Robin Fox-Sistemas de Parentesco y Matrimonio-Alianza (1980)

Los grupos basados en el parentesco han constituido en las culturas preindustriales — que cubren todavía la mayor parte

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Los grupos basados en el parentesco han constituido en las culturas preindustriales — que cubren todavía la mayor parte de la superficie de nuestro planeta— la clave de arco de la estructura social. Al carácter técnico y extremadamente complejo de esta área disciplinaria (que ocupa en la Antropología un lugar equiva­ lente al de la Lógica dentro de la Filosofía) se une la diversidad de las perspectivas adoptadas por los investigadores: la polémica clásica entre los evolucionistas (MacLennan, Maine, M organ) en torno al matriarcado; los trabajos de campo de Malinowski; los estudios de Radcliffe-Brown y los antropólogos británicos espe­ cializados en Africa (Evans-Pritchard y Meyer Fortes); las origi­ nales aportaciones de Lévi-Strauss, etc. En esta introducción de carácter sistemático, que lleva a cabo una fijación rigurosa de la terminología y una definición precisa de los conceptos utilizados, ROBIN FOX expone los principios lógicos de los diferentes SISTEMAS DE PARENTESCO Y M ATRIM ONIO en forma abstracta y con un enfoque fundam entalmente deductivo. Tras un breve recorrido histórico, la obra se centra en la explicación de los mecanismos de form ación y perpetuación de los grupos de parentesco: incesto, filiación unilineal, segmentación y doble filiación, filiación cognaticia, grupos centrados en torno al ego, teoría de la alianza, exogamia y sistemas complejos y asimétricos. El libro se cierra con una serie de útiles precisiones sobre la terminología del parentesco. Otros títulos en Alianza Editorial: «Introducción a la antropología social» (AU 67), de Lucy Mair; «Introducción a la antropología general» (AUT 37), de M arvin Harris.

Alianza Editorial

[ ~ \\l Cubierta Daniei Gil

Robin Fox Sistemas de parentesco y matrimonio Alianza Universidad

Alianza Universidad

Robin Fox

Sistemas de parentesco y matrimonio V ersión española de Juan Falces R evisión de Isabel C arrillo

Alianza Editorial

INDICE

Título original:

Kinship and Marriage. An Antropological Perspective Publicado por prim era vez por Penguin Books L td ., H arm ondsw orth, M iddlesex, Inglaterra.

P rim era S egunda T ercera C u a rta

edición edición edición edición

en «A lianza en «A lianza en «A lianza en «A lianza

U niversidad»: U niversidad»; U niversidad»: U niversidad»:

1972 1979 1980 1985

Prólogo

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Introducción

© R o b ín F ox, 1967 © E d. cast.: A lian za E d ito rial, S. A ., M a d rid , 1972, 1979, 1980, 1985 Calle M ilán, 38; S 200 00 45 IS B N : 84-206-2013-0 D ep ó sito legal: M . 7.878-1985 Im p reso en C lo sas-O rco y en , S. L. P o líg o n o Igarsa P aracuellos del Jaram a (M adrid) P rin ted in Spain

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1. Parentesco, familia y filiación ....................................................

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2. E l problem a del incesto .............................................................

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3. G rupos locales y grupos de filiación .....................................

73

4. G rupos de filiación unilineal ....................................................

91

5. Segmentación y doble filiación ...............................................

113

6.

Filiación cognaticia y grupos centrados en torno al ego ...

135

7. Exogamia e intercam bio directo ...............................................

161

8.

Sistemas complejos y asimétricos ...............................................

193

9. Term inología del parentesco ....................................................

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Referencias bibliográficas

................................... 7............................

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Indice alfabético ...................................................................................

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PROLOGO

Aunque el tem a del parentesco y el m atrim onio hace ya tiem po que domina la enseñanza y el pensam iento antropológicos, en reali­ dad no existe un libro que sirva de introducción. La excelente «intro­ ducción» de Radcliífe-Brown en su African System of K inship and Marriage (1950) todavía constituye la única obra general recomenda­ ble para los estudiantes de prim er año y para los legos interesados por el tem a, pero está envejeciendo a marchas forzadas. E n algunos libros de texto de antropología existen capítulos o secciones, pero son más bien breves. Se necesita una obra general que intente exponer algunos m étodos de análisis utilizados al abordar el parentesco y el m atrim onio; u n libro que sea ú til para los estudiantes que por pri­ mera vez se enfrenten con este problem a y que, a la par, interese al lego que desee saber algo más sobre este tema central de la antropo­ logía social. N aturalm ente, no me propongo escribir ese libro. Sin embargo, durante varios años he dado un curso sobre este tem a a un auditorio com puesto en gran parte por estudiantes universitarios de segundo año de ciencias sociales. Las clases sustituían, de hecho, a ese libro general no existente; trataban de facilitar el armazón general de aná­ lisis a los estudiantes, quienes podían entonces proseguir, ayudados por sus m entores o por sí mismos, investigaciones más amplias y 9

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Prólogo

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Sistemas de parentesco y matrimonio

1 detalladas. E ra propósito deliberado más bien suscitar preguntas con ellas que d ar respuestas. Se me sugirió que sería una buena idea recoger las disertaciones de clase en un libro, con lo cual podríamos dedicar el tiem po de las clases a estudios más profundos de temas especiales; y ésta es la razón de que se llegara a escribir el libro. H e preferido m antener el estilo de charla de las clases, ya que no con­ tradice los fines del libro. La Introducción no form aba parte del cur­ so. Yo^ abordaba el tem a sistem áticam ente y no desde el punto de vista histórico^ pero al pasar al libro, me pareció necesario trazar un bosqueje, histórico, por inadecuado que éste fuera. Hace ahora casi exactam ente unos cien años desde que se empezó a trata r este tema. La obra de Me Lennan, P rim itive Marriage (M a­ trim onio prim itivo) se publicó en 1885; la de M aine, A ncient Lato a n tteu a )> en 1861, y la de M organ, System s o f consanguinity and A ffim ty o f the H um an fam ily, en 1871. A lo largo de este pe­ ríodo se fue acumulando una ingente masa de obras, pudiendo decirse que superan la m itad de cuantas tratan de antropología. Re­ sulta m aterialm ente im posible condensar en u n pequeño libro esta m ateria y conseguir que inm ediatam ente sea asequible a las personas que no la conocen. Cualquiera de los capítulos que siguen podría desarrollarse en u n libro e incluso en una enciclopedia. P or tanto, lo que he intentado hacer es retroceder hasta algunos «principios elementales», aprehender su lógica y lograr así su conexión con la conducta y la naturaleza hum anas. Para ello he tenido que sacrificar gran parte de las sutilezas y detalles que hacen las delicias de los profesionales. Algunos de mis argum entos más parecerán caricaturas que simplificaciones, pero ello es inevitable. Siempre ha sido esta una m ateria en la que los especialistas sólo han hablado entre sí (y algunos incluso sólo con Dios), pero existe u n núm ero creciente de estudiosos de ciencias sociales, tanto en las universidades como fuera de ellas y se merecen algo m ejor que el que se les diga que es un tem a difícil y reservado únicam ente a los especialistas. Es, en efecto, un tem a difícil, pero esta no es razón para que se deje en blanco. J A ún así, no in ten té m antenerm e al nivel del auditorio; por el contrario, mas bien le he hecho zam bullirse por la parte más pro­ funda. Condensar y simplificar supuso que en muchos aspectos la ar­ gum entación se fuese haciendo más abstracta y tensa, con menos descripciones de la «vida sexual de los salvajes» y más análisis de los sistemas, casi como sistemas de lógica. E l parentesco es a la antropo-

ía ¡o que la lógica a la filosofía o el desnudo al arte, la disciplina básica del tema; disciplina que, como la lógica formal y el dibujo de la figura, es sencilla a la vez que difícil, lo cual creo que constituye parte de su atractivo. Como indica el subtítulo del libro, se trata de una perspectiva antropológica; he elegido la del análisis de los grupos de parentesco, y por este m otivo se ha prescindido casi totalm ente de gran parte del m aterial conocido sobre las relaciones de parentesco interpersonal o bien apenas si se menciona. Me incliné por este enfoque porque me parece la m ejor manera de subrayar la contribución de la antro­ pología al estudio de este campo de las relaciones sociales y, además, porque una vez que el lector comprenda los principios implícitos en este aspecto del análisis del parentesco estará en condiciones de abordar otros. El procedim iento puede tam bién ser más práctico para profesores y estudiantes de sociología que deseen incluir el estudio de los grupos de parentesco dentro del de los grupos sociales en general. Como ya dice el subtítulo, se trata de una perspectiva antropoló­ gica. N o me preocupan, por tanto, todos los apasionantes problemas que la gente podría plantear en torno al parentesco y al m atrim onio; sólo me ocupo de aquellos que algunos antropólogos han estim aao que son «útiles e interesantes», según las doctas palabras de RadclifteBrown. A ún así, la opinión antropológica se halla dividida respecto a los objetivos generales del tema. Contrariam ente a la mayoría de mis colegas británicos, inclinados hacia lo sociológico, no me preocupa prim ordialm ente la cuestión de ¿qué es la sociedad?, sino lo que considero el verdadero problem a antropológico: ¿qué es el H om bre? D entro de esta perspectiva, el análisis sociológico es u n medio para un fin más que u n fin en sí mismo; cuando analizamos las variaciones en la estructura social aprendemos algunas cosas acerca de la especie H om o sapiens. Finalm ente quiero insistir mucho sobre algo que ya debiera estar claro: este no es un «libro de texto», ni un «m anual», sino una «introducción». Lo que me propongo es que la gente se interese y ofrecerle una base de trabajo. N o me ha preocupado mucho la term i­ nología técnica del tema ni he utilizado notas, referencias y otros recursos profesorales; tampoco he pretendido abordar todo. El libro no es una confirmación definitiva de verdades conocidas, sino una serie de aportaciones para posteriores investigaciones; intenta

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Sistemas de parentesco y matrimonio

llegar a algunas lim itadas conclusiones, que sean susceptibles de com­ probación. Si logro convencer a algunos lectores de que comprobar dichas conclusiones constituye una actividad «útil e interesante», el libro habra cum plido su propósito.

INTRODUCCION

R. F. Kingston-upon-Thames Agosto, 1966.

i Pocos deben ser los que escapen a la sugestión de tener antepa­ sados famosos o célebres. A la mayoría nos fascina el «árbol genea­ lógico», y basta existen empresas que obtienen pingües beneficios compilando datos genealógicos, particularm ente para los norteam e­ ricanos. Incluso si lo mejor que podem os encontrar es que descen­ demos de alguien que fue colgado por robar una oveja en el siglo x v n , aún así, no dejamos de sentir cierto orgullo, al saber que nuestro linaje era conocido en tiem pos tan rem otos. E n tre las familias nobles la extensión de la genealogía es una medida de su prestigio; y ¿quién no ha oído decir a un plebeyo, con ostensible deleite, pero sin tan evidente fundam ento, que desciende de un hijo ilegítimo de un duque del siglo x v m ? Si no se gana m ucho con tales pretensiones, ¿por qué se tienen tan a gala y orgullo la ascendencia y los antepasados? Psicológica­ m ente, quizá se deba a la seguridad que derivamos del hecho mismo de conocer nuestro linaje. Quizá nos sentim os menos contingentes y nuestro lugar en el orden de las cosas puede parecem os menos arbitrario si sabemos que somos un eslabón de la cadena que se extiende hacia el pasado. E l saber esto nos despoja de todo anoni­ m ato: no caemos sin historia en el m undo. O bien, utilizando la 13

I Sistemas de parentesco y

m atrim onio

m etáfora que con m ayor frecuencia se asocia a la búsqueda de ante­ pasados: sentim os que tenemos raíces. E n nuestro m undo m oderno estos sentim ientos pueden parecer sin sentido, sim plem ente porque no les atribuim os importancia prác­ tica alguna; sin embargo, en gran parte del globo terráqueo, tanto ahora como en el pasado, han sido de suma im portancia. E n muchas sociedades, prímitivas_y_ayanzadas, las relaciones con los antepasados y los parientes han si_do_la clave de la estructura social, siendo los j pivotes sobre los que giraban la mayoría de las interacciones, los" de­ rechos y las obligaciones, la lealtad y los sentim ientos! Para un estu­ diante chino u n ciudadano rom ano, un isleño del m ar del Sur, un guerrero zulu o un caballero sajón no debe haber habido nada de caprichoso o nostálgico en el conocim iento genealógico; este co­ nocim iento habría de ser esencial porque habría de definir m u­ chos de sus más significativos derechos, deberes y sentim ientos. E n una sociedad en que el parentesco tiene tal im portancia, la lealtad al vínculo se im pone a cualquier otra y, por esta* sola razón, el parentesco debe ser enemigo de la burocracia. E n nuestra época m oderna de tecnocracia y burocracia, la compleji­ dad de nuestra^estructura social exige que, teóricam ente, un hom bre ocupe una posición p o r m éritos y no sim plem ente por ser el hijo de su padre; ademas, se le exige que sea leal a su Estado y a su cargo antes que a sus parientes. Pero el parentesco es tenaz: en los países en desarrollo, la racionalidad burocrática a menudo se esfu­ ma ante la lealtad de parentesco; un funcionario superior elige a sus subordinados no según sus capacidades para desempeñar el puesto, sino de acuerdo con la proxim idad de la relación; de manera que lo que para nosotros es nepotism o, para él significa un im portante deber moral. Incluso en nuestra p ropia sociedad ilustrada y racional, la tram a del parentesco y los m atrim onios que circunda a las «grandes familias» — los Cecil, los D evonshire, los Churchill, etc. se extiende hasta la m ayoría de los aspectos de la vida pública y política. Tam ­ bién en algunos enclaves de la clase trabajadora el entram ado del pa­ rentesco parece ser im portante. E n nuestros días el parentesco parece tener escaso relieve en las clases medias, menos conservadoras y más dinámicas, aparte de la relación entre padres e hijos, e incluso esta últim a se ha relajado de tal form a, que causaría verdadero asombro a muchos prim itivos contem poráneos nuestros. Q ue los hijos dejen a sus padres, ya mayores, vivir e incluso m orir solos — o que los internen en un asilo— a muchos les parecía la m ayor de las inm o­ ralidades. Pero todo nuestro sistema de arquitectura y de bienestar

Introducción

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social gira en torno a la familia elem ental compuesta de padres e hijos que de ellos dependen. Puede que seamos una sociedad relativam ente «sin parientes» (aunque probablem ente los sociólogos han exagerado el alcance de esta tendencia), p ero todavía perduran los sentim ientos del paren­ tesco. Si un prim o carnal, al que no hem os visto desde hace mucho tiempo, se ve en un aprieto, ¿no sentim os cierta obligación para con él sim plem ente por el hecho de que es nuestro prim o? Y , si descu­ briésemos quién fue nuestro tatarabuelo, ¿no nos sentiríam os satisfe­ chos, de algún modo irracional, por ese descubrim iento? Bertie W ooster opinaba que eran muy pocas sus amistades que no vivían de lo que recibían de tíos o tías. Q uizá esto sea ahora menos cierto que antes, pero ¿no es verdad que creemos tener algún derecho sobre tíos y tías simplemente en virtud de la relación de parentesco que nos une? Como d r e el viejo adagio: la sangre tira. Pero ¿por qué es así?; cuando las exigencias de nuestra civiliza­ ción industrial nos conducen hacia una estructura social im personal, burocrática y racional, ¿por qué albergamos todavía ese sentim iento irracional del parentesco? Sé de u n hom bre que coleccionaba viejos álbumes familiares para contem plarlos, sintiéndose fascinado por lo que consideraba como el ideal de la familia victoriana: un grupo en el que cada cual debía lealtad sin reservas a los demás, simplemente por el hecho de ser «de la misma sangre». Idéntico sentim iento se desprende del código del honor aristocrático, según el cual u n verda­ dero aristócrata debe vengar, sin reserva alguna, la m uerte o el des­ honor de un pariente. E ste código del honor todavía prevalece en los países m editerráneos. Y si estas lealtades familiares incondicio­ nales, centradas en el vínculo del parentesco, están en oposición con los m andatos de la Iglesia y las leyes del E stado, asi como con las exigencias de una sociedad industrial en expansión, ¿de donde pro­ cede su arraigo?, y, de no tratarse de arraigo, ¿cuál es entonces el origen de su fascinación?, ¿procederá de la experiencia centrada en el parentesco durante siglos, por no decir milenios? E n las sociedades menos racionalizadas, menos regidas por la ley im personal y el do­ minio del E stado, indudablem ente era del m ayor interés contar, por ejemplo, con u n apoyo autom ático en las contiendas. D urante la mayor parte de su desarrollo la H um anidad vivió principalm ente en sociedades en las que los grupos basados en el parentesco eran sus unidades constitutivas. La seguridad y la riqueza de un hom bre, su propia vida e incluso su posibilidad de inm ortalidad se hallaban en manos de sus parientes. U n hom bre «sin parientes» era, en el

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Sistemas de parentesco y matrimonia

mejor de los casos, u n ser sin posición social, en el peor, un hom bre m uerto. Incluso nuestra sociedad, con vínculos familiares relativa­ m ente escasos, no ha conseguido despojarse de esa sabiduría, lentam ente acumulada y casi innata, de la sangre. Si en nuestra natu­ raleza es fundam ental confiar en lo fam iliar y tem er a lo extraño, entonces quienes com parten nuestra sangre com parten algo de nos­ otros mismos, y así ocurre, p o r definición, con los más allegados. Sea como sea, al antropólogo le interesa el estudio com parativo de las sociedades y las culturas de todos los tiempos y lugares. Para él una sociedad no es más im portante que otra; las que atribuyen al parentesco escasa im portancia — y esto no se reduce únicam ente a las más avanzadas industrialm ente— deben colocarse junto a aquellas en las que constituye una obsesión. Cualquiera que sea el grado de intensidad en que se utilícen los vínculos de parentesco para forjar la unidad social, hasta ahora ninguna sociedad ha podido pasarse sin un m ínim o irreductible de relaciones sociales basadas en el parentesco. Y basta que no se realíce el «M undo feliz» de H uxley y las m adres sean sustituidas por probetas, es m uy probable que no se podrá prescindir de ellas.

2 Como aspecto de la estructura social, el estudio del parentesco comenzó con los abogados y los estudiosos de la jurisprudencia com­ parativa, P or este m otivo el estudio del parentesco está hoy lleno de conceptos y de term inología legales: derechos, títulos, obligaciones, patria potestas, contrato, agnación, asociación, etc.; las razones de todo esto son muy sencillas: herencia, sucesión y m atrim onio. Toda sociedad prevé la transferencia de patrim onio y de posición social al fallecer y, generalm ente, se transfieren a un pariente. El hijo, por ejemplo, puede heredar las propiedades de su padre y, si éste fuera rey, incluso sucederle en el trono. U na gran parte de todo sistema legal, incluso el nuestro, se refiere a establecer norm as para deter­ m inar quién sucede a quién (por ej., títulos de nobleza) y quién puede heredar qué de quién (generalm ente tirulos de propiedad de diversas clases, pero tam bién obligaciones y deberes). Si quien tiene que heredar es el «pariente más próxim o», no cabe duda de que es preciso definir la proxim idad de parentesco, e incluso establecer un orden de(preIacíon) entre los parientes próxim os. ¿H eredan todos los hijos e hijas, o b le n sólo los hijos? E n este últim o caso, ¿heredan

In tro du cció n

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todos los hijos o sólo quizá el mayor? ¿Q ué sucede cuando no existe testam ento o no existen herederos inm ediatos? Si los herederos legí­ timos son hijos de un m atrim onio legítimo, ¿cómo se define a este últim o? Estos y muchos otros problem as constituyen la sustancia de las cuestiones planteadas por la «ley sobre la familia», ley que se refiere al matrim onio, a la paternidad, a la legitimidad, a la herencia y a la sucesión. Estas leyes difieren incluso entre los diversos países europeos, y, a veces, de m odo significativo. D e manera que, cuando los juristas comparan entre sí los diversos sistemas de leyes sobre la familia, se enfrentan al problem a del porqué de dichas diferencias, y en la mayoría de los casos se rem ontan hasta las leyes romanas, fuente de la mayor parte de sus ideas. Incluso en nuestros días, el estudio de la legislación rom ana es un aspecto esencial de la prepa­ ración del futuro abogado. Pero para los juristas del siglo xix, que tanto lo ponderaban, había m ucho de extraño y de curioso en el sistema legal romano. Es cierto que la civilización rom ana fue la que más descolló en el mundo antiguo, pero, de hecho, Roma fue fundada por una federación de tribus, y una gran parte de la legislación romana sobre parentesco y m atrim onio era más reminiscencia de costum bres tribales que fru to de una civilización desarrollada. Los juristas del siglo xix, sorprendidos por estos hechos, trataron de explicarlos m ediante la teoría de la evolución social entonces dom inante. E n ella se explicaba la existencia de una institución ana­ lizando su origen y las fases por las que había pasado. Así, por ejemplo, el jurista escocés CMqXennaiv estim aba que el rapto simbó­ lico de la novia que hallamolTen la antigua Roma era una «supervi­ vencia» de una fase tribal anterior, en la cual los hom bres se habían visto obligados a secuestrar a mujeres de otras tribus. E n este descu­ brim iento se basó para elaborar una serie de fases por las que habían pasado las costumbres de parentesco y de m atrim onio de toda la H um anidad. Al principio hubo prom iscuidad, lo que daría lugar a un sistema en el que el parentesco sólo seguía la línea de las hem bras (caso que creyó correspondía a la antigua Grecia); posteriorm ente se pasaría al parentesco basado únicam ente en el vínculo del varón (como ocurrió en la antigua Roma); finalm ente, se im pusieron la monogamia y la determ inación del parentesco a través de varones y hem bras. Poco antes de que Me Lennan publicase su_obra, Prim itive Marriage, un jurisconsulto inglés más precavido, (Sir H enry;.M aine, publicaba su A ncient Law. A M aine le atraían ante 'todo las in stitu ­ ciones indo-europeas, especialmente «la familia asociada patriarcal», es decir, la familia de padres e hijos que poseen la propiedad en

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Sistemas de parentesco y matrimonio

común y que era la principal unidad de parentesco en la India y, según_opinaba M aíne, la form a original de la «familia» indo-europea. Me Lennan se opuso violentam ente a las conclusiones de Maine^.. ya que violaban su principio de que el parentesco a través de las hem ­ bras había sido la form a original. E sta discusión entre defensores del «m atriarcado» y del «patriarcado» prosiguió con creciente acritud durante los cincuenta años siguientes y todavía no se. ha extinguido totalm ente, como bien sabrán los lectores de R obert G raves y Mary Renault. Las especulaciones de algunos de estos evolucionistas hoy nos parecen muy ingenuas; la documentación utilizada era insufi­ ciente y sus conclusiones sobre la «historia de la hum anidad» eran llam ativam ente infundadas. N o se dieron cuenta de que los sistemas de parentesco no están sujetosi a_la evolución acumulativa, del mismo modo Jen que, lo esta, p o r ejemplo, la tecnología. Contrariam ente a las invenciones tecnológicas, los sistemas de parentesco no pueden clasificarse como mejores o peores, elaborados o simples; son, sim­ plem ente, modos alternativos de hacer cosas. Tampoco compren­ dieron los evolucionistas que toda la hum anidad no necesitó pasar por la misma serie de fases, que existieron posibles caminos alter­ nativos. Como tanto insistían sobre la evolución universal, conside­ raron que cualquier trib u contem poránea que presentase rasgos «arcaicos» estaba en cierto modo atrasada, era una especie de fósil. No se fijaron en el hecho de que esta misma trib u era el producto final de un proceso evolutivo. Estos errores no pueden, sin em­ bargo, ocultarnos sus virtudes. F undaron el estudio del parentesco, dándole su term inología y señalando muchas conexiones entre formas de m atrim onio y otras instituciones que aún se analizan en nuestros días. D escubrieron, asimismo, u n im portante principio, que acaso hubiese pasado desapercibido: que, en efecto, los sistemas de paren­ tesco cambian, y que en este proceso se observan ciertas regularida­ des. Algunos antropólogos han vuelto ahora a preocuparse por estas cuestiones del cambio, utilizando mejores datos y más cautela. A ntes que u n jurista inglés, fue u n hom bre de negocios norte­ americano quien dio el siguiente im pulso a los estudios sobre el paren­ tesco. Lewis H enry M organ se interesó mucho por las tribus iroqueses de su estado natal, Nueva Y ork, y dedicó toda su vida a estudiarlas. Observó que su m odo de designar a los parientes difería mucho del nuestro; la palabra «padre», por ejem plo, no se aplicaba sólo al varón que era el padre directo, sino tam bién a otros parientes varones. La palabra «m adre» se utilizaba asimismo con mayor am plitud que la nuestra. Con la intención de hallar una explicación para este aparen­ tem ente curioso fenóm eno, M organ fue recopilando esquemas de las

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«terminologías de parentesco» en todo el mundo y en las sociedades de la antigüedad clásica. O bservó que muchas naciones, muy distantes en tiem po y espacio, tenían tipos similares de nom enclatura para el parentesco y que, en realidad, se utilizaban unos pocos «tipos» de tales nom enclaturas. Partiendo de la base de que esas palabras se referían a relaciones biológicas, intentó explicar cómo se habían producido distribuciones tan aparentem ente distintas. Si un sistema designaba como «padre» a muchos varones que no eran realm ente el padre biológico, ¿no podría ser que todavía prevaleciese la costum ­ bre del «m atrim onio de grupo», en el que muchos hom bres podían ser los progenitores putativos. del_niño y que éste, por tanto, les llamara «padre»? Tam bién Morgan., dio a su teoría una estructura evolucionista y trazó una serie de fases semejantes, aunque distintas en los detalles, a las de M e Lennan. Ello dio m otivo a la ira del belicoso escocés, quien acusó a M organ de confiar demasiado en una term inología que en todo caso no tenía nada que ver con la relación biológica, sino que era sim plem ente un «código de cortesía» que reflejaba «grados de respeto». Sin embargo, la idea se hallaba en circulación, y desde entonces los antropólogos se han preocupado por la term inología del parentesco casi hasta la obsesión. D urante un tiem po, el «estudio del parentesco» fue virtualm ente el análisis de los térm inos con que se designaba el parentesco y la controversia sobre su explicación. Ahora se acepta más o menos que M organ tenía razón en señalar la im portancia de la terminología, pero que se equivocaba sobre su significado. N aturalm ente, com partió los demás errores de la escuela evolucionista. Sin embargo, quizás podamos com prender, hasta cierto punto, el entusiasm o de Morgan. No sólo estudió la term inología, sino tam ­ bién la estructura de los grupos sociales. IJalló, por ejemplo, que los iroqueses estaban organizados en grupos de_ parentesco basados e n l á «filiación por línea m aterna», y.que, a _ s u je z , estos grupos se hallaban incluidos en otros más amplios, que denom inó fratrías. Cuando se ocupó de los aztecas, habitantes de ciudades y con una civilización más compleja, descubrió que estaban organizados en gru­ pos de parentesco basados en la filiación por línea paterna, agrupa­ dos, a su vez, en unidades más amplias, que los españoles habían designado barrios. Al estudiar la E uropa antigua, M organ vio que los griegos y los rom anos, habitantes de ciudades, se organizaban en gentes {que en latín significa descendientes por línea paterna de un antepasado común); a su vez, esos grupos tam bién estaban organi­ zados dentro de otros mayores semejantes a la fratría en Grecia (por lo que designó así a la form a de agrupación iroquesa) y la

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Sistemas de parentesco y matrimonio

curia en Roma. Pensó que contaba con buenas razones para creer que los griegos antiguos tenían grupos de parentesco basados, como los iroqueses, en el parentesco p o r linea m aterna; y creyó que en ello estaba una de las claves de la evolución social. Además, esto encajaba perfectam ente con la teoría derivada de los estudios term i­ nológicos.^ D e la prom iscuidad procedía «el parentesco a través de las hembras únicam ente», propio de las sociedades más prim itivas, y pos­ teriorm ente se produjo el cambio al «parentesco a tra v é s ’de los varones únicam ente» a la vez que el progreso de las ciudades y de la civilización. Con^ la mayor com plejidad de esta últim a, los grupos de parentesco más amplios desaparecieron, como sucedió en tiempos históricos en Roma. E ra éste un esquem a m uy imaginativo, pero estaba basado en hechos mal interpretados y que no reflejaban en form a alguna el proceso universal. ' h l advenim iento del psicoanálisis, sobre todo la teoría del complejo de Edipo, cayo como una bom ba sobre las más bien áridas exposi­ ciones de la escuela evolucionista. A l propio tiem po, los trabajos en Norteam érica de antropólogos como L ow ie)y Boas) contribuyeron mucho a socavar los esquemas evolucionistas que E abían sido ela­ borados de una m anera más forzada. Sin embargo, fue el polaco emigrado Malino.wsky, combinando su interés por el psicoanálisis con u n intenso período de trabajo de campo entre los habitantes de las islas T robriand, en M elanesia, quien dio nueva vida a los estudios del parentesco. N o le interesaba en absoluto la term inología m la especulación evolucionista, sino hallar una explicación a las costum bres de los isleños de T robriand en el contexto de su propia cultura, A l principio analizo los sentim ientos que existían entre parientes, dem ostrando de qué m anera las instituciones de la propia sociedad los habían moldeado. E l hecho de que en la sociedad matrilineal de T robriand el padre n o fuera una autoridad le llevó a pro­ fundizar en la teoría _del «complejo de Edipo». Por entonces, un ingles, Radcliffe-Bro'wn, abandonando la teoría evolucionista pero m anteniendo el intetes p o r su term inología, exponía un nuevo y justo enfoque comparativo del parentesco, tratando de establecer acer­ ca de los sistemas de parentesco generalizaciones que fueran com­ parables a las «leyes »_de las ciencias naturales. , ^ ínteres de-Maíino'W'ski por lo psicológico no ha ejercido mucha influencia, al menos sobre la antropología británica, pero su método de estudio de campo detallado se ha convertido para la profesión en una institución respetada (algo así como la vaca sagrada). . __Pjta influencia mucho mayor ha producido la insistencia de Radcliffe-Brown en abordar el sistema de parentesco como un con-

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• n to de derechos y de obligaciones (de nuevo nos encontram os con el influjo legalista) y como una parte de la estructura social. Sin embargo su m étodo com parativo se ha adoptado con m enor avidez v su noción de que las «leyes» de la antropología pueden compararse k s de las ciencias naturales ha sido más o menos_abandonada. O tro im portante jalón fue la obra de Evans-Pritchard,, cuyo libro sobre los nuer del sur del Sudán apareció ~ eíT l940. E n él llamaba la atención sobre los grupos de parentesco, especialmente los basados en la filiación por la Enea paterna a partir de un antepasado cono­ cido; eran las gens que M organ halló tan fascinantes en Roma y Grecia, pero sobre las que bien poco se conocía.^ E vans-Prítchaid mostró cómo funcionaban en calidad de grupos políticos en la socie­ dad nuer y de esta manera atrajo la atención hacia la constitución, propagación y funcionam iento de dichos grupos, especialmente en Africa. La obra de Meyer F o rtei, ,cuyo libro Dynamics of U anship among the Tallensi fue publicado en 1945, confirm ó que se estaba en una línea válida y ú til para estudiar los grupos destinación. En su libro daba amplísimos detalles sobre cómo los grupos, de filiación de estos pueblos del n o rte de G hana constituían la base de, su estructura política y social. A p artir de^ ese m om ento proliferaron los libros escritos por antropólogos británicos, que exponían las funciones de los grupos de filiación en muchas sociedades, especial­ m ente en Africa, y esta m anera de exponer los sistemas de parentesco se impuso en el pensam iento antropológico. E l segundo libro ^ de Fortes se tituló T h e W eb of K inship among the Tallensi, y en este el enfoque era distinto; examinaba el parentesco desde el punto de vista de cómo los individuos y los grupos están vinculados en una «tram a» de relaciones de m atrim onio y de filiación. Esa es una distinción im portante; siempre podemos estudiar de dos form as lo que los antropólogos denom inan «relaciones de pa­ rentesco»: p or un lado, abarcar la^totalidad de la sociedad y preguntarnos cómo form a sus grupos de parentesco (tales como las gens, la curia, la fratría, etc.) y cuál..es_el_funcionamiento de estos; por el otro, centrar el análisis soEre la re a ae relaciones que liga a unos^individuos con otros dentro de la «tram a» del parentesco. ATgunos~intropólogos han alegado que sólo a la segunda form a debería realm ente denominarse estudio del «parentesco»; de la prim era forma resultaría u n estudio de la política, dándose la^ casualidad de que las unidades políticas son grupos constituidos según el parentes­ co; y, después de todo, uno podría describir el sistema «político» de los nuer, como lo hizo Evans-Prifchard, sin referirse jamas a entram ado de las relaciones interpersonales, las de padre e hijo, las

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Sistemas de parentesco y matrimonio

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de un hom bre y la familia de su esposa, los derechos de los hermanos sobre sus herm anas o de los padres sobre sus hijos, las leyes de la herencia, las n p rtnasjnatrim oniales y de legitim idad, etc. Sin em bar­ go, dado que las unidades políticas se reclutan m ediante el parentesco uno puede analizar este proceso de reclutam iento hajd la denom ina­ ción de «parentesco». Pero es c ie rto 'q u e las funciones políticas efectivas deposjgrupos corresponden a la esfera de la «política». E n los prim eros capítulos de este libro me ocuparé en general de las m aneras en que los grupos de parentesco se form an y perpe­ túan y de algunas de las razones por las que existen variaciones entre los diferentes tipos. N o me detendré mucho sobre sus diversas unciones, pues pueden ejercer casi todas, sino sobre sus mecanismos. Asi, la aparentem ente ligera variación que existe entre trazar la filia­ ción por línea m aterna en oposición a la paterna introduce m odifi­ caciones im portantes si se constituyen sobre esas bases los grupos de parientes. Surgen problem as para perpetuar el grupo y para re­ clutar nuevos m iem bros, para conservarlo unido, para perm itir que se segm ente en unidades más pequeñas y que, aún así, siga unido, etc. E stos serán los tipos de problem as de que me ocuparé, A l final del libro se cambia en cierto m odo el enfoque; cambio de enfoque que refleja una modificación del interés por el estudio del_£arentesco producida al publicarse dos libros en 1949: el de :M uró a ^ S o d d _ S tr u c tu r e , que hacía revivir el interés evolucionista, y el de; Levi-Strauss^ L er Structures Elém entaires de la Parenté (Las estructuraTélem entales del parentesco), que llamaba la atención sobre los sistemas de parentesco como m étodo de establecer relaciones de m atrim onio entre los grupos. Ambos libros atribuyeron gran im por­ tancia a la term inología del parentesco, que desde 1930 casi se había olvidado por_completo. A ntes de Lévi^Straulslya se había analizado am pliam ente el m atri­ m onio d entro del contexto del reclutam iento en los grupos de p a­ rentesco; el m atrim onio legítimo~Era“'necesario para proporcionar escendientes legítimos y renovar así el grupo. CLévi-Strauss^le dio la vuelta, alegando que los grupos de parentesco eran s.ímplesu!nidade !5 denj 5 ° de u n jis te m a de «alianzas», que se"Laclan o «expresaban» m e d ia n te jd m atrim onio; resultando qu eT as"v erd aderas- diferencias entre los sistemas de parentesco surgían de~la£ distintas Formas en que estos sistemas consideraban a las m ujeres en relación con el m a­ trim onio. — ----* — --------E l distinto punto de vista introducido por íLéyidStraussjquizá se explique m ejor si nos imaginamos a dos historiadores interesados por las dinastías europeas; a uno le atrae, ante todo, conocer cómo se

«ernetuaron las casas reales, cómo establecieron sus norm as de suce­ sión y aseguraron que ésta se cum pliría, de manera que los m atnmonios eran medios para lograr la sucesión; el otro historiador, sin embargo, ve las casas reales como unidades inmersas en una serie de alianzas complejas que ligan entre sí a varios países, alianzas cimentadas o «expresadas» en matrim onios reales. Para u n o, los ma­ trim onios son útiles porque proporcionan herederos; para el otro, los béfidefós" son útiles porque pueden servir para bodas entrejñm astias. En esa exposición se ha simplificado m u c h o , _pero seguramente ayudará a dar una perspectiva al lector. El sólido libro de ^LeyiSfrauss.tiene sus partidarios, pero no ha penetrado mucho ni rápida­ m ente en el pensam iento anglo-americano, en gran parte por estar escrito en francés y por ser extrem adam ente largo; ademas, va en contra de las teorías más en boga en las obras inglesas y norte­ americanas. Pero, como espero dem ostrar, su exposición (con muchas de cuyas conclusiones no estoy de acuerdo) tiene mucho de recomen­ dable. Nos perm ite ver todos los sistemas de parentesco como, un continuo y analizarlos como variaciones^ del tema de «alianzas». E l enfoque de los antropólogos africanistas británicos era excelente para estudiar las sociedades en las que los grupos de filiación de deter­ minada clase constituían las unidades básicas del sistema social, pero no servía al enfrentarse con sociedades de otros tipos; ofrecía muy poco que facilitase la com prensión del parentesco y el m atrim onio en nuestra propia sociedad, donde amplios grupos de parientes con im portancia política no constituyen las unidades básicas. Tusto es que digamos que los antropólogos holandeses ya habían anticipado el enfoque de Lévi-Strauss, pero, como el holandés se lee menos que el francés, su influencia fue inapreciable.

