwalden habían empezado los preparativos para tan extraordinaria solem­ nidad religiosa y nacional. Fué canonizado por Su Santidad Pío X I I , en mayo de 1947.

SANTORAL Santos Nicolás de Flüe, anacoreta; Amos, profeta; Benjamín, diácono y mártir; Renovato, obispo de Mérida; Teódulo, Anesio, Félix, Cornelia y com­ pañeros, mártires en África; Pedro, soldado andaluz y ermitaño en Banco (Italia.); Acacio, obispo de Antioquía; Abdas, obispo y mártir en Persia; Harwick, obispo de Salzburgo (Austria); Pastor, obispo de Palencia; Mauri­ cio, arzobispo de M ilán; Menandro, m ártir; Guido, abad benedictino de Pom posa; Teófilo y Ateneo, mártires, honrados entre los griegos. Beatos Gosvino, abad de Bonneval (Francia); y Amadeo, duque de Saboya. San­ tas Balbina, virgen y mártir; Catula, noble matrona de San Dionisio, cerca de París, que sepultó a los santos mártires Dionisio, obispo, y sus compa­ ñeros. Beatas Juana de Tolosa, carmelita, hija de los condes de Tolosa (Francia); Camila Pía, clarisa italiana.

SAN AMÓS, profeta. — Es el tercero de los doce profetas menores. Ejercía el oficio de pastor; era natural de Tecua, al sur de Belén. Vivió en tiempo de Jeroboán II, rey de Israel, es decir, durante la primera mitad del siglo V IH antes de Jesucristo. Profetizó, sobre todo, la ruina y cautiverio de los israelitas y las muchas calamidades que hablan de sobrevenir a los enemigos del pueblo de Dios. Anatematizó el lujo y las costumbres viciosas del pueblo de Israel. A pesar de su humilde origen, sus profecías constituyen un bello conjunto literario de aque­ llos tiempos, en el cual dominan la sencillez y las comparaciones sacadas de la vida pastoril. La sabiduría anidaba en su pecho — dice San Agustín— y ella le hacia elocuente. Amós fué condenado a muerte por Amasias, sacerdote de Betel, cuyo hijo Osías le atravesó la frente con una barra de hierro, de cuyas resultas murió. En el arte cristiano se le representa con un cayado y un cordero cerca de él. SAN BENJAMÍN, diácono y mártir. — Fué una de tantas víctimas produ­ cidas por la persecución contra los cristianos en Persia, a fines del siglo IV y principios del v. Benjamín vivía completamente entregado a su ministerio de diácono, distribuyendo el tiempo entre la oración, penitencia, predicación y ejer­ cicios de caridad para con sus hermanos los cristianos. Llevado a la presencia del tirano, le increpó de esta manera: — Señor, ¿cóm o trataríais vos a quien renunciase a vuestra obediencia para reconocer en vuestro reino la autoridad de otro hombre, súbdito vuestro? ■—Y o le condenaría a la última pena, dijo el rey. — Replicó Benjam ín: ¿ Qué pena no merecerá, pues, el que renuncie y des­ obedezca al Creador de todas las cosas, para adorar y obedecer a una criatura suya, convirtiéndola en dios y rindiéndole un culto que sólo a El es debido ? — El tirano, desconcertado por esta respuesta, se irritó contra el atleta de Cristo, a quien mandó atormentar introduciéndole cañas agudas entre las yemas y uñas de los dedos, así de las manos como de los pies. Estos dolores tan agudos aumen­ taban la alegría de Benjamín, la cual provocó nuevas iras en el tirano, quien mandó clavarle nuevas cañas allí donde habían de producirle mayores dolores. Finalmente expiró bajo los duros golpes que le dieron con un palo cubierto de nudos y espinas. Era el año 424 de nuestra era. SANTA BALBINA, virgen y mártir. — A principios del siglo n, y durante la persecución de Trajano, el papa Alejandro, encarcelado, realizaba no obstante, multitud de milagros. Uno de éstos lo obró en la hija del tribuno Quirino, curán­ dola milagrosamente de una grave dolencia de garganta con sólo aplicarle al cuello la argolla que él tenía en el suyo. A la vista de este prodigio se convir­ tieron a la fe Quirino y Balbina, su hija, con toda la familia y los demás presos, a todos los cuales bautizó el mismo Alejandro. Siendo emperador Adriano, y muerto Quirino, Balbina se puso bajo la protección de Santa Teodora, hermana del ilustre mártir Hermes, prefecto de Roma. Balbina rechazó siempre las venta­ josas proposiciones de matrimonio que le hicieron; conservó intacta la flor de la virginidad y fué constante en su fidelidad al divino Esposo de su alma, por quien sufrió martirio el 31 de marzo' del año 132.

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HUGO

OBISPO Y CONFESOR (1053 - 1132)

ACIÓ este Santo en Chateauneuf (Castronuevo), territorio de Va­ lencia de Francia, el año 1053, de ilustre familia. Su padre Odilón ocupaba un puesto importante en el ejército de su soberano, a quien servía con noble valor y acrisolada fidelidad. íd olo del sol­ dado, Odilón supo introducir en las filas militares el amor a las prácticas religiosas y el respeto a los deberes morales, se entiende sin mengua del valor marcial. Así que pudo conciliar la bizarría con la religión, la moralidad con el ocio, las buenas costumbres con la acostumbrada licencia que mu­ chas veces reina en los campamentos. Sus tropas adquirían, pues, el doble laurel de la virtud y de la victoria. Casado Odilón en segundas nupcias, tuvo varios hijos de este matri­ monio; uno de ellos fué Hugo, quien desde la cuna dió señales visibles de la santidad a que Dios le destinaba. Y a en edad avanzada, Odilón abandonó el regalo y comodidades de su casa y se abrazó a la vida áspera y rigurosa de la Cartuja. En ella vivió dieciocho años, con tan raro ejemplo de hu­ mildad y perfección, que los otros monjes le tomaron com o modelo de virtud. Acabó santamente sus días cuando contaba un siglo justo de existencia terrenal, la cual trocó por la del cielo, después de una vida llena de méritos.

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E l niño Hugo iba creciendo en edad y en virtud al mismo tiempo que adelantaba en el conocimiento de las letras humanas. Desde muy temprano comenzó Hugo los estudios, que primero cursó en Valencia del Delfinado, y más tarde en la famosa Universidad de París. Siguió cursos también en otras universidades, para asimilarse más y m ejor la ciencia de entonces. En estos frecuentes viajes científicos padeció mucho a causa de su modo de ser modesto, vergonzoso, encogido y algo tímido; prefirió pasar hambre, a veces, y sufrir cansancio, antes que solicitar de otros un favor. Tan aplicado com o virtuoso, compartía el tiempo entre el estudio y los ejercicios piadosos, notándose en ambos extraordinarios progresos. Predes­ tinado al sacerdocio, el servicio del altar era lo más grato a su corazón, siempre ocupado en dirigir a Dios himnos de alabanza y amor. Aceptó, por fin, una canonjía en Valencia, no tanto por fines lucrativos cuanto por tener la libertad de permanecer más tiempo en la Casa del Señor, hogar de todas sus delicias. Bien pronto la santidad de su vida dió nuevo esplendor a aquel Cabildo. Hugo, obispo de Die, más tarde arzobispo de L yón, y últimamente cardenal legado, tuvo ocasión de entrar en relaciones con nuestro Santo, y quedó tan complacido de su sencilla virtud y extraor­ dinaria sabiduría, que no paró hasta tenerlo a su lado, y lo empleó en extirpar la simonía, tan generalizada en aquellos tiempos, y en otros mu­ chos negocios de importancia. No salieron defraudadas sus esperanzas^ pues si por una parte consiguió con la predicación que el clero volviese al cami­ no de la virtud, por otra, el buen ejemplo del apostólico Hugo logró la re­ generación de gran parte del pueblo. En Aviñón se juntó un Sínodo, el año 1080, para poner remedio a ciertos males y disturbios existentes en la Iglesia de Grenoble, entonces sede va­ cante. Presidía el ya mencionado cardenal legado Hugo, obispo de Die. Ahora bien, al tratar de buscar arreglo conveniente, los canónigos y el pue­ blo pidieron todos a una que se les diera a Hugo com o obispo, ya que en su frente brillaba la santidad de la virtud, com o en su corazón ardía el en­ tusiasmo de la fe. El cardenal les concedió lo que pedían, con gran conten­ tamiento de todos. Sólo se resistía el propio Hugo, por creerse indigno de tal cargo, y pretextaba mil motivos que su humildad le sugería. Fué pre­ ciso que el Sínodo lo mandara de modo terminante, y que el legado reno­ vase la misma orden, para que Hugo se resolviera a echar sobre sus hombros el yugo del episcopado.

ES CONSAGRADO OBISPO DE GRENOBLE UANDO el Legado regresó a Rom a, llevó consigo a Hugo. Con este m otivo el obispo electo de Grenoble pudo acallar los escrúpulos de su conciencia timorata, consultando con Su Santidad algunas dudas que inquietaban su espíritu, porque por entonces el demonio le atormentaba con una tentación muy pesada y congojosa que le duró largo tiempo. Era tentación de blasfemia y de sentir alguna cosa indigna de Dios, y en espe­ cial de la Divina Providencia, la cual permite algunas veces que hombres malos y perversos tengan el mando y atropellen y persigan a los buenos, y otros sucesos de los cuales saca muchos e importantes bienes, sin los cuales no permitiera tales cosas. Los juicios del Señor siempre son justos, aunque no los creamos tales porque no vemos su finalidad. Pero siempre debemos respetarlos y reverenciarlos sin intentar escudriñarlos, convencidos de que Dios hará siempre lo que más convenga a su mayor honra y gloria y sea para nuestro mayor bien espiritual. Ésta fué la tentación con que el demonio atormentó a Hugo por espacio de cuarenta años; pero el Santo salía siempre victorioso. Llegado Hugo a Rom a con el Legado, expuso al Sumo Pontífice, San Gregorio V II, su carencia de dotes y cualidades para ejercer dignamente el cargo de obispo que se le quería confiar, y además le hizo presente su aflicción y congoja a causa de la continuada guerra que le hacía Satanás. Después añadió: «Mucho temo que, con esta tentación, quiera el Señor castigar aquella presunción que tuve de aceptar el obispado de Grenoble.» E l santo Pontífice le consoló y animó con palabras de verdadero padre y pastor, y le exhortó a bajar la cerviz y aceptar la direción y guía de aquella Iglesia, y a esperar en el Señor, que le daría la victoria sobre tan porfiado y cruel enemigo; porque con aquel fuego de tribulación y angustia se afi­ naría y resplandecería más el oro de la virtud, y que a la medida del trabajo de la pelea correspondería al de la gloria y corona eternas. Estaba a la razón en Roma la condesa Matilde, señora no menos piadosa que poderosa, la cual, conociendo las bellas cualidades de que estaba ador­ nado Hugo, le favoreció grandemente dándole ricos presentes y costeando todos los gastos de su consagración. Luego le regaló un báculo pastoral, un libro D e Officiis de San Ambrosio y un salterio comentado por San Agustín. T uvo lugar la consagración de Hugo en Rom a, y fué verificada por el Papa. Después de recibir la bendición del Padre Santo, se despidió el obe­ diente obispo y partió para la capital de su diócesis. El pueblo le esperaba ya sumido en la más crasa ignorancia de los deberes del cristiano.

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HUGO, PRELADO Y PASTOR

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A tarea del nuevo obispo se presentaba llena de dificultades y erizada de enojosas espinas. El culto era escaso y los vicios señoreaban los corazones. «La simonía y la usura — dice Butler— parecían haberse llegado a considerar por inocentes, bajo piadosos disfraces, y reinaban c sin oposición alguna. Muchas tierras pertenecientes a la Iglesia, estaban usur­ padas por los legos, y las rentas del obispado hallábanse disipadas de tal m odo que, cuando el Santo llegó a su diócesis, no encontró en ella con qué aliviar a los pobres, ni aun para subvenir a sus propias necesidades, a menos de recurrir a ilícitos contratos, práctica adoptada por los más, pero que él juzgó inicua». Afligióse en grao manera el santo Prelado por este estado de cosas, pero supo mantener siempre firme su ánimo varonil y religioso. Puso en Dios su confianza y a Él acudió en demanda de favor. Ayunaba, oraba, lloraba y gemía en su divino acatamiento. Por otra parte, si a Dios rogaba, también con el mazo daba, pues no perdonó medio alguno para curar a aquel rebaño enfermo que Dios le había confiado, sirviéndose ya de la pre­ dicación colectiva, ya de la exhortación individual, ya haciendo en todo y por doquier el oficio de vigilante y solícito pastor. Fácil es, pues, concebir con qué ardor se consagraría San Hugo a la reforma de costumbres. Prescribió ayunos generales, llamó al pueblo a la oración y a la penitencia, abrió de par ep par las puertas de los templos, hasta entonces cerrados por falta de concurrentes, y atrajo las bendiciones del cielo con tanta abundancia, que al poco tiempo la diócesis estaba re­ formada: las costumbres morigeradas y la religión imperando en los corazones. Le bastaron dos años para llevar a cabo tan radical transformación. Desde entonces aquel pueblo empezó a mostrarse modelo de religiosidad y ventura. A imitación de otros grandes santos, H ugo renunció secretamente a su obispado cuando juzgó que ya no hacía falta su presencia para restablecer el dominio de la justicia. Dejó, pues, la mitra, en el año 1082 se retiró al monasterio eluniacense de Domus Dei (Casa de D ios), en Alvernia, donde ingresó con la humilde condición de novicio. Tom ó el hábito de monje y permaneció un año en aquella santa casa, dando a todos ejemplo admirable de todas las virtudes. Enterado el Sumo Pontífice de tal decisión, mandóle, en virtud de santa obediencia, que volviese a tomar el báculo pastoral. Hugo, obediente y sumiso, abandonó la soledad que voluntariamente había abra­ zado, y regresó a Grenoble en medio de las aclamaciones del pueblo, que le amaba com o a verdadero padre. Siguió predicando con el mismo celo que anteriormente, esparciendo doquier la semilla de la divina palabra con gran provecho para las almas, y siempre a la gloria de Dios.

ON todo el amor de su alma procuraba San H ugo apaciguar

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con tiernas palabras los ánimos enemistados.

Si convenía

. arrodillábase en el suelo, del cual no se levantaba hasta conseguir él mutuo perdón entre los querellantes.

SAN HUGO EN LA CARTUJA

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L santo obispo de Grenoble tuvo un sueño m uy singular. Parecióle que el mismo Dios se edificaba para Sí una habitación en el desierto de su diócesis, y que siete estrellas le indicaban el camino que a la nueva Casa de Dios conducía. A poco, vió llegar a su presencia* siete varon que buscaban lugar adecuado para llevar vida eremítica. Eran San Bruno y otros seis compañeros, en quienes Hugo reconoció aquellas siete estrellas de su pasado sueño. Acogiólos con bondad y los hospedó con generosidad. Luego les señaló un desierto que se hallaba en su misma diócesis, a donde los condujo el año 1084. Este desierto, llamado hoy aún Cartuja, está en el Delfinado, y dió nombre a la famosa y austera Orden fundada en él por San Bruno. , La conversación, el trato, la conducta suave y tranquila de estos siervos de Dios quedaron profundamente grabados en el corazón de Hugo, que todo su gozo ponía en visitarlos con frecuencia, para participar de sus peni­ tencias y austeridades y emplearse en los servicios más humildes de aquella mansión, y aun así se consideraba indigno de vivir en compañía de tan santos religiosos. Eran a veces tan largas las estancias del obispo en la Cartuja, que San Bruno tenía que recordarle, con humildad suma, los de­ beres que reclamaban su presencia en Grenoble. «Id a las ovejas que el Señor os ha encomendado — le decía— , porque han menester de vuestros cuidados; pagadles lo que les debéis.» Obedecíale Hugo com o a su maestro y guía; pero después de pasar una temporada en medio de su rebaño, otra vez volvía a la Cartuja para edificarse y enfervorizarse con los santos ejem­ plos de los monjes.

VIRTUDES DE HUGO

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L E V A B A Hugo en su palacio vida tan austera y recogida com o en la Cartuja, lo cual iba debilitando sus fuerzas. En cierta ocasión pre­ tendió vender sus caballos en beneficio de los pobres, por creerse con fuerzas suficientes para hacer a pie la visita pastoral a los pueblos de' diócesis. Pero Bruno le disuadió, haciéndole ver cuán lejos estaban sus fuerzas de poder llevar a cabo tamaña empresa. Dios le probó, en efecto, con unos dolores muy fuertes de cabeza y estómago que le duraron cuaren­ ta años. Sus sermones eran siempre fervorosos y eficaces, pues los acompañaba de la plegaria y santidad de vida. N o pretendía merecer fama de letrado, ni ser tenido por elocuente, sino que buscaba sólo la utilidad y provecho

de las almas. Sus frutos eran seguros y admirables; algunos pecadores con­ fesaban públicamente sus delitos y enmendaban su mala vida. Durante las comidas se hacía leer las Sagradas Escrituras, cuyos párrafos más salientes hacía repetir dos o tres veces; experimentaba a ratos tan hondas emociones, y prorrumpía en tan abundantes lágrimas, que era ne­ cesario acabar la comida o interrumpir la lectura. Este mismo don de lá­ grimas le acompañaba cuando oía confesiones; los penitentes al ver que su Prelado y confesor lloraba tan amarga y copiosamente, se movían a dolor y enmienda de sus pecados. Fué caritativo hasta la prodigalidad, si es que cabe ser pródigo con los desgraciados; distribuía todas sus rentas entre los pobres, no reservándose para sí más que lo estrictamente necesario para su frugal sustento; y cuan­ do las rentas no bastaron, com o aconteció en ocasión de una gran carestía, vendió su cáliz y sus anillos de oro, sus piedras preciosas y gran parte de sus ornamentos pontificales. Esta conducta del santo obispo resultó ser un acicate eficaz para los ricos, que sentían desvanecerse su avaricia y abrían también las manos en beneficio y provecho de los pobres. La modestia de Hugo era extrema y casi exagerada, pero con ella sal­ vaguardaba mejor la castidad, que era para él la flor más grata de su existencia. Ni el agradable timbre de una voz seductora, ni los hondos que­ jidos de un alma dolorida le hicieron levantar la mirada para conocer las facciones de la persona con quien hablaba; y llevó tan al extremo este recato, que, según los historiadores de su vida, no conocía ni el semblante de su propia madre. Ello revela cuán grande era la modestia de sus ojos y la pureza de sus pensamientos. No menos empeño mostraba en refrenar sus oídos, para no escuchar murmuraciones. A este respecto solía decir «que bastaba a cada cual saber sus pecados para llorarlos, sin querer saber los ajenos y dañar su conciencia». Era enemigo de oír noticias y aun más de referirlas a otros; y reprendía a sus criados cuando los .veía en francachelas y conversaciones inútiles. Con todo el amor de su alma procuraba, con tiernas palabras, apaciguar los ánimos enemistados. Y si el caso lo requería se arrodillaba ante los que­ rellantes y no se levantaba hasta conseguir su mutuo perdón. La humildad fué también virtud grandemente practicada por Hugo. Sin­ tió tan bajamente de sí, que decía que aun cuando tenía cargo y autoridad de obispo, carecía de los merecimientos que tal dignidad exigía. Y conside­ rándose indigno del puesto que ocupaba, suplicó al papa Honorio II que le depusiera, alegando su vejez y continuas enfermedades. Mas el Papa le contestó que aprovechaba más al pueblo él, anciano y achacoso, que otro de más salud y menos años. Reiteró su demanda a Inocencio II, sucesor de Honorio; pero tampoco pudo conseguir nada.

POSTRERA ENFERMEDAD O R R ÍA el año del Señor 1130 cuando Hugo tuvo que sufrir el conato de cisma suscitado por un discípulo suyo, llamado Pedro León, quien quería proclamarse Papa en contra del verdadero, que era Inocen­ cio II. Reunióse un concilio en Puy donde fué excomulgado Pedro León. La copia de esta excomunión se envió a diversas partes de la cristiandad con la firma del obispo Hugo, lo cual fué causa de que el pretendido usur­ pador cayese en desgracia de todos y perdiera el crédito de que gozaba. La entereza y rectitud mostrada por Hugo en esta circustancia son tanto más de admirar y alabar cuanto que estaba com o obligado a Pedro León por varios servicios y favores de él y de su padre recibidos. Pero supo hacer prevalecer la verdad sobre la amistad. Los últimos años de su vida fueron de sufrimiento continuo. Además de las penas morales, se hallaba agobiado con achaques crueles; sentía en su interior el hervor de las pasiones, com o en plena juventud. Acudía al Señor con frecuentes plegarias y alcanzaba el triunfo. Estas victorias iban siem­ pre acompañadas de un raudal de lágrimas, con que manifestaba su agrade­ cimiento a Dios. La vida laboriosa y los sufrimientos de la vejez iban agotando la exis­ tencia de Hugo. Una enfermedad larga y molesta vino a aumentar sus males, y desde aquel momento su 'salud fué declinando tan rápidamente, que le produjo una amnesia total de las cosas de la tierra; sólo recordaba, por gracia especial del Señor, las oraciones, salmos, himnos y demás preces que solía rezar cuando estaba sano, y que no interrumpió hasta' la muerte. L o cual no deja de ser raro y contrario al uso de nuestra naturaleza, la cual más fácilmente olvida las cosas espirituales que las temporales, y las ■que se aprenden en la ancianidad que las que nos enseñaron en la niñez o la juventud. Aunque sufría los más acerbos dolores, jamás exhaló ni una sola .queja; fué para cuantos le asistían y visitaban modelo acabado de paciencia y re­ signación. No se permitía ni el consuelo de publicar sus males, y pensaba más en los otros que en sí mismo. No cesaba de agradecer a los que le visitaban, y cuando se imaginaba haber causado la más leve desazón a alguien, quería ser reprendido al momento; pero como íiadie se atreviera a ello, él mismo se adelantaba, confesando su falta e implorando la divina misericordia. Estando ya muy avanzada la enfermedad, recibió la visita de un conde amigo personal suyo, a quien advirtió el Santo que no debía cargar a sus vasallos con tantos impuestos y censos, si quería que no le castigase Dios rigurosamente. Quedó el conde hondamente conm ovido, pues Hugo le había

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descubierto los proyectos que a nadie había revelado aún, y ni siquiera pensaba llevar a ejecución. Llegó, por fin, el día en que el enfermó había de recibir el premio a sus merecimientos y agraváronse extraordinariamente sus dolencias, que so­ portó con la resignación y paciencia que le caracterizaban. Encorvado su cuerpo por el peso de los años y deshecho por la 'enfermedad, entregó el espíritu al Señor el día primero de abril de 1132, Viernes de Dolores, a los ochenta años de edad y cincuenta y dos de su consagración episcopal. Durante cinco días, es decir, hasta el martes de Ja Semana Santa, su cuerpo estúvo insepulto, por causa de la enorme afluencia de gente, y du­ rante todo este tiempo conservóse fresco y sin mal olor. Halláronse presen­ tes a su entierro tres obispos y una multitud innumerable de pueblo, no sólo de la ciudad de Grenoble, sino venido de remotas comarcas. Tal vene­ ración le tenían que llegaban a besarle los pies y a tocar su cuerpo con anillos, monedas, rosarios y otros objetos para guardarlos como preciosas reliquias. Fué seputado en la iglesia de Santa María y allí es reverenciado por los fieles. Numerosos fueron los milagros con que se dignó Dios ilustrar el sepul­ cro de este santo obispo. Por mandato del papa Inocencio II, que lo canonizó y puso en el catá­ logo de los Santos, escribió su vida el Padre Diego Guigón, quinto prior de la Gran Cartuja.

SANTORAL Santos Hugo, obispo de Grenoble; Venancio, obispo y mártir; Macario, abad; Víctor y Esteban, mártires en E g ip to; Melitón, obispo de Sardes; Ireneo y Quinciano, mártires en Armenia, durante la persecución de Marco Aure­ l i o ; Juan de Acuarda, obispo de Nápoles; Procopio, abad en Bohemia; Lázaro, diácono de Trieste; Gilberto, obispo, en Escocia; Walerico, abad venerado en Am iéns; Tesifonte, uno de los siete varones apostólicos, obiápo de Vergi (Berja, en Almería). Beatos Tomás de Tolentino, Santiago de Padua, Pedro de Siena y Demetrio, franciscanos, mártires en la India; Antonio de Segovia, cisterciense. Santas Teodora, virgen y mártir, en Roma, y Urbicia, venerada en Salamanca.

SAN VENANCIO, obispo y mártir. — Se le cree natural de nuestra Patria, según opinión de los más autorizados críticos. Dando un eterno adiós a las cosas del mundo, se consagró enteramente a Dios en el monasterio Agarense, próximo a la ciudad de Toledo. En él desempeñó, durante dos años, el cargo de abád, con gran acierto y edificación. Después fué elevado a la sede episcopal de la imperial ciudad, cuya dignidad enalteció c o n . su caridad inagotable, su vida

austera y su celo apostólico. Era el padre de los graciados, consuelo de los que sufrían, y pastor A causa de las luchas entre Tulga y Atanagildo y en pro de los ávaros, salió de España con rumbo a bió, donde predicó con gran tesón la doctrina de la palma del martirio en el año 603.

mendigos, amparo de los des­ solícito de todas sus ovejas. 'llevado por su celo apostólico Panonia, bañada por el DanuJesucristo y alcanzó, por fin,

SAN MACARIO, abad. — En la histórica ciudad de Constantinopla vió la luz primera este esforzado varón que, habiendo quedado huérfano, se dedicó al estu­ dio de las Sagradas Letras, en las cuales aprendió el desprecio del mundo, al que abandonó, a pesar de que le lisonjeaba con brillante porvenir. Ingresó en el monasterio de Pelecetes, donde renunció a todo lo del siglo, incluso a su propio nombre de Cristóbal, que trocó por el de Macario. Fué modelo de todas las vir­ tudes, por las cuales fué elevado al cargo de abad. Favorecióle Dios con el don de milagros, especialmente manifestado en la curación de todo género de enfer­ medades. Por esto se le dió el título de Taumaturgo. Por salir en defensa del culto de las imágenes, en contra de los iconoclastas, fué desterrado por León el Isáurico a la isla Afuria, donde acabó sus días en el año 830. SAN MELITÓN, obispo de Sardes. — Nació este Santo en Sardes, ciudad de Lidia, al oeste del Asia Menor. Floreció en el siglo n de la Iglesia y ocupó la sede episcopal de su ciudad natal. Se distinguió por su gran sabiduría y escla­ recida virtud. Hacia el año 171 dirigió al emperador Marco Aurelio una celebra­ da A p ología de la F e ; algunos de sus fragmentos han llegado hasta nosotros. Quizás parezca extraño que, siendo Marco Aurelio perseguidor de los cristia­ nos, no condenara a muerte a Melitón, por la osadía de presentarle una obra en la que con gran claridad se demostraba que Jesucristo es verdadero Dios desde toda la eternidad y verdadero hombre desde su encarnación en el seno virginal de María Santísima. Pero esta extrañeza desaparecerá si se tiene cuenta con que la citada obra fué entregada al emperador después del hecho que sucintamente vamos a relatar. En el año 164, el ejército imperial en lucha con los cuados y marcomanos encontróse en grave peligro, no sólo por hallarse envuelto por los enemigos, sino también porque los soldados sufrían una sed devoradora a causa del excesivo calor. En medio de tan apurado trance, una legión, compuesta de soldados cristianos, elevó sus plegarias al Dios de las batallas y Él escuchó sus ruegos, pues al momento se encapotó el cielo y cayó abundante lluvia que tem­ pló la sed de los cristianos mientras ponía en fuga a los enemigos. El mismo emperador dió el nombre de Legión fulm inante a la que con sus oraciones había obtenido este milagro, con ocasión del cual fué suspendido el decreto de perse­ cución contra los discípulos de Cristo. En opinión de San Jerónimo y otros autoreá, Melitón es reconocido con el sobrenombre de Profeta, en atención al espí­ ritu de profecía con que Dios le favoreció. SANTA TEODORA, virgen y mártir. — Esta noble matrona romana era her­ mana de San Hermes o Hermetes, quien, desempeñando los cargos de prefecto de la ciudad y senador del imperio se convirtió sinceramente al cristianismo y logró la corona de los mártires. Teodora heredó los cuantiosos bienes de su her­ mano y los distribuyó entre los pobres. Los que en tiempo de abundancia la adulaban, luego la desampararon y dejaron sola. Se entregó entonces a vida de oración y penitencia. Visitaba las cárceles para llevar a los cristianos allí encerra­ dos el consuelo de su palabra y de su afecto. Al fin, descubierta, fué encerrada en lóbrego calabozo y, después, sometida a una cruel flagelación. Acabó sus días siendo decapitada el 1.° de abril del año 137.

Retrato de Luis X II

Retrato de Carlos VIII

D ÍA

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DE

ABRIL

SAN FRANCISCO DE PAULA FUNDADOR DE LA ORDEN DE LOS MÍNIMOS (1416 - 1507)

RANCISCO nació en Paula, villa de la diócesis de Cosenza, en Cala­ bria, el día 27 de marzo de 1416. Sus progenitores, Santiago Martolilla y Viena de Fuscaldo, se granjearon la amistad de todos por su piedad y virtud. Después de pasar muchos años sin hijos, conti­ nuaban sin cesar pidiéndoselos al Señor. Cierto día, en un arranque de fe sencilla, Viena acudió con toda confian­ za al Señor renovándole la petición de un hijo por' intercesión de San Fran­ cisco de Asís, prometiendo que en caso de ser atendida su súplica, le con­ sagraría a su hijo y le llamaría Francisco. Dios escuchó su oración, pues el mismo año les concedió un hijo; pero los probó de nuevo, permitiendo que enfermara de gravedad cuando apenas contaba un mes de vida. Nuevamente acudieron los padres al Señor con plena confianza y , para merecer curación tan anhelada, añadieron a sus promesas un voto más digno de admiración que de imitación: el de vestir a su niño por espacio de un año el hábito de los Frailes Menores y de hacerle vivir en un convento de su Orden. El enfermito recobró la salud. Poco tiempo después nacióles un segundo vástago, quedando así cumplidos los

deseos de los piadosos padres, cuya única preocupación fué en adelante educar cristianamente sus dos hijitos: Francisco y Brígida. Desde los albores de su infancia dió Francisco claras muestra de la vocación que el Señor le reservaba. Permanecía largas horas en las iglesias y se mortificaba con ayunos, abstinencias y otras penitencias. Como le invitara una vez su madre a jugar con otros niños, contestó que gustos* lo haría, pero que la única satisfacción que en ello encontraba era la de obedecer. Cuando en 1429 cumplía los trece años, se despertó una noche soñando que veía a un monje vestido con hábito de Frailes Menores, quien de parte de Dios le ordenaba recordar a sus padres que había llegado para ellos la hora de cumplir su voto; dicho lo cual desapareció. Santiago y Viena en­ tendieron en seguida ' lo que significaba aquel mensaje, y se dispusieron a . cumplir la voluntad de Dios.

EN EL CONVENTO DE SAN MARCOS. — ERMITAÑO A LOS CARTORCE AÑOS

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L día siguiente m uy de mañana, padre, madre e hijo partían para el convento de los Cordeleros, de la ciudad de San Marcos, m uy re­ nombrado por el fervor de sus moradores y el rigor de la observancia. Recibido Francisco, regresaron sus padres a Paula, sintiendo en el al el sacrificio de la separación, pero admirando y bendiciendo la bondad que el Señor había tenido con ellos. El joven oblato llegó a ser en breve objeto de admiración y de edifica­ ción para aquellos buenos religiosos. La regla, a pesar de su austeridad, le parecía muy mitigada. A la más estrecha abstinencia juntaba un ayuno perpetuo; su hábito era una túnica de tosco sayal, áspero com o un cilicio; andaba siempre descalzo. Semejante espíritu de mortificación le granjeaba la estimación de todos; pero su gran sencillez y amabilidad, su vida de inti­ midad afectuosa con Dios, conmovían los corazones, y ganaban las volunta­ des. Y , a más abundamiento, desde aquel instante vinieron ya los milagros a acreditar la complacencia con que le miraba el Señor. Bien hubieran deseado los religiosos de San Marcos tener siempre con­ sigo al elegido de Dios, pero no eran tales ni el voto de Francisco, ni lós designios de la Providencia; por lo cual, terminado el año, com o volvieran a San Marcos los padres de Francisco, halláronle dispuesto a ir con ellos de romería a Roma, Asís, Loreto y Monte Casino, antes de regresar a Paula. La romería a Monte Casino había de ser decisiva en la orientación de su vida. Hondamente conm ovido por el recuerdo de San Benito, que a los catorce años se retiró a las soledades de Subiaco, resolvió Francisco seguir

la minina senda. Y , sin tardar, aun antes de volver al hogar paterno, en el mismo camino, echándose el joven adolescente a los pies de sus padres, les suplicó que le dejaran vivir solo en algún rincón de sus heredades a poca distancia de la ciudad. Admirando una vez más los designios del Señor sobre su hijo, Santiago y Viena le otorgaron lo que solicitaba, reservándose no obstante el cuidado de proveer diariamente a su sustento. Mas no había de permanecer Francisco largo tiempo cercá de los suyos, que con excesiva frecuencia iban a verle. Sintiendo la necesidad de mayor soledad, buscó un lugar más acondicionado para el retiro y , conducido por el Espíritu Santo, llegó cierto día a un paraje escarpado y casi inaccesible, en cuyos riscos descubrió una caverna en la que fijó su morada. Seis años debía permanecer en aquel lugar, ignorado de todos y entregado a la oración, penitencia, ayuno y luchas con el demonio, reproduciendo la vida de los Antonios, Hilariones y Benitos, saliendo com o ellos vencedor de los combates del desierto y dispuesto a arrastrar en seguimiento suyo a multitud de almas que en breve le enviaría el Señor; Su encierro fué descubierto al fin por unos cazadores que perseguían a un corzo. L a noticia difundióse rápidamente y comenzaron a menudear las visitas. La cesación milagrosa de la peste, conseguida por su mediación, divulgó más y más su nombre, con lo que ciertas personas solicitaron y recabaron el favor de ir a vivir en aquella soledad y compartir con él su vida.

FUNDADOR A LOS VEINTE AÑOS. — LOS CUATRO MONASTERIOS DE CALABRIA OMO se acrecentase considerablemente el número de sus discípulos, vinieron a hallarse faltos de sitio y desearon buscar lugar más a propósito para establecerse de m odo definitivo.

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Francisco obtuvo del arzobispo de Cosenza autorización para edificar un monasterio en la cima de un monte próximo a la villa de Paula. A su construcción contribuyeron no pocos habitantes de la comarca con sus li­ mosnas o prestación personal. No faltaron tampoco los milagros que, en diversas ocasiones, realizó Dios por medio de Francisco. Tan unánime y generoso fervor no fué el único prodigio que señaló los comienzos de una Orden nueva y la construcción de su primer monasterio. En repetidas ocasiones, el fundador de veinte años dió pruebas del don de milagros con que el Señor le había enriquecido. Y así, un día brotó una fuente al conjuro de sus plegarias para facilitar el trabajo de construcción; otro día en que se carecía de víveres, un caballo sin guía llegó al convento cargado de pan tierno; en otra ocasión, entró

Francisco en un horno de cal que amenazaba ruina y que a la sazón estaba plenamente encendido; arregló lo preciso y salió indemne. Con frecuencia, por su solo mandato o ruego trasladaron los obreros materiales de peso su­ perior a sus fuerzas; y hasta en dos ocasiones distintas le fué dado resucitar a un joven que en otras tantas veces fué víctima de un accidente. Devolvió la vida a su sobrino Nicolás de Alesso, el cual, agradecido por tal favor, siguió con alegría de su alma la vocación del tío, con el consentimiento de su madre, que antes del milagro se había opuesto formalmente a la en­ trada de su hijo en la religión. La fama del ermitaño se extendía cada vez más, con lo cual se acrecen­ taba el número de sus discípulos y facilitaba la fundación de nuevos m o­ nasterios. De Paterno llegaron las primeras y más apremiantes instancias, que Francisco pudo atender. En 1444, el joven fundador — a la sazón veinticinco años— partió de Paula con algunos religiosos para establecerse en Paterno. Este convento se levantó en las mismas condiciones prodigiosas que el primero, por lo cual fué denominado «el convento de los milagros». Entonces se vió Francisco por vez primera envuelto en una atmósfera de contradicciones y pruebas suscitadas por la envidia de los médicos a causa de la exagerada austeridad de vida que exigía a sus discípulos; pero el. Señor, que visiblemente le asistía, hizo que triunfara la justicia. , Aunque Francisco no había frecuentado las aulas, poseía la elocuencia del apóstol y el don de mover los corazones. ’A la eficacia de su palabra se debe el gran número de conversiones, que motivaron la fundación de los conventos de Spezzano y de Coriliano. De este modo alcanzamos al año 1464, en que el fundador salió de Ca­ labria, dejando los cuatro conventos en plena prosperidad, y pasó a Sicilia donde era ansiosamente esperado. Frisaba entonces en los cuarenta y ocho.

SAN FRANCISCO DE PAULA EN SICILIA. — FUNDA UN INSTITUTO DE MONJAS

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L viaje de Francisco a Sicilia fué señalado por dos milagros extraordi­ narios. El primero fué que alimentó por espacio de tres días a nueve viajeros con un panecillo que se halló en sus mochilas; el segundo, de más resonancia todavía, aconteció así: Como a causa de su pobreza le negara pasaje en el navio, púsose en oración y , acabada ésta, llegóse hasta Jas aguas, extendió sobre ellas su capa, hizo la señal de la cruz y subió a esta embarcación de nueva guisa, diciendo a sus dos acompañantes: «Se­ guidme, no temáis»; y los tres pasajeros abordaron de esta forma a la isla, cerca de Mesina.

O vengo a prolongar vuestra vida, señor — dice San Francisco

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de Paula al rey — ; vengo a deciros de parte de D ios, que arre­

gléis vuestros

asuntos,

porque

su

divina

voluntad

ha dispuesto

abreviar los días de vuestra existencia ». E l rey recibió la tremenda nuzva con entera conformidad.

La milagrosa travesía del estrecho de Mesina por el santo varón de Dios, se glosa en el himno de Laudes que los religiosos de la Orden de los Mínimos cantan en la fiesta de su glorioso Fundador. En los cuatro años que pasó en Sicilia, Francisco predicó con gran acierto y provecho espiritual; fundó y mandó edificar el convento de Melazzo, origen de otros varios, y el primer monasterio de religiosai ermitañas, terminado lo cual regresó a Calabria.

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PROTECCIÓN DE LA SANTA SEDE. — VIOLENTA PERSECUCION. SALVADOR DE ITALIA

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OR aquel tiempo, impresionado el papa Paulo II por el paso maraj villoso sobre las aguas, determinó examinar el caso y envió, al efecto, j uno de sus secretarios al arzobispo de Cosenza, el cual dió informes ’j en extremo favorables de Francisco, afirmó la veracidad de los milagr que se le atribuían y aconsejó al enviado pontificio que hiciera una visita al hombre de Dios. j Satisfecho de la encuesta el Papa, bendijo y colm ó de favores al humilde i ermitaño y a sus discípulos; años más tarde, Sixto IV , por bula fechada en 23 de mayo de 1473, amplió los privilegios otorgados por su prede­ cesor, aprobó la nueva Orden religiosa con el nombre de Ermitaños de Calabria y , a despecho de su resistencia, nombró a Francisco Superior Ge­ neral vitalicio. Cual otro Juan Bautista, no temía Francisco de Paula tronar pública­ mente contra los desórdenes de príncipes y reyes. Herido en su orgullo Fem ando-1, rey de Nápoles, quiso vengarse: acusó al* santo varón de fundar en su reino nuevos monasterios sin contar con su licencia y condenó a los monjes a salir de sus casas. Apoyados en la autorización de su prelado, el fundador y sus monjes hicieron caso omiso de tales intimaciones. Para dar un escarmiento y acabar con aquella resistencia, el hermano del rey, Juan de Aragón — conocido con el nombre de «cardenal de Hungría», tal vez por haber sido legado pontificio eii aquella nación— , expulsó del convento a los monjes de Castellamare y se posesionó del edificio; mas poco tiempo disfrutó de su iniquidad, pues en breve murió envenenado. El rey, lejos de abrir los ojos ante muerte tan trágica que todos, consi; deraron com o castigo del cielo, se enfureció aun más y determinó apoderarse ¡ de la persona del santo religioso y guardarle preso en las cárceles de Ná­ poles. Sin más dilaciones envió a Paterno una compañía al mando de un > capitán. í Los soldados, espada en mano, penetraron en el convento, recorrieron

el claustro, el dormitorio, la celda, la iglesia, sin dar con Francisco, que permanecía orando postrado ante el altar. Levantóse el siervo de Dios y con aire tranquilo y alegre salió al encuentro del jefe que, confuso y aver­ gonzado, se echó a sus pies pidiéndole perdón. El Santo le mandó levantar, le entregó velas bendecidas, com o acostumbraba a hacer en tales casos, para el rey y' los suyos; encargóle además dijera a su soberano y a la corte, de parte de Dios, que hiciera penitencia. La amonestación produjo sus frutos: el rey se arrepintió de corazón y guardó desde entonces sincera amis­ tad con el Santo. En la terrible invasión de los turcos, que en la toma de Otranto (1480) pasaron por las armas a ochocientos de sus habitantes, y amenazaron a Italia entera, las súplicas del Santo ermitaño fueron la salvación. Pasó ocho días de oraciones y de ayunos, al cabo de los cuales comunicóle el Señor que trataría con misericordia a aquella nación; Francisco anunció a los monjes que la suerte abandonaría en breve a los turcos, lo cual tuvo fiel confirmación.

FRANCISCO EN LA CORTE DE FRANCIA UIS X I de Francia estaba a la sazón acometido de una terribre en­ fermedad que los médicos no podían atajar, por lo que no confiaba ya en otro auxilio que en el divino. La fama del taumaturgo italiano despertó en el rey vivos deseos de tenerle a su lado. Aunque le llamaba personalmente el monarca, Francisco de Paula se excusó humildemente y se negó a partir de Calabria; el propio rey Fem an­ do no obtuvo mejor resultado; pero así que el papa Sixto IV hubo hablado, por obediencia y a pesar de sus sesenta y tres años y del afecto que tenía a sus Hermanos, de los que había de separarse, proveyó al nombramiento de su sucesor y se despidió de los monjes. Tom ó consigo a dos acompañantes y partió para Francia. En Rom a se avistó con el Sumo Pontífice, del que recibió muy paternal bendición. Su viaje fué verdaderamente triunfal y se­ ñalado con varios milagros. En Amboise le aguardaba el joven delfín y futuro Carlos V IH , que salió a su encuentro desde el castillo de Plessis-les-Tours, residencia del rey. Éste, a su vez, acudió a recibirle rodeado de su corte y luciendo magnífico manto real. Presentóse de hinojos ante el monje calabrés, le rogó que ob ­ tuviese su curación y la prolongación de su vida. «Si tal es la voluntad de Dios» — repuso Francisco. Días después, ante nuevas instancias del soberano, le respondió: «Majes­ tad, arreglad las cuentas del Estado y de vuestra conciencia, porque para vos no hay milagro, ha llegado vuestra hora; aparejaos para presentaros ante Dios».

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ABRIL

Estremecióse el rey al oír tales palabras, pero la gracia penetró su alma; sometióse humildemente al decreto de la Providencia y suplicó a Francisco le asistiera en sus postreros momentos; misión de caridad que el santo monje aceptó con celo verdaderamente sobrenatural. Luis X I murió, en efecto, santamente el 4 de agosto de 1483. Su primo­ génito contaba sólo catorce años y la nación no gozaba de paz; pero allí estaba Francisco para ayudar con sus oraciones, consejos e influencia al joven rey, que le estuvo siempre m uy agradecido; y así, en lugar del m o­ desto eremitorio, mandó edificar el príncipe un monasterio llamado de Jesús María, cuya construcción, al igual que la de los de Calabria, fué acompa­ ñada de muchos prodigios. Terminado en 1491, llegó a ser plantel fecundo de santos monjes que, en menos de veinte años, dió origen a veintiocfio nuevos monasterios en Francia, España, Alemania e Italia. Entre los que fundó en Francia, fué uno de la ciudad de Tours, para cuya fundación le dió Luis X I su palacio real y mandó edificar una iglesia y casa amplia en que viviesen el Santo y sus religiosos. Carlos V III tenía en gran aprecio al Santo, le consultaba con frecuencia en los asuntos del Estado y tuvo por gran dicha que quisiese sacar de pila a su hijo el Delfín. El monasterio de Rom a, dedicado a la Santísima Trinidad, situado en el monte Pincio y reservado a los monjes franceses de la Orden, fué un e x v o t o de Carlos V III en agradecimiento por las victorias de las campañas de Italia. H oy día lo habitan las religiosas del Sagrado Corazón. En distintas ocasiones puntualizó Francisco con insistente y maduro examen la Regla que había de dejar a su discípulos. El papa Alejandro V I (-{- 1503), a quien fué presentado el primer esbozo, aprobó la abstinencia perpetua y el nombre de Mínimos en sustitución del de Ermitaños de San Francisco de Asís, que tenían hasta entonces. El mismo Papa aprobó en 1501 una nueva redacción que incluía un cuarto voto, a saber: guardar Cuares­ ma perpetua. La postrera redacción fué aprobada en 1506 por Julio II. t

ÚLTIMOS AÑOS Y MUERTE DEL SANTO

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RANCISCO manifestó deseos de volver a Italia a pasar los últimos años de su vida entre los monjes de primera hora, en su pueblo natal. A l efecto solicitó licencia del rey Luis X I I quien, conociéndole muy poco, se la otorgó; mas, apenas corrió la noticia cuando el cardenal Ámboise se presentó al rey y puso a su consideración la pérdida enorme que ello representaba para Francia. Luis X I I dió contraorden al instante y un correo mandó volver a Francisco y a sus dos compañeros. El monarca hizo protestas de aprecio al santo anciano y le prometió ser para su Orden el más valioso protector.

Obligado a quedarse en Francia, se dispuso a celebrar un Capítulo gene­ ral, convocando a él a los Padres más eminentes por su ciencia y su virtud. Finalmente, el 15 de enero de 1507, siendo el santo Fundador de edad de noventa y un años, fué advertido sobrenaturalmente del momento cercano de su muerte y desde aquel instante no abandonó más la celda, y se dispuso a dar el gran paso de esta vida a la eternidad. E l Domingo de Ramos le acometió la fiebre, y el Viernes Santo, 2 de abril, cerró los ojos a este mundo, abrazado al Crucifijo y diciendo: «E n tus manos, Señor, encomiendo mi es­ píritu», después de bendecir a sus Hermanos y recomendarles encarecida­ mente la práctica de la humildad y de la caridad, cuyo vocablo latino Cháritas, rodeado de llamas, le servía de blasón. El cuerpo de Francisco quedó expuesto en la capilla del convento de Plessis-les-Tours, y fué tal la concurrencia de gente que se hubieron de atrasar varios días las honras fúnebres. No tardaron los milagros en hacer ilustre su sepulcro y entre las curaciones logradas por su intercesión merece citarse la de la princesa Claudia, hija única de Luis X I I , y más tarde es­ posa de Francisco I. En prenda de gratitud y porque se había obligado con voto, su madre Ana de Bretaña emprendió sin demora la causa de canoni­ zación del Santo. Su instancia fué favorablemente acogida por Julio II; constituyóse el tribunal y dieron principio las encuestas y declaraciones. Seis años más tarde, por Letras pontificias fechadas a 7 de julio de 1513, León X declaró Beato a Francisco, y el 1.° de m ayo de 1519, el mismo Papa le canonizó con extraordinaria solemnidad. En el mes de abril o mayo de 1562, esto es, cincuenta y cinco años des­ pués de su muerte, conforme el mismo Santo lo había predicho, fueron pro­ fanados sus restos y quemados por soldados protestantes, no pudiéndose retirar de las cenizas más que unos pocos huesos medio calcinados.

SANTORAL Santos Francisco de Paula, fundador de la Orden de los Mínimos; Anfiano, már­ tir en Cesarea de Palestina; Urbano, obispo de Langres; Abundio, obispo de Como (Italia); Nicecio, obispo de L y ón ; Lenogisilo, abad; Policarpo y compañeros, mártires en Alejandría; Zósimo, mártir, en Palestina. San­ tas María E gipcíaca, p en iten te; Teodosia, mártir a los dieciocho años; Musa, virgen, en R om a; Leodegaria, hermana de San Urbano y abadesa; Ebba, abadesa en Escocia, quien, antes de perder el tesoro de la castidad, se cortó la nariz y el labio superior; las demás religiosas la imitaron y todas perecieron en el incendio de su convento, realizado por los daneses invasores.

.SANTA MARIA EGIPCÍACA, penitente. — Nacida en Egipto, huyó de su casa a los doce años y se dirigió a la ciudad de Alejandría, donde perdió la delicada flor de la honestidad y se entregó a los placeres de una manera desvergonzada y pública. Pasó a Jerusalén y vivió asimismo hundida en el fango de las más abyec­ tas pasiones. El día de la Exaltación de la Cruz, cuando'los demás peregrinos iban entrando en el templo para la adoración del símbolo de nuestra Redención, ella pretendió hacer lo propio, mas una fuerza irresistible, un empuje violento le impi­ dió la entrada. Al fin comprendió cuál era la causa; evocó, en rápida visión, toda su mala vida, con el peso de sus maldades, y tuvo horror de sí misma. Pidió cle­ mencia al cielo y, al levantar los ojos, distinguió una imagen de María nuestra Señora, a la que se encomendó con gran dolor y piedad. Después de esta súplica sintióse confortada y pudo entrar en el templo como los demás. Adoró la Cruz y rogó a Dios que no la abandonase. Una vez recibido los sacramentos de Penitencia y Comunión, pasó el Jordán y se retiró al desierto, donde vivió en las más auste­ ras penitencias ’. dormia en tierra, comía hierbas y raíces, cubría su cuerpo con sólo las hebras de su larga cabellera, y golpeábase el pecho con piedras y zarzas agudísimas. El hallazgo de esta Santa fué del siguiente modo. Había en aquellos tiempos costumbre entre los monjes salir del monasterio y practicar rigurosapiente la Cuaresma en la soledad de los bosques y de los grandes desiertos. El año 430, San Zósimo, varón de gran virtud y santidad, salió también de su convento de Palestina para pasar la Cuaresma en oración y penitencia rigurosa en las már­ genes del Jordán. Cierto día, al amanecer, le pareció ver una figura humana que huía y le hacía señas que se detuviese. Vuelto del asombro y estupor que esa visión le causó, d ijo : «Alma de hombre o de mujer, ruégote, en nombre del Señor a quien servimos, digas quién eres y a qué vienes». Una voz suave y femenina le contestó: «Padre Zósimo, echa tu manto a esta pobre pecadora, si quieres que reciba tu bendición y pueda hablarte». En oyendo Zósimo llamarse por su nombre, se tranquilizó y pensó que era un alma de gran santidad a quien Dios había dado a conocer su persona. Cubierta con el manto raído del monje, reci­ bió de rodillas su bendición y comenzó a contarle, entre lágrimas y sollozos, la vida disoluta de su juventud, y la espantosa penitencia que hacía en aquellas soledades desde hacía cuarenta y siete años. Luego le rogó volviese al año si­ guiente para tener ella la dicha de recibir al Señor en la Sagrada Eucaristía. Al cabo de un año volvió el santo anciano para ver esa maravilla' de contrición y de penitencia y le dió la Sagrada Comunión. Después de largo rato de fervorosa acción de gracias, la Santa le reiteró el mismo ruego para que volviese otro año. San Zósimo acudió con exactitud al lugar señalado, llevando consigo la Sagrada Eucaristía; mas, ¡ a y ! , esta vez halló sólo el cadáver de la Santa Penitente, en actitud extática. Había muerto el mismo día que recibió la última Com unión; así lo aseguraba la Santa en unas palabras que había dejado grabadas en el suelo, y en las que, además, le pedía que la enterrase y rogase por ella. SANTA TEODOSIA, virgen y mártir. — Fué una víctima más de la persecu-, ción de Galerio Maximiano. Era natural de Tiro, y consagró a Dios su virginidad. Tenía escasamente dieciocho años cuando se presentó a los cristianos, exhortólos a perseverar y les suplicó se acordaran ,de ella, cuando alcanzasen la gloria que esperaban. Fué denunciada e impelida a sacrificar a los dioses. Habiéndose ne­ gado a ello, los guardias se apoderaron de su persona y le descarnaron los cos­ tados y los pechos, hasta dejar a la vista huesos y entrañas. Por último fué arrojada al mar, recibiendo así la corona del martirio el 2 de abril del año 307.

DIA

SAN

3

DE

ABRIL

RICARDO

OBISPO DE CHICHESTER (1197 - 1253)

E

R A Ricardo el más joven de los tres hijos de Ricardo y Alicia de W iche. Nació el año 1197 ó 1198 en el condado de Worcester (In­ glaterra), en la pequeña ciudad de W iche — hoy Droitwich— situada en las riberas del río Salwarp, muy próxima al bosque de Fakenham y muy célebre ya en tiempo de los romanos por sus baños salinos. En edad temprana los tres niños perdieron a sus padres y heredaron las propiedades de Burfard que pasaron, com o es natural, a manos de tutores, los cuales se mostraron interesados y muy negligentes en el cum­ plimiento de sus obligaciones. Entretanto, mostraba Ricardo su inclinación a la lectura al par que daba señales de gran aptitud para la gerencia de los negocios. Cuando llegó el momento de entregar las propiedades al hijo mayor, hallábanse éstas en estado lamentable, por lo cual, no sintiéndose el jefe de familia con arrestos para remediar tagiaño desorden, rogó a su hermano menor que lo tomara por su cuenta. Ricardo, que a la sazón se dedicaba a los estudios, dejó de lado los libros, puso manos a la obra y , tras una labor ímproba y constante, restableció el orden en el patrimonio familiar. El hermano mayor se lo agradeció muy de veras, le ofreció todos sus dere­

chos familiares y aun le propuso un enlace ventajoso con una noble propietaria que hubiera asegurado su felicidad doinéstica. Ricardo permaneció insensible a los encantos de la joven no menos que a los atractivos de la fortuna, y, comprado que hubo unos libros con el dinero de que disponía, se encaminó a Oxford para proseguir allí sus estudios. Mucho tuvo que sufrir en esta ciudad universitaria, no sólo por las privaciones materiales, sino también por el trato con hombres de toda clase, a algunos de los cuales veíaseles entregados a las más violentas pasiones. Vivía en el mismo aposento que otros cuatro estudiantes que le eran sim­ páticos y que incluso le dieron un hábito. En Oxford se aficionó Ricardo extraordinariamente a la Filosofía y para más perfeccionarse en ella se trasladó a París. El tenor de su vida en esta capital fué más o menos com o en Oxford y , llegado el momento de gra­ duarse, volvió a esta universidad. P oco después, le vemos en Bolonia, en la célebre escuela de Derecho civil y canónico. Uno de los profesores quedó tan prendado de sus vastos conocimientos que le ofreció la mano de su hija; pero no entraba el matrimonio en los planes de Ricardo. Regresó a Inglaterra, se estableció en Oxford, dió principio a la vida pública y poco después fué elegido canciller de la Universidad.

CANCILLER DE LA IGLESIA DE CANTORBERY

X T E N D IA S E su fama cada día más; la capacidad y los talentos extra­ ordinarios que manifestaba no pasaron inadvertidos a dos persona­ jes eclesiásticos de los más principales del reino; San Edmundo, pri­ mado de Inglaterra, y Roberto Grossatesta, obispo de Lincoln, que que nombrarle canciller de su diócesis. Edmundo iba tras él, no tanto por su vasta erudición cuanto por la santidad de su vida; Grossatesta, aunque piadoso, estaba prendado sobre todo de sus cualidades intelectuales. El santo aventajó al sabio, y Ricardo fué nombrado canciller de Cantorbery. Dicho nombramiento le ponía m uy de manifiesto en la vida pública de la Iglesia y de Inglaterra, que a la sazón estaban estrechamente unidas. Entablóse íntima amistad entre el primado y su canciller, siendo de notar que ambos habían hecho la carrera sin dinero y sin apoyo alguno. San Edmundo tenía que habérselas eon Enrique III tocante a la elec­ ción de los obispos, y no omitía ocasión de consultar a Ricardo com o amigo y consejero. Cuando se hubo agudizado el conflicto con el soberano hasta el punto de obligar al prelado a salir de Inglaterra, Ricardo pasó también la Mancha, y ambos fijaron su residencia, con algunos acompañantes más, en la abadía de Pontigny de Francia. En estos días tristes, el canciller

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no dejó un solo momento a su arzobispo, a quien acompañó más tarde a Soissy. San Edmundo, abrumado por las penas morales, murió el 16 de no­ viembre de 1240. Ricardo se quedaba solo. También él había sufrido por la justicia y por la libertad procesos e inquietudes sin cuento, pillajes y pérdida de la propia hacienda, fatigas corporales, desprecios, insultos y por fin extrañamiento de su patria. Salvo la muerte, que le respetó en el destierro, su vida en aquellos años tristes fué idéntica a la de San Edmundo.

ELECCIÓN PARA LA SEDE DE CHICHESTER

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U EDÁBALE un consuelo, el de poder realizar un proyecto que hacía largos años meditaba: ser sacerdote. Este ideal le sostuvo en las horas angustiosas de su vida. Se encaminó, pues, al convento de los dominicos de Orleáns para terminar los estudios de Teología y recibir las Órdenes Sagradas. Al igual que su maestro San Edmundo, ■siempre había puesto en práctica las reglas de la ascética y las penitencias corporales; mas una vez sacerdote, acrecentó de tal m odo el número y rigor de sus mortificaciones que, doquiera se le veía, era objeto de admiración. En Orleáns edificó un oratorio a San Edmundo, primero de la serie que más adelante levantó en Inglaterra a su santo amigo. Esa pasión de frigir iglesias dedicadas al santo arzobispo era muy conforme con la trayectoria y el sentido que para nosotros tiene su vida. ComQ sacerdote apartó toda preocupación de su propia persona; su único ideal era el servicio de Dios y nadie le pareció haberlo realizado mejor que San Edmundo, el prelado a quien'tan íntimamente conoció, y a quien la Iglesia elevó a los altares en 1247. De regreso a Inglaterra, parecióle posible emplear el resto de sus días al tranquilo ejercicio de su ministerio sacerdotal y, efectivamente, regentó por espacio de varios años la parroquia de Deal y fué luego rector de Charing; pero en 1244 nuevamente era llamado a ejercer el car jo de canciller en Cantorbery. A San Edmundo había sucedido el Beato Bonifacio de Saboya, prelado joven todavía pero muy apostólico y dotado de gran firmeza de carácter. Ricardo pasó poco tiempo al servicio del arzobispo. Hombre éste de cla­ rividencia sin igual, habíale juzgado digno de más elevado cargo. Habiendo quedado vacante en 1244 la sede episcopal de Cichester, los canónigos eli­ gieron al archidiácono Roberto Passelewe; pero el arzobispo Bonifacio, que reivindicaba para sí y sus sufragáneos el derecha de hacer el referido nombra­ miento, reunió a los obispos de su archidiócesis en sínodo que anuló la elec­ ción de Passelewe y nombró en su lugar a Ricardo.

Esta elección, si bien agradó al arzobispo y a sus amigos, desagradó sobremanera al rey Enrique, pues veía eliminado a aquel de quien tanto podía prometerse, dada la afinidad de ideas que entre ambos existía. En cambio, veía enaltecido a un adversario suyo, antiguo canciller y consejero del arzobispo Edmundo, con quien había saboreado el amargo pan del des­ tierro.

CONFLICTO CON LA CORONA O era Enrique III hombre que tomase a medias sus providencias cuando se trataba de hacer sentir su desagrado. Apoderóse de casi todas las rentas de la sede de Chichester y se negó a devolverlas. La posición de Ricardo era poco envidiable. Encontrábase obispo electo y no podía tomar posesión de su sede, porque el soberano fingía ignorar hasta su misma existencia. Resolvió, pues, entrevistarse con el rey y expli­ carle su proceder. No duró mucho la entrevista, porque, habiendo venido Ricardo a reclamar sus derechos en interés de sus diocesanos, el rey tenía decidido rehusarlo todo al que consideraba com o a intruso. El prelado exi­ gía la restitución de las rentas de su diócesis, cuando lo que el rey pedía eran explicaciones a Ricardo acerca de su proceder pasado y excusas por las ofensas que juzgaba haber recibido. Ricardo tuvo, pues, rotunda negativa del soberano a todas sus demandas. Segunda vez se presentó a Enrique para exponerle sus anhelos de justicia, y segunda vez le despidió el rey sin hacerle caso. Varios meses permaneció aún Ricardo en esa difícil situación. Al fin, se decidió a presentar el caso a la Santa Sede para saber de una vez- a qué carta quedarse: o era confir­ mada su elección de obispo y quedaba así trazada la línea de .conducta para lo porvenir, o estaría libre de retirarse de la vida pública; esta última solu­ ción era la que más le agradaba. Salió para Lyón, y en 1245 presentó su solicitud a Inocencio IV , que celebraba allí un Concilio. Conociendo la causa de aquel Concilio, puédese imaginar la acogida que haría el Papa al obispo Ricardo. El emperador de Alemania Federico II se hallaba en guerra declarada con el Papa, e Inocencio IV se proponía lanzar en aquel Concilio excomunión contra él. Apoyar a Ricardo en esta ocasión, ¿no sería tal vez enajenarse al soberano que proveía a la Iglesia romana de la mayor parte de los ingresos? Mas no podía el Papa sacrificar los derechos de un obispo por cálculos tan ruines. En lo demás, com o el rey de Ingla­ terra tenía voz y voto en la elección de los obispos y en el caso presente se había obrado sin contar con él, declaró el Papa que en ello había flagrante injusticia para con Enrique. Fuera de esto, la elección de Roberto Passelewe hecha por los monjes era debida a la presión que sobre ellos ejerciera el rey.

N

S

AN Ricardo se presenta ante el rey y reclama en nombre de Dios, de la justicia y de los pobres, los bienes de la sede de

Chichester que le ha confiscado. E l rey se irrita, pero el Santo no se acobarda ni cede sus derechos. Reclama una y hasta obtenerlos.

cien veces

En tales condiciones, el Papa declaró irregulares ambas elecciones, y luego por su propia autoridad nombró a Ricardo obispo de Chichester, confirién­ dole personalmente la consagración episcopal el día 12 de marzo de 1245. Inmediatamente fué enviado Ricardo a Inglaterra por Inocencio IV , por­ tador de los documentos por los que se anunciaba al rey que debía dar a Ricardo posesión de la sede de Chichester y devolverle las rentas de su dió­ cesis. De camino, detúvose el Santo en Pontigny para orar una vez más ante la tumba de San Edmundo y , fortalecido por el recuerdo de los sufri­ mientos que el desterrado había soportado, se encaminó hacia las costas de Inglaterra. Furioso el rey de haber sido vencido por el obispo, rehusó dar su p lá cet a la decisión pontificia y siguió en posesión de las rentas de Chi­ chester.

PREMIO DE DOS AÑOS DE LUCHA

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ICARDO se puso, pues, a la obra careciendo de casa y de dinero. Su vida era la de un recluso. Muchos le seguían con la mirada cuando tranquilo pasaba por las calles a cumplir las obligaciones de su mi­ nisterio; y muchos también se daban cuenta de sus necesidades, pero osaban ampararle por temor a las iras del rey. H ubo con todo honrosas ex­ cepciones, y es digna de mención entre todas ellas la del presbítero Simón, párroco de la aldea de Ferring, en los confines de Sussex. Pobre era, pero no puso reparo en recibir a Ricardo bajo su tutela. ¡Qué situación tan pere­ grina la de un obispo que pide limosna a un modesto párroco! Esa vida que aceptó Ricardo para permanecer fiel a su deber, era a Jas veces sobrado rara y peregrina en un obispo de aquel tiempo. La diócesis era extensa, y , para cumplir la visita pastoral, había de viajar el prelado , con la mayor pobreza y casi solo, cruzando inmensas extensiones cortadas frecuentemente por pantanos y por erizados breñales, lo cual hacía que la vida del misionero fuera sumamente penosa. El mayor dolor para el bondadoso prelado era ver sufrir a los suyos y 'no tener con qué aliviarlos. Ricardo, que vivía entre los pobres com o el más pobre, no podía hacer nada para mitigar su angustia. ¡Cuántas afrentas y vejaciones hubo de soportar! Cada vez que el rey iba a Windsor, el prelado se presentaba en palacio, pero cada vez era cortésmente despedido o brus­ camente expulsado. Este será el sitio de reproducir el relato que su confesor hace de -una de esas visitas. Cierto día que Ricardo se acercaba al real sitio, uno de los mariscales de la corte dirigióle una mirada furibunda y le dijo: — ¿Cómo os atrevéis a penetrar en este palacio, sabiendo com o sabéis que el rey está sumamente enojado contra vos?

Y , no ignorando él cuán eierto era todo ello, hallóse desconcertado y, corrido y avergonzado, se alejó del palacio y fué a buscar sociedad entre su grey. Por fin, transcurridos dos años de resistencia, el rey se vió forzado so pena de excomunión a entregar la sede de Chichester a su legítimo obispo; pero tales disposiciones había tom ado, que los administradores no remitie­ ron un céntimo a Ricardo y , por mucho que protestara durante su episco­ pado y aun en su testamento, jamás pudo conseguir nada de las rentas de. esos dos años. Apenas tom ó posesión efectiva acordóse que había un sepulcro amado en tierra extranjera y voló a Francia a postrarse ante el cuerpo de San Edmundo. Quería exhumar sus reliquias, y él en persona tuvo parte en la traslación. De ello hizo mención en carta dirigida al abad de Begeham, de la cual son estas líneas: Para que estéis al corriente de la traslación y del estado del cuerpo del bienaventurado Edmundo, habéis de saber que en la fiesta de la Santísima Trinidad, esto es, el 2 de m ayo de 1247, al abrir el sepulcro de nuestro santo padre Edmundo, por la noche, a presencia de varias personas, se halló el cuerpo entero y exhalando suavísimo perfume; la cabeza con sus cabellos, el rostro con sus colores naturales, el cuerpo con todos los miembros... Con nuestras propias manos palpamos su santo cuerpo; con gran esmero, sumo respeto y continuada satisfacción le hemos peinado los cabellos de la cabeza, espesos y bien conservados. El hambre hacía estragos en Inglaterra y el pueblo reclamaba urgente­ mente la presencia de Ricardo, el cual, acabada la ceremonia partió de Francia sin que fuera capaz de detenerle una tempestad que en aquellos días sacudía las costas del Canal de la Mancha.

EPISCOPADO FECUNDO

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N adelante, la vida'de Ricardo fué muy distinta de la que antaño lleva­ ra, sin por esto suprimir nada de su austeridad. Si presidía un ban­ quete, no tocaba los manjares delicados que le ponían delante. Bajo las suntuosas vestiduras episcopales, llevaba de continuo un cilicio y un cadenitas de hierro que laceraban sus carnes. No había menguado su amor a los pobres; al contrario: ahora que disponía de dinero lo repartía más a menudo y en mayor cantidad, de modo que los indigentes salían amplia­ mente beneficiados. Durante el azote del hambre que se inició el mismo año en que Ricardo tom ó posesión de su sede, destinó todos los ingresos de pala­ cio al alivio de los menesterosos.

Pero con ser tanta su caridad para el remedio de las necesidades cor- > porales, tomaba más a pechos todavía el bien espiritual de sus ovejas; el activo prelado se llegaba a caballo hasta la choza más apartada; veíasele por doquier predicando y administrando los Sacramentos, radiante de alegría al ver la amable acogida que le hacían los pescadores a lo largo de las ribe­ ras del mar, de cuyas casuchas diríase que le costaba salir. En punto a disciplina eclesiástica, era Ricardo m uy exigente. AI encar­ garle el cuidado de la diócesis', que se hallaba en estado lamentable, su pri­ mer cuidado fué juntar el Cabildo y redactar estatutos contra los abusos. Gustábale mucho el esplendor de las ceremonias y quería que los ornamen­ tos y los manteles del altar estuvieran irreprochablemente limpios. El sacer­ dote que no predicaba o que lo hacía sin preparación, quedaba suspenso de licencias. Él mismo, en esto, com o en todo lo demás, era admirable ejemplo para su clero. Ricardo, aunque severo y rígido en cuestiones de derecho y de justicia, mostraba siempre una afabilidad y mansedumbre inalterables. Cierto día el conde de Arundel — incurso en excomunión— tuvo, bien a pesar suyo, que tratar un asunto con el obispo de Chichester. Contraria­ mente a lo que él esperaba, halló( al prelado m uy cortés, suspendiendo ’la excomunión mientras era so huésped y tratándole con toda suerte de consi­ deraciones. Las penalidades de los peregrinos en Tierra Santa conmovieron honda­ mente al santo prelado, que fué ardiente predicador de la Cruzada y , aunque no fueron coronados con feliz éxito sus .esfuerzos, no cejó en su ardoroso celo.

MUERTE DE SAN RICARDO

E

N 1253, a consecuencia del fracaso de la expedición de San Luis, el obispo inició con bélico ardor la predicación de una nueva Cruzada, pudiéndose afirmar que todas las ciudades de Inglaterra oyeron su cálida palabra. Al llegar cerca de Dover, las fuerzas vinieron a faltarle fué trasladado al hospital de Santa María donde, a pesar de su delicado estado, prometió con santa alegría asistir a la consagración de una pequeña iglesia en honor de su amigo San Edmundo. A l día siguiente cumplió con lo que él creyó ser el último acto público de su vida y , durante la ceremonia religiosa, dirigió al pueblo algunas palabras, que un historiador nos ha conservado. — Amadísimos hermanos — les dijo— , os conjuro a que bendigáis y ala­ béis conmigo al Señor que nos ha otorgado la gracia de hallamos reunidos a esta dedicación en honor suyo y de nuestro padre San Edm undo. L o que

he pedido desde que tengo la dicha de poder celebrar el santo sacrificio, lo que en mis plegarias he solicitado siempre es que antes de acabar mis días pueda siquiera consagrár una basílica a San Edm undo. Así que doy al Señor las gracias más rendidas por haber colm ad» los deseos de m i corazón; y ahora, carísimos hermanos, habéis de saber que me consta que en breve he de abandonar el sagrario de mi cuerpo; por eso pido verme ayudado en mi tránsito al Señor con vuestras oraciones. Y agrega su biógrafo que, dicha la misa solemne, regresó al hospital. Desde aquel instante, su debilidad se acentuó y , com o se daba cuenta de su estado mejor que los que le rodeaban, rogó a sus amigos que se quedasen con él para asistirle en sus últimos momentos. Hecha confesión general de su vida, recibió los Santos Sacramentos con gran fervor y , por más que iba perdiendo las fuerzas por momentos, conservó la lucidez de sus facultades hasta su último aliento. — Echad al suelo este cuerpo pútrido — exclamó al fin. Y cuando lo hubieron hecho, añadió: — Señor, en tus manos encomiendo mi espíritu... Encomendóse a Nuestra Señora, Madre de gracia y de misericordia, y expiró. Era el 3 de abril de 1253. San Ricardo fué inscrito en el número de los Santos el 22 de enero de 1262 por el papa Urbano IV, que a la sazón se hallaba en Viterbo y fijó la celebración de su fiesta en 3 de abril.

SANTORAL Santos Ricardo, obispo de Chichester; Pancmcio, obispo de Taormina y mártir; Nicetas, abad; Ulpiano, que fué encerrado en un saco con un perro y un áspid y arrojado al mar, en Cesarea de Palestina; Urbicio, obispo de Clerm ojit; José el H im nógrafo; Evagrio, Benigno, Cristo, Patricio y Zósimo, mártires; Román, discípulo de San M auro; Donato, mártir en Nicomedia; Benito de Palermo y el Beato Pedro Melgar, franciscanos. Santas Agape y Quionla, vírgenes y mártires; Engracia, virgen y mártir bracarense, mar­ tirizada cerca de L eón ; Burgundófora, virgen y abadesa benedictina; An­ gélica, abadesa en Milán.

SAN PANCRACIO, obispo de Taormina. — Fué consagrado obispo por el mismo San Pedro, de quien recibió el encargo de convertir al’ cristianismo la isla de Si­ cilia. Tan grandes fueron el ardor y unción de sus predicaciones, el celo religioso que en todo ponía y la edificación de su conducta, que logró por ello gran nú­ mero de conversiones. Sus trabajos apostólicos hacen sea considerado como após­ tol de aquella región. Alcanzó la palma del martirio durante la persecución de Domiciano.

SAN NICETAS o NICETO, abad.— Nació en Bitinia, provincia asiática del Imperio romano por legado de su rey Nicomedes III. Hijo de padre muy virtuo­ so, fué educado, al perder a su madre, entre monjes de vida austera y penitente. , Dado a la oración e instruido en las Sagradas Letras, no se contentó con la auste­ ridad que llevaban aquellos monjes y se retiró al monasterio de Medición, del cual llegó a ser abad. Resplandeció por su celo en defender el culto de las sagradas imágenes, por lo cual tuvo que sufrir muchas y graves persecuciones. Llevó siem­ pre yida edificante y austera. Murió el 3 de abril de 824.

SAN BENITO DE PALERMO, franciscano. — A este Santo se le llama ta m -, bién el N egro, a causa del color de su piel. Sus padres, africanos, fueron comr prados como esclavos por un señor de Sicilia, el cual contribuyó a la conversión de ambos esposos, quienes, después de instruidos en la Religión Católica, ingre­ saron en su seno y fueron siempre muy piadosos. A su hijo Benito le inspira­ ron tan intenso amor a Dios y tan sólida devoción, que no era raro verle entre­ gado a la oración durante sus juegos de niño y aun durante sus labores de hom­ bre. Primero se dedicó a la labranza del campo, donde fué objeto de las burlas de sus compañeros. Cuando frisaba en los veinte años, ingresó en la Orden de los Eremitas de San Francisco, en la que llevó vida de anacoreta. Sólo un poco de pan y unas cuantas hierbas tomaba al día, y se disciplinaba hasta derramar sangre. El papa Pío IV dispuso la agregación de estos solitarios a la Orden de San Francisco. Benito estuvo sucesivamente en dos conventos de Sicilia, siendo siempre un modelo para todos por su conducta edificante, sencilla y dulce. Du­ rante varios años desempeñó el oficio de cocinero, en el cual se vió reiterada­ mente favorecido por la Providencia con hechos maravillosos: una vez se multi­ plicaron las provisiones del convento sin saber có m o ; otra vez, mientras Benito estaba rezando, el refectorio se llenó de abundante comida preparada milagrosa­ mente ; en otra ocasión, para hacer astillas cargó sobre sus hombros un árbol ■ que cuatro individuos no hubieran podido arrastrar. En el Capítulo provincial de 1578, sus méritos le elevaron al cargo de guardián del mismo convento. Du­ rante su gobierno se celebró un Capítulo en Girgenti, al cual asistió nuestro Santo, que fué recibido por el pueblo en masa con gran solemnidad y regocijo de todos. Dios obró por su medio muchos milagros. Murió santamente el martes de Pascua de 1589. SANTA ANGÉLICA, abadesa. — A principios del siglo x vi nació en Milán, verdadera joya del arte cristiano, una niña, asombrosa flor de pureza, cuyos labios, como pétalos de rosas místicas, destilaban mieles de elocuencia humana, aprendida de su padre el profesor de Humanidades, Lázaro de Negrí, y también elocuencia divina, que libaba en el cáliz amoroso de la Divina Eucaristía. Con esta elocuencia logró atraer a Dios y a la virtud a muchas doncellas que vivían extraviadas. Pero esta flor tan delicada no podía respirar el aire insano del mundo, y, por esto, Dios la trasplantó al jardín religioso del convento de San Pablo de su ciudad natal. Su sabiduría y virtud la elevaron al cargo de abadesa, en el cual adquirió tanta fama, que dió su nombre a las religiosas, las cuales desde entonces son conocidas con el nombre de «Angélicas», admitido y reconocido por la Santa Sede. Dios le concedió el poder especial de obrar conversiones, entre las cuales sobresale la del marqués de Guasto, gobernador del Milanesado y capitán de Carlos V. En contra de unas falsas acusaciones de envidiosos que deseaban desprestigiarla, la Iglesia reconoció su santidad. Murió el 3 de abril del año 1555. Goza de gran veneración en la regiones de Milán, los Abruzos y en otros pueblos de Italia.

DIA

SAN

4

DE

ABRIL

ISIDORO

ARZOBISPO DE SEVILLA Y DOCTOR DE LA IGLESIA (570 - 636)

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L insigne doctor San Isidoro fué natural de Cartagena, donde su padre, el duque Severiano, ejerció el cargo de gobernador. Tuvo por her­ manos a San Leandro, arzobispo de Sevilla y gran amigo de San Gregorio papa; a San Fulgencio, obispo de Écija, y por hermana a Santa Florentina, monja. Todos ellos fueron santos y, como tales, celeb dos en la Santa Iglesia. Algunos dicen que también fué su hermana Teodosia o Teodora, mujer del rey Leovigildo, y madre del glorioso príncipe de las Españas y mártir, San Hermenegildo, y del rey Recaredo, su hermano, por cuya industria y celo los godos arríanos de España se convirtieron a la fe católica en el tercer Concilio toledano. Pero la gloria de unos y otros, con ser tan grande, palidece y queda com o eclipsada por los vivos resplan­ dores de la opinión de sabiduría y santidad dé Isidoro, último vástago de la noble familia andaluza. «Insigne en santidad y doctrina — dice el Martiro­ logio Romano— , ilustró a España con su celo en favor de la fe católica y su observancia de las disciplinas eclesiásticas». El nombre de Isidoro se pronuncia con igual respeto por amigos y adver­ sarios, y en todas las historias de nuestra genial literatura.

INFANCIA Y PRIMEROS ESTUDIOS ACIÓ San Isidoro por los años de 570. Siendo niño y estando aún en la cuna, vió su hermana Florentina que un enjambre de abejas andaba alrededor de su boca y subía al cielo; lo cual se escribe también de San Ambrosio y de Santo Dom ingo, y se tom ó com o pronóstico de la sabiduría y elocuencia grandes que había de tener. Pasada la primera edad, le pusieron sus padres al estudio, siendo su maestro su mismo hermano San Leandro que era ya obispó de Sevilla, en cuya sede le había de suceder algunos años después. San L eand ro1quería entrañablemente a su hermanito, pero anteponía los cuidados del alma a los del cuerpo y , si era menester, le castigaba, enseñándole a vencer la pereza. Mas, aunque el niño trabajaba con buena voluntad y cuidado, hallaba gran dificultad en aprender las letras. Desconfiando de su aprovechamiento, determinó dejar el estudio y no pasar-adelante en cosa que le costaba tanto trabajo y de la cual sacaba tan poco fruto. Estando en este pensamiento, se fué cierto día a pasear por el campo en vez de acudir a la lección, y an­ duvo vagando hasta que, rendido de sed y de cansancio, se le ocurrió sentarse junto a un pozo. A poco de estar allí sentado, echó de ver que en el bro­ cal, que era de piedra dura, había canales, surcos y hoyos que con el uso y el tiempo habían hecho las sogas y las lluvias, y dijo entre sí: «Pueden las sogas y las gotas de agua cavar la dura piedra y hacer estas señales con la constancia del tiempo, y ¿no podrán la costumbre y el continuo estu­ dio ablandar mi cerebro e imprimir en mi alma la ciencia- y doctrina?» Con esto volvió a su estudio, dióse m uy de veras a toda ciencia y fué en ellas tan consumado, que no hubo en su tiempo quien le igualase en ningún género de letras divinas y humanas, ni en las lenguas latina, griega y hebrea que sabía perfectamente, com o se ve en los muchos y excelentes libros que escribió de varias y raras materias, con las cuales ilustró a la Igle­ sia Católica y mostró la excelencia de su ingenio y sabiduría, y cuyo catá­ logo escribieron sus discípulos San Ildefonso y San Braulio, arzobispos res­ pectivamente de Toledo y Zaragoza.

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VIDA MONÁSTICA

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L rey Leovigildo había martirizado a su hijo San Hermenegildo, y des­ terró a San Leandro y a San Fulgencio. Afligióse sobremanera Isidoro con esto; pero no desmayó su ánimo, antes bien, quiso proseguir la lucha emprendida por sus dos hermanos contra los herejes, a los cuales opuso con gran valor. Disputó con ellos con tanto celo, elocuencia y doctrina

que, no pudiendo resistirle ni responder a sus argumentos, trataron de ma­ tarle, teniendo por afrenta el verse vencidos de un mozo de tan pocos años, com o entonces era Isidoro; y pusiéranlo por obra si Dios se lo hubiera con­ sentido; pero le destinaba a mayores cosas. Entretanto llególe al rey Leovigildo la hora de la muerte, y como si en aquel supremo trance quisiera arrepentirse de sus horrendos delitos y aplacar por algún medio la justa ira y venganza del Señor, hizo volver del destierro a San Leandro, le llamó junto a sí, y le encargó de la crianza y tutela del joven príncipe Recaredo. Gran contento y alegría experimentó Isidoro con la vuelta del destierro de su hermano mayor, por lo mucho que le estimaba y por las vivas ansias que tenía de pelear junto a él en defensa de nuestra fe y sacrosanta religión. San Leandro tuvo noticia del grave peligro en que estaba Isidoro de perder la vida en manos de los arríanos, le reprimió para que no disputase más con ellos y determinó encerrarle en un monasterio para librarle del peligro; lo cual hizo, teniéndole recluso hasta que él murió; y para que Isidoro se aprovechase de aquel retiro y se preparase en él debidamente a la vida ecle­ siástica, puso a su disposición los más . sabios maestros que a la sazón flore­ cían en España. Tuvo en ello San Leandro inspiración del Señor, que quería traer a su siervo Isidoro a extraordinaria santidad de vida por la práctica rigurosa y constante de las virtudes monásticas en aquellos años que vivió en el con­ vento, cuyo recuerdo quedó grabado en su mente y corazón, com o se echa de ver en sus escritos del monaquismo, y más todavía en la sapientísima regla de veinticuatro capítulos que escribió para los monjes españoles. Aun­ que se refiera poca cosa de la vida que llevó Isidoro mientras fué monje, no cabe duda que se ejercitaría en todas las virtudes que deben resplandecer en un ministro del Señor, y se capacitaría para la carga del episcopado. Por lo cual no es de maravillar que, al morir San Leandro, le sucediese Isidoro en la sede de Sevilla; porque, aunque estuviese escondido en el claustro, no había persona que se olvidase del joven clérigo que años antes había defen­ dido la verdadera fe con tanto denuedo y elocuencia.

ARZOBISPO DE SEVILLA ABIEN D O muerto San Leandro y vacando la Iglesia de Sevilla, el rey Recaredo, que deseaba proveerla de un singular y católico doc­ tor, nombró a Isidoro por arzobispo y sucesor de su hermano en aquella Silla, con grandísima satisfacción y contento de la ciudad de Sevilla y de todo el reino de España, por la grande opinión que tenían de su san­ tidad y doctrina. Todos se congratulaban de su exaltación, menos él, que

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lloraba y se tenía por indigno de aquella distinción, suplicando al rey que eligiese a otro que fuese digno de ella; pero, viendo que no le valían sus ruegos, bajó la cabeza y rindióse a la voluntad del Señor. Pronto resplandecieron sus virtudes y el mundo quedó alumbrado con el brillo de su ciencia. Eran admirables su humildad, caridad, benignidad, afa­ bilidad, modestia, paciencia y mansedumbre. L o que más afligía su corazón de padre y pastor eran los abusos y desór­ denes del clero, y el olvido de las leyes eclesiásticas. Con' el fin de regla­ mentar la vida de los clérigos y las relaciones de los sacerdotes con los obispos, juntó un concilio en Sevilla en el año 619 y otro en Toledo en el 633, restableciendo con ello en las iglesias españolas los estatutos apostólicos, los decretos de los Padres y las principales instituciones de la santa romana Iglesia. Era piadosísimo con los pobres, apacible con los ricos, fuerte con los poderosos, devotísimo en la iglesia, vigilante en la reforma de las cos­ tumbres, constante en la disciplina eclesiástica, suavísimo para todos; y para sí, riguroso y severo.

INSTITUCIONES DE SAN ISIDORO AS porque entendió que la traza y fundamento de todo lo bueno que se quiere edificar en la nación es la instrucción de la juventud y la crianza de los hijos en virtud y letras cuando están blandos y admiten fácilmente cualquier impresión, edificó algunos colegios en que se instruyesen los mozos, no solamente de su arzobispado, sino también otros de toda España que a ellos quisiesen acudir, com o hacían muchos. E l santo prelado les daba preceptos, ordenaba lo que habían de aprender, y les ense­ ñaba las cosas más altas, com o maestro superintendente de todos, siempre en aras de su celo y caridad. Eran esas escuelas verdaderas universidades de las que salieron varones, insignes, eminentes en sabiduría y santidad, com o San Ildefonso y San Braulio; en ellas se enseñaba Latín, Griego y Hebreo, Historia y Geografía, Astronomía y Matemáticas, y además Sagrada Escritura, Derecho, Filoso­ fía y Teología. Para los estudiantes que a ellas acudían, escribió el ilustre San Isidoro multitud de tratados cuya extensión y profunda doctrina pas­ man a los mayores ingenios, porque abrazan todos los conocimientos huma­ nos de aquella época, desde la más sublime Teología hasta la Agricultura y Economía rural. La principal de sus obras, o sea los veinte libros de los Orígenes o Etim ologías, es una verdadera Enciclopedia o Diccionario uni­ versal que descubre el raro y agudo ingenio de su autor, com o también su extraordinaria erudición y asombroso trabajo de investigación.

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L volver de Roma, toda la ciudad de Sevilla se presenta a San Isidoro; su entrada es verdaderamente triunfal. Todos

quieren verle, y a tal punto llega este afán que una pobre mujer es ahogada por la muchedumbre. Llévansela al Santo, el cual ob­ tiene del cielo que recobre la vida.

A juicio del santo Doctor, la verdadera ciencia debe tener por funda­ mento el profundo conocimiento de la divina revelación, porque estaba con­ vencido de que los males de la sociedad, las discordias civiles y las discu­ siones entre clérigos, tienen por causa primera y principal la ignorancia de la Sagrada Escritura; y así, para fomentar su estudio, revisó la Vulgata y escribió sapientísimos comentarios desentrañando su sentido espiritual; sus obras exegéticas constituyen un admirable tratado de Sagradas Letras. Presidió el IV Concilio toledano y el II hispalense, en los cuales fué de gran peso su parecer para esclarecer los dogmas de nuestra santa fe y des­ hacer los errores contrarios y para la reforma de la vida y costumbres de los ñeles. En el Concilio hispalense convenció a un obispo sirio, llamado Gre­ gorio, inficionado de la herejía de los acéfalos, teniendo con él pública dispu­ ta en la catedral de Sevilla en presencia de la muchedumbre que llenaba el tem plo. Cinco horas duró la disputa y al cabo Gregorio reconoció sus erro­ res y los confesó, y se redujo a la fe católica por la doctrina y prudencia de San Isidoro, del cual dicen algunos que fué luego a Rom a, llamado por San Gregorio papa, que en Constantinopla había tenido m uy estrecha amistad con San Leandro, su hermano, y le había dedicado el maravilloso libro de los M orales que escribió sobre Job. Isidoro fué recibido con grande contento y alegría de toda la corte y ciudad. Fué devotísimo de la Santa Sede apostólica romana, reconociéndola por madre y maestra de todas las Iglesias y por puerto seguro de la fe católica, a la cual se deben acoger los fieles en todas las borrascas y tempestades; y así en una carta que escribió a Eugenio, Arzobispo de Toledo, que le había preguntado si todos los Apóstoles habían recibido de Cristo igual potestad, le responde estas palabras: «En lo que preguntáis de la igualdad de los A pós­ toles, Pedro es superior a todos, el cual mereció oír del Señor: Tú serás llamado Cefas; tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré m i Iglesia; y no de otro sino del mismo H ijo de Dios y de la Virgen recibió el primero la honra del pontificado en la Iglesia de Cristo, y después de la resurrección del H ijo de Dios, mereció oír: A pacien ta mis corderos, entendiendo por corderos a los prelados de las Iglesias. Y aunque la dignidad de esta potestad se ex­ tiende a todos los Obispos católicos, con privilegio y gracia singular es propia del Pontífice romano, com o cabeza de toda la Iglesia y más excelente que sus miembros, la cual durará siempre, y así, el que no le obedece con reverencia y vive apartado de su jefe, queda sin espíritu y vigor com o hom ­ bre sin cabeza». Compuso y reformó el oficio eclesiástico de la Misa y de las otras Horas para que en toda España se rezase de la misma manera, e hizo misal y breviario que por su nombre se llamó de San Isidoro y después, toledano, porque fué aprobado en un concilio de Toledo. También se llamó mozárabe, por haber usado de él los cristianos que vivían entre los moros, y por esto

los llamaban mozárabes, o m ix ti árabes, porque estaban mezclados entre los árabes y moros. H oy día hay dos parroquias en la ciudad de Toledo que nlgunos días del año usan de este oficio de San Isidoro, y en la santa iglesia Catedral de esta ciudad existe la capilla de los mozárabes, con ocho cape­ llanes, fundada por don Francisco Jiménez de Cisneros, arzobispo y cardenal »le Toledo. También en Salamanca subsiste todavía una fundación algo posterior a Cisneros, hecha por el doctor Rodrigo Arias Maldonado, llamado el doctor ile Talavera, por la que se celebra misa según el rito mozárabe seis días al año.

SU INFLUENCIA EN LAS IGLESIAS DE ESPAÑA

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pesar de los grandes trabajos que tenía siempre entre manos, visi­ taba con mucha frecuencia todos los pueblos de su diócesis y , no con­ tento con eso, recorría también todas las provincias del reino, llevado del encendido amor que tenía a las almas, y predicaba por doquier la sa vadora doctrina evangélica. Se apenaba su alma por la ceguera y el empeder­ nido corazón de los judíos, que por entonces eran muchos e influyentes en España. A su hermana Santa Florentina dedicó Isidoro un excelente tratado contra los errores de los judíos, y al rey Sisenando le instó a que intentase trazas y estudiase medios para traerlos a la verdad. El Señor premió su celo con algunas conversiones. Su influencia cerca de los reyes visigodos fué considerable. Ninguna cosa importante emprendían los príncipes sin haber antes pedido el parecer del insigne prelado, el cual prestó en toda ocasión al poder civil ayuda leal y desinteresada. Fué el primero que firmó el decreto por el cual se trasladaba la silla metropolitana de Cartagena a Toledo, la nueva capital visigoda. En los concilios, solía solicitar el concurso del soberano para la ejecución de los decretos episcopales, y él a su vez se anticipaba a los deseos del príncipe otorgándole privilegios en asuntos eclesiásticos. A instancias del rey Sisenando, dió forma a la constitución política de España en el IV Concilio toledano, inaugurando, o por lo menos consoli­ dando, el régimen de estrecha unión de los poderes civil y religioso, y asen­ tando en la legislación del reino los más provechosos principios del Derecho canónico. Mas aquel régimen no podría durar si los príncipes traspasaban las obligaciones de su cargo. Por eso, el oráculo de las Iglesias de España, San Isidoro, les recuerda con energía esas obligaciones en sus escritos y discursos. P oco tiempo antes de su muerte presidió un Concilio. Habiendo votado los obispos cuanto Isidoro había propuesto para el buen gobierno de las Iglesias, levantóse ante la ilustre asamblea, avisándoles y profetizándoles que si se apartaban de la ley santa del Señor y de la doctrina evangélica

que habían recibido, caería España de la cumbre de aquella felicidad en que estaba en un abismo de gravísimas calamidades y miserias, y se vería afli­ gida de hambre, peste y espada; pero que si después reconociesen y llorasen sus pecados e hiciesen penitencia de ellos, Dios los levantaría a mayor estado y felicidad, y los haría más gloriosos que a otras muchas naciones; lo cual vemos cumplido en la destrucción de España por los moros que la domi­ naron por espacio de ocho siglos; mas después de haberlos vencido y echado de su reino, el Señor la llenó de gloria en los reinados de los Reyes Cató­ licos, Carlos V y Felipe II, que por la extensión de sus Estados podía decir «que en ellos no se ponía nunca el sol».

POSTREROS INSTANTES Y GLORIOSO TRÁNSITO

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AN Isidoro gobernó santamente su Iglesia por espacio de treinta y seis años. Entendiendo que se acercaba el tiempo en que Dios le quería llevar para sí, se dió con más fervor a la oración y obras de misericor­ dia y penitencia, para mejor disponerse a la muerte. Al cabo, habiendo hecho llamar a dos obispos amigos suyos, Eparcio y Juan, se hizo llevar a la igle­ sia de San Vicente y , habiendo tomado asiento en el presbiterio en un lugar desde donde podía dar la postrera bendición a su amado pueblo, despojóse él mismo de sus vestidos y , cubiertas sus carnes de cilicios y ceniza, hizo al Señor esta oración: — Señor Dios, que conoces el corazón de los hombres; Tú, que perdonaste al publicano todos sus pecados cuando humildemente se daba golpes de pe­ cho allá lejos del altar, al que no se creía digno de acercarse; Tú, que devol­ viste la vida a Lázaro cuatro días después de su muerte: oye ahora mi con­ fesión y aparta tus ojos de los innumerables pecados que cometí contra tu soberana Majestad. Acuérdate, Señor, que para mí, pecador, y no para los justos, pusiste en tu Iglesia el saludable baño del sacramento de la Penitencia. Pidió luego la absolución y después con gran humildad, devoción y re­ verencia recibió de mano de los obispos el cuerpo y sangre del Señor, pos­ trado en el suelo, y pidió perdón a todos los presentes y ausentes, por si a alguno hubiese ofendido, y encomendó a todos el amor fraternal y la caridad. Finalmente, habiendo mandado llamar a todos sus sacerdotes, les per­ donó las deudas, dió a los necesitados todo lo que tenía y así, pobre de espíritu y rico en Cristo, puesto sobre ceniza delante del altar mayor, ben­ dijo al pueblo y dió su bendita alma al Señor y Criador a los 4 de abril del año de 636, el primero del reinado de Quintila. Su cuerpo fué sepultado en Sevilla y, habiéndose apoderado los moros de aquella ciudad, Femando I, rey de Castilla y León, con grandes ruegos

y dádivas alcanzó de Benabeto, rey m oro de Sevilla, que le diese el cuerpo de San Isidoro, y lo llevó a León y le colocó en el suntuoso templo de su nombre, que para este efecto había edificado, donde al presente está en un arca de oro con la decencia y reverencia que conviene. Obró Dios muchos milagros por m ediación de San Isidoro tanto en vida com o en muerte, siendo dos de ellos la resurrección de una mujer asfixiada por la muchedumbre y la curación de un ciego con sólo tocar el guante del Santo; y en las guerras que los cristianos hicieron contra los moros, invo­ cando su favor fueron socorridos y ayudados. Toda España ha recibido no­ tables beneficios de su santidad, doctrina y particular patrocinio. Vivió San Isidoro entre las dos edades Antigua y Media, y así nos ha transmitido las enseñanzas de los insignes doctores que le precedieron; muchos le consideran el último Padre de la Iglesia latina. El V III Concilio toledano le llamó «D octor excelentísimo, gloria y prez de la Iglesia católica y el más ilustre varón de los postreros siglos»; el papa León IV nombraba a San Isidoro en parangón con San Jerónimo y San Agustín. La santidad de Inocencio X I I I le proclamó D octor de la Iglesia universal a los 25 de abril del año 1722.

SANTORAL Santos Isidoro, arzobispo de Sevilla y doctor; Platón abad; Benito de Palermo, franciscano, cuya fiesta se celebra el día 3 ; Pedro II, obispo de Poitiers; Zósimo, anacoreta; Víctor, obispo en Cataluña, y mártir, a mediados del siglo i ; Hildeberto, abad de San Pedro de Gante y mártir; Teonas, solitario; Agatópodes, diácono, y Teódulo, lector, mártires en Tesalónica; San Ambrosio, obispo de Milán y doctor de la Iglesia, cuya fiesta se cele­ bra el 7 de diciem bre; Publio, contemporáneo de Juliano el Apóstata; Efrén, obispo venerado en Jerusalén. Santa Aleth, madre de San Bernardo.

SAN PLATÓN, abad. — Es uno de tantos santos que, habiendo nacido entre riquezas, las despreciaron para abrazarse con la pobreza voluntaria, a fin de seguir más de cerca a Jesucristo, pobre por amor nuestro. Era de talento sumamente despierto y espíritu muy cultivado en las Letras, tanto humanas como divinas. En plena juventud se retiró al monasterio de los Símbolos, situado en la cima del monte Olimpo, donde le fueron impuestas muchas y duras pruebas, a las que se sometió con profunda y santa alegría. Mientras ejercía el cargo de abad de dicho monasterio, una persecución de Constantino V I obligó a los religiosos a disper­ sarse, y algunos de ellos sufrieron el martirio. Platón se salvó y estuvo en Cons­ tantinopla, predicando la doctrina de Cristo, para la cual ganó muchos adeptos; consiguió, además, desterrar la lepra de la blasfemia. En los concilios de Cons-

tantinopla (786) y de Nicea (787) logró un triunfo rotundo contra los iconoclastas. Fué encarcelado por oponerse al divorcio de Constantino VI, y después, desterrado por divergencias religiosas con Nicéforo, elevado a emperador en una revolución que desterró a Irene, madre de Constantino. Mucho tuvo que sufrir durante los cuatro años que duró su destierro. Perdonado por Miguel I, volvió a su celda de Constantinopla, en la que murió plácidamente, el año 813, a los setenta y nueve de edad, -después de haber perdonado a sus enemigos. i

SAN ZÓSIMO, anacoreta. — De este Santo hemos hecho mención en la vida de Santa María Egipcíaca. Vivió en Palestina, a fines del siglo iv, durante el imperio del español Teodosio el Grande. Llevaba vida monacal y era consultado por muchos. El demonio le tentó una vez con un pensamiento de vanidad: se creyó un religioso perfecto. Pero fué aleccionado por otro monje desconocido, que le dijo: «Es cierto, Zósimo, que hasta ahora habéis luchado bien; pero, ¿qué hombre puede envanecerse de ser perfecto? Sabed que hay otros caminos distin­ tos de los que habéis seguido para alcanzar la salvación; y para que os conven­ záis de ello, salid de este país e id a un monasterio que hay situado en las riberas del Jordán». Admirado Zósimo de tal aparición, dió cumplimiento a las palabras del aparecido. Allí se encontró con hombres que parecían seres de otro mundo, pues sólo se dedicaban al trabajo manual y a la oración, y cuyo único alimento era pan y agu a; a esta penitencia añadían la del áspero cilicio, que atormentaba sus carnes. Durante la Cuaresma llevaba vida penitente en el desierto, junto al Jordán. Allí fué donde encontró Zósimo a María Egipcíaca, la penitente. Murió a los cien años, lleno de merecimientos, alcanzados en su santa y larga vida.

SAN TEONAS, solitario. — Era hombre dotado de vivísima inteligencia, y se hallaba provisto de toda la cultura de los sabios de Grecia, Roma y Egipto, cuyos idiomas hablaba. Vivió en una celdita por espacio de treinta años, sin hablar más que una vez, con ocasión de devolver la libertad a dos ladrones, que al ir a ro­ barle, quedaron como cosidos en el suelo sin poderse mover. Realizó muchos mi­ lagros, sobre todo la curación de enfermedades. Murió siendo abad de un monas­ terio de la Tebaida, a últimos del siglo iv.

DIA

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DE

ABRIL

SAN V I C E N T E DE LA ORDEN DE PREDICADORES

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FERRER (1350 - 1419)

A nobilísima ciudad de Valencia, cabeza del reino del mismo nombre, fué cuna del glorioso San Vicente Ferrer, luz y espejo de predica­ dores, gloria de España y ornamento de su patria. Sus padres, de' la antigua familia de los Ferreres, eran nobles según la carne, pero mucho más ilustres por sus cristianas y loables costumbres: porque entre las otras muchas virtudes que tuvieron, eran m uy benignos y misericordiosos y al cabo del ano daban a los pobres todo lo que les sobraba de su honesto sustento. Su padre se llamaba Guillermo y su madre Constancia Miguel, la cual, antes de que naciese Vicente, que fué a los 23 de enero del año de 1350, tuvo señales de que había de dar a luz un niño que sería de la Orden de Santo Domingo, y con su predicación alumbraría al mundo; porque oyó algunas' veces ladridos com o de algún perrillo dentro de sus entrañas y , comunicando esto con el arzobispo de Valencia, que era pariente suyo, le dijo que sin duda el niño que de ella iba a nacer sería gran predicador y pregonero de Jesucristo, que con sus ladridos espantaría los lobos de su ganado; y así el Santo solía decir: «Y a veis lo que soy: un perro que corre por el mundo la­ drando contra los lobos infernales; y por cierto que es para mí muy grande honra el ser perrillo del Señor.»

Desde su niñez fué m uy agraciado y tan afable que todos los que le mi­ raban se le aficionaban. Comenzó a aprender las primeras letras y a la edad de diez años aventajaba a sus condiscípulos y sabía más que todos ellos y , com o quien se ensayaba para lo que después había de ser, algunas veces juntaba a varios muchachos de su edad y les decía: «Oídme, niños y juzgad si soy buen predicador»; y , haciendo la señal de la cruz en la frente, refería algunas razones de las que había oído a predicadores en Valencia, imitando la voz y los meneos de ellos tan vivamente que dejaba admirados a los que le oían. • Estudió Gramática, Lógica y Teología y con su agudo ingenio, feliz me­ moria y perseverancia en los estudios alcanzó gran ciencia y fama. Cuando en los sermones oía nombrar a la sacratísima Virgen María, se regalaba y regocijaba mucho, y decía que era buen predicador el que hablaba de las excelencias de Nuestra Señora, y así él no predicó luego ningún sermón que no empezase con el Avemaria. %

VOCACIÓN. — TENTACIONES. — MILAGROS

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N llegando a la edad de dieciocho años, y considerando la vanidad, mutabilidad y peligros de las cosas del mundo y los lazos que el de­ demonio tiene armados en todas ellas, determinó darles libelo de re­ pudio y abrazarse con Jesucristo crucificado. Fuese al convento de los dres Dominicos de Valencia y el prior y demás Padres le recibieron con extraordinario contento y alegría; diéronle el hábito y él lo tom ó con gran devoción y ternura com o quien sabía lo que tomaba y conocía el tesoro in­ estimable que está escondido debajo del pobre hábito de la religión. Luego se puso a leer con atención la vida de su padre Santo Domingo, para tomarle por dechado e imitarle en todo lo que él pudiese. Ocupábase en todas las obras de humildad, maceraba su carne con ayunos y penitencias y su vida era un perfecto retrato de la vida religiosa. Acabado el noviciado, le encomendaron los superiores que leyese un curso de Lógica a algunos religiosos del convento y a los que venían de fuera a oírle, lo cual hizo con rara modestia y virtud. Después le enviaron a los 'conventos de Barcelona y de Lérida, donde había famosos letrados de la Orden, para que tratase con ellos y , siendo de edad de veintiocho años, le graduaron de Maestro en Teología en la universidad de Lérida. Volvió a Valencia donde fué recibido con gran regocijo de toda la ciudad y , a ruegos del arzobispo y del pueblo, comenzó a predicar la palabra de Dios con grandísimo aprovechamiento de todos y autoridad suya y de su re­ ligión, porque en toda Valencia a él sólo llamaban el docto, el santo y siervo fidelísimo de Jesucristo; y lo era tan de veras que en sus sermones nunca

n c buscaba a sí, ni el aplauso y aura popular, sino sólo la gloria del Señor y el bien de las almas, y su objeto no era deleitar, ni enternecer, ni mover h admiración a los oyentes, sino quebrantar los corazones duros, compun­ girlos fe inflamarlos en el amor de Dios. Temiendo el enemigo del linaje humano la vida santa y la predicación lun fervorosa y provechosa de San Vicente, determinó derribarle si pudiese y hacerle caer en algún pecado grave e infame. Para ello, estando el Santo haciendo oración una noche se le apareció el demonio en figura de venerable ermitaño con barba negra y larguísima. Parecía en su aspecto un San AnImiio abad, o un San Pablo, primer ermitaño, o uno de aquellos santos monjes del yermo. «Oye, Vicente— le dijo— ; y o soy uno de aquellos antiguos solitarios de Egipto y, a pesar de haber sido en mi mocedad muy des­ enfrenado y disoluto, después hice penitencia y el Señor me dió el premio de la vida eterna. Ahora, si quieres seguir mis consejos, te diré que no te mates ni aflijas tanto con los ayunos y penitencias, sino que dejes eso para la vejez, y mientras eres mozo te huelgues y entretengas en los gustos de esta vida.» Entendió el Santo que aquel no era ermitaño venido del cielo, sino demonio con máscara de ermitaño y , haciendo la señal de la cruz, le rechazó. Otra noche, estando orando delante de un crucifijo, se le puso ante sí el demonio en figura de un negro de Etiopía, grande y feísimo, y le dijo: «No te dejaré de perseguir hasta que caigas torpemente y quedes vencido.» Otra vez, leyendo el libro admirable que escribió San Jerónimo acerca de la perpetua virginidad de Nuestra Señora, oyó una voz que le dijo: «No da Dios a todos esa gracia, ni tampoco tú la alcanzarás, antes la perderás muy presto.» Mas com o el demonio vió que por sí mismo en tantos combates y peleas 110 le había podido vencer ni derribar, pensó poderlo hacer más fácilmente por medio de algunas mujeres perdidas, y en particular de una, noble, her­ mosa y atrevida, la cual, instigada del demonio, usó de toda suerte de as­ tucias para provocar al Santo. Pero el Señor permitió que entrase el demonio en el cuerpo de aquella miserable, haciéndole dar grandes voces. Los criados y la gente de casa acudieron para saber la causa y hallaron que estaba en­ demoniada; llamaron a sacerdotes y exorcistas, pero nada pudieron, porque todas las veces que le conjuraban, respondía el demonio: «N o saldré de este cuerpo hasta que venga a echarme de él aquel que estando en el fuego no pudo ser quemado.» Rogaron al Santo que fuese a verla, y, en entrando Vi­ cente en el aposento donde estaba la mujer, el demonio dió un grande ala­ rido y dijo: «Éste es el hombre que no se quemó en medio de las llamas; ya no puedo estar más aquí.» Y diciendo esto se partió dejando medio muerta a la mujer. Los milagros que el Señor obró por San Vicente fueron tantos que Pedro

Ranzano, fraile de su Orden que escribió su vida en cinco libros, dice que fueron más de ochocientos sesenta los que se sacaron de solos cuatro pro- 1 cesos. Estando predicando en la villa de Morella, resucitó a un niño que j había sido hecho pedazos por su madre, mujer lunática que a tiempos perdía ] el juicio y se embravecía. ' En la bula de su canonización, el papa Pío II que la despachó, dice estas j palabras: «La divina virtud hizo por él muchos milagros para confirmación j de su predicación y vida... Porque a muchos demonios echó de los cuerpos < humanos, a muchos sordos hizo oír, y a muchos mudos, hablar; alumbró I ciegos, limpió leprosos, resucitó muertos y dió salud a otros que estaban afligidos con muchas enfermedades.» Teníanle todos por hombre alumbrado de Dios e ilustrado con revela- ¡ ciones, y por profeta, que con luz divina veía las cosas ausentes o futuras. ] com o si las tuviera presentes y delante de los ojos. Una vez, predicando ’ en Zaragoza, comenzó a llorar amargamente, y de allí a poco se enjugó los ojos y calló, y después de haberse sosegado, dijo que en aquella hora había ■ expirado en Valencia su madre: y poco después se supo ser verdad su muerte. : Otra vez, predicando en Barcelona en tiempo de grandísima hambre,, ! estando la gente muy afligida y sin esperanza de remedio, les dijo que se alegrasen, porque antes de la noche llegarían al puerto naves cargadas de trigo con que se remediaría su necesidad, y así fué.

SAN VICENTE Y LA IGLESIA

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OR entonces permitió Dios nuestro Señor un lastimoso cisma en la Igle­ sia. Había tres Papas, y cada uno tenía diversos reinos y provincias 1 que le obedecían. Entendiendo San Vicente que don Pedro de Luna, que era uno de los tres, y se llamaba Benedicto X III , tenía mejor dere y era el verdadero y legítimo Papa, aconsejó al rey don Fernando de Aragón que le prestase la obediencia, lo cual hizo, lo mismo que el rey de Castilla. ; Pero com o el derecho que cada uno de los 'Papas alegaba en su favor fuese oscuro y muy enmarañado y dudoso, para acabar un cisma tan prolijo, peligroso y pernicioso, se tom ó por medio que cada uno de los tres Papas renunciase al sumo pontificado y que se eligiese un nuevo Pontífice que fuese cabeza y pastor universal en toda la Iglesia, y ella le reconociese j por tal. L o hicieron Gregorio X I I y Juan X X I I I en el concilio de Constanza; i pero Benedicto X I I I nunca lo quiso hacer por mucho que el emperador ! de Alemania y el rey de Aragón en persona y otros príncipes y embajadores j se lo rogaron. Entonces San Vicente aconsejó al rey don Fernando que j quitase la obediencia a Benedicto por su contumacia y rebeldía; y así lo

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RESÉNTASE el demonio anie San Vicente Ferrer con aspecto de santo ermitaño y dícele que modere sus ayunos y peniten­

cias. El Santo entiende quién es, hace la señal de la cruz y , enco­

mendándose a la Santísima Virgen, le dice: —¡Oh antigua serpiente!, ¿piensas que no te conozco?

hizo, porque la autoridad del Santo bastó para que le diese la obediencia y para que se la quitase. E l concilio de Constanza recibió carta de San Vicente Ferrer y Santa Coleta y eligió por sumo pontífice a Martín V , que fué exce­ lente Papa. En el mismo Concilio hubo grandes disputas y debates sobre ciertas cosas m uy importantes y dificultosas, y no pudiéndose averiguar lo que en ellas se había de hacer por ser muchos y contrarios los pareceres, determinó el Concilio de consultarlas con San Vicente, que a la sazón predicaba en Borgoña; y para esto se envió al cardenal Pedro Aníbal, acompañado de dos teólogos y otros dos canonistas para saber del Santo lo que le parecía que se debía hacer. Él, com o humilde, se corrió de tan solemne embajada, y re­ solvió con la luz que tenía del cielo lo que se le propuso, y con gran feli­ cidad desmarañó las dificultades que tantos y tan doctos letrados no habían podido entender y declarar.

APÓSTOL Y SANTO

P

REDICÓ San Vicente no solamente en Valencia, sino también en los otros reinos de España y en Francia, Inglaterra, Escocia, Irlanda, Piamonte, Lombardía y buena parte de Italia, con extraordinario y maravilloso fruto de las almas. En España convirtió a la fe de Cristo a más de veinticinco mil judíos y dieciocho mil moros, de los que en aquel tiempo vivían en ella. Algunas veces, estando predicando, tenía revelación de Dios que habían de venir a oírle, y él se paraba com o arrobado en el pulpito, aguardándolos, mientras el auditorio, maravillado, esperaba sin saber la causa de aquel silencio y suspensión. La misma forma y traza de su predicar era rara y a propósito para mover al auditorio. Al principio de su predicación exhortaba a la penitencia. Después combatía algún vicio y pecado, declarando su fealdad con tan gran enca­ recimiento y sentimiento, que él mismo se enternecía y lloraba y hacía llorar a los demás, especialmente a los que estaban afectados de aquel vicio. Acon­ tecióle alguna vez predicar del juicio final con tanta fuerza y vehemencia, que muchos de los pecadores allí presentes se postraron en tierra y con grandes lágrimas confesaron públicamente sus pecados y pidieron perdón de ellos. Muchos de los que se convertían le seguían de pueblo en pueblo disci­ plinándose terriblemente en satisfacción de sus pecados; y eran tantos los disciplinantes que había tiendas de disciplinas, com o si fuera feria de azotes, y se disciplinaban con tanto rigor, que se hallaban en sus ropas pedazos

grandes de carne. Este espectáculo, que era m uy ordinario, movía a los demás y los dejaba compungidos y llorosos y deseosos de imitar aquella rigurosa penitencia, o a lo menos la enmienda de la vida. N o solamente tenía San Vicente cuidado de enseñar y reformar a los hombres doctos y letrados, sino también de instruir y catequizar a los niños acerca de lá señal de la cruz, del Padrenuestro, Avemaria, Credo, Salve, Y o pecador, invocación de los nombres de Jesús y María, necesidad de la oración, de oír misa, etc. Dióle el Señor entendimiento despierto, agudo ingenio, rara memoria, singular doctrina, conocimiento e inteligencia de la Sagrada Escritura, voz fuerte, blanda, sonora y penetrante, y todos los talentos y requisitos para que pudiera ejercer bien su oficio de predicador. Pero aunque estos dones naturales eran tantos y tan grandes, no fueran tan eficaces ni tan fructuosos de no ir acompañados con una singular gracia del Señor, que resplandecía admirablemente en su vida; porque andando tantos caminos com o anduvo, por espacio de tantos años, no perdió un punto de su religión. Era amigo de la santa pobreza, no tenía sino un hábito, un escapulario y una capa de paño basto, ni llevaba consigo sino un breviario y una Biblia. Durante cuarenta años ayunó cada día, excepto los domin­ gos; dormía sobre sarmientos y desde mozo se disciplinaba cada noche. Andaba siempre a pie, hasta que estando después malo de una pierna, iba a caballo en un jumentillo. Comúnmente guardaba este orden y distribución en su vida: Daba a su fatigado cuerpo un poco de reposo y todo el resto de la noche la gastaba en estudio, oración y contemplación. A la mañana iba al lugar donde había de predicar, y allí, después de haberse confesado, él mismo cantaba la misa con gran solemnidad y aparato y órganos que llevaba consigo; porque todo esto le parecía que despertaba la devoción y disponía y ablandaba los ánimos de los oyentes para estampar en ellos más fácilmente la doctrina evangélica. i La vida de San Vicente era vida apostólica y que movía a los oyentes más que sus palabras, y Dios nuestro Señor, con algunos prodigios divinos le hacía más admirable, porque predicando en las plazas y en los campos a innumerable gente, todos oían lo que decía, así los que estaban lejos como los que estaban cerca; y , predicando en lengua valenciana a personas de di­ ferentes naciones y lenguas, le entendían com o si predicara en su propio idioma. Mas con haber tenido el glorioso San Vicente tan próspero curso en la navegación de su predicación, no le faltaron borrascas y contrariedades; porque el demonio por sí mismo y por sus aliados y ministros procuraba turbar la mar y desasosegar al Santo para que no navegase con tan fa­ vorables vientos. Estando predicando en Murcia a poco menos de diez mil

personas, se vieron venir por una calle tres caballos desbocados y m uy furiosos, relinchando y echando humo por las narices, que iban a precipitarse sobre la gente que oía el sermón, la cual, asustada y llena de pavor quería huir; mas el Santo la detuvo diciéndoles qué hiciesen la señal de la cruz y aquellos demonios desaparecerían, y así fué, en efecto. Otra vez, un jumento estaba paciendo allí cerca de donde el Santo pre­ dicaba e, instigándole el demonio, comenzó a rebuznar tantas veces y tan fuertemente, que no podía la gente oír el sermón. Mandóle San Vicente que callase, y el demonio quedó corrido y obedeció.

MUERTE DEL SANTO. — NUEVOS PRODIGIOS ABIE N D O este predicador insigne sembrado la semilla del cielo en tantas y tan diversas provincias y reinos, fué a una provincia de Francia, que llaman Bretaña, para ilustrarla con sus luces y arran­ car de ella las espinas y -malas hierbas de vicios, y plantar, com o buen hortelano, el germen de las virtudes. Hallábase ya m uy cansado de los muchos trabajos de tantos años, y debilitado con sus continuos ayunos y penitencias, pero no por esto dejaba de ayunar y predicar; y era cosa maravillosa ver que antes que subiese al púlpito, apenas se podía mover y , en subiendo y conmenzando a predicar, lo hacía con tanta fuerza com o cuando mozo. Aconsejáronle y rogáronle mucho sus compañeros que se volviese a Va­ lencia para acabar en ella sus días, y com o el Santo era benigno y suave de condición, condescendió con ellos, y se partió de noche para España. Pero a la mañana, cuando pensó haber andado algunas leguas, se halló a la puerta de la misma ciudad de Vannes. Entendió que el Señor quería que muriese allí, y así lo dijo a los que le acompañaban. Entró en la ciudad y al cabo de pocos días le dió una calentura muy recia. Y aunque él estaba aparejado y toda su vida había sido una continua meditación de la muerte, todavía hizo confesión general con un fraile de su Orden y recibió la indulgencia plenaria que el Sumo Pontífice Martín V para aquella hora le había concedido. Después, habiendo cumplido- con el obispo, magistrado y gente principal de la ciudad, que con gran sentimiento habían venido a visitarle, y encargádoles que recordasen y guardasen fiel­ mente lo que él en aquellos dos postreros años les había enseñado — porque haciéndolo así, él desde el cielo les ayudaría con sus oraciones, y Dios los favorecería— , mandó que cerrasen las puertas para que los muchachos que venían a tomar su bendición no interrumpiesen su trato con Dios, ni tur­ basen la paz y quietud de su alma; porque quería gastar aquellos últimos

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días de su enfermedad en entretenerse con su Am ado. Así lo hacía, es­ tando absorto y com o arrebatado en la contemplación del sumo bien y an­ helando aquella patria, para la cual él había caminado con acelerado paso a tan grandes jornadas. Finalmente, habiendo recibido los santos Sacramentos, con alegría ex­ terior más que humana dió su espíritu al Señor, a los 5 de abril del año de 1419. Su cuerpo fué enterrado en la iglesia mayor, estando presentes el duque de Bretaña y otros muchos señores y príncipes, y tan grande con­ curso de gente que por espacio de tres días no se le pudo sepultar. Después de muerto hizo Dios tantos y tan grandes milagros por inter­ cesión del Santo com o los había hecho estando en vida. El agua con que lavaron su sagrado cadáver dió salud a muchos enfermos, y el colchón en que murió, sanó de calenturas y otras enfermedades a más de cuatrocientos que se echaron con devoción sobre él. San Vicente Ferrer fué canonizado por el papa Calixto III, a los 29 de junio del año de 1455, cumpliéndose con ello la profecía del Santo, el cual, siendo todavía niño aquel sumo Pontífice, en tres ocasiones se paró delante de él diciendo: «Éste me canoniza^». La Iglesia trae y celebra su festividad a los 5 del mes de abril; pero en la archidiócesis dé Valencia la fiesta de San Vicente Ferrer es de precepto y se celebra con gran solemnidad el lunes después de Cuasimodo.

