EL S A N T O DE C A D A DIA POR E D E L V I V E S E D I T O R I A L Z LUIS V I V E S , A R A G O Z A S. A N I H
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EL S A N T O DE C A D A DIA POR
E D E L V I V E S
E D I T O R I A L Z
LUIS
V I V E S ,
A R A G O Z A
S.
A
N I H I L EL
O B S T A T CENSOR
DR. V I C E N T E T E N A
HUESCA,
2 7 D E ABRIL, D H
1946
IMPRÍMASE
LINO, Obispo de fuesen A. A. DE
BAKIIASTRO
Por mandato de S. £. Jl¡>dma. el übtsbo ni i Señor, DR. FRANCISCO PERALTA CAS'C- SFCR. '
ES P R O P I E D A D
Se ba becbo el depósito due marca la ley. Copyritjbl 1946, by Editorial Luis yion I M P R E S O EN ESl'AÑA *
PRÓLOGO O N los tiempos modernos de persistente laicismo y descristianización, O
ha sido arrebatado al hogar español un libro de inapreciable valor:
EL AÑO
CRISTIANO.
Muchos otros libros de edificación han entrado luego en las familias, a Dios gracias, empero aquél no ha sido sustituido. La lectura de la vida de los Santos, tan familiar y frecuente en época aun no lejana, ha sufrido quebranto, incluso en los refectorios de colegios y de instituciones religiosas.
DENTRO DE LA TRADICIÓN, LO MÁS MODERNO PENADOS ante la realidad, sin pretender inquirir las causas o circunstancias que la hayan podido traer, nos ha parecido empresa meritoria contribuir en algo a remediarla, y, dentro de la tradición' de esta lectura espiritual, adoptamos la forma que nos parece más en con* sonancia con las necesidades actuales y con las posibilidades de la vida moderna. La cual presenta días ocupadísimos a la mayoría de los fieles e impone a las veces reglamentos recargados a colegios y comunidades. Teniéndolo muy en cuenta, nos ha parecido condición propicia para facilitar este piadoso ejercicio, que las vidas de los Santos tengan la misma extensión y requiera el mismo stiempo su lectura. se conseguirá más seguramente que sea cotidiana. A lograr este objetivo hemos consagrado todo nuestro esfuerzo y hasta el título que hemos dado a la obra lo dice claramente.
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PRÓLOGO
'
EL SANTO DE CADA DÍA
/"J ADA día necesitamos pan para alimentar el cuerpo y no. menos C necesitamos alimentar el alma con la lectura de la vida de algún Santo o Santa, que aquel mismo día celebra la Iglesia universal o particularmente una nación u orden religiosa determinada. Seleccionadas así las vidas de Santos, presentan ya una ventaja muy apreciable, es a saber: su gran variedad al proponer ejemplos sacados de todos los tiempos, de todos los estados y de toda condición. Además de la vida del Santo principal, cada día aparecen, como pétalos en flot, las vidas de tres o cuatro Santos secundarios que, en torno a los capullos que forman el Santoral Me cada jornada cristiana, constituyen como un ramillete integrado por las rosas de los mártires, los lirios de las vírgenes y las violetas de los penitentes, que perfuman las bellas páginas de esta obra y embriagan los corazones de los fieles.
LA HEROICA SANTIDAD DE CADA DÍA TRA ventaja más notable será la de ayudarnos eficazmente a santificar nuestro vivir cotidiano. Siempre ha gustado a la Iglesia glorificar ese humilde vivir cotidiano y con reiterada predilección en nuestros dios. Nada hay en verdad tan meritorio ni tan "difícil de alcanzar como la santidad de cada día, que exige el diario y Perfecto cumplimiento de las mismas obligacióngs, la sostenida lucha colttra las mismas pertinaces tentaciones. El alma que lo logra es verdaderamente heroica, pues hora tras hora redobla de piedad y de fervor; por lo cual la Iglesia, inspirada por el Espíritu Santo, gran maestro de santidagusta tanto de glorificar y ensalzar como estrellas de primera magnitud, a esás almas fieles que pasaron ignoradas o inadvertidas ante los mismos que con ellas vivieron. Propone a nuestra admiración e imitación los ejemplos mas comunes, al parecer las virtudes cotidianas más humildes, tanto más preciosas cuanto más comunes y más humildes. Además que, bien mirado, ¿cuántas veces se presentan en la vida circunstancias extraordinarias y acciones
heroicas? Pocas, y vale más, pues mal estuviéramos si la santidad dePendiera de circunstancias extraordinarias y excepcionales. ¿Qué seria de la santidad de la mayor parte de nosotros?; y, no obstante, la santidad es para todos, porque para todos sin distinción es la vida un continuado combate, una conquista que sólo se logra con ia santificación de la propia vida.
EDIFICACIÓN Y AMENIDAD /7P EMOS procurado que todas sus páginas y sus frases todas hablen t / / a la vez al entendimiento, al corazón, a la imaginación y a los sentidos, para mover la voluntad a mejor obrar, pero en forma tal, que la amenidad sostenga su lectura y que la edificación dimane del relato mismo de la biografía y de sus circunstancias, dejando que ellas sugieran al lector 'consideraciones piadosas pertinentes sobre las cuales pueda ampliamente meditar y hacer aplicaciones personales.
ILUSTRACIÓN DE ALTO VALOR ARTÍSTICO OR lo que a nosotros toca no hemos escatimado esfuerzo alguno / para que la parte material secunde y ayude en lo posible la eficacia espiritual que en sí lleva la lectura de la vida de los Santos. Ese mismo esmero nos ha decidido a poner una ilustración abundante y de alto valor artístico. Cada vida va acompañada de dos ilustraciones. Al principiarla se da él retrato del Santo con algunos detalles documentales, en forma de elegante cabecera, y unas páginas más adelante la escena evocadora de un episodio trascendental y representativo de su vida. La edición toda es de hermosa factura, papel de calidad, nítida impresión, caracteres de imprenta nuevos, claros y de fácil lectura, rica y resistente encuademación. Ofrecemos al público esta obra persuadidos de que por su precio, por su valor literario, por su mérito artístico y por todas sus circunstancias, es una verdadera obra de propaganda que responde de pleno al espíritu apostólico que todo lo anima y vivifica en esta Casa.
E N E R O
SAN
ODILON
Abad de Qony (962-1049)
DIA
1.°
DE
ENERO
ESENVOLVIÓSE la larga vida de este héroe de santidad, entre fines del siglo X y principios del X I , precisamente en una época en que la Iglesia sufría el abusivo entrometimiento del poder civil y deploraba la simonía y los más abominables escándalos; época en que el retorno a la barbarie amenazaba arruinar a la vez la Iglesia y la sociedad.
D
Pero Dios, que vela amorosamente por SUS hijos, escogió el monasterio de Cluny para plantel y cuna de almas fervorosas que, andando el tiempo, habían de correr tras las ovejas descarriadas y traerlas al santo "redil de su Iglesia. Allí creció robusta la virtud de nuestro Santo, señalándose luego como uno de los apóstoles más celosos en la obra de regeneración cristiana de la sociedad. Odilón tuvo el alto honor de ser maestro y educador del ilustre Hildebrando, que más adelante gobernó la Iglesia con el nombre de Gregorio V I L En los confines de la Auvernia Baja y cerca de la aldea de Ardes se hallaba, en otro tiempo, un castillo feudal, verdadera fortaleza infranqueable. En él residía por ios años de 960 a 980 una familia de nobilísimo
linaje, compuesta del señor de Mercoeur Beraldo I, apellidado el Grande, uno de ios principales señores feudales del Condado de Auvernia, dechado de perfectos caballeros; de su esposa Gerberga, descendiente del rey Lotario y pariente de Hugo, rey de Italia, y mujer insigne y piadosísima, y de sus diez vástalos, ocho hijos y dos hijas, de los coales Odilón fué el teTcero.
MILAGROSA CURACIÓN RA muy niño ouando, tras grave dolencia que puso en riesgo su vida» quedaron sus miembros sujetos por traidora parálisis. Contaba ya tres años, sin que sus débiles pieraeeitas le permitieran dar un paso. Pero aconteció un día que, al regresar de un viaje que efectuó en compañía de los criados de su padre, detuviéro en un pueblecito cuya iglesia
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estaba dedicada a la Virgen María, y criados, con el fin de comprar algunas provisiones, dejaron al enfermito en su camilla junto al portál de la iglesia, Mas oomo tardasen en volver, abandonó el niño por inspiración divina la oamilla donde descansaba y , arrastrándose por el suelo, dióse tal traca que llegó a franquear el umbral de la iglesia y logró acercarse al altar de la Virgen. Sin duda para ayudarse a levantar asió con sus manos los manteles del altar y , al punto que los hubo tocado, sintió que salía de ellos» como en otro tiempo de los vestidos del Salvador, una fuerza misteriosa que milagrosamente le restituía la salud. Los criados, al volver, quedaron maravillados viéndole saltar de gozo ante el altar de la Virgen. La bondadosa Madre que le babía curado, parecía sonreírle desde, su trono. Odilón, que ya amaba a la Virgen, le tuvo desde ese día particular devoción y corres* pondió a los favores de su celestial Protectora ofreciéndole generosamente su salud y su corazón. Acudió pocos agios después en peregrinaeiórt a la iglesia en que había recibido tan señalado beneficio y, de ¿rodillas' ante el altar, consagróse a María con la siguiente oración: «¡Oh benignísima Virgen María! Desde hoy y para siempre me consagro a ta servicio. Socórreme en mis necesidades, ¡oh poderosísima medianera y abogada de los hombres!; euanto tengo te doy, y gustoso me entrego a T i por entero pata^wr tu perpetuo siervo y esclavo». A nadie extrañará, pues, si decimos que toda su vida se señaló el Santo por una filial y ardiente devoción a Nuestra Señora. Cada vez que pronunciaba su nombre bendito, inclinaba profundamente la cabeza, y , al cantar en el coro el versículo T « ad líberandwm..., que significa: «Tú, Señor, para redimir al hombre, no desdeñaste el seno de la Virgen», postrábase reverente .para adorar el misterio de la Encarnación del Verbo y honrar y venerar la soberana dignidad de la Madre de Dios.
Sus padres, maravillados de los favores que el niño recibía del cielo, le dieron cristiana y viril educación. Muy jovencito aún pusiéronle con los oanónlgos de la Colegiata de San Julián, que dirigían por entonces una escuela que fué m u y famosa en la ciudad de Brioude. Sólo eran admitidos en ella los hijos de los nobles, y hasta los canónigos que ía regentaban llevaban el título de condes de Brioude. M u y p r o n t o ' s e señaló Odilón por la ciencia y santidad, mereciendo de sus maestros singulares demostraciones de aprecio y deferencia. Tenía veintiséis años cuando recibió la tonsura" clerical; p o c o después fué nombrado canónigo de la Colegiata de San Julián, beneficiado de la catedral de P u y , y algo más tarde abad secular de San E v o d i o .
SAN ODILÓN, ABAD DE CLUNY
L
LEVADO nuestro Santo de un deseo der mayor perfección, determinóse a ingresar en una Orden que por entonces pasaba por la más austera y santa. El providencial encuentro y entrevista que tuvo con San Mayolo, abad d e Cluny,' afirmó más a Odilón en su propósito, de suerte que al p o c o tiempo, renunciando a todas sus dignidades, ingresó de novicio en la célebre Orden benedictina de Cluny, haciéndole donación de todos sus bienes.
En aquel tiempo, esta abadía, fundada hacía sólo unos ochenta años, e n todavía muy pobre. Desde el primer día mostróse Odilón fiel observante de la regla de San Benito, desempeñó con grandísima humildad los empleos más modestos y bajos del monasterio, y llegó a ser muy pronto acabado modelo de todas las virtudes monásticas. Antes de que hubiese transcurrido el año de noviciado, fué admitido a profesar en la Orden, y en el mismo año le tomó San Mayolo como Vicario y le nombró a la vez sucesor suyo, a pesar de la resistencia que opuso Odilón en un principio. Pero apenas murió el abad de Cluny, Odilón dimitió el cargo y fué menester toda la influencia del rey Hu¿o Capeto y el unánime acuerdo de los monjes para que aceptara el gobierno de la abadía. Rendida al fin su humildad y habiendo dado su consentimiento al ver manifiesta la voluntad del Señor, fué ordenado sacerdote el 20 de mayo del año 994, en la festividad de Pentecostés. Después de la muerte de su padre, que ocurrió por aquella época, la madre de Odilón se retiró al monasterio de San Juan de la dudad de Autún, donde pasó sus últimos años llevando santísima vida. El nuevo abad deNduny contribuyó mucho a aumentar la reputación de
santidad del monasterio y llegó a ser en breve, por su caridad, pureza de vida y obras maravillosas, una de iás glorias más señaladas de la Iglesia, Puso singular empeño, desde los principios de su nuevo cargo, en la reforma de la regla de San Benito, observada por casi todos los monasterios de aquella época. Encargóse Odilón de llevar a cabo tan ardua empresa, estableciendo con carácter definitivo un código que se llamó Costumbres de Cluny, que mandó observar puntualmente en todos los monasterios de su jurisdicción. Muy pronto, solicitado de todas partes, emprendió largos, y frecuentes viajes, tanto por Francia, como por Alsacia, Suiza, Alemania y sobre todo Italia, Y envió a diversas provincias de Francia y de España algunos monjes para restaurar y restablecer en la primitiva observancia la regla de San Benito. No se contentó con visitar los monasterios ya existentes, sino que fundó muchos otros y extendió con ello las disciplinas cluniacenses que sirvieron de dique a la relajación de costumbres que empezaba ya a notarse en Europa. La caridad en todas sus formas era la virtud que practicaba con particular empeño. Distribuía limosnas con tanta largueza, que cuantos le rodeaban llegaron a censurarle por mostrarse, decían dios, demasiado pródigo de los bienes del convento. Su confianza en la Providencia era tal que jamás temió le faltara su asistencia. Cierto día que visitaba uno de los monasterios, juntóse tan crecido número de monjes para oír sus enseñanza que llegaron a faltar las provisiones, pues no disponían los sirvientes a la hora de comer sino de un pescado. Mandó el Santo que lo partiesen y, joh prodigio!, no sólo hubo bastante para los allí reunidos, sino que hasta 1iittender más. Estaban en la cabecera el obispo de Jerusalén y los de otras ciudades; San Jerónimo y multitud de sacerdotes y levitas rodeaban el lecho; «ii» que faltasen los coros de purísimas vírgenes y santos monjes que rezaban milmoü. Súbitamente, oyendo el divino llamamiento del Esposo en el verIHIM
guío: Levántate, ven, amada mía, paloma mía, pues el invierno y las Uuritts han cesado, exclamó llena de júbilo: «Aparecieron las flores sobre la (icrru, y a llegó el tiempo de la recolección. Me parece vislumbrar la herencia del Señor en la tierra de los vivos.» Luego, con espíritu tranquilo, con bella nercuidad en el semblante, entregó su preciosa alma al Criador. Fué su dii'lioso tránsito al trasponerse el sol el 26 de enero del año del Señor de 404. í'ué llevado su venerable cadáver en hombros de obispos 8 la iglesia de lu Cueva del Salvador, acompañando unos a su entierro con velas de cera y lámparas en las manos, y dirigiendo otros los coros de los que iban canilludo salmos. T o d a Palestina concurrió a los funerales, hasta los solitarios Milu-ron de su encerramiento, los pobres y las viudas, mostrando los vestidos ' con frecuencia le interrumpían, bien a pesar suyo, con aclamaciones y upliiusos. L a piedad volvió a floreoer en la oiudad de Constantinopla, y se vió u muchas almas generosas, dirigidas por el santo obispo, elevarse a la IMIÍH alta perfección. H u b o numerosas conversiones, aun entre herejes y polín nos. Para mejor combatir a los arríanos, compuso Crisóstomo para los I irlos cantos populares que obtuvieron gran éxito. Kl ministro Eutropio, caído de la cima de los honores y a punto de ser iiHCHimido por la multitud furiosa, se refugió en la iglesia, donde Crisóstomo le Miilvó la vida con las dos célebres homilías sobre La desgracia de Eutropio. (Juinas, general godo, a quien el emperador había confiado su ejército, n pn re ció en las alturas de Calcedonia, al frente de millares de bárbaros, dispuesto a entrar a saco en la capital, si no se le entregaban tres de los más iinlublcs patricios a quienes quería dar muerte. Presa de estupor y de desesperación, la corte n o se vió con fuerzas para oponerse al godo. Ofrecióse CriMÓKtomo a acompañar a los tres prisioneros; una vez en presencia del
general, habló con tal suavidad que ganó el corazón del bárbaro, en forma que hizo arrodillarse ante el obispo a sus hijos y perdonó a los patricios. En otra ocasión, el mismo Galnas reclamaba imperiosamente una de las iglesias de Constantinopla para los herejes arríanos, correligionarios suyos. No atreviéndose a negarla, rogó el emperador a Crisóstomo que le indicase la que convenía ceder; pero el santo obispo resistió por si solo al general bárbaro y no consintió nunca que se cediese ninguna iglesia católica a los herejes.
PERSECUCIÓN, DESTIERRO Y MUERTE IN embargo, la libertad apostólica con que Crisóstomo reprendía los vicios de los nobles, acabó por crearle enemigos. La emperatriz Eudoxia, esposa de Arcadio, ávida de riquezas, despojó injustamente a varios subditos, entre otros a la viuda Teognosta, a quien robó una viña; acudió ésta con las demás víctimas perjudicadas a nuestro Santo, suplicándole que intercediera en su favor. Juan Crisóstomo hizo paternales reconvenciones a la emperatriz, y ésta, dándose por ofendida, se irritó ciegamente. AI propio tiempo el valeroso pontífice acogió con cariño y bondad a las cuatro superiores de los monasterios de Nitria (Egipto), injustamente perseguidos y expulsados por el indigno patriarca de Alejandría, el ya citado Teófilo.. Conviene saber, además, que poco después de la fundación de Constantinopla, a la que se complacían en dar el nombre de «Nueva Roma», el concilio general de Nicea había declarado formalmente que el obispo de la antigua Roma, sucesor del príncipe de los Apóstoles, seguía siendo siempre el primero de los patriarcas y el jefe de la Iglesia. Inocencio I, que ocupaba entonces la cátedra de San Pedro, ordenó la celebración de un concilio de Constantinopla, presidido por sus legados, asesorados por Juan Crisóstomo, y que Teófilo se* presentase en él para responder de su conducta con los monjes de Nitria. Teófilo, de acuerdo con Eudoxia, aprovechó la ocasión para perder a' Crisóstomo. Los legados del Papa fueron arrestados secretamente al desembarcar y coaducidos al destierro. Un conciliábulo reunido en 403 en el pa« lacio de la Encina, cerca de Calcedonia, presidido por Teófilo, citó a su vez al patriarca de Constantinopla para que respondiera a una serie de acusaciones calumniosas. Juan, conocedor del lazo que se le tendía, se negó a presentarse. En consecuencia, declarósele culpable e indigno del episcopado, AI saber que su amadísimo obispo iba a ser enviado al destierro, Constantinopla entera se amotinó y durante tres días defendió heroicamente a su pastor. El santo obispo* para evitar la efusión de sangre, se entregó voluntariamente a los soldados, que lo embarcaron de noche para el Asia.
Pero al día siguiente, al saber su. partida, el pueblo se precipitó en masa imuiu ci palacio imperial, lanzando gritos d e indignación. Fuera d e sí la emperatriz y derramando lágrimas, exclamó: «Estamos perdidos. ¡Que trai(liin a Juan o nos quedamos sin imperio!» Y ella misma escribió al santo desterrado para suplicarle que volviese. Después de su regreso triunfal, Crisóstomo escribió al P a p a San Inocencio l , rogándole anulase la sentencia dada por Teófilo contra él; el clero d e < ¡ortstontinopla suscribió esta petición, mientras Teófilo, por su parte, enviulni a R o m a las actas de su falso concilio. Examinado por el P a p a el proceso y oídas las declaraciones de cuatro obispos llegados expresamente «Ir Oriente, respondió a Crisóstomo y al clero de Constantinopla condenando todo lo hecho por el conciliábulo de la Encina. Mas a la llegada de estas cartas, ya no estaba Crisóstomo en ConstanI inopia. Desterrado de nuevo el 20 de junio del año 404 por el odio de la emperatriz y demás enemigos suyos, fué llevado a Cucuso (Capadocia), en ION confines de Armenia, donde tuvo que sufrir muchísimas privaciones. Pero aun en tan lejano destierro, les pareció el santo proscrito temible caí demasía. Con la esperanza de vencer su constancia, sus enemigos le trastildaron a Pitionte, pequeña población perdida en la costa oriental del mar Negro, al norte de la Cólquida. E l 13 de septiembre del año 407, como el obispo llegara a Comana, custodiado por dos soldados, se detuvo para pasar lu noche en un oratorio dedicado al mártir Basilisco. Estándo Juan en oración, se le apareció el santo mártir y le dijo: «¡Ánimo, hermano; mañana witaremos juntos!» Ai día siguiente, Crisóstomo cayó exhausto de fuerzas en el camino, y expiró el mismo día confortado con la sagrada Comunión. El año 438 los restos del glorioso confesor de la fe fueron triuníalmente Ifcvudos a Constantinopla y depositados en Ja iglesia de los Apóstoles. Cuando la toma de Constantinopla por ios cruzados, los trajeron a Roma y descansan hoy en la basílica de San Pedro. La fiesta de San Juan Crisóstomo se celebra con rito de doble desde el papa San Pío V . El 8 de julio de 1908, Pío X proclamó a este santo dootor patrón de los oradores sagrados, porque su elocuencia era tanta, que se puede deoir sin temor a exagerar, que es el sol más brillante del púlpito cristiano, y sus obras, cartas y sermones son monumentos insuperables donde se encuentran admirablemente hermanadas la más profuuda sabiduría con la más resplandeciente santidad. La una nos asombra, la otra nos admira. Aplaudamos la primera; imitemos la segunda.
SANTORAL • Santos Juan Crisóstomo, obispo, confesor y doctor; Vitaliano, papa; Emerio, abad de Bañólas; Julián, obispo; Avito, Vivencio y Julián de So ra, mártires; Domiciano, en Judea. Santas Antusa, madre del Crisóstomo, y Cándida, madre de San Emerio. SAN EMERIO, abad de Dañólas. — Es Emerio uno de los hijos célebres de la insigne Orden benedictina. Su nacimiento fué fruto de las oraciones de sus padres, muy. nobles por su fortuna pero mucho más aún por sus virtudes cris» tianas. Quería el padre dedicarle a la carrera de las armas, como la más adecuada a su nobleza; pero Emerio,'deseando darse enteramente a Dios, huyó secretamente de su casa y se retiró a un desierto, donde se entregó a la mortificación de tos sentidos y pasiones. Sin embargo se vió forzado a dejar la soledad para acompañar a Carlomagno, rey de Francia, en si^s campañas contra los mahometanos, pues el -Señor había revelado al rey que, con San Emerio a su lado, alcanzaría victoria; y así sucedió, en efecto, después de verificar en diversos sitios sorprendentes milagros, como el de haber abastecido súbitamente al ejército, cuyos soldados morían '"de hambre, y haber resucitado a los ya fallecidos. Gracias a esta protección del pielo pudo el rey conquistar la ciudad de Carcasona, a la que.ya había abandonado por imposible. En Bañólas, coyas casitas, blancas y alegres, se miran en las aguas tranquilas de su lago encantador, amansó la ferocidad de un dragón, de cuyos estragos estaban quejosos todos los habitantes de la población; nadie-se atrevía a acercarse a la fiera; pero Emerio, no sin haber rezado antes fervorosamente, se dirigió al sitio donde estaba y la atrajo al lugar donde fácilmente pudp ser muerta por el pueblo mismo sin que nada les hiciera. En este mismo paraje erigió el Santo un monasterio, que pronto se pobló de jóvenes amantes de su salvación. Murió santamente a.fines del siglo vm. SAN JULIAN, obispo de M a n s . — S u nombre aparece nimbado de una inmensa fama de santidad, confirmada con muchos y portentosos milagros. Pertenece al tiempo de los Apóstoles. San Clemente, tercer.sucesor de San Pedro, fué quien le consagró obispo y le envió a las Galias coi} la misión *le predicar el Evangelio, lo cual llevó'a cabo, con copioso fruto espiritual, en la región que hoy día es llamada del «Maine». Pretendió establecerse en Mané, pero tanto los campos como la población en general, sufrían de falta de agua. Julián pidió a Dios que le ayudase en favor de sus futuros súbditos; Dios le escuchó haciendo que en el mismo sitio brotara milagrosamente un abundante manantial. EJlo le granjeó la estima y veneración de todo el pueblo. Deseoso el príncipe de conocer a Julián le mandó acudir a su palacio; al entrar en él el obispo, curó repentinamente & un pobre ciego con sólo hacerle la señal de la cruz. Instruido el príncipe en la doctrina de Cristo, se convirtió a ella con toda su familia y el pueblo entero. El propio palacio fué cedido para iglesia, la cual más tarde se convirtió en catedral, que aun subsiste. Para favorecer a los pobres y necesitados creó asilos, hospitales y colegios, haciendo con ello mucho bien a las almas. Anastasio y Joviano, que se mostraban rebeldes a su conversión, depusieron su actitud ante la milagrosa curación de sus respectivos hijos, llevada a cabo por Julián. Finalmente, después de haber gobernado su diócesis por espacio de 47 años, se durmió en el Señor dejando en pos de sí una admirable estela de virtud y santidad.
Armas de Aragón y Cataluña
Orden do la Merced
SAN PEDRO N O L A S C O Fundador de la Orden de la Merced (1182.1256)
DIA
28
DE
ENERO
A N Pedro Nolasco, fundador de la sagrada Orden de Nuestra Señora de la Merced, nació el día 1.° de agosto del año 1182 en Mas de las Santas Puellas, cerca de Castelnaudary. Sus padres, nobilísimos en la sangre y no menos en la piedad, le dieron por ayo y maestro un virtuoso sacerdote, de suerte que ya desde muy niño brotaron en su corazón gérmenes de las virtudes cristianas, que fueron creciendo con los años, merced a los solícitos cuidados paternales y a la docilidad con que Pedro supo corresponder a dios. Y a en su temprana edad se distinguió por su angelical mansedumbre y caridad para con los pobres, cuyos sufrimientos y necesidades le movían a compasión. A todos ellos repartía sin tasa cuanto tenía, no esperando que acudieran a él en demanda de limosna, sino adelantándose él y saliendo a la puerta de su casa para llamar a los mendigos que pasaban. Sentía particular satisfacción cuando podía asistir ál reparto de limosnas que tenía lugar en su propia casa, queriendo distribuirlas él mismo. Cuando su maestro enseñaba las oraciones a los mendigos, Pedro se las Inicia repetir hincadas las rodillas. Se instituyó catequista, enseñando a
otros niños las oraciones y repartiendo su almuerzo y merienda entre tos Que respondían mejor. Nunca se desayunaba hasta haber dado la lección, y desde los cuatro años empezó a abstenerse mucho en la comida. Algunas veces salía de casa, y al poco rato volvía sin vestido. Al preguntarle sus padres qué había lucho de él, respondía que se lo había dado a un niño pobre, más necesitado que él. Cuando veía a algún sacerdote, se hincaba de rodillas y le besaba la mano; mas al ver a algún hereje, huía de él, y no quería sentarse a la mesa de sus padres, si había en ella algún pariente infestado de herejía. Un día, convirtiendo en bandera una estampa de la Virgen, convocó a todos los niños del lugar, y , formando un escuadrón, cuyo capitán era él, les decía: «Vamos a matar a los herejes, que son enemigos de Dios y de su Madre, y muramos por la virginidad de la Reina de los ángeles.» Negaban los herejes albigenses con su boca sacrilega la virginidad de Nuestra Señora, y por eso singularmente los aborrecía el niño Nolasco, que tona hondamente arraigado en su corazón el afecto a la Reina del cielo. Frisaba en los quince años cuando hubo de llorar la pérdida de su padre y al p o c o tiempo la de su madre, los cuales murieron cristianamente como habían vivido. Quedó Pedro heredero de cuantiosas riquezas, y sus parientes le instaban para que se casase; pero él tenía otros pensamientos y deseos. Viendo que muchos de sus deudos y amigos se declaraban en favor de los albigenses, que inficionaban aquellas comarcas con el veneno de la herejía profanando los templos y las imágenes de la Virgen, determinó pasar a Barcelona, donde podría más fácilmente poner por obra sus caritativos y apostólicos designios^ en en de do
Visitó el santuario de Nuestra Señora de Montserrat y luego se ocupó obras de caridad, visitando cárceles y hospitales, pero sin pensar todavía un fin social determinado. Entró en relación con varios jóvenes piadosos Barcelona, y todos juntos se pusieron bajo la dirección de San Raimunv de Peñafort, canónigo de aquella iglesia catedral.
-No tardó la Virgen Alaría en manifestarle adónde habían; de encaminar— sus trabajos y su celo.
JLA ORDEN DE LA MERCED ON tales obras de piedad y amor al prójimo, pronto cundieron por la ciudad las alabanzas al Santo, si bien no faltaron las censuras, asechanzas y calumnias con que suelen los malvados estorbar las más nobles y santas empresas. Pero su confianza en el Señor y el gozo grande que recibió con varias apariciones, le infundierbn nuevos ánimos para proseguir sus benéficos trabajos.
C
Gesto día. hallándose en oración, vió en sueños un verde y frondoso olivo cargado de fruto, junto al cual había dos ancianos y venerables varoñes que le invitaron a sentarse al pie del árbol y le encargaron que lo guardara y custodiara, para que nadie lo maltratase o destrozase. Con esto entendió que aquel ofivo representaba la congregación que formaban él y sus amigos. La misma Virgen María se le apareció el día de San Pedro ad Vincula, declarándole cómo era la voluntad de su Hijo y la soya que se fundase en su nombre una Orden para redimir cautivos, bajo el título de Nuestra Señora de la Misericordia o de la Merced, cuyos miembros se dedicasen a rescatar a los cristianos del poder de los infieles. Ignoraba Pedro quién era el que le hablaba, y así repuso con extrañeza y santa audacia: «¿Quién nots Vos que conocéis los secretos del Señor, y quién soy yo para ejecutar tales designios?» La Virgen le respondió: «Soy María, la Madre del Redentor, y quiero tener nueva familia de siervos amantes, que hagan en favor de sus hermanos cautivos lo que yo hice con mi divino Hijo.» Como Pedro Nolasco tenía grande amistad con el rey de Aragón» Jaime I» lleno de alegría oorrió a contarle lo sucedido, y , ¡oh prodigio!, tanto el monarca como Raimundo de Peñafort, confesor del rey, habían tenido a la misma hora idéntica visión. Jaime I hizo preparar lo necesario para la ceremonia de la institución de la nueva Orden, y el día de San Lorenzo, 10 de agosto del año 1218, en Iti catedral de Barcelona y a presencia de la corte, clero y pueblo, Pedro Nolasco y doce de sus amigos fueron armados caballeros por el rey. El obispo don Berenguer de Palou les impuso las insignias de la Orden; hirieron los tres votos solemnes de religión, a los que añadieron el de redimir motivos, obligándose a perder ellos la libertad y exponer su vida, cuando fuere necesario para el rescate de cristianos. Kl rey, que consideraba la obra como suya, la distinguió con un escudo MI el que figuraban las barras que ostentaban sus propias armas, y además cedió a la Orden una dependencia de su palacio real, que quedó constituido NHÍ cu el primer convento mercedario. Así quedó establecida la nueva Orden religiosa, real y militar, cuyo objeto era dedicarse únicamente a redimir a ION cristianos cautivos del poder de los moros, y pedir limosnas por las miles para el mismo caritativo fin. Los Padres Mereedarios llevaron desde la
o b r a d e s u p e r f e c c i ó n , d i s t r i b u y e n d o las h o r a s e n t r e la m e d i t a c i ó n , e l o f i c i o divino, corto reposo y
pláticas
espirituales.
C u e n t a la l e y e n d a q u e cierto día se h a b í a n i d o a un lugar a p a r t a d o tomar con
un
algún
humana,
ligero
refrigerio
y
trago
del
que junto
agua
acompañar a
las r a í c e s
de
ellos corría.
que
Lejos
se de
para
alimentaban toda
mirada
platicaban de Dios, cuando de repente vieron un ciervo de
asom-
b r o s a b l a n c u r a . E l a n i m a l se p u s o a b e b e r e n u n a f u e n t e c e r c a n a y ,
levan-
t a n d o l u e g b la c a b e z a , cruz luminosa
de
tenía estampada
color
les d e j ó rojo y
e n el p e c h o
c e l e b r a r la p r i m e r a
ver, encuadrada azul.
el á n g e l
Habiéndoseles presentado
la
misma
q u é sé apareció a Juan
una
cruz
de
que
Mata
v a r i a s v e c e s la m i s m a v i s i ó n , l o s S a n t o s
comprendieron
vos, cuyas cadenas había mostrado pensamientos
entre su c o r n a m e n t a ,
precisamente
a!
misa.
b l a r o n sus o r a c i o n e s y esos
Era
estaban
redo-
q u e d e b í a n ir a socorrer a los
cauti-
el á n g e l d e l a c r u z d e d o s c o l o r e s .
entretenidos
al
volver
a
la
ermita
cierto
p i d i e n d o al S e ñ o r m u y f e r v o r o s a m e n t e q u e les r e v e l a s e si d e b í a n i r a
En día,
Roma,
S
A N Juan de Mata ve, al elevar la Sagrada Hostia,
un ángel de
blanca y resplandeciente vestidura que tiene sobre el pecho una
cruzt de color encarnado y azul, y da las manos a dos cautivos:
cris-
tiano el uno,
pos-
moro el otro,
que, devotos
trados a sus pies.
y suplicantes,
están
c u a n d o u n ángel les i n t i m ó q u e n o d e m o r a s e n pues, ir a e x p o n e r sus luces y vuestros somos, enviadnos Ambos
peregrinos
estrañeza facilidad
las a
que
nos
Determinaron,
decirle:
«Obreros
menester.»
el v i a j e
a
pie
y,
cuando
a pesar d e sus o c h e n t a
incomodidades
al ángel del Señor que v o y
d o n d e sea
hicieron
de que Félix,
tal p r o p ó s i t o .
visiones al Padre Santo, y
del
camino,
le
va
guiando,
y
Juan
mostraba
años, soportara
contestaba que
me
da
éste: la
con
«Veo
mano
su
tanta delante
cada
vez
caer.»
L l e g a r o n a R o m a en los comienzos del tificio al recién elegido p a p a atrás estudiante
de París, y
1198 y hallaron e n el S o l i o
Inocencio III,
a
le d e s c u b r i e r o n
quien Juan
conociera
sus sospechas
y
pon-
tiempo
esperanzas.
E l P a p a los r e c i b i ó b i e n , p e r o n o q u i s o p r o m e t e r l e s n a d a a n t e s d e
haber
c o n s u l t a d o a los c a r d e n a l e s . C o n m o v i d o s é s t o s p o r el d i s c u r s o d e l P a p a , c i é n d o l e s v e r la a c c i ó n d e l a P r o v i d e n c i a q u e e n v í a a g r a n d e s m a l e s remedios,
declararon
podía venir y
que
el
pensamiento
de
los
dos
Santos
sólo
de
q u e era m e n e s t e r p e d i r a q u i e n se l o h a b í a i n s p i r a d o
para realizarlo.
En
c o n s e c u e n c i a , el P a p a
ordenó preces públicas
ha-
grandes Dios
medios
y
mandó
celebrar m i s a s o l e m n e e n presencia del S a c r o C o l e g i o , el 28 d e enero, en la basílica La
de
Letrán.
afluencia d e fieles llenaba
Después
d e la C o n s a g r a c i ó n ,
lumbradora;
el t e m p l o p o r vióse al P a d r e
completo. Santo
envuelto
J u a n de M a t a : a p o c a altura del altar v i ó a u n ángel y lados.
El ángel ostentaba cruz azul y
roja,
y
ese m o d o
quedaban
despachadas
que
des-
tuviera
d o s c a u t i v o s a sus
sus brazos c r u z a d o s
m o r o y el cristiano parecían significar q u e quería De
en luz
al p o c o f a v o r e c i ó l e el Cielo c o n u n a m i s m a v i s i ó n
hacia
el
cambiarlos.
las preces p ú b l i c a s
que
con
tanto
f e r v o r se h a b í a n h e c h o , p u e s e r a m a n i f i e s t o q u e la r e s p u e s t a v e n í a d e l c i e l o .
FUNDACIÓN DE LA ORDEN DE LOS TRINITARIOS PARA LA REDENCIÓN DE CAUTIVOS
L
L A M Ó E l P a p a a los d o s peregrinos y
«Ahora m e
les
dijo:
s o n manifiestos los designios d e
otros... Os h a elegido para f u n d a r u n a n u e v a cada
a
la
los gentiles.
Santísima
Trinidad
Arrancaréis
de
sus
y
tendrá manos
por a
los
fin
Dios respecto Orden,
procurar
cristianos
su
el
crueles
nombre
adorable
tormentos
guidores.»
y
su
del
Dios
constancia
tres en
veces
santo,
la
redobla
fe
están la
ira
entre
vuestros
bautizados
padeciendo de
vosdedi-
gloria
hermanos
q u e profesan este d i v i n o misterio. Precisamente p o r q u e han sido en
a
q u e será
sus
tan
perse-
E l día 2 de febrero, festividad
d e la C a n d e l a r i a ,
h á b i t o a los d o s n u e v o s religiosos, a d o p t a n d o el q u e v i s t i e r a e l á n g e l q u e s e h a b í a a p a r e c i d o . '¡lúe r e d a c t a r a n
III vistió
forma
y
Inmediatamente
de
la n u e v a
Orden.
pasaron a París, a fin de aprovechar
las l u c e s
d e las p e r s o n a s
sido
testigos
dos de
antiguos la
las C o n s t i t u c i o n e s
Inocencio
la m i s m a
de
los primeros
compañeros
Trinidad.
prodigios.
de Juan
Rogerio
Dées,
Y,
al
solicitaron
ilustre
oír
Para
y
sabio
hacerlo,
que
habían
maravillas,
en la n u e v a según
el
Orden
mundo,
se
m o f ó d e su p r o f e c t o y h a s t a r i d i c u l i z ó a los n u e v o s m o n j e s y su h á b i t o la c r u z a z u l y hábito
roja; pero de repente notó
diferente: de una espesa capa de
El
infortunado
doctor,
q u e su c u e r p o
reconociendo
e n la O r d e n
de
la T r i n i d a d ,
su
culpa,
suplicando
n o m b r e d e R o g e r i o el L e p r o s o , n o m b r e su e j e m p l o Mata.
determinó
a gran
número
É l les e n v i ó a la s o l e d a d
se c u b r í a
fué
a
echarse
a
le fuera o t o r g a d o
de doctores
adonde había
p a r a la C i u d a d E t e r n a l l e v á n d o l a s Al
regresar a
París,
solicitó
pies
tiempo, llevar
a presentarse a
virtudes.
para presentarlas
de Felipe
Augusto,
q u e r i d o s u p o n e r . P o r ella n o se o t o r g a b a
a
de
para
n u e v a m e n t e se p u s o e n
consigo
el
Pero
Juan
rey
al
ca-
Sobe-
diciembre
de
Francia,
la a p r o b a c i ó n r e a l , q u e p o r c i e r t o n o e r a e n a q u e l e n t o n c e s l o q u e se h a
los
vuelto Félix de Valois,
r a n o P o n t í f i c e , el c u a l , t r a s m a d u r o e x a m e n , l a s a p r o b ó e l 1 7 d e 1198.
otro
q u e c o n s e r v ó hasta la m u e r t e .
A c a b ó J u a n d e r e d a c t a r las Constituciones y
de
de
sin p é r d i d a d e
q u e b a j o s u d i r e c c i ó n a p r e n d i e r a n la p r á c t i c a d e t o d a s las mino
con
lepra.
d e J u a n d e M a t a y é s t e l e s a n ó al m o m e n t o . L u e g o , ingresó
el que
les e n c a r g ó
mejor
las r e c i e n t e s
el i n g r e s o
doctor
color
después
las Órdenes religiosas
el
d e r e c h o a la e x i s t e n c i a , a t r i b u c i ó n p e c u l i a r d e l R o m a n o P o n t í f i c e , sino
que
se l e s c o n c e d í a n
esta
nueva
Orden
privilegios
que Felipe Augusto
otorgó
muy
gustoso a
religiosa.
ACTIVIDAD DE LA NUEVA ORDEN ESPUÉS
D Esta
el P a p a
rescate
a Roma
y
varias casas en Francia,
le hizo donación
de
la i g l e s i a y
le
llamó
residencia
S a n t o T o m á s d e F o r m i s , l l a m a d a la N a v e c i l l a , e l 12 d e j u l i o d e
comunidad
hubiera
que Juan h u b o fundado
deseado de
algún
no
tardó en florecer en m e d i o
partir entonces esclavo
al Á f r i c a
cristiano;
pero,
para según
de
la o b s e r v a n c i a ,
quedarse
refiere una
tradición
O r d e n , el P a p a le e n v i ó a D a l m a c i a e n c a l i d a d d e l e g a d o . E n esa p a r e c e s e r q u e se p r o p u s o l a c o n v e r s i ó n d e t o d a tablecimiento
de
la
disciplina
bres. L o s frutos de salvación inmensos.
eclesiástica
y
a
y
en rehenes
reforma
de
Juan por
el
de
la
dignidad,
la C o r t e , se d e d i c ó la
de
j209.
las
q u e d e tal legación r e p o r t ó f u e r o n , en
al rescostumefecto,
A u t o r e s h a y , sin e m b a r g o , q u e e n e s t a t r a d i c i ó n n o v e n s i n o u n a
pura
l e y e n d a , p u e s a su e n t e n d e r el l e g a d o del P a p a f u é J u a n d e C a s e m a r i ,
fu-
turo cardenal. L a v e r d a d es q u e los d o c u m e n t o s d e la é p o c a n o arrojan luz suficiente
que
permita
zanjar
la cuestión,
pues
únicamente
enviados del P a p a a u n tal Juan, capellán, y a Simón, Mientras esto
ocurría,
otros dos religiosos,
Juan
señalan
el Inglés
y
e! E s c o c é s p a r t í a n p a r a M a r r u e c o s e n p l a n d e m i s i o n e r o s , y allí rescatar ciento ochenta
y
seis e s c l a v o s c r i s t i a n o s .
como
subdiácono. Guillermo
consiguieron
Hondamente
conmovido
el P a d r e S a n t o p o r t a n t o s , s e r v i c i o s p r e s t a d o s a la I g l e s i a , q u i s o p r e m i a r Juan,
p e r o éste rehusó
todo
género
de
dignidades,
solicitando
en
a
cambio
el. f a v o r d e ir p o r f i n al Á f r i c a . E l P a p a a c c e d i ó a sus d e s e o s , y J u a n ,
hen-
c h i d o d e g o z o p o r v e r c u m p l i d o s sus a n h e l o s y d e v o r a d o d e la s e d d e l m a r tirio, h í z o s e a la v e l a e n
1199 h a c i a M a r r u e c o s ,
donde estuvo
a punto
ser d e g o l l a d o p o r l o s b á r b a r o s . D e s p u é s d e m u c h o s t r a b a j o s r e g r e s ó a pa e o n c i e n t o d i e z e s c l a v o s q u e h a b í a
de
Euro-
rescatado.
E n lo sucesivo Juan v o l v i ó a emprender otros viajes y llevó a c a b o n u m e r o s a s o b r a s d e c a r i d a d p a r a la m a y o r g l o r i a d p D i o s ; f u n d ó m o n a s t e r i o s
en
el n o r t e d e F r a n c i a , e n P r o v e n z a , en C a t a l u ñ a . C a s t i l l a , A r a g ó n e I t a l i a . F u é este S a n t o m u y a p r e c i a d o d e l p a p a I n o c e n c i o I I I y d e l o s r e y e s
de
F r a n c i a y E s p a ñ a , l o s c u a l e s le c o n f i a r o n e n d i s t i n t a s o c a s i o n e s a s u n t o s
de
m u c h a i m p o r t a n c i a , q u e t u v i e r o n el m á s b r i l l a n t e é x i t o . U n a d e las n a c i o n e s d o n d e m á s b e n é v o l a Santísima
Trinidad
fué
España,
donde
acogida
contó
con
tuvo la Orden de el
calor
fervoroso
p u e b l o y la p r o t e c c i ó n d e c i d i d a d e la n o b l e z a . L o s m i s m o s r e y e s s e
apres-
t a r o n a p r o t e g e r l a ; p u e s A l f o n s o I X en C a s t i l l a , P e d r o I I e n A r a g ó n y cho
I V , en N a v a r r a ,
contribuyeron
con
su
poder,
autoridad
y
f u n d a r m o n a s t e r i o s p a r a l a s e g u r i d a d y p r o p a g a c i ó n d e la n u e v a E f t o s rasgos d e generosidad y
la del
San-
riquezas
a
Orden.
esplendidez .de nuestro p u e b l o n o
fueron
estériles, p a e s e n t r e l o s i n n u m e r a b l e s b e n e f i c i o s q u e d e e s t a O r d e n h a r e c i b i d o E s p a ñ a , m e r e c e s e r r e c o r d a d o el q u e n o s h i z o c o n s i g u i e n d o e l
rescate
del inmortal Cervantes, el Príncipe d e los ingenios, q u e g a n ó para
España
el t r o n o d e h o n o r d e las B e l l a s A r t e s c o n s u a d m i r a b l e o b r a « E l
Quijote».
CREPÚSCULO DE UNA HERMOSA VIDA ASADOS
P
ma,
a
Orden
muchos quién
bajo
afanes y
siempre
fatigas,
profesó
su especial
bendecidos
filial d e v o c i ó n ,
amparo,
decidió
p o r la V i r g e n y
deseando
Santísi-
colocar
la
J u a n fijar su residencia
en
R o m a . L a D i v i n a P r o v i d e n c i a le t e n í a r e s e r v a d o u n l u g a r d e d e s c a n s o !a é g i d a d e l p r i m e r p a s t o r d e la I g l e s i a , e n p r e m i o d e t a n t a s p e n a s y
bajo
fatigas
inherentes a las fundaciones que había emprendido para la mayor gloria de !a la Santísima Trinidad. D e s d e entonces J u a n se dispuso al gran p a s o del t i e m p o a
la
eternidad
m e d i a n t e t o d a s u e r t e d e o b r a s d e c a r i d a d y h u m i l d a d c r i s t i a n a s e n f a v o r d-¿ l o s p o b r e s y d e l o s e n f e r m o s d e l h o s p i t a l d e Santo tras
en
su
méritos
celda
llevaba
se d a b a
de
adquiridos
lleno
ya
en
a
la
oración
el e j e r c i c i o
Tomás y
de
las
obras
de
Muchos
misericordia
p a r a c o n u n a i n f i n i d a d d e d e s g r a c i a d o s , r o m p i e n d o las c a d e n a s d e d e e s c l a v o s , p o r lo cual e s t a b a y a m a d u r o
mien-
in Formis,
contemplación.
p a r a el c i e l o .
multitud
C o m o las
vírgenes
p r u d e n t e s del E v a n g e l i o , t e n í a su l á m p a r a llena d e aceite d e o b r a s
buenas,
pues el f u n d a d o r d e la O r d e n d e los Trinitarios era d e purísimas de
paciencia
inalterable
y
de
extremada
templanza.
Las
costumbres,
cuatro
horas
sueño q u e o t o r g a b a a su cuerpo pasábalas e c h a d o sobre una estera, la c a b e z a
sobre un cabezal.
El
tiempo
sus asuntos, d e d i c á b a l o a orar y
q u e le d e j a b a
Los
cuatro
últimos
años
de
libre el d e s p a c h o
p r e d i c a r la d i v i n a p a l a b r a ,
fervor a m e d i d a que iba acercándose a su hora su
vida
acaecida
el 1 7 d e d i c i e m b r e
de
postrera.
pasólos de
de
redoblando
en
el m a y o r
recogimiento
y silencio en la residencia d e R o m a , d o n d e v i v i ó santa y religiosamente su m u e r t e
de
apoyada
1213.
Enterrósele
d e S a n t o T o m á s d e F o r m i s , el 21 d e d i c i e m b r e d e l m i s m o
en
el
hasta
hospital
año.
FAMA DE SANTIDAD L cuerpo de San Juan d e Mata fué arrebatado clandestinamente de
E
s e p u l c r o , e n 1655, p o r d o s religiosos c o n v e r s o s d e la a n t i g u a
cia q u e lo trasladaron al c o n v e n t o de Trinitarias descalzas d e
donde
estuvo
hasta
1835, en
que
tuvo
lugar
la s u p r e s i ó n
de
su
observan-
las
Madrid, Órdenes
r e l i g i o s a s e n E s p a ñ a . M á s t a r d e f u é c o n f i a d o e n d e p ó s i t o a las m i s m a s
reli-
giosas, q u e l o c o l o c a r o n e n el c o r o inferior, d o n d e se venera en la a c t u a l i d a d , con suma
reverencia.
L a Sagrada Congregación de Ritos comprobó
el c u l t o i n m e m o r i a l
tribu-
t a d o a S a n J u a n d e M a t a , e l 1 4 d e a g o s t o d e 1666, y el p a p a A l e j a n d r o c o n f i r m ó d i c h o decreto el 21 d e octubre del m i s m o año. Inscribió su en el Martirologio R o m a n o
el papa
Inocencio X I ,
el 27 d e e n e r o d e
y el 14 d e m a r z o d e 1694 q u e d ó f i j a d a d e f i n i t i v a m e n t e la fiesta d e S a n d e M a t a e n e l d í a 8 d e f e b r e r o y s u c u l t o f u é e x t e n d i d o a la I g l e s i a por decreto de Inocencio
2 H a c i a el a ñ o 249 o t a l v e z el 2 5 0 , se c i t a a S a n M e t r a s o M e t r a n o , rable a n c i a n o a quien los perseguidores quisieron h a c e r blasfemar del dero Dios;
como
se resistiera,
diéronle de palos,
claváronle
vene-
verda-
en el rostro
y
en l o s o j o s c a ñ a s p u n t i a g u d a s y , h a b i é n d o l e s a c a d o e x t r a m u r o s , le a c a b a r o n a p e d r a d a s . C o n s t a su n o m b r e e n e l M a r t i r o l o g i o el 3 1 d e e n e r o . También
se
apoderaron
de
una
mujer
cristiana
por
nombre
Quinta
o
C o í n t a : l l e v á r o n l a v i o l e n t a m e n t e a u n o d e sus t e m p l o s y p r e t e n d i e r o n a t o d a
f u e r z a q u e a d o r a s e a los í d o l o s . El h o r r o r q u e le c a u s ó la i m p i e d a d querían obligarla, y la heroica constancia d o b l ó e n ellos la f u r i a y
a
la c r u e l d a d . A t á r o n l a p o r los pies y
la
aquellos
ensangrentados
verdugos
la
la flagelaron c r u e l m e n t e .
constancia
de
la
re-
arrastraron
i n h u m a n a m e n t e p o r la c i u d a d sobre e m p e d r a d o s d e agudos guijarros; llaron su cuerpo con grandes piedras y
que
c o n q u e se negó a c o m e t e r l a ,
magu-
Admiró
invencible
a
heroína;
p e r o c o m o la rabia q u e los a n i m a b a h a b í a a h o g a d o e n ellos t o d o s ios sentim i e n t o s d e la c o m p a s i ó n , l a c o n d u j e r o n a l m i s m o s i t i o e n q u e S a n
Medrano
a c a b a b a d e s e r a p e d r e a d o , y e n él le q u i t a r o n l a v i d a c o n e l m i s m o d e martirio. H o n r a la Iglesia a esta mártir el 8 d e
San Serapión, c u y a m u e r t e es tal v e z d o s años posterior, propia
casa
cuerpo y
los
más
atroces
tormentos.
le d i s l o c a r o n l o s huesos y
calle, . donde
consumó
su
género
febrero.
Quebrantáronle
padeció en
los
su
miembros
del
luego le arrojaron desde el t e j a d o a
I»
La
de
martirio.
Iglesia
noviembre.
celebra
su
fiesta
el
14
*
MARTIRIO DE SANTA APOLONIA
M
IENTRAS
descargó
la
tormenta,
la
virgen
Apolonia
se
mantuvo
encerrada en su casa, tranquila y confiada en m a n o s de Dios,
dis-
puesta a sacrificarlo t o d o , sus bienes y la m i s m a v i d a , antes
que
r e n u n c i a r a la f e . ¿ C u á l p o d í a s e r el r e m a t e o b l i g a d o del
martirio?
Apolonia
d e b i ó sin
d e carrera
duda
tener
tan santa, sino la
cierto
presentimiento
c u a n d o v i ó q u e e s t a l l a b a a s u l a d o el m o t í n , o c u a n d o m e n o s l a
palma de
d e q u e d e r r a m a r í a su sangre, y e n santos c o l o q u i o s c o n D i o s n u e s t r o le
expondría
sus
anhelos
y
esperanzas.
No
andaba
ello
posibilidad
equivocada,
Señor
pues
los
p a g a n o s q u e b u s c a b a n ansiosos u n a v í c t i m a , p r o n t o se presentaron e n s u c a s a . Tratáronla
como
víctima
d e valía
y,
como
rehusara
netamente
s u s i n f a m e s i n t e n t o s , g o l p e á r o n l e e l r o s t r o c o n t a n t a f u r i a q u e le r o n las m a n d í b u l a s y
ceder
a
quebranta-
le r o m p i e r o n t o d o s l o s d i e n t e s . I r r i t a d o s n o s ó l o d e
la
s e r e n i d a d , s i n o d e l g o z o q u e m a n i f e s t a b a la S a n t a al v e r s e d i g n a d e
padeier
algo p o r a m o r de Jesucristo, no h u b o crueldad que no ejercitasen en
aquella
cristiana heroína,
de
cuya
constancia
los
tenía
asombrados.
Valiéronse
las
a m e n a z a s , d e las p r o m e s a s , d e c u a n t o s a r t i f i c i o s p u d i e r o n i m a g i n a r p a r a d e r r i b a r l a ; p e r o h a l l a r o n s i e m p r e e n ella u n a f i r m e z a y u n a m a g n a n i m i d a d s u p e r i o r a su s e x o y a sus a ñ o s . D e s e s p e r a d o s d e lograr su i n t e n t o ,
muy
creyeron
q u e s u p e r s e v e r a n c i a n o p o d r í a resistir a la p r u e b a d e l f u e g o , s i e n d o n a t u r a l q u e u n a d o n c e l l a s i n v i g o r c e d i e s e s ó l o al t e r r o r d e s e r q u e m a d a esta idea
la
sacaron
fuera
de
la
ciudad
y,
disponiendo
una
viva.
enorme
Con pira,
l a a m e n a z a r o n c o n a r r o j a r l a al i n s t a n t e si n o p r o n u n c i a b a t r a s e l l o s p a l a b r a s i m p í a s c o n t r a J e s u c r i s t o , y si n o o f r e c í a i n c i e n s o a l o s í d o l o s .
S
A N T A Apolonia
ofrece su vida a Jesucristo e, impulsada por el
amor divino, corriendo se arroja espontáneamente
que la consumen en pocos momentos.
en las llamas,
Los verdugos se quedan
ma-
ravillados ante la mártir, que había sido más pronta en tomar la muerte
que ellos en dársela.
Entonces sárselo
y
rogó
la
Santa
consintieron
en
b e r a s o b r e el p a r t i d o
le f u e r a n ello.
concedidos
Recogióse
que va a adoptar;
unos
instantes
interiormente, los p a g a n o s ,
como
al verla,
c i e r t a e s p e r a n z a d e q u e al f i n c e d e r í a a s u s i n s t a n c i a s . P e r o pensamientos ¿Ofrecía
de
Apolonia
tal v e z
su
vida
mientras a
miraba
Jesucristo?
cielo
¿Imploraba
q u e e n su interior p r e p a r a b a ? E s o D i o s lo Lo
al
para
pen-
quien
deli-
concibieron
otros eran
con
ojos
luces
para
los
suplicantes. el
proyecto
sabe.
q u e sí s a b e m o s es q u e a i m p u l s o s d e l d i v i n o a m o r e n q u é s u a l m a
se
a b r a s a b a , r e p e n t i n a m e n t e s e e s c a p ó d e m a n o s d e sus v e r d u g o s y
espontánea-
m e n t e se l h n z ó
quedó
consumida.
E r a el 9 d e f e b r e r o del a ñ o 249, s i e n d o p a p a S a n F a b i á n y F e l i p e
emperador.
a las l l a m a s ,
donde
en breves
instantes
P a s m a d o s q u e d a r o n l o s v e r d u g o s al v e r q u e u n a d o n c e l l a f u e r a m á s m o s a p a r a ir e n b u s c a d e la m u e r t e Apolonia, Serapión, imitadores «Tales
Q u i n t a y M e t r a s , t u v i e r o n e n esas m a t a n z a s
cuyos nombres violencias
han
duraron
ani-
q u e ellos para dársela. E l e j e m p l o
quedado
de
numerosos
desconocidos.
largo tiempo
—dedlara
San
Dionisio—
y
sólo
una guerra civil consiguió que cesaran; pues, mientras los p a g a n o s se destrozaban
mutuamente
volviendo
contra
sí m i s m o s e l f u r o r q u e
nosotros, p u d i m o s respirar una t e m p o r a d a .
usaran
contra
Mas pronto nos anunciaron
que
el g o b i e r n o u n t a n t o m á s f a v o r a b l e q u e g o z á b a m o s a c a b a b a d e s e r d e r r i b a d o y
nos
vimos
expuestos
edicto del e m p e r a d o r tiempo
a
nuevos
sobresaltos.
D e c i o , t a n cruel y
d e la d e s o l a c i ó n
predicha
Entonces
apareció
el
terrible
tan funesto que parecía llegado
p o r el S a l v a d o r e n
el E v a n g e l i o
y
el
de
la
q u e d i c e q u e a p e n a s si . p o d r í a n l o s j u s t o s l i b r a r s e d e l e r r o r y d e l a s a s e c h a n zas d e sus
enemigos.»
PENSAMIENTO DE SAN AGUSTÍN ACERCA DE LA MUERTE DE SANTA APOLONIA UÉ
Q
d e b e m o s pensar d e ese sacrificio voluntario y espontáneo?
hubiera arrojar
debido
esperar
Apolonia
la
orden
a las l l a m a s p o r s u s m a n o s
pues o b r ó m o v i d a
del
impuras?
dé inspiración especialísima
verdugo En
¿No
y
dejarse
manera
alguna,
del Espíritu
Santo.
E l l a es d e l n ú m e r o d e e s a s s a n t a s m u j e r e s d e q u e n o s h a b l a S a n A g u s t í n la Ciudad
de Dios
cuando
en
dice:
« A l g u n a s d e e n t r e ellas se e c h a r o n al r í o p a r a l i b r a r s e d e las s o l i c i t a c i o n e s criminales entre
los
apoyado
d e sus p e r s e g u i d o r e s . mártires.
No
hay
p o r el a s e n t i m i e n t o
no llegaron a ta! e x t r e m o
que
Y
con
todo
regatearlas
d e la I g l e s i a .
por precipitación
la este
Iglesia
católica
honor,
Esas santas
con
mujeres,
o movimiento
i m p u l s o del d i v i n o E s p í r i t u a q u i e n o b e d e c í a n .
¿No
las
tal
cuenta
que en
natural,
o b r ó así S a n s ó n
vaya efecto;
sino
por
cuando
echó
sobre
sí l a s c o l u m n a s
clamamos «Si
Dios
¿quién una
se
ordena
de de
a
de
que
que de imitar. inspiraciones Fuera
bóvedas
del
cosa y
calificar
da de
templo
de
Dagón?
Acaso
no
claramente crimen
esa
a
conocer
que
obediencia,
u
Él
lo
osará
ordena, condsnar
Santa
ella
Apolonia,
misma
Dios, Autor
d e la v i d a ,
extraordinarias
de estos casos
muy
inflamada
se adelanta que
la
del
deseo
del
ejecución,
envía a veces
ellos
contados,
a
consideran
martirio
es m á s
a
tales o
como
de
cuales
mandatos
en los q u e muestra
SAN FRANCISCO D E SALES Y SANTA
L
razón y
la f e e s t á n c o n t e s t e s al d e c i r n o s
particularmente
Lo
compasivos
con
los
que
el c i e l o c o n
la
dientes.
Por
le
quebrantaron
esa razón
acuden
las
los S a n t o s q u e
padecen
los
mandíbulas
fieles
a
ella
pedir la c u r a c i ó n del dolor d e muelas. E l P .
y
de
padeciemuestran
idéntica
dolencia.
del martirio de le
rompieron
modo
Santa
todos
casi universal
Ribadeneira
e n s u Flos
es la
abogada
de
los
que
padecen
dolor
de
muelas
o
de
la
San Francisco
de
de
Juana
Santa
reliquias
de
dolorida, cierto
Sales
Santa
el
ha
lienzo sido
de
rogaba
la
le ponía
soberano,
surada
hinchazón
de
aplicar
la reliquia
sobre
lo
las
Hijas
de
rabioso
que
le
dolor
envió
Comunidad palabras:
debo
de
un
encargándole
estas
pues
la la
un
Cliantal,
su esposa S a n t a A p o l o n i a
que
en su vida del obispo d e Ginebra,
sufría
Apolonia,
mientras
después
y
lienzo
que
para Os
declarar
se
mejilla;
pero
Visitación
he
al
desean,
si
Al
gloria
de en
«Dios
es
tocado
a
!a
admirable munión
a
es su
Dios esposa
d e los
en
sus
Santa
Santos.
Santos!
Ha
Apolonia
y
permitido darnos
una
este
el
poco
que
por la
por
y
de
desme-
reclinatorio hágase
voluntad»;
achaque
prueba
las
mejilla
Jesucristo
mío,
vuestra
día
noticia
devolverle
celebrar h o y
así: tal
había
el remedio
arrodillarme
orado
tener
aplicara
su. alivio.
para
que cierto
Al
que
lo
devuelvo
no pensaba poder
la m e j i l l a ,
muelas.
i n s t a n t e h a c e s a d o el d o l o r d e m u e l a s y la m e j i l l a s e h a d e s h i n c h a d o . honrar
que
devota-
invocan.
R e f i e r e el a b a t e H a m ó n ello
afirma
encías
D i o s , p o r s u i n t e r c e s i ó n , c o n c e d e m u c h a s v e c e s la c u r a c i ó n a los q u e mente
los para
Sancto-
se h a c e e c o d e la c o n f i a n z a p o p u l a r p a r a e o n esta S a n t a , c u a n d o
rum,
más
muerte.
APOLONIA
q u e el p u e b l o cristiano r e c u e r d a c o n preferencia es q u e
santos
formales.
r o n d e m o d o e s p e c i a l e n d e t e r m i n a d a p a r t e d e s u c u e r p o , se
Apolonia,
que
que
hasta
admirar
irresistible e v i d e n c i a su v o l u n t a d , s i e m p r e será u n c r i m e n el darse la
A
pro-
Escritura?
piedad?»
conducta
el p u n t o
una
atreverá
obra
La
y
la s a n t i d a d d e ese h é r o e d e la
en
sensible
en y
al
;Cuáu
mí de
y mí
para la
co-
UN EXVOTO A C I A fines del siglo X I X , un sacerdote vióse igualmente
H
por espacio
atormentado uno
de
los b r e v e s r a t o s d e alto en el sufrir, entreteníase e n leer la v i d a
de
San Francisco
d e unos días d e v i o l e n t o
de Sales,
c u a n d o sus o j o s
dolor de muelas.
tuvieron
la s u e r t e
En
de
dar con
el
pasaje transcrito. A l instante, p e n e t r a d o d e la m á s v i v a c o n f i a n z a en
Santa
Apolonia,
Santa
le dirige u n a f e r v o r o s a plegaria y
p r o m e t e u n exvoto
a la
si le l i b r a d e l d o l o r q u e p a d e c e . P a s a d o s u n o s i n s t a n t e s , d e s a p a r e c e el por
completo
y
desde
a c h a q u e a l g u n o e n la
entonces
jamás
volvió
a
sentir
dolor
de
dolor
muelas
ni
boca.
C o m o e x v o t o , p r o m e t i ó a la s a n t a m á r t i r p u b l i c a r s u b i o g r a f í a , a la s a z ó n m u y p o c o c o n o c i d a , i n c l u y e n d o e n e l l a e l p a s a j e d e la v i d a d e S a n
Francisco
d e Sales q u e e n c e n d i ó su c o n f i a n z a y l o g r ó la c u r a c i ó n . C u m p l i ó d i c h o en
1897
con una
biografía
de
Santa
Apolonia,
completada
voto
más
tarde
o t r o e s t u d i o d e l e u a l n o s h e m o s s e r v i d o p a r a e s c r i b i r la p r e s e n t e
vida.
por
CULTO DEL PUEBLO CRISTIANO A SANTA APOLONIA E S D E el siglo I I I hasta nuestros días, ha g o z a d o S a n t a A p o l o n i a
D
gran veneración cándola
en la Iglesia c a t ó l i c a . L o s fieles h a n v e n i d o
siempre,
los
sacerdotes
le
levantaron
templos
altares en su h o n o r , los artistas h a n r e p r o d u c i d o su i m a g e n y han
cantado.
empuñando suplicio y
Los
unas
pintores tenazas,
símbolo de su
acostumbran y
a
veces
a
con
representarla un
diente
o
erigieron
los poetas
junto
saltado,
a
de
invo-
una
la
pira
recuerdo
del
patrocinio.
E n o t r a s p a r t e s s e l e h a e s c u l p i d o u n s e p u l c r o b a j o la m e s a d e l a l t a r . A l l í a p a r e c e A p o l o n i a e c h a d a c o m o en l e c h o d e h o n o r , c o n la c a b e z a o r l a d a u n a c o r o n a d e laurel y los o j o s , la m a n o izquierda,
l o s c a b e l l o s s u e l t o s s o b r e la e s p a l d a ;
derecha extendida
q u e descansa en el p e c h o ,
está representada
en algunas
a lo largo
del
cuerpo,
empuña una cruz y
tiene y
en
la
mano
u n a tenazas.
Así
iglesias.
N o n o s d e t e n d r e m o s a narrar la serie i n c o n t a b l e d e S a n t u a r i o s en memoria
por
cerrados
de Santa Apolonia.
La
ciudad
de Roma,
levantados
que manifiesta
d e v o c i ó n a la S a n t a , p u e s t o q u e d o c e d e sus iglesias c u a n d o m e n o s
c i a n d e p o s e e r a l g u n a d e sus reliquias, le h a e r i g i d o u n altar d i g n o e n d e las capillas d e la iglesia d e S a n A g u s t í n .
En
gran
se p r e -
ella se h a e r i g i d o u n a
una co-
f r a d í a , y c a d a a ñ o e l d í a 9 d e f e b r e r o , t e r m i n a d a l a m i s a m a y o r , se h a c e u n reparto de dotes entre doncellas
pobres.
E n E s p a ñ a , en Bélgica, en Francia, en Italia, en Alemania, m u c h o s pueb l e c i t o s r i v a l i z a n c o n las c i u d a d e s p a r a h o n r a r a la S a n t a m á r t i r y siempre su imagen rodeada d e
se
ve
exvotos.
E n n o p o c o s l u g a r e s l o s p e r e g r i n o s e s t i m a n q u e la S a n t a a t i e n d e
prefe-
r e n t e m e n t e a l o s d e v o t o s d e las a l m a s d e l P u r g a t o r i o , p r o m e t i é n d o l e a c a m b i o d e sus f a v o r e s , t r a b a j a r e n l i b r a r a l g u n a s a l m a s a b a n d o n a d a s . S i c u r a n , m a n d a n c e l e b r a r en h o n o r d e S a n t a A p o l o n i a u n a m i s a e n a l i v i o d e las a l m a s del Purgatorio.
Piadosa
confianza
que de seguro h a
cielo y n o dejará de recompensar c o n gracias aun
d e ser m u y
grata
al
temporales.
T e r m i n a r e m o s c o n u n a o r a c i ó n a S a n t a A p o l o n i a c o n t r a el d o l o r d e m u e las y d e c a b e z a , t o m a d a d e u n b r e v i a r i o m u y a n t i g u o d e «Dios y
todopoderoso,
por
mártir, sufrió con valor
dignes
preservar
protección,
del dolor
haciéndoles
cuyo
q u e le a r r a n c a r a n l o s d i e n t e s , de muelas y
saborear
Colonia.
a m o r la bienaventurada
después
de
cabeza
d e este
a
Apolonia
virgen
te suplicamos
cuantos
destierro,
te
imploren
tu
las alegrías
de
la v i d a e t e r n a . P o r J e s u c r i s t o n u e s t r o S e ñ o r , q u e , s i e n d o D i o s , v i v e y c o n t i g o en unidad del Espíritu S a n t o , p o r los siglos d e los siglos.
reina
Amén.»
O r a c i o n e s p a r e c i d a s se h a l l a n e n o t r o s b r e v i a r i o s y d e v o c i o n a r i o s a n t i g u o s de España. Francia,
Italia, Alemania y
Holanda.
SANTORAL Santos Cirilo de Alejandría, obispo, confesor y doctor; Nicéforu, Primo y Donato, mártires; Norberto y Ansberto, o b i s p o s ; Sabino, obispo de Canosa ; Nebridio, hermano de San Justo de U r g e l ; Mariano de E s c o c i a ; Telio y Pedro, o b i s p o s ; A t e n o d o r o , hermano de San Gregorio T a u m a t u r g o ; B r a q u i o de T u r e n a ; Alejandro y otros treinta y o c h o compañeros mártires en R o m a . Santa A p o l o n i a , virgen y mártir, a b o g a d a contra el dolor de m u e l a s ; la Venerable Ana Catalina Emmerich, religiosa. E n Arahal (Sevilla) se celebra la fiesta de Nuestra Señora de las Angustias. S A N C I R I L O D E A L E J A N D R Í A , obispo, confesor y doctor. — Fué educado entre los solitarios de Nitria p o r el abad San Serapión; pero su tío Teófilo lo sacó de su celda y le permitió predicar en Alejandría. Cirilo, que tenía un talento extraordinario, se atrajo a las muchedumbres, ávidas de escuchar su elocuente palabra. E n 412 fué elegido patriarca de Alejandría en sustitución de su tío T e ó f i l o , recientemente fallecido. E n el concilio de Éfeso, celebrado el 22 de junio del año 431, Cirilo, que o c u p a b a el primer lugar c o m o delegado del papa San Celestino, refutó certeramente la herejía de Nestorio, cuya doctrina f u é condenada, y él, depuesto de su silla patriarcal de Constantinopla. Cirilo, con su elocuencia, virtud y saber, prestó un gran servicio a la Iglesia y veló por la honra de María, verdadera Madre de Dios. Murió en 444. S A N N I C É F 0 R 0 , mártir. — El martirio de este Santo nos confirma palpablemente la gran verdad que enseña San P a b l o cuando dice que, aunque el h o m b r e
entregue sn c u e r p o p a r a ser abrasado de las llamas, de nada le sirve si n o tiene caridad. E n efecto, N i c é f o r o tenía amistad c o n un sacerdote cristiano llamado Sapricio, v i v i e n d o a m b o s tan íntimamente unidos y compenetrados, q u e parecían tener un alma en dos cuerpos. Pero el d e m o n i o supo sembrar tales querellas y disensiones, que llegaron a odiarse y aborrecerse. N i c é f o r o quiso reconciliarse y e n v i ó a Sapricio algunos amigos para pedirle perdón. Sapricio n o los o y ó ; después fué personalmente a su casa y t a m p o c o le p e r d o n ó . Se desencadenó entpnces una persecución contra los cristianos, y Sapricio f u é c o n d e n a d o . Mientras era llevado al lugar del suplicio, N i c é f o r o se arrojó tres veces a sus pies para que le p e r d o n a s e ; p e r o Sapricio n o le respondió. E n el m o m e n t o en que iba a ser ejecutado, Sapricio d i j o a los verdugos que le libertaran, q u e y a adoraría a los ídolos. Así castigó D i o s a ese corazón más duro que el pedernal, permitiendo q u e cayera en la apostasía. N i c é f o r o , en c a m b i o , p i d i ó sufrir el martirio en lugar de su desventurado amigo, y así se verificó, v o l a n d o su alma al cielo el 9 de febrero del año 260. V E N E R A B L E A . C A T A L I N A E M M E R I C H , religiosa. — N a c i ó el 8 de septiembre de 1774 en la región de, Münster y f u é bautizada en la iglesia de Santiago del caserío de Flamske, su tierra natal. Sus padres eran eminentemente cristianos. E j e r c i ó el oficio de p a s t o r a ; j e s ú s se le apareció varias veces en f o r m a de pastorcito y le a y u d ó en sus faenas pastoriles. A p e n a s t u v o edad suficiente, se entregó a una penitencia rigurosísima. A causa de su extremada pobreza n o la quisieron recibir algunos c o n v e n t o s a c u y a puerta f u é a llamar. Al fin, el 13 de n o v i e m b r e de 1802 ingresó en un c o n v e n t o de Agustinas q u e p o c o después f u é suprimido, dispersándose las religiosas, e x c e p t o Catalina, q u e , p o r estar enferma, continuó allí basta que una piadosa v i u d a la recogió en su casa, en la q u e llevaba t a m bién v i d a conventual. D i o s satisfizo los deseos de Catalina incrustándole en el p e c h o una cruz diminuta que destilaba un hilito de sangre. E l 29 de diciembre de 1812 v i ó que las Llagas de Jesús desprendían haces luminosos que, a m o d o d-> flechas, atravesaron las m a n o s , l o s pies y el c o s t a d o derecho de nuestra Santa. E s t o ie producía gran dolor, p e r o su rostro rebosaba alegría. L a ciencia quiso conocer el caso prodigioso, p e r o inútil, pues sin la f e n o se p o d í a comprender. T u v o revelación de t o d o s l o s detalles y pormenores d e la Pasión de Nuestro Señor, y la consignó en una o b r a m u y difundida y altamente emocionante. El 9 d e febrero i?íifara
tormentos
caritativa
de Cristo,
a enterrar a la S a n t a ,
y
se acercó
en
el
encontrándose al féretro y ,
¿le s a n t a e n v i d i a , l e d i j o : « T ú , s e ñ o r a , m e r e c i s t e a n t e s l a p a l m a d e l Y el c a d á v e r d e E u l a l i a s e s o n r i o , c o m o •« c e j a r a e n s u n o b l e e m p e ñ o
con Heno
martirio».
para infundirle á n i m o a fin d e
de obrar y
que
predicar.
CELO POR LA SALVACIÓN DE LAS ALMAS
L
A
llama
seaba
del a m o r consumir
deseaba
porque,
eo
divino en
ella
ardientemente.
primer
lugar,
ardía de las Su
cuando
en c a r a su f e l o n í a p o r las v í c t i m a s buscó
la m a n e r a
de ocultárselo
tal m a n e r a
almas celo
era
deseó
de
sus
en
su c o r a z ó n ,
prójimos,
prudente,
ir a i n c r e p a r
esforzado
padres
para que
no
entregaban
que
sus familiares;
n a d i e se percatase
de
s a l i ó d e su c a s a
al p r i m e r
se lo
echarle Religión,
estorbaran,
del sueño a
canto
del
de
espíritu
le e x p u s o
que
gallo,
sin
ello.
L u e g o , u n a v e z a n t e el t i r a n o , n o s e a c o b a r d ó , s i n o q u e c o n e n t e r a la d
de-
ilustrado,
para
q u e c a u s a b a en el c a m p o d e la
a sus
que
salvación
e
al t i r a n o
' ' a r a l l e v a r l o a c a b o se v a l i ó d e las s o m b r a s d e la n o c h e y -i
cuya
la
sinrazón
que
cometía
no
dejando
líber-
practicar
su
r e l i g i ó n a l o s c r i s t i a n o s ; y , f i n a l m e n t e , su c e l o p r e t e n d í a l e v a n t a r l o s a b a t i d o s d e l o s c r i s t i a n o s , s a l i e n d o al p a s o al
ánimos
perseguidor.
E r a n m u c h a s las a l m a s q u e s e g u í a n las h u e l l a s d e E u l a l i a e n e l d e la v i r t u d , p u e s l e e m o s e n s u P a s s i o : « T e n í a n l a s a l v a c i ó n d e su a l m a . » N o p r e t e n d í a almas conocieran
y
todas c o m o
camino
norma
de
o t r a c o s a la S a n t a , s i n o q u e t o d a s
a m a r a n a su D i v i n o
la las
Esposo.
SU VOCACIÓN IEMPRE
S
ha
sido
la
lectura
llama
que ha
devorado
las m e n t e s
los
apasio-
nado,
del
convirtiéndolos
en brasas
f i e r n o . C u a n d o la lectura es b u e n a los capacita para t o d a
obra
grande
táculos suficientes q u e puedan
de
y
amor
a
se h a c e
y
Dios o
bien,
sublime,
en
tizones
enardece
in-
los á n i m o s
sin q u e s e e n c u e n t r e n
estorbar su consecución.
tra Eulalia.
y
obs-
Así ocurrió a
nues-
'
S e h a l l a b a e n f r a s c a d a e n la l e c t u r a d e las A c t a s d e l o s M á r t i r e s , con
y
c o r a z o n e s d e l o s q u e a ella se h a n d a d o c o n f r e n e s í a r d i e n t e y
g r a n a v i d e z las r e f e r e n t e s a S a n T i r s o ,
mártir
español,
cuyo
p e n e t r ó e n n u e s t r a P a t r i a , e n l a q u e d e s p e r t ó i n t e n s o i n t e r é s . D e él E u l a l i a el h e c h o d e presentarse al t i r a n o sin s e r
leyendo heroísmo aprendió
buscada.
T e n í a la santa doncella u n p r o f u n d o deseo d e servir intensamente a Jesús, Esposo
de su alma, a
quien amaba
con
delirio.
En uno
d e sus
frecuentes
éxtasis se le a p a r e c i ó u n ángel y le a n u n c i ó q u e D i o s la h a b í a t o m a d o
por
e s p o s a , p e r o q u e la ú n i c a d o t e q u e l e d a b a e r a l a c r u z . F u é t a n v i v o e l g o z o q u e i n t e r i o r m e n t e sintió Eulalia al oír el f a v o r q u e D i o s
le c o n c e d í a ,
postrándose en tierra, d i j o m i r a n d o al cielo: « S e ñ o r m í o , Jesucristo,
que,
hacedme
t a n dichosa q u e p u e d a tener p o r lecho una c r u z , y q u e p u e d a e n ella e x t e n der mis
brazos y
quedar
crucificada.
Apartad
de mí
todos
los
obstáculos,
p a r a q u e p u e d a y o hacer esta j o r n a d a , de tal m a n e r a q u e nadie i m p i d a muera por Al
saber Eulalia
el D e c r e t o
h o n d a p e n a p o r la d u d a presencia
que
Vos.»
de
ánimo
y
la
de
persecución
contra
los
cristianos,
d e si t o d o s l o s c r i s t i a n o s b a r c e l o n e s e s fuerza
de
espíritu
suficientes para
sentía
tendrían
no
la
desfallecer
e n l o s m o m e n t o s d i f í c i l e s . P e r o se a l e g r a b a , p o r o t r a p a r t e , c o n s i d e r a n d o
que
sus p a i s a n o s n o t e n d r í a n m e n o s v a l o r y
que
con
generosidad
supieron
heroicidad
verter su sangre p o r
que otros mártires,
Dios.
C u a n d o c r e y ó l l e g a d o t i m o m e n t o d e e c h a r e n c a r a al t i r a n o s u se d e c i d i ó ,
con resolución
bien sentado m i
nombre.
quietud de la n o c h e y
heroica,
diciendo:
Mi resolución
el r e p o s o
está
«Dios me
llama.
tomada.»
Y,
d e sus p a d r e s ,
como
ya
He
maldad, de
dejar,
aprovechando hemos
la
apuntado,
E
U L A L I A , llena de valor,
sólo
bras:
a juez
increpa
de la iniquidad
es el verdadero
Dios,
los hombres
y
a quien están
al inicuo enemigo los
obligados
juez,
con estas
de la verdad...:
emperadores a
venerar.»
y
tú y
palaUno todos
e l l a , d e s p u é s d e . u n a p l e g a r i a a l S e ñ o r p a r a q u e le d i e r a f u e r z a s y v a l o r que
soportar
toda
despertar a nadie.
clase
de
trabajos,
salió
decidida
A l llegar frente a una puerta
de
su
cerrada,
con
habitación,
cayó
de
sin
rodillas,
j u n t ó las m a n o s y s u s o j o s se l l e n a r o n d e l á g r i m a s , p e r l a s d e a m o r f i l i a l ; era el a p o s e n t o d o n d e d o r m í a n s u s p a d r e s . « A d i ó s , p a d r e s m í o s , b a l b u c e ó c o n v o z a h o g a d a p o r la e m o c i ó n ; v o y a m o r i r ; D i o s m e
Eulalia
llama.»
C o n p a s o s a p r e s u r a d o s l l e g ó E u l a l i a al m o n t e T a b e r , d o n d e h o y se y e r g u e la g ó t i c a
Catedral
barcelonesa,
el c ó n s u l
Daciano,
el h o m b r e
tiano de cuantos enviara para gobernar, de
para
en más
cuya
cima
tenía
sanguinario
y
establecido
enemigo
su
tribunal
del n o m b r e
el e m p e r a d o r a la E s p a ñ a T a r r a c o n e n s e ,
destruir
y
aniquilar
a
los
que
profesaban
cris-
más
la
que
doctrina
Cristo.
ANTE EL JUEZ V
L
LENA
d e s a n t o v a l o r y p l e n a c o n f i a n z a e n D i o s , se d i r i g i ó E u l a l i a
D a c i a n o y le i n c r e p ó d e e s t a m a n e r a ; « J u e z d e la i n i q u i d a d y
a
enemigo
d e la v e r d a d , q u e h a s l l e g a d o a s e n t a r t e e n t r o n o t a n e l e v a d o q u e
no
t e m e s al S e ñ o r d e las a l t u r a s , q u e e s s o b r e t o d o s t u s p r í n c i p e s , y es s u p e r i o r
a ti. ¿ C ó m o
te a t r e v e s a perseguir y
atormentar,
obedeciendo a Satanás,
los m i s m o s h o m b r e s q u e D i o s c r e ó a su i m a g e n y semejanza para q u e a s o l o sirvieran? U n o s o l o es el v e r d a d e r o D i o s , Criador y c o s a s , a quien los e m p e r a d o r e s y tú y venerar.
¿Cómo,
pues,
siendo
te
atreves
¿ A c a s o quieres c o m p a r a r tu limitado poder c o n cielos y
tierra? N i
Señor de todas
las
todos los h o m b r e s están obligados
hombre,
a
ofender
a
tu
a
Dios?...
aquel soberano dominio
s i q u i e r a el p o d e r d e l o s r o m a n o s e m p e r a d o r e s ,
a Él
de
del
cual
p r o c e d e el t u y o , p u e d e c o m p a r a r s e c o n el d e l S a n t o d e los S a n t o s y el
Dios
d e l a M a j e s t a d . H a s d e s a b e r q u e m i D i o s e s el q u e f o r m a , d i v i d e y los
imperios...
incapaces gracia.
de
Por
Todos
cuantos
conmover
tormentos
nuestra
ello, D a c i a n o ,
fortaleza,
es i n ú t i l
que
pueda porque
inventar se halla
te molestes
tu
aniquila
malicia
sostenida
serán por
en convencerme,
la
pues
n a d a será c a p a z d e a p a r t a r m e d e A q u e l en q u i e n t e n g o p u e s t a t o d a m i
con-
f i a n z a , q u e es J e s u c r i s t o , H i j o d e D i o s v i v o . É l es q u i e n m e a l i e n t a y d a f u e r za y
valor
capaz
de
resistir a
Daciano, quedó un momento
todas
cuantas
crueldades
puedas
cometer.»
s u s p e n s o y a d m i r a d o d e c u a n t o l e d e c í a la
n i ñ a , a l a c u a l se q u e d ó m i r a n d o
fijamente,
como
tierna criatura c o m o aquella pudiera hablar con
asombrado
de
que
una
tanta elocuencia. A l fin
interrogó: « ¿ Q u i é n eres t ú . q u e tan t e m e r a r i a m e n t e has t e n i d o la o s a d í a ,
la no
s ó l o d e p r e s e n t a r t e a l t r i b u n a l d e l j u e z sin h a b e r s i d o l l a m a d a , s i n o q u e ,
con
s o b e r b i a y a r r o g a n c i a , te h a s a t r e v i d o a p r o n u n c i a r a n t e el m i s m o j u e z
pa-
labras tan despreciables para
la m a j e s t a d d e l I m p e r i o y d e s u s
ministros?>>
Eulalia, -Yo
con
voz más
clara
y
con
mayor
viveza
que
antes,
respondió:
s o y Eulalia, sierva d e Jesucristo, ú n i c o R e y d e los R e y e s
y
Señor
de
los S e ñ o r e s ; y , p o r t a n t o , t e n i e n d o m i c o n f i a n z a e n É l , n o m e a c o b a r d a n n i ilomorizan
los t o r m e n t o s y
la muerte.
Voluntariamente
:i venir p a r a r e p r e n d e r t e p o r e l n u e v o e d i c t o p u b l i c a d o .
me
he
apresurado
¿ C ó m o has
llegado
l a n t a n e c e d a d q u e , p o s p o n i e n d o al D i o s ú n i c o , c r i a d o r d e t o d o l o e x i s t e n I,-. a n t e p o n g a s la c r i a t u r a al C r i a d o r , r e v e r e n c i a n d o a S a t a n á s , y , n o
satis-
1 e c h o c o n e s t o , t e p r o p a s a s en p e r s e g u i r a l o s h o m b r e s q u e s i r v e n al v e r d a d e r o Dios para
c o n s e g u i r la v i d a e t e r n a ,
tormentos
a que
llamados diablos,
sacrifiquen a
los
c o n los cuales
y
les o b l i g a s
que no
vosotros,
son
eon
diversos
dioses,
géneros
sino ángeles
q u e l o s a d o r á i s , seréis
de
malos,
atormen-
tados y abrasados p o r el f u e g o e t e r n o ? » Estas palabras enardecieron el f u r o r d e D a c i a n o , q u i e n , irritado, e x c l a m ó : —¿Estás
loca?
—¡Morir!
¿ N o sabes que p u e d o hacerte
—exclamó
Eulalia—;
¡oh
qué
morir?
dicha
morir
por
mi
Dios;
por
A q u e l q u e m u r i ó p o r m í e n la C r u z !
EL MARTIRIO
PERDIÓ
D a c i a n o la p a c i e n c i a al v e r la a c t i t u d e n é r g i c a d e a q u e l l a
cella, a quien n a d a ni n a d i e podía apartar d e su a m o r a D i o s .
don-
Llamó
e n t o n c e s a l o s l i c t o r e s y les d i j o : « A t a d a e s t a l o c a a u n a d e las c o lumnas
del
atrio y
azotadla
hasta
que
sacrifique
a los
dioses».
La
f u é e j e c u t a d a . E u l a l i a s u f r i ó e s t e c r u e l í s i m o t o r m e n t o c o n la m a y o r
orden
resigna-
ción. A pesar de q u e los i n h u m a n o s v e r d u g o s n o cesaban de descargar azotes sobre
sus
Señor
eon
delicadas ánimo
espaldas,
constante
decía, n o siento vuestros
y
no
exhaló
celestial
tan poderoso,
antes, Dios
« ¡ O h miserable doncella!
q u e n o viene a librarte
de ti, infeliz m u c h a c h a ;
queja, «Porque
bendecía me
¡ D ó n d e éstá
d e la p e n a ?
d i q u e n o s a b í a s lo q u e h a c í a s y q u e n o
A lo cual respondió Eulalia:
«Yo
éste
Compadézcome
!a p o t e s t a d d e l j u e z ; y o te p e r d o n a r é si o f r e c e s s a c r i f i c i o s a los
conocías
dioses.»
m e b u r l o d e t i . d i s c í p u l o d e la f a l s e -
d a d . . . Y o , d i s c í p u l a del M a e s t r o d e la V e r d a d , d i g o lo q u e É l m e t o n tus t o r m e n t o s
al
conforta,
tormentos».
D a c i a n o la i n c r e p ó , d i c i e n d o : fu Dios
niguna
alegría:
me veo más ennoblecida
y
inspira;...
esforzada»...
D a c i a n o , v i e n d o la c o n s t a n t e f o r t a l e z a d e E u l a l i a q u e le r e c o n v e n í a su m o d o d e p r o c e d e r y le m a n i f e s t a b a los c a s t i g o s a q u e se h a c í a
por
acreedor,
d o m i n a d o p o r la c ó l e r a , m a n d ó traer el e c ú l e o , u n o d e los i n s t r u m e n t o s tortura
más
usados
entonces;
ordenó
que,
suspendida
en
él E u l a l i a ,
a t o r m e n t a d o su v i r g i n a l c u e r p o c o n ú n g u l a s o t e n a z a s d e n t a d a s . i i inhumana
orden;
los
verdugos
no
tardaron
en
rasgar
y
de
fuese
Cumplióse
despedazar
el
las entrañas. M i e n t r a s
tanto,
Eulalia, c o n rostro alegre, alababa al S e ñ o r y le dirigía la siguiente
c u e r p o d e la valerosa
plega-
ria:
«Señor m í o
niña, hasta descubrirle
Jesucristo,
oíd
los c l a m o r e s
de
vuestra
inútil
sierva,
per-
d o n a d m e lo que he obrado mal, y confortadme para que tolere c o n paciencia y s u f r a c o n t r a n q u i l i d a d los t o r m e n t o s q u e m e a ñ a d e n p o r c a u s a d e santo N o m b r e , a fin d e q u e n o triunfen el d i a b l o y sus D e s p u é s d e los dolores del e c ú l e o y
vuestro
ministros.»
d e la e x u n g u l a c i ó n ,
Eulalia fué
col-
gada de u n m a d e r o en f o r m a de cruz, y D a c i a n o , ciego d e ira, m a n d ó a los s o l d a d o s q u e le aplicasen h a c h a s e n c e n d i d a s a l o s c o s t a d o s y
q u e la
s u s p e n d i d a hasta q u e f u e s e a b r a s a d a p o r la v i o l e n c i a d e las l l a m a s . los v e r d u g o s
derramaron
aceite hirviendo sobre
las h a c h a s y
dejasen Después,
el cuerpo
de
la S a n t a , y n u e v a m e n t e p r e n d i e r o n f u e g o ; l a s l l a m a s s u b í a n m á s v i v a s ; p e r o Dios,
que cuidaba del cuerpo de su amante
en vez de consumir
el c u e r p o d e E u l a l i a ,
paciente, h i z o q u e las
quemaran
llamas,
a los ministros,
abra-
sándolos.
SU NMEDIATAMENTE
I
MUERTE
la Santa e n t r e g ó su espíritu al S e ñ o r , o b r a n d o
e n t o n c e s , o t r o p r o d i g i o , p u e s h i z o q u e d e la b o c a d e s u e s c o g i d a
Dios, saliese
una blanca p a l o m a , q u e r e m o n t ó su v u e l o hacia el alto f i r m a m e n t o .
Era
el a l m a d e E u l a l i a , q u e s u b í a a l a G l o r i a a g o z a r d e l a p r e s e n c i a d e s u S e ñ o r y
D i o s , a q u i e n en v i d a t a n t o h a b í a a m a d o . S e g ú n l a t r a d i c i ó n , p o c o
de
morir,
Eulalia
dirigió
a
su
Divino
Esposo
la s i g u i e n t e
plegaria:
antes «Dios
m í o , r e c i b i d m i a l m a ; o s l a e n t r e g o p u r a c o m o m e la d i s t e i s . B e n d e c i d a m i s p a d r e s y t a m b i é n a B a r c i n o , m i p a t r i a q u e r i d a . . . y a h o r a a b r i d m e las p u e r t a s del
Paraíso». D a c i a n o m a n d ó q u e el c u e r p o d e la S a n t a e s t u v i e s e p e n d i e n t e d e la c r u z
hasta
q u e las aves del cielo devorasen sus carnes. P e r o
Dios
volvió
por
la
h o n r a d e s u e s p o s a , h a c i e n d o c a e r n i e v e en tal c a n t i d a d q u e q u e d ó el c u e r p o totalmente cubierto c o m o
con blanca sábana, protectora
virginales tintas en sangre d e a m o r a D i o s . A burlando la vigilancia
de
los guardias,
bajaron
Santa y , ungiéndole con aromas, lo llevaron a L a fecha
d e su martirio,
según consta
de aquelias
los tres d í a s , u n o s
d e l a c r u z el c u e r p o
obró
sendos prodigios,
el
de
la
de
su
enterrar.
en una inscripción
gótica
a c t u a l sepulcro, sería h a c i a el a ñ o 304. D e s p u é s d e varios traslados, los cuales D i o s
carnes
cristianos,
cuerpo
de
Eulalia
fué,
durante en
1339,
d e p o s i t a d o e n la c r i p t a d e la C a t e d r a l d e B a r c e l o n a , g u a r d á n d o s e s u s
restos
en u n bellísimo sepulcro d e alabastro, c u y a parte exterior presenta b a j o r e l i e v e s a l u s i v o s a l a v i d a d e la
hermosos
Santa.
Barcelona está orgullosa d e ser patria d e esta heroica niña e ilustre mártir
• lo C r i s t o , a la c u a l p r o f e s a g r a n d e v o c i ó n , y d e la q u e r e c i b e
innumerables
gracias y
sobre
todo,
C o n m o t i v o d e l j u b i l e o q u e e n 1 4 5 2 se c o n c e d i ó e n h o n o r d e S a n t a
Eula-
una protección
especial. Esta d e v o c i ó n
se e x t e r i o r i z a ,
c
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UN LIBREPENSADOR DE ENTONCES
CUANDO
el S a n t o se e n c o n t r a b a ante algún desgraciado esclavo de las pasiones, n o se c o n t e n t a b a c o n amonestaciones y consejos; le e n c o m e n d a b a de c o n t i n u o e n sus oraciones, y sus ardientes plegarias obtenían maravillosas gracias de salvación. A c o n t e c i ó un día que de ciones, se adelantó u n o que no m e predique m á s ni m e m u d a r de vida; n o rece p o r y o e s t o y resuelto a n o m u d a r
entre los que asistían a sus pláticas y exhortaatrevidamente le d i j o : « O i g a m e , santo v a r ó n , dé más consejos, p o r q u e e s t o y resuelto a n o m í t a m p o c o , rece p o r los demás si quiere, que de vida y n o quiero deber n a d a a sus oraciones.»
Contristado el Santo al oír tan desatinadas palabras, r o m p i ó a llorar. Esperando n o obstante que por sus oraciones obtendría lo que n o había p o d i d o conseguir c o n sus consejos y exhortaciones, m a n d ó juntar a los frailes y Ies d i j o : « R o g u e m o s , hermanos, p o r ese ciego d e s v e n t u r a d o . » A las pocas horas se presentó el p e c a d o r obstinado y , al parecer, e m p e dernido; confesó el estado miserable en que 'se hallaba su alma y , humildem e n t e postrado a n t e el S a n t o , i m p l o r ó misericordia y p r o m e t i ó enmendarse. San Esteban mostraba más alegría p o r esa conversión que si hubiera gan a d o el m u n d o entero.
LIMOSNA MAL ADQUIRIDA
PRESENTÓSE
un día una labradora c o n un cestito de huevos que ofrecía al c o n v e n t o . El santo v a r ó n c o n o c i ó p o r inspiración divina q u e parte de ellos habían sido r o b a d o s . A p a r t a n d o algunos, d i j o a la generosa aldeana: — M e quedaré con éstos solamente. — ¿ P o r qué no se queda c o n t o d o s , p a d r e ? — dijo la buena de la mujer. — S i n o fuera por n o enojaros, bien os lo diría — repuso el S a n t o . — D í g a l o , que no m e he de ofender — repuso ella. — O s lo diré, pvies, y a que así lo queréis: habéis de saber que los que he a c e p t a d o son realmente de vuestras gallinas y los otros son del gallinero del v e c i n o . L a p o b r e mujer se q u e d ó avergonzadísima, confesó su ratería y pidió perdón al siervo d e D i o s . c Este h e c h o c o n f i r m a que nuestro S a n t o había recibido de D i o s el d o n de escudriñar las conciencias para convertir a los pecadores. ¡Cuán cierto es que el Señor da sus dones a quien quiere y c o m o quiere, para dar c u m p l i miento a sus designios!
MILAGROS DE ESTEBAN CONTECIÓ
A
q u e el- p r o v e e d o r d e l m o n a s t e r i o f u é t r a i d o r a m e n t e
t a d o y h o n d o valle del b o s q u e , d o n d e
dineros. R i c o era, en e f e c t o , dicho caballero, esa f u n c i ó n .
Encargó
Esteban
—«Ea, ploremos
vayamos
le apalearon para r o b a r l e los q u e p o r pura c a r i d a d
que le buscasen
m e n z a r o n los m o n j e s a entristecerse.
D í j o l e s el
y,
como
protección.
Para
ejercía
pareciese,
co-
Santo:
descalzos al pie del altar d e María
c o n f i a d a m e n t e - su
no
Ella
no
Santísima,
hay
e
im-
mazmorra
tau
o c u l t a , ni país tan l e j a n o , d e d o n d e n o p u e d a sacar a nuestro y
de-
l a t a d o p o r un m e s o n e r o , a d o s ladrones q u e le llevaron a u n a p a r -
bienhechor
devolvérnosle.» Obedecieron
f i e l m e n t e aquellos religiosos a su Superior, y
he a q u í
el d í a siguiente se presentaron a la puerta los d o s ladrones y el
que
proveedor:
éste s u e l t o , y aquéllos e s p o s a d o s . A g r a d e c i e r o n al S e ñ o r y a su s a n t a M a d r e el b e n e f i c i o , y E s t e b a n q u i t ó a- los ladrones las esposas y e x h o r t ó l o s a n o reincidir e n sus c r í m e n e s . O t r o día se dirigía al m o n a s t e r i o un c a b a l l o c a r g a d o d e panes. ronlo u n o s ladrones. E l
conductor protestó
d e ello y
Asaltá-
los a m e n a z ó
con
el
castigo d e la d i v i n a J u s t i c i a , pues tal limosna i b a destinada a los religiosos d e M u r e t . R i é r o n s e l o s l a d r o n e s , y agregaron q u e a u n c u a n d o D i o s se les apareciese allí m i s m o , n o sería i m p e d i m e n t o para q u e ellos c o m i e r a n
aquel
p a n . R o b á r o n l e , p u e s , t o d o el p a n , y , al tratar d e partirlo c o n las m a n o s , 110 l o c o n s i g u i e r o n ; ni a u n c o n los m a c h e t e s p u d i e r o n c o r t a r l o . E s t u p e f a c t o s ante tal m a r a v i l l a , r o g a r o n al c o n d u c t o r q u e los a c o m p a ñ a s e
al
Superior,
a q u i e n p i d i e r o n p e r d ó n c o n m u c h a h u m i l d a d . Sonrióse E s t e b a n y ,
toman-
d o u n p a n , p a r t i ó l o sin la m e n o r d i f i c u l t a d , y d i ó algunos p e d a z o s a c a d a u n o d e l o s ladrones, e n c o m e n d á n d o l e s se d e d i c a s e n a p r o f e s i ó n m á s h o n r a d a . Y a c í a paralítica en c a m a
la m u j e r de un tal G e r a r d o y ,
para
éste f u é g a s t a n d o sin r e s u l t a d o t o d a su h a c i e n d a en m é d i c o s y
curarla,
medicinas.
P o r f i n se d e c i d i ó , a u n q u e a l g o tarde, a a c u d i r al A b a d d e M u r e t .
Pregun-
tóle E s t e b a n si al desposarse c o n ella o b s e r v ó las n o r m a s d e la santa M a d r e Iglesia.
Contestó
Gerardo
afirmativamente:
— ¿ Q u é le p r o m e t i s t e a n t e el P á r r o c o ? —Obligúeme
a guardarla c o n m i g o t o d a
la v i d a . P e r o esto a h o r a resál-
t a m e i m p o s i b l e , pues su e n f e r m e d a d m e h a r e d u c i d o a la m a y o r
pobreza.
E x h o r t ó l e E s t e b a n a q u e n o a b a n d o n a s e a su m u j e r , y le p r o c u r a s e , según sus r e c u r s o s , los c u i d a d o s q u e r e c l a m a b a su e n f e r m e d a d . E n t r e g ó l e al m i s m o tiempo
un p a n , y
p u s o en su m a n o una m o n e d a
de plata,
que e o n esto bastaría para m a n t e n e r a t o d a la f a m i l i a . — !
advirtiéndole
D e regreso a su h o g a r , se apresuró G e r a r d o a enseñar limosna r e c i b i d a , la cual se m u l t i p l i c ó en aquel m o m e n t o
a su esposa
la
maravillosamente.
L l e n o s d e g o z o , a m b o s esposos p r o r r u m p i e r o n e n a c c i o n e s d e gracias a D i o s , q u e n u n c a a b a n d o n a a los q u e en su b o n d a d c o n f í a n , y p r e g o n a r o n la v i r t u d d e su s i e r v o . C u n d i ó a l o lejos la f a m a de s a n t i d a d d e E s t e b a n , y a t r á j o l e
numerosos
visitantes, entre otros dos cardenales: G r e g o r i o P a p a r e s c h i , q u e a n d a n d o los años f u é S u m o P o n t í f i c e , eon el n o m b r e d e I n o c e n c i o I I , y P e d r o de L e ó n (Anacleto I I ) , mo
sucesor
de
q u e p o s t e r i o r m e n t e h a b í a de alzar b a n d e r a c o n t r a el legítiPedro.
Quedaron
prendados
de
la
santa
conversación
del
siervo de D i o s , y declararon n o h a b e r o í d o n u n c a plática tan e d i f i c a n t e , q u e de seguro el Espíritu Santo h a b l a b a p o r su
y
boca.
SU SANTA MUERTE ONOCIENDO
Esteban
su o c a s o , retiróse
que su peregrinación
en la tierra llegaba
del trato c o n los seglares,
para
vacar
sólo
a
con
D i o s y sus m o n j e s . R e v e l ó l e el S e ñ o r su ú l t i m a h o r a en ocasión d e estar ert p r o f u n d a c o n t e m p l a c i ó n , l o c u a l le llenó d e s a n t o g o z o y , l l a m a n d o a sus discípulos, anuncióles su tránsito del destierro a la P a t r i a
bienaven-
turada — H i j o s m í o s — l e s d i j o — , o s lego e n herencia a D i o s nuestro S e ñ o r , ¿ q u é tenéis q u e t e m e r ? P o r e n c i m a d e t o d o a m a d al S e ñ o r , q u e es t o d o b o n d a d ; a m a o s unos a o t r o s . P r a c t i c a d f i e l m e n t e vuestras R e g l a s y a b r a z a d sin d e s c a n s o la santa p o b r e z a y la m o r t i f i c a c i ó n . Si c a m i n á i s r e s u e l t a m e n t e p o r la s e n d a q u e o s h e m o s t r a d o , e l Sefior o s c o n c e d e r á c u a n t o necesitéis.
Nunca
m e h a f a l t a d o n a d a d u r a n t e l o s c i n c u e n t a a ñ o s q u e r e s i d o e n estas soledades. O t r o t a n t o a c a e c e r á c o n v o s o t r o s , si e n nuestro P a d r e celestial cifráis vuestra c o n f i a n z a y si c u m p l í s f i e l m e n t e las R e g l a s q u e o s d e j o . Sobreviniéronle dolores m u y
v i v o s , y e n t e n d i ó E s t e b a n q u e la h o r a
de
su tránsito, tan a n h e l a d a p o r él, e s t a b a y a c e r c a . S u p l i c ó e n t o n c e s le trasladaran al o r a t o r i o y allí r e c i b i ó p i a d o s a m e n t e e l s a n t o V i á t i c o y la E x t r e m a u n c i ó n , d u r m i é n d o s e en el Señor a 8 d e f e b r e r o d e 1124. En
el instante
d e su f a l l e c i m i e n t o ,
un
parvulito
gravemente
enfermo,
p r i v a d o , desde hacía tres meses, del u s o d e los sentidos, a n u n c i ó a su m a d r e q u e v e í a u n a escala resplandeciente, repleta d e ángeles q u e d e c í a n :
«Vamos
a recibir el a l m a d e E s t e b a n d e Muret y a c o m p a ñ a r l a a l c i e l o . Y en p r u e b a de la v e r d a d d e esto — a ñ a d i ó el e n f e r m i t o — , y o t a m b i é n v o y a h o r a m i s m o a ni¡ C r e a d o r . » Y
a c t o seguido
expiró.
El c u e r p o de San E s t e b a n r e c i b i ó sepultura en M u r e t . P e r o c u a t r o m e s e s
más tarde sus m o n j e s hubieron de buscar albergue en un m o n t e estéril, expuesto a t o d o s los vientos, c u y o solo aspecto bastaba para desanimar aun a las almas inclinadas a la penitencia: G r a n d m o n t se llamaba el m o n t e que transmitió su n o m b r e a los m o n j e s f u n d a d o s p o r el siervo de D i o s . Iniciado el proceso de su canonización en t i e m p o de H o n o r i o I I ( f 1130) e introducido p o r U r b a n o I I I , canonizóle Clemente I I I a 21 de m a r z o de 1189, por Bula expedida en el P a l a c i o de L e t r á n , c u y o t e x t o se conserva. F u é publicada en G r a n d m o n t eon m u c h a solemnidad él 30 de agosto del m i s m o año, eon asistencia de 28 prelados y el legado p o n t i f i c i o , cardenal Juan Conti.
LA ORDEN GRANDMONTENSE S T A Orden v i v i ó durante m u c h o tiempo en la observancia de la austera Regla redactada p o r su f u n d a d o r . Bienhechores insignes, que levantaron el Monasterio de G r a n d m o n t , fueron los reyes de Inglaterra Enrique I , E n r i q u e I I , R i c a r d o Corazón de L e ó n y Enrique III.
E
L o s hijos de San E s t e b a n de Muret constituyeron al principio un priorato único, el de G r a n d m o n t , del cual dependían las «ermitas», que tomaron gran incremento, en especial en A q u i t a n i a , Anjou y Normandía. L a «ermita» de Vincennes, cerca de París, erigióse en P r i o r a t o en 1164, c u y o prior, cuando Luis X I instituyó la Orden d e San Miguel, f u é el canciller n a t o d e esta n o b l e asociación. H a s t a los comienzos del siglo X I V n o t u v i e r o n los superiores o t r o título q u e el de priores; el primer A b a d fué elegido en el p o n t i f i c a d o d e Juan X X I I (1316-1334). M u y rígida la observancia de la Orden, mitigóla en 1247 I n o c e n c i o I V y Clemente V en 1309. E n 1642 inicióse en B o r g o ñ a la r e f o r m a , v o l v i e n d o a la primitiva observancia. F u é el r e f o r m a d o r f r a y Carlos F r e m o n t , b i ó g r a f o de San E s t e b a n . L a Comisión d e Regulares dispuso la supresión t o t a l de la Orden d e 1772. L o s bienes del c o n v e n t o d e G r a n d m o n t pasaron al o b i s p a d o de L i m o g e s .
SANTORAL Santos Gregorio II, papa; Esteban de Muret, fundador; Lucinio de Angers y Esteban de Lión, obispos; Julián y Benigno, mártires; Fulcrán, obispo; Martiniano, solitario; Policeto, mártir en Zaragoza; Estéfano de Galicia, a b a d ; Cástor, primer ermitaño de Occidente; Domnino, africano, obispo de Digne; Agabo, profeta, uno de los 72 discípulos del Señor; Gilberto de Ham, obispo; Riocat, compañero de San Patricio, apóstol de Irlanda. Santas Maura y Fusca, mártires; Ermenilda, princesa de Kent y m o n j a ; y Catalina de Ricci, de la Orden Dominicana.
PRIMEROS AÑOS N el p u e b l o d e A l m o d ó v a r del C a m p o , perteneciente a la diócesis de T o l e d o , v i ó la luz primera nuestro J u a n Bautista d e la Concepción q u e , a n d a n d o e l t i e m p o , había d e ser u n a lumbrera d e la Iglesia y una gloria de nuestra P a t r i a . Sus padres, piadosos y d e v o t o s , se esmeraron en darle una e d u c a c i ó n sólidamente cristiana y una cultura q u e corriera parejas c o n su e d u c a c i ó n . L a santidad q u e un día debía alcanzar se revelaba y a desde sus más tiernos años. E r a p o c o a m i g o de juegos y pasatiempos, q u e en nada se avenían c o n su carácter serio, prudente, reservado y amigo de la soledad y el silencio. E n c a m b i o , frecuentaba m u c h o la iglesia, d o n d e pasaba ratos interminables h a b l a n d o c o n Dios en la oración. Su piedad le llevaba a visitar a m e n u d o el hospital, d o n d e su c o r a z ó n tierno y amante sentía los dardos del dolor físico que en sus cuerpos experimentaban los enfermos. E s t a m i s m a piedad le i n d u j o a macerar su cuerpo con las más rigurosas penitencias. •
E
N o frecuentaba m á s compañeros que los libros; sus ocupaciones eran la oración y c o n t e m p l a c i ó n ; sus paseos, la iglesia, especialmente la d e los Carmelitas descalzos d e su p o b l a c i ó n , p o r c u y o m o t i v o t u v o ocasión de tratar a estos religiosos, de los cuales aprendió la perfecta abnegación d e sí m i s m o y la práctica de la v i r t u d . P o r haber leído q u e una santa niña, en sus más tiernos años, había consagrado a Dios su virginidad, quiso él h a c e r l o m i s m o , c o m o se dirá m á s adelante. Santa Teresa d e Jesús, hallándose d e p a s o en el p u e b l o natal d e Juan Bautista, visitó a los padres del niño, llamados Marco García e Isabel L ó p e z , y , al hallarse frente al m u c h a c h o , penetró c o n su mirada espiritual en lo m á s í n t i m o d e J u a n Bautista, al que c o n o c i ó c o m o p o r revelación, y anunció en t o n o p r o f é t i c o l o que en su día llegaría a ser el niño. « E s t e niño, d i j o Teresa, será m a ñ a n a un santo, padre y director de m u c h a s almas y r e f o r m a d o r d e una Orden religiosa.»
SU FERVOR RELIGIOSO R A tan grande la pureza, q u e gándose a ello d o perfectamente lo
E
el a m o r que Juan Bautista tenía a la flor angelical de se c o m p r o m e t i ó a guardar inviolable esta virtud, oblip o r v o t o cuando apenas tenía nueve años, pero sabienque hacía.
Cursó los estudios superiores en la Universidad de B a e z a , en la que estudió c o n gran a p r o v e c h a m i e n t o la Sagrada Teología, que t a n t o debía servirle en su misión de reformador y guía de religiosos. Tenía el p r o y e c t o
iuc se e n c o n t r a b a en la c a t e d r a l P r i m a d a , h a c i e n d o o r a c i ó n a n t e la i m a g e n de la Santísima V i r g e n i l u m i n a d a
p o r los r a y o s del sol q u e le
prestaban
e n c a n t o c o n los matices r o b a d o s a los cristales p o l i c r o m a d o s d e sus g r a n d e s ventanales, le p a r e c i ó o í r , c o m o b a j a d a d e l c i e l o , u n a v o z misteriosa le d e c í a : dad.»
«Si n o
quieres e n g a ñ a r t e , elige la O r d e n d e la Santísima
Prestó pleno asentimiento
a este a v i s o sigiloso q u e , p o r tres
que
Triniveces,
repercutió e n su interior. Y a n o h a b í a d u d a . L a v o l u n t a d d e D i o s se h a b í a m a n i f e s t a d o c l a r a m e n t e . H a b í a q u e p o n e r m a n o s a la o b r a y sin d i l a c i ó n .
VOCACIÓN RELIGIOSA N la i m p e r i a l c i u d a d d e T o l e d o poseían los P a d r e s T r i n i t a r i o s un m a g n í f i c o c o n v e n t o f u n d a d o - p o r San J u a n d e M a t a , y e n él J u a n B a u t i s t a v i s t i ó el h á b i t o d e la O r d e n el día 29 d e j u n i o del a ñ o 1580, cont a n d o a la sazón 19 a ñ o s . H i z o el n o v i c i a d o c o n s a n t o f e r v o r , siendo s i e m pre u n
modelo
de
virtud.
Se ligó a Dios
más
íntimamente
mediante
la
Profesión religiosa h e c h a el 29 d e j u n i o del siguiente a ñ o , o sea, en 1581. Se d e d i c ó
de nuevo
al e s t u d i o
d e la S a g r a d a
Teología;
en los
cuatro
a ñ o s q u e d u r a r o n estos estudios h i z o t a n t o s p r o g r e s o s , q u e p r o n t o l l a m ó la a t e n c i ó n d e l p ú b l i c o su extraordinaria c i e n c i a , n o e s c a t i m á n d o l e sus elogios el m i s m o L o p e de
d e V e g a , q u e le c o n s i d e r a b a
como
el m á s h e r m o s o
genio
d e j a d e ser u n a i n m e n s a gloria p a r a nuestra P a t r i a , q u e en
aquel
España. No
incomparable
Siglo
de
Oro
de
nuestras
Letras
brillaran
por
su
santidad
personalidades t a n ilustres c o m o Teresa d e Jesús, J u a n d e la Cruz, la pléy a d e d e m í s t i c o s y ascetas, y éste c u y a v i d a h i s t o r i a m o s , J u a n B a u t i s t a
de
la C o n c e p c i ó n , E l brillo d e sus heroicas virtudes son los r e f l e j o s d e su s a n t i d a d . L l e v a b a una v i d a t a n p e n i t e n t e , q u e a v e c e s hasta se p r i v a d a d e lo n e c e s a r i o , para repartirlo entre los p o b r e s . U n a v i d a tan austera d e b í a necesariamente repercutir en el e s t a d o d e salud del b u e n religioso. Sus superiores le insistían en q u e m i t i g a r a los rigores y , al m i s m o t i e m p o , c o n el f i n d e q u e repusiera su d e l i c a d a salud, le e n v i a r o n a Sevilla, c u y o b e n i g n o c l i m a era m u y
apro-
p i a d o p a r a ello. Este v i a j e a la tierra d e María Santísima le b r i n d ó e x c e l e n t e o c a s i ó n d e d e m o s t r a r su ardiente c a r i d a d y su celo infatigable en b i e n d e las
almas,
SAN G R E G O R I O II, papa. — Es uno de los papas más esclarecidos que- han regido los destinos de ia Iglesia. Lo hizo con arte y pericia, a pesar de las furibundas tempestades que en su tiempo levantara la perfidia humana. Gregorio fué elegido Sumo Pontífice el 19 de mayo del año 715, y gobernó por espacio de casi dieciséis años. Poseía una dialéctica nada común y se distinguió siempre por su amor al arte, al que protegió cuanto pudo, como lo probó al reconstruir catedrales, monasterios y abadías como la de Monte Casino, que había sido destruida por los lombardos. Se sirvió de la espada de Carlos Martel para verse libre de las vejaciones de Luitprando, rey de Lombardía; y luchó cuanto pudo contra los iconoclastas. Envió misioneros a evangelizar naciones donde aun no había penetrado la luz de la verdad. Fué siempre el Papa enérgico, prudente v valeroso que las circunstancias demandaban. Su figura ocupa un puesto central en la historia del siglo VIII. SAN LUCINIO, obispo. — Nació en Francia hacia el año 540. Pertenecía a una familia noble y poseía unas cualidades excepcionales, tanto naturales como intelectuales y morales. Con su virtud y religiosidad edificaba a todos. Se dedicó con predilección al estudio de las Sagradas Escrituras. Fué muy querido en la corte de Clotario II, en la que desempeñó cargos de importancia; era apreciado a causa de su índole suave y sus costumbres puras. Incluso los mismos enemigos a quienes combatía le respetaban, porque veían en él una gran dosis de humildad, caridad y afabilidad, de las que dió pruebas toda su vida. Fué nombrado gobernador de la provincia de Anjou, y a instancias de sus amigos aceptó el casamiento ; pero la prometida tuvo un ataque de lepra el mismo día concertado para la b o d a ; entonces Lucinio, despreciando toda belleza humana, aspiró a la Belleza absoluta que jamás se extingue, y se hizo religioso, dedicándose enteramente a 1a oración y penitencia. En 586 fué nombrado obispo de Angers; durante su pontificado se corrigieron mucho las costumbres. Murió santamente el 1." de noviembre del año 605; pero a causa de la festividad de Todos les Santos, su fiesta fué trasladada al 13 de febrero. Sesenta años después fué canonizado por el papa San Vitaliano (657-672). SAN POLICETO, mártir. — Es uno de los primeros varones apostólicos. Vino a nuestra Patria poco tiempo después de Santiago y predicó la doctrina de Cristo en muchos pueblos de España, llevando a muchas inteligencias la luz de la fe. Residió un tiempo en Zaragoza, cuyo obispo San Atanasio le confió órdenes sagradas. Pero el infierno no podía ver pasivamente los progresos que conseguía Policeto con su predicación, y por esto se aprovechó de la persecución que el tirano Nerón había desencadenado contra la Iglesia de Cristo. Policeto fué denunciado e inducido a la apostasía; pero, no habiéndolo logrado, encerraron al Santo en oscuro,, e inmundo calabozo, del que fué sacado para sufrir el martirio, con inauditos tormentos. Murió con el cuerpo aserrado el 13 de febrero.
Objetos con que domaba su cuerpo. La lectura y la meditación nutrían su espíritu
BEATO JUAN BAUTISTA DE LA C O N C E P C I O N Religioso trinitario
DÍA
14
DE
(1561-1613)
FEBRERO
N T R E las flores que esmaltan el bello jardín de la Iglesia hispana, se halla Juan Bautista de la C o n c e p c i ó n , b l a n c o lirio p o r su pureza, fragante rosa p o r su a m o r , m o r a d a violeta p o r su m o r t i f i c a c i ó n . D o m i n g o de G u z m á n teje guirnaldas de rosas para ceñir las sienes de María Santísima; P e d r o N o l a s c o trasplanta las flores del invernal encierro de la cautividad al pleno sol de la libertad cristiana; Ignacio de L o y o l a perinola el m u n d o con el aroma de santidad de la ¡Milicia de Cristo; José de Calasanz cuida con esmero los lirios de pureza de la j u v e n t u d ; Teresa de Jesús es el bello girasol que no aparta la mirada de su D i o s , c o n quien conversa lo m i s m o entre la tosquedad de las ollas que en las m á s altas eiin.is d e la perfección religiosa; y P e d r o de Alcántara es la zarza q u e , sin el usiimirse. arde siempre en llamas de amor a Dios. T o d o s ellos son gloria tic España, c o m o lo es Juan Bautista de la Concepción, m a n o j o per f u m a d o constituido con las matizadas flores que a c a b a m o s de percibir.
E
c u y a conversión anhelaba v i v a m e n t e . Su caridad y a m o r hacia D i o s creció de p u n t o al recibir el orden sacerdotal. T u v o ocasión de demostrar su caridad ardiente c o n m o t i v o de una terrible peste que en 1590 diezmaba aquella c o m a r c a , que él recorrió celoso y alegre prestando a t o d o s los cuidados q u e necesitaban, t a n t o materiales c o m o espirituales. A t e n d í a eon especial predilección a aquellos pobres aband o n a d o s de sus familiares, que n o tenían quién curase sus dolencias y
en-
dulzase sus pesares. A todos asistía y a t o d o s consolaba c o n el bálsamo de su a m o r . Les prestaba los auxilios de la Religión y los a y u d a b a a bien morir. Era el p a ñ o de lágrimas de todos los que sufrían, y se mostraba verdadero padre, Heno de abnegación y caridad para con t o d o s . Cuando h u b o cesado la negra epidemia, se dedicó a evangelizar a los m o r o s de Andalucía, particularmente a los que se hallaban en la provincia de Jaén. Su predicación, elocuente y llena de unción, unida a la gracia de Dios que obraba en él, fué la causa de que m u c h o s infieles abrazaran la religión de Jesucristo. « C u a n d o subía a la sa'grada cátedra, dice un autor m o d e r n o , su v o z resonaba potente, su rostro parecía iluminarse, palabras de f u e g o brotaban de sus labios, y t o d o él, m á s que h o m b r e , semejaba un ángel b a j a d o a la tierra para comunicar a los pecadores el a m o r de su alma inflamada,»
JUAN BAUTISTA, REFORMADOR L
A
n o vieja profecía d e Santa Teresa acerca d e nuestro S a n t o iba a tener pronto c u m p l i m i e n t o . E l carácter d e r e f o r m a d o r es lo que le ha inmortalizado y , quizás, lo que le a b r i ó m á s ampliamente las puertas del cielo.
L a Orden de los Trinitarios, f u n d a d a hacía y a cuatro siglos p o r San Juan d e M a t a , había p e r d i d o el prístino f e r v o r que le d i ó origen y c o n s t i t u y ó su savia espiritual durante aquellas centurias de su pasada historia. La observancia regular había venido a menos. L o s religiosos más fervorosos deseaban una reforma interna de la Orden. P e r o , ¿quién debía llevarla a c a b o ? Aquel niño excepcional de A l m o d ó v a r del C a m p o , aquel f e n ó m e n o de santidad descubierto p o r Santa Teresa, la Mística D o c t o r a , recibió la inspirac i ó n divina para a c o m e t e r tan ardua empresa. E r a la voluntad de Dios y , p o r esto, Juan Bautista de la Concepción n o titubeó y se lanzó, resignado y generoso, a la gigantesca obra. N o le faltaran trabajos y dificultades, pero su virtud supo sobreponerse a t o d o ; y la gracia de Dios estaba c o n él. L o s religiosos más piadosos y ejemplares constituyeron el n ú c l e o centra!, el f e r m e n t o que debía regenerar la m a s a restante que, al f i n , aceptó también et plan de la reforma. Se e m p e z ó p o r elegir en cada provincia dos
UAN Bautista era un apóstol de la caridad, de la quz dió feha-
J
cientes pruebas
ción.
Atendía
con
de stís familiares,
durante una epidemia especial
predilección
que diezmaba a los pobres
a la
abandonados
que no tenían quién curase sus dolencias y
zase sus pesares.
pobla-
endul-
o tres c o n v e n t o s d o n d e se guardase en t o d o su v i g o r la p r i m i t i v a o b s e r v a n c i a . El marqués
d e S a n t a Cruz quiso
q u e en sus p r o p i e d a d e s se
levantase
u n c o n v e n t o d e Trinitarios r e f o r m a d o s , y se e j e c u t ó la o b r a e n V a l d e p e ñ a s , v i n i e n d o a ser el p r i m e r c o n v e n t o d e los Trinitarios descalzos, el cual adquirió f a m a e i m p o r t a n c i a
al ingresar en
él Juan B a u t i s t a ,
q u e vistió
h á b i t o de la r e f o r m a . Más tarde f u é elegido superior d e l c o n v e n t o Santo,
q u e p u s o su g o b i e r n o y
c a r g o a los pies d e la S a n t í s i m a
d e la q u e era m u y d e v o t o . E n su h o n o r , a su n o m b r e d e J u a n
el
nuestro Virgen, Bautista
quiso añadir el d e la C o n c e p c i ó n , pues h o n r a b a p a r t i c u l a r m e n t e este privilegio de nuestra I n m a c u l a d a
Madre.
PRUEBAS Y CONTRATIEMPOS XPERIMENTANDO
E
algunas
c o n t r a d i c c i o n e s p o r p a r t e d e sus
prela-
d o s , hasta del m i s m o c o m i s a r i o general, e n o r d e n a p r o m o v e r la ref o r m a , p e n s ó ir a R o m a a solicitar d e l P a p a l o q u e n o p o d í a conseguir
d e sus superiores; p e r o el c o m ú n e n e m i g o le o p u s o grandes o b s t á c u l o s , asust a n d o c o n f o r m a s y aullidos horrendos a sus religiosos, y p r e s e n t a n d o a su
i m a g i n a c i ó n grandes d u d a s y m o t i v o s d e desaliento. E n tal c o n f l i c t o a c u d i ó Juan a la o r a c i ó n , y e n ella m e r e c i ó o í r d e D i o s estas p a l a b r a s : « N o t e m a s ; prosigue, q u e y o t e El
ayudaré.»
24 d e a g o s t o
de
depeñas c o n r u m b o reforma. L a
1597 partía
a Roma
travesía
del
nuestro
mar
desde
Alicante
peligrosa. P o c o a n t e s d e llegar al p u e r t o violenta
tempestad
que
Santo
del
para solicitar del P a p a
anegó
el
barco
Convento
hasta
Génova
fué
el m i s m o Juan
Valde
la
dura
y
d e d e s t i n o , se d e s e n c a d e n ó hundiéndolo
para
siempre
f o n d o p r o f u n d o d e l m a r ; el h e r m a n o E s t e b a n , q u e le a c o m p a ñ a b a , en el naufragio, y
de
la a p r o b a c i ó n
Bautista
hubiera
en
una el
pereció
perecido también
sin
la i n t e r v e n c i ó n d e l Cielo, q u e v e l a b a p o r su v i d a . L o s Trinitarios d e R o m a , q u e n o v e í a n c o n b u e n o s o j o s la r e f o r m a , a c u saron a J u a n B a u t i s t a d e haberse f u g a d o d e l c o n v e n t o c o n una c r e c i d a cantidad
de dinero,
abandonándole
calumnia
que
paulatinamente,
muchos dejándole
creían casi
cierta, solo.
El
por
lo cual
mismo
fueron
embajador
e s p a ñ o l r e c i b i ó d e s u g o b i e r n o la o r d e n d e d e t e n e r l o c o m o si f u e r a u n l a d r ó n . T a m b i é n el P a p a C l e m e n t e V I I I se d e j ó e n v o l v e r e n esta o l a d e versión general c o n t r a J u a n B a u t i s t a . E l a m b i e n t e era, p u e s ,
animad-
enteramente
hostil al b u e n r e f o r m a d o r . Era tan violento el huracán que soplaba
e n c o n t r a d e nuestro
Santo,
q u e l l e g ó a dejarse a c o b a r d a r , p e r d i e n d o n o s ó l o los santos entusiasmos q u e hasta e n t o n c e s h a b í a t e n i d o p a r a su o b r a , s i n o hasta las f u e r z a s físicas, que se d e b i l i t a r o n a l c o m p á s del a u m e n t o d e las penas morales.
E c l i p s a d a y a , al parecer, la estrella d e su c a m i n o d e p e r f e c c i ó n
social,
se sintió a b a t i d o y , d e s e n g a ñ a d o d e t o d o , p e n s ó en m u d a r d e v i d a y s e refugió en los P a d r e s Carmelitas D e s c a l z o s . L o s planes d e r e f o r m a p r o y e c t a d o s por Juan B a u t i s t a parecían u n a
q u i m e r a , pues las d i f i c u l t a d e s q u e
había
que v e n c e r p a r e c í a n i n v e n c i b l e s .
C r e y e n d o estos P a d r e s
favor,
hacerle u n
le i n v i t a r o n a q u e se hiciese c a r m e l i t a c o m o ellos, y a q u e en sus c o n v e n t o s se m a n t e n í a
con fervor
la p r i m i t i v a
observancia.
En el c o r a z ó n del S a n t o se l i b r a b a d u r a b a t a l l a . E s t o s tiros le zaherían y
enemigos
a t o r m e n t a b a n . P e r o D i o s , q u e n o se d e j a v e n c e r e n
genero-
sidad ni a b a n d o n a a los q u e sufren p o r su n o m b r e , c u i d ó d e c o n s e r v a r
la
serenidad e n su á n i m o y le h i z o v e r la d e s o l a c i ó n e n q u e q u e d a r í a l a O r d e n Trinitaria si él a b a n d o n a s e su e m p r e s a . P o r o t r a p a r t e , m u c h o s ilustres v a r o n e s q u e n o d e s e a b a n s i n o la gloria «le D i o s ,
como
San Francisco
d e Sales, C a m i l o d e L e l i s y
l'azzis, le a n i m a b a n a proseguir e n la tarea
Magdalena
de
comenzada.
ÚLTIMOS AÑOS Y DICHOSA MUERTE E su c o n s t a n t e c o m u n i c a c i ó n c o n D i o s en la o r a c i ó n , s a c ó J u a n B a u -
D
tista f u e r z a suficiente p a r a i m p o n e r s e a sí m i s m o y d e s p r e c i a r las insensatas a c o m e t i d a s d e sus adversarios; p a r a ponerse m á s a s a l v o
de los d a r d o s de sus e n e m i g o s , h u y ó a G a e t a , y episcopal d e esta c i u d a d ,
se h o s p e d ó en el
c u y o señor o b i s p o le o b s e q u i ó c o n
las
palacio
muestras
de la m á s c a r i t a t i v a y v e r d a d e r a a m i s t a d . Gracias a este b u e n t r a t o ,
Juan
iíautista r e c o b r ó p r o n t o las p e r d i d a s fuerzas y c o n ellas los a n t i g u o s
entu-
siasmos;
se l a n z ó de lleno
a la p r e d i c a c i ó n ,
dirigiendo
sobre
todo
vida p a l a b r a a los n u m e r o s o s españoles q u e e n aquella c i u d a d
su
fér-
había.
V o l v i ó a R o m a y logró de Clemente V I I I q u e autorizase a los
Trinita-
rias D e s c a l z o s para f u n d a r u n a n u e v a O r d e n en c o n s o n a n c i a c o n el espíritu de
la p r i m i t i v a
2(1 de
agosto
Regla.
de
1599,
Esta
autorización
perteneciente
a
consta dicho
en
el M o t u
Pontífice.
Este
proprio
del
documento
p o n t i f i c i o constituía el t r i u n f o d e f i n i t i v o y r o t u n d o d e Juan B a u t i s t a d e la Concepción.
P o r f i n , v e í a realizados sus intentos y
villa.
Nuevamente
palpitaría
en
mada
de la p r i m i t i v a o b s e r v a n c i a ,
Juan de M a t a y d e San F é l i x d e
los
conventos
cristalización
la gloria de D i o s
trinitarios viva
la
brisa
del espíritu
ser-
perfude
San
Valois.
E n e f e c t o ; v u e l t o a E s p a ñ a y v e n c i d o s los o b s t á c u l o s que sus contrarios pusieron a la e j e c u c i ó n del B r e v e , f u é a t o m a r posesión
del c o n v e n t o
de
V a l d e p e ñ a s . N u e v a s pruebas le esperaban en esta c i u d a d , pues los religiosos q u e h a b i t a b a n d i c h o c o n v e n t o n o quisieron seguir la r e f o r m a . P e r o
después
de las espinas se encuentran las rosas, c u y o p e r f u m e c o m p e n s a la p e n a
de
aquéllas. Así D i o s quiso recompensad a Juan Bautista las penas que por É l había sufrido. M u y p r o n t o aceptaron la reforma hasta dieciséis c o n v e n tos, c o n lo cual se resarció de los disgustos pasados. Y no f u é esto sólo, pues la fundación de o c h o n u e v o s c o n v e n t o s fué una aurora de esperanza y un signo de triunfo en la empresa que por Dios había iniciado. Para m e j o r asegurar el éxito de la r e f o r m a , Juan Bautista reunió, con anuencia del N u n c i o A p o s t ó l i c o , un capítulo general. E n él f u é elegido provincial, a pesar d e su resistencia y o p o s i c i ó n . E n esta n u e v a dignidad parece que se e x c e d i ó a sí m i s m o en las obras de santidad; pues era grande su celo, admirable su vigilancia y paternal su solicitud. E n t o d o m o m e n t o d i ó ejemp l o d e la más acendrada piedad y de la más v i v a caridad. T o d o cuanto emprendía llevaba el sello de esta excelsa virtud que caracteriza a los verdaderos hijos de D i o s , a los fieles discípulos de Cristo; particularmente se manifestaba su caridad en cuantas visitas realizó a sus c o n v e n t o s ; sus palabras, cálidas y ardientes, inflamaban los corazones de los religiosos que le escuchaban; y sus obras arastraban a cuantos las presenciaban. E n sus sermones, avisos y eonsejos a los religiosos que 'visitaba, n o se proponía otra cosa que la santificación de los mismos y una m a y o r tendencia a la perfección mediante el e x a c t o cumplimiento de su Regla. P e r o esta tarea propia de su cargo n o era ó b i c e a la finalidad que se había propuesto d e extender la r e f o r m a , e n la que estaba vinculada la m a y o r dilatación de la gloria de D i o s , q u e c o n ella sería m e j o r servido y y más perfectamente a m a d o . E s admirable el tesón que demostró en su o b r a y el c e l o p o r e! bien de las almas. E j e r c i ó el provincialato durante tres años, pasados los cuales se retiró al c o n v e n t o d e la Solana; después f u é e n v i a d o a Vailadolid p o r sus superiores; posteriormente ejerció el c a r g o d e ministro en el c o n v e n t o de C ó r d o b a . P o c o t i e m p o desempeñó este ministerio, pues renunció al m i s m o para poderse dedicar más amplia y libremente a su plan d e r e f o r m a . Con este fin p a s ó a T o l e d o , d o n d e d e j ó establecido un n u e v o c o n v e n t o , n o sin antes haber p r o b a d o la hiél de la amargura, a causa d e la hostilidad d e los espíritus, que d e ningún m o d o querían aceptar el suave y u g o d e la reforma. P e r o la constancia del santo varón v e n c i ó la resistencia d e los rebeldes; su paciencia se i m p u s o a la impetuosidad d e éstos. Con la gracia de D i o s y la a y u d a d e la Virgen, a la que profesaba tierna d e v o c i ó n , logró triunfar, y su triunfo era el d e la v e r d a d , pues ésta, al f i n , se corona d e h o n o r porque es fiel trasunto d e la S u m a Verdad y del p o d e r inmenso de D i o s . D e s d e entonces los m á s rebeldes a la reforma y los m á s enemigos del espíritu de Juan Bautista, se trocaron en sus mayores admiradores y sumisos hijos de su R e g l a , q u e aceptaron c o m p l a c i d o s y reverentes, c o m o e f e c t o de la divina gracia, que quería compensar el celo del apóstol y conseguir m a y o r perfección en las almas.
Pronto se e x t e n d i ó la O r d e n r e f o r m a d a , y
el santo d e la
Concepción
ni.«lio a los v o t o s d e religión el d e n o aceptar ninguna dignidad eclesiástica • n m a n d a t o expreso del P o n t í f i c e . E n su t i e m p o creció n o t a b l e m e n t e
la
< >i «lcn, pues p o r doquiera surgían nuevos n o v i c i a d o s que eran fraguas en. .ndidas de amor a Dios. Seis años después d e h a b e r conseguido su o b j e t i v o d e r e f o r m a , Juan Kantista d e Ja Concepción descansó en la p a z del Señor el día 14 d e febrero • lraciadamente la invasión d e los bárbaros q u e , a s o m a n d o p o r t o d o s los pontos del horizonte, caían sobre la vieja E u r o p a anegándola en sangre, para regenerarla, agravó la situación de los esclavos. Ea Iglesia, eterna r e n o v a d o r a , e m p r e n d i ó n u e v a m e n t e su labor d e rehabilitación, y c o m o su influencia, asistida p o r la gracia d e D i o s , se a d u e ñ ó ordc del precipicio, en el que se precipitó al incurrir en la herejía que debía hacerle tristemente célebre. N o procedieron del m i s m o m o d o el clero y el iMiehlo fiel, jueces más imparciales y ecuánimes, c u y o s sufragios r e c a y e r o n «-II f a v o r d e F l a v i a n o , venerable sacerdote e n c a r g a d o d e la conservación d e las reliquias y v a s o s sagrados d e la iglesia catedral.