3 E ste esbozo absurdam ente breve nos pone en situación de estu­ diar antropológicam ente el parentesco. Sobre este tem a no existe una buena historia y, aunque esta historia hace mucha falta, no es este el lugar apropiado para escribirla. Como indicaron los evo­ lucionistas, resulta imposible explicar el estado presente de las cosas sin referirse a cómo llegaron a ser lo que son, Sin conocer la historia del tema, muchos de sus debates y controversias le parecerán puro escolasticismo al lector no versado. P or tanto, aunque de este tras­ fondo mínimo que da idea de cómo surgió y se desarrollo, no seguiré un esquema histórico en el presente libro. Procurare, eso si, que

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Sistemas de parentesco y matrimonio

la exposición sea sistem ática y completa, y el lector que desee proseguir el estudio de los problem as planteados podrá cerciorarse de hasta qué punto mi enfoque mejora, difiere o es inferior al de mis predecesores y colegas. M i exposición es una especie de amalgama y quizá difiera de la mayor parte de otras obras en que es más deductiva y se preocupa más de explorar posibilidades que de inferir leyes a p artir de los datos empíricos. Y esto es así porque creo que una exposición de este tipo perfeccionará los estudios sobre el parentesco si corta por lo sano la am pulosidad y la confusión que son propias de u n m étodo inductivo demasiado simple. Además, creo que de esta m anera tendrá más sentido para el lector en general y para el principiante. H e procurado describir cómo los sistemas de parentesco son reacciones a diversas presiones reconocibles dentro de un encuadre de limitaciones biológicas, psicológicas, ecológicas y sociales. M uchos antropólogos escriben como si los sistemas de pa­ rentesco hubieran caído del cielo sobre las sociedades — están ahí porque están ahí p o rq u e... E n realidad están ahí porque responden a ciertas necesidades, porque ciimplen ciertos fines. Cuando las nece­ sidades cambian los sistemas varían, aunque sólo dentro de ciertos límites; estosHímfrésYérán nuestro punto de partida. Q uizá proceda dar aquí algunas explicaciones sobre el método: hablaré a m enudo de «modelos» de sistemas; con ello deseo expresar gran p arte de lo que entienden los economistas cuando hablan, por ejemplo, de u n «modelo» de «com petencia perfecta», o bien un físico al describir el com portam iento de un gas «ideal». Los econo­ mistas tom an algunos elementos — gran núm ero de pequeñas em pre­ sas, perfecto conocimiento del mercado, etc.— y deducen teórica­ mente lo que sucedería si estos elem entos apareciesen combinados; este es el «modelo» con el que pueden com parar los mercados reales; probablem ente m uy pocos mercados coincidirán exactamente con el modelo base, pero éste sirve de caso lím ite. Muchos de los «sistemas» de parentesco y de m atrim onio que describiré serán m o­ delos en el sentido de casos lím ites, y casi todos los sistemas «reales» presentarán alguna desviación que les es propia. (Los lectores familia­ rizados con^.la_Iiteratura sociológica habrán reconocido en esto el m étodo de W eb er de los «tipos ideales» de los sistemas sociales y de la acción social.) — ■ —

Capítulo i PARENTESCO, FAMILIA y FILIACION

1 E l parentesco y el m atrim onio tratan de los eterna Ada. Se refieren al «nacim iento, la copu^ y entre otfOS; ida que parece deprim ir al poeta, pero q . .. parejas, os antropólogos. La ^ idam ento del m atrim onio y de la patero ■ fundam ental « n n ü t o y el perdurable lazo ™ 1 v a d a J .1 básico de todos los lazos sociales. L a_m P . aternidad * » social , j * . n la respuesta:'~ún heredero. E l hecho , ¿ e d ¿ ir quién nciones distintas significa que hay ® edio . ¿ j hom bre son tá el heredero. Aunque estos hechos de la muñes a los de otros mamíferos, difiere ^ constituir los itre las alternativas que se le ofrecen, ^ Muchas upos, la sucesión, los compromisos de efflp ] estr(lchos lím ites, :ces la elección sólo puede tener lugar dentro de . .ro lo cierto es q u e puede hacer cosas ^ y de crianza, irgen de los procesos de apaream iento ^ hom bre hace y de qué lo h a o .,

i T ^ L e c u e i i a s que se derivan de 25

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Capítulo 1

ad o p t-r una alternativa en lugar de otra; es un estudio fundam ental en las ciencias sociales, ya que estos son los lazos sociales básicos 4 l br-e, es, un amf aI>P ^ o pone a su servicio los hechos esen­ ciales di. la vida de una form a que no es dable a ningún otro animal un í i S ° S eSt° Tmas Profundam ente: el hom bre es en prim er lugar un m amífero y, después, u n prim ate; es de sangre caliente y su prole nace viva y mama; pertenece al grupo de los mamíferos que comA 1 g1' l 7 p equ?ños m onos> los fémures y los tarsios; gran parte de lo que hace en la vida - in c lu id a s las sum am ente im por­ tantes manifestaciones gregarias, que son las que producen socieda­ des lo com parte con los prim ates y otros mamíferos; pero un rasgo que com parte con los antropoides de orden superior, y en el cual los supera, es su gran cerebro. Con frecuencia es muy difícil determ inar con exactitud qué es v e n e r/^ ? “ ° “ U evr° lución hum ana> P ^ o la secuencia general de los acontecimientos fue probablem ente algo así: el des­ arrollo de las tendencias predatorias de nuestros prim eros antepa­ sados sub-humanos, acentuadas sin duda p o r el tem prano descubri­ m iento de las armas, condujo a la posición vertical, a la locomoción K .V me;OÍ coorcI1inacifón de manos Y ojos, a la cooperación de grupos y a odras muchas formas favorecedoras del desarrollo de un m ayor cerebro en este mono utilizador de armas; la posición n re c S rn era,b ars° ’ rediqo Ia dim ensión de la pelvis hum ana, precisam ente a la par que crecía la cabeza para adaptarse al gran P0t t0’ pr0C^ ° de dar a Iuz se hizo (y sigue siéndolo) ddñcil y, posiblem ente, peligroso. No había, pues, otra alternativa que, p o r selección natural, favorecer a aquellas madres que alum­ braran p ro n to sus o ío s y se perm itiera así que la cabeza de éstos creciera fuera del útero en ju g a r de dentro. D e aquí que, contraria­ m ente a la m ayoría ele los demás animales, el ser hum ano nacía, en cierto m odo, demasiado pronto; debería estar en el vientre pero en cambio, ya estaba fuera; era una criatura de enormes potenciali­ dades, pero durante muchos años de su vida infantil se hallaría en posición precaria, desamparada y dependiente. El hecho de tener un amplio cerebro y su relativa falta de especialización física, indican que poseía una gran capacidad de aprendizaje; durante el largo periodo entre su rudim entaria y prem atura salida del vientre y su p ena m adurez física podría acumular destreza y conocimientos- así a criatura que parecía no prom eter m ucho prosperó y term inó por vencer, hasta convertirse en el animal que dom ina en la tierra E l que esta preciosa criatura llegara a ser adulta requirió, por parte de la m adre, muchos cuidados y esfuerzos; casi un año lo

p a re n te s c o ,

familia y filiación

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Tievó con ella y, durante varios más, sería la que le alim entara y le asistiera Todo este tiempo se hallaría relativam ente desamparada, preocupándose de criar y educar al niño; m ientras lo hacia, bien nudo ocurrir que volviera a quedarse embarazada; por tanto, para criar bien a los hijos y para asegurar el éxito y la continuidad de la esnecie fue preciso proteger a la madre. No existe razón alguna para creer que en esto el hom bre difiere de los demás animales. Todos los prim ates crearon la sociedad como un arma en la lucha para sobrevivir. Unas veces esta sociedad es tan reducida como la familia elem ental del gibón; otras, tan amplia como las hordas de 400 miem bros del mandril. La forma de protec­ ción, por tanto, será distinta según sea la composición del grupo; en los grupos mayores, cada cual es, hasta cierto punto, responsable de los demás; los monos chillones lanzan un grito especial pata indicar que «se ha caído un bebé del árbol» y, al oírlo, toda la tropa se desliza al suelo para recoger al infortunado jovencito; los machos de algunos grupos de prim ates com parten las obligaciones de cuidar y atender a sus pequeños; entre los prim ates monógamos y en los que esporádica o perm anentem ente form an bandas de un macho y varias hem bras, el padre es el que cuida y protege a la prole (por padre designamos aquí al compañero de la m adre, y no necesa­ riam ente al progenitor del pequeño — distinción muy significativa cuando alcancemos el nivel hum ano— , aunque la mayoría de las veces coinciden); no ocurre así inevitablem ente en las hordas mayores; pero en la mayoría de las hordas existe algún tipo de orden en el aparea­ m iento; es rara la promiscuidad ocasional y, generalm ente, se debe a alguna especie de descomposición social; cuanto mas organizado esté socialmente el grupo, mayor es la probabilidad de que prevalezca un «sistem a de consorte», en el que las unidades reproductoras sean una pareja compuesta de macho y hem bra o bien machos con varias hembras. . , Así, en la sociedad de los prim ates observamos cierto orden en el apaream iento y una función protectora que los machos ejercen sobre las hem bras y la prole. Pero el prim ate mas aventajado añade a todo eso su gran cerebro y las consecuencias derivadas de ello a lo largo de un prolongado período de formación de la sociedad. Este período entraña muchas dificultades, de las cuales no es la menor el hecho de que el joven llegue a tener una conducta reproductora antes de hallarse físicamente m aduro y en condiciones de enfrentarse a las responsabilidades de la paternidad. Su gran cerebro y, su resul­ tado más decisivo, el desarrollo del lenguaje, significa que el hom bre puede ir más allá en lo que hace gracias a esos lazos e impulsos

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Capítulo 1

básicos que son parte de su herencia de prim ate. Algunos animales pueden «conocer» a sus padres, a sus hermanos y a su prole- pero Juera de estos se encuentran, sencillam ente, «los demás de la especie» H ostil, amigo; nuestra banda, o tra banda; más viejo, más jovenmas dom inador, menos dom inador; macho, hem bra; estos son proba­ blem ente los lím ites de la com prensión y clasificación del m undo animal. N ingún prim ate, excepto el hom bre, puede recordar sus antepasados hasta la decimotercera o decim ocuarta generación, ni con­ ceptuar a su «prim o segundo» a esa distancia genealógica aun cuando biológicamente tiene tal pariente. Como es lógico, le es imposible atribuir a esas relaciones un significado legal, político o económicono es capaz de prohibir aparearse con semejante deudo. Todo esto* sin embargo, puede hacerlo el hom bre y lo realiza de una manera mas bien complicada. Su retrospección e inteligencia le capacitan para m irar hacia atrás y ascender hasta sus antepasados e incluso sopesar grados de parentesco para utilizarlos en crear lazos sociales; trabaja con las mismas m aterias prim as que existen en el m undo animal pero puede em plear conceptos y categorías que sirvan a los fines de la sociedad. El estudio del parentesco es el análisis de lo que hace el hom bre con estos hechos básicos de la vida: apaream iento, gestación, pater­ nidad, asociación, fraternidad, etc. P arte de su enorme éxito en la lucha evolucionista lo debe a su capacidad de sacar partido de tales relaciones. E sto es im portante; no se entretendrá en jugar simple­ m ente con ellas por m ero estím ulo intelectual (es éste un deporte reservado a los antropólogos y, quizá, a algunos aborígenes de Austraiiaj; ios utiliza para sobrevivir y, superada esa etapa, para prospe­ rar; alcanzando cierto nivel, las circunstancias le obligan a elegir un m odo de adaptación en vez de otro, pudiendo m odificarlos dentro de ciertos lim ites y en provecho propio. No quiero decir que actúe de acuerdo con una elección consciente, lo que rara vez sucede, sino que la selección natural le perm itirá, apoyándose en su capacidad de elección y en su inteligencia, explotar al máximo sus posibilidades tanteando modos de adaptación y de progreso que desconocen, y qué incluso no pueden conocer, sus parientes prim ates más inteligentes. N ingún aborigen australiano se dedicó a trazar u n plan m inucioso de los complicados sistemas de parentesco y m atrim onio, que tan ramoso le hicieron; pero su habilidad para conceptualizar y clasificar debe considerarse como un factor de tanta im portancia dentro de este afortunado desarrollo como las garras del tigre o el cuello de la jirafa lo han sido para la supervivencia y el éxito de estas especies.

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parentesco, familia y filiación 2

E n todo estudio de la sociedad hum ana tiene suma im portancia una eran parte de la herencia del prim ate: dominio y jerarquía, terri­ torialidad, cooperación en grupo, com portam iento respecto a l m atri­ monio y al apaream iento, com portam iento de vinculación familiar, r it u a liz a c ió n , etc. Pero los «hechos de la vida» con los que el hom bre se ha tenido que enfrentar en el proceso de adaptación, y que tienen un alcance inm ediato para estudiar el parentesco y el m atrim onio, quizá se puedan reducir a cuatro «principios» básicos: Principio Principio Principio Principio

1: 2: 3: 4:

las mujeres engendran a los niños. los hom bres fecundan a las mujeres. por lo general m andan los hom bres. los parientes prim arios no se casan entre si.° '" J

E n el fondo de toda organización social existen la gestación,la fecundación, el dominio y la evitación del incesto. Los dos prim eros pasan inadvertidos, pero son inevitables; y, como veremos, conllevan complicaciones. E l tercero se presta a discusión, pero creo que las objeciones que se anticipen pecarán en cierto m odo de _irreales; en general es cierto, y por muy buenas razones. N i tan siquiera hace falta recapitular la historia de la evolución del hom bre para saber por qué; durante la mayor parte de la historia hum ana las mujeres han desempeñado su función altam ente especializada de tener y criar a los niños; fueron los hom bres los encargados de cazar animales, luchar contra los enemigos y tom ar decisiones. Estoy convencido de que todo esto está muy arraigado en la naturaleza del prim ate y aunque las condiciones sociales en el reciente pasado de algunas sociedades avanzadas han brindado a las mujeres la oportunidad de intervenir más en los asuntos, pienso que la mayoría de las mujeres estarán de acuerdo con m i opinión. Esto no quiere decir que, desde el hogar, la m ujer no haya ejercido una enorme influencia; por eso precisam ente he dicho «por lo general»; sin embargo, los meros hechos fisiológicos de la existencia reducen su papel a un lugar secun­ dario, frente al del varón, a la hora de tom ar decisiones de un mvei superior al puram ente doméstico. Las mujeres que no están de acuer­ do con esto y tratan de evitar sus consecuencias no tienen mas rem edio que abandonar el papel fem enino, ya sea total o parcialm ent ■ Si una mayoría de m ujeres no hubiese cumplido ^Plena“ f n función especializada, las consecuencias hubiesen sido desastrosas.

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Capítulo X

Es posible que ahora una m inoría sea capaz de hacer mella en el monopolio de poder del hom bre, y las circunstancias sociales de muchas^ sociedades industríales m uy avanzadas contribuyen a ello. A medida que una sociedad se va haciendo más tecnocrática, el reclu­ tam iento de personas adecuadas para desem peñar sus muchas tareas exige que la red sea lanzada más allá de los varones y que las mujeres ocupen lugares de m ando en algunas esferas; lo cual general­ m ente no podrán com paginarlo las mujeres con su función básica como hem bras. Cuando no es así, el principio 3 no se cumple y podem os observar las consecuencias de este cambio. P o r ejemplo, en las sociedades industríales avanzadas, a m enudo existe la tendencia a lim itar el tam año de la familia, en vez de dejar que la mujer tenga todos los hijos que pueda. E sto ha sido posible prim ero por la abstención voluntaria y luego p o r los m étodos anticonceptivos; además, ahora las mujeres viven muchos años después de la m eno­ pausia, tendencia esta relativam ente reciente. De esta m anera, durante gran p arte de su vida una m ujer puede influir en el m undo del varón. Es extraño, p o r consiguiente, que esto no se haya dejado sentir con más fuerza, ya que, incluso con estas mayores oportuni­ dades, el papel de la m ujer todavía es secundario. Q ue esto esté o no justificado m oralm ente no es de nuestra incumbencia. Dadas algunas cláusulas de «por lo general» y «siendo el resto igual», creo que el principio 3 es válido, e indudablem ente lo es para la mayoría de las personas a que nos referim os aquí. Para muchos de los proble­ mas que vamos a tratar este principio no es forzosam ente esencial, pero en otros tiene una crucial im portancia para com prender las soluciones arbitradas. En_el_prmcipio 4 denominamos «parientes prim arios» a la m adre, el pjadre^ d irijo, la hija, el herm ano j la herm ana de un jndividuo;’ proposición que, aunque no se presta a discusión, suscita problemas. P o r ahora, como evidentem ente es cierta, la daremos por buena (recu­ rriendo una vez más a la cláusula «por lo general»), pero posterior­ m ente analizaremos las razones de esta, al parecer, extraña limitación de la propensión sexual.

3 Dejemos p o r ahora nuestros principios y abordemos algunos problem as más abstractos del estudio del parentesco, los cuales nos darán oportunidad de examinar la term inología y los símbolos que emplean los antropólogos. E n su definición más corriente, el «paren-

P a re n te s c o ,

familia y filiación

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co» es sencillamente las relaciones entre «parientes», es decir, ^ rso n a s em parentadas por consanguinidad real, putativa o ficticia. R sulta difícil delim itar la consanguinidad «real», y nuestras propias cjones científicas de parentesco genético no son com partidas por n°dos los pueblos y culturas; de m anera que varía considerablemente uuién cuenta y quién no como pariente «consanguíneo». Cada uno de nosotros, por ejemplo, tiene muchísimos miles de parientes consanguíneos a quienes no reconoce, ya que interrum pim os muy pronto nuestro cóm puto. La mayoría de nosotros quizá conozca a los descendientes de nuestros dos pares de abuelos (nuestros tíos, nues­ tras tías y nuestros prim os), pero ¿cuántos de_ nosotros conocemos a la descendencia de nuestros cuatro pares de bisabuelos, ocho pares de tatarabuelos, dieciséis pares d e ..., etc.?Según nuestra defini­ ción, todos ellos son parientes «consanguíneos», esto es, están empa­ rentados genéticam ente con nosotros. Sucede así porque sabemos y antes de saberlo lo suponíam os— que ambos padres^ contribuyen a crear u n niño; por tanto, el niño es asimismo pariente de los parientes de su padre y de su m adre. Sin embargo, esta nocion no es universal; hay quienes suponen que el padre y la m adre par­ ticipan de modo diferente en la cteación del niño (uno el cuerpo, otro el alma; uno la sangre, otro los huesos, etc.) o que sólo uno de ellos tiene una intervención directa en la creación efectiva del niño; cabe pensar que la m adre es una especie de incubadora^ en la que el padre ha plantado la semilla que se convertirá en el niño; o pensar que ha sido creado totalm ente por la m adre, consistiendo la obligación del padre únicam ente en «abrir el paso» para que salga del útero o algo por el estilo. E stas, al parecer, extrañas nociones de etnofisiología tendrán sentido cuando lleguemos a estudiar los tipos de sistemas de parentesco en los que se dan. Para el análisis antropológico, sin embargo, dichas nociones inutilizaran la idea de consaguinidad «real». Un consanguíneo es alguien a quien la sociedad define como tal, y el vínculo «sanguíneo», en sentido genético, no tiene necesariamente nada que ver con ello, aunque en general tiende a coincidir en la mayoría de las sociedades del m undo. Así, por ejem­ plo, los antropólogos tienden a distinguir el «pater», o padre legal, del «progenitor», o padre biológico efectivo. (Lógicamente deberían tam bién distinguir la «m ater» de la «progenitora»,) Pero, como se ha señalado recientem ente, en muchas sociedades el «progenitor» tam bién es un personaje definido socialmente y su identidad depende de cánones de evidencia. Así, aunque se pueda responsabilizar del hecho a cualquier infeliz, no es necesario que éste sea en efecto el progenitor de la criatura. Lo más acertado es decir que, sutilezas

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Capítulo 1

a u n lado, la conexión genética efectiva o putativa, según la definición de «genético» o de «consanguíneo» en el Tugar _de^que se trate, generalmen te es la base de las^elacio n es de parentesco*; e incluso cuando no es así, el vínculo genético es el «modelo» de las relaciones ficticias de parentesco. E l caso más claro "es el dé Ta "adopción; aun cuándo el niño adoptado no está em parentado por la sangre con sus padres y herm anos, etc., puede encajar bien la denominación de «hijo» y representar este papel como si fuera realm ente hijo de sus padres legales. E n muchas sociedades se practica en gran escala la adopción o la «crianza», y la m ayoría de las personas no crían en realidad a sus hijos efectivos, pero nada im pide que el sistema fun­ cione «como si» lo hicieran. N inguna sociedad trata este asunto de un m odo arbitrario; de hecho, se supone alguna teoría de consanguinidad y se da relieve a presuntos vínculos sanguíneos. Carece de im portancia que dichos vínculos no sean, desde nuestro pun to de vista científico, «auténticos» vínculos genéticos, pues, una vez adm itido que la «con­ sanguinidad» es una cualidad determ inada socialm entedvále"esaTleiiTiición de parentesco. Lo que tenem os que evitar es im poner nuestro propio punto de vista respecto de la consanguinidad al resto de la hum anidad, p o r «auténtico» que nos parezca. En realidad es com par­ tido por- la mayoría de las gentes, pero existen los suficientes disi­ dentes como para merecer respeto; además, el no tener en cuenta su opinión a m enudo lleva a confusiones. P o r ejemplo, este libro se titula Sistemas de parentesco y m atri­ monio y pensamos que conocemos la diferencia entre ambos concep­ tos. Ya hace m ucho que se ha distinguido entre consanguinidad y afinidad, los parientes de sangre y los parientes por m atrim onio; los afines, por tanto, son aquellas personas que se casan con nuestros consanguíneos. Pero, como hemos visto, todo esto depende de la defi­ nición que en cada lugar se da a consanguinidad. Para nosotros, según nuestro criterio genético, el padre se vincula genéticam ente a sus hijos de la misma form a que la m adre: es u n consanguíneo. Pero si adm i­ timos el criterio de que el padre no tiene p arte en la creación del hijo, entonces ya no es un pariente «consanguíneo», será simplemente el m arido de la m adre — como sucede con el padrastro en nuestra propia sociedad— y su relación será para nosotros semejante a la del cuñado; se trataría de un hom bre casado con una m ujer que es pariente con­ sanguínea nuestra, eso es todo, y nuestra relación «social» con él quizá sea todu lo que el sentim iento exige de la relación entre hijo y «pa­ dre», pero nuestro presunto vínculo genético sería nulo; se le conside­ raría un «afín»: un pariente p o r haberse casado con nuestra madre, por lo mismo que el marido de nuestra hermana es un pariente por

P a re n te s c o ,

familia

Y

filiación

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haberse casado con ella. SÍ se adm itiese el enfoque contrario, entonces 1 madre sería como una cuñada: la esposa de nuestro padre, pero sin vínculo de sangre con nosotros. C ito estos casos extremos para que se vea que la definición de «consanguinidad y afinidad» no puede darse por supuesta y que debemos tratar cada caso en sí. P or encima de todo recordemos siempre que lo que realm ente im porta es lo que las gentes hacen con sus definiciones, el uso social que les dan. Lo dicho más arriba y otras consideraciones que tratarem os más adelante han llevado a ciertos antropólogos a negar que «los hechos fisiológicos» tengan algo que ver con el «parentesco». E n efecto, quizá suceda así, por ejemplo, con los hechos fisiológicos del parto, que no son de la incumbencia del antropólogo. Pero, como veremos al estudiar el funcionam iento de los sistemas de parentesco, los dos hechos fisiológicos esenciales, que las mujeres son las que tienen los niños (lo cual nadie pone en duda) y que los hom bres son los que los procrean (que es discutible, pero no por ello menos cierto), constituyen limitaciones básicas que todos los dichos sistemas tienen que tener muy en cuenta. Veremos cómo, cuando los grupos intentan adaptarse a varias presiones ecológicas y ambientales, dentro^ de los . límites establecidos por nuestros cuatro principios, surgen «sistemas de consanguinidad y afinidad». A ellos se agregan nociones ideolóaícas que se refieren a «auténticas» relacionesV a cosas "seméjantes, adquiriendo su signi ricado "dentrcTgel marco del sistema en funciona­ miento. M ás aúrp"estas nociones suelen revertir sobre el sistem a,_y_ la ideología se convierte eñ~uncTde ios datos q ue los_ procesos de adaptación deben tener en cuenta.

4 Para dar una idea prelim inar de las complejidades que pueden surgir, tomemos un problem a abstracto de reclutam iento social. Uno de los vínculos de paren tesc_o_jnás corrientes es el reclutam iento, el cual en los grupos sociales se_basa en_eljvínculo sanguíneo (putativo o" ficticio) o en la afinidad. E l grupo que mejor conocemos es la familia nuclear, elem ental o conyugal (existen muchas otras palabras para designarlo y no se ha llegado a un acuerdo, pero la mejor parece ser «conyugal», ya que es la que expresa m enos equívoca­ mente lo que, de hecho, constituye el «núcleo» o unidad «elemental» de la organización social). Se trata de la familia consistente en un hom bre y una m ujer y los hijos que de ellos dependen; lo sim­ bolizamos así: Fox» 2

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Capítulo i 0)

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1 , AT Cl c ilángul° Se reíiere 31 varón y. naturalm ente, el círculo a la hem bra. E l signo - , o u n corchete debajo de ambos, simboliza el m atrim onio; el corchete p o r arriba de ambos simboliza la frater­ nidad; en este caso se trata de los hijos de una pareja de varón v hem bra, pero si se desconoce al padre o a la m adre o bien no se les concede im portancia, entonces podríam os simbolizar el vínculo «padres-hijo» m ediante una línea vertical, así:

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r Diagrama 2

;1 ^EPE^enta ^a_/r7^c-£o>r. Si no tuviese interés ’nndlrCar/ 1 * 5 ° T e T T p 5 5 Ó H a llE 'q m F T e trate, entonces se emplea mchaUnd T T U r° m b0)- EI falIed™ ento se representa achando a la persona fallecida con una raya inclinada, así: A 0 t í . , c u a .n tf símbolos necesitaremos; las modificaciones se expli­ caran a medida que vayan surgiendo. Señalemos que los triángulos y circuios pueden referirse a individuos o a un grupo de ellos pero ? t? Slemprc lrá ' ndica^°- E n ios diagramas anteriores, los símbolos de herm anos pueden referirse a dos individuos (herm ano y hermana)

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el I ° ! i r 0S '3 T esitra far? ilia c,on>’ue aI’ Ia 9ue está constituida por el m atrim onio de los padres. Los antropólogos la han señalado a

p a re n te s c o ,

familia y filiación

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do como la unidad «básica» y «universal» de la sociedad huffle v sin duda alguna, de los sistemas de parentesco. Sin embargo, roana¿ ’ ce una aserción de dudosa validez y utilidad, ya que es preciso r ° S Ir los hechos de modo antinatural para que encajen. E l grupo ‘ 1 elemental e irreductible lo constituyen indudablem ente la mad v sus hijos; pase lo que pase, es im prescindible que esta unidad breviva para que perdure la especie; y no es estrictamente necetio que los varones adultos estén en contacto perm anente con la Siridad madre-niño, esta unidad sobrevivirá si consigue alimentarse v defenderse por sí misma, asegurando que el niño llegue a la ma­ durez- en muchas sociedades avanzadas esto es posible y además así ocurre. Incluso en aquellos casos en que la unidad necesita la protección y los cuidados del varón no es preciso que sea el proge­ nitor de los niños el que se ocupe de ello. Si la unidad mayor es algún tipo de horda, los varones en general se ocuparán del conjunto de mujeres y niños, sin una asignación específica. Estas asignaciones, cuando existen en los grupos de prim ates, se refieren más bien al patrón dominio y a las necesidades sexuales de los machos que al cuidado y a la protección de la prole; los machos establecen una especie de jerarquía de m ando y las hembras se asignan a sí _mismas, ya sea aisladamente o por grupos, a los machos de la jerarquía (algunos machos — jóvenes o ineptos— a m enudo se quedan fuera de la jerarquía y sin compañera durante parte de sus vidas). Pueden surgir circunstancias en las que la familia nuclear sea la mejor unidad de supervivencia. E l gibón, acogido igual que los pájaros a la segu­ ridad que le proporciona el nido construido en la copa de_ un árbol, vive en una unidad de este tipo. Pero los prim ates que viven en el suelo han hecho de la horda, y no de la familia, la unidad básica de supervivencia y, dentro de la horda, existen, como grupos opera­ tivos, por u n lado, la jerarquía de los machos y, por otro, las unidades madre-hijo. D e modo similar, en el caso de ese notable prim ate terrestre que es el hom bre, ciertas circunstancias contribuyen al des­ arrollo de las unidades familiares y otras no (algunos autores sos­ tienen que la falta de estro — apetito sexual o celo— de las hem bras humanas induce a la constitución de la familia nuclear). La hembra humana es sexualmente receptiva en todo tiempo, dicen esos autores, lo contrario de lo que les ocurre a las hem bras de los prim ates, que tienen un ciclo de celo. Los prim ates machos sólo se interesan por las hem bras durante el período en que ellas son receptivas, y, por tanto, no existe un lazo sexual perm anente. N o ocurre así, sin embargo, con las hem bras hum anas, y, por consiguiente, puede existir una unión perm anente. H ay algo de cierto en este argum ento,

Capítulo i

pero creo que se sobrestim a al varón hum ano a la vez que se sub­ estim a las tendencias de unión de los prim ates (se trata, de todas form as, de un problem a demasiado complejo para que nos extendamos aquí sobre él). Porque la familia parezca ser la unidad predom inante, no_ vayamos a pensar que es la «natural» o j a básica; tomemos, p o r ejemplo, el caso bien conocido de (goliginia,. en que un hom bre tiene varias esposas que a m enudo viven en cabañas distintas y a veces en diferentes lugares del país; se le ha considerado como una «serie de familias nucleares unidas con un 'p adre’ común». ¿Qué sentido tiene esta afirmación? A quí los «hechos» consisten en que existen varias unidades m adre-niño y que el responsable de todas ellas es un macho que, por decirlo así, circula entre ellas. E n otros casos no existe la institución del m atrim onio y la unidad madre-niño «o es atendida por el compañero o los compañeros de la madre. Existe sobre este asunto una gran confusión, y siempre debemos tener el m ayor cuidado para saber qué entiende un autor por «familia nuclear». E n todas las sociedades el apaream iento está más o menos regularizado; muchas veces, una hem bra sólo tiene un compañero; con m ayor frecuencia, las circunstancias perm iten que la hem bra y su com pañero sexual constituyan una U nidad dom ésncií,"viviendo bajo un m ismo techo y criando a sus hijos conjuntam ente: pero- ;ste es un arreglo sum amente variable; a veces los varones pasan todo el tiem po juntos, asociándose sólo brevem ente con las hembras; otras veces, la hem bra tiene mas de un compañero, pero ninguno se asocia con ella dom ésticam ente; a veces el acceso sexual a una hembra se lim ita a un solo varón, pero, aun así, no constituye una unidad doméstica con la hem bra, etc.; a veces, aunque el modelo «un varón, una hem bra» está regularizado y el varón es el «padre reconocido» de los hijos de la hem bra, esta unidad se pierde dentro de otra mayor, de la que sólo puede ser separada artificialm ente. Así, por ejemplo, puede darse una «unidad» de varias «m adres» y sus hijos, a la que están asociados los varones, Pero esta unidad no está nece­ sariam ente constituida por familias nucleares «vinculadas» entre sí. Sólo puede sostenerse la «universalidad» de la familia nuclear median­ te las definiciones mas amplias y libres, e ignorando las «excepciones». ^ E n cualquier caso, la familia nuclear tiende a ser derivada y no basica, razón por la cual he preferido la denominación «conyugal». La unidad basica es la m adre y el hijo, cualquiera que sea la forma en que aquélla fue fecundada. E l que un varón se una o no a la madre de un modo mas o menos perm anente es algo sujeto a variación. La unión puede variar desde no existente, a través de muy dudosa, hasta bastante estable. E l vínculo m adre-niño es inevitable y viene

p u t e s c o , familia y filiación

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1 vínculo «conyugal» es variable. Existen otras formas de dado; e bJema ¿ e ja supervivencia que no son m ediante la insti■ alización del vínculo conyugal, y, cuando lo encontremos firW m e institucionalizado, deberíamos preguntam os por qué sucede “ í vez de darlo por sentado. E n el m undo animal en general ■ suficientes variaciones de estas pautas como para que nos 6X1 internos qué presiones selectivas han conducido a las diversas Pir e « c l e arreglos familiares. Sólo debemos adm itir lo que manifiés­ t e n t e viene «dado», por ejemplo, que las mujeres gestan y crían „Ifins- aue al padre se le pueda convencer o no a que se quede en 1 hoaar es otro problem a. Si todo lo que los defensores de la teoría dé la familia nuclear quieren señalar es que en la sociedad humana existe por lo general un patrón norm al de apaream iento, de forma que el niño suele tener tanto un padre reconocido como una madre evidente, entonces, concediendo algunas excepciones, estaría de acuerdo con ellos. Sin embargo, proclam ar la unidad marido-esposa-más-hijos de esposa el núcleo de toda sociedad humana, es decir, la más básica de todas las instituciones hum anas, es intro­ ducir, de una manera forzada, categorías en medio de los hechos. Y lo* que tenemos que hacer es ver exactam ente qué arreglos se efectúan, sin prejuzgar la cuestión. Resulta difícil com prender por qué los antropólogos expresan esta afirmación, salvo que algún e g o ­ centrismo moral les Heve a ello. (H istóricam ente, el argum ento de la familia nuclear procede de la teoría de los «orígenes patriarcales»; por tanto, cuando analicemos los sistemas patriarcales se aclarará por que sucedió así. _ . Puede que esto parezca no venir al caso, pero realm ente es fundamental; ya que, si iniciamos el estudio del parentesco con nociones preconcebidas acerca del carácter básico de la familia nu­ clear, nos encontrarem os perdidos antes de comenzar. D onde se da una auténtica familia nuclear generalm ente existen buenas razones para ello, y hay que exafninar el hecho de su preponderancia. Pero incluso esta preponderancia sólo se podrá explicar si partim os de la unidad más básica, la m adre y el niño. Como ya hemos visto, es ai agregar a esta unidad el vínculo «conyugal» de marido-esposa cuando surgen los «padres» y las familias nucleares (o m ejor, «conyugales»).

