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i Critica Historia dé! mundo moderno ■ . 'ttP ' :Crítica n conocimiento adecuado de la historiare la industrializaci

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Critica

Historia dé! mundo moderno ■ .

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:Crítica n conocimiento adecuado de la historiare la industrialización no puede limitarse a considerar los cambios en la toeoologia, el capital o los mercados. Desdesu mismo.nacimiento., la revolución Industrial británica despertó una gran controversia social y el debate acerca del «niveí de. vida-' —acerca de si sus consecuencias inmediatas fueron positivas o negativas para la pob!ación trabajadora —- sigue hoy vigente, con nueras aportaciones de los investigadores y sin qur se haya llegado a un acuerdo entre ellos. Lo que resuda in dimisi ble. sin embargo, es seguir discutiendo ía historia social de la.indastrialización a partir'dei nivel de los conocimientos de hace veri ticinco anos, como sucede entre riesotros, a) no fmberne vertido a ñuestra lengua la mayor parte de ias investigaciones posteriores. De ahí que hayamos creído no sólo oportuna, sino urgente, la traducción de este libro, consideràdo comò fa mejor y. más coíü-

U

:’pleta síntesis del estado actual de los conocimientos sobre estos problemas, que no rido pone ai dm todo lo reíd ente a las condiclones materiales ; el nivel de vida, la alimentación y el conso­ ino, la vivienda-, ai trabajo —el salario y sus formas, la disciplina, la intensidad y la salud— y a las respuestas obreras - f 1sindicalisrao, la protesta, ios n otines y los tumultos, . e! cartismo, etc. —,, sino que se ocupa de cuestiones a t las que no. se prestaba anteriormente la adecuada i atención, comò la comunidad, la famili’a, .las relaciones afectivas .y sexuales, la educación o el ocio y la fiesta. " El libro de John Zu 3, más.allá -: de su utilidad pam e1 estudiante universitario, ofrece I lector in­ teresado en la fusiona, .«un amrplio y fascinante panorama de las vidas de los hombre: y mujeres corrientes que pasaron por la ex- . parie neia de transformación.so- : cial que denominamos revolución , industrial».

T.of.n Ruh-. fri. 1944) es pr desor de historia en ri Uriversidad de *5 Southampton, .fspeciaìisià en 1:dui:a social inglesa, :cs autor .de The Experierre / Labour />. Eigk sentii Centwx Indù. Ty. (Groom

Lefra, Lord ¡es, 1981), así como de. numerosos artieri os, en revistas espccrilizaudvyeditor de Uridde >he Law (Exeten Unnv.rsity Press,

1983).



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8.

RELACIONES AFECTIVAS Y SEXUALES: LOS SENTIMIENTOS DE LA CLASE OBRERA

La imagen de la familia tradicional rota y corrupta por el trabajo en la fábrica y el entorno de la ciudad fabril suponía no sólo el au­ mento de la inmoralidad sino también el declive del afecto. Algunos historiadores han dado apoyo a la visión de los coetáneos según la cual se apagó el afecto en la familia y se reemplazó por unas relacio­ nes funcionales e incluso brutalizadas, entre marido y esposa y entre padres e hijos. El profesor Stone ha ido tan lejos que ha afirmado: El amor paternal, que fue una de las características del nuevo tipo de familia a medida que se desarrolló en las clases medias, fue difícil de introducir en las primeras experiencias de trabajo indus­ trial. Como Marx y Engels se tomaron el trabajo de documentar, los niños pequeños eran explotados sin compasión en las fábricas y las minas en las primeras fases de la industrialización. Pero eran sus mismos padres los que consentían e incluso fomentaban activamente esta explotación, con el fin de obtener un beneficio temprano de esas bocas, inútiles de otra forma, a las que había que alimentar.

Las investigaciones cuantitativas del profesor Anderson sobre la familia acentúan el aspecto «instrumental» —la expectativa de reci­ procidad a partir del parentesco— como la clave para entender la nueva familia industrial, aunque deja todavía un espacio considera­ ble para el afecto.1

1. L. Stone, The Family, Society and Marriage in England 1500-1800, Pen­ guin, 1979, p. 419; M. Anderson, Family Structure in Nineteenth Century Lancashire> Cambridge University Press,; 1971, cap. 1.

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N oviazgo

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y sexualidad

No se pueden dar respuestas simples a preguntas como las si­ guientes: ¿se enamoraban las clases trabajadoras? o bien, ¿escogían a sus parejas teniendo en cuenta factores materiales al hacerlo; por ejemplo, un buen proveedor por marido o una buena ama de casa y una trabajadora incansable por esposa? Los motivos pueden mez­ clarse y los sentimientos pueden cambiar. El amor puede enfriarse después de un noviazgo apasionado, pero también se puede convertir en un fuerte lazo afectivo después de una unión calculada y fría. Sam Brook, el hijo de un minero que se estaba introduciendo en el mundo de los pequeños menestrales, consignaba en su autobio­ grafía: «Acababa de empezar a convivir con una mujer joven que me parecía que iba a ser una buena ama de casa y esposa de pañero», pero la única referencia adicional dedicada a su esposa es bastante cariñosa: «Fue lo mejor que hice en mi vida, porque tuvi­ mos la fortuna de gozar de salud y vivimos juntos muy felices du­ rante cuarenta y tres años».2 Naturalmente, un hombre serio sería prudente al escoger una esposa, pero incluso después de las consi­ deraciones, el corazón podía todavía anular las decisiones del inte­ lecto. Thomas Hardy sabía que la bella Bathsheba haría que un yeoman renombrado de manera tan unánime como Gabriel Oak dejara de tocar de pies al suelo incluso cuando ella misma le hubiera ex­ puesto las consideraciones que debía tener en cuenta: Soy más culta quetú, y además no te quiero ni una pizca: esta es mi parte en esta cuestión. Veamos ahora la tuya: eres un agricultor que está empezando, y si te casas (cosa en lo cual no deberías pensar ahora mismo), por sentido común deberías hacerlo con una mujer rica que aportase uña explotación agrícola mayor que la que ahora tienes. Gabriel la miró con un poco de sorpresa y mucha admiración. «¡Es lo mismo que he estado pensando yo!», dijo ingenuamente.3

El reciente estudio realizado por el doctor Vincent sobre 142 biografías de trabajadores del siglo xix es, hasta hoy, el intento más 2. The Life and Time o f Sam Brook and some o f the People he has met, ma­ nuscrito en posesión de la familia, 3. Thomas Hardy, Far From the Madding Crowd, 1874.

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sólido de investigar cuestiones relacionadas con los sentimientos, pero el mismo autor reconoce con prontitud las limitaciones de su material. Existen muy pocas autobiografías de mujeres obreras, de modo que la visión del noviazgo que obtenemos está esencialmente centrada en los varones, y los varones que escriben una autobiogra­ fía difícilmente tratan asuntos que consideraban como privados o irrelevantes con respecto al tema de su progreso personal, que es el habitual en este tipo de escritos. Incluso cuando se inclinaban por dar información sobre esta parte de su vida, pocas veces se encon­ traban seguros de dominar el lenguaje de la emoción. Cuando un bracero agrícola escribió: «Estaba tan satisfecho de mi mujer Como [sic] un Gato lo Está de su Leche Fresca», su simplicidad tiene el valor de comunicar el significado real, pero es más habitual que el amor o la aflicción se traten por medio de frases hechas. De todos modos, el doctor Vincent insiste en que, por lo general, sus sujetos se retratan a sí mismos y a sus amigos como «enamorados». Aun­ que esta emoción se tuviese que equilibrar con otras consideraciones y no fuese una condición suficiente, era el factor más importante para conducir a, y determiñar, el resultado del noviazgo. Después de todo, Engels suponía que, debido a la ausencia de consideraciones relativas a la propiedad, bajo el capitalismo el amor sólo era real­ mente posible entre el proletariado. El doctor Vincent llega a la conclusión de que, en última instancia, «la gran mayoría basaba su decisión en el estado de sus afectos, y aprovechaba la oportunidad de sus consecuencias prácticas».4 Dado que la mayor parte de los obreros se casaban entre los 25 y los 30 años, en su mayoría escogían su pareja cuando ya eran in­ dependientes de sus padres. No podemos suponer que los deseos paternos fuesen un condicionante significativo para elegir la pareja destinada al matrimonio, a pesar de que en algunos casos, y particu­ larmente en relación con las hijas, aquéllos pudiesen oponerse con fuerza a los pretendientes. De forma más general, los y las trabaja^ doras hacían su propia elección dentro de un abanico bastante limi­ tado de posibilidades, más estrecho en las comunidades menores que en las que estaban en expansión. Los geógrafos y los historiado­ res han demostrado la elevada probabilidad de que los matrimonios 4. D. Vincent, Bread, Knowledge and Freedom. A Study o f Nineteenth-Cen­ tury Working Class Autobiography, Methuen, 1982, pp. 39-46.

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se hiciesen dentro de la misma parroquia, y Vincent ha comentado que las parejas de novios vivían muy a menudo a una distancia que se podía cubrir a pie. Las chicas que dejaban su pueblo, para ir a servir a cualquier parte, supuestamente ampliaban sus posibilidades de jdección en el matrimonio, pero Flora Thompson ha observado cuántas de, ellas se mantenían en contacto con los pretendientes de su pueblo v finalmente volvían para casarse con ellos. En el pueblo de Lapford, situado en Devon, entre los años 1800 y 1827, el 65 por 100 de los casamientos fueron entre personas de la misma pa­ rroquia, mientras que en Widdicombe-in-the Moor, que estaba en el mismo condado (y era famoso por una canción que hablaba de la baja proporción de habitantes comparada con la de caballos), la ci­ fra correspondiente a los años 1813-1829 fue del 77 por 100. La de Melboum, que estaba en el Cambridgeshire, entre 1780 y 1837 fue del 73,3 por 100. Seguramente un elevado porcentaje de los restan­ tes procedía de las parroquias adyacentes o cercanas.5 Esta tendencia se veía reforzada por un fuerte sentimiento de comunidad, sustentado por las sanciones tradicionales, que no sólo existía en los pueblos pequeños, sino también en los distritos de co­ munidades mayores. En. Cornualles. los mineros jóvenes que inten­ taban hacer la corte a las doncellas de otras parroquias mineras co­ rrían el riesgo de ser cogidos por los mozos del pueblo y sacados a lo bruto de la parroquia dentro de una carretilla. Las comunidades pesquera y minera de St. Ivés —«Üp-a-long» y «Down-a-long»— desaprobaban los casamientos entre ellas, exactamente igual como hacían sus equivalentes de South Shields. En el municipio tejedor de Pudsey, situado en el Yorkshire, durante las décadas de 1820 y 1830, dado que todos se conocían unos a otros no era necesario in­ vestigar mucho para escoger una esposa: «Por tanto, en esta zona el noviazgo no consiste tanto en conocerse mutuamente como en man­ tener relación es como compañeros». De todos modos, la elección no se hacía dentro de los límites de toda la ciudad como conjunto, sino de los del distrito, «up-town» o «down-town»: 5. Ib id., p. 48; Flora Thompson, Larkrise to Candleford, 1939, Penguin, 1973, p. 166. Lös datos correspondientes a las dos parroquias del Devonshire me los han proporcionado estudiantes que están trabajando en registros de parroquias impresos. Para Melboum, véase D. R, Mills, Aspects o f Marriage: an example o f Applied Historical Studies, Open University Social Science Publications, 1980, p. 9.

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Si un hombre se desplaza de una zona de la población a la otra para conquistar a una chica y convertirla en su esposa, los hombres ^ jóvenes de allí le consideran como un intruso y como un cazador fur¡ tivo en su coto, y a menudo le tratan mal. Muchos abandonan áesesI perados después de haber sido enlodados y haber sufrido muchos daños físicos.6

Algunas veces el cortejo podía haberse iniciado con uno de esos momentos deslumbrantes que se conocen como «amor a primera vista» (o incluso «situación») pero más a menudo se entraba en él sin apenas percibirlo. Tanto en los pueblos como en la ciudad había un cierto modelo y ritmo de cortejo. Existía un elemento estacional; al haber pocas oportunidades de intimidad dentro de las casas, se debían tener en cuenta la frialdad del aire* y la humedad de la hierba. El hecho de que los contemporáneos condenasen en térmi­ nos tan rotundos las fábricas y las minas por la promiscuidad entre hombres y mujeres que en ellos se daba nos indica que tradicional­ mente los hombres y las mujeres que no eran familiares no trabaja­ ban juntos; idea reforzada además por las críticas al gang system agrícola cuando se empezó a extender en los años de mediados del siglo xix. La.época .de la cosecha, que lleyaba asociadas alegres di­ versiones, era una excepción proverbial: Las parejas de amantes que han poblado la aldea contigua se han formado aquí entre la cosecha y el transporte. Bajo el seto que sepa­ raba el campo de una plantación distante, las muchachas se entrega­ ron a amantes que no las volverían a mirar a la cara la cosecha si| guíente; y en este viejo trigal más de un hombre hizo promesas de | amor a una mujer, ante cuya expresión se ha estremecido por la cerJ cania de la siembra después de cumplirlas en la iglesia contigua.7

La cosecha representaba mucho más que una simple ocasión a lo largo del año en la que ambos sexos trabajaban juntos en los campos. Era un acontecimiento festivo del calendario rural, pero sólo una deJLas numerosas ocasiones reconocidas que sejes presentaban alas mujeres y ios hombres jóvenes para encontrarse. Tanto los ca­ 6. Joseph Lawson, Progress in Pudsey, 1887, reedición en Caliban Books, 1978, pp. 29-30. 7. Thomas Hardy, Jude the óbscure, 1895.

