Pragmatica y Lengua Espanola

PRAGMÁTICA Y LENGUA ESPAÑOLA: FUNDAMENTOS Y APLICACIONES Eduardo de Bustos ÍNDICE Capítulo I: Nociones básicas 1.1

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PRAGMÁTICA Y LENGUA ESPAÑOLA:

FUNDAMENTOS Y APLICACIONES

Eduardo de Bustos

ÍNDICE

Capítulo I: Nociones básicas

1.1 Signo-tipo y ejemplar de un signo 1.2 Proferencias y prolata 1.3 Oración, enunciado y proferencia de una oración 1.4. La naturaleza de las explicaciones pragmáticas

Capítulo II: De la teoría del significado a la teoría de la comunicación

2.1. La concepción semiótica de la comunicación 2.2. Significado proferencial y significado oracional 2.3. La función de la pragmática en el análisis del significado comunicativo y el modelo inferencial de la comunicación lingüística 2.4. La naturaleza del significado comunicativo

Capítulo III: La pragmática y su objeto

3.1. Verdad y literalidad 3.2. Los fenómenos pragmáticos 3.3. Indicidad y referencia

Capítulo IV: Evolución y estructura de la teoría pragmática

4.1. La teoría intencional del significado 4.2. La teoría de los actos de habla 4.3. El principio de cooperación y las máximas de conversación 4.4. Implicaciones convencionales y conversatorias 4.5. El principio de relevancia

Capítulo V: Semántica y pragmática: una relación conflictiva

5.1. Sobre la noción de contexto 5.2. Consistencia contextual y comunicación 5.3. La naturaleza pragmática de la negación 5.4. Referir en un contexto

Capítulo VI: Análisis pragmático de la referencia

6.1. Las “presuposiciones” referenciales 6.1.1.Sintagmas nominales definidos

6.1.2. Sintagmas nominales indefinidos 6.1.3. Nombres propios 6.1.4. Expresiones anafóricas 6.1.5. Oraciones de relativo restrictivas y no restrictivas 6.2. La dimensión pragmática de las presuposiciones referenciales 6.3. Anáfora y oraciones de relativo 6.4. El análisis pragmático de la subordinación 6.4.1. Verbos factivos y negación 6.4.2. Predicados implicativos y semántica de la complementación 6.5. Negación e implicaturas conversatorias 6.5.1. Negación y propiedades referenciales de los SSNN 6.5.2. Negación y oraciones factivas

Capítulo VII: Análisis pragmático de la cuantificación

7.1. Relaciones de inferencia e implicación convencional 7.2. Los aspectos convencionales y conversatorios de la cuantificación 7.2.1. La cuantificación clásica 7.2.2 La cuantificación de pluralidad 7.2.3. La cuantificación presuposicional 7.3. Negación y cuantificación

Capítulo VIII: Análisis pragmático de la modalidad

8.1. INDICATIVO, SUBJUNTIVO Y CONTEXTO 8.1.1. Subjuntivo versus indicativo 8.1.2. La dimensión pragmática de la alternancia indicativo/subjuntivo 8.2 EL SUBJUNTIVO Y EL INDICATIVO EN LOS CONDICIONALES 8.2.1. Condicionales indicativos y subjuntivos 8.2.2. El análisis pragmático de los condicionales

Capítulo I: Nociones básicas

1.1. Signo-tipo y ejemplar de un signo

La lengua es un sistema de signos, se suele afirmar. La lengua es una realidad abstracta constituida por un conjunto de elementos y un conjunto de reglas para combinar esos elementos. Por otro lado, esa realidad abstracta que es la lengua sólo se nos hace presente a través del habla, de un conjunto de acciones individuales y concretas, localizadas espacio-temporalmente, que incluimos en el comportamiento lingüístico verbal de individuos pertenecientes a una comunidad lingüística. Esta dualidad, tan conocida, se puede generalizar y concretar al mismo tiempo en la propia noción de signo. Independientemente de la caracterización de la noción de signo que se prefiera1, resulta evidente que se puede distinguir en tal realidad un aspecto concreto, el de la utilización efectiva por parte de un emisor de ese signo, utilización única aunque repetible y, por otro lado, un componente abstracto, el del conjunto de rasgos comunes a las diversas utilizaciones de un mismo signo. Esa realidad concreta del signo, 1

Para las diversas concepciones sobre el signo lingüístico véase U. Eco (1973) o J.

Hierro Sánchez Pescador (1980). Aquí emplearemos signo en un sentido que abarca tanto las palabras como las oraciones y que es equivalente a lo que otros (H. Clark, 1996) han denominado señal.

resultado de la acción de un usuario, ha sido denominada de diferentes maneras. Siguiendo una terminología ampliamente utilizada en filosofía del lenguaje2, vamos a denominar ejemplar o muestra de un signo, o prolatum, a cada uno de los resultados de la utilización de un signo, a cada una de esas realidades físicas que son el residuo perceptible de tal uso. En el caso del lenguaje humano, tales ejemplares son primariamente acontecimientos físicos consistentes en la emisión de determinadas ondas provocadas por la expulsión de aire a través de las cuerdas vocálicas y la cavidad bucal de individuos, que impresionan los órganos perceptores de otros individuos. Esa realidad concreta es la realidad primaria del lenguaje humano y sólo a través de ella es posible acceder a realidades subyacentes de carácter más abstracto. Por otro lado, están las características no individuales de los signos, las características comunes que hacen a diversas muestras ejemplares particulares de un mismo signo. El signo, considerado desde este punto de vista no concreto, sino abstracto, es un tipo, una realidad que no es identificable con ningún acontecimiento físico concreto, sino que es común a muchos de ellos. Es el signo en cuanto tipo, en cuanto realidad abstracta, el que es componente o elemento del sistema que constituye la lengua. De la misma forma que la lengua es una realidad abstracta, así lo son también sus elementos, los signostipo. Además, las relaciones que se dan entre los ejemplares de una secuencia de signos son relaciones concretas que encarnan y remiten a relaciones existentes entre los correspondiente signos-tipo. El canto de cortejo de un 2

V.J.J. Acero, E. de Bustos y D. Quesada, 1982, M. García Carpintero (1996, I,1).

pájaro, por poner un ejemplo de sistema semiótico no humano, es una realidad estructurada, compleja, que se puede contemplar y describir desde dos puntos de vista: 1) en cuanto acontecimiento concreto, localizado en un punto del espacio y un momento del tiempo (este canto de este pájaro), es una colección de ejemplares de signos, correspondientes a las notas de las que se compone la melodía del canto. 2) En cuanto realidad abstracta, subyacente y común a todos los acontecimientos concretos pertenecientes a esa misma especie, el canto del cortejo es una secuencia de signos-tipo, reproducidos con mayor o menor fidelidad en cada acción

concreta en que un pájaro produce un

ejemplar del canto. Pues lo mismo sucede con las lenguas humanas. Nuestra conducta lingüística no es sino una secuencia de ejemplares de expresiones, de diferente complejidad. Dependiendo de la unidad de análisis que se prefiera, o que resulte relevante en cada momento, los ejemplares lo serán de expresiones aisladas (palabras), oraciones completas o sucesiones de oraciones (discursos o textos). Tradicionalmente, el nivel privilegiado por la gramática ha sido el nivel oracional, por lo que casi siempre nos referiremos a ejemplares de oraciones, esto es, a ocurrencias concretas de esa clase de signos-tipo. Pero nada excluye que la distinción entre tipo y ejemplar sea una distinción aplicable en realidad a cualesquiera clases de signos lingüísticos. Constituye un problema de la lingüística el aislamiento y la identificación de los signos-tipo componentes de una lengua, y constituye también un problema, pero diferente, la explicación de la relación de esas realidades abstractas con realidades físicas, fonéticas, concretas. Pero la distinción entre los aspectos abstractos de las entidades lingüísticas y sus aspectos físicos

concretos debe constituir un principio metodológico constante que tenga aplicación en los diferentes niveles del análisis lingüístico y, en nuestro caso particular, en el de la teoría pragmática del significado3.

1.2. Proferencias4 y prolata

La distinción entre proferencias y prolata está estrechamente relacionada con la distinción establecida en el apartado anterior, aunque se aplica en un ámbito más reducido que ésta. En efecto, la diferencia entre tipo y ejemplar de un signo se puede considerar aplicable a cualesquiera tipo de signos, incluso a los elementos de sistemas semióticos no humanos. En cambio, las proferencias y los prolata hacen referencia al ámbito específico del lenguaje humano. Dicho brevemente, la proferencia es el acto de emitir o la acción de emisión, generalmente de un mensaje lingüístico completo5, mientras que los prolata 3

Cfr. C.M. Hutton (1990), Abstraction and instance: the type/token relation in language

theory, Oxford: Pergamon Press.

4

El término `proferencia´ pretende traducir el inglés utterance, pero no existe en esa

lengua otro término que traslade la oposición proferencias/prolata. En cambio, sí sucede esto en francés, con el par énonciation/énoncé.

5

Aunque no es necesario que esto sea así, puesto que a menudo aparecen

proferencias significativas de expresiones lingüísticas no completas, no oracionales, como los saludos (¡Hola!), las exclamaciones (¡Maldición!), etc. H.P. Grice incluía también dentro de la categoría de las proferencias los gestos que acompañan en muchas ocasiones la conducta lingüística y que pueden tener autonomía significativa, como, por ejemplo, cuando, en vez de

son los ejemplares lingüísticos resultantes de tales actos. Así explicada, la proferencia no constituye una noción que permita separar el lenguaje natural de otros tipos de sistemas semióticos, y quizás no sea necesario hacerlo para ciertos propósitos. No obstante, ha de entenderse que el concepto de proferencia utilizado se refiere específicamente a las acciones comunicativas lingüísticas humanas, distinguiéndolas de otras acciones con contenido informativo, o bien no verbales, o bien no humanas. Desde este punto de vista, las propiedades principales de las proferencias son las de la intencionalidad y la

racionalidad. La proferencia es una acción comunicativa intencional porque persigue alcanzar los objetivos comunicativos de un individuo. Además, tiene un carácter racional, esto es, constituye un medio adecuado para la consecución de tales objetivos, objetivos que el hablante puede representarse y que están en función de sus deseos y creencias en el momento en que se produce la acción. De este modo quedan excluidas muchas otras acciones, humanas o no, que tienen un contenido informativo y que pueden transmitir información, pero que carecen de las características básicas de la intencionalidad y la racionalidad. Aunque la distinción entre proferencias y prolata no es frecuente, la utilizaremos ocasionalmente como un instrumento que nos permitirá captar de modo preciso la naturaleza de algunos fenómenos lingüísticos. En particular, ciertas propiedades y relaciones de carácter semántico y pragmático sólo tienen responder `no´, alguien mueve el índice horizontalmente de derecha a izquierda. Esas proferencias, parcialmente lingüísticas o no lingüísticas, constituyen también unidades posibles de análisis, como han puesto de relieve la sociolingüística y la etnolingüística.

sentido cuando se aplican a una noción u otra. Esta distinción, que se puede concebir como un caso concreto de la distinción general entre la acción y el resultado de la acción, será especialmente relevante en los fenómenos relacionados con las condiciones de los actos de habla: en efecto, éstos, en la medida en que su efectiva realización está sujeta a un conjunto de condiciones, son distinguibles, por una parte, de las proferencias lingüísticas asociadas habitualmente con ellos y, por otra, de los resultados de tales proferencias. Realizar un acto de habla supone, como condición necesaria, pero no suficiente, la proferencia de expresiones lingüísticas. Pero tales proferencias, por sí solas, no constituyen mas que una parte de un acto de habla. Para que tal acto se realice efectivamente, para que el resultado de una proferencia se pueda describir y cuente como un acto de tal o cual clase, es necesario además que se cumplan otras condiciones contextuales. Habrá propiedades, por consiguiente, que tendrá sentido aplicar a los actos de habla mismos y otras propiedades que sólo serán adscribibles a las proferencias en cuanto tales. Las proferencias, las acciones lingüísticas de emisión de signos, son los datos primarios que maneja el lingüísta. Constituyen la realidad perceptible que, en última instancia, es descrita o explicada por la teoría de éste. Es una tesis muy difundida, a partir de la obra de N. Chomsky, que la lingüística es una rama de la psicología cognitiva, que es una teoría sobre la naturaleza, adquisición y utilización de una clase específica de conocimiento, el conocimiento lingüístico. Sin embargo, sin descartar la fecundidad de este punto de vista, es necesario considerar también la lingüística como el fundamento de una teoría de la comunicación mediante el lenguaje natural y,

en ese sentido, como una rama de la teoría de la acción. Lo que la lingüística así concebida debe explicar, en última instancia, son los comportamientos concretos de individuos, las acciones verbales en el caso de la teoría del lenguaje, teniendo en cuenta por supuesto el conocimiento o la competencia que constituye la condición de posibilidad de tales comportamientos, pero considerando igualmente de la máxima importancia las intenciones, las creencias, los deseos y los fines que dotan a tales acciones de pleno significado comunicativo (social, interactivo). En la explicación de una acción se dan dos componentes: 1) por una parte, el conjunto de principios o reglas que el actuante sigue en la realización de la acción, que posibilitan su comprensión por receptores que comparten con el agente ese mismo conjunto de reglas y principios, y, por otra parte, 2) los objetivos cuya consecución persigue la acción en particular, que son los que contribuyen a dotar a ésta de sentido en un marco comunicativo concreto. Tales objetivos, hacia cuya prosecución está dirigida la acción están, en el caso del comportamiento lingüístico, en estrecha relación con las creencias y deseos mantenidos por quien realiza la acción. En efecto, son tales creencias y deseos los que determinan, en el curso de cualquier interacción comunicativa, los objetivos que la acción lingüística ha de perseguir racionalmente. No es posible entender cuáles son esos objetivos, ni en definitiva el significado de una acción, si no se conocen o infieren las creencias pertinentes que hacen coherentes a dichos objetivos con las acciones que se realizan para su consecución. Como la lingüística aspira a dar cuenta del comportamiento lingüístico en su integridad, debe dar cuenta de estos dos aspectos de toda acción comunicativa, sin

renunciar a ninguno de ellos y sin otorgar primacía a uno sobre el otro. Esta es la perspectiva integradora que subyace a una concepción general de la lingüística en cuanto teoría científica y, en particular, a la teoría pragmática del significado que se expone6. Otros autores7 pusieron de relieve esta distinción entre proferencias, prolata y expresiones-tipo. En general, destacaron cómo el camino que lleva al lingüista desde los datos primarios de la conducta lingüística a su objeto de estudio, las expresiones tipo en cuanto componente del sistema constituido por la lengua, es un camino de abstracción8. Así, por ejemplo, se pasa de los acontecimientos fonéticos individuales a clases estándar de acontecimientos fonéticos y, de éstos, a descripciones morfofonológicas, sintácticas,... neutrales con respecto a las realizaciones físicas concretas. Ese proceso de abstracción permite depurar los factores ajenos al interés puramente lingüístico que, para N. Chomsky, establecen la diferencia entre la competencia y la actuación de los hablantes-oyentes de una lengua9. Los errores, lapsus, rectificaciones, etc.

6

Esta concepción general coincide en buena medida con la que ha expuesto J. Nuyts

en Aspects of a Cognitive-Pragmatic theory of language, Amsterdam: J. Benjamins, 1992 y H.H. Clark, en Arenas of language use, Chicago: Chicago U. Press, 1992. 7

8

H.Schnelle, 1973; J. Lyons, 1977; D.Wunderlich, 1979.

Por ejemplo, H. Schnelle (1973) llegó a distinguir al menos cinco pasos en ese proceso

de abstracción de las proferencias de oraciones a sus descripciones sintácticas. El paso de un nivel a otro estaba determinado por la construcción de una clase de equivalencia o de una idealización metodológicamente justificada 9

N. Chomsky (1968,1975, 1980, 1985).

pueden, a pesar de su interés intrínseco, ser extraídos del comportamiento lingüístico, puesto que constituyen factores de distorsión en lo que es el objetivo del lingüista: la explicación del comportamiento comunicativo realizado de una forma normal (aunque recogiendo toda la riqueza creativa de los hablantes-oyentes) y correcta, en el sentido de emplear procedimientos corrientes en la comunidad lingüística en su conjunto (no en grupos comunicativos reducidos).

1.3. Oración, enunciado y proferencia de una oración

Como hemos advertido, la distinción entre ejemplar o muestra de una expresión lingüística y el tipo correspondiente a esa expresión es una distinción que se puede establecer en cualquier nivel de análisis lingüístico. Sin embargo, en la medida en que la exposición de la teoría del significado se desarrolla principalmente en los niveles semántico y pragmático, la utilizaremos como herramienta teórica para el tratamiento de fenómenos lingüísticos cuya explicación corre a cargo de estas dos disciplinas. Como tanto una como otra, pero sobre todo la primera, explican fenómenos que se localizan en un nivel oracional, la distinción la aplicaremos sobre todo a este tipo de entidades lingüísticas. Ahora bien, ¿qué son las oraciones? Aunque hay muchas respuestas a esta pregunta dependiendo del nivel lingüístico en que uno se sitúe (sintáctico, semántico...), nos basta con establecer por ahora que las

oraciones, se caractericen como se caractericen, son tipos de expresiones lingüísticas, esto es, entidades lingüísticas de carácter teórico o abstracto 10. Las oraciones no son entidades materiales, perceptibles y discretas como lo son sus proferencias o los prolata resultantes. Únicamente éstas tienen naturaleza material, física, y sólo a partir de ellas podemos acceder a sus correspondientes tipos. Por supuesto, tanto el lingüista como el filósofo del lenguaje están interesados en las propiedades generales de las proferencias de oraciones, quieren establecer hipótesis explicativas para los conjuntos de proferencias que pertenecen a un mismo tipo. Pero tales propiedades generales sólo son observables en la medida en que encarnan esas entidades físicas discontinuas que son las proferencias. El olvido de esta verdad elemental del análisis lingüístico ha llevado a muchos autores a equivocar en el pasado, de raíz, sus planteamientos teóricos. Mucha estéril polémica filosófica de los años 50 sobre fenómenos pragmáticos, como el de la presuposición, está viciada justamente por este defecto. Y es preciso reconocer que fue un filósofo, P.F. Strawson 11, quien introdujo de un modo sistemático, aunque quizás no con la claridad necesaria, esta distinción conceptual dentro de su teoría lógica y de su teoría

10

Sobre la noción de oración, son sumamente interesantes las observaciones de R.

Harris en "Scriptism", en The Foundations of linguistic theory, N. Love, ed., Londres: Routledge, 1990. 11

P.F. Strawson, 1950, 1963.

semántica12. P.F. Strawson ya advirtió que, si bien la distinción entre la proferencia de una oración y la oración misma no tiene mucha importancia en la teoría lógica, tiene un papel importante en la teoría de la verdad. P.F. Strawson mantuvo que las propiedades de verdad y falsedad se han de aplicar a las fórmulas lógicas (o sus trasuntos lingüísticos) sólo en la medida en que esas entidades representan enunciados, esto es, afirmaciones concretas de contenidos semánticos. Con ello, P.F. Strawson introdujo una noción, la de

enunciado, que pretendía constituir un puente entre las abstracciones lógicosemánticas de la teoría lógica y el análisis lingüístico concreto13. El problema con la noción strawsoniana de enunciado es que era susceptible de ser mirada desde

muy

diferentes

puntos

de

vista

e

interpretada

de

modo

consecuentemente heterogéneo. En realidad, tal noción no vino sino a oscurecer relativamente las relaciones entre las proferencias de las oraciones y las oraciones mismas, porque no resultaba claro, al menos en la obra de P.F. Strawson, si los enunciados eran una u otra cosa. El mismo Strawson, a medida que su enfoque analítico iba inclinándose cada vez más del lado de la pragmática, dotó de nuevos matices a tal noción. Lo que en un principio 12

El progreso filosófico en el ámbito del análisis lingüístico refleja en realidad una

creciente conciencia de que las relaciones entre los niveles concreto y abstracto del análisis del lenguaje no son tan "mecánicas" como G. Frege y B. Russell las concibieron a comienzos de siglo. Por ejemplo, para estos autores, no existían problemas a la hora de asignar valores veritativos a las oraciones, puesto que no distinguían estas entidades de sus proferencias efectuadas en contextos y condiciones normales (lo cual era una idealización con escaso sentido de la realidad). 13

Véase A. García Suárez (1997, 1.3)

identificó Strawson con una oración declarativa o en modo indicativo, o con una proferencia de tal oración, susceptible de ser verdadera o falsa, pasó a ser el contenido comunicativo de un determinado acto de habla, el de la aserción a aseveración, ambigüedad que sigue perdurando en algunos libros de texto de semántica. J. Lyons14 hizo notar esa ambigüedad relacionándola además con la inherente a la noción de proposición o idea15. Aunque a veces se identifican las nociones de enunciado e idea, el punto de vista más extendido entre quienes admiten estas últimas entidades teóricas dentro de la semántica es que las ideas son los significados de los enunciados, que los enunciados expresan ideas. Según la expresión clásica de la distinción entre oración, enunciado e idea16, las tres nociones están sistemáticamente relacionadas, pero no se identifican entre sí. En primer lugar, hay oraciones que no constituyen, cuando se profieren, ningún enunciado (por ejemplo, las oraciones imperativas). En segundo lugar, a cada enunciado corresponde, si no es indeterminado o ambiguo, una idea, que es el contenido semántico de tal enunciado al que se aplican los predicados veritativos. Son las ideas y no los enunciados, según parafrasea Lyons (1977), los que son verdaderos o falsos. En tercer lugar, lo que hace de una determinada proferencia un enunciado son ciertas condiciones

14 15

J. Lyons, 1977, I, 6.2. Idea, en el sentido que se emplea generalmente en filosofía del lenguaje, no es

equiparable con la noción de la epistemología empirista anglosajona, que viene a equivaler a la de imagen o representación. 16

E.J.Lemmon, 1966.

contextuales, como por ejemplo la referencialidad de las (proferencias de las) expresiones que componen el enunciado, las intenciones del hablante de realizar una aserción o afirmación... Por nuestra parte, de acuerdo con argumentos expuestos en otro lugar 17, prescindiremos casi por completo de la noción de enunciado, por considerarla innecesaria, y sólo la utilizaremos como abreviatura terminológica de oración declarativa o indicativa. En todo caso, no identificaremos la noción de enunciado con el correspondiente acto de habla con el cual suele estar y ser asociada el de la aserción o afirmación. Si bien, en una mayoría de ocasiones, los actos de habla de aserción o aseveración suelen ser efectuados mediante la proferencia de oraciones declarativas, de enunciados en nuestro sentido, hay ocasiones en que esto no sucede así, por lo que encontraremos injustificable la identificación. Por otro lado, prescindiremos igualmente de la noción de proposición o idea como entidad teórica indefinida o primitiva de la semántica. La razón última es bien sencilla, aunque no su justificación18: la teoría semántica o pragmática no tiene necesidad de tales entidades abstractas, como tales entidades primitivas, para explicar los fenómenos lingüísticos que caen bajo su ámbito. En cierto modo, pues, nuestra postura puede ser calificada de materialista, aunque quizás no en el sentido más habitual, puesto que no

17

18

V. J.J. Acero, E. de Bustos y D. Quesada, l982. En nuestra opinión, los argumentos de W.O. Quine (1953, 1960) son lo

suficientemente contundentes como para justificar esa exclusión, por lo menos desde un punto de vista metodológico, en semántica.

admite entidades lingüísticas abstractas cuya existencia e identificación sea independiente de las concretas constituidas por las proferencias de las expresiones. Desde nuestro punto de vista, es suficiente el arsenal conceptual constituido por las nociones de proferencia, prolatum y expresión tipo como punto de partida para el análisis del comportamiento comunicativo. Utilizando esas tres nociones básicas, junto con otras generales procedentes de la teoría de la acción, se pueden abordar con esperanzas de éxito las explicaciones de fenómenos semánticos y pragmáticos. Resumiendo, desde este punto de vista, las oraciones son expresionestipo de una determinada clase, definida por criterios formales (sintácticos) o funcionales (semánticos). Como tales, son entidades abstractas a las que no es correcto atribuirles propiedades referenciales o cognitivas, puesto que carece de sentido hablar de la comprensión de oraciones o de su producción. Lo que se comprende o se produce son los acontecimientos físicos concretos que son las proferencias o sus productos, los prolata. Son esas entidades las unidades básicas de análisis en la pragmática o en la teoría de la comunicación mediante el lenguaje natural. Cualquier otra noción teóricamente necesaria, como podrían ser las de enunciado o proposición, ha de ser construida a partir de estos átomos del comportamiento lingüístico-comunicativo.

1.4. La naturaleza de las explicaciones pragmáticas

Como cualquier otra disciplina científica, la pragmática aspira a proporcionar explicaciones de hechos o fenómenos. Con ello se quiere decir,

por una parte, que no se conforma con la simple enumeración o descripción, incluso taxonomía o clasificación, de los hechos pertinentes. Por otra, que pretende establecer generalizaciones significativas en el ámbito de esos hechos, generalizaciones que pongan en relación los fenómenos que estudia con las causas de los mismos. Ahora bien, en la medida en que la pragmática lingüística se ocupa de la comunicación mediante el uso del lenguaje19, su objeto, por así decir, es un determinado tipo de conducta humana. En última instancia, lo que la pragmática intenta elucidar es una clase especial de acción humana, la acción lingüística comunicativa20. Como tal clase especial de acción humana, la acción lingüística comunicativa tiene ciertos caracteres que la distinguen de otras clases de acciones humanas. Utilizando una habitual clasificación, en ciencias sociales, de los tipos de conducta humana21, es pertinente referirse a dos características de este tipo de acción:

19

Existen otras ramas de la pragmática que no tienen que ver con la comunicación

lingüística, sino con otro tipo de acciones humanas. 20

Dejando pues de lado las acciones lingüísticas que no son comunicativas, desde las

utilizaciones ritualizadas del lenguaje a las que carecen, por una u otra razón, de destinatario de tal comunicación (el soliloquio, etc.). V.J.W. Du Bois, "Meaning without intention", Papers in

Pragmatics, 1-2, págs. 80-122, 1987. 21

3.

V. J. Elster, Explaining technical change, Cambridge: Cambridge U. Press, 1983, I,

1) la acción lingüística comunicativa es intencional, esto es, se trata de una acción dirigida a la consecución de fines que el sujeto es capaz de representarse. No es la única clase de acción intencional humana, pero seguramente es la más importante. Cualquier

acción

intencional

exige

una

explicación

igualmente

intencional. La explicación intencional es el tipo de explicación característico de las ciencias sociales22: consiste en remitir las acciones de los individuos a las intenciones que las animan. Las intenciones funcionan como causas de la conducta23.

2) la acción lingüística comunicativa es también racional, es decir, se ajusta a un conjunto de convenciones o de procedimientos convencionales que funcionan como medios adecuados para la obtención de los fines de la conducta. La racionalidad de la conducta lingüística comunicativa constituye en realidad una condición necesaria de la propia comunicación, la posibilita. Si un individuo quisiera hacer un uso irracional del lenguaje, esto es, al margen de las normas o convenciones que rigen su uso, estaría excluyéndose con ello de cualquier comunidad comunicativa, de la posibilidad de ser comprendido por otros hablantes.

22

V. J. Elster, op. cit., I,3.

23

V. D. Davidson, Essays on actions and events, Oxford: Oxford U. Press, 1980,

cap.4.

El reconocimiento de la conducta lingüística comunicativa como conducta racional implica también la noción de consistencia, siquiera una consistencia mínima. Para que una acción sea calificada de racional es preciso que tal acción sea consistente con los objetivos que persigue quien la ejecuta: las convenciones lingüísticas en general, y las convenciones sobre el uso del lenguaje en particular, conforman esa noción de consistencia comunicativa. Definen los criterios mediante los cuáles juzgamos una acción lingüística como racional, como un medio adecuado para alcanzar los objetivos comunicativos de quien la realiza.

Ni el carácter intencional ni el racional son propiedades intrínsecas del lenguaje, sino que son propiedades extrínsecas, esto es, dependientes de factores ajenos a los estrictamente lingüísticos. En realidad, no es riguroso afirmar que el lenguaje humano es intencional y racional: lo que es intencional o racional es lo que los seres humanos hacen con el lenguaje. Ahora bien, en general se suelen caracterizar como funcionales las explicaciones que ponen en relación propiedades extrínsecas a un sistema, como explanans o causa, con propiedades intrínsecas a él, como explanandum o efecto. Por ejemplo, cuando se explica la forma de un martillo (propiedad intrínseca) en términos del uso que se hace de él como herramienta (propiedad extrínseca), se está proporcionando una explicación funcional24. 24

Por supuesto, ni es ésta la única acepción de explicación funcional ni la única

forma de elucidarla. V. por ejemplo G. Leech, Principles of Pragmatics, Londres: Longman, 1983, cap. 3; M. Dascal, Pragmatics and the philosophy of mind, Amsterdam: J. Benjamins,

Del mismo modo, cuando en pragmática se trata de explicar propiedades lingüísticas

intrínsecas,

fundamentalmente

formales,

en

términos

de

propiedades extrínsecas como las intenciones u objetivos de un hablante, se está apelando a explicaciones funcionales. A lo largo de este siglo de práctica de la lingüística, se ha ido conformando una oposición entre las

explicaciones funcionales y las

explicaciones formales. Una forma de concebir esa contraposición ha sido la de asimilarla a una presunta dicotomía entre las explicaciones pragmáticas y las explicaciones gramaticales25. Por ejemplo, las explicaciones lingüísticas que consisten en la formulación de una regla o un principio que permite generar de una forma abstracta una estructura (sintáctica, lógica) correspondiente a una entidad lingüística son explicaciones formales en este sentido. Aunque tales explicaciones suelen venir expresadas en un lenguaje formal (lógico, matemático) o semi-formal, no es ésta su característica definitoria, la que las convierte en explicaciones formales. Otro tipo de explicaciones pueden ser formuladas en términos formales sin ser por ello explicaciones formales. En cambio, las explicaciones que apelan a las intenciones u objetivos de un hablante cuando realiza un acto de habla, y ponen en relación esos factores 1983, cap. 1.2, o J. Nuyts, Aspects of a cognitive-pragmatic theory of language, Amsterdam: J. Benjamins, 1992, para una caracterización más exhaustiva. 25

La equiparación de ambas dicotomías es insostenible: por una parte, existen

influyentes teorías gramaticales que se autocalifican de funcionales (p.ej. S.C. Dik, Functional

Grammar, Amsterdam: North Holland, 1978) y, por otra, las explicaciones formales no siempre son gramaticales (p. ej., las semánticas).

externos con factores estructurales de su proferencia, como su organización (orden de palabras, variaciones distribucionales...), se pueden considerar explicaciones funcionales. ¿Por

qué

suelen

ser

formales

las

explicaciones

estrictamente

gramaticales? La respuesta corriente es que la lengua se puede considerar como un sistema susceptible de ser descrito en términos abstractos, esto es, como un sistema en el que los elementos y las relaciones que mantienen entre sí pueden ser expresados sin acudir a propiedades ajenas al propio sistema. Dicho de una forma un poco más precisa:

Una explicación lingüística formal es la que predice (o genera) una configuración o representación lingüística (de cualquier nivel gramatical) basándose en la descripción estructural de otras configuraciones o representaciones lingüísticas.

En la explicación formal, los elementos y relaciones que figuran en ella no son exteriores al presunto sistema de la lengua, sino que son intrínsecos e independientes de factores externos, como los psicológicos, sociales o históricos. Si bien la defensa de la independencia de las explicaciones formales como propiamente gramaticales no está necesariamente ligada a las diferentes escuelas

estructuralistas

(clásicas

o

generativas)

está

estrechamente

relacionada con la tesis de que la facultad lingüística en general, y la gramática en particular, constituye un sistema formal autónomo, tesis que define tanto el

paradigma generativo en lingüística26 como la teoría representacional de la mente de J. Fodor27. Por su parte, una explicación lingüístico-comunicativa funcional contrasta con una formal en la apelación a elementos ajenos al sistema al que se aplica la explicación. En general, consiste en la demostración de que el fenómeno sometido a consideración forma parte de un subsistema de un sistema más amplio28. Por lo que se refiere a la comunicación lingüística, las explicaciones funcionales en este sentido son las que considera el uso del lenguaje como uno de los sistemas intencionales de comunicación. Los fenómenos propiamente pragmáticos se insertan en un subsistema comunicativo, que es el del lenguaje natural. Las explicaciones lingüísticas funcionales relacionan características de las entidades lingüísticas con los fines, intenciones y creencias de una forma similar a lo que ocurre en otras ciencias sociales en general, y en la teoría de la acción intencional humana en particular.

Capítulo II: DE LA TEORÍA DEL SIGNIFICADO A LA TEORIA DE LA COMUNICACIÓN 26

Como ha mantenido J.Newmeyer, Grammatical Theory, Chicago: Chicago U. Press,

1983. 27

J. Fodor, The modularity of mind, Cambridge, Mass.: M.I.T Press, 1983;

Psychosemantics, Cambridge, Mass.: M.I.T. Press, 1988; para una exposición general, véase K. Sterelny, The representational theory of mind, , Oxford: B. Blackwell, 1991. 28

Cfr. G.N. Leech, Principles of pragmatics, Londres: Longman, 1983, cap. 3.

II.1 : La concepción semiótica de la comunicación lingüística

El objetivo principal de una teoría general de la comunicación es el de explicar cómo nos comunicamos mediante la realización de cierta clase de acciones, cuáles son las características especiales que tienen esas acciones que posibilitan la comunicación, y de qué modo funciona todo el proceso de producción y comprensión del significado ligado a esas acciones. Un modelo de tal teoría general ampliamente utilizado a lo largo de este siglo es el modelo semiótico, el modelo cuyo concepto central es el concepto de código. De acuerdo con este modelo, comunicar consiste en cifrar información mediante un código que, conocido por el receptor o destinatario del mensaje, es utilizado para descifrarlo. El ejemplo clásico para ilustrar la naturaleza de la noción de código es el del código Morse: un emisor traslada un mensaje a secuencias de rayas y puntos que, trasmitidos a través de un canal, son recibidos por un destinatario. Este destinatario, utilizando un manual del código, descifra las secuencias, convirtiéndolas de nuevo en expresiones de una lengua natural o artificial.

I. Diagrama clásico del proceso de comunicación

mensaje

mensaje

CÓDIGO

CÓDIGO

ruido mensaje codificado

EMISOR

CANAL

mensaje codificado

RECEPTOR

Con respecto a este modelo y ejemplo, hay que resaltar lo siguiente: en primer lugar, que la codificación consiste en un cifrado, en una forma de reescritura, de tal modo que, si lo trasmitido es `S.O.S', la secuencia codificadora es `---...---'; en segundo lugar, que la información codificada es la de que `---...---' equivale a `S.O.S', y nada más. En particular, conviene advertir que no se ha codificado, ni transmitido el significado de `S.O.S' (lo que se suele denominar información semántica). Una vez transmitida la señal, el

significado de `S.O.S' ha de ser interpretado, o averiguado, por el receptor del mensaje, para lo cual no le sirve de nada el código Morse. Que la señal en cuestión constituya una petición de socorro, o una contraseña acordada, o una broma privada entre emisor y destinatario, no es una información que viaje o se traslade a través del canal de la transmisión telegráfica. A través del canal telegráfico lo único que viaja son señales eléctricas, pero no significados. Para descifrar éstos, el destinatario ha de ser capaz de manejar un manual descodificador que puede tener poco que ver con los corrientes, hasta el punto de que quizás no merezca la pena denominarlo así. El modelo informático (sistémico) de la comunicación, y el concepto de

información que llevaba aparejado, utilizados para describir los aspectos esenciales de la telecomunicación, han desempeñado el papel de una metáfora raíz, o metáfora constitutiva, de la teoría de la comunicación mediante el lenguaje natural. Esto no es una calificación negativa: como sabemos, en muchas ocasiones es la única forma posible en que se puede conformar y progresar una determinada disciplina. Pero, en el manejo de una metáfora de este tipo siempre subsiste el riesgo de considerarla algo literal29. Es preciso saber cuáles son los límites de la metáfora, hasta qué punto resulta útil en la investigación de un nuevo campo y cuándo es preciso abandonarla, porque ya ha perdido su valor heurístico. Esto último resulta particularmente difícil cuando la metáfora ha calado tan profundamente que ha impregnado el uso cotidiano

29

Algo parecido ha sucedido con la metáfora raíz de las ciencias cognitivas: la mente

es un ordenador.

del lenguaje, incluso hasta el punto de constituir campos de expresiones lexicalizadas cuyo carácter originariamente metafórico ya no se percibe como tal. El fundamento de la aplicación metafórica de la noción de código a la comunicación lingüística es que una lengua natural puede considerarse como un código similar al Morse30. La utilizaríamos para "cifrar" nuestro pensamiento (los significados) de tal modo que fueran descifrables por un destinatario que tuviera conocimiento de ese código. El esquema resultante de esa aplicación sería el siguiente:

30

En la medida en que un código es una especie de cálculo ,se puede considerar que la

concepción semiótica de la comunicación lingüística es derivada de la concepción calculista del lenguaje (v. S. Stendlund, 1990, Language and Philosophical Problems, Londres: Routledge)

II. Conducta lingüística verbal

Pensamiento

Pensamiento interpretado

Codificación lingüística

Descodificación lingüística Señal acústica emitida

Ruido

Señal acústica recibida

Nótense

las

similaridades

y

las

diferencias

porque

ambas son

importantes para la comprensión de la extensión metafórica de la noción de código a la comunicación. Lo que en el modelo original es

en realidad un

proceso de cifrado, de reescritura en una notación diferente, en este modelo es un proceso de traducción de pensamiento a expresiones lingüísticas. Incluso si dejamos por un momento la cuestión de si los pensamientos tienen ya una forma lingüística (si forman parte de un lenguaje interior, como sostenía

Agustín de Hipona y mantiene en la actualidad el psicólogo J. Fodor 31), es evidente que la codificación lingüística no es literalmente comparable a la del modelo original. Del mismo modo sucede con el proceso de descodificación, en el que no se produce una simple retranscripción, sino una auténtica traducción, si suponemos que el destino final del pensamiento es el lenguaje mental del destinatario. Entre otras cosas importantes, un elemento esencial que distingue ambos modelos es la existencia de una gramática32: en el supuesto proceso de codificación lingüística interviene ese conjunto de reglas que nos permite producir una entidad que, de algún modo, contiene la información que contiene

la representación mental que queremos transmitir al destinatario. La existencia de ese conjunto de reglas, entre otras cosas, separa al lenguaje natural de un código. Para expresarlo de una

forma contundente: "una lengua no es un

código, y tampoco un código es una lengua. Sólo las lenguas en sentido corriente - lenguas como el inglés, francés o latín - tienen gramáticas. Un código no tiene una gramática, ni podría, de alguna forma `generar' una gramática"33. De tal modo que no existe, ni puede existir, una gramática Morse o Braille, aunque efectivamente existen tablas de equivalencias entre los signos

31

32

J. Fodor, The language of thought, Nueva York: Crowell, 1975. Aquí emplearemos `gramática' en un sentido sumamente general, que no se

corresponde con las acepciones técnicas de la lingüística generativa, en que las reglas semánticas no forman parte de la teoría gramatical. 33

R. Harris, "The Grammar in your head", en C. Blakemore y R.S. Greenfield, eds.,

Mindwaves, Oxford: Blackwell, 1987, pág. 509.

del código y los signos lingüísticos (las letras): lo característico del código es que puedo utilizarlo sin tener ni idea de la lengua en que están escritos los caracteres que cifro. Ello no afectaría a la transmisión, que podría ser descifrada por un receptor igualmente ignorante34. Conviene distinguir pues entre procesos distintos, relacionados con la comunicación, que no obstante pueden no tener nada que ver entre sí: 1) en primer lugar, y considerando lo más elemental, el proceso de transmisión de

34

Quizás

estructuralmente

se puede mantener que el único aspecto en que sucede algo

similar

al

proceso

de

descodificación

es

en

la

relación

percepción/representación lingüísticas. Si se admite, siguiendo a J. Fodor, que el sistema lingüístico es un sistema periférico, al mismo nivel que los sistemas que procesan los inputs perceptivos, entonces se puede mantener que ese sistema lingüístico está sintonizado de tal manera que se efectúa un traslado automático a representación mental de la señal acústica. Dicho de otro modo, la sintonización innata de nuestro sistema perceptivo del lenguaje excluye la necesidad de que intervenga en ese proceso de traslado información procedente del sistema central, a diferencia quizás de lo que sucede en la percepción de señales acústicas no lingüísticas, cuya identificación y categorización requiere la recuperación de información de ese tipo. Esa sintonización de nuestro módulo perceptual lingüístico consistiría en una disposición al reconocimiento de estructuras en los estímulos sonoros de índole lingüística (reconocimiento de universales) Además, tal disposición siempre se encuentra `enchufada', por decirlo así. No es posible desconectar el modulo especificamente lingüístico, de tal modo que, literalmente, no podemos dejar de oir expresiones lingüísticas (de nuestra lengua natal) como tales expresiones lingüísticas y no como mero ruido. En este sentido, también contrasta con los procesos inferenciales centrales, que suponen un esfuerzo procesador que es optativo para el individuo. Como se verá, la asignación de significado parece caer del lado de estos procesos inferenciales, escapando a la asignación automática de representación semántica.

una señal. Este proceso no implica necesariamente una codificación: por ejemplo, la transmisión telefónica consiste en la transformación de energía dinámica - las ondas acústicas - en impulsos eléctricos, los impulsos eléctricos recorren un canal - el hilo telefónico- y son retransformados a su vez en ondas acústicas que impresionan nuestros tímpanos. En ningún momento del proceso es correcto hablar literalmente de codificación. Lo único que se ha producido es la transformación de una forma de energía en otra de acuerdo con ciertas leyes físicas. 2) En segundo lugar, hay que distinguir los procesos de codificación de mensajes, en los que tales mensajes son cifrados, esto es, reescritos de acuerdo con un procedimiento, la clave del código, posiblemente transmitidos en esa forma cifrada, y finalmente descifrados por un receptor, mediante la aplicación de la clave. Como se ha afirmado, tales procesos de codificación y descodificación son independientes de que emisor y receptor tengan conocimiento del significado (sea esto lo que sea) de los mensajes transmitidos, no requieren ningún conocimiento lingüístico en particular y la competencia codificadora consiste esencialmente en una habilidad mecánica - en el sentido que lo era la del perforador de tarjetas de ordenador, por ejemplo. 3) En tercer lugar, los procesos de traducción, que implican el conocimiento lingüístico, la comprensión de los mensajes que se trasladan, y que persiguen la conservación de la información semántica.

Uno de los inconvenientes de la metáfora semiótica es que hace suponer que lo comunicado se encuentra de alguna forma contenido, encerrado35, en la representación semántica de la expresión fonéticamente realizada.

Sin

embargo, si lo que se comunica en la comunicación tiene algo que ver con la información a que se da acceso al destinatario de la comunicación, con la información que éste adquiere en virtud de una relación causal con la expresión lingüística utilizada por el emisor, entonces tal supuesto es radicalmente falso. La representación semántica de una oración36 no contiene toda la información que es transmitida por medios lingüísticos en la comunicación. A veces ni siquiera es esa información la que se transmite, a pesar de ser irreprochable la comunicación. Por decirlo de otro modo, el esquema II omite precisamente lo que es la médula de la comunicación, el hecho de que la información comunicada no está dentro del mensaje, sino que, por decirlo así, el mensaje sólo es la llave que da acceso a esa información.

II.2. Significado oracional y significado proferencial

35

Cfr. M.J. Reddy, "The conduit metaphor", en A. Ortony, ed., Metaphor and

thought, Cambridge: Cambridge U. Press, 1979. 36

Para simplificar, se mencionan aquí las oraciones como las entidades lingüísticas

que se utilizan en la comunicación, aunque a nadie se le esconde el hecho de que las oraciones, o sus proferencias, usos concretos o enunciaciones, no constituyen la única, o la más adecuada, unidad de análisis de la comunicación.

Una de las razones de la carencia del esquema II es que no repara en la diferencia existente entre una oración y una proferencia de una oración37. Como indicamos en el primer capítulo, las oraciones son entidades teóricas, abstractas de la teoría lingüística, entidades cuyas representaciones semántica (o algo que se le asemeje) y fonética ha de poner en relación la gramática propuesta por la teoría. En contraste, las proferencias son acciones concretas realizadas por los hablantes de una lengua cuando la utilizan. Como tales acciones,

están

localizadas

espacio-temporalmente

y

son

literalmente

irrepetibles. Como se ha visto, la diferencia entre uno y otro tipo de entidades lingüísticas se puede expresar diciendo que las oraciones son expresiones-tipo y las proferencias oracionales ejemplares o muestras de esas expresiones-tipo. Es importante resaltar el hecho de que la diferencia fundamental entre las proferencias oracionales mismas y las oraciones es que las primeras son

acciones y las segundas no. Es decir, que las oraciones no son el mero destilado abstracto de las proferencias, cuando se suprimen, por ejemplo, las peculiaridades fonéticas o paralingüísticas (entonación, etc.), como a menudo suele hacerse en los manuales de semántica (por ejemplo, J. Saeed, 1997). Es más que eso, puesto que sólo a las proferencias, en cuanto acciones lingüísticas, cabe atribuirles intencionalidad. Las oraciones, en un cierto sentido, carecen de sujeto, puesto que esa es una de las propiedades suprimidas en el proceso de abstracción que lleva de las proferencias a las oraciones.

37

`Oración’ y `proferencia´ son los términos equivalentes, en español, a los términos

ingleses `sentence´y `utterance’ respectivamnete.

Pues bien, mientras que una expresión oracional tipo y un ejemplar de la misma comparten las propiedades estructurales que busca describir y explicar la gramática (su configuración interna, su forma lógica, su clase distributiva, etc.),

no

tienen

por

qué

compartir

necesariamente

su

significado.

Habitualmente el significado de una expresión oracional tipo se puede identificar con la representación que la semántica, basándose en la estructura lógico-gramatical, le asigna, si es que permite asignarle alguna. En cambio, el significado de una proferencia concreta de esa oración puede no coincidir con la información contenida en la representación semántica de ésta38.

Una

distinción estrechamente relacionada con ésta, y que se ha utilizado, en lingüística y en filosofía del lenguaje, como criterio para distinguir entre los objetos propios de la semántica y de la pragmática, es la que separa al

38

Para darse cuenta de ello, basta considerar cualquier expresión que remita a

características extralingüísticas (en realidad, en un sentido u otro, todas las expresiones remiten a ese tipo de características): (a) Hoy es miércoles En ella, la expresión `hoy', considerada en cuanto expresión-tipo, esto es, abstracta entidad lingüística, tiene una representación semántica que contiene la información de que refiere al día en que se profiera la expresión. Pero en cuanto ejemplar i-ésimo de esa expresión tipo puede contener la información de que refiere al 11 de Julio de 1993. Quien profiera (a) puede transmitir la información de que ese día en particular es miércoles, lo cual forma parte del significado de la proferencia de (a), aunque no de la expresión-tipo. Véase más adelante III, 3.

significado oracional del significado proferencial o significado del hablante39. Veamos cómo explicaba esta dicotomía un manual de semántica (en la variedad de Massachussetts, M.I.T.)40: "Supóngase que Pepita quiere decirte que Juan se

ha ido, pero es una hablante del español no muy competente y no ha captado bien los significados de `llegar' e `irse'. Dice entonces: `Juan ha llegado', pero lo que realmente quiere decir es que se ha ido. Sin embargo, podríamos desear decir que la oración que profiere, a pesar de sus deseos, no significa que Juan se ha ido, sino que realmente significa que Juan ha llegado. Lo que aquí tenemos es una especie de ambigüedad: en un cierto sentido, lo que Pepita dice significa que Juan se ha ido y, en otro, que Juan ha llegado. Más precisamente, podemos afirmar que lo que Pepita quiso decir con su oración es que Juan se había ido, pero que lo que la oración realmente significa en español es que Juan ha llegado /.../ Distingo estas dos clases de significado llamando al primero significado del hablante y al segundo significado oracional" . El significado oracional es pues equivalente al significado sistémico de la expresión oracional - que se aplica tanto a las oraciones como a otras clases de expresiones - y puede no coincidir con lo que el hablante pretende decir. Ahora bien, ¿ cuál es el significado de la proferencia de Pepita: "Juan ha llegado"? Por una parte, parece evidente que no es que Juan ha llegado, puesto que Pepita parece querer decir justamente todo lo contrario y es posible que el

39

Estas expresiones traducen las correspondientes del inglés sentence meaning y

utterance meaning. 40

R.M. Martin, The meaning of language, M.I.T, 1987, pág. 19.

destinatario capte esa intención, sabiendo que Pepita tiende a trabucar los términos antónimos en español. El oyente entendería entonces que Pepita quiere decir que Juan se ha ido y así es como interpretaría su proferencia. Su interpretación de la información transmitida mediante la proferencia de Pepita coincidiría en este caso con el significado que Pepita pretende dar a su uso de la oración, coincidiría con su significado del hablante. Pero, por otro lado, supóngase que el auditorio no tiene conocimiento de la incompetencia lingüística de Pepita: entonces puede interpretar que Pepita quiere decir lo que realmente dice, esto es, que Juan ha llegado. En este caso, la información que llega al destinatario, por medio de la proferencia de Pepita, es precisamente la información contenida en la representación semántica de la oración, esto es, su

significado sistémico oracional. Desde el punto de vista de la descripción de la comunicación entre hablante y auditorio, ése es el significado de la proferencia. Por el momento, llamaremos a este significado el significado comunicativo de la proferencia, en contraste tanto con el significado sistémico como con el

significado del hablante. En el análisis de la comunicación mediante el lenguaje, es importante distinguir entre las tres clases de significado y, sobre todo, captar las (posibles) relaciones causales entre ellos. Desde el punto de vista del analista, exterior al de los protagonistas de la comunicación, el último tipo de significado, el significado comunicativo, es ciertamente el relevante. Es ese tipo de significado el que permite explicar el flujo de la interacción comunicativa. Lo que el auditorio comprende es, en definitiva, lo que orienta su conducta comunicativa y mueve el proceso de comunicación. El hablante inicial, convertido en

auditorio, construye por su parte significados comunicativos que, a su vez, permiten comprender su conducta comunicativa ulterior. La propia noción de significado comunicativo no sólo permite comprender la dimensión dinámica de la comunicación mediante el lenguaje, sino que viene a restablecer un equilibrio, perdido en muchos análisis, entre el punto de vista de la producción y el de la recepción41. Como veremos, el significado del hablante ha sido el objeto privilegiado de análisis en el desarrollo de la pragmática, con un descuido casi general de las relaciones de tal clase de significado con el significado comunicativo, del significado en la comunicación, en la interacción con un auditorio. Debe quedar claro cuáles son las posibilidades de relación entre estas clases de significado. A veces sucede que las tres coinciden: que el hablante pretende decir el significado sistémico oracional (esto es, ‘lo que las palabras dicen’ o, en otras versiones, su significado ‘literal’ o convencional) y eso es lo que entiende el auditorio. A veces, en cambio, sucede que no coinciden entre sí

ninguna de las tres: lo que el hablante pretende comunicar (su significado) es algo más allá (o más acá) del significado sistémico oracional, y ello es algo no comprendido por el auditorio que, a su vez, interpreta el significado del hablante como el significado sistémico (si le interpreta literalmente) o como algo diferente tanto del significado sistémico como del significado del hablante.

41

Como ha insistido H. Clark, 1996.

II.3: Teoría de la acción y teoría del significado: la función de la pragmática en el análisis del significado comunicativo y el modelo inferencial de la comunicación lingüística.

Resulta pues que, a veces, el significado comunicativo de una proferencia equivale a su significado sistémico y en otras ocasiones resulta que no, que coincide con el significado del hablante, o con otras cosas. Aunque en general se ha tratado de confinar el análisis pragmático a los casos en que el significado de la proferencia no coincide con el significado sistémico, en realidad su ámbito va más allá del que estos casos determinan. Para empezar, como veremos, incluso en el nivel del significado sistémico o semántico, es necesaria la consideración pragmática para dar cuenta de los aspectos deícticos o indéxicos de la oración (los que remiten a características extralingüísticas). Por otro lado, la pragmática es una disciplina cuyos análisis cubren en realidad ambos casos: 1) cuando lo que se comunica es la información contenida en la representación semántica - determinada con ayuda de una teoría pragmática de la deixis, y 2) cuando se comunica algo más, o algo diferente, como el significado del hablante. Resumiendo de forma esquemática, la teoría pragmática interviene en los siguientes momentos de la computación del significado comunicativo de una oración:

III. Intervención de la pragmática en la computación del significado comunicativo de una oración

pragmática (teoría de la deixis)

representación lógico-semántica

representación del significado proposicional

pragmática (teoría intencional del significado)

representación del significado del hablante representación del significado comunicativo (de la proferencia)

El resultado es pues que la teoría pragmática, en su acepción general, es la teoría que determina el significado comunicativo de las proferencias, utilizando como entrada información recogida en la representación semántica de las expresiones-tipo, pero incorporando en el proceso ingredientes no lingüísticos, esenciales no obstante para la determinación de la salida del proceso, el significado comunicativo. Ahora bien, en la noción de proferencia subsiste una indeterminación. Desde el punto de vista de la descripción de la comunicación, las proferencias

pueden ser consideradas como acciones o productos de acciones. Hemos propuesto deshacer esa indeterminación denominando a los resultados de las proferencias prolata, inscripciones verbales o escritas de entidades lingüísticas, y reservando el término `proferencia' para el acontecimiento mismo. Las proferencias son pues acciones; acciones verbales, por más señas. Y la comprensión de las acciones verbales, la captación de su significado, sigue un proceso muy diferente al de la descodificación de un mensaje. Por ello, es necesario abandonar el marco teórico de la concepción semiótica de la lengua y utilizar nuevos instrumentos para comprender y reproducir la forma en que algunas de nuestras acciones son comunicativas, esto es, constituyen instrumentos adecuados para transmitir información a nuestros semejantes. La pragmática estudia las acciones. Más precisamente, la pragmática se ocupa de una clase de acciones, las acciones humanas intencionales. Trata de describir y explicar los mecanismos mediante los cuales conferimos significado a nuestras acciones y esos significados son comprendidos por aquellos a quienes se dirigen nuestras acciones. En ese sentido, la pragmática no precisa suponer que las acciones tengan un significado previo, como acciones-tipo, que sea el que proporcione su significado al acto particular, al ejemplar de la acción que analiza. Es cierto que buena parte de nuestras acciones parecen responder a ese esquema: damos la mano al alguien, y ese gesto resulta ser un saludo en virtud de que, aparentemente, estrechar la mano tiene ese significado en nuestra cultura. Pero entre el acto genérico de saludar en nuestra cultura mediante el estrechamiento de la mano, y ese acto particular de estrechar a alguien concreto la mano, en circunstancias específicas, no existe una relación

lógica. Nada nos autoriza a inferir deductivamente que mi acto concreto de estrechar una mano significa un saludo, en virtud de una convención cultural preexistente entre el gesto y su significado. Eso no quiere decir que no exista

ninguna relación entre una cosa y la otra: sólo que tal relación no es una relación interna. Que yo estreche a alguien la mano no significa necesariamente que le esté saludando. Los actos-tipo o actos genéricos no están en una relación tal con los actos particulares o ejemplares de actos que permita explicar el significado de éstos en términos de aquéllos. Es decir, constituye un esquema de pseudoexplicación proponer lo siguiente X estrechó la mano a Y estrechar la mano significa - en nuestra cultura- saludar _________________________________ X saludó a Y La conclusión no se sigue necesariamente para el caso concreto en que intervienen X e Y. Puede que, en esa ocasión, X estrechara la mano a Y por alguna razón que no fuera la pretensión de saludarle. El enunciado general que forma parte del razonamiento anterior es la formulación de una convención, una convención que establece el significado que, en general, tiene en nuestra cultura la realización de una acción. Pero la enunciación de una convención no es la apelación a una ley general, de tal modo que, utilizándola, no se pueden establecer conclusiones deductivamente válidas (ni causales) acerca de acciones particulares. Tampoco sería correcto el esquema

X estrechó la mano a Y estrechar la mano es la convención i-ésima de nuestra cultura ______________________ X siguió la convención i-ésima de nuestra cultura

en que la premisa presuntamente general fracasa en abarcar bajo su alcance el enunciado particular. Los enunciados que determinan el significado de tipos de acciones o de convenciones

no

son

cuantificaciones

universales

sobre

conjuntos

(potencialmente ilimitados) de acciones particulares. Tampoco son enunciados sobre la probabilidad de que un determinado ejemplar de una acción tenga un cierto significado aunque, con su ayuda, se puedan inferir enunciados de probabilidad de ese tipo. Al fin y al cabo, las convenciones son tales en la medida en que son regularidades generales, observadas frecuentemente, o utilizadas ampliamente, por los miembros de una comunidad. No sería pues de extrañar que determináramos que el acto concreto de estrechar la mano X a Y tiene una alta probabilidad de

constituir un saludo. ¿Pero era eso lo que

pretendíamos al preguntar por el significado de la acción? En realidad, queríamos averiguar el significado concreto de esa acción, y constituiría una respuesta claramente insuficiente afirmar que, con probabilidad z, se trataba de un saludo. Si así lo hizo, X pretendió saludar a Y al estrechar su mano, pretendió que su gesto constituyera un saludo y, dadas las circunstancias apropiadas, así lo hizo. Nada de ello - de la descripción que X o Y pudieran

hacer del acto- menciona un grado de probabilidad. En particular, X no pretendió realizar el gesto con el grado z de probabilidad de que constituyera un saludo, ni su acto puede describirse así. ¿Qué papel desempeñan pues las convenciones en la determinación del significado de las acciones concretas? Si reconsideramos el ejemplo anterior nos daremos cuenta de que podemos concluir que la realización del saludo es el significado del estrechamiento de manos cuando X sigue efectivamente la convención i-ésima de nuestra cultura. Esto es, dando por sentado que X elige la convención i-ésima de nuestra cultura para saludar a Y, entonces podemos determinar que ése es el significado de su acción. El esquema deductivo que representa la inferencia del significado de la acción de X es pues el siguiente:

X estrechó la mano a Y X siguió la convención i-ésima al estrechar la mano a Y estrechar la mano es una forma de saludar en nuestra cultura ____________________ X saludó a Y

Las convenciones sirven por tanto para la determinación del significado de las acciones, pero sólo en la medida en que se combinan adecuadamente con las intenciones que guían al agente al ejecutar una acción. En particular, las convenciones son importantes para la determinación del significado de las acciones en la medida en que puedan constituir medios adecuados para la expresión e interpretación de las intenciones del agente. Es más, resulta difícil

imaginar de qué modo se podrían expresar intenciones, y ser interpretadas correctamente si no fuera por el intermedio de las convenciones. Si éstas no existieran, ni la expresión ni la interpretación de los actos sería posible. Sólo podría captarse el significado de aquellas acciones que estuvieran en una relación causal con su significado, lo que los estudiosos de la acción denominan el significado natural de ésta. Las huellas frescas del animal sobre la arena significan que éste ha pasado por allí recientemente, el rastro baboso del caracol la índole de su trayectoria a través de la hierba, el olor a tabaco en una habitación que alguien ha estado fumando en ella, etc. Podemos interpretar todos estos hechos naturales en términos de otros hechos naturales que son su causa: es en estos casos cuando hablamos de significado natural. Pero es significativo que nos resulte difícil hablar de acciones en sentido pleno. Precisamente porque no existe ninguna intención expresiva tras ellas: cuando alguien palidece de miedo, no consideramos que sea algo que el individuo propiamente hace, sino algo que le sucede (podemos decir tanto `x palideció´ como `x se puso pálido´), algo cuyo significado se puede establecer conociendo la conexión natural y regular existente entre el palidecimiento y la experimentación de miedo. La relación entre una cosa y otra no es convencional: existen mecanismos naturales que ligan los dos hechos, y es la relación que establecen esos mecanismos donde reside su significado. Pero la mayor parte de nuestras acciones son acciones con un significado no natural, esto es, un significado que no se puede averiguar observando o estableciendo nexos naturales entre ellas y lo que significan. Precisamente porque se trata de acciones intencionales, su comprensión e interpretación

depende de que seamos capaces de captar la relación no natural que existe entre esas acciones y las intenciones que les dan sentido. Es el hecho de que las acciones intencionales tengan un significado no natural el que hace tan importante el papel de las convenciones en la determinación de su significado. Si tuvieran un significado natural, es decir, si existiera una relación causal simple entre las acciones y las intenciones correspondientes, entonces se podrían inferir éstas a partir de aquéllas en virtud de leyes similares a las que se utilizan en las ciencias naturales. No necesitaríamos apelar a las convenciones sociales para averiguar el significado de la acción: nos bastaría con investigar los mecanismos físicos que llevan unívocamente de las acciones a sus intenciones. La acción determinaría la intención, y en ese sentido podría designar su significado sin hacer mención de hechos ajenos o exteriores a la acción misma. Pero, por lo que sabemos, las cosas no suceden así con nuestras acciones intencionales. A veces estrechamos la mano de alguien pretendiendo saludarle, y le saludamos, y a veces realizamos la misma acción pretendiendo hacer otras cosas (comprobar su fuerza, su temperatura corporal, etc.), y las hacemos. Nuestras acciones no tienen un significado predeterminado, sino que es necesario establecerlo, cada vez, acudiendo a las intenciones de quien las realizan y a las posibles convenciones utilizadas para expresar esas intenciones. Eso es lo que quiere decir que nuestras acciones tengan un significado no

natural: se trata de un significado que nosotros introducimos, por decirlo así, en el mundo natural, un significado que no consiste en nuestra captación y

comprensión de la información "flotante" en nuestro entorno42. Por eso en ocasiones resulta engañoso referirse al proceso de comunicación como una

transmisión de información entre dos polos, productor y receptor. El vocablo transmisión tiende a interpretarse demasiado a menudo como simple traslación o traslado: la información impresa en los pliegues geológicos (información referente a los procesos geológicos experimentados, a su orden y datación, por ejemplo) pasa de la naturaleza a los sistemas cognitivos del geólogo. Pero en este caso, no se produce comunicación alguna, a no ser que metafóricamente se personifique a la naturaleza. El término transmisión resalta poco el carácter esencialmente intencional de la comunicación en general y de la lingüística en particular. No se comunica nada que no se quiera comunicar, aunque de hecho transmitamos continuamente información en cuanto elementos del mundo natural. Resumiendo, hemos indicado, por una parte, que la teoría de la acción está interesada en un tipo de acciones humanas cuyo significado no es determinable acudiendo a leyes naturales, acciones que tienen un significado no natural. Por otro lado, hemos insistido en que las acciones a las cuales es adscribible un significado no natural no tienen, sin embargo, un significado completamente predeterminado, un significado especificado por un conjunto de convenciones sociales a las que se atengan dichas acciones. Las acciones con un significado no natural han de producirse y comprenderse en cuanto hechos individuales e irrepetibles, en cuanto ejemplares de acciones tipo. Para la

42

Lo que es la información en sentido objetivo, v. J. Mosterín , F. Dretske

determinación de su significado es necesario, por tanto, no sólo la apelación a las posibles reglas y convenciones que puedan observar, sino también la captación de las intenciones de sus agentes al realizarlas en circunstancias concretas. Esas intenciones son las que, en última instancia, determinan cuál sea el significado de la acción y, por tanto, su correcta descripción y explicación. El proceso de determinación del significado no natural de las acciones podría representarse esquemáticamente del modo siguiente: acciones genéricas o acciones-tipo

teoría de la cultura

significado convencional de la acción

acciones específicas o ejemplares de acciones

Teoría de la acción comunicativa

significado comunicativo de acciones específicas

Resulta fácil advertir el paralelo existente entre la determinación del significado no natural de las acciones y la determinación del significado de las proferencias. Del mismo modo que, para entender éstas, es necesario ser capaz de establecer cuáles son las intenciones del hablante al proferirlas, la comprensión de las acciones requiere una similar elucidación. Del mismo modo que el significado proferencial de una expresión puede no coincidir con el significado sistémico de la misma, el significado no natural de una acción puede no coincidir con el significado convencional de dicha acción, en cuanto acción genérica, en cuanto abstracción regulada por convenciones y usos sociales. La similar estructura de los procesos de determinación del significado indica que es posible subsumirlos bajo un mismo modelo general acerca de lo que es la comunicación, el modelo inferencial. El modelo inferencial de la comunicación lingüística aspira precisamente a la sustitución del modelo semiótico. Pretende dar cuenta de la forma en que los pertenecientes a una comunidad epistémicamente pertinente - que comparte los conocimientos relevantes para la coordinación de sus acciones, por ejemplo la competencia lingüística, asignan significado a sus acciones verbales, en cuanto agentes, y son capaces de interpretar esas acciones, en cuanto destinatarios o receptores de dichas acciones. Uno de los supuestos fundamentales en que se basa el modelo inferencial es de carácter negativo o crítico: los procesos de codificación y descodificación no desempeñan ningún papel significativo en la descripción y

explicación de la comunicación lingüística.43 Dicho de otro modo, en términos cognitivos:

los procesos psicológicos que se desarrollan en la mente de los que participan en un intercambio comunicativo, cuando producen o interpretan acciones, no consisten en la aplicación de un código mental subyacente que permita la expresión y comprensión de lo que las acciones significan.