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Capítulo i

5 E l reclutam iento del «padre» p o r el grupo madre-niño cons­ tituye entonces una form a de reclutam iento y es afín. Pasemos ahora a explorar la lógica de algunas formas de reclutam iento «consanguí­ neo» que nos conducen más alia dedos sim ples lím ites de la familia ajam-hu o He lo s grupos de p arentesco extensos como ia gens, el clan yTáTfratrui, 'q u e tan to fascinaron a ;Morgan?) Los antropólogos los clasificarían como «grupos de filiación», es decir, aquellos^ grupos cuyos m iem bros pretenden descender de u n antepasado común. Se supone que en un deieím ínado" m om ento el grupo fue fundado por una persona real, un héroe m ítico o un animal y que todos sus miem bros descienden de dicho fundador. Como ya sabemos, los iraqueses trazaban la filiación p o r la «línea m aterna», m ientras que los rom anos se atenían a la «línea paterna». Examinemos esto más a fondo a la luz de nuestros cuatro principios. Volvamos a nuestro grupo básico de m adre e hijos y supongamos que poseen un territorio o cualquier otro patrim onio (real o inma­ terial); este patrim onio puede ser explotado por un núm ero limitado de personas y nuestro grupo desea reclutar a estas personas, a la vez que ser él mismo el que se consiga la perpetuación y el recluta­ m iento de nuevos miem bros a p artir de las bases del parentesco; ¿cómo puede lograrlo? T an pro n to como la m adre ya no puede quedar embarazada y, por tanto, no puede proporcionar nuevos m iem bros, nos quedan sólo ios herm anos y las hermanas como unidad básica de perpetuación.

hermanas o

h

Parentesco, familia y filiación

ranees se infringe el principio 4 (prohibición del incesto); pero en ^ ^ hermanas deben ser fecundadas es preciso que ¿e m a n e u ^ hombres distintos de sus hermanos, por lo que hay lo sean p una soiucinto en la familia de muchos niños de igual sexo, indudablenaaílU aumentaría las posibilidades de procrear extrafam iliarm ente. nieIn e esa m anera, la teoría afirm a que los hom bres más prim itivos incapaces de com eter incesto a m enuda, aunque lo deseasen. E n P atologías más simples (y en nuestros días existen algunas), la mayoí de las personas se aparean la mayor parte de las veces fuera de la familia no a causa del problem a de la procreación intrafam iliar, í h rivalidad, sino, sencillamente, para poder hacerlo. De nuevo esta teoría presupone muchas cosas, generalm ente con justificación, acerca de las condiciones sociales y biológicas de los seres humanos más prim itivos. Algunas de estas hipótesis — como la necesidad de una división sexual del trabajo y el efecto de la lactancia sobre el embarazo— quizá no estén justificadas, pero la teoría tiene cierto atractivo por su m ism a simplicidad. Existen hechos de la vida prim itiva del hom bre que ninguna^ de estas teorías tiene en cuenta. P or ejemplo, ya vim os en el capítulo 1 que todos los primates que viven en hordas se rigen por una jerarquía de mando, y que los machos que las com ponen monopolizan las hem bras; la mayoría de los machos jóvenes ineptos quedan al m argen de la horda y se les excluye del proceso de apaream iento. P o r si mismo, esto debió contribuir a evitar la procreación intrafam iliar, pero las ^partes en juego eran machos jerárquicos contra no jerárquicos, mas que «padres» contra «hijos» dentro de una familia nuclear. Las hem bras se movían por la escala jerárquica, convirtiéndose las de mayor alcurnia en consortes de los machos dom inantes, pero éstas tam bién podían caer en desgracia, lo cual debió facilitar tam bién el aparea­ miento ocasional, y ninguno de estos procesos implica un tabú de incesto. Unicam ente en una etapa del desarrollo cultural, cuando han cristalizado los grupos familiares estables, es cuando se hace im pres­ cindible instituir el tabú del incesto a gran escala (por ejemplo, abarcando a todos los m iem bros de la familia), ¿Qué podemos decir acerca de las condiciones sociales y biológicas de aquellas épocas? T anto la teoría demográfica como la de la selección natural suponen que las consecuencias de evitar el incesto tenían ventajas de adaptación superiores y de mayor alcance que símplefiiente prevenir la procreación intrafam iliar. Existió la ventaja social

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Capítulo j

de forjar núcleos más amplios de alianzas para la defensa y para Ja cooperación económica. D e esta m anera, en las sociedades basadas en el parentesco nos dice el argum ento de la selección natural que el tabú se m antuvo gracias a estas ventajas. E l argum ento demográfico Er. presenta así: como desde los tiem pos más rem otos los hombres han procreado fuera del círculo fam iliar, establecieron toda una serie de instituciones a nivel de parentesco que implican la procreación extrafam iliar y que son inherentes a ella. A medida que fue autnentando la complejidad tecnológica, la esperanza de vida se extendió y la m ortalidad infantil y dem ás barreras que se oponen al incesto fueron desapareciendo progresivam ente. E n muchas sociedades de nuestros días, por tanto, el incesto sería absolutam ente viable para quien lo deseara, es decir, esa persona podría tener un compañero para ello. Pero, en cierto modo, ya es demasiado tarde; hemos levan­ tado nuestras sociedades sobre la premisa de que se procree fuera de la fam ilia y no resultaría fácil invertir los térm inos. E l progreso que hemos analizado es, desde el p unto de vista de la evolución, muy reciente, p o r tan to , el tabú perdura; pero ambas teorías admiten la posibilidad de que no tiene p o r qué perdurar para siempre. N aturalm ente, hay muchos ejemplos de sociedades en las que o se perm ite el incesto o incluso se im pone a ciertos sectores de la población (quizá esto desm ienta la idea de que la gente «ve» los nocivos efectos y, por tanto, prohíbe el incesto.) Según la teoría de­ mográfica, cuando se extendió la posibilidad del incesto, la mayoría de las sociedades persistieron, sin embargo, en su establecida costum­ bre de aparearse fuera del círculo fam iliar, pero, en ciertos casos en que las ventajas no eran tan obvias y en que pudieron derivarse bene­ ficios de la procreación intrafam iliar, ésta se toleró e incluso se fa­ voreció. (P or ejemplo, las familias reales o los cultos religiosos deseo­ sos de preservar la exclusividad de la sangre podrían practicar el m atrim onio entre herm anos y herm anas.) De este m odo, la teoría demográfica relaciona hábilm ente los orígenes y la persistencia del tabú del incesto. Tam bién sigue esta dirección la teoría de la selección natural, se­ gún la cual el origen del tabú se debe a sus ventajas selectivas, pero ofrece asimismo im portantes consecuencias sociales que llevaron a que perdurase. Existe, además, o tra conclusión de la que se separa esta teoría, y es que el largo proceso de selección natural pudo haber creado una criatura dotada de algo semejante a un instinto de pro­ creación extrafam iliar. Creo que la dificultad aquí es que lo que je produjo no fuera necesariam ente un instinto específico. Se ha ridi­ culizado la idea de que exista un instinto específico, quizá con razón,

£j problema del incesto

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pero creo posible que un proceso de selección, digamos de un millón y jnedi° de años, bien pudo dejar marcada su im pronta. Lo que cris­ talizó quizá no fuese necesariamente un instinto de aversión hacia el incesto , ya que resulta muy difícil establecer la pista. Si, por ejemplo, a un niño recién nacido se le separa de sus padres, ¿cómo sabría a quién debe evitar más tarde? Sin embargo, lo que se ba producido es un síndrome de características biológicas que rodean al impulso sexual y al más im portante mecanismo de la evolución: la conciencia. Uno de los aspectos más im portantes del hom bre reside en su relativa falta de especialización, es decir, su libertad para el dominio de los instintos particulares, lo cual, si bien le proporciona grandes ventajas, le quita, sin embargo, la seguridad que fluye de ser dirigido por ellos. Para reemplazar esta seguridad, el hom bre desarrolló el mecanismo autoinhibitorio de la conciencia. E l grupo — la sociedad— es la unidad de supervivencia del hom bre y, para que perdure, es pre­ ciso que sus miembros se atengan a aquellas costumbres y normas que a través del tiem po se ha com probado que facilitan la perdura­ ción. E ntre los animales esto queda asegurado por el desarrollo de instintos adecuados; en el hom bre es su capacidad para inhibir los deseos personales en aras de las norm as del grupo lo que opera en igual sentido. E sta capacidad se aloja en el sistema nervioso central y faculta a los hom bres para inhibir sus propios impulsos y les condi­ ciona para aceptar las normas aprendidas; la culpabilidad (por leve que sea) es el aviso que le recuerda que está infringiéndolas. ¿Cómo se relaciona todo esto con el incesto? Si la teoría de la selección na­ tural es correcta, durante muchos miles y hasta cientos de miles de años sólo lograron sobrevivir aquellos grupos que instituyeron el tabú del incesto. P o r tanto, debe haber habido grupos cuyos miembros lograron un grado extraordinario de adaptación en la esfera sexual y en la conducta agresiva. E l sexo es un im pulso hum ano muy intenso y, sin embargo — y aquí está la dificultad— , de gran maleabilidad. Es posible influir en él m edíante los mecanismos autoinhibitoríos de la conciencia, quizá porque al ser de tanta intensidad genera en el sistema nervioso una reacción inhibitoria contra él. Tam bién la agre­ sividad es una propensión hum ana similar. Los grupos que sobrevi­ vieron debieron ser los que se com ponían de individuos de elevados impulsos agresivos y sexuales (impulsos relacionados entre sí), ya que sería éste el modo de sobrevivir y propagarse. Dichos impulsos, S|H embargo, podían ser contenidos por fuertes mecanismos inhibito­ rios y las sanciones íntimas de culpabilidad y rem ordim iento. Sólo asi podían haberse contenido los impulsos sexuales hacia otros miemros de la familia, así como la agresividad de los varones jóvenes hafox, 3

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CaPÍtul0 2

cia los de más edad. (El que esto parezca funcionar peor entre pa(Jr e hijas coincidiría con nuestras ideas acerca de la sociedad prot^ humana y la naturaleza de la familia conyugal.) D e esto no tenp' ninguna evidencia directa, pero parece más fácil inducir la culpab¡i¡ dad ante el sexo que ante cualquier otro impulso (aquí no considero el ham bre), y la agresividad vendría en segundo lugar. Es un hecho fisiológico que el control cortical de la actividad sexual distingue a los grandes monos y al hom bre del resto de los animales. Así, partiendo de esta extensión, probablem ente indebida, de la teoría de la selección natural, podríamos argüir que existió un sín­ drom e de conductas genéticam ente determ inadas que hizo al ser hu­ mano pubescente, en particular, susceptible a la culpabilidad y a otros modos de condicionar los impulsos agresivos y sexuales. Aun cuando esto no resultaría en un instinto específico anti-incesto, es, sin e&bargo, conjunto de reacciones instintivas que pudieron facilitar el desarrollo de las inhibiciones con respecto a la sexualidad familiar y, por consiguiente, llevar a la supervivencia de las poblaciones que lo adoptaron. Creo que todo lo anterior sirve como réplica parcial al argum ento de «por qué se necesita el tabú, si ya existe un instinto contra la práctica del incesto». E n todo caso, a medida que sabemos más sobre los instintos, mejor comprendemos que los «instintos» son realm ente potenciales respecto al com portam iento y que necesitan «desencadenadores» — estím ulos del medio am biente— para su plena realización. E n una criatura tan maleable como es el hom bre podrían actuar muchas circunstancias que previnieran la adecuada puesta en marcha de esos mecanismos inhibitorios y, p o r tanto, hicieran posible el incesto. P o r consiguiente, el resto de la población puede muy bien sentir la necesidad de aplicar algún tipo de sanciones para evitar que ocurran actos p o r los cuales ya saben que sienten «culpabilidad» y que, por tanto, deben ser incorrectos.

5 Es m enester que profundicemos más sobre la maleabilidad de los seres hum anos, ya que creo que ello nos servirá para explicar el mar­ gen de variación de las reacciones ante el incesto que indicamos ante­ riorm ente. Si aceptamos, de una u otra de las teorías del origen, que el hom bre «se quedó» con el tabú del incesto, incluso sin percatarse de por qué lo había originado, todavía tendrem os que explicar pot qué existe, al parecer, un amplio margen de variación en el interés puesto en perseguir a los infractores, en el horror que causa e inclusa

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E1 problema del incesto la

l a x it u d

que se perm ite existir acerca

de

muchos aspectos de su

^'^Señ alemos ante todo que no es conveniente englobar todos los stos en un mismo apartado, como hacen muchos autores. Con se ignora el hecho crucial de que las tres posibilidades (padree IV- hermano-hermana y madre-hijo) difieren en muchos aspectos; la diferencia más manifiesta está entre el incesto intergeneracional y el incesto fraterno. E n los casos intergeneracionales tenem os la interac­ ción de organismos ya maduros con otros que están m adurando du­ rante un largo período; en los fraternos, la de dos organismos en maduración. La siguiente diferencia en orden de im portancia es la existente entre las situaciones madre-hijo y padre-hija. Esto nos re­ trotrae de nuevo a nuestros análisis de la familia conyugal y de los distintos lugares que ocupan el padre y la m adre en relación con sus hijos. Dichas diferencias se reflejan en proporciones conocidas de ocurrencia. Por razones obvias resulta difícil precisar esas proporcio­ nes, pero, por lo que he leído sobre el asunto, parece que la de padrehija es la más corriente, ya no lo es tanto la de herm ano-herm ana y es rara o inexistente la de madre-hijo. E n este últim o caso parece razonable, porque cuando el varón alcance la madurez, probablem ente no deseará tener nada que ver con una m ujer relativam ente de edad. Naturalmente, esto no será tan cierto en las sociedades avanzadas, en las que se llega antes a la pubertad y las mujeres se conservan mejor durante más tiempo, pero aquí, como en otras sociedades, el padre seguramente se im pondrá para evitarlo. La relación hermanohermana está particularm ente expuesta a variaciones en la experien­ cia de formación de la sociedad. Sin embargo, la de padre e hija es la que está más expuesta a las posibilidades incestuosas. A quí no es­ torba ni la edad relativa ni la autoridad, y esto se ve en el núm ero de casos. Pero todas son relaciones maleables, y su contenido sexual se puede elevar o reducir m ediante una serie de condiciones socioculturales. Como hemos visto, el com portam iento sexual se basa en un impulso tan aprem iante que es particularm ente susceptible de ser condicionado. P or ejemplo, sospecho que esas sociedades que arm an grandes alborotos por el incesto — quemando en la hoguera a los tranagresores y cosas por el estilo— tam bién darán exagerada im por­ tancia a otros actos sexuales. Por otra parte, las sociedades que se niuestran relativam ente indiferentes ante el incesto, probablem ente üevan una vida sexual muy poco m esurada. El precio que pagamos P°r la maleabilidad y la condicionabilidad de nuestros impulsos se­ xuales es lo que Freud denom inó las «vicisitudes del id», el hecho

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títu lo

2

de que nuestra sexualidad es capaz de un alto grado de variació de perversión. 11 í Un aspecto que he estado subrayando en este capítulo es qüe incesto se ha eludido m ucho más que im pedido; rara es la vez qUe han necesitado terroríficas sanciones y horrores supersticiosos h ** im pedir que las personas com etan incesto; parecen evitarlo de toda^ form as; lo rechazan porque no lo quieren. Es necesario explicar sanciones, pero, como hem os visto, no se relacionan con lo qüe ] gente piensa sobre el incesto. Parece que se ha propagado la creencia popular antropológica de que todas las sanciones contra el incesto son terribles, pero no es así. Algunas son extrem adam ente benignas y en algunas sociedades todo se reduce a la acción de la conciencia y del castigo autoinfligido. E n muchas sociedades existe simplemente indiferencia, esto es, el sentim iento de que sólo los pobres de espíritu desearían acostarse con sus herm anas; es «repugnante», y a tales personas quizá se les dé un poco de lado, pero nadie se acalorará por ello. A hora bien, si generalm ente se elude el incesto, ¿cómo soluciona­ mos el problem a planteado (tanto para la teoría del «instinto» como para la de que la «fam iliaridad genera la indiferencia») de que si el incesto se elude, por qué se necesitan las sanciones? La contestación es que no siempre existen tales sanciones y que la evitación nunca es total. El hecho de que la m ayoría de los hom bres sean heterosexua­ les, no excluye la existencia de homosexuales. Lo mismo ocurre con el incesto; siempre habrá una m inoría que desee practicarlo, aunque no ocurra así con la mayoría, y la m inoría ha de ser m antenida a raya. Cada año se cometen m uy pocos asesinatos, pero no por eso dejamos de tener rigurosas penas contra los asesinos. La verdad es que la ma­ yoría de la gente no asesina a otras personas y nuestras instituciones se basan en que así sea. Asimismo, la mayoría de la gente no comete incestos y nuestras instituciones (especialmente las de las comunida­ des prim itivas) lo dan p o r supuesto. P or consiguiente, es preciso es­ tablecer sanciones por leves que sean, a fin de m antener a los infrac­ tores a raya. El rigor de las mismas probablem ente dependerá del rigor que prevalezca en la com unidad que las prom ulga y, como diji­ mos, de la naturaleza relajada o llena de ansiedad de su vida sexual. La peor pista falsa de este tortuoso debate ha sido probablemente centrar en las sanciones la explicación. Yo diría que es más corriente evitar el incesto que impedirlo ac­ tivam ente, y todavía añadiría otra premisa: que las relaciones sexua­ les entre parientes prim arios no son distintas de las que se dan entre personas que no son parientes. P o r tanto, yo no aceptaría, como ya dije, el concepto de un instinto específico respecto de la vida sexual

£1 problema del incesto

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f miliar. Con ello quedan invalidadas las nociones tanto de evi«natural» como de deseo incestuoso «natural». Lo único distaCÍ° nentre los miembros de una familia es su estrecha convivencia, ti"10 cambios que pueda haber en esta convivencia son los que detery. s¿ habrá o no indiferencia hacia el incesto o si causará horror. ^ P o d e m o s quizá elegir dos tipos extrem os. E n el prim ero, el pro­ de formación de la sociedad es «fácil»; a los herm anos se les ^ m i t e una gran fam iliaridad entre ellos, y lo mismo ocurre entre pEj res e hijos; por este m otivo, se em bota la atracción sexual entre Pf! __se reduce, por así decirlo, a un bajo nivel— y m ientras exis­ tan abundantes objetos sexuales que no sean los miembros de la familia, la prole de esta últim a, al llegar a la pubertad, elegirá volunta­ riamente tener relaciones sexuales fuera del círculo familiar. Lo difí­ cil de explicar es por qué ese em botam iento de la atracción sexual (que parece darse con mucha frecuencia). A nteriorm ente sugerí que lo producía la pura interacción física (como sabemos que sucede con el animal) o bien el hastío. La prim era condición depende de argu­ mentos fisiológicos que pueden ser erróneos, pero la segunda es el mismo alegato de que la «fam iliaridad engendra la indiferencia». Afirma que generalmente quien inicia la interacción sexual es el macho y que éste, cuando menos el prim ate macho (aunque no es el único), medra con variedad de estímulos. La repetición de idénticos estímulos sexuales conduce a la «saturación de estím ulos» o, por así decirlo, al hastío. Después de cierto punto, el animal no se encela. Los criadores de ganado lo com prueban con el vacuno y con los animales de los parques zoológicos, y los hombres que insisten para que sus esposas cambien con frecuencia de peinado, probablem ente reaccionan in­ conscientemente ante este mismo problem a. C ualquiera que sea el correcto de todos estos puntos de vista, o de las combinaciones que con ellos se pueden hacer (no puedo entrar aquí en más detalles) al llegar los miembros de la familia a la pubertad surgirá una indife­ rencia espontánea entre los sexos opuestos. Probablem ente la menor intimidad entre miembros de la familia se da entre padre e hija y, por tanto, el síndrom e no operará sobre ellos con la misma eficacia que sobre los demás. AI extremo opuesto tenemos un tipo en que la vida sexual de la familia no resulte fácil. Por lo que fuere, en la familia puede que haya una atm ósfera de gran pudor y gazmoñería, por lo cual sus jniembros serán como «extraños» entre sí. E n tales circunstancias, al negar a la puertad, se hallarán sexualm ente en la misma posición es d ec‘r> con quien descendiese por vía m aterna de un antepasado común. Antes acordamos aceptar esto de m om ento, pero ahora resulta fácil ver sus efectos. Desde el punto de vista del indivi­ duo, todos los miembros de la unidad en que nació (excepto los es­ posos que se han añadido a ella) se relacionan con él matrilinealmente; por tanto, no puede casarse con ellos y tendrá que buscar su consorte fuera de la unidad. d e s a r r o llo

4 Me he ocupado aquí de algunos ejemplos m atrilineales, porque seguramente son los menos conocidos para el lector, pero una vez más advierto que en su conjunto no son ejemplos típicos de todos los sistemas m atrilineales. Teniéndolo en cuenta, volvamos a la p ri­ mitiva situación de los shoshone y veamos qué clase de im pulso pue­ de encaminarles en la otra dirección. Vimos que los herm anos prefe­ rían quedarse en el mismo territorio, pero que el medio am biente no les perm itía constituir bandas, excepto en muy contadas ocasiones cada año. Pero supongamos ahora que no fuese así, que el medio ambiente perm itía sostener bandas de treinta a cien individuos. ,StewártT'ha establecido con bastante exactitud las bases ecológicas de la «banda patrilocal» y lo mejor que puedo hacer es resum irlas aquí: 1. Densidad de población de un habitante por milla cuadrada, o incluso menos, con una tecnología de caza y recolección en áreas en que escasea el alimento. 2 . E l alim ento principal es la caza diseminada y que no emi­ gra, por lo que a los hom bres les resulta ventajoso quedarse y explotar el terreno en el que nacieron y que conocían a la perfección. 3. T ransporte lim itado al ser humano. 4. Extensión del tabú del incesto de la familia biológica a la familia extendida. Esto se refiere, por supuesto, a la am­ pliación de las restricciones exogámicas. Es discutible que se pueda hablar de si se «extiende» o no el tabú del incesto; pero lo que realm ente interesa es que los miembros de la banda tienen que hallar cónyuges fuera de ella.

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GrUP°s locales y §ruP0S de filiación Capítulo 3

La tendencia general en este caso es que los hom bres perm can juntos, a fin de a p ro v e c h a rja c a z a del territorio. E n circunst^' cías como las que describe % w a n í ¿ y que se dan en muchos W del ^mundo, el grupo más adecuado para sobrevivir, y posiblem el único, es la banda patrilocal. E n cierto modo, quizá sea éste” ? grupo hum ano más prim itivo (nuestro caso 3), y probablemente f la unidad social de nuestros antepasados paleolíticos que vivían d e T caza y de la recolección. P or t a n ^ ^ t e grupo no surge solament en las condiciones esbozadas por. Q ue las hem bras estén juntas y los varones dispersos, C. Q ue los miembros varones estén juntos y las hembras dis­ persas. D. Q ue todos los m iem bros estén dispersos. Podem os suponer que es ventajoso el que los miembros estén en contacto entre sí, — de no ser así, tendrían dificultades en tom ar deci­ siones y en controlar la propiedad común — de modo que la solu­ ción A sería claramente la mejor. E ste es precisam ente nuestro caso 1 (pág. 75), en el que grupo consanguíneo m atrilineal y grupo resi­ dencial son una misma cosa. Todos los aspectos señalados para este caso serían válidos en esta disposición; deja intacta la unidad m atrilineal y reduce el papel de «esposo» a com pañero sexual; los m aridos, en efecto, simplemente fecundan a las mujeres en nom bre de los hom bres del matrilinaje; no viven con la m ujer ni se benefician de sus servicios domésticos; los servicios reproductores de las mujeres todavía se hallan bajo el control de los hom bres del m atrilinaje, es decir, los «hermanos» y los «tíos». N aturalm ente, estos hom bres m antendrán relaciones se­ xuales con mujeres de o tro grupo, similar, pero perm anecerán ligados al suyo propio; aquí carece de im portancia la paternidad y realmente nadie se preocupa de cuántos «esposos» tiene una mujer. Sólo problemas de celos sexuales o nociones de propiedad pueden limitar y poner orden en las relaciones de apaream iento. Este dispositivo solu­ ciona el problem a esencial del m atrilinaje: cómo conseguir que los

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Grupos de filiación unilineal

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g ru p o de r e s id e n c ia

g ru p o de f ilia c ió n

Diagrama 16 miembros permanezcan juntos y en contacto, aunque este contacto está siempre amenazado por los principios 1, 2 y 4. Como hemos visto, los hermanos no pueden fecundar a sus propias herm anas, por lo que hay que im portar hom bres que cumplan esta función. Esta importación es un desafío constante para los herm anos, pues los «ma­ ridos» quizá se entrom etan demasiado. E l principio 3 significa que los varones del linaje quieren tener autoridad sobre sus mujeres y sobre la propiedad; para conseguirlo, lo mejor que pueden hacer es vivir en su tierra (si es esa la propiedad) y que sus mujeres esten a su lado. Después de todo, ellas les facilitan herederos y sucesores, y siempre es conveniente tener a éstos cerca desde el principio. La solución natolocal aúna todos estos fines: es la forma clásica de resolver los problemas que plantean los cuatro principios, dentro del contexto de la filiación matrilineal. Pero aquí debemos recordar nuestra prppk_adyertencia y no co­ locar « e te r n o » , de l a M á c iá n uniUneal, delante del. «caballo» de la residencia. Veamos algunos ejemplos de este tipo de agrupación y observemos qué nos sugieren. Señalaremos de pasada que en este caso la familia nuclear no está en niguna parte, simplem ente no existe; se puede muy bien decir que es una «excepción», pero no difiere de otras organizaciones en las que la familia nuclear es una unidad secundaria y derivada.

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Capítulo

4

Los ejemplos son muy escasos; el más notorio es el sistema de los nayar de M alabar, al suroeste de la India. Los nayar eran una casta de guerreros cuyos hom bres, al llegar a la edad m ilitar, se dedi­ caban plenam ente al ejército, perm aneciendo la mayoría del tiempo en el cuartel o en la guerra. Las jóvenes a m enudo se iban a servir a casa de un brahm án, siendo frecuente que se convirtieran en sus concubinas, lo que ciertam ente se consideraba como un gran privile­ gio. Al term inar el servicio m ilitar, los hom bres regresaban al «ho­ gar», es decir, a la casa en que habían nacido; las muchachas que habían nacido tam bién en él, lo consideraban como una base perma­ nente y term inaban por vivir allí todo el tiempo. D e este modo surgió un hogar consanguíneo, que encaja perfectam ente con nues­ tro ejemplo. E n tales condiciones resultaba muy difícil mantener relaciones m aritales estables, y por eso nació el tipo de residencia natolocal. Al terreno donde se había edificado la casa se le conocía por taravad, y la unidad que en ella residía pasó a denominarse del mismo modo. Los taravad representaban a un linaje que formaba parte de u n clan, ya que los nayar habían desarrollado naturalmente un sistema de agrupación m atrilineal. E l clan era principalm ente una unidad religiosa, y todos los m iem bros rendían culto a una diosa del clan. El mayor de los herm anos guerreros de un taravad — el primero que term inaba el servicio— pasaba a ser el jefe del grupo. Los taravad poseían tierras y ganado y los hermanos efectuaban las tareas bajo el m ando del jefe. M ientras tanto, las mujeres de los taravad iban teniendo niños, quiénes después, una vez cumplido el servicio m ilitar, ocuparían sus puestos de varones trabajadores de la unidad. Fecundar a las mujeres no era un acto casual. Como hemos visto, las muchachas podían muy bien tener criaturas con los aristócratas brahm anes, pero, antes de llegar a la pubertad, las «casaban» con un hom bre de un linaje con el que el suyo propio m antenía relaciones especiales. Después, este «m atrim onio» era disuelto y la m ujer podía tener hasta doce «am antes» o esposos tem porales. Se ha descrito esto como u n sistema de poliandria, pero por tratarse de uniones relativa­ m ente poco perm anentes y no residenciales, nos parece que designarlo como una form a de «m atrim onio plural» es ir demasiado lejos. Quiza tantos amantes parezcan demasiados, pero, como muchos de ellos se hallaban fuera cumpliendo sus deberes m ilitares, el mayor numero era como una reserva que aseguraba el funcionam iento de esta solu­ ción, Estos hom bres tenían derecho a visitar a sus «esposas» y, sl uno de ellos al intentar visitarla veía delante de la casa una lanza o un escudo de otro, se marchaba y lo intentaba la noche siguiente-

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Grupo 3 de filiación unillneal

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H e aquí el caso clásico en que un sistema de residencia y pro­ piedad coincide con las instituciones matrilineales. El linaje, por ejemplo, puede escindirse y seguir creciendo; a veces el taravad crecía demasiado y algunos miembros lo abandonaban y fundaban uno nue­ vo, conservando, sin embargo, las relaciones y reuniéndose para el culto. Existían tam bién ciertas responsabilidades de carácter colec­ tivo por la conducta de sus miembros. Por ahora ignoramos si los nayar desarrollaron de hecho sus instituciones matrilineales partiendo de la base residencial (que a su vez era resultado de su papel m ilitar especializado), pero para crear un sistema de grupos de filiación no les quedaba más opción que hacerlo matrilineal. El ejemplo más inm ediato, aparte de los nayar, de este modo de agrupamiento lo hallamos entre los m enangkabau, de Malaya, quienes también se rigen por el sistema m atrilineal. Se aproximan asimismo a este m étodo los conocidos ashanti, de G hana, pero su caso es com­ plicado y parece consistir en una amalgama de varias soluciones. Los ashanti se han hecho célebres en antropología por lo que se ha de­ nominado la solución del «esposo visitador». V irtualm ente es igual al método de los nayar. Se dice que cualquier noche, en u n poblado ashanti, se ven niños que corren entre las casas llevando platos y escudillas con alimentos; los llevan de casa de la m adre a la del patdre, el cual estará en otra casa con su madre, sus herm anas y los hijos de éstas. Observamos en seguida ciertas diferencias respecto a los nayar; en este caso los niños tienen un padre conocido y la madre, cuando menos, tiene que cocinar para él. Los ashanti viven en poblados y, por consiguiente, las casas se hallan muy cerca y esta solución es factible. Salta a la vista que el vínculo entre los consortes es más sólido que en M alabar; ha habido una mayor «intrusión» por parte del marido: puede ser más exigente. Incluso, en muchos casos, los ashanti pueden llevar a sus esposas a vivir con ellos, Pero la dificultad está en que sus hijos no son suyos, pertenecen al linaje de su esposa, de forma que en algún m om ento deben regresar a la casa de dicho linaje, donde viven ios hermanos de la madre. E sto aminora la im portancia de la familia nuclear de los ashanti, la mayoda de las veces de corta duración, term inando con que la m ujer se vuelve a casa de su madre. Tanto los ashanti como los nayar (al igual que los m enangkabau) son pueblos relativam ente complejos y avanzados, y puede ser que este tipo de solución corresponda más bien a este nivel que no a la etapa de caza, recolección y agricultura en pequeña escala. E n estas ^tapas, la solución matrilocal es más corriente, con grupos de filiación estructura más relajada. La «propiedad» de las mujeres no es de

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CapítuiQ 4

gran valor y, p o r tanto, los hom bres tenderán a m olestarse men . por controlarla. Si escasea y aum enta su valor (o tam bién si abund° y aum enta su valor), entonces alguna form a de control será neces * ria, y podría surgir una solución sem ejante a la de los n a y a r lo" hermanos estarán menos dispuestos a abandonar el hogar y arbitrarán el m odo de perm anecer en las tierras del linaje. Para que así suceda será m enester que los asentam ientos sean mayores o que el transporte resulte más fácil. Pero cabe imaginar situaciones en las que se des­ arrollen hogares consanguíneos sin pasar p o r el período matrilocal' E n una isla celta que conozco desde hace años, la costum bre era qué los hom bres y las mujeres celebrasen el m atrim onio según el rito católico, pero luego no vivían bajo el mismo techo; el hom bre per­ manecía en su hogar natal y la m ujer en el suyo. Muchas deben haber sido las razones que lo im pusieron, y una de ellas fue seguramente la lealtad fraterna — es decir, el sentim iento de que el vínculo fraterno es más fuerte que el que m edia entre consortes— , así como el no querer perturbar el orden hogareño cuando las personas se casan tardíam ente. Como se trataba de una com unidad con muchos habi­ tantes resultaba factible la situación del «m arido visitador»; no ha­ bían surgido instituciones m atrilineales, pero ya estaban sus raíces. Este ejemplo dem uestra que sí conseguimos hallar el hogar consan­ guíneo sin m atiz m atrílineal, entonces sería demasiado cómodo suge­ rir que dicho hogar debe ser el resultado de la tendencia matrilineal. 2 La segunda solución de nuestra lista — m antener a las mujeres reunidas y a los hom bres dispersos— corresponde, naturalm ente, a nuestra solución m atrilocal, de Ja que creemos que proceden la ma­ yoría de los sistemas m atrilineales. R epresente o no a una forma con­ veniente de organización residencial, una vez que opere un sistema plenam ente desarrollado de grupos de filiación m atrilineal, esta forma dependerá de las funciones de los grupos. Puede funcionar bien si, como sucede p o r ejemplo entre los navajos, los clanes no tienen mu­ chas funciones que rebasen la exogamia y los hom bres disponen de caballos que les perm itan viajar para visitar a sus sobrinos maternos. Por otro lado, el desarrollo de grandes poblados (como en el caso de los hopi) significará que se m antienen fácilmente los contactos entre los m iem bros del linaje. E l jsistema de los hopi com parte aspec­ tos com unesJtanto^con el sistema_matrílocal sfmpTe c o íñ b ^ ó ñ la solución nayar (natolocal); los hom bres residen parte" 3 el tiem po en sus

Grupos de filiación unilineal

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hogares nativos y parte en las casas en las que se casaron. Pero, si l o s domicilios de las mujeres se hallan dispersos, la solución matriloal es en el mejor de los casos, una respuesta parcial al problem a. Funciona m ejor en aquellos sistemas donde la organización m atri­ lineal es «débil», es decir, tiene pocas funciones, la propiedad es de las mujeres, y los hom bres se dedican a la caza, a la guerra o a ambas cosas. Los problemas del principio 3 no se presentan aquí muy difí­ ciles, porque no hay mucho que controlar; los parientes mayores de ufl hom bre serán sus tíos m aternos y pudiera ocurrir que desease asociarse con ellos para algunos propósitos, pero, por lo demás, el sistema puede seguir adelante. Sin embargo, si la propiedad que de­ tentan las mujeres llega a ser im portante y los hombres del linaje desean controlarla, entonces el problem a que plantea la dispersión podría volverse agudo; no sólo sería un problem a la propiedad, sino también la política. Como ya hemos visto, es muy corriente que los clanes o linajes se conviertan en unidades políticas. Pueden incluso ser las únicas unidades políticas, y en ese caso la sociedad se conver­ tiría en poco más que una federación de clanes o matrilinajes. E l grupo de varones «políticos» estará constituido por los del matrilinaje. Pero estos hombres no estarán juntos, sino dispersos por todo el país, en los hogares de sus diversas esposas. La naturaleza dispersa de los asentam ientos dificulta la aplicación de la solución nayar, por lo que no tendrán más remedio que recurrir a diversas soluciones de compromiso. Aquí los problemas del m atrilinaje son muy grandes. E l vínculo esencial es el existente entre herm anos y herm anas, ya que los hijos de las herm anas serán los herederos y sucesores de los varones. Sin embargo, este vínculo fraterno en la situación m atrilocal pierde algo de fuerza ante el vínculo marital. Los maridos van a vivir a la casa y disfrutan de los servicios sexual y doméstico de sus esposas, incluso aunque no lleguen a ejercer autoridad sobre sus hijos. En Africa central muchas sociedades matrilineales presentan este dilema. Básicamente proceden de una situación m atrilocal, pero se formaron y crecieron en distintas circunstancias ecológicas, lo cual influyó en la form a de su desarrollo y en si esta forma les sirve o no. Así, algunas se hallan en zonas de tierra abundante, por lo que la herencia de la tierra no constituye un problema; otras se encuentran en lugares donde aquélla escasea y en los que, por tanto, las parcelas tienen mucho valor y la herencia es de una im portancia capital. En algunas existen grandes posibilidades de amasar riqueza personal^ y la transm isión de ésta es evidentem ente un motivo de preocupación. Este últim o punto es de suma trascendencia; en un sistema matriliíox, 4

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C apítulo 4

neal-matrilocal en el que existe poca riqueza, aparte de las tierra^ que detentan los grupos de mujeres, el problem a de la herencia no es agudo; el varón no necesita m antener u n contacto muy estrecho con el herm ano de su madre; pero, si es el heredero de este último entonces variará su relación con é l E n tal caso, la potestad del her­ mano de la madre sobre sus sobrinos m aternos será probablemente muy fuerte. Si esto se combina con una situación política en la que un hom bre deba suceder en el cargo al herm ano de su madre, ese poder se duplicará. Los derechos y deberes que el tío m aterno tiene respecto a los hijos de~sú "hermana, asi como la potestaH’jfjüe sobre ellos_ejerce, se denom ina avunculado. E n la solución TíayarTño hay problem a de esta clase, pero sí en la m atrilocal, ya que el tío materno estará en otra parte. Puede suceder, y así ocurre, que su autoridad se vea m ermada y desafiada por el padre del sobrino, ya que se halla en contacto perm anente con él. Las tribus de Africa central han abordado todo esto de diversas maneras. Tomemos los yao de M alavi; son agricultores y ganaderos que viven en poblados relativam ente estables. Se dividen en clanes matrilineales, pero éstos, al parecer, tienen pocas funciones. Cada clan se subdivide en m atrilinajes exógamos denominados «pechos» (mawele). El grupo efectivo lo compone un pequeño matrilinaje for­ mado por los descendientes de una bisabuela común. Generalmente se compone de un grupo de herm anas y su prole, bajo la autoridad del herm ano mayor, constituyendo un pequeño poblado. Pero, ¿qué hace aquí el herm ano? E sta es la respuesta parcial de los yao al pro­ blema: uno de los hermanos, el de más edad, está exento de la regla de la residencia matrilocal; se convierte en jefe del poblado, investido del derecha de m ando sobre sus herm anas y los hijos de éstas; a su m uerte, le sucede el hijo mayor de su herm ana de más edad. Este herm ano privilegiado paga por su esposa y la trae al poblado a vivir con él. Sus herm anos y sobrinos más jóvenes deben marcharse a vivir m atrilocalm ente a los poblados de sus esposas, que estarán igual­ mente bajo la autoridad del varón de más edad del linaje de éstas. Sin embargo, el m atrim onio es frágil; con frecuencia los hombres se van a visitar sus poblados nativos y los matrim onios se rom pen fá­ cilmente. Los hom bres seguram ente intentan que sus esposas vayan a vivir con ellos al poblado de su propio linaje, pero rara vez lo con­ siguen, ya que, naturalm ente, el linaje de la esposa no quiere per­ derla. Un varón heredará ganado y dinero de sus tíos m aternos y, si es el hijo de la herm ana mayor, algún día será el jefe del poblado del linaje, pagará por su m ujer y la traerá al poblado. Pero no es una solución perfecta; uno de los hermanos está e x e n ­

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to de la regla matrilocal, de form a que haya alguien que ejerza el con­ s o l sobre las mujeres y niños del linaje, m ientras que el resto de los hombres fluctuará entre sus bogares m arital y nativo. A quí, los víncu­ los fraterno y conyugal están en pugna, predom inando quizá el pri­ mero. P eto aunque el «herm ano director» ejerza un control perm a­ nente sobre su esposa, no lo tiene respecto del destino de sus hijos; los derechos sobre éstos recaen en el linaje m aterno. O tras tribus de esta zona tam bién utilizan esta solución, que es un térm ino medio en­ tre la nayar y la matrilocal, dentro de una situación que exige cierto control de los hom bres sobre las tierras y el ganado del linaje. O tros pueblos matrilineales de Africa central nos ofrecen distintas versiones de esta solución, variando según sea la ecología, la naturaleza de la riqueza a heredar, el poder político de los matrilinajes, etc. P o r ejem­ plo, donde escasee la tierra, los sobrinos m aternos se apresurarán a acogerse a la potestad de los hermanos de su madre, puesto que de­ sean heredar la tierra de ellos; en tales condiciones, es de suponer que exista un sólido avunculado. D onde no escasea la tierra, lo ante­ rior no valdrá y el avunculado será, por tanto, débil. E n este caso, como entre los bem ba de Zambia, la autoridad del herm ano de la madre es débil, el padre puede de hecho ejercer cierta potestad sobre sus hijos y, tras algunos años al servicio del m atrilinaje de su esposa, no es raro que retorne con ella a su propio poblado. E ntre los kongo de Kasai puede llevarse a su esposa inm ediatam ente, si paga por ella. Si la solución del hermano director es débil, en este últim o proceso tenemos la cuña «esposo» verdaderam ente incrustada dentro de la unidad del matrilinaje.

3 Esto nos lleva a la solución C. ¿Cómo es posible m antener jun­ tos a los hom bres del matrilinaje si las mujeres están dispersas? No sería mala solución sí pudiese funcionar según el principio 3, dejando intacta la autoridad de los varones. Representa una situación tipo kongo, en la que el esposo ejerce el control de su esposa, pero no olvidemos que el matrilinaje de esta últim a conserva los derechos sobre su prole, de manera que el m atrilinaje puede tener derecho a reclamar los hijos cuando éstos son lo suficientem ente mayores como para dejar a su madre. Por tanto, el tío m aterno está facultado para exigir que le devuelvan sus sobrinos al llegar a la pubertad, in­ cluso si ha dejado que se vaya la madre. El grupo local resultante se compondrá de una serie de hom bres em parentados m atrilineal-

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Capítulo

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m ente con sus esposas y sus hijos menores, pero sin los hijos que va son adultos:

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Caso 6

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g ru p o de r e s id e n c ia

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Diagrama 17 La regla de residencia por la que un muchacho debe volver al poblado del herm ano de su m adre (el hogar natal de esta últim a), ya sea al llegar a la p ubertad o al casarse, se conoce por dvunculocal, y surge de una regla previa de m atrim onio virilocal (no podemos desig­ narlo en este caso de patrilocal, ya que la pareja no vive con el padre del novio). Así, pues, si un hom bre puede trasladar a su novia del hogar donde nació al suyo propio (residencia virilocal), entonces será preciso que entregue los hijos de su m ujer a los hermanos de ella, al menos los hijos varones. E n palabras de Audrey Richards-esto viene a ser el «préstam o de la herm ana», al igual que la solución matrilocal es la «petición de préstam o de un esposo». E l linaje, por tanto, o bien conserva sus hembras y deja que los maridos vengan donde ellas (sobre una base residencial o no, como en los nayar) o las presta a otros hom bres con fines sexuales y domésticos, pero reclama sus hijos ya sea al llegar a la pubertad o más tarde. E sta es una solución complicada, pero no del todo imposible. Representa quizá una situa­ ción en la cual el linaje es lo suficientem ente poderoso como para ejercitar sus derechos sobre los hijos de las «hermanas», pero no lo suficiente como para conservarlos bajo su égida perm anentem ente.

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Siempre surgen estas antinomias en los sistemas matriíineales en­ tre la necesidad del linaje de conservar su autonom ía y el deseo del hombre de controlar a su esposa y a sus hijos, es decir, convivir con ella en su propio hogar y no tener una relación con ella sin perm a­ nencia o basada en las visitas; se halla ante un dilema: por u n lado es esposo y padre y quisiera tener a su m ujer con él, m ientras que por otro lado es tío m aterno con responsabilidades derivadas del m atrilinaje respecto de sus sobrinos m aternos, debiendo ejercer cierta potestad sobre ellos y su m adre, que es su herm ana. E ste aspecto del sistema m atrilineal .de T robriand, que com binaba el m atrim onio virilocal con la residencia avunculocal, fue lo que 'jvíalmowslu' describió más gráficamente; dijo que era la lucha entre el «derecho de la m adre y el cariño del padre». Quizá sea otro rasgo de esta lucha la notoria «ignorancia de la paternidad fisiológica» que se piensa tienen los trobriandeses. A unque no se trata tan to de ignorancia como de negación; el padre no es, en la ideología tro ­ briand, el creador de la criatura, sino simplem ente el que «abre el camino». La m adre concibe al niño «espiritualm ente» (aquí no hay problemas teológicos para explicar el nacimiento virginal). E sta idea puede considerarse como una expresión del principio m atrilineal; los nayar eliminan simplem ente el papel del padre, pero los trobriande­ ses, que tienen padres, eliminan su función procreadora. D onde la norma de residencia es que, al casarse, u n varón lleve a su novia a vivir con el herm ano de su m adre (o, más bien, a vivir a las tierras o al poblado del linaje), se usa a veces la form a viri-avunculocd con­ veniente.