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lendarios urbanos como los rurales las permitían: los días de ban­ quetes y de ferias, las veladas y los jolgorios, los paseos de trabajo e incluso el abanico de actividades conectadas con la iglesia (las «fies­ tas del Amor» no se deberían tomar por supuesto como una des­ cripción literal). El doctor Malcolmson ha observado que los parti­ cipantes más activos en las ocasiones festivas eran las personas jóvenes de alrededor de 20 años. «Aquí se encuentran los jóvenes del pueblo inclinados al placer», escribió un poeta acerca de una pe­ queña feria de la década de 1850 que se celebraba en Cambridge, y desde luego las personas jóvenes predominaban en las ferias de con­ tratación. Como subraya Malcolmson, las razones más importantes por las cuales los jóvenes participaban en los eventos recreativos era que servían como encuentros sexuales y de cortejo. A principios del siglo xix se decía que la fiesta de Pudsey era una gran ocasión para encontrar pareja. Los jóvenes, si tenían talento, podían aprovechar la ocasión para lucirse: En todas las veladas mostraba sus ágiles proezas Cuando en la pista le rodeaban de rústicas aclamaciones Aumentaba los placeres de la damisela con sus conquistas O cuando la porra amenaza su cabeza El peligro que corre oprime el pecho de todas las doncellas.8

La opinión de los coetáneos era que en las ferias, los festines y las veladas, y en. particular en las celebraciones del Primero de Mayo, había en conjunto demasiadas cosas impropias. El anticuario John Brand opinaba que las veladas que se celebraban en los pue­ blos y las ciudades del norte «a veces demostraban ser fatídicas para la moral de nuestros mozos, y para la inocencia de nuestras rústicas doncellas». En la descripción de una feria de contratación realizada en Somerset en 1805 se hacía el siguiente comentario: «Muchas de las doncellas, lecheras e incluso gordas cocineras y mugrientas fre­ gonas que acuden a la feria reciben unos saludos tan educados de sus enamorados pretendientes, que esta feria da lugar a numerosos 8. R. W. Malcolmson, Popular Recreations in English Society 1700-1850, Cambridge University Press, 1973, pp. 53-55. («In ev’ry Wake his nimble Feats were shówn / When in the Ring the Rustic Routs he threw / The Damsel’s pleasures with his Conquest grew / Or when aslant the Cudgel threats his Head / His danger smites the Breast of ev’ry Maid.»)

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asuntos para los jueces de la zona y para sus clérigos, funcionarios de parroquias y comadronas, de numerosas millas a la redonda». Dennis Mills, que ha estudiado los registros de las parroquias, ha se­ ñalado la existencia de una relación entre la distribución de las fies­ tas en el pueblo de Melboum, situado en el Cambridgeshire, y la estacionalidad de los casamientos y los bautizos, con un destacado «máximo» de casamientos en octubre que sugiere la importancia de la fiesta del mes de julio para los asuntos amorosos del verano. Los efectos de aquélla se manifestaban en otoño para una parte del 40 por 100 de novias que llegaban embarazadas al casamiento. Los jue­ gos tradicionales, como el «Beso en el Corro» formaban parte de los procedimientos rituales del cortejo. Un viejo alfarero recordaba lo mucho que se practicaban estos juegos en las veladas de su juven­ tud, cuando los obreros de la alfarería hacían su excursión anual a Trentham Park: En ninguna zona verde de Inglaterra se han formado tantos co­ rros para besarse como en Trentham Park ... Sí, esos jóvenes, sin proponérselo, se besaban unos a otros durante el noviazgo y el ma­ trimonio, y el vínculo que ensanchaba y alegraba muchos círculos domésticos se había formado por primera vez en un corro para be­ sarse bajo los árboles de Trentham Park. Para lo bueno y para lo malo se hacía así, y esperemos que en la sencillez de aquellos días fuese sobre todo para lo bueno.9 En el mundo más amplio e impersonal de Londres, los criados jóvenes y los dependientes de las tiendas, alejados de los calendarios de cortejo de sus hogares rurales, parecen habérselas ingeniado para realizar estos juegos de forma regular, en los lugares idóneos con los climas adecuados. Lionel Munby describía como se había incor­ porado a uno de ellos en 1861, cerca del Crystal Palace. Entre las criadas y las dependientes que jugaban, se fijó especialmente en una rolliza criada de Islington, que jugaba con «gran energía y aban­ dono»: Era la satisfacción, sensual y rudimentaria, de un deseo medio inconsciente y largamente reprimido, de sentirse libre, de la soledad 9. Ibid., pp. 77-78; Mills, Aspects o f Marriage, p. 16; Charles Shaw, When I Was a Child, 1903, reeditado en Caliban, 1977, p. 201.

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de su cocina donde no se permitía la entrada a los admiradores, en un círculo de hombres jóvenes dispuestos a besar ilimitadamente.

ALconsiderar„.este juego, que era esencialmente un juego, din? gjdo al casamiento, como la última reliquia de la «sana diversión al nimiento de la pureza de las inglesas trabajadoras, perdía su signifi­ cado. Cuando eran niños los que jugaban, posiblemente tenía una «simplicidad rústica», pero cuando jugaban criadas y criados jóve­ nes maduros desde el punto de vista sexual, estaba cargado de ma­ tices emocionales, y era por supuesto una forma tosca y fácil de acceder al matrimonio.10 ¿Es posible que un hombre decidiese que había llegado el mo­ mento de «enamorarse» y esperase a alguien dispuesta a corresponderle? Verdaderamente la educación de las mujeres y sus expectati­ vas las condicionaban a no dejar escapar muchas oportunidades antes de ligarse a un hombre que ganase el pan. Lucy Luck, una po„bre niña de un asilo del Hertfordshire, tuvo distintos empleos a me­ diados del siglo xix incluyendo uno del que tuvo que huir para evi­ tar los intentos de su patrono para «arruinarla». Acabó trabajando para una pareja de obreros a domicilio que trabajaban en el tren­ zado de la paja. Un joven que les visitaba regularmente la asediaba, pero ella no tenía ningún afecto por él. Su patrono le aconsejó: «Hija mía, tienes poca voluntad; será un buen marido para ti y nunca te pegará. No hagas caso de lo que digan Sara ni su madre, ten voluntad». Ella empezó a pensar un poco mejor acerca de la vo­ luntad y finalmente se casó con él. Sin embargo, las autobiografías son más reveladoras al mostrar una perspectiva descaradamente masculina del noviazgo y el matrimonio. Un obrero no cualificado había recibido, siendo menor de 20 años, el siguiente consejo de su patrono: «Si alguna vez escoges a una mujer joven, busca una que tenga el pelo estirado sobre la cabeza, porque seguro que tendrá buen carácter y seguro que solicitarás una chica pobre y servicial». Cuando se hizo mayor «mantuvo relaciones» con varias mujeres jó­ venes, pero cuando decidió que había llegado el momento de ca­ sarse, advirtió a una joven que vivía enfrente de su alojamiento, y con la que nunca había hablado: 10.

D. Hudson, Munby. Man o f Two Worlds, Abacus, 1974, pp. 103-104.

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Solía decirle a mi joven patrona: —Esta es la muchacha con la que me casaré, si es que algún día tengo esposa; tiene un cabello tan bonito y estirado. —¿Por qué?, mi pelo también sería bonito y estirado si yo qui­ siera, Bill —dice mi joven patrona. —Ah, pero tú tienes mal carácter —digo yo—. No quiero saber nada contigo.

Habló una sola vez con la muchacha: «“¿Has salido a dar un pa­ seo, mujer?” —le digo. “Sí”, me responde, y esto fue todo lo que nos dijimos». Se fue y ahorró 4 libras y 15 chelines (4 £, 75 p.), «con el propósito de casarme, aunque ni siquiera se lo había pre­ guntado. [Al volver] fue a pasear con ella» durante cinco semanas antes de decidir que se casarían el día de la feria siguiente.11 Samuel Bamford, el tejedor radical, deja constancia de las eta­ pas en su relación con las mujeres que precedieron a su matrimonio, celebrado en 1810. Describe cómo pasó por una etapa emocional de «amor juvenil», atravesó otra de carácter sexual hasta que llegó el momento en que decidió casarse: Apenas recuerdo un período de mi vida en el que la relación con las mujeres no me fuese muy agradable. Sin embargo, me estaba acercando a aquella edad en que este gusto de tipo general se iba a convertir en algo más individualizado, y en que entre la masa que siempre contemplé con ternura, encontraría a alguna por la cual no podría ocultar un sentimiento todavía más cálido; y en lugar de re­ primirlos o controlarlos ... me abandoné a las deliciosas efusiones del corazón de los sentimientos románticos, inclinado con un respeto si­ lencioso pero fervoroso ante la hermosura femenina, y pasé a estar ligado, en cuerpo y alma —profundamente callado, sin embargo ex­ cepto por las visiones y las miradas— a más de una, sucesivamente, de las jóvenes bellezas que conocía...

Recordaba a la «hija del minero del carbón, la de los ojos oscu­ ros» que asistía a su escuela dominical, y a la alta chica rubia «toda ruborizada, y salvaje como una corza», con la que mutuamente se sonrojaban reconociendo un «sentimiento demasiado delicado para1 11. Estos relatos están sacados de autobiografías, reeditadas en J. Bumett, ed., Useful Toil Autobiographies o f Working Peoplefrom the 1820s to the Nineteen Twenties, Alien Lañe, 1974, pp. 72, 74-75, 57, 61.

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expresarlo con palabras». Siguieron «encontrándose y sonrojándose y mirándose». De esta etapa pasó a otra de tárjetas de san Valentín, cartas de amor y juegos de besos. (Otro joven obrero criado en Cornualles explica que debido a su habilidad para escribir «tolerable­ mente bien» recibía presiones a fin de que escribiera cartas de amor para «muchos vecinos jóvenes».) Después de ver frustrado su cor­ tejo de una chica cuya madre le consideraba poco, Bamford se picó y decidió convertirse en «uno de los muchachos»: En mi relación con el bello sexo, hasta ahora las emociones del corazón habían sido mi única oferta, y en aquel momento se me ocu­ rrió por primera vez la indigna conjetura de que había hecho un ofrecimiento demasiado puro ... Descubrí que esta idea era la opi­ nión inveterada de algunos de mis conocidos más experimentados ... De modo que me convertí en un joven libre y despreocupado ... mis relaciones fueron más promiscuas; mi conversación menos modesta; y mi comportamiento menos reservado. Mis pensamientos irreveren­ tes se entrometieron tanto si estaba en la iglesia como en el templo, y esos sitios se convirtieron en meros lugares de cita.

Durante este período no sólo tuvo relación con prostitutas, sino que se volvió «dócil ante las autoridades de la parroquia a causa de ciertos gastos», y como orden de afiliación estuvo todavía pagando 5 s. (25 p.) a la semana durante seis años después de su casamiento. Después de un tiempo volvió a encontrar un amor de larga dura­ ción, su «querida Mimi», en las veladas de Middleton y resolvió que había llegado el momento de cambiar sus costumbres: «Decidí ca­ sarme. Esta vez tenía más probabilidades de realizarlo sin mucha di­ ficultad, puesto que había realizado el cortejo debidamente, y hacía ya mucho tiempo que la bella a la que yo pretendía no tenía otra re­ lación con expectativas excepto la que yo le proponía». También para Mimi se cumplieron las expectativas, porque desde luego Sa­ muel había «realizado debidamente» su cortejo. El día después de la boda su esposa puso ante su vista por primera vez «un dulce niño, justo en la edad de empezar a enterarse de las cosas». «Que Dios te bendiga, querido bebé, aunque mi llegada haya sido tardía», pro­ clamó el orgulloso padre. Pero sus expresiones resueltas acerca de que «un mundo orgulloso y desdeñoso» mostrando su desprecio no debía arruinar la vida de su esposa y su reconocimiento hacia ella, y de que «la falta fue mía y debe ser el esfuerzo de mi vida el repa­

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rada», parecen más dirigidas al que leyese posteriormente su auto­ biografía, que indicadoras de cualquier gran disparidad moral entre su situación y lo que era normal en su comunidad. Bamford era un tejedor del Lancashire y la investigación en los registros de la comu­ nidad de Culcheth han revelado una proporción de ilegitimidad bas­ tante superior al 25 por 100 en la década de 1840 y también que durante la primera mitad del siglo xix aproximadamente el 90 por 100 de los primeros nacimientos eran concebidos fuera del matri­ monio y dos tercios de ellos eran ilegítimos.12 Incluso Gaskell, en su desenfrenado ataque, contra la promiscui­ dad de la mano de obra fabril reconocía que la vieja comunidad ru­ ral no conseguía ejercer un control moral suficiente para impedir «la indulgencia del apetito sexual». Las relaciones sexuales anteriores al matrimonio eran, escribió, «casi universales en los distritos agrícola&>>. Muchos de sus contemporáneos hubiesen estado de acuerdo con él. «El vicio de tipo sensual abunda —escribió Harriet Martineau desde Ambleside en 1846—, y ahí está el querido bueno y viejo de Wordsworth hablando para siempre de la inocencia rural y lamentando cualquier relación con las ciudades». Algunas veces, le dijo un párroco rural a un visitante francés en 1828, los campesinos, al oír que una chica se había casado, comentaban: «¡Cómo! ¡Se va a casar y no está preñada?». En los condados del oeste se daba por su­ puesto que las novias de los braceros estarían embarazadas: «Los jóvenes llegan a un acuerdo inequívoco el uno con el otro para co­ habitar de manera ilícita hasta que la mujer se quede embarazada. con la promesa del hombre de “hacer de ella una mujer honrada” tan pronto como esto ocurra».13 El clero tenía poco control sobre estas costumbres. «Está muy ocupado en avergonzar a todas las novias que no son vírgenes —es­ 12. Samuel Bamford, Early Days, 1848-1849, reedición en Cass, 1967, pp. 14-15, 169-178, 215-218, 224, 291, 294. William Lovett, Life and Struggles, edi­ tado por R. H. Tawney, MacGibbon and Key, 1967, p. 17; informe en Local Popu­ laron Studies, 24, 1980, en la tesis doctoral leída en Oxford (1978) de G. Gandy. 13. P. Gaskell, Artisans and Machinery, 1836, reedición en Cass; 1968, p. 20; Harriet Martineau se cita en J. D. Chambers y G. E. Mingay, The Agricultural Revolution, 1750-1880, Batsford, 1966, p. 194; G.D’Eichthal, A French Sociologist Looks at Britain, en W. H. Chaloner, ed., Manchester University Press, 1977, p. 17; P. E. Razzell y R. W. Wainwright, eds. The Victorian Working Class: Selections from Letters to the Morning Chronicle, Cass, 1973, pp. 31-33.

