Neutralidad Valorativa y Objetividad - Habermas

3. NOTAS PARA UNA DISCUSION (1964): NEUTRALIDAD VALORATIVA Y OBJETIVIDAD* En la disputa sobre la neutralidad valorativa

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3. NOTAS PARA UNA DISCUSION (1964): NEUTRALIDAD VALORATIVA Y OBJETIVIDAD* En la disputa sobre la neutralidad valorativa Max Weber adoptó una posición que inequívocamente atribuye a las ciencias sociales la tarea de engendrar saber técnicamente utilizable. Como todas las cien­ cias empírico-analíticas, también ella debe procurar informaciones que puedan traducirse en recomendaciones técnicas para una elección «ra­ cional con arreglo a fines» de los medios. Los pronósticos condicio­ nados o las explicaciones causales presuponen el conocim iento de re­ gularidades empíricas. Una ciencia social que sea apta para este fin habrá de desarrollar teorías y com probar la validez de hipótesis a fin de encontrar reglas generales fiables del com portam iento social. En la m edida en que el objeto lo exija, el análisis puede venir mediado por una com prensión de la motivación. Pero la meta del conocimien­ to no es la com prensión de los hechos sociales, sino la explicación cau­ sal por medio de nexos legaliformes. En este aspecto Max W eber atri­ buye a la com prensión un status metodológicamente subordinado. De ahí que con toda razón Parsons invoque en su favor a Max Weber a la hora de defender su propio interés cognoscitivo por una teoría general de la acción social. Pero Weber tiene tam bién en mientes otro interés cognoscitivo. P ara el discípulo de Rickert una ciencia de la cultura no puede ago­ tar su interés en la investigación de regularidades empíricas. Sus pre­ guntas se dirigen no sólo al análisis de la condicionalidad de los fenó­ menos culturales, sino tam bién a hacer visible su significado. Desde este punto de vista la deducción y com probación de hipótesis legali­ formes, de las que pueden obtenerse recomendaciones técnicas, que­ dan directam ente devaluadas; se consideran como un trabajo previo, que, como tal, aún no conduce al «conocimiento que buscamos»: «El análisis y exposición ordenadora de la constelación individual, histó­ ricamente dada, de esos «factores» y de su cooperación concreta con­ dicionada p or esa su agrupación y significativa en su especie, y sobre todo el tornar inteligible la razón y el tipo de esa significatividad sería la prim era tarea, a resolver ciertam ente haciendo uso de ese trabajo previo, pero que representa frente a él algo com pletam ente nuevo y * Este trabajo fue una respuesta a la ponencia que con el título de «W ertfreiheit und Objektivität» presentó Parsons en el XV Congreso de Sociología Alemana. (Abril 1964). C fr. O. Stam m er (ed.) M a x Weber u n d die Soziologie heute, T übingen, 1965, pp. 74 ss.).