4 Llegamos a la últim a y menos satisfactoria solución (D ), que en realidad apenas si merece tal nom bre, excepto porque se tra ta de una de las alternativas lógicas. Si dispersamos a todos los miem bros del matrilinaje, ¿qué queda de él?; de esa manera no existe base residen­ cial alguna y esto poco im porta cuando se trata de un poblado muy habitado. E n el de los cochiti, de Nuevo Méjico (vecinos de los hopi), existían linajes matriíineales y clanes que estaban dispersos; esto no impedía su funcionam iento, pues se hallaban a pocos m inutos de ca­ mino unos de otros. Sin embargo, hubiera sido muy distinto en un asentamiento más disperso y con desplazamientos difíciles para visi­ tarse unos a otros. La dispersión de los miembros se presenta de diversas formas. Ya vimos que los kongo no se proponían m antener

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C apítulo 4

el linaje intacto y los varones podían llevarse las novias. E ntre otr tribus de Africa central se ha llegado hasta el punto de que la resh dencía patrilocal es lo norm al; padres, hijos y hermanos viven juntos ocupándose de las labores del campo y de los rebaños, y traen a su ’ esposas a vivir con ellos; al igual que la tierra, el ganado se trans­ m ite de padre a hijo. ¿Q ué le queda al linaje y al clan? Bueno todavía suele ser la unidad exogámica y aún puede tener muchas funciones rituales, por ejemplo, honrar a los antepasados, o ejercer funciones políticas, de manera que estos cargos o el sacerdocio se eligen entre descendientes del m atrilinaje. Puede ser una unidad para las venganzas, o para abonar las m ultas p o r homicidio, etc. En efecto, puede, pero debido a la dispersión sus funciones se irán debi­ litando. E n el m om ento en que existen grupos patrilocales los hom­ bres que los componen se ocuparán preferentem ente de los intereses de dichos grupos y del modelo de herencia patrilineal que de estos intereses se derivase. Todavía puede que cumplan sus deberes res­ pecto a los sobrinos m aternos, aunque se equilibrarán con los deberes y obligaciones respecto a los hijos. E n los ejemplos anteriores no había mucha cabida para el papel de hijo, pero en esre caso adquiere un relieve esencial. Podemos ilustrarlo así:

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Grupos de filiación unilineal

A doble filiación, o sea el sistema reconoce ambos principios de la e-upación unilineal. Tengamos sumo cuidado, sin embargo, en no a p o n e r que la doble filiación surge siempre del debilitam iento sistema m atrilineal, según la form a que hemos indicado más rríba; a m enudo ocurre así, pero no necesariamente. 3 puede suceder que durante cierto tiem po los elementos matriJineales de semejante sistema desaparezcan totalm ente, puesto que resultan demasiado molestos para que se les mantenga en unas circunstancias que son ya distintas; o quizá permanezcan como vesti­ gios, tal como heredar los apellidos m atrilinealm ente, sin mayores consecuencias. Sin embargo, el grupo m atrilineal m ientras permanezca exógamo será una fuerza que haya que tener en cuenta. Esta modificación puede ser el resultado de haber cambiado el modelo de. residencia matrilocal por otro patrilocal; proceso que se sabe que se da y que según M urdock es la razón básica; pero también puede deberse a la poliginia. E l m atrim onio plural de tipo poliándrico, como vimos, encajaría con el caso de los Nayar, si defi­ nimos al m atrim onio de un modo bastante amplio. Asimismo, como ocurre entre los navajos, la poliginia de hermanas — en la que un hombre se casa con varias herm anas— sería com patible con la resi­ dencia matrilocal (recuérdese este caso entre los shoshones). Pero la poliginia general no encaja con la residencia matrilocal; en este siste­ ma un hom bre tiene varias esposas que no son herm anas y que, por tanto, procederán de varios grupos; podría arreglárselas para «visitarlas» en sus hogares m atrilocales, pero evidentem ente le será más cómodo tenerlas junto a él. En cuanto las circunstancias perm iten o favorecen la poliginia general, la m atrilineidad esta condenada a muerte; sólo la residencia virilocal puede hacer viable este sistema. Todo esto no es más que conjeturas sobre cómo puede darse dicho cambio, y, como es natural, pueden existir otras m aneras; pero lo cierto es que sucede y algunas tribus bantúes centrales son ejemplo de las etapas de esta transición,

5 grupo de filia c ió n

grupo de re s id e n c ia

Diagrama 18 Si los grupos de filiación patrilineal que proceden lógicamente del modelo de residencia patrilocal consiguen tener apelativos y cum­ plir funciones, tendrem os un sistema que los antropólogos denominan

Resumamos los problemas de la organización m atrilineal. Como quiera que ésta surge, una vez establecida, tiene que vérselas forzosa­ mente con el problem a de com binar la regla exogámica con un sistema de derechos, de deberes y hasta de poder, basado en la filiación por la línea femenina. La norm a impide que el m atrilinaje (o el clan, según cuál sea el grupo operativo) constituya su propia unidad de pro­

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Capitulo 4

creación. Como de algún modo tiene que conseguir que las hembra queden embarazadas y m antener el control sobre la prole, necesit;5 la ayuda de los varones de otros linajes, lo cual puede efectuarse de diversas form as, sin que se m erm en la unidad y la autonomía del m atrilinaje. Los hom bres del linaje ejercen el mando, siendo la relación de m ayor im portancia la establecida entre un hom bre y l0s hijos de su herm ana. Ya vimos las diversas soluciones, algunas de las^ cuales estaban «im plícitas» en los orígenes del sistema. La solución más completa es la nayar; la solución matrilocal conserva la unidad de las hembras del linaje, pero deja sin resolver el problema del m ando de los varones; sólo funciona bien si el linaje es una institución relativam ente débil o si los grupos m atrilocales se hallan cerca unos de otros. La solución avunculocal resuelve el problema de m antener unidos a los varones que mandan, pero a expensas de perder las herm anas al darlas a sus esposos. E n este sistema el lazo esposo-esposa ya se enfrenta al vínculo hermano-hermana, existiendo a m enudo roces — que M alínowski describió tan gráficamente— entre un hom bre y su cuñado respecto a la educación y al futuro de los niños. Finalm ente, el vínculo fraterno puede ser demasiado frágil e im ponerse entonces el papel del «padre» — al que antes no se le daba im portancia y que prácticam ente no existía— a expensas del papel de «herm ano». Las sociedades matrilineales parecen ser muy vulne­ rables p o r causa de estos problem as y son mucho más escasas que las patrilineales;^ en cambio, son mucho más interesantes y, si encuen­ tran su equilibrio y florecen, viene a ser una form a de organización social viable y sugestiva, que en ciertas circunstancias ofrece ventajas obvias de adaptación. A unque no deseamos forzar demasiado los hechos en un esquema, podríam os decir que existen tres tipos básicos de organización matrilineal: _1. E l que se basa en los papeles de madre-hija-hermana y en la residencia m atrilocal. E n este caso el peso del control y la continui­ dad corresponden, hasta cierto punto, a las mujeres, que en las socie­ dades con esta base generalm ente disfrutan de mayor prestigio e influencia que en las otras. 2 . Los que se basan en el papel de hermano-hermana-sobrino, preferentem ente con residencia avunculocal, o, de no ser así, de un modo que perm ita al herm ano de la m adre controlar a sus sobrinos. A quí el status de las mujeres suele ser inferior, ya que la autoridad y la continuidad son monopolio de los hom bres. 3. E l que se apoya sobre toda la constelación de papeles matri-

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Gtupos de filiación unilineal

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ales consanguíneos: madre-hija, hermano-hermana, herm ano de la dre hijo de la herm ana. E l m ando y la continuidad están en manos j los hom bres, pero el status de las m ujeres no es necesariamente bajo, quizá interm edio entre 1 y 2. Podemos representar los tres tipos de esta forma:

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i Diagrama 19 Los autores antiguos denom inaban matriarcal o de derecho ma­ terno a todo sistema en que les pareciese que «el parentesco se esta­ blecía sólo por línea m aterna» (en contraste con el patrilm eai deno­ minado patriarcal o de derecho paterno). Ello implicaba que el mando y la autoridad estaban en manos de las mujeres. Esto, por supuesto, no es cierto. Todo el problem a de los sistemas m am lineales surge del hecho de que el principio 3 es el que gobierna la situación: cómo combinar que la continuidad y el reclutam iento sean a través de las hem bras y que el mando corresponda^ a los hombres del linaje. Si no interviniera el principio 3, no habría pro­ blema y podría servir una solución amazónica, en la que las mujeres poseen la propiedad y el poder, m ientras que los hom bres solo cuentan para procrear. Tan siniestra práctica sólo existe en la im a­ ginación, aun cuando muchas gentes, en uno u otro m om ento, han acusado de ello a sus vecinos o, por lo menos, de ser en cierto modo «matriarcales». Así, Atenas acusó a E sparta, Francia a Inglaterra y ahora acusamos a los norteam ericanos. Probablem ente procede dei tem or, profundam ente arraigado en los hombres,^ de que perderán su posición, proyectando dicho tem or sobre las naciones que no son de su agrado. Sea o no así, se desconoce una auténtica solución ama­ zónica; parece que jamás las mujeres ejercieron tal poder sobre las Al tipo 1 podríamos considerarlo en algunas de sus manifesta-

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grupos de filiación unilineal

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Capítu¡0

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dones como una form a de «derecho m aterno modificado», en el sen tido de que la propiedad está generalm ente en manos de las mujeres' pero en los demás tipos sería más exacto hablar de «derecho fraterno».

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¿Q ué sucede con los sistemas patrilineales? Afortunadamente no plantean tantas dificultades como los m atrilineales, ya que consi­ guen com binar residencia, filiación y autoridad de un modo conse­ cuente. Es casi inevitable que el grupo residencial sea una unidad patrilocal. Así, los varones del patrilinaje se m antienen todos juntos para controlar, aunque tam bién inevitablem ente para reñir. El pro­ blema del grupo patrilineal no está en los principios 3 y 4 , sino en el 1 y el 4. Pueden engendrar a sus propios hijos, pero no pueden hacerlo a través de sus hermanas, como ocurre en el sistema opuesto, el m atrilineal. P o r tanto, si desean que la filiación se establezca por línea de varón — lo que hemos supuesto que ya existe— entonces es m enester que consigan esposas. C ontrariam ente al m atrilinaje, no es preciso que el patrilinaje se interese tanto p o r sus hem bras consanguíneas. Después de todo, ¿de qué le sirven? Las tribus patrilineales de Arnhem Land, en A ustralia, llaman a las «herm anas» «desperdicios», porque no sirven para reproducir el grupo. ¿P or qué quedarse con ellas, pues? Lógi­ camente, el patrilinaje puede hacerlo y producir una situación inversa a la avunculocal. El grupo consanguíneo patrilineal podría mante­ nerse unido — varones y hem bras— y los hom bres podrían contraer m atrim onio con mujeres de otros grupos, dejarlas embarazadas y reclamar los hijos al llegar éstos a la pubertad o a la edad de casarse. Para com pletar la exposión representaré esto como caso 7 . Pero^ este caso no se da nunca; a decir verdad, sería un disposi­ tivo incómodo, im probable y, sobre todo, innecesario. Si la finalidad del^ grupo patrilineal consiste en que los padres, hijos y hermanos estén juntos como unidad de explotación, entonces esta ventaja se perdería. Si los grupos estuviesen dispersos o en situación transhum ante, aún sería peor, y, en el mejor de los casos, significaría una frustración. Quizá no parezca necesario traer esto a colación, pero creo que aclara algo que es muy im portante: m ientras que los sistemas m atri­ lineales pueden adoptar todas las alternativas posibles en términos de agrupación residencial, no ocurre otro tanto con los patrilineales.

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1 Caso7 (hipotético

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Diagrama 20 A éstos les caracteriza la residencia patrilocal o neolocal, general­ mente la prim era. No abordaré este aspecto, pero dejaré al lector que pondere su significado, para que comprenda las diferencias exis­ tentes entre ambas formas de organización. Los problemas de la paternidad no preocupan necesariam ente a las sociedades m atrilineales. Poco im porta quién sea el padre; un hombre es hijo de su m adre y esto es suficiente para fijar su status. Sin embargo, en una sociedad patrilineal el problem a de la pj nidad es vital; no se trata solamente de una cuestión de legitim idad, sino de que el padre se asegure que los hijos, sobre todo los varones, que ha dado a luz su esposa se hallen definitivam ente bajo su control, es decir, que sean legalmente hijos suyos. E n el delicioso antiguo pro­ verbio inglés que cita Radcliffe-Brown, jeste sentim iento se expresa así: «en cualquier corral donde esté mí ganado todo becerro es mío» o, como podrían decirlo más delicadamente los antropólogos: quien quiera que sea el progenitor, el pater es al padre legal de los niños. Por lo tanto, es más probable que en las sociedades patrilineales nos encontremos con que se da mucha más im portancia al m atri­ monio y a los derechos sobre la esposa y los hijos que en las m atri­ lineales. Lógicamente, en las sociedades matrilineales el m atrim onio es solamente una institución marginal, lo cual no significa que carezca de im portancia, pero, comparado con el lugar preponderante que ocupa en las sociedades patrilineales, es como si no tuviera ninguna. En el sistema patrilineal el hom bre quiere hijos varones; para ello es preciso que consiga una mujer o, mejor aún, mujeres, a fin de aumentar las probabilidades, y que no la deje marchar hasta que le

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Capítulo

4

haya dado alguno. M ientras tanto, la herm ana de él se habrá ido representar su papel de esposa a otro linaje (no olvidemos jam ''' la norm a exogámica). as Seguramente se tendrá una m ejor idea de todo esto si se torn un ejemplo extrem o de sistema patrilineal, ya que, al igual que el m atrilineal, aquél varía según la intensidad con que cumple su lógica interna. No tom arem os un pueblo realm ente prim itivo, sino alguno interm edio. En este caso se ofrecen tres como ejemplos en que funciona el principio patrilineal: Roma, China y el m undo musulmán en general. Echemos un rápido vistazo al linaje chino. e^ sureste de China el patrilinaje exógamo (tsu ) era un grupo de filiación de gran extensión; a veces eran conocidas hasta veinti­ cinco generaciones desde que se fundara el linaje. Cada linaje se subdividía en sublinajes, que a veces se hallaban distribuidos en diversas aldeas; otras veces un linaje sólo ocupaba una aldea y otras incluso la com partía con otros linajes. N o cabe duda de que estos linajes, siendo tan extensos, debieron ser muy grandes, y de hecho algunos lo eran, llegando a tener m il y más miembros. Cada linaje honraba a sus antepasados y las «cámaras ancestrales» contenían lápidas conm emorativas de ellos. Los linajes ricos y poderosos tenían genealogías rigurosam ente trazadas basta sus fundadores. A menudo se trataba de unidades poderosas y autónom as, que vivían en aldeas y pueblos amurallados, hallándose con frecuencia en guerra unos con otros y con el burocrático Im perio, que jamás consiguió domi­ narlos por completo. C ontrariam ente a los linajes de pueblos más prim itivos, el linaje chino pudo m uy bien estar socialmente diferen­ ciado, siendo algunos de sus m iembros eruditos y funcionarios, otros ricos comerciantes, m ientras que la masa de m iembros se componía de campesinos que cultivaban arroz. Probablem ente China ha pro­ ducido la organización de linajes más elaborada y espectacular. Como es de suponer, la residencia era patrilocal, pero en una sociedad tan compleja había margen para la flexibilidad, y si un hom bre, por ejemplo, era m uy pobre, podía marcharse a vivir con el linaje de su esposa; pero esto era un tanto hum illante y no estaba bien visto, Al casarse, una m ujer abandonaba la aldea del linaje de su nacim iento (realm ente un pequeño pueblo), y esta partida era definitiva. P o r lo que se refiere a su linaje, lo perdía por completo y caía bajo la absoluta jurisdicción del de su m arido. Si éste moría, y ya no estaba en edad de gestar, la costum bre le imponía una viudedad casta, incluso aunque le disgustase la idea. Cuando fallecía, su lápida pasaba a la cámara ancestral del linaje de su marido y no a la de su linaje natal. Asimismo, si siendo joven se quedaba viuda,

Grupos de filiación unilineai

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ran l° s agnados del m arido los que se ocupaban de volverla a casar. M0 regresaba al «hogar»; después del m atrim onio, su hogar y sus «parientes» eran los de su marido. Es interesante el hecho de que la prohibición exogámica en China se extendía a la viuda de un agnado; ¿e modo que si un hom bre moría, su linaje tenía que casar a la viuda en otro linaje (en caso de autorizarla a volver a casarse). P or lo general, en las sociedades patrilineales el caso es inverso; una vez que una m ujer ha entrado en un linaje, se queda en él. Muchas veces, por ejemplo, se casaba con el herm ano de su m arido cuando éste moría; costum bre que se conoce por levirato. Sin embargo, China era una excepción, y no sé por qué. De todas form as, lo im portante es que el linaje se desembarazaba de sus mujeres consanguíneas, quienes, al marcharse, ya no volvían. Por otro lado, el linaje conseguía novias de otros linajes para obtener hijos que llevaran su nombre. Así se ve que los chinos ilustran con cruda claridad la cuestión de que en el linaje no cuentan sus miembros «no reproductivos» (sus «desperdicios»). Una m ujer no desempeña papel de hermana e hija, sino únicam ente de esposa y madre y, sobre todo, de suegra, ya que m anda sobre las esposas de sus hijos cuando éstas entran en el hogar. Para suavizar la im presión anterior, consideremos otra sociedad firmemente patrilineal, que no se desprende tan severam ente de las mujeres del linaje. Los tallensi son un pueblo con gran densidad de población que vive al norte de G hana. Viven en asentam ientos patrilocales, cuidan ganado y cultivan tierras. Se dividen en clanes patrilineales y éstos en linajes. D entro del clan se aplica la norma exogámica, y, como en China, cuando una m ujer se casa debe aban­ donar el hogar donde n a d ó y el territorio de su propio linaje y pasar al de su marido. A quí, como ya vimos en otros casos, la densidad de la población tiene im portancia. E n realidad las mujeres jamás se alejan m ucho de su linaje natal y les es fácil m antener contacto con sus hermanos y padres. Los tallensi estim an que no hay que privar a las mujeres de la pertenencia a su propio linaje simplemente porque accidentalm ente nacieron de otro sexo que les impide contribuir a la continuidad del linaje; por tanto, ocupan un lugar bastante prom inente en los asuntos del linaje y del clan en que nacieron. Cuando una m ujer m uere se produce algo que difiere totalm ente del caso chino, ya que es llevada a su propio linaje y todos los linajes que com ponen su clan acuden a su funeral, lle­ vando su cuerpo en procesión hasta su hogar natal. E n varios de los ritos del clan las mujeres del clan desem peñan determ inados papeles de suma im portancia. Los tallensi llegan incluso más lejos, y, esti­

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CaPÍtulo 4

m ando que una mujer es com pletam ente y de form a importante miembro de su propio clan, perm iten que su prole tam biéq tenga ciertos derechos en este últim o. Así, sorprendentem ente, si m uere un hom bre, el hijo de su herm ana puede exigir el derecho de levirato de la misma m anera que los herm anos del que ha muerto. Asimismo a los hijos de las hermanas (mujeres del clan) tam bién se les dan papeles que cum plir en el culto a los antepasados. A quí interviene un elem ento casi cognaticio; todos los descendientes de un varón a través de sus hijos e hijas, se reúnen para honrarle. Por consiguiente, los tallensi nos ofrecen un caso extrem o que virtualm ente es lo contrario del chino; reconocen que para dar conti­ nuidad y reproducir el linaje las «herm anas» carecen de utilidad pero reaccionan ante esto diciendo que no deben ser sancionadas por tal lim itación biológica, sino más bien compensadas con una posición de privilegio en los asuntos del clan y del linaje. Más aún consideran que lo que perciben como precio de la novia por las mujeres tiene su im portancia, ya que perm ite a los hombres del linaje conseguir a su vez esposas; así que, de modo indirecto, las mujeres del linaje contribuyen a la continuidad del mismo. E n ambos ejemplos hemos visto cómo ciertas costumbres giran en torno a las soluciones lógicas del principio de reclutam iento patrilineal. El objetivo consiste en desembarazarse de las hermanas y con­ seguir esposas, controlando la capacidad reproductora de la esposa. Así, el precio de la novia — entrega de bienes al linaje de la novia— establece los derechos de un hom bre sobre la mujer y particularmente sobre los hijos que tenga; todas las criaturas que la mujer dé a luz pertenecen al hom bre que paga el precio de la novia por ella; «el ganado», como dice el proverbio bantú, «pare su prole». A veces la brom a un tanto forzada de los antropólogos afirma que debiera decirse «precio del niño», ya que esencialmente se trata de derechos sobre los hijos — especialmente los varones— de la mujer. Aunque los detalles sobre las costum bres del precio de la novia difieren según los casos, lo anterior nos sirve como enfoque general. Aquí el levirato cumple una función, en el sentido de que los derechos sobre una mujer se transm iten a perpetuidad al linaje de su esposo. La costum­ bre gemela, el sororato (que encontram os entre los shoshones), cumple una función sim ilar; si una m ujer muere, su linaje tiene que reem­ plazarla por otra; generalm ente se elige una herm ana más joven, a «precio» reducido. N o cabe duda de que no debe ser fácil divorciarse en tales condiciones; en el caso chino es imposible. Sin embargo, una m ujer estéril se puede devolver y solicitar que se envíe otra en

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Grupos de filiación unilineal

Su sustitución; lo que se busca son los frutos de la hem bra y no ella misma, aunque sin duda se ha desorbitado un tanto esta cuestión. A nivel ideológico, lo opuesto de la doctrina de los trobriandeses puede hallarse, por ejemplo, entre los kachin de Birmania, que consi­ deran que una mujer no es la creadora de sus hijos. Se llega hasta el extremo de que las relaciones sexuales con la m adre se califican de adulterio más que de incesto, considerándolo como una interfe­ rencia en los derechos sexuales del padre respecto de su esposa. Muchos pueblos de marcada tendencia patrilineal han adoptado dis­ tintas versiones de esta ideología; para los tikopia la m adre es sim­ plemente la «casa refugio del niño», no es quien lo crea; las tribus albanesas de las m ontañas, los antiguos griegos y algunos indios del Oeste suscriben o suscribieron idénticas doctrinas. Pero no todas las sociedades patrilineales son tan consecuentem ente lógicas. Todavía no se ha investigado a fondo por qué unas adoptan este tipo de ideología sobre la procreación y otras no. En las sociedades patrilineales los hom bres del linaje siempre están juntos y las mujeres del linaje no les son útiles en lo que se refiere a la reproducción, por lo cual se las sustituye por esposas. Como hemos visto, las mujeres pueden seguir siendo miembros de su linaje natal en diversos grados, pero se trata de algo suplementario a lo que se puede optar; en realidad, el vehículo puede rodar sin ello. Esto refleja la diferencia, diferencia radical, entre la organización patrilineal y la m atrílineal, y en especial el lugar que en cada sistema ocupa el m atrim onio.

7 Ahora será conveniente resum ir las diferencias entre ambos siste­ mas o, mejor aún, entre los principios que los rigen. Podem os volver al punto de partida del capítulo, esto es, que los dos sistemas n o son simples imágenes gemelas contrapuestas. Se com prenderá mejor exponiendo Tas características- que ambos com parten; los dos están sujetos al principio 3 y, por tanto, el patrilinaje o el m atrilinaje contro­ laran a sus miembros^ varones. Esto es fácil en el patrilinaje, ya que losTTóníbfes están juntos, pero en el m atrilinaje se plantea eí proble­ ma de conseguir que los varones y las hem bras del linaje se rela­ cionen de alguna manera. E ste problem a no existe en el patrilinaje, ya que sus mujeres no se utilizan ni se quedan, pero en el m atrilinaje es de crucial trascendencia poder controlarlas, puesto que son las encargadas de reproducir el grupo.

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Capítulo

4

E n los sistemas patrilineaíes las esposas de los miembros varones reproducerT el linaje; en los m atriEnealelfTon Tas hermanas d e los hom bres las encargadas ‘ de ello; por lo cual la esencia de Ta~ orga­ nización m atrilineal «depende de la herm ana» y la deljaatriljneal reside «en^m andar sobre la esposa». E n u n sistema" patrilineal el varón tiene derecho sobre los servi­ cios sexual, doméstico y reproductor de su esposa; en el matrilineal puede detentar los dos prim eros derechos, pero jamás el último, ya que éste sigue en poder del linaje de la mujer. E n u n sistem a patrilineal el varón tiene todos los derechos a la posesión de sus propios hijos; en el m atrilineal no posee derecho alguno. Si tenemos en cuenta los papeles que en ello están implicados, vemos que en el sistema patrilineal el conjunto de papeles dominante es el de padre-híjo-herm ano, consistiendo el papel de la m ujer en ser esposa/m adre, (Insisto una vez más en que estamos hablando de la lógica del problem a, se le puede asignar el papel de herm ana/hija, pero no hay necesidad de ello.) E n el sistema m atrilineal, los papeles fundam entales son m adre-hijo-hermano-hermana, los papeles conyu­ gales son m uy poco im portantes y, hablando con propiedad, el sis­ tema no necesita el de esposo-padre, aunque, una vez más, una sociedad m atrilineal puede crearlo y hasta darle cierto relieve. Nece­ sita, naturalm ente, que sus mujeres queden embarazadas y, si cono­ ciese la insem inación artificial', resolvería sus problemas con gran facilidad. Tal cual es en la realidad, tiene que «tom ar en préstamo» esposos que hagan ese trabajo, y esta intrusión del papel del esposo se convierte a m enudo, como ya vimos, en el caballo de Troya. Las implicaciones de tom ar cualquiera de los caminos que ofrece la biología de la procreación llevarían m uy lejos. Como vimos en el capítulo 1 , a prim era vista hay una diferencia muy sencilla: si una sociedad pudiese iniciar su existencia partiendo de tal decisión, no cabe duda de que podría hallar las implicaciones y llegar a la mejor solución; en el caso m atrilineal en que la propiedad fuese importante el m étodo nayar daría los mejores resultados. Pero no sucede de esa form a y las sociedades tienen que form arse sobre cimientos residen­ ciales y ecológicos heredados. Para la m atrilineidad es, en cierto modo, una m aldición el hecho de que se origíne de una situación m atrilocal, ya que, aunque el sistema m atrilineal es el tránsito lógico a p artir de la situación dada, esta misma situación introduce dificul­ tades que al propio sistema le resulta difícil resolver.

Capítulo 5 SEGMENTACION Y DOBLE FILIACION

En el últim o capítulo dimos un diagnóstico sobre los problemas a que se enfrentan los grupos de filiación m atrilineal y patrilineal, debido a las complicaciones que acompañan a la exogamia y a la nece­ sidad de que la autoridad la detente el varón. Los grupos matrilineales tienen la ventaja de la fecundidad de sus propias mujeres para asegurar la continuidad, pero para ello tienen que conseguir la colaboración de varones extraños; los grupos de filiación p atri­ lineal no siguen idéntico camino, pero necesitan los servicios de las mujeres de otros grupos para reclutar nuevos m iem bros. Las conse­ cuencias que todo esto acarrea son profundas e influyen sobre otros aspectos de la formación de los grupos de filiación. Analicemos ahora algunos de estos aspectos. Vimos hasta qué punto crecían a lo largo del tiem po los linajes o los clanes, a medida que aum enta el núm ero de los descendientes del antecesor o antecesora fundadores. A unque si la tasa de m orta­ lidad del clan es superior a la de natalidad, entonces podría ocurrir todo lo contrario y desaparecer el clan. E ste problem a es inherente a toda sociedad basada en grupos de filiación unilineal, ya que éstos so hallan sujetos a tales fluctuaciones — unos crecen y se hacen excepoionalmente grandes, m ientras que otros declinan y hasta perecen. Teniendo este modo de filiación, el problem a es realm ente agudo, 113

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Capítulo 5

Segmentación y doble m&ción

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porque la suerte del clan estará echada en el m om ento en que des aparezcan sus m iem bros del sexo que se tiene en cuenta para ] ' filiación, Así, pues, en una sociedad matrilineal un linaje se acabar' si durante una generación no consigue tener alguna «hija». Un gran núm ero de exposiciones minuciosas en obras antropológicas sobre el parentesco gira sobre este problem a de la vulnerabilidad ante los capri chos demográficos, a la que están expuestos los grupos unilineales Las sociedades recurren a toda clase de subterfugios para vencer este problem a, pero, por atractivos que sean, no podemos hacer nada más que señalar el problem a y seguir adelante. Suponiendo que el linaje crezca, no cabe duda que aumentará a medida que pasan las generaciones; si un hom bre tiene dos hijos y cada uno de ellos otros dos, y éstos otros dos, etc., a la décima generación habrá 512 descendientes varones del antepasado original y sí suponemos que llegan a vivir juntas las generaciones octava* novena y décima, habrá 896 descendientes. Cuantos más hijos sigan vivos y éstos tengan hijos, mayor será el linaje, y si incluimos a los miem bros hem bras, incluso al ritm o de crecimiento de dos en dos, habrá más de mil descendientes. Puede suceder que, como en China, todos vivan juntos y constitu yan una unidad residencial solidaria. Pero incluso en China, como vím osTiTIíñaje crece demasiado y~tleñe que escindirse varias veces abandonando algunos miembros las col­ menas y form ando sub-linajes. E ste proceso por el que se forman sub-linajes se conoce por sezm e n t a a ó ñ ^ l linaje: la metáfora- más co m en te p ara'describirlo es la de un árbol y sus «ramas». El árbol es el super-linaje o clan (la distinción es sólo técnica) y las «ramas» y «ram itas», e incluso las «hojas», son los sub-linajes. Esta división puede producirse por varias razones, siendo la más habitual la escasez de tierra.

ermanecían unidos a lo largo de muchas generaciones. Si, al igual P jos chinos, se conservaran con bastante exactitud las genealogías fincluso escritas), entonces resultaría muy cómodo trazar la relación los linajes entre sí. Si no se hace, como en el caso hopi, sólo por la forma norm al de ser m iem bro de un clan se puede unir los linajes, en lugar de poseer un conocimiento exacto de la relación genealógica.

N o siempre sucede del mismo modo. Vimos, por ejemplo, cómo los hogares de los hopi tenían que escindirse si llegaban a ser dema­ siado grandes, y algunas mujeres establecían su hogar en otra parte. Conservaban durante algún tiem po su identidad con el hogar donde nacieron, pero más o menos tarde sus descendientes lo olvidaban, y lo único que subsistía para ligar los hogares era el hecho de ser miem bros comunes de u n clan (serpientes, conejos, etc). Asimismo ocurre entre los nayar; los observadores inform an que a veces unos pocos herm anos, junto «con sus herm anas preferidas», abandonan el taravad de origen y crean el suyo propio. Tam bién los chinos parecen haber adoptado este m étodo de «derivación»: algunos linajes se escindieron con facilidad y frecuentem ente, m ientras que otros

Diagrama 21

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13 14 15 16 17 18 19

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D1

D’

22 23

En el diagrama 21 se recoge un tipo de segmentación por «deri­ vación». E l linaje original es A, del cual poco después de fundarse algunos de sus miembros derivan para crea B. Más tarde se van los miembros de C, después los de D , tras ellos los de E. Los linajes que nacen directam ente del tronco de los padres se hallan asimismo sujetos a idéntica tendencia, produciendo sub-linajes pro­ pios. A la derecha vemos el núm ero de generaciones desde que se fundó el linaje y podemos suponer que ahora están vivas las generaciones 21 , 22 y 23 (las que se hallan por debajo de la línea discontinua). Los nayar recordarán el orden de segmentación en

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térm inos de qué taravad engendró a los otros y todos adorarán a 1 misma diosa. Pero en el caso de los hopi, por ejemplo, tras de p orfla generaciones se perdería toda traza. Así, D 3 apenas recordaría ai procedía de D y quiza E 1 de E , pero el resto se perdería en laE tinieblas de la historia. Se daría el caso de que A sería el lina' S principal de este clan (supongam os que eran serpientes) y que en sus casas se guardarían los fetiches del clan de las serpientes y entre ellos se elegirían los sacerdotes de idéntico apelativo. Seguramente se perdería el orden de segmentación y todos los demás linajes se vincularían por el simple hecho de saber que proceden de la serpiente que les dio origen. E sto dem uestra que la diferencia entre linaje y clan es puramente técnica. Estas palabras se emplean en la literatu ra sobre la materia pero no se definen rigurosam ente; mas en el caso chino deberíamos hablar de un linaje amplio, de gran profundidad y alcance, y, en el caso ae los hopi> de u n clan. 1 H em os tom ado como modelo un determ inado tipo de proceso «espina, .dorsal» del .m é t o d o ^ segm entación. A quí, el linaje «principal» íel A ) representa la espina J o rn a l, d e donde_ se ramifican los J e m a s romo si fueran" nervios; se reconoce su prioridad por su ap ro x im ació n ! i r ^ T p ing» central, es Jetm q"lílJIñaje.«principal». E ste modelo es muy parecido al que u tilizan ciertos pueblos de_ Africa ceñ tralT en los q u é j l [inaje p rincipal es el de la casa real. Dudam os que en el sistema deTihaj'e chino estén^ siempre presentes estas implicaciones de prio­ ridad; a veces es asi, pero tam bién es probable que un linaje se haya escindido en dos (o mas) sub-linajes, sin noción alguna de anti­ güedad; si siempre sucediese así, entonces tendríam os un sistema de «igual y opuesto»:

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E l sistema chino parece que es m ixto; unos linajes se dividen « m as «iguales y opuestas» y otros en «decanas y jóvenes» (lo e°al n a t u r a lm e n t e es u n a mezcla de ambos sistemas).

D e hecho, en el sureste de China sucede a m enudo que los linajes que se escinden del tronco son los ricos y poderosos, ya que pueden construir su propia cámara ancestral y afirm ar su peculiaridad* rnientras que la masa de los miembros pobres del super-linaje siguen unidos a la cámara originaria, lo cual es casi el reverso del principio de antigüedad tal como éste funciona en Africa central o entre los nayar. , „ Los grandes linajes, igual_ que los grandes clanes, se hallan sujetos al proceso de segmentación; la Jife reñ c ía e s l j b a j m si ambos (a)~ recuerdan Tas vínculos exactos o, cuando m enos, el orpen 3e segmentación, o (b) no los recuerdan. La prim era clase ha sido défiüffiinada «serie segmentada y fusionada» de linajes, ya que se pueden trazar larfelacíones errtre los linajes hasta llegar al fundador; a la segunda se la denom ina «serie lineal» de ^linajes, debido a que no se «fusionan», sino que sim plem ente están uno junto a ot|°> sabiendo que com parten en com ún la sangre, pero desconociendo los detalles de la segmentación. Seguram ente el lector se preguntara por qué desean conocer los detalles de la segmentación, y la res­ puesta es la de costumbre: por muchas razones. Puede tener im ­ portancia para los ritos, la economía o la política, pero generalm ente las respuestas implican alguna noción de prioridad, de preferencia. Cuanto «más próxim o», teniendo en cuenta el orden de segmen­ tación, se halle un linaje del linaje principal mayor sera su

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prelación en cuestiones rituales, económicas o políticas. Veam por ejemplo, cómo se efectuaría la sucesión en la jefatura de e s t’ linaje. Si desaparece la línea A, ¿a quién le corresponderá la i 6 fatura? No cabe duda de que a B. A lternativam ente, si D 3 de apareciese, ¿a quién pasarán sus tierras? D ebería ser a D 2, por ser el «pariente más próxim o», pero acaso el clan tiene otras normas para estos casos. Además, hay otros muchos hechos que implican conocer al pariente «más próxim o» en el linaje, por ejemplo, la cooperación la responsabilidad en luchas de sangre, los pagos por homicidios* Por estas y otras razones tiene im portancia el orden en que se pro­ duce la segmentación. Cuando dentro de la estructura social se da gran reljeve a la organización 'd el Imajé .c T proceso- dé~ segmentación puede tener m uchos usos impo rtan tes. N o vamos a estudiarlos'aqui, pues en realidad pertenecen a la esfera del análisis institucional, yá sea político, económico, religioso, etc. N os interesa más analizar la lógica del proceso. El m étodo «derivativo» de segmentación puede funcionar muy bien en ambos sistemas, el patrilineal y el m atrilineal, y hasta ahora no los hemos diferenciado, pero existe otro m étodo que quizá podríam os denom inar de segmentación «perpetua» o « automática» — otra versión del método de «igual y opuesto»— y que no funciona tan bien en cada caso. Incluso con el m étodo derivativo surgen pro­ blemas para un sistem a m atrilineal no com partido por su número opuesto. E n el sistema patrilineal el proceso de «escisión» (que en antro­ pología se denom ina «fisión» sólo cuando supone la total ruptura) es relativam ente cómodo. Si un hom bre tiene dos hijos, a su muerte se pueden separar con sus esposas e iniciar cada uno su propio linaje. E n cualquier pun to del crecimiento del linaje, un miembro varón puede separarse e iniciar su propio linaje (esto es teórica­ m ente, ya que puede haber razones prácticas que lo impidan), lo cual es m ucho más difícil en u n sistema m atrilineal. Vimos cómo, entre los nayar, un hom bre y «sus herm anas predilectas» podían escindirse, y éste es el pun to crucial de la cuestión; si un hombre se separa del patrilinaje, lo único que tiene que hacer es tomar esposa y ya puede crear futuras generaciones; pero quien se separa de u n m atrílinaje, si realm ente desea establecerse por su cuenta, tiene que tom ar una hermana y conseguir u n esposo para ella. Sí en las familias hubiese el mismo núm ero de personas de cada sexo y & cada herm ano se le pudiese asignar una herm ana, todo iría bien; pero esta situación rara vez se da. Si una familia tiene tres hijos y una hija, ¿cómo pueden separarse los herm anos?; no pueden repar-

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. „ su herm ana. Asimismo, si hay tres hijas y un hijo, las hijas tir5j ían dificultades para separarse, ya que cada una no cuenta te n un herm ano que desempeñe el papel de varón en cualquier linaje C° ^ nudiera fundar. Y si el principio 3 se aplica rígidam ente, les es ■irinnsible a las mujeres fundar linajes (aunque teóricam ente en una sociedad m atrilineal un linaje siempre ha sido «fundado» por una atltlV elm os qué sucede con la segmentación perpetua en el dispo­ sitivo patrilineal. A quí el principio afirm a que cada hom bre es el fundador potencial de un linaje. E l diagrama 24 nos m uestra como funciona.