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cribió una señora acerca de un vicario—. Me temo que esta reforma le será muy difícil de realizar y que no se trata de una costumbre nueva, puesto que por lo que yo puedo recordar haber oído en rela­ ción a estas cosas, en Sussex existía esta costumbre al igual que en Cheshire». Algunos grupos, como los mineros de Cbmualles_sejd.es-. tacaban por su inclinación a las relaciones sexuales premátrimoniales. Los testigos que declararon para la investigación de 1842 sobre el trabajo infantil estaban convencidos de que muchísimas mujeres jóvenes se casaban «en una situación en la que el matrimonio era el único medio de salvar su reputación», mientras que algunos capita­ nes de mina pensaban que había más mujeres preñadas en el mo­ mento del matrimonio que mujeres que ño lo estuviesen. La pobla­ ción pescadora tenía la misma inclinación; también se decía en 1810 de sus novias que llegaban «generalmente embarazadas al matrimo­ nio». Una inspección de los registros de la parroquia de Cambóme, situada en el centro del distrito minero (con una población de 4.811 habitantes en 1801), revela que el 45,2 por 100 de los bautismos en­ contrados que seguían a los casamientos realizados entre 1778 y 1797, se celebraban al cabo de ocho meses y medio de matrimo­ nio.14 Una cifra como esta confirma la normalidad de las relaciones se­ xuales antes del casamiento en la comunidad y, dada la tolerancia necesaria para el aborto, el nacimiento a pesar de todo y la «legitimación» que proporcionaba un bautismo retrasado, la probabilidad era que una de cada dos novias de minero estaba embarazada en el momento de la boda. Sin embargo, la investigación de otros regis­ tros de parroquias negarían la concesión de cualquier tipo de parti­ cularidad al respecto para los mineros de Cornualles. Las parroquias que no eran mineras, de Devon y Cornualles, muestran unos niveles similares, y diversos estudiosos que han seguido las investigaciones pioneras del profesor Hair han demostrado que en los siglos xvin, y xix los niveles, d e ,embarazos. én el momento „del casamiento xraiq mucho más elevados que lo que podía indicar su visión a través del espejo distorsionador que interponía la Gran Bretaña victoriana. 14. Citado en P, Hair, ed., Before the Bawdy Court, Elek, 1972, pp. 224225; para los mineros de Cornualles, véase Report o f the Boyal Commission on Employm entof Children, B. P. P., 1842, VI, pp. 832, 806, 759, 841, 848, 850; el aná­ lisis de Cambóme se ha calculado a partir del registro impreso de la parroquia.

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Las investigaciones de Hair señalan que el lapso de ocho meses y medio entre el matrimonio y el bautismo sería, a nivel nacional des­ pués de 1700, de alrededor de un 40 por ÍÓO. Trabajos posteriores parecen indicar que quizás había una tendencia que iba de un tercio en Í800 a más efe un 40 p or 100 en los primeros años del siglo XIX.15

Estos datos indícaiLfirmemente quedosjniveles de.xelaciones se­ xuales prematrimoniales entre las mujeres de las clases más bajas de los pueblos y las pequeñas ciudades, en los siglos xvm y xix, en In­ glaterra, eran bastante más elevados que en 1969 , año en el que se hizo un estudk) muy revSpetadí) sobre las personas casadas de menos de 45 años que indicaba que el 37 por 100 de las mujeres (el 75 por 100 de Jos hombres) habían mantem trimoniales.16 Las responsables de ello podrían haber sido ciertas prácticas de cortejo posibles. Es probable que las relaciones sexuales entre pare­ jas «comprometidas» se convirtiesen en algo habitual cuando habían decidido casarse. Esta es la explicación preferida por los historiado­ res de principios de, la edad moderna que señalan que los registros de los tribunales muestran una aceptación popular del matrimonio considerado como válido desde el momento de los esponsales más que del sacramento. Estas opiniones siguieron existiendo en el siglo xix. Se decía que los mineros «mantenían relaciones» con la chica que hubiesen elegido hasta que tuviesen medios para casarse, o hasta que «las circunstancias de la mujer hiciesen indispensable el matrimonio». Un bracero del West Country consideró que era me­ jor no casarse con su novia inmediatamente, puesto que ella iba a estar sirviendo a menudo y él trabajando en cualquier sitio: «Se en­ contraban de vez en cuando, y de este modo se libraban al menos de las responsabilidades y las obligaciones de mantener una casa, vi­ viendo mejor de sus ingresos independientes que en una casa pro­ pia. Esta costumbre de cohabitar antes del matrimonio es práctica­ mente universal».17 Parece razonable aceptar que la mayor parte de 15. El artículo pionero de P. Hair fue «Bridal pregnaney in rural England in earlier centuries», Population Studies, vol. 20, 1967, pp- 233-243. Véase también Mills, Aspects o f Marriage, pp. 14-18. 16. Citado en Mills, Aspects o f Marriage, p. 14. 17. Razzeü y Wainwright, VíctorianWorking Class, p. 32.

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los embarazos nupciales eran desde luego el resultado de un matri­ monio anticipado entre las dos partes prometidas. De todos modos, debemos hacer algunas matizaciones. Es muy posible que los varones jóvenes, al mantener una relación de tipo sexual, aceptasen la necesidad de casarse si se producía un embarazo, pero que antes de que la. relación tuviese lugar no tuvieran intención tan clara de hacerío. Peter Laslett parece muy inclinado a creer que el embarazo era una consecuencia de los esponsales y no a la inversa. Segura­ mente se producían ambas cosas según los casos y los momentos. Por su parte, es posible que también las muchachas esperasen el ma­ trimonio si se producía un embarazo, sin darlo necesariamente por supuesto si la realidad era otra.18 En Cambóme, en los años 1778-1797, casi el 70 por 100 de las novias preñadas ío estaban de más de tres meses en el momento de la boda, de modo que probablemente sabían cuál era su-situación. Parece probable que si bien la costumbre toleraba la relación de tipo sexual entre las parejas comprometidas, esta práctica durante el cor­ tejo se basase en última instancia en fuertes castigos de la comuni­ dad para los que abandonaban. Como ha señalado la doctora Hcnriques, es perfectamente posible que algunas muchachas intentasen quedar embarazadas para asegurarse su compañero. Podían tener cierta confianza en la fuerza de las expectativas de la comunidad: «La opinión pública de los mineros de aquí sería tan fuertemente contraria a ello [el negarse al matrimonio], que podría hacer que un hombre tuviese que abandonar el vecindario», decía un testimonio cómico, mientras que otro afirmaba que en los cinco años anteriores sólo había tenido noticia de un caso de abandono. La sanción y la costumbre se reforzaban mutuamente y algunas veces también inter­ venía la autoridad en forma de juez, clérigo o funcionario munici­ pal; en especial después de que una A cí de 1732-1733 obligase a hy madre a declarar un padre que o bien tenía que casarse con ella, o al menos debía mantenér al niño: «Junto al altar permanecía de pie la infortunada pareja / A la que las fuertes pasiones y un manda­ miento judicial había traído allí», escribió George Crabbe, En 1828, un párroco rural le dijo a un visitante que cualquier muchacha que se supiese que estaba embarazada tenía obligación, bajo amenaza de 18. T. P. R. Laslett, The World we have Lost, 2.a ed., Methuen, 1968, pp. 135-155, para un tratamiento más completo. 1 0 . - RUM:

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castigo, de dar el nombre del padre «que está obligado a casarse con ella o a dar una pensión para el niño, que de otro modo sería una carga para la parroquia».19 Gaskell, a diferencia de muchos críticos del sistema de fábrica, como era consciente de que la novia embarazada era una caracterís­ tica normal de la vida rural, difícilmente hubiese aceptado al Adam Bede de George Eliot como al típico amante rural, en su enfrenta­ miento con el joven squire, que se había entretenido con los amores de la escogida por su corazón: «¿Y usted la ha besado sin tener nin­ guna intención? Y yo jamás en mi vida la he besado, sino que he es­ tado trabajando duramente durante años para tener derecho a be­ sarla».20 Sus lectores, urbanos y de clase media, habrían reconocido^ al tenaz hombre del. campo enamorado y aceptado la superioridad moral de la sencillez rústica por encima de la promiscuidad, que era el sello atribuido a la Gran Bretaña industrial emergente. Incluso en el caso de que Gaskell aceptase el alcance del matrimonio antici­ pado .en las zonas rurales, éste era, desde su punto de vista, comple­ tamente diferente de la promiscuidad y la decadencia moral exis­ tente entre la población fabril. A menudo ni siquiera se respetaba la castidad dentro del matrimonio, y los empresarios y sus hijos daban rienda suelta a su. lascivia con las empleadas femeninas, quienes a pesar de haber sido «degradadas» se podían casar más tarde con bastante facilidad con los de su clase e incluso seguir manteniendo sus relaciones con sus patronos hasta el matrimonio y después de él.21 También Engels escribió acerca de la jus primae noctis de un patrono «soberano de las personas y las gracias de sus empleadas». Citaba afirmaciones acerca de que las tres cuartas partes de la po­ blación femenina de Manchester que tenía entre 14 y 20 años no era casta. El Morning Chronicle citaba una opinión similar según la cual apenas había alguna cosa parecida a «una chica de la fábrica que fuese casta». Las pobres muchachas no se libraban de ello. Si se señalaba que las estadísticas de nacimientos ilegítimos no funda­

19. U. R. Q. Henriques, «Bastardy and the New Poor Law», Past and Pre­ sent, n.° 37, 1967, p. 106; George Crabb, The Parish Register, 1807, véanse tam­ bién las referencias a los mineros que se han indicado en la nota 14; D ’Eichíhal, French Sociologist, p. 17. 20. George Eliot, Adam Bede, 1859. " 21. Gaskell, Artisans and Machinery, pp. 88-89, 97-99.

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mentaban la imagen de una población fabril promiscua, esto sólo se debía a que las jóvenes eran tan corruptas que hasta sabían evitar las consecuencias de su comportamiento: —¿Quiere usted decir que ciertos libros, que son la vergüenza de la época, están al alcance y han circulado entre las mujeres de las fá­ bricas? - S í. —¿Y atribuye usted la circunstancia de que hayan menos hijos ilegítimos a este escandaloso hecho?

-S í.22 Como señaló el periodista en 1849, los moralistas de la clase media podían confundir fácilmente la franqueza al hablar con la promiscuidad de hecho. Hay constancia de que en Manchester, en 1848, se dieron a conocer 53 casos de bastardía, y de ellos 39 se re­ solvieron de manera amistosa. Dado que las actitudes sexuales de las zonas rurales no eran lo que algunos críticos de las ciudades ha­ bían supuesto, y que pocos datos apoyan sus afirmaciones de pro­ miscuidad general, no es difícil aceptar la conclusión de los Comisa­ rios fabriles de 1833: Con respecto a la moral, opinamos que aunque las afirmaciones y las declaraciones de los distintos testigos... son contradictorias en un grado considerable, sin embargo no hay pruebas que demuestren que el vicio y la inmoralidad predominen más entre estas gentes con­ sideradas como una clase, que entre otras partes de la comunidad de la misma posición social.23

Sin duda alguna los patronos de las fábricas y sus hijos estaban en .situación de explotar a sus empleadas desde el punto de vista se­ xual. Algunos novelistas como Mrs. Gaskell alzaron protestas con­ tra el destino de las chicas de las fábricas cuyas candorosas ilusiones 22. F. Engels, The Condiiion o f the Working Class in England, 1845, Gra­ nada, 1969, p. 177; Razzell y Wamwright, Victorian Working Class, p, 190: citado en E. H. Hunt, British Labour History 1815-1914, Weidenfeld and Nicolson, 1980, p. 36. 23. Razzell y Wainwright, Victoriari Working Class, p. 190; H, Perkin, TVíe Origins o f Modern English Society 1780-1880, Routledge and Kegan Paul, 1969, pp. 152-154. ,

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de casamiento permitían que los empresarios se tomasen libertades con ellas. Siempre que los poderes de clase y de género se combinan, la explotación sexual de las mujeres jóvenes es hasta cierto punto parecida. Pero estas situaciones eran pocas veces específicas de las fábricas. Las criadas domésticas habían sido tradicionalmente vulnerables .a Jos requerimientos de sus amos y a las persecuciones de los criados varones que se hallaban en puestos superiores. Los que vigilaban el trabajo de las mujeres en los campos se hallaban en la misma situación para obligarlas a prestarles atenciones que los su­ pervisores del trabajo de aquéllas en las minas o las fábricas. El au­ tor de My Secret Life> estaba admirando a algunas mozas mientras trabajaban en un campo de la explotación agrícola de su primo: «“¿Por qué no las tomas?” —dijo Fred— ... “Siempre se puede po­ seer a una muchacha campesina; nadie se preocupa por ello; yo he forzado a una docena o dos”». Y el texto deja claro que el capataz («“todas dicen que eres un hombre rudo con las mujeres”») ejercía los mismos derechos que el squire. Los gang masters que contrata­ ban grupos sexualmente mixtos para realizar trabajos en East Anglia eran descritos como «ignorantes», «codiciosos» tiránicos y especial­ mente sospechosos.24 Fot,supuesto algunos hombres se aprovechaban de su situación pero en. general, como observó Cooke Taylor en 1844, cuando tenían lugar seducciones eran, en su mayor parte, al margen del trabajo y se producía entre hombres y mujeres de la misma cíase. John Gills ha indicado recientemente que, según los datos de las madres solteras que se admitían en el hospital de niños expósitos de Londres, las criadas eran seducidas con mayor proba­ bilidad por sus compañeros criados.25 * La prostitución es la mejor forma de ilustrar de qué manera un sistema socioeconómico somete a presiones a las mujeres. Al res­ pecto probablemente las ciudades fabriles eran mejores que la ma­ yoría de los demás tipos de asentamientos urbanos. Conocemos muy pocas cosas sobre la prostitución en el siglo xvm .. Lo que sabe24. Véase Mary Barton, 1848; citado en S. Marcus, The Other Victorians. A study o f sexuality and pornography in mid-nineteenth-century England, Corgi Books, 1969, pp. 137-138. 25. , Perkin, Origins, p. 152; J. R, Gillis, «Servants, sexual relations and the risks of illegitimacy in London, 1801-1900», en J. L. Newton, M. P. Ryan y J. R. Walkowitz, eds., Sex and Class in Wornen ’s History, Routledge and Kegan Paul, History Workshop, 1983, pp. 114-145.