SANTORAL Santos Vicente Ferrer, confesor; Zenón, mártir en la isla de L esbos; Geraldo o Giraldo, abad; muchos mártires africanos que, en la persecución de Genserico, fueron degollados en la iglesia cuando celebraban la solemnidad de la Pascua; Hesesipo, mártir, venerado en L ieja ; Celsino, obispo; Claudiano, mártir en Mesopotamia ; Honorio y Termes, mártires; Mercurio, mártir ro­ mano ; Beato Bonifacio Ferrer, hermano de San Vicente Ferrer y general de los Cartujos. Santas Irene, hermana de las santas A gape y Quionía, már­ tires; Catalina Tomás, virgen, cuya fiesta se celebra el 28 de ju lio ; Domnina y Ancila, mártires; Teodora, viuda y religiosa; la Beata Margarita, prin­ cesa de Saboya. SAN GERALDO, abad. — Nació en la ciudad de Corbia, en Picardía, a prin­ cipios del siglo x i. Educado por los benedictinos, salió muy aprovechado en le­ tras, ciencia y virtud, y profesó en dicha Orden en el año 1048. Aun siendo administrador del convento, jamás dejó de llevar una vida extremadamente auste­

ra y piadosa, tanto que contrajo una enfermedad penosa y larga. Hizo un viaje a Roma y otro a Tierra Santa; después fué elegido abad por los monjes de Laon, en cuyo cargo dió ejemplo de vida de oración y penitencia. Mas al cabo de algún tiempo renunció a esta dignidad y se retiró al monasterio de San Medardo de Soissons, donde le obligaron también a aceptar aquella abadía; pero un falso monje, va­ liéndose de gente armada, le arrojó del monasterio. Entonces Geraldo, con otros cuatro que le siguieron, se retiró a una soledad, a seis leguas de Burdeos, donde permaneció catorce años predicando y convirtiendo a los pueblos de aquella re­ gión, testigos de sus numerosos milagros. Se durmió en la paz del Señor el 5 de abril del año 1095 y fué canonizado por el papa Celestino III. SANTAS AGAPE, QUIONÍA e IRENE, hermanas mártires. — Admirables fueron los ejemplos de valor que nos dieron muchas mujeres y doncellas cristia­ nas, que, a pesar de su natural debilidad, supieron triunfar de los tiranos y em­ peradores, despreciando espadas, fuego, peines de hierro, garfios, fieras y otras clases de tormentos, para conservar íntegro el tesoro de la fe, el perfume de la pureza y el fuego del amor a Dios. Agape, Quionía e Irene, naturales de Tesalónica, para escapar al furor de los perseguidores de Cristo, huyeron, al monte, donde fueron, no obstante, encontradas. Por negarse a comer carnes sacrificadas a los dioses, fueron presentadas al tribunal de Dulcesio, en compañía de otras tres mujeres y un hombre, por nombres Casia, Felipa, Eutiquia y Agatón. El interrogatorio a que fueron sometidas revela una firmeza invencible y una cons­ tancia asombrosa. — ¿Por qué no has participado en los sacrificios a los dioses? — pregunta el presidente al exsacerdote de los ídolos, Agatón. — Porque s o y ' cristiano — respon­ dió éste. — ¿Persistes en tu resolución? — Con toda mi alma. — Y tú, Agape, ¿qué dices? — Creyente del Dios vivo, me he negado a hacer las cosas de que hablas. — Y tú, Irene, ¿por qué no has obedecido las disposiciones de los emperadores? • —Porque temo a Dios. — Tú, Casia, ¿qué dices? — Que quiero salvar mi alma. — ¿No quieres tomar parte en los sacrificios? — No. — ¿Y tú, Felipa? — Lo mis­ mo. — ¿Qué quieres decir con esto? — Que prefiero morir antes que comer de vuestros sacrificios. Eutiquia respondió de modo semejante. Y todos se mantuvieron en su firme resolución de no querer obedecer la orden del emperador, porque eran cristia­ nas. En distintos días, las tres hermanas fueron devoradas por las llamas, en las que penetraron cantando salmos, y sólo cesaron cuando sus almas, como blancas palomas envueltas en ondas purpurinas de amor, volaron al cielo a recibir la eterna corona de los mártires. Esto sucedió durante el reinado de Diocleciano. De las santas Agape y Quionía se hace memoria el día 3 de este mismo mes.

DIA

6

DE

A5RIL

SAN GUILLERMO DE PARIS CANÓNIGO REGULAR DE SAN AGUSTÍN (1105? - 1203?)

ACIÓ San Guillermo en París, o quizá en San Germán, de padres nobles y virtuosos, a principios del siglo X I I . Desde sus más tiernos años fué educado m uy santamente por un tío suyo llamado Hugo, abad del monasterio benedictino de San Germán de los Prados. De las enseñanzas y trato de aquellos santos monjes sacó el joven Guillermo tanto fruto y provecho que m uy en breve adquirió gran caudal de virtud y letras, se graduó de maestro en artes liberales y alcanzó extra­ ordinaria fama de yarón santo y sabio. Pronto advirtió su piadoso tío las excelentes prendas y sobrenaturales dones de Guillermo y , habiéndole persuadido de que debía abrazar el estado eclesiástico, se ordenó de subdiácono y logró una canonjía en la colegiata de Santa Genoveva del Monte, iglesia dedicada al principio a los biena­ venturados apóstoles Pedro y Pablo y luego a Santa Genoveva, por haber sido depositada en ella el sagrado cuerpo de esta santa virgen, patrona de París. Los clérigos de dicha colegiata habían degenerado del primitivo fervor; Guillermo los indujo a la vida más perfecta con el ejemplo constante de su

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modestia, mansedumbre, pureza de costumbres, amor al retiro y asiduidad al coro. Mas ellos, sumidos com o estaban en la tibieza y la relajación, no quisieron aprovecharse de aquellos ejemplos de virtud; antes, viendo en la vida del Santo una continua condenación de la suya, en vez de respetarle e imitarle, le menospreciaban e injuriaban, y aun llegaron a usar de ardides y estratagemas para hacerle renunciar a su prebenda y dejar la colegiata. Fingió uno de ellos que quería hacerse m onje y fué a proponer a Guiller­ m o que hiciese otro tanto; ambos irían al monasterio, pero una vez Gui­ llermo dentro, se volvería él a Santa Genoveva. Nuestro Santo, que aspiraba a vida más perfecta, aceptó gustoso la propuesta, y así partieron ambos' para una abadía cisterciense recién fundada. Estando ya en la puerta del monasterio, el compañero del Santo le instó a que entrase solo, diciéndole que él lo haría después de arreglar fuera algunos negocios. — De ningún m odo — le contestó Guillermo, qus había descubierto el engaño— ; y o no puedo entrar solo en el monasterio; siendo vos de más edad, os toca entrar primero; así, esperaré a que volváis y entraremos juntos. Al fin, com o el otro no quisiese entrar, díjole Guillermo: — Pues bien; ya que no podéis quedaros hoy en el convento, volvámonos los dos a Santa Genoveva y dejemos el hacernos monjes para más adelante. •

RECIBE EL DIACONADO

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UISO el abad de San Germán que su sobrino Guillermo fuese or­ denado de diácono, pero los demás canónigos se opusieron a ello y aun llevaron el asunto al obispo de París, suplicándole que no le ordenase, porque no merecía aquella honra y dignidad. Entretanto Hugo, tío del Santo, sabedor de las insidias de los canónigos de Santa Genoveva, envió a su sobrino al obispo de Senlís, el cual le or­ denó al punto de diácono, ejecutándose la ceremonia sin que de ella tuvieran noticia los enemigos del Santo. Guillermo, por su parte, se guardó mucho de divulgarla. Ahora bien, aquellos hombres relajados buscaban ocasión de deshacerse de tan virtuoso censor y pensaron haberla hallado. Una de las cláusulas de sus estatutos declaraba no poder desempeñar el cargo de canónigo ni pertenecer a la colegiata quien no recibía las sagradas órdenes al cabo de cierto tiempo de haber ingresado en la corporación. Había ya transcurrido para Guillermo el tiempo reglamentario y así no le quedaba más remedio que presentarse a leer el Evangelio en el rezo de Maitines cuando le llegase el turno, cosa que sólo pueden hacer los diáconos y sacerdotes y , si no lo leía, debía retirarse y dejar para siempre la colegiata. Suplicóles que le

dispensasen de aquella obligación; pero ellos, seguros ya de salir con sus intentos, no sabiendo que era ya áiácono, le respondieron que o se sometía a| reglamento, o dejaba desde aquel día de pertenecer al cabildo. Guillermo guardó silencio; mas llegado el momento en que le tocaba leer el Evangelio y cuando los demás canónigos daban ya por logrado el triunfo, se levantó, pasó al facistol y pidió la bendición, com o se acostumbra a hacer antes de leer el sagrado texto, con las palabras Jube, Domne, benedícere.

Quedaron los enemigos del Santo tan corridos con aquel inesperado su­ ceso, que ninguno de ellos acertó a rezar las palabras de la bendición y, en medio del mayor sobresalto y vergüenza huyeron de la iglesia, quedando en ella sólo Guillermo con un venerable canónigo llamado Alberico, el cual nunca tuvo parte en las perfidias de sus compañeros y lamentaba ese estado de cosas. Al otro día los fugitivos se juntaron para deliberar sobre lo que con­ venía hacer y, estando en esto, llegó Alberico y comentó el suceso de la víspera con mucho donaire y su poquito de malicia. De allí en adelante disminuyó aquel odio que tenían al Santo, el cual pudo muy en breve ordenarse de sacerdote sin dificultad.

PÁRROCO Y CANÓNIGO REGULAR

V

INIEN DO a vacar la parroquia de Epinay que pertenecía a la igle­ sia de Santa Genoveva, los canónigos pensaron que aquella era buena ocasión para apartar honrosamente de la colegiata a Gui­ llermo. Ofreciéronle la parroquia y la aceptó el Santo; pero, aunque ello tuviera que vivir fuera de París, no dejaba de ser canónigo de Santa Genoveva, puesto que sólo un miembro de la colegiata podía ser párroco de Epinay. Aconteció, empero, que en el año de 1147 vino a París el papa Euge­ nio III en busca de refugio cerca del rey Luis V II el Joven, para huir de los amaldistas. Al día siguiente de su llegada fué el Papa a celebrar a la iglesia de Santa Genoveva, hallándose presente a la ceremonia el rey Luis V II. Levantóse en esto reñida contienda entre los domésticos del Papa y los criados de los canónigos, llegando éstos a insultar al soberano, que intervino en la disputa. Pronto echó de ver el Sumo Pontífice que la vida de los canónigos distaba mucho de ser ejemplar, por lo que, de acuerdo con el monarca, determinó remediar aquellos desórdenes decretando la sus­ titución del cabildo por una comunidad de monjes, com o así se hizo, pa­ sando a residir en la colegiata los Canónigos regulares de San Agustín del

monasterio de San Víctor, poco distantes de aquel lugar, los cuales llevaban vida m uy santa y observante. Mandaba el decreto del Papa que a los antiguos canónigos, mientras viviesen, se les pagasen las ’ rentas de sus prebendas; y así, el nuevo abad de Santa Genoveva envió recado a nuestro Santo ro¿5ndole que viniese a verle para trataf de su beneficio. Pasó Guillermo a París, fuése a ver al ’ abad y quedó tan edificado de la vida santa de aquellos religiosos que, dando de mano a su cargo, dignidad y bienes que poseía, abrazó lleno de gozo la regla de aquel santo Instituto, y muy en breve, viendo los canó­ nigos su eminente piedad, admirable prudencia y discreción y otras gracias y dones de que estaba adornada su alma, le eligieron para el cargo de subprior. Pronto aventajó Guillermo a todos sus compañeros en la observancia regular. No toleraba que se hiciese con negligencia la obra de Dios ni que por la incuria o descuido de sus súbditos faltase en el templo y en las sagradas ceremonias el debido esplendor y decoro. Sucedió que, habiendo sido elegido prior uno de los religiosos, acudí :'i al rey para que confirmase la elección, faltando con ello a la regla que prohibía acudir en semejantes casos a los poderes civiles. Guillermo le echó en rostro aquella infracción y aun llegó a negarle obediencia, siendo por ello severamente castigado. Mas noticioso el papa Alejandro III de cuanto ocurría en Santa Genoveva, aprobó el celo de Guillermo y mandó al abad que hiciese elegir canónicamente nuevo prior. Los Canónigos regulares fueron calumniados ante el Papa y el rey de Francia, y aun por la ciudad de París corrió la noticia de que aquellos religiosos habían abierto el relicario de Santa Genoveva y sustraído la sagrada cabeza de la Santa. Al saberlo el monarca se enojó de tal manera que juró castigar a los canónigos y echarlos inmediatamente, si «e probaba ser cierto lo que se decía. En consecuencia, congregáronse con el arzobispo de Sens algunos prelados y abades de aquella provincia eclesiástica y todo el clero e innumerable muchedumbre de fieles para asistir a la apertura del relicario y a la comprobación pública de que nada faltaba de su precioso contenido. Abrióse el relicario el día 11 de enero del año de 1167 y se halló entero el cuerpo de Santa Genoveva. A l ver la cabeza de la Santa, Guillermo, que actuaba de acólito en aquella ceremonia, no pudo contener su alborozo y entonó con toda sü alma el Te D eu m laudamus, que prosiguió cantando la muchedumbre en medio del mayor júbilo y fervor; y , alegando el obispo de Orleáns que bien podía ser aquel el cráneo de otra persona, el siervo de Dios se ofreció a entrar con la sagrada reliquia en un horno encendido si así lo disponían los preladós, siendo esa una costumbre de aquellas edades, cuando querían apelar al justo juicio del Señor.

S

AN Guillermo pone en singular aprieto y deja en ridículo a los envidiosos que pretenden deshacerse de él y expulsarle del ca­

bildo. Todos creen que no puede leer el Evangelio y quedan sorpren­ didos y avergonzados al oírle entonar con decisión la plegaria Jube, Domrie, benedícere.

APÓSTOL DE DINAMARCA

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L piadoso rey Valdemaro I el Grande acababa de reconquistar a Di­ namarca del poder de los vándalos e intentaba restablecer en su reino la religión cristiana en su primitivo esplendor. Ayudábale en tan santa empresa el obispo de Roskild, llamado Absalón, prelado de e nente virtud y m uy cumplidor de las obligaciones de su sagrado ministerio. Este santo obispo ardía en deseos de ver florecer en su diócesis el antiguo monasterio de Canónigos regulares de la isla de Eskil. Para lograr su intento, determinó enviar a París al preboste de su ca­ tedral, conocido con el nombre de Sajón el Gramático, con encargo de su­ plicar al abad de los Canónigos regulares de Santa Genoveva que tuviese a bien enviarle a Guillermo, cuyas prendas y virtudes conocía, por haber sido su condiscípulo en la universidad de París. El abad vino en ello de muy buena gana y asimismo Guillermo, el cual partió para Dinamarca con tres compañeros y fué recibido por el monarca y el prelado con toda suerte de muestras de veneración y júbilo. En lle­ gando fué nombrado abad de Eskil, dándose desde el primer día a la ob­ servancia regular en compañía de los tres religiosos que con él habían ido. Difícilmente — dice el biógrafo contemporáneo de Guillermo— puede uno formarse idea cabal de lo que el santo abad tuvo que sufrir en Eskil, y de los asaltos que le dió el demonio para descorazonarle ante la reforma del monasterio. Los tres canónigos, sus compañeros, quisieron volver a todo trance a París, asustados por el rigurosísimo clima de Dinamarca, por la pobreza y miseria del monasterio, la ignorancia del idioma de aquel país y otras dificultades que no supieron vencer. Por otra parte, los religiosos del con­ vento, acostumbrados desde hacía largos años a la inobservancia, se amo­ tinaron contra el nuevo abad y echaron mano de toda suerte de astucias y artimañas para hacerle abandonar el cargo. Tam poco el demonio dejó de emplear medio alguno para desalentar al Santo. Una noche apagó la luz del dormitorio y pegó fuego a un montoncito de paja que había en el aposento de Guillermo para que pereciese en las llamas, en las cuales hubiera muerto abrasado el santísimo varón, a no haberle socorrido el Señor milagrosamente. Viéndose vencido por esta parte, tentó el demonio al Santo con toda j clase de malos pensamientos y feas imaginaciones y , finalmente, inspiró J a los monjes grandes deseos de deshacerse de su abad de cualquir m odo | que fuese y aun entregándole a los vándalos o asesinándole ellos mismos. J A tal extremo llegó su ceguedad y el odio que tenían al Santo. Pero la | humildad, paciencia, mansedumbre, sumisión a la voluntad de Dios, extra-1

ordinaria devoción, continua oración y pasmosa austeridad de aquel bien­ aventurado varón, le hicieron al fin triunfar de sus enemigos y fueron grande parte para atraer a los monjes a vida observante y santa. Fundó por aquellos tiempos un monasterio de su Orden en Ebbelholt, ciudad de Finlandia y lo llamó convento de Santo Tomás del Paráclito, y el papa Alejandro III, por los años de 1175, confirmó esta fundación y prescribió a Guillermo y a sus monjes que guardasen de allí adelante la regla de San Agustín y los estatutos del monasterio de San Víctor de París. Plugo al Señor hacer glorioso el nombre de su siervo, favoreciéndole vun el don de milagros. Un hombre afligido de una grave enfermedad del vientre oyó en sueños una voz que le dijo: «Si quieres sanar de tu en­ fermedad, come de las sobras de la comida del abad Guillermo.» Creyó las palabras que acababa de oír y envió un amigo suyo al monasterio con en­ cargo de traerle las migajas que ,se recogieron después de la comida del nbad Guillermo, y en comiéndolas hallóse de repente sano. Una muchacha que habían tenido por muerta durante tres días, cobró lu salud con el, mismo remedio; porque, habiéndose aparecido a su madre una virgen con rostro venerable, le dijo: «Estás afligida con la enfermedad de tu hija, pero no temas; manda traer las sobras de la comida del abad Guillermo y en comiéndolas sanará.» La madre obedeció al punto; fuése ella misma al monasterio y, tomando algunos pececillos y una bebida que Guillermo había aderezado, llevólos a su hija; y en comiéndolos quedó sana y prorrumpió en alabanzas y gracias al Santo, que con su poder y santidad le había devuelto la salud perdida. En un monasterio de Cistercienses vivía un monje enfermo del pecho desde hacía varios años. Adelantó tanto la enfermedad que perdió casi com ­ pletamente la voz, por lo que quedó el monje harto triste. Como llegase n sus oídos la fama de santidad de Guillermo, fué a verle y le explicó, no nin trabajo, el m otivo que allí le llevaba, que no era menos que pedirle su curación. Guillermo trazó la señal de la cruz sobre el enfermo y le dijo: «Que el Hijo de Dios os cure, hermano», y al instante recobró la voz. Aconteció también en una ocasión que el poder de Dios obró un milagro r

le llevaba a ocultas. Diéronle por muerto sus parientes y llevaron luto por él, pero las idas y venidas del diácono acabaron por despertar su curiosi­ dad y consiguieron descubrir al joven en su cueva, medio muerto, cubierto de miseria y de úlceras. _ Este asunto llegó a oídos del obispo de la diócesis, el cual determinó elevar a las Órdenes sagradas a semejante portento de virtud. Fué, pues, a verle, le examinó y de allí a poco le confirió los grados todos de la cleri­ catura, incluso el presbiterado, a pesar de no contar entonces más que dieciocho años.

PEREGRINACIÓN A JERUSALÉN. — ARRECIA EN SUS AUSTERIDADES

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OCO después de su ordenación decidió Teodoro emprender el viaje a Jerusalén, tanto por el deseo de ver los lugares santificados por la vida y muerte de Nuestro Señor, como para evitar la excesiva soli­ citud de su familia. Visitó no sólo los santuarios más importantes de Ciudad Santa, de Belén y de Nazaret, sino tam bién los monasterios, lauras y ermitas de Palestina para recibir la bendición de los monjes más renom­ brados por su santidad y los consejos más convenientes para la dirección de su alma. En la laura de Khoziba, próxima a Jericó, recibió el hábito monástico; pues este taum aturgo, conocido ya por sus portentosos milagros, no era aún religioso. Andando el tiempo, volvió otras dos veces a Pales­ tina y permaneció allí largas temporadas. De vuelta a Galacia después de la primera peregrinación, se estableció en un lugar m uy próximo al santuario de San Jorge y mandó preparar, en­ cima de la cueva, dos celdillas sin techo. H abitaba una de ellas, que era de madera, desde Navidad hasta Semana Santa, y pasaba la gran Semana y los días de ayuno del año en la otra, que era de hierro. Además, llevaba puestos: una coraza de hierro, que pesaba 18 libras; una cruz de lo mismo, de 18 palmos; y el cinturón, el calzado y los guantes eran de idéntico metal. E n el clima extremado de Galacia, hubieran sido en invierno inaguan­ tables los sufrimientos para cualquier otro que no disfrutara como él de complexión robusta. Como vivía a techo descubierto y sin abrigo de nin­ guna clase, recibía las lluvias o la nieve en su caparazón de hierro o en las hendiduras de su calzado, y por los rigores del frío quedaban, a veces, presos sus pies en el hielo. En tales ocasiones solían venir sus discípulos con agua caliente a estimular sus miembros helados y atenuar un poco sus padecimientos, pero no por eso abandonaba el siervo de Dios este régimen de maceraciones que nos hace estremecer.

n m ini i rn 11n 1111n n 111111n 11

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IJO m ío —¿dice San Teodoro al general M auricio —, has de saber qile, si tienes devoción al santo m ártir Jorge, vendrá

pron to la noticia de tu elevación com o jefe suprem o del Im perio. Cuando ta l suceda, no te olvides de am parar a los pobres, de cui­ darte de ellos y de darles alim en to .»

Parece que consagró buen número de años a tales penitencias, aunque las interrum pía de cuando en cuando para consagrarse al apostolado de la caridad, curar a los enfermos y, en particular, arrojar al demonio del cuerpo de los posesos. Con tal motivo emprendía largos viajes por las provincias colindantes, pues su fam a de santidad era universal. t

PROFECÍAS SOBRE EL EMPERADOR MAURICIO

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L primitivo oratorio de San Jorge resultaba y a m uy reducido, por lo cual mandó construir una iglesia espaciosa en honor de San Miguel. A sus lados iban adosadas dos capillitas dedicadas a la Santísima Virgen y a San Ju an B autista. Los monjes, que con el tiempo se agrupar en torno del Santo, celebraban los divinos misterios en el primer oratorio; los enfermos y posesos que venían a implorar su curación poníanse en la iglesia de San Miguel, abierta día y noche. £1 monasterio, que llegó a tener hasta cien monjes, era dirigido por uno de lcfs discípulos favoritos de San Teodoro. Éste, años arates había curado a la madre de su discípulo de una enfermedad grave. Al pie de la m ontaña había un monasterio de monjas fundado por la familia del Santo y gobernado algún tiempo por su abuela; a él acudía Teodoro con frecuencia para cumplir con las funciones de su ministerio. Hacia el año 582, el general Maurieio, pariente del emperador griego Tiberio II, regresaba victorioso de una cam paña contra los persas. Al pa­ sar por Galacia fué con numeroso séquito a la gruta en que moraba el Santo y le pidió que le obtuviese de Dios un viaje venturoso. Díjole Teo­ doro: «Hijo mío, si te encomiendas al m ártir San Jorge, pronto sabrás que te nombran emperador, y para entonces te ruego que no te olvides de los pobres». Como el general le expusiera sus dudas sobre el cumplimiento de la profecía, llamóle el Santo aparte y le dijo con detalle cómo y cuándo sería emperador; todo se cumplió poco después. Desde la corte le escribió Mau­ ricio encomendándose a sus oraciones y prometiéndole despachar cualquier solicitud que le hiciese. £1 Santo pidióle trigo, para que sus monjes lo dis­ tribuyesen entre los pobres. £1 emperador le remitió ciento cincuenta fane­ gas. Poco más tarde el Santo fué llamado para que amonestase y corrigiese a un hijo del emperador. Pasaron veinte años y el Santo tuvo presentimiento de la muerte trá ­ gica de Mauricio. He aquí cómo refiere este suceso uno de sus discípulos: Estaba Teodoro rezando cierto día el Salterio en una capilla recién term i­ nada, y la lám para que ardía sin cesar, se apagó repentinamente. Teodoro hizo seña a un monje para que la encendiera; así lo hizo por dos veces,

pero otras tantas volvió a apagarse. Reprochóle el Santo su poca traza y quiso encenderla él mismo, pero no fué más afortunado. Entendió entonces que había allí algún misterio y ordenó a los monjes que exam inaran su con­ ciencia y confesaran sus pecados; manifestaron que no se sentían culpables de nada. Entonces púsose el Santo en oración para pedir a Dios que le aclarase aquel suceso extraordinario. Pronto empezó a entristecerse hasta prorrum pir en llanto y exclamó: «Verdaderamente, oh Isaías, conocías bien la naturaleza del hombre cuando dijiste: E l hombre es heno y la gloria del hombre es como la flor del heno: secóse el heno y cayó su flor. Oyéndole «us monjes hablar así, preguntáronle la causa de su dolor; a lo cual con­ testó, que en breve moriría Mauricio y que tales caláinidades sobrevendrían cuales la generación de entonces no podía ni sospechar.

OBISPO DE ANASTASIÓPOLIS. — SU DIMISIÓN UANDO así profetizaba*San Teodoro el fin desastroso del emperador, ya había presentado la dimisión de la sede de Anastasiópolis, que había ocupado por espacio de diez años. E sta ciudad, que probable­ mente es la de Bey-Bazar, actual cabeza de partido de la provincia de gora, se halla a unos 70 kilómetros de esta últim a y distaba unas cuatro leguas de Siceón* ciudad natal del Santo. Tan popular se había hecho la fam a de Teodoro, confirmada por mila­ gros cotidianos que, habiendo vacado la sede de Anastasiópolis hacia el año 588, sus moradores fueron a pedir al metropolitano de Angora que nombrara obispo al ilustre abad. A pesar de su reiterada resistencia, Teodoro hubo de inclinarse ante la voluntad de Dios y dejarse consagrar; mas no por eso disminuyó las austeridades pasadas. Gran pena fué para él tener que dejar la contemplación para dedicarse a los asuntos temporales, que siempre le causaron viva repugnancia. Además, sus diocesanos, los de las ciudades par­ ticularm ente, se aprovechaban poco de sus enseñanzas y no m udaban de conducta. Todas estas razones influyeron en su voluntad hasta el punto de que decidió presentar la dimisión. Al principio se vió detenido por las apari­ ciones de San Jorge, que le rogaba difiriese lo más posible ta l determinación; pero sucesivos acontecimientos extremaron las cosas y acabó por dar el paso definitivo. P ara evitarse las preocupaciones propias de los asuntos tem­ porales, arrendó unas fincas de la iglesia a un tal Teodosio, hombre sin entrañas. Quejáronse los pobres al prelado porque el arrendador los mal­ trataba. El Santo exhortó al adm inistrador a m udar de conducta; pero lejos de enmendarse, Teodosio trató a los braceros aun con más dureza, de

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suerte que un día se reunieron los campesinos armados de espadas, hondas y garrotes, dispuestos a m atarle si comparecía. Ante semejante hostilidad, el adm inistrador se fué a la ciudad en busca de refuerzos. Habiéndolo sabi­ do el obispo y temiendo alguna muerte de que se le pudiera im putar res­ ponsabilidad ante Dios, mandó llam ar a Teodosio jj le prohibió volver a aquel lugar. Entonces el adm inistrador tornóse contra el Santo, le llenó de denuestos y se irritó tanto, que de un empellón hizo rodar por el suelo al prelado y el asiento que ocupaba. Y no paró aquí todo, sino que le exigió como indemnización dos libras de oro, por no estar cumplido el plazo de arriendo. San Teodoro se levantó con toda calma, pero juró ante los pre­ sentes que no había de ser más su obispo. Por último, una tentativa de envenenamiento que le dejó por espacio de tres días entre la vida y la m uerte, le decidió a retirarse. Su dimisión, re­ chazada por los diocesanos y por su metropolitano, fué adm itida al fin por el emperador y el patriarca de Constantinopla, después de un viaje q u e el Santo hubo de emprender a la capital del imperio. E ra hacia el año 599.

SINIESTROS VATICINIOS. — SU MUERTE

ODAVIA le restaban trece años de vida que pasó casi totalm ente en su acostumbrado retiro de Siceón, en medio de las austeridades que ya conocemos y cumpliendo m ultitud de obras de caridad. Con todo, le hallamos con frecuencia en esta últim a etapa de su vida por las calza de Asia Menor acudiendo al lado de las almas buenas que imploraban el auxilio de sus oraciones y el poder de sus milagros que, a decir verdad, era extraordinario. Su historiador nos refiere, en efecto, más de un centenar de portentosas maravillas llevadas a cabo por Teodoro. Nosotros nos contentaremos con afirm ar que no había enfermedad que se resistiera a la santidad de Teodoro. Devolvió la vista a los ciegos, el oído a los sordos, la palabra a los mudos, el uso de sus miembros a los paralí­ ticos; libró del demonio a gran número de posesos. Su historiador nos dice que casi no pasaba día sin obrar algún prodigio. También tenía el Santo el don de leer en los corazones y profetizar lo venidero. E n el año 609 ce­ lebráronse procesiones en varias ciudades de Galacia. Las cruces que es cos­ tum bre llevar a la cabeza de las mismas empezaron a agitarse por sí solas de modo inesperado, raro y de mal agüero. Alarmóse Tomás, patriarca de Constantinopla, mandó a buscar a San Teodoro y le rogó le dijera si ese temblor de las cruces lo había o no de tener en consideración. Habiéndole afirmado el Santo que sí, el patriarca deseó saber el significado de aquel fenómeno. Como Teodoro mostrase reparo en descubrírselo, arrojóse a sus

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pies declarando que no se levantaría hasta oír la respuesta. Entonces con­ movióse San Teodoro hasta derram ar lágrimas y dijo: «No quería afligiros, porque no habéis de sacar ningún provecho de saber esas cosas; pero ya que así lo deseáis os diré que ese tem blor de las cruces nos anuncia muchas y grandes calamidades. Bastantes cristianos abandonarán la religión de sus padres; habrá incursiones de bárbaros, mucha efusión de sangre, destruc­ ción y sediciones en todo el mundo. Las iglesias quedarán desiertas; la ruina del culto divino y del imperio se aproxima y con ello el advenimiento de nuestro enemigo Satanás». El imperio griego se hallhba empeñado en una guerra con los persas, que debía proseguir aún por espacio de diecinueve años, costar la vida a mi­ llones de hombres y acarrear la destrucción de infinidad de pueblos y ciu­ dades y la ruina de varias provincias. Apenas estuvo alejado ese peligro y restablecida la paz, sobrevinieron los fanáticos discípulos de Mahoma que, en pocos años, desgajaron en provecho propio la m itad de las provincias orientales del imperio bizantino y obligaron a apostatar a algunos millones de cristianos. Todo esto había visto aquel hombre de Dios y lo anunciaba con espanto; sin embargo, ni el patriarca ni él llegaron a presenciarlo. San Teodoro murió en su monasterio el 22 de abril de 613. Celebran su memoria el mismo día el martirologio romano y el calendario de la Iglesia griega.

SANTORAL Santos Teodoro, obispo; C a y o y so te ro , p a p a s, y m á rtir e s; E p ip o d io y A le ja n d r o , m á rtir e s en L y ó n ; Leónides, padre del famoso Orígenes, m artirizado en A lejandría; Parm enio, Helimenas, Crisóstelo, Lucas, Mucio, Miles, Santiago, José y muchos otros m ártires en P e rs ia ; Apeles y Lucio, de los primeros discípulos del Señor, m ártires en E sm irn a; León, Aprónculo, Julián, Cle­ m ente y Teogerio, obispos y confesores; R ufo o R ufino, anacoreta y con­ fesor ; Daniel, m ártir, venerado en Lodi (Ita lia ); Generoso, m ártir en R o m a ; B eato Adelberto, abad. Santas Senorina, virgen y abadésa, p a­ riente de San R o sen d o ; O pportuna, virgen y abadesa. • SAN SOTERO, papa y m ártir. — Sotero nació en' F undi, herm osa ciudad de la Campania, en el reino de Nápoles. P ronto destacó por su piedad y ciencia. Siguió la carrera eclesiástica, y en Rom a se dió a conocer por su ilustrado ta ­ lento y sólida sabiduría. Fué elevado al pontificado a la m uerte del pap a Aniceto. Los tiem pos eran malos, m uy malos p ara la Iglesia, a causa de las herejías de los Nicolaítas, Gnósticos, A danitas y, sobre todo, de los M ontañistas, cuya apariencia de santidad y buena# costum bres a tra ía m ás fácilm ente. Sotero ^ba de acá p ara allá, y visitaba las catacum bas, p ara anim ar y enfervorizar a los fieles.

Dió algunos decretos referentes a disciplina eclesiástica, y declaró que no se debe gu ardar el juram ento de cosa ilícita o m ala. D erram ó su sangre po r Dios el 22 de abril de 175, y fué sepultado en el cementerio de San C alixto de la Vía Apia. SAN CAYO, papa y m ártir. -— San Cayo era oriundo de Dalm acia y pariente del em perador Diocleciano. F ué sacerdote ejem plar en Rc&na, distinguiéndose p o r la pureza de costum bres y el celo apostólico, que le m ovía en to d a ocasión. Ocupó la Silla de San Pedro el año 283, p o r m uerte de San E utiquiano. L a persecución de Diocleciano, la m ás cruel de todas, obligaba a los cristianos a buscar refugio en las cavernas y en los m o n tes; pero Cayo los iba buscando a todos, p ara prestarles el consuelo espiritual, junto con el alivio m aterial. D urante su pontificado de doce años y algunos meses, dió varios decretos y escribió una epístola m uy digna de loa, acerca de la Encarnación del Verbo E terno. Fué m artirizado el 22 de abril del año 296, y su cuerpo fué enterrado en el cementerio de San Calixto. SANTOS E P IP O D IO Y A LEJA N D R O , m ártires. — Aunque el segundo era griego de nación, am bos vivían en Lyón, en íntim a am istad, a causa de los estudios. Al tener noticia de la persecución de Marco Aurelio, huyeron de la # ciudad, no p or cobardía, sino por prudencia. V ivieron b astan te tiem po ocultos en casa de una v iuda cristiana, hogar escondido y que, p o r lo mismo, ofrecía ciertas garantías de seguridad personal. Pero al fin fueron descubiertos y lle­ vados a la cárcel. P resentados al tribunal, separadam ente, se m antuvieron am bos firmes en sus creencias, p o r lo que merecieron la palm a del m artirio. E pipodio fué golpeado y herido en la boca, estirado entre los palos del potro, despedazado con garfios de hierro y, finalm ente, decapitado. A lejandro fué crucificado, en cuyo suplicio expiró. Tuvo lugar su m artirio en L yón el 22 de abril de 178. Con ellos fueron m artirizados otros tre in ta y cuatro.

DIA

SAN

23

DE

ABRIL

JORGE

MÁRTIR ( f hacia el 303)

AN Jorge, bizarro m ilitar, modelo de soldados, espejo de caballeros, defensor de la justicia, prototipo del valor, caballero del ideal reli­ gioso, cristiano de convicciones hondas, héroe de Cristo, es un Santo de los más queridos del pueblo fiel, que le profesa una devoción tierna y filial. La pintura ha inmortalizado la imagen de nuestro Santo, representándolo sobre un brioso corcel, arremetiendo con su lanza a un espantoso dragón, que amenazaba devorar a una hermosa doncella. La1fantasía oriental ha creado a este propósito gran número de piadosas y simbólicas leyendas, que representan el denuedo con que San Jorge acudió a la defensa de la Religión verdadera contra el dragón infernal enemigo de las almas, al que venció con su heroico m artirio. San Jorge es el esforzado guerrero que lucha valiente contra la iniquidad y defiende sus creencias frente a la brutal tiranía de una autoridad indigna y rebelde a la Divinidad. La Iglesia le invoca como a uno de sus protectores en los combates por la verdad y la justicia; los héroes de Cristo y los pueblos descansan tranquilos bajo su protección y amparo.

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RELATOS APÓCRIFOS ACERCA DE SAN JORGE

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OCO después de la muerte del m ártir, y sobre todo en tiempo de las Cruzadas aparecieron biografías apócrifas, infundadas leyendas y no pocos relatos de milagros y suplicios dudosos que desfocaron su fi­ sonomía histórica y la relación de los tormentos que sufrió. Pero la Iglesia rom ana, que ha inscrito en el número de los mártires desde el siglo V a este nuevo testigo de Cristo, denuncia y reprueba, por ser en parte obra de los herejes, una relación —escrita en griego y m uy divulgada en aquellos días— de la vida y martirio de San Jorge. Esa biografía, más propia para deshonrar la memoria del soldado de Cristo que para enalte­ cerla, está excluida, como tantas otras de esta clase, de las lecturas li­ túrgicas. Por desgracia, ha influido más o menos en sucesivas biografías de los siglos posteriores. Para desenmarañar lo verdadero de lo falso y pre­ sentar una labor que inspire confianza, el historiador tiene que examinar con rigor los relatos que a San Jorge se refieren. Los Bolandistas han hecho esa labor depurativa sobre varios documentos griegos que narran la vida y tormentos del m ártir y precisan el crédito que pueden merecer algunos textos, cuyo valor histórico queda, en definitiva, problemático o discutible. No se debe confundir —a pesar de tener idéntico nombre, patria y pro­ fesión— al gran m ártir San Jorge con otro personaje del mismo nombre, obispo intruso de Capadocia, funesto personaje, gran perseguidor de los ca­ tólicos, a quienes pretendía atraer al precipicio del arrianismo, sobornando a gran número de ellos, saqueando las casas de las viudas y huérfanos, u ltra­ jando a monjas y desterrando a obispos; que fué elevado por los arríanos en 339 a la silla«patriarcal de Alejandría, aprovechando el segundo destierro de San Atanasio y su obligada ausencia; y que, por último, murió asesina­ do por los mismos gentiles, por causa de sus crueldades y conducta es­ candalosa.

TRIBUNO MILITAR. — SAN JORGE Y EL DRAGÓN ORGE debió nacer hacia el año 280 en la ciudad de Lida en Siria, según unos, o en Mitilene de Capadocia, según otros. Criáronle sus padres en la religión cristiana, pues ellos la profesaban ya al emigrar de Palesti­ na, y le dieron una educación en todo conforme con su* posición social y fortuna, que debió ser considerable. Llegado a edad competente, Jorge abra­ zó la carrera de las armas, siguiendo el ejemplo de su padre. Se alistó en

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el ejército romano y pronto se granjeó el aprecio de sus jefes por su leal proceder, clara inteligencia y distinguidos modales, que le valieron, a no tardar, ser promovido al grado de tribuno de la guardia imperial de Diocleciano. U n manuscrito del siglo X III y la L e y e n d a de Oro del Beato Santiago de Vorágine atribuyen al joven oficial una hazaña prodigiosa y caballe­ resca, que es como sigue: al ir Jorge a incorporarse a su legión llegó a la ciudad de Silene en Libia; en un pantano de las cercanías tenía su guarida un enorme dragón que hasta entonces nadie había podido m atar. P ara que no devastara la ciudad llevábanle cada día dos ovejas y, como comenzaran a escasear estos pobres animales, mandó el rey de aquel lugar que en vez de dos ovejas le echasen una oveja y una doncella, aquella a quien caía en suerte. Aconteció un día que cayó precisamente a la hija del propio rey y, a pesar del dolor del desventurado padre, la pobre joven hubo de sufrir la suerte de sus compañeras. Encaminábase llorando hacia la cueva del monstruo, cuando inopinadamente se presenta un apuesto caballero, ar­ mado de espada y lanza. Sabedor de la suerte que corría la infeliz princesa, hace la señal de la cruz y arrem ete valeroso contra el monstruo enfurecido. Tan temenda lanzada le asesta que lo atraviesa de parte a parte y con el ceñidor de la joven hace un lazo, am arra al dragón y le conduce hasta la ciudad. Una vez allí, explica al rey y a su pueblo por qué ha logrado abatir al monstruo, y «es —dice— porque ha implorado el auxilio del único Dios verdadero». En preseilcia de todo el auditorio, que prometió creer en Jesu­ cristo y bautizarse, Jorge dió a la fiera el golpe de gracia. Este relato no consta en las antiguas biografías del m ártir; aparece en la época de las Cruzadas y viene probablemente de Oriente, no debiendo atribuirle más veracidad y valor que el de un símbolo. E l tribuno romano es, en efecto, la personificación ideal del caballero cristiano, que combate contra Satanás y los infieles en defensa de la fe, protegiendo en todo mo­ mento la debilidad que peligra. Pocas veces logró leyenda alguna boga ta n grande. P ara los artistas de toda categoría fué ella, desde el siglo X III hasta nuestros días, asunto pre­ dilecto que dió lugar a producciones artísticas tan numerosas como variadas, lo mismo en Oriente que en Occidente. La iconografía de la Edad Media y del Renacimiento lo han representado —aunque no exclusivamente— en la forma de un apuesto jinete en caballo blanco, enarbolando el estandarte de la santa cruz y embrazando una lanza con la cual acomete a un monstruo que amenaza a una Joven. Viene a ser un traslado del modo cómo se apa­ reció armado muchas veces peleando a favor de los fieles.

PERSECUCIÓN DE DIOCLECIANO. — SAN JORGE SE DECLARA CRISTIANO

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N los comienzos del siglo IV, imperando Diacleciano, adoptáronse ciertas providencias para eliminar del ejército imperial de Oriente a los numerosos elementos cristianos que en él servían. Muchos sol­ dados hubieron de renunciar a la profesión de las armas, aunque la perse­ cución no pasó adelante de momento. Mas cuando el césar Galerio se juntó con Diocleciano en Nic«4media, puso decidido empeño en conseguir de él mayor violencia contra la religón cristiana. Publicóse en dicha ciudad un edicto que ordenaba la demolición de las iglesias y la expulsión de todos los cristianos de las dignidades o cargos administrativos. Los historiadores Eusebio y Lactancio afirman que dicho decreto fué destrozado públicamente por * un joven; y algunos biógrafos se aventuran a escribir que ese joven fué Jorge el Tribuno. Poco después, y dos veces seguidas, el fuego prendió en el palacio imperial. Galerio acusó de ello a los cristianos y consiguió del em­ perador, a quien la noticia impresionó, licencia para tom ar sangrientas repre­ salias contra el clero y contra los cristianos de Nicomedia. Rápidamente se extendió la persecución por toda el Asia Menor y aparecieron edictos gene­ rales que intim aban a los fieles a sacrificar, velis nolis, a los ídolos, so pena de morir con atrocísimos tormentos. Lleno de dolor y de indignación a vista del proceder injusto y de la per­ secución sangrienta de que eran víctima los cristianos, resolvió Jorge tom ar públicamente su defensa. Distribuidos sus bienes entre los pobres, y libres los pocos esclavos que a su servicio tenía, defendió con valentía la causa de los perseguidos ante el consejo de dignatarios y jefes militares convo­ cado por Diocleciano, y afirmó públicamente que su religión era la única verdadera y que no podía darse culto a los ídolos. Al ser interrogado, Jorge declaró que era cristiano. Sorprendido el emperador por semejante con­ fesión, le dijo: «Piensa, joven, lo que dices y m ira por tu porvenir». Habló­ le luego de los suplicios espantosos que su desobediencia a los edictos le acarrearía y, de otra parte, las dignidades y elevados cargos con que pen­ saba prem iar su apostasía. A todo lo cual contestó el tribuno: —«Ten entendido, oh Diocleciano, que el Dios a quien sirvo me dará la victoria; que no me han de ablandar tus ruegos ni me han de arredrar tus amenazas. Todos tus beneficios son vanos y tus presentes semejantes al humo que el viento disipa. No echo de menos los honores que me has concedido hasta el día, porque aspiro a la gloria eterna. Perm ita el cielo que conozcas muy pronto al Dios omnipotente.» Ante semejante respuesta enfurecióse Diocleciano y ordenó la detención y encarcelamiento del oficial.

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ECIDIDO San Jorge a salir en defensa de los cristianos, bár­ bara y cruelisim am ente perseguidos en O riente, lo prim ero

que hace es vender todos sus bienes y distribu ir el dinero a los pobres. A l m ism o tiem po da la lib ertad a sus esclavos que, agra-

’ decidos, le besan los pies.

HORRIBLES SUPLICIOS. — CONFUSIÓN DE UN MAGO

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QUÍ da principio la dolorosa pasión del mártii» Los relatos de los hagiógrafos orientales describen por menudo los suplicios que en diferentes ocasiones padeció, tales como el tormento de la rueda guarnecida de afilados cuchillos, el de los garfios de hierro, el de la fla lación con nervios de buey, el baño en lechada de cal viva, etc. E l animoso soldado lo sufre todo con sobrehumano valor y ve luego cómo sus heridas quedan curadas milagrosamente. A juicio del magistrado, Jorge se vale de sortilegios para librarse de las espantosas torturas que le infligen; por lo cual manda venir a un hábil mago que, para más probar el incomprensible poder de Jorge, le da a beber un licor emponzoñado. El cristiano lo toma y no sufre el menor daño, según promesa de Cristo en su Evangelio. Declara entonces ante los idólatras que la omnipotencia divina puede obrar por mediación de sus hijos porten­ tos aun mayores; puede, por ejemplo, tom ar la vida a un cadáver. Al oír esto, el mago le pregunta si quiere resucitar a un difunto que había sido enterrado cerca de la cárcel pocos días antes. Conducen a Jorge al lugar señalado, ora el Santo y el muerto sale vivo del sepulcro. Vencido el mago confiesa el poder del Dios de los cristianos y abandona el culto de los ídolos. Furioso el emperador ante semejante noticia, ordena que el mago sea decapitado y que Jorge vuelva a la prisión. De allí a poco, nuevamente comparece Jorge ante el tribunal de Diocle­ ciano. Álzase dicho tribunal al aire libre, junto al templo de Apolo. E l em­ perador quiere sobornarle con tiernas palabras; le pone por delante su juven­ tud y le promete toda suerte de honores si consiente en sacrificar a los dioses. «Pero ¿dónde están esos dioses? —pregunta el confesor—. Vamos a verlos». Y con otro portentoso milagro, Jorge obliga a declarar al demonio que mora en el ídolo, que sólo hay un Dios verdadero. Hace después el Santo la señal de la cruz y todas las estatuas caen al suelo hechas pedazos, con lo cual se provoca un verdadero motín.

CONVERSIÓN DE LA EMPERATRIZ ALEJANDRA. — SAN JORGE ES DECAPITADO OBRESALTADA por los tumultuosos clamores del populacho, acudió la emperatriz y, acercándose a Diocleciano, le declaró que, enterada de lo que había ocurrido, ella tam bién se declaraba cristiana. E n el paroxismo del furor Diocleciano mandó que la golpearan con varas y que

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acabaran con su vida y con la de tres criados suyos, a saber: Apolo, Isacio y Crotates, cuya fiesta se celebra el 21 de abril. Y, queriendo term inar con el joven oficial de su guardia que perma­ necía inquebrantable en la fe, pronunció Diocleciano sentencia de muerte, Jorge fué atado a la cola de un caballo, arrastrado por la ciudad y seguida­ mente sacado extramuros y decapitado. Antes de morir, Jorge, puestos los ojos y levantadas las manos -al cielo, con voz entrañable que salía del cora­ zón, rogó a Dios perdonase a sus verdugos y les diese la gracia de la con­ versión. El martirio debió tener lugar en Nicomedia, Mitilene o Dióspolis, a principos del año 303. En efecto, en dicho año hallábase Diocleciano en aquella ciudad. El cuerpo del Santo sería trasladado más tarde a Dióspolis (Lida) en Palestina, conforme a su deseo.

FIESTA Y CULTO DE SAN JORGE

O es seguro que Jorge padeciera martirio el 23 de abril del año 303; en dicho día traen los calendarios la palabra m em o ria en lugar de n a ta lis —nacimiento a la vida gloriosa por la muerte—. Sin em­ bargo, desde muy antiguo se celebra su fiesta el 23 de abril en las igle de Oriente y Occidente. P ara los griegos es de guardar. E l Martirologio romano la trae a 23 de abril y en el Breviario romano viene inscrita en dicha fecha con rito de semidoble desde San Pío V, aunque sin leyenda histórica y con oración idéntica a la de San Bernabé. Ya desde el siglo V aparece el culto del m ártir muy extendido en Asia Menor, Egipto e Italia y está perfectamente localizado. La ciudad de Dióspolis (Lida), en Palestina, es su centro indiscutido y glorioso. Allí acuden los peregrinos a venerar el sepulcro del Santo, guar­ dado en espléndida basílica, levantada tal vez por Constantino o, como quieren otros, por Justiniano. Multitud de iglesias aquí y allá están dedicadas a San Jorge o se acogen a su patrocinio. E n Siria se han encontrado algunas con dedicatorias an­ tiguas en griego, una de las cuales parece remontarse al siglo IV. En Constantipopla había cinco o seis iglesias u oratorios dedicadas al santo m ártir; una de las más frecuentadas se hallaba a orillas del estrecho de los Dardanelos. También en Egipto se ven diversas iglesias o monasterios bajo la protección del Santo. En 682 el papa San León II dedica la iglesia que acaba de restaurar en el barrio del Velabro, en Roma, a dos santos mili­ tares: Sebastián y Jorge. Menos de un siglo más tarde, el papa San Zaca­ rías hizo solemne traslado de la cabeza del tribuno m ártir que conservaban en Letrán. La iglesia se llamó en lo sucesivo San Jorge in V elabro y el

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culto del Santo tomó gran incremento. No tardó mucho en penetrar en la Galia. Santa Clotilde dedicó a San Jorge el a'ltar de la iglesia de Chelles, y San Germán, obispo de París, enriqueció con un brazo del Santo, traído de Jerusalén, a la iglesia que fundó bajo la advocación de San Vicente. Sin embargo, hasta las Cruzadas —y debido a los relatos de los guerreros que atribuían a la intervención visible de San Jorge los triunfos sobre los sarracenos de Palestina, los moros de España, o los paganos de H un­ gría— la devoción a San Jorge no se extendió por Occidente. E l soldado m ártir fué desde entonces venerado como modelo y patrono de los caballeros cristianos que luchaban y derramaban su sangre en defensa de la fe y de los reinos cristianos. . La devoción popular cuenta tam bién a San Jorge entre los catorce o quince Santos denominados «Auxiliadores» o «Intercesores», porque se los tiene, sobre todo en Alemania e Italia, por abogados muy compasivos y eficaces en las enfermedades y trabajos de la vida.

PATROCINIO DE SAN JORGE NNUMERABLES son los que se han acogido a la protección del Santo y lo han elegido por especial patrono; tales los que siguen la carrera m ilitar, los que han de luchar con armas y aun los que las fabrican. Es patrono de cuantos llevan espada, arco y arcabuz; de los guerreros, jinetes, cruzados, caballeros, armeros y ejércitos cristianos. Explícase este patro­ cinio por la semejanza de profesión: San Jorge fué soldado, tuvo que luchar y defender la fe con su sangre. Desde m uy remotas fechas fué elegido San Jorge patrono especial de algunas naciones (Lituania, Rusia, Suecia, Sajonia), reinos, repúblicas y ciudades (Reino de Aragón, Cataluña y Valencia; repúblioa de Génova; ciuda­ des de Constantinopla, Ferrara, Alcoy, etc). Los ingleses le toman como pro­ tector en el sínodo de Oxford en 1220, celebran su fiesta con toda pompa y le erigen numerosos santuarios. Y no para aquí la devoción, pues que se llega hasta acuñar monedas con la efigie del Santo en Ferrara, Inglaterra y Génova. E n la E dad Media existía en Génova un Banco m uy acreditado: el Banco de San Jorge, el más antiguo de Europa, que se dedicaba principal­ mente a operaciones de crédito bancario y territorial. Unos setenta y cinco pueblos de Francia y más de sesenta de España y Portugal llevan el nombre de San Jorge. E n Suiza, lo llevan los conven­ tos de San Galo y de Stein. E n Italia, el de San Jorge de Venecia presenció un conclave y la elección de Pío V II (1739-1800).

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ÓRDENES MILITARES

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NTRE todos los nombres que figuran en el calendario, el de San Jorge es el más frecuentemente elegido como patrono de las Órdenes mili­ tares establecidas en Europa. La más antigua es la Orden constantiniana de San Jorge, que pudiera remontarse a los tiempos de Constanti esto es, al siglo IV; aunque lo más probable es que se fundó en 1190 por el emperador de Constantinopla Isaac Angel Comneno. E n España, la Orden de San Jorge de Alfana quedó instituida en la localidad del mismo nombre, en la diócesis de Tortosa, en 1363, y en 1399 debió fusionarse a la de Nuestra Señora de Montesa. El Franco Condado vió nacer en 1390 y 1400 una Orden de caballería de San Jorge llamada Orden de Rougemont. Filiberto de Mioláns, señor de Rougemont, que había traído de Oriente una reliquia de San Jorge, mandó construir una iglesia para darle culto. Él y varios nobles de la región ins­ tituyeron una Herm andad que duró oficialmente hasta le Restauración. En Austria fundó una Orden religiosomilitar el emperador Federico III por los años de 1468; y el papa Paulo II tenía erigida con la misma ad­ vocación la abadía benedictina de Moillestadt en la diócesis de Salzburgo; en ella se fundó a fines del siglo XV una Sociedad cuyos miembros se comprometían a combatir contra los turcos o ayudar con sus limosnas a la Orden; el papa Alejandro VI (f 1503) se inscribió en ella como cofrade. La Orden de San Jorge de Génova, creada en 1472 por el emperador de Alemania Federico I I I y de la cual era gran maestre el dux de Génova, fué de corta duración. El papa Paulo III ( f 1549) instituyó una Orden de San Jorge cuya sede era Ravena, y que tenía por misión dar caza a los piratas que atacaban la Marca de Ancona en los Estados Pontificios. Dicha Orden fué abolida por Gregorio X III (f 1585). Baviera tiene desde 1729 una Orden de San Jorge defensora de la in­ maculada Concepción. E n Rusia la emperatriz Catalina II fundó en 1769 una Orden con el mismo nombre para recompensar méritos militares. Eduardo III de Inglaterra puso la célebre Orden de la Ja rretera bajo la advocación de San Jorge en 1330. Y en 1818 se fundó en la Gran Bretaña una Orden civil y m ilitar llamada de San Miguel y San Jorge. Aunque incompleta la precedente enumeración, demuestra suficientemente cuán popular ha sido entre los cristianos el culto a San Jorge.

SANTORAL * Santos Jorge, mártir; Félix, presbítero, y sus compañeros, F ortunato y Aquileo, diáconos, mártires; Gerardo, obispo y confesor; Adalberto, obispo y már­ tir; Marolo, obispo de M ilán; Gil, arzobispo de T iro ; Diogeniano, obispo de A lb í; Valerio, Anatolio, Glicerio, D onato y Terino, m ártires, conver­ tidos por San Jorge. Beatos Gil, compañero de San F ran cisco ; Alejandro Saull, obispo y confesor. Santa Pusinna, virgen. B eata Elena, viuda.

SANTOS FÉLIX, FORTUNATO Y AQUILEO, mártires. — Félix era presbítero y los otros dos, diáconos. Los tres fueron enviados p or San Ireneo a Valencia de F rancia, p ara predicar el Evangelio. Lograron numerosas conversiones, pues con ellos estaba Dios, que realizaba p o r su medio continuos y estupendos m ila­ gros. Se retiraron a una soledad p ara llevar vida más perfecta. De ella fueron sacados violentam ente por las tropas del em perador Caracalla, hijo de Septimio Severo, que había decretado la q u in ta persecución contra los cristianos. Fueron los tres encarcelados; pero durante la noche se les apareció .un ángel, rompió sus cadenas y les ordenó que destruyeran los estatuas de los ídolos. Las puertas de los tem plos se les abrieron por sí solas, y asi pudieron reducir a polvo las estatuas de Jú piter, Mercurio y Saturno. E n presencia y a del tribunal, dijo Félix al capitán Cornelio estas claras y term inantes p a la b ra s; «Si estos dioses tuviesen algún poder p ara protegernos, hubiéranlo empleado ellos p ara defenderse a sí mismos cuando caían hechos polvo al solo nom bre de nuestro Dios y Señor». A torm entaron cruelm ente a los Santos con azotes y, atadas p ie rn as' y manos, colocáronlos sobre ruedas erizadas de púas, a las que d aban vueltas con gran velocidad. Pusiéronlos luego en el potro, b ajo el cual encendieron una hoguera, y, finalm ente, les cortaron la cabeza en la mism a ciudad de Valencia, el 23 de abril del año 212. SAN ADALBERTO, obispo y mártir. — Nació en P raga, capital de Bohemia, de padres nobles y piadosos, quienes lo ofrecieron al Señor en agradecim iento por habérselo dado y curado luego m aravillosam ente de una enferm dad m ortal. E s­ tudió las letras divinas en Magdeburgo, de donde volvió a su ciudad n atal con un arsenal de conocimientos y una dosis tan grande de v irtud , que por ellos fué elegido obispo de la capital del reino, a pesar de su repugnancia en aceptar el cargo. Pero la infidelidad, el desacato y aun las pullas de sus diocesanos le obligaron a abandonar el puesto, y eso por dos veces. P udo así recorrer los pueblos de H ungría, Polonia y P ru s ia ; m as predicó en desierto. E l público infiel de P rusia se arrcijó sobre él y le m ató, m ientras A dalberto im ploraba misericordia p ara sus asesinos. E l triunfo de este Santo tuv o lugar el 23 de abril del año 997. SANTA PUSINNA, virgen. — Nació en C ham paña, región francesa, a mediados del siglo v, y fué criada m uy religiosamente por sus piadosos padres. Y a desde niña se dió Pusinna a la v ida de oración y penitencia, y consagró a Dios su virginidad. R etirad a a una celda solitaria, en la que pasaba las horas entregada a ayunos, penitencias y vigilias, influyó poderosam ente en la transform ación de los pueblos merced a la conducta ejem plar de m uchas otras jóvenes por ella instruidas y form adas en el camino de la santidad. Dios la purificó más y más con una- larga enfermedad que le arrebató la vida el 23 de abril.

Instrumentos del suplicio. Emblemas del martirio y de la fortaleza del Santo

DÍA

24

DE

ABRIL

SAN FIDEL DE SIGMARINGA CAPUCHINO, PROTOMARTIR DE PROPAGANDA FIDE (1577 - 1622) /

AN Fidel de Sigmaringa, abogado, religioso y m ártir, fué suscitado por Dios a principios del siglo XVII para reformar las costumbres y com batir el protestantismo en la Suiza alemana. Como San Pedro Canisio, que en el siglo XVI se consagró a esa doble misión, nuestro Santo dedicó a ella las fuerzas y la vida hasta derram ar su sangre. Nació Fidel en abril de 1577 en Sigmaringa, población de Suabia, situada a orillas del Danubio y capital del principado de Hohenzollem. Llamábase su padre Juan Rey, hijo de un hombre principal de Amberes, que vino a establecerse en Sigmaringa al huir de la persecución protestante y fué a la vez consejero de la corte y burgomaestre. Su nacimiento puso en grave peligro la vida de su virtuosa madre y aun se llegó a temer que el tierno infante pasara insensiblemente de la cuna al sepulcro; pero el Señor que velaba por la preciosa existencia de nuestro Santo apartó con su poderosa mano ese primer peligro. En las fuentes bautismales se le impuso el nombre de Marcos, nombre que llevó hasta su entrada en religión. Sus padres depositaron en su alma arraigada piedad que vino a ser germen de la más sólida virtud, y quisieron, cl^sde el primer instante, cultivar y desarrollar su inteligencia, dedicándole a lós estudios. ,

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Después de la muerte de su padre acaecida en 1596, el joven, que ya contaba 19 años, fué enviado a la Universidad católica de Friburgo de Brisgovia para graduarse. La oración, la frecuencia de sacramentos y , sobre todo, la devoción a Nuestra Señora, le daban fuerzas para resistir a las pasiones. Sus dos virtudes favoritas fueron la mortificación y la templanza; por ellas pudo evitar los escollos en que vienen a naufragar irremisiblemente los jóvenes, aun los mejor dispuestos, en los embates de la vida. De ga­ llarda presencia, bello continente, elevada y noble estatura, el joven Rey sobresalía entre los estudiantes, sus compañeros, por una irreprochable pu­ reza de costumbres y por el ascendiente que tenía entre sus Profesores, hasta el punto de que le apellidaban el F iló so fo cristiano. Bien pronto pasó por todos los grados de la Facultad, conquistando suce­ sivamente los doctorados de Filosofía (1601) y de Derecho canónico y civil. Por aquel entonces varios estudiantes nobles de Suabia, entre los cuales se contaba el barón de Stotzingen, se proponían visitar varias naciones de Europa y acordaron rogar insistentemente a Marcos que se fuese con ellos. Éste no puso otro reparo que el de poder durante el viaje cumplir libre­ mente sus prácticas piadosas, sin molestia para sus compañeros. Así, más como peregrino que como turista, llevó adelante su viaje de estudios por Francia, España e Italia, visitando santuarios y hospitales y aliviando a los enfermos con piadosas exhortaciones y abundantes limosnas. E n Francia sostuvo controversias públicas contra los protestantes, y en Dole del Franco^ Condado ingresó en la cofradía de San Jorge, cuya misión era dar sepul­ tura a los condenados a muerte.- Mas, a pesar de su piedad y de las cruen­ tas austeridades con que afligía su cuerpo, particularm ente el sábado en honor de la Virgen nuestra Señora, veíasele siempre afable con todos, ale­ gre y bromista como cuando estaba en la Universidad.

EJERCE LA ABOGACIA

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L regresar del viaje (1610) pasó a servir a su amigo Stotzingen de

Friburgo, donde debía permanecer hasta su promoción al doctora­ do (1611). Luego se preparó para ejercer la abogacía y la inició con gran acierto en Ensisheim (Alsacia), que a la sazón era capital de los Estados austríacos y sede del gobierno. Un incidente providencial vino a ponerle de manifiesto lo difícil que es ser a la vez abogado acaudalado y perfecto cristiano. Cierto día que defendía una causa justísima, lo hizo con tal acopio de argumentos y razones que el abogado contrario no supo qué oponer. Irri­ tado por ta n adversa suerte, le dijo al salir de la audiencia:

—A ese paso, doctor Rey, jamás lograréis hacer fortuna. ¿Por qué exponer en la primera sesión lo más definitivo de la defensa? Obrando de esa suerte no habrá causa, por enredada que sea, que no se termine en una sesión. Comprendo que las pruebas son convincentes, pero ¿acaso tenéis precisión de exponerlas tan pronto? ¿No os parece? E l arte de todo buen abogado demanda cierta prudente disimulación sin la cual no sacaríamos fruto de tantos afanes y vigilias. Sois joven y la experiencia moderará vuestros ímpetus y vuestra llaneza de justicia. E l tiempo templará también un tanto ese excesivo celo. Discurso tan inesperado cayó como un rayo sobre el joven letrado. —Siempre he creído que todo gasto inútil y los que son debidos a la incompetencia y descuido del abogado eran otras tantas deudas que éste contraía con su defendido, y ni el tiempo ni la experiencia me apearán de esta opinión. A la nobleza de nuestra profesión corresponde proteger al inocente, defender a la viuda y* al huérfano oprimido o despojado por la violencia o la astucia. Nuestra labor no es de mercenarios; debemos poner nuestra gloria en hacer respetar las leyes; quien piense lo contrario será indigno de ejercer tan noble profesión. Con todo, las imprudentes palabras de su adversario sonaban de con­ tinuo en sus oídos y dejaban vacilante su corazón. «¡Mundo falaz! —decíase a sí mismo— ¡qué peligroso eres para quien sigue tus máximas perniciosas! ¡A qué punto llega tu corrupción! ¡Ay de mí!, ¡cuán digna de lástim a es mi suerte en medio de tan gran riesgo .de perderme!» Y al punto determinó renunciar a la profesión que ejercía con tan feliz éxito.

INGRESA EN LA ORDEN CAPUCHINA

ERMINADOS unos días de ejercicios espirituales, fuése a ver al padre guardián del convento de Friburgo, manifestóle sus intimidades y le declaró la resolución firme que había tomado de abandonar el mundo y consagrarse a Dios en la vida religiosa. E l prudente superior ju conveniente probar la sinceridad de aquella vocación y exigió que se orde­ nara antes de vestir el hábito franciscano, lo cual tuvo lugar en septiembre de 1612 en la capilla episcopal de Constanza. E l 4 de octubre siguiente, fiesta de San Francisco de Asís, patrono de la Orden, el postulante, celebrada su primera misa, recibió el hábito de novicio de manos del padre guardián, quien le impuso el nombre de Fidel. S é fie l h a sta la m u e rte —le dijo, tomando por tem a de su plática este texto del Apocalipsis— y te daré la corona de la vid a. Alistado ya en la milicia seráfica, el padre Fidel fué, en breve, modelo

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acabado de todas las virtudes, pues caminaba a pasos agigantados por la senda de la perfección. Levantarse a media noche, tom ar disciplina, obser­ var la regla, las prácticas religiosas, las penitencias más austeras, todo era poco para su fervor y devoción. No obstante, la hora de la prueba iba a sonar para él como para todos los santos. El demonio presentóse un día a nuestro fraile con trazas de amable visitante y le dijo: —¿De qué te sirven —dime— los salmos, los ayunos, las genuflexiones y las muchas oraciones? Piensa en las viudas, en los innumerables pobres y huérfanos que te llaman en su auxilio. No me cabe la menor duda que lograrás incomparablemente mayor bien en el siglo que aquí. E a, Fidel, sal del convento. El corazón del joven novicio, tierno de suyo, quedó profundamente im­ presionado con semejantes palabras e indeciso se preguntaba a sí mismo si se hallaría en su verdadera vocación. Dió parte de sus perplejidades al padre Ángel de Milán, maestro de novicios, quien, como hábil director, reconoció m uy pronto la añagaza del tentador y aconsejó al Hermano que acudiera a la oración: —¡Oh Salvador mío! —exclamó el celoso novicio—, suplicóte que me devuelvas la alegría saludable y la serenidad de espíritu, cuyas dulzuras gozaba en los momentos felices de mis primeros días de vocación religiosa; descúbreme tu voluntad para que triunfe de mi enemigo y de mis pasiones. El Señor oyó benigno la fervorosa plegaria de su siervo; disipáronse las tinieblas que envolvían su alma, desvaneciéronse sus perplejidades y surgió nuevamente la calma con redoblada fortaleza de espíritu.

VERDADERO HIJO DE SAN FRANCISCO ESD E aquel instante resolvió Fidel unirse a Dios nuestro Señor con lazos más fuertes todavía. Aproximábase el fin de su noviciado y, para cumplir la Regla, mandó llamar a un notario que diera fe de la renuncia completa de todos sus bienes, parte de los cuales de a becas de seminaristas pobres, facilitándoles de ese modo los estudios. E n 1863 todavía producía esta fundación 7.600 florines, o sea unas 18.620 pesetas oro. Despojado ya de todo, fray Fidel hizo profesión religiosa en Friburgo el 4 de octubre de 1613. Gracia singular, de la que se alegró toda su vida, fué el abrazar estrechamente la pobreza, tan amada de los hijos de San Francisco. —¿Puede haber perm uta más ventajosa que la que he hecho con Dios?— —se decía hablando consigo—. Le he entregado los bienes de la tierra y Él

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Y

A m uerto San F idel de Sigm aringa, los bandidos calvinistas se ceban en su cadáver. L e apuñalan todo el cuerpo, y acuchillan,

sajan y recortan particu larm ente la pierna, ebrios de rabia al re­

cordar las apostólicas correrías del Santo para la propagan da de la fe y la conversión de los herejes.

me da, en cambio, el reino de los cielos. Al hacerme pobre he adquirido riquezas inmensas. Propúsose practicar la pobreza en todo su rigor, contentándose con lo estrictamente necesario y asignándose siempre cuanto de más incómodo y peor había. E l hábito remendado era para él vestido«de principe. A la pobreza solía añadir la mortificación. «Dios mío —decía a menu­ do—, menester es que yo padezca por Vos si con Vos quiero ser glorificado». Y que sus palabras no eran vanas bien lo demostraban los cilicios, los cintos de puntas y las disciplinas que usaba. Sus ayunos eran casi continuos; en Adviento, Cuaresma y vigilias sólo se alimentaba de pan y agua, con alguna fruta. Por eso el padre Juan Bautista de Polonia, que había sido profesor suyo de teología, pudo decir de él: «El padre Fidel, en el decurso de sus estudios, llevó vida tan ejemplar como nuestro seráfico Padre podía desearla». Una encendida oráción continua sostenía penitencia tan estrecha. Temía tanto caer en la relajación que la menor negligencia se le antojaba falta muy culpable. «¡Desventurado de mí —decía—: peleo con flojedad a las órdenes de un caudillo coronado de espinas!» Subrayemos asimismo su humildad que le determinaba en todo tiempo a cargar con las ocupaciones más enojosas. Terminados los estudios teológicos, el padre Fidel, por orden de sus superiores, fué a predicar a Suiza, en el Vorarlberg austríaco. Siguiendo el consejo de San Francisco, el celoso apóstol desdeñaba las formas oratorias, a las que su profesión de abogado le habituara, y solía tom ar por tem a de sus sermones y pláticas las postrimerías del hombre. E n aquella época en que los desórdenes y escándalos estaban a la orden del día, el célebre predicador capuchino tronaba contra el vicio sin temer las críticas de los católicos tibios ni las amenazas de los impíos. Aplicaba el hierro candente a la llaga de su siglo para curarla más presto y de modo radical. E ra Fidel orador apostólico por excelencia. Mas como quiera que el ejemplo de la gente más principal autorizaba los abusos, su celo le trajo muchas contrariedades. Curándose en salud se presentó en los estrados del Senado de la ciudad, explicó su proceder y propuso normas llenas de prudencia para contener los desórdenes y abolirlos totalm ente. Admirados de tan noble osadía, los magistrados dieron por ganada la partida, llegando hasta concederle un edicto que abrogaba todo libelo dado por la herejía contra le religión católica. £1 mismo en persona se constituyó ejecutor de tales edictos y, trasladándose a casa de los libre­ ros, arrojó a las llamas cuanto de pernicioso halló en este sentido.

SUPERIOR DEL CONVENTO Y CAPELLAN CASTRENSE

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OR sus virtudes heroicas y por su ciencia notabilísima Fidel estaba preparado para el cargo de superior. E n el Capítulo provincial ce­ lebrado en Lucerna el 14 de septiembre de 1618, fué elegido guardián del convento de Rheinfeld, cerca de Basilea. £1 mismo cargo desempeñó al año siguiente en Feldkireh y más tarde en Friburgo, desde donde regresó definitivamente a Feldkireh en 1621. Severo consigo mismo, mostraba una ternura verdaderamente paternal con sus subordinados y, sobre todo, con los pobres y los enfermos. Una circunstancia dolorosa vino a darle ocasión de practicar la caridad según los anhelos de su compasivo corazón. Era en 1621; el ejército austríaco se hallaba acampado en los alrede­ dores de Feldkireh para vigilar los movimientos de los grisones, y el padre Fidel fué nombrado capellán de los batallones acantonados en la ciudad. Declaróse a no tardar una enfermedad contagiosa que diezmaba las tropas.. En tan apurado trance, nuestro buen religioso multiplicaba sus caritativos servicios, visitaba a los enfermos dos o tres veces al día, arrodillábase a su vera, llevábales el santo Viático, los consolaba y, cuando sabía que no podían comprar las medicinas necesarias, pedíaselas él mismo a los ricosY aun llegó a escribir al archiduque Leopoldo de Austria, generalísimo del ejército, interesándole por los apestados. Hizo más: por su acertada inter­ vención apaciguó a un grupo de soldados que se habían amotinado con motivo de la carestía de víveres.

TAUMATURGO Y PROFETA AS plegarias del padre Fidel alcanzaban del cielo milagros sin cuento y conversiones ruidosas. Un día arrebataba a la herejía y volvía al aprisco a una princesa cegada por el espíritu del mal; otro día con­ vertía a la fe católica al conde Armsbald de Hahem-Ems. A un soldado, mal cristiano, borracho empedernido y blasfemo, que en modo alguno quería enmendarse: «Conviértete —le dice el Santo—, si no, pronto morirás al filo de la espada». El soldado desatendió la amonestación del Santo y algunas semanas más tarde caía muerto en una pendencia que tuvo con uno de sus camaradas. Pero aun en medio de su penosa labor apostólica, sentía el padre Fidel ansias de dar su vida por Jesucristo. Viajaba en una ocasión con algunos compañeros suyos camino de Mayenfeld y, expansionándose, les dijo:

—Dos cosas pido a Dios constantemente: pasar la vida sin ofenderle, y derramar hasta la últim a gota de sangre por su am or y por la fe católica. Pronto había de otorgarle el Señor esta gracia. L a herejía que Lutero predicara medio siglo antes en Alemania y Zuinglio en Suiza, halló desde el primer momento terreno abonado entre los grisones. A petición del obispo de Coira y del archiduque Leopoldo de Austria (16 de enero de 1612) fueron elegidos el padre guardián de Feldkirch y algunos padres más para combatir el error en la región de Alta Retia. Al despedirse nuestro misionero del Senado de la ciudad (13 de abril de 1622), anunció que muy pronto vertiría su sangre por la religión. —Por última vez —dijo— tengo el honor de comparecer ante vosotros; el instante de mi muerte se acerca; en vuestras manos dejo el depósito de la fe; a vosotros toca conservar tan preciado tesoro. Aconteció que aquel mismo año de 1622, previa una reunión celebrada el 6 de enero, festividad de la Manifestación de Nuestro Señor a los gen­ tiles, el papa Gregorio XV instituía y erigía, el 22 de junio, una Congre­ gación de cardenales, llamada de la Propaganda, o por mejor decir, de la Propagación de la fe (Propangada F ide), para organizar el apostolado mi­ sional entre los paganos y herejes. La misión dirigida por el padre Fidel de­ pendía directamente de esta nueva institución. Todos sus pasos fueron señalados con numerosas conversiones, por lo cual, no hallando los calvinistas otro medio de contrarrestar el poder de su palabra, resolvieron arrebatarle la vida.

EL MARTIRIO

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L 24 de abril de 1622, de vuelta a Grusch, celebró el santo sacrificio de la misa y predicó a los soldados acerca de la blasfemia. E n medio del sermón le faltó repentinamente la voz, al parecer sin fundamento alguno, permaneciendo algún tiempo en éxtasis con los ojos levantados cielo. E n ese arrobamiento le reveló el Señor que aquel mismo día sería el de su triunfo. Terminada la plática, quedóse largo rato orando ante el altar, y luego se puso en camino para Seewis, donde la víspera fué traido­ ram ente invitado a predicar por una diputación de herejes. Mientras - se hallaba predicando, una cuadrilla de revoltosos calvinistas armados de mazas, espadas, alabardas y mosquetes, irrumpieron tumultuosamente en la iglesia y, dando aullidos y voces desacompasadas, asustaron a los fieles. Mien­ tras tanto, el predicador se llegaba hasta el altar, hacía una breve oración, salía de la iglesia y tratab a de regresar a Grusch acompañado de un capitán austríaco. Mas no tardaron ambos en ser alcanzados por veinticinco calvi­

nistas. El oficial fué arrestrado. Entonces, uno de los amotinados dijo al misionero: —Así, pues, ¿ tú eres el fanático desventurado que se presenta ante el pueblo como profeta? Confiesa que lo que has dicho es pura m entira, o mueres en mis manos. —Yo no os he predicado más que la eterna verdad, la fe de vuestros padres —replicó con santa intrepidez el m ártir—, y gustoso daría mi vida por que la conocierais. —No estamos ahora para tales cosas —replicó otro—, di si abrazas o no nuestra religión. —He sido enviado a vosotros para ilustraros, no para abrazar vuestros errores. En aquel instante uno de los foragidos le asestó un tajo en la cabeza y le derribó; pero, con todo, el m ártir tuvo aún fuerza bastante para arro­ dillarse y, con los brazos en cruz y la mirada vuelta al cielo, exclamó, a ejemplo del divino Salvador: —Perdona, oh Dios mío, a mis enemigos que, cegados por la pasión, no saben lo que hacen. ¡Jesús mío, apiádate de mí! ¡Oh María, Madre de Jesús, asísteme en este trance! De otro golpe le volvieron a derribar y, ya en el suelo, le asestaron tal golpe en la cabeza con una maza, que le abrieron el cráneo. P or si todavía no hubiera muerto, le apuñalaron sin piedad y le tajaron la pierna izquierda «para castigarle —decían ellos— de todas las correrías que había hecho en pro de su conversión». El cuerpo del santo m ártir descansó en el campo de Seljanas, cerca de Seewis, hasta el otoño siguiente bañado en su propia sangre. Sus reliquias —a excepción de la cabeza y la mano izquierda—- depositadas en el con­ vento de Capuchinos de Feldkirch, fueron trasladadas el 5 de noviembre del mismo año a la catedral de Coira. En vista de los milagros obrados por intercesión del siervo de Dios, Benedicto X III le declaró Beato por decreto del 12 de marzo de 1729 y Benedicto XIV, el 29 de junio de 1746, le inscribió en el Catálogo de los Santos. Clemente X IV , el 16 de febrero de 1771, extendió su oficio a la Iglesia universal y proclamó al apóstol de los grisones protom ártir de la Sagrada Congregación de Propaganda Fide.

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SANTORAL •

Santos Fidel de Sigmaringa, mártir; Sabas y compañeros, mártires: Gregorio, obispo y confesor; Eusebio, Neón, Longinos y Leoncio, m ártires en Nico­ media ; Mélito, obispo y confesor; E gberto, misionero in g lés ; Honorio, obispo de B rescia; Daniel, anacoreta y m ártir, en G eron a; Niceas, m ár­ tir en O rien te; Policarpo, presbítero p e rs a ; Cerasio, o b isp o ; Guillermo F irm at, presbítero y so litario ; W ilfrido, arzobispo de Y ork. Santas María de Santa E ufrasia Pelletier, fundadora de las H erm anas del B uen P asto r; Isabel, virgen; B ona y Doda, vírgenes y abadesas, en Reims.

SANTOS SABAS Y COMPAÑEROS, mártires. — Gentil en sus primeros años, convirtióse luego al catolicismo, al que le llevaron los sentim ientos de adm iración que habían despertado en su ánim o el valor y constancia de los m á rtire s; pues, en calidad de capitán del ejército, repetidas veces había presenciado los más crueles m artirios de los cristianos. Recibido el bautism o, no cesó ya de visitar a los cristianos perseguidos, a quienes anim aba a perseverar en la fe que habían abrazado. P or orden del juez fué detenido Sabas y a to rm en tad o ; aplicáronle hachas encendidas a los costados, y le m etieron luego en una caldera de pez hírviente, de la que salió milagrosam ente ileso. Al v er este milagro se convirtieron setenta espectadores, que fueron degollados sin compasión. Sabas fué arrojado al T íber con una gran piedra a ta d a al cuello. E ra el año 272, y día 24 de abril. SAN GREGORIO, obispo de Ilíberis. — Ejerció el episcopado en la ciudad de Ilíberis (Granada) en cuyo recinto se celebró en el siglo iv u n im portante Concilio. Brilló Gregorio por su gran santidad y tuv o que defender, en contra de Arrio y sus secuaces, la consustancialidad del P adre y del H ijo. E sta valiente conducta le granjeó la am istad de varios prelados y P adres de la Iglesia, que como él com­ b atían igualm ente el arrianism o. No quiso firm ar la fórm ula sofística del Concilio de Rím ini, a pesar de las instancias y am enazas del em perador Constancio, al cual y a había dirigido antes Osio las siguientes p a la b ra s: «No te mezcles en los asun­ tos eclesiásticos, ni nos im pongas preceptos sobre tales cosas, antes debes tú apren­ derlas y aceptarlas de nosotros, pues a ti te entregó Dios el imperio, m as a nos­ otros nos confió las cosas de la Iglesia». Gregorio m urió después del año 392. SAN MÉLITO, obispo y confesor. — Nació este Santo en Rom a, a últim os del siglo vi. Sus padres, excelentes cristianos, le educaron con esmero, y él se m a­ nifestó siempre piadoso y p ru d e n te ; aficionóse pro nto a la v ida religiosa y p ro ­ fesó en un m onasterio de su ciudad n atal. E n 601 fué enviado a In glaterra por el p ap a San Gregorio Magno, en calidad de jefe de una segunda expedición que iba a secundar los esfuerzos de San Agustín, prim er enviado apostólico a dicho país. A gustín ordenó a Mélito como prim er obispo de Londres, y sus conquistas espirituales fueron ta n ta s, que el rey Seberto se convirtió, y como fruto de esta conversión surgieron el tem plo de San Pablo y el m onasterio benedictino de San Pedro en Thorney, conocido hoy con el nombre de W éstm inster. Los hijos de Seberto profesaron el paganism o y desterraron a Mélito, por negarse a darles la comunión. M uertos éstos en una b atalla, regresó el santo obispo y fué trasladado a C antorbery, donde con sus oraciones apagó u n furioso incendio que am enazaba d estruir la ciudad. E l 24 de abril del año 624, durmióse en el Señor.

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DIA

SAN EVANGELISTA,

E

OBISPO

25

DE

ABRIL

MARCOS DE

A LEJA N D R ÍA

Y M ÁRTIR

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68)

S San Marcos una de las mayores figuras de la Nueva Ley. No pare­ ce que se le deba contar entre los discípulos del Señor, por más que haya quien pretenda verle en aquella escena de Getsemaní, en que el evangelista Marcos precisamente habla de que «un joven que seguía a Jesús» fué arrestado sin otra indum entaria que una sábana» y, «prendido por los soldados, soltó la sábana y huyó desnudo». Lo que no da lugar a duda es que Marcos fué compañero de San Pablo en la primera misión de Chipre y más tarde su colaborador en Roma; que fué hijo espiritual de San Pedro y a la vez intérprete y confidente suyo. Compuso el seguijdo Evangelio recopilando, conforme a sus recuerdos, las enseñanzas de San Pedro. Nadie negará que son títulos gloriosos los de evangelista, apóstol y m ártir, que confieren a Marcos aureolas brillantí­ simas. Está simbolizado por uno de los animales de la mística cuadriga que resplandece en el firmamento de la Iglesia y que, mucho mejor que el sol del mundo m aterial, difunde torrentes de luz en el mundo de las almas.

El santo profeta Ezequiel en el capítulo primero de sus profecías y San Juan en el cuarto de su Apocalipsis describen los cuatro animales simbólicos que vienen a ser como los cuatro heraldos del trono de Dios; San Marcos es uno de ellos: el león. Efectivamente, el Evangelio de San Marcos da principio con la predicación de San Juan É autista, el precursor, el que Isaías anunciara misteriosamente con estas palabras: «Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor», voz potente cual rugido de león que hace retem blar las soledades. San Marcos realizó m ara­ villosamente este símbolo apocalíptico. Este discípulo predilecto de Pedro, este brillante satélite del sol de la Iglesia, como con razón le han llamado, acompañó a Roma al Príncipe de los Apóstoles y consignó por escrito las enseñanzas de su Maestro; más tarde recibió la misión de fundar la Iglesia de Aquilea y por fin la de evangelizar a Egipto, tierra idólatra «donde todo era dios, menos Dios mismo».

QUIÉN ERA SAN MARCOS

A

decir verdad, sólo conocemos de San Marcos su vida apostólica e ignoramos todo lo referente a su genealogía e infancia. E n los Hechos de los Apóstoles se habla de un personaje, unas veces llamado «Juan», otras «Juan apellidado Marcos» y tam bién «Marcos» a secas. Si hemos creer a los exegetas más autorizados, resulta que es el mismo personaje. E ra primo de San Bernabé, (C oios. IV, 10), y su madre, María, probable­ mente viuda, vivía en Jerusalén. Según nos refieren los Hechos de los Apóstoles, su casa servía de lugar de reunión a los primeros cristianos. Cuando San Pedro fué rescatado milagrosamente de la cárcel por el ángel del Señor «se encaminó a casa de María, madre de Juan, por sobrenombre Marcos, donde muchos estaban congregados en oración. E ra de noche y, cuando llamó al postigo de la puerta, una doncella llamada Rodé salió a ver quién era: Conoció la voz de Pedro, y fué tanto su gozo que, en vez de abrir, corrió adentro con la nueva de que Pedro estaba a la puerta. Dijéronle: Tú estás loca. Maé ella afirmaba que era cierto lo que decía. Ellos dijeron entonces: Sin duda será su ángel. Pedro, entretanto, seguía lla­ mando a la puerta. Abriendo, por último, le vieron y quedaron asombra­ dos.» (H ech o s, X II, 12-16). Marcos se hallaría sin duda presente. E n todo caso, esta es la primera vez que se habla de él y su nombre sirve para distinguir a su madre, María, de las otras Marías. De lo cual puede colegirse no tan sólo que era cristiana sino que estaba al servicio particular de Pedro. No es de extrañar que su hijo Juan, apellidado Marcos, llegara a ser compañero, confidente y

como secretario del Príncipe de los Apóstoles. E n la carta que escribió San Pedro a las Iglesias del Ponto, Galacia, Bitinia, etc., mandábales sa­ ludos de los fieles de Roma y en particular de Marcos, a quien da el nom­ bre tan afectuoso como glorioso de hijo: «M arcus, filiu s m eu s: mi hijo Mar­ cos» (I P edro, V, 13).

MARCOS, PABLO Y BERNABÉ

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NTES de ser colaborador de San Pedro, Marcos lo fué de San Pablo, bajo los auspicios de su primo Bernabé. E ra éste un levita de Chi­ pre, cuya autoridad fué grande en la Iglesia primitiva; en los prin­ cipios, mayor, si cabe, que la del mismo San Pablo. De carácter bondad condescendiente y muy espiritual, de gran influencia por sus consejos y ejemplos. Hízose en cierto modo el padrino de Saulo recién convertido, cuando todos en Jerusalén desconfiaban aún de él, y lo presentó á los Apóstoles que, probablemente, se reunían en casa de María, madre de Juan Marcos (H ech o s, IX , 26-27). Él tam bién fué a buscarle a Tarso y le llevó a Antioquía, donde perma­ necieron juntos un año. Subieron luego a Jerusalén y de regreso se llevaron a Marcos, el cual los acompañó en su primer viaje apostólico cuando se embarcaron para Chipre, sirviéndoles de coadjutor en la evangelización de la isla: h a b e b a n t aw tem e t J o a n n em in m in isterio (H ech o s, X III, 5). Cuando más tarde pasaron al Asia Menor y desembarcaron en Perga de Panfilia, Juan Marcos los dejó y se volvió a Jerusalén, según dicen los Hechos (X III, 13), sin dar la razón. ¿Fué acaso por disparidad de criterio, o bien por cansancio o desaliento pasajero? A este respecto hace notar el padre Lagrange, con delicada finura, que «los viajes son el crisol de los caracteres» y que «por razones de apreciación vense estallar discusiones muy vivas entre los que hasta entonces fueron amigos y seguían siéndolo después». San Pablo se quedó algo resentido con San Marcos por este abandono, de forma que, cuando más tarde se trató de emprender juntos otra campaña apostólica, para la cual Bernabé deseaba la ayuda de Marcos, Pablo no se avino a ello; Bernabé se separó de Pablo y partió con Marcos para Chipre, mientras Pablo eh compañía de Silas salió a recorrer el Asía Menor. Por permisión divina, esas divergensias redundaron, al fin, en provecho del Evangelio, puesto que multiplicaron las misiones y no impidieron que años más tarde Marcos y Pablo se volviesen a juntar. El gran Apóstol nos habla de este colaborador en su epístola a los colosenses y en la que escribió a Filemón, manifestando el gozo que sentía por verse ayudado de tan buen operario. Recomienda a los colosenses que

le reciban bien, lo cual demuestra que Marcos —que a la sazón se hallaba en Roma— tenía a su cargo esos viajes apostólicos. Más tarde escribe Pablo a Timoteo que venga con él a Roma y que traiga consigo a Marcos, «pues lo necesito —dice— para el ministerio evan­ gélico» ( I I T im . IV, 11). H abía desaparecido, pues,* la tirantez y Pablo apreciaba más que nunca las grandes facultades y la abnegación de este discípulo que, cuando más joven, puso a prueba en ocasiones su paciencia por falta de iniciativa o de resolución, pero que había adquirido ya m a­ durez suficiente. P or obra del tiempo y de la gracia se habían perfeccionado sus cualidades innatas y era ya apóstol ejemplar. Tan cierto es que nadie adquiere la perfección en un momento.

DISCÍPULO DE SAN PEDRO

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ERO el verdadero maestro y padre de Marcos fué el Príncipe de los Apóstoles. Ciertamente los Sagrados Libros son por demás sobrios en pormenores acerca de este punto; con todo, el nombre de hijo que San Pedro da a Marcos es muy significativo. E n Roma, hacia el año 63, es decir, cuatro antes de su muerte, escribió el Vicario de Cristo la carta en que así le apellida. Pero a falta de testimonios escripturales, la antigua tradición patrística, así griega como latina, nos muestra a San Marcos inter­ viniendo íntimamente en el apostolado de San Pedro, como oyente unas veces y muchas como intérprete. El primero que habla de él en este sentido ya en la primera m itad del siglo II es San Papías, obispo de Hierápolis, familiar de San Policarpo de Es­ m im a y discípulo del presbítero Juan, el cual o es el mismo apóstol San Juan, o un discípulo de los Apóstoles. De él tomó San Papías estos docu­ mentos. San Justino, a mediados de siglo II, llama al Evangelio de San Marcos «Memorias de Pedro». Más explícito aún es San Ireneo cuando dice: «Después de la muerte de Pedro y de Pablo, Marcos, discípulo e intérprete de Pedro, nos transm itió por escrito lo que aquél había predicado». T ertu­ liano llega hasta darle el nombre de «Evangelio de San Pedro». Y la anti­ güedad entera se expresa en términos semejantes. Por lo cual, sin m ultiplicar las citas de los Padres podemos deducir de sus diversos testimonios: que Marcós, por ser demasiado joven, no puede considerarse como discípulo de Nuestro Señor; pero que ciertam ente toda su familia estaba consagrada por entero al divino Maestro y a sus Após­ toles; que comenzó el apostolado a las órdenes de San Pablo en compañía de San Bernabé y que, andando el tiempo, siguió al Apóstol en su viaje a Roma y resumió sus predicaciones en el segundo Evangelio, obra en la que la antigua tradición reconoce la voz misma del Príncipe de los Apóstoles.

UENTA la tradición que cuando el evangelista San M arcos

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llegó a A lejandría se le rom pió el calzado. F ué al prim er

zapatero que encontró para que se lo arreglase, y éste, llam ado A niano, se hirió al com ponerlo. M ilagrosam ente curado p o r San M arcos, escuchó adm irado su doctrina y recibió el B au tism o.

EVANGELIO DE SAN MARCOS

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AS cualidades características del Evangelio de San Marcos son: con­ cisión, movimiento y fluidez. Aunque más brevÉ que el de San Mateo, lo completa en muchos extremos. Es el más corto de los cuatro; los hechos que relata están más condensados y, a pesar de eso, abunda en pormenores propios de gran estimación, pero cuida mucho la narración de los milagros, algunos de los cuales sólo conocemos por él. Por eso se le ha llamado el «Evangelista de los milagros». E l discípulo de Pedro escribió en griego porque lo hacía para los con­ versos del paganismo; por eso explica tan por menudo ciertos usos y costumbres, ciertas expresiones propias de los judíos; por eso precisa con frecuencia' la situación de tales y cuales poblaciones poco conocidas de sus lectores. Nótase la influencia de San Pedro en determinados episodios m uy pro­ pios del Príncipe de los Apóstoles; como, por ejemplo, cuando el Señor curó a la suegra de Pedro, en el que Marcos nombra las personas presen­ tes (I, 29-31); cuando Cristo maldijo a la higuera estéril, Marcos recuerda la extrañeza y la pregunta de Pedro ante el inmediato efecto de la palabra del Hijo de Dios (X I, 13-24). Es cosa de notar que si se trata de hechos favorables a Pedro, Marcos se calla. Así, en la célebre escena en que Jesús estableció a Pedro por fundamento de su Iglesia, Marcos omite lo principal y más honroso, que San Mateo cuenta detalladam ente. E n cambio, los otros evangelistas callan las negaciones de Pedro que San Marcos refiere. También es el único que menciona el canto del gallo y por dos veces. E n esos por­ menores se manifiesta m uy ejemplar 1^ humildad de San Pedro, que ins­ piraba la pluma de su intérprete.

APOSTOLADO DE SAN MARCOS

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ESULTA poco menos que imposible fijar fechas a las diversas misio­ nes y correrías apostólicas de San Marcos. Examinados los relatos, confusos y a las veces contradictorios que nos han dejado los an­ tiguos y mejores cronógrafos, no hallamos orientación firme. Apunte siquiera los hechos incontestables. Hemos visto a San Marcos comenzar el apostolado en Chipre con San Pablo y San Bernabé, en la primera misión, y con San Bernabé solo, en la siguiente. E ra hacia el año 52. Diez años más tarde Marcos misionaba en Roma en compañía de San Pablo, según testimonio de este último en

la epístola a los colosenses; tal vez sería durante alguna ausencia momen­ tánea de San Pedro. Por aquel tiempo eran los Apóstoles poco sedentarios y nunca como entonces ponían en práctica la recomendación del Divino Maestro: I d y enseñad. Convenía crear nuevas Iglesias y consolidar las antiguas, visitándolas. Imponíanse, por lo mismo, frecuentes viajes. Así lo hacía Marcos, primero en calidad de coadjutor y por propia ini­ ciativa, después. San Pablo en la epístola a los colosenses les anuncia una próxima visita de Marcos, proyectada por San Pedro ta l vez, o si no por San Pablo, o quizá fuera Marcos quien por propio impulso la planeara. E n la primera epístola a Timoteo —a la sazón en Éfeso— , supone el gran Apóstol que Marcos se hallaba en aquella localidad, puesto que en­ carga a Timoteo que vaya a Roma con Marcos. ' Más tarde vemos a San Marcos volar más con sus propias alas. San Pedro le envió a evangelizar la ciudad de Aquilea y, altam ente satisfecho de la gestión y acierto de su evangelista en ese reducido teatro, le confió luego Egipto entero como campo de su apostolado. Alejandría vino a ser como el centro desde donde Marcos irradiaba su celo de apóstol incansable y dicha sede, creada por indicación de San Pedro, vino a ser la tercera del gran patriarcado de la cristiandad, después de la de Roma y Antioquía.

SAN MARCOS, EN EGIPTO EGÚN testimonio de antiguos hagiógrafos, San Marcos desembarcó en Cirene, en la Pentápolis, recorrió la Libia y la Tebaida, donde abun­ daron las conversiones finalmente, fijó su residencia en Alejandría, ciudad famosa y lugar de cita de todas las sectas filosóficas. Refiere la tradición que al entrar Marcos en Alejandría, como se le rom­ piera el calzado, se dirigió a un modesto remendón llamado Aniano, el cual al arreglarle el calzado se lastimó la mano, pero el Santo le curó al instante. Asombrado Aniano del maravilloso poder de aquel médico ex­ tranjero, le rogó con grandes instancias que se quedase en su casa. De allí a poco él y su familia se convirtieron al verdadero Dios. Muerto el Santo, Aniano fué su sucesor. Los cuerpos de ambos fueron trasladados a Venecia. Alejandría, fundada por Alejandro Magno, y sometida a Roma tres siglos más tarde, era a la sazón el centro de los grandes filósofos, de los artistas, poetas, matemáticos y sabios de todo el orbe. Allí también tenían asien­ to todas las religiones, aunque todas se hallaban dominadas por la divi­ nidad egipcia de Serapis, cuyo templo ingente dominaba desde la pequeña colina que se alza junto a la población. El lugar de cita del helenismo y

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de la cultura judía era su rica biblioteca de 200.000 volúmenes. E n esta capital de más de un millón de habitantes, los judíos eran numerosísimos; por lo menos 300.000. Allí se tradujo la Biblia al griego por la Comisión de los Setenta y allí se compuso el libro canónico de la Sa b id u ría . L a doc­ trina de los Libros Sagrados era, pues, conocida en»aquel centro del hu­ mano saber y no es de extrañar que se infiltrase en las concepciones de la filosofía griega. Llegó a tanto su influencia que el judío Filón, en el siglo I de nuestra era, aplicó a la interpretación de la Biblia el idealismo de Pla­ tón y de esta doctrina brotaron más tarde las fantasmagorías de las sectas del gnosticismo. En ese ambiente intelectual y centro de estudios, hizo brillar San Mar­ cos la luz del Evangelio. Por él lucirá el D idascáleo, la docta escuela cris­ tiana del siglo II, de la que serán lumbreras los Pantenos, los Clementes y los Orígenes. Al impulso de la férvida predicación de San Marcos, el cristianismo se propagó rápidam ente y la ejemplaridad de los nuevos cristianos parecía acrecentarse con su número pues, no contentos con observar los preceptos comunes, practicaban tam bién los consejos evangélicos. Muchos vendían sus bienes, distribuían el producto a los pobres y se retiraban al desierto, donde vivían santam ente en medio de grandes austeridades. Estos fervorosos cris­ tianos recibieron el nombre de tera p eu ta s, palabra que significa «siervos de Dios», y fueron como la semilla de aquel número prodigioso de santos ana­ coretas que al correr de los siglos habían de poblar las soledades de la N itria, la Escitia y la Tebaida. Pero tal expansión de fervor cristiano suscitó en Alejandría lo que en todas partes: el furor de Satanás y la persecución. Los paganos y judíos se ensañaron particularm ente contra el promotor de aquel movimiento; pero Marcos, hacia el año 63 consagró obispo de esta ciudad a su discípulo Aniano, ordenó a varios presbíteros y diáconos, y él se volvió a evangelizar la Pentápolis por espacio de dos años, al cabo de los cuales regresó a Alejandría, donde tuvo el consuelo de comprobar que la fe había extendido sus conquistas.

MARTIRIO Y RELIQUIAS DEL SANTO

O pasó inadvertido el regreso de San Marcos a Alejandría, tanto más cuanto que al conjuro de su palabra se multiplicaban de modo extra­ ordinario los milagros. Ello excitó la admiración de las masas, y los paganos' buscaron coyuntura propicia para deshacerse definitivamente de Ésta se presentó el 14 de abril del año 68, según reza una cronología generalmente adm itida. E n dicho año coincidían precisamente el día de Pas­

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cua y la fiesta del dios Serapis. San Marcos fué prendido por sorpresa mien­ tras celebraba los santos misterios; agarrotáronle y arrastráronle por la ciu­ dad, gritando: «Llevemos el buey a Bucoleón (barrio del boyero)». E ra éste un paraje erizado de peñascos, m uy cerca del m ar. Una vez allí, golpeáronle bárbaram ente, le arrastraron sin piedad por aquel terreno abrupto y acanti­ lado, que se tiñó con su sangre inocente y por fin le encarcelaron. Durante la noche sacudió el calabozo un espantoso terremoto y se apa­ reció al atleta de Cristo un ángel para fortalecerle. Marcos quedó muy con­ solado con visiones celestiales por las que vino en conocimiento de su pró­ xima entrada en la gloria. E n una de esas visiones se le presentó Nuestro Señor Jesucristo, quien, sonriente y con el mismo semblante y las mismas vestiduras que llevaba en su vida m ortal, le dijo: — «P a x tib i. M aree, eva ng elista m i!: ¡La paz sea contigo, Marcos, mi evangelista!». A lo cual el discípulo respondió: «¡Oh, Señor!», única frase que brotó de sus labios en el arrobamiento de su tierno amor. Al día ■siguiente repitieron el suplicio del m ártir. Arrastrado por entre los peñascos de Bucoleón, pronto quedó su cuerpo hecho pedazos. Marcos expiró en este cruel tormento. La Iglesia celebra su fiesta el 25 de abril. Consumado el sacrificio, intentaron reducir a cenizas sus venerandos res­ tos en el lugar mismo donde le habían dado muerte y, al efecto, encen­ dieron una inmensa hoguera; pero de repente se levantó tan recia tempes­ tad. acompañada de lluvia torrencial, que dispersó a todos los asistentes, apagó la hoguera y causó muchos daños. Los fieles lograron recoger los despojos del m ártir y les dieron sepultura con todo decoro y devoción en un sepulcro abierto en la peña. Siglos más tarde enriquecióse el Occidente con los precicsos restos, que fueron trasladados a Venecia el 31 de enero de 829. E l arte bizantino construyó la imponente y suntuosa basílica, orgullo v de la ciudad que cobija las reliquias del Santo. Venecia fué la reina del m ar y, por espacio de largos siglos, la noble y poderosa República que paseó triunfalmente su bandera, adornada con el león de San Marcos, por todas las escalas de Levante e hizo brillar la cruz de Cristo doquiera que la media luna de Mahoma trataba de im plantar su imperio.

SANTORAL Santos Marcos, evangelista, obispo y mártir; A n ia n o , o b isp o ; Hermógenes, Evodio y Calixto, m ártires en S iracu sa; Erm inio, obisp» y confesor; E s te b a n , o b isp o y m á rtir ; Filón y Agatópodo, diáconos; Febadio, Ivón, Macalio, Macaldo y Kebio, obispos y confesores; R ústico, obispo de L y ó n ; Cramacio, obispo de M etz; Macedonio, p atriarca de C o nstan tin opla; Publio, soldado y m ártir en N icom edia; Silvestre, abad de Reome (diócesis de D ijó n ); B eatos H eribaldo, abad de San Germán y o b isp o ; Ju a n de Coria y F ran ­ cisco de Oropesa, franciscanos. S antas F ra n ca , v irg e n ; Siagria, ilustre dam a de Lyón (s. v ) ; Marcia y Nicia o Victoria, m ártires.

SAN ANIANO, obispo. — Aniano era zapatero, en la ciudad de A lejandría en E gipto. Cuando Marcos fué p o r prim era vez a dicha población, entró en casa de Aniano p ara que le cosiera una sandalia ro ta que llevaba. Al cosérsela, el zapatero se pinchó con la lezna, y Marcos le curó con sólo hacer sobre la herida la señal de la cruz. E sta fué la ocasión escogida por la divina Providencia p ara ab rir a la fe los ojos de Aniano, el cual fué instruido, bautizado y consagrado obispo p or su médico espiritual San Marcos. Con él se bautizaron todos sus fa­ miliares. Aniano fué obispo de A lejandría, cuatro años en vida del Evangelista y dieciqcho desp u és; y siempre pastor solícito del bien de sus ovejuelas, cuyo padre, consuelo y protector era en toda ocasión. Convirtió a muchos infieles, y su conducta, altam ente ejem plar, fué agradabilísim a a Dios, que le recompensó llamándole a Sí y adm itiéndole en su san ta Gloria el 25 de noviem bre del año 86, pero su fiesta se celebra el mismo día que la de su santo Maestro. SAN ESTEBAN, patriarca de Antioquía y mártir. — L a silla episcopal de A ntioquía se hallaba en circunstancias m uy difíciles, p o r el interés que tenia un tal Pedro en ocupar dicha sede. Auxiliado éste por el conde Zenón, yerno del em perador León I, llegó a deponer al legítimo prelado. E nterado el. em perador de la injusticia com etida repuso al verdadero obispo, prelado sabio, prudente y m uy celoso de la disciplina eclesiástica; mas éste, al ver la anim adversión del conde, ayudador de sus adversarios, renunció por am or a la paz. Entonces fué elegido E steban, varón respetado y reverenciado de todos por su saber y gran v ir tu d ; pero los herejes, incitados po r el usurpador Pedro, hicieron al obispo objeto de sus iras y persecuciones. E levado Zenón al trono im perial, conservó a E steban en la sede antioqueña, m as después, en 479, perm itió el asalto a la iglesia y residencia de E steban, quien fué asesinado recibiendo en su cuerpo innum erables y penetrantes estiletes, y arrojado al río Orontes. Así se le rom pieron las atadu ras corporales y su alm a voló a recibir la recompensa de los justos. SANTA FRANCA, virgen. — Franca es una de aquellas jovencitas a quienes no ciega el oropel del m undo, ni deslum bran los falsos brillos de la gloria hum ana, sino que, ilum inadas en su interior p or los destellos de la divina gracia, siguen con docilidad las insinuaciones de ésta y desprecian las falsas apariencias de aquéllos. Nació F ran ca en la fértil y risueña ciudad italian a de Placencia, cuyas casas se reflejan ondulantes en las aguas del Po. L a fam ilia de nuestra S an ta per­ tenecía a la alta sociedad ita lia n a ; pero ella despreció el lujo y se hizo religiosa. Vistió el hábito a los catorce años y llevó una vida henchida de oración y • peni­ tencias. El 25 de abril de 1218 le fué concedida la dicha de salir de este destierro y unirse definitivam ente a Dios.

DÍA

26

DE

ABRIL

BEATO ANTONIO DE RIVOLI MARTIR EN TÚNEZ (1423 - 1460)

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A vida de este esclarecido varón no es, como la de tantos otros, una serie de heroísmos que pudieran amedrentar nuestra flaqueza. Per­ tenece, por el contrario, al número de los convertidos y arrepenti­ dos, que nunca han faltado en la Iglesia de Dios, y a los que la misericordia infinita del Señor concede, como premio de su dolor, la glo­ ria del paraíso y los honores de la santidad. Será para las almas caídas una prueba más de la bondad divina que lo perdona todo cuando hay verdadero arrepentimiento. Tres partes bien distintas comprende la vida del Beato Antonio de Rívoli: en primer término, vida religiosa de m uy mediana observancia; luego, una vergonzosa apostasía y, por fin, reparación de su vida pasada con he­ roico y glorioso martirio. Como fuentes biográficas disponemos de un informe remitido a los P a­ dres Dominicos por fray Constancio, quien, por haber estado preso del rey de Túnez juntamente- con Antonio de Rívoli, fué sucesivamente testigo ocular de su apostasía y de su sangrienta expiación y, además, de una carta al papa Pío II del dominico Pedro Ranzano, que a la sazón era provincial en Sicilia, la cual aporta interesantes pormenores acerca de la vida religio­ sa de este m ártir.

EL RELIGIOSO

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NTONIO N ayrot fué oriundo de Rívoli, en la diócesis de Turín, y vió la luz primera hacia el año 1423. De su familia, así como de sus primeros años, no sabemos nada en absoluto; es probable que Antonio ingresara en la vida religiosa en los albores de la adolescen Hallárnosle por vez primera en el célebre convento de Dominicos de Flo­ rencia, llamado de San Marcos. Allí vistió el hábito de Santo Domingo y le cupo la suerte de tener como prior a San Antonino, que más tarde llegó a ser arzobispo de dicha ciudad. Veamos lo que a este propósito nos refiere Turón en la historia de los varones ilustres de la Orden de Santo Domingo: «Como prior que fué en Nápoles, Gaeta, Cortona, Sena, Fiésole y Floren­ cia, San Antonino restableció o afianzó la observancia regular por la reno­ vación del fervor, el amor al estudio y el celo en el ministerio apostólico». Tal era el prior de Antonio de Rívoli; pero, ¡ay!, parece que éste hizo mentiroso el dicho tan conocido de: tal padre, tal hijo, o tal maestro, tal discípulo. No se daba, en efecto, mucha prisa para seguir de cerca al guía perfecto que iba a la cabeza en el camino de la perfección. Según refiere un historiador, nuestro novicio fué y a advertido por su notoria inconstancia de carácter. Con todo, no se puede negar que era re­ ligioso obediente, no carecía de piedad y llevaba una vida bastante regu­ lar. Los frecuentes viajes que hubieron de ocupar más tarde buena parte de su vida y sus no menos frecuentes cambios de residencia, nos hacen pensar con fundamento que Antonio poseía cierto talento oratorio, gran celo para la predicación y ta l vez aptitudes nada comunes para tram itar asun­ tos, a menos que deban atribuirse tantas peregrinaciones y mudanzas a la volubilidad de su espíritu. Su provincial, el Padre Ranzano, nos lo pinta como un alma que busca siempre su bienestar, que se desvive por la pose­ sión y goce de cosas nuevas y es víctim a constante de dolorosa inquietud. Carácter de este temple podrá en rigor bastar a las exigencias de una vida mediana, común y pacífica; pero corría peligro de naufragar entre las pruebas y dificultades que asedian más de una vez la existencia del sacerdote. Cierto día nuestro religioso, hastiado sin duda de una permanencia de­ masiado larga en el mismo sitio, fuése a ver al Padre prior con la inten­ ción bien resuelta de hacer caso omiso de su consejos, y le expuso su deseo de embarcarse para Sicilia. San Antonino, ilustrado por divina luz, trata de disuadirle. Viendo que nada consigue, profetízale que un peligro espantoso asaltará su alma y cuer­ po el día que se le ocurra tom ar un navio. Antonio conocía, no cabe dudarlo, la santidad de su superior y, por lo

mismo, esta advertencia hubiera debido hacerle más reflexivo y aun mudar de parecer. Pero nada más lejos de ello. ¡Pobre imprudente! Mas, ¿puede hablarse de prudencia al que cree bogar hacia la felicidad? Y a la conquista de la felicidad precisamente se embarcaba Antonio de Rívoli cuando toma­ ba pasaje para Sicilia el año 1457. Cuatro años hacía que Pedro Ranzano era provincial de aquella región cuando el recién llegado se presentó ante él en Palermo. Recibióle con la cordialidad de un padre, oyó sus confidencias con tierna caridad y, al ter­ cer día, accediendo a su demanda, le permitió quedarse en Sicilia y en la residencia que fuera más de su agrado. Cumplidos y colmados sus anhelos, Antonio partió de Palermo; por espacio de un año vivió como un religioso ejemplar; pero aun no había adquirido la virtud de la estabilidad. Varios conventos de diferentes poblaciones hubieron de albergar por algún tiempo al religioso giróvago. A los doce meses ya se le vió regresar a Palermo. Volvía devorado por «ese inexorable tedio» que es a menudo la tristeza del rico y a veces tam ­ bién el castigo del religioso desazonado, en cuya alma no reina el deseo ardiente de la perfección, ni la suave nostalgia del cielo. Volvía, hastiado su espíritu y desanimado su veleidoso corazón. Habiendo consumido en fre­ cuentes peregrinaciones lo mejor de su vida, acabaron también por disgus­ tarle los viajes de tal modo, que nuestro enamorado de los cambios venía a solicitar de su provincial permiso para volver a Nápoles y Roma, con el fin de entrevistarse en esta últim a ciudad con el Superior General y pedirle que le destinara a un lugar donde acabar sus días. Este singular fracasado de la vida, iba en busca de una mansión agrada­ ble donde acabar pacíficamente sus días cuando apenas franqueaba los lí­ mites de la juventud; sólo tenía treinta y cinco años y hablaba ya de sus últimos días. Pero la divina misericordia se los reservaba gloriosos de modo m uy distinto del que él pudiera desearlos.

EL CAUTIVO BA a cumplirse la primera parte de la profecía de San Antonino. El 31 de julio de 1458 se hacía a la vela Antonio de Rívoli en un navio que zarpaba al mando del capitán Juan Sarde con rumbo a Nápoles. En los dos primeros días tuvieron excelente navegación; el 2 de agosto se hallaban a la altura de la ciudad napolitana, cuando de repente apareció en el horizonte un corsario sarraceno. El navio enemigo, mandado por Nardo Anequino, cristiano renegado que ejercía la piratería en provecho del rey de Túnez, alcanza a la carabela, la asalta y hace prisioneros a todos sus pasajeros.

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E l convoy de cautivos, entre los que se contaba Antonio de Rívoli, lle­ gaba a Túnez el 9 de agosto. Al día siguiente comparecieron delante del rey, que probablemente era Alú-Omar-Otmán (1435-1488); seguidamente los hicieron pasear por las calles y barrios más frecuentados para servir de es­ pectáculo a la malévola curiosidad de las gentes. Los cautivos desfilaron con las manos atadas, y cuando terminó semejante humillación vieron cómo las puertas de la cárcel se cerraban tras ellos. Antonio, según queda consignado, no estaba m uy preparado para la misión de confesor de la fe. Con todo, el Señor le concedió un favor in­ estimable en medio de la confusión en que le había sumido aquella des­ ventura. Apenas ingresó como cautivo del rey, tuvo la visita de fray Cons­ tancio, religioso jerónimo y antiguo cautivo tam bién del rey de Túnez. Oyóle en confesión, le hizo fervorosas exhortaciones y le ofreció su amistad mien­ tras duró su cautiverio. Pero así y todo, las finezas del religioso afecto de fray Constancio no consiguieron hacer brotar en su alma mal dispuesta al sufrimiento, ni la santa alegría, ni siquiera la resignación cristiana. Aconteció, pues, que, pa­ sados unos días de cautiverio, el impaciente recluso solicitó por escrito la libertad. El rey, a quien dirigió el mensaje, le permitió salir de la cárcel sólo bajo juram ento. Tal condición le indigna, escribe al cónsul de Génova, protesta enérgicamente de su encarcelación y reclama a gritos la liber­ tad; pero con tan poca ponderación y reserva lo hace, que el cónsul, en el primer momento, declara que no quiere saber nada de tal cautivo. Em ­ pero, gracias a la intervención del dominico fray Juan, capellán de los genoveses, vuelve en su primer movimiento y pide su libertad. P or fin, salió Antonio de la cárcel en el mes de octubre o noviembre de 1458, pero agriado y exasperado.

EL APÓSTATA NTONIO de Rívoli ejerció el apostolado sacerdotal por espacio de unos cinco meses en la iglesia de San Lorenzo, que servía de parro­ quia a los genoveses: celebraba, acudía al confesonario y dirigía la divina palabra al pueblo. Así y todo —dice fray Constancio— , «sobrellevaba con poca conformi­ dad las pequeñas privaciones de la vida de Túnez». Tal estado de ánimo era preludio inevitable de terrible crisis. Aquella vida religiosa, tan satu­ rada de tibieza, iba por fin a parar en vergonzosa apostasía. Por aquel mismo tiempo en el Japón, donde la Iglesia agonizaba inundada por sangre de mártires, apostataba tam bién el jesuíta padre Cristóbal Ferreira, a los se-

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E

L Beato Antonio de Rivoli se presenta decidido ante el rey moro de Túnez en su mismo campo y declara con resolución que

está arrepentido de su escandalosa apostasía. Le dice, además, que reniega de la religión de Mahoma y que está dispuesto a sufrir mil muertes por el nombre de Jesús.

senta años de edad, en el terrible suplicio del hoyo, o porque la vejez hu­ biera debilitado su energía moral, o porque los veinticuatro años de penoso apostolado hubieran resfriado su fervor religioso. Antonio no tenía la excusa del horror a los tormentos ni el tem or de una muerte espantosa; pero reparó a lo menos satisfactoriamente su enorme culpa y al cabo murió m ártir, como murió, por la divina misericordia el padre Ferreira, a la edad de ochenta años, remediando su flaqueza pasada con tres días de tormento del hoyo, que veinte años antes no pudo sopor­ tar cinco horas. No ha podido ponerse en claro cuál fuera el motivo postrero que trajo la defección de Antonio. F ray Constancio la atribuye a sugestión diabólica. Suriano, al demonio de la impureza. Pretende Ranzano que, irri­ tado por el feliz éxito de su predicación, el enemigo del género humano sugirió a cierto sujeto que propalara contra Antonio las más atroces calum­ nias. Según parece, durante mucho tiempo soportó con heroica paciencia los hechos y dichos del calumniador; pero, desesperado a la larga de una persecución que no acababa y no hallando medio de justificarse de las acu­ saciones que propalaban, se enfureció, perdió la paciencia y dió al traste con todo. Tal vez sea lo más sencillo y lógico suponer que, por efecto de peque­ ñas y reinteradas infidelidades, el infortunado fraile había preparado la m ayor de todas: la apostasía. Lo cierto es que el 6 de abril de 1459, los cristianos de Túnez fueron testigos de un espectáculo lamentabilísimo. En presencia del monarca anatematizó la fe cristiana y se declaró discípulo de la religión del Profeta. Alegría delirante produjo en los sarracenos ver al renegado aceptar la cir­ cuncisión conforme al rito musulmán, y fué para los cristianos de Túnez vergüenza y sonrojo indescriptible ta l apostasía. Y a tenemos a Antonio con­ vertido en perfecto musulmán. Por espacio de cuatro meses vivió entre los sarracenos, echándoselas de belicoso campeón de su nueva religión y de enemigo irreconciliable del cristianismo, al que denigraba a más y mejor. Quiso saber Antonio los fundamentos en que se apoyaba la religión de Mahoma y el medio más adecuado de hacer su elogio. Por toda respuesta le entregaron el «Corán». Púsose Antonio a estudiar con todo ardimiento «la doctrina de aquel impostor, plagada —en sentir de un historiador antiguo— de un sinnúmero de «descarriadas majaderías», con las cuales no dejó, sin embargo, de se­ ducir a las dos terceras partes del mundo. Cierto que no todo el contenido es de su cosecha, sino de los que le sucedieron, conforme acaece con las cosas humanas». Al fervoroso discípulo de Mahoma nada mejor se le ocurrió para grabar en la memoria sus enseñanzas, que traducirlas al latín y al italiano.