A
líe la v i d a d e F l a v i a n o n o c o n o c e m o s («.da su historia corresponde, pues, a tres «••pnea de su consagración, hasta agosto del los elogios que se le tributan y su invicta «le la Iglesia, nos dicen bastante cuán bien
n a d a anterior a su e p i s c o p a d o ; años; desde julio del a ñ o 446, 449, fecha de su muerte. P e r o c o n d u c t a ante los perseguidores p r e p a r a d o estaba a la delicada
misión que Dios le c o n f i a b a . El obispo T e o d o r e t o , otro esforzado campeón de la fe, le c o m p a r a a una antorcha dada p o r Dios a su Iglesia para trocar en luz esplendorosa las tinieblas que envolvían por entonces al universo. El historiador San T e ó f a n o le llama h o m b r e c o l m a d o de virtud en quien t o d o contribuye al lustre del ministerio sagrado. Finalmente, el p a p a San León M a g n o , amigo s u y o , atribuye la corona del martirio a su singular modestia y profunda h u m i l d a d .
UN OBISPO QUE NO AGRADA A UN MINISTRO A designación de F l a v i a n o a la silla episcopal, hecha a despecho de Crisafio y contra su candidato preferido, exasperó al camarero m a y o r . que desde aquel m o m e n t o m i r ó al o b i s p o c o n aversión y n o perdonó m e d i o alguno para desacreditarle. N o t a r d ó en lograrlo indisponiéndole también con el e m p e r a d o r . A l día siguiente de su consagración, envióle el intrigante ministro un emisario con encargo d e recoger los regalos que los recién elegidos tenían costumbre d e o f r e c e r « a l soberano. E l o b i s p o envió frutas y pasteles que él m i s m o había b e n d e c i d o . Su ofrenda f u é rechazada por Crisafio, que m a n d ó decir a F l a v i a n o p o r m e d i o d e su emisario: « E l emperador necesita o r o y n o p a n . » P e r o la respuesta del prelado f u é m u y valiente: « L o s bienes d e la Iglesia pertenecen a los pobres. Si el emperador quiere un recuerdo de m i consagración, le mandaré los vasos sagrados que sirvieron para los divinos misterios; que los haga fundir si le p a r e c e . » Irritado el ministro por tal. respuesta, decide t o m á r pero juzga prudente aplazarlo para m e j o r ocasión.
sonada
venganza,
Otro día, queriendo alejar de la corte a Santa Pulquería, hermana del débil soberano y protectora del virtuoso prelado, el intrigante ministro int i m ó a San F l a v i a n o que .ordenase a Pulquería de diaconisa. A n t e la i m p o sibilidad material de o p o n e r una negativa, el o b i s p o i n f o r m ó secretamente a la princesa que le impidiese la entrada en su casa, « p o r q u e m e vería forz a d o — l e dice— a hacer una cosa m u y desagradable para v o s . » L a princesa c o m p r e n d i ó el alcance de su advertencia y se retiró a un palacio imperial, en el que se entregó al más severo retiró. E l n u e v o fracaso de sus p r o y e c t o s contrarió sobremanera al ministro y le indispuso más y m á s contra el venerable prelado.
LOS ERRORES DEL ARCHIMANDRITA EUTIQUES I E N T R A S se desarrollaban estos sucesos en la corte, fuera de ella nuevas y animadas controversias teológicas p r e o c u p a b a n a t o d o s los espíritus. Algunos, m o v i d o s m á s por sentimiento de vanidad que p o r celo de la verdad y de la verdadera ciencia, se lanzaron a refutar
M
las p r o p o s i c i o n e s erróneas d e N e s t o r i o ,
que y a
el c o n c i l i o d e É f e s o
había
c o n d e n a d o en 431 y q u e r e c h a z ó s i e m p r e el p u e b l o d e C o n s t a n t i n o p l a .
Este
«•«•lo indiscreto arrastraría a los d o c t o r e s i n o p o r t u n o s a errores l a m e n t a b l e s . Entre estos d o c t o r e s se h a l l a b a el célebre E u t i q u e s . E n su gran
monas-
terio, h a b i t a d o p o r m á s d e 300 m o n j e s q u e v i v í a n b a j o su d i r e c c i ó n , disertaba p r o l i j a m e n t e s o b r e las cuestiones m á s difíciles d e t e o l o g í a . A s í , so p r e t e x t o d e m a n t e n e r la u n i d a d d e p e r s o n a e n Jesucristo, llegó a n e g a r
que
la h u m a n i d a d d e Cristo f u e s e igual a la nuestra. S e m e j a n t e s discursos
en
labios del v e n e r a b l e a n c i a n o , q u e h a b í a l u c h a d o c o n t r a la herejía d e N e s t o rio y q u e d e s d e el a ñ o 440 era m o r a l m e n t e el superior d e los m o n j e s de la capital,
podía
tener graves
que E u t i q u e s era p a d r i n o y
consecuencias,
máxime
d i r e c t o r espiritual
en
cuenta
d e Crisafio, p r i m e r
si se tiene
minis-
tro del i m p e r i o . Por l o m i s m o , a pesar d e su m o n s t r u o s a herejía, el g r a n c r é d i t o d e E u t i ques en la c o r t e era causa d e q u e nadie osase i m p u g n a r l e d e f r e n t e . N o o b s tante, el o b i s p o de Ciro, en la A l t a Siria, T e o d o r e t o , e l h o m b r e m á s s a b i o ile su t i e m p o , t u v o el v a l o r d e responderle c o n b r í o , y e n u n l i b r o p u b l i c a d o en 447 r e f u t ó los errores del a r c h i m a n d r i t a b i z a n t i n o . E s t o b a s t ó p a r a
que
la c o r t e t o m a r a a b i e r t a m e n t e la d e f e n s a d e E u t i q u e s y p r o m u l g a r a disposiciones a t e n t a t o r i a s a la l i b e r t a d d e la Iglesia. S a n F l a v i a n o , o b l i g a d o p o r su cargo o f i c i a l a o b s e r v a r la m á s estricta p r u d e n c i a , e s p e r a b a o c a s i ó n f a v o r a b l e para intervenir, la cual n o t a r d ó e n presentarse. Por a q u e l l o s días se h a l l a b a d e p a s o e n C o n s t a n t i n o p l a E u s e b i o , «le D o r i l e a , h o y Eski-Cheir, en Asia M e n o r , el m i s m o q u e siendo
obispo todavía
un s i m p l e seglar, h a b í a d e s e n m a s c a r a d o la h e r e j í a d e l patriarca N e s t o r i o
y
c o n s e g u i d o q u e f u e r a d e p u e s t o d e su silla. E s t e p r e l a d o , m u y instruido
y
celoso d e f e n s o r d e t o d o l o referente a la f e , estaba u n i d o p o r antigua a m i s t a d con
el a r c h i m a n d r i t a
Eutiques.
En
correspondencia
a
ese a f e c t o le
hacía
frecuentes visitas, y n o t a r d ó e n o b s e r v a r c o n d o l o r q u e las o p i n i o n e s d e su a m i g o d i s c r e p a b a n c a d a día m á s d e la v e r d a d c a t ó l i c a . S o p r e t e x t o d e r e f u t a r m e j o r la h e r e j í a d e N e s t o r i o , c a y ó E u t i q u e s en otra n o m e n o s o p u e s t a a la fe q u e la p r e c e d e n t e . E l o b i s p o d e Dorilea se l o a d v i r t i ó c o n c a r i d a d , esper a n d o reintegrarle p r o n t o a la s e n d a de la v e r d a d e r a d o c t r i n a , para lo cual m e n u d e ó las visitas q u e v e n í a h a c i é n d o l e . P e r o , ; a y ! , m u y p r o n t o
advirtió
q u e el m a l era m á s p r o f u n d o d e l o q u e p e n s a b a ; p o r q u e E u t i q u e s
defendía
c o n o b s t i n a c i ó n sus erróneas o p i n i o n e s y n o c e d í a a n t e ninguna
considera-
c i ó n ; a d e m á s , n o f a l t a b a n e n los monasterios d e la c a p i t a l a m i g o s o
adula-
dores q u e c e l o s a m e n t e las p r o p a g a b a n entre los d e m á s religiosos. H a b í a Ileí'ado, p u e s , el m o m e n t o d e c a m b i a r d e t á c t i c a . C o n v e n c i d o d e q u e la a m i s t a d n a d a conseguía c o n t r a s e m e j a n t e d a d , el o b i s p o d e D o r i l e a o r d e n ó c o n f e r e n c i a s p ú b l i c a s , sencia
d e tres o b i s p o s q u e sirvieran
recabando
terquela p r e -
de testigos en sus discusiones c o n
el
v i e j o archimandrita. T o d o resultó inútil. Eutiques n o a b a n d o n ó su sistema teológico. N o q u e d ó a Eusebio más recurso que romper c o n él e informar al Superior jerárquico del m o n j e obstinado. L a conciencia de éste era de las que n o retroceden ni ante los respetos de una sostenida y p r o b a d a amistad, ni ante ninguna consideración h u m a n a .
EL CONCILIO DE CONSTANTINOPLA CONTRA EUTIQUES N n o v i e m b r e del año 448 debía celebrarse un concilio en Constantinopla al que asistirían una veintena de obispos, con o b j e t o de dictaminar acerca de unas cuestiones litigiosas d e escasa importancia. C u a n d o terminaron de examinar los asuntos señalados, presentó Eusebio querella oficial contra el archimandrita y leyó una extensa memoria jurídica contra Eutiques, quejándose de haber sido acusado por él de nestorianismo y declarando con valentía que Eutiques ostentaba indebidamente el n o m b r e de católico, pues y a n o profesaba la doctrina tradicional. C o m o esta cuestión no constaba en la orden del día y temiera excitar la cólera siempre temible de la corte imperial, San F l a v i a n o hubiera preferido más lentitud en el proceso, ignorante c o m o estaba, además, d e que el acusador había recurrido a todos los medios r e c o m e n d a d o s p o r el D i v i n o Maestro para v e n c e r la obstinación d e los e x t r a v i a d o s . A n t e el relato minucioso de las reiteradas tentativas y probaturas d e Eusebio y ante el requerimiento dirigido p o r el m i s m o al Concilio para hacer c o m p a r e c e r a Eutiques ante él, h u b o d e ordenarlo. E n consecuencia se pasó una invitación al archimandrita emplazándole a presentarse a los cuatro días ante los Padres del Concilio.
E
Se celebraron algunas sesiones y E u t i q u e s n o c o m p a r e c i ó . E l astuto m o n j e alegaba t o d a clase d e pretextos que según él n o le permitían salir del c o n v e n t o : el v o t o d e reclusión perpetua q u e le obligaba a q u e d a r c o n f i n a d o en casa; su e d a d a v a n z a d a ; una fiebre violenta que día y n o c h e le impedía conciliar el sueño, e t c . , e t c . P o r f i n , transcurridos catorce días en visitas, discusiones y negativas absolutas o condicionales y ante la f i r m e v o l u n t a d del Concilio de excluirle d e la c o m u n i ó n de la Iglesia si n o se presentaba, el acusado decidióse a comparecer. P e r o n o iba s o l o . A I hacer su entrada el 22 de n o v i e m b r e d e 448 en la Sala Conciliar, d e j a b a a la puerta multitud d e funcionarios, soldados, m o n jes y siervos del p r e f e c t o del pretorio, gente t o d a ella adicta q u e se prestó a f o r m a r su escolta; a d e m á s , un alto f u n c i o n a r i o de la c o r t e tenía encargo, por orden del e m p e r a d o r , d e asistir a los debates. Esa ostentación d e fuerzas en f a v o r del acusado indicaba claramente q u é alto dignatario se ocultaba tras la persona d e E u t i q u e s y le guardaba las espaldas, y c u á n difícil era en Bizancio terminar d e una v e z las controversias dogmáticas, en una época
E
L poder civil manda a los soldados que prendan al obispo Flaviano.
Resuelto
y sereno busca defensa en el atar,
•a fuerza le cogen y a empellones v como
por milagro puede
a
le sacan de la iglesia. Mal herido
escapar ¿le los energúmenos
de la muerte...
piro
San
por aquel día.
y
librarse
en que el p o d e r civil i n v a d í a c o n s t a n t e m e n t e la esfera d e los asuntos eclesiásticos. A pesar d e las censuras y d e las instancias q u e se h i c i e r o n a E u t i q u e s , el Concilio n o l o g r ó d e él una c o n f e s i ó n d e f e o r t o d o x a , ni m e n o s hacerle retractar de las p r o p o s i c i o n e s heréticas q u e se le atribuían. Si en u n a frase r e c h a z a b a las palabras sospechosas, c u i d a b a en otra f o r m a , y
d e recordarlas en la
t a n t o las a m e n a z a s c o m o las instancias m á s
t o d o se estrellaba c o n t r a la pertinacia d e q u e l v i e j o e m p e d e r n i d o . d e n t e de la a s a m b l e a , S a n F l a v i a n o , t u v o p a r a c o n él u n a
siguiente
afectuosas, E l presi-
condescendencia
a d m i r a b l e , n o p e r d o n a n d o m e d i o a l g u n o p a r a decidirle a la retractación
o
a declaraciones q u e e v i t a r a n el e x t r e m a r las cosas, p e r o t o d o f u é en v a n o . T a m p o c o logró el Concilio q u e a c e p t a s e el s í m b o l o d e la f e p r o p u e s t o
por
su o b i s p o , s í m b o l o q u e c o m p e n d i a b a a d m i r a b l e m e n t e la d o c t r i n a d e la Iglesia sobre los p u n t o s d i s c u t i d o s . E u t i q u e s n o c o m p a r t í a estas ideas, p o r l o q u e se n e g ó , tras varias horas de ruegos, a c o n f e s a r la d o c t r i n a de f e q u e lós o b i s p o s , sus Superiores legít i m o s , le exigían. Q u e d ó , p u e s , p o r o r d e n d e San F l a v i a n o « p r i v a d o d e toda jerarquía sacerdotal, e x c l u i d o d e la c o m u n i ó n d e la Iglesia y
depuesto
del
g o b i e r n o d e su m o n a s t e r i o » . L a e x c o m u n i ó n alcanzaría t a m b i é n c o n la m i s m a extensión
a
cuantos,
enterados
de
su
estado,
le h a b l a s e n
y
tratasen
en
adelante. P a r e c í a q u e c o n esa sentencia
de excomunión
t o d o i b a a v o l v e r a su
curso n o r m a l . E n realidad s u c e d i ó t o d o l o c o n t r a r i o , pues c o m e n z ó para la Iglesia u n a era d e p e r t u r b a c i ó n q u e d u r ó m á s d e cien a ñ o s , y para el p i a d o s o o b i s p o , q u e h a b í a d e f e n d i d o c o n t a n t o a r d o r la f e a m e n a z a d a , una serie d e tribulaciones q u e h a b í a n d e a c a b a r p r e s t o c o n su v i d a .
CONJURA CONTRA SAN FLAVIANO A
L
sesión h a b í a t e r m i n a d o , c u a n d o E u t i q u e s a n u n c i ó al
representante
d e l e m p e r a d o r , q u i e n a su v e z i n f o r m ó a F l a v i a n o , q u e a p e l a b a la sentencia a los Concilios d e R o m a , A l e j a n d r í a , Jerusalén y
de
Tesaló-
n i c a . S a n F l a v i a n o n o c o n s i d e r ó esa diligencia c o m o u n recurso f o r m a l
y
s o b r e t o d o n o c r e y ó q u e tal a p e l a c i ó n suspendiera los e f e c t o s d e la sentencia r e c a í d a s o b r e el a r c h i m a n d r i t a , p o r l o c u a l se i n t i m ó a los Superiores d e los m o n a s t e r i o s p a r a q u e aceptasen la c o n d e n a c i ó n d e E u t i q u e s . E l requerim i e n t o f u é a c o g i d o c o n b a s t a n t e b e n e v o l e n c i a ; sin e m b a r g o , en su
monas-
t e r i o f u é E u t i q u e s a p o y a d o e n é r g i c a m e n t e p o r sus religiosos, y p r o t e s t ó p o r m e d i o d e carteles c o n t r a su e x c o m u n i ó n . inactivo, y , de acuerdo con
su
a h i j a d o el c h a m b e l á n Crisafio, p e r s u a d i ó al e m p e r a d o r d e la n e c e s i d a d
Nuestro herético m o n j e no permaneció
de
mi n u e v o Concilio e c u m é n i c o q u e revisara el p r o c e s o . Se d e t e r m i n ó q u e l o presidiría el Patriarca d e A l e j a n d r í a , que siendo el enemigo n a t o del o b i s p o «Ir Constantinopla n o dejaría de declararse en f a v o r del acusado. Se celebraría 011 É f e s o , en d o n d e y a había sido c o n d e n a d o Nestorio por San Cirilo de Alejandría: y así Eutiques, que se hacía pasar p o r discípulo de San Cirilo, • ililcudria un triunfo análogo sobre el sucesor de Nestorio. Tal era el plan fraguado por los dos cómplices, en el cual a c t u a b a , casi in advertirlo, el excesivamente débil emperador. Este, a instancias de E u liqiics. p r o h i b i ó a numerosos obispos esforzadas e inaccesibles a t o d o s o b o r n o , la asistencia al Concilio, y en c a m b i o , ordenó que obispos débiles y sobre ludo los enemigos de F l a v i a n o concurrieran al m i s m o . T o d o estaba, pues, preparado para dar la victoria al error. Para la reunión de este Concilio e c u m é n i c o ( q u e n o era de absoluta neceiilad) había que contar con la autorización del P a p a . Se hizo a San L e ó n I una pintura tan negra de la situación, que dió su consentimiento, pero c u a n d o llegaron los d o c u m e n t o s sumariales a sus m a n o s , n o le costó al P o n t í f i c e reconocer que el Obispo de Constantinopla había j u z g a d o con rectitud y que la doctrina de Eutiques era inadmisible. Mas, por a m o r a la paz, autorizó la celebración del Concilio de É f e s o , a condición de que la asamblea fuera presidida p o r sus legados, a c u y o efecto r e m i t i ó las o p o r t u n a s letras a p o s t ó licas al e m p e r a d o r , a F l a v i a n o , al Concilio y a los m o n j e s . Dos veces m a n d ó el o b i s p o a San L e ó n m e m o r i a detallada d e l o ocurrido 011 el Concilio d e Constantinopla, pero dichos mensajes, interceptados p o r acontes d e la Corte, n o llegaron a destino, siendo necesario remitir una i creerá relación. Así se explica la extrañeza q u e manifestó el P a p a e n la ' irla dirigida a F l a v i a n o p o r n o haberle tenido al corriente d e los a c o n t e cimientos. E s t a carta p o n t i f i c i a , q u e es hermoso y p r o f u n d o tratado acerca • Id misterio d e la E n c a r n a c i ó n , pasa c o n razón p o r el d o c u m e n t o d o g m á t i c o más i m p o r t a n t e del siglo V . E l I V Concilio d e Calcedonia la c o l o c ó en el m i s m o r a n g o q u e el S í m b o l o d e los Apóstoles, y la Iglesia antigua la distinguió siempre c o n la aureola d e la admiración y respeto. A h o r a b i e n , dicha oarta n o es m á s q u e el desarrollo del pensamiento del m i s m o F l a v i a n o , q u e t u v o q u e precisar a ú n , semanas antes de la apertura del Concilio, e n una profesión d e f e q u e le exigió el gobierno imperial. La tirantez entre la c o r t e y el o b i s p o de Constantinopla era c a d a vez más n o t o r i a . E n una carta dirigida a los d o s funcionarios representantes del soberano en el f u t u r o Concilio, se declara que los obispos que habían j u z g a d o a Eutiques en Constantinopla, podrían asistir a las discusiones, p e r o sin v o t o , porcscncadenóse la décima persecución contra la Iglesia. Los apóstoles de la '•alia Bélgica fueron decapitados y, juzgando humanamente de las cosas, la cristiandad naciente parecía quedar ahogada en su sangre. Muchos cristianos apostataban por temor a los suplicios y otros huían a los campos en donde había menos peligro. De este número fué uno de los ascendientes de l'.lcutcrio, llamado Ireneo. el cual, con un puñado de cristianos fieles se retiró a unas dos leguas de Tournai, en el actual pueblecito de Blandain. En el año 313 cesó la era de los mártires con la conversión de Constantino, y el edicto de Milán devolvió a la Iglesia completa libertad, u [
La cristiandad de la Galia Bélgica principiaba a renacer de entre las ruinas, cuando nuevas tribulaciones vinieron a caer sobre ella. Sucesivamente, vándalos, hunos y francos la recorrieron con sus hordas devastadoras, sembrando por todas partes la desolación. Tournai quedó arruinada por completo, y sus habitantes fueron deportados a Germania. No obstante, la ciudad surgió de nuevo y , pareciendo a los francos muy conforme a su propósito, la declararon capital de su nuevo reino. Transcurrido medio siglo de revueltas, desórdenes y estragos sin cuento, el cristianismo, ahogado al parecer, volvió a germinar y crecer de nuevo como grano sepultado en el surco. San Eleuterio estaba destinado por la Providencia para conseguir este renacimiento.
JUVENTUD DE SAN ELEUTERIO. — CÓMO LLEGA A SER OBISPO A N Eleuterio nació en Tournai, hacia el año 456. Sus padres Serenio y Blanda, nobles cristianos, descendientes del mártir Ireneo y dueños de las tierras de Blandain, habían vuelto a la ciudad de Tournai, pacificada ya y convertida en residencia principal de los francos salios. Childerico, al igual que sus predecesores Clodión y Meroveo, la había embellecido y dotado de hermosos jardines y suntuoso palacio real.
S
Las escuelas públicas volvieron a abrirse y a ellas acudió Eleuterio, niño cabal, «tan agraciado y virtuoso que sus virtudes se transparentaban en su lindo semblante y era encanto y admiración de todos», —como se expresa Gazet en su Historia eclesiástica de los Países Bajos. En el palacio real, donde estudió, luego se encontró con San Medardo, que fué condiscípulo suyo y más tarde su colega en el episcopado. U n día, movido por una especie de inspiración profética, le dijo Medardo: «Hermano mío Eleuterio, te anuncio que serás primero conde franco, y después obispo de esta ciudad». E l talento extraordinario y la piedad del joven estudiante no . eran para contradecir estas predicciones, que el tiempo justificó plenamente. Dedicóse especialmente al estudio de las ciencias eclesiásticas e hizo en ellas tan rápidos progresos y observó una conducta tan irreprensible, que luego pasó por todos los grados de la clerecía y llenó la ciudad con el buen olor de sus virtudes. De corta duración fué la paz relativa de que gozaban los cristianos de Tournai en el. reinado de Childerico. Los francos no podían mirar con buenos ojos a los fieles de una religión que no era la suya; los consideraban, además, como esclavos de. los romanos, a quienes habían jurado extermin". Por eso, luego que Clodoveo hubo derrotado en Soissons, en 435. al general romano Siagrio, y que sus 20.000 sicambros victoriosos se- hubieron
replegado a la Galia Bélgica, comenzó el pillaje y las violencias contra los cristianos. Ante tamaño peligro, la familia de Eleuterio siguió el mismo partido que MIS abuelos tomaron en semejante circunstancia, y se refugió en Biandain. Allí había más seguridad y se podía esperar con tranquilidad y calma el lili de la tempestad. Compacto grupo de amigos siguió a Serenio y a Eleuterio en su éxodo, y la pequeña comunidad cristiana se organizó tan unida y llena de ardor, que resolvió levantar muy pronto en Biandain mismo una iglesia dedicada a San Pedro, príncipe de los Apóstoles. No era ninguna basílica, claro está, sino un modesto edificio, construido probablemente de tapia y madera, como las viviendas más pobres de la época; sin embargo, Ins cristianos celebraban mucho poderse reunir allí para orar. Pronto disminuyó la persecución y sin mucho tardar cesó completamente. I.os cristianos de los alrededores se congregaban en Biandain, y el ejemplo di- su vida trajo nuevas conversiones, aumentando tanto la cristiandad, que Inibo que pensar en nombrar un obispo. Todos pusieron los ojos en Eleuterio, que contaba a lo menos un mártir entre sus antepasados y a quien la capacidad bien notoria y la santidad reconocida, designaban como el más a propósito para la guarda del rebaño en aquellos tiempos de revueltas. N o era sacerdote, sino probablemente íuncionario o c o n d e franco de la comarca de Tournai, lo que le daba más influencia aún, pero su corta edad era un obstáculo para elevarle al episcopado; por este motivo, fué preferido, por el momento, un sacerdote llamado Teodoro. Créese que este obispo sólo ocupó la sede episcopal tres años, ílurió víctima de un rayo y con gran reputación de santidad. La elección de los fieles recayó entonces en Eleuterio. «poderoso en obras y palabras, cuya elocuencia y sólida doctrina habían ganado ya a la fe cristiana gran número de paganos de la diócesis de Tournai». Mientras tanto se había convertido Clodoveo (496), y San Remigio organizaba la jerarquía eclesiástica en la Galia Bélgica; ratificando la elección popular, designó a Eleuterio para la sede de Tournai, enviándole luego a Itoma cerca del papa San Félix II para recibir las bulas de fundación. No se sabe a punto fijo si fué ordenado y consagrado por el Papa, o si lo fué a su vuelta de Roma por San Remigio. Sábese por el testimonio de todos los historiadores que ponía gran cuidado y cifraba el mayor interés en predicar las salvadoras verdades de la religión con tan maravillosos resultados que, después de la conversión de Clodoveo, bautizó en una sola semana el crecido número de once mil personas. Lleno de agradecimiento al Señor por el consuelo que le había deparado en tan augusta ceremonia, y porque las semillas que había sembrado producían tan excelentes frutos, instituyó una fiesta anual para conmemorarlo.
LOS FRANCOS DE TOURNAI, A LOS PIES DE SAN ELEUTERIO A R E C E ser que un suceso singular vino a sacarle de su soledad y a
P
poner a sus pies casi toda la comarca. Y
fué el caso que una joven
pagana,
por nombre Blanda,
cuyo
padre era gobernador de Tournai. era presa de secreta y apasionada simpatía por el joven y virtuoso Eleuterio, desde los t i e r n a s en que éste residía aún en aquella ciudad. Blanda no declaró a nadie su inclinación, pero la dejó crecer en su corazón. U n día, sin embargo, olvidada de la reserva que su sexo le imponía, se fué a Blandain decidida a declarar su pasión al mismo Eleuterio.
Hallábase
éste rezando
en su
oratorio,
cuando
llegó
la
joven.
Advertido por el espíritu de Dios del peligro que le amenazaba, el obispo se levantó indignado: —¡Desgraciada! — e x c l a m ó — . ¿ N o sabes que Satanás osó tentar al Señor y que Éste le respondió: «Retírate, Satanás; no tentarás al Señor tu Dios»? A ejemplo de m i Salvador, y en nombre de la Santísima Trinidad, te mando que te retires y no vuelvas a comparecer más en este lugar. Sea por la impresión que experimentó, sea por castigo del cielo, la desventurada muchacha cayó como herida por el rayo al llegar a Tournai expiró en el acto. Enterado de ello Eleuterio, se le enterneció el alma compasión y , preocupado únicamente de la salvación de las almas,
y de
mandó
llamar a Censorino, inconsolable por tan irreparable pérdida, y le prometió, en nombre del cielo, devolver la vida a su hija, si pedía el bautismo con toda su familia. Conviene recordar que —según nos dice la historia— los bárbaros estaban como anonadados ante la majestad de los obispos, a los cuales miraban como semidioses y árbitros del cielo. N o dudó, pues, Censorino del poder sobrenatural de Eleuterio; solamente le pidió algún tiempo para reflexionar, consultarlo con la familia y con los compañeros de armas antes de darle su respuesta sobre lo que determinasen. E l obispo ayunó y oró varios días. E l tribuno y su familia prometieron convertirse,
pero su deseo no era sincero; por eso aconteció
que
cuando
Eleuterio, confiando en el poder divino, intentó el milagro, no obtuvo resultado. Así conoció el obispo que el corazón de los paganos no se había mudado. Dos
días
después,
el tribuno Censorino,
sinceramente
arrepentido,
fué
a
echarse a los pies de Eleuterio y le confesó su hipocresía. D o nuevo suplicó Eleuterio al Dios omnipotente que realizase el milagro, uiiiudo luego mián hizo cuanto estuvo
de su parte para sostener a Alejandro
II
—elegido según se ha dicho más arriba— por las gestiones de Hildelirando, contra el cual simoníacos y escandalosos presentaban al obispo de l'arma, Cadalo, que tomó el nombre de Honorio II. A este intruso escribió ilos cartas muy enérgicas el obispo de Ostia, reprendiéndole por su ambición, y amenazándole con inmediatos castigos de la venganza divina: «Estoy cierto de que no me engaño, antes de un año moriréis.» Impertérrito, Cadalo marchó sobre Roma al frente de un ejército. grimas —escribía Pedro D a m i á n — ;
«No
puedo reprimir las lá-
siento mi corazón traspasado de dolor
por las calamidades de la Iglesia. Roguemos por esos furiosos para que se conviertan.»
'
Dios acogió favorablemente la oración del santo cardenal. E n una asamblea de obispos que se celebró en Augsburgo en octubre de 1062, fué depuesto Cadalo. L a extensa y
notable memoria
que en esta
circunstancia
compuso el obispo de Ostia, contribuyó a minar la ambición del antipapa más que todos los argumentos.
D e este modo se cumplía la profecía de
Pedro Damián, pues como él mismo dice, si Cadalo no murió realmente, su poder y su honor, por lo menos, quedaron muy debilitados, o, por mejor decir, muertos. A instancia del cardenal obispo de Ostia, congregóse nuevo Concilio en Mantua el 31 de mayo de 1064, en el que se confirmó la destitución
de
< lúdalo. E n medio de estas luchas y
triunfos, Pedro Damián suspiraba por la
soledad y la tranquilidad de Fontavellana. Pero en vano alegaba su mucha edad y sus achaques; sobradamente comprendía el Papa la utilidad de su presencia, para que condescendiese con su deseo; sólo le permitió que tomara algún
descanso.
Desde entonces,
en vez
de firmar los
documentos
pontificios con su título de cardenal obispo, prefería hacerlo con el de «Pedro pecador».
DIVERSAS LEGACIONES A B I E N D O intentado Drogón, obispo de Macón, anular en 1063 privilegios y exenciones de la abadía de Cluny y someterla a propia jurisdicción, no obstante depender entonces directamente la Santa Sede, fracasó ruidosamente al emplear la fuerza; pero terco en propósito, puso en entredicho a la abadía y excomulgó a los monjes.
H
los su de su
Enterado Alejandro II de todo por San Hugo, abad de Cluny, designó como legado a Pedro Damián, que se había ofrecido para ir a informarse directamente. En una carta del Papa a varios obispos de Francia, leemos estas palabras: «Os enviamos al que después de Nos tiene la más alta autoridad en la Iglesia romana, a Pedro Damián, obispo de Ostia, que es como Nuestro ojo y el más fuerte sostén de la Sede apostólica.» Por la acertada gestión del legado se congregó un sínodo en Chalón del Saona, el cual reconoció la autenticidad de los títulos presentados, por la abadía en defensa de sus privilegios, teniendo además Drogón que someterse a un ayuno de pan y agua durante una semana, después de la cual obispo y abad vivieron en buenas relaciones. Movido a compasión Alejandro II por los escrúpulos y achaques de su consejero, otorgóle, si bien a pesar suyo, el descanso deseado, rogándole, no obstante, que le escribiera con frecuencia. Pedro Damián, una vez retirado a Fontavellana, acrecentó sus penitencias pasadas e hizo más rigurosos ayunos, llevando además hasta su muerte, ceñido al cuerpo, un cinturón de hierro guarnecido de puntas; su cama fué una estera de juncos que ponía en el duro suelo. A pesar de esta rigurosa austeridad, siempre conservaba su buen humor y jovialidad, eomo lo demuestran sus relaciones íntimas con Alejandro II e Hildebrando. U n día que regalaron a éste un pescado, mandó la mitad al santo cardenal, el cual le contestó con este dístico: — Y a no m e maravilla que Pedro se vea reducido a semejante pobreza, c u a n d o los ríos n o producen más que medios pescados. Otra vez — d i c e el m i s m o P e d r o D a m i á n — emprendió el Papa un negocio escabroso sin contar c o n m i g o , y acudió a m i intervención para llevarle a buen fin. D e m o d o que habían e m p e z a d o el Gloria Patri y me llamaron para contestar Sicut erat. T o d a v í a a p r o v e c h ó el Papa en diversas ocasiones de los servicios de nuestro Santo. E n la dieta que t u v o lugar en Worms en junio de 1069. Enrique IV, que a la sazón contaba diecinueve años, había anunciado su resolución de repudiar a la j o v e n reina Berta, con la que había contraído m a t r i m o n i o en T í v o l i el 13 de julio de 1066. Informado el Papa, apeló nuevamente al celo de Pedro Damián. Éste, en un Concilio celebrado en
Francfort, condenó el vergonzoso proyecto del príncipe alemán y declaró i|iie, si Enrique no se sometía a las leyes de la moral cristiana, sería excomulgado y el Papa se negaría a coronarle. «Procuraré —dijo Enrique, más despechado que convencido— hacerme violencia y llevar lo mejor que pueda un yugo de que no puedo librarme.» Ambos esposos se reconciliaron, al parecer, sinceramente. La postrera misión de Pedro Damián fué la de llevar a los pies de la Santa Sede su amada ciudad de Ravena, de la cual se había separado por culpa de su primer pastor, que participaba del cisma de Cadalo.
MUERTE DEL SANTO» — PÚBLICA VENERACIÓN su regreso de Ravena, acometióle la fiebre en el actual monasterio de Santa María Vecchia, en Faenza. El mal fué empeorando durante una semana, y en la noche anterior a la fiesta de la Cátedra de San Pedro — 2 2 de febrero de 1072—, sintiendo el enfermo que su último fin se acercaba, ordenó a los monjes que rezaran inmediatamente el oficio del día siguiente por entero, pues «deseaba celebrar —según decía— el oficio del Príncipe de los Apóstoles como si hubiese estado en Fontavellana». Poco después de terminar los Laudes, «le vimos —dice su biógrafo Juan de Lodi— recogerse en profunda meditación que parecía un éxtasis, y su alma, desatándose suavemente de los lazos del cuerpo, dejó de vivir en la tierra». Varias poblaciones se disputaron la honra de poseer los restos mortales del santo varón; pero Faenza no quiso nunca desprenderse de su precioso tesoro. No existe ningún documento oficial concerniente a la canonización de San Pedro Damián, pero la voz popular, desde el día siguiente de su muerte, le veneró como a santo. Los monjes c o n t e m p o r á n e o s suyos, c o n quienes (anto se había relacionado, y en particular los de M o n t e Casino y de Cluny, comenzaron a darle culto poco después de su glorioso tránsito. R a v e n a , su patria, siguió su ejemplo, y con ellas las diócesis sufragáneas. L o s calendarios más antiguos de Faenza, mencionan su n o m b r e el 23 de febrero y muchas otras ciudades italianas admitieron igualmente su fiesta. P o r eso los decretos del 27 de septiembre y 1.° de octubre de 1828 del papa L e ó n X I I . extendiendo a la Iglesia universal, con el título de D o c t o r y rito de doble, el oficio y la misa de San Pedro D a m i á n , no han hecho más que sancionar mi culto ya existente desde tiempo inmemorial.
SANTORAL Santos Pedro Damián, cardenal, confesor y doctor; Félix, obispo de Brescia; Florencio de Sevilla y Lázaro, confesores; Sereno, hortelano de Sirmio, mártir, en la persecución de Diocleciano; Boisil, abad; Policarpo, presbítero, amigo de San Sebastián; Ebertramno, abad; Ordoño, de León, confesor; Milón, obispo; setenta y dos mártires en Siimio (Austria; Meraldo, abad; Veterano, confesor; Celso, obispo de Tréveris; Geroncio, Carpóforo y Eros, mártires. Santas Marta de Astorga, virgen y mártir; Milburga, abadesa; Romana, virgen, en Todi; Librada, virgen y mártir en Agen, y Concordia, mártir en Roma. SAN LÁZARO, EL PINTOR, monje. — La vida de este Santo nos enseña que cada mal tiene su remedio. Los iconoclastas habían declarado la guerra más despiadada a toda clase de imágenes religiosas para acabar con la santa Religión de Cristo. Pero Dios hizo que los religiosos tuvieran el buen pensamiento de sustituir las imágenes por cuadros, y así lo hicieron, en efecto, llenando los conventos de dichas pinturas. Uno de los que más sfc distinguieron por su arte pictórico era Lázaro, que fué objeto de una persecución particular. Se negó a secundar la orden del emperador Teófilo, que ordenaba la entrega de todos los cuadros. Por lo cual Lázaro fué azotado cruelmente, se le aplicaron barras de hierro candentes en las palmas de las manos, consumiéndole toda la carne hasta llegar a los huesos, sin que le produjeran la muerte. Debido a la ayuda de la virtuosa emperatriz Teodora aun pudo Lázaro pintar nuevas obras de mucho valor. Cuando iba de embajador ante el Pontífice, murió en camino, según parece, hacia el año 867. SAN ORDOÑO, confesor. — Pertenecía a una de las ilustres familias de León y se distinguió muy pronto por su ciencia y su virtud, particularmente desde que vistió el santo hábito de la Orden benedictina. Su elocuencia era muy grande, pero su fervor y unción en los sermones eran la causa de las muchas conversiones que obraba. Fué acompañando a Fernando I, rey de León y Castilla, en sus conquistas, y así extendía el reino de Cristo al compás en que se iba dilatando el reino cristiano a expensas de los infieles. Su alma voló a tomar posesión del reino de los cielos el día 23 de febrero del año 1065. SANTA MARTA, virgen y mártir. •— Celebra, hoy la fiesta de esta Santa la Iglesia de Astorga. En su oficio del día se lee que, en tiempo de la persecución de Decio (249-251), Marta fué apresada por el procónsul Paterno, el cual quiso persuadirla a que adorase a los ídolos; mas ella se mantuvo firme en la fe de Cristo. Entonces, el procónsul mandó ponerla en el ecúleo y que la hiriesen con bastones nudosos; más tarde fué llevada a la cárcel. Renunció Marta a cuantas promesas y halagos le ofrecía Paterno; éste, al ver la inutilidad de sus esfuerzos, mandó que la degollasen y echaran su cuerpo en un lugar inmundo, de donde la sacó una noble matrona, dándole después cristiana sepultura.
Instrumentos de tormento y de martirio del santo Apóstol
SAN DÍA
Palma gloriosa
MATIAS
Apóstol
24
DE
(siglo
I)
FEBRERO
A N Matías, uno de los discípulos más fieles de Nuestro Señor, siguió muy pronto al divino Maestro y fué testigo de toda su vida pública, desde su bautismo en el Jordán hasta su Ascensión en el monte Olívete. Si Jesús no le contó en el número de sus Apóstoles durante su vida mortal, le destinaba, sin embargo, para sustituir al traidor Judas; y en vista de este destino, ¡cuántas veces el Señor debió fijar sus miradas llenas de ternura en aquel miembro del Colegio Apostólico y mensajero de la buena nueva!
S
No sin motivo el Salvador fijó en doce el número de sus Apóstoles. Este número estaba ya simbolizado por los doce patriarcas, padres de las doce tribus; por los doce príncipes que llevaban el Arca del Testamento, por los doce leones del trono de Salomón, etc. El número doce es número sagrado en la historia del pueblo de Dios. Posteriormente, San Juan, contemplando la Jerusalén celestial, en sus sublimes visiones de Patmos, nos dirá que tiene doce puertas guardadas cada una por un ángel, y doce fundamentos sobre los cuales «están escritos los nombres de los doce Apóstoles» (Apocalipsis.
cap. X X I , 12-14). San Pablo había llamado ya a los Apóstoles los «fundamentos» de la Iglesia de Cristo. Este número simbólico se deshizo por la prevaricación del traidor. Los once que quedaban se preocuparon pronto de complementar la vacante. Eligieron un duodécimo apóstol: San Matías. De su vida, tan sólo conocemos con certeza plena su elección, referida por los Hechos de los Apóstoles. Fijemos, pues, la atención, en primer lugar, en esta página de nuestros Libros Santos. Cuando Jesucristo subió a los cielos viéronse los Apóstoles desamparados, «en este valle, hondo, oscuro». Con su vista le habían seguido y no podían apartar los ojos de la «nube envidiosa» que les robó su tesoro. Fué necesario que dos ángeles vinieran a decirles, como para sacarles de su arrobamiento: «Varones de Galilea, ¿qué hacéis aquí mirando al cielo?» A ellos correspondía ahora completar la obra del Salvador. En efecto, apenas estaba esbozada, y aun, humanamente hablando, se hubiera podido decir que el Hijo de Dios, subiendo al cielo, renunciaba al coronamiento de su gran empresa. Pero los designios de Dios no son los nuestros. Por medio de los Apóstoles, Jesús quería establecer la Iglesia. A l privarlos de su presencia visible, les había dicho: «Permaneced aquí, en la ciudad, hasta que seáis revestidos de la fortaleza de l o alto.» (Luc. X X I V , 4 9 ) . «Recibiréis la virtud del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y me seréis testigos en Jerusalén y en toda la Judea y Samaría y hasta las extremidades de la tierra» (Hechos, I, 8 ) . Jesús se había limitado a echar los cimientos del reino de los cielos y encargaba a los Apóstoles su constitución y organización. Conviene saber, además, que ninguno de ellos tenía el valor y arrestos suficientes para tal empresa e incluso parecían carecer aún de una idea clara de la obra que les estaba e n c o m e n d a d a . V e r d a d es que tenían a la Santísima Virgen c o m o consejera valiosa, mas en ello no tenía parte oficial. N o es ella la cabeza, sino P e d r o ; son los Apóstoles los que deben enseñar y gobernar. Sin el Espíritu Santo, ¿ q u é podrían? Este d i v i n o Espíritu los transformará. « L o que el alma es al cuerpo del h o m b r e , dice San Agustín, es el Espíritu Santo al cuerpo de Cristo que es la Iglesia» (Sermón C C L X V I I ) . E n la venida del Espíritu Santo, la Iglesia nacerá y vivirá c o m o vivió el cuerpo de A d á n al recibir el soplo de la boca de Dios. Apenas descendieron del m o n t e Olívete, en d o n d e el divino Salvador los había d e j a d o , subieron los Apóstoles al Cenáculo para conformarse con sus instrucciones. Allí estaban Pedro y Juan, Santiago y Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé y Mateo, Santiago, hijo de Alfeo, Simón el Celoso y Judas, hermano de Santiago. Estaban allí c o n !a Madre de Jesús y numerosos discípulos. Señalemos principalmente la presencia de María en este n u e v o Belén, en esta nueva
cuna en donde va a nacer la Iglesia. Como María había estado antes junto a la cuna del Salvador, convenía estuviera también hoy, cábe la cuna de la Esposa de Cristo. Perseveraban todos juntos en la oración con las mujeres, y con María, Madre de Jesús y con sus hermanos, es decir, con sus primos, según el modo de hablar de los judíos en aquella época. Los tres Apóstoles nombrados anteriormente en último término eran de éstos. Su oración llamaba con fervor al Espíritu que el Hijo de Dios les había prometido. Mas antes de enviarles el divino Paracleto, queriendo Jesús que el Colegio Apostólico estuviese completo, inspiró a San Pedro que procediese a elegir el duodécimo Apóstol. Y esta elección se hizo mientras esperaban el día de Pentecostés.
ELECCIÓN DE SAN MATIAS SÍ la refieren los Hechos de los Apóstoles (I, 15-26): «Por aquellos días, levantándose Pedro en medio de los hermanos (cuya junta era como de unas ciento veinte personas), les dijo: —Varones hermanos, es necesario que se cumpla lo que tiene profetizado el Espíritu Santo por boca de David acerca de Judas, que se hizo adalid de los que prendieron a Jesús (--•)- Así es que está escrito en el libro de los Salmos: «Quede su morada desierta, ni haya quien habite en ella; y ocupe otro su lugar en el episcopado» 0). Es necesario, pues, que de
A
estos varones que han estado en nuestra compañía todo el tiempo que Jesús Señor nuestro conversó entre nosotros, empezando desde el bautismo de Juan, hasta el día en que, apartándose de nosotros, se subió al cielo, se elija uno que sea, como nosotros, testigo de su Resurrección. »Con eso propusieron a dos: a José, llamado Barsabas, por sobrenombre el Justo, y a Matías. Y haciendo oración, dijeron: » ¡ O h Señor!, T ú que conoces los corazones de todos, muéstranos cuál de estos dos has destinado a ocupar el puesto de este ministerio y apostolado, del cual cayó Judas por su prevaricación, para irse a su lugar. » Y echando suertes, cayó la suerte a Matías, con lo que fué agregado a los once Apóstoles.» Los dos candidatos propuestos por la asamblea, eran juzgados con iguales méritos a los ojos de todos. Esto fué sin duda el motivo por el que en la perplejidad de la elección Pedro recurrió al nombramiento por la suerte.
(1) San Pedro toma esta cita de dos Salmos haciendo un solo texto. La primera parte, que desea la extinción de la raza del traidor, es del Salmo L X V I I I , 26. La segunda, que habla de sil sustitución, es del Salmo C V I I I , 8. La partícula y que une los dos textos, significa, pues: «Está aán escrito: que su obispado se confíe a olro.»
Otro motivo debió aún decidirle a emplear ese procedimiento: el deseo de hacer intervenir directamente a Nuestro Señor en un asunto de tal importancia, como lo prueba la fervorosa plegaria que hizo rezar por todos. Jesús, en efecto, había escogido a los Doce; era, pues, conveniente que el sustituto del infiel y traidor fuese también designado por Él. Así, el Colegio de los Doce sería siempre el resultado de la elección divina. Procedióse a la elección en la forma acostumbrada entre los judíos, o sea depositando en una caja o un vaso cubierto con su tapa, las cédulas de los que debían ser elegidos, y la mano invisible de Dios condujo la suerte de modo que cayó sobre Matías, y agregado a los otros once Apóstoles, completó el número de doce.
PENTECOSTÉS ATÍAS era ya miembro del Colegio Apostólico cuando diez días después de la Ascensión, la mañana de Pentecostés y a la hora de tercia (las nueve de la mañana, según nuestra manera de contar el tiempo), descendió el Espíritu Santo acompañado de extraordinarios prodigios que llenaron de estupor a los habitantes de Jerusalén y a la inmensa muchedumbre de peregrinos que de Palestina y naciones vecinas, habían acudido para celebrar en el Templo la Pascua de Pentecostés, una de las mayores fiestas del año. Se conmemoraba ese día, entre los judíos, la promulgación de la ley en el Sinaí, y se ofrecían en el Templo las primicias de la cosecha. Esas antiguas ceremonias prefiguraban el nuevo orden de cosas. En lo sucesivo la ley de gracia sustituirá a la antigua ley de temor, y las primicias de la predicación evangélica reemplazarán a las primicias de los frutos de la tierra. Un ruido tan repentino como violento, que rememoraba los truenos del Sinaí, retumbó como silbido de huracán. Lenguas de fuego aparecieron sobre la cabeza de los Apóstoles, símbolo de su misión docente y del fervor con que debían inflamar el universo: «y se renovará la faz de la tierra.» « Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en diversas lenguas las palabras que el Espíritu Santo ponía en su boca» (Hechos, II, 4 ) .
M
Residían entonces en Jerusalén, judíos venidos de todas las naciones, y estaban atónitos y se maravillaban, diciendo: «¿Por ventura éstos que hablan no son todos Galileos rudos e ignorantes? ¿Pues cómo es que los oímos cada uno de nosotros hablar nuestra lengua nativa? Partos, medos y elamitas, los moradores de Mesopotamia, de Judea y de Capadocia, del Ponto y del Asia, los de Frigia, de Panfilia y de Egipto, los de la Libia, confinante con Cirene, y los que han venido de Roma, tanto judíos como prosélitos, los cretenses y los árabes: los oímos hablar en nuestras propias lenguas las maravillas de Dios» (Hechos, II, 7-11).
LUMBRADOS y movidos
A
de Dios,
los Apóstoles
a San Matías para sustituir al desventurado
proclaman
Judas, y le in-
visten de la dignidad apostólica. Recibido el Espíritu Santo y abra-
sado de amor de Dios, comienza su vida de apostolado con celo abrasador y con gran fervor de espíritu.
Este prodigio los pasmaba. Dios quería dar a entender con ello que habían llegado los tiempos de restablecer la unidad
de las naciones
dispersadas
desde Babel.
también que en lo sucesivo cualquier lengua podría servir para
Mostraba propagar
la doctrina de la fe; así lo hace notar San Agustín: «Si hay lenguas — d i c e — que la Iglesia aun no habla, las hablará, pues se desarrollará hasta se apodere de todas las lenguas del universo» (Super
Ps.
CXLVII,
que
19).
E n este primer día, tomando San Pedro la palabra en nombre de todos los Apóstoles, se dirigió a la multitud; estuvo tan persuasivo y conmovedor, que tres mil personas se convirtieron en aquel mismo momento y pidieron el bautismo. Comenzó San Matías,
luego que fué hecho Apóstol,
a desempeñar su
misión y a predicar a los pueblos el misterio escondido e inefable de la cruz con gran santidad
de vida,
fervor de espíritu y
celestial
doctrina;
porque además de la que, siendo mozo había aprendido, el mismo Espíritu Santo era su maestro y su doctor, y el que le alumbraba el entendimiento con su luz, le abrasaba el afecto con su ardor, y le daba lengua de fuego divino, para encender los corazones de los que le oían.
DISPERSIÓN DE LOS APÓSTOLES OS Doce no debían permanecer juntos. Nuestro Señor les había man-
L
dado ir a predicar a todas las naciones de la tierra. Evidentemente empezaron por Jerusalén y Palestina, hasta que Uegó la hora de se-
pararse para ir a sus respectivas misiones. Primero tuvieron que concertarse para fijar las pautas de su enseñanza,
naciendo de ahí la tradición que les hace componer juntos el Credo conocido con el nombre de «Símbolo de los Apóstoles», el cual, si no es una fórmula redactada por ellos, es sí el sumario de su predicación. ¿Se repartieron
después
las naciones
que debían evangelizár?
Puédese
creer, mas la historia nada de positivo nos dice sobre ello. Obligados estamos a investigar sobre algunas alusiones escapadas a los escritores eclesiásticos primitivos, para determinar en qué regiones diferentes ejercieron los apóstoles su celo. D e algunos de ellos, en particular de San Matías, sábese tan poco,
que la Iglesia no ha encontrado materiales para redactar una
lectura para el Breviario. Mas nos tendríamos por muy felices si poseyéramos algunos pormenores acerca de su apostolado, pero para la mayoría de ellos nos hemos de contentar con vagas probabilidades. Créese que su salida definitiva de Jerusalén fué el año 42, en la persecusión de Herodes Agripa, durante la cual Santiago el Mayor fué decapita-
do y San Pedro encarcelado. Éste se libró entonces del martirio gracias a la milagrosa intervención del ángel. . S a b e m o s de manera cierta que el Príncipe de los Apóstoles fué primero a A n t i o q u í a , que evangelizó varias provincias del Asia Menor, y luego a R o m a , d o n d e f i j ó su residencia y f u é c r u c i f i c a d o . Sabemos igualmente que Santiago el Menor se q u e d ó en Jerusalén y que, veinte años después, el año 62, los judíos le arrojaron de lo alto de los pórticos del T e m p l o y lo lapidaron. P o r lo que concierne a los otros diez Apóstoles, apenas si sabemos nada fijo y d e t e r m i n a d o . Sin e m b a r g o , si h a y quien sea merecedor de una amplia biografía, nadie tanto c o m o estos heraldos de la b u e n a n u e v a . Mas, después te t o d o , ¿ q u é importan los pormenores? Su v i d a sublime se sintetiza en estas palabras que la liturgia canta en honor s u y o : « H e aquí los campeones y amigos de Dios, que sin prestar h o m e n a j e a los m a n d a t o s de los príncipes han merecido eternas recompensas. Éstos son los que durante su vida fecundaron a la Iglesia con su sangre. ±ian Debido el cáliz del Señor. Su v o z resonó en todos los confines de la tierra, y la Iglesia ha sido iluminada con su doctrina c o m o la L u n a por el Sol» (Oficio de
los Apóstoles). Estas magníficas alabanzas se aplican indistintamente a todos los m i e m bros del Colegio A p o s t ó l i c o .
MISIÓN DE SAN MATÍAS U É viajes hizo el apóstol San Matías? ¿Qué países evangelizó? Su relato no se ha escrito o, a lo menos, no ha llegado a nuestras manos. E l historiador Nicéforo dice que San Matías predicó la buena nueva en Etiopía y allí padeció el martirio. Clemente Alejandrino refiere algunas particularidades de la predicación del santo apóstol: «Insistía sobremanera —dice— en la necesidad de mortificar la carne, refrenar las pasiones y sus concupiscencias, acrecentar la fe y el conocimiento de las cosas de Dios.» Añadía que esta mortificación exterior, aunque tan necesaria, no basta si no está acompañada de fe viva, de esperanza que avasalle toda duda y de caridad ardiente. Enseñaba que nadie, cualquiera que fuera su edad o condición, estaba dispensado de esta ley y que no había otra teología moral. Reconozcamos que estas enseñanzas nada tienen de muy particular, pudiendo afirmar que todos los Apóstoles predicaban en la misma forma. Además, Clemente Alejandrino pretende que San Matías murió de muerte natural, así como San Felipe, San Mateo y Santo Tomás, pretensión que se contradice con la tradición comúnmente admitida.
Varios historiadores afirman que en el repartimiento que hicieron los Apóstoles de las provincias en que habían de predicar, a San Matías le cupo la Judea, y en ella convirtió innumerables gentes al Señor; luego,
alejándose,
llegó hasta Etiopía, donde fué apedreado después de treinta y tres años de apostolado; en cambio otros relatos más circunstanciados nos dicen que fué crucificado, desclavado después de la cruz y por fin decapitado. L o que parece ser tenido como cierto, entre otras varias contradicciones, es que San Matías fué el apóstol de Etiopía; Existe un evangelio apócrifo que lleva su nombre. Clemente Alejandrino lo cita con el nombre de «Tradiciones de San Matías». Los Philosophumena
mencionan «discursos» apócrifos de San Matías, T a m -
bién el historiador Eusebio. gelasiano
Este
evangelio
está señalado
por el
Catálogo
que le niega todo valor.
H e m o s de declarar francamente — y sobre el ministerio evangélico
ello vale m á s — nuestra
de este gran
Apóstol
y
sobre
ignorancia
su
martirio,
que ciertos autores colocan el 24 de febrero del año 60.
SUS RELIQUIAS
E
STAMOS
mejor informados acerca de la suerte que han corrido
reliquias? Está
igualmente
envuelto
en muchas
sus
incertidumbres.
E l cuerpo de San Matías fué tr ansportado a R o m a por Santa Ele-
n a ; la cabeza y huesos principales se hallan actualmente en Santa María la M a y o r , bajo el altar papal. Tréveris se gloría, sin embargo, de poseer el cuerpo de este santo A p ó s tol,
que había sido depositado en la iglesia de San Euquerio,
la cual se
llamó después iglesia de San Matías. N o olvidemos que Tréveris f u é residencia del emperador Constancio Cloro, esposo de Santa Elena, y no es inverosímil que la piadosa emperatriz hubiese hecho donación de una
parte
de
las reliquias de San Matías a la iglesia de Tréveris (1). Por otra parte, el docto Juan E c k , disputando con Lutero, escribió que el cuerpo de San Matías f u é llevado de R o m a a Augsburgo. Trátase sin duda (1) Parece ser que la emperatriz Elena dió las reliquias de San Matías a San Agricio, arzobispo de Tréveris. San Agricio era un clérigo de una iglesia de Antioquía, presentado por Santa Elena al papa San Silvestre. El Papa le nombró primado de las Galias y de las dos Gemianías, designándole por residencia Tréveris, con el título de arzobispo. Santa Elena le dió numerosas e insignes reliquias, en particular la túnica inconsútil del Salvador, así c o m o uno de los clavos de la Pasión. Dióle también el cuerpo de San Matías (tan sólo una p:irte, sin d u d a ) ; San Agricio lo depositó en el Santuario de San Euquerio, que le servía de Catedral. Más tarde, esta iglesia, aumentada con un monasterio, fué dedicada a San Matías. San Agricio gobernó la Iglesia de Tréveris desde el año 313 al 335, sobre p o c o más o menos. El octavo centenario del descubrimiento de las reliquias de San Matías fué solemnemente celebrado en Tréveris del 1 al 8 de septiembre de 1927, bajo la presidencia del cardenal Schulte, arzobispo de Colonia, y .del Nuncio Apostólico en Berlín, rodeados ,!e cinco obispos.
de algunas reliquias, y la imaginación popular habrá tomado la parte por el todo. También puede ser que haya confusión con otro San Matías, obispo de Jerusalén en el año 420. Venerábase, asimismo, una parte de la cabeza del santo Apóstol en Barbezieux, en Charente. Los calvinistas la arrojaron al fuego.
SU F I E S T A . — SAN MATÍAS, COMO SANTO PATRONO L nombre de San Matías consta, desde los primeros siglos, en el Canon de la misa; no en la primera lista de los Apóstoles, sino en la segunda, o sea en la de los mártires, después del Memento de los Difuntos.
E
Su fiesta, señalada en el Saeramentario gregoriano para el 24 de febrero, fué mandada celebrar con rito de doble por Bonifacio V I I I en 1295, juntamente con la de los demás apóstoles y evangelistas. Desde San Pío V , se celebra con rito de doble de segunda clase. Los griegos rutenos celebran la fiesta de San Matías el 9 de agosto y los copto» el 8 de marzo. Se representa a San Matías con símbolos distintos, según esté solo o en compañía de los otros Apóstoles. En grupo, tiene un hacha o una alabarda, emblema de su decapitación. Solo, tiene, ordinariamente, una cruz en forma de T llamada potenzada o de San Antonio, en memoria de su crucifixión. Seguramente que por representar a San Matías con un hacha, fué escogido por patrón de los carpinteros, carreteros y talladores de hierros.
SANTORAL Santos Matías, apóstol; Modesto, obispo de Tréveris; Lucio, Montano, Victorico, Flaviano, Juliano, Donaciano y compañeros, mártires; Pretextato, obispo Letardo, obispo; Sergio, mártir en Capadocia; Honorato, obispo de Milán; Quinto, mártir; el Venerable Julián de Ávila, Santas Cuartilosia, mártir; Demetriada, penitente; Primitiva y Nina, mártires. SANTOS LUCIO, MONTANO Y COMPAÑEROS, mártires. — Poco después del martirio de San Cipriano, víctima de la persecución de Valeriano, fueron encarcelados ocho discípulos del insigne obispo de Cartago. Seis de ellos eran clérigos y se llamaban Lucio, Montano, Flaviano, Juliano, Reno y Victorico; otros dos eran catecúmenos: Prímolo y Donaciano. Ellos mismos dejaron escritos los pormenores de su martirio. Quiso el procónsul quemarlos vivos el día siguiente de su arresto, mas cambiando luego de parecer, los dejó en la cárcel, donde sufrieron hambre, sed y toda clase de privaciones. Reno y Victorico tuvieron un sueño que los llenó de gozo, pues les anunciaba su próximo martirio. Una viuda, llamada Cuartilosia, compañera de prisión, les 36-1
anunció que Dios les proveería de pan y agua, como en efecto sucedió al día siguiente. Después de largo cautiverio fueron presentados al juez, y después vueltos a la prisión. Donaciano murió unas horas después de recibir el bautismo y Prímolo varios días antes. Reno y Cuartilosia también murieron pronto. Los que quedaban fueron alimentados por un diácono que, de cuando en cuando, les llevaba la Eucaristía. Después de ocho meses volvieron a comparecer ante el procónsul, y, como éste los viese tan firmes como siempre en la fe, los condenó a muerte. Lucio, Montano, Juliano y Victorico fueron conducidos al suplicio, siendo decapitados. Tres días después el diácono Flaviano moría también en el cadalso, lleno de santo gozo, como sus compañeros. Sucedía esto el año 259. SAN P R E T E X T A T O , obispo. — Era obispo de Ruán, en Francia, y asistió a varios concilios. Fué muy perseguido por Fredegunda y acusado falsamente ante el rey y ante un sínodo de obispos, celebrado en París por orden del rey Chilperico, de Neustria. Pretextato, ignorando las circunstancias, bendijo el matrimonio incestuoso de Meroveo, hijo de Chilperico. En el sínodo dicho fué acusado de esto, de sedicioso y de haber contribuido con sus consejos a envenenar el corazón de Meroveo, arrastrándole al crimen. Sólo Gregorio, obispó de Tours, se levantó para defender a Pretextato. Éste fué depuesto, y acusado, además, de que había querido incautarse de los bienes de la viuda de Sigeberto, rey de Austrasia. En una nueva reunión del concilio en que se juzgaba a Pretextato, éste, sobornado por Fredegunda, confesó ser culpable de cuanto se le acusaba. Durante siete años vivió haciendo penitencia, profundamente arrepentido de haber confesado falsamente su culpabilidad. Dios patentizó al fin la inocencia de Pretextato, que tuvo que reprimir la vida licenciosa de Fredegunda, la cual mandó asesinar a nuestro Santo después de haber sido devuelto a su sede de Ruán. SAN EDILBERTO, rey. — Este rey ceñía la corona del reino marítimo de Kent; su esposa Berta, hija del rey de París, era muy católica y exigió y obtuvo del rey su esposo, que le respetase su religión, de la cual le hablaba frecuentem e n t e . D e m o d o q u e c u a n d o llegaron a Inglaterra los misioneros m a n d a d o s p o r el P a p a , f u e r o n m u y bien recibidos p o r E d i l b e r t o o E t e l b e r t o , d á n d o l e s t o d a cíase de facilidades para su predicación. L a c o s e c h a fué grande, p u e s en un solo día f u e r o n b a u t i z a d o s p o r el m o n j e A g u s t í n m á s de diez mil ingleses. E l m i s m o rey se c o n v i r t i ó y se m o s t r ó siempre d i g n o de la Iglesia, t a n t o p o r sus obras c o m o p o r sus leyes. F u é el primer rey cristiano de Inglaterra. M u r i ó el 24 de febre-
ro de 616.
S A N S E R G I O , mártir. — L a c o n d u c t a y obras de este S a n t o n o s p r u e b a n una v e z m á s el p o d e r de la oración y la ceguera del h o m b r e a p a s i o n a d o que, ni aun en vista de los m a y o r e s milagros, quiere d e p o n e r su error. E n cierta ocasión en que la ciudad de Cesarea celebraba grandes fiestas en h o n o r de los dioses del imperio, se presentó ante la inmensa concurrencia un m o n j e de penitente a s p e c t o , l l a m a d o Sergio, el cual desafió a las falsas divinidades a q u e permanecieran en pie ante la sola i n v o c a c i ó n del santo n o m b r e de D i o s . A l instante se d e s p l o m a r o n los ídolos, y aquel p u e b l o , en vez de r e c o n o c e r el p o d e r de D i o s i n v o c a d o p o r Sergio, p i d i ó el castigo del santo m o n j e , el cual, aunque s o m e t i d o a los más inh u m a n o s t o r m e n t o s , salió ileso de t o d o s , p e r o al fin fué degollado y d e s p e d a z a d o en u n a plaza p ú b l i c a de Cesarea, el día 24 de febrero del año 304-,
BTO. SEBASTIAN DE APARICIO Labrador y franciscano
DÍA
25
DE
(1502-1600)
FEBRERO >
N aquellos tiempos dorados en que España iba extendiendo su Imperio por tierras vírgenes, descubiertas, civilizadas y cristianizadas por los españoles, vino al mundo un niño que debía ser, con los años, un rayo esplendoroso que iluminara el cielo americano con los destellos de su santidad y asombrara a los mortales moradores de aquel país con sus innovaciones civilizadoras, las cuales contribuirían a ensanchar los fértiles caminos que descubriera Colón, el Almirante, y afianzaran con su espada Hernán Cortés y Pizarro y ennoblecieran con su espíritu los esforzados misioneros, que iban sembrando por doquiera la semilla santificadora de la Buena Nueva evangélica, adquiriendo así nuevos horizontes para la Corona de nuestros Monarcas y nuevos subditos para la Iglesia de Cristo. Este niño formidable se llamó Sebastián de Aparicio, cuya biografía vamos a relatar brevemente.
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INFANCIA A bellísima región galaica que, con sus rías y sus montañas, con la plata de su o c é a n o y el encanto apacible d e sus bosques, ha visto nacer a m u c h o s grandes hombres, t u v o también la suerte de mecer la cuna d e Sebastián de A p a r i c i o , que v i ó la luz en el pintoresco pueblo de Gudina, perteneciente al o b i s p a d o d e Orense. L o s padres de Sebastián se llamaban Juan de Aparicio y Teresa del P r a d o . Poseían escasos bienes d e f o r t u n a , pues constituían su única riqueza material unas cuantas cabezas d e ganado y los p o c o s frutos que sacaban de las escasas tierras que poseían. P e r o en contraste con esta pobreza material poseían grandes riquezas espirituales, pues eran sumamente d e v o t o s y piadosos. Sebastián fué creciendo en m e d i o de este cálido clima religioso, y , gracias a esta poderosa influencia d e piedad y a las buenas y constantes enseñanzas de sus padres, p u d o triunfar en m e d i o de los mil peligros que le salieron al paso en los primeros años de su vid i a través de los caminos del m u n d o .
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Sebastián se ocupó, primero en guardar el ganado de su casa; pero a más altos fines le encaminaba Dios, según d i ó a entender c o n el siguiente
PRODIGIO E B A S T I Á N contaba sólo doce años de edad cuando fué acometido de un mal muy extendido en la región gallega y que hacía enormes estragos. Para que el contagio no se extendiera a los miembros de su familia, el niño fué llevado a una choza perdida en medio del campo, viviendo allí completamente solo, sin más compañía que los lobos que poblaban aquellos contornos.
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Su madre le llevaba la comida todos los días, pero se la dejaba junto a la entrada, ya que no se atrevía a penetrar en la choza por no contaminarse; después llamaba a la puerta y en seguida se marchaba. Sebastián abría, tomaba el frugal alimento que su madre le había dejado, y luego cerraba bien la puerta por temor a los lobos. Sin embargo, una vez, tan desfallecido estaba, que no tuvo fuerzas suficientes para cerrar debidamente, y al poco rato penetró en la cabaña un lobo de los que vivían en las cercanías, produciendo en el niño el susto consiguiente; pero ¡cuál no fué su sorpresa al ver que aquel fiero animal, lejos de dañarle, le abría el maligno tumor, causa de su mal, y le iba chupando toda la podre que de él salía! Con esto quedó Sebastián completamente curado. No cabían en sí de gozo los padres del niño al ver tal prodigio, que atribuían a la bondad de Dios, al que no cesaron de dar reconocidas gracias.
SEBASTIÁN, LABRADOR A del todo restablecido, Sebastián se ocupó en las faenas del campo
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ayudando a sus padres, sin descuidar por eso los progresos en la virtud. Más tarde ejerció el oficio de labrador sirviendo a diversos amos
y entregando íntegro el jornal a su familia. Primero sirvió en casa de una
señora m u y rica de Salamanca; luego, en casa de Don Pedro Figueroa, en Extremadura; y por fin, en Sanlúcar de Barrameda prestó sus servicios en casa de una señora viuda que tenía dos hijas. Pero, lo mismo aquí que en sus anteriores servicios tuvo que luchar contra las asechanzas que le tendía el demonio por medio de las mujeres que había en las casas donde trabajaba. Finalmente, viendo que peligraba su pureza, abandonó esta casa lo mismo que había abandonado las anteriores y determinó no servir a nadie más, a fin de evitar los riesgos de perder la virginidad que él deseaba conservar íntegra a toda costa. Después
de mucho
correr
por
caminos
y
pueblos encontró
Sebastián
quien le ofreció una posesión de relativa extensión, muy apropiada a sus necesidades y gustos; con ello podía entregarse más a Dios y elevar a Él su corazón en medio de sus cotidianas labores del campo. Fué modelo de sencillez, laboriosidad y devoción. Las gentes quedaban prendadas de sus cualidades y se admiraban al ver que la finca de Sebastián producía más y mejores frutos que nunca.
VIAJE A LAS INDIAS A C I A poco que se habían descubierto las Américas, cuya riqueza y
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maravillosa fertilidad atraían, cual imán irresistible, a grandes masas de emigrantes de las diversas provincias españolas. Entre los atrevi-
dos que osaron atravesar los mares, siguiendo el camino de Colón, para explorar aquellos ignorados países, figura en lugar destacado nuestro ilustre biografiado Sebastián de Aparicio. U n suceso inesperado le obligó a aplazar el viaje. Fué el de tener que salvar a una muchacha abandonada por su amante, y que no quería volver a su casa para no incurrir en las iras que su fuga despertara. Solucionado ya este asunto, Sebastián se hizo a la mar en el puerto de Sanlúcar de Barrameda y llegó a las Indias Occidentales el año de 1533, desembarcando en Veracruz. Pronto dejó esta ciudad, donde no encontraba recursos para vivir, y se estableció en Puebla de los Ángeles, población que acababan de fundar los españoles.
a los blasfemos y murmuradores, haciéndolo siempre con suavidad y dulzura, de modo que nadie se pudiera molestar. Se interesaba vivamente por los pobres, a quienes ayudaba y protegía cuanto podía. Todos encontraban en él "a un padre; su casa era la casa de todos, hallando en ella lo que necesitaban. Prestaba dinero, pagaba deudas de otros, daba dotes a las doncellas que por falta de ella no podían contraer matrimonio y estaban expuestas a mil peligros físicos y morales; regalaba semillas, prestaba sus jornaleros para la labranza de otros campos y siempre gratuitamente. Pero su caridad resalta sobre todo en los siguientes hechos. Un hombre muy honrado y virtuoso tenía tres hijas a las que no podía casar a causa de su extremada pobreza. Súpolo Sebastián y desde entonces daba a la familia cuanto dinero necesitaba; atendió a su manutención durante varios meses, y , además, dió al padre cuantiosas sumas para que colocase a sus hijas de modo que pudieran constituir cristianos hogares, dándoles la dote que requerían. Pues bien, vino a morir este hombre, y la viuda quedó desconsolada ante las deudas de su marido,' las cuales nunca podría satisfacer; pero Sebastián, acudió con el notario a casa de la viuda para que constara en acta notarial la condonación de la deuda, pues se contentaba y satisfacía con haber realizado semejante acto de caridad. En otra ocasión vió que llevaban preso a un hombre conocido suyo. Preguntó la causa y, al saber que era porque debía tres mil pesos, pidió que le libertaran, que él salía fiador y pagaría de su bolsillo todo lo que aquel hombre adeudaba. Bajo su palabra el juez dió orden de libertarle.
SEBASTIAN, SE DECIDE A TOMAR ESTADO R O B Ó Dios a nuestro B e a t o con una dolorosa enfermedad que le llevó a las puertas del sepulcro, por lo cual hizo testamento, c o n v e n c i d o de que su destierro en este m u n d o había llegado y a a su f i n . Mas no fué así, sino que p r o n t o recuperó la salud perdida y p u d o dedicarse nuevamente
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a sus faenas del campo. Mas un problema se le presentaba, y era que no podía continuar viviendo solo a causa de los achaques propios de sus años y necesitaba de alguien para que le cuidara y sirviera. E n su interior se libró ruda lucha entre la necesidad del m a t r i m o n i o y su afán de conservar la pureza virginal. P o r fin, a los setenta años se casó con una j o v e n honesta y de m u y buenas prendas, c o n la cual vivió más c o m o padre que c o m o esposo, y c o m o tal le consideraba ella. P e r o a los p o c o s meses Dios se la arrebataba para llevársela consigo, q u e d a n d o solo otra v e z el bueno de Sebastián. Casóse segunda v e z y le pasó
lo mismo, ya que esta segunda mujer, también delicada doncella, mur'ó a los ocho meses de casada. Con estos golpes comprendió Sebastián que Dios no aprobaba
aquella
vida matrimonial, sino que le quería en la vida retirada de la Religión. Pidió, pues, que le admitieran en el convento de los Padres Menores observantes de San Francisco de la ciudad de Méjico. E l Padre Guardián le puso algunos reparos indicándole que aquello era asunto que debía pensarse durante muchos días; pero Sebastián insistió tanto, que a los pocos días fué admitido por el Superior, diciéndole: «liste asunto pide muchos días para resolverse, pero ya que vos no queréis sufrir más dilación, os diré lo que me parece que podéis ejecutar y que será agradable al Señor: distribuid todos vuestros bienes a los pobres, dando una parte de ellos a las monjas de Santa Clara, que están fundando un monasterio y se hallan bastante necesitadas». «Todo esto, respondió Sebastián, lo cumpliré al momento; pero decidme lo que debo hacer de m i persona.» E l Guardián, que era el confesor del Beato, replicó: «Pues deseáis ser religioso, por ahora vestid el hábito de terciario de mi Orden, y de este modo podréis prestar algún servicio a las monjas de Santa Clara; y , si Dios os quiere en otro estado, É l os descubrirá los caminos que os conduzcan a la consecución de vuestra salvación eterna.» Indescriptible fué la alegría que sintió Sebastián al verle revestido con el hábito de terciario; fué destinado al servicio de las monjas y les dió la cantidad de dieciséis mil pesos; permaneció en este menester por espacio de dos años, pues el 9 de junio de 1573 fué admitido ¿n el Noviciado del convento de San Francisco. Durante este período de su formación religiosa fué motivo de edificación para todos los de su casa. Profesó solemnemente el día de San Antonio de Padua con indecible alegría de su alma.
PRUEBAS ERMINADO
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Ángeles vento.
el noviciado, Sebastián fué trasladado al convento
de
Santiago de Tecali, en el cual permaneció un año sirviendo a los religiosos en los empleos más bajos. Después fué la Puebla de los su residencia,
en la
Con su carreta y
que ejerció el cargo
de limosnero
sus bueyes iba por aquellos caminos
del que
conantes
santificara con sus caritativas peregrinaciones. Comía poco, lo que le daban de limosna; vestía pobremente, y llevaba los pies descalzos; sufría con resignación las inclemencias del tiempo, lo mismo los ardores del verano
que
los rigores del invierno; no aceptaba la hospitalidad que se le ofrecía para librarle de los rigores de la noche, sino que prefería dormir al raso debajo de su carro y al calor del hálito que exhalaban los bueyes; muchas veces ama-
necia cubierto de blanca nieve o con los vestidos hechos fuente. Con esta conducta a todos edificaba y se ganaba el respeto y el afecto de todos. Cuando podía se acercaba al convento para oír Misa y recibir los Santos Sacramentos; pero su presencia ante el pueblo producía hilaridad a causa del desorden de su vestido. Cuando ayudaba al Santo Sacrificio lo hacía con tan notorias incorrecciones, que le valieron las burlas de los fieles y los más duros reproches de su Superior, el cual le quitó el empleo de limosnero y le mandó de nuevo al Noviciado, cuyo maestro de novicios le reprendió con excesiva violencia, tanto, que Dios lo dió a entender con los hechos. Comprendió el Maestro de novicios que el temblor de su cuerpo era un castigo de Dios por los malos tratos dados a su siervo, el cual lo soportaba todo con santa alegría y resignación. Nuevamente fué Sebastián destinado al empleo de limosnero y lo cumplió siempre con gran edificación de todos.
MILAGROS Y MUERTE O M P L A C Í A a Dios la conducta de su fiel servidor Sebastián, según
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dió a entender concediéndole el don de milagros y el poder de tener pleno dominio sobre los animales salvajes, particularmente sobre los
toros, los cuales le obedecían como si tuvieran uso de razón. Estas bravas reses, que se volvían contra sus pastores y amos, se tornaban mansas ovejitas en presencia de Sebastián. Cuando los dejaba en libertad para que pacieran a sus anchas, les prohibía que entrasen en los sembrados e hicieran daño a nadie. Así lo hacían todos, sin que ni uno solo se desmandara, a pesar de que estaban circundando los campos vecinos. A l llegar la noche los dejaba bajo la custodia de un toro, el cual estaba de vigilante y ponía empeño en que ninguno hiciera el menor daño a nadie. A l llegar la mañana, y apenas el sol asomaba su rostro dorado por el horizonte levantino, el toro jefe los hacía comparecer a todos ante la presencia de Sebastián para proceder a la continuación de sus ordinarias labores. E n cierta ocasión se presentaron a Sebastián
dos mujeres
quejándose
falsamente de que los toros habían causado daños en los campos. Pero habiendo preguntado el Beato "a los animales si era verdad, éstos contestaron con la cabeza que no. Entonces ellas confesaron su malicia, diciendo que lo hacían para que Ies diera dinero. Con frecuencia se vió servido por los ángeles. Su cordón y su vestido tenían el poder de devolver la salud a cuantos los tocaban. Mas se acercaba ya el fin de su carrera. Dios se lo manifestó con antelación, y destinó los pocos días que le quedaban de vida para despedirse de sus amigos y conoeidos. Luego volvió al convento de Puebla de los Ángeles,y echóse a dormir en el suelo como si fuera su lecho. Por mandato del Su-
perior, se trasladó a la enfermería, no haciendo uso de la cama más que por obediencia al médico. Sus últimos días fueron una seria y devota preparación a la muerte; se confesó con gran dolor y recibió la Santa Extremaunción, aunque no pudo recibir el Viático a causa de los frecuentes vómitos. No se cansaba de besar una imagen de Jesucristo que tenía entre sus manos, y así, encendiéndose en amor de Dios, se apagó aquella vida terrenal para comenzar la otra eterna que mereció por la santidad de sus obras. Tenía a la sazón noventa y ocho años, y corría el año del Señor de 1600. Su cuerpo, antes feo y desfigurado por los trabajos, sufrimientos y enfermedades, se volvió lúcido y hermoso después de morir, como si Dios quisiera manifestar con ello la gran pureza de vida de su fiel siervo. Fueron muchos los milagros que obró Dios por mediación de Sebastián en aquellas horas que precedieron a su sepelio. H e aquí uno de ellos: ' Una mujer rompió, indignada, un vaso en el que había bebido Sebastián cuando iba al convento para reponerse; y le dió tal asco que lo tiró contra el suelo, haciéndose añicos; pero cuando supo las maravillas que Sebastián obraba, quiso recoger los cascos para conservarlos como si fueran reliquias; mas al ir a tomarlos se encontró con el vaso entero y con una flor olorosa qde salía del lugar mismo en que el Beato había aplicado sus labios. Este vaso se conserva en el convento de la Puebla con todos los honores de reliquia. Fué beatificado Sebastián por Pío V I en 1789.
SANTORAL Santos Félix II (o III), papa; Victorino, Víctor, Nicéforo y compañeros, mártires; Cesáreo, confesor; Tarasio, patriarca de Constantinopla,; Gerlando, obispo de Agrigento; Avertano y Romeo, religiosos carmelitas; Eterio, obispo de Osma; Leobardo, religioso penitente; Kenán, presbítero bretón; Gotardo, anacoreta, de quien toma nombre el célebre macizo de los Alpes; Donato y Justo, mártires; Ananías y Regino, mártires; el Beato Sebastián de Aparicio, confesor. Santas Walburga, virgen y abadesa; Luciosa y Casta, mártires. SAN F É L I X II (o I I I ) , papa. — Nació en Benevento, se educó muy cristianamente e hizo grandes progresos en los estudios profanos, pero aun más en 1.a virtud, por lo cual se ganó el aprecio del rey ostrogodo, Teodorico, que se gozó en gran manera ' cuando Félix subió al Solio Pontificio al morir San Simplicio, el año 483. Gobernó la Iglesia con gran sabiduría y prudencia, al mismo tiempo que con viril energía para combatir los errores que pudieran dañar a los fieles.^ Dictó sentencia de anatema y deposición contra Acacio, patriarca de Constantinopla, por negarse a romper sus relaciones con Pedro Mongo, sobre el cual pesaba ya sentencia de excomunión por sus herejías. Convocó un concilio en Roma en 487, mandó construir la iglesia de los Sailtos Cosme y Damián, y reedificó la de San
Saturnino. Supo captarse la simpatía de Atalarico, rey de los ostrogodos. cristiandad entera lloró su muerte, acaecida en febrero del año 492.
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SAN CESÁREO, confesor. — Dotado de un talento extraordinario, se dedicó al estudio con gran interés y aprovechamiento, llegando a ser un buen orador y un gran filósofo; pero se distinguió sobre todo por sus conocimientos de Medicina, llegando a ocupar el cargo de médico del emperador Juliano el Apóstata. Era muy apreciado de todos. Vivió algún tiempo en Constantinopla; pero, a instancias de su hermano San Gregorio Nacianceno, prefirió vivir apartado del mundanal ruido. Valente le hizo tesorero de su patrimonio privado y también de Bitinia. Con motivo de un terremoto que se produjo al internarse Cesáreo en este país y del cual salvó la vida milagrosamente, se convirtió de veras, y desde entonces despreció los bienes de la tierra y repartió sus bienes entre los pobres. Rindió su espíritu al Señor el año 369. SAN E T E R I O , obispo. — Este Santo español fué un esforzado luchador de la buena causa, pues no reparó en contradecir y aun atacar las teorías heréticas de Elipando, arzobispo de Toledo, quien, valiéndose de su posición, favorecía y propagaba , la herejía de Félix de Urgel, que consistía en afirmar que Jesucristo no era más que Hijo adoptivo de Dios. En esta campaña le ayudó el esforzado sacerdote Beato- de Liébana, cuya vida hemos reseñado el día 19 de este mismo mes. Eterio ocupaba la sede episcopal de Osma. Descansó en la paz del Señor el día 25 de febrero del año 800. S A N T A . W A L B U R G A , virgen y abadesa. — Hay familias que parecen tener la santidad y la nobleza del patrimonio hereditario. Santa Walburga o Vauburga, cuyo nombre significa «graciosa», nos presenta un ejemplo de ello. Nació en 710, en Devonshire (Inglaterra). Su padre fué el rey sajón Ricardo, que por su piedad y heroicas virtudes mereció el honor de los altares. Su madre Winna era hermana de San Bonifacio, el gran apóstol de Alemania y arzobispo de Maguncia. Tuvo dos hermanos que la Iglesia venera con los nombres de San Willibaldo y San Winibaldo. Y a de joven, Walburga no sentía ningún atractivo por los placeres y diversiones de la corte. Gustábale retirarse con Winibaldo a algún rincón apartado del palacio para rezar. Pronto descubrió a su padre el deseo de abandonar el mundo para consagrarse a Dios; y el piadoso rey acompañó muy gustoso a su hija a la gran abadía benedictina de Wimborne en el Devonshire. A los 18 años hizo la profesión solemne y ya no tuvo más ambición que la de ser más y más humilde y obediente y la de vivir más y más unida a Dios en la oscuridad del claustro. A los 38 años fué llamada por su tío San Bonifacio a Alemania y la puso al frente de un monasterio de monjas recién fundado. En él se entregó a la práctica de virtudes tan sublimes que todos pudieron ver en ella lo que con razón debían admirar y ventajosamente imitar. En los últimos días, su vida era más angélica que humana. Fué al encuentro del Esposo celestial el 25 de febrero de 779.
El Santo Sepulcro en el siglo V
Cierre de templos paganos
Obispo de Gaza
DÍA
26
DE
Lluvia prodigiosa
(352-420)
FEBRERO
O R F I R I O nació en Tesalónica (Macedonia) el año 352, de padres ricos y virtuosos. Estudió en las escuelas más acreditadas de su provincia natal, haciendo grandes progresos en las letras humanas. El conocimiento que tenía de los Libros Santos le dió tal reputación, que más tarde se acudió a él frecuentemente para consultar en materia de exégesis, pues resolvía mejcr que nadie las dificultades de la sagrada Escritura. Al menos así lo escribe su biógrafo. Sirvióle esta ciencia en particular para refutar las objeciones de oiertos herejes, por ejemplo de los discípulos de Arrio y Manes.
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VIDA MONÁSTICA N el ardor de su juventud, supo levantar el corazón lo suficiente para comprender que Dios vale más que todas las esperanzas de la tierra. Salió, pues, de su patria y dejó a su opulenta familia para retirarse al desierto de Escete, uno de los principales centros monásticos de Egipto. Acontecía esto hacia el año 372, cuando Porfirio tenía veinte años. En él
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se m a n t u v o c i n c o años, entregado a los rigores de una austerísima vida, hasta que el deseo de visitar los Santos Lugares y adorar aquellos sitios regados p o r la sangre del R e d e n t o r , le sacó del desierto. Fué luego a vivir, durante otros c i n c o años en una gruta cercana al Jordán, determinado a llevar allí vida eremítica. L o insalubre del lugar y las terribles mortificaciones a que se entregaba arruinaron completamente su salud. Contrajo un t u m o r en el h í g a d o , c o m p l i c a d o con calentura permanente, viéndose por ello obligado a retirarse a Jerusalén. Corría probablemente el año 382. Allí le encontró su futuro biógrafo, Marcos, joven copista de manuscritos que había f i j a d o su residencia en la Ciudad Santa tanto por devoción, como porque allí había encontrado ocasión de ejercer su arte. Asiduo a los oficios del Santo Sepulcro, Marcos notó la asistencia cotidiana de un m o n j e , j o v e n anacoreta, de tez biliosa, piel seca, espalda encorvada, que andaba penosamente a p o y a d o en un bastón. Veíale cada día con el cuerpo inclinado, acercarse con dificultad hasta el altar para recibir la Sagrada Eucaristía y después de larga acción d e gracias, retirarse a su albergue con el rostro radiante y tranquilo, que bien se echaba de ver lo mal que correspondía el pobre cuerpo al alma que le daba vida. Marcos se s'ntió m o v i d o a c o m p a s i ó n a la vista del enfermo. Viéndole subir un día con m u c h a dificultad las pocas gradas de la escalera que cond u c e a las tres puertas de entrada de la iglesia del Santo Sepulcro, le ofreció el brazo. P o r f i r i o rehusó este alivio por virtud, pero desde entonces trabóse entre ambos una amistad que sólo la muerte debía romper. E l copista se puso al servicio del monje que le encargó un viaje a Tesalóniea. Tratábase de vender los bienes de Porfirio, porque había sabido la muerte de sus padres y , además, porque sus hermanos no lo necesitaban. El encargo fué cumplido pronto y bien, sacó de la venta 4.500 monedas de oro que distribuyó a los pobres y a los monasterios de Egipto y Palestina. ¡Cuál no sería la sorpresa de Marcos, cuando a su regreso encontró a Porfirio lleno de salud y de vida, de tal modo cambiado que apenas era reconocido! Marcos abrazó a su amo y le suplicó le dijera cómo se había operado un cambio tan repentino y tan maravilloso. — N o te sorprendas, hermano mío —respondió el Santo—, antes bien admira la bondad de Nuestro Señor Jesucristo. Hace cuarenta días, me encontraba abrumado por los dolores, penosamente llegué según mi costumbre, a la tumba del Salvador y, estando allí, vencido por el dolor, caí desvanecido. Mis miembros quedaban rígidos, mi cuerpo parecía muerto, pero mi alma estaba viva como nunca. Gozaba de la vista de mi Salvador crucificado; a su derecha estaba el buen Ladrón, y como él exclamé: Señor, acuérdate de mí cuando hayas llegado a tu reino. Apenas hube pronunciado estas palabras, cuando Jesús mandó al buen Ladrón que me socorriera; y éste, descendiendo de la cruz, vino y me abrazó y tomándome de la mano me
eondujo a Jesús. El divino Maestro descendió entonces de la Cruz y me dijo: Toma este leño y guárdalo. Tomé al momento el precioso obsequio y apenas el leño tocó mis espaldas, todo mi cuerpo se enderezó: estaba curado. L a curación de Porfirio no trajo cambio alguno en las relaciones de los dos amigos. El copista hubiera deseado trabajar solo, creyendo poder ganar lo suficiente para el sostenimiento de su amo y el suyo, pero el monje no lo consintió. Acordándose que San Pablo después de predicar y evangelizar todo el día, robaba el tiempo a la noche para trabajos manuales, ganando así su pan y evitando ser carga a nadie, el antiguo solitario se hizo batanero y curtía cueros para ganar su sustento. Su alimento era de sólo pan y algunas verduras cocidas, y un poco de vino aguado que le habían ordenado por su mal de estómago. Los días festivos añadía un poco de aceite y queso, tomando la comida al medio día, pues los demás días no rompía el ayuno hasta después de puesto el sol.
NOMBRAMIENTO EPISCOPAL INESPERADO A fama de sus virtudes se extendió tanto por Jerusalén, que Juan, patriarca de esta ciudad, le ordenó de sacerdote a pesar de sus lloros y protestas. El mismo día le encomendó la custodia de la verdadera Cruz en la capilla del Calvario. Porfirio se acordó entonces de las palabras que le dirigió Cristo en su visión: Toma este leño y guárdalo, y con humildad se sometió a la voluntad divina. Tenía a la sazón cuarenta años y corría el 392.
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Tres años después de la ordenación sacerdotal de Porfirio, murió Eneas, obispo de Gaza. El clero y los fieles de esta ciudad, aunque poco numerosos, no podían entenderse para el nombramiento del sucesor, y acudieron al metropolitano de Palestina, Juan, obispo de Cesarea marítima, el cual puso los ojos en Porfirio. Para sacar de Jerusalén al candidato, se valieron de una estratagema: una cuestión de la Sagrada Escritura para cuya solución el clero de Cesarea requería las luces, de Porfirio. El obispo de Jerusalén consintió en la partida de su súbdito, a condición de que la ausencia no pasara de una semana. Apenas Porfirio supo la solicitud de que era objeto, exclamó: «¡Hágase la voluntad de Dios!», y dirigiéndose a su discípulo: «Hermano Marcos —le dijo—, vayamos por última vez a adorar la Cruz de Jesucristo en el Calvario; en mucho tiempo no lo volveremos a hacer.» Marcos, extrañado de tales palabras, le pidió explicación de ellas. —Esta noche —le dijo el Santo— he visto a Jesucristo, que me ha dicho: «Devuelve el obsequio que te entregué; quiero darte una esposa humilde y menospreciada, pero cuya fe y piedad atraen mi amor. Es mi hermana pre-
dilecta; cuida de adornarla con nuevas virtudes.» Esto es lo. que el Señor me ha dicho y yo, que sólo pensaba en expiar mis pecados, me veo obligado, según temo, a expiar los de los demás. Maestro y
discípulo se postraron llorando ante el leño sagrado de la
Redención, encerrando luego en su relicario la santa reliquia. Porfirio llevó las llaves al obispo de Jerusalén y aquella misma tarde se puso en marcha. A
pesar del cansancio del viaje, el Santo interrumpió el sueño de la
noche, levantándose para asistir al canto del oficio. A la mañana siguiente, al canto de las horas canónicas, siguió la misa solemne. Entonces los enviados de Gaza, que habían llegado el día anterior, rodearon a Porfirio y le llevaron a los pies de Juan, rogando al arzobispo le confiriera la consagración episcopal. Por más que Porfirio protestó de su inexperiencia e indignidad, los diputados exclamaron por tres veces, según costumbre: «Es digno, es el elegido de Dios.» Temiendo desobedecer entonces a la voluntad divina, Porfirio se sometió, por más que no cesó de llorar durante toda la ceremonia. Era Gaza en aquellos tiempos ciudad m u y poblada y próspera. Casi todos sus habitantes eran paganos; los cristianos no llegaban a trescientos y
el
clero lo constituían un sacerdote, un diácono y un ecónomo. Esta reducida comunidad cristiana poseía tres lugares de oración: dos iglesias extramuros de la ciudad, y un santuario en el interior; que hacía de catedral. Los paganos, por el contrario, muy bien organizados, tenían en la ciudad ocho templos públicos, y en particular el templo dedicado a Júpiter Mamas, que los habitantes consideraban como el más ilustre de los santuarios del mundoPululaban también otros ídolos en las casas y pueblos, en tal número que era imposible calcularlos. Apenas el populacho pagano tuvo noticia de que el nuevo obispo se acercaba a Gaza, puso en juego todas sus malas artes para impedirlo. anchas zanjas en la carretera,
obstruyó el camino con zarzas y
Abrió
espinas,
plantó estacadas y lo llenaron todo de barro y lodo. A su paso inflamaron sustancias infectas y sólo merced a la oscuridad de la noche y a fuerza de paciencia y humillaciones, el obispo y su reducido séquito llegaron a la residencia episcopal. Al día siguiente, Porfirio dirigió la palabra a los cristianos perseguidos, que tuvieron gran consuelo al comprobar que Dios les había enviado un obispo santo. Marcos fué pronto promovido a la dignidad
de
archidiácono, es decir, de vicario general.
MILAGROSO TÉRMINO DE UNA GRAN SEQUÍA O R F I R I O había llegado a Gaza al principio de la primavera del 395.
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Una gran sequía asolaba la región aquel año, presagio de
hambre
para el siguiente. Los paganos ofrecían víctimas sobre víctimas a su
dios Mamas; salieron en procesión fuera de la ciudad durante siete días a un
NFERMO San Porfirio, llega arrastrándose al Calvario.
E
Apeté-
cesele Jesucristo teniendo a su derecha al Buen Ladrón, el cual,
por mandato del Señor, baja y le lleva al Salvador, que a su vez desciende de la cruz y le dice: «Esta es mi Cruz, guárdala.» Se acerca a ella, y siente que está curado.
37-1
santuario que había pertenecido a los judíos; pero todo fué en vano, el cielo permaneció insensible a sus ruegos. Marnas era tan sordo como el Baal de quien se burlaba el profeta Elias. Perdidas todas las esperanzas por parte de los paganos, creyeron los cristianos que su hora había llegado. El obispo prescribió oraciones especiales; celebraron un día de rogativas y acudieron a una función en la iglesia de la ciudad. Los cristianos cantaron durante la noche treinta oraciones, seguidas de otras tantas genuflexiones. A la mañana siguiente, todos salieron en procesión, precedidos de la cruz, a una iglesia extramuros de la ciudad; hízose después una estación ante las reliquias de San Timoteo, natural de aquel país, y volvieron a la ciudad cantando himnos sagrados. Llegados a las murallas, hacia las tres de la tarde, encontraron las puertas
cerradas.
Los paganos creyeron que las súplicas de los cristianos no tendrían eficacia si en esa forma no les permitían terminar sus ceremonias. A pesar del cansancio de la noche y del día, los fieles, prosternados de rodillas y levantando las manos al cielo, redoblaron sus súplicas al Señor. Dos horas transcurrieron así; el cielo permanecía sereno y nada anunciaba para aquel día un cambio de tiempo.
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De repente el cielo se cubrió de nubes, sopló el viento con violencia y la lluvia cayó con tal abundancia, que amenazaba hundir las casas construidas con adobes. Ante este milagro, puertas a los cristianos,
127 paganos se convirtieron,
abrieron las
q u e con extraordinario alborozo se dejaron calar
por la lluvia, y juntos con ellos entraron en la iglesia exclamando:
«¡Sólo
Cristo es Dios; É l es el único vencedor!» L a lluvia duró dos días, trayendo la fertilidad a los campos y lá felicidad a las familias. Eran los primeros días del año 396. L a
conversión de los paganos continuó,
contando
aun
otros 35 ingresos en la Iglesia cristiana durante aquel año.
PRODIGIOS Y CONVERSIONES N A mujer de noble estirpe sufría desde hacía siete días dolores in-
U
creíbles, sin que ningún médico de la ciudad pudiera librarla de ellos. L a criada de aquella señora, que era cristiana, fué a hablar
a Porfirio, y , al regreso a.la casa de su ama, le dijo: — E l obispo de los cristianos conoce a un hábil médico; si este médico
os cura, ¿qué le daréis? — L o que quiera— dijo la familia. —¿Prometéis que no os volveréis atrás en vuestra promesa? — L o prometemos. — S i es así —replicó la criada levantando la v o z — , ved lo que dice el
obispo Porfirio: «¡Que Jesucristo, Hijo de Dios vivo, os dé la salud! Creed en Él y viviréis.» Instantáneamente cesaron los dolores y la señora dió a luz un niño con toda felicidad. Conocido este hecho en la ciudad, convirtiéronse 64 personas. E n otra ocasión, érase una rica maniquea llamada Julia, que había bajado de Antioquía a Gaza para propagar sus errores; los recién convertidos, poco instruidos aún en la fe, vacilaban. El santo pastor voló al socorro de sus fíeles y para detener pronto todas las maniobras de la hereje, la invitó a aceptar una controversia pública, en la que refutó todos sus errores. L a maniquea, no sabiendo qué responder a los argumentos del obispo, se desató en injurias y blasfemias. Porfirio indignado, exclamó: «¡Dios que crea todas las cosas, que solo es eterno, sin principio ni fin, que es glorificado en la Santísima Trinidad, encadene tu lengua y cierre tu boca en castigo de tus blasfemias!» Estas palabras tuvieron efecto inmediato. L a maniquea, sobrecogida de un temblor nervioso, palideció de repente desencajándosele los ojos; ¡estaba muda!, y falleció al cabo de breve tiempo. Sin embargo, el Santo quiso que se la enterrase cristianamente. Su mansedumbre, no menos que el castigo infligido a esta mujer mantuvieron a los cristianos en su religión y aun determinaron la conversión de varios paganos.
LUCHAS CONTRA LA IDOLATRIA. — TEMPLOS CERRADOS U N Q U E se habían promulgado numerosas leyes contra el paganismo, contra sus leyes y contra sus dioses, no se habían aplicado en Gaza, y la pequeña cristiandad de esta ciudad, ante la hostilidad creciente de los paganos, pasaba días cada vez más penosos. Para poner término a esta situación, el Santo envió a su discípulo a Constantinopla, y , gracias a la influencia de San Juan Crisóstomo y a la intervención
del
chambelán,
el
famoso
Eutropio,
obtuvo
del
emperador
Arcadio un decreto que ordenaba cerrar todos los templos de la
ciudad,
imponía silencio a los oráculos y confiaba la ejecución de estas órdenes a un funcionario importante. Pero el decreto se cumplió flojamente; pues el delegado imperial se dejó sobornar, permitiendo que en el santuario de Mamas se diesen oráculos en secreto. E n resumidas cuentas, Porfirio sólo consiguió un mediano resultado que fué casi un fracaso. Los paganos se dieron cuenta de ello, y , por lo mismo, sus vejaciones contra los cristianos fueron tan violentas y tan continuas que el obispo pensó en retirarse. Echóse a los pies del metropolitano
de Cesarea,
declarándose
indigno
del episcopado, adelantando que él era la única causa de todas las desgra-
cias de su pueblo y presentó la dimisión. El metropolitano, conmovido ante tan gran dolor, abrazó afectuosamente al Santo, sin permitirle, sin embargo, abandonar su grey. Entonces Porfirio dió a entender al arzobispo que los paganos de Gaza permanecerían siempre aferrados a su culto, mientras vieran sus santuarios en pie, siendo necesario para extirpar la idolatría de su diócesis, destruir los templos paganos reemplazándolos por iglesias cristianas. Mas para ello se necesitaba !a autorización del emperador. Los dos obispos convinieron en ir a Constantinopla para visitar a Arcadio, haciéndose a la vela el 25 de septiembre del año 401. A su paso por Rodas, no dejaron de visitar al monje Procopio, renombrado por su santidad, el cual les predijo el feliz éxito de su misión. San Juan Crisóstomo no tenía entonces en la corte ningún ascendiente, y los dos obispos se dirigieron a la emperatriz Eudoxia. Esta, los recibió al día siguiente de su llegada encargándose de obtener de su marido orden de destrucción de los templos de Gaza. E l asunto no era tan fácil de resolver, pues los paganos de Gaza pagaban generosamente el impuesto y el emperador teipía, con razón, descontentarlos. Pero como Arcadio no sabía negar nada a su esposa y como ésta tuvo la suerte, mientras duraban estas negociaciones, de dar a luz un hijo esperado desde largo tiempo, Porfirio vió por fin despachada favorablemente su petición. Eudttxia misma preparó una escena y el emperador fué o fingió ser la víctima. El día del bautizo de Teodosio, hijo del emperador, la petición de Porfirio fué presentada al tierno infante, el cual dijo que sí con la cabeza, movida por la mano del cortesano que le llevaba. El emperador se dió cuenta cabal de trdo, pero se contentó con decir: «Dura es la petición, empero, duro sería denegarla. A l fin es el primer decreto de nuestro hijo.»
EL TRIUNFO. — LA MUERTE L 18 de abril del 402, los obispos, colmados de regalos, abandonaron la capital y regresaron a Palestina. Durante la travesía, Porfirio apaciguó una violenta tempestad, prodigio que contribuyó a que el piloto, que era arriano, se convirtiera a la religión católica. Llegados a Waiumas, puerto de Gaza, los cristianos, que allí eran mayoría, salieron en procesión a recibirle. Luego se dirigieron a Gaza, yendo la cruz al frente del cortejo; en el trayecto, una estatua de Venus cayó de su pedestal sobre dos paganos que hacían mofa de la procesión.
E
Algunos d?as más tarde, se dió lectura al edicto imperial que ordenaba la destrucción de los templos, empezando la demolición bajo la protección de las tropas. Las estatuas fueron derribadas, los libros mágicos echados al
fuego, los templos demolidos, a excepción del santuario de Marnas. En cuanto a éste último, un niño de siete años, a quien por casualidad su madre había llevado ante el templo, exclamó de repente con acento inspirado: «Quemad este templo hasta los cimientos, pues muchos crímenes se han cometido en él y muchos sacrificios humanos se han hecho aquí; cuando esté quemado, construid en su solar una iglesia al Dios verdadero.» Y añadió: «No soy y o quien habla, sino Jesucristo quien habla en mí.» Había dicho esto en siríaco, lengua del país; pero llevado a presencia del obispo, lo repitió en griego, lengua que ignoraba por completo. Diéronse, pues, órdenes para que se hiciera punto por punto todo lo que el niño había dicho. Pronto las llamas dominaron el edificio y los muros se desplomaron. El obispo hizo construir en seguida, sobre el emplazamiento de este templo, una vasta y hermosa iglesia a la que se dió el nombre de la emperatriz Eudoxia, su principal bienhechora. A l cabo de cinco años de un trabajo ininterrumpido, fué terminada e inaugurada el día de Pascua del año 407, con gran solemnidad. Porfirio vivió aún largos años, durante los cuales su ocupación constante fué infundir en las almas un profundo amor al reinado de Jesucristo. Asistió en diciembre de 415 al Concilio de Dioscópolis o de Lida, ante el cual hubo de comparecer el heresiarca Pelagio. Por fin, después de haber distribuido todos sus bienes a los pobres y lleno de achaques, se durmió plácidamente en la paz del Señor* di 26 de febrero del año 420.
SANTORAL Santos Porfirio, obispo de Gaza; Alejandro, patriarca de Alejandría; Andrés y Faustiniano, obispos respectivos de Florencia y Bolonia; Néstor, obispo y mártir; Víctor, mártir; Agrícola, obispo de Ñevers; Sérvulo, obispo de Verona; Justiniano, mártir; Hilario, obispo de Maguncia; Donativo y dos compañeros mártires; Juan de Gorze, abad; los Beatos Juan de Banegas, carmelita, y Antonio de Valdivieso, dominico. Santa Mectilde, religiosa; la Venerable Ana de Jesús, carmelita. SAN A L E J A N D R O , obispo. — Ocupó la sede episcopal de Alejandría en 313, portándose como buen pastor con sus ovejas, a las que procuraba el sustento necesario y las apartaba de los manjares nocivos que solapadamente les presentaban los herejes, verdaderos envenenadores del pueblo. Alejandro combatió con cuantos medios piído la herejía de Arrio, que negaba ser el Hijo de Dios consustancial con el Padre. Reunió nuestro Santo dos concilios en Alejandría, y en ellos se condenó el error de Arrio y el de su amigo Melecio, que hacía mucho daño entre los fieles. Luego se condenó solemnemente esta herejía arriana en el memorable concilio de Nicea, celebrado el año 325, al cual asistieron el emperador Constantino y 31S obispos. Alejandro siguió gobernando santamente su diócesis hasta que Dios le llamó a sí. el 25 de febrero del año 326.
SAN NÉSTOR, obispo y mártir. — Es una de las muchas víctimas que hizo Decio en la comarca de Panfilia. Ejercía el cargo de obispo, y se distinguió siempre por su gran talento y sobre todo por su santidad. Una vez preso por los sicarios del emperador, exteriorizó su condición de cristiano y confesó ante el tribunal que jamás emperador alguno de la tierra sería capaz de apartarle de su amor a Jesús, emperador del cielo. Esta manifestación hizo que el juez le condenara a morir crucificado como Jesús. Sufrió el martirio con inmensa alegría por caberle la dicha de morir como su Maestro. Desde la cruz alentaba a los cristianos que le miraban, a que supiesen sufrir por Dios para ser con Él glorificados. Sus postreras palabras fueron: «Hijos míos, doblad las rodillas, y bendigamos al Señor». Después de pronunciarlas, Néstor entregó su espíritu a Dios; eran las tres de la tarde del quinto día de la semana, o viernes. SAN JUAN D E G O R Z E , abad. — Nació este santo abad benedictino a fines del siglo ix, en un pueblo de Lorena, llamado Vandieres. Aunque hijo de rices labradores, tomó ojeriza al campo y dióse a peregrinar, contra la voluntad de su padre, en busca de la sabiduría. Pasó de una escuela a otra sin hallar los maestros que deseaba. Muerto su padre, volvió al campo y reveló su gran talento organizador. Pronto volvió a sentir añoranza de los libros y tuvo ocasión de tratar con monjes, de modo que empezó a sentirse inclinado por la vida religiosa. Frecuentó iglesias y conventos; saboreó la salmodia; turbóse más al leer las vidas de los Padres del yermo; hizo confesión general de sus pecados; emprendió larga peregrinación por Italia; púsose bajo la dirección de un anacoreta, cerca de Verdún; y, finalmente, en 933, el arzobispo de Metz le encargó la restauración y administración de la antigua abadía de Gorze, a 15 kilómetros de esa ciudad. Adoptó la Regla benedictina en toda su perfección: vigilia perpetua, silencio estricto y predilección por la liturgia solemne, aumentada con muchos salmos. El Santo ayunaba casi constantemente a pan y agua, y al mismo tiempo seguía estudiando con avidez a San Gregorio, San Ambrosio, San Aggutín y otros. Usó su talento administrador en plantar viñas, explotar salinas, criar grandes rebaños y pesquerías y hacer valer las tierras. E n 956 Otón I le envió de embajador a Córdoba, con una misión cerca de Abderramán n i , que no le recibió, hasta pasados tres años. De vuelta a Gorze y nombrado abad, tuvo el consuelo de ver su monasterio convertido en un gran centro de renovación benedictina. Entregó su alma al Creador en 975. L A V E N E R A B L E A N A D E JESÚS, carmelita. — Parece que nació en Medina del Campo, aunque según otros, en Extremadura; pertenecía a la casa de Lobera. Profesó en la Orden Carmelitana, recibiendo el santo hábito de manos de Santa Teresa, quien más tarde la nombró superiora del convento de Madrid, mandado construir por la emperatriz María de Austria, hermana de nuestro gran rev Felipe II. Posteriormente fué enviada a Francia para diversas fundaciones, echando en aquel país las raíces y fundamentos de dicha Orden; entre otros monasterios fundó el de París. Lo mismo que había realizado en Francia, realizó la Venerable Ana en Bélgica, cuyas fundaciones de Amberes, Tournai, Mons y otras, son obra suya. En Bruselas acabó santamente sus días, a los 66 años de edad, el 26 de febrero del 1661.
Gloria a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo que han dado a España la fe católica
Arzobispo de SeviUa (520-600 ó 603)
DÍA
27
DE
FEBRERO
O se conoce ninguna biografía antigua de San Leandro,
N
arzobispo
de Sevilla. L o que de él sabemos está tomado de los escritos de San Isidoro, de San Gregorio Magno que le honró con su amistad, y por fin, de San Gregorio de Tours y de algún otro historiador.
Puede asegurarse que entre los héroes del cristianismo no hay ninguno,
después del apóstol Santiago, destinos de España,
que haya ejercido mayor influencia en los
que los que ejerció San Leandro, cuya obra gloriosa
tiene muchos puntos de contacto con la realizada por el santo Patrón de nuestra patria, pues si éste la sacó de las tinieblas del paganismo, iluminándola con la luz evangélica, el bienaventurado arzobispo de Sevilla restauró la obra del apóstol Santiago, disipando los negros nubarrones que sobre ella había extendido el arrianismo. Era San Leandro egregio por su linaje, el mismo de los reyes godos; y más ilustre todavía por la piedad de sus padres Severiano y Túrtura. Nació poco antes de 520 en Cartagena, y era el mayor de cuatro hermanos a quienes la Iglesia ha colocado en los altares: San Fulgencio fué obispo de íieija, San Isidoro sucedió a su hermano mayor en la sede episcopal de Sevilla,
y Santa Florentina fué abadesa, madre y maestra de muchas monjas vírgenes consagradas al Señor. No falta quien a los cuatro hermanos añade la princesa Teodosia, esposa de Leovigildo, rey de los visigodos, y madre de San Hermenegildo, rey y mártir ( f 585). Dióse Leandro desde niño con tanto celo y piedad a la virtud y al estudio de las ciencias sagradas, que pasaba por ser el varón más ilustrado y elocuente de su tiempo. Tal era la solidez y eficacia de sus argumentos y tal su irresistible mansedumbre, que fácilmente persuadía a su auditorio. Mas, temiendo al mundo y a sus vanos atractivos, resolvió entregarse por entero a Dios, dar libelo de repudio al mundo y a sus vanidades e ingresar en un monasterio de Sevilla. Vistió el hábito de San Benito y se consagró con más ardor que nunca al estudio y a la virtud. Pero Dios le había conducido al retiro para disponerle en el silencio del claustro a las luchas supremas que le tenía preparadas en un teatro más glorioso.
SAN LEANDRO, ARZOBISPO DE SEVILLA A fama de Leandro habíase difundido por toda España, por lo que al vacar la Sede episcopal de Sevilla, el clero y el pueblo, de común consentimiento, le aclamaron p o r pastor en 579. H a b í a s o n a d o ía hora de la lucha para él; mas, fortalecido por la gracia que atesorara en el retiro, puso manos a la obra con inquebrantable firmeza. Supo dominar en su Sede todas las dificultades que le salieron al p a s o ; pero fué a costa de constantes desvelos, empleando para reducir a los arrianos a la fe católica, los esfuerzos de su. arrebatadora y persuasiva elocuencia y los efluvios de su ardentísima caridad. Con las mismas espirituales medicinas fortificó la fe de los católicos, y les alentó a no dejarse intimidar por la osadía de los herejes, cada día más insolentes, a causa del f a v o r que a sus perniciosos errores prestaban el rey y los principales dignatarios de la corte. E n estas y otras santas obras se ejercitaban el celo y la sabiduría del santo prelado, c u a n d o una serie de hechos verdaderamente providenciales v i n o a aumentar su gloriosa f a m a , realzándola con la aureola de la persecución por la justicia, con que Dios señala m u y especialmente a sus escogidos. Reinaba en aquella sazón en España L e o v i g i l d o , que abiertamente patrocinaba a los arrianos. Sin e m b a r g o , su hijo Hermenegildo, nacido de su primera mujer T e o d o s i a , se había casado c o n Ingunda, hija de Sigeberto í> rey de Austrasia. P o r orden de su padre fué a vivir a Sevilla con su j o v e n consorte, que era católica. L a influencia de esta última, tío menos que los consejos de L e a n d r o , que c o m o queda d i c h o era presunto pariente del j o v e n príncipe, determinaron a éste a recibir el bautismo ( 5 8 0 ) .
Sabedor Leovigildo de lo ocurrido, sufrió por ello gran contratiempo, viniendo el negocio a tales extremos, que para eludir el peligro de muerte que le amenazaba, resolvió Hermenegildo apelar al auxilio de los bizantinos, que aun conservaban dominios en la Península, y con tal objeto, envió al arzobispo de Sevilla a Constantinopla a negociar con el emperador Mauricio. En esta ciudad se encontró Leandro con un monje llamado Gregorio, legado a la sazón del papa Pelagio I I para tratar de los intereses de Roma y de Italia, y que a no tardar había de engrandecer la cátedra apostólica con el nombre de San Gregorio Magno. Y como San Gregorio y San Leandro eran tan parecidos en carácter y tan santos, trabóse entre ellos estrecha amistad que duró toda la vida. Cuando más tarde subió Gregorio al solio pontificio, dedicó al arzobispo de Sevilla el Libro de Morales o Comentario de Job, que a instancia suya compusiera.
PERSECUCIÓN CONTRA LOS CATÓLICOS. — DESTIERRO DE SAN LEANDRO A misión de San Leandro no alcanzó todo el resultado que era de esperar, porque ya había declarado Leovigildo la guerra a su hijo. Cierto que el emperador Mauricio ordenó a algunas tropas griegas de la Península, que apoyaran el partido de Hermenegildo, pero no supieron resistir al poder del oro y, cuando llegó la hora del combate, fueron cobardemente traidoras al joven príncipe a quien tenían que defender. Desamparado Hermenegildo de los suyos y vendido de los soldados romanos, refugióse en una iglesia, como en asilo sagrado, confiando aplacar la ira de su padre. Y , en efecto, mientras se hallaba prosternado al pie del altar, entró su hermano Recaredo en nombre del rey a prometerle perdón si se rendía. Fiado en su promesa, el joven príncipe vino a echarse a los pies de Leovigildo, mas este padre desnaturalizado, que había jurado la muerte de su hijo, le despojó de las insignias reales y le envió a un oscuro calabozo cargado de cadenas. Tres años permaneció allí Hermenegildo inquebrantable siempre en su fe. Ciñó áspero cilicio y buscó fortaleza en la oración y en la penitencia. Se acercaban las fiestas de Pascua y como rehusara tomar comunión sacrilega de manos de un obispo arriano enviado al efecto, fué allí mismo decapitado de orden de su padre, el 13 de abril de 585, La Iglesia honra su martirio en dicho día. Leovigildo, convertido de padre en verdugo, quedó muy satisfecho con la muerte de su hijo por pareeerle que había asegurado su reino y su falsa religión. Pero como un pecado siempre atrae a otro, empezó la persecución más violenta contra la Iglesia de España desterrando a los obispos, que eran sus columnas vivientes. Entre los primeros que fueron desterrados se
de su hijo Recaredo, suplicándole velara por él y le guiase como guió a Hermenegildo. A Recaredo recomendó siguiera en todo los consejos del santo obispo. N o olvidó Recaredo los prudentes consejos del moribundo y su primer cuidado al subir al trono, fué aprovechar las enseñanzas de Leandro. Llegó, por fin, a conocer la verdad y pidió el bautismo. Su ejemplo fué seguido por toda la nación visigoda, que abrazó el catolicismo.
SAN LEANDRO, EN EL CONCILIO DE TOLEDO A R A más afianzar la conversión de su pueblo, Recaredo congregó en concilio nacional a los obispos del país sometido a su autoridad, es decir, España y la Galia narbonense. Dicha asamblea se celebró en Toledo y Leandro desempeñó en ella función capital y preponderante. Este concilio — e l tercero toledano— se abrió el 1.° de mayo de 589.
P
El rey, acompañado de su corte, declaró'abierto el concilio, y . dirigiéndose a los Padres del mismo, les dijo las siguientes palabras: — N o ignoráis, reverendísimos sacerdotes, que os hemos llamado para restaurar la forma de la disciplina eclesiástica, y que, si en los tiempos pasados la dominante herejía arriana negó a la Iglesia católica el permiso para' tratar sus asuntos en los sínodos, Dios al presente se ha valido de Nos para remover ese obstáculo. Alegraos, pues, y regocijaos en el Señor, por cuya providencia v u e l v e la costumbre canónica a sus antiguos términos. Os amonesto y exhorto ante todas cosas, a que pongáis en práctica las vigilias, las oraciones y los a y u n o s , para que el buen orden establecido por los cánones y borrado p o r su largo olvido de los entendimientos de los sacerdotes, se i m p r i m a de n u e v o en ellos y vuelva a brillar con su natural esplendor. A estas palabras siguió una aclamación unánime de aprobación y de alabanza, q u e d a n d o a c o r d a d o un ayuno de tres días según la intención del piadoso monarca para el m e j o r resultado de las deliberaciones de la sagrada y d o c t a asamblea. Cumplida esta penitencia previa, volvió a reunirse el concilio, y el rey presentó a los Padres un largo escrito, pidiéndoles que lo leyesen y examinasen, y que, una vez aprobado por ellos, sirviera en todos los templos de p ú b l i c o testimonio de su fe. — B i e n sabéis — d i c e , entre otras cosas—, las grandes molestias que hasta ahora ha sufrido la Iglesia católica, y cómo Dios nos ha inspirado el ardor de su f e para reducir a sus pueblos al conocimiento de la v e r d a d . Toda la preclara nación de los godos, que se hallaba envuelta en las tinieblas del error y separada de la autoridad de la Iglesia, unida ahora eon Nos, desea con el m a y o r afecto ser participante de la comunión católica. Y no sólo hem o s procurado la conversión de los godos, sino que, además, hemos llamado
eon igual celo a su antigua creencia a la muchedumbre de los suevos, sujeta a
nuestro reino
con el auxilio
del cielo.
Ofrecemos,
pues,
por
manos al eterno Dios, estas nobilísimas gentes, como un santo y
vuestras agradable
sacrificio, y para completarle, hemos resuelto también manifestar y declarar nuestra
fe en medio
de vosotros
como
si estuviéramos
en
la
presencia
de Dios. A continuación de este exordio, leyó el mismo rey su profesión de fe, ajustada en un todo a las decisiones de los concilios de Nicea,
Constanti-
nopla, Éfeso y Calcedonia, y pidió a los obispos que dicha profesión de fe constara en las actas del Concilio, y que las que hiciesen de viva voz los prelados, monjes y nobles del reino, constasen igualmente por escrito, firmándolas y sellándolas de su propia mano. A su confesión de fe, agregó el rey Recaredo el símbolo de Nicea,
el
de Constantinopla y el decreto relativo a la fe del sínodo de Calcedonia, haciendo seguir a su firma esta declaración: —-Yo, Recaredo, rey, he firmado con mi mano derecha esta santa fe y verdadera confesión que la Iglesia católica profesa por todo el mundo y que yo tengo en mi corazón y confieso con la boca. A continuación, firmó Bada, la mujer de Recaredo, añadiendo estas palabras: Y o , Bada, gloriosa reina, he firmado de mi mano, con todo mi corazon, esta fe que he recibido y profesado. A
la lectura de estas declaraciones, sucedieron las jubilosas
aclamacio-
nes de todos los Padres del Concilio, en honor de Dios y del rey. E l concilio invitó a los obispos godos recientemente convertidos, a los clérigos y a los nobles a declararse con la misma profesión de fe. La
asamblea
pronunció
veintitrés
anatemas
contra
los
partidarios
de
Arrio y contra los que rechazaban la fe de los cuatro grandes Concilios mencionados. El proceso verbal fué firmado en primer término por Recaredo y seguidamente por sesenta y cuatro obispos y por los siete clérigos representantes de otros tantos obispos.
En
presencia de semejante milagro de la
gracia, que en tan breve espacio de tiempo había transformado los corazones, Leandro no podía contener su satisfacción: «Nuestros perseguidores de antaño —exclamaba en el discurso de clausura del concilio— han llegado a ser con su conversión, nuestra corona. Levántate con alegría, salta de júbilo, ¡oh Iglesia de Dios!, y entona himnos de gratitud. Levántate en el esplendor de tu unidad, ¡oh cuerpo místico de Cristo!; revístete de fortaleza en medio de las alegrías de tus triunfos, pues tus lágrimas se han trocado en gozo, tu vestidura de luto en túnica gloriosa. N o llores más la muerte de tus hijos inmolados, que en su lugar te nacen cientos de miles. Aquéllos fueron la simiente, éstos el fruto.» Y
lanzando su mirada a lo porvenir añadía:
« Y lo que hoy pasa entre nosotros se ha de realizar en todo el universo. E l
mundo entero está hecho para creer en Cristo y para vivir en la unidad de la Iglesia católica. Si aun quedan en apartadas regiones, razás bárbaras no alumbradas por el rayo de la fe cristiana, día llagará en que también creerán.» Más que nadie había contribuido el arzobispo de Sevilla a este triunfo de la; fe¡ por eso mereció llevar el glorioso dictado de apóstol
de los
godos.
AMISTAD ENTRE UN GRAN PAPA Y UN GRAN OBISPO REGORIO
G
Magno
pontificado,
y
recibió
tan
alegres
nuevas
al
principio
de
su
presuroso contestó a Leandro dándole el parabién
por tan dichoso y feliz suceso y declarándole el gozo incomparable
que había sentido. «Recibí — l e decía— vuestra epístola, escrita con la pluma de la caridad.
Del corazón tomó la lengua lo que escribió con la pluma. Estaban presentes cuando se leyó vuestra carta algunos varones buenos y sabios, y comenzaron luego a enternecerse y compungirse con sólo oírla leer, y cada uno amor y afección os ponía en su corazón, porque le parecía no oír sino ver la dulzura del vuestro.» Unas líneas después se encomienda con gran humildad a las oraciones de San Leandro confesando su impotencia y debilidad. Para premiar los señalados servicios que Leandro prestara a la Iglesia y a la religión por su labor eficaz en la conversión de Recaredo y sus vasallos, San Gregorio le envió el palio, testimonio de honor y de distinción que acostumbran conceder los Papas a los arzobispos. Cuando
Leandro
dió
cuenta
al Pontífice
de las intenciones
rectas
y
puras de Recaredo el Católico, contestóle San Gregorio: «Mis palabras no aciertan a expresaros lo que siente el corazón, al ser sabedor de la conversión sincera a la fe católica, del celo y de la piedad de nuestro hijo común, el gloriosísimo rey Recaredo. L o que me decís de sus costumbres hace que le aprecie aun antes de que haya podido conocerle. Vele vuestra Santidad por esa alma noble y generosa, pues el enemigo de las almas tratará de seducirle todavía, ya que acomete preferentemente a los que le vencieron una primera vez. Enseñad, pues, a vuestro real discípulo a perseverar en la senda de la virtud, a glorificar con obras santas la pureza de su fe; prevenidle contra ej orgullo, para que goce de un reinado largo y feliz en la tierra, preludio de la gloria que le espera en el cielo.» Es común creencia que el mismo San Gregorio hizo donación a Leandro de la imagen de Nuestra Señora pintada por San Lucas y que se conserva en Guadalupe
(Cáceres).
Dicha
imagen
es objeto
de gran veneración,
y
cuantos delante de ella invocan con fervor y perseverancia a la Reina del cielo, consiguen que sus oraciones sean siempre favorablemente
atendidas.
TRANSITO DE SAN LEANDRO. — LITURGIA N A vez que Leandro dió tan venturoso fin a un negocio de tanta entidad como la conversión de la nación visigoda, llevó entre sus ovejas la vida del buen pastor, apartando los obstáculos dispuestos por el demonio y desplegando toda su actividad en bien de su rebaño. Estaba cumplida su misión y aguardaba la hora suprema, afligiendo su cuerpo con severas mortificaciones a pesar de su avanzada edad y regalando su espirítu con la oración y estudio de la Sagrada Escritura. Finalmente, Dios consideró las obras de su fiel siervo y le juzgó digno de las eternas recompensas Leandro había llegado a los ochenta años cuando se durmió en el Señor, volando su hermosa alma al cielo escoltada por ángeles que cantaban los triunfos del apóstol de los visigodos. Ocurrió tan feliz tránsito el 27 de febrero del año 603, juzgando por un epitafio común a Leandro, a su hermana y a su hermano Isidoro. Con todo, J. B . Rossi opina que fué el año 600. Su cuerpo recibió sepultura en la iglesia dedicada a las santas vírgenes Justa y Rufina. Después de sucesivas traslaciones fué inhumado por fin en la catedral de Sevilla, junto al cuerpo del rey San Fernando que rescató esta ciudad de la dominación agarena.
U
En un breviario antiguo hallamos este elogio a San Leandro: «Ganó para España un nombre ilustre; fué hombre lleno del santo temor de Dios, de prudencia consumada, pródigo en sus limosnas, equitativo en sus juicios. Fué un obispo sobrio en sus sentencias, asiduo a la oración, defensor benemérito de todas las Iglesias; levantóse contra los orgullosos y estuvo animado de caridad tan sobresaliente, que jamás rehusó nada a los que llamaban a su puerta.» También extendió Leandro sus desvelos a la liturgia y la restauró en nuestra patria. Desde tiempo inmemorial se ha conservado en Toledo un rito especial conocido con el nombre de mozárabe, hoy todavía en uso. Proviene tal nombre de haberse conservado en la Península después de la invasión de los moros, pues los cristianos obtuvieron de los vencedores licencia para conservar su religión aun «viviendo entre los árabes», que eso precisamente significa mozárabe. E n realidad, este rito era mucho más antiguo y se remontaba a la época de los visigodos; pero si no lo compuso San Leandro, él fué cuando menos quien lo reorganizó y, guardada la debida proporción, su obra en este orden de ideas puede compararse con la que realizó su amigo el papa San Gregorio Magno en el canto eclesiástico. San Leandro es honrado como Doctor de la Iglesia en la Orden benedictina, no tanto por sus escritos como por la actividad que desplegó en el tercer Concilio de Toledo, de capital importancia para la religión.
SANTORAL Santos L e a n d r o , o b i s p o , c o n f e s o r y d o c t o r ; Gabriel de la Dolorosa, pasionista, confesor; A l e j a n d r o y A b u n d i o , m á r t i r e s ; Baldomero, cerrajero- y monje; Talileo, p e n i t e n t e ; Gelasio, comediante' y mártir; Cronión, Julián y Besas, m á r t i r e s ; Juan de Gorze o de Vandieres, a b a d (cuya biografía d i m o s a y e r ) ; Basilio y P r o c o p i o , c o n f e s o r e s ; Marciano, o b i s p o de T o r t o n e ; D a c i a n o , m á r t i r ; D i o n i s i o y v e i n t i c u a t r o c o m p a ñ e r o s , mártires en Á f r i c a . Santas P o n c i a n a , m á r t i r ; Onésima, v i r g e n ; H o n o r i n a , v i r g e n y mártir. • S A N G A B R I E L D E L A D O L O R O S A , pasionista. — N a c i ó en la c a t ó l i c a ciudad de Asís, patria del sublime San Francisco. E r a el segundo de los siete hijos que D i o s c o n c e d i ó a los e s p o s o s Santos Possenti e Inés Frisciotti. E n el b a u t i s m o recibió el n o m b r e de F r a n c i s c o , que después c a m b i ó p o r el de Gabriel al vestir el santo h á b i t o religioso. E l sello característico de F r a n c i s c o era su c a r á c t e r abiert a m e n t e j o v i a l ; n o f u é un Santo triste, n o , sino un Santo f r a n c a m e n t e alegre. Su primera j u v e n t u d f u é a l g o f r i v o l a ; gustábanlq lecturas, diversiones y bailes. P e r o D i o s le visitó repetidas veces c o n serias enfermedades, q u e f u e r o n el aldab o n a z o q u e despertó a F r a n c i s c o para q u e escuchara la v o z de D i o s q u e le llamab a a la v i d a religiosa. Nuestro j o v e n ingresó en la C o n g r e g a c i ó n d e l o s Pasionistas, de la q u e es una gloria. E n t r e las m u c h a s v i r t u d e s -que en él descollaron d e s t a c a r e m o s su o b e d i e n cia, su a m o r a Jesús y su d e v o c i ó n a María. A c e r c a d e ésta e s c r i b e : « C r e o q u e vuestra intercesión es m o r a l m e n t e necesaria - p a r a s a l v a r n o s ; q u e t o d a s las misericordias o t o r g a d a s a los h o m b r e s vienen p o r v u e s t r o c o n d u c t o , y q u e n a d i e p u e d e entrar en el cielo sin pasar p o r V o s , q u e sois la p u e r t a q u e allí n o s i n t r o d u c e . » R o d e a d o de sus h e r m a n o s en R e l i g i ó n , Gabriel d e la D o l o r o s a v o l ó a la Gloria al despuntar el alba del día 27 de febrero del a ñ o 1862, e n el retiro d e Issola, del reino de Nápoles. C o n t a b a 24 años de e d a d . S A N B A L D O M E R O , m o n j e . — V i n o al m u n d o en las cercanías d e L i ó n y ejercía la profesión de cerrajero. L o s ratos libres q u e le q u e d a b a n d e s p u é s d e la c o tidiana jornada, los e m p l e a b a en rezar, g u s t a n d o m u c h o de visitar a N u e s t r o Señor en la iglesia, en la cual tenía siempre una p o s t u r a edificantísima. V i v e n c i o , a b a d del monasterio de San Sulpicio, en L i ó n , q u e d ó altamente i m p r e s i o n a d o al verle en su actitud de o r a c i ó n y le i n v i t ó a q u e entrara en su m o n a s t e r i o , d o n d e tendría grandes facilidades para entregarse a la o r a c i ó n y a la p e n i t e n c i a ; para ello le p r o p o r c i o n ó una celda en su monasterio. E l o b i s p o G a u d r y l e . o r d e n ó de s u b d i á c o n o , p e r o B a l d o m e r o rehusó el sacerdocio p o r considerarse i n d i g n o de tanta d i g n i d a d . D e s c a n s ó en el Señor a m e d i a d o s del siglo v n . S A N G E L A S I O , mártir. — ' Era natural de Fenicia, de un lugar n o m u y distante de Heliópolis. E n una representación teatral se hacía burla de la ceremonia del B a u t i s m o , y nuestro Gelasio representaba el p a p e l de b a u t i z a d o . C u a n d o le echaron a una c u b a de agua, según rito de la é p o c a , su c o r a z ó n y sus o j o s f u e r o n deslumhrados p o r una luz celestial q u e le hizo ver la v e r d a d de aquel misterio. Allí m i s m o c o n f e s ó su creencia religiosa y manifestó q u e estaba dispuesto a morir p o r e l l a ; al fin, fué martirizado.
SAN
ROMAN
Abad y Fundador (390P-460?)
DÍA
28
DE
FEBRERO
A N R o m á n fué destinado por la divina Providencia para encender en el e x t r e m o oriental de las Galias un n u e v o foco de vida monástica y religiosa; fué el f u n d a d o r y primer abad de la céleDre anadia de C o n d a t , árbol vigoroso y fecundo que' durante trece siglos cubrió con sus ramas y verde follaje esta re»ión que se ha llamado la Teoama de las Galias.
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N a c i ó R o m á n a fines del siglo I V . hacia el año 390, de virtuosa y honrada familia, en la provincia seeuanesa, limitada por el Jura. Sus padres, en aquella época perturbada por las invasiones de los bárbaros, no tuvieron con qué hacerle instruir en las ciencias humanas, pero procuraron desenvolver las hermosas cualidades de que estaba dotado aquel niño de predilección. La juventud de Román discurrió, como su niñez, en medio de la oración y de la vida familiar, apartado del mundo y de sus placeres y diversiones, que le causaban horror. Sin embargo, dotado como estaba de bondad y afabilidad, se había granjeado la estima y el aprecio de todos, incluso de algunos que no tenían el valor de imitarle. 38-1
VOCACIÓN. — CENOBITA Y SOLITARIO O M A N había oído la voz íntima de la gracia que le incitaba a renunciar a todo y a vivir sólo para Dios. Pedía al Señor le iluminara sobre el mejor modo de realizar este designio. En vano sus padres le habían querido obligar a pedir matrimonio, no consintió en ello. Su determinación era cerrada, quería ser ermitaño para mortificarse más y entregarse a la contemplación.
R
Apenas quedó libre, desasiéndose de los halagos y cariños de su familia y ofreciendo a Dios este doloroso sacrificio, marchó a Lyón, que entonces se llamaba Lugdunum. ¿Estaba Lyón en el camino del desierto? Sin duda que no, pero Román sabía que antes de entrar en batalla, hay que aprender el manejo de las armas. Habiendo oído hablar del venerable abad Sabino, superior del monasterio de Ainay, fué a ponerse humildemente bajo su dirección, para que le enseñara el arte sublime y difícil de la perfección cristiana. Tenía a la sazón 35 años. E l abad no tuvo más que felicitarse por la adquisición de este nuevo discípulo, que pronto se formó a las prácticas de la vida cenobítica e hizo rápidos progresos en la ciencia de los santos. La lectura de la Vida de los Padres del yermo constituía sus delicias; el ejemplo de los sacrificios y penitencias de los solitarios, lejos de asustarle, aumentaba, por el contrario, cada día su deseo de vivir como los Pablos, los Antonios y los Hilariones. Cuando estuvo suficientemente instruido, Román se dirigió a las selvas deshabitadas del Jura; la Providencia le deparó como retiro un lugar casi inaccesible llamado Condat, que en lengua céltica significa conlluencia. Este desierto, situado en la confluencia de dos riachuelos: el Tacón y el Binne, y encerrado entre tres montañas, presentaba aspecto agreste de p r o f u n d a soledad. Román encontró un lugar verdaderamente encantador, d o n d e esperaba evitar fácilmente las miradas y las suspicacias de los hombres. En este lugar fijó, pues, su morada con gusto, albergándose al principio bajo un enorme abeto, cuyo espeso ramaje le recordaba la palmera que servía de tienda a Pablo el ermitaño, en el desierto de Egipto. Como este Santo, cuyos ejemplos ansiaba imitar, empezó inmediatamente y con ardor, una vida de oración y penitencia. Según las reglas que se había trazado, destinaba un tiempo considerable a la oración; su conversación estaba en los cielos; para, mantener su fervor leía asiduamente la Vida de los Padres del yermo, que había llevado de Ainay. Por fin, el gran alimento de su oración era la mortificación extraordinaria; trataba duramente al cuerpo, reduciéndole a servidumbre con espantosas austeri-
dades; durante mucho tiempo no se alimentó más que de raíces y frutas silvestres y no tenía otro lecho que la tierra desnuda. Dios sólo le bastaba. Dedicaba una parte del tiempo al t r a b a j o manual. Para ello se proveyó de algunas herramientas, de semillas y hortalizas, y empezó a cultivar una corta extensión de tierra, no para procurarse mejores alimentos, sino para hacer a Dios el sacrificio de sus m i e m b r o s y de todo su cuerpo en este ejercicio penoso, tan conforme al espíritu m o n á s t i c o .
SAN LUPICINO. — LLUVIA DE PIEDRAS. — DERROTA Y VICTORIA OMÁN había dejado en el mundo a un hermano a quien amaba tiernamente. Llamábase Lupicino, el cual no habiendo sabido resistir a las solicitaciones apremiantes de sus padres, se había casado; pero poco después de la partida de Román, perdió sucesivamente a su mujer y a su padre, y consideró esta desgracia como un aviso del cielo. Una voz interior le impulsaba a juntarse con su hermano, que se le apareció en sueños, instándole á hacerse solitario. Sin más vacilaciones fué a echarse a los pies de Román, que le admitió con gozo en su compañía.
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Los ejemplos del maestro, más aún que sus palabras, eran elocuente enseñanza para el discípulo, cuya naturaleza robusta y enérgica se prestaba admirablemente a la vida austera del desierto. Los dos hermanos rivalizaban en fervor y generosidad. Pero llegó la hora de la tentación. Mientras rezaban las oraciones acostumbradas, se vieron agredidos de repente por una verdadera lluvia de piedras, sin poder descubrir la mano que las lanzaba. Continuaron el rezo y los cánticos, y las piedras siguieron cayendo con más fuerza. Volvieron a sus plegarias, y volvieron los asaltos y acometidas; cada vez que se arrodillaban eran heridos cruelmente por aquel enemigo invisible, que los dejó maltrechos y cubiertos de heridas. Este hecho, al parecer tan extraño, se produce a veces por causas naturales. ¿Era este el caso, o había en ello intervención del enemigo de las almas? No sabríamos decirlo. L o cierto es que la misma escena se repitió varios días. Román y Lupicino, acobardados se dijeron mutuamente: «Acaso Dios quiere que vayamos a otra parte y por esto permite que el enemigo nos atormente.» Partieron, pues, en busca de morada más apacible. En el camino se detuvieron una tarde en el umbral de la casa de una pobre mujer, que les ofreció hospedaje, creyendo que eran peregrinos ordinarios, rendidos por el cansancio de un largo viaje.