La operación básica es otra y el proceso es mucho más sutil y complejo. Lo fundamental es la operación de inferencia, que consiste esencialmente en la producción o captación de una información a partir de un conjunto de informaciones antecedentes. Desde el punto de vista cognitivo - no lógico ni lingüístico -, la inferencia es, por una parte, una operación consistente en la manipulación de representaciones mentales, que J. Fodor imagina en términos de un lenguaje mental44. Por otra, tiene como resultado el acceso a una información nueva a partir de un conjunto de informaciones ya poseídas por aquél que practica la inferencia.

43

Según D. Sperber y D. Wilson, autores de una de las versiones más completas y

conocidas de este modelo, "los humanos no se comunican codificando y descodificando pensamientos". D. Sperber y D. Wilson, Relevance, Oxford: B. Blackwell, 1986, pág. 32. Sin embargo, Sperber y Wilson reconocen un cierto papel al modelo semiótico, en combinación con el modelo inferencial, del que sería complementario. 44

J. Fodor, op. cit., 1975; Representations, Hassocks: Harvester Press, 1981.

Descrito en una forma macroscópica, el modelo suscrito por la concepción inferencial de la comunicación consiste básicamente en lo siguiente: 1) un conjunto de premisas que expresan el conocimiento que el agente/receptor pone en juego para la producción/comprensión de la acción verbal, y 2) una conclusión, que enuncia el contenido significativo de la acción verbal realizada; la conclusión ha de representar el significado de la acción verbal, al menos en la acepción de significado comunicativo, que es la que interesa. El proceso postulado en el caso de la producción de una acción verbal o proferencia significativa consta de lo siguiente - descrito también de una forma muy general : 1) el agente tiene como objetivo transmitir una cierta información a un receptor o auditorio45, 2) para ello pone en juego su conocimiento del conjunto de convenciones o procedimientos que, compartidos por la comunidad comunicativa a que pertenecen tanto él como el receptor, permiten expresar ese significado, 3) utiliza esos procedimientos de forma relativa a una representación de la situación en que va a realizar la acción; esa representación constituye básicamente lo que se conoce como contexto de la acción verbal y, determina, al menos en parte, el significado de la acción llevada a cabo. La forma general que tendría la inferencia llevada a cabo por el agente es pues la siguiente:

45

Según Sperber y Wilson, es preciso diferenciar entre esta intención puramente

informativa y la intencion comunicativa propiamente dicha, que consiste en la intención de hacer comprensible al auditorio la acción. La distinción es un tanto artificiosa, por lo que se ignorará.

Si quiero decir (significar, transmitir, hacer saber...) x, entonces, dado C, he de hacer z

donde x representa al objeto de la intención comunicativa del agente, es decir, lo que anteriormente denominamos el significado del hablante, C el contexto pertinente para la expresión de esa intención y z la acción verbal que constituye el medio apropiado tanto para su expresión como para que el auditorio capte x Desde el punto de vista de la recepción, el proceso es básicamente el inverso, esto es, consiste esencialmente en la reconstrucción de la intención comunicativa del agente:

Si A ha hecho z, entonces, dado C, ha querido decir x

Esto es, para la comprensión del significado de la acción verbal, el auditorio ha de partir igualmente de una representación del contexto, que puede coincidir o no con la del agente, y de su conocimiento de las convenciones sociales y comunicativas que restringen el ámbito de las posibles interpretaciones de z. Utilizando ambos tipos de conocimiento como parte de la información movilizada en sus conjeturas sobre el sentido de la acción de A, puede llegar a una conclusión sobre el objeto de su intención comunicativa, esto es, acerca del significado del hablante, el significado que el hablante pretende conferir a sus expresiones.

II.4. La naturaleza de la inferencia del significado comunicativo

Una vez establecido este marco general de lo que es la inferencia comunicativa, se pueden caracterizar algunas de sus propiedades más generales, antes de pasar a analizar más detalladamente su funcionamiento.

Generalmente, se concibe la averiguación o el cálculo del significado como un proceso determinista, esto es, como un proceso que alcanza un resultado neto a su término. Pero quizás sería más realista considerar la averiguación del significado lingüístico como una especie de computación de una función de probabilidad, de tal modo que el resultado fuera obtenido con un cierto grado de plausibilidad. Algunos "movimientos" en el discurso así lo sugieren,

como

la

petición

de

precisiones,

informaciones

adicionales,

aclaraciones de sentido, explicitación de relaciones de relevancia, etc. De tal modo que la computación del significado no sería algo ni completo ni instantáneo, en la mayoría de las ocasiones, sino que se operaría por etapas sucesivas y parcialmente. Incluso así, también resultaría ilusorio pensar que el significado constituye una entidad perfectamente definida o fija, y que la comunicación requiere como condición necesaria su completo análisis. Lo que sucede más bien es que, independientemente de que exista algo así como un significado completo y determinado, la comunicación y el discurso pueden

progresar alimentándose únicamente de los cálculos parciales de la información que se pretende transmitir46. Este carácter progresivo y parcial de la computación del significado quizás explique algunas de sus propiedades más intrigantes, como es la de su rapidez. En este sentido, no se diferencia de otras tareas cognitivas, cuya característica más sobresaliente es "cómo puede ser tan fácil en presencia de un número tan amplio de creencias potencialmente relevantes"47.

El proceso

inferencial ha de disponer en cualquier caso de dispositivos que posibiliten, y expliquen desde el punto de vista cognitivo, esta familiaridad y rapidez con que sucede la comprensión del significado comunicativo. Dicho de otro modo, el mecanismo inferencial ha de ser de tal naturaleza que permita descartar, entre toda la información de que dispone el sujeto, potencialmente utilizable en la inferencia correspondiente, toda la información

no relevante

para el

procesamiento del significado comunicativo48.

46

Por eso, es errado concebir el conocimiento mutuo (S. Shiffer, 1972, N. Smith,

1982) como una precondición de la comunicación. Véase D. Blakemore (1992, pág. 21: "El conocimiento compartido es un resultado y no una precondición de la comunicación con éxito". 47

H. Levesque, "Logic and the complexity of reasoning", en R.H. Thomason, ed.,

Philospohical logic and artificial intelligence, pág. 83, 1989, Kluwer. 48

Para que se comprenda mejor la naturaleza formal del problema, consideremos

un ejemplo lógico, un ejemplo de inferencia demostrativa en que la verdad de la conclusión se sigue de la verdad de las premisas.

Por otro lado, hay que tener en cuenta que no es posible limitarse a la inferencia lógica, esto es, demostrativa. Nada indica ni nos autoriza a pensar



trasladáramos esto a un plano psicológico o lingüístico, querría decir que el conjunto de las premisas de que se sigue el significado

es potencialmente infinito, esto es, que la información

que el sujeto podría manejar para la resolución de esa inferencia sería ilimitada. Igualmente se sigue que, si la información de entrada de un sistema computacional es ilimitada, ese sistema computacional no puede realizar tareas computacionales de un modo físicamente viable: "Si proponemos un modelo de una actividad cognitiva en términos de una tarea computatoria con un límite exponencial mínimo, y el modelo no puede limitar el tamaño del input, tal modelo no nos dice nada acerca de cómo es físicamente posible esa actividad" (se entiende que físicamente se refiere tanto al cerebro humano como a cualquier otro sistema computatorio; H. Levesque, op. cit. pág. 77). Esta es la razón de que D. Sperber y D. Wilson (1986) excluyan del mecanismo inferencial que postulan para la comprensión lingüística las reglas de introducción (de información, de conceptos), puesto que hacen psicológicamente inviable el proceso de comprensión: "Las únicas reglas deductivas disponibles en el procesamiento espontáneo de información -las únicas reglas que en un sentido interesante forman parte del bagaje deductivo básico de los humanos- son reglas de eliminación" (Sperber y Wilson, op. cit., pág. 96). Además, la situación se reproduce desde el punto de vista de la producción, puesto que 



existieran mecanismos generales de restricción de la información utilizada tanto en la producción como en la comprensión del significado, tal tarea cognitiva sería innacesible para el cerebro humano. Dicho en términos de la teoría de Sperber y Wilson, la inferencia del significado ha de ser no trivial, incluso en el caso de que parte de esa inferencia sea lógica - cfr. su definición de implicación lógica no trivial, op. cit., pág. 97 y el análisis de J. Woods en "Apocalyctic relevance", Argumentation, 6, 2, 1992, págs. 189-203.

que ésta es la única clase de inferencia implicada en el proceso de comprensión lingüística. Es posible que tal proceso implique otras formas inferenciales no estrictamente lógicas, como las inductivas o analógicas, con lo que la necesidad de mecanismos que limiten el tamaño del input es, si cabe, aún más perentoria. Entendiendo por inferencia demostrativa la estrictamente reducible a los sistemas de lógica estándar que conocemos, dos son las fuentes de tales inferencias en las expresiones lingüísticas. En primer lugar, las basadas en la representación lógica de las oraciones. Todas las teorías lingüísticas modernas, y en particular la teoría chomskiana del ligamiento y la rección 49 reconocen un nivel de representación lógica, en el que, entre otras cosas, se incluye información acerca del alcance de las expresiones cuantificatorias,

de las

conectivas lógico-lingüísticas, etc. Ese nivel de representación es fuente o motor de inferencias de tipo lógico, como la que relaciona las oraciones (a) si los precios suben, la inflación aumenta (b) si la inflación no aumenta, los precios no suben

Tales inferencias se fundamentan en el contenido lógico de las expresiones conectoras y cuantificadoras en las lenguas naturales, como `si...entonces', `y', `no', `todos'. Ese contenido lógico nos permite efectuar inferencias y razonamientos dando por supuesta la verdad de los enunciados tomados como premisas, y seguramente desempeñan algún papel en ciertos

49

V. N. Chomsky, Knowledge of language, Nueva York: Praeger, 1986, para una

exposición general.

contextos de la comunicación lingüística (por ejemplo, en el razonamiento científico). Sin embargo, su papel en la computación del significado comunicativo es más bien escaso50. Supóngase que alguien significa algo que no coincide con lo que hemos denominado significado sistémico, sino que más bien se identifica con un cierto significado del hablante. Las relaciones entre los significados de uno y otro tipo son de tal naturaleza que nada obliga a que el significado oracional de la expresión utilizada y su significado del hablante tengan la misma forma lógica. En consecuencia, la inferencia que permite pasar de la forma lógica del significado sistémico a la del significado comunicativo (del hablante, por ejemplo) no es una inferencia lógica, sino basada en mecanismos diferentes. Dicho de otro modo, la computación de la forma lógica de una expresión lingüística no es una condición suficiente para la averiguación de la forma lógica de aquello que significa comunicativamente dicha expresión. Existe otro tipo de inferencias que comparten ciertas propiedades con las inferencias lógicas. Entre ellas se encuentran las inferencias léxicas, las

50

Dejando de lado el diferente contenido semántico de las expresiones de la lengua

natural y las contrapartes lógicas. Piénsese que la mayoría de los sistemas lógicos estándar son incapaces de validar la inferencia siguiente: (a) Todos mis alumnos han aprobado (b) Algunos de mis alumnos han aprobado La validación de tal inferencia requiere la introducción del supuesto existencial de la expresión `todos'.

inferencias basadas en el conocimiento de la estructura conceptual designada por los términos empleados en expresiones oracionales. Son inferencias que permiten concluir de (4) la oración (5):

(4) El terrorista asesinó a un inocente (5) El terrorista dio muerte a un inocente

Del significado de una pieza léxica se pueden extraer conclusiones que incluyen información representada en el significado atribuido a esas piezas léxicas en un diccionario. Con los adecuados instrumentos y procedimientos lógicos, tal tipo de inferencias se pueden reducir a las inferencias lógicas y, por tanto, les son aplicables las mismas consideraciones ya expuestas: son de escasa utilidad para averiguar el significado comunicativo en los casos en que éste no coincide con el significado sistémico. En general, se puede observar que la riqueza del mecanismo inferencial demostrativo utilizado por los humanos (o por cualquier otro sistema que compute información) depende de la riqueza de la información representada tanto en el análisis lógico como en el léxico. Lo que es evidente, en cualquier caso, es que los sistemas formales de representación de ese tipo de

información aún no son lo suficientemente ricos como para dar cuenta de muchas inferencias que operamos automática o semi-automáticamente51.

51

Para poner este punto de relieve, bastan dos ejemplos sencillos. En primer lugar,

en cuanto al nivel lógico, no existe un tratamiento natural y adecuado de la subordinación completiva. A todos nos parece natural el hecho de que la verdad de (a) se siga de la de (b)

(a) Tenía que despertarme a las ocho (b) Olvidé que tenía que despertarme a las ocho

y, sin embargo, carecemos de una forma relativamente natural de expresar la forma lógica de (b) de modo que implique la de (a). Este tipo de fenómenos se han agrupado bajo el rótulo de implicaturas convencionales(véase infra Cap. 4.5), para indicar que no son idénticas a las implicaciones lógicas, pero que no obstante están asimiladas al sistema de la lengua. De tal modo que resulta preciso representar de una forma u otra la información lógica o léxica que da pie a tales tipos de inferencias. En segundo lugar, es evidente la necesidad de representar de alguna forma el núcleo convencionalizado de los usos de ciertas expresiones lingüísticas. Por poner un ejemplo: la conjunción `pero' tiene un contenido lógico en español (y en otras lenguas) idéntico al de la expresión `y', pero con unas condiciones de uso diferentes. `Pero' expresa una contraposición entre la información conllevada por dos expresiones lingüísticas entre las que se coloca. Su uso está indiciado cuando se da tal contraposición y , de su uso, se puede inferir que, quien la utiliza, establece esa contraposición. El hecho de que entre dos informaciones exista o se conciba una contraposición es extralingüístico, psicológico si se quiere. Pero el hecho de que tal

De todos modos, existe una característica general de la forma en que se ha de efectuar esa representación, en la medida en que contribuya a la determinación del significado de manera demostrativa. La cuestión es que, desde la perspectiva inferencialista que mantenemos, la información lógica o léxica no puede tener el carácter estático o codificado de un diccionario estándar. En su representación, la información ha de estar orientada hacia la generación de inferencias convencionalmente sancionadas por el uso de la lengua52. Se ha mencionado la opinión de que la inferencia demostrativa desempeña un escaso papel en la computación del significado comunicativo53. A la luz de lo expuesto habría que matizar esa opinión, pero quizás eso nos

contraposición pueda expresarse mediante la utilización de `pero' es un hecho lingüístico, comunicativo, que exige una representación en uno u otro nivel de la teoría.

52

Si se quiere traducir esto a una terminología más familiar en Inteligencia Artificial,

la información lógica o léxica ha de representarse en forma procedimental, no declarativa. La teoría de la argumentación de J.C. Anscombre y O. Ducrot (1983) constituye un desarrollo destacado de esta dimensión dinámica de la representación del significado. Véase también, J. Jayez, L´argumentation dans la langue, París, 1992.

53

Opinión que comparten, entre otros, G. Brown y G. Yule (1983), para los cuales la

inferencia comunicativa es más bien una forma relajada (loose) de inferencia. Véase también D. Blakemore, Understanding utterances, Oxford: Blackwell, 1992, Cap. 1.2.

llevaría

demasiado lejos. Es preferible considerar ahora la naturaleza y la

función de la inferencia no demostrativa en la computación del significado. Según D. Sperber y D. Wilson (1986) el proceso de comprensión inferencial no es demostrativo: esto quiere decir que no existe un procedimiento computatorio determinista en el proceso de comprensión del significado, un conjunto de reglas precisamente definidas y de aplicación unívoca que permita construir una prueba de lo que X significa al proferir p , aunque pueda existir una comprobación a posteriori, esto es, una confirmación de la corrección de la inferencia realizada por el receptor. Otra característica destacada por D.Sperber y D.Wilson es el carácter

global de la inferencia comunicativa. En su sentido, `global' quiere decir que la información utilizada como premisa en la inferencia es recuperada de cualquier módulo de la memoria o sistema procesador central en el transcurso del proceso de la comprensión. Se opone a la característica de localidad, que tienen los procesos inferenciales basados en información independiente del contexto inferencias lógica, semántica, lingüística -

o contextual, pero acotada (por

ejemplo, información co-textual). Las dos características unidas proporcionan una imagen general acerca de la arquitectura del sistema en su conjunto: "un proceso de inferencia no demostrativa con acceso libre a la memoria conceptual: esto suena en realidad como un proceso cognitivo central normal /.../ Mantenemos que la comprensión inferencial

no

entraña

mecanismos

especializados.

En

particular,

argumentaremos que el aspecto inferencial de la comprensión verbal entraña la aplicación de proceso inferenciales centrales no especializados, al resultado

(output) de procesos lingüísticos no inferenciales, especializados"54. Esta tesis se

basa en una presunta posibilidad de separar lo que es información

estrictamente lingüística, almacenada en un sistema periférico modular, y lo que es información extralingüística, impresa en la memoria de un sistema central. La motivación de Sperber y Wilson es que comparten el modelo Chomsky-Fodor de lo que es la competencia lingüística: un módulo genéticamente controlado que impone estructura en los inputs lingüísticos y es impenetrable a información procedente del sistema central (esto es, lo que los científicos cognitivos denominan el encapsulamiento del sistema). Aunque existen argumentos serios en favor de esta forma de concebir la arquitectura cognitiva del cerebro humano, no es preciso suponer que ésta sea la única forma de realizar la tarea computatoria de la comprensión del significado, ya sea en el cerebro humano o en otro sistema

computatorio. En particular,

resulta problemática la suposición de la impenetrabilidad a la información central del módulo lingüístico. Los que han argumentado en contra de esta concepción, han indicado casos en que la asignación de estructura (puramente lógica o sintáctica) depende directamente de la posibilidad de recuperar información del sistema central. Esto es aun más cierto a medida que se asciende en el nivel de la representación: mientras que la representación

54

D. Sperber y D. Wilson, op. cit., págs. 65-66.

morfosintáctica parece menos influida por información ajena al módulo lingüístico, no parece suceder lo mismo en otros niveles55. En cualquier caso, el problema principal no consiste tanto en de dónde procede la información manejada en el proceso inferencial, como de qué modo se maneja ésta. Si, como parece cierto, la inferencia sobre la intención comunicativa de un hablante no es demostrativa, ¿cuál es el procedimiento utilizado por el auditorio para computarla? El problema reside en que, mientras que disponemos de un buen modelo de la inferencia demostrativa (aunque no 55

Por ejemplo,

considérese

el

problema

de

escoger

entre

dos

posibles

interpretaciones lógicas de

(a) Todos los profesores han suspendido a un alumno

La elección entre una y otra forma lógica depende del conocimiento de la situación a que se puede referir el enunciado: o bien `un alumno' tiene una acepción inespecífica, con lo cual la forma lógica más adecuada es (a'), o se refiere a un alumno concreto, con lo cual la forma lógica más representativa es (a''). Este tipo de ejemplos, y otros similares, relativos a identificación anafórica, alcance de los cuantificadores, etc., hacen plausible la idea de que, o bien el módulo lingüístico no está encapsulado, o bien la forma lógica se asigna en forma inferencial central fuera de ese módulo.

tan bueno como algunos piensan) - la lógica - no sucede lo mismo con la inferencia no demostrativa. Tal y como afirman Sperber y Wilson: "aunque se supone que la inferencia no demostrativa se ha de basar en reglas inductivas de alguna clase, no existe ningún sistema bien elaborado de lógica inductiva que nos proporcione un modelo plausible de los procesos cognitivos centrales"56 Finalmente, hay que mencionar algunas características generales de la inferencia no demostrativa, pragmática, implicada en la comprensión del significado comunicativo: 1) en primer lugar, conviene destacar la propiedad de la gradualidad. Mientras que la mayor parte de las categorías lógicas y semánticas tienen un carácter

discreto, el efecto de los factores pragmáticos de la conducta lingüística real es el de diluir ese carácter discreto y convertirlo en gradual. Así, por ejemplo, los contrastes

entre

definido/no

definido,

anafórico/no

anafórico,

genérico/específico, sinonimia/no sinonimia, referencial/atributivo, etc. son categorías analíticas que, aplicadas al habla real, constituyen polos ideales en una escala pragmáticamente determinada, esto es, función del contexto en que se desarrolla el discurso. 2) Frente a la inferencia deductiva, la pragmática es, por definición, una inferencia contextualmente dependiente. Esto es, en él desempeña un papel esencial el manejo de información extralingüística.

56

D.Sperber y D. Wilson, op. cit. pág. 67.

III. LA PRAGMÁTICA Y SU OBJETO

III.1. Verdad y literalidad

Como se ha visto, es una idea general que la frontera entre la semántica y la pragmática corre paralela a la distinción entre los conceptos de oración y proferencia de una oración o, más en abstracto, entre tipos y ejemplares de signos lingüísticos. Mientras que la semántica se ocuparía de unidades abstractas

generadas

por

las

reglas

gramaticales,

asignándoles

una

interpretación semántica igualmente abstracta, la pragmática se ocuparía del significado de actos locutivos concretos, de entidades lingüísticas físicas que son el resultado de esos actos. Ahora bien, ésta es una tesis que no es universalmente compartida por los lingüistas, lógicos y filósofos del lenguaje que practican de uno u otro modo la disciplina. En particular, en el campo filosófico, que fue donde se originaron las modernas teorías pragmáticas, es posible encontrar al menos dos teorías básicas sobre la naturaleza de la pragmática57. En primer lugar, por orden histórico, estuvo vigente la teoría que asimilaba el objeto de la pragmática a la explicación de los elementos indéxicos

57

Véase, para las concepciones vigentes en la década de los 70, P. Sayward, 1974; K.

Lieb, 1976, 1979 y G. Gazdar, 1979. Para la década de los 80, véanse G. Leech, y, sobre todo, S. Levinson, 1983. Para la década de los 90, cfr. J. Mey, 1993, G. Green, 1996, D. Grundy, 1995, M.V. Escandell, 1996.

o deícticos en el lenguaje58. Por ejemplo, según P. Kalish: "la pragmática,

concebida de este modo, es simplemente la extensión de la definición semántica de verdad a los lenguajes formales que contienen términos indéxicos"59. Como se puede advertir, esta concepción de la pragmática se fundamentaba en el supuesto de que la diferencia entre los lenguajes formales y los naturales sólo es una diferencia de grado. Precisamente una de las características que separa las lenguas naturales de los lenguajes formales es la existencia de esos elementos indéxicos que remiten directamente a las ocasiones o situaciones de la proferencia. La idea rectora de esta concepción era que, si se potenciaran los lenguajes formales mediante la incorporación en el formalismo de esos elementos indéxicos, la diferencia entre el lenguaje formal y el natural se iría aminorando. Como el núcleo de la teoría semántica lo constituía la teoría de la verdad, la pragmática no sería sino una extensión de esa teoría de la verdad, una "variedad de jardín"60 de la semántica.

58

El origen de esta teoría se puede localizar en la obra de R. Carnap (1947) y Y. Bar-

Hillel (1954), pero su desarrollo pleno fue llevado a cabo por teóricos logicistas radicales, como P.Kalish (1967), R. Montague (1974), M.J. Creswell (1973), D. Lewis (1970) y otros. Denominamos logicistas radicales a los teóricos que mantienen que no existen diferencias de principio o teóricamente importantes entre los lenguajes formales de la lógica y la matemática y las lenguas naturales. El ejemplo paradigmático de esta forma de abordar el estudio del lenguaje natural es la obra de R. Montague (1974). 59

P. Kalish, 1967, pág. 356.

60

La expresión es de G. Lakoff, 1970.

La otra concepción filosófica tradicional de la pragmática era mucho menos restrictiva, pero era en cambio mucho más vaga. Se trataba de la clásica concepción de W. Morris (1938)61 según la cual la pragmática trata de las relaciones de los signos linguísticos con sus usuarios. En esta concepción, como ya puso de relieve G. Gazdar62, habría que incluir todos los aspectos biológicos, psicológicos y sociales de la comunicación, por lo que la pragmática acabaría resultando una mezcla de psicolingüística y sociolingüística cuyo principio unificador quedaría inmerso en la oscuridad63. En la década de los 70, otros autores, como R. Stalnaker (1970), L. Karttunen (1975), R. Thomason (1977) y G. Gazdar (1979) propusieron una concepción de la pragmática según la cual ésta se ocuparía de los aspectos del significado que quedan fuera o no pueden ser manejados por una teoría de la verdad para una lengua natural. Tal como Gazdar lo expresó: " PRAGMATICA =

SIGNIFICADO - CONDICIONES DE VERDAD"64 Esta forma de considerar la pragmática hizo que no coincidiera por una parte con el ámbito definido por W.Morris ni, por otro lado, con el tratamiento técnico de P. Kalish y R.

61

En realidad, se trata de una interpretación simplista de tesis de Ch. S. Peirce. V. Ch.

S. Peirce, Collected papers, 2 vols., Mass.: Belknap Press, 1965-66.

62

63

G. Gazdar, 1979, págs. 1-2. Esta concepción de la pragmática subyace en la obra de importantes sociolingüístas

y sociólogos del lenguaje, como en las de W. Labov, G. Gumperz y J. Halliday. 64

G. Gazdar, 1979, pág. 2.

Montague de los elementos indéxicos. En efecto, si los elementos indéxicos son manejables dentro de una teoría de la verdad, entonces forman parte de la semántica y quedan fuera del ámbito de la pragmática.. Ahora bien, ¿cuáles eran esos aspectos del significado que no podían ser manejados por una teoría de la verdad? Ciertamente se trataba de aspectos del significado de las proferencias de las oraciones (o de sus resultados, los prolata), aspectos del significado que se pueden considerar dependientes del contexto de uso de la oración y que, por tanto, varían o pueden variar de una ocasión a otra. Pero, bajo esta tesis general, se han dado amplias divergencias acerca del alcance de esos aspectos del significado que no quedan cubiertos por la semántica, concebida ésta como una teoría de la verdad. Para empezar, recuérdese que, de acuerdo con la distinción fundamental entre oración y proferencia de una oración, la pragmática se ocupa de acciones concretas, acciones verbales, y la semántica de abstracciones operadas sobre conjuntos de acciones. En este sentido, la propia noción de verdad es una noción semántica sólo en un sentido derivado o secundario, a saber, en la medida en que se aplica a entidades abstractas, teóricas. La noción de verdad se puede considerar como una propiedad que, en forma estricta, sólo tiene sentido atribuir o predicar de las entidades concretas que son las proferencias verbales (se entiende que de un subconjunto de éstas). De acuerdo con P.F. Strawson (1950) solamente ciertos

usos de las oraciones dan lugar a proferencias verdaderas o falsas, a saber, aquellos usos en que se pretende hacer una afirmación o aserción. Indudablemente a cada proferencia corresponde un único uso, aunque no suceda lo inverso: diversas proferencias pueden englobarse bajo un mismo uso

(el asertivo, por ejemplo). Entonces, en términos de P.F. Strawson, el uso asertivo es una condición necesaria para efectuar proferencias verdaderas o falsas, constituyendo un nivel de abstracción intermedio entre las proferencias y las oraciones. Sin embargo, cuando de las proferencias se abstraen determinadas características65 relativas a las circunstancias en que se utilizan, se les suele seguir aplicando el predicado `verdad' . La teoría semántica de la verdad es, de acuerdo con esta concepción, la teoría pragmática de la verdad menos el contexto, o la teoría de la verdad de contexto nulo66.

65

En un proceso al que W.O Quine (1960) denominó "eternización" de los

enunciados. 66

Con un ejemplo, quizás resulte más clara esta diferencia. Considérense las

siguientes oraciones: (a) las ballenas son mamíferos marinos (b) esta ballena ha muerto por asfixia En la primera no hay elementos deícticos (se puede considerar que el verbo se encuentra en presente "atemporal"), mientras que son patentes en la segunda (el adjetivo demostrativo, el pretérito perfecto). La asignación de valor de verdad a una y otra oración (proferencia) tiene un carácter diferente. Mientras que en el caso de (a) podemos prescindir casi completamente del contexto de emisión o de uso para afirmar que es verdadera, esto es, podemos estar relativamente seguros de que, sea cual sea la ocasión en que se emplee, será utilizada para hacer una afirmación verdadera, en el caso de (b) la asignación de valor de verdad depende crucialmente del contexto de su utilización: en ocasiones se utilizará para hacer una afirmación verdadera y en ocasiones haciendo una afirmación falsa. Diríamos pues que en la primera proferencia el contexto es igual o se aproxima a cero, mientras que en la

Si la teoría de la verdad no sirve sin más para trazar una frontera clara entre la semántica y la pragmática, ¿cuál es la alternativa? ¿cómo determinar los aspectos del significado que son propiamente el objeto de la pragmática? Entre las propuestas avanzadas en la década de los setenta, una de las más interesantes fue la de D. Wilson (1975) que pretendió trazar una distinción entre la semántica y la pragmática utilizando el concepto de convención. Según D. Wilson, la semántica se ocuparía de los aspectos del significado que se atribuyen convencionalmente a las expresiones lingüísticas, mientras que la pragmática se ocuparía de los aspectos del significado que surgen de una forma no convencional, cuando las convenciones lingüísticas se utilizan en situaciones comunicativas concretas. La pragmática tendría como uno de sus objetivos fundamentales la formulación de un conjunto de principios de interpretación proferencial que explican por qué tanto el hablante como su auditorio manejan en el intercambio comunicativo más información de la estrictamente afirmada en el uso de las expresiones. Dicho de otro modo más coloquial, la pragmática se ocuparía de los principios que nos permiten sugerir algo mediante nuestras expresiones - no sólo enunciarlo, afirmarlo, etc. - y que

segunda es pleno o igual a uno. Pero de ello no se puede concluir que la asignación de valor de verdad a (a) sea asunto de la semántica y a (b) de la pragmática. Más bien es preciso concluir que la verdad o falsedad de ambas oraciones es objeto de la semántica a través de la pragmática, es decir, que la semántica ha de asignar un valor de verdad a los tipos de los cuales las proferencias son diferentes muestras o ejemplares (verdaderos o falsos). En el caso de (a) esta asignación plantea menos problemas que en (b), pero ambas oraciones, en cuanto abstracciones operadas a partir de proferencias, pueden y deben ser acomodadas dentro de una teoría semántica de la verdad para el español.

permiten a nuestro auditorio captar o comprender esas sugerencias. Evidentemente esos principios no pueden ser subjetivos, puesto que representan procedimientos que una comunidad lingüística comparte para dominar esos recursos de la comunicación. Esos principios han de tener pues la forma de máximas generales que regulen, o al menos enmarquen, el comportamiento lingüístico de los pertenecientes a una comunidad de comunicación. Ahora bien, en cuanto máximas, los principios de interpretación proferencial son igualmente de naturaleza convencional, reglas compartidas por una comunidad y fruto de un desarrollo histórico. La frontera entre la semántica y la pragmática no se puede plantear simplemente como la separación entre los aspectos convencionales y no convencionales de la asignación de significado a las expresiones lingüísticas, puesto que toda interpretación, basada en principios semánticos o pragmáticos, mediada por la naturaleza sistémica de la lengua o por los aspectos intersubjetivos de la interacción comunicativa, se basa en convenciones, en reglas sociales que se comparten comunitariamente. Si se admite la teoría de N. Chomsky (1976, 1979, 1982, 1986, 1995) sobre el conocimiento lingüístico, es preciso sostener que parte de las reglas que rigen la interpretación de las expresiones lingüísticas (por ejemplo, las que atañen a su estructura) han perdido su carácter convencional, social e histórico para incorporarse a nuestra naturaleza, para adquirir realidad psicológica o biológica. Esos principios formales, asimilados por nuestra estructura psicológica, constituyen un límite externo a la convencionalidad de la asignación de significado. Pero, exactamente en el

mismo sentido, se puede mantener que las máximas de interpretación proferencial están "determinadas" en alguno de sus aspectos por imperativos biológicos acerca del procesamiento de la información67. En cuanto mecanismos que computan información, también los seres humanos están limitados por exigencias internas de ese proceso, de tal modo que la forma de las reglas sociales que utilizan está en algún sentido restringida para satisfacer esas necesidades internas. De cualquier modo, sea cual sea la idea que se mantenga sobre la naturaleza de las reglas de interpretación lingüística, lo que queda claro es que la separación entre lo convencional y lo no convencional no puede coincidir en sus límites con los de la semántica y la pragmática. Una propuesta para delinear tal separación, relacionada con ésta, es la que utiliza como criterio la distinción significado literal/significado no literal. Esta dicotomía no fuerza a distinguir entre aspectos convencionales y no convencionales de la asignación de significado a las expresiones lingüísticas, sino a esbozar una noción medianamente clara de literalidad. Es de hecho una oposición que es claramente compatible con la tesis de que todos o casi todos los principios de asignación de significado a los mensajes verbales son de naturaleza convencional, variando únicamente la naturaleza del significado que asignan. Sin embargo, la de literal/no literal no es una dicotomía libre de problemas, la mayor parte de los cuales reside en la dificultad de determinar lo

67

Precisamente esto es lo que mantienen D. Sperber y D. Wilson(1986), como se

tendrá ocasión de comprobar. V. infra IV.6.

que en las expresiones lingüísticas es literal y diferenciarlo de lo que no lo es68 . Generalmente esa determinación se ha realizado acudiendo, una vez más, a la noción de contexto del siguiente modo: el significado literal de una expresión es lo que queda cuando se despoja a esa expresión del contenido informativo que depende del contexto, esto es, para cuya comprensión es preciso atender a aspectos ajenos a la expresión lingüística misma. Dicho más brevemente, significado literal = contenido comunicativo - significado contextual. En principio, la fórmula no ayuda mucho, porque en ella hay elementos que es preciso determinar. Bajo una interpretación restrictiva, es fácil entender lo que quiere decir `significado dependiente del contexto': los elementos deícticos de las expresiones lingüísticas. Desde este punto de vista, los elementos deícticos (casi) no tienen significado literal, sólo pueden ser interpretados atendiendo a las circunstancias en que son empleados, proferidos. Por tanto, una oración enunciativa (empleada para hacer una afirmación) que contenga elementos deícticos expresará una u otra idea dependiendo de esas circunstancias69. Esos

68

Véase J. Searle, "Literal meaning", en Expression and meaning, págs. 117-136. En

los años 80 se produjo una interesante polémica sobre la noción de significado literal: v. R. Gibbs (1984), "Literal meaning and psychological theory", Cognitive Science, 8, 1984, págs. 275-304, "Understanding and literal meaning", Cognitive science, 13, 1989, págs. 243-251, M. Dascal, "Defending literal meaning", Cognitive science, 11, 1987, págs. 259-281, "On the roles of context and literal meaning in understanding", Cognitive science, 13, 1989, págs. 253-257 y R. Wilensky, "Primal content and actual content", Journal of Pragmatics, 13, 1989, págs. 163186. 69

Por ejemplo, considérese como una oración de esta clase (a) Hoy hace cincuenta años que murió José Ortega y Gasset

elementos deícticos determinan, según las circunstancias de la proferencia, las ideas que la oración expresa y su valor de verdad. De acuerdo con esta concepción, la semántica estudiaría las ideas (o las condiciones veritativas) expresadas por las expresiones lingüísticas y la pragmática los factores que, con ocasión de la proferencia de esas entidades lingüísticas, ayudan a determinar esas ideas. Para hacer honor a esta tesis, hay que advertir que no sólo son los elementos deícticos los factores de esa determinación, sino que también hay otros, como la fuerza ilocutiva. Aunque más adelante nos extenderemos sobre esta noción, basta en este punto advertir que una oración puede ser empleada para hacer una afirmación, como es el que caso de muchas oraciones enunciativas, o con otros propósitos u objetivos. En el primer caso, la expresión del contenido ideacional o proposicional de la expresión agotaría todo su significado; en los demás casos, ese contenido ideacional sólo sería parte del significado de la oración, siendo preciso tener en cuenta también los objetivos comunicativos que el uso de la expresión pretende. Así pues, la pragmática no sólo se ocuparía de la aportación de los elementos indéxicos a la determinación de las ideas expresadas por oraciones enunciativas, sino que también se ocuparía del contenido informativo de esas oraciones que no coincide con el contenido ideacional o proposicional. Esta concepción de la pragmática fue la esbozada, por ejemplo, por R. Stalnaker en los años setenta: "Existen dos tipos principales de problemas que se han de resolver dentro de la

Como hay elementos deícticos en esta frase, como los adverbios temporales, el tiempo verbal..., diferentes proferencias de esta oración podrán expresar ideas diferentes o, si se prefiere, la misma idea con diferentes valores de verdad.

pragmática: en primer lugar, definir tipos interesantes de actos de habla y productos de esos actos; en segundo lugar, caracterizar los aspectos del contexto que ayudan a determinar qué idea es la expresada por una oración determinada. El análisis de los actos ilocutivos es un ejemplo de un problema de la primera clase; el estudio de las expresiones deícticas es un ejemplo de la segunda"70En esta concepción, por tanto, la pragmática desempeña un papel importante en la determinación de lo que es el significado literal de una expresión, en la medida en que ese significado literal se identifica en unos casos con la idea expresada y, en otros, con el acto realizado con ocasión de la proferencia de una expresión. En los años ochenta, fundamentalmente a partir de la obra de D. Sperber y D. Wilson (1986), la noción de significado literal se sustituyó por la de

explicatura. Esencialmente, la explicatura de una proferencia oracional es la proposición o idea que expresa. Para su determinación, como ya se ha apuntado (v. supra II, 3) es precisa la intervención de la pragmática, junto con la representación lógico-semántica. Ambas determinan conjuntamente la representación del significado proposicional (o explicatura) y esa representación es la base para la averiguación del significado del hablante, que es concebido como una suma de explicaturas (lo explícitamente dicho) e implicaturas (lo sugerido o pragmáticamente implicado). En esta concepción, los componentes teóricos son relativamente autónomos entre sí y, en principio, parecen intervenir de forma secuencial u ordenada linealmente.

70

R. Stalnaker, 1970, pág. 385.

Por el contrario, si se adopta un punto de vista radicalmente diferente, de acuerdo con el cual el significado de una expresión lingüística es inseparable de las circunstancias en las cuales se emplea, nos encontraremos con una disminución radical del significado literal. En efecto, si se hace depender casi totalmente el significado de las expresiones lingüísticas de su uso en situaciones concretas, el residuo literal de ese significado queda reducido prácticamente a cero. Ahora bien, por muy radicalmente partidario que se sea de las tesis de L. Wittgenstein, ningún investigador de la pragmática cree que el significado de las expresiones es adscrito ex

ovo por las intenciones del

hablante y las creencias de la audiencia. Es cierto que, como veremos, la teoría intencional del significado basada en la obra de H.P. Grice otorga una primacía epistemológica y metodológica al significado que el hablante otorga a sus expresiones, en función de sus intenciones y de los medios por los cuales éstas se expresan y son reconocidads por un auditorio. Pero la concesión de esta primacía no ignora, o no debe ignorar, que el hablante, al otorgar significado a sus expresiones, está haciendo uso de una realidad cultural e histórica relativamente fija, que es el sistema de su lengua. Esto quiere decir que el hablante se encuentra en una especie de libertad vigilada cuando se expresa lingüísticamente: la libertad procede del hecho de su utilización intencionada de expresiones lingüísticas, que puede dar a éstas nuevos aspectos o nuevas dimensiones. Su limitación estará determinada por el hecho de que esas intenciones son expresadas bajo la importantísima restricción de la necesidad de su reconocimiento. Es esta necesidad la que hace que el hablante utilice medios socialmente fijados e intersubjetivamente compartidos por los miembros

de su comunidad comunicativa. Uno de estos medios es evidentemente la propia lengua, ese conjunto de principios o reglas socialmente compartidos y culturalmente transmitidos para la expresión e interpretación de información. Pero, aparte de la lengua o junto a ella, existen además otros medios, otras reglas o principios de interpretación que posibilitan al hablante una cierta libertad, una cierta flexibilidad en el proceso de transmisión e interpretación de información por medio del lenguaje. Es posible que estas reglas no formen parte de la competencia del hablante de una lengua, en el estricto sentido que N. Chomsky ha caracterizado, pero de lo que no hay duda es que forman parte del conocimiento que fundamenta su utilización. Porque, como se insistió en varias ocasiones71, el conocimiento que tiene el hablante de su lengua no se ha de entender sólo en el sentido del conocimiento del sistema de la lengua, sino también en el conocimiento del uso del sistema, de su funcionamiento en situaciones concretas. Este último aspecto incluiría la habilidad o capacidad para captar los rasgos pertinentes de los contextos y manejarlos de una forma creativa, algo que sin duda no puede relegarse a una teoría de la actuación en la acepción chomskiana.

II.2. Los fenómenos pragmáticos

¿Cuáles son las propiedades y los hechos lingüísticos que una teoría pragmática,

equilibradamente

concebida,

debe

explicar?

La

dicotomía

comentada entre el significado literal y el no literal puede servir de guía, por lo 71

V. Sánchez de Zavala, 1973, J. Hierro, 1976, R. Harris, 1987.

menos en este estadio, en la determinación y clasificación de los fenómenos que son el objeto de estudio de la pragmática. Se puede reinterpretar la noción de significado literal como significado sistémico, esto es, como el significado de la expresión tipo, de la cual, cuando se utiliza en una ocasión concreta, se hace una proferencia. Ese significado es, por supuesto, una entidad teórica determinada por la semántica al margen del contexto de la proferencia. Si se trata de una oración, la semántica nos proporcionará una representación lógico-semántica de ella, que reflejará precisamente su significado sistémico. Por el contrario, el significado no sistémico de una expresión sería el significado de la proferencia de esa expresión, en la medida que en él se encuentra representada información que no coincide con la figurada en el significado sistémico. Esta matización es importante, porque aclara las relaciones entre ambas nociones. Si por el momento suponemos que el significado sistémico es equivalente al significado literal72, podemos distinguir entre dos casos: ya hemos dicho que, por una parte, a veces queremos decir lo que literalmente decimos y, en consecuencia, a veces nuestro auditorio entiende que decimos lo que literalmente decimos; en estas ocasiones el significado de nuestras proferencias coincide punto por punto con su significado literal. Por otro lado, a veces queremos comunicar algo más de lo que decimos, y nuestro auditorio así

72

Como se ha visto en el anterior capítulo, existen razones para diferenciar entre

significado sistémico y significado literal, en particular las que se desprenden de la existencia de elementos indéxicos o deícticos. En realidad, el significado literal sería el significado resultante cuando, en la representación lógico-semántica, se rellenan los huecos (variables, parámetros...) que ocupan las expresiones deícticas.

lo entiende, complementando o sustituyendo el significado literal de lo que decimos con una información a la que se puede acceder a través de aquello que decimos: en este caso conferimos a nuestras expresiones un significado no sistémico o no literal. No existe pues una relación necesaria de inclusión entre ambas nociones, lo cual podría pensarse si se identifica la noción de significado no sistémico con la noción introducida por H.P. Grice (1968, v. infra) de significado ocasional del hablante. Si se entiende bien esta noción, que es central en la teoría pragmática del significado de Grice, el significado ocasional del hablante se corresponde con el significado de la proferencia para el hablante o, más brevemente, el significado del hablante y esta noción puede incluir tanto al significado sistémico como al no sistémico. Es posible que el significado sistémico y el no sistémico difieran completamente, que, en muchas ocasiones lo primordial para representar el significado de una proferencia sea el significado no sistémico, siendo el sistémico prácticamente irrelevante. Pero siempre habrá un hilo conductor, un nexo causal que lleve del uno al otro. Ni se puede despreciar el componente literal de una proferencia lingüística, considerándolo completamente irrelevante, ni se puede hacer residir en él el núcleo principal de la representación del significado proferencial. Si el significado sistémico de una proferencia (de tenerlo) es asunto de la semántica, es objeto de la pragmática su significado no sistémico. La pragmática, de forma análoga a la semántica ha de dar cuenta de la significatividad de las proferencias en su dimensión no sistémica, esto es, ha de contener elucidaciones de los predicados

I. a. P significa... b. P significa no sistémicamente...

En contraste con lo que literalmente significa una expresión se suele situar lo que el uso de esa expresión sugiere, da a entender, presupone, implica o entraña no lógicamente, etc. Todas esas propiedades y relaciones son candidatas a formar parte, quizás de forma independiente, de ese significado no sistémico a que se refiere I.b. Por ello, es necesario descomponer este punto en diferentes factores, de los que por el momento destacaremos dos:

b.1. P presupone... 2. P implica no lógicamente...73

Se ha hecho referencia a que la pragmática ha de dar cuenta de la competencia del hablante para utilizar la lengua de una forma coherente con la situación en que ese hablante se encuentra. Esto significa que la pragmática ha de describir los criterios que permiten decidir si un hablante se está comportando lingüísticamente de una forma racional, lo cual equivale a establecer, una noción de corrección o aceptabilidad pragmática74. De

73

La distinción entre implicaciones lógicas y no lógicas se suele marcar

denominando a éstas últimas implicaturas. Como veremos, las implicaturas se distribuyen a su vez en diferentes clases, con sus propios criterios de identificación. 74

V. D. Hymes, 1971.

modo análogo a cómo la sintaxis especifica el conjunto de oraciones que, desde el punto de vista estructural, pertenecen a una lengua y la semántica determina las oraciones que son admisibles desde el punto de vista de su significado sistémico, la pragmática ha de especificar cuándo una proferencia constituye un acto lingüístico adecuado o coherente con una situación comunicativa. Esto significa, en primer lugar, una elucidación del concepto de acto de habla y, quizás, una descripción y clasificación de los actos de habla, una formulación de sus condiciones constitutivas, de sus relaciones internas, etc. Por lo tanto, se puede afirmar que la pragmática trata también de predicados como

I. c. P es un acto de habla 1. directo... 2. indirecto... I. d. P

Además, la pragmática ha de definir un marco conceptual mediante el cual se pueda analizar el intercambio de expresiones o actos de habla que constituye la comunicación lingüística, de forma que dé adecuada cuenta de las principales propiedades que caracterizan a ésta. Con ello se quiere decir que la pragmática ha de especificar unos criterios mediante los cuales se pueda juzgar si un acto de habla es consistente con la situación comunicativa, esto es, si es un acto racional respecto a los fines de la interacción lingüística. En este punto, la principal relación que ocupa a la pragmática es I.e. P es coherente con el contexto comunicativo K

El resultado es que la teoría pragmática ha de contener al menos una teoría pragmática del significado, una teoría de los actos de habla y un marco teórico general en el que analizar la interacción comunicativa.

III.3 Indicidad y referencia

Como hemos visto, uno de los motivos que condujeron a una consideración más amplia de la pragmática fue la necesidad de dar cuenta del funcionamiento de expresiones lingüísticas directamente relacionadas con el contexto.

Esas

expresiones

o

propiedades

lingüísticas

lexicalizan75

directamente relaciones entre el hablante, el auditorio, o ambos, con rasgos de muy diferente tipo en la situación comunicativa. De todas esas expresiones se dice que ilustran un fenómeno general en el habla humana, al que se denomina deixis o indicidad. Esa propiedad general del habla humana no es sino el sencillo hecho de que ésta remite siempre a la situación en que se produce, al entorno intencional y comunicativo en que se desenvuelve. Y ello es porque el lenguaje no se desarrolló a instancias de la necesidad de representar el mundo,

75

Por lexicalizar se entiende el proceso de asimilación al sistema de la lengua, a un

conjunto de convenciones relativamente fijo compartidas por una comunidad lingüística. Aunque S. Levinson (1983) prefiere el término codificar para designar la relación entre los rasgos deícticos de las expresiones y los aspectos de la situación a que refieren, las consideraciones generales anteriores (v. supra II.1) hacen preferible el término `lexicalizar'. También utilizaremos el término `gramaticalizar´ como equivalente.

de figurarlo. El lenguaje constituye el medio básico de interacción con el mundo, de intervención en él. Evolucionó a partir de las necesidades de modificar el entorno y de coordinar las acciones humanas en y frente a él. Primordialmente, el lenguaje es interacción comunicativa inmediata, frente a un interlocutor o auditorio, y ése debiera ser el nivel privilegiado de análisis. La presunta autonomía del lenguaje, la independencia de la consideración del contexto de uso, no es sino un espejismo propiciado por las concepciones formalistas o estructuralistas. A las expresiones que, en una u otra medida, encarnan léxicamente los puntos de contacto directo entre el habla y la realidad comunicativa, se las denomina deícticas o indéxicas o indicadoras, precisamente porque señalan o indican los vínculos entre el habla y la situación. Las expresiones indicadoras ponen de especial relieve un aspecto sobre el que ya se ha insistido, a saber, que el significado, de ser una propiedad, lo es ante todo de las proferencias lingüísticas, de acontecimientos lingüísticos concretos e irrepetibles. Las expresiones deícticas o indicadoras son el caso más patente de lo que es semánticamente general, a pesar de lo cual se las ha considerado en ocasiones como algo excepcional o extraordinario. De la elucidación que se ha hecho del papel de la pragmática en el proceso de interpretación lingüística, se sigue que, si no se asigna una referencia a las expresiones indicadoras, entonces no es posible dar una interpretación a las proferencias en que aparecen. Y ello al menos por dos razones ligadas entre sí

1) porque, sin una interpretación de los aspectos deícticos, no es posible determinar el contenido proposicional de nuestras expresiones, lo que tradicionalmente se ha considerado como la idea que el enunciado expresa76 2) porque, sin saber a qué se refieren los hablantes con las expresiones indicadoras, tampoco podemos saber cuáles son las condiciones de verdad de esas expresiones, lo que, de acuerdo con una influyente concepción semántica, es lo mismo que no poder entenderlas77. No es de extrañar pues que los primeros ensayos de semánticos formalistas estuvieran dirigidos a la acomodación de las categorías más sobresalientes de expresiones indicadoras en una teoría del significado o de la verdad. Sin embargo, existían diferentes propiedades de su enfoque que hacían imposible una explicación del funcionamiento de esas expresiones en la comunicación: 1) ante todo, la teoría semántica formalista exige la determinación del significado de expresiones-tipo, para poder especificar recursivamente las condiciones de verdad de un enunciado a partir de la referencia de sus expresiones componentes, Esto era particularmente difícil en las expresiones

76

Esto no implica que todas nuestras expresiones tengan como función enunciar

ideas, pero la simplificación es, en este momento, inocua, y útil. 77

Esta consideración se basa en la misma simplificación que la anterior.

indicadoras cuya referencia puede variar de ocasión en ocasión, como los pronombres personales, demostrativos, adverbios de lugar y tiempo, etc.78

2) Por otro lado, existe una dificultad insuperable respecto a la misma posibilidad de tal identificación. El hecho es que, en muchas ocasiones, la especificación de los referentes de las expresiones indicadoras es imposible al margen de las creencias e intenciones de quienes los usan. Esto es, lo referido en una ocasión concreta puede estar intencionalmente determinado, no ser un rasgo `objetivo' de la situación comunicativa o, aún siéndolo, quedar destacado en virtud de la intención comunicativa del hablante, y de rasgos contextuales.

Por supuesto, existe una gradación en la importancia o en la predominancia de esa intencionalidad referencial, que seguramente es

78

La dificultad se intentó obviar haciendo depender la asignación referencial de dos

componentes: una especificación abstracta de contenido semántico y una especificación de la variable pertinente. Así, el pronombre `yo' en `yo tuve clase de inglés el viernes' se interpretaba de acuerdo con la determinación /el hablante/ y con la especificación /28 de Abril del año 2000, a las 17.45/ para determinar el referente de `yo' en la proferencia en cuestión. P. Segerdahl (1996, 2.2) contiene un interesante y radical crítica de esta clase de enfoques, que se resume en la observación de que las expresiones ‘el hablante’ o ‘ el interlocutor’ son tan deícticas o indicadoras como ‘yo’ o ‘tu’: “la noción de significado gramaticalizado de las expresiones deícticas consiste en una traducción de una forma de expresión deíctica a otra forma de expresión deíctica, y presupone el uso concreto de éstas últimas” ( op. cit. pág. 30)

inversamente proporcional a la convencionalidad de las expresiones. Resulta difícil imaginar situaciones en las que el pronombre `yo', por ejemplo, refiera a algo diferente que el hablante mismo. Pero considérese que esa aparente univocidad se va diluyendo incluso en el caso de otros pronombres personales, por no hablar del neutro ello. Además, la dimensión deíctica no sólo es patente en categorías como el pronombre o los adverbios, sino que también afecta al tiempo y al aspecto verbal. De igual modo en este caso la determinación de la referencia y, por tanto, de las condiciones de verdad, es inseparable de la intencionalidad del hablante en diferentes grados. Una vez más, las intenciones del hablante han de considerarse primarias sobre los rasgos presuntamente objetivos de la situación comunicativa, Así, aunque se considere perfectamente determinado el momento de la proferencia, las referencias del hablante al pasado o al futuro son muchos más indeterminadas y, desde luego, no se pueden considerar cubiertas por expresiones como `cualquier momento antes/despues de tp' para tp = momento de la proferencia79. Otra categoría que se suele traer a colación en el tratamiento de la deixis es la de los adverbios. Como en el caso de los pronombres80 , la indeterminación del significado/referencia de sus proferencias no es resoluble mediante la apelación a rasgos objetivos de la situación comunicativa. Tal especificación sólo es posible si se acude a factores contextuales que tienen

79

V. G. Green (1989), cap. 2.2.

80

Véase G. Green, 1989, 2.2.

que ver, fundamentalmente, con la expresión de creencias e intenciones del hablante y su reconocimiento por parte de un auditorio. Considérense, por ejemplo, dos adverbios que, en principio, parecen claramente unívocos en su referencia a rasgos de la situación comunicativa, los adverbios ahora y aquí. El adverbio de tiempo ahora se ha de referir al momento de la proferencia, de acuerdo con nuestra intuición. Sin embargo, no es difícil encontrar ejemplos en que tal referencia no es así de simple ni tan fácil de determinar. En primer lugar, resulta difícil determinar el período de tiempo a que se puede referir el hablante mediante ahora: un momento, un intervalo, un fragmento temporal coetáneo con la proferencia, etc... (a) Ahora vendré (b) Ahora no es el momento de andar con probaturas (c) Ahora ya no está bien visto En ninguno de estos tres ejemplos ahora refiere plausiblemente al estricto período de tiempo en que se produce la proferencia: en (a) más bien se refiere a un periodo posterior al de la proferencia (aunque próximo); en (b) ahora se puede referir a un período que se prolongue tanto antes como después de la proferencia, con una duración indeterminada, como sucede en (c) en que ahora puede equivaler a lo que puede referir la expresión "en nuestra época", "en los años recientes", etc.

Por otro lado, se ignoran las extensiones (generalmente metafóricas81) de los usos de ahora, en particular cuando ahora puede referir a una circunstancia y no a un argumento temporal, como en (d) (d) Se tiene que ganar la vida; ahora le quiero yo ver Similares consideraciones se pueden hacer respecto al adverbio aquí, cuya indeterminación referencial es tan obvia como la de ahora y con la misma doble fuente: la intencionalidad de la deixis espacial y la metaforización de sus usos no espaciales. En resumen, la conclusión habitual de que las expresiones deícticas lexicalizan o gramaticalizan las relaciones de la lengua con aspectos del contexto ha de ser considerada con precaución. Si lo que se quiere decir es que, para cualquier proferencia, es posible localizar los aspectos objetivos de la situación o contexto que se encuentran gramaticalizados en las expresiones o dimensiones deícticas de esa proferencia, entonces eso no es cierto. Es posible que lo gramaticalizado sean porciones del contexto intencionalmente acotadas por el hablante, en virtud de diferentes factores, como la perspicuidad (saliencia, en términos cognitivos), la subjetividad (cómo concibe el hablante su relación con elementos del entorno), etc.

81

Sobre la función de la metáfora como recurso general para la ampliación del léxico

se puede consultar R. Divren (1985), "Metaphor as a basic mean for extending the lexicon" y, para un análisis concreto referente a preposiciones, G. Radden, "Spatial metaphors underlying prepositions of causality", ambos en W. Papprotté y R. Dirven, eds. (1985), The ubicuity of metaphor, Amsterdan: J. Benjamins, 1985.

Si es cierta esta consideración, arruina la posibilidad de establecer una semántica formal para tales tipos de expresiones, puesto que el rango de valores que pueden tener, en infinidad de situaciones comunicativas, es demasiado heterogéneo como para poder precisarse. En cambio, sí cabe decir que las expresiones deícticas, o la dimensión deíctica de las expresiones, establecen una relación referencial básica entre la conducta comunicativa y su contexto. Igualmente, se puede afirmar que tal relación está más o menos convencionalizada dentro de una misma lengua, para diferentes categorías o clases de expresiones y que, por lo tanto, es variable el grado de la intencionalidad que permite fijar la relación referencial, en cada situación comunicativa. Desde situaciones en que el hablante tiene un estrecho margen de maniobra (por ejemplo, en el caso de los pronombres que se refieren al hablante y al oyente), a situaciones en que la discrecionalidad es mayor y, por tanto, más importante la participación del conocimiento del contexto para la fijación de lo referido por la expresión deíctica.

CAPÍTULO

IV:

EVOLUCIÓN

Y

ESTRUCTURA

DE

LA

TEORÍA

PRAGMÁTICA

Hasta ahora hemos caracterizado la pragmática, de una forma muy general, como la disciplina que estudia y describe los principios que regulan la interpretación de las proferencias de los hablantes. Ahora bien, las proferencias

lingüísticas son un determinado subgrupo de los actos comunicativos: todas las proferencias verbales son actos comunicativos - o por lo menos casi todas, pues habría que considerar las proferencias verbales no utilizadas con fines comunicativos (proferencias sin auditorio, de finalidad puramente expresiva, etc.)82 , pero no todos los actos comunicativos están constituidos por proferencias verbales. El lenguaje humano o, más precisamente, el habla se puede concebir como una sucesión de actos efectuados por hablantes que conocen el modo de realizarlos, las reglas que regulan su ejecución. En muchas ocasiones se ha contrapuesto esta concepción del lenguaje como actividad a la concepción del lenguaje como sistema pero, si se piensa cuidadosamente, se advierte que tal contraposición es ficticia. Los resultados de los actos verbales humanos, los prolata, son entidades altamente estructuradas y el conjunto de los principios que regulan esa estructuración es lo que constituye el sistema de la lengua a la que pertenecen. Es la gramática la que describe los principios que utilizan los hablantes en la producción de expresiones lingüísticas, producción que no sólo incluye la elección de una estructura formal, sino también la elección de elementos dotados de significado. Sin embargo, la facultad lingüística, esa capacidad que nos individualiza como especie, ha de consistir en algo más que la capacidad para elaborar actos verbales altamente estructurados: también ha de formar parte de ella el conocimiento del uso de esas expresiones para transmitir con éxito información, también ha de formar parte de ella la capacidad de aprender y poner en

82

Véase la nota 13, Capítulo 1.

práctica reglas sociales que rigen la interacción comunicativa en una comunidad lingüística. Todo acto verbal se puede considerar pues doblemente estructurado83: en primer lugar, en cuanto a su contenido, de acuerdo con las reglas gramaticales y semánticas. En esta primera estructuración es donde hay que situar la noción de significado sistémico a la que nos referimos en el anterior capítulo. En segundo lugar, en cuanto acto de naturaleza comunicativa, con fines y objetivos específicos de interacción, el acto verbal se encuentra estructurado por un conjunto de reglas y convenciones sociales que, entre otras cosas, permite a quien lo realiza transmitir más información o una información diferente a la expresada en el significado sistémico de la expresión. Esas reglas y convenciones sociales son compartidas por la comunidad lingüística a la que pertenece el agente y ese conocimiento es el que fundamenta la interpretación del significado total o comunicativo del acto verbal. La pragmática surgió del reconocimiento obvio, pero importante, de que cuando usamos el lenguaje natural nuestras palabras no siempre significan lo que literalmente dicen84, que las expresiones lingüísticas pueden ser utilizadas de una forma polivalente, incluso por un mismo hablante. La historia de su desarrollo se puede describir como la evolución del intento de formular las reglas que rigen la interacción entre el significado sistémico y no sistémico de

83

Esta observación no tiene nada que ver con la doble articulación lingüística tal

como se describe en cualquier manual de lingüística general. 84

La distinción entre lo que los hablantes dicen y lo que significan fue trazada en primer

lugar por J.L. Austin (1962).

las expresiones lingüísticas, que describen y explican el uso creativo de procedimientos para modificar e incluso cambiar radicalmente el contenido informativo de los actos verbales.

IV.1 La teoría intencional del significado

La teoría pragmática de H.P. Grice sobre el significado85 o teoría intencional del significado, aparte de sus méritos propiamente lingüísticos, forma parte de una concepción general filosófica que implica tesis lógicas, epistemológicas y morales86. Esta concepción general contiene, entre otras cosas, una propuesta metodológica sobre el estudio de la noción de significado. La propuesta metodológica consiste en construir las nociones proas de la semántica a partir de las nociones pragmáticas y, en particular, a partir de la

85

Expuesta principalmente en sus artículos "Meaning", The Philosophical Review, 66,

págs. 377-88, 1957, "Utterer's meaning, sentence meaning and word-meaning", Foundations of language, 4, págs. 225-242, 1968, "Utterer's meaning and intentions", The Philosophical Review, 78, págs. 147-177, 1969, "Logic and conversation", en D. Davidson y G. Harman, eds. The logic of grammar, Encino: Dickenson, 1975. Todos ellos se recogen en H. P. Grice, Studies in the way of words, Cambridge, Mass.: Harvard U. Press, 1989. 86

Véase R. Grandy y R. Warner, eds. (1986), Philosophical Grounds of rationality

para un panorama general de las concepciones filosóficas de H.P. Grice y A. Avramides, Meaning and mind. An examination of a gricean account of language, Cambridge, Mass.: MIT, 1989, para una interpretación no reductivista de la concepción de H.P. Grice sobre el significado.

caracterización de la noción significado del hablante. Desde un cierto punto de vista se trata de una forma de constructivismo o fundacionismo. Lo que pretende es elaborar las nociones semánticas -en particular, la de significado sistémico- a partir de nociones pragmáticas, como la de significado del hablante, que, por ser considerada más básica, ha de fundamentar nociones más abstractas. Desde otro punto de vista, cuando se consideran esas nociones semánticas como ya dadas - como sucede en el platonismo semántico (J.J. Katz).... Se trata de una propuesta reduccionista, de una disciplina científica a otra, y encara los problemas característicos de estas reducciones.87 El papel básico que H.P. Grice concede en su teoría a la noción de significado del hablante o significadoh dice ya bastante sobre cuál es su tesis básica sobre esta noción: H.P. Grice parte del rechazo de L. Wittgenstein88 a identificar el significado de una expresión con la realidad que denota para buscarlo en el uso lingüístico, en la situación comunicativa real. Como no supone ninguna noción previamente determinada de significado lingüístico, su problema inicial es el de hallar las condiciones necesarias y suficientes para que una proferencia o acto verbal efectuado por el hablante sea considerado como significativo. Por tanto, su problema es el de caracterizar ` es

87

Entre los que mejor han expresado la generalidad y significación de este

ambicioso programa se encuentran J. Bennet (1976) y S. Schiffer (1988). Exposiciones más recientes se pueden encontrar en M- García Carntero (1996) y A. García Suárez (1997). 88

V. L. Wittgenstein (1953).

significativa' (donde  designa una proferencia) a través de `Hi , al proferir , en la ocasión tj, significó ' . Ahora bien, para que un hablante, Hi al hacer una proferencia, en una ocasión determinada, tj , signifique algo, es preciso tener en cuenta ante todo lo que pretende, sus intenciones al hacer esa proferencia. Es el intento de llevar a cabo esas intenciones, sean éstas las que fueren, las que hacen escoger al hablante tal o cual proferencia para significar tal o cual cosa. Es la pretensión de realizar esas intenciones las que explican89 los medios que escoge para ello, esto es, sus proferencias lingüísticas. Sin embargo, como pusieron de relieve diversos críticos de Grice90, no basta con que la conducta lingüística del hablante sea una conducta intencionada para que ésta sea significativa: es necesario que sea significativa para un auditorio91, esto es, es necesario que se atenga a ciertas restricciones que permita que ese auditorio reconozca las intenciones que guían al hablante. La finalidad postrera

89

Sobre el tipo de explicación intencional del significado, véase P. Yu (1979), D.

Wilson y D. Sperber (1981). Sobre el tipo de explicación intencional en general, véase J. Elster (1983) y J. Nuyts (1992). Véase supra 1.4. 90

91

Por ejemplo, P. Ziff (1967) o J. Searle (1969). Se suele distinguir, para mayor precisión, entre auditorio e interlocutor, identificando

éste con la parte del auditorio intencionalmente acotado por el hablante, esto es el auditorio al que se dirige explícitamente el hablante. El resto del auditorio lo pueden formar hablantes presentes a quien no se dirige la conversación (v. Clark y Carlson, 1982). En lo sucesivo, sin embargo, no distinguiremos entre una y otra clase de oyentes, dando por sentado que el auditorio a que se refieren las definiciones es el interlocutor.

de quien participa en una interacción comunicativa es causar una determinada respuesta en sus interlocutores, respuesta que no se produce si, de esa respuesta, el auditorio es incapaz de averiguar las intenciones del hablante, de reconocerlas en las proferencias de éste. Así pues, en la explicación del significadoh de una proferencia ha de formar parte la intención adicional de que el oyente reconozca la intención del hablante. Necesariamente, en cualquier acto comunicativo, verbal o no verbal, la intención de hacerlo inteligible a un interlocutor ha de ser un componente constitutivo del mismo acto. Dicho de otro modo, sólo son actos comunicativos aquellos actos que, implícitamente, son causados por una voluntad de inteligibilidad, por la intención de ser comprensibles para un interlocutor o auditorio. Y éste es un hecho que ha de recoger la definición de significado. Para abreviar, la definición de Grice para el significadoh, de lo que el hablante significa al proferir , es la siguiente:

Definición de significatividad

La proferencia de , por parte de un hablante H, es significativa si y sólo si, para un auditorio A, H profirió con la intención: 1) de producir una respuesta en A 2) de que A reconociese que H pretendía que 1), y 3) de que 2) fuese, al menos en parte, la razón de que 1)

esto es, de que, al menos en parte, mediante el reconocimiento de la intención del hablante de que el auditorio reaccionase de una determinada forma, éste así lo hiciese.