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mos.ticnc..que ver ..en gran pape con. Londres, donde la prostitución estaba vinculada a la miseria de muchachas jóvenes y se daba por supuesto que surgía en los márgenes de los bajos fondos. Estaba muy extendida en el Londres de Boswell y más tarde en el de Francis Place, y en un estudio de 1746 sobre los oficios se la asociaba a los bajos salarios existentes en algunos oficios femeninos: «Haz un estudio de todas las mujeres públicas que pasean entre Charing Cross y Fleet Ditch, y estoy convencido de que más de la mitad de ellas han sido modistas». Esta asociación es interesante porque esta­ blece el vínculo entre la prostitución y los pocos remunerados ofi­ cios femeninos de la aguja a los que Mayhew prestaría atención a mediados del siglo siguiente: «Salen a las calles para ganarse la vida», le dijo una camisera; y se lo dijeron tan a menudo que realizó una investigación especial: «He oído decir que muchas de ellas van del taller de confección barata a las calles para conseguir completar sus ingresos —le dijo otra— y yo me veré obligada a hacer lo mismo a menos que me ocurra algo mejor».26 Algunos historiadores mo­ dernos. en particular Judith Walkowitz. han confirmado este vín­ culo. Las ciudades fabriles tenían una menor incidencia de la prosti­ tución, porq ue comparativamente daban mejores oportunidades de trabajo para las mujeres. Walkowitz ha demostrado que la prostituta típica era una trabajadora pobre que había entrado en la profesión de forma voluntaria y gradual. DadasJasjprácticas de noviazgo entre las clases trabajadoras, es poco probable que no tuviese experiencia sexual y seguramente había escogido esta vida debido a las pocas oportunidades deyem pleoquese le presentaban en la mayoría de mercados de trabajo urbanos. Normalmente era joven, porque la prostitución, tal y como observó William AcFon en l857. era proba­ blemente una situación transitoria en la vida de una mujer. Difícil" mente se las podía diferenciar del amplio grupo de mujeres pobres que a duras penas si conseguían unos ingresos precarios en las ciu- dades, y era muy probable que hubiesen trabaj ado en uno de los„ofi­ cios típicamente poco remunerados como lavanderas, mujeres de la . limpieza eyerm^ Después de unos pocos años se casa­ ban con alguien que pertenecía a la clase de los obreros no cualifica­ 26, R. Campbell, The London Tradesman, 1747, reedición en David and Charles, Newton Abbot, 1969, pp. 206-209, 225-228; E. P. Thompson y E; Yeo, eds., The Unknown Mayhew, Penguin, 1973, pp. 175-177.

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dos de la que ella provenía. Walkowitz subraya la naturaleza fluida de la prostitución antes de la década de 1860; sólo con la «califica­ ción» oficial de las mujeres, como consecuencia de las Contagious Diseas es Acts, se desarrolló una separación significativa de las pros­ titutas con respecto a la comunidad obrera.27 La prostitución era un fenómeno mayormente urbano. Aunque en Londres era más evidente, también florecía notablemente en las ciudades de veraneo, las que tenían puerto y guarnición. Las ciuda­ des mayores tenían sus distritos conocidos y las más pequeñas po­ dían mantener a algunas mujeres que vendían sexo. En los pueblos muy probablemente la prostitución tenía una naturaleza diferente. La «puta de la parroquia» es una figura bastante familiar a lo largo de los tiempos, pero resulta difícil distinguir claramente entre una mujer que vendiese sus servicios, una que fuese considerada «li­ gera» de forma general, y otra que se hubiese mantenido viviendo con una serie de hombres en cortas relaciones de cohabitación. Una información de un pequeño municipio del Berkshire mues­ tra esta imprecisa distinción: La castidad es cosa poco conocida en el pueblo, y en absoluto respetada. La falta de ésta no se considera una mancha en el carácter de una mujer, ni echa a perder sus proyectos en el menor grado. Aunque ella misma sea una prostituta, y viva en compañía de ladro­ nes y prostitutas, tiene tantas posibilidades de casarse y establecerse del mismo modo que la gente que vive como ella, como la mujer honrada y virtuosa en las localidades que poseen un elevado nivel de moralidad. He encontrado más de una familia de niños que tenían distintos apellidos. La madre no estaba casada y los distintos apelli­ dos indicaban la paternidad de los diferentes chiquillos. También ha ocurrido que a una familia entera se la conociera con distintos nom­ bres en diferentes momentos. De modo que si la madre vivía con un hombre que se llamaba Smith, los niños tomaban su nombre; pero si cambiaba de amante, y vivía con uno que se llamaba Tomkins, la fa­ milia llevaría el nuevo nombre.28

27. J. R. Walkowitz, Prostitution and Victorian Society: Women, Class and the State, Cambridge University Press, 1980, pp. 22 y ss. 28. Razzell y Wainwright, Victorian Working Class, p. 33.

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Los historiadores del primer período moderno afirman haber descubierto un sustrato «de propensión a la bastardía» dentro de la sociedad pueblerina. Ante los voyeurs académicos de los registros parroquiales se han revelado «repetidoras» que tienen una sucesión de hijos ilegítimos y que a menudo parecen seguir un rasgo hereditario al hacerlo. Su existencia permite distintas interpretaciones. Si se dan diferentes nombres de padres putativos, entonces es imprac­ ticable un solo vínculo «consuetudinario», pero no una serie de vín­ culos temporales. Sin duda, algunas de estas mujeres eran las Polly Garters de su época, que cantaban alegremente que ellas servían a los «hombres de todas las parroquias de los alrededores ... buenos malos chicos de las granjas solitarias» así como a los «maridos pesa­ dos» de las esposas del pueblo.29 Los grupos que se movían en busca de trabajo como los peones camineros, o con gran movilidad como los marineros, eran especial­ mente propensos a cohabitar más que a hacer casamientos formales, pero también había grupos más estables que parecían conceder poca importancia al sacramento. Mayhew creía que tal vez una décima parte de los vendedores ambulantes de Londres que vivían juntos estaban formalmente casados. Alrededor de los 16 años, un mucha­ cho que se estableciese con su propia carreta empezaría a vivir con una chica de su misma edad, pero este tipo de relaciones eran habi­ tualmente estables y duraderas: Si veía a mi chica hablando con otro tipo le soltaba ... un puñe­ tazo en la nariz —explicaban uno detrás de otro—. Las chicas ... ahora que lo pienso, eran una cosa rara; realmente les gustaba un le­ ñero que las zurrase. Mientras les dolían las magulladuras, siempre pensaban en el tío que se las había hecho.

Una reconfortante opinión masculina para conseguir la fidelidad fe­ menina: una doble moral que, como ha subrayado el profesor Ha­ rrison, se hubiese apreciado, si no aprobado abiertamente, en los círculos Victorianos más educados. Más avanzado el siglo, Charles Booth, a la vez que comentaba que el matrimonio legal era la norma general «incluso entre las clases más bajas», encontró todavía que la «cohabitación ilegal» estaba lejos de ser desconocida especialmente 29.

La referencia es por supuesto de Dylan Thomas, Under Milk wood.

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entre quienes se juntaban en la edad madura. Citaba la opinión de un sacerdote según el cual tales relaciones eran a menudo muy esta­ bles y afectuosas.30 Puesto que las clases más bajas de la sociedad no podían conseguir el divorcio y que el abandono era algo común, a menudo la unión legal era imposible debido a la existencia de un matrimonio anterior. La fórmula popular de la «venta de la esposa» era, en los distritos rurales, una forma de anunciar a la comunidad la segunda cohabitación, pero parece razonable suponer, especial­ mente para las ciudades, que excepto en una minoría de casos no existía siquiera nada tan formal como la venta de una esposa.31 La afirmación de Gaskell en el sentido de que entre la pobla­ ción fabril había «una ausencia total de cualquier consideración ha­ cia las obligaciones morales relativas al sexo» tanto entre los casados como entre los solteros, no sólo establecía una antítesis falsa entre las prácticas rurales y las urbanas, sino que era imposible probarla efec­ tivamente con datos. Los historiadores que adoptan una perspectiva europea han hecho comentarios acerca de lo muy bajas que eran las tasas de ilegitimidad en las ciudades inglesas en comparación con las continentales. Tampoco hay pruebas reales para sostener las afirma­ ciones del profesor Shorter acerca de la existencia de una «revolu­ ción sexual» iniciada a mediados del siglo xvm , causada por las mu­ jeres recién «independizadas» al ser atraídas hacia el mercado de trabajo por el capitalismo en desarrollo. Las nuevas oportunidades de trabajo fuera del hogar, argumenta, llevaron a la liberación se­ xual, ál revolucionar jas_ actitudes de las mujeres con respecto a sí mismas. Al volverse individualistas y egoístas, derribaron las limita­ ciones tradicionales y, corno no existía un control de la natalidad, se produjo un aumento notable en la fertilidad legítima y, especial­ mente, en la ilegítima. Shorter establece que el aumento general de las tasas de ilegitimidad registradas en Europa,J;anto en las áreas ru­ rales como en jas urbanas, en la segunda mitad deí siglo xvm siguió 30. Citado en J. F. C. Harrison, The Early Victorians, Weindenfeld and Nicolson, 1971, pp. 79-80; Charles Booth’s London, en A. Fried y R. Elman, eds., Penguin, 1971, pp. 247-248. 31. Jeffrey Weeks, Sex, Politics and Society. The Regulation ofSexuality since 1800, Longman, 1981; las citas sobre la venta de esposas son de E. P. Thompson, «Folklore, anthropology and social, history», en Indian Histórical Review, III, 2, 1978, pp. 247-266. El libro de Weeks es con mucho la mejor introducción a las prácticas sexuales y a las creencias de la clase obrera.

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aproximadamente hasta la mitad del siglo xix, Un aumento como yeste, declara, debió de ser el reflejo de un auténtico cambio en la conducta sexual de la población. La modernización económica ha­ bía liberado una sexualidad que anteriormente era «un gran iceberg, congelado por el dominio de la costumbre» y la necesidad de estabi­ lidad por parte de la comunidad. Sus críticos han demostrado que, al subrayar el fenómeno, ha interpretado mal sus causas. Como hemos visto, no parece que se produjese un acceso notablemente ma­ yor de mujeres al mercado de trabajo, y para aquellas que en­ contraron empleo fuera del hogar no se sigue que por esta razón derribasen las constricciones y las expectativas tradicionales. Tilly. Scott y Cohén han indicado que si eí abandono del hogar para ir al trabajo en las ciudades .significó que las mujeres perdieron una fami­ lia,para la m^orí^de^eUas tembién gue «intentaron crear otra». Lo que subyace al aumento de la ilegitimidad son sus expec­ tativas tradicionales trasladadas a unas circunstancias diferentes. Continuaron con las prácticas tradicionales del cortejo, a la espera del matrimonio, pero al no existir las constricciones de la comuni­ dad tradicional sus expectativas se vieron a menudo defraudadas. Se volvieron no más emancipadas, sino más vulnerables, puesto que la falta de dinero, el desempleo y las oportunidades de trabajar muy lejos impedían que los hombres cumpliesen sus promesas, en unas condiciones en las que no había un poder que les obligase a ello.32 Existe por supuesto un vínculo entre la rapidez sorprendente del crecimiento de un mercado de trabajo capitalista que necesitaba asalariados m ó ^ e s j sin propiedad, y el aumento de nacimientos ilegítimos que coincidió con aquél. Este vínculo, sin embargo, no re­ side ni en una liberación sexual de las mujeres que acompañase una supuesta liberación económica, ni en una nueva promiscuidad «ur­ bana», puesto que sin ningún género de dudas no fue un fenómeno únicamente urbano. La explicación que mejor se ajusta a los datos es la que David Levine resume como «matrimonio frustrado» más que «promiscuidad desenfrenada».33 32. Véase E. Shorter, «Ulegitimacy, sexual revolution, and social change in modera Europe», en R. I. Rotberg y T. K. Rabb, eds., Marriage and Fertility, Princeton University Press, 1980, pp. 86-87; L. A. Tilly, J. W. Scott y M. Cohén, «Women’s work and European fertility patterns», p. 235. 33. D. Levine, Family Formation in an age ofNascent Capkalism, Academic Press, Nueva York, 1977, cap. 9.