«¿Quiénes sois? —Ies dijo— ¿De dónde venís? ¿Qué os trae por estas tierras?» Los dos hermanos refirieron con toda humildad lo que les había acontecido: sus miedos y el por qué de su huida. «¡Cómo! —exclamó aquella mujer— ¿es esto un motivo justo para abandonar el servicio de Dios? ¿Tendré que enseñar yo, flaca mujer, que lo que habíais de hacer era perseverar en la oración? Si no hubierais cedido tan pronto, habríais triunfado.» Estas palabras los llenaron de humillación; avergonzados de su cobardía, volvieron a emprender inmediatamente el camino de Condat. Apenas llegaron fueron objeto de una prueba más terrible: cayó sobre sus cabezas nueva lluvia de piedras y se vieron con !os rostros inundados de sangre. Pero esta vez se mantuvieron firmes, acudieron a la señal de la cruz repetidas veces, en medio de una oración ferviente y llena de confianza. Aun tuvieron que resistir más de un combate de este género, acudiendo también a las mismas armas. Pronto bendijo Dios su paciencia y energía y los libró de prueba tan terrible. '
EL DESIERTO FLORECE. — HUMILDAD Y MANSEDUMBRE DE SAN ROMÁN A santidad es perfume que no puede menos de trascender a lo lejos y cuya suavidad atrae misteriosamente a los que aspiran a ser preservados de la corrupción del siglo. Cierto día, R o m á n , inspirado por una luz divina, dijo a Lupicino: «Preparemos en esta colina vecina una habitación para los hermanos que la P r o v i d e n c i a nos envíe.» Al día siguiente llegaban dos jóvenes eclesiásticos de B o r g o ñ a , suplicando a los piadosos solitarios que los guiasen por las sendas de la salvación y perfección.
L
El camino del desierto estaba abierto; p r o n t o fué c o n o c i d o y seguido por otros discípulos a quienes Román acogió eon la m a y o r caridad; su número creció tanto, que los dos hermanos resolvieron edificar un monasterio regular. Nivelaron el terreno, talaron los bosques del contorno y el humilde eremitorio se transformó en un gran c o n v e n t o ; tal es el origen de la abadía de Condat, llamada a gozar pronto de tanta celebridad. Dios había santificado estos lugares; de todas partes acudían a ellos para ver y oír a aquellos hombres extraordinarios; no dudando de su poder, les llevaban enfermos y paralíticos, a los guales curaban o restituían el uso de sus miembros; les presentaban posesos y ellos los libraban del demonio con la señal de la cruz. Los que habían recuperado la salud, no querían separarse de sus bienhechores; otros, que habían sido convertidos por sus instrucciones, pedían para quedarse junto a ellos y hacer penitencia; por último,
Y
l\~ciaro taban
misericordia encomendó
el día, mirólos sanos
y limpios
y despidióse mucho
a todos
de ellos
a Dios,
con nueva
y,
dió gracias
abrazándolos
que no ofendieran castigados
San Román
de la lepra,
viendo
que
es-
por
su
a Dios
cariñosamente.
Les
para que no se
vieran
lepra.
el espectáculo de aquellos prodigios y de tan sublimes virtudes, decidía a muchos a no regresar al mundo y a permanecer en Condat para hacerse santos. L a afluencia de novicios fué tan numerosa que Román se vió precisado a construir otro monasterio, una legua más allá, y más tarde un tercero aun más amplio. Aquellas maravillas henchían de gozo el corazón de Román pero le conservaban en la más profunda humildad, porque refería toda la gloria a sólo Dios; una de las pruebas que dió de su humildad .fué rehusar el título de abad, que confirió a su hermano. L a dirección de los monasterios era común a los dos hermanos. La regla que en ellos establecieron estaba sacada de las observancias de la abadía de Leríns, f u n d a d a h a c i a el 410, y de las Instituciones de San Juan Casiano, quien habiendo sido m o n j e en Oriente, había fundado hacia el 413 la abadía de San Víctor en Marsella. Introdujeron en ella algunos usos de los monjes de Oriente, de la regla de San Basilio y de la de San Pacomio, acomodándolos al clima del Jura y al temperamento de los galos. Los monjes de Condat cultivaban la tierra; les estaba vedado ! el uso de la carne, pero podían comer huevos y lacticinios. Esta regla fué observada en toda su pureza y exactitud, gracias a la vigilancia de los santos fundadores. Visitaban con frecuencia y por turno los monasterios, manteniendo en ellos el fervor por medio de sus instrucciones y consejos, y sobre todo con el ejemplo. Román brillaba por el esplendor de su mansedumbre y cardad; al verle en medio de sus hijos, hubiérase creído ver al discípulo amado, diciendo: «Hijitos míos, amaos unos a otros.» Uno de los religiosos más antiguos de Condat le echó en cara un día, con aspereza, la excesiva facilidad con que recibía a los que se presentaban solicitando ser monjes. «Pronto —añadió— no tendremos puesto para acostarnos.» «Acojamos, hijo mío —respondió el santo fundador—, a todas esas ovejas que nos envía el Divino Pastor; no nos neguemos a defenderlas contra el enemigo que procura su pérdida con encarnizamiento; antes bien, conduzcámoslas con nuestro celo a la puerta del paraíso.» Román sólo era duro consigo mismo, conservándose siempre en una perfecta igualdad de ánimo. Lupicino, por el contrario, era m u y austero y severo en sus correcciones; mas sus esfuerzos, aunque inspirados por un santo celo, no eran siempre tan fructíferos como los de su hermano. E n una visita que hizo a uno de los nuevos monasterios, Lupicino entró en la cocina, donde estaban preparando diferentes guisos de pescado y legumbres; indignóse el Santo por aquella prodigalidad tan contraria a la observancia. «¿Es ésta —exclamó— la templanza que c o n v i e n e a unos monjes? ¿Es posible que pierdan en semejantes fruslerías, un tiempo que deberían dedicar al oficio y al culto divino?» Y tomando una gran caldera echó en ella juntamente aquellos diversos alimentos, y así mezclados los
hizo hervir, imponiendo a los religiosos como penitencia el comer aquel manjar extraño y de aspecto repugnante. Doce se negaron a ello murmurando, y como el superior persistía en su mandato, tomaron la resolución de dejar el monasterio. Cuando Román supo, por revelación, lo ocurrido, sintió gran pesar y tan pronto como Lupicino regresó, le reprochó su excesivo rigor: «¿¡Cómo!, hermano mío -—le dijo—, ¿por un guisado has sacrificado el alma de esos doce hijos? ¿Qué va a ser de ellos en medio de las vanidades y placeres del mundo?» Púsose entonces en oración y por sus súplicas, lágrimas y penitencias obtuvo de la divina misericordia la vuelta de los fugitivos. Éstos, arrepentidos de su pasada y liviana cobardía volvieron con más celo a la práctica de la regla, llegaron a ser excelentes religiosos, dando a sus hermanos los ejemplos más edificantes.
CERCA DE GINEBRA. — LOS LEPROSOS CURADOS E R O veamos hasta d ó n d e puede llegar el heroísmo de la caridad fraterna, Román fué a visitar un nuevo monasterio fundado cerca de Ginebra, tal vez la abadía de Romain-Moutier, a la otra parte del Jura, cerca del lago L e m á n ; salió tarde y le sorprendió la noche en los alrededores de la ciudad.
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N o había por allí más albergue que un lazareto que servía de refugio a nueve leprosos. Entró sin vacilar, considerándose feliz con poder dar una prueba de cariño a aquellos desgraciados a quienes la sociedad ha desterrado de su seno. Lejos de manifestar repugnancia al ver las horribles llagas que roían sus cuerpos, se acercó a ellos con semblante risueño, hablóles con la mayor bondad; y les lavó los pies, como el divino Maestro hizo con los Apóstoles, y comió en su compañía. Después, dispuso una sola y espaciosa cama en que todos cupiesen, y se acostó con ellos. Una vez acostados, los nueve leprosos se durmieron, velando sólo Román, que se puso en oración, como si estuviese en la capilla del monasterio, y empezó a cantar himnos sagrados. Luego, movido por una inspiración celeste, se acercó a uno de los leprosos y le tocó el costado; al instante el leproso quedó sano y limpio de la lepra. Tocó a otro, y al instante sanó también. Estos dos recién curados despertaron entonces a sus compañeros para que pidieran a su visitante la misma gracia que ellos habían recibido; mas. ¡oh prodigio sorprendente!, semejante a un flúido misterioso, la virtud del taumaturgo se les comunicó, y por el mero hecho de tocarse unos a otros para despertarse, quedaron libres de su horrible enfermedad. A l levantarse echaron de ver que la lepra había desaparecido totalmente. Entonces, cele-
braron su dicha con exclamaciones de alegría y agradecimiento, pero ya la humildad de Román ce había librado de sus demostraciones de gratitud, poniéndose en camino para Agauno, donde quería hacer oración junto a la tumba de San Mauricio. Cuando al regresar de su peregrinación pasó por Ginebra donde ya era conocido el prodigio, salieron a su encuentro el clero, los magistrados y todos los habitantes, y le tributaron una ovación.
SACERDOTE. — LA HERMANA DE SAN ROMÁN IMITA A SUS HERMANOS A humildad profunda de Román, se había opuesto Insta entonces a recibir los honores del sacerdocio, del que se consideraba demasiado indigno. Pero Dios quería que esta aureola brillara en la frente de su siervo. Habiendo pasado San Hilario, obispo de Arles, por Besanzon, oyó hablar de las eminentes virtudes de Román, le mandó llamar y después de una larga conversación le dijo: «Padre, os falla la autoridad del sacerdocio para hacer todo el bien que Dios quiere de Vos; preparaos, pues, para recibir las sagradas órdenes; yo mismo os las conferiré.» E l humilde religioso t u v o que someterse y se dejó ordenar de sacerdote. Era el año 444: tenía por lo tanto unos 54 años. I,a dignidad sacerdotal no m o d i f i c ó en lo más m í n i m o su v i d a de oración y de austeridades; sólo sirvió para acrecentar su amor al Dios c u y a s misericordias le confundían. Sirvió también para aumentar la caridad para con sus hermanos: observaba eon ellos la misma sencillez, la m i s m a familiaridad y la misma b o n d a d paternal que antes. P o r su parte, ellos mostraban cada día m a y o r amor y confianza al que cada día era aún más padre de sus almas. Varios discípulos suyos alcanzaron alto grado de santidad e hicieron milagros. El poder de lanzar demonios se c o n c e d i ó especialmente al diácono Sabiniano. el cual, con perseverancia heroica, había triunfado de las más espantosas tentaciones y de las obsesiones del enemigo infernal, en f o r m a que llegó hasta abofetearle terriblemente. El sacerdocio d a b a al apostolado monástico de R o m á n nueva fecundidad. D e todas partes en los Vosgos y hasta en Alemania reclamaban su presencia para nuevas fundaciones. A c c e d i ó al m i s m o tiempo al deseo de su hermana, que quería también terminar sus días en la oración y la penitencia. N o lejos de L a u c o n n e , construyó para ella y para las mujeres que quisieran seguirla, el monasterio de la B a u m e , llamado así porque estaba situado sobre .una caverna, que es lo que significa balme en lengua céltica. Esta comunidad fué visiblemente bendecida por Dios y contaba quinientos religiosas a la muerte de San R o m á n .
SAN ROMAN SABE QUE VA A MORIR Y SE DESPIDE D E SUS DISCÍPULOS O M Á N supo por revelación que su peregrinación terrestre iba a terminar. A c o m e t i ó l e p o c o después una dolnrosa enfermedad que acabó de purificar su alma en el crisol del sufrimiento. Soportóla con perfecta c o n f o r m i d a d a la v o l u n t a d de D i o s . M o v i d o p o r un sentimiento de caridad se lo n o t i f i c ó a su h e r m a n a , que era abadesa, y se despidió de ella con palabras santas y enteroecedoras. R e u n i ó luego, por última vez, a todos los m o n j e s a quienes a b r a z ó y b e n d i j o c o n ternura. A b r a z ó asimismo a su hermano L u p i c i n o . encareciéndole eon insistencia que gobernase sus queridos monasterios con a m o r paternal.
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— D i me, hermano carísimo — l e declaró L u p i c i n o al f i n — , ¿en cuál de nuestros monasterios quieres que te disponga el sepulcro, para preparar también el m í o ? P o r q u e quisiera descansásemos juntos los que h e m o s vivido juntos. Y o , h e r m a n o m í o — d i j o R o m á n — , te profeso cariñoso a f e c t o , pero has de saber que n o seré sepultado en monasterio d o n d e no puedan entrar mujeres. Y a sabes que a m í , vilísima criatura, se ha dignado nuestro gran Dios, por ser quien es, c o m u n i c a r m e la gracia d e curar las enfermedades con sólo tocar mis manos y hacer la señal de la santa cruz; por esta causa quiere el Señor que mi sepulcro esté fuera del monasterio para que todos, hombres y mujeres, gocen de ese beneficio en las aflicciones y enfermedades, pues te aseguro que su concurso será siempre grande. Así murió este «héroe de Cristo», como le llama su biógrafo. Ocurrió su muerte el 28 de febrero, probablemente del 460 ó 463. La abadía de Condat, alrededor de la cual se había formado poco a poco una ciudad, subsistió hasta la revolución. Tal como el siervo de Dios lo había profetizado, su cuerpo fué sepultado fuera del monasterio, en un montecillo poco distante de él. Su caridad multiplicó allí los milagros. Levantóse una vasta iglesia sobre su tumba. En 1522, un violento incendio destruyó el convento. Parte de sus reliquias fueren salvadas felizmente de las llamas. Después fueron trasladadas a una iglesia edificada en el emplazamiento del antiguo monasterio. Los habitantes de los pueblos circunvecinos tienen dichas reliquias en gran veneración.
SANTORAL Santos Román, abad; Macario, Rufino, Justo y Teófilo, mártires; Proterio, patriarca de Alejandría y mártir; Ruelín, obispo en Bretaña; Cereal, Púpulo, Serapión, Cayo y muchos otros, mártires en Alejandría; Alderto, obispo de Viviers; y el Venerable Diego Pérez de Valdivia, en Baeza, presbítero. Santas Edina, princesa de Baviera y abadesa; Avelina; Rufina, virgen, y Onésima, en Colonia; Sira, mártir en Persia; Servilia, Basilisa, Jenara y Siivona, mártires. SANTOS MACARIO, RUFINO Y COMPAÑEROS, mártires. — Macario, Rufino, Justo y Teófilo eran cristianos y fueron hechos prisioneros por sus creencias. Gracias a los herejes novacianos adquirieron la libertad, y en agradecimiento a ellos se hicieron también herejes. Mas al saberlo San Cipriano, obispo de Cartago, escribió a Macario para recriminarle su mala acción. Macario entró dentro de sí y se avergonzó de su caída y abrazó nuevamente la fe cristiana; lo mismo hicieron sus compañeros. Tuvieron nuevo encarcelanjniento y, por fin, el martirio, que sufrieron el 28 de febrero del año 252. SAN PROTERIO, obispo y mártir. — Admira la vida de este Santo que no tuvo más norma de conducta que el agradar a Dios y cumplir sus preceptos y los de la Iglesia. Tuvo que oponerse a los deseos de Dióscoro, sucesor de San Cirilo de Alejandría. El concilio ecuménico de Calcedonia depuso a Dióscoro por hereje, y en su lugar fué elegido Proterio. Esta elección excitó las iras de los herejes partidarios del obispo depuesto; para apaciguar los ánimos tuvo que intervenir el ejército, que nada logró. Proterio obtuvo del emperador que devolviera a Alejandría el trigo que, en castigo, había llevado a Constantinopla; este hecho le atrajo el aplauso y la admiración del pueblo, pero no acalló la envidia de los herejes, los cuales, a pesar de la edad del obispo y de ser Viernes Santo, en la misma iglesia le dieron muerte a fuerza de g o l p e s ; después le arrastraron p o r las calles y le cortaron en pedazos, que algunos de aquellos criminales comieron c o m o si fueran caníbales o leones hambrientos. Después quemaron lo restante de ese venerable cuerpo y aventaron sus cenizas. V E N E R A B L E D I E G O P É R E Z D E V A L D I V I A , presbítero. — Esta honra del sacerdocio católico v i n o al m u n d o en la ciudad de Baeza, de la bella región de Andalucía. Fué discípulo m u y aprovechado del Maestro Avila, siendo en la tierra catalana lo que su Maestro fué en la andaluza. E m p e z ó sus funciones sacerdotales explicando Sagrada Teología en la Universidad de su ciudad natal, y luego pasó a o c u p a r el cargo de Deán de la Catedral de Jaén. Este puesto le acarreó serios disgustos y persecuciones, incluso la c á r c e l ; y t o d o era d e b i d o a su vehemencia y tesón en c o m b a t i r los vicios y corregir las malas costumbres. A pesar de su humildad y resignación cristianas, n o p u d o soportar más t i e m p o aquella violenta situación y pretendió marchar a países infieles. P e r o D i o s hizo que se quedara en Barcelona que, en adelante, había de ser el centro de sus predicaciones evangélicas, c o n las cuales reformó casi t o d o el Principado de Cataluña. Entre sus escritos figura el llamado «Avisos de gente p e r d i d a » , m u y d o c t o tratado espiritual. La costumbre de exponer el Santísimo durante los días de carnaval, es institución suya. Murió el 28 d e febrero de 1589.
SAN DÍA
DOSITEO
Monje (siglo V I )
29
DE
FEBRERO
A Y en la fisonomía de cada santo una característica que llama especialmente la atención. Esta particularidad es la que importa hacer resaltar y proponer a la imitación de los lectores. En Santa Teresa de Jesús, por ejemplo, es el amor ardiente; en San Francisco de Sales, la dulzura y mansedumbre; en San Vicente de Paúl, la caridad. Por lo que toca a San Dositeo, debemos hacer resaltar el vencimiento propio y la completa abnegación de la voluntad.
H
QUIÉN FUÉ DOSITEO O c o n o c e m o s el lugar ni la é p o c a de su nacimiento; sólo sabemos que fué un j o v e n noble, hijo de un prefecto, ministro de la guerra o tribuno, oficial que m a n d a b a un cuerpo de tropas, y que corresponde ahora al grado de teniente general. C o m o estaba en la flor de la edad, y era de bello aspecto y bien p r o p o r c i o n a d o , constituía las delicias de t o d a la familia, y el ídolo de su padre, que le crió con gran delicadeza y el m a y o r
N
regalo. Aunque cristianos, sus padres le dieron lastimosa educación, manteniéndole en la total ignorancia de la religión cristiana, y por miedo de contrariar su libertad, no le dedicaron a los estudios, y le dejaron crecer sin darle el menor barniz de cultura científica ni literaria. Si Dositeo no se precipitó en las más funestas licencias de la juventud, debiólo a la buena inclinación de su bella índole, o por mejor decir, a la especial gracia con que el cielo 1c preservó hasta de los menores escollos. Era Dositeo de natural dulce, gracioso y apacible; y como a ello se añadía la hermosura de su semblante, la proporción airosa de su talle, la delicadeza y blancura d e su tez, modales desembarazados, modestos y llenos de una noble ingenuidad, junto con una rara inocencia de costumbres, fué universalmente a m a d o de t o d o el mundo. El padre, particularmente, estaba tan hechizado c o n su h i j o , que no sabía negarle ningún gusto, siendo tan excesiva condescendencia 1a causa de su crasa ignorancia.
VIAJE A TIERRA SANTA N esta regalona ociosidad vivía Dositeo cuando oyó hablar del viaje que unos oficiales iban a realizar a Tierra Santa movidos por la devoción. El Señor, que tenía particulares designios sobre aquella alma privilegiada de su gracia, le inspiró el deseo de hacer este viaje. Apenas dió a entender a su padre la curiosidad que se le había excitado, al instante providenció todo lo necesario para complacerle y pidió a los oficiales que llevasen consigo a su hijo y le cuidaran durante aquellas jornadas.
E
Llegaron a Jerusalén. Todas las cosas grandes y santas que Dositeo veía en aquellos sagrados lugares le tenían como embelesado, causándole especialmente grande impresión todo lo que oía decir de nuestros sacrosantos misterios. Condújole un día la divina Providencia a cierta iglesia, cerca de Getsemaní, y vió en ella una pintura que le afectó vivamente. Era un vivísimo retrato de los tormentos que los condenados padecen en el infierno. Contemplaba inmoble aquel horroroso lienzo, cuando de pronto apareció a su lado una señora de majestad y belleza extraordinarias, que le explicó el espectáculo que tenía ante los ojos. Aturdido Dositeo con lo que estaba oyendo, y reflexionando en la vanidad de su vida pasada, temió que le estuviese reservada la misma suerte. —¿Qué debo hacer, pues, para evitar tamaña desgracia?—preguntó. — H i j o mío — l e respondió la matrona-— si quieres no ser del número de los condenados, ayuna, no comas carne y ora sin cesar. Y diciendo esto desapareció. Nunca dudó nuestro Santo que esta Señora había sido la Santísima Virgen, y por esto le profesó siempre una ternísima devoción.
DOSITEO, SE HACE RELIGIOSO U E G O que Dositeo volvió al lugar de su hospedaje, comenzó a poner
L
en práctica el consejo recibido. Sus compañeros echaron de ver la mudanza, y en tono de broma le aconsejaron que se retirase al claustro.
El joven ignoraba lo que esto quería decir, y cuando se lo explicaron no vaciló un momento. La broma de sus amigos había sido para él una advertencia del ciclo, porque sin demora se presentó en uno de los monasterios más florecientes de Palestina, del cual era abad San Seridso. El venerable abad, al ver a un joven tan apuesto, educado con la mayor delicadeza y vestido eon un rico uniforme militar,
temió en un principio
que su resolución fuese hija de un fervor pasajero. Así es que llamó a San Doroteo — q u e era su principal discípulo— y declarándole lo que recelaba, le encargó que examínase la vocación de aquel mozo. N o tardó San Doroteo en apreciar todo el mérito del joven aspirante pero viendo que su nuevo discípulo era joven, tierno, delicado y criado con todo regalo, no quiso sujetarle desde luego a todas las austeridades de la Regla, contentándose por entonces con enseñarle a obedecer con alegría y puntualidad, a no tener voluntad propia, a modificar sus inclinaciones, y a desprender su eorazon aun de las cosillas más menudas. Fué acostumbrándole por grados a la abstinencia. A l principio el joven consumía pan y medio. Pocos días después, por orden de su maestro, disminuyó una parte de esta cantidad y como le preguntase si había quedado satisfecho, contestó: — T a n t o como satisfecho no; pero estoy bien. Más tarde, aumentando el rigor de las mortificaciones, Dositeo, a quien no bastaban al día cuatro libras de pan en los principios de su conversión, llegó insensiblemente a contentarse con solas ocho onzas, sin haber enflaquecido ni experimentado mengua en sus fuerzas. Ansiaba por entonces el santo mancebo dedicarse al estudio de la Sagrada Escritura, y así se lo dijo a su abad, el cual lejos de condescender eon aquella petición,
le contestó con aparente menosprecio,
y
sólo para
probarle,
que un hombre que había llevado en los primeros años de su juventud una vida tan disipada, era más digno de cavar la tierra, a la que estuvo un tiempo tan apegado, que de elevar su espíritu con la contemplación de las cosas celestiales. Fácil es comprender, por tanto, cuán violentas tempestades se levantarían en el corazón de Dositeo con el choque diario de su propia voluntad con la regla de obediencia que le obligaba a someterse a los mandatos del superior, y cuántas serían las batallas que hubo de sostener contra el espíritu de la soberbia y
de independencia que tanto le excitaban. Pero de todos estos
asaltos salió vencedor, gracias a las plegarias que continuamente elevaba a la Santísima Virgen para que le encaminara p o r donde mayor gloria pudiera dar a Dios y mejor correspondiera al beneficio que le había hecho cuando se le apareció en Getsemaeí, mientras c o n t e m p l a b a la pintura del infierno, al advertirle los peligros que corría si seguía entregado a las p o m p a s y vanidades del mundo y a las malas c o m p a ñ í a s que habían estado a punto de pervertir su alma.
LE ENCARGAN DE LA ENFERMERÍA causa de su carácter afable, D o s i t e o era más apto que ningún otro para el servicio de los enfermos, por lo cual le encargaron de la enfermería. Desempeñó este empleo con una limpieza y una caridad que edificaba a todos los religiosos confiados a su cuidado. Si alguna vez por la propia debilidad de la naturaleza humana se le escapaba alguna palabra un poco ruda, sentía profundo dolor, sé retiraba a su celda y , postrándose rostro en tierra, deploraba su fragilidad. En tales ocasiones sólo Doroteo podía secar sus lágrimas. —¿Qué tienes, pues, Dositeo? — l e preguntaba—-; ¿por qué lloras de esa manera? —Perdóneme, Padre mío — l e respondió entonces el humilde discípulo—, me he dejado llevar de la cólera contra mi hermano y le he hablado con impaciencia. —¡Cómo!, hermano mío, ¿ n o sabes que aquellos a quienes sirves son los m i e m b r o s de Jesucristo y que al servirlos sirves al mismo Cristo? ¿Por qué, pues, lo haces tan mal? ¿Quieres afligir al divino Salvador, que toma como cosa s u y a todo lo que se hace a sus siervos? Nuestro Santo sólo respondía a esta suave corrección con suspiros y lágrimas. Movido a compasión por aquel arrepentimiento sincero, Doroteo dejaba entonces' el tono de maestro y hablaba como padre: —Levántate, pues, y ten buen ánimo. En adelante, procura portarte mejor y no caer en semejantes faltas. Espero que Dios por su misericordia te perdonará. Perdonado y alentado de tal suerte, Dositeo se levantaba en seguida y corría a su trabajo con tanta tranquilidad de espíritu como si el mismo Dios le hubiese perdonado. ¡Cuántas almas excesivamente escrupulosas hallarían muy pronto una paz que desesperan de alcanzar, si, imitando a nuestro Santo, acudiesen con fe sencilla y confianza filial a solicitar el consejo de su prudente director!
A gran señora le dice: «Si quieres evitar tan horrendos
L
suplidos,
renuncia al mundo, ayuna y entrégate por completo a la ora-
ción y a la penitencia.»
Nunca dudó San Dositeo
de que aquella
señora había sido la Santísima, Virgen; siguió sus consejos y le tuvo tiernísima devoción
hasta morir.
CÓMO SAN DOROTEO LE EJERCITABA EN LA HUMILDAD Y DESPRENDIMIENTO X H O R T Á B A L E también a estar continuamente en la presencia de Dios. a corregirse cada día de alguna falta, a no dejar sin dolor y sin castigo las menores culpas, a no hacer cosa alguna por su propia vo luntad, a no tener apego a persona ni a cosa de esta vina, a no ejecutar aun las acciones más menudas y más ordinarias, sino puramente para agradar a Dios, y a no temer nada tanto como desagradarle. El santo mancebo puso en ejecución estos saludables consejos, cuya puntual observancia le elevó en menos de cinco años a una eminente saiuulau; jamás se desmentían su dulzura, su modestia y su profunda humildad; siempre se mostraba igual, laborioso, alegre; de manera que sólo con ver aquel risueño y angelical semblante se consolaban los enfermos. T o d o su empeño consistía en hacer perfectamente todas las acciones: ninguna falta se perdonaba, y por eso, si le ocurría alguna vez levantar algo más la voz. o escapársele algún súbito ímpetu de genio, estaba inconsolable. Hemos dicho que San Doroteo no imponía a su discípulo duras penitencias corporales, pero en cambio le acostumbraba a dominar más y más su carácter, de suyo tan dócil.. Para ello le reprendía continuamente, le humillaba en toda ocasión y le bastaba observar én él el menor apego a alguna cosa, para obligarle a renunciar a ella. Dositeo aceptaba estas pruebas con sumisión y aun con alegría. En cierta ocasión que Doroteo visitaba la enfermería para ver si todo estaba en orden, le d i j o : — ¿ N o os parece, Padre mío, que hago las camas de los enfermos con pulcritud y destreza? —Verdad es, hermano m í o —replicó el maestro—. Has alcanzado ser buen enfermero, pero eso 110 prueba que seas buen religioso. En otra ocasión dióle San Doroteo paño para que se hiciese un hábito nuevo: trabajó en él Dositeo muchos días, y le costó m u c h a fatiga coserle. Llevóselo al fin a su maestro, y éste le mandó que se lo diese a un m o n j e , y que él hiciese otro hábito nuevo para sí. E j e c u t ó l o el santo m o z o , y se repitió con el segundo hábito lo mismo que se había h e c h o con el primero. Muchas veces le hizo repetir estos sacrificios en actos semejantes de desasimiento, y Dositeo los cumplía no sólo sin quejarse y sin repugnancia, sino cada vez con mayor alegría. El mayordomo del monasterio le entregó una vez un cuchillo m u y bueno y muy a propósito para el servicio de la enfermería y Dositeo pidió a su maestro permiso para aceptarlo. «Es muy bueno —añadió— y m e servirá perfectamente para el uso a que pienso destinarlo.» Al oír esto San Doroteo
creyó que le agradaba aquel regalo y , queriendo arrancar de su corazón hasta el m e n o r apego a las cosas, replicó: —Según v e o te satisfaces m u c h o c o n inútiles bagatelas. ¿Qué prefieres, ser esclavo de tu cuchillo o servidor de Jesuerist"? ¿No tienes vergüenza, Dositeo, de poner tu corazón a más b a j o nivel que un cuchillo? El h u m i l d e discípulo b a j ó los ojos y respondió con un ademán silencioso que estaba dispuesto a prescindir de él. — A h o r a — a ñ a d i ó D o r o t e o — , v e t e a poner ese cuchillo con los otros y no lo toques más. Obedeció inmediatamente y v i ó , sin sentir la menor acritud ni el más leve despecho, c ó m o lo usaban sus hermanos. A medida que el joven novicio iba aumentando en perfección, encontraba en su camino mayores pruebas, aunque jamás llegasen a turbar la tranquilidad de su alma. Habíanle permitido por entonces leer las Sagradas Escrituras y, como lo hacía con gran pureza de corazón, empezaba a entender su sentido oculto. Si a veces encontraba alguna dificultad, acudía inmediatamente a pedir la explicación a su padre espiritual. Éste, para probar su humildad, le recibía con rudeza y le negaba la explicación deseada. Un día, en vez de responderle, le envió a San Seridio, el cual, prevenido de antemano, miró al discípulo con aire severo. —¿Qué ignorante, como tú, dijo, se atreve a hablar de cosas tan elevadas? Añadió otras palabras tan duras como éstas y le despidió sin contemplaciones. Dositeo recibió esta humillante corrección eon la dulzura de un ángel y volvió tranquilamente a sus ocupaciones. Empero conviene saber que, como Dios se complace en comunicarse a las almas puras y humildes, aunque Dositeo no tenía ni el más leve barniz de letras, ni de doctrina, poseía un conocimiento tan comprensivo y una inteligencia tan clara, tan limpia, de los más elevados y profundos misterios de la religión, que algunas veces hablaba de ellos como hombre divinamente inspirado. Su maestro, que no perdía ocasión de ejercitarle en la humildad, lo lograba siempre que se trataba de estas materias, pues hablaba en ellas Dositeo con su acostumbrado acierto, humillándole entonces grandemente: pero con tanta complacencia del humildísimo joven, que nunca sentía mayor gozo que cuando le echaban en rostro su ignorancia.
ENFERMEDAD Y MUERTE DEL SANTO INCO años pasó Dositeo en estos ejercicios de obediencia, regularidad, humildad y continua unión con Dios. De noche sólo asistía a la última parte de maitines, según se le había ordenado, en atención a su poca salud. De día cuidaba a los enfermos, y comía un poco de pescado
C 39— I
a las horas señaladas. Estaba tan mal del pecho, y
arrojaba tanta sangre
por la boca, que de esta enfermedad vino a perder la vida. L a
inquietud
y dolores que le causaba, nunca le pudieron arrancar ni una leve señal de impaciencia; su oración ordinaria era ésta: —Señor,
ten
misericordia
de m í .
Dulce
Jesús
mío,
asistidme.
Virgen
Santísima, m i querida Madre, no m e neguéis vuestro favor. Di jóle un hermano
que tal vez unos huevos frescos podían aliviarle
y
detener l a sangre que perdía en abundancia; mostró Dositeo algún deseo de tomarlos; pero luego le pareció que ésta era inclinación sensual, y la detestó. Después se acusó al a b a d — q u e a la sazón era San D o r o t e o — como de una tentación a que había prestado oídos. — P a d r e m í o — l e d i j o — , m e han hablado d e un remedio que quizás m e fuera de1 mucho provecho. Y o desearía indicártelo, pero te conjuro que no m e lo procures, porque m e inquieta demasiado. — ¿ Q u é remedio es ése? — U n o s huevos frescos. Pero te suplico en ( nombre de Dios que no accedas a este deseo, pues no quiero recibir nada que t ú n o m e ofrezcas por tu propio
impulso. — E s t á bien — d i j o San D o r o t e o — , así lo haré; n o te acongojes por eso.
Sin embargo el m a l iba empeorando; pero al paso que crecían sus dolores crecía
también
su resignación y
su paciencia. Redújole la debilidad a
no
poder moverse; y preguntado por San Doroteo si hacía siempre su acostumbrada
oración:
— ¡ A y ! , Padre —respondió al p u n t o — , y ¡cómo la hago!, par señas, pues no puedo hacer otra cosa. Habiéndole ido a visitar San Barsanufio, uno de los más eminentes religiosos del monasterio, y sintiendo Dositeo que ya le iban faltando las fuerzas, díjole con gran
humildad:
— P a d r e mío, m á n d a m e que muera, porque y a no puedo
más.
— T e n un poco de paciencia, hijo mío — l e contestó el anciano—, que cerca está la misericordia del Señor. E n efecto, pocos días después el enfermo le decía dulcemente: — P a d r e mío, permíteme acabar en paz m i destierro. E l santo religioso le respondió l l e n o de ternura con lágrimas en los ojos: — V e t e en paz, hijo mío, y ponte con mucha confianza en la presencia de Dios,
que quiere hacerte participante de su gloria; ruega
a Su
Majes-
tad por nosotros. «Entonces — d i c e la Vida
de
los
Padres
del
yermo
aquel
bienaventu-
rado hijo de la obediencia se durmió con el sueño de los justos en el seno de aquella hermosa virtud que había sido como su nodriza en el camino de la perfección...»
Los religiosos que se hallaban presentes quedaron admirados de la extraordinaria opinión que San Barsanufio tenía de la eminente santidad de su hermano. Es más, algunos monjes ancianos sintieron cierto despecho: —Dositeo —decían entre sí— no ayunaba, dispensábasele en los ejercicios más penosos de la religión; tratábasele con demasiada indulgencia; pues ¿en qué consistía su extraordinaria virtud? Pero Dios les quiso dar a entender a qué grado tan sublime de virtud se puede llegar en poco tiempo por el ejercicio de una perfecta obediencia. P o c o después de la muerte de Dositeo, pasando por el monasterio un solitario de virtud eminente, vió en sueños a todos los religiosos de la casa, a quienes Dios había llamado ya a su seno. E n medio de los ancianos que componían aquella celeste asamblea, v i ó a un joven novicio, cuyas facciones quedaron grabadas en su memoria. Habló de ello con asombro, y p W el retrato q u e h i z o , n o fué posible dudar de que se trataba de San Dositeo. A partir de aquel momento entendieron los religiosos que el vencimiento y el renunciamiento de la propia voluntad son más meritorios q u e ' a s mortificaciones exteriores, porque si es difícil al espíritu domar la carne y las pasiones que de ella nacen, más difícil le es aún el dominarse í» sí mismo. Ninguna cosa enseña mejor que los ejemplos. Por eso ha querido el Señor proponérnoslo en toda edad, condición y estado, atajando por este medio los falsos pretextos de que pudiera servirse nuestro amor propia para desviarnos de la virtud. Quiso confundir nuestra cobardía poniéndonos a la vista la santidad de aquellos, que siendo más jóvenes, más débiles, más delicados, menos sabios que nosotros, no por eso dejaron de a f ' b a r a un eminente grado de virtud, aun ceñidos siempre dentro de los línútes de los empleos menos brillantes y de las acciones más comunes y ordinarias.
SANTORAL Santos Dositeo, religioso; Oswaldo, obispo; Arculfo, presbítero; Tib eo > mártir; Flaviano y Vendemial, obispos; Sión, mártir en Bulgaria. Santas Tarasia o Teresa; Cocilína, virgen penitente, y Gobertrudis; las Beatas Eduvigis, reina de Polonia: Emma, reina; Antonieta de Florencia, abadesa clarisa. SANTA TARASIA o TERESA D E ÑOLA. — En Alcalá de Henares vió la luz primera esta mujer fuerte, modelo de esposas, de madres y de cristianas. Contrajo matrimonio con Paulino de Ñola quien, por razón de su cargo, se hallaba entonces en dicha ciudad española, fecundada con la sangre de los santos niños Justo y Pastor. ¡ Matrimonio feliz el de Teresa y Paulino! Este encentró en el hogar el ambiente apropiado a la elevación de su espíritu, pues su numen de poeta pudo encumbrarse hasta las alturas del reino de la caridad, de c.uya virtud es escuela necesaria la paz del hogar. ¡ Bellas condiciones para un p o e t a ! Es que Teresa poetizaba y embellecía aquella vida del hogar con sus abnegaciones, deli-
cadezas, laboriosidad, sencillez, humildad, piedad, y demás virtudes. N o se alteró esta paz ni con la muerte de su único hijo objeto de sus trabajos, imán de sus amores. Teresa aprovechó esta triste circunstancia para penetrar en el corazón de Paulino y convencerle de la caducidad de los bienes de la tierra. Con ello, Paulino se hizo cristiano recibió el Bautismo y vivió en 'adelante con ansias de santidad, llegando a ser obispo de Ñola y una de las más preciadas glorias del episcopado. De Teresa tendrían que aprender mucho las mujeres y aún los hombres cuando traten de buscar consorte en el cual han de brillar por encima de todas sus cualidades la fe y ia religiosidad, porque como dice Severo Catalina, una mujer incrédula es el ser más inverosímil y hasta repugnante que puede existir sobre la tierra. Cuando Paulino se trasladó a Roma, y de común acuerdo se separaron, ella se vino a España y acabó sus días en la áspera soledad de un convento el 29 de febrero de 424. LA BEATA EMMA, reina. — Ejemplo palpable y notorio de la fuerza irresistible de una mujer cuando anima su pecho ia fe y caldea su corazón el amor. Emma pertenece a la generación de aquellas esforzadas cristianas que, sabiendo infiltrar en los corazones de sus esposos la creencia religiosa que las animaba, lograron uncir naciones enteras al carro triunfal de la Iglesia Católica. Así fueron: Berta que influyó sobre Ethelberto, en Inglaterra, y Margarita sobre Malcolm, en Escocia; y Brígida sobre Wulfon en Suecia, y nufestra biografiada Emma, hija, madre y esposa de rey. Hija de Ricardo II, duque de Normandía, mujer de Etelredo II de Inglaterra y madre de San Eduardo. Casada en 1017 con Canuto II el Grande, rey de Dinamarca, supo trocar la fiereza de este león rugiente en suavidad de manso cordero. Si la serpiente que engañó a Eva fué causa de la caída del hombre, la piedad de Emma originó el levantamiento de Canuto, cabeza de todo un pueblo. Y con este cambio obrado en el corazón del rey, Dinamarca e Inglaterra se hermanaron pacíficamente, habiendo sido enemigas hasta entonces. Una vez transformado, Canuto procuró que los daneses no oprimieran ni molestaran a los ingleses; envió misioneros a Escandinavia para acelerar la derrota total del paganismo; y su orgullo se tornó en profunda humildad. Un día, sentado junto al mar, mandó a éste que detuviera sus movimientos, pero nada consiguió; entonces dijo a sus cortesanos: «Ya véis la debilidad de los reyes de la tierra; el único fuerte es el Señor». Y por humildad depositó su corona a los pies del Crucificado y no quiso usarla más. Y ello fué obra de Emma, que por sus virtudes goza en el cielo de un puesto de honor entre los elegidos. Murió en 1046 ó 1052.
I
N
D
I
C
E
E N E R O Prólogo
5
1.—San Odilón, abad de Cluny (962-1049) SANTORAL.—San Fulgencio, obispo y confesor San Gregorio de Nacianzo, ob.—S. Concordio, sina, virgen 2 . — S a n Macario Alejandrino, anacoreta y a b a d SANTORAL.
11 19 mr.—Sta.
Eufro20
(f
395)
21
—
29
ob. y mr. — ¿ \ Adelardo,
San Isidoro, de Marsella
ab. y cf. — S. Teodoro,
3 . — S a n t a G e n o v e v a , virgen, patrona de París (422-512) SANTORAL.—San Antero, P,—S, Florencio, ob.—S. Avilo, San Teúgenes, mr
obispo
30 81
mr,—
40
4 . — B e a t a Ángela de F o l i g n o , viuda, terciaria franciscana (1248-1309) S A N T O R A L . — San Tito, obispo San Gregorio, ob.—S. Rigoberto, obispo de Rdms.—S. Sinesio, obispo de Tolemaida
41
5.---San Simeón Estilita (387-459) SANTORAL.—San Te/esforo, P. Gaudencio, arz
51 y
mr.—5.
Deogracias,
ob. — San
49
50
60
6 . — B e a t o J u a n de Ribera, arzobispo y virrey de Valencia (1533-1611) S A N T O R A L . — S a n Melanio, ob. —S. Nilanón, solit. —Sta. Macra, virgen y mártir
61
7 . — S a n L u c i a n o , mártir en N i c o m e d i a (f 312)
71
SANTORAL.
—
79
80 80
El Niño Jesús vuelve de la Tierra de Egipto San Polieucto, mr. — El Beato Witikind 8 . — S a n Severino, apóstol de B a v i e r a y do Austria (f 482) S A N T O R A L . — S . Apolinar, ob. y cf. — ,S\ Luciano y compañeros, Santa Gúdula, virgen
81 rnrs.
91
—
99
San Pedro de Sebaste, ob. — ,S\ Marcelino, obispo de Ancona San Adriano de Nérida, abad.—Sta. Marciana, virgen
...
10.—San P e d r o Urséolo, d u x de Venecia, y m o n j e (928-987?) SANTORAL.
—
San Marciano, pbro. —S.
90
90
9 . — S a n t o s Julián, mártir ( j hacia 312), y Basilisa, virgen SANTORAL.
70
100 100 101 J09
Agulón,
P. —S.
Guillermo,
arz. de Bourges
110
11.—San Teodosio Cenobiarca,
m o n j e en P a l e s t i n a (423-529) P. y mr •—S. Teodosio de Antioquía.—S.
SANTORAL.
— S a n Higinio,
fian Salvio
de Amiéns.
111 119
Palemón,
abad 12.—San Benito Biscop, abad benedictino (618 ó 628-703) SANTORAL. — San
Santos Eutropio
Nazario,
y
Tigrio,
cf. —- 5 .
Arcadio,
mrs. — Sta.
129
mr
Taciana,
vg.
130
y mr
1 3 . — B e a t a V e r ó n i c a d e B i n a s c o , c o n v e r s a a g u s t i n a (1444-1497) S A N T O R A L . — Santos Gumersindo y Servodeo San Leoncio de Capadocia, ob.—S. Vivencio, cf.—S. Potito
131 139
mr.
.14.—San Hilario, padre y d o c t o r d e la Iglesia (f 367) S A N T O R A L . — San Félix de Ñola, presbítero y confesor San Malaquias,
prof.—•
S. Teódulo,
solit.—S.
queas,
erm. — S .
149
Ponciano,
ob.
y
mr.
ob.
y cf. —I^os
159
Stos.
Abacuc
y
obispo de Écija
Los Santos Berardo, Vital, Pedro, Santa Prisca o Priscila
Mi-
, (564-630)
SANTORAL.—San Marcelo L P. y mr San Honorato, obispo de Arlés. — S. Melas,
Acursio,
150
151
profs
16.—San Fulgencio, :
Bonito,
140
141
15.—San Pablo de Tebas, primer ermitaño (229-342) S A N T O R A L . — San Mauro, abad San Macario,
120 121
160 161
obispo
Adyuto
y Otón,
17.—San Antonio, ermitaño en E g i p t o (251-356) S A N T O R A L . — San Sulpicio, obispo. — Stos. Diodoro Santa Rosalina de Vilanova, virgen
.'
mrs. ...
y Mariano, mrs.
168 169
169 170 171 180 180
18.—San Deícola, f u n d a d o r d e la abadía d e Lure (f 625) S A N T O R A L . — Sta. Prisca, vg. y mr. — Sta. Librada, vg. y mr. — Santa Liberata, virgen
190
19.—San Canuto, r e y d e Dinamarca y mártir (f 1086)
191
SANTORAL.
—
181
199
Santos Mario, Marta, Audifax y Abacuc, mártires San Basiano, ob. y cf. — S. Victorián, ab. — Sta. Eufrasia, vg. y mr.
200 200
20.—San Sebastián, mártir en R o m a ( | 288) S A N T O R A L . — S. Fabián, P. y mr San Eutimio, ab. —S. Neófito, mr. —S. Mauro, obispo de Cesena ...
201
21.—Santa Inés, virgen y mártir en R o m a (291-304) S A N T O R A L . — San Epifanio, ob. de Pavía. — S . Fructuoso gona. — S. Publio, ob. y mr
211
22.—San Vicente, d i á c o n o y mártir (t 304) SANTORAL.—San Anastasio, monje.—S. Gaudencio, Santos Orencio, Víctor, Vicente y Aquilina, mártires
de
Tarra-
220 221 230 230
obispo
23.—San R a i m u n d o d e Peñafort, d o m i n i c o (1176-1275) S A N T O R A L . — San Ildefonso, arzobispo de Toledo San Juan el Limosnero, ob. y cf. — S. Parmenas, diác. — Sta. renciana, vg. y mr
209
210
231 239
Eme-
240
24.—San T i m o t e o , discípulo de San P a b l o y mártir (26P-97?) S A N T O R A L . — La Descensión de la Santísima Virgen a Toledo San Babilas, obispo de Antioquía
241
25.—Conversión de San P a b l o , A p ó s t o l (siglo i) S A N T O R A L . — San Ananías, discípulo de Jesucristo San Proyecto, ob. y mr. —S. Poppón, mo. —S. Apolo,
251 259 260
250
250
ab
2 6 . — S a n t a Paula, v i u d a (347-404) SANTORAL
261 ¡
269
San Policarpo, ob. y mr. —S. Severiano, San Ansurio, obispo de Orense
ob. —Sta.
Batilde,
reina ...
270 270
27.—San Juan Crisóstomo, patriarca de Constantinopla, d o c t o r de la Iglesia (344?-407) SANTORAL.—San Emerio, ab. de Bañólas. — S. -Julián, ob. de Mans.
271 280
2 8 . — S a n P e d r o Nolasco, f u n d a d o r de la Orden de la Merced (1182-1256) S A N T O R A L . — San Julián, ob. de Cuenca. — S. Tirso, mártir
281 290
2 9 . — S a n Francisco d e Sales, o b i s p o y d o c t o r (1567-1622) S A N T O R A L . — San Valero, obispo de Zaragoza San Sulpicio Severo, historiador. — Sta. Radegunda, vg. — Santa Sabina, vg
291
30.—Santa
301
Jacinta Mariscotti, terciaria franciscana (1585-1640) San Félix I, P. y mr. — S . Lesmes, ab. — S . Hipólito, pbro. y mr Santa Martinar virgen y mártir
299
300
SANTORAL. —
31.—San Juan B o s c o , f u n d a d o r de los Salesianos (1815-1888) S A N T O R A L . — Santos Ciro y Juan, mrs. — S. Julio, cf. — Sta. cela, vda
310 310 311
Mar-
320
F E B R E R O
1 . — S a n I g n a c i o , o b i s p o d e A n t i o q u í a , mártir (f hacia 110) SANTORAL
San Cecilio,
ob. y mr. — S. Severo,
323 331
ob. — Sta. Brígida,
332
vg
2 . — B e a t a Juana de L e s t o n n a c , f u n d a d o r a d e la C o m p a ñ í a de María (1556-1640) SANTORAL.—San
333
mr.
342
vg.
343 352
4 . — S a n A n d r é s Corsino, carmelita, o b i s p o de Fiésole (1302-1373) ... S A N T O R A L . — San José de Leonisa, capuchino San Fileas, ob. y S. Filoromo, mrs. — S. Gilberto, cf
353 362 362
Cornelio,
ob.—S.
Lorenzo,
3 . — S a n B l a s , o b i s p o y mártir (t 316) SANTORAL.—San Celerino, cf.—S. Anatolio,
ob.—S.
ob.—Sta.
Aproniano,
Wereburga,
5 . — S a n t a Á g u e d a , v i r g e n y m á r t i r en C a t a n i a ( 2 3 0 ? - 2 5 1 ) SANTORAL. — Los veintiséis Mártires del Japón San Avito, ob.—Sta. Adelaida, abadesa
363 372 372
6.—Santa Dorotea, virgen y mártir (f 304) S A N T O R A L . — S a n Tilo, obispo y confesor
373 •
San
Vedasio,
ob.—S.
Guarino,
ob.—S.
381
Amando,
382
obispo
7.—San R o m u a l d o , f u n d a d o r de los camaldulenses (906-1027) S A N T O R A L . — S a n Moisés, ob. y cf. — S. Teodoro, mártir
383
8 . — S a n Juan de Mata, f u n d a d o r de los Trinitarios (1160-1213) S A N T O R A L . — Santos Pablo y sus compañeros Lucio y Ciríaco, mártires
393
Santos
Emiliano,
Dionisio
y Sebastián,
mrs. — S. Pedro
9 . — S a n t a A p o l o n i a , v i r g e n y m á r t i r (f 249) SANTORAL.—San Cirilo de Alejandría, ob,. foro, mr
La Venerable
card.
doctor.—S.
Nicé411
412
Catalina Emmerich,
erm.
y conf.—S.
Zenón,
402
402 403
cf. y
religiosa v 10.-—Santa Escolástica, virgen, hermana de San Benito S A N T O R A L . — San Protadio, obispo de Besanzón San Guillermo,
Ana
Igneo,
392
erm.—S.
413 421
Arnaldo,
ab.—
422
Sta. Solera, vg. y mr 11.—Santos Saturnino, D a t i v o y sus compañeros, mártires SANTORAL. — San Severino, abad San Calocero, ob.—S. Martín de Lobéra, ñeros, mrs
423 431
ag. — S. Lucio
y
compa432
12.—Santa Eulalia de Barcelona, virgen y mártir (f 304) S A N T O R A L . — Los siete Fundadores de la Orden de los Servitas San Melecio, ob. de Antioquía.—.S. Benito de Aniano, abad
433 442 442
13.—San Esteban
443
SANTORAI..
de Muret
(1048-1124)
—•
45]
San Gregorio II, P. —S.
Lucinio,
ob. y cf.—.S'.
Policeto,
452
mr
1 4 . — B e a t o Juan Bautista de la Concepción, trinitario (1561-1613) .... S A N T O R A L . — San Valentín, pbro. y mr. — Stos. Vidal y Zenón, y Sta.
Felfeóla,
San Antonino,
461
mrs
ab.—S.
Auxencio,
ermitaño
15.—Santos Faustino y Jovita, mártires en B r e s c ; a (f 120) S A N T O R A L . — San Severo, pbro. — El Beato Claudio de la jesuíta.—El Beato Juan de Gandía, franciscano
453 462 463
Colombiere,
16.—San Onésimo, discípulo de San P a b l o y o b i s p o de É f e s o S A N T O R A L . — San Gregorio X, papa Santos Elias, Jeremías, Isaías y compañeros, mrs. — S. Honesto, bítero y mártir
472 473 482
pres-
17.—San A l e j o Faloonieri, u n o de los siete fundadores de la. Orden d e los Servitas (1200-1310) S A N T O R A L . — San Angilberto, abad Santos Teódulo y Julián, mrs. — S'. Bonoso, ob. — 5. Eutropio, pbro.
482 483 492 492
18.—San Flaviano, patriarca de Constantinopla y mártir (f 449) SANTORAL.—San aguslino
Simeón,
ob.—S.
Eladio,
ob.—S.
493
Teotonio, 502
19.—San A l v a r o de C ó r d o b a , d o m i n i c o
(1358-1430)
SANTORAL. — San Beato, pbro. — S. Gabino, bado, ob San Conrado de Placencia, ermitaño
503
pbro.
y mr. —
Bar512 512
20.—San Eleuterio, o b i s p o y confesor (hacia 456-531) .., SANTORAL.—San Eleuterio rio, ob San León, obispo. •— Sta.
de Constantinopla,
ob.
513
y cf. — S.
Euque521
Barbada,
522
virgen
2 1 . — B e a t o P i p i n o de L a n d é n (hacia 580-640) y Santa I d a SANTORAL.—San Severiano, obispo San Ascanio, ob.—S. Zacarías, ob.—Sta.
22.—Santa Margarita de Cortona, penitente
Irene,
523 531 532
virgen
(1247?-1291)
533
SANTORAL. — La Cátedra de San Pedro en Antioquía San Siricio, P. — 5 . Abilio, ob.—S, Papías, ob
541 542
23.—San P e d r o D a m i á n , cardenal, obispo de Ostia (1007-1072) S A N T O R A L . — San Lázaro, pintor mo. — 6". Ordoño, cf. — Sta. virgen
y
543 Marta, 552
mártir
24.—San Matías, A p ó s t o l
(siglo i)
553
SANTORAL. — Santos Lucio, Montano San Pretextato, ob.—• S. Edilberto,
561 562
y compañeros, mártires rey.—S. Sergio, mártir
2 5 . — B e a t o Sebastián de Aparicio, labrador y franciscano (1502-1600) SANTORAL.—San Félix
San Cesáreo,
II
(o
cf. — S. Eterio,
IIIj.
ob. — Sta.
Walburga,
vg.
y abadesa
26.—San Porfirio, obispo de Gaza (352-420) SANTORAL.—San Alejandro, San Néstor, ob. y mr. —S. carmelita
obispo Juan de Gorze,
581 ab. — Ven.
Ana de
Jesús, 5S2
583
SANTORAL. •—• San Gabriel de la Dolorosa, pasionista San Baldomero, monje. —• S. Gelasio, mártir
592 592
28.—San. R o m á n , f u n d a d o r de la abadía de C o n d a t (390P-460?) S A N T O R A L . - — Santos Macario, Rufino y compañeros, mártires ob. y mr. — Ven.
Diego
Pérez
29.—San Dositeo, m o n j e (siglo vi) SANTORAL. — Santa Tarasia La Beata Emmq, reina
572 573
27.—San L e a n d r o , arzobispo de Sevilla (hacia 520-603)
San Proterio,
563 571
papa
o Teresa
de Valdivia,
pbro
593 602
602
605 de Nolu
611 612
INDICE
ALFABETICO
Los nombres escritos con negrita, corresponden al Santo de cada día, con vida completa. Los escritos con letra redonda ordinaria, corresponden a Santos de los cuales se hace menciófi y se dan referencias más o menos extensas. Cada uno lleya la fecha de su fiesta. Abacuc, prof. — 15 enero 160 Abacuc, mr. — 19 enero 200 Abilio, o b . y cf. — 22 febrero ... 542 Abra, v g . — 13 diciembre ... 142-148 Acursio, mr. fr. — 16 enero ... 169 Adalberto, o b . y mr. — 23 abril 60 Adamnano, ab. y cf. — 23 sep. tiembre 122 Adelaida, ab. — 5 febrero 372 Adelardo, ab. y cf. — 2 enero ... 30 Adelelmo o Lesmes, ab. y confesor. — 30 enero 122 Adón de Jouarre, ob. y cf. — 3 diciembre 526 Adriano de Nérida, ob. y cf. — 9 enero 100 Adyuto, mr. fr. — 16 enero 169 Afra, mr. — 24 mayo 469 Agatón. P . — 10 enero 110 Agricio, ob. y cf. — 13 enero ... 560 Agueda, vg. y mr. — 5 febrero 363 Aldegunda, ab. — 30 enero 90 Aldetrudis, ab. — 25 febrero ... 90 Alejandro, patr. — 26 febrero ... 581 Alejo Falconieri, cf.—17 febrero 483 Amando, o b . y cf. — 6 febrero 382 Amando, o b . y cf. — 18 junio 70 Amelberga, vda. — 10 julio 90 Ampelio, mr. — 11 febrero 424 Alvaro de Córdoba, dominico. — 19 febrero 503 Ana Catalina Emmerich, vg. — 9 febrero 412 Ana de. Jesús, vg. — 26 febrero 582 Ananías, ob. y mr. — 25 enero 259 j Anastasio, mr. — 9 enero 97-99 | Anastasio, mo. y mr. —• 22 enero 228 : Anatolio, solit. — 3 febrero .... 352 ; Andrés Corsino, ob. y cf. — 4 febrero 353 i
Ángela de Foligno, vda. —• 4 enero 41 Angilberto, ab. y cf. — 17 febrero 492 Anscario u Oscar, ob. — 3 febrero 192 Ansurio, ob. — 26 enero 270 Antero, P y mr. — 2 enero ... 40, 209 Antimo, ob. y mr. — 21 abril ... 74 Antonino, ob. y cf. — 14 febrero 462 Antonio, ab. y cf. — 17 enero 171 Antonio, pbro. y mr. — 9 enero 96-99 Antusa, vda. — 27 enero .... 271-274 Apolinar, ob. y cf. — 8 enero 90 Apolo, ob. y cf. — 25 enero ... 260 Apolonia, vg. y mr. — 9 febrero 403 Apolonio, ob. y cf. — 7 julio 470-471 Aproniano, mr. —• 2 febrero .... 342 Aquilina, mr. — 22 enero 230 Arcadio, mr. — 12 enero 129 Arnaldo, ob. y cf. — 10 febrero 422 Arnulfo, ob. y cf. —• 18 julio ... 525 Arsenio, anac. — 19 julio 266 Ascanio, ob. y cf. — 21 febrero 532 Asterio, mr. — 18 enero 461 Atanasia, mr. — 31 enero 320 Atanasio, obispo de Zaragoza ... 452 Atelieo, mr. — 11 febrero 425 Audifax, mr. — 19 enero 200 Augurio, diác. y mr. — 21 enero 220 Auxencio, erm. — 14 febrero ... 462 Avito, mr. — 3 enero 40 Avito, ob. y mr.—..21 enero ... 160 Avito, ob. y cf. — 5 febrero ... 372 Babilas, ob. y cf. — 24 enero ... Baldomero, mo. y cf.—27 febrero Barbada, vg. — 20 febrero Barbado, ob. f cf. — 19 febrero Barsanufio, anac. — 11 abril ...
250 592 522 512 610
20'> . Cunibcrto, ob. y cf. — 12 noviembre 100 1 91 j Cutberto, ob. y cf. —• 20 marzo 270 : Dadón de Rabáis, ob. — 512 Dámnolo, ob. y cf. — Daniel, mr. — 16 febrero 442 Dativo, mr. —-11 febrero 121 Deícola, ab. y cf. — 18 enero ... 169 Deogracias, ob. y cf. — 5 enero 343 Descensión de la Sma. Virgen a 389 Toledo. — 24 enero 160 Diego, mr. — 5 febrero 492 Diego Pérez de Valdivia, presbí332 t e r o . — 28 febrero " Caliiner, ob. y mr. — 31 mayo 471 i Diodoro, mr. — 17 enero Dionisio, rnr. — 8 febrero Calixta, mr. — 6 febrero 376 Dorotea, vg. y mr. — 6 febrero Calocero, ob. y cf. — 11 febrero 432 Doroteo, ab. y c f . — - 5 junio ... Calocero, mr. —• 18 abril 469-471 Dositeo, monje.—-29 febrero ... Canuto, rey y mr. — 19 enero 191 Cástor, mr. — 7 julio 207 Edilberto o Etelberto, rey. — Cástulo, mr. —• 26 marzo 206-207 24 febrero Cátedra de S. Pedro en Antio-" Eladio, ob. y cf. — 18 febrero . quía. — 22 febrero 541 Eleuterio, ob. y cf. —• 20 febrero. Cayo, P. y mr. — 22 abril 20S Cecilio, ob. y mr. — 1 febrero ... 332 Eleuterio, ob. y cf. —• 20 febrero. Celerino, cf. — 3 febrero 352 Elias, mr. — 16 febrero Emelia, madre de San Basilio Celso, mr. — 9 enero 96 Cesáreo, cf. — 25 febrero 572 Magno. — 30 mayo Ciríaco, mr. — 8 febrero 402 Emerenciana, vg. y mr. — 23 en. Cirilo de Alejandría, ob., cf. y Emerio, ab. y cf. — 27 enero ... doctor. — 9 febrero 411 Emérito, mr. — 11 febrero Ciro, mr. — 31 enero 320 Emiliano, mr. —• 8 febrero Claudio, mr. — 7 julio 202-207 < Emma, reina. — 29 febrero ; Claudio de la Colombiére, S. J. Enemundo o Chamundo, ob. y cf. — 15 febrero 472 i mr. — 28 septiembre .'. Clotilde, reina. — 3 junio 39 : Epifanio, ob. y cf. — 21 enero . Coínta o Quinta, mr. — S febrero 405 | Erconvaldo, ob. — 30 abril Columbano, ab. y cf. — 22 noErmenilda, reina y ab. — 13 feb. viembre 181-189 ¡ Escolástica, vg. y ab. — 10 fcb. 1 Columbino, ab. y cf. — 188 Esteban de Muret, ab. y fund. Concordio, mr. — 1 enero 20 i — 13 febrero C.ongal, ab. y cf. — 10 mayo ... 181 Estrevino, ab y cf. — Conrado de Placencia, erm. v Eterio, ob. y cf. — 25 febrero ... cf. — 19 febrero 512 Eudoxia, mr. —'31 enero Conversión de San Pablo, Apósj Eufrasia, vg. y mr. — 19 enero tol. — 25 enero 251 j Eufrosina, vg. — 1 enero Cornelio, ob. — 2 febrero 342 j Eugipio, ab. y cf. —• 84, Cristina o Cristeta, mr. — 6 feEulalia de Barcelona, vg. y mr. brero 376 ! — 12 febrero Cromacio, mr. — 11 agosto ... 202-207 | Eulogio, diác. y mr. — 21 enero. Cuartilosia, mr. — 561 ¡ Euquerio, ob. y cf. — 20 febrero Basiano, ob. y cf. — 19 enero ... Basilio, cf. — 30 ele mayo Basilisa, vg. — 9 enero Batilde, reina. — 26 enero Beato, pbro. y cf. •—• 19 febrero Benito de Aniano, ab. — 12 febrero Benito Biscop, ab. — 12 enero Berardo, mr. fr. — 16 enero ... Blas,, ob. y mr. — 3 febrero ... Bonifacio, ob. y mr. — 19 junio Bonito, ob. y cf. —• 15 enero ... Bonoso, ob. y cf. —• 17 febrero Brígida, vg. y ab. — 1.° febrero
525 122 526 229 482 423 181 60 250 372 602 180 402 373 605 603 562 502 513 521 482 100 240 280 428 402 612 123 220 122 352 413 443 127 572 320 200 20 87 433 220 521
Gertrudis de Nivelles, ab. aa — 17 marzo 90 Gilberto, cf. — 4 febrero 362 Godofredo, ab. y cf. — 8 nov. 127 Gregorio de Nacianzo, ob. y cf. —• 1.° de enero 20 Gregorio II, P. y cf. — 13 feb. 452 Gregorio X , P. y cf. — 16 f c b . 482 382 209 j Guarino, ob. y cf. — 6 febrero 90 90 j Gúdula, vg. — 8 enero Guillermo, ob. y cf. — 10 enero 110 Guillermo, erm. y cf. — 10 feb. 422 526 Guillermo de Bas, cf. —• 288 190 Gumersindo, mr. — 1 3 enero ... 139 463 462 TTiginio, P. y mr. — U enero . 119 Hilario, ob., cf. y doct. — 14 310 enero 141 571 Hilario de Arlés, ob. y cf. — 5 429 mayo 600 429 Hilarión, niño mr. —-11 febrero. 431 435 Hipólito, pbro. y mr.—30 enero 310 Honorato, ob. y cf. — 16 enero 169 149 Honorio, ob. y cf. — 30 sept. 123 362 Honesto, pbro. y mr. — 16 fe434 brero 482 i 526 j Ida, esp. del B . Pipino de Lan362 ; dén. — 21 febrero 523 493 Ignacio, o b . y mr. — 1.° febrero. 323 146 Ildefonso, ob. y cf. — 23 enero . 239 40 Inés, vg. y m r . — 2 1 enero ... 211 Inocencio I, P. y mr. — 28 julio 279 583 Irene, vda. — 22 enero 208 ¡ Irene, vg. — 21 febrero 532 291 Ireneo, mr. — 513-514 220 Isaías, mr. — 16 febrero 482 19 Isidoro, ob. y mr. — 2 enero ... 30 161 Isidoro, mr. — 5 febrero 372
Kusr-bio, P. v cf. — 26 septiem. Kusebio, ob. *y cf. — 26 sept. ... Eustaquio, vg. y ab. — 28 sept. Eutimio, ab. y cf. —• 20 enero . Kutropio, mr. — 12 enero líutropio, pbro. y cf. — 17 fcb. lívodio, ob. y mr. — 6 mayo ...
300 230 264 210 130 492 323
Fabián, P. y mr. — 20 enero ... Faraílda, veía, y ab.s a — 4 enero Farón de Meaux, ob. y cf. — 28 octubre Faustina, vg. —• 9 julio Faustino, mr. •— 15 febrero Felícola, mr. — 14 febrero Félix I, P . y mr. — 30 enero, 30 mayo Félix TI, P. — 25 febrero Félix, m:\ — 11 febrero Félix, mr. — 11 febrero Félix, pbro. y mr. — 24 octubre Félix de Ñola, pbro. y cf. — 14 enero Fileas, ob. y mr. — 4 febrero ... Fileto, mr. — 27 marzo Filiberto de jumiéges, ab. — 20 agosto Filoromo, mr. — 4 febrero Flaviano, patr. y mr. — 18 feb. Florencia, vg. — 1 diciembre ... Florencio, ob. y mr. — 3 enero . Florentina, vg. y abadesa. — 14 mayo 162 y Francisco de Sales, ob., ef. y doct. — 29 enero Fructuoso, ob. y mr. — 21 enero Fulgencio, ob. y cf. — 1.° enero Fulgencio, ob. y cf. — 16 enero. Fundadores de la Orden de los Servitas. — 12 febrero
442
Gabino, pbro. y mr, — 19 febr. 512 Gabriel de la Dolorosa, pasionista. — 27 febrero 592 Galo, ab. y cf. — 16 octubre . 181-182 Gamaliel, — 3 agosto ... 252 Gaudencio, ob. y cf. — 5 enero . 60 Gaudencio, ob. y cf. — 22 enero. 230 Gelasio, mr. — 27 febrero 592 Genoveva, vg. — 3 enero 31 Germán, ob. y cf. — 31 julio ... 32 Germero, abad. — 24 septiembre 526
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Jacinta Mariscotti, virgen. — 30 enero Jeremías, mr. — 16 febrero José de Leonisa, cf: O. F. M. — 4 febrero Jovita, diác. y mr. — 15 febrero Juan, mr. — 31 enero Juan Bautista de la Concepción, trinitario. —• 14 febrero Juan Bosco, cf. j fundador. — 31 enero Juan Crisóstomo, ob., cf. y doet. — 27 enero
301 482 362 463 320 453 311 271
Juan de Gandía, cf. — 15 febr. Juan de Gorze, ab. — 26 febreo Juan el Limosnero, ob. y cf. — 23 enero Juan de Mata, cf. y fund. — 8 febrero Juan de Ribera, arz. y cf. — 6 enero Juana de Lestonnac, vda. y fundadora. — 2 febrero Julián, mr. — 8 enero Julián, mr. — 9 enero Julián, ob. y cf. — 27 enero ... Julián de Cuenca, ob. y cf. — 28 enero Julián, mr. — 17 febrero Julio, pbro. y cf. — 31 enero ... Justo, mr. — 28 febrero
472 582 240 393 61 333 90 91 280 290 492 320 602
Lázaro el pintor, mo. — 23 febr. 552 Leandro, arz. y cf. — 27 febrero 583 Leda, mr. — 434 León, ob. y cf. — 20 febrero ... 522 Leoncio de Capadocia, ob. — 13 enero 140 Lesmes o Adelelmo,. ab. en Burgos. —• 30 enero 310 Liberata, vg. — 18 enero 190 Librada, vg. y mr. — 18 enero . 190 Lorenzo, ob. y cf. — 14 noviembre 122 Lorenzo, ob. y cf. — 2 febrero 342 Luciano, pbro. y mr. — 7 enero 71 Luciano, mr. — 8 enero 90 Lucinio, ob. y cf. — 13 febrero. 452 Lucio, mr. — 8 febrero 402 Lucio; mr. — 11 febrero 432 Lucio, mr. — 24 febrero 561 Lupicino, ab. y cf.—28 febrero 595-601 Lupo o Lope, ob. — 27 julio ... 32 Macario Alejandrino, anac. y ab. — 2 enero 21 Macario, solit. — 15 enero 160 Macario, mr. — 28 febrero 602 Macra, vg. y mr. — 6 enero ... 70 Macrina, vg. — 19 julio 100 Malaquías, prof. —• 14 enero 150 Marcela, vda. —-31 enero 320 Marceliano, mr. — 18 junio ... 202-207 Marcelino, ob. y cf. — 9 enero . 100 Marcelo I, P. y mr. — 16 enero . 168
Marcial, ob. y cf. — 3 0 junio ... 270 Marciana, vg. y mr. — 9 enero . 100 Marciano, pbro. y cf. — 10 enero 110 Marcionila, mr. — 9 enero 97-99 Marco, mr. — 18 junio 202-207 Margarita de Cortona, penitente. — 22 febrero 533 María, mr. — 11 febrero 424 María Mazzarello, fund. — 314 Mariano, mr. — 17 enero 180 Marino, erm. — 7 febrero 385 Mario, mr. — 19 enero 200 Marta, mr. — 19 enero 200 Marta, vg. y mr. — 23 febrero . 552 Martín I, P. y mr. — 12 nov. 210 Martín de Lobera, cf. — 11 febrero 432 Martina, vg. y mr. — 30 enero . 310 Mártires del Japón — 5 febrero. 372 Matías, apóstol. — 24 febrero ... 553 Mauro, ab. — 15 enero 159 Mauro, ob. y cf. — 20 enero ... 210 Maximiano, mr. — 8 enero 90 Mayolo, ab. y cf. — 11 m a y o ... 13 Medardo, ob. y cf. — 8 jimio ... 520 Melanio, ob. y cf. — 6 enero ... 70 Melas, ob. y cf. — 16 enero ... 169 Melecio Magno, patr. — 12 febrero 272-274 y 442 Melito, ob. y cf. — 24 abril .... 122 Metras o Metrano, mr. —-31 de enero 405 Miqueas, prof. — 15 enero 160 Moisés, anac., ob. y cf. — 7 febrero 392 Montano, mr. — 24 febrero 561 Nazario, cf. — 12 enero 129 Nearco, mr. — 22 abril 80 Neófito, m r . — 2 0 enero 210 Néstor, ob. y mr. — 26 febrero . 582 Nicéforo, mr. — 9 febrero 412 Nieóstrato, mr. — 7 julio 202-207 Nilamón, solit. — 6 enero 70 Niño Jesús vuelve de Egipto. El — 7 enero : 80 Odeno (Ouen), ob. y cf. — 24 agosto Odilón, ab. y cf. — 1.° enero ... Olimpia, vda. —
526 11 277
Onésimo, ob. y mr. •—• 16 febrero 473 Ordoño, cf. — 23 febrero 552 Oroncio, mr. — 22 epero 230 Oscar o Anscario, ob. y cf. — 3 febrero 192 Oswino, rey y mr.—20 agosto. 121-122 Otón, mr. — 16 enero 169 Pablo, primer erm. — 15 enero . 151 Pablo, ob. y mr. — 8 febrero ... 402 Pacomio, ab.—11 enero. 24-26 y 120 Palemón, ab. —-11 enero 120 Pánfilo, mr. — 16 febrero 482 Papías, ob. y cf. — 22 febrero . 542 Parmenas, diác. — 23 enero 240 Paula, vda. y ab.Ba — 26 enero. 261 Pedro, mr. — 16 enero 169 Pedro Amerio, cf. — 2S enero .. 287 Pedro Damián, card., cf. y doct. — 23 febrero 543 Pedro ígneo, card. — 8 febrero . 402 Pedro Nolasco, cf. y fund. — 28 enero 281 Pedro de Sebaste, ob. y cf. — 9 enero 100 Pedro Urséolo, mo. y cf. — 10 enero 101 Piat o Piatón, ob. y mr.—2 oct. 513 Pipino de Landén, cf. — 21 febrero 523 Policarpo, pbro. y cf. — 23 febrero 202 Policarpo, ob. y mr. — 26 enero 270 Policeto, mr. — 13 febrero 452 Polieucto, mr. — 7 enero 80 Ponciano, ob. y mr. — 14 enero . 150 Poppón, mo. y cf. — 25 enero . 260 Porfirio, ob. y cf. — 26 febrero. 573 Porfirio, mr. — 16 febrero 482 Potito, mr. — 13 enero 140 • Pretextato, ob. y mr. — 24 febrero 562 Principia, vg. — 21 noviembre . 320 Prisca, vg. y mr. — 1S enero ... 190 Prisca o Priscila, vda.—16 enero 170 Proclo, ob. y cf. — 24 octubre . 493 Protadio, ob. — 10 febrero 422 Proterio, ob. y mr. — 28 febrero 602 Proyecto, ob. y mr. — 25 enero. 260 Publio, ob. y mr. — 21 enero ... 220 Pulquería, emperatriz. — 10 septiembre 494-501
Quinta o Coínta, mr.—8 febrero
405
Radegunda, vg. — 29 enero Raimundo de Peñafort, cf. — 23 enero Reinalda, vg. y mr. — 16 julio . Restituía, mr. — 17 mayo Ricardo, rey de Ingl. — 7 febr. Romualdo, ab. y fund. — 7 febrero Román, ab. y fund.—28 febrero Rosalina de Vilanova, vg. — 17 enero Rufino, mr. — 2S febrero Rufo, mr. — 18 diciembre
300 231 90 426 572 383 593 1S0 602 325
Sabas, ab. y cf. — 5 diciembre. 111-119 Sabina, vg. — 29 enero 300 Sabiniano, mr. — 20 enero 300 Salvio, ob. y cf. — 11 enero .... 120 Samuel, mr. — 16 febrero 482 Saturnino, pbro. y mr. — 11 febrero 423 Saturnino, mr. — 11 febrero. 429-431 Saturnino, mr. —• 2 mayo 342 Sebastián, mr. — 20 enero 201 Sebastián, mr. — 8 febrero 402 Sebastián de Aparicio, cf. — 25 febrero 563 Segunda, mr. — 17 julio 426 Seleuco, mr. — 16 febrero 482 Serapio o Serapión, anac. — 21 marzo 266 Serapión, mr. —-14 noviembre . 406 Sergio, mr. — 24 febrero 562 Seridio o Seridión, ab. y cf. —•2 enero 605 Servodeo, mr. — 13 enero 139 Severiano, ob. y cf.— 26 enero . 270 Severiano, ob. y mr.—21 febrero 531 Severino, ab. y cf. — 8 enero ... 81 Severino, ob. y cf. — 8 enero ... 89 Severino, ab. y cf. — 11 febrero. 431 Severo, ob. y cf. — 1 febrero ... 332 Severo, pbro. y cf. —>15 febrero 472 Sifinio, mr. — 342 Sigifredo, ab. y cf. —• 15 febrero 127 Silas, cf. — 13 julio 243 Simeón Estilita, penit. — 5 enero 51 Simeón Estilita, el Mozo — 3 septiembre 52 Simeón, ob. y mr. — 18 febrero. 502
Sinforiano, mr. — 7 julio Siricio, P. y cf. —. 22 febrero ... Sotera, vg. y mr. — 10 febrero. Sulpicio, ob. y cf. — 17 enero ... Sulpicio Severo, hist. — 29 enero Susana, vg. y mr. — 11 agosto
207 542 422 180 30!) 512
Taciana, vg. y mr. — 12 enero . 130 Tarasia o Teresia, vda. — 29 febrero 612 Telesforo, P. y mr. — 5 : enero . 60 Teodoro, ob. de Marsella — 2 enero 30 Teodoro, arz. de Cantorbery .... 124 Teodoro, mr. — 7 febrero 392 Teodoro de Tournai, ob. y cf. 515 Teodosia, mr. — 31 enero 320 Teodosio, cenobiarca, cf. — I I enero 111 Teódulo, solit. — 14 enero 150 Teódulo, mr. — 17 febrero 492 Teófilo, mr. — 6 febrero 381 Teófilo, mr. — 28 febrero 602 Teógenes, mr. — 4 enero 40 Teotista, mr. — 31 enero 320 Teotonio, cf. — 18 febrero 502 Xiburcio, mr. —'11 agosto ... 204-207 Tigrio, mr. — 12 enero 130 Timoteo, ob. y mr. — 24 enero . 241 Tirso, mr. —• 28 enero 290.Tito, ob. y cf. — 6 febrero 38L Tranquilino, mr. — 6 julio ... 202-207?
Valentín, pbro. y mr. — 14 febrero 461 Valero, ob. y cf. — 29 enero. 222 y 299 Vedasto, ob. y cf. — 6 febrero ... 382 Verónica de Binasco, vg. — 13 enero 131 Vicente, diác. y m r . — 2 2 enero. 221 Vicente, mr. — 22 enero 230 Víctor, mr. — 22 enero 230 Victoria, vg. y mr. — 11 febrero 426-431 Victorián, ab. y cf. — 19 enero. 200 Victorino, mr. — 7 julio 207 Vidal, mr. —• 14 febrero 462 Vital, mr. — 16 enero 16!) Vi venció, pbro. y cf. — 13 enero 140 Walburga, vg. y ab. sa — 25 febrero 572 Wercburga, vg. — 3 febrero 352 Wijfrido, ob. y cf.—12 octubre 122-126 Willibaldo, ob. y cf. — 7 julio . 572 Winibaldo, ab. y cf. — 1S diciembre 572 Witikind, cf. — 7 enero 80 Zacarías, ob. y cf. —-21 febrero. 532 Zenón, erm. — 10 febrero 422 Zenón, mr. •— 14 febrero 462 Zoé, mr. — 5 julio 202-207 Zósimo, mr. — 18 diciembre 32S
EL S A N T O DE C A D A POR
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1947
IMPRÍMASE
LINO, Obispo de Jíuesca *
P o r m andato de S. E. R o d tn a . el O bispo, m i Señor, D R . F R A N C IS C O PERALTA C A N . SE C R .
ES PRO PIED AD Se ha hecho el depósito m arca la ley. by Editoria l L u is V iv es , 1947 IMPRESO EN ESPAÑA
M I S I Ó N DE L O S S A N T O S OS Santos, como dijo Jesucristo a los qué representaban los primeros modelos de la santidad del Evangelio, son la sal de la tierra y la luz del mundo, porque como la luz ilumina fuera de sí y la sal libra de la corrupción, así la misión del Santo es una gracia interna destinada a dar frutos externos. Los Santos son imágenes de Dios tan perfectas como pueden serlo las criaturas y, si bien no puede faltarles ninguna virtud fundamental, porque la Iglesia exige para darles ese título que, tras maduro y contradictorio examen, sea probado jurídicamente que han practicado las virtudes cristianas en grado heroico, ostentan todos, indivi dualmente considerados, algunos rasgos particulares de la grandeza y santidad divinas. Y así, mientras en algunos aparecen extraordinarias manifestaciones del poder de Dios Padre, otros ostentan sorprendentes esplendores de la sabiduría de Dios Hijo, y muchos son como destellos encendidos de Dios Espíritu Santo.
2 .
SANTOS TAUMATURGOS O OS primeros forman el grupo de taumaturgos u obradores de mi■Z ■> lagros; los segundos, el de los doctores, apologistas o doctrinan tes; y los terceros, el de los misericordiosos, benéficos, milagros vivos de caridad. Los prodigios que obra Dios por medio de sus Santos, detienen el vuelo del orgullo humano y lo confunden, pues mientras se endiosa contemplando las conquistas que realiza en la naturaleza, Dios le demues tra que existe un poder que está sobre ella, poder sobrenatural y divino, del que los milagros son palpable manifestación.
En el milagro ven los hombres él dominio de Dios, material y positiva mente ostentado. De ahí que los incrédulos, los laicistas y los racionalistas hagan tanto por negar o desacreditar los milagros, los cuales demuestran, no sólo un co nocimiento de las leyes naturales, sino un dominio absoluto sobre ellas. Por eso la Iglesia los considera inherentes a la santidad y exigei que todos los siervos de Dios que reciben tal aureola hayan obrado varios milagros, debidamente examinados y minuciosamente comprobados.
SANTOS DOCTORES S*7T Sí como los actos de los taumaturgos son iluminaciones del poder iS j, omnipotente de Dios, en orden a los hechos materiales, así la sabi duría de los santos doctores es un milagro de iluminación. Por ellos se ha mantenido permanentemente iluminado el firmamento social con res plandores de verdad divina y, gracias a ellos, se ha impedido que en las regiones humanas fuera completa lou noche de la ignorancia y del error. Los más ilustres sabios en el orden humano se han convencido de que las exposiciones de la sabiduría cristiana revelan una doctrina infinita mente superior a la ciencia del hombre y que, al igual que los milagros, son demostración de la superioridad del poder divino sobre los más ad mirables experimentos e invenciones humanos. La ciencia de los Santos es incomparablemente superior a la ciencia de los hombres.
SANTOS, MILAGROS VIVOS DE CARIDAD »
S~T UNTO a los testimonios vivos del poder y de la sabiduría de Dios, y -/ están los de su inefable amor, los que pudiéramos llamar agentes especiales del Espíritu Santo. Forman ellos el grupo más considera ble de los Santos, los cuales son los fundadores y sustentadores de las instituciones benéficas, centros vivos de caridad tanto en el orden es
piritual como en él corporal, verdadero compendio de todas las obras de misericordia. Esa bondad, que conquista a las almas, tiene fuerza incontrastable para apartarlas del mal y encariñarlas con el bien, y su fundamento es la humildad y la gracia que por ella obtienen del Señor. Esa gracia y esa bondad que los Santos reciben de Dios, la comunican ellos a los cristianos, hermanos y devotos suyos, que los invocan y en ellos confían. Hay, pues, un comercio continuo entre Dios y los Santos, y entre los Santos y los hombres.
ACCIÓN SOCIAL DE LOS SANTOS ÓLO Dios sabe la acción que los Santos ejercen en todas las clases de la sociedad humana, en la que sostienen la doctrina y la moral de la santidad. En las manos de los Santos se halla, pues, un gran poder que el Altísimo les confiere. El buen sentido de la sociedad cristiana lo ha comprendido así, y , por eso, desde los primitivos tiempos los Santos han sido invocados para obtener remedio en las enfermedades, auxilio en los apuros, consuelo en las tribulaciones. El valimiento de los Santos ha despertado en él pueblo una confianza innata, y su culto ha sido fervorosamente practicado en todos los tiempos. Las fiestas a ellos dedi cadas han revestido y revisten aún, a pesar de la miseria y maldad de los tiempos presentes, una expansión y una cordialidad características, y re bosan sentimientos efusivos Se familiar poesía. La fiesta del santo patrón del pueblo, de la nación, por ejemplo, es fiesta de tradicionales alegrías y recuerdos; en ella renace la Historia Patria, es su fe de vida, y en ellas el pueblo se confirma en sus creencias, en sus esperanzas, y en la fidelidad de sus destinos y de los de su raza.
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MARZO
DI A
SAN
1.9
DE
MARZO
ALBINO
ABAD Y OBISPO (470 . 550)
ACIA el año 469, ó el 470,- nació este glorioso Santo en Languidic de Bretaña, de padres ricos materialmente, pero mucho más espiritualmente, por lo cual, sin duda, Dios bendijo tan santo hogar haciendo germinar en su seno esta bella flor, que perfumó su casa y el mundo entero con el aroma exquisito de su encumbrada santidad. Siendo aún niño dejó de lado los juegos y pasatiempos propios de la infancia y comenzó a mortificar su cuerpo privándole de comodidades y aun de sustento. Nada quería, nada anhelaba fuera de Dios, único digno de sus amores y complacencias. Asistido con gracias especiales de lo A lto, se vió libre de las ligerezas e imperfecciones de la niñez. Apenas supo andar y juntar sus manecitas en actitud orante, se le vió acudir al Señor con gran asiduidad y contento, y a Él se ofreció generosamente. Gustaba de retirarse a un lugar escondido para entregarse a la oración, libre de las miradas de los demás. Cuando los compañeros le hacían burla por esta piedad, él se mostraba agradecido y satisfecho, considerándose feliz y dichoso al poder sufrir algo por Dios.
H
ALBINO SE HACE MONJE ALES ejemplos de virtud mostraban bien a las claras que Albino no había nacido para vivir en el siglo. Sentía tal inclinación a las cosas del divino servicio, que ya desde niño desapegó su corazón de todo afecto y afición a las riquezas y dignidades de este mundo, que tanto podían solicitarle y atraerle a causa de la ventajosa posición de sus padres. N o se contentó con menospreciar los bienes terrenales, sino que quiso renunciar completamente a todos ellos, y , a pesar de la viva oposición de sus padres, profesó en el monasterio de Cincillac, situado cerca de Angers. Aun viviendo en el claustro, la nobleza de su origen era un peligro para su virtud, pues le permitía disfrutar de algunos privilegios o exenciones; pero él supo evitar este escollo con suma prudencia y humildad, y some terse a todas las observancias regulares. A la renuncia de los bienes terrenales y de su brillante porvenir en el mundo, siguióse muy pronto el ejercicio de las más heroicas virtudes, y com o la humildad es la base de todas ellas, procuró adquirirla en grado sumo, ejercitándose en todos aquellos actos que redundasen en el desprecio de sí mismo y en la mortificación del orgullo y vanidad. Teníase por el último de los monjes y buscaba con santo afán ocasiones de humillarse, dedicándose a los oficios más bajos y penosos del convento. Ejercitábase en continuos ayunos, vigilias y oraciones, subiendo con ello, en breve tiempo, a tan alto grado de perfección, que aventajó en mucho a los más antiguos y santos religiosos. Causaba admiración, más que otra cosa, su porte grave y recogido; le vantaba los ojos sólo para mirar al cielo y contemplar las maravillas creadas por el Señor. En ese libro incomparable de la naturaleza veía A lbino un reflejo de las bellezas de Dios y estudiaba las divinas perfecciones, infla mándose más y más su corazón en santas dilecciones. Dentro del monasterio desconocía cuanto le rodeaba. Si tenía que salir de él por razón de obe diencia, procuraba custodiar solícito la entrada de su corazón, dentro del cual proseguía sus tiernos coloquios con el Señor. Mas plugo a Dios poner de manifiesto lo mucho que el joven novicio le agradaba y complacía, y así, cierto día en que Albino y otros religiosos salieron de viaje por mandato del abad, sobrevino recia tempestad con tan copiosa lluvia, que debieron guarecerse en una casa medio arruinada *que hallaron en el camino. Pero sucedió que, debido a la violencia del huracán, vínose abajo el tejado que los cobijaba y quedáronse sin abrigo. Mas, ¡oh maravilla!, el agua, que caló a los compañeros de Albino, respetó a éste sin que ni una sola gota cayera sobre él.
T
SAN ALBINO, ABAD Y OBISPO OS monjes, admirados de la virtud y santidad del humilde religioso, le eligieron abad del monasterio en el año de 504. Tenía Albino, a la sazón, treinta y cinco años, y gobernó a los monjes por espacio de veinticinco con mucha sabiduría y acierto, logrando que bajo su direc ción floreciesen en el convento el fervor y la disciplina. Era muy áspero y riguroso consigo mismo, pero sumamento blando y suave con los demás, a quienes levantó presto a gran perfección. Su fama de santidad se extendió por toda la comarca y muchas personas acudieron a él en demanda de luminosos consejos. Mas era ya hora de que brillase ante los hombres aquella resplandeciente antorcha escondida en el retiro del claustro. £1 Señor teníale destinado a llevar la pesada carga del episcopado, a la cual le preparó con cincuenta años de vida de silencio y oración. En 529, estando vacante la silla de Angers, pueblo y clero, inspirados sin duda del cielo, eligieron obispo, por aclamación, al santo abad Albino. Asombróse él con la noticia de su elección, y procuró quedara sin efecto, porque, a causa de su poca experiencia de las cosas del siglo, se juzgaba incapaz de desempeñar con acierto tan alto ministerio; pero al fin, viendo que era voluntad del Señor que lo aceptase, bajó la cabeza y sometióse humildemente al divino beneplácito. De allí en adelante se entregó totalmente al cuidado espiritual y cor poral del rebaño confiado a su custodia. N o se contentó con dispensar a los fieles el pan de la divina palabra los domingos y fiestas de guardar, sino que se propuso hacerlo todos los días, «porque el alma — decía— lio necesita menos de su diario sustento, que el cuerpo del pan de cada día». Con eso, presto se echó de ver el copiosísimo fruto espiritual logrado por Albino, porque, merced a su ardiente celo, mudó la faz de la ciudad de Angers y de toda su diócesis, la cual estaba gozosísima con tan santo prelado. Al celo por el bien de las almas, juntábase en el corazón del Santo en cendida caridad, que le animaba a remediar las necesidades corporales de sus diocesanos. Mostrábase con todos padre cariñosísimo y se apiadaba de los trabajos y padecimientos de su amada grey, sin que se hallara necesidad que no intentase remediar, ni dolor que no probase mitigar o que, a lo menos, no compartiese. Para redimir a los presos, socorrer a los pobres y ayudar a las viudas, daba con pródiga mano todo lo propio. Cuando nada tenía o *le salía al paso alguna necesidad que no podía remediar con los auxilios naturales, sirviéndose de la viva y ardiente fe de su akna, suplicaba al Señor que se dignase enviar desde el cielo el oportuno remedio.
MILAGROS DE SAN ALBINO OMPLACIASE Dios nuestro Señor en la vida caritativa y santa de su amante siervo, al que dió muestras de su agrado favoreciéndole con el don de milagros, y otorgándole poder casi ilimitado sobre la vida y la muerte. ' Una señora, llamada Etería, de excelente familia y de elevada alcurnia, venida a menos por vicisitudes de la suerte, fué encarcelada por no pagar algunas deudas y estaba custodiada por soldados brutales y disolutos. Súpolo el Santo, fuése a la cárcel, y , prevaliéndose de la grande autoridad que le daban la prelacia y la fama de santidad de que gozaba, sacó de allí a la infeliz encarcelada. Quiso oponerse a ello con extremada audacia uno de los soldados, profiriendo mil injurias contra el siervo de Dios; mas con sólo soplarle el Santo al rostro, lo derribó, dejándolo muerto a sus pies. Pagó Albino todas las deudas de aquella mujer, la cual salió de la cárcel deshaciéndose en alabanzas y acciones de gracias a su bondadoso libertador. Así com o un solo soplo de su boca bastaba para dejar sin vida a quien de ella se hacía indigno, así también una sola palabra suya tenía virtud suficiente para dar vida a quien santamente había de emplearla. Sucedió que un joven, llamado Malabrando, murió de edad temprana, que dando sus padres sumamente afligidos y desconsolados. A l tener noticia de ello el santo obispo, sintió gran compasión de los desventurados con sortes y los fué a visitar; los consoló y exhortó a que conformasen su volun tad con la divina y esperasen en la misericordia del Señor, el cual es dueño de la vida y de la muerte, y de ellas dispone según su beneplácito. Entró luego en el aposento donde yacía el cadáver, mandó a los presentes que se arrodillasen y , postrándose él mismo junto al lecho del difunto, permaneció buen rato recogido, orando con fervor. De pronto, todos los pechos prorrumpieron en gritos de alborozo y ad miración, viendo que el pálido rostro del cadáver iba, por momentos, co brando color y que el mancebo muerto volvía a levantarse lleno de vida. Entretanto, el santo prelado Albino salió del aposento a tod a , prisa, pues quería sustraerse a las alabanzas y aplausos, los cuales tan fácilmente las timan la humildad. Había en Angers una señora que tenía paralizado el brazo derecho; llena de confianza en el valimiento del santo prelado, fuéle a visitar, suplicán dole que a a celebrar suaves coloquios con el divino Esposo de su alma. El amor de Dios era en ella manantial de su amor al prójimo. ¡Cuántos prisioneros le debieron la libertad o la vida!; mas nunca se impacientó el emperador Enrique, a pesar de las gracias incontables que le pedía Matilde, pues ésta sabía ser misericordiosa sin faltar a la justicia.
Y
Bendijo Dios aquella santa unión otorgándoles tres hijos que fueron: Otón, más tarde emperador, que mereció el título de Grande; Enrique, duque de Baviera, y a quien su madre quería como a su benjamín; y por último, Bruno, que andando el tiempo fué arzobispo de Colonia y a quien la Iglesia inscribió en el catálogo de los Santos. Tuvieron además dos hijas: Gerberga, que fué reina de Francia, y Eduvigis, madre de los reyes Capetos. Gracias a su acción benéfica surgieron como por encanto en todos los punto del im p e r io multitud de monasterios y hospitales. Los monjes y los clérigos, suavemente obligados por la gratitud, oraban sin interrupción por la familia imperial y, con sus oraciones, apartaban del Estado los peligros que le amenazaba, al par que preparaban el reinado glorioso de Otón el Grande.
VIUDEZ DE SANTA MATILDE
E
N medio de las más lisonjeras esperanzas llamó la muerte a las puer tas del palacio imperial, donde la dicha y la santidad reinaban a por fía. Acometido de una enfermedad mortal, el piadoso soberano de Alemania se iba acabando poco a poco, a pesar de los desvelos y de lo cuidados de sus más fieles servidores. Matilde no se apartaba de la cabecera de su querido enfermo, hacién dose violencia para no llorar en su presencia y no entristecerlo. Con fre cuencia tuvieron juntos largos coloquios acerca de la vida eterna, de las alegrías del paraíso y de la vanidad de las cosas mundanas. El augusto moribundo daba gracias a su esposa por los consejos que le había dado, sobre todo en los asuntos de alta justicia, en que estaba expuesto a jugar con la vida de sus semejantes. Cuando se retiraba la reina, volvíase a los asistentes, les hablaba de ella con admiración y les refería muchos actos de virtud, de los que él sólo había sido testigo. A los mismos pies de un Cristo agonizante, agotadas sus fuerzas por el dolor interior demasiado tiempo contenido, se enteró Matilde de la triste nueva de la muerte de su esposo muy amado, acaecida el 2 de julio de 936 en Memleben de Sajonia. Cayó de rodillas y, con un esfuerzo heroico, que la dejó rendida, se en tregó en manos de la Providencia, prorrumpiendo entonces en copioso llanto, tan violento y tan hondo que a cada momento estaba a punto de ahogarse. Largo tiempo permaneció en esta forma como privada de sentido. Cuan do pudo levantarse tomó de la mano a sus tres hijos y llevólos junto al lecho de su padre; allí les habló con unción de la vanidad de las cosas y grandezas de la tierra.
—Hijo mío —dijo mirando a Otón, el mayor— , si subes al trono de tu padre, acuérdate de que un día bajarás a su tumba. Luego preguntó si había aún algún sacerdote que pudiera celebrar y, en contrando uno,, le rogó que ofreciese el santo sacrificio por el alma de su esposo, y le dió por ello espléndida limosna. Una vez trasladados los restos del emperador, según su deseo, a Quedlimburgo para ser allí inhumados, Alemania se dispuso a designarle sucesor; todas las miradas recayeron en Otón, y el joven príncipe fué elegido según los deseos de su padre. Matilde experimentó por ello, según parece, una gran contrariedad, es timando que Enrique debía tener preferencia, puesto que había nacido des pués del advenimiento del duque de Sajonia al trono de Germania. El pri vilegio de antigüedad de que disfrutó Otón, acentuó la tirantez existente entre los dos hermanos, por lo que fueron menester bastantes años para que la concordia se restableciera, gracias a los buenos oficios de su madre. Otón dió a su hermano Enrique el ducado de Baviera. Bruno, en cambio, escogió la mejor parte: ya que, renunciando al mundo, se hizo sacerdote y gobernó la Iglesia de Colonia, desde 953 a 965. Tranquila ya en cuanto al porvenir de sus hijos, la Santá no se ocupó en adelante sino en servir al Señor. La oración, el ayuno, la limosna fueron sus ocupaciones ordinarias; y, como los días no eran tan largos como sus anhelos, pasaba las noches en coloquios amorosos con el Esposo de su alma. Tenía costumbre de rezar el salterio entero antes del canto del gallo. Sus primeras y últimas visitas eran para los pobres. Su corazón sentía con su vista vivísima alegría, porque los consideraba como hijos suyos; tratábalos con tierna intimidad y bastaba que ella se presentase para que en todos los corazones reinase la más perfecta alegría.
PERSECUCIÓN Y DESTIERRO. — DIOS TOMA SU DEFENSA ENTE mal intencionada declaró a Otón el Grande que su madre ocultataba tesoros y confiscaba las rentas de la corona para distribuirlas in discretamente a una multitud de vagabundos y desconocidos. Esto bastó para que el emperador la llamase a dar cuenta de los bienes de la corona que había administrado; la privó de sus propias rentas, 'quiso saber los donativos que le hacían, la hizo espiar de un modo indigno y hasta colocó guardias en los barrios que ella frecuentaba. Enrique, duque de Ba viera, su hijo predilecto, ayudó a su hermano a alejarla de la corte. Todo lo sufrió ella sin la menor resistencia y, como alguien se permitiese un día hablar en forma desfavorable a sus dos perseguidores, le atajó di ciendo:
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ANTA Matilde acoge y socorre a los pobres de Colonia como a hijos suyos muy queridos. Todos la llaman madre y la ve
neran como a santa. Siempre que sale va con ella una monja en cargada especialmente de distribuir las limosnas. La emperatriz dis tribuye consuelos y bondades sin fin.
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—Es para mí motivo de consuelo ver que mis hijos, antes en desacuerdo, empiezan a entenderse, aunque sea para perseguirme. Sí — añadía— , ¡ojalá pudiesen continuar de esa forma sin ofensa de Dios, pues tendría siquiera la satisfacción de verlos unidos! » . AÍ dejar la corte para ir confinada a Engem (Westfalia), hubo de entre gar a Otón toda su fortuna, incluso la dote que le dió su difunto esposo. Con todo, Dios tomó la defensa de su causa; Enrique se vió acometido de una enfermedad muy dañina, en la que muchos vieron el castigo de su in gratitud; al propio tiempo sus Estados y los de su hermano, se. veían des garrados por continuas guerras intestinas y castigados con diversas plagas. Los magnates dirigiéronse entonces a la emperatriz Edith, para que ob tuviese de Otón reparación de su falta y levantase el destierro a su madre. Así lo hizo, en efecto: envió a Santa Matilde los primeros señores de la corte para declarar su arrepentimiento y suplicarla que volviese; al mismo tiempo le escribió una carta muy respetuosa pidiéndole humildemente perdón de su falta. La Santa, que era incapaz de guardar resentimiento alguno, accedió en seguida a los deseos de su hijo y volvió a encontrar a sus queridos pobres, que la esperaban hacía tanto tiempo y la recibieron con los ojos arrasados en lágrimas de pura alegría. Atendiólos con más ternura que antes; por todas partes la acompañaba una monja para distribuir sus limosnas. Durante el invierno mandaba en cender grandes braseros en las plazas públicas para que se calentasen los menesterosos, y esto en todas las ciudades y villas donde podía.
EL CONVENTO DE NORDHAUSEN ESDE el año 961 al 965 estuvo Otón en Italia por causa de expe diciones militares, en el transcurso de las cuales recibió, del papa Juan X II la corona imperial; entretanto, su santa madre redoblaba las oraciones y limosnas y, mandaba celebrar todos los días misas por el feliz regreso de su hijo. Por último, con la ayuda de su nieto Otón, levantó en Nordhausen, ciudad de Turingia, un dilatado monasterio que pronto se vió habitado por más de tres mil doncellas que alababan a Dios todas las horas del día-. Para que pudiesen vivir tranquilas y ajenas a los cuidados materiales, asignó a dicho monasterio cuantiosas rentas. Al regresar de Italia el emperador después de su coronación, avistóse con su madre en Colonia; la estrechó entre sus brazos con gran ternura y res peto, y juntos dieron gracias a Dios por los beneficios de que los había colmado.
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Otón visitó después el monasterio de Nordhausen, acompañado de su corte, y quedó maravillado del orden admirable que allí reinaba, pues la prudencia de Matilde‘lo había dispuesto y arreglado todo hasta en sus me nores detalles. La santa fundadora sentía, sin embargo, que su hora estaba cercana, y no quería salir de este destierro sin hacer valer la obra de sus manos. Habló, pues, al emperador de su designio de retirarse al convento para disponerse a la muerte; Otón puso al principio muchas dificultades, mas por último consintió en la separación. La viuda de Enrique I se dirigió inmediatamente a Nordhausen y pidió por favor que la admitiesen entre las más humildes religiosas. Su regulari dad y sobre todo su caridad no tardaron en ser la admiración de las religiosas, quienes apenas podían creer lo que veían: una antigua emperatriz y madre del más grande de los emperadores, desempeñar con tanta alegría los más humildes oficios.
VUELVE AL MUNDO O tenemos documentos concretos acerca del género de vida de Ma tilde después de la última entrevista con el emperador Otón; pero del texto un tanto impreciso de sus biógrafos se puede colegir que, a pesar de sus achaques y de la enfermedad, no disminuyó su actividad y siguió preocupándose de las obras que había fundado, arrostrando si era preciso frecuentes viajes, muy penosos a veces, en aras de su caridad. Herida ya por la enfermedad que debía muy en breve llevarla de este mundo — dice su biógrafo-^-, no daba importancia a las fatigas mientras le quedase alguna buena obra que realizar. En los primeros días de enero de 968, llegó a Quedlimburgo, sus dolores se acrecentaron y comprendió que iba a morir muy pronto; distribuyó, pues, sus bienes entre los obispos, sacer dotes y monasterios; su nieto Guillermo, arzobispo de Maguncia, acudió a su lado y al verle se sonrió con angelical semblante. —La voluntad de Dios te trae a mi lado —le dijo— ; ningún ministerio podía serme más agradable qué el túyo, puesto que plugo a Dios hacerme sobrevivir a mi amadísimo Bruno, arzobispo de Colonia; ante todo vas a oír mi confesión, para absolverme de mis pecados, en virtud del poder que has recibido de Dios y de San Pedro. Luego irás a celebrar misa para la remi sión de mis culpas, por el descanso del alma de mi difunto esposo y señor Enrique, y por los fieles de Cristo, vivos y difuntos. Una vez cumplido el deseo de su santa abuela, Guillermo volvió de nuevo a su lado, le dió otra vez la absolución y le administró la Extrema unción y el Viático. Antes de ausentarse el arzobispo, la piadosa reina
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mandó llamar a la abadesa de Quedlimburgo y le encargó fuese a buscar los «palios», como llamaba a los lienzos mortuorios que había dispuesto para su sepultura. Luego añadió: — Quiero ofrecérselos a mi nieto como prueba postrera de mi cariño, pues los necesitará para el difícil viaje que va a emprender; después de mi muerte, no me faltará con qué amortajarme, pues, como dice el refrán popular: «Los parientes dan siempre un vestido para casar y un sudario para enterrar.» Trajo, pues, los palios la abadesa, y la reina los ofreció a Guillermo, diciéndole: «Acéptalos como última ofrenda mía y corno advertencia suprema.» El arzobispo le dió gracias por esta tierna muestra de cariño, le dió con lágrimas su bendición y se despidió de ella; era la última plática que ha bían de tener en este mundo. Al alejarse, dijo en voz baja a las personas que cuidaban a la augusta enferma: «Me veo precisado a salir para Radulveroth, pero dejo aquí a uno de mis familiares con el encargo de avisarme si se agrava la enferma para regresar apresuradamente.» Pronunció estas palabras en tono tan bajo que parecía imposible que la reina hubiese podido oírlas; sin embargo, Santa Matilde levantó la cabeza y dijo al arzobispo: — Es inútil que dejes aquí a ese sacerdote, lo necesitarás en tu viaje. Vete con la paz de Cristo adonde su voluntad te llama. Partió Guillermo para Radulveroth, pero algunos días después de su lle gada murió repentinamente. Enviáronse mensajeros a Quedlimburgo con la triste nueva, no osando nadie anunciársela a la reina por temor de acelerar su muerte; pero la sierva de Cristo, sonriendo en medio de sus sollozos, dijo: — ¿Por qué ocultarme la triste nueva? Ya sé que el arzobispo Guillermo ha salido de este mundo; que toquen las campanas, que llamen a los pobres y les den limosnas, para que nieguen por el alma del difunto.
ÜLTIMAS PLÁTICAS. — CULTO DE SANTA MATILDE ATILDE sobrevivió aún doce días a esta prueba tan cruel para su corazón. El Sábado Santo —14 de marzo del 968— , al rayar el alba, la sierva de Dios mandó llamar a los sacerdotes y a las religiosas, que se con gregaron junto a su lecho. Gran multitud del pueblo se juntó a ellos y la mo ribunda tuvo suficiente presencia de ánimo para darles saludables consejos. Habló también confidencialmente a su nieta, la abadesa Matilde, y le entregó un necrologio en el que estaban inscritos los nombres de sus parien tes difuntos y le recomendó sobre todo que orase por el alma del difunto rey Enrique y por la suya propia.
En aquel momento la abadesa de Richburgo, con los ojos arrasados en lágrimas, se arrodilló a los pies de la augusta reina y muy reverente dijo con voz entrecortada por los sollozos: —Señora muy amada, ¿a quién dejáis el cuidado de esta Congregación desconsolada, a cuya cabeza me habéis puesto a pesar de mi indignidad? ¿Qué va a ser de nosotras sin vos?... Santa Matilde le dijo tiernamente que les dejaba por protector al em perador y la consoló cuanto pudo. Luego, mandando entrar de nuevo a los sacerdotes y monjas, hizo confesión pública, recibió la absolución, oyó misa y comulgó. Después permaneció con los ojos y las manos levantados al cielo hasta las tres de la tarde. Entonces mandó que la pusiesen sobre un cilicio cu bierto de ceniza. «Así —dijo— debe morir una cristiana»; y, haciendo la señal de la cruz, expiró. Las religiosas de Quedlimburgo lavaron piadosamente su cuerpo y lo de positaron en el féretro. A punto de llevarla a la iglesia, llegaron unos emi sarios enviados a toda prisa por Gerberga, hija de la Santa, los cuales eran portadores de un palio magnífico, tejido de oro, para la augusta sepultura. De este modo se cumplía la profecía de la sierya de Dios relativa a los palios regalados al arzobispo' Guillermo, y a la sábana que le había de servir a ella misma de mortaja. Su cuerpo fué depositado junto a la tumba del rey Enrique, en Quedlimburgo, como lo había solicitado ella misma. Desde los primeros momentos de su muerte, cuantos conocieron a Ma tilde, de común acuerdo celebraban su santidad, pero, desgraciadamente, no tenemos textos auténticos sobre el culto tributado a la Santa en el curso de los siglos. Y fácilmente se explica si se tienen en cuenta los estragos causa dos por las guerras de religión, las revueltas y los múltiples desórdenes, que aniquilaron, por decirlo así, la fe en muchas comarcas de Alemania, antaño muy católicas. Una iglesia le fué dedicada en Quedlimburgo en 1858, y desde 1884, el clero de la diócesis de Paderborn, de la cual forma parte Quedlimburgo, tiene inserta en el breviario y en el misal una conmemoración especial de Santa Matilde.
SANTORAL Santos Lubino, obispo de Chartres; Eleuterio, obispo de G énova; Inocencio, obis po de Verona; Bonifacio, obispo de Ross, en E scocia; León, obispo y m ártir; Eutiquio, Pedro y Afrodisio, mártires; los cuarenta y siete solda dos mártires de la cárcel Mamertina, de Roma, bajo el imperio de N erón; Juan II, abad de Monte Casino. Beatos Juan de Barastre, abad; Conrado . de Ascolí, franciscano; Elias, enviado a Francia por •San Francisco de Asís. Santas Florentina, virgen , cuya fiesta celebra la Iglesia española el 20 de junio; Matilde, emperatriz y matrona; Demetriada, virgen de Cartago, alabada por San Jerónimo y San Agustín. En el Abruzo ulterior (Italia) se celebra la fiesta de dos santos religiosos que fueron ahorcados de un árbol, en donde; después que habían muerto, les oyeron sus amigos cantar salmos. SAN LUBINO, obispo de Chartres. — Nació en el seno de humilde familia en Poitiers, pero Dios le ensalzó hasta la dignidad episcopal. De jovencito, se ocu paba más en el cultivo de la tierra que en el de su propio espíritu; por esto crecía ignorante. Pero su trato con un piadoso ermitaño le facilitó el conocimiento de las primeras letras y, con ellas, un notable avance en la virtud. Llevado de su único afán, meditar en Dios, abandonó la casa paterna para ingresar en un monasterio. Recibió consejos y dirección de San A v ito ; permaneció un tiempo en la abadía de Leríns, y se estableció definitivamente en un monasterio de los alredores de Lyón. Después de la guerra entre francos y borgoñones, durante la cual la soldadesca despiadada le serró la cabeza con cuerdas, de cuyo mal le curó Dios, volvió a vivir con San Avito hasta la muerte de éste; luego fué a un desierto, pero el aroma de su santidad se difundió de tal manera, que no pudo librarse de aceptar la sede episcopal de Chartres. D ió ejemplo de todas las vir tudes y durmióse en la paz del Señor en el transcurso del año 557. SANTA FLORENTINA, virgen. — En Cartagena se meció la cuna risueña de esta santa doncella, que creció como planta hermosa y flor lozana en el hogar bendito donde germinaron las flores bellas de todas las virtudes, cultivadas con esmero por San Leandro, San Fulgencio y San Isidoro, tres luceros que alumbra ron al mundo con destellos de sabiduría y reflejos de santidad. Florentina recibió esmerada educación cristiana de sus padres; vió siempre admirables ejemplos de virtud en el hogar paterno; recibió sólida instrucción de su hermano mayor, Leandro; aprendió latín y entendió las Sagradas Escri turas. Nada de extraño, pues, que ella misma enseñara a su vez a Isidoro, el menor de los cuatro hermanos. Por su talento, cultura y virtud se atrajo las simpatías de cuantos la conocían. Muchos fueron los que la pretendían por es posa; pero Florentina había consagrado a Dios su virginidad y despreciaba todas las cosas de la tierra. Ingresó en el convento de Nuestra Señora del Valle, pró ximo a la ciudad de Écija, del cual pronto llegó a ser abadesa. Al olor de sus virtudes corrían muchas doncellas a ponerse a sus órdenes y recibir el influjo saludable de su dirección. Hubo necesidad de crear otros monasterios, en cuya empresa le ayudó notablemente su hermano San Fulgencio. San Leandro y San Isidoro le dedicaron varios de sus libros, para que con su lectura se perfeccio nase más y más en la virtud. Después de dar a sus religiosas las últimas reco mendaciones, voló a unirse con su divino Esposo, el 14 de marzo del año 633.
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DE
MARZO
SAN CLEMENTE M." HOFBAUER REDENTORISTA (1751 - 1820)
ACIÓ este heroico defensor de la Iglesia el 26 de diciembre de 1751, en Tasswitz (Checoeslovaquia). Recibió en el bautismo el nombre de Juan, que trocó más tarde por el de Clemente María. Contaba sólo seis años cuando murió su padre, Pablo Hofbauer; su madre, María Steer, llamó al niño en aquella ocasión y, enseñándole un crucifijo de familia, le dijo: «Mira, hijo mío, en adelante éste será tu único padre; procura seguir sus pasos y llevar una vida conforme a su voluntad santísima». El niño se arrodilló, juntó las manos y levantó amorosamente sus ojos al crucifijo, como quien da conformidad absoluta a los deseos de su madre. Desde aquel instante el niño Juan puso todas sus delicias en frecuentar las iglesias y practicar la caridad. Su placer más grato era distribuir a los niños pobres, vituallas y algunos dinerillos que se agenciaba. Sólo el fuego' del amor divino que inflamaba ya su alma puede explicar nos la sabiduría celestial de alguna de sus ocurrencias. Yendo cierto día el niño Juan en compañía de su madre, acertaron a encontrar en la calle a unos parientes suyos. «¿Qué hacéis aquí?» — Ies preguntó el niño— . Y le contestaron: «Estamos matando el tiempo».
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Juan, que a la sazón tenía sólo ocho años, no alcaqzó a entender lo que querían decir coln aquello de «matar el tiempo», y cuando oyó de labios de su madre el verdadero sentido del modismo: «¿Es posible? — exclamó, sorprendido por tan extraña respuesta— , ¿es posible?... Pero si no tienen que hacer nada, ¿por qué a lo menos no em plean el tiempo en rezar?» Respuesta, en verdad, digna de un santo y de un apóstol.
PANADERO Y LATINISTA. — VOCACIÓN PROVIDENCIAL ESDE muy joven puso Dios en su corazón vivísimas ansias de llegar al sacerdocio, pero a sus encendidos deseos se oponía como obstácu lo insuperable la pobreza de la familia; tuvo que resignarse a tomar un oficio manual: el de panadero. Después de tres años entró a servir en la abadía premonstratense de Bruke. El hambre hacía estragos en Moravia y Bohemia; de todas partes acudían a la abadía turbas menesterosas y, a veces, hambrientas a pedir pan. Juan, en razón de su oficio de panadero, fuá el encargado de amasar y cocer todo el pan necesario para alimentar a las muchedumbres; ya se comprenden los trabajos y desvelos que se impondría para cumplir. A su prodigiosa actividad, unía el sacrificio sin límites, imponiéndose las más duras privaciones para aumentar las limosnas. Fray Jorge Lambreck, abad del monasterio, descubrió pronto la virtud y los secretos anhelos del panadero; ofrecióle manera de estudiar, a la ve* que seguía en el oficio, y Juan pudo en cuatro años terminar los estudios de latinidad. » A la muerte del abad, Juan resolvió retirarse a la soledad y fué a vivir en una gruta, junto al santuario de Muhlfrauden, donde se veneraba una milagrosa imagen de Cristo atado a la columna; en este género de vida pasó sólo dos años, pues un decreto del emperador de Austria, José II, de tirá nico recuerdo, abolió la vida eremítica en sus Estados. Juan se trasladó entonces a Viena, donde volvió a su»antiguo oficio, en la panadería llamada la «Pera de hierro», situada frente al convento de las Ursulinas. Peregrinó por dos veces a Roma en compañía de su virtuoso amigo. Pedro Kunzman. Al fin llegaron a Tívoli, donde solicitaron del obispo Bernabé Chiaramonti, elevado más tarde al solio pontificio con el nombre de Pío VII, licencia para llevar vida eremítica en su diócesis. El discreto obispo los so metió a un riguroso examen y, convencido por sus respuestas, de que era el espíritu de Dios el que los guiaba, se determino a satisfacer los deseos de ambos jóvenes: les dió su bendición y el hábito de ermitaños. En esta oca sión recibió el siervo de Dios el nombre de Clemente María.
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Sin embargo, a medida que adelantaba en años, sentía irresistible incli nación al sacerdocio; parecíale que Dios le quería, apóstol y no ermitaño; y, como esta idea' le bullera de continuo en la mente, algunos meses después volvió a encaminarse hacia Viena, donde esperaba que la Providencia le de parase los medios necesarios para proseguir sus estudios teológicos y conse guir lo que tanto .anhelaba. Pero en la Universidad, nuestro Clemente no se sentía satisfecho; notó pronto que la doctrina de algunos profesores estaba plagada de los errores de Lutero y de Febronio, y con santa indignación interrumpió cierto día a uno de ellos, diciéndole: — Señor, la doctrina que acaba usted de proponer, es contraria al dogma católico. Y diciendo esto abandonó el aula en que con tanto descaro se maltra taba la doctrina de la Iglesia. Tan oportuna intervención tuvo un feliz re sultado: el profesor que hablaba de aquella suerte, el célebre Jahn, reflexio nó y mudó de vida, en forma que murió en 1816 siendo canónigo de Viena'. Así obra muchas veces Dios misericordioso: válese de una palabra para producir la chispa que ha de iluminar a una inteligencia y convertirla. Volvió a Roma, en compañía de su condiscípulo Tadeo Hubel; llegaron a la Ciudad Eterna a la caída de la tarde y se retiraron a descansar en una modesta posada, cerca de Santa María la Mayor. Convinieron que a la ma ñana siguiente irían a la iglesia cuyas campanas oyeran tocar primero. Al romper el alba el esquiloncillo de la iglesia de San Julián, les envió antes que ningún otro campanario el sonido de su voz; levantáronse, pues, y se dirigieron a la iglesia para implorar la protección del Señor. Era la hora en que los religiosos que la servían tenían la hora de meditación. El aspecto de profunda piedad con que oraban impresionó tan hondamente el ánimo de Clemente que, al salir del templo, preguntó a un niña qué reli giosos eran aquéllos. — Son redentoristas —le contestó el niño; y luego, en tono profético, añadió: — Y no está lejano el día en que usted entre en esa Orden. Esta inesperada salida del niño hizo no poca mella en el áni,mo de Cle mente, quien, sin aguardar al día siguiente, se va a encontrar al Superior y le pide respetuosamente informes sobre la regla y fin de la Congregación. Impulsado por divina inspiración, el Superior ofrece a nuestro Santo ad mitirle en la Congregación; así fué cómo Clemente María dió con su verda dera vocación; vió claramente ser esta la voluntad de Dios. Con suma com placencia aceptó el ofrecimiento que se .le hacía; tenía entonces 33 años. El ilustre fundador de los íiedentoristas, San Alfonso de Ligorio, que vivía aún, al enterarse de la admisión de C'.smente, sintió gran alegría y predijo que por su ministerio «Dios manifestaría su gloria en los países del Norte».
NOVICIO. — SACERDOTE. — MISIONERO LEMENTE María fué desde el primer momento dechado y modelo de novicios, pero su estómago de moravo tuvo mucho que sufrir de la frugalidad italiana. Tomó el hábito religioso el 24 de octubre de 1784, y al afto siguiente, en la Solemnidad- de San José, pronunció los votos religiosos en la Congrega ción del Santísimo Redentor. Tanto progresó en santidad y ciencia que, un año después, fué juzgado digno de recibir las órdenes sagrada? de manos del Obispo de Veroli. Ser sacerdote colmaba sus deseos; con ello veía ya realizados los ensueños de toda su vida y vislumbraba en lontananza los trabajos que podría empren der para mayor gloria de Dios. Poco tiempo después, en 1785, sus Supe riores le enviaron con algunos compañeros a Varsovia donde, recomendado por el Nuncio, fué muy bien acogido por el rey Estanislao II. Desgraciada mente el estado social y religioso de Polonia era desastroso; los protestantes gozaban situación privilegiada por obra de Catalina II, emperatriz de Rusia. Con la fe católica habían desaparecido las buenas costumbres y la corrup ción había llegado al colmo de la iniquidad. — Temo mucho —decía nuestro Santo— que Dios descargue algún golpe terrible sobre esta nación que así desprecia sus gracias y favores; roguemos para que mis temores no se cumplan. Estas palabras proféticas tuvieron pronto fiel cumplimiento. En 1793 co menzaba el desmembramiento de Polonia y dos años más tarde Rusia, Austria y Prusia se repartían este desventurado país. La nación polaca des aparecía como tal durante siglo y medio. Sin embargo, a pesar de todos los obstáculos y contrariedades, el mi sionero no perdía el ánimo en su labor, seguro como estaba de hacer la voluntad de Dios al cumplir su ministerio apostólico. «Dios lo quiere», solía decir, y al, decirlo se entregaba a su misión lleno de confianza en Aquel que todo lo puede. En una circunstancia, como llegase a faltar el pan a sus religiosos, el Padre Hofbauer bajó a la iglesia y oró largo rato; de repente, con santa osadía, se acercó al sagrario y, llamando a la puertecilla, dijo: «Presto, Señor, venid a nuestra ayuda, que ya es tiempo». Poco después un desconocido caballero se presentaba en la residencia y entregaba socorros para remediar aquella necesidad. Varias otras veces le ayudó Dios de manera prodigiosa, todo lo cual sabía aprovechar admirablemente para extender y propagar sus obras apos tólicas.
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L niño dice a San Clemente María Hofbauer: «Estos religiosos tan piadosos son los sacerdotes que en Rom a llamamos Reden-
ristas. Sin tardar mucho, será usted como ellos, porque entrará en esa Congregación»'. El peregrino, impresionadísitno, tomó el aviso por llamamiento divino.
CELO Y CARIDAD DEL SANTO. — FUNDA ESCUELAS
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U celo no reconocía límites y los pobres eran Irá que primero participa ban de sus caridades. Después de la devastación de los arrabales de Varsovia por los rusos una multitud de niños, cuyos padres habían perecido, se encontraron sin pan y sin hogar. Clemente creó para las niñ huérfanas establecimientos de beneficencia que confió a vírgenes cristianas y él mismo se encargó de los niños, a los que cuidaba y prodigaba sus aten ciones cual solícita madre. Pedía limosna para ellos y nada le importaban las humillaciones más crueles con tal de poderles atender y alimentar. Habiéndose encontrado cierto < día con un grupo de jugadores, Ies pidió limosna; uno de ellos se dió por ofendido y, fuera de sí, llegó a escupirle en la cara; el siervo de Dios se limpió con toda calma y, dirigiéndose con sosiego a su injuriador: — Esto —le dijo— va para mí, pero ahora te suplico me des una limosna para mis huerfanitos. Tanta mansedumbre y humildad desarmaron al furioso jugador, el cual le dió una crecida limosna, se convirtió y publicó por todas partes la he roica paciencia del Santo. Pero no les basta a los niños el pan material; bien lo sabía el santo sacerdote; por eso fundó para sus huérfanos escuelas que puso en manos de maestros hábiles y virtuosos, formados bajo su inspección y vigilancia. Esas obras exigían grandes gastos y el administrador del convento se quejaba a menudo, pero el Santo le respondía sonriendo: —Dad y se os dará: no os preocupéis del día de mañana. Esta confianza en Dios no le salió nunca fallida. La iglesia de San Bennón era una verdadera misión perpetua en la que el celo del padre Clemente lo animaba todo con su entusiasmo y fervor; en ella se distribuían al año más de 100.000 comuniones; cada grupo de fieles formaba una cofradía; una de ellas tenía por misión la difusión de buenos libros y combatía con todo entusiasmo la propaganda jansenista, la protes tante y la de la naciente secta de los francmasones. La vida íntima de nuestro Santo no era menos admirable que su vida de apóstol. A los pies del Santísimo Sacramento sacaba fortaleza y ecuani midad-admirables. Ofrecía el santo sacrificio de la Misa con amor de sera fín; practicaba los votos de religión con la perfección y fervor de las aliñas escogidas. Sumamente austero consigo mismo, jamás se quejaba de nada ni' de nadie. «Mirad —decía un día a uno de sus Hermanos— : para soportar la fatiga el misionero debe ser mortificado. Y o no he probado el vino hasta los' cuarenta años».
Tampoco descuidaba la mortificación interior: «Las penitencias corPora" les — solía decir— no son ni absolutamente necesarias, ni muy difíciles; pero la renuncia de la propia voluntad y la represión de las malas Inclina ciones son de necesidad absoluta para adquirir las virtudes; es éste ul* com bate mucho más difícil». Un alma tan bien templada alcanzó rápidamente la más alta perfección. Cual otro San Francisco de Sales, ‘había logrado domar, mediante una lucha incesante, la vivacidad natural de su carácter; las injurias más atroces no conseguían turbar su tranquilidad ni alterar en lo más mínimo su semblante. Persona de tal condición era idónea para llevar la cruz a ejemplo de su di vino Maestro; por otra parte, el Señor cuidó que no le faltara nunca (Jurante toda su vida, purificando así más y más a su fiel siervo.
LOS REDENTORISTAS SON EXPULSADOS DE PO LON IA
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NVIDIOSOS los sectarios, herejes y revolucionarios de la gran influen cia de los Redentoristas en Varsovia, emplearon todas sus arterías hasta lograr la total extinción de su obra, y un decreto por cual se los expulsaba no tan sólo de Varsovia, sino de toda Polonia. Federico Augusto, rey de Sajonia, firmó con lágrimas en los ojos este decreto por orden de Napoleón, cuyas tropas ocupaban el país. Nuestro desterrado Padre Clemente María permaneció algunas semanas detenido con sus Hermanos en la fortaleza de Custrin, y hacia fir»es del año 1808 hubo de salir, para Viena. En esta ciudad halló al principio oposiciones y penalidades, pv*es fu é detenido como conspirador y enviado al calabozo; pero lejos de intiiíndarse el inocente perseguido, con estos rigores aumentaba su alegría, al entrever próximos consuelos. En efecto, su inocencia fué a todos manifiesta y p or eU° salió de la cárcel. El papa Pío VII le defendió tan bien contra la descon fianza de la corte de Viena, que el emperador de Austria, Francisco I* re_ conoció al fin a la Congregación del Santísimo Redentor. Entonces, el Padre Clemente María agrupó en torno suyo a todas las clases sociales de la ciudad.
APÓSTOL DE VIENA UY raros eran en aquella época en Viena los cristianos de entereza suficiente para declarar en público su afecto a las doctrinas de la Iglesia católica y su adhesión incondicional a la Santa Sede- Este valor, que a tantos faltaba, San Clemente María lo poseía en alto grado. Sin importarle lo que el público dijera, se estableció en el centro de la ca
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pital de Austria como sacerdote netamente católico, y como tal se dió a conocer en sus enseñanzas, en su proceder y en todas sus obras y empresas. Tan alto ejemplo de virilidad cristiana causó verdadera sensación en el am? biente social; y a poco el humilde Padre Clemente llegó a ser cual faro lumi noso que atraía a todos los verdaderos hijos de la Iglesia católica. Y es que este santo varón vivía de la vida de fe. «Una persona sin fe —solía decir— me da la impresión de un pez fuera del agua... Creo con mas tesón y firmeza lo que la fe me enseña, que lo que veo a simple vista y, si con los ojos corporales me fuera dado presenciar los misterios de la fe, no los abriría para no perder el mérito de esta virtud». Gracias a esa fe realizó numerosas obras de caridad. Apenas si puede compararse la ternura que tiene un padre con sus hijos con la que este após tol tenía con los pobres: daba cuanto llegaba a sus manos. Cada día visi taba a los desheredados de la fortuna, escuchábalos, los animaba y se ponía a su disposición en el confesonario. Los pobres vergonzantes eran objeto de una caridad especial: sabía descubrirlos y socorrerlos con extremada de licadeza. Difícil sería dar idea de la caridad y solicitud que prodigaba a los miem bros dolientes de Jesucristo. Nunca retardaba el auxilio a los enfermos, ora fuese de día, ora de noche, con viento o con nieve, a corta o larga distan cia. Si el enfermo era pobre, suministrábale socorros; si no había nadie para cuidarle, él hacía de enfermero; su abnegación, su amena charla, su amable familiaridad, le ofrecían esas brillantes victorias por las cuales arran caba del infierno a tantas almas como la muerte pudiera precipitar en él. Cierto día fueron a llamarle para confesar a un enfermo que hacía más de veinte años que no frecuentaba los Sacramentos, y a la hora de la muerte rechazaba los auxilios de la religión. Su anciana madre y su mujer recibie ron al Padre Clemente María con lágrimas en los ojos y le introdujeron en la estancia del moribundo; apenas le vió el enfermo montó en cólera vomi tando injurias y denuestos contra él. — Amigo — le dijo el Santo— , cüando uno se dispone, a emprender largo viaje, procura proveerse del necesario viático, ¿cómo puede ser que tú, cuando vas a emprender el de la eternidad, que es tan largo, desprecies los Sacramentos de la Iglesia, medios indispensables para llegar felizmente al término, que es la gloria? El enfermo rechazó sus consejos. — Márchate, sal pronto de aquí — exclamó. El Padre Clemente hizo ademán de retirarse, pero se detuvo en el umbral de la puerta. El enfermo se dió cuenta y, juntando las pocas fuerzas que le quedaban, le increpó frenético: —Márchate y déjame en paz.
Entonces el Padre se vuelve hacia el enfermo y, con voz resuelta y tono severo, le dice: —-No me iré, no; vas a morir pronto y quiero presenciar la muerte de un réprobo. A estas palabras, que parecían inspiradas por el cielo, el moribundo prorrumpió en sollozos, se avino a reconciliarse con Dios y expiró como un predestinado en brazos del santo misionero.
MUERTE DEL SANTO. — EL TRIUNFO AN numerosos y continuados trabajos habían debilitado poco a poco la robusta complexión del Santo; sin embargo, no cesaba en sus apos tólicas empresas y en el ejercicio de su ministerio, aun en medio de crueles sufrimientos. Por fin el 15 de marzo de 1820, a eso de mediodía, en el momento en que' rezaban el Angelus, entregó su hermosa alma a Dios. Sin tardár empezaron los prodigios en su tumba; innumerables gracias espirituales y temporales fueron el fruto ‘de su intercesión. Los hechos mi lagrosos se repetían con tanta frecuencia que los fieles solicitaron a Roma la introducción de su causa, lo cual tuvo lugar el 14 de febrero de 1867. Verificóse su Beatificación en el Pontificado de León X III y, por fin, la Ca nonización solemne del Apóstol de Viena, por Pío X , el 20 de mayo de 1909, al mismo tiempo que la de. San José Oriol, apóstol de Barcelona.
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SANTORAL Santos Raimundo de Fitero, abad; Zacarías, papa ; Clemente María Hofbauer, confesor; Longinos, mártir, soldado que atravesó con una lanza el costado del Divino Redentor; Mágoriano, uno de los primeros evangelizadores del Tirol; Probo, obispo de Rieti; Juan Sabas, natural de Nínive y monje, cerca del Tigris; Juan de Sapsas, que moró en una cueva, honrada con la presencia de Jesucristo cuando visitó al Precursor en el desierto; Juan de Choceba, que se alimentaba en el desierto con sólo frutas y raíces; Juan, anacoreta de la Laura de San Sabas; Aristóbulo, hermano de San Berna bé, discípulo de los Apóstoles y mártir; Menigno, batanero de oficio, már tir; Especioso, monje benedictino; Sisebuto, abad de Cardeña; Balustato, religioso en Ribagorza; Mélitón, mártir, venerado en Granada; Silvio y Eutiquio, mártires en Nicomedia. Santas Madrona, virgen y mártir, vene rada •en Barcelona; Leocricia o Lucrecia, mártir en Córdoba, por denuncia de sus mismos padres; Columba, abadesa de Lamego, virgen y mártir; Luisa de Marillac, cofundadora de las Hijas de la Caridad.
SAN RAIMUNDO, abad de Fitero y de Calatrava. — Este ilustre Sjmto, que ocupa un puesto de honor en la Historia de nuestra Patria, nació en Tarazona, sita en el reino de Aragón. Dios, que le destinaba a grandes empresas, le adornó de las disposiciones y gracias conducentes a. sus fines providenciales. Y a de joven fué «ejemplar en las costumbres, moderado en el hablar, grave en las palabras, modesto en las acciones y extremado en todos los ejercicios de piedad» (Ribadeneira). Deseando atender con esmero al delicado negocio de su, salvación, se hizo religioso del Cister, ingresando en el monasterio de Scala Dei, en Gascuña. De allí, en tiempos de Alfonso V II el Emperador, vino a fundar el monasterio de Fitero, del que llegó a ser abad. Se hizo célebre en la Historia de España por su valor e intrepidez en luchar contra los árabes, a quienes venció en la importante plaza de Calatrava, que los Templarios habían abandonado por el inminente pe ligro en que se hallaban ante las duras acometidas de sus enemigos. No pudiendo acudir Sancho a defender la plaza, la ofreció con todos sus términos, castillos y fortalezas a quien se comprometiera a libertarla del yugo sarraceno. Sólo se ofre ció para esta empresa Raimundo, abad de Fitero. Reunió un ejército de veinte mil combatientes, y con ellos se fué a Calatrava y logró rechazar valerosamente a los árabes, arrojándolos hasta de sus más inexpugnables fortalezas. Prontp creció el interés de muchos personajes en luchar bajo la dirección de este nuevo y valeroso caudillo del Señor. Así se originó la Orden militar de Calatrava, compuesta de dos clases de cuerpos regulares: una de la reforma del Cister, y otra de militares con las insignias del mismo hábito de la Orden. - Murió cerca de Aranjuez el 15 de marzo de 1163. SANTA MADRONA, virgen y mártir. — Era una doncella de servicio en casa de una señora judía de Tesalónica, y estaba dotada de un carácter dulce y ama ble. Descubrió su dueña la religión católica que profesaba Madrona, y por esto la atormentaba de palabra y de obra para lograr que renunciase a su fe. P e r o ' la joven cristiana se mantuvo firme en sus creencias, por lo cual fué muerta a golpes por su ’ cruel señora. Después de su martirio, los cristianos se llevaron su cuerpo; pero la Providencia dispuso que el barco que llevaba tan santa reliquia llegase, a causa del temporal, al puerto de Barcelona, en cuya ciudad es muy venerada en la parroquia que está bajo su patrocinio. SANTA LEOCRICIA, virgen y mártir. — A mediados del siglo xx vivía en Córdoba, su ciudad natal. Fué catequizada por Liciosa, amiga suya. Huyó de casa de sus padres, musulmanes, porque con malos tratos la querían hacer abju rar de su fe. Se vió grandemente protegida por San Eulogio, cuya vida reseña mos el día 11. Con cuatro días de diferencia, Eulogio y Leocricia o Lucrecia su frieron el martirio, vertiendo su sangre al filo de la espada, que segó sus gargan tas arrebatándoles la vida corporal, pero introduciéndolos en la eterna. -Día tan venturoso fué para Lucrecia el 15 de marzo del año 859. SANTA LUISA DE MARILLAC, viuda y cofundadora. — Nació en París en 1591 de familia de noble abolengo. Huérfana de madre, su padre la puso presto como pensionista 'en el convento de Dorpinicas de Poissy. Muerto el padre, quedó Luisa bajo la tutela de un tío suyo, canciller del reino y hombre de gran piedad, que le sirvió de preceptor. En su. escuela hizo grandes progresos en letras, artes y virtudes. A los veinte años manifestó deseos de entrar en el claustro, mas Dios lo dispuso de otro modo y Luisa contrajo matrimonio. Pronto se distinguió en París por su caridad para con los pobres. Púsose bajo la dirección de San Vicente de Paúl y habiendo ella enviudado, realizó con este Santo una obra fecundísima: la fundación de las Hijas de la Caridad. El 15 de marzo de 1660, murió santamente.