Las respuestas que una conducta comunicativa pretende inducir en los oyentes son, según Grice, de dos clases: cambio de creencias y realización de acciones. El primer tipo de respuestas, que consiste en la modificación del sistema de creencias del auditorio en uno u otro sentido (adición de creencias nuevas, revisión de las antiguas...) se suscita fundamentalmente, según Grice, mediante el discurso declarativo o. como él prefirió denominarlo, para no introducir ninguna noción lingüística previamente dada, mediante proferencias exhibitivas. El segundo tipo, consistente en la inducción de una disposición para una acción determinada, está asociado a las modalidades imperativa e interrogativa o mediante proferencias protrépticas. No obstante, no existe una correspondencia absoluta entre las nociones gramaticales (modalidades indicativa, interrogativa e imperativa) y las nociones pragmáticas (proferencias exhibitivas y protrépticas). Si se trata de una proferencia exhibitiva, la intención primaria de H es que A crea que , y  es justamente lo que en esa ocasión significa la proferencia , si es que se cumplen las restantes condiciones,  es su significadoh ocasional. Si se trata de una proferencia protréptica, la intención primaria de H es que A tiene que , donde  describe una acción, y eso es lo que significa la proferencia protréptica, si se cumple el resto de las condiciones definitorias.

La definición de significadoh ocasional sólo requiere dos conceptos básicos pertenecientes a la teoría de la acción: el de intención y el de creencia. Según Grice, con ellos se puede analizar lo que en cada ocasión el hablante significa con sus palabras. Sin embargo, esto no quiere decir que el significado de las proferencias de los hablantes sea impredictible y que, el hablante, con ocasión de cada proferencia de una expresión, signifique o pretenda significar una cosa distinta. Se pueden establecer generalizaciones sobre los significados de las proferencias de los hablantes, sobre sus limitaciones y se pueden descubrir regularidades. Además, son estas regularidades las que permiten pasar a Grice de nociones tan concretas y particulares como la del significado ocasional a nociones como las de significado atemporal aplicado y significado atemporal, que se encuentran más próximas al nivel de la semántica. Para realizar este paso, se utilizan dos nociones auxiliares, derivadas de la noción general de convención92, que son las de procedimiento y repertorio. Dicho brevemente, un procedimiento es una práctica convencional compartida por los miembros de una comunidad para los cuales tiene un significado relativamente fijo; un repertorio es un conjunto de procedimientos que tienen una misma significación. Con ayuda de estas nociones, se puede introducir la noción de significado atemporal aplicado o, lo que es lo mismo, lo que un ejemplar de una expresión perteneciente a una lengua significa, del siguiente modo93 :

92

El análisis clásico de la noción de convención es el de D. Lewis, 1969.

93

J. Acero, E. Bustos y D. Quesada, Introducción a la filosofía del lenguaje, 1982.

Definición de significado atemporal aplicado

“’ (o `A tiene que ') es lo que significa la expresión ejemplar  en la situación S y dentro de la lengua L si y sólo si es un procedimiento perteneciente al repertorio que poseen los hablantes de la lengua L proferir un ejemplar del mismo tipo que  en la situación S, y la proferencia de un ejemplar tal, por parte de cualquier hablante de L, en la situación S, significa que  (o que A tiene que )"

A su vez, a partir de esta definición, se puede llegar a la de significado atemporal suprimiendo la referencia a la situación S y sustituyendo la referencia a prolata por la introducción de la noción de expresión-tipo:

Definición de significado atemporal

"`' (o `A tiene que ' ) es lo que significa la expresión tipo x en la lengua L si y sólo si es un procedimiento perteneciente al repertorio que poseen los hablantes de la lengua L proferir un ejemplar de x con el significado atemporal aplicado de  (o A tiene que  )".94

94

Acero, Bustos y Quesada, op. cit. pág.

.

De este modo se efectúa en la teoría intencional del significado el paso de la pragmática a la semántica. Ahora bien, el problema principal del intento reduccionista de H.P. Grice es el de si tal reducción prescinde realmente de cualquier noción lingüística previa, en particular de una noción previa de significado gramatical o sistémico. Ya R. Kempson95 advirtió que un problema de las definiciones de Grice reside en el concepto de procedimiento. Para que este concepto pueda ser introducido de un modo válido dentro de una definición pragmática de significado, ha de ser precisada su calificación de `práctica convencional'. En primer lugar, y trivialmente, ha de añadirse el término `lingüística' : los procedimientos a que hace referencia la definición son procedimientos lingüísticos o, si se quiere, lingüístico-comunicativos. En segundo lugar, hay que analizar en qué consisten esas prácticas lingüísticas convencionales, puesto que se trata de nociones complejas. En efecto, los procedimientos lingüísticos que compartimos los hablantes del español tienen dos aspectos: por una parte, el estructural, que determina la forma de la expresión empleada y que se basa en un sistema de principios o reglas compartido por los hablantes de esa lengua; por otra, el comunicativo, que se basa en convenciones o reglas que rigen la interacción lingüística de los miembros de la comunidad. Desde este punto de vista, también la gramática se puede considerar como un repertorio de procedimientos, de naturaleza tan social como las convenciones que indican el carácter insultante de ciertos

95

En R. Kempson (1975, pág. 141).

términos en ciertos contextos, las palabras que hay que emplear para efectuar un juramento, etc. De tal modo que puede que las nociones gramaticales sobre el significado, que Grice pretendió construir a partir de las pragmáticas, estén ya incluidas en los términos primitivos empleados en la definición de éstas. Como señaló R. Kempson96, los procedimientos lingüísticos están limitados (determinados, dice ella) por las convenciones lingüísticas que definen la lengua que comparte una comunidad, y precisamente por ello no es nada fácil prescindir de esas convenciones. Dicho de otro modo, el reconocimiento por parte del auditorio de las intenciones del hablante se basa en la corrección del procedimiento que emplee éste para expresarlas. Parte de esa corrección reside en la adecuada elección de recursos gramaticales, cuyo significado está previamente fijado a la ocasión de su empleo. La lengua está constituida por un conjunto de principios y reglas relativamente fijo para la expresión de información por medios lingüísticos y, por ende, para la expresión de las intenciones comunicativas de los hablantes. En general, los críticos de Grice han señalado que, si se interpreta su teoría de un modo radical, el significado de las proferencias de los hablantes de una lengua es prácticamente impredictible. Pero, además, si la teoría de Grice pudiera prescindir del significado lingüístico previo de las expresiones de un hablante, sería muy difícil explicar cómo descubre el auditorio las intenciones de éste. Parece que, en algún momento de la inferencia de las intenciones comunicativas, ha de intervenir la consideración del significado fijado en el sistema de la lengua.

96

R. Kempson, op. cit. pág. 141.

IV.2. La teoría de los actos de habla

La teoría pragmática de Grice ha sido considerada como un alternativa al análisis semántico del significado en términos de condiciones de verdad. Igualmente ha sucedido con la teoría de actos de habla, que tiene su origen en la obra de J. L. Austin (1962), sistematizada por J. Searle (1969). Pero no siempre resultan claras, o son claramente expuestas, las relaciones entre una y otra teoría pragmática. Por ejemplo, en algunos manuales de lingüística97, el apartado dedicado a la pragmática viene dedicado a la exposición de la teoría de los actos de habla, en otros98, la teoría del significado de H.P. Grice es considerada como el puente necesario entre la teoría del significado oracional y la teoría de los actos de habla: en general, la posición más aceptada es que la noción de acto de habla no es una noción primitiva dentro de la pragmática, sino que se deriva de nociones más básicas.

De acuerdo con la teoría de los

actos de habla, es preciso analizar el habla como una sucesión de actos complejos99. En primer lugar, una proferencia es, ante todo, un acto locutivo,

97

Por ejemplo, en Akmajian, Delmers y Harnish, 1979.

98 99

Como por ejemplo en R. Kempson (1977). La complejidad reside en la existencia de diferente niveles en el acto, según se tomen

en consideración unas u otras propiedades del acto, incluyendo los efectos que causa el acto lingüístico.

un acto consistente en la emisión de determinados sonidos. Este acto se puede descomponer a su vez en otros subactos, dependiendo de que se consideren sus aspectos fonológicos, sintácticos o semánticos100, pero no entraremos por el momento en el análisis de estos subactos, por ser irrelevante para la exposición101. En segundo lugar, la proferencia de una expresión constituye generalmente un acto ilocutivo, que es el tipo de acto más importante desde el punto de vista de la teoría pragmática, el que ésta trata de caracterizar. El acto ilocutivo es lo que el hablante hace al utilizar la proferencia. Los hablantes de una lengua pueden realizar una gran cantidad de actos diferentes mediante el uso de proferencias: ejemplos de actos ilocutivos son enunciar o afirmar un hecho, prometer, jurar, suplicar, preguntar, ordenar, etc. Frente a la teoría de H.P. Grice, la teoría de los actos de habla subraya la variedad y heterogeneidad de las acciones que se pueden realizar mediante el uso del lenguaje. Mientras que H.P. Grice dividía las proferencias en dos grandes clases, exhibitivas y protrépticas, considerando explicitamente que la conducta de los hablantes consiste o bien en la manifestación de creencias o bien en la inducción de actitudes, la teoría de los actos de habla analiza esa conducta de

100

Lo que se denominan actos fonético, fático y rético, v. Acero, Bustos y Quesada,

1982; K. Allan, 1986, Linguistic Meaning, Londres: Routledge; Natural Language Semantics, Oxford: Blackwell, 1998 101

Igualmente irrelevante es la distinción establecida por E. Bach y R. Harnish, 1979,

entre acto de proferencia y acto locutivo.

un modo más refinado, más complejo. Los hablantes buscan la modificación de la conducta de su auditorio mediante una infinidad de medios que les proporciona, por una parte, la lengua y, por otra, las convenciones sociales de tipo comunicativo. Desde este punto de vista, la teoría de los actos de habla es más adecuada y correcta que la de H.P. Grice, excesivamente simplista en su análisis del acto comunicativo. Igualmente, el análisis de las consecuencias de la conducta lingüística es más completo en la teoría de actos de habla que en la teoría de H.P. Grice, pues

estas

consecuencias

se

clasifican

en

diversos

tipos

de

actos

perlocutivos, que son los actos que el hablante pretende realizar mediante la ejecución de actos locutivos e ilocutivos. Los cambios de creencias o las modificaciones en la disposición para la conducta que, según Grice, son las consecuencias básicas de la interacción comunicativa, son divididos a su vez en actos como persuadir, impresionar, decepcionar, irritar, asustar, etc. Ahora bien, aunque el hablante puede intentar realizar esos actos perlocutivos, puede que el resultado efectivo de su conducta comunicativa no sea la realización de ese acto. Por ejemplo, puede que yo intente convencer a alguien mediante la realización de un (o varios) acto(s) ilocutivo(s), pero que el resultado

final

no

sea

ése,

sino

algún

otro

(irritarle,

aburrirle...).

Evidentemente, el acto perlocutivo que pretendo causar depende ante todo del reconocimiento, por parte del interlocutor, del acto ilocutivo que estoy realizando, de mi intención - que a veces se denomina intención ilocutiva - de que tal reconocimiento sea una razón suficiente para el acto perlocutivo. Pero puede suceder o bien que mi acto ilocutivo no sea comprendido, o bien que,

para el interlocutor, no sea una razón suficiente para el acto perlocutivo. En ese caso, el acto perlocutivo perseguido no tiene las consecuencias previstas por mí, en cuanto hablante. En consecuencia, conviene distinguir entre los actos

perlocutivos, en cuanto actos que el hablante pretende alcanzar en la conducta comunicativa, y los efectos perlocutivos que realmente alcanza. Ciertamente, puede haber una relación de coincidencia entre los actos perlocutivos y los efectos perlocutivos, pero ello no es necesario. Quizás por esto, y porque se sitúan realmente fuera del ámbito de lo estrictamente lingüístico, se ha prestado menos atención, en filosofía del lenguaje, al análisis de los efectos perlocutivos y rara vez se les concede mucha atención102. Ahora bien, aunque el hablante puede intentar realizar esos actos perlocutivos, puede que el resultado efectivo de su conducta comunicativa no sea la realización de ese acto en particular. Por ejemplo, puede que yo intente convencer a alguien mediante la realización de un (o varios) actos(s) ilocutivos, pero que el resultado final no sea ese, sino algún otro (irritarle, aburrirle...) En consecuencia, conviene distinguir entre los actos perlocutivos, en cuanto actos que yo pretendo alcanzar en la conducta comunicativa, y los efectos perlocutivos que realmente consigo. Ciertamente, puede haber una relación de coincidencia entre los actos perlocutivos y los efectos perlocutivos, pero ello no es necesario. En cualquier

102

Cfr. no obstante, S. Davis, 1979. Los actos perlocutivos, y su relación con los

ilocutivos, son en realidad el objeto de la retórica. El concepto básico de la retórica clásica, el de persuasión, no es sino un concepto perlocutivo. Las relaciones entre pragmática y retórica han sido agudamente analizadas. Entre otros, por M. Dascal y A.G. Gross (1999), "The marriage of Pragmatics and Rethoric", Pragmatics and Rethoric, 32, 2, 107-130.

caso, lo que está claro es que el hablante H ha de tener la intención de que el interlocutor, a quien está dirigida la proferencia de una expresión, reconozca el acto ilocutivo realizado y que, en virtud de ese reconocimiento, reaccione consecuentemente (F. Recanati, 1987). A esa intención constitutiva de la conducta lingüística comunicativa, se la ha denominado intención ilocutiva (v. supra 4.1). El concepto de acto ilocutivo está directamente ligado con el de fuerza ilocutiva y, en cierto sentido, se deriva de él. Es la fuerza ilocutiva que el hablante inscribe en sus proferencias la que determina, entre otras cosas, la clase de acto ilocutivo que éste esté realizando. La fuerza ilocutiva es especialmente interesante desde el punto de vista lingüístico porque en ocasiones se encuentra gramaticalizada, esto es, indicada por el significado lingüístico de las expresiones utilizadas. Compárense los siguientes pares de oraciones: (1) a. Mañana te traeré el dinero b. Te prometo que mañana te traeré el dinero (2) a. Has puesto el reloj en hora b. Te advierto que has puesto el reloj en hora (3) a. Ten todo preparado para una rápida salida b. Te ordeno que tengas todo preparado para una rápida salida En los miembros b de estos pares de oraciones, la fuerza ilocutiva con la que son (hipotéticamente) proferidas está representada en los predicados de la oración principal, a saber, con la fuerza de una promesa, una advertencia y una orden, respectivamente. A este tipo de predicados, cuyo significado está ligado

a la representación de una fuerza ilocutiva, se les ha denominado predicados realizativos, justamente para indicar que se trata de verbos cuya función es expresar el tipo de acto ilocutivo que el hablante está pretendiendo realizar. En cambio, en los elementos a de los pares de oraciones, esa fuerza ilocutiva no es en principio patente y, para inferirla, hay que acudir a otro tipo de información. Es interesante señalar que la teoría de actos de habla no fue considerada irremediablemente incompatible con una teoría semántica en términos de condiciones de verdad, sino como complementaria de ella. Las teorías semánticas que se basan en las condiciones de verdad fueron juzgadas como insuficientes en la medida en que sólo explicaban o pretendían explicar fenómenos pertenecientes al discurso declarativo, al discurso compuesto por actos de enunciación a cuyo contenido se pueden aplicar con sentido los predicados veritativos. Pero quedaba fuera de su alcance todo el discurso no declarativo, entendiendo por tal las expresiones interrogativas e imperativas, por una parte, y, por otra, todas las oraciones que, a pesar de ser indicativas, se utilizan para realizar actos ajenos a la enunciación. La teoría de actos de habla se ofreció como una 'metateoría' de la teoría de la verdad para dar cuenta de todas las modalidades de utilización del habla. En la medida en que se considera ésta como una sucesión de actos, la teoría considera secundaria la aplicación de los predicados veritativos. Los actos se realizan o no, se ejecutan de un modo apropiado o inapropiado, cumplen ciertas condiciones o no las cumplen, pero no son verdaderos o falsos. La teoría de los actos de habla no utiliza pues los valores semánticos en sus explicaciones, sino que pretende

establecer las condiciones de descripción correcta y realización adecuada de actos lingüísticos, condiciones que los miembros de la comunidad lingüística correspondiente conocen y comparten, y que les permite reconocer cuándo y cómo se ha realizado un acto de una determinada clase. Como en otros aspectos, la teoría de los actos de habla supone un refinamiento de la teoría pragmática del significado, en este caso de la noción de

procedimiento.

En

efecto,

entre

otros

tipos

de

procedimientos

convencionales, es natural suponer que los miembros de una comunidad comunicativa conocen los procedimientos para realizar diferentes actos de habla, es decir, conocen las condiciones a las que deben atenerse para efectuar, mediante la proferencia de expresiones, actos ilocutivos de una u otra clase, conocen las restricciones a que se deben someter para que los actos ilocutivos sean considerados apropiados o correctos. Buena parte de la teoría de los actos de habla está dedicada al análisis de esas condiciones, condiciones que, si no se cumplen, tienen como consecuencia la ruptura del proceso de interacción comunicativa: por ejemplo, un hablante no puede prometer algo si no se ajusta a un procedimiento convencional, que su auditorio también conoce y comparte, para la realización de una promesa; ese procedimiento incluye como parte importante la observancia de un cierto número de reglas, que definen socialmente lo que es el acto de prometer. En consecuencia, si consideramos que la noción de condición de adecuación de un acto de habla es una precisión de la noción de procedimiento, la definición de acto de habla en términos de la teoría intencional del significado se convierte en algo trivial:

Definición de acto de habla

Df. : Un hablante, H, mediante la proferencia realiza el acto de habla i para un auditorio A si y sólo si la proferencia

satisface las condiciones

(conocidas y compartidas por H y A) C1...Cn que definen i

A partir de esta definición se puede obtener, de modo igualmente trivial, una caracterización semi-formal de la noción de fuerza ilocutiva:

Definición

de

fuerza

ilocutiva

Df. tiene la fuerza ilocutiva i si y sólo si mediante el hablante H realiza el acto ilocutivo i para un auditorio A.103

A pesar de que todo apunta a una estrecha relación de la teoría de los actos de habla con la teoría pragmática del significado, existen sin embargo importantes problemas para integrar ambas teorías. Considérese uno que es evidente: la teoría del significado de Grice define la noción de significado para

103

En estas definiciones los subíndices i representan en realidad tipos de fuerzas y

actos ilocutivos, como los que se han esforzado en clasificar numerosos autores, por ejemplo J.Searle, 1969, 1975; A. Ross, 1968, S. Schiffer, 1972, E. Bach y R. Harnish, 1979.

proferencias o, más precisamente, para los correspondientes prolata; en cambio, la teoría de los actos de habla no se refiere tanto al significado como a las condiciones de los actos lingüísticos para tener éxito en la comunicación. J. Searle estuvo en su momento de acuerdo104 en que hay aspectos convencionales del significado ligados al acto locutivo, en realidad a su contenido, pero que "decir algo queriendo decir lo que significa consiste en

intentar realizar un acto ilocutivo"105 y que esa intención, como la de que se reconozca, forma parte del significado de la proferencia. Es decir, que mientras que Grice concibió los efectos de las proferencias sobre los hablantes como efectos perlocutivos, Searle los consideró ilocutivos. Para Searle, lo que el hablante intenta al realizar una proferencia tiene al menos tres componentes106: 1) la intención de realizar un acto ilocutivo que tenga un efecto perlocutivo en A; 2) la intención de que el auditorio reconozca que el hablante pretende que 1); 3) la intención del hablante de que el efecto perlocutivo se produzca en el auditorio a través de 2). En cuanto a su interpretación de la naturaleza del significado, la teoría de Searle no era tan extremada como la de Grice, puesto que admitía un componente fijo, gramatical si se quiere, pero, por otro lado, no dejaba claro si parte de ese significado de la proferencia está constituido por el hecho de que ésta sea un acto ilocutivo y, quizás, porque produzca un efecto perlocutivo en el auditorio. Los intentos posteriores de incorporar una 104

J. Searle, 1969, parágrafo 2.6.

105

J. Searle, op. cit. pág. 54.

106

J. Searle, op. cit., pág. 58.

representación de la fuerza ilocutiva a la descripción estructural de las oraciones así lo parecieron interpretar. Esa incorporación fue asumida mediante lo que se denominó hipótesis realizativa107, con dos interpretaciones: a) la fuerza ilocutiva es semántica y, precisamente por esa razón, tiene indicadores gramaticales. La fuerza ilocutiva ha de estar incluida en la representación semántica de la oración; b) La fuerza ilocutiva es pragmática, pero es preciso introducir información acerca de ella en la descripción estructural de una oración si se quiere tener una semántica correcta, incluso en términos de condiciones de verdad. La interpretación más popular fue la segunda, que suponía una cierta indistinción entre semántica y pragmática en el nivel de la representación estructural de las oraciones. Sin embargo, fue duramente criticada a finales de los años setenta108 con diversos argumentos. Sin reproducirlos, vamos a mencionar un punto que esas críticas obviaban: poseer un determinada fuerza ilocutiva es una propiedad de las proferencias de las oraciones y no de las oraciones mismas, es una propiedad de actos de habla. Resulta por tanto confuso afirmar que esa fuerza ilocutiva ha de estar representada en la descripción de las oraciones. Cuando la fuerza ilocutiva tiene un correlato gramatical, como por ejemplo la presencia de un predicado realizativo en primer persona del singular (`yo prometo...'), es muy probable que las proferencias de esa oración tengan la fuerza ilocutiva que indica ese predicado. Pero en modo alguno es esto necesario. La fuerza

107

Véase J. Ross, 1970, G. Lakoff, 1969 o J. Sadock, 1977.

108

Véase especialmente G. Gazdar, 1979.

ilocutiva no sólo es una función de factores gramaticales, sino también, por su naturaleza pragmática, del contexto de la proferencia de expresiones lingüísticas. En relación con esto, es pertinente señalar que la teoría de actos de habla distinguió entre actos de habla directos y actos de habla indirectos109. Los actos de habla indirectos son actos ilocutivos que se realizan mediante actos ilocutivos directos y que se distinguen de éstos precisamente porque su fuerza ilocutiva no se corresponde con la que se le supone a la expresión por su forma gramatical. Por ejemplo, mediante oraciones interrogativas se pueden impartir órdenes, mediante declarativas o enunciativas se pueden realizar advertencias, recomendaciones, etc. En todos estos casos, existe una diferencia entre lo que se denomina fuerza ilocutiva primaria, que está en relación con indicadores gramaticales (modo verbal, adverbios realizativos, etc.), y la fuerza ilocutiva secundaria que es realmente la que determina el acto de habla que realiza el hablante. Es la fuerza ilocutiva primaria la que en todo caso habría que incluir en la representación del significado de una oración, pero como no se puede predecir a partir de ella la fuerza ilocutiva de sus correspondientes proferencias, su inclusión parece de poca utilidad. En realidad, a partir de la fuerza ilocutiva primaria sólo se pueden hacer generalizaciones probabilistas o predicciones estadísticas sobre la fuerza ilocutiva secundaria de esa oración. De una oración interrogativa es muy probable que se hagan proferencias cuya fuerza ilocutiva secundaria sea la de constituir peticiones o preguntas; de

109

J. Searle, 1975.

una oración cuyo verbo principal es `prometo' es razonable suponer que se utilizará para efectuar una promesa, etc. Pero siempre habrá que tener en cuenta que la fuerza ilocutiva primaria, representada o no en una oración, no determina el acto de habla ilocutivo que puede constituir una proferencia de una oración. ¿Cómo es posible que se realicen actos de habla indirectos? ¿Cómo es posible que un oyente se dé cuenta de que un hablante está realizando un acto de habla diferente del que en principio indica la forma gramatical de su proferencia?. La respuesta a estas preguntas nos remite una vez más al marco teórico general de la teoría intencional del significado. El auditorio entiende que el hablante está realizando un acto de habla indirecto porque capta la intención de éste al realizarlo y su intención secundaria de que el oyente reconozca que está utilizando ese acto de habla indirecto. Ahora bien, ¿qué principios permiten al hablante expresar sus intenciones de tal modo que sean reconocibles por un auditorio? ¿qué reglas le permiten decir más de lo que realmente dicen o significan sus palabras? La respuesta de Grice es: los principios y las reglas que rigen el proceso general de la comunicación mediante el lenguaje, que aseguran su carácter cooperativo y definen su naturaleza racional.

IV.3. El principio de cooperación y las máximas de conversación

Bajo una interpretación no radical, la teoría del significado de H.P. Grice se puede considerar como una teoría sobre el modo en que los hablantes de una lengua utilizan expresiones con un significado convencional o sistémico

para transmitir información que no está contenida en ese significado o que lo modifica sustancialmente. Por lo tanto, más que una teoría sobre el significado sistémico - abstracto, convencional, semántico, la teoría de Grice es una teoría sobre el significado comunicativo o sobre el significado en la comunicación, que atiende a los aspectos dinámicos de la interacción comunicativa y no a los estáticos de la lengua. Por ello, la teoría de Grice es especialmente apta para el análisis del lenguaje en esos contextos dinámicos, como el de la conversación entre un hablante y un auditorio. En primer lugar, H.P. Grice puso de relieve el carácter coordinado de la interacción comunicativa. El hablante y el auditorio que participan en una conversación suelen coordinar sus acciones para facilitar el proceso de transmisión de información del uno al otro. Esto no quiere decir que el hablante y su interlocutor tengan unos mismos fines u objetivos sociales, como a veces se ha interpretado, equivocadamente110. El principio de cooperación es estrictamente lingüístico y comunicativo, y no un imperativo moral acerca del entendimiento entre los hombres. Indica que el hablante ha de hacerse entender y que, para ello, ha de proporcionar al interlocutor elementos suficientes para la comprensión de lo que dice. Quiere decir que, en la búsqueda de los objetivos comunicativos compartidos, el hablante y su

110

Por ejemplo, A. Kasher (1977ª), "Foundations of Philosophical Pragmatics", en R.E.

Butts y J. Hintikka, eds., Basic Problems in Methodology and Linguistics, Dordrecht: Reidel, 1977; F. Kiefer (1979), "What do Convrsatoinal Maxims Explain?", Linguisticae Investigationes, 3, 1, 57-74, y G. Sampson (1982), "The economics of conversation", en N. Smiith, ed., Mutual Knowledge, Londres: Academic Press, 1982.

auditorio han de utilizar los medios adecuados para la consecución de esos objetivos. Esos medios, en la medida en que son convencionales, se pueden expresar en forma de reglas. Cuando se analiza, no ya la interacción verbal de dos hablantes en particular, sino la de toda una comunidad lingüística, estas reglas adquieren carácter general, carácter de máximas a las que se ajustan, tienden a ajustarse o se deben ajustar las conductas lingüísticas de los participantes en un proceso de intercambio de información mediante el lenguaje. El sentido abstracto de estas máximas puede ser expresado como un principio de carácter general, del cual las máximas encarnan diferentes aspectos. Según Grice, ese principio puede ser denominado principio de cooperación y ser formulado del modo siguiente:

Principio de cooperación lingüística

Haga su contribución a la conversación, allí donde tenga lugar, de acuerdo con el propósito o la dirección - tácita o explícitamente aceptada- del intercambio en que se halla inmerso.

Este principio expresa pues el carácter coordinado que tiene o debe tener la conducta lingüística de dos hablantes que se comunican entre sí. Si uno de ellos viola este principio, el que ejerce de interlocutor puede extraer una de las dos siguientes conclusiones: 1) el hablante no tiene intención real de comunicarse, o 2) el hablante está violando aparentemente el principio de

cooperación con la finalidad de introducir o transmitir nueva información en el proceso comunicativo. Uno de los mayores méritos de la teoría de Grice fue el de indicar los diferentes fenómenos pragmáticos que tienen lugar al transgredirse el principio de cooperación, en las diferentes formas en que éste puede concretarse, en las diferentes máximas regulativas de la comunicación. De acuerdo con el análisis de Grice, las máximas conversatorias se distribuyen en las cuatro categorías tradicionales de cantidad, cualidad, relación y modo. Comenzando por esta última se suelen expresar de la siguiente manera111:

Máxima de modo

Sea claro - o perspicuo 1) evite expresarse de una forma oscura 2) evite ser ambiguo 3) sea breve - evite ser innecesariamente prolijo 4) sea ordenado

Los puntos 1) - 4) constituyen las diferentes submáximas que precisan el significado de la máxima general, aunque a su vez necesiten también de

111

Véanse R.Kempson, 1975, G. Gazdar, 1979, J.J. Acero, E. Bustos y D. Quesada,

1982, S. Levinson, 1986.

aclaración. Por ejemplo, se ha considerado que 1) puede concebirse como una instrucción para que el hablante y auditorio se muevan en el mismo nivel lingüístico, lo cual quiere decir no sólo que utilicen la misma lengua, sino posiblemente que utilicen la misma norma112. Según G. Gazdar113, la submáxima 2) se puede interpretar como una instrucción doble: 1.a) no usar expresiones ambiguas y 1.b) no asignar más de una interpretación a las expresiones. La submáxima 3) en cambio no sólo se debe interpretar como una limitación en la longitud de las expresiones, como Gazdar sugirió, sino también como una constricción sobre la introducción de redundancia en el proceso comunicativo, algo así como: evite ser innecesariamente redundante. La submáxima 4) tiene especial importancia en las oraciones que expresan una relación temporal o una descripción espacial, pues éstas se utilizan en ocasiones para expresar una relación causal entre acontecimientos sucesivos o su distribución.114

112

Para la noción de norma, véase E. Coseriu, 1962.

113

G. Gazdar, 1979, pág. 44.

114

Por ejemplo, un hablante de español no interpreta del mismo modo (a) Pepita se casó y se quedó embarazada (b) Pepita se quedó embarazada y se casó ni (c) y (d) (c) Juan fue a la guerra y vino destrozado

Máxima de relación

Sea relevante o, más explícitamente, haga que su contribución conversatoria sea relevante con respecto a la dirección del intercambio.

Gazdar observó que esta máxima tendría una importancia esencial, si hubiera un tratamiento preciso de la noción de relevancia. Como veremos, precisamente el desarrollo de esa noción ha constituido la forma en que ha evolucionado el paradigma de la teoría pragmática (v. infra 4.6).

Máxima de cualidad

Trate de que su contribución conversatoria sea verdadera

(d) Juan vino destrozado y fue a la guerra porque el orden de los elementos es importante incluso para la determinación de las condiciones de verdad de esas oraciones. Aunque tal tipo de enunciados se han analizado como fuente de implicaturas, parece más adecuado pensar que lo presuntamente implicado es en realidad parte del contenido del enunciado, una parte pragmáticamente determinada. Véase D. Sperber y D. Wilson "Pragmatics and modularity", CLS, 22, parte 2, págs. 67-84.

1) no diga lo que cree que es falso 2) no afirme algo para lo cual no tenga pruebas suficientes

Esta máxima está relacionada con la convención de veracidad, principio que, de acuerdo con D. Lewis115, serviría para establecer un criterio diferenciador entre la clase de los lenguajes posibles y los reales - en una lengua real predomina el respeto a esta convención y, por eso, es posible la mentira. Obliga a los hablantes de una lengua a atenerse a la verdad y, en virtud de esta máxima, puede el auditorio inferir que el hablante manifiesta sus creencias mediante su conducta lingüística. Sin embargo, en la formulación original de Grice, la máxima sólo tenía aplicación a los actos de enunciación o aserción, puesto que son los únicos susceptibles de ser calificados con valores de verdad. Aunque Gazdar 116 aceptaba esa limitación, insinuó el modo en que se podía obviar: si se considera que la máxima ha de aplicarse a cualesquiera actos de habla, se ha de reemplazar la convención de veracidad por una convención de sinceridad o de buena voluntad, que asegure que los hablantes realizan actos de habla cuyas condiciones creen que se dan. Esa sustitución incluiría por tanto el caso en que se realizan aserciones, puesto que una de las condiciones para realizarlas es justamente que el hablante crea lo que afirma. Por tanto, la reformulación propuesta decía:

115

D. Lewis, 1969.

116

G. Gazdar, 1979, pág. 48.

Máxima de cualidad

Trate de que su contribución conversatoria sea sincera 1) no trate de realizar un acto de habla del cual sabe que no se cumplen las condiciones de realización 2) no trate de realizar un acto de habla para el cual no sabe si se cumplen las condiciones de realización.

El caso de las promesas insinceras, por ejemplo, constituye una violación de la máxima de cualidad así reformulada, pues quien las realiza sabe positivamente que falta una de las condiciones para la realización del acto de prometer. En virtud de esa reformulación lo que el auditorio está autorizado a inferir de la realización de determinados actos de habla es que quien los realiza o pretende realizarlos cree que se dan las condiciones necesarias para que se lleven a efecto.

Máxima de cantidad

1) haga que su contribución conversatoria sea tan informativa como lo exige la dirección del intercambio

2) haga que su contribución informativa no sea más informativa de lo que exige la dirección del intercambio

Esta máxima es particularmente importante, porque mediante su violación se producen fenómenos pragmáticos importantes, como los que se comentan más adelante. Muchas veces se ha utilizado esta máxima como recurso para proponer soluciones a problemas como el de la presuposición117 Respecto a ella, se señaló la aparente gratuidad de la segunda submáxima, ya que parece estar implicada en la primera. La expresión `tan informativa como lo exija...' se puede interpretar de una forma natural como `exactamente tan informativa como lo exija...' , lo cual implica que no ha de serlo más (ni menos). En segundo lugar, se señaló la vaguedad o indeterminación en algunas expresiones de su formulación. `Como sea necesario' resulta una fórmula cómoda, pero difícil de concretar: ¿cuál es la cantidad necesaria de información para que progrese un intercambio comunicativo? Parece difícil dar una respuesta a esta pregunta que no mencione precisamente el progreso en la comunicación, es decir, que no sea circular. Además, está el problema de si lo `necesario' lo es de una forma objetiva, independiente de las creencias de hablante y auditorio. Porque si lo necesario es lo que hablante y auditorio juzgan como necesario, es difícil caracterizar la cantidad de información precisa al margen de situaciones concretas. Otro problema adicional lo plantea el término 'información'. Si se quiere formalizar de algún modo la máxima, la

117

Véase R. Kempson, 1975 o G. Gazdar, 1979.

formulación ha de incluir una cuantificación sobre la información, para establecer posteriormente cuál es el mínimo correspondiente, relativo a un momento del intercambio. Pero la realidad es que ni a finales de los setenta, ni ahora, se dispone de una noción matemática de información semántica que se pueda aplicar al lenguaje natural118. R. Kempson indicó119 por su parte que la máxima de cantidad había de interpretarse de forma que satisficiera las siguientes exigencias: 1) la exigencia de poder contestar preguntas de modo apropiado, esto es, de que las preguntas contuvieran la información necesaria para poder formular una respuesta; 2) la exigencia de que se presentara información suficiente en las preguntas y en los imperativos para posibilitar su adecuada satisfacción y 3) la exigencia general de no decir lo que es familiar u obvio. En realidad, se trata de formas de concretar la exigencia general de información necesaria en cualquier intercambio, exigencia que Kempson remitía a un universo pragmático del discurso. Efectivamente, parece razonable suponer que la información necesaria en un determinado momento de la conversación ha de estar relativizada en primer lugar a lo que saben hablante y auditorio o, más precisamente, al conocimiento que comparten y que fundamenta el intercambio. En ese sentido sería una violación de la máxima de cantidad que

118

A pesar de los valiosos intentos de F. Dretske, Knowledge and the flow of

information, Cambridge, Mass.: MIT, 1981; Explaining Behavior, MIT, 1988.

119

R. Kempson, 1975, pág. 162.

un hablante dijera a un auditorio una información que aquél sabe que éste conoce. La máxima de cantidad se habría de relativizar pues al conocimiento común de hablante y auditorio. Tal como expresaba esta relativización Kempson, la máxima de cantidad incluía la submáxima: 3) no afirme ninguna oración que sea un miembro del universo pragmático del discurso. La submáxima se puede generalizar, a su vez, para incluir otros tipos de actos de habla y excluir, por ejemplo, que se formulen preguntas de las que el hablante sabe la respuesta y sabe que el auditorio sabe que el hablante la conoce, etc. Del mismo modo que en el caso del principio de cooperación lingüística, del cual se derivan, ha habido malentendidos acerca de la naturaleza de las máximas. El hecho de que estén formuladas en modo imperativo, ha hecho suponer que las máximas son algo así como reglas normativas que definen lo que es una buena conducta comunicativa; algo así como preceptos conversatorios. Pero la finalidad de la formulación de las máximas no es normativa, sino descriptiva. Constituyen generalizaciones sobre la conducta comunicativa de los hablantes, generalizaciones que, además, permiten entender por qué y cómo los actos verbales pueden ser dotados de significado por un hablante y comprendido por un interlocutor. Esto no quiere decir evidentemente que la conducta real de los hablantes de una lengua se atenga siempre a las máximas en cuestión, que siempre la observe. Es evidente que en muchas ocasiones esto no es así, que los hablantes, por una razón u otra no ajustan su conducta comunicativa a las

máximas. Pero es preciso distinguir entre esas razones para tener una mejor conciencia de la naturaleza y la función de las máximas conversatorias. En primer lugar, hay que diferenciar entre lo que es la inobservancia intencional de una máxima de la que no es voluntaria. Por diversas razones también, los hablantes de una lengua pueden incurrir en violaciones de las máximas sin querer: pueden que su competencia comunicativa sea escasa, pueden estar desatentos, pueden entender mal, etc. En todas esas ocasiones, el hablante no pretende dejar de observar la máxima de manera consciente, sino que lo hace de forma inadvertida o involuntaria. H. P. Grice reservó para estos casos el rótulo de infracciones. Cuando un hablante infringe una máxima, lo único que podemos concluir es su incapacidad comunicativa, su desatención, su falta de comprensión, etc., pero no que esté tratando de equivocarnos o hacernos pensar que pretende insinuar o implicar algo más de lo que las palabras dicen. Otra cosa diferente es que los hablantes dejen de observar una máxima de forma consciente y voluntaria. También en estos casos H. P. Grice distinguió entre diferentes modalidades de inobservancia. Para las violaciones propiamente dichas de las máximas, reservó los casos en que la no observancia no es patente, sino, por así decirlo, sibilina, en general malintencionada. Cuando el testigo de un juicio, sin mentir, hace una declaración que aporta menos información de la que sabe, o se reserva ciertas informaciones pertinentes sobre las cuales no se le pregunta directamente, está incurriendo en una violación. Igualmente lo hace el político cuando, con una jerga deliberadamente confusa, sin decir nada falso, pretende oscurecer u ocultar parte de lo que afirma, etc. Un caso similar a este tipo de violación es cuando el

hablante, por razones externas, a veces de fuerza mayor, opta por la inobservancia. Por ejemplo, cuando se le pregunta a un periodista por sus fuentes de información, éste puede, y debe, escoger no revelar tales fuentes. Sin embargo, el caso más interesante y común de inobservancia de las máximas se produce cuando el hablante incumple voluntariamente las máximas con fines comunicativos. En esta clase de incumplimientos, que se caracterizan por ser comunicativamente productivos, la intención del hablante es hacer que el interlocutor acceda a lo que él trata de decir precisamente ante la patente inobservancia de la máxima. Lo que quiere inducir el hablante es un razonamiento. Algo así como: puesto que el hablante es en principio cooperativo, lo que dice, que incumple la máxima X, no puede ser lo que quiere decir. Para averiguar lo que el hablante quiere decir, el interlocutor ha de acudir a la consideración del contexto, de la situación comunicativa, del conocimiento compartido con el hablante, etc. Así, ha de conseguir establecer lo que el hablante pretende decir, el significado que adscribe a sus palabras que, ese sí, ha de atenerse a las máximas conversatorias y al principio de cooperación lingüística. Los incumplimientos productivos de las máximas pueden ser simples, cuando el hablante se limita a dejar de observar una máxima, o complejos cuando, ante el posible conflicto entre dos o más máximas el hablante otorga primacía a una sobre otra. Por ejemplo, en muchas ocasiones los hablantes escogen observar la máxima de relación (sea relevante) a la máxima de cantidad. Por ejemplo, en el siguiente intercambio: H.- ¿Ha dejado Juan de fumar?

I.- Aún no es viernes El (I)nterlocutor podría haberse limitado a responder 'no', ateniéndose estrictamente a la máxima de cantidad, pero escoge ser relevante dado el posible conocimiento compartido con el (H)ablante (por ejemplo, la promesa de Juan de comenzar su abstinencia el viernes, etc.). La utilización general de la máxima de relevancia para introducir nueva información o para hacer progresar un intercambio comunicativo propició que se considerara el núcleo de los procesos inferenciales comunicativos (v. infra 4.6). Una

última

conversatorias:

observación

aunque

con

sobre

la

aspiraciones

naturaleza de

de

generalidad,

las

máximas

incluso

de

universalidad, puesto que son parte de la racionalidad comunicativa, pueden ser objeto de variación transcultural. Esto quiere decir que es posible que exista un cierto margen de indeterminación en los juicios acerca de la observancia de las máximas. Incluso en el caso de una misma cultura, son frecuentes los casos en que existen variaciones en los que los hablantes pertenecientes a ciertos grupos consideran que es adecuado o propio en una conducta comunicativa. En primer lugar, porque existen factores sociales, como la cortesía, que modulan la observancia de las máximas conversatorias. Así, el principio social de cortesía puede imponerse a la máxima conversatoria de cualidad (no decir lo que se cree falso), sin que ello afecte al juicio social de la conducta comunicativa. Por otro lado, existen tradiciones históricas y culturales en ciertos grupos que rebajan o elevan los umbrales de observancia de las máximas conversatorias. Por ejemplo, existen tradiciones que hacen a ciertos grupos o nacionalidades especialmente parcos en sus intercambios comunicativos. En estos casos, no es

que se viole sistemáticamente la máxima de cantidad, sino que tal cantidad puede variar; para los hablantes pertenecientes a esos grupos, el umbral de observancia de la regla puede ser inferior (o superior)120

IV.4. Implicaciones convencionales y conversatorias

Hemos mencionado anteriormente diversas ocasiones en que se da una situación en los intercambios comunicativos verbales entre un hablante y un auditorio que es difícil de explicar en términos puramente gramaticales. Se trata de la situación en que un hablante pretende decir, y dice, más de lo que sus palabras expresan o significan consideradas en cuanto a su significado literal, convencional o sistémico, de tal modo que el auditorio no sólo recibe la información recogida en esas palabras, sino que también, a partir de ellas y de las características de la situación comunicativa, puede inferir lo que el hablante sugiere o implica sin decirlo explícitamente. En estas situaciones es cuando tienen lugar lo que en teoría pragmática se denominan implicaturas o implicaciones pragmáticas. En principio, las implicaturas se pueden caracterizar como informaciones que el auditorio infiere a partir de lo que el hablante dice, pero que no obstante no forman parte de ello. Las implicaturas siempre se 120

Cfr. E.O. Keenan (1976), "The Universality of Conversational Postulates", Linguistics, 5,

67-80 y E. Bustos (1996), "Las críticas antropológicas a la teoría intencional del significado",

Endoxa, 7.

producen dentro de un determinado contexto y dependen parcialmente de él. Se diferencian de las implicaciones estrictas en que éstas forman parte de lo que el hablante dice literalmente o se pueden deducir lógicamente de ello. Lo que una proferencia de un enunciado implica tiene por tanto dos aspectos: 1) lo que se deduce del significado literal o semántico y de la estructura lógica de la expresión, 2)

lo que la proferencia de la expresión en cuestión, en un

determinado contexto, permite inferir al auditorio de forma independiente de 1). En la terminología acuñada en español121se suele mantener constante el predicado `implicar' para ambas nociones, pero se suelen emplear dos sustantivos:

implicación para la relación lógico-semántica e implicatura

para la pragmática. De un modo más preciso de lo que es habitual, L. Karttunen y S. Peters122 caracterizaron

la noción de implicatura del modo siguiente: "si la

proferencia de una oración  en un contexto determinado autoriza la inferencia de que p , incluso aunque la proposición p sea algo por encima o por debajo de lo que el hablante dice realmente, entonces éste ha implicado que p, o p es una implicatura (o implicatum) de la proferencia de  ". De esta caracterización se sigue que implicar pragmáticamente es una relación entre un hablante y determinadas ideas o proposiciones, relación que

121

Véase Acero, Bustos y Quesada, 1982 , S. Levinson, 1986(1990). En inglés se suele

reflejar la distinción con el uso de entail para la implicación logico-semántica e imply para la pragmática. 122

L. Karttunen y S. Peters, 1979, pág. 2.

tiene lugar en contextos concretos. Mientras que en el caso de las implicaciones se puede prescindir de consideraciones contextuales y por esa razón hablar, en general, de las implicaciones de las oraciones, no sucede lo mismo con las implicaturas, que están ligadas más o menos fuertemente a un contexto: son las proferencias efectuadas por un hablante las que son el sujeto de las implicaturas, por lo que no tiene sentido hablar de implicaturas de oraciones. En lo sucesivo se supondrá que no existe diferencia entre `H implicó pragmáticamente p con la proferencia de ' y `, al ser proferida por H, implicó pragmáticamente p'. Además de depender del contexto, las implicaturas están directamente ligadas al principio de cooperación mencionado en la anterior sección. Para poder inferir que el hablante está implicando pragmáticamente algo, el oyente ha de suponer como condición que aquél se está ateniendo al principio de cooperación: que todo lo que está diciendo es relevante para la comunicación, que no miente, que no utiliza las palabras gratuitamente, etc. Es decir, el auditorio ha de suponer que el hablante intenta decir algo que va en la dirección del intercambio comunicativo, aunque sus palabras parezcan no hacerlo tomadas literalmente. Grice (1975) distinguió entre dos clases principales de implicaciones pragmáticas, las convencionales y las conversatorias, dependiendo de la naturaleza de su conexión con el contexto. En las implicaturas de la primera clase, el contexto y las máximas de conversación tienen menos importancia, pues se trata de implicaciones que se basan en aspectos convencionales del significado de las expresiones empleadas en una determinada proferencia o de

las estructuras gramaticales escogidas por el hablante para realizar tales proferencias. Las implicaciones convencionales tienen en común con las implicaciones logico-semánticas que dependen de la estructura de las expresiones, pero, a diferencia de ellas, no son de naturaleza veritativo condicional. Es decir, dadas dos oraciones que tienen las mismas condiciones de verdad, han de tener las mismas implicaciones, aunque puede suceder que una tenga una implicación pragmática convencional que no tenga la otra.123. Una de las características típicas de las implicaciones convencionales es que son desmontables (detachable), es decir, que, dada una oración portadora de una implicación convencional siempre es posible encontrar otra, equivalente desde el punto de vista de sus condiciones de verdad, que carezca de esa implicatura, como sucede en el ejemplo de la nota anterior. Otra característica importante de las implicaciones convencionales, que ha servido como criterio para distinguirlas de las conversatorias, es que no son cancelables, es decir,

123

Considérense las siguientes oraciones: (a) Irak retiró los misiles y los EEUU no cumplieron las condiciones (b) Irak retiró los misiles, pero los EEUU no cumplieron las

condiciones

Ambas oraciones tienen las mismas condiciones de verdad, pero en la segunda la presencia de pero introduce una implicación convencional: la expresión, por parte de quien la usa, de una cierta contraposición entre los hechos enunciados por las dos oraciones, contraposición ausente en (a)

que no se puede afirmar lo contrario de lo implicado convencionalmente por una expresión adjuntando una cláusula cancelatoria.124 Las implicaciones convencionales han planteado fundamentalmente dos tipos de problemas. El primero se refiere a la presunta necesidad de introducir información referente a ellas en el diccionario o lexicón, para dar cuenta de cierto tipo de inferencias, para recoger la parte de significado que deja fuera la concepción semántica estricta de las condiciones de verdad. De hecho, como L. Karttunen y S. Peters demostraron125, las implicaciones convencionales se pueden incorporar a un modelo formal de la semántica de una lengua - la gramática de Montague, en su caso -, debido a su relativa independencia del contexto, que permite situar algunas o la mayoría de estas implicaciones en elementos léxicos (morfemas, gramaticales o léxicos) y no en las proferencias concretas de expresiones. Así, se puede afirmar que quien usa el enunciado (c)

124

Por ejemplo, considérese la oración (c), que es portadora de una implicación

pragmática convencional: (c) También los americanos cometen errores

La implicación convencional, que tiene su origen en el uso de también, es (d) Otros, además de los americanos, cometen errores

Como es convencional, la implicación produce una inconsistencia cuando se pretende cancelar: (e) También los americanos cometen errores, y nadie más comete errores

125

L. Karttunen y S. Peters, 1979.

de la nota anterior está implicando con toda probabilidad (d), sea cual sea el contexto de la proferencia. Esa independencia del contexto convierte a las implicaciones convencionales en un fenómeno limítrofe entre la semántica y la pragmática, más aún si no se identifica la semántica con una teoría de las condiciones de verdad de las expresiones lingüísticas. De hecho, si se atiende al criterio que se ha utilizado para delimitar lo semántico de lo pragmático, el de la distinción entre expresión tipo y proferencia o ejemplar de una expresión, las implicaciones convencionales caen más bien del lado de la semántica. En relación con esta adscripción, se ha planteado el segundo tipo de problemas referido a las implicaciones convencionales. Si los morfemas o las estructuras gramaticales origen de implicaciones convencionales no introducen modificaciones en las condiciones de verdad, ¿cuál es su función? ¿qué es lo que impulsa a un hablante a introducirlas? De acuerdo con el modelo inferencial de la comprensión lingüística que hemos adelantado, la respuesta es que mediante las implicaciones convencionales el hablante transmite al auditorio una información ajena a las condiciones de verdad de lo que dice. Utilizando el ejemplo de la nota anterior, (d) no parece formar parte del contenido semántico veritativo de (c), de tal modo que (c) puede ser verdadero sin que lo sea (d). Para que (c) sea verdadero, de acuerdo con la general opinión, basta con que lo sea (f) los americanos cometen errores de tal modo que la inconsistencia de (e) no es una inconsistencia que parezca deberse a la incompatibilidad entre las condiciones de verdad de los elementos

de la conjunción, conjunción que equivale, desde el punto de vista de las condiciones de verdad a (g)126 (g) sólo los americanos cometen errores Las oraciones (c) y (g) no parecen por lo tanto incompatibles, pueden ser verdaderas a un tiempo y, sin embargo, su conjunción es intuitivamente inconsistente para los hablantes del español. La inconsistencia se da en realidad entre lo que (c) implica convencionalmente, esto es, (d), y (g): ambas oraciones no pueden ser verdaderas a un tiempo. Ahora bien, ¿Cuál es la razón de que un auditorio que oiga proferir (c) esté autorizado a inferir que quien lo hace cree (d)? ¿Qué es lo que le permite atribuir esa creencia? El principio de cooperación y las máximas conversatorias proporcionan una respuesta. La máxima conversatoria de relación permite suponer que la introducción del término `también'

es relevante para la expresión de las intenciones del

hablante; la máxima de cualidad asegura que el hablante está realizando una afirmación, que cree que se dan las condiciones para hacer esa afirmación, entre ellas la de que la cree verdadera; la máxima de cantidad es la que asegura que (c) es tan informativa como quiere y cree necesario el hablante (y no más), etc. Son estas máximas, estas reglas para el intercambio verbal comunicativo las que convierten la introducción de `también' en un procedimiento

convencional

para

realizar

una

implicación

convencional

determinada. Así, el primer problema se puede replantear en los siguientes

126

Véase E. Bustos, Pragmática del español, Madrid: UNED, 1986, para un análisis

más detallado de la dimensión pragmática de la cuantificación.

términos, ¿se debe reflejar en el diccionario, en la información que determina la interpretación de un elemento léxico, que la utilización de ese elemento léxico constituye un procedimiento convencional para la realización de implicaciones convencionales? La respuesta afirmativa sería una respuesta sensata puesto que esos procedimientos convencionales han adquirido naturaleza social con el desarrollo histórico de la lengua, esto es, han pasado a formar parte del sistema de la lengua, por lo que deben formar parte de su descripción. A diferencia de las implicaciones convencionales, las conversatorias se caracterizan por una conexión más estrecha con el contexto y una relación más directa con las máximas conversatorias y el principio de cooperación. Según el grado de dependencia del contexto, las implicaciones conversatorias se dividen a su vez en particulares y generalizadas. De modo general y de acuerdo con el análisis de Grice, la noción de implicación conversatoria se ha caracterizado del siguiente modo127 :

Definición de implicación conversatoria

Al decir que  (o que A tiene que ), el hablante H implica conversatoriamente que  (o que A tiene que ) si y sólo si 1) H dice que  (o que A tiene que )

127

Véase Acero, Bustos y Quesada, 1982.

2) A no tiene razón alguna para suponer que H no está observando el principio de cooperación (o las máximas de conversación) 3) A piensa que el hablante H observaría el principio de cooperación si estuviera pensando que  (o que A tiene que B) 4) el hablante H sabe (y sabe que A sabe que H sabe) que A reconocería su intención primaria si A pensase que  (o que A tiene que B) 5) el hablante no hará nada para evitar que A piense que  (o que A tiene que B).

Esta caracterización general está en conexión con las cinco propiedades mencionadas por H.P. Grice128 para diferenciar entre una y otra clase de implicaciones: 1) las implicaciones convencionales no han de formar parte del significado de (la proferencia de) la expresión que las produce. Esto significa que las implicaciones conversatorias no son predecibles a partir de la información semántica que sirve para interpretar la expresión, aunque esta información incluya propiedades no aléticas (de condiciones de verdad). Aunque el significado convencional es un requisito para la comprensión de la implicación conversatoria, ésta no está en función de aquél. Las implicaciones convencionales no producen por sí solas implicaciones conversatorias.

128

H.P. Grice, 1975, Logic and conversation; veáse también R. Kempson, 1975, G.

Gazdar, 1979.

2) las implicaciones conversatorias son sensibles al contexto y por esa misma razón son cancelables, a diferencia de las implicaciones convencionales. Esta cancelación se puede producir mediante la determinación explícita del contexto, o mediante la adición de una cláusula cancelatoria que niegue explícitamente la implicación conversatoria.129

3) a diferencia de las implicaciones convencionales, las implicaciones conversatorias no son desmontables o sustituibles, lo cual quiere decir que, si una expresión es portadora de una implicación de esta clase, no se pueden sustituir elementos en ella por otros equivalentes para que la implicatura desaparezca.130 4) la implicación conversatoria no ha de constituir una condición veritativa de (la proferencia de) la oración que la produce.

129

Por ejemplo, se suele considerar que (a) mi mujer me criticó por haberme mostrado grosero con su amiga implica conversatoriamente (b) me mostré grosero con la amiga de mi mujer La razón de que se considere una implicación conversatoria y no convencional es que la

implicación se puede cancelar, se puede negar sin caer en una inconsistencia: (c) mi mujer me criticó por haberme mostrado grosero con su amiga

y, sin

embargo, yo no me había mostrado grosero con ella

130

Por ejemplo, si en (a) se sustituye el predicado `criticar'

`censurar' u otro similar la implicación no desaparece.

por `reprochar',

Esta condición es bastante obvia si se quiere mantener una distinción clara entre implicaciones pragmáticas y lógicas: si la implicación pragmática resulta ser falsa, (la proferencia de) la oración que la produce no tiene por qué ser falsa o carente de valor de verdad. Este criterio no sólo tiene utilidad para distinguir las implicaciones conversatorias de las implicaciones lógicas, sino también para diferenciarlas de algunos fenómenos semánticos estudiados en los años 7o y 80 bajo el rótulo de presuposiciones.

5) la implicación conversatoria no ha de ser necesariamente unívoca. Esto es, dada una determinada proferencia que produzca una implicación conversatoria, esa implicación ha de poder elegirse entre un conjunto de dos o más implicaciones conversatorias posibles y compatibles con la proferencia. En la medida en que este último requisito está formulado en términos de posibilidad es menos restrictivo que los demás y, en consecuencia, no resulta decisorio muchas veces para distinguir implicaciones conversatorias. Estas características constituyen un medio heurístico para identificar implicaciones conversatorias, pero no equivalen a su definición. Como señaló G. Gazdar131, el propio H.P. Grice no dio con una definición explícita de implicación conversatoria, y las definiciones que pretendieron llenar ese hueco tenían aspectos bastantes insatisfactorios.

131

G. Gazdar, 1979.

Lo que se ha dicho hasta ahora es útil para distinguir la noción de implicación conversatoria de otros tipos de implicaciones, como la lógica o la convencional, pero no sirve para diferenciar entre las dos clases de implicaciones conversatorias a que se ha hecho mención, las generalizadas y las particulares. Esa distinción no puede trazarse con criterios muy rígidos, si nos atenemos a lo que sobre ellas dijo Grice. Para él, las implicaciones conversatorias particulares se caracterizan por proceder de factores especiales inherentes al contexto de proferencia: "casos en los que una implicatura es producida mediante la proferencia de p en una ocasión particular en virtud de aspectos especiales del contexto"132 Esas implicaturas no dependen por tanto ni del significado sistémico de la expresión proferida, ni de la presencia en esa proferencia de expresiones particulares. Dicho de otro modo, la proferencia en cuestión no conllevaría la implicación conversatoria particular si hubiera sido utilizada en otro contexto. El origen de estas implicaturas es el respeto a las máximas conversatorias en un determinado contexto.133 132

H. P. Grice, 1975, pág. 73.

133

Como ejemplo de este tipo de implicaciones, Karttunen y Peters (1979)

mencionaron ciertos fenómenos presuposicionales relativos a los condicionales en subjuntivo, pero

es posible

encontrar

ejemplos menos problemáticos. Considérese

la

siguiente

conversación: (a) H1.- ¿Le has propuesto ya el negocio? H2.- No, la fruta aún no está madura Este puede pasar por un ejemplo claro de implicación conversatoria basada en la (aparente) violación de la máxima de relación en un contexto específico. Si H1 entiende correctamente la intención de H2, ha de concluir, entre otras cosas posiblemente, que H2 ensa

En contraste con las implicaciones conversatorias particulares, las generalizadas se dan cuando "se puede decir que el uso de ciertas formas de las palabras en una proferencia llevaría consigo (en ausencia de circunstancias especiales) tal o cual implicatura o tipo de implicatura"134. Esto es, en las implicaciones generalizadas hay una mayor independencia del contexto que en las particulares. Ahora bien, un problema con las implicaciones conversatorias que no es aún el momento adecuado para realizar esa propuesta, y ello a través de la considerción de tres aspectos distintos de la proferencia de H2: 1) lo que tal proferencia significa o, de forma equivalente, lo que H2 dice ; 2) el contexto en que H2 profiere la expresión, esto es, como respuesta a una pregunta alternativa, y 3) la suposición de que se está ateniendo al principio de cooperación. Una sugerencia inmediata es la de que todas las expresiones

que

tienen

o

pueden

tener

sentido

figurado

introducen

implicaciones

conversatorias, en la medida que indican o sugieren más, o algo diferente de, lo que dicen, pero esta consideración no es sino una corroboración del análisis de Grice. La expresión implicadora en la conversación anterior puede tener un sentido figurado, o no tenerlo, puede ser considerada como una expresión metafórica o literal dependiendo del contexto. Por ejemplo, en (b) H1 .- ¿Habéis recogido ya la cosecha de pera? H2 .- No, la fruta aún no está madura H2 está empleando la expresión en un sentido `literal' y, por tanto, no está implicando conversatoriamente que aún no es el momento de recoger la fruta, lo está diciendo. Hay casos en los que determinadas expresiones tienen sólo un sentido figurado o metafórico, por lo que se puede afirmar que se han de utilizar para introducir implicaciones conversatorias. En esos casos, en la medida en que el contexto sea más o menos importante para la determinación de lo implicado, resulta difícil distinguir si se trata de implicaciones conversatorias de tipo general o particular. 134

H.P. Grice, op. cit. pág. 73.

generalizadas es que se pueden confundir fácilmente con las convencionales como señaló el mismo Grice -, debido a la relativa independencia del contexto. La cancelabilidad, en cuanto criterio para distinguir unas de otras, puede servir en la mayoría de los casos, pero no en todos. Los propios ejemplos de Grice fueron muy poco claros a este respecto.135 Otro tipo de fenómenos que han sido asimilados a las implicaciones conversatorias generalizadas están ligados a la cuantificación. Por ejemplo, considérense las siguientes expresiones cuantificadas: (a) algunos alumnos aprobaron (b) algunos alumnos no aprobaron 135

Por ejemplo, afirmaba que la expresión (a) x va a conocer a una mujer esta noche implica de forma conversatoria y generalizada que la mujer en cuestión no se trata de

"la esposa, madre o hermana de x, ni siquiera una amiga platónica". R. Kempson, en cambio, se refirió a ejemplos más claros, como el que proporciona la proferencia de expresiones disyuntivas : (b) la carta de x llegará hoy o mañana en que, según ella, se implica de forma general que quien la profiere no sabe si la carta llegará en una fecha o en otra, porque, si lo suera, en virtud de la observancia del principio de cooperación, en particular de la máxima de cantidad, habría de afirmar una u otra cosa. La implicatura es conversatoria porque es cancelable, siempre según Kempson: (c) la carta de x llegará hoy o mañana, y no estoy dispuesto a

decir nada más que

eso La oración (c) deja abierta la posibilidad de que quien la profiere sepa o no cuándo llega la carta. Así, en general, quien profiere (b) hace una implicatura conversatoria de tipo estémico (sobre sus creencias), pero que se puede cancelar en ocasiones.

De acuerdo con G. Gazdar136, se puede argumentar que (a) y (b) están en una típica relación de implicatura. Quien profiera (a) sugerirá generalmente (b), sea cual sea el contexto de proferencia, pues se ha de suponer que dice exactamente lo que quiere decir y es tan informativo en lo que dice como le es posible. Esa implicatura es cancelable, sin embargo, como lo prueba la consistencia de (c) algunos alumnos aprobaron, de hecho, lo hicieron todos por lo que es conversatoria, pero generalizada, por su relativa independencia de las consideraciones contextuales, ya que se fundamenta en la general observancia de la máxima conversatoria de cantidad. Otro tipo de ejemplos lo ha proporcionado el empleo de predicados evaluativos. Considérese (a) el jurado condenó al acusado por homicidio (b) el acusado era responsable de homicidio Ch. Fillmore137 pensaba que la relación entre (a) y (b) era de presuposición, pero Karttunen y Peters indicaron que tal presuposición era cancelable, como en (c) el jurado condenó al acusado por homicidio y, sin embargo, éste no lo había cometido de tal modo que la relación entre las dos oraciones era más bien de implicación pragmática. Como era cancelable, se trataba de una implicación conversatoria

136

G. Gazdar, 1979, pág. 41.

137

Ch. Fillmore, 1972.

y, como era relativamente independiente del contexto, se trataba de una relación generalizada y no particular. Este fue un caso muy común a lo largo de los años setenta e incluso de los ochenta. Fenómenos presuntamente presuposicionales resultaban ser, bajo un análisis más atento de sus propiedades semánticas y pragmáticas, fenómenos de implicación pragmática, ya fuera convencional o conversatoria, general o particular.