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autónom o» A quí no es a la com prensión sino a la explicación a lo que se atribuye un status m etodológicam ente subordinado. Mi pri­ m era pregunta al señor Parsons es, pues, la siguiente: ¿no apunta el interés cognoscitivo de Max Weber, allende la generación de saber téc­ nicamente utilizable, tam bién a la elucidación del significado de los procesos sociales? Las tres otras preguntas que voy a hacerle tienen p o r objeto aclarar esta prim era. Se refieren al sentido metodológico de las tres categorías que el señor Parsons subraya con toda razón: com prensión, referencia a los valores y neutralidad valorativa. Comprensión. Max W eber distingue entre la com prensión motivacional del sentido que subjetivam ente el agente atribuye a su ac­ ción y una interpretación valorativa que se refiere al significado obje­ tivado en valores culturales. T anto los textos particulares com o las épocas enteras tienen en este sentido «significado». Mas esta inter­ pretación valorativa no aprehende ningún nexo real, sino las relacio­ nes ideales inherentes al objeto cultural valorado. Revela en ellas las superficies de ataque de valoraciones objetivam ente posibles y descu­ bre las relaciones valorativas concretas a que un objeto histórico de­ be su sentido individual. Esta tarea M ax W eber puede dejarla a las ciencias histórico-filológicas, pues la sociología encuentra acceso a los hechos sociales por otro camino. Procede interpretando el sentido que subjetivamente los agentes atribuyen a su acción, para elucidar así los motivos de la acción. P ara ello da preferencia a las acciones hipotéti­ camente «racionales con arreglo a fines», que se orientan por máxi­ mas comportamentales puras. Una ciencia social estricta que «entiende por vía de interpretación la acción social para explicarla así causal­ mente en su desarrollo»2 procede, por tanto, en términos normadvoanalíticos, como muestra el caso de la teoría económica matem ática. Pero si, como hace Parsons, se entiende la sociología com o una ciencia em/>/nco-analítica en sentido estricto, los roles sociales ya no coinciden con el sentido que los agentes subjetivam ente atribuyen a su propia acción y que puede reconstruirse en forma de máximas pu­ ras. Estructuras valorativas y tram as de motivación se separan. La com prensión de la motivación no puede abrirnos acceso a aquellas estructuras valorativas. Acceso a hechos sociales de este tipo sólo puede procurárnoslo una comprensión hermenéutica en form a de interpre­ tación valorativa; mas siendo ello así, las ciencias sociales se enfren­ tan con una problemática de la «com prensión», que nos ha sido lega­ da por el historicismo. Parsons elimina esta problem ática postulando un universalismo de los valores: los contenidos semánticos objetiva­ 1 Gesammelte A ufsätze zur Wissenschaftslehre, Tübingen, 1951 (citado en adelante con las siglas W. L.). 2 Grundriss der Sozialökonom ik, III. Abteilung; W irtschaft u n d Gesellschaft, pri­ mer tom o, Tübingen, 1925, p. 1.

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dos en los sistemas de valores estarían com puestos de ingredientes valorativos elementales que valdrían p o r igual p a ra todas las culturas y épocas. Mi segunda pregunta al señor P arsons es, pues, la siguien­ te: ¿conduce una sociología com prensiva, allende la com prensión de la m otivación, a la dim ensión de u n a apropiación herm enéutica de contenidos sem ánticos transm itidos, para la que M ax W eber había previsto algo así com o una interpretación valorativa? Referencia a valores. Rickert había intentado con ayuda de este concepto establecer una separación entre la cultura com o objeto de las ciencias histórico-interpretativas y el concepto de naturaleza. Mas con ese objeto el historiador no puede com unicar a simple vista; para com unicar con él no tiene más rem edio que introducirlo en las refe­ rencias valorativas en que está inserta su propia situación cultural. También es presente a Max W eber el sentido transcendental de esta categoría; no se refiere en prim era línea a la elección de problem as científicos, sino a la constitución de objetos posibles del conocim ien­ to propio de las ciencias de la cultura. Pues de otro m odo no sería posible fundar en esa categoría una distinción entre ciencias de la na­ turaleza y ciencias de la cultura. Parsons, que en lo que respecta a la sociología rechaza esta distin­ ción, entiende la relación m etodológica del investigador social con los valores simplemente como un com prom iso con el sistem a de valores de la ciencia. Este im pone una separación estricta entre el papel de investigador y el papel de miembro de una determ inada sociedad. Los valores específicos de la cultura del investigador pueden guiar a lo sumo a éste en la elección de los problem as, pero no en su elabora­ ción m etódica. Pero es m anifiesto que, según la concepción de Max W eber, la referencia a los valores penetra con m ucha m ás profundi­ dad en la m etodología de las ciencias de la cultura. En las ciencias de la naturaleza los puntos de vista teóricos que guían la investiga­ ción están som etidos por su parte al control que representan los re­ sultados de la investigación: o resultan heurísticam ente fecundos o en nada proveen a la deducción de hipótesis que nos resulten útiles. En cambio, en las ciencias de la cultura las referencias valorativas m eto­ dológicamente rectoras permanecen transcendentes a la investigación como tal: no pueden ser corregidas por el resultado de una investiga­ ción. C uando la luz que las ideas valorativas arrojan sobre los gran­ des problem as culturales, se m uda, entonces tam bién las ciencias de la cultura se aprestan a cam biar de punto de vista y a m udar de ap a­ rato conceptual, atraídas «por esas estrellas que son las únicas capa­ ces de dar sentido y dirección a su trabajo» (W. L. 214). A esta cons­ titutiva referencia a los valores debe la sociología el poder poner su conocim iento causal-analítico de regularidades empíricas al servicio de un interés cognoscitivo más vasto: «Querem os entender en su pe­ culiaridad la realidad de la vida que nos rodea, en la que estamos in­

