Rodriguez Toledo - Lectura Ponencia - Coloquio 2019

“Los caballeros que gozan el honor de este distinguido cuerpo” Corporaciones, cofradías y política en Lima, siglo XVIII

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“Los caballeros que gozan el honor de este distinguido cuerpo” Corporaciones, cofradías y política en Lima, siglo XVIII Luis Rodríguez Toledo Pontificia Universidad Católica del Perú

Quisiera en primer lugar disculparme por la ausencia, pero motivos de salud me han impedido estar presente. Si hubo algún interesado en este tema, espero estas pocas líneas puedan ayudar. La definición de Maus de “fiesta de poder” es la de un fenómeno social total en el que se expresaban de un solo golpe todo tipo de instituciones jurídicas, religiosas y políticas. Ortemberg entendía que las fiestas virreinales convocaban a todos los grupos sociales urbanos, y en donde se ponían en juego intereses individuales y corporativos. La idea era que estos rituales presentaran una perfecta imagen del gobierno a partir de los distintos cuerpos políticos que participaban. Sin embargo, en las descripciones de las fiestas del poder de la primera mitad del siglo XVIII se puede apreciar que hubo corporaciones que no participaban directamente del ritual como los gremios, hospitales o cofradías. Es bien cierto, que las últimas tenían todo un calendario litúrgico en el que participaban directamente; por ello James decía que en fiestas como el Corpus Christi asistían todos los grupos e instituciones sociales, pues significaba la unión de lo religioso y político. Aún así, las fiestas políticas en las cuales se celebraba directamente a la monarquía como las aclamaciones y exequias reales o los recibimientos de virreyes no demandaron la presencia de cofradías en el complejo ceremonial. Entonces, ¿las cofradías fueron una corporación? No es nuestra intención decir que las cofradías no fueron un cuerpo; diversos estudios y las mismas fuentes responden la pregunta. La idea de esta ponencia es reflexionar acerca de la naturaleza y función corporativa de las cofradías, en particular de aquellas compuestas por los miembros más prestigiosos de la ciudad. A pesar de todo, sí sabemos que algunos mayordomos de cofradías participaron en estas fiestas; por ejemplo, Juan Bautista de Palacios, mayordomo de Nuestra Señora de Aránzazu, tuvo un destacado protagonismo en el recibimiento del virrey Morcillo y Rubio en 1720; Antonio de

Querejazu, mayordomo de la misma cofradía, participó en el recibimiento del marqués de Castelfuerte en 1724; Joseph Tagle Bracho, mayordomo de la cofradía del Rosario tuvo una descrita participación en las exequias por el duque de Parma, suegro de Felipe V, en 1728; Domingo de Unamuzanga, diputado de la señalada cofradía, actuó en las festividades por el ingreso del virrey Manso de Velasco; y durante las exequias de Felipe V, Gaspar de Quijano Velarde, entonces mayordomo del Rosario, también tuvo una participación destacada por los cronistas de la época. Sin embargo, los anteriores personajes no tuvieron una posición en el desfile ni cercanía al virrey solo por la obtención de su mayordomía, sino porque la misma les había permitido escalar socialmente y llegar a posicionarse en la administración virreinal; por ello desfilaban como parte de los burócratas y funcionarios del gobierno. En efecto, en esta ponencia, alcanzar una mayordomía de una cofradía de élite brindaba prestigio por razones muy claras; primero, porque el elegido asumía una posición privilegiada en los rituales religiosos y ello brindaba “publicidad”, además se fortalecía la imagen piadosa y de buen cristiano; y segundo, la mayordomía era símbolo de poder, en tanto alcanzar tal puesto implicaba que se pertenecía y dirigía a una articulada red de poder inserta en las hermandades; ya que, solo a gracias al apoyo y favor se podía conseguir el puesto y mantenerlo tanto tiempo. De esta forma, entendemos a la cofradía como un espacio de sociabilidad que permitía a sus miembros articularse en facciones y buscar objetivos comunes, que en el caso de la élite local eran la adquisición de empleos públicos y la obtención de mercedes y favores emanados desde la corte virreinal. La cofradía como un espacio de sociabilidad ya había sido planteada por el historiador francés Maurice Agulhon, y los recientes estudios de Acuarela Gutiérrez y Alex Ovalle para el caso santiaguino reafirman las premisas. Este estudio recoge la tradición de esos trabajos. Así, esta ponencia estudia algunos personajes de la élite mercantil limeña de la primera mitad del siglo XVIII que en un instante de sus vidas alcanzaron una mayordomía; justo en el preciso momento que estaban ascendiendo socialmente y buscaban consumir cargos en la administración; no es casualidad que mientras ejercían estos “oficios” al mismo tiempo dirigían los destinos de sus hermandades. Efectivamente, entre 1704 y 1735 la hermandad de Nuestra Señora de Aránzazu (San Francisco) estaba dirigida por la asociación de Juan Bautista de Palacios y Antonio de Querejazu, socios, amigos y parientes,