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E l afecto hacia los niños

En un estudio de tipo general sólo se pueden explorar unas po­ cas áreas escogidas del afecto, y nos hemos concentrado en aquellas i en las que la opinión coetánea tenía tendencia a suponer una ausenj cia de sentimientos y a acusar a los obreros de tener una actitud ins¡ frumental e incluso explotadora hacia los miembros de su familia. Una de estas áreas era la relación entre los padres obreros y sus hi­ jos. Los contemporáneos hacían comentarios sobre el ansia con que los padres se asían a las primeras oportunidades de mandar a sus hi­ jos al trabajo fuera del hogar, incluso hasta el punto de mentir sobre su edad para eludir la legislación fabril, o les ponían bajo la vigilan­ cia de encargados conocidos por su dureza, e incluso su brutalidad, si ello significaba unos ingresos más elevados. De estas opiniones de los coetáneos se han valido los actuales partidarios ideológicos de la economía de mercado, en su intento de «disculpar» incluso los ex­ cesos del sistema de fábrica de los primeros tiempos. En otra parte hemos tratado ya los problemas que plantea la institución del tra­ bajo infantil. Aquí nos ocuparemos de la idea más general de que en una época de mortalidad infantil muy elevada, los padres estaban condicionados a afligirse menos por la muerte de sus hijos y esta­ ban dispuestos a invertir menos capital emocional o material en su crianza. Debemos recordar que los niveles de mortalidad infantil eran al­ tos en todos los estratos sociales hasta finales del siglo xix y que el diferencial desfavorable para la clase obrera era relativo. El doctor Vincent ha indicado que la información procedente de su estudio de autobiografías de miembros de la clase obrera no confirma las acu­ saciones generalizadas de falta de afecto hacia los niños. Los histo­ riadores, subraya, al concentrar su atención en el hecho de que en la década de 1840 el 47 por 100 de los niños de Preston morían antes de cumplir los cinco años, olvidan que quizá los contemporáneos fuesen más conscientes del hecho de que el 53 por 100 de ellos so­ brevivía. Si la muerte era inexplicable, lo mismo ocurría con la su­ pervivencia.34 Los diagnósticos eran rudimentarios y el niño aparen­ temente sano que moría de pronto tenía su contrapartida en el que estaba muy enfermo y se recuperaba de manera sorprendente, quizá 34.

Vincent, Bread, Knowledge and Freedom, pp. 56-59.

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debido a los inquietantes síntomas que acompañan a veces a las en­ fermedades leves. Siempre había esperanza y, cuando ésta se perdía, entonces la creencia, que no se reducía necesariamente a lo reli­ gioso, de que el «pobrecillo» había pasado a un mundo mejor podía cubrir una auténtica necesidad emocional. Un tejedor de seda indi­ gente le habló a Mayhew de la muerte de sus dos hijos: «Doy gra­ cias a Dios, porque me ha librado de la carga de mantenerles, y ellos, pobres y queridas criaturas se han librado de las preocupacio­ nes de esta vida mortal». Esta reacción es una mezcla de desahogo material, recuerdo afectuoso y consuelo religioso. La escena del le­ cho de muerte formaba parte tanto de la cultura proletaria como la de la clase media.35 Probablemente, para muchos padres obreros la muerte de un hijo que quizá sólo tenía unos días o unas semanas, y cuya espera y nacimiento ya habían planteado la angustiosa anticipación de los problemas de mantener a otro miembro dependiente de la familia, se recibía con una mezcla de aflicción y alivio. Por lo menos signifi-, caba con toda probabilidad que no se deterioraban las oportunida­ des de que el hermano o la hermana mayor sobreviviese. El doctor Vincent concluía que pocas de las autobiografías que había estu­ diado mostraban aflicción pura: «Casi siempre sus experiencias es­ taban controladas por el entretejido de los hilos de su vida emocio­ nal y material».36 Contrariamente a la impresión que a veces da la escuela del término medio de los historiadores sociales cuantitativos y los demógrafos, la vida era una lotería y la forma en que se repar­ tía tenía que afectar las respuestas de las familias obreras ante la muerte de sus hijos. Una familia podía perder su único hijo, su único varón; podía perder un hijo tan cercano al nacimiento que los lazos afectivos apenas habían tenido tiempo de formarse; podía per­ der uno a una edad én que había absorbido años de preocupación emocional y material y quizás estaba empezando a ganar más dinero del que costaba mantenerle. En su estudio de Preston, Anderson ha encontrado pocos datos que apoyen las acusaciones generalizadas de que la clase obrera te­ nía una actitud cruel hacia sus criaturas. Quizá sus circunstancias les exigieron considerar la muerte con un mayor grado de ecuanimidad, 35. 36.

Thompson y Yeo, Unknown Mayhew, pp. 126-127. Vincent, Bread, Knowledge and Freedom, p. 59.

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pero la capacidad de reconciliarse con lo inevitable no excluye los sentimientos de dolor, por más que deje poco espacio para su expre­ sión, Ante la muerte de un hijo, Anderson encontró tantas muestras de pena y dolor como de indiferencia. No observó ningún ejemplo de abandono de un niño enfermo por parte de sus padres. Su inves­ tigación de las relaciones en el seno de la familia nuclear obrera pro­ sigue el tema hasta una cierta profundidad. Aceptando que haya algo de verdad en la acusación de que los padres borrachos se coml portaban de manera brutal con su familia, señala que en el cruel | mundo de la clase obrera del siglo xix la perspectiva de la brutali| dad era relativa. Es evidente que había casos extremos de padres i borrachos que pegaban a sus hijos o de padrastros que les encerra­ ban o les mataban de hambre. Madres embriagadas que aplastaban a los niños pequeños y padres ebrios-que se gastaban el dinero nece­ sario para comida y ropa. ¿Pero cómo se debe utilizar esta informa­ ción? Si juzgáramos la familia actual a partir de las informaciones de la prensa sobre los casos de los tribunales y las encuestas judiciales, obtendríamos desde luego una impresión cruel. La violencia en la familia ha sido siempre uno de los problemas sociales importantes. Se podría esperar con razón que las angustias y las tensiones asocia­ das con las incertidumbres de la vida de la clase obrera en el siglo xix aumentasen más que disminuyesen su incidencia en compara­ ción con tiempos de mayor estabilidad. Pero no es necesario aceptar la apariencia de una acusación superficial general de que la indife­ rencia, la brutalidad y la actitud explotadora hacia los niños eran las normas de vida de la clase obrera.37 I Anderson ha sugerido que la experiencia de soportar un padre borracho y brutal pudo incluso conducir al reforzamiento de los lazos de afecto entre una madre y sus hijos. A falta de información so' bre las actitudes de las mujeres obreras hacia sus hijos, es mejor abs­ tenerse al menos de hacer un juicio. Mientras no exijamos datos sobre algunos padres que intentasen, por medio de la búsqueda de dinero para escolaridad o aprendizaje, dar a sus hijos una oportuni­ dad mejor en la vida que la que ellos habían tenido, no podemos considerar que aquellos que no hacían esos intentos, o que incluso resistían duramente los intentos de obligarles a mantener a sus hijos alejados del trabajo por más tiempo, carecían de afecto hacia sus hi~ 37.

Añderson, Family Structure, pp. 77-78.

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jos. Los individuos pueden tener aspiraciones para sus hijos, pero cuando las expectativas de movilidad social son bajas, es poco pro­ bable que haya un estímulo general para aquéllas. Un joven proce­ dente del oficio en rápida decadencia de los tejedores manuales re­ cordaba el sacrificio de sus padres para conseguir que saliera de él: «Me pusieron en el oficio de mecánico. Quizás esto causó tantos co­ mentarios entre el vecindario como lo provocaría si yo ahora hiciese que mi hijo fuese médico ... Mis padres debieron hacer un costoso sacrificio para darme un oficio».38 Tuvo suerte, pero de ahí no se si­ gue que el hecho de aceptar la inevitabilidad de que un hijo perma­ nezca en la situación en que ha nacido, o la sensación de alivio cuando un hijo llegaba a la edad de ganarse su propio sustento y quizás algo más que ayudase a mantener a los que todavía eran de­ pendientes, se equipare a una falta de afecto.

38. Ibid., p. 78; Buraett, Useful Toil, p. 207.

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9.

EL OCIO POPULAR

Los dos enfoques diferentes del ocio en el siglo xvm , planteados por el profesor Plumb y por E. P. Thompson, nos pueden servir como aproximaciones útiles al tema, aunque ninguno de los dos es­ taba pensado como respuesta al otro. También podemos tomar en consideración un tercer enfoque, hecho por Hans Medick, que en algunos aspectos parece indicar interesantes puntos de contacto en­ tre los dos anteriores. Thompson se ocupa particularmente de la cultura del ocio de las clases bajas, y la describe intencionadamente como una «cultura plebeya» diferenciada. Los pasatiempos de la «plebe» incluían diversiones iletradas y «rudas» como la lucha libre, la lucha con porras, el balompié, el juego de los tejos, el repique de campanas, el acoso de osos y tejones con perros, y la pelea de gallos. Estas actividades se daban alrededor del calendario agrícola, los mercados semanales y las ferias de contratación, o en el caso de los trabajadores industriales estaban asociadas a «San Lunes». Thomp­ son nos presenta esta cultura, durante el siglo xvm , no sólo como característica, sino como vigorosa. El profesor Plumb está intere­ sado en la comercialización del ocio, en el temprano desarrollo de una industria del tiempo libre. Considera éste como uno de los indi­ cadores más claros de una revolución en el consumo durante el siglo xvm, basada en el aumento del número de gente que tenía a la vez tiempo libre y algún dinero para permitirse pasatiempos recreativos. Le interesa la proliferación de la literatura, las artes, el teatro y los deportes con apuestas, como el boxeo y las carreras de caballos. To­ das estas diversiones implicaban un gasto de dinero por parte de los consumidores. Este autor ha argumentado que a ¿nales del si­ glo xvii y principios del xvm se produjo un gran aumento en la ofer­ ta de actividades como estas que constituían las bases de una cultura

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del ocio que, aunque correspondía sobre todo a las clases medias, se hallaba en un proceso de expansión hacia abajo que alcanzó un ni­ vel considerable.1 Estos dos enfoques, uno que acentúa la permanencia de lo tradi­ cional y lo vulgar, y otro que acentúa la comercialización, pueden coexistir en la medida en que uno describe una cultura con una base principalmente rural, mientras que el otro se refiere sobre todo a las ciudades. El punto de conflicto entre ambos se encuentra en la afir­ mación de Plumb según el cual la nueva cultura burguesa dirigía, desde finales del siglo xvii , tanto la cultura proletaria vulgar como la de la elite patricia en pequeños enclaves, puesto que Thompson afirma que por diversas razones los pasatiempos tradicionales del pueblo eran especialmente fuertes y capaces de adaptarse en el si­ glo xvm. No se debilitaron hasta el siglo xix, y entonces se debió a fuerzas que se pueden identificar. La cultura plebeya del siglo xvm abarca más cosas que las simples formas de recreación popular, aunque éstas tengan un papel importante e integrado en su modelo de cultura popular que representaba toda una forma de vida en la que las diversiones eran una parte necesaria. Thompson cree que el pueblo común del siglo xvm tenía una «libertad comparativa» que avivaba la cultura popular: «Este es el siglo en el que se produce la erosión de las formas de trabajo semilibres, el declive de los criados que vivían y trabajaban en las explotaciones agrícolas, la extinción final de los servicios en trabajo y el avance del trabajo libre, móvil y asalariado».12 La necesidad que tiene el capitalismo de contar con una fuerza de trabajo sensible al salario en dinero, y móvil para res­ ponder a las necesidades del mercado de trabajo, significó necesa­ riamente la existencia de un período intermedio en el que las viejas formas de control se, erosionaron antes de que nuevas formas de control social y de disciplina industrial reformasen las bases de la hegemonía. Henry Fielding lo percibió con una penetrante claridad 1. E. P. Thompson, «Patrician society, plebeian culture», Journal o f Social History, 7, 4, 1974, pp.-382-405; J. H. Plumb, «The commercialisation of leisure», en N. McKendrick, J. Brewer y J. H. Plumb, The Birth o f a Consumer Society. The Commercialization o f Eighteenth-Century England, Hutchinson, 1983, pp. 265285; H. Medick, «Plebeian culture in the transition to capitalism», en R. Samuel y G. Stedman Jones, eds., Culture, Ideology and Politics, Routledge and Kegan Paul, 1982, pp. 84-113. 2. Thompson, «Patrician society, plebeian culture», p. 382.. ■

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en 1751, aunque los medievalistas puedan poner reparos a su su­ puesta datadón del final del feudalismo: Por ese y otros medios parecidos la comunidad se sacudió pro­ gresivamente su vasallaje, y se volvió más y más independiente de sus superiores. Incluso los sirvientes, con el paso del tiempo, adqui­ rieron una situación de libertad e independencia desconocida para su categoría social en cualquier otra nación; y que, como ahora de­ clara la ley, es incompatible con la condición servil. Pero nada ha forjado una alteración comparable en esta clase de gente, como la introducción del comercio. Éste ha dado verdadera­ mente un nuevo aspecto a toda la nación, ha subvertido en gran me­ dida la anterior situación de los negocios, y ha cambiado casi en su totalidad el comportamiento, las costumbres y los hábitos del pue­ blo, y en especial de la clase más baja.3

Si traducimos el lenguaje de Fielding a otro sociológico más mo­ derno, vemos que está claramente describiendo un acompañamiento social de los modos de producción capitalistas. Esta dimensión hu­ mana de la transformación económica se presenta a magistrados como Fielding de manera muy evidente, como un problema de or­ den. Los cambios en las formas de contrato y en las relaciones entre patronos y trabajadores dieron como resultado que sólo una parte de la vida del trabajador, sus horas de trabajo, estuviese totalmente controlada por su patrono. A la vez, otros sistemas de control vie­ ron disminuida su eficacia, como por ejemplo el poder de la iglesia a través del clero local, y permitieron que el pueblo desarrollase su propia cultura. Esta libertad no siempre se manifestaba en formas que implicasen conflicto con la. sociedad patricia dirigente. De he­ cho, ía gentry rural podía fomentar la diversión popular y utilizarla como una extensión paternalista de su autoridad, puesto que no se planteaba ningún cambio en el sistema de jerarquía social. Thomp­ son no sólo considera que la clase dominante no hacía resistencia frente a la cultura popular ni intentaba suplantarla fomentando una alternativa, sino que ve más bien una complacencia tanto en apro­ bar su persistencia como en interesarse por ella.4 3. Henry Fielding, A n Inquiry into the causes o f the late increase ofRobbers etc,, 1751, p. XI. 4. Thompson, «Patrician society, plebeian culturé», p. 395.