IV. 5 El principio de relevancia

Dentro de las máximas conversatorias postuladas por H.P. Grice se encuentra la máxima de relevancia, que `obliga´ al hablante a ser coherente en su conducta con la dirección del intercambio comunicativo. De poder precisarse, esta noción resultaría ser sumamente importante para la teoría pragmática puesto que en ella reside lo esencial del carácter intencional y racional de la comunicación lingüística. D. Sperber y D. Wilson han llevado a cabo un importante intento de precisar la noción de relevancia en una forma articulada dentro de una concepción general de la comunicación. Su teoría constituye hoy día uno de los paradigmas en competencia dentro de la disciplina pragmática,uno de los más importantes. La teoría de la relevancia de Sperber y Wilson (S&W) tiene dos aspectos que, ante todo, es preciso destacar: 1) constituye un intento de simplificación de la teoría de H.P. Grice, en la medida en que pretende reducir las máximas

conversatorias al principio de relevancia, que se convierte así en la médula de la teoría de la comunicación. No obstante, aunque el resultado práctico es tal simplificación, la propuesta de S & W es una auténtica teoría de la relevancia y no una reformulación de las máximas de conversación. En la teoría se S & W la relevancia no es una máxima reguladora de la comunicación sin más, sino el principio regidor del procesamiento de información (lingüística y, es de suponer, no lingüística). 2) Se sitúa explícitamente en el marco cognitivo de la lingüística y psicología contemporáneas. Esto es, la teoría de la relevancia trata de constituir una formulación sobre la naturaleza de los procesos y constricciones cognitivas de la comunicación lingüística humana. En última instancia, de modo similar a cómo la lingüística chomskiana trata de establecer las constricciones psicológicas o biológicas sobre la forma de los principios y las reglas de la gramática, la teoría de la relevancia pretende construir una teoría acerca de cómo el procesamiento humano de información, en la comunicación lingüística, está limitado por fuertes condiciones formales que enmarcan ese uso del lenguaje. Además, la teoría de la relevancia pretende engranar, por una parte, con la teoría chomskiana de la gramática y, por otra, con la teoría de J. Fodor acerca de la arquitectura del sistema cognitivo humano, que postula una tajante separación entre sistema central y módulos mentales.. En primer lugar, la teoría de la relevancia pretende hacer honor al hecho de que la comunicación lingüística se desarrolla en un entorno cognitivo. Esto quiere decir que esa comunicación no se desenvuelve en una realidad uniforme, fija, estática y externa a la estructura y procesos cognitivos de los que

participan en ella, sino que tal realidad es (posiblemente) heterogénea, cambiante, dinámica e interna a la misma cognición. La realidad en que se desenvuelve la comunicación es una realidad más o menos patente, manifiesta a los que se comunican. Ese concepto de manifestación es el concepto estemológico básico del que parte la teoría de la comunicación de S & W: el entorno que rodea al individuo está constituido por un conjunto de hechos que le son manifiestos, no en el sentido de serle evidentes, sino en el de serle accesibles en el ejercicio de sus capacidades cognitivas (percepción, inferencia...). Se trata por tanto de una noción aparentemente más débil que la de creencia o conocimiento, puesto que no requiere la autoconciencia: un hecho del entorno cognitivo de un individuo puede serle manifiesto sin que sea consciente de ello138. En la comunicación, como base o fundamento de la misma, se halla la noción de entorno cognitivo mutuo, esto es, el conjunto de hechos que son mutuamente manifiestos a los participantes en la interacción comunicativa. El hecho de que la comunicación se produzca siempre en entorno cognitivos mutuos explica buena parte de los fenómenos referenciales (designación, pronominalización, anaforización, cuantificación contextual, etc.) que caen fuera, o son difícil y artificiosamente explicados por consideraciones puramente sintácticas, e incluso semánticas.

138

Con el debilitamiento de la noción de creencia, S & W pretenden obviar las críticas

a la hipótesis del conocimiento mutuo (N. Smith, ed.

) como fundamento de la

comunicación. La necesidad de ese debilitamiento ha sido puesta en cuestión, con fundadas razones, por F. Recanati,

.

Contra el trasfondo de la noción de entorno cognitivo mutuo, Sperber y Wilson elaboran el concepto de efecto contextual. Este concepto pretende captar una generalización de los análisis de H.P. Grice sobre los efectos de la comunicación: tales efectos ya no son analizados desde un punto de vista cuasi-conductista (v. supra IV.1), sino cognitivo. La comunicación tiene una relación causal con la dinámica de los entornos cognitivos mutuos de los que en ella participan. Cada una de las modificaciones que experimenta ese entorno cognitivo, bajo ciertas condiciones de restricción, es un efecto contextual. El mecanismo básico por el que se producen efectos contextuales es más o menos el siguiente: el punto de partida de la comunicación es un entorno cognitivo mutuo que proporciona una representación de la información antigua que contextualiza la comunicación. Esta consiste en la introducción de información nueva que, en conjunción con la antigua y con arreglo a dispositivos inferenciales, producen efectos contextuales en el entorno cognitivo mutuo. Tales efectos contextuales no sólo tienen el sentido general de aumentar el entorno cognitivo mutuo, sino también el de fortalecerlo o el de contraerlo, esto es, eliminar ciertos supuestos de ese entorno (v. infra V.2). El aumento de ese entorno es fruto primordialmente de las implicaciones contextuales, esto es, de procesos sintéticos de inferencia deductiva a partir de la unión de la información antigua y la nueva. La comprensión de una proferencia no consiste pues en la simple constatación de lo que la proferencia dice - lo que S & W denominan las explicaturas de la proferencia, en suma la trivial inferencia de que se implica a sí misma - sino, ante todo, la averiguación de lo que implica no trivialmente, de lo que se puede inferir cuando se la añade

al conjunto de supuestos que contextualiza esa proferencia, esto es, el cálculo de sus efectos contextuales. De acuerdo con S & W, se puede dotar de contenido cognitivo a la máxima de relevancia si se define precisamente en términos de efectos contextuales. Además esa reinterpretación de la máxima de relevancia permite expresar de una forma general un principio básico de la comunicación, subsumiendo bajo él no sólo la proa máxima de relevancia, sino también el resto de las máximas postuladas por H.P. Grice. En la reformulación de S & W, el principio de relevancia dice

Principio de relevancia comunicativa

La relevancia de una acción comunicativa es directamente proporcional a la cantidad de efectos contextuales que provoca e inversamente proporcional al esfuerzo cognitivo para el procesamiento de esos efectos

Esta es una generalización que se puede considerar como el principio básico del procesamiento de información, a semejanza de una ley newtoniana de la mecánica. Y, en efecto, no es difícil llamar la atención sobre casos en los cuales se cumple estrictamente esta generalización, especialmente aquéllos que

se sitúan en los extremos: cuando el efecto contextual es mínimo y cuando el esfuerzo cognitivo es máximo. El efecto contextual es mínimo cuando, por decirlo coloquialmente, el auditorio no sabe `a qué viene´ la acción comunicativa del hablante, esto es, cuando es incapaz de relacionarla con su conducta anterior o con sus entornos cognitivos, en particular con el conocimiento mutuo. También es mínimo ese efecto contextual cuando lo que se manifiesta es algo patente, ya sabido o que `se da por descontado´ por el auditorio. Esto es, cuando lo que se comunica forma ya parte del contexto (de la base común de conocimiento compartido o del conocimiento de la base común que tiene el auditorio. V. infra V.2) La conducta lingüística del hablante no provoca entonces efectos contextuales, modificación alguna en la naturaleza del contexto que enmarca la acción. Por otro lado, puede ser que el esfuerzo requerido para la comprensión de los efectos contextuales sea máximo, esto es, que los procesos inferenciales necesarios para la averiguación de tales efectos sean tan complicados y prolijos que al auditorio no le merezca la pena embarcarse en tales trabajos. Por ejemplo, esto puede suceder al lector impaciente de una enrevesada página de filosofía postestructuralista francesa o al lector perezoso de una poesía hermética: que concluya que el trabajo necesario para llegar a una adecuada comprensión -suponiendo que exista- compense por su rendimiento o beneficio cognitivos, por la modificación de su entorno. Pero entre estos extremos es, como afirma la teoría de la relevancia, donde se desarrolla la mayor parte de nuestra conducta lingüística.

Generalmente ni es trivial ni es opaca; según S & W se basa en un cálculo automático e inconsciente de las relaciones entre costes y beneficios de la comprensión lingüística. Este cálculo se efectúa bajo la presunción de relevancia, esto es, el supuesto de que las proferencias de un hablante contribuyen, en una u otra medida, a la modificación del contexto o, en general, del entorno cognitivo del auditorio. Esta concepción mecánicamente economicista de la comunicación mediante el lenguaje ha suscitado numerosas críticas que, en general, tienden a señalar que existe multitud de casos en que la conducta lingüística no sólo no se ajusta a esa mecánica. sino que incluso la viola, consciente o inconscientemente. Estas críticas suelen estar justificadas en lo que se refiere a la adecuación descriptiva de la generalización en cuestión, pero mal orientadas si se pretenden como refutaciones del carácter metodológico del principio de relevancia. Con la teoría de Sperber y Wilson ha sucedido en buena medida lo que sucedió con la distinción que N. Chomsky propuso entre competencia y actuación. Que ha sido entendida como una ley científica que había de subsumir todos los casos posibles, cuando en realidad ha sido propuesta o, al menos, es concebible como un principio metodológico que sólo establece límites formales al rango de descripciones y explicaciones permisibles en pragmática. A este equívoco ha contribuido no poco la arrogancia con que S & W han presentado en muchas ocasiones su teoría, pero esto no debe ocultar el hecho de que el principio de relevancia no es sino una idealización de la forma en que

funcionan los procesos cognitivos implicados en la comunicación humana mediante el lenguaje natural.

Capítulo V: Pragmática y semántica: una relación conflictiva

V.1. Sobre la noción de contexto

Como se ha dicho, la teoría pragmática se caracteriza por hacer apelación a aspectos contextuales de la situación comunicativa para la explicación de fenómenos lingüísticos que están más allá del alcance de la sintaxis y de la semántica. Ahora bien, ¿en qué consiste dicha apelación y, sobre todo, qué clase de entidad es esa a la que se apela, el contexto139? Durante los años setenta y ochenta, y aún en la actualidad, la teoría pragmática ha estado sujeta a críticas que la consideran vaga, imprecisa o poco científica, justamente por la indefinición de la noción de contexto, que tan a menudo se

139

La noción de contexto puede ser entendida de una forma amplia como una noción

perteneciente a la teoría de la acción humana y, en ese sentido, no especificamente aplicable a la teoría de la comunicación mediante el lenguaje. Así es como generalmente se usa en las tradiciones sociológicas o antropológicas en que la noción de contexto se contrapone a la de acontecimiento focal, esto es, a la acción, lingüística o no, que requiere del contexto para ser comprendida. Véase Ch. Goodwin y A. Duranti, "Rethinking context: an introduction", en A.Duranti y Ch. Goodwin, Rethinking context, Cambridge:C.U.P., 1992, págs.1-42.

utiliza. Todo se ha explicado acudiendo a esa noción, pero en pocas ocasiones se ha especificado o precisado su alcance. La primera tentativa de explicitar de una forma rigurosa la noción de contexto fue la de los teóricos que pretendían convertir la pragmática en una prolongación de la semántica formal del lenguaje natural. Esta concepción de la pragmática fue la propia del logicismo radical140. Este enfoque procedía de Y. Bar Hillel y, en definitiva, de R. Carnap. Su idea rectora era que la pragmática ha de adoptar la forma de una teoría formal que diera cuenta de los aspectos indéxicos de las expresiones lingüísticas, esto es, que había de ser una teoría que ampliara la teoría de la verdad para una lengua permitiendo asignar valores semánticos a expresiones con elementos de una referencia variable, por depender del contexto. Como ejemplos, las siguientes oraciones son equivalentes a lo que en lógica se conoce como fórmulas abiertas, esto es, fórmulas con variables libres y que, por tanto, son indeterminadas, ni verdaderas ni falsas hasta que se asignan sus referentes a las variables.

(a) Ayer se produjo un accidente (b) Tu tienes tres nietos (c) Allí se vive muy bien

Como se ha visto, elementos que tienen en el lenguaje natural ese carácter abierto o indeterminado de las variables

140

son los pronombres, los

P.Kalish, 1967; D. Lewis, 1970; D. Cresswell, 1973; R. Montague, 1974.

adverbios de lugar y tiempo, el tiempo verbal, etc. Para dar adecuada cuenta de esos aspectos del lenguaje natural, los teóricos mencionados recurrieron a artificios formales, en ocasiones de una complejidad considerable, que permitieran una asignación referencial en las oraciones. Lo que pretendían en definitiva estos investigadores era rellenar el vacío que media entre lo que es un concepto teórico de la lingüística, la oración, y lo que son los acontecimientos físicos concretos, las proferencias de las oraciones. Eran conscientes, relativamente conscientes, de que aquello a lo que tiene sentido aplicar el predicado es verdadero es a las proferencias concretas (o a las ideas expresadas en esas proferencias concretas, como prefieren los teóricos platonizantes del lenguaje141 y no a las abstracciones de las que son realización. No obstante, como estaban interesados en una teoría semántica abstracta del lenguaje natural, similar a la teoría de modelos de los sistemas formales, trataron de asimilar los aspectos más llamativamente contextuales mediante mecanismos que regularan la asignación de valores veritativos a cualesquiera proferencias lingüísticas. Así, por ejemplo, D. Lewis reclamaba la necesidad " de

tener diversas coordenadas contextuales correspondientes a las familiares clases de dependencia de aspectos del contexto...Hemos de tener una coordenada temporal, en vista de las oraciones temporalizadas y de oraciones como `hoy es jueves' ; una coordenada espacial, en vista de oraciones como `aquí hay un tigre' ; una coordenada de hablante, en vista

141

Como J. Katz: cfr. su Language and other abstract objects , Totowa: Rowman y

Litlefield, 1981.

de oraciones como `yo soy Porky' ; una coordenada de auditorio, en vista de oraciones como `tu eres Porky' ; una coordenada de objetos indicados, en vista de oraciones como `ese cerdo es Porky'

o `esos hombres son

comunistas' y una coordenada de discurso previo, en vista de oraciones como `el cerdo anteriormente mencionado es Porky'"142

Según pretendía D.Lewis, con cada oración había de ir asociado un eje de coordenadas, un conjunto ordenado de parámetros que representara cada una de esas coordenadas. Si una oración contenía un elemento deíctico como `hoy', tendría que existir una función que le asignara a ese adverbio una fecha, la que correspondiera a la proferencia, por ejemplo. Aunque no merece la pena exponer en todos sus detalles la concepción formalista, es interesante señalar la forma en que se concibe la noción de contexto y la función que desempeña en la teoría lingüística. Por lo menos en el caso de D. Lewis, tal noción era muy precisa, lo cual era un mérito, pero al mismo tiempo demasiado restringida, por lo que su rendimiento explicativo era muy escaso. En la teoría pragmática, que no tiene entre sus objetivos la extensión de la teoría de la verdad a las lenguas naturales, es precisa una noción de contexto considerablemente más rica, aunque no necesariamente menos precisa.

Un intento de delimitación de la noción de contexto que merece la pena mencionar por lo paradigmático es el del teórico de la lingüística textual T. Van 142

D. Lewis, "General semantics", Synthese, 22, 1-2, 1970. Hay traducción al español

en México: UNAM, Cuadernos Crítica, nº29, 1984.

Dijk143. Según T. Van Dijk, la pragmática ha de partir de la interpretación de las expresiones lingüísticas como proferencias, como actos de una cierta clase que se han de situar en un cierto contexto o situación. Con arreglo a ese contexto se han de estudiar las condiciones de satisfacción o adecuación de los actos de habla que constituyen la comunicación. Ahora bien, es preciso acotar esa noción de contexto si se quiere que sea significativa, que tenga rendimiento explicativo. Muchas veces, y quizás como reacción a las limitaciones de la concepción formalista del contexto, se apela a una noción de límites no definidos que incluye multitud de factores no determinados y cuya relación con el acto de habla mismo queda sumida en la oscuridad. Una forma de acotar esta noción fue la propuesta por Van Dijk:

"Un contexto es una abstracción altamente idealizada de tal situación [la

situación comunicativa] y contiene tan sólo aquellos hechos que determinan sistemáticamente la adecuación de las expresiones convencionales"144

143

T. Van Dijk, Text and Context, Londres: Longman, 1977. Hay traducción al español

en Madrid: Cátedra, 1980. 144

T. Van Dijk, op. cit., pág. 273. Esta definición se puede considerar el núcleo

conceptual de nociones relacionadas con la de contexto en Inteligencia Artificial. En particular, las nociones de marco (frame) o guión (scrip) no son sino descripciones estereotipadas o idealizadas de situaciones comunicativas, ya sea desde un punto de vista estático o dinámico. En cualquier caso, su justificación es bien diferente, pues se halla en la necesidad de hacer viables sistemas expertos, cuya capacidad de comunicación está sumamente restringida.

La respuesta de Van Dijk era prolija y compleja. En primer lugar, consideraba que los contextos son transcursos de sucesos, lo que en lenguaje formal se expresa diciendo que son secuencias de conjuntos de (posibles) estados de cosas. En esa secuencia, existe un primer elemento, denominado situación inicial, donde principia el intercambio lingüístico. Por otro lado, los contextos se identifican mediante índices espacio-temporales. A cada `momento' (Van Dijk no especificaba la noción de momento), el contexto cambia, independientemente de lo que piensen o crean los participantes en la situación comunicativa. Por otro lado, forman parte del contexto expresionestipo, de las que, en ese contexto, puede haber muestras reales o ejemplares. La razón, según Van Dijk, es que la pragmática ha de establecer los principios que determinan la adecuación de los diferentes tipos de actos a situaciones o contextos determinados descritos de una manera abstracta. Pero es difícil ver cómo es posible el establecimiento de tales principios de modo independiente del estudio de la realización de actos concretos, de proferencias individuales y únicas, que pueden ser juzgadas como apropiadas a un contexto. Esta es una cuestión metodológica sobre la que merece la pena insistir: ¿es la corrección, adecuación o aceptabilidad pragmática una noción empírica, que se corresponde con los procesos psicológicos o los juicios que los hablantes de una lengua hacen con respecto a sus proferencias? ¿o es, por el contrario, una noción abstracta, establecida para satisfacer necesidades de una teoría pragmática o de una teoría de la racionalidad? La perspectiva pragmática145

145

Sobre la perspectiva pragmática, v. J. Verschueren y M. Bertucelli-Papi, eds., The

implica claramente que esa noción abstracta sólo pueda ser una generalización o compendio de los juicios concretos de adecuación. Ni los filósofos ni los lingüístas pueden legislar o normar lo que sea adecuado pragmáticamente hablando, sino que describen regularidades en la conducta de los hablantes e investigan y explican los fundamentos cognitivos de tales regularidades. Asimismo, la perspectiva pragmátiva excluye

ciertas

formas

de

determinar la noción teórica de contexto. En particular, excluye las nociones de contexto que, como la de Van Dijk, están concebidas desde una perspectiva objetivista, esto es, que están constituidas por rasgos no cognitivos de los sujetos participantes, esto es, que no son creencias, deseos, objetivos, intenciones, etc. Esto excluye aquellas nociones que tratan de aislar las propiedades del contexto objetivo de la acción comunicativa que pudieran ser pertinentes para su interpretación. Muchas de las nociones derivadas de la concepción formalista de la pragmática son de este jaez: las construidas como conjuntos de parámetros de lugar, momento temporal, mundos posibles, situaciones, etc. En cambio, parece adecuada una forma de construir la noción basada en el entorno cognitivo en que se desarrolla la acción comunicativa146 y

Pragmatic Perspective, Amsterdam: J. Benjamins, 1987. 146

Aunque la noción de entorno cognitivo, en la que se basa, no está exenta de

problemas, se puede considerar apropiada la caracterización de D. Sperber y D. Wilson de lo que es un contexto: "un contexto es una construcción psicológica, un subconjunto de los supuestos del hablante sobre el mundo. Por supuesto son estas creencias, antes que el estado

teóricamente parsimoniosa, esto es, progresivamente enriquecida por la teoría a medida en que ésta se va haciendo cargo de un rango de fenómenos más amplio. En virtud de estas observaciones metodológicas generales, los ejemplos que se utilicen serán referidos a prolata, esto es, ejemplares de expresiones que se pueden considerar como productos de determinados actos verbales. Cada uno de estos actos verbales pertenecerá a un tipo de actos de habla, que es un elemento de un conjunto Ah de los tipos de actos de habla realizables en español. Por supuesto, ese conjunto Ah constituye una partición de los actos de habla posibles realizables en español, pero no se establecerá una taxonomía explícita de los actos de habla realizables en español, mencionando únicamente ejemplos relevantes. En cambio, parece decisivo definir con una relativa precisión y rigor el conjunto de creencias147 relevante para la interpretación de prolata. La razón

real del mundo, los que inciden en la interpretación de una proferencia" (op. cit., pág. 18). Es importante señalar que no estamos restringiendo el contexto al entorno físico inmediato ni al texto o discurso inmediatamente precedente. Como hemos dicho, lo estamos definiendo en términos psicológicos, como un subconjunto de las creencias y supuestos del hablante. 147

No se usa la noción de creencia tanto en el sentido epistémico como en el

cognitivo. Esto es, en una acepción más débil en la cual se engloban tanto las creencias conscientes de los participantes en la comunicación como los supuestos de tales creencias, sean conscientes o no de ellos los participantes. En cierto modo, se emplea creencia en el sentido de hecho o supuesto manifiesto para un individuo, tal como lo han caracterizado D. Sperber y D. Wilson, esto es, como hecho o supuesto cuya representación es posible

es que, como se ha mantenido, las creencias y las intenciones de los hablantes de una lengua son las que conforman el auténtico contexto de los actos de habla que se realizan en ellas. Tiene menos importancia el marco abstracto general que pueda definir una teoría semántica basada en las nociones de mundo posible o de situación que las creencias compartidas o no por los participantes de una situación comunicativa concreta. Una interacción verbal es fundamentalmente un intercambio comunicativo en el cual resultan afectados (varían) los conjuntos de creencias de quienes participan en ese intercambio. Es más, la modificación de los conjuntos de creencias es el motor fundamental que hace progresar en una o varias direcciones el intercambio comunicativo. Los contextos no se distinguen pues por ser sucesivos estados de cosas o situaciones, de cuyo cambio pueden ser conscientes o no los participantes en un intercambio, sino por ser conjuntos variables de creencias sostenidas, compartidas o no por esos participantes148. El hecho de que un acto de habla sea juzgado o no por los participantes en una situación comunicativa y que, en virtud de ese juicio, tenga efectos perlocutivos, no depende de la situación objetiva que rodea al intercambio comunicativo como de lo que los hablantes

para un individuo, dada su situación y sus capacidades cognitivas en un momento concreto. Véase D. Sperber y D. Wilson, op. cit,. pág. 38 passim. 148

Esta caracterización es coherente pues con la proporcionada por D. Sperber y D.

Wilson (v. Supra)

crean, equivocadamente o no, acerca de esa situación. 149 En cualquier caso, el acto de habla será juzgado como adecuado o apropiado sólo si los participantes mantienen las creencias correspondientes. Por decirlo de un modo más radical: quienes determinan qué actos de habla se producen y de qué forma se corresponden con un contexto son los actores de un intercambio verbal y no ningún observador imparcial que juzga la situación desde fuera.150

149

Con un ejemplo sencillo resultará más claro este importante punto metodológico:

supóngase que un hablante pretende impartir una orden a un oyente. Uno de los requisitos indispensables (condición preparatoria) para impartir una orden es que aquél que la imparte esté en una relación de autoridad sobre aquél a quien la imparte. Pero la cuestión importante es que no es necesario que tal relación se dé objetivamente entre los participantes, sino simplemente que éstos crean que se da. ¿deja de producirse una orden cuando, desde un punto de vista externo, no existe relación de autoridad entre quien la imparte y la recibe? No, lo fundamental para que el acto de habla tenga una fuerza ilocutiva y, por tanto, un efecto perlocutivo, es que los agentes se crean en tal relación. Lo importante es que el oyente crea que se ha producido una orden y que quien la ha producido está habilitado para ello; sólo si mantiene esas creencias obedecerá o desobedecerá, producirá o no un efecto perlocutivo. 150

Por insistir con otro ejemplo similar: imagínese una situación en que un

individuo ha ordenado a otro que, en cuanto diga `me duele la cabeza', esto significa que éste ha de retirarse. ¿No se produce una orden cuando efectivamente el hablante profiere la expresión, aunque no sea un procedimiento convencional para ello? Poco importa lo que piense el resto de los participantes, o un observador tan ignorante como imparcial. Para ellos, la proferencia tendrá un significado más o menos convencional, pero para los pertinentes desde el punto de vista de la situación comunicativa, esa proferencia constituirá una orden y no otro acto de habla.

El ejemplo de la nota anterior pone igualmente de relieve que el juicio sobre la adecuación pragmática es ante todo una cuestión de hablante y auditorio. Solamente el hablante y el auditorio tienen conocimiento cierto del contexto epistémico en que se produce el acto de habla, esto es, sólo ellos saben o creen saber cuáles son las creencias pertinentes para la realización de ese juicio, creencias que constituyen el núcleo del contexto. Ahora bien, una cuestión diferente es que, determinado ya un cierto contexto epistémico, se puedan hacer juicios, de una forma objetiva, exterior a la situación comunicativa, sobre la adecuación pragmática de los actos de habla realizados. Esa es precisamente la posición en que se sitúa el teórico de la pragmática: definidos de modo suficiente cuáles son los componentes contextuales, el teórico puede hacer juicios sobre adecuación pragmática apoyados en principios generales de racionalidad lingüística, subyacentes en la conducta de los hablantes de una lengua. Pero sería vano pretender prescindir de la dimensión epistémica subjetiva para efectuar tales juicios. Como más adelante se verá, la adecuación pragmática es fundamentalmente una cuestión de coherencia o consistencia con el contexto, es una relación entre un acto de habla y el contexto en que se desenvuelve ese acto, por lo que sus elementos han de estar suficientemente definidos. Sin embargo, no basta decir que las creencias de los participantes delimitan el contexto de las interacciones verbales. Hay que precisar cuáles son las creencias pertinentes si no queremos encontrarnos con una noción inútil, por demasiado general. En todo intercambio verbal existen creencias e intenciones de sus participantes que son irrelevantes, que no desempeñan

ningún papel en la interpretación de los actos de habla. Por tanto, es imprescindible un acotamiento del conjunto de creencias que son relevantes para los procesos de interpretación y para la explicación de los fenómenos pragmáticos que en ellos se producen. La estrategia expositiva que se va a seguir es la de presentar una noción de contexto sumamente simplificada, enriqueciéndola a medida que lo haga necesario la explicación teórica misma. Luego, se contrastará esta noción con otras que se han propuesto y, finalmente, se ensayará su capacidad explicativa en el tratamiento general de fenómenos lingüísticos concretos referidos a la lengua española. La base teórica de las explicaciones que se propondrán estara constituida por la teoría intencional del significado, integrada con la teoría de los actos de habla y sometida a las constricciones cognitivas especificadas por la teoría de la relevancia. Se supone por tanto que la conducta lingüística consiste básicamente en la realización de actos de habla cuyo significado está adscrito mediante un mecanismo intencional regulado por el principio de relevancia. La formación de esas intenciones y su expresión concreta está determinado por las creencias que el hablante tiene acerca de la situación. El hablante parte de unas determinadas creencias, no sólo acerca de la situación general en que se desarrolla su conducta, sino también sobre su auditorio, creencias que orientan su expresión lingüística151.

151

En este sentido, existe una diferencia de énfasis en la concepción que se expone y

la Sperber y Wilson, puesto que, para estos autores, el contexto no es algo de lo que se parte,

Entre esas creencias desempeñan un papel importante las creencias compartidas con el auditorio, puesto que constituyen la base común del intercambio verbal. Para caracterizar de modo preciso ese conjunto, utilizaremos el lenguaje formal de la lógica epistémica, definiendo el conjunto correspondiente de enunciados: los que expresan las creencias compartidas.

Base común contextual

Bc = {x/ hCx & oCx}

C es el operador de creencia. La letra x es una variable de enunciado y h y o son las constantes que designan al hablante y al auditorio. Ahora bien, en esta base común se puede distinguir - por razones que más adelante se verán , la base común del hablante y la base común del auditorio:

Base común del hablante

Bhc = {x/ hCx & hCoCx}

sino que se constituye, o reconstituye, a partir de la tarea de comprender la proferencia: "un problema central de la teoría pragmática es decubrir cómo, para cualquier proferencia concreta, el auditorio encuentra un contexto que le permite comprenderla adecuadamente" (D. Sperber y D. Wilson, op, cit., pág. 16).

Dicho en prosa, la base común del hablante es el conjunto de creencias que el hablante mantiene y que, al mismo tiempo, atribuye al auditorio. Por su parte, la base común del auditorio es el conjunto de creencias compartidas por hablante y auditorio, pero sin que el hablante sea consciente de ello:

Base común del auditorio

Boc = {x/oCx & hCx & h-CoCx}

El carácter dinámico de los intercambios lingüísticos hace el conjunto Bc un conjunto variable, porque el intercambio comunicativo introduce o elimina creencias en esa base común. Las dos direcciones fundamentales en esa dinámica son la incrementación y la contracción, y su descripción y los mecanismos por los que se produce es un elemento importante en la explicación de los fenómenos pragmáticos. Desde el punto de vista dinámico del análisis de la comunicación, la base común va cambiando a medida que cambian las funciones de hablante y auditorio: lo que el hablante sabe acerca de las creencias del auditorio puede no ser lo mismo que lo que éste cree acerca de las de aquél. Pero, con respecto a un momento determinado de la comunicación verbal, tal base es fija. Una representación pragmática del discurso puede tener la forma de una secuencia de bases comunes, cada una de las cuales representa un momento de la comunicación entre el hablante y su auditorio.

¿Qué problemas plantea la representación del carácter intencional y direccional de la comunicación? ¿Cómo dar cuenta de su carácter racional ? El problema lo plantea el hecho de que los objetivos y las intenciones de un hablante pueden cambiar en el curso de la interacción comunicativa. Consideremos un caso sencillo de ello: en principio un hablante quiere comunicar a un auditorio una determinada creencia, ignorando si es compartida por éste o no. Manifiesta la creencia en cuestión mediante los procedimientos convencionales de la lengua. El oyente entiende perfectamente el significado del hablante y le hace saber que tal creencia era compartida. Entonces, el hablante puede modificar su objetivo comunicativo, deseando establecer cuáles son, por ejemplo, las creencias que justifican su primera manifestación: estos saltos o variaciones en los objetivos comunicativos son del todo corrientes en las conversaciones y resulta difícil dar cuenta de ese carácter dinámico sin acudir a una noción como la de base contextual, y al análisis por etapas de esa interacción. En raras ocasiones se puede analizar una conversación prolongada en la que permanezca inalterada la intención comunicativa global del hablante. Como el propio término sugiere y han subrayado diferentes teóricos, la interacción lingüística es un proceso de modificación mutua de las creencias o intenciones de un hablante y un auditorio. En cualquier caso, bajo el supuesto de la racionalidad general de la conducta comunicativa, la secuencia de estadios de la base comunicativa común debería reflejar, a través de sucesivas incrementaciones, un progreso en dirección a la consecución de los objetivos comunicativos. El propio principio de cooperación lingüística, desde el punto de vista social, y la máxima de

relevancia, desde el cognitivo, suponen ese carácter intencional progresivo de la comunicación lingüística. Todo ello es, por supuesto, una idealización de las conductas comunicativas reales, pero explicativas en la medida en que desempeñan el papel de trasfondo teórico sobre el que ha de entenderse la comunicación lingüística. De todos modos, lo interesante es plantearse la cuestión de las relaciones entre las nociones de base contextual común y contexto. Más concretamente, si la base común constituye todo el contexto relevante para la interpretación lingüística o es preciso incorporar a éste otras nociones para la explicación de ciertos fenómenos. Con toda seguridad existen algunos elementos que podemos considerar fijos en la base común comunicativa, un conjunto de creencias generales que no varían en el curso de la interacción. Esas creencias fijas versan sobre procedimientos y repertorios convencionales para la expresión de intenciones comunicativas y, en realidad, pueden considerarse parte de una competencia comunicativa, que no hay que identificar con la estrictamente lingüística. Por otro lado, existe también un conjunto fijo de creencias relativas a hechos básicos en cualquier situación comunicativa, como lo son las identidades del hablante y el auditorio, el momento y el lugar en que se produce la comunicación, etc. Ambos tipos de creencias, las que configuran la competencia comunicativa -incluyendo la lingüística- y el conocimiento de hechos básicos en cualquier comunicación son, practicamente sin excepción, elementos del contexto.

Otras creencias compartidas por hablante y auditorio son menos comunes, pero desempeñan un papel importante en la explicación del algunos fenómenos, incluso los incorporados al sistema de la lengua, esto es, gramaticalizados. Estas creencias compartidas pueden versar sobre la identidad social de determinados individuos u objetos, así como un cierto conocimiento cultural básico, de teorías, conceptos o estereotipos. Ese conocimiento socio-cultural básico permite abreviar de modo drástico los procedimientos de identificación del tema del discurso, o la introducción de referentes. Además del conjunto Bc de creencias compartidas, parece interesante considerar parte del contexto el conjunto de creencias atribuidas por el hablante al auditorio, esto es, el conjunto de las creencias que el hablante cree que el auditorio mantiene. Ese conjunto engloba, claro está, el conjunto Bhc, el conjunto de creencias compartidas que el hablante conoce. La introducción de este conjunto estará motivada prácticamente por la explicación de ciertos fenómenos, pero conceptualmente por la consideración de la naturaleza de la comunicación desde un punto de vista pragmático. Como hemos destacado anteriormente, los actos verbales persiguen efectos perlocutivos, modificaciones en la conducta o en las creencias de un auditorio. Pero la formación y la consecución de esas intenciones no es posible sin que no exista antes un sustrato previo de creencias atribuidas. El hablante tiene una representación del auditorio, por muy anónimo o desconocido que éste pueda ser, consistente fundamentalmente en una atribución de creencias, actitudes, intenciones, etc. Esa representación es la que utiliza el hablante para orientar su conducta

comunicativa, constituye la causa de esa orientación, la explica. Por ello, es necesario incluir el conjunto de creencias atribuidas por el hablante al auditorio:

Coh = {x/ hCoCx}

Resumiendo, el contexto de una situación comunicativa, está formado por un conjunto de enunciados que expresan las creencias compartidas por hablante y auditorio, y por el conjunto de creencias atribuidas por aquél a éste.

V.2 Consistencia contextual y comunicación

Es un principio general de la comunicación verbal, señalado entre otros por J. Searle (1969), D. Davidson (1978) y D. Sperber y D. Wilson (1986), la maximización de la conducta lingüística del hablante. Esto quiere decir que al auditorio o receptor tiende a interpretar cualquier acción comunicativa como una acción racional o, lo que es lo mismo, consistente o coherente con el

contexto en que se desenvuelve152. Esta maximización interpretativa se manifestará al menos de los siguientes modos: 1) el hablante tenderá a atribuir al auditorio un conjunto consistente de creencias, a menos que crea que tal conjunto no lo es, en cuyo caso su conducta lingüística estará encaminada, con toda probabilidad, a hacer consistente ese conjunto, mediante la localización y eliminación de las creencias que producen inconsistencias, por ejemplo; 2) el hablante tenderá a creer que el conjunto de creencias compartidas y conocidas por él es un conjunto igualmente consistente; 3) el auditorio tenderá a interpretar la conducta lingüística del hablante del modo que esa conducta o sus resultados resulten consistentes con el conocimiento mutuo y con el conocimiento atribuido por él al hablante. Por ejemplo, si el hablante utiliza una expresión que, tomada literalmente, es inconsistente o irrelevante con respecto al conocimiento compartido, le atribuirá otra interpretación, metafórica, figurada o, en general, indirecta. Esto es ni más ni menos lo que afirman el principio de caridad lingüística (D. Davidson) o el de relevancia (Sperber y Wilson) y se puede expresar de una forma general del modo siguiente: una acción comunicativa es coherente cuando el contexto y el conocimiento que los participantes (agentes/receptores) tienen de él les permite reconstruir de una

152

Esa tendencia a la coherencia es la misma, en definitiva, que la que sustenta la

producción textual, aunque el análisis del texto, en cuanto producto y la comunicación, en cuanto proceso, hayan de satisfacer exigencias bien diferentes. Véase M.A.K. Halliday y R. Hasan, Cohesion in English, Londres: Longman, 1976 y G. Brown y G. Yule, Discourse analysis, Cambridge, Cambridge U. Press, 1983.

forma eficiente las intenciones comunicativas respectivas y, a través de ellas, el significado de sus proferencias. De acuerdo con la teoría de los actos de habla, la ejecución de cada uno de ellos está sujeta a la satisfacción de diferentes tipos de condiciones. Esto es, para que un acto ilocutivo cuente como un acto de tal o cual clase ante el hablante y el auditorio, es preciso que tanto uno como otro mantengan ciertas creencias acerca de las condiciones necesarias para su realización. Y en este punto, una vez más, es preciso insistir en la separación entre el punto de vista

exterior a la comunicación, y el punto de vista de los propios participantes. Un acto de habla se da, resulta satisfactoriamente ejecutado o es coherente con el contexto, cuando hablante y auditorio creen que las condiciones para su realización se han satisfecho, independientemente que objetivamente así sea. Un acto puede ser objetivamente fallido o incoherente, para un espectador neutral, por decirlo así, pero producir no obstante una expresión con la adecuada fuerza ilocutiva y los correspondientes efectos perlocutivos. De ahí, la importancia también de distinguir, cuando se analiza un texto, entre los diferentes puntos de vista expresados, incluso por un mismo hablante, dentro del texto mismo, lo que habitualmente se conoce como polifonía textual153. Describir, relatar, informar, narrar o contar son también actos de habla, que tienen una misma o parecida estructura, pero que es preciso

153

Véase O. Ducrot, "Esquisse d´une théorie polyphonique de l´énonciation", en O.

Ducrot (1984) Le dire et le dit, París: Minuit.

distinguir cuidadosamente de la estructura y de las condiciones de los actos de habla que se relatan o narran. Considérese el siguiente ejemplo elemental: (a) Reprocho a x que llegara tarde (b) y reprocha a x que llegara tarde Mientras que una proferencia de (a) puede constituir realmente un acto de censura, con la satisfacción de las correspondientes condiciones, no sucede lo mismo con (b). Con una pproferencia de (b) lo normal es que se haga una afirmación sobre un acto de habla realizado por alguien que no es el hablante. Esa aserción, para ser un acto de habla correcto, esta sujeta a condiciones que no son las de la censura que se describe, sino las propias de las afirmaciones: en muchas ocasiones las aserciones funcionan como metaactos de habla, esto es, como operadores que toman como argumentos actos de habla, para describirlos - pero esto no es una característica propia de las aserciones, sino una propiedad que comparten otros actos de habla. Igualmente hay que distinguir entre lo que es la ejecución misma del acto de habla y la descripción del acto de habla por parte de quien lo realiza. No siempre una proferencia de (a) constituye un acto de censura, sino que, en determinados contextos, tal proferencia puede resultar una afirmación sobre lo hecho. Por ejemplo (a) H.- Me parece muy mal que x llegara tarde A.- ¿Qué quieres decir con eso? H.- Que reprocho a x que llegara tarde La fuerza ilocutiva de un predicado usado en primera persona del singular o del plural es diferente, en cuanto a su tipo, de la que tiene utilizado

en otras personas. En esas personas, con predicados como jurar, prometer, recomendar, alabar, inaugurar, clausurar...se expresa directamente la fuerza ilocutiva que el hablante pretende proporcionar a sus expresiones, mientras que en otras es corriente expresar la fuerza ilocutiva asertiva, lo que sucede desde el punto de vista del hablante. Esta variación en el tipo de fuerzas ilocutivas expresadas por las diferentes personas es una de las razones que llevaron a descartar la hipótesis realizativa en semántica, esto es, la tesis de que es preciso representar la fuerza ilocutiva en la representación sintacticosemántica de una expresión. En toda situación comunicativa en la que se preserve la consistencia, se dan lo que se pueden denominar inferencias epistémicas por parte del hablante y del auditorio. Estas inferencias sobre las creencias de los participantes se realizan sobre la base de la racionalidad de la conducta comunicativa, sobre la presunción de respeto del principio de cooperación y de la máxima de relevancia. Cualquier auditorio está autorizado a creer que el hablante cree que se dan las condiciones necesarias para la ejecución de actos de habla que forman parte de su intención comunicativa. Unas veces esa creencia formará parte del contexto, tal como ha sido definido, cuando el auditorio la comparta, cuando, en definitiva, tal creencia forme parte de la base común contextual. En cambio, si tal creencia no forma parte del conocimiento compartido es porque el auditorio no cree que (o cree que no) se dan las condiciones para la realización de actos de habla por parte del hablante. En ese caso, la creencia puede formar parte de las creencias atribuidas por el hablante al auditorio. También puede suceder otro caso interesante, el de que

la creencia en cuestión no forme parte del contexto en ninguna de sus vertientes, pero que el hablante efectúe el acto de habla para inducir en el auditorio la creencia de que se dan las condiciones de la realización del acto de habla. Es un caso interesante, porque constituye una ilustración de cómo se puede introducir nueva información en un intercambio comunicativo. El caso más simple es el primero: el hablante y el auditorio comparten las creencias pertinentes acerca de las condiciones necesarias para la efectuación de un determinado

acto de habla. Por ejemplo, el hablante y su

auditorio pueden compartir la creencia de que el primero se encuentra en una determinada posición social respecto al segundo (de autoridad), por lo que aquél puede impartirle órdenes. El acto de habla se realiza entonces de forma plenamente

satisfactoria,

tiene

la

correspondiente

fuerza

ilocutiva

y,

presumiblemente, causa los efectos perlocutivos buscados por el hablante. Una vez más, es necesario insistir en que, lo que cuenta, en lo que respecta a la explicación de la conducta verbal, es lo que los participantes piensan acerca de la situación comunicativa y no lo que ésta en realidad es (desde no se sabe qué punto de vista extralingüístico). Por ello, en la definición de la noción de contexto y de las correspondientes subsecciones se ha utilizado únicamente el operador C de creencia, y no el S de conocimiento154. Cuando G. Gazdar

154

Para la distinción entre creer y saber, v. J. Hintikka, 1962 y J. Mosterín, 1978. No

distinguir entre creencia y conocimiento es una práctica habitual en los sistemas de representación utilizados en Inteligencia Artificial, que están dirigidos a la simulación de habilidades cognitivas.

afirmaba155 que un hablante se compromete, mediante la afirmación de p, con el conocimiento de que p, en virtud de la máxima de cualidad propuesta por H.P. Grice, sin duda se refería al compromiso con la creencia de que p, puesto que sólo ésta es una condición necesaria para la realización de una aserción. Cuando hablante y oyente están de acuerdo, y creen que lo están, no se plantean problemas respecto a las precondiciones de la realización del acto de habla: tal creencia forma parte del contexto y en ese sentido se puede considerar una "presuposición" de la situación comunicativa. Sin embargo, este sentido de "presuposición", sumamente general, no es el sentido en que se ha utilizado la noción de presuposición en la investigación lingüística de los setenta y de los ochenta. Otro caso diferente se plantea cuando el hablante atribuye al auditorio la creencia en que se da un acto de habla, siendo tal atribución falsa. Siguiendo con el ejemplo anterior, cuando el hablante cree que el auditorio se encuentra en una posición de subordinación y, basándose en esa creencia, le imparte una orden. Presumiblemente entonces, la conducta lingüística del auditorio tenderá a eliminar esa creencia del hablante, corregirá su falsa idea de la situación, modificando en definitiva el contexto del hablante. Si el hablante pretende impartir una orden mediante una proferencia, éste puede hacer la inferencia epistémica ya mencionada sobre las creencias del hablante. Esas creencias forman parte entonces del contexto del auditorio, puesto que son creencias que éste atribuye al hablante, y como tal contexto es inconsistente con las propias

155

En G. Gazdar, 1979, pág. 131.

creencias del oyente, éste querrá eliminar esa inconsistencia, cuestionando la falsa creencia del hablante. Esa conducta lingüística, consistente en la eliminación de contradicciones entre el contexto y las creencias propias de los participantes en una situación comunicativa es muy frecuente y, como se pondrá de relieve en la próxima sección, permite entender aspectos pragmáticos de la negación que, aparentemente, sólo son gramaticales. Finalmente, existe la posibilidad de que la creencia en que se da una condición para un acto de habla no forme parte del contexto, sino sólo del conjunto no contextual de las creencias del hablante. El hablante puede creerse en una situación de autoridad respecto a un auditorio, sin que el auditorio comparta esa creencia, y el hablante no se la atribuya. Pero es posible que, mediante la impartición de una orden, el hablante pretenda hacer saber a un auditorio que se da la correspondiente condición del acto de habla. Ante esto, el auditorio puede reaccionar en la forma descrita anteriormente, tratando de eliminar la correspondiente inconsistencia o puede, sencillamente, optar por modificar sus propias creencias, acomodando la nueva información, trasmitida por medios indirectos, al contexto.156 La evolución de los contextos de los que hacen uso hablantes y auditorios es la característica distintiva de los intercambios comunicativos: los

156

Piénsese la situación en que un nuevo profesor se presenta ante una clase de

alumnos. Sin conocerle éstos, puede proferir la expresión "Siéntense, por favor. La clase va a comenzar". El auditorio infiere normalmente de tal proferencia la identidad pertinente del individuo (el profesor) basándose en la correspondiente inferencia desde la proferencia a la condición del acto de habla que pretende efectuar.

participantes

van

incrementando esos

contextos, introduciendo nuevas

creencias, preservando al mismo tiempo la consistencia con sus propias creencias. Cuando se producen inconsistencias, se producen en la situación comunicativa contracciones contextuales que, en muchas ocasiones, se encuentran relacionadas con la negación.

V.3 Pragmática y negación

La negación, cuando se ha analizado desde un punto de vista estrictamente gramatical o lógico ha planteado numerosos problemas a los investigadores. Como se consideraba que la negación en el lenguaje natural se comporta del mismo modo que la negación lógica, como una pura inversión del valor de verdad de la expresión afirmativa, hubo que recurrir a diferentes artificios para explicar las patentes disparidades entre una y otra. Una de las

natural fue la de apelar a una presunta ambigüedad de las oraciones negativas. De acuerdo con la idea, la negación natural encubriría en realidad dos tipos de negación: una negación externa, cuyo alcance abarcaría toda la expresión y una negación interna, cuyo alcance cubriría solamente la parte predicativa. Ante tal presunta ambigüedad, la actitud de los lógicos fue la de considerar que

se trataba de un problema insoluble, debidos a la `imperfección' del lenguaje natural157. No obstante, los problemas de la negación no se han disuelto cuando se ha considerado el lenguaje desde el punto de vista pragmático. Durante buena parte de la década de los setenta, se consideraba que, mediante la proferencia de oraciones negativas, se hacían afirmaciones. Era una tesis corriente mantener que negar p

p. Y esta equivalencia incluía

la identidad de condiciones para los actos de habla correspondientes. No obstante, estudios posteriores158 pusieron de relieve que afirmar y negar son actos de habla que tienen diferentes condiciones. En particular, fue demostrado que los actos de habla negativos se encuentran sometidos a restricciones contextuales diferentes de las de los correspondientes actos de habla afirmativos. Dicho de otro modo, que la ejecución de un acto de habla negativo 157

Una de las muchas formas que ha adoptado este escepticismo es la renuncia a

utilizar el lenguaje formal de la lógica para la representación semántica. Por ejemplo, J.D. Atlas (1975, 1977, 1979) arguyó contra una teoría veritativo condicional del significado basándose justamente en la incapacidad de los análisis formales para dar cuenta de nuestras intuiciones acerca de la negación. De acuerdo con su tesis, las expresiones negativas no son ambiguas, sino no específicas o generales. La distinción que trazó entre ambigüedad y generalidad se apoyaba en ideas de W.O. Quine (1960) y J. D. Atlas la utilizó para sostener la tesis de que la semántica basada en las condiciones de verdad es incapaz de proporcionar una representación adecuada de las oraciones negativas. 158

Por ejemplo, T. Givon (1978, ampliado en 1989). Para una revisión exhaustiva de

los problemas del análisis de la negación, tanto lógicos coo psicolingüísticos y pragmáticos, véase L. Horn (1989), A natural history of negation, Chicago: U. of Chicago Press.

requiere la presencia en el contexto de diferentes creencias de las que requiere el correspondiente acto de habla positivo o, como lo formuló T. Givon, que "los actos de habla negativos están, desde el punto de vista presuposicional, más marcados que los correspondientes afirmativos"159 Existe una cierta condicion de los actos de habla representativos que hace referencia al estado inicial del contexto, constituyendo una condición preparatoria para la realización de tales actos. Se trata de que, para afirmar p, el hablante debe creer que el auditorio no cree que p160. Esta condición asegura, por tanto, que la conducta del hablante se ajuste al principio de relevancia, a la exigencia de que la conducta verbal tenga efectos contextuales. Esto quiere decir que no forme ya parte del contexto. De acuerdo con la definición de contexto esto significa : 1) que el hablante no debe afirmar ninguna creencia perteneciente al conocimiento compartido con el auditorio del que él es consciente, esto es, perteneciente al subconjunto Bhc mencionado con anterioridad. Existe un caso, no obstante, que parece escapar

esto es, cuando piensa que el auditorio cree que él no cree que x. En ese caso,

159

T. Givon, 1978, pág. 70.

160

Por supuesto, se trata de una idealización de la conducta verbal que excluye, nada

menos, que todas sus funciones fáticas.

puede afirmar x para eliminar esa creencia del contexto, pues el auditorio ha de inferir hCx, eliminando una creencia de su contexto.161 En segundo lugar, 2) el principio de relevancia obliga al hablante, también en general, a no hacer afirmaciones que expresen creencias que él atribuye al auditorio. Si un hablante afirma, sincera y conscientemente, algo cuya creencia ya atribuye al auditorio puede estar pretendiendo al menos una de las siguientes dos cosas: 1) que el auditorio adquiera conciencia que también el hablante mantiene esa creencia y que la juzgue, en consecuencia, como parte del contexto a partir de ese momento o 2) halagar o adular al auditorio, en cuyo caso no estaría realizando un acto de habla asertivo o representativo, sino que su conducta requeriría un análisis diferente. Finalmente, 3) el hablante puede afirmar una creencia perteneciente al conocimiento compartido, pero no al conocimiento atribuido al auditorio: porque el hablante no sepa que el auditorio comparte esa creencia o porque directamente le atribuya la creencia en lo contrario. Lo que sucede en este caso es que el contexto del hablante es inconsistente, desde el punto de vista del auditorio, pues contiene x

161

oyente

x

Para aclarar la situación, considérese el siguiente ejemplo: un hablante dice a un

(a) los socialistas han ganado las elecciones sabiendo que el auditorio conoce la verdad de lo que enuncia (a), pero que tal auditorio atribuye al hablante el desconocimiento de (a). Su proferencia de (a) puede estar dirigida a eliminar esta creencia en el auditorio: resulta una forma abreviada de transmitir una información como la que transmite (b) (b) Sé que piensa que yo no creo que los socialistas hayan ganado las elecciones, pero estás equivocado, porque así lo creo Se trata por tanto de un caso especial de aserción en que el hablante pretende lograr un efecto perlocutivo que no es el de la aserción directa, puesto que la que se pretende es negar que no tenga una determinada creencia.

como elemento del conocimiento atribuido. El auditorio se comportará en la dirección de hacer saber al hablante tal inconsistencia y eliminarla. En resumen, las aserciones requieren, en virtud del principio de relevancia, que lo afirmado no forme parte previa del contexto. Y esto es justamente lo contrario de lo que requieren las negaciones asertivas, que exigen la existencia de una creencia en el contexto previo, para que su aserción sea relevante. Esto es, mientras que la aserción de x da por sentado que x no forma parte del contexto previo, la negación de x da por supuesto que en en el contexto está incluido x. Compárense, las dos situaciones siguientes (a) A.- ¿Qué tal le ha ido a tu equipo? H.- Muy bien, ha ganado (b) A.- ¿Qué tal le ha ido a tu equipo? H.- Muy bien, no ha perdido Es fácil darse cuenta de lo que se supone en ambas situaciones, esto es, lo que forma parte del contexto para que las proferencias de H constituyan actos de habla pertinentes . En (a) ha de formar parte del contexto la creencia en que lo afirmado por H no es sabido por A. En (b), en cambio, lo supuesto en el contexto, en el conocimiento atribuido por H a A, es la creencia en la posibilidad, plausibilidad o `normalidad' de lo negado por H. Mediante su proferencia, el hablante introduce un elemento en el contexto, mientras que lo que hace en (b) es eliminarlo. La asimetría se reproduce en los actos de habla no asertivos. Compárense los siguientes pares de oraciones:

(c) 1. Pon la leche a calentar 2. No pongas la leche a calentar (d) 1. Te aconsejo que vayas a ver esa película 2. Te desaconsejo que vayas a ver esa película En (c.1), el acto de habla tiene sentido si el hablante supone que el oyenta no ha hecho lo que se le pide, mientras que (c.2) tiene sentido cuando el hablante atribuye al oyente la intención de hacer algo que el hablante desea impedir. Igualmente, (d.1) es coherente cuando el hablante piensa que el oyente no va a hacer lo que se recomienda, mientras que (d.2) es pertinente cuando el hablante atribuye al oyente la intención de hacer algo que se quiere evitar. En suma, la asimetría entre actos positivos y negativos no se limita a un solo tipo, sino que parece que atraviesa longitudinalmente todos los tipos de actos de habla reconocidos. Tal asimetría tiene consecuencias estructurales: T. Givon (1978) ya examinó los fenómenos gramaticales relacionados con tal asimetría162, pero lo interesante es esbozar una explicación general de tal asimetría en términos de los principios comunicativos expuestos. Para proporcionar una explicación de este tipo, es preciso acudir a las relaciones de los participantes en un intercambio comunicativo con su contexto, a son las modalidades fundamentales en que se transforma el contexto, por obra de los participantes, en diferentes direcciones. Las diferencias entre los

162

Como I. Bosque (1980) para el español.

actos de habla positivos y negativos no son sino el reflejo de las diferencias entre esas orientaciones. Como ya se ha mencionado, un principio general que rige los intercambios verbales es la conservación y el aumento de la consistencia de los contextos. Cualquiera que sea la dirección de un intercambio, ha de mantenerse en los márgenes que delimita el principio. La necesidad de ajustarse a ese principio es parte de la explicación de la conducta lingüística que trata de alcanzar objetivos o satisfacer intenciones comunicativas. La evitación de inconsistencias contextuales es una de las modalidades en que se encarna el principio de coherencia discursiva mencionado. En primer lugar, el hablante tiene la posibilidad de introducir nuevas creencias en el contexto o eliminar las que son inconsistentes con las propias. Esta posibilidad es la que explotan en parte los actos de habla afirmativos. Por otro lado, podrá utilizar los actos de habla afirmativos para introducir nuevas creencias que son compatibles con el contexto que él maneja. De este modo aumentará la consistencia del contexto. Esta conducta puede desarrollarse en dos direcciones distintas: mediante la introducción de creencias que son independientes de las que ya forman parte del contexto o mediante la expresión de resultados de inferencias a partir del contexto. A la conducta lingüística que tiende al aumento de la consistencia contextual, se la denominará conducta incrementadora. Los actos de habla afirmativos desempeñan generalmente esa conducta incrementadora.

En cambio, los actos de habla negativos funcionan generalmente como los medios por los que se eliminan inconsistencias, bien en el propio contexto, bien de las creencias de los participantes con el propio contexto. Un acto de habla negativo se produce la mayor parte de las veces para contraer el contexto en beneficio de la consistencia. Limitándonse a los actos de habla asertivos, se pueden poner algunos ejemplos esclarecedores: 1) al comienzo del intercambio, el contexto C está constituido por un conjunto de enunciados tales que x es consistente con C. Además, el hablante cree x, hCx, y su intención comunicativa es hacérselo saber al auditorio. Nada más natural para el hablante que afirmar x como un medio de cumplir su intención comunicativa: d la aserción de x, el oyente ha de inferir hCx y, si x es consistente con el contexto, su incorporación aumenta la consistencia. Este es el caso paradigmático de conducta incrementadora, efectuada mediante actos de habla positivos. 2) al inicio del intercambio, el contexto contiene como elemento x, en el subconjunto del conocimiento atribuido por el hablante al

auditorio. Por su

x del contexto, mediante el reconocimiento por parte del auditorio de su intención comunicativa, hacer

contracción, llevada a cabo mediante actos de habla negativos.

Aparte de estos casos paradigmáticos y sumamente elementales, existen otros más matizados y complejos de los que citaremos, por la apelación que más adelante se hará a ellos, los siguientes:

conocimiento atribuido por el hablante al auditorio. Pero el hablante cree que x, con la consiguiente inconsistencia. Profiere entonces x, no con la intención comunicativa de introducir x

x, ya que x x. En este caso, se trata de una negación

indirecta, cuya intención comunicativa es igualmente el de eliminar una determinada creencia del contexto. 4) la intención comunicativa inicial del hablante es eliminar una creencia del contexto porque es incompatible con la base común que comparte con el auditorio, no con sus propias creencias. Esto es, lo que sucede en este caso es que el hablante parte de un conjunto contextual inconsistente, entre el conocimiento compartido y el conocimiento atribuido. El hablante sitúa en x, una creencia atribuida al auditorio, esa inconsistencia. Su conducta de contracción consistencia con el contexto puede no resultar clara al auditorio, sino a mostrar tará dirigida pues a constituir un medio suficiente para que el auditorio adquiera conciencia de que su creencia de x, si realmente se da, introduce una inconsistencia en el contexto. 5) como parte del contexto, existe una creencia x, atribuida por el hablante al

y

explicitando la conexión argumentativa entre una y otra. Este es también un medio indirecto para eliminar una creencia del contexto. 6) otra conducta de contracción similar a ésta es cuando se niega una de las consecuencias inferibles de una creencia x

y,

siendo así que es posible concluir y a partir de x. Esta modalidad de conducta conversatoria es especialmente importante en el caso de las presuposiciones: y puede constituir una presuposición de x en el sentido de ser una condición necesaria para que x sea verdadera. Si se niega y, al mismo tiempo se está negando que x sea verdadera. Pero, por otro lado, puede que y no sea una condición de la verdad de x, sino de la realización de un acto de habla a mediante la proferencia de x. Esto es, puede que y especifique una condición (preparatoria, por ejemplo) de la realización de a. La negación de y tiene como consecuencia poner de relieve la vacuidad o inanidad de la proferencia de x desde un punto de vista pragmático, esto es, en cuanto a su fuerza ilocutiva. Esta es también una modalidad de conducta de contracción, no basada en componentes veritativo condicionales del significado.

En resumen, los actos de habla positivos y negativos son diferentes medios para que los hablantes preserven la coherencia discursiva. Sus diferencias generales quedan explicada cuando se analizan las diferentes funciones que cumplen en las interacciones verbales. Mientras que los actos de habla positivos suelen emplearse con la finalidad de aumentar la consistencia del contexto, los actos de habla negativos desempeñan más bien la función de eliminar inconsistencias en o con respecto al contexto.

Estas diferencias

funcionales son las que llevaron a diferentes autores a mantener que los actos positivos y negativos tienen diferentes presuposiciones, diferentes condiciones de realización.

5.4 Referir en un contexto

En la bibliografía filosófica, constituyó un problema considerable la representación lógico-semántica de lo que se conoce como descripciones definidas, esencialmente sintagmas nominales cuantificados por un artículo determinado en singular. Esa representación lógico-semántica suele expresar la unicidad de lo referido, esto es, el hecho de que el sintagma en cuestión refiere a una única entidad, y sólo a una. En esta sección, se explicará brevemente en qué consiste la dimensión pragmática de esa unicidad, estableciendo sus diferencias con la unicidad entendida en sentido lógico y relacionándola con mecanismos anafóricos como la pronominalización. Desde un punto de vista pragmático, la unicidad de la referencia de una descripción depende del contexto. Una descripción definida refiere, en una situación comunicativa, a un único objeto en función de las creencias compartidas por hablante y auditorio y por las atribuidas por aquél a éste. El caso más simple es aquel caso en que se introduce un nuevo referente en el discurso, sin que antes se haya hecho mención expresa de él: (a) el partido de ayer fue aburrido

Parece que, en principio, esa mención no cumple una condición necesaria para la realización del acto de habla "proposicional" de referir163 de acuerdo con la cual sólo puede haber un objeto al cual se aplique la proferencia que hace el hablante. No obstante, la proferencia de (a) puede resultar, en el discurso, un acto de habla plenamente satisfactorio si el auditorio identifica unívocamente el evento al que se refiere el hablante. El auditorio puede captar la intención del hablante de referirse a la final de la Copa de Europa, por ejemplo, en virtud de consideraciones acerca de su relevancia (su proximidad en el tiempo, el hecho de que resulte particularmente saliente tal acontecimiento entre las creencias compartidas con el auditorio, etc.). El auditorio puede captar tal intención y, por tanto, identificar con éxito al referente164

163

164

J. Searle, 1969, pág. 82. En filosofía del lenguaje se solía distinguir entre referencia correcta y

referencia con éxito, para diferenciar entre la corrección de la expresión y el éxito de su uso en circunstancias concretas: tal distinción caree de sentido, desde el punto de vista de la descripción y explciación de la comunicación lingüística. Más interesante es la distinción entre referencia del hablante (K. Donnellan) y referencia de la expresión. De las consideraciones anteriores se desprende que la única noción pertinente para la teoría de la comunicación lingüística es la especificada por Donnellan, contraparte de la noción de significado del hablante, de H.P. Grice

La condición necesaria para utilizar una expresión para referir a un único objeto no es que "en realidad" exista un único objeto denotado165 por la expresión, sino que el auditorio pueda identificar un referente único mediante el uso de la expresión utilizada por el hablante y el contexto. En virtud del principio de relevancia, también es necesario que forme parte del contexto que maneja el hablante la creencia, atribuida al oyente, de que éste tiene los medios o la capacidad para efectuar la identificación unívoca utilizando como premisa la información provista por el hablante. No estaría comportándose de modo comunicativamente adecuado, el hablante que creyera que el auditorio es incapaz de identificar unívocamente un determinado referente mediante la expresión usada por él y, no obstante, la usara. Es más, para que la referencia efectuada por el hablante tenga éxito, es fundamental que el enunciado que expresa la identidad entre la expresión referidora y el referente forme parte del conocimiento compartido por hablante y auditorio. Aunque la formalización añade poco a lo dicho, se puede formular esta precondición de la utilización correcta de una descripción definida por parte de un hablante del siguiente modo

Un hablante realiza un acto de habla referencial correcto, mediante el uso de una descripción definida syss (

165

Para la distinción entre denotación y referencia, v. J. Lyons, 1977. Una vez más,

desde el punto de vista del análisis de la comunicación, la noción relevante es la segunda y no la primera.

utilizada por el hablante y el auditorio para identificar el referente denotado por a.

Obsérvese que, aunque el hablante puede estar comportándose de manera desleal, en el sentido de usar expresiones que no cree le sirvan al auditorio para identificar el referente, puede no obstante hacer una referencia con exito, una referencia perlocutiva, por decirlo así, porque el oyente pueda realizar la identificación, en contra de las creencias del hablante166. Entre los filósofos del lenguaje, ha sido popular la opinión de que la referencia de las expresiones definidas es derivada respecto a su funcionamiento semántico (a su denotación, en términos de J. Lyons, 1977). De acuerdo con ello, los hablantes emplean descripciones definidas para referirse unívocamente a objetos porque la semántica de esas expresiones les da esa posibilidad en virtud de su estructura lógica. Ni que decir tiene que esta situación, desde la perspectiva pragmática, es exactamente la contraria: las descripciones definidas

tienen

la

estructura

que

tienen

justamente

porque

convencionalmente se utilizan para referirse unívocamente a referentes. En cualquier caso, lo interesante es poner de relieve que las descripciones definidas, en el lenguaje natural no siempre se ajustan a lo que la semántica formal postula para ellas, lo cual no es un "defecto" del lenguaje natural, sino en

166

Esta situación es básicamente la misma a la que se refirió R. Kempson (1975, 5.4)

cuando hablaba del empelo anafórico no lingüístico de las descripciones definidas.

todo caso de los lenguajes utilizados para expresar su estructura. Su unicidad no es una unicidad absoluta, con respecto a cualquier modelo, sino una unicidad relativa al contexto: el auditorio ha de poner aislar un único referente haciendo uso de la información contextual a su disposición. Con razón, ya J. McCawley argumentaba a finales de los setenta167 que, si se toman en serio las exigencias logicistas de unicidad, enunciados como (a) el perro tiene hambre (b) el perro es como todos los perros (c) el perro se peleó ayer con otro perro resultarían con representaciones lógicas absurdas. En todas estas expresiones, en cuanto usadas en un contexto, es preciso entender la unicidad como relativa al conocimiento compartido por el hablante y el auditorio (o, al menos, al conocimiento atribuido por aquél a éste). Si se elimina, como parece razonable, la expresión de la unicidad en la representación lógico-semántica de los SSNN definidos, es posible unificar el análisis referencial de los sintagmas nominales

168.

Pero lo interesante es destacar

las diferencias en el uso comunicativo de uno y otro tipo de expresiones, esto es, explicitar los efectos contextuales de la utilización de ambos tipos de expresiones y analizar sus diferentes condiciones de empleo.

167

J. McCawley, 1979, págs. 377 passim.

168

Como ya hizo R. Kempson, 1975 y viene siendo habitual desde entonces, véase P.

Gardenfors, ed., Generalized Quantifiers, Amsterdam: North Holland.

En cuanto a éstas, parece que el uso de un sintagma nominal definido requiere que la equivalencia referencial forme parte de la base común contextual, lo cual no sucede en el caso de los SSNN indefinidos. Es más, la función comunicativa que tiene el uso de sintagmas indefinidos es precisamente la de introducir en el contexto equivalencias referenciales previamente inexistentes. Ello aclara de paso la dimensión anafórica de los SSNN definidos: un sintagma nominal definido está en una función anafórica cuando aquello a lo que refiere ha sido introducido previamente en el discurso, generalmente mediante el uso de un sintagma nominal indefinido. Así pues, mientras que

la condición de un uso correcto de los SSNN

definidos exige la presencia de una determinada creencia en el contexto, la pertinente equivalencia referencial, el uso correcto de un SSNN indefinido parece exigir más bien su ausencia. En efecto, constituiría una violación de las máximas conversatorias o del principio de relevancia quien utilizara un SN indefinido, en vez de uno definido, sabiendo que la equivalencia referencial formaba parte de la base común contextual: estaría por así decirlo equivocando a su auditorio haciendole creer que estaba introduciendo un referente nuevo, cuando lo que realmente ocurriría es que estaría haciendo mención de un elemento perteneciente ya al contexto169.