EL CONVERTIDO

ON todo, no había abandonado el Señor a su indigno siervo. Desde el año 1446, el antiguo prior de fray Antonio de Rívoli, San An­ tonino, esclarecía con su santidad la sede arzobispal de Florencia. L a profecía que hiciera a su novicio se había realizado totalm ente. M el 2 de mayo de 1459 como mueren los santos, a los setenta años de edad y trece de su episcopado, y sus labios agonizantes m usitaban aún estas pa­ labras que tantas veces repitiera en vida: «Servir a Dios es reinar». Mientras tanto, llegan a Túnez mercaderes procedentes de Italia y An­ tonio les pide noticias de su patria. Ellos le refieren la muerte santa del arzobispo y los milagros que brotaban de su sepulcro. Su relato impresiona vivamente al pobre renegado y le sugiere saludables reflexiones. Pronto se adueñan de su alma los remordimientos, tras los cuales viene el arrepentimiento que salva. Refiérenos fray Constancio que a fuerza de leer Antonio la traducción del Corán acabó por darse cuenta de que no era otra cosa que una compilación de errores y falsas doctrinas, lucubraciones de un impostor de ingenio. Pero ciertamente habían influido más las ora­ ciones de San Antonino para mover su corazón que el estudio para desen­ gañar s u ,.espíritu. López afirma que el santo arzobispo se le apareció y le reprendió severamente por sus extravíos. Antonio estaba convertido. Ganoso de lograr a todo trance aquel cielo en cuyos esplendores viera tal vez brillar a San Antonino, concibió el más vivo desprecio del paraíso sensual y voluptuoso que el Pofeta le prometía. Pero hacerse otra vez cristiano equivalía a ser condenado a muerte, según rezaba una ley del is­ lamismo. No le pareció, sin embargo, excesivo castigo para expiar el cri­ men de su apostasía y resolvió afrontar cualquier género de muerte. E l futuro soldado de Cristo se dispone, pues, desde este instante, al úl­ timo combate. Vase a encontrar al dominico Juan y con el más vivo dolor hace confesión general de su vida, recibe la absolución y la Sagrada Euca­ ristía, y sin tardanza emprende la vida de buen religioso y las observan­ cias regulares, y distribuye sus bienes a los pobres. El rey se hallaba entonces a 50.000 pasos de Túnez y, por lo tanto, aconsejaron a Antonio que aplazase hasta su regreso la abjuración de su error y la confesión de su fe cristiana ante el mismo que había sido testigo de su apostasía. En los pocos meses que estuvo aguardando y para mejor asegurarse el valor que ha menester el m ártir, Antonio sometió su cuerpo a una peni­ tencia seVera. Día y noche lloraba (p crimen, confiando en el divino Pastor que siempre se halla dispi^sto a recibir a la oveja extraviada.-

C

EL MARTIR

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S domingo de Ramos, día 6 de abril de 1460, aniversario precisamente de la apostasía de Antonio. E l rey ha vuelto a palacio la víspera y en la iglesia de los genoveses, donde a su vez predica fray Constan­ cio, se halla congregada toda la cristiana grey. E n ese momento comparece Antonio y, en sencillas palabras, sin retóricas ni circunloquios, deplora su error, abjura el islamismo y anima a los fieles a la práctica y a la fidelidad de la religión católica. Terminada la despedida, el dominico fray Juan ha investido al futuro m ártir con el sayal monástico: la cabeza, el cerqui­ llo del fraile y su semblante irradian jubilosa alegría. Allá, en el campamento real, rodeado de toda la pompa oriental y en medio de los magnates de la- corte, le aguarda el monarca musulmán. An­ tonio comparece ante el rey. Con voz clara y entonada, el renegado con­ fiesa que es nuevamente cristiano, deplora sus extravíos, exalta el nombre de Jesucristo y declara que está pronto a padecer la muerte por su fe. Al oír tan insólita declaración, el rey queda atónito de pronto; mas luego, con palabras llenas de mansedumbre, le invita a que vuelva de su acuerdo, pues de otro modo la existencia ta n alegre y deliciosa que le ha procurado, term inaría necesariamente con muerte cruel. Hace cuanto puede por deslumbrarle con el cebo de la grandeza y el aliciente de la riqueza, diciéndole que todo será suyo si vuelve a ser nuevamente fiel discípulo del Profeta. «Para nada necesito tus ofertas» — responde Antonio; y a su vez le exhorta a que se someta a Cristo él y toda su nación, si desea conseguir los tesoros celestiales y con ello colmar su gloria de monarca. E l rey le es­ cucha, unas veces lleno de estupor, otras bullendo de coraje y, al fin, or­ dena sea llevado al calabozo hasta que el jefe de la religión musulmana ins­ truya el correspondiente proceso y decrete su justo castigo. Es imposible describir el furor de sus guardias, las bofetadas, los puñe­ tazos que llueven sobre la cabeza y el rostro del prisionero. Pero el m ártir de Cristo lo sobrelleva todo con paciencia y fortaleza; sus labios no musitan más que alabanzas al divino Maestro mientras le llevan al calabozo. Al día siguiente comparece ante el juez. Éste pone en juego toda suerte de medios para rendir su constancia: caricias, promesas, amenazas; pero todo en vano. Después de pintarle el cuadro de la muerte espantosa que le aguarda, le envía nuevamente a la cárcel. Tres días le han dado para que lo medite y se han pasado ya. Antonio ha reflexionado y, sobre todo, ha o ra d ^ en compañía de los cristianos que comparten con él el cautiverio. E stá dispuesto ,a morir. El juez renueva

su interrogatorio y Antonio confiesa una vez más a Cristo en medio de millares de sarracenos. Entonces se decreta la sentencia: el m ártir morirá lapidado. Inm ediatam ente es arrastrada la víctima por los verdugos y llevada al lugar de las ejecuciones, fustigándole en el trayecto, según nos refiere Ranzano. Dos de ellos, que hablan correctamente el italiano, se colocan a su lado con orden de doblegar, si pueden, su voluntad y de aprovechar la menor señal de debilidad para que cese el suplicio y se proclame su retom o al islamismo. E l m ártir no Ies hace caso; cuanto más le atorm entan, más férvida es su oración. Muy próximo al lugar de la ejecución se halla el barrio de los cristia­ nos. Al acercarse el cortejo, Antonio se despoja de su blanca túnica: «Guar­ dad este hábito —dice a los verdugos—; si lo entregáis a los cristianos limpio de toda m ancha, recibiréis en cambio buena recompftisa». Prome­ tieron hacerlo y más tarde cumplieron la palabra. Llegados al lugar del suplicio, suplica Antonio a los verdugos que le concedan unos instantes para orar. Se le complace y, postrado en el suelo, con las manos en alto y mirando hacia Oriente, queda sumido en fervo­ rosa meditación. Diríase que está en éxtasis. De entre la muchedumbre surge un clamor, un estremecimiento parece invadirla; verdugos y espectadores se lanzan sobre el m ártir, que permanece de rodillas, y le golpean, quien con la espada, quien a pedradas; todos lanzan, además, furiosos aullidos. Antonio, que no profiere un solo grito ni se mueve, resiste como clavado en el suelo. Pero la granizada de proyectiles arrecia y cae como desmoro­ nado su ensangrentado cuerpo; el m ártir queda inerte y muere expiando gloriosamente su lamentable vida pasada. Amontonan leña a toda prisa..., la encienden y arrojan sobre ella la víc­ tima.' Las llamas la rodean por todas partes... y durante largo tiempo la dejan en esa imponente hoguera. ¡Oh prodigio! E l cuerpo permanece intac­ to; ni un solo cabelló se ha chamuscado. Los espectadores, y entre ellos fray Constancio, presencian el milagro. Luego, los verdugos sacan de la pira los santos despojos y los arrojan a una cloaca inmunda. Días más tarde, los mercaderes genoveses lograron a precio de oro ha­ cerse con las preciosas reliquias que, depositadas de momento en su igle­ sia, obraron incontinenti varios milagros. E n 1469, Amadeo, tercer duque de Saboya, hizo trasladar a Rívoli tan preciado depósito. Pronto se tributó al santo m ártir culto público, que fué aprobado por el papa Clemente X III el 22 de febrero de 1767.

SANTORAL N

S e ñ o r a d e l B u e n C o n s e j o (Véase el tom o de .«Festividades del Año L itúrgico»); Santos C leto y M arcelino, pap a s y m ártires; R icario, Lucidio, obispo de Verona, y Clarencio, de Viena de Francia, confesores; Basileo, obispo de Amasia, y Pedro, de Braga, m ártires; R aim undo, n a tu ra l’ de M edellín; V ital, m ártir en B esanzón; Pascasio y B ertilón, abades, en F ra n c ia ; Em m ón, obispo de S ens; Peregrino y su p ad re G uillerm o; P ri­ m itivo y Aurelio, m á rtire s; Severino, obispo. Beato Antonio de Rívoli, mártir. Santas E xuperancia, virg en ; M arciana, Felicia, Felicísima y Evasia, m ártires en Á frica; Alda, te rc ia ría ; V alentina, virgen y m ártir.

u estra

SAN CLETO o ANACLETO, papa y mártir. — A nacleto era originario de A tenas y, habiendo pasado a Rom a, fué convertido, bautizado y ordenado por San Pedro, que le nom bró su coadjutor y vicario p ara las correrías y predicaciones por fuera de la ciudad de Rom a, así como Lino lo era p a ra el interior de la misma. Los latinos llam aron al prim ero Cleto, p a ra abreviar el nom bre, y de áhí el error en que cayeron los antiguos biógrafos al distinguir en estos dos nombres dos personajes. Lino y Cleto ocuparon sucesivamente la Silla de San Pedro después de la m uerte de éste. E n el pontificado de Cleto (o Anacleto) se desencadenó la segunda persecución contra los cristianos, decretada p or el feroz D aciano, des­ pechado porque no querían aquéllos reconocerle como a dios. E l celoso P astor supo acudir doquiera había espíritus que anim ar, corazones que alegrar, lágrim as que enjugar, pobres que socorrer, fieles que instruir. E l 26 de abril del año 90 se consumó su m artirio, p o r orden del tiran o emperador. SAN MARCELINO, papa y mártir. — Fué n atu ra l de R om a e hijo de u n pre­ fecto. Sucedió en el trono pontificio a San Cayo, que tam bién había sellado la fe con su sangre. D urante este tiem po se desencadenó la décima persecución, la más terrible de todas, pues costó la v id a a m uchos millares de fieles; sólo en u n mes se contaron m ás de dieciocho mil m ártires, y en la Frigia fué arrasada u na ciudad entera y quem ados todos sus habitantes. Tam bién el P a p a fué hecho prisionero y presentado an te los ídolos. Si bien desfalleció en un principio, al ver los intrum entos de to rtu ra, luego se presentó animoso, arrepentido de su falta, p ara subsanar con el valor de ahora la debilidad de antes. Su cabeza rodó por el suelo, m ientras su alm a, envuelta en la clámide roja de la sangre de m ártir, volaba al cielo a recibir la corona de la gloria. SAN RICARIO, presbítero y confesor. — Nació en la población francesa de Ponthieu, de padres pobres, pero cristianos. ¡A y !, que no aprovechó el don de la educación que le b rin d ara el hogar paterno, y vivió entregado a una vida disipada y de placer. Dos misioneros irlandeses que habían ido al pueblo n atal de nuestro joven, fueron despreciados y m altratad o s p or los habitantes, quienes se habían negado a recibirles y darles hospitalidad. R icario, compasivo, realizó con los misioneros u n a obra de caridad alojándolos en su casa, por lo cual Dios le tocó con gracia especial en pago de esta acción. In stru ido Ricario por los dos monjes, se arrepintió de su m ala vida, lloró sus pecados y se convirtió en celoso propagador del cristianism o. Recibió el orden sacerdotal y realizó m ara­ villosas conversiones en todos los pueblos de aquélla comarca. P or ev itar los halagos del rey D agoberto huyó a la soledad, en la que llevó vida de austera penitencia. Su glorioso trán sito tuvo lugar el día 26 de abril de 645.

Escudo de la Orden de la Merced

DI A

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P atíbulo y palm a del m ártir

DE

ABRIL

SAN PEDRO ARMENGOL M ERCEDARIO Y M ARTIR (1238? - 1304)

ECORRIA los caminos polvorientos de Aragón y Cataluña con la alforja al hombro, mendigando una limosna para el rescate de los pobres cautivos que se hallaban en las mazmorras de África, y con encendida palabra predicaba la Redención por donde pasaba. Era el heraldo redentor que vivía ahora el ideal sublime de la caridad mercedaria. Cuando ensalzaba la sublimidad del cuarto voto de la Merced, cuando hablaba de los tormentos y vejaciones de los pobres cautivos, su rostro se encendía como una brasa, iluminado por los reverberos de su gran corazón, y todo su ser quedaba transformado. Las gentes, arrastradas por la fuerza irresistible de sus ejemplos, le seguían a todas partes y le veneraban como • a fiel amigo de Dios; pero antes había escandalizado con sus crímenes, y se había refugiado en las madrigueras de las fieras, acosado por la justicia. Llamábase Pedro Armengol, de noble abolengo catalán. Había visto la luz en la primera m itad del siglo X III, junto a las playas tarraconenses. Su padre se llamaba Arnaldo, de noble estirpe; su madre era también de fami­ lia. noble. Mecióse su noble cuna en La Guardia de los Prados, donde nació, cerca de Montblanch. E ra descendiente de los condes de Urgel, que usaron el nombre de Armengol hasta la Condesa de Aureubiaix.

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Hallábase un día en la casa solariega el santo mercedario fray Bernardo de Corbera, cuando, tomando entre sus brazos al tierno infante, dijo d«t él estas proféticas palabras: «A este niño un patíbulo le hará santo». Y así sucedió; pues, pasados los años, fué ahorcado por los musulmanes cuando cumplía el voto de redimir cautivos. Su piadosa mftdre, entre caricias y besos, le iba enseñando el tem or de Dios, y la devoción a la Virgen María arraigó profundamente en el tierno corazón del niño. Fué como el áncora de salvación, a la cual había de asirse fuertemente para salir más tarde del pro­ celoso m ar de sus desatadas pasiones. Ella le llevó a puerto seguro. Toda­ vía no sabía hablar y ya repetía a todos, sonriente, el Avemaria. ¡Cuánto hace en el porvenir del hombre la buena educación de su niñez! De aquí la trascendental importancia que tiene una madre piadosa y santa en el hogar.

MUERTE DE SU MADRE ODAV1A en la lactancia, la muerte vino a llam ar a su buena madre. Triste quedó Amaldo al perder a su buena esposa, ejemplo de m a­ dres cristianas, y desde entonces reconcentró todo el cariño en su hijo Pedro, recuerdo vivo de la difunta, heredero de su patrimonio y, más que todo, el futuro vástago de su nobleza. Crecía el niño en edad y su devoción era más manifiesta cada día, no descuidando ninguna de sus prácticas de piedad. Con todo se veían ya en él ansias de dominio y un amor propio muy marcado. Siendo Arnaldo una de las personas más nobles e influyentes del reino, el rey le reclamó para su servicio. Ocupado en la Corte, hubo de pensar en la educación de su hijo, y le encomendó, en Cervera, a un preceptor de su confianza. Pedro aprove­ chó mucho en poco tiempo, pues era m uy inteligente, y pronto aprendió a leer y escribir; pasó luego a la lengua latina, y con esto terminó sus estudios.

LA AVENTURA DE UN DIA DE CAZA

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la niñez tranquila del Santo siguió la juventud borrascosa y arre­ batada. Pronto empezó a declinar su devoción y a perder su angeli­ cal candor y Ja inocencia de su alma con el trato y amistad de malos compañeros; aficionóse a ellos, adiestróse en el manejo de las arm as... demás aplaudían su destreza y habilidad en tales ejercicios. Ufano con estos halagos, m albarataba su rico patrimonio "en banquetes y orgías. Apagábase en su corazón el rescoldo de la piedad de sus primeros años; los amigos le empujaban cada vez más al despeñadero, y Pedro corría a un funesto tér­

mino, riendo y ahogando recuerdos de mejores tiempos. Atrevido y audaz buscó empresas más temerarias y, ayudado por sus compañeros de vicio, era el escándalo y el terror de la ciudad. H acía gala de su mal ejemplo, y aun había quien excusaba sus fechorías como aventuras propias de su edad. Alarmado el padre al enterarse de tan perversa conducta, voló a su lado con la intención de apartarle del borde del abismo; le halló* tan trocado por sus locas aventuras, que le reconvino seriamente para que volviese a una vida más ordenada y más conforme con su educación y la nobleza de su cuna. Prom etiói el hijo la enmienda, despidió a sus malos compañeros, mo­ deró sus excesos y cesaron sus desafíos y ruidosas aventuras. Pero aquel natural suyo, brioso y pendenciero, sin el dique de una piedad sólida no podía ser contenido fácilmente con solo unas palabras enérgicas dichas por su padre. Temiendo que se desbordasen aquellas tremendas pasiones, con­ cedióle permiso para que en la caza ejercitase sus bríos, evitando así males reales. Entregóse Pedro a esta diversión con apasionamiento. No tardó mucho en llegar una ocasión favorable para que estallara aquel temperamento arrebatado y pendenciero. Cuando con más vehemencia per­ seguía Pedro Armengol a un jabalí malherido por un dardo que él le lan­ zara, otro grupo de cazadores divisó al animal y emprendió su persecución. Clavó nuevamente Pedro el hierro en el cuerpo de la fiera y se desplomó ensangrentada; seguidamente la rem ató y se dispuso a llevársela como pre­ sa y despojo de su esfuerzo. El jefe de la otra cuadrilla llegó en aquel pre­ ciso momento reclamando sus derechos airadamente. Pedro atajó violenta­ mente las razones de su contrincante echando mano a la espada. E l adver­ sario hizo otro tanto y ambos llegaron a las manos. Los demás cazadores los separaron a viva fuerza, e interrumpióse la caza. Pedro se marchó lle­ vando en el alma un odio feroz y jurando vengarse de su contrincante.

CAPITÁN DE BANDIDOS. — LA HORA DE DIOS

A no se da punto de reposo; se lanza por el camino del crimen, im ­ petuoso y ciego; en su pecho hierven todas las pasiones mal repri­ midas. Multiplica excesos, traza planes diabólicos, y los lleva a cabo junto con otra turba de facinerosos. La voz pública los señaló, la justicia siguió los pasos, y entonces huyeron a las escabrosidades de la montaña pi­ renaica. Allí m editarían nuevos robos y asesinatos. Dolido Arnaldo al ver pisoteada su nobleza por la criminal conducta de su hijo, resolvió alejarse de Cervera para mitigar algún tanto el acerbo dolor que le causaba. Corría el año de 1258. Jaim e I el Conquistador había arrancado hacía

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poco del poder de los moros a la ciudad de Valencia. Arnaldo fué a esta ciudad y se agregó a la Corte del rey, que le tenía en grande estima. Pero al poco tiempo tuyo el monarca necesidad de trasladarse a Montpeller, para tener una entrevista con el rey de Francia. Para llegar allí había que atravesar la m ontaña donde merodeaban cuadrillas de bandiddS, y el rey, como le acompañaba la Corte y gente pacífica, quiso asegurar el camino; en conse­ cuencia, ordenó a dos compañías de infantes y a algunos de a caballo que dieran una batida para lim piar de bandidos la peligrosa montaña. Puso al frente de esta gente armada al noble Arnaldo, quien aceptó de buen grado por el deseo que tenía de topar con su hijo: se le ofrecía una favora­ bilísima ocasión para lavar su honra y sacar a Pedro de aquella vida infame. Todo lo dispuso para dar cumplimiento a las órdenes del rey: a los lugares que creía más peligrosos mandó de antemano a algunos soldados dispersos para que tantearan el terreno. No tardaron en volver a él con la noticia de que no lejos de allí había una partida de bandoleros. Los soldados arre­ metieron contra ellos y dejaron a unos muertos, a otros heridos y a bas­ tantes, presos. Arnaldo dió vuelta al m onte para enfrentarse con el capitán, al cual vieron a través de la espesura cuando trepaba por la ladera. El caballero se apresuró a cortar la retirada al criminal, el cual lanzóse contra aquél y hundió su espada en el costado del caballo. Desarzonado el caballero, rodó al suelo y lanzó un grito desgarrador: acababa de reconocer a su propio hijo en el agresor. Aquel grito conmovió súbitam ente el corazón del hijo rebelde, el cual, como herido de un rayo, cae a los pies del padre, a quien reconoce y demanda mil perdones. E l dolor, la piedad, la gracia, que como un rayo de luz penetró en el corazón del capitán de bandidos, transfórmalo en perpetuo caballero de Cristo.

TREMENDA PRUEBA. — MERCEDARIO

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ÁCIL fué a su padre alcanzar el perdón del rey, y más tratándose de un caballero tan principal como él. E ntretanto se libraba en el inte­ rior del mozo una furiosa tem pestad. Supo en estos momentos deci­ sivos fijar sus miradas suplicantes en la Estrella de los Mares, buscando orientación para su alma; reavivó en su corazón la llama de su devoción a María, y así encontró camino fácil para llegar a Dios. Retiróse a Barcelona; a los pies de la Redentora de Cautivos lloró amargamente sus pecados y le rogó se apiadase de él en tan trem enda crisis del espíritu. Agitábase en su interior, como m ar alborotado, el pensamiento del pasado, y el demonio hacíale ver que no había para él salvación posible. Días tristes; noches negras las de Pedro Armengol, con aquellas congojas del alma; al mismo

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ESARZONADO el caballero rueda al suelo y da un grito des­ garrador. Ha visto que el agresor es su propio hijo. A l oir

éste que el vencido es su padre, enternecido le dice con lágrimas: «¡Dadme vuestro perdón, pues desde este momento seré ejemplar, piadoso y penitente/»

tiempo, su corazón de fuego y su carácter indómito se querían sublevar ante las imposiciones del espíritu a una vida ordenada y santa. Turbado, inquieto y desalentado andaba por la encrucijada de su vida, cuando acertó a entrar en la Merced en el preciso momento en qu^ predicaba el santo F ray Bernardo de Corbera —el mismo que había profetizado su santidad— y exhortaba a penitencia a los pecadores empedernidos, inculcándoles con poderosas razones el santo temor de Dios. Aquellas palabras fueron para el atorm entado corazón de Pedro como el arco iris de paz y de ventura después de una desatada tem pestad. Salió del templo trocado en su inte­ rior, con una paz tan grande en el alma y unos deseos tan vivos de ser todo de Dios, que se dispuso a hacer una dolorosa confesión de toda su vida. Hízola, en efecto, con tales muestras de arrepentimiento, que fué como el punto de partida de su entrega total al servicio de Dios. Acudía con frecuencia a desahogar los sentimientos de su alma agrade­ cida ante la Reina de la Merced, y allí sintió claramente cómo Ella le lla­ maba a su religión de redentores. No dudó de que le hacía una gracia sin­ gular, y sin dilación fué al Maestro General de la Merced para manifestarle sus deseos. Apenas se vió Pedro con la blanca vestidura de la Virgen Inmaculada emprendió el camino de la santidad con grandes bríos..M ucho adelantó en poco tiempo, y pronto fué propuesto como modelo perfecto aún a los más aventajados en la vida religiosa. Compenetróse Pedro Armengol tan de veras con el ideal mercedario, que todas sus ansias eran cruzar los mares en busca de cautivos que redimir. Pedía constantemente al Señor que le hiciera la gracia de proporcionar este consuelo a aquellos infelices. Estas divinas impaciencias agitaban su alma, llenaban su imaginación y eran el tem a ordinario de sus conversaciones. El ejemplo de otros redentores acuciaba sus deseos de que llegára pronto el gran día de ser nombrado redentor. Tales eran sus fervores y tal su vida ejemplar en el claustro, que se pensó en él para la primera redención que se presentara. A ésta siguieron otras tres. En total rescató en ellas el consi­ derable número de 1.114 cautivos. La primera redención la efectyó en Mur­ cia, juntam ente con fray Guillén de Bas, después de muchas dificultades y penalidades. La segunda fué la que hizo en Granada, el año 1262, junta­ mente con fray Bernardo de San Román, Maestro General. En la redención enviada a Argel habíanle nombrado jefe de una gloriosa expedición de Padres redentores. Quince fueron los señalados; en un pequeño barco hicieron la travesía y arribaron felizmente al puerto de Argel. Ante la diligencia y santa audacia de los mereedarios todos los obstáculos se remo­ vieron, y se allanó el camino que en principio se presentaba empinado y difícil. Diéronse prisa y rescataron el mayor número posible; mas eran m u­ chos los escogidos y no llegaba la limosna para todos. Entonces exhortó a

los religiosos a que se quedaran con él en rehenes. Después señaló a uno de ellos para que acompañara a los rescatados a sus hogares. Quedáronse ctín él catorce compañeros sufriendo los trabajos del cautiverio, mientras en E s­ paña se allegaba el dinero suficiente para su rescate. Compartían las penas y dolores de los míseros cautivos e infundían en sus almas la dulce esperanza de su próxima liberación. También predicaban a los moros las verdades de nuestra fe; pero los ejemplos movíanlos más que las palabras. E l rey moro Almohacén Mahomet, habiendo oído grandes elo­ gios de los mercedarios, sobre todo de Armengol, quiso conocer a nuestro Santo; le trató de cerca, escuchóle atentam ente, la luz esplendorosa de la fe penetró en su entenebrecido entendimiento, y su corazón se conmovió ante el ejemplo vivo de su heroica caridad. El moro no quiso tan sólo hacerse cristiano, sino que pasó a España y pidió ingresar en la Merced. Admitiósele en la Orden, y cambió el nombre de Almohacén Mahomet. en el de fray Pedro de Santa María. Después de vivir santamente descansó en el Señor con gran edificación de todos. E ntretanto, el mercedario que había acompañado a los rescatados se daba prisa en España para allegar recursos; en poco tiempo recogió abundantes limosnas y tornó a Argel. Rescataron a 527 más y , alegres, volvieron a E s­ paña redentores y Redimidos, dando gracias a la dulce Madre Redentora.

ÚLTIMA REDENCIÓN DEL SANTO. — LA HORCA ’ E verificó el año 1266, en Bugía, ciudad costanera cercana a Argel. Tan pronto como desembarcaron comenzaron a negociar la libertad de 119 cautivos. Y ya estaban con los preparativos del embarque, cuando llegó a ellos la noticia de que otros 18 se hallaban a punto de apostatar. Los redentores vuelan presurosos a ellos para sacarlos del peligroso trance. Pedro propone a los moros quedarse él en rehenes en lugar de aquellos jó­ venes, y además les promete mil escudos, que fray Guillermo traerá de Es­ paña para una fecha determinada. Como accedieran los mahometanos, los muchachos se unieron a los otros redimidos con gran contento de sus almas. Nuestro Pedro Armengol sufría con admirable paciencia los trabajos y mo­ lestias de su prisión y era para todos ángel de paz y consuelo. Los días pasaban; acercábase ya el final del plazo que Armengol se­ ñalara para el rescate prometido, y fray Guillermo no volvía. Los moros, al ver que el Santo no cumplía su promesa, pues el tiempo fijado ya había pasado, le hicieron más duro el cautiverio y, no contentos con esto, le azotaron cruelmente en repetidas ocasiones; mas todo sufríalo él con gran­ de alegría de su alma. Exasperados por aquella pasmosa serenidad de es­ píritu, sácanle del calabozo y deciden darle m uerte. Pero antes le lleva­

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ron a presencia del rey y le acusaron de engañador y falso en sus pro­ mesas; además le hicieron ver cuán peligrosamente atacaba a su secta, y cómo hacía prosélitos entre ellos para la religión cristiana. Volviéronle a la prisión y, multiplicando las torturas en su cuerpo, lo dejaron cubierto de llagas. Tuviéronlo abandonado varios días, sin darle siquiera un poco de alimento; pero el Señor le sostuvo milagrosamente. Volvieron los moros al rey, y recabaron la apetecida sentencia. E l Santo ya lo sabía, pues la misma Virgen Santísima le hizo sabedor de ello. La mazmorra no era ya para él sino la antesala del cielo. La triste noticia había penetrado ya en todas las mazmorras, y los cautivos lloraban con amargo desconsuelo la pérdida de tal padre. Los verdugos le sacaron de la cárcel y, medio arrastras, lo lleva­ ron al suplicio entre escarnios y befas. Al llegar a la horca, arrodillóse, hizo oración y, volviéndose a los infieles, les predicó la fe de Cristo; esto los encendió más en ira y, llegándose a él, le abofetearon cruelmente hasta hacerle brotar sangre del rostro. Le echaron un dogal a la garganta y, levantándole del suelo, entre la gritería confusa de los moros y el amargo llanto de los cautivos, le colgaron de la horca. Cuando le creyeron muerto, retiróse la m ultitud: los infieles, gozosos por ha­ ber satisfecho su venganza; los cristianos, llorosos. Cumplíase ahora la pro­ fecía de fray Bernardo de Corbera: «A este niño un patíbulo le hará santo». Llegó fray Guillermo después de transcurridos ocho días del m artirio, pues le fué imposible volver antes. Al enterarse de lo sucedido, fuese al rey moro para solicitar el permiso de retirar el cadáver, pues había pena de muerte para quien intentara hacerlo sin autorización. Concedido el permiso, encami­ nóse al lugar del suplicio; allí encontró el cuerpo del Santo pendiente de la horca, pero no exhalaba hedor, sino que despedía suavísima fragancia. Ma­ ravillóse de ello fray Guillermo y , acercándose, notó que el Santo movía los labios, como si hablara con personas invisibles. Seguidamente levantó la voz y le dijo: «Acércate, hermano, y no llores, porque estoy vivo por el favor de la Virgen Santísima, quien por ocho días me ha sostenido y confortado». Llegóse a él fray Guillermo, transportado de inefable gozo, y, ayudado de los cautivos, descolgóle de la horca. Ambos se abrazaron con lágrimas de ale­ gría y dieron gracias a Dios por aquel favor tan señalado.

EL RETORNO A BARCELONA.—ÚLTIMOS AÑOS Y SANTA MUERTE

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RONTO se supo en la ciudad la m aravilla. Ingente m ultitud de moros y cautivos acudieron a verle y no se cansaban de contemplar al Santo. Muchos, para cerciorarse más, lo tocaban. Los moros, al verle, recla­ maron aquellos mil escudos; pero fray Guillermo se negó a pagarlos. Inter­ vino el rey y declaró injusta la demanda.

Al salir de la ciudad y encaminarse al puerto, volvió Pedro Armengol sus ojos, y dijo en tono profético: «Por esta misma puerta, ciudad infiel, entrarán a dominarte loS cristianos y pagarás entonces tus crueldades y tu infidelidad». E sta profecía tuvo cumplimiento en 1510, cuando Pedro N a­ varro, por orden de Fernando el Católico, conquistó la ciudad. Los dos mercedarios se hicieron a la m ar con aquel puñado de cristianos redimidos, y tuvieron una feliz travesía. Barcelona entera estaba en el puer­ to para contemplar al m ártir glorioso. Las gentes se agolpaban para verle, y su nombre fué repetido por la m ultitud enfervorizada. E l Señor quiso dejar en él una huella ostensible del m artirio, pues, mientras vivió, conservó el color cadavérico y el cuello torcido. Después de esto vivió nuestro Santo unos dos años en el convento de Barcelona. Su vida era más del cielo que de la tierra. Muy pocas veces salía del convento y, cuando lo hacía, la m ultitud se aglomeraba a su paso para contemplarle y besar sus hábitos. Los últimos años pasólos en la soledad y recogimiento, edificando a todos por sus grandes y amables virtudes, en el convento de Santa María de los Prados que los mercedarios establecieron en el lugar del nacimiento de nuestro Santo. Finalmente, le sobrevino una grave enfermedad que le postró en el lecho. Conociendo que sé le acercaba la muerte, pidió el Sagrado Viático; lo recibió con gran ternura de su alma y luego pidió a sus hermanos, con grandísima hum ildad, que rogaran por él. La comunidad de Montblanch acudió a presenciar la muerte de un santo. E ntre oraciones, y mientras con tono solemne y triunfal ambas comunidades cantaban el Símbolo de la Fe, durmióse plácidamente en el Señor el 27 de abril de 1304. Luego que murió, de todas partes llegó m ultitud de gentes a venerar su cadáver. Siete enfermos quedaron repentinamente curados al contacto de los sagrados restos. Buen modelo es nuestro Santo para la sociedad moderna, enfermiza y afeminada por los vicios y pecados.

SANTORAL N

S e ñ o r a d e M o n t s e r r a t , P a t r o n a d e C a t a l u ñ a . (Véase el tom o: «Fes­ tividades del Año L itúrgico»); Santos Pedro Canisio, confesor y doctor; Pedro Armengol, mercedario; Anastasio I, papa; Toribio de Mogrovejo, arzobispo de L im a; A ntim o, obispo y m ártiv; A ntonino, presbítero y mártir; C ástor y E steban, m ártires en Tarso de C ilicia; T ertuliano y Teófilo, obis­ pos de Bolonia y de Brescia, respectivam ente; Juan, a b a d ; Alpiniano y Antonio, presbíteros y confesores, Santa Zita, virgen, venerada en L u c a ; Germelina, Letísim a y Germana, m ártires en B itinia.

u estra

SAN PE D R O CANISIO, confesor y doctor. — F ué uno de los prim eros com­ pañeros de San Ignacio de Loyola, de cuya Compañía es u n a de las glorias más brillantes. Nació en Nimega (Holanda), en 1521. Fué hom bre de talento singular, que le mereció fam a y estim a universal. Puso su saber al servicio de la Causa católica luchando denodadam ente contra la R eform a pro testan te en los Países Bajos y en Alemania. E n 1548 ingresó en la Compañía de Jesús. E n 1557, siendo Superior Provincial de Alemania del N orte, tom ó p arte en la conferencia de W orm s; en 1559 asistió a la dieta de Augsburgo, y brilló como docto en el Con­ cilio de Trento, en el que participó en 1547 y 1562. Publicó un «Catecismo» que d urante tres siglos ha sido apreciado como obra notable de apología. P o r ella h a sido llam ado su au to r el ¡(Doctor C atequista». Después de una vida activa, austera, ejem plar y apostólica, Pedro Canisio entregó su espíritu al Señor en F ri­ burgo de Suiza el año 1597. P o r su vida apostólica ha sido considerado como el segundo apóstol de Alemania. SAN ANASTASIO I, papa. — L a fam a de santidad de que gozaba hizo fuera elegido p ara el pontificado, y gobernó la Iglesia por espacio de tres años. Vivió pobre y hum ildem ente, al solícito cuidado de la grey confiada a sus desvelos. Dictó varias órdenes y disposiciones acerca de los aspirantes al sacerdocio, entre los cuales habían pretendido infiltrarse los herejes m aniqueos con fines de per­ dición. Después de haber edificado a la cristiandad con su san ta T¿ida, pasó de este destierro a la eterna bienaventuranza el 27 de abril del año 401. Poco des­ pués de su m uerte envió Dios a los godos contra los rom anos, en castigo de su perversión. SANTOS ANTIMO Y ANTONINO, m ártires. — A ntim o era obispo de Nicomedia, y Antonino, su presbítero. Al principio del año 303 fué descubierta una conspiración contra Diocleciano, y se culpó de ella a los cristianos. Creía el em ­ perador que éstos eran los causantes del incum plim iento de los oráculos, y por esta razón decretó la décima y m ás cruel de las persecuciones contra la Iglesia de Cristo. P ara cum plir las órdenes del emperador, m andó Galerio prender al obispo Antim o, a quien privó de todo alim ento y comunicación m ientras no ofreciese sacrificios a los ídolos. E l santo prelado se m antuvo firme en su fe, por la cual derram ó la sangre con el m artirio, que consumó al ser decapitado, en com pañía del presbítero A ntonino. Así consiguieron ambos la corona del cielo, el 27 de abril de 303. SANTA ZITA, virgen. — E ra h ija de unos sencillos pero virtuosos labradores de los alrededores de L u c a ; estaba poseída de un gran tem or de Dios, y vivía humilde, m odesta y piadosa, causando la adm iración de cuantos la veían y tra tab an . E n tró al servicio de u n señor principal de Luca, que la ocupaba en servicios bajos y despreciables, de los que no se desdeñaba Zita, antes al con­ trario, pues los consideraba como expresión de la voluntad de Dios sobre ella. Los ratos que le quedaban libres, después de cum plir perfectam ente con su obligación doméstica, los em pleaba en ■rezar y m e d ita r; a esta noble y santa ocupación dedicaba las prim eras horas de la m añana, p ara lo cual se levantaba m uy tem prano. A causa de su v irtu d , tu v o que soportar los desprecios de sus amos, las burlas de sus com pañeras y el abandono de sus mismos parientes. Pero Dios perm itió que su santidad se hiciera paten te al fin, con lo que se a trajo nuevam ente la estim a de todos. Predijo el día y la .h o ra de su m uerte, ocurrida el 27 de abril del año 1272. E n su sepulcro se han obrado muchos milagros, y las m uchachas de servicio la honran como a su P atrona.

DÍ A

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DE

ABRIL

SAN PABLO DE LA CRUZ FU ND AÍ)OR D E LOS PASIONISTAS (1694 - 1775)

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LMA prendada del amor a la soledad; ávida de humillaciones y de pobreza; insaciable de austeridades, aunque purísima e inocente; corazón consumido por la llama del amor a Jesús crucificado; in­ fatigable predicador de la Cruz; gran taum aturgo y director de conciencias; maestro en la senda de la vida mística, que recorrió has últimos confines, y fundador de dos Órdenes religiosas consagradas a la contemplación y al apostolado de la Pasión de Cristo: tal es San Pablo de la Cruz, que hubo de vivir en el veleidoso y escéptico siglo X V III. ¡Qué contraste entre la figura de este Santo y la de su tiempo! Pablo Francisco Danei, el futuro Pablo de la Cruz, fundador de los Pasionistas, nació el 3 de enero de 1694, en Ovada, pueblecito italiano que perte­ necía a la sazón a la República de Génova. E n el instante de su aparición en el mundo, una misteriosa y deslumbrante claridad inundó el aposento cual presagio del elevado destino que aguardaba al tierno infante. Su padre, Lucas Danei, hombre de arraigada fe práctica, descendía de noble familia piamontesa, venida a menos por reveses de fortuna. Un mo­ desto comercio que explotaba le permitió atender a las necesidades de la

numerosa prole —dieciséis hijos— con que había de premiarle la Providen­ cia. Pablo Francisco era el primogénito. Su madre tomó a pechos la formación cristiana de este hijo predestinada. ' Desde muy temprano le inculcó el amor a la oración y al sacrificio, cantán­ dole la vida de los anacoretas y, sobre todo, los padecimientos de Nuest»o Señor Jesucristo. Para acostumbrarle a no llorar ni quejarse de penas y sufri­ mientos, ponía en sus manecitas el crucifijo y le hablaba de la Pasión de Nuestro Señor. Devotísimo de la Santísima Virgen, gozaba el niño levantando altarcitos a la Madona. Gustaba sumamente de predicar a sus hermanos y hermanas acerca de la Pasión de Jesús, cuyo pensamiento no se le borraba jam ás de la imaginación. Pusiéronle sus padres, bajo la dirección y cuidado de un religioso, carmelita de Cremolino; allí cursó durante cinco años, con gran aprovechamiento, las primeras letras: Pablo era de inteligencia clara, de imaginación brillante y recia^voluntad. A fines del año 1709, el adoles­ cente volvió a vivir con sus padres en Castellazo, al sur de Alejandría, en el Piam onte, donde habían fijado su residencia.

PIEDAD Y AUSTERIDADES DE UN JOVEN MERCADER

A en medio de los suyos, Pablo fué el socio activo e inteligente de su padre en el comercio que éste ejercía. Llegado a la edad de laa pasiones y en el trato con el siglo, conservó su inocencia bautism al fortalecido y guardado por la comunión frecuente, la devoción a la Pas de Cristo y la práctica constante de la mortificación. «En mis años mozos.— decía más tarde— me dió el Señor hambre y sed de dos cosas: del pan eucarístico y de sufrir padecimientos y trabajos». Púsose por aquel entonces bajo la dirección espiritual del señor cura párroco, quien muy pronto vió en él señales de vocación sacerdotal, pero nuestro joven se tuvo siempre por m uy indigno de subir al santo altar. La divina Providencia le preparaba a la misión que todavía no discernía claramente, purificando más y más su alma de todo apego a lo terreno y caduco. Cierto día, al acabar de oír un sermón, vió con luz divina en los repliegues de su alma imperfecciones y defectos en los que nunca había re­ parado. Sin demora se dispuso Pablo a hacer confesión general lo más perfec­ ta posible y, a partir de aquella fecha, que él señala como la de su conver­ sión, castiga fi su cuerpo con verdadera tenacidad: frecuentemente duerme en el desván, sobre ijnas tablas, con la cabeza reclinada en unos ladrillos; levántase a media noche para m editar la Pasión y flagelarse con recias correas; ayuna a pan y agua los viernes y mezcla su bebida con hiel y vinagre.

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ESTUDIA SU VOCACIÓN DE APÓSTOL

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ABLO ha cumplido veinte años y siente sed abrasadora de inmolarse por Cristo. Le parece que Dios le llama a luchar contra los enemigos del nombre cristiano y ¡quién sabe si también a derram ar su sangre por la fe! ¡Oh, qué bella vocación! Anhelante tras ideal tan hermoso, se alis­ ta en 1715 en las tropas venecianas que han de partir al encuentro de los musulmanes. Al año siguiente, en una iglesia de Lombardía dióle a entender el Señor que le quería en la milicia de los apóstoles del Evangelio; por lo cual nues­ tro soldado obtuvo licencia y regresó a su patria. Toda la familia, y más que nadie un tío suyo, le proponen un matrDnonio sumamente ventajoso en todos los aspectos; pero a las instancias apremiantes y tenaces de los suyos responde con admirable calma que no es ta l la voluntad de Dios. Jesús, su único Bien, le basta; y, al par que sigue ayudando a su padre, se da de lleno al apostolado. Prodiga a los pobres y enfermos los auxilios de la cari­ dad y de la bondad más fina y delicada; organiza una asociación de jóvenes que sienten como él atractivo a la soledad y a la oración, los alista en obras de misericordia corporal y orienta a muchos de ellos hacia el convento. Ele­ gido prior de la cofradía local, hace a los cofrades cada domingo una exhor­ tación tan sentida como eficaz. El señor premia su celo otorgándole el don de leer en lo más íntimo de las conciencias, y de ello se vale para conver­ tir a los jóvenes libertinos que escandalizan a la población. De cuando en cuando pide ayuda al cielo para conocer su vocación, y recibe favores extraordinarios. Pablo tiene ahora otro director espirituál; es el capuchino Padre Columbano, a quien comunica su persistente inclinación a la soledad, su gran deseo de ir descalzo, la inspiración perseverante de con­ gregar compañeros y la resolución de' abandonar el hogar paterno, aunque su permanencia en él parece indispensable. E n visiones sucesivas el Señor le da a entender con claridad que le aguardan muchas penalidades. Varias veces le muestra Jesús una túnica negra y le dice: «Hijo mío, el que a mí se apro­ xima, a las espinas se acerca». Y poco a poco se va declarando y precisando más el divino beneplácito. Por entonces se vió Pablo privado de su experimentado director, lo que fué para su alm a ufta pérdida muy sensible. Acude entonces al canónigo peni­ tenciario de la catedral de Alejandría, don Policarpo Cep*uti, varón de gran ilustración, que acepta gustoso dirigir su conciencia y qu« conduce a su peni­ tente por la senda segura de la humildad y las humillaciones. Convencido al fin de la especial vocación del joven, le pone en relación con el obispo de Alejandría (Piam onte).

HÁBITO DE LUTO POR LA MUERTE DEL SALVADOR

ICHO prelado, tan piadoso como docto, examinó detenidamente a Pablo y le ordenó que le pusiera por escrito las intimidades con que el Señor le había favorecido. E n él manifestó Pablo cómo, en el ve­ rano de 1720, en un éxtasis que tuvo después de la comunión, se vió ve de una túnica negra, provista de una cruz blanca en el pecho y, bajo la cruz, el monograma del santísimo nombre de Jesús, escrito tam bién con letras blancas. Sintió cómo Dios le infundía el deseo de fundar una nueva Con­ gregación, cuyos miembros se llamasen L os pobres de Cristo. Otro día, la Vir­ gen Santísima —que y a se le había aparecido repetidas veces llevando en la mano la túnica negra señalada con estas palabras: Jesu X P I Passio: Pasión de Cristo—, se le mostró vestida con esa misma túnica. A la altura del pecho veíase un corazón con una cruz blanca encima y en el centro la inscripción de la Pasión y los clavos. La Virgen guardaba luto por la dolorosa Pasión de su Hijo. «Así debes tú vestir, hijo mío, y debes, además, fundar una Con­ gregación que lleve hábito como éste y luto continuo por los padecimientos y muerte de mi Hijo». Pablo sabía ya a qué atenerse a su vocación. Después de consultar por escrito al padre Columbano, el prelado se decidió a dar a su hijo espiritual el hábito de la Pasión. Verificóse la ceremonia el viernes 22 de noviembre de 1720, por la tarde. N ada había omitido el demonio para detener al joven atleta de la Cruz: tristezas, repugnancias, desaliento, ilusiones; pero fué ven­ cido por la inquebrantable decisión de Pablo, que tenía a la sazón veintiséis años. De momento, sin embargo, no le permitió el prelado llevar pública­ mente fen el hábito el emblema de la Pasión.

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RETIRO DE CUARENTA DÍAS. — LOS COMIENZOS DE LA VIDA RELIGIOSA

ATURALMENTE, competía al fundador trazar el plan del futuro Ins­ tituto y preparar las Reglas. H abía en Castellazo, detrás d e 'la sa­ cristía de la iglesia de San Carlos, un estrecho y húmedo cuartticho que jamás recibía la luz del sol. Allí se retiró Pablo con licencia del Prel para practicar ejercicios espirituales durante cuarenta días, descalzo y sin abrigo, en el corazón del invierno. Tomaba un breve descanso antes de medianoche, acomodándose sobre unos sarmientos cubiertos con un poco de paja; levantábase después para rezar el Oficio canónico, y acto seguido pa­ saba dos horas en oración, arrodillado en la iglesia. Por la m añana ayudaba

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A Santísima Virgen se aparece a San Pablo de la Cruz vestida con hábito religioso y le dice: «Tomarás un hábito igual a éste

que yo llevo y fundarás una Congregación que tambiék lo llevará y guardará siempre luto en mémoria de los padecimientos y muerte de mi H ijo.»

a varias misas y comulgaba; el resto del día se entregaba a la oración y ejecicios de penitencia, tomando como único alimento el pan que le daban de limosna. En la primera semana de diciembre de 1720 redactó las Reglas de la nueva Sociedad. Antes de aprobar el Instituto en su diócesis, el obispo quiso que Pablo hiciera examinar las Reglas al padre Columbano, que residía en Génova. Cumplido este requisito, el Prelado copcedió la necesaria aproba­ ción, y Pablo inauguró sin tardanza la vida de soledad y de apostolado. Instalado por el señor obispo en un reducido eremitorio de la iglesia de San Esteban, próxima a Castellazo, quedó Pablo encargado de catequizar a los pequeñuelos; lo hizo con tanto acierty, que las personas mayores quisieron asistir también a sus explicaciones. Es más, aunque no había recibido las Órdenes sagradas, le mandó el Prelado que predicase al pueblo cada domin­ go, antes y durante 4a Cuaresma. A mediados del año 1721, con la aprobación del Prelado, partió Pablo para Roma a informar al Papa acerca del Instituto que deseaba fundar, más no pudo lograrlo, porque los servidores de la corte pontificia le trataron como mendigo y no consiguió llegar hasta Inocencio X III. Pero estando de hinojos ante una imagen de Nuestra Señora que se venera en Santa María la Mayor, recobró la paz y confianza en el porvenir e hizo voto de propagar la devoción a Jesús crucificado. Nuevamente oyó la voz de la Señora que le invitaba a ir al Monte Argentaro, en Toscana. Llegó el peregrino a la cumbre tras grandes fatigas y toda suerte de hu­ millaciones. E n una pastoral visita del Prelado, obtuvo licencia para fijar su residencia cabe una capilla abandonada, que ya no conservaba de todo su pasado esplendor más que un cuadro de la Anunciación que se caía a pe­ dazos. El día de Jueves Santo del año siguiente, su hermano Juan Bautista y él fijaron su residencia en un eremitorio del monte Argentaro. Allí oraban estudiaban la Sagrada Escritura, practicaban las austeridades más extra­ ordinarias, ayunaban casi cada día y catequizaban las aldeas comarcanas. No tardó en llamarlos a su diócesis el obispo de Gaeta y, aunque Pablo no estaba ordenado, tuvo que dar misiones en algunas parroquias, dirigir en 1724 los ejercicios espirituales a los ordenandos y predicar cada viernes de Cuaresma en la catedral. Poco después los llamó tam bién el Ilustrísimo señor Cavalieri, obispo, de Troya, en el reino de Nápoles. En 1725 Benedicto X III alentó de palabra al fundador de los «Pobres de Jesús» a perseverar en su empresa. Muerto el Ilustrísimo señor Cavalieri, su protector y amigo, los dos hermanos abandonaron su «retiro» o eremi­ torio próximo a Gaeta y fueron a Roma. Allí el cardenal Corradini les en­ cargó de la administración y de la enseñanza religiosa de los achacosos del hospicio de San Galicano y les mandó, además, que estudiasen sagrada Teo­ logía porque habrían de recibir Órdenes sagradas.

EL PRESBITERADO. — FUNDACIÓN DEL «RETIRO» DE MONTE ARGENTARO

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ABLO y su hermano hubieron de someterse, y el 7 de junio de 1727 fueron ordenados por el propio Benedicto X III. La m uerte de su pa­ dre, acaecida dos meses después, les obligó a pasar un año en Castellazo con sus deudos. De vuelta al hospicio, cayeron enfermos de tal g vedad, que fué preciso dispensarles del voto que habían hecho de consagrarse al servicio de los enfermos. E n sus misteriosos designios, el Señor los con­ dujo de nuevo al monte Argentare para la fundación del primer convento y primera iglesia del Instituto de la Pasión. Las características de esta Congregación son: rigurosa pobreza, prácti­ ca del apostolado y de la abnegación rendida para con el prójimo, devo­ ción inflamada a Jesús paciente, rigurosas austeridades corporales, oración y contemplación. Pablo ha cumplido treinta y cuatro años y da principio con éxito maravilloso y sobrenatural a su misión apostólica que durará más de treinta años. Doquiera le llame el Señor, predicará, como otro San Pablo, a Jesucristo crucificado. E n 1731 la propia Reina de los Ángeles le señala, a poca distancia del eremitorio, el sitio donde ha de levantar la primera casa del Instituto. Ayu­ dados por los habitantes de Orbetello y por las limosnas de algunos vir­ tuosos amigos suyos, Pablo y Juan B autista emprenden la fundación. Mas la peste, la guerra y las más pérfidas calumnias contra el siervo de Dios y contra su obra, dificultan la construcción. Finalm ente, la oración, las hum i­ llaciones y las romerías a Loreto y Roma, le alcanzaron el triunfo contra el demonio y contra toda suerte de obstáculos; la capilla fué bendecida por la autoridad eclesiástica el 14 de septiembre de 1737, festividad de la Exal­ tación de la Santa Cruz, con la advocación de la Presentación de María. E l fundador penetró en ella con una soga al cuello, seguido de sus ocho com­ pañeros.

APROBACIÓN DE LAS REGLAS MPORTABA ante todo obtener de la Santa Sede la aprobación de las Re­ glas de la Sociedad. La Comisión cardenalicia convocada por el papa Clemente X II para estudiarlas, hallólas excesivamente rigurosas. E llo' fué, sin duda, para el santo fundador gran contratiempo, que se aumentó con la salida de varios religiosos. Con este motivo descargó sobre Pablo una tempestad de odios y persecuciones. Fué ésta una temporada en extremo

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critica para el santo fundador, que estaba enfermo y privado ya de sus valio­ sos protectores, porque habían pasado a mejor vida. Pero como suele acon­ tecer a las obras de Dios, de esas pruebas brotó exuberante vida. Bene­ dicto X IV aprobó las Constituciones, atenuando algo su rigor, en 1741 y 1746. Por fin, los primeros religiosos pasionistas hicieron profesión y pudieron llevar públicamente el emblema sagrado de la Pasión. E n 1741, el Capítulo general eligió a Pablo como Superior de todo el Instituto. Conforme a sus predicciones, los dos cardenales romanos Rezzonico y Ganganelli, ardientes y desinteresados protectores del naciente Instituto, fueron elevados sucesivamente a la cátedra de San Pedro. Clemente XIV colmó de atenciones a la persona y obra de aquel a quien honraba con su augusta amistad. En 1769, aprobaba definitivamente el Instituto, erigiéndolo en Congregación de clérigos de votos simples; algunos años más tarde, el mismo Papa le cedió en Roma el convento e iglesia de los Santos Juan y Pablo en el monte Celio. Así en el gobierno de la Congregación como en la dirección de las almas, las virtudes más notables de Pablo de la Cruz .eran prudencia ilustrada y vigilante, paciencia inalterable y bondad jovial y obsequiosa. Vigilante y firme contra lps abusos, mostrábase sumamente caritativo con los religiosos enfermos, misioneros o novicios. Con su ejemplo, mucho más que con sus exhortaciones, procuraba inculcar en él alma de sus religiosos las virtudes básicas de su Instituto, a saber: la pobreza, la oración y la soledad. U na penitente de Pablo de la Cruz supo por revelación que fundaría tam ­ bién religiosas, dedicadas, como los Padres Pasionistas, al culto y al apos­ tolado de la Pasión de Cristo. Como es de suponer, esta nueva obra tuvo por base el sufrimiento y la oposición más tenaz por parte del demonio. Redactó Pablo las Reglas, el papa Clemente X IV las aprobó en 1771, y el 3 de mayo del mismo año, se abría en Corneto —ahora Tarquinia— el primer monas­ terio de monjas Pasionistas. Dichas religiosas profesan idéntico fin y siguen la misma vida que los Padres, a saber: soledad, oración, trabajo, rezo del Oficio, apostolado, hábito negro, etc.

MUERTE Y SEPULTURA DEL SANTO

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ERO esa intensa labor apostólica junto con las austeridades, enferme­ dades y preocupaciones de la fundación de la Congregación, vinieron a ser un m artirio constante p ira Pablo de la Cruz. E n la primavera de 1775, dióle a conocer el Señor que moriría el 18 de octubre siguiente. Como consecuencia de una penosa enfermedad de estómago, que no le per­ m itía tom ar más que agua, agotáronsele tanto las fuerzas, que hubo de guardar cama.

El 30 de agosto recibió al Señor, en Viático; recomendó a sus hijos la caridad fraterna, el espíritu de oración, de pobreza, de amor y reverencia a la Iglesia, y se despidió de ellos, rogando que remitieran al papa Pío VI su estam pita de la Virgen de los Dolores. E l 18 de octubre comulgó en ayunas y, venida la tarde, anunció que había llegado su hora postrera. Por expreso deseo suyo leyósele la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según San Juan, se le acostó sobre paja, revestido del hábito religioso, con una soga al cuello y corona de espinas en la cabeza. Estando sumido en éxtasis profundo, sus ojos se posaban unas veces en el Crucifijo y otras en la imagen de María. Así expiró, sin el menor estremecimiento, al punto que se leían estas pa­ labras del Salvador: «Padre, la hora es llegada, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti.» (Juan, X V II, 1). Sabedor de la muerte del siervo de Dios, Pío VI exclamó: «¡Feliz él!... No hay para qué entristecerse, pues puede darse por seguro que ya se halla en el paraíso». Por m andato del Papa se colocó el cadáver en un ataúd doble de madera y plomo, y se le dió sepultura no en el sitio ordinario, sino en una tum ba en el interior de la basílica de los Santos Juan y Pablo. El proceso canónico iniciado poco después de su m uerte, terminó el día primero de mayo de 1853, en el pontificado de Pío IX , con los honores de la beatificación. E l mismo Pontífice le canonizó el 29 de junio de 1867. Su fiesta se celebra el 28 de abril, con rito doble, en toda la Iglesia.

SANTORAL Santos Pablo de la Cruz, fundador de los Pasionistas; P rudencio, obispo y con­ fesor; V idal, m ártir; Patricio, obispo, Acacio, Menandro y Polieno, m árti­ res en B itin ia ; Marcos, obispo y m ártir en A p u lia ; Afrodisio, Caralipo, Victorino, Agapio. Eusebio, Cirilo, Pedro y Rufo, m ártires; Polión, Eusebio y Tibalo, m ártires en H u n g ría ; Alejandro, Firm iano, Prim iano y Te­ luro, m ártires en A p u lia ; Pánfilo, obispo de V alva ‘(Italia) ; Pelayo, so­ brino y discípulo de San P ru d en cio ; Im ón, obispo de Noyón, y Artemio, de S en s; Francario, confesor, padre de San H ila rio ; Beatos P edro Chanel, P adre M arista, p ro to m á rlir de Oceanía; Bernardo, abad cisterciense; Ge­ rardo de Borgoña, abad de Cambrón. Santas Valeria, esposa de San V idal; P roba y Teodora, vírgenes y m á rtire s; Domiciana, m ártir. SAN PR U D EN C IO , obispo y confesor. — E ste ilustre prelado español nació en territorio alavés cerca de la actual V itoria, de padres nobles y virtuosos. Fué educado en él santo tem or de Dios. Deseoso de vida más perfecta, a los quince años abandonó el hogar paterno en busca de lugar solitario donde pudiera dedi­ carse a penitencias y ayunos. In ten tó juntarse con Saturio, solitario que v ivía a orillas del Duero, que no podía cruzar por el tan crecido caudal. Disponíase, sin

embargo, a una travesía tem eraria, cuando el erm itaño, al verlo, procuró disuadir­ le ; pero Prudencio se lanzó al agua como si pisara tierra firme, y milagrosa­ m ente lo pasó a pie enjuto. Ambos penitentes dieron gracias al cielo por el prodigio que acababa de reali­ zar. Vivieron algún tiem po juntos, hasta que m urió Saturio. Pasó entonces P ru ­ dencio a Calahorra, donde llamó pronto la atención p o r sus prodigios. P ara huir las alabanzas hum anas, dirigióse a Tarazona, donde fué prim ero ayudante sacris­ tán, arcediano después y finalm ente obispo. P ara calm ar alguna grave discordia se encaminó a Osma, cuyas cam panas repicaron por sí solas al aproxim arse el obispo. Sintióse acom etido allí de u n a enfermedad que le condujo al sepulcro (año 634). U na m uía llevó prodigiosam ente su sagrado cuerpo h asta el lugar mismo en que debía recibir sepultura, que fué cerca de Arnedo, donde existe hoy día la iglesia de San Prudencio. SAN VIDAL o VITAL y SANTA V A LERIA , m ártires. — Nació Vidal en Mi­ lán, de fam ilia m uy cristiana. Fué esposo de Santa Valeria y padre de los santos m ártires Gervasio y Protasio. Los cuatro derram aron su sangre po r Jesucristo du­ ran te el reinado de Marco Aurelio, hacia el año 170. Aprovechóse Vidal de la influencia que tenía con el cónsul Paulino p ara socorrer y anim ar a los pobres cristianos, perseguidos y encarcelados. E n com pañía de Paulino fué a R avena y tuvo el valor de penetrar en la sala del trib u n al donde un médico llamado Ursicino estaba flaqueando en la fe. Vidal le anim ó de ta l m anera, que Ursicino con­ quistó la palm a del m artirio. Pero a Vidal le apresaron y atorm entaron en el ecúleo, donde fueron despedazadas sus carnes y descoyuntados sus miembros. F i­ nalm ente, fué enterrado vivo en u n hoyo, que cubrieron con tierra y piedras, en el que pereció asfixiado, consiguiendo así la corona de la gloria. V aleria, después del m artirio de su esposo, regresaba a Milán, cuando p o r el camino le salieron al encuentro unos paganos, con intención de obligarla a p a r­ ticip ar en una fiesta en honor de los dioses. P o r haberse negado a ello fué m al­ tra ta d a de palabra y obra, de m anera qjie la dejaron casi m uerta en medio del camino. A los dos días m urió de resultas de estos golpes. Su fiesta se celebra el mismo día que la de su m arido. B EATO P E D R O CHANEL, padre m arista, pro to m ártir de Oceanía. — Nació en 1803 en un pueblecito de la diócesis de Lyón. Su cristiana m adre le inculcó tierna devoción a Jesús y M aría, y su corazón fué cam po abonado donde creció, fecunda y lozana, la buena semilla de la fe y del santo tem or de Dios. T oda su vida fué Pedro devoto entusiasta de la Santísim a Virgen, a la, que profesaba un am or tan grande que casi ray ab a en el delirio. Desde el seminario se destacó como modelo de sus compañeros. U na vez ordenado de sacerdote desplegó las alas de su celo con la creación de escuelas p a ra niños y niñas pobres sostenidas con su peculio. Los pobres y enfermos encontraban en él á un padre cariñoso. Ingresó en la naciente Sociedad de María, en la que ejerció sucesivamente los cargos de profesor y director espiritual del seminario de Belley, siendo en todo m om ento un dechado de virtudes sacerdotales. E n 1836 fué destinado a las misiones de Oceanía. Animado de ardiente celo por la difusión del reino de Cristo y la sal­ vación de las alm as, lo sacrificó todo p ara entregarse de lleno a su misión, cuyo campo fué la isla F u tu n a (Nuevas H ébridas), h ab itad a por antropófagos. Tuvo p o r com pañero a un H erm ano M arista. El 28 de abril de 1841 cayó víctim a de u n fuerte hachazo que recibió en la cabeza, con lo cual conquistó la 'palm a del m artirio.

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]Medallas cluniacenses

Báculo abacial

DIA

SAN

29

DE

ABRIL

HUGO

I

ABAD DE CLUNY (1024 - 1109)

INCO han sido los ilustres varones que con el nombre de Hugo regentaron la Abadía de Cluny en distintas ocasiones —desde 1049 a 1207—; aquel cuya fiesta hoy celebramos es el más reaombrado de todos y el único a quien la Iglesia ha elevado al honor de los altares. Digno sucesor de San Odón, de San Mayolo y de San Odilón, San Hugo I prosiguió su obra, le dió mayores vuelos y la consolidó notable­ m ente, pudiendo afirmarse que durante su gobierno llegó esta Abadía a su apogeo. Mantuvo relaciones con los más destacados e influyentes per­ sonajes de la época: Papas, cardenales —algunos de los cuales procedían del célebre monasterio benedictino— y muchos otros esclarecidos santos. La Congregación Cluniacense sólo contaba entonces prioratos dependien­ tes de lina abadía única, por lo que, al fin de su vida, vióse Hugo padre de más de treinta mil .cenobitas, y este ejército pacífico fué un auxiliar poderosísimo de la Santa Sede, en su lucha contra la simonía. El que tan im portante misión debía cumplir en la vida monástica de la Edad Media, vió la luz primera en Borgoña el año 1024. Fué hijo de Dalmacio, conde de Semur y de Aremberga de Vergy. Ya antes que viniera al mundo, habíalo recomendado la cristiana madre a las oraciones de un

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venerable sacerdote, el cual celebrando el Santo Sacrificio de la misa, vió en el cáliz la imagen radiante de un niño de sin igual hermosura. Refirió a la madre la visión que había tenido y por ella entendió que su hijo seria, andando el tiempo, ministro del Señor. Grande fué la alegría de Dalrnacio por la aparición del niño Hugo en el hogar familiar. De aquel don que el cielo le hacía determinó él sacar un digno y esforzado caballero. Al efecto, llegado que hubo el niño a edad competente, le dió una educación procer, noble y m ilitar. Pero ni los caballos, ni las armas, ni la caza, ni nada de lo que tan fácilmente cautiva a la juventud, tenía el menor atractivo para el niño Hugo; antes por el con­ trario, gustaba de retirarse a orar o leer la Sagrada Biblia y visitar iglesias. A la edad de diez años y por intervención de su madre, pasó a casa de su tío segundo, Hugo de Chalóns, obispo de Auxerre, para proseguir los estudios. Fué admitido en la escuela episcopal, en la que pronto se dis­ tinguió por la elevación de su espíritu y la vivacidad de su inteligencia, y en poco tiempo aventajó a todos los clérigos. Estaba enamorado del estudio de las letras humanas y divinas; sólo la oración y la contemplación tenían para él un encanto superior. Pero más rápidos eran aún sus progresos en la virtud que en la ciencia. Cinco años permaneció Hugo en aquella escuela, al cabo de los cuales, muerto su tío (1039), fuése a llamar a la puerta del monasterio de Cluny y pidió humildemente el hábito. Recibióle San Odilón, que a la sazón ejercía el cargo de Abad, y no tardó en dárselo; el intrépido joven tenía apenas dieciséis años de edad. Hermosa y conmovedora fué la ceremonia. «¡Qué tesoro tan preciado recibe hoy la Iglesia!» —exclamó uno de los venerables ancianos que acompañaban al santo Abad mientras éste imponía el hábito benedictino al nuevo soldado de Cristo. Desde aquel instante redobló Hugo el fervor y, purificado en el crisol de la disciplina —dice el'hagiógrafo—, lucía su virtud con esplendor. Apenas hizo profesión cuando San Odilón le elevó al cargo de prior, no obstante contar sólo unos veinticinco años.

EN LA CORTE DEL EMPERADOR ENRIQUE III

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STIMABA el emperador de Alemania, Enrique III, apellidado el Ne­ gro, tener fundamentos de queja contra uno de los numerosos monas­ terios dependientes de Cluny —contra el de Peterlingen, próximo a Avenches (Suiza)—, por lo que declaró a San Odilón su descontento. Fiado éste del talento y santidad de su joven colaborador, envióle a Germania para que tratase de calmar el enojo del príncipe.

En esta legación tan espinosa dió nuestro Santo pruebas palmarias de gran prudencia y, sin menoscabo de los derechos del emperador, defendió las prerrogativas del monasterio, reconcilió a Enrique III con el prior malquisto y restableció paz perfecta entre ambas partes. La corte entera, maravillada dé las virtudes y nobleza de su carácter, le colmó de atenciones y le veneró como a un santo. El emperador mandó que le fueran tributados los mayores honores y le entregó ricas ofrendas para el monasterio de Cluny y para su superior, San Odilón. Empero, mientras la corte imperial se m ostraba tan satisfecha y la ges­ tión de Hugo producía sus más sazonados y consoladores frutos, los monjes de Cluny se veían sumidos en dolor y llanto: San Odilón había fallecido en el priorato de Souvigny el día primero de enero de 1049. Ante noticia tan aterradora como inesperada y con el corazón partido de dolor, apresuró el prior de Cluny su viaje de regreso a la Abadía. '

SAN HUGO ES ELEGIDO ABAD DE CLUNY

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LEGADO que hubo al monasterio, fuése a postrar ante el sepulcro de su venerado Padre y cogó a los monjes que le informaran por menudo de los últimos instantes y muerte edificante de San Odilón. E ra pre­ ciso proceder a nueva elección. Una vez congregados los religiosos en ca­ pítulo, rogaron al más anciano que designase el que a su juicio le pareciera más 'digno de suceder a San Odilón. No titubeó un instante: «En presencia de Dios, que pronto me ha de juzgar —dijo—, y ante todos vosotros, Hermanos míos, declaro que para Abad debe ser elegido el prior Hugo». Todos los capitulantes acogieron sus palabras con entusiasmo y, sin dar al recién electo tiempo de poner reparos, fueron a echarse a sus pies y luego, a pesar de las protestas que hizo de obra y de palabra, le llevaron en triunfo al trono abacial. E ntre los monjes presentes se hallaba el que más tarde debía gobernar a la Iglesia con el nombre de Gregorio V II. El siglo X I pasó a la Historia eclesiástica con infausta celebridad y triste nombre. Fué el siglo de la «Contienda de las Investiduras», es decir, luchas de los Sumos Pontífices contra la simonía. Los príncipes habíanse arrogado el derecho abusivo y tiránico de imponer a los obispados y abadías titulares de su elección, sin que la autoridad eclesiástica ni siquiera el Padre Santo pudieran intervenir en los nombramientos. La ambición y la avaricia se daban la mano y, en vez de elevar a las dignidades eclesiásticas a los más capacitados y más dignos, ocurría con excesiva frecuencia que el príncipe vendía dichos cargos al mejor postor. Por ta l causa veíase el santuario

invadido por hombres degradados y faltos de vocación, con gran escándalo de los fieles. San Hugo fué el más enérgico auxiliar del papa San León IX para se­ cundar sus proyectos de reforma. Elegido Pontífice en Worms, en diciembre de 1048, León IX partió sin tardanza para Roma. En camino tuvo una entrevista en Besanzón con el abad de Cluny y con Hildebrando: tres santos auténticos que iban a resta­ blecer el orden santo en la casa del Señor. Por esta época se determinó celebrar un Concilio nacional en Reims, pero a ello se opuso tenazmente el joven rey de Francia, Enrique I. A despecho de toda suerte de obstáculos, el Papa acudió a dicha ciudad y abrió el Concilio el 3 de octubre de 1049, en presencia de unos veinte obispos y cincuenta abades mitrados. Convínose en que todos los prelados explicaran cómo fué llevada a cabo su respectiva elección y declararan si se hallaba o no incursa en simonía. Por estar recién investido de la dignidad abacial, Hugo fué de los pri­ meros que hubieron de hacer uso de la palabra, inaugurando con ello una lucha que había de prolongarse hasta su m uerte. Cuando el Sumo Pontífice le interrogó solemnemente acerca de su elección, exclamó: «Dios Nuestro Señor me es testigo de que nada he dado y nada he prometido para conseguir el cargo de Abad. Tal vez la carne y la sangre lo hubieran ambicionado, pero ni el espíritu ni la razón lo han tolerado». A continuación el santo religioso levantó la voz, avalada por su virtud y su ciencia, contra los ver­ gonzosos desórdenes de la simonía. E l Concilio tuvo pleno éxito y llenó de consuelo el corazón del Sumo Pontífice. Pronto volvemos a hallar a Hugo —abril de 1050— en el Concilio de Roma, con los treinta y dos Abades presentes; y en lo sucesivo, todos los Concilios y Sínodos que se celebren en Francia se honrarán con la asis­ tencia del abad de Cluny. Por su parte él siempre y por doquier impugnará con entereza los abusos y reclamará la reforma del clero y la libertad de la Iglesia. •

APADRINA AL EMPERADOR Y AMORTAJA AL PAPA

O había olvidado el emperador Enrique I I I las brillantes cualidades de Hugo: alegróse de su elección a la dignidad abacial, y en 1051, le dió clara muestra de su gran aprecio. E n efecto, acababa el Señor de colmar los deseos del soberano concediéndole un hijo, cuyo nacimi fué saludado por el pueblo alemán como prenda de prosperidad y porvenir risueño. E n el colmo de la alegría, Enrique I I I rogó al abad de Cluny que le administrase el santo Bautismo y él aceptó la invitación imperial, trasla-

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STANDO de viaje el papa Esteban X , cae enfermo en Florencia y entiende que va a morir. San Hugo, leal y obediente servidor,

le asiste piadosamente y le cierra los ojos. Y a difunto, le amortaja' con las insignias pontificales, y con suma reverencia le vela y acomoda en él ataúd.

dándose inm ediatamente a la corte. Impúsose al infantito el nombre de su padre con la esperanza de que im itaría sus virtudes y prudente gobierno. Por su parte la Iglesia y el imperio, tan estrechamente uñidos, veían en esa cuna garantía de larga duración para su alianza. Pero, ¡ay!, el joven príncipe iba a dar un cruel desengaño y frustrar tan lisonjeras esperanzas, pues una vez que se vió emperador convirtióse en encarnizado perseguidor de la Iglesia y fué una verdadera plaga para el imperio. Generoso atleta y apóstol infatigable, Hugo tomó parte en todos los acontecimientos de su época. Los Sumos Pontífices contaron con un pode­ roso auxiliar, en su persona, y como tal acompañó a Esteban X en un viaje a Toscana. E l P apa cayó enfermo en Florencia y pronto entendió que se acercaba la hora de su m uerte. «Pido al Señor —dijo al abad de Cluny— que me deje morir en vuestros brazos». E l monje ya no se apartó un solo instante del lecho del jefe de la Iglesia; el 29 de marzo de 1058 recibió su postrer suspiro, le cerró los ojos, le amortajó con los ornamentos pontificios y, finalmente, lo colocó en el ataúd.

INTIMIDAD ENTRE GREGORIO VII Y SAN HUGO

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L cariño grande y la reverencia profunda que Hugo había sentido hacia la Santa Sede, debía acrecentarse aun m ás con la subida de Hildebrando al solio pontificio. E ste ilustre Papa, que tomó el nom­ bre de Gregorio V II, no olvidó al monasterio que fué cuna de su vida re­ ligiosa, y siguió honrando a Hugo con el dulce nombre de «venerado Padre». E n las luchas que hubo de sostener contra Enrique IV, en las contrariedades de todo género que hubo de sufrir, cuando su alma se hallaba transida de dolor, gustaba San Gregorio V II de desahogar en el corazón de Hugo sus crueles amarguras y tomarle por confidente de sus elocuentes quejas sobre los males de la Iglesia. Repetidas veces acudió a su intervención para re­ cordar al desventurado príncipe sus más sagrados deberes, pues que ani­ mado éste de encarnizado odio a la Santa Sede, suscitaba antipapas y los apoyaba con sus armas, a menudo victoriosas. Herido con los anatemas de la Iglesia y apremiado por las exhortaciones de Hugo, aparentó en diversas ocasiones reconciliarse con Gregorio VII; pero faltaba a su palabra por fútiles pretextos. Sin embargo, cuando el emperador solicitó perdón de sus culpas, rogó a Hugo que intercediera por él. Consintió en ello el Abad, y obtuvo del P apa que le levantara la ex­ comunión. Absuelto el príncipe (27-28 de enero de 1077) después de varios días de penitencia pública, Hugo refrendó la declaración imperial; pero la penitencia no era sincera y el penitente tornó m uy pronto a perseguir a Gregorio VII.

Cansado ya de ta n ta traición, el abad de Cluny rompió valerosamente odn su contumaz ahijado, declarando que en lo sucesivo no adm itiría trato ni relación con él mientras estuviera bajo los anatemas de la Iglesia.

EL BEATO URBANO II Y SAN HUGO

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A poderosa Abadía de Cluny había llegado a ser como el noviciado del Sacro Colegio y de la Sede Apostólica. E n efecto, después de San Gregorio V II, todavía vió Hugo ocupar, casi sucesivamente, el trono de San Pedro a dos discípulos e hijos espirituales suyos: el Beato U rba­ no II (1080) y Pascual II (1099). Desde el primer año de su pontificado, quejóse Urbano II a Hugo con palabras tiernas y delicadas de que no hubie­ ra venido todavía a postrarse ante el sepulcro de los Santos Apóstoles. —Os conjuro —escribía—, ¡oh padre, de todos el más llorado!, a que si no habéis perdido el recuerdo de vuestro hijo y discípulo y aun memiráis con entrañas de caridad, que accedáis al más ardiente de mis de­ seos y vengáis a consolarme con vuestra presencia y a traer a la santa Iglesia romana, vuestra Madre, la alegría tan deseada de vuestra visita. Seis años más tarde, cuando el mismo P apa fué a Francia a presidir ei Concilio de Clermont (1095) para exhortar a los caballeros cristianos que salían en auxilio de Tierra Santa y excitar el entusiasmo de las Cru­ zadas, sentóse Hugo a su lado y como el más decidido caballero lanzó el grito entusiasta de ¡Dios lo quiere!, ¡Dios lo quiere! Antes de partir de Francia, el Sumo Pontífice quiso ver otra vez la euna de su juventud religiosa. Diez años hacía entonces que Hugo trabajaba con infatigable ardor para levantar la iglesia abacial de Cluny. A pesar de las ofrendas recogidas en todas las comarcas de Europa y de las considerables sumas remitidas de España por Alfonso VI el Batallador, distaba mucho de terminarse la fábrica de aquel templo cuando Urbano II lo visitó. Pero Hugo había dispuesto lo necesario para que siquiera el sita r mayor pudiera ser consagrado bajo la advocación del Príncipe de los Apóstoles, por un P apa legítimo sucesor de San Pedro e hijo espiritual de Cluny. Urbano II consagró, en efecto, el altar m ayor y otro llamado «altar matutino». Para perpetuar el recuerdo de esta magnífica solemnidad decretó el Abad que en vida del - Sumo Pontífice se cantasen en todas las misas conventuales las oraciones pro Papa Urbano y, después de su m uerte, los monjes de Cluny celebrasen a perpetuidad un funeral aniversario por el eterno descanso de su alma. La iglesia se fué acabando poco a poco; pero da pena consignarlo: e$a magnífica basílica, una de las más hermosas del mundo y la más capaz si se exceptúa la de San Pedro de Roma, fué es-

tupidam ente derrum bada por los bárbaros revolucionarios al fin de la Re­ volución francesa. H asta su último suspiro mostró Urbano II el más tierno afecto a Hugo y siguió llamándole con particular complacencia «venerado Padre». E l abab de Cluny era en verdad digno de tal afecto; y, en todo momento, se portó como humilde siervo de la Santa Sede, a la vez que su más ardiente defensor. Quiso Guillermo el Conquistador llevárselo a Inglaterra y encargarle, la dirección de todos los monasterios del reino; pero Hugo no aceptó para no aparentar que en algún modo compartía las violencias del rey contra el clero anglosajón. Hubo, empero, nobles que pusieron los monasterios que radicaban en sus dominios bajo la obediencia de Cluny y rogaron al Abad que restableciera por doquier la disciplina religiosa; éste aceptaba con agra­ do todos los ofrecimientos y donaciones siempre que eran conformes a los derechos de la Iglesia. Hubo otros que hicieron más que ofrecerle conventos, pues que le ofrecieron y le entregaron sus mismas personas. Y es que su santidad y sus virtudes le ganaban todos los corazones. E l duque de Borgoña, el conde de Macón y treinta de sus caballeros renunciaron a la milicia del siglo para alistarse en la de Jesucristo y vivir bajo el gobierno de Hugo. Es de observar, además, que en aquella época bastante agitada, hubo así como un venturoso contagio de virtud que determinó a gran número de almas a llevar vida penitente.

SAN HUGO CONOCE SU PRÓXIMA MUERTE N pechero de los dominios de Cluny se presentó cierto día a la abadía y pidió con insistencia por el Abad. Cuando estuvo en su presencia, habló de esta manera. —Padre: días atrás, hallándome en mi campo plantando una viña, vi com­ parecer varios personajes de gloria y majestad m uy superior a toda con­ dición mortal. Iba ante ellos una Señora cuyo rostro no pude alcanzar a ver, pero un venerable anciano se detuvo a mi lado y me dijo: «¿De quién es el campo que cultivas?». —Señor —le respondí—, es de la hacienda del .bienaventurado padre y señor Hugo, abad de Cluny. —Si tal es —prosiguió el desconocido— , el campo y el ¡propietario ■son míos. Soy el apóstol Pedro. L a Señora que va ante mí es la siempre Virgen María, Madre de Dios, a la que acompaña un coro de almas santas. Ve deprisa al abad de Cluny y dile: «Pon orden en tu casa, porque vas a entrar por la senda de toda carne». Tal es la misión que recibí —añadió el pechero. Hugo aceptó esta advertencia con humildad y redobló las mortificacio­ nes y súplicas para prepararse a morir.

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MUERTE DE SAN HUGO

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pesar de su avanzada edad y debilidad, Hugo llevó hasta el fin de la Cuaresma de 1109 el peso del gobierno y de las austeridades mo­ násticas. E l Jueves Santo asistió a Capítulo y ordenó que distribu­ yeran a los pobres las acostumbradas limosnas; luego dió la absolución neral a la Comunidad y la bendijo con estas palabras: —El Señor que libra a los cautivos y fortalece los corazones abatidos se digne obrar en vuestras almas según su gracia y su misericordia. Tomó parte en los divinos oficios del Viernes y Sábado Santo y aun se sintió con ánimo para celebrar los de la solemnidad de la Pascua; pero en la tarde de este santo día mandó que le llevaran a la capilla de la Santísima Virgen, donde quiso que sus monjes, le tendieran en el suelo sobre ceniza; fortalecido con el santo Viático, expiró el venerable anciano al par de los últimos rayos del sol poniente. E ra el 29 de abril de 1109. San Hugo I fué canonizado por Calixto II el 6 de enero de 1120. Cele­ bróse la ceremonia en el monasterio mismo de Cluny, donde dicho Papa había sido elegido el año anterior. La relación de la vida del santo Abad se debe al venerable Hildeberto, monje benedictino, que murió en 1133 siendo arzobispo de Tours. %

SANTORAL Santos H ugo, abad de Cluny; Pedro de Verona, m ártir; Paulino, obispo de Brescia y confesor; E m ilia n o , soldado m ártir; R o b erto , abad y fu n d a d o r del Cister; Tíquico, a quien San Pablo llam a «ministro fiel y consiervo suyo en el Señor» ; Agapio y Secundino, obispos y m ártires en A rgelia; M artín, m o n je ; Ursión y Maurelio, confesores; Aulo, obispo de V iv iers; Wilfrido II, arzobispo de Y o rk ; Liberio I, obispo de R a v e n a ; Senán, solitario y confesor; Padés, m á r tir ; Siete Santos ladrones convertidos a la fe por San Jasón, m ártires; Marcial, Sabato, C-odomano, Basilio, Germán, Filocasto, Prudencio y U rbano, m ártires en B itinia. Santas A ntonia y Tértula, m ártires; Ava, virgen y abadesa; Cercira, virgen y m ártir en Corfú. SAN PE D R O D E V ERO NA , m ártir. — Vino al mundo en Verona, ciudad célebre de Lom bardía, en Italia. Sus padres eran herejes maniqueos, pero él tenía en el corazón el germen del verdadero am or de Dios, al que no fué traid o r ni un solo instan te de su vida. Estudió en Bolonia, y en aquella célebre U niversi­ dad captóse las sim patías de todos por su talento y bondad. Ingresó en la Orden de Predicadores, siendo en ella constante ejem plo de edificación; sus peniten­ cias fueron ta n extrem as que los Superiores intervinieron p ara que las suavizara un tan to . Mas la fam a de su santidad sufrió u n rápido e inesperado eclipse, del

que fué causa una vil calum nia que m alas lenguas, movidas p or el demonio, le levantaron por haber oído en la habitación de Pedro voces femeninas, que no eran sino las de Santa Inés, Santa C atalina y Santa Cecilia, enviadas p or Dios p a ra conversar con él. Pedro soportó la difamación, el traslado de convento y todo lo que en sem ejantes casos trae consigo la creencia de una culpabilidad, sin queja ni defensa alguna. Pero la verdad se hizo luz, y el santo religioso quedó rehabilitado a los ojos del m undo entero. E l 5 de abril de 1252, cuando se tra s­ ladaba del convento de Como a la ciudad de Milán, cayó m ortalm ente herido por los golpes de unos fanáticos herejes, apostados en el camino. Sus últim as palabras fueron las de toda su v id a: «Creo en Dios, P adre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra...» SAN EM ILIANO, soldado y m ártir. — E ra soldado de la legión rom ana, de guar­ nición en C onstantina, ciudad de Argelia. Y eran los tiem pos de la novena perse­ cución. P o r entregarse a obras de caridad y prácticas cristianas, fué detenido y llevado al trib un al. Pero él, anim ado a conseguir la brillante corona de los m ár­ tires, sufrió valerosam ente los suplicios a que le condenaron y que acabaron con su vida terrenal el dfa 29 de abril del año 259. SAN R O B ERTO , abad y fundador. — H ijo de una fam ilia rica y poderosa de la región de C ham paña, R oberto abandonó el m undo a los quince años y entró en la Orden de San Benito. B rillaron en él los esplendores de virtudes tan extraordinarias, que le- encum braron al cargo de abad del m onasterio. Mas él se retiró a un lugar solitario llam ado Colán, donde vivió en com pañía de varios anacoretas. Por la insalubridad del sitio, se establecieron en la floresta de Molesme, donde edificaron celdas con ram as de árboles. Poco a poco se unieron a R oberto muchos religiosos, con los cuales empezó la reform a de la R egla bene­ dictina. R oberto fué, además, fundador y prim er abad del célebre monasterio del Cister, de donde tom ó nom bre la nueva ram a de la Orden. Viendo los monjes de Molesme la santidad de R oberto y arrepentidos de una pasajera decadencia enel fervor, le suplicaron volviese a su m onasterio y acudieron al pap a U rbano II p a ra que le obligase a ello. Obedeció el Santo, y dejó a Alberico por abad del C ister y a E steban por prior. Marchó a Molesme, donde fué recibido con mues­ tra s de verdadero afecto. E ste ilustre fundador vivió noventa y dos años y se durm ió en la paz del Señor el 21 de marzo de 1108, pero su fiesta se celebra ©1 29 de abril.

DÍA

30

DE

ABRIL

SANTA CATALINA DE SENA VIRGEN DE LA ORDEN TERCERA DE SANTO DOMINGO (1347 . 1380)

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STA bienaventurada virgen vino al mundo por los años de 1347 en Sena, ciudad del bello reino de Italia. Sus padres Diego y Lapa eran personas piadosas y bastante acomodadas. Esmeróse mucho su m adre­ en criarla a sus pechos, y así le cobró mayor amor; y la niña, por su parte, salió tan agradable y graciosa que se hacía am ar de todos los que la trataban. Pronto comenzó a resplandecer en ella la gracia del Señor, porque apenas tenía cinco años, cuando comenzó a rezar la salutación del ángel a Nuestra Señora, tan a menudo y con tan ta devoción, que cuando subía o bajaba alguna escalera se arrodillaba en cada escalón y decía el A vem aria. Siendo ya de seis años, vió sobre la iglesia de Santo Domingo un tronó riquísimo y resplandeciente y en él sentado a Jesucristo en traje de pon­ tífice máximo, y junto con él a San Pedro, a San Pablo y a San Juan Evangelista. Fijó la bendita niña sus blandos ojos en Cristo, y Cristo la miró con rostro alegre y le echó su bendición, de lo cual quedó ella tan transportada, que su hermano no pudo hacerla volver en sí a pesar de las voces que le dió, sino cuando la asió y tiró fuertemente. Desde entonces pareció haberse mudado, de niña que era, en mujer de¡

seso y prudencia; y, como ell» declaró después a su confesor, en este tiempo supo por dlVina revelación las vidas de los santos padres del yermo y de otros muchos santos, y especialmente la de Santo Domingo, y le vino gran voluntad de im itarlas todo lo que le fuese posible. Dábase mucho a la oración, era callada en extremo, dejaba parte de su comida ordinaria, y era -visitada por otras niñas de su edad que se le juntaban con deseo de oír sus dulces palabras e im itar sus santas costumbres. Crecía en ella el deseo de im itar a los padres del yermo, y para esto, un día, tomando solamente un pan consigo, se fué de la ciudad y se entró en una cueva que' estaba en un despoblado. Púsose en oración, y fué m uy con­ solada del divino Espíritu, que interiormente le mandó volver a casa de sus padres, y así lo hizo. Siendo de siete años se encendió tanto en el amor de su esposo Jesucristo, y en el deseo de consagrarle su alma pura y limpia, que hizo voto de per­ petua virginidad y suplicó humildemente a la sacratísima Virgen nuestra Señora, que se dignase darle a su Hijo por esposo, porque ella le prometía no adm itir otro en todo el decurso de su vida. Hecho este voto, comenzó a inclinarse a ser religiosa y, si veía pasar por su casa a algún religioso, es­ pecialmente de la Orden de Santo Domingo, era grande la alegría que recibía su alma, creciendo en ella siempre el deseo de abrazar aquel Instituto, por­ que amaba con más ternura a los que se habían empleado más en ganar almas para Dios, como lo profesaba aquella santa religión. Cuando Catalina fué ya de edad para casarse, trataron sus padres de darle marido, pues ignoraban el voto de virginidad que había hecho; mas la santa virgen mostró mucho sentimiento que se tratase de ello. Su hermana Buenaventura, que era casada y m uy am ada de Catalina, le aconsejó que aunque no se casase tomase vestido galano para mejor disimular y dar con­ tento a sus padres. Hízolo ella con esta intención, pero llorólo después toda su vida, juzgando que era grave pecado. Murió poco después su herm ana Buenaventura y, entendiendo Catalina que había sido en castigo de haberle aconsejado que se engalanase, ins­ pirada del Señor, se cortó el cabello, que le tenía lindo por extremo, para que por este hecho se entendiese cuán determ inada estaba de no casarse. Sintieron esto mucho sus padres y comenzaron a perseguirla de palabra y de obra y, para traerla a su voluntad, le mandaron ser cocinera en lugar de la criada y servir en los más viles y bajos oficios de casa. Todo lo hacía la santa doncella con maravillosa paz y alegría de su alma, labrando en su corazón una celda y secreto retraim iento, en el cual moraba siempre y con­ versaba con su dulcísimo Esposo. Una paloma blanca que se posó sobre la cabeza de Catalina mientras rezaba, fué vista por su padre, quien interpretó el hecho como señal misteriosa acerca de su hija, y ordenó que se respetase la voluntad de la joven, que sólo seguía los designios de Dios.

TOMA EL HABITO DE SANTO DOMINGO

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ERO mucho mayor consuelo sintió por habérsele aparecido Santo Do­ mingo y haberle ofrecido el hábito de las Hermanas de Penitencia, prometiéndole que sin duda gozaría de él. Catalina le dió por ello las más rendidas gracias. Desde entonces se entregó totalm ente a una vida penitencia: dejó de comer carne, aunque pocas veces siendo niña la había comido: sólo bebía agua, apenas gustaba cosa cocida y únicamente comía un poco de pan y algunas hierbas crudas. Un día en que se hallaba algo debilitada, su confesor le mandó tom ar 119 vaso de agua azucarada. —Padre mío —le dijo la Santa—, bien se echa de ver con esto que queréis quitarme la poca vida que me queda; ta n ta costumbre tengo de tom ar cosas insípidas, que todo lo dulce me pone enferma. Traía a raíz de sus carnes una cadena de hierro, y apretábala tan fuertemente, que estaba abrazada con la misma carne; y con otra cadena de hierro se disciplinaba tres veces al día durante hora y media. Su cama eran unas tablas, sobre las cuales no dormía más de media hora, y dedi­ caba todo el resto de la noche a la oración. Estas penitencias extraordina­ rias fueron acrecentadas cuando tomó el hábito de Santo Domingo, por parecerle que el nuevo hábito la obligaba a nueva perfección y a m ayor fervor. Tres años estuvo sin hablar a nadie sino cuando se confesaba. Estábase en su celda sin salir de ella más que para ir a la iglesia. Apareciósele una vez Nuestro Señor y le enseñó todo lo que para el bien y dirección de su alma había menester, y ella misma confesó que Cristo había sido su maestro, ya inspirándole, ya apareciéndosele, o ya enseñándole lo que había de hacer.

TENTACIONES Y ADVERSIDADES

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NFURECIDO el demonio por verse vencido de una doncella tierna y delicada, comenzó a tentarla y afligirla sobremanera, pensando poder alcanzar victoria. Pero el Señor la previno con su gracia, y permitió que los demonios la tentasen para manifestar más su virtud, y así comenza­ ron a atorm entarla con imaginaciones torpes, que para su purísima alma eran más horribles que la propia muerte. Ella, para desecharlas, atorm entaba su cuerpo, disciplinándose con una cadena de hierro. Estando en estas tentaciones y peleas, se le apareció Jesucristo, a quien interrogó así:

—¿Dónde habéis estado, Esposo mío, que así me dejasteis? —Dentro de tu corazón estaba yo, Catalina — le dijo el Señor. —Pues, ¿cómo estabais Vos conmigo, teniendo yo tan malos pensamién, tos y tan torpes imaginaciones? —¿Acaso te deleitabas con ellos? — repuso Jesús. 4 —Muy al contrario, que padecía terrible pena —respondió la virgen, —Pues en esto estaba tu merecimiento y el fruto de tus peleas, las cuales estaba yo mirando con gozo porque me eras fiel, y esforzando tu corazón para que no desfalleciera. Poique sentir no es consentir, y la pena que se experimenta al desechar los malos pensamientos es señal de que no hay culpa en el alma que padece tales tentaciones. Viendo el demonio que no podía vencerla por este medio, tomó otros caminos. La santa virgen curaba a una mujer viuda y vieja que tenía can­ cerado el pecho, y la servía con admirable caridad y alegría; pero entró el diablo en el cuerpo de la enferma, la cual convirtió en odio y aborrecimiento la buena obra que de la santa virgen recibía. Y pasó tan adelante su des­ atino, que publicó que Santa Catalina era mujer liviana y deshonesta. Mas luego, con una visión que tuvo, reconoció su culpa y la santidad de Ca­ talina, y murió habiéndose confesado y pedido perdón de su pecado. Con haber sido tantas veces vencido, no dejó el demonio de volver a nuevas batallas, antes atorm entó el cuerpo flaco de la virgen con tantas y tan crueles enfermedades y dolores, que apenas se pueden creer sino de los que las vieron. No tenía Catalina sino la piel y los huesos, y aparecían en su cuerpo los cardenales y las señales de los azotes y golpes que el demonio le daba. Echábala algunas veces en el-fuego, y ella, sonriéndose, salía de él sin lesión alguna; de suerte que nunca la pudo rendir, antes con las penas crecía su fervor como con el viento la llama y, cobrando fuerzas de flaqueza, oraba y trabajaba más, con gran admiración de todos los que la veían.

AMOR A JESUCRISTO Y AL PRÓJIMO

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NTRE los amorosos y devotos afectos que el Señor comunicó a esta virgen, se encuentra una singular devoción al Santísimo Sacramento del altar, (ion un afecto ta n encendido y abrasado, que el día que no comulgaba parecía que había de expirar y en comulgando era tan sobre­ abundante la consolación divina que recibía su alma, que se derram aba por el cuerpo, al que mantenía sin necesidad de comer m anjar corporal. Esto engendró escándalo y murmuración entre la gente y aun en su mismo con­ fesor, el 'cual la instó a que comiese. Catalina se sentaba con los demás a la mesa y procuraba pasar el jugo de alguna cosa; pero era siempre con

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N día, estáñelo Santa Catalina de Sena en oración, su padre ■ue asombrado cómo una paloma blanca viene sobre ella y

luego desaparece. Desde entonces ordena que nadie en casa moleste a la joven y que la dejen, al contrario, seguir la vida piadosa y extraordinaria a que Dios la llama.

ta n grande pena y detrimento de su salud, que luego comenzaba a dar ar­ cadas y no se sosegaba hasta que lanzaba aquella poca sustancia que había comido. Cuando iba a la mesa solía decir: —Vamos a tom ar el justo castigo de esta miserable pecadora. Conocieron sus mismos confesores que la santa virgen era guiada por Dios y así le m andaron que no se hiciese aquella violencia en el comer. Vino a estar la Santa tan cautiva y presa de la dulzura de su Amado que vivía siempre absorta en una altísima contemplación. U na vez, haciendo oración a su Esposo y suplicándole que quitase de ella su corazón y la propia voluntad, le pareció que venía Cristo y le abría el costado izquierdo y le sacaba el corazón y se iba con él; y de allí a algunos días le apareció el mismo Señor, que traía en la mano un corazón encamado y m uy hermoso y, llegándose a ella, se lo puso en el lado izquierdo y le dijo: —H ija mía, ya tienes por tu corazón el mío. De allí adelante solía decir la Santa en su oración: —Esposo mío, yo os encomiendo «vuestro» corazón. Una vez, en acabando de comulgar, quedó arrobada y suspensa un buen rato hasta que cayó al suelo como si hubiera sido herida de muerte; y, después que volvió en sí, declaró en secreto a su confesor que Cristo le había impreso en aquel rapto las cinco llagas de su sagrado cuerpo y con ellas sentía grandes dolores, y que eran interiores y no exteriores porque ella misma se lo suplicó el Señor. E l dolor de la llaga del costado, especial­ mente, era tan fuerte que le parecía imposible vivir si no se mitigaba. Los ejemplos de su caridad para con los prójimos no fueron menos ad­ mirables. Mirábalos como un vivo retrato de Cristo y los socorría y servía como al mismo Señor. Pidió a su padre licencia para dar limosna a los pobres; diósela el padre y ella repartía entre ellos todo cuanto podía. H abía en su casa una cuba de vino, de la cual la santa virgen sacaba el que había menester para los pobres y, bebiendo de ella los de casa, duró el vino mucho más tiempo de lo que pudiera durar si no se diera a los pobres. Otra vez dió a un pobre una cruz de plata que traía consigo y a la noche si­ guiente se le apareció Cristo, mostróle aquella cruz rodeada de piedras pre­ ciosas y le prometió mostrarla en el día del juicio en presencia de los ángeles y de los hombres. Solía besar con amor las llagas de los enfermos y aun llegó una vez a beber el agua con que había lavado una asquerosa úlcera, mereciendo con esta victoria, que Cristo le diera a beber de la llaga de su sagrado costado. Curando en Sena a una leprosa, se le pegó a la Santa la lepra en una mano; pero siguió curándola hasta que murió la enferma y entonces Catalina quedó sana y con las manos más lindas que antes.

DONES QUE RECIBIÓ DEL SEÑOR AREA larga y prolija sería referir aquí las gracias y prerrogativas que el Señor concedió a esta santa virgen. Descubrióle la hermo­ sura de las almas y el amor con que las amó; dióle instinto m ara­ villoso y luz divina para penetrar los corazones. Tuvo asimismo don de profecía y tantas revelaciones que parecen increíbles. Los milagros que Dios obró por ella son innumerables: sanó a muchos enfermos, libró a los que estaban heridos de pestilencia, revivió a los que estaban ya casi muertos, echó demonios de los cuerpos, con pocos panes dió de comer a muchos y aun sobraba de lo que les daba; de harina ya podrida amasó sabrosísimo pan, sacó riquísimo vino de una cuba vacía y obró tantos otros prodigios que el traerlos aquí todos sería cosa de no acabar. Pero el mayor milagro de todos es la misma virgen y la sabiduría que Dios le infundió para hablar de cosas divinas, lo cual hacía con ta n ta sua­ vidad y eficacia, que se estuviera cien días con sus noches sin comer ni dormir y sin cansarse, si hallara oyentes que la escucharan y entendieran. Sus admirables cartas y sus Diálogos m uestran cuán llena estaba del Espíritu de Dios. Su doctrina se reduce a estas dos cosas: A m a r al Señor y padecer por él.

Apareciósele una vez su amado Esposo y le dijo: «Hija, piensa tú en mí y yo pensaré y tendré cuidado de ti». De estas palabras tan breves dedujo la Santa la gran confianza que debemos tener en la divina Providencia, y cuán arraigado debe estar nuestro corazón en ella para dejarnos gobernar por Dios y aceptar como venidos de su mano los diversos acontecimientos de la vida, tanto particulares como generales.

INTERVIENE EN LA VUELTA DE GREGORIO XI DE AVIÑÓN A ROMA IRVIÓSE Nuestro Señor de esta santa virgen en cosas grandes y difi­ cultosas de la pacificación y gobierno de la Iglesia; porque, habién­ dose determinado los de Florencia a 'negociar paces con el Sumo Pontífice, enviaron a Catalina por em bajadora suya cerca de Gregorio X I, que residía en Aviñón, y ella, después de haber cumplido este encargo, exhortó vivamente al Pontífice a que volviese la sede y centro de la cris­ tiandad a la ciudad de Roma, de donde hacía setenta años que había salido. Gregorio X I tenía ya hecho el voto secreto de volver a la Sede de San Pedro, pero no se atrevió a cumplirlo por no desagradar a su corte, y fué

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Catalina quien le decidió a cumplir su promesa. Con eso el Papa dejó a Aviñón a los 13 de septiembre del año 1376 y entró en Roma a los 17 de enero del siguiente año. Muerto Gregorio X I, fué elegido Papa el arzobispo de Barí, y se llamó Urbano VI; pero, pasadas unas semanas, los cardenales franceses descon-' tentos de tener que vivir en Rom a y no pudiendo aguantar la rigidez del nuevo Pontífice, anularon su elección y eligieron un antipapa, que fué Cle­ mente V II, el cual residió en Aviñón, dando con ello principio al lastimoso cisma que duró tantos años. Urbano VI llamó a Catalina junto a sí y por mediación de la santa virgen le dió el Señor los avisos y consejos que más necesitaba en tan graves y difíciles trances. La Santa no se contentó con lamentarse _por aquel desastroso cisma, sino que oraba, se mortificaba y escribía a los cardenales y a los reyes epístolas llenas de prudentes y acer­ tados consejos, instándoles a reconocer al legítimo P apa. A los cardenales, obispos y prelados de la Iglesia escribió Catalina ciento cincuenta y cinco cartas, y a los reyes, príncipes, gobiernos y gente seglar, treinta y nueve. E n todas ellas se ve un espíritu divino y una ciencia más dada por Dios que adquirida con el estudio de muchos años, y’ unos consejos tan prudentes y tan acertados, que bien parecen manados de la sapientísima fuente y ver­ dad increada. Escribió L a Providencia de Dios, libro maravilloso en el que se leen cosas altísimas, de mucho provecho para las almas que se dan a la vida de recogimiento.

MUERTE DE SANTA CATALINA ABIENDO vivido treinta y tres años, cayó mala en Roma y recibió los Santos Sacramentos con singular devoción y afecto. Tuvo en­ tonces tentación del demonio que la acusó de vanagloria, mas ella respondió con alegría: «¿Vanagloria? Siempre he procurado la verdadera glo­ ria y alabanza de Dios Todopoderoso». Llamando luego a sus compañeras las exhortó a que entregasen de veras su corazón a Cristo, y que no juzgasen mal de sus prójimos. Pidió perdón y la indulgencia plenaria que los sumos pontífices Gregorio X I y Urbano VI le habían concedido. E ntró luego en agonía, y diciendo aquellas palabras: «En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu», voló al cielo a los 29 del mes de abril del año 1380. Al mismo tiempo se apareció a su padre espi­ ritual fray Raimundo de Capua, que fué maestro general de la Orden y que a la sazón estaba en Génova, el cual escribió después, como testigo de vista, la vida de la Santa. Urbano V III trasladó la fiesta de esta virgen al 30 de abril.

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E l sagrado cuerpo de Catalina fué llevado a la iglesia que llaman de la Minerva, que es de los Padres de Santo Domingo, y fué tanto el concurso de todo el pueblo romano, y tantos los milagros que Dios obró por me­ diación de ella, que no se pudo enterrar su cuerpo hasta pasados tres días. E l día 23 de abril del año 138.4, la cabeza de la Santa fué llevada triun­ falmente a Sena y depositada en la iglesia de los Padres Dominicos, donde todavía se guarda y venera. Santa Catalina de Sena fué canonizada por el sumo pontífice Pío II, ochenta y un años después de su glorioso tránsito. E l papa Benedicto X II dió licencia para celebrar una fiesta en honor de las cinco llagas de la Santa, y Pío IX , a los 17 de abril del año 1866 la nombró segunda patrona de la ciudad de Roma. Su cuerpo, casi entero, se conserva bajo el altar m ayor de la iglesia de Santa María de la Minerva, en Roma, y uno de sus brazos, en el mo­ nasterio de las Madres Dominicas de la mencionada ciudad.

SANTORAL Santos Indalecio, obispo y mártir; Máximo, comerciante y mártir; Donato, obis­ po; Pelegrín, servita y confesor; Jaime, Mariano y compañeros, m ártires en N um idia; Erconvaldo, obispo de L ondres; E utropio, obispo y m á rtir; Amador, presbítero, Pedro, monje, y Luis, m ártires en C órdoba; Loren­ zo, presbítero, m artirizado en N ovara con muchos niños, discípulos suyos; Severo, obispo de N ápoles; M aterniano, Juan, Desiderio, Flavio, Foranan, Policromo, Mercurial, S u ib erto ; A djutor, m onje y confesor; José Benito Cottolengo, fundador de la Píccola Casa, en Turín; Afrodisio, Do­ roteo, R odaciano, V íctor, Terencio, M artín, Claudio, Silvano, Clemente y otros, m ártires en A lejandría. Santas Catalina de Sena, virgen; Sofía, - virgen y m á r tir ; Majencia, viuda, n atu ra l de C o ria ; B eata Hildegarda, reina, esposa de Carlomagno y fundadora de un monasterio.

SAN INDALECIO, obispo y mártir. — E s uno de los siete varones apostó­ licos que vinieron a E spaña p a ra predicar la doctrina y religión de Jesucristo. E stuvo prim ero en G uadix, donde obtuvo mucho éxito en la predicación, lo cual le dió ánimos p ara extender sus conquistas espirituales a otras regiones. Así que pasó luego a tierras de Almería, donde se estableció definitivam ente. E l teatro de sus tareas apostólicas fué la ciudad de Urci, m uy poblada a la sazón, pero entregada a la idolatría y a la satisfacción ilícita de las m ás vergonzosas pasiones. L a caridad del varón apostólico unida a su bondad de carácter y a la solidez de sus enseñanzas, fueron el im án con que a trajo a la causa de la ver­ dad a m u ltitu d de pobladores de la ciudad. Su radio de acción extendióse luego p or Lorca, C artagena y otras poblaciones, cuyos habitantes, en crecido número

estaban regenerados y a . po r las aguas de B autism o. Pero tam bién llegaron, allí las salpicaduras de la sangre derram ada p o r N erón, m onstruo de em peradores y vergüenza de la hum anidad. Indalecio fué m artirizado po r aquellos gentiles a quienes tra ta b a de engendrar p ara el cielo. Su cuerpo, arrojado al m ar, fué re­ cogido p o r los fieles, enterrado en las inm ediaciones de Pechina y, mucho tiem po después, trasladado al m onasterio de San Ju a n de la Peña, en el que fué reci­ bido solemnemente p or el rey de Aragón, Alfonso II. SAN MÁXIMO, com erciante y m ártir. — Máximo vivía pacíficam ente en Asia Menor, cuando fué apresado en v irtu d de los decretos de persecución que en el año de 250 dió el em perador Decio. Vivía honradam ente de su comercio y a nadie m olestaba. T an to en presencia del trib u n al como en medio de los torm en­ tos a que le sometieron, confesó su fe en Jesucristo, único Dios verdadero. Diéronle azotes, colocáronle en el caballete, y soportó un horrible m artirio. «... N i vuestros azotes — decía— , ni vuestros garfios de hierro, ni vuestra hoguera, me causan m al alguno, porque Dios me sostiene con su gracia». A rrastrado, por úl­ tim o, fuera de los muros de la ciudad de Éfeso, m urió bárbaram ente apedreado el 14 de m a y o del año 251. SAN DONATO, obispo. — Floreció a mediados del siglo iv en la región de A lbania que se extiende p or la p arte oriental del A driático. E n tre las m uchas conversiones llevadas a cabo p o r este santo obispo figuran la del em perador Teodosio y su hija, amén de las principales fam ilias de C onstantinopla. Fué após­ tol m uy distinguido por su ciencia y v irtud . O cupando la sede apostólica de E uriam pe, en el E piro, tuvo ocasión de sacar paten te de santidad en el caso sig uien te: Las aguas de un pozo causaban la m uerte a cuantos las bebían. A proxi­ móse el obispo al pozo, oyóse u n gran trueno y, al mismo tiem po, salió de las aguas u n dragón en o rm e; tocóle D onato con su v ara y quedó m uerto al instante. Desde entonces, aquellas aguas, bendecidas por el prelado, se trocaron en rem e­ dio p ara m uchos males. D onato m urió santam ente el ai(o 387, llorado am arga­ m ente p or todos sus diocesanos. SAN JO SÉ B EN IT O COTTOLENGO, padre de los pobres. — E n la pequeña ciudad de Bra, situada en la católica región italiana del Piam onte, vino al m undo, el 3 de mayo de 1786, el niño José Cottolengo, prim ogénito de los doce hijos de Antonio Cottolengo y B enita Caroti. Cual nuevo Vicente de Paúl, José B enito tu v o por program a de vida la caridad p ara con los desvalidos. E n 1811 fué ordenado de sacerdote, siendo la predicación y la adm inistración de Sacra­ mentos su ocupación casi constante. A traía las bendiciones de Dios sobre su m i­ nisterio m ediante la oración, el ayuno y la mortificación. N om brado canónigo del «Corpus Dómini» de T urín, pronto se señaló p or su acendrado am or a los pobres y enfermos, de los que se constituyó padre y enfermero. P ara atender a estos seres dolientes creó un hospital, en el que hoy día se albergan m ás de 10.000 enfermos asistidos por centenares de religiosos y religiosas, que alternan el cuidado de los pacientes con el ejercicio de la oración. E sta institución, lla­ m ada Pío In stitu to de la D ivina Providencia, es conocida vulgarm ente con el nombre de «Píccola Casa» y constituye u n m ilagro perm anente de la bondad divina. E l lem a de esta casa es ((caridad» y en ella tienen cabida toda clase de enfermos, siempre que no dispongan de medios ni tengan protección de otra p arte, pues quiso su F undador que esta casa viva sólo a expensas de la P rovi­ dencia, cuya benéfica m ano se m uestra siempre pródiga con los suyos. Cottolengo murió el 30 de ab ril de 1842 y fué canonizado p or P ío X I el 19 de marzo de 1934.

ÍNDICE M A R Z O DÍAS

PÁQB. P ró lo go .....................................................................................................................

5

1 . — S a n A lbino, a b a d y ob ispo (470-550) .................................................... S a n to r a l. — E l Santo Ángel de la Guarda ................................................ San Rosendo, obispo. — Sta. Eudoxia, penitente .................................

11 19 20

2..—• B e a to P e d ro d e Z úñ ig a, m isionero y m á r tir (1580-1622) ................. S a n to r a l. — San Simplicio, P. — S. Ceadas, ob. — S. Lucas Casalio, ab. — Sta. Nona, princesa y penitente ................................................

21 30

3. — S a n ta C u n eg u n d a, e m p e ra triz y v irg en ( f 1040) .................................. Santoral ............................................ ...................................................................... Santos Em eterio y Celedonio, mrs. — Stos. Basilisco, Cleónico y Eutropio, soldados mrs. — S. Medin, m r .................................................................

31 39

4. — S a n C asim iro, p rín cip e d e P o lo n ia (1458-1483) .................................. Santoral ................................................................................................................. Santos E lpidio y compañeros, mrs. — S. Lucio, P. y mr. — Víctor de Mousón, m r ...............................................................................................................

41 49

5. — S an J u a n Jo sé d e la C ruz, fran ciscan o (1654-1734) .......................... Santoral ................................................................................................................. San Adrián, mr. — S. Focas, hortelano y m r. — B to . Nicolás Factor, franciscano .............................................................................................................

40

50 51 59 60

6 . — S an O legario, obispo de B arc elo n a (1060-1137) .................................. 61 S antoral ..............................................................................:.................................. 69 San Cirilo, General de la Orden del Carmelo. — Stas. Perpetua y Fe­ licitas, mrs. — Sta. Coleta, m onja .............................................................. 70 • 7..-— S a n to T o m ás de A q uin o . do m in ico (1225-1274) .................................. Santoral ................................................................................................................. San Teófilo, ob. de N ico m ed ia .— Los Santos Corporales de Daroca .

71 79 80

8. — S an J u a n de D ios, fu n d a d o r (1495-1550) .............................................. S antoral ............................................................................... >................................ San Julián, arz. de Toledo. — San Veremundo, ab. de Irache. — San­ tos Apolonio y Filemón, m rs.............................................................................

81 89

9. — S a n ta F ra n c isc a R o m a n a , v iu d a y fu n d a d o ra (1384-1440) ............ Santoral ...................................................... ......................................................... San Paciano, ob. de. Barcelona. — San Gregorio Niseno, ob. y cf. — . Sta. Catalina de Bolonia, v g .............................................................................

91 99

10. — S an A talo , a b a d ( f 627) ............................................................................... Santoral ................................................................................................................. Los Cuarenta Mártires de Sebaste. — S. Macano, ob. de Jerusalén. — San Droctoveo, a b ..................................................................................................

90

100 101 109 110

11. — S an E ulo gio d e C ó rd o b a, p re sb íte ro y m á r tir ( f 859) ....................... 111 S a n t o r a l . — Santos Vicente, Ram iro y compañeros, m rs. ....................... 119 Santa Aurea o Auria, v g . — S. E utim io, ob. y m r . — S ta : Teresa Margarita R edi, vg. carmelita ....................................................................... ... 120 12. — S an G regorio M agno, p a p a y d o c to r (540-604) ......................................121 S a n to r a l. — Santos Pedro, Eugenio y com ps., m rs. -1- S. Teófanes, abad.— Sta. Justina, v g .................................................................................... ... ISO 13. — S a n ta E u fra sia , v irg e n (380-410) .................................................... ....... .... 131 S antoral ......................................... ....................................................................... ...139 San Nicéforo, patriarca de C o nstantinopla.— B to . Santiago de Todi, franciscano.— Stos. Rodrigo y Salomón, m rs................... — .................... 140 1 4 .— S a n ta M atilde, e m p e ra triz (872?-968) .................................................... ... 141 S a n t o r a l . — San L ubino, ob. de Chartres. —- S ta . Florentina, vg. ... 150 15..— S an C lem en te M aría H o fb a u e r, re d e n to rista (1751-1820) ................ ... 151 Santoral ................................................................................................................. ...159 San R aim undo, ab. de Fitero y de C a la tra va .— Sta. Madrona, vg. y m r . — Sta. Leocricia, vg. y m r . — S ta. Luisa de Marillac, vda. y cofundadora ............................................................................. .............................. ...160 1 6 . — S an A b ra h á n K id u n a ia , e rm ita ñ o ( f 366) .......................: ...................... 161 S a n to r a l. — San H eriberto, arzobispo ....................................................... ... 169 San Agapito, ob. de Ravena. — San Julián de Cilicia, m r....................... 170 1 7 . — S an P a tric io , ap ó sto l d e Ir la n d a (372P-463?) ............ ¡......................... 171 S a n to r a l. — San José de Arim atea, c f................... ......................................179 San Agrícola, o b . — Sta. Gertrudis de N ivela, vg. y abadesa ............... 180 18..— S an S a lv a d o r d e H o rta , fran ciscan o (1520-1567) .............................. ... 181 S a n to r a l. — Sart Cirilo de Jerusalén, ob., cf. y doctor. — San E duar­ do II, rey de Inglaterra y m r.............................................................................. 190 19. — S a n Jo sé, esposo d e la S a n tísim a V irgen M áría (s. i) ..................... ...191 S antoral .....................................................................................................................199 San Juan de Pina, ab. — S. Pancario, m r. — S. A ndrés de Sena, sol. 200 20. — S a n W u lfra n o , arzo b isp o d e S ens ( f h a c ia 720) ............................... ...201 S a n to r a l. — San M artín D um iense, arz. de Braga ....................................209 San N iceto, o b . — S . Am brosio de Siena, dominico y cf. — Sta. Fotina (La Sam aritana) y compañeros, m rs..................................................... ...210 2 1 . — S a n B en ito , a b a d y fu n d a d o r (480-543?) ........................................... ...211 S a n to r a l. — San Lupicino, ab. — Stos. Filemón y D omnino, m rs. — San Birilo, o b . — San Serapión el Sidonita .................................................220 22..— S an B asilio d e A n cira, p re sb íte ro y m á r tir (-J- 362) .............................221 S a n to r a l. — San Deogracias, ob. y c f . — ■S. Bienvenido, ob. de Ósi­ mo. — S. A vito , solitario y m onje ......................................................................230 23. — S an Jo sé O riol, p re sb íte ro y confesor (1650-1702) .................................231 S a n to r a l. — Santo Toribio, arz. de L im a .....................................................239 Stos. Victoriano y compañeros, m r s .— Stos. Liberato y cm ps., m rs. 240 24. — S a n ta C a ta lin a d e S u ecia, v irg e n (1330-1381) .................................... ...241 S a n t o r a l . — San Gabriel Arcángel. — San Sim ón, inocente y m r. ... 249 B eato Diego José de Cádiz, c f..............................................................................250

25. — S a n ta L u c ía F ilip p in i, v irg en y fu n d a d o ra (1672-1732) .................. ... 251 S a n to r a l. — San Pelayo, ob. de Laodicea ..................................................... 259

San D imas, el buen ladrón. — S. Quirino, mr. — Santas E utiquia, Casia, Irene ,y Feliph, m rs.................................................................................... 260 26. — S an B ra u lio ,, o b ispo d e Z arag o za ( f 651) ...................

S a n to r a l. — San Ludgerio, ob. de M ú n ste r.— S. Cdstulo, m r. — Santa Eugenia, vg. y m r. en Córdoba .......................................................... 27..—

S an J u a n D am asceno , d o c to r d e la Ig lesia (675?-749?) ....... Santoral .................................................................................................................. San R uperto o Roberto, ob. de W orms y, de Salzburgo. — 5. Juan, er­ mitaño. — S. Isacio o Isaac de Constantinopla, cf. — Sta. A ugusta, virgen y m ártir ....................................................................................................

28. — S an J u a n de C ap istran o , fran ciscan o (1384-1456) .............................. Sa n t o r a l

..................................................

San Sixto III, P. — S. Esteban H arding., .fu n d . y ab. del Cister. — Stos. Alejañdro, Prisco y Maleo, mrs. — S. Gontrán o Guntrano, rey de Borgoña ..............................................................................................................

261 270 271 279

280

281 289

290

29. — S a n to s Jo n á s y B a raq u isio , m á rtire s ( f 326) ............................... ....... Santoral. — San Eustasio, ab. de L uxeuil. — San Marcos, ob. de

291

Aretusa ..................................................................................................................... San Cirilo, diácono y mr. — S. Bertóldo dé Malafaida, prim er Prior General de la Orden Carmelitana. — B to . R aim undo Lulio, m r...........

299

30. — S an J u a n C lím aco, so litario y a b a d (550?-635?) ................................. Santoral. —■San Quirino, mr. — Stos. Víctor, Domnino y compañe­

300 301

ros, mrs. — Conmemoración de m uchos Santos Mártires en Constan­ tinopla ...........................................................................!.........................................

310

31. — S an N icolás de F lü e , a n a c o re ta (1417>-1487) ..........................................

311'

Sa n t o r a l

....................................................

319

San Amos, projeta. — San Benjam ín, diácono y mr. —■Sta. Balbina, virgen y m r......................... ...................................................................................

