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EMEEQUIS | 17 de agosto de 2015 gente normal 14 Manuel Ramírez Profesión: El abuelo de los sonideros POR JUAN MANU

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EMEEQUIS | 17 de agosto de 2015

gente normal

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Manuel Ramírez

Profesión: El abuelo de los sonideros

POR JUAN MANUEL CORONEL FOTOGRAFÍA: CHRISTIAN PALMA

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maquinarias y la ingeniería de audio. La segunda categoría pertenece a los que quedaron atrás, con aparatos modestos destinados a tocar en fiestas locales. No hay puntos intermedios. Manuel Ramírez pertenece a los segundos. “Nunca quise la fama, lo único que quería es más música, lo demás me daba igual”, explica con su sonrisa desdentada. El dinero que obtenía por sus presentaciones y por sus ventas de aguacate en el mercado de Tepito, lo invertía en su melomanía. Compró cientos, miles de vi-

Antes de La Changa, Manuel Ramírez ya hacía hacía vibrar farras con tocadiscos y su amplificador Radson 850 de bulbos. nilos de danzón, guaracha, rumba y cumbia; artistas como la Sonora Matancera, Ñico Estrada, Rufo Garrido, Carmen Rivero, forman todavía parte de su colección. Su esposa pensó que había perdido la razón pues mientras su casa se caía a pedazos y luchaban por alimentar a sus seis hijos, el sonidero compraba por duplicado cada disco importado. Cuando floreció la fiesta callejera, Manuel Ramírez no quiso dejar su local de aguacates y lanzarse a la aventura de la música tropical. Observó a la distancia como Raúl López Sonorámico, Enrique Lara Maracaibo, Sonido La Conga, Roberto Herrera Rolas y el sonido África se encumbraban. Aún hoy, éstos y muchos otros grandes sonideros no dudan en reconocer la influencia que tuvo Manuel Ramírez en sus carreras. Hoy los sonidos han dejado las calles. A pesar de que sus mayores exponentes han ganado lugares en festivales como el Vive Latino y Coachella, en Estados Unidos, cada vez se organizan menos fiestas donde las autoridades permitan cerrar avenidas como ocurría todavía hace unas décadas. Toda la música que coleccionó Manuel Ramírez durante su vida es ya un recuerdo tan lejano que no le trae felicidad. A veces se pregunta si es la medicina contra el dolor que toma por su cáncer de próstata la que le ha anestesiado también el alma y le impide sentir la música. No lo sabe, pero sigue esperando a que un día una nueva rumba lo alcance en su cama y lo despierte con el gusto de hace unas décadas.

EMEEQUIS | 17 de agosto de 2015

anuel Ramírez camina, nervioso, entre los 24 anaqueles de su colección de discos. Ese cuarto oscuro de tabique gris le sirve de bodega para los casi 15 mil acetatos que lo han acompañado en su carrera. La luz y el aire entran a chorros por una ventana pero no disipan el olor a humedad ni la sensación de encierro. Con la mirada nublada y las manos temblorosas encuentra lo que busca: un LP de 10 pulgadas. —Esta es la primera canción que escuché cuando era niño y de ahí la música fue una obsesión —anuncia mientras coloca el disco en un viejo tornamesa. Entonces brota el típico y nostálgico sonido del gis, justo antes de los primeros acordes de Baila con ella, de la Sonora Matancera. Antes de que los sonideros sacudieran las calles con sus rituales guapachosos, a principios de los años setenta; antes de La Changa o el Sonido Fascinación, Manuel Ramírez ya hacía sonar discos en bocinas improvisadas y compartía sus conocimientos sobre danzón y cumbia con los que hoy son figuras del movimiento popular. Este hombre encorvado de 81 años fue uno de los primeros sonideros del DF. Sin embargo, la historia le ha destinado apenas un pequeño círculo de seguidores en su pueblo natal de la Candelaria, Coyoacán. Ahí, todavía es conocido como Sonido Ramírez y la gente lo ha coronado como el patriarca del sazón en las fiestas patronales. Con la voz fatigada, Manuel Ramírez recuerda que en 1953 comenzó a poner música en el mercado de Tepito. Cobraba 50 centavos. Todavía era temprano para que aparecieran los que después se adjudicarían el título de pioneros, como Sonido La Socia y la dinastía de los hermanos Perea. Cuando ninguno de ellos existía, la fiesta le pertenecía entera a Manuel. Todos los días hacía vibrar farras maratónicas con tocadiscos y su amplificador Radson 850 de bulbos. “Me invitaban a otros estados, querían que me fuese a Puerto Rico y a Colombia. Nunca acepté”, rememora y sacude la mano como si la añoranza le hubiese mordido las yemas de los dedos. Con urgencia, muestra una fotografía que ha guardado durante casi 50 años. Aparece él junto con un muchacho de frente amplia y sonrisa prominente. Es Ramón Rojo, La Changa, muchos años antes de ser proclamado como el rey de reyes. Conserva la imagen como un vago testimonio de su amistad con el hombre más importante del movimiento sonidero; una prueba de aquel tiempo, cuando le enseñó a Ramón la alquimia de los ritmos bailables. Para los estudiosos del fenómeno social, sólo existen dos tipos de sonideros: aquellos que se vuelven mitos de la fiesta y crecen hasta convertirse en monstruos de las

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