169

Por supuesto, la violación de la máxima de relevancia es explotada por los hablantes

para lograr efectos estilísticos. Cfr. "me lo dijo un pajarito" en que no sólo la cuantificación, sino la misma expresión idiomática parece estar violando la máxima de relevancia.

Desde el punto de vista pragmático, la situación se reproduce en los SSNN definidos e indefinidos en plural. En este caso, la disparidad entre lo postulado por la lógica y el uso real que hacen los hablantes atañe una vez más al dominio de interpretación de las expresiones. Del mismo modo que la unicidad de las descripciones definidas es, en la comunicación, una unicidad pragmática, asi lo es la totalidad o generalidad que entraña el uso de SSNN definidos en plural. Además, la formalización con el cuantificador universal es fruto de una idealización del funcionamiento de esos SSNN: no todos tienen la función de referir a todos los miembros de una colectividad o dominio, puesto que existen referencias genéricas o afirmaciones estadísticas como en (a) Según el resto de los europeos, los españoles son poco trabajadores Del mismo modo que en el caso de las descripciones definidas, el uso del artículo determinado supone ya la pertinente identificación referencial y, en general, la modalidad de tal identificación. Si a lo que se refiere un SN definido en plural es a un conjunto, la identidad referencial afecta a tal conjunto: lo supuesto entonces es que hablante y auditorio conocen los medios de identificarlo suficientemente, esto es, a efectos comunicativos. Por el contrario, tal identificación contextual no se da en el uso de los SSNN indefnidos en plural que se usan, como lo que están en singular, para introducir referencias a multiplicidades dentro del discurso -pero hay que tener en cuenta que ésa no es la única función que desempeñan. Como existe una estrecha relación entre la anáfora y la pronominalización, gran parte de lo dicho hasta ahora se aplica al funcionamiento de los pronombres. Del mismo modo que en el caso del artículo definido, el pronombre puede tener

una doble función anafórica: 1) discursiva, cuando el elemento pronominalizado está presente en el texto, y 2) extradiscursivo, cuando no aparece en él, sino en el contexto que manejan hablante y auditorio. Nos ocuparemos especialmente del análisis de la pronominalización discursiva, poniendo de relieve la dimensión pragmática de la conexión entre el pronombre y lo pronominalizado. Esa conexión tiene, por supuesto, contrapartes sintácticas. Dicho de otro modo, la naturaleza del compromiso por parte del hablante con respecto a la correferencialidad del pronombre y lo pronominalizado es tal que se traduce en esas operaciones estructurales que fijan tal correferencialidad. Sin embargo, las condiciones de uso de los pronombres son los mismos en las diferentes funciones que pueden desempeñar, discursiva y extradiscursiva. Como en el caso de las descripciones definidas, esas condiciones aseguran que el elemento pronominalizado ya ha sido introducido en el contexto, Lo de menos es el momento en que se haya efectuado tal introducción170: en la misma expresión, en expresiones anteriores o en el contexto inicial del intercambio comunicativo. En muchas ocasiones se ha subrayado el parecido de categorías gramaticales deícticas, como los pronombres, los adverbios de lugar y de tiempo, con la categoría lógica de las variables. De acuerdo con esta tesis, como hemos visto, esas categorías no tienen significado referencial independiente, sino que lo adquieren con ocasión de su uso en circunstancias concretas. A veces se

170

Respetando las mínimas condiciones cognitivas referentes a la recuperación de

información, restricciones de memoria, resolución de ambigüedades, etc.

califica a las expresiones que las contienen como ambiguas171, en cierto modo como las formulas abiertas de la lógica de primer orden. Sin embargo, nada más transparente, en una situación comunicativa concreta, que expresiones como (a) yo soy profesor de lógica (b) puedes encontrasle allí (c) él no viene hoy La transparencia comunicativa es el resultado de la existencia de las correspondientes equivalencias referenciales en el contexto, en el conocimiento compartido por hablante y auditorio, en el conocimiento básico relativo a los parámetros más importantes de cualquier intercambio verbal. La característica distintiva del uso de la pronominalización es que las equivalencias referenciales cuyo conocimiento comparten hablante y auditorio pueden ser introducidas en el contexto en el curso de la interacción. Esa introducción progresiva de equivalencias referenciales evita la redundancia innecesaria

en

los

intercambios

y

elimina

presuntas

ambigüedades

estructurales172

171

En una extendida confusión de la noción de ambigüedad con la de indeterminación. V.

J.D. Atlas, Philosophy without ambiguity. 172

Por ejemplo, D' Introno (1979, pág. 67) afirmaba: "La oración siguiente

(1) Pedro dice que María lo insultó es ambigua en cuanto a la referencia del pronombre lo. Es decir, (1) tiene dos interpretaciones posibles: en una lo refiere a Pedro y en otra lo refiere a un SN distinto de Pedro y no incluido en (1)". Esa ambigüedad estructural desaparece cuando se considera (1), no en cuanto oración-tipo, sino en cuanto proferencia hecha por un hablante en un contexto. Si el hablante y el auditorio comparten el conocimiento contextual adecuado y relevante, la oración no puede resultar ambigua.

El estudio gramatical de la pronominalización, que incluye la especificación de las dependencias estructurales entre expresiones, se ha atenido por lo general al contexto oracional. Ello ha permitido la expresión formal de reglas sobre el movimiento, y las restricciones sobre él, de esas expresiones. Sin embargo, es evidente que ello no da cuenta de todos los fenómenos ligados a la pronominalización. No siempre es posible localizar el elemento pronominalizado, por la sencilla razón de que no está. Lo sujeto a pronominalización puede que ni siquiera se encuentre en el texto, por lo que la ampliación de las unidades lingüísticas de análisis, por muchas ventajas que pueda suponer, tampoco nos da una adecuada comprensión del proceso. Es precisa una concepción más abarcadora para dar cuenta en toda su amplitud de la pronominalización y la anáfora en general. Tal concepción global no puede ser sino la que proporciona la pragmática, pues sólo ella permite formular los principios que se encuentran en su base, principios que relacionan el texto y el contexto.

CAPITULO VI: Analisis pragmático de la referencia

6.1.

LAS «PRESUPOSICIONES» REFERENCIALES

Las presuposiciones referenciales han sido ampliamente aceptadas como fenómenos semánticos, aunque lo que ha estado en discusión es si se trata

realmente de fenómenos independientes de otros fenómenos semánticos, como el de la implicación. Se puede decir que su primera aparición en la bibliografía filosófica data de principios de siglo, Frege 11892), y de la disputa entre B. Russell (1905) y P. F. Strawson (t9501. De hecho, Russell y Strawson polemizaron sobre una clase específica de implicación-presuposición referencial: la de los sintagmas nominales definidos en función del sujeto. Esta polémica constituyó el punto de partida para la elaboración de dos conceptos básicos de presuposición, uno semántico y otro pragmático, y para el descubrimiento de diferentes fenómenos presuposicionales. En realidad, las presuposiciones referenciales están constituidas por una clase de fenómenos que son una generalización de los tratados por B. Russell y P. Strawson. Dicho brevemente, las presuposiciones referenciales están ligadas a los sintagmas nominales empleados en sentido referencial (no atributivo). Cada sintagma nominal que se encuentra empleado referencialmente en una oración es portador de una presuposición referencial, de la presuposición de que existe un referente al cual el sintagma en cuestión designa. Ahora bien, los sintagmas nominales pueden estar constituidos por diversas categorías sintácticas, por lo que se puede diferenciar entre varios tipos de presuposiciones referenciales. Sin pretensiones de exhaustividad, vamos a distinguir en primer lugar entre sintagmas nominales definidos e indefinidos, según estén encabezados por morfemas definidos lartículos definidos, adjetlvos demostrativos, etc.) o indefinidos (artículos indefinidos, adjetivos indefinidos , etc.).

6.1.1. Sintagmas nominales definidos

La clase más perspicua de sintagmas nominales definidos desde el punto de vista filosófico es la de las descripciones, como en (1) El satélite de la Tierra está deshabitado (2) Unos astronautas descendieron en el satélite de la Tierra (3) Llevé al cine a la hermana de Pedro Estas dos expresiones, ‘el satélite de la Tierra’ y ‘la hermana de Pedro’, son descripciones definidas en posición referencial (W. Quine, 1960; K. Donnellan, 19661 que producen su correspondiente presuposición, en las oraciones (1) y (2) la primera y en la oración (3) la segunda. Tanto Russell como Strawson discutieron sólo sobre este tipo de expresiones y además sobre el único caso en que están situadas en una determinada posición referencial, la de sujeto. En estos casos, y de acuerdo con el clásico punto de vista strawsoniano, el fallo referencial de la descripción tenía como consecuencia la carencia de valor de verdad de toda la oración. Lo mismo había que decir, ampliando la tesis strawsoniana, de las descripciones que ocupan otras posiciones referenciales, como en (2) o en (3). También en estos casos, el fallo referencial desembocaría en una carencia de valor de verdad de las oraciones en cuestión. Ahora bien, no todos los sintagmas nominales que empiezan por el artículo definido constituyen descripciones en el sentido lógico filosófico del término. Existen sintagmas nominales genéricos, como en (4) El hombre es un animal racional (5) El mayor mamífero terrestre es el elefante

(6) Juan fue a la caza de la perdiz En estas oraciones, los sintagmas nominales referenciales no se corresponden con las descripciones propias de los lógicos y, de hecho, constituiría un craso error afirmar que esa es su forma lógica. Son expresiones que no denotan a un individuo, sino a una clase o tipo de individuos y, por lo tanto, no cumplen el requisito de unicidad que es consustancial a las descripciones. Se puede afirmar que todas las expresiones que tienen una forma lógica (representación semántica) de descripciones son sintagmas nominales definidos en sentido no genérico, pero no se puede mantener lo inverso, es decir, que todos los SSNN definidos no genéricos tienen la forma de descripciones propias. La razón es que hay ocasiones en que el artículo definido es utilizado en un contexto oracional de un modo anafórico: (7) Me tropecé con un chico y una chica en la calle, y el chico cayó al suelo (8) Si un perro y un gato están juntos, seguro que el perro busca pelea (9) Un coche slempre será más seguro que una moto, aunque el coche sea malo En estas oraciones el artículo desempeña una función pronominalizadora, identificadora de una expresión que ocurre en un contexto previo. Es evidente que tanto la expresión pronominalizadora como la pronominalizada reciben la misma interpretación semántica o el mismo indice referencial en la estructura de la que parte la derivación (la correferencialidad es una condición indispensable para la transformación anafórica), por lo que en estos casos los sintagmas nominales definidos no tienen la forma lógica de las descripciones.

Además de ésta, hay otras razones de tipo más general que nos aconsejan no tratar los sintagmas nominales definidos como descripciones propias ni siquiera en los casos más paradigmáticos, de tal modo que el uso de estas expresiones no implicará la unicidad de sus referentes, como alegaba B. Russell (1905). Pero estas razones se enmarcan en consideraciones teóricas de mayor generalidad y, por lo tanto, es mejor dejarlas de lado hasta que llegue el momento oportuno de exponerlas.

6.1.2. Sintagmas nominales indefinidos

Del mismo modo que en el caso de los definidos los sintagmas nominales indefinidos son también portadores de propiedades referenciales cuando se encuentran en una posición adecuada dentro del contexto oracional. Así, en (10) Vino un amigo tuyo para invitarte, a cenar (11) Un jugador metió gol en el último minuto (12) El profesor suspendió a una sola alumna los sintagmas nominales subrayados se refieren a individuos identificados, al menos parcialmente, por quien los usa. ¿Qué relación semántica da cuenta de estas propiedades? ¿La implicación o la presuposición? La respuesta clásica es la que considera que el artículo indefinido es una de las varias personificaciones del cuantificador existencial de la lógica en el lenguaje natural y que, por lo tanto, la referencia de las expresiones que liga no es presupuesta sino afirmada por quien lo usa.

No obstante la claridad y firmeza de esta tesis, hay que hacer varias puntualizaciones. En primer lugar, hay que tener en cuenta que el artículo indefinido puede encabezar sintagmas nominales que no se encuentran en posición referencial (no atributiva), como en el caso de (13) El hombre es un animal bípedo (14) Mi profesor es un neurótico incurable en que sería absurdo darle la representación lógica habitual. Por lo tanto, una primera restricción sobre la representación lógico-semántica del artículo indefinido como cuantificador es la de que éste ha de encabezar un sintagma nominal en posición referencial. En segundo lugar, hay que diferenciar entre dos clases de sintagmas nominales indefinidos, los que tienen una referencia genérica y los que la tienen específica (Lyons, 1977; Acero, Bustos y Quesada, 1982). En el caso primero, del que son ejemplo (15) Una gallina nunca abandona a sus polluelos (16) Es peligroso bañarse en un río crecido (17) Un ataque al corazón es más grave que una úlcera tampoco sería correcto traducir los sintagmas nominales subrayados por expresiones lógicas encabezadas por el cuantificador existencial, puesto que en estas oraciones no se afirma nada de (al menos) un objeto particular, como prueba el hecho de que no sean sinónimos de

(18) Alguna gallina nunca abandona a sus polluelos (19) Es peligroso bañarse en algún río crecido (20) Algún ataque al corazón es más grave que alguna úlcera

En estas oraciones, los sintagmas nominales indefinidos tienen una referencia específica y se pueden representar por expresiones lógicas cuantificadas particularmente. Así pues, es simplificador de los fenómenos de la lengua española afirmar que el artículo indefinido es un reflejo del cuantificador existencial de la lógica y que todas las propiedades referenciales de los sintagmas nominales indefinidos se reducen a la relación de implicación. Como se ha visto, en algunas ocasiones la relación entre una expresión indefinida y la afirmación de la existencia de lo referido por ella no puede ser concebida como una mera implicación. 6.1.3. Nombres propios Otras expresiones que pueden constituir sintagmas nominales son los nombres propios. Dejando de lado la polémica filosófica sobre si los nombres propios son expresiones puramente referenciales o son semánticamente equivalentes a (clases de) descripciones (v. Hierro, 1976), se puede afirmar en principio que los nombres propios son portadores de presuposiciones referenciales. Excepto en casos como (21) Está hecho un Adonis (22) Parecía una Venus recién salida del océano en que el nombre propio se encuentra precedido por un artículo indefinido, y forma parte de un SN atributivo, si el nombre propio que se halla en posición referencial carece de referencia, el resultado es en principio la carencia de valor de verdad de la oración. ‘Carecer de referencia’ no significa evidentemente no

tener una existencia física actual, pues en ese caso serían averitativas oraciones como (23) Pegaso era un caballo alado (24) Don Quijote tenía un criado (25) El emperador Carlos V murió en un monasterio lo cual, prejuicios filosóficos aparte, resulta anti-intuitivo, sino que quiere decir algo más neutro, algo así como ‘carecer de interpretación en el universo del discurso’, noción que, desde luego, es necesario precisar. Desde este punto de vista, sólo los nombres que no refieren a nada dentro del universo del discurso pueden incurrir en fallos referenciales y provocar la carencia de valor de verdad en una oración. Para alguien que mantiene que los nombres son puramente referenciales, esto es, que su significado es el objeto que designan, la alternativa natural es sostener que los nombres no referenciales carecen de significado y que, por lo tanto, las oraciones en que entran a formar parte son oraciones mal formadas, oraciones no pertenecientes a la lengua.

6.1.4. Expresiones anafóricas

Hemos señalado un cierto uso anafórico del artículo definido. En este uso, el artículo definido remite a un sintagma nominal previo en el contexto oracional. Algunos autores (Kempson, 1975, y hasta cierto punto Bonomi, 1977) distinguen entre uso anafórico «lingüístico» de otro no lingüístico, en el que el uso del artículo definido y, para el caso, de los pronombres, remite a un objeto plenamente identificado dentro del universo del discurso que manejan o

comparten el hablante u oyente. Es decir, en esta anáfora no lingüística lo pronominalizado es un elemento del contexto no oracional o discursivo. De hecho, para R. Kempson l1975, 5.4), el uso del artículo definido siempre tiene uno de los dos aspectos anafóricos: o bien remite a un elemento previo del contexto extralingüístico suficientemente individualizado por el hablante y/o el oyente, o bien remite a un elemento del contexto lingüístico. Tanto

el

artículo

definido

como

los

pronombres

anafóricos

(fundamentalmente los personales y demostrativos) son portadores de presuposiciones referenciales de una peculiar clase, las presuposiciones de que son correferenciales con las expresiones pronominalizadas. En las oraciones (8) Si un perro y un gato están juntos, seguro que el perro busca pelea (26) Pedro y Carmen vinieron a casa y él parecía alegre (27) El lechero y el barrendero pidieron el aguinaldo, aunque aquél no traía ninguna tarjeta de felicitación se

presupone

que

las

expresiones

subrayadas

son

correferenciales

respectivamente con un perro, Pedro y el lechero, esto es, que designan el mismo individuo. Tanto unas como otras han de tener una misma representación (e interpretación) semántica, para experimentar más tarde, en el proceso de derivación, las transformaciones oportunas. Por ello, además de esta presuposición de correferencialidad, tienen las mismas presuposiciones existenciales que las expresiones que pronominalizan. Hay que tener en cuenta que un pronombre anafórico puede aparecer antes, en el contexto oracional, que la expresión que pronominaliza, en el resultado final de la derivación estructural, como en

(28) Aunque él no lo sepa, tu amigo ha aprobado (29) A pesar de que el toro le hirió, el torero consiguió un gran triunfo (30) Si le pegas a menudo, tu perro se volverá desconfiado En estos casos, también los pronombres personales, en sus formas átonas o tónicas,

tienen

las

presuposiciones

mencionadas,

a

saber,

que

son

correferenciales con los sintagmas nominales tu amigo, el torero, tu perro y de que los individuos designados por estas expresiones existen (en el sentido mencionado anteriormente).

6.1.5. Oraciones de relativo restrictivas y no restrictivas

Los sintagmas nominales también pueden estar constituidos por oraciones completas, de tal modo que todas las funciones sintácticas desempeñadas por aquéllos pueden ser realizados por éstas. En particular, en cuanto a los fenómenos presuposicionales de tipo referencial se han considerado (Keenan, 1971; Karttunen, s/f.) dos casos: las oraciones de relativo restrictivas y las no restrictivas o libres. a. Oraciones de relativo restrictivas Las oraciones de relativo restrictivas comportan la presuposición de que es cierto lo expresado por ellas. Así, (31)

El profesor que te aprobó hubiera desaprobado tu comportamiento

(32)

Los libros que tenían tapas azules estaban sobre la mesa

(33) Hacía tiempo que no veía a la chica que tiene los zapatos morados presuponen respectivamente la verdad de

(34) El profesor te aprobó (35) Los libros tenían tapas azules (36) La chica tiene zapatos morados de tal modo que, si se considera que los valores de verdad constituyen la referencia de las oraciones, al modo fregeano, las presuposiciones de estas oraciones son de tipo referencial. La verdad de (34), (35) y (36) constituye una condición necesaria para que se pueda asignar un valor de verdad, lo verdadero o lo falso, a (31), (32) y (33). b) Oraciones de re1ativo no restrictivas Compárese la oración (32) con (37) Los libros, que tenían tapas azules, estaban sobre la mesa en que la oración de relativo no es restrictiva. También en el caso de (37) parece existir la presuposición expresada por (35). Las diferencias entre (32 y (37) no se basan en que mantienen sus cláusulas de relativo diferentes presuposicionales referenciales, sino en las presuposiciones referenciales de los correspondientes sintagmas nominales. Es decir, la diferencia entre (32) y (37) reside en el hecho de que ‘los libros que tenían tapas azules’ refiere posiblemente a un conjunto diferente del designado por ‘los libros, que tienen tapas azules’. Y esto por lo que respecta a las diferencias semánticas, pues es claro que, desde un punto de vista sintáctico, (32) y (37) son productos de diferentes procesos de derivación estructural (D’lntrono, 1979). En todos los ejemplos de oraciones de relativo no restrictivas semejantes a (37) existe la presuposición referencial de la verdad de la oración de relativo

en cuestión. Pero además de esta clase de ejemplos de oraciones de relativo no restrictivas hay otros: (38) El que tú quieres, ya se ha vendido (39) No está bien lo que habéis hecho con la pelota de Pedro (40) Coge la que tiene el punto verde

En estas oraciones la cláusula de relativo está precedida por el artículo en la función anafórica no lingüística ya comentada. La presuposición referencial correspondiente seria la verdad de las oraciones (41)

Hay algo que tú quieres

(42)

Habéis hecho algo con la pelota de Pedro

(43)

Hay alguna cosa que tiene el punto verde

Si estas oraciones son falsas, las correspondientes oraciones que las presuponen carecen, una vez más, de valor de verdad. 6.2.

LA DIMENSION PRAGMATICA DE LAS PRESUPOSICIONES

REFERENCIALES La hipótesis semantista sobre las presuposiciones referenciales de los SSNN definidos e indefinidos es que esas presuposiciones lo son sobre la existencia de lo referido por tales SSNN. Traducida a términos pragmáticos, esta tesis viene a decir que quien utiliza SSNN referenciales en sus proferencias se ve comprometido con la creencia en la existencia de lo referido por éstas. Nuestro objetivo es, en primer lugar, especificar en qué consiste este

compromiso, cuáles son las diferentes formas que adquiere y cuál es su función en la interacción comunicativa entre hablantes y oyentes. Comencemos por las descripciones. En primer lugar, sobre este particular tipo de SSNN definidos hay que decir que la utilización en ellos del artículo definido no compromete necesariamente al hablante con la unicidad de lo referido por el SN en cuestión. No se trata, evidentemente, del caso en que la presunta descripción resulta no serlo, por constituir un SN genérico, o con referencia no específica, sino del caso de descripciones cuya estructura formal se suele reflejar expresando esa unicidad. La lógica formaliza oraciones (enunciados) y no proferencias de los hablantes; por ello está autorizada a recoger lo que cree que es el caso común de las expresiones lingüísticas, pero pensar que esa formalización recoge el funcionamiento semántico de esas expresiones en todos los contextos sería ingenuo incluso para el más radical de los logicistas. La utilización del artículo definido puede no comprometer al hablante con la unicidad de lo referido fundamentalmente en dos tipos de casos: 1) porque, dentro del contexto oracional, la utilización del artículo tenga una función anafórica, que remite a un elemento anterior de la oración,; 2) porque el artículo definido posea esa función anafórica, pero referida a un contexto no necesariamente oracional ni discursivo, sino a un contexto formado fundamentalmente por el conocimiento compartido por el hablante y el oyente. Desde un punto de vista pragmático, este segundo tipo de casos es más interesante que el primero, aunque también se pueden decir algunas cosas sobre éste (v. infra los comentarios sobre las presuposiciones de la utilización de los pronombres). Es este segundo tipo de casos el que remite a la noción ya

conocida y utilizada por varios autores de Universo Pragmático del discurso o base común compartida por el hablante y el oyente. Esta función anafórica extradiscursiva del artículo definido ya fue observada por R. Kempson (1975, 8.4) y se convirtió en un elemento importante en algunas explicaciones posteriores de los fenómenos presuposicionales referenciales (cf., por ejemplo, A. Bonomi, 1977; S. Cushing, 1977). La importancia de la observación de esta función reside justamente en que impide generalizar sobre la forma lógica que tienen las descripciones en el lenguaje natural. Considérense los siguientes ejemplos: (44) No estoy de acuerdo con la afirmación que hiciste ayer (45) La hipótesis de Juan me parece descabellada (46) Las cosas no salieron de acuerdo con la intención del profesor En estos tres casos, sería desproporcionado mantener que quien profiere estas oraciones a una audiencia se compromete con la verdad de: (47) Tú hiciste ayer una y sólo una afirmación (48) Juan tiene una y sólo una hipótesis (49) El profesor tenía una y sólo una intención Más bien, con lo que se comprometería quien profiriera estas oraciones es con que sería capaz de identificar para el oyente lo referido por la descripción. Pero este compromiso del hablante no es un compromiso que tenga su origen en propiedades semánticas del artículo definido, sino en el principio de cooperación

que

regula

la

interacción

comunicativa.

En

lo

sucesivo

supondremos pues que el artículo definido tiene propiedades semánticas referenciales, pero que tales propiedades no se diferencian esencialmente de

las del artículo indefinido (Kempson, 1975, 5.5). En particular, y al margen del análisis de Rusell, el artículo definido no implica la unicidad absoluta de lo referido y, por tanto, quien lo utiliza no está comprometido en la creencia en esa unicidad. No obstante, ei uso del artículo definido por parte de un hablante autoriza a un oyente a inferir que el hablante conoce lo referido por la expresión encabezada por el artículo definido, y quizás a que es capaz de identificarlo para el oyente (Searle, 1969). Como en otras ocasiones, tal inferencia se puede llevar a cabo gracias a la suposición general de que tanto el hablante como el oyente están observando el principio de cooperación y, en particular, la máxima conversatoria de cantidad. Imagínese que un hablante profiere (50) El hijo de Juan ha suspendido las matemáticas a un oyente y que forma parte del conocimiento que comparten las siguientes oraciones: (51 ) Juan tiene dos hijos (52) Los dos hijos han suspendido algunas asignaturas, de cursos diferentes Si no hay ningún elemento en el contexto discursivo que le permita al oyente identificar al referente de ‘el hijo de Juan’ (es la primera vez que se menciona en la conversación, anteriormente no se ha hecho ningún comentario al respecto, etc.), el oyente puede acusar al hablante de estar violando el principio de cooperación. (53) O.- ¿Cuál de los dos hijos de Juan? Juan tiene dos hijos y ambos han suspendido asignaturas

El hablante por su parte puede responder, o bien reconociendo que ha violado el principio de cooperación o bien recordando quizás un elemento de la base común que el oyente puede haber pasado por alto. Por ejemplo (54) Creí que sabías que sólo el hermano mayor cursaba matemáticas Si se añade este elemento al contexto, y el hablante puede creer que formaba parte de él, la expresión ‘el hijo de Juan’, identifica tanto para el hablante como para el oyente a un referente, independientemente de que (50). en cuanto oración, pueda implicar o no la unicidad de ese referente. Ese requisito de que el hablante pueda identificar a lo referido por una expresión encabezada por el artículo definido puede concebirse bien como una condición del acto de habla en que consiste el referirse a algo mediante tal expresión (Searle, 1968), o bien como una implicatura conversatoria, algo que un hablante puede inferir a partir del empleo de una determinada expresión, de un contexto y de la observancia de las máximas conversatoriaes. Si se elimina la representación formal de la unicidad de la forma lógica de los SSNN definidos, estos resultan tener la misma que los SSNN indefinidos, de tal modo que se puede unificar el estudio de sus propiedades referenciales y se pueden generalizar las observaciones sobre esas propiedades: una tesis en la que casi todos los autores que han tratado de presuposiciones referenciales coinciden en que, en oraciones afirmativas, tales presuposiciones son(también) implicaciones de esas oraciones. Esto es, en lo que se está de acuerdo es en que tanto (55) como (56) (55) El satélite de la Tierra está deshabitado (56) Un satélite de Júpiter es inobservable

implican, esto es, son condición suficiente de (57) Hay un satélite de la Tierra (58) Hay un satélite de Júpiter. Si (57) y (58) son falsas, también lo han de ser (55) y (56). Pero en este punto, como se sabrá, es donde se produce el desacuerdo entre unos autores y otros: los presuposicionalistas strawsonianos mantenían que el resultado de la falsedad de (57) y (58) es la carencia de valor de verdad y los partidarios del análisis russelliano que era la pura y simple falsedad. (Como observación al margen hay que hacer notar que quien mantiene que la relación entre (55) y (57) es no sólo de presuposición sino también de implicación, se ve obligado a definir de nuevo esta relación en una lógica trivalente. Desde el punto de vista que adoptamos ahora, lo que nos interesa subrayar es que quien afirma (55) o (56), pero niega (57) o (58), está cometiendo una incongruencia, no sólo semántica sino también pragmática, idéntica a la del que acepta un enunciado pero no sus consecuencias lógicas. Se está comportando, lingüísticamente hablando, de un modo irracional: tanto (57) como (58) son condiciones necesarias para la verdad de (55) y (56), por lo que admitir éstas negando aquéllas es inconsistente. Ahora bien, la situación cambia cuando se trata de oraciones negativas, por la asimetría que, en el lenguaje natural, introduce este operador. Si se consideran las correspondientes oraciones negativas de (55) y (56) (59) El satélite de la Tierra no está deshabitado (60) Un satélite de Júpiter no es inobservable

aparece el problema ya conocido de la posible doble interpretación de estas oraciones. Según una interpretación, la negación presente en (59) y (60) sólo afecta al predicado de esas oraciones y, en ese sentido, tales oraciones serían equivalentes por el matiz negativo de los predicados, que hemos utilizado a propósito) a (61)

El satélite de la Tierra está habitado

(62)

Un satélite de Júpiter es observable

Esta interpretación de la negación es lo que se denomina interpretación interna, en la que lo negado sólo es una parte de lo que compone la oración. Nótese que esta interpretación es la más frecuente, en virtud de las propiedades pragmáticas de las oraciones negativas a las que nos hemos referido anteriormente: si una oración negativa es proferida en general cuando el hablante cree que el oyente tiene motivos para creer lo contrario, es natural que lo que pretenda utilizar sea la negación interna. Otra interpretación de la negación es la que hace que ésta abarque a la oración completa, esto es, que convierte a (59) y (60) en equivalentes a (63)

No es cierto que el satélite de la Tierra esté deshabitado (64)

No es cierto que un satélite de Júpiter sea inobservable

Bajo esta interpretación externa de la negación, (59) y (60) carecen de presuposiciones referenciales, ya que si su forma 1ógica es

(65) de ella no se sigue

. Esta carencia de presuposiciones referenciales en la

interpretación externa de la negación fue puesta de relieve por D.Wilson (1975) y R. Kempson (1975). Por ejemplo, podría resultar adecuado para un hablante proferir en determinados contextos (66)

El satélite de la Tierra no está deshabitado, porque la Tierra no tiene

ningún satélite (67)

Un satélite de Júpiter no es inobservable, porque Júpiter no tiene

satélites

aunque de hecho resultara falso. La cuestión está en que no siempre una oración negativa con un SN definido o indefinido fuerza a quien la profiere a sostener que hay algo referido por ese SN, a saber, en los casos en que entiende esa negación como externa. Si por el contrario el sentido en que el hablante interpreta la oración es el interno, esto es, con arreglo a la forma lógica

evidentemente se ve obligado a asumir que

, pues se trata de

una consecuencia lógica de su interpretación.

Una solución al problema de las presuntas presuposicionales referenciales de las oraciones es afirmar sencillamente que se trata de implicaciones. Una oración afirmativa implica la afirmación de que existe lo referido por su(s) SN, mientras que la correspondiente oración negativa sólo tiene esa implicación cuando es interpretada, por el hablante y el oyente, en

un sentido interno. Esta solución plantea no obstante el problema de averiguar cuándo un hablante y un oyente están interpretando una determinada oración negativa en su sentido externo o interno. Gazdar (1979) pretendió obviar este problema prescindiendo de la distinción entre los dos tipos de negaciones, externa e interna, y procurando una sola interpretación a las oraciones negativas. Según esta interpretación, las

oraciones

negativas

presuponen,

esto

es,

presuponen

potencialmente, la existencia de lo referido por los SSNN, pero pueden perder esa presuposición, resultar cancelada, si no es consistente con el contexto que manejan el hablante y el oyente.

Otra forma posible de dar una solución pragmática a este problema es la de acudir, una vez más, a la noción de Universo pragmático del discurso. La presunta ambigüedad, u oscilación de interpretación, de las oraciones negativas se suele diluir cuando se considera la proferencia de tales oraciones en conexión con un contexto, con una base común de conocimiento compartido por el hablante y el oyente. En el caso de las descripciones definidas, en particular, ya hemos indicado el uso generalmente anafórico del artículo definido. Este uso sugiere que en la mayoría de los contextos la creencia en la existencia de lo referido por el SN forma ya parte del contexto. Dicho de otro modo, en general quien profiere (68) El campeón del mundo de ajedrez no ha perdido con Petrosian sabe, y sabe que su oyente sabe, que existe un campeón del mundo de ajedrez: la existencia de un tal campeón es ya un elemento del Universo

Pragmático del discurso en que se profiere (68), por ello no es de extrañar que (68) se interprete, tanto por el hablante como por el oyente, como implicando la existencia de tal campeón. Ahora bien, ¿qué sucede cuando la presunta presuposición referencial no forma parte del contexto? En este caso, la afirmación de la existencia de lo referido por el SN de la oración negativa no forma parte de lo implicado por ésta en el sentido semántico del término. Claro que hay que tener en cuenta la plausibilidad de la interpretación interna de (68) pero esta posibilidad se recoge afirmando que la presunta presuposición es, en esos casos en que no forma parte del contexto, una implicatura conversatoria de (68). Es una implicatura porque es un enunciado que el oyente puede inferir la mayor parte de las veces (por lo que es conversatoria) a partir de la máxima conversatoria que obliga al hablante a ser relevante. Quien profiere [68) con la intención de hacer una afirmación plenamente informativa y no como el mero rechazo literal de su afirmación contraria, sugiere o implica conversatoriamente la presuposición referencial. Sin embargo, hay que tener en cuenta los contextos en que la implicatura conversatoria es cancelable, contextos en los que es adecuado para un hablante proferir (69) El campeón del mundo de ajedrez no ha perdido con T. Petrosian, porque de hecho no existe actualmente tal campeón. La proferencia de (69) cancela la implicatura conversatoria, suponiendo por tanto la interpretación externa de (68).

En esta línea, que pretende ignorar hasta cierto punto la presunta ambigüedad de las oraciones negativas, se desarrolla nuestra interpretación de los fenómenos presuposicionales en esas oraciones. Desde este punto de vista, una presunta presuposición referencial es o bien implicada en el sentido semántico del término o bien constituye una implicatura conversatoria; para decidir entre uno y otro caso hay que acudir a la noción de contexto o base común compartida por el hablante y el oyente, elaborando los criterios formales que permitan, a partir de él, predecir una u otra interpretación en situaciones concretas.

6.3.

ANÁFORA Y ORACIONES DE RELATIVO

En el caso de los pronombres anafóricos nos interesa subrayar, más que el hecho de sus propiedades referenciales aisladas, a las que se puede dar el mismo tratamiento que se ha sugerido en la sección anterior, un peculiar tipo de presuposición que se ha clarificado entre las semánticas. Se trata del supuesto de que tales pronombres anafóricos son correferenciales con elementos del contexto discursivo o extradiscursivo. La interpretación natural asigna una misma referencia al pronombre anafórico que al SN anaforizado. Para ello, no era ni siquiera necesario que el pronombre

estuviera situado superficialmente tras el SN pronominalizado. El orden aparente de la partícula anafórica y de su sintagma correferencial no parecía suponer ninguna variación en la interpretación y, lo que es más importante, tal interpretación parecía ser independiente del contexto de proferencia y permanecer fija cuando se negaba la oración. Dicho en otros términos, la suposición de que el pronombre y aquello que sustituye tienen su mismo referente no es cancelable. Este hecho coloca a tales suposiciones al nivel de las implicaturas convencionales, pero con la característica peculiar de que este tipo de implicaturas convencionales no se seguiría del significado convencional de los pronombres en cuestión, sino de las características formales que tiene la operación estructural de pronominalización. Una condición estructural básica para desencadenar la transformación (o cualquier otra operación formal) de pronominalización (D’Introno, 1979) es que haya dos SSNN que sean equivalentes desde un punto de vista referencial, esto es, correferenciales. Una vez satisfecha esta condición, la pronominalización afecta al SN dominado por el otro en el proceso de derivación. Si se supone la dicotomía chomksiana entre estructura profunda y estructura superficial, y la tesis adicional de que EP constituye el input de la representación semántica, el supuesto de que el SN pronominalizado y pronombre son correferenciales está ya recogido explícitamente en la descripción estructural de la oración. Si esa interpretación tiene como paso intermedio la traducción a una descripción lógica, el resultado ha de ser el mismo. En ambas representaciones ha de quedar

expresada

la

correferencialidad

entre

pronombre

y

elemento

pronominalizado. Un problema más complejo se plantea cuando el objeto de la

pronominalización no se encuentra en el contexto oracional estricto. Si ese es el caso, pueden suceder dos cosas: que lo pronominalizado se encuentre en el contexto discursivo, esto es, que haya que acudir a una unidad más amplia de análisis, o que ni siquiera se encuentre en el discurso, sino que se trate de un elemento perteneciente al Universo pragmático del discurso que comparte el hablante y el oyente. En todo caso, la suposición de que el pronombre se refiere a un elemento previo ya no puede tratarse como una mera implicación de la oración, sino que intervienen consideraciones no veritativas de tipo pragmático, como la identificación por parte del hablante, y del oyente, de ese elemento previo, incluso en el caso de que no se haya mencionado explícitamente, etc. Por todo ello, tal suposición se podría explicar quizá como una implicatura convencional por parte del hablante. Si éste utiliza un pronombre personal para realizar un determinado acto referencial, su auditorio ha de suponer que ese referente es un elemento que, o bien forma parte del contexto discursivo, o bien de la base común de conocimiento que comparte con el hablante. El caso de las presuntas presuposiciones de las oraciones de relativo guarda una cierta analogía con el de la anáfora, que acabamos de comentar, y por eso las hemos agrupado en una sola sección. Como en el caso de la anáfora, las presuntas presuposiciones semánticas que tienen su origen en oraciones de relativo parecen deberse a las operaciones estructurales que se llevan a cabo en el curso de su derivación. Consideremos en primer lugar las cláusulas restrictivas y no restrictivas. Con respecto a las primeras hay que decir que, aunque las hipótesis sobre su derivación son varias, la estructura más

generalmente admitida y la más simple, puesto que no hay elementos preposicionales entre SN2 y su oración determinante es (70)

en que SN2 y SN son correferenciales, de tal modo que SN puede ser sustituido por un pronombre relativo. Es la estructura correspondiente por ejemplo a (71)

El profesor que te aprobó hubiera desaprobado tu comportamiento

Hay que complicar un poco más la estructura si se quiere que abarque a las oraciones de relativo apositivas o restrictivas con elementos preposicionales, como (72) (73)

Tu prima, esa que tiene el pelo rubio, me gusta

Los libros de los que te hablé están en la biblioteca

pero sin alterarla básicamente (D’lntrono, 1979). Lo importante es que la forma lógica correspondiente a estas oraciones ha de incluir no sólo la condición que corresponde a SN2 sino también la que está formulada por O2 . Por decirlo de otro modo, la O2 introduce una condición adicional que restringe la clase de los individuos designados por SN2. Considérese el siguiente ejemplo, que pone de relieve ese carácter restrictivo (74) Los alumnos que han aprobado hacen una fiesta La forma lógica correspondiente sería algo así como Ax (

), con el supuesto

adicional de que Vx (AxAPx), esto es, de que hay alumnos que han aprobado.

Es decir, el hablante, al proferir (74), implica de un modo u otro que, por una parte, hay alumnos, por otra, que algunos de esas alumnos han aprobado y finalmente que esos que han aprobado hacen una fiesta. En conclusión, no creemos que la presunta presuposición semántica pueda ser tratada de otro modo que como una consecuencia lógica de la estructura formal que refleja la descomposición del SN1 principal de la oración en dos condiciones diferentes, una representada por SN2 y otra por 02. Por su parte, las oraciones de relativo no restrictivas son derivadas, según general opinión (Contreras, 1971; D’lntrono, 1979) de una estructura sintática en que hay dos oraciones coordinadas. La correspondiente forma lógica ha de tener pues dos oraciones coordinadas, de tal modo que la correspondiente a la oración con cláusula de relativo no restrictiva (75) (75)

Los alumnos, que han aprobado, hacen una fiesta

sería Ax (Ax@ Fx) A Ax (Ax @ Px), con el mismo supuesto existencial de Vx Ax, que el cuantificador universal no tiene. En todo caso, de esa forma lógica se sigue Ax (Ax @ Px), que es lo presuntamente presupuesto por la cláusula, por lo que tal presuposición se puede considerar como perteneciente al conjunto de las consecuencias lógicas de la oración. Nótese que, si se niega (75), se sigue derivando de la forma lógica la segunda oración, puesto que la negación sólo afecta al predicado de la primera, lo cual explica la inalterabilidad de tal implicación bajo la negación.

6.4.

EL ANALISIS PRAGMATICO DE LA SUBORDINACION

6.4.1. Verbos factivos y negación

La tesis presuposicionalista ortodoxa sobre los verbos factivos era que dichos verbos factivos presuponen la verdad de sus complementos, tanto en oraciones positivas como negativas. Sin embargo, como los críticos de las presuposiciones semánticas se preocuparon de señalar (Kempson, 1975; Wilson, 1975], no es difícil imaginar contextos en los que oraciones negativas, con verbos factivos, carecen de tal presuposición. Incluso en esas oraciones se pueden añadir cláusulas cancelatorias, que niegan específicamente la presunta presuposición de la oración, sin que se produzca inadecuación o agramaticalidad. Considérense las siguientes oraciones con predicados que en castellano pertenecen a la clase de los factivos (76)

Mi amigo no lamenta que Carter haya perdido las elecciones, porque de

hecho no las ha perdido (77) El hecho de que los alumnos lleguen tarde a clase no es raro; en realidad son muy puntuales (78) es infiel.

Juan no descubrió que Marta le fuera infiel, en realidad ésta no le

Todas

estas

oraciones

tienen

cláusulas

cancelatorias,

que

niegan

la

presuposición de la oración factiva. Estas oraciones pueden constituir una interpretación no habitual, pero en todo caso no innatural, de las oraciones negativas correspondientes. Estas interpretaciones se pueden dar, por ejemplo, en contextos en que (76)-(78) sean proferidas como respuestas a las preguntas (79)

¿Lamenta tu amigo que Carter haya perdido las elecciones?

(80) ¿Es raro que tus alumnos lleguen tarde a clase? (81) ¿Descubrió Juan la infidelidad de Marta? en los que quien profiere (79)(81) no sabe si son ciertas las presuposiciones. Este es un punto importante que generalmente se suele pasar por alto: para que una presunta presuposición sea cancelable por (tenga sentido cancelarla para) un hablante, es preciso que la presuposición no forme parte de la base común o universo pragmático del discurso que comparten el hablante y el oyente. La cancelación introduce así un elemento nuevo en ese universo pragmático, el enunciado que niega la presunta presuposición. La conclusión es que, si las presuposiciones de los verbos factivos son cancelables, es porque no forman parte de ese universo pragmático del discurso ni se derivan de él. Este era el núcleo de la crítica de Gazdar (1979, pág. 106) a las definiciones de Karttunen y definiciones parecidas: estas definiciones suponían que las presuntas presuposiciones pragmáticas forman parte ya del contexto (son enunciados pertenecientes a la base común del hablante y el oyente o enunciados implicados por esa base común) y,por lo tanto, no consiguen dar

cuenta del hecho, muy común, de que las presuposiciones pragmáticas introducen nueva infonnación en el universo pragmático del discurso. Volviendo a la interpretación de las oraciones negativas recordaremos que, según señala Kempson ( 1975) basándose en el análisis de los Kiparsky (1968), las oraciones complemento de verbos factivos se comportan en modo parecido a sintagmas nominales. Ello se debe a que sólo con estos verbos es intercalable entre el predicado y la partícula completiva la expresión ‘el hecho de’, que nominaliza esa expresión completiva. En castellano, la nominalización puede adquirir también la forma de la sustantivización de la oración completiva. Basándose en esta nominalizabilidad o sustantividad de las oraciones completivas dependientes de predicados factivos, Kempson (1975) ha mostrado que las presuntas presuposiciones que introducen éstas son paralelas a las presuposiciones referenciales de cualquier oración. Si, por un lado, las oraciones afirmativas (82)

Mi amigo lamenta que Carter haya perdido las elecciones

(83)

Es raro que los alumnos lleguen tarde

(84)

Juan descubrió que Marta le era infiel

parecen presuponer la verdad de sus complementos, las correspondientes nominalizaciones de las oraciones (85)

Mi amigo lamenta la derrota de Carter en las elecciones

(86)

Es raro el retraso de los alumnos

(87)

Juan descubrió la infidelidad de Marta

parecen presuponer igualmente la existencia de lo referidopor los SSNN subrayados. Si las presuntas presuposicionesde las oraciones con predicados factivos son cancelables, en la forma negativa de esas oraciones, también han de ser cancelables sus nominalizaciones correspondientes.Hay que tener en cuenta que esta cancelación se opera en contextos específicos y que no siempre es realizable. Evidentemente, un caso en el que la presuposición pragmática no es cancelable es aquél en que el enunciado que la expresa pertenece a la base común del hablante y el oyente. ¿Cuál es la razón de este diferente comportamiento presuposicional de las oraciones factivas afirmativas y negativas? La explicación más generalmente admitida, que abarca no sólo a las oraciones factivas sino a cualquier otro tipo de oraciones, es que las oraciones negativas tienen propiedades pragmáticas de las que carecen las afirmativas. La causa de la asimetría entre oraciones afirmativas y negativas es, en términos de Givon (1975), el estatus presuposicional marcado de las negativas». Según este autor, que ha investigado extensamente la semántica y la pragmática de la negación, la proferencia de una oración negativa por un hablante es portadora de más presuposiciones que la correspondiente afirmativa, en particular, según Givon, siempre que un hablante utiliza una oración negativa es porque supone que su interlocutor tiene motivos para creer lo contrario, bien porque lo haya afirmado

explícitamente con anterioridad, lo haya implicado de algún modo o pertenezca al universo pragmático del discurso [v., para el castellano, Bosque, 1980). En el caso de las oraciones factivas negativas, la hipótesis de Givon sobre la pragmática de la negación tiene consecuencias completamente diferentes a las previstas por los presuposicionalistas semánticos. Según estos, tanto quien profiere (82)(84) como sus negaciones presupone la verdad del complemento, pero, según Givon, quien profiere las negaciones más bien está presuponiendo la falsedad del complemento, en el sentido de que está suponiendo, y el oyente sabe que lo hace, que éste cree en la falsedad del complemento. Dicho más brevemente, lo que, según Givon, pertenece al universo pragmático del discurso de h y o es la falsedad del complemento del predicado factivo negado. El hablante profiere una oración negativa justamente para suprimir esa falsedad presupuesta en la base común que maneja en su interacción comunicativa con el oyente. Esta tesis, que puede parecer exagerada, no es específica de Givon sino que fue mantenida por otros autores: «No tendrá lugar una oración negativa a menos que se piense que hay una posibilidad de que su corresponidente afirmativa sea verdadera» (Mandel, 1974). «Un hablante hace normalmente una suposición sobre la creencia (o aparentes creencias) de su oyente cuando profiere una oración negativa. Específicamente, supone normalmente que el oyente cree o podría creer en la verdad de lo que se niega” (Clark, 1974).

«Un enunciado negativo es apropiado cuando su complementario afirmativo es en cierto modo esperado» (Allwood, 1972). Supóngase que un hablante tiene la alternativa de elegir proferencias de oraciones como (88)

Los socialistas han ganado las elecciones

(89)

Los conservadores no han ganado las elecciones

Según Givon y demás autores, la elección de (88) no es portadora de las presuposiciones que lleva la elección de (89). Para que un hablante elija (89), ha de creer que su oyente o auditorio se inclina más bien por la verdad de la negación de (89). En último término se puede considerar que es una cuestión de racionalidad lingüística: si un hablante cree que su auditorio cree que a, el camino más corto y directo para hacerle saber que (el hablante cree) es proferirlo directamente y no proferir otra oración de la que se siga ¬a. El hablante, al proferir directamente ¬a se comporta con arreglo a las máximas que, por una parte, le obligan a ser relevante y, por otra, a ser breve. En relación con este análisis, también se podría decir, como afirma Givon [1978, en Cole, ed. (1978), pág. 70], que las condiciones que regulan la efectuación de actos de habla negativos son diferentes de las de los actos de habla positivos. Considérense por ejemplo dos actos de habla, uno positivo y otro negativo, efectuados mediante un verbo factivo, pero empleado en un sentido realizativo (90) Lamento que Reagan haya ganado las elecciones

(91)

No lamento que Reagan haya ganado las elecciones

Mientras que, para la realización de un acto de habla mediante (90), no parece necesario que quien la profiere crea que su auditorio no lamenta la victoria de Reagan, en cambio parece necesario que quien profiere (91) crea: 1) o bien que su auditorio cree que el hablante tenía motivos para lamentarlo; 2) o bien que su auditorio tiene motivos para lamentarlo. Sin embargo, la discusión en detalle de las condiciones de los actos de habla positivos y negativos nos desviaría. Basta recordar que, en todo caso y sean cuales fueren esas condiciones, no constituyen presuposiciones pragmáticas en el sentido que estamos empleando aquí esta noción. En resumen, las oraciones que contienen predicados factivos se comportan de dos modos diferentes con respecto a sus complementos. Si se trata de oraciones afirmativas, las oraciones entrañan la verdad de sus complementos (excepto en el caso de ‘lamentar’ y predicados afines que pueden perder su facticidad, como acabamos de demostrar). Ahora bien, tal relación entre la oración compleja y la verdad de su complemento puede ser explicada en términos de implicación (Kempson, 1975; Gazdar, 1979) sin necesidad de recurrir a la noción de presuposición pragmática. Dicho de otro modo, la verdad de la oración completiva es una condición necesaria de la verdad de toda la oración compuesta. El tipo de inadecuación que, desde un punto de vista pragmático, se produce cuando se afirma conjuntamente una oración factiva en forma positiva y la negación de su presunta presuposición es la misma que se produce cuando se afirma lisa y llanamente una contradicción. En cambio, las

oraciones factivas cuyo predicado está bajo el alcance de la negación pueden no presuponer la verdad de sus complementos, esto es, sus presuntas presuposiciones pueden quedar canceladas por cláusulas que afirman la negación de lo presupuesto. Por lo tanto, la relación entre estas oraciones negativas con predicados factivos y sus presuposiciones puede concebirse de modo correcto, no como una relación de presuposición, sino de implicatura conversatoria, ya que se trata de una relación que es cancelable en contextos particulares. Esta conclusión contrasta hasta cierto punto con las de las dos explicaciones más importantes de los fenómenos presuposicionales ligados a los predicados factivos, debidos a Gazdar (1979) y Karttunen y Peters (1979). El primero prefiere tratar los predicados factivos en oraciones negativas como una fuente de presuposiciones potenciales, postulando un mecanismo formal que permite la cancelación de las presuposiciones en contextos concretos. Los segundos

tratan

estas

presuposiciones

pragmáticas

como

implicaturas

convencionales, por lo menos en los casos de los predicados olvidar, darse cuenta, advertir, caen en, etc. (1979, pág. 11). Ya que, por lo que se refiere al tratamiento de Gazdar, éste no ofrece ninguna justificación para tratar a las presuntas presuposiciones como un fenómeno autónomo e independiente de las implicaturas, se ha de suponer que tal justificación no existe y que el aparato formal desarrollado para dar cuenta de las implicaturas es básicamente el mismo que el diseñado para la explicación de las presuposiciones. En particular, Gazdar, después de haber criticado varias, no proporciona ninguna definición de presuposición pragmática que diferencie de algún modo este fenómeno de los que son caracterizables como implicaturas.

Por lo que respecta a Karttunen y Peters, no es comprensible cómo se puede mantener que una de las características definitorias de las implicaturas convencionales es su no cancelabilidad (1979, nota 3 a pie de página) y al mismo tiempo caracterizar las presuntas presuposiciones pragmáticas de los factivos como implicaturas convencionales. Es una tesis que ni siquiera tiene justificación cuando se restringe a «ciertos verbos factivos» (1979, página 11), pues incluso en esos verbos la presuposición es cancelable en oraciones negativas: (92) El guardabarrera no olvidó que el tren pasara a las ocho porque, de hecho, el tren pasa a las 9. (93) No advertí que se había acabado el tiempo; en realidad aún me quedaban 10 minutos. (94) No me di cuenta de que tu amigo había dejado la fiesta a las 10, de hecho no la dejó hasta las 12. En todas estas oraciones con predicados factivos de los que Karttunen y Peters suponen que llevan consigo implicaturas convencionales, esas implicaturas son cancelables exactamente en la misma meddia que en otros tipos de verbos factivos. La confusion puede proceder del hecho de que en ocasiones es difícil distinguir

entre

convencionales,

las

implicaturas

porque

ambas

conversatoriaes

comparten

el

generalizadas

rasgo

de

una

y

las

relativa

independencia del contexto, pero si se utiliza la propiedad de la cancelabilidad como un criterio decisorio a este respecto, las implicaturas producidas por los verbos factivos no pueder ser caracterizadas como convencionales.

6.4.2.

Los

predicados

implicativos

y

la

semántica

de

la

complementación

La distinción entre predicados factivos y no factivos no da lugar a una clasificación lo suficientemente compleja de los predicados que tienen relaciones semánticas —en el sentido de veritativas- con los complementos que forman. Entre los predicados que de un modo general se pueden caracterizar por el hecho de que el valor de verdad cie la oración compuesta está en una relación lógica con el valor de verdad de la oración complemento son distinguibles varios tipos más de predicados. El problema que nos debemos plantear es si esa relación lógica en el caso de las diferentes clases de verbos implicativos es una relación de presuposición pragmática. Si consideramos los predicados que toman complementos como operadores lógicos cuyos argumentos son oraciones, las diferentes posibilidades lógicas de relación entre predicados y complementos se pueden caracterizar del modo siguiente:

En esta notación  representa al predicado que se complementa con una oración, O; el signo ¬ la negación lógica y  el condicional material. Dentro de este cuadro de posibilidades lógicas se pueden clasificar tanto las diversas clases de verbos no factivos como los factivos. En efecto, de acuerdo con

nuestro análisis de los verbos factivos, estos predicados se comportan de acuerdo con 1] y 4). Por ejemplo, se cumplen los siguientes condicionales: (95) Si el torero advirtió demasiado tarde que el toro le embestía, entonces el toro le embestía. (96) Si el toro no embestía al torero, entonces éste no se dio cuenta demasiado tarde de que el toro le embestía. La alternancia en castellano de las expresiones verbales pudo darse/se dio prueba que los hablantes consideran a las oraciones complementos de predicados factivos en forma afirmativa como condiciones necesarias de la verdad de las oraciones de las que forman parte y, a éstas, como condición suficiente de las oraciones complemento. La tesis presuposicionalista exigía que los predicados factivos también cumplieran 6), pero, como pretendemos haber mostrado, tal relación no se da en algunos contextos, por lo que no puede considerarse una relación estrictamente semántica. Los predicados implicativos a que nos referimos se caracterizan por entrañar, en su forma afirmativa, la verdad del complemento y, en su forma negativa, su falsedad, esto es, se caracterizan por cumplir 1) y 2). Predicados de este género en castellano son ‘arreglárselas’, ‘apañárselas’, ‘conseguir’, ‘tener éxito en’, ‘acceder’, etc. (ver Demonte, 1977). Veamos algunos ejemplos que se conforman a esta caracterización formal. (97) Si el alumno consiguió superar la puntuación mínima ,el alumno superó la puntuación mínima

(98) Si el alumno no superó la puntuación mínima, el alumno no consiguió superar la puntuación mínima (99) Si el catedrático obtuvo de la comisión que se asignara mayor presupuesto a su departamento, entonces se asignó un mayor presupuesto a su departamento (100)Si no se asignó un mayor presupuesto a su departamento, entonces el catedrático no obtuvo de la comisión que se asignara un mayor presupuesto a su departamento. En estos ejemplos se cumplen las relaciones que definen a los predicados ‘conseguir’ y ‘obtener’ como implicativos. Sería preciso hacer varias observaciones sobre el comportamiento de estos verbos ante la variación temporal y modal, pero ello nos llevaría demasiado lejos de nuestro objetivo, que es el de decidir si las relaciones que cumplen los predicados implicativos son relaciones o no de presuposición. Para que, desde un punto de vista semántico, las oraciones con predicados implicativos presupusieran la verdad o falsedad de sus complementos, tales oraciones debieran satisfacer también 5) y 6), pues se supone que las presuposiciones quedan inalteradas por la negación. Sin embargo, ni (101) ni (102) (101) Si el alumno consiguió superar la puntuación mínima, el alumno no superó la puntuación mínima (102) Si el alumno no superó la puntuación mínima, el alumno consiguió superar la puntuación mínima

son enunciados aceptables. Los verbos implicativos no están por tanto en una relación de presuposición con sus complementos. Se puede uno preguntar seguidamente si esa relación de los verbos implicativos con sus complementos es una relación de implicación, como en el caso de los factivos. Para que se tratara de esa relación lógica, seria una condición indispensable que se diera la contraposiclón del correspondiente condicional, esto es, que estas oraciones satisficieran 3) y 4). Como es fácil comprobar (103) y (104) (103) Si el alumno superó la puntuación mínima, entonces el alumno consiguió superar la puntuación minima (104)Si el alumno no superó la puntuación mínima, entonces el alumno no consiguió superar la puntuación minima cumplen estas condiciones, por lo que la relación de las oraciones completas con las oraciones complemento puede ser caracterizada como implicación. Lo que diferencia a los predicados implicativos de los factivos es que mientras que éstos sólo tienen las caracteristicas 1) y 4), los implicativos también tienen 2) y 3), en su forma negativa (suponiendo la validez de la ley de la doble negación). Es la forma negativa pues la que diferencia a factivos e implicativos; en sus formas afirmativas son lógicamente indiferenciables. Kartttunen

(1971)

distinguia

de

los

implicativos

mencionados

anteriormente, que tienen un matiz positivo, los predicados implicativos con matiz negativo. En castellano son predicados de este tipo (Demonte, 1977) ‘olvidarse’, ‘fracasar’, ‘evitar’, ‘dejar de’, etc. Lo característico de

estos predicados es que cumplen las características formales 5) y 6), es decir, se comportan al contrario de los implicativos positivos

(105) Si el alumno fracasó en superar la puntuación mínima, entonces el alumno no superó la puntuación mínima (106) Si el alumno no fracasó en superar la puntuación mínima, entonces el alumno superó la puntuación mínima Desde un cierto punto de vista, se puede considerar que el matiz negativo de estos verbos hace que las oraciones en que intervienen sean sólo aparentemente afirmativas o negativas, de tal modo que (107) fuera una frase lógicamente negativa y (108) una frase con una doble negación y, por tanto, afirmativa (107) El alumno fracasó en superar la puntuación minima (108) El alumno no fracasó en superar la puntuación minima.

En cualquier caso, y siendo conscientes de las diferencias entre el operador ¬ y la negación en el lenguaje natural, los predicados implicativos negativos se pueden considerar como inversiones léxicas de predicados implicativos positivos (incluso aunque esos predicados no estén lexicalizados en la lengua). Por ejemplo, se puede considerar ‘fracasar’ como la inversión léxica de’conseguir’ o de ‘triunfar en’, con todos los matices extra-lógicos que se quiera, pero con un simétrico comportamiento semántico. De hecho, los predicados implicativos

negativos también se ajustan a la contraposición del correspondiente condicional, esto es, satisfacen las condiciones formales 7) y 8) (109)Si el alumno no superó la puntuación mínima, el alumno fracasó en superar la puntuación mínima. (110)Si el alumno superó la puntuación mínima, el alumno no fracasó en superar la puntuación mínima. Por lo que la correspondiente relación entre oración compleja y oración complemento también se puede calificar en este caso de implicación. Hay otros predicados que son parcialmente semejantes a los implicativos positivos y negativos, en el sentido de que cumplen sólo algunas de las condiciones formales que satisfacen éstos. Son los semi-implicativos (Karttunen, 1971) que, como en el caso de los implicativos, tienen dos clases, la positiva o afirmativa y la negativa. Es característica de este tipo de predicados, además de las particulares relaciones 1ógicas que mantienen con sus complementos ocasionales, que formulen una relación causal entre una acción realizada por el sujeto y la enunciada por la oración complemento. Por ello, se suele incluirlos dentro de la clase de los verbos causativos, a la que en su versión afirmativa pertenecen en castellano predicados como ‘forzar’, ‘hacer que’, ‘provocar’, ‘causar’, etc. (Demonte, 1977). Desde el punto de vista formal que hemos adoptado para la clasificación de esta clase de predicados, los semi-implicativos afirmativos se caracterizan por satisfacer 1), esto es, por acarrear la verdad del complemento (111) La oposición hizo que se votara la propuesta

(112) La tormenta provocó que se interrumpieran las comunicaciones Las oraciones (111)(112) suponen la verdad de sus complementos (113) Se votó la propuesta (114) Se interrumpieron las comunicaciones

A su vez, la verdad de los complementos es condición necesaria de la verdad de (111)(112]. (115) Si no se votó la propuesta, la oposición no hizo que se votara la propuesta (116) Si no se interrumpieron las comunicaciones, entonces la tormenta no provocó que se interrumpieran las comunicaciones Esta es la razón de que la relación entre la oración principal y la subordinada se pueda caracterizar en términos de implicación y no de presuposición. Las oraciones con predicados semi-implicativos positivos satisfacen pues no sólo 1), sino también 4), como en el caso de los verbos factivos. Ahora bien, ¿en qué se diferencian estos predicados de los factivos? Los criterios de distinción hay que buscarlos en las oraciones negativas: mientras que, según nuestro análisis, las oraciones factivas negativas implican conversatoriamente sus complementos, las oraciones negativas con verbos semi-implicativos positivos no originan ninguna implicatura: (117) La oposición no hizo que se votara la propuesta (118) La tormenta no provocó que se interrumpieran las comunicaciones

Las oraciones (117)(118) ni en un sentido semántico (veritativo-condicional) ni pragmático (implicaturas) implican los complementos (113)(114). En su forma negativa, pues, los predicados implicativos positivos se comportan como predicados que no son operadores oracionales, como los verbos de actitud proposicional, por ejemplo. Tanto la verdad como la falsedad del complemento es compatible con la verdad o falsedad de la oración principal. Del mismo modo que los implicativos negativos, los semi-implicativos negativos se comportan como inversiones léxicas de los correspondientes positivos. Por ello, es fácil entender que a esta clase de predicados pertenezcan, en castellano, ‘impedir’, ‘disuadir’, etc. Como es previsible, estos predicados se ajustan a las condiciones formales 5) y 7): (119) La oposición impidió que se votara la propuesta (120) El consejero disuadió al presidente de que interviniera de modo directo en el asunto. Las oraciones (119)-(120) suponen la falsedad de sus complementos, esto es, la verdad de (121) No se votó la propuesta (122) El presidente no intervino directamente en el asunto Igualmente se puede comprobar que (119)(120) satisfacen 7), con lo que queda completada la caracterización como implicación de la relación entre oraciones semi-implicativas negativas y sus complementos.

Finalmente, están los verbos semifactivos, esto es, verbos que cumplen las condiciones inversas a las que satisfacen los factivos, 1) y 4). Esta clase de predicados, a la que pertenecen en castellano ‘poder’, ‘ser capaz de’, ‘ser posible (para uno)’, ‘tener la oportunidad’ (Demonte, 1977), cumplen solamente las condiciones 2) y 3), esto es, sólo mantienen una relación lógica con sus oraciones complemento cuando se encuentran en forma negativa. Así, (123) El turista no pudo visitar el museo (124) No me fue posible llegar al comienzo de la representación son oraciones cuya proferencia compromete al hablante con la verdad de (125)El turista no visitó el museo (126)No llegué al comienzo de la representación de acuerdo con la condición formal 2). Del mismo modo, son verdaderos los condicionales correspondientes a la condición formal 3) (127)Si el turista visitó el museo, entonces el turista pudo visitar el museo (128)Si llegué al comienzo de la representación, entonces me fue posible llegar al comienzo de la representación

En resumen, existen diversas clases de predicados en castellano que inducen una relación lógica entre oraciones compuestas y oraciones completivas. Según las características semánticas (veritativo-condicionales) de esa relación, estos predicados se dividen en factivos, semifactivos, implicativos (positivos y negativos) y semiimplicativos. Las características formales de la relación entre

la oración principal y la subordinada, se puede expresar en las siguientes tablas de verdad (1 y 0 representan los valores semánticos de verdad y falsedad).

TABLAS

Las condiciones formales que satisfacen definen a los tipos de predicados, permitiendo diferenciar entre una clase y otra por el número y naturaleza de las relaciones veritativas satisfechas. Ninguna de estas relaciones, expuestas en términos veritativos, tiene las características formales de la presuposición; de hecho, se puede explicar en términos de la conocida relación lógica de implicación. Desde el punto de vista pragmático, la clase más interesante de estos predicados sigue siendo la de los factivos, por las implicaturas conversatorias a que dan lugar en oraciones negativas. El resto de los predicados no parecen ser causa de fenómenos pragmáticos de especial relevancia.