320

ABRI L 1. — S an H ugo, obispo de G renoble (1053-1132) ........................................... Santoral. — San Venancio, obispo y m ártir ............................................. San Macario, a b . — S. Meliión, ob. de S a rd e s.— Sta. Teodora, vir­ gen y m r........................................ ............................................................................

323

2 . — S an F ran cisco de P a u la , fu n d a d o r (1416-1507) .................................. Santoral ................................... ................ ............................................ ......... Santa María Egipcíaca, p en iten te. — Sta. Teodosia, vg. y m r...........

333

3..— S a n R ic a rd o , ob ispo d e C h ich ester (T197-1253) .................................. S a n to r a l. — San Pancracio, ob. de Taormina ......................................... San Nicetas o N iceto, ab. — S. B enito de Palermo, jranciscano'. — Sta. Angélica, abadesa .......................................................... .............................

343 351

JA

TT

331 332 341

342

352

4. — S an Isid o ro , arzo b isp o y d o c to r de la Ig lesia (570-636) ..............353 S a n to r a l. — San Platón, a b.............................................................................. San Zósimo, a n a co reta .— S. Teonas, solitario ........................ ................ 5. — S an V icen te F e rre r, do m inico (1350-1419) ........................................... S a n to r a l . — San Geraldo, a b ............ ............................................................... Santas Agape, Quionia e Irene, hermanas m rs............................................. 6. — S an G uillerm o de P a rís, canónigo re g u la r (1105P-1203?) ................. S a n to r a l. — San Celestino I, P. — 5. Sixto I, P . y mr. — San Mar­ celino, m r.............................................. ................................................................... 7. — S a n ta J u lia n a de M onte C ornillón, a g u stin a (1193-1258) ................ Santoral ................................................................................................................. San Hegesipo, histo riad or.— S. E pifanio, ob. y m r . — Sta. Ursulilina de Parma, extática ....................................................................... .............

361 362 363 371 372 373 382 383 391 392

8. — S an to s E d esio y A nfiano, h e rm a n o s m á rtire s ( f 306) ..................... Santoral ........................... ............................................... ..................................... San Alberto, patriarca de Jerusalén. — S. Dionisio, ob. de Corinto. — S. Perpetuo, ob. y c f............................................................................................ 9 . — S a n ta C asilda, v irg en (1040 ?-1074) ........................................................ Santoral .................................................................................................................. San Acacio, o b . — Sta. María C leo fé.— Sta . Valtrudis, abadesa ...

393 401

10. — S an M acario, arzo b isp o de A n tio q u ía (950P-1012) ......................... Santoral .................................'.......... ........ ............................................................ San Ezequiel, p r o fe ta .— Stos. Terencio, Pom peyo, M áximo, Africa­ no y cuarenta, compañeros, m rs.......................................................................

413 421

11. — S an L eó n I, el M agno, p a p a y d o c to r de la Ig lesia (395?-461) ... S a n to r a l. — San Felipe, ob. y, c f . — Sta. Gema Galgani, v g ...............

423 432 433 441

12. — S an Ju lio I, p a p a ( f 352) .............................................................................. Santoral .................................................................................................................. San Víctor, m r. bracarense. — S. Sabas, mr. — S ta. Susana y com. pañeros, m rs..............................................................................................................

402 403 411 412

422

442

1 3 . — S an H erm en eg ild o , re y y m á r tir (555?-585) ....................................... S a n to r a l. — Santos Carpo, Pupilo, Agatodoro y compañeros, mrs. — San Marcio, ab. —-S ta . Ida, condesa de Bolonia (norte de Francia) ...

443

14..—• S an J u s tin o el Filósofo, ap o lo g ista y m á r tir (103-167) ..................... S a n to r a l, — Santos Valeriano, Tiburcio y M áximo, mrs. — Santa Liduvina, v g ................................................................................................................. 1 5 .— S an P e d ro G onzález, d o m in ico (1190-1246) ........................................... S a n to r a l. — Santos Marón, E utiques y Victorino, mrs. — Stos. Olim­ pias y M áximo, m rs. — Stas. Basilisa y Anastasia, mrs. .................... 16..— S an B e n ito Jo sé L a b re , p ereg rin o (1748-1783) .................................. S a n to r a l. — Santo Toribio, ob. de Astorga ............................................. San Fructuoso, arz. de Braga. — Sta. Engracia y dieciocho compañe­ ros, mrs. en Zaragoza ........... . . . ......................................................................... 17. — S ap R o b e rto , a b a d b e n e d ic tin o (-¡- 1067) : .............................................. S a n to r a l. — San Aniceto, P. y m r. — S. Inocencio, ob ........................

453

452

462 463 472 473 481 482 483 491

Stos. Ellas, Pablo e Isidoro, mrs. — B ta . María Aria de Jesús, mercedaria descalza .............. ...................................................................................... 18. — B e a ta M aría de la E n c a m a c ió n , c a rm e lita (1566-1618) ................. Santoral ................................................................................................................. San Perfecto, presbítero y rrir. — S. Apolonio, senador, apologista y m r . — B to . Andrés Hibernón, c f.................................................................. 19. — S an V icen te d e C olibre, m á r tir ( f 303) ................................................ S a n to r a l. — San León I X , papa ......;........................................................... Santa Oliva, vg. y m r......................................................................................... 20. — S a n ta In és de M o n tepulciano, d o m in ica (1274-1317) ......................... Santoral ..................................................................... ........................................... , San Marcelino, ob. —• S. Valderedo, ob. de Zaragoza.— S. Teótimo el Filósofo, ob......................................................................................................... 21. — S an A nselm o, arzo bisp o y d o c to r de la Ig lesia (1033-1109) ........ S a n to r a l. — San Anastasio, el Sinaíta, ob. — Stos. Simeón, ob., y compañeros, m rs. — Stos. Alejandra y compañeros, m rs........................ 22. — S an T eod o ro, o bispo d e A n astasió p o lis (583-613) .............................. S a n to r a l. — San Sotero, P. y m r.................................................................. San Cayo, P. y m r. — Stos. E pipodio y Alejandro, m rs........................ 23. —-S a n jo rg e , m á r tir ( f h a c ia el 303) ............................................................. S a n to r a l. — Santos Félix, Fortunato y Aquileo, mrs. — S. Adalber­ to, ob. y mr. — Sta. Pusinna, v g ..................................................................... 24. — S an F id e l d e S ig m arin g a, c ap u ch in o y m á r tir (1577-1622) ............ S a n to r a l. :— Santos Sabas y compañeros, mrs. — S. Gregorio, ob. de Ilíberis. — S. Mélito, ob. y cf.' ............................... ....................................... 2 5 . — S an M arcos, evan g elista, obispo y m á r tir ( f 68) ............................ S a n to r a l. —■San Aniano, o b . — Sta. Franca, vg. — S. E steban, pa­ triarca de A ntioquía y m r. ............................................................................... 26..— B e a to A n to n io de R ív o li, do m in ico y m á r tir (1423-1460) .............. S a n to r a l. — San Cleto o Anacleto, P. y mr. — San Marcelino, papa y mr. — S. Ricario, presbítero y c f.............................................................. 2 7 . — S an P e d ro A rm engol, m erced ario y m á r tir (1238?-1304) ............ Santoral ................................................ .................................................................... San Pedro Canisio, cf. y dr. — S. Anastasio I, P. — Stos. A ntim o y A ntonino, m r s .— Sta. Zita, vg. .............................................................. 2 8 . — S an P a b lo d e la C ruz, fu n d a d o r (1694-1775) — ............................... S a n to r a l. ■— San Prudencio, ob. y c f.............................................................. San Vidal o Vital y Sta. Valeria, m r s .— B to . Pedro Chanel, Padre Marista, protom ártir de Oceanía ................................................................... 2 9 . — S an H u g o I, a b a d de C lu n y (1024-1109) ............................................. S a n to r a l. — San Pedro de Verona, m r........................................................ San Em iliano, soldado y mr. — S. Roberto, ab. y fundador ................ 30..— S a n ta C a ta lin a de S ena, v irg en (1347-1380) ....................................... S a n to r a l. — San Indalecio, ob. y m r......................................................... San M áximo, comerciante y m r .— S. D onato, ob. y c f . — San B e­ nito Cottolengo, padre de los pobres .......................................... ...................

492 493 501 502 503 511 512 513 521 522 523 532 533 541 542 543 552 553 562 563 572 573 582 583 591 592 593 601 602 603 611 612 613 621 622

INDICE

ALFABETICO

Los nombres escritos con negrita, corresponden al Santo de Cada Día, con vida completa. Los impresos con letra redonda ordinaria., corresponden a Santos de' los cuales se hace mención y se dan referencias m ás o menos extensas. Cada uno lleva la fecha de su fiesta. Abacuc, m r. — 19 enero .......... Abdécalas, m r. — 5 abril ............. Abibó, m r. — 27 marzo __ 292 y A brahán K idunaia, erm . — 16 de marzo Acacio, ob. y cf. — 9 abril ....... - Adalberto, ob. y m r. — 23 abril . A drián, m r. — 5 marzo ................ Africano, mr. — 10 abril ............. Agape, vg. y m r. — 3 abril ....... Agapito, ob. y cf. — 16 marzo ... Agatodoro, ob. y m r. — 4 marzo. Agatodoro, m r. — 13 abril ....... '... Agatón, mr. — 5 abril ................... Agatónica, mr. — 13 abril ........... Agrícola, ob. y cf. — 17 m arzo ... Alberto, p a tr. y m r. — 8 abril ... Albino, ob. y cf. — 1 m arzo ... A lejandra, emp. y m r. —• 21 de abril .................................... 532 y Alejandro, m r. — 28 m arzo ......... A lejandro, mr. — 22 abril ........... Amador, ob. y cf. — 1 mayo ... Ambrosio de Siena, dom. y cf. — 20 m arzo ...................................... Amos, prof. — 31 m arzo ............. Anacleto, P. y m r . — 26 abril ... t Ananías, m r. — 21 abril ............. Anastasia, vg. — 10 m arzo ....... A nastasia, m r. — 15 abril ............ Anastasio, anac. y ob. — 21 de abril .............................. 302, 308, A nastasio I, P. — 27 abril ......... Anastasio, mr. — 14 junio .......... Andrés de Sena, solit. — 19 de marzo .............................................. Andrés H ibernón, cf. — 18 abril . Anfiano, m r. — 2 abril ................

260 532 299 161 412 552 60 422 351 170 50 452 372 452 180 402 11 548 290 542 172 210 320 582 532 109 472 532 592 117 • 200 502 393

Ángel de la G uarda. — 1 marzo ... 19 Angélica, a b s a .— 3 ' abril ............. 352 Aniano, ob. y cf.— 25 abril. 569 y 572Aniceto, P . y m r. — 17 abril ... 491 Ansberto, ob. y cf. — 20 de m arzo .................................. 203 y 208 Anselmo, ob. y cf. — 21 abril .. 523 Antígono, cf. — 4 m arzo ... 131 y 133 Antim o, ob. y m r. — 27 abril ... 592 A ntipas, mr. — 11 abril ................ 432 592 Antonino, mr. — 27 abril __ ..... Antonino, arz. y cf. — 2 mayo . 574 Antonio de R ivoli, m r.—26 abril. 573 Apolo, m r. — 21 abril ...... 532 y 548 Apolonio, anac. y m r. — 8 marzo. . 90 Apolonio, sen., apol. y m r. — 18 abril .... ........................................... 502 Aquileo, m r. — 23 abril ............. 552 Arcadio, ob. y m r . —-4 marzo ... 50 Aredio, ob. y cf. — 10 agosto ... 101 Aristóbulo, ob. y mr. —■15 marzo. 159 Atalo, ab. y cf. — 10 marzo .... 101 Audifax, m r. — 19 enero ........... 260 A ugusta, vg. y m r. —• 27 marzo . 280 Áurea o Auria, vg. — 11 marzo . 120 Avito,. solit. y mo. — 22 marzo. 230 B albina, vg. y m r. — 31 marzo ... B araquisio, m r. — 29 marzo ...... B artolomé Gutiérrez, ag. mr. — 3 septiem bre ...................................... Basilio, pbro. y m r. — 22 marzo . Basilio, ob. y m r. — 4 marzo ... Basilio, ob. — .................... Basilisa, m r. — 15 abril .............. Basilisco, sold. m r. — 3 marzo ... Benitico, cf. — 14 abril ................ Benito, ab. y fd. — 21 marzo ...

320 291 22 221 50 442 472 40 462 211

Diego José de Cádiz, cf. — 24 Hnnllo iil>licaniente el d ía de P a s c u a , a cau sa de ser m a y o r entonces el concurso «Ir (‘entes, y que les diría lo q u e él sentía de Cristo y de la L e y de M oisés. E l M ilito prom etió hacerlo

así. L le g ó

el d ía

señalado

y,

estando

presente

un

sinnúm ero de ju dío s y gentiles, subiero n a S a n tia g o a un lu g a r alto del T e m ­ plo. y , después de haberles de cla ra d o los príncipes de los sacerdotes grandes jlu b a u z a s del S an to p a ra ga n a rle m ás la

v o lu n tad ,

le d ije ro n : « ;O h

J u s to !

Imi ti confiam os; y a ves que están en gañ an d o al pu eblo en n o m bre de

un

im postor cru cificado; h a b la , pues, y dinos la v e rd a d acerca de J e sú s». E n ­ tonces aq u el

santo

y

v en erable an cian o, m iran d o

m u ch edu m bre que le r o d e a b a , ex clam ó :

co m p asivo a la

inm ensa

«¿ Q u é m e p regu n táis del H ij o

del

hom bre? S a b e d q u e está sentado a la diestra de D io s P a d r e , y ha d e ven ir a ju zgar a los v iv o s y a los m u e rto s». L e v a n tó se luego a la b a n d o a

D io s

un

m u rm u llo

entre los fieles a l o ír estas

po r ellas, gritaron :

p a la b ra s , y ,

«¡H o s a n n a a l H ijo de D a v i d ! »

E n tre­

tanto, los sacerdotes, escribas y fariseos, b ra m a n d o de r a b ia , tom aron pied ras contra

él

y,

Y , echando

da n d o m an o

voces,

decían:

«¿ N o

sobre él, le arro jaro n

veis

cóm o

ha

errad o

el J u s t o ? »

de allí a b a jo .

Q u e d ó m u y m alh erid o con la c a íd a; p ero , o lvid án d ose de aq u ella in ju ria y acordándose de la c a rid a d de su S eñ or, que en la cruz h a b ía ro g a d o P a d re eterno p o r sus enem igos, le v an tó las m anos y el corazón a puesto de rod illas, com enzó

a

decir:

«S u p lic ó te ,

S eñ or,

q ue

les

al

D io s, y , perdones,

po rqu e no saben lo q ue h a c e n ». N o se ap lac aro n aq u ellos ho m bres m a lv a d o s con tan dulces p a la b ra s , antes, p erseveran d o en su m a ld a d , gritaro n : A p e ­ dreem os a S an tia go e l J u s t o » . E m p e z a b a n y a a ap edrearle, cu a n d o u n sacer­ dote

del

lin a je

de

los

R e c h a b ita s

hacéis? ¿ N o estáis oyen do

se

interpuso

diciendo:

«D e ten e o s;

¿qué

que e l J u s to reza p o r v o so tro s? » P e ro m ientras

eso decía, un b ata n ero dió al S an to un garro tazo en la cabeza con u n a p ér­ tiga y lo d e jó m u erto. F u é su m artirio el p rim er día de m a y o del añ o 63, y en este d ía celebra la Iglesia su fiesta. C on este m artirio entregó su alm a a D io s este santo A p ó s to l, q ue, según San Jerónim o, h a b ía go b ern ad o d u ran te treinta años la iglesia de Jerusalén. S u cuerpo fu é en terrado en el m ism o lu g a r de su m artirio , cerca del T e m p lo , en un sepulcro abierto en la p e ñ a v iv a . S u cesor suyo en el episcopado fué S an S im ón o S im eón. A n a n o , sobre q uien c a y ó la ira del S eñor, m u rió estran ­ gu la d o po r u n a facción de sus co m patrio tas. La

m a y o r parte de las reliqu ias del S an to se hallan en R o m a , ju n to

a

las de San F e lip e , en la iglesia de los Santos A p óstoles. T a m b ié n se g u a r ­ dan algu nos fragm en tos en S an tia go de C o m po stela, T o lo sa y A m b c re s .

N o nos es necesario lo tem p oral, sino servir al Señor

DIA

SA N P A T R IA R C A

C

en una

m agn ífica

MAYO

ATANASIO

D IÍ A L E J A N D R Í A

IT A N D O

DE

2

Y

DOCTOR

DK

LA

IG L E S IA

(295 - 373)

m isa solem ne entona el coro el C re d o

profesión

de

nuestra fe en Jesucristo,

«H ijo

de N ie e a . unigénito

de D io s, v e rd a d ero D ios de D ios v erd a d ero , en gen d rad o, no hecho, y

consustancial al P a d r e » ,

acordém onos que fu é S an A ta n a sio el

in spirado au to r de esta lu m inosa fó rm u la de nuestra fe. o p u esta a los erro ­ res de A rrio en torn o a la P erson a de Jesucristo. Pocos h om bres han sido tan o diados y, a la vez. tan am ado s du ran te su v id a po r la defensa que hicieron de su fe . com o nuestro S an to . F u e ro n tan im placables

con /él los arrían os,

sus enem igos

ju ra d o s,

com o

abn eg ad o s

y

tieles sus am igos; de m odo que la historia de su v id a tan a g ita d a , tan co m ­ b a tid a y , a la vez, tan fe cu n d a, viene a ser la historia m ism a

de nuestro

C re d o católico. S an A ta n a sio fué o riu n d o , a lo que parece, de A le ja n d r ía , en el B a jo E g i p ­ to. y víó la luz prim era el año 295. Sus progenitores fu ero n cristianos y de origen griego. Con sólo m en cionar la fa m osa b ib lio te ca de A le ja n d r ía , su es­ cuela filosófica y su m useo, podem os hacem os cargo de la celebrid ad de esta ca p ital cu lta;

la

prim era

del m u n d o , a

A te n a s se h a lla b a y a en decadencia.

la sazón,

después de

R om a,

pues

G rie g o p o r educación — com o lo e v id e n c ia ba léctica— , A ta n a sio era ta m b ié n ,

la

fle x ib ilid a d

p o r la ten acidad de su fe y

de su

su

d ia ­

in d e p en ­

dencia frente al p o d e r civ il, h ijo d e esos egipcios cruelm ente perseguidos p o r el e m p erad o r D o m ician o , quienes ten ían a g a la osten tar en sus

cuerpos las

cicatrices de los latigazos recibidos p o r la defensa d e sus creencias. D u r a n t e su ju v e n t u d

go záb a se p a rticip a n d o de las au steridades y

a sp e­

rezas prac tic ad a s d e m o d o tan su blim e p o r los solitarios de E g ip t o ; pues p a ­ rece ser q ue h a c ia los veinte años tu v o relaciones m u y oordiales con el m ás em inente de entre ellos, S an A n to n io , según se desprende de sus m ism os es­ critos. N o ten drá en su destierro am igos m ás fieles q u e los m onjes, y en la so le d ad

de las ab ra sa d a s

arenas

y

de

las rocas desn udas

de

sus cenobios

irá a ocultarse. P a r a reunirse con ellos, rem o n tará el N ilo en b a rc a p a sa n d o de lan te de las P irá m id e s tres veces m ilenarias.

ARRIO, EL HERESIARCA O H aqu ellos días, S an A q u ila s , p a triarc a de A le ja n d r ía , a c a b a b a de o r­ den ar de p resbítero a u n h o m b re am bicioso e inqu ieto, d o tad o de excep' cionales cu alidades. E n la discusión no tenía ig u a l. L la m á b a s e A rr io y su v a s ta cu ltu ra sirvióle no poco después de su ord enación, o bte n id a p o r a stu ­ cia, p a ra conseguir la regencia de una p a rro q u ia im p o rtan te de la c iu d a d de A le ja n d r ía — la d e B a u c a lis— . A d e m á s tu v o a su cargo la exp licación de las S ag ra d a s E sc ritu ras. E n estos m inisterios se o c u p a b a desde h a cía ocho añ os, cu a n d o el piadoso p a triarc a de A le ja n d r ía supo con tristeza que el p á rro co de B a u c a lis p ro fesab a doctrinas e x tra ñ a s respecto a la a d o ra b le P e rso n a del H ij o de D io s. Sostenía, p o r eje m p lo , que la segu n d a P e rso n a de la S an tísim a T r in id a d no h a b ía existido desde tod a la e te rn id ad , y que el H ijo de D io s no era o tra cosa que el p rim ogén ito de los h o m bres creados. S em e jan te ción era un desatino de gra v es consecuencias.

aser­

¡ E l a d o ra b le m isterio de un

D io s hecho h o m b re y m u rien do p o r nosotros no era , según eso, m ás q u e u n sueño!

¡L a

econom ía de la

R eden ció n q u e d a b a d e sb a ra ta d ^ ; el abism o

in ­

so n d ab le ab ríase n u evam en te tan ate rra d o r entre la de sv e n tu ra d a h u m a n id a d y la inaccesible d iv in id a d

com o en los tiem pos

prim itiv o s, y el m u n d o no

h a b ía p ro gresad o m ás después de la predicación del E v a n g e lio q u e antes de la ve n id a del S a lv a d o r! San A le ja n d r o , sucesor de S an A q u ila s , se v ió precisado a exc o m u lg a r a A rrio ; pero esa p ro vid en cia era tard ía y el m al m u y considerable y a , pues la n u e v a do ctrin a seducía a los cristianos poco firm es en sus creencias. E l am e n ­ gu a r la m ajesta d de Jesucristo, y , p o r ende, el rig o r de la ju sticia d iv in a , era ,

p a ra

las

alm as

sensuales y

frív o las, ocasión

p a ra

lanzarse librem ente

i-nr la pendiente de sus vicios. E n C esarea, do n de se refu g ió , A rr io tenía nu.• i usos partidario s, au n entre los obispos. U n o de ellos, E u s e b io

de N ic o -

iiM .lin, le a n im a b a a prosegu ir su ap o sto la d o . E n A le ja n d r ía , p a rte del pu eblo niipiitizaba con él, pues poseía un d o n especial p a ra gan arse las v o lu n tades "l>n- todo del devoto sexo fem en in o. D ifu n d ía n se entre el p u e b lo canciones ]Mipul¡irL-s p a ra uso

de los

v iaje ros,

m arineros y

artesan os, con

o b jeto

de

> m ar p ara su cau sa a los ign oran tes. A rr io lo d irigía todo; él h a b ía co m pu es­ to la letra y la m elodía. C e le b ra b a n concilios, u nas veces los partid ario s del hereje, quienes co n firm a b an sus doctrinas, y otras los católicos, en los que • rn ex c o m u lg ad o . E n fin , tod o el O rien te a rd ía p o r esta época

(324-325) en

Humus encendidas p o r la h e rejía, y la Ig lesia veíase a m e n a za d a p o r el peli;ro m ás g ra v e

que ja m á s

corriera.

SAN ATANASIO, DIÁCONO. — CONCILIO DE NICEA

P

OR

el m ism o tiem po,

p re n d a d o el p a tria rc a de la san tid a d y ciencia

d e A ta n a sio , le n o m b ró secretario su y o y b a ja estatu ra y

b re c illo »,

com o

le ord enó de d iácon o.

De

co m plexión en clenque, ¿qué p o d ía hacer este «h o m ­

despectiva

y

rab io sa m en te

le

lla m a ra

un

d ía

Ju lian o

el

A póstata? P e r o A ta n a sio , que p o r n a tu ra l pro p en d ía a ser gra n d e en todo, >■ h abía y a d a d o a conocer, apen as cu m plid os los vein ticu atro años, con la publicación de u n a o b ra de v ig o r y clarid ad poco com unes, in titu lad a D is c u r ■os c o n tr a

lo s g e n tile s , en los que la id o latría era rid icu lizad a y a p la s ta d a .

Sin e m b a rg o , el e m p erad o r Constantino, cuyos sentim ientos eran p ro fu n d a ­ mente cristianos, inqu ieto p o r esas dispu tas y térm ino a

tales escándalos y

controversias,

decidió poner

convocó, a l efecto, a todos los obispos de la

«tie rra h a b it a b le », p a ra o pon er a l en em igo de la Iglesia «lo s b atallo n es de la falan ge d iv in a ». E l lu g a r elegido p a ra la asam b lea fué N ic e a de B itin ia . G ra cias al a d m ira b le sistem a de com unicaciones con q ue el im perio ro ­ m ano h abía s ab id o asociar a su centro los países conquistados p o r las arm as, los obispos dispusieron, de etapa en e ta p a , de convenientes m edios de trans­ porte, com o coches, an im ales de silla, casas de refu gio, en las q ue los em ­ pleados de la posta im perial les p restab a n tod a clase de servicios; y m ediados de m a y o de 325 — verosím ilm ente el 20—

hacia

se h a lla ro n congregados

en N ic e a m ás de trescientos obispos. E l e m p erad o r en persona in a u g u ró el C oncilio, com o presidente honorario en cierto m o do. A llí estab a el heresiarca, presuntuoso y arro gan te, contando d e slu m b rar con su ciencia a todos aqu ellos varones que él ju z g a b a de espí­ ritu sencillo y m ás ac ostu m b ra d o s a ca teq u iz ar al pu eblo que a discutir po r los m étodos de los filósofos Aristóteles y P la t ó n . N o co n ta ba, sin d u d a , con

la perspicacia y dialéctica del jo v e n

diácono A ta n a sio , q ue desde el prim er

m om ento se d ió a conocer com o el ad v ersa rio m ás tem ible de los arrían os. N a d ie com o él sab ía asim ilarse la p a rte esencial de u n a d ific u lta d , n i e x p o ­ ner m ás lum inosam en te el pu n to en t o m o del cu al tod o g ira b a . Y a A rr io

desviarse, en exposición

nebu losa,

de

podía

la transcendencia d iv in a ;

A ta ­

nasio le v o lv ía in v a ria b lem e n te al v e rd a d ero p u n to de la discusión: el m is­ terio de la R eden ció n h u m a n a. A dres in scribieron el S ím b o lo

excepción de cinco obispos, todos los P a ­

de N ic e a . cu y a

redacción

h a b ía

sido confiada

co ntrad ictoriam ente a los dos ad versario s: al heresiarca A rr io y al cam peón de la o rto d o x ia . A ta n a sio .

COMIENZA

C

IN C O

SU EPISCOPADO. — PRIMER DESTIERRO

meses después del Concilio. San

A le ja n d ro en tre ga ba su alm a

a D io s, design an do antes po r sucesor suy o al diácono A ta n a sio . L o s fieles ap lau d iero n esta elección, y la consagración se efectuó el 7 de

ju n io de 328. E l n u ev o o b isp o tenía a la sazón treinta y dos años. L a s o v a ­ ciones po pu lares in d ic ab an a

las claras el en tusiasm o con q ue la m u ltitu d

le acogía: « ; V i v a A ta n a sio ! ¡V iv a ! — c la m a b a n — . E s u n asceta, es un obispo c a b a l.» S em ejan te entusiasm o no era del a g ra d o de los arrían os, com o puede suponerse. Por

in iciativa

sum am en te

in teresada

de

los

h a b ía resuelto C onstantino solem nizar el trigésim o

a d v ersa rio s

de

A ta n a sio .

año de su rein ado ,

m e­

dian te u n a n u e v a asam b lea conciliar q ue se celebró en T iro el año 335. E n la m ente del em p erad o r, esta reunión

h a b ía de ser. a no d u d a rlo , o b ra de

pacificación d e fin itiv a; pero la carta im p erial de convocación era h a rto sig­ n ific ativ a. pues a g re g a b a que si algu n o d e ja b a de concurrir, po r la fu erza p ú b lic a .

D e hecho, este preten dido

se le o bligaría

Concilio no fu é m ás que

un indigno co n ciliábu lo . L o s enem igos de A ta n a sio se h a b ía n aq u el lu gar, y he a q u í la n o vela q u e in ven taro n p a ra

d a d o cita en

perd er al santo p a ­

triarca. A cu sáron le de h a b e r m an d ad o a uno de los suyos q u e asesinara a A rsen io, o b isp o de H ip selis. Y ciu d ad

com o

el b raz o seccionado de la v íctim a fu é p asead o p o r la

p ru e b a fehaciente de su crim en.

A b rió se

una

in form ación , y

A ta n a s io descubrió m u y pronto su astu ta p a tra ñ a y se ingenió p a ra d a r con el pa ra d ero del preten dido m u erto, el cual se h a b ía o cu ltad o en u n m o n as­ terio. E l d esv en tu rado cóm plice solicita hum ildem en te el perd ón y , p o r orden del santo p a tria rc a , se m ezcla o cu ltam ente entre la asam b lea conciliar. L le g a el m om ento en q ue los acusadores, en tono m elodram ático , piden ven gan za y, abrien do lina ca ja m isteriosa, sacan de ella un b raz o seco. E n ton ces A t a -

nasio se le v an ta y dice: «R u e g o a los q u e conocían perso n alm en te a A rsen io q u e se sirv a n le v a n ta rs e .» L u e g o , m ostrán doles su p rete n d id a víc tim a , les dice: «¿ E s éste A rsen io , a q u ien he m a ta d o y al cu al he hecho co rtar el b r a z o ? » A rsen io m ostró a todos a m b o s brazos y el p a tria rc a p rosigu ió:

«A

m is acusadores les corres­

po n d e a h o ra a v e rig u a r el lu g a r d o n d e p o d ía lle v a r ocu lto el terce ro .» P u e s bien , au n q u e n a d a p o d ía serv ir tan to a la cau sa d e l santo o bisp o com o u n a victo ria

tan m o rtifican te p a ra sus en em igos, con tod o, éstos no

d e sm a y a ro n , sino q u e im ag in aro n u n a n u e v a acusación , la m ás conducente a im presion ar el a m o r pro p io de C o nstantino. E n efecto, se le acusó de h a b e r m o n o p oliza d o el trigo p a ra d istrib u ir grandes lim osnas a los p obres d e A le ­ ja n d ría , ocasion an do de ese m o d o el h a m b re en C o n stan tin o p la , la g ra n c iu ­ d a d , tan gloriosam ente fu n d a d a p o r el em p erad o r, su c a p ita l y

o b je to

de

legítim o orgu llo . E s t a v ez la acu sación to c ab a a C on stan tin o en lo m ás sensible; era com o ec h a r aceite a l fu e go . E l em p e ra d o r no esperó q u e el acu sado presentase su defen sa, sino q u e , p a ra p o n er fin a to d a discusión, dió o rd en de co n d u cir S A ta n a sio a T ré v e ris de las G a lia s. E je c u tó se la o rd en en 335, y el p a triarc a fu é a le ja d o de su p a tria h asta la m u erte de C o n stan tin o

(3 3 7 ).

REGRESO DE SAN ATANASIO. — NUEVOS DISTURBIOS Y

NUEVOS DESTIERROS

L recibim ien to triu n fal y la a legría del p u eb lo al v e r de n u evo a su a m a ­

E

do

p relad o ,

después d e

vein tioch o

meses

de

destierro,

no

son

p a ra

descritos. P o r desgracia la paz fu é de corta d u ració n , pues los a rría ­

nos no

cejaron

h asta

conseguir sus m a lv a d o s

intentos.

A poy án do se

en

el

e m p e ra d o r C onstancio — uno d e los h ijo s de C o n stan tin o , a quien le h a b ía co rrespon dido en herencia g ra n p a rte del O riente con el E g ip t o , y

q u e es­

taba y a

tocado de la herejía de A rrio — , reunieron u n co n ciliábu lo en A n -

tio q u ía ,

depusieron

a

A ta n a sio

a u n sacerdote egipcio p o r

por

segu n da

vez,

y

eligieron

n o m b re P isto s; d u ran te m ás

en

su

lu g a r

de un añ o, el le­

gítim o p a tia rc a h u b o de v iv ir en su m etrópoli frente' a su riv a l. L o s dos p a r ­ tidos recurrieron al P a p a , q u e era entonces S an J u lio I . A ta n a sio fu é a entrevistarse personalm ente con el P a d r e S an to p a ra de­ fe n d e r su causa (3 4 0 ). Julio I co n firm ó a A ta n a sio en la posesión de su o b is­ pado y

condenó a los herejes con n u evo an atem a ;

pero

esta sentencia no

p u d o restablecer al santo p a triarc a en su sede, a pesar de q u e los concilios de R o m a

(3 4 1 )

y

de S árd ica

(3 4 4 )

hubiesen

orientales proseguían la lu ch a sin descanso.

v o ta d o a su fa v o r , pues

los

C u an d o desde el p rin cip io de su estancia en R o m a se le v ió , ac om p añ a d o ■le do s m on jes q u e lle v ó consigo del desierto, o b se rv a n d o v id a de v e rd a d e ro «secta ,

u n a sim p atía general rod eó

escogido de

la

sociedad ro m a n a y

el orácu lo

de lo m ás

d e las fa m ilias senatoriales,

su persona. F u é

tales com o

ln de la virgen M a rc e la . D ió a conocer la

m a ra v illo s a v id a de los

m onjes

ilc E g ip t o , en p a rtic u la r la de su íntim o am igo S an A n to n io , c u y a com pen ­ d ia d a v id a escribió m ás ta rd e . S an A g u stín h a b la repetid as veces de la im p re­ sión p ro fu n d a que hicieron sobre las alm as de O cciden te estos relatos e x tra ­ ordinarios, y el entusiasm o con que ro m p ía n su esp a d a los oficiales del ejérci­ to rom a n o p a ra im ita r las au steridades y espantosas m ortificaciones de los so ­ litarios y cenobitas. D e esta n u e v a m ilicia b ro tó con el tiem po u n n u e v o clero; hccho este de gra n transcendencia, puesto q u e las Ó rden es religiosas fu ero n , ailo ardientem ente, com o asegu ra A g u stín , ser en terrad a en su país natal i

'ailo de P a tricio , en el sepulcro q ue ella
11.

SOLICITUD POR LOS INTERESES DE

A

LA

IGLESIA

P R E S U R Ó S E desde el principio a poner en práctica las salu d ables re­ form as decretad as po r el C oncilio de T re n to . L o s protestantes h abían acu sado a la

Iglesia de h a ber d e ja d o pe rd er la sav ia d iv in a que en

los prim eros siglos h a b ía p rodu cido tan m agníficos retoños; el po n tificado de San Pío V iba a d a r clarísim o m entís a las in v e ctiv as de los im píos sectarios. E l n o m b re de S an P ío V v a unido a la reform a del B re v ia rio , p edida po r r! Concilio de T ren to . l ’na

B u la del 9 de ju lio de 1568 d a b a

carácter o b li­

gatorio al nu evo B re v ia rio rom an o en todas las Iglesias del m u n do católico. /'I

principio

de su

po n tifica d o

dió

ili- los sepulcros en las iglesias, d r n d e

órdenes

severas

p a ra

estos m onum en tos

a b o lir

fu n erarios

el lu jo hacían

n 'v id a r al D ios \iv o . y por su fau sto rele ga b an el a lta r a segundo térm ino. I avoreeió

la piad osa co stu m bre

de lle var m ed allas y

concedió indulgencias

a los q u e la p rac tic ab a n . E l 29 de m arzo de 1567 pu blicó una B u la m u y im l'ort inte, refre n d a d a po r trc.n ta y n u eve C ard en ales, en la que p ro h ib ía en a­ jenar.

b a jo

c u a lq u ier

pretex to ,

ram ento a o b se rv a r esta B u la ; y > íl' I o

posesiones

del

patrim o n io

de

S an

P ed ro ;

los nuevos m iem bros del S acro Colegio d e b ía n com prom eterse p o r ju ­

M ulos

así se cu m p lió , al m enos hasta

fines del

X I X . E l P a p a lu ch ab a contra el erro r b a jo todas sus fo rm as; el 6 de

junio de 1566 en vió a M a ría E stu a rd o 20.000 escudos de oro p a ra a y u d a rle i n la lucha contra la reina Isab el; se o pon ía enérgicam ente a los luteranos l> r m edio de la Inquisición

A sim ism o h u b o de co m b atir los errores de M i-

i'uel B a y o , profesor de L o v a in a . co n d en an d o el prim ero de o ctu bre de 1567 setenta y

nueve proposiciones falsas del que fué el precu rsor de Jansenio.

I’io V' o torgó a S an to T o m ás de A q u in o . el 11 de ab ril de 1567. el títu lo de D uctor de la Iglesia. E n fin . institu yó en 1571 la S a g ra d a C ongregación del Indica

CRUZADA CONTRA LOS TURCOS Y VICTORIA DE LEPANTO N

E

el siglo X V I ,

las esperanzas d e los sultanes d e C o n stan tin o p la p a ­

recían despertarse a l calo r de las disensiones q u e d e so lab a n a la Ig le ­ sia, y

sus ejércitos se ap restaro n a c o m batir a

a cristia n d a d . E n

el

añ o 1566 apareció S olim án con n u m erosa flota an te la isla de M a lt a , refugl® de los an tigu os

caballeros de Jeru salén, pero h u b o

de

batirse en retirad a .

E ste fracaso era d em asiad o sensible p a ra q u e los turcos no soñ aran v e n g a r­ se. S elim

I I h a b ía sucedido a

p o r el em p e ra d o r y

S o lim á n ; so p retexto de u n a tregu a

firm a d a

a p ro v ec h a n d o las disensiones reinantes en los E sta d o s

cristianos, en v ió al ren ega d o M o h a m e d a la conquista de C h ip re

(1 5 7 0 ). L o s

isleños, ata cad os inesperadam en te, se defendieron con v a lo r; pero fu ero n v e n ­ cidos y espantosam ente m altra ta d o s. E stas noticias llenaron d e co n goja el corazón de P ío V , que in vitó a los príncipes cristianos a fo r m a r u n a alia n z a cristia n d a d , pero m ien to.

sólo los españoles y

contra el en em igo

general de

venecianos respondieron

D o n J u an de A u s t r ia fu é n o m b ra d o generalísim o de las

M a rc o A n to n io

C olon n a je fe

de las galeras pontificias.

la

a su |!= "

E l Papa

trop as, y p re d ijo la

v icto ria , pero recom endó que se prep arasen a ella cristianam ente. D u ra n te este tiem po, él m ism o m u ltip lic a b a las oraciones y

m o rtificaciones, a pesar

de las dolorosas en ferm edad es q u e le a q u e ja b a n . El

16 de septiem bre de

1571, el ejército cristiano,

que co n ta b a

65.000

h o m bres, se hizo a la m a r en M esin a; y el sáb ad o 7 de o ctu bre , a la u n a y m ed ia de la tarde, en co n trábase en el go lfo de L e p a n to , entre G recia occi­ d en tal y la península de M o rea, a v ista de los turcos, quienes con sus 85.000 hom bres esperab an h u m illa r a los estan dartes de la C ru z. I b a a librarse u n a gra n b a t a lla . D o n Ju an de A u s t r ia , echando m an o de tod o cu an to p u d iera in flu ir fa v o ra b le m e n te en el resu ltado fin a l, dió lib ertad a m illares de galeotes y puso en sus m anos las arm as de co m bate. E ste rasgo de gen erosid ad tu v o felices consecuencias. A lg u n a s horas m ás ta rd e hacían los turcos lo m ism o; p ero , afo rtu n a d am e n te, sus 15.000 escla­ v o s cristianos a u m e n taro n las fila s de nuestros sold ado s. L a b a t a lla fu é p o r dem ás sangrienta p o r a m b a s partes; pero la Cruz triu n fó b rillan tem en te sobre la M e d ia I.u n a , y entonces co m pren dió E u ro p a q u e el turco no e ra in v e n ­ cible. E l m ism o d ía, en R o m a , es decir, a doscientas legu as, h acia las cinco de la tard e ,

el P a p a

presidía

u n a reunión

de C ardenales p a ra

t r a ta r

asuntos

relativo s a la Ig le s ia , cu an do de repente se levan ta, a b re u n a v e n ta n a y , m i­ ra n d o a l cielo, ex c lam a : «D e m o s p o r h o y de m an o a los asuntos que está­ b a m o s tra ta n d o , y corram os a d a r gracias a D ios p o r el triu n fo q ue a c a b a de conceder a nuestras a r m a s ».

I ni, en efecto, el m om en to preciso en que la C ru z t riu n fa b a en el golfo arte. tras v icto ria tan b rillan te,

v o lv ió

a Jesús

con pu rísim o fe rv o r y

le

i nnsiigró de n u e v o, p o r v o to , la flo r de su ju v e n tu d .

VIRTUDES RELIGIOSAS DE LA BEATA ARA

P

m antenerse en

recurría a

u n estado de

la confesión

con

ISABEL

pu reza perfecta,

m a y o r frecuencia de

la jo v e n la

religiosa

prescrita p o r

la

R e gla y h acía, ad em ás, ca d a año u n a confesión general.

OI. r r v a b a con esm ero y perfección la R e g la y las Constituciones de la O rd en ilr S an to D o m in g o , y d a b a a las superioras p ru eb a s de la m ás ren d id a su­

m isión. E s t a h ija de reyes era t r a b a jo

le parecía

m o delo

a b y ec to o v il y

de h u m ild a d y

se lle n a b a

de c a rid a d , n in gú n

de confusión al

verse tra ta r

con a lgu n a deferencia. M a n ife sta b a , sobre tod o, un gra n sentim iento de c a ­ rid a d con las H e rm a n a s en ferm as o a flig id a s, y con sideraba los pa d ec im ie n ­ tos de éstas com o propios. P o n ía en la p o b reza religiosa el fu n d am e n to de

las dem ás virtu d e s; no

tenía n a d a com o pro p io y v iv ía desp ren d id a d e tod o. D e cu an do en cu an do , su m ad re política, la rein a In és, la v isita b a y la en co n traba con u n a túnica u sa d a y rem e n d a d a. A I o b se rva rlo la reina le decía con tern u ra: « ¿ N o te da v ergü en za, h ija m ía, de lle v a r ese h á b ito siendo com o eres h ija del rey de H u n g r ía ? »

P e ro estas

p a la b ra s

no

le hicieron

c a m b ia r en

lo

m ás

m ínim o

su a m o r a la p o b rez a. Isab el llegó a sab er con a legría q u e las rentas an uales del m onasterio eran escasísim as; era v e rd a d , pero si el m onasterio era p o b re, las virtu d es religiosas rein a b an en él. e Is a b e l d a b a el ejem plo . Su fe rv o r en la oración eran tan gra n d e que de todas sus acciones p a re­ cía hacer una oración con tin u a; m an ifiesta era su p ro n titu d en la asistencia a> coro p a ra el canto de las H o ra s canónicas: nunca se perm itió abstenerse de este oficio ni au n en caso de en fe rm e d ad , a m enos q ue u n a e xtrem a necesi­ dad

se lo im p id iera.

A

m en u do

la en co n trab a n

en

la iglesia

a rro b a d a

en

éxtasis, e le v a d a sobre el suelo a un codo de a ltu ra ; y o tras, en tal estado de d e b ilid a d física,

que sus com pañeras ten ían q u e lle v arla a la celda.

Sentíase ca d a día m ás aficio n ad a a la m ed itación de la P a s ió n . E l V iernes S an to , deseosa de h o n ra r al D iv in o M aestro y

m o v id a

p o r un

sentim iento

de h u m ild a d , h acía cuatrocientas genu flexion es, y en ca d a u n a re z a b a

una

oración; en este día no to m a b a ni v in o ni a g u a . T a m b ié n tenía la costu m bre de re p a rtir en el tiem po de A d v ie n t o el rezo de siete m il A v e m a ria s , ac o m ­ p a ñ a d a s de otras tan tas inclinaciones, p a ra h o n ra r el fru to ben d ito del seno de la V irg e n M a d re . L a

v ig ilia de N a v id a d recogíase desde M aitin es, p a ra

rezar m il A v e m a r ia s en honor del S a lv a d o r que a c a b a b a de nacer. Isab el b u sc a b a la soledad p a ra en tregarse a la co ntem plación . R e p etid a s veces las H e rm a n a s

m ás jó ven es

acu dían

a

ella

p a ra

ac o m p añ a rla

en

sus

ejercicios espirituales y tener p a rte en sus dolores y an gu stias; ella las des­ p edía

con b o n d a d ,

diciendo:

presente la ete rn id ad :

¡o ja lá

en co n trar un p u estec illo!». Y

« T r a b a jo q ue

a

p a ra

m í,

m i lle ga d a a

h ijas la

m ías,

p a tria

p o rq u e

tengo

celestial pu ed a

con estas p a la b ra s se v o lv ía a la oración.

L 'n d ía. u n a de las religiosas m ás ancian as la b u sc a b a con intención de consu ltarla y , no en contrán dola en el m onasterio, se d irigió a l coro, en donde v ió que una H e r m a n a , a quien no reconoció de pro n to, y a c ía

en tierra al

pie de una im agen de la S an tísim a V irg e n . A l co n tem p larla m ás de cerca, la v ió de

im prov iso levan tarse m isteriosam ente del suelo.

p ren dió q ue h a b ía estado en presencia de T ra tá b a s e ,

no o bstan te,

M ás

tarde

co m ­

Isab el.

com o si hubiera, sido la

m u jer m ás

p ro fa n a y

A

LG U N A vez la reina de H ungría, madrastra de la Beata Isabel de Toess, va al convento y, medio malhumorada, le dice:

—« P o r Dios, hija, ¿no te da vergüenza que vean con este hábito viejo y remendado a la hija de un rey?-» Em pero, no por eso cam­ biaba ella de hábito, ni disminuía su amor a la pobreza.

pecad ora del m u n d o , y en n in gu n a cosa p e rd o n a b a a su cu erp o. D e c ía que d a b a D io s gran gloria en el o tro m u n d o p o r la penitencia q ue a q u í se hace, y que h abíam o s de tener m u y presente a Jesucristo, el cu al no quiso go zar ni u n a h o ra d e descanso en este m u n do . E ste rig o r que con ella m ism a u sa b a , ten ía com o fu n d am e n to el conoci­ m iento de sus cu lp as y su p ro fu n d ísim a h u m ild a d ; p o rq u e estaba tan sum ida en el abism o de su n a d a , sentía de sí tan g ra n m enosprecio q u e, p o r m uch o q u e la pudiesen h u m illa r, ella creía q ue era m uch o peor de lo q u e p u d ieran decir y au n im ag in ar. L a s honras

le era n u n d o lo r y

Ten íase p o r la m en or de todos, servía cios costa

h u m ildes

que

ellas

de su p ro p ia

h a b ía n

fa tig a .

de

T ratab a

realizar, de

ca rga in to lerable.

aú n a las legas, y p a ra

m ejo r

gana

p e d ía consejo a las q u e sa b ía n m enos q u e ella,

alivia rlas con

h a cía los o fi­ del

las m ás

t r a b a jo

a

sencillas,

im ita b a lo bu en o q u e veía

en las dem ás, y tod as ten ían m u ch o q ue im ita r de ella.

SUS MILAGROS U R IE R O N

M

dos personas q u e en v id a h a b ía n in ju riad o a la sierva

d e D io s. A l poco tiem po se aparecieron a tres m o n jas y les su p li­ caron q u e se postrasen , en su n o m b re, a los pies de su santa co m ­

p a ñ era p a ra

p edirle p erd ón

de las in ju rias

q ue

le h a b ía n

in ferid o,

ro g á n ­

do la, al m ism o tiem p o , q u e intercediera p o r ellas an te D io s p a ra q u e p u d ie ­ ra n d isfru ta r pro n to de

las eternas alegrías. A d e m á s ,

una

se ap areció a u n a de esas m o n ja s, a d v irtié n d o la q u e no

de estas alm as

p o d ría alcan z ar el

descanso eterno sin p e d ir perdón a la san ta princesa p o r su m ed iación. L a m o n ja respondió

que no

p o d ía

cu m p lir este en cargo en segu ida

p o r estar

Is a b e l en ferm a de g ra v e d a d , y el a lm a replicó q u e , m ien tras tan to , no en­ traría en el cielo. Is a b e l m anifestó m ás tarde a la m o n ja q u e tam bién aq u ella alm a se le h a b ía ap arecid o a ella, m ien tras hacía oración en el coro, su p li­ cándole q u e acu diera a su a y u d a . Una

p o b re m u je r q ue h a b ita b a no lejos de T oess, se en co n traba

y a cu arenta años

p a ra liz a d a de b ra z o y

hacía

m an o , cosa q u e le im p o sib ilita b a

p a ra todo t r a b a jo . U n a vo z le d ijo claram en te: « V e a v e r a la rein a de H u n ­ g ría, sup lícala q u e toque tu m an o y rec obrará s la s a lu d ». C rey ó q u e era sueño y no le dió im p o rtan cia. L a noche siguiente se d e jó o ír la m ism a vo z. L a en ferm a decía p ara sus ad entros: «¿ C ó m o po dré ir y o a H u n g r ía ? »; pero en­ tonces el consejo fu é m ás claro:

« V e a la rein a de H u n g r ía q u e está en el

convento de T o e s s ». O b ed eció la m u je r y llevó an te Is a b e l su p ro p ia e m b a ­ ja d a ; pero la princesa religiosa, sab ed o ra de lo q u e preten día, tu v o m iedo , y

se declaró in d ign a del p o d er

que

se le atrib u ía .

Sin

e m b a rg o ,

cediendo

■i lii*. reiteradas instancias de las H e rm a n a s , entrevistóse de n u e v o con la M .il.inle, estrech óla en tre sus brazos y se puso en o ración, pidien do a D io s irro m p c n sara su fe . A l instante el b raz o y la m an o rec ob raro n su p rim itivo íign r. O tro d ía en tró Is a b e l, en la h u e rta d el m onasterio con u n a co m p añ era i>111-11 recrearse un poco; las religiosas se p a se ab an en el ja rd ín . H a b í a

allí

un local destinado a la destilación de a g u a de rosas y de otros m edicam entos ilr

la

en ferm ería.

Is a b e l

y

su

co m p añ era

se

percataro n

de

que

el fu e go

Imbuí hecho presa en aq u e l local, construido todo él de m a d e ra , y am en a/nbii consum irlo en b re v e tiem po. D isp o n ía n de a g u a , p o r tenerla m u y cerca, iM-rci carecían de v a s ija p a ra a rro ja rla a las lla m as; la o tra religiosa p ropu so n ii pedir au x ilio , pero el v o ra z elem ento a p re m ia b a . E n ton ces, Is a b e l, toiinitulo u n a crib a m ed io q u e m a d a , «nm ergió en el a g u a y ,

b u en a a lo m ás p a ra lle v a r ca rbón ,

llena m ilagrosam en te de ella,

a rro jó

su

la

contenido

«ubre las lla m as, q ue se extingu ieron al m om ento.

PACIENCIA EN LAS PRUEBAS. — SU MUERTE NTRE

E

las p ru eb a s

q u e soportó

Is a b e l,

m erece p a rtic u la r m ención

la

sum a po b reza en que v iv ió d u ran te los vein tic u a tro añ os q u e pasó en aq u el p a rv o

cenobio, do n de las privaciones

era n extrem a s. N o

cabe

■luda q ue sus am igos y parientes h u b ie ra n p o d id o rem e d iarla, pero su m ad re l>ulítica m o stra b a

v e rd a d e ra a v a ric ia p a ra

con

ella.

E sta

rein a

q u e inju s-

Iuniente retenía to d a la herencia de A n d ré s I I I , sólo pe rm itía q u e su h ija p o ­ lítica pu diera disponer de u n a parte insignificante. Poco tiem po después de su profesión , Is a b e l c a y ó gra v em en te en ferm a y , li.ibiéndosele prescrito agu as m edicinales, fu é e n v ia d a a B a d a , en A r g o v ia , ■leumpañada

de

otras

m o n jas.

residía su m ad re política. L a ilr nuestra B e a ta h a b ía

De

d e ja d o ;

se

trasladó

a

Kflenigsfelden,

pero no le dió n a d a , y

Iluda con las m anos casi vacías. L a samientos al cielo, y

allí

donde

reina le m ostró todos los tesoros q u e el p a d re la d e jó

salir p a ra

po brecita m o n ja p refirió d irig ir los p e n ­

se fu é a v isitar el célebre m onasterio de N u e s t r a Se-

nora de las E rm ita s , o de E in siedeln . A s í o lv id ó la aflicción con q ue la d u ­ reza de su m a d ra stra h a b ía a m a rg a d o su a lm a . A

los pocos años de p ro fesar, Is a b e l v ió su salu d n u e vam en te co m p ro ­

m etida.

sin que

los m édicos descubrieran

la

n a tu ra lez a

del

m a l,

q ue

ib a

iDjravándose día a d ía ; fu é preciso v e la r a la en fe rm a , que a c a b ó p o r perd er indas sus fuerzas físicas e intelectuales. I-a

en fe rm e d ad

se pro lon gó

desde

Pentecostés

h a sta

principios

de

no­

viem bre. Enton ces se le ap areció su tía S a n ta Is a b e l de H u n g r ía , y le p ro ­

m etió q ue a los catorce días, o sea, en su fiesta, 19 de n o v ie m b re , rec o b raría la salud. E fe c tiv a m e n te , el d ía señ alad o, o b lig a d a a d e ja r la ca m a p o r la v io len ­ cia de los dolores, se dirigió p recipitadam en te a la iglesia; ta n pro n to com o estu vo en el coro sufrió

un

desvanecim iento an te el a lta r; y

m ien tras

las

m o n jas c a n ta b a n las V ísp e ra s, la en ferm a se incorporó, a b rió los o jos com o si saliera de u n p ro fu n d o sueño y se encontró com pletam en te cu ra d a . U n a leve d e b ilid a d fué cu an to le q u e d ó de su e x tin g u id a dolencia. C u atro años antes de su m u erte, Is a b e l se v ió acom etid a de las fiebres interm itentes lla m ad a s

«t e r c ia n a s »,

que,

al repetirse ca d a

a l paciente sin fuerzas ni en ergías; hu biérase dich o que S eñ or c o m p a rtir con su esposa

los sufrim ientos y

tres días,

penas de su P a s ió n ,

com o ella m ism a lo h a b ía deseado frecuente y ardientem ente. Y d id a

D io s

nuestro

Señ or le concedió

la

gracia

de

d e ja n

in ten taba N u e s tro

soportarlo

tal

en tal m e­ tod o

por

su

a m o r, que n u n ca m an ifestó, ni con p a la b ra s ni con gestos, la m en or tristeza o asom o de desa grad o . P o r el contrario, en los dos ú ltim os años que pasó en

este v a lle

de

lágrim as,

resplandeció

de

m odo

a d m ira b le

su

pacien cia,

precisam ente al sufrir los m ás ag u d o s dolores, a los q ue se ju n tó la parálisis, p riv á n d o la de todo m ovim iento en in u tilizán do la h asta p a ra com er y b e b e r sin a y u d a

ajen a .

La

parálisis

fu é segu ida de

la g a n g re n a ,

h asta

el pu nto

de cu brirse tod o su cuerpo de llagas ulcerosas. A s í, v isita d a p o r la p ru e b a , agradecía al Señ or desde el fo n d o del alm a tam a ñ o don. U n añ o entero pasó Is a b e l en un estad o q u e, al parecer, no p o d ía p ro lon ­ garse

sin

sob ren atu ral

intervención.

Y,

sin

e m b a rg o ,

ib a

a

tran scu rrir el

segu n do de ig u a l m o d o , entre padecim ientos de u n cuerpo p a ra liz ad o y p u ­ ru len to y acerbos dolores soportados con u n a paciencia y

h u m ild a d a

toda

pru eb a . U n a noche en que la v igila n te se h a b ía do rm id o, ap agóse la lá m p a ra ; la H e r m a n a Is a b e l su sp irab a po r el nu evo d ía , pero no quiso d espertar a m o n ja , que se h a lla b a

v en cida p o r el cansancio.

P ú sose la B e a t a en

la

o ra ­

ción, la lá m p a ra v o lv ió a encenderse m ilagrosam en te, y esparció p o r la h a ­ bitació n m a ra v illo s a clarid ad . O tra noche, m ien tras d o rm ía la m o n ja que la v e la b a , sintióse Isab el tan fo rtale cid a, q ue se le v an tó

de la cam a, se vistió y se fu é

oró

el

algu nos

instantes

an te

San tísim o

S acram en to .

al coro,

Satisfecha

donde

su

devo­

ción. vo lvióse en silencio a su cu arto y se acostó; no se conoció el caso sino po r sus confidencias, pero no quiso m an ifestar lo que le fu é d e clarado

en

este co lo qu io con Jesús H o s t ia , y se lle v ó el secreto a la tu m b a . D esd e en­ tonces, y a no v o lv ió a p isar la iglesia del m onasterio. E l tiem po de la lib ertad se a p ro x im a b a ; con servan do aú n el uso de los sentidos, pidió los ú ltim os S acram en tos, q u e recib ió con gran fe rv o r y , tras las cerem onias a c o stu m b ra d as en

tales casos, suplicó que

abriesen

la ven -

Iii

i

V IA

I S A B E L

DE

69

T O F S S

-.1 para p o d e r co n te m p lar el cielo. L u e g o , d irigien do sus m irad a s a la bó -



a/ u lad a. desahogó su corazón con esta p legaria: Olí

D ios m ío, C ria d o r y R e d e n to r de m i a lm a , que

un d ía seréis m i

ii h io g a la rd ó n !, dirigid sobre m í u n a m ira d a de m isericordia, recibidm e en l'

'.liria celestial, lejos de este m u n d o lleno de dolores, p o r los m éritos de >ira P asió n y m u e rte ». D irigién dose luego a la

m ad re P r io r a

y

a sus H e rm a n a s ,

les agrad eció

• ' l.iinor que le h a b ía n hecho p o r h a b e rla ad m itid o , p o r las bo n d a d es y cui.1 ..lus que le h a b ía n p ro d ig a d o y , p articu larm en te, p o r la paciencia con que

I. >i> ni sop o rtad o

sus en ferm edades.

Luego,

v o lv ien d o

a

la

oración,

invo-

■ lu silenciosam ente la a y u d a de D io s, percibiéndose tan sólo el m o vim ien to •>• el p a p a G re go rio V I I ,

abo rrecid o de

todos y

a to rm en ta d o p o r el v e r-

ilm ■> eruel de su conciencia, tu v o q u e h u ir a H u n g r ía , d o n de m u rió en el un.misterio de O ssiac, en una

10S3, después de severa penitencia,

m uerte dich osa, alcan zad a — según

dicen—

q ue term inó

p o r intercesión de su

\ n i una. Sun G re go rio

V II

m an d ó a

los

obispos polacos,

que sin su

licencia no

••••"¡i-sen ni coronasen a nadie p o r rey . H on ró D io s al santo o bispo con vario s m ilagros m u y n o tables, y fu é ca ­ nonizado p o r Inocencio IV ', el 17 de septiem bre

del año

1253, y

en

1595,

• ii ' I pontificado de C lem ente V I I I , fu é inscrito én el m artirolo gio rom an o , •

1 de m a y o . E ste m ism o P a p a

inilii I

la

Iglesia

m an d ó q u e se celebrase con rito d o ble en

católica.

.as reliqu ias

del

S an to

fu eron

traslad a d as

ili- la colina co ron ada

p o r la iglesia de S an

■i ■sitiado E stan isla o —

a

la

cated ral

de

desde

M igu e l,

C rac o v ia ,

el

cerca

do n de

S k a lk a t

— n om bre

de la cu al fu é se conservan

en

iin.i m agnífica u rna de p la ta colocada en un a lta r en el centro del crucero. I ti cabeza se gu a rd a en u n

precioso relicario de oro.

DIA

8

DE

MAYO

SAN ACACIO DE BIZANCIO SO LD AD O Y

M A R T IR

(-¡

303 ó 306)

E los ocho santos que llev an el n om bre de A cac io , y que m enciona

D

el M a rtiro lo g io sold ad o p la ,

en

fechas

diversas,

o cu p a

lu g a r

preem inente

un

de C a p a d o c ia , m artiriz a d o en la c iu d a d de C onstantino-

a principios del siglo I V .

É ste y

el

presbítero S an

M u cio,

decapitado en 311 en la m ism a ciu d a d , son los únicos m ártires de B izan cio i|iie sufrieron po r las persecuciones rom anas. A cacio, cu y o n o m b re

griego

(A k a k io s )

significa exen to de m alicia,

per­

tenecía a u n a fa m ilia cristiana de origen griego. N a c ió , p ro bable m en te hacia «•I 270, en C a p a d o c ia . que era p ro v in cia ro m a n a desde el em p erad o r T ib e rio . Situada en el interior del A s ia M en o r, tné ev a n g elizad a

en tre el P o n to .

A rm e n ia

desde los prim eros tiem pos del cristianism o.

cipales ciudades: Ccsarea,

N is a , T ia n a .

En

y

Cilicia,

sus p rin ­

v iv ía n m uchos cristianos fervorosos

i|iie, du ran te las persecuciones de M a x in iia n o G a lerio y de Ju lian o el A p ó s ­ tata, perm anecieron fieles a la fe C ym o

varios

de sus

de Cristo.

correligionarios

de

a q u ella

época.

A cac io

se alistó

joven en el ejército im perial, y o b tu v o el gra d o de centurión, según reza un pasaje de sus A ctas. C u an d o aparecieron los edictos de persecución de D io -

cleciano y p rin cip alm en te de G a lerio , el sold ado no titu beó ni un a u m e n t o en su fe; perm aneció fiel a las prom esas del B a u t is m o y ren un ció a l servicio del C ésar, prefirien do servir a

D io s antes que a

los h om bres.

D e sd e los prim eros años del siglo I V , se pusieron en p ráctica ciertas m e­ didas ad m in istrativ as inicuas e in ju stas, en cam in adas únicam ente a a p a rta r del ejército

im p erial

los

elem entos cristianos

que

ten ía.

Por

este

m o tiv o ,

g ra n nú m ero de soldados tu v ieron que a b a n d o n a r la profesión de las arm as. D esp ués de la ab d ic ac ió n de D ioclecian o, en 305, M a x im in o

D aza,

h o m bre

b á rb a ro , tosco y grosero, fu é pro pu esto p a ra el go biern o de S iria y de E g i p ­ to, m ientras G a lerio se a d ju d ic ó ,

con la Iliria .

las diócesis

de T r a c ia , del

A s ia M e n o r y del P o n to . G alerio era devoto de las falsas deidades y M a x im in o era cruel y

fa n á ­

tico. E n los E stad o s de am b o s go bern ado res la persecución co n tra la religión cristiana

fu é

general

y

v iolen ta .

Se

p ro m u lgaro n

edictos

im periales

p ara

o b lig a r a todos los cristianos, de gra d o o p o r fu e rza , a sacrificar a los ídolos, ap licán doles las m ás crueles tortu ras en caso de resistencia. É sta era, a veces, tan tenaz e in trép id a ,

que

los m agistrad o s, p a ra

o b te n e r la ap ostasía,

tu ­

v ieron que recurrir a torm entos de satán ica cru eld ad ; así lo hicieron algunos m agistrado s de A s ia y

de E g ip to .

SAN ACACIO PROCLAMA ANIMOSO SU FE EN CRISTO CACTO,

com o

los dem ás soldados

de su co m p a ñ ía,

fu é

citad o

ante

el go b ern ad o r de C a p a d o c ia , F la v io F irm o — o q u iz á tan sólo ante u n trib u n o de

este m ism o n o m b re,

que

sería su je fe je rá rqu ico — .

In te rro g a d o acerca de su religión, e in tim ad o a obedecer los edictos im p e­ riales y sacrificar a los ídolos del im perio, A c a c io respondió: — S o y cristiano, nací cristiano, y seré siem pre cristiano, con la gra cia de D io s, com o lo fu ero n m is padres. Insen sible

a

las

am enazas

d el

m ag istrad o ,

el

v alie n te

sold ad o

afirm ó

p o r tres veces su fe en Cristo y pro clam ó que era su v o lu n ta d perm anecer fiel. ¡A d m ir a b le ejem plo de v a lo r, de fe y de constan cia, q ue d e bie ran tener presente

los

cristianos

de

fe

lá n gu id a

y

m o rib u n d a

A p e n a s o y ó esta respuesta, F la v io F irm o hizo

de

nuestros

detener y

tiem pos!

c a rg a r

de c a ­

denas al centurión A c a c io , p o r el solo crim en de seguir la religión cristiana proscrita

por

los

edictos

de

los em p erado res.

El

v aleroso

so ld ad o ,

custo­

d iad o con m u ch a g u a rd ia , fu é conducido a H e ra c le a de T ra c ia , que es la ac­ tu al c iu d a d de S elibia o S iliv ri, situ ad a lejos

de

C o n stan tin o pla,

p a ra

que

a orillas del m a r de M á rm a r a , no

com pareciera

an te

lla m a d o B ib ia n o . L a s A c ta s del m á rtir no nos da n parecencia

del prisionero

cristiano

an te

este

un

oficial

la razón

trib u n a l

m ilitar.

superior,

de esta c o m ­

SAN ACACIO, CRUELMENTE ATORMENTADO CON NERVIOS DE BUEY

A

L

saber

B ib ia n o

el m o tivo p o r el cu al

le traían

al

sold ado A c a c io ,

quiso in terrogarle po r sí m ism o: — ¿ P o r qué, pues — le d ijo — , y a q u e te n o m b ran A c a c io , es decir,

desprovisto de m alicia, te has vuelto tan m alo que has llegado al extrem o de desobedecer las órdenes de — T a n to

m ás

m erezco

los d ivinos em peradores?

ser lla m a d o

A cac io

— respondió

el

prisionero— ,

cuanto m ás en érgicam en te rehusó todo trato con los ídolos, q u e son de m o ­ nios áv id o s de sangre, y con los q u e les rinden culto. C iertam ente, tan firm e respuesta n a d a tenía de ad u lació n , h a y q u e con­ fesarlo, p a ra

los «d iv in o s em p e ra d o re s» de aq u el tiem po,

ni p a ra sus p a r ­

tidarios. B ib ia n o se llenó de indign ación al v e r tan ta au d a cia en un prisio­ nero, y a l fin llegó a las am enazas. — B ie n sabes — le d ijo —

q u e los edictos ord enan

a los cristianos,

penas m u y severas, que sacrifiqu en a los dioses del im perio y

b a jo

q ue los h o n ­

ren. Si quieres e v ita r crueles torm entos, no te q u e d a m ás recurso q u e o b e ­ decer y o frecer sacrificios. R esp on dióle A c a c io sin titubeos: — N o creas que m e asustas an u n cián do m e los m ay o res suplicios. M i cu er­ po está dispuesto a todo; h a z con él lo que quieras. Siendo, com o soy , sol­ d a d o de C risto, no quiero ofrecer sacrificios a los dem onios. es in q u e b ra n ta b le :

n i los

torm entos serán

capaces

de

M i resolución

torcer m i v o lu n tad .

P o r tan resueltas y decididas p a la b ra s entendió B ib ia n o q u e ni con dis­ cursos, ni con am en azas p o d ía lo grar la ap ostasía del sold ado ca p ad ocian o . D e term in ó p o r fin ap licarle los suplicios. — H a s de s a b e r — d ijo a A cac io —

q ue desde el p rim er instante h u b iera

po d id o ap licarte el torm ento; no lo he hecho, en atención a tu ju v e n tu d y po r respeto a

tu

gra d o

m ilitar. P e r o

puedo consentir p o r m ás tiem po im perio y M andó

rehúses con lo cu ra

buey.

paciencia se ha

ac a b a d o

ofrecer sacrificios a

D e sp o ja d o

le flagelasen la espalda y

b ru ta lm en te

de

ya;

no

nuestros dioses.

p la n ta r en el suelo cu a tro estacas, que sujetasen

m ente a l prisionero y sucio y

mi

que, o b stin a d o , desobedezcas las leyes del

sus

a m a rra d o s fu ertem entes pies y

vestidos, m anos a

el vien tre fu é

a ellas fu e rte­ con nervios de

A cac io

las estacas.

ten dido

en

el

Seis hom bres

forzudos ap ale aro n tan v iolen ta y b á rb a ra m e n te al indefenso cristiano, q ue, de su delicado cu erp o, hecho jiron es, b ro ta ro n ríos de sangre, que la tierra, á v id a y sedienta de ju sticia, recogía piad osam en te, in d ig n ad a de espectáculo tan cruel.. C u an d o y a su cuerpo estaba repleto de golpes y m ás m u erto que

v iv o ,

le v o lv iero n

del otro

la d o

p a ra

que

no q uedase

sin torm ento. M ien tras d u ra b a el m artirio ,

en

A cac io no

él p a rte

algu n a

d e jó escapar de sus

labio s ni u n a sola p a la b ra de q u e ja . M ás se can saban los verd u gos de go l­ pear q ue el m ártir de su frir. M ien tras su cuerpo era cruelm ente d esgarrad o , su a lm a esta b a ín tim am en te u n id a a D io s, a quien su p licaba que no a b a n ­ donase a su h u m ild e siervo y le prestara au xilio . A c a b a d o el suplicio, el cruel e in h u m a n o B ib ia n o interpeló al jo v e n A cacio: — ¿Sacrificarás tad

ah o ra ,

desgraciado?

¿ P referirás

este

suplicio

a

la

am is­

del César? — Y o no sacrificaré n u n ca — respondió el confesor de la fe, lleno de un

v a lo r a d m ira b le — . Cristo m e h a sostenido en el co m b ate y y o me hallo tan resuelto y

decidido com o antes.

D esesp erado el ju ez p o r la a d m ira b le

y

heroica

constancia

del soldado

de C risto, m an dó rom p erle las m an d íb u las y que con fu ertes golpes de m a ­ zas de plo m o

le de sc oy u n tara n todos los m iem b ro s. F in a lm e n te , o rd en ó el

tirano q u e el

«iih p ío

A c a c io ,

antes c e n tu rió n »,

fu e ra

encerrado en

un

ca­

la b o z o infecto, y q ue no le aten dieran en m odo algu n o y le dieran de com er lo m enos posible.

CAMINO DE CONSTANTINOPLA. — ASOMBRO Y

CÓLERA

DEL JUEZ N C E R R A D O A c a c io en la cárcel d e H e ra c le a , perm aneció m ás de una

E

sem an a

sufrien do

terribles

dolores

tenía, sop o rtán d olo todo con

por

las

num erosas

gozo p o r h a b e r sido

h erid as

considerado

q ue dign o

de confesar con su sangre la fe cristiana. E n este in terva lo , B ib ia n o recibió la orden de trasladarse a C o n stan tin o pla. A n te s de partir, decidió que fu e ­ sen tam b ién a dich a ciu dad el sold ad o ca p ad o c ia n o y otros prisioneros. P e r o Jos torm entos sufridos y los m alos tratos de los carceleros, h a b ía n d e b ilita d o en gran m an era las fu erzas del m ártir. D u ra n te su c a u tiv id a d , sus lla ga s se recrudecieron gran dem en te. C a rg a d o

de caden as y

con escasa alim entación ,

no po día en m odo algu n o em p ren der tan la rg o v ia je . E n las condiciones en q u e éste h a b ía de v erificarse e ra un v e rd a d ero suplicio. P e r o no h u b o rem edio q ue obedecer. P o c a s horas después de em p ren der sintió que le fa lla b a n escolta

que

le

totalm en te las fuerzas. S u plicó a

perm itiesen

detenerse

un

poco

p a ra

m ás

el v ia je , A cac io

los sold ados de la

po d er encom en darse

D io s. T a n ex te n u ad o se h a lla b a , q u e no pu dieron negarle tal petición.

a In ­

m ed iatam en te. y en vo z a lta , suplicó al Señ or que le enviase su ángel p a ra q u e le socorriera, a fin de po d er llegar a C o n stan tin o p la y m o rir allí da n d o testim onio de la v e rd a d e ra fe . A p e n a s A cac io h u b o

term inado su p le ga ria .

AMI NO de C onsta niin opla, en donde había de ser degollado,

C

San A ca cio suplica a l Señor que le envíe su ángel y Iz dé

fuerzas para pod er llegar a la capital, en donde públicam ente d¿ con su vida testim onio de la je ante el trib u n a l pagano.

se oyó una voz que, saliendo de las nubes, pues el cielo estaba encapotado, decía: — Acacio, sé fuerte y valeroso. Tanto los soldados de la escolta como los demás prisioneros, quedaron atónitos y estupefactos ante el espectáculo que presenciaban, oyendo las anteriores palabras sin ver ningún ser humano que las pronunciase. Llenos de asombro se preguntaban unos a otros: «¿E s que las nubes hablan?» Con­ movidos algunos paganos por este hecho tan extraordinario, suplicaron a Acacio que se lo explicase. Éste aprovechó la ocasión para instruirles en la religión cristiana durante las largas horas del viaje. A poco de llegar el cortejo de los prisioneros a Bizancio, de nuevo hizo Bibiano que Acacio viniera a su presencia. Causóle mucha extrañeza en­ contrarle tan bueno y fuerte como un atleta, cuando él le creía completa­ mente agotado y casi aniquilado por las torturas sufridas, por las priva­ ciones de la cárcel y las fatigas del viaje. Culpó de ello al carcelero y al jefe de la escolta. Ambos se excusaron, protestando que habían cumplido fiel­ mente las órdenes recibidas. Ellos mismos estaban asombrados y no sabían cómo explicar que después de tantas torturas y malos tratos se hallase el paciente tan aguerrido y fuerte. Aun no estaba satisfecha la furia de Bibiano; quiso todavía amenazarle con nuevos tormentos, para ver si lograba que renegase de su fe. — Si tus amenazas me inspirasen algún temor — respondió Acacio— haría todo cuanto deseas. Pero y o desprecio tus amenazas. Puedes seguir con tu oficio de verdugo haciendo sufrir a los hombres que nada malo han come­ tido y que ni una palabra injuriosa han pronunciado contra ti. Lleno de cólera, Bibiano ordenó que castigaran al soldado con cruel y sangrienta flagelación.

SAN ACACIO, CONDENADO A MUERTE Y

A

DECAPITADO

C A C IO fué muy pronto enviado ante el tribunal de Flaccino, pro­ cónsul de la provincia de Europa o de Tracia. L a esposa de este alto funcionario era favorable a los cristianos, porque tal vez ella misma era cristiana. Hasta entonces había obtenido de su marido que no co nase a ninguno de cuantos cristianos comparecían ante él para recibir tencia de muerte. Enterado de los suplicios a que habían sometido al soldado capadocio y de su proceso, sin resultado alguno, el magistrado apostrofó al oficial Bibiano por no haber dado muerte al prisionero desde el momento en que rehusó obedecer los edictos de los emperadores y sacrificar a los dioses. Mandó comparecer inmediatamente a Acacio y , sin interrogatorio

liíniio, y aun sin consultarle de nuevo si quería o no adorar a los dioses i I imperio, le condenó a muerte. I'l soldado cristiano, culpable sólo de haber permanecido ñel a Cristo, ilihúi ser decapitado tucra del recinto de la ciudad, delante de una de luí puertas principales de sus murallas. Jubiloso acogió el m ártir esta sentrucia, cuya próxima ejecución iba a poner en sus sienes la corona del m.irtirio y en sus manos la palma de la victoria que le había de franquear i ,i entrada de la gloria. Agradeció a Nuestro Señor haberle concedido, a él que se consideraba pecador, una corona tan bella en el cielo. Lleváronle sin tardanza extramuros de la ciudad, al lugar escogido para la ejecución, l'n a vez allí, y habiendo obtenido que se le concedieran al‘ imos instantes, los aprovechó para preparar su alma a comparecer delante •le Dios. Terminada su oración, !a espada de un soldado separó la cabeza ilrl tronco. listo sucedió, probablemente, el 8 de m ayo del año 306. Galerio gober­ naba como augusto las provincias de Tracia, de Asia y del Ponto. L a per'■■eución seguía violenta: en todas estas regiones de Oriente, tanto Galerio ennio Maximino querían exterminar la religión cristiana. Sin embargo, los llulandistas colocan el martirio de San Acacio antes de la abdicación de •le Diocleciano, en el año 303. El martirologio jeronimiano pone a San Acacio junto con diecisiete compañeros de martirio, entre los cuales cita a un siccrdote llamado Máximo, y a un diácono por nombre Anto.

LA

A

TUMBA DEL MÁRTIR

LG U N O S fieles de Constantinopla recogieron con respeto el cuerpo de San Acacio y lo sepultaron piadosamente en un lugar llamada S ta v rió n . E l lugar de la sepultura era. si no precisamente el mismo ■¡lio en que filé decapitado, muy próximo a él; pues los documentos mitigues que h.Tblan de la tumba del mártir no hacen ninguna diferencia entre el lugar de la ejecución y el de la sepultura. E l Stavrión pertenecía al barrio llamado Zeu gm a , el cual, situado en la ribera meridional del Cuer­ no de Oro, no estaba aún incluido en el recinto de Constantinopla a prineipios del figlo IV . Comprendía la dilatada extensión limitada por los dos puentes actuales del Cuerno de Oro, la puerta Un Kapan Kapussi y la mez­ quita Yen i Djam i: es ésta la parte del Cuerno de Oro más angosta y más ( icil de unir con la ciudad opuesta de Gálata. Uno de los puentes de este barrio de Zeugma, situado en el arrabal bizantino, era designado con el nombre de Stavrión: éste es el lugar donde fué martirizado y sepultado San Wacio. E l moderno Ayasm a Kapussi será quizás una reminiscencia de dicho histórico lugar.

IGLESIAS DE CONSTANTINOPLA DEDICADAS A SAN ACACIO N la misma ciudad de Constantinopla creció rápidamente el culto y la devoción a San Acacio. Poco tiempo después de su muerte, en el mismo sitio donde se hallaban los despojos mortales del mártir, se edificó un santuario en su honor. T u vo lugar probablemente cuando Cons­ tantino el Grande, en 330. ensanchó el perímetro de su nueva capital. Con esta reforma, el Zeugma quedó incluido en el recinto de la ciudad y se le­ vantó una pequeña iglesia, la primera edificada en honor del mártir eapadocio, en el lugar de su tumba. E l historiador griego del siglo V, Sócrates, atestigua la existencia de este santuario en el reinado de Areadio (395-408). suministrándonos interesantes informes sobre este asunto. «H a y en Constantinopla — dice— un gran edificio llamado Karya. En el patio de este edificio hay. en efecto, un nogal ( D e n d ro u k a ro ia ), del cual, según dicen, fué suspendido el mártir Acacio para ser ejecutado. Por este m otivo, junto a este árbol, se ha erigido un oratorio». En las Actas de San Acacio no consta que fuese suspendido de un árbol al ser consumado su martirio; la tradición popular, trasladada por Sócrates, habrá confundido a San Acacio de Capadocia con su homónimo de Milcto. mártir en tiempo de Licinio (308-311) y cuya fiesta se celebra el 28 de julio. Los documentos acreditan verdaderamente que este último estuvo colgado de un árbol para sufrir su martirio. E l emperador Arcadio acudía con frecuencia al santuario de K arya para cumplir en él sus devociones. Un día, en los primeros años del siglo V. apenas había salido el soberano de las inmediaciones de la iglesia, cuando, cu presencia de la inmensa muchedumbre que había acudido al santuario, ávida de ver al rey y su cortejo, se derrumbó el gran edificio que rodeaba al oratorio, causando muy probablemente la ruina de este último, pero sin que ocurriera, afortunadamente, ninguna desgracia personal. Como movidos por un resorte, todos los pechos de aquellos centenares de espectadores v i­ braron al unísono y lanzaron un grito de admiración atribuyendo a la orai'ión del emperador la proteción del cielo sobre aquella muchedumbre. El santuario de K arya fué restaurado con magnificencia casi dos siglos después, en tiempo de ios emperadores Justino I I (565-578) y Tiberio (578-582). Otra iglesia había en Constantinopla dedicada al mártir San Acacio, de mayores dimensiones y de m ayor celebridad en los anales de la historia que la de Stavrión. Su emplazamiento estaba junto al mar de Mármara, proba­ blemente en el barrio que en la actualidad, se llama de Kuin Kapu. en la vieja Estambul. Según varios historiadores bizantinos la mandaría construir el emperador Constantino el Grande. Con este m otivo trasladaron las re-

li>|uias de San Acacio del oratorio de K arya al nuevo templo, conocido con i l nombre de San Acacio de H e-btascalón. En tiempo del emperador Basilio t-l Macedónico (siglo I X ) fué restaurado este magnífico edificio.

CULTO Y

RELIQUIAS

DE SAN

ACACIO

E

L culto de San Acacio ha sido siempre muy popular en Oriente. Este mártir capadocio es mencionado el 7 ó el 8 de mayo, no solamente por Ies mcnologios griegos, sino también por los calendarios siríacos y armenios. Fueron sin duda los cruzados los que dieron a conocer es culto en la Europa occidental. San Acacio es contado, con San Gregorio San Blas, en el número de los Catorce Santos A u xilia d o re s. Verdad es que en las listas de estos Santos de muy eficaz valimiento contra determinados males se confunde a veces a San Acacio de Bizancio con alguno de los numerosos santos del mismo nombre, todos ellos muv venerados también; es. sin embargo, muy cierto que se trata del soldado de Capadocia martirizado en Bizancio, a principios del siglo IV En los países en que se conserva su culto. San Acacio es especialmente invocado por los agonizantes. La ciudad de Esquiladle, en Calabria, tiene por patrón a San Acacio de Bizancio y guarda con ainor. desde hace varios siglos, reliquias insignes y el mismo cuerpo del mártir. También en España se tributa culto a este santo mártir, y poseen reli­ quias suyas las iglesias de A vila y Cuenca. El martirologio romano, con fecha 8 de mayo, menciona el m artirio del soldado de Capadocia; en este mismo día o en el precedente, las Iglesias de Occidente y de Oriente celebran la fiesta de San Acacio de Bizancio.

SANTORAL Si/ sobre el Santo gritando: ¡Muera ese fraile hipócrita! ¡Muera aquí en nuestras manos! Levantan las espadas y van a descargar el golpe mortal, cuando de pron­ to se paralizan sus brazos, sin que puedan moverse ni poco ni mucho. Llenos

  • menos principal. Siendo de edad de cinco años, Fernando — que así le llamaron en el liim tismo— fué enviado a la escolanía de la iglesia mayor de Lisboa dedicada 11 Nuestra Señora del Pilar, y allí aprendió las primeras letras. Si hemos dr creer una leyenda portuguesa, siendo Antonio de quince años tuvo una vio­ lenta tentación en la catedral; trazó entonces una cruz en una de las gradué de la escalera de mármol del coro y en ella quedó impresa como en blanda cera; todavía puede verse dicha cruz, que está resguardada con una rejilla. Con este triunfo abrió los ojos y, entendiendo que el mundo está Heno de peligros, entró en el monasterio de Canónigos Regulares de San Agustín, por los años de 1210. Tras dos años de noviciado, el joven canónigo regular fué enviado a Coímbra, al convento de Santa Cruz, y allí estuvo alguno» años dándose al estudio de la Filosofía, Teología y Patrística con admi­ rable fruto.

    EN

    E

    I.A ORDEN FRANCISCANA

    L Señor, que lo había guiado primero al convento de Santa Cruz, lo destinaba a otra familia religiosa. Distante una milla de Coímbra, los Frailes Menores o Franciscanos, de la sagrada Orden fundada hacía pocos años por el glorioso padre San Francisco, residían en el estrecho m nasterio de San Antonio de Olivares, así llamado por estar en terreno pobla­ do de olivos. En él vivían cinco Hijos del P o v e re llo de Asís, llevando vida tan pobre y austera como su santo fundador, "y muy a menudo iban a pedir limosna al convento de la Santa Cruz. Era por entonces hospedero el canónigo don Francisco, por lo cual tenía frecuentes relaciones con los frailes limosneros; de ellos supo cosas edifi­ cantes sobre la nueva Orden; dijéronle que iban a Marruecos a predicar a los infieles; pero entendió Fernando que adonde apuntaban era a con­ quistar la palma del martirio. En efecto, pocos meses después, algunos de ellos, sentenciados a muerte por el sultán, dieron sil vida en medio de tormentos tan atroces, que su solo relato hace estremecer. Fueron azotados cruelmente; abriéronles el vien­ tre y sacaron fuera sus entrañas; derramaron sobre sus llagas aceite hirviendo y luego los arrastraron sobre pedazos de tejas agudas. Finalmente, el propio sultán Miramamolín los golpeó en la frente y luego los degolló (16 de enero de 1220). Su reliquias fueron llevadas a Coímbra, y tanto dieron que hablar los milagros que el Señor obraba por ellas, que don Femando se sintió atraído por el ejemplo de los protomártires franciscanos. Fuése, pues, a ver al

    «guardián» del convento de San Antonio y le dijo: «Padre mío, si me prometierais enviarme a tierra de moros, de buena gana tomaría yo el hábito de vuestra Orden». Por su parte, el prior de los canónigos de Santa Cruz se afligió muchísimo con la noticia de los propósitos de don Fernando; pero el llamamiento era divino a todas luces. Para dar a su santo hermano pruebas de lo mucho que le amaban, quisieron los canónigos que el nuevo franciscano tomase el há­ bito. no en el monasterio de San Antonio, sino en su propia iglesia de Santa Cruz, como así se hizo en el año 1221. Se mudó entonces el nombre de Femando por el de Antonio. En memoria de tan piadosa y edificante ceremonia, cada año, el día de San Antonio de Padua, va a predicar el panegírico del Santo a la igle­ sia de los Franciscanos un Canónigo de Santa Cruz, y luego preside la comi­ da de los frailes. Conforme al concierto que había hecho con los padres Franciscanos, en­ viáronle a África; pero no bien hubo llegado, dióle grave y larga enfermedad, de suerte que tuvo que regresar a Portugal. Embarcóse con este intento; pero la Providencia le tenía destinado para apóstol de otros países, y así, por divina voluntad fueron los vientos tan contrarios y furiosos en esta na­ vegación, que de lance en lance llevaron el navio a las costas de Sicilia. Sucedía todo esto el mismo año en que se celebraba en la llanura de Asís el Capítulo general de los Franciscanos: Antonio podría al fin ver a San Fran­ cisco y contemplar de cerca la hermosura de la caridad en lo que tiene de más exquisito y real. A pesar de hallarse todavía convaleciente, cruzó a pie la península itálica, desde Calabria hasta Umbría. El humilde peregrino asistió como desconocido a la magna Asamblea; nadie le hacía caso. Finalmente, le vió el provincial de la Romana y le envió, con licencia del Ministro General, al monasterio de Monte Paulo, donde le encargaron de fregar y barrer. Por la cuaresma del año 1222 fué enviado a la ciudad de Forli con otros religiosos. Cierto día, estando de paso por aquel convento algunos padres Dominicos, el Padre guardián les rogó que alguno de ellos explicase la palabra del Señor; mas todos se excusaron, ale­ gando que no estaban preparados. Fueron a buscar a San Antonio, que es­ taba en la cocina, y le mandaron que hablase. También él se excusó al prin­ cipio, pero, compclido por el Padre guardián, habló tan altamente y con tanta abundancia de ideas, exponiéndolas con tanta claridad, concisión, sa­ biduría y documentación de la Sagrada Escritura, que dejó admirados a los oyentes. Contaron esto al Padre provincial, el cual le nombró predicador de la Romaña, y San Francisco, maravillado de la humildad de Antonio, le mandó que leyese a los frailes la Sagrada Teología.

    PRINCIPIO DE SU VIDA PÚBLICA OS autores más dignos de crédito convienen generalmente en que Sun Antonio predicó primero en la Romaña, desde el año de 1222 hasta el de 1224; luego enseñó en diversas ciudades de Francia e Italia. Fu todas partes atrajo cabe su cátedra a muchos discípulos. Pero no llenaba sus ansias de apostolado. A las tareas y fatigas del profesorado añadió ln predicación por las ciudades, villas y aldeas. Las muchedumbres, ávidas dr oírle, se apiñaban en derredor suyo. Era su modo de decir tan persuasivo, discreto y acomodado a la necesidad de los oyentes, que, después de s i» sermones, los sacerdotes no daban abasto a confesar a los penitentes. Es este el lugar de referir dos milagros que dicen relación con las pe­ leas de San Antonio contra los herejes, a los cuales persiguió con tanta so­ licitud y perseverancia, que con razón fué llamado «martillo de los herejes». El primero es el de un caballo que adoró al Santísimo Sacramento. Un hereje negaba la presencia real porque no veía ninguna mudanza en las es­ pecies eucarísticas. San Antonio deseaba ganar aquella alma y además for­ talecer la fe de los cristianos, y así cierto día le dijo: «Si el caballo en el que vais montado adora el verdadero Cuerpo de Cristo bajo la especie del pan, ¿creeréis por ventura?» Aceptó el hereje estas condiciones; dos días tuvo encerrado al animal sin darle cosa alguna de comer. A l tercer día sacó el caballo y lo llevó a la plaza en medio de un gran concurso de gentes. Diéronle de comer avena, mientras San Antonio estaba delante, teniendo en sus manos con gran reverencia el Cuerpo de Jesucristo. Un gentío innume­ rable se había juntado en aquel lugar y esperaban todos con grandes ansias lo que pasaría. Entonces el caballo, como si tuviera conocimiento, se arrodi­ lló ante la Sagrada Hostia, y allí permaneció hasta que fray Antonio le dejó ir. El otro milagro no es menos célebre. Los herejes de la ciudad de Rímini se burlaban un día de las palabras del Santo y tapábanse los oídos para no oírle: «Puesto que los hombres no merecen que se les predique la divina pa­ labra — dijo entonces fray Antonio— , voy a hablar a los peces». Esto ocu­ rría a orillas del mar. Llamó el Santo a los peces y les recordó los grandes beneficios que habían recibido de Dios, el favor del agua límpida y clara, el silencio que es oro, y la libertad de nadar dentro de luminosas profundi­ dades. Fué cosa maravillosa que a las palabras de fray Antonio vinieron los peces hasta cerca del Santo y, levantadas del agua sus cabezas, boquiabiertos y con grande atención y sosiego, le comenzaron a oír y no se fueron hasta que fray Antonio les dió la bendición; todo el pueblo estuvo presente a este espectáculo; quedaron todos atónitos, y los herejes tan corridos y humi­ llados, que se echaron a sus pies, suplicándole que les enseñase la verdad.

    ORTENTOSO p ro d ig io ! Llénase la playa de peces, que sacan

    P

    las cabezas en ademán de estar atentos. Háceles San A n to n io

    de Padua una patética exh ortación sobre la om nipotencia de D ios y los despide echándoles su bendición. E l m ilagro obra la con ver­ sión de tod o él pueblo.

    VIAJES APOSTÓLICOS

    A

    N T O N IO leyó Teología en Montpeller y Tolosa. Con Montpeller se relaciona una anécdota que, aun careciendo de fundamento histó­ rico, dió origen a que el pueblo cristiano tenga a San Antonio por abogado de las cosas perdidas. Un novicio dejó la Orden y se llevó sigo un Salterio glosado que el varón de Dios estudiaba para leer a los frai­ les la Sagrada Escritura y preparar los sermones. El Santo, al saberlo, se puso luego en oración y, al punto, el ladronzuelo, arrepentido, le restituyó el libro que había llevado. Con mucha razón la colecta de la misa de este Santo nos invita a pedir al Señor por su intercesión la gracia de hallar no sólo las cosas terrenas y perecederas, sino también los tesoros espirituales que nos harán dignos de gozar un día de los bienes eternos. Vamos a referir un prodigio sobre cuya autenticidad no cabe duda. Es­ taba un día en la ciudad de Arlés, predicando de la cruz y pasión de Cristo, nuestro Redentor, cuando a un momento determinado, fray Monaldó, alzó la vista y vió al seráfico Padre San Francisco que residía en Italia en aquel entonces. Estaba en el aire con los brazos extendidos como aprobando todo lo que San Antonio decía. Habiendo echado su bendición a la asamblea, des­ apareció. Pero donde más predicó el Santo fué sin duda en el Lemosín. Las esta­ tuas de San Antonio que suelen venerarse en las iglesias y que le representan con el Niño Jesús en brazos, recuerdan un paso de su vida que debió de suce­ der en una población cercana a Limoges. Estando el Santo una noche en ora­ ción, solo en su habitación, el huésped que le había recibido en su casa le estu­ vo acechando y vió en el aposento una gran claridad; mirando más en ella, vió un niño hermosísimo, sobremanera gracioso, en los brazos de San Antonio, y al Santo que le abrazaba y se regalaba con él. Era Jesús en persona. Des­ pués de muerto Antonio, el dichoso testigo de aquel prodigio lo contó con mucho enternecimiento y lágrimas, habiendo antes puesto la mano sobre las reliquias del Santo para prueba de que decía verdad. Milagro parecido ocurrió, según algunos autores, en Pascua, en casa de un tal Tisone del Campo. En la ciudad de Limoges aconteció uno de los más portentosos milagros de bilocación obrados por San Antonio. Es la bilocación la presencia mila­ grosa de una persona en dos lugares a un mismo tiempo. Estaba una tarde del Jueves Santo predicando en la iglesia de San Pedro. A aquella misma hora, los frailes estaban cantando Maitines en su convento, muy distante de la iglesia, y fray Antonio había de cantar una «lección». A la hora exacta en que le tocaba cantarla, los religiosos le vieron llegar, y en cuanto hubo

    desempeñado su oficio, desapareció del coro; ahora bien, en aquel mismo instante empezaba el sermón. De buena tinta se sabe que fray Antonio fundó el primer convento de Franciscanos de la ciudad de Brive. Distantes como kilómetro y medio de la ciudad, se hallan las Grutas donde se recogía para orar y meditar, las cuales han venido a ser lugar de romería famosa y muy concurrida en aquella comarca. Cada año, el domingo después de la fiesta de San Bartolomé, hay en Brive un feria llamada «feria de las Cebollas», la cual dice con otro mi­ lagro. Un día, como el cocinero de los Franciscanos no tuviese cosa para dar de comcr a los frailes, Antonio fué a decirlo a una devota matrona amiga y bienhechora del convento. A pesar de que en aquella hora estaba lloviendo a cántaros, la señora mandó a su criada que fuese a la huerta y trajese al­ gunas hortalizas para llevarlas a los padres Franciscanos. El convento estaba muy distante y el chaparrón arreciaba. Con todo eso, la criada hizo el viaje de ida y vuelta sin que sus vestidos se mojasen.

    SAN ANTONIO EN

    E

    PADUA

    STA es la época mejor conocida de la vida de nuestro Santo, por haber sus biógrafos estudiado más detenidamente y referido con más gala de pormenores cuanto hizo en la ciudad de Padua, donde había de re­ matar la corta carrera de su vida mortal. Era Padua ciudad muy opulent mas por obra de esta misma riqueza y bienestar, habíase apoderado de sus habitantes el desenfrenado amor al lujo y a la holganza. Cuando a los de Padua les faltaba dinero para saciar su apetito de juegos y festejos, pedíanlo a los prestamistas, quienes se lo adelantaban a intereses muy crecidos. La ciudad se hallaba totalmente dominada por la codicia y la usura; pero a pesar de estos vicios, los paduanos conservaban dormida en el fondo de su alma la fe del Bautismo, la cual iba a despertarse al influjo de la fervorosa y enérgica predicación de San Antonio. Entró el Santo en Padua con intento de predicar sucesivamente en cada una de las iglesias de la ciudad; pero al poco tiempo, el auditorio no cabía ya en los templos. Antonio eligió entonces para hablarles un anchuroso pra­ do, donde llegaban a apiñarse hasta treinta mil oyentes. Los mismos comer­ ciantes cerraban sus tiendas para ir a oírle. ¿Cómo lograba el humilde fray Antonio tan maravillosos frutos en el ministerio de la oratoria sagrada? Ante todas las cosas y sin género de duda, merced a la opinión de santidad del predicador y a lo extraordinario del personaje, suficiente esto para llevar en pos de sí las más de las veces a la masa del pueblo. Con todo eso, menester es confesar que el mérito de sus

    sermones y lo patético de su decir, fueron parte grandísima para el logr» de resultado tan admirable. Meliflua era su elocuencia, y con predicar ordi­ nariamente el Evangelio de la abnegación y del sacrificio, salpicaba su* discursos con vivas y sabrosísimas metáforas.

    SU MUERTE Y

    L

    CANONIZACIÓN

    LEGÓ finalmente la hora en que iba a apagarse esta resplandeciente lumbrera de la Orden franciscana. Ya en el año de 1230, logró fray Antonio que el Capítulo general le descargase de los importantes ofi­ cios que le tenía encomendados. La predicación de la cuaresma del año guiente le dejó flaco, cansado y con poca salud: pasaba días enteros pre­ dicando y confesando en ayunas. Poco después de Pentecostés fuéle menester retirarse a una ermita solitaria no muy distante de Padua, llamada Campo de San Pedro. Allí comenzó a enflaquecerse tanto, que a los pocos días notó que se acercaba su muerte y pidió ser trasladado al convento de Padua. La masa de la ciudad salió a recibirle; juntóse tanta gente para verle y besar su hábito, que no pudo entrar en la ciudad y fuéle menester detenerse con sus dos compañeros en casa del capellán de las religiosas de Arcela, situada en uno de los arrabales de Padua. Habiendo recibido con singular devoción los Sacramentos de la Iglesia y rezado con los frailes que le asis­ tían los siete salmos penitenciales, cantó por sí sólo el himno O gloriosa D ó m in a y se durmió apaciblemente en el Señor a los 13 de junio de 1231. Mientras exhalaba el postrer suspiro, los niños y muchachos de Padua, movidos de Dios, comenzaron a andar por toda la ciudad, dando voces y diciendo: «H a muerto el Santo, ha muerto el Santo». Muy luego aprobó la Iglesia la canonización que los ángeles habían ya pregonado por boca de los niños; al año siguiente, 1232, el papa Grego­ rio IX , en la pascua de Pentecostés, canonizó y puso en el catálogo de los Santos al franciscano Antonio de Padua. En aquel mismo día, que fué el primero de junio, todas las campanas de la ciudad de Lisboa tañeron por sí solas, para celebrar el triunfo del preclaro religioso que Italia había hur­ tado a Portugal. En el mismo día de sus exequias, trajeron a su sepulcro multitud de en­ fermos quienes, con sólo tocarlo cobraron la salud. Los que no pudieron acer­ carse al sepulcro quedaron sanos a la vista de la muchedumbre. Extendióse por todo el mundo la fama de los milagros de San Antonio. De todas partes acudieron ordenadas romerías. Parroquias enteras venían con banderas des­ plegadas y pies descalzos a venerar al Santo, señalándose en esta penitencia muchos personajes de natural delicado y orgulloso.

    Las reliquias, depositadas primero en la reducida iglesia de los Francisca­ nos, fueron trasladadas solemnemente, el día 8 de abril de 1263, a un sun­ tuoso templo edificado en su honor, llamado de San Antonio. Era entonces ministro general de la Orden el insigne doctor San Buenaventura, que fué después cardenal obispo de la ciudad de Albano; él presidió la exhumación de San Antonio, a quien no conocía sino por la fama. Maravilláronse al abrir el ataúd, cuando vieron que la lengua que con tanto provecho y gloria había predicado la divina palabra, se hallaba in­ corrupta. siendo así que todo el cuerpo estaba consumido y sólo quedaban los huesos. San Buenaventura la tomó en las manos y, bañado en lágrimas, con entrañable devoción dijo estas palabras: «¡Oh lengua bendita, que siem­ pre alabaste a Dios y tan a menudo hiciste que otros le alabasen; bien se ve ahora de cuánto merecimiento eres delante del que para tan alto oficio te formó!». Tan insigne reliquia está todavía incorrupta hace más de siete siglos. N i se ha secado ni ennegrecido con el tiempo; hoy día es de color blanquecino. Está guardada bajo un globo de cristal incrustado en un relicario de oro macizo, obra de arte magistral que honra al cincel italiano. Pasados unos cien años, el día 15 de febrero de 1350, el sagrado cuerpo fué trasladado otra vez y encerrado en magnífica urna de plata, a expensas del cardenal Guido de Montfort. «Buena parte de la cabeza — se lee en el Breviario seráfico— fué depositada en preciosísimo relicario, cincelado con primor». El papa Sixto V , el año de 1586, mandó celebrar la fiesta de San Anto­ nio con rito doble. Muchas oraciones y ejercicios de devoción en su honor están indulgenciadas, como el ejercicio de los trece martes, por haber muerto el Santo un martes, día 13 del mes. Se ha extendido por el mundo una an­ tífona llamada «Breve de San Antonio», E c c e cru ce m D ó m in i — he aquí la cruz del Señor— , que recuerda el poder del taumaturgo sobre los demonios; Roma, con todo, no ha aprobado la colecta que suele a veces añadirse. Final­ mente, algunas parroquias y asociaciones piadosas lo han tomado por pa­ trón y una de éstas, que congrega a la juventud de ambos sexos, fué facul­ tada por Pío X en el año de 1911, a trasladar su residencia de España a Roma. Por Carta Apostólica fechada el 16 de enero de 1946, el papa Pío X II, declaró y constituyó a San Antonio de Padua, Doctor de la Iglesia Universal. La forma de devoción y caridad llamada P a n de San A n to n io ha adqui­ rido tal importancia, ha aliviado y sigue aliviando tantas miserias, que con­ viene siquiera mencionarla: que San Antonio soccorriese de buena gana a los necesitados, ¿quién lo duda? Por eso los cristianos le han querido hon­ rar dando limosna en nombre de este hijo del «Pobrecito» de Asís.

    D ÍA

    14

    DE

    JUNIO

    SAN BASI LI O M A G N O OBISPO Y

    E

    DOCTOR DE LA

    IGLESIA

    (329 - 379)

    L insigne doctor San Basilio fué natural de Cesarea de Capadocia, en Asia Menor, y a fines del año 329 nació de una familia de Santos. Su padre Basilio, abogado y profesor; su madre Emilia; Macrina, su hermana; Gregorio, obispo de Nisa, y Pedro, obispo de Sebaste, sus hermanos, tienen su nombre en el catálogo de los Bienaventurados. De sus padres y abuelos heredó las más esclarecidas virtudes cristianas. Siendo de tierna edad, pasó a vivir con su abuela paterna, Santa Macri­ na la Mayor, la cual sufrió pena de destierro en la persecución de Maximiano Galerio; residía con su marido en la provincia del Ponto. A esta abuela llama San Basilio ama y maestra suya en la fe, y se precia de haber apren­ dido la doctrina cristiana de una discípula de San Gregorio Taumaturgo. «Nunca se ha borrado de mi memoria, solía decir, la profunda impresión que hicieron en mi alma, todavía blanda, las enseñanzas y ejemplos de esta santa mujer». Después de muerto su padre, Basilio fué enviado a Cesarea de Capadocia, y poco más tarde a Constantinopla para aprender las letras hu­ manas. Más tarde convirtióse en religioso penitente y sacerdote ejemplar.

    DOS AMIGOS DE

    VERDAD

    A docto y muy instruido fué a Atenas, como a la madre de todas lan ciencias y artes. Halló a Gregorio Nacianceno, descendiente como él de una familia de Santos y que, como él, había de ser grande santo y lumbrera de la Iglesia de Oriente. Aquellas dos almas, muy parecidas no menos en la virtud y costumbres que en el ingenio y estudios, trabaron en breve muy estrecha y cordial amistad. Juntos se ocuparon muchos años en el estudio con ejemplar diligencia y cuidado; sentábanse a la misma mesa, y repartían el tiempo entre la oración y los trabajos comunes. «Ambos te­ níamos las mismas aspiraciones — dice San Gregorio en el panegírico de su amigo— ; íbamos en pos del mismo tesoro, la virtud. Sólo conocíamos dos ca­ minos, el de la iglesia y el de las escuelas públicas». En medio de los des­ órdenes de sus compañeros de estudio, lograron guardar intacto en su co­ razón el tesoro de la castidad. Apartábanse de los estudiantes viciosos, agrupaban en su rededor a los virtuosos y se daban ya a conocer como guías influyentes. No dejó de notarlo su condiscípulo Juliano el Apóstata, el cual se juntaba a veces al grupo de los buenos y virtuosos estudiantes. Terminados sus estudios, Basilio y Gregorio determinaron regresar a su patria. A ruegos de sus conciudadanos, Basilio puso cátedra de elocuencia en Cesarea en el año de 355; tenía a la sazón veintiséis años. Siete después, en el de 362, fué ordenado sacerdote por el prelado de dicha ciudad.

    EN

    EL D E S IE R T O .— ES NOMBRADO OBISPO

    ESPRECIAND O triunfos que le esperaban en su cátedra, dió de mano a las riquezas, gloria y aplausos humanos; cerró su escuela, vendió todos sus bienes, dió el precio a los pobres y se retiró a una campiña poco distante de Cesarea. Antes de entregarse al retiro absoluto quis tudiar de cerca los altos ejemplos de vida solitaria que por entonces daban los discípulos de San Efrén, en Mesopotamia; los de San Hilarión, en Pales­ tina; y la innumerable familia de San Antonio, en los desiertos de Egipto. De regreso de tan lejanos viajes, Basilio se retiró al desierto del Ponto, llamado Mataya, en la ribera del río Irede. Allí se le juntaron muchos mon­ jes y edificó un monasterio. Asimismo en la ribera opuesta, su hermana Santa Macrina la Moza y su madre Santa Emelia tomaron la dirección de una comunidad de vírgenes. En el año 370, murió Eusebio, obispo cesariense; fueron entonces convo­ cados todos los obispos de la provincia para que diesen nuevo pastor a la

    D

    Iglesia de Cesarea. Clero y pueblo pedían a voces que Basilio 'fuese su pastor. V así fué, a pesar de la oposición de los arríanos. Hacía tiempo que San Basilio venía oponiéndose al ímpetu furioso de estos herejes, los cuales, con el favor del emperador Valente, se multipli­ caban sin cuento. Ya obispo, salió con mayores bríos a la defensa de la fe y luchó al lado del patriarca de Alejandría para ver de apagar el incendio de la herejía que amenazaba con abrasar a la'Iglesia de Oriente. Basilio recibió los avisos y direcciones del santo Pontífice como verdaderos orácu­ los y los promulgó por todo el territorio de su vasta diócesis. Por desgra­ cia, aquellas tentativas de pacificación religiosa habían de estrellarse contra la dureza de corazón, las violencias y la inquina del impío emperador Valente.

    BASILIO Y

    E

    EL MINISTRO DEL EMPERADOR

    R A el emperador de natural muy violento. Para llevar a efecto lp eje­ cución de sus decretos respecto al destierro de los obispos católicos, él mismo en persona recorrió las ciudades de Asia. A todas ellas en­ viaba delante de sí a Modesto, prefecto del pretorio, con encargo de apa guar los ánimos y evitarle desagradables encuentros. Más que nada pre­ ocupaba al emperador la acogida que le daría el metropolitano de Cesarea, porque contaba como el mayor de sus triunfos el poder traer a San Basilio a que abrazase la fe de los arríanos, por la grande autoridad que tenía el santo prelado en la Iglesia católica. También a Modesto le preocupaba la acogida que Basilio daría al em­ perador; quiso primero tentar al obispo de Cesarea con regalos y blanduras, y para ello envió antes algunos prelados arríanos para que persuadiesen a Basilio; pero éste no les hizo ningún caso, y por añadidura los excomulgó a todos. Las más nobles matronas de Capadocia fueron a suplicarle que aceptase el credo de Valente; mas sus ruegos no hicieron eco en el corazón del santo obispo. Finalmente, viendo Modesto que todo era en vano, aun los requerimien­ tos que hizo a Basilio por medio de Demóstenes, veedor del emperador, entró furioso en Cesarea y le mandó comparecer delante de sí. En balde intentó persuadirle de que se conformase con la voluntad del emperador; el Santo se mostró inquebrantable y tan esforzado y firme en su fe, que Mo­ desto, ciego ya de furor, le amenazó con la confiscación de bienes, destierro, tormentos y muerte. Basilio le declaró que ninguna de esas cosas le asustaba. — ¿Y cómo así? — le preguntó Modesto. — Pues sencillamente — repuso Basilio— . No puedes confiscar los bienes que yo no tengo. Fuera de este pedazo de trapo viejo y roto que cubre mi

    cuerpo y de algunos pocos libros que son mi único tesoro, no hallarás coi» que quitarme. No puedes tampoco desterrarme, porque no tengo más apego y afición a un lugar que a otro. Todo este mundo es para mí un destierro, aunque también es mi patria, porque todo la tierra es de Dios y estamos en ella como huéspedes y viajeros que se paran sólo un día. No temo luí tormentos, porque mi cuerpo está tan exhausto y consumido que no tengo dónde recibirlos, y al primer golpe se acabará. Sólo te queda el poder imi­ tarme; y, ¡qué servicio tan grande me prestarías — dijo, mostrando su pecho enfermo— si me librases de este fuelle estropeado; la muerte me restituiría a mi Criador, a quien sirvo y por quien vivo, mejor dicho, por auien voy arrrastrando este cadáver ambulante! Sólo a Dios deseo con toda mi alma. Quedó admirado el cruel prefecto de la constancia y valor de Basilio. Con esto acabó la entrevista y Modesto despidió al obispo diciéndole que le dejaba toda la noche para que pensase lo que le convenía hacer. Valente estaba a punto de llegar a Cesarea. Entretanto, Modesto mandó disponer en lugar público un instrumento de suplicio, por si el emperador ordenaba atormentar al santo obispo. Por otra parte, preocupábale sobre­ manera la traza que seguiría Valente en aquel suceso. Juzgó prudente ir antes a ver al emperador para ponerle al tanto de la firmeza y terquedad de Basilio. — Serenísimo emperador — le dijo— : Basilio nos ha vencido; no hacen mella en él ni amenazas ni blanduras y con firmeza de roca resiste a las seducciones. Menester será acabar con él por la fuerza, porque empeñarnos en hacerle ceder, será perder el tiempo.

    ENTEREZA ANTE EL EMPERADOR

    O se hallaba el emperador Valente dispuesto a mostrarse cruel y así no hubo ninguna cuenta con los perversos intentos de su ministro Modesto, antes admirado él también del valor de Basilio, convirtió el odio en reverencia, y aun anduvo a zaga de oportuna ocasión para lo la amistad con tan esforzado obispo. Ofreciósela muy propicia la festividad de la Epifanía. Fué, pues, por la mañana de dicho día a la iglesia donde estaba San Basilio y todo el pueblo de los católicos celebrando aquella gloriosa solemnidad. Oyó el suave y ar­ monioso canto de los salmos; vió el ornato y atavío de los altares, el orden y concierto que había en las ceremonias sagradas, por el esmero que en ello solía poner Basilio; finalmente, allá en lo último de la nave, advirtió la presencia del Santo, el cual con los ojos bajos y aspecto recogido estaba de pie en medio de los fieles y rodeado de clérigos. Tan profunda impresión

    N

    A

    COMETIDO de violentísim a calentura el h ijo del em perador Valente, suplica éste a San B asilio que pida a D ios la salud

    del enferm o. A ccede el S a n to; pero a con d ición de que el niño sea educado en la religión católica, cosa que acepta Valente. Tras una breve ora ción de B a silio, el m orib u n d o com enzó a m ejorar.

    causó esta vista en Valente, que allí mismo se turbó y le vino un vahido de cabeza que le duró un buen rato. Llegó la hora de presentar las ofren­ das al altar; Valente, vuelto ya en sí, se acercó a ofrecer ricos dones, pero nadie del clero se atrevió a recibirlos de su mano hasta que el prelado hubo hecho señal de aceptarlos. Segunda vez volvió el emperador a ver celebrar a San Basilio; atraído por el ascendiente del Santo, quiso entrevistarse con él. Esta entrevista la refiere así San Gregorio; «O í las palabras que salieron de boca de Basilio, mejor dicho, que nos parecieron inspiradas por el mismo Dios». Expuso al emperador con claridad y elocuencia incomparables el dogma católico res­ pecto a la divinidad de Jesucristo. Los oyentes le escucharon maravillados. Sólo Demóstenes, el veedor de vianda de la casa del emperador, no estaba conforme y aun quiso amonestar al Santo; pero a la primera palabra, se le escapó un enorme barbarismo. Basilio reparó inmediatamente en aquella falta gramatical y, aludiendo al otro Demóstenes que fué príncipe de la elocuendia griega, exclamó: — Cosa rara; aquí está Demóstenes y sabe hablar griego. La broma exasperó al ministro, el cual fué increpado por los oyentes. Pero a quien hizo más gracia el incidente fué al propio emperador. Dió público testimonio de admiración al santo obispo, y le hizo donación de un extenso territorio, perteneciente al Estado, para que edificase un asilo y albergue a los pobres y peregrinos. Esperaban los católicos que Valente empezaría a mostrarse más humano con ellos; pero los cortesanos, a fuerza de instancias y calumnias, le rin­ dieron a su voluntad y lograron el imperial decreto que desterraba a San Basilio y a su amigo San Gregorio. A punto estaban todas las cosas para ejecutarse la sentencia, cuando a toda prisa llegó un enviado imperial que llamaba a gritos al obispo Basilio. El hijo único del emperador acababa de ser herido con una enfermedad terrible y peligrosa. Valente, acongojado y fuera de sí, clamaba que viniese Basilio. Entró el santo obispo en el aposento donde todo era aflicción y llanto. El odio y la violencia se habían trocado repentinamente en dolor y arrepentimiento. — Si es verdadera tu fe — le dijo Valente sollozando— , ruega a Dios que no muera mi hijo. — Si tú, ¡oh emperador!, crees lo que yo creo y das paz a la Iglesia; si prometes criar al joven príncipe inculcando en su corazón esos mismos sen­ timientos y mandas que lo bauticen los católicos, vivirá tu hijo. Prometióselo Valente. Basilio se puso en oración y con esto comenzó a mejorar el muchacho. Basilio salió del palacio, y el emperador, porque no se atribuyese aquella mejoría a las oraciones del Santo, hizo bautizar a su hijo al día siguiente por mano de los obispos arrianos. Con eso volvió a

    raer enfermo y murió al cabo de una hora. Valente vió en ello el castigo ile su deslealtad; pero tanto cargaron sobre él los obispos y privados here­ jes, que determinó otra vez desterrarle. Tomó la pluma para firmar el de­ creto, pero se le quebró en la mano antes de firmarlo. Mudóla tres veces y las tres sucedió el mismo prodigio. Entendiendo con eso que aquella era la mano de Dios, rasgó el decreto que tenía hecho contra Basilio, y dejó a Cesarea, no sin antes encomendarse a las oraciones del invicto prelado. También el prefecto Modesto cayó enfermo de gravedad y sanó por las ora­ ciones del Santo, con quien tuvo de allí en adelante grandísima amistad. Otra contienda tuvo San Basilio, aunque de menos importancia, con un tal Eusebio, prefecto del emperador. Había una mujer muy rica, viuda y de buen parecer, hija de un sena­ dor del supremo consejo. Aficionósele el asesor del prefecto y pretendió casarse con ella; como la viuda no le diese oídos por el deseo que tenía de guardar castidad, el malvado asesor quiso alcanzar por fuerza lo que no podía por gracia. Viéndose muy acosada, acudió a la oración y acogióse a la iglesia como a puerto seguro. Rogó a San Basilio que la amparase y él la defendió. Quiso el prefecto sacarla de la iglesia, pero se lo estorbó el Santo. El injusto juez tomó aquella ocasión para perseguir a San Basilio; mandóle comparecer en su tribunal y, habiéndole dicho mil injurias y bal­ dones, llamó a los soldados y les dijo: «Rasgadle los costados con uñas de hierro». Basilio repuso, sonriendo: «D e perlas me vendrá eso; será un exce­ lente derivativo, pues, como puedes ver, hoy padezco atrozmente de mal de hígado». Súpose en la ciudad la insolencia y tiranía del prefecto, y acudieron todos a porfía a socorrer a su pastor y librarle de manos de los verdugos. «¡Muera el prefecto! — gritaban a una voz— . ¡Que le ahorquen!» A l oír se­ mejantes improperios, el juez, asustado, bajó del tribunal y fué a arrodi­ llarse a los pies de Basilio, suplicándole que le librase de la muerte. El santo obispo salió a la puerta del pretorio y le aclamaron con gran alborozo. Poco le costó sosegar al pueblo y lograr la libertad del prefecto, el cual dejó a Cesarea para no volver a ella.

    LEGISLADOR DE LA VIDA MONÁSTICA

    L

    O que más señaló a San Basilio, ganando en ello a los varones más eminentes, fué el profundo sentido que tuvo de la vida espiritual y la constante práctica de las virtudes monásticas. Los monjes eran numerosísimos por entonces; pero con el tiempo se habían introducido gr ves abusos y desórdenes. Algunos, llamados «giróvagos» o vagabundos. He-

    vaban públicamente vida ociosa e independiente. El agudo ingenio de Itasilio halló remedio a tantos males. Recorrió en persona los yermos de la provincia del Ponto, dióles una Regla en que señalaba horas para la orución, salmodia, trabajo manual y cuidado de los pobres. Cuidó también de fo­ mentar la vida religiosa en las vírgenes, edificándoles muchos monasterios y dotándolas de una Regla muy sabia. Tratábase de decidir en Oriente si la vida eremítica o solitaria tenía preeminencia sobre la vida cenobítica o común. San Basilio declaró sin rodeos que la vida común es superior y pre­ ferible a la solitaria, por ofrecer menos peligros y poder en ella practicarse iguales austeridades y virtudes quizá más difíciles de adquirir. Fué sin duda su propósito juntar la acción con la oración. Reconocía la superioridad de la vida puramente contemplativa; pero con juntar ambas vidas dió claras muestras de que tenía profundo conocimiento de las aspiraciones de las almas y de las peculiares necesidades de aquella época, en que a la Iglesia le hacían falta soldados valientes y leales. San Basilio estableció asimismo el noviciado o tiempo de probación y los votos monásticos. Con eso evitaba el que los aspirantes profesasen pre­ cipitadamente y se dejasen arrastrar a ciegas; libraba al mundo de escán­ dales y daba estabilidad a las vocaciones religiosas. Los monjes de la Iglesia Oriental observan aún hoy día casi todos ellos la Regla de San Basilio.