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Esto no significaba una desviación radical en el siglo xvm , como lia mostrado Peter Burke para el primer período moderno de la his­ toria europea; la gentry participó en muchas diversiones de los po­ bres, pero en el siglo xvm su papel al fomentar y apoyar ciertas acti­ vidades populares estaba al servicio de unos objetivos más amplios. Mediante el manejo de los subsidios en tiempos de escasez, el pago de los premios en los juegos y el abastecimiento de cerveza en las festividades anuales, junto con un elaborado y consciente «teatro social» de la ceremonia, la gentry podía dominar y distanciarse de las consecuencias de su propia explotación. Se da intrínsecamente un acto de correspondencia en cuanto que lo que es un acto de dar desde arriba es un acto de recibir desde abajo. De modo que la plebe, quizás en forma de multitud con su propio estilo teatral y sus símbolos expresivos, no era calmosa a la hora de exigir el reconoci­ miento de lo que a sus ojos eran derechos legítimos. En estas prácti­ cas se ponen claramente de manifiesto los vínculos entre las accio­ nes directas, como los motines de subsistencia para pedir el precio «justo», y la persistencia en encender hogueras el 5 de noviembre, a pesar de que las autoridades las considerasen «molestas».5 Las investigaciones pioneras de Robert Malcolmson situaban so­ ciológicamente las formas recreativas del siglo xvm con una minu­ ciosidad y una perspicacia que no tienen cabida en un texto de carácter general.6 Describe los pasatiempos vulgares como el ba­ lompié, el acoso de osos y toros con perros y las peleas de gallos, y revela hasta qué punto la gentry los fomentaba y apoyaba. Tam­ bién destaca la importancia de los taberneros en su papel de patroci­ nadores, con intención de obtener beneficios, de los pasatiempos plebeyos. ¿Hasta qué punto se puede considerar la venta de cerveza y otro tipo de bebidas alcohólicas como la introducción de un ele­ mento comercial en las diversiones populares? Hasta cierto punto se debe ver así, y más adelante volveremos sobre el mismo tema, pero por ahora debemos subrayar que las actividades de los vendedores de bebidas tenían lugar dentro de las formas de diversión que exis­ 5, P. Burke, Popular Culture in Early Modern Europe, Temple Smith, 1978, p. 25; E. P. Thompson, «Eighteenth-century English society: class struggle without class», SocialHistory, 3, 2, 1978, p. 150. 6. R. W. Malcolmson, Popular Recreations in English Society 1700-1850, Cambridge University Press, 1973. 2 0 . “ RU LE

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tían. Eran más bien una parte accesoria y un lubricante para las acti­ vidades que ya existían, que una forma de suplantación de una cul­ tura tradicional. En el campo, la distribución de las celebraciones, las fiestas, las ferias y las veladas estaba determinada en gran medida por el calen­ dario agrícola y existía un cierto grado de integración entre los rit­ mos del trabajo y los del ocio; todo lo cual condujo a Thompson a indicar que había un cierto anacronismo en el uso del término «ocio» por parte de los historiadores. Muchas de estas costumbres servían para cohesionar las comunidades en su conjunto al dar lugar a las competiciones con forasteros e incluso al establecer diferencias intemas. Malcolmson ha mostrado que las veladas y las ferias tenían un marcado significado sexual y de cortejo para los jóvenes, a la vez que daban la oportunidad a los que en ellas participaban de ganar prestigio y distinción entre sus iguales. Aunque los que participaban eran principalmente los jóvenes, las personas que miraban la misma acción se sentían implicadas y reforzaban la validez de la actuación de los participantes. Por encima de todo, los juegos tradicionales te­ nían un elemento de «carnaval» que introducía un elemento de es­ cape en unas vidas duras.7 La solidaridad del grupo era la piedra de toque de la actividad plebeya. Porque los pobres se divertían y, a veces, exigían sus dere­ chos, precios justos o el trato tradicional como grupo. Como grupo podían representar y recordar su presencia a sus superiores, me­ diante la burla «contrateatral», y también disciplinar a los transgresores de sus normas mediante el charivari y la quema de efigies. Como muchedumbre tenían a la vez poder y anonimato. En las de­ talladas investigaciones hechas por Malcolmson y otros, se encuen­ tran vastas ñustraciones del vigor de las formas de recreo como parte integrante de la cultura plebeya, cuya existencia es central para comprender las relaciones sociales del período* En su reciente escrito, el profesor Plumb presenta un enfoque distinto de la evolución del tiempo libre en el siglo xvm . Observa que a finales del siglo xvm y principios del siglo xix surge una in­ dustria del ocio con fines comerciales que responde al deseo de la 7. Sobre el calendario de festividades y el refuerzo de la solidaridad en el seno de la comunidad, véase, además de Malcolmson, Bob Bushaway, By Rite. Custom, Ceremony and Community in England, 1700-1880, Junction Books, 1982.

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burguesía de emular la cultura minoritaria de la elite existente. Da ejemplos de la expansión de la oferta de oportunidades de recreo para una clase media creciente y ofrece un relato convincente de, por ejemplo, la difusión de literatura diaria y periódica y el conjunto de actividades asociadas con el notable crecimiento y florecimiento de las ciudades balnearias. Por supuesto, para su argumentación acerca de la expansión de una industria del ocio es central este cre­ cimiento de ciudades recreativas especializadas, que Peter Borsay ha descrito como una dinámica esencial del «renacimiento urbano» in­ glés, entre los años 1680 y 1760. Plumb ha indicado la importancia tanto de las pistas de bolos y las reuniones en las carreras, como de las actividades tradicionales de los balnearios. Aunque señala la ten­ dencia a la participación de los hombres de negocios acomodados, considera claramente la «industria del ocio» como un servicio diri­ gido a una clase media en expansión. A pesar de la nutrida presen­ cia y la diversión del populacho en las reuniones de las carreras de caballos en particular, este parece ser un ejemplo insuficiente para considerar que las clases bajas eran unos participantes significativos en las nuevas diversiones urbanas, por muchas oportunidades de trabajo que se creasen para ellos gracias a la participación de otros.8 Southampton fue brevemente un lugar de reunión. Su historia nos proporciona ejemplos de antagonismo plebeyo hacia los usua­ rios del balneario: Los Salones Largos aunque tenían mayor capacidad y elegancia que los anteriores ño eran completamente satisfactorios al estar mal situados, en una parte de la ciudad donde no había suficiente espacio para los carruajes y a la que el acceso a pie o en silla de manos discu­ rría por caminos oscuros, sucios e incluso peligrosos, en los que por la noche las perdonas vestidas para asistir a un baile se podían ver expuestas al insulto o aí ataque por parte de los elementos más tos­ cos de entre los pobres, resentidos por las diversiones de las perso­ nas acomodadas y de buen tono que eran forasteras.

En 1773, un joven que iba a un baile vestido de pastor fue ata­ cado por la «chusma» y «zarandeado como un balón durante algún 8. Plumb, «Commercialisation of leisure», p. 284; P. Borsey, «The English urban renaissance: the development of provincial urban culture c. 1680-1760», So­ cial History, 5, 1977, pp. 581-603.

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tiempo» y al año siguiente, con ocasión de un baile de máscaras, una muchedumbre dificultó la salida y el acceso a los carruajes de los que aspiraban a participar en él, y causaron consternación du­ rante toda la tarde con sus disturbios callejeros.9 ¿Hasta qué punto la posibilidad de que el ocio comercializado, planteado por Plumb, se hubiese expandido hacia las clases bajas a lo largo del siglo xvm , incluso suponiendo una filtración más lenta de la que él indica, apunta la necesidad de modificar la exposición de Thompson según la cual la persistencia de una vigorosa cultura popular basada en las líneas tradicionales, no sólo se recogió sino que se perpetuó e incluso revivió? Se nos ocurren diversas observa­ ciones. Aunque Plumb incluye las carreras de caballos y el boxeo, parte de una definición de cultura diferente y más restringida que la de Thompson o Malcolmson. En ella, la literatura y las artes tienen un papel sensiblemente más importante que las diversiones tradicio­ nales. Parece estar escribiendo acerca de una dimensión añadida a la vida burguesa, a través del intento de asir por emulación un ocio comercial derivado de una cultura de elite. A Thompson, por su parte, le interesa situar las formas de diversión plebeyas en el seno de una mentalidad popular integrada, que siguió siendo activa a lo largo del siglo xvm. Plumb, y de forma más particular Borsay, está describiendo un fenómeno urbano para una época en la que la ma­ yor parte de la población inglesa no vivía en ciudades. Las áreas ur­ banas estaban creciendo, pero en el siglo xvm la experiencia ple­ beya más general era rural. El surgimiento de una clase media urbana que recibiese y sostuviese un nuevo «ocio» es plausible, pero si lo trasladamos al campo, donde no había una clase media em­ prendedora entre los patricios y la plebe para actuar como la porta­ dora del cambio, tiene muy poca aplicación. Plumb afirma, sin pre­ sentar muchas pruebas de ello, que sus versiones de la cultura «elevada» y de la «baja» se veían presionadas hacia los extremos por el ocio comercializado de la clase media en expansión, a través del mecanismo de la emulación. Thompson, sin embargo, traza líneas de unión entre la plebe y los patricios a través de un impor­ tante modelo de deferenda/protecdón, y considera que en el siglo xvm el vado existente entre las viejas relaciones paternalistas 9. A. Temple Patterson, A History o f Southampton 1700-1914. Vol. 1. An Oligarchy in Decline 1700-1835, Southampton University Press, 1966, pp. 52-53.

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(amo/sirviente) de dependencia y subordinación y la emergente dis­ ciplina de la economía fabril se llenó con una cultura plebeya de una vitalidad extraordinaria. Es posible que la «presión» tuviese un impacto variable. Gran parte de la información de Plumb procede de Londres, una ciudad que no sólo es única por su tamaño. En 1751, Henry Fielding hacía unos comentarios que sugieren una amplia extensión de las oportu­ nidades de ocio en aquélla: «Qué inmensa variedad de lugares hay en esta ciudad y sus alrededores, aparte de las diversiones de las cla­ ses más bajas de la población».101Durante el tiempo que Francis Place vivió (o malgastó su vida) de joven como aprendiz en Lon­ dres, en la década de 1780, él y sus compañeros fueron obviamente ávidos consumidores de ocio comercializado. Pero incluso en el caso de la capital hay que ser prudente. El doctor Corfield ha señalado con respecto a los jardines de recreo de Londres, como el de Vauxhall escogido por Fielding, que aunque los iguales a Horace Walpole subrayasen (en 1744) que «todo el mundo acude a ellos, desde su excelencia el duque de Grafton hasta los niños de la inclusa», en la realidad de la práctica, con una entrada de 2 s. 6 d. (12 1/2 p.) por persona, el acceso a él estaba limitado.11 Sin embargo, tanto en Londres como en otros centros urbanos, aunque en menor medida, hay pruebas de un aumento del gasto de­ dicado al ocio entre las clases bajas. Recientemente, Hans Medick ha indicado que el acento que pone Thompson en la resistencia al capitalismo naciente, fundamentada en la tradición, sólo contempla una dimensión de la relación existente entre la cultura plebeya y la expansión de los mercados capitalistas. La otra dimensión, argu­ menta, se encuentra en una vida cotidiana que hasta cierto punto es­ taba en armonía con f la economía de mercado: en el consumo,• • la moda y especialmente en las formas de beber cambiantes de los ple­ beyos. En esta dimensión, las clases más bajas invertían dinero y «capital emocional»/en el ocio. A pesar de los bajos ingresos, no ha­ bían desviado su prioridad hacia las necesidades de sus hogares a largo plazo. Al contrario, influidos por la naturaleza de su economía 10. Fielding, Late increase ofRobbers, p. 9. 11. M. Thale, ed., Autobiography o f Francis Place, Cambridge University Press, 1972, p. 73; P. J. Corfield, The Impact o f English Towns 1700-1800, Ox­ ford University Press, 1982, p. 80.