Se trata de una representación muy esquemática de un patrilinaje durante seis generaciones; A tuvo dos hijos, B y C , cada uno de los cuales, al m orir A , fundó un linaje y tuvo tam bién dos hijos (B , B , C ! , C2); al m orir B y C, cada uno de sus hijos constituyo linaje separado, incluyéndose ellos mismos, sus hijos y nietos. A la m uerte de estos últim os fundadores el proceso de segmentación automática entra de nuevo en acción y en la actualidad se ven los linajes de B3 a B6 y C 3 a C6; cuando éstos m ueran, sus descendientes (que en ei diagrama no se han diferenciado) volverán a escindirse. P or c o n s i­ guiente, cada varón se convierte, al m orir su padre, en cabeza_de ~ V a dije que esto es muy esquemático y, claro está, la situación real dependerá de cuántos hijos tenga cada varón y del tiem po que

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viva. P or ejemplo, si B3 m uriese mucho antes que los restante cabezas de linaje, entonces sus hijos se escindirían y constituirían linajes antes de que los demás Bes y Ces hubiesen iniciado idéntico proceso, etc. P or esquemático que sea, de esta m anera realmente conceptualízan^ su sistema muchas tribus que practican esta forma de segmentación; es decir, lo ven como una progresión regular de generación en generación, incluso aunque surjan tropiezos en el ca mino. Así, p o r ejemplo, B 1 puede no haber tenido más que un hijo y la escisión del linaje no habrá ocurrido hasta que sus nietos (B y B ) se escindan. Así, al hijo de B1 se le ignora simplemente en el sistema — se olvidan de él — y a B3 y B4 se les considera como si fuesen hijos de B1. De esta m anera las genealogías se «ajustan» a fin de conservar la sim etría del sistema. Las ^elaciones en tre los linajes en estos sistemas se perciben m ejor en _el culto j H o s an tepasados;' C3 y 'C 4 se c o H B Í ^ n ^ iF a venerar^a^C 1. T odos Tos descendientes de C1 y C2 se unen para venerar a C y, finalm ente todos l¿s de B y de C coinciden en honrar al antepasado f m g l A . D e este m odo, el culto a los antepasados facilita lo que (Fortes! ha denom inado en el caso de los tallensi | — los cuales se atienen a ese orden— el «cóm puto del sistema de I lím ie» . O tra sociedad patrilineal bien conocidaT Tanüer^ deí Sudán, usa este sistem a como base para las alianzas políticas entre los grupos territoriales; de manera que cada linaje de B3 a C6 sería el centro de un grupo territorial local. Dichos grupos~con Frecuencia" tienen aisputas~eñfre sí; ásí7 B ^ u e d e estar peleando con B4, pero sí B4 se hallase enzarzado en una disputa con B3, entonces B3 y B4 olvidarán sus diferencias y se unirán, puesto que pertenecen al linaje de B1; asimismo, B6_respaldará a B!; finalm ente, B luchará contra C y, sí fuera necesm io^todg^el g ru p o se pondrá de acuerdo para ir contra otro linaje. F h7ans-Pritchard)Io describe como la «relatividad» del sis­ tema.^ P o r consiguiente, los linajes no^existen p o r derecho propio, sino únicam ente en r elación — en oposición— a otros linajes. P or tanto, las sociedades patrilineales pueden hacer funcionar su proceso de segm entación de u n modo realm ente espectacular. A veces el linaje final es toda la nación y todos los linajes de esta última convergen en u n antecesor final, P o r ejemplo, todos los somalíes, que se dividen en num erosos patrilinajes, se supone que descienden de un antecesor común, Samaale, quien vivió hace unas 30 gene­ raciones. D e igual modo se derivan todos los sistemas patrilineales de los beduinos (ya subrayamos la extensión de las genealogías chi­ nas). E sto puede llevarse a cabo, ya sea por el sistema de la segmen­ tación «perpetua» (cada varón funda su propio linaje) o por el método

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Je «derivación». Si en la sociedad m atrilineal el m étodo derivativo puede funcionar (como así ocurre) quizá con algunas dificultades, el perpetuo se encuentra desplazado en cualquier situación en que se aplique en alguna medida el principio 3. Si la propiedad del m atriíinaje corresponde principalm ente a las mujeres y los varones no poseen mucha, sino sim plem ente el deseo de ejercer por así decirlo el poder ritual sobre sus sobrinos, entonces el problema no es grave; podríam os dibujar un diagrama que fuese exactamente lo contrario de lo patrilineal, poniendo mujeres en lugar de hom bres. E n tal caso, si un varón tiene tres herm anas y, al m orir la madre, las tres form an hogares separados y crean tres nuevos linajes, el varón todavía podría desem peñar su papel herm ano-tio respecto de las mujeres y los niños de los tres linajes, siempre que no se en­ contrase muy alejado de ellas y que, por tanto, estuviese en condb cíones de llevarlo a la práctica. Vimos que esto es lo que sucede en el poblado m atrilineal de Cochiti. Pero cuando la propiedad es im por­ tante, la contestación no es tan sencilla porque, como se ha visto anteriorm ente, m ientras que en el sistema patrilineal los hom bres del linaje pueden segmentarse sin referencia alguna a las mujeres, en el m atrilineal no sólo hay que segm entar a las mujeres, sino tam bién a los hom bres, y por cada herm ana segmentada debe haber un herm a­ no, E sto es especialmente así cuando se halla implicada la propiedad individual. Es lógico suponer que en las sociedades matrilineales sur­ girá la tendencia a conservar com pleto el linaje el mayor tiempo Posi' ble y, si se da la segmentación, que sea de tipo derivativo. U n hom ­ bre de un m atriíinaje puede separarse y procurar atraer a alguno de los hijos de sus hermanas para que aporte tierras o patrim onio; en realidad sucede así muchas veces, y quizá sea una de las raíces del sistema avunculocal. E sto lleva a una situación desafortunada, en la que los hom bres com piten por el poder y la influencia, tratando de atraer a sus poblados a jóvenes parientes matrilineales para establecer así un fuerte poblado con su linaje. N o hace falta agregar que^ esto muchas veces no favorece el desarrollo de un sistema social armónico, perdiéndose gran parte de las energías en solucionar tales problem as. Una vez más vemos que los sistemas matrilineales tienden a tam ­ balearse cuando se enfrentan a los problem as de la continuidad fparece que esto tam bién lo han resuelto los nayar mejor que los demás). Con lo cual no quiero decir que los sistemas patrilineales no tengan también sus problem as con la segmentación, pero están menos im bri­ cados en el sistema, se derivan menos directam ente de su lógica interna. La baza decisiva consiste, naturalm ente, en la solución del

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problem a de reconciliar el principio 3 con la filiación por la línea de las hem bras.

2 Uno de los errores de los prim eros evolucionistas fue suponer que las formas de filiación se excluían m utuam ente; las sociedades que eran patrilineales sólo podían haber surgido de un previo estadio m atrilineal, pero ambas formas no podían darse a la vez. Sin embargo, hemos visto que los principios de la filiación pueden aplicarse a mu­ chos usos y que no existe ninguna razón por la que una sociedad no puede tener grupos de filiación m atrilineal para ciertos fines y grupos de filiación patrilineal para otros. Los antropólogos llaman a esto el sistema de dob lejü ia ció n y, aunque es perfectam ente viable, rara vez se da y presenta algunas dificultades. Incluso, aunque no aceptemos el enfoque evolucionista de que ambos tipos de grupos de filiación se excluyen m utuam ente, resulta difícil no aceptar la idea de que los sistemas de doble filiación son transitorios; claramente lo son los ejemplos de Africa central que hemos citado. A quí, una situación que anteriorm ente fue exclusivamente m atrilineal ha sido invadida por el principio patrilineal, fundándose grupos locales patrilineales con matriclanes dispersos. Quizá sea este el camino que origina los sistemas de doble filiación, pero resulta difícil afirmarlo. Si una so­ ciedad se inicia con grupos de filiación patrilineales, ¿cómo podría dar lugar a grupos matrilineales más tarde? o ¿cómo podrá una so­ ciedad desarrollar a la vez ambas formas de grupos de filiación desde un principio? Todo es posible, pero nos faltan los datos que nos ayudarían a decidir. E n tre los ashanti, a pesar de la extrem a naturaleza m atrili­ neal de su sistema, hay una creencia de que el ntoro, o espíritu, se transm ite patrilinealm ente y, por tan to , existe un grupo de filiación patrilineal de hom bres que com parten el mismo ntoro. Lo contrario puede ocurrir en sociedades patrilineales, y la creencia de que cierta esencia es transm itida a través de la línea femenina puede llevar al establecimiento de grupos de filiación matrilineal. Tenemos que ser precavidos. H e subrayado que lo que realmente califica a un sistem a para que se le designe de «doble filiación» es que existan ambos tipos de grupos de filiación. P or tanto, deben exis­ tir grupos de filiación de ambos tipos que verdaderam ente puedan ser identificados. Creo que esto es necesario porque, de otro modo, desembocaríamos en una terrible confusión al designar a toda clase

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de sistemas por el mismo nom bre, cuando en realidad son muy dis­ tintos. P or ejemplo, incluso en un sistema patrilineal, un varón tiene parientes matrilineales, y se da con frecuencia el caso de que juegan un papel im portante en su vida. Así, un hom bre puede tener im por­ tantes relaciones con los varones del patrilinaje de su m adre — como ocurre entre los tallensi— , pero esto no crea ambos tipos de grupos de filiación. Asimismo, entre los hopi, un hom bre m antiene buenas relaciones con los miembros del m atrilinaje de su padre, pero, una vez más,, de aquí no surge un sistema de doble filiación. A veces ocurre que el herm ano de la m adre de un varón, en un sistema patrilineal, tiene deberes m uy im portantes respecto al hijo de su herm ana y, a menudo, tiene dichos deberes precisam ente por no estar viviendo en el linaje del hijo de su herm ana; no ejerce po­ testad alguna legal ni derechos económicos sobre su sobrino m aterno, por lo que es el pariente ideal para ejecultar algunas ceremonias y otros deberes en la vida de aquél. Se da con frecuencia el caso de que las relaciones dentro del patrilinaje son muy tensas y surgen disputas entre hermanos y otros agnados sobre cuestiones de heren­ cia y sucesión. E n tales circunstancias, puede muy bien ocurrir que un varón se dirija al patrilinaje de su m adre en petición de ayuda, y esta vuelta a los parientes varones de la m adre con el tiem po pu­ diera cristalizar en la costum bre de ayudarse y de m antener relacio­ nes privilegiadas entre sí. Así en muchas tribus de Africa del Sur existe la costum bre de que un varón puede gastar bromas al hermano de su madre, le robe la propiedad, por ejemplo, y en general se com­ porte con él muy librem ente. Como perfectam ente dem ostró Eggan respecto de los hopi, en la situación m atrilineal un varón sostiene relaciones muy semejantes con las herm anas de su padre. Así, pues, en toda sociedad en que se hayan establecido grupos de filiación unilineal, un individuo m antiene, por lo general, buenas relaciones con parientes distintos a los de su propio grupo de filia­ ción, y especialmente con los emparentados con aquel de sus padres que no sea el que le faculta a ser m iem bro de su propio grupo de filia­ ción. Fortes lo ha denom inado «descendencia complementaria». Así, por ejemplo, en una sociedad patrilineal, aun cuando el varón adquiere su status de miembro del grupo de filiación por su padre, sigue siendo hijo de su m adre y, por consiguiente, m antiene relaciones «comple­ mentarias» con los agnados de su m adre y, en particular, con los hermanos de ella. O tra forma de enfoque consiste en no verlo como un resultado de la «descendencia» —ser ei hijo de su m adre— , sino como derivado del vínculo m atrim onial. Cuando un hom bre se casa establece una relación de afinidad entre su linaje y el de su esposa; su

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hijo (es un ejemplo patrílineal) es m iem bro de su linaje y comparte con él esta relación de afinidad. E l hijo tiene relaciones especiales con sus tíos m aternos no porque son los herm anos de su m adre, sino por ser los hermanos de la esposa de su padre. Esto puede parecer dos form as distintas de hablar de una misma cosa, pero los antropó­ logos han gastado mucha tinta en la controversia sobre los méritos de uno u otro pun to de vista. E l verdadero significado de esta distin­ ción se a d a ta cuando consideramos en detalle la filiación y el ma­ trim onio. Debemos adoptar o tra precaución. Muchas sociedades cuentan con grupos que reclutan miembros m ediante el parentesco; así, un varón puede unirse al grupo de su m adre para ciertos fines y al del padre para otros. Podríam os imaginar una situación en la que, por ejemplo, un varón sigue en la religión a su m adre y en la política al padre. P o r su m adre puede ser m etodista y por su padre socialista, o bien anglicano p o r su m adre y liberal por su padre, etc. Es un método de afiliar personas a grupos u organizaciones a través del vínculo del parentesco; pero ello no acarrea implicaciones de filiación. Los miem­ bros de semejante grupo no se consideran necesariamente descendien­ tes de u n antepasado común, ni siquiera descendientes de subgrupos de filiación unilineal a partir de un antepasado común. No se trata de grupos de filiación unilineal, incluso aunque el reclutam iento se efec­ túe unilineaím ente (es decir, sólo a través de un sexo). U na sociedad en la que un varón fuera m iem bro de un grupo de filiación por su pa­ dre pero estuviera afiliado a un grupo religioso p o r su m adre no sería según nuestra definición una sociedad de doble filiación. Tales for­ mas de reclutam iento y sus relaciones con «auténticos» sistemas de doble filiación bien merecen ser investigados; pero para nuestros ac­ tuales propósitos no constituyen sistemas de doble filiación. E n los casos en que u n individuo puede afiliarse doblem ente en la forma arriba indicada, quizá fuera m ejor hablar de afiliación dual. Pudiera suceder que muchos de los grupos descritos como «clanes» en la lite­ ratura, de hecho, se basen más bien en la afiliación que en la filia­ ción, semejándose, por tanto, a «clubs» o «cultos» más que a linajes. P o r ahora debemos sencillamente tom ar nota de que ni la afilia­ ción dual ni las alianzas entre afines, ni tan siquiera la filiación com­ plem entaria, crean la doble filiación, si por lo últim o debemos en­ tender que la sociedad reconoce ambos tipos de linaje. Cada una establece una serie de relaciones personales para un determ inado ego y eso es todo. Q uizá percibam os esto m ejor señalando que si un va­ rón tiene dos herm anas y una se casa dentro del patrílinaje A y la otra dentro del B, en tal caso tendrá hijos de herm anas en ambos

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patrilinajes; pero los sobrinos de A y de B no se relacionan entre sí; en un verdadero sistema m atrilineal ambos serían miembros del mis­ mo m atrilinaje. Incluso, sí la relación se extiende del ego al herm ano de la m adre del herm ano de su m adre (es decir, el herm ano de la ma­ dre de la m adre del ego) y aún más lejos, la situación es la misma;' tenemos alrededor del ego un grupo de personas em parentadas matrilínealm ente, pero no un m atrilinaje. E l hecho im portante de que en los sistemas unilineales las personas m antienen relaciones de suma trascendencia con parientes ajenos a su propio grupo unilineal no debe ser confundido con la situación en que la sociedad ha institucionaliza­ do ambas clases de grupos de filiación para distintos fines. Veamos un ejemplo antes de analizar los problem as más abstractos que presenta la doble filiación. Los yako de Nigeria quizá sean la sociedad de doble filiación sobre la que se tiene mayor cantidad de datos. La mayoría viven en una gran ciudad, Umor, con una población de 11.000 habitantes. Se divide en barrios, en cada uno de los cuales vive un patrician (ke p u n ), que es exógamo y celebra ritos en un edificio centtal destinado a asambleas. E l clan se compone de u n núm ero de linajes separados {yeponama; singular eponama), que poseen la tierra enclavada dentro del territorio del clan y cuyos miembros viven con sus esposas e hijos en un simple pabellón. (Eponama significa «uretra», subrayándose así el vínculo biológico entre los agnados.) E l kepun no es un clan segmentado, y los linajes trazan sus genealogías durante pocas gene­ raciones. Los derechos del varón al hogar, a la tierra y a cierta pro­ tección se derivan del patrician y del patrilinaje. Sin embargo, Um or también se divide en m atriclanes (vajima; singular lejima), que natu­ ralm ente se hallan dispersos a causa de la residencia patrilocal y de la costum bre exogámíca del patrician. E l m atriclan se divide en lina­ jes de escaso alcance (yajimafat; singular lefim afat); actualm ente la exogamia sólo se impone dentro de estos linajes, aunque anterior­ mente regía en todo el matriclan; cada m atriclan dispone de un tem ­ plo dedicado a sus espíritus y de un sacerdote varón investido de gran autoridad. Pero el aspecto más sorprendente del vínculo matriHneal es que todos los bienes muebles y otras riquezas se transm iten tnatrilinealm ente, de manera que cada individuo varón recibe la he­ rencia separadam ente: por el padre recibe la casa, las tierras y todos los bienes inm uebles, y por parte de los hermanos de su m adre recibe dinero y ganado, así como la propiedad mueble. V isto de otro modo; cuando un hom bre m uere, sus tierras y su casa pasan a sus propios hijos o a otros agnados próximos, m ientras que su dinero y el ganado se transm ite a los hijos de la herm ana o a otros parientes próximos

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uterinos. Con ello se consigue probablem ente m antener la igualdad de los patrilinajes, ya que u n patrilinaje (o clan) no puede alcanzar una posición jerárquica superior a los demás si al m orir un miembro su riqueza siempre se redistribuye entre los demás patrilinajes. Los matricíanes son asimismo muy im portantes como grupos rituales, y se supone que «m antienen la paz» en el poblado. Esto se observa porque cortan transversalm ente los patriclanes definidos territorialm ente y, en cierto m odo, los unen. Pero los espíritus y los sacerdotes del m atriclan son más poderosos y tienen más prestigio que los del patriclan, lo cual me induce a pensar que los yako debie­ ron ser alguna vez totalm ente m atrilineales y fueron objeto de intro­ misiones patrilineales del tipo de las expuestas más arriba (los yako generalm ente practican la políginia). El tránsito hacia la residencia patrilocal quizá debilitó a los m atricíanes, pero, antes de que esto fuese demasiado lejos, los yako crearon grandes colonias, como Umor, donde los m iem bros del m atriclan podían estar en contacto con suma facilidad; de esta manera conservaron su prioridad y algunas funcio­ nes; por ejemplo, heredar las riquezas muebles, pero los patriclanes rebasaron los lím ites de la nueva estructuración territorial y, como es lógico, controlaron la totalidad de la tierra. Es una simple conje­ tura, pero pudiera ser la explicación de este interesante sistema que ilustra tan perfectam ente cómo una sociedad puede aplicar ambos sistemas de filiación para distintos fines. Tam bién podría explicar o tra anomalía del sistema. O curre que si matan a un varón yako, su m atriclan, no su patriclan, puede pedir la correspondiente compensación; puede incluso llegar basta a exigir p a r a s í una hem bra del m atriclan del asesino; lo cual como señala (Fordej)etnógrafo de los yako, no es muy com prensible, ya que si la hem bra exigida como compensación está criando niños, éstos pasarán a pertenecer al m atriclan del hom bre m uerto; lo cual es más que compensación, pues, si el varón no hubiera m uerto y hubiera tenido hijos, éstos no habrían pertenecido a su m atriclán, sino a su patriclán, por lo cual con su m uerte el patriclán ha perdido en realidad nuevos m iem bros potenciales. Si además agregamos que el precio por la novia se paga a su m atriclán y no a su patriclán, creo que es lógico no abrigar duda alguna sobre que el m atriclán es la unidad originaria y que aún conserva dichas funciones en otras circunstancias que, lógi­ camente, no lo necesitan. E xisten muchos otros aspectos del sistema de los yako que seria muy interesante abordar, pero debemos reducirlo a este breve bos­ quejo y pasar a un análisis más general de la doble filiación. C ualquier sistema de doble filiación puede funcionar siempre que

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cada principio realice una tarea distinta. Esto está muy bien resuelto en el caso de los yako: los varones no se mueven y, por tanto, los bienes inmuebles se transm iten a través de los varones; las hembras se van y, como es natural, los bienes muebles se transm iten a través de ellas; pero a nivel legal y de ritos no existe una delimitación tan tajante, y a veces falla la lógica. E n la mayoría de los sistemas de doble filiación el grupo residencial es el patrilinaje; y es razonable que ocurra así, puesto que se trata del tipo de grupo residencial de más fácil adaptación. E l lector puede imaginarse un sistema de doble filiación basado en algún tipo de grupo m atrílineal de residencia y ver por qué sería difícil, aunque no imposible su funcionamiento. Pero quizá el mismo hecho de que la doble filiación casi siem pre surge cuando un sistema de filiación m atrilineal pasa a ser de residencia patrilocal sea lo que explique que en casi todos los sistemas de doble filiación el grupo residencial es el patrilinaje. Todo cuanto hemos dicho acerca de los problemas y de las difi­ cultades de los grupos de filiación unilineal sigue siendo válido cuando nos referim os a grupos que tienen establecido un sistema de doble filiación. Para el m atrilinaje todavía sigue existiendo la preocupación de que sus mujeres deben quedar embarazadas y de que el matrilinaje tiene que tener poder sobre los hijos para cualquier propósito que haya de ser cumplido; los sacerdotes del m atriclán de los yako, por ejemplo, están deseando tener hijos de sus herm anas para que les sucedan en el cargo. Tam bién es cierto que los patrilinajes desean «quedar aliviados» de sus hem bras consanguíneas y adquirir esposas para tener hijos. A tal fin, han insitucionalizado la políginia y el pre­ cio de la novia, aunque no siempre este últim o resulte eficaz para afirmar los derechos del «pater» sobre los hijos. E n el sistema de doble filiación existe la diferencia de que estos propósitos pueden cumplirse conjuntam ente mediante el m atrim onio. En prim er lugar, el m atrilinaje consigue que sus mujeres queden em­ barazadas y el patrilinaje obtiene esposas y, por tanto, hijos. E ntre los yako, el m atrilinaje sale ganando en cierto m odo; percibe el precio de la novia que entregan ios varones del patrilinaje por el privilegio de utilizar la fertilidad de la m ujer, pero no pierde sus propios de­ rechos sobre los hijos de ella, es decir, conserva los derechos sobre la fecundidad de la mujer. Por consiguiente, el m atriclán controlá ritualmente la fertilidad de sus hem bras, aunque, como ya hemos visto, se reconoce plenam ente el lugar que le corresponde al varón en la procreación. Pero en cualquier sistema semejante lo mismo se­ ría tam bién cierto: tanto el m atrilinaje como el patrilinaje salen ga­ nando con el m atrim onio. E sto no significa que las relaciones conyu­

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gales deban ser estables, aunque al patrilinaje le favorece cierto grado de estabilidad. E n tre los yako el divorcio es posible, pues la poliginia y el volver a casarse lo solucionan. Si una m ujer está encinta y aban­ dona a su m arido, el hijo será entonces de él y pertenecerá a su pa­ trician. Pero tam bién en este caso el patrilinaje pierde algo y sería me­ jor si el pago del precio de la novia diese al varón el derecho absoluto sobre la prole de su esposa. Q uizá sea en este punto, como en la cuestión del pago por hom icidio, donde los dos principios rozan un poco y no consiguen alcanzar el equilibrio. Pero lo que nos expresa, y esto tam bién debe ser cierto para todo sistema de doble filia­ ción, es que el m atrilinaje consigue prosperar en semejante régimen, pese a su dispersión, e incluso obtener el mayor beneficio, por no depender del m atrim onio de la manera en que depende el patrilinaje. Si lo vemos desde el punto de vista de los papeles a representar, percibimos que el sistem a ofrece otro aspecto interesante: perm ite al individuo representar una serie de papeles más completa que la del simple sistem a unilineal. Así, por ejemplo, en su patrilinaje el varón es «padre» y produce los nuevos m iem bros; es asimismo «hermano» en su m atrilinaje y tiene derechos sobre los hijos de sus hermanas y deberes respecto a los herm anos de su madre. Una hem bra puede producir hijos para el patrilinaje de su esposo — representar el papel de esposa— , a la vez que proporcionar hijos e hijas de her­ mana para su propio m atrilinaje — representar el papel de «hermana». E l varón es hijo e hijo de la herm ana a la vez que padre y «hermano de la m adre». E n lo que se refiere al com portam iento y a los derechos y deberes totales de un individuo, participar en un sistema de doble filiación es m uy diferente de hacerlo en uno que sólo reco­ noce el principio unilineal. E n lo que se refiere a todo el sistema, gran p arte depende de lo que ambos conjuntos de grupos de filiación ten­ gan que hacer. N aturalm ente, esto es un producto del desarrollo histó­ rico y a veces no puede funcionar con suavidad. Partiendo de un plan racional, podría ponerse en funcionam iento una solución cómoda, pero las sociedades no planean sus instituciones de tal m odo, y los sistemas de doble filiación, como los demás, se han edificado sobre cimientos accidentales; todavía no se han establecido las circunstan­ cias en que surgen y las situaciones en que funcionan con eficacia o, p o r el contrarío, que im piden su adaptación.

Segm en tación y d o b le filiación

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3 H asta ahora hemos tom ado al grupo fraterno como punto de partida para el examen de los grupos de doble filiación, pero algu­ nos de esos difíciles hechos etnográficos quizá nos obliguen a revisar nuestra decisión. E l malestar que producen esos hechos es que son un tanto enigmáticos y que no siempre estamos seguros de que esta­ mos tratando con grupos y no precisamente con categorías o con formas de afiliación.unas.que de filiación. Según1M argaret M ead,\los m undugam or de Nueva G uinea trans­ m iten las tierras patrillñealm ente, pero la tierra es tan abundante que no existen problemas de herencia. Los demás bienes, incluso las flautas sagradas, a las que los m undugam or dan gran im portancia, se transm iten de padre a hija y de m adre a hijo. A estas «líneas» de_transm isión de herencia los nativos las denom inan «cuerdas». fM ead jlo atribuye a la hostilidad entre personas del mismo sexo; los ^padres odian a los hijos y los herm anos varones se odian entre sí. La form a norm al de m atrim onio (que es polígino) consiste en cam­ biar herm anas, pero los padres a veces ceden sus hijas por jóvenes esposas y con ello reducen las posibilidades de sus hijos; el varón sólo confiará en su m adre o en su hija y se hallará en guerra con todos sus parientes varones. Se llega hasta el extrem o de que el pa­ dre y la hija duerm en en la misma cama hasta que la muchacha se case. R esulta difícil hacerse a la idea de que estas «cuerdas» son grupos de filiación. Cuando m uere el padre, sus bienes pasan a sus hijas; éstas se casan y conservan los bienes hasta tener hijos a quienes transm itirlos. Es una form a de herencia individual, pero no parece que dé lugar a un grupo de filiación. E videntem ente, tos mundugamor trataron de constituir un tipo de filiación cognaticia al unir tos descendientes de u n herm ano y una herm ana que, según el sistema de la «cuerda», habrían estado separados; pero este sistema falló y, como parece ser que de él no surgieron grupos de residencia ni de otra clase, podemos dejarlo de lado. Pero merece la pena señalarlo por su interés y por el hecho de que no se deriva de algo que se asemeje al vínculo «natural» fraterno; formalmente vincula a las personas a través de las generaciones, pero no tiene en cuenta el cruce de sexos en el lazo fraterno. Sin embargo, merece la pena indicar que, cuando tos m undugam or intentaron desarrollar un sistema que orillase alguna de estas dificultades, es decir, «entre­ £ox, 5

130

Capítulo 5

lazar las cuerdas», como dijo M eacíj)recurrieron al vínculo fraterno. O tro m étodo de establecer la filiación, que en este caso parece que tiene como resultado la formación de agrupaciones, es el de los apinayé de Brasil. La noción de que los grupos de filiación contienen ambos sexos se da por sabida y existen grupos matrilineales de hem bras y patrilineales de varones, sistem a que se ha bautizado con el nom bre de «filiación paralela» y que es perfectam ente viable, siempre que los fines que dieron existencia a los grupos femeninos se hayan lim itado adecuadam ente. Vimos que en algunas tribus matrilocales-matrilineales la propiedad se hallaba más o menos en manos de los grupos femeninos em parentados m atrilinealm ente dentro del grupo de residencia. Si la propiedad del «varón» se desarrollara de igual modo podría producirse la situación apinayé. Pero esto, al igual que en el caso m undugam or, corta el vínculo herm ano-hermana, que fue nuestro p unto de partida. Sólo puede clasificarse y ser manejado si tomamos los cuatro papeles (padre/esposo, m adre/esposa, herm ano/hijo, herm ana/hija), y observamos qué posibilidades nos ofrecen para cons­ titu ir agrupaciones. E sto es puro análisis form al y, contrariam ente a nuestro otro punto de partida, poco nos dice acerca de cómo se origi­ naron los grupos de filiación. Creo que existen nueve formas posibles de disponer estas rela­ ciones, esto es, de enlazar dichos papeles, si agregamos las dos posibilidades de papeles combinados, es decir, padres por un lado e hijos p o r el otro. 1 2 3 4 5 6 7 8 9

de de de de de de de de de

padre a prole (es decir, hijos e hijas) m adre a prole padre a hijo m adre a hija padre a hija m adre a hijo padres a prole padres a hijo padres a hija

Llevados estrictam ente a cabo, 1 y 2 nos darían el sistema patrilineal y m atrilineal respectivam ente; 3 y 4 la situación apinayé; 5 y 6 las «cuerdas» m undugam or; y 7 u n sistema cognaticio que «ignora el sexo»; en los demás casos es esencial la diferenciación por sexos (el padre de la madre y el hijo de la hija). 8 y 9 plantean un problem a; podemos ver de qué modo la prole puede «filiarse»

Segmentación y doble filiación

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del padre o de madre, pero ¿cómo puede urlo de los h ijos descender de sus padres y los otros no?, y esto es lo que sucede en cierto modo si nos atenemos a la lógica de nuestro caso extrem o patrilineal. Ya que en este caso vimos que los vínculos que sostienen al sistema son los de padre e hijo y madre; ¿dónde está la hija?, está fuera, representando el papel de «m adre» en alguna parte: en el reparto no hay papel para las hijas. E sto ocurre en el caso extrem o en que las hermanas sean realm ente «desperdicios» y se las eche para que ac­ túen como madres en otra parte. M ientras se las retenga como miem­ bros (no-reproductores) del linaje se dará la posibilidad 1 y no la 8. Esta últim a implica la incorporación de la «m adre» al grupo del padre y del hijo, como sucedía en China. Podemos representar esto como sigue:

Lo que en realidad nos ofrece la posibilidad 8 es el «modelo» de un sistema patrilineal que sería el alternativo de la 1. La posi­ bilidad 9, que sería lo opuesto de lo m atrilineal, no se da por todas las razones expuestas anteriorm ente al analizar las diferencias entre los grupos de filiación m atrilineal y patrilineal. Lo que me interesa de este análisis es esto: lógicamente los sistemas 3, 4, 5 y 6 no se pueden deducir de nuestro punto de partida del grupo «natural» y de su perpetuación, utilizado en el capítulo 1 para llegar a los tres sistemas de filiación. Esos cuatro casos nos exigen que tengamos en cuenta los cuatro papeles de la

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Capítulo 5

«familia nuclear» y que observemos cómo se diferencia cada gene­ ración por sexo, así como su descendencia de la generación precedente. Y aún así estos cuatro casos que durante su formación requieren, lógicamente, los papeles de la «fam ilia nuclear» únicamente cubren dos casos conocidos en toda la etnografía. E n el sistema de análisis que hemos .utilizado, valiéndonos de los papeles familiares, los cuatro casos eran posibilidades, igual que los demás; sin embargo, sólo cono­ cemos u n ejem plo de cada una. N o estoy seguro de tener razón en afirm ar que no es m enester considerar a la familia nuclear como «fundam ental» o «básica», pero desde el punto de vista lógico, caso de no serlo por todas las demás razones anticipadas en el capítulo 1, apenas si es necesario considerarla de este modo. Quizá ahora parezca tener escasa im portancia esa corta excursión dentro de la lógica del parentesco, a fin de acoplar dos difíciles tipos del principio de filiación, pero sí la tiene, pues creo que para la mayoría de los análisis del parentesco habría podido constituir el punto de partida natural y lógico. P o r tanto, si he conseguido redu­ cirlo a u n árido paréntesis, estoy más que sastifecho. Creo que incluso las personas más legas desearían comenzar el estudio del parentesco de este modo: «dada la familia, existen entonces X núm ero de posibles formas de afiliar una generación a la siguiente». A esto yo contestaría: «cierto, pero sólo si usted quiere referirse nada más que a los m undugam or y los apinayé; el resto del m undo se las puede arreglar sin suponer que la fam ilia nuclear es fundam ental y necesaria, y sin tenerla en cuenta podemos deducir las diversas for­ mas del sistema de parentesco.» D ejando a un lado las considera­ ciones lógicas, incluso en las dos sociedades que acabamos de men­ cionar no se deduce que la «familia nuclear» necesite existir como unidad. Lo que sí tiene que existir imprescindiblemente es un «padre» y una m adre conocidos para cada niño; o, dicho de otro modo, un esposo legal para la madre. N o t a .— D esde que escribí lo anterior he descubierto que el sis­ tem a apinayé, enfocado desde el ángulo de los arreglos de m atri­ monio interno en la tribu, en modo alguno difiere de nuestras teorías. La trib u se divide en cuatro «grupos»; designémoslos A, B, C y D ; la norm a matrim onial exige que los varones de A se casen con hembras de B, los de B con mujeres de C, los de C con hembras de D y los de D con las mujeres de A. Em pleando letras mayúsculas para los varones y minúsculas para las hem bras, he aquí cómo fun­ cionaría:

S egm entación

y d o b le filiación

133

A

B

D

C Diagrama 26

Las hem bras se unen al grupo de la m adre y los varones al del padre. D e m anera que lo que tenemos en realidad son cuatro grupos endógamos: A b, Be, Cd y Da. La herm ana de un varón se hallará en su grupo afín, pero no se casará con ella; lo hará con la hija de una m ujer que no sea su m adre, en su grupo afín. H e aquí el proceso:

Diagrama 27

134

Capítulo

5

A quí el varón de A se casa con una hem bra de B (b), y sus hijos se asignarán los varones a A y las hem bras a B, respectivamente. Los hijos del m atrim onio {los A 1) no se pueden casar con sus her­ manas (las b 1), pero sí con otras muchachas de B (las b2), de igual manera las hijas del m atrim onio no pueden casarse con sus hermanos, pero sí con otros hom bres de A (los A2). En las siguientes genera­ ciones nada im pedirá que los hijos de esas dos series de matrimonios (que naturalm ente serán prim os) se casen entre sí. E n cierto modo, lo que ocurre es que los varones de A «intercam bian hermanas» con los demás, y lo mismo ocurre con los hom bres de los demás grupos. El lector no debe asom brarse p o r esto, sino consultarlo después de leer los capítulos siete y ocho; entonces lo verá como una especie de arreglo m atrim onial «elem ental» y lo entenderá mejor. P o r ahora recuerde únicam ente que la afiliación de padres e hijos en la familia no nos lleva m uy lejos en u n sistema como éste. M ientras los varones sigan intercam biando hermanas, la relación her­ mano-hermana continúa siendo prim ordial y el sistema adquiere un sentido «patrilineal»: se cambian herm anas por esposas, desperdicios por capacidad reproductora. E n las categorías A, B, C y D se es miem­ bro p o r «afiliación» y es el nom bre que dan los apinayé al sistema. Realm ente, nada tiene que ver con la «filiación paralela», sino con los arreglos m atrim oniales.