    DOCTOR,

    A

    APÓSTOL Y

    ADMINISTRADOR

    L M A de las Iglesias orientales fué San Basilio en la persecución de Valente; de ahí las muchas y admirables cartas que escribió para defender la fe católica y alentar a los fieles. AI renunciar al mundo y a sus pompas, no menospreció por eso los dones que había recibido del cielo. Hizo a la elocuencia esclava de la verdad. Predicaba a todas horas. Tenía particular ingenio para elevar todos los asun­ tos de que trataba, iluminar todos los horizontes y derramar luz sobre cuanto tomaba entre manos. Modelo de homilías es el E x a m e ro n , en el que explica la creación del mundo y lo que Dios obró en aquellos seis primeros días. En él corren parejas la poesía, la ciencia y la filosofía, para juntas levantamos de la contemplación de las cosas creadas a las increadas y sobrenaturales. En sus instrucciones populares y sermones condena mordazmente los vicios y habla enternecido en favor de los necesitados y de los humildes; en ellas se hallan ajustadas explicaciones de la doctrina cristiana, lecciones de moral y controversias teológicas. La Iglesia romana trasladó algunos pasajes al ofi­ cio del Breviario. Cesarea vió a San Basilio multiplicarse en tiempo de epidemia para sal­

    var apestados. Vióle en época de hambre socorrer a los indigentes, recoger­ los, albergarlos, vestirlos y aliviar todas sus necesidades. El emperador Valente le hizo donación de un vasto territorio, como llevamos ya dicho; en él edificó Basilio un asilo para los pobres, verdadero palacio de la caridad, que se llamó la Basiliada, hospitales para enfermos, hospicios para los an­ cianos, inválidos e incurables; hospederías para los extranjeros, escuelas para los niños y jóvenes. En el centro levantó la iglesia, el palacio epis­ copal y las habitaciones de los sacerdotes. Aquellos edificios estaban sepa­ rados por extensos jardines. En el rincón más apartado se hallaba el lazareto. Allí menudeaba el Santo las visitas y daba sin contar a los leprosos señales de sobrenatural amor, llegando a veces hasta abrazarlos con ternura. Aquella magna institución no podía sostenerse sin contar con grandes ayudas; pero San Basilio sólo disponía de su fe y abnegación. El tesoro de donde sacaba a manos llenas las rentas con que contaba para llevar adelante la empresa era sólo su caridad y su amor grande a los prójimos. Fué ardien­ te predicador de la limosna santa; supo ablandar el corazón de los adine­ rados y traerlos a que se compadeciesen de la triste suerte de los menes­ terosos. Su actividad apostólica no conocía límites: solía visitar todas las parro­ quias, reprimía en ellas todo género de abusos, velaba con esmerada solici­ tud por el reclutamiento de clérigos y monjes, pedía clemencia a los poderes públicos para la clase obrera gravada con excesivos impuestos, se interesaba por la construcción de carreteras y puentes. Sabía descender de las altísimas especulaciones de la oración a los negocios ordinarios y al cuidado de las necesidades de su rebaño. Agotado por tantos trabajos y austeridades, consumido lentamente por una enfermedad pulmonar, veía Basilio disminuir sus fuerzas día tras día. Siendo tan sólo de cuarenta y nueve años, tenía aspecto de anciano. En su última enfermedad aun tuvo valor para levantarse a ordenar diáconos y sacerdotes y bautizar a un judío con toda su familia. Diciendo estas pala­ bras: S eñor, en tus m anos e n com ien d o m i espíritu , dió su alma al Criador, el primer día de enero del año 379. La Iglesia celebra la memoria de San Basilio a los 14 de junio, en que fué consagrado obispo. Es uno de los cuatro insignes Padres de la Iglesia griega.

    DIA

    SAN

    15

    DE

    JUNIO

    A B R A H A N

    ABAD Y CONFESOR (¡- entre 476 y 484)

    A

    ejemplo de otros muchos santos, San Abrahán dejó a su país, que estaba en las riberas del rio Éufrates, y, guiado por la divina Providencia, fué a trabajar en tierra extraña, en el país de Auvernia, cuyos límites se confundían con los de la diócesis de Clermont, antes de que fuese dividida por vez primera en el año de 1317, Cuando el monje persa entró en aquella provincia, que fué a mediados del siglo V, casi toda ella era ya cristiana. Los prelados se preocupaban de infiltrar la vivificante savia del cristianismo en las costumbres e insti­ tuciones de la sociedad galorromana, y curar las muchas llagas abiertas por las frecuentes invasiones de los bárbaros. Dos documentos antiquísimos dan luz suficiente sobre la vida de este Santo. Es uno de ellos el epitafio de treinta versos compuestos luego de muerto San Abrahán, por su prelado y amigo San Sidonio Apolinar. Un siglo más tarde, el insigne San Gregorio de Tours, trata de él en sus obras V id a de los Padres e H is to ria de los Fra ncos.

    VIOLENTAS

    PERSECUCIONES EN PERSIA

    ACIÓ San Abrahán de padres cristianos en Mesopotamia oriental, n fines del siglo IV o principios del V, reinando el emperador Hono­ rio (395-423). y siendo rey de Persia Isdegerdes I (399-420). Sus dos biógrafos latinos nada nos cuentan de la niñez y educación de Abrahán. Con todo, uno de ellos da a entender que el santo mancebo oyó hablar de la perfección de vida de los solitarios y cenobitas de Egipto y, como eran grandes su generosidad y su fervor, concibió la idea, si no de imitarlos, a lo menos de ir a visitarlos. La violenta persecución que se le­ vantó en su tierra fué parte para impedirle llevar a efecto su designio por espacio de algunos años. El rey Isdegerdes I favoreció al cristianismo durante casi todo su reina­ do. El famoso obispo de Martirópolis — Maiapharkin, a orillas del río T i­ gris— era muy influyente cerca del soberano persa. Los obispos pudieron celebrar muchos Concilios regionales y lo hicieron particularmente en el año de 410, para allanar algunas dificultades de la Iglesia en Persia, y en particular la que se derivaba de la jurisdicción casi patriarcal del obispo de Seleucia. Entretanto, cundía el descontento entre los sacerdotes mazdeanos y los nobles, por la protección que el rey otorgaba a los cristianos. De la des­ trucción de un templo pagano en una ciudad del Huzistán, tomaron pie para pedir represalias contra los fieles. De allí en adelante favoreció menos el rey a los cristianos, y en el último _año de su vida (419-420) muchos fueron encarcelados y no pocos atormentados y martirizados. Sucedióle Varanes V, el cua! se mostró mucho más cruel y sanguinario. Su reinado duró cerca de veinte años y fué señalado con inauditas cruel­ dades, desconocidas quizá por los mismos emperadores romanos. Mandó que algunos cristianos fuesen echados vivos como pasto de ratas hambrientas; a otros les hizo desollar la cara y mutilar tan bárbara y vergonzosamente, que no puede contarse. A algunos los tenía en la cárcel por espacio de mu­ chos años, dándoles apenas de comer para que se debilitasen y, cuando ya los veía desfallecer, los atormentaban cruelísimamente para ver de hacerles renunciar a sus creencias. Muchos cristianos, temerosos de que les faltase ánimo para resistir a tan atroces tormentos, intentaron salir de Persia y refugiarse en territorio ro­ mano; pero el perseguidor mandó apostar soldados en las fronteras del reino con encargo de detener a los cristianos fugitivos.

    N

    SAN ABRAHÁN,

    DETENIDO Y

    ENCARCELADO

    O se avergonzaba San Abrahdn de confesar la fe; pero, desconfiando de sus propias fuerzas, dudaba si tendría valor bastante para aguan­ tar los tormentos. I*or otra parte, hacía ya tiempo que deseaba re­ tirarse a algún monasterio. Determinó, pues, irse de Persia y visitar a solitarios y monjes de Egipto. Fué detenido antes de pasar la frontera, y luego azotado, cargado de cadenas y encerrado en lóbrega mazmorra, donde por espacio de cinco años fué tratado inhumanamente. Era por entonces nuestro Santo un joven gallardo y robusto; pero en la cárcel le daban tan poco alimento que, según testimonio de San Sidonio Apolinar, enflaqueció de tal forma que los hierros que llevaba le vinieron grandes al cabo de poco tiempo. Nada, sin embargo, pudo quebrantar su fe ni desalentarle. Feliz de padecer algo por Cristo, esperaba con ansia el martirio. El Señor no le concedió esta gracia. Contrariamente a lo que esta­ ba previsto, pasados cinco años de reclusión y horribles padecimientos, salió milagrosamente de la cárcel, de manera algo parecida — dice San Gregorio— a como fué libertado San Pedro en Jerusalén. Rompiéronse sus cadenas, abriéronse las puertas y Abrahán salió sin que nadie le molestase. Llegóse hasta la frontera occidental de Persia y entró sin obstáculo en país extranjero. Estaba ya en libertad; aun ignoraba a qué le tenía Dios destinado; pero con todo, se despidió para siempre de la tierra que le vió nacer y donde tanto había padecido.

    N

    LARGO VIAJE: DESDE PERSIA HASTA LAS GALIAS

    E

    N el epitafio escrito en verso por San Sidonio Apolinar para el sepul­ cro de San Abrahán, se habla del viaje que tuvo que hacer el des­ terrado persa para llegar a Auvernia. «Busca la soledad y huye del bullicio de las gentes; pero los prodigios que siembra a su paso, le atraen la veneración universal... Los fieles se enco­ miendan a sus oraciones; con sólo tocarlos cura a los enfermos y arroja a los demonios. Detiénese breve tiempo en los lugares por donde pasa. No quiere residir ni en Antioquía, ni en Alejandría, ni en Cartago; ni siquiera en la ciudad donde murió el divino Redentor... Huye del alboroto de ciuda­ des como Bizancio, Ravcna. Roma y Milán...» Bien puede creerse que al nombrar estas ciudades, el poeta intentó re­ sumir en breves palabras las largas peregrinacions que San Abrahán, su amigo, le había referido muchas veces. Con eso nos señala el itinerario que

    siguió el santo peregrino desde Persia hasta las Galias. Por él venios qn< no tomó el camino directo y que hizo un recorrido larguísimo. Debió sin duda seguir las grandes vías romanas que enlazaban entre sí las principales ciudades de Oriente y Occidente. Como antes el insigne patriarca del mismo nombre, iba andando, andando, guiado por el Señor, hasta el día en que una voz interior le señalase el lugar elegido por Dios. Inspiróle el Señor que se detuviese cerca de la ciudad de Clermont, capital galorromana. Su­ cedió esto probablemente a mediados del siglo V, siendo obispo de aqucllu ciudad San Namacio (446-462). El santo peregrino, que lo había dejudo todo para seguir el divino llama­ miento y había caminado en busca de lugar solitario y sosegado, halló en lu provincia de Auvernia otra patria y a la vez campo de fecundo apostolado y lugar de descanso.

    IGLESIA Y

    A

    MONASTERIO DE SAN QUIRICO

    B R A H Á N fijó su residencia al noroeste de la ciudad, muy cerca de sus murallas. Escogió y edificó una pobre choza cubierta de bálago y en ella llevó vida de oración, mortificación y celo apostólico. A corta distancia de la choza había una ermita, o tal vez una iglesia d cada a San Quirico, niño natural de Iconio de Licaonia, el cual fué marti­ rizado en tiempo de Diocleciano en la ciudad de Tarso de Cilicia, con su madre Santa Julita. Los de Auvernia tenían gran veneración a este niño mártir, y es verosímil que el monje persa libró aquel santuario del aban­ dono en que yacía, restaurándolo, ensanchándolo y embelleciéndolo hasta convertirlo en espléndida iglesia, digna de los muchos fieles que la frecuen­ taban en las grandes solemnidades, y más el día de la fiesta de San Quirico. Abrahán no era probablemente sacerdote cuando llegó a Auvernia, pero no tardó en recibir las sagradas Órdenes. Esta dignidad sacerdotal, el hecho de residir cerca de una populosa ciudad y de un santuario tan frecuentado, los numerosos fieles que a él acudían los principales días de fiesta, todo eso da a entender que San Abrahán vivía entregado al ministerio pastoral y a la santificación de los prójimos. Con su vida ejemplarisima y penitente, con el valimiento que tenía cerca del Señor y con su incansable y solícita caridad, se granjeó la estima y ve­ neración no sólo de los fieles sino también de los sucesivos obispos y de las principales personas de la ciudad. Pronto acudieron a él muchos discípulos en busca de consejo y direc­ ción. Menester fué reformar y ensanchar la pobre choza hasta convertirla en espacioso convento. Este fué el origen del monasterio de San Quirico, poco distante de la iglesia del mismo nombre.

    U

    N día de gran festividad falta vin o para honrar a los in v ita ­ dos. B a ja San Abrahá n a la bodega y suplica al Señor que

    le ayude en esta necesidad. O ye, en efecto, el Señ or la plegaria, y este h om bre tan com pasivo puede dar de beber a todos y queda aún buena cantidad de vin o en las tinajas.

    No era con todo un convento semejante a los de Egipto o de Siria. No había en él ni regla monástica, ni votos o promesas especiales: nadá de esto quiso establecer San Abrahán. Aquella mansión servía de asilo a los segla­ res y a los clérigos deseosos de llevar vida cristiana perfecta y de observar, además de los preceptos ordinarios de la santa Iglesia, los consejos evan­ gélicos. Había ya en Auvernia por entonces varios monasterios semejantes. San Sidonio Apolinar dice que el de San Quirico era para él como un oasis adonde gustaba retirarse a menudo, para disfrutar de sus incomparables bellezas.

    COMO EN LAS BODAS DE CANA

    E

    S TA B A encargado de la administración de la iglesia de San Quirico el santo abad del monasterio y eran muchos los fieles que acudían a dicha iglesia para oír los consejos y enseñanzas del Santo y enco­ mendarse a sus fervorosas y eficaces oraciones. El d'a de la fiesta de S Quirico solían acudir también el prelado, el gobernador y la nobleza de la ciudad para realzar con su presencia el esplendor de las sagradas ceremo­ nias. Después de misa solía el santo abad convidar a los ilustres huéspedes a un ágape fraternal. También los pobres participaban en él, pues a la en­ trada del monasterio se les daba vino y alguna cosa de comer. Sucedió un año que a la hora del convite sólo quedaban cuatro ánforas de vino. El mayordomo del monasterio fué a decírselo al Santo, y añadió que esa cantidad no bastaba ni con mucho para todos los convidados. En oyéndolo, bajó San Abrahán a la bodega y se puso a orar, suplicando al Señor que se dignase darles vino para el convite. Fueron oídas sus plega­ rias. Tanto los convidados como los fieles que se presentaron bebieron a dis­ creción, y al atardecer estaban los cántaros tan llenos como por la mañana. San Sidonio Apolinar, el gobernador Victorio y los demás convidados com­ probaron admirados este prodigio, con lo que creció la profunda veneración que tenían hacia su santo director y amigo.

    AMISTAD CON EL OBISPO Y

    E

    EL GOBERNADOR

    L año 471, Sidonio Apolinar cargó sobre sí el gobierno de la diócesis de Clermont. Era yerno del emperador Avito y había ejercido en el imperio los importantes cargos de prefecto de Roma y presidente del Senado. Estaba persuadido de su insuficiente preparación para desempeñ debidamente semejante cargo eclesiástico y por eso le gustaba aconsejarse

    de la experiencia y santidad de Abrahán, a quien veneraba como a padre y dechado perfecto de vida sacerdotal. En breve llegó a ser muy íntima la amistad entre el obispo de Clermont y el santo abad de San Quirico, con lo que pudieron resistir valerosamente a los sucesos tan imprevistos como dolorosos que muy luego ocurrieron. Los visigodos eran ya dueños del suroeste de las Galias, pero querían a toda costa dilatar los términos de su imperio hasta el río Loira, y así in­ vadieron a Clermont el año 474. Fueron rechazados en el primer encuentro; mas al año siguiente lograron vencer a los heroicos defensores de la ciudad, los cuales, faltos de ayuda por parte de los romanos, no tuvieron más re­ medio que rendirse al invasor y aceptar su gobierno. Como el monasterio y la iglesia de San Quirico estaban cerca de las mu­ rallas, fueron en parte destruidos por los sitiadores, y sólo se salvaron de total ruina, merced al ascendiente que logró ejercer el Santo sobre los jefes del ejército invasor. AI cesar las hostilidades, estaba San Abrahán en relaciones inmejora­ bles con el duque Victorio, a quien el rey visigodo Eurico nombró goberna­ dor de la ciudad de Clermont. El nuevo gobernador era católico y probable­ mente natural de Auvemia. Acertó a imponer sin violencias el nuevo régimen político. Gustábale visitar a menudo a San Abrahán, y de muy buena gana seguía sus consejos. Él y San Sidonio rivalizaban en veneración afectuosa al insigne fundador del monasterio de San Quirico.

    MUERTE, RELIQUIAS Y

    SEPULCRO DEL SANTO

    IEND O ya muy anciando y estando su cuerpo gastado por los pade­ cimientos y continuas penitencias, cayó gravemente enfermo por los años de 476. Grande fué la aflicción de los fieles de Clermont con esta noticia. Muchos amigos del Santo fueron a verle y pedirle su postrera ben­ dición. El duque Victorio acudió a toda prisa, se arrodilló junto a la cama del santo agonizante, besó respetuosamente sus manos y le suplicó con lá­ grimas que se acordase de él cuando estuviese en el cielo. A los pocos momentos entregó el Santo su espíritu al Señor; sucedió su muerte hacia el año 476, antes de que el duque Victorio dejase el gobierno de aquella ciudad. Su amigo San Sidonio no dice en sus escritos que se hallase en la ciudad cuando ocurrió la muerte de San Abrahán. Pudo acaecer mientras el prelado cumplía momentáneo destierro en el año 476. Sea como fuere, el gobernador no quiso ceder a nadie el cuidado de los solemnes fu­ nerales del Santo; él mismo pagó todos los gastos. El cuerpo de San Abrahán fué depositado en la iglesia de San Quirico.

    donde el duque Victorio edificó un magnífico sepulcro. A petición del Mieer dote San Volusiano, que fué después metropolitano de Tours, el poclii Sun Sidonio desempolvó su lira, mucho tiempo abandonada, y compuso el r|i! tafio del que hicimos ya mención, el cual refiere brevemente la vida y milu gros del santo abad, y ha conservado su recuerdo muy vivo en el corrí i de los siglos. En el siglo X I I se reedificó la iglesia de San Quirico, la cual vino u «n centro de muy extensa parroquia. Entonces fueron depositadas las rcliquiii* de San Abrahán en la nave del templo, al lado derecho de la entrada prin cipal. Encima de ellas colocaron un altar coronado con un busto de mu dera que reproducía más o menos acertadamente las facciones del roslr» del Santo. El año 1742 destruyeron aquel altar; sobre la losa bajo la cual se hallubii el sepulcro grabáronse algunas letras para señalar el lugar y conservar nil el recuerdo, y en una placa de mármol sujeta en la pared vecina se inscribió la traducción del epitafio latino compuesto por San Sidonio. Veinte años más tarde, en el de 1761, el obispo de Clermont quiso re­ conocer oficialmente las reliquias de San Abrahán. A seis pies bajo las losni de la iglesia, se descubrió un sarcófago de piedra blanca, cuya tapa parecía estar sellada bajo dos enormes piedras. Convencido por la inspección de aquellos lugares que el sagrado depósito permanecía intacto desde hacía si­ glos, el obispo desistió de romper los sellos del sarcófago y proclamó que el sepulcro de San Abrahán era uno de los monumentos más auténticos de la Iglesia de las Galias. La discreción y prudencia del prelado salvó las sagradas reliquias. De haber sido desenterradas y expuestas en relicarios, sin duda hubieran sido echadas a la hoguera en el año 1793 con las demás reliquias de las iglesias de Clermont. La iglesia de San Quirico no pudo salvarse de la destrucción. Fué vendida en pública subasta, destinada a profanos menesteres y final­ mente destruida. La iglesia de San Esteban, más conocida con el nombre de San Eutropio, pasó a ser la parroquial del barrio de San Quirico. A ella fueron trasladadas solemnemente las reliquias de San Abrahán y Colocadas en grandioso relicario de madera dorada. Finalmente, a mediados del siglo X I X fueron depositadas bajo la mesa del altar dedicado al Santo en una de las capillas laterales de dicha iglesia.

    REFORMA DEL MONASTERIO. — CULTO DEL SANTO OS monjes de San Quirico guardaron piadosa y fielmente el recuerdo de su santo abad, lo cual no impidió que, con el tiempo, la discordia y la relajación se introdujeran en el monasterio. San Abrahán los golirrnó paternalmente, sin imponerles Regla fija. Mientras él vivió, bastaron ■ palabras y ejemplos para mantener el fervor entre los religiosos. Después de muerto, sucedióle Auxanio, monje virtuosísimo, pero algo Iímido y enfermizo, al cual le faltó la firmeza y constancia necesarias para liinutr ascendiente sobre sus hermanos y mantenerlos en la primitiva obser­ vancia. San Sidonio tuvo que intervenir. Con la autoridad que le daban el cargo de obispo y la amistad que tuvo con el fundador del monasterio, re­ dujo a los discípulos de Abrahán a la observancia de la regla del monasterio de Leríns. Además, el prelado nombró como coadjutor del abad Auxanio ii uno de los más señalados miembros del clero de la diócesis: el presbí­ tero Volusiano. Tan sabias providencias ayudaron sin duda muchísimo a reformar el mo­ nasterio sin choques ni violencias. Sea de ello lo que fuere, la historia local nuda nos cuenta de la suerte del famoso convento. Es probable que des«pareciera en alguna de las muchas revueltas políticas que trastornaron la provincia de Auvernia desde el siglo V I hasta el X . No sucedió otro tanto con el recuerdo de San Abrahán. Su nombre sobre­ vivió, como su sepulcro, a las invasiones, guerras y calamidades que asola­ ron por espacio de cuatro siglos a su patria adoptiva. Fué canonizado a una por el pueblo y por las decisiones oficiales de los obispos de Clermont, jueces competentes de los milagros obrados por el santo nlmd de San Quirico. Los fieles de Auvernia le tuvieron siempre vivísima devoción y muchos iban a postrarse sobre su sepulcro. «Los enfermos de calenturas — escribía San Gregorio Turonense a fines del siglo V I— , hallan con frecuencia en el sepulcro de San Abrahán, miste­ rioso remedio a sus dolencias». Diez siglos después, las actas de los milagros dan testimonio de que era invocado en la misma enfermedad. También se acudía a la protección del Su uto en favor de los niños enfermos. Cerca de la iglesia de San Quirico, en la calle de ese nombre, se hallaba mui fuente llamada de San Abrahán. Los enfermos de calentura y cuantos temían enfermar de dicha dolencia, solían ir con devoción a beber de aquellit* aguas. De San Abrahán hace mención el Martirologio romano el día 15 de junio; ni oficio lo trae el Propio de la diócesis de Clermont el mismo día. d in

    DIA

    16

    DE

    JUNIO

    SAN JUAN FRANCISCO REGIS JESUITA

    E

    (1597 - 1640)

    STE ilustre Santo, apóstol de extensas regiones de Francia, nació a 31 de enero del año 1597, de noble e ilustre linaje, en Fontcuberta, hoy de la diócesis de Oarcasona. Gozaba su familia de merecida con­ sideración, más que por sus cuantiosas riquezas, por su fidelidad a la fe católica en tiempos en que las luchas contra los hugonotes trastorna­ ban el país. Un hermano del Santo dió la vida por la causa católica en Villemur, no lejos de Tolosa. Por lo que a nuestro Santo se refiere, hubiérase podido creer que la pie­ dad le era connatural, pues saboreaba ya desde su más tierna infancia las dulzuras del amor divino. Aun en aquella edad pueril manifestó mucho aborrecimiento a los juegos y entretenimientos y una particular inclinación a la oración, al retiro y a la virtud; por lo que en todas sus acciones descu­ bría una madurez de juicio, una modestia y una cordura que ganaba el corazón de todos. Con frecuencia se encerraba en una capilla y allí, olvi­ dándose de sí mismo, quedaba como arrobado en dulce contemplación. Hab'anle confiado sus padres a un preceptor de mal genio. El niño, de natural encogido y medroso, sufrió mucho en tales circunstancias. No tardó.

    sin embargo, el competente educador en dar con el camino adecuado y por él avanzaron resueltamente maestro y discípulo. En 1611 comenzó a frecuentar el Colegio de los Jesuítas de Beziéres. Bajo la dirección de tan sabios maestros, Juan Francisco hizo rápidos pro­ gresos en la piedad. Su ingreso en la Congregación Mariana fué un poderoso medio para incrementar su tierna devoción a la Madre de Dios. Profesó siempre particular devoción al Santo Ángel de su Guarda, a quien se creyó deudor de una protección especial en determinado accidente que puso en peligro su vida.

    LA VOCACIÓN ATO RCE años contaba a la sazón nuestro joven y, aunque en esta edad encuentra la virtud tantos escollos, parecía insensible a las voces de la naturaleza. Su carácter recto le dió un saludable ascen­ diente entre sus condiscípulos, alojados por grupos en casas particulares. A l principio, algunos bromistas ridiculizaban sus prácticas religiosas; mas cuando apreciaron su vida, lejos de apartarse de él, se honraban con su amistad. A fin de llevar vida más recogida redactó un reglamento que gus­ tosos aceptaron cinco o seis muchachos que vivían con él. En ese regla­ mento se fijaban las horas que debían dedicar al estudio. Las conversaciones inútiles estaban prohibidas; durante las comidas leían un libro de piedad; por la tarde tenían un rato de examen de conciencia y el domingo se acer­ caban todos a la Sagrada Mesa. Por esta época, una grave enfermedad que puso en peligro su vida, le hizo sentir profundamente la fragilidad humana. Aumentó su aversión al mundo, la impresión que le produjo el conocimiento de la muerte prema­ tura de una prima carnal llamada Ana. Desde entonces una sola idea ocu­ paba su atención: la de entregarse a Dios por completo en la vida religiosa; y para mejor conocer la voluntad divina, se retiró algún tiempo a solas para reflexionar. Sintióse impulsado a ingresar en la Compañía de Jesús y, ayudado por su confesor, entró en el Noviciado de Tolosa el 8 de diciem­ bre de 1616.

    C

    EL NOVICIADO ESDE el principio echóse de ver el fervor de que estaba animado. Mantenía su unión con Dios mediante el recuerdo constante de su santa presencia. Las virtudes que de un modo particular ejercitó fueron: la humildad, el odio a sí mismo, el desprecio del mundo, ardiente celo por la gloria de Dios y fervorosa caridad para con el prójimo. Buscaba los empleos más bajos y humildes; era su delicia barrer la casa, servir a la mesa y, sobre todo, estar al servicio y cuidado de los enfer­ mos. Gustaba visitar los hospitales, para ejercer la caridad con los pobres enfermos, escogiendo los más repugnantes, en quienes veía mejor represen­ tada la persona de Jesucristo. La severidad con que trataba a su cuerpo contrastaba grandemente con la suavidad y dulzura que empleaba con los demás. Sus compañeros solían decir que Juan Francisco era su propio per-, seguidor. Transcurridos dos años de Noviciado, enviaron al santo joven a Cahors, donde estudió Retórica y pronunció los primeros votos; pasó luego a Billom como profesor de Gramática. En 1622 le destinaron a Turnón, donde estu­ dió Filosofía por espacio de tres años. El espíritu de fe animaba todas sus acciones; jamás se ponía a estudiar sin ofrecer a Dios aquel trabajo, de modo que los estudios, lejos de ser un impedimento a su piedad, le ayu­ daban a vivir en constante oración.

    D

    PRIMICIAS DE SU APOSTOLADO

    E

    N la residencia de Turnón se ejercitaba en la evangelización de los pobres, satisfaciendo así un deseo de su alma, humilde y abnegada. Los domingos, acompañando a uno de los Padres del Colegio, recorría los poblados vecinos y al son de una campanilla reunía a los niños pa catequizarlos y enseñarles a amar a Dios. No satisfecho con ello, instruía en sus obligaciones a los mayores, los cuales, preparados convenientemente, eran llevados al Padre para que los oyera en confesión. Sus disposiciones para el apostolado se manifestaron de modo sorpren­ dente en la transformación del pueblo de Andauce, donde perdura todavía la memoria del Hermano Regis. A la borrachera, la blasfemia e impiedad que allí reinaban, siguió la práctica de los Sacramentos y, en especial, la frecuente recepción y culto de la Santísima Eucaristía. A Francisco le cupo la dicha y el honor de fundar una cofradía del Santísimo Sacramento a

    ejemplo de las que otros jesuítas habían establecido en diferentes puntos (li­ la región. Contaba por esta época veintidós años. La Providencia le reservaba, paru más adelante, mayores combates y triunfos.

    EN

    LA ENSEÑANZA

    E

    N en 1625, los superiores trasladaron al Hermano Regis a Puy, en el Velay, para enseñar Literatura. En Puy, como en Cahors, trabajó con ahinco, no sólo para instruir a sus alumnos, sino para dirigirlos al bien. Preparaba con esmero las explicaciones que debía dar y, a fin de ase­ gurar feliz resultado, iba a postrarse ante Jesús Sacramentado antes de en­ trar en clase. Curó a un alumno suyo haciendo Sobre él la señal de la cruz, y le recomendó más fervor en el servicio de Dios para lo sucesivo. En Auch fué igualmente profesor de Literatura en 1627. A l año siguiente fué enviado a Tolosa para estudiar Teología. Levantábase por la noche para ir a la capilla, y, como alguien se lo advirtiese al superior, contestó éste como inspirado: — No turbéis las tiernas comunicaciones que este ángel mantiene con Dios; o mucho me equivoco o un día celebrará la Iglesia la fiesta de vues­ tro compañero.

    ES ORDENADO SACERDOTE

    A

    principios del año 1630 Juan Francisco recibió aviso de prepararse a la recepción del sacerdocio. Un combate se levantó entonces en su alma humilde; pero el celo que tenía por la gloria de Dios y la sal­ vación de las almas venció por fin; y hasta hizo al Superior la extr petición de que adelantara un año la ordenación, prometiéndole con su in­ genuidad ordinaria, la celebración de treinta misas por él, si accedía a su ruego. La concesión de tal gracia suponía para él la pérdida para siempre del derecho de ser religioso profeso, sin que por ello dejara de pertenecer a la Compañía de Jesús. Este sacrificio le fué aceptado y el Hermano Regis recibió el Sacramento del Orden en la fiesta de la Santísima Trinidad de 1631. Preparóse a la primera Misa con oraciones y penitencias. El sagrado carácter del sacerdocio llenó su corazón de tal abundancia de espíritu de humildad, que resolvió vivir en adelante muerto a sí mismo y totalmente entregado a promover la gloria de Dios y la salud de las almas.

    U

    N lib ertin o resuelve asesinar a San Jua n F ra n cisco R egis, y llega a desenvainar la espada para p on er p o r obra su intento.

    E l Santo, im pasible, le habla con m ansedum bre y se queda delante de él dispuesto a aceptar la m u erte; la respuesta de aquel infeliz es un torrente de lágrimas.

    APÓSTOL DE LOS POBRES

    A

    LGUNOS meses más tarde, se vio precisado, por asuntos de familia, a realizar un viaje a Fontcuberta, su pueblo natal; empero los inte­ reses del mundo le preocupaban menos que los de la gloria de DiosDedicaba el día a obras de caridad y de celo; enseñaba el catecismo a niños y predicaba a los mayores; pasaba largos ratos en el confesonario es­ cuchando y aconsejando a los penitentes. Todos los días visitaba a los en­ fermos y se presentaba ante las casas de los ricos pidiendo limosna, que luego repartía entre los necesitados. Terminaba la jornada con fervorosa plá­ tica. Tal fué siempre la distribución del tiempo en sus misiones. Un día que atravesaba las calles de la población con un jergón a cuestas fué silbado estrepitosamente por algunos soldados. La alegría que por ello experimentó Juan Francisco fué grande, viéndose tratado e injuriado como el Divino Maestro. Disgustados sus hermanos y parientes por aquel proceder tan opuesto a las máximas del mundo, creyeron deber advertírselo y lo hicie­ ron con las siguientes palabras: «Practica si quieres las obras de misericordia; pero, por favor, no nos pongas en ridículo». Esta reconvención hizo poca mella en el ánimo del padre Regis, que pe­ netraba los secretos de la cruz: — Un ministro del Evangelio no se rebaja cuando se humilla — contes­ tó— , lo que importa es que Dios no sea ofendido; fuera de eso, ¿qué se me da de los juicios de los hombres? Dios premió su ilimitada caridad y celo apostólico con el consuelo de ver reconciliados a varios miembros de su familia, trocadas las costumbres de la población y ganadas muchas almas para el cielo, dejando, al abandonar el país, gran fama de santidad, como aseguró su mismo Provincial. El maravilloso éxito que consiguió nuestro Santo en Fontcuberta movió a sus superiores a dedicarle exclusivamente a misiones apostólicas. Su campo de acción fué, por de pronto, la ciudad de Montpeller, a la sazón muy cas­ tigada por las guerras civiles de religión que asolaron el país durante el rei­ nado de Luis X I I I . Obró numerosas conversiones, no con brillantes sermones sino con el buen ejemplo y la sencilla explicación del catecismo. Aunque el celo de San Juan Francisco se extendiese a toda clase de per­ sonas, su inclinación le llevaba con más fuerza a procurar la salvación de los pobres, especialmente de los que viven en las aldeas, donde solía pasar la mayor parte del año, particularmente en el invierno, en cuyo tiempo los labradores están menos distraídos y ocupados con sus labores. Discurría de lugar en lugar, de aldea en aldea, siempre a pie entre la nieve y el hielo; y con increíbles fatigas y trabajos se empleaba en instruirlos en los mis-

    tcrios de nuestra santa religión, oír sus confesiones, armonizarlos, apaci­ guarlos, y reducirlos a llevar una vida verdaderamente cristiana. Su con­ fesonario era siempre frecuentado de pobrecitos. «A las personas de calidad — solía decir— jamás faltarán confesores; esta pobre gente, que es la más abandonada en la grey de Jesucristo, es la parte que me corresponde». Los necesitados de Montpeüer y de las villas y lugares de aquel distrito, como antes los de Fontcuberta. encontraban en él, no sólo buenas palabras, sinu generosas limosnas por él buscadas. En esta ciudad trabajó con incan­ sable celo en la conversión de las públicas pecadoras; a menudo les salía al encuentro aun a riesgo de caer en ridículo o cubrirse de vergüenza, y rara vez volvía a su casa sin lograr de ellas que. a ejemplo de María Magdalena, regaran los pies del Salvador con abundantes lágrimas de arrepentimiento.

    MISIONES ENTRE

    E

    PROTESTANTES

    N 1633 el obispo de Viviers solicitó del Superior de los Jesuítas un Padre que le acompañara en su pastoral visita. Le fué asignado el padre Regis. Aquí tuvo que combatir no sólo contra los vicios, lla­ mando a los pecadores a penitencia, sino también contra los errores de Ca vino, que habían inficionado a muchos de aquellos pueblos, a los cuales, asistido de la divina gracia, volvió al seno de la Iglesia. A consecuencia de las guerras de religión el país estaba sumido en la mas deplorable abyección. El padre Juan Francisco encontró abierto a su apos­ tólico celo un campo muy vasto. Frecuentes eran los sermones y numerosas las confesiones que oía como efecto de sus patéticas exhortaciones. En Uzer, Juan de Chalendar, excelente católico, preparó una entrevista entre el mi­ sionero y una dama noble, acérrima protestante, pero de buenas costumbres y de mucha influencia. La abjuración de la herejía de dicha señora fué un gran avance de la causa católica. Con ello consiguió que esos herejes vol­ viesen al gremio de la Iglesia católica. A l año siguiente, la obediencia le destinó a tierras de Boutibres, en el Vivarés, donde se precisaba un apóstol de la talla de nuestro Santo para com­ batir la impiedad. Las fatigas y los trabajos, las nieves, las heladas, los huracanes más vio­ lentos, no le amedrentaban cuando de la gloria de Dios o salvación de las almas se trataba. Tres siglos han pasado desde que los sudores del padre Regis regaron aquellos pueblos y el fruto de sus trabajos perdura. El Cheylard, en especial, es una de las regiones que más encendida conserva la antorcha de la fe.

    LA CATEQUESIS DE PUY

    E

    L Puy fué por espacio de varios años testigo de los trabajos apostóli­ cos del padre Regís. Una ignorancia absoluta en materia de religión invadía el país; pobres y ricos habían olvidado hasta las más elemen­ tales obligaciones del cristiano. Lo que necesitaban aquellos habitantes el pan de! catecismo, y nadie más indicado que el padre Regis para repartirlo. Emprendió éste con gran valor la reforma de aquella viciosa ciudad, con misiones en el verano y discurriendo en el invierno por las villas, lugares y aldeas circunvecinas; en todas partes logró un increíble fruto. Aun en la ciudad conservaba su acostumbrado método de predicar la palabra de Dios en forma de catecismo, y sus discursos eran sencillos y sin arte; pero los pronunciaba con tan gran fervor de espíritu y con un corazón tan con­ movido y penetrado de las verdades evangélicas que anunciaba, que todos acudían a oírle con mucho gusto y no menor beneficio de sus almas, no sólo los seglares y la gente sencilla, sino también los eclesiásticos y religiosos. Los maravillosos éxitos de las sencillas instrucciones del padre Regis excitaron la animadversión de un famoso predicador, que le denunció al superior Provincial. Éste, de visita a la sazón en el Puy, asistió por curio­ sidad un día a la catequesis de nuestro bienaventurado, y al oírle hablar de la fe no pudo contener el llanto, diciendo al salir de la iglesia a su com­ pañero: «N o me asombro de que este hombre logre tanto bien, ni de que le sigan las gentes con tanto fervor: si yo estuviera en esta ciudad y él ex­ plicara el catecismo a cuatro leguas de aquí, no dejaría nunca de ir a oírle». No se crea, sin embargo, que este apóstol transitaba por las calles como un inconsciente. Cuando la gloria de Dios lo demandaba sabía hacer per­ fecto uso de su libertad. En cierta ocasión oyó blasfemar en la calle a un hombre enmascarado y nuestro Santo le abofeteó sin compasión. Otra vez cubrió de barro la boca de una mujer que habfa cometido el mismo pecado. En ambos casos produjo buen efecto la enérgica actuación del Santo, pues el hombre se arrodilló al instante implorando el perdón y la mujer se alejó presa de graves pensamientos. Para conservar íntima unión con Dios y obtener de su bondad más nu­ merosas conversiones sometía su cuerpo a graves penitencias. Su disciplina era una verdadera «herramienta sanguinaria»; desde el primer día que empe­ zó su actuación de misionero hasta que murió se abstuvo de carne, queso, huevos y vino, contentándose para su alimento con pan, yerbas, legumbres, alguna fruta, y alguna vez un poco de leche; su bebida ordinaria era el agua. La guerra que al libertinaje declarara, le atrajo burlas, insultos y ame­ nazas de muerte; sin embargo, nunca se le vió mudar de color ni alterarse

    la serenidad con que afrontaba las iras de los desgraciados a quienes quitaba ocasiones de pecar. Más de lina doncella le debió la conservación de su in­ tegridad. A él se debió también la creación de asilos de arrepentidas.

    ÚLTIMA ENFERMEDAD Y

    MUERTE

    UANDO San Juan Francisco se hallaba en el décimo año de su pre­ dicación, quiso el Señor anticipar el premio de sus trabajos. En el adviento de 1640 se recogió' en el colegio de Puy para ocuparse al­ gunos días en Ejercicios Espirituales a fin de prepararse a la muerte, de cuya cercanía había tenido un secreto presentimiento. Después, el 23 de diciembre, no obstante ser la estación en extremo fría y estar la tierra cubierta de nieve y de hielo, quiso ir a La Louvesc, lugar situado entre montes asperísimos, a seis leguas de Puy, donde había anun­ ciado una misión para el 24 de diciembre. Los graves trabajos que padeció en el camino le ocasionaron una calentura ardiente, que presto degeneró en una gran inflamación; no obstante, apenas llegó a La Louvesc, dió principio a la misión, predicó cinco o seis veces y oyó continuas confesiones durante muchas horas, hasta que el día 26, hallándose en la iglesia, le sobrevino un desfallecimiento que le obligó a ponerse en cama en casa del cura. Los médicos juzgaron su estado desesperado, y el misionero, conociendo que llegaban sus últimos momentos, recibió con gran fervor el Viático y la Extremaunción. Únicamente la vista del Crucifijo aliviaba sus dolores. Por fin, el 31 de diciembre dijo al Hermano coadjutor que le asistía: «¡Qué dicha es la mía, queridísimo Hermano! ¡Qué contento muero! Jesús y María se han dignado visitarme para convidarme a la dulce estancia de los bien­ aventurados!» Después, cruzando las manos y fijos los ojos en el crucifijo, añadió: «/ « manus tuas, D ó m in e ... Señor, en tus manos encomiendo mi es­ píritu». Estas fueron sus últimas palabras. La fama de santidad que había adquirido en vida no disminuyó en su muerte. La tierra que cubría su tumba fué robada varias veces como preciosa reliquia. Sabedores los habitantes de La Louvesc que pretendían arreba­ tarles el santo cadáver y llevarlo a Turnón o al Puy, labraron un sepulcro más profundo y pusieron encima fuertes barrotes entrecruzados. Su beatificación tuvo lugar el 8 de mayo de 1716, en el pontificado de Clemente X I. Clemente X I I lo canonizó el 8 de mayo de 1737. La Compañía de Jesús celebra su fiesta el 16 de junio. Es el patrono de una asociación piadosa que tiene por fin principal le­ gitimar los matrimonios que de ello han menester. Con ella perpetúa este Santo el bien que no cesó de obrar mientras peregrinó sobre la tierra.

    C

    DIA

    SAN

    17

    JUNIO

    HIPACIO ABAD

    E

    DE

    (370 - 446)

    N la primera mitad del siglo V se establecieron numerosos monasterios en Constantinopla y en las costas asiáticas del Bosforo, sobre todo en el distrito de Calcedonia. En 394 Rufino, prefecto del pretorio, hizo construir uno que se halla emplazado precisamente en esta población, en el barrio llamada de La Encina. Recién fundado, albergó mon­ jes originarios de Egipto que a poco lo abandonaron, corriendo el edificio a su ruina, hasta que Hipacio, que ansiaba una soledad tranquila y segura, se estableció allí, lo restauró y lo gobernó por espacio de cuarenta años. Dióle tal desarrollo e influencia, que desde el siglo V’ sólo se le conoce con el nom­ bre de «Monasterio de Hipacio». Hipacio nació hacia el año 370 en Frigia, provincia del Asia Menor. Su padre, fervoroso cristiano y. a lo que parece, abogado de profesión, dedicóle al estudio de las letras humanas en las que hizo notables progresos. Pero Dios, que le tenía predestinado para vaso de elección, permitió que inopinada­ mente surgieran serias desavenencias entre padre e hijo. Los malos tratos que recibió Hipacio y el deseo de evitar nuevos alter­ cados, le hicieron concebir el propósito de alejarse del hogar paterno. Y . poniendo por obra su determinación, abandonó su casa cuando apenas con­

    taba catorce años, dejando que la Providencia encaminara sus pasos adonde mejor fuere servida. Era hacia el año 384. Habiendo entrado en una iglesia, que halló en el camino, oyó el texto del santo Evangelio que dice: « Y cual­ quiera que dejare casa, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre..., por causa de mi nombre, recibirá cien veces más, y poseerá después la vida eterna». Estas palabras impresionaron profundamente su ánimo y, juzgando por ellas que Dios le quería en el estado religioso, resolvióse a entrar en un convento y responder así al llamamiento divino. Pocos eran los monasterios que a la sazón existían en la capital del Im­ perio de Oriente y sus alrededores. Isaac, monje siríaco, acababa de fundar uno en Constantinopla, llamado «Monasterio de Dalmacio», en memoria del santo personaje, antiguo oficial de la guardia de Teodosio el Grande, que lo organizó y gobernó durante más de un cuarto de siglo. Hipacio atravesó el Bosforo y, encaminándose hacia la Tracia, llegó al poblado de Halmirisos, lugar tranquilo y, al parecer, muy a propósito para dar comienzo a su vida de asceta. Para mejor asegurarse el sustento cor­ poral entró al servicio de un rico labrador de los alrededores, que le confió el cuidado de sus ovejas. Aquella vida tranquila y apacible que le alejaba del bullicio del mundo y trato con los hombres no le disgustaba, pero su alma ansiaba todavía unión más íntima con Dios. Un sacerdote del lugar que acertó a pasar por donde el pastor apacentaba el ganado y cantaba alabanzas a Dios, prendóse de su dulce y armoniosa voz, acercóse a él y, conociendo por el continente recatado y mesuradas pa­ labras que bajo los burdos vestidos del zagal se encerraba un alma no hecha para cosas de este mundo, le propuso ser cantor en los oficios de la iglesia. El joven aceptó el ministerio que iba a servirle de preparación a la vida monástica por la que tanto suspiraba. Pero Hipacio no cesaba un momento de pedir al Señor que se sirviera apresurar el momento en que, lejos del trato humano, pudiera dar rienda suelta a su espíritu de piedad y de penitencia. Sus súplicas fueron escu­ chadas. Dios se valió para ello de un santo abad, .llamado Jonás, antiguo oficial del emperador Arcadio, con quien se juntó Hipacio en el año 386.

    FERVIENTE RELIGIOSO U Y pronto se hizo indispensable la construcción de un monasterio capaz de albergar a los numerosos postulantes que, atraídos por la elevada santidad de su fundador, acudían a ponerse bajo su direc­ ción. Todos los religiosos contribuyeron a la construcción del edificio, jando con tanto ahinco que en poco tiempo estuvieron terminadas las obras.

    M

    Ya en la casa del Señor, Hipacio determinó servirle, como dice el Evangelio, con todo su corazón, con toda su alma y con todas sus fuerzas, dándose por completo a la práctica de las virtudes monásticas, edificando a todos con su obediencia, modestia y austeridad de vida. Pero no se crea que le era connatural el ejercicio de la virtud. Como San Pablo, sintió fortísimo el agui­ jón funesto de la carne que le hería vivamente el alma y, como él, viósele quejarse amorosamente a Dios. Dicen sus biógrafos que el demonio de la impureza le asaltó con terribles combates de los que salió victorioso, gracias a la confianza en Dios y a la mortificación corporal. Para vencer una tentación muy tenaz y violenta rehusó a su cuerpo toda bebida por espacio de un mes. Tal mortificación no pasó inadvertida a sus Hermanos, que avisaron al Prior. Dióle éste a beber un vaso de agua en el que había echado un poco de vino. No puede fácilmente imaginarse la repugnancia que sentiría nuestro Santo a tomar aquel refrigerio, tan opues­ to a sus propósitos, y más sabiendo que en su vida había probado el vino. Sin embargo, como yarón obediente, tomó el brebaje y lo apuró sin mos­ trar la menor contrariedad. Quiso Dios recompensar aquel acto de virtud otorgándole el triunfo sobre la maligna tentación. Confióle el abad Jonás el cuidado de los religiosos enfermos, y fué tanto su celo que no contento con atender a los del monasterio, pidió a su su­ perior que le permitiera cuidar asimismo de los que yacían en el lecho del dolor en aquellas cercanías, carentes de asistencia facultativa. Obtenido el permiso, se multiplicó, por decirlo así, recorriendo todas las aldeas vecinas para prodigar sus cuidados a los enfermos y, si encontraba alguno abando­ nado en el campo — cosa muy frecuente en aquellos tiempos— , lo cargaba sobre sus hombros, lo llevaba a la puerta del monasterio e iba en seguida a la celda del abad, a quien suplicaba con lágrimas en los ojos que le per­ mitiera recogerlo. El abad le otorgaba el permiso y entonces Hipacio le colocaba en la mejor cclda del convento, asistiéndole con maternal solicitud.

    EL CONVENTO DE RUFINIANOS

    L

    A tranquilidad de que gozaba en el claustro fué alterada por la inespe­ rada visita de su anciano padre, cuya existencia estaba acibarada por un pleito injusto que amenazaba los intereses de familia. Obtenida li­ cencia del superior, partió Hipacio para Constantinopla en compañía de padre, siendo voluntad de Dios que la suerte le acompañara en aquel eno­ joso enredo; retiróse luego a un arrabal de la población, donde llevó vida de asceta con gran edificación de cuantos le trataban. La fama de su virtud llegó pronto a conocimiento de otros dos ascetas, Timoteo y Mosquión, que vivían en aquella ciudad y que, deseosos de

    mayor perfección se unieron a él para formar una fervorosa Comunidad. Pero Hipacio echaba de menos la compañía de su santo abad Jonás y deter­ minó volverse a su amado retiro. «E l ruido del mundo me impide oír a Dios — dijo un día a sus compañeros— ; vuélvome, pues, al desierto, donde no se pierde ni una sola de sus divinas palabras. — Nosotros te seguiremos» —exclamaron al punto Timoteo y Mosquión. Y los tres, sin dilatar un punto la ejecución de su propósito, se encaminaron hacia las soledades de Frigia. A unos cuatro kilómetros de Calcedonia y próximo al mar, hallábase em­ plazado el arrabal de La Encina. En él poseía el prefecto del Pretorio, Flavio Rufino, una suntuosa quinta en donde gustaba pasar sus horas de des­ canso y solaz. No lejos de ella construyó lina majestuosa basílica en honor de San Pedro y San Pablo, enriquecida luego con preciosas reliquias de ambos Santos Apóstoles. A la ceremonia de la dedicación (394) acudieron los prin­ cipales obispos de la Iglesia Oriental, y para realzar la fiesta, el mismo Flavio quiso recibir, en aquella circunstancia, las regeneradoras aguas del Bautismo. Junto a la iglesia construyó un grandioso monasterio y para poblarlo v i­ nieron de Egipto, la tierra del monaquisino, algunos monjes con el encargo expreso de cuidar el rico mausoleo que el prefecto se había preparado en la basílica. Tal fué el origen del cenobio de La Encina, más conocido en la historia con la denominación de «Monasterio de Rufinianos», nombre que se aplicó a todo el barrio Calcedoniano de La Encina en memoria de Rufino, propulsor de aquellas edificaciones. Pocos meses habían transcurrido, cuando el 27 de noviembre de 395, Arcadio mandó matar a Rufino por malversador y arrogante y ordenó que arrojasen su cadáver al mar. Temerosos los monjes de verse englobados en la persecución que aguardaba a los amigos del an­ tiguo prefecto del Pretorio, volvieron a Alejandría en el año 396. Las celdas del monasterio quedaron desiertas; y, si algún asceta se lle­ gaba a ellas, no prolongaba su estancia, pues estaban tan arruinadas que, cuando el año 400 Hipacio y sus dos compañeros llegaron a aquellos parajes, la nieve y la lluvia penetraban por las goteras de modo lamentable.

    ABAD DE RUFINIANOS

    A

    QU EL destartalado e inhospitalario edificio sirvió de morada a Hipa­ cio y a sus compañeros. Reparados el oratorio y algunas celdas, reanudaron con gran fervor la vida monacal repartiendo las horas de! día entre la salmodia, el trabajo manual y la oración. Pronto aum la Comunidad con la llegada de algunos postulantes. En 403 se les unieron tres ascetas que el patriarca Teófilo había proscrito de Egipto; uno de ellos

    IEZ años antes de su tránsito, S a n H ip a cio está a p u nto de

    D

    exp ira r; pero un novicio a n g e lic a l ofrece su vida p o r la del

    santo abad y D ios acepta el cam bio. L lé v a s e el Señor a l jo v e n no­ v ic io y deja en la tierra por diez a ñ o s más a H ip a c io , para que siga conquistando

    almas.

    llamado Amonio murió en Rufiniano*. siendo enterrado con pompa cu rl oratorio particular del monasterio. Pero el infernal enemigo sembró Ia cizaña de la disensión en aquel oasii de paz. Graves desavenencias surgieron entre ellos hasta el extremo de pensar en disolverse. Timoteo no quería mancar, pero tampoco consentía que Hipa ció fuese superior. Éste, amigo de pa?. y armonía y más deseoso de obedecer que de mandar, abandonó secretamente Rufinianos y se encaminó hacia l¡i cuna de su vida religiosa. Grande fué Ia alegría de los monjes de Halmirisos a la llegada de Hipacio; pero mayor f vié el sentimento de los de Calcedonia, cuando vieron la pérdida que para ell8-

    DEFENSOR DE LA FE Y

    I>A MORAL CRISTIANAS

    RD EN AD O sacerdote por el ( >bispo de Calcedonia, celebraba misa todos los domingos en la basílica de los Santos Apóstoles, siendo acérrimo defensor de la fe y J e la moral cristianas. Prefería la vida retirada de su celda a la bulliciosa agitación de fuera; no obstante, cuando los intereses de la Iglesia de Constanti nopla o la salvación de las almas lo exigían, sabía salir de su retiro y emjylear activo y animoso celo. En cierta ocasión desbarató los places de una fiesta de carácter pagano, que Leoncio, prefecto de Constantinopla, había organizado en el teatro de Calcedonia. Durante la fiesta debía ofrecerse un sacrificio a la diosa Diana en el altar que al efecto se había l e v antado en aquel coliseo. Sabedor de ello, Hipacio va en busca del obispo En^alio y le suplica que prohíba aquellos festejos y haga cuanto pueda para it n ^ d ir la ofensa que se va a hacer a Dios; pero dolorido ante la indecisión del prelado que no quería contrariar al prefecto, Hipacio tomó el asunto p o f su mano y, llevado de santa indig­ nación, advirtió al prelado que estaba dispuesto a invadir el circo con sus Hermanos y derribar la imagen de Satanás en su altar impuro. Y , diciendo esto, encaminóse a todos los monaste r*os comarcanos y comprometió, en la santa lucha que preparaba contra l dunum —Autún—, antigua ciudad de los eduos. Pero incomparable mente más dichosa que por gozar de todas esas ventajas materiales, lo fue por haber conocido y abrazado la verdadera fe. Cuando en el siglo n los santos misioneros Benigno, Andoquio y Tirso llegaron de Asia Menor al territorio de Autún, los padres de San Sin­ foriano les ofrecieron generosa hospitalidad. Fausto y Augusta, que así se llamaban aquellos virtuosos consortes, dieron tantos y tan extraordi­ narios ejemplos de santidad, que se hicieron acreedores a la pública vene­ ración. Los santos huéspedes bautizaron al niño Sinforiano, y a varios deudos de aquella noble familia, ya conquistados para la causa de Cristo. Im perando M arco Aurelio, se levantó cruelísima persecución contra las Iglesias de las riberas del Ródano y del Saona. Primer episodio de ella fue el degüello de los cristianos de Lyón y de Viena de Francia el año 177. San Sinforiano vivía por entonces en medio del fausto y esplen­ dor propios de su noble linaje, y gozaba del buen concepto y fama mere­ cidos por su rara virtud. El estudio de la letras desenvolvió y perfeccionó su inteligencia y la divina doctrina del Evangelio educó y moldeó su corazón. Por eso, el santo niño, en la edad que ordinariamente sólo pro­ duce flores, daba ya tempranos frutos de sabiduría que bastaran para honrar a varones maduros y ancianos, de manera que, era gala y ornato de la ciudad de Autún, de la que había de ser glorioso patrono. En medio de los ardores y peligros de la juventud guardó Sinforiano su corazón puro y limpio cual blanquísima azucena. Los escándalos del paganismo no lograron m architar la flor de su inocencia, por lo que muchos, maravillados de ver tanta virtud y prudencia en edad tan temprana, decían ser imposible que aquel mancebo fuese tan perfecto de por sí, y que sin duda tenía trato con los espíritus celestiales. Su devota madre hacíale leer cada día algunas páginas de los Sagra­ dos Libros, y le obligaba a detenerse en los pasajes más propios para anto

    T

    formar su entendimiento y corazón. Alegrábase y dábale mil parabienes aquella santa mujer al ver cómo se acrecían en el alma de su hijo el divino amor y la entereza con que había de sobreponerse más adelante a las pruebas y tentaciones; entereza que habría de sostenerle asimismo en el martirio.

    FIESTA PAGANA EN AUTÚN la ciudad de Autún de su noble y antiquísimo origen, pero sus habitantes vivían totalmente entregados a vanas y sacri­ legas supersticiones. Daban veneración especialísima a Cibeles, Apolo y Diana, en cuyo honor celebraban grandes fiestas. Una chispita de la verdadera fe prendió cierto día en la vetusta urbe pagana, fue poco a poco abrasando los corazones de los autunenses y dio al traste con el culto de los ídolos. Pronto la ciudad del diablo, trocada en ciudad de Cristo, vióse coronada con una diadema de imperecedera glo­ ria cual fue el nutrido cortejo de sus Mártires y Santos. Llegó la solemnísima fiesta de la diosa Cibeles, que allí veneraban con el nombre de Berecintia. Un gentío inmenso, ebrio de placeres y desórde­ nes, acudió a ofrecer plegarias y adoraciones al ídolo que llamaban madre de todos los dioses. Paseábanlo por las calles en unas andas con gran pompa y majestad, y aquellas gentes, creadas a imagen y semejanza del Dios verdadero, postrábanse reverentes en tierra para rendir adoración al simulacro. En verdad aquel pueblo adoraba sus vicios y pasiones. Un gallardo joven como de veinte años de edad, que topó con la infame comitiva al volver una calle, no pudo contener un gesto de indig­ nación. Cuando pasó junto a él la estatua de la diosa, le volvió las espaldas haciendo burla de ella, era el valiente y virtuoso Sinforiano A la vista de aquel atrevido menosprecio, la muchedumbre empezó a dar gritos, enfurecida por extremo, y los más próximos echaron mano de él. —Adora a la diosa Cibeles —vocearon todos a una. —Al Dios vivo adoro yo, no a un ídolo mudo —respondió el mancebo. —Éste debe ser cristiano —dijeron algunos. Sin más, le detuvieron y le llevaron ante el tribunal de Heraclio, que era el juez especialmente enviado por el emperador a las Galias, con orden de perseguir a los cristianos. Sinforiano se había dejado m aniatar y llevar sin decir palabra, confiado en Aquel que prometió particular am ­ paro \ cuantos confesasen su santísimo nombre delante de los jueces. Los paganos, satisfechos, esperaban haber realizado buena caza.

    G

    l o r iá b a s e

    EN EL TR IB U N A L DEL PROCÓNSUL pues, al joven cristiano ante el procónsul Heraclio. — ¿Cómo te llamas y quién eres? —preguntó el juez. —Me llamo Sinforiano y soy cristiano. — ¡Cristiano! ¿Cómo has logrado escapar hasta hoy de nuestras ma­ nos? No sabíamos que hubiese en la ciudad quien profesase esta religión. Pero, dim e■ ¿Por qué no has querido adorar a la madre de los dioses? —Y a he dicho que soy cristiano. Adoro al Dios vivo que reina en el cielo. ¿O crees tú que voy a postrarme y adorar a un vano simulacro del demonio? Al contrario; manda que me traigan un martillo y romperé en mil pedazos la estatua de vuestra diosa madre. Extrañó al juez la firmeza del esforzado joven y dijo a un oficial—Este mozo, a su sacrilegio e impiedad junta la rebeldía. ¿Es por ventura ciudadano de A utún? —Sí, señor —respondió el oficial— ; su familia es de las principales. —Quizá por eso te muestras tan altivo — dijo a Sinforiano— . ¿Acaso ignoras cuál es la expresa y formal voluntad de nuestros augustos empe­ radores? Léase públicamente —ordenó— . Un escribano leyó entonces aquellos decretos imperiales que m anda­ ban perseguir con rigor, y aun atorm entar con cruelísimos suplicios, sin atender a su categoría o dignidad, a quienes se llamasen cristianos y violasen las santísimas leyes del imperio referentes al culto. Cuando el escribano acabó de leer, preguntó Heraclio a Sinforiano: — ¿Qué te parece todo eso? ¿Crees que puedo dejar incumplido un mandato tan claro y terminante? Eres reo de dos delitos; no puedes ne­ garlo: de sacrilegio, por no querer adorar a los dioses, y de incumpli­ miento de la ley. Si te empeñas, pues, en desobedecer al edicto, me obliga­ rás a dar un escarmiento ejemplar. Las leyes burladas y los dioses ofen­ didos, exigen tu sangre; pero aún tienes la posibilidad de rectificarte. El valeroso m ártir que, fortalecido con el auxilio divino, había escu­ chado sonriente aquella capciosa intimidación, respondió a las amenazas confesando la justicia y misericordia de Dios, Creador y Redentor —Tenemos un Dios los cristianos, que es tan severo y riguroso cuando castiga el pecado, como bondadoso y liberal cuando premia el mérito. A quienes temen su omnipotencia les infunde vida, y por el contrario, castiga de muerte a quien se rebela contra su infinito poder. Mientras yo permanezca firme, declarando públicamente y sinceramente que sólo a Él adoro, seguro estoy de la eterna salvación, por más que se levante contra mí la furia del demonio y de vosotros sus secuaces.

    L

    levaron,

    M

    ie n t r a s

    toda ¡a gente hace fiestas, adora y celebra la estatua

    de la diosa Cibeles, madre de todos los dioses, a la que llevan

    con gran pom pa y majestad, Sinforiano vuelve las espaldas y se niega a venerarla; gesto que habrá de provocar la irritación de aquellos vanos adoradores.

    AZOTAN AL SANTO. — NUEVO IN TERR O G A TO R IO Hcraclio que no podría ablandar el pecho fuerte y va­ leroso del santo mártir, y que a pesar de todas sus razones y ame­ nazas, aquel fortísimo caballero del Señor persistía inflexible en su determinación, y mandó a los lictores que le azotasen cruelmente cual si se tratase de un vil esclavo. Así lo hicieron aquellos desalmados verdugos. Echáronle después en una dura cárcel- esperaban que la soledad y lobreguez de aquella hedionda mazmorra doblegarían la constancia del m ártir, pero el Señor sostuvo el ánimo de su valeroso caudillo. Terminado ya el plazo otorgado por las leyes, Heraclio hizo compa­ recer al preso. Habían quedado muy debilitadas las fuerzas del santo mártir con la flagelación y la cárcel. Las cadenas no apretaban ya sus miembros flacos y extenuados. Empresa fácil parecía al juez rendir la voluntad de un joven tan por extremo enflaquecido y debilitado; pero el mártir, sostenido por la gracia, podía menospreciar las promesas del magistrado romano, por halagadoras y seductivas que fuesen. Cuando Heraclio vio delante de sí al noble mancebo, manifestó fin­ gida compasión, mil veces más peligrosa que las mismas amenazas. —Considera, Sinforiano —le dijo— , cuánto pierdes, y cuán sin razón te obstinas en no querer adorar a los dioses inmortales. O bedece, te pro­ meto un cargo honrosísimo en los ejércitos del emperador. Además, ten­ drás derecho a esperar de su liberalidad premios proporcionados ai tus servicios. Considera también el peligro a que te expones, si hoy mismo no doblas la rodilla ante la diosa Cibeles, y no rindes adoración a nuestros excelsos dioses Apolo y Diana. ¿Quieres que mande adornar con guir­ naldas sus altares? Mira, créeme; ofrece incienso a nuestros dioses, y con sacrificios dignos de su inmensa majestad, procura que te sean propicios. —U n juez como eres tú, depositario de la autoridad del príncipe y de los negocios públicos —respondió Sinforiano— no ha de andar perdiendo el tiempo en vanos y frívolos discursos. Si es peligroso no trabajar para adquirir cada día una nueva virtud, ¡cuánto más debe temer el dar de cabeza contra el escollo del vicio quien se aparta de la senda del bien! Insistió el procónsul para ver si podía arrancar al valeroso joven pala­ bras de apostasía, reiteró las halagadoras promesas, y le pintó con vivos colores las honras y dignidades que tendría en la corte. Ni poco ni mucho caso hizo Sinforiano de tales promesas, y respondió: —Un juez se deshonra cuando, del poder que la justicia puso en su mano, usa él para arm ar trampas a la inocencia. Nuestras riquezas y honras, de Cristo las esperam os, y sabemos que el tiempo no podrá o m p r e n d ió

    C

    corromperlas. A vosotros, por el contrario, con las riquezas os tiene el demonio cogidos en sus redes: el ansia de bienes caducos está corroyén­ doos el corazón con incesantes zozobras. Nuestros bienes no son de este mundo; a nosotros nada nos roba la adversidad. Muy falaces y pasa­ jeras son, en cambio, vuestras alegrías; podrían muy bien ser comparadas a un trozo de hielo que se derrite con los primeros rayos del sol. Vuestros placeres pasan veloces como el tiempo; sólo nuestro Dios puede galardo­ nar con dicha y gloria infinitas. La más remota antigüedad no vio el principio de su eterna bienaventuranza, y la serie de los siglos infinitos nunca jamás verá su fin, pues no lo tiene. Con este admirable discurso creció el enojo del procónsul. —Abusas de mi paciencia, Sinforiano —gritó enfurecido y avergon­ zado con la derrota— ; harto sabes que nada me importan tus peroratas sobre la grandeza y majestad de no sé qué Jesucristo. O bedece, adora a la madre de los dioses o dictaré contra ti fallo de sentencia capital. Llenóse el glorioso m ártir de sobrenatural alegría cuando oyó aquella conminación, que le prometía la gloria del martirio, y respondió al tiran o : —Al Dios único y todopoderoso temo yo, y sólo a Él sirvo. T ú tienes poder sobre mi cuerpo, mas nada puedes contra mi alma. Sinforiano reprochó luego duramente a aquellos viejos romanos las abominables bacanales que solían tener en las fiestas paganas, y la ver­ güenza grande de adorar como a divinidades a unos hombres mortales cuya vida fue un tejido de escándalos, y cuyo culto, inspirado por el demonio, sólo se endereza a perder a los hombres, y a sembrar en sus corazones envidias, errores y toda clase de pecados. El procónsul, inconmovible ante aquellas clarísimas y valientes ra ­ zones, dictó sentencia de muerte contra el denodado joven. —Declaramos —dijo— que Sinforiano es reo de crimen, por habefte negado a adorar a nuestros dioses, y haberse burlado de los sacros altares con sus impíos y sacrilegos dircursos, condenárnosle por esta razón a perecer degollado por el cuchillo vengador de dioses y leyes. UNA M ADRE CRISTIANA EN EL M A R TIR IO

    DE SU HIJO

    sentencia debía cumplirse inmediatamente. Los verdugos llevaron al mártir a las afueras de la ciudad, donde había de recibir la palma de los confesores de Cristo. Entonces ocurrió una escena por demás admirable y enternecedora: una madre cristiana que alentaba a su hijo a pelear denodadamente en la postrera lid. Augusta estuvo seguramente al tanto de todas las circunstancias del interrogatorio de su hijo; en su maternal corazón padecía dolores de

    L

    a

    muerte al verle azotar y encerrar en lóbrega cárcel; pero los sentimientos cristianos se sobrepusieron al dolor, así como presenciara impávida la pelea, quiso asistir jubilosa al triunfo. Corrió a asomarse a la muralla, cerca del portal por el que iba a salir su hijo, para decirle valerosamente el adiós postrero y animarle a coronar dignamente su santa proeza. En esta ocasión —dicen las Actas del m ártir—, aquella madre, tan ve­ nerable por su ancianidad como por sus excelentes virtudes, se mostró digna de la madre de los Macabeos, y desde la muralla, con gran espíritu y esfuerzo, exhortóle a que muriese alegremente por su fe. ( —Hijo mío Sinforiano —le gritó— , hijo de mis entrañas, acuérdate fie Dios vivo; ármate de su fortaleza y constancia. No hay por qué temer la muerte que nos lleva a la vida. Alza, hijo mío, tu corazón, y mira a Aquel que reina en los cielos. ¡Oh h ijo ! No se te quita la vida, antes se trueca en otra m ejor; y aunque el camino es estrecho y la senda por donde has de pasar, dura y llena de espinas, acuérdate de que por ella pasaron todos los Santos; con tu sacrificio matarás y vencerás la muerte. No temas los tormentos, porque durarán poco, y por ellos alcanzarás la gloria per­ durable y la corona inmortal. Adiós, hijo mío. El Señor te bendiga. El ejemplo de Augusta, madre según la sangre, pero más aún según el corazón de Dios, lo vemos repetido en la historia de los mártires. Y no^ deja de ser piofundamente aleccionadora aquella valentía y superior áni­ mo que alienta en el pecho de tan nobles heroínas. Pasma considerar la fuerza con que obra la fe sobrenatural en quienes, a despecho del clamor de la sangre, saben poner a Dios por encima de sus sentimientos. La ocasión solemne de este rasgo exalta más aún la grandeza moral de quien desafiando el peligro quiso ensalzar los derechos divinos. m Em pujado por la propia fe y alentado por el sublime amor de su madre, ofreció Sinforiano su cuello al verdugo, a los 22 de agosto, hacia el año 180. CULTO Y RELIQ U IA S DEL SANTO M ARTIR

    una fuente no lejos del lugar donde fue martirizado San Sin­ foriano. Cerca de ella enterraron los cristianos el sagrado cuerpo del mártir, en espera de más apacibles tiempos que permitiesen levantarl un monumento digno de su encumbrado mérito. A fines del siglo iv, San Simplicio, obispo de Autún, y San Amador, obispo de Auxerre, erigieron y consagraron una capillita sobre el sepulcro del santo mártir. A principios del siglo v, San Eufronio edificó allí cerca un monasterio y un templo donde depositó las sagradas reliquias del santo patrono de la ciudad de Autún. En el siglo vn, San Leodegario mandó edificar otro

    H

    abía

    sepulcro dentro del antedicho templo, y a él trasladó el cuerpo del glo­ rioso mártir, y lo hizo colocar entre los cuerpos de sus padres. Por los años 1467, el cardenal Rolín, obispo de Autún, halló en la cripta del templo tres sepulcros de piedra con una inscripción latina redac­ tada en estos términos: «Fausto y Augusta descansan en estos dos sepul­ cros; el cuerpo entero e intacto de Sinforiano descansa en el de en medio». El prelado sacó una porción de las reliquias, que mandó engastar en un relicario de plata y guardar en la iglesia para veneración de los fieles. El año de 1570, el almirante Coligny, jefe de los protestantes, saqueó el monasterio, le puso fuego y mandó echar a la hoguera las sagradas reliquias de San Sinforiano y las de sus padres. Sacrilegio horrible que se repitió durante aquellos días de vandálico destrozo en que el odio y la perfidia se cebaron a mansalva sobre las venerandas sepulturas de muchos mártires, para vergüenza y baldón de aquellos empedernidos herejes. Con todo, aún consiguieron, los católicos poner a salvo algunos restos de huesos medio calcinados, que son los que hoy día reciben pia­ doso culto en aquella catedral. La fiesta de San Sinforiano se celebró siempre con gran solemnidad. En los siglos de mayor fe, muchísimos cristianos iban en romería a su sepulcro. San Casiano acudió a venerarle desde el corazón de E gipto; San Martín se arrodilló ante el sepulcro del santo mártir cuando fue al terri­ torio de A u tú n ; San Germán de Auxerre, en su juventud, caminaba cada noche varias leguas para ir a rezar al monasterio. Por los siglos vi a xi, hubo en Francia muchas abadías bajo la advocación de San Sinforiano. Los Martirologios y demás libros litúrgicos dan fe de la popularidad del culto de este glorioso mártir. Multitud de parroquias le honran y veneran como a su especial y poderosísimo patrono, siempre pronto a correspon­ der con sobrenaturales dones a la confianza y amor que se le tributan.

    SANTORAL El Inmaculado Corazón de María. Santos Sinforiano, m ártir; Tim oteo, presbítero de A ntioquía, m ártir en R om a; H ipólito, obispo de Ostia, m ártir; Cristó­ bal y Leovigildo, mártires; Atanasio, obispo de Tarso, Carisio y Neófito, mártires; Filiberto y Fabriciano, m ártires; Saturnino, M arcial, Félix, Mapril, Epiceto y otros compañeros, m ártires en O stia; Agatónico. Zótico y com ­ pañeros. m artirizados en N icom edia; G uniforte, sufrió m artirio, así como dos herm anas y un herm ano suyos; A ntonino, verdugo de San Eusebio y com pañeros, durante cuyo m artirio se convirtió a la fe, por lo que fue de­ gollado; M auro y com pañeros, m ártires en R eim s; Eptato. Sigfrido y Lam ­ berto, abades. Beato Bernardo de Óffida. capuchino. Santa A musa, mártir. Beata Clara M aría de la Pasión, carmelita.

    D ÍA

    SAN

    23

    DE

    FELI PE

    Q U IN T O G E N E R A L

    DE LA ORD EN

    AGOSTO

    BENI CI O DE LOS SERVITAS (1233-1285)

    Felipe, de la familia florentina de los Benizi, el 15 de agosto de 1233. Llamábase su padre Jacobo, y era varón de acrisolada virtud; su madre, Albanda, unía a su alta nobleza la más exqui­ sita piedad. No es de extrañar, por tanto, que Felipe, educado en buena escuela, diese,.desde sus más tiernos años, claras muestras de aquella extraordinaria santidad que un día le llevaría a los altares. Al cumplir Felipe los cinco meses, presentáronse en la casa de los Benizi dos hermanos limosneros de la Orden de los Servitas de María. Al verlos entrar sonrió el niño, agitó luego sus manecitas en señal de júbilo, y rompió a hablar «Mamá —exclamó— , éstos son los siervos de la Vir­ gen M aría, dales limosna». Maravillada de semejante prodigio, dio la di­ chosa madre abundante limosna a los pobres religiosos, consagró al privi­ legiado niño a la Santísima Virgen y puso desde entonces todo cuidado y atención en enseñarle la doctrina cristiana y guiarle por los senderos de la virtud. Dios premió aquella solicitud, pues a medida que el niño crecía en edad, veía Albanda desarrollarse en él todos los gérmenes que ella había sem brado. piedad, castidad, inocencia, humildad y, sobre todo, una devo­ ac ió

    N

    ción muy tierna a la Santísima Virgen. El niño estaba dotado, además, de una inteligencia privilegiada, de espíritu vivo y penetrante’ y de una dulzura inalterable de carácter que hacía agradabilísimo su trato. Terminados los estudios de Humanidades en Florencia, fue Felipe a cursar los de Medicina en París. Allí sobresalió por sus brillantes éxitos y, más aún, por una pureza de costumbres nada común. Vuelto a Italia, frecuentó la Universidad de Padua para acabar los estudios. Coronólos allí con aplauso de condiscípulos y maestros, y recibió el título y el birre­ te de doctor.

    ADM IRA BLE VOCACIÓN DE FELIPE o n r e ía l e

    a Felipe un brillantísimo porvenir y una fortuna extraordina­

    ria , pero ni la una ni el otro le deslumbraban y aun los mismos S halagos del mundo le tenían harto despreocupado. La gracia, que obraba

    en él poderosamente, impelíale a más altas perfecciones, a bienes más se­ guros, a más durable y perfecta felicidad. Hallábase cierto día en oración en una iglesia de Fiésole, suplicando a Dios con fervor que le iluminase para conocer el estado de vida qye debía abrazar y parecióle oir una voz que decía «Entra en la Orden de los Servitas de mi Madre». Al volver de Fiésole, detúvose en la capilla de aquellos religiosos de Cafaggio, cerca de Florencia, para oir misa. Era el jueves infraoctava de Pascua de 1254. Conmovióle profundamente la lectura de la Epístola del día en donde se refiere la maravillosa conversión del ministro de la reina de Etiopía. Las palabras del Espíritu Santo al diácono Felipe: Acércate y sube a ese carro, le parecieron dichas a él, y con el alma llena de ese pensamiento suplicó a la Virgen le diese a cono­ cer la divina voluntad, y permaneció largo rato en oración. De súbito fue arrebatado en éxtasis: vióse en un extenso y solitario campo rodeado de precipicios y de rocas inaccesibles, cubierto de lodo e infestado de serpientes. Lleno de terror ante visión tan espantosa, púsose a gritar con todas sus fuerzas y vio acudir a la Virgen en su socorro. Es­ taba 1» Señora sentada en magnífica carroza y rodeada de ángeles y bien­ aventurados que cantaban a coro: «Felipe, acércate y sube a ese carro». Volvióle a la realidad San Alejo Falconieri, uno de los fundadores, quien, tocándole paternalmente con la mano, le invitaba a retirarse porque se había terminado el oficio. A la m añana siguiente, después de una nueva visión, volvió Felipe a la misma iglesia, echóse a los pies de uno de los religiosos y le suplicó tuviese a bien admitirle en el número de sus hijos.

    EL HERM ANO

    L E G O .— EL

    SACERDOTE

    años habían transcurrido desde la fundación de la Orden de los Servitas de Florencia. Siete ricos comerciantes de la ciudad, elevados posteriormente a los altares, se habían retirado del mundo, a la Villa Ca marzia, primero, y después a más apartada soledad en el Monte Senario, para honrar con especialísimo culto los dolores de la Santísima Virgen. Ella misma les había ordenado que tomasen como base de sus constitu­ ciones la regla de San Agustín, y les había mostrado el hábito negro que debían vestir, en recuerdo de la Pasión de su Divino Hijo. El Padre Buenhijo, a quien se había dirigido Felipe, vacilaba en ad­ mitir entre los conversos a un *postulante de tal valía, aunque así lo soli­ citara el interesado. Consultó el caso con los demás religiosos, y oído su parecer, cedió a sus instancias. Y puesto que aquel joven parecía llamado a tan alta perfección, sería preciso cimentarla en profundísima humildad. Además, si la Providencia quería sacarle del rango inferior que como lego había de ocupar, Ella hallaría medios para realizar sus designios. Era costumbre que los postulantes admitidos en el monasterio espera­ sen algún tiempo antes de recibir el santo hábito; en ese período de es­ pera sometíase a prueba su vocación con toda clase de actos de obedien­ cia, mortificación y humildad. A pesar del fervor con que Felipe había suplicado ser admitido en la Orden, y de los prodigios que precedieran y acompañaran a tal resolución, el Padre Buenhijo no creyó conveniente dispensarle de la acostumbrada prueba, y le sometió a ella. A petición del mismo postulante, le ocupó en los trabajos más penosos y humildes. Felipe los desempeñó con diligencia y celo tan acabados que maravillaron a los religiosos, a pesar de estar ellos acostumbrados a este espectáculo. El tiempo de prueba no fue muy largo. Considerando el fervor y la perfección con que el postulante obedecía y lo extraordinario del llam a­ miento divino, determinaron los superiores anticipar el momento de reves­ tirle con las libreas de su Instituto y conservarle el nombre con el que la voz celestial le había llamado al servicio de la religión. Por humildad, y para evitar las visitas de amigos y familiares, dem a­ siado frecuentes, a pesar suyo, pidió y obtuvo Felipe el favor de ser tras­ ladado de Cafaggio al eremitorio de Monte Senario. Estuvo allí bajo la dependencia del Padre Amadeo, encargado de la formación de los novicios, y vivió a la vista y en la intimidad con otros varios fundadores que fueron para él, durante más de cuatro años, venerados modelos de santidad. Regocijábase Felipe con el pensamiento de servir a Nuestro Señor en la paz de aquella vida oscura durante todo el resto de su vida. Pero Dios,

    V

    e in t e

    que le destinaba a ser el propagador de su Orden, no quiso dejar por más tiempo tan viva luz debajo del celemín. No tardaron los superiores del humilde hermano converso en reconocer en él una sabiduría poco ordi­ naria y una virtud eminente, por lo cual el Padre Jacobo Poggibonzi, cuar­ to Prepósito general de la Orden, determinó que fray Felipe fuese ordenado sacerdote, lo que se verificó en Florencia el 12 de abril de 1259. Cantó la primera misa el día de Pentecostés, con ocasión del Capítulo General y después de cincuenta días de esmerada preparación en el Monte Senario.

    ES NOM BRADO G EN E R A L DE LOS SER VITAS

    vez quedó patente la eminente santidad del nuevo sacerdote en su primera misa. En el momento de la Elevación todos los asistentes oyeron distintamente voces angélicas que cantaban: Sanctus, Sanctu Sanctus. Gran consuelo fue para nuestro Santo comprobar que el cielo ratificaba su elevación al sacerdocio, pero su humildad sufrió ruda prueba, porque desde aquel momento no le fue posible sustraerse a los honores y veneración de sus Hermanos. Lo que podría parecer estímulo plausible en el criterio humano, chocaba de lleno con la santidad. En el Capítulo general de 1259 el Padre Jacobo Poggibonzi recibió yn Socius, un compañero en la dirección de la Orden, que fue San Buenhijo Monaldi, el cual a su vez pidió un auxiliar, para cuya función fue desig­ nado el Padre Felipe Benicio. Éste pasó por todos los cargos de la O rd en ; fue definidor, asistente general y, finalmente, aclamado por unanimidad Superior General de la Orden el 5 de junio de 1267. Todas sus lágrimas, todas las resistencias, todas las industrias que le sugería su humildad para rehusar tal honor y responsabilidad, fueron inú­ tiles. Según una tradición, la misma Santísima Virgen le intimó la orden de obedecer a la voluntad de sus Hermanos, y el Santo obedeció sin replicar: Jam ás superior alguno fue más digno de serlo. El espíritu divino guiábale visiblemente en todos sus actos. Bajo su dirección el Instituto de los Servitas y el culto a la Santísima Virgen, fin del mismo, adquirieron un desarrollo extraordinario. Aquella obra que a los treinta y cuatro años de existencia sólo contaba seis casas en Italia, empezó a adquirir celebri­ dad en cuanto Felipe tomó las riendas del gobierno; y no sólo en Italia sino también en Francia, en España y en los demás países cristianos. La fama del talento y de la santidad del nuevo General llevaban a la Orden numerosos postulantes de gran valía. Las ciudades se disputaban la honra de contar con una representación de la Orden. Por lo cual, aunque Felipe fue el quinto general, se le considera como a un verdadero fundador.

    O

    tra

    nn abedor

    S

    San Felipe de que los Cardenales reunidos en V iterbo es­

    tán determ inados a nom brarle Papa, huye secretam ente con un solo com pañero aquella m ism a noche y permanece escondido durante tres m eses en las asperezas del m onte Juniato. entregado a rigurosa penitencia.

    REHUSA LA TIA R A Santísima Virgen parecía complacerse en manifestar la santidad de su siervo con innumerables milagros. Un día que Felipe se dirigía a L Roma, encontró en el camino a un pobre leproso que le pidió limosna. a

    Lleno de compasión a la vista de aquel miembro doliente de Jesucristo, le dijo como dijeran en otro tiempo San Pedro y San Juan al cojo de la puerta del Templo , — No tengo oro ni plata, pero te daré lo que tengo. Y, quitándose la túnica, vistió con ella al leproso, que ál instante se vio curado, cual si jamás hubiera habido en su cuerpo enfermedad alguna. No es fácil describir la emoción de quien, por manera tan inesperada, se sentía libre de aquel oprobioso mal. Deshacíase el feliz curado en mues­ tras de gratitud hacia su bienhechor y besábale las manos repetidamente. —G uárdate bien —le dijo el Padre— de contar a nadie esta maravilla. Pero el agradecimiento del pobre venció la hum ildad del religioso y en toda Italia resonó muy pronto la fama de aquel estupendo milagro. Cuanto más se empeñaba Nuestro Señor en exaltar al fiel discípulo que lo había dejado todo para seguirle y tom ar su cruz, tanto más se esforzaba éste en desaparecer, en sustraerse a los honores y en pasar inadvertido. L u­ cha admirable en la que a veces la bondad del Divino Maestro era venci- ¡ da por la humildad del discípulo, como nos lo prueba el caso siguienteHabían transcurrido cerca de tres años desde el fallecimiento del papa Clemente IV (1268) y los cardenales reunidos en conclave en Viterbo no llegaban a entenderse para nombrar sucesor, cuando un día sin consultarse, todos los sufragios recayeron en el General de los Servitas. No les dio tiempo el humilde religioso para ejecutar su designio, porque en cuanto supo la noticia huyó secretamente a las m ontañas de Siena, se ocultó en el hueco de una roca, y allí permaneció hasta que, perdida la esperanza de hallarle, dieron los cardenales otro pastor a la Iglesia en la persona de Teobaldo Visconti, que tomó el nombre de Gregorio X (1271). Mientras permaneció en su retiro, se entregó Felipe con nuevo ardor a las más austeras penitencias. Era su alimento el ayuno, las vigilias su ali­ vio y descanso, y el trato con Dios su recreo. No comía pan, sino única­ mente hierbas silvestres e insípidas, y no bebía más que ag u a: y aun ésta le llegó a faltar. Pero el Señor no abandonó a su siervo en ese trance. Lleno de confianza en Aquel que hizo brotar de la roca del desierto el ma­ nantial abundante que remediara la necesidad de los hebreos, hirió Felipe por tres veces el suelo con su báculo, y surgió tan abundante cantidad de agua, que se formó en aquel sitio un pequeño lago, que aún existe con el nombre de Baños de San Felipe, y cuyas aguas tienen virtudes curativas.

    APÓSTOL

    DE M ARÍA. -M IS IÓ N

    PACIFICADORA

    la soledad le dio a conocer el Señor que debía dilatar su nombre y

    propagar la devoción a la Santísima Virgen por las provincias y rei­ E nos extranjeros. Felipe, que para nada tenía en cuenta las penas y fatigas n

    cuando se trataba de la gloria de Dios y de la salvación de las almas, obedeció al instante. Dejó un vicario general en Italia y partió en compa­ ñía de dos religiosos a predicar por todas partes la grandeza y las glorias de la Reina de los Ángeles y Madre de Dios. Francia fue la primera que tuvo el honor de recibirle, y todas sus ciu­ dades le abrieron las puertas. Considerábanle como mensajero del cielo que llegaba acompañado de innumerables milagros de conversión. Los más endurecidos pecadores acudían a sus plantas llorando sus culpas e implorando perdón. Recibíalos con suma bondad, los reconciliaba con Dios y los consagraba a M aría Santísima. Las ciudades de Aviñón, Tolosa y París, conservaron durante mucho tiempo el recuerdo de su paso. De Francia pasó Felipe a los Países Bajos, a Alemania, a Sajonia, y en todas partes dio a conocer con el mismo feliz éxito las grandezas de la Virgen, fomentó la devoción a esta’ Madre, y fundó numerosos con­ ventos de su Orden, durante los dos años completos de aquella misión. De regreso a Italia, en un Capítulo general de los Servitas reunidos en Borgo, se esforzó por descargarse del generalato, pero sus Hermanos, en lugar de atender sus reiteradas súplicas, le nombraron General vitalicio. Como tal, acudió al segundo Concilio general de Lyón. en 1274, para pedir al papa Gregorio X la aprobación de su Orden. Conseguido que hubo su propósito, regresó inmediatamente a Italia, donde le esperaban nuevos trabajos y no pequeñas preocupaciones. Era la época en que la península se hallaba desgarrada por las luchas entre güelfos y gibelinos. Dios se sirvió del Padre Felipe para apaciguar aquellas disensiones, y las ciudades de Pistoya y Florencia, en donde ambas facciones tenían diariamente duros y sangrientos combates, cono­ cieron la paz y la concordia gracias a los buenos oficios del Santo. Terminada su misión en Florencia, pasó el siervo de Dios a Forli para reducir a los habitantes de la ciudad a la obediencia al papa M artín IV, su legítimo soberano. Logró su propósito, aunque a costa de grandes su­ frimientos. Un día los rebeldes a quienes se les hacía costoso soportar la vehemencia de sus predicaciones, hiciéronsele encontradizos, se arrojaron sobre él, le arrancaron los vestidos, le arrastraron por las calles sin cesar de golpearle, y, por fin, le expulsaron ignominiosamente de allí. El siervo de Dios soportó aquellas violencias sin quejarse, dichoso de

    sufrir por la causa del Vicario de Jesucristo, su paciencia no tardó en recibir el merecido premio. Porque los habitantes de Forli se sometieron al Papa, y uno de los más obstinados perseguidores del santo religioso, fue a echarse a sus pies, le pidió perdón y le suplicó que lo recibiera en uno de sus conventos, para hacer digna penitencia el resto de sus días. E n el año 1284, Felipe dio el hábito de la Orden de los Servitas de M aría a Juliana Falconieri, sobrina de Alejo, uno de los siete fundadores de la Orden, doncella de catorce años que debía ser la fundadora de las Servitas Mantellate, y a la que Clemente X II canonizó en 1737

    ÜLTIM OS ACTOS DE H U M ILDAD Y DE APOSTOLADO s numerosos trabajos y las austeridades habían debilitado consideLoiablemente al Padre Felipe, y todo hacía prever que no tardaría en

    volar al cielo. Antes de su muerte quiso recibir, por vez postrera, la ben­ dición del Sumo Pontífice y se dirigió a Perusa. El papa Honorio IV le acogió con los mayores honores y otorgó a la Orden nuevos privilegios. De Perusa se encaminó a Todi, cuyos habitantes, noticiosos de su lle­ gada, salieron a recibirle en masa, pero, conocedor de ello, el siervo de Dios tomó otro camino. Ese acto de humildad fue recompensado por la Virgen, / pues le dio ocasión de convertir en el trayecto a dos públicas pecadoras. Extendióse rápidam ente la fama de tal conversión y la penitencia que ambas hicieron, con lo que otras muchas resolvieron imitarlas en aquella decisión, quién para expiar sus pecados, quién para apartarse de los pe­ ligros del mundo, de manera que las dos convertidas se vieron pronto a la cabeza de un grupo edificante y altamente fervoroso. Así se fundó uno de los primeros conventos de religiosas claustradas de la Orden de Servi­ tas. Elena y Flora, las dos primeras convertidas, perseveraron con inven­ cible constancia en su propósito y term inaron sus días en la práctica de las más santas virtudes, y son honradas en la Orden con el título de Beatas. E sta fundación fue el último acto de apostolado del Padre Felipe en tierras de Italia. De vuelta al monasterio, apresuróse a visitar la Iglesia, y postrado de hinojos ante el altar de la Virgen pronunció aquellas pala­ bras del real Profeta: «Éste es para siempre el lugar de mi descanso». Al siguiente día, fiesta de la Asunción de N uestra Señora, cogióle la fiebre. Pasó toda la octava en los sentimientos más vivos de amor a Dios y de ternura para con la Santísima Virgen y, cuando el último día recibió el santo Viático, dijo a su divino Salvador: «Vos sois, Señor Dios mío, aquel en quien he creído, Vos el que he predicado, Vos a quien he bus­ cado y am ado siempre con ternísima devoción y con incansable afán».

    LUCHA CONTRA E L DEM ONIO. — F E L IZ TRÁNSITO estas palabras quedóse desvanecido y durante tres horas creyósele muerto. Vuelto en sí, dijo radiante de júbilo a sus religiosos reunidos en torno a su lecho: «Hermanos míos, acabo de sostener una lucha tremenda con el demonio. Quería ese enemigo hacerme caer en la desesperación poniéndome a la vista todos los pecados de mi vida, pero Jesucristo, mi Salvador, y M aría M adre Santísima, han rechazado las flechas de ese cruel enemigo, me han animado y fortalecido en la fe y me han hecho ver el reino eterno que me está preparado». Pidió entonces «su librito» —que así llamaba al crucifijo— , y mientras se estaba estrechándolo amorosamente contra su corazón, entregó su her­ mosa alma a Dios. E ra el 23 de agosto de 1285. Tenía sesenta y dos años. La celda en donde acababa de expirar el Santo se halló al instante embalsamada de suavísimo aroma y su cabeza apareció luminosa. Tuvie­ ron que dejar el cuerpo expuesto durante varios días para dar satisfacción a la piedad de los fieles que acudían de todas partes para venerarlo. Numerosos prodigios fueron recompesa de esa piedad, de modo que el 23 de agosto, en vez de la misa solemne de Requiem que correspondía, el obispo diocesano permitió que se cantase la de los santos confesores. Sin embargo, la fiesta anual de San Felipe Benicio no se empezó a celebrar hasta que en 1516 la autorizó el papa León X. Canonizado por el papa Clemente X el 11 de abril de 1671, su fiesta fue elevada a rito doble por Inocencio X II el 2 de octubre de 1694. ic h a s

    D

    SANTORAL Santos Felipe Benicio, de la O rden de los Servitas, confesor; Santiago de Mevania, dominico; Claudio, Asterio y Neón, hermanos mártires; Quiríaco, obispo, M áximo, presbítero, A rquelao, diácono, y compañeros, martirizados en R om a; Teonas, obispo de A lejandría, y V íctor, de Ütica, en Á frica; Flaviano, obispo de A utún, y Sidonio, de A uvernia; Z aqueo, cuarto obispo de Jerusalén; Calínico I, patriarca de C o nstantinopla; Eleázaro, con sus ocho hijos, y M inervo, m ártires en L y ó n ; Tim oteo y A polinar, m ártires en Reim s; R estittuto, D onato, V aleriano y Fructuoso, m ártires en A ntioquía; Lope o Lupo, tam bién m ártir; los tres niños A bundio, Inocencio y Merendino, m ártires en Italia, bajo Diocleciano. Santas Dominica y Teonila, már­

    tires; Ascelina virgen.

    D IA

    SAN

    24

    DE

    AGOSTO

    BARTOLOMÉ APÓSTOL (siglo I)

    L

    o s tres Evangelios llamados sinópticos y el libro de los Hechos de los Apóstoles, traen la lista completa de los miembros del Colegio apostólico. Los doce Apóstoles están repartidos en tres grupos en­ cabezados por Simón (Pedro), Felipe y Santiago el Menor. En cada grup hay los mismos nombres, si bien no se hallan en el mismo orden en las cuatro listas. Pero en todas ellas, excepto en la del libro de los Hechos, el nombre del apóstol San Bartolomé sigue al de San Felipe. Lo propio ocurre en la lista de los Apóstoles que hay en el Canon de la misa. Esa constante unión de los nombres de los dos Apóstoles no deja de tener im­ portancia. Los sagrados expositores no hicieron al acaso la lista de los dis­ cípulos inmediatos del Salvador. Debieron sin duda reparar, al hacerla, en los lazos de parentesco o amistad que unían entre sí a algunos de ellos, y más todavía en el grado de intimidad de sus relaciones con el Divino Maestro. Conviene parar mientes en estas coincidencias, sin duda intencionadas, para mejor conocer la personalidad de los doce Apóstoles y, en nuestro caso, deducir la identidad entre el Natanael llamado a seguir a Jesús en su misión y el Bartolomé citado en el Evangelio entre los otros discípulos.

    QUIÉN ER A

    SAN BARTOLOM É

    es nombre patronímico judío. En hebreo viene a ser

    B Bar-Tolmai, es decir, hijo de Tolm al o Tholmi, así como Simón Bar-Jona designa a Simón hijo de Jonás. Fuera de la lista de los doce artolom é

    Apóstoles o Enviados, 110 se halla el nombre Bartolomé en ningún Evan­ gelio sinóptico. San Juan, autor del cuarto Evangelio, ni siquera nombra a Bartolomé en la lista incompleta que trae de los doces Apóstoles. En cambio, con gala de pormenores refiere al final del primer capítulo de su Evangelio, la vocación de Natanael de Caná de Galilea, después de las de Andrés, Juan. Simón Pedro y Feüpe. Asimismo en el último capítulo del relato evangélico, al hablar el discípulo amado de la aparición de Jesús a los discípulos que estaban pescando en el lago de Tiberíades, menciona al mismo Natanael con los apóstoles Simón Pedro, Tomás, los los hijos de Zebedeo y otros dos más a quienes no nombra. Dos cosas podrá comprobar quien leyere los Evangelios. Por una parte, eri las listas que traen los evangelistas sinópticos, no consta el nombre de Natanael, pero nombra siempre a Bartolomé junto al apóstol San Felipe. Por otra, San Juan, como hemos dicho, no menciona a Bartolomé en su Evangelio, pero salta a la vista que entre los doce pone a Natanael, pues refiere su vocación apostólica, como antes refirió la de Simón, Juan, A n­ drés y Felipe, lo intercala entre los demás Apóstoles y lo distigue de los discípulos. Fuera en verdad extraño que habiendo sido llamado Natanael a seguir a Jesús con los otros Apóstoles, habiendo reconocido a Jesús por Mesías desde el punto en que fue llamado, y siendo nombrado con los demás Apóstoles, hubiese podido quedar excluido del Colegio de los Doce. San Agustín, San Gregorio y otros Santos Padres dicen que Na­ tanael no fue escogido por apóstol, en la elección de que habla San M ar­ cos, porque era doctor de la ley y el Señor quería que su Apóstoles fuesen gente pobre y sin letras, para manifestar así más a las claras el divino origen de su Evangelio y de su Iglesia. Observación de peso es ésta, pero de todo punto insuficiente y que no acaba de convencer. Los excelentes sentimientos de N atanael, la buena disposición de su vo­ luntad, y su fidelidad al Mesías, hubieron de compensar con creces, a los ojos del Salvador que veía en él al verdadero Israelita sin engaño, el peli­ gro, si tal puede llamarse, de ser docto en la ciencia de las Escrituras. T am ­ bién Saulo era doctor de la ley de Moisés y, a pesar de ello, Jesús le es­ cogió para que anunciase su nombre a las naciones y a los hijos de Israel. Concluyamos que si Natanael fue uno de los doce Apóstoles, tiene que constar en las listas traídas por los Evangelios sinópticos y el libro de los

    Hechos. De hallarse en ellas, le corresponde estar nombrado junto a Fe­ lipe que le llevó a Jesús. Ahora bien, el nombre que sigue al de Felipe en los mencionados libros es el de Bartolomé. Podemos, pues, creer que Natanael y Bartolomé son dos nombres de la misma persona, uno patro­ nímico, Bartolomé, y el otro, su verdadero nombre propio, Natanael. San Juan no le llama sino Natanael. Los Evangelios sinópticos emplean para designarle sólo la palabra Bartolomé, quizá para no poner juntos dos nombres del mismo significado etimológico: Natanael y Mateo, los cuales pueden traducirse «Teodoros, que quiere decir «don de Dios». Comúnmente suele admitirse esta identificación de Bartolomé con Na­ tanael. Ichodad, autor del siglo ix, la da por segura. De ahí que los exegetas acostumbren a designarle con sus dos nom bres: Natanael Bartolomé. JESÚS LLAM A A NATA NAEL

    F

    u r Natanael natural de Caná de Galilea — hoy día Kefr Kenna— , aldea distante como ocho kilómetros de Nazaret. No merece ningún crédito la leyenda según la cual Natanael fue el esposo de las bodas de Caná. Es probable que descendía de familia pobre. Después de resuci­ tado el Salvador, los Apóstoles dejaron a Jerusalén para darse de nuevo, a lo menos parcialmente, a sus antiguos oficios. Al decir Pedro a sus compañeros, una tarde que se hallaban a orillas del lago de Tiberíades: «Voy a pescar», todos, incluso Natanael, aceptaron gustosos esta invita­ ción. Ya de tiempo atrás era Natanael amigo de Felipe, el cual, como Pedro y Andrés, había nacido en Betsaida, situada en la ribera del lago. T an pronto como Felipe hubo hallado al Mesías anunciado por los profe­ tas, corrió a dar la noticia a su amigo y le invitó a que fuese a ver a Jesús. El Salvador hallaría a Felipe cerca de Betsaida. «Sígueme» —le dijo— , y Felipe le siguió. En cuanto vio Felipe a Natanael, comunicóle la buena nueva- «Hemos hallado a Aquel de quien escribió Moisés en la Ley, y anunciaron los profetas; es Jesús de Nazaret. el hijo de José». Erraba Felipe al creer que Jesús fuese hijo de Jo sé; pero érale imposible entonces llamarle de otra manera, porque él y los de Nazaret ignoraban el origen divino del Mesías. Nazaret, la patria chica de Jesús,'perdida entre los montes, era considerada como un villorrio sin importancia. Por eso, sin duda, respondió Natanael a Felipe: «¿Acaso de Nazaret puede salir cosa buena? —Ven y lo verás —repuso Felipe. Y es que estaba cierto de que la sola vista de Jesús bastaría para convencer a su amigo de la verdad. Natanael siguió a Felipe. Al verle llegar con su amigo, dióle Jesús pruebas de que lee en el fondo de los corazones y de que había dado al olvido aquella desconfianza primera. Delante de todos los presentes hace

    Jesús este sublime elogio de N atanael: «Éste es verdadero israelita, en quien no hay engaño». No por eso pierde Natanael su natural suspicacia; al cabo, poco cuesta elogiar al prójimo, aunque de un desconocido se trate; de ahí que, un tanto receloso todavía, pregunte a Jesús: «¿De dónde me conoces? » El Divino Maestro le responde, manifestándole el sobrenatural conocimiento que tiene de personas y cosas- «Antes que Felipe te llama­ ra te vi cuando estabas debajo de la higuera». Natanael, impresionado por la mirada penetrante y misteriosa de Jesús, exclamó: «Rabbi, Maestro, tú eres el Hijo de Dios, el rey de Israel», que era decir el Mesías vatici­ nado y esperado, porque Natanael conocía perfectamente los libros de los Profetas. No juzgó mal Felipe cuando pensó que su compatriota y amigo, con sólo ver a Jesús, creería en la em bajada mesiánica del Naza­ reno. Prodigios más notables confirmarán muy pronto la fe del nuevo apóstol. Jesús se lo advierte: «Por haberte dicho que te vi bajo la higuera, crees, mayores cosas que éstas verás». Luego empezó a cumplirse esta profecía; porque en las bodas de Caná hizo Jesús el primer milagro, y a ellas asistieron su M adre y sus primeros discípulos, entre ellos Natanael.

    DISCÍPULO D EL DIV INO M AESTRO Caná pasó Jesús a Cafarnaúm. Sus primeros discípulos galileos, entre los cuales se contaba Natanael Bartolomé, le acompañaron y le siguieron ya por Galilea, Samaría, Judea, y aun por el valle del Jordán. De allí adelante, casi se confundió la vida de nuestro apóstol con la vida pública del Salvador. Con el roce y ejemplo de Jesús aprendieron los Apóstoles a tener en mucho los padecimientos, la humildad, mansedum­ bre y caridad con los pobres y los desgraciados. Con sus palabras, con su conducta y aun con reproches, cuando era menester, enseñábales el divino M aestro poquito a poco la ley de su reino, ley de am or y confianza en el Padre celestial, ley de desasimiento de sí mismo y del mundo, ley de honestidad y de odio al pecado y a los escándalos, ley de absoluta po­ breza y total obediencia. Constantemente fueron los Apóstoles aprovecha­ dos testigos de las oraciones, abnegación y predicaciones de Jesús. Al igual que sus compañeros, Bartolomé presenció las muchas curaciones y resurrecciones obradas por el Mesías. Con ellos asistió a la última Cena, pero huyó cuando detuvieron a Jesús en el huerto de Getsemaní. En el Cenáculo se hallaba Bartolomé cuando Jesús se apareceió a los Apóstoles la tarde misma de su resurrección y a los ocho días de resu­ citado. Con otros seis compañeros estaba en una barca en el lago de Tiberíades, cuando al amanecer apareció Jesús en la ribera el día de la pesca e

    D

    E

    ntra

    el santo A póstol B artolom é en el tem plo de A starot acom ­

    pañado del rey, de los sacerdotes y de gran concurso de gentes y

    les m uestra claram ente el engaño del dem onio. Com prenden ellos la vanidad de su ¡dolo y derribanlo en tierra. Poco después bautizanse el rey y todos los de su casa.

    milagrosa. En aquella circunstancia recibió del Salvador su ración de pan y pez asado, en el almuerzo que les preparó el Señor. A los pocos días el Divino Maestro decía a los Apóstoles: a Id, pues, enseñad a todas las gentes; bautizadlas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, y enseñadles a guardar cuanto Yo os he mandado». Bartolomé fue educado y enseñado por Jesú s: antes de subir al cielo dióle el Salvador poderes divinos, el día de Pentecostés llenóle el Espí­ ritu Santo de su divina luz y fortaleza, y dejóle dispuesto para cumplir su misión y ser, con su vida, doctrina, milagros y durísimo martirio, testigo de Jesús en Jerusalén, Judea y Samaría y hasta los últimos confines de la tierra. APOSTOLADO DE SAN BARTOLOM É

    i los Hechos de los Apóstoles, ni la historia de los primeros siglos de la Iglesia dicen qué territorio cupo a San Bartolomé para pre­ dicar el Evangelio. Cuando los Apóstoles se fueron por el mundo, eran ya muchos cristianos en Jerusalén, Siria y aun en Asia Menor. Pero con haber copia de documentos claros y precisos respecto a la evangelización de los grandes centros como Antioquía, Alejandría y Roma, hay po­ quísimos por los que podamos llegar a conocer la historia de los orígenes cristianos en los pueblos alejados de esas famosas metrópolis. Todos los relatos y tradiciones que hablan de nuestro Apóstol, decla­ ran a una que evangelizó la India. A juzgar por lo que trae el Breviario rom ano ésa fue la parte que le cupo cuando los Apóstoles dividieron entre sí las provincias del mundo pagano. A fines del siglo n, el obispo de Ale­ jandría envió a la India a San Panteno, fundador de la escuela catequística de aquella metrópoli. Refiere el historiador Eusebio que el Santo halló en aquellas lejanas tierras cristianos adoctrinados por San Bartolomé. Al volverse a Alejandría, trajo consigo una copia del Evangelio hebreo de San Mateo, la cual le aseguraron haber sido llevada a la India por aquel • Apóstol. Ello parece indicar que anlbos evangelizaron juntos la India, o que, por lo menos, quedarían una temporada. Pero ¿cuál fue exactamente la parte de aquel inmenso país que cupo evangelizar a San Bartolomé? Unos dicen que Etiopía del Irá n , otros, que la India oriental, algunos creen que evangelizó la Arabia Feliz. E n suma, no se sabe cosa cierta, pues sólo existen datos probables. El Martirologio y el Breviario romanos afirman, que habiendo evan­ gelizado la India, el santo Apóstol volvió al Asia Menor y se detuvo en la Armenia Mayor, que es una extensa meseta montañosa situada al norte de Siria, entre el m ar Caspio, el m ar Negro y las provincias orientales de la Turquía asiática, y que predicó allí.

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    También hay tradiciones armenias y nestorianas según las cuales fue San Bartolomé a Armenia o a las provincias confinantes con el Ponto Euxino con itinerarios más o menos distintos. Empezó a predicar la reli­ gión cristiana a los idólatras, exhortándolos a que dejasen el vano culto de Astarot, que era un demonio muy astuto. Para probarles que Jesús era verdadero Dios, sanó a innumerables enfermos y mandó al ídolo que con­ fesase y declarase sus embustes y artificios. Estaban presentes en el tem­ plo el rey, los sacerdotes y mucha gente que había concurrido ese día. Con­ fesó el demonio que no era dios, antes un ángel rebelde y eternamente des­ venturado. Todos quedaron admirados y muchos paganos se convirtieron. Polemón II, rey de aquel país, tenía una hija lunática y muy enferma. Noticioso de los prodigios que obraba San Bartolomé, mandóle ir a pa­ lacio y le suplicó que curase a su hija. Ofrecióle ricos presentes, pero el Santo no los quiso aceptar. Exhortó el Apóstol al rey a que dejase el culto de los ídolos y creyese en Jesucristo, y luego sanó a la enferma. Con este milagro y las exhortaciones y demás prodigios que obró el Santo, determinó el rey abrazar la religión cristiana, y recibió el Bautismo junto con su familia y muchísimos vasallos. Refiere la tradición, que el santo Apóstol dejó sacerdotes y diáconos en algunas poblaciones de Armenia.

    SU M A R TIR IO grandemente los sacerdotes de los ídolos por la conver­ sión del rey y porque el rápido crecimiento de la religión cristiana significaba menoscabo del culto de los dioses. Resueltos a vengarse del Apóstol, fueron a ver a Astiages, hermano del rey convertido, y le inci­ taron a que detuviese a Bartolomé. Era Astiages gobernador de una pro­ vincia comarcana, y así fuéle muy fácil prender al santo Apóstol, a quien reprobó haber pervertido el alma de su hermano Polemón, ultra­ jado a los dioses de la nación y destruido su culto, siendo con ello causa de que los dioses afligiesen al reino con grandes plagas y males sin cuento. Declaró el Santo que el Dios que predicaba era el único verdadero, y que al arruinar el culto de los ídolos, pretendía solamente echar de aquel reino al demonio, causador de los males que afligían a los ciudadanos y a todo el país. Pero Astiages no quiso dar oídos a tales razones, y le mandó que sacrificase a los dioses protectores de la nación. El santo y valeroso Apóstol se negó a ello con iquebrantable fortaleza, e hizo ante los presentes admirable profesión de la fe que predicaba. Encendióse con ello el furor de Astiages, el cual mandó primeramente que azotasen con varas de hierro al insigne mártir. Después, a juzgar por

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    n o já r o n s e

    una tradición declarada en el Martirologio y en el Breviario romanos, ten­ diéronle y le desollaron vivo de pies a cabeza. Fue éste un tormento atro­ císimo que mostró a los presentes la fortaleza y admirable paciencia del esforzado mártir de Cristo. Finalmente, fue degollado. Otro relato de su martirio nos dice que, después de haberle desollado vivo, le crucificaron. De allí a pocos días, Astiages y los sacerdotes paganos que pidieron la muerte del Santo Apóstol, tuvieron, por disposición del Señor, muy horrible y espantosa muerte, pues perecieron ahogados por manos invisibles. El rey Polemón fue consagrado primer obispo de Armenia, según reza la leyenda, y trabajó con todas su fuerzas para convertir a sus conciudadanos. El cuerpo del Santo fue enterrado en el mismo lugar donde padeció el martirio, quizá la ciudad de Albanópolis, como trae el Breviario romano.

    RELIQU IAS Y CULTO. — EV A N G ELIO APÓCRIFO o se sabe de cierto adonde fue a parar el cuerpo de San Bartolomé, después de martirizado el Apóstol. Pero de seguro que lo tomaron los cristianos, le dieron honrosísima sepultura y le tuvieron grandísima devoción. Refiere San Gregorio Turonense que al ver las gentiles que de todas partes concurrían los cristianos a reverenciar las reliquias del santo Apóstol, pusieron aquel sagrado cuerpo en una arca de plomo, y lo echaron al mar diciendo. De hoy más no engañarás al pueblo». Pero Dios, que es Señor del m ar y glorificador de los Santos, guió aquel tesoro y lo llevó milagrosamente en su arca a la isla de Lípari, cerca de Sicilia. Un historiador griego, Teodoro el Lector, dice que a principios del siglo vi, el emperador Anastasio mandó edificar, en la ciudad de Dara de Mesopotamia, un suntuosísimo templo para guardar y honrar las sagradas reliquias de San Bartolomé. Por los años de 830, cuando los sarracenos amenazaban la isla de Lípari, un santo monje tomó las reliquias del Apóstol y las trasladó con grande pompa y solemnidad a Benevento, ciudad del reino de Nápoles. El emperador Otón III (983-1002), que edificara una iglesia en honra del m ártir San Adalberto, en el islote que hace en Rom a el río Tíber, tras­ ladó a ella algunas reliquias de aquel santo obispo. Cuando saqueó la ciudad de Benevento, sacó de ella el cuerpo de San Bartolomé con pro­ pósitos de trasladarlo a Alemania. Provisionalmente lo dejó en la iglesia de San Adalberto de Rom a, con otras reliquias que tomó consigo a su paso por Ñola y Espoleto. Pero murió el emperador al poco tiempo, y todas aquellas reliquias quedaron en la iglesia del islote del Tíber, que andando los años se llamó iglesia de San Bartolomé de la Isla y pasó a

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    ser título cardenalicio. El papa Pío IX la restauró espléndidamente. El altar mayor contiene una preciosa urna de pórfido muy antigua en la que están encerradas las sagradas reliquias del Apóstol. Dicen, no obstante, algunos historiadores, ser dudoso que los de Benevento hubie­ sen entregado al emperador Otón el cuerpo de San Bartolomé, así lo declaró Orsini, arzobispo de Benevento, antes de ser Papa con el nombre de Benedicto XIII. Varias ciudades de Italia, Francia e Inglaterra se glo­ rían de venerar importantes reliquias de San Bartolomé. E n la Iglesia latina no se celebró la fiesta de este santo Apóstol antes del siglo x. Ahora se conmemora, como la de los demás Apóstoles, con rito doble de segunda clase. L a lección del Santo que traía el Breviario rom ano fue retocada por el papa San Pío V Los griegos, coptos y sirios celebran la fiesta de San Bartolomé el 11 de junio. La ciudad de Rom a y otras diócesis hacen conmemoración el 25 de agosto, pero el calendario general de la Iglesia latina trae su fiesta el día 24 de dicho mes. Ninguna de esas dos fechas señala el aniversario del martirio del santo Apóstol, sino el de la traslación de sus reliquias. El arte cristiano suele representar al Santo ya desollado vivo, ya sólo llevando en la mano el cuchillo que fuera instrumento de su martirio. De un Evangelio que andaba con nombre de San Bartolomé, hablan San Jerónimo y el papa San Gelasio, éste último, en un precioso docu­ mento del siglo v, llamado el decreto gelasiano. No cabe duda que es éste un Evangelio apócrifo, escrito mucho tiempo después de muerto el santo Apóstol, en el siglo iv probablemente. El texto griego de esta obra en nada se parece a los cuatro Evangelios inspirados, fue sin duda escri­ to por un autor de secta disidente de la Iglesia de Alejandría. Quedan importantes fragmentos de él en griego, eslavo, latín y copto.

    SANTORAL Santos B artolom é, apóstol; Audoeno (Ouen), obispo de Ruáti; los trescientos Már­ tires de Ütica, en Africa; Tolom eo, obispo de N epeto o N ebí (Toscana), consagrado por el A póstol San P edro; R om án, convertido y consagrado por San Tolom eo, y sucesor suyo en el episcopado; Evergisto o Evergisilo, obispo de Colonia, Ircardo, de Escocia; Eutiquio, m ilagrosamente librado, como su m aestro, San Juan Evangelista, de los torm entos a que fuera som etido; Jorge Lim niota, m ártir de los iconoclastas; Cenobio, Capitolino. Em érito, Itálico, Julio y Juviano, m ártires en A ntioquía; Tación, m ártir en Isauria; Patricio, abad. Beato Sandrade, abad de G ladbac. Santas Aurea, virgen y mártir; Ansoalda, virgen y religiosa; A licia,; Suporina, venerada en C lerm ont; Juliana A ntida T houret, virgen y fundadora; Emilia de V ialar, virgen y fundadora de las H erm anas de San José de la Aparición.

    N uestra Señora de Poissy

    D ÍA

    La Santa Capilla

    25

    SAN REY

    DE

    AGOSTO

    LUIS

    DE F R A N C IA (1214-1270)

    a este insigne varón y valeroso príncipe, la gloria de haber logrado ser Santo en medio de los esplendores de la corte, en la familia, a la cabeza de los ejércitos y entre los múltiples cuidados inherentes al buen gobierno de un grande y poderoso reino. Fue esp de reyes, esforzado capitán, ejemplarísimo esposo, recto y prudente en el administrar justicia, verdadero padre de su pueblo, y, por todo ello, . prez y ornamento de la corona de Francia y gloria de toda la Iglesia. abe

    C

    SAN LUIS Y DOÑA BLANCA DE CASTILLA San Luis en el castillo de Poissy el 25 de abril de 1214 y fue bautizado en dicha ciudad, a la que tuvo siempre profundo cariño, tanto que muchas veces, en memoria de haber sido en ella bautizado, solía firmar Luis de Poissy. Fueron sus padres Luis V III, apellidado el León, y la insigne doña Blanca de Castilla, santa y valerosa princesa, madre ejemplarísima, hija de Alfonso V III, el de las Navas de Tolosa. Recibió esmeradísima cultura intelectual que no cesó de acrecentar du­ rante toda su vida. Leía el latín corrientemente, cosa rara en aquella épo­

    N

    a c ió

    ca en que la nobleza se daba exclusivamente a las armas. Llevado de su gusto e inclinación a las letras, fundó más adelante la biblioteca de la Santa Capilla, con multitud de volúmenes copiados a sus expensas. A ella daba entrada a todos los sabios del reino, y él mismo solía pasar los ratos libres dedicado con profundo afán a los estudios. Siendo de edad de doce años perdió a su padre, con lo que doña Blanca quedó encargada del gobierno del reino y de la tutela del joven prín­ cipe. Crióle aquella santísima reina en la piedad y santo temor de Dios, y repetíale continuamente estas admirables palabras, que Luis guardó en su corazón toda la vida y que son un poema de integridad cristiana: —Hijo mío, aunque te quiero más que a todas las cosas criadas, antes quisiera verte muerto que culpable de algún pecado mortal. San Luis fue consagrado en Reims el 29 de noviembre de 1226 y de­ clarado mayor de edad en el año 1234. Por consejo de su virtuosa madre y de los grandes del reino, se casó en la ciudad de Sens, a 27 de mayo del mismo año y previa la dispensa correspondiente, con doña Margarita, hija de Ram ón Berenguer, conde de Provenza, y de ella tuvo once hijos.