que incluso navegaron juntos desde Guipúzcoa (actual País Vasco). En esos años, Juan Bautista dirigió la cofradía por lo menos treinta y un veces, y Antonio, veinticinco. Probablemente heredaron las redes que hasta entonces dirigían los poderosos comerciantes Agustín de Caycuegui, Martin de Echevarria y Suloaga, y los hermanos Marcos y Pedro Ulaortua, con estos últimos sí que se relacionaron. La red política estaba compuesta por una serie de socios comerciales, parientes, amigos, paisanos, deudores y acreedores, de tal forma que su cohesión está fuera de toda discusión. Este mismo espacio político llegó a estar constituido por 56 miembros, entre los cuales hay varios tipos de vínculos, comprobados a partir del estudio notarial de sus integrantes. Fue esta misma red articulada de poder la que le permitió a Juan Bautista de Palacios obtener el apoyo y los votos necesarios para alcanzar la alcaldía del Cabildo en 1719 y 1720, que le permitió luego obtener un privilegiado contrato de asiento de pólvora con la venía de los virreyes Príncipe de Santo Buono y Diego Morcillo Rubio. Por su parte, Antonio pudo ser elegido prior del Consulado en 1724 gracias a los integrantes de su red, y ellos mismos lo sostuvieron en ese cargo dos años más, en la difícil coyuntura que se vivió durante el gobierno del marqués de Castelfuerte. Posteriormente, obtendría de favor de la corte varios nombramientos y promociones sociales para sus hijos, uno de ellos alcanzaría la presidencia de la Plata y la plaza de oidor de Lima. En la cofradía de Nuestra Señora del Rosario (Santo Domingo) también existieron varias redes políticas; la que nos interesa es la que dirigió la corporación entre 1714 y 1742; los señores de la misma fueron los parientes y socios comerciales Ángel Calderón Santibáñez, su sobrino Ángel Ventura Calderón, Isidro Gutiérrez de Cosio, y los primos Joseph y Juan Antonio Tagle Bracho, que se relevaron durante ese tiempo la dirección de la cofradía. La red política llegó a incluir hasta 45 actores políticos, entre sobrinos, nueros, socios comerciales, escribanos de confianza, agentes externos y otros. Gracias a estos vínculos obtuvieron puestos en la administración, por ejemplo, Ángel Ventura se hizo regente del Tribunal de Cuentas, y los primos Tagle Bracho e Isidro se convirtieron en priores del Consulado. Ellos obtuvieron premios y mercedes; el primero consiguió el marquesado de Casa Calderón; Joseph Tagle Bracho obtuvo el marquesado de Torre Tagle y la plaza del presidio del Callao; Juan Antonio consiguió el condado de Casa Tagle; e Isidro el condado de San Isidro. Por otro lado, Miguel de Echevarría, líder de una pequeña red

política que dirigió la cofradía del Rosario brevemente entre 1743 y 1745, consiguió gracias al favor de sus miembros los puestos de contador del Consulado y sobrestante del virrey, en atención a ello le premiaron con un corregimiento en 1750. En conclusión, las cofradías fueron espacios de sociabilidad que permitían la integración de individuos con características comunes (procedencia, devoción, oficio, familiaridad, objetivos políticos); ello permitía la construcción de redes políticas que tenían como principal objetivo empoderar al señor y a los miembros destacados de estas articulaciones políticas; por ello, se posicionaron en la administración virreinal, y esto indicaba su particular ascenso social, pues la cercanía al virrey y la corte les permitía negociar y obtener premios. De esta forma, la cofradía era un cuerpo político cuya composición particular se insertaba en otros cuerpos; es decir, su principal función – en el caso de aquellas compuestas por la élite – era dotar de cuadros políticos (mayordomos y diputados) a otras corporaciones políticas como el Consulado, la Audiencia, el Tribunal de Cuentas o el Cabildo.