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familiar heredada de los tiempos anteriores a la dependencia de un salario, consideraban los ingresos en dinero que sobrepasaban el mí­ nimo necesario para cubrir sus tradicionales necesidades de subsis­ tencia a corto plazo como un excedente que se podía gastar en el consumo público de las festividades y los «lujos». Esto nos sugiere que las constantes quejas de los que eran superiores desde el punto de vista social, relativas a la relación irracional que existía entre los gastos y los ingresos de los pobres, no eran sólo simples expresiones del prejuicio de clase. Medick subraya el aumento en el consumo de alcohol, en especial de ginebra, entre la plebe y el proletariado. A diferencia de la cerveza, la ginebra era claramente un producto «capitalista», que vinculaba el capitalismo agrario en la forma de producción de granos con las formas de «mercado libre» del capita­ lismo mercantil por lo que se refiere a su destilación y distribución, y a través de los impuestos que la gravaban estaba vinculada con los intereses fiscales del Estado. El consumo de ginebra y su produc­ ción se multiplicaron aproximadamente por seis entre 1700 y 1743; esto indica que la «economía moral» y la «cultura tradicional» de Thompson no sólo estaban sometidas a presiones extemas como la industrialización, sino que se veían socavadas por los cambios en la demanda y en el gusto por lo que al ocio se refiere, es decir, en las gratificaciones que los pobres escogían por sí mismos.12 Es cierto que Medick ha planteado cuestiones importantes. Pero al igual que Plumb sus ejemplos referentes a Inglaterra son restringi­ dos. ¿Hasta dónde era representativa la experiencia de Londres? Parece haber pocas dudas, según indica el aumento del contra­ bando, acerca de una expansión a nivel nacional del consumo de al­ cohol, pero el título de «era de la ginebra» fue sólo apropiado para Londres. ¿Sufrió algún cambio significativo la cultura de la bebida en el campo y en las ciudades menores? La cerveza o la sidra que regaban las grandes festividades del calendario rural que seguían a la cosecha no se compraba, sino que la elaboraban los agricultores y ellos no la vendían, era un gesto de generosidad que se daba por su­ puesto.13 También en la industria se manifiestan expectativas simila­ res por parte de los obreros. Sin embargo, la vinculación que hace Medick entre las nuevas formas de recreo y el primer período de 12. Í3.

Medick, «Plebeian culture», pp. 87-96. Bushaway, By Riíe, pp. 118-125.

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ajuste al salario monetario y a los estrictos ritmos de trabajo y ocio ofrece unas razones más concretas para una filtración en sentido descendente de las formas de ocio comercializadas que las afirma­ ciones del profesor Plumb. A partir de la aproximación de Medick al tema se pueden sacar importantes líneas de contacto entre las for­ mas recreativas del siglo xvm y la visión revisada del ocio proletario del siglo xix, que recientemente ha presentado el doctor Cunningham, con su mayor énfasis en la provisión comercial de los gustos de la clase obrera.14 L as

diversiones populares en el siglo xix

Todavía muy entrado el siglo xix, las diversiones toscas, brutales y simples eran características de la forma de vida de las clases bajas. Los historiadores han empezado a desmentir las afirmaciones según las cuales hacia mediados del siglo xix numerosos ataques proce­ dentes de diversos puntos diesen lugar a una «reforma» práctica­ mente completa del ocio de la clase obrera. Primero, los pasatiem­ pos habían sido domesticados por un proceso de supresión (contrarresto) y luego sustituidos (atracción rival) por unos usos del tiempo libre más aceptables (desde el punto de vista capitalista), respetables, «racionales» y menos peligrosos. Los escritos de la década de 1860 tendían a establecer una «ortodoxia» que utilizaba las manifestaciones recreativas, casi al mismo nivel que las de la educación popular, para señalar la imposición de un «control so­ cial», más o menos como un imperativo capitalista, sobre las clases bajas. Por muy exagerada que haya llegado a ser esta interpretación (e incluso si la intención era cierta, no se puede dar por supuesto el éxito en su aplicación), ño hay duda de que a partir de los últimos años del siglo xvm, con un éxito que parece ser claro hacia la década de 1840, las diversiones populares se vieron sometidas a un ataque creciente desde varias y diferentes, pero no desvinculadas, direcciones. Por mucho éxito que tuviese, en nuestra opinión, el ata­ que a las formas tradicionales de recreo, no hay duda de que los in­ tentos de reforma del ocio popular constituyeron una preocupación importante durante la primera mitad del siglo xix. 14. 1980.

H. Cunningham, Leisure in the Industrial Revolution, Croom Helm,

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A mediados del siglo xix, los obreros de Birmingham recorda­ ban las diversiones como la lucha de perros, las peleas de gallos, el acoso de toros y tejones con perros, el pugilato y el acoso de osos como las distracciones favoritas de la clase obrera e incluso de algu­ nos patronos, y como algo que se mantuvo en muchos casos hasta la década de 1820, en especial cuando iba asociado a las veladas de la capital. Un relato indica que el último acoso de un toro con perros tuvo lugar en 1811, mientras que un viejo se lamentaba de que di­ versiones como aquélla, junto con el juego de bolos, los tejos y el balompié, se hubiesen dejado de practicar en gran parte entre los jó­ venes en 1849: «Ahora hay menos peleas que en mis tiempos, por­ que los jóvenes de hoy en día no tienen coraje para luchar como an­ tes lo hacían».15 f En Derby, el tradicional fútbol callejero que se jugaba el martes de carnaval y que consistía en un centenar de hombres y muchachos que competían durante seis horas por las calles, dentro y hiera del río Dervet, entre porterías que se hallaban en dos extremos opuestos dé la ciudad resistió todos los intentos de supresión hasta mediados de la década de 1840. Para entonces el alcalde hizo un llamamiento para poner fin a la reunión de una chusma violenta, que provoca la suspensión de los negocios en perjuicio de los laboriosos, crea el terror y la alarma en los tímidos y pacíficos, comete violencias sobre las personas y daños sobre las propiedades de los pobres e indefensos, y da lugar a la de­ gradación moral y en muchos casos a la pobreza de los que juegan, y también heridas contra la salud, extremidades fracturadas y (a me­ nudo) pérdida de la vida, dejando sus hogares desolados, sus esposas viudas y sus hijos, huérfanos.16

En Stamford, desde la década de 1780 las autoridades habían manifestado su desaprobación con respecto a la corrida anual de un toro por las calles, pero los intentos de represión habían chocado con la decidida resistencia de los «corredores», quienes, a principios del siglo xix, habían hecho incluso unas jarras conmemorativas que 15. P. E. Razzell y R. W. Wainwright, The Victorian Working Class: Selec­ tions from Letters to the Morning Chronicle, Cass, 1973, pp. 303, 309. 16. A. Delves, «Popular recreation and social conflict in Derby, 1800-1850», en E. y S. Yeo, eds., Popular Culture and Class Conflict 1590-1914, Harvester, 1982, pp. 90-92.

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tenían escrito el siguiente lema: «Toro.para Siempre». Y consiguie­ ron mantener su festival anual de «tumulto, confusión, pillaje y efu­ sión de sangre» hasta que sucumbió en 1840 ante las fuerzas com­ binadas del gobierno local, policías especiales, la RSPCA (Royal Society for the Prevention of Cruelty to Animals), el Ministerio del Interior, un refuerzo de fuerzas del orden de la policía metropoli­ tana y una compañía de dragones.17 Antes de analizar desde qué direcciones se realizaron los ata­ ques a las diversiones populares, es útil emplear un concepto que no lo han utilizado tanto los historiadores ingleses como los del conti­ nente, es el concepto de «carnaval». Esta liberación de las constric­ ciones, e inversión temporal del orden sexual y social que se hacía antes de la cuaresma era fundamentalmente un festival de la liber­ tad, la indulgencia y la inversión. El concepto de «carnaval» nos permite entender por qué los objetivos principales y más fácilmente identificables de los aguafiestas eran sobre todo las grandes festivi­ dades anuales de cada localidad: la corrida del toro en Stamford el 13 de noviembre, el fútbol de Derby del martes de carnaval, el hobby-horse* de Padstow del 1 de mayo y las veladas, banquetes, verbenas y ferias que en diferentes fechas se celebraban por todo el país. Esta liberación anual de las limitaciones era molesta hasta el punto de convertirse en subversiva. Se podían ganar la abierta opo­ sición de los evangélicos recelosos del placer, el desprecio de los racionales, el disgusto de los ambiciosos, la impaciencia de la co­ munidad de negociantes y el miedo de la magistratura. Como mani­ festaciones públicas, las festividades anuales eran concentraciones sorprendentes de aquellos aspectos del ocio plebeyo brutal y alboro­ tador que más disgustaban e inquietaban. El mundo más privado do diversión que se centraba en la taberna era más resistente y difícil de encarar. Por consiguiente, la taberna pudo ser el lugar en que se dio la más tardía manifestación de una forma de ocio popular, que si bien había cambiado su forma pública, no lo había hecho en las formas deseadas por los reformadores de las diversiones.18 17. Malcolmson, Popular Recreations, pp. 132-133. * Nombre que recibe el que baila con la figura de un caballo de mimbre atada a la cintura y realiza bufonadas como si él fuera un caballo. (N. de la t.) 18. Véase D. Á. Reid, «Interpreting the festival calendar: wakes and fairs as carnivals», en R. D. Storch, ed., Popular Culture and Custom in Nineteenth-Century England, Croom llelm, 1982, pp. 125-153.

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La característica carnavalesca de las jaranas, los banquetes, las veladas y las ferias llegó a ser un tema preocupante. Hemos seña­ lado ya las insinuaciones de licencia sexual que se asociaban a las ferías urbanas y de contratación. La gran Feria de Libre Compraventa de Portsmouth, que se celebraba tradicionalmente en High Street, se describía como una «desagradable Satumalia»: una fuente de mal moral tal que la sola mención de la «monstruosidad de los actos» que se perpetraban durante este «período licencioso» hacía estremecer al observador. Dickens era menos emotivo y más perspicaz en cuanto a su función, cuando describía la feria de Greenwich como una «ruptura periódica, que podemos comparar con una erupción de primavera: tres días de fiebre, que enfrían la sangre durante los seis meses siguientes, y al final de la cual Londres recupera sus viejos hábitos de perseverante laboriosidad». Tres día$:*t1 distintivo de las diversiones carnavalescas no era sólo su acontecimiento en el calendario, sino el hecho de que se extendían a ambos lados de la fecha central para formar unas fiestas de duración considerable, que aumentaban con creces su molesta imagen ante sus oponentes, Tres días eran pocos. En su momento álgido la Feria de Libre Com­ praventa de Portsmouth podía alborotar la tranquilidad de la ciudad durante «quince días mortales de cada estación». Alun Howkins describió las festividades tradicionales de Pentecostés en los pueblos del Oxfordshire, a principios del siglo xix, como ocasiones en las que la Inglaterra rural celebrada un «carnaval» con sus postes de mayo,* sus juergas, diversión sexual, bebida y peleas. En Woodstock duraban trece días y en Milton diez. Howkins ha presentado el proceso de erosión de estas costumbres como un proceso de incor­ poración a un mundo de valores burgueses, que se pone de mani­ fiesto en el cambio de las fiestas de Pentecostés, de una duración de una o dos semanas a principios del siglo xix, a un único día estable­ cido en la década de 1900.19 * Largas estacas pintadas con franjas espirales de colores distintos y decora­ das con flores, que se plantaban en un espacio abierto para bailar a su alrededor el día primero de mayo. (N, de la t.) 19. J. Webb, Portsmouth Free Mart Fair, The Last Phase, Portsmouth City Council, 1982, pp. 10-11; H. Cunningham, «The metropolitan fair: a case study in the social control of leisure», en A. P. Donajgrodski, ed., Social Control in Nineteenth Century Brita'tn, Croom Helm, 1977, p. 164; A. Howkins, «The taming of Whitsun: the changing face of a nineteenth-century rural holiday», en Yeo y Yeo, eds., Popular Culture and Class Conflict, pp. 188-194.

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L a pérdida de espacio y tiempo

Los cambios graduales producidos tanto en la agricultura como en la industria usurparon el espacio y el tiempo disponibles para ta­ les actividades recreativas. La disciplina fabril (con su regularidad en el trabajo), la expansión urbana y el vallado de las tierras comu­ nales, todo ello formaba parte de esta usurpación. Los Hammond pusieron por título a uno de los capítulos de su libro The BleakAge, «La pérdida de los espacios de juego». Malcolmson ha argumen­ tado que el vallado militaba contra el recreo popular, puesto que su­ ponía la imposición de derechos absolutos de propiedad sobre una tierra que anteriormente había sido accesible en general a la gente, al menos durante algunas estaciones del año, para practicar depor­ tes y pasatiempos. En 1824 Robert Slaney describía cómo en las áreas rurales «debido al vallado de los campos abiertos y las tierras comunales, los pobres no tienen un lugar en el que divertirse las tar­ des de verano, cuando han acabado el trabajo diario o cuando se ce­ lebran las fiestas».20 En las ciudades, la «calle» se redefiniría más en términos de ne­ gocio que como espacio público. Una de las cosas que se esperaba de la nueva policía de la década de 1830, y no la menos importante, era que las mantuviese despejadas. Todavía mayor era la presión de la nueva construcción según una filosofía que convertía la provisión de espacios para la diversión en responsabilidad de nadie. En 1849 un nonagenario subrayaba tristemente, mirando hada atrás los vigo­ rosos días de su juventud en Birmingham, que ahora «los mucha­ chos no tienen lugares para divertirse».21 La falta real de espacios recreativos en las áreas urbanas la puso de manifiesto el Select Committee on Public Works creado en 1833, grupo que conside­ raba que no se debían destruir los viejos modelos de comporta­ miento de modo que quedase un vado en lo relativo a la diversión. Los atractivos alternativos podían debilitar el dominio de la taberna, mejorar la salud y la limpieza y añadir contento. Las tierras comu­ nales que rodeaban muchas poblaciones habían sido las primeras víctimas de la expansión. En 1844 el Select Committee on Enclo20. J. L. y B. Hammond, The Bleak Age, edición revisada, Penguin, 1947, pp. 75-90; Malcolmson, Popular Recreations, pp. 107-108. 21. Razzell y Wainwright, Victorian Working Ciass, p. 310.