    EN EL TR O N O DE FRA N CIA an

    Luis fue siempre muy querido y estimado por su encantadora m an­

    sedumbre, por su arrojo y valor en los peligros, ecuanimidad inalte­ S rable, grande amor a la justica, y, más que nada, por su admirable piedad

    y tierna devoción. Cada día rezaba él mismo las horas canónicas o hacíalas rezar por los religiosos de Santo Domingo o de San Francisco, con quienes tenía asiduo trato y comunicación. Durante toda su vida m an­ túvose fiel a esta práctica sin que los viajes, ni las muchas expediciones guerreras que emprendió, ni aun las enfermedades fueran motivo para permitirle dispensarse de ella. Cada viernes, y aun más a menudo si nada se lo impedía, acercábase al tribunal de la penitencia. Recibida la abso­ lución, presentaba la espalda al confesor, y le suplicaba que le disciplinase con plomadas que a veces le producían heridas. En una época en que por la fuerza de la costumbre estaba en desuso la comunión frecuente, el santo rey comulgaba con regularidad, a lo menos, en las grandes fiestas. Los sábados tenía por costumbre lavar los pies a muchos pobres; con preferencia, a los ciegos y desvalidos. E ra testigo de aquellos actos de hu­ mildad su amigo y confidente el senescal Joinville, el cual le manifestó un día su asombro. El rey le preguntó: o ¿Lavas tú por ventura los pies a los pobres, a los menos el día de Jueves Santo? —Dios me guarde de lavar nunca los pies a gente tan miserable —respondió el senescal con su

    acostumbrada llaneza. —Mal está, amigo —repuso el rey— ; ¿cómo des­ deñas hacer lo que Dios hizo para enseñanza nuestra? Ruégote por amor de Dios y mío, que te vayas acostumbrando a lavárselos». O tra vez preguntó San Luis al mismo Joinville: «¿Qué es Dios?» «Dios —respondió aquél— es algo tal bueno que mejor no puede ser. —Bien has dicho, senescal, y ¿qué preferirías tú , ser leproso, o reo de pecado m ortal?» —«Preferiría tener treinta pecados a ser leproso. —Has hablado como muchacho irreflexivo —le dijo el santo rey— , porque no hay lepra tan repugnante y hedionda como el pecado m ortal, el alma que se halla en tal estado, es semejante al demonio con toda su fealdad». A quienes le echaban en cara que daba demasiado tiempo a sus rezos, solía contestarles con profunda convicción: —Extraño vuestras palabras, miráis como un delito el que sea yo asi­ duo a la oración; nada diríais si gastase doblado tiempo jugando a los dados o corriendo por los montes para entretenerme en la caza. T an admirable y sabiamente como su alma gobernaba San Luis sus E stados, nunca, ni antes ni después de él, gozó Francia de mayor paz y de prosperidad tan extraordinaria. El papa Urbano IV le llama en una carta «ángel de paz». Efectivamente, en su reinado de treinta y seis años no se vieron en Francia rebeliones y guerras como en igual época hubo en las demás naciones de Europa. T al confianza despertaba en los ánimos su espíritu de justicia y des­ interés, que el rey de Inglaterra, con los grandes del reino, fueron el año de 1264 hasta al ciudad de Amiens para que el santo rey compusiera los pleitos que ellos entre sí tenían. También fue árbitro en las desavenen­ cias habidas entre el duque de Bretaña y el rey de Navarra. Blanco principal de su gobierno fue desarraigar de sus Estados, por me­ dio de sabias leyes, toda clase de desórdenes y vicios, los juegos de azar, la blasfemia, el lujo exagerado y los pleitos y embrollos en los procesos. Su delicada conciencia, no le permitía en este punto debilidad alguna. Los embajadores que ejercían justicia en su nombre en todas las pro­ vincias, debían dar al santo rey severa cuenta de su gestión. Siempre estaba dispuesto a oír las quejas de sus vasallos, y todos ellos podían acer­ cársele sin dificultad ninguna. Cuando se paseaba por sus jardines de París o en el bosque de Vincennes, solía sentarse a la sombra de un árbol, y allí administraba justicia sin formalidades jurídicas. Ni la riqueza ni la nobleza de quienes a él acudían eran parte para doblegar su conciencia; no una sino muchas veces defendió a pobres viudas y personas miserables contra las injusticias y violencias de algunos señores principales del reino. La moneda de buena ley que acuñó, se hizo legendaria y es ejemplo de su amor a la justicia. Cuando en el reinado de Felipe el Hermoso

    recaudó el Estado las contribuciones en moneda corriente para acuñar ésta de nuevo con el mismo nombre pero con menor ley, el pueblo arrui­ nado por este proceder innoble, reaccionó contra aquel inicuo atropello y pidió a gritos que le devolviesen la moneda de San Luis. Mostrábase respetuosísimo con el Sumo Pontífice, seguía dócilmente sus consejos y se ayudaba, para el buen gobierno del reino, de las luces de eminentes religiosos y sacerdotes como Santo Tom ás de Aquino, San Buenaventura, Guido Foucaud y Simón de Brión que fueron después los papas Clemente IV y M artín IV, y el insigne teólogo Roberto Sorbón que instituyó en París el famoso colegio de la Sorbona. Con todos ellos tenía el piadoso monarca frecuente trato y comunicación. Edificó muchos hospitales, el más célebre de los cuales fue el hospicio fundado el año 1260 en París y que se llamó de los Trescientos por estar destinado a recibir igual número de ciegos, en recuerdo de los tres­ cientos caballeros de su ejército, a quienes sacaron los ojos los sarracenos en las tristes jornadas que siguieron a la toma de Damieta. Fundó asi­ mismo muchos monasterios y conventos, hizo grandes limosnas, y cada día se daba de comer en su palacio a más de cien pobres, a quienes con frecuencia servía personalmente con gran sencillez y cristiana humildad. Aun a tierras de Oriente se extendía la liberalidad de San Luis. En agradecimiento de tanta largueza, el emperador de Constatinopla le re­ galó algunas reliquias de la Pasión, entre ellas la santa Corona de espinas. Salió el rey al encuentro de los religiosos Dominicos encargados de tras­ ladar tan precioso tesoro, y al verlos no pudo contener las lágrimas. Cargó a cuestas sobre sus hombros aquellas insignes reliquias y, descalzo, entró con ellas en la ciudad. Para guardarlas decorosamente edificó en su mis­ mo palacio de París un oratorio suntuosísimo que se llamó «la Santa Ca­ pilla». Allí solía retirarse siempre que podía, y a menudo pasaba noches enteras en oración y enteramente dado a meditar sobre la Pasión de Cristo.

    PR IM E R A CRU ZADA

    con llevar vida tan santa, cuidaba San Luis el ejercicio de las armas, con lo que vino a ser valeroso y esforzado capitán. Dio gran­ des muestras de su valor el año de 1242, cuando sujetó por fuerza d armas al conde Hugón su vasallo y al ejército del rey de Inglaterra que ayudaba a los rebeldes. L a misma intrepidez mostró más adelante en las guerras que hubo de emprender por causa más noble y santa. A fines del año 1244, sobrevínole una grave enfermedad que a los pocos días le puso en trance de morir. Su santa madre doña Blanca

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    un

    uando

    C

    San L uis sale de paseo por los cam pos y bosques cerca­

    nos a su palacio, gusta de recibir a quienquiera que venga a exponerle sus cuitas. Sentado al pie de alguna encina oye las quejas de sus súbditos y adm inistra justicia sin atender m ás que al verda­ dero derecho.

    mandó traer la Cruz del Salvador, la Corona de espinas y la sagrada Lanza, y acercándolas al cuerpo de su hijo, exclamó: «Alabanza y gloria, ¡oh Señor Jesús!, no a nosotros, sino a tu santísimo nombre. Por estos sagrados instrumentos con los que aparecerás el día del tremendo juicio, salva en este día el reino de Francia, salvando a su monarca». En aca­ bando doña Blanca esta oración, empezó el rey a mover los labios, y lue­ go todo el cuerpo; hizo esfuerzos para hablar y oyósele decir: «El Oriente se ha dignado visitarme desde el alto cielo, y sacarme de la compañía de los muertos». Habiendo sanado de aquella dolencia, juzgóse obligado como por sagrado juramento a emprender la conquista de Tierra Santa. El día 12 de junio de 1248 estuvo dispuesto para la empresa. Fue pri­ meramente a la iglesia de San Dionisio acompañado por su esposa, her­ manos y principales señores que habían de ayudarle en aquella gloriosa Cruzada. San Luis recibió de manos del legado pontificio la oriflama con el zurrón y el bordón que eran las insignias del peregrino y dejó a París. Detúvose en Lyón para confesarse con el papa Inocencio IV y recibir con la absolución de sus pecados la bendición apostólica. Embarcóse el ejército cristiano en Aguas Muertas, el día 28 de agosto de 1248, y a 17 de septiembre desembarcó en la isla de Chipre, elegida para centro de las expediciones m ilitares; permaneció allí hasta el día 30 de mayo del año 1249. Habían juzgado necesaria la conquista de Egipto para poder mejor librar a Tierra Santa y permanecer de asiento en ella, por lo cual, el día 4 de junio, abordaron al puerto de Damieta. Defendían la costa los sarracenos en número incalculable. Como en este lugar es el mar poco profundo, fue menester prescindir de los navios, y pasar a las galeras y barquichuelas, pero ni aun éstas pudieron llegar a la co sta; en vista de lo cual dio San Luis el grito de guerra, y con su casco en la ca­ beza, el escudo en el cuello y espada en la mano saltó al agua. Todo el ejército siguió el ejemplo del valeroso capitán. Al poco rato, los infieles, vencidos, huyeron a la desbandada: fue tal su pánico, que de noche dejaron despavoridos la ciudad de Damieta, donde al día si­ guiente entraron los cristianos. El santo rey mandó cantar un Te Deum para dar gracias a Dios por la victoria. Por desgracia, no imitaron los vencedores las virtudes de su capitán. Dados al libertinaje y a toda clase de excesos, atrajeron el castigo de Dios con sus pecados. Lo que había empezado con tan magnífico triunfo hacía de acabar desastrosamente. Los cruzados alcanzaron contra los mulsumanes la victoria de Mansurah el día 8 de febrero de 1250. «Nunca vi tan apuesto caballero —dice Joinville admirado, al hablar de San Luis, en aquella jornada— , cam­ peaba sobre sus huestes, sobresaliendo sus hombros encima de todos los soldados, con el yelmo dorado en la cabeza y una espada alemana en la

    mano. Seis turcos agarraron la brida del caballo del rey para llevarle preso; pero él, con su espada, los mató a todos. Al ver los soldados cuán valerosamente se defendía su rey, cobraron nuevos ánimos para la lucha». Una epidemia obligó a los vencedores a retroceder. Esta retirada fue desastrosa. Los cristianos se vieron envueltos totalmente por sus enemigos. El único medio de librarse de la muerte era la rendición; pero San Luis contestaba a quienes eso le aconsejaban: «No quiera Dios que me rinda a hombre pagano o sarraceno. —Ya veis, señor —decíanle sus hermanos los condes de Poitiers y Anjou—, que nos faltan mantenimiento y muni­ ciones, y que aquí moriremos todos de hambre o enfermedad, siendo así que con ceder ante lo imposible podríamos rescatarnos fácilmente». Los demás caballeros juntaron sus instancias a las de los hermanos de San Luis, por lo que el intrépido monarca cedió finalmente. Mandó llamar a uno de los caudillos moros y le declaró que se rendiría con todo su ejército a condición de que les dejasen con vida, a él y a los soldados. E L R EY CAUTIVO de sus vestidos al vencido rey dejándole casi desnudo, y ataron pesadas cadenas a sus pies y manos. Movióse a compasión un pobre moro al ver que así m altrataban al rey cristiano y le echó sobre los hombros una capa. Pero el Santo parecía no sentir sus propios padecimien­ tos: no salió de sus labios ni queja, ni murmuración; veíasele palidecer sólo cuando los infieles blasfemaban del nombre de Cristo. Con todo, cierto día que aquellos desgraciados pisoteaban una cruz por odio a la fe cristiana, se incorporó el santo rey en su camilla; y aunque no dijo palabra, leíase en sus ojos encendidos el enojo santo que sentía en su corazón. Admirábanse los moros de su magnanimidad, paciencia y fortaleza de ánimo en las adversidades, como antes se habían adm irado del valor que mostrara en las batallas. Los moros, que habían dado muerte al sultán, trataron de elegir para tal dignidad al propio rey de Francia, a quien Dios había devuelto ya la salud, y ciertamente le hubieran elegido, de haber San Luis renegado de Cristo. Finalmente, hizo paces con los moros con estas condiciones, pagaría un millón de pesos oro para libertar a todos sus soldados, y para su propio rescate devolveríales la ciudad de D am ieta; porque, decía: «Al rey de Francia no se le rescata con dinero». Cuando iba a realizarse lo estipulado, el sultán Almoadán fue asesi­ nado por los mamelucos. Siguióse a ello un período de anarquía que puso en grave riesgo la vida del rey, a quien varias veces amenazaron con la muerte. La invencible paciencia del santo monarca acabó por desarmar a sus enemigos, los cuales aceptaron finalmente el anterior convenio.

    D

    e s p o ja r o n

    PERM A NENCIA EN SIRIA

    su cautiverio, quedóse San Luis cuatro años en Siria, ocupado en rescatar cristianos cautivos de los moros enseñando la doctrina cristiana por sí mismo, o por los clérigos, a los infieles que qu rían convertirse, haciendo con fervor frecuentes romerías a los Santos Lugares de Palestina, y levantando ciudades y fortalezas. Con todo, no se atrevió a ir a Jerusalén, por no haber tenido la dicha de conquistarla. La fama de sus virtudes se extendió por doquier. Gentes de las más apartadas tierras venían a verle. Cierto día, una cuadrilla de armenios que iban a Jerusalén fueron a suplicar a Joinville que les mostrase al «rey santo». El senescal corrió a la tienda donde estaba San Luis, y le dijo: —Señor, acaba de llegar una tropa de armenios. Me piden que les muestre al rey santo. Por mi parte no pienso besar todavía vuestras reliquias. El monarca rió de buena gana y le dijo que podía introducirlos. Luego de conversar con él, los armenios salieron muy edificados de su gran virtud. Recibió por entonces noticia de la muerte de su santa madre doña Blanca, acaecida el 26 de noviembre de 1252, esto le determinó a volver a Francia para ordenar los negocios del reino. Hizo levantar en el navio un altar con un sagrario suntuosamente adornado, y el legado pontificio dio licencia para poder reservar en él la Sagrada Eucaristía. Allí solía reti­ rarse a orar San Luis, sobre todo en las horas de peligro. También cuidaba del alma de los demás viajeros y marinos; mandó que todos oyesen tres sermones cada semana y él mismo solía exhortarlos a que se confesasen. — Si sucediese —añadía— que durante la confesión tuvieran necesidad de alguno de vosotros para las faenas de a bordo, de buena gana iría yo en su lugar para tirar de los cordajes, y hacer cuanto fuese menester.

    T

    e r m in a d o

    M U ER TE DEL

    SANTO REY

    pocos años de estar en Francia, tuvo noticia de los grandes tra­ A los bajos que padecían en Siria los cristianos que allí quedaban, los cua­ les imploraron del santo rey que volviese a auxiliarlos con su ejército. De­ terminó, pues, emprender otra Cruzada, y habiendo hecho su testamento, se embarcó erí febrero de 1270. Prometióle el rey de Túnez hacerse cristiano si pasaba al África, por lo que San Luis, que deseaba ardientemente «ser padrino de tal ahijado», navegó hacia aquel puerto. Pero como todo había sido un engaño del de Túnez, este traidor que le había llamado, no le dejó desembarcar. San

    Luis le envió una embajada con su capellán, declarándole la guerra con estas palabras: «Este es el bando de Nuestro Señor Jesucristo y de su sar­ gento Luis de Francia». Pero no pudo llevar a efecto su propósito, por­ que a los pocos días enfermó de la calentura pestilencial que andaba por aquella tierra, causada por el aire malsano y los calores sofocantes. Cuando estaba ya para morir, mandó llamar a su primogénito y here­ dero Felipe, y le entregó una Enseñanza escrita de su mano, en la que juntó consejos sapientísimos para el acertado gobierno de sí mismo. También exhortó a sus ministros a que viviesen como verdaderos sier­ vos de Cristo, y no siguiesen el ejemplo de los moros, ya que profesaban públicamente el cristianismo y ponían a riesgo su vida por la santa Iglesia. Mandó que le acostasen sobre ceniza, y habiendo dicho lo del Profe­ ta: «Entraré, Señor, en tu casa y alabaré tu santo nombre», entregó su alma a Dios, a los 25 de agosto de 1270. Su hijo Felipe III trajo a Fran­ cia el sagrado cuerpo y lo sepultó en el insigne templo del monasterio de San Dionisio, cerca de París, donde recibió veneración de los fieles. Canonizóle el papa Bonifacio V III el domingo 11 de agosto de 1297, en la ciudad de Orvieto. Algunas reliquias de San Luis fueron trasladadas a la «Santa Capilla». Su corazón se quedó en el monasterio de Monreale de Sicilia, por haberlo pedido Carlos de Anjou, hermano del Santo. En el día de hoy, la catedral de Nuestra Señora de París posee algunas reliquias del santo rey la mandíbula inferior, una costilla, un trozo de su cilicio y su disciplina de hierro. Están guardadas en preciosísimo relicario, y suelen exponerse a la veneración de los fieles el día 25 de agosto. El año 1693, Luis XIV declaró a San Luis patrono y protector de la Orden de Caballería destinada a premiar el mérito militar.

    SANTORAL Santos Luis, rey de Francia; Geroncio, obispo y mártir; Ginés, comediante, y Ginés de Arlés, m ártires; M enas y Epifanio, patriarcas de C onstantinopla; G regorio, obispo de U trecht; Nemesio, diácono y m ártir en R om a; Eusebio, Peregrino, Vicente y Ponciano, m ártires en R om a; Julián, m ártir en Siria; M arciano, Severo y Adredo, abades. Beatos Miguel Carvalho, jesuíta, y sus cinco com pañeros (tres franciscanos, un dominico y un cate­ quista), m ártires en el Japón. Santas María Micaela del Santísimo Sacra­ mento, fundarora del Instituto de las Adoratrices; Patricia, virgen, nieta del em perador C onstantino M agno; Lucila, hija de San Nemesio, virgen y m ártir; Unegunda, virgen, Ebba, abadesa en Inglaterra; R ufina y Eutiquia, mártires.

    D ÍA

    26

    DE

    AGOSTO

    SAN ALEJANDRO DE BÉRGAMO O FIC IA L D E LA LEG IÓ N TEBEA, M Á R TIR (+ por el año 296)

    acordes los autores antiguos y los modernos en declarar que San Alejandro pertenecía a la legión tebea o tebana, tropa de sol­ dados valientes y escogidos que los romanos reclutaban en Egipto, en la región de la Tebaida, cuya capital era Tebas. Capitaneábala San Mauricio, y es opinión generalmente admitida, que todos los soldados que la componían fueron pasados a cuchillo por m an­ dato del emperador Maximiano. Ejecutóse la sentencia en Agauna —hoy día San Mauricio— , distante nueve millas de Octodurum —Martigny de Suiza. San Alejandro padeció aisladamente por la fe de Cristo. El cardenal Baronio dice que ocurrió el martirio de la Legión tebea el año 297, y es muy probable que nuestra Santo lo padeció con anterioridad a esa fecha, si bien hay autores que opinan haber acaecido en fecha posterior. Las dos Pasiones de este glorioso mártir fueron escritas por autores anónimos, naturales de la ciudad de Bérgamo. Una se halla en la Colec­ ción de Leyendas perteneciente a la Biblioteca B arberini, la otra la trae un Leccionario de la catedral de Bérgamo. La mejor y más segura es sin duda la primera, cuyos pormenores hallan confirmación en otras versiones. st á n

    E

    es determinar la categoría militar de Alejandro en la Legión; algunas versiones de las Actas del Mártir, y el oficio litúrgico, le llaman sígnifer, es decir, abanderado; en otros escritos se le llama prim pilus, que era en el ejército rom ano el jefe de la primera centuria o com­ pañía de cien soldados. El primero de los documentos anteriormente mencionados, empieza con el relato de la comparecencia de Alejandro ante el emperador Maximian o , el segundo trae más gala de pormenores, y dice así Por los. días en que el cruel Maximiano se acercaba a su imperial residencia de Milán, fueron encerrados en la cárcel Alejandro, oficial de la primera centuria de la legión tebea, y sus compañeros Casio, Severino, Segundo y Licio. Según una antigua tradición, estuvieron a verlos en ella un cristiano llamado Fidel, y San Materno, entonces obispo de Milán. El carcelero, Silano, sorprendido al ver que los presos pasaban el día y la noche rezando, fuése al palacio imperial y refirió cuanto había visto. Entretanto, dos oficiales de la guardia palatina llamados Carpóforo y Exanto, por mera curiosidad, o quizá impulsados misteriosamente por la divina gracia, habían pedido licencia para entrar a ver a los gloriosos confesores de la fe, y con ellos se entretuvieron largo rato. Vueltos a Palacio, admiraron a todos por lo atrevido de sus discursos y el menosprecio que mostraban hacia los dioses del imperio, que ellos juzgaban ser vanos simulacros dignos de odio y execración. Mientras esto sucedía, llegó a Milán el emperador Maximiano Hércu­ les. Primera providencia del tirano fue citar a su tribunal a los cinco sol­ dados tebeos que en la ciudad se hallaban presos a causa de su fe. Púsolos en el trance de sacrificar a los ídolos o morir. Los cinco se ne­ garon a ello con palabras enérgicas, por lo que fueron de nuevo llevados a la cárcel en espera de que el emperador determinase con qué género de tormentos debían ser castigados. Pero la noche siguiente, ayudados por los oficiales de palacio Carpó­ foro y Exanto y por el valeroso cristiano Fidel, salieron de la cárcel y hu­ yeron de Milán, camino de la ciudad de Como. Al amanecer del siguiente día, se encaminaron a Bérgamo, donde esperaban hallar asilo seguro. Estando de camino —prosigue el sobredicho relato— , Alejandro topó con un cortejo fúnebre; a ejemplo de Jesucristo, Señor nuestro, mandó parar a los que llevaban el féretro, y rogó a sus compañeros que implo­ rasen el divino auxilio; soltó al punto la muerte a su presa y el difunto, vuelto a la vida, aclamó alborozado al Dios de los cristianos, y pregonó

    D

    if íc il

    por doquier la existencia y poder del Señor. A los pocos días, el resucita­ do recibió el bautismo de manos de San Materno. Los cristianos prosiguieron camino de Bérgamo, y penetraron en un bosquecillo donde, al poco tiempo, fue descubierto y detenido Alejandro por los enviados de Maximiano y conducido a Milán. Sus compañeros, los Santos Carpóforo, Exanto, Casio, Severino, Se­ gundo y Licinio lograron huir y se encaminaron a Como. Cuando el em­ perador Maximiano supo su fuga envió emisarios a todas partes para bus­ carlos, y habiendo dado con ellos en una casa cercana a Como, allí mis­ mo, después de castigarlos cruelmente, en vista de su perseverancia cortáronles la cabeza.

    COM PARECE A LEJA N D R O A N TE EL EM PERA DOR

    dejamos al segundo biógrafo para seguir con las Actas de San Ale­ jandro, las cuales traen el interrogatorio del m artirio—Si mandé que parecieses ante mí —le dijo Maximiano— fue únicament para que adoraras a los dioses inmortales de quienes blasfemaste; porque he sabido que has renunciado a nuestro culto para abrazar el cristianismo. Hizo traer la mesa de los sacrificios que llamaban sagrada y añ ad ió — Acércate a ofrecer incienso, si quieres librarte de los crueles tormen­ tos reservados a quienes menosprecian a nuestros dioses. Alejandro le respondió- —Me propones un delito abominable, ¡oh emperador! , de buen grado te respeto y honro como a príncipe, pero no me es lícito venerarte como a dios. Díjole M aximiano: — Piensa que si no sacrificas, pronunciaré contra ti sentencia de muerte. Alejandro respondió—L a muerte con que me amenazas, se trocará para mí en vida, allá en el seno de Dios. Porque apenas haya dejado yo este mundo, iré a gozar de vida verdadera y perdurable junto a los ángeles del cielo, y de la visión de aquel justo y equitativo Rey que es mi Creador y también el tuyo. Estas palabras del esforzado militar cristiano impresionaron un tanto al emperador, el cual repuso con inesperada afabilidad. —No es mi ánimo obligarte a sacrificar por tu propia mano. Pero lo que bien puedes hacer, es asociarte a los sacrificios que otros ofrecen. Como no respondiera Alejandro, creyó Maximiano haberle convencido; y mandó acercar la mesa y disponer lo necesario para el sacrificio. Pero en aquel instante levantó el m ártir los ojos hacia el emperador y exclamó — ¡Cuán insigne gracia me concedería Dios, que por Jesucristo otorga

    A

    quí

    los bienes, si pudiese yo traerle al conocimiento del Dios verdadero, y arrancar de tu entendimiento los vanos pensamientos y deseos!... Algo admirado ya el cruel Maximiano de la osadía y valor del fortísimo confesor de la fe, no pudo ocultar su humillación y d ijo : —Mira, hasta ahora he aguardado con paciencia a que consintieses en ofrecer sacrificios^ pero como veo que abusas de mi bondad y condescen­ dencia, tendré que tratarte como a enemigo de nuestros excelsos dioses. — ¡ Oh C ésar! —respondió Alejandro— , agrédanme más tus amenazas que las más seductoras prom esas; los tormentos que con ánimo de cas­ tigarme prepares contra mí me coronarán de gloria inmortal. Irritado Maximiano por semejante respuesta, mandó a sus ministros que agarrasen al cristiano, y por fuerza le obligasen a participar en el sa­ crificio. Quieras que no, le arrastraron hasta el altar del ídolo, pero al llegar a la mesa donde estaban depositadas las ofrendas, y a falta de otro modo con que defenderse, dióle Alejandro tal puntapié, que la mesa, con gran estrépito, se vino al suelo con cuanto sobre ella había. — ¡Hase visto audacia! —grito el emperador ebrio de cólera— ; es menester m atar inmediatamente a este cristiano sacrilego. Un oficial llamado M arciano fue designado para asestarle el golpe. Tenía ya el cuchillo levantado para herir de muerte al valeroso caudillo; de repente pareció titubear y se detuvo como si hubiese perdido el juicio y no cayese ya en la cuenta de lo que hacía ni de lo que había de hacer. — ¿Qué ocurre?, soldado cobarde —vociferó Maximiano— ; ¿acaso no te atreves a m atarle por miedo a sus maleficios? —No, por cierto, ¡ oh em perador! —repuso M arciano asustado y tem­ bloroso— . Pero sucede que al quererlo hacer he sentido muy raras im­ presiones. E L M A R TIR IO q u ella

    confesión del soldado que debía ejecutar la sentencia, hubo

    de influir en el ánimo del emperador, ya que mandó aplazar la eje­ A cución por entonces. Pero sucedió que mientras los guardianes volvía con Alejandro a la prisión, zafóseles éste sin que pudieran volver por el fugitivo. Harto sabía el futuro mártir que no tardarían en dar con él, pero, juzgando que aun faltaba mucho por hacer antes de su muerte, ha­ bía aprovechado una buena coyuntura para correr nuevamente a su labor de apostolado. El cielo estuvo de su parte en semejante dificultad. Salió, pues, de la ciudad de Milán y se encaminó hacia Bérgamo. Allí, en una hacienda llamada Prcetoria, comenzó tranquilamente y con redo-

    E

    l cruel M axim iano ordena que a la fuerza lleven a San A lejan­

    dro ante el altar, y le obliguen a sacrificar a los dioses. Indig­

    nado el santo mártir, derriba de un puntapié la mesa del sacrificio y hace caer por tierra las ofrendas. El em perador da orden de que al punto y allí m ism o sea decapitado.

    blado celo a combatir las falsedades de la idolatría y a predicar la doc­ trina del Cristianismo. No tardaron los paganos en descubrir al impugnador de sus errores y causante de tantas bajas en el culto de los ídolos. Juntáronse en cuadrilla y corrieron a prenderle en su retiro. Apoderáronse de él violentamente y, luego de maniatarle, arrastráronle hasta los pies de un altar levantado no lejos de allí en honor de Plotatio, nombre enigmático de uno de tantos dioses venerados por el pueblo. Intentaron obligarle a sacrificar a viva fuerza, pero fue inútil empeño. En vez de obedecerles, Alejandro les pidió agua, y se lavó las manos delante de los presentes. Levantólas luego al cielo, hincó en el suelo las rodillas, y con un cántico de alabanzas al Señor expuso la inmensa ale­ gría que inundaba su alma. Tráelo su biógrafo en estos términos: «Alabado seas, omnipotente Criador de todas las cosas, que premias con la bienaventuranza eterna a quienes te sirven dignamente. «Alabado seas, Rey paciente, que aguantas a los impíos y a los peca­ dores, y muestras al mundo la luz de tu verdad, para que los descarriados por las sendas del error puedan volver a caminar por las veredas de la justicia. «Alabado seas, ¡oh supremo Rey!, que levantas bondadoso a los caídos. «Alabado seas, ¡ oh Rey glorioso!, que te anonadaste tomando forma de esclavo, y te dignaste obedecer a tu santísimo Padre por nosotros hasta la muerte y muerte de C ru z; que habiendo con ella ahuyentado el infier­ no y destruido el imperio de la muerte, ascendiste triunfante a los cielos, donde, en favor nuestro, y por nosotros tus verdugos, has preparado un puesto al arrepentimiento. «Alabado seas, ¡oh Señor misericordioso!, que prohíbes la inmolación de animales, y te dignas acoger favorablemente las oraciones de tus Santos. «Alabado seas, fortísimo Señor de las virtudes, que arrojas a los pies de tus Santos los artificios de los demonios. »Alabado seas, ¡oh Dios benigno!, que das la gracia del arrepenti­ miento a cuantos salen de veras del abismo de la culpa, y te dignas otor­ gar cabal premio a los obreros de la hora undécima. «Alabada sea, ¡oh Señor!, tu sabiduría infinita, por haberme librado en este día de la ignorancia de la impiedad, y haberme admitido miseri­ cordiosamente entre los que te adoran y reverencian. «Alabadas sean, Señor, tus misericordiosas entrañas, por haberme apar­ tado tu mano del impío culto de los ídolos, haberme levantado al cono­ cimiento de las obras buenas, y librado del príncipe de este mundo y de cuantos le siguen. «Alabado seas, ¡oh excelente P astor!, que trajiste sobre tus hombros

    la oveja descarriada al escogido redil de tu Iglesia, con lo que por mi causa alegráronse los santos ángeles del cielo. «Alabado seas, ¡ oh Padre infinitamente bueno!, que te dignaste conce­ derme en un instante la abundancia de tan grandes bienes, y coronarme de gloria, por Jesucristo Señor y Rey mío, a mí que peleo por el triunfo en el estadio de la verdad. »Alabado seas, Rey poderosísimo, que me trocaste en atleta vigoroso por los discursos y el trabajo del sano juicio, por el auxilio de tu divino Espíritu, y que embotaste el aguijón del demonio. »¡Oh Señor!, dame tu divina gracia, como te dignaste prometerla a quienes te aman. «Alábente, Señor, los cielos, la tierra, el m ar y cuanto en ellos tiene ser y vida, porque Tú creaste todos los bienes por tu Hijo único Jesucristo para gloria de tu santísimo nombre, como fue de tu mayor agrado». Alejandro, con no pequeña rabia de sus enemigos, gozábase ante la in­ minencia de su triunfo y cantaba alegre pregonando la gloria del Señor. Poco se le importaba de toda aquel aparato con que habían querido impresionar su imaginación: soldado hecho ya a los combates de la vida, quería, en aquel trance supremo, y a despecho de cualquier diabólica insi­ nuación, mantenerse firme en sus ideales: todo por Dios y sólo por Él. Entretanto que el esforzado mártir daba así desahogo al fervor, sus ver­ dugos habían estado tratando sobre la suerte que correspondía a quien de tal manera había despreciado con público alarde a los dioses del imperio. Convinieron, pues, en sacrificarlo como víctima propiciatoria y en de­ fensa de las leyes imperiales que tan abiertamente conculcara. El Santo no opuso resistencia, antes, con alegría prestóse a rubricar, con la sangre y con la vida, la fe que alentaba en su pecho y su amor a Aquel que por pura caridad se hiciera hombre y muriera en la cruz. Con lo cual, sus sayones, sin más preámbulo ni formalidades, cortá­ ronle la cabeza. Sucedió esto en Bérgamo, a 26 del mes de agosto. Algunos historiadores han afirmado que Alejandro, después de su hui­ da de Milán, predicó públicamente la fe cristiana durante bastante tiempo. Los documentos más antiguos no registran esta tradición, la cual parece no avenirse con la brevedad de su estancia allí. Por lo que es de suponer que tuvo que reducirse al pequeño círculo de influencia vecino de la casa. Si aquella predicación no fue real como quisieron entenderla los tales historiadores, lo es, y muy evidente —como nota el comentador del Acta Sanclorum—, que fue apóstol por la efusión de su sangre y por los mila­ gros innumerables que obró el Señor en el correr de los siglos por su in­ tervención. En este sentido bien puede afirmarse que San Alejandro trocó aquel reducto del paganismo en tierra fecundísima para la Iglesia.

    CULTO A SAN ALEJANDRO*

    vez consumado su crimen, los paganos abandonaron el cuerpo del santo mártir, quizá por ver si algún cristiano se atrevía a acercarse a él. Pocos días después, y cuando ya no pensaban ellos en su víctima, un piadosa m atrona llamada Grata, ayudada por algunos familiares, apoderó­ se del venerando cadáver y llevólo a una heredad sita en la afueras de Bérgamo y dióle allí honrorísima sepultura en presencia de muchos cris­ tianos. Parecióle después que aquél era muy pequeño homenaje y determinó levantar, a propias expensas, un suntuoso templo donde fuera honrada-la memoria del tortísimo caballero de Cristo. De modo que vino a ser la tal construcción el primer oratorio alzado a la memoria del Santo. Muy pronto fue aquel lugar centro de piadosa romería por parte de los cristianos. La devoción de los visitantes y el sinnúmero de prodigios obrados por el Señor en honra de su siervo, extendieron más y más el cul­ to del insigne m ártir hasta hacerlo muy popular en Italia. El paso de los peregrinos fue extendiendo luego aquella fama por toda la cristiandad. Es San Alejandro patrono principal y protector de la ciudad de Bérga­ mo. El religioso benedictino e historiador fray Ruinart declara y com­ prueba la antigüedad y gran celebridad del culto de este glorioso mártir. Como queda dicho, en el correr de los siglos atribuyéronse muchísimos mi­ lagros a la intercesión de San Alejandro. Dos lugares de la diócesis de Como se salvaron de las invasiones de lobos hambrientos por intercesión del Santo, y en agradecimiento fueron llevadas procesionalmente a dichos pueblos las reliquias de Santa G rata y San Alejandro. Carlos el Gordo, emperador de Alemania, habiendo hecho voto al Santo, sanó de gravísima enfermedad por los años de 883, y en prueba de gratitud edificó un tem­ plo a San Alejandro y lo enriqueció con una preciosa corona de oro. Pero la protección de este bienaventurado mártir se deja sentir principalísimamente en Bérgamo. El año 1505 puso sitio a la ciudad Raimundo Cardona, virrey de Nápoles, el cual se hallaba por entonces en guerra contra Venecia; tras una aparición del glorioso mártir San Alejandro, tuvo que pactar con ventaja para los de Bérgamo. El año 1576, cuando la peste diezmaba a Italia y sobre todo a Vene­ cia y Milán, solamente murieron en Bérgamo dos docenas de personas. Todos lo atribuyeron a la intercesión del inclícito patrono de la ciudad. En Roma es San Alejandro patrono de la iglesia de San Bartolomé de la plaza Colonna; la fábrica de esta iglesia solía dotar antiguamente a algunas doncellas de Bérgamo el día de la fiesta del Santo.

    U

    na

    RELIQ U IA S DE SAN A LEJAN DRO oratorio levantado por Santa G rata permaneció en pie hasta princi­

    pios del siglo x. Por entonces, el obispo de Bérgamo, San Adalberto, E ansioso de remediar los desastres causados por la invasión de los húnga­ l

    ros, determinó emprender la reconstrucción de los templos más arruinados. Reedificó la Basílica de San Alejandro, y trasladó las reliquias del mártir de su antiguo sepulcro a la Confesión. El traslado se verificó muy so­ lemnemente; presidió la ceremonia Berengario, rey de Italia. El año de 1561 efectuóse un nuevo traslado a la catedral de San Vi­ cente. L a república veneciana, so pretexto de fortificar la ciudad de Bér­ gamo, necesitó echar abajo la iglesia edificada por San Adalberto. Más adelante se reedificó la catedral de San Vicente y se le dieron mayores dimensiones. Por decreto del papa Inocencio XI, fue dedicada únicamente a San Alejandro, patrono de la ciudad y de la diócesis. Existe un relato circunstanciado de la «invención» de las reliquias del m ártir verificada con ocasión de su traslado a la nueva catedral. A ras de tierra, cerca del altar, había una placa que, sobre cuatro columnitas de mármol, sustentaba un arca de madera chapeada de •hierro. Quitaron este monumento y el altar, y hallaron un trozo de mármol hincado en el suelo, en el que estaban grabadas estas dos palabras; Miles Thebanus, soldado tebeo. Medio codo más abajo, descubrieron una gran losa, la tapa del sar­ cófago. Todo el sepulcro era de mármol. La naturaleza de las incripciones, orlas y adornos en él esculpidos da pie para afirmar que se trataba de un sarcófago pagano destinado después a sepulcro de un mártir.

    SANTORAL Santos Ceferino, papa y mártir; A lejandro de Bérgamo, soldado y m ártir; Víctor, solitario y mártir; Adrián, mártir; Euladio, obispo de Nevers, y Rufino, de C ap ua; Justino y Gelasio, obispo de Poitiers; Félix, presbítero, en Pistoya; Simplicio y sus hijos Victoriano y Constancio, m ártires en Italia; Ireneo y A bundio, m artirizados en Rom a cuando querían rescatar el cuerpo de Santa C oncordia; Ático. Sisinio, Basilio. M ercurio. Q uintín y otros, m ártires; Segundo, m ártir con sus com pañeros de la Legión T ebea; A m ador, solitario Beato Bartolomé de Nieva, dominico. Santas Tenestina, virgen y m onja; Pelagia, viuda; Juana Isabel Bichier, virgen y cofundadora de las H erm anas de San Andrés. (Véase San Andrés H uberto, 13 mayo, pág. 140).

    Especialísima protectora del Santo

    D ÍA

    27

    M aestro insigne en piedad y letras

    DE

    AGOSTO

    SAN JOSÉ DE CALASANZ F U N D A D O R D E LOS C LÉR IG O S R EG U LA R ES D E LAS ESCUELAS PÍAS (1556-1648)

    vida de San José de Calasanz puede compendiarse en estas pocas palabras fue un sacerdote español de ilustre cuna, que llamado a las más altas dignidades, renunció a toda gloria hum ana para dedi­ carse por amor de Dios a la enseñanza y educación de los niños pobres, y que para desarrollar y perpetuar su obra fundó una Orden religiosa a costa de muchas y dolorosas pruebas animosamente sobrellevadas. Nació José el 15 de septiembre de 1556, en el palacio de Peralta, en Aragón, de una ilustre y cristiana familia que entroncaba con los primeros reyes de Navarra. Inspiráronle sus progenitores respeto a las cosas santas, amor a Dios y horror al pecado. Cuentan los historiadores de su vida, que ya a los cinco años, sintiendo hervir en sus venas la sangre de sus mayo­ res, empuñaba una diminuta espada y, al frente de sus compañeros, iba por los campos y caminos de las cercanías a hacer la guerra al diablo y derrotarlo. También por entonces rezaba ya diariamente y con devoción el santo rosario y gustaba lo rezasen con él los de su casa. Ya algo mayorcito tenía entre su diversiones favoritas la de reunir a sus amigos junto a un altarcito que había arreglado y, desde su pulpito, repetir las lecciones de catecismo que los maestros le habían enseñado. a

    Además, a imitación de los predicadores excitaba a sus oyentes a am ar a Dios y huir del pecado. Terminaba el ejercicio con el rezo del rosario y con algún cántico. En esos actos ponía José tanta piedad y convicción, tal gravedad y compostura, que causaba admiración a las personas mayo­ res. Sabía atraer y retener a sus compañeros con obsequios y regalos. En la familia Calasanz se leía la Vida de los Santos; José escuchaba esa lectura con avidez y delectación y ardía en ansias de imitar la peni­ tencia, piedad y caridad de los héroes del cristianismo. Hallaba modo de mortificar su cuerpo con penitencias ingeniosas en el comer, en el dormir y en variedad de sacrificios y molestias. Privábase a veces de la cama y se acostaba en una mesa. Ejemplarísimo en la obediencia a sus padres y maestros, fue igualmente tan grande su amor a la pureza desde que tuvo uso de razón, y tal su recato, que ni de su madre se dejaba ver si no esta­ ba del todo vestido. Delicadeza extremada que guió siempre su conducta.

    ESTUDIANTE

    MODELO

    Estadilla, población cercana a Peralta de la Sal, estudió José G ra­

    mática y Hum anidades; y en todo el curso de su estudios fue para E sus condiscípulos modelo de virtud y aplicación, de modo que le apelli­ n

    daban «El Santito». Y cuando a los quince años terminó los estudios de Retórica, con brillantísimo e indiscutible resultado, era un adolescente perfecto, vigoroso de cuerpo y espíritu, de más que regular talla y de agra­ ciado y noble semblante que respiraba inocencia, talento y valentía. T a' conjunto de bellas prendas regocijaban a su padre, que en él creía des­ cubrir el futuro capitán émulo de las proezas guerreras de sus mayores. Pero la gloria mundana no conmovía el corazón de aquel joven que sentía los atractivos de una carrera más excelente y sagrada que la de las armas. Además su hermano mayor Pedro pagaba ya la deuda de familia siguiendo las banderas de su patria y de su rey. Por eso no halló dificultad por parte de su padre para cursar filosofía en la Universidad de Lérida. ¡Gloriosos tiempos de España cuando guerreros, políticos, poetas, sabios y santos en hermandad perfecta de voluntades, emulaban a quién daría más gloria y esplendor a la Iglesia y a la Patria! Para precaverse contra las pasiones de la juventud y contra los asaltos del demonio, que ya en alguna circunstancia le había acometido en forma visible, trazóse José un reglamento severo y lo cumplió con la mayor fide­ lidad. Frecuentaba los sacram entos; no hacía más que una comida al día, comida que a menudo se reducía a pan y agua, llevaba cilicio, se disci­ plinaba, no concedía más que breves horas al sueño, sirviéndole de cama.

    a veces, una silla o el duro suelo, y se entregaba con ardor a la oración y al estudio. Todavía hallaba tiempo para enseñar la doctrina a los igno­ rantes, para visitar a los pobres y socorrerlos, para cuidar a los enfermos en los hospitales y predicar la caridad en cuantas formas estaban a su al­ cance, sin que hubiera trabajos capaces de anular sus santos propósitos. Los triunfos alcanzados por Calasanz en la facultad de filosofía, fueron verdaderamente- extraordinarios, de modo que sus compañeros le eligieron presidente de su cofradía, o, como entonces se decía, «Príncipe de los ara­ goneses». VOCACIÓN ECLESIÁSTICA onocidos

    por su padre aquellos ruidosos triunfos, vino en autorizarle

    para seguir estudiando en Lérida ambos derechos canónico y civil, movido por sus incesantes ruegos, consintió también en que vistiese traje talar y recibiese la tonsura de manos del obispo de Urgel, en Balaguer, el 11 de abril de 1575. Fue uno de los grandes acontecimientos de su vida. A partado que hubo ya de su corazón toda esperanza mundana, postróse ante el altar de la Santísima Virgen e hizo voto de castidad perpetua. A los veinte años recibió el grado de Doctor en Derecho canónico y civil, en la universidad de Lérida, de donde, con la venia de su padre, pasó a V a­ lencia para estudiar Teología en la célebre universidad levantina. Quiso vengarse el enemigo malo, tantas veces humillado por José, y tendióle sutilísimo lazo por medio de una próxima pariente suya; pero el vigilante mancebo esquivó el peligro y frustró una vez más los planes del diablo huyendo lejos de la ciudad. Calasanz había ido a la universidad de Alcalá para terminar los estudios de Teología, cuando un acontecimiento doloroso pareció querer cambiar el rumbo de su vocación. Su hermano mayor, oficial superior del ejército, acababa de morir sin dejar herederos, y su padre llamó a su segundón, deseoso, sin duda, de que tomase en la familia el lugar que le correspondía. Pero el tesón aragonés del joven teó­ logo logró, por lo menos, que de momento le permitiese terminar los es­ tudios teológicos. Obtenido el grado de doctor en esas disciplinas, acudió al palacio de Peralta para consolar a su dolorido padre. Hallábase en sus veinticinco años y no estaba ligado por ninguno de los grados eclesiásticos. Puede colegirse, por tanto, lo que su padre y la familia toda pondrían en juego para persuadirle a que sustituyera a su hermano y contrajese matrimonio, y cuán grande lucha tuvo que sostener el Santo con todos y consigo mismo por el dolor que su resolución cau­ saba a aquel padre a quien amaba con la mayor ternura. La vocación exi­ ge a veces sacrificios heroicos que templan las almas, y José de Calasanz

    los hizo y triunfó aun a costa de su corazón; guardó el voto de castidad que secretamente había hecho, y con penitencias, ayunos y plegarias a su m adre la Virgen Santísima, logró permanecer fiel a su vocación sacerdotal. Ayudóle el cielo por medio de una enfermedad tan grave que los mé­ dicos habían perdido la esperanza de salvarle. Su buen padre se hallaba abrumado de dolor. Entonces el enfermo le pidió permiso para hacer el voto de ordenarse si recobraba la salud, y apenas obtenido aquel beneplá­ cito, se vio completamente sano. E n 1582 recibió los primeros órdenes.

    EL SACERDOCIO. — V IA JE A ROM A sacerdote el 17 de diciembre de 1583, entregóse con alma y vida a cuantas obras de caridad y apostolado estaban a su alcance. Pero donde dejó desbordar toda la ternura de su corazón de hijo amante, fue al prestar a su padre los cuidados más exquisitos en su última enfer­ medad y al prepararle para comparecer ante Dios. Sin tener en cuenta su juventud; sólo su valer, el obispo de Albarracín le escogió por confesor. Poco después el de Urgel le nombró Vicario. El bien que hizo a los sacerdotes y fieles de esas dos diócesis por la santidad, ciencia, actividad y prudencia en los negocios durante los ocho años que en ellas ejerció su apostolado, fue incalculable. El rey de E s­ paña le tenía destinado un obispado importante, pero el humilde y pia­ doso vicario general oía frecuentemente una voz interior que le decía: Vete a Roma, José; vete a Roma». Y a Rom a se fue sin ni siquiera sos­ pechar la misión a que Dios le llamaba. Renunció para ello a todos los cargos y beneficios eclesiásticos, repartió entre los pobres una parte de la herencia, dejó lo restante a sus hermanas por una módica pensión, y partió como peregrino pobre y desconocido en 1592. Inútilmente procuró ocultarse en Roma, porque reconocido por algunos compatriotas suyos, tuvo que presentarse ante el cardenal Marco Antonio Colonna, quien le nombró preceptor de su sobrino el príncipe Felipe. Aceptó José esa misión en espera de más claras manifestaciones de la Providencia, y en Roma, como en España, desplegó tal actividad y de tal modo se entregó a la oración y a las obras de celo, que sería increíble la labor por él realizada si no se hallase declarada en documentos fidedig­ nos. Levantábase a media noche para entregarse a larga meditación ante el Santísimo Sacramento, rezaba después de rodillas maitines y laudes, y seguidamente hacía la peregrinación de las siete basílicas de Roma, es de­ cir, de doce a quince kilómetros a pie y sin que el tiempo fuese factor ca­ paz de detenerle en su cotidiano recorrido. Durante ese tiempo rezaba rdenado

    i ; i¡11111; 1111ITTTTT

    José de Calasanz se consagra a la instrucción y educación de los indigentes. D urante cincuenta y un años, con el cebo de las letras enseña a los pobres la doctrina cristiana con tanta virtud y an

    S

    tesón, que renuncia repetidas veces Ia m itra y el capelo para no perder ocasión de apostolado.

    prima, decía la misa en San Juan de Letrán o en Santa Práxedes, y termi­ naba la piadosa romería en San Pedro, donde permanecía a veces horas en oración. Visitar, servir y consolar a los enfermos en los hospitales, a los presos en las cárceles, y a los pobres en los humildes tugurios, ocu­ parse en sus funciones de preceptor y de teólogo, entregarse al estudio y a nuevos ejercicios de piedad, era más que suficiente programa para ocupar todo el resto del día y principio de la noche. Hacia la una de la tarde tom aba su única comida, reducida con frecuencia a pan y agua. A vida tan laboriosa y sacrificada, añadía sangrientas disciplinas y ás­ peros cilicios, régimen durísimo que observó hasta su vejez. Y en la terri­ ble peste de 1596 se entregó de noche y de día al cuidado de los apestados. El am or de Dios que embargaba su corazón le impulsaba ardorosamente a poner por obra cuanto podía contribuir a la salvación de las almas. «¡O h, cuánto vale ganar un alma! —repetía con frecuencia— y ¡cuán del agrado de Dios es tan bella em presa! Agregóse a varias cofradías de apostolado y caridad, como la Congregación de la Doctrina Cristiana que tenía por fin reunir a los niños del pueblo todos los domingos para ense­ ñarles la doctrina cristiana y disponerlos a recibir los sacramentos de Pe­ nitencia y Eucaristía. José de Calasanz no se contentaba con los domin­ gos, lo hacía todos los días, y no sólo en la iglesia sino en cualquier parte donde pudiera reunir auditorio, hasta en la plaza pública, y su celo no se limitaba a los niños, también atendía a los obreros, campesinos y mendigos. Cinco años de ministerio tan humilde como penoso, dieron a Calasanz gran conocimiento de las necesidades del pueblo y le hicieron ver con dolor que muchos niños, por la incuria y pobreza de sus padres, vivían en la más crasa ignorancia de la religión, y que los ya mayores sentían ver­ güenza de estudiar lo que consideraban propio de niños y, como conse­ cuencia de la ignorancia, vivían en la degradación y en el desenfreno. Cuando esos desgraciados llegaban a formar una familia, no se ocupaban de que sus hijos se intruyesen en la doctrina, de modo que el mal se agra­ vaba de continuo. Ciertamente no escaseaban las escuelas en Rom a, pero los maestros admitían pocos alumnos gratuitos y no se preocupaban lo bastante de la enseñanza de la religión ni la educación moral. De ahí, para Calasanz, la necesidad urgente de fundar escuelas gratui­ tas donde aprendiesen los niños las verdades de la religión y se los acos­ tumbrase a la práctica de las virtudes cristianas, aunque sin descuidar la enseñanza de las ciencias profanas que habían de atraerlos y facilitarles medios de ganarse honradamente la vida. Expuso su idea a varios perso­ najes eclesiásticos, a algunos superiores de Órdenes religiosas y a buenos y celosos maestros, y a todos pareció excelente, pero todos se excusaron, unos porque no podían, otros porque no se atrevían a lanzarse a una

    empresa que les parecía erizada de dificultades. De todas sus consultas dedujo Calasanz que la idea que le obsesionaba era del agrado de Dios y había de servir para su gloria, al faltarle el concurso de los hombres, re­ solvió confiar sólo en la Providencia, y la emprendió sin vacilaciones. Por fin a los 40 años había dado con su vocación definitiva e iba a ser el fun­ dador de la Orden religiosa que entonces más necesitaba el mundo. Corría el año 1597 y, para disponerse a tan grandiosa misión, decidió marchar a pie en peregrinación a Asís, a fin de recabar la protección del gran Patriarca. Allí, ante la tumba de San Francisco, oró con tal fervor que mereció que se le apareciese el Santo y le invitara a contraer indi­ soluble alianza con tres vírgenes angélicas que le mostró y que no eran otras que las tres virtudes de Pobreza, Castidad y Obediencia.

    ESCUELAS PÍAS pérdida de tiempo volvió José de Calasanz a Roma, donde, de acuerdo con el señor cura de Santa Dorotea, abrió junto a esta iglesia, en el barrio popular del Transtévere, una escuela gratuita que muy pronto se vio poblada por un centenar de niños. Diole ánimos y le bendijo el papa Clemente VIII. Con su dinero y con las limosnas que recogía, com­ pró todo el material necesario: mesas, bancos, papel, libros, etc., y pre­ mios que atrajesen a los niños, y que a la vez sirvieran de elemento religio­ so educativo. Prestáronle cooperación algunos hombres de buena voluntad, ya por módica paga, ya por sólo el alimento, ya también, arrastrados por el ejemplo de aquel santo varón, sin retribución alguna y procurándose ellos mismos el proveer a sus propias necesidades. Como el fin de la obra era ante todo formar a los niños a la piedad, a la virtud y las buenas costumbres, dio el fundador a sus escuelas el calificativo de pías, es decir, piadosas y caritativas, y sus religiosos se llamaron familiarmente «Esco­ lapios», por contracción de las palabras Escuelas Pías —en italiano, Scuole Pie— por el que muy pronto fueron conocidos y designados. El éxito obtenido por los nuevos maestros fue resonante. Tuvieron que fundar varias casas en Roma, alguna muy importante, como la de San Pantaleón, que llegó a tener más de mil alumnos. Enseñábanles a todos doctrina cristiana, lectura, escritura, cálculo y gramática, y a muchos latín y humanidades. Los colaboradores de Calasanz aumentaron con el nú­ mero de niños, y algunos como Gellio Ghellino, Glicerio Landriani y Pablo Curtini murieron en olor de santidad después de una vida entera­ mente dedicada a la obra. Esos piadosos maestros, a ejemplo de los re­ ligiosos, vivían bajo una disciplina común con autorización de Paulo V in

    S

    La Congregación de Clérigos regulares de la M adre de Dios, fundada en Luca en 1574 por San Juan Leonardo, se unió en 1614 con los com­ pañeros de Calasanz, con inmenso gozo del piadoso fundador de las Es­ cuelas Pías. Entonces se introdujo en el reglamento de la naciente Orden un artículo que exigía de los niños que se presentaban en sus escuelas un certificado de indigencia. Muchas familias tuvieron vergüenza de some­ terse a esa formalidad y el número de alumnos disminuyó rápidamente, y, como consecuencia, los «Padres Luqueses» volvieron a separarse, pero Dios multiplicó la familia Calasancia, que fue canónicamente erigida como Orden regular por el papa Gregorio XV en 1621. El primero que hizo los votos solemnes fue el mismo José de Calasanz, el cual, para abrazar la pobreza perfecta, renunció a la pensión que recibía de España. Tomó los pergaminos que acreditaban sus títulos eclesiásticos univer­ sitarios y los rompió en tiras, con las que hizo azotes para corregir a los niños indisciplinados, porque en aquellos tiempos sabían los hombres ser­ virse del castigo con inteligencia y sabiduría, según el precepto de los Libros Santos que aconseja servirse de él con oportunidad y caridad. L a Orden de los «Pobres Clérigos regulares de la M adre de Dios y de las Escuelas Pías» —así se llamaba el nuevo Instituto religioso— adquirió rápido desarrollo e hizo por doquier un bien inmenso. Los Príncipes y los Obispos de Italia, Sicilia, España, Austria, Moravia y Alemania, conoce­ dores de la obra realizada por la nueva institución, solicitaban a porfía la fundación de escuelas en sus territorios. En 1621, José de Calasanz fundó en Rom a el Colegio Nazareno o Colegio de Nobles, que aún subsiste.

    CONTRADICCIONES. — M U ERTE en este valle de lágrimas no puede hacerse el bien sin lucha con el enemigo de Dios y con las debilidades y flaquezas de los hombres. Si los éxitos de José de Calasanz fueron inmensos y sorprendentes, las tribulaciones, penas y contrariedades a que se vio sometido fueron inau­ ditas, y para narrarlas habría que llenar un no pequeño volumen. Tenta­ ciones de desaliento, sequedades, enfermedades graves que le pusieron a las puertas del sepulcro; un percance en una pierna, en 1601, a consecuen­ cia del cual quedó mal herido para todo el resto de su v id a ; enredos con un estafador el cual falsificó su firma y le desacreditó en varias provin­ cias; apreturas; falta absoluta de recursos para el sostenimiento de las obras. Pero en estos casos, su santidad y confianza en Dios obtenían fre­ cuentes milagros. En cambio, la difusión excesivamente rápida de su Orden, ocasionó dolorosas y muy arduas dificultades.

    P

    ero

    Llevados del deseo de atender a tantas nuevas fundaciones, los maes­ tros de novicios se mostraron a veces demasiado fáciles para recibir su­ jetos, y los coadjutores, admitidos a la clericatura, pretendieron llegar al sacerdocio, los criados, a su vez, aspiraron a cargos menos materiales. Dos intrigantes, hábiles hipócritas, llamados M ario Sozzi y Esteban Querubini, aprovechando en beneficio de su orgullo la ilustración y prestigio de las Escuelas Pías, obtuvieron puesto preponderante en la Orden e in ­ trodujeron en ella la irregularidad y la división. Por último, algunos per­ sonajes influyentes se dejaron seducir de tal modo por los enemigos del santo fundador que, no obstante el favorable informe del jesuíta Padre Silvestre Pietrasanta, designado como Visitador, y la benévola opinión de una comisión cardenalicia, el papa Inocencio X creyó de utilidad el re­ ducir la Orden al estado de simple Congregación sin votos, por un Breve de 16 de marzo de 1646. T an rudo golpe alcanzó al Padre Calasanz cuan­ do llegaba a los noventa años, pero éste lo sobrellevó con resignación. Dios le glorificó con numerosos milagros fruto de sus oraciones, con el don de profecía y con favores celestiales. Apareciósele la Santísima Vir­ gen con el niño Jesús en los brazos, rodeada de innumerables ángeles, M aría y su H ijo Divino miraban complacidos a los niños que con él re­ zaban y el dulcísimo Jesús levantó su manecita y los bendijo. Predijo el santo fundador que su Orden sería restablecida diez años después de su supresión y que poco a poco lograría mucho mayor florecimiento, y así se verificó, aunque él no fue testigo en vida de aquella rehabilitación. Provisto de la bendición papal, dejó santamente este valle de miserias el 18 de agosto de 1648, a la edad de noventa y dos años, después de ha­ berse dedicado durante cincuenta y dos a la educación de los riños. Toda la ciudad de R om a acudió a sus funerales y numerosos enfermos recobra­ ron la salud milagrosamente. Clemente X III lo inscribió en el Catálogo de los Santos en 1766, Clemente XIV elevó su fiesta a rito doble, y Pío X II lo constituyó patrono de las escuelas populares cristianas del mundo.

    SANTORAL Santos José de C alasanz, fundador de las Escuelas Pías; Cesáreo, obispo de Arlés; Pemón, anacoreta; Licerio, obispo de L érida; Rufo, obispo de Capua, m ár­ tir; N arno, bautizado y consagrado obispo po r San B ernabé; Siagrio, obispo de A u tú n ; M alrubio, solitario y m ártir; C arpóforo y el tribuno R ufo, m ártires en C apu a; M arcelino, tribuno rom ano, m artirizado en el Ponto, juntam ente con su esposa M anea y sus hijos Juan, Serapión y Pedro. Santas Eulalia y A ntusa la Joven, vírgenes y m ártires; Manea, m ar­ tirizada al mismo tiempo que su esposo y sus tres hijos; M argarita, viuda; Emérita, m ártir, venerada en A ntioquía.

    D ÍA

    SAN OBISPO

    DE

    H IPO N A

    28

    DE

    AGOSTO

    AGUSTÍN Y D O C TO R

    DE

    LA

    IG LESIA

    (354-430)

    —Aurelius Augustinus— nació el 15 de noviembre de 354, en Tagaste, ciudad de Numidia —hoy Suk-Ahras, al sudeste de Bona—. Su padre, llamado Patricio, era pagano, tenía un carácter violento que poco a poco fue modificando gracias a la paciencia y man dumbre de su esposa Mónica. Ésta obtuvo de él, que Agustín se hiciera catecúmeno, es decir, que fuera destinado al cristianismo. Según costum­ bre de la época el bautismo quedó diferido para más adelante. Mónica se encargó personalmente de criar a su hijo, y de inculcarle al mismo tiempo el amor de Dios. Las lecciones de esta madre tiernamente amada dejaron un huella imborrable en el alma de Agustín. Mientras su padre, atento solamente al porvenir terrenal, hacíale aprender las letras profanas, su madre se preocupaba ante todo por su salvación. Al salir de la infancia, sufrió una grave enfermedad y pidió el bautis­ mo. Pero habiéndose mejorado, Mónica juzgó más acertado retardar aún el sacramento regenerador. Agustín se dolió más tarde de esta determi­ nación de su madre, aunque ella obedecía al temor, excusable en una cristiana, de que el bautismo fuese luego profanado por los arrebatos de la juventud.

    A

    g u s t ín

    VIDA

    DE

    PECADO. — LA

    NOSTALGIA

    DE

    CRISTO

    previsiones de Ménica tuvieron cumplimiento. Agustín cedió casi sin resistencia al cebo de los placeres prohibidos. Su arrogancia na­ tural, sin embargo, le retenía en los límites de cierto decoro, que hubiera sido virtud para un pagano, pero que, en realidad era incompatible con la pureza cristiana. Romaniano, «preceptor de la ciudad», se interesó por los éxitos esco­ lares de Agustín y le ofreció la pensión necesaria para que pudiese ir a Cartago a perfeccionar los estudios. Llegó allí hacia fines de 370, a la edad de diecisiete años. Al año siguiente se quedó huérfano de padre; Mónica había logrado convertir a su esposo a la fe cristiana. Si Cartago era centro de estudios de primer orden, también lo era, y más, centro de placeres. Ávido a la vez de éxitos intelectuales y de éxitos mundanos, el joven estudiante llevaba a la par y con igual ardor la vida de estudio y la vida de placer. Una amistad culpable vino a moderar, sin suprimir, esta vida des­ ordenada. Nació un hijo de esta unión ilegítima, Adeodato —el hijo de su pecado, como él le llamaba—, al que amó entrañablemente y del que nunca se separó. Aunque no tuviese el valor de abandonar esta existencia tan poco digna de un catecúmeno, continuaba sintiendo el vacío de ella y no gustaba sin inquietud de los placeres prohibidos. El primer aviso de la conciencia se lo dio la filosofía pagana. El Hortensio de Cicerón, caído por casualidad en sus manos, le reveló la posibili­ dad de una eterna bienaventuranza y le mostró que la ocupación más noble del sabio es la de esclarecer este m isterio: Si todo acaba con la vida presente no es ya pequeña dicha el haber ocupado la existencia en el estu­ dio de asunto tan im portante; si, como todo parece indicarlo, nuestra vida continúa después de la muerte, la investigación constante de la verdad es el medio más seguro para prepararnos a esa otra existencia». E n vano pidió a los maestros paganos esas claridades de que tan ávido estaba. «Una cosa enfriaba mi ardor —escribe— y era que el nombre de Cristo no estaba en los libros de los filósofos, y este nombre, por vues­ tra misericordia, ¡oh Dios m ío!, este nombre de vuestro Hijo, mi Salva­ dor, mi corazón lo había mamado con la leche de mi madre y lo guar­ daba profundamente; por eso, todo lo que estuviese escrito sin este nombre, me causaba desagrado, aunque tuviese todos los atractivos de la elocuencia y aun de la verdad.» Pero esta necesidad de Cristo, para quedar satisfecha, reclamaba de él, como de todos, un doble sacrificio: la sumisión de la inteligencia y la pureza de vida. Ahora bien, Agustín aún no estaba dispuesto a realizarlo.

    L

    as

    EN LA

    ESCUELA

    DE LOS MANIQUEOS

    sabiduría pagana no le satisfacía de ningún modo. Se volverá, pues, hacia los Libros Santos. Pero ¿quién le dará la inteligencia de ellos? La Iglesia Católica se la ofrece; pero la Iglesia procede por vía de auto­ ridad; impone dogmas y creencias que confunden la razón. Enfrente de la Iglesia se alza la herejía maniquea, que no impone ningún dogma a la razón y cuyos maestros están infatuados por las letras y ciencias profa­ nas. Cada cual cree a su antojo y según el grado de su perspicacia. Y los maestros maniqueos —gente locuaz, hipócrita, carnal y extravagante— prometen a Agustín aclarar poco a poco y con seguridad todas sus dudas. El maniqueísmo le ofrece todavía un atractivo más seductor. Al admi­ tir la coexistencia de un Dios bueno y de un Dios malo, explica el peca­ do en el hombre por influencia ajena. ¡Ya no hay responsabilidad de sus faltas para el hombre que ama al Dios bueno! ¡Todo el mal que puede cometer es imputable al Dios m alo ! De donde se deduce amplia libertad para el desahogo de las pasiones dentro del campo de la fe y la moral predicadas por aquella herejía. Como se ve, no era pequeña tentación la que una tal doctrina suponía para los jóvenes, en quienes el ímpetu pasional tropieza con los valladares de la conciencia. Ése fue el estímulo para la caída de muchos incautos. Agustín, aunque sin estar plenamente convencido, se hizo apóstol del error maniqueo (374). Y no contento con alistar a sus amigos, esforzóse en convertir a su madre al mismo. Fue trabajo perdido. En un sueño ma­ ravilloso que Mónica tuvo, díjole un ángel refiriéndose a Agustín: «Donde tú estás, él también está». Estas palabras alentaron sus esperanzas. Una nueva seguridad dio a Mónica un santo obispo, a quien ella confiaba sus angustias y temores respecto del porvenir espiritual de aquel a quien tanto am ab a. —Vete en paz —le dijo—, sigue rezando, que no puede perecer el hijo de tantas lágrimas. En la época en que Agustín se entregaba a los sectarios de Manes, su situación había cambiado. De alumno había pasado a ser maestro. Abrió cátedra de elocuencia en su ciudad n a ta l; luego, en Cartago, donde obtu­ vo brillantes éxitos, pero la indisciplina de los alumnos se le hizo in­ aguantable. Supo que en Roma estaba mejor dispuesta la juventud y resol­ vió ir allí. No fue ajena a esta determinación la esperanza de conseguir más brillantes éxitos en un campo que le ofrecía mayores perspectivas. Antes de abandonar el África, se había separado de los maniqueos cuya ignorancia y locas pretensiones terminaba por descubrir. Dolorosa­ mente desengañado en sus íntimas aspiraciones, determinó esperar, antes de sujetarse a otro culto, a que la verdad se le presentara con plena certeza.

    L

    a

    EN LA ESCUELA DE g u s t ín

    se v a li ó d e u n

    s u b t e r f u g io

    PLATÓN

    p a r a e m b a r c a r s e s in s a b e r l o

    su

    madre. Cuando llegó el momento de su partida, le hizo creer que iba simplemente a despedirse de un amigo e indujo a Mónica a que pa­ sara la noche cerca de la costa, en una capilla consagrada a la memoria de San Cipriano. Luego que llegó a Roma, cayó enfermo de una enferme­ dad peligrosa, que le puso a las puertas de la m uerte; pero sin manifes­ tar esta vez, por desgracia, deseos de recibir el bautismo. Cuando hubo recobrado la salud, abrió cátedra de retórica. A los dis­ cípulos que le habían seguido de Cartago, se juntaron nuevos oyentes, dó­ ciles y disciplinados, pero no pagaban las lecciones. Agustín obtuvo por entonces (384) una cátedra de elocuencia en la ciudad de Milán, adonde vino a juntársele su madre. Su acierto fue completo, a pesar de la pro­ nunciación africana, de que no había podido despojarse del todo. Al propio tiempo que derram aba ampliamente la ciencia en los demás, el ilustrado profesor no descuidó la propia formación. Profundizó la doc­ trina del filósofo griego Platón, cuyas obras acababan de ser vertidas al latín por Victoriano. Este estudio le desligó más completamente de los errores maniqueos. Hasta entonces se había formado de Dios una idea puramente m aterial; la herejía de Manes le había confirmado en este bajo concepto de la divinidad. Platón le reveló la espiritualidad de Dios y su belleza inefable. Ya se abrasaba su corazón cuando oía decir al filósofo: «El que en los misterios del am or ha llegado al último grado de la iniciación, verá aparecérsele súbitamente una hermosura maravillosa, her­ mosura eterna, ni engendrada, ni perecedera, exenta de decadencia como de incremento, que no es bella en tal parte y fea en tal otra, hermosa para éste y despreciable para aquél; hermosura que no tiene forma sensible, cara, manos, nada corporal, que no reside en ningún ser mudable, como el animal, la tierra, un cuerpo celeste; absolutamente idéntica a sí misma e invariable por esencia; de la que participan todas las demás hermosu­ ras, sin que el nacimiento o destrucción de éstas le aporten ni disminu­ ción, ni aumento, ni el cambio más mínimo.» En Milán tuvo Agustín la dicha de conocer a San Ambrosio, de cuya elocuencia quedó prendado, y cuyas virtudes, pregonadas por una santísima vida, habían despertado dormidas emociones en nuestro inquieto retórico Los ojos de Agustín se abrieron a un mundo de ideas nuevas, antesala de otro infinitamente superior. Aquella doctrina le pareció tan próxima, por ciertos lados, a la sabiduría evangélica, que hasta se llegó a preguntar si no había estado el filósofo griego en la escuela de los Libros Santos.

    O

    ye

    San A gustín una voz que, cantando, le dice y le repite m u ­

    chas veces: i ¡Tom a y lee! ¡T om a y lee!». Entendiendo que

    D ios se lo manda, tom a A gustín el libro, ábrelo y lee una sentencia de San Pablo; con lo cual un rayo de lu z penetra su corazón y le deja com pletam ente cambiado.

    EN LA

    ESCUELA DE JESUCRISTO

    al mostrarle el verdadero Dios, Platón no le procuraba el medio

    de elevarse hasta la vida divina. Para lograrlo, era preciso entregarse P al Maestro que es «el camino, la verdad y la vida»; a Jesucristo, Mediador ero

    entre Dios y los hombres. Agustín iba penetrando en el terreno de la verdad, pero sólo especulativamente. Faltaba el paso a la acción. Las oraciones de su madre debían obtener esta gracia de las gracias. No habiendo podido resignarse a vivir separada de su hijo, Mónica h a­ bía ido a buscarle a Milán, mucho más preocupada de la salud eterna que de los éxitos temporales de Agustín. Lo primero que Mónica trató de vencer, fue el mayor obstáculo que se oponía a la conversión de aquél la unión ilegítima con la m adre del pequeño Adeodato. Esta última, do­ tada de un alma generosa, comprendiendo cuánto interesaba a todos aquella resolución, consintió en separarse de su hijo y del que tanto había amado, y, vuelta al África, se consagró en el retiro al servicio de Dios. Agustín no tenía aún fuerzas para imitarla. En vano su amigo más fiel, Alipio, alma de exquisita pureza, le apremiaba para que viviese en per­ fecta castidad y renunciara al matrimonio para consagrarse totalmente a la amistad y al estudio de la sabiduría: Agustín se sentía incapaz de dominar las pasiones alborotadas por tantos años de omnímoda libertad. Por mediación de Mónica, el joven y brillante profesor trabó amistad con Ambrosio, el santo obispo de Milán. Ambrosio le felicitaba por tener semejante madre, y este elogio a menudo repetido le ganaba poco a poco la confianza del hijo. Las exposiciones del obispo quedaban impresas de modo imborrable en su alma y le descubrían el verdadero sentido de las Es­ crituras, que su orgullo le había tenido oculto hasta entonces, las volvió a leer asiduamente y se interesó más particularmente por las Epístolas de San Pablo, en las cuales encontraba remedio contra las tentaciones. Determinó Agustín ir a verse con un sacerdote llamado Simpliciano, varón santísimo que había sido padre espiritual de San Ambrosio, E x­ púsole sus dudas, manifestóle su corazón, hízole patentes las llagas de su alma y contóle muy por menor los grados por donde había llegado al al estado en que se hallaba y las dificultades que a la sazón le oprimían. Díjole cómo había leído algunos libros de Platón, que un profesor de Rom a, Victorino, había traducido al latín. Alegróse Simpliciano de ver cuán bien se encaminaba aquella inteligencia y dióle a su visitante el parabién por haberse aficionado a tan selectos estudios, y le refirió la conversión maravillosa de aquel gran filósofo Victorino, a quien Simpli­ ciano había tratado muy familiarmente en Roma. Agustín se retiró conmovido, pero no se había decidido aún.

    «TOMA Y LEE» e

    acercaba el momento decisivo. Agustín vivía en Milán con su madre,

    su hijo y cierto número de amigos entre los que se encontraban Li­ S cencio hijo de Romaniano, Nebridio, Navigio su propio hermano y Alipio, el gran confidente de sus inquietudes y problemas espirituales. Un día que estaba solo con este último, un cristiano y paisano suyo llamado Ponticiano, que fue a visitarle, al ver sobre la mesa de juego las Epístolas de San Pablo, sorprendióse de que estuviera tal libro en poder de Agustín, le dio la enhorabuena y le manifestó la alegría que sentía de verle complacerse en aquella lectura. Luego giró la conversación sobre la vida heroica y penitente de los solitarios. Ponticiano refirió algunos ca­ sos recientes de conversiones motivadas por sus arrebatadores ejemplos. Terminado que hubieron las conversaciones, y cuando el visitante se hubo retirado, Agustín, turbado y como fuera de sí, se volvió hacia Alipio — ¿Qué es esto que pasa con nosotros? —preguntó— . ¿Qué acabamos de oír? Levántanse los ignorantes y se apoderan del cielo; y nosotros con toda nuestra ciencia, sin juicio ni cordura, nos estamos revolcando con miserable afán en el cieno de la carne y sangre Los dos se fueron a un jardincito contiguo a la casa. Incapaz de do­ minar su emoción, Agustín se alejó algunos pasos para dar curso libre a sus lágrimas. Estando sólo bajo una higuera, oyó de repente como una voz de niño que parecía venir de una casa vecina y que cantaba y repe­ tía muchas veces: — ¡Toma y lee! ¡Toma y lee!... No era el estribillo de juego infantil. Persuadido de que aquella voz era del cielo, Agustín se levanta, vuelve al sitio donde había dejado a Alipio, toma el ibro de las Epístolas de San Pablo lo abre al azar y da con este versículo: «No en banquetes ni en embriagueces; no en disolución ni en deshonestidades; no en contiendas ni emulaciones, sino revestios de Nues­ tro Señor Jesucristo y no os cuidéis de satisfacer los apetitos del cuerpo». No quiso Agustín leer más, ni fue necesario; pues luego que acabó de entender esta sentencia del Apóstol, se disiparon todas las nubes y dudas que ofuscaban su alma y un rayo de luz la llenó de celestiales resplandores. La conversión de Agustín determinó la de sus amigos. Preparáronse juntos al bautismo en una casa de campo conocida con el nombre de Casiciaco, que un amigo de Nebridio puso a su disposición. Mónica estaba con ellos y tenía parte en sus doctas y piadosas pláticas. Agustín, Adeodato y Alipio fueron bautizados por San Ambrosio el Sábado Santo de 387. Cuenta una piadosa tradición que en aquella solem­ nísima función el santo obispo de Milán y su ilustre neófito Agustín com­

    pusieron el cántico Te Deum laudamus, que debía ser en adelante el himno litúrgico solemne y universal de acción de gracias en la Iglesia católica. Adeodato murió poco después con todo fervor, conservando inmacu­ lada la blancura de su estola bautismal. Hecho cristiano, Agustín no pensó más que en volver al África para vivir allí en el retiro y el servicio de Dios. Partió de Milán en compañía de su madre, y se detuvo en el puerto de Ostia, en espera de embarcación. Allí tuvo con su santa madre una plática suprema que ha sido inmortaliza­ da por el arte. Sentados los dos a la ventana, frente al mar, se elevaron en un delicioso éxtasis hasta las puertas de la eternidad bienaventurada. Cin­ co días después, Mónica, colmados ya sus deseos, cayó enferma y murió. Agustín no pudo contener su dolor y prorrumpió en torrentes de lágri­ mas, mientras que su fe le mostraba a la que tanto había amado, triun­ fante en la patria hacia la cual, en alelante, debían tender todos sus es­ fuerzos. M ONJE, SACERDOTE, OBISPO en África, retiróse Agustín con algunos amigos suyos, para realizar su proyecto de vida religiosa. No pudo permanecer oculto. .El obispo de Hipona, Valerio, le confirió el sacerdocio del que aquél se creía in­ digno (391). Ya sacerdote instituyó una Orden religiosa dedicada a unir los trabajos del apostolado a los ejercicios del claustro. También fundó un convento de religiosas de las que su hermana fue la primera superiora. La regla de San Agustín, una de las cuatro únicas reglas reconocidas por la Iglesia en 1215, ha sido adoptada por gran número de Institutos religiosos. La Orden por él fundada sigue viviendo con diversas form as: Canó­ nigos regulares, Ermitaños, Clérigos regulares, Congregaciones. Todavía hizo más Valerio. Confirió a Agustín la consagración episco­ pal (395) y antes de morir dejóle el gobierno de la Iglesia de Hipona. La actividad del santo obispo fue dividida en tres p artes: la dirección de sus monasterios, la instrucción de los fieles, la defensa de la Iglesia contra las herejías. La parte consagrada a sus fieles era la más absorbente. Sus días se pasaban casi íntegramente en el cumplimiento del cargo de obispo: presidir los oficios de su Iglesia, instruir al pueblo, conceder audiencia a los que iban a pedirle consejo o a someterle sus litigios. De­ dicaba buena parte de la noche a la oración y a la composición de libros. Durante las comidas hacía leer o discutir un punto de doctrina. No podía sufrir, sobre todo, que se hablase mal de los ausentes. Y así, en su refec­ torio, hizo escribir estas palabras: a Ninguno del ausente aquí m urm ure, antes, quien en esto se desmandare, procure levantarse de la mesa».

    Y

    a

    lucha por la defensa de la fe nos ha valido gran número de o b ras, la más notable y célebre es la Ciudad de Dios, libro inmortal en el cual San Agustín describe con mano maestra la lucha incesante del bien y del mal sobre la tierra. No hay herejía de su tiempo que no haya tenido pleito con este valiente atleta. Arríanos, maniqueos, pelagianos y donatistas, recibieron golpes mortales de aquel impugnador vigoroso a quien por su energía e invencible lógica se ha llamado «martillo de los herejes». Tuvo la dicha de volver a la verdadera fe a uno de los principales jefes de los maniqueos, al sacerdote F élix, y tanto por su mansedumbre como por la fuerza de sus razones, puso fin, con la vuelta al seno de la Iglesia, al cisma de los donatistas, que había destrozado el África cristiana. La herejía de los pelagianos, que negaba la necesidad de la gracia di­ vina para la salvación, halló en Agustín un adversario formidable. Fulm i­ nó este nuevo error con tanta profundidad y saber, que mereció desde entonces el título de Doctor de la gracia que la posteridad le ha reconocido. Un inmenso dolor oprimió los postreros días del santo obispo. Su Áfri­ ca querida, que durante cuarenta años había evangelizado, fue invadida por los vándalos, cuyas hordas, mandadas por Genserico, estaban al servicio de la secta impía de Arrio. Los bárbaros lo saquearon e incen­ diaron todo. Hipona fue sitiada a su vez. Agustín, que tenía setenta y seis años de edad, cayó gravemente enfermo y se durmió santamente antes de finalizar el asedio, el 28 de agosto de 430. Su cuerpo fue trasladado más tarde a Cagliari, en C erdeña, luego el 28 de febrero de 722, a Pavía, en Lombardía, donde se venera todavía. San Agustín es uno de los cuatro grandes Doctores de la Iglesia latina.

    L

    a

    SANTORAL Santos A gustín, obispo, confesor y doctor de la Iglesia; Hermes prefecto de la ciudad de Roma, mártir; Alejandro, patriarca de Constantinopla; Bibiano, obispo de Saintes; Ezequías, rey de Ju d á ; Julián de Brioude, m ártir; F ortunaciano, Fabriciano, A roncio y H onorato, herm anos m ártires; F o r­ tunato, Cayo y Antés, m ártires en S alern o; Pelayo o Pelagio, m ártir en C onstanza; Moisés, anacoreta; G uarino, abad. Venerables Juan y Tom ás Felton — padre e hijo— , m ártires de la R eform a en Inglaterra. Santas Inés, virgen y mártir, en Inglaterra; Adelina, abadesa, en Francia.

    Nobilísima viuda m ártir

    D ÍA

    Iglesia de Santa Sabina, en Roma

    29

    DE

    SANTA V IUD A

    Y M Á R TIR

    AGOSTO

    SABINA (t

    hacia el

    122)

    el año 120, reinando el emperador Adriano, la noble viuda Sabina hacíase notar entre las más célebres matronas de Roma. Su palacio estaba situado en el Aventino. Era Sabina viuda del patricio Valentín e hija de un explotador de minas —metallarius— lla do Herodes, que había sido bastante rico como para dar tres veces, a sus expensas, fiestas públicas al pueblo en el reinado de Vespasiano. Pero la riqueza y nombradía habían sumido el alma de Sabina en gran pobreza espiritual, pues, era pagana. La Providencia sirvióse de una joven siríaca, llamada Serapia, para atraer a nuestra Santa a la fe cristiana.

    H

    a c ia

    SANTA SERAPIA a b in a

    había recibido en su palacio a una joven originaria de Antio-

    quía. El historiador no nos dice qué circunstancias trajeron a Serapia S desde la lejana Siria y le habían abierto en Rom a la casa y la amistad de Sabina; pero parece ser que Serapia siempre fue cristiana ferviente y vir­ tuosa. A menudo conversaba de religión con su amiga, v acabó felizmente

    por disipar su prejuicios paganos. Sabina recibió el bautismo y entró con paso rápido en los caminos de las virtudes cristianas. No fue ésta la única conquista de la piadosa virgen. Pero en Rom a se habló tanto de esta conversión, que Serapia fue denunciada al prefecto como una propagadora peligrosa de la religión de Cristo. Cierto día, Sabina vio llegar a la puerta de su palacio una escuadra de soldados que venían a detener a Serapia. La patricia, temblando por la joven siríaca a quien am aba como a su hija, hace cerrar inmediatamente la puerta, llama a todos los criados de la casa, les ordena que pongan barricadas en la puerta de entrada y que resistan a la violencia de los invasores. Pero, pronto Serapia llega y le dice: —Señora y madre de mi vida, permite que me vaya adonde me llaman; no me quites la preciosa e inestimable corona del m artirio, tú haz ora­ ción y confía en Nuestro Señor Jesucristo, que te será esposo, padre y maestro, supliendo aquello que mi corta capacidad no ha alcanzado a enseñarte. Yo creo y tengo gran confianza en mi divino esposo Jesús, que aunque soy indigna y pecadora, me ha de recibir por su esclava, y me dará la fuerza de caminar por los senderos de sus siervos, los Santos. — Serapia, maestra e hija mía —replicó Sabina—, quiero vivir o morir contigo, por nada del mundo me separaré jamás de ti. Entretanto los soldados golpeaban violentamente las puertas. La pa­ tricia ordenó entonces preparar su litera; Serapia se entregó a los saté­ lites y Sabina detrás del cortejo hasta las puertas mismas del pretorio. Cuando el prefecto, llamado Berilo, supo que la ilustre viuda de V a­ lentín venía siguiendo a la acusada, levantóse inmediatamente y salió a su encuentro, debajo del pórtico del pretorio. —Pero, noble señora —le dijo—, ¿en qué piensas? Así degradas tu linaje. ¿N o sabes de quien eres hija? ¿H as perdido el recuerdo de tu m arido? ¿No temes, acaso, la cólera de los dioses al adherirte a la secta de los cristianos, tan despreciada? Vuelve a tu casa y cesa de proteger a esa hechicera que con sus malas artes te ha engañado y sacado de juicio. — ¡Quisiera el cielo que esta pretendida hechicera te hubiese seducido como a m í; que te hubiese apartado del culto abominable de los ídolos y hecho conocer al Dios único y verdadero que remunera con vida eterna a los buenos, y castiga con perpetua pena a los malos! No se atrevió Berilo, sin órdenes superiores, a castigar a una patricia. aparentó, pues, calmarse, y le permitió llevarse a su amiga. Pero aquello sólo significa postergar la hora del combate. Tres días después, Serapia fue nuevamente detenida y llevada ante el prefecto. Sa­ bina, a quien la suerte de su amiga preocupaba, la siguió a pie y osó echar en cara al magistrado su injusticia al perseguir a una inocente.

    —Tú y tu emperador —le dijo abusáis inicuamente del poder, pero llegará vuestro día y Cristo nuestro Señor sabrá castigar tanta crueldad. El prefecto aparentó no oírla. Dirigióse a Serapia, le ordenó sacrificase a los dioses, pero habiendo rehusado la joven con energía tal proposi­ ción, fue entregada por el prefecto a dos subalternos egipcios, a los que dio todo poder sobre ella. Pero Jesucristo veló sobre su sierva. Tras diversos suplicios, el prefecto condenó a Serapia a morir al filo de la espada. Degollaron a la animosa virgen, cerca del arco de Faustino —dice el hagiógrafo— , el día 4 de las calendas de agosto (el 28 de julio).

    VIRTUDES DE SABINA a b in a

    recogió como tesoro inestimable el cuerpo de la virgen

    y

    mártir,

    lo embalsamó con aromas perfumes le dio sepultura en el rico S sepulcro que se había hecho construir para sí misma junto al solar de y

    y

    Vindiciano, en el Aventino. E l ejemplo de su santa amiga pesó desde entonces definitivamente so­ bre su actividad. Las enseñanzas que de ella recibiera en los coloquios diarios, habían adquirido plena eficacia por la virtud de aquel generoso y voluntario sacrificio; pues aunque hubiérale sido fácil a Serapia escapar del peligro, no pensó ni un momento en aquella resolución. Como buena maestra de la fe, prefirió confirmar con el propio sacrificio las verdades predicadas. Fue la última y más elocuente lección. Así lo entendió la noble matrona. Ya para ella tenían las cosas del mundo un significado muy distinto del que hasta entonces les había dado. Toda la grandeza y opulencia que entran por los ojos hasta colmar la imaginación eran humo y vanidad despreciables para el alma. A partir de este día, no pensó más que en la patria celestial a donde esperaba ir a juntarse un día con su santa amiga y ahora protectora. Dióse a la práctica de las buenas obras con ardor y generosidad infati­ gables, empleando los medios de su posición y riqueza le procuraban. Distribuía limosnas, visitaba a los enfermos y se metía hasta en los más miserables tugurios para socorrer y consolar a los desgraciados y particu­ larmente a los cristianos presos por la fe. Esto era exponerse al martirio, bien lo sabía ella, pero no le asustaba semejante perspectiva. Impulsábala un aliento sobrenatural que la hacía sentirse superior a cualquier senti­ miento de flaqueza, y hasta deseaba encontrarse en la ocasión para con­ firmar su fe y dar testimonio público de amor a Jesucristo. Con esta efusión de su fervor, preparábase a cualquier contingencia. El cielo iba templando su corazón para el combate decisivo.

    SU M A R TIR IO por orden del prefecto, se la condujo al pretorio. He aquí tal como reconstituyen el hecho las Actas de la mártir, y el diálogo que se mantuvo entre ella y el juez Elpidio E l p i d i o . — ¿N o eres tú, Sabina, viuda del ilustre Valentín? S a b in a . — S í, lo soy. - E l p i d i o . — ¿Por qué, pues, has olvidado la dignidad de tu posición para unirte a los cristianos, raza digna de muerte, y por qué no respetas a los dioses que nuestros emperadores adoran? S a b in a . — Doy gracias a Nuestro Señor Jesucristo, de que por inter­ cesión de su sierva Serapia, se ha dignado purificarme de mis pecados, li­ brarme de la servidumbre de los demonios y sacarme de los errores en que estáis todos sus adoradores. E l p i d i o . — ¿Pretendes, pues, que no sólo nosotros, sino también los augustos césares, nuestros señores, adoran a demonios y no a dioses? S a b in a . — Así es, y te digo que es lástima que no adoréis al verdadero Dios, Creador y Señor de todos los seres, en vez de adorar a las ridiculas e insensibles estatuas de los demonios, con los cuales tú y tus crueles em­ peradores iréis a quemaros en las llamas del infierno. Arrebatado entonces Elpidio, exclamó: —Juro por los dioses, que si no les sacrificas, tu condenación a muerte no se hará esperar, y que no han de valerte los títulos y la nobleza de tu sangre para librarte de ella. Piensa, pues, que te es indispensable ren­ dirles culto de inmediato, o perecerás a espada. —No, no sacrificaré a tus demonios —replicó Sabina— ; soy cristiana. Cristo es mi Dios, a Él adoro, a Él sirvo y no sé sacrificar más que a Él. Entonces el prefecto pronunció la sentencia. —M andamos —dijo— que Sabina, por haber sido rebelde a los dioses y haber blasfemado contra los augustos emperadores, nuestros señores, sea atravesada por la espada y sus bienes confiscados. Del mismo modo que a Serapia, cortaron la cabeza a la noble m a­ trona, junto al Arco de Faustino. Los cristianos tomaron su cuerpo y le pusieron en la misma sepultura donde ella había sepultado a su amiga. Sucedía esto el 29 de agosto, probablemente el año 122, es decir, uno después del martirio de su maestra en la fe. Con esta misma fecha —29 de agosto— consta en el Martirologio. Por error, algunos calendarios o mi­ sales del siglo xv ponen en el 31 de marzo la fiesta de Santa Sabina; en ello hay confusión m anifiesta, verosímilmente se refieren a Santa Balbina, virgen romana, venerada en dicho día. e t e n id a

    D

    A

    m a d ís im a

    m adre y señora m ía — dice Santa Serapia a Santa Sa­

    bina — : D eja que vaya a donde m e llaman y encom iéndam e sola­

    m ente al Señor. Pongo en Jesucristo toda m i confianza y espero que con su gracia divina tendré fuerza para im itar las virtudes de sus siervos los mártiresv.

    CONSTRUCCIÓN DE LA IGLESIA DE SANTA SABINA 425, en

    el

    pontificado y por los cuidados del papa San Celestino I,

    un sacerdote oriundo de lliria, llamado Pedro, que «huyendo de los E dioses caducos de la presente vida», como más tarde rezara una inscrip­ n

    ción, distribuía generosamente sus riquezas en buenas obras, sustituyó por una iglesia dedicada a Santa Sabina, el oratorio primitivamente erigido sobre la tumba de l a s dos Santas, en el monte Aventino, y adornó rica­ mente su sepultura. La dedicación de esta iglesia, que fue terminada en el pontificado de San Sixto III (t en 440), tuvo lugar el 3 de septiembre y desde entonces se estableció la costumbre de celebrar la fiesta de Santa Serapia ese día, aunque su martirio ocurrió el 28 de julio. N o obstante hallarse en esta iglesia las reliquias de la Santa, no fue dicho lugar el de su muerte, como por error se creyó algún tiempo. Esta iglesia es una de las antiguas basílicas romanas mejor conser­ vadas, se la considera como hermana de la iglesia de Santa M aría la Mayor — basílica liberiana—, pues las dos se acabaron durante el mismo pontificado, sin embrago, Santa M aría la M ayor es más antigua, ya que se empezó a mediados del siglo iv. El origen de la basílica de Santa Sa­ bina se perpetúa en una gran inscripción esculpida en mosaico con letras de oro sobre el fondo azul, que se encuentra en el interior del edificio, por encima del dintel de la portada, y que parece datar del tiempo de Pe­ dro Ilírico.

    LA

    BASÍLICA

    DE

    SANTA

    SABINA,

    IGLESIA

    ESTACIONAL

    basílica es una de las iglesias estacionales de Roma, a donde, des­ de la pacificación de la Iglesia, los cristianos iban en procesión los días de ayuno y en donde asistían a la misa celebrada por el Sumo Pon­ tífice. Como tal, figura ya en el Sacramental de San Gregorio Magno a fines del siglo vi. Desde entonces la estación se celebró el miércoles de Ceniza; más tarde se hizo simultáneamente en la iglesia de San Alejo, designada por Urbano V III, y en Santa M aría «in Cosmedim. Tiene concedidas indulgencias parciales en número de quince años. De estas tres estaciones, la de Santa Sabina era la más célebre, a causa de la lucida «cabalgatas en que procesionalmente participaban los Sumos Pontífices, en ese día imponían allí la ceniza al pueblo. Benedicto X IV fue varias veces, Clemente X III hizo lo mismo el primer año , pero desde entonces los Papas celebran el miércoles de Ceniza en el Palacio apostólico.

    E

    sta

    EN TIEM POS DE SAN G R EG O R IO MAGNO las ceremonias que presenciara la iglesia de Santa Sabina, nin­

    guna sin duda fue más imponente que la procesión expiatoria que E se verificó en 590, por mandato de San Gregorio Magno. Acababa de ntre

    subir al trono de San Pedro este ilustre Pontífice cuando se declaró en Roma una peste espantosa. Las víctimas eran innumerables y el azote no podía ser conjurado. El Papa decidió entonces que se hiciesen en Roma procesiones solemnes en las cuales participase durante tres días consecutiros toda la población civil. Fueron las famosas procesiones «septiformes», así denominadas porque el pueblo fiel participó en ellas en siete grupos o «letanías» distintas. L a primera, la de los clérigos, salía de San Juan de L etrán; la segunda, de los hombres, salía de San M arcelo; la tercera, de los monjes, salía de los Santos Juan y Pablo; la cuarta, de las reli­ giosas, salía de los Santos Cosme y D am ián; la quinta, de las mujeres casadas, salía de San E steban ; la sexta, de la viudas, salía de San V id al; y la séptima, de los pobres y niños, salía de Santa Cecilia. Todas se reunían en Santa Sabina para dirigirse, cantando salmos de penitencia, hasta Santa María la Mayor. Una inscripción en mármol con­ servada en la iglesia de Santa Sabina, recuerda este linaje de procesión. La víspera de esas grandes rogativas, el 29 de agosto, fiesta de Santa Sabina, el Papa pronunció en la iglesia del Aventino una alocución que se ha hecho célebre. A esta procesión está unida ua tradición romana que cree en la aparición del arcángel San Miguel en el mausoleo de Adriano, más tarde Castillo de Santángelo, o del Santo Ángel.

    LOS DOMINICOS EN SANTA SABINA. TITU LO CARDENALICIO tiempos de Carlomagno, el papa San León III (795-816) dio prueba de extraordinaria generosidad con la iglesia de la santa mártir, y el Líber pontificalis enumera con visible complacencia los presentes que le hizo; a saber: ouna gran cortina de seda, cinco arañas de plata de catorce libras de peso, dos canastillos de plata de tres libras y media de peso, nueve bandejas cinceladas de once libras de peso, un velo de púr­ pura que representaba la Ascensión, otro velo de seda, una araña de plata de ocho libras de peso, un gran velo de seda blanca adornado de rosas y destinado a ser suspendido encima del altar», etc.

    E

    n

    En 1219, la iglesia de Santa Sabina fue confiada a Santo Domingo de Guzmán que acababa de fundar la Orden de los Hermanos Predicadores. Con la iglesia le fue dado, para que sirviese de convento, una parte del Palacio apostólico que está adosado a ella. Todos los hombres ilustres en ciencia y en santidad del siglo xm parecían haberse dado cita en este convento; en él, el santo fundador dio el hábito religioso a San Jacinto y a San Ceslao. El príncipe de los teólogos, Santo Tom ás de Aquino, re­ sidió también en este convento. Puédese visitar aún la celda de Santo Domingo, convertida hoy en capilla; en el jardín, se ve un naranjo, plan­ tado en el siglo xm , por mano de este bienaventurado patriarca. Pero, cuando los dominicos hicieron construir el convento de Santa M aría de la Minerva, el de Santa Sabina pasó un período de oscuridad, y en el siglo xix recuperó en parte el esplendor de otras épocas. Aún se visita en él la celda de San Pío V Santa Sabina era uno de los veinticinco títulos presbiterales primitivos que existían en Rom a en el siglo v, y cuyo número permaneció sin varia­ ciones notables hasta principios del siglo x i i , es decir, hasta el pontificado de Calixto II. A causa de esta' antigüedad, se le ha asignado un título cardenalicio del orden de presbíteros.

    ESTADO DE LA B A SÍLIC A ..— R ELIQ U IA S DE LAS SANTAS SABINA Y SERAPIA ha sufrido, la antigua basílica es aún uno de los monumentos más A notables y dignos de veneración de la Rom a cristiana. Su nave central

    pesar de la serie de transformaciones que en el correr de los años

    está sostenida por veinticuatro columnas de mármol de Paros, estriadas y terminadas por capiteles corintios. Estas columnas proceden probable­ mente del templo de Juno, que se levantaba en el monte Aventino. Sos­ tienen arcos esbeltos, decorados con mármoles raros, pórfidos y serpen­ tina verde. Es de lamentar que parte de sus ventanales hayan sido tapia­ dos; los muros que antiguamente estuvieron cubiertos de pinturas al fresco, han sido blanqueados con cal, y de su decoración interior sólo que­ da un recuerdo. No obstante, en 1900 se hicieron reconocimientos y raspa­ duras que han permitido reconstruir, al menos en parte, la vieja decora­ ción. El visitante puede ver, en el fondo de la iglesia, las partes halladas, y darse idea de lo que fue esta basílica en los tiempos de esplendor. L a confesión subterránea ocupa el puesto de la antigua cripta en la que tantas veces Santo Domingo iba a rezar y donde se entregaba a sus radas mortificaciones. Entre la Confesión y el altar superior hay una ins­

    cripción que dice «Aquí yacen los cuerpos de los santos mártires el papa Alejandro, Evencio, Teódulo, Sabina y Serapia». Están conservados de­ bajo del altar m ayor; de ellos se hizo un reconocimiento por el cardenal Mathieu, titular de la iglesia, en junio de 1906, cuando se construyó el nuevo altar. Descubrióse entonces la primera urna, que data del ponti­ ficado de Eugenio I I ; y la segunda, señalada con el sello de Sixto V Todo fue religiosamente vuelta a poner en su puesto. El muro del ábside está dividido en cinco grandes lienzos recubiertos de pinturas. El lienzo central está ocupado por un cuadro de Silvagni: Santa Sabina llevada al suplicio. L a Santa, de rodillas, rechaza con su ademán a un sacerdote pagano que la exhorta a sacrificar a los dioses, mientras que, por orden del tirano, un verdugo que tiene un puñal en la mano derecha, coge a la m ártir con la otra en ademán de empujarla. Los otros están ocupados por los retratos de pie de Serapia y de los tres santos cuyos cuerpos se veneran allí. Fueron pintados por Cesaretti. En un amplio fresco que recubre toda la bóveda del ábside, y que pintó Tadeo Zuccheri en el siglo xvi, se hallan Santa Sabina y Santa Serapia en un grupo de santas que forman la corte del Salvador, sentado en un monte. A m itad del siglo xn, en Francia, la iglesia de San M artín de Lassey (Cóte-d’Or) recibió parte de la cabeza de Santa S abina; con esto empezó a convertirse el lugar en sitio de peregrinación extraordinariamente fre­ cuentado, y pronto se hizo popular con el nombre de la Santa, que sirvió para designar no sólo la dicha iglesia, sino al pueblo mismo. La ciudad de Perigueux celebra también con gran fervor la fiesta de Santa Sabina, a la que considera como a Patrona desde muy antiguo. En Italia es venerada también como Patrona de las amas de casa, quizá en recuerdo del cariño con que defendió ante los jueces a su hués­ peda Santa Serapia.

    SANTORAL La Degollación de San Juan Bautista, por Herodes Antipas (véase en 24 de junio). Santos Hipado, obispo, y Andrés, presbítero, mártires; Mederico, abad; Juan y Pedro, franciscanos, mártires; A delfo, obispo de M etz; Eutimio, confesor, y su hijo Crescencio, de once años, m ártir; Niceas y Pablo, m ár­ tires en A ntioquía; A lberico, solitario; Sebbó, rey y monje. Santas Sabi­ na, m atrona rom ana, y Serapia, su sierva, m ártires; Basilia o Basilisa, her­ m ana de Santa L ibrada y Santa Quiteria (véase en 22 de m ayo, pági­ na 230), y Cándida, vírgenes y m ártires; Forigia, Gem elina y com pañe­ ras, m ártires en Roma.

    Extrem ada amante de la C ruz

    D IA

    SANTA V IR G E N .

    30

    Rosa de suavísima fragancia

    DE

    AGOSTO

    ROSA T ER C IA R IA

    DE

    D O M IN IC A

    LI MA

    (1586-1617)

    que recibió en el bautismo el nombre le Isabel por ser el de su abuelita, nació el 20 de abril de 1586, de una familia acomodada de Lima, capital del Perú. Cierto día en que la niña descansaba en su cuna, contemplábala amorosa su feliz madre en compañía de fa­ miliares y amigos, cuando vio admirada entreabrir en su lindo rostro los rojos y frescos pétalos de una rosa magnífica. Extraordinariamente sor­ prendida, tomó gozosa en brazos a su hijita, y acariciándola y colmándola de besos le dijo «Tú serás mi Rosa». Y cuando el gran Santo Toribio, arzobispo de Lim a y apóstol del Perú, le administró el sacramento de la Confirmación, llamóla también Rosa, aunque desconocía aquella m ila­ grosa circunstancia con que el cielo se adelantara a distinguirla. Llegada a la adolescencia, oía la niña ponderar su hermosura, e ignonorante del prodigio referido, creía que por ser bella la llam aban Rosa. Temió su casta humildad y, postrada a los pies de la Virgen, contóle con infantil sencillez de la causa de su pena. Apareciósele entonces la Santísima Virgen con el Niño Jesús en los brazos y le dijo «Gusta a mi divino Hijo que te llamen Rosa, pero desea que a tan precioso nombre añadas el mío; por tanto, de hoy en adelante habrás de llamarte Rosa de Santa Morían.

    R

    osa,

    años contaba Rosa, y un día cogióse los dedos con la tapa de un baúl, cerrado incautamente. T an bien supo disimular el dolor de aquel magullamiento, que no lo advirtió su m adre hasta varios dí después. El cirujano, a quien llamaron a toda prisa, aplicó a la uña un ungüento que la corroyó casi por completo y arrancó después la parte magullada, sin que en tan dolorosa operación exhalase la niña queja alguna ni manifestase el menor susto. Meses después tuvo mal en una oreja y hubo que sajarle la parte dañada, tampoco entonces dk> señales de dolor. Apenas curada de esta dolencia, tuvo su m adre la imprudencia de espolvorearle la cabeza con un producto preparado a base de mercurio para curarle unas erupciones. Desaparecieron las costras pero el mercurio penetró en las carnes y las royó, originó en la niña molestas convulsiones para las que no quiso alivio alguno, a pretexto de que el dolor no era mucho. Creyóla su madre, pero fue muy grande su pena al ver la extensa y profunda llaga que las aplicaciones del violento cáustico le habían pro­ ducido y de las que tardó cuarenta y dos días en curarse. Después hubo de serle extraída una excrecencia en las fosas nasales. Durante la opera­ ción tuvo que soportar los vivísimos dolores consiguientes. Todos los circunstantes lloraban de com pasión, sólo ella se mantuvo en calma. Tanta constancia eti el padecer fue recompensada con muy grande acopio de favores espirituales, en cuya comparación nada son los dolores y penalidades de la vida. Ilum inada con luz sobrenatural en las vías de extraordinaria perfección a que el Señor la llamaba, comprendió Rosa desde sus más tiernos años, que los favores extraordinarios deben ser mo­ tivo ante todo para cumplir con la mayor perfección los deberes del pro­ pio estado. Aquel su anhelo por seguir con absoluta fidelidad las inspi­ raciones de la gracia, fue para la santa niña causa de una serie de ingentes sufrimientos, y, por lo tanto, de méritos aquilatados; porque hallándose igualmente dispuesta a obedecer a su padres y a seguir las inspiraciones de la gracia y los impulsos interiores, cuya fuerza aquéllos ni sospecha­ ban siquiera, surgían para la valerosa niña constantes tribulaciones. Desde los cinco años había consagrado su virginidad al Señor. E ra na­ tural, pues, que a Él sólo quisiese agradar, y que las vanidades y com­ placencias mundanas fuesen para ella un suplicio, pero tales trazas sabía darse que lograba complacer a Dios sin disgustar a su madre. Forzada en cierta ocasión a adornarse con una corona de flores, dióse maña en poner con disimulo un alfiler que se le hincaba en la cabeza y trocaba aquel ornato de vanidad en instrumento de tortura.

    T

    res

    La madre, demasiado preocupada tal vez en realzar la belleza de su hija, reprochábale vivamente el poco cuidado que ponía en perfumarse las manos. Hízoselas bañar una noche en agua odorífera, envolvióselas después cuidadosamente, y mandóle que las conservase en aquella forma hasta la m añana siguiente. Obedeció la humilde niña, pero a poco de haberse dormido, despertó presa de vivísimo dolor; de sus manos salían llamas que le causaban terribles quemaduras. No daba crédito la madre a lo que llamaba sueños de la niña, hasta que la vista de las heridas la llenó de espanto. En adelante dejó que su hija descuidase el aliño de las m anos; pero no por eso cedió en el empeño de obligar a su hija a vestir con elegancia; y aun la castigaba severamente cuando, no por desobe­ diencia, sino por indiferencia de las cosas de este mundo, descuidaba la niña el atavío de su persona. A fuerza de paciencia, logró, por fin, Rosa que su madre se allanara a permitirle usar un manto de tela basta. Ejercitábase en casa en todas las prácticas dignas de la más ferviente religiosa. Así, se había impuesto la obligación de no beber jamás sin per­ miso de su madre. Ese permiso lo pedía una vez cada tres días, y si en alguna de ellas su madre, como prueba, no se lo daba, permanecía otros tres días sin volverlo a solicitar y soportaba aquella dura privación con gran contentamiento de su alma, sin que llegara a flaquear su ánimo un instante. T E R C IA R IA DE SANTO DOMINGO serie de reveses de fortuna privó a los padres de Rosa de cuanto tenían. Entonces dio muestras la amante hija de todo su valor y abnegación, no sólo sirviendo a sus padres, sino también ayudándoles en el trabajo, a fin de ganar lo necesario para la subsistencia de todos. Dios acudía en su ayuda milagrosamente, porque, a pesar de la precaria salud y de los frecuentes éxtasis, hacía Rosa diariamente la labor de cuatro personas, sin que sus energías cedieran ante el esfuerzo. Sin embargo — ¡oh ceguera e inconsecuencia del espíritu hum ano!—, su madre no podía resolverse a que renunciara al matrimonio, y como la belleza extraordiaria de Rosa, no quebrantada por tantas austeridades, le atraía numerosos pretendientes, la piadosa joven tuvo que sostener lar­ gas y penosas luchas con los suyos. Ayudábale en éstas su protectora Santa Catalina de Sena, a quien había tomado por modelo. Como re­ compensa de esa fidelidad, Dios le dio a conocer que sin abandonar la casa paterna, podía consagrarse a Él y observar todas las virtudes monás­ ticas. Por eso, como la Virgen de Sena, vistió el hábito de la Orden T er­ cera de Santo Domingo el 10 de agosto de 1610, y a partir de aquel memo­ rable día, entregóse, como ella, a una vida contemplativa y penitente.

    U

    na

    s u s tiernos años practicó el ayuno más riguroso. ¡Cuánta ver­ dad es que las exigencias de nuestro cuerpo y de nuestra salud, cre­ cen o disminuyen en proporción de lo que les concedemos! Siendo pequeñita no comía nunca fruta. A los seis años ayunaba a pan y agua los viernes y sábados. A los quince, hizo voto de no comer nunca carne, salvo el caso de mandato formal de santa obediencia. Más tarde no comía más que sopas hechas sólo con pan y agua y sin condi­ mento ninguno, ni siquiera sal, y como esa mortificación no le parecía suficiente, añadía un brebaje tan amargo que no podía tragarlo sin verter lágrimas. Pasábansele a menudo varios días sin com er; y esos ayunos ex­ traordinarios eran ciertamente en ella efecto de una gracia especial, a la que respondía con generosidad; pues si sus padres la obligaban a tomar algún alimento sustancioso, pronto tenían que reconocer que con aquel cuidado y oficiosidad, lejos de aliviarla, aumentaban considerablemente sus dolores. Cada noche se disciplinaba con cadenas de hierro, y se ofrecía a Dios como víctima propiciatoria por la Iglesia, por el Estado, por las almas del purgatorio, por la conversión de los pecadores y por los intereses de la fe católica. Y era tan constante en esta penitencia que no daba tiempo a las heridas para curarse, de modo que su cuerpo era una pura llaga. íntimamente compenetrada con la pasión de su amante Salvador, inge­ niábase sobremanera para inventar penitencias que la acercasen más y más a su divino Modelo. Siendo pequeñita suplicaba a una buena persona le pusiera sobre las espaldas una carga de ladrillos, para comprender me­ jor —según decía— lo que sufrió Jesucristo bajo el peso de la cruz. Y así agobiada con aquel peso, poníase en oración y se mantenía firme, hasta que, rendida y agotado su débil cuerpecito, caía sin aliento ni fuerzas. A los catorce años cambió esa práctica por otra; salía de noche al jardín con las espaldas martirizadas por las disciplinas, como lo habían sido las de Jesús, y, cargándose con una pesada cruz a ejemplo de su Maestro, caminaba con los pies descalzos y con paso lento, meditando so­ bre la subida de Cristo al monte Calvario, y dejándose caer de cuando en cuando para imitar con mayor perfección a su Ejemplar y Modelo. Ciñóse la cintura con tres cadenitas que cerró con un candado, cuya llave arrojó al aljibe para que no se las pudieran quitar. Las cadenas atra­ vesaron pronto la piel y penetraban en las carnes al paso que éstas iban creciendo, con lo que se le producían dolores acerbísimos que soportó durante muchos años en silencio; hasta que una noche no pudo contener­ se y prorrumpió en sollozos. Vióse entonces obligada a descubrir su seesd e

    D

    R osa de L im a fu e m uy regalada de la Santísim a Virgen. N o sólo se le apareció repetidas veces, sino que, durante largas tem ­

    anta

    S

    poradas, vivía casi de continuo con ella. Rosa merecía este trato, por­ que no saljía hablar de la Divina M adre sin verter lágrimas e inflam ar a todos en su amor.

    creto a una criada, con cuya ayuda intentó vanamente romper las cade­ nas; sólo acudiendo a la oración consiguió que se quebraran; pero aun así, no se las pudo quitar sin arrancar partes vivas de su carne. Muchas veces ponía los pies desnudos en la piedra ardiente del hogar y hacía larga meditación sobre las penas del infierno. Con una lámina de plata se fabricó a manera de un cerquillo, practicó en él tres filas de treinta y tres orificios en cada una, y por ellos introdujo clavos con las puntas hacia dentro. Los treinta y tres clavos representaban los treinta y tres años que vivió Cristo en la tierra. Esa corona se la ponía todos los viernes, y apretábala cada vez con mayor fuerza, a fin de que los clavos penetrasen en la cabeza, y para que el cabello no ofreciese su débil pro­ tección, se lo cortó. Acaso habría quedado ignorada esa penitencia heroi­ ca, si cierto día no se hubiese caído Rosa, hiriéndose en la cabeza, de la que se escaparon tres hilos de sangre que denunciaron el martirizador instrumento. Pareciéndole poco austero el lecho de madera en que por mucho tiempo descansó, fabricóse otro con trozos de tabla unidos con cuerdas, y llenó los intersticios con fragmentos de teja y de vajilla de modo que las aristas más cortantes quedasen hacia arriba. Cuando por la noche se acostaba en ese lecho de tormento, llenábase la boca de hiel en memoria de la que die­ ron a su am ante Salvador en la Cruz. Ella misma confesó que ese brebaje le ponía la boca tan ardorosa y desecada que al levantarse no podía ha­ blar y respiraba con muchísima dificultad. T al repugnancia le producía aquella cama que sólo el verla o pensar en ella le hacía temblar, y por la noche al prever lo que en ella iba a sufrir le acometía una fiebre abrasa­ dora. A tanto llegó su temor cierto día, que antes de decidirse a sufrir aquel martirio quedóse largo tiempo pensativa. Entonces le habló clara­ mente Jesús y le d ijo - a Acuérdate, hija mía, que el lecho de mi cruz fue mucho más duro, más estrecho y más espantoso que el tuyo. Verdad es que yo no tenía como tú piedras bajo la espalda, pero acerados clavos atravesaban mis manos y mis pies. Ni me perdonaron la hiel. Me la pre­ sentaron los sayones cuando la fiebre devoradora me angustiaba. Medita eso en tu lecho de dolor y la caridad te dirá que, comparado con el mío, tu lecho es de flores». Fortalecida con tales palabras nunca más decayó la constancia de Rosa durante los dieciséis años que todavía vivió. Por eso dormía muy poco y el insomnio fue para ella, como lo había sido para Santa Catalina de Sena, una de las mortificaciones más difíciles de soportar. De las veinticuatro horas del día, dedicaba doce a la oración, diez al trabajo manual y dos al sueño. Cuando estaba de rodillas se cerraban sus párpados muy a pesar suyo, y para triunfar del sueño se hizo construir

    una cruz algo más larga que su estatura, clavó en los brazos de la misma dos clavos resistentes que pudiesen soportar el peso de su cuerpo, y cuán­ do quería rezar de noche, alzaba la cruz, la apoyaba contra la pared y se suspendía de los clavos mientras duraba la oración. Daríamos una idea muy imperfecta de la santidad de Rosa, si expusié­ semos sus austeridades extraordinarias sin añadir que las sometía a la obe­ diencia y estaba siempre dispuesta a dejarlo todo si se lo mandasen, por­ que la verdadera santidad no consiste en la penitencita corporal, sino en la del corazón, que es imposible sin humildad y obediencia. No ha de sorprender que permitiesen usar tan crueles austeridades a una jovencita de tan débil constitución. Siempre que quisieron oponerse a ello sus confesores, viéronse impedidos por una luz divina; y la madre, que la maltrataba cuando descubría alguna nueva penitencia, se veía mis­ teriosamente impedida cuando quería obligarla a tom ar algunos cuidados. No era menor en Rosa la humildad que la obediencia. L a palidez de su rostro, la alteración de sus facciones, aquellos ojos que habían perdido su brillo a fuerza de llorar, en una palabra, toda su persona desfigurada por la penitencia, atrajo la atención del público, y Rosa supo con grandí­ sima confusión que todos la veneraban como santa. Acudió a Dios desola­ da y le pidió con instancia que sus ayunos no le alterasen en nada la fisonomía. Dios la escuchó y le devolvió la lozanía y los colores. Sus apa­ gados ojos se reanimaron y todos sus miembros adquirieron nuevo vigor. Así sucedió que después de haber ayunado una cuaresma a pan y agua y de haber pasado treinta horas sin tomar alimento, viéronla unos jóvenes y se burlaron de ella diciendo: « ¡ Vaya con la religiosa célebre por sus pe­ nitencias! Cara tiene de haber banqueteado, a pesar de hallamos en tan santo tiempo». Rosa dio gracias a Dios desde el fondo de su alma.

    EL ER E M IT O R IO DE ROSA soledad era un verdadero regalo para la piadosa virgen de Lima, y como en casa de sus padres no hallaba lugar alguno bastante oculto para vivir lejos del mundo y totalmente olvidada de él, hízose construir una pequeña ermita en un rincón del jardín, adonde llevó su pobre lecho, una silla y algunas imágenes piadosas, allí distribuyó ordenadamente su tiempo entre la oración y el trabajo manual. Como no se le permitía ir sola a la iglesia y su madre no siempre la podía acompañar, hubo quien la compadeció al verla privada de aquella dicha, pero Rosa contestó que Dios le hacía asistir diariamente a varias misas, ya en la iglesia del Espíritu Santo, ya en la de San Agustín.

    L

    a

    Frecuentemente gozaba de la presencia de Nuestro Señor Jesucristo que se le aparecía en forma de niño pequeñito, y lo veía mientras rezaba o leía o trabajaba, ya sobre su mesita de labor, ya en el libro donde leía o en el ramo de rosas que tenía en la mano. El Divino Niño le tendía sus manecitas y le hablaba con familiaridad. También recibió Rosa en aquel retiro la visita de la Santísima Virgen y de Santa Catalina de Sena. Envidioso el demonio de tanta santidad y de tal abundancia de gracias, hízole sufrir los tormentos de que nos dan noticia a veces las vidas de los Santos. Llegó hasta mover contra ella la sospecha de la autoridad ecle­ siástica. El tribunal que hubo de examinar su conducta sacó en conclu­ sión que se hallaba ante una verdadera santidad. Pero al ver que tan co­ diciada presa se le escapaba, volvía sin cesar a la carga el maligno espí­ ritu, ya haciendo sentir a la Santa los más inhumanos tratos, como golpear­ la con violencia, apretarla contra la pared hasta sofocarla, o arrastrarla por el suelo. Reíase Rosa de aquella inútil cólera, convencida de que Dios no permite jamás que seamos tentados más allá de nuestras fuerzas.

    SU CELO

    POR

    LA

    SALVACIÓN

    DE LAS ALMAS

    caridad de Rosa por la salvación de las almas, crecía en proporción a su am or a Jesucristo. Consideraba a sus semejantes como miembros vivos del Salvador, sabía a qué precio los había rescatado su Esposo di vino, y sentía un dolor acerbísimo con sólo pensar en tantas almas como se pierden después de haber sido redimidas por la sangre divina. ¡ Oué de veces, dirigía su vista hacia la ingente Cordillera habitada por indios sumidos en las tinieblas de la idolatría! El territorio de Chile, que después de haber conocido el cristianismo había recaído en el culto ab­ yecto de los ídolos, le causaba profundísima aflicción, dolíase también de la triste suerte de los chinos, de los turcos y de numerosas sectas heré­ ticas y cismáticas que desolaban a Europa después de haber desgarrado a la Iglesia de Jesucristo. Oíasela a veces exclamar que «para salvar las almas consentiría en dejarse cortar en pedacitos, y que quisiera poder colocarse a las puertas del infierno para impedirles caer en él. « ¡ A h ! —añadía—, caen las almas en ese abismo de perdición como las hojas de los árboles en los violentos vendavales del otoño; y, sin embargo, Nues­ tro Señor Jesucristo pagó con su vida el rescate de cada una de ellas». Declaróle un día uno de sus confesores que se sentía impulsado a llevar la luz del Evangelio a los idólatras. Muy lejos ce pensar en sí mis­ ma y de entristecerse al ver que perdía a su padre espiritual, recibió Rosa aquella confidencia con la mayor alegría, y apartándose de la reserva

    L

    a

    propia de su humildad, le prometió sin vacilar hacerle partícipe de todas sus buenas obras, con tal que por su parte la asociase al mérito de su apostolado entre los infieles. Aceptó el misionero la proposición, y sosteni­ do por las oraciones y heroicas penitencias de la Santa trajo muchas al­ mas a Dios. Tanto había importunado a Dios para que en su ciudad se estableciese un convento de religiosas dominicas, que el Señor le reveló, por fin, que sus deseos serían cumplidos, pero sólo después de su muerte, según ella misma había predicho, se llevó a cabo esa fundación. En él tomó el velo, al quedarse viuda, la madre de nuestra Santa, doña María de O liva; y, poco después, más de doscientas religiosas ofrecían al Señor, en aquel santo recinto, el fervoroso tributo de sus plegarias y de sus amores.