6.5. NEGACION E IMPLICATURAS CONVERSATORIAS En apartados anteriores hemos argumentado en favor de la tesis que mantiene, en

contra

de

las

predicciones

de

los

presuposicionalistas,

que

el

comportamiento semántico y pragmático de las oraciones afirmativas y negativas con respecto a sus presuntas presuposiciones es diferente. La aceptación de esta tesis exige, por tanto, que se dé un tratamiento por separado a las oraciones afirmativas y a las negativas. Respecto a las oraciones

afirmativas, hemos analizado los tipos más importantes de sus presuntas presuposiciones en el epígrafe anterior. En él, hemos concluido principalmente que la mayor parte de las presuntas presuposiciones semánticas de las oraciones afirmativas sólo son en realidad implicaciones de tales oraciones. Esto sucedía en particular con las denominadas hasta entonces presuposiciones. Pero queda por analizar cuál es el comportamiento específico de las oraciones negativas. En especial, quedan por describir y explicar los aspectos dinámicos de las proferencias de oraciones negativas. El principal problema pues que trataremos en esta sección es la dependencia de la interpretación de una oración negativa del marco contextual. Como ya hemos dicho en anteriores ocasiones, la presunta ambigüedad de la negación en el español, y en otras lenguas, se desvanece en general cuando figura en proferencias concretas, que se efectúan en un contexto de creencias compartidas por un hablante y su auditorio. En tales casos una o varias de las posibles interpretaciones quedan excluidas por la naturaleza del contexto, pudiendo el auditorio asignar una interpretación unívoca a la oración negativa. En este proceso dinámico de interpretación

juega

un

papel

importante

la

noción

de

implicatura

conversatoria, pues es un medio utilizado por los hablantes para la determinación de la interpretación de las oraciones negativas. @dependiendo de las relaciones que mantengan las implicaturas conversatorias con el contexto, las oraciones negativas que las originen recibirán una interpretación u otra, esto es, sus proferencias quedarán desambiguadas. La relación de implicatura conversatoria se encuentra en un extremo de las relaciones inferenciales o de implicación que se producen en las lenguas

naturales. Está en el extremo opuesto a las relaciones de implicación lógica o semántica, pues carece de la objetividad y sistemicidad de éstas. Aún ciñéndonos al caso particular de las implicaturas conversatorias generalizadas, que son las más convencionales de las implicaturas conversatorias, si se puede hablar así, tales implicaturas son relaciones cancelables, es decir, relaciones de cuya responsabilidad lingüística puede zafarse un hablante. Por decirlo de un modo gráfico, no obligan al hablante a aceptar su contenido del modo en que lo hacen las implicaciones semánticas o convencionales. Esta cancelabilidad en determinados contextos es, como hemos visto, su característica más distintiva. Otro de los criterios que sirven para su identificación es el de su dependencia de las máximas de conversación. Las implicaturas conversatorias deben su existencia y pertinencia lingüísticas a esas máximas que rigen idealmente los intercambios comunicativos. Su naturaleza no es tan objetiva como el resto de las implicaciones porque para su interpretación exigen, no sólo la competencia gramatical estricta, sino una competencia comunicativa más amplia, que incluye la capacidad para comportarse de un modo coherente con un estado determinado del contexto, la de perseguir un objetivo comunicativo mediante medios adecuados, etc. No obstante, a pesar de no ser tan sistematizables como otro tipo de relaciones pertenecientes o próximas a la semántica, queremos insistir en la afirmación de que las implicaturas conversatorias forman un continuo con aquéllas. Como veremos, su función pragmática en el desarrollo de los intercambios comunicativos es similar al de las otras relaciones de implicación: la de contribuir a la consistencia máxima de los contextos. Esta función pragmática

es desarrollada por la implicatura conversatoria básica-mente en las modalidades ya caracterizadas: la de aportar nuevos elementos al conjunto de creencias que constituye el contexto o la de eliminar constituyentes del contexto que suponen inconsistencias, internas o con las propias creencias del hablante. En este aspecto, todas las relaciones inferenciales, todas las relaciones que permiten a una auditorio inferir creencias del hablante a partir de sus expresiones, son similares. En lo único en que varían es en el grado de objetividad con que se produce esa inferencia, máxima en el caso de las relaciones de implicación semántica, menor en el caso de las implicaturas conversatorias. En los siguientes epígrafes analizaremos los tres casos principales de oraciones negativas que dan lugar a implicaturas conversatorias.

6.5.1.

La negación y las propiedades referenciales de los SSNN

Un punto clave de las teorías clásicas sobre la presuposición era que tanto una oración afirmativa, con un SN referencial, como la correspondiente negativa, presuponen una misma oración. Dada la caracterización semántica de la presuposición, esto viene a significar que tanto una oración como su negación implican a su presuposición. La incorrección de esta afirmación ha sido mostrada y ejemplificada en numerosas ocasiones. Como afirmaban ya R. Kempson (1975), D. Wilson (1975), Boer y Lycan (1976) y G. Gazdar (1979), las oraciones negativas no implican enunciados existenciales sobre los

referentes de los SSNN que forman parte de ellas, en contraste con lo que sucede en el caso de las oraciones afirmativas. La razón es que las oraciones negativas son ambiguas desde el punto de vista semántico, puesto que pueden representarse lógico-semánticamente de dos formas diferentes: una, en la que la negación es interna a la oración, esto es, afectando sólo a una parte de ella, y otra, externa, en que el operador negativo alcanza a la oración en su totalidad. Bajo esta última (posible) interpretación, las oraciones negativas no implican

los

enunciados

existenciales

que

supuestamente

son

sus

presuposiciones o, dicho de otro modo, tal interpretación de la negación puede cancelar dichas presuposiciones existenciales. Como la implicación es una relación semántica no cancelable, se sigue que, si en ocasiones la relación entre una oración y el enunciado existencial es cancelable, tal relación no puede ser de implicación ni, por tanto, de presuposición. Ahora bien, donde se produce la ambigüedad sistemática de las oraciones negativas es en el nivel semántico; en el nivel pragmático, el que corresponde no a la interpretación de las oraciones mismas sino de sus proferencias, tal ambiguedad generalmente desaparece. En la mayoría de las oraciones, en especial cuando los intercambios comunicativos se ajustan a los criterios de racionalidad encarnados en las máximas conversatorias, las proferencias de oraciones negativas no son ambiguas, esto es, no existe la posibilidad de que el auditorio les asigne más de una interpretación. El auditorio escoge la interpretación externa o interna dependiendo del estado del contexto, esto es, dependiendo de cuál sea, en su opinión, la interpretación más consistente con las creencias que constituyen el contexto. Es un hecho general, derivado del

res-peto a la máxima conversatoria de cualidad, que, cuando el hablante da una interpretación externa a su proferencia de oraciones negativas, lo indique explícitamente, expresando cuáles son las razones para que se niegue la oración en su totalidad. Más adelante veremos ejemplos concretos, pero este hecho general indica de todos modos que la interpretación externa de la negación es menos habitual o frecuente que la interpretación interna, por lo que exige una explicitación que normalmente no se produce en el caso de ésta. Al examinar las propiedades referenciales de los SSNN definidos e indefinidos, establecimos la tesis de que tales propiedades han de recibir una misma representación lógica, la proporcionada por el cuantificador existencial. Esta representación lógica ha de ser perfectamente clara, en cualquier caso, sobre el aloance de la negación, esto es, ha de tener la forma de negación externa o negación interna, afectando a toda o a parte de la oración negativa. Pero, ante la imposibilidad de asignar unívocamente la interpretación correcta en el nivel oracional, es preciso acudir al nivel pragmático para recabar la información necesaria para determinar tal interpretación. Esta información es de carácter contextual. Nuestra tesis a este respecto es la siguiente: la interpretación interna de la negación es obligada cuando lo implicado conversatoriamente forma parte de la base común que comparten hablante-yoyente. La regla general que controlaría la asignación de interpretación a una oración negativa con SSNN de referencia específica se concretaría en cada caso. Por ejemplo, en el caso clásico de las oraciones de la forma ‘el x no es @’, tal regla determinaría lo siguiente:

RIN: Las oraciones del tipo ‘el x no es ’ tienen la forma lógica

si

,que comparten el hablante y el auditorio ¿Qué sucede cuando el enunciado existencial no forma parte de la base común que comparten hablante y oyente? En este caso, se dan dos alternativas: que el enunciado existencial forme parte del contexto o que no. En la primera alternativa, el enunciado existencial forma parte del contexto porque el hablante atribuye a el auditorio la creencia en la verdad del enunciado existencial. Esto quiere decir que el hablante cree que el enunciado existencial forma parte de la base común, aunque en realidad no es así, y que atribuye por lo tanto una interpretación interna a su oración negativa. Por ejemplo, supóngase el siguiente intercambio comunicativo: (129) H1.-El Congo no es una colonia belga H2.-Evidentemente no es una colonia belga, puesto que el Congo ni siquiera existe en la actualidad en el que, de acuerdo con las creencias de H1, el enunciado existencial “El Congo existe” o “existe un país denominado ‘Congo’” forma parte de lo que H2 cree. En este caso H1 atribuye una interpretación interna a su proferencia, una interpretación que implica su creencia en el enunciado existencial. Lo que hace H2 en (129) es pues rechazar la implicatura conversatoria introducida por H1 mediante su proferencia, es decir, admitir la verdad de lo que H2 dice, pero bajo una diferente interpretación de esa proferencia, una interpretación externa de la negación. ¿Por qué no puede H1 dar una interpretación externa a su proferencia? Por dos razones, las dos igualmente dependientes de las máximas conversatorias. Si la

negación del enunciado existencial formara parte de la base común que comparten hablante y oyente, lo cual haría obligatoria la interpretación externa de la proferencia negativa de H1, la conducta lingüística de H1 atentaría contra la máxima conversatoria que le obliga a ser relevante. En efecto, si forma parte de lo que H1 y H2 creen, no añade nada al contexto que comparten que H1 profiera una oración con la forma lógica, puesto que esto es algo que se sigue lógicamente de lo primero, cuya contribución conversatoria es por tanto nula. Por otra parte, si Hl diera una interpretación externa a su oración negativa sin especificar las razones de ello estaría atentando contra las máximas conversatorias que le obligan a ser todo lo informativo que sea necesario y a ser perspicuo. En efecto, si H1 no explicita tal interpretación externa está en cierto modo invitando al auditorio (a H2 en este caso) a que incluya dentro del contexto la implicatura conversatoria. Es interesante reflexionar sobre este hecho: al implicar conversatoriamente la proferencia de una oración negativa, del tipo que se ha puesto como ejemplo, un enunciado existencial, su no cancelación explícita permite a el auditorio inferir la creencia del hablante en tal enunciado existencial. Esto es lo que sucede justamente en el ejemplo utilizado: H2 infiere a partir de la proferencia de H1 que éste cree en el enunciado existencial, pues tal proferencia implica conversatoriamente tal enunciado. Al atribuir a H1 esa creencia en el enunciado existencial orienta su conducta lingüística en consecuencia.

Como tal elemento contextual, de las creencias atribuidas al interlocutor, es inconsistente con las creencias de H2, éste tiende a eliminarlo, negando explícitamente la implicatura conversatoria. Recuérdese, para enmarcar adecuadamente este análisis, cuál es la diferencia pragmática entre la proferencia de una oración afirmativa y la proferencia de una oración negativa (la realización de un acto de habla afirmativo o uno negativo). La proferencia de este último tipo de oraciones tiene sentido cuando las correspondientes afirmativas son en algún sentido creencias atribuidas al auditorio. No es de extrañar pues que, si la proferencia de Hl en (129) presume de algún modo la correspondiente afirmativa, suceda lo mismo con las implicaciones, esta vez semánticas, de ella. Es decir, si Hl atribuye a H2 la creencia en el hecho de que el Congo es una colonia belga, y profiere una oración negativa (interna) para rechazar tal hecho, ha de considerar que forma también parte del contexto, de la base común, el enunciado existencial que se sigue de la oración afirmativa, y que no queda afectado por la negación. La existencia de la implicatura conversatoria, de carácter generalizado, y la máxima conversatoria de cualidad obligan a que el hablante, cuando profiere una oración negativa que se ha de interpretar externamente, haga mención explícita de tal interpretación. La interpretación externa puede cancelar directamente alguna de las implicaturas conversatorias que tienen su origen en las propiedades referenciales de los SSNN, es decir, puede consistir en la negación de un enunciado existencial sobre lo presuntamente referido por tales SSNN. No tiene sentido pues la formulación de una regla que prediga la

interpretación externa de una oración negativa con respecto a un contexto, pues tal interpretación ha de ser explícitamente formulada en ese contexto. Es evidente que una de las precondiciones, para que la proferencia de un hablante de una oración del tipo ‘el x no es un ’ tenga una interpretación externa, es que el enunciado existencial que constituye la implicatura conversatoria no forme parte de la base común que comparten el hablante y su auditorio, sino que en todo caso de las creencias que aquél atribuye a éste.

El análisis

realizado se aplica en general a todos los casos en que se dan implicaciones existenciales en las oraciones afirmativas. No obstante, hay que hacer algunas observaciones sobre algunos fenómenos particulares: 1) En general, la interpretación externa de las oraciones negativas es muy poco probable en todos aquellos tipos de oraciones en que se dan procesos estructurales de anaforización. La razón es que estos procesos supone ya la presencia en el contexto, generalmente en la base común, de enunciados existenciales

y

equivalencias

referenciales

que

hacen

obligatoria

la

interpretación interna de la negación. Por decirlo de otro modo, el uso anafórico de una expresión implica que lo anaforizado existe, por lo menos para el hablante y su auditorio, en el universo del discurso que ambos comparten. Constituiría casi siempre un absurdo emplear una expresión anafórica de un SN en una oración negativa cuando el hablante cree que el referente de tal SN no tiene existencia. Así, por ejemplo, en las oraciones (130) Vi a un chico y a una chica en la calle, y el chico no la abrazaba (131) Tu amigo y su novia son vecinos míos, pero no veo a ésta casi nunca

(132) Aunque tu primo llegue tarde, él no se disculpará

las oraciones componentes que tienen forma negativa han de interpretarse obligatoriamente de manera interna. Los elementos anafóricos que figuran en ellas remiten a individuos cuya existencia ya ha sido introducida en el discurso. Por lo tanto, las implicaciones conversatorias existenciales son elementos componentes del contexto y, en consecuencia, de acuerdo con la regla RINI, han de recibir una interpretación interna. 2) Del mismo modo, también es poco probable la interpretación externa de la negación en las oraciones que implican conversatoriamente la existencia de lo referido por los nombres propios. Como señalamos, el uso por parte de un hablante de un nombre propio supone ya la existencia de un acuerdo “ontológico” con el auditorio sobre la referencialidad de tal nombre. Dicho de otro modo, si el auditorio considera adecuado el empleo de un nombre propio por parte de un hablante es porque está de acuerdo en conceder existencia discursiva a lo referido por tal nombre. Esto es lo único que requiere la implicatura conversatoria y el factor determinante de que las oraciones negativas de que forman parte puedan ser interpretadas de forma interna. Cuando no se da tal acuerdo entre hablante y auditorio es porque ambos no han establecido el nivel ontológico en que se desarrolla su interacción comunicativa. Esto quiere decir ni más ni menos que no están de acuerdo en conceder realidad a un mismo tipo de cosas, por ejemplo las entidades de la ficción, aunque sólo sea con fines puramente comunicativos.

3) Por otro lado, parece más frecuente la interpretación interna en las oraciones negativas complejas que tienen como uno de sus elementos una oración de relativo no restrictiva que en las que incluyen oraciones de relativo restrictivas. Esto quiere decir que la cancelación de la implicatura conversatoria es más difícil en el primer caso que en el segundo. La razón está en el proceso de derivación estructural del primer tipo de oraciones. Si las oraciones de relativo no restrictivas se derivan de una estructura coordinada de dos oraciones, es normal que la negación sólo afecte a una de ellas, la principal, dejando libre a la otra, que es precisamente la oración de relativo restrictiva propiamente dicha. Así, por ejemplo, la oración (133) Un caballo, que estaba inscrito en la carrera, no consiguió alcanzar la meta. difícilmente se puede interpretar de otra manera que de una forma interna. Como equivale, desde el punto de vista estructural, a (134) Un caballo estaba inscrito en la carrera y (el caballo) no consiguió alcanzar la meta la implicatura conversatoria de la segunda oración es introducida ya en el contexto como implicación de la primera, por lo que la interpretación interna es obligatoria. En cambio, en oraciones de relativo restrictivas, puede producirse con más facilidad la interpretación externa, como en (135) Los/unos alumnos que aprobaron no organizaron una fiesta, por la sencilla razón de que ningún alumno aprobó

Aparte de los procesos estructurales de derivación que influyen evidentemente en la plausibilidad de una interpretación u otra, conviene recordar cuáles son las funciones pragmáticas respectivas de los dos tipos de oraciones: - las oraciones de relativo restrictivas tienen una función identificadora, mientras que tal función se supone ya realizada en el caso de las oraciones no restrictivas. Es más fácil por lo tanto que una oración negativa, con una oración subordinada relativa no restrictiva, sea interpretada de forma interna, porque la identificación supone ya la admisión de la implicatura conversatoria. En cambio, la identificación, a la que ayuda la oración de relativo restrictiva, puede fallar, porque no exista el referente por ejemplo, y entonces queda vía libre para la interpretación externa.

6.5.2. Negación y oraciones factivas

Como en el caso de las propiedades referenciales de los SSNN, las oraciones factivas negativas están en una relación de implicatura conversatoria generalizada con sus presuntas presuposiciones. Igualmente las oraciones factivas afirmativas implican a sus presuntas presuposiciones, como probamos en el apartado anterior. Así pues, como se desprende del análisis que allí realizamos, la relación que se da entre la oración negativa que contiene un predicado factivo y su complemento no es una relación lógica o semántica, no es una relación entre los valores de verdad de ambas oraciones. En este sentido contrastan con los predicados semifactivos, que en su forma negativa

se caracterizan por implicar la falsedad de sus complementos, y con los predicados implicativos de diferentes clases, que se caracterizan por la dependencia veritativa entre oración principal y subordinada. Mientras que en el caso de estas últimas clases de predicados, y de las oraciones factivas afirmativas,

se

puede

dar

una

explicación

lógico-sintáctica

de

su

comportamiento semántico, no sucede lo mismo con las oraciones factivas negativas. Tales oraciones requieren una explicación diferente. En realidad, se trata del mismo caso, aunque con características particulares, que las propiedades referenciales de los SSNN, pues su dificultad reside igualmente en la interpretación de la negación. No es de extrañar esta identidad, porque la estructura de la subordinación en las oraciones factivas es tal que permite predecir el comportamiento semántico de la oración subordinada como si de un SN, con referencia específica, se tratara. Tal fue la tesis de R. Kempson (1975) que, apoyándose en el análisis transformacional de los Kiparsky (1968), asignaba a las oraciones subordinadas de los verbos factivos el rasgo [ESPEC], que determinaba su funcionamiento semántico y pragmático. Los problemas en las oraciones factivas negativas se presentan cuando el oyente tiene que asignar una interpretación a tal negación, pues tal interpretación puede o no afectar a la oración subordinada (bajo el rótulo de un SN con referencia específica). Es decir, se trata una vez más de la “ambigüedad” de las oraciones negativas entre una interpretación interna y otra externa de la negación.

Esta última puede constituir una cancelación de la

implicatura conversatoria de la oración negativa factiva. Como tal implicatura conversatoria consiste fundamentalmente en la inferencia de la verdad del

complemento, su cancelación supone la negación explícita de tal oración subordinada. Como se recordará, las presuntas presuposiciones de las oraciones factivas se diferencian de las puramente referenciales en que, mientras éstas consisten fundamentalmente en enunciados existenciales, las de aquellas son referentes a la verdad del complemento. De acuerdo con la teoría presuposicionalista, las oraciones negativas factivas, así como las afirmativas, presuponen (o implican, desde un punto de vista semántico) la verdad de las oraciones que toman como complemento. La negación externa destruye, sin embargo, la simetría semántica entre oraciones afirmativas y negativas, y requiere la consideración de factores pragmáticos en la interpretación de éstas últimas. La negación externa acarrea la cancelabilidad de la relación entre la oración factiva negativa y su complemento y, en consecuencia, elimina la posibilidad de que tal relación sea de carácter semántico. Así pues, tal relación sólo puede ser caracterizada desde un punto de vista pragmático, haciendo entrar en su descripción factores que tienen que ver con la naturaleza del contexto en el momento de la proferencia y con las máximas conversatorias. De modo estrictamente similar a lo que ocurre con las oraciones que dan lugar a implicaturas conversatorias que tienen su origen en las propiedades referenciales de los SSNN, en las oraciones factivas negativas se puede formular una regla que especifica cuándo la interpretación interna es obligatoria. Formulada de un modo intuitivo, tal regla establece que la negación de una oración factiva ha de interpretarse internamente cuando la implicatura conversatoria forma parte de la base común que comparten hablante y oyente:

RIN2: Las oraciones con una estructura lógica del tipo , donde y

representa a un predicado factivo

a la oración complemento, tienen la forma lógica si

que comparten hablante y auditorio

Sin embargo, hay ocasiones en que la implicatura conversatoria no forma parte de la base común a hablante y auditorio y en esos casos es cuando se puede dar la interpretación externa de la negación de la oración factiva. No obstante, como ya advertimos en el anterior epígrafe, el hablante está obligado a explicitar, cuando interpreta externamente la oración negativa, las razones de tal interpretación, en particular a enunciar la negación de su(s) implicatura(s) conversatoria(s). La proferencia de una oración negativa supone la creencia por parte de quien la hace en la probabilidad de que el auditorio crea lo contrario, esto es, la oración afirmativa. Como la oración factiva afirmativa implica su complemento, la creencia en su verdad forma parte del contexto en que se produce tal proferencia. La oración factiva negativa, interpretada externamente, viene a contradecir tal elemento del contexto, rechazando su propia implicatura conversatoria. No obstante, no toda proferencia negativa de una oración factiva tiene como función rechazar la correspondiente oración afirmativa, atribuida al auditorio. A veces el hablante, con la proferencia de una oración negativa, puede querer introducir dentro del contexto tanto esa propia oración como su implicatura conversatoria. Es decir, tal proferencia puede contar como una afirmación simultánea de dos enunciados diferentes, el correspondiente a la oración

negativa misma y el correspondiente a la implicatura conversatoria. Para que se dé este tipo de conducta, infrecuente pero no improbable, es un requisito necesario que el hablante crea que la implicatura conversatoria de su proferencia no es un elemento del contexto, pues entonces, si lo fuera, su pretensión de introducirla como información nueva sería vacua. Consideremos un ejemplo de un intercambio comunicativo de esta clase: (136) H1.-No lamento que el ministro haya dimitido H2.-¿Pero ha dimitido? H1.-Claro, eso es lo que estoy diciendo; si no hubiera dimitido, difícilmente podría dejar de lamentarlo En esta posible conversación Hl profiere la oración factiva negativa, no con el propósito de rebatir la correspondiente afirmativa, que no atribuye a el auditorio, sino con la intención de introducir de una vez en el contexto dos oraciones diferentes, una de las cuales es precisamente la implicatura conversatoria, como se pone de relieve en su proferencia subsiguiente. En este tipo de casos también es de rigor para el auditorio la interpretación interna de la negación, aunque la implicatura conversatoria no forme parte del contexto; pues el H1 no ha hecho nada para dar a entender que utiliza la interpretación externa, como le obligarían las máximas de conversación. Por ejemplo, si el intercambio comunicativo es: (137) H1.-No lamento que el ministro haya dimitido porque, según creo, no ha dimitido H2.-Estás equivocado, ha dimitido esta mañana

H1.-Pues, aún así, no lo lamento la interpretación externa de la negación queda explícita-mente formulada por H1 en su primera proferencia, que cancela la implicatura conversatoria. Lo que hace H2 es negar que tal cancelación sea correcta, cosa que admite H1, estableciendo por tanto que su primera proferencia negativa ha de ser entonces interpretada de forma interna. Así pues, aunque la función pragmática general de la negación es la especificada por T. Givon (1978) y otros autores, no todas las oraciones negativas tienen por qué desempeñan esa función. Del mismo modo que las correspondientes oraciones afirmativas, las oraciones factivas negativas pueden utilizarse para efectuar afirmaciones complejas que, a través de las relaciones de inferencia, introducen varios elementos al tiempo en el contexto que manejan el hablante y el oyente. Son posibles pues casos en que la implicatura conversatoria no forme parte del contexto y que, al mismo tiempo, la proferencia de una oración negativa haya de ser interpretada internamente. Esta es la razón de que la regla de interpretación de la negación, tanto en el caso de las implicaturas referenciales o existenciales como en el caso de las factivas, tenga la forma de un condicional y no de un bicondicional. Hay casos que quedan fuera de esa regla, que sólo especifica una condición suficiente para la interpretación interna de oraciones negativas. Para poder prever todos los casos en que se da la interpretación interna de la negación, hay que acudir a consideraciones pragmáticas de nivel más general. En buena medida esas consideraciones ya han sido adelantadas cuando hemos mencionado la necesidad de que la interpretación externa sea explícita. Esa

necesidad surge del respeto a la máxima conversatoria de modo, que fuerza al hablante a poner todos los medios necesarios para que sus proferencias sean adecuadamente interpretadas. Si el hablante quiere evitar que una proferencia suya de una oración negativa sea interpretada incorrectamente, debe poner los medios para ello. En particular, como la interpretación interna de la negación es la más habitual, a causa de la función pragmática de las oraciones negativas, toda proferencia negativa del hablante será interpretada en principio de ese modo, a menos que el propio hablante dé algún indicio en contra. Mientras el hablante no haga nada para disuadir de ello a su auditorio, ésta interpretará su proferencia de oraciones negativas de manera interna, esto es, como introductoras en el contexto de las oraciones que son sus implicaturas conversatorias. Esto es trivial en el caso de que las implicaturas conversatorias forman ya parte del contexto, pero lo es menos en caso contrario. Cuando las implicaturas conversatorias no forman parte del contexto previo a la proferencia de una oración negativa, el auditorio puede apoyarse en ellas para orientar su conducta lingüística. Por ejemplo, supóngase que H2 no conoce el hecho de que el ministro ha dimitido en el siguiente intercambio: (138) Hl.-No lamento que el ministro haya dimitido H2.-Pues yo sí que lo lamento Su proferencia lingüística, que implica la verdad de lo pronominalizado por lo, esto es, el hecho de que el ministro haya dimitido, sólo tiene sentido si se considera que ha aceptado la implicatura conversatoria correspondiente a la proferencia negativa de H1. Esto quiere decir que, de acuerdo con la

presunción de que H1 está respetando las máximas conversatorias, H2 ha interpretado la proferencia negativa de H1 de modo interno. En resumidas cuentas, la interpretación externa de una proferencia de una oración negativa ha de ser explícitamente indicada por quien la efectúa. Si tal interpretación afecta a alguna de las implicaturas conversatorias, bien de carácter referencial o de carácter factivo, de esa oración, ha de indicarlo expresamente, como un medio de eliminar del contexto tal implicatura conversatoria. En caso contrario, ya sea la implicatura conversatoria parte del contexto o no, el auditorio ha de interpretar la negación de una oración en su sentido interno, incorporando sus implicaturas conversatorias al contexto y obrando en consecuencia.

CAPITULO VII : Análisis pragmático de la cuantificación 7.1.

RELACIONES DE INFERENCIA E IMPLICACIÓN

CONVENCIONAL

La noción de implicación convencional tiene un estatus dudoso dentro de la teoría lingüística. Su origen en aspectos no veritativos del significado impulsa a localizarla en terrenos puramente pragmáticos, más aún si se identifica la semántica de una lengua con su teoría de la verdad, como Levinson (1983). Sin embargo, su relativa independencia de factores contextuales, esto es, su característica objetividad, parece invitar a tratarla dentro de la semántica, especialmente si no se identifica la semántica con la teoría de la verdad. En primer lugar, es necesario precisar qué se entiende por aspectos convencioneles del significado de una pieza léxica o una oración, porque parte de la oscuridad que rodea a la noción de implicación convencional parece deberse a la incapacidad de describir con un mínimo de rigor dichos aspectos convencionales. En nuestra opinión, los aspectos convencionales del significado se caracterizan por haberse incorporado a la realidad sistémica de la lengua. Ello quiere decir que el conocimiento de tales aspectos convencionales forma parte de la competencia lingüística de los hablantes de esa lengua. En esos aspectos convencionales hay que distinguir entre dos clases, no porque haya ninguna división natural en ellos, sino por el estado de desarrollo de nuestra propia teoría lingüística. La primera clase de los aspectos convencionales del significado es la que hemos denominado anteriormente significado o contenido

literal, que hay que identificar en el caso de las oraciones declarativas con sus condiciones veritativas. Desde este punto de vista, el contenido literal de una oración está fijado por la representación lógico-semántica de dicha oración. La forma lógica representa un esquema formal de aquello que el hablante dice con verdad o falsedad al proferir una oración. Ahora bien, lo que dicha forma lógica recoge depende radicalmente de la riqueza expresiva del lenguaje formal empleado. Cuanto más expresivo sea el lenguaje en que se expresa una forma lógica mayor cantidad de condiciones veritativas correspondientes a oraciones del lenguaje será capaz de reflejar. Para decirlo con palabras de Moravcsik (19761:”La forma lógica de una oración es esa parte de la estructura semántica de la oración que depende únicamente de las partes oracionales que pertenecen al vocabulario lógico. A su vez, el vocabulario lógico se especifica para incluir aquellos elementos en términos de los cuales se formulan las relaciones de consecuencia. La fuerza lógica de una oración permanece constante en todos los modelos o bajo todas las interpretaciones. Por ello, la aplicabilidad de la noción de forma lógica a oraciones de una lengua depende de nuestra capacidad de separar en esa lengua el vocabulario lógico del extralógico, y de formular precisamente las relaciones de implicación”. (citado en Parrett, 1976) . El vocabulario lógico no tiene la riqueza de categorías que tiene el lenguaje natural: está diseñado para un fin específico y, por consiguiente, es limitado. Esto es especialmente evidente en el vocabulario lógico estándar, porejemplo el de los lenguajes de primer orden, en que las categorías que se manejan son constantes, individuales y predicativas, variables individuales, conectores y

cuantificadores. Tal lenguaje formal es claramente insuficiente para reflejar todo el contenido significativo convencional de las oraciones. Por otro lado, aunque es cierto que el lenguaje lógico está diseñado pensando en reflejar las relaciones de consecuencia entre fórmulas u oraciones, no es menos verdad que no capta todas las relaciones de consecuencia o inferencia que realmente tienen lugar en la interacción lingüística. En realidad, los lenguajes formales, sin postulados de significado, están limitados a las relaciones de consecuencia que se basan en la estructura lógica de las oraciones o fórmulas, es decir, se ciñen a la relación de deducibilidad sintáctica, expresada por el signo ┤, que, si el cálculo deductivo es correcto, viene a coincidir con la semántica, ╡. Pero, por ejemplo, las relaciones de implicación léxica suelen quedar fuera de los cálculos formales. Para incluirlas, hay que introducir los postulados de significado que expresan relaciones semánticas entre los predicados. Las relaciones de implicación léxica se basan también en aspectos convencionales del significado. Es más, son justamente el fruto de la parte más abstracta y nuclear de las convenciones lingüísticas, pues son convenciones sobre el contenido semántico de las piezas léxicas, convenciones que han alcanzado tal grado de fijación sistémica que han sido incorporadas a los diccionarios estándar o conceptuales en la mayoría de las ocasiones. A pesar de no ser recogidas habitualmente por los cálculos lógicos, las implicaciones léxicas de una oración o fórmula forman parte de las condiciones veritativas de esa oración. Es decir, si a implica léxicamente , , si no es verdadera tampoco lo es a. Las implicaciones léxicas de una oración constituyen en verdad el subconjunto más importante de las condiciones

veritativas de esa oración, porque determinan sus relaciones de subordinación o identidad semántica con otras oraciones pertenecientes al mismo o diferente sistema. No obstante, aparte de las relaciones de implicación lógica e implicación léxica, hay otras relaciones de implicación que tienen su origen en componentes convencionales del significado. Considérese un ejemplo trivial, el de la relaclón de implicación existente entre dos oraciones en tiempo pasado, pero aspectualmente diferentes: (1) El tren llegó con retraso (2) El tren ha llegado con retraso

La relación de implicación existente entre (1) y (2) no es recogida habitualmente por los lenguajes formales estándar puesto que esos lenguajes no incorporan recursos expresivos para captar la dimensión temporal y aspectual de las oraciones (Galton, 1984). Sin embargo, tal relación de implicación tiene su origen en los aspectos convencionales del significado de los tiempos y aspectos verbales. Es evidente que un objetivo de quienes pretenden reflejar las condiciones veritativas de una lengua natural ha de ser el de incorporar tales aspectos convencionales del significado que dan lugar a relaciones de implicación. Así lo han comprendido muchos investigadores que han ideado medios para recoger las relaciones temporales sistemáticas entre oraciones del lenguaje natural. Uno de estos medios es, por ejemplo, asociar a cada oración un índice temporal que establece el período o intervalo temporal

durante el cual la oración es verdadera. De este modo las relaciones de implicación quedan reflejadas en relaciones cuantitativas entre los índices temporales. Pero considérese otro ejemplo menos trivial que el anterior: la relación existente entre las oraciones (3) y (4) (3) Pedro volvió a suspender las matemáticas (4) Pedro ha suspendido al menos dos veces las matemáticas Es claro que cualquiera que profiera (3) está implicando la verdad de (4), esto es, que, independientemente del contexto en que se produzca tal proferencia, el hablante que la efectúe no puede aceptar la verdad de (3) sin aceptar al mismo tiempo la verdad de (41. Esto es lo que permite decir en definitiva que la onción (3) implica la oración (4) o, lo que es lo mismo, que la forma lógica que correspondería a la oración (3) habría de implicar la que corresponde a la (4). El problema aquí reside en que los lógicos y lingüistas no han encontrado la forma de expresar la forma lógica de (3) de tal modo que implique la de (4). Este es pues un caso de implicación, basada en aspectos convencionales del significado, que no está aún recogido por la forma lógica estándar que se atribuye a (3). En realidad, las condiciones veritativas de (3) corrientemente se hacen equivaler a las de (51 Pedro suspendió las matemáticas lo cual es claramente insuficiente, porque (51 no implica (4). Otro caso claro en que existen componentes convencionales del significado que no están recogidos en las condiciones veritativas ligadas a la forma lógica de

una expresión es el de las conectivas del lenguaje natural. Un ejemplo es el de la conectiva pero. Esta conectiva adversativa equivale semánticamente, desde el punto de vista veritativo-condicional, a la conectiva y, a la cual equivalen también otras conectivas como aunque, porque, como, etcétera. Sin embargo, ningún lingüista admitiría que todas esas conectivas tienen el mismo significado. No sólo porque las condiciones de su uso son diferentes, sino porque dan lugar a inferencias diferentes. Por ejemplo, considérense las dos oraciones siguientes, que son equivalentes desde el punto de vista veritativo condicional (6) Aunque los ornitorrincos son ovíparos, son mamíferos (7) Los ornitorrincos son ovíparos y son mamíferos Es evidente que el significado convencional de ambas oraciones no es el mismo: (6) engloba toda la información que puede transmitir (5) o, si se quiere decirlo de otro modo, la implica, pero no sucede lo mismo al contrario. La oración (7) no da lugar, cuando se profiere, a las mismas inferencias que la (6): en (6) se formula la verdad de dos hechos y, además, se les pone en contraposición, indicando que el primero suele estar en una relación causal con la negación del segundo, mientras que en (7) no sucede esto último. Forma parte del significado convencional de ‘aunque’

establecer relaciones de

contraposición entre oraciones, mientras que no sucede lo mismo con ‘y’. ¿Por qué esa función de ‘aunque’ corresponde a un aspecto convencional ? Porque, sea cual sea el que profiere ‘aunque’ para conectar dos oraciones, y sea cual sea la naturaleza del contexto discursivo, su utilización compromete al hablante con la creencia en lo que expresa, esa contraposición, del mismo modo que la

proferencia de ‘a y b’ compromete al hablante en cualquier ocasión con la creencia en la verdad de a y en la verdad de b. Es posible que a través de los ejemplos haya quedado más claro lo que son los aspectos convencionales del significado y las inferencias a que dan lugar. Pero pobre sería una caracterización de la noción de implicación convencional si sólo se limitara a proporcionar una lista de ejemplos. Es preciso que se establezca un conjunto de criterios de identificación que permita establecer cuándo se da el caso de una implicación convencional, basada en aspectos convencionales del significado y cuándo no. El primer criterio que viene a la mente, y de hecho utilizado por muchos autores, es un criterio negativo: la implicación convencional es aquella implicación que no tiene su origen en las condiciones veritativas o, dicho de otro modo, significado convencional - condiciones veritativas = aspectos convencionales del significado que son la causa de implicaciones o implicaciones convencionales. Este criterio puramente negativo tiene al menos dos defectos: 1) en ocasiones no se sabe si el aspecto convencional del significado que queda fuera de las condiciones veritativas no está incluido en éstas por pura incapacidad del lenguaje formal en que se expresa su forma lógica. Es decir, puede suceder que, una vez que se enriquezca de modo adecuado el lenguaje formal, ese lenguaje sea capaz de captar más condiciones veritativas de una oración de las que hasta entonces capta. Un lenguaje pobre, expresivamente hablando, como el lenguaje de primer orden sin extensión alguna, puede reducir las condiciones veritativas de la oración que formaliza y las relaciones semánticas que es capaz de expresar. Esto es lo que sucedía en

nuestro primer ejemplo de oraciones temporalizadas y, hasta cierto punto, también en el segundo. 2) Otro defecto del criterio negativo es que, para quien identifique la semántica de una lengua con la teoría de la verdad en esa lengua, las implicaciones convencionales y los aspectos convencionales del significado en que tienen su origen quedan relegados al campo de la pragmática. Esa es la postura por ejemplo de R. Kempson (1977), de J. Lyons (1977), e incluso de G. Gazdar (1979) o S.Levinson (1983). Aun afectando a aspectos convencionales del signiflcado, independientes de factores contextuales, estos autores piensan que las implicaciones convencionales son un fenómeno del que debe dar cuenta la pragmática. Nosotros no hemos identificado la semántica con la teoría de la verdad, sino con la teoría que proporciona los principios de interpretación de las expresiones lingüísticas, entendidas éstas como entidades teóricas, abstractas y, por tanto, independientes, en esa interpretación, de factores contextuales. Siendo esto así, no tenemos más remedio que reconocer que, si en la determinación de las implicaciones convencionales no entran a formar parte principios interpretativos contextuales, entonces el estudio de los aspectos convencionales del significado que dan lugar a las implicaciones convencionales pertenece a la semántica y no a la pragmática. Desgraciadamente la situación no es tan sencilla, por constituir las implicaciones convencionales un fenómeno más bien heterogéneo y gradual, con extremos claramente inmersos en el campo de la semántica, como el ejemplo de las implicaciones temporales, y extremos que están a caballo entre la semántica y la pragmática, como nuestro último ejemplo de las conectivas no

veritativas. Las convenciones lingüísticas no son tampoco una realidad homogénea. Hay convenciones lingüísticas de muchas clases y, sobre todo, con diferentes efectos. Si hubiera que utilizar algún criterio para clasificarlas sería uno adecuado el de la fuerza o la intensidad con que vinculan a quien las siguen. Ciertas convenciones lingüísticas tienen el estatus de reglas constitutivas, definiendo lo que es la actividad humana consistente en comunicarse mediante la utilización de una lengua. Otras convenciones son meramente regulativas, controlando los principios que en determinadas ocasiones determinan la interpretación de la conducta lingüística. Hay convenciones básicas del primer tipo que configuran la competencia gramatical, la capacidad para construir y descifrar mensajes lingüísticos, y convenciones que, en cambio, constituyen la competencia

comunicativa,

la

capacidad

para

utilizar

e

interpretar

procedimientos convencionales en la consecución de objetivos comunicativos. En realidad, se puede afirmar que toda relación inferencial, toda relación que permite a una audiencia inferir una oración (la creencia en la verdad de esa oración) a partir de la proferencia de otra por parte de un hablante, tiene una base convencional. Lo que establece la diferencia entre una implicación lógica y una implicación conversacional particularizada, por citar los dos extremos del arco, es la fuerza del vínculo que establece el seguimiento de las convenciones en que se basan. En el caso de la implicación lógica, por ser una relación que se basa en la estructura sintáctico-semántica de una lengua, tal vinculación alcanza su máximo grado, hasta el punto de que un hablante no puede desligarse de ningún modo de la responsabilidad sobre lo lógicamente

implicado por sus afirmaciones; incluso la audiencia juzga en ocasiones que lo implicado lógicamente forma parte de lo dicho o afirmado por el hablante. Por el contrario, en el caso de la implicatura conversacional particularizada, tal vinculación es más débil; depende tanto de la naturaleza del contexto que comparten hablante y auditorio que un observador ajeno a ese contexto difícilmente puede captar la implicación. Porque tal implicación es fruto de un acuerdo convencional cuyo ámbito o alcance puede limitarse a una pequena comunidad lingüística, incluso sólo a la comunidad lingüística formada por el hablante y el auditorio. Las implicaciones convencionales están a medio camino en el continuo que va de

las

implicaciones

particularizadas.

lógicas

Participan

de

a

las

ciertas

implicaciones características

conversacionales que

tienen

las

implicaciones lógicas, pero carecen de otras. En particular y volviendo a los criterios de identificación de las implicaciones convencionales, éstas se caracterizan (Grice, 1975, 1978, 1981) en que son desmontables o prescindibles. Al no depender de las condiciones veritativas de una oración, las implicaciones convencionales de ésta pueden eliminarse suprimiendo, sin pérdida de contenido lógico-semántico, los elementos que dan origen a tales implicaciones. Dicho de otro modo, el hablante siempre puede encontrar una oración alternativa que carezca de la implicación convencional y que sea verdadera siempre que lo sea la oración implicadora. Otra característica mencionada es la no cancelabilidad de las implicaciones convencionales. Este es un aspecto que las implicaciones convencionales comparten con las lógicas y las léxicas. Del mismo modo que un hablante no

puede desligarse de lo implicado léxica o lógicamente por sus proferencias, lo conozca o no, tampoco puede declararse no responsable de lo que ha implicado convencionalmente. Esto quiere decir que no puede admitir al mismo tiempo la verdad de la oración implicadora y la falsedad de la oración convencionalmente implicada. Incurriría en una inconsistencia que, si bien no se puede calificar de puramente lógica, se acerca mucho a ella. Hay que advertir, además, que las implicaciones convencionales, del mismo modo que las existenciales y las factivas analizadas en el capítulo anterior, sólo tienen vigencia en las oraciones afirmativas. En oraciones negativas, puede ser que la interpretación externa de la negación cancele la presunta implicación convencional. Por ejemplo, si se interpreta «Pedro no suspendió otra vez. como “No es cierto que Pedro suspendiera otra vez» la implicación convencional puede ser cancelada: «No es cierto que Pedro suspendiera otra vez, porque de hecho Pedro no había suspendido antes nunca”. Este hecho no es raro en realidad, pues si la negación puede afectar a las implicaciones lógicas o léxicas, con mayor razón puede alcanzar a las implicaciones convencionales, que tienen su origen en aspectos convencionales menos claros o profundos que aquéllas. En realidad, las implicaciones convencionales, como en el caso de las 16gicas o léxicas, se convierten en implicaciones conversacionales en las oraciones negativas, es decir, en implicaciones para cuya determinación es preciso el conocimiento del contexto. A pesar de ciertas críticas (Parrett, 1976), estos dos criterios formulados por H. P. Grice (1975) son utilizados por los dos teóricos más sobresalientes de la implicación convencional, Karttunen y Peters (1975, 1976, 1979), aunque no

de una forma precisamente afortunada. Como en nuestro caso, la tesis de Karttunen y Peters es que ciertos fenómenos presuntamente presuposicionales han sido confundidos con implicaciones o implicaciones convencionales. Pero, a diferencia de nuestro análisis, Karttunen y Peters (1979) clasifican como implicaciones convencionales fenómenos que, desde nuestro punto de vista, son meras implicaciones. Por ejemplo, Karttunen y Peters creen que son implicaciones convencionales aquellas a que dan lugar ciertos verbos factivos, como en castellano olvidar, darse cuenta, etc., verbos implicativos como arreglárselas o fracasar y las construcciones hendidas. Como se habrá podido comprobar, ninguno de estos casos ha recibido anteriormente el tratamiento de implicación convencional en capítulos anteriores. Todos ellos han sido explicados como implicaciones sin más. No es nuestro propósito polemizar con la tesis de Karttunen y Peters, pero difícilmente se puede sostener, como su postura obliga a hacer, que las relaciones que se dan entre (8) Olvidé que los martes cierran el restaurante (9) Juan se las arregló para que admitieran su petición (10) El gato fue quien derramó la leche y las oraciones implicadas convencionalmente, según Karttunen (11)

Los martes cierran el restaurante

(12)

Admitieron la petición de Juan

(13)

El gato derramó la leche

puedan ser calificadas de otra forma que como veritativo-condicionales. La falsedad de (11)-(13) supone la falsedad de (8)-(10) y la verdad de éstas la de aquéllas. Igualmente parece inadecuada la tesis de Karttunen y Peters (1979) sobre la función pragmática de la implicación convencional: “A menudo se ha observado que lo que aquí llamamos implicaciones convencionales desempeñan un papel en la determinación de la corrección (felicity) o propiedad de las proferencias en las interacciones conversacionales. Como regla general, en la conversación cooperativa se debe proferir una oración sólo si no implica convencionalmente nada que esté sujeto a controversia en ese punto de la conversación. Puesto que las proposiciones menos controvertidas son las de la base común, que todos los participantes aceptan ya, idealmente toda implicación convencional ha de pertenecer al conjunto común de supuestos que la proferencia de la oración pretende incrementar.

Esta observación está en la base de muchas definlciones de

“presuposición pragmática» que se encuentran en la bibliografía (por ejemplo, Karttunen, 1973, 1974; Gazdar, 1976)”. La tesis defendida por Karttunen y Peters tiene el defecto de no explicar la conducta lingüística de un hablante cuyo objetivo comunicativo es precisamente el de introducir nueva información en el contexto utilizando las relaciones de implicación, ya sea la implicación lógica o la convencional. Lo único que puede ser implicado según los autores mencionados son oraciones (proposiciones o ideas según algunos) que ya pertenecen al contexto, es más, a la base común

que comparten los participantes en un intercambio comunicativo. Se excluye, pues, la posibilidad de introducir nueva información en ese contexto por otros medios distintos de su llana afirmación. Aun teniendo en cuenta una necesaria idealización de las situaciones comunicativas, tal tesis es excesivamente simplista y no explica, por ejemplo, la conducta lingüística siguiente. Imagínese a un fiscal que interroga en un juicio a un hombre al que se trata de probar que cometió un asesinato, pero que el reo no admite haberlo cometido. Este fiscal puede formular en el interrogatorio la siguiente pregunta: (14)

H1.¿Cuándo mató usted a la víctima? H2.Nunca, porque yo no maté a nadie.

El fiscal está implicando (convencionalmente) con su pregunta que el reo cometió el asesinato; está introduciendo pues una nueva información en el contexto, y H2 se ocupa de establecer, mediante su respuesta, que no pertenece a la base común de ese contexto, es decir, que él no la admite como cierta. Esta conducta lingüística no es ni mucho menos rara o improbable. Muchas veces, incluso en las argumentaciones deductivas, los participantes en una conversación basan sus afirmaciones o pasos deductivos no en lo que explícitamente se ha dicho o se está de acuerdo, sino en lo implicado lógica o convencionalmente en el transcurso de la interacción, es decir, en lo no afirmado de un modo explícito. El razonamiento caracterizado como modus brevis, el razonamiento en que se omite formular de un modo explícito todas las premisas, se basa a veces en esta función pragmática de las relaciones de implicación, lógica o convencional .

Otro punto interesante a señalar en el párrafo citado de Karttunen y Peters (1979) es su concepción de la interacción comunicativa como actividad primordialmente dirigida al incremento de una base común a los participantes de esa interacción. Tal concepción contrasta con la que hemos expuesto nosotros con anterioridad, según la cual la finalidad fundamental de la interacción comunicativa es el aumento de la consistencia del [con respecto al) contexto. Aunque tendremos ocasión de volver sobre este punto, es preciso notar que una de las diferencias fundamentales que separa nuestra concepción de la de Karttunen y Peters, de la de G. Gazdar y de la de Brockway es que incluye el conocimiento atribuido por el hablante al auditorio y no sólo la base común a ambos. Aunque la noción de base común es fructífera para explicar los procesos de anáfora o pronominalización, es insuficiente para explicar lo que hemos venido en llamar conducta lingüística destructiva, esto es, la conducta dirigida a la eliminación de inconsistencias dentro del propio contexto, o inconsistencias entre el contexto y (parte de) las creencias del hablante. Por tanto, pensamos que es inadecuadamente idealizador concebir la conducta lingüística como un proceso interactivo en que sólo se incrementa un conjunto de creencias comunes a los participantes en ese proceso. Volviendo a las implicaciones convencionales y a su función pragmática en la interacción comunicativa, hay que decir que aquélla es paralela a la de la implicación lógica. La implicación convencional puede servir a dos objetivos comunicativos diferentes, dependiendo de que la implicación convencional figure o no en el contexto de la proferencia. Si la implicación convencional pertenece ya, como quieren Karttunen y Peters, a la base común que

comparten el hablante y el auditorio, su función no es evidentemente la de procurar nueva información, sino evocar información ya presente en el contexto. Por ejemplo, en el diálogo (15) H1.Juan y Pedro han aprobado H2.!También ellos...! el H2 utiliza la implicación convencional introducida por el adverbio también para recordar o remitir al hablante1 a una información ya contenida en el contexto, por ejemplo que H1 y H2 han aprobado igualmente. En otros casos, la implicación convencional no forma parte del contexto y, por ello, su misión es la de introducir nuevos elementos en el contexto (16)

H1.También el partido en el gobierno está descomponiéndose a causa

de la lucha por el poder H2.¿Y en qué otros partidos pasa lo mismo? H1. En los de la oposición. En este intercambio comunicativo, H1 introduce, mediante la implicación convencional, la información de que otros partidos, además del que está en el gobierno, sufren un determinado proceso. El H2, recogiendo esa nueva información, orienta su actuación lingüística a tratar de concretarla. Pero la implicación convencional hecha por H no tiene por qué formar parte del contexto previo a su proferencia; en ese sentido el elemento origen de la implicatura convencional forma parte del componente remático o del comentario de la proferencia. Karttunen y Peters (1979) afirman que no tienen ninguna respuesta que dar a la cuestión del origen de las implicaturas convencionales y de su

independencia del componente significativo que tiene que ver con las condiciones de verdad. Su objetivo es más bien descriptivo, el de integrar a las implicaciones convencionales en una teoría formal del lenguaje, la de Montague, mostrando cómo tal teoría puede reproducir el funcionamiento semántico o pragmático de tales implicaciones convencionales. Por nuestra parte, nos atrevemos a avanzar una respuesta a tales cuestiones porque creemos que cualquier intento descriptivo debe ir siempre acompañado, o incluso lo requiere necesariamente, de un esbozo de explicación teórica. Nuestra respuesta a tales cuestiones, por otra parte, no tiene nada de particular, sino que se limita a señalar un punto metodológico que está en la base de todo el problema de las implicaciones convencionales y de su integración en la semántica o en la pragmática. En nuestra opinión, el hecho de que las implicaciones convencionales no hayan sido asimiladas a los aspectos veritativos condicionales del significado se debe más a la pobreza de nuestro lenguaje formal y teórico que a la propia naturaleza de tales fenómenos. En realidad, la tesis de que hay aspectos convencionales veritativos se basa en una especie de razonamiento circular: la forma lógica de las oraciones, que determina las condiciones veritativas correspondientes a dichas oraciones, no refleja los elementos oracionales que dan lugar a implicaciones convencionales; por tanto, las implicaciones convencionales no son condiciones de la verdad de las oraciones implicadoras. Pero la incapacidad para asimilar la estructura de tales elementos convencionales presuntamente no veritativos no tiene su causa en una naturaleza especial de esos elementos que los haga inasimilables al lenguaje lógico, sino en el carácter limitado del propio lenguaje lógico. Ya

hemos mencionado anteriormente cuál es el origen de tal limitación: los lenguajes formales están diseñados con objetivos muy específicos que no incluyen el de reflejar fielmente el funcionamiento del lenguaje natural. Están pensados para dar cuenta de las relaciones de consecuencia que se dan en lenguajes bastante precisos como lo son los lenguajes científicos. En particular, están modelados para formalizar el razonamiento matemático, y no para constituir una reconstrucción de la forma de las oraciones del lenguaje natural en general. Sólo a partir de los años 60 se consideró la posibilidad de utilizar los lenguajes formales de la lógica para expresar el contenido semántico abstracto de las oraciones pertenecientes a una lengua natural. Esa posibilidad ha ido ganando adeptos a lo largo de los últimos 25 años, incluso entre los propios lingüistas profesionales, pero se encuentra aún lejos de su efectiva realización. Los lenguajes lógicos se han ido enriqueciendo a medida que trataban de adaptarse a ese objetivo, y así han surgido nuevas ramas de la lógica que han incorporado nuevos instrumentos expresivos, como la lógica modal alética, la epistémica o la temporal. Incluso los planteamientos semánticos de los lenguajes formales han cambiado: la lógica tradicional se bastaba con una semántica extensional, pero tal enfoque de la semántica es claramente insuficiente si se quiere explicar fenómenos semánticos que se dan en las lenguas naturales. De ahí la creación de la lógica o semántica intensional, como complemento de la semántica extensional. Se comprenderá bien cuál es la naturaleza de nuestra argumentación si volvemos a un ejemplo ya utilizado al comienzo de esta sección: el de las relaciones sistemáticas entre oraciones temporalizadas. Supóngase (al fin y al cabo no es

tan difícil, dado el estado de desarrollo de la lógica temporal) que no hubiera un lenguaje formal que reflejara adecuadamente la conexión (¡veritativa!) existente entre (11) y (12):(12) sería entonces juzgada como una implicación convencional de (11) y no como una implicación semántica o lógica. La relación entre (11) y (12) se achacaría al siempre cómodo saco de los aspectos pragmáticos del lenguaje natural. Es algo parecido a lo que sucede en el caso de las oraciones factivas: para algunos verbos factivos como ‘saber’ hay recursos formales expresivos para reflejar la conexión entre (17) y (18) (17)

Sé que han llegado tarde

(18)

Han llegado tarde

Cualquier estudioso medianamente enterado del lenguaje de la lógica epistémica sabe que la forma lógica de (17) se puede reflejar en tal lenguaje, y que igualmente tal forma lógica implica la de (18) en ese lenguaje. En este caso, se habla pues de implicación semántica. En cambio, cuando se trata de la conexión entre (19) Olvidé que me esperabas a cenar (20) Me esperabas a cenar se trata ya de implicación convencional, según Karttunen y Peters, y no de implicación semántica. La razón es sencillamente que no disponemos de un lenguaje adecuado que refleje el comportamiento semántico de ‘olvidar’ del mismo modo que el de ‘saber’, a pesar de que ese comportamiento semántico es idéntico en los dos verbos factivos. El caso de los verbos factivos clama al cielo, porque es evidente que entre las oraciones factivas afirmativas y sus oraciones complemento hay una relación

veritativa de implicación (como reconocen Kempson, 1975; Boer y Lycan, 1976; y Gazdar, 1979), pero existen otros casos que son casi igualmente claros. Por ejemplo, el de los adverbios. Es claro que entre (21) Me gusta mucho el cordero asado (22) Me gusta el cordero asado existe una relación semántica veritativa tal que si (21) es verdadera también lo es (22), y si (22) es falsa también lo es [21). Es una relación de implicación. Sin embargo, a pesar de valiosos intentos por formular una teoría semántica formal de los adverbios (Davidson, 1967; Montague, 1974, Creswell, 1976, 1979) tal relación de implicación no queda recogida por el lenguaje habitual de primer orden. Los ejemplos se podrían multiplicar, pero los expuestos bastan, en nuestra opinión, para ilustrar lo que mantenemos: toda relación de implicación convencional, es decir, basada en aspectos convencionales no contextuales del significado, debería quedar reflejada en una teoría semántica adecuada como tal relación semántica. Si hasta ahora algunas de esas implicaciones convencionales han quedado al margen de la semántica, en especial por no haber sido juzgadas veritativo condicionales, ello se debe al estado actual del desarrollo del lenguaje teórico formal utilizado para explicarlas. En todo caso, no hay que confundir las limitaciones de nuestra propia teoría, lo que se puede o no hacer, con diferencias en la naturaleza de los fenómenos, lo que es o no semántico. 6.2.

LOS ASPECTOS CONVENCIONALES Y CONVERSACIONALES DE LA

CUANTIFICACION

Ante todo, hay que advertir que, en el análisis de los aspectos convencionales y conversacionales de la cuantificación, nos movemos sobre un continuo lingüístico que va desde la teoría semántica estándar sobre la cuantificación, la que se puede encontrar en cualquier manual de lógica, hasta la más sofisticada y particular de las implicaciones conversacionales. En consecuencia, a veces será más bien difícil distinguir la naturaleza real de algunos fenómenos, viniendo a agravar esta situación el hecho de que la teoría lógica de la cuantificación guarda en realidad poca relación con el funcionamiento de las expresiones cuantificacionales en las lenguas naturales y, en particular, en el español. Dividiremos nuestro análisis dedicándonos primero al estudio de las expresiones cuantificacionales clásicas y luego al de las de pluralidad y las presuntamente proposicionales. Hay que tener en cuenta que no pretendemos construir de nueva planta una teoría lógica de la cuantificación con base en el análisis de las expresiones cuantificacionales del castellano, sino solamente allanar el camino para aquellos que deseen construir o utilizar un lenguaje formal más rico del habitual para formular sus teorías semánticas o pragmáticas sobre nuestra lengua. Nuestros afanes tampoco son iconoclastas: mantenemos que la teoría lógica estándar sobre la cuantificación debe ser conservada, especialmente cuando se utiliza para los propósitos para los que fue originalmente concebida. No está en nuestro ánimo, pues, formular una lógica alternativa en el sentido de S. Haak (1974). Pero igualmente mantenemos que, en su forma habitual, la teoría lógica de la cuantificación es incapaz de dar cuenta de los procesos inferenciales que se realizan utilizando lenguas naturales, ni siquiera de los

relacionados con las expresiones cuantificacionales clásicas.

Parte de esos

procesos inferenciales son, con toda seguridad, de raíz pragmática, pues se basan en factores contextuales particulares, ajenos por lo tanto a cualquier posibilidad de generalización semántica significativa. Pero también parte de ellos se encuentran en esa zona de nadie que está ocupada por las implicaciones convencionales y que son ajenos a los avatares de los cambios contextuales.

En la medida en que hemos sostenido que las implicaciones

convencionales son fenómenos realmente semánticos, en transición hacia su integración dentro de las condiciones veritativas oracionales, mantenemos también que una teoría semántica formal del castellano debe reflejarlos. Si en el estadio actual de desarrollo de la teoría lingüística tal teoría semántica formal es incapaz de ello, el deber del lingüista, del lógico o del filósofo del lenguaje es propiciar su modificación y enriquecimiento. 3.2.1.

La cuantificación clásica

Se puede extraer la siguiente conclusión por lo que respecta a la expresión cuantificacional todos y expresiones afines que se pueden formalizar mediante el cuantificador universal A: mientras que el cuantificador universal no tiene un supuesto existencial particular dentro de la habitual teoría lógica, aunque sí la teoría lógica estándar en su conjunto, las expresiones correspondientes del español sí que tienen ese supuesto. En particular, ese supuesto constituye una implicatura convencional de las oraciones en que se usa la expresión todos o expresiones equivalentes .

Sobre esta conclusión hay que hacer varias matizaciones importantes que la sitúan en su verdadera dimensión. La primera de ellas, y la más general, hace referencia a la interpretaci6n semántica de la cuantificación universal formulada en el lenguaje natural. En lógica, la expresión

liga o se aplica a variables individuales (o predicativas,

en la lógica de segundo orden) que representan a cualesquiera elementos del universo o dominio del modelo que sirve de interpretación. En general, este dominio no se especifica detalladamente, sino que las únicas especificaciones que se dan suelen versar sobre su cardinalidad, sobre si es finito o infinito. Cuando la teoría lógica se aplica a la formalización de teorías científicas, la especificación del dominio suele ser mayor: se dice que está formado por conjuntos, por números, por partículas, etc. En cambio, en el lenguaje natural, en los intercambios comunicativos concretos, la situación es bien diferente. Las lenguas naturales hablan del mundo en general, pero en las interacciones lingüísticas, que siguen una determinada dirección, los participantes centran su atención en determinados aspectos o regiones de la realidad que tienen interés para sus objetivos comunicativos. Sería absurdo por lo tanto pensar que sus afirmaciones cuantificadas por expresiones convencionales han de ser interpretadas en el conjunto que constituye la realidad. Lo son en realidad sobre una parte de ella acotada pragmáticamente. El hablante y el oyente saben en general de qué están hablando, qué parte de la realidad es la pertinente para el intercambio comunicativo. El conocimiento de la zona de la realidad que desempeña la función de dominio de interpretación forma parte del conocimiento que deben compartir el hablante y el oyente.

Cuando tal

conocimiento es imperfectamente compartido por hablante y oyente se producen ambigüedades o malentendidos, desorientaciones de los participantes en la interacción. Se podría denominar a tal conocimiento conocimiento del

universo pragmático del discurso si esta noción no hubiera sido introducida por R. Kempson (1975) para designar al conocimiento del contexto en general. En realidad, el conocimiento del dominio de interpretaciónes el aspecto más general de lo que hemos llamado identificación referencial. Del mismo modo que hablante y oyente comparten un conocimiento que consiste en la identificación de determinados referentes, que está en la base, como hemos explicado, de los procesos anafóricos como la pronominalización o la utilización de descripciones definidas, han de compartir un conocimiento del dominio de interpretación de sus cuantificaciones en un momento dado. Considérense, por ejemplo, las siguientes oraciones (23) Se lo dijo a todo el mundo (24) Tu primo se comió todos los caramelos (25) Había una mesa para cada uno

No se puede proporcionar una interpretación abstracta,puramente semántica, de estas oraciones como si el dominio de interpretación de las oraciones que ligan fueran todos los elementos de la realidad. Por ejemplo, sería absurdo pensar que la formalización (26)

refleja la forma lógica de (24), significando a lo referido por la expresión ‘tu primo’, la constante P el predicado ‘ser primo del oyente’ y las constantes C y K los predicados ‘ser caramelo’ y ‘comer’, respectivamente. Si (26l se tomara literalmente, se debería interpretar como que el primo en cuestión se comió todos los caramelos existentes en el mundo, lo cual, desde luego, no se correspondería con toda seguridad con la intención comunicativa de quien profiriera (24). Algo parecido sucedería si se interpretaran literalmente (23) y (25). La expresión cuantificacional todos hay que interpretarla en cada una de estas oraciones sobre un conjunto pragmáticamente especificado, un conjunto cuyos límites son conocidos por el hablante y el oyente. Todos, en todas estas oraciones, significa ‘todos los individuos relevantes desde el punto de vista de la conversación’, y no‘todos los individuos’ en general. Por lo tanto, también se debe mantener que las expresiones cuantificacionales universales tienen un aspecto anafórico, en el sentido de que remiten a un contexto discursivo o extradiscursivo puramente pragmático. Esta dimensión anafórica es evidente en oraciones como (27)

Nos encontramos con las chicas y todos fuimos juntos al cine

(28)

Han venido todos a cenar

En (27) la anáfora es discursiva en el sentido de que lo referido por todos ha sido introducido previamente en la misma oración. En cambio, en (28), si se considera aisladamente, es extradiscursiva; lo referido por la expresi6n cuantificacional ha de ser algo determinado por el contexto que manejan el hablante y el oyente.