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sertos, —la significación cultural de sus distintos fenómenos, por un lado, y las razones de su haber devenido históricam ente así— y no de otra m anera, por otro» (W. L. 170 s.). El propio Max Weber se dejó guiar en sus investigaciones históricosociológicas por una idea que fue determ inante para sus construccio­ nes conceptuales y para la estructuración de sus teorías: por la idea de racionalización de todos los ám bitos de la vida social. Con frecuen­ cia se ha subrayado que los tipos ideales relativos a las form as de do­ minación, a las ordenaciones del comercio jurídico y económico, a la estructuración de las ciudades y a las formas de educación, Weber siempre los form a y organiza en concordancia con la secreta filosofía de la historia desde cuyo ángulo de m ira interpreta la evolución social global. Ello explica tam bién la posición central que, com o ha subra­ yado Parsons, ocupa en W eber la sociología del derecho, que desa­ rrolla sobre todo el concepto de derecho form al: un sistema de nor­ mas generales y abstractas establece una m ediación entre el intercam ­ bio económico «racional con arreglo a fines» de los poseedores pri­ vados de mercancías y el ejercicio burocrático del poder representado p or el «instituto» racional del Estado. Incluso la preferencia m etodo­ lógica que ante todo por razones lógicas W eber otorga al tipo de ac­ ción que es la racional con arreglo a fines, sólo tiene perspectivas de posibilitar, allende los fines norm ativo-analíticos a que sirve, hipóte­ sis llenas de contenido em pírico, si en efecto se im pone esa tendencia a una racionalización general. Mi tercera pregunta al señor Parsons es por tanto: la inevitable referencia a los valores en las ciencias sociales, ¿alcanza, en lo que a m etodología respecta, sólo a la elección de los problem as o ejerce tam bién su influencia sobre el desarrollo de la teoría com o tal? N eutralidad valorativa. A un partiendo de que en las ciencias so­ ciales los fundam entos de la teoría dependen de interpretaciones ge­ nerales sin que éstas por su parte puedan refutarse conform e a crite­ rios inm anentes a u na ciencia experim ental —aun en ese caso pueden hacerse explícitas tales presuposiciones— . A eso se refiere el postula­ do de la neutralidad valorativa. Las referencias valorativas son m eto­ dológicam ente inevitables y sin em bargo no vinculantes objetivam en­ te. Estam os, pues, obligados a hacer explícita la dependencia de nues­ tros enunciados descriptivos respecto de nuestros presupuestos de con­ tenido norm ativo. M ax W eber explica en particular el sentido m eto­ dológico de la neutralidad valorativa por referencia a la utilización del saber em pírico-analítico en técnicas sociales. El conocim iento de regularidades empíricas de la acción social se presta a recom endacio­ nes técnicas para una elección «racional con arreglo a fines» de los medios, suponiéndose dados esos fines. El postulado de la neutrali­ dad valorativa, cuando se ve desde esta perspectiva de teoría de la cien­ cia, resulta una perogrullada. Pues es claro que lo que da motivo a