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SAN ABRAHAN KIDUNAIA ERMITAÑO ( f en 366)
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A vida y virtudes de este renombrado ermitaño sirio son harto cono cidas gracias a los himnos compuestos en honra suya por el contem poráneo —y quizá pariente— San Efrén (373), y, sobre todo, por una extensa biografía escrita probablemente en el siglo V. Abrahán Kidunaia o Kiduna vió la luz primera en la segunda mitad del siglo III, muy cerca de la ciudad de Edesa — la actual Orfa— , en Mesopotamia. Sus padres eran ricos y muy estimados. Fué una de sus preocupa ciones procurar al joven Abrahán una alianza matrimonial digna de su fortuna y de su alcurnia. Desposáronle, en efecto, con una joven tan reco mendable per sus virtudes como por su abolengo. Cuando más tarde llegó el momento de concertar el matrimonio, vióse Abrahán fuertemente obliga do por las lágrimas y los ruegos de su madre y por el mandato expreso de su padre a aceptar, a pesar de su gran repugnancia, el partido que se le proponía, aparentemente, con visos de providencial. Las fiestas y diversiones que acompañaron a la ceremonia de la boda duraron, según costumbre, una semana; pero el séptimo día, horas antes de la conclusión del matrimonio propiamente dicho, el alma de Abrahán fué repentinamente iluminada por
una luz celestial y oyó la voz del Señor que le llamaba a bodas más castas y deleitables. El joven no titubeó un instante, dejó secretamente casa, padres y prometida esposa, y se retiró a una cabaña solitaria situada no lejos te la ciudad. Una vez en refugio seguro, dió gracias a Dios por haberle separado del mundo y de sus seducciones, y se entregó por entero a glorificarle en la soledad mediante continuas austeridades y oración prolongada. Esta repentina y nunca esperada fuga, sorprendió y afligió sobremanera a sus padres y parientes, quienes despacharon mensajeros a todas partí? para inquirir noticias de él. Finalmente, al cabo de diecisiete días le en contraron en la cueva, con no poca admiración de unos y otros. padre, la madre, la esposa y todos los parientes, deshaciéndose en lágrimas, pusieron en práctica todos los medios que les sugirió la ternura para retirarle de aquella soledad; pero el santo mozo les supo demostrar que Dios acababa de otorgarle una merced señaladísima, sustrayéndole a las ocasiones de pecar e imponiéndole el yugo suavísimo de su divino servicio en el estado de perfección. Sus padres comprendieron sin dificultad la gracia con que los distinguía el Señor y dejaron libre a su hijo para que siguiera su vocación. Abrahán, para m ejor conseguir que respetasen su soledad y su vida de ermitaño, mandó tapiar las ventanas y no conservó en su celda más que un diminuto ventanillo por donde le pudiesen proveer de pan y agua, único alimento que tomaba.
VIDA DE ERMITAÑO
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L nuevo asceta se dió con extraordinario ardor a la práctica de las virtudes cristianas. No poseía más que los objetos indispensables, una túnica de pelos de cabra, una capa, una estera para el escaso reposo que tomaba y un cantarillo para el agua. Negaba a los sentidos hasta la satisfacciones más legítimas. Hace observar su biógrafo que, a pesar de las vigilias, penitencias y ayuno prolongado, conservó Abrahán su cuerpo sano y vigoroso, con todo y estar dotado de temperamento delicado; tanta era la alegría espiritual con que la suavidad de la gracia le fortalecía. Pobre en bienes temporales, hallábase ricamente provisto de los dones celestiales: lá grimas de compunción, humildad profunda, espíritu de oración, caridad inagotable. Permitió el Señor que la acrisolada virtud de Abrahán tuviera extenso campo de acción. Su celda se trocó en breve en una especie de santuario que atrajo a muchos visitantes. Unos iban a buscar ejemplaridad o mayor fervor, otros dirección y oportunas enseñanzas, pues Dios le había otorgado con larga mano el don de sabiduría y de consejo; muchos anhelaban conse
guir del cielo, por su mediación, algún favor particular. Sabía el buen ermi taño que tales visitas habían de procurar más gloria a Dios y a las almas más alientos en la práctica de la virtud, y por eso las recibía. Era su humildad de las más profundas y arraigadas, por lo que tratába a sus visitantes con la mayor llaneza, sin mostrar preferencia alguna: idén tico celo e idéntica bondad sobrenatural para los pobres y los ricos. No reprendía a nadie con ira ni usaba jamás términos duros o altaneros; sus palabras — según nota su biógrafo más antiguo— iban impregnadas siem pre de prudencia y mansedumbre, por lo que no se cansaban de oírle, y tanto su conversación como sus ejemplos movían las almas a una vida más cristiana. Hacía más de diez años que Abrahán había dejado el mundo para vivir como ermitaño, cuando cierto día llegó a sus oídos la noticia del falleci miento de sus padres, que le dejaban heredero de considerable fortuna. Tenía el corazón demasiado desprendido de los bienes de la tierra y demasiado deseoso de la pobreza evangélica para retener.semejante herencia y cargarse con su administración. Rogó, pues, a un amigo suyo, de reconocida probi dad, que repartiera a los pobres y huérfanos la mayor parte, reservándose lo demás para alguna necesidad imprevista y urgente. Con tales limosnas pensaba Abrahán librarse de cuidados importunos y peligrosos y cumplir además los deseos de sus difuntos padres y los deberes que le imponía la piedad filial. Su alma salió con ello ganando mucho, pues esta renuncia cons tituyó un paso más en el desprendimiento total de los bienes créados y, por lo tanto, la ocasión de enriquecerse más de los dones sobrenaturales.
RECIBE LA UNCIÓN SACERDOTAL ABIA en las cercanías de la ciudad de Edesa una villa importante llamada Beth-Kiduna. Sus moradores, gentiles aún, persistián re beldes a las predicaciones y al celo de los sacerdotes, diáconos y monjes enviados para su conversión; no cosechando los misioneros más que odio y malos tratos. Sumamente afligido por tan pertinaz resistencia a la doctrina evangélica, el obispo de Edesa buscaba qué medio emplearía para librar a los habitantes de Kiduna de la idolatría. Ocurriósele cierto día va lerse de Abrahán el ermitaño: su gran piedad, extraordinarias virtudes y crédito ante el Señor conseguirían, a no dudarlo, conversiones a la fe cris tiana. El clero que asistía al prelado aprobó unánimemente la elección. Fué, pues, el obispo acompañado de algunos sacerdotes a la celda del ermitaño y le habló de los infieles de Beth-Kiduna, de su propósito de ordenarle de sacerdote y de encargarle de la evangelización de la villa pagana. Como Abrahán protestase de su indignidad y pidiese que le dejasen en paz llorando sus culpas en la soledad, respondióle el prelado que la gracia de Dios le
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haría llevar a feliz término lo que su superior le ordenaba; pues, trabajar en la salvación de las almas de los demás a la vez que en la propia, era prueba de mayor amor a Dios y manantial más abundante de méritos propios. —Cúmplase la voluntad de Dios — dijo entonces el solitario, rindiéndose a las razones del prelado— , dispuesto estoy a obedeceros y a ir adonde queráis mandarme. Dejó con tristeza su retiro para seguir la voluntad de Dios, preparóse algún tiempo al ministerio sacerdotal y recibió el sacerdocio en una fecha que no podemos fijar con exactitud, pero que hubo de ser hacia el año 330.
EL MISIONERO
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ACERDOTE ya, Abrahán encaminóse sin tardanza al campo de su apostolado. Allí reinaba el demonio como dueño y señor, y la lucha había de ser dura y prolongada. El nuevo apóstol conjuró al Señor que se apiadara de su debilidad, que le asistiera en aquella obra empren dida únicamente por su gloria y que librara de la tiranía de Satanás a aque llas almas creadas a su imagen y redimidas con la sangre de su Hijo. Aprovechando' los pocos recursos que providencialmente había reservado al distribuir su 'herencia paterna, y ayudado por la administración civil, edificó un templo modesto pero de bella ornamentación y decorado con buen gusto. Nuestro Santo pasaba gran parte de los días en oración, pues sabía que sólo las fervorosas plegarias, unidas a las austeridades y prolijos sufri mientos, conseguirían del Señor gracia para transformar aquellos corazones empedernidos y hostiles a la fe. A los paganos que por curiosidad iban a visitar el nuevo templo, expli cábales Abrahán que había un solo Dios verdadero y que los ídolos no eran más que deidades falsas y sus sacerdotes impostores o ministros de los de monios. Por inspiración de Dios y apoyándose en la legislación civil estable cida por el emperador Constantino, el celoso misionero derribaba las esta tuas de los dioses y juntamente sus altares. No hizo falta más para excitar el furor de aquellas gentes; los más fanáticos se echaron sobre él, le gol pearon bárbaramente y le arrojaron de la villa. Pero el Santo volvió durante la noche y entró en su iglesia, suplicando al Señor que se apiadase de sus perseguidores. No quedaron poco sorprendidos los paganos al encontrarlo allí al día si guiente. Exhortólos el Santo a renunciar a sus supersticiones, mas en vez de prestarle oído, llenos de furor echaron mano de él, sacáronle de la igle sia y le arrastraron por las calles hasta fuera de la villa. Arrojaron sobre él una nube de piedras y se retiraron al fin dándole por muerto. Al volver en sí el santo mártir, lo primero que hizo fué orar por la conversión de sus
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AN Abrahán Kidunaia no deja en su cabaña más que un ven tanillo por donde le puedan proveer de un poco de pan y agua
para su sustento. Desde él adoctrina y consuela a los numerosos peregrinos que vienen en busca de consejos y gracias espirituales, las cuales obtienen del cielo por mediación del ermitaño.
verdugos. Con la ayuda de Dios pudo llegar a la iglesia y emprender nueva mente su ministerio de oración y predicación. Al verle, sus enemigos queda ron más asombrados que nunca; pero redoblóse su encono y por espacio de tres años procuraron, por todos los medios posibles, hartarle de insultos, ultrajes, golpes, malos tratos, negativa de sustento, expulsión; en una pa labra, de todo usaron para forzarle a que se retirara. Mas todo fué en vano, pues Abrahán soportó tantos vejámenes sin ma nifestar la menor señal de cólera o de queja. Cuanto más le perseguían, más bondad demostraba a sus enemigos, tratando a los más ancianos conoto a padres, y a los jóvenes como a hijos suyos. Al fin, el odio y la crueldad de sus enemigos quedaron vencidos: todos admiraban ya la conducta de su víctima. A pesar de los malos tratos y de los insultos, el santo sacerdote a todo se había sobrepuesto; todo lo había soportado sin quejarse y hasta con alegría; jamás se le oyó una palabra de reproche contra nadie, siem pre la misma caridad y la misma disposición de ánimo. Había derribado con suma facilidad todo losf ídolos y los ídolos no habían podido vengarse de él. Evidentemente este hombre anunciaba la verdad y era prudente escucharle. Así se decían aquellos pobres extraviados. Acabaron, pues, por ir a verle a la iglesia. ¡Qué grande fué la alegría de Abrahán cuando los vió acudir en masa a someterse al verdadero Dios! ¡Con qué acentos de reconocimiento y de júbilo dió gracias a Dios por haber oído sus plegarias! Los nuevos catecúmenos fueron instruidos en las verdades de nuestra fe con todo esmero y preparados al santo bautismo. Casi toda la población, compuesta de unas mil personas, se bautizó y el Santo gastó un año en organizar la nueva parroquia.
INOPINADO RETORNO A LA VIDA EREMÍTICA IENDO Abrahán la decisión de los recién convertidos de permane cer fieles a la fe y a la religión de Cristo, juzgó terminada su mi sión; y tanto más cuanto que el afecto y veneración de que era objeto por parte de sus hijos espirituales, le hacían temer que tal vez su amor a Dios y el celo de su gloria fueran menos desinteresados. Por otra par te, el cuidado de tantas almas no le permitía orar y mortificarse como era su deseo. Por estos motivos resolvió Abrahán reanudar la vida eremítica y, temiendo que el obispo no se lo permitiera, se creyó con derecho a colocarle ante el hecho consumado, puesto que ya había dado fin a su mandato, que era la conversión de los paganos de Kiduna. Así, pues, cierta noche partió secretamente de la villa, no sin haberle dado antes por tres veces su ben dición, se internó en el desierto y ocultóse lo mejor que pudo.
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Con profundo dolor se dieron cuenta al día siguiente los fieles de la par tida de su venerado padre; pero a pesar de todas las pesquisas el paradero de éste permanecía ignforado. Avisado el obispo, llegóse a Kiduna para con solar a sus moradores, y eligió de entre ellos a los varones más notables por Su virtud; preparólos a la recepción de las diversas órdenes sagradas, los ordenó y les confió la dirección espiritual de sus paisanos. No bien supo Abrahán lo que el prelado acababa de hacer, se holgó « i extremo y dió gracias al Señor por ello. Con esto, seguro ya de que en lo sucesivo habían de dejarle tranquilo, volvióse a su antigua celda, edi ficó al lado otra, mejor dispuesta y más resguardada de las miradas de los visitantes, y se abrazó nuevamente con los ejercicios de la vida monástica.' Envidioso el demonio de las virtudes eminentes y del apostolado fecundo del santo recluso, hízole continua guerra para lograr que dejara la soledad o conseguir siquiera que atenuara el rigor de vida en el servicio de Dios. Unas veces, disfrazado de ángel de luz, le daba alabanzas y parabienes por #u santidad; otrqs, presentábase como un hombre armado de un hacha en ademán de echar abajo la celda; o bien, le amenazaba de muerte, o aparecían fantasmas que con gritos pretendían distraer al ermitaño postrado en fer vorosa oración. Mas el varón de Dios no se dejaba intimidar; antes bien, despreciaba a su enemigo, ahuyentábale .invocando el santo nombre de Dios, redoblando sus austeridades, y sobre todo humillándose más y más ante el divino acatamiento. Maravillosas fueron las victorias que tuvo Abrahán de la carne, del mundo, de los gentiles que convirtió, y de los mismos demonios;, pero no fué la menos ilustre de todas la que sigue. Su primer biógrafo asegura que el ermitaño se dedicó en su soledad a la educación de una sobrina suya, por nombre María, huérfana de padre y madre. Algunos historiadores modernos ponen sus reparos a la autenticidad de esta parte de la biografía; sin en trar, pues, en discusión histórica, diremos que la niña — lo refieren las Actas— , por no haber querido encargarse de ella sus parientes, fué recogida por San Abrahán quien, habiendo hecho repartir entre los pobres los grandes bienes que sus padres* la habían dejado; dispuso que viviera en una celda inmediata a la suya, y allí por una ventanilla la instruía y le enseñaba los salmos y otras oraciones. Hizo tan grandes progresos — dice. San Efrén— bajo la disciplina de su tío, que fué perfecta imitadora de sus virtudes y modelo de pureza y de piedad. Pero, ¡ay!, el demonio le armó un lazo para hacerla caer. Sirvióse al efecto de un joven que iba algunas veces a visitar a Abrahán, el cual la vió un día y se encariñó y, enredándolo todo el demonio, tuvieron ocasión, lugar y tiempo para perderse. Entró a la pobre joven ciega desesperación, y, en vez de declararse y pedir consejo a su tío, tuvo vergüenza y huyó secretamente.
Creyendo que su mal era sin remedio, se entregó a una vida disoluta en una población que había a dos jornadas de allí. Luego que el enemigo de la salvación triunfó de su presa, vió San Abrahán en sueños que un espantoso dragón se estaba tragando a una inocente palomita cerca de su celda. Creyendo que esto significaba alguna grande persecución que amenazaba a la Iglesia, pasó todo el día siguiente en ora ción y en gemidos. La noche inmediata se le volvió a presentar en sueños el misirto dragón que, viniendo a reventar a sus pies, árrojaba del vientre la misma* palomita, pero todavía con vida. No tardó mucho en comprender el verdadero sentido de la visión, porque, reparando que había dos días que no oía cantar a María los salmos que acostumbraba, y habiéndola llamado inútilmente, conoció que ella era la paloma que el dragón se había tragado. No se pueden explicar las lágrimas que derramó y las penitencias que hizo por espacio de dos años para alcanzar la conversión de aquella desgraciada. Mientras derramaba lágrimas de sangre por aquella tan lamentable caída de su sobrina, iba en busca de ella, no como pariente iracundo, deseoso de vengar el ultraje hecho a sus venerables canas, sino como buen pastor que corre en busca de la oveja descarriada para volverla al redil de que en mala hora se apartara. Mas sus pesquisas resultaron durante bastante tiempo infructuosas, porque la pecadora sabía burlar la diligencia de su tío, a quien su hábito delataba por donde quiera que iba, mudando de residencia así que San Abrahán se presentaba en el lugar que ella se encontraba. Inspiróle, por fin, el Señor la traza de disfrazarse de soldado; dejó su retiro y fué a la ciudad, donde sabía que su sobrina vivía, y se hospedó en el mismo mesón donde la joven estaba. Logró hablar con ella a solas, dióse a conocer y la rogó que se volviera a Dios que perdona al hijo pródigo. No pudo María resistir al espíritu divino que hablaba por su tío; así, pues, volvió a la soledad y se encerró en una -de las celdas que había edificado Abrahán, María reparó sus extravíos con larga y austera penitencia, tuvo revelación de que el Señor se los había perdonado, e hizo muchos milagros sanando a los enfermos de diversas y peligrosas enfermedades, con grandísimo regocijo del santo viejo Abrahán.
MUERTE DEL ASCETA. — SOLEMNES HONRAS FÚNEBRES
ESPUÉS de estos sucesos, pasó todavía Abrahán veintitrés años en los ejercicios de la vida eremítica. Tení¿i más de setenta cuando murió, habiendo pasado cincuenta en la soledad. Su biógrafo dice que al salir de este mundo el solitario tenía el rostro tan risueño y herm cual si los ángeles hubieran venido a recibir su alma. Si hemos de dar fe
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a una anotación cronológica inserta en una Catena Patrum (Cadena de los Padres) del siglo VIII, Abrahán murió el 14 de diciembre del año 366, Otros documentos históricos, tales como la Crónica de Edesa, la Crónica eclesiástica de Bar-Hebrceus (t 1286), dicen tan sólo que era contemporá neo del diácono Efrén, sin mencionar el año de su muerte. Muchedumbre incontable de gente asistió a sus exequias, que fueron solemnísimas. En ellas se cantaron himnos que de intento compuso San Efrén en honra de Abrahán. El cuerpo del difunto fué colocado en el sepul cro en que más tarde descansó el del diácono de Edesa. Ya antes muchos fíeles habían cuidado de hacerse con trocitos de la túnica y de la capa del santo monje; algunos enfermos se curaron al contacto de su cuerpo o de sus vestidos. Del ermitaño sirio San Abrahán hace mención el Martirologio romano a los 16 de marzo, agregando que el diácono San Efrén escribió sus Actas.
SANTORAL *
Santos Abrahán, ermitaño; Heriberto, arzobispo de Colonia; Agapito, obispo de Ravena; Julián de Cilicia, mártir; Maurilio, obispo de Cahors; Papas, már tir en Licaonia; Hilario, obispo de Aquilea, y compañeros, mártires; Dentelino, niño, cuyos padres y hermanas son también santos; Patricio, obispo • de M álaga; Gregorio de Armenia, obispo y solitario; Valentín, obispo de Terracina, y su diácono San Damián, mártires; Hugo, abad en el Delfin a d o; Cástor, mártir en Nicomedia; Marcelo, legionario, mártir en Tán ger; Florencio y Joviano, mártires en Grecia; Finiano el Leproso, irlandés de sangre real; los Mártires Canadienses, jesuítas. Beatos Juan de Sordi, abad de San Víctor y de San Lorenzo y obispo de Mantua y de Vicenza, suce sivamente (s. x i i ) ; Vicente Kadlubek,- obispo de Cracovia; Bertoldo, abad de Engelberg (Suiza); Simón de Alne, hermano lego cisterciense; Torello, monje de Vallumbroso; Pedro de Sena, terciario franciscano; Diego Ortiz, agustino, protomártir del Perú. Santas Eusebia, abadesa en Flandes, hija de los santos Adalbaldo y Ric'truda y nieta de Santa Gertrudis, abadesa de Ham age; Eufrasia, mártir en Grecia; Colum.ba, virgen y mártir, en In glaterra.
SAN HERIBERTO, arzobispo. — Nació en la ciudad de Worms, célebre por la dieta convocada por León X contra Lutero en el año 1521. A medida que las sublimidades del Dogma y el estudio de las Sagradas Escrituras iluminaban la mente de Heriberto, el amor a la vida religiosa iba acrecentándose en su cora zón ; pero la rotunda negativa de sus padres le impidieron entrar en religión. Sus grandes dotes de talento, prudencia, discreción y gobierno le granjearon la amis tad del emperador Otón III" que le nombró Canciller. En dicho elevado cargo demostró ser un insigne estadista. Por dos veces rehusó el nombramiento de obispo, aunque, por aclamación popular y decisión del propio emperador, aceptó el arzobispado de Colonia. Poseía un talento singular para apaciguar los ánimos
cuando estaban exaltados por discordias civiles; entre otras ocasiones lo demos tró solucionando el conflicto amenazador que había estallado en el exarcado d* Ravena. Sabía simultanear sus funciones de Canciller y de Arzobispo, desempe ñadas ambas con el acierto requerido. Expiró en una de sus visitas pastorales, el 16 de marzo de 1021. SAN AGAPITO, obispo de Ravena. — Brilló a principios del siglo vi. Des pués de muerto Liberio, obispo de Ravena, la Providencia indicó, mediante un prodigio, que >el sucesor debía ser Agapito. El pueblo entero lloraba la pérdida de su Pastor y elevaba al cielo fervientes y constantes preces para que le, depa rara un digno sucesor. Cuando pueblo y clero se hallaban reunidos en la iglesia para proceder a la elección, \ma paloma apareció en el aire y, después de re volotear en torno de Agapito, se posó al fin sobre su cabeza. Todos vieron en ello la señal inequívoca de la elección divina. Era Agapito hombre recto y sen cillo y tan caritativo con los pobres, que éstos le llamaron su padre. En el Con cilio reunido en Roma por el papa San Julio I, se distinguió por su firme actua ción contra los arrianos, muchos de los cuales se convirtieron. Después de go bernar su diócesis por espacio de veintiséis años, murió santamente el 16 da marzo del año 341.
SAN JULIÁN DE CILICIA, mártir. — Escalofriante es el relato de los tor mentos de este valeroso atleta de la fe, cuya paciencia en los continuados dolo res y prolongado martirio sólo se explica por un milagro de la Divina Providen cia. Eran los tiempos de la persecución decretada por Diocleciano. Un juez pa gano, tan cruel como su emperador, no pudiendo vencer la constancia de Julián en la fe, mandó pasearlo con gran ignominia por toda la Cilicia; después ordenó que le desgarraran las carnes, lo cual hicieron aquellos bárbaros soldados hasta dejar descubiertos sus huesos y patentes sus entrañas; luego le infligieron vio lentos golpes, y aplicaron a sus carnes hierros candentes y encendidos carbones. Y como si esto fuera poco, Julián fué encerrado en un saco lleno de víboras, serpientes y escorpiones y así arrojado al mar, con lo cual consiguió la palma del martirio. Su cuerpo fué devuelto por las aguas y llevado a Antioquía, donde es objeto de gran veneración.
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MARZO
PATRICIO
APÓSTOL DE IRLANDA (372? - 463?)
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A evangelización de Irlanda, que bien puede decirse que se confundo con la vida de San Patricio, es uno de los hechos más sorprendentes de la vida de la Iglesia en el siglo V. Gracias a la inteligente acti vidad de este hombre y a su rara prudencia, la conquista de toda una nación pagana a la fe cristiana se operó en pocos años sin choques, sin violencias y sin persecuciones. Patricio nació en el último cuarto del siglo IV, en un pueblo marítimo de la Gran Bretaña llamado antiguamente Tabernia, donde sus padres poseían una granja. Su abuelo Potito era sacerdote, su padre Calpumio, diácono y decurión, y su madre, de raza franca, pariente de San Martín de Tours. Patricio tenía apenas dieciséis años cuando fué apresado por piratas ir landeses, como muchísimos compatriotas suyos. £1 santo mancebo vió en este acontecimiento un castigo del cielo, pues — refiere él mismo— «vivíamos alejados de Dios y no observábamos sus preceptos ni obedecíamos a los sacerdotes que nos amonestaban sobre nuestra salvación» t Vendiéronle a un amo que se lo llevó al oeste de la Isla para guardar sus rebaños. Patricio pasaba la vida por los montes como si fuera ermitaño, absorto en la divina contemplación. Él mismo nos dice que «cien veces al
día y otras tantas de noche se hincaba de rodillas a hacer oración». Seis años estuvo cautivo, llevando una vida santa y penitente; durante este tiem p o aprendió la lengua irlandesa y conoció las costumbres y el espíritu del pueblo al que, andando el tiempo, había de evangelizar.
LLAMAMIENTO DE DIOS. — APOSTOLADO EN IRLANDA
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L cabo de estos seis años, avisado por una voz celestial y guiado como por mano invisible, emprendió la marcha hacia el oeste y llegó a un puerto desconocido, donde halló una nave dispuesta para ha cerse a la vela con un raro cargamento de perros. Pasados tres días de n gación, abo’rdaron a las Galias, y emprendieron una larga caminata a través de un país desierto para'llevar a los mercados del sur de Francia y de Italia esos grandes perros lobos de Irlanda, que eran muy apreciados en estos países. La caravana recibió auxilio milagrosamente varias veces y fué salvada gracias a las oraciones de Patricio; al fin, sin percances mayores, logró nues tro Patricio hurtar el cuerpo a la compañía con quien viajaba y emprendió el regreso a su tierra pasando por el monasterio de Lerins. En él permane ció por algún tiempo admirando el fervor de la vida monástica, y se reiñtegró a su familia que le hizo un caluroso recibimiento. Rogábanle sus padres que no volviera a dejarlos, recordándole la gran tribulación que por él habían pasado; pero la gracia le instaba y las visiones se multiplicaban, siendo el ángel «Víctor» el mensajero habitual. Dios ha blaba a su corazón cada vez con más vehemencia y le hacía oír las voces y gemidos de Irlanda, que imploraba su venida. Tras una crisis de ánimo muy violenta, Patricio se puso por completo en manos de Dios y se dejó condu cir por su Providencia. Tenía a la sazón veinticinco años. Pasó a las Galias para disponerse a su futuro apostolado y conseguir de Roma autorización para misionar, quedándose luego catorce años en Auxerre, donde estudió bajo la dirección de dos santos prelados: Amador, que le ordenó de diácono y Germán, que primero le ordenó de presbítero y más tarde le consagró obispo, para que fuese a predicar la buena nueva a Irlanda. Hallábase este país dividido en multitud de tribus o clanes gobernados por un jefe más o menos poderoso y, por lo general, independiente de los reyezuelos vecinos. La conversión de un rey o jefe traía casi siempre con sigo la del clan entero; por eso puso tanto empeño Patricio para convertir ante todo a los magnates de aquella tierra. Pero tenía enfrente la influencia decisiva y omnímoda de los druidas o magos, a los que provocaba a verdaderas justas de milagros, de las que, con el auxilio divino, siempre salía vencedor, lo que daba como resultado que
muchos paganos acudiesen a él ansiosos de conversión. De ese modo recorrió, tribu tras tribu, las cinco provincias de Irlanda, destruyendo el culto idolá trico y fundando por doquier cristiandades fervorosas; ordenaba para cada lugar de diácono, sacerdote* u obispo a algún discípulo suyo y les confiaba el cuidado de la naciente Iglesia.
MILAGROS DE SAN PATRICIO
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DMITIMOS de modo concluyente las maravillas que de San Patricio nos refieren sus contemporáneos o sus inmediatos sucesores, y no podríamos explicarnos la obra apostólica df: este pastorcillo, si Dios no le otorgara poder para demostrar con obras portentosas la doctrina predicaba. Desde sus primeros años Patricio vióse asistido por el don de milagros. Siendo todavía niño, curó a una hermana suya de una herida muy grave que se hizo en una caída. Resucitó a su tío, que le acompañaba a una asamblea pública en la que cayó muerto de repente. Durante el cautiverio de Patricio, su amo le vió en sueños acercarse a él rodeado de llamas; rechazólas el amo, pero consumieron a sus dos hijitas, que dormían en una misma cuna. Sus cenizas esparciéronse a lo lejos y las llamas, llevadas por el viento, llegaron a los confines de la isla. Al despertar, Milco — tal era el nombre del amo— rogó a su esclavo que le interpretase sueño tan extraño. Patricio respondió que la llama era la verdadera fe en que se abrasaban su inteligencia y su corazón, que sus dos hijas se harían cristianas y que sus reliquias, llevadas a lo lejos, servirían para mayor pro paganda de la verdad, que Irlanda aceptaría en toda la extensión de su territorio. Nunca, fuera de la ocupación de la Gran Bretaña por Agrícola, había pensado Roma en invadir a Irlanda. Ésta, por el contrario, invadía a Ingla terra por medio de sus colonias, que desde Escocia iban penetrando hasta los alrededores de Londres. Más tarde fueron rechazadas tales factorías, pero el temor de los irlandeses dominó largo tiempo a los bretones. Hallábase Irlanda sometida por aquel entonces a tres clases superiores: los druidas, los jueces y los bardos. Los druidas habían anunciado con mucha anticipación la llegada de San Patricio y descrito su traje, tonsura y costumbres. Así os que cuando arribó hacia el año 432 a la desembocadura del río Vartry, negá ronle la entrada y tuvo que ir a desembarcar por la parte de Meath, donde transcurrió el cautiverio de su juventud. De los comienzos de su apostolado hemos de mencionar la historia del niño Benigno que, viendo al Santo dor mido a orillas de un riachuelo, fué a coger las más bellas flores que halló por allí y, contra la voluntad de los compañeros de Patricio, que no que
rían despertarle, se las puso en el seno. Despertóse, en efecto, el Santo, y predijo la futura grandeza del niño: «Éste será, les dijo, el heredero de mi reino». * ' Otro historiador añade que, habiendo pasadó Patricio la noche en casa de los padres de Benigno, el niño se empeñó en quedarse toda la noche a sus pies. Cuando al día siguiente iba el Santo a partir, conjuróle Benigno con tales instancias a que le permitiese acompañarle, que Patricio consintió en ello; desde entonces Benigno ya no se separó de él y fué su sucesor en la sede de Armagh. Patricio •hubiera querido convertir a su antiguo amo Milco. Envióle oro, pero el viejo avaro, furioso por la llegada de su antiguo esclavo, juntó sus tesoros y, pegando fuego^a la casa, pereció con ellos. Alejóse Patricio de Meath y se estableció en Strangford. La comarca esta ba gobernada por Dichu, vasallo de Laegario, rey de Tara. Los druidas, que recelaban de la llegada del apóstol, no dejaron piedra por mover para rechazarle. Aquí dan principio los portentos de Patricio. Celebrábanse las fiestas de Pascua y se prohibió a los paganos que encendiesen fuego antes de la aparición del fuego real. Patricio no hizo caso de la prohibición y en cendió el suyo. Avisado el rey, envió soldados para que prendieran a Pa tricio; él mismo quiso levantar su espada sobre la cabeza del Santo, pero no pudo, porque su mano quedó paralizada. Con orden de darle m u erte enviaron emisarios a los caminos por donde había de pasar. Patricio bendijo a sus ocho compañeros y al niño Benigno; él, por su parte, se hizo invisible, y los esbirros sólo vieron pasar ocho gamos y un-cervatillo. Al día siguiente, el rey daba un festín: y, aunque las puertas de la sala se hallaban cerradas, Patricio se presentó en medio. Ofreciéronle una copa emponzoñada; Patri cio hizo la señal de la cruz, volcó la copa y sólo se vertió el veneno. Cuenta, la tradición que había en Tara, corte del rey Laegario, un druida muy experto en artes mágicas, que teniendo noticia de los milagros de San Patricio y creyéndolos efectos de sortilegios, se propuso competir con él y, a este fin, logró que cayera repentinamente sobre la ciudad tan fuerte neva da, que el sol se oscureció, dejando la población sumida en las más espesas tinieblas y completamente obstruida por la nieve. Gozaba el druida con aquel triunfo y, al invitar a nuestro Santo a que hiciera otro portento igual, San Patricio respondió que para que el prodigio de su competidor fuera completo, debía hacer cesar aquel fenómeno meteorológico con la misma ra pidez que lo había producido. Comprometióse a «lio el druida pero, por más apelaciones que hizo a sus artes mágicas, la nieve seguía cayendo, amenazando sepultar bajo su blanco y espeso sudario a toda la ciudad, con gran espanto de sus morado res, que no cesaban de pedir socorro a sus falsos dioses, para que los libra ran de aquel horrendo peligro. Compadecido San Patricio de la aflicción de
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AN Patricio encuentra a unos pobres leñadores, esclavos de un amo tan cruel que no les permite afilar las hachas, a fin de
que el trabajo sea más duro. A l verloÁ él Santp con las manos en sangrentadas, apenado y compasivo, bendice las herramientas, las cuales quedan de forma que permiten sea más humano el trabajo.
aquellos desventurados y después de haber hecho confesar al druida su im potencia para conjurar el riesgo en que había puesto al pueblo por su impru dente presunción, hincóse de rodillas y, pidiendo al Dios verdadero que cesa ra la imponente nevada, se rasgaron las nubes inmediatamente y un sól esplendoroso y refulgente fundió los témpanos de hielo, devolviendo a los atribulados habitantes de Tara el sosiego que les había hecho perder el male ficio del soberbio druida. Muchos otros portentos obró el Santo, uno de los cuales costó la vida al druida. Convirtióse la reina, pero no el rey. Con todo, varios convertidos recibieron el bautismo; Laegario lo rehusó tenazmente, tal vez por diplo macia. Patricio le anunció que sus hijos morirían sin reinar, salvo el más joven, porque se haría cristiano; los acontecimientos justificaron la profecía. Después del drama de Tara, se nos presenta Patricio como vencedor que ha conquistado el país con una sola victoria, recorriéndolo de oriente a occi dente como triunfador. Encuéntrase con las dos hijas del rey Laegario y, tras un diálogo de encantadora sencillez, las bautiza, les impone el velo de las vírgenes y les hace partícipes de los sagrados misterios’. Ellas, presas en ardiente deseo de contemplar a Dios cara a cara, quedaron sumidas en un sueño extático y al despertar se hallaron al pie del trono del Eterno. Pero un combate más empeñado aguardaba a Patricio. Al llegar al monte que lleva su nombre, entra en lucha con Dios mismo: quiere almas y dice al ángel enviado por el Todopoderoso cuántas han de ser; y cuanto más le deja hablar, más pide. Al principio el Señor parece rehusar, mas luego consigue el Santo cuanto deseaba. ¿Qué podía negar Dios a tan gran sier vo suyo?
SAN PATRICIO Y LOS JEFES DE CLAN I M P O S I B L E sería seguir al apóstol en sus peregrinaciones, que nada tenían de regular. Había pedido a un rey, por nombre Dairo, licencia para edificar una iglesia en una colina. El rey se la denegó y a los pocos días cayó enfermo. Patricio tomó agua, la bendijo y se la envió a Dairo, que curó al punto. Contentísimo el rey de verse bueno, tomó un caldero de cobre y se los envió al Santo, el cual respondió solamente: Deo gratias. Esta manera de dar las gracias no agradó a Dairo y mandó otra vez por el caldero. «¿Qué ha dicho Patricio cuando le habéis quitado el caldero? —preguntó el rey— . Deo gratias» —respondió aquél. Tal dominio de sí mismo conmovió al mo narca, que fué en persona, acompañado de la reina, a devolverle el caldero y le concedió la colina que antes le había rehusado. Patricio y sus compa ñeros subieron a la cima y encontraron una cierva con su cervatillo. Los compañeros querían matar al cervatillo, pero Patricio se opuso a ello y
llevó a cuestas al cervatillo, cuya madre le seguía ansiosa. Conmovedora representación del buen Pastor. La construcción de la iglesia parece el punto culminante de la vida de San Patricio. Un pagano, cuyo ídolo había derribado Patricio, juró ven garse. Fuése al bosque y esperó junto al camino a que pasara el viajero apostólico, pero hirió equivocadamente a su compañero, único mártir que tuvo Irlanda durante aquel maravilloso episcopado. La fe iba, no obstante, difundiéndose por la futura «isla de los Santos», y era Patricio casi el único propagador; bautizaba a los convertidos, sanaba a los enfermos, predicaba sin descanso, visitaba a los reyes para que le auxiliasen en la obra de la conversión de los pueblos; no retrocedía ante ningún trabajo ni peligro, derramando por doquier raudales de amor y luz evangélica. Lo más admirable de San Patricio es la fe. Ella le inspiró la confianza de que todo lo podía con el auxilio de Dios. Un capitán de bandoleros, Mac Kile, era el terror de la provincia de Ülster. Un día tuvo noticia de que Patricio estaba para llegar a los parajes infestados por él; su primer pen samiento fué huir, mas por no sé qué sentimiento de caballerosidad se deci dió a resistir el poder del apóstol. Al efecto, ordenó a uno de la banda que se metiese en un ataúd y que sus compañeros le llevasen a Patricio, para implorar un milagro inútil y cubrir de confusión al Santo. Pero una luz divi na se lo reveló todo al siervo de Dios, al que no abandonaba el auxilio de lo alto, pues al descubrir los portadores el rostro de su compañero, lo halla ron muerto de verdad. Grande fué entonces su desolación; cayeron de rodi llas a los pies de Patricio, el cual, movido a lástima, resucitó al desventurado. Este acontecimiento causó tal impresión en Mac Kile, que se entregó a espantosas austeridades y llegó a ser uno de los santos más ilustres de Ir landa.
CARIDAD Y MORTIFICACIONES
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A caridad de Patricio no tenía límites. Viajando un día por un bos que se encontró con unos leñadores que tenían las manos ensangren tadas. Preguntóles la causa, y ellos respondieron: «Somos esclavos de Trión, el cual es tan cruel que no nos permite afilar las hachas, para que la labor sea más penosa». Patricio bendice las hachas, con lo cual el trabajo no presenta .dificultad; mas no para aquí su caridad, va ante Trión para implorar gracia en favor de aquellos infelices. Todo es eif vano, incluso el ayu no que con tal fin se ha impuesto. Patricio se retira, prediciéndole una muerte desastrada en castigo de su dureza. Trión prosiguió sus malos tratos, pero
cierto día que bordeaba un lago, el caballo le lanzó al agua, pereciendo aho gado; desde entonces lleva el lago el nombre de Trión. . Convertida ya Irlanda, gozó Patricio de algunos años de quietud y pudo entregarse con más sosiego a la contemplación. Sus visiones eran constantes, sobre todo al celebrar el santo sacrifico o cuando leía el Apocalipsis. El ángel Víctor le visitaba a,menudo. En la primera parte de la noche rezaba cien salmos, haciendo al mismo tiempo doscientas genuflexiones. En la se gunda parte de ella se metía en agua helada, con los ojos y las manos levan tados al cielo hasta terminar los cincuenta salmos restantes. Por último daba al sueño un tiempo muy corto, tendido sobre una roca cuya cabecera era una dura piedra. Aun entonces llevaba los lomos ceñidos con un áspero cilicio para macerar su cuerpo durante el sueño. ¿Es, pues, de admirar que a semejante austeridad concediese Dios dones sobrenaturales, como el de resucitar treinta y tres muertos en nombre de la Santísima Trinidad y el de obtener tan sorprendentes efectos con su predicación y sus ardientes ora ciones? Como San Elfín, Patricio renunció al episcopado, pero consagró más de trescientos obispos. Explícase que fueran tantos por el gran número de pon tífices que renunciaron a sus sedes.
EL SUDARIO DE SANTA BRIGIDA ESPUÉS de haber conocido por revelación el porvenir de Irlanda, Patricio tuvo noticia de que se acercaba la hora de su muerte. Cier to día en que el varón de Dios se hallaba sentado con algunos com pañeros, en un lugar inmediato a la ciudad de Down, se puso a hablar de la vida de los Santos. Mientras así hablaba brilló una gran luz en el campo santo próximo. Sus compañeros le hicieron notar el prodigio y él encargó a Santa Brígida que lo explicase. La virgen respondió que era el sitio en donde sería enterrado un gran siervo de Dios. Santa Etumbria, la. primera virgen consagrada a Dios, preguntó a Santa Brígida que le dijese el nom bre de tan gran siervo de Dios, y la Santa respondió que era el padre y apóstol de Irlanda. Patricio se encaminó entonces hacia el monasterio de Saúl y al llegar se puso en cama, porque sabía que llegaba a su fin. Por su parte, Sahta Brígida, en cuanto regresó a su monasterio de Curragh, tomó el sudario que desde hacía mucho tiempo tenía preparado para Patricio y volvió inme diatamente a Saúl acompañada de cuatro'monjas; pero como iban en ayu nas y estaban rendidas de cansancio, ni ella ni sus compañeros pudieron pro seguir el camino. El Santo tuvo revelación, en su lecho de muerte, de la angustia en que se encontraban las caritativas viajeras; envió cinco carritos
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a su encuentro y pudieron llegar a tiempo. Besaron sus pies y manos y reci bieron por último su bendición. Iba acercándose la hora de su muerte; reci bió el cuerpo de Cristo de manos del obispo de Tassach y poco después en tregó su alma al Señor. Envolviéronle en la sábana que Santa Brígida había preparado. En los funerales multiplicáronse los milagros. Muchos oyeron a los ángeles que cantaban delante del difunto, que exhalaba suavísimo olor. Los habitantes de Armagh y los de Ulidia tuvieron entre sí gran controversia, porque cada pueblo pretendía tener derecho a sus reliquias. Colocóse el cuerpo en un carro fúnebre tirado por dos bueyes. Los de Armagh seguían el carro, cami nando — según creían— hacia su ciudad; pero al llegar al término vieron que habían sido víctimas de una ilusión, pues habían seguido a un fantasma, en tanto que los ulidianos, dueños del precioso depósito, lo llevaron a su pueblo y lo enterraron, como estaba predicho, entre los hijos de Dichu, en Down-Patrick. Los irlandeses han profesado a San Patricio un culto extraordinario y lo han honrado y bendecido en todas las edades como jamás lo fué apóstol nacional alguno. La ciudad de Murcia se honra con la protección de San Patricio, a quien tomó como abogado, igualmente que la ciudad de Lorca, porque en 1452, por su intercesión fueron libradas ambas ciudadas de caer de nuevo en poder de los moros en la batalla de los Alporchones, que se dió de la mencionada fecha, y en la que los mahometanos fueron derrotados y sufrieron incalculables pérdidas. La fiesta de San Patricio, señalada para el 17 de marzo por Urbano VIII, fué mandada celebrar con rito de doble por Pío IX el 12 de mayo de 1859.
SANTORAL Santos Patricio, obispo y confesor; José de Arimatea, confesor; Pablo, mártir en Constantinopla; Alejandro y Teodoro, mártires en Roma; Agrícola, obis po; Ambrosio, diácono de Alejandría; Silvestre y Salonio, compañeros de San Paladio, apóstol de Irlanda; Víctor y compañeros, mártires en Nicomedia; gran número de mártires en Alejandría. Santas Gertrudis de Nivela y Vivencia, vírgenes.
SAN JOSÉ DE ARIMATEA, confesor. — Este nombre es de sobra conocido por el relato evangélico, según el cual era hombre rico y principal y miembro del Sanedrín. Había nacido en Arimatea, pero vivía en Jerusalén, y en ella se ha llaba en los días cruentos de la Pasión del Señor. Aunque era uno de los discí pulos del Divino Maestro, disimulaba y temía manifestarse como tal en público. No obstante, cuando el Sanedrín votó la muerte de Jesús, José se negó a ello, y, después de muerto el Señor, tuvo valor de presentarse a Pilatos y pedirle el
cuerpo del Divino Crucificado, al que envolvió en limpia sábana y enterró en un sepulcro nuevo de su propiedad. Acerca de la posibilidad de su viaje a Ingla terra llevando consigo la Sangre que manó del costado de Cristo abierto por la lanza, se han forjado muchas leyendas, suponiendo todas que los famosos caba lleros de la Edad Media iban en busca del Santo Grial, vaso que contenía la sangre Redentora. Créese que murió a fines del siglo i, después de una vida muy piadosa. SAN AGRÍCOLA, obispo. — Descendía de ilustre familia senatorial, y fué ala bado por San Gregorio como hombre urbano, prudente, humilde y virtuoso; además sobresalió por su elocuencia. Tuvo estrecha amistad con el poeta Fortu nato, autor del Vexilla Regis, cuyas bellas estrofas hacen vibrar el más hondo sentimiento cristiano en las ceremonias del Viernes Santo. Ocupó la sede episco pal de Chalons-sur-Saóne desde el año 532 hasta el 580, que fué el de su muerte. Llevó vida muy austera y se preocupó grandemente por el bien espiritual de su grey. Asistió a todos los Concilios celebrados en su tiempo, como el cuarto y quinto de Orleáns, el segundo de Auvernia, el de París en 555 y el de Lyón, dos años más tarde. Después de ochenta y tres años de vida santa, se durmió en el Señor el 17 de marzo del año 580. SANTA GERTRUDIS DE NIVELA, virgen y abadesa. — Vino al mundo en el palacio de Landen, en 626, siendo su padre gran dignatario de la Corte y mi nistro de los reyes de Austrasia, región limitada por el Rin, el Mosa y la Cham paña. Gertrudis encontró en la casa paterna un ambiente apropiado a la virtud, cuya práctica le fué familiar aun desde sus más tiernos años. No quiso aceptar otro esposo que a Jesucristo, a quien se había consagrado en cuerpo y alma desde su infancia. Fué confiada a la solicitud de San Amando, obispo de Maestricht. Muerto el padre de Gertrudis, el Beato Pipino, su madre, Santa Ida, eri gió el monasterio de Nivela, en Brabante, en el que profesaron madre e hija. Gertrudis tuvo la dirección del monasterio, en cuyo cargo dió pruebas de gran discreción y prudencia, pues gobernó con celo, diligencia, suavidad y acierto. Era muy versada en las Sagradas Letras y, según algunos, sabía de memoria casi toda la Biblia. Llevó siempre una vida de austeridad, oración y penitencia. Esta delicada flor fué transportada al cielo el 17 de marzo del año 659, después de haber permanecido. en la tierra treinta y tres años.
D ÍA
18
DE
MARZO
SAN SALVADOR DE HORTA HERMANO LEGO FRANCISCANO (1520 - 1567)
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principios del siglo X V I vivían en la aldea de Bruñóla, de la dió cesis de Gerona, dos esposos jóvenes, propietarios de una masía llamada MasdeValI, y regularmente ricos y buenos cristianos. El porvenir se presentaba a sus ojos apacible y lleno de esperanzas; pero por circunstancias que ignoramos, los dos esposos se vieron completa mente arruinados* y de allí a poco hubieron de ser admitidos por caridad, enfermos y sin recursos, en el hospicio de Santa Coloma de Farnés. Empero, como dice el apóstol San Pablo, a los que aman a Dios todo les viene a parar en bien; las pruebas cristianamente sobrellevadas se con vierten en un manantial de riquezas eternas para el cielo, y hasta pueden, si así lo permite el Señor, atraer bendiciones en esta tierra. Habiendo recobrado la salud los dos enfermos, pidieron a las autori dades de Santa Coloma que les permitieran consagrarse al servicio del hos pital. Concedióseles este favor y se dedicaron a ayudar a los pobres y a los enfermos con alegría y con ejemplar caridad cristiana. Por entonces, es decir, hacia 1520, les concedió el Señor un hijo de bendición, al que pusie ron por nombre Salvador, el cual, andando el tiempo, obraría incontables milagros. Diéronle cristianísima educación y el niño se mostró desde su infancia modelo de obediencia y de piedad.
APRENDIZ DE ZAPATERO. — VOCACIÓN RELIGIOSA
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LEGADO a la «dad de la adolescencia, Salvador fué enviado a Bar celona con su hermana Blasa y fué colocado como aprendiz de zapa tero, pero ignoramos si llegó a aprender completamente el oficio. Sintiendo en el fondo de su corazón la voz de Dios que le inspiraba, el deseo de dejar el mundo, fué a suplicar a los franciscanos del convento de Santa María que le recibiesen en la comunidad en calidad de hermano converso. Con gran alegría suya fué recibido y revestido del hábito de San Fran cisco. Pusiéronle de ayudante del hermano cocinero, religioso de mucha vir tud, que se encargó de formar al recién venido en los ejercicios de la obe diencia. Su tarea era fácil. Con una docilidad incansable, fray Salvador se entregaba a los más humildes oficios, encendía el fuego, fregaba los platos, limpiaba las ollas y hacía todo lo que le mandaba el hermano cocinero. Amigo del silencio, no salían de sus labios otras palabras que los dulces nombres de Jesús y María, a quienes invocaba durante el trabajo. Los padres franciscanos, al ver la virtud de este joven hermano, novi cio aún, decían que había de ser sin duda más tarde, por su santidad, una de las glorias de su Orden. Un día, sin embargo, cayó en falta, pero muy a pesar suyo. Ocurrió esto con motivo de una de las fiestas patronales del convento. El canciller del reino, excelente cristiano y muy devoto de los franciscanos, les había anun ciado que iría a comer con ellos, acompañado de varios personajes nota bles, amigos suyos. Todo el mundo sabe que los hijos de San Francisco viven de limosnas; así es que el inteligente canciller había cuidado de enviar de antemano abundantes (provisiones, de forma que el hermano cocinero tuviera con qué preparar un buen festín. Desgraciadamente, durante la noche, este buen hermano fué acometido de una recia calentura y encargó a fray Salvador que avílase al padre guar dián; pero después de la comunión quedó absorto en una larga acción de gracias, a modo de éxtasis que duró varias horas. Llegaba entretanto la hora de la comida y el padre guardián fué a la cocina para ver si todo estaba preparado con arreglo a .sus órc^enes. ¡Qué sorpresa! Ni siquiera estaba abierta la puerta. Envió inmediatamente a buscar al hermano cocinero, a quien encontraron enfermo en la cama; el pobre hermano se excusó diciendo que desde el oficio de media noche había encargado a fray Salvador que avisase al padre guardián y le entregase las llaves. El padre guardián indignado, corrió a la iglesia, hizo salir a Salvador, lo abrumó con los más humillantes reproches y declaró que semejante afren ta hecha a toda la comunidad y a sus nobles huéspedes merecía que lo
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echasen del convento. Arrebatándole las llaves, fué él mismo a abrir la co cina. Apenas hubo entrado, se ofreció a sus ojos un maravilloso espectáculo. Todo lo que habían mandado la víspera estaba , muy bien preparado, sin que hubiese nada que desear. Era seguro, sin embargo, que nadie había podido entrar en la cocina. Dios había querido revelar la santidad de su joven servidor y, guardándole para sí mismo toda aquella mañana, había suplido su ausencia por medio de los ángeles, o de otro modo milagroso. Fray Salvador no fué, pues, despedido del convento y aprovechó admi rablemente el caso para practicar más y más la obediencia y la humildad. Cumplido el año de noviciado, fué admitido a pronunciar los votos solemnes.
PORTERO Y HERMANO LIMOSNERO EN TORTOSA
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L padre provincial le envió a Tortosa, al convento de Santa María de Jesús, cuyos religiosos tenían fama por su observancia y auste ridad. Fray Salvador continuó allí la vida de oración, penitencia y humildad que había empezado en Barcelona. Todas las noches azotab cruelmente su cuerpo, quebrantado ya por el ayuno. Todas las mañanas se confesaba y comulgaba. Portero y limosnero sucesivamente, brillaron sus virtudes a los ojos de los habitantes de Tortosa, que pronto le conocieron y le veneraron como a un santo y se encomendaban en sus oraciones. Por su cargo de portero había de recibir* a los pobres que se presentaban y darles limosna. Su caridad era tan generosa que la comunidad llegó a asustarse y el padre guardián reprendió al Hermano. «Padre —respondió fray Salvador— , ¿por ventura no hay que dar limosna a los desventurados que nada tienen? Repare su reverencia que, con haber dado tanto, a nosotros no nos ha faltado nunca lo necesario». Uno de los principales habitantes de la ciudad tenía un hijo gravemente enfermo. Viendo pasar a fray Salvador, que iba a pedir limosna, fué a echar se a sus pies, suplicándole que pidiese a Dios la curación de su hijo. Con movido hasta derramar lágrimas, el buen Hermano entró en la casa, bendijo al niño, rezó por él un Avemaria y se retiró. Antes de que acabase el día observaron los padres que el niño estaba curado. En la aldea de Galera — cerca de Tortosa— curó a una niña que padecía cuartanas, tocándola con su rosario y rezando un Avemaria. La fama de santidad de fray Salvador y las gracias que se obtenían por sus oraciones, llevó muy pronto a la puerta del convento de los franciscanos tan gran número de personas que querían verle y encomendarse a él, que los Padres vieron en esta afluencia continua un peligro para la paz del claustro y para el mismo Hermano. En consecuencia, suplicaron al padre provincial que enviase a fray Salvador a otro convento.
EI. SANTO FRAILE DE HORTA
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únas seis millas al norte de Tortosa, perdida entre los montes, se hallaba una aldea pobre y solitaria llamada Horta. En otro tiempo los Templarios, dueños del lugar, habían erigido allí una capilla en honor de la Santísima Virgen. Esta capilla había sido dada más tarde los Hermanos Menores, y algunos vivían allí en un pequeño convento casi a modo de ermitaños. Aquel lugar parecía un retiro muy seguro para con servar a fray Salvador en la oscuridad y la soledad. Por orden del padre provincial, el Hermano dejó la ciudad de Tortosa y fué a ocultarse en Horta. Esto ocurría en 1559. Pero Dios, que quiere servirse de instrumentos humildes para hacer res plandecer su gloria, no permitió que menguase ni en un punto el brillo de la santidad de su siervo ni aun a los ojos de los hombres; y esta aldea de Horta, oculta y desconocida hasta entonces, fué pronto célebre en toda España. Un día las autoridades de la aldea tuvieron el pensamiento de pedir al humilde Hermano que rogase por ellos y por sus convecinos. Salvador, mo vido por una inspiración divina les respondió: —Preparad una gran hospedería con muchos alojamientos y víveres en abundancia, porque Dios quiere glorificar a su Madre que se venera aquí y obrar maravillas por su intercesión. La afluencia de gente será muy grande. Retiráronse las autoridades harto pensativas e indecisas sobre lo que habían de hacer; unos daban crédito a la profecía y otros no, de modo que no prepararon nada. Algún tiempo después, se vió llegar a una multitud de unas dos mil personas, entre las que había muchos cojos, sordos, jorobados, paralíticos y gran número de enfermos que allí llevaban a pesar de las di ficultades del camino. «¿Dónde está — preguntaban— aquel hombre santo que hacía tantos milagros en Tortosa?» Los habitantes les enseñaron el convento de Santa María, y los peregri nos fueron a llamar a la puerta, pidiendo a gritos por fray Salvador. Hubiera sido peligroso no acceder a su petición; fray Salvador se presentó, pues, ante la multitud y dijo a los peregrinos que se confesasen, que comulgasen y que invocasen a la Santísima Virgen María. Cuando hubieron cumplido este mandato, el Hermano apareció de nuevo, bendijo a la multitud en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, y todos los enfermos quedaron curados, excepto un paralítico. —No olvidéis— añadió Salvador, al despedir a la multitud— , no ol-
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N el pueblo de Galera, cercano a la ciudad de Tortosa, una joven padece de recias fiebres cuartanas que le hacen sufrir
extraordinariamente y ponen en grave peligro su vida. Ante los padres, admirados, San Salvador de Horta la cura tocándola con su rosario y rezando el Avemaria.
vidéis de mostraros agradecidos a Dios por los favores que acaba de conce deros por intercesión de su Santísima Madre. —Y yo—preguntó el paralítico— , ¿por qué no he sido curado como los demás? — Porque no te has confesado ni tenías confianza como ellos —respondió Salvador. —Quiero confesarme ahora— dijo el enfermo con humildad— , y pido per dón a Dios de todos mis pecados. —Si así es, levántate—repuso el Franciscano— , levántate y ve a con fesarte. El enfermo obedeció, se levantó y fué por su pie a confesarse: estaba curado. Los peregrinos se volvieron publicando por todas partes las maravillas de que habían sido testigos. A partir de aquel momento, y durante varios aSos, no pasó día en que no se viesen llegar a Horta centenares y aun mi llares de personas. El número de éstas aumentaba en la Semana Santa y en las festividades de la Santísima Virgen; un año en la fiesta de la Asunción llegaron a seis mil los peregrinos. Como la aldea no podía bastar para alber gar a tantos forasteros, muchos acampaban bajo los árboles o en tiendas de campaña. Gracias a una providencia visible, nunca faltaron víveres a estas muchedumbres; los habitantes de la comarca llevaban de todas partes pro visiones en tiempo útil y las vendían a los peregrinos. Todos los días el santo religioso obtenía de la Santísima Virgen la cura ción de gran número de enfermos de toda especie. Las almas ganaban aún más, puesto que el Santo empezaba por pedir a los peregrinos que se con fesasen y comulgasen.
EL INQUISIDOR DE ARAGÓN Y FRAY SALVADOR ALLÁNDOSE en Alcañiz un dignatario de los principales de la In quisición Real, había visto multitud de enfermos que partían para 'Horta, y quedó asombrado de verlos volver curados. En su calidad de Inquisidor resolvió abrir informe. Reuniendo a los qué habían sido cu rados, les hizo prestar juramento de decir la verdad, y les ordenó que decla rasen cómo habían obtenido la curación. Todos respondieron: — El santo Fraile de Horta nos mandó que purificásemos nuestra alma de todo pecado por medio de la confesión y recibiésemos el cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo. Después nos bendijo y quedamos sanos. En virtud de esta declaración, el Inquisidor se decidió a ir a Horta para ver lo que allí pasaba. Salió secretamente, vestido de pobre cura de aldea.
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A su llegada vió una multitud de peregrinos que le pareció no bajaría de dos mil. Púsose entre la multitud, observando todo con’ ojo atento; de esta suerte penetró en la iglesia del convento, se escondió en un rincón detrás de la gente y aguardó la entrada del «milagrero». Al fin apareció el Santo e inmediatamente el pueblo se arrodilló para re cibir su bendición. Pero Salvador, en lugar de bendecir a los peregrinos como de costumbre, les dijo; —Levantaos y dejadme pasar. Apartáronse y él fué derecho al rincón de la iglesia en donde se ocul taba el Inquisidor. Le saludó, le besó la mano doblando,la rodilla y le dijo: —¿Viene aquí su Señoría a ver los milagros que obra Dios por mediación de la Santísima Virgen? — Equivocado está, Hermano, que no soy Señoría ni merezco tal honor ■ —respondió el forastero— , ¿no ve que no soy más que un pobre cura de pueblo? —No me equivoco— repuso fray Salvador— . Su Señoría es el Inquisidor de Aragón, venido aquí para ver lo que pasa y examinar los milagros que obra la Santísima Virgen. Su Señoría tiene derecho a un puesto más res petable. Dicho esto le llevó al presbiterio muy cerca del altar mayor. Volviéndose en seguida al pueblo, dijo como de ordinario: —Hermanos míos, arrepentios de vuestros pecados y pedid perdón a Dios. Después bendijo a los asistentes y todos los que estaban enfermos fueron curados. El Inquisidor quedó lleno de admiración y permaneció varios días «n el convento de los Franciscanos.
EL SIERVO DE MARÍA. — HUMILLACIÓN N día los peregrinos, en número de unos dos mil, reclamaban en vano al santo lego; éste había huido a una empinada sierra de los alrede dores, para hacer oración con más sosiego, lejos de la multitud. — ¡Santísima Virgen María, Soberana y Patrona nuestra, haced que en contremos a vuestro siervo! De pronto se vió bajar del monte una nube muy densa, pero de extra ordinaria blancura. Llegada a Horta, disipóse la nube y dejó ver a fray Sal vador. Éste dió su bendición, y los enfermos quedaron sanos. A veces era difícil al buen Hermano librarse del entusiasmo indiscreto de la multitud; arrancábanle jirones de su hábito, como reliquias,- y en cierta ocasión, si los Padres no hubiesen acudido a tiempo, le hubieran dejado medio desnudo.
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Libró a muchos posesos, en particular a una joven que le llevaron atada y encadenada. No pudtendo lograr los que la -llevaban que entrase en la iglesia, fueron a suplicar al Santo que hiciese el favor de salir a donde se hallaba la endemoniada; ésta, llena de furia, -rompió inmediatamente las cadenas y se escapó de las manos de sus guardianes, que no supieron dar con ella. Fray Salvador Ies dijo: «Id a tal sitio y la hallaréis bajo una pila de leña». Halláronla, en efecto, donde les dijo el Santo, y no podían explicarse cómo no había muerto bajo un peso semejante. —Espíritus inmundos— dijo entonces Salvador— , en el nombre de la San tísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, os mando que salgáis de esa criatura. —No saldremos—-respondieron los demonios. El fraile repitió la orden, y Dios obligó a los demonios a obedecerle y a dejar libre a la joven. — Ya estás curada, hija mía —le dijo Salvador— ; mira cómo sirves a Dios en adelante, y evita cuidadosamente el pecado, si no quieres que los enemigos recobren su imperio sobre ti. Al cabo de algunos años, los Padres del convento de Horta, como los de Tortosa, acabaron por cansarse de la incesante afluencia de gente. El padre provincial, estando de visita, fué del mismo parecer, aparte de que quería estar seguro de si la santidad de fray Salvador era de buena ley, probándola en una piedra de toque que nunca falla: la de la obediencia y la humildad. Habiendo, pues, reunido a la comunidad en capítulo, el padre provincial habló en los siguientes términos: —Esperaba encontrar en este convento regularidad, silencio y paz, y ¿qué es lo que encuentro? Un mal religioso que trae aquí a las gentes del mundo y todo lo trastorna y desordena. A vos me refiero, fray Salvador. ¿De dónde os ha venido esa idea de hacer cosas tan extrañas y tan poco conformes con la humildad de un hermano lego? Y ¿cómo, sabiehdo que sois tan mal religioso, podéis tolerar que la gente, os llame el Santo de Horta? Es preciso que en adelante no se oiga siquiera vuestro nombre: desde este momento lo cambio por el de fray Ambrosio; como penitencia recibiréis la disciplina y muy de madrugada partiréis con el mayor sigilo para el convento de Reus. El buen fraile se sometió a todo sin replicar: a las censuras, a la disciplina y a la partida. El convento de Reus distaba bastante de allí, pues se hallaba a tres leguas de Tarragona.
•UN MILAGRO A GRAN DISTANCIA. — SÚ MUERTE
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N los días que siguieron a la salida de San Salvador fué grande el dolor de los peregrinos. Un pobre paralítico, que se hacía llevar con gran trabajo desde Castilla, supo al llegar a Fuentes, villa de Aragón, que era inútil continuar el viaje, porque el santo religioso había salido de Hort Desconsolado, mandó que lo llevasen a la iglesia del pueblo e hizo la si guiente oración: — ¡Oh santo hombre, Fray Salvador!, dondequiera que os halléis en este momento, tened piedad de mí y rogad a la Santísima Virgen que me cure. Después se durmió y al despertar se encontró curado. En Reus se renovaron las maravillas de Horta y empezaron a afluir pere grinos de todas las partes de España, contentos con haber descubierto la nueva residencia del santo lego. Salvador tuvo que ir a Barcelona para comparecer ante el tribunal de la Inquisición. Su viaje fuá una serie no interrumpida de milagros, y la sencillez del buen lego acabó por conquistar el ánimo de los jueces, que se encomendaron a sus oraciones. Por último, el Comisario general de los Franciscanos en España resolvió alejar a fray Salvador de este reino y se lo llevó a Cagliari, en la isla de Cerdeña. Los dos años que San Salvador vivió allí fueron de felicidad para aquella ciudad y murió en ella el día 18 de marzo del año 1567. Los milagros continuaron en su sepulcro, y, cuando treinta y tres años después fué abierto con motivo del proceso de beatificación, se halló el cuerpo incorrupto. Fué beatificado por el papa Clemente X I el 29 de enero de 1711, y Benedicto X III, el 15 de julio del año 1724, concedió que se celebrase su oficio con rito de doble en el día 18 de marzo, no sólo en toda la Orden franciscana, sino también en Cagliari, en Santa Coloma de Farnés y en Horta. La solemne ceremonia de su canonización tuvo lugar en Roma el 17 de abril de 1938, durante el pontificado de Pío X I.
SANTORAL Santos Salvador de Horta, confesor; Cirilo de Jerusalén, obispo, confesor y doc tor; Eduardo II, rey de Inglaterra y mártir; Alejandro, obispo de Jerusa lén; Félix de Gerona, mártir; Narciso, obispo, cuya fiesta se celebra el 29 de octubre; Tétrico, obispo de Langres; Anselmo y Frigidiano, obispos de Luca. La conmemoración de diez mil santos mártires, en Nicomedia; Marcelino, tribuno militar y notario público, en Argel. Santas Anastasia, en Egipto; María y veinticinco compañeros, mártires en Nicomedia.
SAN CIRILO DE JERUSALÉN, obispo, confesor y doctor. — Fué un hom bre muy letrado y de gran virtud y prudencia. Ordenado de sacerdote en 345, se dedicó a la instrucción de los catecúmenos. Siendo obispo de Jerusalén, fué testigo de un gran prodigio; Una cruz más resplandeciente que el sol y de gran des proporciones, apareció en el Calvario, llegando sus brazos hasta el monte Olívete. El propio emperador Constancio y el pueblo entero fueron testigos de esta maravilla. Con esto los corazones estaban dispuestos a recibir la verdad y Cirilo aprovechó la ocasión para predicar con tesón la fe Jesucristo. Por esta causa el santo obispo fué desterrado de su sede. En su tiempo tuvo lugar el portento que se verificó cuando Juliano el Apóstata intentó levantar el templo de Jerusalén, sin que lo pudiera conseguir a causa de las llamas que impedían la construcción. En 381 asistió al Concilio general de Constantinopla. Murió en la paz del Señor' en el año 386, a los setenta años de edad, después de haber prestado grandes beneficios a la Iglesia. Se distinguió como catequista, y escri bió varias instrucciones doctrinales conocidas con el nombre de Catequesis. SAN EDUARDO II, rey de Inglaterra y mártir. — Cuando ocupaba el trono inglés el rey anglosajón Edgardo, vino al mundo, en 962, el niño Eduardo, a quien no sedujeron ni los halagos del mundo ni el fausto de la corte. Apenas contaba trece abriles cuando murió su padre, a quien sucedió en el trono en el año 975. Se hizo amar entrañablemente de sus súbditos a causa de sus virtu des, especialmente de la piedad, modestia, integridad de costumbres y caridad para con los pobres. En ausencia de su padre, le dirigió y aconsejó en los nego cios del estado San Dunstano, arzobispo de Cantorbery, que supo moldear su corazón para todas las virtudes. Los nobles y la misma Elfrida, madrastra de Eduardo, no querían reconocer a éste como rey y maquinaban contra él para quitarle la vida. Durante una cacería realizada por el joven monarca en las pro ximidades de la morada de su madrastra, hizo a ésta una visita para ofrendarle una vez más su cariño y su respeto. Mientras Eduardo disfrutaba de estas satis facciones de intima familiaridad, uno de los servidores de Elfrida se avalanzó violentamente sobre él! y le quitó la vida (978). Dios obró por su medio porten tosos milagros. La indigna mujer, arrepentida de su crimen, fundó un monas terio, donde se encerró para hacer penitencia.
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DE
MARZO
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ESPOSO DE MARÍA. PATRONO DE LA IGLESIA UNIVERSAL (s. I)
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AN José, esposo de la Virgen María y padre adoptivo del Niño Jesús, ocupa un lugar 'preeminente en el plan de la Redención. Como úl timo patriarca de la Ley antigua y primero de la Ley nueva, su figura y su persona llenan la historia del mundo desde el principio hasta el fin de los siglos. Abrahán, padre de los creyentes, representaba ya a José cuando, yendo a Egipto, decía proféticamente de Sara, la esposa bella entre todas, que era su hermana. El antiguo José, hijo de Jacob, desterrado a Egipto por la maldad de sus hermanos, figuraba al nuevo José huyendo del furor de Herodes. Ambos varones justos llevan el mismo nombre e idéntico título: intendentes de la casa réál, y ambos merecieron tan honrosa distinción por haber guardado y conservado la pureza. En la Ley antigua habíanse prometido los bienes de la tierra a los siervos de Dios, y el antiguo José, desterrado en Egipto, sacaba de aquella nación trigo para los pueblos castigados por el hambre. En la Ley nueva, el nuevo José trae de Egipto, país del pecado, un trigo muchos, más ma ravilloso.
Entre los muchos personajes que han servido al Espíritu Santo para figurar a José, citemos al prudente Mardoqueo, guardián y protector de la reina Ester, salvadora de su pueblo. Mardoqueo «fué el intendente de palacio» y el ministro del rey. San José es el intendente de la casa de María, donde reina Jesús. Anunciaban los profetas que el Mesías debía pertenecer a la raza de David, y su padre, aunque sólo era adoptivo, debía darle su filiación legal, así como su madre —madre virgen— le había de dar su descendencia según la sangre. Era, pues, necesario que José y María descendiesen de David. El Evangelio conserva ambas genealogías: San Mateo da la de José y San Lucas la de María. Después del Salvador la distinción de familias entre los judíos cayó en completa confusión, como si tal distinción no hubiese tenido otro objeto que señalar las genealogías de María y de José. La opinión de muchos teólogos —y la más generalmente admitida— es que San José tuvo el privilegio, como Jeremías y San Juan Bautista, de ser santificado antes de su nacimiento. Cuando vino al mundo, su padre Jacob le puso, el día de la circuncisión, el misterioso nombre de José, que significa acrecentamiento y encierra la idea de la grandeza por excelencia. Colmado de gracias desde el primer instante de su vida, San José estaba preparado para el sublime ministerio que debía ejercer cerca de Jesús, de María y de la Iglesia. Tal tesoro de gracias lo describe en pocas palabras la Sagrada Escritura al decir que «era justo», esto es, que poseía, según la definición de Santo Tomás, «esa rectitud completa del alma que consiste en la reunión de todas las virtudes». Es muy fundado pensar — dice Suárez— que San José ocupó el lugar preeminente en el estado de gracia entre todos los Santos. Empero, si San José se vió colmado de riquezas espirituales, faltábanle las otras riquezas, pues, en Judea la abundancia de granos y la fecundidad de los rebaños eran la base de la jerarquía y de la fortuná, en tanto que la industria y el comercio, poco estimados entonces, eran patrimonio de los pobres, y ya sabemos que San- José era artesano. Su padre le formó y educó en las modestas labores del trabajo de la madera y del hierro, y le ejercitó en todo lo concerniente a su oficio de constructor de viviendas (San Agustín); José labró, con la ayuda de Jesús, yugos para uncir bueyes (San Justino) y , era Maestro en otros trabajos, pero la tradición universal nos dice que ejerció principalmente el oficio de carpintero y que Jesús aprendió con él a trabajar la madera. Él, que debía consumar nuestra redención en el madero de la cruz (San Juan Crisóstomo). ¿Qué sentiría allá en su corazón el bendito San José al oír que el Hijo de Dios le llamaba con el dulcísimo nombre de padre? ¡Misterio sublime de sólo Dios conocido! Y en verdad que José era padre de Jesús, si no en cuanto a la sustancia, sí en cuanto a las funciones y prerrogativas.
DESPOSORIOS DE SAN JOSÉ. — ENCARNACIÓN DEL SALVADOR OCANTE a las circunstancias de los desposorios de San José con María Santísima, podemos optar por la opinión más común, que sostiene que María debió perder a sus padres cuando aun estaba en el Templo, y que el Sumo Sacerdote en persona hubo de encargarse de colocar a la joven al cumplir los quince años. Hay que dar por seguro que San José no era ni anciano ni hombre ya maduro, sino antes un joven cuya edad estaba ,en relación con la de María Santísima. Lleváronse a cabo estos desposorios por manifestaciones directas de la voluntad divina, y cada consorte guardó preciosamente los secretos del Rey de la gloria, que había acogido sus promesas de virginidad. Esta unión, bella a los ojos de los ángeles, debía — dice San Jerónimo— poner a cubierto el honor de María ante los hombres y ocultar a los demonios el parto vir ginal. Muy por encima de los demás desposorios, fué éste el prototipo de la unión mística de Jesucristo con la Iglesia, según hace notar San Am brosio, y en ese día tomaba San José posesión del título de Patrono de la Iglesia universal. San José esperaba al Mesías, y sabía que nacería de su estirpe, pues no ignoraba las profecías; pero era tal su humildad que no podía sospechar que su pobre casita había de ver al Salvador esperado. A no mucho tardar se presentó el ángel Gabriel a María y le anunció el gran misterio de la Encarnación del Verbo en sus purísimas entrañas. La morada de José trocóse entonces en el santuario más augusto del universo. José, empero, por divino beneplácito, ignoró entonces los misterios que allí' se realizaron. Entretanto, la Santísima Virgen fué a visitar a su prima Santa Isabel, porque el ángel le había revelado que había concebido en su vejez; San José, custodio de María, la acompañó sin demora y sin oponer el menor reparo. Ese viaje de veinticinco leguas era penosísimo en aquel tiempo y en aquellas circunstancias. Según la costumbre de Oriente, mientras la Santísima Virgen fué recibida por Santa Isabel en la habitación de la casa reservada a las personas de su sexo, San José saludó a Zacarías, y no asistió al Magníficat ni a las íntimas expansiones de estas dos venturosas madres colmadas de bendiciones di vinas; sus palabras le habrían revelado el misterio que debía ignorar aún. A la vuelta de tan venturoso viaje, siendo ya el tercer mes de la Anun ciación, sobrevínole a San José una turbación penosísima y violenta, la prueba más cruel de su vida. Consiguió dominarla, y, aunque no podía explicarse lo que veía, tampoco dudó de la santidad de su esposa; mas
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para no difamarla, resolvió dejarla secretamente. Apiadóse el Señor der sus angustias, más crueles que las de Abrahán al ver a su hijo Isaac en la pira, y, apareciéndosele un ángel durante el sueño, le dijo: «José, hijo de David, no tengas recelo en recibir a María tu esposa, porque lo que se ha engendrado en su vientre es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús —esto es, Salvador-^-; pues Él es el que ha de salvar a su pueblo de sus pecados» (Mat. I, 20-21). Sabía que María había advertido sus zozobras y angustias, y por eso la hizo partícipe de la comunicación celestial: aconteció entonces algo con solador y placentero como en la Visitación. En la Visitación, María no había declarado el secreto del Señor a su prima, pero el Señor se dignó revelarlo mediante un milagro, e Isabel fué la primera que habló de ello; de igual manera, en esta ocasión, María guardó el secreto, pero el ángel lo reveló y José empezó a hablar, pronun ciándose entonces otro Magníficat, cuyo texto el cielo ha guardado. ¡Di chosas las almas que dejan a Nuestro Señor el cuidado de manifestar su gloria! El período de felicidad y de alegría que precedió al nacimiento del Salvador, no fué de larga duración para los dos santos Esposos.
NACIMIENTO DEL NIÑO DIOS ABIENDO dado un edicto el César de Roma, para que se hiciese el empadronamiento de su pueblo, José, modelo pefecto de obediencia, se sometió al momento a las prescripciones imperiales y partió para Belén, de donde era originaria su familia, con María próxima ya a su alumbramiento. Iba la Virgen en un asnillo y José llevaba el buey. - Nada tan modesto como esta caravana ni nada más grande. El asno que llevaba a la Madre y al Niño figuraba al pueblo judío; el buey, según las palabras de Isaías, iba a reconocer a su amo, bos cognóvit possessórem suum. En las hospederías de Belén no hallaron sitio donde albergarse, «y los suyos no le recibieron». Así, pues, cumplidas las prescripciones del empa dronamiento, que se hacía en la misma casa de la familia de David, andu vieron a la ventura por los contornos. Dios velaba, sin embargo, por su Hijo, como lo hace por cada uno de nosotros. A doscientos pasos de la ciudad, por el oriente, vieron una gruta bajo las rocas que sostienen las murallas del recinto: era una de tantas cuevas como hay en Judea, donde se albergan los pastores en las noches de invierno. Era sábado, 24 de diciembre. José se durmió a la entrada de la cueva; María, allá en el fondo, aguardaba en éxtasis los acontecimientos que Dios preparaba. Era la medianoche cuando nació el Mesías, a quien saludaron los ángeles y adoraron los pastores, avisados por un emisario celestial. A éstos
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UBLIME protector del Niño Jesús, guardián y protector tam bién de la Santísima Virgen, San José es, asimismo, protector
de las familias cristianas que en Él confían. Por su santo patro
cinio será respetada la autoridad de los padres, y cristiana la edu cación de los hijos.
los recibió José y los condujo a María, quien les mostró al Niño, acostado en un pesebre como espiga madura sobre la paja. No en vano el misterio se realizó en Belén, cuyo nombre significa «casa del pan». Cuando se cumplieron los ocho días, Jesús fué circuncidado. José, según los privilegios deí padre, fué el sacrificador que derramó las primicias de la sangre divina (San Efrén); y tuvo el honor insigne de poner al Niño el nombre de Jesús, revelado por el ángel. Corría el mes de enero cuando se detuvo una estrella sobre el establo, y tres Reyes Magos, venidos del Oriente, solicitaron de José licencia para adorar al Niño. Lo que con tal ocasión refirieron excitó la admiración de la Sagrada Familia; obsequiáronla los Magos con ricos presentes, que José llevaría a Egipto o tal vez daría a los pobres. Sea como fuere, a los cuarenta días del nacimiento de Jesús, se presentó la Sagrada Familia en el Templo para cumplir la ley de la purificación. Para rescatar al que es Dueño del mundo sólo ofrecieron las tórtolas de los pobres y no el cordero de los ricos. José asistió al Nunc dimíttis del anciano Simeón y oyó las profecías, aunque su corazón no había de verse traspasado por la espada del dolor como el de María.
HUIDA A EGIPTO
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ASADA la Purificación —2 de febrero— la Sagrada Familia volvió a Nazaret, según refiere San Lucas; pero créese que este traslado no fué definitivo, sino que muy pronto volvieron a Belén, que tan dulces recuerdos evocaba en su mente y donde contarían ya con muchas simpatía Poco después el ángel apareció de nuevo en sueños a José, diciéndole: «Levántate, toma al Niño y a su Madre y huye a Egipto, y estáte allí hasta que yo te avise, porque Herodes ha de buscar al Niño para matarle». José despertó a María y partieron inmediatamente. Era tiempo. La noticia de los sucesos de la Purificación y el regreso de los Magos a su tierra por otro camino, habían excitado las sospechas de Herodes y estaba para dar el cruel edicto de degollar a todos los niños varones de Belén y su comarca. En el camino del destierro supo José el degüello de los niños asesinados por causa de Jesús, y estrechó al Salvador con más amor entre sus brazos. Lo único que de este viaje sabemos con certeza, es su larga permanencia cerca de Heliópolis —la ciudad del sol— , donde se ve todavía el árbol de Jesús y de María; transcurrieron dos o tres años — siete dicen otros— antes que el ángel dijera a José: «Levántate y toma al Niño y a su Madre, y vete a la tierra de Israel, porque ya han muerto los que atentaban a la vida del Niño».
EN NAZARET
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EVANTÓSE José y partió. Sin duda, durante esa larga permanencia en Egipto habían allegado recursos y organizado su casa; pero todo lo dejó al instante, cumpliendo la antigua profecía de Oseas que dice: «De Egipto llamé a mi H ijo». Supo José que Arquelao, heredero de la cruel dad de Herodes, continuaba los degüellos, y el ángel le advirtió que no fuese a Jerusalén, sino que volviese a Nazaret de Galilea, donde encontró intacta su casita. En ella pasó Jesús los años de su vida oculta. El que había de llamarse Nazareno, quiso pasar allí su vida oculta, re tirado en el taller de San José. Con el ti'empo edificóse una iglesia suntuosa en el taller en donde José trabajaba ayudado por el adolescente Jesús, y que estaba separado de la casa en donde tenían la habitación. El Evangelio nos refiere que cuando Jesús cumplió los doce años, José, que iba solo a Jerusalén en las tres festividades más señaladas, llevó por primera vez, siguiendo la costumbre de los judíos, al Niño y a su Madre; asistieron durante ocho días a las ceremonias pascuales que figuraban la Pasión y se hospedaron en una casa próxima al Calvario. Terminada la semana, los peregrinos de Jerusalén partieron de la Ciudad Santa por grupos, yendo, como se acostumbraba en Judea, las mujeres separadas de los hombres. Los adolescentes se juntaban indistintamente con el padre o con la madre, de forma que María creía que Jesús iba con José, en tanto que éste se figuraba que estaba con María. Cuando al caer de la tarde se juntaron los padres en la hospedería, fué grande el dolor que ambos sintieron; el Niño Jesús se había perdido. Preguntan a unos y a otros; vuelven a Jerusalén; le buscan por todas partes; entran en el Templo a implorar el auxilio de Dios, y allí fué donde al tercer día hallaron al que también al tercer día debía resucitar glorioso y triunfante. Jesús estaba sentado en medio de los doctores a quienes, ora escuchaba, ora preguntaba, dejándolos atónitos por su sabiduría. —Hijo mío — dijo María, dominando su asombro— , ¿por qué te has por tado así con nosotros? Mira como tu padre y yo, llenos de aflicción, te hemos andado buscando. —¿Por qué me buscabais? —les respondió Él— . ¿No sabíais que yo debo emplearme en las cosas que miran al servicio de mi Padre? Palabras que José y María meditarían durante muchos años. El Niño crecía en ciencia y en sabiduría y les estaba sumiso, et erat súbditus illis. Esto es cuanto sabemos de los dieciocho años que siguieron a este paso de la vida del Salvador, pues esta parte de la vida de San José, cuya gloria sólo en el cielo nos será revelada, mereció compartirse con la oscuridad de la vida de Jesús y como ella permaneció ignorada de los hombres.
VIRTUDES Y MUERTE DE SAN JOSÉ
UÁNDO murió San José? No se sabe con certeza. Hay quienes su ponen que fué poco antes del bautismo de Nuestro Señor por el Precursor y explican las exclamaciones de la muchedumbre que llama a Jesús: el hijo del carpintero, por el recuerdo vivo aún del santo Patri Otros, apoyándose precisamente en las observaciones de los compatriotas de Jesús: «¿No es éste el hijo del carpintero?», referidas por San Mateo, ponen la muerte de San José mucho más tarde. Sin embargo, es indudable que San José murió antes de la Pasión del Señor. La muerte del bendito Patriarca fué dulce y tranquila, expiró en los brazos de Jesús y de María, probablemente en Jerusalén, adonde había ido por última vez en peregrinación, con motivo de la Pascua, pues la tradición pretende que fué enterrado en el valle de Josafat. Tuvo este santo Patriarca todas las virtudes en grado sumo: ardiente fe, grande esperanza y encendida caridad; virginal y celestial pureza, pro fundísima humildad,, perfectísima obediencia, rara sencillez, singular pru dencia, maravillosa fortaleza y constancia,,increíble paciencia y mansedumbre, vigilancia cuidadosa, solícita providencia, y un silencio tan extraño, que no leemos en todo el Evangelio que San José haya hablado palabra alguna. Porque no era hombre de palabras, sino de obras; y estaba tan absorto en la contemplación del sumo bien que tenía consigo, y tan transportado de aquella altísima admiración — dice San Lucas— que tenía al considerar y rumiar lo que veía en el Niño y oía de Él, que estaba como mudo, hablando con solos los sentimientos, afectos y obras, reverenciando con tanto silencio, aquello que le causaba tan inefable admiración. «El ideal de San José fué someterse a la voluntad de Dios; bendecir al que da la pobreza o la abundancia; cerrar el corazón a todo sentimiento que no emanara del cielo; mirar con indiferencia los bienes tras los cuales corre el mundo desatentado; ver la tierra, no como patria definitiva, sino como lugar de tránsito donde el hombre, soldado del deber, conquista, a costa de su sangre, inmortales destinos. Podía San José llevar corona como sus abuelos...; pero a todo prefirió la oscuridad de su hogar, sabiendo hacer lo que es más difícil y meritorio: vivir oculto e ignorado.» (Calpena). Finalmente, fué tan acabado y perfecto San José, que más se podía llamar varón divino que hombre mortal; y a la medida de su caridad y altos me recimientos, recibió el galardón y la corona de la gloria. Una piadosa opinión, apoyada por varios Padres de la Iglesia, sostiene que San José resucitó a la muerte de Cristo, cuando se abrieron muchos sepulcros, y que el padre adoptivo de Jesús subió luego al cielo en cuerpo y alma con el Divino Salvador.
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CULTO A SAN JOSÉ
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L nombre de San José permaneció olvidado — digámoslo así— por mucho tiempo y su culto se ha extendido poco a poco en la Iglesia. A últimos del siglo X V , el papa Sixto IV incluyó la fiesta de San José en el Breviario y en el Misal romano, y Gregorio X V la declaró ob gatoria para la Iglesia entera, con rito de doble menor, el 8 de mayo de 1621. En nuestra España hizo mucho para propagar la devoción a San José la gloriosa Santa Teresa de Jesús, que escribió: «No me acuerdo hasta ahora haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer. A otros Santos parece que les dió el Señor gracia para socorrer en una necesidad; de este glorioso Santo tengo experiencia que socorre en todas» (Libro de la Vida, capítulo V I). Gran propulsor fué igualmente el padre Baltasar Álvarez, el cuál declaró que estando en Loreto orando a Nuestra Señora, le recomendó que fuera gran devoto del glorioso San José. Los últimos Papas, especialmente, han contribuido en gran manera al florecimiento del culto a San José. Pío IX el 8 de diciembre de 1870 pro clamó al santo Patriarca Patrono de la Iglesia universal y mandó celebrar su fiesta con rito doble de primera clase. León X III exhorta repetidas veces al pueblo cristiano a que acuda a su poderosísima intercesión. Pío X aprueba el 18 de marzo de 1909 las letanías en honor del santo Patriarca y autoriza su rezo público. Benedicto X V , por decreto del 9 de abril de 1919, aprueba el Prefacio propio para las misas que se celebren en honor de San José. Finalmente, la costumbre de dedicar un mes del año —marzo— a honrarle, se halla, difundida hoy por toda la cristiandad. Su colosal figura se agranda y agiganta conforme se avanza en su estudio, y va apareciendo en todo su esplendor para consolar al triste, sanar los corazones ulcerados, alentar a los trabajadores, aliviar nuestras penas, apar tar de nosotros envidias, egoísmos, rencores y venganzas, y extinguir nuestra sed de placeres.
SANTORAL Santos José, esposo de la Madre de Dios; Apolonio y Leoncio, obispos de Braga; Juan de Pinna o Pina, abad; Pancario, m ártir; Landoaldo, presbítero de Roma, y su discípulo Adrián, con Amancio, diácono, misioneros de los Paises B a jos; Andrés de Sena o Siena, solitario; Bertulfo, abad de B ob bio ; Siagrio, ob isp o; Auxiliano, obispo de Dol, en Bretaña; Cirilo, obispo de Tréveris; Corbasio, m on je; Calocero y Alemundo, mártires; Quinto, Quintila, Cuartila, Marco y otros nueve, mártires, en Sorrento. Santa Magna, amparadora de huérfanos y pobres.
SAN JUAN DE PINA, abad. — Era Juan uno de aquellos hombres sabios de que supo rodearse el emperador Justiniano para llevar a cabo sus célebres reformas. Se trasladó de Siria a Italia cuando Narsés hubo arrancado a dicha nación del poder de los ostrogodos. Juan, admirable por su virtud y sabiduría, huyó del trato de las gentes y se retiró a una choza que él mismo se formó alrededor de un árbol que le servía de sostén. No obstante, pronto se divulgó la fama de su santidad. Entre las numerosas visitas que recibió se cuenta la del obispo de Spoleto, ante quien hizo el prodigio de cubrir la higuera de su choza con profusión de hojas y frutos, a pesar de ser el mes de enero. Con ello pudo obsequiar a su prelado. Éste le mandó levantar allí mismo un monasterio, que Juan gobernó por espacio de cuarenta y cuatro años con gran prudencia y sabiduría. Después de una vida llena de merecimientos obtuvo el descanso eterno el 19 de marzo del año 550. SAN PANCARIO, mártir. — Nacido en Roma de padres nobilísimos, perma neció en el' gentilismo a pesar de ser eristianos sus padres. Ni los consejos y exhortaciones del padre, ni las lágrimas y palabras fervorosas de la madre tu vieron eficacia para traer al buen camino al hijo extraviado. Pero lo que no se obtuvo con palabras se alcanzó con la oración. Ésta consiguió la gracia de la conversión. Dios tocó aquel corazón empedernido mediante una carta de la ma dre: «No permitas, hijo mío, que tu obstinación sea causa de tu ruina y del sentimiento en que tienes anegada la vida de tus padres. No consientas que tus padres desciendan a la tumba con la convicción de que nuestra separación ha de ser eterna y de que serán inútiles para ti todo nuestro cariño y tod os' nuestros sacrificios. Vuelve tu vista a la verdad; pide a¡ Jesucristo que te ilumine y verás cómo una luz, que ahora desconoces, ilumina tu inteligencia, y un amor intenso, que jamás has experimentado, abrasa tu corazón.» La felicidad entró en aquella casa con la conversión del hijo. Pancario, que era tesorero de Diocleciano, fué desterrado a Nicomedia, y allí coronó sus días con el martirio, corriendo el año 310 de la Era del Señor. SAN ANDRÉS DE SENA, solitario. — Era hijo de familia noble y de arrai gadas costumbres católicas. Andrés creció en este ambiente religioso, destacán dose sobre todo por su aversión, a la blasfemia y a toda clase de palabras soeces y menos dignas. Poseía un temperamento enérgico y vigoroso, y por'esto abrazó la, carrera de las armas. Un día que oyó a un compañero suyo proferir una horrible blasfemia, sintió tan viva indignación que, sin dar tiempo a la refle xión, desenvainó su espada y atravesó con ella el corazón del blasfemo. Ello le valió el destierro, que él convirtió en tiempo de penitencia y mortificación para reparar sus crímenes. Dios le perdonó y aun le concedió el don de milagros, proporcionándole el consuelo de ser visitado por la Virgen en varias ocasiones. El 19 de abril de 1252 acabó sus días lleno de esperanza en la divina mise ricordia.
J A V H AV Sy g Moneda de Teodorico
Bonete, estola y báculo del obispo misionero
D IA
SAN
20
DE
MARZO
WULFRANO
ARZOBISPO DE SENS ( f hacia 720)
RASLADÉMONOS a mediados del siglo V il. Entre los valerosos caballeros que formaban la brillante corte de Dagoberto I, distin guíase uno llamado Fulberto, cuyo heroísmo había tenido ocasión de conocer el rey y a quien había confiado delicadas e importan tes misiones. El valiente cortesano contrajo matrimonio con una matrona digna de él por su nobleza y piedad. Dios los bendijo dándoles un vástago, que debía añadir a la gloria de su nombre la de una santidad poco común y dar ce lebridad a los distintos países en los que había de ejercer su ministerio apostólico. Nació Wulfrano en el castillo de Milly, hacia el año 650. Parece se conservan aún hoy las ruinas de la antigua morada en que nació y de la que hizo donación al monasterio de Fontenelle, en el que debía acabar sus días. Cuando el niño hubo cumplido la edad de poder- aprovechar la brillante educación que querían darle sus padres, lo confiaron a personas tan doctas como virtuosas, que se aplicaron a desenvolver las cualidades de inteligencia
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y piedad de que daba manifiestas señales cuando apenas despuntaba su razón. Aunque Fulberto dejaba a aquellos prudentes maestros el cuidado de cultivar el espíritu del niño, no lo perdía de vista, y la actuación a que le obligaba su vida en la corte, no le distraía de lo que consideraba su deber primordial: el cuidado del alma de su hijo. De tal manera supo el joven aprovechar las lecciones y ejemplos que recibía, que ni se dejó jamás deslumbrar por los resonantes éxitos alcanzados en los estudios, ni por las perspectivas del brillante porvenir que se le presentaba. Todo parecía conspirar para atraerle al mundo e iniciar en un ambiente de plena. felicidad una, carrera que tantos otros habrían envidiado. Admitido a la corte de Neustria por la alta consideración de que go zaba su padre, fácil le habría sido atraerse el favor de los príncipes, que tenían en grande estima tanto su virtud como sus talentos naturales. Pero el piadoso joven abrigaba otras ambiciones muy distintas de las de la tierra. Sentíase llamado al servicio del Rey del cielo y cultivaba cuidadosamente esa vocación divina en su corazón, aguardando la hora en que pluguiere al divino Maestro sacarle del mundo.
DE LA CORTE A LA SEDE EPISCOPAL ONSÉRVANSE acerca del período de tiempo pasado por Wulfrano en !a corte, diferentes relatos que no concuerdan del todo y hasta difieren bastante. Unos nos lo presentan formando parte del cortejo de jóvenes señores que los reyes francos* gustaban de tener en su palacio, tanto para servirles de guardia de honor, como para formarlos en las costumbres guerreras, necesarias en aquellas épocas turbulentas. Al finalizar los estudios, el hijo del leudo Fulberto, fué admitido a la corte. Inclinado Wulfrano al sacerdocio, recibió las Órdenes sagradas, y ejerció sus funciones en el palacio real. Su reconocida piedad y el admirable ejemplo que de ella daba, le habían señalado desde largo tiempo, tanto a la atención de los obispos y de los fieles, como al afecto y estima de los reyes de Neustria y de la reina madre Santa Batilde. De ahí que cuando murió Lamberto, arzobispo de Sens, hacia el año 690, la voz unánime del pueblo eligió a Wulfrano por sucesor del pontífice difunto. La entrada del nuevo elegido en su ciudad episcopal fué saludada entusiásticamente por el gozo unánime del pueblo. Únicamente el Santo, abrumado por el pensamiento de las responsabilidades que contraía, se abismaba en su humildad y suplicaba al Señor viniera en ayuda de su debilidad.
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RENUNCIA AL OBISPADO PARA HACERSE APÓSTOL DE LOS FRISONES
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IETE años habían transcurrido desde su elevación al episcopado, durante los cuales Wulfrano había edificado a su diócesis con el espectáculo de sus virtudes y adoctrinado con sus admirables ense ñanzas, cuando recibió de Dios la inspiración de ir a llevar a otras gentes los esfuerzos de su celo. Esta determinación, cuyas circunstancias ignoramos, nos sorprenderá tal vez, pero obra divina debió ser, puesto que el cielo se encargó de bende cirla; los milagros que el apóstol iba a obrar en la nueva viña del Señor y las prodigiosas conversiones que obtuvo, lo prueban sobradamente. En la parte noroeste de Alemania, a orillas del mar, vivía sumida en la idolatría y en la ignorancia, una nación que apenas conocía otro modo de vivir que el pillaje, perturbando constantemente las comarcas vecinas y en especial el país de los francos por sus bárbaras incursiones. Era el pueblo de los frisones, que ocupaba lo que hoy se llama Holanda. Carlos Martel los había vencido repetidas veces, pero jamás llegó a dominarlos. Por manera que, no habiendo podido conseguir su intento la fuerza de las armas y el valor de los guerreros, la Iglesia lo emprendió por los pa cíficos medios del apostolado cristiano. Al frente de estos apóstoles, plugo a la Providencia colocar al pontífice que ella había elegido para tal apostolado: el arzobispo de Sens. Pero antes -de lanzarse a obra tan gigantesca , y tan difícil, el hombre de Dios quiso ordenar los asuntos de la diócesis y preparar por medio de la oración las conversiones en que meditaba. Para sustituirle nombró, a título de administrador, a San Gerico, monje del monasterio de San Pedro, de la misma ciudad de Sens. Cumplido este requisito, salió de la diócesis y se dirigió en primer lugar a Ruán para hablar sobre sus proyectos con San Ansberto, arzobispo de dicha ciudad. Antes de ser nombrado para ocupar la silla episcopal de Ruán, Ansberto había sido abad de Fontenelle y conviene saber que esta abadía, fundada en 648 por San Wandrilo, había sido siempre para Wulfrano de singular predilección. Bien lo había demostrado entregándole, como antes se dijo, sus heredades de Milly. En ella quiso pasar algún tiempo consagrado al recogimiento y a la oración, antes de partir para Frisia. Pidió a San Hiberto, que era por entonces abad del monasterio, doce religiosos como auxiliares de su apostolado. No era sobrado el número que pedía si se considera que Fontenelle albergaba por entonces más de tres cientos monjes.
Esta selección evangélica, cuyo número recordaba el de los Apóstoles, se embarcó en el Sena con rumbo al puerto de Caudebec, para penetrar en Frisia. Mientras duró el viaje, Wulfrano celebraba el santo sacrificio de la Misa cuantos días le era posible. Empero, sucedió una vez que, echada el áncora cerca de Therouanne, como estuviesen preparando la celebración, su diácono San Vandón, que andando el tiempo fué monje y abad de Fontenelle, se dejó caer al mar la patena en el momento de presentarla al celebrante. Confuso de su torpeza, se echó de rodillas ante Wulfrano. Púsose el santo obispo en oración y ordenó al diácono que alargara la mano en el lugar mismo en que había ocurrido el accidente. La patena volvió a subir por sí misma a la superficie del agua, y ella misma se puso en la mano de Vandón. Durante muchos años se conservaron en el monasterio la patena y el cáliz que sirvieron para la celebración de aquella Misa. Este milagro contribuyó grandemente a manifestar la santidad del pon tífice, excitar la admiración y aumentar la confianza de sus compañeros.
PRIMERAS PREDICACIONES. — MILAGROS
UANDO los misioneros llegaron a Frisia, se presentaron al jefe de la nación, que era el duque Radbodo. Aunque pagano, al igual qiíe todo su pueblo, Radbodo dió al obispo y a sus acompañantes be névola acogida y escuchó con interés la primera predicación del apósto Evangelio. Eran tan distintas las palabras que oía, de cuantas hasta en tonces habían llegado a sus oídos, que se sintió conmovido hasta lo más íntimo de su alma, aunque no tanto sin embargo, que quisiera convertirse; dió, empero, licencia a Wulfrano para predicar y bautizar en toda la ex tensión de su reino. Su mismo hijo recibió el bautismo. Los sorprendentes milagros que obraba Wulfrano confirmaban las ver dades que anunciaba y determinaron buen número de conversiones; pero la mayor parte de los frisones resistieron a’ la gracia de Dios, y aunque mani festaban simpatía a los misioneros y aun prestaban oídos a sus palabras, permanecían en sus vanas supersticiones y seguían ofreciendo los bárbaros sacrificios de un culto abominable. Consistía uno de ellos en ofrecer a los dioses de la nación víctimas humanas, ordinariamente niños a quienes tocaba en suerte ser inmolados. Un día recayó ésta en un joven llamado Ovón, a quien los bárbaros se preparaban a inmolar. Radbodo se puso al frente de aquel tropel de homi cidas. El obispo misionero, que en aquellos momentos adoctrinaba al pueblo, al notar el triste cortejo que pasaba, se lanzó hacia él para suplicar al duque que perdonara a aquel inocente. «Es la ley del país» —respondió
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AN Wulfrano arrebata al furor de los paganos y de las olas a dos inocentes niños que han sido ofrecidos como holocausto
a los dioses. Lleno de confianza en Dios, el Santo camina por en cima de las aguas a pie enjuto y lleva a los niños a la playa. Ante el prodigio, se convierten numerosos gentiles.
Radbodo— ; y, haciendo eco a la voz de su jefe, los que le acompañaban reclamaban que se cumpliera la ley. Cansados, al fin, de las interminables instancias del apóstol, exclamaron: «Si tu Cristo es lo bastante poderoso para arrancar de nuestras manos al que tú pretendes salvar, que lo haga, y el joven será tuyo». Solo y sin armas entre aquellos energúmenos, Wulfrano dirigió a Dios una adiente plegaria, solicitando su omnipotente intervención. Sin embargo, la horrible ejecución se llevó a término. Ovón, estrangulado, se hallaba sus pendido del patíbulo desde hacía dos horas, cuando, de repente, la fuerte atadura que lo aguantaba se rompió y el cuerpo del ahorcado cayó a tierra, pero levantóse inmediatamente sano y salvo. La oración de Wulfrano había sido oída. Este milagro fué seguido de numerosas conversiones. En cuanto a Ovón, andando el tiempo fué ordenado de sacerdote y llegó a ser uno de los más ilustres monjes de San Wandrilo, sobresaliendo especialmente en el arte de transcribir libros. A pesar de las predicaciones y portentosos milagros de los misioneros, no se habían podido desterrar de aquel suelo ingrato tan bárbaras prácticas de secular raigambre. En efecto, los suplicios más atrozmente variados eran sucesivamente puestos en juego por aquellos seres inhumanos, cuya barbarie parecía imposible extinguir. Dos niños angelicales fueron arrebatados de los brazos de una pobre ma dre que no poseía otro tesoro, y condenados a perecer ahogados en las aguas, para satisfacer a las pretendidas divinidades. Los dos fueron expuestos en la playa a la furia de las olas en forma que no pudieran huir, sino que fueran arrastrados por las aguas en el momento en que subiese la marea. Radbodo y los suyos asistían desde cierta distancia al cruel suplicio. Durante ese tiempo, Wulfrano y sus fervorosos cristianos, que no habían podido obte ner gracia para los inocentes, oraban con fervor esperando conseguir de Dios un milagro. Pronto principió a subir la marea. Las olas adelantaban rápi damente y llegaban ya a los dos niños, cuando de repente vióse que se sepa raban y seguían adentrándose en la ribera, formando como un islote en el que las dos tiernas víctimas quedaron en seco. Entonces Wulfrano, lleno de fe y confianza en Dios omnipotente, se levantó y, caminando sobre las aguas como si estuviera en tierra firme, fué derecho hacia los niños, tomó al menor en brazos y al mayor por la mano y los con dujo a la orilla. Este milagro deslumbrador produjo la conversión de la mayo ría de los que lo presenciaron.
FURIA DEL DUQUE RADBODO. — CONVERSIÓN DE LOS FRISONES
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ARECE natural que a la vista de testimonios tan numerosos del poder divino, Radbodo se sintiera vencido y diera ejemplo de fidelidad a la gracia. Tomó, en efecto, el camino de la penitencia, pero no lo siguió hasta el fin. En el momento en que iba a recibir el bautismo, ocurrió preguntar al pontífice si en el cielo que le prometía volvería a encontrar a sus abuelos y a los duques sus antecesores, o si estaban en aquel infierno que Wulfrano quería hacerle evitar. -r-jEs cierto — contestó el obispo— que para entrar en el cielo se necesita haber sido regenerado por las aguas del bautismo. —Pues entonces — exclamó Radbodo— prefiero ir al infierno para en contrar allí a mis ilustres antecesores, que estar en tu cielo con miserables pobretones cristianos. Y se retiró del baptisterio, dejando para más tarde el cumplir su de signio. Wulfrano logró más halagüeños resultados en el pueblo frisón. Aque llos corazones duros y rebeldes acabaron por ablandarse. Con todo, la obra apostólica emprendida por el santo misionero, no debía tener plena eficacia hasta después de su salida del país. Como los frisones sostenían frecuentes guerras contra los francos, habían tratado a los primeros misioneros con cierta desconfianza, mas ésta iba a desaparecer ante la predicación evangélica llevada a cabo por misioneros de otra nación. Con prudencia divina, la Santa Sede envió a Frisia para cultivar el campo, tan laboriosamente roturado por Wulfrano y los monjes de Fontenelle, a doce misioneros ingleses a las órdenes de San Wilibrordo, a quien el Papa había consagrado previamente arzobispo de los frisones. Quiso el duque Radbodo comprobar si la doctrina de este obispo misio nero concordaba con la de Wulfrano y con tal propósito mandó llamar ante sí al nuevo apóstol. No permitió Dios, por altos designios de su justicia, que esta nueva tentativa tuviera el resultado que Radbodo esperaba, pues murió sin bautismo antes que Wilibrordo hubiera podido acudir a su llama miento. Posiblemente quiso Dios mostrar así que rehúsa al orgullo lo que concede superabundantemente a la humildad. ¡Ay del que, endureciendo su corazón, se hace sordo al divino llamamien to! Su mala voluntad le expone a tremendos castigos, aun en esta vida. Dios es paciente y está siempre dispuesto a perdonar y a recibir con bondad y misericordia al alma pecadora que a £1 se llega sinceramente arrepentida y con propósito de servirle con fidelidad, pero confunde al que se opone reite radamente a los movimientos de la gracia.
VUELVE A FRANCIA. — SU MUERTE
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los cinco años de apostólicas labores regresó Wulfrano a Francia para tomar nuevamente posesión de su Iglesia. Pero al llegar, halló la diócesis tan maravillosamente gobernada por Gerico, que en el acto resolvió dejarla a cargo del que tan bien había sabido dirigirla. Confi pues, la consagración episcopal a San Gerico, siendo éste desde aquel mo mento su sucesor en la sede de Sens. Descargado ya de la misión de conducir su rebaño, el apóstol de los frisones, que tenía a la sazón setenta años, resolvió acabar sus días en el monasterio de Fontenelle, sin que ni la avanzada edad, ni los achaques, ni la dignidad episcopal, ni los duros trabajos de su apostolado en Frisia, le parecieran razones suficientes para dispensarse de la observancia minu ciosa de la regla del monasterio, porque no era el descanso, que tan bien merecido tenía, lo que había venido a buscar a Fontenelle, sino las gracias y los méritos de la vida religiosa. Habiendo hecho la profesión o por lo menos renovado los votos — no se sabe de cierto si había profesado con anterioridad— en manos del abad Hiberto, mostróse en todo el modelo de sus Hermanos, siendo sus virtudes predilectas la obediencia, la humildad y la mortificación. El biógrafo de su vida nos cuenta cómo en una o dos ocasiones tuvo que volver aún a Frisia para aseguraj la obra que había dejado principiada. A pesar de su gran deseo de vivir oculto e ignorado, no pudo sustraerse al concurso de visitantes de todas las clases sociales que, ávidos de sus luces y consejos, acudían al monasterio. Los príncipes y los reyes mismos iban a su celda a pedirle consejo y dirección. Esos ilustres personajes le ofrecían con frecuencia ricos presentes; mas nunca los aceptaba, a menos que fuera para aliviar a los pobres. El don de milagros que le había concedido el Señor para la conversión de los infieles, le acompañó hasta en su retiro. Un día curó instantáneamente a uno de los religiosos, atacado de parálisis completa, con sólo hacerle la unción con aceite que previamente había bendecido. Por último, llegó el día en que Dios quiso llamar a sí a su fiel siervo. Recibió del cielo previo aviso de su fin y murió el 20 de marzo, hacia el año 720; siendo enterrado en Fontenelle, junto al sepulcro de San Wandrilo, fundador de la abadía. Los milagros que habían hecho ilustre en vida a San Wulfrano conti nuaron sucediéndose después de su muerte. En el año 728 fué exhumado su cuerpo, que se halló intacto, lo mismo que los de San Ansberto y San Wandrilo.
Han opinado algunos historiadores que el cuerpo de San Wulfrano se volvió a encontrar en tiempo de Ricardo I, duque de Normandía (996), bajo las ruinas de la basílica de Fontenelle. Según tal opinión, las reliquias, guardadas en la abadía durante la Edad Media, estarían hoy en la iglesia parroquial de San Wandrilo. Pero, basándose en el testimonio del historiador de San Wulfrano, el monje Jonás, hagiógrafo de gran autoridad que vivía en Fontenelle hacia el año 729, se tiene por cierto que, a mediados del siglo X I, el cuerpo fué llevado a la iglesia de San Nicolás de Abeville, que llegó a ser colegiata con el nombre de San Wulfrano. La convicción que tenían los canónigos de Sens de la autenticidad de las reliquias de su santo obispo, conservadas en la colegiata de Abeville, los determinó a solicitar algunas en 1641. Estas reliquias forman aún hoy parte del valioso tesoro de la catedral.
SANTORAL Santos Martín Dumiense, obispo y 'confesor; Wulfrano, arzobispo de Sens; Nicetas o Niceto, obispo y mártir; Ambrosio de Siena, dominico y confesor; , Pablo. Cirilo, Eugenio, Anatolio y otros, mártires, en Siria; Arquipo, compañero de San P ab lo; Urbicio, obispo de M etz; Goerico, obispo de Sens, sucesor de San W ulfrano; Nicasio, Máximo, Exuperio y Saturnino, obispos de D ie ; Benigno, ab ad; Grato, diácono, . y Marcelo, subdiácono, venerados en F orli; Cutberto, obispo de Landisfarne (Inglaterra). Beato Bautista Mantuano, carmelita. Santas Fotina, conocida con el nombre de uLa Samaritanan, mártir; Alejandra y compañeras, mártires; Cándida, viuda, en Constantinopla; Protasia, virgen y mártir en Senlís.
SAN MARTÍN DUMIENSE, arzobispo de Braga. — Fué natural de Panonia (Hungría), y después de visitar los Lugares Santos de Jerusalén, vino a Espa ña, don de. realizó un bien inmenso, pues logró la conversión de los suevos de Galicia, cuyo rey, Carrarico, abjuró los errores arríanos al ver a su hijo Teodomiro curado de la lepra por intercesión de San Martín Turonense. Era Martín uno de los hombres más sabios de su. siglo. Cerca de Braga edificó un monasterio del que fué abad y obispo juntamente. Después, sin abandonar estos cargos, ocupó la sede arzobispal de aquella ciudad. Recorrió ciudades, villas y aldeas inculcando a todos la infalible verdad de la fe. Gracias a su celo e insinuaciones, se convocaron los concilios de Braga y Lugo, en los que se condenaron las herejías do Arrio y de Prisciliano. En todo momento dió pruebas de gran prudencia, extremada justicia y ardiente caridad. Escribió luminosas epístolas y admirables tratados de virtud, que revelan su vasta erudición y sólida piedad. Murió el 20 de marzo del año 580, aproximadamente treinta después de su consagración episco pal. El Concilio X de Toledo le llama «santo»; San Isidoro, «santísim o»,'y Ve nancio Fortunato, «el nuevo San Martín» y «apóstol de Galicia».
SAN NICETO, obispo. — Es una de las víctimas de la persecución de los icono clastas, llevada a cabo por el emperador de Oriente León III Isáurico y conti nuada por su sucesor Constantino V Coprónimo. Los católicos que permanecían firmes en la ortodoxia se llamaron iconólatras; uno de sus defensores era Niceto, obispo de Apolonia, en Bitinia. Por su tesón en defender el culto de las imá genes, Niceto se vió depuesto de su sede episcopal y desterrado. Fué llevado de una parte a otra en medio de injurias y malos tratos, trabajos e incomodidades que quebrantaron su salud, produciéndole un martirio lento, que se consumó en tregando su espíritu al Señor el 20 de marzo de 735. Los escritores dicen de él que fué: «Varón constante en la fe ortodoxa, acérrimo defensor de la religión cristiana, admirable en la piedad, liberal en favorecer a los pobres, esclarecido en el conocimiento de las cosas divinas, y de una elocuencia singular.» SAN AMBROSIO DE SIENA dominico y confesor. — Vino al mundo en la ciudad de Siena (Italia) el 15 de abril de 1220. Nació deforme, contrahecho, negro y monstruoso, pero por un milagro de la Divina Providencia, al año de nacer quedó trocado en niño natural y hermoso, cuando se hallaba en el templo de la Orden de Predicadores en brazos de su nodriza. Fué grandemente inclinado a la virtud. 'Antes de los ocho años ya rezaba diariamente el Oficio de la Santísima. Virgen y se levantaba durante la noche para vacar a sus oraciones. Ello le infun dió fuerza para resistir al enemigo de la salvación que intentaba reiteradamente la perdición del piadoso joven. Su ardiente caridad para con los pobres causó la admiración de sus paisanos. En 1237 vistió el hábito religioso en la Orden de Santo Domingo. Se doctoró en la Universidad de París y fué celoso predicador de la palabra de Dios, que había aprendido de su Maestro San Alberto Magno. Con ella consiguió la conversión de innumerables pecadores, tanto en Alemania como en Hungría. Dios le honró con el don de milagros. Era tanto el entusiasmo con que predicaba, que un día, en Siena, sá le rompió una vena del pecho, con lo cual se aceleró su muerte, acaecida el 20 de marzo de 1286, con la tranquilidad del justo. SANTA FOTINA (LA SAMARITANA) Y COMPAÑEROS, mártires. — Esta Santa, conocida con el nombre de «Samaritana», es aquella mujer a quien Jesu cristo declaró que era el Mesías, según el relato evangélico de San Juan en su capítulo IV. ¡ Conversación admirable la de Cristo y aquella mujer pecadora! En ella bebió la Samaritana el agua de aquella fuente de vida que engendró en su corazón la felicidad verdadera que apagó la sed de la concupiscencia y reanimó su alma, salvándola. Deseosa de llevar esta verdad redentora a las re giones más apartadas, marchó al África con sus hijos Víctor y José y otros seis cristianos, donde, después de lograr numerosas conversiones, consiguieron la palma del martirio.
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DE
MARZO
BENITO
ABAD Y FUNDADOR (480 - 543?)
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ANTA Brígida, en sus Revelaciones, habla del patriarca de los mon jes de Occidente, en estos términos: «San Benito hubiera podido santificarse en el mundo; pero el Señor lo llamó a la cima del monte, para que con su ejemplo se animaran otros a abrazar la perfección. La Providencia adjuntó a San Benito numerosos compañeros para que formasen un hogar; el Santo les trazó tal Regla de vida que pudiera guiar adecuadamente a cada uno por el camino de la santidad según la propia disposición: ora fuese confesor, ora ermitaño, ora doctor y aun mártir; de suerte que al observarla con fidelidad, numerosos monjes alcanzaron la per fección de su Padre Fundador». Benito, cuyo nombre significa «Bendecido o bendito», nació hacia el año 480 en la ciudad de Nursia, situada en el centro de Italia. Las únicas referencias ciertas que de su infancia poseemos, nos las dan los Diálogos de San Gregorio Magno, quien al referirse en ellos a los padres del Santo, sólo dice que descendía de la antigua nobleza sabina. Pero su santidad precoz, y casi innata en él, y en su esclarecida hermana Santa Escolástica, nos dan a entender, bien a las claras, que uno y otra respiraron en el hogar familiar densa atmósfera de virtudes cristianas.
Hacia el año 497, Benito, gallardo y bien apuesto joven de 17 años, fué a terminar los estudios a Roma. El libertinaje y la inmoralidad de sus compañeros, produjeron en él verdadero espanto, y, en lugar de abando narse a las nacientes pasiones de la edad, resolvió poner a cubierto la virtud huyendo de la gran urbe con el ama que le había criado. Pusieron en práctica su proyecto y, a instancias de algunos habitantes, ambos se detuvieron en Enfide, hacia las colinas de Tibur, y allí habrían fijado definitivamente su morada, si la reputación de santidad de Benito, que le ganara el milagro que hizo con una criba rota e instantáneamente reparada en virtud de una fervo rosa plegaria, no hubiera determinado al estudiante a adentrarse solo en la espesura de un monte.
VIDA EREMÍTICA
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L llegar al desierto de Subiáco, a cincuenta millas al sureste de Roma,
el joven encontró un cenobita llamado Román, cuyo monasterio estaba situado en la cúspide del monte Taleo. El aspirante a la vida eremítica, manifestó, bajo secreto, a aquel religioso varón sus deseo perfección. El monje juró guardárselo y le indicó en las abruptas laderas de la roca una gruta inaccesible, en la que penetró con ánimo resuelto, Desde el fondo de ésta sólo se veía el cielo. En determinados días, desde lo alto del peñasco, le bajaba su maestro un pan colgado de una cuerda: al toque de campanilla advertía Román a Benito que era llegado el mo mento de dejar la oración y de tomar el frugal alimento. Tres años permaneció el joven recluido en aquel retiro, hasta que unos pastores lo descubrieron, tomándolo al pronto por bestia montaraz; pero, oyéndole hablar, reconocieron en él a un gran siervo de Dios y escucharon dócilmente sus instrucciones. Satanás quiso aniquilar desde los comienzos la acción sobrenatural de aquel a quien miraba ya como temible adversario. Tomando, pues, la apa riencia de un mirlo se puso a revolotear tan cerca de él, que para lanzar al importuno volátil el solitario tuvo que acudir a la señal de la cruz. Ven cido ya por este medio, representóle con toda viveza la imagen de una joven a quien había tratado en Roma, y surgió en el acto la sugestión dia bólica: «¿Estoy bien cierto de que debo continuar llevando un género de vida que tan por encima de las fuerzas de la naturaleza está?» Pero en esta lucha que le redujo a terrible congoja, la gracia divina intervino oportunamente, y a su impulso el Santo se lanzó a unas zarzas de espinas que había ,en las cercanías de la gruta y se revolcó en ellas, desgarrando su cuerpo lastimosamente, hasta que el dolor ahogó en él la rebeldía de los
sentidos. Desde aquel momento nunca más Tos ardores de la concupiscencia hicieron mella en él. Murió el abad de Vico varo, cuyos solitarios fueron a suplicar al ermi taño de Subiaco que tomara el cargo que quedaba vacante; aunque resistió al principio, cohsintió al fin y se fué con ellos. Empero, el gobierno del Santo les pareció pronto demasiado austero y llegó a tal punto su descontento que, para librarse de él, envenenaron el vino. Pero Dios velaba por su Siervo: antes de beberlo, el piadoso ermitaño lo bendijo según costumbre, y al instante el vaso se hizo pedazos en sus manos. — Dios os perdone, Hermanos — dijo el abad levantándose de la mesa— , por lo que habéis querido hacer. ¿No os había dicho de antemano, cuando a toda fuerza quisisteis hacerme vuestro Superior, que entre mi vida y la vuestra no habría armonía? Buscad a otro Padre que os convenga, porque yo no viviré más con vosotros. Y se volvió a su amada soledad de Subiaco.
SUBIACO, «ESCUELA DE VIDA»
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A reputación de santidad de Benito se había extendido por toda la comarca. Las familias de la alta aristocracia acudían a él para con sultarle. El noble Equicio le confió su hijo Mauro para que lo educara y dirigiera, y el patricio Tértulo hizo otro tanto con su pequeñuelo Pláci niño de corta edad. Pronto concurrieron discípulos de todas partes. Así fué iniciándose y desenvolviéndose la llamada «Escuela de Vida» de Subiaco, que comprendía los doce monasterios esparcidos en las fragosidades de aquellas rocas, integrados por doce monjes cada uno con un abad al frente. Beqito desempeñaba el cargo de Abad general, ya que por sus manos había pasado la formación religiosa de cada uno de los monjes. Reservóse, además, el derecho de continuarla con los nuevos aspirantes que ingresaban en sus monasterios. Entre esos conventos había tres instalados en las partes más altas de aquellas rocas áridas. Los monjes que los habitaban veíanse obligados a bajar por agua al lago que había en el fondo del barranco, teniendo que seguir una bajada muy peligrosa a causa de lo resbaladizo de la pendiente. Al cabo de algún tiempo se cansaron de los esfuerzos que esa labor suponía. «Padre —dijeron a Benito— , ¿no podríamos construir nuestra vivienda en un lugar más cómodo? Es muy penoso subir el agua cada día.» Benito los consoló paternalmente y les dijo que pensaría en ello. A la noche siguiente tomó consigo a Plácido y escaló silenciosamente la montaña, detúvose al llegar cerca de los monasterios de aquella cima, arrodillóse
sobre la dura roca y oró largo rato. Luego, señaló con tres piedras el lugar preciso en que había estado orando y bajó a su monasterio. Al otro día acudieron los Hermanos a saber su decisión. «Volved —les dijo— a vuestros monasterios, hasta un sitio en que veréis tres piedras puestas sobre otras y cavad allí un poco; el Dios poderosísimo a quien ser vimos podría escucharos haciendo brotar el agua que tanto necesitáis.» Con absoluta y pronta obediencia los monjes tomaron e l ' sendero que con ducía al lugar indicado, y que se hallaba a las puertas mismas de sus mo nasterios; ¡cuál no sería su sorpresa cuando al llegar vieron que la roca, árida y seca hasta entonces, destilaba hilitos de agua que, en pocos mo mentos, formaran un riachuelo que llegó hasta el lago del valle! Aconteció que por aquel entonces, Italia se hallaba en poder de los godos. Uno de aquellos bárbaros, hombre de extraordinaria talla y robustez, pero sin letras, se había convertido y fuése a solicitar el honor de servir a Dios entre los monjes. Benito lo recibió con gran bondad y lo destinó a ocupaciones en armonía con sus aptitudes. Un día le entregó un hacha y le encargó que limpiase de matorrales y arbustos las orillas del lago, para transformarlo en huerto; se puso al instante a la obra con ardor, y tan recios hachazos daba que acabó por saltar el hacha, que saliéndose del mango fué a parar al lago, precisamente a uno de los lugares más profundos, por lo que era imposible sacarla. Grandemente apenado, el pobre novicio fué a contar su desventura a Mauro, que era el discípulo predilecto y brazo derecho de Benito, pidiéndole que le impusiera una penitencia. Mauro contó el caso a su santo maestro. Éste al oírlo dirigióse al lugar del accidente, tomó el mango del hacha, sumergió la punta en las aguas y al instante víóse que el hierro subía y que por sí mismo se metía en el mango. El godo, que contemplaba estu pefacto lo que pasaba, recibió el instrumento de manos de Benito, quien le dijo paternalmente: «Sigue trabajando, hijo, y cesa ya de estar triste». Otro milagro conmovedor tuvo lugar por aquellos días en Subiaco. Una vez que había ido Plácido a llenar un cántaro al lago, perdió el equilibrio y cayóse al agua. Benito, que se hallaba en su celda, sintió una voz interior que le advería de lo que sucedía. —Hermano Mauro — exclamó dando fuertes voces— , corre al lago; el niño ha caído al agua y se lo lleva la corriente. El Hermano al oírse llamar acude presuroso, recibe la bendición de. su Padre y se dirige a todo correr a la orilla, desde donde ve al joven Plácido hundido en el agua y arrastrado por la corriente. Sin reparar en el peligro, llégase hasta él, lo coge por su larga cabellera y lo saca sano y salvo a la orilla. Solamente entonces se dió cuenta del milagro; el abad recibió al niño, cuyos vestidos chorrreaban agua, mientras que Mauro no se había mojado lo más mínimo.
N novicio está cortando malezas junto al lago. L o hace con
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tanto ardor, que se le escapa el hierro del hacha y cae en un
sitio muy profundo. Sabedor San Benito del percance, va a conso lar al apenado novicio; mete la punta del mango dentro del agua y el hierro sube a ponerse en su sitio.
—Tu obediencia, Hermano Mauro, te ha merecido este prodigio —dijo Benito— ; yo no tengo parte alguna en él. • — Menos la tengo yo —replicó el discípulo— , lo he hecho todo en estado de inconsciencia, sin darme cuenta de lo que hacía. — Pues yo —exclamó Plácido— veía sobre mi cabeza el hábito de mi Padre abad y sentía que era él quien me sacaba del agua. Para apagar el fulgor de aquella verdadera «escuela.de vida» de Subiaco/ Satanás suscitó el odio de un acólito suyo, llamado Florencio, que habitaba en el valle. El desventurado envió un pan emponzoñado a Benito, quien al recibirlo, aunque entendió lo que había en él, sin más alteración ordenó con naturalidad a un cuervo que fuera a arrojar aquel presente homicida a un lugar inaccesible. Viendo Florencio que no podía matar los cuerpos, trató de perder las almas; envió junto al jardín donde jugaban los jóvenes monjes, a siete muchachas de vida licenciosa para que a vista de ellos ejecutaran bailes lascivos. Benito comprendió en el acto el peligro que corría la inocencia de sus discípulos. Y como el que se había declarado enemigo suyo mortal sólo odiaba a su persona, determinó ausentarse para siempre y asegurar a los suyos los bienes de la paz. Así que, despidiéndose de sus doce queridos monaste rios, se puso en marcha con algunos Hermanos, en busca de otra soledad. Florencio contemplaba el caso desde el terrado de su casa, gozándose en su triunfo al ver partir a Benito; pero de repente la casa se estremeció, se derrumbó y le sepultó entre sus escombros. El joven Mauro, que había salido más tarde y fué testigo del hecho, corrió jubiloso a llevar la noticia a Benito. El hombre de Dios afligióse profundamente, tanto por la muerte desventurada de su enemigo, como por la alegría de su discípulo, a quien castigó y dió grave penitencia; y sin más, continuó su viaje. Benito había pasado en Subiaco, según la tradición, cerca de treinta años.
MONTE CASINO. — LUCHAS CONTRA SATANÁS
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IGUIENDO hacia el sur la ruta que le señalaban los montes, Benito llegó al Monte Casino, en el que encontró las ruinas de la antiquísima ciudad romana Cassinum. Conservábanse aún los restos de un anfi teatro y el templo de Apolo. Fué su primer cuidado levantar la cruz del Salvador sobre los escom bros del ídolo; consagró el templo pagano para el culto del verdadero Dios y lo transformó en basílica del Monasterio, bajo el patrocinio de San Juan Bautista y de San Martín. Corría el año 529 cuando el Patriarca de los monjes de Occidente llegaba al Monte Casino. Catorce años había de vivir en aquella altura destinada
a ser, en expresión del papa Víctor III, «el Sinaí de las Órdenes Monásticas». Benito levantó el .monasterio con sus mismos discípulos, no sin la oposición del demonio. Cuéntase que un día, los monjes no podían mover una piedra que parecía estar fuertemente sujeta al suelo por invisibles raíces; pero la bendijo el Santo y se pudo entonces remover con la mayor facilidad. El demonio rabiaba de coraje contra el santo patriarca que se instalaba, a pesar suyo, en un monte en que había reinado como soberana la más grotesca idolatría. A veces se le aparecía en pleno día en figura horribilísima, lanzando torbellinos de llamas por ojos, boca y narices, y le llamaba por su nombre; «¡Benito!, ¡Benito! (en latín: Benedicte! Benedicte !). Este nom bre, como es sabido, significa Bendecido o Bendito; por lo cual el demonio, como si quisiera retractarse de su palabra, repetía: «No, no Bendito; ¡Mal dito!, ¡Maldito! ¿Qué has venido a hacer aquí? ¿Qué tienes tú que ver con migo? ¿Por qué te gozas persiguiéndome?» Benito le dejaba gritar sin hacerle el menor caso y se entregaba con todo sosiego a sus ocupaciones. Uno de los religiosos que, cediendo a ocultas sugestiones del tentador, se había disgustado de su vocación, se presentó al abad pidiéndole licencia para retirarse al siglo. Trató Benito de hacerle ver lai locura de su proyecto, le recordó los días de su primitivo fervor y cuán razonable era la resolu ción tomada en tiempos anteriores de abrazar la vida religiosa. En su pa ternal amonestación le habló de la decisiva importancia de la salvación del alma y de la excelencia sin igual de la vida dedicada al amor y servicio de Dios. Aconsejóle finalmente que orara y esperara con paciencia el fin de aquella tentación. Pero el religioso nada quería oír ni saber de razones, pues ya su imaginación se hallaba en el mundo y no en el claustro. Como el abad difiriera concederle el permiso que el desventurado solicitaba, tur baba el orden general con escándalo de los Hermanos, hasta el punto que Benito se vió obligado a despacharle. El pobre iluso salió contentísimo; pero estaba aún a corta distancia del convento, cuando vió que se le venía enfrente un furioso dragón con la boca abierta para devorarle. Horrorizado el fugitivo, principió a dar grandes vo ces, a cuyo' eco acudieron presurosos los monjes. Éstos le hallaron temblando de pies a cabeza y, compadecidos de él, le volvieron al monasterio. El pobre apóstata, que se daba perfecta cuenta del peligro que había corrido, prometió ser fiel a su vocación y mantuvo íntegra su palabra, profesando toda su vida vivísima gratitud al santo abad, a cuyas oraciones se reconocía deudor de la gracia que le había obtenido de ver al dragón infernal que quería devorarle.
RESURRECCIÓN OBRADA POR SAN BENITO N día, Benito había salido al campo a trabajar con sus Hermanos. Entretanto, cierto campesino embargado por el dolor, llegó al mo nasterio con el cadáver de su hijo en los brazos, preguntando .por el Padre Benito. Al decirle que el abad estaba trabajando en el campo, el infortunado padré dejó el cuerpo del hijo tendido delante de la puerta y se fué precipitadamente en busca del Santo. Dió con él en los precisos mo mentos en que volvía del trabajo y, sin más preámbulo, exclamó: — ¡Padre, devuélvame a mi hijo! —Pero, ¿soy yo quien te lo he quitado? —Ha muerto; venga en seguida a resucitarlo — insistió con viveza el pobre padre. — ¡Vamos, hombre! Eso no es asunto nuestro; lo que tú pides es cosa de los santos Apóstoles —le respondió Benito con aparente brusquedad— . ¿Cómo quieres tú imponernos lo que está sobre nuestras fuerzas? El campesino, entretanto, reiteraba, embargado por el dolor, que no se . iría mientras el Santo no le resucitase al hijo. — ¿Dónde está ese muerto? — preguntó el abad. — Ahí tiene usted su cuerpo a la entrada del monasterio —le contestó el padre entre suspiros. Llegado a él Benito con todos los religiosos, se puso en oración y luego se extendió sobre el cadáver, como en otro tiempo San Pablo cuando resu citó a Eutiquio. Poniéndose después en pie y elevando al cielo los brazos, exclamó: «Señor, no mires mis pecados, sino la fe de este hombre, y de vuelve a este cuerpo el alma que le has quitadop. Apenas hubo terminado esta oración, un fuerte temblor se apoderó del cadáver. Benito tomó al niño por la mano y lo devolvió a su padre rebosante de vida y salud.
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TOTILA Y SAN BENITO
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L rey godo Totila habíase apoderado de casi toda Italia, desde el norte hasta Nápoles. Como oyera hablar del abad de Monte Casino en tonos ponderativos y particularmente de su espíritu profético, quiso probar la verdad de lo que se decía, y, al efecto, hizo que su escudero Rig se vistiera de las insignias reales, y así disfrazado le envió, con brillante séquito de oficiales, al Monte Casino. —Hijo mío — exclamó Benito apenas lo divisó— , quítate esos vestidos e insignias, que no son tuyos.
Sobrecogido Riggo por lo inesperado del easo y espantado por haber pretendido engañar a tal hombre, se postró a sus pies. Sin tardanza se presentó Totila en persona y, sintiéndose acometido por un terror súbito, cayó humildemente a las plantas del Santo. El siervo de Dios, dirigiéndose a él, clamó por tres veces: «¡Levántate!», y a la tercera tuvo que levan tarlo él mismo. —Muchas malas obras haces —le dijo Benito— , muchas malas obras has hecho; cesa ya en la maldad. Tornarás a Roma, pasarás el mar, vivirás nueve años y al décimo morirás. El rey, con muestras de visible espanto, se encomendó a sus oraciones y desde aquel instante se mostró menos cruel. Sucumbió efectivamente en 552, a consecuencia de una herida recibida en la batalla de Jagina, con lo que se cumplió exactamente la profecía del Santo.
MUERTE DE SAN BENITO. — SU CULTO UANDO Benito pasaba ya de los sesenta años, tuvo el dolor de per der a su hermana Santa Escolástica, a la que enterró en el Monte Casino, en el mismo sepulcro que tenía preparado para sí. Pocas semanas después cayó enfermo con fiebre muy elevada y ordenó se abriera nuevamente su sepulcro^ AI sexto día hízose conducir a la iglesia de San Martín para recibir el Sagrado Viático. Luego, puesto en pie y apoyado en los monjes que sostenían sus miembros debilitados, entregado el espíritu a una oración suprema, exhaló el último suspiro en aquella reverente actitud. Créese que fué el 21 de marzo del año 543. En el momento mismo de su muerte, dos monjes que habitaban respectivamente en Monte Casino y en Subiaco, vieron por el lado de Oriente una deslumbradora ruta triunfal que, partiendo de la celda del siervo de Dios, se perdía en lo alto de los cielos, a la vez que lucían en ellos con esplendor inenarrable, multitud de brillantes lámparas. Mientras contemplaban embelesados aquel portento, un ángel, irradiando a su vez fulgurantes resplandores de luz, les dijo: «Esa es la vía por la cual Benito, el amadísimo del Señor, acaba de subir al cielo». La Regla promulgada por Benito hacia el año 540, es aún hoy un monu mento admirable que, a diferencia de la primitiva casa de Monte Casino donde nació, ha resistido a todos los embates y vicisitudes de los tiempos. San Benito cuenta entre sus innumerables hijos espirituales con una multitud de santos, muchos papas y un inmenso número de obispos, celo sísimos todos de la conservación del espíritu de su Fundador en el mundo. León X III elevó la fiesta de San Benito al rito de doble mayor el 5 de abril de 1883.
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SANTORAL Santos Benito, abad y fundador; Lupicino, abad; Filemón y Domnino, mártires; Birilo, obispo de Catania, en Sicilia; Serapión, el Sidonita; conmemoración de muchos Santos Mártires de Alejandría; Serapión, obispo, compañero de San Atanasio; Serapión, abad de Arsinoe; Serapión,- mártir en Alejan dría ; Elias, solitario y obispo, en Sión (Suiza); Roberto, abad de Molesme; Edeo, abad de Arania (Irlanda); Casiano, mártir con otros mu chos, en R om a ; el Beato Ugolino, agustino, que se distinguió por su pureza y devoción a María; el Beato Alfonso de Rojas, religioso. Santas Calicina, Basilia y tres compañeras, mártires; Matilde, hermana de Trajano.
SAN LUPICINO, abad.— Era hermano de San Román y, ambos, hijos de una familia muy cristiana. Lupicino casó con una mujer tan virtuosa como él. Al morir ésta, abandonó el mundo y se entregó a una vida de penitencia y mortificación en compañía de su hermano. La sabiduría y caridad de ambos fueron pronto conocidas y admiradas; por esto fueron muchos los jóvenes que se pusieron bajo su dirección. Lupicino edificó el monasterio de Lauconne, al que gobernó sabia y santamente. Para la manutención de los monjes se vió 'socorrido por el rey Chilperico. Se distinguió por su ardiente amor a Jesús cru cificado y su tierna devoción a la Virgen de los Dolores. Después de una vida de oración y penitencia, descansó en la paz del Señor a los ochenta años de edad, hacia el 480. SANTOS FILEMÓN Y DOMNINO, mártires. — Eran descendientes de una noble familia romana, que los educó en el santo temor de Dios. Abrazaron la carrera sacerdotal y, llenos de celo apostólico, recorrieron las provincias del imperio para salvar almas y convertir infieles. A las insinuaciones del prefecto para que apostatasen y ofreciesen sacrificios a los dioses, contestaron negativa mente y prefirieron la muerte antes que la traición. En medio de los más atro ces suplicios a que los sometieron, mostraban una celestial alegría que se tro caba en cánticos de gloria' al Señor. Finalmente fueron degollados, consiguien do así la corona de la gloria, hacia el año 300. SAN BIRILO, obispo. — Natural de Antioquía de Siria, fué ordenado y con sagrado por el Apóstol San Pedro el año 44 de nuestra Era. Desempeñó sus fun ciones de obispo de Catania con tanto acierto y edificación, que atrajo a la fe a muchos infieles y supo captarse el amor de todos sus súbditos. San Pedro le llevó consigo para predicar en O ccidente; el éxito fué resonante. Murió santa mente, llorando, incluso, por los mismos idólatras. SAN SERAPIÓN, EL SIDONITA.— La vida admirable de este santo'egip cio gira en tom o de sus dos grandes amores: caridad para con los pobres y celo para la salvación de las almas. Se hizo criado de un actor pagano y logró atraerlo a la verdad de la fe junto con toda su familia. Sirvió a otro amo, que le regaló una túnica, un traje y un libro de los Evangelios. Las dos prendas y el precio del libro fueron dados por Serapión a sendos pobres, en quienes veía .a miembros de Jesucristo. Después hizo con un maniqueo lo que antes había hecho con el comediante. Murió en el desierto a los sesenta años de edad, hacia el año 388.
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DE
MARZO
SAN BASILIO DE ANCIRA PRESBÍTERO Y MARTIR ( f 362)
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A ciudad de Ancira, hoy Angora o Ankara, es la ciudad más im portante de Asia Menor. Este centro eminentemente industrial, asen tado a orillas de un afluente del Sakaria, fué elegido en 1923 por capital de la República turca en sustitución de Constantiopla o Estambul. Entre sus más puras e inmarcesibles glorías cuenta la de haber poseído en la persona del ilustre presbítero y mártir San Basilio, a un intrépido y celosísimo defensor de la religión cristiana. Desde luego, no hay que con fundir a este paladín de la fe con su contemporáneo Basilio, obispo de An cira, personaje desgraciadamente de sospechosa doctrina y jefe de los semiarrianos, contra los que tuvo que sostener nuestro Santo los más reñidos combates. En un ambiente malsano de lamentables y numerosas defecciones, este valeroso sacerdote llevaba vida irreprochable y santísima. Exacto cumpli dor de los deberes de su estado, mostróse particularmente asiduo al minis terio de la predicación; su palabra apostólica producía abundantes y ma ravillosos frutos en la Iglesia de Ancira. No le inquietaban en lo más mínimo las revueltas que la herejía susci taba en su derredor, ni la perversidad de los adversarios que le espiaban
deseosos de acusarle apenas hallaran en sus palabras o en su conducta el menor pretexto de qué valerse para sus dañados fines. Consciente de sus sagrados deberes sacerdotales, se entregaba a ellos por entero con calma y serenidad tan admirable, que nada era capaz de alterarle.