Capítulo 6

FILIACION COGNATICIA Y GRUPOS CENTRADOS EN TORNO AL EGO

En el prim er capítulo contrastam os los métodos de recluta­ miento unilineal y cognaticio respecto a la formación de los grupos de filiación. Vimos que el m étodo unilineal ofrecía la ventaja de asignar a los individuos a un solo grupo (el del padre o el de la madre), creando grupos distintos y no superpuestos. Podem os verlo mejor así: p a t r ü in a je s

m a tr ilin a ie s

E

C:

E

D

F

G

Diagrama 28 Cuando ambos principios unilineales se emplean, ambos siguen siendo válidos y un varón es un m iem bro de un m atrilinaje y de un patrilinaje, que existen para cum plir diversos fines. El sistema uni135

136

Capitulo

6

lineal da una serie discontinua de grupos de filiación. E n el sistema de doble filiación las unidades del sistema siguen siendo discon­ tinuas y no patrílinajes superpuestos por un lado y m atrilinajes super­ puestos por el otro, aunque habrá m iem bros de todos los matrilinajes en cada patrilinaje y viceversa. Como los m atrilinajes y los patrilinajes existen para fines distintos, esto no im porta, aunque, si no están hábilm ente «entrelazados», surgirían algunos problem as, como vimO' que ocurría entre los yoko. Podríam os ilustrarlo así:

Filiació n co gn aticia y grup os cen trad os en to rn o al ego

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filiación, y todos los descendientes del antepasado se inchiyen en su srupo, perm itiéndose que” los varones y las_JhemEras reproduzcan grupo. Podríam os ilu stra rlo ' de la'sig u ien te forma: 1

2

3

4

5

6

7

8

En este caso, pasado algún tiem po, se habrán fundado cierto número de grupos de filiación y todo descendiente de cada fundador sigue siendo miembro del grupo de este últim o. Desde el punto de vista del individuo podemos dibujar simple­ mente la diferencia que para él existe entre ser m iem bro de un grupo de doble filiación y serlo de uno con filiación cognaticia:

E l paisaje cambia cuando llegamos a los grupos de filiación cognaticia. Ya no es necesario que la sociedad conste de 'grupos discontinuos que no se superpongan, pues, como vimos, los linajes cognaticios, por su propia naturaleza, tienden a superponerse al reclutar a sus miembros, de m odo que u n varón será a la vez miem bro de varios grupos que tienen fines símilafesTTÜomd esdogíco, surgirían problem as isstracraraier_distTnfds_^de los que se plantean en los grupos unilineales, aun cuando, al igual que los últim os, están constituidos por descendientes derivados de un antepasado com ún. E n el casó cognaticio, sin embargo, el sexo ño íím ífa_ esta

Diagrama 31 E n el de doble filiación es miembro de un raatrilinaje y de un patrilinaje, mientras que en el cognaticio lo es de ta n to s huajes cognaticios como antepasadoíTineales suyos que hubiesen sidcTiruem-

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Capítulo fi

bros. D e esta m anera, a nivel de los abuelos habría cuatro, al de l0s "bisabuelos ocho7~etc. E ste modelo supone que los cuatro abuelos proceden de distintos grupos, pero, como es natural, podría no haber sido así; generalm ente es raro^que los grupos d e filiación cognaticia sean^exógamos y la verdad es qüe~srio"~füeran resultarían impracti­ cables; a veces „existe in cluso una preferencia _endogámica y se anima a los «prim os» a que se_casen, a fin d i - evitar una excesiva superposición. X os padres del varón pueden proceder del mismo grupo o, cuando menos, sus abuelos. Si cn~nu estro ejemplo los padres de su padre proceden del mismo grupo 1, esto_ reduciría_el número de. _a.catamíentos_ a que está_obligado el ego. Si en la comunidad hay u n núm ero lim itado de tales grupos de filiación (supongamos que hay un núm ero fijo de grupos que tienen nom bre), la probabili­ dad de que cuando menos dos de sus abuelos procedan del mismo grupo será muy elevada. Si, por ejemplo, sólo hubiese ocho grupos de este tipo, entonces quizá fuese m iem bro de cuatro o cinco. Todo depende de hasta dónde ascienda en el trazado de su genealogía. Si puede recordar a qué grupos estaban afiliados sus bisabuelos, contará con ocho probabilidades de ser m iem bro, pero las probabili­ dades de que recuerde las afiliaciones de sus dieciséis tatarabuelos serán m uy escasas. Si se tratase de grupos con apelativo como los clanes, recordaría sim plem ente los nom bres heredados. Sabría, por ejemplo, que lleva los apellidos 1, 3, 5, 6 y 8. Pero supongamos que su esposa fuese m iem bro de 2, 4 y 7, entonces ella estaría adscrita a ellos y su prole sería m iem bro de los ocho grupos. E ste es un m odeloJim itado, pero teóricam ente a cualquiera le es posibleTñrH icho sistema ser m iembro de cada grupo de la sociedad. Si los grupos de filiación se unen a clanes de afiliación cognaticia, u n varón podría fácilm entejestablecerJel vínculo cognaticio con cada «clan» de la comunidad. Sin embargo, si el jm odelojao se refiere a la form a de ser_mi_embro de un .clan, sino a la de ser jn iem b ro de un linaje en que se hallan implicados vínculos genealógicos exac­ tos que_ se_derivan de un antepasado común, entonces el individuo no puede agotar el sistema tan fácilm ente, pero, aún así, su calidad de m iem bro puede extenderse muy poco. Salta a la vista que si lo llevamos a sus últimas consecuencias lógicas este sistem a difiere radicalm ente del unilineal. Los grupos de filiación cognaticia de esta clase no pueden realm ente cumplir la mis­ ma función que los de filiación unilineal. Les es imposible, para dar un ejemplo sencillo, incluso constituir grupos residenciales. Si uno de dichos linajes decidiese m antener a todos sus miembros juntos, sólo podría hacerlo a expensas de otros linajes, restándoles míem-

Filiación cognaticia

y grupos

en to rn o al ego

centrados

139

, podría m antener juntos a unos cuantos miembros y com petir con otros linajes sobre el acatamiento de los ausentes (ya vimos que leo similar puede suceder en algunas sociedades matrilineales), pero no puede existir una norma que estipule que todos los miembros úel Hnaje residan juntos. D e hecho, nos es im posible predecir qué normas de residencia existirán. Como la mayoría de esos grupos casi siempre se ven obligados a dispersarse, pueden establecer cualquier norma de resiclencia o, mejor aún, «o^fijaflñm gúna. Tomemos otro ejemplóT no pueden actuar como grupos de venganza, función bas­ tante corriente en los linajes unilineales; si un varón del linaje A mata a otro del B, en nuestros ejemplos unilineales B podría ven­ garse m atando a otro de A; esto es fácil, debido a que los miembros de B son com pletam ente distintos de los de A. Pero si u n varón de 1 mata a otro de 2, en nuestro ejemplo cognaticio, ¿cómo podría 2 vengarse en 1, si los miembros de 1 lo son tam bién de 2 y viceversa? Podríamos acumular ejemplos de los problemas que en sus inicios acarrea la superposición. A algunos teóricos les han parecido tan de­ vastadores que han negado que los grupos de filiación cognaticia pudiesen realm ente existir, y los consideraron, debido a que el prin­ cipio 3 encaja bien aquí y los hom bres son los afectados, como grupos patrilineales en estado de fluidez. Más tarde veremos esto.

2 Nada hay de malo en ser m iem bro por nacim iento de varios grupos, incluso puede ser ventajoso. Pero, salvo que se m odifiquen de algún m odo, estos grupos de filiación cognaticia no pueden actuar como linajes unilineales. C om parten con estos últim os la caracterís­ tica de que son grupos basados en la filiación desde un antepasado común, pero al aceptar el reclutam iento cognaticio han perdido la discontinuidad, que, sin embargo, es la baza decisiva del grupo de filiación unilineal en cuanto a eficiencia social. El hecho de que no puedan actuar exactam ente igual que los grupos de filiación unilineal no debe ocultarnos sus posibles fun­ ciones y, en algunas circunstancias, quizás posean virtudes de super­ vivencia de las que carecen los grupos unilineales. Digamos, ante todo, que lo que hemos analizado antes de una m anera abstracta es lo que los antropólogos denom inan grupos de filiación cognaticia «sinjrestricciones», es decir, los que adm iten cómo ímembros^ a todos los descendientes del antepasado fundador. E n tales grupos se puede restringir la~admisión de m iem bros basándose en criterios que no

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Capítulo

6

sean los del sexo y obtener grupos capaces de actuar como sus opuestos unilineales. Pero por ahora seguiremos ocupándonos de la versión cognaticia escueta. Podem os im aginar una situación en la que hubiese grupos encar­ gados de las ceremonias, como efectivam ente ocurre con los sagada igorots de Filipinas. Si el grupo 1 convocase a todos sus miembros a una ceremonia, poco im portaría que tam bién fuesen miembros de otros grupos que asimismo celebren otras ceremonias; el único inconveniente sería el tiem po, pues no Ies sería posible acudir a distintas ceremonias a la misma hora. Pero podría darse otra cir­ cunstancia, que es fácil de imaginar y que solucionaría el problema. Supongamos que hubiese en la comunidad varias zonas de tierras de pasto, cuyos prim eros propietarios dispusieron que todos sus des­ cendientes podían usarlas para sus ganados. De nuevo, poco im por­ taría que alguno disfrutase del derecho de pastoreo sobre más de una zona, esto incluso pudiera ser ventajoso. Los igorots a que nos hemos referido más arriba nos dan un ejemplo; hace ocho o diez generaciones sus antepasados ocuparon el territorio que ahora po­ seen; algunos individuos de estos prim eros em igrantes talaron los árboles de algunas laderas y todos los descendientes de cada uno de ellos tienen derecho a cultivar en estas parcelas. Asimismo, la zona de pinar de la que u n hom bre se proclam aba propietario el prim ero era propiedad de todos sus descendientes, los cuales nom ­ braban u n «guarda» para que regulase la corta de madera. Tomemos de nuevo la herencia; si existía una norm a de que toda la prole de un varón com partía su herencia, ésta se iría dividiendo con el paso de las generaciones y los herederos pudieron constituir un linaje cognaticio. E ste linaje «potencial» nunca pudo alcanzar gran volum en, salvo que los vínculos se hubiesen m antenido al desapa­ recer una ram a del mismo y, por consiguiente, hubiera habido la correspondiente «reversión» de la propiedad. Todo debió depender de la naturaleza de la propiedad; si, por ejemplo, era ganado, que puede dividirse y repartirse fácilm ente, quizá no fuese tan necesario que el grupo estuviese junto; p ero si la herencia no se podía dividir, por ejemplo, si eran tierras IñdivisasT"no cabe duda de que el grupo necesitaba unirse paraTefec tu a r'la explotacTón~coniu n ta . D ñ a v e z m á s se plantea la cuestión de la residencia. Si la pro­ piedad de u n grupo se compone de u n territo rio , ¿cómo puede el grupo residir en él y explotarlo? Ya sugerimos una ligera modifica­ ción del sistem a que lo hiciese viable: u n núcleo de miembros puede residir en él m ientras los ausentes conservan sus derechos sobre la tierra, sin necesidad de hallarse presentes; si lo desean,

Filiación cognaticia y grupos centrados en torno al ego

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eden venir y vivir en ella. Podríam os ir más lejos; cabe definir ¿[ grupo como el conjunto de los descendientes del prim er ante­ pasado que decidió vivir en las tierras del linaje; quienes optaron por vivir en otra parte perdieron su derecho a ser miembros del linaje. Si así se hace, al grupo se le conoce como de filiación cognaticia «restringida». Todavía rige el principio cognaticio (todos los descen­ dientes del antepasado prim ero tienen derecho a la tierra del grupo), pero se perderá si no se ejercita. E sto quiere decir que un varón debe elegir a qué linaje quiere pertenecer de los muchos a los que está vinculado. E n nuestro ejemplo de la página 137, el ego tiene que escoger si se afilia a 1, 2, 3 ó 4, debiendo elegir única­ mente uno de ellos. E l resultado de este sistema serán grupos tan discontinuos como los de filiación unilineal, pero, en lugar de conse­ guir la discontinuidad restringiendo el reclutam iento a uno u otro sexo del grupo, lo consiguen m ediante la restricción por la residencia: sólo son m iem bros"del grupo quienes residen "con éT. O sea, m ientras rija el principio cognaticio (un varón puede unirse al grupo de su padre o de su m adre, etc.), se puede consti­ tuir una serie de grupos discontinuos que no se sobreponen. La gran ventaja que estos grupos ofrecen en cuanto a adaptación es su flexibilidad1 E iTüñFiocT edad YnTa~qué "cada patriTinaje viva en una determinada superficie de tierra puede suceder que la presión demo­ gráfica convierta algunos linajes en demasiado grandes para la super­ ficie de que disponen, m ientras en otros la relación tierra/m iem bros puede descender en pocas generaciones. Ya vimos anteriorm ente que los grupos de filiación unilineal presentan este fallo, es decir, depen­ den de las fluctuaciones demográficas. Cuando así sucede, la claridad y precisión del principio unilineal, que sirven muy bien para el reclu­ tamiento de miembros, se convierten en rigidez interna que puede romper el equilibrio del sistema. P o r otra parte, el sistema cognaticio está en condiciones de abordar esta contingencia m uy fácilmente; si un grupo amenaza con ser demasiado grande para la superficie de tierra de que dispone, como muchos de sus miembros lo serán tam bién de otros grupos semejantes, pueden reclamar sus derechos a la tierra de estos últim os, con lo cual la población se redistribuye por igual en la tierra. Q uizá se deba a esto el que los grupos de filiación cognaticia se hayan extendido más en las pequeñas comunidades isleñas, es decir, en situaciones en que existe presión demográfica sobre una pequeña superficie de tierra. E n estos casos el sistema cognaticio perm ite cierta flexibilidad, m ientras que el sistema unilineal hubiera sido destruido por la tensión demográfica. D e hecho, existen sistemas unilineales en pequeñas comunidades isleñas, pero tienen que estar

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Capítulo

6

preparados para efectuar ajustes ante las presiones descritas. E sto h a inducido a algunos com entaristas a considerar que los sistemas que hem osjdenom inado «linajes cognaticios» proceden de la~destrucción de un sistema patrilineal, y, en realidad, es frecuente que tengan un m atiz patrilineal. H ay una fuerte tendencia a m antener juntos a pa­ dres, hijos y herm anos con fines de defensa y de cooperación en las tareas, etc., lo cual significa que a m enudo predom ina la residencia patrilocal; entre las posibilidades de elegir que se le ofrecen, el hom ­ bre se inclina rápidam ente p o r vivir con el grupo de su padre. E l que consideremos esto como resultado de la ruptura de la patrilineidad o, como lo ven otros observadores, como el comienzo de un sistema patrilineal, quizá dependa de lo que opinemos acerca de la natu­ raleza de la evolución y de los cambios sociales. O pino que el m é­ todo de linaje cognaticio es, con toda probabilidad, un tipo indepen­ diente, pero que en algunos casos puede proceder de la destrucción del linaje unüineal. E n ciertas ocasiones puede anquilosarse en la unilinealidad, dependiendo de si las circunstancias conducen a la adop­ ción de u n sistem a de residencia m atrilocal o patrilocal. Lo anterior depende en gran parte de la ideología del sistema. Los mae-enga de N ueva G uinea tienen una ideología predom inante­ m ente patrilineal; creen en la «proxim idad de las relaciones» de los agnados y poseen clanes y linajes patrílineales, etc. Pero un linaje perm itirá que los cognados cultiven sus tierras, si no hay escasez de ellas; en este caso un varón puede dar tierras a los hijos de su herm ana y a los de su hija, si las necesitan, pero si hay escasez se dará preferencia a los agnados. P o r o tra parte, Ia_ideología maorí de Nueva Zelanda_es_ cognaticia; la unidad social es el hapu, un. grupo territorial, y el_varón es_miembro de tantos h a p tfc ó mo ante­ pasados lineales suyos fueron miem bros de los mismos; pero de hecho, sólo puede residir en uno de ellos al mismo tiem po, lo cual no significa que pierde sus derechos sobre los demás, como suce­ dería en un auténtico sistema restringido, sino que perm anece en el que eligió en prim er lugar. La m ayoría de los varones optó por quedarse cerca de sus padres y unirse al hapu paterno. Tam bién los maoríes son grandes conservadores de genealogías, que se extienden enorm em ente, y cuantos más varones tenga un hom bre en su genealo­ gía mayor es su prestigio, aunque no debe desagradarle trazar la vinculación pasando por una hem bra que fue una gran princesa. Todo esto da al hapu un fuerte m atiz patrilineal, pero, sin embargo, el varón puede, sin gran dificultad, unirse al hapu de su m adre o de su abuela, y de hecho a m enudo lo hace. Por tanto, en lo que se refiere a la residencia, nos encontram os, tanto en el caso de los

Filiación , co gn aticia y grup os cen trad os en to rn o al ego

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mae-enga, como en el de los maoríes, con grupos de cognados que son, ante'' todo, agnados que utilizan un territorio y sus tierras; y u n a * investigación estadística muy bien pudiera dem ostrar que la com­ posición de los grupos locales es más o menos idéntica en las dos sociedades, pero una es «patrilineal» y la otra «cognaticia». Podría alegarse que los cognados mae-enga no se convierten en miem bros de los linajes agnaticios a los que pertenecen; lo cual es cierto, pero el ejemplo de los yako que hemos analizado nos servirá para fundam entar más esta discusión. Los yako están dividi­ dos en patriclanes basados en la territorialidad, y se supone que, por definición, un varón vive en el patriclán de su padre y es miem­ bro de él. Pero los yako presentan un vacío; si lo desea, un hom bre puede marcharse y unirse al patriclan del herm ano de su madre; este últim o lo adopta y, por tanto, se convierte en su «hijo» adoptivo. (Esto resulta muy ventajoso, ya que entonces es el here­ dero del herm ano de su m adre, tan to m atrilineal como patrilinealm ente, y recibe el pastel y a la vez se lo come. G ran parte de los yako se aprovechan de esta estratagem a.) Así, por ejemplo, en cual­ quier patrilinaje hay varones que, de hecho, son cognados por naci­ miento (hijos de herm ana), pero que han sido adoptados. ¿En qué difiere este sistema del de los m aoríes? La contestación es más bien ideológica que práctica: lo que tenem os en todos estos casos son unidades de tenencia de tierras, um dades_de las que se puede ser m iem bro (o, cuando menos, adquirir ciertos jdérechos encellas) de ■diversas formas;" la form a más segura y extendida en lo's tres casos es ser padre de una criatura. E ntre los mae-enga y lo sy a k o se puede reclamar ser m iem bro en v irtu d de la conexión cognaticia, pero entre los maoríes se tiene derecho a ello en virtud de la conexión cogna­ ticia. La diferencia puede parecer leve, pero es muy im portante. Sin embargo, este análisis debe hacernos precavidos para que no intentem os catalogar los sistemas, de una manera demasiado rígida, con las categorías «patrilineal», «cognaticio» y «m atrilineal». De hecho, algunos sistemas «patrílineales» pueden parecerse más a al­ gunos sistemas «cognaticios» que a otros patrílineales. Debemos extrem ar el cuidado al sopesar los derechos y obligaciones que las personas tienen en lo que se refiere a la propiedad, a ser miembros de grupos y entre sí, y observar cómo estos derechos y obligaciones se distribuyen. Muchas veces, al hacerlo, las líneas divisorias se confunden, pero al menos evitamos la falacia de que con decir de un sistema que es «patrilineal» creamos que hemos resuelto el problem a más im portante; en realidad no hemos hecho sino empezar. En cierto m odo, todos los sistemas son «transitorios»; el cambio es ley

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de vida en la sociedad, al igual que sucede en la naturaleza. Si un sistema se enfrenta a circunstancias que se van modificando, entonces no le queda más rem edio que cam biar y adaptarse o m orir. Tal como vimos que se aplicaban en la práctica, algunos sistemas cogna­ ticios pueden proceder de cambios de adaptación de los sistemas patrilineales, pero lo contrario tam bién puede ser cierto. E ste mero hecho quizá debiera inducirnos a preguntar simplemente, ¿dentro de qué categoría estructural colocaríamos el sistema X ?, ¿cuáles son las tendencias del sistema X , de dónde procede y adonde va?

3 Así, pues, hemos visto que los grupos de filiación cognaticia pueden ser de tres clases. ■ 1} sin restricciones; en ellos son miembros todos los descen­ dientes del antepasado prim ero o fundador. 2. ': restringidos; aquí todos los descendientes del fundador tienen derecho a ser miembros, pero sólo pueden ejercitarlo si deciden, por así decirlo, vivir en el territorio de dicho antepasado, 3?) lo que podríam os denom inar de restricción pragmática; todos los descendientes son m iem bros, pero en la práctica no pueden serlo de todos los grupos a los que pertenecen, ya que son territoriales, por tanto, tienen que escoger a cuál afiliarse, pero esta elección no es inm utable. Lo im portante es que los grupos restringidos, de hecho, pueden funcionar con la misma efectividad que los grupos de filiación unilineal y ofrecen asimismo una flexibilidad com plem entaria que, en ciertas ocasiones, se convierte en una ventaja. Observemos algunos ejemplos de esta clase de grupos en acción para ver exactam ente qué pueden hacer. Ya hemos analizado el tercer tipo en los maoríes por lo que, de m om ento, podemos dejarlo. Para contem plar en funcionam iento un adecuado sistema cogna­ ticio volvamos nuestra vista hacia los habitantes de las islas G ilbert, en el Pacífico. Tienen varias clases de grupos de parentesco, pero nos reducirem os a los de filiación cognaticia; el más completo de los cuales es uno sin restricciones, conocido graciosamente por el oo. H om bres y mujeres poseen las tierras y al m orir un individuo sus tierras se dividen entre todos sus hijos (puede suceder que las hijas hayan recibido su parte al casarse), A lo largo del tiem po, un lote de tierras se divide y se subdivide entre los descendientes del propie­ tario original. E l oo se considera a sí mismo, en cierto modo, res­

F iliació n

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ponsable de la totalidad de la tierra y sus miembros no pueden venderla sin el permiso de todos los demás. Si una línea del oo desaparece, su tierra revierte entonces al oo en general y se redistri­ buye entre sus miembros. Q uienes abandonan la zona donde su grupo de filiación es propietario de tierra, no por ello pierden sus derechos a ella; toda persona descendiente del prim er propietario los conserva y los transm ite a su prole. Como el oo no tiene más remedio que llegar a la superposición, esto significa que un individuo puede ejercer su derecho sobre varios lotes. E n este sistema las parcelas que un individuo posee en los diversos territorios del oo no deben hallarse demasiado alejadas entre sí, pues de lo contrario no podría trabajarlas. E n las pequeñas islas este sistema de tenencia de la tierra es factible. Los hapu de los maoríes, por otra parte, no eran tan compactos y la herencia m últiple resultaba relativam ente imposible. O tro im portante grupo de filiación en las islas G ilbert es el bwoti. Se trata de un segmento de un oo, que se refiere a los dere­ chos de asistencia a las asambleas que celebra la comunidad; derechos que son muy im portantes para los isleños. Cada uno de los edificios en que se celebran las asambleas está dividido en partes y algunas de ellas pertenecen a los descendientes de los hombres que poseyeron determinadas parcelas de tierra. Todos los descendientes de uno de esos hom bres form arán un oo, pero no todos heredarán un trozo de su tierra. Al m orir un varón, sus tierras se distribuyen entre su prole, dejando la de uno de los oo a uno de sus hijos (varón o hembra), la de otro oo a otto hijo y así sucesivamente; pero, de esta manera, un chico puede ser m iem bro del oo sin que haya necesaria­ mente heredado parte de la propiedad del oo; por consiguiente, no podrá asistir a las asambleas de los bw oti relacionados con el oo. Sin embargo, debería poseer cuando menos algo de tierra en uno de los oo que tengan derechos de bw o ti en uno de los edificios des­ tinados a las asambleas. P or tanto, una persona deberá distribuir su propiedad entre sus herederos de tal manera que cada uno obtenga tales derechos. E l reparto de la herencia se hace de form a que los varones consiguen m ucho más que las hembras y, por tanto, para el varón son mayores las probabilidades de ser miembro bw oti por parte de su padre que por parte de su madre; lo cual explica el matiz patrilineal que tienen los bw oti. Algunos autores antiguos lo des­ cribieron muchas veces como patrilinaje. E l bw oti es, pues, un grupo norm al de filiación, cuyos miembros están reducidos a los descendientes de un antepasado común que adquirió un derecho de propiedad sobre un lote de tierra.

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E n tercer lugar, los gílbert tienen el kainga. Todo antepasado qUe fundó u n b w o ti tam bién fundó un kainga, pero las normas para ser m iem bro son distintas en este caso, de form a que, aun cuando cada kainga se relaciona con un b w o ti la condición de m iem bro no es co-extensiva; la norm a para ser m iem bro del kainga tam bién depende de la tenencia de la tierra: el prim er antepasado vivió en una deter­ minada extensión de tierra; algunos de sus descendientes continua­ ron residiendo en ella, pero otros se fueron; quienes permanecieron viviendo allí mas los que nacieron y se criaron en ella y sólo se m archaron después de casarse constituyeron el kainga. P or tanto, los que nacieron allí heredan la condición de m iembros, incluso aunque se hayan ido, pero sí se m archaron, su prole no hereda dicha condi­ ción. D e m anera que un varón cuyos padres viven patrilocalm ente pertenecerá al kainga de su padre; peto si viven m atrílocalmente pertenecerá al de su madre. P or tanto, la elección residencial hecha p or los padres era determ inante en cuanto a la condición de ser m iem bro de un kainga; como predom inaba la residencia patrilocal, la mayoría de los individuos pertenecía al kainga paterno. La jefatura del kainga se transm itía patrilinealm ente, lo cual se aseguraba procu­ rando que el sucesor elegible residiese patrilocalm ente y, a su vez, le sucedería su hijo, etc. Así, pues, el kainga se parecía mucho a un patríiinaje, pero la semejanza le venía p o r caminos muy distintos a I05 .deJ a sencilla norm a de la sucesión patrilineal. (G oodenough) que describe este sistema, lo resume así: « ... los tres grupos de filiación se relacionan en cierta medida con la tierra; el antepasado que se convertía en propietario de una extensión de terreno era el fundador de los tres; todos sus descendientes consti­ tuían un 00 ; quienes participan en la propiedad de la tierra pueden ser elegidos m iembros de un bw oti; y aquellos cuyos padres residen en la tierra form an un kainga. Por consiguiente, el 00 se refiere a derechos sobre la tierra; el b w o ti a la posesión real de u n trozo de tierra; el kainga a la residencia». G rupos similares a los tres, especialmente al 00 y al bw oti, los hallamos en Filipinas, Islas Salomón, Samoa, Polinesia en general y, naturalm ente, N ueva Zelanda. E l «clan» escocés era una especie de grupos de filiación cognaticia, pues en gaelico clann significa simple­ m ente «prole» o descendientes. Por su inclinación en favor de la endogamia y de la residencia patrilocal, presenta un marcado matiz patrilineal, y así lo expresa la herencia de los apellidos. Obsérvese que todo auténtico escocés del H ighland lleva dos apellidos: el de su padre y el de su m adre. P o r ejemplo, R obert McAlpine M cKinnon es un M cKinnon por su padre y un M cAlpine p o r su madre y puede

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ertenecer «por nacimiento» a otros clanes. Este sistema ya no rige excepto por razones sentim entales, pero en algunas de las zonas celtas más rem otas de las islas Británicas todavía existe un grupo de filiación parecido al 00 y con funciones similares. Se le podría describir, por ejemplo, con las antiguas palabras gaelicas de «Clann Eoghain»: la prole o descendientes de O w en, a lo largo de ocho o más generaciones. A este respecto el lector podría consultar el capítulo 3 y ver el caso 3. Al estudiar las posibles presiones am bientales que pueden imponer diversas clases de agrupación, sugerí que la «transferencia de destreza» en los varones y la necesidad de distribuir una pobla­ ción sobre parcelas cultivables podría llevarnos a una situación en la que ya los varones ya las hem bras cambiaran de residencia al casarse, creando así la residencia ambilocal. P o r los ejemplos que hemos visto, podemos colegir lo que sucedió en algunos casos. El grupo residencial del caso 5 sería el núcleo del kainga de los gilbert (con las esposas de los miembros); si los que nacieron en él y posterior­ mente se ausentaron al casarse seguían poseyendo los derechos sobre las tierras del grupo, resultaba fácil que surgiese un auténtico kainga. La mezcla de grupos que se daba entre los gílbert y en otras pe­ queñas islas está muy vinculada a trozos de tierra y a localidades; esto es muy ú til en las pequeñas islas, pero no cabe duda de que es de escasa eficacia en el caso de nómadas del desierto o de tribus guerreras desperdigadas. Para éstas es evidente que el sistema p atri­ lineal ofrece ventajas obvias y que los sistemas de agrupación que encontramos en los gilbert no serían viables. R epresentan un estu­ pendo ajustam iento a las presiones ecológicas: una aplicación de nuestra tercera opción, opción que la biología hum ana ofrece para el reclutam iento de grupos sobre la base del parentesco. Antes de abandonar los grupos de filiación cognaticia quizá con­ venga exam inar un grupo para el cual el caso 5 del capítulo 3 puede servir de modelo exacto. Los iban de Borneo viven en «grandes casas», cada una de las cuales puede contener basta 50 familias, que se alojan en sus propios com partim entos; dichas familias, que se designan con el nom bre de bilek, que es el de su com partim ento, son, más que las casas, las verdaderas unidades de la sociedad. Cuando una pareja contrae m atrim onio debe decidir si vivirá en el bilek del hom bre o en el de la m ujer; es una elección trascendental, ya que se convierten en miembros de aquél en el que vivan y dejarán de serlo del que descarten. Si un varón opta por vivir en el bilek de su esposa y cultiva la tierra que le pertenece (es decir, parte de la tierra adscrita a la casa), entonces pierde todo derecho a la de su

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bilek natal y se incorpora al de su esposa. La familia bilek es exógama y se com pone de todos los descendientes del prim er propietario del com partim iento, excepto los que se ausentaron y su prole, pero com­ prende las esposas de los m iem bros natales que permanecen viviendo en él. Aquí el individuo no elige entre vivir o no en el grupo del padre o de la m adre, sino que elige entre su grupo natal (ya sea del padre o de la madre) y el de su esposa. Se trata de una especie de ver­ sión cognaticia de la costum bre china de incorporar la esposa al linaje del m arido. Su interés estriba en que la residencia virilical y uxorilocal se equilibran en la sociedad de los iban y, por tanto, nos da un ejemplo de filiación cognaticia que no es predom inantem ente patrilocal. Los iban son cultivadores de arroz y, como un cultivador de arroz es muy parecido a otros, el trabajo y la pericia se transfieren fácilmente. Al casarse, la pareja tiene que estim ar qué les resultará más ventajoso: si el bilek de él o el de ella. O bservam os que de una situación como la del caso 5 surge toda una serie de posibilidades. El predom inio de la residencia patrilocal y los derechos que las personas que se ausentaron continúan teniendo sobre la tierra conducirán a una situación a lo gilbert, m ientras que una norma residencial más rígida para ser m iembro nos proporciona­ ría algo sem ejante al bilek iban. Quizá sea significativo el que grupos como los oo y el kainga parezcan estar confinados a pequeñas islas, pero no perdam os de vista a los maories, pueblo numeroso, guerrero y complejo, que nos m uestra que el principio cognaticio, en la for­ mación de los grupos de filiación, no necesita estar confinado a atolones. H e abordado el problem a de los grupos de filiación cognaticia en sentido inverso al empleado con los unilineales. E n el caso de estos últim os intenté m ostrar cómo el principio de la organización de los grupos de filiación unilineal puede surgir de una simple situación de residencia; en el caso que ahora abordamos partí del principúcpde la organización del grupo y term iné con una moderada alusión a la rilideñciáT La~razon principal fue porgueqvo quise q u e estos grupos i figúren decididam ente junto~aUdi~iimlineales, bajo la categoría común I de grupos dé" 'filiación. Por consiguiente, comencé p or explorar . la posibilidad de que todos los descendientes de un antepasado, fueran miembros de suQgrupo; con alio obteníam os la continuidad: de un lado tendrem os el grupo de filiación cognaticia sin restricciones, en el que todos los descendientes del_antepasado sop miembros; después los 'grupos de "filiación cognaticia, en los que la condición d e jn ie m b ro está restringida por la residencia; siguen aquellos en los que la restricción es por el sexo, esto es, únicam ente se perm ite

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el reclutamiento de miembros de un sexo. A los grupos unilineales se los considera simplemente como un tipo de grupo de filiación restringida más que como un tipo totalm ente distinto del cognaticio. Todos los grupos tienen en común que son grupos de filiación común, Pr~ d e d rQ q u e todos los miembros descienden d e ~ un antesapado cómuñ. ~ ' La segunda razón de por qué abordé este problem a a la inversa es porque en este caso no estoy muy seguro de la conexión entre residencia y filiación. Como ya vimos an te riorm ente, el grupo de fi­ liación cognaticia parece ser com patible con cualquier tipo de princi­ pio de residencia, éste depende realm ente del fin que se propone ¿r^ñpoT cüañdo, como ocurre generalm ente, está intéresado~por la herencia y el derecho sobre la tierra, lo mas"fácil eTque sea decisivo residir en ella. Las circunstancias que favorecen la expansión de la resi­ dencia ambilocaTfcaso 5) pódrfan"facilítaFel crecimiento de grupos de fliíacíoñ^cognaticia. D á n d o se la posibilidad de tr ansferir la destreza, una economía" agraria dfTsubsistencia y el hecho de que la tierra sea escasa, no caFeTucTa de que la mejor solución sería el sistema dtTgrupos de filiación cognaticia, en cuanto que perm ite una redis­ tribución de la población entre las escasas parcelas. Una admirable solución a este problem a la hallamos en el sistema de los gilbert; el grupo de filiación sin restricciones actúa en relación con los derechos sobre el lote de tierra del fundador, m ientras que el grupo de filiación restringida opera respecto de la propiedad efec­ tiva de parte de ese lote o respecto de la residencia en la tierra. N aturalm ente este sistema puede tener problemas, y no será el menor el de su fragmentación; la producción puede ser escasa y las parcelas pueden estar diseminadas, resultando su cultivo antieconó­ mico y difícil. Si la residencia es ambilocal y las zonas de tierra distintas, enton­ ces los miembros y la prole que se ausentan pueden conservar sus derechos sobre la tierra o bien perderlos, produciéndose así grupos de filiación sin restricción o restringida. Sin embargo, si las personas viven en grandes asentam ientos y no en sus propias tierras, y las normas de residencia son flexibles, ¿cómo surgirán dichos grupos? Todavía no se ha establecido la serie completa de los factores que determinan a dichos grupos, y quizá esté implicada una ideología independiente que concede a toda la prole iguales derechos a la herencia. Pero resulta difícil creer que la ideología sobrevivirá a las presiones ambientales que la hacen incapaz de adaptarse. Sin embargo, los factores ideológicos no pueden desaparecer, ya que es posible, introducidos los correspondientes ajustes, que los sistemas

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unilineales logren sobrevivir en muchas de las mismas circunstancias que parecen ser el origen de los sistemas cognaticios. A veces la ecología establece duras y bruscas limitaciones, pero con mucha fre­ cuencia perm ite una buena dosis de «funcionam iento», de manera que bajo idénticas condiciones pueden florecer distintos sistemas. P ero no debemos olvidar a los teóricos, que insisten en que los sistem as cognaticios son destrucciones de los sistemas jm iiínealcs ante presiones ambientales. De esta m anera pueden ser como un ajuste de u n sistema unilineal, y, por otra parte, pueden ser sencilla­ m ente la base para la creación de los sistemas unilineales. Acerca de este tema todavía nos queda mucho p o r conocer. La razón p o r la que quiero introducir a estos grupos cognaticios dentro de la categoría de «grupos de filiación» se debe en gran parte al hecho de que los antropólogos han procurado ignorarlos hasta hace muy poco tiem po. L a mayoría de quienes han estudiado el parentesco siguiendo a (S gdcIíffíB row ñ han quedado deslumbrados p or la sólida y nítida belleza del principio unilineal, y en casos como el bapu sólo han visto algo que era divertido y raro; y, o bien han intentado asimilarlos a los sistemas unilineales o bien han igno­ rado su existencia. Para ellos la «teoría del grupo de filiación», de la que tanto se ha hablado, realmente significa «teoría del grupo de filiación unilineal». (RadcEHe-Browh) pensó que eran tan obvias las ventajas de las soluciones unilineales que apenas pudo imaginar cómo una sociedad podría arreglárselas sin adoptar una u otra de ellas. Algunas, sin embargo, han conseguido seguir adelante, pese a este hándicap, y ahora estamos m ejor preparados para conocer cómo y por qué lo consiguieron. H a habido tam bién otra confusión: los antropólogos han creído que el principio cognaticio no podía ser utilizado con efectividad para form ar grupos de filiación — aquellos que se basan en la filiación desde u n antepasado común— y han creído que dicho principio sólo atañía a la formación de los grupos centrados en torno al ego o personales. Vamos a pasar a estos últim os.

4 Cualquiera que sea su form a, los grupos de filiación presentan ciertas características comunes. Todos se com ponen de descendientes d e un antepasado común; r especto"a esta filiación doHosTos~mTembros son parientes entre sí; generalm ente son grupos «corporativos», es decir, que existen con independencia de Ios~Índividuos que los

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componen; existen «a perpetuidad», es decir, los miembros indivi­ duales“ llegan y se van, pero el grupo perdura; esta cualidad de corporación tam bién implica que el grupo actúa « como un cuerpo»; sTdmcTcIe'süs miembros "mata a un hom bre, todo el grupo se siente responsable de! homicidio; o, como sucede a m enudo con la tierra, un miembro individual no puede enajenarla, ya que pertenece a la totalidad de! grupo y sólo se transm ite de un miembro del grupo a otro. Los grupos de filiación no siem pre tienen este carácter corpo­ rativo, pero en todo momento son grupos que existen a perpetui­ dad. Casi siempre son exógamos, pero esto no tiene carácter general. Lo Que caracteriza a tod os los grupos de filiación es la relación que ex lite e n tre todos los miembros por descender de un antepasado común y el carácter de corporación en lo que se refiere a la perpe­ tuidad de su existencia. Teniendo en cuenta esto, pasemos ahora a la egocentricidad. Ya vimos que hay dos formas de enfocar cualquier sistema de parentesco: desde el punto de vista de los grupos de parientes que componen la sociedad y desde el de los individuos y sus parientes. En el prim er caso sólo vemos una sociedad compuesta de patriclanes, pero en la que un individuo puede reconocer como pariente a cog­ nados hasta cierto grado y tener im portantes relaciones con~sus parientes m atrilm eales, etc. "Esto _vale para todos Tos sistemas de parentesco. Goodenough; bautizó a estos dos puntos de vísta enfoque del antepasado y ldel~ego. A un cuando todos los sistemas de parentesco pueden analizarse ¡ desde am5oTVñfo"qú~és,~sólb“"álguños"cte ellos utilizan el_enfoque del anfegasadbjpam Ta formación de grupos (grupos de filiación), mien­ tras que otros utilizan el enfoque del ego. Esta segunda manera es la que vamos T analizar. Señalemos que no son m étodos que r-' m utuam ente se excluyan y que una sociedad puede tener operando en ella más de un tipo de grupo de parentesco. Los grupos constituidos a p artir del enfoque del ego deben necesariam ente ser muy diferentes de los que se basan en el del antepasado; no se com ponen necesariam ente de personas con un antepasado común, sino de personas que tienen un pariente (ego) en común, el cual no es antepasado de ellas. E l grupo de este tipo más conocido es el de un conjunto de familiares que se reclutan a p artir del grado de relación que sus miembros tienen respecto a un ego común, más que respecto a un antepasado común. E l mejor ejemplo es la noción fam iliar inglesa de primazgo, por la que todos los cognados del ego, digamos que hasta los prim os segundos, podrían com putarse como parientes. El diagrama 32 ilustra este

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ejemplo, empleando cuadrados que significan «personas de ambos se­ xos», poniendo de relieve la naturaleza cognaticia del grupo. Pero difiere mucho del grupo de filiación cognaticia. No todos los varones nacidos del conjunto de familiares se relacionan entre sí; mientras que todos están relacionados con el ego.