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la discusión es la intención que en punto a política de la ciencia Max W eber vinculaba a ese postulado. Lo utilizó para restringir las cien­ cias sociales a un interés cognoscitivo que se contenta con la genera­ ción de saber técnicamente utilizable. La afirmación m etateórica de que ese saber ha de tener exclusivamente un contenido descriptivo, apenas si merece discusión. Pero la exigencia positivista de que en ello ha de agotarse la tarea de la sociología, ha provocado dudas y protes­ tas. Aquí me voy a limitar a la cuestión de cómo explicar en el propio W eber esa exigencia concerniente a política de la ciencia, que contra­ dice no solamente a su propio tipo de estudios, sino tam bién a su rei­ teradam ente declarada intención hermenéutica: clarificar el significa­ do cultural de determ inados nexos históricos para hacer comprensi­ ble a partir de ellos la situación social de la actualidad. A mí me parece que no podem os establecer una separación entre la m etodología de Max Weber y su interpretación general de las ten­ dencias evolutivas determinantes de la actualidad. En este aspecto po­ demos aprender de la vieja investigación sobre W eber, de los traba­ jos de Lowith, Landshut y F reyer3. Weber tom ó com o hilo conduc­ to r de su análisis la reorganización racional de la vida, que progresi­ vamente iba enseñoreándose de todo: el orden económico capitalista, el tráfico jurídico form alizado y el régimen de dom inación burocráti­ ca constituyen las estructuras de una sociedad cuyos ám bitos, institu­ cionalmente autonom izados, confieren a la acción social una estruc­ tu ra uniform e. Usted sabe cómo enjuició Weber el «férreo estuche» de este «m undo de la vida» racionalizado. Precisamente la form a de organización que tiene por objeto asegurar la «racionalidad con arre­ glo a fines» de la acción, es decir, una utilización óptim a de los me­ dios para fines fijados autónom am ente, acaba incluso incautándose de la autonom ía de esos fines individuales. Las irracionalidades de la racionalización se recapitulan para Weber en el modelo de la burocratización. El exclusivo dominio de ideales burocráticos de vida con­ duciría a la parcelación del a lm a 4, al especialista sin espíritu y al gozador sin co razó n 5. Weber evoca la visión de un estuche de servi­ dum bre, «al que tal vez algún día los hombres se verán obligados a adaptarse, como los campesinos en el viejo estado egipcio»6, para pasar después a form ular el problem a de cultura que afecta a nuestra actualidad, en los siguientes términos: «¿Cóm o puede ser todavía po­ sible en vista del abrum ador em puje de esta tendencia a la burocrati-

3 K. L ö w it h , «M ax W eber und Karl M arx», en: Ges. A bhandlungen, S tuttgart, 1960, pp. 1 ss. —S. L a n d sh u t , K ritik der Soziologie, Leipzig, 1928. — H ans F r ey er , Soziologie als W irklichkeitswissenschaft, Berlin, 1930. .., 4 Gesammelte A u fsä tze zu r Soziologie u n d Sozialpolitik, T übingen, 1924, p. 414. 5 Gesammelte A u fsä tze z u r Religionssoziologie, tom o I, T übingen, 1920, p; 204. 6 Gesammelte politische Schriften, T übingen, 1958, p. 320.

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zación, salvar cualquier resto de una libertad de m ovimiento, que en algún sentido pueda calificarse aún de individualista?» (ibid. p. 321). La respuesta filosófica de W eber es: autoafirm ación decisionista en medio de un m undo racionalizado; y su respuesta política: espacio para líderes con voluntad fuerte e instinto de poder —para el político fuer­ te que se sirve de form a autoritaria y a la vez racional de los funcio­ narios, y para el empresario privado que hace otro tanto con su empresa. El «caudillo con m áquina» es, pues, el papel social en que la so­ ciedad parcialmente racionalizada parece perm itir una «racionalidad con arreglo a fines» subjetiva, sin necesidad de pagar el precio de una heteronom ía de esos fines. Pues bien, es en este m arco donde hay que entender el postulado de la neutralidad valorativa, cuyo lado más in­ teresante es, como he dicho, el concerniente a política de la ciencia. Las ciencias experimentales son parte am bigua de ese proceso general de racionalización. H an desencantado el m undo, han quitado a los valores y norm as orientadoras de la acción su pretensión de validez objetiva. En este aspecto son ellas las que empiezan creando el espa­ cio para una decisión individual entre creencias últimas subjetivizadas. Pero por otro, siguen, al igual que la burocracia, la tendencia a volver a usurpar el espacio de decisión que ellas mismas em pezaron otorgando. Es menester por tanto limitarlas tam bién a ellas a tareas auxiliares de tipo técnico. En la medida en que el postulado de la neu­ tralidad valorativa tiene por objeto fijar restrictivamente el ám bito de la ciencia lim itándolo a la tarea de generar saber técnicamente utilizable, es análogo a la exigencia política conform e a la cual la au to ri­ dad del práctico que tom a las decisiones ha de quedar a resguardo de toda usurpación de competencias por parte del especialista. Pero no deja de ser paradójico que, com o hemos visto, esta reco­ m endación de un concepto restrictivo de ciencia descanse en una in­ terpretación de evoluciones sociales globales, que, si ha de ser válida, presupone un concepto de sociología más ambicioso. Max W eber no se m antuvo en su propio trabajo dentro de los límites trazados por el positivismo. Sin embargo, coincidiendo en esto con el neokantism o, era lo suficientemente positivista com o para prohibirse reflexio­ nar acerca de la conexión de sus reglas y puntos de vista m etodológi­ cos con los resultados de su análisis de la sociedad. Mi cuarta pregunta al señor Parsons es, pues: ¿H asta qué punto las decisiones metodológicas que resultan vinculantes para los proce­ dimientos empírico-analíticos en ciencias sociales, pueden discutirse a su vez en conexión con los procesos sociales? En relación con lo mismo, quisiera hacer una últim a pregunta di­ rigida al ponente que me ha precedido en el uso de la palabra, al se­ ñor Albert. Albert recalca que una ciencia social que opera en térm i­ nos valorativamente neutrales no sólo nos sum inistra conocim ientos