En otras oraciones, en cambio, el aspecto anafórico del cuantificador se diluye porque el contexto ejerce menos constricciones de tipo referencial. Esto sucede, por ejemplo, en enunciados que son generalizaciones de tipo científico en que el dominio de interpretación está perfectamente determinado de antemano a la proferencia. Evidentemente, hay una estrecha relación entre el carácter anafórico de la expresión cuantificacional y las diferentes categorías gramaticales a la que puede pertenecer. Pero esta relación no es unívoca: no se puede afirmar que todos tienen una dimensión anafórica sólo cuando es un pronombre, y que carece de ella cuando es un adjetivo. Es trivial, sin embargo, suponer que con toda probabilidad los aspectos anafóricos se darán con mayor frecuencia en el primer caso que en el segundo. En las oraciones (27) y (28), al ser la expresión cuantificacional pronominal, la anáfora, discursiva o extradiscursiva, está garantizada. Lo mismo sucede en (25), en que la expresión ‘cada uno’ es pronominal. Pero en (23), (24), y en (25), si se reemplaza la expresión ‘cada uno’ por ‘cada individuo’, la expresión cuantificacional, perteneciente a la categoría de adjetivo determinativo cuantitativo (Alcina y Blecua, 1975), sigue teniendo ese aspecto anafórico pragmático que hemos comentado. De todos modos, la relación entre la función semántico-pragmática de las expresiones cuantificacionales y sus categorías gramaticales nos da pie para observar la diferencia de trato que por la lógica y la gramática reciben tal tipo de expresiones. Desde el punto de vista lógico, es indiferente la categoría gramatical a que pertenece la expresión, adjetivo o pronombre. La expresión lógica /\ se aplica a variables, y desde ese punto de vista es puramente

adjetival: se aplica a un conjunto de individuos en su totalidad, los que pueden constituir una interpretación de esas variables. La expresión ‘ A ‘ se puede parafrasear por lo tanto como ‘para cualquier individuo que sea elemento del dominio de interpretación’. Como la especificación de ese dominio es algo ajeno a la pura sintaxis lógica, la teoría no ve ningún motivo para distinguir entre su posible función calificadora o determinadora y la pronominalizadora. Por otro lado, los cuantificadores lógicos son operadores oracionales, se anteponen a fórmulas y esas fórmulas caen en su totalidad bajo el alcance de los cuantificadores. En cambio, las correspondientes expresiones de la lengua natural son SSNN, o parte de SSNN, dependiendo de que sean pronombres o adjetivos. En ese sentido, sólo son un elemento oracional más. Este último hecho es el que nos da la clave además de la explicación de las implicaciones existenciales convencionales de las expresiones cuantificacionales universales de la lengua natural: en realidad, tales implicaciones existenciales son un producto de las propiedades referenciales de los SSNN. En efecto, si todo SN (con referencia específica) da origen a un supuesto o implicación existencial, igualmente sucederá con cualquier calificación o pronominalización de ese SN. Como se recordará, las propiedades referenciales de los SSNN son transmitidas a los SSNN que pueden pronominalizarlos, de tal modo que si un SN da lugar a una implicación referencial, lo mismo sucede con el pronombre correferencial. En la oración (29) (29)

Los hijos de Juan son calvos y todos están durmiendo

el pronombre cuantificacional hereda las propiedades referenciales del SN, ‘los hijos de Juan’, que pronominaliza. Por otro lado, si un SN tiene propiedades referenciales, ese SN, ampliado mediante un adjetivo determinativo, también las tendrá. La lógica trata de hecho al artículo definido como un determinante cuantitativo más, formalizando del mismo modo ‘los’, por ejemplo, que la expresión cuantificacional ‘todos’. Desde su punto de vista no hay distinción, en cuanto a propledades referenciales, entre «Los hijos de Juan” y «Todos los hijos de Juan”. Si las implicaciones convencionales de las expresiones cuantificacionales universales sólo son un caso más de las propiedades referenciales de los SSNN, ¿por qué no tratarlas directamente como implicaciones? La verdad es que la tentación es fuerte, porque establecería una uniformidad teórica apreciable: se podría afirmar que en general todos los SSNN que cumplen la condición de tener una referencia específica dan lugar a implicaciones existenciales, en oraciones afirmativas al menos. En realidad, se puede precisar más la explicación de estos fenómenos mediante la siguiente matización: aunque en la teoría lógica estándar la expresión cuantificacional

no da lugar a implicaciones

existenciales, el lenguaje formal que sustituya a esa teoría lógica como representación formal del funcionamiento semántico de una lengua natural ha de contener un cuantificador universal que dé lugar a tales implicaciones. De este modo. se pueden compatibilizar dos objetivos deseables: la conservación de la actual teoría lógica, con sus objetivos definidos, y la adecuada representación formal del lenguaje natural.

Alguien podría preguntarse, y de hecho muchos lógicos se lo han preguntado, la razón de que la expresión

no tenga importe existencial en la lógica

estándar. La razón, en nuestra opinión, es que la expresión

está ideada para

abarcar casos en los que en el lenguaje natural todos, o expresiones afines, no tienen esa implicación existencial. Esto puede parecer a primera vista paradójico al lector, porque si todos da lugar a una relación semántica, esa relación semántica, no ha de ser cancelable. La paradoja no existe, pues la implicación existencial no es cancelable en ningún contexto. Lo único que ocurre es que la implicación existencial de todos tiene su origen, como la del correspondiente SN que puede calificar, en la referencia específica. Recuérdese que la condición de que un SN refiera específicamente es una condición esencial para que ese SN dé lugar a implicaciones existenciales. Si el SN en cuestión tiene una referencia no específica, la implicación existencial no se produce, como muy bien ha observado Rivero (1977). Pues bien, la lógica pretende dar cuenta de oraciones en que se emplea el cuantificador todos para calificar o pronominalizar SSNN que no tienen una referencia específica. Muchas proposiciones de tipo científico se encuentran en este caso, porque se pueden encontrar formuladas en subjuntivo o en futuro: (30)

Todo conjunto que tenga una cardinalidad ∞ será numerable

El modo subjuntivo y el tiempo futuro pueden modificar sustancialmente la modalidad referencial de un SN. Hay que tener en cuenta, pues, la modalidad referencial del SN al que se aplica o constituye la expresión cuantificacional universal para predecir si tal expresión da lugar a una implicación existencial: nuestra hipótesis es que todos los SSNN con referencia específica, incluidos los

que están determinados por la expresión todos y expresiones afines, son el origen de implicaciones existenciales que se basan en las propiedades referenciales de tales SSNN. Si el cuantificador lógico A no es la causa de tales implicaciones es porque formaliza ocurrencias de todos en el lenguaje natural y, en particular, en el lenguaje científico, en que tal expresión no constituye o determina un SN con referencia específica. Aunque hasta ahora hemos analizado básicamente las características de la expresión cuantificacional todos, conviene que hagamos también unas pequeñas observaciones sobre sus variantes y expresiones afines, para hacer entrever al menos la complejidad de la cuantificación universal en el lenguaje natural. En primer lugar, hay que anotar que la expresión cuantificacional tiene una variante, todo, con valor neutro, que puede desempeñar una función pronominal (o sustantiva, según Alcina y Blecua, 1975). Por ejemplo: (31)

Todo lo que hace le sale bien

(32)

No hay que darse prisa, tenemos tiempo para todo

(33)

En la infancia todo son juegos y risas

En estos casos, es evidente que la referencia no es específica, por la característica neutralidad que introduce todo, aunque tiene el aspecto anafórico típico comentado. Lo que sucede es que lo aludido por todo en estos casos, aquello que más o menos conocen los participantes en la situación comunicativa, lo es de una forma indeterminada, imprecisa, incluso en el caso de (31). Seguramente ningún hablante que profiriera (31) querría decir que

cualquier acción cometida por x tiene la característica de salirle bien, sino que más bien querría decir algo así como «toda acción que cuenta, que consideramos importante y pertinente, desde el punto de vista contextual” pero sin que tal conjunto de acciones constituya un conjunto bien perfilado, sino un conjunto «borroso” incapaz de ser enumerado extensionalmente por el hablante o el oyente. La neutralidad introducida por todo parece hallarse presente también en los casos en que es alternante con las formas masculinas y femeninas, en singular y en plural. Así, compárese (34)

Todos los enemigos de la patria serán ajusticiados

(35)

Todo enemigo de la patria será ajusticiado

En la oración en que se emplea todo parece introducirse un elemento de indeterminación que no está presente en la otra. La razón puede ser la ausencia del artículo determinado que es un índice de especificidad o, desde el punto de vista semántico, la función clasificadora de todo. Entre las expresiones que sí se suelen reflejar mediante el uso del cuantificador universal se hallan cada, cualquiera y quienquiera. Desde el punto de vista gramatical, la primera tiene una función adjetiva y las otras pronominal. Hay que advertir que, aunque compuestos con el verbo querer, los relativos no necesitan ir acompañados por él para poder ser formalizados con el cuantificador universal.

Por ejemplo, son afirmaciones universalizadas (36) Quienes han transgredido la regla serán multados (37) Los que vienen contigo son bien aceptados Estas oraciones también dan lugar a implicaciones existenciales convencionales, puesto que forman parte de SSNN, de oraciones con función sustantiva, que tienen una referencia específica. En cambio, es más difícil encontrar casos de referencia específica con los relativos compuestos con querer, aunque tampoco es extraordinario. Considérense, por ejemplo (38) Cualquiera lo ha hecho mejor que tú (39)

Cualquiera que lo haya hecho tiene más valor que tú

Mientras que en (39) el SN de que forma parte cualquiera no tiene una referencia específica, como indica el modo subjuntivo, en (38) puede tenerla. Que en (38) cual quiera tenga o no referencia específica depende del contexto. Al ser anafórico, depende del grado de identificación referencial del conjunto que constituye su antecedente que la referencia sea específica o no. Por ejemplo, en el siguiente contexto oracional. (40) Tus hermanos también han saltado y cualquiera lo ha hecho mejor que tú

cualquiera tiene referencia específica y es equivalente a todos. La expresión cada sobreañade a la referencia específica, cuando la tiene, la distributiva. Así, no solamente puede aludir a un conjunto bien determinado de

individuos, sino que también lo hace a sus miembros en particular. Del mismo modo que en el caso de cualquiera, puede formar parte de un SN que tenga una referencia específica o no dependiendo del grado de identificación referencial alcanzado en el contexto. Por ejemplo, (41) Cada cual ha de apañárselas como pueda puede presentar esa alternancia específico/no específico característica. Tomada aisladamente, como formulación de un principio, cada cual no tiene una referencia específica, mientras que en (42)

Todos los miembros del pelotón nos desplegaremos y cada cual ha de

apañárselas como pueda tiene tal referencia específica.

A pesar de que la asignación de referencia específica o inespecífica puede ser en ocasiones dependiente del conocimiento del contexto, no por ello la implicación existencial puede ser calificada de cancelable. Una vez establecida la existencia de esa referencia específica, tal implicación no es cancelable. La predicción o generalización sólo afecta a los casos en que se da tal referencia, y no a otros. Por lo que respecta a las expresiones que se formalizan habitualmente mediante el cuantificador existencial, los denominados indefinidos existenciales, se pueden extraer tres conclusiones: en primer lugar, que la implicación existencial de todos, cuando existe, hace que las oraciones en que se da impliquen las correspondientes existenciales, lo cual no sucede desde luego en la teoría lógica estándar, por la razón que antes adujimos.

En segundo lugar, que el empleo de las formas plurales de los indefinidos existenciales introduce una implicación convencional que no tienen las correspondientes formas en singular. Así, las oraciones (43 Algún alumno suspendió (44) Algunos alumnos suspendieron tienen diferentes implicaciones convencionales. Mientras que el indefinido en (43) equivale a la expresión ‘al menos un’, en (44) el empleo del plural lo hace equivaler a ‘al menos más de un’. En tercer lugar, tanto las formas afirmativas como las negativas de oraciones cuantificadas existencialmente dan lugar a implicaturas conversatorias. Las oraciones

afirmativas

implican

conversatoriamente

las

correspondientes

negativas, de tal modo que (44), por ejemplo, sugiere (45) Algunos alumnos no suspendieron Y las oraciones negativas a su vez implican conversatoriamente las afirmativas, de tal modo que una proferencia de (45) introduce dicha relación pragmática con (44). Respecto a nuestra primera conclusión hay que decir que se encuentra sujeta a matizaciones sobre la implicación existencial de todos y expresiones afines. Tal implicación existencial ha de quedar reflejada en una teoría lógica (de la verdad) adecuada para el español. Puesto que en teoría lógica estándar tal relación entre fórmulas universal y existencialmente cuantificadas no se da, esa teoría no puede ser aplicada tal cual al español, sino que ha de ser modificada y enriquecida.

Hay que notar que la implicación a que hacemos referencia entre oraciones universal y existencialmente cuantificadas se da también en ciertas formas negativas de dichas oraciones, pero ya hablaremos de ello cuando comentemos las propiedades convencionales y conversatorias de la negación en oraciones cuantificadas. ¿Por qué es convencional la implicatura introducida por el empleo de las expresiones cuantificacionales en plural? En primer lugar, porque tal implicatura no es cancelable, porque la proferencia de la oración implicadora en conjunción o yuxtaposición con la negación de Io implicado convencionalmente supone una contradicción; o una inconsistencia para el hablante. En segundo lugar, porque la identificación e interpretación de tal implicatura no requiere el conocimiento de factores contextuales ni depende especialmente de ellos. Si bien es cierto que se podría invocar en este caso la máxima conversatoria de cantidad para justificar el empleo del plural en vez del singular, no es menos cierto que tal apelación no es especialmente necesaria ni tiene nada de particular. Es decir, se trata de una apelación de tipo general que también se podría invocar en los casos más claros de implicación lógica. La máxima conversatoria de cantidad, como todas las máximas, subyace de una forma general a todo el proceso semántico de interpretación, pero sólo tiene un valor explicativo especial cuando su invocación es necesaria para la interpretación de una proferencia que no se comprendería cabalmente sin su ayuda. La implicación convencional a que da lugar el empleo de las formas plurales de los indefinidos existenciales es un caso especial del significado general que tiene el uso del plural en español y en otras lenguas naturales que lo poseen. Es una característica

objetiva, no dependiente del contexto particular de proferencia, de la utilización del plural que éste sirva para la designación de un referente no individual. Por eso, se puede considerar que (44] es equivalente a (46): (46) Varios alumnos suspendieron en que la implicación de pluralidad es aun si cabe más clara. Una vez más, en este caso se puede plantear la necesaria incorporación de las implicaciones convencionales al componente veritativo condicional de una teoría semántica del español. Es muy razonable mantener que (44) implica (43), pero que lo contrario no sucede, esto es, sostener que (44) y (43) no tienen las mismas condiciones veritativas a pesar de lo que nos dice la teoría lógica estándar. Si (44) equivale desde el punto de vista veritativo a [46) es evidente que ésta no es verdadera cuando simplemente lo es (43) o su equivalente «Al menos un alumno suspendió” sino que requiere algo más, una condición veritativa adicional que incluya la expresión ‘al menos más de un’. No creo que se pueda calificar de otro modo que de insatisfactoria a una teoría lógicosemántica del español que sea incapaz de incorporar las relaciones de implicación convencional sistemáticamente suscitadas por el empleo del plural. Sin embargo, al contrario de lo que sucede con la implicación convencional relacionada con el empleo de las formas plurales de los indefinidos existenciales, es necesaria la apelación a la máxima conversatoria de cantidad y a factores contextuales para la identificación de la relación entre (44) y (45). Sin dicha máxima no se podría entender por qué el hablante profiere (44) en vez de otra oración que carezca de tal implicatura o que constituya una negación explícita de ella. El auditorio, ante la proferencia de (44), induce que

no forma parte del contexto que maneja el hablante una oración que sea inconsistente con la implicatura conversatoria. No obstante, la implicatura conversatoria es cancelable, bien por el propio hablante, bien por el oyente. Para aclarar este punto es conveniente utilizar un ejemplo. Considérense los dos siguientes intercambios comunicativos: (47) H1.Todos los alumnos suspendieron H2.Sí, de hecho algunos alumnos lo hicieron (48) H1.Algunos alumnos suspendieron H2.Sí, de hecho lo hicieron todos ¿Qué es lo incorrecto en la conducta lingüística de H2 en (47) y lo correcto en (48)? En (47), la incorrección consiste en que H2 no hace ninguna aportación informativa a la conversación porque, de hecho, su proferencia ya se sigue de la de H1. Además, su afirmación sugiere o implica conversatoriamente una oración, (45), que es inconsistente con la afirmación de H1 cuya verdad acepta H2. Es decir, con su intervención en (47) H2 crea un contexto inconsistente. Por el contrario, en (48) la afirmación de H2 aporta nueva información a la conversación y elimina de paso la implicatura conversatoria de la afirmación de H1, que es inconsistente con las creencias o el conocimiento de H2. La racionalidad de la conducta de H2 en (48) sólo puede ser comprendida acudiendo a las máximas de conversación, al respeto a la direccionalidad lingüística y a la consistencia contextual. Cuando H1 hace su afirmación en (48) introduce en el contexto la implicatura conversatoria de que (45), por lo que H2 atribuye a H1 la creencia en la negación de su afirmación. Este componente

contextual es inconsistente con las creencias de H2 por lo que hace una afirmación tendente a eliminar esa inconsistencia. Esta implicatura conversatoria se presenta en todos los contextos, por lo que cabe clasificarla entre las generalizadas. Ello quiere decir que, dada una determinada oración, se puede predecir hasta cierto punto la naturaleza de los contextos en que su proferencia será adecuada. La regla que expresa esta predicción no tiene mucho contenido empírico y rezaría de modo parecido al siguiente:

Regla de la implicatura conversatoria de las oraciones con forma lógica Vx Para todo contexto C, la proferencia de una oración con la forma lógica Vx es adecuada o consistente con el contexto si y sólo si

Antes hemos mencionado el hecho de que las oraciones cuantificadas existencialmente, pero que son negativas, también dan lugar a implicaturas conversatorias de las correspondientes afirmativas, pero hay que tener en cuenta la general asimetría entre la función pragmática de la negación y de la afirmación. Esa asimetría consiste en este caso en que las oraciones negativas cuantificadas existencialmente, con forma lógica V x

son proferidas para

eliminar del contexto oraciones que son inconsistentes con ellas. Así, la proferencia de (45) no sólo implica conversatoriamente (44), sino que da a entender también que su negación está de algún modo presente en el contexto. Considérese, por ejemplo, el siguiente intercambio

(49) H1.- Todos los alumnos suspendieron H2.No es cierto, algunos alumnos no suspendieron.

Lo que hace H en este intercambio es una afirmación que tiende a eliminar del contexto una oración, introducida por H1, e inconsistente con las propias creencias de H2. Esta es la función pragmática típica de la negación, al margen de que implique conversatoriamente la correspondiente oración afirmativa, hasta tal punto que se podría aventurarla siguiente hipótesis, también en forma de regla:

Regla de la adecuación de la proferencia de oraciones con forma lógica Vx La proferencia de una oración con la forma lógica

es adecuada a un contexto

C si y sólo si , en particular

Lo que viene a formular la regla es que la efectuación de actos de habla negativos mediante oraciones existencialmente cuantificadas es la modalidad fundamental de lo que hemos denominado conducta lingüística destructiva, es decir, la conducta lingüística orientada, no al incremento de la base común contextual, sino a la eliminación del contexto de ciertas oraciones que son origen de inconsistencias.

Como se habrá observado, en las oraciones cuantificadas explícitamente, bien sea existencial o universalmente, no se plantea el problema de la ambigüedad de la negación, a diferencia de lo que sucede en otras oraciones en que la cuantificación está implícita, o tiene que hacerla explicita la formalización. Esto es así porque el sistema cuantificacional del español es sumamente claro en cuanto al alcance de la negación cuando están presentes expresiones cuantlficacionales, especialmente las existenciales. No hay confusión posible de interpretación. Entre oraciones en que está presente la secuencia ‘algunos... no’, que representa a la negación interna, y ‘ningún’ o sus variantes, que representan la negación externa, que tiene como argumento a toda la oración, Aunque la riqueza estructural del español es considerable en la cuantificación negativa, en raras ocasiones la variedad de construcciones presenta problemas de carácter semántico. Es mucho más complicado el proceso de derivación sintáctica véase por ejemplo I. Bosque, 1980) que el de la interpretación semántica: la negación interna de ‘algún...’ es ‘alguno... no’, la externa ‘ningún’ o, en posposición del indefinido, ‘no... alguno’; la negación externa de ‘todos’ es ‘no todos’ o lo que es lo mismo ‘algunos... no’; la negación interna de todos’ es ‘ninguno’ o expresiones variantes. No cabe pues en las oraciones con expresiones cuantificadas explícitamente la oscilación de interpretación típica de las que no lo están. Si una oración como (50) Los alumnos no han suspendido puede interpretarse tanto con una negación externa como interna, no sucede lo mismo cuando se le aplica al SN sujeto la determinación cuantitativa. En este

caso, el hablante se ve forzado a escoger entre la negación externa, que exige una transformación de elevación de la negación (51) No todos los alumnos han suspendido o una negación interna que exige la variante (52) Ningún alumno ha suspendido En todo caso, tendremos ocasión de volver a hablar de la dimensión negativa de la cuantificación y analizaremos entonces el funcionamiento de expresiones como ningún o nadie y de otras expresiones que han sido calificadas dentro de cuantificación negativa (I. Bosque, 1980).

6.2.2.

La cuantificación de pluralidad

Un análisis somero de la cuantificación de pluralidad arroja el siguiente balance: 1) las expresiones cuantificacionales del español mucho(s), poco(s), la mayoría y sus variantes se encuentran en relaciones semánticas sistemáticas de interdefinibilidad; 2) esas expresiones dan origen a implicaciones semánticas y a

implicaciones

existenciales

similares

a

las

de

las

expresiones

cuantificacionales clásicas, y 3) son el origen de un conjunto de implicaturas conversatorias similares a las de las oraciones cuantificadas existencialmente. A la luz de las consideraciones teóricas hechas en anteriores epígrafes, conviene revisar estas conclusiones y compararlas con las de otros investigadores. Lo primero que llama la atención en el caso de la cuantificación de pluralidad es que en el mismo corazón de la noción definida por Altham (1971) subyace un

componente pragmático. En efecto, que una determinada cantidad sea considerada una multiplicidad depende en gran medida de las creencias que hablante y oyente comparten. Por ejemplo, la oración (53) Muchos obreros en paro no perciben el subsidio no es una oración que se pueda interpretar sin hacer referencia a un determinado contexto, a una base común de conocimiento y de valoraciones. Los obreros en paro que no perciben el subsidio podrían ser cien mil y, no obstante, no hacer este hecho verdadero a (53), por ejemplo, porque tal cantidad no supusiera más que el 1 por 100 de los obreros en paro, lo supieran hablante y auditorio y lo juzgaran escaso. Al contrario que la mayoría o la mayor parte, cuyo significado convencional está fijado en ‘la mitad más uno’, la expresión muchos requiere, para su interpretación, del conocimiento de factores contextuales en el contexto de proferencia. Lo mismo cabe decir, por otro lado, de expresiones como muy, mucho, bastante, etc. Son los participantes en un intercambio comunicativo los que han de acordar, o estar de acuerdo en, la cantidad mínima que constituye una multiplicidad, acuerdo que les permitirá asignar un valor veritativo a las oraciones con expresiones determinativas cuantitativas del tipo de muchos, muy, bastante, mucho, etc. Es decir, que si un hablante profiere (54) La mayoría de los obreros en paro no perciben el subsidio esta proferencia es verdadera o falsa independientemente de las creencias del hablante o de el auditorio, mientras que la asignación de valor veritativo a (53) sí que es relativa a un acuerdo contextual.

Las mismas consideraciones se pueden extender a las expresiones de pluralidad que en español son interdefinibles con muchos y la negación. Esto se aplica especialmente a las expresiones poco(s) y a casi cuando va acompañando a los cuantificadores clásicos, aunque se puede mantener que casi es, en la mayoría de los contextos, más preciso que muchos o pocos, de tal modo que (53), por ejemplo, es más «vago» o dependiente del contexto que (55) Casi ningún obrero en paro percibe el subsidio que parece restringir más el dominio de la cuantificación. Las implicaciones existenciales de los cuantificadores de pluralidad son estrictamente paralelas a las del cuantificador universal todos que comentamos en la sección anterior. Tanto las oraciones que tienen la estructura ‘muchos x, a’ como ‘muchos x, no a’ implican en ei sentido explicitado ‘algunos x, a’ y ‘algunos x, no a’. Esto es cierto también cuando se sustituye la expresión ‘muchos’ por sus equivalentes veritativo condicionales. Ahora bien, las características más relevantes de las expresiones de cuantificación plural se dan cuando se consideran desde el punto de vista pragmático. Desde este enfoque, hay que considerar dos aspectos: las implicaturas conversatorias, y la equivalencia o no equivalencia pragmática de expresiones que son intercambiables desde el punto de vista veritativo condicional. Por lo que respecta al primer punto, nuestra tesis es: las oraclones con la estructura ‘muchos x, a’ implican conversatoriamente ‘algunos x, no a´ y las oraciones del tipo formal ‘muchos x, no a’ implican conversatoriamente ‘algunos x, a’. Como hemos señalado, estas implicaciones son por su parte paralelas a las de las oraciones cuantificadas existencialmente. Este paralelismo

se fundamenta en su idéntica apelación a la máxima conversatoria de cantidad. El uso del cuantificador ‘muchos’ y de expresiones afines se encuentra sometido a restricciones contextuales del mismo tipo que ‘algunos’ y ‘todos’. Puesto que el hablante tiene la obligación de ser máximamente informativo, si se comporta racionalmente, siempre elegirá la cuantificaclón más informativa entre diversas alternativas. De ahí que el auditorio pueda considerar que quien profiere (53), por ejemplo, no sabe o cree (56) Ningún obrero en paro percibe el subsidio puesto

que

tal

oración

es

inconsistente

con

lo

que

se

implica

conversatoriamente. El auditorio, en consecuencia, puede optar por incorporar la implicación conversatoria o por comportarse “destructivamente», profiriendo una oración que elimine tal implicatura conversatoria, como (56). Por lo que respecta al segundo punto los equivalencias pragmáticas, hay que decir que se plantea un problema con la intercambiabilidad entre ‘muchos’ y ‘no pocos’, ‘no muchos’ y ‘pocos’. Este problema no es de carácter semántico, pues una vez fijado el número n que caracteriza a la multiplicidad, la intercambiabilidad de ambas expresiones no supone un cambio de condiciones veritativas. Es más bien de carácter pragmático, relativo a las condiciones de uso de ambas expresiones. Bosque (1980) ha argüido convincentemente que existe

una

diferencia

entre

‘pocos’

y

‘no

muchos’,

que

se

refleja

distribucionalmente (pocos admite cuantificación, mientras que no muchos no). Esta diferencia consiste en que mientras poco tiene un aspecto gradual, según Bosque, no muchos, al contener una negación explícita, carece de él. La

intercambiabilidad tiene su origen en el hecho de que en la escala cuantificacional del español Todos

Casi todos

Algunos Casi ninguno

Muchos

Ninguno

Pocos

La mayoría Bastantes y de otras lenguas opera un principio de la negación de los extremos que hace que la negación de un término en el extremo del continuo tienda a interpretarse como equivalente a otro término del otro extremo. Pero, según Bosque, mientras algunos términos que no tienen una negación explícita tienen un aspecto gradacional, no sucede lo mismo con los que lo poseen. Por nuestra parte, sin rechazar la tesis de Bosque (1980), pensamos que es preciso hacer intervenir también la conocida asimetría entre afirmación y negación. Mientras que las expresiones cuantificacionales que no contienen una negación explícita tienden a interpretarse como afirmaciones, las que están acompañadas por una negación explícita son empleadas para efectuar actos negativos. Así, se puede decir que la proferencia de (56) No muchos obreros en paro perciben el subsidio por parte de un hablante supone en general que tal hablante atribuye al auditorio la creencia en su negación o al menos en su probabilidad. En cambio no sucede lo mismo con la proferencia de (57) (57} Pocos obreros en paro perciben el subsidio que no tiene ese aspecto negativo explicito. Podríamos decir que (56) encarna una conducta lingüística de tipo destructivo, mientras que (57) es empleada

típicamente, a pesar de su carácter negativo, para aportar nuevos elementos al contexto. Con respecto a la oposición entre poco/un poco, discutida por Ducrot (1970, 1972) para el francés y por Bosque (1980) para el español, no hay mucho que decir desde el punto de vista de la cuantificación. Aunque Ducrot piensa que tal diferencia se puede expresar en términos presuposicionales, lo cierto es que afecta más a la función pragmática de tales expresiones. Sólo poco tiene un valor propiamente cuantificacional, afirmando una restricción cuantitativa, mientras que un poco tiene muchas veces una función moderadora o atenuadora de la aserción, parecida a la que tienen expresiones como en cierta medida en cierta manera, etc. No obstante, el valor cuantificacional de un poco es recuperado en sus formas plurales, en que es estrictamente similar al de poco(s): (58) Unos pocos obreros en paro reciben el subsidio Quizás esto último se deba al aspecto convencional del significado del plural, que hace que (58) sea verdadera cuando lo es (59) Mas de un obrero en paro, pero no muchos más, perciben el subsidio no solamente cuando hay un individuo que satisface (58). Aunque no la hemos mencionado anteriormente, conviene incluir unas observaciones sobre la expresión apenas, que puede funcionar como modificadora de la cuantificación de pluralidad. En tal caso, que hay que distinguir cuidadosamente de otros valores gramaticales de la expresión,

como el conjuntivo, apenas puede tener dos matices: uno en el que equivale al cuantificador presuposicional sólo, sobre el que hablaremos en la próxima sección, como cuando apenas determina a numerales (60) Apenas un 2 por 100 de los obreros en paro perciben el subsidio y otro en el que apenas es más bien equivalente a casi no. Bosque (1980l y otros autores mantienen que, en esta segunda acepción, apenas es un operador ideacional o proposicional, que modifica la aserción de la verdad de una oración, es decir, que el operador indica que ia verdad de una oración, está a punto de no serlo, como en el ejemplo de Bosque (op. cit., pág. 105) (61) Apenas tuve tiempo en que se implica (62) Tuve tiempo pero se indica que la verdad de esta última oración estuvo a punto de no producirse. Sin embargo, en contra de la opinión de Bosque y demás autores, no creemos que tal operador obligue a la introducción de ninguna lógica «borrosa” (fuzzy logic) para la descripción de su comportamiento semántico. Todo lo más incluye un componente modal de probabilidad que puede expresarse en lógica alética, de ta1 modo que la diferencia entre las condiciones de verdad de (61) y (62) fuera expresada por la equivalencia de (61) con (63) Fue (muy posible) probable que no tuviera tiempo, pero tuve tiempo de lo que se sigue (62), pero no al contrario.

En general, apenas modifica a los cuantificadores de pluralidad con matiz negativo, implícito como en el caso de unos pocos, o explícitos como en el caso de casi ningún, casi nadie, etc. En el primer caso, suele equivaler a só1o, como en (64) Apenas unos pocos obreros en paro perciben el subsidio y en el segundo tiene el matiz modal comentado, como en (65} Apenas casi ningún obrero en paro percibe el subsidio En resumen, en el caso de la cuantificación de pluralidad hay un paralelismo en su funcionamiento semántico y pragmático con la cuantificación clásica. Como en ésta, las presuntas presuposiciones existenciales resultan ser implicaciones lisas y llanas o implicaciones convencionales, que tienen su origen en el significado convencional de las expresiones que expresan tal cuantificación. El funcionamiento pragmático de ambos tipos de cuantificación es similar, por cuanto dan lugar a tipos parecidos de implicaturas conversatorias generalizadas cuya causa hay que buscar en la observación de la máxima conversatoria de cantidad. Finalmente en la acotación del universo de interpretación de los cuantificadores de pluralidad juega un papel importante un factor pragmático que es similar al que funciona en el caso de la cuantificación universal en el lenguaje natural.

6.2.3. La cuantificación presuposicional

Entre los cuantificadores denominados presuposicionales se encuentra en primer lugar la expresión sólo y expresiones afines como únicamente,

solamente, etc. En el análisis de sólo se puede establecer lo siguiente: 1) hay una oscilación en la interpretación semántica de sólo entre la que le hace equivaler a un bicondicional, especialmente en las oraciones condicionales en que se formula una conexión causal entre sus elementos, y una interpretación que le hace equivaler al cuantificador todos, con inversión de los términos en el condicional a que se aplica. Nuestras consideraciones se centrarán en esta última interpretación, que es la más frecuente y regular desde el punto de vista lógico-semántico. 2) Las presuntas presuposiciones existenciales o referenciales introducidas por la utilización de sólo resultan ser meras implicaciones convencionales, o quizás implicaciones sin más, de las oraciones que tal expresión cuantifica. En particular, si en el lenguaje natural el cuantificador universal `todos’ tiene una implicación existencial (convencional), la implicación existencia introducida por sólo se deduce de la forma 16gica de la oración de que forma parte más la implicación existencial de ‘todos’. 3) Lo que separa a los cuantificadores ‘todos’ y ‘sólo’ es, entre otras cosas, el hecho de que se comportan de modo diferente con respecto a las implicaturas conversatorias: mientras que ‘todos’ no es la causa de ninguna implicatura conversatoria, como se desprende de nuestro análisis en este mismo capítulo, ‘sólo’ da lugar a una implicatura conversatoria generalizada, pero cancelable en determinados contextos. 4) Además, hay una conexión sistemática tal entre el cuantificador ‘sólo’ y ‘todos... excepto’ que ambas expresiones o expresiones afines son interdefinibles en la mayor parte de los contextos. En resumen, nuestra tesis es que oraciones del tipo (66) Sólo los mamíferos son vivíparos

están en una relación de implicación (convencional) con su presunta presuposición: (67)Algunos mamíferos son vivíparos y en una relación de implicatura conversatoria con (68)

Algunos mamíferos no son vivíparos

que, dicho sea de paso, también es una implicatura conversatoria de (67). La relación entre (66) y (67) es en realidad una consecuencia de las implicaciones existenciales del cuantificador universal, y la que se da entre (66) y (68) se deriva de la máxima conversatoria de cantidad. La primera relación es claramente no presuposicional, puesto que no sobrevive a la negación (externa) de (66). En realidad, si se niega (66), como en (69) No sólo los mamíferos son vivíparos lo que sucede es que se implica lógica o semánticamente la oración (70) (70) Algunos vivíparos no son mamíferos y se implica conversatoriamente (67), que también es una implicatura conversatoria de (70). La expresión ‘sólo’ es un cuantificador con matices exclusivos y negativos, como ha señalado Bosque [1980). El primer carácter está recogido en sus relaciones con las expresiones ‘todos... excepto’, en las que se excluye del universo de interpretación abarcado por la cuantificación universal a un individuo o conjunto de individuos. De ahí la equivalencia semántico-veritativa entre (71) y (72) (71) Sólo los alumnos aprobados no se examinarán (72) Todos los alumnos, excepto los aprobados, se examinarán

El matiz negativo, por su parte, es más evidente cuando se hace la equivalencia entre una oración presuntamente afirmativa con ‘sólo’ y su correspondiente con ‘todos... excepto’ (73) Sólo los alumnos suspensos se examinarán (74) Ningún alumno, excepto el que esté suspendido, se examinará Sin embargo, hay otro aspecto de ‘sólo’ que le acerca a la cuantificación de pluralidad analizada en la sección anterior. Se trata del matiz valorativo o evaluativo que puede tener en ocasiones, para cuya interpretación es necesario el conocimiento de los factores contextuales. Por ejemplo, la proferencia de la oración (75) Juan consiguió sólo tres blancos expresa una valoración por parte de un hablante que es relativa a una escala, compartida o no por su auditorio. En estos casos, sólo forma parte de una familia de expresiones como incluso,

nada menos que, como mucho, todo lo más, cuya interpretación es similar a la de los cuantificadores de pluralidad muchos y pocos en el siguiente sentido: del mismo modo que la especificación de lo que es una multiplicidad requiere un acuerdo contextual entre el hablante y su auditorio, también resulta necesario un acuerdo contextual (cuantitativo o valorativo) para la asignación de un valor veritativo a las proferencias en que intervienen tales expresiones. La proferencia de (75) sólo se puede entender si se comprende que quien la hace formula con ella una valoración negativa, que tiene su fundamento en la frustración de las expectativas del hablante. Este factor de expectación interviene en ocasiones en la interpretación de sólo y, con generalidad, en la de

incluso. En nuestra opinión, tiene que ver con el mismo principio pragmático a que apelábamos para la explicación del funcionamiento de los actos de negación: el matiz negativo de sólo es la causa de que su uso suponga en ocasiones la presunción de que una oración inconsistente con lo que solo afirma o implica figura en el contexto. La conexión entre no sólo y también y tampoco no es difícil de establecer teniendo en cuenta las anteriores observaciones. No obstante, hay que distinguir cuidadosamente entre lo que puede ser considerado semántico o pragmático en estas expresiones. En primer lugar, hay que rechazar la tesis tradicional de que tales expresiones dan lugar a presuposiciones en el sentido que hemos venido definiendo. Como se desprende de un rápido análisis, las presuntas presuposiciones son en realidad implicaciones de las oraciones cuantificadas con también y tampoco, como prueba el hecho de que resulten afectadas por la negación externa. Es decir, ni (76) ni (77) (76) No es cierto que también Juan haya aprobado (77) No es cierto que tampoco Juan haya aprobado presuponen, esto es, entrañan la verdad de (78) No sólo Juan ha aprobado (791 No sólo Juan no ha aprobado como según las tesis presuposicionalistas deberían hacer, del mismo modo que las correspondientes afirmativas: (80)

También Juan ha aprobado

(81)

Tampoco Juan ha aprobado

Estas últimas oraciones implican no solamente a (78) y (79), sino que también lo hacen con las oraciones: (82)

Juan ha aprobado

(83)

Juan no ha aprobado

Es decir, las condiciones de verdad de (80) y (81) están formadas por las conjunciones de (78) y (82) y de (79) y (83), respectivamente; dichas oraciones expresan lo que (80) y (81) significan convencionalmente. Otra cuestión es si tales condiciones de verdad se han reflejado de una manera íntegra en los lenguajes formales. Desde nuestro punto de vista, (80) y (81) no son equivalentes a (82) y (83): (80) y (81) implican (82) y (83) respectivamente, pero lo contrario no se cumple. Y no se cumple porque (78) y (79) forman parte de lo afirmado en (80) y (81), mientras que no lo hacen de (82) y (83). Una vez dicho esto, ¿qué sucede con la presunta relación entre (76) y (77), y (78) y (79)? Al constituir (76) y (77)las negaciones respectivas de (80) y (81), se pueden interpretar de dos maneras: como las negaciones de (82) y (83), o como las negaciones de (78) y (79), es decir, del siguiente modo (84)

No es cierto que también Juan haya aprobado, porque Juan no ha

aprobado (85) aprobado

No es cierto que tampoco Juan haya aprobado, porque Juan ha

(86) No es cierto que también Juan haya aprobado, porque sólo Juan ha aprobado (87) No es cierto que tampoco Juan haya aprobado, porque sólo Juan no ha aprobado

Bien es cierto que las dos interpretaciones (84) y (85) son las más frecuentes en español, pero esto no es porque constituyan las únicas posibles, sino por la función pragmática de las expresiones también y tampoco. Esta función pragmática consiste en lo siguiente: en general también y tampoco se usan cuando parte de lo que afirman, la parte equivalente a la oración encabezada por no sólo, constituye una información ya presente en el contexto, como por ejemplo en la siguiente situación comunicativa: (88) H1.¿Sabes que Pedro ha aprobado? H2. Sí, y Juan también ha aprobado El hablante H1 introduce en el contexto, mediante su afirmación indirecta, información a la que remite la afirmación de H2 mediante el uso de también. Lo mismo se puede decir de tampoco. Ambas expresiones tienen pues muchas veces ese componente anafórico de apelar a una pieza de información que constituye parte del contexto. En la situación comunicativa (88), la información constituye un elemento de la base común, pero puede suceder que sea parte del conocimiento que atribuye el hablante a el auditorio: (89)

H1.¿Sabes que también Juan ha aprobado?

H2.No, sabía que Juan había aprobado, pero no sabía que alguien más lo hubiese hecho En este caso, H1 maneja un contexto en el que está presente, como elemento de

, parte de lo que afirma (indirectamente). La conducta lingüística de H2 es

coherente con la información introducida por H1, puesto que manifiesta su conocimiento de una parte de lo afirmado por H1 y su desconocimiento de otra. Este tipo de situaciones sirve para recordarnos que, aunque frecuente, no es necesario que lo implicado o presuntamente presupuesto forme parte previa del contexto. El hablante puede utilizar la implicación, como ya hemos comentado, como un medio para introducir nueva información en el contexto, de tal modo que la afirmación de H1 en (89) puede contar como una afirmación simultánea de (78) y (82), sin que ninguna de las dos oraciones forme parte del contexto que maneja. Estos factores contextuales ayudan también a entender las oraciones en que también y tampoco son ambos posibles, esto es, oraciones en las que no se encuentra restringida su aparición por otros elementos gramaticales. Bosque (1980, pág. 190) proporciona ejemplos de esta alternancia: (90)

a. No pienso ir yo también b. No pienso ir yo tampoco

(91)

a. No iré si tú no vas también b. No iré si tú no vas tampoco

La equivalencia semántica o veritativa de estos dos pares de oraciones está basada en el principio pragmático que gobierna el uso de también o tampoco:

en (90) a, el hablante comunica que alguien más, aparte de él, no piensa ir, y este hecho puede formar parte del contexto o no, aunque lo más probable es lo primero. En (90) b, en cambio, transmite la informaci6n de que alguien más, aparte de él, no piensa ir, lo cual puede ser igualmente un elemento del contexto o no. Bosque (1980) pone en relación esta función pragmática de tembién y tampoco con la desempeñada por el adverbio de afirmación sí (y no, plausiblemente), que en ciertas ocasiones puede depender en su interpretación de factores contextuales, como por ejemplo: (92)

Estos sí que son fenómenos presuposicionales

En que se formula, reforzándola, la afirmación de que unos determinados fenómenos son presuposicionales, al tiempo que se da a entender que hay otros fenómenos que no son presuposicionales. Sin embargo, a nuestro entender, este último caso es más bien el de una implicatura conversatoria, como probaría el hecho de que sea aceptable (93) Aunque sólo existen éstos, éstos sí que son fenómenos presuposicionales La cuestión está en que, mientras también y tampoco tienen un significado convencional relativamente fijo, que introduce cambios en las condiciones veritativas de una oración cuando se le añaden estas expresiones, no sucede lo mismo con el adverbio sí. Como numerosos filósofos del lenguaje, entre ellos P. F. Strawson (1949), han observado, sí desempeña en general la función de reforzar la afirmación realizada mediante una proferencia, y en ese sentido es similar a las locuciones ‘es verdad que’ o ‘de verdad que’, a las que puede

adjuntarse, como en ‘sí es verdad que’. Es decir, sí no tiene un componente convencional de significado tan relativamente fijo como también o tampoco, por lo que difícilmente puede dar lugar a implicaciones convencionales. Es más variable y, por ello, capaz de desempeñar un más amplio abanico de funciones pragmáticas. Finalmente, por lo que respecta a la expresión incluso y a su correspondiente negativa ni siquiera, nuestro análisis desde el punto de vista semántico es estrictamente paralelo al de también y tampoco. Es decir, las diferencias que separan a ambos pares de expresiones no son de naturaleza semántica veritativo condicional, sino de índole pragmática. Del mismo modo que también,

incluso tiene un componente convencional en su significado que introduce variaciones en las condiciones veritativas de las oraciones en que aparece, es más, tal componente convencional es idéntico en los dos casos, como sucede con tampoco y ni siquiera. Las oraciones (94) Incluso Juan aprobó (95) Ni siquiera Juan aprobó son equivalentes desde el punto de vista veritativo condicional a (90) y 191). Las expresiones también y tampoco, e incluso y ni siquiera no se distinguen por las implicaciones convencionales, según Karttunen y Peters, (1980) a que dan lugar, sino por ser el origen estas últimas de implicaturas conversatorias generalizadas que las primeras no tienen. Como Bosque (1980), apoyándose en Fauconnier (1975), argumenta, las expresiones incluso y ni siquiera son una especie de cuantificadores

superlativos. Cuantifican a individuos que ocupan un determinado lugar en una escala de probabilidad. Incluso liga al individuo que tiene el menor valor de probabilidad de hacer verdadera a la oración de que forma parte y ni siquiera se adjunta al que tiene o tenía el mayor índice de probabilidad. La escala de probabilidad es pragmática, en el sentido de que es el hablante quien la establece. Es el hablante quien mantiene las creencias pertinentes para asignar el máximo o el mínimo de probabilidad a un elemento oracional. Esta escala puede ser compartida o no por el auditorio: en el primer caso formará parte del contexto previo a la proferencia, en el segundo será introducida por tal proferencia. En este último caso, el auditorio tendrá derecho a inferir la correspondiente creencia que hace adecuada: la proferencia. Si un hablante profiere (95), por ejemplo, el auditorio, si no lo sabe ya, puede inferir que el hablante cree que Juan tenía el máximo de posibilidades de aprobar, porque es justamente esa creencia la que justifica el empleo de ni siquiera en vez de la expresión, equivalente desde un punto de vista semántico, tampoco. Este aspecto superlativo de incluso y ni siquiera, casi ignorado en los análisis transformacionalistas clásicos de estas expresiones (Horn, 1969; Fraser, 1971), se encuentra presente en otras construcciones del español en que pueden no aparecer tales expresions de una forma explícita. Se trata de locuciones como

(96) No se oía el vuelo de una mosca (97) No veía la palma de mi mano

en

que

se

encuentran

expresadas

creencias

generales

culturalmente

compartidas, de máximos y mínimos. Fauconnier (1975) en cambio sí que ha prestado atención a esta dimensión pragmática de tales expresiones, y asimismo Bosque (1980) para el español. Sin embargo, una discusión pormenorizada de las expresiones superlativas, cuantificacionales o no, nos llevaría demasiado 1ejos. No diremos más, por ahora, de las expresiones incluso y ni siquiera ni de las relaciones que mantienen con otras expresiones como al menos, ya, todavía, etc. Lo que en todo caso hay que retener es que en español tales expresiones requieren para su comprensión y utilización un principio pragmático escalar, que puede considerarse una especie de implicatura conversacional generalizada. La proferencia de incluso y ni siquiera, como expresiones cuantificacionales de SSNN, induce la implicatura de que lo designado por tales SSNN es colocado por el hablante (y eventualmente por el oyente) en el extremo superior o inferior de una escala (de cantidad, de probabilidad, etc.), escala relativa a las creencias del hablante.

6.3. NEGACION Y CUANTIFICACION

A pesar de que el estudio del funcionamiento estructural de la negación, en combinación con las expresiones cuantificacionales, presenta un carácter complejo en castellano (Bosque, 1980), su análisis semántico y pragmático se puede considerar relativamente simple. Ya mencionamos en el capítulo anterior

que la presencia de expresiones cuantificacionales en oraciones negativas suele disipar en español la ambigüedad entre las dos clases posibles de negación, externa e interna, o exclusiva y electiva. En efecto, aunque no sea completamente agramatical la oración (98)

Todos los mamíferos no son terrestres

en especial en los contextos en que constituye una respuesta negativa literal a la correspondiente oración afirmativa, no es menos cierto que el hablante está obligado a determinar seguidamente el alcance de su negación por la máxima conversatoria de modo. Por ejemplo, (98) es gramatical y correcta, desde el punto de vista de la racionalidad lingüística, en el siguiente entorno comunicativo: (99) H1.¿Son todos los mamíferos terrestres? H2.Todos los mamíferos no son terrestres; por ejemplo, la ballena, que es un mamífero, es un animal marino.

En esta situación, H2 establece que la negación de la oración cuantificada universalmente ha de entenderse de forma externa, como equivalente de (100) Algún mamífero no es terrestre (101) No todos los mamíferos son terrestres

que son oraciones sinónimas desde el punto de vista semántico o veritativo condicional.

En entornos negativos, las principales expresiones cuantificaciones clásicas del español, universales y existenciales, tienden a incorporar la negación cuando ésta es externa, bien sea integrándola o anteponiéndola, como indicamos en el capítulo anterior. Las piezas léxicas negativas nadie, nada, ningún, etc., que

constituyen

negaciones

externas

de

expresiones

cuantificacionales existenciales, no suelen plantear problemas en cuanto a su interpretación; son transparentes desde un punto de vista lógico, independientemente

de

que

se

prefiera

darles

una

representación

estructural u otra (véase Bosque, 1980). Igualmente sucede con las negaciones externas de las expresiones cuantificacionales universales no

todo(s), no cualquiera), cuyo carácter lógico o semántico queda suficientemente recogido en las formalizaciones habituales. Teniendo en cuenta la función pragmática general de la negación, incluso de la cuantificacional, podemos abordar de modo adecuado la relación entre la cuantificación negativa y las implicaturas conversatorioes desde el punto de vista de la interacción comunicativa. Con este enfoque, lo primero que hay que hacer

notar

es

que

las

negaciones

externas

de

las

expresiones

cuantificacionales existenciales suponen una mayor aportación conversatoria que las correspondientes negaciones internas. Las razones son simétricas a las existentes en las correspondientes oraciones afirmativas. En el capítulo anterior mencionamos que las oraciones del tipo lógico V x ( conversatoriamente oración de tipo Vx (

,B) que son a su vez inconsistentes

con oraciones cuantificadas universalmente Ax (a existencia

de

esta

implicatura

) implican

convencional,

). A causa de la una

oración

cuantificada

universalmente es más informativa que una cuantificada existencialmente. En efecto, no sólo ésta se sigue, por la relación de implicatura convencional) de aquélla, sino que la oración cuantificada universalmente cancela la implicatura conversatoria que la oración cuantificada exlstencialmente tiene. Es decir, desde un punto de vista pragmático, cuando un hablante profiere una oración del tipo Ax(a

) es como si estuviera afirmando la conjunción V x

A ,o V X (a

), que evidentemente es algo más de lo que V x (a A ,B) por sí sola dice. Paralelamente, la proferencia de una oración del tipo Ax(a mismo, Vx

), o lo que es lo

dice menos de lo que expresaría una oración del tipo

que es lo mismo Vx

o lo

. En efecto, la oración del tipo Vx(

conversatoriamente la correspondiente Vx

, mientras que

implica expresa,

desde el punto de vista pragmático, la conjunción cuyo segundo elemento es justamente la negación de la implicatura conversatoria. Por esta razón, es gramatical y correcta en español (102) No todos los alumnos han aprobado, en realidad ninguno lo ha hecho

que supone una progresión en la aportación de información basada en la cancelación de la implicatura conversacional de la primera oración, mientras que no es correcta, desde el punto de vista de la racionalidad lingüística, (103) Ningún alumno ha aprobado, además no todos han aprobado

puesto que la segunda oración no supone ninguna nueva información con respecto a la primera e introduce de hecho una implicatura conversatoria que es inconsistente con ella.

En resumen, las oraciones negativas cuantificadas dan lugar a implicaturas conversatorias cuando dichas oraciones equivalen 1ógicamente al tipo

. es decir, a la negación interna de una oración cuantificada

existencialmente. Cuando, por el contrario, la negación es externa en tales tipos de oraciones,

V x, la proferencia supone la cancelación efectiva de la

implicatura conversatoria en cuestión. Aparte

de

estas

relaciones

introducidas

por

las

expresiones

cuantificacionales clásicas, hay que volver, aunque sea brevemente, sobre las formas negativas de las oraciones cuantificadas por expresiones no clásicas, de pluralidad o presuposicionales. En cuanto a las primeras, hay que recordar cuál es su comportamiento respecto a la relación de implicatura conversatoria. La expresión cuantificacional muchos, en entornos negativos, se parece a la cuantificacional universal todos en que en general no se produce ambigüedad en cuanto al alcance de la negación. En español se distinguen perfectamente la negación externa, significada por la expresión no muchos, y la negación interna, indicada por la secuencia muchos... no. En el caso de esta última, la implicatura conversatoria es, como mencionamos en el capítulo anterior, similar a la de las oraciones negativas cuantificadas existencialmente, Vx(

), que de ellas se siguen. Por eso, constituye una

progresión informativa la secuencia de oraciones (104) Muchos alumnos no han aprobado, en realidad ninguno lo ha conseguido

mientras que si se invierte el orden de las oraciones se obtiene una secuencia inaceptable desde el punto de vista comunicativo. La segunda oración de (104)

cancela la implicatura conversatoria del tipo lógico Vx

,o introducida por la

primera oración. Si se llevara a cabo la inversión del orden de las oraciones, lo que resultaría sería que la segunda oración introduciría una implicatura conversatoria inconsistente con la forma lógica de la primera oración. Por otro lado, por lo que respecta a la negación externa, hay que recordar que, aunque existen dificultades para afirmar la equivalencia entre no muchos y pocos, estas dificultades no parecen reflejarse en un diferente comportamiento respecto a la implicatura conversatoria. Del mismo modo que, si se cuantifica la primera oración de (104) con no muchos, implica conversatoriamente que algunos alumnos han aprobado, igualmente sucede cuando se cuantifica con pocos, siendo también cancelable esa implicatura (l10) Pocos alumnos han aprobado, en realidad ninguno lo ha conseguido Los matices pragmáticos que diferencian a no muchos y pocos, en cuanto formas de negación cuantificacional, no afectan a las relaciones de implicatura conversacional a que dan origen. Aunque su proferencia está probablemente en relación con contextos de diferente naturaleza, los procesos inferenciales a que dan lugar son los mismos tanto en lo que respecta a las relaciones de implicación semántica como a las pragmáticas. En realidad, aunque perfectamente diferenciadas desde el punto de vista léxico, la negación externa no muchos y la interna muchos... no no se distinguen habitualmente por las relaciones de implicación a que dan lugar. Del mismo modo que la oración ‘no muchos x son ’ implica semánticamente ‘hay x que no son ’ y conversatoriamente ‘hay x que son ’, también tiene las

mismas relaciones con estas oraciones ‘muchos x no son ’. Algo similar sucede con pocos y pocos... no: ambos tipos de negación, en oraciones como ‘no pocos x son ’ o ‘pocos x no son ’, implican semánticamente ‘algunos x son ’ y conversatoriamente ‘algunos x no son

’. La diferencia entre las condiciones de

uso de una u otra negación parecen ser más bien retóricas o estilísticas que de contenido semántico o pragmático, de tal modo que se pueden considerar sinónimas (106) y (107), y (108) y (109) (106) No muchas personas tienen tu suerte (107) Muchas personas no tienen tu suerte (108) No pocas personas han sufrido lo que tú (109) Pocas personas no han sufrido lo que tú.

Así, pues, estas expresiones cuantificacionales de pluralidad se diferencian de las clásicas en que el tipo de negación, externa o interna, no tiene la trascendencia semántica y pragmática que tiene en aquéllas. La razón hay que buscarla en su carácter gradacional y no absoluto que mencionamos en el capítulo anterior: mientras que la negación externa de ‘todos’ se corresponde puntualmente con el primer elemento de la parte descendente de la escala cuantificacional, ‘algunos’, la de ‘muchos’ oscila a lo largo de ella, desde ‘algunos’ hasta ‘casi ninguno’. Igualmente, mientras que la negaci6n interna de ‘todos’ se corresponde con el extremo inferior de la escala, ‘ninguno’, la negación interna de ‘muchos’ puede coincidir tanto con ‘casi ninguno’ como con ‘alguno’. Esta falta de definición escalar en las negaciones externas e internas de ‘muchos’ y ‘pocos’ hace que se solapen, que ocupen un mismo fragmento en

la escala y sea difícil distinguirlas acudiendo sólo a las relaciones de implicación que inducen. Por lo que respecta a la expresión cuantificacional presuposicional sólo, existe en principio la misma clara distinción entre una negación externa no sólo y una negación interna sólo... no, pero sin la indefinición de muchos y pocos. Es decir, las negaciones externas e internas de sólo se pueden distinguir claramente desde el punto de vista semántico. Las oraciones del tipo ‘no sólo los que son (x)’ se distinguen de las del tipo ‘sólo los que primeras tienen la forma lógica

no son (x)’ en que las

, mientras que a las segundas les

corresponde la forma (x). Como es evidente, de esas diferentes formas lógicas se siguen muy diferentes cosas. De la negación externa se sigue lógicamente Vx

lo cual no sucede en e! caso de la negación interna, de la cual se sigue

Vx .

Ahora bien, la negación externa implica conversatoriamente Vx

de

tal modo que una oración como (110) No sólo los mamíferos son animales terrestres implica conversatoriamente, como su equivalente: (111) No todos los animales terrestres son mamíferos la oración (112) Hay mamíferos que son terrestres.

Por otro lado, por lo que respecta al análisis de las implicaturas conversatorias de

, hay que recordar que tales formas lógicas implican

lógicamente formas del tipo Vx

y convencionalmente Vx

ello se seguiría que Ax implicaría conversatoriamente tambien V x decir, que

(x)). De es

(113)

Sólo los mamíferos no son animales terrestres

o su equivalente: (114)

Todos los que no son animales terrestres son mamíferos

implicarían conversatoriamente (115) Hay animales terrestres y mamíferos pero esto no es así para la mayoría de los hablantes del español. Aunque (115) es perfectamente consistente con (113), la relación entre ambas es juzgada en la mayoría de los casos como de exclusión. Ello es así, en nuestra opinión, por la tendencia a interpretar sólo si como la expresión bicondicional si y sólo si que, si se introduce en (113), convierte a dicha oración en inconsistente con (115). En resumen, las negaciones externa e interna del cuantificador presuposicional

sólo, no sóo y sólo... no, se pueden diferenciar, incluso en el nivel pragmático, por las relaciones de implicatura conversatoria a que dan lugar. Mientras que la negación externa no sólo origina una implicatura conversatoria típica de las oraciones cuantificadas existencialmente, la negación interna no, incluso aunque implica convencionalmente oraciones existenciales. Por las relaciones sistemáticas que unen al cuantificador presuposicional sólo con las expresiones también y tampoco es de esperar que estas últimas tengan un

comportamiento

similar

respecto

a

las

relaciones

de

implicatura

conversatoria. Sin embargo, las oraciones cuantificadas con no solo y no sólo... no, y con también y tampoco no dan lugar al mismo tipo de implicaturas. Hemos afirmado en el párrafo anterior que una oración como

(116) No sólo los buenos alumnos aprueban implica conversatoriamente (117) Hay buenos alumnos que aprueban Sin embargo, la misma oración cuantificada con también: (118) También los buenos alumnos aprueban está en una relación mucho más estrecha con (117). La oración (117) forma parte de lo que (118) significa o, si se quiere expresarlo en términos lógicos, (118) implica semánticamente (117), por lo que su relación con ella no puede ser la de implicatura conversatoria. Lo mismo sucede con las oraciones (119) Tampoco los buenos alumnos aprueban (120) Hay buenos alumnos que no aprueban que no se encuentran en relación de implicatura conversatoria, sino de implicación pura. En realidad, no se puede decir que las oraciones cuantificadas con también y tampoco den lugar a implicaturas conversatorias. Las únicas oraciones candidatos a ello son las negaciones internas de lo que tales oraciones implican existencialmente. Es decir, si consideramos los ejemplos anteriores (118) y (l19), las únicas posibles oraciones que podrían estar con ellas en relación de implicatura conversatoria serían (121) Hay buenos alumnos que no aprueban (122) Hay buenos alumnos que aprueban Sin embargo, como se observa a primera vista, ni (118) ni (119) sugieren o permiten concluir, ni siquiera pragmáticamente, estas oraciones, que son por lo tanto independientes de aquéllas.

Por lo que respecta a la negación hay que tener en cuenta que la alternancia entre negación externa e interna sólo se da en el caso de también. El cuantificador tampoco sólo se da en oraciones negativas cuando va pospuesto, como nada o nadie, y en este caso la oración es sinónima de la correspondiente «afirmativa,. con tampoco antepuesto (Bosque, 1980) (123) No lo consiguieron ellos tampoco (124) Tampoco ellos lo consiguieron Por su parte, la negación interna de también especialmente cuando va antepuesto, suele equivaler a tampoco, que funciona como lexicalización de también + NEG (y no de NEG + también, como formula Bosque, 1980): (125) También los países africanos no han ocudido (126) Tampoco los países africanos han acudido aunque hay que tener en cuenta que no siempre se da esta equivalencia, como observamos en el capítulo anterior. Por lo que respecta a las negaciones externas, consideramos suficiente lo afirmado sobre ellas en el anterior capítulo: existe la posibilidad de interpretarlas como afectando a cualquiera de los dos elementos de la conjunción que recoge su significado. No obstante, la interpretación más frecuente de la negación externa de oraciones en que figuran expresiones como hmbién o tampoco es la interpretación que no afecta a las implicaciones de oraciones cuantificadas con no sólo, puesto que en general estas oraciones forman parte previa de la base común a hablante y oyente. En cualquier caso, la interpretación externa de las negaciones no tiene la función, como ocurre en otros casos, de cancelar posibles implicaturas conversatorias. Con las

expresiones también y tampoco la negación externa afecta directamente a las implicaciones semánticas de las oraciones que cuantifican, aunque no necesariamente a todas ellas. Finalmente, las expresiones incluso y ni siquiera en entornos negativos son susceptibles del mismo análisis que también y tampoco por lo que respecta a la relación de implicatura conversatoria. Dejando de lado la implicatura conversatoria generalizada que distingue a ambos tipos de cuantificadores, a la que nos referimos en el capítulo anterior, hay que decir que la alternancia entre negación externa e interna tiene la misma fisonomía en ambos casos. Del mismo modo que tampoco se puede considerar una lexicalización de también + no, ni siquiera puede juzgarse como el elemento léxico correspondiente a incluso + no. El contenido convencional del significado de incluso y ni siquiera es equivalente al de también y tampoco, por lo que se les puede aplicar punto por punto el análisis de la naturaleza de la negación externa en las oraciones con estos cuantificadores. En resumen, no hay implicaturas convencionales que dependan directamente de la naturaleza de la negación que se aplique a las oraciones cuantificadas con incluso o ni siquiera. Sea uno u otro tipo de negación del que se trate, esta negación afecta a las implicaciones semánticas de tales oraciones y no tiene la función de cancelar presuntas implicaturas conversatorias. La implicatura conversatoria general que distingue a uno u otro tipo de cuantificadores presuposicionales no queda afectada por los entornos negativos en que se puedan hallar las citadas expresiones.

CAPÍTULO 8: Análisis pragmático de la modalidad

8.1. INDICATIVO, SUBJUNTIVO Y CONTEXTO 8.1.1. Subjuntivo versus indicativo

La oposición entre modo subjuntivo y modo indicativo se ha interpretado generalmente como el contraste entre lo no real y lo real: el hablante emplea el primero cuando se refiere a un hecho no sucedido, meramente posible, y el segundo cuando quiere indicar algo verdadero o falso en la actualidad. Por ejemplo, Alcina y B!ecua (1975) afirman que «la forma del subjuntivo expone la eventualidad de la acción que se expresa como desconocida, no comprobada, mientras que el indicativo expresa el conocimiento y experiencia del suceso (pág. 68). Ahora bien, hay predicados en castellano que, cuando constituyen el verbo de la oración principal, admiten tanto oraciones subordinadas en modo indicativo como en modo subjuntivo. En las ocurrencias de estos predicados hay que distinguir dos casos: cuando constituyen el predicado de una oración afirmativa y cuando suceden en una oración negativa. En el primer caso se encuentran verbos como parecer, admitir, alegrarse de, confiar, comprender, entender,

esperar, estar de acuerdo en, negar, etc. (M.L. Rivero, 1971, 1977). Lo característico de estos verbos, desde el punto de vista sintáctico, es que admiten la dualidad indicativo/subjuntivo en las oraciones subordinadas que dependen de ellos, siempre que no sea en oraciones interrogativas u

obligatoriamente negativas. En el segundo caso se encuentran verbos como

creer, contar, explicar, relatar, opinar, etc. (M. Rivero, 1971, 1977), siendo su rasgo sintáctico más característico el hecho de que no admiten oraciones completivas en subjuntivo mas que en oraciones interrogativas y negativas. En el primer grupo de verbos, en oraciones afirmativas se presupone la verdad de lo enunciado en el complemento cuando éste tiene el predicado en modo indicativo. Así, (1) Mi madre admite que Juan tiene menos años que mi padre (2) Todos confían en que eres el mejor (3) A tu mujer le parece que el coche corre demasiado presuponen respectivamente (4) Juan tiene menos años que mi padre (5) Eres el mejor (6) El coche corre demasiado como parece probar el hecho de que la verdad de dichas oraciones siga siendo exigida por la negación de (1)-(3): (7) Mi madre no admite que Juan tiene menos años que mi padre (8) No todos confían en que eres el mejor (9) A tu mujer no le parece que el coche corre demasiado

Ahora bien, es importante observar que la verdad de las presuposiciones está garantizada desde el punto de vista del hablante, esto es, es el hablante quien al utilizar el modo indicativo presupone la verdad de (4)-(6).