(G F = abuelo; G M = abuela; F = padre; M = m adre)

Diagrama 32 N o todos los miembros tienen u n antepasado común; lo que sí Ies es com ún es el ego (varón o hem bra). Toda persona de la sociedad tiene su grupo y cada uno de sus com ponentes es pariente de dichas personas. Excepto los herm anos, no habrá dos personas que tengan el mismo conjunto de familiares, y los conjuntos se im bri­ carán interm inablam ente. Podem os representarlo así:

(lín e a c o n tin u a - c o n ju n to d e fam iliares d e I; lín e a d isc o n tin u a = c o n ju n to d e fam iliares d e I I )

Diagrama 33 Tenemos u n simple conjunto de primos primeros, I I y I I I son miem bros del conjunto de I; I y IV lo son del de I I ; pero IV no es m iem bro del conjunto de I . . . , etc. Si trazamos el análisis lineal­

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m ente — a lo largo de las generaciones— , entonces veríamos que el conjunto de familiares del ego era distinto del de su padre y del de su madre. Se com prende bien que estos grupos no pueden actuar excepto en relación con el ego, que es su foco. No pueden ser «corporaciones» en el sentido de que existan a perpetuidad, porque tan pronto como muere el ego (y aquí a los hermanos se les considera como un ego colectivo), el grupo deja de existir. E sto no sería cierto en el grupo de filiación. Tampoco la prole del ego hereda su conjunto familiar. Se trata, por tanto, de un grupo puram ente personal. Se ve fácilmente que este grupo no puede realizar las mismas funciones que los de filiación; no puede ser una corporación que detente la tierra y que la transm ita a sus descendientes; en ningún caso podrá ser una unidad «constitutiva» de la sociedad, porque nace y m uere a la par que sus egos focales. ¿Q ué hace y cómo funciona? Sin duda será un grupo ú til en las sociedades en que las personas actúen independientem ente, pero que en algunos momentos necesiten pedir ayuda para ciertos fines. Los iban, por ejemplo, han hecho de la familia bilek su unidad económica y doméstica; carecen de toda form a de grupo de filiación que abarque más que el bileh y la gran vivienda no es una unidad corporativa. Sin embargo, los iban han llegado a constituir espectacu­ lares partidas de gran tam año para efectuar incursiones y para comer­ ciar; estas partidas son reclutadas valiéndose del principio del con­ junto de familiares; el ego está rodeado de un conjunto de familiares que engloba hasta los primos segundos; de manera que cada iban dispone de un grupo de personas, emparentadas hasta el grado de prim o segundo, de las que puede recabar algunos servicios y quienes tienen algunas obligaciones para con él; él mismo es m iem bro de varios conjuntos, los de los primos prim eros y segundos. Cuando un iban quiere form ar una partida para cazar cabelleras llama a los miembros de su conjunto familiar, quienes, a su vez, se dirigen a los del suyo propio, que no lo son del ego, los cuales llaman, asimismo, a los suyos y así sucesivamente hasta disponer del núm ero necesario de hom bres. Así, en nuestro diagrama 33 (suponiendo que se trata de conjunto de familiares de primos segundos más bien que de prim eros) I llamaría a I I y I I I ; I I se dirigiría a IV , quien llamaría, asimismo, a otros parientes que no serían los de I I , etc. El grupo se iría entonces de caza y se repartiría el botín. Tam bién es posible que los parientes del ego sean, en cierto modo, responsables de él. Al tener que abonar un tributo de sangre, bien puede suceder que el conjunto de familiares sea la unidad

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operativa y no el clan o el linaje. Si un hom bre m ató a otro, entonces tocios sus parientes tendrán que abonar el tributo de sangre al conjunto del m uerto, el cual lo repartirá entre sus miembros. Se supone que así sucedía entre los antiguos teutones, pagando más el pariente más próxim o del asesino y percibiendo mayor cantidad el pariente más cercano del m uerto. E n algunos sistemas (por ejemplo, Inglaterra bajo el reinado del rey A lfred) los parientes patrilineales pagaban y percibían más que los m atrilineales. Aquí se designaba el conjunto fam iliar por sib, palabra que algunos autores se han apro­ piado erróneam ente para aplicarla a los grupos de filiación unilineal. E ntre los pueblos teutones el sib era la unidad exogámica, y este m étodo de fijar el grado en que se prohibía el m atrim onio fue adop­ tado por la iglesia cristiana. Tam bién se puede utilizar el conjunto de familiares con fines hereditarios, aunque el grupo en sí mismo no sea propietario. Así, por ejemplo, si un hom bre muere sin herederos, su tierra pudiera revertir a su conjunto de familiares para distribuirla entre sus miem­ bros, basándose de nuevo en la «aproximación». P or consiguiente, la esencia de los conjuntos de familiares con­ siste en que a todos los cognados del ego hasta un cierto grado se les reconocen deberes y derechos para con él. Seguramente no es correcto llam ar a esto un «grupo», sino más bien se le debiera desig­ nar por «categoría» de personas. Jam ás constituye una unidad resi­ dencial ni una corporación y sólo surge cuando existe una finalidad que lo imponga, como la caza de cabelleras, el pago del tributo de sangre o la regulación del matrim onio. (En este últim o caso no es necesario que exista como grupo; todo lo que el ego tiene que saber es que no puede casarse dentro de cierto grado de parentesco.) Por tanto, es un categoría en la que el ego puede reclutar un grupo para ciertos fines. Si volvemos a los habitantes de las islas G ílbert, nos encontra­ mos que entre sus grupos de parientes, además del oo, el b w o ti y el kainga, tienen un conjunto de familiares denominado uíuu. Sus parientes malayo-polinesios del norte de Filipinas, de quienes dijimos que tenían grupos de filiación cognaticia, tam bién combinan estos grupos con conjuntos personales de familiares hasta el grado de pri­ mos terceros, los grupos de filiación regulan las ceremonias y el uso de las tierras, m ientras que los conjuntos familiares se ocupan de los pagos por homicidio y regulan la exogamia. Tam bién acuden en ayuda de un individuo si tiene algún problem a, pero, debido a la superposición de los conjuntos familiares, la ayuda sólo es realm ente efectiva si el problem a es entre dos personas em perentadas en grado

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tan lejano que los conjuntos familiares de ambos no se superponen; pero si los conjuntos familiares se im brican, entonces algunos miem­ bros tendrán dividida su lealtad, pues serán igualm ente miembros de los conjuntos familiares de los dos com batientes, lo cual, de hecho, es más efectivo, puesto que esos miem bros «imbricados» se esforzarán por llegar a un arreglo. Existen muchos ejemplos en que coexisten grupos de filiación y conjuntos de familiares, cada uno al servicio de distintos fines sociales. Los conjuntos familiares pueden coexistir, y de hecho coexisten fácilmente con los grupos de filiación unilineal, pero no necesitamos citar ejemplos de estos casos para com prender cómo funcionan. Debo, una vez más, insistir en que el conjunto de familiares no es, realm ente, un grupo en sentido sociológico. El hecho de que entre los zulús patrilineales un hom bre no pueda casarse con una m ujer que descienda de sus bisabuelos nos dice que cada zulú tiene un conjunto fam iliar exómago hasta el grado de prim o segundo. Eso es todo, y nada más se desprende de ello, y el conjunto familiar no cumple ninguna otra función. Quizás debamos aclarar un punto que ha causado cierta confusión. Una de las formas en que se calculó el conjunto familiar entre los teutones, y m edíante la cual siempre puede calcularse, es por medio de las estirpes. La estirpe se refiere a todos los descendientes de una persona o de una pareja casada. Así, el conjunto familiar del grado de prim os segundos, como el que se dibujó en el diagrama 32, se compone de cuatro estirpes: los descendientes de los cuatro pares de bisabuelos del ego (A, B, C y D en el diagrama); un conjunto familiar del grado de primos terceros, como el que vimos en el norte de Filipinas, se com pondrá de ocho estirpes, etc. Pero hay un problem a al querer definir la estirpe, y su definición es la misma que para linaje cognaticio, lo cual es motivo de confusión. Algunos autores han llamado a las «estirpes» del sib teutónico «grupos de filiación no unilineal». E l lector verá por sí mismo la confusión que existe. La diferencia esencial estriba, naturalm ente, en que el linaje cognaticio, igual que otros grupos de filiación, se crea en un m om ento determ inado y persiste a lo largo del tiem po, m ientras que la estirpe de un conjunto fam iliar sólo existe en relación con un determ inado ego y desaparece a su m uerte. Sí se muere un miembro de un linaje cognaticio, el linaje continua; cuando se muere el ego focal de un conjunto fam iliar, la estirpe deja de existir. E l linaje se define por la relación con un antepasado, el cual se mantiene como punto de referencia; las estirpes de un conjunto familiar se definen en relación a un ego. Dichos conjuntos son, como los linajes cognaticios, todos los descendientes de una persona (o una pareja],

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Capítulo 6

pero, a diferencia de ellos, no son entidades independientes, sino sólo parte del círculo de parientes que rodean a un ego. Así, pues, un linaje cognaticio es una estirpe, pero ésta no es necesariamente un linaje cognaticio y, cuando es simplemente una parte de un con­ ju n to familiar, en nada se parece a tal linaje.

Filiación cognaticia y grupos centrados en torno al ego

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sin embargo, las que figuran en blanco son miembros del conjunto familiar del padre del ego. El punto de referencia para ser miembro es el ego y no un antepasado. Confundir este grupo, conocido por conjunto familiar patrilineal, con un patrilinaje es caer en el mismo error que descubrimos en la confusión de linajes cognaticios y estir­ pes de un conjunto familiar cognaticio.

5 H em os centrado la atención en el conjunto familiar cognaticio, y todavía no me he molestado en m encionar que existe otra forma. Q uiero tratar de ella en prim er lugar debido a la confusión suscitada en antropología al dividir el m undo en sociedades con parentescos unilineales y cognaticios, suponiendo que la única form a de organi­ zación del parentesco compatible con el sistema cognaticio era el conjunto de familiares personal y cognaticio. H em os visto que lo que im porta no es tanto la división en unilineal y en cognaticia, sino más bien la diferencia entre el ego como foco, con sus «grupos» personales, y el antepasado como foco, con sus grupos de filiación. Comprenderem os esto mejor mostrando que existen otras formas de conjuntos familiares personales que difieren de los cognaticios, for­ mas que utilizan el principio unilineal para el reclutam iento, enten­ diendo que éste principio es sinónimo de «unisexual». Puede definirse ampliamente el conjunto familiar como «los parientes del ego hasta cierto grado fijo»; lo que im porta es cómo se define este «grado». No es preciso definirlo cognaticiamente (o «bilateralm ente», como se acostumbra a decir en los libros). Los mongoles kalmucos, por ejemplo, tienen un conjunto familiar per­ sonal, que se compone de todas las personas emparentadas con el ego por vía de varón dentro de un grado fijo. Lo cual podría re ­ presentarse como en el diagrama 34. Supongamos que el grado fijo es el de primos segundos, es decir, todos los descendientes por vía de varón de su bisabuelo (el padre del padre del padre). El conjunto familiar del ego estará form ado por las personas que en el diagrama figuran en negro. Pueden uste­ des objetar inm ediatamente que esto es un linaje — todos los descen­ dientes por vía de varón de un antepasado común. Así es, en efecto, pero, al igual que la estirpe de un conjunto familiar, no es un linaje que se base en la filiación desde un antepasado, sino en térm inos del grado de parentesco de sus miembros respecto al ego. En el diagrama todas las personas son descendientes de un antepasado común, pero no todas son miembros del conjunto fam iliar del ego;

Diagrama 34 El caso kalmuco pone de relieve el hecho de que la distinción real reside en ambos enfoques, el del ego y el del antepasado: entre grupos de filiación y grupos personales. Incluso cuando los grupos centrados en el ego se reclutan unisexualm ente siguen pareciéndose más a los conjuntos familiares cognaticios que a los linajes unilineales; el hecho de que hagan el reclutam iento unisexualm ente produce efectos im portantes que los diferencian de los conjuntos familiares cognaticios, es cierto, pero que no los convierten en linajes. M ientras exista en la sociedad una categoría de personas que tengan por punto de referencia u n ego, de quién son parientes, entonces, cualquiera que sea su composición, dicho grupo será del tipo de los conjuntos familiares, incluso aunque no sea simétrico y cognaticio. Así, en la isla Truck, en el Pacífico, donde las unidades corporativas son m atrilinajes, a cada ego le rodea un grupo de pa­ rientes, que se designa y se compone así: 1 2 3 4 5

los abuelos y los nietos del ego los miem bros de su m atrilinaje los miembros del m atrilinaje de su padre los hijos y los nietos de los miembros de su matrilinaje. los hijos y los nietos de los miembros del m atrilinaje de su padre.

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Capítulo 6

Como dije, este grupo tiene u n nom bre y ciertos derechos y de­ beres para con el ego; sólo es constante para los hermanos y la condición de m iem bro depende del grado de relación con el ego. No se trata aquí del caso de un grupo centrado en torno al ego y que coexiste con el agrupam iento unilineal, sino que el grupo centrado en torno al ego absorbe a los grupos unilineales del ego. En algunas sociedades unilineales existen esos racimos de parientes en torno al ego, pero no siempre se formalizan ni tienen un nom bre y deberes respecto de él. Este ejemplo, pues, pone de relieve la diferencia entre analizar desde el p unto de vista del ego un sistema de parentesco — lo cual puede hacerse con todo sistema de parentesco— y que el sis­ tema mismo use el enfoque del ego como u n medio para constituir grupos o categorías de parientes para diversos fines sociales. Podríam os profundizar mucho más, pero lo prohíbe la falta de espacio y probablem ente tam bién la paciencia del lector; quizá sea bastante haber captado estos puntos esenciales: 1. que es fundam ental la división entre los grupos reclutados por la filiación desde u n antepasado y los que se basan en el grado de relación con respecto a u n ego. 2. que ambas clases de grupos pueden reclutar a sus miembros cognaticia o unisexualm ente. 3. que estos modos de agrupación no se excluyen m utuam ente y pueden coexistir en una sociedad cum pliendo distintos fines dentro de ella. El hecho de que dos sistemas que, por otra parte, son diferentes, utilicen, por ejemplo, el principio cognaticio de reclutam iento, tiene su im portancia y merece la pena com pararlos; pero no debe condu­ cirnos a encasillarlos juntos bajo el mismo criterio. Para aclarar este pun to ofrezco el diagram a 35; aquí la intersección de los dos factores — enfoque y m odo de reclutam iento— nos da nuestros tipos de agrupación. La casilla en blanco podría llenarse con un ejemplo de un grupo centrado en torno al ego, restringido p o r tener que residir con él, aunque, a decir verdad, no conozco ninguno hasta ahora. E l sistema de conjuntos familiares cognaticios llama la atención de la mayoría de los lectores, ya que se parece a nuestro propio sistema de parentesco, el cual, sin embargo, no está formalizado y carece de conjuntos familiares con nom bre. Simplemente reconocemos como parientes a los que se entroncan p o r ambos «lados» de la familia, con los que convivimos y a quienes invitam os a las ceremo-

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Fíliadón cognaticia y grupos centrados en tom o al ego

. etCi Salvo que se formalice de algún modo el grupo personal ¿e parientes, quizás lo m ejor sea hablar simplemente de la red de parentesco del ego y dejar de lado su form a y sus funciones. F o c o R e c lu ta m ie n to

C o n ju n to S in

r e s tr ic c io n e s

f a m il ia r

c o g n a tic io

R e s tr in g id o

C o n ju n to por

a n te p a s a d o

ego

sexo

p o r o tr o s m e d io s

f a m il ia r

- u n ila te r a l

?

L in a je c o g n a tic io s in r e s t r ic c io n e s

L in a je

u n ilin e a l

L in a je c o g n a tic io r e s t r in g id o

Diagrama 35 N uestro propio sistema se preocupa ante todo de la familia nuclear como unidad de base, y la continuidad en el tiem po no tiene mucha im portancia. Cuando el ego se casa se entroncan dos familias,

Diagrama 36

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Capítulo 6

la suya y la de su esposa. A la familia en la que nació a veces los sociólogos la denom inan «familia de orientación» (uso inculto, ya que en muchas ocasiones sería más apropiado el de «desorientación»). La familia que constituye al casarse es su «familia de procreación» (muy^ ambiguo, pero se ha aceptado). P o r tanto, nuestro «conjunto familiar» se compone de familias nucleares entroncadas, es decir, la fam ilia de orientación del ego, su familia de procreación, la familia de orientación de su esposa, las familias de procreación de sus her­ manos y prole, etc. E l lím ite de reconocimiento de las ramificaciones de la «familia nuclear» tiende a ser estrecho. E ste sistem a recuerda más a los shoshone o a algunos esquimales que a los sistemas más elaborados que.hem os analizado. Los grupos de filiación cognaticia pueden cons­ titu ir una base similar si se halla implicada la propiedad, pero no existe, p o r encima del nivel familiar, un grupo extenso de parentesco al cual deban pertenecer las personas. Sí surgen tales grupos, será para enfrentarse a eventualidades especiales, pero no son partes constitu­ tivas de la estructura social que tengan un «status» legal.

Capítulo 7 EXOGAMIA e in t e r c a m b io d ir e c t o

1 Tras la enconada lucha del últim o capítulo, quiza suponga un descanso volver al concepto fundam ental de la exogamia, que hasta ahora hem os dado por supuesto. Vimos en el capítulo 2 cómo las prohibiciones sobre el incesto producían autom áticam ente la exogamia — debido a la asociación de sexo y m atrim onio— , pero que lo con­ trario no era necesariamente cierto. E n consecuencia, no pudimos aceptar que todas las normas exogámicas fueran simplem ente «exten­ siones» de la prohibición del incesto. E n los capítulos siguientes vimos de qué modo la exogamia planteaba un problema a aquellos grupos de filiación que la practicaban, ya que les obligaba a buscar novia fuera de sí mismos y, por tan to , les forzaba a relacionarse con otros grupos de filiación. E ste uso de la palabra «forzar» es simplemente una manera figurada de hablar acerca de esta situación y puede inducir a error. ¿Por qué los grupos de filiación no dsseayoti activam ente casarse con mujeres de otros grupos? E n muchos casos no lo harán de una forma muy consciente; la norm a de la exogamia, ya se aplique al linaje o al clan o a ambos a la vez, es, como el tabú del incesto, una parte de la herencia cultural. Pero, al contrario de lo que ocurre Fox, 6

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Capítulo 7

con el tabú del incesto, sus ventajas son obvias para las personas que la practican y a veces pueden exponerlas verbalm ente de una form a totalm ente convincente. Puede suceder que las permanentes ventajas de dicha norm a se relacionen estrecham ente con su origen, lo que no sucedía en el caso del tabú del incesto. Como un buen predicador, les ofreceré un texto para mi sermón sobre la exogamia: «Entonces os daremos nuestras hijas y tomaremos las vuestras para nosotros, viviremos con vosotros y nos convertiremos en un pueblo» (Génesis 34:16). No soy original citando este texto; el antropólogo E. B. Tylor ya lo utilizó en 1888 y lo precedió de estas palabras: « ... Una y otra vez en la historia del m undo, las tribus salvajes deben haber tenido que enfrentarse a la simple alternativa práctica de casarse con extra­ ños o que las m aten los extraños». Podríam os denom inarla teoría exogámica de los «rehenes». N ues­ tras bandas paleolíticas cazadoras y recolectoras, con toda probabili­ dad agrupadas patrilocalm ente, intercam biaban mujeres para poder vivir en paz unas con otras. De haber existido una norm a fija de que ningún hom bre de la banda debía casarse con una m ujer de la misma, o más bien que cada hom bre debía casarse con una m ujer de otra banda, entonces cada banda pasaría a depender de las demás para hallar sus consortes. De esta form a surgirían «alianzas» entre las bandas, constituyendo un connubio, es decir, un sistema de inter­ cambio m arital. D ebieron establecerse dos categorías de bandas: aquellas con las que se tenía connubio y aquellas otras con las que no se tenía. E sta teoría enfoca la norm a de la exogamia, do como un resultado negativo de las extensiones del tabú del incesto — «no os caséis con hem bras de la banda, porque no podéis tener relaciones sexuales con ellas»— , sino como una salida positiva de la necesidad de sobrevivir — «contraer alianzas maritales con otros grupos, a fin de vivir en paz con ellos»— . N o es m enester que esta prohibición se amplíe a las relaciones sexuales, pero evidentem ente la norm a es más tajante si se hace esta ampliación. Pueden existir otros factores, tales como el prem io por la virginidad de la m uchacha al casarse, que se aplica en muchas tribus; si pierde su virginidad, puede quedarse soltera o bien contraer un m atrim onio desventajoso, por lo que la banda pierde la ocasión de concertar una buena alianza. E sto pudo llevar a la institución de graves sanciones contra las relaciones sexuales en la banda, lo cual no sería distinguible del tabú del incesto intrafamiliar, y los dos podían ser designados por el mismo término. Ya vimos cómo la filiación regula las relaciones dentro de grupos

Ex0gaInia e intercambio directo

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A filiación a veces de gran tam año; lo que se deduce de esta teoría A la exogamia es que la norm a exogámica es una norm a positiva regular m ediante el connubio las relaciones entre los grupos de filiación. Se preguntarán ustedes por qué no han podido intercam biar otra cosa; quizá la respuesta sea porque al principio había poco más que fuera precioso para cambiar. E ran cazadores y recolectores, no comerciantes; tenían sus armas y su destreza, que no se podían cambiar, pero sí las mujeres; las bandas de cazadores varones perm a­ necían juntas, pero una mujer se parecía mucho a otra — su destreza era transferidle— y por eso se intercam biaban. N aturalm ente, no podemos saber exactamente por qué los grupos hum anos más prim i­ tivos decidieron intercam biar mujeres, pero quizá podamos presum ir cuáles hubieran sido las consecuencias de no hacerlo. Los grupos de primates pre-humanos se hallan bien organizados internam ente y la jerarquía de m ando se ocupa de ello; pero las relaciones entre grupos de primates o no existen o están sin ordenar o son francam ente hostiles. A nivel de prim ate sub-humano, esto no tiene mucha im ­ portancia, pero las cosas cambiaron al surgir el hom bre, el predador organizado. El arma es, en cierto m odo, la característica del hom bre; él es el mono portador de armas, el prim ate que m ata. Las relaciones entre las bandas de monos que no usan armas son bastante malas, pero, al surgir el hacha y la lanza y el agudo cerebro que los acom­ paña, debió presentarse el peligro de que las bandas proto-hum anas acabasen pronto unas con otras. Si iban a explotar la misma super­ ficie de tierra, no tenían más remedio que llegar a un acuerdo; esta­ blecer otras relaciones que las simplem ente hostiles. Ya la naturaleza había dotado a la estructura de las bandas de prim ates, a la par que del principio de «m ando» del que hablarem os después, de las ideas de «com partir» y «de cooperar»; la idea básica de «reciprocidad» — toma y daca— . (La misma expresión de «yo rascaré tu espalda y tú la mia» refleja perfectam ente una de las relaciones fundam entales del prim ate cooperativo: ayudarse m utuam ente.) Sólo hacía falta ex­ tender la idea de reciprocidad más allá de los lím ites de la banda para contar con alguna relación cooperativa entre las mismas. Nadie trataría de exterm inar a una banda cuyas esposas fueran sus propias hijas y cuyas hijas fueran sus esposas en potencia; hasta cierto punto, al menos, constituirían «un pueblo»; cada uno dependería de los detnás para sobrevivir y propagarse. Todas las especies que desarrollan instintos belicosos y medios eficientes para m atar en la lucha por la vida se enfrentan al problem a de no em plear dichos medios consigo mismas en un antagonismo declarado dentro de ellas, A este fin, la naturaleza dota de muchos medios, y la exogamia fue la solución que

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Capítulo 7

la especie hum ana dio al problem a general, ya que entraña valores de supervivencia y perm ite progresar. Crecientes y cada vez más amplios grupos de bandas cooperaron en la explotación de mayores territorios, ampliando su dom inio a otros animales, con los resultados que vemos en nuestros días. Claro está que tuvo que haber ciertos lím ites; por razones prác­ ticas, si no de otra índole, no se pudieron extender indefinidamente. Los grupos que hablaban idéntico lenguaje, y que vivían en condicio­ nes similares, intercam biaron esposas entre sí, pero el connubio se detuvo ante las fronteras del idiom a, del territorio, del color o de cualquier o tro m otivo que «nos» diferencie de «ellos». La línea que separaba a las bandas con las que se tenía connubio de aquellas con las que no se tenía probablem ente fue la frontera «tribal» origina­ ria. Incluso, aunque no hubiese connubio general en relación con las fronteras tribales, los m atrim onios «dinásticos» debieron introducir la idea en el campo internacional. Concertar un tratado m ediante m atrim onio es una práctica bastante corriente en la historia europea y, norm alm ente, es la m ujer la que se moviliza. E n este caso, en lugar de em plear todas las mujeres como bazas diplom áticas, se utilizan las de mayor alcurnia. Pero, como las bandas no estaban estructuradas de esta forma, no fue posible recurrir a esta solución modificada. N o quiero decir que los grupos que intercam biaban sus mujeres vivían siempre en perfecta am istad. G eneralm ente, lo contrario era más cierto; muchas tribus tienen u n proverbio que dice «nos casamos con nuestros enemigos» o, bien, «nos casamos con quienes lucha­ m os». Con frecuencia se rapta a las novias m ediante una ceremonia de «captura», que en la realidad da lugar a situaciones de tirantez y que a veces acaba en lucha o, cuando menos, en escaramuzas. (Esta es la costum bre del «rapto de la novia» que motivó el interés de M cLennan por el parentesco. V er Introducción.) Sin embargo, el hecho de haberse convertido el rapto en ceremonia refleja la restric­ ción que la exogamia im pone en las relaciones entre los grupos. Pue­ den ser hostiles y considerarse entre sí enemigos, pero todavía depen­ den uno de o tro para asegurar su propia continuidad y, por consi­ guiente, se ven obligados, por desagradable que les resulte, a llegar a un acuerdo para reponer en tre unos y otros la capacidad reprodudtora. E n otras especies animales, precisam ente porque los individuos o grupos se hallan en estado de hostilidad perm anente, se desarrollan medios rituales de acabar con las disputas o con el riesgo de exterm i­ nio de las especies por luchas intestinas. Lo cual no siempre opera entre las poblaciones hum anas o no hum anas, pero la tendencia básica

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está ahí. La tram a de muchas novelas y comedias depende del fin de una contienda por un m atrim onio. H ay muchos ejemplos de pueblos prim itivos que reconocen cons­ cientemente estos principios y las ventajas que reporta la exogamia; son tan conscientes de sus ventajas como lo es el rey que se percata de los beneficios que obtendrá al casar a su hija con un príncipe extranjero, o si él mismo se casa con una reina extranjera. Igualm ente son harto conocidos los m atrim onios «arreglados» entre familias no­ bles o entre casas im portantes y ricas familias industriales. Si ofenden a nuestras nociones románticas de verdaderas «luchas de amor», tanto peor. N o discutimos aquí su m oralidad, sino su eficiencia; si no hu­ bieran existido los m atrim onios «arreglados», quizá no estaríamos aquí analizando el problem a; por tanto, debemos abordarlo con cierto respeto. A m edida que progresó la cultura y los bienes se hicieron más variados y de uso corriente, las m ujeres cesaron de ser el único bien escaso, el único activo líquido del grupo. Fue posible- valorarlas y, en lugar de cambiarlas directam ente, los grupos pudieron ofrecer en bienes el equivalente del valor de una m ujer. E ste sistema supondría ventajas significativas, ya que resolvería los problem as demográficos debidos al desequilibrio entre las proporciones de individuos de un sexo y de otro; un grupo, por ejemplo, podía no tener suficientes mujeres para hacer los suficientes «trueques directos» de m anera que todos sus varones obtuvieran m ujer; otro, en cambio, podía tener exceso de mujeres. Pero, entonces, los grupos deficitarios pudieron ofrecer bienes, en lugar de m ujeres, a cambio de hem bras de otras bandas. E sto, junto con la introducción de un sistema m onetario, facilitó el flujo y la distribución de bienes más que el simple m étodo de trueque. Así nació el precio de la novia; pero, al igual que tantas brillantes intervenciones culturales, se aplicó a fines m ucho más di­ versos que los que le dieron vida. Podría prolongar durante muchas páginas la exposición sobre la importancia fundam ental de la exogamia, de sus orígenes y funcio­ nes, pero supongo que es preferible ver ahora, m ediante algunos ejemplos, cómo funciona. Partirem os de algunos intercam bios siste­ máticos de mujeres y procurarem os desenredar las complejidades de las estructuras del m atrim onio y de la filiación que dichos intercam ­ bios implican.

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Capítulo 7

Exogamia

e

intercambio directo

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2 E l intercam bio sistemático de mujeres presenta ventajas por su estabilidad, continuidad del sum inistro, etc., incluso es la única forma viable de cambio. Vimos cómo entre los shoshone era costum bre que los varones cambiasen sus herm anas; o, dicho de otro modo, que la prole de una familia se casase con la de otra. E ste «intercam bio de herm anas» es, no cabe duda, la form a más sencilla y cómoda de inter­ cambio m arital. P artiendo de la base de que generalm ente es la gene­ ración de los mayores la que maneja estos asuntos, podríam os pensar que sería más adecuado hablar de «intercam bio de hijas» (como in­ dica la cita bíblica) en lugar de «intercam bio de herm anas», pero, si usamos el térm ino «herm anas» librem ente para referirnos a «las mu­ jeres consanguíneas de una banda o de un grupo de filiación», que es la form a en que hemos venido utilizando dicho térm ino, es razonable decir «intercam bio de herm anas». E l modelo de este tipo de cambio es muy fácil de com prender:

A

Diagrama 38

Existen dos grupos locales de varones, A y B, que intercam bian sus hermanas, a y b ; los grupos locales son entonces Ab y Ba. Para el resto de la exposición nos atendrem os al prim er modelo (diagrama 38), ya que da un buen ejemplo de la situación no sólo en una horda

B

Diagrama 37 Los hom bres de A dan sus herm anas a los de B y tom an a cam­ bio las de B. Los shoshone se escindían constantem ente en pequeñas unidades familiares y no existía u n grupo regular que se situase por encima de la familia nuclear. Pero una ligera variación de las condi­ ciones habría producido la banda patrilocal. Si la unidad exogámica fuese la banda patrilocal y no la fam ilia nuclear, y la costum bre dé intercam biar herm anas se extendiese durante generaciones, entonces nuestro modelo se parecería al del diagrama 38. E n el cual A y B son dos bandas patrilocales; en cada generación los hom bres de A cambian herm anas con los de B. Los dos grupos locales se convierten entonces en varones de A más hem bras de B y varones de B más hembras de A. La situación del grupo local se po­ dría ilustrar como en el diagrama 39.

localizada, sino en cualquier grupo patrilineal. Los dos grupos po­ drían ser patrilinajes A y B, o patriclanes A y B, con símbolos que representen a «varones de A», «hembras de B», etc. Si la totalidad de ia tribu se divide en dos grupos semejantes que intercam bian hem bras

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Capítulo 7

en la m anera descrita, estas divisiones se denom inan mitades. (Nota: el modelo no resultará afectado si actúa la filiación m atrilineal en lugar de la patrilineal. El lector podía volver a dibujar, como ejerci­ cio, el diagram a con la filiación m atrilineal.) N aturalm ente, puede ha­ ber den tro de las m itades — linajes, clanes o grupos locales— divisio­ nes más pequeñas, que son las que realm ente acuerdan los m atrim o­ nios y hacen los intercam bios. E l modelo servirá para ilustrar el total proceso de reciprocidad entre las m itades o cualquiera de los acuerdos de intercam bio recíproco entre los grupos de orden inferior. Las m itades probablem ente crecen del m odo en que hemos des­ crito el desarrollo de los clanes, etc. D os hordas locales comienzan por intercam biar m ujeres; las hordas crecen y se segmentan, escindién­ dose en clanes o linajes, pero conservando su identidad. A m enudo se designa a las m itades, igual que a los clanes, por los fenómenos natu ­ rales o lugares de origen, p o r lo cual es fácil conservar la identidad; en realidad son una clase particular de fratría; constituyen u n modo claro de organizar una trib u y muchas veces, m ediante ellas, se pue­ de lograr una visión simple del trabajo o de las funciones rituales. E n las m itades los ritos y otras funciones pueden rotar estacional­ m ente, y a veces se designan por «gentes de invierno» y «gentes de verano», pero esto es anticiparnos u n poco. Así, pues, podemos imaginar que ha surgido un sistema de m ita­ des en el que los varones de A intercam bian mujeres con los de B. Si todavía nos encontram os en u n estadio muy prim itivo de caza y de recolección, nuestros grupos locales serán pequeñas bandas de varo­ nes con sus esposas. Ambas m itades se com pondrán de varias bandas locales, A1, A2, A3... An y Bl, B2. B3... Bn. P or tanto, un grupo local quizá concierte intercam bios no solam ente con un grupo de la m itad opuesta, sino que puede llegar a acuerdos con varios. Así A ! puede intercam biar con B1, B3 y B5, m ientras que B1 lo hace con A 1 y A3.,, etcétera. Entonces se establecerá una serie de intercam bios recípro­ cos. (Véase el diagrama 40; sólo com prende una pequeña parte del sistema.) Si los grupos operativos son clanes a los que pertenecen varias hordas, entonces sirve el mismo modelo. Lo que interesa es que si una horda o un clan intercam bia mujeres con otras hordas o clanes en una generación siga haciéndolo durante la generación próxim a y las si­ guientes. Para cualquiera de los grupos A y B que se entroncan por m atrim onio vale el modelo del diagrama 38. Probablem ente depen­ derá de la distancia cuáles serán los grupos que sellen alianzas entre sí. H e insistido que esto puede funcionar en el contexto de una

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Exoganúa e intercambio directo

A’ B* A1 m ita d

A

B1

mitad B

A3 B< A* B'

Diagrama 40 ecología de caza y recolección, siendo la banda el grupo local; en realidad funciona muy bien en tales circunstancias, puesto que este es el contexto ecológico de los aborígenes de Australia. E l modelo presentado es el que sirve de base para com prender el sistema de matrimonio y parentesco de la mayoría de dichos aborígenes, que ha sido descrito como el de mayores dificultades y el más complejo de los sistemas de parentesco del m undo; y la gran paradoja es que se da en una economía simple de la edad de piedra. Cierto que los aus­ tralianos introdujeron algunas enmiendas a este modelo base, pero todas ellas son desarrollos lógicos de él. G eneralm ente se hace el chiste de que estos nativos elaboraron sus sistemas de parentesco porque no tenían otra cosa que hacer. E n realidad era mucho lo que les apremiaba; por ejemplo, m antenerse vivos, y los australianos no eran hombres que perdiesen el tiempo elaborando u n sistema de pa­ rentesco por placer, a menos que este fuese de suma trascendencia para sobrevivir. N uestro modelo reflejará dos cosas: prim ero que el sistema de pa­ rentesco no es en absoluto tan complejo, y más tarde veremos por qué los antropólogos pensaron que lo era; segundo, se relaciona con el proceso verdaderam ente básico del que seguram ente dependió la supervivencia de la raza hum ana entre nuestros antepasados de la edad de piedra, esto es, el intercam bio de mujeres entre los grupos.

X71

Exogamia e intercambio directo

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Capitulo 7

. No puede extrañar, por tanto, que los australianos de la edad de pie. dra lo hayan desarrollado y que persistan en él. Siglos de desarrollo evolucionista les han inducido a modificarlo y elaborarlo, e incluso a tomarle^ gusto; pero, en lo esencial, representa la réplica primigenia al desafío de la posible extinción: la exogamia recíproca.

n1o MM = m adre de la madre, ZF = herm ana del padre; los

S S ¿suran con H = esposo’ w = esposa *' MÓ

1

BM

ZM 9

3 Para que veamos p o r qué se estim ó que era un sistema terrible­ m ente difícil y observar a la par algo de su elaboración, es preciso que dirijamos nuestra m irada hacia el ego. O bservarán que hasta ahora no hemos hablado del sistema desde el punto de vista del ego; nos hemos detenido para contem plar cómo han efectuado los grupos cons­ titutivos de la sociedad el intercam bio de mujeres. Los antropólogos, han quedado decepcionados precisam ente porque han abordado insis­ tentem ente el problem a desde el enfoque del ego; le han colocado en el centro de la red de su parentesco y han intentado poner en marcha el sistema, apoyándose en sus relaciones personales. Planteado así, se ha hecho más difícil su com prensión, pero creo que debemos intentarlo. E l sistema que acabamos de describir, con sus dos patrim itades, a veces se denom ina sistema Kariera, debido a que esta tribu australiana es su m ejor exponente; nos atendrem os, pues, a este nom bre para su identificación. Se dice que el sistem a K ariera se basa en la norm a de que un hom bre se case con una m ujer que es «doble (o bilateral) prim a cruzada». D etengám onos u n m om ento y examinemos esto. Los prim os prim eros del ego se dividen en dos tipos: primos cruzados y primos paralelos; los prim eros son la prole de los hermanos del sexo contrario y los segundos de los del mismo sexo. Así, los hijos de la hermana del padre del ego y los del herm ano de la m adre son sus primos cruzados; los hijos del herm ano de su padre y los de la herm ana de la m adre son sus prim os paralelos. Para que resulte más claro, lo dibujarem os abajo y esto nos introducirá en el simbolismo antropológico para los tipos de parientes siguientes: F = padre, M = m adre, B — herm ano, Z = herm ana, S = hijo, D = hija. Los parientes segundos se indican por combinación de los mismos; por

O



Ú



SZF DZF cruzados

SZN/1

E GO

SBF DBF p a r a le lo s

h e rm a n o s

O

SBM

DZ M

DBM

p a r a le la s

c ru z a d o s

c ru z a d o s m a tri la te ra le s

p rim o s p a t r íla t e r a le s

Diagrama 41 Si la norm a K ariera es realm ente lo que dicen, entonces el ego va­ rón que se casa con una doble (bilateral) prim a cruzada se repre­ sentará así: la que es su D Z F y su DBM . Volviendo a m irar el dia­ grama y considerando a los símbolos como individuos en lugar de «varones de A», «hem bras de B», etc., nos es fácil ver lo anterior. a

b

* D ado que la com prensión rápida de los_ esquemas de parentesco requiere una simplificación máxima de los sím bolos utilizados — entre ellos las iniciales con que se denom inan a los diferentes parientes— y que en castellano es dincii lograr esta sim plicidad por la semejanza de inicial que se da en varios de los

172

Capítulo 7

El sistema de intercam bio de herm ana significa que la herm ana del padre del ego se ha casado con el herm ano de la m adre del ego; la p ro ­ le de este m atrim onio (que es esposa del ego p o r el intercam bio de herm ana) será a la par su DBM y su DZF. Pero esto pudiera ser más bien una deducción de los antropólogos que una idea de los aborí­ genes. Es el resultado lógico del intercam bio de «hermanas» a lo largo de las generaciones. Decir que el sistema se basa en la norm a del m atrim onio de la doble prim a cruzada no es sino sustituir lo que es analíticam ente cierto por lo que operativam ente es verdadero. No es preciso que los kariera conozcan la diferencia entre primos cru­ zados y paralelos; les basta con intercam biar «herm anas». H em os empleado «herm anas» en su más amplio sentido. N o es m enester que los varones intercam bien realm ente sus verdedaras her­ manas, sino sim plem ente que se m antengan las alianzas recíprocas en­ tre las unidades A y B. Si éstas son patriclanes, el «intercam bio de hermanas» significa sencillamente que dos patriclanes que han inter­ cambiado mujeres en algún m om ento seguirán haciéndolo en las si­ guientes generaciones. Si existe u n acuerdo de intercam bio entre los patriclanes A 1 y B 1, lo que deben hacer todos los varones de A 1 es ca­ sarse con una m ujer de B1, que no es preciso que genealógicamente sea su D B M /D Z F real. Es cierto que en A ustralia se realiza el intercam ­ bio efectivo de herm anas, de form a que a veces la esposa del ego p e r­ tenecerá sin duda a esta categoría, pero no necesariamente. Lo que hace falta es que haya relación de intercam bio entre A ! y B1. Cuanto más reducidas sean las unidades efectivas del intercam bio, mayor será la probabilidad de que el ego se case con una prim a de prim er grado; pero en muchos casos se tratará sim plemente de una hem bra del clan recíproco. G eneralm ente los designamos como «clasificatorios» (en oposición a prim os cruzados reales), ya que se los «clasifica» con estos últim os. H e aquí lo que nos expresa lo anterior: 1) que los kariera no tratan necesariam ente de llegar a una «norm a» de m atri­ monio entre prim os cruzados; lo que hacen es sencillamente in ter­ cambiar mujeres con las unidades locales o de filiación; 2) incluso no es necesario que los primos carnales se casen, y probablem ente en m u­ chos casos no querrán hacerlo. nom bres que habría que em plear — como es el caso en herm ano-hermana, hijo-hija, abuelo-abuela— en este libro se dejarán las iniciales correspondientes a las palabras inglesas. Ya que en inglés las palabras que adjetivan se sitúan precediendo a las adjetivadas — lo cual en castellano es generalm ente al contra­ rio— , el orden de las iniciales se ha invertido para que la comprensión sea más fácil y rápida. D e m anera que FMB deberá entenderse como «padre de la m adre del herm ano».