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sobre regularidades empíricas, sino que tam bién puede emplearse para fines críticos. No cabe duda de que los sistemas de valores vi­ gentes pueden som eterse a examen desde un punto de vista lógico y, en una situación dada, tam bién desde un punto de vista tecnológico. Pero, ¿esa función norm ativa de la ciencia, aquí de su empleo dirigi­ do a ejercer una crítica social, dónde tiene su origen: en la voluntad individual del investigador, en una tradición crítica, como piensa Popper, fiablem ente asim ilada, o tal vez en intereses no transidos por la reflexión? Sea com o fuere nos veremos siempre en la necesidad de dar también razón acerca de tales principios y decisiones metodológicas. Como sociólogos no debiéram os retroceder ante la posibilidad de s o - " meter por su parte a examen, en conexión con los procesos sociales analizados, esos principios y decisiones m ediante los que se fijan las reglas de análisis. Ciertam ente que enunciados de este tipo ya no pue- < den obtenerse dentro de los límites de una ciencia experimental estric­ ta. P o r tanto, no cabe rem itir a la sociología del conocim iento ese ne­ gocio de crítica ideológica de la m etodología de la sociología, los re­ sultados del cual han de acabar repercutiendo sobre ésta. Perm ítanm e finalmente una últim a observación relativa a historia de la cultura. El señor Parsons apela a W eber para insistir en una evo­ lución que habría conducido al fin de las ideologías. W eber habría roto el dilem a del historicismo, el utilitarism o y el marxismo, y nos habría conducido a un cam po de discusión libre, allende los frentes de la guerra civil europea. Envidia me producen mis colegas am erica­ nos por hallarse en tradiciones políticas que permiten una recepción tan generosa, liberal en el m ejor sentido del térm ino, de la obra de W eber7. ¡C uánto nos gustaría poderlos seguir aquí en Alem ania, en donde anclamos todavía a la búsqueda de coartadas! Pero la sociolo­ gía política de W eber tuvo en nuestro suelo otra historia: en el perío­ do de la prim era guerra mundial W eber proyectó la imagen de una democracia cesarista de caudillos, y ello sobre la base, coetánea suya, de un imperialismo nacionalista8. Este militante liberalismo tardío tuvo en el período de Weimar consecuencias que no hemos de im pu­ tar a Weber sino a nosotros cuando aquí y ahora volvemos a ocupar­ nos de la obra de Weber: nosotros no podemos pasar por alto que Cari Schmitt fue un legítimo discípulo de Max W eber9. Consideran­ do la cosa desde los efectos que aquí tuvo, el elemento dccisionista de la sociología de Weber no rom pió, sino que robusteció, el hechizo ideológico.

7 R . B e n d ix , M ax W e b e r— A n Irttellectual Portrait, New York, 1960. s Cl'r. W. J. M o m m s e n , M ax Weber uncí die deutsche Politik, Tübingen, 1959.

9 Haciendo mía la propuesta de un amigo que escuchó esta form ulación, conside­ ro más adecuada una form ulación distinta, aunque, esa sí, dejándola en toda su am bi­ valencia: Cari Schm itt fue un «hijo natural» de Max W eber.