PERSECUCIÓN ARRIANA ERMITIÓ la Providencia, para bien de muchos, que Basilio viviera en la época calamitosa en que el arrianismo hacía terribles estragos y conseguía los más deslumbradores triunfos. En íntima unión con los cristianos que estaban resueltos a todo trance a permanecer fieles a su fe, Basilio tuvo que luchar a brazo partido contra los autores de la herejía que, desgraciadamente, eran numerosos y poderosísimos en Ancira. Ocupaba por entonces el trono imperial Constancio, tercer hijo de Cons tantino. Este mal aconsejado príncipe, presentándose como decidido y po deroso protector, hizo que en el sínodo arriano de Antioquía se condenara al ilustre San Atanasio, intrépido campeón de las doctrinas católicas contra los errores de Arrio; y en el año 342, prosiguiendo en su furia persecutoria, colocó en la sede de Constantinopla al intruso semiarriano Macedonio, a pesar de una sublevación popular que costó la vida a 3.150 personas, según refiere el historiador Sócrates. Al amparo de tan poderoso protector, los arríanos de todas las ciudades de Oriente se sintieron amos. La persecución se dirigió contra los núcleos cristianos que habían permanecido fieles. Diéronse con tal motivo los espec táculos más lamentables: la sangre fué derramada sin piedad; los partida rios de la causa católica tuvieron el dolor de ver sus templos destruidos, y sus bienes confiscados; muchos de ellos fueron condenados al destierro o a los suplicios del martirio. Algunos arríanos moderados pensaban conciliar y satisfacer a la yez a católicos y arríanos, al emperador Constancio y al obispo San Atanasio. Proyectaban devolver la paz a la Iglesia y acabar con la persecución me diante la inserción de una sola letra griega, la i, en el discutido vocablo omoousios (consustancial), que lo trocaba en omoiousios. Cambio en apa riencia de poca importancia, pero en realidad de suma gravedad. Así, al admitirlo, en vez de decir: Jesucristo es una misma sustancia con su Padre, un mismo Dios; los semiarrianos decían: Jesucristo es de una sus tancia semejante a la de su Padre. Era pacto entendido con el enemigo, una conciliación a todas luces inadmisible para el catolicismo. Basilio vió inme diatamente el lazo que se tendía al pueblo fiel y, con el mismo celo con que había combatido ya al arrianismo formal, desenmascaró al semiarrianismo.
Viendo en él los amaños al más temible adversario de su secta, le prohi bieron, en el año 360, la celebración de asambleas en las que enseñase la verdad; pero apoyado por los obispos de Palestina, no hizo el menor caso de aquella injusta prohibición y continuó combatiendo el error,, aun delante del mismo emperador Constancio.
JULIANO EL APÓSTATA Y EL RENACIMIENTO DEL PAGANISMO
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L hereje Constancio sucedió el emperador Juliano, llamado el Após'tata. A su advenimiento al trono imperial, el paganismo, que tan humillado se había visto en el cristiano gobierno de Constantino el Grande y de sus tres hijos, reaccionó y volvió a sentirse fuerte. El degenerado Apóstata manifestaba sin ambages su vergonzosa adora ción y culto al Sol, y apoyaba hasta las más degradantes funciones del culto idolátrico. Viósele en ocasiones, revestido de las insignias y ornamentos pon tificios, acarrear en persona la leña para el sacrificio, soplar y mantener el fuego, meter las manos en la sangre de las víctimas, cayendo en ridículo ante los mismos paganos, que calificaban su celo de impropio e intempestivo. A los pocos días de su entrada en Constantinopla, el nuevo César or denó que se volvieran a abrir los templos paganos y se restaurara el culto oficial de los falsos dioses. Más aún: con tal de pasar por restaurador y protector de la idolatría, presentóse como el más fervoroso de sus pontífi ces. Hizo levantar un templo en su palacio y consagró los jardines a varias divinidades. Alentados los gobernadores de las provincias con tal ejemplo, se enva lentonaron y diéronse a reedificar templos, a celebrar los sacrificios, proce siones y demás fiestas del paganismo. •
UN PROCÓNSUL CONFUNDIDO ANTO en la lucha contra la religión pagana como en los combates contra la herejía, Basilio de Ancira fué hasta el fin el intrépido sol dado de Cristo.
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Lejos de acobardarse el celo del heroico presbítero ante los sacrilegos aten tados de los triunfantes paganos, se elevó y encendió sobremanera. Recorría la ciudad en todas direccionfes y exhortaba a los fieles a luchar generosamente por la santa causa de Dios y a no contaminarse •con las abominaciones y ceremonias de los idólatras. Ello bastó para encender la cólera de los enemigos. Cierto día, mientras imploraba el auxilio del cielo con gemidos de dolor -a vista de tantas iniqui
dades y pedía a Nuestro Señor disipara a sus enemigos y aniquilara el im perio del demonio, un pagano llamado Macario que le oyó, lo denunció al procónsul Saturnino. Pocas horas después, el acusado comparecía ante ese magistrado. «Señor — dijeron los delatores— , aquí tenéis al que derriba nuestros altares, excita públicamente a oponerse a la restauración de nuestros templos y desde ha mucho tiempo habla contra nuestro divino emperador y contra su religión». La actitud de Basilio ante sus acusadores fué resuelta e independiente. La primera pregunta que le hizo el procónsul fué si consideraba y creía como verdadera la religión establecida por el príncipe? — ¿La crees tú tal? —replicó el valeroso confesor de la fe— . ¿Es posible que tu juicio admita como dioses a estatuas mudas? Saturnino prolongó el interrogatorio, pero no pudo conseguir del acusa do más que respuestas breves, firmes y humillantes para él. —El emperador a quien tanto adulas y ensalzas como a divinidad — le dijo Basilio— es, como los demás, de barro y limo de la tierra, y ha de caer sin mucho tardar en manos del Rey Supremo, ante quien nada son los reyes terrenos. Ese mismo Dios omnipotente destruirá en breve la impiedad que has restaurado. ' El procónsul, con halagadoras promesas al principio, con amenazas des pués, trató de conmover la constancia de Basilio. Desconcertado ante la inutilidad de sus tentativas y sintiéndose burlado por la resistencia de aquel débil sacerdote que despreciaba sus ofrecimientos, le condenó al tormento del potro; y, mientras el Santo sufría sus horrores, insultábale el procónsul diciendo: —Aprende ahora lo que cuesta desobedecer al emperador. Otra vez te lo digo, obedece al príncipe y sacrifica a los dioses. Como rehusara, fué conducido a la cárcel. Entretanto, se informó al emperador de cuanto había sucedido.
SAN BASILIO AFEA LA CONDUCTA DE UN APÓSTATA
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ULIANO, desde su residencia de Constantinopla, envió a Ancira dos oficiales de alta graduación de su palacio, Elpidio y Pegasio, ambos apóstatas como él, recientemente afiliados al paganismo para compla cer a su soberano. Pegasio fué solo a la cárcel, espejando doblegar el ánimo de Basilio con seductofas promesas; pero éste ni se dignó siquiera responder a su saludo. — ¿Cómo puedo saludar yo — exclamó— al que traicionó a su Dios y a su fe, al que en otro tiempo bebía ampliamente en el manantial de aguas vivas, que es Cristo, y ahora sacia su sed en los charcos de la iniquidad,
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AN Basilio se desabrocha, toma un pedazo de carne de sus terri bles desgarraduras y lo lanza al rostro de Juliano, diciendo:
«Toma: come mi carne, bebe mi sangre, pues que tan sediento estás de ella. Y o, en cambio, me alimento del Cuerpo y Sangre de mi Dios y Señor, Jesucristo».
15. - II
al que en otro tiempo participaba de nuestros divinos misterios y ahora come en la mesa de Satanás; guía de las almas hacia la luz en otro tiempo, y hoy causa de su pérdida, caminando al frente de ellas hacia los tenebro sos abismos del error? ¡Desventurado!; ¿qué hiciste de los tesoros que te fueron impartidos? ¿Qué responderás al Señor en el día supremo de su visita? Pegasio, confundido, no supo responder palabra. Volvióse avergonzado al procónsul y a su colega, a quienes contó su fracaso. Éstos, indignados, exigieron que en el acto compareciera ante ellos el preso; y Saturnino or denó que así se hiciera inmediatamente. Apenas lo tuvieron en su presencia, se le hizo extender nuevamente en el potro y fué sometido a mayores tormentos que la primera vez. Con la misma grandeza de alma que antes sobrellevólos el Santo, quien, cargado de cadenas, fué conducido de nuevo a la cárcel.
JULIANO EL APÓSTATA EN ANCIRA
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NTRETANTO, Juliano partió de Constantinopla para dirigirse a Antioquía, donde pensaba prepararse a la guerra contra los persas. Eran los.primeros días de junio del año 362. La marcha fué en extremo lenta, debido a que en todas las poblaciones de cierta importancia en que habían sido reedificados los templos paganos, las gentes se presentaban al emperador para suplicarle que sacrificara a los dioses, sabiendo que con ello complacían al Apóstata. Los letrados de la loca lidad organizábanse en corporación para cumplimentar al príncipe, autor de numerosos escritos, cuya sabiduría ensalzaban exagerando la nota de la adu lación. Juliano complacíase en hallar ocasión de hacerse admirar por la ele gancia de sus discursos, cuantas veces se le ponía en trances de responderles. Las distintas etapas del viaje fueron, pues, otras tantas escenas estudia das, otras tantas arengas académicas, más largas, por cierto, de lo que hu biesen querido sus cortesanos, quienes tenían que escuchar las declamacio nes aparatosas de su soberano siempre en pie, aunque fuera bajo un sol abrasador. Pero la característica vanidad de Juliano encontraba en ello plena satisfacción, y había que complacerle. En vez de seguir la vía más directa para llegar a Antioquía, Juliano se apartaba de ella con visible satisfacción cuando calculaba que podría recibir nuevos homenajes. Así se explica su paso por Nicomedia y Pesinonte. Al fin llegó a Ancira, donde salieron a su encuentro los sacerdotes paga nos, llevando en andas el ídolo dé Hécate: piadosa oficiosidad que les me reció grandes e inmediatas recompensas y la promesa de fiestas y juegos públicos para el día siguiente. Juliano hizo la más amable acogida a aquella simpática población. Su
tribunal quedaba abierto a todos y él escuchaba con la mayor benevolencia las quejas, reclamaciones y solicitudes de toda especie. Eran una manse dumbre y dulzura calculadas, que se alteraban hasta la grosería cuando se presentaba algún asunto relacionado con la religión cristiana.
SAN BASILIO HACE FRENTE AL EMPERADOR
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N estas circunstancias le fué presentado Basilio, como delicuente sacer dote cristiano que perturbaba al país entero y que pocos días antes había sido encadenado por el procónsul. Los dos oficiales apóstatas, heridos en lo más vivo de su amor propio por el fracaso antes dicho, no habían parado hasta provocar una audiencia del prisionero con el emperador. Basilio compareció en actitud santamente altiva y con semblante im pasible. — ¿Quién eres tú — le preguntó Juliano— y cuál es tu nombre? — ¿Que quién soy? Pues óyelo bien —dijo Basilio— . Ante todo me llamo «cristiano»,* y éste es un nombre gloriosísimo, ya que el nombre de Cristo es eterno y jamás podrá perecer. También me llamo Basilio, y con este nombre se me conoce entre los hombres. Pero conservando el primero tendré por recompensa la inmortalidad feliz. Juliano, al ver la valentía y libertad con que se expresaba su interlocu tor, sintióse gozoso, saboreando de antemano el feliz éxito que para él pre veía en una interesante discusión que la ocasión le deparaba, para ser admi rado por la aduladora asamblea que estaba en su derredor; y, afectando como primera medida sentimientos de compasión, dijo amablemente a Basilio: — Te engañas, Basilio. Tú no ignoras que conozco bastante vuestros mis terios. Pues bien, puedo asegurarte que aquél en quien tanto confías, murió —y bien muerto está— en la época en que Pilato gobernaba la Judea. —No me engaño —replicó Basilio— . El que se engaña eres tú, empera dor. Eres tú el que renunciaste a Jesucristo en el momento mismo en que te daba el imperio; pero te advierto en nombre suyo, que muy presto fe quitará este imperio juntamente con la vida, y por ello conocerás, aunque demasiado tarde, quién es Aquel a quien abandonaste. Él derribará tu trono del mismo modo que tú derribaste sus altares. Te has gloriado neciamente de pisotear su santa ley, esa ley bendita que tú mismo habías anunciado tantas veces a los pueblos; pues bien, de igual manera será pisoteado tu cuerpo, y tu cadáver quedará insepulto al serle arrancada el alma en medio de atroces dolores y de la más espantosa desesperación. — (Como, en efecto, nucedió en junio del año siguiente, estando en lucha contra los persas).
Toda la asamblea se sintió profundamente estremecida al oír estas ame nazas que el acusado pronunció con sobrehumana seguridad y energía. El emperador sintióse desconcertado y presa de incontenible furor. En el acto levantó la sesión y ordenó al capitán de la guardia, Frumencio, que castigase duramente a aquel insolente y le azotase sin compasión, si no sa crificaba prontamente a los dioses y no daba una satisfacción a la autoridad imperial ofendida.
SANGRIENTA INJURIA INFERIDA AL EMPERADOR
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RUMENCIO se sobrepasó en crueldad y aplicó al mártir la pena de flagelación con azotes más terribles, quizá, de lo que Juliano hubiese querido. Sin embargo, nada hizo éste para atemperar las órdenes dadas por su subalterno. El instrumento de tortura era de tal calidad, que a cad golpe desgarraba y hacía saltar un pedazo de carne. No había paciente que pudiera resistir más de seis o siete golpes por día sin perecer en el tormento. Basilio soportó el primer desgarramiento de sus carnes con heroica pa ciencia. Al terminar pidió audiencia con el emperador. Frumencio, regoci jado en extremo al ver el sorprendente efecto que su atroz castigo había producido y jactándose sobremanera de haber conseguido al fin doblegar el heroico valor de Basilio, quiso tener el gusto de informar personalmente al emperador de lo que pasaba. Para hacer más solemne el triunfo que se prometían con ingenua anti cipación, eligieron para sala de audiencia el templo de Esculapio, a fin de que el nuevo apóstata, dada su elevada calidad, pudiera sacrificar con el emperador y los sacerdotes. —Pienso —dijo Juliano— que te has vuelto sensato y confío que habrás reconocido tu error y sacrificarás con nosotros. —No lo creas —respondió Basilio— . He venido para enseñarte que tus pretendidos dioses no significan ni valen nada. Son simples estatuas de ma dera y, como tales, ídolos sordos, ciegos y mudos. Luego, entreabriendo sus vestidos y arrancándose un pedazo de carne de sus terribles desgarraduras, lo lanzó al rostro de Juliano, diciendo: «Toma: aliméntate de mi carne; y bebe de mi sangre, pues que tan sediento estás de ella; por lo que a mí toca, me alimento del Cuerpo y Sangre de mi Dios y Señor, Jesucristo». AI oír esto, lanzáronse sobre él los que le rodeaban y le arrastraron bár baramente, mientras el emperador, pálido de cólera, lanzaba terribles mira das al torpe cortesano que le había expuesto a tan denigrante humillación, introduciendo a aquel audaz prisionero, en el templo de Esculapio.
ÚLTIMO SUPLICIO
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STREMECIDO Frumencio ante tan inesperado desenlace, comprendió que no había más que un medio para apaciguar a su soberano, irri tado hasta el paroxismo. Temiendo se le hiciera responsable de lo que acababa de suceder, resolvió vengar de un modo ejemplar el ultra hecho al emperador. Al día siguiente, sin esperar a que diera orden alguna el Apóstata, Basilio fué citado a presencia del verdugo. La crueldad ejerci da con él fué horrorosa. El capitán de la guardia hizo varios días repetidas tentativas para ven cer al mártir, mientras le aplicaban nuevamente el suplicio de los azotes para dar pábulo á su furor. Pero Basilio permanecía inquebrantable en su firmeza: fué imposible alterar su constancia y heroicas disposiciones. Finalmente, al despojarle de los vestidos para azotarle por última vez, se vió con asombro que todas las heridas precedentes habían desaparecido sin dejar huella alguna, y que el cuerpo aparecía sano, puro y hermoso, como pura y hermosa era su alma ante el Señor. —Has de saber — dijo Basilio— que Jesucristo me ha sanado durante la noche. Anda, puedes ir a contárselo a tu amo Juliano para que sepa cuál es el poder del Dios de quien ha apostatado. Furioso el verdugo, hizo extender a su víctima boca abajo con el fin de hincarle en la espalda puntas de hierro candentes. En medio de tan horri bles tormentos, Basilio daba gracias a Dios: el amor que consumía su co razón le hacía sobrellevar con gozo las atroces quemaduras que padecía en su cuerpo por el, nombre de Cristo. Pensaba sin duda en aquellas palabras del real profeta: «¿Qué tengo que desear yo en el cielo ni en la tierra sino a ti, Dios mío? Tú eres mi herencia por toda la eternidad.» Con estos admirables sentimientos expiró el 29 de junio del año 362. Los griegos y latinos celebran su fiesta el 22 de marzo.
SANTORAL Santos Basilio de Ancira, presbítero y mártir; D eogracias, obispo y con fesor; B ienvenido, obispo de Ó sim o; Pablo de Narbona y Afrodisio, obispos res pectivos de Narbona y Beziers; A v ito , solitario; Epafrodito, obispo de Terracina, discípulo de los Apóstoles; Octaviano y muchos millares de mártires, muertos por los vándalos en Cartago; Severino, en Sevilla; Rufo, en Aviñón; Camelino, obispo de Troyes. Santas Calínica y Basilisa, vír genes y mártires, en Antioquía; Lea, viuda y abadesa.
SAN DEOGRACIAS, obispo y confesor. • —■Cuando los vándalos dominaban el Norte de África, su rey Genserico permitió que los cristianos eligieran un obispo para Cartago, y la elección recayó en Deogracias, sacerdote éjemplarísimo y po pular por su talento y virtud. Genserico había ido a Rom a en auxilio de Eudoxia, forzada a casarse con el asesino de su esposo, Valentiniano III, y volvió a Car tago con un rico botín y un sinnúmero de prisioneros, a los cuales procuró liber tar Deogracias con sus propias riquezas y con el producto de la venta de objetos de valor y ornamentos sagrados, y aun pidiendo él mismo limosna pública mente. Tanto agradó esta conducta a los cristianos cuanto desagradó a los arría nos, los cuales tramaron una conspiración contra su vida. Pero una enfermedad le arrebató de este mundo y le abrió las puertas de la Gloria en el año 457. SAN BIENVENIDO, obispo de Ósimo. — Nació en Ancona y estuvo inclina do a la piedad desde su infancia. Fué ordenado de sacerdote, entró en la Orden de San Francisco y, más tarde, consagrado obispo de Ósimo, a pesar de lo cual nunca dejó el hábito de franciscano, conformando siempre su vida al espíritu de su santo Fundador. Se distinguió durante toda su vida por su gran celo, caridad ardiente y profunda humildad; y se convirtió en padre y enfermero de ios pobres y desgraciados. Logró la conversión de muchísimos pecadores. Cargado de méritos y llorado de todos, se durmió en el Señor el día 22 de marzo del año 1276. SAN AVITO, solitario y monje. —■Clodoveo, rey de los francos, después de su conversión al catolicismo- en 496, declaróse protector de los católicos del reino visigodo, perseguidos por Alarico, al que derrotó en la comarca de Poitiers en el 507. Entre loá prisioneros hechos por Clodoveo hallábase un jefe llamado Avito, al que dió pronto libertad porque era católico. Viéndose libre, Avito determinó abrazar el camino de la perfección para asegurar la salvación de su alma. Vistió, al efecto, el hábito religioso y retiróse a vivir vida eremítica. Favorecido de Dios con dones celestiales e ignorado de los hombres, entregóse durante algún tiempo a rigurosos ayunos, cilicios y otras mortificaciones y penalidades. Después entró en un monasterio en el que prosiguió su vida penitente, sirviendo de modelo a los monjes por su gran humildad y excelentes virtudes. Murió santamente el 22 de marzo del año 518.
D IA
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DE
MARZO
SAN JOSE O R I O L PRESBÍTERO Y CONFESOR (1650 - 1702)
ACIÓ José Oriol en Barcelona el 23 de noviembre de 1650. Fueron sus padres Juan Oriol, maestro terciopelero en las sederías de la localidad, y Gertrudis Buguñá, ambos honrados y laboriosos, aun que escasos en bienes de fortuna. Sólo contaba el niño dieciocho meses cuando su padre falleció, víctima, sin duda, de la peste que hacía por entonces estragos en Barcelona. Poco después contrajo su madre nuevo matrimonio con un virtuoso zapatero lla mado Domingo Pujolar, que profesó siempre vivísimo afecto al pequeñuelo. Cuando José llegó a la edad de los estudios, fué confiado a los clérigos de la iglesia de Santa María del Mar, en la que ayudaba a misa y se prestaba con singular agrado al aliño de los altares y otros menesteres de sacristía, a cam bio de lo cual recibía lecciones de sus maestros en los diferentes ramos del saber humano. Desde esa tierna edad, José daba ya pruebas de una piedad extraordina ria. Poco costó a los Beneficiados de Santa María del Mar reconocer en él las señales de vocación sacerdotal, por lo cual aconsejaron a sus padres lo enviaran a la Universidad de Barcelona, con el fin de poder ser un día admitido a las sagradas Órdenes.
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ESTUDIANTE
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los catorce años y a punto de principiar los cursos en la Universi dad, tuvo José que alejarse del hogar y pedir albergue y alimento a una señora que había sido su nodriza, excelente cristiana y mujer de un honrado obrero. Ambos trataron al pobre José como a hijo pro diéronle un cuartito del que únicamente salía para asistir a la iglesia o a las clases. Los progresos que hacía en las ciencias teológicas, corrían parejas con los que lograba en la piedad. Tan extraordinarios eran aquéllos, que asom brados sus maestros le daban- inequívocas muestras de la más alta estima, sus condiscípulos le envidiaban y sus padres adoptivos estaban santamente ufanos de su protegido. Entretanto, los acrecentamientos de santidad de su vida virtuosísima prin cipiaron a revelarse a todos por palpable intervención divina en su favor. Sucedió un día que su padre' adoptivo, sospechando de él por fútiles apa riencias, dió lugar en su espíritu a desfavorables juicios temerarios acerca de su virtud. José, que, penetrando los pensamientos, comprendió luego lo que acerca de él se pensaba, protestó de su inocencia; y en prueba de la veracidad de sus palabras se acercó al fuego, puso la mano por largo rato sobre las ardientes llamas y la retiró sin la menor quemadura. El buen obrero, atónito y cabizbajo ante tal prodigio, no acertó a proferir palabra, pero al llegar la noche, arrasados los ojos en lágrimas, pedía humildemente perdón a Oriol al ver cómo el cielo tomaba su defensa de modo tan admirable. A los veintitrés años terminaba sus estudios y obtenía con brillantes pruebas el grado de Doctor. Provisto de un beneficio eclesiástico y de una modesta renta que le asignó el obispo de Gerona, fué ordenado de presbí tero, eligiendo para celebrar su primera misa la iglesia parroquial de Canet de Mar, en atención a sus bienhechores, los señores de Miláns. Tuvo lugar este mayor acto de su vida el 29 de jimio de 1676.
PRECEPTOR. — DIOS LE LLAMA A GRANDES AUSTERIDADES
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A pobreza de su madre fué causa de que José entrara en calidad de preceptor en el hogar del rico y noble Tomás Gasnieri, que era maes tre de campos y armadas del rey. Naturalmente, el nuevo género de vida era para él ocasión muy tentadora para hacerle abandonar las riguro sas austeridades a que se entregaba. No tardó el Señor en mostrar al joven sacerdote lo que esperaba de su generosidad.
Cierto día estaba sentado a la suntuosa mesa de su amo e iba a servir se un manjar exquisito, cuando sintió una fuerza irresistible que le incitaba a dejarlo. Tom ó el fenómeno com o advertencia del cielo, y ya no volvió a sentarse más a la mesa con sus señores, pues no decía bien con su vida de austeridades. Condenóse desde entonces a perpetuo ayuno, alimentándose únicamente de pan y agua. A pesar del cuidado y trazas que se daba para ocultar sus mortificacio nes, éstas no pudieron quedar ocultas mucho tiempo. Principió la gente a mofarse de él y a injuriarle. Cuando aparecía en las calles, el pueblo lo lla maba por burla «el D octor pan y agua». Mas él aceptaba estos desprecios con apacible gozo, considerándose feliz al parecerse a Jesucristo tan humi llado y escarnecido. Se daba disciplinas frecuentes y con tal rigor que los golpes se oían en la casa. Luchó con tesón y energía para ir acortando el tiempo que daba al sueño, y consiguió habituarse a no dormir más de dos horas cada noche; hacíalo vestido y sentado en una silla; nunca en cama. Pasaba los días y las noches absorto en la meditación de la vida y pasión de nuestro di vino Salvador. No teniendo otro ideal que el de ser imagen viviente de Jesucristo, cuidaba de su conciencia con estrecha rigidez y pasmosa mi nuciosidad.
VIAJE A ROMA. — EL PADRE DE LOS POBRES A virtuosa madre de José murió en el año 1686. Al verse huérfano y libre de la obligación de ayudar a ninguno de los suyos, salióse de la casa de Tomás Gasnieri y partió para la capital del orbe cristiano con el propósito de obtener un beneficio que librase a su obispo de la carga de asignarle renta. Nuestro Santo hizo a pie este largo viaje. Llegó a Roma después de tres meses de grandes fatigas y penalidades. Pero todo ello lo dió por bien empleado ante los consuelos que inundaron su alma al visitar los. santuarios de la Ciudad Eterna. Por otra parte, sus gestiones fueron co ronadas con el éxito más feliz: el papa Inocencio X I , sabedor de sus virtu des y relevantes prendas, concedióle en 1687 un beneficio eclesiástico en la iglesia de Nuestra Señora del Pino, de Barcelona. Los beneficiados de aquella parroquia vivían en comunidad. Al ver llegar a José para convivir con ellos, lo primero que hicieron fué nombrarle enfermero de la casa. El Santo condenóse voluntariamente a habitar en un estrecho desván, cuyo único mobiliario era un crucifijo, una mesita, una (tilla, algunos libros y un baúl en donde guardaba los vestidos. Vivía en él practicando la más extremada pobreza, lavando por sí mismo su ropa y ofreciendo a los indigentes cuanto tenía.
E l último día del mes recibía sus haberes de beneficiado, y en el mismo día lo distribuía íntegro a los pobres. Éstos, que lo sabían muy bien, espe raban con ansia la ocasión y nunca faltaban a la puerta de la iglesia. José se lo daba siempre todo, sin guardar absolutamente, nada para sí. El Señor, magnánimo para con los que por su amor son pobres, le re compensó más de una vez multiplicando en sus manos el dinero, para poder hacer frente a los compromisos de caridad que se había creado. Y no se contentaba con socorrer a los menesterosos de la tierra; el alivio de las almas del purgatorio le interesaba de m odo extraordinario y le impulsaba a hacerlas partícipes de sus santas liberalidades. Tan apenado se sentía por la indiferencia en que las dejan los hombres, que a menudo prorrumpía eíi llanto.
APÓSTOL. — CELO POR LAS ALMAS
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L tiempo que le dejaban libre las largas horas de coro y de oración, lo dedicaba José al apostolado. Su profundo conocimiento de las vías de Dios fué causa de que gran número de personas lo escogieran por guía de sus almas; pero no le faltaron angustiosas pruebas y dolorosas ad versidades. Fué acusado de dar penitencias excesivamente rigurosas, y de que inducía a las almas a imprudentes mortificaciones. Estos rumores lle garon a oídos del señor obispo, que le retiró en absoluto las licencias para confesar. José recibió esta humilllación sin la menor turbación. A un amigo suyo que se lamentaba de tal injusticia, contentóse con responderle: «Eso durará poco, amigo»; y le predijo la próxima muerte del prelado, profecía que se cumplió al pie de la letra. El nuevo obispo de Barcelona, mejor informado y conocedor de la ver-, dad de todo, le devolvió nuevamente las licencias. Al ministerio de la confesión unía el Santo el del apostolado de la infan cia, al que se dedicaba con celo infatigable. Iba personalmente a buscar a los niños por calles y plazas, los llevaba a la iglesia y los instruía en la religión con palabras y prácticas adecuadas a su edad. Pero nada bastaba al ardiente celo que consumía su corazón. Hubiese querido llevar las criaturas todas a Dios y que todas le amaran y cumplie ran su santa Ley. Con tan apostólicos sentimientos, pensaba desde' hacía mucho tiempo en los infieles y acariciaba la idea del martirio, ofreciendo de antemano su vida por la salvación de las almas. A l fin, no pudiendo resistir por más tiempo al vivísimo anhelo de mar tirio, púsose en camino sin declarar su secreto a nadie, y anduvo sin rumbo fijo por espacio de varios días, resuelto a llegar hasta los países de infieles para anunciar el Evangelio. Pero algunos sacerdotes que le conocieron, le
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OSPECHAN y casi acusan a San José Oriol de un pecado que no ha cometido. El joven pone la mano sobre las ascuas del
hogar y la deja un rato sin sufrir la menor quemadura, como prueba de su inocencia. El acusador, sobrado crédulo, reconoce el prodi gio y pide perdón de su mal proceder.
invitaron a descansar con ellos; y , al contemplar su rostro com o encendido por algo que le preocupaba apasionadamente, preguntáronle a dónde iba. «V oy a Jerusalén — les dijo— a convertir infieles». Trataron de persuadirle de mil m odos para que no continuase el viaje en aquélla forma, sin provi sión alguna y sin haber madurado detenidamente las dificultades de tan importante empresa. Y tras prolija porfía lo condujeron a Barcelona.
VIAJE MARAVILLOSO
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A desolación fué general en Barcelona cuando se supo que había esta do a punto de perder al Santo. De todas partes acudían a él para suplicarle con lágrimas en los ojos que no quisiera abandonar más una población en la que tan palpable era el bien que hacía. Pero José, lejos de renunciar a un proyecto que veía tan combatido, determinó ponerlo en práctica cuando se le presentara alguna propicia coyuntura. Entretanto re partió los pocos bienes que le quedaban entre los pobres, bienhechores y parientes, sin más reservas que una parte que dejó para oraciones y sufra gios para su alma después de muerto. Llegado el 2 de abril del año 1698, salió para Rom a con el fin de po nerse incondicionalmente a disposición de la Propagación de la Fe para las misiones del Japón. Puesto ya en camino y a poca distancia de la ciudad, dió a unos des graciados que encontró el poco dinero que llevaba. Un joven avispado que le había acompañado durante dos leguas, en la seguridad de que al dar a los pobres aquellas monedas se habría reservado otras, com o era natural, se hizo servir buena cena en el mesón de Fontfreda, convencido de que la pagaría el bondadoso sacerdote; pero al terminarla y comprobar que no había guardado ni un céntimo, se sintió avergonzado y presa de las mayores perplejidades. José, que se dió cuenta de lo que pasaba, vino en ayuda del joven del modo más insospechado: cortó un nabo en rodajas com o m o nedas, y se obró en ellas el estupendo milagro de convertirse en tantos reales. de vellón cuantos hacían falta para pagar al mesonero. En aquel largo y azaroso viaje con frecuencia se encontraba ante ríos y torrentes que tenía que atravesar sin medios para ello. En tales trances poníase en profunda oración y , sin saber cóm o, se hallaba en la orilla opuesta. En Marsella fué uno de sus mayores anhelos lograr entrada en el hospi tal para cuidar a los enfermos, y lo consiguió; pero cayó enfermo a los pocos días con síntomas de gravedad, y no tardó en verse reducido al últi m o extremo. Apa.reciósele la Reina del Cielo, que le anunció su curación y le advirtió que debía regresar a Barcelona. Todos los deseos de martirio que le habían hecho emprender aquel viaje, no habían sido sino una prueba,
y en premio de su fidelidad, Dios le concedía el don de curar a los enfer mos, a cuyo alivio debía dedicarse desde entonces por entero. •Dócil, pues, al aviso de Nuestra Señora, a fines de mayo de 1698 el sier vo de Dios embarcaba en un velero con rumbo a Barcelona. Y a en plena travesía desencadenóse tan deshecha tempestad, que el piloto y los mari nos, perdida toda esperanza de salvación, daban por seguro el fatal naufra gio. Pero llegó un momento en que José Oriol, imitando al Divino Maestro, puesto en pie extendió majestuosamente las manos sobre las olas y en el acto cesó la tempestad.
GRAN TAUMATURGO. — CURACIONES DE ENFERMOS
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A vuelta del santo capellán de Nuestra Señora del Pino a Barcelona, provocó una manifestación de simpatía en toda la ciudad. Las mul titudes acudían a él de todas partes, com o antes de su partida. Cierto día, hallándose en casa de un amigo suyo, presentóse el patrón del barco en el que había vuelto a Barcelona. Necesitado de dinero para ciertos negocios, venía a reclamar el precio del pasaje. José rogó al dueño de la casa que abriera una eajita que le señaló y pagara con las monedas de oro que allí encontraría. El buen -amigo, que sabía bien lo que en la cajita tenía, se echó a reír de la ocurrencia de Jbsé, pero, com o éste insis tiera seriamente, abrióla al fin y , efectivamente, apareció oro en la canti dad que el naviero pedía. Pero este poder maravilloso lo ejercía especialmente con los enfermos. La fama de los continuos milagros que obraba traspasó los límites de Bar celona; y de todos los puntos de Cataluña y aun de gran parte de España, principiaron a llevarle enfermos. Cada tarde, a las tres, revestido de los hábitos de coro, se dirigía a la capilla del Santísimo. Pasados algunos instantes en oración, dirigía breve exhortación a los enfermos, animándolos a confiar en el Señor. El siervo de Dios les imponía las manos o les hacía por tres veces la señal de la cruz enhonor de la Santísima Trinidad y les recomendaba que rezaran tres Padre nuestros, Avemarias y Gloriapatris cada día. Y si los enfermos estaban en pecado, cosa que él conocía, invitábalos secretamente a reconciliarse con 1)1o h y a volver otro día. No faltaban ocasiones en que José tenía que salir de la ciudad para viultnr enfermos. Una vez viósele con asombro caminar sobre las aguas para ■travesar el Besós; y oyendo tocar al Angelus en tal circunstancia, púsose da rodillas con la mayor naturalidad sobre el líquido elemento com o si estuviera en tierra firme.
Habiéndose encontrado otro día en el camino con dos personajes muy ricos de Barcelona, invitáronle a que subiera al coche; pero él se negó y prefirió continuar el camino a pie. ¡Cuál no sería la sorpresa de ambos cuando, habiéndole dejado, com o es natural, m uy atrás por la velocidad que el vehículo llevaba, lo volvieron a encontrar más adelante arrodillado al pie de una cruz y rezando tranquilamente el Breviario!
HUMILDAD Y OBEDIENCIA. — DON DE PROFECÍA
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pesar de las frecuentes curaciones milagrosas que realizaba, José Oriol no se envanecía, sino que todo lo atribuía a Dios, de quien se consideraba ministro indigno. Cierto día, no pudiendo contener una mujer su admiración a vista de tantos prodigios, exclamó al verle pasar: «Bendita la madre que un día te amamantó». Pero un obrero se indignó y protestó de tantas alabanzas. No había 'acabado de proferir sus airadas pa labras, cuando se le quedaron los brazos paralizados. Espantados los que le rodeaban, acudieron precipitadamente a José Oriol, suplicándole que fuera a curar al desgraciado: el siervo de Dios concedió en seguida la gracia solicitada. La piedra de toque de la verdadera virtud es la obediencia. El confesor de nuestro Santo — que no estaba conforme con que curase a los enfermos dentro del templo, por el tumulto de gentes y el consiguiente desorden que ocasionaba— prohibió a su dirigido que curase a ninguno más en ln casa del Señor. En el acto se sometió a ello José, considerando en su director al mismo Dios. Pero permitió la Providencia que el tal confesor, en un lamen table accidente se 'rompiera una pierna; en su angustia acudió a su santo penitente para que lo sanara — lo que hizo inmeditamente— , y la prohibi ción de obrar milagros en la iglesia fué derogada, continuando el Santo sus prodigios en favor de los que eran víctimas de toda suerte de dolencias. Al portentoso don de milagros unía el Santo el de profecía. Anunció con toda precisión las grandes persecuciones que la Iglesia sufriría a fines del siglo X V III, y predijo el día de su muerte.
ENFERMEDAD Y MUERTE
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L día 8 de marzo del año 1702, fecha en que había de enfermar por última vez, José Oriol asistió com o siempre a los oficios de Nuestra Señora del Pino, y al terminarlos se fué a casa de un amigo suyo para pedirle que le preparara una cama. Hacía más de veinticinco años que nuestro Santo no usaba de tal mueble. Apenas hubo entrado en dicho domicilio, cuando se sintió repentinamente enfermo.
La noticia cundió rápidamente por toda la ciudad, quedando ésta sumida en extraordinaria y general consternación. De todas partes acudían gentes a informarse del curso de la enfermedad y ofrecían dinero para socorrer al Santo en la extremada pobreza a que se sometió durante la vida; pero nada quiso aceptar. Habiéndose presentado el síndico o administrador de la iglesia trayéndole lo que le correspondía cobrar por su prebenda, díjole que se quedara con aquel dinero, pues quería morir pobre. £1 20 de marzo aparecieron síntomas inequívocos de su próxim o fin. Con soló con admirable calma y santas palabras a sus amigos, prometiendo ayudarles desde el cielo. Recibió con muestras de inefable gozo la Sagrada Comunión y desde aquel momento cesó de tomar todo alimento. £1 día 22 se le administró la Extremaunción. Por la tarde pidió que cantaran ante él el Stabat Máter. Acudieron en el acto los niños de la escolanía de la iglesia de Nuestra Señora del Pino, que rodearon el lecho y cantaron a media voz acompañados del arpa. José los interrumpía a menudo con ardientes exclamaciones de amor. Por fin, llegó un momento en que dió una última mirada al crucifijo y , con la vista fija en él, expiró suavemente sin la más leve agonía. Era el 23 de marzo de 1702. José Oriol contaba cincuenta y dos años de edad. Los restos preciosos del santo Presbítero fueron inhumados en la iglesia de Nuestra Señora del Pino y son incontables los prodigios que se han ve nido obrando en su sepulcro. Este gran Santo fué beatificado por el papa Pío V II el 15 de mayo de 1806 y solemnemente canonizado por P ío X el 20 de mayo de 1909, fiesta fiesta de la Ascensión.
SANTORAL Santos José Oriol, confesor; Toribio, arzobispo de Lima, cuya fiesta se celebra el 27 de abril ; Victoriano y compañeros, mártires; Liberato, Germana, su esposa, y compañeros, mártires; Frumencio y Fidel, mártires; Eusebio II, obispo de San Pablo Tricastillo (Francia); Próculo, obispo de Verona; Benedicto, monje en la Campania; Félix y otros veinte, mártires; Teódulo, presbítero; Julián, confesor; Domicio, Pelagia, Aquila, Eparco y Teodosia; mártires; Beato Santiago,- mártir. Santa Filotea, virgen, en Ba viera.
SANTO TORIBIO, arzobispo de Lima. — El 16 de noviembre de 1538 vino mundo en un pueblo de León, un niño cuyo destino debía ser el de propagar cu tierras de allende los mares la doctrina del Divino Crucificado y ejercer la misión apostólica desde la sede episcopal de Lima. Cursó estudios en Valladolid, primero, y en Salamanca, después, con grandísimo aprovechamiento. Felipe II Id nombró presidente de Granada, cuyo cargo desempeñó con la inteligencia e íiI
integridad propias de un hombre tan sabio y tan santo como él. El mismo mo narca le eligió para arzobispo de Lima, capital del Perú' que entonces dependia de España, de la que recibió la organización, las instituciones, la religión y el idioma. Toribio gobernó con celo, abnegación, caridad, entereza y dulzura, y por esto se granjeó la estima de sus súbditos, la cual se acrecentó hasta la ve neración a causa de su santidad y de los numerosos milagros que obraba. Fué el padre, el pastor y el apóstol de aquellas tierras, visitadas por él en medio de dificultades, privaciones y sacrificios; reprendía a los avaros y animaba a los oprim idos; instruía a los indios, los catequizaba y los socorría. Cum pliendo su misión apostólica en el pueblo de Santa, a ciento diez leguas al norte de Lima, le sorprendió la muerte, que le abrió las puertas del cielo, el 23 de marzo de 1606.
SAN VICTORIANO Y COMPAÑEROS, mártires. — Hombre rico y principal, fué elegido procónsul de Cartago. Por entonces se levantó la persecución de Hunerico, rey de los vándalos, contra los cristianos. A las instancias de éste para que apostatase, Victoriano contestó: «Bien puedes, señor, hacerme quemar, arro jarme a las fieras, atormentarme con todo género de suplicios; pero jamás me obligarás a condescender con tus propósitos ni a titubear en mi fe. En vano habría yo recibido el bautismo en la Iglesia Católica y profesado su antigua, única y verdadera doctrina, si ahora desertase de ella. Y aunque no hubiera más vida que la presente, ni esperanza de la eterna, que es la única vida ver dadera, nunca me resolvería, por una gloria mundana y pasajera, a faltar a la fidelidad que debo a Aquel que me confió el precioso depósito de la fe y me ha regalado con los más preciosos dones de su gracia.» • Esta respuesta encolerizó al tirano, que ordenó sometieran a Victoriano a los más atroces tormentos, que le fueron aplicados con lentitud para mayor sufrimiento. La alegría y constan cia del Santo hicieron convertir a muchos a la fe de Cristo. Con él lograron la palma del martirio otros cuatro Santos, entre ellos dos mercaderes de Cartago llamados Frumencio. El triunfo de estos Santos tuvo lugar el 23 de marzo del año 484. SANTOS LIBERATO Y COMPAÑEROS, mártires. — Era Liberato un médico famoso de Cartago, admirado de todos por su ciencia y santidad de vida. Se afanaba por lograr la conversión de los infieles; su mujer, Germana, hacía lo mismo entre las mujeres. Ambos esposos sufrieron el martirio en tiempo de la persecución del vándalo Hunerico, que hizo más de cuatrocientos mil mártires. En este día conmemora también la Iglesia de Cartago el martirio de doce niños cantores de la catedral, que durante varios días supieron resistir a todos los halagos, caricias y tormentos a que los sometieron; pero Dios protegió a estos tiernos confesores de la fe y no sucumbieron en las pruebas a que fueron some tidos. Pasada la tremenda persecución continuaron cantando las glorias del Señor y fueron muy respetados y honrados en Cartago. Por su parte, Dios castigó a Hunerico haciendo que el mismo año 484, su cuerpo se cubriera de gusanos y que muriera, arrojando las entrañas de su cuerpo.
Anillos resguardados por el lirio de la virginidad
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Ciencia y santidad
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SANTA CATALINA DE SUECIA VIRGEN (1330 - 1381)
ACIÓ Catalina por los años de 1330 en rico palacio, y por su na cimiento parecía estar destinada a gozar toda su vida de los ho nores y grandezas del siglo; pero la piedad y la religiosidad de sus padres merecieron que su hija se hiciese digna de las inmor tales grandezas del cielo. Fué su padre Ulfón, príncipe de Nericia, y su madre la ilustre Santa Brígida, tan conocida por sus revelaciones en la Iglesia del Señor. Entrególa su santa madre a una abadesa m uy religiosa para que la edu case, y con su acertada dirección la iniciase en el amor y temor santo del Señor y en la práctica del bien y de toda virtud. Furioso el demonio, declaróle dura guerra, y una noche, estando en maitines la abadesa, tomando el maligno figura de toro quiso matar a la niña, y con los cuernos la sacó de su camita y la arrojó en el suelo de jándola casi muerta. Sobresaltóse la abadesa con los gritos que daba la niña, acudió a toda prisa para ver lo que pasaba, y habiéndola tomado en sus brazos, se le apareció el demonio y dijo: «¡Oh, qué de buena gana acabara yo con ella si Dios me hubiera dado licencia!» Nuestro Señor, que la destinaba a tan gran santidad, la apartó con amor
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de los frívolos pasatiempos propios de la infancia y juventud, y así, una vez que siendo ya de siete años se entretuvo con las otras niñas jugando a cierto juego de muñecas, no quiso el Señor que aquella niñería pasase sin castigo, y la noche siguiente fué molestada de los demonios que le apare cieron en figura de muñecas, y azotaron, tan duramente, con los palillos del mismo juego, que su tierno cuerpecito quedó magullado, para que desde niña comenzase a dar de mano a las niñerías y juegos en que se suele entre tener aquella tierna edad.
VOTO DE VIRGINIDAD EN EL MATRIMONIO ENIENDO edad para casarse, su padre le mandó que tomase mari do y ella lo aceptó, confiada en que con la bondad de Dios y el favor de la Santísima Virgen María, su Madre, podía casarse sin detrimento de su virginidad. Así sucedió, porqué, habiéndose casado con un caballero nobilísimo lla mado Etgardo de Kurner, de eminente piedad y grandes virtudes, de tal manera le habló que los dos hicieron voto de castidad y la guardaron toda su vida. Dábanse mucho a la oración, a la aspereza de vida y a todas las obras de caridad; a los ojos de los hombres parecían y se trataban com o seño res; pero a los ojos de Dios eran santos. Ponían todo su contento en apartarse de lo que halaga a los sentidos y en sujetar constantemente la carne al espíritu, porque no ignoraban que la azucena de la castidad sólo florece y guarda su fragancia y lozanía, cercada de espinas de penitencia y mortificación.
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INFLUENCIA SOBRE SU CUÑADA ENÍA Catalina un hermano llamado Carlos, mozo brioso y muy dado a la vanidad, que no podía sufrir que su hermana y su cuñado lle vasen aquella vida tan santa con la que parecían echarle en rostro sus vanidades y licenciosas costumbres. Enojóse mucho con su hermana cuando vió la llaneza que usaba en su vestido y que no se conformaba con el traje que llevaban las otras señoras y mujeres de su calidad. Era que a la vista del desenfrenado lujo que os tentaban las personas del siglo, Catalina se había despojado de sus ricas galas de princesa, sin temor de mostrar al mundo que las virtudes cristianas son ornato más bello que los atavíos de la vanidad. Con su ejemplo arrastró a no.pocas damas nobles.
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Catalina, lejos de turbarse por las burlas y aun los denuestos que su hermano le dirigía, persistía en su vida ejemplar y penitente siguiendo el ejemplo que de continuo le daba su madre Santa Brígida. Empero, su her mano no tardó mucho en apreciar los ejemplos de virtud de nuestra Santa. Un día, su cuñada Gilda, esposa del príncipe Carlos, se hallaba con ella orando en la iglesia ante una imagen de María. Durmióse Gilda y en sueños le pareció ver que la Virgen la miraba con rostro severo por ser amiga de lujos y vanidades, siendo así que a Catalina le sonreía m uy dulcemente. Esta visión fué para ella la gracia salvadora, porque refirió luego a Catalina lo que había visto, y la Santa, con sus palabras y con su ejemplo, la per suadió a que dejase las galas y atavíos superfluos y la imitase, como lo hizo, renunciando de allí en adelante a sus lujosos trajes y vistiéndose con modestia y sencillez cristianas. No fué eso del agrado de Carlos, el cual, fuera de sí, mandó llamar a su hermana Catalina y , después de haberle dicho palabras duras e injuriosas, añadió: «¿Quieres acaso que mi esposa sea blanco de las burlas y risas de las gentes?» Catalina lo escuchaba con gran paciencia y alegría, gozosa de seguir así, más de cerca por la senda del sacrificio, a su divino Esposo y. modelo Jesucristo.
VIAJE A ROMA. — ASECHANZAS DEL DEMONIO
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OS piadosos padres de nuestra Santa emprendieron una peregrinación a Santiago de Compostela, durante la cual murió Ulfón santamente en el monasterio español de Alvastra. Santa Brígida volvió sola a Suecia, donde fundó el convento de monjas de San Salvador, en Nadstena, diócesis de Lincopen, y cinco años después se partió para Roma, en la cual levantó una hospedería para peregrinos y estudiantes suecos. Cuando Brígida llevaba ya varios años en Rom a, su hija Catalina fué a visitarla, con permiso de su esposo Etgardo, acompañada de varias per sonas. Pero al llegar Catalina a la Ciudad Eterna, Brígida se hallaba en Bolonia, y aquí recibió la visita de su hija. Ésta volvió a Roma y, después de visitar los santuarios y sepulcros de los mártires, regresó al lado de su madre para ayudarla y servirla, según disposición del cielo. No le faltaron a Santa Catalina en Rom a grandes trabajos y dificulta des, porque el demonio la tentó para que se tornase a su tierra, donde viviría con más quietud, regalo y descanso. Además, com o era señora de tanta calidad y de extremada hermosura, algunos caballeros principales, Sa biendo que ya era muerto su marido, la pretendieron por mujer, y viendo que los medios blandos y amorosos no bastaban, quisieron hacerle fuerza y arrebatarla. Habiéndose escondido en cierta parte con gente armada, para
más seguramente arrebatarla un día que con otras matronas iba a la igle sia de San Sebastián, al tiempo que entraban en la celada, apáreció de repente un ciervo y, dando ellos tras él, pasó en aquel mismo tiempo Ca talina y se escapó de sus manos. Otra vez, yendo con su santa madre a la iglesia de San Lorenzo, un ca ballero que la aguardaba con gente, al tiempo que la quiso acometer quedó ciego y, conociendo su culpa, se echó a sus pies; les pidió perdón y , ro gando por él las santas madre e hija, recobró la vista; el milagro se contó después al papa Urbano V I y a sus cardenales. Estas y otras muchas molestias tuvo que padecer Catalina, tanto en Rom a com o fuera de ella. En cierta ocasión, yendo, por divina revelación, en compañía de su santa madre a visitar la ciudad de Asís y a orar a Santa María de la Porciúncula, les sobrevino un temporal de agua y nieve que las obligó a guarecerse en una pobre casilla para pasar la noche. En ella penetraron unos salteadores de caminos, que hicieron a las San tas objeto de sus burlas e insultos, llevados de sus torpes instintos. Pero Catalina y su madre imploraron el favor divino, que no tardó en serles propicio, pues al mismo tiempo los bandidos huyeron precipitada mente para escapar de las manos de un grupo de gente armada que venía en su busca para prenderlos. A l día siguiente, ante una nueva acometida contra las dos Santas, los bandidos perdieron la vista, con lo cual ellas pudieron proseguir tranquila mente su viaje.
VIRTUDES DE SANTA CATALINA ON tan manifiesta protección del Señor, Catalina crecía cada día en su amor y se daba con mayor cuidado al ejercicio de todas las vir tudes, especialmente de la humildad, que es madre y guarda de todas ellas. Pesábale mucho verse alabada y se holgaba de verse menos preciada y tenida por gran pecadora. Era muy devota y dada desde niña a la oración y al rezo de las horas de Nuestra Señora, salmos penitenciales y otras oraciones. Cada día gas taba cuatro horas en llorar y meditar la sagrada muerte y Pasión de su dulce Esposo, a quien se ofrecía en perpetuo y suave sacrificio. Una vez, estando en R om a orando en la iglesia de San Pedro, le apa reció una mujer vestida de blanco con un manto negro, y le dijo que rogase a Dios por la mujer de Carlos su hermano, que era muerta, y que presto tendrían un buen socorro de ella, porque le había dejado la corona de oro que, según la costumbre de su patria, traía en la cabeza. Como la mujer lo
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UANDO Catalina pasaba por Prusia, quiso Nuestro Señor
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obrar algunos milagros para declarar la santidad de su sier
va. En mitad del camino cayó del coche uno de los que la acom pañaban y quedó aplastado bajo las ruedas. Púsose de rodillas la Santa y , tocándole con las manos, luego le dejó sano.
dijo, así sucedió, y del precio de la corona Santa Brígida y su hija se sus tentaron todo un año con su familia. ¿Cómo ponderar su benignidad y misericordia para con los pobres en fermos y llagados? Catalina iba a los hospitales con su madre; ésta, delante de ella servía con gran humildad a los enfermos y les curaba las llagas, para que su hija aprendiese y la imitase y siguiese sus pisadas, cosa que hacía Catalina con extremada caridad y diligencia, com o hija de tal madre. Era tan amiga de la pobreza de Cristo que andaba con un vestido vil y roto y usaba de cama pobre con sólo un jergón de paja, una almohada y una manta vieja y remendada. Pero- Nuestro Señor, para honrarla en al gunas ocasiones, hizo que ella pareciese ricamente vestida y su cama pre ciosa aunque realmente no lo era. Así, paseándose un día p o r , la campiña romana, de pronto resplandecieron sus vestidos cual si estuviesen cuajados de preciosísima pedrería, quedando maravilladas su compañeras. Fué asimismo muy sufrida, paciente y mansa, pues soportaba con ma ravillosa mansedumbre los agravios e injurias que se le hacían, y devolvía siempre bien por mal, com o verdadera sierva de Dios.
ABADESA DE UN MONASTERIO EINTICINCO años habían transcurrido desde que por divina inspi ración fué Catalina a Roma a vivir con su santa madre, y por ese tiempo determinaron pasar a Palestina para visitar los Lugares San tos, testigos de los padecimientos y muerte del divino Salvador. Venciendo mil dificultades llevaron a buen término su intento; pero era llegada ya la hora en que Santa Brígida debía volar al cielo a recibir de Nuestro Señor el premio de sus virtudes. La madre de Catalina fué acometida de recia calentura en Jerusalén, de suerte que tuvieron que volver a Rom a, donde ocurrió su dichoso tránsito el día 23 de julio del año 1373, cuando tenía setenta y uno de edad. Catalina llevó las sagradas reliquias de su santa madre a Suecia, con algunas de otros santos; salió a venerarlas innumerable multitud de fieles, gozosos de poder al mismo tiempo admirar de cerca las virtudes de Cata lina, que era viva imagen de su bienaventurada madre. Los de Lincopen, al verla, prorrumpieron en gritos de alborozo, y el prelado no quiso ceder a nadie el honor de darle la bienvenida. Después de haber cumplido con el entierro de su bendita madre, se encerró en el monasterio de Vadstena, de donde fué abadesa, e instruyó a las monjas en la regla que había heredado y aprendido de su santa madre. Es cribió un tratado de los Consuelos del alma, que contiene sentencias sacadas de las sagradas Escrituras y de algunos libros piadosos.
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VUELVE A ROMA. — MILAGROS OMO Nuestro Señor obrase muchos y grandes milagros en el sepulcro de Santa Brígida, pareció al rey de Suecia y a los grandes señores de aquel reino, que debían tratar de su canonización con el Sumo Pontífice, para lo cual convenía que su hija Catalina fuese a Roma. Ella lo tuvo a bien y fué, aunque halló las cosas tan turbadas por la muerte del papa Gregorio X I y por el cisma que se levantó en el occidente de Europa en tiempo de Urbano V I, su sucesor, que no tuvo por entonces efecto lo que pretendía, y se volvió a su patria. En Rom a dejó los in formes auténticos de los milagros y demás documentos necesarios al fin apetecido. Por su medio realizó Nuestro Señor varios milagros. Uno de ellos fué que, habiendo enfermado gravemente una noble señora de mala vida que no quería confesarse ni escuchar a Santa Catalina, que le aconsejaba lo conveniente para su eterna salvación, la Santa rogó a Dios por aquella alma pecadora y al instante levantóse del Tíber un humo negro y espeso que en volvió la casa de la enferma y la oscureció de tal manera que sus mora dores no podían verse unos a otros. Esto iba acompañado de un.ruido tan espantoso, que la pobre enferma, despavorida y com o fuera de sí, llamó a Catalina y le prometió hacer cuanto le mandase; se confesó, y al día si guiente acabó sus días dejando cierta esperanza de salvación eterna. El Tíber salió de madre e inundó de tal manera la ciudad de Rom a, que corría peligro de destrucción. Rogaron a Santa Catalina que se opusiese a las aguas y con su presencia y oraciones librase a la ciudad de aquel peli gro. Ella se excusó por humildad, pero llevada a viva fuerza junto al río, las aguas retrocedieron al ponerse en contacto con sus pies. Estando en la ciudad de Nápoles, adonde había ido para recoger los mila gros de su santa madre, le declaró una señora principal que una hija suya, viuda, era muy molestada cada noche de un demonio, y que, aunque lo había callado por vergüenza hasta entonces, ahora se lo declaraba para pedirle reme dio, fiada en su santidad. La santa virgen le aconsejó que se confesase de todos sus pecados, pura y enteramente, porque muchas veces por los pecados que se callan en la confesión por vergüenza, permite Nuestro Señor semejantes ilusiones y. que los demonios tengan fuerza para fatigar las almas y oprimir los cuerpos con abominable tiranía. Dióle también otros santos consejos y devociones y ofreció sus oraciones por ella. Al cabo de ocho días se halló la mujer del todo libre de aquel monstruo infernal que tanto la perseguía y atormentaba.
ÚLTIMOS AÑOS Y MUERTE DE LA SANTA ESPUÉS de una permanencia de cinco años en R om a y no teniendo esperanza de conseguir la canonización de su bienaventurada madre, Catalina se volvió a su patria y monasterio. En todo el viaje fué muy bien recibida y agasajada de los príncipes, prelados y ciudades de Italia y Germania por donde pasaba. En este camino hizo también Nuestro Señor por medio de ella algunos milagros, entre los cuales se cuenta que, habiendo caído del carro en que iba dormido uno de los que la acompañaban, fué aplastado por una rueda, que le quebró los huesos; pero, haciendo oración por él Santa Catalina y tocándole con las manos, estuvo luego sano. Al llegar Catalina a su monasterio, cayóse un obrero de lo alto de un edificio y quedó medio muerto. Apenas la santa virgen rogó por él y le tocó, luego se le consolidaron los miembros y recobró tan perfecta salud, que se volvió a trabajar. Y todos alabaron al Señor y a Santa Catalina, por cuya intercesión había sanado el obrero. Estaba en este tiempo la santa virgen m uy flaca y fatigada de dolores y enfermedades del cuerpo, aunque m uy entera y alegre en su espíritu. Tenía costumbre, desde que anduvo en compañía de su santa madre, de confesarse cada día, y algún día dos y tres veces. Así lo hizo en esta pos trera enfermedad, aunque por la flaqueza de su estómago no se atrevía a recibir el Santísimo Sacramento; mas hacíasele traer y le adoraba y reve renciaba con grandísima devoción y humildad. Finalmente, levantando los ojos al cielo y encomendando su alma al Señor con el corazón, porque no podía con la lengua, en presencia de las monjas, deshechas en lágrimas, entregó su alma al que la había creado para tanta gloria suya. Sobre e l ' monasterio en que murió apareció una estrella que fué vista, día y noche, por algunos religiosos. Durante él entierro la estrella se puso sobre las andas hasta el momento de dar sepultura al cuerpo de la Santa en la iglesia, y después desapareció. A estos actos estuvieron presentes muchos arzobispos, obispos y abades de los reinos de Suecia, Dinamarca y Noruega, y el príncipe de Suecia, llamado Erico, con otros señores y barones, los cuales, por devoción, lleva ron sobre los hombros el cuerpo de Catalina. Su sepelio fué m uy dificultoso por la mucha gente que concurrió. Murió esta santa virgen en el monasterio de Vadstena el 24 de marzo del año del Señor de 1381; en su sepulcro obró Dios muchos milagros, para glorificar a su fiel sierva.
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El Martirologio romano hace mención de Santa Catalina de Suecia a los 22 de marzo, y el cardenal Baronio la menciona en sus «Anotaciones». Fué canonizada por la santidad del papa Sixto IV en el año 1474.
SANTORAL Santos Gabriel A rcángel; Simón, niño mártir de T ren to; Teodoro, obispo de Za ragoza, y compañeros, mártires; Agapito, obispo de Sinnada; Guillermo de Norwich, m ártir; Quirino, mártir; Donaciano, discípulo de San Cipriano, Pigmenio y Epigmenio, mártires; Marcos y Timoteo, mártires en R om a; Alejandro, Dionisio, Agapio y otros compañeros, mártires, en Cesarea de Palestina; Seleuco, confesor; Latino, obispo de Brescia, y Severo, de Catania; Rómulo y Segundo, hermanos, mártires en Mauritania; Juanita, niño martirizado por unos judíos en Colonia; los Beatos D iego José de Cádiz, confesor, y Simón el Cireneo, que llevó la Cruz del Redentor. Santas Catalina de Suecia, virgen; Hildelita, abadesa.
SAN GABRIEL ARCÁNGEL. — Es el emisario enviado por Dios a la tierra para anunciar a María Santísima el misterio inefable de la Encarnación del Verbo en sus virginales éntrañas. Leemos en las divinas Letras que San Gabriel aparecióse al profeta Daniel y le señaló el tiempo en que el Mesías debía venir al mundo, que sería después de aquellas setenta semanas de años fijadas para que se borrase la iniquidad y terminase la prevaricación del pueblo de Dios. El mismo Gabriel se apareció a Zacarías, cuando estaba incensando el altar, y le anunció el dicho nacimiento de su hijo Juan Bautista. Pero la gran embajada llevada a cabo por este arcángel fué la primeramente indicada, en la cual pro nunció aquellas bellísimas palabras que constituyen el saludo del Ángel a la Reina de los cielos: «Dios te salve, llena de gracia; el Señor qs contigo; bendita Tú entre todas las mujeres...» Gabriel quiere decir «Fortaleza de Dios», y es nombre adecuado a su misión de anunciar al Dios Fuerte y Poderoso, ante quien tendrían que rendirse todas las potestades de la tierra. Agradezcamos a Dios esta embajada y roguemos al Arcángel que nos haga dignos de alcanzar el fruto de aquel soberano misterio que él nos trajo del cielo. SAN SIMÓN, inocente y mártir. — En la ciudad de Trento, célebre por su famoso Concilio, vivían en 1475 tres familias judías cuyos jefes eran Tobías, Ángel y Samuel; en casa de este último vivía un infernal y bárbaro viejo llamado Moisés. Estos judíos se disponían a celebrar la Pascua de aquel año y se re unieron a este fin en casa de Samuel. Querían sacrificar a un niño y se valie ron, para tenerlo, de Tobías, médico, cuya presercia en cualquier casa no llama ría la atención. Éste, con halagos y dulzuras, se atrajo a Simón, niño de dos años que se hallaba sentado en el umbral de su casa. Desnudaron al niño, le taparon la boca y le fueron cortando pedacitos de carne.
Aquel infame Moisés empezó la faena cortando con una tijeras unos trozos de la mejilla infantil; y así iban haciendo los demás judíos. Los pedazos eran echa dos en una bandeja, donde recogían la sangre inocente. Seguidamente se repitió la escena cortando en la pantorrilla derecha y luego en la izquierda. Después le tendieron en cruz y le dieron repetidos golpes, remedando la crucifixión de Jesús; con punzones, agujas y alfileres le atravesaron las carnes, desde lo más delicado de la cabeza hasta la planta de los pies. Pasada una hora en este cruel suplicio, Simón expiró, conquistando la palma del martirio que le abrió las puer tas de la Gloria.
BEATO DIEGO JOSÉ DE CÁDIZ, confesor. — Nació en Cádiz en 1743, de distinguida fam ilia; desde joven se señaló por la austeridad de costumbres. Tras reiteradas instancias, ingresó en la Orden de Capuchinos; sus grandes virtudes, además del espíritu de penitencia que le caracterizó toda su vida, fueron un in tenso amor a la Cruz de Cristo y un celo ardoroso por la salvación de las almas. Sobresalió como notable orador sagrado, no con verbosidad de elocuencia litera ria que recrea los oídos, sino con sencillez de palabra evangélica que trueca los corazones. En esto siguió siempre la pauta de los Apóstoles. De todas partes acudían a oírle,, y cuando la iglesia no era suficiente para contener a tantos oyentes, salía a la plaza pública y allí tenía en suspenso al auditorio durante horas enteras. Y es que, al predicar, se hallaba tan lleno de amor de Dios, que parecía como que estaba arrgba:tado y hablando lejos de este mundo tsrrenal. Por sus sermones se convirtieron inmensas muchedumbres, cesaron largas ri validades y se extinguieron odios gravísimos. El pueblo le llamaba «Apóstol de España, Enviado de Dios, otro Pablo, etc.». Es un hermoso ejemplo de lo que puede una voluntad recta y firme, cuando va ayudada de la oración, el estudio y las buenas obras. Murió en Ronda el 24 de marzo de 1801, a los 58 años de edad. Entre otras obras escribió Sermones y A locu ciones sobre varios asuntos, y dejó inéditos seis tomos de sermones, novenas y otros muchos opúsculos. En muchos pueblos y ciudades de España se conservá todavía, como reliquia de gran valor, el púlpito en que predicó este ferviente apóstol.
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DE
MARZO
S A N T A L U C I A FILIPPINI VIRGEN Y FUNDADORA (1672-1732)
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los 13 de enero de 1672 nació esta virgen y fundadora en la ciudad de Corneto, hoy día llamada Tarquinia, situada a poca distancia del puerto de Civita-Vecchia. Sus padres eran nobles y muy cris tianos y vivían en un pequeño palacio que aun existe. Bautizada Lucía el mismo día de su nacimiento, por un tío suyo, preboste de la cate dral, recibió el nombre de la gloriosa virgen Santa Lucía, patrona de la ciudad de Siracusa. A los once meses de edad perdió a su madre, y a los seis años a su padre. Por esta causa, sus tíos maternos cuidaron de su educación y de la de sus hermanitos. Desde su tierna infancia ponía singular empeño en mostrarse respetuosa, dócil, servicial y caritativa con sus prójimos, y se distinguía entre sus compañeras por su devoción y por la especial y decidida inclina ción que tenía a las cosas de la religión, gustándole sobremanera que se las enseñasen, para luego poder ella explicarlas, a sus amiguitas. Se complacía en levantar altarcitos y adornar las imágenes de la Virgen y de los Santos y arrodillarse ante ellos sola o con sus compañeras, orando con angelical devoción. Para conservar la pureza y santidad de su alma, guardaba severa modestia y se apartaba de las compañeras frívolas y poco
devotas. En punto a vestidos y atavíos era m uy al revés de su hermana Isabel y se contentaba con llevar traje pobre y humilde. Preparábase siem pre a la confesión con muy largo y detenido examen de conciencia, m os trando con ello ser m uy timorata y por extremo celosa de su pureza. Lucía recibió la primera comunión en el convento de Benedictinas de la ciudad de Corneto, donde se educaban las doncellas nobles de la comarca. Pronto echó de ver el virtuoso párroco del lugar la extraordinaria pie dad y vida sosegada y recogida de la santa doncella; y* después de haberla interrogado y com probado que tenía claro conocimiento de los misterios y verdades de nuestra santa fe y religión, la tom ó de auxiliar para explicar la doctrina a los niños, siendo de maravillar la energía y amor que en ello ponía, sobre todo cuando hablaba de la pasión del Salvador, no siendo raro, entonces, ver a muchos derramando lágrimas, preludiando de este m odo, aunque sin sospecharlo, el desempeño del noble ministerio de maestra y educadora de la juventud, al que le tenía destinada la providencia del Señor.
EL CARDENAL BARBARIGO Y LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS
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N enero del año 1688 y para cerrar los santos días de misión en las
parroquias de la ciudad, vino a Corneto en primera visita el obispo de la diócesis, cardenal Marco Antonio Barbarigo, pastor santo, docto y celosísimo. Descendía de una ilustre familia patricia de Venecia; a los treinta años dejó todas sus riquezas y el cargo de miembro del gran consejo de la ciudad y abrazó la carrera eclesiástica. Fué canónigo en Padua y más tarde arzobispo de Corfú. Señalábase por su acendrada devoción, ardiente celo por la educación cristiana de los niños, inagotable caridad y largueza con los huérfanos y necesitados, y admirable abnegación al servicio de los enfermos y apestados. El papa Inocencio X I le nombró Cardenal en el año 1686. Hallábase la diócesis de Cometo en estado muy lamentable, porque las costumbres de los fieles eran más paganas que cristianas, y la ignorancia del catecismo era general. Para traer a vida cristiana a individuos, familias y parroquias, mandó el señor Obispo dar misiones en todas ellas, ordenando además que en las iglesias se explicase a los fieles la doctrina con celo y asiduidad. Fundó un seminario para formar a los clérigos, y exigióles el exacto cumplimiento de las prescripciones del Concilio de Trento. Tenía Lucía dieciséis años cuando trató por vez primera con tan emi nente y virtuoso prelado, y descubrió su alma a quien había de ser, a no tardar, director y guía, promotor y verdadero fundador del Instituto de las Piadosas Maestras Filippini, dedicado a la educación cristiana de las niñas.
INTERNA EN LAS CLARISAS IÓSE por entonces la santa doncella en el delicado momento de la elección de estado. Por un lado ardía en deseos de dejar el siglo para consagrar su vida al servicio del Señor y a la salvación de los prójimos, y por otro, no acertaba a separarse de su hermana Isabel, que parecía inclinarse a las vanidades, con grave riesgo de su virtud. Habló de ello al prelado, director de su conciencia, el cual, habiendo considerado en la presencia del Señor lo que convenía hacer, determinó poner interna a Isabel con las Benedictinas de Cometo, y enviar a Lucía a Montefiascone, para que completara su educación bajo la tutela de las monjas de Santa Clara, hasta tanto que la divina Providencia manifestase más claramente la vocación de la virtuosa joven. Aquel santísimo varón, padre amante de los huérfanos, quedó prendado de la virtud, piedad, cari dad y cualidades naturales de su protegida. Allí, en la soledad y sosiego del claustro, Lucía tom ó a pechos llevar vida cristiana y santa y conservar la blancura de su angelical pureza. Dando de mano a los regalos y comodidades de que suelen gustar las personas nobles y ricas, la piadosa joven se entregaba de buena gana a las labores humildes y penosas, y , servía con afán y cariño a las monjas, las cuales la estimaban sobremanera y solían llamarla «el ángel del convento». Ella, a su vez, se edificaba y aprovechaba cuanto podía de los ejemplos de piedad y virtud de aquellas santas religiosas. Seguía el obispo velando por el alma de Lucía y de cuando en cuando la exhortaba a pensar seriamente en el grave negocio de su vocación. Uno y otra pedían al Señor sus luces y al Espíritu Santo, sus consejos, para acertar en la elección de estado. Presto llegó a persuadirse Lucía de que Dios no la quería casada, ni tampoco religiosa de vida claustrada y con templativa. En cambio, sentía vivísimos deseos de dedicar sus fuerzas y y actividad al servicio de sus prójimos mediante el apostolado exterior.
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HUMILDES PRINCIPIOS DE UNA OBRA GRANDE
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N TE N D IA el cardenal Barbarigo, que la mujer cristiana es base y fundamento de las familias y sociedades realmente cristianas, y de ahí sacaba la necesidad e importancia de la escuela católica para la formación de las niñas. Para traer los hogares cristianos a la práctica de la religión y mudar en buenas y honestas las depravadas costumbres de aque llos tiempos, el cardenal Barbarigo concibió el designio de establecer en dis tintas poblaciones de su diócesis escuelas de niñas, parecidas a la que desde
hacía algunos años florecían en Viterbo bajo la dirección de una virtuosa dama llamada Rosa Venerini. La primera de estas escuelas se instaló en Montefiascone y fué regida y gobernada por dicha virtuosa señora. Las alumnas procedían de barriadas obreras más o menos pobres y desamparadas. Prometíase el celoso pastor muy consolador fruto y provecho de la obra por él emprendida, mas al cabo de poco tiempo, Rosa Venerini tuvo que regresar a Viterbo, por hallarse en lamentable estado la escuela de aquella ciudad. Pero aun no había logrado formar algunas maestras, com o era su intento. Con todo, estando en el convento de Santa Clara de Montefiascone, tuvo ocasión de hablar y tratar a Lucía, enterándola m uy por menudo de las escuelas ya fundadas, de los métodos de enseñanza y educación y del apostolado cristiano entre las mujeres, congregadas en piadosas juntas. A l despedirse del cardenal, antes de partirse para Viterbo, le declaró que Lucía, por sus raras prendas intelectuales y morales, le parecía ser la más 'indicada para tomar por sí la dirección de la escuela recién fundada en Montefiascone. Declaró al piadoso cardenal sus dudas y zozobras; mas, viendo que su direcminado echar mano de Lucía para que fuese su principal ayuda en la im portante obra de las escuelas que pretendía establecer en su diócesis. La virtuosa huérfana recibió gran sobresalto con la noticia de la determinación del prelado, pues, aunque sentía vivísimos deseos de dedicarse a la vida activa, tenía repugnancia para el cargo de maestra, por obligarla a continuo trato con la gente seglar. A ratos, la vida de oración practicada en la soledad y retiro del claustro, parecía colmar los anhelos de su corazón. Además, se juzgaba incapaz de educar por el escaso conocimiento que tenía de las inclinaciones de las niñas. Declaró al piadoso cardenal sus dudas y zozobras; mas, viendo que su direc tor insistía en la primera determinación y recibiendo el parecer del prelado com o expresa voluntad del Señor, bajó la cabeza y aceptó el cargo de di rectora de la escuela de Montefiascone. De allí a poco dióle el cardenal hábito negro de religión, que él mismo bendijo después de escoger la calidad de la tela y su hechura. Con eso, rompió Lucía definitivamente con su anterior modo de vida, y pública y oficialmente enderezó sus pasos por una nueva y desconocida senda, en la que su alma delicada sólo vislumbraba en los principios dificul tades y graves responsabilidades. Quiso el Señor que, a poco de desempeñar aquel cargo, cayese la santa maestra enferma de grave dolencia por espacio de un año, siendo vanos los remedios y cuidados de los médicos famosos que el cardenal mandó llamar para asistirla. Ella aceptó y sobrellevó aquella prueba con mucha paciencia y resignación, y al cabo sanó maravillosamente de su enfermedad, saliendo de ella con más acrisolada y resplandeciente virtud, y con la voluntad rendida del todo al divino beneplácito.
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OS caballos desbocados se arrojan por las barandillas del puen te. Milagrosamente se enreda el coche de tal manera, que Santa
Lucía Filippini tiene tiempo de bajar antes de que suceda una ca tástrofe que habría de ser mortal. Muchas veces salvó Dios su vida con semejantes prodigios.
EL CARDENAL BARBARIGO Y SUS ESCUELAS
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L celoso cardenal, que quería a toda costa llevar adelante su obra,
señaló las materias de estudio y el método para enseñarlas con pro vecho. A su juicio, la niña debe ser instruida y educada teniendo mu cha cuenta, ante todo, con su condición de cristiana y sus futuras obligaciones de madre. Se le enseñará a leer, escribir, contar, coser, hilar y hacer medias y al mismo tiempo la doctrina cristiana, las virtudes, la oración, la frecuen cia de sacramentos y honestas costumbres. Las diversas ocupaciones del día habrán de ir com o empapadas en espíritu cristiano y envueltas en am biente sobrenatural: la oración vocal, los ejercicios piadosos variados y cortos, com o el ofrecimiento de obras, la lectura espiritual, un rato de ora ción mental, el recuerdo de las postrimerías, algún cántico piadoso, alter narán con la labor de costura y el estudio de las lecciones. La niña trabaja y se instruye, pero al mismo tiempo lleva vida cristiana pensando a me nudo en Dios, bajo cuya divina mirada y protección vive. También fué obra del sabio prelado todo lo referente a la formación de las maestras, com o las condiciones de admisión, postulantado de tres meses, vestición del hábito, noviciado, práctica de los consejos evangélicos, ejerci cios piadosos, obediencia al obispo y a la superiora ordinaria. Lucía, a su vez, tomando por modelo y patrona a la Virgen María en el misterio de su Presentación, cumplió con sabiduría y acierto admirables el cargo de maes tra de novicias. Discernía las vocaciones erradas y las apartaba; mostraba con insistencia la belleza e importancia del magisterio cristiano; enseñaba que la vida de oración alcanza y conserva las virtudes, que el trabajo aparta las tentaciones y que las cualidades indispensables a la educadora de la juventud son la mortificación de la propia voluntad, la práctica de la po breza en los vestidos, la modestia, prudencia y discreción en el trato con las familias y con la gente seglar. Fundáronse escuelas, además, en Tarquinia, Capodimonte, Valentano y otras poblaciones de la diócesis, y Lucía fué nombrada directora general de todas ellas, a la vez que superiora de las maestras, las cuales, con todo, quedaron sujetas a la jurisdicción del obispo, com o a fundador, guía, amparo y protector. Cada año solía el prelado llamarlas a Montefiascone para darles los ejercicios espirituales. Las alentaba en su santo estado y ministerio, y de fendíalas saliendo por los fueros de la justicia y la verdad cuando sabía que el clero o las personas influyentes las habían calumniado. Recomendaba a los padres que llevaran sus hijos a esas escuelas, y muchas veces echó mano de las maestras para traer la concordia a los hogares, ayudar a los necesi tados, y aun convertir a algunas pecadoras. Visitaba a menudo las escue las, interesándole grandemente su buena marcha y los adelantos de las
niñas; miraba, en suma, la obra de las escuelas com o excelentísima y la más a propósito para recristianiz4r la sociedad y , por eso, al morir legó a dicha obra todos sus bienes.
LAS MAESTRAS PÍAS FILIPPINI
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L cardenal Marco Antonio Barbarigo halló en Lucía una colaboradora sapientísima, celosa en extremo y muy amante de las niñas, a las que daba muestras de sobrenatural afecto, trabajando en la formación de sus almas con incansable abnegación. Su escuela es un templo; en ella hay un altar y un Santo Cristo de gran tamaño, algunos cuadros de la sagrada Pasión, imágenes de santos, com o San Ignacio y San Felipe Neri, y una cruz de procesión. En las aulas de las Maestras Filippini se cantan piado sos cánticos, se acostumbra a las niñas a orar y a vivir cristianamente; también se echa mano de la oportuna corrección cuando es menester; la maestra, siempre atenta y de buen humor, dirige y forma la voluntad y la inteligencia de las alumnas. La escuela es, asimismo, cenfro de ejercicios espirituales. A ella acuden las jóvenes antes de casarse, para instruirse en sus nuevas obligaciones y responsabilidades y disponerse a recibir debidamente la gracia dél sacra mento. Dóciles a las exhortaciones de celosos sacerdotes, las madres cristia nas y otras señoras del»lugar se congregan a la vanagloria... Admiré en esta ocasión cóm o el demonio de la vanidad, semejante a un tridente que tiene la punta del medio más larga que la 3 otras, hace guerra a los demás demonios.
Para resistir y triunfar de las tentaciones, castigaba Juan su cuerpo con los rigores de la abstinencia; combatía la vanagloria con el retiro y silencio continuos; ahuyentaba al demonio de la pereza con la meditación frecuente de la muerte y , por último, se ejercitaba en el desprendimiento de los bienes terrenos mediante la práctica de la caridad que usaba con los pobres, a quienes ofrecía el fruto de su trabajo. Mostraba en todo una gran discre ción y prudencia. No se privaba de ninguna clase de alimentos compatibles con su estado; pero los tomaba siempre en poca cantidad, en cuanto eran suficientes para sostener la vida corporal y sólo de la calidad que su con dición le permitía aceptar. Era esto — según decía— excelente medio para combatir las rarezas y la vanagloria. Para aniquilar en su corazón el afecto a lo terrenal, se desprendía de todas las cosas, hasta de las necesarias, que ganaba con su trabajo, y las daba a los pobres.
ESPIRITU DE ORACIÓN. — DON DE LÁGRIMAS
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L desprendimiento perfecto del mundo material le hacía soberanamente apto para la vida interior y le permitía elevarse libremente a Dios por la oración y contemplación continuas. A veces era arrebatado en éxtasis sublimes; entonces, el cuerpo, dócil a los impulsos de su alm parecía exento de las leyes de la materia, com o se observa con frecuencia en la vida de los Santos, aun en los de nuestros días; y, elevado de la tierra, seguía al espíritu en su vuelo hacia Dios y conversaba suavemente con los ángeles sobre los misterios de nuestra santa fe. Este espíritu de oración tan perfecto engendraba en su corazón un amor apasionado por la soledad; las grutas más alejadas y más recónditas de la montaña tenían para él encanto indecible; allí esquivaba todas las miradas para contemplar más atentamente la belleza increada; allí pasaba con fre cuencia horas enteras absorto en Dios, que le descubría, en íntimo coloquio, los secretos más admirables del cielo y del orden sobrenatural de la gracia. El Señor le concedió además otro favor no menos señalado: el don de lágrimas. Sus ojos se trocaban en fuentes inagotables de donde brotaban a diario torrentes de lágrimas que purificaban más y más su alma. «Derramá balas en secreto, afirma su historiador, porque temía ser notado por los ana coretas, sus vecinos». Para cerrar la entrada en absoluto a la vanagloria, se apartaba y retiraba a un antro oscuro, que aun se ve al pie de la montaña, y allí se entregaba, día y noche, a las efusiones de su alma, com o si hu biese querido ahogar en un mar de lágrimas todos los crímenes de los pe cadores.
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AN Juan Clímaco persevera en el apartamiento con gran ale gría y
fervor de espíritu.
ocioso. Para que la aspereza y
Vive de la oración y
nunca está
la soledad no le puedan vencer,
escribe libros como la Escala Espiritual, por la que pueden subir los hombres a la cumbre de la perfección.
VISITA A LOS SOLITARIOS DE EGIPTO. — NUEVO JUAN BAUTISTA
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DEMÁS de las luces sobrenaturales que recibía en sus éxtasis y arro bamientos. Juan alimentaba su espíritu con la lectura de las Sagradas Escrituras y de las sentencias de los Santos Padres. «Gustad — decía frecuentemente— ; gustad de los manjares exquisitos que la bondad d os ha dispuesto copiosamente en esta mesa que se llama la Biblia; saboread, también, a vuestro gusto el pan delicioso de las verdades eternas que los Santos Padres os parten con tanta abundancia». Pero el simple estudio de las obras de espiritualidad no bastaba; Juan quiso conocer y admirar prác ticamente las virtudes de los antiguos Padres del yermo en sus descendien tes. Con este fin partió para Egipto. En este viaje recogió los interesantes relatos que admiramos en la Escala Santa acerca de los solitarios de Egipto. Así como la industriosa abeja va ' libando de las más variadas flores el rico néctar con que fabrica la miel, del propio modo nuestro piadoso peregrino, visitando las soledades de Egipto, hizo gran acopio de enseñanzas con las que a su vuelta enriqueció a las | multitudes. Cautivadas éstas por el encanto misterioso de su santidad, acu- s dían de todas partes a exponerle sus miserias y oír sus consejos. Cual nuevo f Juan Bautista dirigía a todos, sin distinción de clases, palabras llenas del | espíritu de Dios; trazaba a cada uno un plan de vida, según sus necesida- | des. Su sola bendición curaba a los enfermos, fortalecía a los débiles, con- | solaba a los afligidos, conmovía a los empedernidos y los convertía con más | eficacia que con los argumentos más sólidos de la ciencia. .| Vivía en aquellos parajes un fervoroso solitario, llamado Moisés, el cual, I m ovido del deseo de imitar a Juan Clímaco, quiso ser su discípulo y vivir ¡ bajo el mismo techo. Temiendo no ser atendido, supo interesar en su causa a varios Padres del yermo. Nuestro Santo pensó que debía acceder a sus 1 ruegos y le recibió en su compañía. Dios nuestro Señor manifestó por medio ; de un milagro cuán agradable le había sido esta obra de caridad. Un día Juan ordenó a su discípulo que recogiese tierra de excelente ca lidad que había en un lugar apartado y la llevase a un huertecito en donde 1 cultivaba unas pocas legumbres. Moisés no se hizo rogar, antes con gran ; alegría, presteza y exactitud ejecutó el mandato de su maestro. Extenuado j de fatiga y para librarse del ardiente sol que caía a plomo sobre su cabeza i descubierta, retiróse Moisés bajo un corpulento peñasco y allí se durmió. ;■ En aquel preciso momento, Juan se hallaba en oración en su celda y , ha- ■ biéndose adormecido ligeramente, creyó ver a un hombre de aspecto vene- J9 rabie que le despertaba, diciendo; m
— ¿Qué haces, Juan, siervo m ío? ¿Te es lícito permanecer tranquilo cuan do Moisés, tu discípulo, está en peligro de perder la vida? A l oír estas palabras, el bienaventurado solitario, lleno de estupor, se echa de hinojos y conjura a Dios nuestro Señor proteja a «su ovejita» (así solía nombrar a su amado discípulo). El Señor atendió su oración y Moisés volvió sano y salvo a su retiro. Al verle, preguntóle Juan si no le había ocurrido nada durante su ausencia. — Padre, he estado a punto de ser aplastado bajo una enorme mole que se desprendió de una roca al pie de la cual dormía y o profundamente; oí que me llamabas y- salí precipitadamente de mi escondite lleno de gran es panto. Apenas di algunos pasos, un estruendoso crujido atronó aquellas sole dades: era el peñasco que se abría y que dejó ir una piedra que pasó justa mente por el lugar donde yo había estado descansando. Oído el relato, Juan guardó silencio y por humildad no quiso descubrir a su discípulo la visión con que el Señor le había favorecido. Pero ambos solitarios entonaron un cántico de acción de gracias por tan señalado be neficio.
PODER DE SAN JUAN SOBRE LOS DEMONIOS. — LA CALUMNIA N A vez más quiso manifestar el Señor el poder de su fiel siervo sobre el espíritu de las tinieblas.
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Cierto día, un solitario llamado Isaac sentíase atormentado de tal m odo de pensamientos sensuales, que desesperado casi y no pudiendo resis tir a la violencia, huyó, aunque derramando un mar de lágrimas. La gracia divina le condujo a la celda del bienaventurado Juan: «Padre mío — excla m ó, arrojándose a sus pies— , en nombre de Dios Todopoderoso, líbrame del verdugo que me atormenta desde hace mucho tiempo. ¿N o ves al espíritu satánico que se empeña con increíble terquedad en mancillar mi alma con el sucio deleite de la impureza? Tu valimiento ante Dios es grande; habla y mi alma quedará sana. — La paz sea contigo, hermano — respondió el santo anacoreta— ; ten confianza y la victoria será segura». Dicho esto se pusieron ambos en oración y al poco rato el rostro de Juan tom óse resplandeciente, iluminando con claridad celestial los rincones todos de su lóbrega mansión. El resplandor aumentaba a medida que su unión con Dios era más íntima, oyéndose bramidos siniestros que llenaban de es panto al monje atribulado. Acabada la oración, levantóse Isaac completa mente libre de su achaque espiritual: renació la calma en su alma y se di sipó la tentación definitivamente.
Signos tan evidentes de santidad, ¡oh miserable naturaleza!, antes atra jeron a Juan Clímaco envidias y contradicciones de sus Hermanos, que ad miración y respeto. «E l demonio — leemos en el libro de Job— se desliza y penetra a veces entre los hijos de Dios». En efecto, algunos solitarios, en vidiosos del bien que Juan hacía con sus instrucciones, o creyendo de buena fe remediar un mal que no existía, pretendieron paralizar y aun destruir la influencia benéfica del célebre anacoreta, acusándole de orgulloso, charla tán, quebrantador del silencio y perturbador del recogimiento. Para bien de los descarriados, el humilde siervo de Dios juzgó prudente callar y encerró en su celda los tesoros y raudales de ciencia que hasta entonces había derra mado por pura caridad y celo apostólicos. Algún tiempo más tarde, aver gonzados sus mismos enemigos de su mal proceder, se presentaron al santo ermitaño, implorando perdón y rogándole que abriese otra vez su boca de oro, fuente de oráculos celestiales. Juan, cuya alma rebosaba caridad encendida y humildad profunda, con tinuó recibiendo a cuantos acudían a él, prodigándoles sus consejos y con suelos.
ABAD DEL SINAI. — MUERTE
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CERCÁBASE el día en que iban a verse cumplidas las predicciones de Anastasio y Juan el Sabaíta. Muerto el abad del Sinaí, los mon jes se congregaron en la iglesia para elegir su sucesor. «E l bienaventurado Juan Clímaco — dice Daniel de Raite— , adornado de todas las virtudes en grado eminente, con gran alegría de todos los mon jes, fué elegido por unanimidad abad del monasterio del Sinaí. Todos le tuvieron por nuevo Moisés que había de guiarlos en la vida espiritual. De nada le sirvieron las protestas y resistencia de su humildad, pues convenía fuese colocado sobre el candelabro com o luz brillante, para que iluminase a todos los moradores de la casa.» Contaba a la sazón 75 años. Un nuevo milagro confirmó su elección a la dignidad abacial. Así lo relata un testigo ocular. «Cuando San Juan Clímaco fué elegido nuestro superior y abad, llegaron numerosos huéspedes al monasterio. Durante la comida vióse a un maestre sala, tocado con larga túnica blanca al estilo hebreo, dirigir con perfecto orden y gran contentamiento de todos el servicio de la casa. Terminada la comida y retirados los convidados, buscóse por todas partes al deseonocido para recompensarle sus buenos servicios, pero todo en vano. «N o le busquéis más — nos dijo entonces nuestro Padre— , pues el Señor y Dios de Moisés se dignó ordenar en persona lo necesario para ejercer la hospitalidad en el lugar que le está particularmente consagrado.»
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P oco tiempo después de su elevación al cargo de Superior, compuso — a petición del solitario Juan de Raite, que debía ser su comentarista— su E s cala Santa, obra mística y ascética, cuyo título le sugirió la escala de Jacob por la que subían y bajaban los ángeles. Dividida en 30 gradas o peldaños en memoria de los 30 años de la vida oculta del Salvador, toma al hombre en la grada inferior de la «vida pur gativa» y le conduce hasta la cumbre de la «vida unitiva». Es una obra maestra del ascetismo cristiano por su doctrina, lógica y elocuencia. Para algunos críticos, el L ibro para el Pastor, que primitivamente formaba parte de la «Escala», es com o otro tratado; en él parece demostrar que el autor conocía la R egla pastoral del papa San Gregorio Magno. L a «Escala Santa» no fué publicada en su texto griego original hasta el año 1633, en que lo realizó un impresor de París. En España gozábamos y a de una magnífica traducción que del latín había hecho el Maestro Fray Luis de Granada para regalo y provecho de muchos, enriquecida además con algunas declaraciones y anotaciones suyas. Esta obra contiene todo el progreso de la vida espiritual, desde la pri mera conversión hasta la perfección más elevada. En cada uno de los treinta escalones que abarca, se recorre una virtud. Comienza con la renuncia y menosprecio del mundo, y sigue con la mortificación de las pasiones y aficiones, la verdadera peregrinación, la obediencia, la penitencia, el re cuerdo de la muerte, la perfecta compunción del corazón, la perfecta mor tificación de la ira y la mansedumbre, el olvido completo de las injurias; evitar la detracción o murmuración, la locuacidad; desterrar la mentira, la pereza, la perversa señora gula y practicar el ayuno, la castidad incorrupti ble; apartar la avaricia y arrimarse a la pobreza; trata después de la muerte espiritual antes de la del cuerpo, de la oración, de las vigilias, del temor servil, de la vanagloria, de la soberbia, de la blasfemia; de la humildad, vencedora de todas las pasiones; de la discreción para conocer los pensa mientos, los vicios y las virtudes. Por último, se eleva a la sagrada quietud del euerpo y del alma, a la unión con Dios en la oración y a la bienaven turada tranquilidad terrenal de que goza el alma adornada de todas las vir tudes. Esta tranquilidad mostró tener San Pablo cuando dijo que poseía en su alma el espíritu de Dios. Habiendo regido con gran acierto durante cuatro o cinco años el monaste rio del Sinaí, Juan volvió a su ansiada soledad de Tola, hacia la cual se sentía atraído más y más a medida que avanzaba en años. No tardó en caer gra vemente enfermo, y , en pocos días, una enfermedad maligna le condujo a la tumba. Momentos antes mandó llamar al abad Jorge, su sucesor en el go bierno del monasterio, dióle cita para antes de un año en el cielo, cerró los ojos a la luz del día y entregó su bella alma en manos del Criador hacia el año 635.
SANTORAL Santos Juan Clímaco, abad; Quirino, tribuno y alcaide de la cárcel de Roma; Víctor, Domnino y compañeros, mártires en Tesalónica; muchos Santos Mártires en Constantinopla; Régulo, obispo de Arlés; Pastor, obispo de Orleáns; Zósimo, obispo de Siracusa; Job, profeta; Juan del Pozo, lla mado así porque vivió durante diez años en un pozo, adonde, según la leyenda, le llevaban la comida los ángeles; Verón, confesor. Beatos Morico, compañero de San Francisco de Asís; Domingo, dominico, honrado en Cataluña; y Joaquín, abad de Corazzo (Italia) y fundador. Santas Eubula, madre de San Pantaleón; Verona, hermana de San Verón, honrados en Bélgica; Agatonia, Aquilina y Eulalia, mártires, compañeras en el triunfo de los santos Marcelino, Satulo y Saturnino.
SAN QUIRINO, mártir. — Durante las persecuciones del siglo n fué encarce lado el papá San Alejandro, y puesto bajo la custodia de Quirino. Éste, iluminado por la luz de la fe, se convirtió al catolicismo y recibió las aguas bautismales de manos del mismo Pontífice. El juez Aureliano llegó a tener noticia de esta con versión y llamó a su presencia al carcelero, el cual se mantuvo constante en la fe a pesar de las amenazas. Aureliano mandó que le cortasen la lengua, las manos y los p ies; y, como si esto fuese poco, Quirino fué, finalmente, puesto en el potro y degollado. Era el año 130 de Jesucristo y mandaba el emperador Adriano. SANTOS VÍCTOR, DOMNINO y compañeros, mártires. — Fueron martirizados en Tesalónica en tiempos del emperador Maximiano. Su martirio fué largo, pues primeramente les cortaron los brazos y las piernas, y luego, por espacio de los siete días que aun vivieron después de este tormento, tuvieron que soportar las molestias de un calabozo inmundo y asqueroso, desde el cual sus almas, purifi cadas y hermoseadas por el martirio, volaron al cielo, a principios del siglo iv, a recibir la corona de los predestinados. CONMEMORACIÓN DE MUCHOS SANTOS MÁRTIRES en Constantino pla. — Por los años de 351, y en tiempo del emperador Constancio, fueron mar tirizados en Constantinopla por orden del heresiarca Macedonio. Los tormentos a que este tirano sometió a sus pobres víctimas son de una crueldad inaudita. Entre ellos menciona el Martirologio Romano el de arrancar los pechos de las mujeres católicas. Poníanlos encima del borde de un cofre y, dejando caer de golpe y con gran fuerza la cubierta, los hacían pedazos; lo que quedaba era que mado con un hierro candente.
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DE
MARZO
SAN N ICO LAS DE FLÜE ANACORETA Y CONFESOR (1417 - 1487)
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L bienaventurado Nicolás, cuyo apellido alemán de Flüe corresponde en castellano al de «la R oca», nació el 21 de marzo del año 1417 en un pueblo de Suiza, llamado Sachseln, perteneciente al cantón cató lico de Unterwa|d. Era su familia una de las más nobles y antiguas del país, distinguida entre los suizos en el dilatado espacio de más de cuatrocientos años, no sólo por una especie de bondad, que era como hereditaria en ella, sino por el des empeño de los primeros cargos de la nación, entre los cuales se hallaba el de juez y consejero superior. Nicolás dejó de ser niño tan presto, que parecía haberse anticipado la piedad a la razón, así com o la razón a la edad. Notóse desde luego en él un juicio tan maduro, un entendimiento tan claro y una prudencia tan su perior a sus años que se creyó, había logrado el uso libre de la razón antes de salir de la cuna, contra las reglas ordinarias de la naturaleza. A vista de tan felices disposiciones para la virtud, se dedicaron sus pa dres con particular cuidado a educarle en los piadosos principios de la reli gión; pero su bella índole no había menester muchos preceptos. Nicolás sólo hallaba gusto en hacer oración y leer vidas de Santos.
Frutos bellos dé su inocencia fueron la sinceridad, la modestia y el can dor; rendido siempre a sus padres, no tenía más voluntad que la suya. Aun que era de complexión débil y de un genio extraordinariamente apacible para los demás, comenzó m uy presto a ser duro y riguroso para consigo. M ovido 1 del ejem plo de su patrón San Nicolás, ayunaba regularmente cuatro veces a la semana y mortificaba su delicado cuerpecillo con otras muchas penitencias. En aquellos tiempos las riquezas de Suiza consistían principalmente en ganados, granjas, pastos y dehesas; por lo que era ordinario que los jóvenes e incluso los hijos de familias acomodadas y ricas se ocuparon en el ino cente oficio de pastores. El grande amor que nuestro Nicolás profesaba á la soledad y a la oración, le hacía hallar todas sus delicias en el aparta miento, y hubiera tomado este apacible oficio si la total subordinación a . la voluntad de sus padres no sirviese de estorbo a la ejecución de un intento tan conforme a su inclinación y genio. La vista de los campos le inspiraba < tanto amor al desierto, que desde luego se hubiera retirado a él; pero quería el Señor que Nicolás fuese modelo de perfectos cristianos en diferentes estados.
CONTRAE MATRIMONIO,
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O obstante el deseo que tenía de mantenerse en el estado del celibato, Nicolás se vió precisado a sacrificar su natural repugnancia en obsequio de la obediencia y , por condescender con sus padres, consintió en contraer matrimonio con una virtuosa doncella, llamada Dorotea; y , com o era Dios el autor de esta dichosa boda, ni la unión pudo ser más estrecha ni el matrimonio más feliz. Pegáronse presto a Dorotea todas las virtuosas inclinaciones y todos los devotos ejercicios de su esposo; y por el arreglo de las costumbres, las obras de caridad, la concordia- de las voluntades, el buen régimen y la modestia de la familia, aquel hogar parecía una casa religiosa. Nicolás, sin aflojar en sus penitencias ordinarias, iba ereciendo cada día en devoción. Levantábase regularmente a media noche y pasaba en oración más de dos horas. Encendíase más y más por instantes la tierna devoción que profesaba a la Santísima Virgen, devoción que parecía ser en él com o otra naturaleza, pues era muy rara la conversación en que no hablara, com o hombre verdaderamente arrebatado, de las excelencias, del poder y de la boridad de esta tiernísima Madre. Traía continuamente en la mano el rosario, que rezaba muchas veces cada día, siendo ésta la devoción de su cariño y la que llenaba todos los espacios que le dejaban libres las demás ocupaciones. Su confianza en la soberana Reina de los Ángeles era absoluta, y aun se dice que muchas veces en el decurso de su vida recibió la visita de esta celestial Señora.
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Favorecióle el Señor con diez hijos, cinco varones y cinco hembras* A todos dió con sus instrucciones y ejemplos tan bella educación, que tuvo el consuelo de dejarlos herederos, más de un rico tesoro espiritual que de bienes materiales. Juan, su primogénito, y Gauterio, el tercero de sus hijos, fueron sucesivamente gobernadores del cantón y desempeñaron con honor este empleo. Nicolás, el menor de todos, fué uno de los más ejemplares sacer dotes de su tiempo; y toda aquella santa familia acreditó la eminente vir tud de su bienaventurado padre.
SOLDADO Y HOMBRE DE ESTADO
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OR las leyes del país se vió obligado Nicolás a prestar servicio de armas por algún tiempo; y pareció que la divina Providencia le había conducido al ejército para contener las licencias de los soldados y dar a todos raros ejemplos de perfección cristiana. Un día, queriendo sus co ciudadanos quemar el convento de Caterinental, en el que se había refu giado la tropa enemiga, Nicolás se opuso enérgicamente; —Hermanos — les dijo— , no manchéis con la crueldad la victoria que Dios os ha hecho conseguir. Gracias a su intervención se salvó el convento. Era naturalmente esforzado, intrépido y excelente oficial. Quisieron pre miar sús virtudes y servicios y le eligieron juez y consejero superior, a pesar de su resistencia. Desempeñó ambos cargos durante diecinueve años, cum pliendo fielmente sus obligaciones. Estas elevadas funciones no le impedían atender a la salvación de su alma. Su oración habitual, que se ha hecho célebre y popular en los can tones suizos, era la siguiente: «Señor y Dios mío, quitad de mí todo lo que me impide ir a Vos. Señor y Dios mío, concededme todo lo que me pueda llevar hacia Vos. Señor y Dios mío, haced que no haya en mí nada que no sea vuestro y que me entregue a Vos por com pleto.» Esta vida, aunque tan ajustada, no le satisfacía y suspiraba continua mente por la soledad. A la edad de cincuenta años, hallándose sumido en profunda meditación, oyó una voz que le decía: «Nicolás, ¿por qué te in quietas? N o te preocupes más que de hacer la voluntad de Dios y no con fíes en tus propias fuerzas. No hay nada más agradable a Dios que ser virle con abandono y buena voluntad». P oco después oyó una voz interior que le decía: «Abandona todo lo que amas y Dios mismo cuidará de ti». Comprendió que Dios le pedía que abandonase a su mujer, a sus hijos, su casa y cuanto poseía, com o en otro tiempo hicieron los Apóstoles, para
servir a Jesús. T uvo que sostener largo y penoso combate, pero al fin triun fó la gracia, y tomó la inquebrantable resolución de abandonarlo todo par» seguir el llamamiento divino. Desde luego solicitó el consentimiento de su esposa. Ésta oró, pidió con sejo a amigos ilustrados y por último accedió. La mayor parte de los hijos estaban ya criados, y en cuanto a los más jóvenes la madre prometió edu carlos en la doctrina cristiana.
SE DESPIDE DE SU MUJER Y DE SUS HIJOS PARA RETIRARSE A LA SOLEDAD NA vez arreglados todos sus negocios, despidióse de su mujer y de sus hijos, les declaró cuán de corazón les agradecía el cariño que le habían profesado y se alejó descalzo, vestido con una larga túnica de tela burda y con un rosario en la mano; de esta suerte salió de su pa tria, sin dinero y sin provisiones. Llegado a Liestal — cantón de Basilea— , encontró a un piadoso campe sino, al que dió cuenta de sus proyectos, suplicándole de paso que le indi case un lugar desierto donde pudiese vivir desconocido y ocuparse única mente de su salvación. Admiróse en gran manera el campesino; pero al mismo tiempo hízole notar que si se alejaba tanto de su tierra, podrían to marle por fugitivo, vagabundo o delincuente. Entendiólo así Nicolás, y re solvió tornarse al cantón de Unterwald. Llegada la noche, quedóse dormido al raso. En medio de su sueño pa recíale sentir un impulso irresistible que venía del cielo y le impelía hacia su país. V olvió, pues, a su patria y, en medio de las tinieblas de la noche, pasó silencioso y ligero por delante de su casa, que encontró al paso, y bajó a un valle llamado Kúster, propiedad suya. Allí estableció su morada bajo un enorme fresno en medio de malezas. A los ocho días de estar allí, unos cazadores lo descubrieron y dieron noticias suyas a Pedro de Flüe, su hermano. Éste se encaminó al sitio donde estaba y le rogó que, para no morir de hambre ni de frío, volviese al seno de su familia. Nicolás le respondió: — Has de saber, querido hermano, que no moriré de hambre, pues desde hace once días no la he sentido. Tam poco tengo sed ni frío; Dios me sostiene y no tengo m otivo para abandonar estos lugares. Sin embargo, menudearon tanto las visitas que se vió precisado a buscar un sitio más oculto. Era una boca o una oscura caverna abierta en una es carpada roca, cubierta toda de espinas, de piedras y de cascajo, que le ser-
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EÑOR — dice San Nicolás de Flüe — , por amor vuestro renun cio a mi propia voluntad y a cuanto puedo tener y amar en
este mundo. M e separo de mi familia, de mis bienes, de mis digni dades y de todos los honores, para que
amor que os profeso sea
más puro y más acrisolado.))
vían de lecho. También allí afluyeron piadosos peregrinos, que le edifica ron una cabaBa de ramas y cortezas de árboles. En ella pasaba los días y las noches, sin tomar alimento, consagrado a la oración y meditación de las verdades celestiales.
SE HACE ERMITAÑO Y VIVE DIECINUEVE AÑOS SIN MÁS ALIMENTO QUE LA SAGRADA EUCARISTÍA
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SÍ transcurrió un año entero, cuando de pronto surgió la sospecha de que alguien le llevaba secretamente de comer. Algunos funciona rios del Gobierno observaron largo tiempo y con minuciosidad los alrededores de su cabaña; pero pudieron convencerse de que el piadoso mitaño no tomaba otro alimento que la Sagrada Eucaristía, único sostén de su existencia. Todos quedaron maravillados. El obispo de Constanza, para cerciorarse del milagro, envió a su Vicario general, el cual preguntó al ermitaño cuál era la m ayor virtud. Nicolás respondió: «La obediencia». Entonces el Vicario puso ante él pan y vino y le mandó comer y beber. Obedeció el ermitaño, pero inmediatamente se sintió acometido de tan violentos calambres de estómago que se temió por su vida. Desde aquel momento no le volvieron a incomodar, persuadidos como estaban de que Dios le sostenía sin necesidad de alimento. En esta cabaña no pasó Nicolás más que un año, pues creciendo cada día el concurso y devoción de los pueblos, sus conciudadanos le edificaron una celda de piedra y una capilla a la que la piedad de los archiduques de Austria asignó las necesarias rentas, así para su conservación com o para la manutención del capellán que la servía. Diecinueve años y medio vivió solo en aquella celda, sin más alimento que la Sagrada Eucaristía, que recibía cada mes y todos los días festivos de manos del sacerdote que estaba consagrado al servicio de su capilla. Cerca de su celda vivía un piadoso ermitaño llamado Ulrico, noble bávaro que, atraído por la reputación de las virtudes de Nicolás, había acudido con el fin de imitar su género de vida. Ulrico visitaba con frecuencia a Nicolás y tenía con él santos coloquios. La devoción de los fieles pudo más que la humildad del siervo de Dios; y así no se pudo negar a hacerles algunas pláticas espirituales, que refor maron luego las costumbres, hicieron grandes conversiones y fueron segui das de muchas maravillas. ' A una hora determinada Nicolás hablaba a los peregrinos que venían ; de todas partes a visitarle. Un día se presentaron su esposa y sus hijos: las palabras del esposo y del padre les edificaron y conmovieron cuanto se " ; puede pensar.
ANUNCIA QUE EL LUJO CIERRA LA PUERTA DEL CIELO IE R T O día fué a visitarle una señora con su nuera espléndidamente ataviada. El Santo miró a la joven com o quien está preocupado y le dijo:
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—S i lleváis semejantes trajes por vanidad, tened entendido que aunque estuvieseis ya en el paraíso, seríais arrojada de él, y , si acostumbráis a vues tros hijos, que serán numerosos, a gastar este lujo, no veréis nunca el ros tro de Dios. Y añadió: — Vuestros hijos os darán mucho que hacer; y , si algún día para poner los en paz tenéis que echar mano de un tizón ardiendo, acordaos entonces de lo que ahora os digo. Esta mujer fué madre de once hijos y la profecía de Nicolás relativa al tizón se cumplió exactamente. Otro día se presentó al Santo un joven vestido muy a la moda y le pre guntó en tono de broma si le gustaba el traje. Nicolás respondió: — Cuando el corazón y los sentimientos son buenos, todo es bueno; sin embargo, más te valdría atenerte a la sencillez de nuestro traje nacional.
SALVA LA INDEPENDENCIA DE SU PATRIA
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U profunda sabiduría y prudencia le habían conquistado la confianza de las autoridades, que le pedían siempre consejo en los asuntos impor tantes.
En 1476 y 1477 los suizos se cubrieron de gloria derrotando al duque de Borgoña en Grandson, Morat y Nancy; pero no tardaron en surgir entre ellos disentimientos y rivalidades con m otivo de la distribución del botín y de la admisión de las ciudades de Friburgo y Soleura en la Confederación. Tras empeñados e inútiles debates, iban a retirarse los diputados con el corazón lleno de odio y con amenazas de venganza y represalias. T odo hacía presagiar una guerra civil. Pensaron entonces en Nicolás, el cual acudió a Stans vestido de una pobre túnica de color oscuro que le llegaba a los talones; iba con los pies descalzos y la cabeza descubierta, apoyándose con una mano en un palo y llevando en la otra un rosario. Al presentarse el santo anciano ante la asamblea, todos se levantaron e inclinaron con respeto. Tom ó la palabra y , en un discurso lleno de sencillez, de fe, de emoción
y de patriotismo, hizo oír a sus compatriotas el lenguaje de la justicia, del desinterés, de la caridad cristiana, de la concordia y de la paz. La gracia de Dios acompañaba al santo anacoreta y en una hora quedaron allanadas todas las dificultades. No era fácil resistir a la voz de un hombre a quien Dios favorecía tan extraordinariamente con el don de profecía y de milagros. Se admitieron en la Confederación los cantones de Friburgo y Soleura, se confirmaron y completaron con nuevas bases los antiguos tratados de alianza, se repartió el botín de las expediciones militares proporcionalmente al número de soldados alistados por cada cantón, y se adoptaron las dis posiciones que parecieron más prudentes para lograr la pacificación de los cantones y el mantenimiento del orden público. El júbilo fué universal. «E l motivo no podía ser más justo: allí los confederados habían salvado a su patria de los enemigos extranjeros, mientras que aquí la salvaron de sus propias pasiones.» El verdadero libertador que Ies había hecho conseguir esta victoria sobre sí mismos era el pobre ermitaño Nicolás; pero ya no se hallaba en Stans, porque la misma noche de su triunfo, esquivando las felicitaciones, había re gresado humildemente a su apacible retiro. AHÍ vivió aún seis años en medio de la mayor santidad.
ENFERMEDAD Y MUERTE
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OR fin, Dios le envió una enfermedad tan aguda, que le hacía retor cerse en el lecho en medio de sufrimientos indecibles. Este martirio duró ocho días y ocho noches sin quebrantar en lo más mínimo su paciencia. Exhortaba a los que iban a verle a vivir de m odo que su conciencia no temiese la muerte: — La muerte es terrible — decía— ; pero es mucho más terrible caer en las manos del Dios vivo. Mientras tanto, se calmaron bastante sus dolores y pidió la Extrema unción y el Cuerpo adorable del Salvador, que recibió con fervor admirable. Cerca del moribundo estaban su fiel compañero fray Ulrico y su amigo el cura de Stans; por último, acudieron la piadosa esposa y los hijos del solitario para recibir sus últimas recomendaciones y darle el postrer adiós. Nicolás de Flüe dió gracias a Dios por todos los beneficios que le había dispensado, hizo un esfuerzo para practicar el último acto de adoración en la tierra y murió con la muerte de los justos el 21 de marzo de 1487, a los setenta de su edad, después de haber pasado veinte en el desierto.
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Toda Suiza le lloró com o a un padre y él la sigue protegiendo desde el cielo. Quiera el Señor que sus oraciones logren reducir de nuevo a todos los habitantes de los cantones a la santa fe de sus padres, a la fe de los va lientes que fundaron la independencia de Suiza, mediante la cual se puede conquistar no sólo la patria terrena, sino también la patria eterna del cielo. El día siguiente al de su felicísimo tránsito, fué llevado el santo cadá ver con extraordinaria pompa a la iglesia de Sachseln, donde se le dió se pultura. Los muchos milagros que sin tardar comenzó a obrar el Señor en su sepulcro, le merecieron la veneración pública de todos los cantones y pronto fué célebre en Alemania, en los Países Bajos y en Francia. El año de 1538 fué solemnemente levantado de la tierra su sagrado cuer po por el obispo de Lausana y colocado en un magnífico relicario. Día a día fué creciendo el concurso de los pueblos, especialmente desde que la Silla Apostólica aprobó y autorizó su culto. En dicho relicario se ven, entre otros adornos, condecoraciones de Órde nes Militares, testimonio del valor de nuestro héroe y de sus descendientes, que han tenido a gloria juntar la suya con la de su ilustre antepasado. El 21 de marzo de 1887 celebró la República suiza el cuarto centenario de la gloriosa muerte del Santo. Dos años antes, el gobierno y el clero de Obwalden habían empezado los preparativos para tan extraordinaria solem nidad religiosa y nacional. Fué canonizado por Su Santidad Pío X I I , en mayo de 1947.
SANTORAL Santos Nicolás de Flüe, anacoreta; Amos, profeta; Benjamín, diácono y mártir; Renovato, obispo de Mérida; Teódulo, Anesio, Félix, Cornelia y com pañeros, mártires en África; Pedro, soldado andaluz y ermitaño en Banco (Italia.); Acacio, obispo de Antioquía; Abdas, obispo y mártir en Persia; Harwick, obispo de Salzburgo (Austria); Pastor, obispo de Palencia; Mauri cio, arzobispo de M ilán; Menandro, m ártir; Guido, abad benedictino de Pom posa; Teófilo y Ateneo, mártires, honrados entre los griegos. Beatos Gosvino, abad de Bonneval (Francia); y Amadeo, duque de Saboya. San tas Balbina, virgen y mártir; Catula, noble matrona de San Dionisio, cerca de París, que sepultó a los santos mártires Dionisio, obispo, y sus compa ñeros. Beatas Juana de Tolosa, carmelita, hija de los condes de Tolosa (Francia); Camila Pía, clarisa italiana.
SAN AMÓS, profeta. — Es el tercero de los doce profetas menores. Ejercía el oficio de pastor; era natural de Tecua, al sur de Belén. Vivió en tiempo de Jeroboán II, rey de Israel, es decir, durante la primera mitad del siglo V IH antes de Jesucristo. Profetizó, sobre todo, la ruina y cautiverio de los israelitas y las muchas calamidades que hablan de sobrevenir a los enemigos del pueblo de Dios. Anatematizó el lujo y las costumbres viciosas del pueblo de Israel. A pesar de su humilde origen, sus profecías constituyen un bello conjunto literario de aque llos tiempos, en el cual dominan la sencillez y las comparaciones sacadas de la vida pastoril. La sabiduría anidaba en su pecho — dice San Agustín— y ella le hacia elocuente. Amós fué condenado a muerte por Amasias, sacerdote de Betel, cuyo hijo Osías le atravesó la frente con una barra de hierro, de cuyas resultas murió. En el arte cristiano se le representa con un cayado y un cordero cerca de él. SAN BENJAMÍN, diácono y mártir. — Fué una de tantas víctimas produ cidas por la persecución contra los cristianos en Persia, a fines del siglo IV y principios del v. Benjamín vivía completamente entregado a su ministerio de diácono, distribuyendo el tiempo entre la oración, penitencia, predicación y ejer cicios de caridad para con sus hermanos los cristianos. Llevado a la presencia del tirano, le increpó de esta manera: — Señor, ¿cóm o trataríais vos a quien renunciase a vuestra obediencia para reconocer en vuestro reino la autoridad de otro hombre, súbdito vuestro? ■—Y o le condenaría a la última pena, dijo el rey. — Replicó Benjam ín: ¿ Qué pena no merecerá, pues, el que renuncie y des obedezca al Creador de todas las cosas, para adorar y obedecer a una criatura suya, convirtiéndola en dios y rindiéndole un culto que sólo a El es debido ? — El tirano, desconcertado por esta respuesta, se irritó contra el atleta de Cristo, a quien mandó atormentar introduciéndole cañas agudas entre las yemas y uñas de los dedos, así de las manos como de los pies. Estos dolores tan agudos aumen taban la alegría de Benjamín, la cual provocó nuevas iras en el tirano, quien mandó clavarle nuevas cañas allí donde habían de producirle mayores dolores. Finalmente expiró bajo los duros golpes que le dieron con un palo cubierto de nudos y espinas. Era el año 424 de nuestra era. SANTA BALBINA, virgen y mártir. — A principios del siglo n, y durante la persecución de Trajano, el papa Alejandro, encarcelado, realizaba no obstante, multitud de milagros. Uno de éstos lo obró en la hija del tribuno Quirino, curán dola milagrosamente de una grave dolencia de garganta con sólo aplicarle al cuello la argolla que él tenía en el suyo. A la vista de este prodigio se convir tieron a la fe Quirino y Balbina, su hija, con toda la familia y los demás presos, a todos los cuales bautizó el mismo Alejandro. Siendo emperador Adriano, y muerto Quirino, Balbina se puso bajo la protección de Santa Teodora, hermana del ilustre mártir Hermes, prefecto de Roma. Balbina rechazó siempre las venta josas proposiciones de matrimonio que le hicieron; conservó intacta la flor de la virginidad y fué constante en su fidelidad al divino Esposo de su alma, por quien sufrió martirio el 31 de marzo' del año 132.
ABRI L
21. — I I
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DE
ABRIL
HUGO
OBISPO Y CONFESOR (1053 - 1132)
ACIÓ este Santo en Chateauneuf (Castronuevo), territorio de Va lencia de Francia, el año 1053, de ilustre familia. Su padre Odilón ocupaba un puesto importante en el ejército de su soberano, a quien servía con noble valor y acrisolada fidelidad. íd olo del sol dado, Odilón supo introducir en las filas militares el amor a las prácticas religiosas y el respeto a los deberes morales, se entiende sin mengua del valor marcial. Así que pudo conciliar la bizarría con la religión, la moralidad con el ocio, las buenas costumbres con la acostumbrada licencia que mu chas veces reina en los campamentos. Sus tropas adquirían, pues, el doble laurel de la virtud y de la victoria. Casado Odilón en segundas nupcias, tuvo varios hijos de este matri monio; uno de ellos fué Hugo, quien desde la cuna dió señales visibles de la santidad a que Dios le destinaba. Y a en edad avanzada, Odilón abandonó el regalo y comodidades de su casa y se abrazó a la vida áspera y rigurosa de la Cartuja. En ella vivió dieciocho años, con tan raro ejemplo de hu mildad y perfección, que los otros monjes le tomaron com o modelo de virtud. Acabó santamente sus días cuando contaba un siglo justo de existencia terrenal, la cual trocó por la del cielo, después de una vida llena de méritos.
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E l niño Hugo iba creciendo en edad y en virtud al mismo tiempo que adelantaba en el conocimiento de las letras humanas. Desde muy temprano comenzó Hugo los estudios, que primero cursó en Valencia del Delfinado, y más tarde en la famosa Universidad de París. Siguió cursos también en otras universidades, para asimilarse más y m ejor la ciencia de entonces. En estos frecuentes viajes científicos padeció mucho a causa de su modo de ser modesto, vergonzoso, encogido y algo tímido; prefirió pasar hambre, a veces, y sufrir cansancio, antes que solicitar de otros un favor. Tan aplicado com o virtuoso, compartía el tiempo entre el estudio y los ejercicios piadosos, notándose en ambos extraordinarios progresos. Predes tinado al sacerdocio, el servicio del altar era lo más grato a su corazón, siempre ocupado en dirigir a Dios himnos de alabanza y amor. Aceptó, por fin, una canonjía en Valencia, no tanto por fines lucrativos cuanto por tener la libertad de permanecer más tiempo en la Casa del Señor, hogar de todas sus delicias. Bien pronto la santidad de su vida dió nuevo esplendor a aquel Cabildo. Hugo, obispo de Die, más tarde arzobispo de L yón, y últimamente cardenal legado, tuvo ocasión de entrar en relaciones con nuestro Santo, y quedó tan complacido de su sencilla virtud y extraor dinaria sabiduría, que no paró hasta tenerlo a su lado, y lo empleó en extirpar la simonía, tan generalizada en aquellos tiempos, y en otros mu chos negocios de importancia. No salieron defraudadas sus esperanzas^ pues si por una parte consiguió con la predicación que el clero volviese al cami no de la virtud, por otra, el buen ejemplo del apostólico Hugo logró la re generación de gran parte del pueblo. En Aviñón se juntó un Sínodo, el año 1080, para poner remedio a ciertos males y disturbios existentes en la Iglesia de Grenoble, entonces sede va cante. Presidía el ya mencionado cardenal legado Hugo, obispo de Die. Ahora bien, al tratar de buscar arreglo conveniente, los canónigos y el pue blo pidieron todos a una que se les diera a Hugo com o obispo, ya que en su frente brillaba la santidad de la virtud, com o en su corazón ardía el en tusiasmo de la fe. El cardenal les concedió lo que pedían, con gran conten tamiento de todos. Sólo se resistía el propio Hugo, por creerse indigno de tal cargo, y pretextaba mil motivos que su humildad le sugería. Fué pre ciso que el Sínodo lo mandara de modo terminante, y que el legado reno vase la misma orden, para que Hugo se resolviera a echar sobre sus hombros el yugo del episcopado.
ES CONSAGRADO OBISPO DE GRENOBLE UANDO el Legado regresó a Rom a, llevó consigo a Hugo. Con este m otivo el obispo electo de Grenoble pudo acallar los escrúpulos de su conciencia timorata, consultando con Su Santidad algunas dudas que inquietaban su espíritu, porque por entonces el demonio le atormentaba con una tentación muy pesada y congojosa que le duró largo tiempo. Era tentación de blasfemia y de sentir alguna cosa indigna de Dios, y en espe cial de la Divina Providencia, la cual permite algunas veces que hombres malos y perversos tengan el mando y atropellen y persigan a los buenos, y otros sucesos de los cuales saca muchos e importantes bienes, sin los cuales no permitiera tales cosas. Los juicios del Señor siempre son justos, aunque no los creamos tales porque no vemos su finalidad. Pero siempre debemos respetarlos y reverenciarlos sin intentar escudriñarlos, convencidos de que Dios hará siempre lo que más convenga a su mayor honra y gloria y sea para nuestro mayor bien espiritual. Ésta fué la tentación con que el demonio atormentó a Hugo por espacio de cuarenta años; pero el Santo salía siempre victorioso. Llegado Hugo a Rom a con el Legado, expuso al Sumo Pontífice, San Gregorio V II, su carencia de dotes y cualidades para ejercer dignamente el cargo de obispo que se le quería confiar, y además le hizo presente su aflicción y congoja a causa de la continuada guerra que le hacía Satanás. Después añadió: «Mucho temo que, con esta tentación, quiera el Señor castigar aquella presunción que tuve de aceptar el obispado de Grenoble.» E l santo Pontífice le consoló y animó con palabras de verdadero padre y pastor, y le exhortó a bajar la cerviz y aceptar la direción y guía de aquella Iglesia, y a esperar en el Señor, que le daría la victoria sobre tan porfiado y cruel enemigo; porque con aquel fuego de tribulación y angustia se afi naría y resplandecería más el oro de la virtud, y que a la medida del trabajo de la pelea correspondería al de la gloria y corona eternas. Estaba a la razón en Roma la condesa Matilde, señora no menos piadosa que poderosa, la cual, conociendo las bellas cualidades de que estaba ador nado Hugo, le favoreció grandemente dándole ricos presentes y costeando todos los gastos de su consagración. Luego le regaló un báculo pastoral, un libro D e Officiis de San Ambrosio y un salterio comentado por San Agustín. T uvo lugar la consagración de Hugo en Rom a, y fué verificada por el Papa. Después de recibir la bendición del Padre Santo, se despidió el obe diente obispo y partió para la capital de su diócesis. El pueblo le esperaba ya sumido en la más crasa ignorancia de los deberes del cristiano.
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HUGO, PRELADO Y PASTOR
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A tarea del nuevo obispo se presentaba llena de dificultades y erizada de enojosas espinas. El culto era escaso y los vicios señoreaban los corazones. «La simonía y la usura — dice Butler— parecían haberse llegado a considerar por inocentes, bajo piadosos disfraces, y reinaban c sin oposición alguna. Muchas tierras pertenecientes a la Iglesia, estaban usur padas por los legos, y las rentas del obispado hallábanse disipadas de tal m odo que, cuando el Santo llegó a su diócesis, no encontró en ella con qué aliviar a los pobres, ni aun para subvenir a sus propias necesidades, a menos de recurrir a ilícitos contratos, práctica adoptada por los más, pero que él juzgó inicua». Afligióse en grao manera el santo Prelado por este estado de cosas, pero supo mantener siempre firme su ánimo varonil y religioso. Puso en Dios su confianza y a Él acudió en demanda de favor. Ayunaba, oraba, lloraba y gemía en su divino acatamiento. Por otra parte, si a Dios rogaba, también con el mazo daba, pues no perdonó medio alguno para curar a aquel rebaño enfermo que Dios le había confiado, sirviéndose ya de la pre dicación colectiva, ya de la exhortación individual, ya haciendo en todo y por doquier el oficio de vigilante y solícito pastor. Fácil es, pues, concebir con qué ardor se consagraría San Hugo a la reforma de costumbres. Prescribió ayunos generales, llamó al pueblo a la oración y a la penitencia, abrió de par ep par las puertas de los templos, hasta entonces cerrados por falta de concurrentes, y atrajo las bendiciones del cielo con tanta abundancia, que al poco tiempo la diócesis estaba re formada: las costumbres morigeradas y la religión imperando en los corazones. Le bastaron dos años para llevar a cabo tan radical transformación. Desde entonces aquel pueblo empezó a mostrarse modelo de religiosidad y ventura. A imitación de otros grandes santos, H ugo renunció secretamente a su obispado cuando juzgó que ya no hacía falta su presencia para restablecer el dominio de la justicia. Dejó, pues, la mitra, en el año 1082 se retiró al monasterio eluniacense de Domus Dei (Casa de D ios), en Alvernia, donde ingresó con la humilde condición de novicio. Tom ó el hábito de monje y permaneció un año en aquella santa casa, dando a todos ejemplo admirable de todas las virtudes. Enterado el Sumo Pontífice de tal decisión, mandóle, en virtud de santa obediencia, que volviese a tomar el báculo pastoral. Hugo, obediente y sumiso, abandonó la soledad que voluntariamente había abra zado, y regresó a Grenoble en medio de las aclamaciones del pueblo, que le amaba com o a verdadero padre. Siguió predicando con el mismo celo que anteriormente, esparciendo doquier la semilla de la divina palabra con gran provecho para las almas, y siempre a la gloria de Dios.
ON todo el amor de su alma procuraba San H ugo apaciguar
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con tiernas palabras los ánimos enemistados.
Si convenía
. arrodillábase en el suelo, del cual no se levantaba hasta conseguir él mutuo perdón entre los querellantes.
SAN HUGO EN LA CARTUJA
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L santo obispo de Grenoble tuvo un sueño m uy singular. Parecióle que el mismo Dios se edificaba para Sí una habitación en el desierto de su diócesis, y que siete estrellas le indicaban el camino que a la nueva Casa de Dios conducía. A poco, vió llegar a su presencia* siete varon que buscaban lugar adecuado para llevar vida eremítica. Eran San Bruno y otros seis compañeros, en quienes Hugo reconoció aquellas siete estrellas de su pasado sueño. Acogiólos con bondad y los hospedó con generosidad. Luego les señaló un desierto que se hallaba en su misma diócesis, a donde los condujo el año 1084. Este desierto, llamado hoy aún Cartuja, está en el Delfinado, y dió nombre a la famosa y austera Orden fundada en él por San Bruno. , La conversación, el trato, la conducta suave y tranquila de estos siervos de Dios quedaron profundamente grabados en el corazón de Hugo, que todo su gozo ponía en visitarlos con frecuencia, para participar de sus peni tencias y austeridades y emplearse en los servicios más humildes de aquella mansión, y aun así se consideraba indigno de vivir en compañía de tan santos religiosos. Eran a veces tan largas las estancias del obispo en la Cartuja, que San Bruno tenía que recordarle, con humildad suma, los de beres que reclamaban su presencia en Grenoble. «Id a las ovejas que el Señor os ha encomendado — le decía— , porque han menester de vuestros cuidados; pagadles lo que les debéis.» Obedecíale Hugo com o a su maestro y guía; pero después de pasar una temporada en medio de su rebaño, otra vez volvía a la Cartuja para edificarse y enfervorizarse con los santos ejem plos de los monjes.
VIRTUDES DE HUGO
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L E V A B A Hugo en su palacio vida tan austera y recogida com o en la Cartuja, lo cual iba debilitando sus fuerzas. En cierta ocasión pre tendió vender sus caballos en beneficio de los pobres, por creerse con fuerzas suficientes para hacer a pie la visita pastoral a los pueblos de' diócesis. Pero Bruno le disuadió, haciéndole ver cuán lejos estaban sus fuerzas de poder llevar a cabo tamaña empresa. Dios le probó, en efecto, con unos dolores muy fuertes de cabeza y estómago que le duraron cuaren ta años. Sus sermones eran siempre fervorosos y eficaces, pues los acompañaba de la plegaria y santidad de vida. N o pretendía merecer fama de letrado, ni ser tenido por elocuente, sino que buscaba sólo la utilidad y provecho
de las almas. Sus frutos eran seguros y admirables; algunos pecadores con fesaban públicamente sus delitos y enmendaban su mala vida. Durante las comidas se hacía leer las Sagradas Escrituras, cuyos párrafos más salientes hacía repetir dos o tres veces; experimentaba a ratos tan hondas emociones, y prorrumpía en tan abundantes lágrimas, que era ne cesario acabar la comida o interrumpir la lectura. Este mismo don de lá grimas le acompañaba cuando oía confesiones; los penitentes al ver que su Prelado y confesor lloraba tan amarga y copiosamente, se movían a dolor y enmienda de sus pecados. Fué caritativo hasta la prodigalidad, si es que cabe ser pródigo con los desgraciados; distribuía todas sus rentas entre los pobres, no reservándose para sí más que lo estrictamente necesario para su frugal sustento; y cuan do las rentas no bastaron, com o aconteció en ocasión de una gran carestía, vendió su cáliz y sus anillos de oro, sus piedras preciosas y gran parte de sus ornamentos pontificales. Esta conducta del santo obispo resultó ser un acicate eficaz para los ricos, que sentían desvanecerse su avaricia y abrían también las manos en beneficio y provecho de los pobres. La modestia de Hugo era extrema y casi exagerada, pero con ella sal vaguardaba mejor la castidad, que era para él la flor más grata de su existencia. Ni el agradable timbre de una voz seductora, ni los hondos que jidos de un alma dolorida le hicieron levantar la mirada para conocer las facciones de la persona con quien hablaba; y llevó tan al extremo este recato, que, según los historiadores de su vida, no conocía ni el semblante de su propia madre. Ello revela cuán grande era la modestia de sus ojos y la pureza de sus pensamientos. No menos empeño mostraba en refrenar sus oídos, para no escuchar murmuraciones. A este respecto solía decir «que bastaba a cada cual saber sus pecados para llorarlos, sin querer saber los ajenos y dañar su conciencia». Era enemigo de oír noticias y aun más de referirlas a otros; y reprendía a sus criados cuando los .veía en francachelas y conversaciones inútiles. Con todo el amor de su alma procuraba, con tiernas palabras, apaciguar los ánimos enemistados. Y si el caso lo requería se arrodillaba ante los que rellantes y no se levantaba hasta conseguir su mutuo perdón. La humildad fué también virtud grandemente practicada por Hugo. Sin tió tan bajamente de sí, que decía que aun cuando tenía cargo y autoridad de obispo, carecía de los merecimientos que tal dignidad exigía. Y conside rándose indigno del puesto que ocupaba, suplicó al papa Honorio II que le depusiera, alegando su vejez y continuas enfermedades. Mas el Papa le contestó que aprovechaba más al pueblo él, anciano y achacoso, que otro de más salud y menos años. Reiteró su demanda a Inocencio II, sucesor de Honorio; pero tampoco pudo conseguir nada.
POSTRERA ENFERMEDAD O R R ÍA el año del Señor 1130 cuando Hugo tuvo que sufrir el conato de cisma suscitado por un discípulo suyo, llamado Pedro León, quien quería proclamarse Papa en contra del verdadero, que era Inocen cio II. Reunióse un concilio en Puy donde fué excomulgado Pedro León. La copia de esta excomunión se envió a diversas partes de la cristiandad con la firma del obispo Hugo, lo cual fué causa de que el pretendido usur pador cayese en desgracia de todos y perdiera el crédito de que gozaba. La entereza y rectitud mostrada por Hugo en esta circustancia son tanto más de admirar y alabar cuanto que estaba com o obligado a Pedro León por varios servicios y favores de él y de su padre recibidos. Pero supo hacer prevalecer la verdad sobre la amistad. Los últimos años de su vida fueron de sufrimiento continuo. Además de las penas morales, se hallaba agobiado con achaques crueles; sentía en su interior el hervor de las pasiones, com o en plena juventud. Acudía al Señor con frecuentes plegarias y alcanzaba el triunfo. Estas victorias iban siem pre acompañadas de un raudal de lágrimas, con que manifestaba su agrade cimiento a Dios. La vida laboriosa y los sufrimientos de la vejez iban agotando la exis tencia de Hugo. Una enfermedad larga y molesta vino a aumentar sus males, y desde aquel momento su 'salud fué declinando tan rápidamente, que le produjo una amnesia total de las cosas de la tierra; sólo recordaba, por gracia especial del Señor, las oraciones, salmos, himnos y demás preces que solía rezar cuando estaba sano, y que no interrumpió hasta' la muerte. L o cual no deja de ser raro y contrario al uso de nuestra naturaleza, la cual más fácilmente olvida las cosas espirituales que las temporales, y las ■que se aprenden en la ancianidad que las que nos enseñaron en la niñez o la juventud. Aunque sufría los más acerbos dolores, jamás exhaló ni una sola .queja; fué para cuantos le asistían y visitaban modelo acabado de paciencia y re signación. No se permitía ni el consuelo de publicar sus males, y pensaba más en los otros que en sí mismo. No cesaba de agradecer a los que le visitaban, y cuando se imaginaba haber causado la más leve desazón a alguien, quería ser reprendido al momento; pero como íiadie se atreviera a ello, él mismo se adelantaba, confesando su falta e implorando la divina misericordia. Estando ya muy avanzada la enfermedad, recibió la visita de un conde amigo personal suyo, a quien advirtió el Santo que no debía cargar a sus vasallos con tantos impuestos y censos, si quería que no le castigase Dios rigurosamente. Quedó el conde hondamente conm ovido, pues Hugo le había
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descubierto los proyectos que a nadie había revelado aún, y ni siquiera pensaba llevar a ejecución. Llegó, por fin, el día en que el enfermó había de recibir el premio a sus merecimientos y agraváronse extraordinariamente sus dolencias, que so portó con la resignación y paciencia que le caracterizaban. Encorvado su cuerpo por el peso de los años y deshecho por la 'enfermedad, entregó el espíritu al Señor el día primero de abril de 1132, Viernes de Dolores, a los ochenta años de edad y cincuenta y dos de su consagración episcopal. Durante cinco días, es decir, hasta el martes de Ja Semana Santa, su cuerpo estúvo insepulto, por causa de la enorme afluencia de gente, y du rante todo este tiempo conservóse fresco y sin mal olor. Halláronse presen tes a su entierro tres obispos y una multitud innumerable de pueblo, no sólo de la ciudad de Grenoble, sino venido de remotas comarcas. Tal vene ración le tenían que llegaban a besarle los pies y a tocar su cuerpo con anillos, monedas, rosarios y otros objetos para guardarlos como preciosas reliquias. Fué seputado en la iglesia de Santa María y allí es reverenciado por los fieles. Numerosos fueron los milagros con que se dignó Dios ilustrar el sepul cro de este santo obispo. Por mandato del papa Inocencio II, que lo canonizó y puso en el catá logo de los Santos, escribió su vida el Padre Diego Guigón, quinto prior de la Gran Cartuja.