Esogamia e intercambio directo

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Algo que ha desconcertado a los antropólogos es la terminología del parentesco, objeto de nuestro capítulo nueve. Se supone que esta terminología describe efectivas relaciones genealógicas. H ay un con­ cepto que se ha traducido como «hija del herm ano de la m ad re/h ija Je la herm ana del padre». D e hecho, este concepto no implica una descripción de relación genealógica, sino que cubre la categoría de «mujeres casaderas»; es un concepto «clasificatorio». N aturalm ente, la categoría com prende sus D Z F /D B M reales, pero tam bién incluye a todas las demás consortes potenciales. Así, si el ego de A 1 tiene su madre en B1, entonces sus «prim as cruzadas» clasifícatorias serán las hijas de todos los varones de B1 de la misma generación que su ma­ dre, esto es, de todos los «hermanos del clan» de su madre; una boda con cualquiera de ellas satisfará el acuerdo recíproco. P o r tanto, en su terminología y según su propio p u nto de vista de la situación, los australianos se aproxim an más a nuestro modelo que a la noción de «primos cruzados» que se casan entre sí. La idea de que esto constituye un «m atrim onio entre primos cru­ zados» les ha sido grata a los antropólogos, debido a que existen tri­ bus donde se practican conscientem ente tales bodas. Los prim os cru­ zados ofrecen la ventaja de hallarse fuera del linaje o del clan del ego en ambos sistemas de filiación unilineal. Son, por tanto, compañeros ideales en el caso de que el ego desee casarse con un pariente pró­ ximo, ya que el conjunto de primos paralelos es siem pre miembro del grupo de filiación unilineal del ego. H asta este punto, este ligero erro r no ha sido demasiado moles­ to, pero al in ten tar explicar este fenómeno del «m atrim onio entre primos cruzados» en A ustralia, los antropólogos han recurrido a in ter­ pretaciones más extrem as. Tampoco los australianos han facilitado las cosas, puesto que han introducido una complicación que se conoce por sistema de sección. E ra costum bre designarlo por «sistem a de matrimonio de clases» y se suponía que regulaba el m atrim onio. E n realidad es la form a de distribuir a la trib u en grupos de ceremonias, y, aunque es resultado de los compromisos m atrim oniales, en modo alguno los rige. Pasemos a describirlo. E n u n sistema de cuatro secciones la tribu se distribuye en cuatro conjuntos (emplearemos por ahora los números 1, 2, 3 y 4). Se dice que la «norm a m atrim onial» consiste en que 1 sólo puede casarse con 2, y 3 únicam ente con 4. Si un varón de 1 se casa con una hem­ bra de 2, su prole será 3. Si un varón de 2 se desposa con una hembra de 1, su prole será 4. Si u n varón de 3 se une a una hem bra de 4, su prole será 1. Si un varón de 4 se casa con una hem bra de 3, su prole será 2. Todo esto se expresa con u n diagrama como este:

174

Capítulo 7

m a t r im o n io p ro le

175

Ex0gamia e intercambio directo

iones entre nuestros dos modelos y agreguemos los térm inos nativos Cnra ver el funcionam iento del sistema de cuatro secciones: ^ Ax (ax) = 1 (burung) Bx (bx) = 2 (banaka) Ay (ay) = 3 (karim era) By (by) = 4 (palyeri) Por tanto, burung y karim era son generaciones adyacentes en la mitad A y banaka y palyeri lo son en la m itad B. Las generaciones alternas de la misma m itad están, naturalm ente, en la misma sección.

(j> a y ^ B y

Á Ay

/

ÁAx

^A y

/

(B + E) Visto a nivel de clan todos los clanes se casan en los de pero, al mismo tiem po, debido a la ley exogámica, la elecci matrimonial de cada individuo se halla circunscrita a causa de los anteriores acuerdos m atrim oniales de su m adre y de la m adre de su madre a una determ inada «categoría» de mujeres. La dirección de esta elección es «asimétrica» o de tipo A ~* B ~* C, no siendo necesaria la norm a de m atrim onio con DBM, sino que, cierta­ mente, a veces está prohibido. Em pleando el lenguaje del sistema elemental, diremos que los clanes se vincularán por «ciclos» a la vez que por «reciprocidad directa». Podríam os representarlo así:

A

B «__» c

(A)

E ntre los purum y los m urngin vemos que los clanes podían vincularse m ediante intercam bio directo, pero que entre los linajes sólo existía el intercam bio indirecto y los «ciclos» de alianza. E n los sistemas crow y omaha no se establece tal distinción; obtene­ mos ambas formas de intercam bio sim ultáneam ente y al mismo nivel, lo cual se debe a que las norm as afectan a los individuos y no a grupos completos. D e m anera que, si A da una hem bra a B, sólo la prole de esta m ujer no podrá casarse en B; por la misma razón, los demás miembros de A se regirán asimismo por los m atri­ monios de sus madres. Si se tratase de un auténtico sistema elemen­ tal, entonces apenas A hubiese dado una hem bra a B, continuaría

210

Sistemas complejos y asimétricos

211

Capítulo g

haciéndolo y todos los varones de A serían descartados como ma­ ridos de las mujeres de B. Estos sistemas crow y omaha parecen situarse a medio camino de los sistemas elem ental y complejo. No existiendo norm a positiva tenem os que clasificarlos como complejos, pero sus normas negativas tienden a inclinarlos hacia una dirección «elemental». Si podemos calificar de «probabilística» la elección m atrim onial en los sistemas complejos, como el nuestro propio, entonces diremos que los siste­ mas crow y omaha son menos probabilísticos que los demás sistemas complejos. Como antes tuvim os ocasión de ver, muchas veces no con­ viene in ten tar clasificar los sistemas según una sola dimensión, y, en cualquier caso, no hay necesidad de establecer una rígida distinción entre tipos, sino que quizá se da un «deslizam iento» desde lo elemen­ tal extrem o a lo más complejo, pasando p o r diversas etapas. Si éstas son o no «evolucionistas», lo ignoram os, pero algunos de nosotros nos basamos en la teoría de que los sistemas crow y omaha son sistemas «elementales» que se han modificado, en algunas de, sus ca­ racterísticas, en una dirección «compleja». Es interesante la distribución de estos sistemas en el espacio. Los verdaderam ente elementales parecen agruparse en el sureste de Asia (incluyendo A ustralia y Nueva G uinea) y posiblem ente América del sur; los sistemas crow y omaha son característicos de N orteamérica; los complejos se dan en Africa y entre los indoeuropeos. La mayoría de las zonas contienen ejemplos de todos los tipos, pero hem os indi­ cado las principales por su grado de concentración. En m odo alguno los sistemas complejos corresponden únicam ente a los países o cultu­ ras más «avanzadas», sino que se dan en toda la gama de sociedades. Sin embargo, los verdaderos sistemas elementales parece que no son compatibles con las grandes estructuras sociales industriales. Los efectos de ambos sistemas son diferentes, y es lo que interesa en el análisis. Los sistemas elementales, cualquiera que sea su tipo, tienden a perpetuar las alianzas a través de las generaciones. Se ve esto en su «más prístina pureza» en los auténticos m atrim onios bila­ terales entre prim os transversales, donde las proles de herm anas y herm anos se casan continuam ente entre sí durante generaciones, m anteniendo de este modo el m atrim onio dentro de la familia, por así decirlo. P o r otra parte, los sistemas complejos no facilitan la renovación constante de los vínculos, sino que distribuyen a las per­ sonas am pliam ente en la sociedad. D e manera que en un extremo, aunque el ego tiene que casarse fuera de la familia nuclear donde nació, casi es una especie de lotería saber en qué otra familia irá a desposarse y teóricam ente puede ser cualquier otra de la sociedad.

Cualquiera que sea el modelo resultante no se deberá a normas posi­ tivas de alianza y sólo lo pueden discernir los demógrafos. 5 No hace falta decir que lo que se inició como un simple intento je com prender la exogamia ha term inado en un nuevo modo de enfo­ car los sistemas de parentesco. E n la prim era parte del libro nos preocupamos casi exclusivamente del modo en que los grupos de pa­ rientes reclutaban a sus m iem bros, es decir, de la filiación. E n esta perspectiva, los sistemas de parentesco se consideraban como meca­ nismos para constituir y reclutar grupos propietarios, grupos residen­ ciales, unidades políticas, etc. Uno de los problemas fundam entales era ver cómo se podría conseguir que las unidades estuviesen juntas en el tiem po. En la prim era parte del libro nos centram os en lo que podríam os llamar el modelo «genético» de dicha integración, es decir, la vinculación de grupos sobre la base de descender de un antepasado común real o supuesto. D e m anera que los clanes y la organización de los linajes segmentados se consideraban como medios para ese fin. E n esta últim a parte del libro hem os variado el punto de vista. Hemos considerado a los sistemas de parentesco como mecanismos que distribuyen a las mujeres entre los grupos, integrándolos mediante la creación de alianzas perpetuas. E n el modelo «genético» el grupo A se vincula a perpetuidad con el B, porque son descendientes del mismo antepasado; en el modelo de la alianza se vinculan por lazos de afinidad como «dadores» y «tom adores» de esposas. N aturalm ente, ambos modelos pueden ser utilizados para analizar todo tipo de sistema de parentesco, como ya tuvim os ocasión de ver, pero algunos sistemas, especialmente en el sureste de Asía, se apoyan fuertem ente en alianzas por dinero como mecanismo integrador, mientras que otros, sobre todo en Africa, confían en la filiación. En la mayoría de las sociedades africanas se ha descrito el m atri­ monio como el «residuo de la exogamia», que es u n m odo muy elegante de expresar la norm a negativa. P or otra parte, en muchas sociedades del sureste de Asia y en la mayoría de Australia, el «sistema de parentesco» es el de las alianzas m atrim oniales, como ya tuvim os ocasión de ver. E l modelo de «alianza» nos perm ite colocar todos los sistemas en un mismo continuo. Si nos atenemos únicam ente al modelo de filiación (viendo al m atrim onio sólo como el residuo de la exogamia),

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c apítui0 g

entonces no encontram os form a de estudiar debidam ente todos ejemplo, los australianos. P or otra parte, las sociedades de «filiación como las de Africa, pueden considerarse como una variante del tirL de m atrim onio «complejo». Es natural que los antropólogos especia° lizados en el sureste de Asia se inclinen a considerar a las sociedade' desde el p unto de vista de la «alianza»; o sea, las abordan para ver cómo se distribuyeron las mujeres, al casarse en las unidades de pa. rentesco. Los especializados en Africa, por su parte, prefieren analizar la composición y el reclutam iento de los grupos de parentesco, especialmente los grupos unilineales. Como vimos en el capítulo 6, esto crea dificultades al analizar los sistemas cognaticios, que todavía son mayores el tra ta r los australianos. Algunos antropólogos estaban dispuestos a considerar los sistemas de «sección», etc., como rarezas (después de todo sólo hay unos pocos), pero, en la perspectiva de ]a «alianza» se convierten en u n extrem o del continuo, siendo el otro extrem o las sociedades como la nuestra. La m ayoría de los antropólogos británicos han trabajado en Africa y tratan de ver el m undo a través del prism a africano. Para los que, como yo, han estudiado variantes del sistema crow (como en Nuevo Méjico) o sistemas cognaticios y «complejos» (como en Irlanda occi­ dental), la teoría de la alianza tiene su atractivo, A nadie le agrada que se tenga al m aterial de campo donde investiga como una rareza, y tanto más cuanto que se supone que los casos «raros» se elevan a más del 50 p o r 100 del total, por lo que entonces uno comienza a poner en tela de juicio la utilidad de la teoría. Las teorías naturalm ente no son en absoluto incompatibles. De hecho, debemos estudiar todos los sistemas desde el punto de vista del reclutam iento a la vez que del de la alianza; el único peligro que acecha es que se dé más im portancia a uno que a otro; si los ensamblamos, conseguiremos contar con una visión total de los siste­ mas de parentesco y de m atrim onio como mecanismo de integración social. Desde el p unto de vista evolucionista, esta visión panorámica es esencial. Como vimos, las comunidades de los prim ates sóñ cerradas e indiferenciadas. Uno de los grandes avances, desde el primate hasta la existencia hum ana, fue la cristalización de un mecanismo para m antener juntos a los distintos grupos, es decir, unirlos en una éspecie de relación perpetua y dependiente. Sólo de esta forma fue posible que la evolución diese el salto que condujo a la auténtica com unidad humana. Los dos modelos nos m uestran cómo debió su­ ceder: al crecer demasiado los grupos de protohom im idos y escin­ dirse, la conexión sólo se podía m antener m ientras admitiesen y

213

Sistemas complejos y asimétricos

vasen a símbolo la filiación común. D e aquí la existencia del i o con su nom bre propio, sus emblemas, sus ritos y la exogamia; L últim a los diferenció, pero tam bién supuso que se debían coneS er alianzas con otros grupos y, una vez más, se dio el mecanismo condujo a la integración; ya vimos que el más sencillo fue el ^ eqUe de mujeres. Pero, en cierto modo, cualquier sistema de exoatnia hace que los grupos dependan unos de otros para contar con ® ¡eres y así las entrelazan en una tram a de alianzas, lo cual puede ¡Ljar desde la sencilla tram a de los kariera, que sólo tiene dos ¿ctrem os» unidos m ediante un nudo, hasta la red increíblem ente complicada de un sistema complejo como el nuestro, con millones Je extremos y millones de nudos que los unen. _ ^ O tra faceta evolucionista im portante son las consecuencias geneticas de dichos sistemas. Después de todo, los sistemas elementales son métodos de procreación sistemática interna, m ientras que en los sistemas complejos el apareamiento puede ser casi fortuito. Los siste­ mas elementales parecen ser capaces de controlar el crecimiento de la población de un modo que no les es posible a los complejos. N o tenemos seguridad sobre cuáles son las consecuencias respecto a la herencia y a la fecundidad de dichos sistemas, pero la investigación sobre esta cuestión puede contribuir a resolver muchos problemas de la evolución social y física de la hum anidad.

6 Term inarem os esta sección excesivamente breve sobre el m atri­ monio, la exogamia y la alianza, analizando algunas costum bres de «parentesco» a la luz de las dos teorías. Un argum ento clásico en antropolgía se refiere a la interpretación de la costum bre de la relación privilegiada existente entre un varón y el herm ano de su madre. Especialmente en los sistemas patrílineales, a u n varón se le tolera que gaste bromas muy libres a su BM, que le robe sus bienes, que le insulte e incluso que duerma con su esposa; a su vez BM tiene que cumplir deberes especiales y respon­ sabilidades que contraer respecto de su sobrino materno. Los prim eros antropólogos evolucionistas vieron en esto la evi­ dencia de un estadio previo, un estadio de «matriarcado»^ en el que BM ejercía la potestad sobre el ego; con exactitud se indicó que esto carecía de sentido, ya que el «avunculado» en los sistemas patri­ bútales se refiere a una relación indulgente entre un varón y su so­ brino m aterno. Radcliffe-Brown señaló que en los sistemas matrili-

214

r

,

titu lo g

neales un varón m antenía la misma relación con la herm ana H padre. P o r tanto, afirmaba, de lo que se tra ta es d e u n con»6 Sü entre las relaciones de autoridad (las que se dan d e n tro del 1‘ y las de indulgencia {fuera del linaje). E n un sistem a p a t r i / ^ ^ la autoridad sobre el varón corresponde al linaje de su p ad re n lne,^ que recurría a la indulgencia de su m adre y especialm ente a 1 j° los varones del linaje m aterno; m ientras que en el sistem a m t -n neal la autoridad sobre el ego corresponde al linaje d e su rn H acogiéndose entonces a la indulgencia de las m ujeres del lina; ^ terno. E sta fue la fuente de la costum bre. P®' Como en —el capítulo losU tallensi ---------------- vimos -------------- --------j ------------------- 4, Fortes señaló que -2— -w J.W «.CH4.C1151 Fak' :___ i- esto j de „ ____ _r:____________________ t ■> una naoian enfocado m odo distinto: afirm an que el _i hijo de mujer del patrilinaje es una especie de m iem bro del m ism o; la mujer no tiene culpa, argum entaban, de haber nacido m ujer y, p o r tanto no ►se la jjLicuc puede ppui o r cuu ello piivar privar de privilegios. jror P or tan to , a SU ’ hii56 m uc sus piivucgius. ranto, se le concedían ciertos privilegios en el linaje de la m adre y de a que tenga derecho a la indulgencia de los herm anos de su madre Al explicarlo, Fortes contrapone «descendencia» y « filia c ió n Una criatura «desciende» de ambos padres, pero en el sistem a uniiineaí sólo m antiene un lazo de filiación con uno de ellos. (Excepto claro está, si se trata de un sistema uniiineaí doble). Por consiguiente es vastago por igual de ambos padres, pero su estado «legal» y «político» sólo se deriva de uno de ellos: del padre en el patrilineal, de la madre en el m atrilineal. Sin embargo, incluso en el sistema patrilineal el hecho de que u n hom bre sólo tenga lazos de filiación con su padre' no significa que su vínculo de «descendencia» con su m adre se pierda1 es su hijo y ello le concede ciertos derechos. Fortes, como vimos llama a esto «descendencia complementaria», es decir, los lazos que unen a un varón con aquel de sus padres que no le transmite su status de filiación. Este es el enfoque desde el p unto de vista del individuo. Desde la atalaya del linaje existen dos clases de «miembros»: los que lo son por su filiación (la prole de un varón en el sistema patrilineal y la de la m ujer en el m atrilineal) y los que constituyen la prole de los «herm anos residuales» (los hijos de las mujeres en el patri­ lineal y los de los hombres en el m atrilineal). E n esta argumentación todo el sistema se enfoca como «basado en» el linaje y, por consiguiente, en la filiación. Todo io demás que rodea al sistema es u n intento de am oldar el inconveniente de que el ego tiene padre y madre a las exigencias del sistema de filiación. Los teóricos de la alianza alegan que esto es como poner el carro delante del caballo. Lo que no se tiene en cuenta en esta teoría es el m atrim onio. Los teóricos de la filiación siempre están insís-

Si5teinas complejos y asimétricos

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. ncj0 sobre las relaciones entre las generaciones y olvidando la imo fta n cía estructural del m atrim onio. Pueden reconocer la trascen­ dencia que tiene en muchos aspectos, pero no consideran el m atri­ monio como parte de la estructura del sistema. El m atrim onio es, jjoiplemente, el residuo de la exogamia. Ambas partes estarán de acuerdo en que en todos los m atrim onios ¿e las sociedades primitivas {y de muchas más) la unión no es sólo de Jos individuos, sino de dos grupos. Muchas veces el pago del precio j e Ja novia y la entrega de regalos a los novios son de enorme valor; para pagarlos se pueden necesitar años, incluso, a veces, la prole hereda las deudas de los precios de las novias de la generación de sus padre. Pero, ¿cómo insistiendo tanto sobre la alianza, es decir, enfo­ cando el sistema en su esencia m arital más que en sus aspectos de filiación, conseguiremos solucionar la vejatoria cuestión del hermano Je la madre y su curiosa relación con el hijo de su hermana? H e aquí lo que dirían los teóricos de la alianza: un varón del linaje A se casa con una m ujer del B, de manera que ambos linajes establecen una relación de alianza. E l precio de la novia, por ejemplo, será aportado por todos los miembros de A y distribuido entre todos los de B. (Algunas de las secciones más aburridas de los libros sobre los matrimonios tribales se refieren al detalle de esta distribución y colecta. La obsesión por semejantes cosas se h a denom inado la escuela de antropología de «la pata derecha delantera del buey».) D e resul­ tas de este m atrim onio todos los miembros del patrilinaje A han contraído una relación de alianza con los de B. Veamos cómo se presenta esto para el ego: su padre se casó con una m ujer de B, por tanto, él, junto con su padre, tiene una relación de alianza con los varones de B, incluidos los herm anos de su madre; el m atrim onio dio vida a esta relación, por consiguiente, existía antes que él, debido a que fue contraída entre su padre y los hermanos de su esposa. La situación privilegiada del ego con el herm ano de su m adre es simple­ mente una ampliación de esta relación de alianza. Con frecuencia llegaba hasta el privilegio de pedir a BM su hija en m atrim onio y, de este m odo, surgía una «tendencia» hacia la alianza asimétrica, tan corriente en Africa. El precio de la novia que un varón recibía por su hermana le servía a su vez para conseguir esposa; él recibe el precio de la novia que le da el esposo de su hermana y asi se va constituyendo una especie de «cadena» de alianzas. Un varón percibe el precio de la novia por ceder a su herm ana y, a su vez, lo entrega a otro varón que le cede la suya para que la haga su esposa. El último tam bién se casa en iguales condiciones y así surgen Jos esla­ bones de la cadena. De este m odo se establece la conexión entre

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^tenias complejos y asimétricos Caí>ítuIo g

linajes y una relación muy especial entre cuñados, es decir un varón y el herm ano de su esposa. E sta relación espe' extiende más tarde al hijo del herm ano de la esposa, y ya te Se el «avunculado». Realmente no se trata de una relación entre un*160108 y su BM, según la teoría de la alianza, sino entre un h o m b re ^ ^ í herm ano de la esposa de su padre. E ste enfoque da el debido reb al papel que desempeña el m atrim onio y no lo «oculta» tras^rM térm ino de la «filiación com plem entaria», que simplemente es t m odo de expresar que el m atrim onio tuvo lugar y fue fructuoso V ° se expresan los partidarios de la teoría de la alianza. ' Resum iendo, podemos reflejarlo de m odo aproximado en diagrama: n A

A

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e n fo g u e « a s c e n d e n c ia * de

ie5 implicados, incluso el matrimonio, mientras que la teoría de la candencia escamotea el matrimonio por la puerta trasera. Costumbres como el le víralo y el sororato se prestan a ambas ¡paciones. En el levirato, cuando muere un hombre, uno de sus uyjianos tiene el derecho y la obligación de casarse con su esposa y pender a la prole «en nombre» del fallecido. E n el sororato, cuando

e n fo q u e -■alianza-'

v ín c u lo s f il i a c i ó n

— — — v in c u la s d o a lia n z a

— ■ v ín c u lo s d e a s c e n d e n c ia

Diagrama 59 Los puntos de vista de la ascendencia y de la alianza tratan de los cuatro mismos papeles, pero los expresan de modo distinto. El de la ascendencia los ve como F, S, M y BM y el de la alianza como F, S, W F y BW F. En muchas comunidades africanas la «ten­ dencia» hacia la alianza recibe el refuerzo de la costum bre de permitir a un varón que elija prim ero entre las hijas del herm ano de su esposa. D esde el pun to de vista de la alianza, esto es sencillamente una variante del m atrim onio de prim os cruzados m atrilaterales, en el que se vinculan asim étricam ente dos linajes. (V. Diagrama 60.) A quí, o bien F se casa con su D BW o S con su DBM (DBWF)j en ambos casos se renueva la alianza. Los teóricos de la alianza alegarían, creo yo, que su modelo tiene en cuenta lodos los elementos de la representación de los pa-

s A

Diagrama 60 muere una mujer, la reemplaza una herm ana más joven. E n la teoría de la ascendencia se ve claramente que se trata de dispositivos para asegurar la continuidad del linaje; en la teoría de la alianza son formas de perpetuarla. N aturalm ente, no existe incom patibilidad entre estas teorías. La mayoría de los sistemas africanos se han estudiado desde el punto de vista de la ascendencia, y quizá nos convenga cambiar la dirección del foco y preguntar: ¿cómo se crean, se expresan y se perpetúan las alianzas, y cómo se mueven las mujeres en el sistema? E l en­ foque es distinto, pero los hechos son los mismos. E l único peligro está en forzar demasiado los hechos dentro de un molde, tratando de explicar todo un sistema, por ejemplo, desde el punto de vista de los mecanismos de reclutam iento. Cuanto mas miramos a los sistemas africanos, m ejor vemos que en ellos existe una tendencia hacia estruc­ turas de alianzas. Sólo en uno de los que nosotros conocemos, los lovedu del Transvaal, existe un sistema de alianza asimétrico, pero, como vimos, muchas costumbres de bodas secundarias y preferenciales se encaminaban a crear sistemas «elementales». Algunos^ se aproximan al ejemplo craw y otros son, indudablem ente, complejos, Pero si los situamos en el marco de la alianza nos es posible verlos como variaciones del m ism o tema, al igual que los australianos, los W h in y los crow, y los podemos comparar de un modo significativo.

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t it u lo 8

Tom em os u n ejemplo más. E n su descripción de los isleños rl Trobriand, M alino’wski subrayó la tirantez «inherente» al sistcrn.6 m atrilineal entre un varón y los hermanos de su esposa. Había |3 tirantez entre el «derecho de la m adre», o las normas de la filiació3 m atrilineal, y el «cariño del padre», o el deseo natural de un hombr p or atraerse a sus hijos. De manera que un hom bre no puede ejercer derecho alguno sobre sus hijos, porque es al linaje de la madre a quien corresponde dicha autoridad y, por consiguiente, al hermano de la madre. E sto se conoce p o r el «problem a m atrilineal», y se con­ sidera como un inconveniente típico de la m atrilinealídad. Las teorías de la alianza alegan que los hombres tienen cuñados en todas las sociedades y que ésta es una situación básica, a la que las comunidades m atrilineales atribuyen «im portancia». Después de todo, para la teoría de la alianza, la «situación básica» no es ni la familia nuclear ni el lazo m adre-criatura, sino el herm ano y la herma­ na y el m arido de la herm ana, es decir, lo básico es la «cesión» de herm anas a otros hombres, sea cual sea el sistema. Esto crea la alianza y todas se hallan sujetas a tiranteces — «nos casamos con nues­ tros enemigos». Las tres posiciones pueden trazarse en el siguiente diagrama:

A

=

o

n Diagrama 61 1 es el p unto de partida tradicional de la teoría del parentesco, es decir, la familia nuclear y la elección entre «descendencia» de uno es decir, la fam ilia nuclear y la elección entre «la filiación» de uno u otro padre o de ambos y la descendencia que «llene» los vacíos que deja la filiación. 2 es nuestro p unto de partida en este libro, que se apoya en la posición de la alianza, pero tom ando grandes pre_ cauciones sobre el particular. En la m edida en que consideremos el destino del vínculo de la herm ana con el herm ano como «funda­ mental» para elaborar los sistemas de parentesco, anticipamos ya 3-

gj5temas complejos y asimétricos

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e es la posición que ocupa la alianza según Lévi-Strauss. Lo ipsidera como el elemento básico o «átom o» de todo parentesco ¿ega que, por ejemplo, en tiempos de luchas, cuando los sistemas derrumban, retornan a esta situación atómica. La relación especial un varón y el hermano de su m adre — frente al herm ano de su .Jt-e-— se ha incorporado al dispositivo desde un principio. Fue BM Lien entregó a M en m atrim onio y así surgió el hijo. La relación ¿g S con BF y BM no es simétrica, pues el tío m aterno es una pgrsona muy especial. Las canciones medievales se hacían eco de esta relación m onótonam ente. E n antropología estamos comenzando a ex­ plorar las consecuencias de esta m entalidad en el estudio del paren­ tesco. Confío que este análisis habrá contribuido a dar una idea je la im portancia del debate. Bien pudiera suceder que resultase provechoso el estudio de la historia inglesa y de la sociedad contem poránea desde el punto de vis­ ta de la «circulación» de las esposas dentro del sistema. E n un sistema complejo necesitamos saber hasta qué punto la elección m atrim onial se aleja de lo casual y en qué dirección, y no cabe duda de que la ex­ tensión territorial y la movilidad de los clanes influyen profundam ente en ello. Algo que los demógrafos han intentado llevar a cabo es la de­ terminación del volumen medio del «grupo» de gentes que se casan entre sí. No cabe duda de que en una población bastante estable, donde no se dan profundos m ovim ientos de emigración ni de inm i­ gración y la movilidad territorial es limitada, las gentes elegirán esposas dentro de una zona restringida. A lo largo de los años, la población de la zona se casará complejamente dentro de sí misma y la mayoría de las gentes lo harán con esposas con las que comparten cierto grado de consanguinidad, por rem oto que sea. (N aturalm ente, también esto es cierto referido a toda la nación. Después de todo, si muchos de mis antepasados no se hubiesen casado entre sí, yo hubiera tenido en 1066 más antepasados vivos que personas había entonces en Inglaterra, aproxim adam ente 240.) El volumen medio de este «grupo» o «islote», como se le denomina, en el que cualquier persona «en peligro de casarse» {como dicen con evidente gracia los demógrafos) probablem ente hallará una esposa, es sorprendentem ente aducido. Oscila entre 900 y algo más de 2.000 personas, es decir, .el tipo de oscilación del volumen de población que nos encontram os en d más elemental de los sistemas elementales. El margen medio efectivo de la elección m atrim onial de un horn­ ee, no es, aunque estaría en su derecho pensarlo, los varios filo n e s de mujeres solteras de la nación, sino que probablem ente, a lo sumo, no excederá de mil. E n una comparación un tanto libre.

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Capím(0 8

diremos que esto es tan cierto en nuestro complejo sistema como el de los crow y los omaha: la categoría de «esposas potenciales15 de un hom bre se determ ina en cierto m odo por las elecciones matr* m óntales previas de sus consanguíneos antepasados. La diferend' estriba en que en los sistemas crow y omaha esto se fija de modo absoluto en térm inos de grupos de filiación, como pudimos ver. O tra faceta interesante son los distintos tipos de movilidad social que acompañan al m atrim onio. La aristocracia inglesa, aun siendo m arcadam ente endógama, sin em bargo, «se ba casado con personas de rango inferior». Los hijos menores han contraído con frecuencia m atrim onio con ricas herederas, a fin de levantar la fortuna familiar. Los diversos ejemplos implicados en estas alianzas han sido objeto de una amplia exploración por novelistas — para los antropólogos Jane A usten es la predilecta— , pero todavía queda mucho por inves­ tigar sobre la circulación de la riqueza y de las mujeres en el sistema de dotes. La dote es una auténtica institución «indoeuropea» y, en muchos aspectos, lo contrario del precio de la novia. Jamás nos' ha parecido necesario denom inarlo «precio del novío» o «patrim onio del novio», pero en realidad así es como funciona. E n muchos lugares i campesina, como en Irlanda y Grecia, todavía pervive, y las familias pueden hasta arruinarse para asegurar buenas dotes para sus hijas. Creo que la teoría de la filiación se enfrentaría a grandes dificultades para abordar este fenómeno que podría ser ana­ lizado m ediante la teoría de la alianza. E n la Inglaterra contem poránea están cambiando los tipos de movilidad m arital. Las novelas confirm an que, al propagarse una mayor educación, se observa u n «flujo» ascendente en la escala social de muchachos de la clase artesana que se casan con jóvenes de ía clase media, contribuyendo de este modo a la movilidad social. La tirantez y hostilidad im plícitos en tales m atrim onios realm ente penetran en el hogar, donde «nos casamos con nuestros enemigos», si creemos a ciertos^ autores. E n los próxim os años, en los flujos sociales se observarán muchos cambios de este tipo. En el futuro la endogamia relativa de los grupos raciales aportará otras complicaciones. Si bien es difícil com parar nuestra sociedad con las prim itivas, que se com­ ponen de extensos grupos de parientes como unidades básicas, fácil­ m ente podemos considerarla como una variante del tema de la alianza y preguntarnos cómo se distribuyen las mujeres (y los hom­ bres, para este fin) en el sistema por medio del m atrim onio y cuáles son las direcciones e intensidades de esos flujos. P or ejemplo, pode­ mos com pararnos nosotros mismos con otras sociedades estratificadas, tales como la feudal kachin o el sistema de castas de la India o

Sistemas complejos y asimétricos

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nn los estados de la E uropa medieval. Basándonos en la teoría de la alianza podemos suponer que no habrá un intercam bio libre de mu■res entre los estratos; esto supondría la igualdad. U na casta, clase !, estado superiores, sí desean constituir alianzas con gentes de con­ dición inferior, deben considerar la situación como desigual. E n casos « trem o s (como ocurre con algunas castas) pueden negarse en abso­ luto a concertar alianzas y conservar así su propia identidad, a nadie se le perm ite casarse «por debajo de su categoría». De perm i­ tirse la boda, puede ser un m atrim onio secundario o un concubinato, en el que las mujeres de más baja condición de la casta/clase/estado se tom an como amantes o concubinas. Si se perm ite el m atrim onio legal los estratos pueden o bien condescender a «dar m ujeres» según el modelo kachin o considerarlas como un «tributo» de las clases inferiores. Cuando los pares del reino se casan con ricas herederas, son ellos los que, teóricam ente, condescienden, y la heredera y su fa­ milia burguesa compran prestigio a través de la «conexión» aristo­ crática. Pero cuando se casan las herm anas menores de los pares con comerciantes y hombres de profesiones liberales, no se cree que exista una relación de inferioridad. H em os alcanzado el punto ^ E s t o ^ é s llevar la teoría de la alianza más lejos de lo que nos habíamos propuesto. Desde un estricto punto de vista teonco en nuestro sistema las «unidades» son las familias; las clases no son grupos sociales. Pero si tratam os de hallar cuales son los

220 .

2 0 9 '

Ecología, 33, 63, 83, 87, 97, 99, 112 ^ 147, 149 , Celta, 96, 147. Eggan, Fred, 123. Ceylán, 184. Ego (centrado en torno al ego, enfo­ China, 14, 108-110, 114, 117, 120, que del ego), 125, 135, 150-151, 155131, 148. 158, 170, 206, 240. Chiricahua, 86 . Endoganúa, 50, 133, 138, 146, 207, Clan, 38, 45-47, 84-87, 90-92, 94, 9698, 101-103, 109-110, 113-118, 124- Escocés, 17, 49 , !46, 126, 136, 138, 142, 146-147, 153, Esparta, 105. 161, 172-173, 180-186, 188, 194-195, Esquimal, 160, 240-241, 244. 199 203, 207, 209-211, 213, 224, Europa, europeo, 19, 22, 49, 207, 220228-230, 236. Clasificación, 223, 226-227, 229-231, Evans-Pritcharc!, E . E _, 21 120 . 232-238, 241-244. Evolución: Clasíficatorio, 172-173, 180-181, 184humana, 26, 29, 64-65, 74, 170, 212185, 194, 200, 230. Cochid, 101 , 121. social, 17-20, 22-23, 122, 142, 210, Cognado, cognaticio, 44, 46-49, 79-80, 212-213, 223. 110, 129-130, 135-144, 154,158, 160, Exogamia, exógamo, exogámico, 50-54 212, 241. 59, 81 , 87-88, 92, 96-103, 108-110, Colateral, 241. 113, 125, 138, 148, 151, 154, 161Comparativo (enfoque), 20 . 65, 169-170, 174-175, 177, 179, 186Conjunto de familiares, 151-158, 160, 185, 195, 200-201, 203-205, 207, 209, 206. 211, 213, 215, 228, 230, 240, 242. Connubio, 162, 164. Famdia, conyugal, 33 -34 , 36-37, 50, 52, Consanguinidad, 51-33, 38, 75, 80, oq-67. 91-92, 94, 96, 104, 109, 127, 166, elemental, 15, 27, 33. 207, 219-220. p elear, 33, 35-37, 50, 63, 76, 82, Crow, 207-208, 211, 217, 234-238, 243. 93, 95, 132, 159-160, 166, 210, 218, Crow-Omaha, 209-210, 220 , 234, 238. 240-242, 244. 243. Fibaaóíb 13, 19, 21, 25, 34, 46-49, Curia, 20-21. 80, 85, 87-90, 93, 103, 106, 122, Davls-Kingsley, 54. 124-132, 135-137, 139, 148, 150Deberes, 14, 16, 18, 98, 102-103, 123, 151, 165, 172, 178, 183, 211-218, 128, 154, 158, 225-227, 238. 220 , 225. Demografía, 62-64, 70, 82, 114, 141, filiación complementaria, 123-124, 165, 183-184, 194-195, 205, 219. 214, 216. Derechos, 14, 16, 23, 40, 48, 73, 86 , filiación paralela, 130, 134. 95, 98-101, 103, 110-112, 123, 125, grupos de filiación, 21 , 38, 44-50 127-128, 140-149, 158, 214, 217-218, 73-74, 81, 84-85, 89-92, 95-96, 100, 225-227, 238. 102, 108, 113, 122-125, 127-131, Derivación (método de segmentación), 135-141, 144-151, 153-157; 160-161, 114-116, 118, 121. 163, 166, 176, 182 , 207, 219, 229, Descendientes, 31, 38, 40, 44, 98, 110 , 234, 240-241. 113-114, 119-120, 129, 136-137, 139- Filipinas, 146, 154-155. 141, 144-148, 150, 155-157, 211. Filón de Alejandría, 54. Divorcio, 84, 110, 128. F isió n , n a . 1 6 9 .

F u n d ó n (p a p e l), $ 1