Esto es un factor importante a la hora de considerar si se trata de un fenómeno puramente semántico o más bien de tipo pragmático. Nótese a este respecto que las presuposiciones de [1)-(3) y de (7)-(9), en la medida en que hacen referencia al compromiso de quien las emite con su verdad, se formulan mejor con el operador epistémico de creencia: (10) Yo creo que Juan tiene menos años que mi padre (11) Yo creo que eres el mejor (12) Yo creo que el coche corre demasiado Lo que distingue el empleo del modo indicativo del subjuntivo en estos verbos es que mientras en el caso del indicativo el hablante se compromete con la verdad de la oración complemento, cuando utiliza el subjuntivo se mantiene neutral, no se pronuncia ni en su favor ni en su contra. Así,

(13) Mi madre admite que Juan tenga menos años que mi padre (14) Todos confían en que seas el mejor (15) A tu mujer le parece que el coche corra demasiado cuando son proferidos por un hablante, no le comprometen ni con la verdad ni con la falsedad de (4)-(6), como tampoco lo hacen sus correspondientes negaciones. Por la falta de compromiso del hablante con la verdad de la oración subordinada en subjuntivo, es posible formular la presuposición de la oración principal también en términos epistémicos, pero siempre desde el punto de vista del hablante: (16) No se que Juan tenga menos años que mi padre

(17) No sé que seas el mejor (18) No sé que el coche corra demasiado

Estas serían las oraciones presupuestas por las oraciones (13)-(15). Nótese de paso que el verbo saber no admite, en una oración afirmativa, complemento en subjuntivo, sino que sólo los permite cuando se trata de una oración negativa o interrogativa. Así, (19) No sé que tenga fuego (20) ¿No sabes si tenga fuego? (21) * Sé que tenga fuego (22) * ¿Sabes si tenga fuego? Esto se puede explicar porque saber es un predicado que en la forma afirmativa compromete al hablante con la verdad del complemento, por lo que este complemento ha de ir en modo indicativo, mientras que en la forma negativa o interrogativa o bien mantiene neutral al hablante con respecto a la verdad de un complemento, si éste se halla en modo subjuntivo, o bien le compromete con la creencia en la verdad del complemento si éste se halla en modo indicativo. Así, por ejemplo (23) Sé que la cosecha se ha perdido supone la verdad de (24) La cosecha se ha perdido mientras que (25) No sé que la cosecha se haya perdido (26) No sé si (que) la cosecha se ha perdido

parecen suponer, respectivamente, (27) Es posible que la cosecha se haya perdido (28) Creo que la cosecha se ha perdido oraciones consistentes con (25) y (26) y cuya negación en conjunción con estas oraciones es inconsistente. En el caso del predicado creer y los otros predicados ya mencionados, que sólo admiten oraciones subordinadas en subjuntivo en oraciones interrogativas y negativas, el comportamiento presuposicional es estrictamente paralelo al de los predicados que admiten oraciones subordinadas en indicativo y subjuntivo. Por ejemplo

(29) Juan no ha avisado de que su hermano viene a cenar (30) El ladrón no cree que merece la cárcel (31) No todos opinan que Pedro es un presuntuoso presuponen respectivamente, siempre desde el punto de vista del hablante, el compromiso de éste con la verdad de los complementos (32) Yo creo que su hermano viene a cenar (33) Yo creo que merece la cárcel (34) Yo creo que Pedro es un presuntuoso

Mientras que las correspondientes oraciones en modo subjuntivo le permiten al hablante mantenerse al margen de un compromiso con la verdad de lo enunciado en los complementos: (35) Juan no ha avisado de que su hermano venga a cenar (36) El ladrón no cree que merezca la cárcel

(37) No todos opinan que Pedro sea un presuntuoso no obligan a quien las profiere a la creencia en la verdad de los complementos. La alternancia de estructuras oracionales en indicativo y subjuntivo no sólo está ilustrada en las oraciones subordinadas completivas, sino también en las oraciones de relativo de tipo restrictivo. En estos casos la diferencia entre el uso del indicativo y el subjuntivo por parte del hablante supone una diferencia paralela entre las presuposiciones de las oraciones en cuestión, aunque en este caso con el factor adicional de las presuposiciones referenciales o existenciales típicas de esta clase de cláusulas. Así, las oraciones (38) Los que saben álgebra pueden pasar al siguiente curso (39) El profesor de lógica sólo aprobará a los alumnos que saben deducir (40) De esos números hay que eliminar los que son impares comprometen a quien las emite por una parte con la verdad de las correspondientes presuposiciones existenciales, que aseguran la existencia de determinadas entidades y, por otra parte, con la verdad de (41) (Yo creo que) hay individuos que saben álgebra (42) (Yo creo que) hay alumnos que saben deducir (43) (Yo creo que) hay números que son impares En los tres casos hay que contar con que el uso del artículo definido como partícula anafórica asegura que tanto el hablante como el oyente no consideran todo el conjunto de los individuos, de los alumnos, o de los números, sino solamente aquél relevante desde un punto de vista contextual, es decir, que no se hable de individuos, alumnos y números cualesquiera, sino determinados.

Por su parte, la utilización del subjuntivo en esas mismas oraciones comporta otro tipo de presuposiciones. (44) Los que sepan álgebra pueden pasar al siguiente curso (45) El profesor de lógica sólo aprobará a los alumnos que sepan deducir (46) De esos números hay que eliminar los que sean impares

Estas oraciones tienen por un lado la presuposición existencial y, por otro, la que tiene su origen en el modo verbal. (47) Hay individuos de los que no sé si saben álgebra (48) Hay alumnos de los que no sé si saben deducir (49) Hay números de los que no sé si son Impares

Como en el caso anterior, las expresiones ‘individuos’, ‘alumnos’ y ‘números’ tienen una referencia específica fijada por el contexto de las oraciones en que ocurren. Rivero (1977) ha observado que, cuando un sintagma nominal está cuantificado, la dualidad de modos se mantiene si la expresión cuantificacional es positiva, como por ejemplo en (50) Algunos alumnos que suspenden dejarán la carrera (51) Algunos alumnos que suspendan dejarán la carrera

con las correspondientes presuposiciones referenciales y modales, mientras que si la expresión cuantificacional es negativa, la oración de relativo sólo puede ir en subjuntivo

(52) Nadie que suspenda dejará la carrera (53) *Nadie que suspende dejará la carrera

Sin embargo, hay que matizar este punto puesto que, aparte de que puedan suscitarse dudas sobre la agramaticalidad de (53), hay oraciones cuantificadas negativamente en que la dualidad indicativo-subjuntivo parece aceptable.

(54) Ningún alumno que suspenda dejará la carrera (55) Ningún alumno que suspende dejará la carrera o, especialmente, (56) No todos los alumnos que suspendan dejarán la carrera (57) No todos los alumnos que suspenden dejarán la carrera

Según Rivero (1977), el hecho de que la oración subordinada relativa deba ir en subjuntivo “parece corresponderse con el hecho de que no se puede presuponer la existencia de un referente y negarla al mismo tiempo” (pág. 55). Ahora bien, si esto fuera así, (55) y (57) serían inconsistentes en el sentido de tener presuposiciones contradictorias con aquello que afirman. Pero, en realidad y de acuerdo con los análisis presuposicionales realizados hasta ahora, (55) y (57) presuponen respectivamente: (58) Hay alumnos que suspenden (59) Hay alumnos que suspenden y dejarán la carrera

Si confrontamos estas presuposiciones con las de las correspondientes oraciones simples, sin subordinadas de relativo

(60) Ningún alumno dejará la carrera (61) No todos los alumnos dejarán la carrera podemos advertir claramente que las presuposiciones (58) y (59) son una conjunción por una parte de las presuposiciones de (60) y (61), que son: (62) Hay alumnos (63) Hay alumnos que dejarán la carrera y, por otra parte, de las presuposiciones aportadas por el uso del modo indicativo en las oraciones (55) y (57). El error de Rivero puede haber consistido en considerar que el uso de las expresiones cuantificacionales negativas supone el rechazo de las presuposiciones existenciales, cuando, como hemos visto, pueden ser también portadoras de ellas: ni (60) ni (61) niegan la existencia de alumnos sino que, según la tesis presuposicionalista, para ser verdaderas o falsas han de presuponerla. La conjunción de (60) y (61) con sus correspondientes presuposiciones es perfectamente consistente, del mismo modo que es consistente la conjunción de (55) y (57) con sus respectivas presuposiciones.

Por otro lado, hay que tener en cuenta que ningún sólo aparentemente es una expresión cuantificacional negativa, pues, como se sabe, por la interdefinibilidad de los cuantificadores, es equivalente a todos ... no. Si una oración con la expresión cuantificacional todos ... no admite la dualidad

indicativo-subjuntio en las oraciones subordinadas, también ha de hacerlo su sinónima con la expresión cuantificacional ningún. Lo mismo sucede en el caso de la equivalencia no todos y algunos ... no.

En el caso de la expresión cuantificacional nadie, su comportamiento es más difícil de determinar. Con todo, hay oraciones en que el uso de nadie admite perfectamente la dualidad indicativo-subjuntivo con las presuposiciones correspondientes. (64) Nadie que sepa conducir se salta un semáforo (65) Nadie que sabe conducir se salta un semáforo por lo que la incompatibilidad en algunas construcciones no se puede achacar a la presencia de la expresión cuantificacional negativa.

Aunque, como se ha repetido varias veces a lo largo de este apartado, el subjuntivo está ligado a una cierta presuposición epistémica, expresión de la actitud neutral del hablante sobre la verdad de la oración en dicho modo, hay que tener muy en cuenta que, en español, esa presuposición sólo tiene generalidad en los casos en que el subjuntivo es alternancia admitida del indicativo. Cuando la lengua no admite más modo que el subjuntivo, no se da necesariamente la presuposición comentada de neutralidad o incluso se presupone afirmativamente. Como ha observado Rivero (1971, pág. 621), en oraciones como (66) Es raro que llueva

hay una ambigüedad semántica entre una interpretación en que se presupone la verdad del complemento, es decir, una oración que se interpreta como (67) Es raro que llueva y llueve y otra interpretación según la cual (66) es equivalente a (68) No es probable que llueva incompatible con la verdad del complemento.

Es posible que, como afirma Rivero (1971), las diferencias presuposicionales entre las oraciones en indicativo y en subjuntivo (cuando son alternantes) sean un reflejo del hecho de que su proceso de derivación sintáctica es diferente. Según su hipótesis, las oraciones subordinadas en indicativo proceden de una estructura profunda distinta de la de subjuntivo. Mientras que aquéllas son el producto de una regla transformacional que fusiona la estructura profunda de dos oraciones coordinadas, éstas son derivadas de una estructura profunda en la que está presente la incrustación. La consecuencia de esta hipótesis para el análisis presuposicional es que, en el caso de las presuposiciones modales comentadas, las presuposiciones se extraen de la estructura profunda de las oraciones correspondientes: las oraciones que tienen incrustadas oraciones subordinadas en indicativo presuponen la suma de las presuposiciones de las oraciones coordinadas en su estructura profunda, mientras que en el caso de las subordinadas subjuntivas no se da este proceso de adición.

La alternancia de los modos indicativo y subjuntivo marca una diferencia importante en cuanto a la actitud del hablante hacia la verdad o no de las

oraciones en que se emplean esos modos. Mientras que el uso del modo indicativo compromete en algún sentido al hablante con la creencia de la verdad del complemento, el uso del subjuntivo le permite mantenerse neutral hacia ese valor veritativo del complemento. Por tanto, la diferencia entre las oraciones

(69) Los alumnos admiten que el profesor ha probado el teorema (70) Los alumnos admiten que el profesor haya probado el teorema reside en que mientras quien profiere (69) supone la verdad del complemento, quien profiere (70) no efectúa suposición alguna respecto a ese valor veritativo. Planteándolo de un modo ligeramente distinto: el hablante que, ante la posibilidad de escoger entre el indicativo o el subjuntivo como modos de una oración completiva, elige el indicativo, adquiere un cierto compromiso con el valor veritativo del complemento, cosa que no sucede si elige el subjuntivo. Desde el punto de vista pragmático lo que supone esta elección es que bajo el sempiterno supuesto de que el hablante esté observando las máximas conversatorias, el oyente puede inferir cuáles son las creencias del hablante (y eventualmente sus intenciones) a partir de esa elección. Dicho de otro modo, la elección entre indicativo y subjuntivo es un medio mediante el cual un hablante del castellano puede comunicar determinadas creencias suyas a una auditorio: si elige el indicativo indica que tiene una determinada creencia, y si elige el subjuntivo, que no tiene motivo para mantenerla. Desde este punto de vista, las proferencias de (69) y de (70) por parte de un hablante le permiten inferir a un oyente, en el primer caso, que ese hablante cree (71), y en el segundo, que

no sabe (71) [o, lo que es lo mismo, que cree posible tanto (71) como su negación] .

(71) El profesor ha probado el teorema

Si el hablante sabe (71) es claro que, con arreglo a la máxima conversatoria de cantidad, ha de elegir la alternativa del indicativo a la del subjuntivo, ya que la oración del indicativo supone una contribución conversatoria mayor que la correspondiente en subjuntivo (le permite inferir al oyente más cosas).

¿De qué tipo es la relación en que están (69) y (70) con (71)? Para responder a la pregunta hay que advertir en primer lugar que la verdad de (69) y (70) es independiente de la verdad de (71). Esta oración puede ser verdadera sin que lo sean (69) y (70), o inversamente éstas puedan ser ciertas sin que lo sea (71). Queda por lo tanto descartado que se trate de una relación semántica, en su aspecto veritativo-condicional, y, a fortiori, que se trate de una presuposición semántica. Ello es así a pesar de que la relación parezca inalterable cuando (69) y (70) se someten a negación: (72) Los alumnos no admiten que el profesor ha probado el teorema (73) Los alumnos no admiten que el profesor haya probado el teorema ya que (72) y (73) autorizan a un oyente a efectuar el mismo tipo de inferencias, con base en sus proferencias por parte de un hablante, sobre las creencias de éste.

En segundo lugar, hay que observar que la relación entre (69), (70) y (71) tiene otro polo, el hablante. Lo que permite inferir (69) y (70) no es (71), sino la creencia o no del hablante en la verdad de (71). Es esto lo que nos permite formular la presuposición de (70) y (71) en términos epistémicos, de creencia y de conocimiento. De tal modo que sea cual sea la naturaleza de la relación, ésta ha de incluir como término fundamental al hablante, a sus creencias o, alternativamente, si se quiere formularla como una relación entre (proferencias de) oraciones, la expresión de esas creencias en términos epistémicos.

¿Es esta peculiar relación cancelable? Creo que, en este caso, se dan grados de cancelabilidad dependiendo de la persona en que esté el predicado. Compárense (74) y (75) (74) Me temo que la comida es insuficiente (75) Mi mujer se teme que la comida es insuficiente

desde este punto de vista. Mientras que la relación (74) con la creencia en la verdad del complemento no es cancelable en absoluto, como prueba la inconsistencia de

(76) Me temo que la comida es insuficiente, aunque de hecho es suficiente

Esa no cancelabilidad se diluye en el caso de la tercera persona, como prueba el hecho de que la inconsistencia de

(77) Mi mujer se teme que la comida es insuficiente, aunque de hecho hay suficiente comida

no sea tan evidente o patente a los hablantes de español. Desde luego, con toda seguridad se admitiría que (78) Mi mujer se teme que la comida sea insuficiente, aunque de hecho hay suficiente comida es más correcto que (77), pero no se consideraría a ésta completamente inadmisible.

Otra diferencia fundamental entre (74) y (75), que constituye un hecho en favor de esta no cancelabilidad gradual, es que la negación de (76) no admite más modo en el complemento que el subjuntivo (79) No me temo que la comida sea insuficiente (80)*No me temo que la comida es insuficiente

Mientras que en el caso de la negación de (75) se pueden admitir las dos, indicativo y subjuntivo

(81 ) Mi mujer no se teme que la comida sea insuficiente (82) Mi mujer no se teme que la comida es insuficiente (pero yo sí que me lo temo)

Ello es así porque, en el caso de una proferencia de (74), el compromiso de quien la hace con la verdad del complemento es ineludible, mientras que la proferencia de (75) todavía deja a quien la hace un cierto margen de libertad.

Nuestra conclusión es que la relación entre (74) y la creencia por parte del hablante en la verdad del complemento es del tipo de implicatura convencional, esto es, una relación que se basa en el significado convencional de los modos indicativo y subjuntivo, que no es veritativo-condicional (ni implicación, ni presuposición) y que no es cancelable. Esta conclusión se puede generalizar a todo tipo de predicados que, como temer o admitir, admitan complementos tanto en modo indicativo como subjuntivo, siempre que figuren en primera persona. En el caso de que el verbo vaya en otra persona, la relación en cuestión va perdiendo su

carácter convencional

para aproximarse

al

conversatorio, es decir, una relación que, a diferencia de la primera, es cancelable en algunos contextos.

Por lo que respecta al uso del subjuntivo, nuestra tesis es que su elección tiene como consecuencia una implicatura conversatoria. Esa implicatura conversatoria es la de que el hablante no sabe el valor de verdad del complemento. Como he sugerido anteriormente, tal implicatura se basa en la máxima conversatoria de cantidad, y tiene la característica de la cancelabilidad en ciertos contextos:

(83) Mi mujer teme que la comida sea insuficiente; y hace bien en temérselo, porque, de hecho, es así

Incluso en aquellos en que el predicado esté en primera persona

(84) Me temo que la comida sea insuficiente; de hecho, la comida es insuficiente

Tanto en el caso de las implicaturas convencionales como conversatorias, cuyo origen es el uso por parte del hablante de los modos indicativo o subjuntivo, hay una permanencia bajo operadores como la negación, lo cual puede haber sido el motivo de que se las confundiera con auténticos fenómenos presuposicionales de tipo semántico. Hasta ahora hemos mencionado solamente el caso de la alternancia en indicativo o subjuntivo en las oraciones completivas, pero las mismas observaciones que hemos hecho sobre él se aplican también a otros casos en que se da esta alternancia, como cuando se produce en oraciones de relativo restrictivas. Es decir, cuando la oración relativa está en indicativo es causa de una implicatura convencional, mientras que cuando está en subjuntivo es origen de una implicatura conversatoria. Ejemplos de la imposibilidad y posibilidad de la cancelación de las correspondientes implicaturas son (85) * Los que alcanzan una puntuación superior a cinco pueden pasar al siguiente ejercicio, aunque yo, por mi parte, no creo que haya nadie que alcance esta puntuación.

(86) Los que alcancen una puntuación superior a cinco pueden pasar al siguiente ejercicio, aunque yo, por mi parte, no creo que haya nadie que alcance esta puntuación.

Como ya advertimos, a estas suposiciones introducidas por el uso de los diferentes modos hay que sumar las que tienen su origen en las propiedades referenciales de las oraciones de relativo, consideradas desde el punto de vista pragmático.

Otros casos en los que se admite la alternancia entre los modos indicativo y subjuntivo son los de las oraciones subordinadas concesivas, temporales, consecutivas, etcétera. Sin entrar en análisis detallados por el momento, podemos afirmar, aunque sólo sea a título de hipótesis, que también en estos casos

la

alternancia

entre

indicativo

y

subjuntivo

tiene

las

mismas

consecuencias desde el punto de vista pragmático. Desde luego, apoya esta hipótesis el hecho de que haya casos claros que se ajustan a ella, como por ejemplo

(87) Como los precios suben, también subirán los salarios (88) Como los precios suban, también subirán los salarios

La proferencia de (87) por parte de un hablante implica convencionalmente que el hablante cree que es verdadero lo enunciado por la oración subordinada,

mientras que la proferencia de (88) implica conversatoriamente que el hablante no sabe el valor de verdad de la oración subordinada, de modo paralelo a los demás casos de alternancia que hemos examinado.

La hipótesis general que explicaría esta dimensión pragmática de la alternancia indicativo-subjuntivo ya ha sido mencionada: las oraciones subordinadas en indicativo se derivan de una estructura, diferente de las de subjuntivo, en la que aparecen coordinadas con la oración superficialmente principal. Ello supone que la interpretación semántica haya de contar con el hecho de que tales oraciones subordinadas en indicativo forman parte de lo enunciado por la oración completa. No discutiremos esta hipótesis (que se encuentra mejor explicada en Rivero, 1971) y, puesto que nuestro objetivo no es relacionar fenómenos semánticos con sintácticos, sino distinguir entre aquéllos y los pragmáticos, y dar cuenta del doble aspecto de muchos de ellos.

8.1.2. La dimensión pragmática de la alternancia indicativo/subjuntivo

Desde el punto de vista pragmático, la diferencia entre el uso del indicativo y el subjuntivo, cuando ambos modos son alternantes en una oración completiva, es una diferencia contextual. Cuando un hablante escoge el indicativo es para manifestar su compromiso con la creencia en la verdad de la oración que va en tal modo, mientras que la elección del subjuntivo le permite expresar su

neutralidad con respecto a tal creencia. Por lo que respecta al contexto, la elección del indicativo significa la introducción de un nuevo elemento en el contexto, que la auditorio debe tener en cuenta para orientar de acuerdo con ello su propia conducta, mientras que la elección del subjuntivo deja el contexto inalterado, en lo que respecta a la creencia que expresa la oración en tal modo. En términos más generales, de nuestra concepción de la función pragmática de la comunicación, el uso del indicativo supone un aumento en la consistencia del contexto (del hablante), pues introduce en éste una nueva oración que es consistente con las demás, mientras que el uso del subjuntivo no supone un paso en esa dirección intrínseca a todo intercambio comunicativo.

Este es el núcleo de nuestra explicación pragmática de la alternancia de los modos indicativo y subjuntivo, que analizamos en el anterior apartado: veamos ahora cómo se aplica tal explicación a los diferentes aspectos que tal alternancia tiene y cómo se articula con las explicaciones de nivel semántico y sintáctico.

El primer aspecto que tiene la alternancia de modo indicativo y subjuntivo en oraciones completivas es su diferente distribución. Como se recordará, hay predicados que admiten tal dualidad en oraciones afirmativas y predicados que, en oraciones negativas, sólo admiten el subjuntivo. Respecto al primer caso, en el que se encuentran predicados como admitir, parecer, confiar, etc., la explicación pragmática de la posibilidad de la alternancia es el hecho de que tales predicados no entrañan inconsistencias cuando tienen sus oraciones

completivas en indicativo. Con respecto a los segundos, la admisión del subjuntivo como modo obligatorio en oraciones negativas se explica por la inconsistencia contextual que supondría el uso del indicativo. Ampliaremos brevemente esta explicación mediante la reconstrucción de ejemplos utilizados en la sección anterior. El predicado admitir es un predicado de la primera clase, de los que permiten oraciones completivas tanto en indicativo como en subjuntivo. Pertenece a esta clase porque (89) Los alumnos admiten que el profesor ha probado el teorema (90) Los alumnos admiten que el profesor haya probado el teorema

no son oraciones cuya proferencia suponga la introducción en el contexto de creencias inconsistentes. Como hemos apuntado, ambas oraciones equivalen respectivamente desde el punto de vista pragmático {y también semántico, v. M. Rivero, 1971, 1977) a la conjunción de dos oraciones, la segunda de las cuales expresa la actitud del hablante hacia el valor veritativo del complemento:

(91) Los alumnos admiten  y yo creo  (92) Los alumnos admiten  y yo no sé si  Desde el punto de vista del análisis de la interacción lingüística, la introducción de una creencia (del hablante) en el contexto puede desencadenar una variedad de respuestas en la auditorio, cuyo análisis sería fatigoso y reiterativo en este caso particular. Esas respuestas, de todos modos, se inscriben básicamente en dos tipos: de aceptación o integración en la base

común compartida por hablante y oyente, o de rechazo o eliminación; constituyen

las

modalidades

de

actuación

lingüística

“constructiva»

y

“destructiva» que hemos caracterizado anteriormente. El empleo del indicativo tiene la función pragmática de introducir una creencia en el contexto, por tanto una función positiva, cuya naturaleza es la de contribuir al aumento de la consistencia de tal contexto. En consecuencia, la utilización del indicativo en los entornos sintácticos mencionados es susceptible de desencadenar respuestas lingüísticas por parte de la auditorio que se inscriben en los dos tipos, “constructivo” y «destructivo». Por el contrario, no sucede lo mismo en el caso de la utilización del subjuntivo que, al no desempeñar la función positiva de introducción de creencias, no puede dar lugar a la modalidad «destructiva” de respuesta lingüística por parte de un auditorio. El auditorio no puede rechazar una creencia que no se ha introducido, hacia la que el hablante, por lo demás, ha expresado una actitud neutral. Puede, en cambio, orientar su conducta lingüística a modificar esa actitud neutral, tratando de inducir esa creencia en el hablante por ejemplo. Así, por ejemplo, es perfectamente coherente el comportamiento de H2 en la situación comunicativa siguiente:

(93) H1.-Los alumnos admiten que el profesor haya probado el teorema. H2.-No es raro que lo admitan, pues de hecho lo ha probado

En esta situación, la conducta de H2 está orientada «constructivamente”. hacia la eliminación de la neutralidad de H1 hacia la verdad del complemento

oracional, expresada por su utilización del subjuntivo. En cambio, nótese la irrelevancia de la conducta de H2 en el caso de que H1 utilice el indicativo:

(94) H1.-Los alumnos admiten que el profesor ha probado el teorema. H2.-No es raro que lo admitan, pues de hecho lo ha probado.

La conducta de H2 es irrelevante, superflua desde el punto de vista interactivo, porque reafirma vacuamente una creencia ya introducida por H1. Su respuesta no supone ningún contraste, ninguna aportación comunicativa adicional a la conducta lingüística del hablante.

¿Cuál es la razón de que haya ciertos predicados que permiten una alternancia de modos en sus oraciones completivas? Aunque dicha alternancia está sujeta a las restricciones que más adelante concretaremos, la respuesta a esta cuestión es primordialmente pragmática. Predicados como admitir,

parecer, confiar, etc., permiten la alternancia por la sencilla razón de que su empleo no es inconsistente ni con las creencias introducidas por el uso del modo indicativo ni con la neutralidad expresada por la utilización del subjuntivo. La proferencia de (89), en que se utiliza el modo indicativo, introduce en el contexto dos creencias, a saber, equivale a (95) Creo que los alumnos admiten a y creo que a

donde a representa la oración subordinada. Estas dos creencias son perfectamente compatibles, como lo son por otro lado las expresadas por

(96) Creo que los alumnos admiten a y

no sé si a creo que no a

que son las que pueden corresponder al uso del subjuntivo en la oración completiva a. En resumen, ciertos usos de los predicados como admitir,

parecer, etc., operan como agujeros (en el sentido de L.Karttunen), puesto que no suponen incompatibilidades entre las creencias en lo que expresan y las creencias

en

la

verdad

de

las

oraciones

que

pueden

tomar

como

complementos. Dicho de otro modo, en oraciones con la estructura x admite a la creencia en el valor veritativo de a (o su neutralidad con respecto a él) es independiente de la creencia en el valor veritativo de la oración en su conjunto.

Como señalamos anteriormente, M. Rivero (1971, 1977) pensaba que tal dualidad no se presenta en estructuras interrogativas u obligatoriamente negativas (1977, pág. 41), de tal modo que ella encontraba irregular la alternancia entre (97) ¿Admiten los alumnos que el profesor ha/haya probado el teorema? (98) Los alumnos no admiten que el profesor ha/haya probado el teorema.

Sin embargo, tal naturaleza presuntamente irregular es cuestionable en (97)(98). El punto importante no se halla tanto en si se trata de entornos negativos o interrogativos como en la variación de persona. Como insistimos en el apartado anterior en que tratamos el problema de la alternancia, hay que tener

en cuenta que son creencias del hablante las que se expresan en sus proferencias. Cuando tales proferencias constituyen descripciones “objetivas», que-el hablante realiza, de hechos, puede existir un margen de compatibilidad entre las creencias del hablante y la de los individuos cuyo comportamiento describe, como en el ejemplo (89). Pero cuando el hablante utiliza la primera persona, esto es, cuando describe su propla actitud ante determinados hechos, tal margen puede desaparecer. Compárense, por ejemplo, oraciones como (99) Admito que el profesor ha/haya probado el teorema (100) No admito que el profesor ha/haya probado el teorema,

con [89) y (98). En estas oraciones es el hablante directamente quien expresa sus actitudes hacia el valor veritativo del complemento. La estructura pragmática de tales oraciones ya no es creo que x (no) admite a y no sé si a/creo que a, sino yo (no) admito a y no se si a/creo que a. En tal caso, se puede dar una incompatibilidad entre la creencia introducida por el uso del indicativo y lo que se infiere, o lo que el oyente puede inferir, de la utilización del predicado principal por parte del hablante. De ahí la inconsistencia que se produce en las oraciones negativas: la negación del predicado principal acarrea la exclusión del modo indicativo en el complemento, en la mayoría de los casos. Rivero (1971, 1977) hace referencia en una nota a pie de página (1977, pág. 41) a las razones de que en ocasiones no aparezcan contradictorias o incorrectas desde un punto de vista pragmático oraciones como (101) No creo que el belga ganó la carrera.

Aunque entendida de un modo literal (101) plantea el tipo de inconsistencia al que nos hemos referido hace un momento, hay que estar de acuerdo con Rivero en que tal oración puede ser interpretada como

(102) No puedo creerme que el belga ganó la carrera,

esto es, como la expresión interna de la incredulidad del hablante hacia la verdad del complemento. Su presunta inconsistencia es en este caso un medio estilístico empleado por el hablante para expresar esa incredulidad, y es similar a la que se produce, si se toma literalmente, en la oración (103) El belga ganó la carrera y no me lo creo/puedo creer(lo)

Otra

posible

interpretación,

aunque

menos

plausible,

que

salva

la

inconsistencia de (101) es la que supone la conversión de la oración subordinada en la expresión de una creencia de dicto, algo así como (104) No creo que `el belga ganó la carrera´ sea verdadera

en que la oración subordinada es citada literalmente como expresión de un hecho que el hablante no cree que se haya producido. En este caso, el empleo del indicativo en la oración entrecomillada no supone la expresión o introducción, por parte de quien la profiere, de ninguna creencia; las comillas operan como tapón que bloquea la posibilidad de que la auditorio atribuya al hablante la creencia correspondiente.

Sin embargo, dejando al margen estas interpretaciones especiales, no es difícil encontrar casos en que el empleo de la primera persona suponga una radical diferencia con respecto al de la segunda y la tercera. Esto es especialmente claro en los predicados que pertenecen a la clase de los que presuntamente sólo admiten la dualidad indicativo/subjuntivo en oraciones negativas, como creer, contar, explicar, opinar, etc. Compárense, si no, los siguientes pares de oraciones (105) No creo que haya probado el teorema (106)*No creo que ha probado el teorema (107) Los alumnos no creen que haya probado el teorema (108) Los alumnos no creen que ha probado el teorema (109) No opino que sea el momento apropiado (110) *No opino que es el momento apropiado (111) El secretario no opina que sea el momento apropiado (112) El secretario no opina que es el momento apropiado

La inadecuación de (106) y (110) reside en el empleo del indicativo en la oración subordinada, pero tal inadecuación sólo se produce cuando el predicado principal va en primera persona, esto es, cuando el hablante expresa sus propias creencias y no cuando describe las que tienen otros. La incorrección de (106) y (110) reside en la inconsistencia de las creencias expresadas por la utilización del indicativo en la oración subordinada con respecto a la introducida en la oración principal. Esta inconsistencia no se da en personas diferentes de la

primera porque en este caso el hablante no introduce en la oración principal creencias propias sino que describe creencias ajenas.

En resumen, bien se trate de predicados que aparentemente sólo permiten la dualidad indicativo/subjuntivo en oraciones afirmativas, bien se trate de predicados que solo permiten tal dualidad en oraciones negativas, parece que el factor decisivo, que limita la elección por parte del hablante de uno de los modos, es el de la persona, de tal modo que, cuando el hablante no expresa directamente sus propias creencias, esto es, cuando no utiliza la primera persona, se encuentra en una mayor libertad para la elección del indicativo o subjuntivo. En cambio, cuando el hablante emplea la primera persona, su elección del modo indicativo o subjuntivo para la oración subordinada está restringido al requisito pragmático de que tal elección no introduzca inconsistencias en el contexto.

Esta relevancia de la persona verbal en los fenómenos pragmáticos relacionados con la alternancia indicativo-subjuntivo sólo se produce en la subordinación sustantiva que hasta ahora hemos comentado. Cuando tal alternancia se da en otros casos, la persona verbal en que se encuentre el predicado de la oración principal es indiferente para la elección por parte del hablante del modo indicativo o subjuntivo. Ello es así porque, en el resto de los casos en que en español es permisible la alternancia indicativo-subjuntivo, la creencia introducida por el uso del indicativo (que es el modo marcado

positivamente) no interfiere con las creencias que puede manifestar el hablante en la oración principal. Veamos unos cuantos casos.

Como se recordará, la alternancia de los modos indicativo y subjuntivo también se presenta en las oraciones de relativo, adjetivas o sustantivas, y en otros tipos de subordinación. En estos casos, de los cuales son ejemplos las oraciones (113) Escogeré las que sean/son más interesantes (114) El alumno escogerá las que sean/son más interesantes (115) Aprobaré a todos los que lleguen/llegan a una puntuación suficiente (116) El profesor aprobará a todos los que lleguen/llegan a una puntuación suficiente (117) Aunque es/sea difícil, lo conseguiré (118) Aunque es/sea difícil, él lo conseguirá la persona del verbo principal no supone ninguna variación en la alternancia del indicativo y el subjuntivo en la oración subordinada. A diferencia de lo que ocurre con la subordinación completiva, el valor de verdad de la oración subordinada, o la creencia del hablante en ese valor de verdad, es independiente de que el hablante se refiera a sí mismo o no con su proferencia. El hablante se encuentra en estos casos en plena libertad para introducir, mediante el empleo del indicativo, su creencia en la realidad de lo expresado por la oración que va en tal modo, al margen de si en la oración principal expresa otra creencia referente a sí mismo o no.

Por su parte, el empleo del subjuntivo permite mantener al hablante en esa situación de neutralidad acerca del valor semántico de la oración en que figura. Esa neutralidad epistémica (no sé si a) puede deberse a varios factores, esto es, el empleo del subjuntivo puede expresar diferentes causas de tal neutralidad. Considérense, por ejemplo, las dos versiones de la oración

(119) Aunque tengan/tienen razón, no lo admitiré

Si se considera aisladamente de un contexto, la versión subjuntiva de tal oración es ambigua; puede recibir dos interpretaciones: una, en que el hecho, sobre el cual el hablante expresa su duda, se ha podido producir y, otra, en que el hecho es posterior a la acción verbal, lo cual es justamente parte de las razones que tiene el hablante para dudar de su verdad. Tal ambigüedad queda en general desvanecida por el componente contextual: lo habitual es que hablante y oyente sepan a qué hecho se refiere el hablante y su localización temporal respecto a la acción verbal. En todo caso, el ejemplo quiere poner de relieve por qué en español la utilización del subjuntivo en una oración a, cuya significación pragmática es no sé si a, puede expresar la inseguridad sobre un hecho futuro, de tal manera que el empleo de tal modo se opone en (119) no sólo al presente de indicativo, sino también al futuro. Es decir, cuando el hablante implica pragmáticamente no sé si a mediante el uso del subjuntivo, puede estar diciendo dos cosas diferentes: 1) no sé si es verdad a o es verdad no a, o 2) a no se ha producido y por tanto no sé si a.

En el apartado anterior mantuvimos que las relaciones pragmáticas relacionadas con el uso de los modos indicativo y subjuntivo eran las de implicatura convencional y las de implicatura conversatoria. El uso del indicativo, en cuanto positivamente marcado, supone la introducción de una implicatura convencional, la implicatura convencional de que el hablante mantiene una cierta actitud epistémica hacia la oración en modo indicativo. Hay que diferenciar, no obstante, con respecto a esta implicatura convencional, los casos en que se produce en una subordinación sustantiva completiva, dependiendo de determinadas clases de predicados y en determinados entornos afirmativos, negativos, interrogativos, de los restantes casos en que se produce tal implicatura. En el primer caso, la implicatura convencional se presenta cuando la persona del verbo de la oración principal es la primera, lo cual quiere decir que el hablante expresa en la oración principal creencias propias, que pueden entrar en conflicto con las expresadas por el uso del indicativo en la oración subordinada. Esto es lo que sucede en el tipo de predicados que sólo admiten como modo de la oración subordinada, cuando figuran en oraciones negativas, el subjuntivo. La implicatura convencional que tendría su origen en la utilización del modo indicativo expresa una creencia que introduce una inconsistencia en el contexto, en el conjunto de creencias que el auditorio atribuye al hablante, basándose precisamente en su comportamiento lingüístico.

Excepto en este particular caso de la subordinación completiva, en que se da una cierta variabilidad en la ocurrencia de la implicatura convencional asociada

al uso del indicativo, en el resto de las construcciones en que se puede producir la alternancia indicativo-subjuntivo la implicatura convencional es clara. El empleo del indicativo por parte del hablante en las oraciones de relativo o subordinadas circunstanciales, en que tiene la posibilidad de escoger como alternativa el modo subjuntivo, es un procedimiento convencional que éste emplea (incluso no conscientemente) para manifestar sus actitudes hacia el valor semántico de verdad de las oraciones en tal modo. Es un procedimiento en definitiva que le permite al hablante progresar en la dirección general de todo intercambio comunicativo, el aumento de la consistencia en el contexto que comparte con su auditorio y, en particular, en la parte de éste que constituye la base común.

En contraste con este carácter positivo y .progresivo de la utilización del modo indicativo en entornos lingüísticos en que es alternante con el subjuntivo, la utilización de éste no supone en principio la manifestación de ninguna creencia por parte del hablante y, en consecuencia, no implica la introducción de nuevos elementos en el contexto. La actitud epistémica «neutral" del hablante, implicada en la elección del modo subjuntivo en una oración a, es no sé si a, que es compatible, desde el punto de vista de la lógica epistémica, tanto con creo que a (pero no estoy seguro de ello) como con no creo que a. La elección del subjuntivo no constituye, como en el caso del indicativo, un procedimiento convencional para la introducción efectiva de creencias positivas o negativas en el contexto. En este sentido, el auditorio no puede inferir, a partir de la elección del modo subjuntivo por parte del hablante, ni que

mantiene una creencia ni su contraria, a pesar de que en realidad suceda una de ambas cosas. No obstante, el auditorio puede basarse en tal elección para suponer, en virtud de una implicatura conversatoria, la actitud epistémica neutral o inespecífica del hablante asociada a su elección del modo subjuntivo. Su conducta lingüística podrá en consecuencia estar orientada a la averiguación de entre qué extremos, de los compatibles con no se si a, se inclina el hablante, si es que no existen elementos contextuales previos que le permitan llegar a una conclusión por sí mismo. El propio hablante puede cancelar, y esa es la razón de que se trate en este caso de una implicatura conversatoria, su actitud epistémica neutral, optando posteriormente por introducir la creencia de que es verdadera o de que es falsa. Es decir, puede especificar su actitud epistémica de modo compatible con su anterior elección del modo subjuntivo.

Como se observará, el recurso teórico fundamental de nuestra explicación de la alternancia indicativo-subjuntivo es un recurso pragmático. El carácter obligatorio que en ocasiones tiene la opción entre uno de los dos modos se explica apelando a la necesidad de la consistencia contextual. Tal «obligación» está determinada en última instancia por la exigencia de racionalidad en la conducta lingüística que se concreta en el requisito de no manifestar creencias inconsistentes mediante tal conducta. Por otro lado, cuando en determinadas construcciones subsiste la optatividad, tal subsistencia se explica por la ausencia de inconsistencias en la elección de uno u otro modo. La elección no introduce elementos perturbadores en el contexto, sino que antes bien lo deja inalterado, cuando la elección se inclina por el modo subjuntivo, o contribuye

presuntamente a su consistencia mediante la introducción de nuevas creencias en dicho contexto, cuando el modo elegido es el indicativo

8.2 El subjuntivo y el indicativo en los condicionales

8.2.1. Condicionales indicativos y subjuntivos

En el caso de las oraciones condicionales, existen dos hipótesis principales sobre su estructura sintáctica: la hipótesis tradicional (Alsina y Blecua, 1975; Gil Gaya, 1943; Real Academia, 1973) es que la oración antecedente o prótasis es una oración subordinada de la oración consecuente, principal o apódosis. La hipótesis moderna (Rivero,1971) es que las oraciones antecedente y consecuente son oraciones coordinadas en la estructura inicial. De esta segunda hipótesis, a su vez, puede haber dos variantes: la primera considera que la EI (estructura inicial) de las oraciones condicionales tiene una forma en que la concatenación condicional (en realidad, es poco riguroso hablar de coordinación) entre las dos oraciones induce un movimiento que antepone la partícula condicional si a la prótasis y, facultativamente, la partícula entonces a la apódosis.

La otra variante propuesta por Rivero (1971) y justificada con varios argumentos, exige el tratamiento de si como un verbo, del tipo de los

predicados creadores de universo (del discurso, se entiende), y de la oración antecedente como un sintagma nominal.

La elección de una u otra hipótesis influye en el análisis presuposicional de las oraciones condicionales. Si se adopta la hipótesis tradicional, sin posteriores restricciones sobre los predicados que aparecen en la estructura condicional, las presuposiciones de la oración compleja habrán de ser la suma de las presuposiciones de las oraciones componentes. Si se adopta la primera versión, a la que denominaremos logicista por razones evidentes, las presuposiciones de 0 serán las predichas por el análisis de : desde un punto de vista lógico  es una relación unívoca - una función - que tiene como argumentos dos oraciones, y desde el punto de vista presuposicional,  funciona como filtro (Karttunen, 1971). Si se adopta la segunda versión, las presuposiciones de O dependerán del predicado si, creador de universos, presente en la estructura profunda y de las presuposiciones independientes del consecuente.

Sin embargo, más que decantarnos por una u otra teoría sobre la estructura de las oraciones condicionales, vamos a tratar de describir su comportamiento, por lo menos en sus partes más importantes y atendiendo especialmente a los condicionales en que interviene, en el antecedente, el modo subjuntivo.

Lo primero, y más evidente, que hay que advertir es que las oraciones condicionales expresan una relación o contraste entre dos estados de hechos, y que esta relación puede ser de muy diferentes tipos. En general, se ha

manifestado que el condicional supone una relación entre dos estados de hechos tal que, si se actualiza o convierte en real el expresado por el antecedente, también sucede lo mismo con el segundo. Esta relación no es exactamente una relación causal, aunque el condicional pueda expresar relaciones de este tipo como en (120) Si no se reforma, acabará en la cárcel (121) Si llueve antes del verano, la cosecha se salvará

sino una relación de dependencia que puede ser más laxa. En la medida en que la cláusula antecedente enuncie un hecho no realizado se puede considerar que el comportamiento de si es similar al de los verbos creadores de mundo, pero no obstante hay que señalar un matiz importante que los diferencia. Mientras que los verbos creadores de mundo parecen con frecuencia presuponer la falsedad de sus complementos sobre todo cuando se usan en tiempo pasado) como en (122) Imaginé que eras el presidente de EE. UU. (123) Soñé que tus padres habían muerto en accidente (124) Supuse que llegasteis antes del anochecer

las correspondientes oraciones con la partícula condicional si (125) Si eras el presidente de los EE. UU.... (126) Si tus padres habían muerto en accidente... (127) Si llegasteis antes del anochecer...

no presuponen esa falsedad. Es más, tampoco presuponen su verdad, sino que suspenden el juicio del hablante sobre su valor veritativo o, si se quiere, presuponen las oraciones con operadores epistémicos que expresan esa actitud neutral del hablante.

El argumento tampoco permite separar de un modo concluyente los verbos creadores de mundo de la partícula si, pues aquellos no sólo se comportan semánticamente presuponiendo la falsedad de sus complementos, como muestran las oraciones

(128) Imagino que habrás cambiado el coche (129) Supongo que tu madre ha vuelto a llegar tarde

en que lo presupuesto es más bien la verdad del complemento.

Sea como sea, es interesante resaltar el hecho de que el si condicional es incompatible con determinadas formas verbales, en especial con el presente y el pretérito de subjuntivo y que prácticamente no se usa (excepto en lenguajes técnicos y burocráticos, como el legal) con el futuro imperfecto y perfecto de subjuntivo. Esto produce una oposición con las formas de indicativo en que el si es compatible con todas, excepto con las del potencial que son sustituibles por la construcción es posible que + subjuntivo y posiblemente las de futuro. (130) Si Pedro viene, jugaremos al fútbol (131) Si Pedro ha venido, jugamos al fútbol

(132) Si el gallo cantaba alto, el día amanecía claro (133) Si el gallo había cantado alto, el día amanecía claro (134) Si el gallo cantó alto, el día amaneció claro (135) Si el gallo hubo cantado alto, el día amaneció claro (136) *Si Pedro vendrá, jugamos al fútbol (137) * Si Pedro habrá venido, jugamos al fútbol (138) * Si Pedro vendría, jugaríamos al fútbol (139) * Si Pedro habría venido, jugaríamos al fútbol (140) * Si Pedro venga, jugamos al fútbol (141) * Si Pedro haya venido, jugamos al fútbol (142) Si Pedro viniera, jugaríamos al fútbol (143) Si Pedro hubiera venido, jugaríamos al fútbol (144) * Si Pedro viniere, jugaríamos al fútbol (145) * Si Pedro hubiere venido, jugaríamos al fútbol

El análisis de todos estos condicionales tropieza con la dificultad de una mezcla de tres factores operantes: el puro factor condicional, el modo verbal y la dimensión temporal. No obstante, intentaremos algunas generalizaciones:

a) Oraciones condicionales con antecedentes en indicativo Se trata de casos como los ejemplificados en (130)-(135). Respecto a sus presuposiciones se puede afirmar que se limitan a mantener al hablante neutral acerca de la verdad de lo expresado en los antecedentes, es decir, el hablante, como efecto del uso del si condicional, no se encuentra comprometido con la

verdad de lo dicho en la prótasis. Por tanto, de presuponer algo, (130)-(135) han de presuponer las oraciones epistémicas que expresan esa neutralidad. Quizá pueda suponer esto una explicación parcial de la incompatibilidad del uso de la partícula si con algunas formas del indicativo y del subjuntivo. Hay que tener en cuenta que el uso de las formas del potencial y del subjuntivo presuponen ya la neutralidad del hablante acerca del valor de verdad de las oraciones en que ocurren, por lo que el uso del si condicional con estas formas produciría una redundancia innecesaria en la lengua. Sea como sea, hay que tener en cuenta también el papel que juega la dimensión temporal: la partícula condicional si es incompatible con los futuros imperfecto y perfecto de indicativo, mientras que no lo es con los correspondientes futuros de subjuntivo. Esto es así porque se da un conflicto entre las presuposiciones o implicaciones introducidas por la partícula condicional si y las implicaciones o presuposiciones del uso de los futuros de indicativo: formulado intuitivamente se puede afirmar que la incompatibilidad se produce entre la afirmación de la creencia en un hecho futuro y, por otra parte, la neutralidad sobre esa creencia introducida por el condicional. Sin embargo, hay que tener en cuenta que la partícula si condicional no es incompatible con la "reducción" de las oraciones en futuro a oraciones de indicativo con los complementos o adverbios temporales adecuados. Por ejemplo, mientras (136)-(137) son claramente agramaticales, no lo son sus correspondientes (146) Si Pedro viene mañana, jugaremos al fútbol (147) Si Pedro ha venido mañana, jugaremos al fútbol

Otro tanto hay que decir con la reducción de las oraciones en tiempo potencial a las correspondientes oraciones modales (aléticas): mientras (138) y (139) son agramaticales,

(148) Si es posible que Pedro venga, jugaremos al fútbol (149) Si es posible que Pedro haya venido, jugaremos al fútbol son gramaticales.

b) Oraciones condicionales con antecedentes en subjuntivo

Ya se ha señalado la incompatibilidad entre la partícula condicional y el presente y pretérito perfecto de subjuntivo, que ejemplifica la agramaticalidad de (140) y (141). La causa de esta incompatibilidad hay que buscarla una vez más en la eliminación de redundancias innecesarias. Si es cierto que la partícula condicional si expresa una actitud neutral del hablante, es fácilmente explicable que sea compatible con el presente de indicativo y no con el de subjuntivo. Porque, como hemos visto, la alternancia de estos modos está regida en parte por la actitud del hablante hacia la verdad de lo que enuncia: en el caso del indicativo una actitud positiva y en el caso del subjuntivo una actitud neutral. En resumen, el efecto semántico de la partícula condicional con el presente de indicativo es neutralizar la actitud positiva entrañada por este tiempo y modo, mientras que con el presente de subjuntivo esa función está de más, puesto que ya es desempeñada por el modo subjuntivo. Nótese la semejanza entre oraciones como

(130) y (131) y (150) Que venga Pedro y entonces jugamos al fútbol (151) Que haya venido Pedro y entonces jugamos al fútbol las cuales, aspectos connotativos aparte, parecen tener las mismas condiciones de verdad. Los casos del pretérito imperfecto y pluscuamperfecto de subjuntivo requieren en cambio una consideración distinta, pues el uso de ambos tiempos por parte del hablante indican que éste concibe la (posible) acción como acabada. En la mayoría de los casos no cabría, por tanto, una actitud neutral respecto a ella, ni siquiera teniendo en cuenta su carácter de mera posibilidad. Sin embargo, una vez más, hay que tener en cuenta la dimensión temporal que penetra todo el sistema verbal: hay que distinguir el caso en que el hablante habla o escribe de un hecho contemporáneo (posible) del caso en que hable de hechos posibles pasados. En el primer caso, es admisible tanto el uso del pretérito imperfecto como el del pluscuamperfecto: (152) Si Franco entrara en Madrid, la guerra acabaría/habría acabado (153) Si Franco hubiera entrado en Madrid, la guerra habría acabado

Tanto (152) como (153) tienen una interpretación en que quien las utiliza ha de ser coetáneo de las (posibles) acciones enunciadas; en el caso de (152) esa es, además, su única interpretación posible, al contrario de lo que sucede con (153), que es ambigua si no se tiene conocimiento del momento temporal de su proferencia. En efecto,(153) se puede interpretar como

(154) Si Franco hubiera entrado en Madrid en 1937, la guerra habría acabado ese mismo año

o como, por ejemplo, (155) Si Franco hubiera entrado en Madrid esta semana, la guerra habría terminado

Esta presunta ambigüedad es de hecho una ambigüedad oracional, es decir, abstracta, pero no real, en el sentido de que (153), cuando se profiere, en un determinado momento temporal, no tiene nunca la dualidad de interpretaciones entre (154) y (155): si se ha proferido en 1985, (153) tiene la interpretación (154) y si se ha proferido en 1937, tiene la interpretación (155).

Sin embargo, hay otras ambigüedades más persistentes: considérese, por ejemplo, la oración (156) Si Juan Pedro hubiera aprobado, no tendría que volver a examinarse Hay dos interpretaciones de esta oración, la primera de las cuales presupone o implica que Juan Pedro no ha aprobado y que por tanto tiene que volver a examinarse, y otra interpretación en que el hablante no sabe si la posibilidad considerada en el antecedente se ha realizado, es decir, se puede interpretar como (157) Juan Pedro no ha aprobado y por tanto tiene que volver a examinarse

o como

(158) Yo no sé si Juan Pedro ha aprobado, pero si en realidad no lo ha hecho, entonces tiene que volver a examinarse Las dos interpretaciones son claramente incompatibles entre sí, así que ¿cuál es el factor que inclina la balanza a favor de t157) o (1581? Claramente se trata de un factor pragmático, que se refiere al conocimiento que tienen el hablante y el oyente del contexto en que el hablante profiere (156): las interpretaciones (157) y (158) son incompatibles con respecto a dos (posibles) conjuntos de creencias compartidas por hablante y oyente en virtud de las cuales el oyente escoge una u otra interpretación. Ça va sans dire que el oyente escoge la interpretación que es consistente con uno de los dos conjuntos.

Teniendo en cuenta todas estas matizaciones sobre los usos del pretérito imperfecto y pluscuamperfecto de subjuntivo, se pueden abordar las tesis tradicionales

sobre

presuposiciones

semánticas

de

los

condicionales

subjuntivos. Estas tesis son principalmente dos: la tesis de que los condicionales subjuntivos presuponen la falsedad tanto del antecedente como del consecuente (Lakoff, 1971), a la que denominaremos tesis "fuerte", y una más débil que afirma (Karttunen, 1971 a) que sólo presuponen la falsedad del antecedente (Karttunen y Peters, 1979, reniegan de esta tesis). Ambas tesis no distinguen en principio entre el caso en que el antecedente esté en pretérito imperfecto de subjuntivo o cuando esté en pretérito pluscuamperfecto, por lo que hay que suponer que se aplican a ambos casos.

Un problema con gran tradición filosófica en conexión con los condicionales subjuntivos es el de los condicionales contrafácticos: más precisamente, el del análisis

semántico

de

este

tipo

de

condicionales.

Los

condicionales

contrafácticos son un subconjunto de los condicionales subjuntivos, pero no un subconjunto especificable mediante propiedades sintácticas o semánticas. De hecho, lo que permite diferenciar un condicional contrafáctico de uno subjuntivo es que, en el caso del condicional contrafáctico, el antecedente se encuentra relacionado con determinadas generalizaciones que casi siempre tienen la forma de leyes científicas. Por ejemplo, aunque desde un punto de vista sintáctico y semántico, las oraciones (159) Si los mamíferos fueran ovíparos, las mujeres pondrían huevos (160) Si el agua estuviera limpia, podríamos bañarnos pertenecen a un mismo tipo, la primera de ellas es un ejemplo de condicional contrafáctico, mientras que no lo es la segunda. El antecedente de (159) se encuentra relacionado con las generalizaciones científicas

(161) Todos los mamíferos son vivíparos Todos los ovíparos ponen huevos mientras que (160) no tiene que ver con ninguna ley. De la oración (161) podernos deducir, con ayuda de la generalización que dice que ningún vivíparo es ovíparo, que ningún mamífero es ovíparo, lo que según algunos analistas(D. Lewis, 1973) implica la falsedad del antecedente de (159) y por tanto la verdad de toda la oración. Sin embargo, tiene que haber un punto equivocado en ese

análisis puesto que predice el valor verdadero para todo condicional contrafáctico con antecedente falso; por ejemplo, la oración

(162) Si los mamíferos fueran ovíparos, los hombres tendrían un solo ojo sería tan verdadera como (159), lo cual iguala dos oraciones que desde el punto de vista de nuestra intuición semántica son verdaderas, si las dos lo son, por distintas razones.

Otro aspecto discutible del análisis de D. Lewis (1973) es la reducción de los condicionales contrafácticos con antecedente "verdadero» a implicaciones materiales. Según este análisis, la oración (163) Si Franco hubiera nombrado sucesor a Juan Carlos, España sería una democracia equivale, puesto que el antecedente es verdadero, a (164) Si Franco nombró sucesor a Juan Carlos, entonces España es una democracia

que es verdadero o falso dependiendo de que el consecuente sea verdadero o falso. Ahora bien, el punto conflictivo de este análisis, y de análisis semejantes, es lo que significa considerar ‘verdadero’ al antecedente. Tanto en su versión fuerte como en su versión débil, la tesis presuposicionalista afirma que los condicionales subjuntivos, y en particular los contrafácticos, presuponen la falsedad del antecedente, de tal modo que (163) presupone (165) Franco no nombró sucesor a Juan Carlos

Por consiguiente, (163) sólo es verdadero en el caso en que (165) también lo sea. Luego si todo condicional contrafáctico presupone la falsedad de su antecedente y esta presuposición no se cumple, es decir, el antecedente resulta ser verdadero, entonces el condicional completo queda sin valor de verdad. La incompatibilidad entre el análisis semántico de Lewis, que en realidad incorpora un aparato conceptual más complicado (semántica de mundos posibles), y las tesis presuposicionalistas es evidente. En general, hay que decir que los análisis filosóficos de los condicionales contrafácticos (Stalnaker, 1968; Lewis, 1973; Pollock, 1976), y por extensión de los subjuntivos, han tenido siempre una ambición "reduccionista", que han pretendido entender estas ciertamente complicadas construcciones en términos de otras más familiares y sencillas.

Esta reducción ha seguido dos pasos: en primer lugar la reducción de las cláusulas temporalizadas a oraciones atemporales o en indicativo atemporal (Quine, 1960) y la reducción del modo subjuntivo al indicativo, en diferentes formas. Sea como sea, el análisis filosófico de los condicionales contrafácticos y sus problemas específicos pueden ser considerados marginales con respecto a nuestro objetivo actual: describir las presuposiciones de los condicionales con antecedentes en subjuntivo. A este respecto, es necesario que comentemos las dos diferentes tesis presuposicionalistas y los matices que separan a las presuposiciones introducidas por el imperfecto y el pluscuamperfecto del subjuntivo.

En primer lugar, por lo que atañe a la tesis fuerte de Lakoff (1970), que asegura que los condicionales subjuntivos presuponen la falsedad del antecedente y del consecuente hay que hacer algunas observaciones. Consideremos las oraciones condicionales subjuntivas (166) Si el jefe del Gobierno dimitiera, también dimitirían sus ministros (167) Si el jefe del Gobierno hubiera dimitido, también habrían dimitido sus ministros Estas dos oraciones parecen tener las mismas presuposiciones: del mismo modo que (166) parece presuponer (168) El jefe de Gobierno no ha dimitido y no han dimitido sus ministros

También parece presuponer lo mismo la oración (167). Ahora bien, tanto (166) como (167) podrían formar parte del siguiente razonamiento: (169) Si el jefe del Gobierno dimitiera, también dimitirían sus ministros

Si el jefe del Gobierno hubiera dimitido, también habrían dimitido sus ministros Los ministros del jefe del Gobierno no han dimitido --------------------------------------------------------------------El jefe del Gobierno no ha dimitido

El razonamiento (169) se ajusta a un principio conocido: todas las oraciones en conjunción con sus- presuposiciones implican nuevas presuposiciones. De ahí que la conclusión de (169) constituya también una presuposición de (167). Este principio tiene, dicho sea de paso, el inconveniente de que las tautologías

son presuposiciones de cualquier oración, pero este hecho es un defecto general de la teoría de la presuposición lógica o semántica.

Según Boer y Lycan (1976) las presuposiciones de falsedad de los consecuentes son cancelables en determinadas ocasiones. Por ejemplo, considérense las oraciones

(170) Si me presentara a las elecciones volvería a ser elegido (171) Si tu mujer se separase de ti, sería otra vez una buena amiga mía

Según estos autores, oraciones del tipo de (170)-(171) no presuponen la falsedad de sus consecuentes sino más bien su verdad. Así (170)-[171] presupondrían (172) He sido elegido (173) Tu mujer es una buena amiga

Ahora bien, estas oraciones no son las negaciones de las presuposiciones de los consecuentes. Las presuposiciones de (170)-(171) son literalmente (174) No he vuelto a ser elegido (175) Tu mujer no es otra vez una buena amiga mía

Estas oraciones presuponen o implican a su vez (172) y (173), luego éstas no pueden constituir sus negaciones. Sin embargo, hay casos dudosos o confusos como el de

(176) Si S. Coe fuera negro, seguiría siendo un buen corredor en que no queda claro en qué consiste la presuposición del conseouente: Por un lado, parece que el consecuente presupone (177) S. Coe es un buen corredor lo que a su vez constituye también una presuposición de lo que, según otros, sería la presuposición «real» de ese consecuente: (178) S. Coe no sigue siendo un buen corredor Todos los ejemplos que hemos propuesto hasta ahora tienen el antecedente en imperfecto de subJuntivo, pero cuando se utiliza el pluscuamperfecto surgen los mismos problemas: en ocasiones parece presuponerse la falsedad del consecuente y en ocasiones no. Para aclarar un poco la confusa situación de las presuposiciones de los consecuentes de las oraciones condicionales subjuntivas quizás sería más conveniente examinar si como oraciones aisladas entrarían algún tipo de presuposiciones. Los consecuentes de estas oraciones están siempre en tiempo potencial, como se habrá observado. De hecho es el tiempo normal, puesto que el uso del imperfecto o pluscuamperfecto de subjuntivo para esta cláusula es raro. Conviene por tanto que veamos si oraciones independientes en potencial simple o compuesto exhiben algún fenómeno presuposicional:

(179) Con el hambre que tengo me comería un cordero entero (180) En un planeta sin atmósfera podría vivir el ser humano (181) Con el hambre que tenía me habría comido un cordero entero (182) En un planeta sin atmósfera habría podido vivir el ser humano

La presuposición común a todas estas oraciones es que no se ha realizado una acción que se enuncia como simplemente posible (en el pasado o en el futuro). En realidad, (179)-(182) tienen presuposiciones parecidas a las de las oraciones encabezadas por el operador modal ‘es posible que’, cuya función semántica es habitualmente la de expresar la neutralidad del hablante sobre la verdad del complemento oracional. Incluso con las piezas léxicas perturbadoras que vimos anteriormente, como en el caso de (183) Es posible que siga siendo un buen corredor (184) Es posible que aún sea mi amiga el hablante puede seguir manteniendo la neutralidad sobre los complementos respectivos aunque, eso sí, estas dos últimas oraciones presupongan (185) Ha sido un buen corredor (186) Ha sido una amiga mía Aunque el uso de los potenciales simple y compuesto no siempre es reducible al de las oraciones de posibilidad del tipo de (183)-(184) - el potencial no expresa sólo posibilidad sino también deseo o interés - parece razonable presumir que las presuposiciones de los dos tipos de oraciones son semejantes. Si esto es así, la presuposición de las oraciones potenciales no sería que lo que en ellos se enuncia es falso, sino que aún, en el momento de la proferencia, no es verdadero ni falso; dicho de otro modo, el hablante que utiliza el potencial no se compromete ni con la verdad ni con la falsedad de aquello que únicamente se limita a concebir como posible. Si las oraciones potenciales presupusieran la falsedad de lo enunciado como posible, la conjunción con las

negaciones de sus presuposiciones sería inconsistente. Sin embargo, esas oraciones no son inconsistentes, lo que demuestra que las preguntas presuposiciones semánticas no son tales, pues se pueden cancelar. Tampoco son inconsistentes las oraciones formadas uniendo las oraciones potenciales con sus presuntas presuposiciones, es decir, las oraciones potenciales son compatibles tanto con las oraciones que presuntamente presuponen como con sus negaciones, lo cual prueba su independencia de ambas. No obstante, hay que observar que el orden de las oraciones en estas conjunciones no es inocuo: los dos elementos de la conjunción no son intercambiables sin que se produzcan perturbaciones. Esto es especialmente claro en ciertos casos, en que si se cambian los miembros de la conjunción, se producen oraciones semánticamente anómalas. La impermutabilidad de los miembros de una conjunción cuando entre los hechos enunciados por ellos hay un nexo casual es un fenómeno que se ha señalado repetidas veces (Gazdar, 1979). En este caso, las causas de esa impermutabilidad parecen ser de origen distinto; se trata de que si bien es perfectamente correcto para un hablante mantenerse neutral respecto a la verdad o falsedad de un hecho en un primer momento (reflejado por el primer miembro de la conjunción) y definirse luego por uno de los dos valores de verdad, resulta inconsistente hacer lo contrario: manifestarse por la verdad o falsedad de un hecho y luego mantenerse neutral respecto al valor veritativo asignado.

Si las oraciones potenciales por sÍ solas no presuponen ni la verdad ni la falsedad de lo enunciado en ellas como posible, es natural sacar la conclusión de que tampoco lo hacen en las oraciones condicionales subjuntivas. Esta consecuencia hay que modificarla no obstante en las ocasiones en que el potencial

del

consecuente

es

intercambiable

con

el

imperfecto

o

pluscuamperfecto de subjuntivo, como en la oración (187) Si hubiese aprobado, te habría/hubiera regalado un coche

en que sí se presupone la falsedad del consecuente. De modo general se puede afirmar que, cuando aparece la presunción de falsedad del consecuente de un condicional subjuntivo, esa presuposición tiene su origen en la utilización del subjuntivo en la prótasis, especialmente el pluscuamperfecto de subjuntivo que enuncia como posible un hecho en el pasado, en un tiempo anterior al de la proferencia verbal. Teniendo en cuenta todas estas complicaciones vamos a atenernos en lo sucesivo, por razones de prudencia, a la tesis más débil sobre las presuposiciones de los condicionales subjuntivos: la tesis (Karttunen, 1971 a) de que simplemente presuponen la falsedad de lo enunciado como posible en el antecedente. Esta tesis afirma que

(188) Si hubiera sido /fuera a entonces sería/habría sido habría sido b

presupone la falsedad de a y mantiene que esa presuposición es de naturaleza semántica, esto es, necesaria para la verdad o falsedad del esquema (188).

Para que una oración sea considerada una condición necesaria para la verdad o falsedad de otra es un requisito indispensable que también lo sea de su negación, esto es, aplicado a (188), de (189) No es el caso de/es cierto que si hubiera sido/fuera a, entonces sería/habría sido b

se desprende también la presuposición de ¬a. Veamos si esto es así. Hemos afirmado anteriormente que el condicional subjuntivo con prótasis en tiempo pluscuamperfecto tiene

como función semántica enunciar la conexión

condicional entre dos hechos que son posibles para el hablante en un tiempo anterior al de la proferencia (hechos que se conciben como concluidos). Por su parte, el cometido del condicional subjuntivo con prótasis en imperfecto es indicar una relación condicional entre dos hechos posibles en un tiempo coetáneo o posterior al de la proferencia: los hechos no se conciben como concluidos sino de realización en curso o futura. En puridad, la acción posible posterior al momento de la proferencia debería enunciarse en futuro de subjuntivo, pero ya ha quedado indicado que éste es un tiempo en desuso en el castellano actual, excepto en algunas utilizaciones específicas y modismos, por lo que sus funciones han sido asumidas por el imperfecto. La diferencia entre la semántica de las oraciones subjuntivas en imperfecto o en pluscuamperfecto es patente en las oraciones (190) Si acertaras, ganarías un premio (191) Si hubieras acertado, habrías ganado un premio En (191) está claro que bajo una determinada interpretación lo presupuesto es

(192) No has acertado por la dimensión temporal introducida por el pluscuamperfecto de subjuntivo, pero no sucede exactamente lo mismo con (190) en que la acción (posible) no se concibe como realizada y lo presupuesto es más bien (193) Aún no has acertado Ahora bien, como (193) implica, a su vez, (192) resulta que esta oración también es, en última instancia, una presuposición de {190). Consideremos ahora las negaciones de (190)(191) (194) No es cierto que si acertadas, ganarías un premio (195) No es cierto que si hubieras acertado, habrías ganado un premio Lo que niegan ambas oraciones es la conexión condicional entre los hechos posibles, en el presente o futuro y en el pasado; implican por tanto (196) Acertarías y no ganarías un premio (197) Habrías acertado y no habrías ganado un premio Si to es el momento en que se profieren (194) y (195), ambas oraciones pueden ser semiformalizadas por el esquema (198) consistiendo la diferencia entre una y otra en que en (194) ti t0 y en (195)