SANTORAL Santos Hugo, obispo de Grenoble; Venancio, obispo y mártir; Macario, abad; Víctor y Esteban, mártires en E g ip to; Melitón, obispo de Sardes; Ireneo y Quinciano, mártires en Armenia, durante la persecución de Marco Aure l i o ; Juan de Acuarda, obispo de Nápoles; Procopio, abad en Bohemia; Lázaro, diácono de Trieste; Gilberto, obispo, en Escocia; Walerico, abad venerado en Am iéns; Tesifonte, uno de los siete varones apostólicos, obiápo de Vergi (Berja, en Almería). Beatos Tomás de Tolentino, Santiago de Padua, Pedro de Siena y Demetrio, franciscanos, mártires en la India; Antonio de Segovia, cisterciense. Santas Teodora, virgen y mártir, en Roma, y Urbicia, venerada en Salamanca.
SAN VENANCIO, obispo y mártir. — Se le cree natural de nuestra Patria, según opinión de los más autorizados críticos. Dando un eterno adiós a las cosas del mundo, se consagró enteramente a Dios en el monasterio Agarense, próximo a la ciudad de Toledo. En él desempeñó, durante dos años, el cargo de abád, con gran acierto y edificación. Después fué elevado a la sede episcopal de la imperial ciudad, cuya dignidad enalteció c o n . su caridad inagotable, su vida
austera y su celo apostólico. Era el padre de los graciados, consuelo de los que sufrían, y pastor A causa de las luchas entre Tulga y Atanagildo y en pro de los ávaros, salió de España con rumbo a bió, donde predicó con gran tesón la doctrina de la palma del martirio en el año 603.
mendigos, amparo de los des solícito de todas sus ovejas. 'llevado por su celo apostólico Panonia, bañada por el DanuJesucristo y alcanzó, por fin,
SAN MACARIO, abad. — En la histórica ciudad de Constantinopla vió la luz primera este esforzado varón que, habiendo quedado huérfano, se dedicó al estu dio de las Sagradas Letras, en las cuales aprendió el desprecio del mundo, al que abandonó, a pesar de que le lisonjeaba con brillante porvenir. Ingresó en el monasterio de Pelecetes, donde renunció a todo lo del siglo, incluso a su propio nombre de Cristóbal, que trocó por el de Macario. Fué modelo de todas las vir tudes, por las cuales fué elevado al cargo de abad. Favorecióle Dios con el don de milagros, especialmente manifestado en la curación de todo género de enfer medades. Por esto se le dió el título de Taumaturgo. Por salir en defensa del culto de las imágenes, en contra de los iconoclastas, fué desterrado por León el Isáurico a la isla Afuria, donde acabó sus días en el año 830. SAN MELITÓN, obispo de Sardes. — Nació este Santo en Sardes, ciudad de Lidia, al oeste del Asia Menor. Floreció en el siglo n de la Iglesia y ocupó la sede episcopal de su ciudad natal. Se distinguió por su gran sabiduría y escla recida virtud. Hacia el año 171 dirigió al emperador Marco Aurelio una celebra da A p ología de la F e ; algunos de sus fragmentos han llegado hasta nosotros. Quizás parezca extraño que, siendo Marco Aurelio perseguidor de los cristia nos, no condenara a muerte a Melitón, por la osadía de presentarle una obra en la que con gran claridad se demostraba que Jesucristo es verdadero Dios desde toda la eternidad y verdadero hombre desde su encarnación en el seno virginal de María Santísima. Pero esta extrañeza desaparecerá si se tiene cuenta con que la citada obra fué entregada al emperador después del hecho que sucintamente vamos a relatar. En el año 164, el ejército imperial en lucha con los cuados y marcomanos encontróse en grave peligro, no sólo por hallarse envuelto por los enemigos, sino también porque los soldados sufrían una sed devoradora a causa del excesivo calor. En medio de tan apurado trance, una legión, compuesta de soldados cristianos, elevó sus plegarias al Dios de las batallas y Él escuchó sus ruegos, pues al momento se encapotó el cielo y cayó abundante lluvia que tem pló la sed de los cristianos mientras ponía en fuga a los enemigos. El mismo emperador dió el nombre de Legión fulm inante a la que con sus oraciones había obtenido este milagro, con ocasión del cual fué suspendido el decreto de perse cución contra los discípulos de Cristo. En opinión de San Jerónimo y otros autoreá, Melitón es reconocido con el sobrenombre de Profeta, en atención al espí ritu de profecía con que Dios le favoreció. SANTA TEODORA, virgen y mártir. — Esta noble matrona romana era her mana de San Hermes o Hermetes, quien, desempeñando los cargos de prefecto de la ciudad y senador del imperio se convirtió sinceramente al cristianismo y logró la corona de los mártires. Teodora heredó los cuantiosos bienes de su her mano y los distribuyó entre los pobres. Los que en tiempo de abundancia la adulaban, luego la desampararon y dejaron sola. Se entregó entonces a vida de oración y penitencia. Visitaba las cárceles para llevar a los cristianos allí encerra dos el consuelo de su palabra y de su afecto. Al fin, descubierta, fué encerrada en lóbrego calabozo y, después, sometida a una cruel flagelación. Acabó sus días siendo decapitada el 1.° de abril del año 137.
Retrato de Luis X II
Retrato de Carlos VIII
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DE
ABRIL
SAN FRANCISCO DE PAULA FUNDADOR DE LA ORDEN DE LOS MÍNIMOS (1416 - 1507)
RANCISCO nació en Paula, villa de la diócesis de Cosenza, en Cala bria, el día 27 de marzo de 1416. Sus progenitores, Santiago Martolilla y Viena de Fuscaldo, se granjearon la amistad de todos por su piedad y virtud. Después de pasar muchos años sin hijos, conti nuaban sin cesar pidiéndoselos al Señor. Cierto día, en un arranque de fe sencilla, Viena acudió con toda confian za al Señor renovándole la petición de un hijo por' intercesión de San Fran cisco de Asís, prometiendo que en caso de ser atendida su súplica, le con sagraría a su hijo y le llamaría Francisco. Dios escuchó su oración, pues el mismo año les concedió un hijo; pero los probó de nuevo, permitiendo que enfermara de gravedad cuando apenas contaba un mes de vida. Nuevamente acudieron los padres al Señor con plena confianza y , para merecer curación tan anhelada, añadieron a sus promesas un voto más digno de admiración que de imitación: el de vestir a su niño por espacio de un año el hábito de los Frailes Menores y de hacerle vivir en un convento de su Orden. El enfermito recobró la salud. Poco tiempo después nacióles un segundo vástago, quedando así cumplidos los
deseos de los piadosos padres, cuya única preocupación fué en adelante educar cristianamente sus dos hijitos: Francisco y Brígida. Desde los albores de su infancia dió Francisco claras muestra de la vocación que el Señor le reservaba. Permanecía largas horas en las iglesias y se mortificaba con ayunos, abstinencias y otras penitencias. Como le invitara una vez su madre a jugar con otros niños, contestó que gustos* lo haría, pero que la única satisfacción que en ello encontraba era la de obedecer. Cuando en 1429 cumplía los trece años, se despertó una noche soñando que veía a un monje vestido con hábito de Frailes Menores, quien de parte de Dios le ordenaba recordar a sus padres que había llegado para ellos la hora de cumplir su voto; dicho lo cual desapareció. Santiago y Viena en tendieron en seguida ' lo que significaba aquel mensaje, y se dispusieron a . cumplir la voluntad de Dios.
EN EL CONVENTO DE SAN MARCOS. — ERMITAÑO A LOS CARTORCE AÑOS
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L día siguiente m uy de mañana, padre, madre e hijo partían para el convento de los Cordeleros, de la ciudad de San Marcos, m uy re nombrado por el fervor de sus moradores y el rigor de la observancia. Recibido Francisco, regresaron sus padres a Paula, sintiendo en el al el sacrificio de la separación, pero admirando y bendiciendo la bondad que el Señor había tenido con ellos. El joven oblato llegó a ser en breve objeto de admiración y de edifica ción para aquellos buenos religiosos. La regla, a pesar de su austeridad, le parecía muy mitigada. A la más estrecha abstinencia juntaba un ayuno perpetuo; su hábito era una túnica de tosco sayal, áspero com o un cilicio; andaba siempre descalzo. Semejante espíritu de mortificación le granjeaba la estimación de todos; pero su gran sencillez y amabilidad, su vida de inti midad afectuosa con Dios, conmovían los corazones, y ganaban las volunta des. Y , a más abundamiento, desde aquel instante vinieron ya los milagros a acreditar la complacencia con que le miraba el Señor. Bien hubieran deseado los religiosos de San Marcos tener siempre con sigo al elegido de Dios, pero no eran tales ni el voto de Francisco, ni lós designios de la Providencia; por lo cual, terminado el año, com o volvieran a San Marcos los padres de Francisco, halláronle dispuesto a ir con ellos de romería a Roma, Asís, Loreto y Monte Casino, antes de regresar a Paula. La romería a Monte Casino había de ser decisiva en la orientación de su vida. Hondamente conm ovido por el recuerdo de San Benito, que a los catorce años se retiró a las soledades de Subiaco, resolvió Francisco seguir
la minina senda. Y , sin tardar, aun antes de volver al hogar paterno, en el mismo camino, echándose el joven adolescente a los pies de sus padres, les suplicó que le dejaran vivir solo en algún rincón de sus heredades a poca distancia de la ciudad. Admirando una vez más los designios del Señor sobre su hijo, Santiago y Viena le otorgaron lo que solicitaba, reservándose no obstante el cuidado de proveer diariamente a su sustento. Mas no había de permanecer Francisco largo tiempo cercá de los suyos, que con excesiva frecuencia iban a verle. Sintiendo la necesidad de mayor soledad, buscó un lugar más acondicionado para el retiro y , conducido por el Espíritu Santo, llegó cierto día a un paraje escarpado y casi inaccesible, en cuyos riscos descubrió una caverna en la que fijó su morada. Seis años debía permanecer en aquel lugar, ignorado de todos y entregado a la oración, penitencia, ayuno y luchas con el demonio, reproduciendo la vida de los Antonios, Hilariones y Benitos, saliendo com o ellos vencedor de los combates del desierto y dispuesto a arrastrar en seguimiento suyo a multitud de almas que en breve le enviaría el Señor; Su encierro fué descubierto al fin por unos cazadores que perseguían a un corzo. L a noticia difundióse rápidamente y comenzaron a menudear las visitas. La cesación milagrosa de la peste, conseguida por su mediación, divulgó más y más su nombre, con lo que ciertas personas solicitaron y recabaron el favor de ir a vivir en aquella soledad y compartir con él su vida.
FUNDADOR A LOS VEINTE AÑOS. — LOS CUATRO MONASTERIOS DE CALABRIA OMO se acrecentase considerablemente el número de sus discípulos, vinieron a hallarse faltos de sitio y desearon buscar lugar más a propósito para establecerse de m odo definitivo.
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Francisco obtuvo del arzobispo de Cosenza autorización para edificar un monasterio en la cima de un monte próximo a la villa de Paula. A su construcción contribuyeron no pocos habitantes de la comarca con sus li mosnas o prestación personal. No faltaron tampoco los milagros que, en diversas ocasiones, realizó Dios por medio de Francisco. Tan unánime y generoso fervor no fué el único prodigio que señaló los comienzos de una Orden nueva y la construcción de su primer monasterio. En repetidas ocasiones, el fundador de veinte años dió pruebas del don de milagros con que el Señor le había enriquecido. Y así, un día brotó una fuente al conjuro de sus plegarias para facilitar el trabajo de construcción; otro día en que se carecía de víveres, un caballo sin guía llegó al convento cargado de pan tierno; en otra ocasión, entró
Francisco en un horno de cal que amenazaba ruina y que a la sazón estaba plenamente encendido; arregló lo preciso y salió indemne. Con frecuencia, por su solo mandato o ruego trasladaron los obreros materiales de peso su perior a sus fuerzas; y hasta en dos ocasiones distintas le fué dado resucitar a un joven que en otras tantas veces fué víctima de un accidente. Devolvió la vida a su sobrino Nicolás de Alesso, el cual, agradecido por tal favor, siguió con alegría de su alma la vocación del tío, con el consentimiento de su madre, que antes del milagro se había opuesto formalmente a la en trada de su hijo en la religión. La fama del ermitaño se extendía cada vez más, con lo cual se acrecen taba el número de sus discípulos y facilitaba la fundación de nuevos m o nasterios. De Paterno llegaron las primeras y más apremiantes instancias, que Francisco pudo atender. En 1444, el joven fundador — a la sazón veinticinco años— partió de Paula con algunos religiosos para establecerse en Paterno. Este convento se levantó en las mismas condiciones prodigiosas que el primero, por lo cual fué denominado «el convento de los milagros». Entonces se vió Francisco por vez primera envuelto en una atmósfera de contradicciones y pruebas suscitadas por la envidia de los médicos a causa de la exagerada austeridad de vida que exigía a sus discípulos; pero el. Señor, que visiblemente le asistía, hizo que triunfara la justicia. , Aunque Francisco no había frecuentado las aulas, poseía la elocuencia del apóstol y el don de mover los corazones. ’A la eficacia de su palabra se debe el gran número de conversiones, que motivaron la fundación de los conventos de Spezzano y de Coriliano. De este modo alcanzamos al año 1464, en que el fundador salió de Ca labria, dejando los cuatro conventos en plena prosperidad, y pasó a Sicilia donde era ansiosamente esperado. Frisaba entonces en los cuarenta y ocho.
SAN FRANCISCO DE PAULA EN SICILIA. — FUNDA UN INSTITUTO DE MONJAS
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L viaje de Francisco a Sicilia fué señalado por dos milagros extraordi narios. El primero fué que alimentó por espacio de tres días a nueve viajeros con un panecillo que se halló en sus mochilas; el segundo, de más resonancia todavía, aconteció así: Como a causa de su pobreza le negara pasaje en el navio, púsose en oración y , acabada ésta, llegóse hasta Jas aguas, extendió sobre ellas su capa, hizo la señal de la cruz y subió a esta embarcación de nueva guisa, diciendo a sus dos acompañantes: «Se guidme, no temáis»; y los tres pasajeros abordaron de esta forma a la isla, cerca de Mesina.
O vengo a prolongar vuestra vida, señor — dice San Francisco
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de Paula al rey — ; vengo a deciros de parte de D ios, que arre
gléis vuestros
asuntos,
porque
su
divina
voluntad
ha dispuesto
abreviar los días de vuestra existencia ». E l rey recibió la tremenda nuzva con entera conformidad.
La milagrosa travesía del estrecho de Mesina por el santo varón de Dios, se glosa en el himno de Laudes que los religiosos de la Orden de los Mínimos cantan en la fiesta de su glorioso Fundador. En los cuatro años que pasó en Sicilia, Francisco predicó con gran acierto y provecho espiritual; fundó y mandó edificar el convento de Melazzo, origen de otros varios, y el primer monasterio de religiosai ermitañas, terminado lo cual regresó a Calabria.
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PROTECCIÓN DE LA SANTA SEDE. — VIOLENTA PERSECUCION. SALVADOR DE ITALIA
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OR aquel tiempo, impresionado el papa Paulo II por el paso maraj villoso sobre las aguas, determinó examinar el caso y envió, al efecto, j uno de sus secretarios al arzobispo de Cosenza, el cual dió informes ’j en extremo favorables de Francisco, afirmó la veracidad de los milagr que se le atribuían y aconsejó al enviado pontificio que hiciera una visita al hombre de Dios. j Satisfecho de la encuesta el Papa, bendijo y colm ó de favores al humilde i ermitaño y a sus discípulos; años más tarde, Sixto IV , por bula fechada en 23 de mayo de 1473, amplió los privilegios otorgados por su prede cesor, aprobó la nueva Orden religiosa con el nombre de Ermitaños de Calabria y , a despecho de su resistencia, nombró a Francisco Superior Ge neral vitalicio. Cual otro Juan Bautista, no temía Francisco de Paula tronar pública mente contra los desórdenes de príncipes y reyes. Herido en su orgullo Fem ando-1, rey de Nápoles, quiso vengarse: acusó al* santo varón de fundar en su reino nuevos monasterios sin contar con su licencia y condenó a los monjes a salir de sus casas. Apoyados en la autorización de su prelado, el fundador y sus monjes hicieron caso omiso de tales intimaciones. Para dar un escarmiento y acabar con aquella resistencia, el hermano del rey, Juan de Aragón — conocido con el nombre de «cardenal de Hungría», tal vez por haber sido legado pontificio eii aquella nación— , expulsó del convento a los monjes de Castellamare y se posesionó del edificio; mas poco tiempo disfrutó de su iniquidad, pues en breve murió envenenado. El rey, lejos de abrir los ojos ante muerte tan trágica que todos, consi; deraron com o castigo del cielo, se enfureció aun más y determinó apoderarse ¡ de la persona del santo religioso y guardarle preso en las cárceles de Ná poles. Sin más dilaciones envió a Paterno una compañía al mando de un > capitán. í Los soldados, espada en mano, penetraron en el convento, recorrieron
el claustro, el dormitorio, la celda, la iglesia, sin dar con Francisco, que permanecía orando postrado ante el altar. Levantóse el siervo de Dios y con aire tranquilo y alegre salió al encuentro del jefe que, confuso y aver gonzado, se echó a sus pies pidiéndole perdón. El Santo le mandó levantar, le entregó velas bendecidas, com o acostumbraba a hacer en tales casos, para el rey y' los suyos; encargóle además dijera a su soberano y a la corte, de parte de Dios, que hiciera penitencia. La amonestación produjo sus frutos: el rey se arrepintió de corazón y guardó desde entonces sincera amis tad con el Santo. En la terrible invasión de los turcos, que en la toma de Otranto (1480) pasaron por las armas a ochocientos de sus habitantes, y amenazaron a Italia entera, las súplicas del Santo ermitaño fueron la salvación. Pasó ocho días de oraciones y de ayunos, al cabo de los cuales comunicóle el Señor que trataría con misericordia a aquella nación; Francisco anunció a los monjes que la suerte abandonaría en breve a los turcos, lo cual tuvo fiel confirmación.
FRANCISCO EN LA CORTE DE FRANCIA UIS X I de Francia estaba a la sazón acometido de una terribre en fermedad que los médicos no podían atajar, por lo que no confiaba ya en otro auxilio que en el divino. La fama del taumaturgo italiano despertó en el rey vivos deseos de tenerle a su lado. Aunque le llamaba personalmente el monarca, Francisco de Paula se excusó humildemente y se negó a partir de Calabria; el propio rey Fem an do no obtuvo mejor resultado; pero así que el papa Sixto IV hubo hablado, por obediencia y a pesar de sus sesenta y tres años y del afecto que tenía a sus Hermanos, de los que había de separarse, proveyó al nombramiento de su sucesor y se despidió de los monjes. Tom ó consigo a dos acompañantes y partió para Francia. En Rom a se avistó con el Sumo Pontífice, del que recibió muy paternal bendición. Su viaje fué verdaderamente triunfal y se ñalado con varios milagros. En Amboise le aguardaba el joven delfín y futuro Carlos V IH , que salió a su encuentro desde el castillo de Plessis-les-Tours, residencia del rey. Éste, a su vez, acudió a recibirle rodeado de su corte y luciendo magnífico manto real. Presentóse de hinojos ante el monje calabrés, le rogó que ob tuviese su curación y la prolongación de su vida. «Si tal es la voluntad de Dios» — repuso Francisco. Días después, ante nuevas instancias del soberano, le respondió: «Majes tad, arreglad las cuentas del Estado y de vuestra conciencia, porque para vos no hay milagro, ha llegado vuestra hora; aparejaos para presentaros ante Dios».
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ABRIL
Estremecióse el rey al oír tales palabras, pero la gracia penetró su alma; sometióse humildemente al decreto de la Providencia y suplicó a Francisco le asistiera en sus postreros momentos; misión de caridad que el santo monje aceptó con celo verdaderamente sobrenatural. Luis X I murió, en efecto, santamente el 4 de agosto de 1483. Su primo génito contaba sólo catorce años y la nación no gozaba de paz; pero allí estaba Francisco para ayudar con sus oraciones, consejos e influencia al joven rey, que le estuvo siempre m uy agradecido; y así, en lugar del m o desto eremitorio, mandó edificar el príncipe un monasterio llamado de Jesús María, cuya construcción, al igual que la de los de Calabria, fué acompa ñada de muchos prodigios. Terminado en 1491, llegó a ser plantel fecundo de santos monjes que, en menos de veinte años, dió origen a veintiocfio nuevos monasterios en Francia, España, Alemania e Italia. Entre los que fundó en Francia, fué uno de la ciudad de Tours, para cuya fundación le dió Luis X I su palacio real y mandó edificar una iglesia y casa amplia en que viviesen el Santo y sus religiosos. Carlos V III tenía en gran aprecio al Santo, le consultaba con frecuencia en los asuntos del Estado y tuvo por gran dicha que quisiese sacar de pila a su hijo el Delfín. El monasterio de Rom a, dedicado a la Santísima Trinidad, situado en el monte Pincio y reservado a los monjes franceses de la Orden, fué un e x v o t o de Carlos V III en agradecimiento por las victorias de las campañas de Italia. H oy día lo habitan las religiosas del Sagrado Corazón. En distintas ocasiones puntualizó Francisco con insistente y maduro examen la Regla que había de dejar a su discípulos. El papa Alejandro V I (-{- 1503), a quien fué presentado el primer esbozo, aprobó la abstinencia perpetua y el nombre de Mínimos en sustitución del de Ermitaños de San Francisco de Asís, que tenían hasta entonces. El mismo Papa aprobó en 1501 una nueva redacción que incluía un cuarto voto, a saber: guardar Cuares ma perpetua. La postrera redacción fué aprobada en 1506 por Julio II. t
ÚLTIMOS AÑOS Y MUERTE DEL SANTO
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RANCISCO manifestó deseos de volver a Italia a pasar los últimos años de su vida entre los monjes de primera hora, en su pueblo natal. A l efecto solicitó licencia del rey Luis X I I quien, conociéndole muy poco, se la otorgó; mas, apenas corrió la noticia cuando el cardenal Ámboise se presentó al rey y puso a su consideración la pérdida enorme que ello representaba para Francia. Luis X I I dió contraorden al instante y un correo mandó volver a Francisco y a sus dos compañeros. El monarca hizo protestas de aprecio al santo anciano y le prometió ser para su Orden el más valioso protector.
Obligado a quedarse en Francia, se dispuso a celebrar un Capítulo gene ral, convocando a él a los Padres más eminentes por su ciencia y su virtud. Finalmente, el 15 de enero de 1507, siendo el santo Fundador de edad de noventa y un años, fué advertido sobrenaturalmente del momento cercano de su muerte y desde aquel instante no abandonó más la celda, y se dispuso a dar el gran paso de esta vida a la eternidad. E l Domingo de Ramos le acometió la fiebre, y el Viernes Santo, 2 de abril, cerró los ojos a este mundo, abrazado al Crucifijo y diciendo: «E n tus manos, Señor, encomiendo mi es píritu», después de bendecir a sus Hermanos y recomendarles encarecida mente la práctica de la humildad y de la caridad, cuyo vocablo latino Cháritas, rodeado de llamas, le servía de blasón. El cuerpo de Francisco quedó expuesto en la capilla del convento de Plessis-les-Tours, y fué tal la concurrencia de gente que se hubieron de atrasar varios días las honras fúnebres. No tardaron los milagros en hacer ilustre su sepulcro y entre las curaciones logradas por su intercesión merece citarse la de la princesa Claudia, hija única de Luis X I I , y más tarde es posa de Francisco I. En prenda de gratitud y porque se había obligado con voto, su madre Ana de Bretaña emprendió sin demora la causa de canoni zación del Santo. Su instancia fué favorablemente acogida por Julio II; constituyóse el tribunal y dieron principio las encuestas y declaraciones. Seis años más tarde, por Letras pontificias fechadas a 7 de julio de 1513, León X declaró Beato a Francisco, y el 1.° de m ayo de 1519, el mismo Papa le canonizó con extraordinaria solemnidad. En el mes de abril o mayo de 1562, esto es, cincuenta y cinco años des pués de su muerte, conforme el mismo Santo lo había predicho, fueron pro fanados sus restos y quemados por soldados protestantes, no pudiéndose retirar de las cenizas más que unos pocos huesos medio calcinados.
SANTORAL Santos Francisco de Paula, fundador de la Orden de los Mínimos; Anfiano, már tir en Cesarea de Palestina; Urbano, obispo de Langres; Abundio, obispo de Como (Italia); Nicecio, obispo de L y ón ; Lenogisilo, abad; Policarpo y compañeros, mártires en Alejandría; Zósimo, mártir, en Palestina. San tas María E gipcíaca, p en iten te; Teodosia, mártir a los dieciocho años; Musa, virgen, en R om a; Leodegaria, hermana de San Urbano y abadesa; Ebba, abadesa en Escocia, quien, antes de perder el tesoro de la castidad, se cortó la nariz y el labio superior; las demás religiosas la imitaron y todas perecieron en el incendio de su convento, realizado por los daneses invasores.
.SANTA MARIA EGIPCÍACA, penitente. — Nacida en Egipto, huyó de su casa a los doce años y se dirigió a la ciudad de Alejandría, donde perdió la delicada flor de la honestidad y se entregó a los placeres de una manera desvergonzada y pública. Pasó a Jerusalén y vivió asimismo hundida en el fango de las más abyec tas pasiones. El día de la Exaltación de la Cruz, cuando'los demás peregrinos iban entrando en el templo para la adoración del símbolo de nuestra Redención, ella pretendió hacer lo propio, mas una fuerza irresistible, un empuje violento le impi dió la entrada. Al fin comprendió cuál era la causa; evocó, en rápida visión, toda su mala vida, con el peso de sus maldades, y tuvo horror de sí misma. Pidió cle mencia al cielo y, al levantar los ojos, distinguió una imagen de María nuestra Señora, a la que se encomendó con gran dolor y piedad. Después de esta súplica sintióse confortada y pudo entrar en el templo como los demás. Adoró la Cruz y rogó a Dios que no la abandonase. Una vez recibido los sacramentos de Penitencia y Comunión, pasó el Jordán y se retiró al desierto, donde vivió en las más auste ras penitencias ’. dormia en tierra, comía hierbas y raíces, cubría su cuerpo con sólo las hebras de su larga cabellera, y golpeábase el pecho con piedras y zarzas agudísimas. El hallazgo de esta Santa fué del siguiente modo. Había en aquellos tiempos costumbre entre los monjes salir del monasterio y practicar rigurosapiente la Cuaresma en la soledad de los bosques y de los grandes desiertos. El año 430, San Zósimo, varón de gran virtud y santidad, salió también de su convento de Palestina para pasar la Cuaresma en oración y penitencia rigurosa en las már genes del Jordán. Cierto día, al amanecer, le pareció ver una figura humana que huía y le hacía señas que se detuviese. Vuelto del asombro y estupor que esa visión le causó, d ijo : «Alma de hombre o de mujer, ruégote, en nombre del Señor a quien servimos, digas quién eres y a qué vienes». Una voz suave y femenina le contestó: «Padre Zósimo, echa tu manto a esta pobre pecadora, si quieres que reciba tu bendición y pueda hablarte». En oyendo Zósimo llamarse por su nombre, se tranquilizó y pensó que era un alma de gran santidad a quien Dios había dado a conocer su persona. Cubierta con el manto raído del monje, reci bió de rodillas su bendición y comenzó a contarle, entre lágrimas y sollozos, la vida disoluta de su juventud, y la espantosa penitencia que hacía en aquellas soledades desde hacía cuarenta y siete años. Luego le rogó volviese al año si guiente para tener ella la dicha de recibir al Señor en la Sagrada Eucaristía. Al cabo de un año volvió el santo anciano para ver esa maravilla' de contrición y de penitencia y le dió la Sagrada Comunión. Después de largo rato de fervorosa acción de gracias, la Santa le reiteró el mismo ruego para que volviese otro año. San Zósimo acudió con exactitud al lugar señalado, llevando consigo la Sagrada Eucaristía; mas, ¡ a y ! , esta vez halló sólo el cadáver de la Santa Penitente, en actitud extática. Había muerto el mismo día que recibió la última Com unión; así lo aseguraba la Santa en unas palabras que había dejado grabadas en el suelo, y en las que, además, le pedía que la enterrase y rogase por ella. SANTA TEODOSIA, virgen y mártir. — Fué una víctima más de la persecu-, ción de Galerio Maximiano. Era natural de Tiro, y consagró a Dios su virginidad. Tenía escasamente dieciocho años cuando se presentó a los cristianos, exhortólos a perseverar y les suplicó se acordaran ,de ella, cuando alcanzasen la gloria que esperaban. Fué denunciada e impelida a sacrificar a los dioses. Habiéndose ne gado a ello, los guardias se apoderaron de su persona y le descarnaron los cos tados y los pechos, hasta dejar a la vista huesos y entrañas. Por último fué arrojada al mar, recibiendo así la corona del martirio el 2 de abril del año 307.
DIA
SAN
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DE
ABRIL
RICARDO
OBISPO DE CHICHESTER (1197 - 1253)
E
R A Ricardo el más joven de los tres hijos de Ricardo y Alicia de W iche. Nació el año 1197 ó 1198 en el condado de Worcester (In glaterra), en la pequeña ciudad de W iche — hoy Droitwich— situada en las riberas del río Salwarp, muy próxima al bosque de Fakenham y muy célebre ya en tiempo de los romanos por sus baños salinos. En edad temprana los tres niños perdieron a sus padres y heredaron las propiedades de Burfard que pasaron, com o es natural, a manos de tutores, los cuales se mostraron interesados y muy negligentes en el cum plimiento de sus obligaciones. Entretanto, mostraba Ricardo su inclinación a la lectura al par que daba señales de gran aptitud para la gerencia de los negocios. Cuando llegó el momento de entregar las propiedades al hijo mayor, hallábanse éstas en estado lamentable, por lo cual, no sintiéndose el jefe de familia con arrestos para remediar tagiaño desorden, rogó a su hermano menor que lo tomara por su cuenta. Ricardo, que a la sazón se dedicaba a los estudios, dejó de lado los libros, puso manos a la obra y , tras una labor ímproba y constante, restableció el orden en el patrimonio familiar. El hermano mayor se lo agradeció muy de veras, le ofreció todos sus dere
chos familiares y aun le propuso un enlace ventajoso con una noble propietaria que hubiera asegurado su felicidad doinéstica. Ricardo permaneció insensible a los encantos de la joven no menos que a los atractivos de la fortuna, y, comprado que hubo unos libros con el dinero de que disponía, se encaminó a Oxford para proseguir allí sus estudios. Mucho tuvo que sufrir en esta ciudad universitaria, no sólo por las privaciones materiales, sino también por el trato con hombres de toda clase, a algunos de los cuales veíaseles entregados a las más violentas pasiones. Vivía en el mismo aposento que otros cuatro estudiantes que le eran sim páticos y que incluso le dieron un hábito. En Oxford se aficionó Ricardo extraordinariamente a la Filosofía y para más perfeccionarse en ella se trasladó a París. El tenor de su vida en esta capital fué más o menos com o en Oxford y , llegado el momento de gra duarse, volvió a esta universidad. P oco después, le vemos en Bolonia, en la célebre escuela de Derecho civil y canónico. Uno de los profesores quedó tan prendado de sus vastos conocimientos que le ofreció la mano de su hija; pero no entraba el matrimonio en los planes de Ricardo. Regresó a Inglaterra, se estableció en Oxford, dió principio a la vida pública y poco después fué elegido canciller de la Universidad.
CANCILLER DE LA IGLESIA DE CANTORBERY
X T E N D IA S E su fama cada día más; la capacidad y los talentos extra ordinarios que manifestaba no pasaron inadvertidos a dos persona jes eclesiásticos de los más principales del reino; San Edmundo, pri mado de Inglaterra, y Roberto Grossatesta, obispo de Lincoln, que que nombrarle canciller de su diócesis. Edmundo iba tras él, no tanto por su vasta erudición cuanto por la santidad de su vida; Grossatesta, aunque piadoso, estaba prendado sobre todo de sus cualidades intelectuales. El santo aventajó al sabio, y Ricardo fué nombrado canciller de Cantorbery. Dicho nombramiento le ponía m uy de manifiesto en la vida pública de la Iglesia y de Inglaterra, que a la sazón estaban estrechamente unidas. Entablóse íntima amistad entre el primado y su canciller, siendo de notar que ambos habían hecho la carrera sin dinero y sin apoyo alguno. San Edmundo tenía que habérselas eon Enrique III tocante a la elec ción de los obispos, y no omitía ocasión de consultar a Ricardo com o amigo y consejero. Cuando se hubo agudizado el conflicto con el soberano hasta el punto de obligar al prelado a salir de Inglaterra, Ricardo pasó también la Mancha, y ambos fijaron su residencia, con algunos acompañantes más, en la abadía de Pontigny de Francia. En estos días tristes, el canciller
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no dejó un solo momento a su arzobispo, a quien acompañó más tarde a Soissy. San Edmundo, abrumado por las penas morales, murió el 16 de no viembre de 1240. Ricardo se quedaba solo. También él había sufrido por la justicia y por la libertad procesos e inquietudes sin cuento, pillajes y pérdida de la propia hacienda, fatigas corporales, desprecios, insultos y por fin extrañamiento de su patria. Salvo la muerte, que le respetó en el destierro, su vida en aquellos años tristes fué idéntica a la de San Edmundo.
ELECCIÓN PARA LA SEDE DE CHICHESTER
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U EDÁBALE un consuelo, el de poder realizar un proyecto que hacía largos años meditaba: ser sacerdote. Este ideal le sostuvo en las horas angustiosas de su vida. Se encaminó, pues, al convento de los dominicos de Orleáns para terminar los estudios de Teología y recibir las Órdenes Sagradas. Al igual que su maestro San Edmundo, ■siempre había puesto en práctica las reglas de la ascética y las penitencias corporales; mas una vez sacerdote, acrecentó de tal m odo el número y rigor de sus mortificaciones que, doquiera se le veía, era objeto de admiración. En Orleáns edificó un oratorio a San Edmundo, primero de la serie que más adelante levantó en Inglaterra a su santo amigo. Esa pasión de frigir iglesias dedicadas al santo arzobispo era muy conforme con la trayectoria y el sentido que para nosotros tiene su vida. ComQ sacerdote apartó toda preocupación de su propia persona; su único ideal era el servicio de Dios y nadie le pareció haberlo realizado mejor que San Edmundo, el prelado a quien'tan íntimamente conoció, y a quien la Iglesia elevó a los altares en 1247. De regreso a Inglaterra, parecióle posible emplear el resto de sus días al tranquilo ejercicio de su ministerio sacerdotal y, efectivamente, regentó por espacio de varios años la parroquia de Deal y fué luego rector de Charing; pero en 1244 nuevamente era llamado a ejercer el car jo de canciller en Cantorbery. A San Edmundo había sucedido el Beato Bonifacio de Saboya, prelado joven todavía pero muy apostólico y dotado de gran firmeza de carácter. Ricardo pasó poco tiempo al servicio del arzobispo. Hombre éste de cla rividencia sin igual, habíale juzgado digno de más elevado cargo. Habiendo quedado vacante en 1244 la sede episcopal de Cichester, los canónigos eli gieron al archidiácono Roberto Passelewe; pero el arzobispo Bonifacio, que reivindicaba para sí y sus sufragáneos el derecha de hacer el referido nombra miento, reunió a los obispos de su archidiócesis en sínodo que anuló la elec ción de Passelewe y nombró en su lugar a Ricardo.
Esta elección, si bien agradó al arzobispo y a sus amigos, desagradó sobremanera al rey Enrique, pues veía eliminado a aquel de quien tanto podía prometerse, dada la afinidad de ideas que entre ambos existía. En cambio, veía enaltecido a un adversario suyo, antiguo canciller y consejero del arzobispo Edmundo, con quien había saboreado el amargo pan del des tierro.
CONFLICTO CON LA CORONA O era Enrique III hombre que tomase a medias sus providencias cuando se trataba de hacer sentir su desagrado. Apoderóse de casi todas las rentas de la sede de Chichester y se negó a devolverlas. La posición de Ricardo era poco envidiable. Encontrábase obispo electo y no podía tomar posesión de su sede, porque el soberano fingía ignorar hasta su misma existencia. Resolvió, pues, entrevistarse con el rey y expli carle su proceder. No duró mucho la entrevista, porque, habiendo venido Ricardo a reclamar sus derechos en interés de sus diocesanos, el rey tenía decidido rehusarlo todo al que consideraba com o a intruso. El prelado exi gía la restitución de las rentas de su diócesis, cuando lo que el rey pedía eran explicaciones a Ricardo acerca de su proceder pasado y excusas por las ofensas que juzgaba haber recibido. Ricardo tuvo, pues, rotunda negativa del soberano a todas sus demandas. Segunda vez se presentó a Enrique para exponerle sus anhelos de justicia, y segunda vez le despidió el rey sin hacerle caso. Varios meses permaneció aún Ricardo en esa difícil situación. Al fin, se decidió a presentar el caso a la Santa Sede para saber de una vez- a qué carta quedarse: o era confir mada su elección de obispo y quedaba así trazada la línea de .conducta para lo porvenir, o estaría libre de retirarse de la vida pública; esta última solu ción era la que más le agradaba. Salió para Lyón, y en 1245 presentó su solicitud a Inocencio IV , que celebraba allí un Concilio. Conociendo la causa de aquel Concilio, puédese imaginar la acogida que haría el Papa al obispo Ricardo. El emperador de Alemania Federico II se hallaba en guerra declarada con el Papa, e Inocencio IV se proponía lanzar en aquel Concilio excomunión contra él. Apoyar a Ricardo en esta ocasión, ¿no sería tal vez enajenarse al soberano que proveía a la Iglesia romana de la mayor parte de los ingresos? Mas no podía el Papa sacrificar los derechos de un obispo por cálculos tan ruines. En lo demás, com o el rey de Ingla terra tenía voz y voto en la elección de los obispos y en el caso presente se había obrado sin contar con él, declaró el Papa que en ello había flagrante injusticia para con Enrique. Fuera de esto, la elección de Roberto Passelewe hecha por los monjes era debida a la presión que sobre ellos ejerciera el rey.
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S
AN Ricardo se presenta ante el rey y reclama en nombre de Dios, de la justicia y de los pobres, los bienes de la sede de
Chichester que le ha confiscado. E l rey se irrita, pero el Santo no se acobarda ni cede sus derechos. Reclama una y hasta obtenerlos.
cien veces
En tales condiciones, el Papa declaró irregulares ambas elecciones, y luego por su propia autoridad nombró a Ricardo obispo de Chichester, confirién dole personalmente la consagración episcopal el día 12 de marzo de 1245. Inmediatamente fué enviado Ricardo a Inglaterra por Inocencio IV , por tador de los documentos por los que se anunciaba al rey que debía dar a Ricardo posesión de la sede de Chichester y devolverle las rentas de su dió cesis. De camino, detúvose el Santo en Pontigny para orar una vez más ante la tumba de San Edmundo y , fortalecido por el recuerdo de los sufri mientos que el desterrado había soportado, se encaminó hacia las costas de Inglaterra. Furioso el rey de haber sido vencido por el obispo, rehusó dar su p lá cet a la decisión pontificia y siguió en posesión de las rentas de Chi chester.
PREMIO DE DOS AÑOS DE LUCHA
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ICARDO se puso, pues, a la obra careciendo de casa y de dinero. Su vida era la de un recluso. Muchos le seguían con la mirada cuando tranquilo pasaba por las calles a cumplir las obligaciones de su mi nisterio; y muchos también se daban cuenta de sus necesidades, pero osaban ampararle por temor a las iras del rey. H ubo con todo honrosas ex cepciones, y es digna de mención entre todas ellas la del presbítero Simón, párroco de la aldea de Ferring, en los confines de Sussex. Pobre era, pero no puso reparo en recibir a Ricardo bajo su tutela. ¡Qué situación tan pere grina la de un obispo que pide limosna a un modesto párroco! Esa vida que aceptó Ricardo para permanecer fiel a su deber, era a Jas veces sobrado rara y peregrina en un obispo de aquel tiempo. La diócesis era extensa, y , para cumplir la visita pastoral, había de viajar el prelado , con la mayor pobreza y casi solo, cruzando inmensas extensiones cortadas frecuentemente por pantanos y por erizados breñales, lo cual hacía que la vida del misionero fuera sumamente penosa. El mayor dolor para el bondadoso prelado era ver sufrir a los suyos y 'no tener con qué aliviarlos. Ricardo, que vivía entre los pobres com o el más pobre, no podía hacer nada para mitigar su angustia. ¡Cuántas afrentas y vejaciones hubo de soportar! Cada vez que el rey iba a Windsor, el prelado se presentaba en palacio, pero cada vez era cortésmente despedido o brus camente expulsado. Este será el sitio de reproducir el relato que su confesor hace de -una de esas visitas. Cierto día que Ricardo se acercaba al real sitio, uno de los mariscales de la corte dirigióle una mirada furibunda y le dijo: — ¿Cómo os atrevéis a penetrar en este palacio, sabiendo com o sabéis que el rey está sumamente enojado contra vos?
Y , no ignorando él cuán eierto era todo ello, hallóse desconcertado y, corrido y avergonzado, se alejó del palacio y fué a buscar sociedad entre su grey. Por fin, transcurridos dos años de resistencia, el rey se vió forzado so pena de excomunión a entregar la sede de Chichester a su legítimo obispo; pero tales disposiciones había tom ado, que los administradores no remitie ron un céntimo a Ricardo y , por mucho que protestara durante su episco pado y aun en su testamento, jamás pudo conseguir nada de las rentas de. esos dos años. Apenas tom ó posesión efectiva acordóse que había un sepulcro amado en tierra extranjera y voló a Francia a postrarse ante el cuerpo de San Edmundo. Quería exhumar sus reliquias, y él en persona tuvo parte en la traslación. De ello hizo mención en carta dirigida al abad de Begeham, de la cual son estas líneas: Para que estéis al corriente de la traslación y del estado del cuerpo del bienaventurado Edmundo, habéis de saber que en la fiesta de la Santísima Trinidad, esto es, el 2 de m ayo de 1247, al abrir el sepulcro de nuestro santo padre Edmundo, por la noche, a presencia de varias personas, se halló el cuerpo entero y exhalando suavísimo perfume; la cabeza con sus cabellos, el rostro con sus colores naturales, el cuerpo con todos los miembros... Con nuestras propias manos palpamos su santo cuerpo; con gran esmero, sumo respeto y continuada satisfacción le hemos peinado los cabellos de la cabeza, espesos y bien conservados. El hambre hacía estragos en Inglaterra y el pueblo reclamaba urgente mente la presencia de Ricardo, el cual, acabada la ceremonia partió de Francia sin que fuera capaz de detenerle una tempestad que en aquellos días sacudía las costas del Canal de la Mancha.
EPISCOPADO FECUNDO
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N adelante, la vida'de Ricardo fué muy distinta de la que antaño lleva ra, sin por esto suprimir nada de su austeridad. Si presidía un ban quete, no tocaba los manjares delicados que le ponían delante. Bajo las suntuosas vestiduras episcopales, llevaba de continuo un cilicio y un cadenitas de hierro que laceraban sus carnes. No había menguado su amor a los pobres; al contrario: ahora que disponía de dinero lo repartía más a menudo y en mayor cantidad, de modo que los indigentes salían amplia mente beneficiados. Durante el azote del hambre que se inició el mismo año en que Ricardo tom ó posesión de su sede, destinó todos los ingresos de pala cio al alivio de los menesterosos.
Pero con ser tanta su caridad para el remedio de las necesidades cor- > porales, tomaba más a pechos todavía el bien espiritual de sus ovejas; el activo prelado se llegaba a caballo hasta la choza más apartada; veíasele por doquier predicando y administrando los Sacramentos, radiante de alegría al ver la amable acogida que le hacían los pescadores a lo largo de las ribe ras del mar, de cuyas casuchas diríase que le costaba salir. En punto a disciplina eclesiástica, era Ricardo m uy exigente. AI encar garle el cuidado de la diócesis', que se hallaba en estado lamentable, su pri mer cuidado fué juntar el Cabildo y redactar estatutos contra los abusos. Gustábale mucho el esplendor de las ceremonias y quería que los ornamen tos y los manteles del altar estuvieran irreprochablemente limpios. El sacer dote que no predicaba o que lo hacía sin preparación, quedaba suspenso de licencias. Él mismo, en esto, com o en todo lo demás, era admirable ejemplo para su clero. Ricardo, aunque severo y rígido en cuestiones de derecho y de justicia, mostraba siempre una afabilidad y mansedumbre inalterables. Cierto día el conde de Arundel — incurso en excomunión— tuvo, bien a pesar suyo, que tratar un asunto con el obispo de Chichester. Contraria mente a lo que él esperaba, halló( al prelado m uy cortés, suspendiendo ’la excomunión mientras era so huésped y tratándole con toda suerte de consi deraciones. Las penalidades de los peregrinos en Tierra Santa conmovieron honda mente al santo prelado, que fué ardiente predicador de la Cruzada y , aunque no fueron coronados con feliz éxito sus .esfuerzos, no cejó en su ardoroso celo.
MUERTE DE SAN RICARDO
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N 1253, a consecuencia del fracaso de la expedición de San Luis, el obispo inició con bélico ardor la predicación de una nueva Cruzada, pudiéndose afirmar que todas las ciudades de Inglaterra oyeron su cálida palabra. Al llegar cerca de Dover, las fuerzas vinieron a faltarle fué trasladado al hospital de Santa María donde, a pesar de su delicado estado, prometió con santa alegría asistir a la consagración de una pequeña iglesia en honor de su amigo San Edmundo. A l día siguiente cumplió con lo que él creyó ser el último acto público de su vida y , durante la ceremonia religiosa, dirigió al pueblo algunas palabras, que un historiador nos ha conservado. — Amadísimos hermanos — les dijo— , os conjuro a que bendigáis y ala béis conmigo al Señor que nos ha otorgado la gracia de hallamos reunidos a esta dedicación en honor suyo y de nuestro padre San Edm undo. L o que
he pedido desde que tengo la dicha de poder celebrar el santo sacrificio, lo que en mis plegarias he solicitado siempre es que antes de acabar mis días pueda siquiera consagrár una basílica a San Edm undo. Así que doy al Señor las gracias más rendidas por haber colm ad» los deseos de m i corazón; y ahora, carísimos hermanos, habéis de saber que me consta que en breve he de abandonar el sagrario de mi cuerpo; por eso pido verme ayudado en mi tránsito al Señor con vuestras oraciones. Y agrega su biógrafo que, dicha la misa solemne, regresó al hospital. Desde aquel instante, su debilidad se acentuó y , com o se daba cuenta de su estado mejor que los que le rodeaban, rogó a sus amigos que se quedasen con él para asistirle en sus últimos momentos. Hecha confesión general de su vida, recibió los Santos Sacramentos con gran fervor y , por más que iba perdiendo las fuerzas por momentos, conservó la lucidez de sus facultades hasta su último aliento. — Echad al suelo este cuerpo pútrido — exclamó al fin. Y cuando lo hubieron hecho, añadió: — Señor, en tus manos encomiendo mi espíritu... Encomendóse a Nuestra Señora, Madre de gracia y de misericordia, y expiró. Era el 3 de abril de 1253. San Ricardo fué inscrito en el número de los Santos el 22 de enero de 1262 por el papa Urbano IV, que a la sazón se hallaba en Viterbo y fijó la celebración de su fiesta en 3 de abril.
SANTORAL Santos Ricardo, obispo de Chichester; Pancmcio, obispo de Taormina y mártir; Nicetas, abad; Ulpiano, que fué encerrado en un saco con un perro y un áspid y arrojado al mar, en Cesarea de Palestina; Urbicio, obispo de Clerm ojit; José el H im nógrafo; Evagrio, Benigno, Cristo, Patricio y Zósimo, mártires; Román, discípulo de San M auro; Donato, mártir en Nicomedia; Benito de Palermo y el Beato Pedro Melgar, franciscanos. Santas Agape y Quionla, vírgenes y mártires; Engracia, virgen y mártir bracarense, mar tirizada cerca de L eón ; Burgundófora, virgen y abadesa benedictina; An gélica, abadesa en Milán.
SAN PANCRACIO, obispo de Taormina. — Fué consagrado obispo por el mismo San Pedro, de quien recibió el encargo de convertir al’ cristianismo la isla de Si cilia. Tan grandes fueron el ardor y unción de sus predicaciones, el celo religioso que en todo ponía y la edificación de su conducta, que logró por ello gran nú mero de conversiones. Sus trabajos apostólicos hacen sea considerado como após tol de aquella región. Alcanzó la palma del martirio durante la persecución de Domiciano.
SAN NICETAS o NICETO, abad.— Nació en Bitinia, provincia asiática del Imperio romano por legado de su rey Nicomedes III. Hijo de padre muy virtuo so, fué educado, al perder a su madre, entre monjes de vida austera y penitente. , Dado a la oración e instruido en las Sagradas Letras, no se contentó con la auste ridad que llevaban aquellos monjes y se retiró al monasterio de Medición, del cual llegó a ser abad. Resplandeció por su celo en defender el culto de las sagradas imágenes, por lo cual tuvo que sufrir muchas y graves persecuciones. Llevó siem pre yida edificante y austera. Murió el 3 de abril de 824.
SAN BENITO DE PALERMO, franciscano. — A este Santo se le llama ta m -, bién el N egro, a causa del color de su piel. Sus padres, africanos, fueron comr prados como esclavos por un señor de Sicilia, el cual contribuyó a la conversión de ambos esposos, quienes, después de instruidos en la Religión Católica, ingre saron en su seno y fueron siempre muy piadosos. A su hijo Benito le inspira ron tan intenso amor a Dios y tan sólida devoción, que no era raro verle entre gado a la oración durante sus juegos de niño y aun durante sus labores de hom bre. Primero se dedicó a la labranza del campo, donde fué objeto de las burlas de sus compañeros. Cuando frisaba en los veinte años, ingresó en la Orden de los Eremitas de San Francisco, en la que llevó vida de anacoreta. Sólo un poco de pan y unas cuantas hierbas tomaba al día, y se disciplinaba hasta derramar sangre. El papa Pío IV dispuso la agregación de estos solitarios a la Orden de San Francisco. Benito estuvo sucesivamente en dos conventos de Sicilia, siendo siempre un modelo para todos por su conducta edificante, sencilla y dulce. Du rante varios años desempeñó el oficio de cocinero, en el cual se vió reiterada mente favorecido por la Providencia con hechos maravillosos: una vez se multi plicaron las provisiones del convento sin saber có m o ; otra vez, mientras Benito estaba rezando, el refectorio se llenó de abundante comida preparada milagrosa mente ; en otra ocasión, para hacer astillas cargó sobre sus hombros un árbol ■ que cuatro individuos no hubieran podido arrastrar. En el Capítulo provincial de 1578, sus méritos le elevaron al cargo de guardián del mismo convento. Du rante su gobierno se celebró un Capítulo en Girgenti, al cual asistió nuestro Santo, que fué recibido por el pueblo en masa con gran solemnidad y regocijo de todos. Dios obró por su medio muchos milagros. Murió santamente el martes de Pascua de 1589. SANTA ANGÉLICA, abadesa. — A principios del siglo x vi nació en Milán, verdadera joya del arte cristiano, una niña, asombrosa flor de pureza, cuyos labios, como pétalos de rosas místicas, destilaban mieles de elocuencia humana, aprendida de su padre el profesor de Humanidades, Lázaro de Negrí, y también elocuencia divina, que libaba en el cáliz amoroso de la Divina Eucaristía. Con esta elocuencia logró atraer a Dios y a la virtud a muchas doncellas que vivían extraviadas. Pero esta flor tan delicada no podía respirar el aire insano del mundo, y, por esto, Dios la trasplantó al jardín religioso del convento de San Pablo de su ciudad natal. Su sabiduría y virtud la elevaron al cargo de abadesa, en el cual adquirió tanta fama, que dió su nombre a las religiosas, las cuales desde entonces son conocidas con el nombre de «Angélicas», admitido y reconocido por la Santa Sede. Dios le concedió el poder especial de obrar conversiones, entre las cuales sobresale la del marqués de Guasto, gobernador del Milanesado y capitán de Carlos V. En contra de unas falsas acusaciones de envidiosos que deseaban desprestigiarla, la Iglesia reconoció su santidad. Murió el 3 de abril del año 1555. Goza de gran veneración en la regiones de Milán, los Abruzos y en otros pueblos de Italia.
DIA
SAN
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DE
ABRIL
ISIDORO
ARZOBISPO DE SEVILLA Y DOCTOR DE LA IGLESIA (570 - 636)
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L insigne doctor San Isidoro fué natural de Cartagena, donde su padre, el duque Severiano, ejerció el cargo de gobernador. Tuvo por her manos a San Leandro, arzobispo de Sevilla y gran amigo de San Gregorio papa; a San Fulgencio, obispo de Écija, y por hermana a Santa Florentina, monja. Todos ellos fueron santos y, como tales, celeb dos en la Santa Iglesia. Algunos dicen que también fué su hermana Teodosia o Teodora, mujer del rey Leovigildo, y madre del glorioso príncipe de las Españas y mártir, San Hermenegildo, y del rey Recaredo, su hermano, por cuya industria y celo los godos arríanos de España se convirtieron a la fe católica en el tercer Concilio toledano. Pero la gloria de unos y otros, con ser tan grande, palidece y queda com o eclipsada por los vivos resplan dores de la opinión de sabiduría y santidad dé Isidoro, último vástago de la noble familia andaluza. «Insigne en santidad y doctrina — dice el Martiro logio Romano— , ilustró a España con su celo en favor de la fe católica y su observancia de las disciplinas eclesiásticas». El nombre de Isidoro se pronuncia con igual respeto por amigos y adver sarios, y en todas las historias de nuestra genial literatura.
INFANCIA Y PRIMEROS ESTUDIOS ACIÓ San Isidoro por los años de 570. Siendo niño y estando aún en la cuna, vió su hermana Florentina que un enjambre de abejas andaba alrededor de su boca y subía al cielo; lo cual se escribe también de San Ambrosio y de Santo Dom ingo, y se tom ó com o pronóstico de la sabiduría y elocuencia grandes que había de tener. Pasada la primera edad, le pusieron sus padres al estudio, siendo su maestro su mismo hermano San Leandro que era ya obispó de Sevilla, en cuya sede le había de suceder algunos años después. San L eand ro1quería entrañablemente a su hermanito, pero anteponía los cuidados del alma a los del cuerpo y , si era menester, le castigaba, enseñándole a vencer la pereza. Mas, aunque el niño trabajaba con buena voluntad y cuidado, hallaba gran dificultad en aprender las letras. Desconfiando de su aprovechamiento, determinó dejar el estudio y no pasar-adelante en cosa que le costaba tanto trabajo y de la cual sacaba tan poco fruto. Estando en este pensamiento, se fué cierto día a pasear por el campo en vez de acudir a la lección, y an duvo vagando hasta que, rendido de sed y de cansancio, se le ocurrió sentarse junto a un pozo. A poco de estar allí sentado, echó de ver que en el bro cal, que era de piedra dura, había canales, surcos y hoyos que con el uso y el tiempo habían hecho las sogas y las lluvias, y dijo entre sí: «Pueden las sogas y las gotas de agua cavar la dura piedra y hacer estas señales con la constancia del tiempo, y ¿no podrán la costumbre y el continuo estu dio ablandar mi cerebro e imprimir en mi alma la ciencia- y doctrina?» Con esto volvió a su estudio, dióse m uy de veras a toda ciencia y fué en ellas tan consumado, que no hubo en su tiempo quien le igualase en ningún género de letras divinas y humanas, ni en las lenguas latina, griega y hebrea que sabía perfectamente, com o se ve en los muchos y excelentes libros que escribió de varias y raras materias, con las cuales ilustró a la Igle sia Católica y mostró la excelencia de su ingenio y sabiduría, y cuyo catá logo escribieron sus discípulos San Ildefonso y San Braulio, arzobispos res pectivamente de Toledo y Zaragoza.
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VIDA MONÁSTICA
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L rey Leovigildo había martirizado a su hijo San Hermenegildo, y des terró a San Leandro y a San Fulgencio. Afligióse sobremanera Isidoro con esto; pero no desmayó su ánimo, antes bien, quiso proseguir la lucha emprendida por sus dos hermanos contra los herejes, a los cuales opuso con gran valor. Disputó con ellos con tanto celo, elocuencia y doctrina
que, no pudiendo resistirle ni responder a sus argumentos, trataron de ma tarle, teniendo por afrenta el verse vencidos de un mozo de tan pocos años, com o entonces era Isidoro; y pusiéranlo por obra si Dios se lo hubiera con sentido; pero le destinaba a mayores cosas. Entretanto llególe al rey Leovigildo la hora de la muerte, y como si en aquel supremo trance quisiera arrepentirse de sus horrendos delitos y aplacar por algún medio la justa ira y venganza del Señor, hizo volver del destierro a San Leandro, le llamó junto a sí, y le encargó de la crianza y tutela del joven príncipe Recaredo. Gran contento y alegría experimentó Isidoro con la vuelta del destierro de su hermano mayor, por lo mucho que le estimaba y por las vivas ansias que tenía de pelear junto a él en defensa de nuestra fe y sacrosanta religión. San Leandro tuvo noticia del grave peligro en que estaba Isidoro de perder la vida en manos de los arríanos, le reprimió para que no disputase más con ellos y determinó encerrarle en un monasterio para librarle del peligro; lo cual hizo, teniéndole recluso hasta que él murió; y para que Isidoro se aprovechase de aquel retiro y se preparase en él debidamente a la vida ecle siástica, puso a su disposición los más . sabios maestros que a la sazón flore cían en España. Tuvo en ello San Leandro inspiración del Señor, que quería traer a su siervo Isidoro a extraordinaria santidad de vida por la práctica rigurosa y constante de las virtudes monásticas en aquellos años que vivió en el con vento, cuyo recuerdo quedó grabado en su mente y corazón, com o se echa de ver en sus escritos del monaquismo, y más todavía en la sapientísima regla de veinticuatro capítulos que escribió para los monjes españoles. Aun que se refiera poca cosa de la vida que llevó Isidoro mientras fué monje, no cabe duda que se ejercitaría en todas las virtudes que deben resplandecer en un ministro del Señor, y se capacitaría para la carga del episcopado. Por lo cual no es de maravillar que, al morir San Leandro, le sucediese Isidoro en la sede de Sevilla; porque, aunque estuviese escondido en el claustro, no había persona que se olvidase del joven clérigo que años antes había defen dido la verdadera fe con tanto denuedo y elocuencia.
ARZOBISPO DE SEVILLA ABIEN D O muerto San Leandro y vacando la Iglesia de Sevilla, el rey Recaredo, que deseaba proveerla de un singular y católico doc tor, nombró a Isidoro por arzobispo y sucesor de su hermano en aquella Silla, con grandísima satisfacción y contento de la ciudad de Sevilla y de todo el reino de España, por la grande opinión que tenían de su san tidad y doctrina. Todos se congratulaban de su exaltación, menos él, que
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lloraba y se tenía por indigno de aquella distinción, suplicando al rey que eligiese a otro que fuese digno de ella; pero, viendo que no le valían sus ruegos, bajó la cabeza y rindióse a la voluntad del Señor. Pronto resplandecieron sus virtudes y el mundo quedó alumbrado con el brillo de su ciencia. Eran admirables su humildad, caridad, benignidad, afa bilidad, modestia, paciencia y mansedumbre. L o que más afligía su corazón de padre y pastor eran los abusos y desór denes del clero, y el olvido de las leyes eclesiásticas. Con' el fin de regla mentar la vida de los clérigos y las relaciones de los sacerdotes con los obispos, juntó un concilio en Sevilla en el año 619 y otro en Toledo en el 633, restableciendo con ello en las iglesias españolas los estatutos apostólicos, los decretos de los Padres y las principales instituciones de la santa romana Iglesia. Era piadosísimo con los pobres, apacible con los ricos, fuerte con los poderosos, devotísimo en la iglesia, vigilante en la reforma de las cos tumbres, constante en la disciplina eclesiástica, suavísimo para todos; y para sí, riguroso y severo.
INSTITUCIONES DE SAN ISIDORO AS porque entendió que la traza y fundamento de todo lo bueno que se quiere edificar en la nación es la instrucción de la juventud y la crianza de los hijos en virtud y letras cuando están blandos y admiten fácilmente cualquier impresión, edificó algunos colegios en que se instruyesen los mozos, no solamente de su arzobispado, sino también otros de toda España que a ellos quisiesen acudir, com o hacían muchos. E l santo prelado les daba preceptos, ordenaba lo que habían de aprender, y les ense ñaba las cosas más altas, com o maestro superintendente de todos, siempre en aras de su celo y caridad. Eran esas escuelas verdaderas universidades de las que salieron varones, insignes, eminentes en sabiduría y santidad, com o San Ildefonso y San Braulio; en ellas se enseñaba Latín, Griego y Hebreo, Historia y Geografía, Astronomía y Matemáticas, y además Sagrada Escritura, Derecho, Filoso fía y Teología. Para los estudiantes que a ellas acudían, escribió el ilustre San Isidoro multitud de tratados cuya extensión y profunda doctrina pas man a los mayores ingenios, porque abrazan todos los conocimientos huma nos de aquella época, desde la más sublime Teología hasta la Agricultura y Economía rural. La principal de sus obras, o sea los veinte libros de los Orígenes o Etim ologías, es una verdadera Enciclopedia o Diccionario uni versal que descubre el raro y agudo ingenio de su autor, com o también su extraordinaria erudición y asombroso trabajo de investigación.
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L volver de Roma, toda la ciudad de Sevilla se presenta a San Isidoro; su entrada es verdaderamente triunfal. Todos
quieren verle, y a tal punto llega este afán que una pobre mujer es ahogada por la muchedumbre. Llévansela al Santo, el cual ob tiene del cielo que recobre la vida.
A juicio del santo Doctor, la verdadera ciencia debe tener por funda mento el profundo conocimiento de la divina revelación, porque estaba con vencido de que los males de la sociedad, las discordias civiles y las discu siones entre clérigos, tienen por causa primera y principal la ignorancia de la Sagrada Escritura; y así, para fomentar su estudio, revisó la Vulgata y escribió sapientísimos comentarios desentrañando su sentido espiritual; sus obras exegéticas constituyen un admirable tratado de Sagradas Letras. Presidió el IV Concilio toledano y el II hispalense, en los cuales fué de gran peso su parecer para esclarecer los dogmas de nuestra santa fe y des hacer los errores contrarios y para la reforma de la vida y costumbres de los ñeles. En el Concilio hispalense convenció a un obispo sirio, llamado Gre gorio, inficionado de la herejía de los acéfalos, teniendo con él pública dispu ta en la catedral de Sevilla en presencia de la muchedumbre que llenaba el tem plo. Cinco horas duró la disputa y al cabo Gregorio reconoció sus erro res y los confesó, y se redujo a la fe católica por la doctrina y prudencia de San Isidoro, del cual dicen algunos que fué luego a Rom a, llamado por San Gregorio papa, que en Constantinopla había tenido m uy estrecha amistad con San Leandro, su hermano, y le había dedicado el maravilloso libro de los M orales que escribió sobre Job. Isidoro fué recibido con grande contento y alegría de toda la corte y ciudad. Fué devotísimo de la Santa Sede apostólica romana, reconociéndola por madre y maestra de todas las Iglesias y por puerto seguro de la fe católica, a la cual se deben acoger los fieles en todas las borrascas y tempestades; y así en una carta que escribió a Eugenio, Arzobispo de Toledo, que le había preguntado si todos los Apóstoles habían recibido de Cristo igual potestad, le responde estas palabras: «En lo que preguntáis de la igualdad de los A pós toles, Pedro es superior a todos, el cual mereció oír del Señor: Tú serás llamado Cefas; tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré m i Iglesia; y no de otro sino del mismo H ijo de Dios y de la Virgen recibió el primero la honra del pontificado en la Iglesia de Cristo, y después de la resurrección del H ijo de Dios, mereció oír: A pacien ta mis corderos, entendiendo por corderos a los prelados de las Iglesias. Y aunque la dignidad de esta potestad se ex tiende a todos los Obispos católicos, con privilegio y gracia singular es propia del Pontífice romano, com o cabeza de toda la Iglesia y más excelente que sus miembros, la cual durará siempre, y así, el que no le obedece con reverencia y vive apartado de su jefe, queda sin espíritu y vigor com o hom bre sin cabeza». Compuso y reformó el oficio eclesiástico de la Misa y de las otras Horas para que en toda España se rezase de la misma manera, e hizo misal y breviario que por su nombre se llamó de San Isidoro y después, toledano, porque fué aprobado en un concilio de Toledo. También se llamó mozárabe, por haber usado de él los cristianos que vivían entre los moros, y por esto
los llamaban mozárabes, o m ix ti árabes, porque estaban mezclados entre los árabes y moros. H oy día hay dos parroquias en la ciudad de Toledo que nlgunos días del año usan de este oficio de San Isidoro, y en la santa iglesia Catedral de esta ciudad existe la capilla de los mozárabes, con ocho cape llanes, fundada por don Francisco Jiménez de Cisneros, arzobispo y cardenal »le Toledo. También en Salamanca subsiste todavía una fundación algo posterior a Cisneros, hecha por el doctor Rodrigo Arias Maldonado, llamado el doctor ile Talavera, por la que se celebra misa según el rito mozárabe seis días al año.
SU INFLUENCIA EN LAS IGLESIAS DE ESPAÑA
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pesar de los grandes trabajos que tenía siempre entre manos, visi taba con mucha frecuencia todos los pueblos de su diócesis y , no con tento con eso, recorría también todas las provincias del reino, llevado del encendido amor que tenía a las almas, y predicaba por doquier la sa vadora doctrina evangélica. Se apenaba su alma por la ceguera y el empeder nido corazón de los judíos, que por entonces eran muchos e influyentes en España. A su hermana Santa Florentina dedicó Isidoro un excelente tratado contra los errores de los judíos, y al rey Sisenando le instó a que intentase trazas y estudiase medios para traerlos a la verdad. El Señor premió su celo con algunas conversiones. Su influencia cerca de los reyes visigodos fué considerable. Ninguna cosa importante emprendían los príncipes sin haber antes pedido el parecer del insigne prelado, el cual prestó en toda ocasión al poder civil ayuda leal y desinteresada. Fué el primero que firmó el decreto por el cual se trasladaba la silla metropolitana de Cartagena a Toledo, la nueva capital visigoda. En los concilios, solía solicitar el concurso del soberano para la ejecución de los decretos episcopales, y él a su vez se anticipaba a los deseos del príncipe otorgándole privilegios en asuntos eclesiásticos. A instancias del rey Sisenando, dió forma a la constitución política de España en el IV Concilio toledano, inaugurando, o por lo menos consoli dando, el régimen de estrecha unión de los poderes civil y religioso, y asen tando en la legislación del reino los más provechosos principios del Derecho canónico. Mas aquel régimen no podría durar si los príncipes traspasaban las obligaciones de su cargo. Por eso, el oráculo de las Iglesias de España, San Isidoro, les recuerda con energía esas obligaciones en sus escritos y discursos. P oco tiempo antes de su muerte presidió un Concilio. Habiendo votado los obispos cuanto Isidoro había propuesto para el buen gobierno de las Iglesias, levantóse ante la ilustre asamblea, avisándoles y profetizándoles que si se apartaban de la ley santa del Señor y de la doctrina evangélica
que habían recibido, caería España de la cumbre de aquella felicidad en que estaba en un abismo de gravísimas calamidades y miserias, y se vería afli gida de hambre, peste y espada; pero que si después reconociesen y llorasen sus pecados e hiciesen penitencia de ellos, Dios los levantaría a mayor estado y felicidad, y los haría más gloriosos que a otras muchas naciones; lo cual vemos cumplido en la destrucción de España por los moros que la domi naron por espacio de ocho siglos; mas después de haberlos vencido y echado de su reino, el Señor la llenó de gloria en los reinados de los Reyes Cató licos, Carlos V y Felipe II, que por la extensión de sus Estados podía decir «que en ellos no se ponía nunca el sol».
POSTREROS INSTANTES Y GLORIOSO TRÁNSITO
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AN Isidoro gobernó santamente su Iglesia por espacio de treinta y seis años. Entendiendo que se acercaba el tiempo en que Dios le quería llevar para sí, se dió con más fervor a la oración y obras de misericor dia y penitencia, para mejor disponerse a la muerte. Al cabo, habiendo hecho llamar a dos obispos amigos suyos, Eparcio y Juan, se hizo llevar a la igle sia de San Vicente y , habiendo tomado asiento en el presbiterio en un lugar desde donde podía dar la postrera bendición a su amado pueblo, despojóse él mismo de sus vestidos y , cubiertas sus carnes de cilicios y ceniza, hizo al Señor esta oración: — Señor Dios, que conoces el corazón de los hombres; Tú, que perdonaste al publicano todos sus pecados cuando humildemente se daba golpes de pe cho allá lejos del altar, al que no se creía digno de acercarse; Tú, que devol viste la vida a Lázaro cuatro días después de su muerte: oye ahora mi con fesión y aparta tus ojos de los innumerables pecados que cometí contra tu soberana Majestad. Acuérdate, Señor, que para mí, pecador, y no para los justos, pusiste en tu Iglesia el saludable baño del sacramento de la Penitencia. Pidió luego la absolución y después con gran humildad, devoción y re verencia recibió de mano de los obispos el cuerpo y sangre del Señor, pos trado en el suelo, y pidió perdón a todos los presentes y ausentes, por si a alguno hubiese ofendido, y encomendó a todos el amor fraternal y la caridad. Finalmente, habiendo mandado llamar a todos sus sacerdotes, les per donó las deudas, dió a los necesitados todo lo que tenía y así, pobre de espíritu y rico en Cristo, puesto sobre ceniza delante del altar mayor, ben dijo al pueblo y dió su bendita alma al Señor y Criador a los 4 de abril del año de 636, el primero del reinado de Quintila. Su cuerpo fué sepultado en Sevilla y, habiéndose apoderado los moros de aquella ciudad, Femando I, rey de Castilla y León, con grandes ruegos
y dádivas alcanzó de Benabeto, rey m oro de Sevilla, que le diese el cuerpo de San Isidoro, y lo llevó a León y le colocó en el suntuoso templo de su nombre, que para este efecto había edificado, donde al presente está en un arca de oro con la decencia y reverencia que conviene. Obró Dios muchos milagros por m ediación de San Isidoro tanto en vida com o en muerte, siendo dos de ellos la resurrección de una mujer asfixiada por la muchedumbre y la curación de un ciego con sólo tocar el guante del Santo; y en las guerras que los cristianos hicieron contra los moros, invo cando su favor fueron socorridos y ayudados. Toda España ha recibido no tables beneficios de su santidad, doctrina y particular patrocinio. Vivió San Isidoro entre las dos edades Antigua y Media, y así nos ha transmitido las enseñanzas de los insignes doctores que le precedieron; muchos le consideran el último Padre de la Iglesia latina. El V III Concilio toledano le llamó «D octor excelentísimo, gloria y prez de la Iglesia católica y el más ilustre varón de los postreros siglos»; el papa León IV nombraba a San Isidoro en parangón con San Jerónimo y San Agustín. La santidad de Inocencio X I I I le proclamó D octor de la Iglesia universal a los 25 de abril del año 1722.
SANTORAL Santos Isidoro, arzobispo de Sevilla y doctor; Platón abad; Benito de Palermo, franciscano, cuya fiesta se celebra el día 3 ; Pedro II, obispo de Poitiers; Zósimo, anacoreta; Víctor, obispo en Cataluña, y mártir, a mediados del siglo i ; Hildeberto, abad de San Pedro de Gante y mártir; Teonas, solitario; Agatópodes, diácono, y Teódulo, lector, mártires en Tesalónica; San Ambrosio, obispo de Milán y doctor de la Iglesia, cuya fiesta se cele bra el 7 de diciem bre; Publio, contemporáneo de Juliano el Apóstata; Efrén, obispo venerado en Jerusalén. Santa Aleth, madre de San Bernardo.
SAN PLATÓN, abad. — Es uno de tantos santos que, habiendo nacido entre riquezas, las despreciaron para abrazarse con la pobreza voluntaria, a fin de seguir más de cerca a Jesucristo, pobre por amor nuestro. Era de talento sumamente despierto y espíritu muy cultivado en las Letras, tanto humanas como divinas. En plena juventud se retiró al monasterio de los Símbolos, situado en la cima del monte Olimpo, donde le fueron impuestas muchas y duras pruebas, a las que se sometió con profunda y santa alegría. Mientras ejercía el cargo de abad de dicho monasterio, una persecución de Constantino V I obligó a los religiosos a disper sarse, y algunos de ellos sufrieron el martirio. Platón se salvó y estuvo en Cons tantinopla, predicando la doctrina de Cristo, para la cual ganó muchos adeptos; consiguió, además, desterrar la lepra de la blasfemia. En los concilios de Cons-
tantinopla (786) y de Nicea (787) logró un triunfo rotundo contra los iconoclastas. Fué encarcelado por oponerse al divorcio de Constantino VI, y después, desterrado por divergencias religiosas con Nicéforo, elevado a emperador en una revolución que desterró a Irene, madre de Constantino. Mucho tuvo que sufrir durante los cuatro años que duró su destierro. Perdonado por Miguel I, volvió a su celda de Constantinopla, en la que murió plácidamente, el año 813, a los setenta y nueve de edad, -después de haber perdonado a sus enemigos. i
SAN ZÓSIMO, anacoreta. — De este Santo hemos hecho mención en la vida de Santa María Egipcíaca. Vivió en Palestina, a fines del siglo iv, durante el imperio del español Teodosio el Grande. Llevaba vida monacal y era consultado por muchos. El demonio le tentó una vez con un pensamiento de vanidad: se creyó un religioso perfecto. Pero fué aleccionado por otro monje desconocido, que le dijo: «Es cierto, Zósimo, que hasta ahora habéis luchado bien; pero, ¿qué hombre puede envanecerse de ser perfecto? Sabed que hay otros caminos distin tos de los que habéis seguido para alcanzar la salvación; y para que os conven záis de ello, salid de este país e id a un monasterio que hay situado en las riberas del Jordán». Admirado Zósimo de tal aparición, dió cumplimiento a las palabras del aparecido. Allí se encontró con hombres que parecían seres de otro mundo, pues sólo se dedicaban al trabajo manual y a la oración, y cuyo único alimento era pan y agu a; a esta penitencia añadían la del áspero cilicio, que atormentaba sus carnes. Durante la Cuaresma llevaba vida penitente en el desierto, junto al Jordán. Allí fué donde encontró Zósimo a María Egipcíaca, la penitente. Murió a los cien años, lleno de merecimientos, alcanzados en su santa y larga vida.
SAN TEONAS, solitario. — Era hombre dotado de vivísima inteligencia, y se hallaba provisto de toda la cultura de los sabios de Grecia, Roma y Egipto, cuyos idiomas hablaba. Vivió en una celdita por espacio de treinta años, sin hablar más que una vez, con ocasión de devolver la libertad a dos ladrones, que al ir a ro barle, quedaron como cosidos en el suelo sin poderse mover. Realizó muchos mi lagros, sobre todo la curación de enfermedades. Murió siendo abad de un monas terio de la Tebaida, a últimos del siglo iv.
DIA
5
DE
ABRIL
SAN V I C E N T E DE LA ORDEN DE PREDICADORES
L
FERRER (1350 - 1419)
A nobilísima ciudad de Valencia, cabeza del reino del mismo nombre, fué cuna del glorioso San Vicente Ferrer, luz y espejo de predica dores, gloria de España y ornamento de su patria. Sus padres, de' la antigua familia de los Ferreres, eran nobles según la carne, pero mucho más ilustres por sus cristianas y loables costumbres: porque entre las otras muchas virtudes que tuvieron, eran m uy benignos y misericordiosos y al cabo del ano daban a los pobres todo lo que les sobraba de su honesto sustento. Su padre se llamaba Guillermo y su madre Constancia Miguel, la cual, antes de que naciese Vicente, que fué a los 23 de enero del año de 1350, tuvo señales de que había de dar a luz un niño que sería de la Orden de Santo Domingo, y con su predicación alumbraría al mundo; porque oyó algunas' veces ladridos com o de algún perrillo dentro de sus entrañas y , comunicando esto con el arzobispo de Valencia, que era pariente suyo, le dijo que sin duda el niño que de ella iba a nacer sería gran predicador y pregonero de Jesucristo, que con sus ladridos espantaría los lobos de su ganado; y así el Santo solía decir: «Y a veis lo que soy: un perro que corre por el mundo la drando contra los lobos infernales; y por cierto que es para mí muy grande honra el ser perrillo del Señor.»
Desde su niñez fué m uy agraciado y tan afable que todos los que le mi raban se le aficionaban. Comenzó a aprender las primeras letras y a la edad de diez años aventajaba a sus condiscípulos y sabía más que todos ellos y , com o quien se ensayaba para lo que después había de ser, algunas veces juntaba a varios muchachos de su edad y les decía: «Oídme, niños y juzgad si soy buen predicador»; y , haciendo la señal de la cruz en la frente, refería algunas razones de las que había oído a predicadores en Valencia, imitando la voz y los meneos de ellos tan vivamente que dejaba admirados a los que le oían. • Estudió Gramática, Lógica y Teología y con su agudo ingenio, feliz me moria y perseverancia en los estudios alcanzó gran ciencia y fama. Cuando en los sermones oía nombrar a la sacratísima Virgen María, se regalaba y regocijaba mucho, y decía que era buen predicador el que hablaba de las excelencias de Nuestra Señora, y así él no predicó luego ningún sermón que no empezase con el Avemaria. %
VOCACIÓN. — TENTACIONES. — MILAGROS
E
N llegando a la edad de dieciocho años, y considerando la vanidad, mutabilidad y peligros de las cosas del mundo y los lazos que el de demonio tiene armados en todas ellas, determinó darles libelo de re pudio y abrazarse con Jesucristo crucificado. Fuese al convento de los dres Dominicos de Valencia y el prior y demás Padres le recibieron con extraordinario contento y alegría; diéronle el hábito y él lo tom ó con gran devoción y ternura com o quien sabía lo que tomaba y conocía el tesoro in estimable que está escondido debajo del pobre hábito de la religión. Luego se puso a leer con atención la vida de su padre Santo Domingo, para tomarle por dechado e imitarle en todo lo que él pudiese. Ocupábase en todas las obras de humildad, maceraba su carne con ayunos y penitencias y su vida era un perfecto retrato de la vida religiosa. Acabado el noviciado, le encomendaron los superiores que leyese un curso de Lógica a algunos religiosos del convento y a los que venían de fuera a oírle, lo cual hizo con rara modestia y virtud. Después le enviaron a los 'conventos de Barcelona y de Lérida, donde había famosos letrados de la Orden, para que tratase con ellos y , siendo de edad de veintiocho años, le graduaron de Maestro en Teología en la universidad de Lérida. Volvió a Valencia donde fué recibido con gran regocijo de toda la ciudad y , a ruegos del arzobispo y del pueblo, comenzó a predicar la palabra de Dios con grandísimo aprovechamiento de todos y autoridad suya y de su re ligión, porque en toda Valencia a él sólo llamaban el docto, el santo y siervo fidelísimo de Jesucristo; y lo era tan de veras que en sus sermones nunca
n c buscaba a sí, ni el aplauso y aura popular, sino sólo la gloria del Señor y el bien de las almas, y su objeto no era deleitar, ni enternecer, ni mover h admiración a los oyentes, sino quebrantar los corazones duros, compun girlos fe inflamarlos en el amor de Dios. Temiendo el enemigo del linaje humano la vida santa y la predicación lun fervorosa y provechosa de San Vicente, determinó derribarle si pudiese y hacerle caer en algún pecado grave e infame. Para ello, estando el Santo haciendo oración una noche se le apareció el demonio en figura de venerable ermitaño con barba negra y larguísima. Parecía en su aspecto un San AnImiio abad, o un San Pablo, primer ermitaño, o uno de aquellos santos monjes del yermo. «Oye, Vicente— le dijo— ; y o soy uno de aquellos antiguos solitarios de Egipto y, a pesar de haber sido en mi mocedad muy des enfrenado y disoluto, después hice penitencia y el Señor me dió el premio de la vida eterna. Ahora, si quieres seguir mis consejos, te diré que no te mates ni aflijas tanto con los ayunos y penitencias, sino que dejes eso para la vejez, y mientras eres mozo te huelgues y entretengas en los gustos de esta vida.» Entendió el Santo que aquel no era ermitaño venido del cielo, sino demonio con máscara de ermitaño y , haciendo la señal de la cruz, le rechazó. Otra noche, estando orando delante de un crucifijo, se le puso ante sí el demonio en figura de un negro de Etiopía, grande y feísimo, y le dijo: «No te dejaré de perseguir hasta que caigas torpemente y quedes vencido.» Otra vez, leyendo el libro admirable que escribió San Jerónimo acerca de la perpetua virginidad de Nuestra Señora, oyó una voz que le dijo: «No da Dios a todos esa gracia, ni tampoco tú la alcanzarás, antes la perderás muy presto.» Mas com o el demonio vió que por sí mismo en tantos combates y peleas 110 le había podido vencer ni derribar, pensó poderlo hacer más fácilmente por medio de algunas mujeres perdidas, y en particular de una, noble, her mosa y atrevida, la cual, instigada del demonio, usó de toda suerte de as tucias para provocar al Santo. Pero el Señor permitió que entrase el demonio en el cuerpo de aquella miserable, haciéndole dar grandes voces. Los criados y la gente de casa acudieron para saber la causa y hallaron que estaba en demoniada; llamaron a sacerdotes y exorcistas, pero nada pudieron, porque todas las veces que le conjuraban, respondía el demonio: «N o saldré de este cuerpo hasta que venga a echarme de él aquel que estando en el fuego no pudo ser quemado.» Rogaron al Santo que fuese a verla, y, en entrando Vi cente en el aposento donde estaba la mujer, el demonio dió un grande ala rido y dijo: «Éste es el hombre que no se quemó en medio de las llamas; ya no puedo estar más aquí.» Y diciendo esto se partió dejando medio muerta a la mujer. Los milagros que el Señor obró por San Vicente fueron tantos que Pedro
Ranzano, fraile de su Orden que escribió su vida en cinco libros, dice que fueron más de ochocientos sesenta los que se sacaron de solos cuatro pro- 1 cesos. Estando predicando en la villa de Morella, resucitó a un niño que j había sido hecho pedazos por su madre, mujer lunática que a tiempos perdía ] el juicio y se embravecía. ' En la bula de su canonización, el papa Pío II que la despachó, dice estas j palabras: «La divina virtud hizo por él muchos milagros para confirmación j de su predicación y vida... Porque a muchos demonios echó de los cuerpos < humanos, a muchos sordos hizo oír, y a muchos mudos, hablar; alumbró I ciegos, limpió leprosos, resucitó muertos y dió salud a otros que estaban afligidos con muchas enfermedades.» Teníanle todos por hombre alumbrado de Dios e ilustrado con revela- ¡ ciones, y por profeta, que con luz divina veía las cosas ausentes o futuras. ] com o si las tuviera presentes y delante de los ojos. Una vez, predicando ’ en Zaragoza, comenzó a llorar amargamente, y de allí a poco se enjugó los ojos y calló, y después de haberse sosegado, dijo que en aquella hora había ■ expirado en Valencia su madre: y poco después se supo ser verdad su muerte. : Otra vez, predicando en Barcelona en tiempo de grandísima hambre,, ! estando la gente muy afligida y sin esperanza de remedio, les dijo que se alegrasen, porque antes de la noche llegarían al puerto naves cargadas de trigo con que se remediaría su necesidad, y así fué.
SAN VICENTE Y LA IGLESIA
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OR entonces permitió Dios nuestro Señor un lastimoso cisma en la Igle sia. Había tres Papas, y cada uno tenía diversos reinos y provincias 1 que le obedecían. Entendiendo San Vicente que don Pedro de Luna, que era uno de los tres, y se llamaba Benedicto X III , tenía mejor dere y era el verdadero y legítimo Papa, aconsejó al rey don Fernando de Aragón que le prestase la obediencia, lo cual hizo, lo mismo que el rey de Castilla. ; Pero com o el derecho que cada uno de los 'Papas alegaba en su favor fuese oscuro y muy enmarañado y dudoso, para acabar un cisma tan prolijo, peligroso y pernicioso, se tom ó por medio que cada uno de los tres Papas renunciase al sumo pontificado y que se eligiese un nuevo Pontífice que fuese cabeza y pastor universal en toda la Iglesia, y ella le reconociese j por tal. L o hicieron Gregorio X I I y Juan X X I I I en el concilio de Constanza; i pero Benedicto X I I I nunca lo quiso hacer por mucho que el emperador ! de Alemania y el rey de Aragón en persona y otros príncipes y embajadores j se lo rogaron. Entonces San Vicente aconsejó al rey don Fernando que j quitase la obediencia a Benedicto por su contumacia y rebeldía; y así lo
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RESÉNTASE el demonio anie San Vicente Ferrer con aspecto de santo ermitaño y dícele que modere sus ayunos y peniten
cias. El Santo entiende quién es, hace la señal de la cruz y , enco
mendándose a la Santísima Virgen, le dice: —¡Oh antigua serpiente!, ¿piensas que no te conozco?
hizo, porque la autoridad del Santo bastó para que le diese la obediencia y para que se la quitase. E l concilio de Constanza recibió carta de San Vicente Ferrer y Santa Coleta y eligió por sumo pontífice a Martín V , que fué exce lente Papa. En el mismo Concilio hubo grandes disputas y debates sobre ciertas cosas m uy importantes y dificultosas, y no pudiéndose averiguar lo que en ellas se había de hacer por ser muchos y contrarios los pareceres, determinó el Concilio de consultarlas con San Vicente, que a la sazón predicaba en Borgoña; y para esto se envió al cardenal Pedro Aníbal, acompañado de dos teólogos y otros dos canonistas para saber del Santo lo que le parecía que se debía hacer. Él, com o humilde, se corrió de tan solemne embajada, y re solvió con la luz que tenía del cielo lo que se le propuso, y con gran feli cidad desmarañó las dificultades que tantos y tan doctos letrados no habían podido entender y declarar.
APÓSTOL Y SANTO
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REDICÓ San Vicente no solamente en Valencia, sino también en los otros reinos de España y en Francia, Inglaterra, Escocia, Irlanda, Piamonte, Lombardía y buena parte de Italia, con extraordinario y maravilloso fruto de las almas. En España convirtió a la fe de Cristo a más de veinticinco mil judíos y dieciocho mil moros, de los que en aquel tiempo vivían en ella. Algunas veces, estando predicando, tenía revelación de Dios que habían de venir a oírle, y él se paraba com o arrobado en el pulpito, aguardándolos, mientras el auditorio, maravillado, esperaba sin saber la causa de aquel silencio y suspensión. La misma forma y traza de su predicar era rara y a propósito para mover al auditorio. Al principio de su predicación exhortaba a la penitencia. Después combatía algún vicio y pecado, declarando su fealdad con tan gran enca recimiento y sentimiento, que él mismo se enternecía y lloraba y hacía llorar a los demás, especialmente a los que estaban afectados de aquel vicio. Acon tecióle alguna vez predicar del juicio final con tanta fuerza y vehemencia, que muchos de los pecadores allí presentes se postraron en tierra y con grandes lágrimas confesaron públicamente sus pecados y pidieron perdón de ellos. Muchos de los que se convertían le seguían de pueblo en pueblo disci plinándose terriblemente en satisfacción de sus pecados; y eran tantos los disciplinantes que había tiendas de disciplinas, com o si fuera feria de azotes, y se disciplinaban con tanto rigor, que se hallaban en sus ropas pedazos
grandes de carne. Este espectáculo, que era m uy ordinario, movía a los demás y los dejaba compungidos y llorosos y deseosos de imitar aquella rigurosa penitencia, o a lo menos la enmienda de la vida. N o solamente tenía San Vicente cuidado de enseñar y reformar a los hombres doctos y letrados, sino también de instruir y catequizar a los niños acerca de lá señal de la cruz, del Padrenuestro, Avemaria, Credo, Salve, Y o pecador, invocación de los nombres de Jesús y María, necesidad de la oración, de oír misa, etc. Dióle el Señor entendimiento despierto, agudo ingenio, rara memoria, singular doctrina, conocimiento e inteligencia de la Sagrada Escritura, voz fuerte, blanda, sonora y penetrante, y todos los talentos y requisitos para que pudiera ejercer bien su oficio de predicador. Pero aunque estos dones naturales eran tantos y tan grandes, no fueran tan eficaces ni tan fructuosos de no ir acompañados con una singular gracia del Señor, que resplandecía admirablemente en su vida; porque andando tantos caminos com o anduvo, por espacio de tantos años, no perdió un punto de su religión. Era amigo de la santa pobreza, no tenía sino un hábito, un escapulario y una capa de paño basto, ni llevaba consigo sino un breviario y una Biblia. Durante cuarenta años ayunó cada día, excepto los domin gos; dormía sobre sarmientos y desde mozo se disciplinaba cada noche. Andaba siempre a pie, hasta que estando después malo de una pierna, iba a caballo en un jumentillo. Comúnmente guardaba este orden y distribución en su vida: Daba a su fatigado cuerpo un poco de reposo y todo el resto de la noche la gastaba en estudio, oración y contemplación. A la mañana iba al lugar donde había de predicar, y allí, después de haberse confesado, él mismo cantaba la misa con gran solemnidad y aparato y órganos que llevaba consigo; porque todo esto le parecía que despertaba la devoción y disponía y ablandaba los ánimos de los oyentes para estampar en ellos más fácilmente la doctrina evangélica. i La vida de San Vicente era vida apostólica y que movía a los oyentes más que sus palabras, y Dios nuestro Señor, con algunos prodigios divinos le hacía más admirable, porque predicando en las plazas y en los campos a innumerable gente, todos oían lo que decía, así los que estaban lejos como los que estaban cerca; y , predicando en lengua valenciana a personas de di ferentes naciones y lenguas, le entendían com o si predicara en su propio idioma. Mas con haber tenido el glorioso San Vicente tan próspero curso en la navegación de su predicación, no le faltaron borrascas y contrariedades; porque el demonio por sí mismo y por sus aliados y ministros procuraba turbar la mar y desasosegar al Santo para que no navegase con tan fa vorables vientos. Estando predicando en Murcia a poco menos de diez mil
personas, se vieron venir por una calle tres caballos desbocados y m uy furiosos, relinchando y echando humo por las narices, que iban a precipitarse sobre la gente que oía el sermón, la cual, asustada y llena de pavor quería huir; mas el Santo la detuvo diciéndoles qué hiciesen la señal de la cruz y aquellos demonios desaparecerían, y así fué, en efecto. Otra vez, un jumento estaba paciendo allí cerca de donde el Santo pre dicaba e, instigándole el demonio, comenzó a rebuznar tantas veces y tan fuertemente, que no podía la gente oír el sermón. Mandóle San Vicente que callase, y el demonio quedó corrido y obedeció.
MUERTE DEL SANTO. — NUEVOS PRODIGIOS ABIE N D O este predicador insigne sembrado la semilla del cielo en tantas y tan diversas provincias y reinos, fué a una provincia de Francia, que llaman Bretaña, para ilustrarla con sus luces y arran car de ella las espinas y -malas hierbas de vicios, y plantar, com o buen hortelano, el germen de las virtudes. Hallábase ya m uy cansado de los muchos trabajos de tantos años, y debilitado con sus continuos ayunos y penitencias, pero no por esto dejaba de ayunar y predicar; y era cosa maravillosa ver que antes que subiese al púlpito, apenas se podía mover y , en subiendo y conmenzando a predicar, lo hacía con tanta fuerza com o cuando mozo. Aconsejáronle y rogáronle mucho sus compañeros que se volviese a Va lencia para acabar en ella sus días, y com o el Santo era benigno y suave de condición, condescendió con ellos, y se partió de noche para España. Pero a la mañana, cuando pensó haber andado algunas leguas, se halló a la puerta de la misma ciudad de Vannes. Entendió que el Señor quería que muriese allí, y así lo dijo a los que le acompañaban. Entró en la ciudad y al cabo de pocos días le dió una calentura muy recia. Y aunque él estaba aparejado y toda su vida había sido una continua meditación de la muerte, todavía hizo confesión general con un fraile de su Orden y recibió la indulgencia plenaria que el Sumo Pontífice Martín V para aquella hora le había concedido. Después, habiendo cumplido- con el obispo, magistrado y gente principal de la ciudad, que con gran sentimiento habían venido a visitarle, y encargádoles que recordasen y guardasen fiel mente lo que él en aquellos dos postreros años les había enseñado — porque haciéndolo así, él desde el cielo les ayudaría con sus oraciones, y Dios los favorecería— , mandó que cerrasen las puertas para que los muchachos que venían a tomar su bendición no interrumpiesen su trato con Dios, ni tur basen la paz y quietud de su alma; porque quería gastar aquellos últimos
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días de su enfermedad en entretenerse con su Am ado. Así lo hacía, es tando absorto y com o arrebatado en la contemplación del sumo bien y an helando aquella patria, para la cual él había caminado con acelerado paso a tan grandes jornadas. Finalmente, habiendo recibido los santos Sacramentos, con alegría ex terior más que humana dió su espíritu al Señor, a los 5 de abril del año de 1419. Su cuerpo fué enterrado en la iglesia mayor, estando presentes el duque de Bretaña y otros muchos señores y príncipes, y tan grande con curso de gente que por espacio de tres días no se le pudo sepultar. Después de muerto hizo Dios tantos y tan grandes milagros por inter cesión del Santo com o los había hecho estando en vida. El agua con que lavaron su sagrado cadáver dió salud a muchos enfermos, y el colchón en que murió, sanó de calenturas y otras enfermedades a más de cuatrocientos que se echaron con devoción sobre él. San Vicente Ferrer fué canonizado por el papa Calixto III, a los 29 de junio del año de 1455, cumpliéndose con ello la profecía del Santo, el cual, siendo todavía niño aquel sumo Pontífice, en tres ocasiones se paró delante de él diciendo: «Éste me canoniza^». La Iglesia trae y celebra su festividad a los 5 del mes de abril; pero en la archidiócesis dé Valencia la fiesta de San Vicente Ferrer es de precepto y se celebra con gran solemnidad el lunes después de Cuasimodo.
SANTORAL Santos Vicente Ferrer, confesor; Zenón, mártir en la isla de L esbos; Geraldo o Giraldo, abad; muchos mártires africanos que, en la persecución de Genserico, fueron degollados en la iglesia cuando celebraban la solemnidad de la Pascua; Hesesipo, mártir, venerado en L ieja ; Celsino, obispo; Claudiano, mártir en Mesopotamia ; Honorio y Termes, mártires; Mercurio, mártir ro mano ; Beato Bonifacio Ferrer, hermano de San Vicente Ferrer y general de los Cartujos. Santas Irene, hermana de las santas A gape y Quionía, már tires; Catalina Tomás, virgen, cuya fiesta se celebra el 28 de ju lio ; Domnina y Ancila, mártires; Teodora, viuda y religiosa; la Beata Margarita, prin cesa de Saboya. SAN GERALDO, abad. — Nació en la ciudad de Corbia, en Picardía, a prin cipios del siglo x i. Educado por los benedictinos, salió muy aprovechado en le tras, ciencia y virtud, y profesó en dicha Orden en el año 1048. Aun siendo administrador del convento, jamás dejó de llevar una vida extremadamente auste
ra y piadosa, tanto que contrajo una enfermedad penosa y larga. Hizo un viaje a Roma y otro a Tierra Santa; después fué elegido abad por los monjes de Laon, en cuyo cargo dió ejemplo de vida de oración y penitencia. Mas al cabo de algún tiempo renunció a esta dignidad y se retiró al monasterio de San Medardo de Soissons, donde le obligaron también a aceptar aquella abadía; pero un falso monje, va liéndose de gente armada, le arrojó del monasterio. Entonces Geraldo, con otros cuatro que le siguieron, se retiró a una soledad, a seis leguas de Burdeos, donde permaneció catorce años predicando y convirtiendo a los pueblos de aquella re gión, testigos de sus numerosos milagros. Se durmió en la paz del Señor el 5 de abril del año 1095 y fué canonizado por el papa Celestino III. SANTAS AGAPE, QUIONÍA e IRENE, hermanas mártires. — Admirables fueron los ejemplos de valor que nos dieron muchas mujeres y doncellas cristia nas, que, a pesar de su natural debilidad, supieron triunfar de los tiranos y em peradores, despreciando espadas, fuego, peines de hierro, garfios, fieras y otras clases de tormentos, para conservar íntegro el tesoro de la fe, el perfume de la pureza y el fuego del amor a Dios. Agape, Quionía e Irene, naturales de Tesalónica, para escapar al furor de los perseguidores de Cristo, huyeron, al monte, donde fueron, no obstante, encontradas. Por negarse a comer carnes sacrificadas a los dioses, fueron presentadas al tribunal de Dulcesio, en compañía de otras tres mujeres y un hombre, por nombres Casia, Felipa, Eutiquia y Agatón. El interrogatorio a que fueron sometidas revela una firmeza invencible y una cons tancia asombrosa. — ¿Por qué no has participado en los sacrificios a los dioses? — pregunta el presidente al exsacerdote de los ídolos, Agatón. — Porque s o y ' cristiano — respon dió éste. — ¿Persistes en tu resolución? — Con toda mi alma. — Y tú, Agape, ¿qué dices? — Creyente del Dios vivo, me he negado a hacer las cosas de que hablas. — Y tú, Irene, ¿por qué no has obedecido las disposiciones de los emperadores? • —Porque temo a Dios. — Tú, Casia, ¿qué dices? — Que quiero salvar mi alma. — ¿No quieres tomar parte en los sacrificios? — No. — ¿Y tú, Felipa? — Lo mis mo. — ¿Qué quieres decir con esto? — Que prefiero morir antes que comer de vuestros sacrificios. Eutiquia respondió de modo semejante. Y todos se mantuvieron en su firme resolución de no querer obedecer la orden del emperador, porque eran cristia nas. En distintos días, las tres hermanas fueron devoradas por las llamas, en las que penetraron cantando salmos, y sólo cesaron cuando sus almas, como blancas palomas envueltas en ondas purpurinas de amor, volaron al cielo a recibir la eterna corona de los mártires. Esto sucedió durante el reinado de Diocleciano. De las santas Agape y Quionía se hace memoria el día 3 de este mismo mes.
DIA
6
DE
A5RIL
SAN GUILLERMO DE PARIS CANÓNIGO REGULAR DE SAN AGUSTÍN (1105? - 1203?)
ACIÓ San Guillermo en París, o quizá en San Germán, de padres nobles y virtuosos, a principios del siglo X I I . Desde sus más tiernos años fué educado m uy santamente por un tío suyo llamado Hugo, abad del monasterio benedictino de San Germán de los Prados. De las enseñanzas y trato de aquellos santos monjes sacó el joven Guillermo tanto fruto y provecho que m uy en breve adquirió gran caudal de virtud y letras, se graduó de maestro en artes liberales y alcanzó extra ordinaria fama de yarón santo y sabio. Pronto advirtió su piadoso tío las excelentes prendas y sobrenaturales dones de Guillermo y , habiéndole persuadido de que debía abrazar el estado eclesiástico, se ordenó de subdiácono y logró una canonjía en la colegiata de Santa Genoveva del Monte, iglesia dedicada al principio a los biena venturados apóstoles Pedro y Pablo y luego a Santa Genoveva, por haber sido depositada en ella el sagrado cuerpo de esta santa virgen, patrona de París. Los clérigos de dicha colegiata habían degenerado del primitivo fervor; Guillermo los indujo a la vida más perfecta con el ejemplo constante de su
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modestia, mansedumbre, pureza de costumbres, amor al retiro y asiduidad al coro. Mas ellos, sumidos com o estaban en la tibieza y la relajación, no quisieron aprovecharse de aquellos ejemplos de virtud; antes, viendo en la vida del Santo una continua condenación de la suya, en vez de respetarle e imitarle, le menospreciaban e injuriaban, y aun llegaron a usar de ardides y estratagemas para hacerle renunciar a su prebenda y dejar la colegiata. Fingió uno de ellos que quería hacerse m onje y fué a proponer a Guiller m o que hiciese otro tanto; ambos irían al monasterio, pero una vez Gui llermo dentro, se volvería él a Santa Genoveva. Nuestro Santo, que aspiraba a vida más perfecta, aceptó gustoso la propuesta, y así partieron ambos' para una abadía cisterciense recién fundada. Estando ya en la puerta del monasterio, el compañero del Santo le instó a que entrase solo, diciéndole que él lo haría después de arreglar fuera algunos negocios. — De ningún m odo — le contestó Guillermo, qus había descubierto el engaño— ; y o no puedo entrar solo en el monasterio; siendo vos de más edad, os toca entrar primero; así, esperaré a que volváis y entraremos juntos. Al fin, com o el otro no quisiese entrar, díjole Guillermo: — Pues bien; ya que no podéis quedaros hoy en el convento, volvámonos los dos a Santa Genoveva y dejemos el hacernos monjes para más adelante. •
RECIBE EL DIACONADO
Q
UISO el abad de San Germán que su sobrino Guillermo fuese or denado de diácono, pero los demás canónigos se opusieron a ello y aun llevaron el asunto al obispo de París, suplicándole que no le ordenase, porque no merecía aquella honra y dignidad. Entretanto Hugo, tío del Santo, sabedor de las insidias de los canónigos de Santa Genoveva, envió a su sobrino al obispo de Senlís, el cual le or denó al punto de diácono, ejecutándose la ceremonia sin que de ella tuvieran noticia los enemigos del Santo. Guillermo, por su parte, se guardó mucho de divulgarla. Ahora bien, aquellos hombres relajados buscaban ocasión de deshacerse de tan virtuoso censor y pensaron haberla hallado. Una de las cláusulas de sus estatutos declaraba no poder desempeñar el cargo de canónigo ni pertenecer a la colegiata quien no recibía las sagradas órdenes al cabo de cierto tiempo de haber ingresado en la corporación. Había ya transcurrido para Guillermo el tiempo reglamentario y así no le quedaba más remedio que presentarse a leer el Evangelio en el rezo de Maitines cuando le llegase el turno, cosa que sólo pueden hacer los diáconos y sacerdotes y , si no lo leía, debía retirarse y dejar para siempre la colegiata. Suplicóles que le
dispensasen de aquella obligación; pero ellos, seguros ya de salir con sus intentos, no sabiendo que era ya áiácono, le respondieron que o se sometía a| reglamento, o dejaba desde aquel día de pertenecer al cabildo. Guillermo guardó silencio; mas llegado el momento en que le tocaba leer el Evangelio y cuando los demás canónigos daban ya por logrado el triunfo, se levantó, pasó al facistol y pidió la bendición, com o se acostumbra a hacer antes de leer el sagrado texto, con las palabras Jube, Domne, benedícere.
Quedaron los enemigos del Santo tan corridos con aquel inesperado su ceso, que ninguno de ellos acertó a rezar las palabras de la bendición y, en medio del mayor sobresalto y vergüenza huyeron de la iglesia, quedando en ella sólo Guillermo con un venerable canónigo llamado Alberico, el cual nunca tuvo parte en las perfidias de sus compañeros y lamentaba ese estado de cosas. Al otro día los fugitivos se juntaron para deliberar sobre lo que con venía hacer y, estando en esto, llegó Alberico y comentó el suceso de la víspera con mucho donaire y su poquito de malicia. De allí en adelante disminuyó aquel odio que tenían al Santo, el cual pudo muy en breve ordenarse de sacerdote sin dificultad.
PÁRROCO Y CANÓNIGO REGULAR
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INIEN DO a vacar la parroquia de Epinay que pertenecía a la igle sia de Santa Genoveva, los canónigos pensaron que aquella era buena ocasión para apartar honrosamente de la colegiata a Gui llermo. Ofreciéronle la parroquia y la aceptó el Santo; pero, aunque ello tuviera que vivir fuera de París, no dejaba de ser canónigo de Santa Genoveva, puesto que sólo un miembro de la colegiata podía ser párroco de Epinay. Aconteció, empero, que en el año de 1147 vino a París el papa Euge nio III en busca de refugio cerca del rey Luis V II el Joven, para huir de los amaldistas. Al día siguiente de su llegada fué el Papa a celebrar a la iglesia de Santa Genoveva, hallándose presente a la ceremonia el rey Luis V II. Levantóse en esto reñida contienda entre los domésticos del Papa y los criados de los canónigos, llegando éstos a insultar al soberano, que intervino en la disputa. Pronto echó de ver el Sumo Pontífice que la vida de los canónigos distaba mucho de ser ejemplar, por lo que, de acuerdo con el monarca, determinó remediar aquellos desórdenes decretando la sus titución del cabildo por una comunidad de monjes, com o así se hizo, pa sando a residir en la colegiata los Canónigos regulares de San Agustín del
monasterio de San Víctor, poco distantes de aquel lugar, los cuales llevaban vida m uy santa y observante. Mandaba el decreto del Papa que a los antiguos canónigos, mientras viviesen, se les pagasen las ’ rentas de sus prebendas; y así, el nuevo abad de Santa Genoveva envió recado a nuestro Santo ro¿5ndole que viniese a verle para trataf de su beneficio. Pasó Guillermo a París, fuése a ver al ’ abad y quedó tan edificado de la vida santa de aquellos religiosos que, dando de mano a su cargo, dignidad y bienes que poseía, abrazó lleno de gozo la regla de aquel santo Instituto, y muy en breve, viendo los canó nigos su eminente piedad, admirable prudencia y discreción y otras gracias y dones de que estaba adornada su alma, le eligieron para el cargo de subprior. Pronto aventajó Guillermo a todos sus compañeros en la observancia regular. No toleraba que se hiciese con negligencia la obra de Dios ni que por la incuria o descuido de sus súbditos faltase en el templo y en las sagradas ceremonias el debido esplendor y decoro. Sucedió que, habiendo sido elegido prior uno de los religiosos, acudí :'i al rey para que confirmase la elección, faltando con ello a la regla que prohibía acudir en semejantes casos a los poderes civiles. Guillermo le echó en rostro aquella infracción y aun llegó a negarle obediencia, siendo por ello severamente castigado. Mas noticioso el papa Alejandro III de cuanto ocurría en Santa Genoveva, aprobó el celo de Guillermo y mandó al abad que hiciese elegir canónicamente nuevo prior. Los Canónigos regulares fueron calumniados ante el Papa y el rey de Francia, y aun por la ciudad de París corrió la noticia de que aquellos religiosos habían abierto el relicario de Santa Genoveva y sustraído la sagrada cabeza de la Santa. Al saberlo el monarca se enojó de tal manera que juró castigar a los canónigos y echarlos inmediatamente, si «e probaba ser cierto lo que se decía. En consecuencia, congregáronse con el arzobispo de Sens algunos prelados y abades de aquella provincia eclesiástica y todo el clero e innumerable muchedumbre de fieles para asistir a la apertura del relicario y a la comprobación pública de que nada faltaba de su precioso contenido. Abrióse el relicario el día 11 de enero del año de 1167 y se halló entero el cuerpo de Santa Genoveva. A l ver la cabeza de la Santa, Guillermo, que actuaba de acólito en aquella ceremonia, no pudo contener su alborozo y entonó con toda sü alma el Te D eu m laudamus, que prosiguió cantando la muchedumbre en medio del mayor júbilo y fervor; y , alegando el obispo de Orleáns que bien podía ser aquel el cráneo de otra persona, el siervo de Dios se ofreció a entrar con la sagrada reliquia en un horno encendido si así lo disponían los preladós, siendo esa una costumbre de aquellas edades, cuando querían apelar al justo juicio del Señor.
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AN Guillermo pone en singular aprieto y deja en ridículo a los envidiosos que pretenden deshacerse de él y expulsarle del ca
bildo. Todos creen que no puede leer el Evangelio y quedan sorpren didos y avergonzados al oírle entonar con decisión la plegaria Jube, Domrie, benedícere.
APÓSTOL DE DINAMARCA
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L piadoso rey Valdemaro I el Grande acababa de reconquistar a Di namarca del poder de los vándalos e intentaba restablecer en su reino la religión cristiana en su primitivo esplendor. Ayudábale en tan santa empresa el obispo de Roskild, llamado Absalón, prelado de e nente virtud y m uy cumplidor de las obligaciones de su sagrado ministerio. Este santo obispo ardía en deseos de ver florecer en su diócesis el antiguo monasterio de Canónigos regulares de la isla de Eskil. Para lograr su intento, determinó enviar a París al preboste de su ca tedral, conocido con el nombre de Sajón el Gramático, con encargo de su plicar al abad de los Canónigos regulares de Santa Genoveva que tuviese a bien enviarle a Guillermo, cuyas prendas y virtudes conocía, por haber sido su condiscípulo en la universidad de París. El abad vino en ello de muy buena gana y asimismo Guillermo, el cual partió para Dinamarca con tres compañeros y fué recibido por el monarca y el prelado con toda suerte de muestras de veneración y júbilo. En lle gando fué nombrado abad de Eskil, dándose desde el primer día a la ob servancia regular en compañía de los tres religiosos que con él habían ido. Difícilmente — dice el biógrafo contemporáneo de Guillermo— puede uno formarse idea cabal de lo que el santo abad tuvo que sufrir en Eskil, y de los asaltos que le dió el demonio para descorazonarle ante la reforma del monasterio. Los tres canónigos, sus compañeros, quisieron volver a todo trance a París, asustados por el rigurosísimo clima de Dinamarca, por la pobreza y miseria del monasterio, la ignorancia del idioma de aquel país y otras dificultades que no supieron vencer. Por otra parte, los religiosos del con vento, acostumbrados desde hacía largos años a la inobservancia, se amo tinaron contra el nuevo abad y echaron mano de toda suerte de astucias y artimañas para hacerle abandonar el cargo. Tam poco el demonio dejó de emplear medio alguno para desalentar al Santo. Una noche apagó la luz del dormitorio y pegó fuego a un montoncito de paja que había en el aposento de Guillermo para que pereciese en las llamas, en las cuales hubiera muerto abrasado el santísimo varón, a no haberle socorrido el Señor milagrosamente. Viéndose vencido por esta parte, tentó el demonio al Santo con toda j clase de malos pensamientos y feas imaginaciones y , finalmente, inspiró J a los monjes grandes deseos de deshacerse de su abad de cualquir m odo | que fuese y aun entregándole a los vándalos o asesinándole ellos mismos. J A tal extremo llegó su ceguedad y el odio que tenían al Santo. Pero la | humildad, paciencia, mansedumbre, sumisión a la voluntad de Dios, extra-1
ordinaria devoción, continua oración y pasmosa austeridad de aquel bien aventurado varón, le hicieron al fin triunfar de sus enemigos y fueron grande parte para atraer a los monjes a vida observante y santa. Fundó por aquellos tiempos un monasterio de su Orden en Ebbelholt, ciudad de Finlandia y lo llamó convento de Santo Tomás del Paráclito, y el papa Alejandro III, por los años de 1175, confirmó esta fundación y prescribió a Guillermo y a sus monjes que guardasen de allí adelante la regla de San Agustín y los estatutos del monasterio de San Víctor de París. Plugo al Señor hacer glorioso el nombre de su siervo, favoreciéndole vun el don de milagros. Un hombre afligido de una grave enfermedad del vientre oyó en sueños una voz que le dijo: «Si quieres sanar de tu en fermedad, come de las sobras de la comida del abad Guillermo.» Creyó las palabras que acababa de oír y envió un amigo suyo al monasterio con en cargo de traerle las migajas que ,se recogieron después de la comida del nbad Guillermo, y en comiéndolas hallóse de repente sano. Una muchacha que habían tenido por muerta durante tres días, cobró lu salud con el, mismo remedio; porque, habiéndose aparecido a su madre una virgen con rostro venerable, le dijo: «Estás afligida con la enfermedad de tu hija, pero no temas; manda traer las sobras de la comida del abad Guillermo y en comiéndolas sanará.» La madre obedeció al punto; fuése ella misma al monasterio y, tomando algunos pececillos y una bebida que Guillermo había aderezado, llevólos a su hija; y en comiéndolos quedó sana y prorrumpió en alabanzas y gracias al Santo, que con su poder y santidad le había devuelto la salud perdida. En un monasterio de Cistercienses vivía un monje enfermo del pecho desde hacía varios años. Adelantó tanto la enfermedad que perdió casi com pletamente la voz, por lo que quedó el monje harto triste. Como llegase n sus oídos la fama de santidad de Guillermo, fué a verle y le explicó, no nin trabajo, el m otivo que allí le llevaba, que no era menos que pedirle su curación. Guillermo trazó la señal de la cruz sobre el enfermo y le dijo: «Que el Hijo de Dios os cure, hermano», y al instante recobró la voz. Aconteció también en una ocasión que el poder de Dios obró un milagro r
le llevaba a ocultas. Diéronle por muerto sus parientes y llevaron luto por él, pero las idas y venidas del diácono acabaron por despertar su curiosi dad y consiguieron descubrir al joven en su cueva, medio muerto, cubierto de miseria y de úlceras. _ Este asunto llegó a oídos del obispo de la diócesis, el cual determinó elevar a las Órdenes sagradas a semejante portento de virtud. Fué, pues, a verle, le examinó y de allí a poco le confirió los grados todos de la cleri catura, incluso el presbiterado, a pesar de no contar entonces más que dieciocho años.
PEREGRINACIÓN A JERUSALÉN. — ARRECIA EN SUS AUSTERIDADES
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OCO después de su ordenación decidió Teodoro emprender el viaje a Jerusalén, tanto por el deseo de ver los lugares santificados por la vida y muerte de Nuestro Señor, como para evitar la excesiva soli citud de su familia. Visitó no sólo los santuarios más importantes de Ciudad Santa, de Belén y de Nazaret, sino tam bién los monasterios, lauras y ermitas de Palestina para recibir la bendición de los monjes más renom brados por su santidad y los consejos más convenientes para la dirección de su alma. En la laura de Khoziba, próxima a Jericó, recibió el hábito monástico; pues este taum aturgo, conocido ya por sus portentosos milagros, no era aún religioso. Andando el tiempo, volvió otras dos veces a Pales tina y permaneció allí largas temporadas. De vuelta a Galacia después de la primera peregrinación, se estableció en un lugar m uy próximo al santuario de San Jorge y mandó preparar, en cima de la cueva, dos celdillas sin techo. H abitaba una de ellas, que era de madera, desde Navidad hasta Semana Santa, y pasaba la gran Semana y los días de ayuno del año en la otra, que era de hierro. Además, llevaba puestos: una coraza de hierro, que pesaba 18 libras; una cruz de lo mismo, de 18 palmos; y el cinturón, el calzado y los guantes eran de idéntico metal. E n el clima extremado de Galacia, hubieran sido en invierno inaguan tables los sufrimientos para cualquier otro que no disfrutara como él de complexión robusta. Como vivía a techo descubierto y sin abrigo de nin guna clase, recibía las lluvias o la nieve en su caparazón de hierro o en las hendiduras de su calzado, y por los rigores del frío quedaban, a veces, presos sus pies en el hielo. En tales ocasiones solían venir sus discípulos con agua caliente a estimular sus miembros helados y atenuar un poco sus padecimientos, pero no por eso abandonaba el siervo de Dios este régimen de maceraciones que nos hace estremecer.
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IJO m ío —¿dice San Teodoro al general M auricio —, has de saber qile, si tienes devoción al santo m ártir Jorge, vendrá
pron to la noticia de tu elevación com o jefe suprem o del Im perio. Cuando ta l suceda, no te olvides de am parar a los pobres, de cui darte de ellos y de darles alim en to .»
Parece que consagró buen número de años a tales penitencias, aunque las interrum pía de cuando en cuando para consagrarse al apostolado de la caridad, curar a los enfermos y, en particular, arrojar al demonio del cuerpo de los posesos. Con tal motivo emprendía largos viajes por las provincias colindantes, pues su fam a de santidad era universal. t
PROFECÍAS SOBRE EL EMPERADOR MAURICIO
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L primitivo oratorio de San Jorge resultaba y a m uy reducido, por lo cual mandó construir una iglesia espaciosa en honor de San Miguel. A sus lados iban adosadas dos capillitas dedicadas a la Santísima Virgen y a San Ju an B autista. Los monjes, que con el tiempo se agrupar en torno del Santo, celebraban los divinos misterios en el primer oratorio; los enfermos y posesos que venían a implorar su curación poníanse en la iglesia de San Miguel, abierta día y noche. £1 monasterio, que llegó a tener hasta cien monjes, era dirigido por uno de lcfs discípulos favoritos de San Teodoro. Éste, años arates había curado a la madre de su discípulo de una enfermedad grave. Al pie de la m ontaña había un monasterio de monjas fundado por la familia del Santo y gobernado algún tiempo por su abuela; a él acudía Teodoro con frecuencia para cumplir con las funciones de su ministerio. Hacia el año 582, el general Maurieio, pariente del emperador griego Tiberio II, regresaba victorioso de una cam paña contra los persas. Al pa sar por Galacia fué con numeroso séquito a la gruta en que moraba el Santo y le pidió que le obtuviese de Dios un viaje venturoso. Díjole Teo doro: «Hijo mío, si te encomiendas al m ártir San Jorge, pronto sabrás que te nombran emperador, y para entonces te ruego que no te olvides de los pobres». Como el general le expusiera sus dudas sobre el cumplimiento de la profecía, llamóle el Santo aparte y le dijo con detalle cómo y cuándo sería emperador; todo se cumplió poco después. Desde la corte le escribió Mau ricio encomendándose a sus oraciones y prometiéndole despachar cualquier solicitud que le hiciese. £1 Santo pidióle trigo, para que sus monjes lo dis tribuyesen entre los pobres. £1 emperador le remitió ciento cincuenta fane gas. Poco más tarde el Santo fué llamado para que amonestase y corrigiese a un hijo del emperador. Pasaron veinte años y el Santo tuvo presentimiento de la muerte trá gica de Mauricio. He aquí cómo refiere este suceso uno de sus discípulos: Estaba Teodoro rezando cierto día el Salterio en una capilla recién term i nada, y la lám para que ardía sin cesar, se apagó repentinamente. Teodoro hizo seña a un monje para que la encendiera; así lo hizo por dos veces,
pero otras tantas volvió a apagarse. Reprochóle el Santo su poca traza y quiso encenderla él mismo, pero no fué más afortunado. Entendió entonces que había allí algún misterio y ordenó a los monjes que exam inaran su con ciencia y confesaran sus pecados; manifestaron que no se sentían culpables de nada. Entonces púsose el Santo en oración para pedir a Dios que le aclarase aquel suceso extraordinario. Pronto empezó a entristecerse hasta prorrum pir en llanto y exclamó: «Verdaderamente, oh Isaías, conocías bien la naturaleza del hombre cuando dijiste: E l hombre es heno y la gloria del hombre es como la flor del heno: secóse el heno y cayó su flor. Oyéndole «us monjes hablar así, preguntáronle la causa de su dolor; a lo cual con testó, que en breve moriría Mauricio y que tales caláinidades sobrevendrían cuales la generación de entonces no podía ni sospechar.
OBISPO DE ANASTASIÓPOLIS. — SU DIMISIÓN UANDO así profetizaba*San Teodoro el fin desastroso del emperador, ya había presentado la dimisión de la sede de Anastasiópolis, que había ocupado por espacio de diez años. E sta ciudad, que probable mente es la de Bey-Bazar, actual cabeza de partido de la provincia de gora, se halla a unos 70 kilómetros de esta últim a y distaba unas cuatro leguas de Siceón* ciudad natal del Santo. Tan popular se había hecho la fam a de Teodoro, confirmada por mila gros cotidianos que, habiendo vacado la sede de Anastasiópolis hacia el año 588, sus moradores fueron a pedir al metropolitano de Angora que nombrara obispo al ilustre abad. A pesar de su reiterada resistencia, Teodoro hubo de inclinarse ante la voluntad de Dios y dejarse consagrar; mas no por eso disminuyó las austeridades pasadas. Gran pena fué para él tener que dejar la contemplación para dedicarse a los asuntos temporales, que siempre le causaron viva repugnancia. Además, sus diocesanos, los de las ciudades par ticularm ente, se aprovechaban poco de sus enseñanzas y no m udaban de conducta. Todas estas razones influyeron en su voluntad hasta el punto de que decidió presentar la dimisión. Al principio se vió detenido por las apari ciones de San Jorge, que le rogaba difiriese lo más posible ta l determinación; pero sucesivos acontecimientos extremaron las cosas y acabó por dar el paso definitivo. P ara evitarse las preocupaciones propias de los asuntos tem porales, arrendó unas fincas de la iglesia a un tal Teodosio, hombre sin entrañas. Quejáronse los pobres al prelado porque el arrendador los mal trataba. El Santo exhortó al adm inistrador a m udar de conducta; pero lejos de enmendarse, Teodosio trató a los braceros aun con más dureza, de
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suerte que un día se reunieron los campesinos armados de espadas, hondas y garrotes, dispuestos a m atarle si comparecía. Ante semejante hostilidad, el adm inistrador se fué a la ciudad en busca de refuerzos. Habiéndolo sabi do el obispo y temiendo alguna muerte de que se le pudiera im putar res ponsabilidad ante Dios, mandó llam ar a Teodosio jj le prohibió volver a aquel lugar. Entonces el adm inistrador tornóse contra el Santo, le llenó de denuestos y se irritó tanto, que de un empellón hizo rodar por el suelo al prelado y el asiento que ocupaba. Y no paró aquí todo, sino que le exigió como indemnización dos libras de oro, por no estar cumplido el plazo de arriendo. San Teodoro se levantó con toda calma, pero juró ante los pre sentes que no había de ser más su obispo. Por último, una tentativa de envenenamiento que le dejó por espacio de tres días entre la vida y la m uerte, le decidió a retirarse. Su dimisión, re chazada por los diocesanos y por su metropolitano, fué adm itida al fin por el emperador y el patriarca de Constantinopla, después de un viaje q u e el Santo hubo de emprender a la capital del imperio. E ra hacia el año 599.
SINIESTROS VATICINIOS. — SU MUERTE
ODAVIA le restaban trece años de vida que pasó casi totalm ente en su acostumbrado retiro de Siceón, en medio de las austeridades que ya conocemos y cumpliendo m ultitud de obras de caridad. Con todo, le hallamos con frecuencia en esta últim a etapa de su vida por las calza de Asia Menor acudiendo al lado de las almas buenas que imploraban el auxilio de sus oraciones y el poder de sus milagros que, a decir verdad, era extraordinario. Su historiador nos refiere, en efecto, más de un centenar de portentosas maravillas llevadas a cabo por Teodoro. Nosotros nos contentaremos con afirm ar que no había enfermedad que se resistiera a la santidad de Teodoro. Devolvió la vista a los ciegos, el oído a los sordos, la palabra a los mudos, el uso de sus miembros a los paralí ticos; libró del demonio a gran número de posesos. Su historiador nos dice que casi no pasaba día sin obrar algún prodigio. También tenía el Santo el don de leer en los corazones y profetizar lo venidero. E n el año 609 ce lebráronse procesiones en varias ciudades de Galacia. Las cruces que es cos tum bre llevar a la cabeza de las mismas empezaron a agitarse por sí solas de modo inesperado, raro y de mal agüero. Alarmóse Tomás, patriarca de Constantinopla, mandó a buscar a San Teodoro y le rogó le dijera si ese temblor de las cruces lo había o no de tener en consideración. Habiéndole afirmado el Santo que sí, el patriarca deseó saber el significado de aquel fenómeno. Como Teodoro mostrase reparo en descubrírselo, arrojóse a sus
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pies declarando que no se levantaría hasta oír la respuesta. Entonces con movióse San Teodoro hasta derram ar lágrimas y dijo: «No quería afligiros, porque no habéis de sacar ningún provecho de saber esas cosas; pero ya que así lo deseáis os diré que ese tem blor de las cruces nos anuncia muchas y grandes calamidades. Bastantes cristianos abandonarán la religión de sus padres; habrá incursiones de bárbaros, mucha efusión de sangre, destruc ción y sediciones en todo el mundo. Las iglesias quedarán desiertas; la ruina del culto divino y del imperio se aproxima y con ello el advenimiento de nuestro enemigo Satanás». El imperio griego se hallhba empeñado en una guerra con los persas, que debía proseguir aún por espacio de diecinueve años, costar la vida a mi llones de hombres y acarrear la destrucción de infinidad de pueblos y ciu dades y la ruina de varias provincias. Apenas estuvo alejado ese peligro y restablecida la paz, sobrevinieron los fanáticos discípulos de Mahoma que, en pocos años, desgajaron en provecho propio la m itad de las provincias orientales del imperio bizantino y obligaron a apostatar a algunos millones de cristianos. Todo esto había visto aquel hombre de Dios y lo anunciaba con espanto; sin embargo, ni el patriarca ni él llegaron a presenciarlo. San Teodoro murió en su monasterio el 22 de abril de 613. Celebran su memoria el mismo día el martirologio romano y el calendario de la Iglesia griega.
SANTORAL Santos Teodoro, obispo; C a y o y so te ro , p a p a s, y m á rtir e s; E p ip o d io y A le ja n d r o , m á rtir e s en L y ó n ; Leónides, padre del famoso Orígenes, m artirizado en A lejandría; Parm enio, Helimenas, Crisóstelo, Lucas, Mucio, Miles, Santiago, José y muchos otros m ártires en P e rs ia ; Apeles y Lucio, de los primeros discípulos del Señor, m ártires en E sm irn a; León, Aprónculo, Julián, Cle m ente y Teogerio, obispos y confesores; R ufo o R ufino, anacoreta y con fesor ; Daniel, m ártir, venerado en Lodi (Ita lia ); Generoso, m ártir en R o m a ; B eato Adelberto, abad. Santas Senorina, virgen y abadésa, p a riente de San R o sen d o ; O pportuna, virgen y abadesa. • SAN SOTERO, papa y m ártir. — Sotero nació en' F undi, herm osa ciudad de la Campania, en el reino de Nápoles. P ronto destacó por su piedad y ciencia. Siguió la carrera eclesiástica, y en Rom a se dió a conocer por su ilustrado ta lento y sólida sabiduría. Fué elevado al pontificado a la m uerte del pap a Aniceto. Los tiem pos eran malos, m uy malos p ara la Iglesia, a causa de las herejías de los Nicolaítas, Gnósticos, A danitas y, sobre todo, de los M ontañistas, cuya apariencia de santidad y buena# costum bres a tra ía m ás fácilm ente. Sotero ^ba de acá p ara allá, y visitaba las catacum bas, p ara anim ar y enfervorizar a los fieles.
Dió algunos decretos referentes a disciplina eclesiástica, y declaró que no se debe gu ardar el juram ento de cosa ilícita o m ala. D erram ó su sangre po r Dios el 22 de abril de 175, y fué sepultado en el cementerio de San C alixto de la Vía Apia. SAN CAYO, papa y m ártir. -— San Cayo era oriundo de Dalm acia y pariente del em perador Diocleciano. F ué sacerdote ejem plar en Rc&na, distinguiéndose p o r la pureza de costum bres y el celo apostólico, que le m ovía en to d a ocasión. Ocupó la Silla de San Pedro el año 283, p o r m uerte de San E utiquiano. L a persecución de Diocleciano, la m ás cruel de todas, obligaba a los cristianos a buscar refugio en las cavernas y en los m o n tes; pero Cayo los iba buscando a todos, p ara prestarles el consuelo espiritual, junto con el alivio m aterial. D urante su pontificado de doce años y algunos meses, dió varios decretos y escribió una epístola m uy digna de loa, acerca de la Encarnación del Verbo E terno. Fué m artirizado el 22 de abril del año 296, y su cuerpo fué enterrado en el cementerio de San Calixto. SANTOS E P IP O D IO Y A LEJA N D R O , m ártires. — Aunque el segundo era griego de nación, am bos vivían en Lyón, en íntim a am istad, a causa de los estudios. Al tener noticia de la persecución de Marco Aurelio, huyeron de la # ciudad, no p or cobardía, sino por prudencia. V ivieron b astan te tiem po ocultos en casa de una v iuda cristiana, hogar escondido y que, p o r lo mismo, ofrecía ciertas garantías de seguridad personal. Pero al fin fueron descubiertos y lle vados a la cárcel. P resentados al tribunal, separadam ente, se m antuvieron am bos firmes en sus creencias, p o r lo que merecieron la palm a del m artirio. E pipodio fué golpeado y herido en la boca, estirado entre los palos del potro, despedazado con garfios de hierro y, finalm ente, decapitado. A lejandro fué crucificado, en cuyo suplicio expiró. Tuvo lugar su m artirio en L yón el 22 de abril de 178. Con ellos fueron m artirizados otros tre in ta y cuatro.
DIA
SAN
23
DE
ABRIL
JORGE
MÁRTIR ( f hacia el 303)
AN Jorge, bizarro m ilitar, modelo de soldados, espejo de caballeros, defensor de la justicia, prototipo del valor, caballero del ideal reli gioso, cristiano de convicciones hondas, héroe de Cristo, es un Santo de los más queridos del pueblo fiel, que le profesa una devoción tierna y filial. La pintura ha inmortalizado la imagen de nuestro Santo, representándolo sobre un brioso corcel, arremetiendo con su lanza a un espantoso dragón, que amenazaba devorar a una hermosa doncella. La1fantasía oriental ha creado a este propósito gran número de piadosas y simbólicas leyendas, que representan el denuedo con que San Jorge acudió a la defensa de la Religión verdadera contra el dragón infernal enemigo de las almas, al que venció con su heroico m artirio. San Jorge es el esforzado guerrero que lucha valiente contra la iniquidad y defiende sus creencias frente a la brutal tiranía de una autoridad indigna y rebelde a la Divinidad. La Iglesia le invoca como a uno de sus protectores en los combates por la verdad y la justicia; los héroes de Cristo y los pueblos descansan tranquilos bajo su protección y amparo.
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RELATOS APÓCRIFOS ACERCA DE SAN JORGE
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OCO después de la muerte del m ártir, y sobre todo en tiempo de las Cruzadas aparecieron biografías apócrifas, infundadas leyendas y no pocos relatos de milagros y suplicios dudosos que desfocaron su fi sonomía histórica y la relación de los tormentos que sufrió. Pero la Iglesia rom ana, que ha inscrito en el número de los mártires desde el siglo V a este nuevo testigo de Cristo, denuncia y reprueba, por ser en parte obra de los herejes, una relación —escrita en griego y m uy divulgada en aquellos días— de la vida y martirio de San Jorge. Esa biografía, más propia para deshonrar la memoria del soldado de Cristo que para enalte cerla, está excluida, como tantas otras de esta clase, de las lecturas li túrgicas. Por desgracia, ha influido más o menos en sucesivas biografías de los siglos posteriores. Para desenmarañar lo verdadero de lo falso y pre sentar una labor que inspire confianza, el historiador tiene que examinar con rigor los relatos que a San Jorge se refieren. Los Bolandistas han hecho esa labor depurativa sobre varios documentos griegos que narran la vida y tormentos del m ártir y precisan el crédito que pueden merecer algunos textos, cuyo valor histórico queda, en definitiva, problemático o discutible. No se debe confundir —a pesar de tener idéntico nombre, patria y pro fesión— al gran m ártir San Jorge con otro personaje del mismo nombre, obispo intruso de Capadocia, funesto personaje, gran perseguidor de los ca tólicos, a quienes pretendía atraer al precipicio del arrianismo, sobornando a gran número de ellos, saqueando las casas de las viudas y huérfanos, u ltra jando a monjas y desterrando a obispos; que fué elevado por los arríanos en 339 a la silla«patriarcal de Alejandría, aprovechando el segundo destierro de San Atanasio y su obligada ausencia; y que, por último, murió asesina do por los mismos gentiles, por causa de sus crueldades y conducta es candalosa.
TRIBUNO MILITAR. — SAN JORGE Y EL DRAGÓN ORGE debió nacer hacia el año 280 en la ciudad de Lida en Siria, según unos, o en Mitilene de Capadocia, según otros. Criáronle sus padres en la religión cristiana, pues ellos la profesaban ya al emigrar de Palesti na, y le dieron una educación en todo conforme con su* posición social y fortuna, que debió ser considerable. Llegado a edad competente, Jorge abra zó la carrera de las armas, siguiendo el ejemplo de su padre. Se alistó en
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el ejército romano y pronto se granjeó el aprecio de sus jefes por su leal proceder, clara inteligencia y distinguidos modales, que le valieron, a no tardar, ser promovido al grado de tribuno de la guardia imperial de Diocleciano. U n manuscrito del siglo X III y la L e y e n d a de Oro del Beato Santiago de Vorágine atribuyen al joven oficial una hazaña prodigiosa y caballe resca, que es como sigue: al ir Jorge a incorporarse a su legión llegó a la ciudad de Silene en Libia; en un pantano de las cercanías tenía su guarida un enorme dragón que hasta entonces nadie había podido m atar. P ara que no devastara la ciudad llevábanle cada día dos ovejas y, como comenzaran a escasear estos pobres animales, mandó el rey de aquel lugar que en vez de dos ovejas le echasen una oveja y una doncella, aquella a quien caía en suerte. Aconteció un día que cayó precisamente a la hija del propio rey y, a pesar del dolor del desventurado padre, la pobre joven hubo de sufrir la suerte de sus compañeras. Encaminábase llorando hacia la cueva del monstruo, cuando inopinadamente se presenta un apuesto caballero, ar mado de espada y lanza. Sabedor de la suerte que corría la infeliz princesa, hace la señal de la cruz y arrem ete valeroso contra el monstruo enfurecido. Tan temenda lanzada le asesta que lo atraviesa de parte a parte y con el ceñidor de la joven hace un lazo, am arra al dragón y le conduce hasta la ciudad. Una vez allí, explica al rey y a su pueblo por qué ha logrado abatir al monstruo, y «es —dice— porque ha implorado el auxilio del único Dios verdadero». En preseilcia de todo el auditorio, que prometió creer en Jesu cristo y bautizarse, Jorge dió a la fiera el golpe de gracia. Este relato no consta en las antiguas biografías del m ártir; aparece en la época de las Cruzadas y viene probablemente de Oriente, no debiendo atribuirle más veracidad y valor que el de un símbolo. E l tribuno romano es, en efecto, la personificación ideal del caballero cristiano, que combate contra Satanás y los infieles en defensa de la fe, protegiendo en todo mo mento la debilidad que peligra. Pocas veces logró leyenda alguna boga ta n grande. P ara los artistas de toda categoría fué ella, desde el siglo X III hasta nuestros días, asunto pre dilecto que dió lugar a producciones artísticas tan numerosas como variadas, lo mismo en Oriente que en Occidente. La iconografía de la Edad Media y del Renacimiento lo han representado —aunque no exclusivamente— en la forma de un apuesto jinete en caballo blanco, enarbolando el estandarte de la santa cruz y embrazando una lanza con la cual acomete a un monstruo que amenaza a una Joven. Viene a ser un traslado del modo cómo se apa reció armado muchas veces peleando a favor de los fieles.