    M UERTE Y GLORIFICACIÓ N

    DE

    ROSA

    24 de agosto de 1617, a la edad de treinta y un años, entregó su

    hermosa alma al Creador aquella Rosa fragantísima del Perú. Sus E funerales produjeron multitud de conversiones. Todo era oír hablar de l

    restituciones, de cesación de escándalos, de obras de caridad y de m or­ tificación. Y no solamente en la capital pudo apreciarse tan maravillosa renovación de las almas, sino que se extendió a todo el Perú y aun al­ canzó al virreinato de Méjico su hienhechora y grande influencia. El 15 de abril de 1668 fue beatificada por Clemente IX. El mismo Pontífice le dio al año siguiente el título de Patrona principal del Perú e inscribió sus alabanzas en el Martirologio romano. Clemente X la cano­ nizó el 12 de abril de 1672. Es Patrona de Hispanoamérica.

    SANTORAL Santos Félix, presbítero, y Adaucto. mártires; Bonifacio, martirizado juntamente con su esposa y sus doce hijos; Pelayo, Arsenio y Silvano, mártires; Filónides, obispo y m ártir, en C hipre; Félix y Regiolo, m ártires en Numidia, con Santa E va; Fiacro, príncipe irlandés, solitario; Bononio. ab ad ; Fantino, monje ^ Pam aquio, presbítero, en R om a; Pedro Pescador, venerado en el A m purdán; Pedro, confesor, en Trevi (Italia). Beato Ero, cisterciense, abad de A rmentera. Santas Rosa de Lim a, P atrona de H ispanoam érica; Tecla, esposa de San Bonifacio, mártir; G audencia y com pañeras, mártires en R o m a; Sigelinda, virgen y m ártir, venerada en C olonia. Eva, m ártir en Numidia.

    üiu

    ^ Él j f j

    El blasón de la familia

    D ÍA

    Mártir inocente

    31

    DE

    AGOSTO

    .

    SANTO DOMINGUITO DE VAL MARTIR, PATRÓN DE LOS NIÑOS DE CORO (1240-1250)

    la memorable escena del Calvario, ¿beben por ventura los judíos con la leche m aterna el odio a los cristianos? Así lo cree­ ríamos al ver la saña y sanguinario furor con que algunos de ellos persiguieron, en el correr de los siglos, a los tiernecitos y cándidos in tes. El israelita Samuel, en el famoso proceso incoado el año de 1475 contra los judíos de la ciudad de Trcnto, afirmó que, al empezar a exten­ derse por todo el mundo la Religión cristiana, los rabinos de Babilonia y sus contornos tuvieron junta para tratar de los medios más conducentes a dar estabilidad a la Sinagoga, cuarteada y próxima a derrumbarse con la dispersión general de los miembros de su secta. Por consejo de los más sabios, decidióse que debían sacrificarse por Pascua un niño cristiano. L a sangre de esta víctima, inmolada como Je­ sucristo, debía mezclarse con los acostumbrados manjares de la cena. Declararon dicho rito obligatorio, y como tal lo consignaron en el Tal­ mud de Babilonia. Los judíos de Occidente, por temor a la justicia, no dejaron escrito este rito, pero transmitíanlo a sus hijos verbalmente. Tal afirmaba el judío Samuel, que intervino en el martirio del santo niño Simón o Simeón, de Trento, el año de 1475. Se diría que furiosos y esd e

    D

    corridos de su fracaso con Nuestro Señor quieren vengarse en las inocen­ tes criaturas que tienen la dicha de seguir la doctrina del divino Crucifi­ cado. ¿Puede darse tormento más atroz que la crucifixión, para los deli­ cados miembros de un niño de corta edad? Pues con este cruel suplicio, martirizaron a innumerables infantes cristianos, entre ellos a Santo Dominguito de Val, gloria de Zaragoza y de España.

    NIÑ EZ DE SANTO DOM INGUITO del siglo xm, vivían en Zaragoza dos virtuosos consortes, A mediados Sancho de Val, infanzón o gentilhombre, vasallo leal de don Jaime el Conquistador, y su esposa Isabel. Ejercía Sancho en su ciudad natal el cargo de tebelión o notario público, al que iba anejo un empleo en el Capítulo de la catedral. El cargo de que estaba revestido prueba la no­ bleza de su origen, porque, como dice el historiador Andrés, «para ocupar aquel sitio, entonces considerado entre los más honrosos, era preciso haber probado limpieza de sangre». Bendijo el cielo la unión de Sancho e Isabel, otorgándoles en el año de 1240 un hijo al que bautizaron con el gracioso nombre de Dominguito, sin duda por ser su padre muy devoto del santo Fundador de los Domi­ nicos, el cual era patrón de la Cofradía de notarios de Zaragoza. Vino Dominguito al mundo en circunstancias tan maravillosas, que de ellas dedujeron sus cristianos padres la vida extraordinaria a que el Señor le destinaba. La primera vez que aquella dichosa madre tuvo en brazos a su hijito, admiróse al ver marcados en el inocente cuerpo de la criatura algunos instrumentos de la Pasión del Salvador. Alrededor de su cándida cabecita veíanse como las señales de una corona de espinas, y en su hom ­ bro derecho el signo sagrado de nuestra redención. Alentados por tan extraordinarios indicios, Isabel y su virtuoso mari­ do se desvelaban para criar al niño en la piedad y santo temor del Señor. ¿Quién sabe si nuestro Dominguito será algún día llamado a las sublimes funciones del sacerdocio al igual que su santo Patrono, para anunciar al mundo el amor de Jesús crucificado? —preguntábanse ambos consortes. Así se interpretaría sin duda Sancho de Val las milagrosas señales que a su hijo acompañaron en la infancia, porque ya en su n á s tierna edad le juzgó digno de ser iniciado en los preludios del divino ministerio. Al cumplir Dominguito los seis años, con grande júbilo de su alma le admi­ tieron entre los niños de coro de la catedral, llamada vulgarmente la Seo. Cuanto de él se sabe, nos induce a creer que se señaló entre sus compañeritos por su modesta compostura y angelical piedad. Contentísimo

    estaba el santo niño con el nuevo empleo, y lo cumplía con fervor y es­ píritu de fe dignos del joven Samuel. Ora mezclaba su voz sonora y an­ gelical en los cantos a la Reina de los cielos, ora balanceaba el incensario delante del altar, ora presentaba el agua y el vino para el Santo Sacrificio de la Misa. Ya en aquellos momentos en que veía inmolarse al divino Crucificado del Calvario, levantaría su corazón al cielo, uniéndolo al fra­ gante olor del incienso, gozoso de ofrecer al Señor este interior sacri­ ficio hasta tanto que pudiese ofrendarle todo su cuerpo como hostia viva. Y por cierto que no tardó en llegar para el niño la hora del holocausto El divino Jardinero gusta a veces de recoger en la tierra lozanas y fragan­ tes flores con que adornar su hermoso cielo y recrear a los angelitos; y así fue de su grado tronchar y llevar a los jardines de la gloria el delicado y bellísimo capullo apenas entreabierto en un bello rosal zaragozano.

    LOS JUDÍOS

    CRU CIFICAN

    A

    DOM INGUITO

    tedral a su parroquia de San Miguel, Dominguito solía pasar cada día E por el barrio judío, entonando, en medio del silencio de la noche, cantos

    s antigua y constante tradición en Zaragoza, que para volver de la Ca­

    de alabanza a la M adre del Señor. Ya los judíos airados quisieron poner término a aquella ingenua manifestación de am or a M aría valiéndose de sus cánticos y amontonando con ello sobre su cabeza recia tempestad de la que iba pronto a ser gloriosa víctima. Los judíos, que eran por entonces muchos y poderosos en Zaragoza, concibieron, aquel año de 1250, el odioso designio de m atar a un niño cristiano, por faltarles sin duda la sangre indispensable para la celebración de la Pascua, y por el odio racial que tenían a Cristo. E ra ése un crimen abominable, pero se lo permitía la ley detestable del Talmud. Con el fin de premiar de algún modo a quien tuviese astucia y valor para secuestrar y m atar a un niño cristiano, la Aljama o Sinagoga prome­ tió eximirle de todo tributo. Halagado por la promesa y cegado por el creciente odio que tenía a Dominguito, Mossé Albayucet prometió a los rabinos ayudarles en su intento y darles pronta satisfacción en aquel deseo. Vivía este malvado en el callejón por donde pasaba cada tarde el ino­ cente muchacho, el cual había sido ya muchas veces blanco de sus ren­ corosas invectivas. El miércoles 31 de agosto de 1250, al anochecer, pú­ sose el traidor al acecho del niño que salía de la Catedral y apresuraba el paso como para abrazar pronto a sus padres. Entró Dominguito en el callejón. De repente se echó sobre él Alba­ yucet, le maniató y amordazó, y aguardó a que fuese ya muy entrada la

    noche para llevarlo a una casa judía, distante pocos pasos de la Sinagoga. Temblaría de pies a cabeza el tierno infante al verse en medio de aquellos cruelísimos hombres, que le saludaban con burlas y sarcásticas risotadas. Por fin tenían ya en sus manos a un cristiano, a un partidario de aquella religión que tan de veras odiaban. No era menester deliberar sobre el gé­ nero de muerte que habían de darle. Moriría crucificado como Cristo su Dios. No iban a necesitar instrumentos especiales: la cruz sería la pared misma de la sala donde celebraban junta aquellos hombres infames. El feroz Albayucet no aguardó m á s; ya le tardaba a su perversidad y aberración realizar aquel nefando sacrilegio. Desnudó al inocente niño, púsole en la cabeza la corona de punzantes espinas; pidió ayuda a uno de sus congéneres para que sostuviese en alto el cuerpecito de la víctima, y de cuatro martillazos dejó pegada al muro con recios clavos la carne virgen del santito mártir. Cuatro fuentes de sangre cristiana brotaron de aquellas gloriosas he­ ridas, ¡ Oh, qué estremecimientos de alegría satánica experimentarían aque­ llos odiosos criminales al ver correr la sangre que necesitaban para cum­ plir el rito infame de su Pascua! ¡Con qué afán llenarían de ella los vasos de antemano preparados, mientras el cruel Albayucet, todavía con el martillo en la mano, profería dicterios y blasfemias contra la tierna víc­ tima y contra Jesucristo, su Dios! «¡O h crimen inexplicable! —exclama un poeta aragonés— , no bas­ taba ya al pueblo deicida haber desgarrado con azotes, cargado con larga y pesada cruz, y oprimido con un sinnúmero de penas a Jesús, el Hom­ bre Dios. Las hienas, descendientes de aquella raza, que Zaragoza alber­ gaba dentro de sus muros, porque no podían sacrificar a Jesús por segun­ da vez, apoderáronse del niño Dominguito para saciar en él su saña... Al ser la medianoche, clavaron en una pared su tiernecito cuerpo. . Y du­ rante este cruel tormento, es indudable que aquellos monstruos profana­ rían con impuras manos los hermosos cabellos y las sonrosadas mejillas del niño. ¿N o le tejieron por ventura una corona ds espinas? ¿No se atrevieron a m anchar con inmundos salivazos la cándida frente de Do­ minguito? ¿No destrozaron su cuerpecito con repetidos golpes?...» Sí, todo eso lo harían con Santo Dominguito, como solían hacerlo con todos los niños cristianos que crucificaban, porque aquellos malvados esta­ ban persuadidos de que cuanto más crueles tormentos hiciesen padecer a los cristianos, más crecido sería el premio que recibirían de Jehová en la vida futura. Y así, una vez crucificados, solían arrancarles con tenazas pe­ dazos de carne y los pinchaban con alfileres el cuerpo hasta que expirasen. Dominguito, entretanto, a los ayes de dolor juntaba palabras de per­ dón para sus verdugos, y acordábase de las postreras que pronunció el Sal-

    anto

    S

    D om inguito de Va!, al frente de otros amigos, recorre las

    caties del barrio judio y canta him nos litúrgicos que despiertan la ira de sus moradores. M ossé A lbayucet form a el propósito de apo­ derarse del angelito para repetir en él las crueldades de la pasión de N uestro Señor.

    vador en la Cruz, y que él aprendiera un día de memoria en el claustro de la Catedral, de labios del Maestrescuela. Y cuando ya no pudo hablar, siguió mirando con ternura a los crueles verdugos que en flor tronchaban su vida, hasta que fue poco a poco, apagándose la luz de sus bellísimos y limpios ojuelos, y su alma angelical voló a unirse con los «seises» ce­ lestiales, eternos cantores y servidores del Señor. Faltaba sólo una circunstancia para que la crucifixión del inocente niño fuese del todo parecida a la del Salvador. Em puñó uno de aquellos malvados una lanza, y, al tiempo que con ella traspasaba el pecho y co­ razón del mártir, dijo con ronca voz la fórmula blasfema y espantosa que solían: « ¡Esto se hizo también al Dios de los Cristianos, que no es el Dios verdadero!» Con esto acabó el papel de los verdugos, ahora tocaba al Señor glorificar al heroico niño que tan santamente le diera la vida.

    E N T IE R R O Y H A LLAZGO DEL SANTO CUERPO prisa los judíos, mientras era todavía noche, para hacer des­ aparecer las huellas del horrendo crimen. Desprendieron el glorioso cuerpecito de la pared, cortáronle manos y cabeza, y metido el tronco en un saco lleváronlo fuera de la ciudad, a la confluencia del río Huerva con el Ebro. Aquel terreno estaba por entonces cubierto de tamariscos. Ca­ varon allá una fosa y enterraron al mártir, seguros de burlar con ello la justicia. Las manos y cabeza las echaron a un pozo. Pero a la noche siguiente, en tanto que Sancho de Val y su esposa lloraban al hijo que suponían perdido para siempre, los guardas del Puen­ te de barcas echado sobre el Ebro, vieron en la parte opuesta, donde yacía el cuerpo de Dominguito, una aureola muy resplandeciente, y como igual maravilla se repitiese.las noches siguientes, contaron el hecho a sus con­ ciudadanos, porque creían ver en él un aviso del cielo. Por otra parte, el dolor de los padres y deudos de Dominguito fue muy presto público y compartido en Zaragoza; lo cual, junto con saber lo que sucedía cada noche a orillas del Ebro, dio que pensar a los m a­ gistrados y al clero de la Catedral. Fueron al lugar señalado por la mis­ teriosa luz, cavaron la tierra donde parecía haber sido recientemente re­ movida, y a la vista de todos apareció, dentro de un saco, una masa informe atada con cuerdas: era el mutilado tronco del inocente niño. Milagrosamente se hallaron también las manos y cabeza, porque re­ fiere el historiador Andrés, que el pozo donde estaban se llenó de hermosa luz, y que sus aguas crecieron y mostraron, al elevarse, el tesoro que guardaban. ié r o n s e

    D

    TRASLACIÓN. — C O N V IERTE A ALBAYUCET f

    entera se conmovió con estas nuevas, y un gentío innume­ rable se juntó en el lugar del prodigio. Trasladaron el cuerpo del mártir primero a la iglesia de San Gil, que era la más próxima, y allí fueron llevadas también la cabeza y las manos. Sancho e Isabel reconocieron afligidísimos en aquellos mutilados des­ pojos al am ado hijo que habían perdido, pero acordándose de las miste­ riosas señales de la infancia de Dominguito, entendieron al punto su sig­ nificado, y cristianamente resignados y aun gozosos, dieron gracias al Señor por haberse dignado coronar con diadema de m ártir al primer fruto de su matrimonio. E ra aquella una dolorosa pero muy singular bendición. A pocos días del hallazgo del cuerpo de Dominguito, el obispo de Z a­ ragoza don A rnaldo de Peralta quiso glorificar al M ártir de Cristo con solemnísima traslación de sus reliquias. Toda la ciudad concurrió a la procesión que de la Catedral pasó a la iglesia de San G il: nobleza, pueblo y soldados se agolpaban alrededor del Prelado y del clero. Todos llevaban gruesos cirios en honor- del inocente niño mártir, y aclamaban ya a Do­ minguito como a santo e ínclito patrono de Zaragoza. Pero el alborozo de los pechos rompió en voces de fervoroso entusias­ mo cuando, repentinamente, ante el pueblo agrupado junto a la puerta de San Gil, reanimóse el cuerpecito del mártir, y, arrodillado encima de las angarillas, mostróse lleno de vida y con las manecitas juntas como si orase por los presentes. Milagro que presenció todo el pueblo. E n medio de férvidas aclamaciones y al son de suaves y acompasadas músicas, recorrió la procesión las calles de Zaragoza, a la que había en­ trado por el portal de Cineja abierto en la antigua muralla levantada por César Augusto. E n todas las iglesias se detenía el santo cuerpo como para honrarlas con su presencia, y todos corrían a contemplar de cerca las se­ ñales de los gloriosos tormentos del mártir. Llegaron finalmente a la Ca­ tedral. Las reliquias de Santo Dominguito fueron colocadas en un nicho preparado en la capilla dedicada al Espíritu Santo. Los fieles empezaron a venerarle y a encomendarse a él .en sus nece­ sidades, y el santo niño, desde el cielo, premió la fe y devoción de los za­ ragozanos con muchos y grandes milagros. Fue uno de ellos la conversión del propio secuestrador y verdugo Mossé Albayucet, el cual, luego de ha­ ber visto el triunfo y milagros de la inocente víctima, arrepintióse de su crimen, y pidió el bautismo. Llevó después vida cristiana y guardó pro­ fundo agradecimento a Santo Dominguito, que, no contento con haberle perdonado su horrendo delito, se vengaba de él tan noblemente endere­

    Z

    aragoza

    zando sus pasos por la senda que lleva al cielo. Las gracias obtenidas por su mediación fueron numerosísimas. Un concurso de fieles cada vez mayor, visitaba la tumba del mártir con extraordinaria devoción y m u­ chos hallaron allí el consuelo del alma junto con la curación de los males que afligían su cuerpo.

    CULTO DE SANTO DOM INGUITO

    poco tiempo de ser trasladado el cuerpo del mártir a la Catedral, el obispo, don Arnaldo de Peralta, mandó depositarlo en magnífica urna, en la que se grabó esta inscripción: «Aquí yace el bienaventurado niño Dominguito de Val, martirizado por odio a Cristo Señor Nuestro». El día 26 de septiembre de 1496 se verificó el traslado de las reliquias a la sacristía mayor de la catedral, donde permanecieron ocultas hasta principios del siglo xvii. El mes de abril del año 1600, don Diego de Espés, racionero y secre­ tario de la Seo, hombre muy versado en las antigüedades que contenía Z a­ ragoza, y muy devoto del santito mártir, trabajó para que el Capítulo saca­ se del olvido aquellos preciosos restos. Logró felizmente su intento, y a 21 de julio del mismo año, siendo arzobispo don Alfonso Gregorio, el Ca­ pítulo verificó con solemnidad la traslación de las reliquias desde la sa­ cristía mayor a la capilla del Espíritu Santo, donde antes estaban. A mediados del siglo xvi, tenían los fieles especialísima devoción a la cabeza de Santo Dominguito. Estaba encerrada en precioso relicario de plata dorada, que permitía ver la cabeza del mártir por un cristal. En días solemnes del año. solíase llevar dicha reliquia a las casas de los en­ fermos, y Santo Dominguito premiaba la devoción de aquellas gentes con favores señaladísimos que lo hicieron de más en más popular. Pero fue sobre todo desde mediados del siglo xvu cuando creció de manera portentosa la devoción al niño mártir. El año de 1671 se edificó un altar a Santo Dominguito en una de las capillas d; la Catedral de la Seo. El cuerpo, depositado en hermosa urna de alabastro, fue colocado encima del altar, hacia la mitad del muro, dentro de Jn hueco protegido por una reja de hierro con orlas doradas. Un ángel representado delante del sepulcro sostiene una bandera con la antedicha inscripción. El año de 1794. don Miguel Esteban del Val, abuelo de don Rafael Merry del Val, propagó la devoción a Santo Dominguito en Sevilla, donde llegó a ser muy popular. Trece años más tarde, en e. de 1807, Pío VII autorizó en Sevilla el rezo del Oficio del Santo con lecciones propias. No faltan auténticos testimonios de que esta devoción se propagó tam-

    A

    l

    bien en el Nuevo Mundo, y principalmente en Méjico. Al llegar a dicha ciudad don Jerónimo López de Arbisu a principios del siglo x v iii , hon­ rado por el rey con el título de maestrescuela de la catedral, halló en el coro de la misma una silla cuyo bajo relieve representaba el martirio del Santito. Los niños de coro de dicha basílica, llamados Colonitados, tenían en su colegio un oratorio cuyo altar estaba dedicado a Santo Dominguito de Val, a quien veneraban especialísimamente. Buena prueba de que esta devoción fue creciendo sin cesar en Zarago­ za es la antigua Cofradía establecida en honor suyo. Su fundación se remonta a la época misma del martirio de Dominguito. El rey don Jai­ me I de Aragón tuvo a honra ser inscrito en ella. Todas las clases sociales acudían a las piadosas juntas dé los cofrades. Los niños de coro de la Seo festejaban a su amadísimo patrono el día 31 de agosto con mucho fervor. E n nuestros días está muy lejos de disminuir el culto que Zaragoza tributa a Santo Dominguito *la fiesta, comprendida entre las de primera clase, celébrase con pompa no inferior a la de los pasados siglos. No hace aún mucho tiempo, mostrábase de la manera más conmove­ dora la devoción que profesan los habitantes de Zaragoza a nuestro Santo. Las madres, cuando, después que Dios les había concedido un hijo, salían por primera vez a misa, llevábanlo a la casa donde naciera el pequeño m ártir a fin de colocarlo bajo la protección del santo compatricio. Por toda España es actualmente popular el culto de Santo Dominguito, y contribuye a ello el que los niños de coro le hayan elegido por Patrón.

    SANTORAL Santos Ramón Nonato, mercedario; D om inguito de Val, m ártir; el santo conde Osorio Gutiérrez, confesor; Paulino, obispo de Tréveris. m ártir; Amado o A mato, obispo de Ñ usco, y Siró, de P adua; Aidano, obispo de Lindisfarne, y O ptato, de A uxerre; Cesidio, presbítero y compañeros, m ártires; Robustiano y M arcos, m ártires, en Tréveris, Teodoro, esposo de Santa Rufina v padre de San Marnés, mártir (véase 17 de agosto); Arístides, filósofo, apologista del cristianismo ante el em perador Adriano. Beatos Bonajunta, uno de los siete fundadores de los Servitas (véase 12 de febrero); Barto­ lomé M artín y Jerónim o C ontreras, m ínim os; Juan Micó, dominico. Santas Isabel, hermana de San Luis, rey de Francia; Rufina y Amia, madre y no­ driza respectivamente de San Mamés (véase 17 de agosto); Florentina, virgen y m ártir, venerada en una comarca de los A lpes; Eamvida. abadesa en Inglaterra.

    DIA

    1.9

    DE

    S A N

    SEPTIEM5RE

    GI L

    ANACORETA Y ABAD ( f 721?)

    E R IA S dificultades presenta el localizar ex actam en te la época en que vivió San Gil. A juicio de algunos hagiógrafos. vino al m undo en la prim era m itad del siglo V I. E n cam bio, son m ás los que, apo­ yándose en los térm inos con que se expresan sus A ctas — de las cua­ les afirm a Mabillón que tienen m uy poco de auténticas— y en el Com enta­ rio que acerca de las m ism as escribió el P . Stilting, creen haber sido este Santo contem poráneo de Carlos M artel, lo cual induce a creer que vivió San Gil por los siglos V II y V III. A ceptarem os esta cronología por parecem os m ás verídica. Gil o Egidio —que con am bos nombres se le conoce— vió la luz en A tenas, y afirm an sus m ás antiguos historiadores que descendía de linaje real. Se des­ conoce la provincia griega que, en tiem pos anteriores, gobernaran sus a n te ­ pasados, puesto que en los días del nacim iento de Gil estaba ya Grecia desde hacía varios siglos bajo el yugo rom ano. F ueron sus padres Teodoro y Pelagia, espejo de todas las virtudes cristianas p ara su hijo, al que educaron en la m ás sólida piedad. N uestro S anto estaba dotado de las m ás bellas cualidades de cuerpo y

    S

    alm a, fruto de la brillante educación que recibiera. Se llegó a atribuirle la fundación de uno de los centros de cu ltura m ás im portantes en O riente. Compuso Gil notables obras poéticas y de m edicina. Pero, ¡tantos hombres había ya visto A tenas em inentes en las ciencias hum anas y que, a pesar de ello, no lo eran en v irtu d !... Precisam ente iba a sobrepasar a todos ellos Gil, por el atractiv o especial que sentía hacia las cosas divinas. E ste su gran anhelo le im pulsó al estudio de la santidad de la perfección evangélica, a m editar con gran provecho la Sagrada E scritura y a progresar m ás y m ás cada día en la v irtu d. No tard ó m ucho en ser recom pensado por Dios con el don de milagros. F recu entab a Gil la iglesia. Cierto día se encontró con u n mendigo enferm o y medio desnudo, que im ploraba su piedad, esperando la apetecida lim osna. Com padecido nuestro generoso estu d ian te, le regaló su rica y herm osa tú ­ nica. Ponérsela el m endigo y hallarse perfectam ente sano, fué lo mismo. P or este m ilagro entendió Gil cuán agradable es a Dios la limosna; y cuando, por la m uerte de sus padres, acaecida pocos años después, fué dueño de rica herencia, apresuróse a rep artirla en tre los indigentes y reservó únicam ente p ara sí la pobreza vo luntaria, los padecim ientos y las humillaciones, a fin de seguir así m ás perfectam ente a Jesucristo. O tros dos m ilagros por él realizados llam aron poderosam ente la atención de sus com patriotas. H abiendo un a serpiente picado a cierto hom bre que veía por m om entos hincharse sus m iem bros por efecto de la m ortal ponzoña, oró por él San Gil y quedó el paciente repentinam ente curado. Cierto do­ mingo, un desgraciado poseso albo rotaba el tem plo con sus dolorosos ayes. Gil, que se hallaba entre los fieles, obligó al m aligno espíritu a salir de su víctim a. Desde entonces rodeó al nuevo exorcista una gran aureola de p ú ­ blica veneración. A piñábase a su paso la m uchedum bre, al tiem po que le presentab a los enfermos p ara que les devolviese la salud. P ro n to , en v ista de tales m anifestaciones, quedó Gil sobrecogido de espanto, y , como su h u ­ m ildad no le perm itiera seguir en aquel am biente de glorias y honores, huyó de A tenas en el prim er barco que salió con ru m b o a Occidente.

    SAN GIL Y

    SAN VEREDEMO

    O N FIAD O y seguro navegaba por el M editerráneo, surcado en otro tiem po por San P ablo y por los apóstoles de las Galias San Lázaro y sus com pañeros, cuando les sobrevino deshecha tem pestad que am e­ nazaba hundir el navio. No le asustaba a Gil la m uerte; pero, conmo ante los desesperados gritos de los pasajeros, elevó desde el fondo de su co­ razón una fervorosa plegaria, que al instante am ansó las encrespadas olas.

    C

    Arribó la em barcación felizm ente a M arsella, y el joven ateniense encam inó sus pasos a la ciudad de Arles. R e cib ió generosa h ospitalidad en casa de una noble m atrona llam ada T eó c rita. M ientras la ca ritativ a señora disponía la com ida, llegaron a los oídos de S a n Gil gemidos de enferm o, procedentes de una habitación interior. «¡Ah, se ñ o r —exclamó afligidísim a T eócrita— , es m i hija! H ace y a tres años que la ato rm en ta la fiebre y han sido inútiles los enorm es caudales que llevo g astad o s en médicos y m edicinas». Im posible le fué resistir el dolor d e la apenada m adre, que ta n bondadosa se m ostraba con él. Oró, pues, a D ios, y la enferm a recobró al m om ento la salud. E n cuanto al santo huésped» no quiso que T eócrita agradeciese el favor a nadie m ás que al Señor de q u ie n lo había recibido, y fuése a sepul­ ta r en los profundos desfiladeros del to rre n te G ardón, trib u ta rio del río G ard. ¿Ignoraba Gil, acaso, que aq u e llo s solitarios lugares h ab ían y a sido ho­ llados por uno de sus com patriotas? Si así era, no cabe d u d a que debió sor­ prenderle agradablem ente la in e sp e ra d a presencia de o tro erm itaño , San Veredem o, fu turo obispo de Aviñón. V eredem o, de nacionalidad griega ta m ­ bién, m oraba en u n a caverna que d o m in a b a la m argen izquierda del G ar­ dón, cercano a Collías. P o r m uy feliz se tu v o el fu gitiv'o ateniense al poder colocarse bajo la sabia dirección de V eredem o, cuya e m in e n te san tidad se m anifestó a las p ri­ meras palabras que entre am bos se c ru z a ro n . Con tal m aestro, ascendió Gil rá p id a m e n te por el cam ino de la oración y unión con Dios. Sin em bargo, de los fu g ares circunvecinos afluían a la g ru ta, de cuando en cuando, caravanas de aldeanos en busca del consejo y ayuda espiritual de los dos santos e rm ita ñ o s , así como tam b ién de la curación y alivio en sus dolencias corporales. P o c a s veces veía esta pobre gente falli­ das sus esperanzas. Los frecuentes nnilagros con que Dios recom pensaba las fervorosas oraciones de sus siervos e r ^ n atrib u id as p o r S an Gil a la santidad de su m aestro. T al sucedió con o c a sió n de un a gran sequía que asolaba los cam pos, y que fué vencida gracias a- sus oraciones. A causa de tales p ortentos, su p ro fu n d a hum ildad se veía rodeada de los mismos peligros que hab ía in te n ta d o e v ita r con su hu id a de A tenas. Cierto día que se hallaba solo en la g ru ta 3 e fué presentado u n enferm o. A pesar de las protestas y explicaciones de *Gil para disuadir a los que le presen­ tab an al doliente, excusándose con s u s enorm es pecados y recomendándoles que volviesen en ocasión d e que V e re d e m o estuviese en la caverna, no acce­ dieron a sus ruegos, al contrario , raianifestáronle su determ inación de no volverse a sus hogares sin h ab e r logreado la curación del paciente. Cediendo, pues, Gil a sus insistentesi súplicas, orró a Dios desde el fondo de su corazón para que se dignase recom pensar la f-e de aquellos fervorosos labriegos: R ea­ lizóse el m ilagro, pero él, sin ‘vacilar un m om ento, se despidió de su queri­

    dísimo m aestro en cuanto éste hubo regresado, y sin d ar a nadie la menor idea del lugar que escogía por nuevo retiro, alejóse en dirección del R ódano, a unos 40 kilóm etros del lugar donde tenía su residencia San veredemu, y fijó la propia en una hondonada, cercada de m atorrales y próxim a a dicho río, conocida con el nom bre de «Valle Flaviano».

    EN

    EL VALLE FLAVIANO

    A BÍA Gil iniciado su form ación religiosa con San Veredemo, director espiritual que la D ivina Providencia le d ep arara. T erm inada esta es­ pecie de noviciado, estab a y a en disposición de seguir con paso seguro y fírme el cam ino de la san tid ad , y con fuerza suficiente p ara guardarse de las astucias y redes que el dem onio le pudiese tender. Llegado al Valle F laviano, descubrió en él o tra cueva y , a pocos pasos, una fuentecilla. Dió efusivas gracias a Dios por ta n precioso hallazgo e instaló su nueva m orada con m ayor alegría que si estuviese en lujosísimo palacio. Y a desprendido de todo lo terreno y entregado por com pleto a Dios, principió su vida de sostenido fervor y extraordinaria austeridad. Días y no­ ches transcurrían veloces e inadvertidos p ara Gil, sum ido siempre en ín ti­ mos coloquios con su H acedor o abstraído en la contem plación de las verda­ des eternas. Con sus frecuentes éxtasis parecía vivir m ás en el cielo que en el áspero valle que h ab ía elegido por m orada. T an espantosas fueron su» penitencias que siglos m ás ta rd e se h a creído encon trar en sus huesos inde­ lebles huellas de ta n ta aspereza. Todos los días eran p ara él d e riguroso ayuno. L a tibia leche de una m ansa cierva enviada por la D ivina Providen­ cia, ju n to con el agua de la fuentecilla, constituían todo su alim ento. Tres años pasó en este género de vida el fervoroso an acoreta, ignorado del m undo, siendo causa de bendición p ara los hom bres, sobre los que Dios derram aba ab un d antes gracias por intercesión de su siervo. E n este tiem po — escribe Julio K erval, en su Vida de San Gil— estable­ cidos los visigodos en E spaña, eran dueños de u n a p a rte del territorio m eri­ dional de las Galias. E sta b an regidos por W am ba, rey que se gloriaba de contar entre sus antepasados al em perador Vespasiano, del que sin duda tom ó el sobrenom bre de F lavio. E n 673 el conde H alderico, gobernador de N im es, se rebeló contra él y expulsó de su diócesis al obispo Aregio que había perm anecido fiel al soberano. F lavio W am ba, enterado de lo acaecido, se dirigió a la ciudad, la sitió y la obligó a rendirse. Perm aneció unos días m ás en la com arca h asta dejarla com pletam ente apaciguada. E n aquellos días organizó un a cacería y , acom pañado de su com itiva, se internó en el bosque. L a jau ría descubrió y persiguió a la cierva que alim entaba a San

    H

    AN (iil tom a por m aestro de espiritualidad al solitario Veredek j uto, n ru'ti° de nación. E n su g ru ta , que a u n subsiste co n las l>f\ i rut es grabadas en la roca qu e recuerdan el m isterio de la Sa nll\w u t

    T rinidad, nuestro S a n to alcanza m u y elevados grados de p ied ad y de u n ió n con D ios.

    Gil, h a sta que, ex ten u ad a aquélla po r la fatig a y a p un to de caer en poder de los cazadores, llegó cerca de la g ru ta como im plorando la protección del S anto con sus angustiosos gemidos. San Gil salió de la cueva y oyó clara­ m ente los ladridos de los perros y el griterío de los cazadores. Conmovióse por el dolor su corazón a n te el peligro en que veía al inocente anim al. Alzó al cielo los ojos bañados en lágrim as suplicando a Dios que le conservase la vida. N o cesaba, sin em bargo, el ladrido y avance de los perros h acia la g ru ta. U n cazador disparó el arco a trav és de las m alezas con el fin de obli­ gar a la cierva a salir d e su escondrijo y la flecha fué a enclavarse en la m ano de San Gil. Apoderóse al m ism o tiem po del rey u n secreto terro r que, ju n to con el m iedo a la noche que estab a encim a, le obligó a retirarse y desistir de su em presa. A com pañado p o r el obispo de N im es volvió al día siguiente m uy de m a­ ñana y ordenó desbrozar la e n tra d a de la caverna. A sus ojos apareció en ­ tonces el S anto cubierto de sangre y la cierva guarecida a su lado. L a aureo­ la de santidad que rodeaba al siervo de Dios y su m ajestad y dulzura obliga­ ron al rey a postrarse de hinojos y pedirle perdón. In te n tó , al mismo tiem po, re sta ñ a r' la sangre de la herida; m as el Santo, recordando las palabras de San Pablo: «En los sufrim ientos se perfecciona la v irtu d » , no consintió en ello; antes bien, suplicó a Dios que jam ás le sanase de aquella herida, sino que le probase con m ayores dolores. E sta encantadora escena, im pregnada de inefable poesía, quedó en tre nuestros m ayores com o el m ás popular epi­ sodio de la vida de San Gil. E n él vieron u n símbolo de la beneficencia que la Iglesia h a ejercido y ejerce en la incesante defensa del débil co n tra el fuerte y del inocente co ntra el opresor.

    LA ABADÍA. — ESTANCIA E N

    A

    ESPAÑA

    SPIR A B A el hum ilde anacoreta a te rm in ar su carrera en aquella ap a­ cible y callada soledad, desconocido de los hom bres, por lo cual fué p ara él enorm e contratiem po que le produjo vivísim o dolor el verse de este modo descubierto; pero se resignó en teram en te con la v o lu n tad div A provechando el rey de su co rta estancia en aquella región, v isitab a frecu tem ente al siervo de Dios, cuya santidad le tenía ta n adm irado y cuyas con­ versaciones eran de grandísim o provecho p ara su alm a. A m enudo le ofrecía los m ás variados regalos, que nunca logró fuesen aceptados por el Santo. E n cierta ocasión, como el príncipe insistía con el m ayor em peño p ara que los aceptase, le replicó San Gil: «Si deseáis, señor, dem ostrar vu estra generosi­ dad con alguna buena obra, fu n dad u n m onasterio y traed a él fervorosísi­ mos religiosos que día y noche sirvan a Dios y nieguen por vos al m ism o

    tiem po». Muy com placido por la p ropuesta, respondió W am ba: «Lo haré a condición de que seáis el prim er superior de la abadía y director espiritual de cuantos vengan a consagrarse en ella a Dios». T al respuesta fué desconcer­ ta n te para el Santo, que ta l vez estab a en aquel m om ento planeando el bus­ car nuevo retiro; m as, an te la insistente súplica del rey , no tu v o m ás r e ­ medio que acep tar, tem eroso p o r o tra p arte de im pedir con su obstinada negativa o bra ta n provechosa p a ra la gloria de Dios y salvación de las iilmus. A ceptó, pues, la propuesta. Gozoso W am ba, ordenó la inm ediata construcción de dos iglesias, cuya Hit nación y dimensiones le fueron indicadas por el erm itaño. Dedicóse la prim era a San P edro y a los santos A póstoles, y la segunda fué erigida en honor de San P riv ado , obispo y m á rtir. Construyóse ésta ju n to a la g ru ta, única celda que quiso ad m itir el Santo, y erigióse la abadía cabe la iglesia de San Pedro. A ntes de volver a E spaña, el rey W am ba dotó a la abadía de cuantiosas sum as p ara su construcción, y de gran extensión de terreno en un radio de 15 m illas que abarcaba todo el Valle F laviano. U n sinnúm ero de discípulos, deseosos de entregarse a Dios p o r com pleto, poblaron en poco tiem po el m onasterio. San Gil, ordenado de sacerdote y puesto a la cabeza de ta n num erosa fam ilia religiosa, dirigía a sus hijos con celosa y p aternal vigilancia, firm eza y am abilidad incom parable, sin que nadie le aventajase en la oración, ayunos y vigilias. P ara afianzar y consolidar cuanto fuese posible la obra, quiso ponerla Imjo la protección del Suino Pontífice; con ta l m otivo se dirigió en pere­ grinación a R om a, postróse de hinojos ante los sepulcros de San P edro y San l ’ablo p ara venerar las reliquias de los m ártires, y se presentó a S an Bene­ dicto II, quien le acogió con p aternal bondad. E xpidió éste un a Bula con fecha del 26 de abril de 685, por la que ponía bajo la in m ed iata dependencia de la S anta Sede el M onasterio del Valle F laviano, San Gil regresó a su nliadía colm ado de bendiciones y regalos. Se dice que poco después de este viaje estuvo Gil en E spaña. E xiste en C ataluña una antiquísim a tradición que parece confirm arlo así. A cslar con lo afirm ado por dicha tradición, debió de ser poco años después ■Ir su viaje a R om a. AI ver perfectam ente consolidada la abadía del Valle I l iviano, sintió de nuevo irresistibles ansias de soledad que le im pulsaron a Imsciirla fuera de las G alias. E n los m ontes de N uria, térm ino d e la villa de Curalps y en los confines de la diócesis de U rgel, existe nn« pro fu nd a g ru ta. A testigua un antiquísim o m anuscrito que San Gil pasó p a rte de su vida i*n los citados m ontes, donde esculpió u n a e statu a de la V irgen que hoy allí «o venera, y que al m archarse escondiera en un a caverna, donde fué milaMninimente descubierta en 1079. Más ta rd e regresó a F ran cia, debido, según »< m -c, a las persecuciones m ovidas por W itiza contra los católicos. I

    V

    CON CARLOS MARTEL. — ÜLTIMOS DÍAS DEL SANTO ONQUISTADA la m ayor p a rte de E sp añ a, pasaron los m usulm anes en 719 los Pirineos y apoderáronse del sur de F ran cia. San Gil halló refugio ju n to a Carlos M artel, d uqu e de A ustrasia. Con alegría in­ m ensa fué recibido por Carlos, que y a en distin tas ocasiones había oído encom iásticas alabanzas de sus virtudes. C uentan las crónicas que era el duque de A ustrasia valiente y activo, pero que m uy a m enudo se dejaba do­ m inar p o r sus pasiones. E n cierta ocasión había pecado gravem ente y n i si­ quiera a San Gil se atrevió a confesar su culpa; no ob stan te, recom endaba al S anto que en todas sus oraciones le tuviese presente. Cierto día, d u ran te la Misa y m ientras San Gil oraba por el duque, recibió de un ángel un papel en el que estaba escrito el pecado de Carlos ju n to con el perdón prom etido a su arrepentim iento. A cabada la Misa, enseñóle el siervo de Dios el papel. A su v ista cayó anonadado Carlos y confesó con dolor el pecado, del que fué absuelto. E n m em oria de este m ilagro se invoca a San Gil an tes de la con­ fesión co n tra la vergüenza que induce a callar algún pecado. P o r fin, en 721, después de la d errota de los sarracenos ju n to a las m u ­ rallas de Tolosa de F ran cia por el duque Elides de A q u itan ia, logró Gil, ay u ­ dado por sus religiosos, reconstruir el m onasterio del Valle F laviano p ara rean u d ar sus ejercicios piadosos en com unidad. E n él acabó su peregrina­ ción terrenal. T enía a la sazón ochenta y cu atro años.

    C

    SU

    L

    C U L T O .— LA

    ABADÍA

    Y

    LA

    CIUDAD

    AS nuevas invasiones m usulm anas n« im pidieron la afluencia al Valle Flaviano de gran núm ero de m onjts. Los num erosos m ilagros o bra­ dos en el sepulcro del S anto extendieron su culto por todo el Occi­ dente. L a ciudad, en ruinas desde hacía nuchos años, fué surgiendo de sus escombros en derredor de la ab ad ía y conrirtióse, debido a la ciencia de los m onjes, en asiento de u na célebre escuela le la E d ad Media. P a ra h o n rar al S anto acudíase en rom ería de todos los p u ito s de la cristian d ad , en ta l form a que, la ciudad de San Gil, después d e un continuo crecim iento d u ra n te los siglos X I, X I I y X II I , llegó a con tar m ás de cien m il alm as, según se cree. E n 1095 el B eato U rbano I I , p a p a , llegó a F ran cia con ob jeto d e prom over las Cruzadas y se detuvo en San Gil, dom e consagró el a lta r m ayo r de una m agnífica c rip ta sobre la cual, al poco ti*mpo, se erigió un a herm osa basí* lica de estilo rom ánico-bizantino.

    H abiendo enferm ado, una vez conquistada Nioea (1096), R aim undo IV, conde de Tolosa y uno de los m ás valerosos caudillos de la prim era Cruzadu — que por devoción al Santo había tom ado su nom bre, llam ándose R ai­ m undo de San Gil— , agravóse su m al de un m odo alarm ante y cundió rápidam en te el desaliento por entre las filas. De im proviso se presentó un cubullcro sajón en la tienda del enferm o y le dijo: «Vuestro patró n San Gil se me apareció a dos jom ad as de aquí: P reséntate — m e dijo— a mi siervo R ai­ mundo de San Gil, y dile de m i p arte que no pierda ánim os, pues no morirá ilc esta enferm edad. Dios m e ha concedido esta gracia y seguiré protegién­ dolo). La enferm edad, sin em bargo, seguía em peorando sin esperanza de riirnción. y G uillermo, obispo de O range, que le había dado la E x trem a­ unción. comenzó las oraciones de recom endación del alm a ju n tam en te con Ailcmaro, obispo de P u y y legado de la S an ta Sede; pero Dios sólo h abía llevado a ta l extrem o la gravedad de R aim undo p ara que brillase m ás su |Hidi-r, ul devolverle de repen te la salud. I'.tpuñn, F rancia, Bélgica, Ing laterra, Escocia y Polonia edificaron en la l'.dailos así del inm inente peligro que los am enazaba. sim lebardo, conde de Toul, sentía atroces dolores en una m a n o y los ni* «líeos no hallaban o tra solución al m al que acudir a la a m p u ta c ió n del ......... A nte la triste perspectiva, el conde invocó co nfiadam ente al santo i'.if u n i ó de la ciudad, y su m ano, aunque ya casi com pletam ente se c a , quedói. • o .il si nunca la tuviera enferm a.

    Más prodigios pudiéram os referir, pues están escritos en los anales de la abadía; pero b astan los transcritos para poner de m anifiesto el valim iento que el obispo misionero goza an te Dios. Los numerosísimos devotos que aun tiene hoy en día, son, por o tra p arte, testim onio elocuentísim o de su gran poder.

    TRASLADO D E

    E

    LAS RELIQUIAS

    L prim er traslado de las sagradas reliquias lo verificó P ibón, obispo de Toul, el 14 de junio de 1104, con la asistencia del duque de Lorena. Se tran sp o rtaro n a un «prado» llam ado aú n «de San M ansueto»; allí se celebraban antiguam ente las ferias anuales de San Clodoaldo en ab y de San M ansueto en septiem bre; luego, devuelto el precioso relicario a iglesia, fué colocado en sitio digno. E n 1441, siendo obispo de Toul Luis de H aracou rt, por iniciativa de su sufragáneo E nrique de V aucouleurs, se verificó una nueva traslación de las reliquias. E n 1500 fueron «reconocidas» por H ugo de los H azards, quieu separó la cabeza del resto del cuerpo p ara depositarla en un precioso bustorelicario de p lata. D icho busto fué transferido en 1629 a la catedral de Toul y puesto en sitio preferente. Paréennos oportuno recordar aquí la fam osa procesión llam ada «del Go­ bernador»; el día de la Ascensión, los restos del S anto eran llevados proce­ sionalm ente por los Benedictinos — de acuerdo con los m agistrados— por las calles de la ciudad. M ientras duraba la cerem onia, una de estas autoridades quedaba en rehenes en el monasterio. E l cuerpo del santo obispo se guardó en su relicario, en la abadía, e x tra­ m uros de la ciudad, h asta la Revolución francesa. Suprim ido el m onasterio, el obispo constitucional de la M eurthe, llam ado L alan d a, transfirió, el 6 de agosto de 1792, todas las reliquiar de San M ansueto a la catedral de Toul. Muchas se perdieron o fueron destruidas en esta nefanda época; otras se dispersaron por varias iglesias de la diócesis donde se las venera aún en el día de hoy, com o, por ejem plo, en el tesoro de la basílica de San Nicolás de Puerto, reliquias procedentes de la abadía de Bouxieres de las D am as. E n la catedral de T oul y en el prim er a lta r que se encuentra en tran do a m ano derecha, se conserva con horor la cabeza de San M ansueto, encerrada en precioso relicario, ju n to a las rdiquias de San Gerardo y S an ta A pronia, herm ana del obispo San A pro. Y a hem os dicho que la se p u lu ra del obispo con su magnífica lápida efigiada existe en los vestigios d e la im p o rtan te abadía de San M ansueto.

    CULTO DE SAN MANSUETO

    L

    OS lencos — la gens óptim a de Julio César— , con Toul como principal ciudad, tenían por vecinos a los verodunenses y a los m ediomatrices que dieron su nom bre a V erdún y Metz, respectivam ente. Las diócesis «Ir Toul, Metz y V erdún, fundadas por los santos M ansueto, Clemente y Smitino, fueron reconocidas en la H istoria con el nom bre de «los Tres Obis­ pados». Incorporadas a la corona de F rancia por E nrique II (1552), dejaron m antos de la belleza, de modo que el m undo presagiaba p ara e lla el más ludíante porvenir. P ero el m undo ignoraba que aquella flor ta n fre sca , ta n

    lozana, ta n herm osa, la tenía Dios reservada p ara Sí; no sabía que Jesús la había regado con la lluvia copiosa de sus gracias y que la Virgen velaba para que sus pétalos purísim os no sufriesen menoscabo ni aun por la m irada de aquel m undo que no m erecía poseerla. U na noche se le apareció la R eina del cielo p ara m andarle que huyese de la casa p atern a.

    H U Y E A LA SOLEDAD O RTA , pero adm irable vida, llena de encantos y dulzuras difíciles de com prender p ara la m ayor p arte de los hom bres, au n de los cristianos. Y a declaró el Señor que «no todos pueden com prenderla». L a tierna doncella da de m ano a todas las esperanzas, triun fa sobr sentim ientos de la naturaleza po r la docilidad a la gracia, y abandona decidida su hogar para seguir la voz divina que ha resonado en su alm a. A la p u erta del palacio de su padre están los mensajeros de la R eina del cielo: son dos ángeles; arrogante caballero el uno, con reluciente espada al cinto; hum ilde peregrino el otro, con báculo, conchas y calabaza. Precédele el prim ero y cam ina tra s ella el segundo, am parados en aquella m isteriosa h u id a por las som bras de la noche. Así, g u ard ada por los celestiales guías, atrav iesa R osalía las silenciosas calles de Palerm o; sin otro bagaje que sus instrum entos de penitencia, el crucifijo y algunos libros, sale de la ciudad sin el m enor percance, se enca­ m in a a la sierra de Q uisquina, distante algunas leguas de P alerm o, y allí se sepulta en u n a gru ta ignorada, escondida bajo las nieves que casi de continuo cubren la cim a de la m ontaña. Allí no tiene la delicada virgen otras relaciones que las del cielo, n i otro alim ento que el de las raíces que recoge en las cercanías de su retiro. Vive en fam iliar com unicación con los ángeles y en continua orac.ón y unión con Dios, anticipándose ya a la eterna ocupación de la bienaventuranza. Los trab ajo s m anuales que le im ponía la necesidad de rem ediar su desnudez y atend er a su subsistencia, y el grab ar en la roca la inscripciót que to d av ía se lee, fueron sus d istrac­ ciones en aquella vida de ángel. L a inscripción dice así: Ego Rosalía, Sinibaldi Q uisquine et Rosarum D om ini filia, amore Dotnini m ei Jesu Christi ini (in ) hoc antro lac habitare decrevi. — Yo, R osalía, hija de Sinibaldo, señor de Q uisquina y de Rosa, por el am or de m i Señor Jesu ­ cristo, he resuelto h a b ita r esta caverna. Vense tam bién en la cueva, ura concavidad que labró para recoger el agua que se filtraba por las paredes de la g ru ta, u n altarcito y un trozo de m árm ol que le servía de lecho, j n asiento tallado en la roca y un a viña que, según la tradición, p la n tara la virgen solitaria.

    C

    lu lr e ta n to , buscábanla sus afligidos fam iliares por toda Sicilia; la voz »n alma de consuelos ta n to m ayores cuan to m ás dolorosas fueran las anterion s pruebas. U na alegría celestial in vade to d o su se r y, arreb atad a en éxtasis, »r nna cruz de enormes dim ensiones que desde la tierra llegaba al cielo, y Mtlire ella al E sp íritu S anto, en figura de palom a blanquísim a, que le pro­ metía en breve plazo la corona eterna. Y para que no dud ara la S an ta ni un m o m en to de la realidad de los he• l í o s , el Señor curó in stan tán eam en te to das sus llagas y le infundió ta l fort ' i l e / a y ánim o en el espíritu, que ardía en deseos de que despuntara la aurora I iiuevo día para volver a em pezar la cru e n ta lucha y beber hasta las últim,r gotas el cáliz de sufrim ientos que sus verdugos le reservaban.

    EL ÜLTIMO INTERROGATORIO E N ID A la m añana, m an d a O librio que com parezca la prisionera y queda m udo de asom bro y de e stu p o r el verla sana y sin señal al­ guna de las heridas que le ocasionaran los tom entos a que fué some.............teriorm ente. A nte hecho sem ejante que no sabía cómo explicarse, sien­ ta tililirio encenderse la llam a de su pasión por la doncella cristiana, y con ti'!"-, ternísimas conjúrale de nuevo a que ofrezca un sacrificio a los ídolos y m *pie consienta en desposarse con él. Mas la casta virgen rehúsa digna y vaMi uit mente en tram bas proposiciones que oye con desdén, con lo cual el am or

    V

    del prefecto, una vez más decepcionado, cede de nuevo su lugar al odio y a la crueldad. — Desprecio tus falaces promesas — decíale la santa joven— ; alardeas y muestras celo por el honor de tus falsas divinidades, pero no es todo ello más que una máscara con que encubres tus criminales deseos. Ten por seguro que, pese a tus amenazas, a los tormentos y a la misma muerte, permaneceré fiel a mi Dios hasta el postrer segundo. L a noble y sincera entereza de semejante lenguaje puso al tirano fuera de sí de cólera y rabia. Nuevamente tendida la santa doncella en el caballete, manda el cruel verdugo que le sean aplicadas antorchas encendidas a ambos costados del cuerpo hasta producirle horribles quemaduras. L a Santa soportó tan bárbaro suplicio con ánimo tranquilo y su rostro se iluminó pronto con la alegría que colmaba su alma. A l percatarse Olibrio de la augusta serenidad de su víctim a, ideó otro tor­ mento para ver de turbarla. A I efecto, ordenó que la metiesen en un baño de agua helada, para que la brusca transición de temperatura causase mayores sufrimientos en aquellos torturados miembros. ¡Vana esperanza!, pues la santa mártir no perdió su celeste sonrisa ni se turbó en lo más mínimo. A mayor abundamiento, el cuerpo virginal flotaba mansamente sobre el agua y la Santa entonaba al Señor sus cánticos de alabanza: «E l Señor — decía— ha mostrado su poderío, el Señor ha manifestado su gloria. ¡Oh Señor y Dueño mío, Jesús, que tantas veces me preservaste de la muerte, bendito seas por los siglos de los siglos!» Era inútil toda porfía. Cuanto más se encarnizaba el tirano con su presa, tanto más resaltaban la fortaleza invencible de la mártir y la vergonzosa derrota del sanguinario verdugo. Porque cada nuevo suplicio parecía infun­ dir ánimos nuevos en la santa doncella.

    SU MUERTE O M P R E N D IÓ , a la postre, Olibrio, que no podía forjarse ilusiones ni podría conseguir nada de un alma de semejante temple, y quiso aca­ bar ya de una vez, por no exponerse a nuevos fracasos y a más humi­ llantes derrotas. En consecuencia, dictó sentencia por la que condenaba a la valerosa virgen a ser decapitada, aunque le concedía una hora de tregua para que se preparase a recibir el golpe fatal. Trasladóse el pueblo en masa al lugar señalado para la ejecución, situado a extramuros de Alesia. En cuanto llegó allí la Santa, pidió y obtuvo permiso para dirigir unas frases a los espectadores. Verificólo con tal gracia y majes­ tad, a la par que con tanta suavidad y valentía, que muy pronto se apoderó

    C

    ■Ir Iiih corazones la emoción mas v iv a y todos los ojos se arrasaron en lágri. . l odos admiraban la tranquilidad de ánimo que irradiaba de su rostro y • I Milor de aquella noble e ilustre patricia que enfrentaba la muerte con el li< loísmo de un veterano guerrero. Volvió luego el bello y amable rostro a los cristianos allí presentes, que li'iluim querido acompañar y ser testigos del triunfo de su santa hermana, y ■oi'.olcs, con ahinco y en términos del más v iv o afecto y de la m ayor humil•Ini. que se dignasen ofrecer a Dios sus oraciones y lágrimas, para que ella i mitI ¡era alcanzar de la misericordia divina el perdón de los pecados. ¡Sublime .......ildail de un almu que iba a comparecer ante el Supremo Juez revestida r o n el ropaje precioso de la inocencia bautismal! Exhortólos, además, a de!■ mlrr con toda firmeza, aun arriesgando la vida, el honor de la única religión i ■nladera, la religión de Jesucristo. Inclinó luego su cabeza y presentó el cuello al verdugo. Era el 7 de sepHi inlirc del año 251. I'.n el mismo instante los conmovidos espectadores vieron su alma bellí• iniii ascender al cielo, acompañada de ángeles. Kccogieron los cristianos de Alesia los restos venerandos de su santa con>iiiiludanu y los sepultaron con todo respeto al pie de la montaña contigua a l.i población. Más tarde, los sagrados restos fueron trasladados al monasterio >l< riavign y, donde quedaron definitivam ente. Dios ilustró la tumba de la tilín ¡osa mártir obrando por su intercesión un sinnúmero de portentos. I .i diócesis de Autún, donde vió la luz primera Santa Reina, le tributa • ••1(0 cspecialísimo, y en toda la Borgoña es tenida en gran veneración. En i ipiiiiii tiene también muchos devotos. Los falsos cronicones colocaron errói»i límente en nuestra patria el lugar de su glorioso martirio.

    SANTORAL l'.vorcio, obispo de Orleáns, y Esteban, de Die, en Fran cia; Juan de Lodi, obispo de Gubbio, y Pánfilo, de C a p u a ; Alemondo y Gilberto, obispos de llrxam , en Inglaterra; Vivencio y Augustal, obispos y confesores; Eunán, ol>ispo de Raphoe, en Irla n d a ; Eustaquio, a b a d ; Clodoaldo, presbítero y i onfesor; Juan y Anastasio, mártires] Eusiquio, mártir en Cesarea de Capailmia, cuando im peraba Adriano Nem orio, diácono, y compañeros, m arIm/.ados por Á tila ; Sozonte, mártir en Cilicia bajo Galeno. Beatos Mateo, olaspo.de Agrigento; esteban Pongracz y Melchor Grodecz, jesuítas, y M ari " Crisino, mártires en Casovia de Eslovaquia. Santas Reina o Regina y • •riiimna, vírgenes y m ártires; Medelberta — sobrina de Santa Aldegunda— , iili.iilrsa. Traslación a Oviedo de las reliquias de Santa E ulalia de Mérida, • n tiempo del rey Silo.

    DÍA

    8

    DE

    SAN M A R T IR

    SEPTIEMBRE

    ADRIAN DE

    NICOM EDIA

    ( f 306?)

    L

    AS Actas del martirio de San Adrián están escritas en griego. De ellas se hicieron varias versiones; una se intitula: A cta s de S a n A d riá n y com pañeros; otra, M artirio de los santos mártires A d riá n y N a ­ talia, la tercera, mucho más compendiada: D e l santo m ártir A d riá n ,

    >!• Natalia y com pañeros.

    I' r¡i por los años de 306; la cruel persecución decretada por Diocleciano mui rn los discípulos de Jesús empezaba ya a extinguirse, cuando su impío •ni i-Mir Maximiano Galerio volvió a avivarla en toda el Asia. I ii ciudad de Nicomedia de Bitinia estaba más expuesta que ninguna otra •i lu Irrocidad del cruel tirano, porque en ella residía ordinariamente. L o s emi«.ii Ion del emperador solían recorrer los barrios y casas de la ciudad, obligalniii ii los habitantes a participar en los sacrificios idolátricos .y detenían a i'iiii nrs a ello se negaban. Prom etían grandes premios a cuantos denunciasen h iilijnn cristiano y, en cambio, proferían severísimas amenazas contra quienes ln« nriilliiscn; así que, empujados de una parte por temor de los suplicios i ili «.Ini, por la codicia de los premios, los paganos delataban aún a sus iiiixiniiH ilrudos y vecinos que seguían la religión cristiana.

    Del mismo modo, solían perseguir a los cristianos de los alrededores de la ciudad. Cierto día fueron denunciados veintitrés que se liabían juntado en una cueva para cantar salmos. Pronto llegó una compañía de soldados a de­ tenerlos; cercaron la cueva, apresaron a aquellos inocentes adoradores del verdadero Dios y lleváronlos maniatados delante del emperador. Maximiano Galerio les hizo padecer cruelísimos tormentos; finalmente, no pudiendo vencer su constancia, mandó que, cargados de cadenas, los echasen a todos en lóbrega cárcel entre tanto llegaba la hora de hacerles morir en su­ plicios atrocísimos que llenasen de espanto a los demás cristianos.

    ADRIAN AMBICIONA LA GLORIA DEL MARTIRIO N T R E los testigos de los tormentos de aquellos mártires se hallaba Adrián, mozo de veintiocho años, caballero principal y ministro del emperador. Conmovido Adrián a la vista de la constancia y fortaleza de los cristianos, no pudo por menos de dirigirse a ellos. — Os conjuro, hermanos, en nombre de vuestro Dios — exclamó— , que me digáis la verdad. ¿Qué gloria y premio esperáis en pago de los crueles tormentos que sufrís ahora? Los Santos le respondieron: — Declarárnoste sinceramente que los labios no aciertan a expresar, ni el entendimiento a comprender la magnífica recompensa que esperamos recibir

    E

    en el cielo. Siguieron hablando buen rato, y , al fin, transformado por la gracia, dijo Adrián a los soldados: — Poned mi nombre en la lista de estos santos varones, que yo también soy cristiano. Pronto llevaron los soldados aquella lista al emperador, el cual, al ver en ella el nombre de Adrián, se imaginó que dicho oficial deseaba alegar algún testimonio contra los mártires, por lo que dió esta orden: — Escríbase inmediatamente la acusación presentada por Adrián. Pero, habiéndole notificado el escribano que el oficial había abrazado el cristianismo, enfurecióse el tirano y , dirigiéndose al neófito, exclamó: — Pídem e pronto perdón; declara que dijiste aquellas palabras sin caer en la cuenta de lo que decías, y borraré tu nombre de la lista de los condenados. Adrián le respondió: — Sólo a mi Dios pediré y o de hoy en adelante perdón de los extravíos de mi pasada vida y de los pecados que cometí. A l oír estas palabras, Galerio mandó que le cargasen de hierros y le echa­ sen a la cárcel.

    A N

    A DRI ÁN

    83

    LA ESPOSA DE UN

    MÁRTIR

    N T R E T A N T O , un criado de Adrián corrió a dar noticia de lo sucedido ii Natalia, esposa del ministro imperial.

    E

    — Adrián, mi señor — le dijo— , acaba de ser detenido y encarcelado. I i tiintóse N atalia y rasgó sus vestidos, afligidísima con aquella noticia. -¿Qué delito ha cometido? — preguntó. Yo he visto atormentar cruelmente a algunos hombres por causa del niiiiilirc de aquel que llaman Cristo — respondió el criado— ; negábanse a sa.1 lin ar a los dioses; entonces mi señor dijo: « Y o también moriré de buena i! i i i i i i con ellos». I lenóse de gozo Natalia al oírle estas palabras; había ella nacido de padres instituios, y hasta entonces no se había atrevido a confesar públicamente la (• . a causa de la violenta persecución. Mudó sus vestidos, corrió a la cárcel, echóse a los pies de su marido, besó . «in jubilo los grillos y cadenas, y con santas palabras le alentó a mostrarse • ‘.Inr/iido en la pelea. Adrián le prometió ser fiel a Jesucristo con la gracia de Dios, a pesar de •tullís los tormentos, y añadió: Amada esposa mía, vuélvete a casa, pues se acerca ya la noche. Y o te "tiiiiiv al tiempo que nos hayan de atormentar, para que te halles presente x mi martirio. Antes de salir de la cárcel, echóse N atalia a los pies de los veintitrés com...... ros de Adrián, y con entrañable devoción besó sus cadenas. Mostrándo­ la < l u e g o a su marido, les dijo: s suplico, hermanos, que animéis y esforcéis a esta oveja de Cristo. I‘unidos algunos días, entendiendo Adrián que iba ya a ser llamado ante • I |u i iniiiius, hacía ir a su celda, cuando era posible, a las Hermanas achacosas o i uterinas para cuidarlas con m ayor esmero y poder tener con ellas todo it> m ro de bondades. I . o k seis años últimos de su vida v iv ió como simple religiosa — tal era l.i Kcgla de la Orden— . L a priora que la sustituyó no le tuvo siempre las •ii lit fundadora debía ser la señal de una extensión todavía más rápida. I ll.i, por su parte, deseaba esta muerte con ardor. Habiéndole revelado Nmutro Señor que no moriría hasta ver llegar a cuarenta el número de ••IIi{Ionus de su casa, límite fijado por las Constituciones, anunció claraiu. ule nii muerte cuando se admitió a la cuadragésima postulante. I11 3 de diciembre de 1617, día para ella muy señalado por su devoción * Nmi Francisco Javier, comulgó por última vez estando levantada. A l volver .i mi aposento, tuvo un violento acceso de fiebre con un gran dolor de ■■••luilo; ella misma declaró que moriría al día décimocuarto de su enfermimIik I. Y como vinieran varios médicos a cuidarla, decía: «V a n a tener fnimilta sobre mi enfermedad, pero la sentencia en última instancia está

    pronunciada en el cielo y por ella debo m orir». E l día duodécimo fué tan grande la postración, que los médicos la dieron por perdida. Recibió en­ tonces los últimos sacramentos con grandísima devoción; pidió perdón a sus hijas por el mal ejemplo que les hubiera podido dar por sus defectos, y las exhortó a la exacta observancia de su Regla. H izo colocar a sus lados una imagen de Jesús crucificado y otra de la Santísima Virgen, para que de cualquier lado que mirase tuviese ante su vista las llagas de Nuestro Señor o el corazón de la Dolorosa. £1 décimocuarto día de su enfermedad no se la podía casi oír una palabra y , no obstante, continuaba m oviendo siempre los labios. Habiéndole pre­ guntado la priora qué decía, respondió: «L o s Pa drenu estros del O ficio», queriendo decir que habiéndole conmutado el rezo del Oficio por un cierto número de Padrenuestros, desde su enfermedad, procuraba rezarlos. £1 con­ fesor que la asistía le preguntó si no era importunada por alguna tentación, y respondió con un signo negativo de cabeza. Insistió el Padre, incitándola para el caso de que viniera alguna, a protestar de corazón de no querer jamás ofender a Dios gravemente, y ella, recogiendo su espíritu y aunando todas sus fuerzas, contestó: «¡O h Padre!, ni siquiera venialmente, gracias a É l». En fin, teniendo a Dios en su corazón y en los labios los dulces nombres de Jesús y de María, aunque con voz medio apagada, lanzó tres suspiros y con el último entregó su hermosa alma al divino Esposo. Esto sucedía el viernes 15 de diciembre de 1617, hacia las cuatro de la tarde. María Victoria contaba entonces cincuenta años de edad.

    MILAGROS. — BEATIFICACIÓN U R A C IO N E S de todas clases recompensaron la fe de cuantos acu­ dieron a la sierva de Dios. Prelados, religiosos y seglares encon­ traron remedio a sus males al aplicárseles el manto o velo de la santa fundadora o con el simple socorro pedido a su intercesión. Sería dema­ siado largo enumerar aquí los insignes favores recibidos de María Victoria; muchas personas dignas de fe han dado testimonio y han proclamado su poder y el crédito de que goza en el cielo. Tras una difusión maravillosa de la Orden, recibió ésta su coronamiento con la beatificación solemne de la santa fundadora. L a ceremonia tuvo lugar en San Pedro, en el Pontificado de León X I I , el 21 de septiembre de 1828. L a incorruptibilidad del cuerpo de la Beata ha sido reconocida de un modo auténtico repetidas veces. Los peregrinos, a su paso por Génova, han podido verlo en perfecto estado de conservación, si no es la boca, algo desfigurada por un accidente que sufrió cuando la exhumación.

    C

    ESPÍRITU

    DE LA

    ORDEN. — ESTADO ACTUAL

    L espíritu de las Anunciadas celestes es de agradecimiento para con Dios y de celo ardiente para con el prójimo. Su fin esencial es dar gracias a Dios por el beneficio inmenso de la Encarnación y amar ron ardor a la Santísima Virgen, que cooperó de una manera tan íntim a r ile misterio inefable. Es orden mañana por excelencia, hasta en el vestido mismo que es el que según una tradición llevaba la Santísima Virgen en Nuzaret. Las Hermanas de coro llevan hábito blanco, escapulario azul, con i'inlurón y manto del mismo color. En Ita lia se las llama «las Celestes». Después de haber tenido un m agnífico desarrollo en Italia y Francia, ln Orden de las Anunciadas celestes, como tantas otras Órdenes, tuvo que •ufrir cruelmente los estragos de la Revolución. Actualm ente sólo cuenta «'luco monasterios. E l de R om a fué fundado en 1670 en el monte Esquilmo, •rrca de la basílica de Santa María la M ayor, por la munificencia de doña Cumila Orsini, viuda del príncipe Marco Antonio Borghese; esta generosa liirnhechora entró luego en la Orden con el nombre de María Victoria, por ili-vnción a la santa fundadora; sus virtudes la han hecho acreedora al título «Ir Venerable. Después de los acontecimientos de 1870, e l convento fué ooiifiscado por el gobierno italiano y las religiosas tuvieron que buscar un milo cerca del Santuario de San Juan ante la Puerta Latina. A qu í, en unión con las Hermanas de los monasterios aun existentes, se celebraron ni diciembre de 1917 las fiestas del tercer centenario de la muerte de la Itmla María Victoria Fornari.

    E

    SANTORAL l i D u l c í s i m o N o m b r e d e M a r í a (ver en el tomo V I I , «Festividades del Año L i­ túrgico», pág. 410). S antos-A lbeo, compañero de San Patricio y arzobispo de M únster; Autónom o, obispo de Bitinia, sacrificado, en tiempos de D iocleciano, mientras decía la santa M is a , Curonoto, obispo de Iconio, m ártir; Silvino, obispo de V eron a; los dos Tobías, padre e h ijo ; Guido, llamado «E l pobre de Anderlecht» Macedonio, Teódulo y Taciano, mártires; Hierónidrs, Leoncio, Serapión, Salesio, Valeriano y Estratón, mártires en A le­ jandría bajo el emperador M a x im ia n o ; Reverencio, presbítero y confesor. Heato Mirón, m onje en San Juan de las Abadesas. Santas Buena, virgen; Kanswida y Perpetua, vírgenes y abadesas. Beatas M aría Victoria Fornari, fundadora; María, cisterciense, honrada en Arroyo. u

    v

    DIA

    13

    SAN OBISPO

    DE

    SEPTIEMBRE

    MAURILIO Y

    CONFESOR

    (336P-427)

    E S C E N D IE N T E de una familia senatorial, nació Maurilio en Milán (Ita lia ), hacia el año 336. Su padre, en posesión de grandes ri­ quezas, era gobernador de la Galia Cisalpina. Su madre, mujer de rara prudencia, le crió en el santo temor de Dios, apartándo­ la culi solícito cuidado, de los escollos que hacen naufragar la virtud de l u i i i oh jóvenes. 1‘nrii que la naciente flor abriera sus pétalos a los bienhechores rayos ••• lii gracia, sólo precisaban el rocío de los santos ejemplos y fraternales i i un ¡ns. Y esos ejemplos y esas enseñanzas los recibió con providencial oporiimiiliiil de San Martín. Miro exorcista de la Iglesia de Poitiers, el futuro taumaturgo de las •nili.ii había pasado a Italia para impugnar la herejía de Arrio, que causaba ni in|iirl país horribles estragos. Fundó un monasterio cerca de Milán, en il i|in- numerosos jóvenes se formaban en la práctica de la virtud y en el ••iiiilin de las Sagradas Escrituras, Maurilio, que ansiaba poder entregarse |nn mi t r o a Dios, acudió también a ponerse bajo la dirección del sabio mui «I ro y seguir sus enseñanzas. Contaba a la sazón veinte años.

    D

    EL

    CLÉRIGO

    OS años más tarde, expulsado de Milán por el odio de Auxena, obispo arriano, Martín se vo lvió a Poitiers. Quedó Maurilio en espera de otro experimentado maestro, y dióselo m uy pronto Dios en la persona de San Ambrosio, que lo llevó a su Iglesia y le ordenó de lector. Poco después el joven clérigo perdía a su padre. Determinado a seguifi los consejos evangélicos, renunció a sus cuantiosos bienes, y desoyendo los ruegos de su madre y aun las promesas del gran obispo de Milán, se fué en busca de San Martín, que ya entonces ocupaba la silla metropolitana de Tours, con grande honor y gloria de la Iglesia. Varios años pasó al servicio de aquella iglesia en calidad de cantor de la iglesia episcopal; tales fueron su aprovechamiento espiritual y la edificación] del prójimo, que San Martín, queriendo retenerle a su lado y constituirle su coadjutor en el gobierno de su diócesis, le confirió órdenes sagrados, hasta elevarle a la dignidad sacerdotal, no obstante la resistencia que a ello opuso su profundísima humildad. Pero los intentos de San Martín fallaron, porque, entendiendo Maurilio, que el cielo le tenía destinado a desenvolver sus actividades en otros países i espiritualmente más necesitados, descubrió los proyectos que abrigaba a su santo maestro. Costóle algún trabajo convencerle; mas logrólo al fin, y , des* pués de obtenida su bendición y abrazarse ambos en un mar de lágrimas, se separaron, yendo el discípulo a donde Dios le llamaba.

    D

    LA LUCHA CON EL PAGANISMO L Apóstol dirigió en seguida sus pasos hacia la provincia de Anjou. A pesar de los trabajos apostólicos de San Fermín y San Apotem o, casi toda la comarca habitada por los andegavos — tribu de las Galias, que tenía por capital Juliom agnus, hoy Angers, situada a orillas del Loira— estaba todavía infestada del paganismo. E l culto druídico se había enseñoreado en las márgenes del Loira, y el impenetrable cantón de lo* Manges, tierra de retamas y aulagas, poblada de seculares encinas y no sojuzgada por las legiones de César, era como el santuario de los druida». Cada año, en esa comarca en que el druidismo ha dejado vestigios hasta el día de hoy, llegada la estación propicia, los sacerdotes druídicos recogían con sendas hoces de oro abundante muérdago sagrado, símbolo para ello* de la inmortalidad del alma, creencia fundamental de su religión. Otra*

    E

    «1.1. .ia y poblaciones y sobre todo en Chalonnes del Loira eran también otros i.ioio« tocos de superstición cuando San Maurilio llegó a Aujou. I o Iiih ciudades y villas más importantes que habían recibido la influencia ■li lo* romanos, no adoraban a los dioses galos, tales como el fuego y las • oiinii*, sino a las divinidades imperiales. i omplcja era, como se ve, la situación, puesto que tres religiones se ili-polulmn la supremacía. A l nuevo sacerdote milanés y glorioso discípulo Mi ‘iiin Murtín — también éste había vencido en Turena análoga dificultad— • -i.ilni reservada la gloria de apagar los focos de esas supersticiones en la tiiim l< I c i c l o y redujera a pavesas uno de los templos consagrados al culto de l » « l u l s o a dioses. A vista de tan señalado prodigio, los gentiles de aquellos lnitiiirn convirtiéronse a la fe verdadera y formaron una grey, de cuya lu í o u i c i o i i espiritual se encargó nuestro bienaventurado, y en aquel mismo l o i i . i r , ocupado actualmente por la iglesia de San Maurilio de Chalonnes, tiliiii'ó el primer templo al verdadero Dios. Numerosos cristianos poblaron en breve los alrededores del edificio, por lo ipir rl apóstol creyó que un monasterio seria en aquel paraje de gran oiiliiliiil. Construyólo en efecto y sirvióse de él como de residencia y cuartel 01 mi de las operaciones contra Satanás. A llí se recogía para entregarse a . y preparar en la quietud y soledad sus planes de apostolado. t«* No lejos de Chalonnes, en los confines parroquiales de San Maurilio y i*>- * Iniiidcfonds, muéstrase una roca llamada «Piedra de San M aurilio», ili-*ili lu cual el santo misionero distribuyó muchas veces el pan de la divina |itl>ilini ii la multitudes que acudían a oírle. M.1 pillos eran los progresos de la fe en aquellos contornos y , no obstante, • o lii cumbre de una próxima colina se erguía, como perenne desafío al pinli i c o s días de navegación saltó a la nave un pez grande, cuya vista les admiró por lo inopinado y extraño del caso; pero aun se maravillaron más ruando, al abrirle el vientre, vieron en él las llaves del relicario de la cateilral de Angers. Tan pronto como les fué posible, desembarcaron, y guiados por luz

    celestial, se fueron directamente a la casa del señor de quien Maurilio se había hecho jardinero; y, habiendo reconocido al Santo, se echaron a sus pies y le suplicaron que se fuese con ellos para bien y consuelo de las ovejas que Dios le había confiado. Negábase el prelado resueltamente, alegando el juramento que tenía hecho. Entonces los emisarios le mostraron las llaves y contaron cómo habían dado con ellas. Resistirse más tiempo a volver a su Sede, después del prodigio tan patente que envolvía el hallazgo de las llaves del relicario de su iglesia, era opo­ nerse a la voluntad de Dios, y así lo comprendió nuestro Santo, cuya obe­ diencia a los mandatos del Altísim o se sobrepuso al deseo de v iv ir ignorada en la condición humilde que había escogido. L a noche anterior al día fijado para la partida, recibió la visita de un ángel que le dijo; «Leván ta te, Mau­ rilio, y vuelve luego a tu iglesia. P o r tus oraciones. Dios ha conservado tus ovejas y te restituirá el niño que tanto has llorado». Efectivam ente, en cuanto llegó a la ciudad de Angers, el primer cuidado de Maurilio fué irse adonde el niño estaba enterrado; mandó abrir la sepul­ tura en tanto que él hacía oración; terminada la cual el muerto resucitó y recibió allí mismo el sacramento de la confirmación. Llam óle Renato, como dos veces nacido; tuvo de él en lo sucesivo particularísimo cuidado y le destinó al culto de la iglesia; le form ó en la práctica de las virtudes y mereció, por su santa vida, suceder a San Maurilio en la sede episcopal. Esta es la tradición seguida de muy antiguo en las Iglesias de Angers y Sorrento (Ita lia ), de las que fué obispo San Renato. Se apoya en una rela­ ción atribuida sucesivamente, y desde luego con manifiesto error, a San Fortunato de Poitiers y a San Gregorio Turonense.

    MUERTE DE SAN MAURILIO

    L

    A S A cta s de San Maurilio, tan explícitas en lo relativo a sus milagros, son breves al tratar de sus virtudes. Dan a entender, sin embargo» que su vida no fué sino una cadena de beneficios derramados con profusión en favor de los pobres, de los enfermos y de los apestados. Dicen también que, no obstante la avanzada edad de noventa años a que llegó, le sobrevino la muerte, en opinión de cuantos le conocieron, conservando, probablemente la inocencia bautismal. Cumplidor del compromiso contral», do a los pies de San Martín, fué siempre fiel amigo de la humilde pobreza; y hasta los últimos instantes de su vida trató su cuerpo con espantoso rigor)] su comida, si tal nombre se le podía dar, se reducía muy a menudo a un pedazo de pan de cebada que tomaba con sal y agua tibia. L a mortificacidal y las penitencias parecían habérsele hecho connaturales.

    Sucedió que un domingo quiso celebrar de pontifical y, terminada la cere..... lin. se presentó ante todos sus clérigos reunidos y les habló de su muerte, l.i nnil presentó como muy cercana. Declaróles que por ser aquella la última *i'« que los había de ver y hablar juntos, les encarecía con toda su alma t I«>*!»* su afecto a v iv ir estrechamente unidos y amarse con tierna y cor•llul afección. Dióles, además, paternales consejos y recomendaciones concer­ nientes a la práctica de la castidad, de la obediencia y demás virtudes a que nlililtiin los consejos evangélicos. Cuando el pueblo supo la despedida que había hecho a sus clérigos, invadió «priuilumbrado la morada episcopal, y muchos lograron penetrar hasta el li ••lio del anciano para recibir por vez postrera su bendición y llorar la pér•liilii de su santo pastor. Dió su bendita alma al Criador el 13 de septiembre, con toda probabi­ lidad en el año 427. Su cadáver fué enterrado en una cripta que en vida ■i i i i i h I ó hacerse en la iglesia de San Pedro de Angers. Durante la revolución Imiieesa fueron sacrilegamente desparramadas las santas reliquias; consér» .míe apenas algunas partículas insignificantes en Chalonnes.

    SU CULTO A N Maurilio goza en Aujou de gran popularidad. Elegido, desde luego, como uno de los patronos principales de la diócesis, se instituyeron en la Edad Media varias fiestas en su honor para conmemorar diversos

    S

    •i.niliulos de sus reliquias. Muchas iglesias y altares le están dedicados; y >1 desde fines del siglo X V I I ha perdido, con su discípulo San Renato, el Ululo de patrono principal, sigue siendo, no obstante, patrono secundario ile ln diócesis de Angers, en la que se le tiene en muy grande veneración.

    SANTORAL '.milis

    Maurilio, obispo y confesor; Eulogio, patriarca de A lejandría; Amado, obispo de Sión, en Valais; Lidorio, obispo de Tours, y Nectario, de A u t ú n ; Antonino, obispo de Carpentrás, y Am ado, de Rem im eront; Sacerdote, obis­ po de L y ó n ; Israel y Teobaldo, canónigos de Lim o ges; Venerio, presbítero y solitario; Federico, presbítero Felipe, marido de Santa Claudia y padre de la virgen Santa Eugenia, mártir en Alejandría; Ligorio, solitario y m ár­ tir; Macrobio, Julián, Gordiano, Luciano, Valeriano y Selencio, mártires. Meato Pedro, cisterciense de Moreruela. Santa Lucia, princesa de E scoi iii, virgen.

    l.os tres varones de virtud y ciencia

    DIA

    14

    SAN OBISPO

    DE

    La barca del entierro

    SEPTIEMBRE

    MATERNO Y

    APÓSTOL

    DE

    ALSAC IA

    (siglo I )

    K L L ÍS IM A es la página de la historia religiosa de Alsacia que relata el apostolado de San Materno, obispo que fué de aquellos lugares. L'na tradición muy respetable nos dice que San Materno fué discí­ pulo del apóstol San Pedro, de quien recibió la misión de evanit>li/iir, en compañía de San Eucario y de San Valerio, las comarcas entonces fiiiiocidas con la denominación de primera y segunda Germania. No coinciden en esta opinión todos los autores. H a y quienes fijan los !•'im'ipios de la Iglesia de las Galias en el siglo I I I , en cuyo caso, el San Mnicriio que el M artirologio romano nos presenta como discípulo de San t'i ilrn, no sería el sabio obispo de Colonia, de este nombre, que vivió en lin eruditos se han declarado en sentido opuesto. I'.u esta breve historia nos atendremos a la antigua tradición que ha (•iTilurudo trece siglos y que distingue a San Materno, primer apóstol de la tixliii liélgica, de su homónimo el de Colonia.

    B

    PATRIA DE SAN MATERNO

    E G Ú N algunos cronistas, sería este Materno aquel hijo único de la viuda de N aím que resucitó el Señor; no parece muy fundada esta afirmación. Opinan otros haber sido oriundo de Lom bardía, pero confunden, sin duda, a San Materno de Tréveris con otro Materno hijo del conde Papías, que v iv ió en el siglo I I I . Hemos de convenir en que no están todavía aclarados los orígenes de nuestro Santo, pero tales pormenores no son de gran trascendencia para nuestro propósito. «Su más preciado título de nobleza y nuestra m ayor gloria — dice el historiador Fisen— es el haber sido escogido por el apóstol San Pedro para ilustrar a nuestros mayorea con la esplendorosa luz de la verdadera fe ». «E n aquel tiempo — leemos en la vida de los santos Eucario, Valerio y Materno— habló el Espíritu Santo a Pedro, y el apóstol resolvió llevar la i luz de la fe cristiana a las Galias y a Germania». Sabido es que en el año 47 | el emperador Claudio expulsó a los judíos de Roma; la religión cristiana, pura superstición judaica para los romanos, quedó comprendida en la pros­ cripción. N o es inverosímil que, en estas circunstancias, saliera Pedro de Roma para predicar el Evangelio en diversas comarcas occidentales. Un autor siriaco del siglo V I, un biógrafo del siglo V I I y San Beda el Venerable afir­ man en sus escritos que el glorioso apóstol evangelizó la Gran Bretaña. Y quizá en Rom a, ya de vuelta — año 52 de nuestra era— , debió S Pedro, con el fin de acabar su obra, escoger a «tres doctos y virtuosos varo*) nes»: San Eucario, a quien confió el episcopado; a su diácono San Valerio y a Materno, joven clérigo de unos veinte años.

    S

    VOCACIÓN

    P

    APOSTÓLICA

    O R entonces las relaciones entre la Galia Bélgica — campo de aposto»| lado que San Pedro asignó a Materno— y la metrópoli, eran muy frecuentes. A esto contribuyó no poco el haber concedido Augusto i sus habitantes el derecho de ciudadanía romana, y Claudio el acceso a la* dignidades y a los empleos, en las ciudades y en el Senado. Numerosas y amplias vías de comunicación que cruzaban el país en todas direcciones, facilitaban la movilidad de las legiones e, indirectamente, la apostólica labor del misionero. Es m uy verosímil que nuestros Santos aprovecharan esas magníficas víati con que Rom a había dotado al país y hasta que acompañaran a las legionafl

    nmi.iinis en las que, a buen seguro, se contarían algunos cristianos fervo....... iiiio , con el ejemplo de su vida y el ejercicio de la caridad, disponiliuii Ihh ánimos para la inmediata acción del misionero. A las fatigas del .inudian la constante predicación. Atravesaron los Alpes, llegaron a SI ii'ln y se detuvieron en Helvetus, villa situada en la ribera derecha del iii> III, y a dos millas próximamente de la población de Benfeld, conocida i •••• i l nombre de Ehl. I n ella, según creencia popular, fué acometido de una fiebre maligna i|in i , i pida mente lo llevó al sepulcro. Eucario y Valerio dieron sepultura » >ii compañero e inmediatamente se dirigieron a Roma para informar a 1 ,m i IVilro de la irreparable pérdida que acababa de experimentar la naciente i h U I i i i i . De este episodio arranca la interesante leyenda siguiente.

    EL

    BÁCULO DE

    SAN

    PEDRO

    liftN T A S E que el Príncipe de los Apóstoles, para consolar a los via ­ jeros, les entregó su báculo pastoral, indicándoles que lo pusieran sobre el difunto y le dijesen las siguientes palabras: «M aterno, el h|m>s|oI l’ edro te ordena, en nombre de Jesucristo, H ijo de Dios v iv o , que h h Iviis a la vida y termines la misión que te confió su Vicario en la tierra». Muy gozosos acogieron los dos Santos el encargo del que sólo con su •■iintirii curaba a los enfermos y , llenos de confianza en Dios, llegaron al se|nilrn> de Materno; colocaron el cayado sobre el cuerpo del difunto y , al '■"inunciar las palabras encomendadas, Materno abrió los ojos, m iró fijaimiile a Eucario, ofrecióle la mano y , ante el asombro de la inmensa m ulti­ tud i|iie presenciaba el milagro, se levantó vigoroso no obstante llevar más ■li cuarenta días encerrado en el sepulcro. Muchísimos paganos se convirI I i m i i i a la fe cristiana por tan extraordinario prodigio. I' ilc precioso báculo se ha conservado con gran veneración hasta nuestros ■Iiik en las ciudades de Tréveris y de Colonia, que dirimieron la contienda ili- ni posesión guardando cada una la m itad. Diversos martirologios y escritos de los siglos I X y X recogen esta pia­ do»,i tradición que sigue manteniéndose hasta nuestros días. Algunos autores creen que se funda en este hecho milagroso la tradiili’iiti I costumbre de los Papas de no usar báculo en las ceremonias y actos llllll|¡ÍCOS. Inocencio I I I (1198-1216), en un pasaje que inserta en la obra Corpus Imi ct clesiástici, da la razón siguiente: « E l bienaventurado apóstol Pedro i iitlo mi cayado pastoral a San Eucario, que por primera vez aplicó su mai.nilloha virtu d».

    Y Santo Tom ás de Aquino agrega que «e l Papa llevaba el báculo sol mente al visitar la diócesis de T réveris». Existe además, en opinión del mis­ mo Santo, una razón mística que abona tal costumbre: « E l ser la curvatura del cayado símbolo de jurisdicción limitada y no convenir de ningún modo a quien posee la soberanía más perfecta y universal».

    LABOR APOSTÓLICA DE SAN EUCARIO Y DE SAN VALERIO A T E R N O y sus dos compañeros prosiguieron su fructuoso ministe­ rio y lograron en tierras de Alsacia gran número de conversiones. En verdad que la palabra de un resucitado debía ejercer influencia decisiva en los corazones de los oyentes, y muy obstinado había de ser quien resistiera a la poderosa elocuencia apoyada en milagro tan estupendo. E l radio de acción de nuestros misioneros iba extendiéndose cada vez más. Se hallaban a las puertas de Tréveris. L a conquista para Jesucristo de esta gran urbe constituía sus más vivos anhelos. Era Tréveris en aquellos tiem­ pos la primera ciudad de Germania; opulenta, poderosa, de gran renombre y , según expresión del mismo César, la más valerosa de todas. Tenía, como Rom a, grandioso Capitolio, Senado, teatros y termas. Cien ídolos recibían culto público, y coronaban sus estatuas una de las colinas de Tréveris. Nada faltaba en ella de cuanto podía exigir entonces la grandeza de un pueblo. Lástim a que tal grandeza fuera sólo material. Insuperables obstáculos tuvieron que vencer para la conquista espiritual de esta im portante ciudad; los sacerdotes de los ídolos rugieron de ira al contemplar cómo el pueblo abandonaba a los dioses que a ellos les susten­ taban, y pusieron en juego todas las artes diabólicas para desacreditar y echar de la ciudad a los misioneros. A llí hubieran perecido apedreados nuestros Santos si el cielo no hubiese paralizado los brazos de la enfurecida plebe. N o desmayaron sus ánimos por estos contratiempos; esperaban que la D ivina Providencia les depararía un momento más propicio para dar rienda suelta a su apostólico celo. Mientras tanto, Dios confirmaba con numerosos prodigios la santidad de sus siervos. San Eucario resucitó a la hija de Albana, noble matrona, viuda de un senador m uy influyente. T u v o el m ilagro enorme resonancia entre los paganos y contribuyó eficazmente a su conversión. Albana recibió el bautismo, así como toda su fam ilia, y fué en adelante su casa el oratorio y centro apostólico de reunión. Los paganos y bárbaros se convertían en masa ante la clarividencia de las pruebas en pro de la dootrina cristiana. P o r tres días consecutivos sirvió un riachuelo que riega a Tréveris de bautisterio a innumerables neófitos.

    M

    mu

    LENOS de confianza en la virtud del báculo de San Pedro,

    L

    los misioneros hacen abrir la sepultura de San Materno, que

    está enterrado desde hace cuarenta y cinco días, y ven admirados (óm o al tocar con la reliquia su cuerpo el apóstol difunto torna a la vida y se reincorpora.

    10. —v

    A la muerte de San Eucario, acaecida veinticuatro años después de su consagración episcopal, sucedióle en aquella diócesis San Valerio. Por una piedad ardiente, ejemplarísima vida y la persuasión de su palabra, duranta quince años de duros trabajos, logró extender la semilla cristiana por lo* alrededores de Tréveris de tal modo que, a su muerte — según afirma un an­ tiguo cronista— , el número de cristianos era superior al de paganos. Tal vez el entusiasmo del autor exagera algo la nota optimista. Dado el arraigo de las costumbres paganas y el halago de su doctrina, no es fácil *• consiguieran en tan corto tiempo éxitos tan lisonjeros; sea como fuere, lo cierto es que a la muerte de San Valerio (80 ó 90), aun quedaba amplia] campo de apostolado para el sucesor.

    EPISCOPADO

    DE

    SAN

    MATERNO

    LE V A D O a la dignidad episcopal, desplegó Materno sus alas al cela, que ardía en su corazón y le impulsaba a regiones muy apartadas da i su sede episcopal.

    E

    Entretenida Roma en la defensa del Rin, dejó por entonces en paz a discípulos de Cristo de la Galia Bélgica y de Germania, los cuales pudi vivir y desarrollarse sin graves contratiempos, entre pueblos que ansií sacudir el yugo romano. Peor suerte cupo a los del sur, donde sufrí persecución dura y tenaz. Esta circunstancia fué aprovechada por Mat para llevar la buena semilla a las ciudades y pueblos enclavados entre ríos Mosela y Rin. En cada aglomeración, procuraba lograr de preferencia la conversiói los jefes, ya que, ganada la cabeza, fácilmente se atraen los demás miemt Su caridad y amable trato conquistáronle en seguida los corazones. Encaminóse otra vez a Alsacia, donde, según tradición respetable, fundí varios oratorios públicos. En el pueblecito de Ehl, cuna del cristianismo «• esta región, fué donde el antiguo resucitado conquistó mayores triunfos part la causa de Cristo. Estrasburgo, Worms y Maguncia fueron sucesivamente teatros de sul apostólicos trabajos. Conservóse muy vivo a través de los siglos, en estui cristianas ciudades, el recuerdo de las virtudes y milagros que obró a la (al de sus gloriosos antepasados. Si damos crédito al cronista Bertio, en la ciudad de Bonn logró con >• gran elocuencia apartar al pueblo del culto a Mercurio, que se hallaba a 14 sazón muy pujante en la ciudad. El mismo gobernador, que a la vez centurión de las legiones romanas, fué ganado para Cristo por la santiil de su siervo, y con el consentimiento del nuevo e ilustre convertido, abrió

    mil o cristiano una iglesia que se ha conservado hasta nuestros días, y es hoy m Importancia la segunda parroquia de dicha ciudad.

    APÓSTOL DE COLONIA Y

    DE TONGRES

    A TE R N O soñaba también con ganar para Cristo la ciudad de Colo­ nia. El acceso a ella era difícil para un cristiano. Delante de una de sus puertas, dedicada a la diosa Papia, se mantenía siempre encen­ dido el fuego sagrado, y exigíase a todos los transeúntes la ofrenda del in■li uno en honor a la falsa divinidad. Materno, muy deseoso de entrar, per­ maneció durante diecisiete días a la expectativa, hasta que, por una feliz i .ismilidad, pudo franquear los umbrales sin cumplir la imposición idolátrica. I mii vez en la ciudad, entregóse con indomable entusiasmo a la predicación, •tu que cediera nunca su ánimo frente a las dificultades; y si bien los comlrii/.os fueron ásperos y poco halagüeños; pronto le compensó el Señor, pues l< frutos de salvación logrados fueron opimos y abundantes. \ este episodio de la vida del santo obispo se refiere una antiquísima de» lición: las plegarias solemnes que, durante diecisiete días consecutivos, desde el 13 de septiembre hasta la fiesta de San Miguel— , aun en nuestros ■liiiit, se hacen en las iglesias de Colonia, en honra de San Materno. I'.vangelizó también «la floreciente y noble ciudad de Tongres» — son palaI i i .i s del cronista— . Cupo a esta ciudad la singular gloria de haber sido la prii n i T i i de la Galia Bélgica que levantó un templo en honor de la Virgen María. Concurrían en Tongres tres vías romanas de importancia: una procedía di Colonia, otra de Nimega y la tercera costeaba la ribera selvática del Mona y seguía la dirección de Bavai. Por esta última debió dirigir los pasos Miilrrno en los comienzos del siglo II. Numerosos milagros confirmaron ln verdad de su doctrina: ciegos que recobraban la vista, demonios obliga­ do* a salir de sus posesos, cinco hijos del gobernador de Ciney enterrados «Ivim entre los escombros de una casa que se desplomó, sacados sanos y • i i I v o k por el Santo, etc. A decir de su antiguo biógrafo, no había enferme­ dad corporal o espiritual que no experimentara alivio por la virtud milagrosa ■li Materno. I'.n todas partes edificó altares a Cristo y a la Virgen. Solamente en Tonil(, enumera setenta el cronista Gil de Orval. Aun suponiendo algo de exaMi un ión piadosa en tal afirmación, no cabe dudar que Materno, obispo di I Inmenso territorio comprendido por la primera y segunda Germania, estaliln iii en Tongres y en Colonia cristiandades sólidamente organizadas, dotadas ■li templos suficientes y de abnegados sacerdotes que conservaron y des­ tudiaron el fruto de sus trabajos en la numerosa y ferviente grey cristiana.

    M

    VIRTUDES DEL SANTO ER1GERO pondera el gran celo por la salvación de las almas, la hu­ mildad y sencillez de nuestro Santo. Según otro biógrafo, tres vir­ tudes aquilataron su santísima vida con extraordinarios fulgores: la mansedumbre, la bondad y la austeridad; virtudes características del verda­ dero apóstol. Porque, ¿cómo lograría un misionero conmover los corazones sin perfumar su palabra y sus actos con el suave aroma de la mansedumbre? Éste es el único medio de atraerse las voluntades, el respeto y la veneración de sus semejantes. El apóstol se hace todo para todos; olvídase de sí. mismo para concentrar sus energías y desvelos sólo en la gloria de Dios y en la salva­ ción de las almas, y busca con preferencia las más desgraciadas y miserables. Materno consolaba a los afligidos y socorría a los menesterosos cuidando de las necesidades del cuerpo, para así introducirse mejor en las almas. Como todos los santos, fué benigno y compasivo con los demás y muy severo consigo mismo; imponíase duro régimen de privaciones y continuos ayunos; daba al sueño breves horas; velaba para orar y, apenas apuntaba la aurora, empezaba sus apostólicas correrías. Su gran celo quería abarcarlo todo, y multiplicábase para atender solícito a las iglesias de su predilección! Refiérese haber concedido Dios a su siervo el favor que en otros tiempo» otorgara a Habacuc, colmando sus anhelos de ver simultáneamente a sus amados fieles en ocasiones especialísimas de ser reclamada al mismo tiempo su presencia. Así, el día de la Resurrección del Señor pudo celebrar de pontifical a la vez en las iglesias de Tongres, Tréveris y Colonia. No se juzgue imposible este hecho de la bilo ca ció n , pues, aunque extra­ ordinario, se ha dado muchas veces en las vidas de los Santos, especialmente en los primeros siglos del Cristianismo, en que por la suma escasez de pasto­ res era casi de absoluta necesidad, so pena de quedar privados numeroso»] fieles de los divinos misterios.

    H

    \ MUERTE DEL SANTO

    l

    los cuarenta años de glorioso y fructífero pontificado, ejercido en «I ocaso de la vida, llamó Dios a su siervo a bien ganada recompensai Según un autor anónimo, entregó su alma en la ciudad de Coloniat siendo casi centenario. Cierta noche en que como de costumbre estab oración, sorprendióle el sueño y tuvo una visión celestial: Eucario y Valerio, compañeros suyos de apostolado, se le aparecieron con la frente orlada d»

    A

    •■■•iituifica corona. «Dentro de tres días — le dijeron— , se acabará para ti el *l>il ierro y vendrás a gozar las delicias de la gloria eterna». Dicho esto, ráronle la corona que le estaba reservada y remontáronse al cielo. Entretanto una voz íntima confirmóle la verdad de esta visión y dió a •ii espíritu la dulce esperanza de su próxima partida. Fuera de esto, el ago­ tamiento de sus fuerzas y la fiebre que le consumía desde algún tiempo, ...... indicios claros de que el alma trataba de romper las ligaduras que la tu jetaban al cuerpo. Reunió, pues, a sus amados discípulos, para expresarles ni ultima voluntad, y pasó los días siguientes en santos coloquios como padre mu.inte que prodiga sabios consejos con palabras iluminadas de eternidad. Al tercer día, conforme se le dijera en la visión, después de recibir el tiltil o Viático, exhaló plácidamente el último suspiro. Disputáronse la posesión de sus venerandas reliquias las tres iglesias ya mencionadas. Según una poética leyenda, la Providencia se encargó de re­ solver el litigio. Fueron colocados los restos mortales del Santo en una • mharcación que abandonaron a merced de la corriente de río, conviniendo • ii que correspondería a Colonia si la embarcación volvía nuevamente a die l i.i ciudad, a Tongres si proseguía la corriente hasta ella, y por fin a Tré« e r í s si se dirigía hacia las fuentes del río. Contra toda previsión humana y sin que mediara piloto alguno, la emli.ircación navegó contra corriente, en dirección a Tréveris. Los afortunados li.ilutantes de esta ciudad, que ya poseían los restos mortales de San Valerio v de San Eucario, depositaron las santas reliquias junto a las de aquéllos. De este modo los que habían vivido unidos en la caridad de Cristo y •n comunidad de apostolado, descansaron en la paz del Señor en la misma murada, para volar juntos a la gloria con sus cuerpos ya glorificados el *11*1 de la resurrección de la carne.

    SANTORAL i '

    d e l a S a n t a C r u z (véase en el tomo V I I , «Festividades del Año Litúrgico», pág. 420). Santos Materno, Eucario y Valerio, obispos de T ré­ veris; Odilardo, amigo y consejero de Carlom agno y obispo de N a n t e s ;

    K x a l t a c ió n

    Cormac, obispo de Cashel y rey de Múnster, en Irlanda; Crescendo, niño m ártir; Austrulfo, abad de Fontenelle; Cereal, soldado, mártir en Rom a Crescenciano, Víctor y General, mártires en África. Santas N oitburga, v ir­ gen; Rósula, mártir en Á fr ic a ; Salustia, esposa de San Cereal, mártir. B ea­ tas Columba, Materna y Periña, vírgenes y mártires. Conmemórase hoy la traslación del cuerpo de San Juan Crisóstomo a Constantinopla; im peraba entonces Teodosio I I el Joven.

    DfA

    15

    DE

    SEPTIEMBRE

    ^

    STA. CATALINA DE GENOVA VIUDA Y

    HOSPITALARIA

    (1447-1510)

    ACIÓ Catalina en Genova el año 1447. Su padre, Santiago Fieschi, era virrey de Nápoles. Esta preclara familia, fecunda en hombres ilustres, dió a la Iglesia dos papas, Inocencio IV y Adriano V; ocho o nueve cardenales y dos obispos; y a la patria muchos » n il!¡M rados y aguerridos capitanes. I.os padres de Catalina, a fuer de fervientes católicos, la educaron en el •iinlo temor de Dios. Correspondió la niña tan satisfactoriamente a sus deiiin que, ya desde los ocho años, empezó a practicar las más rudas penitenflm, aunque poniendo gran cuidado en ocultar sus rigores. Tenía por cama un mal jergón y servíale de almohada un duro leño; y esto, en su propia Kiim, donde tantas comodidades podía disfrutar. Siendo aún de pocos años; I / un alto grado de oración. A los pies de un cuadro del Descendimien­ to, «pie presidía su alcoba, deshacíase en lágrimas cuando lo contemplaba. A los doce años intensificó aún más su fervor y ya gozaba de los inefalili» urdores del amor divino, especialmente al meditar la Pasión del SaltMilur. Renunció enteramente a su propia voluntad y se consagró a las cosas ►•plril miles con tan fervoroso ahinco que las terrenales le causaban hastío y

    N h

    iiiiii

    ó

    le parecían en todo desabridas. Queriendo darse más de lleno al Señor, anheló encarecidamente acogerse al abrigo del claustro. Mostraba preferencia por la contemplación, y así, sus ansias se dirigían al convento de Nuestra Señora de las Gracias, que seguía la Regla de San Agustín. Comunicó esta decisión a su director espiritual, y rogóle que procurara activar su ingreso en dicho monasterio, si lo juzgaba conveniente para su alma. Probó por algún tiem­ po el discreto sacerdote, la vocación de su hija espiritual y, al ver que su decisión era inquebrantable, elevó la oportuna súplica a la superiora del con­ vento. Pero Catalina no tenía más que trece años, y la Regla no autorizaba la admisión a tan tierna edad. A pesar de que las monjas estaban bien in­ formadas de los dones singulares con que Dios favorecía a la postulante, pre­ firieron renunciar a la posesión de tan preciado tesoro antes de quebrantar^ la Regla en punto tan explícito.

    MATRIMONIO DE CATALINA

    UCHO contrarió a Catalina esta denegación; mas, sobreponiéndose enérgicamente a la primera depresión de ánimo, exclamó: «De Dio»'] me viene esta prueba; a É l entrego mi persona para que me guíe i por la senda que su infinita sabiduría juzgue más provechosa». Esta senda] debía ser dolorosa en extremo. Ya a los dieciséis años, entró en la calle de la Amargura experimentando los primeros golpes de dolor, al perder a su ama­ dísimo padre y quedar en su orfandad bajo la tutela de su hermano mayor. Era a la sazón Génova teatro de sangrientas guerras fratricidas entra] güelfos y gibelinos. El duque de Milán aprovechó este estado anárquico paral apoderarse de la ciudad, con lo que renacieron la paz y la tranquilidad. Loa ' enconos entre las familias rivales fueron calmándose. Las de Fieschi y laa ' de Adorno hicieron las paces y, como prenda de reconciliación, concertaron] el matrimonio de Julián Adorno con Catalina Fieschi. Acostumbrada a ver la mano divina en todos los acontecimientos humanos, fué al altar y contra­ jo la unión que sólo hubiera deseado contraer con el Divino Esposo (1463). Quizá pueda sorprender tan ciega conformidad de voluntad a situacio-j nes tan dispares; mas el iniciado en los estudios ascéticos y místicos, saba] muy bien que la absoluta conformidad a la voluntad divina es pauta segu­ rísima de perfección cuando aquélla se conoce debidamente. Para Catalina fué base de gran santidad y fuente inagotable de mérito. En sus D iálogos, dice el Espíritu a la Humanidad: «Nunca consideres quién te llama ni para qué; jamás obres por propio gusto y somete en todo tu voluntad a la ajena». El matrimonio de Catalina no parece sino una aplicación de esta regla. ' Julio Adorno era un joven agraciado, rico, de ilustre prosapia; pero a

    M

    bellas condiciones contraponía las de ser iracundo, voluptuoso y juga­ do! empedernido. No es difícil comprender cuánto debió sufrir Catalina con t.il nutrido. Despreciada a poco de casarse, recluyóse en su propia casa, de•Iti unióse de día y de noche a la oración. Hieles más amargas le esperaban i mili víii. A este desamparo humano iba a añadirse el aparente abandono del itor, durante cinco años. Por efecto de esta espantosa aflicción física y nmtiil se redujeron a tal punto las energías de su organismo, que quedó des■iMiocidu. Alarmados los parientes al ver el triste y demacrado semblante ■l> ( '.alalina, acudieron a todos los medios humanos para disuadirla de su ■•l'itiiiiido retraimiento, creyendo que las auras del mundo la vigorizarían. Cedió por fin a tan premiosos ruegos, reanudó las relaciones sociales con Iim ncñoras de su categoría y usó con moderación de las diversiones y placé­ is • que, aunque permitidos, hasta entonces había tenido tan alejados. Pero muy pronto notó Catalina que, lejos de saciar al corazón, estas pequeñas coni-rk-ran la ventana para contemplar el cielo y cantó el V e n i C re á to r S p írilus, después de lo cual quedó en un arrobamiento estático que le duró más ilc hora y media. «¡Vam os! — decía— . ¡No más tierra!» Kl 14 de septiembre pareció que se reanimaba, mas no era sino la alegría «le la partida que se dibujaba en su rostro. Se le preguntó si deseaba recibir ii Jesús en la comunión y señaló con su dedo el cielo, como diciendo que allí lo recibiría para no dejarlo jamás. Tomó su semblante incomparable expre­ sión de hermosura y con voz llena de celestial suavidad pronunció las últi­ mas palabras de Nuestro Señor en la Cruz: «Padre mío, en tus manos enco­ miendo mi espíritu», y, diciendo esto, entregó su alma a Dios. Dieciocho meses después de su muerte fué colocada entre los Beatos por «•I papa Julio II . La canonización se decretó el 30 de abril de 1737 por el papa Clemente X I I y la solemnidad se fijó para el 16 de junio siguiente. Su fiesta se vino celebrando el 22 de marzo, hasta que en 1922 se trasladó ul 15 de septiembre. m i

    i i i

    o s

    SANTORAL l,os S i e t e D o l o r e s d e l a S a n t í s i m a V i r g e n . Santos Nicomedes, presbítero y már­ tir; Albino, obispo de L y ó n ; Leobino o Lubino, obispo de C h artres; Apro, abogado y, después — según algunos autores— , obispo; Entilas o Em iliano y Jeremías, mártires en Córdoba; Porfirio, cómico y mártir, cuya conversión y tormento, similares a los de San Ginés — 25 de agosto— , sucedieron en Andrinópolis b ajo Juliano el A p óstata; Aicardo y Riberto, abades; Juan de D w a rb , llamado « E l enano», solitario en los desiertos de Escitia N icetas, godo, martirizado por el rey A tan arico ; Valeriano, mártir en C h alons; Máximo, Teodoro y Asclepiodoto, mártires en Andrinópolis en los primeros años del siglo iv Santas Catalina de Génova y Eutropia, v iu d a s ; E d ita y Apronia, vírgenes; Melitina, mártir en Tracia, cuando imperaba Antonino Pío.

    Con el maestro Cecilio

    DÍA

    SAN

    Muerte gloriosa

    16

    DE

    SEPTIEMBRE

    CIPRIANO

    OBISPO DE CARTAGO Y

    MARTIR

    (210?-258)

    A N Cipriano es una de las figuras más excelsas de la floreciente Igle­ sia africana del siglo I I de nuestra era. Siendo aún pagano, enseñó retórica. Fué de temperamento fogoso y entero, por lo que tendía a cierta intransigencia en la propagación de sus ideas. En el ardor de la lucha contra el cismático Novaciano y en las discusiones doctrinales con el l'iinlífice de Roma, arrastrado por su natural impetuoso, rozó un tanto los limites de la pura ortodoxia, pero la aureola del martirio que coronó su iirlivÍMina carrera es prueba elocuente de la rectitud de intención que en todo Ir guió y de su sincera voluntad de permanecer siempre fiel a Jesús y n ln doctrina de su santa Iglesia. Así nos lo dice en forma delicadísima y bajo los velos de la metáfora el Diiiii doctor de la gracia San Agustín, africano como él e ilustre lumbrera ■lo la Iglesia universal. Si alguna nube se levantó en el hermoso cielo de su alma, fué disipada |i»r el glorioso resplandor de su sangre derramada por Cristo, pues los que liimcm mayor caridad pueden tener, no obstante, algún retoño silvestre que *1 ilivino Jardinero arrancará tarde o temprano.

    S

    II. — V

    CONVERSIÓN DE CIPRIANO

    ACIÓ Cipriano en Cartago (África) por los años 200 a 210, de fa­ milia ilustre. Tascio Cipriano — el futuro Santo— distinguióse es­ pecialmente en las letras y sentó cátedra de elocuencia ya desde joven. Rico e instruido, y de gusto depurado y fino, pronto aborre doctrinas y prácticas paganas, ya que, lejos de satisfacer las nobles ansias de su alma, le abrían un vacío inmenso. En este estado, buscó un amigo en quien desahogarse; tuvo la buena fortuna de hallarlo inmejorable en la per­ sona del sacerdote Cecilio, quien supo pintar tan magistralmente las exce­ lencias de la religión de Cristo, que ganó para él su nobilísimo corazón. Sumido en las lobregueces de una noche oscura — nos dice él mismo— y a merced del borrascoso mar del mundo, vagaba a la deriva sin saber cómu orientar la nave de mi existencia; la luz de la verdad aun no había ilumi­ nado mis ojos. La bondad divina me decía que, para salvarme, debía renacer a nueva vida por las aguas santificadoras del bautismo; y que en ellas, sin cambiar de cuerpo, mi espíritu y corazón habían de purificarse. ¡Misterio insondable para mí, y espantoso dique que detenía la apacible corriente de mis halagadores vicios! Habituado a los refinados placeres de la mesa, ¿cómo podría ahora abrazarme a una severa austeridad? Hecho al lujo y ostenta­ ción en el vestir y a ver brillar el oro y la majestad de la púrpura en todas partes, ¿cómo deshechar la fastuosidad de la vida, para cubrirme con ves­ tidos humildes y sencillos? ¿Acaso puede el magistrado resignarse a la oscu­ ridad, habiéndose visto siempre rodeado del honor, de fasces y lictores? Lo que el hombre no puede, lo puede la gracia de Dios. A un pagano ese cambio le parecerá locura; mas, considerado a la luz de la verdad cris­ tiana, será lo más noble, lo más recto y lo más cuerdo. Cecilio le presentaba el admirable ejemplo de tantas vírgenes, viudas y varones de toda edad y condición, que Cristo ha trocado por entero en ver­ daderos santos. Cipriano oyó admirado su elocuente relato y vió cómo des­ aparecían sus dudas cual se esfuma la niebla herida por los rayos del sol. Maduro examen precedió a su firme resolución; mas, una vez emprendida la marcha, no retrocedió jamás. Vendió sus bienes, puso el producto a dispo­ sición de la comunidad cristiana, según los principios de asistencia colectiva de los primeros tiempos de la Iglesia; hizo voto de continencia perpetua, y se dió a Jesucristo sin reservas de ninguna especie. Dice San Jerónimo — uno de sus biógrafos, refiriéndose a nuestro Santo— que «no es corriente cosechar tan pronto como se ha sembrado... pero en Cipriano todo corre veloz hacia la plena madurez. La espiga precedió a la siembra...»

    N

    Recibió el bautismo, para el que estaba bien preparado, en el año 245 « 246, y quiso que fuera para él, según enérgica expresión suya, «muerte de los vicios y resurgimiento de las virtudes». Desde este instante puso al servi­ cio del Cristianismo su privilegiado talento y su inagotable entusiasmo. A li­ mentó su espíritu con el estudio y la meditación de la Sagrada Escritura y ilc los escritores eclesiásticos, singularmente de Tertuliano, su compatriota. «Traedme al Maestro» — decía más tarde, hablando de los libros de éste. Nu es de admirar esa identificación con el gran apologista cristiano, pues eran muy afines su psicología, dotes intelectuales, temperamento y carácter. En esta época compuso su Tra ta d o de la vanidad de los íd olos y el L ib r o rif los testim on ios, en el cual prueba que la ley judaica terminó su misión con la venida del Salvador al mundo.

    OBISPO

    DE

    CARTAGO. — LOS «LAPSI»

    IE ND O neófito, fué elevado Cipriano al sacerdocio en atención a su gran saber y virtud. No había transcurrido un año desde su conver­ sión cuando, sobreviniendo la muerte de Donato, obispo de la ciudad, el voto unánime de clero y pueblo lo llevó a ocupar la silla vacante. Mucho se resistió su humildad, mas hubo de acceder ante el clamor general. Gozaba entonces la Iglesia africana de no acostumbrada tranquilidad, circunstancia que aprovechó el celoso pastor para reavivar la disciplina ecle­ siástica, un tanto relajada. Mas, como no bastaran sus exhortaciones para Macar a los cristianos del triste estado de abandono y relajación de costum­ bres — parcial efecto de la paz y bienestar que por largo tiempo disfrutaron— . Dios los sacudió terriblemente con el azote de la persecución (250), siendo d cruel Decio el instrumento de su venganza. Llevaba un año de gobierno en su diócesis cuando estalló la deshecha tem­ pestad. Creyendo ser más útil a su pueblo, y aconsejado por los que le ro­ deaban, huyó de la furia de sus enemigos, y refugióse en un lugar seguro, no lejos de Cartago, mientras el alborotado oleaje del populacho reclamaba a ¿ritos que Cipriano fuera presa de los leones. Desde aquel retiro mantúvose en comunicación constante con sus fieles y sobre todo con el clero que había podido quedarse con ellos, invitando a la penitencia a quienes habían claudicado, alentando a los débiles y envian­ do palabras de consuelo a los que yacían en las mazmorras de la prisión. Mucho tuvo que sufrir también Cipriano de sus enemigos personales, cuya rebeldía se manifestó ya desde su elevación a la silla episcopal y que iiliora arreció notablemente con la defección de los apóstatas que como vil ■veoria dejó tras sí la hoguera de la persecución. Respecto a los últimos lapsi,

    S

    Cipriano decidió ser exigente con aquellos que, a la primera insinuación, habían corrido a ofrecer el sacrificio impío, pero menos severo con quienes habían claudicado después de una larga resistencia, e indulgente con los que, sin sacrificar, habían obtenido un certificado de sacrificio; atenuaba asimismo las penas en caso de peligro de muerte y absolvía a los que, te­ niendo posteriormente ocasión de sufrir por Cristo, lo hicieron con valor. Tuvo que combatir, asimismo, el pretendido derecho de algunos vanidosos cristianos que, habiendo salido victoriosos de la prueba, se creían con fa­ cultad de expedir certificados de rehabilitación a los apóstatas. Las decisiones de San Cipriano, aunque prudentes y moderadas, suscita­ ron larga controversia y sus ecos llegaron hasta Roma, en el pontificado de San Cornelio. Un Concilio, reunido en aquella capital, condenó el rigorismo de Novaciano, jefe de la secta y aliado de los enemigos de Cipriano. Saciada ya de sangre la fiera de la persecución, volvió Cipriano a su iglesia y recogió las ovejas descarriadas y amedrentadas. Señalóse su go­ bierno por la prudencia, firmeza y paternal amor con que procuró atraer a la verdadera fe a los que andaban apartados del redil.