PERSECUCIÓN DE DIOCLECIANO. — SAN JORGE SE DECLARA CRISTIANO
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N los comienzos del siglo IV, imperando Diacleciano, adoptáronse ciertas providencias para eliminar del ejército imperial de Oriente a los numerosos elementos cristianos que en él servían. Muchos sol dados hubieron de renunciar a la profesión de las armas, aunque la perse cución no pasó adelante de momento. Mas cuando el césar Galerio se juntó con Diocleciano en Nic«4media, puso decidido empeño en conseguir de él mayor violencia contra la religón cristiana. Publicóse en dicha ciudad un edicto que ordenaba la demolición de las iglesias y la expulsión de todos los cristianos de las dignidades o cargos administrativos. Los historiadores Eusebio y Lactancio afirman que dicho decreto fué destrozado públicamente por * un joven; y algunos biógrafos se aventuran a escribir que ese joven fué Jorge el Tribuno. Poco después, y dos veces seguidas, el fuego prendió en el palacio imperial. Galerio acusó de ello a los cristianos y consiguió del em perador, a quien la noticia impresionó, licencia para tom ar sangrientas repre salias contra el clero y contra los cristianos de Nicomedia. Rápidamente se extendió la persecución por toda el Asia Menor y aparecieron edictos gene rales que intim aban a los fieles a sacrificar, velis nolis, a los ídolos, so pena de morir con atrocísimos tormentos. Lleno de dolor y de indignación a vista del proceder injusto y de la per secución sangrienta de que eran víctima los cristianos, resolvió Jorge tom ar públicamente su defensa. Distribuidos sus bienes entre los pobres, y libres los pocos esclavos que a su servicio tenía, defendió con valentía la causa de los perseguidos ante el consejo de dignatarios y jefes militares convo cado por Diocleciano, y afirmó públicamente que su religión era la única verdadera y que no podía darse culto a los ídolos. Al ser interrogado, Jorge declaró que era cristiano. Sorprendido el emperador por semejante con fesión, le dijo: «Piensa, joven, lo que dices y m ira por tu porvenir». Habló le luego de los suplicios espantosos que su desobediencia a los edictos le acarrearía y, de otra parte, las dignidades y elevados cargos con que pen saba prem iar su apostasía. A todo lo cual contestó el tribuno: —«Ten entendido, oh Diocleciano, que el Dios a quien sirvo me dará la victoria; que no me han de ablandar tus ruegos ni me han de arredrar tus amenazas. Todos tus beneficios son vanos y tus presentes semejantes al humo que el viento disipa. No echo de menos los honores que me has concedido hasta el día, porque aspiro a la gloria eterna. Perm ita el cielo que conozcas muy pronto al Dios omnipotente.» Ante semejante respuesta enfurecióse Diocleciano y ordenó la detención y encarcelamiento del oficial.
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ECIDIDO San Jorge a salir en defensa de los cristianos, bár bara y cruelisim am ente perseguidos en O riente, lo prim ero
que hace es vender todos sus bienes y distribu ir el dinero a los pobres. A l m ism o tiem po da la lib ertad a sus esclavos que, agra-
’ decidos, le besan los pies.
HORRIBLES SUPLICIOS. — CONFUSIÓN DE UN MAGO
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QUÍ da principio la dolorosa pasión del mártii» Los relatos de los hagiógrafos orientales describen por menudo los suplicios que en diferentes ocasiones padeció, tales como el tormento de la rueda guarnecida de afilados cuchillos, el de los garfios de hierro, el de la fla lación con nervios de buey, el baño en lechada de cal viva, etc. E l animoso soldado lo sufre todo con sobrehumano valor y ve luego cómo sus heridas quedan curadas milagrosamente. A juicio del magistrado, Jorge se vale de sortilegios para librarse de las espantosas torturas que le infligen; por lo cual manda venir a un hábil mago que, para más probar el incomprensible poder de Jorge, le da a beber un licor emponzoñado. El cristiano lo toma y no sufre el menor daño, según promesa de Cristo en su Evangelio. Declara entonces ante los idólatras que la omnipotencia divina puede obrar por mediación de sus hijos porten tos aun mayores; puede, por ejemplo, tom ar la vida a un cadáver. Al oír esto, el mago le pregunta si quiere resucitar a un difunto que había sido enterrado cerca de la cárcel pocos días antes. Conducen a Jorge al lugar señalado, ora el Santo y el muerto sale vivo del sepulcro. Vencido el mago confiesa el poder del Dios de los cristianos y abandona el culto de los ídolos. Furioso el emperador ante semejante noticia, ordena que el mago sea decapitado y que Jorge vuelva a la prisión. De allí a poco, nuevamente comparece Jorge ante el tribunal de Diocle ciano. Álzase dicho tribunal al aire libre, junto al templo de Apolo. E l em perador quiere sobornarle con tiernas palabras; le pone por delante su juven tud y le promete toda suerte de honores si consiente en sacrificar a los dioses. «Pero ¿dónde están esos dioses? —pregunta el confesor—. Vamos a verlos». Y con otro portentoso milagro, Jorge obliga a declarar al demonio que mora en el ídolo, que sólo hay un Dios verdadero. Hace después el Santo la señal de la cruz y todas las estatuas caen al suelo hechas pedazos, con lo cual se provoca un verdadero motín.
CONVERSIÓN DE LA EMPERATRIZ ALEJANDRA. — SAN JORGE ES DECAPITADO OBRESALTADA por los tumultuosos clamores del populacho, acudió la emperatriz y, acercándose a Diocleciano, le declaró que, enterada de lo que había ocurrido, ella tam bién se declaraba cristiana. E n el paroxismo del furor Diocleciano mandó que la golpearan con varas y que
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acabaran con su vida y con la de tres criados suyos, a saber: Apolo, Isacio y Crotates, cuya fiesta se celebra el 21 de abril. Y, queriendo term inar con el joven oficial de su guardia que perma necía inquebrantable en la fe, pronunció Diocleciano sentencia de muerte, Jorge fué atado a la cola de un caballo, arrastrado por la ciudad y seguida mente sacado extramuros y decapitado. Antes de morir, Jorge, puestos los ojos y levantadas las manos -al cielo, con voz entrañable que salía del cora zón, rogó a Dios perdonase a sus verdugos y les diese la gracia de la con versión. El martirio debió tener lugar en Nicomedia, Mitilene o Dióspolis, a principos del año 303. En efecto, en dicho año hallábase Diocleciano en aquella ciudad. El cuerpo del Santo sería trasladado más tarde a Dióspolis (Lida) en Palestina, conforme a su deseo.
FIESTA Y CULTO DE SAN JORGE
O es seguro que Jorge padeciera martirio el 23 de abril del año 303; en dicho día traen los calendarios la palabra m em o ria en lugar de n a ta lis —nacimiento a la vida gloriosa por la muerte—. Sin em bargo, desde muy antiguo se celebra su fiesta el 23 de abril en las igle de Oriente y Occidente. P ara los griegos es de guardar. E l Martirologio romano la trae a 23 de abril y en el Breviario romano viene inscrita en dicha fecha con rito de semidoble desde San Pío V, aunque sin leyenda histórica y con oración idéntica a la de San Bernabé. Ya desde el siglo V aparece el culto del m ártir muy extendido en Asia Menor, Egipto e Italia y está perfectamente localizado. La ciudad de Dióspolis (Lida), en Palestina, es su centro indiscutido y glorioso. Allí acuden los peregrinos a venerar el sepulcro del Santo, guar dado en espléndida basílica, levantada tal vez por Constantino o, como quieren otros, por Justiniano. Multitud de iglesias aquí y allá están dedicadas a San Jorge o se acogen a su patrocinio. E n Siria se han encontrado algunas con dedicatorias an tiguas en griego, una de las cuales parece remontarse al siglo IV. En Constantipopla había cinco o seis iglesias u oratorios dedicadas al santo m ártir; una de las más frecuentadas se hallaba a orillas del estrecho de los Dardanelos. También en Egipto se ven diversas iglesias o monasterios bajo la protección del Santo. En 682 el papa San León II dedica la iglesia que acaba de restaurar en el barrio del Velabro, en Roma, a dos santos mili tares: Sebastián y Jorge. Menos de un siglo más tarde, el papa San Zaca rías hizo solemne traslado de la cabeza del tribuno m ártir que conservaban en Letrán. La iglesia se llamó en lo sucesivo San Jorge in V elabro y el
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culto del Santo tomó gran incremento. No tardó mucho en penetrar en la Galia. Santa Clotilde dedicó a San Jorge el a'ltar de la iglesia de Chelles, y San Germán, obispo de París, enriqueció con un brazo del Santo, traído de Jerusalén, a la iglesia que fundó bajo la advocación de San Vicente. Sin embargo, hasta las Cruzadas —y debido a los relatos de los guerreros que atribuían a la intervención visible de San Jorge los triunfos sobre los sarracenos de Palestina, los moros de España, o los paganos de H un gría— la devoción a San Jorge no se extendió por Occidente. E l soldado m ártir fué desde entonces venerado como modelo y patrono de los caballeros cristianos que luchaban y derramaban su sangre en defensa de la fe y de los reinos cristianos. . La devoción popular cuenta tam bién a San Jorge entre los catorce o quince Santos denominados «Auxiliadores» o «Intercesores», porque se los tiene, sobre todo en Alemania e Italia, por abogados muy compasivos y eficaces en las enfermedades y trabajos de la vida.
PATROCINIO DE SAN JORGE NNUMERABLES son los que se han acogido a la protección del Santo y lo han elegido por especial patrono; tales los que siguen la carrera m ilitar, los que han de luchar con armas y aun los que las fabrican. Es patrono de cuantos llevan espada, arco y arcabuz; de los guerreros, jinetes, cruzados, caballeros, armeros y ejércitos cristianos. Explícase este patro cinio por la semejanza de profesión: San Jorge fué soldado, tuvo que luchar y defender la fe con su sangre. Desde m uy remotas fechas fué elegido San Jorge patrono especial de algunas naciones (Lituania, Rusia, Suecia, Sajonia), reinos, repúblicas y ciudades (Reino de Aragón, Cataluña y Valencia; repúblioa de Génova; ciuda des de Constantinopla, Ferrara, Alcoy, etc). Los ingleses le toman como pro tector en el sínodo de Oxford en 1220, celebran su fiesta con toda pompa y le erigen numerosos santuarios. Y no para aquí la devoción, pues que se llega hasta acuñar monedas con la efigie del Santo en Ferrara, Inglaterra y Génova. E n la E dad Media existía en Génova un Banco m uy acreditado: el Banco de San Jorge, el más antiguo de Europa, que se dedicaba principal mente a operaciones de crédito bancario y territorial. Unos setenta y cinco pueblos de Francia y más de sesenta de España y Portugal llevan el nombre de San Jorge. E n Suiza, lo llevan los conven tos de San Galo y de Stein. E n Italia, el de San Jorge de Venecia presenció un conclave y la elección de Pío V II (1739-1800).
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ÓRDENES MILITARES
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NTRE todos los nombres que figuran en el calendario, el de San Jorge es el más frecuentemente elegido como patrono de las Órdenes mili tares establecidas en Europa. La más antigua es la Orden constantiniana de San Jorge, que pudiera remontarse a los tiempos de Constanti esto es, al siglo IV; aunque lo más probable es que se fundó en 1190 por el emperador de Constantinopla Isaac Angel Comneno. E n España, la Orden de San Jorge de Alfana quedó instituida en la localidad del mismo nombre, en la diócesis de Tortosa, en 1363, y en 1399 debió fusionarse a la de Nuestra Señora de Montesa. El Franco Condado vió nacer en 1390 y 1400 una Orden de caballería de San Jorge llamada Orden de Rougemont. Filiberto de Mioláns, señor de Rougemont, que había traído de Oriente una reliquia de San Jorge, mandó construir una iglesia para darle culto. Él y varios nobles de la región ins tituyeron una Herm andad que duró oficialmente hasta le Restauración. En Austria fundó una Orden religiosomilitar el emperador Federico III por los años de 1468; y el papa Paulo II tenía erigida con la misma ad vocación la abadía benedictina de Moillestadt en la diócesis de Salzburgo; en ella se fundó a fines del siglo XV una Sociedad cuyos miembros se comprometían a combatir contra los turcos o ayudar con sus limosnas a la Orden; el papa Alejandro VI (f 1503) se inscribió en ella como cofrade. La Orden de San Jorge de Génova, creada en 1472 por el emperador de Alemania Federico I I I y de la cual era gran maestre el dux de Génova, fué de corta duración. El papa Paulo III ( f 1549) instituyó una Orden de San Jorge cuya sede era Ravena, y que tenía por misión dar caza a los piratas que atacaban la Marca de Ancona en los Estados Pontificios. Dicha Orden fué abolida por Gregorio X III (f 1585). Baviera tiene desde 1729 una Orden de San Jorge defensora de la in maculada Concepción. E n Rusia la emperatriz Catalina II fundó en 1769 una Orden con el mismo nombre para recompensar méritos militares. Eduardo III de Inglaterra puso la célebre Orden de la Ja rretera bajo la advocación de San Jorge en 1330. Y en 1818 se fundó en la Gran Bretaña una Orden civil y m ilitar llamada de San Miguel y San Jorge. Aunque incompleta la precedente enumeración, demuestra suficientemente cuán popular ha sido entre los cristianos el culto a San Jorge.
SANTORAL * Santos Jorge, mártir; Félix, presbítero, y sus compañeros, F ortunato y Aquileo, diáconos, mártires; Gerardo, obispo y confesor; Adalberto, obispo y már tir; Marolo, obispo de M ilán; Gil, arzobispo de T iro ; Diogeniano, obispo de A lb í; Valerio, Anatolio, Glicerio, D onato y Terino, m ártires, conver tidos por San Jorge. Beatos Gil, compañero de San F ran cisco ; Alejandro Saull, obispo y confesor. Santa Pusinna, virgen. B eata Elena, viuda.
SANTOS FÉLIX, FORTUNATO Y AQUILEO, mártires. — Félix era presbítero y los otros dos, diáconos. Los tres fueron enviados p or San Ireneo a Valencia de F rancia, p ara predicar el Evangelio. Lograron numerosas conversiones, pues con ellos estaba Dios, que realizaba p o r su medio continuos y estupendos m ila gros. Se retiraron a una soledad p ara llevar vida más perfecta. De ella fueron sacados violentam ente por las tropas del em perador Caracalla, hijo de Septimio Severo, que había decretado la q u in ta persecución contra los cristianos. Fueron los tres encarcelados; pero durante la noche se les apareció .un ángel, rompió sus cadenas y les ordenó que destruyeran los estatuas de los ídolos. Las puertas de los tem plos se les abrieron por sí solas, y asi pudieron reducir a polvo las estatuas de Jú piter, Mercurio y Saturno. E n presencia y a del tribunal, dijo Félix al capitán Cornelio estas claras y term inantes p a la b ra s; «Si estos dioses tuviesen algún poder p ara protegernos, hubiéranlo empleado ellos p ara defenderse a sí mismos cuando caían hechos polvo al solo nom bre de nuestro Dios y Señor». A torm entaron cruelm ente a los Santos con azotes y, atadas p ie rn as' y manos, colocáronlos sobre ruedas erizadas de púas, a las que d aban vueltas con gran velocidad. Pusiéronlos luego en el potro, b ajo el cual encendieron una hoguera, y, finalm ente, les cortaron la cabeza en la mism a ciudad de Valencia, el 23 de abril del año 212. SAN ADALBERTO, obispo y mártir. — Nació en P raga, capital de Bohemia, de padres nobles y piadosos, quienes lo ofrecieron al Señor en agradecim iento por habérselo dado y curado luego m aravillosam ente de una enferm dad m ortal. E s tudió las letras divinas en Magdeburgo, de donde volvió a su ciudad n atal con un arsenal de conocimientos y una dosis tan grande de v irtud , que por ellos fué elegido obispo de la capital del reino, a pesar de su repugnancia en aceptar el cargo. Pero la infidelidad, el desacato y aun las pullas de sus diocesanos le obligaron a abandonar el puesto, y eso por dos veces. P udo así recorrer los pueblos de H ungría, Polonia y P ru s ia ; m as predicó en desierto. E l público infiel de P rusia se arrcijó sobre él y le m ató, m ientras A dalberto im ploraba misericordia p ara sus asesinos. E l triunfo de este Santo tuv o lugar el 23 de abril del año 997. SANTA PUSINNA, virgen. — Nació en C ham paña, región francesa, a mediados del siglo v, y fué criada m uy religiosamente por sus piadosos padres. Y a desde niña se dió Pusinna a la v ida de oración y penitencia, y consagró a Dios su virginidad. R etirad a a una celda solitaria, en la que pasaba las horas entregada a ayunos, penitencias y vigilias, influyó poderosam ente en la transform ación de los pueblos merced a la conducta ejem plar de m uchas otras jóvenes por ella instruidas y form adas en el camino de la santidad. Dios la purificó más y más con una- larga enfermedad que le arrebató la vida el 23 de abril.
Instrumentos del suplicio. Emblemas del martirio y de la fortaleza del Santo
DÍA
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DE
ABRIL
SAN FIDEL DE SIGMARINGA CAPUCHINO, PROTOMARTIR DE PROPAGANDA FIDE (1577 - 1622) /
AN Fidel de Sigmaringa, abogado, religioso y m ártir, fué suscitado por Dios a principios del siglo XVII para reformar las costumbres y com batir el protestantismo en la Suiza alemana. Como San Pedro Canisio, que en el siglo XVI se consagró a esa doble misión, nuestro Santo dedicó a ella las fuerzas y la vida hasta derram ar su sangre. Nació Fidel en abril de 1577 en Sigmaringa, población de Suabia, situada a orillas del Danubio y capital del principado de Hohenzollem. Llamábase su padre Juan Rey, hijo de un hombre principal de Amberes, que vino a establecerse en Sigmaringa al huir de la persecución protestante y fué a la vez consejero de la corte y burgomaestre. Su nacimiento puso en grave peligro la vida de su virtuosa madre y aun se llegó a temer que el tierno infante pasara insensiblemente de la cuna al sepulcro; pero el Señor que velaba por la preciosa existencia de nuestro Santo apartó con su poderosa mano ese primer peligro. En las fuentes bautismales se le impuso el nombre de Marcos, nombre que llevó hasta su entrada en religión. Sus padres depositaron en su alma arraigada piedad que vino a ser germen de la más sólida virtud, y quisieron, cl^sde el primer instante, cultivar y desarrollar su inteligencia, dedicándole a lós estudios. ,
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Después de la muerte de su padre acaecida en 1596, el joven, que ya contaba 19 años, fué enviado a la Universidad católica de Friburgo de Brisgovia para graduarse. La oración, la frecuencia de sacramentos y , sobre todo, la devoción a Nuestra Señora, le daban fuerzas para resistir a las pasiones. Sus dos virtudes favoritas fueron la mortificación y la templanza; por ellas pudo evitar los escollos en que vienen a naufragar irremisiblemente los jóvenes, aun los mejor dispuestos, en los embates de la vida. De ga llarda presencia, bello continente, elevada y noble estatura, el joven Rey sobresalía entre los estudiantes, sus compañeros, por una irreprochable pu reza de costumbres y por el ascendiente que tenía entre sus Profesores, hasta el punto de que le apellidaban el F iló so fo cristiano. Bien pronto pasó por todos los grados de la Facultad, conquistando suce sivamente los doctorados de Filosofía (1601) y de Derecho canónico y civil. Por aquel entonces varios estudiantes nobles de Suabia, entre los cuales se contaba el barón de Stotzingen, se proponían visitar varias naciones de Europa y acordaron rogar insistentemente a Marcos que se fuese con ellos. Éste no puso otro reparo que el de poder durante el viaje cumplir libre mente sus prácticas piadosas, sin molestia para sus compañeros. Así, más como peregrino que como turista, llevó adelante su viaje de estudios por Francia, España e Italia, visitando santuarios y hospitales y aliviando a los enfermos con piadosas exhortaciones y abundantes limosnas. E n Francia sostuvo controversias públicas contra los protestantes, y en Dole del Franco^ Condado ingresó en la cofradía de San Jorge, cuya misión era dar sepul tura a los condenados a muerte.- Mas, a pesar de su piedad y de las cruen tas austeridades con que afligía su cuerpo, particularm ente el sábado en honor de la Virgen nuestra Señora, veíasele siempre afable con todos, ale gre y bromista como cuando estaba en la Universidad.
EJERCE LA ABOGACIA
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L regresar del viaje (1610) pasó a servir a su amigo Stotzingen de
Friburgo, donde debía permanecer hasta su promoción al doctora do (1611). Luego se preparó para ejercer la abogacía y la inició con gran acierto en Ensisheim (Alsacia), que a la sazón era capital de los Estados austríacos y sede del gobierno. Un incidente providencial vino a ponerle de manifiesto lo difícil que es ser a la vez abogado acaudalado y perfecto cristiano. Cierto día que defendía una causa justísima, lo hizo con tal acopio de argumentos y razones que el abogado contrario no supo qué oponer. Irri tado por ta n adversa suerte, le dijo al salir de la audiencia:
—A ese paso, doctor Rey, jamás lograréis hacer fortuna. ¿Por qué exponer en la primera sesión lo más definitivo de la defensa? Obrando de esa suerte no habrá causa, por enredada que sea, que no se termine en una sesión. Comprendo que las pruebas son convincentes, pero ¿acaso tenéis precisión de exponerlas tan pronto? ¿No os parece? E l arte de todo buen abogado demanda cierta prudente disimulación sin la cual no sacaríamos fruto de tantos afanes y vigilias. Sois joven y la experiencia moderará vuestros ímpetus y vuestra llaneza de justicia. E l tiempo templará también un tanto ese excesivo celo. Discurso tan inesperado cayó como un rayo sobre el joven letrado. —Siempre he creído que todo gasto inútil y los que son debidos a la incompetencia y descuido del abogado eran otras tantas deudas que éste contraía con su defendido, y ni el tiempo ni la experiencia me apearán de esta opinión. A la nobleza de nuestra profesión corresponde proteger al inocente, defender a la viuda y* al huérfano oprimido o despojado por la violencia o la astucia. Nuestra labor no es de mercenarios; debemos poner nuestra gloria en hacer respetar las leyes; quien piense lo contrario será indigno de ejercer tan noble profesión. Con todo, las imprudentes palabras de su adversario sonaban de con tinuo en sus oídos y dejaban vacilante su corazón. «¡Mundo falaz! —decíase a sí mismo— ¡qué peligroso eres para quien sigue tus máximas perniciosas! ¡A qué punto llega tu corrupción! ¡Ay de mí!, ¡cuán digna de lástim a es mi suerte en medio de tan gran riesgo .de perderme!» Y al punto determinó renunciar a la profesión que ejercía con tan feliz éxito.
INGRESA EN LA ORDEN CAPUCHINA
ERMINADOS unos días de ejercicios espirituales, fuése a ver al padre guardián del convento de Friburgo, manifestóle sus intimidades y le declaró la resolución firme que había tomado de abandonar el mundo y consagrarse a Dios en la vida religiosa. E l prudente superior ju conveniente probar la sinceridad de aquella vocación y exigió que se orde nara antes de vestir el hábito franciscano, lo cual tuvo lugar en septiembre de 1612 en la capilla episcopal de Constanza. E l 4 de octubre siguiente, fiesta de San Francisco de Asís, patrono de la Orden, el postulante, celebrada su primera misa, recibió el hábito de novicio de manos del padre guardián, quien le impuso el nombre de Fidel. S é fie l h a sta la m u e rte —le dijo, tomando por tem a de su plática este texto del Apocalipsis— y te daré la corona de la vid a. Alistado ya en la milicia seráfica, el padre Fidel fué, en breve, modelo
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acabado de todas las virtudes, pues caminaba a pasos agigantados por la senda de la perfección. Levantarse a media noche, tom ar disciplina, obser var la regla, las prácticas religiosas, las penitencias más austeras, todo era poco para su fervor y devoción. No obstante, la hora de la prueba iba a sonar para él como para todos los santos. El demonio presentóse un día a nuestro fraile con trazas de amable visitante y le dijo: —¿De qué te sirven —dime— los salmos, los ayunos, las genuflexiones y las muchas oraciones? Piensa en las viudas, en los innumerables pobres y huérfanos que te llaman en su auxilio. No me cabe la menor duda que lograrás incomparablemente mayor bien en el siglo que aquí. E a, Fidel, sal del convento. El corazón del joven novicio, tierno de suyo, quedó profundamente im presionado con semejantes palabras e indeciso se preguntaba a sí mismo si se hallaría en su verdadera vocación. Dió parte de sus perplejidades al padre Ángel de Milán, maestro de novicios, quien, como hábil director, reconoció m uy pronto la añagaza del tentador y aconsejó al Hermano que acudiera a la oración: —¡Oh Salvador mío! —exclamó el celoso novicio—, suplicóte que me devuelvas la alegría saludable y la serenidad de espíritu, cuyas dulzuras gozaba en los momentos felices de mis primeros días de vocación religiosa; descúbreme tu voluntad para que triunfe de mi enemigo y de mis pasiones. El Señor oyó benigno la fervorosa plegaria de su siervo; disipáronse las tinieblas que envolvían su alma, desvaneciéronse sus perplejidades y surgió nuevamente la calma con redoblada fortaleza de espíritu.
VERDADERO HIJO DE SAN FRANCISCO ESD E aquel instante resolvió Fidel unirse a Dios nuestro Señor con lazos más fuertes todavía. Aproximábase el fin de su noviciado y, para cumplir la Regla, mandó llamar a un notario que diera fe de la renuncia completa de todos sus bienes, parte de los cuales de a becas de seminaristas pobres, facilitándoles de ese modo los estudios. E n 1863 todavía producía esta fundación 7.600 florines, o sea unas 18.620 pesetas oro. Despojado ya de todo, fray Fidel hizo profesión religiosa en Friburgo el 4 de octubre de 1613. Gracia singular, de la que se alegró toda su vida, fué el abrazar estrechamente la pobreza, tan amada de los hijos de San Francisco. —¿Puede haber perm uta más ventajosa que la que he hecho con Dios?— —se decía hablando consigo—. Le he entregado los bienes de la tierra y Él
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A m uerto San F idel de Sigm aringa, los bandidos calvinistas se ceban en su cadáver. L e apuñalan todo el cuerpo, y acuchillan,
sajan y recortan particu larm ente la pierna, ebrios de rabia al re
cordar las apostólicas correrías del Santo para la propagan da de la fe y la conversión de los herejes.
me da, en cambio, el reino de los cielos. Al hacerme pobre he adquirido riquezas inmensas. Propúsose practicar la pobreza en todo su rigor, contentándose con lo estrictamente necesario y asignándose siempre cuanto de más incómodo y peor había. E l hábito remendado era para él vestido«de principe. A la pobreza solía añadir la mortificación. «Dios mío —decía a menu do—, menester es que yo padezca por Vos si con Vos quiero ser glorificado». Y que sus palabras no eran vanas bien lo demostraban los cilicios, los cintos de puntas y las disciplinas que usaba. Sus ayunos eran casi continuos; en Adviento, Cuaresma y vigilias sólo se alimentaba de pan y agua, con alguna fruta. Por eso el padre Juan Bautista de Polonia, que había sido profesor suyo de teología, pudo decir de él: «El padre Fidel, en el decurso de sus estudios, llevó vida tan ejemplar como nuestro seráfico Padre podía desearla». Una encendida oráción continua sostenía penitencia tan estrecha. Temía tanto caer en la relajación que la menor negligencia se le antojaba falta muy culpable. «¡Desventurado de mí —decía—: peleo con flojedad a las órdenes de un caudillo coronado de espinas!» Subrayemos asimismo su humildad que le determinaba en todo tiempo a cargar con las ocupaciones más enojosas. Terminados los estudios teológicos, el padre Fidel, por orden de sus superiores, fué a predicar a Suiza, en el Vorarlberg austríaco. Siguiendo el consejo de San Francisco, el celoso apóstol desdeñaba las formas oratorias, a las que su profesión de abogado le habituara, y solía tom ar por tem a de sus sermones y pláticas las postrimerías del hombre. E n aquella época en que los desórdenes y escándalos estaban a la orden del día, el célebre predicador capuchino tronaba contra el vicio sin temer las críticas de los católicos tibios ni las amenazas de los impíos. Aplicaba el hierro candente a la llaga de su siglo para curarla más presto y de modo radical. E ra Fidel orador apostólico por excelencia. Mas como quiera que el ejemplo de la gente más principal autorizaba los abusos, su celo le trajo muchas contrariedades. Curándose en salud se presentó en los estrados del Senado de la ciudad, explicó su proceder y propuso normas llenas de prudencia para contener los desórdenes y abolirlos totalm ente. Admirados de tan noble osadía, los magistrados dieron por ganada la partida, llegando hasta concederle un edicto que abrogaba todo libelo dado por la herejía contra le religión católica. £1 mismo en persona se constituyó ejecutor de tales edictos y, trasladándose a casa de los libre ros, arrojó a las llamas cuanto de pernicioso halló en este sentido.
SUPERIOR DEL CONVENTO Y CAPELLAN CASTRENSE
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OR sus virtudes heroicas y por su ciencia notabilísima Fidel estaba preparado para el cargo de superior. E n el Capítulo provincial ce lebrado en Lucerna el 14 de septiembre de 1618, fué elegido guardián del convento de Rheinfeld, cerca de Basilea. £1 mismo cargo desempeñó al año siguiente en Feldkireh y más tarde en Friburgo, desde donde regresó definitivamente a Feldkireh en 1621. Severo consigo mismo, mostraba una ternura verdaderamente paternal con sus subordinados y, sobre todo, con los pobres y los enfermos. Una circunstancia dolorosa vino a darle ocasión de practicar la caridad según los anhelos de su compasivo corazón. Era en 1621; el ejército austríaco se hallaba acampado en los alrede dores de Feldkireh para vigilar los movimientos de los grisones, y el padre Fidel fué nombrado capellán de los batallones acantonados en la ciudad. Declaróse a no tardar una enfermedad contagiosa que diezmaba las tropas.. En tan apurado trance, nuestro buen religioso multiplicaba sus caritativos servicios, visitaba a los enfermos dos o tres veces al día, arrodillábase a su vera, llevábales el santo Viático, los consolaba y, cuando sabía que no podían comprar las medicinas necesarias, pedíaselas él mismo a los ricosY aun llegó a escribir al archiduque Leopoldo de Austria, generalísimo del ejército, interesándole por los apestados. Hizo más: por su acertada inter vención apaciguó a un grupo de soldados que se habían amotinado con motivo de la carestía de víveres.
TAUMATURGO Y PROFETA AS plegarias del padre Fidel alcanzaban del cielo milagros sin cuento y conversiones ruidosas. Un día arrebataba a la herejía y volvía al aprisco a una princesa cegada por el espíritu del mal; otro día con vertía a la fe católica al conde Armsbald de Hahem-Ems. A un soldado, mal cristiano, borracho empedernido y blasfemo, que en modo alguno quería enmendarse: «Conviértete —le dice el Santo—, si no, pronto morirás al filo de la espada». El soldado desatendió la amonestación del Santo y algunas semanas más tarde caía muerto en una pendencia que tuvo con uno de sus camaradas. Pero aun en medio de su penosa labor apostólica, sentía el padre Fidel ansias de dar su vida por Jesucristo. Viajaba en una ocasión con algunos compañeros suyos camino de Mayenfeld y, expansionándose, les dijo:
—Dos cosas pido a Dios constantemente: pasar la vida sin ofenderle, y derramar hasta la últim a gota de sangre por su am or y por la fe católica. Pronto había de otorgarle el Señor esta gracia. L a herejía que Lutero predicara medio siglo antes en Alemania y Zuinglio en Suiza, halló desde el primer momento terreno abonado entre los grisones. A petición del obispo de Coira y del archiduque Leopoldo de Austria (16 de enero de 1612) fueron elegidos el padre guardián de Feldkirch y algunos padres más para combatir el error en la región de Alta Retia. Al despedirse nuestro misionero del Senado de la ciudad (13 de abril de 1622), anunció que muy pronto vertiría su sangre por la religión. —Por última vez —dijo— tengo el honor de comparecer ante vosotros; el instante de mi muerte se acerca; en vuestras manos dejo el depósito de la fe; a vosotros toca conservar tan preciado tesoro. Aconteció que aquel mismo año de 1622, previa una reunión celebrada el 6 de enero, festividad de la Manifestación de Nuestro Señor a los gen tiles, el papa Gregorio XV instituía y erigía, el 22 de junio, una Congre gación de cardenales, llamada de la Propaganda, o por mejor decir, de la Propagación de la fe (Propangada F ide), para organizar el apostolado mi sional entre los paganos y herejes. La misión dirigida por el padre Fidel de pendía directamente de esta nueva institución. Todos sus pasos fueron señalados con numerosas conversiones, por lo cual, no hallando los calvinistas otro medio de contrarrestar el poder de su palabra, resolvieron arrebatarle la vida.
EL MARTIRIO
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L 24 de abril de 1622, de vuelta a Grusch, celebró el santo sacrificio de la misa y predicó a los soldados acerca de la blasfemia. E n medio del sermón le faltó repentinamente la voz, al parecer sin fundamento alguno, permaneciendo algún tiempo en éxtasis con los ojos levantados cielo. E n ese arrobamiento le reveló el Señor que aquel mismo día sería el de su triunfo. Terminada la plática, quedóse largo rato orando ante el altar, y luego se puso en camino para Seewis, donde la víspera fué traido ram ente invitado a predicar por una diputación de herejes. Mientras - se hallaba predicando, una cuadrilla de revoltosos calvinistas armados de mazas, espadas, alabardas y mosquetes, irrumpieron tumultuosamente en la iglesia y, dando aullidos y voces desacompasadas, asustaron a los fieles. Mien tras tanto, el predicador se llegaba hasta el altar, hacía una breve oración, salía de la iglesia y tratab a de regresar a Grusch acompañado de un capitán austríaco. Mas no tardaron ambos en ser alcanzados por veinticinco calvi
nistas. El oficial fué arrestrado. Entonces, uno de los amotinados dijo al misionero: —Así, pues, ¿ tú eres el fanático desventurado que se presenta ante el pueblo como profeta? Confiesa que lo que has dicho es pura m entira, o mueres en mis manos. —Yo no os he predicado más que la eterna verdad, la fe de vuestros padres —replicó con santa intrepidez el m ártir—, y gustoso daría mi vida por que la conocierais. —No estamos ahora para tales cosas —replicó otro—, di si abrazas o no nuestra religión. —He sido enviado a vosotros para ilustraros, no para abrazar vuestros errores. En aquel instante uno de los foragidos le asestó un tajo en la cabeza y le derribó; pero, con todo, el m ártir tuvo aún fuerza bastante para arro dillarse y, con los brazos en cruz y la mirada vuelta al cielo, exclamó, a ejemplo del divino Salvador: —Perdona, oh Dios mío, a mis enemigos que, cegados por la pasión, no saben lo que hacen. ¡Jesús mío, apiádate de mí! ¡Oh María, Madre de Jesús, asísteme en este trance! De otro golpe le volvieron a derribar y, ya en el suelo, le asestaron tal golpe en la cabeza con una maza, que le abrieron el cráneo. P or si todavía no hubiera muerto, le apuñalaron sin piedad y le tajaron la pierna izquierda «para castigarle —decían ellos— de todas las correrías que había hecho en pro de su conversión». El cuerpo del santo m ártir descansó en el campo de Seljanas, cerca de Seewis, hasta el otoño siguiente bañado en su propia sangre. Sus reliquias —a excepción de la cabeza y la mano izquierda—- depositadas en el con vento de Capuchinos de Feldkirch, fueron trasladadas el 5 de noviembre del mismo año a la catedral de Coira. En vista de los milagros obrados por intercesión del siervo de Dios, Benedicto X III le declaró Beato por decreto del 12 de marzo de 1729 y Benedicto XIV, el 29 de junio de 1746, le inscribió en el Catálogo de los Santos. Clemente X IV , el 16 de febrero de 1771, extendió su oficio a la Iglesia universal y proclamó al apóstol de los grisones protom ártir de la Sagrada Congregación de Propaganda Fide.
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SANTORAL •
Santos Fidel de Sigmaringa, mártir; Sabas y compañeros, mártires: Gregorio, obispo y confesor; Eusebio, Neón, Longinos y Leoncio, m ártires en Nico media ; Mélito, obispo y confesor; E gberto, misionero in g lés ; Honorio, obispo de B rescia; Daniel, anacoreta y m ártir, en G eron a; Niceas, m ár tir en O rien te; Policarpo, presbítero p e rs a ; Cerasio, o b isp o ; Guillermo F irm at, presbítero y so litario ; W ilfrido, arzobispo de Y ork. Santas María de Santa E ufrasia Pelletier, fundadora de las H erm anas del B uen P asto r; Isabel, virgen; B ona y Doda, vírgenes y abadesas, en Reims.
SANTOS SABAS Y COMPAÑEROS, mártires. — Gentil en sus primeros años, convirtióse luego al catolicismo, al que le llevaron los sentim ientos de adm iración que habían despertado en su ánim o el valor y constancia de los m á rtire s; pues, en calidad de capitán del ejército, repetidas veces había presenciado los más crueles m artirios de los cristianos. Recibido el bautism o, no cesó ya de visitar a los cristianos perseguidos, a quienes anim aba a perseverar en la fe que habían abrazado. P or orden del juez fué detenido Sabas y a to rm en tad o ; aplicáronle hachas encendidas a los costados, y le m etieron luego en una caldera de pez hírviente, de la que salió milagrosam ente ileso. Al v er este milagro se convirtieron setenta espectadores, que fueron degollados sin compasión. Sabas fué arrojado al T íber con una gran piedra a ta d a al cuello. E ra el año 272, y día 24 de abril. SAN GREGORIO, obispo de Ilíberis. — Ejerció el episcopado en la ciudad de Ilíberis (Granada) en cuyo recinto se celebró en el siglo iv u n im portante Concilio. Brilló Gregorio por su gran santidad y tuv o que defender, en contra de Arrio y sus secuaces, la consustancialidad del P adre y del H ijo. E sta valiente conducta le granjeó la am istad de varios prelados y P adres de la Iglesia, que como él com b atían igualm ente el arrianism o. No quiso firm ar la fórm ula sofística del Concilio de Rím ini, a pesar de las instancias y am enazas del em perador Constancio, al cual y a había dirigido antes Osio las siguientes p a la b ra s: «No te mezcles en los asun tos eclesiásticos, ni nos im pongas preceptos sobre tales cosas, antes debes tú apren derlas y aceptarlas de nosotros, pues a ti te entregó Dios el imperio, m as a nos otros nos confió las cosas de la Iglesia». Gregorio m urió después del año 392. SAN MÉLITO, obispo y confesor. — Nació este Santo en Rom a, a últim os del siglo vi. Sus padres, excelentes cristianos, le educaron con esmero, y él se m a nifestó siempre piadoso y p ru d e n te ; aficionóse pro nto a la v ida religiosa y p ro fesó en un m onasterio de su ciudad n atal. E n 601 fué enviado a In glaterra por el p ap a San Gregorio Magno, en calidad de jefe de una segunda expedición que iba a secundar los esfuerzos de San Agustín, prim er enviado apostólico a dicho país. A gustín ordenó a Mélito como prim er obispo de Londres, y sus conquistas espirituales fueron ta n ta s, que el rey Seberto se convirtió, y como fruto de esta conversión surgieron el tem plo de San Pablo y el m onasterio benedictino de San Pedro en Thorney, conocido hoy con el nombre de W éstm inster. Los hijos de Seberto profesaron el paganism o y desterraron a Mélito, por negarse a darles la comunión. M uertos éstos en una b atalla, regresó el santo obispo y fué trasladado a C antorbery, donde con sus oraciones apagó u n furioso incendio que am enazaba d estruir la ciudad. E l 24 de abril del año 624, durmióse en el Señor.
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SAN EVANGELISTA,
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OBISPO
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DE
ABRIL
MARCOS DE
A LEJA N D R ÍA
Y M ÁRTIR
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68)
S San Marcos una de las mayores figuras de la Nueva Ley. No pare ce que se le deba contar entre los discípulos del Señor, por más que haya quien pretenda verle en aquella escena de Getsemaní, en que el evangelista Marcos precisamente habla de que «un joven que seguía a Jesús» fué arrestado sin otra indum entaria que una sábana» y, «prendido por los soldados, soltó la sábana y huyó desnudo». Lo que no da lugar a duda es que Marcos fué compañero de San Pablo en la primera misión de Chipre y más tarde su colaborador en Roma; que fué hijo espiritual de San Pedro y a la vez intérprete y confidente suyo. Compuso el seguijdo Evangelio recopilando, conforme a sus recuerdos, las enseñanzas de San Pedro. Nadie negará que son títulos gloriosos los de evangelista, apóstol y m ártir, que confieren a Marcos aureolas brillantí simas. Está simbolizado por uno de los animales de la mística cuadriga que resplandece en el firmamento de la Iglesia y que, mucho mejor que el sol del mundo m aterial, difunde torrentes de luz en el mundo de las almas.
El santo profeta Ezequiel en el capítulo primero de sus profecías y San Juan en el cuarto de su Apocalipsis describen los cuatro animales simbólicos que vienen a ser como los cuatro heraldos del trono de Dios; San Marcos es uno de ellos: el león. Efectivamente, el Evangelio de San Marcos da principio con la predicación de San Juan É autista, el precursor, el que Isaías anunciara misteriosamente con estas palabras: «Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor», voz potente cual rugido de león que hace retem blar las soledades. San Marcos realizó m ara villosamente este símbolo apocalíptico. Este discípulo predilecto de Pedro, este brillante satélite del sol de la Iglesia, como con razón le han llamado, acompañó a Roma al Príncipe de los Apóstoles y consignó por escrito las enseñanzas de su Maestro; más tarde recibió la misión de fundar la Iglesia de Aquilea y por fin la de evangelizar a Egipto, tierra idólatra «donde todo era dios, menos Dios mismo».
QUIÉN ERA SAN MARCOS
A
decir verdad, sólo conocemos de San Marcos su vida apostólica e ignoramos todo lo referente a su genealogía e infancia. E n los Hechos de los Apóstoles se habla de un personaje, unas veces llamado «Juan», otras «Juan apellidado Marcos» y tam bién «Marcos» a secas. Si hemos creer a los exegetas más autorizados, resulta que es el mismo personaje. E ra primo de San Bernabé, (C oios. IV, 10), y su madre, María, probable mente viuda, vivía en Jerusalén. Según nos refieren los Hechos de los Apóstoles, su casa servía de lugar de reunión a los primeros cristianos. Cuando San Pedro fué rescatado milagrosamente de la cárcel por el ángel del Señor «se encaminó a casa de María, madre de Juan, por sobrenombre Marcos, donde muchos estaban congregados en oración. E ra de noche y, cuando llamó al postigo de la puerta, una doncella llamada Rodé salió a ver quién era: Conoció la voz de Pedro, y fué tanto su gozo que, en vez de abrir, corrió adentro con la nueva de que Pedro estaba a la puerta. Dijéronle: Tú estás loca. Maé ella afirmaba que era cierto lo que decía. Ellos dijeron entonces: Sin duda será su ángel. Pedro, entretanto, seguía lla mando a la puerta. Abriendo, por último, le vieron y quedaron asombra dos.» (H ech o s, X II, 12-16). Marcos se hallaría sin duda presente. E n todo caso, esta es la primera vez que se habla de él y su nombre sirve para distinguir a su madre, María, de las otras Marías. De lo cual puede colegirse no tan sólo que era cristiana sino que estaba al servicio particular de Pedro. No es de extrañar que su hijo Juan, apellidado Marcos, llegara a ser compañero, confidente y
como secretario del Príncipe de los Apóstoles. E n la carta que escribió San Pedro a las Iglesias del Ponto, Galacia, Bitinia, etc., mandábales sa ludos de los fieles de Roma y en particular de Marcos, a quien da el nom bre tan afectuoso como glorioso de hijo: «M arcus, filiu s m eu s: mi hijo Mar cos» (I P edro, V, 13).
MARCOS, PABLO Y BERNABÉ
A
NTES de ser colaborador de San Pedro, Marcos lo fué de San Pablo, bajo los auspicios de su primo Bernabé. E ra éste un levita de Chi pre, cuya autoridad fué grande en la Iglesia primitiva; en los prin cipios, mayor, si cabe, que la del mismo San Pablo. De carácter bondad condescendiente y muy espiritual, de gran influencia por sus consejos y ejemplos. Hízose en cierto modo el padrino de Saulo recién convertido, cuando todos en Jerusalén desconfiaban aún de él, y lo presentó á los Apóstoles que, probablemente, se reunían en casa de María, madre de Juan Marcos (H ech o s, IX , 26-27). Él tam bién fué a buscarle a Tarso y le llevó a Antioquía, donde perma necieron juntos un año. Subieron luego a Jerusalén y de regreso se llevaron a Marcos, el cual los acompañó en su primer viaje apostólico cuando se embarcaron para Chipre, sirviéndoles de coadjutor en la evangelización de la isla: h a b e b a n t aw tem e t J o a n n em in m in isterio (H ech o s, X III, 5). Cuando más tarde pasaron al Asia Menor y desembarcaron en Perga de Panfilia, Juan Marcos los dejó y se volvió a Jerusalén, según dicen los Hechos (X III, 13), sin dar la razón. ¿Fué acaso por disparidad de criterio, o bien por cansancio o desaliento pasajero? A este respecto hace notar el padre Lagrange, con delicada finura, que «los viajes son el crisol de los caracteres» y que «por razones de apreciación vense estallar discusiones muy vivas entre los que hasta entonces fueron amigos y seguían siéndolo después». San Pablo se quedó algo resentido con San Marcos por este abandono, de forma que, cuando más tarde se trató de emprender juntos otra campaña apostólica, para la cual Bernabé deseaba la ayuda de Marcos, Pablo no se avino a ello; Bernabé se separó de Pablo y partió con Marcos para Chipre, mientras Pablo eh compañía de Silas salió a recorrer el Asía Menor. Por permisión divina, esas divergensias redundaron, al fin, en provecho del Evangelio, puesto que multiplicaron las misiones y no impidieron que años más tarde Marcos y Pablo se volviesen a juntar. El gran Apóstol nos habla de este colaborador en su epístola a los colosenses y en la que escribió a Filemón, manifestando el gozo que sentía por verse ayudado de tan buen operario. Recomienda a los colosenses que
le reciban bien, lo cual demuestra que Marcos —que a la sazón se hallaba en Roma— tenía a su cargo esos viajes apostólicos. Más tarde escribe Pablo a Timoteo que venga con él a Roma y que traiga consigo a Marcos, «pues lo necesito —dice— para el ministerio evan gélico» ( I I T im . IV, 11). H abía desaparecido, pues,* la tirantez y Pablo apreciaba más que nunca las grandes facultades y la abnegación de este discípulo que, cuando más joven, puso a prueba en ocasiones su paciencia por falta de iniciativa o de resolución, pero que había adquirido ya m a durez suficiente. P or obra del tiempo y de la gracia se habían perfeccionado sus cualidades innatas y era ya apóstol ejemplar. Tan cierto es que nadie adquiere la perfección en un momento.
DISCÍPULO DE SAN PEDRO
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ERO el verdadero maestro y padre de Marcos fué el Príncipe de los Apóstoles. Ciertamente los Sagrados Libros son por demás sobrios en pormenores acerca de este punto; con todo, el nombre de hijo que San Pedro da a Marcos es muy significativo. E n Roma, hacia el año 63, es decir, cuatro antes de su muerte, escribió el Vicario de Cristo la carta en que así le apellida. Pero a falta de testimonios escripturales, la antigua tradición patrística, así griega como latina, nos muestra a San Marcos inter viniendo íntimamente en el apostolado de San Pedro, como oyente unas veces y muchas como intérprete. El primero que habla de él en este sentido ya en la primera m itad del siglo II es San Papías, obispo de Hierápolis, familiar de San Policarpo de Es m im a y discípulo del presbítero Juan, el cual o es el mismo apóstol San Juan, o un discípulo de los Apóstoles. De él tomó San Papías estos docu mentos. San Justino, a mediados de siglo II, llama al Evangelio de San Marcos «Memorias de Pedro». Más explícito aún es San Ireneo cuando dice: «Después de la muerte de Pedro y de Pablo, Marcos, discípulo e intérprete de Pedro, nos transm itió por escrito lo que aquél había predicado». T ertu liano llega hasta darle el nombre de «Evangelio de San Pedro». Y la anti güedad entera se expresa en términos semejantes. Por lo cual, sin m ultiplicar las citas de los Padres podemos deducir de sus diversos testimonios: que Marcós, por ser demasiado joven, no puede considerarse como discípulo de Nuestro Señor; pero que ciertam ente toda su familia estaba consagrada por entero al divino Maestro y a sus Após toles; que comenzó el apostolado a las órdenes de San Pablo en compañía de San Bernabé y que, andando el tiempo, siguió al Apóstol en su viaje a Roma y resumió sus predicaciones en el segundo Evangelio, obra en la que la antigua tradición reconoce la voz misma del Príncipe de los Apóstoles.
UENTA la tradición que cuando el evangelista San M arcos
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llegó a A lejandría se le rom pió el calzado. F ué al prim er
zapatero que encontró para que se lo arreglase, y éste, llam ado A niano, se hirió al com ponerlo. M ilagrosam ente curado p o r San M arcos, escuchó adm irado su doctrina y recibió el B au tism o.
EVANGELIO DE SAN MARCOS
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AS cualidades características del Evangelio de San Marcos son: con cisión, movimiento y fluidez. Aunque más brevÉ que el de San Mateo, lo completa en muchos extremos. Es el más corto de los cuatro; los hechos que relata están más condensados y, a pesar de eso, abunda en pormenores propios de gran estimación, pero cuida mucho la narración de los milagros, algunos de los cuales sólo conocemos por él. Por eso se le ha llamado el «Evangelista de los milagros». E l discípulo de Pedro escribió en griego porque lo hacía para los con versos del paganismo; por eso explica tan por menudo ciertos usos y costumbres, ciertas expresiones propias de los judíos; por eso precisa con frecuencia' la situación de tales y cuales poblaciones poco conocidas de sus lectores. Nótase la influencia de San Pedro en determinados episodios m uy pro pios del Príncipe de los Apóstoles; como, por ejemplo, cuando el Señor curó a la suegra de Pedro, en el que Marcos nombra las personas presen tes (I, 29-31); cuando Cristo maldijo a la higuera estéril, Marcos recuerda la extrañeza y la pregunta de Pedro ante el inmediato efecto de la palabra del Hijo de Dios (X I, 13-24). Es cosa de notar que si se trata de hechos favorables a Pedro, Marcos se calla. Así, en la célebre escena en que Jesús estableció a Pedro por fundamento de su Iglesia, Marcos omite lo principal y más honroso, que San Mateo cuenta detalladam ente. E n cambio, los otros evangelistas callan las negaciones de Pedro que San Marcos refiere. También es el único que menciona el canto del gallo y por dos veces. E n esos por menores se manifiesta m uy ejemplar 1^ humildad de San Pedro, que ins piraba la pluma de su intérprete.
APOSTOLADO DE SAN MARCOS
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ESULTA poco menos que imposible fijar fechas a las diversas misio nes y correrías apostólicas de San Marcos. Examinados los relatos, confusos y a las veces contradictorios que nos han dejado los an tiguos y mejores cronógrafos, no hallamos orientación firme. Apunte siquiera los hechos incontestables. Hemos visto a San Marcos comenzar el apostolado en Chipre con San Pablo y San Bernabé, en la primera misión, y con San Bernabé solo, en la siguiente. E ra hacia el año 52. Diez años más tarde Marcos misionaba en Roma en compañía de San Pablo, según testimonio de este último en
la epístola a los colosenses; tal vez sería durante alguna ausencia momen tánea de San Pedro. Por aquel tiempo eran los Apóstoles poco sedentarios y nunca como entonces ponían en práctica la recomendación del Divino Maestro: I d y enseñad. Convenía crear nuevas Iglesias y consolidar las antiguas, visitándolas. Imponíanse, por lo mismo, frecuentes viajes. Así lo hacía Marcos, primero en calidad de coadjutor y por propia ini ciativa, después. San Pablo en la epístola a los colosenses les anuncia una próxima visita de Marcos, proyectada por San Pedro ta l vez, o si no por San Pablo, o quizá fuera Marcos quien por propio impulso la planeara. E n la primera epístola a Timoteo —a la sazón en Éfeso— , supone el gran Apóstol que Marcos se hallaba en aquella localidad, puesto que en carga a Timoteo que vaya a Roma con Marcos. ' Más tarde vemos a San Marcos volar más con sus propias alas. San Pedro le envió a evangelizar la ciudad de Aquilea y, altam ente satisfecho de la gestión y acierto de su evangelista en ese reducido teatro, le confió luego Egipto entero como campo de su apostolado. Alejandría vino a ser como el centro desde donde Marcos irradiaba su celo de apóstol incansable y dicha sede, creada por indicación de San Pedro, vino a ser la tercera del gran patriarcado de la cristiandad, después de la de Roma y Antioquía.
SAN MARCOS, EN EGIPTO EGÚN testimonio de antiguos hagiógrafos, San Marcos desembarcó en Cirene, en la Pentápolis, recorrió la Libia y la Tebaida, donde abun daron las conversiones finalmente, fijó su residencia en Alejandría, ciudad famosa y lugar de cita de todas las sectas filosóficas. Refiere la tradición que al entrar Marcos en Alejandría, como se le rom piera el calzado, se dirigió a un modesto remendón llamado Aniano, el cual al arreglarle el calzado se lastimó la mano, pero el Santo le curó al instante. Asombrado Aniano del maravilloso poder de aquel médico ex tranjero, le rogó con grandes instancias que se quedase en su casa. De allí a poco él y su familia se convirtieron al verdadero Dios. Muerto el Santo, Aniano fué su sucesor. Los cuerpos de ambos fueron trasladados a Venecia. Alejandría, fundada por Alejandro Magno, y sometida a Roma tres siglos más tarde, era a la sazón el centro de los grandes filósofos, de los artistas, poetas, matemáticos y sabios de todo el orbe. Allí también tenían asien to todas las religiones, aunque todas se hallaban dominadas por la divi nidad egipcia de Serapis, cuyo templo ingente dominaba desde la pequeña colina que se alza junto a la población. El lugar de cita del helenismo y
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de la cultura judía era su rica biblioteca de 200.000 volúmenes. E n esta capital de más de un millón de habitantes, los judíos eran numerosísimos; por lo menos 300.000. Allí se tradujo la Biblia al griego por la Comisión de los Setenta y allí se compuso el libro canónico de la Sa b id u ría . L a doc trina de los Libros Sagrados era, pues, conocida en»aquel centro del hu mano saber y no es de extrañar que se infiltrase en las concepciones de la filosofía griega. Llegó a tanto su influencia que el judío Filón, en el siglo I de nuestra era, aplicó a la interpretación de la Biblia el idealismo de Pla tón y de esta doctrina brotaron más tarde las fantasmagorías de las sectas del gnosticismo. En ese ambiente intelectual y centro de estudios, hizo brillar San Mar cos la luz del Evangelio. Por él lucirá el D idascáleo, la docta escuela cris tiana del siglo II, de la que serán lumbreras los Pantenos, los Clementes y los Orígenes. Al impulso de la férvida predicación de San Marcos, el cristianismo se propagó rápidam ente y la ejemplaridad de los nuevos cristianos parecía acrecentarse con su número pues, no contentos con observar los preceptos comunes, practicaban tam bién los consejos evangélicos. Muchos vendían sus bienes, distribuían el producto a los pobres y se retiraban al desierto, donde vivían santam ente en medio de grandes austeridades. Estos fervorosos cris tianos recibieron el nombre de tera p eu ta s, palabra que significa «siervos de Dios», y fueron como la semilla de aquel número prodigioso de santos ana coretas que al correr de los siglos habían de poblar las soledades de la N itria, la Escitia y la Tebaida. Pero tal expansión de fervor cristiano suscitó en Alejandría lo que en todas partes: el furor de Satanás y la persecución. Los paganos y judíos se ensañaron particularm ente contra el promotor de aquel movimiento; pero Marcos, hacia el año 63 consagró obispo de esta ciudad a su discípulo Aniano, ordenó a varios presbíteros y diáconos, y él se volvió a evangelizar la Pentápolis por espacio de dos años, al cabo de los cuales regresó a Alejandría, donde tuvo el consuelo de comprobar que la fe había extendido sus conquistas.
MARTIRIO Y RELIQUIAS DEL SANTO
O pasó inadvertido el regreso de San Marcos a Alejandría, tanto más cuanto que al conjuro de su palabra se multiplicaban de modo extra ordinario los milagros. Ello excitó la admiración de las masas, y los paganos' buscaron coyuntura propicia para deshacerse definitivamente de Ésta se presentó el 14 de abril del año 68, según reza una cronología generalmente adm itida. E n dicho año coincidían precisamente el día de Pas
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cua y la fiesta del dios Serapis. San Marcos fué prendido por sorpresa mien tras celebraba los santos misterios; agarrotáronle y arrastráronle por la ciu dad, gritando: «Llevemos el buey a Bucoleón (barrio del boyero)». E ra éste un paraje erizado de peñascos, m uy cerca del m ar. Una vez allí, golpeáronle bárbaram ente, le arrastraron sin piedad por aquel terreno abrupto y acanti lado, que se tiñó con su sangre inocente y por fin le encarcelaron. Durante la noche sacudió el calabozo un espantoso terremoto y se apa reció al atleta de Cristo un ángel para fortalecerle. Marcos quedó muy con solado con visiones celestiales por las que vino en conocimiento de su pró xima entrada en la gloria. E n una de esas visiones se le presentó Nuestro Señor Jesucristo, quien, sonriente y con el mismo semblante y las mismas vestiduras que llevaba en su vida m ortal, le dijo: — «P a x tib i. M aree, eva ng elista m i!: ¡La paz sea contigo, Marcos, mi evangelista!». A lo cual el discípulo respondió: «¡Oh, Señor!», única frase que brotó de sus labios en el arrobamiento de su tierno amor. Al día ■siguiente repitieron el suplicio del m ártir. Arrastrado por entre los peñascos de Bucoleón, pronto quedó su cuerpo hecho pedazos. Marcos expiró en este cruel tormento. La Iglesia celebra su fiesta el 25 de abril. Consumado el sacrificio, intentaron reducir a cenizas sus venerandos res tos en el lugar mismo donde le habían dado muerte y, al efecto, encen dieron una inmensa hoguera; pero de repente se levantó tan recia tempes tad. acompañada de lluvia torrencial, que dispersó a todos los asistentes, apagó la hoguera y causó muchos daños. Los fieles lograron recoger los despojos del m ártir y les dieron sepultura con todo decoro y devoción en un sepulcro abierto en la peña. Siglos más tarde enriquecióse el Occidente con los precicsos restos, que fueron trasladados a Venecia el 31 de enero de 829. E l arte bizantino construyó la imponente y suntuosa basílica, orgullo v de la ciudad que cobija las reliquias del Santo. Venecia fué la reina del m ar y, por espacio de largos siglos, la noble y poderosa República que paseó triunfalmente su bandera, adornada con el león de San Marcos, por todas las escalas de Levante e hizo brillar la cruz de Cristo doquiera que la media luna de Mahoma trataba de im plantar su imperio.
SANTORAL Santos Marcos, evangelista, obispo y mártir; A n ia n o , o b isp o ; Hermógenes, Evodio y Calixto, m ártires en S iracu sa; Erm inio, obisp» y confesor; E s te b a n , o b isp o y m á rtir ; Filón y Agatópodo, diáconos; Febadio, Ivón, Macalio, Macaldo y Kebio, obispos y confesores; R ústico, obispo de L y ó n ; Cramacio, obispo de M etz; Macedonio, p atriarca de C o nstan tin opla; Publio, soldado y m ártir en N icom edia; Silvestre, abad de Reome (diócesis de D ijó n ); B eatos H eribaldo, abad de San Germán y o b isp o ; Ju a n de Coria y F ran cisco de Oropesa, franciscanos. S antas F ra n ca , v irg e n ; Siagria, ilustre dam a de Lyón (s. v ) ; Marcia y Nicia o Victoria, m ártires.
SAN ANIANO, obispo. — Aniano era zapatero, en la ciudad de A lejandría en E gipto. Cuando Marcos fué p o r prim era vez a dicha población, entró en casa de Aniano p ara que le cosiera una sandalia ro ta que llevaba. Al cosérsela, el zapatero se pinchó con la lezna, y Marcos le curó con sólo hacer sobre la herida la señal de la cruz. E sta fué la ocasión escogida por la divina Providencia p ara ab rir a la fe los ojos de Aniano, el cual fué instruido, bautizado y consagrado obispo p or su médico espiritual San Marcos. Con él se bautizaron todos sus fa miliares. Aniano fué obispo de A lejandría, cuatro años en vida del Evangelista y dieciqcho desp u és; y siempre pastor solícito del bien de sus ovejuelas, cuyo padre, consuelo y protector era en toda ocasión. Convirtió a muchos infieles, y su conducta, altam ente ejem plar, fué agradabilísim a a Dios, que le recompensó llamándole a Sí y adm itiéndole en su san ta Gloria el 25 de noviem bre del año 86, pero su fiesta se celebra el mismo día que la de su santo Maestro. SAN ESTEBAN, patriarca de Antioquía y mártir. — L a silla episcopal de A ntioquía se hallaba en circunstancias m uy difíciles, p o r el interés que tenia un tal Pedro en ocupar dicha sede. Auxiliado éste por el conde Zenón, yerno del em perador León I, llegó a deponer al legítimo prelado. E nterado el. em perador de la injusticia com etida repuso al verdadero obispo, prelado sabio, prudente y m uy celoso de la disciplina eclesiástica; mas éste, al ver la anim adversión del conde, ayudador de sus adversarios, renunció por am or a la paz. Entonces fué elegido E steban, varón respetado y reverenciado de todos por su saber y gran v ir tu d ; pero los herejes, incitados po r el usurpador Pedro, hicieron al obispo objeto de sus iras y persecuciones. E levado Zenón al trono im perial, conservó a E steban en la sede antioqueña, m as después, en 479, perm itió el asalto a la iglesia y residencia de E steban, quien fué asesinado recibiendo en su cuerpo innum erables y penetrantes estiletes, y arrojado al río Orontes. Así se le rom pieron las atadu ras corporales y su alm a voló a recibir la recompensa de los justos. SANTA FRANCA, virgen. — Franca es una de aquellas jovencitas a quienes no ciega el oropel del m undo, ni deslum bran los falsos brillos de la gloria hum ana, sino que, ilum inadas en su interior p or los destellos de la divina gracia, siguen con docilidad las insinuaciones de ésta y desprecian las falsas apariencias de aquéllos. Nació F ran ca en la fértil y risueña ciudad italian a de Placencia, cuyas casas se reflejan ondulantes en las aguas del Po. L a fam ilia de nuestra S an ta per tenecía a la alta sociedad ita lia n a ; pero ella despreció el lujo y se hizo religiosa. Vistió el hábito a los catorce años y llevó una vida henchida de oración y • peni tencias. El 25 de abril de 1218 le fué concedida la dicha de salir de este destierro y unirse definitivam ente a Dios.
DÍA
26
DE
ABRIL
BEATO ANTONIO DE RIVOLI MARTIR EN TÚNEZ (1423 - 1460)
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A vida de este esclarecido varón no es, como la de tantos otros, una serie de heroísmos que pudieran amedrentar nuestra flaqueza. Per tenece, por el contrario, al número de los convertidos y arrepenti dos, que nunca han faltado en la Iglesia de Dios, y a los que la misericordia infinita del Señor concede, como premio de su dolor, la glo ria del paraíso y los honores de la santidad. Será para las almas caídas una prueba más de la bondad divina que lo perdona todo cuando hay verdadero arrepentimiento. Tres partes bien distintas comprende la vida del Beato Antonio de Rívoli: en primer término, vida religiosa de m uy mediana observancia; luego, una vergonzosa apostasía y, por fin, reparación de su vida pasada con he roico y glorioso martirio. Como fuentes biográficas disponemos de un informe remitido a los P a dres Dominicos por fray Constancio, quien, por haber estado preso del rey de Túnez juntamente- con Antonio de Rívoli, fué sucesivamente testigo ocular de su apostasía y de su sangrienta expiación y, además, de una carta al papa Pío II del dominico Pedro Ranzano, que a la sazón era provincial en Sicilia, la cual aporta interesantes pormenores acerca de la vida religio sa de este m ártir.
EL RELIGIOSO
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NTONIO N ayrot fué oriundo de Rívoli, en la diócesis de Turín, y vió la luz primera hacia el año 1423. De su familia, así como de sus primeros años, no sabemos nada en absoluto; es probable que Antonio ingresara en la vida religiosa en los albores de la adolescen Hallárnosle por vez primera en el célebre convento de Dominicos de Flo rencia, llamado de San Marcos. Allí vistió el hábito de Santo Domingo y le cupo la suerte de tener como prior a San Antonino, que más tarde llegó a ser arzobispo de dicha ciudad. Veamos lo que a este propósito nos refiere Turón en la historia de los varones ilustres de la Orden de Santo Domingo: «Como prior que fué en Nápoles, Gaeta, Cortona, Sena, Fiésole y Floren cia, San Antonino restableció o afianzó la observancia regular por la reno vación del fervor, el amor al estudio y el celo en el ministerio apostólico». Tal era el prior de Antonio de Rívoli; pero, ¡ay!, parece que éste hizo mentiroso el dicho tan conocido de: tal padre, tal hijo, o tal maestro, tal discípulo. No se daba, en efecto, mucha prisa para seguir de cerca al guía perfecto que iba a la cabeza en el camino de la perfección. Según refiere un historiador, nuestro novicio fué y a advertido por su notoria inconstancia de carácter. Con todo, no se puede negar que era re ligioso obediente, no carecía de piedad y llevaba una vida bastante regu lar. Los frecuentes viajes que hubieron de ocupar más tarde buena parte de su vida y sus no menos frecuentes cambios de residencia, nos hacen pensar con fundamento que Antonio poseía cierto talento oratorio, gran celo para la predicación y ta l vez aptitudes nada comunes para tram itar asun tos, a menos que deban atribuirse tantas peregrinaciones y mudanzas a la volubilidad de su espíritu. Su provincial, el Padre Ranzano, nos lo pinta como un alma que busca siempre su bienestar, que se desvive por la pose sión y goce de cosas nuevas y es víctim a constante de dolorosa inquietud. Carácter de este temple podrá en rigor bastar a las exigencias de una vida mediana, común y pacífica; pero corría peligro de naufragar entre las pruebas y dificultades que asedian más de una vez la existencia del sacerdote. Cierto día nuestro religioso, hastiado sin duda de una permanencia de masiado larga en el mismo sitio, fuése a ver al Padre prior con la inten ción bien resuelta de hacer caso omiso de su consejos, y le expuso su deseo de embarcarse para Sicilia. San Antonino, ilustrado por divina luz, trata de disuadirle. Viendo que nada consigue, profetízale que un peligro espantoso asaltará su alma y cuer po el día que se le ocurra tom ar un navio. Antonio conocía, no cabe dudarlo, la santidad de su superior y, por lo
mismo, esta advertencia hubiera debido hacerle más reflexivo y aun mudar de parecer. Pero nada más lejos de ello. ¡Pobre imprudente! Mas, ¿puede hablarse de prudencia al que cree bogar hacia la felicidad? Y a la conquista de la felicidad precisamente se embarcaba Antonio de Rívoli cuando toma ba pasaje para Sicilia el año 1457. Cuatro años hacía que Pedro Ranzano era provincial de aquella región cuando el recién llegado se presentó ante él en Palermo. Recibióle con la cordialidad de un padre, oyó sus confidencias con tierna caridad y, al ter cer día, accediendo a su demanda, le permitió quedarse en Sicilia y en la residencia que fuera más de su agrado. Cumplidos y colmados sus anhelos, Antonio partió de Palermo; por espacio de un año vivió como un religioso ejemplar; pero aun no había adquirido la virtud de la estabilidad. Varios conventos de diferentes poblaciones hubieron de albergar por algún tiempo al religioso giróvago. A los doce meses ya se le vió regresar a Palermo. Volvía devorado por «ese inexorable tedio» que es a menudo la tristeza del rico y a veces tam bién el castigo del religioso desazonado, en cuya alma no reina el deseo ardiente de la perfección, ni la suave nostalgia del cielo. Volvía, hastiado su espíritu y desanimado su veleidoso corazón. Habiendo consumido en fre cuentes peregrinaciones lo mejor de su vida, acabaron también por disgus tarle los viajes de tal modo, que nuestro enamorado de los cambios venía a solicitar de su provincial permiso para volver a Nápoles y Roma, con el fin de entrevistarse en esta últim a ciudad con el Superior General y pedirle que le destinara a un lugar donde acabar sus días. Este singular fracasado de la vida, iba en busca de una mansión agrada ble donde acabar pacíficamente sus días cuando apenas franqueaba los lí mites de la juventud; sólo tenía treinta y cinco años y hablaba ya de sus últimos días. Pero la divina misericordia se los reservaba gloriosos de modo m uy distinto del que él pudiera desearlos.
EL CAUTIVO BA a cumplirse la primera parte de la profecía de San Antonino. El 31 de julio de 1458 se hacía a la vela Antonio de Rívoli en un navio que zarpaba al mando del capitán Juan Sarde con rumbo a Nápoles. En los dos primeros días tuvieron excelente navegación; el 2 de agosto se hallaban a la altura de la ciudad napolitana, cuando de repente apareció en el horizonte un corsario sarraceno. El navio enemigo, mandado por Nardo Anequino, cristiano renegado que ejercía la piratería en provecho del rey de Túnez, alcanza a la carabela, la asalta y hace prisioneros a todos sus pasajeros.
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E l convoy de cautivos, entre los que se contaba Antonio de Rívoli, lle gaba a Túnez el 9 de agosto. Al día siguiente comparecieron delante del rey, que probablemente era Alú-Omar-Otmán (1435-1488); seguidamente los hicieron pasear por las calles y barrios más frecuentados para servir de es pectáculo a la malévola curiosidad de las gentes. Los cautivos desfilaron con las manos atadas, y cuando terminó semejante humillación vieron cómo las puertas de la cárcel se cerraban tras ellos. Antonio, según queda consignado, no estaba m uy preparado para la misión de confesor de la fe. Con todo, el Señor le concedió un favor in estimable en medio de la confusión en que le había sumido aquella des ventura. Apenas ingresó como cautivo del rey, tuvo la visita de fray Cons tancio, religioso jerónimo y antiguo cautivo tam bién del rey de Túnez. Oyóle en confesión, le hizo fervorosas exhortaciones y le ofreció su amistad mien tras duró su cautiverio. Pero así y todo, las finezas del religioso afecto de fray Constancio no consiguieron hacer brotar en su alma mal dispuesta al sufrimiento, ni la santa alegría, ni siquiera la resignación cristiana. Aconteció, pues, que, pa sados unos días de cautiverio, el impaciente recluso solicitó por escrito la libertad. El rey, a quien dirigió el mensaje, le permitió salir de la cárcel sólo bajo juram ento. Tal condición le indigna, escribe al cónsul de Génova, protesta enérgicamente de su encarcelación y reclama a gritos la liber tad; pero con tan poca ponderación y reserva lo hace, que el cónsul, en el primer momento, declara que no quiere saber nada de tal cautivo. Em pero, gracias a la intervención del dominico fray Juan, capellán de los genoveses, vuelve en su primer movimiento y pide su libertad. P or fin, salió Antonio de la cárcel en el mes de octubre o noviembre de 1458, pero agriado y exasperado.
EL APÓSTATA NTONIO de Rívoli ejerció el apostolado sacerdotal por espacio de unos cinco meses en la iglesia de San Lorenzo, que servía de parro quia a los genoveses: celebraba, acudía al confesonario y dirigía la divina palabra al pueblo. Así y todo —dice fray Constancio— , «sobrellevaba con poca conformi dad las pequeñas privaciones de la vida de Túnez». Tal estado de ánimo era preludio inevitable de terrible crisis. Aquella vida religiosa, tan satu rada de tibieza, iba por fin a parar en vergonzosa apostasía. Por aquel mismo tiempo en el Japón, donde la Iglesia agonizaba inundada por sangre de mártires, apostataba tam bién el jesuíta padre Cristóbal Ferreira, a los se-
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L Beato Antonio de Rivoli se presenta decidido ante el rey moro de Túnez en su mismo campo y declara con resolución que
está arrepentido de su escandalosa apostasía. Le dice, además, que reniega de la religión de Mahoma y que está dispuesto a sufrir mil muertes por el nombre de Jesús.
senta años de edad, en el terrible suplicio del hoyo, o porque la vejez hu biera debilitado su energía moral, o porque los veinticuatro años de penoso apostolado hubieran resfriado su fervor religioso. Antonio no tenía la excusa del horror a los tormentos ni el tem or de una muerte espantosa; pero reparó a lo menos satisfactoriamente su enorme culpa y al cabo murió m ártir, como murió, por la divina misericordia el padre Ferreira, a la edad de ochenta años, remediando su flaqueza pasada con tres días de tormento del hoyo, que veinte años antes no pudo sopor tar cinco horas. No ha podido ponerse en claro cuál fuera el motivo postrero que trajo la defección de Antonio. F ray Constancio la atribuye a sugestión diabólica. Suriano, al demonio de la impureza. Pretende Ranzano que, irri tado por el feliz éxito de su predicación, el enemigo del género humano sugirió a cierto sujeto que propalara contra Antonio las más atroces calum nias. Según parece, durante mucho tiempo soportó con heroica paciencia los hechos y dichos del calumniador; pero, desesperado a la larga de una persecución que no acababa y no hallando medio de justificarse de las acu saciones que propalaban, se enfureció, perdió la paciencia y dió al traste con todo. Tal vez sea lo más sencillo y lógico suponer que, por efecto de peque ñas y reinteradas infidelidades, el infortunado fraile había preparado la m ayor de todas: la apostasía. Lo cierto es que el 6 de abril de 1459, los cristianos de Túnez fueron testigos de un espectáculo lamentabilísimo. En presencia del monarca anatematizó la fe cristiana y se declaró discípulo de la religión del Profeta. Alegría delirante produjo en los sarracenos ver al renegado aceptar la cir cuncisión conforme al rito musulmán, y fué para los cristianos de Túnez vergüenza y sonrojo indescriptible ta l apostasía. Y a tenemos a Antonio con vertido en perfecto musulmán. Por espacio de cuatro meses vivió entre los sarracenos, echándoselas de belicoso campeón de su nueva religión y de enemigo irreconciliable del cristianismo, al que denigraba a más y mejor. Quiso saber Antonio los fundamentos en que se apoyaba la religión de Mahoma y el medio más adecuado de hacer su elogio. Por toda respuesta le entregaron el «Corán». Púsose Antonio a estudiar con todo ardimiento «la doctrina de aquel impostor, plagada —en sentir de un historiador antiguo— de un sinnúmero de «descarriadas majaderías», con las cuales no dejó, sin embargo, de se ducir a las dos terceras partes del mundo. Cierto que no todo el contenido es de su cosecha, sino de los que le sucedieron, conforme acaece con las cosas humanas». Al fervoroso discípulo de Mahoma nada mejor se le ocurrió para grabar en la memoria sus enseñanzas, que traducirlas al latín y al italiano.
EL CONVERTIDO
ON todo, no había abandonado el Señor a su indigno siervo. Desde el año 1446, el antiguo prior de fray Antonio de Rívoli, San An tonino, esclarecía con su santidad la sede arzobispal de Florencia. L a profecía que hiciera a su novicio se había realizado totalm ente. M el 2 de mayo de 1459 como mueren los santos, a los setenta años de edad y trece de su episcopado, y sus labios agonizantes m usitaban aún estas pa labras que tantas veces repitiera en vida: «Servir a Dios es reinar». Mientras tanto, llegan a Túnez mercaderes procedentes de Italia y An tonio les pide noticias de su patria. Ellos le refieren la muerte santa del arzobispo y los milagros que brotaban de su sepulcro. Su relato impresiona vivamente al pobre renegado y le sugiere saludables reflexiones. Pronto se adueñan de su alma los remordimientos, tras los cuales viene el arrepentimiento que salva. Refiérenos fray Constancio que a fuerza de leer Antonio la traducción del Corán acabó por darse cuenta de que no era otra cosa que una compilación de errores y falsas doctrinas, lucubraciones de un impostor de ingenio. Pero ciertamente habían influido más las ora ciones de San Antonino para mover su corazón que el estudio para desen gañar s u ,.espíritu. López afirma que el santo arzobispo se le apareció y le reprendió severamente por sus extravíos. Antonio estaba convertido. Ganoso de lograr a todo trance aquel cielo en cuyos esplendores viera tal vez brillar a San Antonino, concibió el más vivo desprecio del paraíso sensual y voluptuoso que el Pofeta le prometía. Pero hacerse otra vez cristiano equivalía a ser condenado a muerte, según rezaba una ley del is lamismo. No le pareció, sin embargo, excesivo castigo para expiar el cri men de su apostasía y resolvió afrontar cualquier género de muerte. E l futuro soldado de Cristo se dispone, pues, desde este instante, al úl timo combate. Vase a encontrar al dominico Juan y con el más vivo dolor hace confesión general de su vida, recibe la absolución y la Sagrada Euca ristía, y sin tardanza emprende la vida de buen religioso y las observan cias regulares, y distribuye sus bienes a los pobres. El rey se hallaba entonces a 50.000 pasos de Túnez y, por lo tanto, aconsejaron a Antonio que aplazase hasta su regreso la abjuración de su error y la confesión de su fe cristiana ante el mismo que había sido testigo de su apostasía. En los pocos meses que estuvo aguardando y para mejor asegurarse el valor que ha menester el m ártir, Antonio sometió su cuerpo a una peni tencia seVera. Día y noche lloraba (p crimen, confiando en el divino Pastor que siempre se halla dispi^sto a recibir a la oveja extraviada.-
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EL MARTIR
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S domingo de Ramos, día 6 de abril de 1460, aniversario precisamente de la apostasía de Antonio. E l rey ha vuelto a palacio la víspera y en la iglesia de los genoveses, donde a su vez predica fray Constan cio, se halla congregada toda la cristiana grey. E n ese momento comparece Antonio y, en sencillas palabras, sin retóricas ni circunloquios, deplora su error, abjura el islamismo y anima a los fieles a la práctica y a la fidelidad de la religión católica. Terminada la despedida, el dominico fray Juan ha investido al futuro m ártir con el sayal monástico: la cabeza, el cerqui llo del fraile y su semblante irradian jubilosa alegría. Allá, en el campamento real, rodeado de toda la pompa oriental y en medio de los magnates de la- corte, le aguarda el monarca musulmán. An tonio comparece ante el rey. Con voz clara y entonada, el renegado con fiesa que es nuevamente cristiano, deplora sus extravíos, exalta el nombre de Jesucristo y declara que está pronto a padecer la muerte por su fe. Al oír tan insólita declaración, el rey queda atónito de pronto; mas luego, con palabras llenas de mansedumbre, le invita a que vuelva de su acuerdo, pues de otro modo la existencia ta n alegre y deliciosa que le ha procurado, term inaría necesariamente con muerte cruel. Hace cuanto puede por deslumbrarle con el cebo de la grandeza y el aliciente de la riqueza, diciéndole que todo será suyo si vuelve a ser nuevamente fiel discípulo del Profeta. «Para nada necesito tus ofertas» — responde Antonio; y a su vez le exhorta a que se someta a Cristo él y toda su nación, si desea conseguir los tesoros celestiales y con ello colmar su gloria de monarca. E l rey le es cucha, unas veces lleno de estupor, otras bullendo de coraje y, al fin, or dena sea llevado al calabozo hasta que el jefe de la religión musulmana ins truya el correspondiente proceso y decrete su justo castigo. Es imposible describir el furor de sus guardias, las bofetadas, los puñe tazos que llueven sobre la cabeza y el rostro del prisionero. Pero el m ártir de Cristo lo sobrelleva todo con paciencia y fortaleza; sus labios no musitan más que alabanzas al divino Maestro mientras le llevan al calabozo. Al día siguiente comparece ante el juez. Éste pone en juego toda suerte de medios para rendir su constancia: caricias, promesas, amenazas; pero todo en vano. Después de pintarle el cuadro de la muerte espantosa que le aguarda, le envía nuevamente a la cárcel. Tres días le han dado para que lo medite y se han pasado ya. Antonio ha reflexionado y, sobre todo, ha o ra d ^ en compañía de los cristianos que comparten con él el cautiverio. E stá dispuesto ,a morir. El juez renueva
su interrogatorio y Antonio confiesa una vez más a Cristo en medio de millares de sarracenos. Entonces se decreta la sentencia: el m ártir morirá lapidado. Inm ediatam ente es arrastrada la víctima por los verdugos y llevada al lugar de las ejecuciones, fustigándole en el trayecto, según nos refiere Ranzano. Dos de ellos, que hablan correctamente el italiano, se colocan a su lado con orden de doblegar, si pueden, su voluntad y de aprovechar la menor señal de debilidad para que cese el suplicio y se proclame su retom o al islamismo. E l m ártir no Ies hace caso; cuanto más le atorm entan, más férvida es su oración. Muy próximo al lugar de la ejecución se halla el barrio de los cristia nos. Al acercarse el cortejo, Antonio se despoja de su blanca túnica: «Guar dad este hábito —dice a los verdugos—; si lo entregáis a los cristianos limpio de toda m ancha, recibiréis en cambio buena recompftisa». Prome tieron hacerlo y más tarde cumplieron la palabra. Llegados al lugar del suplicio, suplica Antonio a los verdugos que le concedan unos instantes para orar. Se le complace y, postrado en el suelo, con las manos en alto y mirando hacia Oriente, queda sumido en fervo rosa meditación. Diríase que está en éxtasis. De entre la muchedumbre surge un clamor, un estremecimiento parece invadirla; verdugos y espectadores se lanzan sobre el m ártir, que permanece de rodillas, y le golpean, quien con la espada, quien a pedradas; todos lanzan, además, furiosos aullidos. Antonio, que no profiere un solo grito ni se mueve, resiste como clavado en el suelo. Pero la granizada de proyectiles arrecia y cae como desmoro nado su ensangrentado cuerpo; el m ártir queda inerte y muere expiando gloriosamente su lamentable vida pasada. Amontonan leña a toda prisa..., la encienden y arrojan sobre ella la víc tima.' Las llamas la rodean por todas partes... y durante largo tiempo la dejan en esa imponente hoguera. ¡Oh prodigio! E l cuerpo permanece intac to; ni un solo cabelló se ha chamuscado. Los espectadores, y entre ellos fray Constancio, presencian el milagro. Luego, los verdugos sacan de la pira los santos despojos y los arrojan a una cloaca inmunda. Días más tarde, los mercaderes genoveses lograron a precio de oro ha cerse con las preciosas reliquias que, depositadas de momento en su igle sia, obraron incontinenti varios milagros. E n 1469, Amadeo, tercer duque de Saboya, hizo trasladar a Rívoli tan preciado depósito. Pronto se tributó al santo m ártir culto público, que fué aprobado por el papa Clemente X III el 22 de febrero de 1767.
SANTORAL N
S e ñ o r a d e l B u e n C o n s e j o (Véase el tom o de .«Festividades del Año L itúrgico»); Santos C leto y M arcelino, pap a s y m ártires; R icario, Lucidio, obispo de Verona, y Clarencio, de Viena de Francia, confesores; Basileo, obispo de Amasia, y Pedro, de Braga, m ártires; R aim undo, n a tu ra l’ de M edellín; V ital, m ártir en B esanzón; Pascasio y B ertilón, abades, en F ra n c ia ; Em m ón, obispo de S ens; Peregrino y su p ad re G uillerm o; P ri m itivo y Aurelio, m á rtire s; Severino, obispo. Beato Antonio de Rívoli, mártir. Santas E xuperancia, virg en ; M arciana, Felicia, Felicísima y Evasia, m ártires en Á frica; Alda, te rc ia ría ; V alentina, virgen y m ártir.
u estra
SAN CLETO o ANACLETO, papa y mártir. — A nacleto era originario de A tenas y, habiendo pasado a Rom a, fué convertido, bautizado y ordenado por San Pedro, que le nom bró su coadjutor y vicario p ara las correrías y predicaciones por fuera de la ciudad de Rom a, así como Lino lo era p a ra el interior de la misma. Los latinos llam aron al prim ero Cleto, p a ra abreviar el nom bre, y de áhí el error en que cayeron los antiguos biógrafos al distinguir en estos dos nombres dos personajes. Lino y Cleto ocuparon sucesivamente la Silla de San Pedro después de la m uerte de éste. E n el pontificado de Cleto (o Anacleto) se desencadenó la segunda persecución contra los cristianos, decretada p or el feroz D aciano, des pechado porque no querían aquéllos reconocerle como a dios. E l celoso P astor supo acudir doquiera había espíritus que anim ar, corazones que alegrar, lágrim as que enjugar, pobres que socorrer, fieles que instruir. E l 26 de abril del año 90 se consumó su m artirio, p o r orden del tiran o emperador. SAN MARCELINO, papa y mártir. — Fué n atu ra l de R om a e hijo de u n pre fecto. Sucedió en el trono pontificio a San Cayo, que tam bién había sellado la fe con su sangre. D urante este tiem po se desencadenó la décima persecución, la más terrible de todas, pues costó la v id a a m uchos millares de fieles; sólo en u n mes se contaron m ás de dieciocho mil m ártires, y en la Frigia fué arrasada u na ciudad entera y quem ados todos sus habitantes. Tam bién el P a p a fué hecho prisionero y presentado an te los ídolos. Si bien desfalleció en un principio, al ver los intrum entos de to rtu ra, luego se presentó animoso, arrepentido de su falta, p ara subsanar con el valor de ahora la debilidad de antes. Su cabeza rodó por el suelo, m ientras su alm a, envuelta en la clámide roja de la sangre de m ártir, volaba al cielo a recibir la corona de la gloria. SAN RICARIO, presbítero y confesor. — Nació en la población francesa de Ponthieu, de padres pobres, pero cristianos. ¡A y !, que no aprovechó el don de la educación que le b rin d ara el hogar paterno, y vivió entregado a una vida disipada y de placer. Dos misioneros irlandeses que habían ido al pueblo n atal de nuestro joven, fueron despreciados y m altratad o s p or los habitantes, quienes se habían negado a recibirles y darles hospitalidad. R icario, compasivo, realizó con los misioneros u n a obra de caridad alojándolos en su casa, por lo cual Dios le tocó con gracia especial en pago de esta acción. In stru ido Ricario por los dos monjes, se arrepintió de su m ala vida, lloró sus pecados y se convirtió en celoso propagador del cristianism o. Recibió el orden sacerdotal y realizó m ara villosas conversiones en todos los pueblos de aquélla comarca. P or ev itar los halagos del rey D agoberto huyó a la soledad, en la que llevó vida de austera penitencia. Su glorioso trán sito tuvo lugar el día 26 de abril de 645.
Escudo de la Orden de la Merced
DI A
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P atíbulo y palm a del m ártir
DE
ABRIL
SAN PEDRO ARMENGOL M ERCEDARIO Y M ARTIR (1238? - 1304)
ECORRIA los caminos polvorientos de Aragón y Cataluña con la alforja al hombro, mendigando una limosna para el rescate de los pobres cautivos que se hallaban en las mazmorras de África, y con encendida palabra predicaba la Redención por donde pasaba. Era el heraldo redentor que vivía ahora el ideal sublime de la caridad mercedaria. Cuando ensalzaba la sublimidad del cuarto voto de la Merced, cuando hablaba de los tormentos y vejaciones de los pobres cautivos, su rostro se encendía como una brasa, iluminado por los reverberos de su gran corazón, y todo su ser quedaba transformado. Las gentes, arrastradas por la fuerza irresistible de sus ejemplos, le seguían a todas partes y le veneraban como • a fiel amigo de Dios; pero antes había escandalizado con sus crímenes, y se había refugiado en las madrigueras de las fieras, acosado por la justicia. Llamábase Pedro Armengol, de noble abolengo catalán. Había visto la luz en la primera m itad del siglo X III, junto a las playas tarraconenses. Su padre se llamaba Arnaldo, de noble estirpe; su madre era también de fami lia. noble. Mecióse su noble cuna en La Guardia de los Prados, donde nació, cerca de Montblanch. E ra descendiente de los condes de Urgel, que usaron el nombre de Armengol hasta la Condesa de Aureubiaix.
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Hallábase un día en la casa solariega el santo mercedario fray Bernardo de Corbera, cuando, tomando entre sus brazos al tierno infante, dijo d«t él estas proféticas palabras: «A este niño un patíbulo le hará santo». Y así sucedió; pues, pasados los años, fué ahorcado por los musulmanes cuando cumplía el voto de redimir cautivos. Su piadosa mftdre, entre caricias y besos, le iba enseñando el tem or de Dios, y la devoción a la Virgen María arraigó profundamente en el tierno corazón del niño. Fué como el áncora de salvación, a la cual había de asirse fuertemente para salir más tarde del pro celoso m ar de sus desatadas pasiones. Ella le llevó a puerto seguro. Toda vía no sabía hablar y ya repetía a todos, sonriente, el Avemaria. ¡Cuánto hace en el porvenir del hombre la buena educación de su niñez! De aquí la trascendental importancia que tiene una madre piadosa y santa en el hogar.
MUERTE DE SU MADRE ODAV1A en la lactancia, la muerte vino a llam ar a su buena madre. Triste quedó Amaldo al perder a su buena esposa, ejemplo de m a dres cristianas, y desde entonces reconcentró todo el cariño en su hijo Pedro, recuerdo vivo de la difunta, heredero de su patrimonio y, más que todo, el futuro vástago de su nobleza. Crecía el niño en edad y su devoción era más manifiesta cada día, no descuidando ninguna de sus prácticas de piedad. Con todo se veían ya en él ansias de dominio y un amor propio muy marcado. Siendo Arnaldo una de las personas más nobles e influyentes del reino, el rey le reclamó para su servicio. Ocupado en la Corte, hubo de pensar en la educación de su hijo, y le encomendó, en Cervera, a un preceptor de su confianza. Pedro aprove chó mucho en poco tiempo, pues era m uy inteligente, y pronto aprendió a leer y escribir; pasó luego a la lengua latina, y con esto terminó sus estudios.
LA AVENTURA DE UN DIA DE CAZA
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la niñez tranquila del Santo siguió la juventud borrascosa y arre batada. Pronto empezó a declinar su devoción y a perder su angeli cal candor y Ja inocencia de su alma con el trato y amistad de malos compañeros; aficionóse a ellos, adiestróse en el manejo de las arm as... demás aplaudían su destreza y habilidad en tales ejercicios. Ufano con estos halagos, m albarataba su rico patrimonio "en banquetes y orgías. Apagábase en su corazón el rescoldo de la piedad de sus primeros años; los amigos le empujaban cada vez más al despeñadero, y Pedro corría a un funesto tér
mino, riendo y ahogando recuerdos de mejores tiempos. Atrevido y audaz buscó empresas más temerarias y, ayudado por sus compañeros de vicio, era el escándalo y el terror de la ciudad. H acía gala de su mal ejemplo, y aun había quien excusaba sus fechorías como aventuras propias de su edad. Alarmado el padre al enterarse de tan perversa conducta, voló a su lado con la intención de apartarle del borde del abismo; le halló* tan trocado por sus locas aventuras, que le reconvino seriamente para que volviese a una vida más ordenada y más conforme con su educación y la nobleza de su cuna. Prom etiói el hijo la enmienda, despidió a sus malos compañeros, mo deró sus excesos y cesaron sus desafíos y ruidosas aventuras. Pero aquel natural suyo, brioso y pendenciero, sin el dique de una piedad sólida no podía ser contenido fácilmente con solo unas palabras enérgicas dichas por su padre. Temiendo que se desbordasen aquellas tremendas pasiones, con cedióle permiso para que en la caza ejercitase sus bríos, evitando así males reales. Entregóse Pedro a esta diversión con apasionamiento. No tardó mucho en llegar una ocasión favorable para que estallara aquel temperamento arrebatado y pendenciero. Cuando con más vehemencia per seguía Pedro Armengol a un jabalí malherido por un dardo que él le lan zara, otro grupo de cazadores divisó al animal y emprendió su persecución. Clavó nuevamente Pedro el hierro en el cuerpo de la fiera y se desplomó ensangrentada; seguidamente la rem ató y se dispuso a llevársela como pre sa y despojo de su esfuerzo. El jefe de la otra cuadrilla llegó en aquel pre ciso momento reclamando sus derechos airadamente. Pedro atajó violenta mente las razones de su contrincante echando mano a la espada. E l adver sario hizo otro tanto y ambos llegaron a las manos. Los demás cazadores los separaron a viva fuerza, e interrumpióse la caza. Pedro se marchó lle vando en el alma un odio feroz y jurando vengarse de su contrincante.
CAPITÁN DE BANDIDOS. — LA HORA DE DIOS
A no se da punto de reposo; se lanza por el camino del crimen, im petuoso y ciego; en su pecho hierven todas las pasiones mal repri midas. Multiplica excesos, traza planes diabólicos, y los lleva a cabo junto con otra turba de facinerosos. La voz pública los señaló, la justicia siguió los pasos, y entonces huyeron a las escabrosidades de la montaña pi renaica. Allí m editarían nuevos robos y asesinatos. Dolido Arnaldo al ver pisoteada su nobleza por la criminal conducta de su hijo, resolvió alejarse de Cervera para mitigar algún tanto el acerbo dolor que le causaba. Corría el año de 1258. Jaim e I el Conquistador había arrancado hacía
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poco del poder de los moros a la ciudad de Valencia. Arnaldo fué a esta ciudad y se agregó a la Corte del rey, que le tenía en grande estima. Pero al poco tiempo tuyo el monarca necesidad de trasladarse a Montpeller, para tener una entrevista con el rey de Francia. Para llegar allí había que atravesar la m ontaña donde merodeaban cuadrillas de bandiddS, y el rey, como le acompañaba la Corte y gente pacífica, quiso asegurar el camino; en conse cuencia, ordenó a dos compañías de infantes y a algunos de a caballo que dieran una batida para lim piar de bandidos la peligrosa montaña. Puso al frente de esta gente armada al noble Arnaldo, quien aceptó de buen grado por el deseo que tenía de topar con su hijo: se le ofrecía una favora bilísima ocasión para lavar su honra y sacar a Pedro de aquella vida infame. Todo lo dispuso para dar cumplimiento a las órdenes del rey: a los lugares que creía más peligrosos mandó de antemano a algunos soldados dispersos para que tantearan el terreno. No tardaron en volver a él con la noticia de que no lejos de allí había una partida de bandoleros. Los soldados arre metieron contra ellos y dejaron a unos muertos, a otros heridos y a bas tantes, presos. Arnaldo dió vuelta al m onte para enfrentarse con el capitán, al cual vieron a través de la espesura cuando trepaba por la ladera. El caballero se apresuró a cortar la retirada al criminal, el cual lanzóse contra aquél y hundió su espada en el costado del caballo. Desarzonado el caballero, rodó al suelo y lanzó un grito desgarrador: acababa de reconocer a su propio hijo en el agresor. Aquel grito conmovió súbitam ente el corazón del hijo rebelde, el cual, como herido de un rayo, cae a los pies del padre, a quien reconoce y demanda mil perdones. E l dolor, la piedad, la gracia, que como un rayo de luz penetró en el corazón del capitán de bandidos, transfórmalo en perpetuo caballero de Cristo.
TREMENDA PRUEBA. — MERCEDARIO
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ÁCIL fué a su padre alcanzar el perdón del rey, y más tratándose de un caballero tan principal como él. E ntretanto se libraba en el inte rior del mozo una furiosa tem pestad. Supo en estos momentos deci sivos fijar sus miradas suplicantes en la Estrella de los Mares, buscando orientación para su alma; reavivó en su corazón la llama de su devoción a María, y así encontró camino fácil para llegar a Dios. Retiróse a Barcelona; a los pies de la Redentora de Cautivos lloró amargamente sus pecados y le rogó se apiadase de él en tan trem enda crisis del espíritu. Agitábase en su interior, como m ar alborotado, el pensamiento del pasado, y el demonio hacíale ver que no había para él salvación posible. Días tristes; noches negras las de Pedro Armengol, con aquellas congojas del alma; al mismo
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ESARZONADO el caballero rueda al suelo y da un grito des garrador. Ha visto que el agresor es su propio hijo. A l oir
éste que el vencido es su padre, enternecido le dice con lágrimas: «¡Dadme vuestro perdón, pues desde este momento seré ejemplar, piadoso y penitente/»
tiempo, su corazón de fuego y su carácter indómito se querían sublevar ante las imposiciones del espíritu a una vida ordenada y santa. Turbado, inquieto y desalentado andaba por la encrucijada de su vida, cuando acertó a entrar en la Merced en el preciso momento en qu^ predicaba el santo F ray Bernardo de Corbera —el mismo que había profetizado su santidad— y exhortaba a penitencia a los pecadores empedernidos, inculcándoles con poderosas razones el santo temor de Dios. Aquellas palabras fueron para el atorm entado corazón de Pedro como el arco iris de paz y de ventura después de una desatada tem pestad. Salió del templo trocado en su inte rior, con una paz tan grande en el alma y unos deseos tan vivos de ser todo de Dios, que se dispuso a hacer una dolorosa confesión de toda su vida. Hízola, en efecto, con tales muestras de arrepentimiento, que fué como el punto de partida de su entrega total al servicio de Dios. Acudía con frecuencia a desahogar los sentimientos de su alma agrade cida ante la Reina de la Merced, y allí sintió claramente cómo Ella le lla maba a su religión de redentores. No dudó de que le hacía una gracia sin gular, y sin dilación fué al Maestro General de la Merced para manifestarle sus deseos. Apenas se vió Pedro con la blanca vestidura de la Virgen Inmaculada emprendió el camino de la santidad con grandes bríos..M ucho adelantó en poco tiempo, y pronto fué propuesto como modelo perfecto aún a los más aventajados en la vida religiosa. Compenetróse Pedro Armengol tan de veras con el ideal mercedario, que todas sus ansias eran cruzar los mares en busca de cautivos que redimir. Pedía constantemente al Señor que le hiciera la gracia de proporcionar este consuelo a aquellos infelices. Estas divinas impaciencias agitaban su alma, llenaban su imaginación y eran el tem a ordinario de sus conversaciones. El ejemplo de otros redentores acuciaba sus deseos de que llegára pronto el gran día de ser nombrado redentor. Tales eran sus fervores y tal su vida ejemplar en el claustro, que se pensó en él para la primera redención que se presentara. A ésta siguieron otras tres. En total rescató en ellas el consi derable número de 1.114 cautivos. La primera redención la efectyó en Mur cia, juntam ente con fray Guillén de Bas, después de muchas dificultades y penalidades. La segunda fué la que hizo en Granada, el año 1262, junta mente con fray Bernardo de San Román, Maestro General. En la redención enviada a Argel habíanle nombrado jefe de una gloriosa expedición de Padres redentores. Quince fueron los señalados; en un pequeño barco hicieron la travesía y arribaron felizmente al puerto de Argel. Ante la diligencia y santa audacia de los mereedarios todos los obstáculos se remo vieron, y se allanó el camino que en principio se presentaba empinado y difícil. Diéronse prisa y rescataron el mayor número posible; mas eran m u chos los escogidos y no llegaba la limosna para todos. Entonces exhortó a
los religiosos a que se quedaran con él en rehenes. Después señaló a uno de ellos para que acompañara a los rescatados a sus hogares. Quedáronse ctín él catorce compañeros sufriendo los trabajos del cautiverio, mientras en E s paña se allegaba el dinero suficiente para su rescate. Compartían las penas y dolores de los míseros cautivos e infundían en sus almas la dulce esperanza de su próxima liberación. También predicaban a los moros las verdades de nuestra fe; pero los ejemplos movíanlos más que las palabras. E l rey moro Almohacén Mahomet, habiendo oído grandes elo gios de los mercedarios, sobre todo de Armengol, quiso conocer a nuestro Santo; le trató de cerca, escuchóle atentam ente, la luz esplendorosa de la fe penetró en su entenebrecido entendimiento, y su corazón se conmovió ante el ejemplo vivo de su heroica caridad. El moro no quiso tan sólo hacerse cristiano, sino que pasó a España y pidió ingresar en la Merced. Admitiósele en la Orden, y cambió el nombre de Almohacén Mahomet. en el de fray Pedro de Santa María. Después de vivir santamente descansó en el Señor con gran edificación de todos. E ntretanto, el mercedario que había acompañado a los rescatados se daba prisa en España para allegar recursos; en poco tiempo recogió abundantes limosnas y tornó a Argel. Rescataron a 527 más y , alegres, volvieron a E s paña redentores y Redimidos, dando gracias a la dulce Madre Redentora.
ÚLTIMA REDENCIÓN DEL SANTO. — LA HORCA ’ E verificó el año 1266, en Bugía, ciudad costanera cercana a Argel. Tan pronto como desembarcaron comenzaron a negociar la libertad de 119 cautivos. Y ya estaban con los preparativos del embarque, cuando llegó a ellos la noticia de que otros 18 se hallaban a punto de apostatar. Los redentores vuelan presurosos a ellos para sacarlos del peligroso trance. Pedro propone a los moros quedarse él en rehenes en lugar de aquellos jó venes, y además les promete mil escudos, que fray Guillermo traerá de Es paña para una fecha determinada. Como accedieran los mahometanos, los muchachos se unieron a los otros redimidos con gran contento de sus almas. Nuestro Pedro Armengol sufría con admirable paciencia los trabajos y mo lestias de su prisión y era para todos ángel de paz y consuelo. Los días pasaban; acercábase ya el final del plazo que Armengol se ñalara para el rescate prometido, y fray Guillermo no volvía. Los moros, al ver que el Santo no cumplía su promesa, pues el tiempo fijado ya había pasado, le hicieron más duro el cautiverio y, no contentos con esto, le azotaron cruelmente en repetidas ocasiones; mas todo sufríalo él con gran de alegría de su alma. Exasperados por aquella pasmosa serenidad de es píritu, sácanle del calabozo y deciden darle m uerte. Pero antes le lleva
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ron a presencia del rey y le acusaron de engañador y falso en sus pro mesas; además le hicieron ver cuán peligrosamente atacaba a su secta, y cómo hacía prosélitos entre ellos para la religión cristiana. Volviéronle a la prisión y, multiplicando las torturas en su cuerpo, lo dejaron cubierto de llagas. Tuviéronlo abandonado varios días, sin darle siquiera un poco de alimento; pero el Señor le sostuvo milagrosamente. Volvieron los moros al rey, y recabaron la apetecida sentencia. E l Santo ya lo sabía, pues la misma Virgen Santísima le hizo sabedor de ello. La mazmorra no era ya para él sino la antesala del cielo. La triste noticia había penetrado ya en todas las mazmorras, y los cautivos lloraban con amargo desconsuelo la pérdida de tal padre. Los verdugos le sacaron de la cárcel y, medio arrastras, lo lleva ron al suplicio entre escarnios y befas. Al llegar a la horca, arrodillóse, hizo oración y, volviéndose a los infieles, les predicó la fe de Cristo; esto los encendió más en ira y, llegándose a él, le abofetearon cruelmente hasta hacerle brotar sangre del rostro. Le echaron un dogal a la garganta y, levantándole del suelo, entre la gritería confusa de los moros y el amargo llanto de los cautivos, le colgaron de la horca. Cuando le creyeron muerto, retiróse la m ultitud: los infieles, gozosos por ha ber satisfecho su venganza; los cristianos, llorosos. Cumplíase ahora la pro fecía de fray Bernardo de Corbera: «A este niño un patíbulo le hará santo». Llegó fray Guillermo después de transcurridos ocho días del m artirio, pues le fué imposible volver antes. Al enterarse de lo sucedido, fuese al rey moro para solicitar el permiso de retirar el cadáver, pues había pena de muerte para quien intentara hacerlo sin autorización. Concedido el permiso, encami nóse al lugar del suplicio; allí encontró el cuerpo del Santo pendiente de la horca, pero no exhalaba hedor, sino que despedía suavísima fragancia. Ma ravillóse de ello fray Guillermo y , acercándose, notó que el Santo movía los labios, como si hablara con personas invisibles. Seguidamente levantó la voz y le dijo: «Acércate, hermano, y no llores, porque estoy vivo por el favor de la Virgen Santísima, quien por ocho días me ha sostenido y confortado». Llegóse a él fray Guillermo, transportado de inefable gozo, y, ayudado de los cautivos, descolgóle de la horca. Ambos se abrazaron con lágrimas de ale gría y dieron gracias a Dios por aquel favor tan señalado.
EL RETORNO A BARCELONA.—ÚLTIMOS AÑOS Y SANTA MUERTE
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RONTO se supo en la ciudad la m aravilla. Ingente m ultitud de moros y cautivos acudieron a verle y no se cansaban de contemplar al Santo. Muchos, para cerciorarse más, lo tocaban. Los moros, al verle, recla maron aquellos mil escudos; pero fray Guillermo se negó a pagarlos. Inter vino el rey y declaró injusta la demanda.
Al salir de la ciudad y encaminarse al puerto, volvió Pedro Armengol sus ojos, y dijo en tono profético: «Por esta misma puerta, ciudad infiel, entrarán a dominarte loS cristianos y pagarás entonces tus crueldades y tu infidelidad». E sta profecía tuvo cumplimiento en 1510, cuando Pedro N a varro, por orden de Fernando el Católico, conquistó la ciudad. Los dos mercedarios se hicieron a la m ar con aquel puñado de cristianos redimidos, y tuvieron una feliz travesía. Barcelona entera estaba en el puer to para contemplar al m ártir glorioso. Las gentes se agolpaban para verle, y su nombre fué repetido por la m ultitud enfervorizada. E l Señor quiso dejar en él una huella ostensible del m artirio, pues, mientras vivió, conservó el color cadavérico y el cuello torcido. Después de esto vivió nuestro Santo unos dos años en el convento de Barcelona. Su vida era más del cielo que de la tierra. Muy pocas veces salía del convento y, cuando lo hacía, la m ultitud se aglomeraba a su paso para contemplarle y besar sus hábitos. Los últimos años pasólos en la soledad y recogimiento, edificando a todos por sus grandes y amables virtudes, en el convento de Santa María de los Prados que los mercedarios establecieron en el lugar del nacimiento de nuestro Santo. Finalmente, le sobrevino una grave enfermedad que le postró en el lecho. Conociendo que sé le acercaba la muerte, pidió el Sagrado Viático; lo recibió con gran ternura de su alma y luego pidió a sus hermanos, con grandísima hum ildad, que rogaran por él. La comunidad de Montblanch acudió a presenciar la muerte de un santo. E ntre oraciones, y mientras con tono solemne y triunfal ambas comunidades cantaban el Símbolo de la Fe, durmióse plácidamente en el Señor el 27 de abril de 1304. Luego que murió, de todas partes llegó m ultitud de gentes a venerar su cadáver. Siete enfermos quedaron repentinamente curados al contacto de los sagrados restos. Buen modelo es nuestro Santo para la sociedad moderna, enfermiza y afeminada por los vicios y pecados.
SANTORAL N
S e ñ o r a d e M o n t s e r r a t , P a t r o n a d e C a t a l u ñ a . (Véase el tom o: «Fes tividades del Año L itúrgico»); Santos Pedro Canisio, confesor y doctor; Pedro Armengol, mercedario; Anastasio I, papa; Toribio de Mogrovejo, arzobispo de L im a; A ntim o, obispo y m ártiv; A ntonino, presbítero y mártir; C ástor y E steban, m ártires en Tarso de C ilicia; T ertuliano y Teófilo, obis pos de Bolonia y de Brescia, respectivam ente; Juan, a b a d ; Alpiniano y Antonio, presbíteros y confesores, Santa Zita, virgen, venerada en L u c a ; Germelina, Letísim a y Germana, m ártires en B itinia.
u estra
SAN PE D R O CANISIO, confesor y doctor. — F ué uno de los prim eros com pañeros de San Ignacio de Loyola, de cuya Compañía es u n a de las glorias más brillantes. Nació en Nimega (Holanda), en 1521. Fué hom bre de talento singular, que le mereció fam a y estim a universal. Puso su saber al servicio de la Causa católica luchando denodadam ente contra la R eform a pro testan te en los Países Bajos y en Alemania. E n 1548 ingresó en la Compañía de Jesús. E n 1557, siendo Superior Provincial de Alemania del N orte, tom ó p arte en la conferencia de W orm s; en 1559 asistió a la dieta de Augsburgo, y brilló como docto en el Con cilio de Trento, en el que participó en 1547 y 1562. Publicó un «Catecismo» que d urante tres siglos ha sido apreciado como obra notable de apología. P o r ella h a sido llam ado su au to r el ¡(Doctor C atequista». Después de una vida activa, austera, ejem plar y apostólica, Pedro Canisio entregó su espíritu al Señor en F ri burgo de Suiza el año 1597. P o r su vida apostólica ha sido considerado como el segundo apóstol de Alemania. SAN ANASTASIO I, papa. — L a fam a de santidad de que gozaba hizo fuera elegido p ara el pontificado, y gobernó la Iglesia por espacio de tres años. Vivió pobre y hum ildem ente, al solícito cuidado de la grey confiada a sus desvelos. Dictó varias órdenes y disposiciones acerca de los aspirantes al sacerdocio, entre los cuales habían pretendido infiltrarse los herejes m aniqueos con fines de per dición. Después de haber edificado a la cristiandad con su san ta T¿ida, pasó de este destierro a la eterna bienaventuranza el 27 de abril del año 401. Poco des pués de su m uerte envió Dios a los godos contra los rom anos, en castigo de su perversión. SANTOS ANTIMO Y ANTONINO, m ártires. — A ntim o era obispo de Nicomedia, y Antonino, su presbítero. Al principio del año 303 fué descubierta una conspiración contra Diocleciano, y se culpó de ella a los cristianos. Creía el em perador que éstos eran los causantes del incum plim iento de los oráculos, y por esta razón decretó la décima y m ás cruel de las persecuciones contra la Iglesia de Cristo. P ara cum plir las órdenes del emperador, m andó Galerio prender al obispo Antim o, a quien privó de todo alim ento y comunicación m ientras no ofreciese sacrificios a los ídolos. E l santo prelado se m antuvo firme en su fe, por la cual derram ó la sangre con el m artirio, que consumó al ser decapitado, en com pañía del presbítero A ntonino. Así consiguieron ambos la corona del cielo, el 27 de abril de 303. SANTA ZITA, virgen. — E ra h ija de unos sencillos pero virtuosos labradores de los alrededores de L u c a ; estaba poseída de un gran tem or de Dios, y vivía humilde, m odesta y piadosa, causando la adm iración de cuantos la veían y tra tab an . E n tró al servicio de u n señor principal de Luca, que la ocupaba en servicios bajos y despreciables, de los que no se desdeñaba Zita, antes al con trario, pues los consideraba como expresión de la voluntad de Dios sobre ella. Los ratos que le quedaban libres, después de cum plir perfectam ente con su obligación doméstica, los em pleaba en ■rezar y m e d ita r; a esta noble y santa ocupación dedicaba las prim eras horas de la m añana, p ara lo cual se levantaba m uy tem prano. A causa de su v irtu d , tu v o que soportar los desprecios de sus amos, las burlas de sus com pañeras y el abandono de sus mismos parientes. Pero Dios perm itió que su santidad se hiciera paten te al fin, con lo que se a trajo nuevam ente la estim a de todos. Predijo el día y la .h o ra de su m uerte, ocurrida el 27 de abril del año 1272. E n su sepulcro se han obrado muchos milagros, y las m uchachas de servicio la honran como a su P atrona.
DÍ A
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DE
ABRIL
SAN PABLO DE LA CRUZ FU ND AÍ)OR D E LOS PASIONISTAS (1694 - 1775)
A
LMA prendada del amor a la soledad; ávida de humillaciones y de pobreza; insaciable de austeridades, aunque purísima e inocente; corazón consumido por la llama del amor a Jesús crucificado; in fatigable predicador de la Cruz; gran taum aturgo y director de conciencias; maestro en la senda de la vida mística, que recorrió has últimos confines, y fundador de dos Órdenes religiosas consagradas a la contemplación y al apostolado de la Pasión de Cristo: tal es San Pablo de la Cruz, que hubo de vivir en el veleidoso y escéptico siglo X V III. ¡Qué contraste entre la figura de este Santo y la de su tiempo! Pablo Francisco Danei, el futuro Pablo de la Cruz, fundador de los Pasionistas, nació el 3 de enero de 1694, en Ovada, pueblecito italiano que perte necía a la sazón a la República de Génova. E n el instante de su aparición en el mundo, una misteriosa y deslumbrante claridad inundó el aposento cual presagio del elevado destino que aguardaba al tierno infante. Su padre, Lucas Danei, hombre de arraigada fe práctica, descendía de noble familia piamontesa, venida a menos por reveses de fortuna. Un mo desto comercio que explotaba le permitió atender a las necesidades de la
numerosa prole —dieciséis hijos— con que había de premiarle la Providen cia. Pablo Francisco era el primogénito. Su madre tomó a pechos la formación cristiana de este hijo predestinada. ' Desde muy temprano le inculcó el amor a la oración y al sacrificio, cantán dole la vida de los anacoretas y, sobre todo, los padecimientos de Nuest»o Señor Jesucristo. Para acostumbrarle a no llorar ni quejarse de penas y sufri mientos, ponía en sus manecitas el crucifijo y le hablaba de la Pasión de Nuestro Señor. Devotísimo de la Santísima Virgen, gozaba el niño levantando altarcitos a la Madona. Gustaba sumamente de predicar a sus hermanos y hermanas acerca de la Pasión de Jesús, cuyo pensamiento no se le borraba jam ás de la imaginación. Pusiéronle sus padres, bajo la dirección y cuidado de un religioso, carmelita de Cremolino; allí cursó durante cinco años, con gran aprovechamiento, las primeras letras: Pablo era de inteligencia clara, de imaginación brillante y recia^voluntad. A fines del año 1709, el adoles cente volvió a vivir con sus padres en Castellazo, al sur de Alejandría, en el Piam onte, donde habían fijado su residencia.
PIEDAD Y AUSTERIDADES DE UN JOVEN MERCADER
A en medio de los suyos, Pablo fué el socio activo e inteligente de su padre en el comercio que éste ejercía. Llegado a la edad de laa pasiones y en el trato con el siglo, conservó su inocencia bautism al fortalecido y guardado por la comunión frecuente, la devoción a la Pas de Cristo y la práctica constante de la mortificación. «En mis años mozos.— decía más tarde— me dió el Señor hambre y sed de dos cosas: del pan eucarístico y de sufrir padecimientos y trabajos». Púsose por aquel entonces bajo la dirección espiritual del señor cura párroco, quien muy pronto vió en él señales de vocación sacerdotal, pero nuestro joven se tuvo siempre por m uy indigno de subir al santo altar. La divina Providencia le preparaba a la misión que todavía no discernía claramente, purificando más y más su alma de todo apego a lo terreno y caduco. Cierto día, al acabar de oír un sermón, vió con luz divina en los repliegues de su alma imperfecciones y defectos en los que nunca había re parado. Sin demora se dispuso Pablo a hacer confesión general lo más perfec ta posible y, a partir de aquella fecha, que él señala como la de su conver sión, castiga fi su cuerpo con verdadera tenacidad: frecuentemente duerme en el desván, sobre ijnas tablas, con la cabeza reclinada en unos ladrillos; levántase a media noche para m editar la Pasión y flagelarse con recias correas; ayuna a pan y agua los viernes y mezcla su bebida con hiel y vinagre.
Y
ESTUDIA SU VOCACIÓN DE APÓSTOL
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ABLO ha cumplido veinte años y siente sed abrasadora de inmolarse por Cristo. Le parece que Dios le llama a luchar contra los enemigos del nombre cristiano y ¡quién sabe si también a derram ar su sangre por la fe! ¡Oh, qué bella vocación! Anhelante tras ideal tan hermoso, se alis ta en 1715 en las tropas venecianas que han de partir al encuentro de los musulmanes. Al año siguiente, en una iglesia de Lombardía dióle a entender el Señor que le quería en la milicia de los apóstoles del Evangelio; por lo cual nues tro soldado obtuvo licencia y regresó a su patria. Toda la familia, y más que nadie un tío suyo, le proponen un matrDnonio sumamente ventajoso en todos los aspectos; pero a las instancias apremiantes y tenaces de los suyos responde con admirable calma que no es ta l la voluntad de Dios. Jesús, su único Bien, le basta; y, al par que sigue ayudando a su padre, se da de lleno al apostolado. Prodiga a los pobres y enfermos los auxilios de la cari dad y de la bondad más fina y delicada; organiza una asociación de jóvenes que sienten como él atractivo a la soledad y a la oración, los alista en obras de misericordia corporal y orienta a muchos de ellos hacia el convento. Ele gido prior de la cofradía local, hace a los cofrades cada domingo una exhor tación tan sentida como eficaz. El señor premia su celo otorgándole el don de leer en lo más íntimo de las conciencias, y de ello se vale para conver tir a los jóvenes libertinos que escandalizan a la población. De cuando en cuando pide ayuda al cielo para conocer su vocación, y recibe favores extraordinarios. Pablo tiene ahora otro director espirituál; es el capuchino Padre Columbano, a quien comunica su persistente inclinación a la soledad, su gran deseo de ir descalzo, la inspiración perseverante de con gregar compañeros y la resolución de' abandonar el hogar paterno, aunque su permanencia en él parece indispensable. E n visiones sucesivas el Señor le da a entender con claridad que le aguardan muchas penalidades. Varias veces le muestra Jesús una túnica negra y le dice: «Hijo mío, el que a mí se apro xima, a las espinas se acerca». Y poco a poco se va declarando y precisando más el divino beneplácito. Por entonces se vió Pablo privado de su experimentado director, lo que fué para su alm a ufta pérdida muy sensible. Acude entonces al canónigo peni tenciario de la catedral de Alejandría, don Policarpo Cep*uti, varón de gran ilustración, que acepta gustoso dirigir su conciencia y qu« conduce a su peni tente por la senda segura de la humildad y las humillaciones. Convencido al fin de la especial vocación del joven, le pone en relación con el obispo de Alejandría (Piam onte).
HÁBITO DE LUTO POR LA MUERTE DEL SALVADOR
ICHO prelado, tan piadoso como docto, examinó detenidamente a Pablo y le ordenó que le pusiera por escrito las intimidades con que el Señor le había favorecido. E n él manifestó Pablo cómo, en el ve rano de 1720, en un éxtasis que tuvo después de la comunión, se vió ve de una túnica negra, provista de una cruz blanca en el pecho y, bajo la cruz, el monograma del santísimo nombre de Jesús, escrito tam bién con letras blancas. Sintió cómo Dios le infundía el deseo de fundar una nueva Con gregación, cuyos miembros se llamasen L os pobres de Cristo. Otro día, la Vir gen Santísima —que y a se le había aparecido repetidas veces llevando en la mano la túnica negra señalada con estas palabras: Jesu X P I Passio: Pasión de Cristo—, se le mostró vestida con esa misma túnica. A la altura del pecho veíase un corazón con una cruz blanca encima y en el centro la inscripción de la Pasión y los clavos. La Virgen guardaba luto por la dolorosa Pasión de su Hijo. «Así debes tú vestir, hijo mío, y debes, además, fundar una Con gregación que lleve hábito como éste y luto continuo por los padecimientos y muerte de mi Hijo». Pablo sabía ya a qué atenerse a su vocación. Después de consultar por escrito al padre Columbano, el prelado se decidió a dar a su hijo espiritual el hábito de la Pasión. Verificóse la ceremonia el viernes 22 de noviembre de 1720, por la tarde. N ada había omitido el demonio para detener al joven atleta de la Cruz: tristezas, repugnancias, desaliento, ilusiones; pero fué ven cido por la inquebrantable decisión de Pablo, que tenía a la sazón veintiséis años. De momento, sin embargo, no le permitió el prelado llevar pública mente fen el hábito el emblema de la Pasión.
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RETIRO DE CUARENTA DÍAS. — LOS COMIENZOS DE LA VIDA RELIGIOSA
ATURALMENTE, competía al fundador trazar el plan del futuro Ins tituto y preparar las Reglas. H abía en Castellazo, detrás d e 'la sa cristía de la iglesia de San Carlos, un estrecho y húmedo cuartticho que jamás recibía la luz del sol. Allí se retiró Pablo con licencia del Prel para practicar ejercicios espirituales durante cuarenta días, descalzo y sin abrigo, en el corazón del invierno. Tomaba un breve descanso antes de medianoche, acomodándose sobre unos sarmientos cubiertos con un poco de paja; levantábase después para rezar el Oficio canónico, y acto seguido pa saba dos horas en oración, arrodillado en la iglesia. Por la m añana ayudaba
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A Santísima Virgen se aparece a San Pablo de la Cruz vestida con hábito religioso y le dice: «Tomarás un hábito igual a éste
que yo llevo y fundarás una Congregación que tambiék lo llevará y guardará siempre luto en mémoria de los padecimientos y muerte de mi H ijo.»
a varias misas y comulgaba; el resto del día se entregaba a la oración y ejecicios de penitencia, tomando como único alimento el pan que le daban de limosna. En la primera semana de diciembre de 1720 redactó las Reglas de la nueva Sociedad. Antes de aprobar el Instituto en su diócesis, el obispo quiso que Pablo hiciera examinar las Reglas al padre Columbano, que residía en Génova. Cumplido este requisito, el Prelado copcedió la necesaria aproba ción, y Pablo inauguró sin tardanza la vida de soledad y de apostolado. Instalado por el señor obispo en un reducido eremitorio de la iglesia de San Esteban, próxima a Castellazo, quedó Pablo encargado de catequizar a los pequeñuelos; lo hizo con tanto acierty, que las personas mayores quisieron asistir también a sus explicaciones. Es más, aunque no había recibido las Órdenes sagradas, le mandó el Prelado que predicase al pueblo cada domin go, antes y durante 4a Cuaresma. A mediados del año 1721, con la aprobación del Prelado, partió Pablo para Roma a informar al Papa acerca del Instituto que deseaba fundar, más no pudo lograrlo, porque los servidores de la corte pontificia le trataron como mendigo y no consiguió llegar hasta Inocencio X III. Pero estando de hinojos ante una imagen de Nuestra Señora que se venera en Santa María la Mayor, recobró la paz y confianza en el porvenir e hizo voto de propagar la devoción a Jesús crucificado. Nuevamente oyó la voz de la Señora que le invitaba a ir al Monte Argentaro, en Toscana. Llegó el peregrino a la cumbre tras grandes fatigas y toda suerte de hu millaciones. E n una pastoral visita del Prelado, obtuvo licencia para fijar su residencia cabe una capilla abandonada, que ya no conservaba de todo su pasado esplendor más que un cuadro de la Anunciación que se caía a pe dazos. El día de Jueves Santo del año siguiente, su hermano Juan Bautista y él fijaron su residencia en un eremitorio del monte Argentaro. Allí oraban estudiaban la Sagrada Escritura, practicaban las austeridades más extra ordinarias, ayunaban casi cada día y catequizaban las aldeas comarcanas. No tardó en llamarlos a su diócesis el obispo de Gaeta y, aunque Pablo no estaba ordenado, tuvo que dar misiones en algunas parroquias, dirigir en 1724 los ejercicios espirituales a los ordenandos y predicar cada viernes de Cuaresma en la catedral. Poco después los llamó tam bién el Ilustrísimo señor Cavalieri, obispo, de Troya, en el reino de Nápoles. En 1725 Benedicto X III alentó de palabra al fundador de los «Pobres de Jesús» a perseverar en su empresa. Muerto el Ilustrísimo señor Cavalieri, su protector y amigo, los dos hermanos abandonaron su «retiro» o eremi torio próximo a Gaeta y fueron a Roma. Allí el cardenal Corradini les en cargó de la administración y de la enseñanza religiosa de los achacosos del hospicio de San Galicano y les mandó, además, que estudiasen sagrada Teo logía porque habrían de recibir Órdenes sagradas.
EL PRESBITERADO. — FUNDACIÓN DEL «RETIRO» DE MONTE ARGENTARO
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ABLO y su hermano hubieron de someterse, y el 7 de junio de 1727 fueron ordenados por el propio Benedicto X III. La m uerte de su pa dre, acaecida dos meses después, les obligó a pasar un año en Castellazo con sus deudos. De vuelta al hospicio, cayeron enfermos de tal g vedad, que fué preciso dispensarles del voto que habían hecho de consagrarse al servicio de los enfermos. E n sus misteriosos designios, el Señor los con dujo de nuevo al monte Argentare para la fundación del primer convento y primera iglesia del Instituto de la Pasión. Las características de esta Congregación son: rigurosa pobreza, prácti ca del apostolado y de la abnegación rendida para con el prójimo, devo ción inflamada a Jesús paciente, rigurosas austeridades corporales, oración y contemplación. Pablo ha cumplido treinta y cuatro años y da principio con éxito maravilloso y sobrenatural a su misión apostólica que durará más de treinta años. Doquiera le llame el Señor, predicará, como otro San Pablo, a Jesucristo crucificado. E n 1731 la propia Reina de los Ángeles le señala, a poca distancia del eremitorio, el sitio donde ha de levantar la primera casa del Instituto. Ayu dados por los habitantes de Orbetello y por las limosnas de algunos vir tuosos amigos suyos, Pablo y Juan B autista emprenden la fundación. Mas la peste, la guerra y las más pérfidas calumnias contra el siervo de Dios y contra su obra, dificultan la construcción. Finalm ente, la oración, las hum i llaciones y las romerías a Loreto y Roma, le alcanzaron el triunfo contra el demonio y contra toda suerte de obstáculos; la capilla fué bendecida por la autoridad eclesiástica el 14 de septiembre de 1737, festividad de la Exal tación de la Santa Cruz, con la advocación de la Presentación de María. E l fundador penetró en ella con una soga al cuello, seguido de sus ocho com pañeros.
APROBACIÓN DE LAS REGLAS MPORTABA ante todo obtener de la Santa Sede la aprobación de las Re glas de la Sociedad. La Comisión cardenalicia convocada por el papa Clemente X II para estudiarlas, hallólas excesivamente rigurosas. E llo' fué, sin duda, para el santo fundador gran contratiempo, que se aumentó con la salida de varios religiosos. Con este motivo descargó sobre Pablo una tempestad de odios y persecuciones. Fué ésta una temporada en extremo
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critica para el santo fundador, que estaba enfermo y privado ya de sus valio sos protectores, porque habían pasado a mejor vida. Pero como suele acon tecer a las obras de Dios, de esas pruebas brotó exuberante vida. Bene dicto X IV aprobó las Constituciones, atenuando algo su rigor, en 1741 y 1746. Por fin, los primeros religiosos pasionistas hicieron profesión y pudieron llevar públicamente el emblema sagrado de la Pasión. E n 1741, el Capítulo general eligió a Pablo como Superior de todo el Instituto. Conforme a sus predicciones, los dos cardenales romanos Rezzonico y Ganganelli, ardientes y desinteresados protectores del naciente Instituto, fueron elevados sucesivamente a la cátedra de San Pedro. Clemente XIV colmó de atenciones a la persona y obra de aquel a quien honraba con su augusta amistad. En 1769, aprobaba definitivamente el Instituto, erigiéndolo en Congregación de clérigos de votos simples; algunos años más tarde, el mismo Papa le cedió en Roma el convento e iglesia de los Santos Juan y Pablo en el monte Celio. Así en el gobierno de la Congregación como en la dirección de las almas, las virtudes más notables de Pablo de la Cruz .eran prudencia ilustrada y vigilante, paciencia inalterable y bondad jovial y obsequiosa. Vigilante y firme contra lps abusos, mostrábase sumamente caritativo con los religiosos enfermos, misioneros o novicios. Con su ejemplo, mucho más que con sus exhortaciones, procuraba inculcar en él alma de sus religiosos las virtudes básicas de su Instituto, a saber: la pobreza, la oración y la soledad. U na penitente de Pablo de la Cruz supo por revelación que fundaría tam bién religiosas, dedicadas, como los Padres Pasionistas, al culto y al apos tolado de la Pasión de Cristo. Como es de suponer, esta nueva obra tuvo por base el sufrimiento y la oposición más tenaz por parte del demonio. Redactó Pablo las Reglas, el papa Clemente X IV las aprobó en 1771, y el 3 de mayo del mismo año, se abría en Corneto —ahora Tarquinia— el primer monas terio de monjas Pasionistas. Dichas religiosas profesan idéntico fin y siguen la misma vida que los Padres, a saber: soledad, oración, trabajo, rezo del Oficio, apostolado, hábito negro, etc.
MUERTE Y SEPULTURA DEL SANTO
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ERO esa intensa labor apostólica junto con las austeridades, enferme dades y preocupaciones de la fundación de la Congregación, vinieron a ser un m artirio constante p ira Pablo de la Cruz. E n la primavera de 1775, dióle a conocer el Señor que moriría el 18 de octubre siguiente. Como consecuencia de una penosa enfermedad de estómago, que no le per m itía tom ar más que agua, agotáronsele tanto las fuerzas, que hubo de guardar cama.
El 30 de agosto recibió al Señor, en Viático; recomendó a sus hijos la caridad fraterna, el espíritu de oración, de pobreza, de amor y reverencia a la Iglesia, y se despidió de ellos, rogando que remitieran al papa Pío VI su estam pita de la Virgen de los Dolores. E l 18 de octubre comulgó en ayunas y, venida la tarde, anunció que había llegado su hora postrera. Por expreso deseo suyo leyósele la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según San Juan, se le acostó sobre paja, revestido del hábito religioso, con una soga al cuello y corona de espinas en la cabeza. Estando sumido en éxtasis profundo, sus ojos se posaban unas veces en el Crucifijo y otras en la imagen de María. Así expiró, sin el menor estremecimiento, al punto que se leían estas pa labras del Salvador: «Padre, la hora es llegada, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti.» (Juan, X V II, 1). Sabedor de la muerte del siervo de Dios, Pío VI exclamó: «¡Feliz él!... No hay para qué entristecerse, pues puede darse por seguro que ya se halla en el paraíso». Por m andato del Papa se colocó el cadáver en un ataúd doble de madera y plomo, y se le dió sepultura no en el sitio ordinario, sino en una tum ba en el interior de la basílica de los Santos Juan y Pablo. El proceso canónico iniciado poco después de su m uerte, terminó el día primero de mayo de 1853, en el pontificado de Pío IX , con los honores de la beatificación. E l mismo Pontífice le canonizó el 29 de junio de 1867. Su fiesta se celebra el 28 de abril, con rito doble, en toda la Iglesia.
SANTORAL Santos Pablo de la Cruz, fundador de los Pasionistas; P rudencio, obispo y con fesor; V idal, m ártir; Patricio, obispo, Acacio, Menandro y Polieno, m árti res en B itin ia ; Marcos, obispo y m ártir en A p u lia ; Afrodisio, Caralipo, Victorino, Agapio. Eusebio, Cirilo, Pedro y Rufo, m ártires; Polión, Eusebio y Tibalo, m ártires en H u n g ría ; Alejandro, Firm iano, Prim iano y Te luro, m ártires en A p u lia ; Pánfilo, obispo de V alva ‘(Italia) ; Pelayo, so brino y discípulo de San P ru d en cio ; Im ón, obispo de Noyón, y Artemio, de S en s; Francario, confesor, padre de San H ila rio ; Beatos P edro Chanel, P adre M arista, p ro to m á rlir de Oceanía; Bernardo, abad cisterciense; Ge rardo de Borgoña, abad de Cambrón. Santas Valeria, esposa de San V idal; P roba y Teodora, vírgenes y m á rtire s; Domiciana, m ártir. SAN PR U D EN C IO , obispo y confesor. — E ste ilustre prelado español nació en territorio alavés cerca de la actual V itoria, de padres nobles y virtuosos. Fué educado en él santo tem or de Dios. Deseoso de vida más perfecta, a los quince años abandonó el hogar paterno en busca de lugar solitario donde pudiera dedi carse a penitencias y ayunos. In ten tó juntarse con Saturio, solitario que v ivía a orillas del Duero, que no podía cruzar por el tan crecido caudal. Disponíase, sin
embargo, a una travesía tem eraria, cuando el erm itaño, al verlo, procuró disuadir le ; pero Prudencio se lanzó al agua como si pisara tierra firme, y milagrosa m ente lo pasó a pie enjuto. Ambos penitentes dieron gracias al cielo por el prodigio que acababa de reali zar. Vivieron algún tiem po juntos, hasta que m urió Saturio. Pasó entonces P ru dencio a Calahorra, donde llamó pronto la atención p o r sus prodigios. P ara huir las alabanzas hum anas, dirigióse a Tarazona, donde fué prim ero ayudante sacris tán, arcediano después y finalm ente obispo. P ara calm ar alguna grave discordia se encaminó a Osma, cuyas cam panas repicaron por sí solas al aproxim arse el obispo. Sintióse acom etido allí de u n a enfermedad que le condujo al sepulcro (año 634). U na m uía llevó prodigiosam ente su sagrado cuerpo h asta el lugar mismo en que debía recibir sepultura, que fué cerca de Arnedo, donde existe hoy día la iglesia de San Prudencio. SAN VIDAL o VITAL y SANTA V A LERIA , m ártires. — Nació Vidal en Mi lán, de fam ilia m uy cristiana. Fué esposo de Santa Valeria y padre de los santos m ártires Gervasio y Protasio. Los cuatro derram aron su sangre po r Jesucristo du ran te el reinado de Marco Aurelio, hacia el año 170. Aprovechóse Vidal de la influencia que tenía con el cónsul Paulino p ara socorrer y anim ar a los pobres cristianos, perseguidos y encarcelados. E n com pañía de Paulino fué a R avena y tuvo el valor de penetrar en la sala del trib u n al donde un médico llamado Ursicino estaba flaqueando en la fe. Vidal le anim ó de ta l m anera, que Ursicino con quistó la palm a del m artirio. Pero a Vidal le apresaron y atorm entaron en el ecúleo, donde fueron despedazadas sus carnes y descoyuntados sus miembros. F i nalm ente, fué enterrado vivo en u n hoyo, que cubrieron con tierra y piedras, en el que pereció asfixiado, consiguiendo así la corona de la gloria. V aleria, después del m artirio de su esposo, regresaba a Milán, cuando p o r el camino le salieron al encuentro unos paganos, con intención de obligarla a p a r ticip ar en una fiesta en honor de los dioses. P o r haberse negado a ello fué m al tra ta d a de palabra y obra, de m anera qjie la dejaron casi m uerta en medio del camino. A los dos días m urió de resultas de estos golpes. Su fiesta se celebra el mismo día que la de su m arido. B EATO P E D R O CHANEL, padre m arista, pro to m ártir de Oceanía. — Nació en 1803 en un pueblecito de la diócesis de Lyón. Su cristiana m adre le inculcó tierna devoción a Jesús y M aría, y su corazón fué cam po abonado donde creció, fecunda y lozana, la buena semilla de la fe y del santo tem or de Dios. T oda su vida fué Pedro devoto entusiasta de la Santísim a Virgen, a la, que profesaba un am or tan grande que casi ray ab a en el delirio. Desde el seminario se destacó como modelo de sus compañeros. U na vez ordenado de sacerdote desplegó las alas de su celo con la creación de escuelas p a ra niños y niñas pobres sostenidas con su peculio. Los pobres y enfermos encontraban en él á un padre cariñoso. Ingresó en la naciente Sociedad de María, en la que ejerció sucesivamente los cargos de profesor y director espiritual del seminario de Belley, siendo en todo m om ento un dechado de virtudes sacerdotales. E n 1836 fué destinado a las misiones de Oceanía. Animado de ardiente celo por la difusión del reino de Cristo y la sal vación de las alm as, lo sacrificó todo p ara entregarse de lleno a su misión, cuyo campo fué la isla F u tu n a (Nuevas H ébridas), h ab itad a por antropófagos. Tuvo p o r com pañero a un H erm ano M arista. El 28 de abril de 1841 cayó víctim a de u n fuerte hachazo que recibió en la cabeza, con lo cual conquistó la 'palm a del m artirio.
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]Medallas cluniacenses
Báculo abacial
DIA
SAN
29
DE
ABRIL
HUGO
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ABAD DE CLUNY (1024 - 1109)
INCO han sido los ilustres varones que con el nombre de Hugo regentaron la Abadía de Cluny en distintas ocasiones —desde 1049 a 1207—; aquel cuya fiesta hoy celebramos es el más reaombrado de todos y el único a quien la Iglesia ha elevado al honor de los altares. Digno sucesor de San Odón, de San Mayolo y de San Odilón, San Hugo I prosiguió su obra, le dió mayores vuelos y la consolidó notable m ente, pudiendo afirmarse que durante su gobierno llegó esta Abadía a su apogeo. Mantuvo relaciones con los más destacados e influyentes per sonajes de la época: Papas, cardenales —algunos de los cuales procedían del célebre monasterio benedictino— y muchos otros esclarecidos santos. La Congregación Cluniacense sólo contaba entonces prioratos dependien tes de lina abadía única, por lo que, al fin de su vida, vióse Hugo padre de más de treinta mil .cenobitas, y este ejército pacífico fué un auxiliar poderosísimo de la Santa Sede, en su lucha contra la simonía. El que tan im portante misión debía cumplir en la vida monástica de la Edad Media, vió la luz primera en Borgoña el año 1024. Fué hijo de Dalmacio, conde de Semur y de Aremberga de Vergy. Ya antes que viniera al mundo, habíalo recomendado la cristiana madre a las oraciones de un
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venerable sacerdote, el cual celebrando el Santo Sacrificio de la misa, vió en el cáliz la imagen radiante de un niño de sin igual hermosura. Refirió a la madre la visión que había tenido y por ella entendió que su hijo seria, andando el tiempo, ministro del Señor. Grande fué la alegría de Dalrnacio por la aparición del niño Hugo en el hogar familiar. De aquel don que el cielo le hacía determinó él sacar un digno y esforzado caballero. Al efecto, llegado que hubo el niño a edad competente, le dió una educación procer, noble y m ilitar. Pero ni los caballos, ni las armas, ni la caza, ni nada de lo que tan fácilmente cautiva a la juventud, tenía el menor atractivo para el niño Hugo; antes por el con trario, gustaba de retirarse a orar o leer la Sagrada Biblia y visitar iglesias. A la edad de diez años y por intervención de su madre, pasó a casa de su tío segundo, Hugo de Chalóns, obispo de Auxerre, para proseguir los estudios. Fué admitido en la escuela episcopal, en la que pronto se dis tinguió por la elevación de su espíritu y la vivacidad de su inteligencia, y en poco tiempo aventajó a todos los clérigos. Estaba enamorado del estudio de las letras humanas y divinas; sólo la oración y la contemplación tenían para él un encanto superior. Pero más rápidos eran aún sus progresos en la virtud que en la ciencia. Cinco años permaneció Hugo en aquella escuela, al cabo de los cuales, muerto su tío (1039), fuése a llamar a la puerta del monasterio de Cluny y pidió humildemente el hábito. Recibióle San Odilón, que a la sazón ejercía el cargo de Abad, y no tardó en dárselo; el intrépido joven tenía apenas dieciséis años de edad. Hermosa y conmovedora fué la ceremonia. «¡Qué tesoro tan preciado recibe hoy la Iglesia!» —exclamó uno de los venerables ancianos que acompañaban al santo Abad mientras éste imponía el hábito benedictino al nuevo soldado de Cristo. Desde aquel instante redobló Hugo el fervor y, purificado en el crisol de la disciplina —dice el'hagiógrafo—, lucía su virtud con esplendor. Apenas hizo profesión cuando San Odilón le elevó al cargo de prior, no obstante contar sólo unos veinticinco años.
EN LA CORTE DEL EMPERADOR ENRIQUE III
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STIMABA el emperador de Alemania, Enrique III, apellidado el Ne gro, tener fundamentos de queja contra uno de los numerosos monas terios dependientes de Cluny —contra el de Peterlingen, próximo a Avenches (Suiza)—, por lo que declaró a San Odilón su descontento. Fiado éste del talento y santidad de su joven colaborador, envióle a Germania para que tratase de calmar el enojo del príncipe.
En esta legación tan espinosa dió nuestro Santo pruebas palmarias de gran prudencia y, sin menoscabo de los derechos del emperador, defendió las prerrogativas del monasterio, reconcilió a Enrique III con el prior malquisto y restableció paz perfecta entre ambas partes. La corte entera, maravillada dé las virtudes y nobleza de su carácter, le colmó de atenciones y le veneró como a un santo. El emperador mandó que le fueran tributados los mayores honores y le entregó ricas ofrendas para el monasterio de Cluny y para su superior, San Odilón. Empero, mientras la corte imperial se m ostraba tan satisfecha y la ges tión de Hugo producía sus más sazonados y consoladores frutos, los monjes de Cluny se veían sumidos en dolor y llanto: San Odilón había fallecido en el priorato de Souvigny el día primero de enero de 1049. Ante noticia tan aterradora como inesperada y con el corazón partido de dolor, apresuró el prior de Cluny su viaje de regreso a la Abadía. '
SAN HUGO ES ELEGIDO ABAD DE CLUNY
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LEGADO que hubo al monasterio, fuése a postrar ante el sepulcro de su venerado Padre y cogó a los monjes que le informaran por menudo de los últimos instantes y muerte edificante de San Odilón. E ra pre ciso proceder a nueva elección. Una vez congregados los religiosos en ca pítulo, rogaron al más anciano que designase el que a su juicio le pareciera más 'digno de suceder a San Odilón. No titubeó un instante: «En presencia de Dios, que pronto me ha de juzgar —dijo—, y ante todos vosotros, Hermanos míos, declaro que para Abad debe ser elegido el prior Hugo». Todos los capitulantes acogieron sus palabras con entusiasmo y, sin dar al recién electo tiempo de poner reparos, fueron a echarse a sus pies y luego, a pesar de las protestas que hizo de obra y de palabra, le llevaron en triunfo al trono abacial. E ntre los monjes presentes se hallaba el que más tarde debía gobernar a la Iglesia con el nombre de Gregorio V II. El siglo X I pasó a la Historia eclesiástica con infausta celebridad y triste nombre. Fué el siglo de la «Contienda de las Investiduras», es decir, luchas de los Sumos Pontífices contra la simonía. Los príncipes habíanse arrogado el derecho abusivo y tiránico de imponer a los obispados y abadías titulares de su elección, sin que la autoridad eclesiástica ni siquiera el Padre Santo pudieran intervenir en los nombramientos. La ambición y la avaricia se daban la mano y, en vez de elevar a las dignidades eclesiásticas a los más capacitados y más dignos, ocurría con excesiva frecuencia que el príncipe vendía dichos cargos al mejor postor. Por ta l causa veíase el santuario
invadido por hombres degradados y faltos de vocación, con gran escándalo de los fieles. San Hugo fué el más enérgico auxiliar del papa San León IX para se cundar sus proyectos de reforma. Elegido Pontífice en Worms, en diciembre de 1048, León IX partió sin tardanza para Roma. En camino tuvo una entrevista en Besanzón con el abad de Cluny y con Hildebrando: tres santos auténticos que iban a resta blecer el orden santo en la casa del Señor. Por esta época se determinó celebrar un Concilio nacional en Reims, pero a ello se opuso tenazmente el joven rey de Francia, Enrique I. A despecho de toda suerte de obstáculos, el Papa acudió a dicha ciudad y abrió el Concilio el 3 de octubre de 1049, en presencia de unos veinte obispos y cincuenta abades mitrados. Convínose en que todos los prelados explicaran cómo fué llevada a cabo su respectiva elección y declararan si se hallaba o no incursa en simonía. Por estar recién investido de la dignidad abacial, Hugo fué de los pri meros que hubieron de hacer uso de la palabra, inaugurando con ello una lucha que había de prolongarse hasta su m uerte. Cuando el Sumo Pontífice le interrogó solemnemente acerca de su elección, exclamó: «Dios Nuestro Señor me es testigo de que nada he dado y nada he prometido para conseguir el cargo de Abad. Tal vez la carne y la sangre lo hubieran ambicionado, pero ni el espíritu ni la razón lo han tolerado». A continuación el santo religioso levantó la voz, avalada por su virtud y su ciencia, contra los ver gonzosos desórdenes de la simonía. E l Concilio tuvo pleno éxito y llenó de consuelo el corazón del Sumo Pontífice. Pronto volvemos a hallar a Hugo —abril de 1050— en el Concilio de Roma, con los treinta y dos Abades presentes; y en lo sucesivo, todos los Concilios y Sínodos que se celebren en Francia se honrarán con la asis tencia del abad de Cluny. Por su parte él siempre y por doquier impugnará con entereza los abusos y reclamará la reforma del clero y la libertad de la Iglesia. •
APADRINA AL EMPERADOR Y AMORTAJA AL PAPA
O había olvidado el emperador Enrique I I I las brillantes cualidades de Hugo: alegróse de su elección a la dignidad abacial, y en 1051, le dió clara muestra de su gran aprecio. E n efecto, acababa el Señor de colmar los deseos del soberano concediéndole un hijo, cuyo nacimi fué saludado por el pueblo alemán como prenda de prosperidad y porvenir risueño. E n el colmo de la alegría, Enrique I I I rogó al abad de Cluny que le administrase el santo Bautismo y él aceptó la invitación imperial, trasla-
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STANDO de viaje el papa Esteban X , cae enfermo en Florencia y entiende que va a morir. San Hugo, leal y obediente servidor,
le asiste piadosamente y le cierra los ojos. Y a difunto, le amortaja' con las insignias pontificales, y con suma reverencia le vela y acomoda en él ataúd.
dándose inm ediatamente a la corte. Impúsose al infantito el nombre de su padre con la esperanza de que im itaría sus virtudes y prudente gobierno. Por su parte la Iglesia y el imperio, tan estrechamente uñidos, veían en esa cuna garantía de larga duración para su alianza. Pero, ¡ay!, el joven príncipe iba a dar un cruel desengaño y frustrar tan lisonjeras esperanzas, pues una vez que se vió emperador convirtióse en encarnizado perseguidor de la Iglesia y fué una verdadera plaga para el imperio. Generoso atleta y apóstol infatigable, Hugo tomó parte en todos los acontecimientos de su época. Los Sumos Pontífices contaron con un pode roso auxiliar, en su persona, y como tal acompañó a Esteban X en un viaje a Toscana. E l P apa cayó enfermo en Florencia y pronto entendió que se acercaba la hora de su m uerte. «Pido al Señor —dijo al abad de Cluny— que me deje morir en vuestros brazos». E l monje ya no se apartó un solo instante del lecho del jefe de la Iglesia; el 29 de marzo de 1058 recibió su postrer suspiro, le cerró los ojos, le amortajó con los ornamentos pontificios y, finalmente, lo colocó en el ataúd.
INTIMIDAD ENTRE GREGORIO VII Y SAN HUGO
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L cariño grande y la reverencia profunda que Hugo había sentido hacia la Santa Sede, debía acrecentarse aun m ás con la subida de Hildebrando al solio pontificio. E ste ilustre Papa, que tomó el nom bre de Gregorio V II, no olvidó al monasterio que fué cuna de su vida re ligiosa, y siguió honrando a Hugo con el dulce nombre de «venerado Padre». E n las luchas que hubo de sostener contra Enrique IV, en las contrariedades de todo género que hubo de sufrir, cuando su alma se hallaba transida de dolor, gustaba San Gregorio V II de desahogar en el corazón de Hugo sus crueles amarguras y tomarle por confidente de sus elocuentes quejas sobre los males de la Iglesia. Repetidas veces acudió a su intervención para re cordar al desventurado príncipe sus más sagrados deberes, pues que ani mado éste de encarnizado odio a la Santa Sede, suscitaba antipapas y los apoyaba con sus armas, a menudo victoriosas. Herido con los anatemas de la Iglesia y apremiado por las exhortaciones de Hugo, aparentó en diversas ocasiones reconciliarse con Gregorio VII; pero faltaba a su palabra por fútiles pretextos. Sin embargo, cuando el emperador solicitó perdón de sus culpas, rogó a Hugo que intercediera por él. Consintió en ello el Abad, y obtuvo del P apa que le levantara la ex comunión. Absuelto el príncipe (27-28 de enero de 1077) después de varios días de penitencia pública, Hugo refrendó la declaración imperial; pero la penitencia no era sincera y el penitente tornó m uy pronto a perseguir a Gregorio VII.
Cansado ya de ta n ta traición, el abad de Cluny rompió valerosamente odn su contumaz ahijado, declarando que en lo sucesivo no adm itiría trato ni relación con él mientras estuviera bajo los anatemas de la Iglesia.
EL BEATO URBANO II Y SAN HUGO
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A poderosa Abadía de Cluny había llegado a ser como el noviciado del Sacro Colegio y de la Sede Apostólica. E n efecto, después de San Gregorio V II, todavía vió Hugo ocupar, casi sucesivamente, el trono de San Pedro a dos discípulos e hijos espirituales suyos: el Beato U rba no II (1080) y Pascual II (1099). Desde el primer año de su pontificado, quejóse Urbano II a Hugo con palabras tiernas y delicadas de que no hubie ra venido todavía a postrarse ante el sepulcro de los Santos Apóstoles. —Os conjuro —escribía—, ¡oh padre, de todos el más llorado!, a que si no habéis perdido el recuerdo de vuestro hijo y discípulo y aun memiráis con entrañas de caridad, que accedáis al más ardiente de mis de seos y vengáis a consolarme con vuestra presencia y a traer a la santa Iglesia romana, vuestra Madre, la alegría tan deseada de vuestra visita. Seis años más tarde, cuando el mismo P apa fué a Francia a presidir ei Concilio de Clermont (1095) para exhortar a los caballeros cristianos que salían en auxilio de Tierra Santa y excitar el entusiasmo de las Cru zadas, sentóse Hugo a su lado y como el más decidido caballero lanzó el grito entusiasta de ¡Dios lo quiere!, ¡Dios lo quiere! Antes de partir de Francia, el Sumo Pontífice quiso ver otra vez la euna de su juventud religiosa. Diez años hacía entonces que Hugo trabajaba con infatigable ardor para levantar la iglesia abacial de Cluny. A pesar de las ofrendas recogidas en todas las comarcas de Europa y de las considerables sumas remitidas de España por Alfonso VI el Batallador, distaba mucho de terminarse la fábrica de aquel templo cuando Urbano II lo visitó. Pero Hugo había dispuesto lo necesario para que siquiera el sita r mayor pudiera ser consagrado bajo la advocación del Príncipe de los Apóstoles, por un P apa legítimo sucesor de San Pedro e hijo espiritual de Cluny. Urbano II consagró, en efecto, el altar m ayor y otro llamado «altar matutino». Para perpetuar el recuerdo de esta magnífica solemnidad decretó el Abad que en vida del - Sumo Pontífice se cantasen en todas las misas conventuales las oraciones pro Papa Urbano y, después de su m uerte, los monjes de Cluny celebrasen a perpetuidad un funeral aniversario por el eterno descanso de su alma. La iglesia se fué acabando poco a poco; pero da pena consignarlo: e$a magnífica basílica, una de las más hermosas del mundo y la más capaz si se exceptúa la de San Pedro de Roma, fué es-
tupidam ente derrum bada por los bárbaros revolucionarios al fin de la Re volución francesa. H asta su último suspiro mostró Urbano II el más tierno afecto a Hugo y siguió llamándole con particular complacencia «venerado Padre». E l abab de Cluny era en verdad digno de tal afecto; y, en todo momento, se portó como humilde siervo de la Santa Sede, a la vez que su más ardiente defensor. Quiso Guillermo el Conquistador llevárselo a Inglaterra y encargarle, la dirección de todos los monasterios del reino; pero Hugo no aceptó para no aparentar que en algún modo compartía las violencias del rey contra el clero anglosajón. Hubo, empero, nobles que pusieron los monasterios que radicaban en sus dominios bajo la obediencia de Cluny y rogaron al Abad que restableciera por doquier la disciplina religiosa; éste aceptaba con agra do todos los ofrecimientos y donaciones siempre que eran conformes a los derechos de la Iglesia. Hubo otros que hicieron más que ofrecerle conventos, pues que le ofrecieron y le entregaron sus mismas personas. Y es que su santidad y sus virtudes le ganaban todos los corazones. E l duque de Borgoña, el conde de Macón y treinta de sus caballeros renunciaron a la milicia del siglo para alistarse en la de Jesucristo y vivir bajo el gobierno de Hugo. Es de observar, además, que en aquella época bastante agitada, hubo así como un venturoso contagio de virtud que determinó a gran número de almas a llevar vida penitente.
SAN HUGO CONOCE SU PRÓXIMA MUERTE N pechero de los dominios de Cluny se presentó cierto día a la abadía y pidió con insistencia por el Abad. Cuando estuvo en su presencia, habló de esta manera. —Padre: días atrás, hallándome en mi campo plantando una viña, vi com parecer varios personajes de gloria y majestad m uy superior a toda con dición mortal. Iba ante ellos una Señora cuyo rostro no pude alcanzar a ver, pero un venerable anciano se detuvo a mi lado y me dijo: «¿De quién es el campo que cultivas?». —Señor —le respondí—, es de la hacienda del .bienaventurado padre y señor Hugo, abad de Cluny. —Si tal es —prosiguió el desconocido— , el campo y el ¡propietario ■son míos. Soy el apóstol Pedro. L a Señora que va ante mí es la siempre Virgen María, Madre de Dios, a la que acompaña un coro de almas santas. Ve deprisa al abad de Cluny y dile: «Pon orden en tu casa, porque vas a entrar por la senda de toda carne». Tal es la misión que recibí —añadió el pechero. Hugo aceptó esta advertencia con humildad y redobló las mortificacio nes y súplicas para prepararse a morir.
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MUERTE DE SAN HUGO
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pesar de su avanzada edad y debilidad, Hugo llevó hasta el fin de la Cuaresma de 1109 el peso del gobierno y de las austeridades mo násticas. E l Jueves Santo asistió a Capítulo y ordenó que distribu yeran a los pobres las acostumbradas limosnas; luego dió la absolución neral a la Comunidad y la bendijo con estas palabras: —El Señor que libra a los cautivos y fortalece los corazones abatidos se digne obrar en vuestras almas según su gracia y su misericordia. Tomó parte en los divinos oficios del Viernes y Sábado Santo y aun se sintió con ánimo para celebrar los de la solemnidad de la Pascua; pero en la tarde de este santo día mandó que le llevaran a la capilla de la Santísima Virgen, donde quiso que sus monjes, le tendieran en el suelo sobre ceniza; fortalecido con el santo Viático, expiró el venerable anciano al par de los últimos rayos del sol poniente. E ra el 29 de abril de 1109. San Hugo I fué canonizado por Calixto II el 6 de enero de 1120. Cele bróse la ceremonia en el monasterio mismo de Cluny, donde dicho Papa había sido elegido el año anterior. La relación de la vida del santo Abad se debe al venerable Hildeberto, monje benedictino, que murió en 1133 siendo arzobispo de Tours. %
SANTORAL Santos H ugo, abad de Cluny; Pedro de Verona, m ártir; Paulino, obispo de Brescia y confesor; E m ilia n o , soldado m ártir; R o b erto , abad y fu n d a d o r del Cister; Tíquico, a quien San Pablo llam a «ministro fiel y consiervo suyo en el Señor» ; Agapio y Secundino, obispos y m ártires en A rgelia; M artín, m o n je ; Ursión y Maurelio, confesores; Aulo, obispo de V iv iers; Wilfrido II, arzobispo de Y o rk ; Liberio I, obispo de R a v e n a ; Senán, solitario y confesor; Padés, m á r tir ; Siete Santos ladrones convertidos a la fe por San Jasón, m ártires; Marcial, Sabato, C-odomano, Basilio, Germán, Filocasto, Prudencio y U rbano, m ártires en B itinia. Santas A ntonia y Tértula, m ártires; Ava, virgen y abadesa; Cercira, virgen y m ártir en Corfú. SAN PE D R O D E V ERO NA , m ártir. — Vino al mundo en Verona, ciudad célebre de Lom bardía, en Italia. Sus padres eran herejes maniqueos, pero él tenía en el corazón el germen del verdadero am or de Dios, al que no fué traid o r ni un solo instan te de su vida. Estudió en Bolonia, y en aquella célebre U niversi dad captóse las sim patías de todos por su talento y bondad. Ingresó en la Orden de Predicadores, siendo en ella constante ejem plo de edificación; sus peniten cias fueron ta n extrem as que los Superiores intervinieron p ara que las suavizara un tan to . Mas la fam a de su santidad sufrió u n rápido e inesperado eclipse, del
que fué causa una vil calum nia que m alas lenguas, movidas p or el demonio, le levantaron por haber oído en la habitación de Pedro voces femeninas, que no eran sino las de Santa Inés, Santa C atalina y Santa Cecilia, enviadas p or Dios p a ra conversar con él. Pedro soportó la difamación, el traslado de convento y todo lo que en sem ejantes casos trae consigo la creencia de una culpabilidad, sin queja ni defensa alguna. Pero la verdad se hizo luz, y el santo religioso quedó rehabilitado a los ojos del m undo entero. E l 5 de abril de 1252, cuando se tra s ladaba del convento de Como a la ciudad de Milán, cayó m ortalm ente herido por los golpes de unos fanáticos herejes, apostados en el camino. Sus últim as palabras fueron las de toda su v id a: «Creo en Dios, P adre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra...» SAN EM ILIANO, soldado y m ártir. — E ra soldado de la legión rom ana, de guar nición en C onstantina, ciudad de Argelia. Y eran los tiem pos de la novena perse cución. P o r entregarse a obras de caridad y prácticas cristianas, fué detenido y llevado al trib un al. Pero él, anim ado a conseguir la brillante corona de los m ár tires, sufrió valerosam ente los suplicios a que le condenaron y que acabaron con su vida terrenal el dfa 29 de abril del año 259. SAN R O B ERTO , abad y fundador. — H ijo de una fam ilia rica y poderosa de la región de C ham paña, R oberto abandonó el m undo a los quince años y entró en la Orden de San Benito. B rillaron en él los esplendores de virtudes tan extraordinarias, que le- encum braron al cargo de abad del m onasterio. Mas él se retiró a un lugar solitario llam ado Colán, donde vivió en com pañía de varios anacoretas. Por la insalubridad del sitio, se establecieron en la floresta de Molesme, donde edificaron celdas con ram as de árboles. Poco a poco se unieron a R oberto muchos religiosos, con los cuales empezó la reform a de la R egla bene dictina. R oberto fué, además, fundador y prim er abad del célebre monasterio del Cister, de donde tom ó nom bre la nueva ram a de la Orden. Viendo los monjes de Molesme la santidad de R oberto y arrepentidos de una pasajera decadencia enel fervor, le suplicaron volviese a su m onasterio y acudieron al pap a U rbano II p a ra que le obligase a ello. Obedeció el Santo, y dejó a Alberico por abad del C ister y a E steban por prior. Marchó a Molesme, donde fué recibido con mues tra s de verdadero afecto. E ste ilustre fundador vivió noventa y dos años y se durm ió en la paz del Señor el 21 de marzo de 1108, pero su fiesta se celebra ©1 29 de abril.
DÍA
30
DE
ABRIL
SANTA CATALINA DE SENA VIRGEN DE LA ORDEN TERCERA DE SANTO DOMINGO (1347 . 1380)
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STA bienaventurada virgen vino al mundo por los años de 1347 en Sena, ciudad del bello reino de Italia. Sus padres Diego y Lapa eran personas piadosas y bastante acomodadas. Esmeróse mucho su m adre en criarla a sus pechos, y así le cobró mayor amor; y la niña, por su parte, salió tan agradable y graciosa que se hacía am ar de todos los que la trataban. Pronto comenzó a resplandecer en ella la gracia del Señor, porque apenas tenía cinco años, cuando comenzó a rezar la salutación del ángel a Nuestra Señora, tan a menudo y con tan ta devoción, que cuando subía o bajaba alguna escalera se arrodillaba en cada escalón y decía el A vem aria. Siendo ya de seis años, vió sobre la iglesia de Santo Domingo un tronó riquísimo y resplandeciente y en él sentado a Jesucristo en traje de pon tífice máximo, y junto con él a San Pedro, a San Pablo y a San Juan Evangelista. Fijó la bendita niña sus blandos ojos en Cristo, y Cristo la miró con rostro alegre y le echó su bendición, de lo cual quedó ella tan transportada, que su hermano no pudo hacerla volver en sí a pesar de las voces que le dió, sino cuando la asió y tiró fuertemente. Desde entonces pareció haberse mudado, de niña que era, en mujer de¡
seso y prudencia; y, como ell» declaró después a su confesor, en este tiempo supo por dlVina revelación las vidas de los santos padres del yermo y de otros muchos santos, y especialmente la de Santo Domingo, y le vino gran voluntad de im itarlas todo lo que le fuese posible. Dábase mucho a la oración, era callada en extremo, dejaba parte de su comida ordinaria, y era -visitada por otras niñas de su edad que se le juntaban con deseo de oír sus dulces palabras e im itar sus santas costumbres. Crecía en ella el deseo de im itar a los padres del yermo, y para esto, un día, tomando solamente un pan consigo, se fué de la ciudad y se entró en una cueva que' estaba en un despoblado. Púsose en oración, y fué m uy con solada del divino Espíritu, que interiormente le mandó volver a casa de sus padres, y así lo hizo. Siendo de siete años se encendió tanto en el amor de su esposo Jesucristo, y en el deseo de consagrarle su alma pura y limpia, que hizo voto de per petua virginidad y suplicó humildemente a la sacratísima Virgen nuestra Señora, que se dignase darle a su Hijo por esposo, porque ella le prometía no adm itir otro en todo el decurso de su vida. Hecho este voto, comenzó a inclinarse a ser religiosa y, si veía pasar por su casa a algún religioso, es pecialmente de la Orden de Santo Domingo, era grande la alegría que recibía su alma, creciendo en ella siempre el deseo de abrazar aquel Instituto, por que amaba con más ternura a los que se habían empleado más en ganar almas para Dios, como lo profesaba aquella santa religión. Cuando Catalina fué ya de edad para casarse, trataron sus padres de darle marido, pues ignoraban el voto de virginidad que había hecho; mas la santa virgen mostró mucho sentimiento que se tratase de ello. Su hermana Buenaventura, que era casada y m uy am ada de Catalina, le aconsejó que aunque no se casase tomase vestido galano para mejor disimular y dar con tento a sus padres. Hízolo ella con esta intención, pero llorólo después toda su vida, juzgando que era grave pecado. Murió poco después su herm ana Buenaventura y, entendiendo Catalina que había sido en castigo de haberle aconsejado que se engalanase, ins pirada del Señor, se cortó el cabello, que le tenía lindo por extremo, para que por este hecho se entendiese cuán determ inada estaba de no casarse. Sintieron esto mucho sus padres y comenzaron a perseguirla de palabra y de obra y, para traerla a su voluntad, le mandaron ser cocinera en lugar de la criada y servir en los más viles y bajos oficios de casa. Todo lo hacía la santa doncella con maravillosa paz y alegría de su alma, labrando en su corazón una celda y secreto retraim iento, en el cual moraba siempre y con versaba con su dulcísimo Esposo. Una paloma blanca que se posó sobre la cabeza de Catalina mientras rezaba, fué vista por su padre, quien interpretó el hecho como señal misteriosa acerca de su hija, y ordenó que se respetase la voluntad de la joven, que sólo seguía los designios de Dios.
TOMA EL HABITO DE SANTO DOMINGO
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ERO mucho mayor consuelo sintió por habérsele aparecido Santo Do mingo y haberle ofrecido el hábito de las Hermanas de Penitencia, prometiéndole que sin duda gozaría de él. Catalina le dió por ello las más rendidas gracias. Desde entonces se entregó totalm ente a una vida penitencia: dejó de comer carne, aunque pocas veces siendo niña la había comido: sólo bebía agua, apenas gustaba cosa cocida y únicamente comía un poco de pan y algunas hierbas crudas. Un día en que se hallaba algo debilitada, su confesor le mandó tom ar 119 vaso de agua azucarada. —Padre mío —le dijo la Santa—, bien se echa de ver con esto que queréis quitarme la poca vida que me queda; ta n ta costumbre tengo de tom ar cosas insípidas, que todo lo dulce me pone enferma. Traía a raíz de sus carnes una cadena de hierro, y apretábala tan fuertemente, que estaba abrazada con la misma carne; y con otra cadena de hierro se disciplinaba tres veces al día durante hora y media. Su cama eran unas tablas, sobre las cuales no dormía más de media hora, y dedi caba todo el resto de la noche a la oración. Estas penitencias extraordina rias fueron acrecentadas cuando tomó el hábito de Santo Domingo, por parecerle que el nuevo hábito la obligaba a nueva perfección y a m ayor fervor. Tres años estuvo sin hablar a nadie sino cuando se confesaba. Estábase en su celda sin salir de ella más que para ir a la iglesia. Apareciósele una vez Nuestro Señor y le enseñó todo lo que para el bien y dirección de su alma había menester, y ella misma confesó que Cristo había sido su maestro, ya inspirándole, ya apareciéndosele, o ya enseñándole lo que había de hacer.
TENTACIONES Y ADVERSIDADES
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NFURECIDO el demonio por verse vencido de una doncella tierna y delicada, comenzó a tentarla y afligirla sobremanera, pensando poder alcanzar victoria. Pero el Señor la previno con su gracia, y permitió que los demonios la tentasen para manifestar más su virtud, y así comenza ron a atorm entarla con imaginaciones torpes, que para su purísima alma eran más horribles que la propia muerte. Ella, para desecharlas, atorm entaba su cuerpo, disciplinándose con una cadena de hierro. Estando en estas tentaciones y peleas, se le apareció Jesucristo, a quien interrogó así:
—¿Dónde habéis estado, Esposo mío, que así me dejasteis? —Dentro de tu corazón estaba yo, Catalina — le dijo el Señor. —Pues, ¿cómo estabais Vos conmigo, teniendo yo tan malos pensamién, tos y tan torpes imaginaciones? —¿Acaso te deleitabas con ellos? — repuso Jesús. 4 —Muy al contrario, que padecía terrible pena —respondió la virgen, —Pues en esto estaba tu merecimiento y el fruto de tus peleas, las cuales estaba yo mirando con gozo porque me eras fiel, y esforzando tu corazón para que no desfalleciera. Poique sentir no es consentir, y la pena que se experimenta al desechar los malos pensamientos es señal de que no hay culpa en el alma que padece tales tentaciones. Viendo el demonio que no podía vencerla por este medio, tomó otros caminos. La santa virgen curaba a una mujer viuda y vieja que tenía can cerado el pecho, y la servía con admirable caridad y alegría; pero entró el diablo en el cuerpo de la enferma, la cual convirtió en odio y aborrecimiento la buena obra que de la santa virgen recibía. Y pasó tan adelante su des atino, que publicó que Santa Catalina era mujer liviana y deshonesta. Mas luego, con una visión que tuvo, reconoció su culpa y la santidad de Ca talina, y murió habiéndose confesado y pedido perdón de su pecado. Con haber sido tantas veces vencido, no dejó el demonio de volver a nuevas batallas, antes atorm entó el cuerpo flaco de la virgen con tantas y tan crueles enfermedades y dolores, que apenas se pueden creer sino de los que las vieron. No tenía Catalina sino la piel y los huesos, y aparecían en su cuerpo los cardenales y las señales de los azotes y golpes que el demonio le daba. Echábala algunas veces en el-fuego, y ella, sonriéndose, salía de él sin lesión alguna; de suerte que nunca la pudo rendir, antes con las penas crecía su fervor como con el viento la llama y, cobrando fuerzas de flaqueza, oraba y trabajaba más, con gran admiración de todos los que la veían.
AMOR A JESUCRISTO Y AL PRÓJIMO
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NTRE los amorosos y devotos afectos que el Señor comunicó a esta virgen, se encuentra una singular devoción al Santísimo Sacramento del altar, (ion un afecto ta n encendido y abrasado, que el día que no comulgaba parecía que había de expirar y en comulgando era tan sobre abundante la consolación divina que recibía su alma, que se derram aba por el cuerpo, al que mantenía sin necesidad de comer m anjar corporal. Esto engendró escándalo y murmuración entre la gente y aun en su mismo con fesor, el 'cual la instó a que comiese. Catalina se sentaba con los demás a la mesa y procuraba pasar el jugo de alguna cosa; pero era siempre con
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N día, estáñelo Santa Catalina de Sena en oración, su padre ■ue asombrado cómo una paloma blanca viene sobre ella y
luego desaparece. Desde entonces ordena que nadie en casa moleste a la joven y que la dejen, al contrario, seguir la vida piadosa y extraordinaria a que Dios la llama.
ta n grande pena y detrimento de su salud, que luego comenzaba a dar ar cadas y no se sosegaba hasta que lanzaba aquella poca sustancia que había comido. Cuando iba a la mesa solía decir: —Vamos a tom ar el justo castigo de esta miserable pecadora. Conocieron sus mismos confesores que la santa virgen era guiada por Dios y así le m andaron que no se hiciese aquella violencia en el comer. Vino a estar la Santa tan cautiva y presa de la dulzura de su Amado que vivía siempre absorta en una altísima contemplación. U na vez, haciendo oración a su Esposo y suplicándole que quitase de ella su corazón y la propia voluntad, le pareció que venía Cristo y le abría el costado izquierdo y le sacaba el corazón y se iba con él; y de allí a algunos días le apareció el mismo Señor, que traía en la mano un corazón encamado y m uy hermoso y, llegándose a ella, se lo puso en el lado izquierdo y le dijo: —H ija mía, ya tienes por tu corazón el mío. De allí adelante solía decir la Santa en su oración: —Esposo mío, yo os encomiendo «vuestro» corazón. Una vez, en acabando de comulgar, quedó arrobada y suspensa un buen rato hasta que cayó al suelo como si hubiera sido herida de muerte; y, después que volvió en sí, declaró en secreto a su confesor que Cristo le había impreso en aquel rapto las cinco llagas de su sagrado cuerpo y con ellas sentía grandes dolores, y que eran interiores y no exteriores porque ella misma se lo suplicó el Señor. E l dolor de la llaga del costado, especial mente, era tan fuerte que le parecía imposible vivir si no se mitigaba. Los ejemplos de su caridad para con los prójimos no fueron menos ad mirables. Mirábalos como un vivo retrato de Cristo y los socorría y servía como al mismo Señor. Pidió a su padre licencia para dar limosna a los pobres; diósela el padre y ella repartía entre ellos todo cuanto podía. H abía en su casa una cuba de vino, de la cual la santa virgen sacaba el que había menester para los pobres y, bebiendo de ella los de casa, duró el vino mucho más tiempo de lo que pudiera durar si no se diera a los pobres. Otra vez dió a un pobre una cruz de plata que traía consigo y a la noche si guiente se le apareció Cristo, mostróle aquella cruz rodeada de piedras pre ciosas y le prometió mostrarla en el día del juicio en presencia de los ángeles y de los hombres. Solía besar con amor las llagas de los enfermos y aun llegó una vez a beber el agua con que había lavado una asquerosa úlcera, mereciendo con esta victoria, que Cristo le diera a beber de la llaga de su sagrado costado. Curando en Sena a una leprosa, se le pegó a la Santa la lepra en una mano; pero siguió curándola hasta que murió la enferma y entonces Catalina quedó sana y con las manos más lindas que antes.
DONES QUE RECIBIÓ DEL SEÑOR AREA larga y prolija sería referir aquí las gracias y prerrogativas que el Señor concedió a esta santa virgen. Descubrióle la hermo sura de las almas y el amor con que las amó; dióle instinto m ara villoso y luz divina para penetrar los corazones. Tuvo asimismo don de profecía y tantas revelaciones que parecen increíbles. Los milagros que Dios obró por ella son innumerables: sanó a muchos enfermos, libró a los que estaban heridos de pestilencia, revivió a los que estaban ya casi muertos, echó demonios de los cuerpos, con pocos panes dió de comer a muchos y aun sobraba de lo que les daba; de harina ya podrida amasó sabrosísimo pan, sacó riquísimo vino de una cuba vacía y obró tantos otros prodigios que el traerlos aquí todos sería cosa de no acabar. Pero el mayor milagro de todos es la misma virgen y la sabiduría que Dios le infundió para hablar de cosas divinas, lo cual hacía con ta n ta sua vidad y eficacia, que se estuviera cien días con sus noches sin comer ni dormir y sin cansarse, si hallara oyentes que la escucharan y entendieran. Sus admirables cartas y sus Diálogos m uestran cuán llena estaba del Espíritu de Dios. Su doctrina se reduce a estas dos cosas: A m a r al Señor y padecer por él.
Apareciósele una vez su amado Esposo y le dijo: «Hija, piensa tú en mí y yo pensaré y tendré cuidado de ti». De estas palabras tan breves dedujo la Santa la gran confianza que debemos tener en la divina Providencia, y cuán arraigado debe estar nuestro corazón en ella para dejarnos gobernar por Dios y aceptar como venidos de su mano los diversos acontecimientos de la vida, tanto particulares como generales.
INTERVIENE EN LA VUELTA DE GREGORIO XI DE AVIÑÓN A ROMA IRVIÓSE Nuestro Señor de esta santa virgen en cosas grandes y difi cultosas de la pacificación y gobierno de la Iglesia; porque, habién dose determinado los de Florencia a 'negociar paces con el Sumo Pontífice, enviaron a Catalina por em bajadora suya cerca de Gregorio X I, que residía en Aviñón, y ella, después de haber cumplido este encargo, exhortó vivamente al Pontífice a que volviese la sede y centro de la cris tiandad a la ciudad de Roma, de donde hacía setenta años que había salido. Gregorio X I tenía ya hecho el voto secreto de volver a la Sede de San Pedro, pero no se atrevió a cumplirlo por no desagradar a su corte, y fué
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Catalina quien le decidió a cumplir su promesa. Con eso el Papa dejó a Aviñón a los 13 de septiembre del año 1376 y entró en Roma a los 17 de enero del siguiente año. Muerto Gregorio X I, fué elegido Papa el arzobispo de Barí, y se llamó Urbano VI; pero, pasadas unas semanas, los cardenales franceses descon-' tentos de tener que vivir en Rom a y no pudiendo aguantar la rigidez del nuevo Pontífice, anularon su elección y eligieron un antipapa, que fué Cle mente V II, el cual residió en Aviñón, dando con ello principio al lastimoso cisma que duró tantos años. Urbano VI llamó a Catalina junto a sí y por mediación de la santa virgen le dió el Señor los avisos y consejos que más necesitaba en tan graves y difíciles trances. La Santa no se contentó con lamentarse _por aquel desastroso cisma, sino que oraba, se mortificaba y escribía a los cardenales y a los reyes epístolas llenas de prudentes y acer tados consejos, instándoles a reconocer al legítimo P apa. A los cardenales, obispos y prelados de la Iglesia escribió Catalina ciento cincuenta y cinco cartas, y a los reyes, príncipes, gobiernos y gente seglar, treinta y nueve. E n todas ellas se ve un espíritu divino y una ciencia más dada por Dios que adquirida con el estudio de muchos años, y’ unos consejos tan prudentes y tan acertados, que bien parecen manados de la sapientísima fuente y ver dad increada. Escribió L a Providencia de Dios, libro maravilloso en el que se leen cosas altísimas, de mucho provecho para las almas que se dan a la vida de recogimiento.
MUERTE DE SANTA CATALINA ABIENDO vivido treinta y tres años, cayó mala en Roma y recibió los Santos Sacramentos con singular devoción y afecto. Tuvo en tonces tentación del demonio que la acusó de vanagloria, mas ella respondió con alegría: «¿Vanagloria? Siempre he procurado la verdadera glo ria y alabanza de Dios Todopoderoso». Llamando luego a sus compañeras las exhortó a que entregasen de veras su corazón a Cristo, y que no juzgasen mal de sus prójimos. Pidió perdón y la indulgencia plenaria que los sumos pontífices Gregorio X I y Urbano VI le habían concedido. E ntró luego en agonía, y diciendo aquellas palabras: «En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu», voló al cielo a los 29 del mes de abril del año 1380. Al mismo tiempo se apareció a su padre espi ritual fray Raimundo de Capua, que fué maestro general de la Orden y que a la sazón estaba en Génova, el cual escribió después, como testigo de vista, la vida de la Santa. Urbano V III trasladó la fiesta de esta virgen al 30 de abril.
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E l sagrado cuerpo de Catalina fué llevado a la iglesia que llaman de la Minerva, que es de los Padres de Santo Domingo, y fué tanto el concurso de todo el pueblo romano, y tantos los milagros que Dios obró por me diación de ella, que no se pudo enterrar su cuerpo hasta pasados tres días. E l día 23 de abril del año 138.4, la cabeza de la Santa fué llevada triun falmente a Sena y depositada en la iglesia de los Padres Dominicos, donde todavía se guarda y venera. Santa Catalina de Sena fué canonizada por el sumo pontífice Pío II, ochenta y un años después de su glorioso tránsito. E l papa Benedicto X II dió licencia para celebrar una fiesta en honor de las cinco llagas de la Santa, y Pío IX , a los 17 de abril del año 1866 la nombró segunda patrona de la ciudad de Roma. Su cuerpo, casi entero, se conserva bajo el altar m ayor de la iglesia de Santa María de la Minerva, en Roma, y uno de sus brazos, en el mo nasterio de las Madres Dominicas de la mencionada ciudad.
SANTORAL Santos Indalecio, obispo y mártir; Máximo, comerciante y mártir; Donato, obis po; Pelegrín, servita y confesor; Jaime, Mariano y compañeros, m ártires en N um idia; Erconvaldo, obispo de L ondres; E utropio, obispo y m á rtir; Amador, presbítero, Pedro, monje, y Luis, m ártires en C órdoba; Loren zo, presbítero, m artirizado en N ovara con muchos niños, discípulos suyos; Severo, obispo de N ápoles; M aterniano, Juan, Desiderio, Flavio, Foranan, Policromo, Mercurial, S u ib erto ; A djutor, m onje y confesor; José Benito Cottolengo, fundador de la Píccola Casa, en Turín; Afrodisio, Do roteo, R odaciano, V íctor, Terencio, M artín, Claudio, Silvano, Clemente y otros, m ártires en A lejandría. Santas Catalina de Sena, virgen; Sofía, - virgen y m á r tir ; Majencia, viuda, n atu ra l de C o ria ; B eata Hildegarda, reina, esposa de Carlomagno y fundadora de un monasterio.
SAN INDALECIO, obispo y mártir. — E s uno de los siete varones apostó licos que vinieron a E spaña p a ra predicar la doctrina y religión de Jesucristo. E stuvo prim ero en G uadix, donde obtuvo mucho éxito en la predicación, lo cual le dió ánimos p ara extender sus conquistas espirituales a otras regiones. Así que pasó luego a tierras de Almería, donde se estableció definitivam ente. E l teatro de sus tareas apostólicas fué la ciudad de Urci, m uy poblada a la sazón, pero entregada a la idolatría y a la satisfacción ilícita de las m ás vergonzosas pasiones. L a caridad del varón apostólico unida a su bondad de carácter y a la solidez de sus enseñanzas, fueron el im án con que a trajo a la causa de la ver dad a m u ltitu d de pobladores de la ciudad. Su radio de acción extendióse luego p or Lorca, C artagena y otras poblaciones, cuyos habitantes, en crecido número
estaban regenerados y a . po r las aguas de B autism o. Pero tam bién llegaron, allí las salpicaduras de la sangre derram ada p o r N erón, m onstruo de em peradores y vergüenza de la hum anidad. Indalecio fué m artirizado po r aquellos gentiles a quienes tra ta b a de engendrar p ara el cielo. Su cuerpo, arrojado al m ar, fué re cogido p o r los fieles, enterrado en las inm ediaciones de Pechina y, mucho tiem po después, trasladado al m onasterio de San Ju a n de la Peña, en el que fué reci bido solemnemente p or el rey de Aragón, Alfonso II. SAN MÁXIMO, com erciante y m ártir. — Máximo vivía pacíficam ente en Asia Menor, cuando fué apresado en v irtu d de los decretos de persecución que en el año de 250 dió el em perador Decio. Vivía honradam ente de su comercio y a nadie m olestaba. T an to en presencia del trib u n al como en medio de los torm en tos a que le sometieron, confesó su fe en Jesucristo, único Dios verdadero. Diéronle azotes, colocáronle en el caballete, y soportó un horrible m artirio. «... N i vuestros azotes — decía— , ni vuestros garfios de hierro, ni vuestra hoguera, me causan m al alguno, porque Dios me sostiene con su gracia». A rrastrado, por úl tim o, fuera de los muros de la ciudad de Éfeso, m urió bárbaram ente apedreado el 14 de m a y o del año 251. SAN DONATO, obispo. — Floreció a mediados del siglo iv en la región de A lbania que se extiende p or la p arte oriental del A driático. E n tre las m uchas conversiones llevadas a cabo p o r este santo obispo figuran la del em perador Teodosio y su hija, amén de las principales fam ilias de C onstantinopla. Fué após tol m uy distinguido por su ciencia y v irtud . O cupando la sede apostólica de E uriam pe, en el E piro, tuvo ocasión de sacar paten te de santidad en el caso sig uien te: Las aguas de un pozo causaban la m uerte a cuantos las bebían. A proxi móse el obispo al pozo, oyóse u n gran trueno y, al mismo tiem po, salió de las aguas u n dragón en o rm e; tocóle D onato con su v ara y quedó m uerto al instante. Desde entonces, aquellas aguas, bendecidas por el prelado, se trocaron en rem e dio p ara m uchos males. D onato m urió santam ente el ai(o 387, llorado am arga m ente p or todos sus diocesanos. SAN JO SÉ B EN IT O COTTOLENGO, padre de los pobres. — E n la pequeña ciudad de Bra, situada en la católica región italiana del Piam onte, vino al m undo, el 3 de mayo de 1786, el niño José Cottolengo, prim ogénito de los doce hijos de Antonio Cottolengo y B enita Caroti. Cual nuevo Vicente de Paúl, José B enito tu v o por program a de vida la caridad p ara con los desvalidos. E n 1811 fué ordenado de sacerdote, siendo la predicación y la adm inistración de Sacra mentos su ocupación casi constante. A traía las bendiciones de Dios sobre su m i nisterio m ediante la oración, el ayuno y la mortificación. N om brado canónigo del «Corpus Dómini» de T urín, pronto se señaló p or su acendrado am or a los pobres y enfermos, de los que se constituyó padre y enfermero. P ara atender a estos seres dolientes creó un hospital, en el que hoy día se albergan m ás de 10.000 enfermos asistidos por centenares de religiosos y religiosas, que alternan el cuidado de los pacientes con el ejercicio de la oración. E sta institución, lla m ada Pío In stitu to de la D ivina Providencia, es conocida vulgarm ente con el nombre de «Píccola Casa» y constituye u n m ilagro perm anente de la bondad divina. E l lem a de esta casa es ((caridad» y en ella tienen cabida toda clase de enfermos, siempre que no dispongan de medios ni tengan protección de otra p arte, pues quiso su F undador que esta casa viva sólo a expensas de la P rovi dencia, cuya benéfica m ano se m uestra siempre pródiga con los suyos. Cottolengo murió el 30 de ab ril de 1842 y fué canonizado p or P ío X I el 19 de marzo de 1934.
ÍNDICE M A R Z O DÍAS
PÁQB. P ró lo go .....................................................................................................................
5
1 . — S a n A lbino, a b a d y ob ispo (470-550) .................................................... S a n to r a l. — E l Santo Ángel de la Guarda ................................................ San Rosendo, obispo. — Sta. Eudoxia, penitente .................................
11 19 20
2..—• B e a to P e d ro d e Z úñ ig a, m isionero y m á r tir (1580-1622) ................. S a n to r a l. — San Simplicio, P. — S. Ceadas, ob. — S. Lucas Casalio, ab. — Sta. Nona, princesa y penitente ................................................
21 30
3. — S a n ta C u n eg u n d a, e m p e ra triz y v irg en ( f 1040) .................................. Santoral ............................................ ...................................................................... Santos Em eterio y Celedonio, mrs. — Stos. Basilisco, Cleónico y Eutropio, soldados mrs. — S. Medin, m r .................................................................
31 39
4. — S a n C asim iro, p rín cip e d e P o lo n ia (1458-1483) .................................. Santoral ................................................................................................................. Santos E lpidio y compañeros, mrs. — S. Lucio, P. y mr. — Víctor de Mousón, m r ...............................................................................................................
41 49
5. — S an J u a n Jo sé d e la C ruz, fran ciscan o (1654-1734) .......................... Santoral ................................................................................................................. San Adrián, mr. — S. Focas, hortelano y m r. — B to . Nicolás Factor, franciscano .............................................................................................................
40
50 51 59 60
6 . — S an O legario, obispo de B arc elo n a (1060-1137) .................................. 61 S antoral ..............................................................................:.................................. 69 San Cirilo, General de la Orden del Carmelo. — Stas. Perpetua y Fe licitas, mrs. — Sta. Coleta, m onja .............................................................. 70 • 7..-— S a n to T o m ás de A q uin o . do m in ico (1225-1274) .................................. Santoral ................................................................................................................. San Teófilo, ob. de N ico m ed ia .— Los Santos Corporales de Daroca .
71 79 80
8. — S an J u a n de D ios, fu n d a d o r (1495-1550) .............................................. S antoral ............................................................................... >................................ San Julián, arz. de Toledo. — San Veremundo, ab. de Irache. — San tos Apolonio y Filemón, m rs.............................................................................
81 89
9. — S a n ta F ra n c isc a R o m a n a , v iu d a y fu n d a d o ra (1384-1440) ............ Santoral ...................................................... ......................................................... San Paciano, ob. de. Barcelona. — San Gregorio Niseno, ob. y cf. — . Sta. Catalina de Bolonia, v g .............................................................................
91 99
10. — S an A talo , a b a d ( f 627) ............................................................................... Santoral ................................................................................................................. Los Cuarenta Mártires de Sebaste. — S. Macano, ob. de Jerusalén. — San Droctoveo, a b ..................................................................................................
90
100 101 109 110
11. — S an E ulo gio d e C ó rd o b a, p re sb íte ro y m á r tir ( f 859) ....................... 111 S a n t o r a l . — Santos Vicente, Ram iro y compañeros, m rs. ....................... 119 Santa Aurea o Auria, v g . — S. E utim io, ob. y m r . — S ta : Teresa Margarita R edi, vg. carmelita ....................................................................... ... 120 12. — S an G regorio M agno, p a p a y d o c to r (540-604) ......................................121 S a n to r a l. — Santos Pedro, Eugenio y com ps., m rs. -1- S. Teófanes, abad.— Sta. Justina, v g .................................................................................... ... ISO 13. — S a n ta E u fra sia , v irg e n (380-410) .................................................... ....... .... 131 S antoral ......................................... ....................................................................... ...139 San Nicéforo, patriarca de C o nstantinopla.— B to . Santiago de Todi, franciscano.— Stos. Rodrigo y Salomón, m rs................... — .................... 140 1 4 .— S a n ta M atilde, e m p e ra triz (872?-968) .................................................... ... 141 S a n t o r a l . — San L ubino, ob. de Chartres. —- S ta . Florentina, vg. ... 150 15..— S an C lem en te M aría H o fb a u e r, re d e n to rista (1751-1820) ................ ... 151 Santoral ................................................................................................................. ...159 San R aim undo, ab. de Fitero y de C a la tra va .— Sta. Madrona, vg. y m r . — Sta. Leocricia, vg. y m r . — S ta. Luisa de Marillac, vda. y cofundadora ............................................................................. .............................. ...160 1 6 . — S an A b ra h á n K id u n a ia , e rm ita ñ o ( f 366) .......................: ...................... 161 S a n to r a l. — San H eriberto, arzobispo ....................................................... ... 169 San Agapito, ob. de Ravena. — San Julián de Cilicia, m r....................... 170 1 7 . — S an P a tric io , ap ó sto l d e Ir la n d a (372P-463?) ............ ¡......................... 171 S a n to r a l. — San José de Arim atea, c f................... ......................................179 San Agrícola, o b . — Sta. Gertrudis de N ivela, vg. y abadesa ............... 180 18..— S an S a lv a d o r d e H o rta , fran ciscan o (1520-1567) .............................. ... 181 S a n to r a l. — Sart Cirilo de Jerusalén, ob., cf. y doctor. — San E duar do II, rey de Inglaterra y m r.............................................................................. 190 19. — S a n Jo sé, esposo d e la S a n tísim a V irgen M áría (s. i) ..................... ...191 S antoral .....................................................................................................................199 San Juan de Pina, ab. — S. Pancario, m r. — S. A ndrés de Sena, sol. 200 20. — S a n W u lfra n o , arzo b isp o d e S ens ( f h a c ia 720) ............................... ...201 S a n to r a l. — San M artín D um iense, arz. de Braga ....................................209 San N iceto, o b . — S . Am brosio de Siena, dominico y cf. — Sta. Fotina (La Sam aritana) y compañeros, m rs..................................................... ...210 2 1 . — S a n B en ito , a b a d y fu n d a d o r (480-543?) ........................................... ...211 S a n to r a l. — San Lupicino, ab. — Stos. Filemón y D omnino, m rs. — San Birilo, o b . — San Serapión el Sidonita .................................................220 22..— S an B asilio d e A n cira, p re sb íte ro y m á r tir (-J- 362) .............................221 S a n to r a l. — San Deogracias, ob. y c f . — ■S. Bienvenido, ob. de Ósi mo. — S. A vito , solitario y m onje ......................................................................230 23. — S an Jo sé O riol, p re sb íte ro y confesor (1650-1702) .................................231 S a n to r a l. — Santo Toribio, arz. de L im a .....................................................239 Stos. Victoriano y compañeros, m r s .— Stos. Liberato y cm ps., m rs. 240 24. — S a n ta C a ta lin a d e S u ecia, v irg e n (1330-1381) .................................... ...241 S a n t o r a l . — San Gabriel Arcángel. — San Sim ón, inocente y m r. ... 249 B eato Diego José de Cádiz, c f..............................................................................250
25. — S a n ta L u c ía F ilip p in i, v irg en y fu n d a d o ra (1672-1732) .................. ... 251 S a n to r a l. — San Pelayo, ob. de Laodicea ..................................................... 259
San D imas, el buen ladrón. — S. Quirino, mr. — Santas E utiquia, Casia, Irene ,y Feliph, m rs.................................................................................... 260 26. — S an B ra u lio ,, o b ispo d e Z arag o za ( f 651) ...................
S a n to r a l. — San Ludgerio, ob. de M ú n ste r.— S. Cdstulo, m r. — Santa Eugenia, vg. y m r. en Córdoba .......................................................... 27..—
S an J u a n D am asceno , d o c to r d e la Ig lesia (675?-749?) ....... Santoral .................................................................................................................. San R uperto o Roberto, ob. de W orms y, de Salzburgo. — 5. Juan, er mitaño. — S. Isacio o Isaac de Constantinopla, cf. — Sta. A ugusta, virgen y m ártir ....................................................................................................
28. — S an J u a n de C ap istran o , fran ciscan o (1384-1456) .............................. Sa n t o r a l
..................................................
San Sixto III, P. — S. Esteban H arding., .fu n d . y ab. del Cister. — Stos. Alejañdro, Prisco y Maleo, mrs. — S. Gontrán o Guntrano, rey de Borgoña ..............................................................................................................
261 270 271 279
280
281 289
290
29. — S a n to s Jo n á s y B a raq u isio , m á rtire s ( f 326) ............................... ....... Santoral. — San Eustasio, ab. de L uxeuil. — San Marcos, ob. de
291
Aretusa ..................................................................................................................... San Cirilo, diácono y mr. — S. Bertóldo dé Malafaida, prim er Prior General de la Orden Carmelitana. — B to . R aim undo Lulio, m r...........
299
30. — S an J u a n C lím aco, so litario y a b a d (550?-635?) ................................. Santoral. —■San Quirino, mr. — Stos. Víctor, Domnino y compañe
300 301
ros, mrs. — Conmemoración de m uchos Santos Mártires en Constan tinopla ...........................................................................!.........................................
310
31. — S an N icolás de F lü e , a n a c o re ta (1417>-1487) ..........................................
311'
Sa n t o r a l
....................................................
319
San Amos, projeta. — San Benjam ín, diácono y mr. —■Sta. Balbina, virgen y m r......................... ...................................................................................
320
ABRI L 1. — S an H ugo, obispo de G renoble (1053-1132) ........................................... Santoral. — San Venancio, obispo y m ártir ............................................. San Macario, a b . — S. Meliión, ob. de S a rd e s.— Sta. Teodora, vir gen y m r........................................ ............................................................................
323
2 . — S an F ran cisco de P a u la , fu n d a d o r (1416-1507) .................................. Santoral ................................... ................ ............................................ ......... Santa María Egipcíaca, p en iten te. — Sta. Teodosia, vg. y m r...........
333
3..— S a n R ic a rd o , ob ispo d e C h ich ester (T197-1253) .................................. S a n to r a l. — San Pancracio, ob. de Taormina ......................................... San Nicetas o N iceto, ab. — S. B enito de Palermo, jranciscano'. — Sta. Angélica, abadesa .......................................................... .............................
343 351
JA
TT
331 332 341
342
352
4. — S an Isid o ro , arzo b isp o y d o c to r de la Ig lesia (570-636) ..............353 S a n to r a l. — San Platón, a b.............................................................................. San Zósimo, a n a co reta .— S. Teonas, solitario ........................ ................ 5. — S an V icen te F e rre r, do m inico (1350-1419) ........................................... S a n to r a l . — San Geraldo, a b ............ ............................................................... Santas Agape, Quionia e Irene, hermanas m rs............................................. 6. — S an G uillerm o de P a rís, canónigo re g u la r (1105P-1203?) ................. S a n to r a l. — San Celestino I, P. — 5. Sixto I, P . y mr. — San Mar celino, m r.............................................. ................................................................... 7. — S a n ta J u lia n a de M onte C ornillón, a g u stin a (1193-1258) ................ Santoral ................................................................................................................. San Hegesipo, histo riad or.— S. E pifanio, ob. y m r . — Sta. Ursulilina de Parma, extática ....................................................................... .............
361 362 363 371 372 373 382 383 391 392
8. — S an to s E d esio y A nfiano, h e rm a n o s m á rtire s ( f 306) ..................... Santoral ........................... ............................................... ..................................... San Alberto, patriarca de Jerusalén. — S. Dionisio, ob. de Corinto. — S. Perpetuo, ob. y c f............................................................................................ 9 . — S a n ta C asilda, v irg en (1040 ?-1074) ........................................................ Santoral .................................................................................................................. San Acacio, o b . — Sta. María C leo fé.— Sta . Valtrudis, abadesa ...
393 401
10. — S an M acario, arzo b isp o de A n tio q u ía (950P-1012) ......................... Santoral .................................'.......... ........ ............................................................ San Ezequiel, p r o fe ta .— Stos. Terencio, Pom peyo, M áximo, Africa no y cuarenta, compañeros, m rs.......................................................................
413 421
11. — S an L eó n I, el M agno, p a p a y d o c to r de la Ig lesia (395?-461) ... S a n to r a l. — San Felipe, ob. y, c f . — Sta. Gema Galgani, v g ...............
423 432 433 441
12. — S an Ju lio I, p a p a ( f 352) .............................................................................. Santoral .................................................................................................................. San Víctor, m r. bracarense. — S. Sabas, mr. — S ta. Susana y com. pañeros, m rs..............................................................................................................
402 403 411 412
422
442
1 3 . — S an H erm en eg ild o , re y y m á r tir (555?-585) ....................................... S a n to r a l. — Santos Carpo, Pupilo, Agatodoro y compañeros, mrs. — San Marcio, ab. —-S ta . Ida, condesa de Bolonia (norte de Francia) ...
443
14..—• S an J u s tin o el Filósofo, ap o lo g ista y m á r tir (103-167) ..................... S a n to r a l, — Santos Valeriano, Tiburcio y M áximo, mrs. — Santa Liduvina, v g ................................................................................................................. 1 5 .— S an P e d ro G onzález, d o m in ico (1190-1246) ........................................... S a n to r a l. — Santos Marón, E utiques y Victorino, mrs. — Stos. Olim pias y M áximo, m rs. — Stas. Basilisa y Anastasia, mrs. .................... 16..— S an B e n ito Jo sé L a b re , p ereg rin o (1748-1783) .................................. S a n to r a l. — Santo Toribio, ob. de Astorga ............................................. San Fructuoso, arz. de Braga. — Sta. Engracia y dieciocho compañe ros, mrs. en Zaragoza ........... . . . ......................................................................... 17. — S ap R o b e rto , a b a d b e n e d ic tin o (-¡- 1067) : .............................................. S a n to r a l. — San Aniceto, P. y m r. — S. Inocencio, ob ........................
453
452
462 463 472 473 481 482 483 491
Stos. Ellas, Pablo e Isidoro, mrs. — B ta . María Aria de Jesús, mercedaria descalza .............. ...................................................................................... 18. — B e a ta M aría de la E n c a m a c ió n , c a rm e lita (1566-1618) ................. Santoral ................................................................................................................. San Perfecto, presbítero y rrir. — S. Apolonio, senador, apologista y m r . — B to . Andrés Hibernón, c f.................................................................. 19. — S an V icen te d e C olibre, m á r tir ( f 303) ................................................ S a n to r a l. — San León I X , papa ......;........................................................... Santa Oliva, vg. y m r......................................................................................... 20. — S a n ta In és de M o n tepulciano, d o m in ica (1274-1317) ......................... Santoral ..................................................................... ........................................... , San Marcelino, ob. —• S. Valderedo, ob. de Zaragoza.— S. Teótimo el Filósofo, ob......................................................................................................... 21. — S an A nselm o, arzo bisp o y d o c to r de la Ig lesia (1033-1109) ........ S a n to r a l. — San Anastasio, el Sinaíta, ob. — Stos. Simeón, ob., y compañeros, m rs. — Stos. Alejandra y compañeros, m rs........................ 22. — S an T eod o ro, o bispo d e A n astasió p o lis (583-613) .............................. S a n to r a l. — San Sotero, P. y m r.................................................................. San Cayo, P. y m r. — Stos. E pipodio y Alejandro, m rs........................ 23. —-S a n jo rg e , m á r tir ( f h a c ia el 303) ............................................................. S a n to r a l. — Santos Félix, Fortunato y Aquileo, mrs. — S. Adalber to, ob. y mr. — Sta. Pusinna, v g ..................................................................... 24. — S an F id e l d e S ig m arin g a, c ap u ch in o y m á r tir (1577-1622) ............ S a n to r a l. :— Santos Sabas y compañeros, mrs. — S. Gregorio, ob. de Ilíberis. — S. Mélito, ob. y cf.' ............................... ....................................... 2 5 . — S an M arcos, evan g elista, obispo y m á r tir ( f 68) ............................ S a n to r a l. —■San Aniano, o b . — Sta. Franca, vg. — S. E steban, pa triarca de A ntioquía y m r. ............................................................................... 26..— B e a to A n to n io de R ív o li, do m in ico y m á r tir (1423-1460) .............. S a n to r a l. — San Cleto o Anacleto, P. y mr. — San Marcelino, papa y mr. — S. Ricario, presbítero y c f.............................................................. 2 7 . — S an P e d ro A rm engol, m erced ario y m á r tir (1238?-1304) ............ Santoral ................................................ .................................................................... San Pedro Canisio, cf. y dr. — S. Anastasio I, P. — Stos. A ntim o y A ntonino, m r s .— Sta. Zita, vg. .............................................................. 2 8 . — S an P a b lo d e la C ruz, fu n d a d o r (1694-1775) — ............................... S a n to r a l. ■— San Prudencio, ob. y c f.............................................................. San Vidal o Vital y Sta. Valeria, m r s .— B to . Pedro Chanel, Padre Marista, protom ártir de Oceanía ................................................................... 2 9 . — S an H u g o I, a b a d de C lu n y (1024-1109) ............................................. S a n to r a l. — San Pedro de Verona, m r........................................................ San Em iliano, soldado y mr. — S. Roberto, ab. y fundador ................ 30..— S a n ta C a ta lin a de S ena, v irg en (1347-1380) ....................................... S a n to r a l. — San Indalecio, ob. y m r......................................................... San M áximo, comerciante y m r .— S. D onato, ob. y c f . — San B e nito Cottolengo, padre de los pobres .......................................... ...................
492 493 501 502 503 511 512 513 521 522 523 532 533 541 542 543 552 553 562 563 572 573 582 583 591 592 593 601 602 603 611 612 613 621 622
INDICE
ALFABETICO
Los nombres escritos con negrita, corresponden al Santo de Cada Día, con vida completa. Los impresos con letra redonda ordinaria., corresponden a Santos de' los cuales se hace mención y se dan referencias m ás o menos extensas. Cada uno lleva la fecha de su fiesta. Abacuc, m r. — 19 enero .......... Abdécalas, m r. — 5 abril ............. Abibó, m r. — 27 marzo __ 292 y A brahán K idunaia, erm . — 16 de marzo Acacio, ob. y cf. — 9 abril ....... - Adalberto, ob. y m r. — 23 abril . A drián, m r. — 5 marzo ................ Africano, mr. — 10 abril ............. Agape, vg. y m r. — 3 abril ....... Agapito, ob. y cf. — 16 marzo ... Agatodoro, ob. y m r. — 4 marzo. Agatodoro, m r. — 13 abril ....... '... Agatón, mr. — 5 abril ................... Agatónica, mr. — 13 abril ........... Agrícola, ob. y cf. — 17 m arzo ... Alberto, p a tr. y m r. — 8 abril ... Albino, ob. y cf. — 1 m arzo ... A lejandra, emp. y m r. —• 21 de abril .................................... 532 y Alejandro, m r. — 28 m arzo ......... A lejandro, mr. — 22 abril ........... Amador, ob. y cf. — 1 mayo ... Ambrosio de Siena, dom. y cf. — 20 m arzo ...................................... Amos, prof. — 31 m arzo ............. Anacleto, P. y m r . — 26 abril ... t Ananías, m r. — 21 abril ............. Anastasia, vg. — 10 m arzo ....... A nastasia, m r. — 15 abril ............ Anastasio, anac. y ob. — 21 de abril .............................. 302, 308, A nastasio I, P. — 27 abril ......... Anastasio, mr. — 14 junio .......... Andrés de Sena, solit. — 19 de marzo .............................................. Andrés H ibernón, cf. — 18 abril . Anfiano, m r. — 2 abril ................
260 532 299 161 412 552 60 422 351 170 50 452 372 452 180 402 11 548 290 542 172 210 320 582 532 109 472 532 592 117 • 200 502 393
Ángel de la G uarda. — 1 marzo ... 19 Angélica, a b s a .— 3 ' abril ............. 352 Aniano, ob. y cf.— 25 abril. 569 y 572Aniceto, P . y m r. — 17 abril ... 491 Ansberto, ob. y cf. — 20 de m arzo .................................. 203 y 208 Anselmo, ob. y cf. — 21 abril .. 523 Antígono, cf. — 4 m arzo ... 131 y 133 Antim o, ob. y m r. — 27 abril ... 592 A ntipas, mr. — 11 abril ................ 432 592 Antonino, mr. — 27 abril __ ..... Antonino, arz. y cf. — 2 mayo . 574 Antonio de R ivoli, m r.—26 abril. 573 Apolo, m r. — 21 abril ...... 532 y 548 Apolonio, anac. y m r. — 8 marzo. . 90 Apolonio, sen., apol. y m r. — 18 abril .... ........................................... 502 Aquileo, m r. — 23 abril ............. 552 Arcadio, ob. y m r . —-4 marzo ... 50 Aredio, ob. y cf. — 10 agosto ... 101 Aristóbulo, ob. y mr. —■15 marzo. 159 Atalo, ab. y cf. — 10 marzo .... 101 Audifax, m r. — 19 enero ........... 260 A ugusta, vg. y m r. —• 27 marzo . 280 Áurea o Auria, vg. — 11 marzo . 120 Avito,. solit. y mo. — 22 marzo. 230 B albina, vg. y m r. — 31 marzo ... B araquisio, m r. — 29 marzo ...... B artolomé Gutiérrez, ag. mr. — 3 septiem bre ...................................... Basilio, pbro. y m r. — 22 marzo . Basilio, ob. y m r. — 4 marzo ... Basilio, ob. — .................... Basilisa, m r. — 15 abril .............. Basilisco, sold. m r. — 3 marzo ... Benitico, cf. — 14 abril ................ Benito, ab. y fd. — 21 marzo ...
320 291 22 221 50 442 472 40 462 211
Diego José de Cádiz, cf. — 24 Hnnllo iil>licaniente el d ía de P a s c u a , a cau sa de ser m a y o r entonces el concurso «Ir (‘entes, y que les diría lo q u e él sentía de Cristo y de la L e y de M oisés. E l M ilito prom etió hacerlo
así. L le g ó
el d ía
señalado
y,
estando
presente
un
sinnúm ero de ju dío s y gentiles, subiero n a S a n tia g o a un lu g a r alto del T e m plo. y , después de haberles de cla ra d o los príncipes de los sacerdotes grandes jlu b a u z a s del S an to p a ra ga n a rle m ás la
v o lu n tad ,
le d ije ro n : « ;O h
J u s to !
Imi ti confiam os; y a ves que están en gañ an d o al pu eblo en n o m bre de
un
im postor cru cificado; h a b la , pues, y dinos la v e rd a d acerca de J e sú s». E n tonces aq u el
santo
y
v en erable an cian o, m iran d o
m u ch edu m bre que le r o d e a b a , ex clam ó :
co m p asivo a la
inm ensa
«¿ Q u é m e p regu n táis del H ij o
del
hom bre? S a b e d q u e está sentado a la diestra de D io s P a d r e , y ha d e ven ir a ju zgar a los v iv o s y a los m u e rto s». L e v a n tó se luego a la b a n d o a
D io s
un
m u rm u llo
entre los fieles a l o ír estas
po r ellas, gritaron :
p a la b ra s , y ,
«¡H o s a n n a a l H ijo de D a v i d ! »
E n tre
tanto, los sacerdotes, escribas y fariseos, b ra m a n d o de r a b ia , tom aron pied ras contra
él
y,
Y , echando
da n d o m an o
voces,
decían:
«¿ N o
sobre él, le arro jaro n
veis
cóm o
ha
errad o
el J u s t o ? »
de allí a b a jo .
Q u e d ó m u y m alh erid o con la c a íd a; p ero , o lvid án d ose de aq u ella in ju ria y acordándose de la c a rid a d de su S eñ or, que en la cruz h a b ía ro g a d o P a d re eterno p o r sus enem igos, le v an tó las m anos y el corazón a puesto de rod illas, com enzó
a
decir:
«S u p lic ó te ,
S eñ or,
q ue
les
al
D io s, y , perdones,
po rqu e no saben lo q ue h a c e n ». N o se ap lac aro n aq u ellos ho m bres m a lv a d o s con tan dulces p a la b ra s , antes, p erseveran d o en su m a ld a d , gritaro n : A p e dreem os a S an tia go e l J u s t o » . E m p e z a b a n y a a ap edrearle, cu a n d o u n sacer dote
del
lin a je
de
los
R e c h a b ita s
hacéis? ¿ N o estáis oyen do
se
interpuso
diciendo:
«D e ten e o s;
¿qué
que e l J u s to reza p o r v o so tro s? » P e ro m ientras
eso decía, un b ata n ero dió al S an to un garro tazo en la cabeza con u n a p ér tiga y lo d e jó m u erto. F u é su m artirio el p rim er día de m a y o del añ o 63, y en este d ía celebra la Iglesia su fiesta. C on este m artirio entregó su alm a a D io s este santo A p ó s to l, q ue, según San Jerónim o, h a b ía go b ern ad o d u ran te treinta años la iglesia de Jerusalén. S u cuerpo fu é en terrado en el m ism o lu g a r de su m artirio , cerca del T e m p lo , en un sepulcro abierto en la p e ñ a v iv a . S u cesor suyo en el episcopado fué S an S im ón o S im eón. A n a n o , sobre q uien c a y ó la ira del S eñor, m u rió estran gu la d o po r u n a facción de sus co m patrio tas. La
m a y o r parte de las reliqu ias del S an to se hallan en R o m a , ju n to
a
las de San F e lip e , en la iglesia de los Santos A p óstoles. T a m b ié n se g u a r dan algu nos fragm en tos en S an tia go de C o m po stela, T o lo sa y A m b c re s .
N o nos es necesario lo tem p oral, sino servir al Señor
DIA
SA N P A T R IA R C A
C
en una
m agn ífica
MAYO
ATANASIO
D IÍ A L E J A N D R Í A
IT A N D O
DE
2
Y
DOCTOR
DK
LA
IG L E S IA
(295 - 373)
m isa solem ne entona el coro el C re d o
profesión
de
nuestra fe en Jesucristo,
«H ijo
de N ie e a . unigénito
de D io s, v e rd a d ero D ios de D ios v erd a d ero , en gen d rad o, no hecho, y
consustancial al P a d r e » ,
acordém onos que fu é S an A ta n a sio el
in spirado au to r de esta lu m inosa fó rm u la de nuestra fe. o p u esta a los erro res de A rrio en torn o a la P erson a de Jesucristo. Pocos h om bres han sido tan o diados y, a la vez. tan am ado s du ran te su v id a po r la defensa que hicieron de su fe . com o nuestro S an to . F u e ro n tan im placables
con /él los arrían os,
sus enem igos
ju ra d o s,
com o
abn eg ad o s
y
tieles sus am igos; de m odo que la historia de su v id a tan a g ita d a , tan co m b a tid a y , a la vez, tan fe cu n d a, viene a ser la historia m ism a
de nuestro
C re d o católico. S an A ta n a sio fué o riu n d o , a lo que parece, de A le ja n d r ía , en el B a jo E g i p to. y víó la luz prim era el año 295. Sus progenitores fu ero n cristianos y de origen griego. Con sólo m en cionar la fa m osa b ib lio te ca de A le ja n d r ía , su es cuela filosófica y su m useo, podem os hacem os cargo de la celebrid ad de esta ca p ital cu lta;
la
prim era
del m u n d o , a
A te n a s se h a lla b a y a en decadencia.
la sazón,
después de
R om a,
pues
G rie g o p o r educación — com o lo e v id e n c ia ba léctica— , A ta n a sio era ta m b ié n ,
la
fle x ib ilid a d
p o r la ten acidad de su fe y
de su
su
d ia
in d e p en
dencia frente al p o d e r civ il, h ijo d e esos egipcios cruelm ente perseguidos p o r el e m p erad o r D o m ician o , quienes ten ían a g a la osten tar en sus
cuerpos las
cicatrices de los latigazos recibidos p o r la defensa d e sus creencias. D u r a n t e su ju v e n t u d
go záb a se p a rticip a n d o de las au steridades y
a sp e
rezas prac tic ad a s d e m o d o tan su blim e p o r los solitarios de E g ip t o ; pues p a rece ser q ue h a c ia los veinte años tu v o relaciones m u y oordiales con el m ás em inente de entre ellos, S an A n to n io , según se desprende de sus m ism os es critos. N o ten drá en su destierro am igos m ás fieles q u e los m onjes, y en la so le d ad
de las ab ra sa d a s
arenas
y
de
las rocas desn udas
de
sus cenobios
irá a ocultarse. P a r a reunirse con ellos, rem o n tará el N ilo en b a rc a p a sa n d o de lan te de las P irá m id e s tres veces m ilenarias.
ARRIO, EL HERESIARCA O H aqu ellos días, S an A q u ila s , p a triarc a de A le ja n d r ía , a c a b a b a de o r den ar de p resbítero a u n h o m b re am bicioso e inqu ieto, d o tad o de excep' cionales cu alidades. E n la discusión no tenía ig u a l. L la m á b a s e A rr io y su v a s ta cu ltu ra sirvióle no poco después de su ord enación, o bte n id a p o r a stu cia, p a ra conseguir la regencia de una p a rro q u ia im p o rtan te de la c iu d a d de A le ja n d r ía — la d e B a u c a lis— . A d e m á s tu v o a su cargo la exp licación de las S ag ra d a s E sc ritu ras. E n estos m inisterios se o c u p a b a desde h a cía ocho añ os, cu a n d o el piadoso p a triarc a de A le ja n d r ía supo con tristeza que el p á rro co de B a u c a lis p ro fesab a doctrinas e x tra ñ a s respecto a la a d o ra b le P e rso n a del H ij o de D io s. Sostenía, p o r eje m p lo , que la segu n d a P e rso n a de la S an tísim a T r in id a d no h a b ía existido desde tod a la e te rn id ad , y que el H ijo de D io s no era o tra cosa que el p rim ogén ito de los h o m bres creados. S em e jan te ción era un desatino de gra v es consecuencias.
aser
¡ E l a d o ra b le m isterio de un
D io s hecho h o m b re y m u rien do p o r nosotros no era , según eso, m ás q u e u n sueño!
¡L a
econom ía de la
R eden ció n q u e d a b a d e sb a ra ta d ^ ; el abism o
in
so n d ab le ab ríase n u evam en te tan ate rra d o r entre la de sv e n tu ra d a h u m a n id a d y la inaccesible d iv in id a d
com o en los tiem pos
prim itiv o s, y el m u n d o no
h a b ía p ro gresad o m ás después de la predicación del E v a n g e lio q u e antes de la ve n id a del S a lv a d o r! San A le ja n d r o , sucesor de S an A q u ila s , se v ió precisado a exc o m u lg a r a A rrio ; pero esa p ro vid en cia era tard ía y el m al m u y considerable y a , pues la n u e v a do ctrin a seducía a los cristianos poco firm es en sus creencias. E l am e n gu a r la m ajesta d de Jesucristo, y , p o r ende, el rig o r de la ju sticia d iv in a , era ,
p a ra
las
alm as
sensuales y
frív o las, ocasión
p a ra
lanzarse librem ente
i-nr la pendiente de sus vicios. E n C esarea, do n de se refu g ió , A rr io tenía nu.• i usos partidario s, au n entre los obispos. U n o de ellos, E u s e b io
de N ic o -
iiM .lin, le a n im a b a a prosegu ir su ap o sto la d o . E n A le ja n d r ía , p a rte del pu eblo niipiitizaba con él, pues poseía un d o n especial p a ra gan arse las v o lu n tades "l>n- todo del devoto sexo fem en in o. D ifu n d ía n se entre el p u e b lo canciones ]Mipul¡irL-s p a ra uso
de los
v iaje ros,
m arineros y
artesan os, con
o b jeto
de
> m ar p ara su cau sa a los ign oran tes. A rr io lo d irigía todo; él h a b ía co m pu es to la letra y la m elodía. C e le b ra b a n concilios, u nas veces los partid ario s del hereje, quienes co n firm a b an sus doctrinas, y otras los católicos, en los que • rn ex c o m u lg ad o . E n fin , tod o el O rien te a rd ía p o r esta época
(324-325) en
Humus encendidas p o r la h e rejía, y la Ig lesia veíase a m e n a za d a p o r el peli;ro m ás g ra v e
que ja m á s
corriera.
SAN ATANASIO, DIÁCONO. — CONCILIO DE NICEA
P
OR
el m ism o tiem po,
p re n d a d o el p a tria rc a de la san tid a d y ciencia
d e A ta n a sio , le n o m b ró secretario su y o y b a ja estatu ra y
b re c illo »,
com o
le ord enó de d iácon o.
De
co m plexión en clenque, ¿qué p o d ía hacer este «h o m
despectiva
y
rab io sa m en te
le
lla m a ra
un
d ía
Ju lian o
el
A póstata? P e r o A ta n a sio , que p o r n a tu ra l pro p en d ía a ser gra n d e en todo, >■ h abía y a d a d o a conocer, apen as cu m plid os los vein ticu atro años, con la publicación de u n a o b ra de v ig o r y clarid ad poco com unes, in titu lad a D is c u r ■os c o n tr a
lo s g e n tile s , en los que la id o latría era rid icu lizad a y a p la s ta d a .
Sin e m b a rg o , el e m p erad o r Constantino, cuyos sentim ientos eran p ro fu n d a mente cristianos, inqu ieto p o r esas dispu tas y térm ino a
tales escándalos y
controversias,
decidió poner
convocó, a l efecto, a todos los obispos de la
«tie rra h a b it a b le », p a ra o pon er a l en em igo de la Iglesia «lo s b atallo n es de la falan ge d iv in a ». E l lu g a r elegido p a ra la asam b lea fué N ic e a de B itin ia . G ra cias al a d m ira b le sistem a de com unicaciones con q ue el im perio ro m ano h abía s ab id o asociar a su centro los países conquistados p o r las arm as, los obispos dispusieron, de etapa en e ta p a , de convenientes m edios de trans porte, com o coches, an im ales de silla, casas de refu gio, en las q ue los em pleados de la posta im perial les p restab a n tod a clase de servicios; y m ediados de m a y o de 325 — verosím ilm ente el 20—
hacia
se h a lla ro n congregados
en N ic e a m ás de trescientos obispos. E l e m p erad o r en persona in a u g u ró el C oncilio, com o presidente honorario en cierto m o do. A llí estab a el heresiarca, presuntuoso y arro gan te, contando d e slu m b rar con su ciencia a todos aqu ellos varones que él ju z g a b a de espí ritu sencillo y m ás ac ostu m b ra d o s a ca teq u iz ar al pu eblo que a discutir po r los m étodos de los filósofos Aristóteles y P la t ó n . N o co n ta ba, sin d u d a , con
la perspicacia y dialéctica del jo v e n
diácono A ta n a sio , q ue desde el prim er
m om ento se d ió a conocer com o el ad v ersa rio m ás tem ible de los arrían os. N a d ie com o él sab ía asim ilarse la p a rte esencial de u n a d ific u lta d , n i e x p o ner m ás lum inosam en te el pu n to en t o m o del cu al tod o g ira b a . Y a A rr io
desviarse, en exposición
nebu losa,
de
podía
la transcendencia d iv in a ;
A ta
nasio le v o lv ía in v a ria b lem e n te al v e rd a d ero p u n to de la discusión: el m is terio de la R eden ció n h u m a n a. A dres in scribieron el S ím b o lo
excepción de cinco obispos, todos los P a
de N ic e a . cu y a
redacción
h a b ía
sido confiada
co ntrad ictoriam ente a los dos ad versario s: al heresiarca A rr io y al cam peón de la o rto d o x ia . A ta n a sio .
COMIENZA
C
IN C O
SU EPISCOPADO. — PRIMER DESTIERRO
meses después del Concilio. San
A le ja n d ro en tre ga ba su alm a
a D io s, design an do antes po r sucesor suy o al diácono A ta n a sio . L o s fieles ap lau d iero n esta elección, y la consagración se efectuó el 7 de
ju n io de 328. E l n u ev o o b isp o tenía a la sazón treinta y dos años. L a s o v a ciones po pu lares in d ic ab an a
las claras el en tusiasm o con q ue la m u ltitu d
le acogía: « ; V i v a A ta n a sio ! ¡V iv a ! — c la m a b a n — . E s u n asceta, es un obispo c a b a l.» S em ejan te entusiasm o no era del a g ra d o de los arrían os, com o puede suponerse. Por
in iciativa
sum am en te
in teresada
de
los
h a b ía resuelto C onstantino solem nizar el trigésim o
a d v ersa rio s
de
A ta n a sio .
año de su rein ado ,
m e
dian te u n a n u e v a asam b lea conciliar q ue se celebró en T iro el año 335. E n la m ente del em p erad o r, esta reunión
h a b ía de ser. a no d u d a rlo , o b ra de
pacificación d e fin itiv a; pero la carta im p erial de convocación era h a rto sig n ific ativ a. pues a g re g a b a que si algu n o d e ja b a de concurrir, po r la fu erza p ú b lic a .
D e hecho, este preten dido
se le o bligaría
Concilio no fu é m ás que
un indigno co n ciliábu lo . L o s enem igos de A ta n a sio se h a b ía n aq u el lu gar, y he a q u í la n o vela q u e in ven taro n p a ra
d a d o cita en
perd er al santo p a
triarca. A cu sáron le de h a b e r m an d ad o a uno de los suyos q u e asesinara a A rsen io, o b isp o de H ip selis. Y ciu d ad
com o
el b raz o seccionado de la v íctim a fu é p asead o p o r la
p ru e b a fehaciente de su crim en.
A b rió se
una
in form ación , y
A ta n a s io descubrió m u y pronto su astu ta p a tra ñ a y se ingenió p a ra d a r con el pa ra d ero del preten dido m u erto, el cual se h a b ía o cu ltad o en u n m o n as terio. E l d esv en tu rado cóm plice solicita hum ildem en te el perd ón y , p o r orden del santo p a tria rc a , se m ezcla o cu ltam ente entre la asam b lea conciliar. L le g a el m om ento en q ue los acusadores, en tono m elodram ático , piden ven gan za y, abrien do lina ca ja m isteriosa, sacan de ella un b raz o seco. E n ton ces A t a -
nasio se le v an ta y dice: «R u e g o a los q u e conocían perso n alm en te a A rsen io q u e se sirv a n le v a n ta rs e .» L u e g o , m ostrán doles su p rete n d id a víc tim a , les dice: «¿ E s éste A rsen io , a q u ien he m a ta d o y al cu al he hecho co rtar el b r a z o ? » A rsen io m ostró a todos a m b o s brazos y el p a tria rc a p rosigu ió:
«A
m is acusadores les corres
po n d e a h o ra a v e rig u a r el lu g a r d o n d e p o d ía lle v a r ocu lto el terce ro .» P u e s bien , au n q u e n a d a p o d ía serv ir tan to a la cau sa d e l santo o bisp o com o u n a victo ria
tan m o rtifican te p a ra sus en em igos, con tod o, éstos no
d e sm a y a ro n , sino q u e im ag in aro n u n a n u e v a acusación , la m ás conducente a im presion ar el a m o r pro p io de C o nstantino. E n efecto, se le acusó de h a b e r m o n o p oliza d o el trigo p a ra d istrib u ir grandes lim osnas a los p obres d e A le ja n d ría , ocasion an do de ese m o d o el h a m b re en C o n stan tin o p la , la g ra n c iu d a d , tan gloriosam ente fu n d a d a p o r el em p erad o r, su c a p ita l y
o b je to
de
legítim o orgu llo . E s t a v ez la acu sación to c ab a a C on stan tin o en lo m ás sensible; era com o ec h a r aceite a l fu e go . E l em p e ra d o r no esperó q u e el acu sado presentase su defen sa, sino q u e , p a ra p o n er fin a to d a discusión, dió o rd en de co n d u cir S A ta n a sio a T ré v e ris de las G a lia s. E je c u tó se la o rd en en 335, y el p a triarc a fu é a le ja d o de su p a tria h asta la m u erte de C o n stan tin o
(3 3 7 ).
REGRESO DE SAN ATANASIO. — NUEVOS DISTURBIOS Y
NUEVOS DESTIERROS
L recibim ien to triu n fal y la a legría del p u eb lo al v e r de n u evo a su a m a
E
do
p relad o ,
después d e
vein tioch o
meses
de
destierro,
no
son
p a ra
descritos. P o r desgracia la paz fu é de corta d u ració n , pues los a rría
nos no
cejaron
h asta
conseguir sus m a lv a d o s
intentos.
A poy án do se
en
el
e m p e ra d o r C onstancio — uno d e los h ijo s de C o n stan tin o , a quien le h a b ía co rrespon dido en herencia g ra n p a rte del O riente con el E g ip t o , y
q u e es
taba y a
tocado de la herejía de A rrio — , reunieron u n co n ciliábu lo en A n -
tio q u ía ,
depusieron
a
A ta n a sio
a u n sacerdote egipcio p o r
por
segu n da
vez,
y
eligieron
n o m b re P isto s; d u ran te m ás
en
su
lu g a r
de un añ o, el le
gítim o p a tia rc a h u b o de v iv ir en su m etrópoli frente' a su riv a l. L o s dos p a r tidos recurrieron al P a p a , q u e era entonces S an J u lio I . A ta n a sio fu é a entrevistarse personalm ente con el P a d r e S an to p a ra de fe n d e r su causa (3 4 0 ). Julio I co n firm ó a A ta n a sio en la posesión de su o b is pado y
condenó a los herejes con n u evo an atem a ;
pero
esta sentencia no
p u d o restablecer al santo p a triarc a en su sede, a pesar de q u e los concilios de R o m a
(3 4 1 )
y
de S árd ica
(3 4 4 )
hubiesen
orientales proseguían la lu ch a sin descanso.
v o ta d o a su fa v o r , pues
los
C u an d o desde el p rin cip io de su estancia en R o m a se le v ió , ac om p añ a d o ■le do s m on jes q u e lle v ó consigo del desierto, o b se rv a n d o v id a de v e rd a d e ro «secta ,
u n a sim p atía general rod eó
escogido de
la
sociedad ro m a n a y
el orácu lo
de lo m ás
d e las fa m ilias senatoriales,
su persona. F u é
tales com o
ln de la virgen M a rc e la . D ió a conocer la
m a ra v illo s a v id a de los
m onjes
ilc E g ip t o , en p a rtic u la r la de su íntim o am igo S an A n to n io , c u y a com pen d ia d a v id a escribió m ás ta rd e . S an A g u stín h a b la repetid as veces de la im p re sión p ro fu n d a que hicieron sobre las alm as de O cciden te estos relatos e x tra ordinarios, y el entusiasm o con que ro m p ía n su esp a d a los oficiales del ejérci to rom a n o p a ra im ita r las au steridades y espantosas m ortificaciones de los so litarios y cenobitas. D e esta n u e v a m ilicia b ro tó con el tiem po u n n u e v o clero; hccho este de gra n transcendencia, puesto q u e las Ó rden es religiosas fu ero n , ailo ardientem ente, com o asegu ra A g u stín , ser en terrad a en su país natal i
'ailo de P a tricio , en el sepulcro q ue ella
11.
SOLICITUD POR LOS INTERESES DE
A
LA
IGLESIA
P R E S U R Ó S E desde el principio a poner en práctica las salu d ables re form as decretad as po r el C oncilio de T re n to . L o s protestantes h abían acu sado a la
Iglesia de h a ber d e ja d o pe rd er la sav ia d iv in a que en
los prim eros siglos h a b ía p rodu cido tan m agníficos retoños; el po n tificado de San Pío V iba a d a r clarísim o m entís a las in v e ctiv as de los im píos sectarios. E l n o m b re de S an P ío V v a unido a la reform a del B re v ia rio , p edida po r r! Concilio de T ren to . l ’na
B u la del 9 de ju lio de 1568 d a b a
carácter o b li
gatorio al nu evo B re v ia rio rom an o en todas las Iglesias del m u n do católico. /'I
principio
de su
po n tifica d o
dió
ili- los sepulcros en las iglesias, d r n d e
órdenes
severas
p a ra
estos m onum en tos
a b o lir
fu n erarios
el lu jo hacían
n 'v id a r al D ios \iv o . y por su fau sto rele ga b an el a lta r a segundo térm ino. I avoreeió
la piad osa co stu m bre
de lle var m ed allas y
concedió indulgencias
a los q u e la p rac tic ab a n . E l 29 de m arzo de 1567 pu blicó una B u la m u y im l'ort inte, refre n d a d a po r trc.n ta y n u eve C ard en ales, en la que p ro h ib ía en a jenar.
b a jo
c u a lq u ier
pretex to ,
ram ento a o b se rv a r esta B u la ; y > íl' I o
posesiones
del
patrim o n io
de
S an
P ed ro ;
los nuevos m iem bros del S acro Colegio d e b ía n com prom eterse p o r ju
M ulos
así se cu m p lió , al m enos hasta
fines del
X I X . E l P a p a lu ch ab a contra el erro r b a jo todas sus fo rm as; el 6 de
junio de 1566 en vió a M a ría E stu a rd o 20.000 escudos de oro p a ra a y u d a rle i n la lucha contra la reina Isab el; se o pon ía enérgicam ente a los luteranos l> r m edio de la Inquisición
A sim ism o h u b o de co m b atir los errores de M i-
i'uel B a y o , profesor de L o v a in a . co n d en an d o el prim ero de o ctu bre de 1567 setenta y
nueve proposiciones falsas del que fué el precu rsor de Jansenio.
I’io V' o torgó a S an to T o m ás de A q u in o . el 11 de ab ril de 1567. el títu lo de D uctor de la Iglesia. E n fin . institu yó en 1571 la S a g ra d a C ongregación del Indica
CRUZADA CONTRA LOS TURCOS Y VICTORIA DE LEPANTO N
E
el siglo X V I ,
las esperanzas d e los sultanes d e C o n stan tin o p la p a
recían despertarse a l calo r de las disensiones q u e d e so lab a n a la Ig le sia, y
sus ejércitos se ap restaro n a c o m batir a
a cristia n d a d . E n
el
añ o 1566 apareció S olim án con n u m erosa flota an te la isla de M a lt a , refugl® de los an tigu os
caballeros de Jeru salén, pero h u b o
de
batirse en retirad a .
E ste fracaso era d em asiad o sensible p a ra q u e los turcos no soñ aran v e n g a r se. S elim
I I h a b ía sucedido a
p o r el em p e ra d o r y
S o lim á n ; so p retexto de u n a tregu a
firm a d a
a p ro v ec h a n d o las disensiones reinantes en los E sta d o s
cristianos, en v ió al ren ega d o M o h a m e d a la conquista de C h ip re
(1 5 7 0 ). L o s
isleños, ata cad os inesperadam en te, se defendieron con v a lo r; pero fu ero n v e n cidos y espantosam ente m altra ta d o s. E stas noticias llenaron d e co n goja el corazón de P ío V , que in vitó a los príncipes cristianos a fo r m a r u n a alia n z a cristia n d a d , pero m ien to.
sólo los españoles y
contra el en em igo
general de
venecianos respondieron
D o n J u an de A u s t r ia fu é n o m b ra d o generalísim o de las
M a rc o A n to n io
C olon n a je fe
de las galeras pontificias.
la
a su |!= "
E l Papa
trop as, y p re d ijo la
v icto ria , pero recom endó que se prep arasen a ella cristianam ente. D u ra n te este tiem po, él m ism o m u ltip lic a b a las oraciones y
m o rtificaciones, a pesar
de las dolorosas en ferm edad es q u e le a q u e ja b a n . El
16 de septiem bre de
1571, el ejército cristiano,
que co n ta b a
65.000
h o m bres, se hizo a la m a r en M esin a; y el sáb ad o 7 de o ctu bre , a la u n a y m ed ia de la tarde, en co n trábase en el go lfo de L e p a n to , entre G recia occi d en tal y la península de M o rea, a v ista de los turcos, quienes con sus 85.000 hom bres esperab an h u m illa r a los estan dartes de la C ru z. I b a a librarse u n a gra n b a t a lla . D o n Ju an de A u s t r ia , echando m an o de tod o cu an to p u d iera in flu ir fa v o ra b le m e n te en el resu ltado fin a l, dió lib ertad a m illares de galeotes y puso en sus m anos las arm as de co m bate. E ste rasgo de gen erosid ad tu v o felices consecuencias. A lg u n a s horas m ás ta rd e hacían los turcos lo m ism o; p ero , afo rtu n a d am e n te, sus 15.000 escla v o s cristianos a u m e n taro n las fila s de nuestros sold ado s. L a b a t a lla fu é p o r dem ás sangrienta p o r a m b a s partes; pero la Cruz triu n fó b rillan tem en te sobre la M e d ia I.u n a , y entonces co m pren dió E u ro p a q u e el turco no e ra in v e n cible. E l m ism o d ía, en R o m a , es decir, a doscientas legu as, h acia las cinco de la tard e ,
el P a p a
presidía
u n a reunión
de C ardenales p a ra
t r a ta r
asuntos
relativo s a la Ig le s ia , cu an do de repente se levan ta, a b re u n a v e n ta n a y , m i ra n d o a l cielo, ex c lam a : «D e m o s p o r h o y de m an o a los asuntos que está b a m o s tra ta n d o , y corram os a d a r gracias a D ios p o r el triu n fo q ue a c a b a de conceder a nuestras a r m a s ».
I ni, en efecto, el m om en to preciso en que la C ru z t riu n fa b a en el golfo arte. tras v icto ria tan b rillan te,
v o lv ió
a Jesús
con pu rísim o fe rv o r y
le
i nnsiigró de n u e v o, p o r v o to , la flo r de su ju v e n tu d .
VIRTUDES RELIGIOSAS DE LA BEATA ARA
P
m antenerse en
recurría a
u n estado de
la confesión
con
ISABEL
pu reza perfecta,
m a y o r frecuencia de
la jo v e n la
religiosa
prescrita p o r
la
R e gla y h acía, ad em ás, ca d a año u n a confesión general.
OI. r r v a b a con esm ero y perfección la R e g la y las Constituciones de la O rd en ilr S an to D o m in g o , y d a b a a las superioras p ru eb a s de la m ás ren d id a su
m isión. E s t a h ija de reyes era t r a b a jo
le parecía
m o delo
a b y ec to o v il y
de h u m ild a d y
se lle n a b a
de c a rid a d , n in gú n
de confusión al
verse tra ta r
con a lgu n a deferencia. M a n ife sta b a , sobre tod o, un gra n sentim iento de c a rid a d con las H e rm a n a s en ferm as o a flig id a s, y con sideraba los pa d ec im ie n tos de éstas com o propios. P o n ía en la p o b reza religiosa el fu n d am e n to de
las dem ás virtu d e s; no
tenía n a d a com o pro p io y v iv ía desp ren d id a d e tod o. D e cu an do en cu an do , su m ad re política, la rein a In és, la v isita b a y la en co n traba con u n a túnica u sa d a y rem e n d a d a. A I o b se rva rlo la reina le decía con tern u ra: « ¿ N o te da v ergü en za, h ija m ía, de lle v a r ese h á b ito siendo com o eres h ija del rey de H u n g r ía ? »
P e ro estas
p a la b ra s
no
le hicieron
c a m b ia r en
lo
m ás
m ínim o
su a m o r a la p o b rez a. Isab el llegó a sab er con a legría q u e las rentas an uales del m onasterio eran escasísim as; era v e rd a d , pero si el m onasterio era p o b re, las virtu d es religiosas rein a b an en él. e Is a b e l d a b a el ejem plo . Su fe rv o r en la oración eran tan gra n d e que de todas sus acciones p a re cía hacer una oración con tin u a; m an ifiesta era su p ro n titu d en la asistencia a> coro p a ra el canto de las H o ra s canónicas: nunca se perm itió abstenerse de este oficio ni au n en caso de en fe rm e d ad , a m enos q ue u n a e xtrem a necesi dad
se lo im p id iera.
A
m en u do
la en co n trab a n
en
la iglesia
a rro b a d a
en
éxtasis, e le v a d a sobre el suelo a un codo de a ltu ra ; y o tras, en tal estado de d e b ilid a d física,
que sus com pañeras ten ían q u e lle v arla a la celda.
Sentíase ca d a día m ás aficio n ad a a la m ed itación de la P a s ió n . E l V iernes S an to , deseosa de h o n ra r al D iv in o M aestro y
m o v id a
p o r un
sentim iento
de h u m ild a d , h acía cuatrocientas genu flexion es, y en ca d a u n a re z a b a
una
oración; en este día no to m a b a ni v in o ni a g u a . T a m b ié n tenía la costu m bre de re p a rtir en el tiem po de A d v ie n t o el rezo de siete m il A v e m a ria s , ac o m p a ñ a d a s de otras tan tas inclinaciones, p a ra h o n ra r el fru to ben d ito del seno de la V irg e n M a d re . L a
v ig ilia de N a v id a d recogíase desde M aitin es, p a ra
rezar m il A v e m a r ia s en honor del S a lv a d o r que a c a b a b a de nacer. Isab el b u sc a b a la soledad p a ra en tregarse a la co ntem plación . R e p etid a s veces las H e rm a n a s
m ás jó ven es
acu dían
a
ella
p a ra
ac o m p añ a rla
en
sus
ejercicios espirituales y tener p a rte en sus dolores y an gu stias; ella las des p edía
con b o n d a d ,
diciendo:
presente la ete rn id ad :
¡o ja lá
en co n trar un p u estec illo!». Y
« T r a b a jo q ue
a
p a ra
m í,
m i lle ga d a a
h ijas la
m ías,
p a tria
p o rq u e
tengo
celestial pu ed a
con estas p a la b ra s se v o lv ía a la oración.
L 'n d ía. u n a de las religiosas m ás ancian as la b u sc a b a con intención de consu ltarla y , no en contrán dola en el m onasterio, se d irigió a l coro, en donde v ió que una H e r m a n a , a quien no reconoció de pro n to, y a c ía
en tierra al
pie de una im agen de la S an tísim a V irg e n . A l co n tem p larla m ás de cerca, la v ió de
im prov iso levan tarse m isteriosam ente del suelo.
p ren dió q ue h a b ía estado en presencia de T ra tá b a s e ,
no o bstan te,
M ás
tarde
co m
Isab el.
com o si hubiera, sido la
m u jer m ás
p ro fa n a y
A
LG U N A vez la reina de H ungría, madrastra de la Beata Isabel de Toess, va al convento y, medio malhumorada, le dice:
—« P o r Dios, hija, ¿no te da vergüenza que vean con este hábito viejo y remendado a la hija de un rey?-» Em pero, no por eso cam biaba ella de hábito, ni disminuía su amor a la pobreza.
pecad ora del m u n d o , y en n in gu n a cosa p e rd o n a b a a su cu erp o. D e c ía que d a b a D io s gran gloria en el o tro m u n d o p o r la penitencia q ue a q u í se hace, y que h abíam o s de tener m u y presente a Jesucristo, el cu al no quiso go zar ni u n a h o ra d e descanso en este m u n do . E ste rig o r que con ella m ism a u sa b a , ten ía com o fu n d am e n to el conoci m iento de sus cu lp as y su p ro fu n d ísim a h u m ild a d ; p o rq u e estaba tan sum ida en el abism o de su n a d a , sentía de sí tan g ra n m enosprecio q u e, p o r m uch o q u e la pudiesen h u m illa r, ella creía q ue era m uch o peor de lo q u e p u d ieran decir y au n im ag in ar. L a s honras
le era n u n d o lo r y
Ten íase p o r la m en or de todos, servía cios costa
h u m ildes
que
ellas
de su p ro p ia
h a b ía n
fa tig a .
de
T ratab a
realizar, de
ca rga in to lerable.
aú n a las legas, y p a ra
m ejo r
gana
p e d ía consejo a las q u e sa b ía n m enos q u e ella,
alivia rlas con
h a cía los o fi del
las m ás
t r a b a jo
a
sencillas,
im ita b a lo bu en o q u e veía
en las dem ás, y tod as ten ían m u ch o q ue im ita r de ella.
SUS MILAGROS U R IE R O N
M
dos personas q u e en v id a h a b ía n in ju riad o a la sierva
d e D io s. A l poco tiem po se aparecieron a tres m o n jas y les su p li caron q u e se postrasen , en su n o m b re, a los pies de su santa co m
p a ñ era p a ra
p edirle p erd ón
de las in ju rias
q ue
le h a b ía n
in ferid o,
ro g á n
do la, al m ism o tiem p o , q u e intercediera p o r ellas an te D io s p a ra q u e p u d ie ra n d isfru ta r pro n to de
las eternas alegrías. A d e m á s ,
una
se ap areció a u n a de esas m o n ja s, a d v irtié n d o la q u e no
de estas alm as
p o d ría alcan z ar el
descanso eterno sin p e d ir perdón a la san ta princesa p o r su m ed iación. L a m o n ja respondió
que no
p o d ía
cu m p lir este en cargo en segu ida
p o r estar
Is a b e l en ferm a de g ra v e d a d , y el a lm a replicó q u e , m ien tras tan to , no en traría en el cielo. Is a b e l m anifestó m ás tarde a la m o n ja q u e tam bién aq u ella alm a se le h a b ía ap arecid o a ella, m ien tras hacía oración en el coro, su p li cándole q u e acu diera a su a y u d a . Una
p o b re m u je r q ue h a b ita b a no lejos de T oess, se en co n traba
y a cu arenta años
p a ra liz a d a de b ra z o y
hacía
m an o , cosa q u e le im p o sib ilita b a
p a ra todo t r a b a jo . U n a vo z le d ijo claram en te: « V e a v e r a la rein a de H u n g ría, sup lícala q u e toque tu m an o y rec obrará s la s a lu d ». C rey ó q u e era sueño y no le dió im p o rtan cia. L a noche siguiente se d e jó o ír la m ism a vo z. L a en ferm a decía p ara sus ad entros: «¿ C ó m o po dré ir y o a H u n g r ía ? »; pero en tonces el consejo fu é m ás claro:
« V e a la rein a de H u n g r ía q u e está en el
convento de T o e s s ». O b ed eció la m u je r y llevó an te Is a b e l su p ro p ia e m b a ja d a ; pero la princesa religiosa, sab ed o ra de lo q u e preten día, tu v o m iedo , y
se declaró in d ign a del p o d er
que
se le atrib u ía .
Sin
e m b a rg o ,
cediendo
■i lii*. reiteradas instancias de las H e rm a n a s , entrevistóse de n u e v o con la M .il.inle, estrech óla en tre sus brazos y se puso en o ración, pidien do a D io s irro m p c n sara su fe . A l instante el b raz o y la m an o rec ob raro n su p rim itivo íign r. O tro d ía en tró Is a b e l, en la h u e rta d el m onasterio con u n a co m p añ era i>111-11 recrearse un poco; las religiosas se p a se ab an en el ja rd ín . H a b í a
allí
un local destinado a la destilación de a g u a de rosas y de otros m edicam entos ilr
la
en ferm ería.
Is a b e l
y
su
co m p añ era
se
percataro n
de
que
el fu e go
Imbuí hecho presa en aq u e l local, construido todo él de m a d e ra , y am en a/nbii consum irlo en b re v e tiem po. D isp o n ía n de a g u a , p o r tenerla m u y cerca, iM-rci carecían de v a s ija p a ra a rro ja rla a las lla m as; la o tra religiosa p ropu so n ii pedir au x ilio , pero el v o ra z elem ento a p re m ia b a . E n ton ces, Is a b e l, toiinitulo u n a crib a m ed io q u e m a d a , «nm ergió en el a g u a y ,
b u en a a lo m ás p a ra lle v a r ca rbón ,
llena m ilagrosam en te de ella,
a rro jó
su
la
contenido
«ubre las lla m as, q ue se extingu ieron al m om ento.
PACIENCIA EN LAS PRUEBAS. — SU MUERTE NTRE
E
las p ru eb a s
q u e soportó
Is a b e l,
m erece p a rtic u la r m ención
la
sum a po b reza en que v iv ió d u ran te los vein tic u a tro añ os q u e pasó en aq u el p a rv o
cenobio, do n de las privaciones
era n extrem a s. N o
cabe
■luda q ue sus am igos y parientes h u b ie ra n p o d id o rem e d iarla, pero su m ad re l>ulítica m o stra b a
v e rd a d e ra a v a ric ia p a ra
con
ella.
E sta
rein a
q u e inju s-
Iuniente retenía to d a la herencia de A n d ré s I I I , sólo pe rm itía q u e su h ija p o lítica pu diera disponer de u n a parte insignificante. Poco tiem po después de su profesión , Is a b e l c a y ó gra v em en te en ferm a y , li.ibiéndosele prescrito agu as m edicinales, fu é e n v ia d a a B a d a , en A r g o v ia , ■leumpañada
de
otras
m o n jas.
residía su m ad re política. L a ilr nuestra B e a ta h a b ía
De
d e ja d o ;
se
trasladó
a
Kflenigsfelden,
pero no le dió n a d a , y
Iluda con las m anos casi vacías. L a samientos al cielo, y
allí
donde
reina le m ostró todos los tesoros q u e el p a d re la d e jó
salir p a ra
po brecita m o n ja p refirió d irig ir los p e n
se fu é a v isitar el célebre m onasterio de N u e s t r a Se-
nora de las E rm ita s , o de E in siedeln . A s í o lv id ó la aflicción con q ue la d u reza de su m a d ra stra h a b ía a m a rg a d o su a lm a . A
los pocos años de p ro fesar, Is a b e l v ió su salu d n u e vam en te co m p ro
m etida.
sin que
los m édicos descubrieran
la
n a tu ra lez a
del
m a l,
q ue
ib a
iDjravándose día a d ía ; fu é preciso v e la r a la en fe rm a , que a c a b ó p o r perd er indas sus fuerzas físicas e intelectuales. I-a
en fe rm e d ad
se pro lon gó
desde
Pentecostés
h a sta
principios
de
no
viem bre. Enton ces se le ap areció su tía S a n ta Is a b e l de H u n g r ía , y le p ro
m etió q ue a los catorce días, o sea, en su fiesta, 19 de n o v ie m b re , rec o b raría la salud. E fe c tiv a m e n te , el d ía señ alad o, o b lig a d a a d e ja r la ca m a p o r la v io len cia de los dolores, se dirigió p recipitadam en te a la iglesia; ta n pro n to com o estu vo en el coro sufrió
un
desvanecim iento an te el a lta r; y
m ien tras
las
m o n jas c a n ta b a n las V ísp e ra s, la en ferm a se incorporó, a b rió los o jos com o si saliera de u n p ro fu n d o sueño y se encontró com pletam en te cu ra d a . U n a leve d e b ilid a d fué cu an to le q u e d ó de su e x tin g u id a dolencia. C u atro años antes de su m u erte, Is a b e l se v ió acom etid a de las fiebres interm itentes lla m ad a s
«t e r c ia n a s »,
que,
al repetirse ca d a
a l paciente sin fuerzas ni en ergías; hu biérase dich o que S eñ or c o m p a rtir con su esposa
los sufrim ientos y
tres días,
penas de su P a s ió n ,
com o ella m ism a lo h a b ía deseado frecuente y ardientem ente. Y d id a
D io s
nuestro
Señ or le concedió
la
gracia
de
d e ja n
in ten taba N u e s tro
soportarlo
tal
en tal m e tod o
por
su
a m o r, que n u n ca m an ifestó, ni con p a la b ra s ni con gestos, la m en or tristeza o asom o de desa grad o . P o r el contrario, en los dos ú ltim os años que pasó en
este v a lle
de
lágrim as,
resplandeció
de
m odo
a d m ira b le
su
pacien cia,
precisam ente al sufrir los m ás ag u d o s dolores, a los q ue se ju n tó la parálisis, p riv á n d o la de todo m ovim iento en in u tilizán do la h asta p a ra com er y b e b e r sin a y u d a
ajen a .
La
parálisis
fu é segu ida de
la g a n g re n a ,
h asta
el pu nto
de cu brirse tod o su cuerpo de llagas ulcerosas. A s í, v isita d a p o r la p ru e b a , agradecía al Señ or desde el fo n d o del alm a tam a ñ o don. U n añ o entero pasó Is a b e l en un estad o q u e, al parecer, no p o d ía p ro lon garse
sin
sob ren atu ral
intervención.
Y,
sin
e m b a rg o ,
ib a
a
tran scu rrir el
segu n do de ig u a l m o d o , entre padecim ientos de u n cuerpo p a ra liz ad o y p u ru len to y acerbos dolores soportados con u n a paciencia y
h u m ild a d a
toda
pru eb a . U n a noche en que la v igila n te se h a b ía do rm id o, ap agóse la lá m p a ra ; la H e r m a n a Is a b e l su sp irab a po r el nu evo d ía , pero no quiso d espertar a m o n ja , que se h a lla b a
v en cida p o r el cansancio.
P ú sose la B e a t a en
la
o ra
ción, la lá m p a ra v o lv ió a encenderse m ilagrosam en te, y esparció p o r la h a bitació n m a ra v illo s a clarid ad . O tra noche, m ien tras d o rm ía la m o n ja que la v e la b a , sintióse Isab el tan fo rtale cid a, q ue se le v an tó
de la cam a, se vistió y se fu é
oró
el
algu nos
instantes
an te
San tísim o
S acram en to .
al coro,
Satisfecha
donde
su
devo
ción. vo lvióse en silencio a su cu arto y se acostó; no se conoció el caso sino po r sus confidencias, pero no quiso m an ifestar lo que le fu é d e clarado
en
este co lo qu io con Jesús H o s t ia , y se lle v ó el secreto a la tu m b a . D esd e en tonces, y a no v o lv ió a p isar la iglesia del m onasterio. E l tiem po de la lib ertad se a p ro x im a b a ; con servan do aú n el uso de los sentidos, pidió los ú ltim os S acram en tos, q u e recib ió con gran fe rv o r y , tras las cerem onias a c o stu m b ra d as en
tales casos, suplicó que
abriesen
la ven -
Iii
i
V IA
I S A B E L
DE
69
T O F S S
-.1 para p o d e r co n te m p lar el cielo. L u e g o , d irigien do sus m irad a s a la bó -
■
a/ u lad a. desahogó su corazón con esta p legaria: Olí
D ios m ío, C ria d o r y R e d e n to r de m i a lm a , que
un d ía seréis m i
ii h io g a la rd ó n !, dirigid sobre m í u n a m ira d a de m isericordia, recibidm e en l'
'.liria celestial, lejos de este m u n d o lleno de dolores, p o r los m éritos de >ira P asió n y m u e rte ». D irigién dose luego a la
m ad re P r io r a
y
a sus H e rm a n a s ,
les agrad eció
• ' l.iinor que le h a b ía n hecho p o r h a b e rla ad m itid o , p o r las bo n d a d es y cui.1 ..lus que le h a b ía n p ro d ig a d o y , p articu larm en te, p o r la paciencia con que
I. >i> ni sop o rtad o
sus en ferm edades.
Luego,
v o lv ien d o
a
la
oración,
invo-
■ lu silenciosam ente la a y u d a de D io s, percibiéndose tan sólo el m o vim ien to •>• el p a p a G re go rio V I I ,
abo rrecid o de
todos y
a to rm en ta d o p o r el v e r-
ilm ■> eruel de su conciencia, tu v o q u e h u ir a H u n g r ía , d o n de m u rió en el un.misterio de O ssiac, en una
10S3, después de severa penitencia,
m uerte dich osa, alcan zad a — según
dicen—
q ue term inó
p o r intercesión de su
\ n i una. Sun G re go rio
V II
m an d ó a
los
obispos polacos,
que sin su
licencia no
••••"¡i-sen ni coronasen a nadie p o r rey . H on ró D io s al santo o bispo con vario s m ilagros m u y n o tables, y fu é ca nonizado p o r Inocencio IV ', el 17 de septiem bre
del año
1253, y
en
1595,
• ii ' I pontificado de C lem ente V I I I , fu é inscrito én el m artirolo gio rom an o , •
1 de m a y o . E ste m ism o P a p a
inilii I
la
Iglesia
m an d ó q u e se celebrase con rito d o ble en
católica.
.as reliqu ias
del
S an to
fu eron
traslad a d as
ili- la colina co ron ada
p o r la iglesia de S an
■i ■sitiado E stan isla o —
a
la
cated ral
de
desde
M igu e l,
C rac o v ia ,
el
cerca
do n de
S k a lk a t
— n om bre
de la cu al fu é se conservan
en
iin.i m agnífica u rna de p la ta colocada en un a lta r en el centro del crucero. I ti cabeza se gu a rd a en u n
precioso relicario de oro.
DIA
8
DE
MAYO
SAN ACACIO DE BIZANCIO SO LD AD O Y
M A R T IR
(-¡
303 ó 306)
E los ocho santos que llev an el n om bre de A cac io , y que m enciona
D
el M a rtiro lo g io sold ad o p la ,
en
fechas
diversas,
o cu p a
lu g a r
preem inente
un
de C a p a d o c ia , m artiriz a d o en la c iu d a d de C onstantino-
a principios del siglo I V .
É ste y
el
presbítero S an
M u cio,
decapitado en 311 en la m ism a ciu d a d , son los únicos m ártires de B izan cio i|iie sufrieron po r las persecuciones rom anas. A cacio, cu y o n o m b re
griego
(A k a k io s )
significa exen to de m alicia,
per
tenecía a u n a fa m ilia cristiana de origen griego. N a c ió , p ro bable m en te hacia «•I 270, en C a p a d o c ia . que era p ro v in cia ro m a n a desde el em p erad o r T ib e rio . Situada en el interior del A s ia M en o r, tné ev a n g elizad a
en tre el P o n to .
A rm e n ia
desde los prim eros tiem pos del cristianism o.
cipales ciudades: Ccsarea,
N is a , T ia n a .
En
y
Cilicia,
sus p rin
v iv ía n m uchos cristianos fervorosos
i|iie, du ran te las persecuciones de M a x in iia n o G a lerio y de Ju lian o el A p ó s tata, perm anecieron fieles a la fe C ym o
varios
de sus
de Cristo.
correligionarios
de
a q u ella
época.
A cac io
se alistó
joven en el ejército im perial, y o b tu v o el gra d o de centurión, según reza un pasaje de sus A ctas. C u an d o aparecieron los edictos de persecución de D io -
cleciano y p rin cip alm en te de G a lerio , el sold ado no titu beó ni un a u m e n t o en su fe; perm aneció fiel a las prom esas del B a u t is m o y ren un ció a l servicio del C ésar, prefirien do servir a
D io s antes que a
los h om bres.
D e sd e los prim eros años del siglo I V , se pusieron en p ráctica ciertas m e didas ad m in istrativ as inicuas e in ju stas, en cam in adas únicam ente a a p a rta r del ejército
im p erial
los
elem entos cristianos
que
ten ía.
Por
este
m o tiv o ,
g ra n nú m ero de soldados tu v ieron que a b a n d o n a r la profesión de las arm as. D esp ués de la ab d ic ac ió n de D ioclecian o, en 305, M a x im in o
D aza,
h o m bre
b á rb a ro , tosco y grosero, fu é pro pu esto p a ra el go biern o de S iria y de E g i p to, m ientras G a lerio se a d ju d ic ó ,
con la Iliria .
las diócesis
de T r a c ia , del
A s ia M e n o r y del P o n to . G alerio era devoto de las falsas deidades y M a x im in o era cruel y
fa n á
tico. E n los E stad o s de am b o s go bern ado res la persecución co n tra la religión cristiana
fu é
general
y
v iolen ta .
Se
p ro m u lgaro n
edictos
im periales
p ara
o b lig a r a todos los cristianos, de gra d o o p o r fu e rza , a sacrificar a los ídolos, ap licán doles las m ás crueles tortu ras en caso de resistencia. É sta era, a veces, tan tenaz e in trép id a ,
que
los m agistrad o s, p a ra
o b te n e r la ap ostasía,
tu
v ieron que recurrir a torm entos de satán ica cru eld ad ; así lo hicieron algunos m agistrado s de A s ia y
de E g ip to .
SAN ACACIO PROCLAMA ANIMOSO SU FE EN CRISTO CACTO,
com o
los dem ás soldados
de su co m p a ñ ía,
fu é
citad o
ante
el go b ern ad o r de C a p a d o c ia , F la v io F irm o — o q u iz á tan sólo ante u n trib u n o de
este m ism o n o m b re,
que
sería su je fe je rá rqu ico — .
In te rro g a d o acerca de su religión, e in tim ad o a obedecer los edictos im p e riales y sacrificar a los ídolos del im perio, A c a c io respondió: — S o y cristiano, nací cristiano, y seré siem pre cristiano, con la gra cia de D io s, com o lo fu ero n m is padres. Insen sible
a
las
am enazas
d el
m ag istrad o ,
el
v alie n te
sold ad o
afirm ó
p o r tres veces su fe en Cristo y pro clam ó que era su v o lu n ta d perm anecer fiel. ¡A d m ir a b le ejem plo de v a lo r, de fe y de constan cia, q ue d e bie ran tener presente
los
cristianos
de
fe
lá n gu id a
y
m o rib u n d a
A p e n a s o y ó esta respuesta, F la v io F irm o hizo
de
nuestros
detener y
tiem pos!
c a rg a r
de c a
denas al centurión A c a c io , p o r el solo crim en de seguir la religión cristiana proscrita
por
los
edictos
de
los em p erado res.
El
v aleroso
so ld ad o ,
custo
d iad o con m u ch a g u a rd ia , fu é conducido a H e ra c le a de T ra c ia , que es la ac tu al c iu d a d de S elibia o S iliv ri, situ ad a lejos
de
C o n stan tin o pla,
p a ra
que
a orillas del m a r de M á rm a r a , no
com pareciera
an te
lla m a d o B ib ia n o . L a s A c ta s del m á rtir no nos da n parecencia
del prisionero
cristiano
an te
este
un
oficial
la razón
trib u n a l
m ilitar.
superior,
de esta c o m
SAN ACACIO, CRUELMENTE ATORMENTADO CON NERVIOS DE BUEY
A
L
saber
B ib ia n o
el m o tivo p o r el cu al
le traían
al
sold ado A c a c io ,
quiso in terrogarle po r sí m ism o: — ¿ P o r qué, pues — le d ijo — , y a q u e te n o m b ran A c a c io , es decir,
desprovisto de m alicia, te has vuelto tan m alo que has llegado al extrem o de desobedecer las órdenes de — T a n to
m ás
m erezco
los d ivinos em peradores?
ser lla m a d o
A cac io
— respondió
el
prisionero— ,
cuanto m ás en érgicam en te rehusó todo trato con los ídolos, q u e son de m o nios áv id o s de sangre, y con los q u e les rinden culto. C iertam ente, tan firm e respuesta n a d a tenía de ad u lació n , h a y q u e con fesarlo, p a ra
los «d iv in o s em p e ra d o re s» de aq u el tiem po,
ni p a ra sus p a r
tidarios. B ib ia n o se llenó de indign ación al v e r tan ta au d a cia en un prisio nero, y a l fin llegó a las am enazas. — B ie n sabes — le d ijo —
q u e los edictos ord enan
a los cristianos,
penas m u y severas, que sacrifiqu en a los dioses del im perio y
b a jo
q ue los h o n
ren. Si quieres e v ita r crueles torm entos, no te q u e d a m ás recurso q u e o b e decer y o frecer sacrificios. R esp on dióle A c a c io sin titubeos: — N o creas que m e asustas an u n cián do m e los m ay o res suplicios. M i cu er po está dispuesto a todo; h a z con él lo que quieras. Siendo, com o soy , sol d a d o de C risto, no quiero ofrecer sacrificios a los dem onios. es in q u e b ra n ta b le :
n i los
torm entos serán
capaces
de
M i resolución
torcer m i v o lu n tad .
P o r tan resueltas y decididas p a la b ra s entendió B ib ia n o q u e ni con dis cursos, ni con am en azas p o d ía lo grar la ap ostasía del sold ado ca p ad ocian o . D e term in ó p o r fin ap licarle los suplicios. — H a s de s a b e r — d ijo a A cac io —
q ue desde el p rim er instante h u b iera
po d id o ap licarte el torm ento; no lo he hecho, en atención a tu ju v e n tu d y po r respeto a
tu
gra d o
m ilitar. P e r o
puedo consentir p o r m ás tiem po im perio y M andó
rehúses con lo cu ra
buey.
paciencia se ha
ac a b a d o
ofrecer sacrificios a
D e sp o ja d o
le flagelasen la espalda y
b ru ta lm en te
de
ya;
no
nuestros dioses.
p la n ta r en el suelo cu a tro estacas, que sujetasen
m ente a l prisionero y sucio y
mi
que, o b stin a d o , desobedezcas las leyes del
sus
a m a rra d o s fu ertem entes pies y
vestidos, m anos a
el vien tre fu é
a ellas fu e rte con nervios de
A cac io
las estacas.
ten dido
en
el
Seis hom bres
forzudos ap ale aro n tan v iolen ta y b á rb a ra m e n te al indefenso cristiano, q ue, de su delicado cu erp o, hecho jiron es, b ro ta ro n ríos de sangre, que la tierra, á v id a y sedienta de ju sticia, recogía piad osam en te, in d ig n ad a de espectáculo tan cruel.. C u an d o y a su cuerpo estaba repleto de golpes y m ás m u erto que
v iv o ,
le v o lv iero n
del otro
la d o
p a ra
que
no q uedase
sin torm ento. M ien tras d u ra b a el m artirio ,
en
A cac io no
él p a rte
algu n a
d e jó escapar de sus
labio s ni u n a sola p a la b ra de q u e ja . M ás se can saban los verd u gos de go l pear q ue el m ártir de su frir. M ien tras su cuerpo era cruelm ente d esgarrad o , su a lm a esta b a ín tim am en te u n id a a D io s, a quien su p licaba que no a b a n donase a su h u m ild e siervo y le prestara au xilio . A c a b a d o el suplicio, el cruel e in h u m a n o B ib ia n o interpeló al jo v e n A cacio: — ¿Sacrificarás tad
ah o ra ,
desgraciado?
¿ P referirás
este
suplicio
a
la
am is
del César? — Y o no sacrificaré n u n ca — respondió el confesor de la fe, lleno de un
v a lo r a d m ira b le — . Cristo m e h a sostenido en el co m b ate y y o me hallo tan resuelto y
decidido com o antes.
D esesp erado el ju ez p o r la a d m ira b le
y
heroica
constancia
del soldado
de C risto, m an dó rom p erle las m an d íb u las y que con fu ertes golpes de m a zas de plo m o
le de sc oy u n tara n todos los m iem b ro s. F in a lm e n te , o rd en ó el
tirano q u e el
«iih p ío
A c a c io ,
antes c e n tu rió n »,
fu e ra
encerrado en
un
ca
la b o z o infecto, y q ue no le aten dieran en m odo algu n o y le dieran de com er lo m enos posible.
CAMINO DE CONSTANTINOPLA. — ASOMBRO Y
CÓLERA
DEL JUEZ N C E R R A D O A c a c io en la cárcel d e H e ra c le a , perm aneció m ás de una
E
sem an a
sufrien do
terribles
dolores
tenía, sop o rtán d olo todo con
por
las
num erosas
gozo p o r h a b e r sido
h erid as
considerado
q ue dign o
de confesar con su sangre la fe cristiana. E n este in terva lo , B ib ia n o recibió la orden de trasladarse a C o n stan tin o pla. A n te s de partir, decidió que fu e sen tam b ién a dich a ciu dad el sold ad o ca p ad o c ia n o y otros prisioneros. P e r o Jos torm entos sufridos y los m alos tratos de los carceleros, h a b ía n d e b ilita d o en gran m an era las fu erzas del m ártir. D u ra n te su c a u tiv id a d , sus lla ga s se recrudecieron gran dem en te. C a rg a d o
de caden as y
con escasa alim entación ,
no po día en m odo algu n o em p ren der tan la rg o v ia je . E n las condiciones en q u e éste h a b ía de v erificarse e ra un v e rd a d ero suplicio. P e r o no h u b o rem edio q ue obedecer. P o c a s horas después de em p ren der sintió que le fa lla b a n escolta
que
le
totalm en te las fuerzas. S u plicó a
perm itiesen
detenerse
un
poco
p a ra
m ás
el v ia je , A cac io
los sold ados de la
po d er encom en darse
D io s. T a n ex te n u ad o se h a lla b a , q u e no pu dieron negarle tal petición.
a In
m ed iatam en te. y en vo z a lta , suplicó al Señ or que le enviase su ángel p a ra q u e le socorriera, a fin de po d er llegar a C o n stan tin o p la y m o rir allí da n d o testim onio de la v e rd a d e ra fe . A p e n a s A cac io h u b o
term inado su p le ga ria .
AMI NO de C onsta niin opla, en donde había de ser degollado,
C
San A ca cio suplica a l Señor que le envíe su ángel y Iz dé
fuerzas para pod er llegar a la capital, en donde públicam ente d¿ con su vida testim onio de la je ante el trib u n a l pagano.
se oyó una voz que, saliendo de las nubes, pues el cielo estaba encapotado, decía: — Acacio, sé fuerte y valeroso. Tanto los soldados de la escolta como los demás prisioneros, quedaron atónitos y estupefactos ante el espectáculo que presenciaban, oyendo las anteriores palabras sin ver ningún ser humano que las pronunciase. Llenos de asombro se preguntaban unos a otros: «¿E s que las nubes hablan?» Con movidos algunos paganos por este hecho tan extraordinario, suplicaron a Acacio que se lo explicase. Éste aprovechó la ocasión para instruirles en la religión cristiana durante las largas horas del viaje. A poco de llegar el cortejo de los prisioneros a Bizancio, de nuevo hizo Bibiano que Acacio viniera a su presencia. Causóle mucha extrañeza en contrarle tan bueno y fuerte como un atleta, cuando él le creía completa mente agotado y casi aniquilado por las torturas sufridas, por las priva ciones de la cárcel y las fatigas del viaje. Culpó de ello al carcelero y al jefe de la escolta. Ambos se excusaron, protestando que habían cumplido fiel mente las órdenes recibidas. Ellos mismos estaban asombrados y no sabían cómo explicar que después de tantas torturas y malos tratos se hallase el paciente tan aguerrido y fuerte. Aun no estaba satisfecha la furia de Bibiano; quiso todavía amenazarle con nuevos tormentos, para ver si lograba que renegase de su fe. — Si tus amenazas me inspirasen algún temor — respondió Acacio— haría todo cuanto deseas. Pero y o desprecio tus amenazas. Puedes seguir con tu oficio de verdugo haciendo sufrir a los hombres que nada malo han come tido y que ni una palabra injuriosa han pronunciado contra ti. Lleno de cólera, Bibiano ordenó que castigaran al soldado con cruel y sangrienta flagelación.
SAN ACACIO, CONDENADO A MUERTE Y
A
DECAPITADO
C A C IO fué muy pronto enviado ante el tribunal de Flaccino, pro cónsul de la provincia de Europa o de Tracia. L a esposa de este alto funcionario era favorable a los cristianos, porque tal vez ella misma era cristiana. Hasta entonces había obtenido de su marido que no co nase a ninguno de cuantos cristianos comparecían ante él para recibir tencia de muerte. Enterado de los suplicios a que habían sometido al soldado capadocio y de su proceso, sin resultado alguno, el magistrado apostrofó al oficial Bibiano por no haber dado muerte al prisionero desde el momento en que rehusó obedecer los edictos de los emperadores y sacrificar a los dioses. Mandó comparecer inmediatamente a Acacio y , sin interrogatorio
liíniio, y aun sin consultarle de nuevo si quería o no adorar a los dioses i I imperio, le condenó a muerte. I'l soldado cristiano, culpable sólo de haber permanecido ñel a Cristo, ilihúi ser decapitado tucra del recinto de la ciudad, delante de una de luí puertas principales de sus murallas. Jubiloso acogió el m ártir esta sentrucia, cuya próxima ejecución iba a poner en sus sienes la corona del m.irtirio y en sus manos la palma de la victoria que le había de franquear i ,i entrada de la gloria. Agradeció a Nuestro Señor haberle concedido, a él que se consideraba pecador, una corona tan bella en el cielo. Lleváronle sin tardanza extramuros de la ciudad, al lugar escogido para la ejecución, l'n a vez allí, y habiendo obtenido que se le concedieran al‘ imos instantes, los aprovechó para preparar su alma a comparecer delante •le Dios. Terminada su oración, !a espada de un soldado separó la cabeza ilrl tronco. listo sucedió, probablemente, el 8 de m ayo del año 306. Galerio gober naba como augusto las provincias de Tracia, de Asia y del Ponto. L a per'■■eución seguía violenta: en todas estas regiones de Oriente, tanto Galerio ennio Maximino querían exterminar la religión cristiana. Sin embargo, los llulandistas colocan el martirio de San Acacio antes de la abdicación de •le Diocleciano, en el año 303. El martirologio jeronimiano pone a San Acacio junto con diecisiete compañeros de martirio, entre los cuales cita a un siccrdote llamado Máximo, y a un diácono por nombre Anto.
LA
A
TUMBA DEL MÁRTIR
LG U N O S fieles de Constantinopla recogieron con respeto el cuerpo de San Acacio y lo sepultaron piadosamente en un lugar llamada S ta v rió n . E l lugar de la sepultura era. si no precisamente el mismo ■¡lio en que filé decapitado, muy próximo a él; pues los documentos mitigues que h.Tblan de la tumba del mártir no hacen ninguna diferencia entre el lugar de la ejecución y el de la sepultura. E l Stavrión pertenecía al barrio llamado Zeu gm a , el cual, situado en la ribera meridional del Cuer no de Oro, no estaba aún incluido en el recinto de Constantinopla a prineipios del figlo IV . Comprendía la dilatada extensión limitada por los dos puentes actuales del Cuerno de Oro, la puerta Un Kapan Kapussi y la mez quita Yen i Djam i: es ésta la parte del Cuerno de Oro más angosta y más ( icil de unir con la ciudad opuesta de Gálata. Uno de los puentes de este barrio de Zeugma, situado en el arrabal bizantino, era designado con el nombre de Stavrión: éste es el lugar donde fué martirizado y sepultado San Wacio. E l moderno Ayasm a Kapussi será quizás una reminiscencia de dicho histórico lugar.
IGLESIAS DE CONSTANTINOPLA DEDICADAS A SAN ACACIO N la misma ciudad de Constantinopla creció rápidamente el culto y la devoción a San Acacio. Poco tiempo después de su muerte, en el mismo sitio donde se hallaban los despojos mortales del mártir, se edificó un santuario en su honor. T u vo lugar probablemente cuando Cons tantino el Grande, en 330. ensanchó el perímetro de su nueva capital. Con esta reforma, el Zeugma quedó incluido en el recinto de la ciudad y se le vantó una pequeña iglesia, la primera edificada en honor del mártir eapadocio, en el lugar de su tumba. E l historiador griego del siglo V, Sócrates, atestigua la existencia de este santuario en el reinado de Areadio (395-408). suministrándonos interesantes informes sobre este asunto. «H a y en Constantinopla — dice— un gran edificio llamado Karya. En el patio de este edificio hay. en efecto, un nogal ( D e n d ro u k a ro ia ), del cual, según dicen, fué suspendido el mártir Acacio para ser ejecutado. Por este m otivo, junto a este árbol, se ha erigido un oratorio». En las Actas de San Acacio no consta que fuese suspendido de un árbol al ser consumado su martirio; la tradición popular, trasladada por Sócrates, habrá confundido a San Acacio de Capadocia con su homónimo de Milcto. mártir en tiempo de Licinio (308-311) y cuya fiesta se celebra el 28 de julio. Los documentos acreditan verdaderamente que este último estuvo colgado de un árbol para sufrir su martirio. E l emperador Arcadio acudía con frecuencia al santuario de K arya para cumplir en él sus devociones. Un día, en los primeros años del siglo V. apenas había salido el soberano de las inmediaciones de la iglesia, cuando, cu presencia de la inmensa muchedumbre que había acudido al santuario, ávida de ver al rey y su cortejo, se derrumbó el gran edificio que rodeaba al oratorio, causando muy probablemente la ruina de este último, pero sin que ocurriera, afortunadamente, ninguna desgracia personal. Como movidos por un resorte, todos los pechos de aquellos centenares de espectadores v i braron al unísono y lanzaron un grito de admiración atribuyendo a la orai'ión del emperador la proteción del cielo sobre aquella muchedumbre. El santuario de K arya fué restaurado con magnificencia casi dos siglos después, en tiempo de ios emperadores Justino I I (565-578) y Tiberio (578-582). Otra iglesia había en Constantinopla dedicada al mártir San Acacio, de mayores dimensiones y de m ayor celebridad en los anales de la historia que la de Stavrión. Su emplazamiento estaba junto al mar de Mármara, proba blemente en el barrio que en la actualidad, se llama de Kuin Kapu. en la vieja Estambul. Según varios historiadores bizantinos la mandaría construir el emperador Constantino el Grande. Con este m otivo trasladaron las re-
li>|uias de San Acacio del oratorio de K arya al nuevo templo, conocido con i l nombre de San Acacio de H e-btascalón. En tiempo del emperador Basilio t-l Macedónico (siglo I X ) fué restaurado este magnífico edificio.
CULTO Y
RELIQUIAS
DE SAN
ACACIO
E
L culto de San Acacio ha sido siempre muy popular en Oriente. Este mártir capadocio es mencionado el 7 ó el 8 de mayo, no solamente por Ies mcnologios griegos, sino también por los calendarios siríacos y armenios. Fueron sin duda los cruzados los que dieron a conocer es culto en la Europa occidental. San Acacio es contado, con San Gregorio San Blas, en el número de los Catorce Santos A u xilia d o re s. Verdad es que en las listas de estos Santos de muy eficaz valimiento contra determinados males se confunde a veces a San Acacio de Bizancio con alguno de los numerosos santos del mismo nombre, todos ellos muv venerados también; es. sin embargo, muy cierto que se trata del soldado de Capadocia martirizado en Bizancio, a principios del siglo IV En los países en que se conserva su culto. San Acacio es especialmente invocado por los agonizantes. La ciudad de Esquiladle, en Calabria, tiene por patrón a San Acacio de Bizancio y guarda con ainor. desde hace varios siglos, reliquias insignes y el mismo cuerpo del mártir. También en España se tributa culto a este santo mártir, y poseen reli quias suyas las iglesias de A vila y Cuenca. El martirologio romano, con fecha 8 de mayo, menciona el m artirio del soldado de Capadocia; en este mismo día o en el precedente, las Iglesias de Occidente y de Oriente celebran la fiesta de San Acacio de Bizancio.
SANTORAL Si/ sobre el Santo gritando: ¡Muera ese fraile hipócrita! ¡Muera aquí en nuestras manos! Levantan las espadas y van a descargar el golpe mortal, cuando de pron to se paralizan sus brazos, sin que puedan moverse ni poco ni mucho. Llenos