    REDENTOR DE CAUTIVOS. — LOS REBAUTIZADOS

    P

    OR entonces, los bárbaros irrumpieron con ímpetu en las fronteras más débiles del Imperio; varias ciudades de Numidia fueron saquea­ das y numerosos cristianos cayeron prisioneros de los invasores. En este trance, dirigiéronse ocho obispos a Cipriano solicitando socorros para la redención de los cautivos. Vivamente impresionado por los relatos de los martirios que sufrían, Cipriano habló amorosamente de ello a sus fieles y logró con su elocuencia cuantiosas limosnas con las que pudo atender plena­ mente la súplica de sus colegas en el episcopado. Por la misma época suscitóse entre el papa San Esteban y Cipriano la delicada controversia de los rebautizados. Sin duda alguna para protestar contra el proceder de Novaciano que exigía el bautismo a los católicos que pasaban a su secta, Cipriano imponía lo propio a los extraviados que volvían a la verdadera fe, por creer que el bautismo de los herejes era nulo. En el mismo error habían incurrido algunos obispos africanos. Tal cuestión era no sólo disciplinaria como pensaba Cipriano, sino dog­ mática; pero a buen seguro que sus adherentes no alcanzaron a ver toda la amplitud e importancia que en este aspecto tenía. Algún indicio de esta equivocada doctrina se hallaba ya en germen en el famoso tratado D e la U n id a d de la Ig le s ia (251), debido a la pluma de Cipriano, y escrito con estilo vigoroso y vehemente, como obra de polémica

    LEGADO al lugar del suplicio, San Cipriano se quita el manteo

    L

    y la dalmática, manda dar veinticinco piezas de oro al ver­

    dugo, se tapa los ojos con un pañuelo y , de rodillas, recibe el l'olpe fatal. Los fieles, conmovidos, recogen con lienzos que traen preparados la sangre santa y veneranda.

    viva contra el hereje Novaciano. Asestaba rudos golpes al adversario; pero en el empeño de reducirlo, extremó el alcance de ciertos argumentos, sin caer en la cuenta de que con ello dañaba a la caridad. En 255 y 256 congregó dos Sínodos o Concilios en los que se resolvió mantenerse en las decisiones anteriores sobre los reba u tiza d os. Las conclu­ siones fueron rechazadas por el Papa en los siguientes términos: — Si alguno viene a vosotros de la herejía, no debéis innovar nada contra- < rio a la tradición; solamente le impondréis las manos para la penitencia. L a decisión del Romano Pontífice era clara, terminante e inapelable. Debía cerrar ya toda discusión; mas Cipriano, demasiado aferrado a su pro­ pio parecer, no cedió, y en un nuevo Concilio (257) se ratificó en sus an- * teriores ideas, lo que obligó al papa Esteban I a lanzar la amenaza de i excomunión sobre él y los obispos que le seguían en el punto debatido. La I controversia siguió en el mismo estado de tirantez hasta el sucesor del papa 1 Esteban, Sixto II , «hombre bondadoso y pacifico», según expresión de lo* I mismos obispos africanos. Una mayor comprensión por parte de éstos y I menos rigor, no en la doctrina, sino en los procedimientos, por parte del 1 Romano Pontífice, logró establecer la armonía entre las partes litigantes. I

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    UEVAS pruebas amargaron el corazón del buen pastor. El empe-fl rador Valeriano, que al principio de su gobierno se había mostrado I «blando y bueno con los siervos de Dios», no tardó en seguir las I huellas sangrientas de sus predecesores. Movido tal vez por la codici las fabulosas riquezas que erróneamente atribuía la voz pública a los cris- f l tianos, ordenó nueva y cruel persecución. En este doloroso trance todas las ■ miradas se dirigieron a nuestro Santo. Fortunato, en nombre de los obispos, ! solicitó un plan de conducta para la lucha que acababa de desatarse. Desdejfl el destierro de Curubis, escribió Cipriano, en respuesta, el opúsculo sublime ■ D e la E x h o rta c ió n al M a r tir io (septiembre 257). Es una compilación de se n -l tencias de la Sagrada Escritura, distribuida en doce capítulos. Sólo agregaba! algún breve comentario, dejando amplio margen a las iniciativas de Fortunato I y demás obispos, para una explicación adecuada a las necesidades de cadttm comunidad de fieles. ■ «H e enviado — dice ingeniosamente— lana purpurada con la sangre d e ll Cordero que nos ha salvado y vivificado; a vosotros os toca ahora tejer l a l túnica apropiada a vuestras necesidades.» ]■ Los cristianos de África estaban bien dispuestos para la lucha entablada.» Cipriano no sólo los confortó de palabra, sino que les enseñó con el ejem plo.!

    N

    I m 1(1 de octubre del año 257 fué llamado por Paterno, procónsul de África h cuyu autoridad molestaba la fama y crédito del Santo. Los augustos emperadores Valeriano y Galieno — dijo el procónsul— se l< ni dignado dirigirme una carta en la que me ordenan exija la práctica de l.i* ceremonias del culto a nuestros dioses. Yo soy cristiano y obispo — contestó el Santo— . A Dios servimos nosiiiitm, y a Él dirigimos nuestras plegarias día y noche por todos nuestros liiiiniinos, por nuestros enemigos, y especialmente, por los emperadores. -¿Persistes en tu resolución? Resolución inspirada por Dios no puede variarse. Disponte, pues, para ir al destierro de Curubis. Allá iré — respondió el Santo. — Las órdenes recibidas son no sólo para ti, sino para los colaboradores luyo» en esta ciudad; ¿quiénes son ellos? ■-Como vuestras leyes proscriben la delación, me niego a responder. — No me importa; yo los sabré buscar. Los emperadores — añadió el liiocóiisul— han prohibido toda reunión, incluso en vuestros cementerios, l imlquier resistencia a esta soberana disposición será castigada con la muerte. I.u antigua Curubis — actualmente Kurba— , lugar del destierro, estaba •II mida en la costa, cerca del cabo Bon; aunque es lugar apartado y solitario, un deja de ser ameno y de apacible estancia. En atención a los méritos y al ii nombre de que gozaba Cipriano aun entre los mismos paganos, conceiluronle autorización para que pudiera entrevistarse con el clero y fieles de •ii diócesis. En Curubis, como en Cartago, Cipriano fué el alma de su pueblo, Alemania; Ludmila, duquesa de Bohemia, mártir.

    Emblemas del Inquisidor

    DIA

    17

    L a Seo de Zaragoza

    DE

    SEPTIEM5RE

    SAN PEDRO DE ARBUES CANÓNIGO REGULAR, MARTIR

    L

    (1441-1485)

    A catolicidad de España, realidad histórica y actual que el mundo paganizante lleva clavada en su costado, ha sido origen de campa­ ñas violentísimas por parte del infierno y con la complicidad de cuantos riñen las batallas del vicio y del error. Gracias a Dios, nunca nos ha faltado la prueba, yunque de la fe, crisol de virtudes y garantía para tu unidad religiosa y nacional. Una de las más poderosas máquinas alzadas por el mal frente a nos­ otros, ha sido la llamada «leyenda negra», fábula imponente con la que han l i r su felicidad! La mano de Dios castigó al monarca infiel, pues Childetli" m i esposa y su hijo Dagoberto, perecieron en una partida de caza •■i rptiembre de 673. I I país, en el último extremo, volvióse una vez más al árbitro que se ' ln>i lu inmensa desventura que alcanzaba a la familia. Esta dolorosísima mui rle trocó por completo el carácter de Teresita. Ella, tan decidora y tan .ili f rc hasta entonces, volvióse tímida, retraída y sensible en extremo. Sin •mlmrgo, los años que transcurren desde 1877 a fines de 1886 son para la niña »n paréntesis en el penar, una época no interrumpida de tiernas efusiones i ii lu familia y de goces purísimos al recibir la primera Comunión.

    I'.N BUISSONNETS. — INTERNA

    CON

    LAS

    BENEDICTINAS

    O tardó el señor Martín en darse cuenta de la necesidad de procurar a sus huerfanitas una segunda madre, y pensó en su hermana. Liquidó, pues, su comercio, vendió la casa, y se impuso el sacrificio ■li alejarse de la compañía de sus amados difuntos, yendo a vivir al pueblo •l liuissonnets, en el término de Lisieux, al lado de su cuñado, el señor (•iicrin, farmacéutico de la localidad. En el aposento riente de flores, tan ili-l agrado de Teresa, y rodeada de cariño, recobró ésta su temple jovial y tlvaracho. Paulina, por su parte, hacía las veces de madre para con ella; i iiM'íiiíbala a leer, explicábale la doctrina y las festividades de la Iglesia; ••üiiia, en fin, formándola en la piedad y en el cumplimiento del deber y ,l< l sacrificio. La niña correspondía admirablemente a tantos desvelos esfori añilóse en agradar a Jesús en todas sus obras; por la noche, antes de retii.irse a descansar, examinaba ya su conciencia para ver si el Señor tenía motivo de estar satisfecho de ella, sin lo cual no hubiera descansado tran­ quila. Habíase confesado por vez primera a los seis años. Solía el padre salir con su «reinecita», después de comer, a visitar el San­ tísimo a una u otra de las dos iglesias de la población y, a veces, a la de l.ii Carmelitas. En las procesiones del Corpus estaba en su elemento la niña I cresa cuando derramaba flores al paso del Santísimo; arrojábalas muy «Un y nunca disfrutaba más que cuando veía que los pétalos alcanzaban lu custodia. lín octubre de 1881, el señor Martín inscribió a su hijita com o pensio­ nista en el monasterio de Benedictinas de Lisieux. Teresa, que sustituía en I I colegio a Leonia, encontróse allí con Celina y su prima María Guerín. Cuii esta última, futura carmelita com o ella, es con quien más gustaba Imitar la vida penitente y silenciosa de los anacoretas. Los años de inter­ mitió fueron una prueba muy ruda para esta alma tímida, sensible, plácida t escrupulosa cumplidora de sus obligaciones de colegiala. I n año después, en octubre de 1882, Paulina ingresaba en el Carmelo di l isieux, con el nombre de Inés de Jesús. Esta separación fué para Teresa motivo de vivo pesar; la vida se le presentó con toda su cruda realidad»

    sembrada de penalidades y continuas separaciones. Para consolarla, su her­ mana mayor le había explicado en qué consistía la vida de la carmelita, * saber: orar, inmolarse, vivir íntimamente con Jesús. Prendada de lo qu* había oído, aquella niña de nueve años conservó en su mente la impresión de que el Carmelo venía a ser algo así com o la soledad donde ella debut refugiarse para vivir con Dios. Animada de tan bellos sentimientos comu­ nicó su vivo anhelo a Paulina y luego a la Madre priora, quien la consideró demasiado joven todavía.

    PRIMERA COMUNIÓN

    L ingreso en religión de la segunda hija del señor Martín, fué para su «rcinccita» causa de grave enfermedad, enfermedad misteriosa a la cual, por divina licencia, no era ajeno el tentador. Acometiéronle dolores continuos de cabeza que, unidos a su extremada sensibilidad, lu inutilizaba por completo; no obstante de ello, prosiguió los estudios con toda aplicación. Al año siguiente, por Pascua, empeoró y fué presa de vio­ lentas crisis, hasta el punto de que se temió por su vida. En tal estado, decía cosas ajenas a su modo de pensar y hacía otra* como forzada por superior impulso; quedábase desvanecida horas enteras y parecía estar delirando de continuo; visiones terroríficas le arrancaban espan­ tosos gritos; a veces no conocía a su hermana María, que la cuidaba, ni 11 los demás parientes. El padre, inconmovible com o una roca en su fe, mandó celebrar una novena de misas en Nuestra Señora de las Victorias de Parí». En el decurso de la novena y en un momento de crisis en extremo violenta y fatigosa, las tres hermanas de la enfermita cayeron de hinojos ante una imagen de la Reina del Cielo que adornaba la sala; mientras oraban, vió Teresa cómo la estatua, o. por mejor decir, la Soberana de los Ángeles en persona, le sonreía, se adelantaba radiante hacia ella y la miraba con inde­ cible amor. Ante espectáculo tan maravilloso, prorrumpió en llanto consola* dor y logró, al fin, distinguir a sus hermanas: la Virgen Santísima acababa de curarla. Pasados breves días de discretas alegrías y distracciones, conveniente* para ayudar al total restablecimiento, y mejor dispuesta que nunca a reanu­ dar su vida de intimidad con Jesús, prosiguió Teresa los estudios, aplicán­ dose con todo esmero bajo la dirección atenta y delicada de su hermana María, a disponer su alma para la primera Comunión. Con tal objeto, l« tierna adolescente procuraba que su corazón fuera un vergel adornado con actos de amor y de sacrificio; oculta a veces tras las cortinas, pensaba en Dios, en la brevedad de la vida y en la eternidad que no ha de tener fin.

    E

    E

    STANDO con grave y misteriosa enfermedad Santa Teresa del Niño Jesús, ve cómo la Santísima Virgen va hacia ella con

    gran ternura y mirándola con indecible amor la cura de la enfer­ medad y la libra de las muchas penas, aflicciones y dolores que desde hace tiempo padecía.

    22. — v

    Bien se adivina el fervor y el cuidado escrupuloso con que haría los ejerci­ cios preparatorios a la primera Comunión. Llegó, por fin, el 8 de mayo de 1884, en que le cupo la dicha de parti­ cipar en el divino Banquete. Ella misma nos cuenta lo que fué en ese gran día el primer ósculo que Jesús imprimió en su alma; una verdadera fusión en que Teresa desapareció cual gota de agua en el océano, quedando sólo Jesús com o dueño y R ey de su corazón; no le exigió sacrificio alguno, pero Teresa se entregó nuevamente a Él para siempre. Por la tarde de ese día feliz, llevóla su padre al Carmelo para ver a Paulina, que aquella mañana misma se había consagrado, com o esposa, a Jesucristo. Teresa la contempló embelesada, envuelta en niveo velo com o el suyo y ceñida la cabeza por una corona de rosas. Con ansia verdaderamente inenarrable, esperaba ella poder vivir a su lado. Un mes después recibió la Confirmación. Muy necesaria le era tal gracia, pues las pruebas de todo género no habían de abandonarla por espacio de varios años en forma, sobre todo, de enojosos escrúpulos. Mucho la afectó también la entrada, en el Carmelo, de María, su hermana mayor (octubre de 1886). En tan dolorosa separación no le faltó la asistencia del Señor, el cual le mostró, al propio tiempo, que sólo a Él hay que aficionarse. Reci­ bida la confirmación, solicitó el ingreso en las Hijas de María. Por Navidad de 1886, obróse en Teresa un cambio sensible; recobró la fortaleza de alma que perdiera con ocasión de la muerte de su madre y triunfó decididamente de sí misma, con lo cual emprendió a pasos agigantados el camino de la perfección.

    INGRESA EN EL CARMELO DE LISIEUX PENAS cumplidos los catorce años, Teresa comunicó a Celina el pro­ pósito irrevocable de ingresar en el Carmelo en las Navidades de 1887, día del primer aniversario de su «conversión». El día de Pen­ tecostés comunicó tales proyectos a su padre. Éste acogió la noticia con lágrimas de alegría y de dolor a la vez; sin embargo, vencido por las razo­ nes de la niña, dióle al fin su consentimiento. Su tío materno y tutor a la vez, si bien se opuso en un principio a las pretensiones santas de su so­ brina, tocado de la gracia, consintió también en ceder al Señor aquella flor privilegiada. La priora del Carmelo, Madre María Gonzaga, no opuso reparo a la admisión de la postulante, pero el superior eclesiástico de la comunidad no autorizaba el ingreso hasta los veintiún años. Ante semejante contrariedad no se dió por vencida la niña, y acompañada de su padre fuése el 31 de

    A

    ■id ubre a pedir audiencia al obispo de Bayeux y de Lisieux. Una vez en •ii presencia, Teresa solicitó con gran fervor autorización de ingresar a los I uños en el Carmelo, pero el prelado no juzgó conveniente manifestar su |h iisumiento en el acto y prometió hacerlo más tarde. Entretanto, acompaiiiulo de sus hijas Celina y Teresa — por aquel entonces Leonia intentaba el ingreso en la Orden de las Clarisas, excesivamente rigurosa para su endeble •‘ilud— , el señor Martín partió, a principios de noviembre, en peregriiiiirión diocesana por Suiza, Italia y Roma. En la audiencia pontificia del .'0 de noviembre, arrodillada la santa niña a los pies del papa León X III, l< dijo: «Santísimo Padre, en honor de vuestro jubileo, permitidme ingresar ■n el Carmelo a los 15 años». «Hija mía, haz lo que dispongan los Superioiih... que, si Dios quiere, ya ingresarás», fué la contestación del Sumo l’nntífice. Ante evasivas com o éstas, Teresa se entristecía mucho, pero no perdía ln calma y , sumisa y confiada, se remitía a la Divina Providencia. Al ■egreso de la peregrinación escribió al prelado, el cual, con fecha 28 de ilirk-mbre, permitió su ingreso inmediato por carta dirigida a la priora, la mui, sin embargo, juzgó oportuno demorarlo hasta pasada la Cuaresma. I cresa quedó una vez más no poco contrariada. Por fin, el 9 de abril de 1888, ■lin en que se celebraba la fiesta — trasladada— de la Anunciación, el señor Murtín acompañó a su «reinecita», la nueva sierva del Señor, a la capilla ■Id ('.ármelo. Toda la familia comulgó, incluso Leonia, que circunstancialinriite se hallaba en casa; terminada la misa, la postulante fuése presurosa ii Humar a la puerta del monasterio y abandonó definitivamente el mundo iura vivir en adelante consagrada al amor de Jesús.

    EN EL HUERTECITO DEL CARMELO

    T

    ERESA hallábase al fin en la morada tan apetecida; la vida reli­ giosa resultó ser tal com o ella se la había figurado: con más espinas que rosas. La sequedad de alma fué por mucho tiempo su pan cotiiliuno, pero la certeza que se le dió de no haber cometido jamás pecado murtal, le tornó de nuevo a la paz. La madre priora, que formaba a la puntillante en la humildad y desapego de las cosas terrenas, mostrábase a x ccs indiferente, otras severa y pródiga en reproches. Teresa había venido ■il convento para salvar almas y , en particular, para rogar por los sacerdotes; * comprendió que Jesús no le otorgaría almas, sino por la cruz. Buscaba •n la Sagrada Escritura y en el Evangelio cuanto su alma necesitaba, y allí meontró el caminito llano del propio abandono. La toma de hábito, a la que asistió su padre, tuvo lugar el 10 de enero

    de 1889, y la presidio el prelado. Jesús otorgó a su desposada la alfombra de nieve que tanto había deseado para ese día. Para colmo de ventura, impu­ siéronle el nombre que en lo secreto de su corazón había elegido: «Teresu del Niño Jesús», al cual le fué dado añadir: «y de la Santa Faz». Quedaba inaugurado el noviciado. Nb hablemos de las mortificaciones voluntarias de los sentidos, de las maceraciones y disciplinas, ni mencione­ mos las luchas que sostenía en su corazón incluso evitando hasta el fin de su vida, cuanto le era posible, la compañía prolongada de sus hermanas: lo más terrible para ella fueron las arideces interiores y tribulaciones fre­ cuentes, para las cuales no hallaba consuelo alguno. Diríase que Jesús dormía. Con todo, Teresa estaba satisfecha, e iba disponiendo su alma con el mayor cuidado para el día de sus místicos esponsales. Una vez más le aguardaba nuevo contratiempo: la poca edad retrasó sus legítimos y vehementes deseos hasta el 8 de septiembre de 1890, fiesta de la Natividad de Nuestra Señora. En la víspera, movióle el demonio terrible tentación de desaliento, pero lo venció con un acto de humildad, Jesucristo, que no se deja vencer en generosidad, inundó con torrentes de paz el alma de la desposada. En la ceremonia simbólica de la toma del velo, que se celebró el 24 de septiembre siguiente, la ausencia del señor Martín hizo derramar lágrimas de profundo dolor a su hija: había abandonado este valle de lágrimas el 29 de julio de 1891. La larga enfermedad que padeció sirvióle, a no dudarlo, de purgatorio, conforme al deseo de Teresa. Asi las cosas, Celina pudo ingresar el 14 de septiembre siguiente en el Carmelo de Lisieux, con el nombre de Sor Genoveva de la Santa Faz. Por su parte, Leonia había de tomar también el velo en la Visitación con el nombre de Francisca Teresa. Entretanto, Teresa del Niño Jesús, tras haber desempeñado varios oficios, fué elegida, con gran sorpresa de su parte, para el cargo delicado de auxiliar de la maestra de novicias; de hecho, toda la responsabilidad recaía sobre ella. Su enseñanza a las novicias puede compendiarse en estas dos cosas: olvido de sí mismas y caridad, temas que resumen todas sus lecciones.

    ÚLTIMA ENFERMEDAD Y

    MUERTE DE LA

    SANTA

    N la noche del Jueves al Viernes Santo (2-3 de abril 1896) Teresa arrojó sangre por dos veces. Con ello quería darle a entender el Señor que su entrada en la vida eterna estaba cercana. De allí en adelante, notóse que las fuerzas empezaban a faltarle; y tanto más cuanto que la heroica religiosa se empeñaba en seguir hasta completo agotamiento los ejercicios de comunidad, pues todavía no sospechaba la gravedad de su

    E

    ■■iludo. Para colmo de males, a los sufrimientos del cuerpo se le agregaron I H 'iiu s morales causadas por repetidos asaltos del demonio, particularmente li-ntaciones de amor y desconfianza. La enferma lo sufría todo resignada; 1-Htuba satisfecha de padecer por su Jesús; de inmolarse por las almas, por Ion sacerdotes y , aun más, si cabe, por los misioneros. También ella solicitó un día partir para el Extremo Oriente, al remoto Carmelo de Hanoi. Hacia la primavera de 1897, los síntomas del mal fueron cada vez más ■alarmantes; el 8 de julio abandonó Teresa su aposento y se dirigió a la enfermería. En los postreros meses de su sacrificio, solía hablar del «caminito llano», del «caminito infantil» de toda buena carmelita. Anunció que, después de la muerte que debía unirla con Dios y dar principio a su felicidad eterna, haría caer sobre la tierra una «lluvia de rosas» y que pasaría la bienaventuranza eterna «haciendo bien a este mundo» (17 de ju lio). El 30 del mismo mes, recibió la Extremaunción. Desde el 17 de agosto, Itis frecuentes vómitos la privaron de la dicha de la Sagrada Comunión. Teresa había deseado morir de amor a Jesús crucificado y su deseo fué atendido; el 30 de septiembre, sufrió penosa agonía, exenta de todo consuelo humano y divino: ello era debido al vehemente deseo de salvar almas. En ese mismo día, después del Angelus vespertino, dirigió una prolongada mirada ii una imagen de María Santísima, y luego al Crucifijo exclamando: «;Oh cuanto la am o!» «¡Dios m ío... os am o!» Fueron sus postreras palabras. Los funerales constituyeron un triunfo. Según su promesa, no tardó en eacr sobre su tumba copiosa lluvia de rosas de milagros y favores, que ace­ leraron extraordinariamente su causa de beatificación. La canonizó Pío X I en 1925, y en 1927 la proclamó copatrona de las Misiones. La devoción a Santa Teresa del Niño Jesús hízosc rapidísimamente po­ pular, tanto por los extraordinarios y múltiples prodigios obrados en favor ile sus admiradores, cuanto por la sencillez y encanto con que la santidad ne transparenta en su vida.

    SANTORAL cantos Cipriano, obispo de Tolón, y Maximiano, de Bagas, en África; dos Evaldos, presbíteros y mártires; Gerardo, abad; Hesiquio, discípulo y compañero de San Hilarión; Jovino, ermitaño; Teógenes, Víctor, Urbano, Sapergo, Casto, Félix y Rústico, mártires; Cándido, mártir en Rom a; Dionisio, Fausto, Cayo, Pedro, Pablo y cuatro compañeros más, mártires, a media­ dos del siglo n i ; Fragano, confesor. Beatos Juan Massias de España, lego dominico; Utón, abad de Mettern, y Marcos Criado, mártir. Santas Teresa del Niño Jesús, virgen; Romana, virgen y mártir; Blanca, esposa de San Fragano.

    ----------------------------------------------------------------------------------------------- y------------------

    Crucificado con Cristo

    Dios mío y mi todo

    D ÍA

    4

    DE

    OCTUBRE

    SAN FRANCISCO DE ASIS FUNDADOR

    DE

    LA

    ORDEN

    FRANCISCANA

    (1182-1226)

    L acontecimiento más maravilloso, quizá, de la historia del catoli­ cismo en la Edad Media, es la aparición en el mundo del seráfico Patriarca San Francisco. Nació en Asís, por los años de 1182, y fué hijo de Pedro Hernardone, mercader de tejidos, y de una honrada y devota señora llamada Pica. Creció el niño en medio de gustos y regalos por ser su padre riquísimo. Vestía suntuosamente, tenía dinero para derro­ char, y nunca faltaba a las ruidosas fiestas y opíparos convites que solían organizar los hijos de los hacendados y mercaderes de Asís. L o admirable fué que, a pesar de llevar vida tan dada al mundo, guardó, con el favor de Dios, una conducta siempre digna, sin soltar la rienda a los apetitos sensuales. Andaba por los veinte años cuando algunos sucesos desgraciados le hicie­ ron entrar dentro de sí, y le movieron a renunciar a sus travesuras de mozo y aun a los negocios de su hacienda. Asís se levantó en armas contra la nobleza, la cual pidió socorro a los de Perusa. Hubo guerra entre ambas ciudades. Asís fué tomada, y Francisco, con algunos caballeros, llevado a Perusa y en d ía encarcelado. A poco de esta adversidad sobrevínole grave dolencia que le dió ocasión a mayores reflexiones aún. Salió de la enfermedad dispuesto

    E

    a renunciar a los vanos pasatiempos del siglo. Sintió desde entonces en su espíritu com o una aspiración indeterminada hacia nuevos y nunca soñados propósitos y , con una visión que tuvo de muchas armas y palacios, se le hizo que tenía vocación militar, y determinó pasar al reino de Nápoles en busca de hazañas y proezas. La víspera de la salida se encontró con un hombre de noble linaje, pero pobre y desarrapado. Francisco trocó su rico vestido con el del indigente. Aquella noche le pareció dormir en la gloria. La noche siguiente, en Espoleto, oyó una voz que le mandaba volver a su tierra. Volvió a Asís, y otra vez se ocupó en los negocios de su padre y tornó a ser el alma de los frívolos entretenimientos de sus compañeros. Con todo, la dulce voz que le hablaba en Espoleto, llamaba de cuando en cuando a su corazón.

    EL

    P A SO

    D E F IN IT IV O

    NA tarde de verano del año 1205, el joven mercader ofreció a sus compañeros un espléndido convite; la cuadrilla salió de él alegre en demasía y se dió a cantar por las calles de la ciudad. Francisco, en cambio, llena su alma de celestiales dulzuras, les dejó tomar la d ela n te» y se detuvo. Permaneció inmóvil largo rato, com o subyugado por la gracia que iba a mudar de todo en todo su vida. Pero el velo tendido sobre los futuros destinos del Santo no se corrió todavía. En vano lloraba sus pecados y clamaba al Padre celestial en las iglesias de Asís o en la cueva de Subiaco; fué a Roma a visitar la iglesia de San Pedro. Saliendo de ella tuvo una inspiración: llamó a un mendigo de los muchos que se agolpaban en el pórtico del templo, y le dió sus ricos vestidos; él se vistió de los andrajos del pobre, y se juntó con aquellos desgraciados, en cuya compañía permaneció hasta el anochecer. N o cabía en sí de gozo. La pobreza será su amor; en adelante Francisco será el P overello, el pobrecillo. Vuelto a Asís, repartió a los pobres el dinero que gastaba en fiestas y banquetes. Sus únicos amigos serán ya los hijos de la pobreza. Cierto día, a la vuelta de un paseo a caballo por el campo, encontró a un leproso que le causó asco y horror. Su primer pensamiento fué dar media vuelta y huir a galope de aquel lugar. Pero oyó una voz en el fondo de su alma; al punto se apeó del caballo, fué al leproso, y al darle limosna besó con devoción y ternura aquello que ya no parecía mano por las repugnantes úlceras que la cubrían. Al poco tiempo le dió el Señor otra señal de su voluntad. Hallábase el convertido arrodillado ante un hermoso santo Cristo, en una capilla medio arruinada dedicada a San Damián, poco distante de la ciudad. Mientras pedia

    U

    u Dios que le descubriese su divina voluntad, oyó una voz que salía del Crucifijo y le decía: — Ve, Francisco; repara mi casa que se está cayendo. Inmediatamente, el amigo de los pobres, el servidor de los leprosos quiso Hcr además reparador de iglesias. Cargó su caballo con buena cantidad de puños, y partió al mercado de Foligno donde lo vendió todo: caballo y mercuncías. Ofreció el importe al clérigo que guardaba la iglesia de San Damián. Itero éste no quiso tomarlo por temor al padre del Santo. Resuelto Francisco, arrojó el dinero por una ventana de aquella iglesia. Logró, además, que aquel Hacerdote le dejara vivir unos días en su compañía. Enojóse Pedro Bemardone al saber las nuevas aventuras de su hijo y corrió a la iglesia de San Damián para ver de hacerle entrar en razón y llevárselo a casa. Pero Francisco, por temor a su padre, se escondió en una cueva, y en ella se mantuvo algunos días sin atreverse a abandonarla.

    TOTAL DESASIMIENTO. — EN LA PORCIÚNCULA ALIÓ de la cueva corrido de su cobardía y entró en la ciudad. La gente. al verle tan desfigurado y mal vestido, se iba tras él tratándole de loco. I)e esto cobró su padre mayor saña y , llevándole a casa, le maltrató de palabra y obra. Luego, pura desheredar a su hijo, entabló diligencias cuyo desenlace ocurrió en la primavera del año 1207, y constituye un drama bellísimo de la historia cristiana. Padre e hijo comparecieron ante el obispo de Asís, llamado Guido, el cual hizo que Francisco renunciase a la herencia paterna. No fué menester esperar mucho tiempo la respuesta del Santo. Al punto se desnudó de los vestidos, com o llevado de divina inspiración, y los arrojó en montón a los pies de su padre con el dinero que le quedaba, diciendo: — Hasta aquí te llamé padre en la tierra; de aquí adelante diré con ver­ dad: «Padre nuestro que estás en los cielos». A poco de esta escena admirable, salió Francisco a la calle. Vestía túnica como de ermitaño atada con cinturón de cuero y calzaba sandalias. Iba can­ tando bellas tonadas para atraer al público, y luego pedía piedras para res­ taurar la iglesia de San Damián. Cuando hubo reparado esta iglesia, el piadoso constructor restauró otras «los: la antigua iglesia benedictina de San Pedro y la capillita de Santa María ■le los Ángeles o de la Porciúncula. En este santuario recibió clara luz sobre mi verdadera vocación. Era el día 24 de febrero, fiesta de San Matías, francisco asistió a misa y oyó el Evangelio del día que aconseja la práctica do la más rigurosa pobreza. Sin dilación quiso el joven ermitaño de la Por-

    ciúncula llevar a la práctica los consejos evangélicos: arrojó lejos de sí las sandalias, el báculo y el cinturón de cuero que trocó por una soga, y así empezó a recorrer las calles y plazas de Asís, para exhortar a todos a peni­ tencia; con estos sermones, se animaron muchos oyentes a mudar de vida.

    PRIMEROS DISCÍPULOS. — SUEÑO DE INOCENCIO III

    RONTO se le juntaron algunos discípulos: Bernardo de Quintaval, varón principal y riquísimo; Pedro de Catania, canónigo de Asís; Egidio (fray G il), hijo de un propietario de la ciudad. No les impuso largas prácticas. Bastábale una prueba: renunciar a todos los bienes e ir a pedir de puerta en puerta. Acudieron otros compañeros. El Santo empezó a enviarlos a misionar, de dos en dos, por los valles del Apenino y los llanos de Umbría, de las Marcas y de Toscana. Cuando llegaron a doce, ya no cabían en la Porciúncula. Pasaron a vivir a un caserón más amplio, cerca de R ivo Torto. Allí escribió Francisco una regla sencilla y corta, y quiso someterla al Papa. Los frailes partieron para Roma, donde reinaba Inocencio III. Los cardenales, no accedieron a aprobarla; el Papa, a pesar de su buena voluntad, sólo dió a Francisco esperanza de que algún día sería aprobada. Por entonces, sin duda, tuvo el Pontífice aquella visión que refieren los an­ tiguos biógrafos y que representaron los artistas. Vió en sueños que la basíli­ ca de Lctrán, madre y cabeza de todas las Iglesias, amenazaba gran ruina y se venía ya al suelo, cuando un pobrecito hombre vestido de tosco sayal, descalzo y ceñido con recia cuerda, puso sus hombros bajo las paredes de la iglesia, y de un vigoroso empujón la levantó y enderezó de tal manera que pareció luego más recta y sólida que nunca. Otra vez fué el Santo al palacio de Letrán y expuso al Papa su demanda. Con ver Inocencio III la humildad, pureza y fervor de Francisco, y acordán­ dose de la visión, abrazó conmovido al P overello, le bendijo a él y a todos sus frailes, confirmó su regla y les mandó que predicasen penitencia. Antes que dejasen a Rom a, recibieron de manos del cardenal Juan Colonna la ton­ sura con la que ingresaban en la clerecía, y aun San Francisco fué quizá ordenado diácono. Era el verano de 1209. La comunidad franciscana volvió a R ivo Torto; a los pocos meses pasó a residir cerca de la capilla de la Porciúncula, en un lugar que los Benedic­ tinos de Subiaco cedieron al Santo y que fué la cuna de la Orden. Los frailes vivían en chozas construidas con ramas y lodo; a falta de mesas y sillas, i sentábanse en el suelo; por cama tenían sacos llenos de paja. Ocupaban el j tiempo en la oración y el trabajo. ]

    P

    D

    ESNÜDASE San Francisco de todos sus vestidos y se los da a su padre, diciendo: uHasta aquí le llamé padre en la tierra,

    de aquí en adelante diré seguramente: Padre nuestro que estás en los cielos, en quien he puesto todo mi tesoro y mi esperanzan. Todos derraman lágrimas ante tal fervor.

    El alma y la vida de Francisco, «el Pregonero del gran R ey», fueron las de un intrépido apóstol e insigne misionero de su siglo. No fué sin duda predicador profesional. No tenía los estudios teológicos necesarios para em­ prender la predicación dogmática, y el Papa sólo le permitió predicar la moral de la penitencia. Pero, ¡con qué maravilloso poder de convicción trató este tema! Por una sociedad que era un hervidero de codicias y desenfrenados odios, pasaban Francisco y sus frailes con los pies descalzos, la soga en la cintura y los ojos clavados en el cielo, mostrando serenísimo gozo en medio de su absoluta pobreza, amándose con ternura, y predicando la paz y la caridad con la palabra y con el ejemplo.

    SANTA CLARA

    DE

    ASÍS

    L predicar el amor de Dios en la catedral de Asís, el P overello des­ pertó ansias y resoluciones de darse a la perfección, en el alma de una noble doncella llamada Clara Scifi. Ésta apartó a cuantos jóve­ nes la solicitaban por su hermosura y riqueza, y, por la poterna por donde sacaban a los muertos, huyó secretamente del palacio de sus padres para entregar a Jesucristo su corazón y juventud. La tarde del domingo de Ramos, 19 de marzo de 1212, en la capilla de la Porciúncula, alumbrada por la movida y fulgurante luz de las hachas de los frailes, Clara se postró ante el altar de la Virgen, dió libelo de repudio al siglo y se consagró al Señor. Tenía diecinueve años. A los pocos días se le juntó su hermana Ángela. El piadoso retiro de San Damián, adonde envió Francisco a las dos vírgenes, llegó a ser cuna de una Orden admirable de mujeres que al principio se llamó de las Señoras P obres, y que hoy día todos conocen con el nombre de Clarisas, derivado del de la fundadora Santa Clara de Asís.

    A

    APOSTOLADO

    MISIONAL. — UNA

    VISIÓN

    O se habían extinguido en el corazón de Francisco los caballerescos anhelos de conquista. Corría por entonces la era de las Cruzadas. Sus ambiciones apostólicas y el ardiente amor a los prójimos, la empuja­ ban hacia Palestina. En el otoño del año 1212 se embarcó en Ancona ánimo de predicar a los musulmanes. Una tempestad le arrojó a las costas de Dalmacia, de donde volvió penosamente a Italia. El año 1214, se propuso predicar en Marruecos; pero, hallándose ya en España, le sobrevino gravísi­ ma enfermedad que le obligó a volver a Italia. Finalmente, cinco años más

    N

    tarde, cuando repartió sus discípulos entre las provincias que quería evange­ lizar, no se contentó con enviar sus mejores amigos a Mauritania, Túnez, Egipto y Siria, sino que otra vez se embarcó él mismo para Palestina. Inten­ tó convertir al Sultán de Egipto, llamado Melek-el-Kamel, el cual se limitó a recibirle y escucharle muy cordialmente. Con esto se volvió Francisco a Italia, no sin antes visitar los Santos Lugares. Al llegar a Italia le esperaban no pocas dificultades. Los frailes se habían multiplicado prodigiosamente. Y a por los años de 1215, cuando el Santo fué a Roma con ocasión del IV Concilio de Letrán, sus hijos formaban numeroso ejército. Entonces renovó Inocencio III la aprobación de los «Frailes Meno­ res», com o empezaban a llamarlos. En Roma, se encontró con Santo Domin­ go, fundador de los Frailes Predicadores. Al año siguiente, contribuyó el cielo con un favor extraordinario a con­ solidar la obra humildemente comenzada en la Porciúncula. Una noche que Francisco se hallaba orando en la iglesia, apareciósele Cristo nuestro Señor en compañía de la Virgen María, y le inspiró que fuese a ver al papa H ono­ rio III a Perusa, y le pidiese indulgencia plenaria para cuantos, contritos y confesados, visitasen aquella iglesia. No obstante la oposición de los car­ denales, el Papa otorgó la indulgencia, aunque sólo para un día del año. Empero, con esas gracias y favores también sobrevinieron decepciones y tristezas. Hasta entonces, los frailes vivían en chozas de adobes, partían para las misiones o romerías, predicaban penitencia y conversión sin darse a es­ tudios teológicos, se recogían ch cuevas para orar y, sólo de tarde en tarde, dependían de un superior, aunque, eso sí, debían observar estricta pobreza. Para aquellos discípulos del Santo que estaban animados del genuino es­ píritu del Fundador, esta manera de vida les hacía realmente santos; pero para muchos frailes, no dejaba de tener graves peligros, siendo el mayor el exponerles a vivir com o monjes errantes. Era menester introducir un género de vida más estable e imponer los estudios necesarios. Alentólos a ello el cardenal Hugolino, declarado protector de la Orden por el papa Honorio III, y Francisco accedió gustoso a las indicaciones del ilustre cardenal.

    ÚLTIMOS

    AÑ OS.— EL

    BELÉN. — LAS

    LLAGAS

    A por entonces empezó a sentir el santo Patriarca que tendría presto que renunciar a la predicación. Su acción había levantado radiante despertar de vida cristiana en Italia y en Europa entera. A más de tantos millares de almas fervorosas que habían abrazado la regla de los Frailes Menores o de las Clarisas, otros miles y miles de personas, que no po­ dían dejar el siglo ni emitir votos monásticos, habían entrado en la cofradía

    Y

    de Penitentes laicos o Tercera Orden, fundada el año de 1221 por Francisco y el cardenal Iiugolino. El santo Fundador tomó morada en las ermitas de los contemplativos, sin por eso desentenderse, de los negocios de la Orden, a cuyo gobierno renunció ya en el año de 1219. En el mes de diciembre de 1223, yivió recogido en una ermita del valle de Rieti, y con licencia del Papa, celebró la fiesta de Na­ vidad en una cueva, en la que hizo poner un pesebre, a semejanza del de Belén. Allí hizo decir misa con gran solemnidad de música y luces. Desde entonces fué tradicional en las iglesias franciscanas el representar el naci­ miento en las fiestas de Navidad. En el verano de 1224 dejó Francisco el valle de Kieti, y se recogió en una cueva del monte Alvernia, rodeada de espesos bosques. Estaba cierto día meditando sobre la Pasión del Salvador, cuando vió que bajaba del cielo y volaba sobre aquellas rocas un ángel resplandeciente con seis alas encendidas; dos se levantaban sobre la cabeza del Crucifijo que aparecía entre ellas, otras dos se extendían com o para volar, y las dos res­ tantes cubrían todo el cuerpo del Crucificado. Oyó entonces una voz: decíale que el fuego del amor divino le transformaría en la imagen de Jesús crucifi­ cado. Al mismo tiempo, sintió agudísimo dolor en sus miembros; unos clavos negros atravesaban sus manos y pies, y de una llaga abierta en su costado derecho empezó a manar abundante sangre. Llevaba impresas en su carne las llagas de la Pasión. Pasada la fiesta de San Miguel, se despidió del monte Alvernia; montado en un jumentillo, por no poder ya caminar, se llegó poquito a poco a la Porciúncula; iba sembrando milagros por donde pasaba. Aquí tuvo otra vez recias y dolorosas enfermedades. Consumido por los ayunos y abstinencias, abatido por frecuentes hemorragias, atormentado por una tenaz oftalmía que trajera ya de Egipto y le había dejado casi ciego, consintió le llevasen a una choza construida por Santa Clara en el huertecito de San Damián.

    «CANTO

    DE

    LAS

    CRIATURAS». — MUERTE

    Y

    TRIUNFO

    L L Í, en medio de las tinieblas de su ceguera, acostado en pobrísimo camastro y hostigado por sinnúmero de musgaños, compuso aquel divino trovador el Canto del Sol o Canto de las criaturas. Visitáronle afamados médicos, pero empeoró el mal. Sintiendo que se acercaba el fin, hízose llevar a Asís. Sucedía esto a principios del año 1226. Al avisarle el facultativo que ya le quedaban pocos días de vida. Francisco añadió al Canto del Sol una estrofa en la que alaba al Señor «por nuestra hermana la muerte corporal».

    A

    A instancias del Santo, los magistrados dieron licencia para llevarle a Nuestra Señora de los Ángeles, donde deseaba morir. Trasportáronle en unas uiigarillas, desde las que se despidió de Asís y la bendijo entre sollozos. En la Porciúncula, al sentirse ya morir, como verdadero amador de la pobreza y por ser semejante a Cristo, se desnudó y así se postró en tierra. Su guardián le dió un hábito y el Santo lo recibió como de limosna y presta­ do. Todos los frailes lloraban. Francisco los exhortó al amor de Dios, de la minta pobreza y paciencia. Cruzados ya los brazos, dijo: «Quedaos, hijos míos, en el temor del Señor, y permaneced en él siempre. Dichosos serán los que perseveren en el bien comenzado. Y o voy aprisa al Señor, a cuya gracia os encomiendo». Con esto aguardó a la «hermana muerte», que vino a 4 de octubre del mismo año 1226. A l día siguiente, ya al clarear el alba, una comitiva a la vez dolorosa y triunfal, subía hacia Asís. Las muchedumbres acudían presurosas para escoltar al sagrado cuerpo del Santo. El séquito se desvió con el fin de pasar por San Damián, para que Santa Clara y sus monjas tocasen y besasen las llagas del seráfico Patriarca. Sus reliquias fueron depositadas en la iglesia de San Jorge. Tantos y tan estupendos milagros obró el Señor por intercesión del glo­ rioso San Francisco, que ya a los dos años de muerto, el cardenal Hugolino, a la sazón Papa con el nombre de Gregorio IX , fué personalmente a la ciudad de Asís, y con gran solemnidad le canonizó y puso en el catálogo de los Santos. Dos años después, el de 1230, en el Capítulo general en Asís, trasladaron su sagrado cuerpo con solemnísimas fiestas a la suntuosa iglesia de su nom­ bre, recién edificada para recibirlo.

    SANTORAL Santos Francisco de Asís, fundador de la Orden de los Hermanos Menores; P e tro nio, obispo de B olonia; Magdolveo, obispo de Verdún; Pedro, obispo de Damasco y mártir; Hieroteo, Crispo y Cayo, discípulos de San Pablo; Cayo, Fausto, Eusebio, Queremón, Lucio y compañeros — unos, presbíte­ ros, y otros, diáconos— mártires bajo el emperador Valeriano; Eduíno, rey de Northumberland y mártir; Atnón, solitario; Aizano, rey de Etiopía; Amfelo, forjador de oficio, confesor; Marcos y Marciano, hermanos, y mu­ chos otros compañeros, mártires; Joviniano, Alejandro, Restituto y Julio, mártires; Libio, protomártir de París. Santas Aurea, abadesa; Domnina y sus hijas Berenice y Prosdocia, mártires cuando imperaba Maximiano Ga­ lerio ; y Calistena, virgen, venerada en Éfeso.

    DIA

    SAN ABAD BENEDICTINO,

    E

    5

    DE

    OCTUBRE

    PLACIDO Y

    COMPAÑEROS, MÁRTIRES

    ( f 541)

    N los padres de Plácido, la nobleza de la sangre, la piedad y la fe se hermanaban a maravilla con la más compasiva caridad para con los desgraciados, a los que miraban como a propios hijos. Su padre, el patricio Tértulo, descendía quizá de la familia de los Anicios y desempeñaba, a principios del siglo IV , el cargo de prefecto de Roma; consta también que su madre era igualmente de noble alcurnia e ilustre prosapia. No obstante su calidad de Senador romano en un tiempo en que el país estaba sometido al arriano Teodorico, rey de los ostrogodos, Tértulo, que frecuentaba las iglesias y monasterios católicos, quiso que su hijo Plácido fuese instruido y educado en la misma religión. En aquel entonces afluían al desierto de Subiaco, a unos sesenta kilóme­ tros de Roma, señores de la más alta situación social, ilustres guerreros, per­ sonas humildes del pueblo y bárbaros de las más apartadas comarcas, con objeto de aprender a caminar por la senda de la penitencia y de la virtud, guiados por el ilustre San Benito, patriarca de la vida monástica en las regiones de Occidente. La fama de este siervo de Dios se había esparcido por toda Italia. Ilustres 23. — V

    personajes, ricos y piadosos, llevaban sus hijos al santo ermitaño, para qu« los formase desde su más tierna edad, según estudiado reglamento de vida cristiana y, para algunos, de vida religiosa. Tal fué el proceder de un patri­ cio romano, amigo de Tértulo, llamado Equicio; había éste encomendado a los cuidados del ilustre monje a su hijo Mauro.

    EN LA ESCUELA DE SAN BENITO U AND O Plácido hubo cumplido los siete años de edad, en 522, l« llevó su padre a Subiaco; postróse respetuosamente a los pies de San Benito y le suplicó que se dignase contar a aquel su hijo en el nú­ mero de sus discípulos. Accedió gustoso el siervo de Dios a tal deseo, y el niño puso todo su empeño en seguir los actos de comunidad en la medida que sus fuerzas podían permitírselo; causaba la admiración de los religioso* más antiguos, en particular por su fervor y obediencia. San Benito, que le apreciaba y profesaba tierno y religioso cariño, le tomó por compañero en circunstancias memorables.

    C

    SALVADO

    MILAGROSAMENTE

    cincuenta millas al suroeste de Roma, en el macizo de montaña* donde el Anio atraviesa el desfiladero profundo que separa la Sabinia del país en otro tiempo habitado por los ecuos y heniicos, el viajero que camina aguas arriba, llega a una especie de cuenca entre dos enorme* paredes roqueñas, de donde un raudal de agua fresca y cristalina se precipi­ ta, de cascada en cascada, hasta el lugar llamado Subiaco. Este paraje grandioso y encantador llamó ya poderosamente la atención de Nerón, el cual ordenó la construcción de diques para retener las aguas del Anio y, al pie de aquellos lagos artificiales, mandó edificar baños y una villa deliciosa, que recibió por esta razón el nombre de S u b la q u eu m — hoy Subiaco— y de la cual todavía subsisten informes ruinas. E l emperador residió en ella algunas veces... En este mismo lugar, cuatro siglos más tarde, cuando la soledad y el silencio habían ya reemplazado desde hacía mucho a las orgías imperiales, halló San Benito un refugio y la deseada soledad. La celda de Plácido, que a la sazón contaba 15 años de edad, estaba situada encima del lago. Cierto día que el joven había ido a sacar agua, se cayó con el peso de la herrada, y la rápida corriente le alejó pronto de la orilla. Estaba San Benito en su celda y supo por revelación divina el inmi­ nente peligro en que Plácido se hallaba.

    liossuet, en su panegírico de San Benito, dice a este propósito: «San Benito llama a su fiel discípulo Mauro y le manda que prontamente ueuda a socorrer al niño Plácido. Dócil a la palabra de su maestro, llega Mauro al lago y, lleno de confianza en la orden recibida, camina intrépida­ mente por las aguas con tanta seguridad como si sobre la tierra firme camimiru, y retira a Plácido del abismo que estaba a punto de tragarle. ¿Cuál luc la causa de tan estupendo milagro? ¿El poder de la obediencia o la fuerza del mandamiento? Importante cuestión para San Benito y San Mauro -dice el papa San Gregorio a quien debemos este relato— ; pero añadamos, pura decidirla, que la obediencia lleva consigo gracia para que el manda­ miento surta su efecto, y que el mandamiento presta eficacia a la obediencia. Siempre que caminéis sobre las olas, por obediencia, hallaréis la estabilidad en medio de la inconstancia de las cosas humanas. Las olas 110 podrán derri­ baros, ni los abismos sumergiros; permaneceréis inmutables y saldréis victo­ riosos de todas las mudanzas temporales.» Efectivamente, sabemos por el relato de San Gregorio que el humilde Sun Mauro atribuyó ese portentoso milagro a su director San Benito, pero éste, a su vez, no vió en él sino un efecto de la obediencia de su discípulo. Plácido, empero — protagonista de este episodio— , refirió que, estando a punto de ahogarse, el santo abad le había tenido de la mano para que no se hundiese en el agua. Su testimonio prueba, pues, que San Mauro fué el ins­ trumento de que se sirvió San Benito para obrar el milagro. La laguna de Subiaco desapareció mucho tiempo ha, pues los diques ce­ dieron bajo la presión del torrente; mas en el lugar que fué testigo del prodigio, existe una capilla bajo la advocación de San Plácido.

    EL

    MONTE

    CASINO

    O tardó San Benito en sufrir persecución por parte de un clérigo en­ vidioso y otras personas que, no pudiendo nada contra él, resolvie­ ron armar asechanzas peligrosísimas para la virtud de sus jóvenes discípulos. En vista de ello y mirando, ante todo, por la inocencia de sus hijos espirituales, decidió el santo solitario abandonar aquellos lugares; acom­ pañáronle Plácido, Mauro y los demás religiosos jóvenes. Detuviéronse en un paraje completamente distinto del de Subiaco, pero donde el alma se siente dominada por la grandeza y majestad de la natura­ leza. Allí, en los confines del Samnio y la Campania, en el centro de una anchurosa hondonada rodeada, en parte, por escarpadas y pintorescas alturas, »e yergue una montaña aislada y abrupta, cuya extensa y redondeada cima señorea a la vez el curso del Liris, la llanura ondulada que se extiende al

    mediodía hacia las costas del Mediterráneo, y los estrechos valles que se internan por los otros tres lados en los repliegues del horizonte montañoso: es el monte Casino... En el centro de aquella naturaleza majestuosa y solem­ ne, en aquella cima predestinada, el patriarca de los monjes de Occidente fundó la capital de la Orden monástica.

    VISITA DE TÉRTULO

    E

    L monte Casino, nueva morada de los monjes, pertenecía a Tértulo. padre de nuestro Santo. No cupo - en sí de gozo el patricio al saber que San Benito y los monjes se establecían en sus tierras. Pidió al santo patriarca, por mediación de su hijo, la autorización de hacerle una visita en la nueva fundación y, habiéndola obtenido, salió en compañía de Equicio y otros amigos. Plácido salió con San Benito y San Mauro al encuentro de los ilustres viajeros, que dieron a los cenobitas pruebas manifiestas de estima y respeto. Los distinguidos huéspedes permanecieron algunos días en su compañía, y, con esta ocasión, Tértulo hizo donación al monasterio de las propiedades considerables que poseía en aquella región; luego, a petición de su hijo, añadió cuantiosas posesiones que tenía en Sicilia, con sus fincas, dependen­ cias y personal encargado de su cultivo y administración. Después de haber llevado a cabo tan hermosas obras de caridad, los ge­ nerosos bienhechores regresaron a Roma; Plácido, por su parte, reanudó con más ardor y entusiasmo los estudios y ejercicios de regla.

    LOS MILAGROS DE CAPUA A B ÍA N transcurrido algunos años, cuando llegó al monte Casino la noticia de que gente ambiciosa asolaba las posesiones que Tértulo les había legado en Sicilia y cuyas rentas empleaban los monjes benedictinos para nuevas fundaciones de monasterios y para desarrollo de la Orden. Juzgó San Benito que Plácido, hijo del donante, era el más indicado para girar una visita a los colonos, por lo cual le encomendó la misión de ir a hacer respetar sus derechos. t Partió el Santo acompañado de dos religiosos. Dirigióse primero a Capuadonde recibió la benévola hospitalidad del obispo San Germán; durante este viaje, según refieren los historiadores, Dios se dignó ensalzar a su humilde siervo y manifestar su santidad por medio de portentosos milagros.

    H

    S

    AN

    Plácido va a llenar el cántaro de agua, y como pesa mucho,

    no puede sacarlo y cae dentro del lago. San Benito ordena en­

    tonces a San Mauro que vaya a sacar al joven, obediente y confiado, va por encima de las aguas y sin dificultad saca a nuestro Santo de la corriente que ya se le lleva.

    El canciller de la mencionada Iglesia padecía, hacía mucho tiempo, fuer­ tes dolores de cabeza. Habiendo sabido que Plácido se hallaba en la ciudad, fué a verlo y se arrojó a sus pies, diciendo: — Te conjuro, ¡oh Plácido!, siervo de Dios omnipotente, por el nombre reverenciado de tu piadosísimo maestro Benito, que te dignes colocar tus manos sobre mi cabeza, y pedir por mí al Redentor y Salvador del mundo, pues creo firmemente que al punto recobraré la salud. Atemorizado Plácido al oír tales palabras, quiso disuadir al canciller, asegurándole que sólo era un pecador que tenía necesidad de las oraciones de los demás; no obstante, el enfermo persistió en sus ruegos, y habiendo Pláci­ do invocado el nombre de Nuestro Señor, le curó de su enfermedad. La noticia de este milagro llegó a oídos de un ciego de nacimiento que pedía limosna por las calles de Capua; suplicó que le llevasen al lado del Santo, quien, al ver a este desgraciado, vertió abundantes lágrimas, y mien­ tras invocaba el nombre del Divino Salvador, trazó la señal de la cruz sobra los apagados ojos del pobre infeliz que, al punto, abrió los ojos a la luz. Por todas partes iba nuestro Santo obrando estupendos milagros; pero, por humildad, atribuíalos todos a su santo patriarca.

    EL

    RELIGIOSO PERFECTO EN

    SICILIA

    OS tres monjes siguieron caminando hacia el estrecho y, habiéndole atravesado, desembarcaron en Mesina. Un noble señor del lugar re­ cibió con las mayores muestras de respeto al hijo de su antiguo amigo; encargó a su propio hijo que juntase en Mesina a los coloaos e inten­ dentes de las posesiones de Tértulo. Por más instancias que le hizo aquel caballero para que se detuviese algunos días en su casa, no lo pudo conse­ guir; pues era máxima de nuestro Santo que los monjes nunca debían dete­ nerse en casa de seglares. A l día siguiente fué Plácido en busca de un lugar favorable para la construcción de un monasterio; él mismo señaló el cerco de la capilla, mandó llamar al intendente del puesto de Mesina, y le ordenó que emplease para este objeto el dinero que había recibido por la administración de lot bienes de su padre. Reuniéronse numerosos obreros, bendijo el Santo los fun­ damentos de la iglesia que dedicó a San Juan Bautista, y el resto del tiempo lo empleó en el cumplimiento de los deberes de su misión. A todos los que se habían establecido en las posesiones de Tértulo o que las trabajaban, les impuso por única obligación el proveer a las necesidades del monasterio. Mostróse Plácido en Sicilia perfecto discípulo de San Benito e implantó profundamente su espíritu y su regla en el monasterio por él fundado. Su

    única aspiración era el desasimiento de los bienes terrenales, y el tema habi­ tual de meditación o predicación, el consejo del santo Evangelio, que dice: (i l'.l que no renunciare a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo». I’cro no perdía ocasión de recordar a los ricos el precepto de Nuestro Señor Jesucristo referente a la limosna: «E l que tiene dos túnicas, dé una al que no tiene ninguna.» Apenas contaba veinte años de edad y, no obstante su poca salud y delicada complexión, trabajaba sin descanso; cuando el exceso de cansancio lo obligaba a tomar un poco de solaz, entregábase al sueño sobre una silla muy dura y sin respaldo. Su ropa interior consistía en un cilicio; nunca probaba el vino; más aún, en las cuaresmas no se contentaba con los ayunos y abstinencias de la Iglesia, y pasaba varios días sin comer ni beber. Hombre tan áspero consigo mismo, fué siempre blando con los demás. Auxiliaba presuroso y solícito a todos los que solicitaban ayuda o cuidado, y lo hacía con tanta amabilidad y dulzura, que uno no sabía qué agradecer más, si el servicio prestado o la gracia encantadora con que lo prestaba. Una de las cosas que más admiraban en él, era la exquisita prudencia, impropia de sus pocos años, con que regía a varones entrados en la madurez de la vida, y de distintos caracteres y temperamentos; pues, según regla muy extendida y en general bien fundada, el don de gobierno se adquiere con la experiencia que da la edad y el conocimiento del corazón humano que sólo se logra estudiando las pasiones y flaquezas del hombre.

    REUNIÓN DE LA FAMILIA

    C

    U A TR O años había durado la construcción de la iglesia y del mo­ nasterio. El obispo de Mesina hizo la solemne dedicación. Nume­ rosos jóvenes de las más ilustres familias del país, ganados por el celo y santidad de Plácido, alistáronse entre sus discípulos y se con garon y consagraron al servicio de la Iglesia de Dios. Por entonces, dos hermanos suyos menores, Eutiquio y Victorino, que nunca le habían visto, y su hermana Flavia, hicieron el viaje desde Roma a Sicilia para visitarle y aprovecharse del ejemplo de sus eminentes virtudes, lis también probable que fueran atraídos por la fiesta de la Dedicación, que en aquel tiempo era la principal solemnidad litúrgica, así como para tratar de muchos intereses materiales que su familia poseía en la isla. Puede uno imaginarse el gozo que sintió el corazón del joven Plácido al abrazar y conversar con sus hermanos. Parece ser que sostuvo siempre rela­ ciones no interrumpidas con su familia, como lo demuestra las visitas de ■u padre a Subiaco y al monte Casino.

    INVASIÓN DE LOS SARRACENOS LG Ú N tiempo después tuvo lugar una invasión de enemigos, no bien estudiada por los biógrafos posteriores a nuestro Santo, pero que tiene cabida y puede situarse en la Historia Universal. Los berbe­ riscos o sarracenos del norte de África mostráronse siempre astutos piratas, cualquiera que fuese el gobierno que mandaba en su país. Durante largo tiempo, los pescadores de la isla Djerba, en Tunicia, ejercían igualmente tan lucrativa profesión, al igual que los rifeños de Marruecos, piratas en el siglo X IX . No es de extrañar, pues, que, por los años de 540, una poderosa escuadra de estas malas gentes llevase a cabo en Sicilia una operación de este género; sabemos, por otra parte, que, precisamente en aquel entonces, los sarracenos de África se hallaban en guerra con el emperador Justiniano, el cual intentaba, por mar y por tierra, restablecer su autoridal sobre las provincias que había perdido en África y en el sur de Italia. Nos han parecido necesarias estas explicaciones para entender que seme­ jante expedición cabe dentro de lo posible cuando todas las costas del Mediterráneo dependían de gobiernos cristianos, cuando en las Galias domi­ naban los francos, los visigodos en España, en la mayor parte de Italia los ostrogodos, y los griegos de Constantinopla en el resto de la península itálica y en el norte de África. Decíamos, pues, que, por los años de 540, una importante escuadra, pro­ piedad del moro Abdalá y dirigida por su lugarteniente Manuca, desem­ barcó, por sorpresa, en el puerto de Mesina. Los piratas se internaron luego en las tierras y se echaron sobre el mo­ nasterio durante la noche, cuando los monjes iban a cantar Maitines.

    A

    EL MARTIRIO

    L

    OS religiosos fueron apresados y, cargados de cadenas, presentados ante el jefe de la expedición.

    Plácido caminaba el primero, acompañado de sus dos hermanos v de su hermana; seguíanle dos diáconos, y luego treinta monjes benedictinos; en total treinta y seis personas. Con gente tan brutal, el interrogatorio no podía durar mucho tiempo; con todo aprovechóse Plácido para hacer la apología de la religión cristiana, lo cual le valió a él y a todos sus compañeros una cruel flagelación. Como todas las proposiciones de apostasía fuesen contestadas con el

    minino desprecio, y no hubiese llegado para ellos la hora del martirio, los («tnfesores de la fe fueron encerrados en lóbrego calabozo donde sufrieron privaciones sin cuento. Habíanse propuesto llevarlos al África, mas se lo Impidió el estado borrascoso del mar; permanecieron, pues, en la cárcel durante ocho días, sufriendo el hambre y continuos malos tratos. Otro día, colgados por los pies, fueron cruelmente azotados, encima ile una hoguera que despedía humo fétido y espeso; una vez más la muerte respetó a los valientes atletas de Cristo. Como las amenazas, promesas y halagos resultaran inútiles para vencer ■u constancia y separarlos del amor de Jesucristo, fueron por dos veces nuevamente azotados. Exánimes los dejaron en la plaza, volvieron luego ii ellos y los llevaron otra vez a la cárcel. Ordenó entonces el terrible corMirio que cortasen a Plácido los labios y con duro guijarro le hiciesen pedazos las mandíbulas, y arrancasen la lengua hasta la misma raíz; pero, con asombroso prodigio, el caudillo de los mártires prosiguió hablando con voz más clara y más sonora que nunca. Finalmente, después de haber pasado a la intemperie toda la noche con pesos enormes sobre las piernas, mandó el corsario que a todos les cortasen la cabeza. Fueron conducidos a la orilla del mar, sitio señalado para la ejecución del suplicio. Luego que llegaron a él, se hincaron de rodillas y ofrecieron ii Dios el sacrificio de sus vidas. El martirio de estos confesores de la fe acaeció el 5 de octubre por los años de 539 ó 541. Plácido tendría entonces veinticinco o veintiséis años. Después de la partida de los bárbaros, los cristianos dieron a los mártires honrosa sepul­ tura y, a poco, les tributaban culto religioso. Desde Sixto V el breviario romano celebra su fiesta el 5 de octubre. Las preciosas reliquias fueron halladas en 1586, durante el pontificado c/.u en las andas, como antes estaba. Asombráronse los circunstantes con un suceso tan nuevo y extraño, y determinaron no enterrarle hasta el día siguiente. Con la noticia de semeI.inte acontecimiento, concurrió a la iglesia mucha más gente que la víspera. Volvieron al canto del Oficio, y en la misma lección que el primer día y de I i misma manera, se levantó el difunto y dijo con voz más terrible: « P o r Iusto ju ic io de D io s soy ju zga d o », y luego se sosegó y se puso como antes. La turbación de los presentes fué mayor que la del día anterior. Convi­ nieron dejar el entierro para el siguiente día, en el cual, en el mismo punto del oficio se levantó la tercera vez, y con voz más espantosa y tremenda •lijo: « P o r ju s to ju ic io de D io s soy con den ad o ».

    Sea lo que fuere de este suceso, del que la Historia no quiere responder, y que fué escrito ciento cincuenta años después de la muerte del Santo, Bruno resolvió dar de mano a las cosas del siglo para entregarse a Dios. Eli adelante viviría sólo para su alma, lejos del trato de los hombres.

    CAMINO DE LA CARTUJA

    L

    LAM Ó a seis de los más amigos y familiares discípulos suyos, todo* ellos fervorosos cristianos: Landuino, que después de Bruno fué el primer prior de la Cartuja, dos canónigos llamados Esteban, un sacerdote, Hugón, y dos legos, Andrés y Guarino. Todos ellos se ofrecieron a seguirle, vendieron sus haciendas, dieron el precio de ellas a los pobres, se despidieron de sus parientes, conocidos y amigos y fueron a vivir al principio con la comunidad benedictina de MolesmeS de Champaña, fundada por San Roberto el año de 1083. Permanecieron otra temporada en Fuente Seca, cerca de Bar de Sena, y de allí partieron hacia los Alpes. El Señor dignóse revelar a San Hugo, obispo a la sazón de Grenoble, lu llegada de los siete compañeros. El mes de junio de 1084, tuvo el santo obispo, estando durmiendo, una visión admirable con que el Señor le despertó y le significó lo que había de ser. Parecióle ver cómo el Señor edificaba una casa para su morada en un yermo que se llamaba la Cartuja, sito en aquel obispado. Vió luego que siete estrellas resplandecientes caían a sus pies. Eran en color y claridad diferentes de las del cielo. Levantáronse del suelo algún tanto y, formando a manera de corona, iban delante de él, guiándole por entre los montes, hasta un lugar desierto y silvestre, que era aquel mismo en medio del cual estaba el Señor edificándose un templo. Esta visión la trae Guignes I, amigo j y confidente de Bruno, y, para recordarla, puso la Orden de los Cartujo» siete estrellas en su escudo de armas. , San Hugo quedó suspenso y perplejo con esta visión, por no saber lo que significaba, hasta que el día siguiente llegaron sudorosos los siete pere­ grinos y, postrados a sus pies, le declararon la causa de su venida y su* piadosos intentos, suplicándole humildemente que les ayudase para llevarlo* adelante. El santo obispo reconoció en Bruno al que había sido su eminente maestro en Reims. Viéndolos tan encendidos en el amor de Dios y tan deseosos de servirle, entendió que serían en su diócesis astros resplande­ cientes en ciencia y virtudes; acogiólos con singular gozo de su alma, alen­ tólos y confirmólos en sus buenos propósitos, y dióles hospitalidad. En la capilla de San Miguel de la catedral de Grenoble recibieron Bruno y sus compañeros, de mano de San Hugo, la túnica de lana blanca. Guiado*

    STANDO

    E

    de caza el conde Rogerio p o r un lugar desierto y apar­

    tado, descubre a San Bruno Puesto de rodillas en oración, y,

    enterado de quién era y cómo vivía, se le aficionó, le proveyó a él y sus compañeros de las cosas necesarias y gustó en adelante de oír sus consejos y encomendarse en sus oraciones.

    por el obispo, emprendieron el camino de la Cartuja. A la entrada de aque­ lla soledad había un puente tendido sobre el río Guiers. San Hugo edificó una casita en aquel puente, y puso en ella un guarda que prohibía o per­ mitía el paso. Con todo, los monjes tuvieron que hospedarse unos días en la aldea de San Pedro, poco distante de la Cartuja; Bruno se hospedó en casa de la familia Brun, que todavía subsiste. Los señores de la comarca, edifi­ cados con la fama de santidad de los recién llegados, cedieron al «Maestro Bruno y frailes que le acompañaban» todos sus derechos sobre aquel yermo. Sin pérdida de tiempo pusieron manos a la obra. Pronto estuvieron edi­ ficadas las celdas. Eran semejantes a las chozas que se ven hoy día en los Alpes; edificios sencillos, sólidos, compuestos de un fuerte armazón de tablas ensambladas, revestidas de otras más gruesas. Cerca de las celdas, sobre una roca, edificaron un oratorio de piedra, tan sólidamente construido que aún quedan en pie lienzos de sus muros. Poco más arriba de la capilla hay un roca apartada, en la que gra­ baron una cruz. Allí gustaba Bruno de ir a practicar sus extraordinarias austeridades. > Mientras los monjes se establecían en sus celdas, el obispo de Grenoble edificó un verdadero monasterio de madera, del que sólo quedan ruinas. Únicamente el oratorio de San Bruno y la capilla actual de Santa María de Casálibus señalan el sitio donde estaba edificada esta primera Cartuja que desapareció arrastrada en parte por un alud, el año de 1132, y fué después varias veces incendiada. «Cada celda se componía de tres partes: un cuartito de trabajo que era también cocina, un dormitorio con oratorio, y un taller». La celda del cartujo es, aun hoy día, conforme en todo a ese plan primitivo del santo Fundador; permite al religioso vivir solo como un ermi­ taño la mayor parte del día, sin por eso quitarle las garantías materiales y espirituales de la vida común. Así comenzó la sagrada Orden de la Cartuja. Los monjes vivían en ella más como ángeles que como hombres, en silencio, oración y contemplación y, sobre todo, en grandísima pureza de corazón y santidad de vida. A ratos se ocupaban en alguna obra manual, y especialmente en escribir y copiar libros provechosos. Andaban vestidos de cilicio y hábito de lana burda. Co­ mían una sola vez al día, y determinaron jamás comer carne, aun en tiempo de enfermedad, juntando así a la oración rigurosa penitencia. Con las morti­ ficaciones y oraciones alternaban, como se dijo, trabajos intelectuales y ma­ nuales para diversión y solaz del espíritu, pues dice el reglamento de los novicios que «el espíritu del hombre, semejante a un arco, ha de estar tirante con discreción, para que cumpla su oficio y no afloje». San Bruno resplandecía entre todos con tan grande santidad, modestia y prudencia, que el obispo San Hugo tomaba su consejo en todos los negó-

    oi»s, y aun muchas veces se iba a vivir entre los monjes para gozar de su uonversación. Dícese que San Bruno le mandaba que se volviese a su iglesia: • Id a vuestras ovejas — le decía— y cuidadlas, pues que sois su pastor.» I'J santo obispo obedecía a su antiguo maestro como si fuera su abad. Tomaba su báculo y se iba; Bruno le solía acompañar hasta la salida del yermo, y allí se despedían. Una ermita llamada «capilla de San Hugo», seña­ la todavía el lugar donde solían despedirse los dos Santos.

    EN

    ROMA

    IV ÍA N aquellos santos monjes entregados a la oración y penitencia en su apacible retiro. En el mes de marzo del año 1090, un mensa­ jero del papa Urbano I I se apeó en la puerta de la Cartuja. Traía orden formal de hacer que fuese Bruno a Roma para ser consejero del Pontífice. Bruno, muy afligido, se despidió de los monjes y dejóles por prior a Landuino. A l llegar a Grenoble supo que empezaba a cumplirse lo que ya se temía: los hijos, no hallándose sin su amado padre, le seguían camino de Roma. Algunos de ellos le acompañaron hasta Italia, y todos los demás se le juntaron a poco de llegar a Roma. Urbano I I los recibió con extraordinarias muestras de benignidad y benevolencia, y les cedió para alojarse las Termas poderle atender con presteza, se quitó del dedo un precioso anillo y m' lo dió. ('.usos semejantes repitiéronse multitud de veces durante la vida del Santo. I i i su inagotable caridad abundaban los recursos para favorecer a cuantos necesitaban de su ayuda. El Señor, desde lo alto del cielo, contemplaba complacido las virtudes do su siervo y manifestó cuán agradables le eran, mostrando a los hombres la santidad del príncipe. U n irlandés' lisiado y contrahecho, hízose llevar cierto día a palacio, y dijo al rey que, habiendo pedido ya seis veces su euración a San Pedro, después de visitar su iglesia, el gran Apóstol le había respondido que quería tener por compañero del milagro al rey Eduardo, • i i umigo; por consiguiente, deseaba que le llevase desde el palacio real a l« iglesia. E l rey cargó con el pobre y , en hombros, lo llevó con gran humildad y alegría, en m edio de las risas y burlas no bien reprimidas de muchos. Una vez en la iglesia, ofreció el enfermo al bienaventurado apóstol Pedro, y al instante quedó sano.

    HACIA LA MUERTE N A vida tan santa pronto iba a lograr la corona. A dos ingleses que hacían la peregrinación a los Santos Lugares, y que se habían extraviado por caminos desconocidos, aparecióseles un anciano veiirruble y condújoles a la ciudad. A l día siguiente, agradecidos al desco­ nocido, quisieron oír sus recomendaciones, y el anciano se las manifestó ilicicndoles: — Ánimo, amigos míos, seguid con valentía y constancia el camino; v o l­ veréis a Inglaterra sanos y salvos, yo os ayudaré y seré vuestro guía. Hoy Juan Evangelista, Apóstol de Jesucristo; amo con predilección al rey vuestro Señor, y sabed que el m otivo del afecto que le tengo es su excelente i'ii'tidad. Entregadle este anillo, que es el mismo que el rey me dió en limosna en cierta ocasión en que le pedía ayuda yendo en hábito de pere­ grino. Decidle también, de m i parte, que se acerca el tiempo en que debe *nlir de este mundo. Dentro de seis meses le visitaré y le llevaré conmigo •ii pos del Cordero sin mancilla.

    A estas palabras, el anciano desapareció. Los peregrinos cumplieron MI encargo a su vuelta de Tierra Santa; y , como prueba de la verdad del hechui entregaron al rey el anillo que habían recibido del santo Apóstol. A dvertido por el oráculo divino de su muerte cercana. Eduardo M preocupó de dejar el trono de Inglaterra en manos de quien garantizara U paz, tan difícilm ente restablecida. Haroldo, hijo de Godwín, pretendía suoa* derle, pero habiendo observado Eduardo que en él se transparentaban la* instintos feroces de su padre, procuró alejarle de la sucesión. Habiendo con. sultado confidencialmente con Roberto, arzobispo de Cantórbery, acerca dd duque Guillermo, decidió declarar a éste por legítimo heredero.

    ÜLTIMOS MOMENTOS

    A D A quedaba a Eduardo sino prepararse a morir bien. Notaba cómo las fuerzas le iban faltando; y la misma tarde de Navidad del año 1065, un acceso de fiebre le señaló el fin de sus días. Sug Juan Evangelista, conforme le había anunciado, se le apareció pro dolé, además, que en breve vendría a buscarle. A los veinticinco años dt obras, la abadía de W estm inster se concluía, y tratábase de proceder a la dedicación y ordenar en ella el culto. A pesar de su quebrantada salud* el rey quiso presidir la ceremonia, y asistió hasta el fin. A la vuelta cayé sin sentido y permaneció en ese estado dos días consecutivos. Pudo confto marse después que fué un éxtasis, durante el cual Dios le reveló los futuro» males de Inglaterra. A la vista de la reina que, anegada en lágrimas, yacía al pie de 14 cama, exclamó: < — N o llores, hermana mía, dejo la tierra, lugar de muerte, para ir al ciebi Después, dirigiéndose a los nobles y oficiales que rodeaban el lecha donde agonizaba, les dijo: 1 — Virgen recibí de manos de m i Señor Jesús a E gdita, mi esposa, f virgen se la devuelvo. En vuestras manos la dejo y la encomiendo a vuestr# respeto y cuidado. Las últimas palabras del rey, revelaron a la concurrencia todo el secraM de su vida angelical y perfecta, pues sin duda alguna, fué para Eduardo U aureola más brillante y la manifestación de la heroicidad de sus virtudes E l príncipe señaló la hora de su muerte, y ordenó que se previnieM á su pueblo para empezar las oraciones por el eterno descanso de su alma. I Desde este momento enmudeció entre los hombres para hablar solameaM con los ángeles; y lleno de días y de buenas obras, pasó a gozar del S e M el 5 de enero de 1066, habiendo reinado veintitrés años. I

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    CULTO Y RELIQ U IA S D E SAN EDUARDO U IL L E R M O el Conquistador, que subió al trono de Inglaterra en el año 1066, labró un magnífico sepulcro donde fué encerrado el cuerpo del Santo. En 1102, descubierta por el obispo de Rochester la caja ile oro y plata que lo contenía, hallóse incorrupto y flexible, y perfecta­ mente conservados sus vestidos. Dios nutstro Señor quería así testimoniar la virtud del santo monarca, la cual hizo de él un dechado de reyes y un perfecto ejemplo para todos los cristianos. Alejandro I I I canonizó a Eduardo el 7 de febrero de 1161; su fiesta se fijó el 5 de enero. En 1163, el 13 de octubre, Santo Tomás Becket, arzobispo ile Cantórbery, verificó la traslación solemne, a la cual asistió el rey Enri­ que I I , acompañado de catorce obispos, cinco abades y la nobleza toda de Inglaterra. Este príncipe fué uno de los portadores del precioso depósito por el claus­ tro de la abadía de Westminster. Desde entonces, la fiesta nacional del Santo se celebra el día de la traslación de sus reliquias. El Concilio nacio­ nal de Oxford ordenó en 1122 que fuera de obligación en Inglaterra. Y desde rl glorioso reinado de Inocencio I X fué de rito semidoble en la Iglesia universal (6 de abril de 1680). En atención a la memoria del Santo, los reyes de Inglaterra recibían, en el día de su elevación al trono, la misma corona del rey Eduardo. Poste­ riormente se cambió; pero la actual conserva el nombre del Santo. San Eduardo, Confesor, es uno de los patronos de Inglaterra y de la diócesis de Westminster. Se le invoca contra la escrofulosis y tumores blancos.

    G

    SANTORAL Santos Eduardo III, rey de Inglaterra y confesor; Teófilo, obispo de Antioquía, y Antonino, de Marsella; Simberto, obispo de Augsburgo; Venancio y Gerbrando, abades; Fausto, Jenaro y Marcial, mártires en Córdoba; Flo­ rencio, mártir en Salónica; Coimano o Columbano, príncipe escocés y mártir; Carpo, discípulo de San Pablo; Daniel, Samuel, Angel, D om no o Dónulo, León, Nicolás y H ugolino, franciscanos, martirizados en Ceuta p or los mahometanos; Marcos, Marcelo y Adrián, mártires; Gerardo, con­

    fesor. Beato Regimbaldo, obispo de Espira (Alemania). Santas Celedonia, virgen; Faustina y Andria, mártires; Fincana y Findoquia, vírgenes irlandesas.

    D IA

    SAN

    E

    DE

    OCTUBRE

    PEDRO

    MERCEDARIO,

    L

    14

    OBISPO

    DE

    JAÉN

    PASCUAL Y

    M Á R T IR

    (1227-1300)

    año de 1203, un noble caballero del Languedoc, llamado Pedro Nolasco, temeroso de perder la fe siguiendo las ponzoñosas doctrinas de los albigenses, pasó los Pirineos y fué a Barcelona, donde espe­ raba v iv ir a gusto en ambiente más cristiano. No sospechaba que media España se hallaba todavía en poder de los ára­ las, y casi no había familia que no llorase la muerte o cautiverio de algu­ no de sus miembros. Ciertamente no era aquel daño tan perjudicial como el que acababa de milvar. Y como sobre todas las cosas apreciaba él los bienes inestimables «le la fe, gozóse mucho de poder al fin entregarse con tranquilidad y sosiego ii las prácticas cristianas que consideraba como la base primera y principal raíz de la felicidad familiar. Conmovióse, sin embargo, el corazón de Pedro Nolasco a la vista de tunta aflicción. Para aliviar de algún modo el dolor de los cristianos, inspi­ rado por la Madre de Dios, fundó una Orden a un tiempo m ilitar y religiosa, i|ue llamó de Nuestra Señora de la Merced de Redención de Cautivos. Muchos se alistaron bajo la dirección del nuevo fundador. V ivía a la sazón

    en Valencia un caballero casado y sin hijos, el cual deseaba hacerse religioso con consentimiento de su esposa. E l apellido del caballero era Pascual; el escudo de armas de su fam ilia representaba un «cordero pascual» y dos torres de oro juntas, levantadas sobre dos colinas igualmente de oro. Tam bién él se fué a ver a Pedro Nolasco y le pidió le admitiese en la Orden de los «Redentores». E l Santo logró disuadirle, diciéndole que el Señor le quería en el siglo y no en un convento: «D ios te concederá un hijo que será religioso Mercedario — anadió el Santo— , un hijo que por la san­ tidad de su vida y admirable doctrina dará mucha gloria a Dios y será honra y prez de la Iglesia y de la Orden de la Virgen M aría.» L'n año después se cumplió la promesa del santo fundador, pues nació el 6 de diciembre de 1227 el niño predestinado cuya vida nos proponemos relatar. En el bautismo le llamaron Pedro, nombre que guardó en la religión. Como eran sus padres muy virtuosos, criáronle en el amor y temor santo del Señor. Además, las buenas inclinaciones que Dios había puesto en su alma, favorecieron maravillosamente los desvelos de sus cristia­ nos padres. Desde su niñez, aun antes de alcanzar la edad de la discreción, el Señor se sirvió de él para traer al redil a muchos extraviados, dando con ello u entender que dedicaría su vida entera al servicio de los prójimos. L a histo­ ria de su actividad es, en efecto, continua historia de apostolado.

    JUGANDO A MÁRTIR

    E

    L populacho moro de Valencia había quitado la vida, con atrocísimos tormentos, a seis religiosos Mercedarios, los cuales, no contentos con dedicarse al caritativo ministerio de la redención de cautivos, obraban muchísimas conversiones aun entre los mismos infieles. E l niño Pedro oyó n sus padres contar el suceso y escuchó todos los pormenores del mismo con extraordinaria atención. A l día siguiente, como si quisiera preludiar con un juego infantil el glorioso combate que le había de costar la vida, le dió por jugar a m ártir con algunos moritos de su edad; ellos hacían de verdugos, y el inocente Pedro era la víctim a. Llevábalos a la huerta de su casa, y allí les decía que le prendiesen jr martirizasen lo mismo que sus padres habían martirizado a los frailes Mer- i cedarios. Tan a pechos tomaron los moritos un día aquel papel de verdugos, | que, a no haber acudido a tiempo los padres de Pedro, el niño hubiera en* i tregado el alma sin quejarse. Quisieron castigar a los culpables, pero el santo 1 niño se lo impidió, diciendo: «N o les hagan daño; me martirizaban porque y o quería».

    CANÓNIGO

    Y

    ESTUDIANTE. — ENTRA

    EN

    RELIGIÓN

    28 de septiembre de 1238, tras cinco siglos de opresión, el valeroso rey don Jaime I de Aragón conquistó la ciudad de Valencia a los moros. Primera providencia del cristiano príncipe fué restituir los templos a la religión y a los cristianos la libertad. Favoreció también el religioso monarca el reclutamiento de vocaciones eclesiásticas y restauró suntuosamente la catedral de Valencia, de la que hizo canónigo a Pedro Pascua!, no obstando a ello los pocos años de éste. Entre tanto, prosiguió el estudio de las sagradas Letras. P or consejo de San Pedro Nolasco, en 1241 le enviaron sus padres a la Universidad de París. P o r los años de 1249 recibió en ella el grado de Doctor en Teología, y se ordenó de sacerdote. Pasados ocho años desde su llegada a París, v o lv ió a Valencia. Habían ya muerto sus padres, y habían nombrado a San Pedro Nolasco ejecutor testamentario. Tres partes hicieron de su hacienda: la una para redimir cautivos, la otra para los encarcelados, y la tercera para los huérfanos. Nada logaron a su hijo, porque les había suplicado que nada le dejasen, diciéndoles: «N o quiero yo otra herencia fuera de Nuestro Señor Jesucristo». Para satisfacer cumplidamente este deseo de su alma, tomó el hábito de los Mercedarios en Valencia. Era el 6 de diciembre de 1250. A l siguiente año emitió los votos solemnes. San Pedro Nolasco llamóle en seguida a Barcelona. Mandóle primeramente leer Filosofía y Teología. E l tiempo que le deja­ ba libre este trabajo, empleábalo en la predicación y en ejercitarse en los ministerios propios de su religión, con admirable celo que el Señor premiaba a menudo con maravillosas conversiones. Pero su m ayor deseo era trabajar en redimir cautivos cristianos. Con este fin recogió abundantes limosnas, y el año de 1252 pasó al reino de Granada, que estaba en poder de los moros, y allí dió principio a su caritativo ministerio.

    FUENTE MILAGROSA O L V IE N D O el Santo con los cautivos libertados de Granada a T o ­ ledo, pasaron los viajeros por una dilatada llanura, a la sazón árida y seca. Habían ya caminado muchas horas con un sol abramidor, cuando se les acabó el agua que llevaban. De pronto vieron un pozo en la orilla del camino; esta novedad los llenó de alegría; mas, ¡ay!, presto se trocó en tristeza y desaliento, al ver que en el pozo no había ni gota del agua tan deseada, ni aun señal alguna de humedad.

    V

    E l jefe de la caravana, P ed ro Pascual, se arrod illó en el brocal del p o z o ., y pidió al Señor con humildes súplicas que se dignase dar agua a los que ] había dado libertad. O yó Dios la oración de su siervo, y como en otro tiempo de la roca del desierto, brotó agua l í r ™ P ¡ d a y clarísima del fondo de aquel pozo enjuto. E l Señor demostraba así con cuánto amor asistía a su fidelísim o siervo.

    PRECEPTOR DE UN PR ÍNCIPE MÁRTIR

    P

    O R los años de 1253, el rey de Aragón', don Jaime, hizo a Pedro Pascual ayo y maestro de su hijo, el in fante don Sancho, nacido el año de 1238. Era este príncipe m uy inclinado a la piedad. Con eso y con las lecciones y ejemplos de su santo pr'eceptor, vino don Sancho a dar de mano al siglo, y abrazó la religión de l(Js Mercedarios. Años después fué electo don Sancho de Aragón obispo de T'oledo, en cuya silla sucedió a don Sancho de Castilla, y el año de 1266 pasó a Viterbo, para que el papa Clemente IV confirmase la elección; Perfro Pascual le acompañó en

    este viaje. Por acta de 21 de agosto de 1266 ratificó li* elección el Sumo Pontífice. A l posesionarse de su sede el nuevo arzobispo* su antiguo ayo y maestro pasó a residir habitualmente en Toledo. Hasc ílicho que Pedro Pascual fué consagrado arzobispo titular de Granada el aB® de 1269, pero la Historia no menciona ni el suceso, ni la fecha. Don Sancho siguió mostrándose en la silla de Toledo digno de tan santo maestro a quien tom ó por consejero. A raíz de una desgraciada lucha contra los moros — 21 de octubre de 1275— cayó preso el prelado y le quitaron la | vida. E l misal de Toledo de rito mozárabe, no solamente honra a don Sancho entre los Santos de su liturgia, sino que de él hace mención en el Canon j de la misa.

    OBISPO DE JAÉN. — CAUTIVO DE LOS MOROS

    S

    I

    I

    IE T E años hacía que había muerto el obispo de Jaén, don Juan I I I . 1 N i el Cabildo, ni el rey de Castilla dabaP con un sucesor del difunto I prelado. Dos pretendientes se disputaban aquella sede: don Juan Mi. I guel, deán del Cabildo, y Fortunato García; pero ambos, de común acuer- I do, renunciaron a todos sus derechos en manos del papa Bonifacio l i l i I el primero, por mandatario, y el segundo, en persona. E l Sumo Pontífice I usó de su derecho proveyendo él mismo a la síde vacante. Escogió a P e d r a l

    C

    IERTO día en que San Pedro Pascual iba a decir Misa, como le faltara ministro, ofreciósele para ayudarle un niño muy

    hermoso. O fició el Santo con ternísima devoción, y al acabar hubo de enterarse con grande pasmo y consuelo que el gracioso monago era Jesús en persona.

    Pascual, a la sazón Abad titular de Trasmiras, diócesis de Braga — quizá San Juan de Trasmiras, hoy día de la diócesis de Orense— , y que por entonces se hallaba en Rom a. Fué consagrado a 20 de febrero de 1296 por el cardenal Mateo de Acquasparta, obispo suburbicario de P orto, y enlró en su diócesis el mes de noviembre de aquel mismo año. N o es para comentar el ardoroso celo que el nuevo cargo despertó en su alma, siempre dispuesta a sacrificarse por los demás. Comenzó sin dilación y con mucho empeño a reparar los daños causado* en aquella Iglesia por siete años de abandono y también por las frecuente* incursiones de los moros que dominaban todavía en el vecino reino de Granada. Visitó a pie la diócesis; no se contentaba con cumplir las obliga­ ciones esenciales de su ministerio, sino que habiendo administrado el sacra­ mento de la confirmación, oía de buen grado las confesiones, visitaba a lo* enfermos, consolaba a los afligidos, socorría a los necesitados, enseñaba a los fieles y los alentaba a defender la fe y la patria. A l volver de uno de esos viajes, y hallándose ya a las puertas de Jaén, en el momento en que menos lo sospechaba, salió de una emboscada una cuadrilla de moros que acometieron contra la escolta del prelado. Prendié­ ronle sin dificultad y le llevaron preso a Granada. Sucedía esto el mes de septiembre de 1287. Era a la sazón rey moro de Granada M uley Mohamed Abu Abdalah, que se hacía llamar «em ir Am uslam ín», jefe de los musulmanes. N o obs­ tante ser tributario del rey de Castilla y de estar obligado a este príncipe con juramento, el moro solía invadir sin escrúpulos las tierras de cristiano* cuando sabía que podía hacerlo sin peligro. Consideró al Santo como cautivo suyo, confiando lograr buen precio por su rescate. Merced a la relativn libertad de que gozaba en Granada, el santo cautivo andaba por la ciudad visitando, consolando, esforzando y enseñando a sus hermanos de cautiverio.

    GENEROSIDAD

    L

    A

    ADMIRABLEMENTE

    PREMIADA

    diócesis de Jaén quedó afligidísima con la pérdida de tan santo pastor, pero a toda costa trataron de redimirlo. Hízose una colecta en todas las parroquias en favor del ilustre cautivo, y con eso sa recogió mucho más de lo necesario para su rescate. Secretamente llevaron al Santo el dinero exigido por el rey moro. «¿Qué haré yo con esto?» — *a dijo Pedro al recibirlo— . ¿Era acaso justo rescatarse a sí mismo con una suma que bastaba para redim ir cien cautivos más desgraciados que él? Pero por otra parte, ¿no reclamaba el provecho de las almas que volvics* a apacentar su rebaño?

    listando así perplejo, fuése un día a enseñar la doctrina a los niños cristianos. Empezó a preguntarles acerca de los misterios de la fe, cuando advirtió que entre ellos había uno pequeñito y hermosísimo, que antes no venia a la doctrina. De pronto se levantó aquel rapazuelo, y le dijo: «¿Ignoras, por ventura, que en esta tierra nosotros los niños, estamos más ■-«puestos a morir que los adultos?» Era la respuesta del cielo a sus dudas. Sin más, con el dinero que llevaron para rescatarle a él, rescató cuantos niños pudo. A l día siguiente de haber enviado a tierra de cristianos casi todos loe iiinos cautivos de Granada, buscó en balde quien le ayudase a decir misa, lúi esto, vió llegar en traje de cautivo al hermoso pequeñín de la doctrina, rl cual se le acercó y le dijo: — ¿Qué buscas? — Busco, hijo mío, un niño que me ayude a decir misa — le respondió rl prelado— ; pero, ¿quién eres tú que no te conozco? — Y a lo sabrás luego — repuso el niño— ; yo me ofrezco a ayudarte a misa. El Santo le hizo algunas preguntillas, para cerciorarse de que sabía «yudar, y quedó admirado de las respuestas del muchacho. D ijo la misa ron mayor ternura y devoción que solía, pues a la vista del misterioso niño, nució en su alma vivísim o sentimiento de la presencia de Dios. A I acabar ln misa, preguntóle acerca de los misterios de la fe; y habiendo explicado rl niño con admirable claridad quién era el Padre, le preguntó el Santo: — Y el H ijo , ¿quién es? — Y o soy el H ijo — le respondió— ; mira mis llagas y costado. Con los niños que has redimido quedándote cautivo por ellos, me has hecho pri•iunero de tu amor. El Santo se postró a sus pies y quiso besarlos, pero el N iño Jesús des­ apareció dejándole bañado en inefable gozo y arrebatado en dulcísimo éxtasis |Mir largo rato.

    ESCRITOR Y MÁRTIR

    P

    A R A sostener la fe de sus compañeros de cautiverio y apartarlos de lecturas perniciosas, escribió Pedro Pascual muchos devotos libros. Éstos son los títulos de algunos tratados compuestos por el Santo:

    Historia de San L á z a ro resu cita d o; H is to ria del buen la d rón D im a s ; H is to >ia de los Santos In o c e n te s ; L ib r o de G a m a liel, y tra ta d o de la P a sión y Muerte del S a lva d or; E x p lic a c ió n d el P a d ren u estro, E x p lic a c ió n de los diez mandamientos de la le y de D io s ; D is p u ta con los ju d íos sobre la fe ca tólica ,

    lii fu la ción de la religión de M a h om a . •n



    v

    Todas estas obras las compuso sin echar mano de ningún libro, ni siquiera de la Biblia. P o r eso, al ver la ciencia teológica, bíblica y patrística vaciada en ellos por el autor, se queda el lector sobrecogido de admiración. E l último libro mencionado lo leyeron no sólo los cristianos sino también los moros, moviéndose muchos de ellos a conversión con su lectura. Los alfaquíes y morabitos se quejaron al rey, y pidieron a gritos la muerte de quien amenazaba destruir el islamismo en breve tiem po. D e haber dado oídos a su fanatismo, al punto hubiera ejecutado el rey moro sus sangui­ narios propósitos; pero la codicia le inclinaba a dejar con vida a un cautivo, por cuyo rescate ofrecerían sin duda m uy en breve nueva suma de dinero. Efectivam ente, a 29 de enero del año 1300, el papa Bonifacio V I I I firmó cinco cartas en favor de la diócesis de Jaén; dos de ellas confirmaban lo* nombramientos hechos por el obispo cautivo en Granada y designaban ad­ ministrador; las otras tres se referían al rescate de Pedro Pascual: el Sumo Pontífice daba órdenes precisas sobre el particular a los dos arcedianos y al Cabildo y al mismo tiempo enviaba al episcopado español viva reco­ mendación en favor del santo cautivo. Pero el odio de sus enemigos crecía más y más. Creyó el rey que podría apaciguar los ánimos quemando públicamente todos los ejemplares del libro que fuera causa del alboroto popular; pero ni aun así lo consiguió. Viéndose obligado a ceder, mandó encarcelar a Pedro en una torre soli­ taria poco distante de Granada, donde gemían ya otros cristianos aguar­ dando la muerte. Con todo, le dió licencia para llevar consigo a la cárcel cuanto necesitaba para decir misa. Una tarde tuvo noticia de que los verdugos irían a matarle al amanecer del siguiente día. Pasó la noche en oración, y a la otra mañana dijo misa m uy de madrugada. Aun estaba revestido cuando entraron los enviados del rey moro y ejecutaron la sentencia de muerte que traían, cortándole la ca> beza. Sucedió su m artirio a 6 de diciembre del año 1300.

    SU CULTO

    L

    A cárcel donde fué martirizado San Pedro Pascual se hallaba en una colina que después de la Reconquista se llamó C erro de los M ártires. Para perpetuar la memoria de todos los cristianos que fueran marti­ rizados allí, los Reyes Católicos edificaron una iglesia en aquel sitio el año de 1492, y los Carmelitas, un convento a mediados del siglo X V I. E l nombre del obispo de Jaén fué tenido en grande veneración como el ¡ de un santo y un mártir. En el siglo X V I I , los religiosos de la Orden de la Merced dieron muchos pasos para lograr el reconocimiento oficial de su culto. |

    Así fué cómo el año 1645 pidieron al cardenal Moscoso y Sandoval, obis­ po de Jaén, que mandase restaurar la aureola que circundaba el primer re­ trato del santo mártir, expuesto en el palacio arzobispal. Esta diligencia, al parecer tan sencilla, dió ocasión a tres procesos diocesanos que fueron lle­ vados a la par; el postrero y más importante se concluyó a 31 de marzo de 1655 con un decreto del prelado declarando que el culto público de este Santo, conocido y tolerado por los Ordinarios de Jaén y Granada, se remon­ taba a más de un siglo. E l Sumo Pontífice Clemente X aprobó esta sentencia el 14 de agosto de 1670; Pedro Pascual quedaba así canonizado. I)e allí adelante menudearon los breves de la Santa Sede en favor del mártir de Granada: a 3 de septiembre de 1672, aprobación de varios tra­ tados escritos por el mártir; a 17 de junio de 1673, concesión del O ficio y misa de un mártir con rito semidoble a la Orden de la Merced, y después a la diócesis de Toledo a 21 de abril de 1674, de Granada y Jaén a 18 de di­ ciembre de 1675 y a la de Valencia a 28 de marzo de 1676. E l rito doble lo concedió a 22 de junio de 1680, y el día 2 de octubre del mismo año exten­ dió su culto a todos los reinos de España. A 20 de enero del año 1686, la Santa Sede dió licencia a los Mercedarios para insertar el nombre de San Pedro Pascual en la Conmemoración de los Santos de la Orden; su fiesta se celebra con rito doble de segunda clase desde el día 9 de julio de 1695, y, finalmente, un Breve de 3 de agosto de 1697 concedió para la fiesta de San Pedro Pascual el evangelio E g o sutn p a sto r bonus con las homilías pro­ pias sacadas de los Padres de la Iglesia. Entretanto, algunos escritores de la Orden de los Trinitarios, también meritísima en la obra de redención de cautivos, pretendieron que el obispo mártir de Jaén había pertenecido a su religión; pero la Santa Sede tuvo por mal fundadas estas pretensiones y las desestimó. Queda siendo, pues, San Pedro Pascual, insigne florón de la Orden de Nuestra Señora de la Merced.

    SANTORAL Santos C alixto I , papa y m ártir; Pedro Pascual, obispo y mártir; Gaudencio, obis­ po de R im in i y m ártir; Burcardo, obispo de W u rtz b u rg o ; Cosme — precep­ tor de San Juan Damasceno— •, obispo de Gaza, en Palestina; Donaciano, obispo de R e im s; Fortunato, obispo de T o d i ; Rústico, obispo de Tréveris, y Celeste, de M e tz ; Carponio, E varisto y Prisciano, mártires en Cesarea de Palestina; Saturnino, L u p o y compañeros, mártires en C a p ad o cia; Lupo, mártir en C órdoba; Dom ingo Loricato y Bernardo, confesores. Santas

    Fortunata, hermana de los santos Carponio, Evaristo y Prisciano, virgen y m ártir; Aurelia, m ártir en Córdoba, Angadrem a y Menequilde, vírgenes. B eata Magdalena Panatieri, terciaria de Santo Domingo, virgen.

    DÍA

    15

    DE

    OCTUBRE

    SANTA TERESA DOCTORA

    Y

    REFORM ADORA

    DEL

    DE CARMELO

    JESUS (1515-1582)

    A C IÓ Santa Teresa a 28 de marzo de 1515 en Á vila de los Caba­ lleros. Su padre, don Alonso Sánchez de Cepeda, dejó consignado este nacimiento en una cédula que dice así: «E n miércoles, veinti­ ocho días del mes de marzo de quinientos y quince años, nació Teresa mi hija, a las cinco horas de la mañana, media hora más o menos, que fué el dicho miércoles, casi amaneciendo. Fueron su compadre Ve!a Núñez y la madrina doña María del Águila, hija de Francisca de Pajares». Pertenecían sus padres a la más alta nobleza castellana y eran muy devotos cristianos. «E ra mi padre de mucha caridad con los pobres y piedad con los enfermos, y aun. con los criados; tanta, que jamás se pudo acabar

    N

    ciin él tuviese esclavos...» Don Alonso murió santamente, diciendo cuánto sentía no ser fraile. De m i madre, doña Beatriz de Ahumada, habla Teresa en estos términos: «Ten ía grandísima honestidad. Con ser de harta hermosura, jamás dió a entender que hiciese caso de ella; porque con m orir de treinta y tres años, ya su traje era' como de persona de mucha edad. Era muy apacible y de harto entendimiento... Murió muy cristianamente.»

    Doña Beatriz tuvo nueve hijos. Don Alonso se había casado con ella en segundas nupcias, teniendo ya una hija y dos hijos del primer matrimonio. Entre sus nueve hermanos y dos hermanas, había uno «casi de su edad, que era el que ella más quería»; era, probablemente, Rodrigo. Tenía poco* años más que ella y era también m uy devoto. Juntos solían leer vidas de Santos. Los tormentos que las Santas padecían por causa de la fe, le daban envidia. «Parecíam e — dice— que compraban m uy barato el ir a gozar de D ios». Una cosa más que nada espantaba la imaginación de ambos niños: lu eternidad de las penas y de la gloria. «Gustábamos de decir muchas veces: «¡P a ra siempre, siempre, siem pre!» De pronto, huyen cierto día de la casa paterna, pasan el puente del río A daja, y caminan resueltos por la carrete­ ra de Salamanca; era su intención irse «a tierra de moros, pidiendo por amor de Dios, para que allá los descabezasen». Pero a distancia como de un cuarto de legua de Á vila tienen la mala fortuna de dar con un tío suyo qu* les hace volver atrás y los lleva a casa. Rodrigo se excusa y culpa a su hermanita. «M adre, a mí la niña me ha llevado y me ha hecho tomar el cam ino». Dotes de caudillo tenía ya Teresa a los siete abriles; y de caudillo algo terco, porque el primer fracaso no la dasalentó. «D e que v i que era imposible ir adonde me matasen por Dios, ordenába­ mos ser ermitaños, y en una huerta que había en casa, procurábamos, como podíamos, hacer ermitas, poniendo unas piedrecillas que luego se nos caían.» Era un alma joven, ansiosa de infinita dicha, y que para lograrla menos­ preciaba los míseros bienes caducos; voluntad todavía tierna, pero capaz para pasar de repente de los generosos deseos a los actos heroicos y arrastrar a los demás en la carrera. Y a en estos rasgos infantiles se dibuja el tempera­ mento y natural de la insigne Santa. Tenía poco menos de doce años cuando murió su madre. L a niña fué a postrarse a los pies de una imagen de Nuestrii Señora, y le suplicó con muchas lágrimas que fuese su madre en adelante. Desde ese día, siempre que se encomendó a la Virgen tuvo visibles prueba* de su maternal protección.

    DONCELLA. — EN

    P

    LA ENCARNACIÓN DE AVILA

    A S A N D O de esta edad, comencé a entender las gracias de naturaleia que el Señor me había dado, que según decían eran muchas. Cuando por ellas le había de dar gracias, de todas me comencé a ayudar para ofenderle, como ahora diré». En esos términos comienza la Santa la confesión de lo que llama, extre* mando los conceptos, «sus grandes pecados». Y a previno al lector, al prinol*

    . ]

    1 I I

    |iln de su vida, que al escribirla le mandaron pasar de largo sobre muchas ■mus, porque de lo contrario se hubiera pintado a sí misma con más negros ■olores.

    Se acusa primeramente de ser aficionada a libros de caballerías. D e in­ crédito gozaban aquellos libros en España en el siglo X V I ; habría mi pocos en la biblioteca de doña Beatriz de Ahumada. E l amante corazón de «i|iiclla muchacha cariñosa y ardiente se dilataba con tales lecturas. Leía sin •luda con encendido entusiasmo, como lo hacía todo, a la sombra de su in­ dulgente madre, cuyo ejem plo la tranquilizaba. Pero alerta andaba Teresa i|uc no le viese leer su padre aquellos libros, porque le pesaba mucho a don Alonso aquella excesiva afición a las aventuras novelescas. «E ra tan en extre­ mo lo que en esto me embebía — dice— , que, si no tenía libro nuevo, no me luirccía tenía contento». Viene el otro «gran pecado»; «Comencé — dice— a traer galas, y a desear ■'■intentar en parecer bien; con mucho cuidado de olores y todas las vanida­ des que en esto podía tener, que eran hartas por ser m uy curiosa». Con todo, ■I amor a la verdad le obliga a poner esta disculpa; «N o tenía mala inten■'ióii; porque no quisiera yo que nadie ofendiera a Dios por in í». La joven «deseaba contentar» y a fe que lo logró m uy de veras. Tenía l>rimos hermanos de su misma edad, los cuales la querían muchísimo porque Ir-i parecía agraciada, cariñosa y simpática en alto grado. Teresa se duele de Imlicrse aficionado a aquellas vanidades y a la amorosa compañía de sus liriinos. ¿Qué daño podía seguirse de aquellas relaciones para la santa donceII.i, cuyo purísimo corazón ansiaba tan de veras guardar intacto su honor? I .risa se contenta con declarar que jamás sintió atractivo ninguno hacia >• brarse con gran solemnidad en el templo de Diana, de Éfeso, que era iiiMt de las siete maravillas del mundo antiguo. Vero, vencedor de los parto», || esperaba allí para celebrar los desposorios. Ahora bien, mientras se c o iim iItaba a los falsos augures y arúspices en caso tan delicado, la joven, »N medio de horribles convulsiones, repetía sin cesar: «N o saldré de aquí liuM* que me lo ordene Abercio, obispo de Hierápolis». L a familia impcrUli mientras tanto, consternada, envió al instante correos a Hierápolis. A lM puertas de la ciudad, los emisarios pudieron ver a un anciano que tcrmiimlHl su discurso ante numeroso auditorio, y acercáronse a preguntarle: — ¿Dónde está la residencia de Poplio, gobernador de la ciudad? — Os conduciré a su palacio — contestó; y con gravedad y paso flrm# los acompañó el Santo ante el gobernador. Apenas hubo leído la carta imperial, el gobernador la entregó a AIhti'U*, con admiración de los embajadores, y le rogó que se presentase unir emperador Marco Aurelio: «Iré gustoso — respondió el obispo— , tanto m4t cuanto que el mismo Jesús me ha manifestado ya su voluntad a este résped n»,

    CURACIÓN DE LUCILA, HIJA DEL EMPERADOR

    ESPUÉS de cuarenta horas de camino, Abercio llegaba a KwiNb,' En ausencia del emperador, que había salido para someter lu Mdlq ción de los marcomanos en Germania, fué recibido por FauallMH : hija de la otra Faustina que había deshonrado el trono de Antonino mNI ; sus crímenes y desmanes hasta presentarse con la aureola de diosa aiile || multitud. A la vista del santo anciano, la emperatriz sintió por un mnnuxilt el efecto de su influencia y, con voz entrecortada por la emoción, le 110 he querido aceptarlos; permitidme hacer ahora lo mismo. — Hermanos, no queramos forzar la voluntad de nuestro huésped __dijo entonces Barksan, que ocupaba posición distinguida en la ciudad— ; nues­ tro dinero es poca cosa a los ojos de Abercio; mas le será forzoso aceptar la distinción que le ofrecemos considerándole igual a los Apóstoles. De ahí nombre de Isapóstolos con que se distingue al taumaturgo de Hierápolis. Por Cilicia, Licaonia y Pisidia, entró Abercio en Frigia. Después de desrinsar durante algunos días en la ciudad de Sinada, metrópoli de la Frigia Salutaris, se dirigió hacia su ciudad episcopal. La noticia de su vuelta le había precedido. Una multitud inmensa corrió a las afueras de Hierápolis y Ir recibió con entusiasmo delirante. Abercio volvió a su antigua vida, predi­ cando y administrando el bautismo entre los paganos, exorcizando a los en­ demoniados, curando enfermos y multiplicando los prodigios. Escribió para los sacerdotes un libro titulado D octrina , para así, aun después de muerto, poder seguir instruyendo a su pueblo, por boca de sus sucesores. A ’gún tiempo después, tuvo una visión: «Abercio — le dijo el Señor— , la hora del descanso se acerca, has trabajado como bueno». El anciano es­ cogió el lugar de su sepultura e hizo grabar un epitafio que él mismo dictó. Krunió luego a los sacerdotes y diáconos y algunos fieles, para decirles: — Hijitos míos, se acerca el término de mis días; rebaño de mi corazón, me separo de vosotros para presentarme ante aquel Señor que ha alegrailn ini juventud. Voy a reunirme con Aquel cuyo amor llena mi alma. P-co tiempo después voló al cielo su bendita alma. m i

    EPITAFIO DE SAN ABERCIO

    Y

    A hemos aludido a este monumento histórico al comenzar nuestro re­ lato. En el siglo X I X , el benedictino Dom Pitra, futuro cardenal, buscando documentos relativos al simbolismo del pez, estudió la vida de San Abercio. Le llamó la atención el epitafio, en el cual notó un de simbolismo primitivo, desconocido en los apócrifos». Lo supo ver y estudiar por entre la prosa en que se presentaba, y descubrió fácilmente un texto métrico. Algunos helenistas del siglo X I X probaron de reconstruirlo en toda su integridad; pero sus tentativas tenían carácter conjetural a causa da los errores que originaron las distintas manipulaciones que se habían hecho en el primitivo texto. Los compiladores bizantinos lo transcribieron, ea efecto, sin preocuparse del metro de los versos, omitiendo aquí y allí, por descuido o ignorancia, partículas y aun palabras enteras que rompen la medida poética. La arqueología prestó su concurso a los helenistas. En 1882 un viajero e*. cocés, Mr. Ramsay, descubrió en Keleudres, cerca de Sinada, en la Frigia Salutaris, una estela cristiana que llevaba una inscripción fechada en «I año 300 de Frigia, correspondiente al 216 de nuestra era. Duchesnes y Ro«lt anunciaron simultáneamente el descubrimiento y el interés que el mismo ofrecía para el epitafio de Abercio, puesto que la inscripción se adaptaba casi exactamente con los primeros y últimos versos del texto de Simeón —•! traductor y comentador— , quedando la parte intermedia completamenlt dudosa. El año siguiente, Mr. Ramsay volvió a Hierápolis y descubrió en el mura de un baño público dos fragmentos epigráficos que resultaron ser la paria central del epitafio de Abercio. Algunas lagunas, que no se adaptan exacta* mente al texto transmitido por Simeón, fueron objeto de profundas discutió* nes, que han ayudado ha establecer una versión actualmente aceptada coint definitiva. Véase la traducción; «Y o , ciudadano de una ilustre ciudad, levanté este monumento en vida* con el fin de tener algún día un sitio para mi cuerpo. Mi nombre es Abervlo( soy discípulo de un Pastor casto que apacienta su aprisco de ovejas en nmrt* tañas y valles, que tiene grandes y hermosos ojos, y que todo lo obscrv® con mirada apacible. Él me enseñó las escrituras verdaderamente santas, flfj me ordenó que fuera a Roma para contemplar la majestad soberana y vrr H una reina vestida de oro, calzada asimismo con broches de oro. Allí vi Mflj pueblo que lleva en su frente un sello brillante. Contemplé también las IIM nuras de Siria y las ciudades hasta Nisiba, al otro lado del Eufrates. F f l

    todas partes hallé hermanos de religión. Tenía a Pablo... la fe me conducía por doquier. Ella me ha alimentado con el pez de clara fuente, hermoso y puro, pescado por una virgen santa. Ella lo entregaba sin descanso a sus amigos; posee un vino delicioso que reparte junto con el pan. Hice escribir estas cosas, yo, Abercio, estando aún en vida, a la edad de setenta y dos años. Los hermanos que lean esto, recen por Abercio. No debe ponerse otra tumba encima de la mía, a menos de satisfacer en desagravio dos mil mone­ das de oro para el fisco romano y mil para mi querida patria Hierápolis.» Este texto, para un pagano, aparecía envuelto en la mayor obscuridad; pero aparece perfectamente claro para un cristiano. El Pastor es el Divino Maestro; la reina es la Iglesia de Cristo; en el pez aparece el simbolismo representado por las cinco letras — iktus — . que en griego corresponden a las iniciales de la locución «Jesucristo, H ijo de Dios Salvador». Por último, en el pan y vino está representada la divina Eucaristía, En cuanto a la frase final, representa la fórmula tan corriente entonces, punto de legislación re­ lativa a la protección de sepulcros. Puede creerse que esta notable inscrip­ ción es la fuente principal de la inspiración de Simeón al redactar la vida del Santo. Los episodios que refiere serían como el desenvolvimiento de la citada inscripción, a no ser que se los suministrara la tradición popülar. Uno de los fragmentos descubiertos por el citado Mr. Ramsay fué trans­ portado por él mismo a Aberdeen. Por indicación del arqueólogo Rossi, el patriarca de los armenios católicos ofreció el otro a León X I II, con ocasión de su jubileo episcopal, y fué precisamente el sultán Abdul-Hamid I I quien I» llevó en el mes de febrero de 1893. Duchesne intervino posteriormente cerca de Mr. Ramsay, y éste tuvo un gesto parecido, por lo cual los dos fragmentos se hallan actualmente en Roma, en el museo de Letrán.

    SANTORAL Santos Abercio. obispo y confesor; Felipe, obispo de Heraclea, Severo, presbítero, Mermes o Hermeto, diácono, y Eusebio, mártires; Marcos, obispo de Jcrusalén, m ártir; Melanio, arzobispo de R u á n ; Alejandro, obispo, Heraclio, soldado, y compañeros, mártires en G recia; Donato de Escocia, obispo de F iéso li; Verecundo, obispo de V e r o n a ; Salario, obispo de Etruria Nepociano, obispo de Clermont, Moderano, de Rennes, y Eucario, de N a n c y ; Vandelino, Lupiano, Juan, Constantino y Simplicio, abades Meroveo, m onje; Leocadio y Julio, mártires. Beato Gregorio Celli, agustino. Santas Muría Salomé, madre de Santiago el Mayor (25 de julio) y de San Juan Evangelista (27 de diciem bre) ; Nunilo o Nunilona y Alodia, hermanas,

    vírgenes y mártires; Florina, Valeria, Córdula y Flora, vírgenes y mártires, compañeras de Santa Úrsula (véase el día 21, pág. 522); y Colagia, virgen.

    DÍA

    23

    DE

    OCTUBRE

    SAN IGNACIO DE CONSTANTINOPLA PATRIARCA

    L

    DE CONSTANTINOPLA

    (799-877?)

    A vida de San Ignacio, que fué patriarca de Constantinopla por es­ pacio de treinta años, nos traslada a una época triste y calamitosa para la Iglesia; nos referimos a los orígenes del cisma griego, que, a pesar del tiempo transcurrido y de los esfuerzos hechos para ven­ cerlo. perdura en tierras orientales para daño de tantas almas. Ignacio vió la luz primera en Constantinopla, por el año del Señor 799, y podía creer, con cierto fundamento, que con el tiempo ceñiría la corona imperial que su abuelo y su padre ciñeran. Pero Dios, que con su providen­ cia rige el mundo y sabe lo que conviene a sus elegidos, dispuso las cosas de otra forma. Miguel I Rhangabe, padre de nuestro Ignacio, llevaba ya cerca de dos años en el trono cuando el general imperial León el Armenio, provo­ có una sublevación palaciega: el emperador, para evitar la guerra civil, re­ nunció al imperio y retiróse con su familia a las islas de los Príncipes, pró­ ximas a la capital. Esta revuelta alejó a Ignacio de los peligros de todo género que le espe­ raban en la corte; tenía, al ocurrir estos sucesos, catorce años. Decidido a seguir la vida monacal en el convento de San Sátiro, dióse con todo el fervor

    de su alma a los ejercicios de piedad, consagró su inteligencia al estudio de los Santos Padres y recreó su espíritu con la lectura de la Biblia: estas ocu­ paciones de intensa vida espiritual impidiéronle seguir el hilo de las revuel­ tas del imperio y las vicisitudes que hicieron pasar rápidamente por el trono a León V el Armenio, Miguel I I el Tartamudo, Teófilo, a la emperatriz. Teodora y a Miguel I I I el Beodo. Tuvo que afrontar y vencer el joven monje los peligros en que se vió su fe, por arte de un abad de carácter violento y partidario de los iconoclasta* o «destructores de imágenes». N i los halagos ni las amenazas de este malva­ do superior, hicieron mella en su alma, y su firmeza en la ortodoxia con­ tra viento y marea, le atrajo en tal manera la estima de los demás monje* que. a la muerte del abad, le aclamaron todos unánimes para sucederle. Su bondad, discreción y celo, hiciéronse más patentes en el desempeño del nuevo cargo. La fama de sus virtudes traspasó los límites del monaste­ rio y fueron numerosos los que desearon ponerse bajo su dirección para sor­ tear los escollos de la vida, dirigidos por tan hábil piloto. Como el primi­ tivo y espacioso monasterio resultara pequeño para albergar tanto monje, resolvió el conflicto con la fundación de cuatro filiales en el continente y en las islas. Algunos obispos, perseguidos por los iconoclastas, tuvieron ocasión de conocer a Ignacio durante su destierro, y, previendo en él a un atletu del Señor y a un futuro campeón de la ortodoxia, instáronle a que recibiera los sagrados órdenes; Ignacio, no obstante considerarse indigno de tal gracia, sometióse al fin, y recibió la ordenación sacerdotal de manos de Basilio, obispo de Paros, que anteriormente había sufrido persecución por la buena causa.

    PATRIARCA

    DE CONSTANTINOPLA. — FOCIO

    O BERNAND O el imperio la emperatriz Teodora, durante la minorín de Miguel III, volvió a permitir, movida por razones políticas y re­ ligiosas, el culto de las imágenes; con lo que poco a poco amainó la disputa religiosa que tanto encono produjera en anteriores reinados. A lu muerte del santo obispo Metodio, la emperatriz trató de poner en la silln patriarcal de Constantinopla a un digno sucesor del difunto prelado. Siendo esta dignidad la primera del imperio y la segunda del orbe católico, despu¿* de la del Pontífice romano, no escasearon los pretendientes. Teodora IiImi caso omiso de toda intriga, y únicamente buscó al hombre que ocupara con dignidad la silla patriarcal. Consultó con un santo varón llamado Juan, er­ mitaño de Bitinia, quien por inspiración divina indicóle a Ignacio como ele­ gido del Señor; los obispos, el clero y el Senado, movidos por el mismoj espíritu, aplaudieron la elección. El abad Ignacio vióse obligado, muy a p c ia f

    G

    suyo, a dejar a sus hermanos y renunciar a la soledad para tomar solemne­ mente posesión de la silla constantinopolitana el 4 de julio de 846. La regente, siguiendo antigua costumbre, envió, en nombre del empe­ rador, una embajada a Roma para someter al Papa el decreto de elección y rogarle tuviera a bien ratificarlo. Ignacio no defraudó las esperanzas que concibieron con su promoción los buenos católicos. Pero, desde el principio, vióse obligado a ponerse a la bre­ cha para defender la sana doctrina. Dirigió sus primeros golpes contra la corte. Ésta albergaba, al lado de la virtuosa Teodora, a depravados personajes: estaba en primer lugar su hijo, el emperador Miguel III, que parecía encerrar en sus venas la corrompida sangre de sus predecesores. No obstante haber velado la emperatriz con el mayor cuidado por su educación, apenas salido de la infancia, se entregó a las diversiones del circo, fraternizó con los aurigas y adquirió sus grosera» costumbres. Más tarde, rebajando su dignidad, organizó con los aficiona­ dos del circo, manifestaciones grotescas e irreligiosas, en las que se hacía burla de las ceremonias eclesiásticas, diu> , . .. i< augusta presencia de Jesucristo en el altar. Lo cierto es ipu illili.. . ........... fué como templo nacional y relicario donde se dcpoiilul.... l.i ............. ofrendas de las almas piadosas en honor de Edda Muriuni .......... .1 . M . ría— o de Eddo Tsion — morada de Sión— . Esta célebre l>n«ilt..i ,,i,mii.. .i. Axum, fué destruida por un incendio en el siglo X ; en lu ui'iiiiiliil.nl -ni" t dan en pie algunas columnas. La residencia episcopal, durante el gobierno de l-ruim obispos y m onjes, po­ dam os libre y sosegadam ente rogar noche y día jPor la eterna salvación de V uestra Im perial M ajestad. A nastasio los despidió con prom esas b astan te ^jjmbiguas y entregó a Sabas mil áureos para subvenir a las necesidades de sns ■ m onasterios. Precipitáronse los acontecim ientos como se podía3 en trever por la vaguedad de la respuesta im perial a los com isionados. Antees