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sure constató su pérdida en Coventry, Nottingham, Oldham, Manchester, Bolton y Blackbum, Birmingham y «otras innumerables po­ blaciones»; todas ellas habían perdido literalmente sus espacios re­ creativos. En el caso de Blackbum, esta pérdida se había producido a partir de 1833. A nivel nacional, de treinta y cuatro decretos de vallado que se aprobaron entre los años 1837 y 1841, y que abarca­ ban 41.420 acres, sólo se dejaron 22 acres para recreo. Los Hammond citaban muchos ejemplos de casos concretos de pérdida. El Select Committee de 1833, descubrió que, con la excepción de Lon­ dres, Liverpool y Preston, ninguna de las ciudades examinadas por él podía citar la existencia de una zona con fines recreativos, en una época en que la expansión urbana estaba de todos modos redu­ ciendo la distancia entre el habitante de la ciudad y el campo. La General Enclosure Act de 1845 puso las cosas todavía peor.22 A los empresarios les preocupaba tanto la pérdida de tiempo productivo cuando los obreros celebraban fiestas tradicionales, como la falta de regularidad en los hábitos de trabajo preindustria­ les como el San Lunes. No fue fácil romper los hábitos profunda­ mente arraigados y las expectativas de la población trabajadora. Ni siquiera aquel incansable disciplinador de trabajadores, Josiah Wedgwood, pudo impedir que sus alfareros se ausentasen para asistir a las veladas de Burslem. Cuando se celebraba la feria de Portsmouth,. los criados sostenían como privilegio «universal»: «Que pueden i r ... si se les niega este permiso inmediatamente desertan».23 No faltan investigaciones de historiadores que demuestran el impacto de las nuevas disciplinas de trabajo sobre las viejas diversiones. El proceso de erosión se revela al investigar las experiencias de un determinado grupo de trabajadores. A principios del siglo xvm , un historiador subrayó, refiriéndose a los mineros de Cornualles, que no había otros obreros que trabajasen menos que ellos: «Porque entre sus nu­ merosas fiestas, vísperas de fiestas, banquetes, días de ajuste de cuentas (una vez al mes), Yeu Widdens* o una u otra forma que in­ venten para perder el tiempo, no trabajan ni la mitad del mes para 22. Véase Hammond, Bleadk Age, cap. 7, para los resultados de estas inves­ tigaciones. 23. N. McKendrick, «Josiah Wedgwood and factory discipline», Historical Journal, IV, 1961, p. 46; Webb, Portsmouth Fair, p. 11. * «Jueves blanco», fiesta anual no asociada a ninguna ceremonia especial. (N. de la t.)

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los propietarios y empresarios. Diversos gentlemen han intentado acabar con estas costumbres, pero hasta ahora todo ha sido inútil». En el siglo xviii, los patronos apoyaban más que atacaban estas fies­ tas de los mineros del estaño. En el día del santo patrón, san Piran, a los mineros del estaño se les «daba dinero para que se divirtiesen en honor a san Piran» y los libros de cuentas registran pagos como este y otros parecidos destinados a las festividades anuales, A prin­ cipios del siglo xix un administrador local se quejaba de «los días de paga, los días de recaudación y los llamados días de fiesta» que po­ dían costar muy caros a los accionistas de las minas de estaño y co­ bre. Sin embargo, hacía 1817 se empezó a registrar un cambio: Felizmente, los desesperados combates de lucha libre, las inhu­ manas peleas de gallos, las batallas campales y las veladas desenfre­ nadas son hoy casos mucho menos frecuentes que antes; el espíritu de diversión se ha desvanecido y el del trabajo ha ocupado su lugar. Los trabajos en las zonas mineras llenan el tiempo de aquellos que los realizan de una manera tan eficaz que no les dejan tiempo libre que gastar en prolongadas veladas, o festividades frecuentes; en las otras partes de Comualles, la ocupación constante del trabajo regu­ lar ha hecho desaparecer casi en su totalidad las tradicionales tempo­ radas de alboroto vulgar y libertinaje.

En 1824 un historiador creía que esas viejas costumbres festivas habían declinado hasta el punto que muchos mineros del estaño ni las conocían ni se preocupaban por ellas. Las declaraciones hechas ante una comisión parlamentaria investigadora, en 1842, revelan que para aquellas fechas se había producido ya una erosión asom­ brosamente completa. A partir de entonces, en los distritos mineros sólo se celebraban de manera universal las fiestas de Navidad y el Viernes Santo; excepto en la muy antigua mina de Levante, en la que todavía se concedían seis días al año. Parte de la información sugiere un proceso gradual de erosión. En algunas áreas se permitía celebrar las fiestas de la parroquia, por ejemplo en la United Mines de St. Austell, con un día entero sin trabajar (las fiestas del siglo xviii duraban varios días), mientras que en la Wheal Vor Mine la mayor parte de los mineros jóvenes que trabajaban en la superficie hacían la fiesta deda parroquia a costa de un día de SU salario: «Pre­ fieren perder que no asistir, si se les da permiso para ello». En la Consolidated Mines de Gwennap, una gran empresa según los

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cánones de la época, se daba medio día de fiesta en Pentecostés, dos horas el día de san Juan, dos horas la vigilia de Navidad y todo el día de Navidad y el Viernes Santo, Este control creciente de los días de fiesta que tenían los mineros era un aspecto de la capitalización de la industria, que se añadía al aumento de disciplina durante la jomada laboral, y un ataque al Mazed Monday, que era el equiva­ lente del San Lunes para los mineros,24 Los capitalistas de las fábricas, como Howkins y Obelkevich han mostrado, y también los empresarios agrícolas junto con los capita­ listas de las minas manifestaban una determinación real de imponer la disciplina del tiempo y el trabajo a los obreros que se les presenta­ ban con todos los inconvenientes de los ritmos tradicionales de vida y de trabajo. Las tradicionales veladas del sur del Lancashire sufrie­ ron el ataque de los magnates del algodón y sus aliados, la «nueva policía», durante el segundo cuarto del siglo xix y, aunque sus ata­ ques directos no triunfaron totalmente, indirectamente el desplaza­ miento de los tejedores manuales por parte de la fábrica acabó con el apoyo esencial del ritmo del ocio de los artesanos. Las veladas de Birmingham sufrieron un declive similar, a pesar de que existía una cierta y tenaz resistencia: en 1842, de los doce niños a quienes pre­ guntaron los comisarios de las fábricas, ninguno de ellos recibió permiso para hacer fiesta en la época de las veladas. En 1849, un vi­ sitante de la vieja comunidad de tejedores manuales de Ashtonunder-Lyne observó que el «viejo espíritu de diversión» de los teje­ dores había sido «extirpado por completo»: «La regularidad de la jomada laboral y de la disciplina que se observa, al dejar fuera de lugar tales travesuras, parece al fin haber eliminado cualquier cosa parecida a un deseo, o una idea de ellas».25 El hecho de que la gentry dejara progresivamente de fomentar, en el mejor de los casos, o por lo menos dejara de tolerar las diver24. Sobre la erosión de las fiestas entre los mineros del estaño, véase J. G. Rule, «Some social aspects of the Industrial Revolution in Comwall», en R. Burt, ed., Industry and Society in the South West, Exeter University Press, 1970, pp. 71-81. 25. Howkins, «The taming of Whitsun»; J. Obelkevich, Religión and Rural Society. South Lindsey 1825-1875, Oxford University Press, 1976, pp. 56-61; J. K. Walton y R. Poole, «The Lancashire wakes in the nineteenth century», en Storch, ed., Popular Culture, pp. 100-124; Razzell y Wainwright, Victorian Working Class, pp. 185, 313-320.

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siones plebeyas acabó con lo que había sido una condición funda­ mental de su existencia y era evidente al menos desde los últimos años del siglo xvm : La desaparición de la frecuencia de estas diversiones entre la . gente vulgar, por supuesto, se debe sobre todo a un cambio en los hábitos y la conducta de sus superiores. En la época de Carew [a principios del siglo xvu], los gentlemen solían obsequiar a numero­ sos campesinos en las mansiones y castillos para celebrar dos gran­ des festividades, o la fiesta de la parroquia o la de la cosecha en aquel lugar; y al mismo tiempo que los salones resonaban con las vo­ ces del jolgorio festivo, nuestros campos y colinas y bosques se ani­ maban con los gritos de la lucha libre y el hurling* Hoy en día la hospitalidad ha desaparecido entre nosotros; y con ella sus diversio­ nes.26

Malcolmson ha observado esta desaparición de la tolerancia de la gentry y los labradores acomodados a medida que aumentaba la distancia social y «se levantaba una sólida barrera entre la cultura refinada y la del pueblo». Las mascaradas de Northamptonshire, el balompié de Shrovetide, los «Lunes del Arado», todo proporciona ejemplos de un cambio de actitud de la gentry que tendía a aplaudir más que a resistirse al declinar de las «diversiones toscas» y los jue­ gos vulgares. También los magistrados de la gentry jugaron un papel entre los defensores de los entretenimientos «racionales» reforma­ dos, A principio de la era victoriana, los squires y sus damas, y tam­ bién los párrocos y sus esposas, fueron activos promotores de una transformación de las diversiones dirigida a «civilizar» a los braceros agrícolas. Howkins ha demostrado que en las zonas rurales del Ox­ fordshire, después de 1840 se produjo una preocupación creciente entre la gentry para «civilizar» el ocio de los pobres que, según su­ giere el autor, fu.e paralela a la creciente intervención del gobierno en áreas más claras; de saneamiento. Los miembros de la gentry pa­ saron a ser, junto con el clero, más guías y mentores de un proceso de reforma que partícipes del «teatro social» como en el siglo xvm; * Juego muy parecido al balonmano, antiguamente muy popular en Comualles .(N .d e la t.) 26. R. Polwhele, edición de Lavington’s Enthusiasm o f Methodists and Pa­ pists Compared, 1833, pp. CXXI-CXXII.

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promovieron asociaciones benéficas y sociedades de socorro mutuo en los pueblos, con sus sobrias fiestas, desfiles religiosos, cenas y marchas ordenadas, seguidas quizás por un tranquilo baile de tarde, todo ello conducido de la forma apropiada.27 La religión evangélica se convirtió también en una fuerza espe­ cialmente poderosa en el ataque a las diversiones tradicionales. La característica distintiva de este violento ataque era que la condena procedía del firme convencimiento de que los pasatiempos vulgares llevaban en sí mismos la depravación. Tales concesiones de tiempo no sólo eran poco convenientes y perjudiciales sino pecaminosas. El movimiento evangélico en el seno de la Iglesia de Inglaterra, a partir de la proclama real de 1787 publicada por instigación de William Wilberforce, tenía como objetivo promover la vigilante supresión del «vicio» en los pasatiempos populares, incluso cuando no estaba explícitamente asociado con el incumplimiento del domingo. A pe­ sar de que los evangélicos comprometidos eran una minoría, de to­ dos modos su influencia fue suficiente para cambiar la forma en que un amplio sector de las clases dirigentes contemplaban las diversio­ nes de los pobres. Se ha demostrado que las influencias evangélicas en las zonas rurales y entre el clero de éstas fue importante en el proceso de domar los rushbearings* del Lancashire, las festividades de Pentecostés en el Oxfordshire e incluso de hacer desaparecer la auténtica tradición musical popular de los coros plebeyos, que había aportado la música a los servicios anglicanos en las iglesias rurales, y sustituirlos con los Hymns Ancient and Modern y el órgano.28 Dondequiera que el metodismo enraizó, la fuerza del nuevo «puritanismo» fue mucho más efectiva, en gran medida porque el metodismo anticipó los movimientos posteriores en favor de la tem­ planza y el antialcoholismo, al vincular a algunos sectores de las cla­ ses trabajadoras a la iglesia y crear, de ese modo, una polarización de las diversiones dentro de la comunidad. El Journal de John Wes27. Malcolmson, Popular Recreations, p. 167; Howkins, «Taming of Whitsun», pp. 193-194. * Ceremonia anual de los distritos del norte que consiste en llevar juncos y guirnaldas a la iglesia y hacer alfombras en el suelo o decorar las paredes con ellas. (N. de la t.) ' 28. Véase V. Gammon, «Babylonian performances: the rise and suppression of popular church music, 1660-1870», en Yeo y Yeo, Popular Culture and Class Conflict, pp. 62-82.

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ley revela hasta qué punto, desde sus primeros días, el metodismo entró en conflicto con las antiguas costumbres de ocio. En 1743 anotó su disgusto con la «salvaje ignorancia y la maldad» de los mi­ neros del carbón de cerca de Newcastle, que se reunían los domin­ gos para «bailar, luchar, maldecir y jurar, jugar a chuck ball, o a span-farthing * o cualquier cosa que tengan a mano». En la misma ciudad se encaró con «multitudes de pobres desgraciados» que pa­ saban los domingos «paseando arriba y abajo de la Sand Hill». En 1766 llegó a Otley en un día de fiesta y encontró una ciudad «que había enloquecido de ruido, prisas, embriaguez, alboroto y confu­ sión, para vergüenza de un país cristiano». John Wesley anotó su sa­ tisfacción, durante su segunda visita a Gwennap en Comualles en 1744, porque desde su visita en el año anterior los mineros no ha­ bían conseguido gente suficiente para hacer un combate de lucha li­ bre: «al haberse borrado todos los hombres de Gwennap de la lista del Diablo, y considerar que la lucha libre no era beneficiosa para ellos sino peijudicial».29 A principios del siglo xix, incluso los sacerdotes anglicanos esta­ ban dispuestos a conceder un amplio crédito a los metodistas por el hecho de que en los distritos mineros de Comualles no habían ya «violentos combates de lucha libre ... e inhumanas peleas de gallos» y las «veladas tumultuosas» empezaban a escasear. La condena meto­ dista era inequívoca. Un anuncio publicado en el West Briton de 1821, que se había insertado para disuadir a los promotores de los combates de «poner en peligro las almas» de los mineros, declaraba que si se les preguntaba fc los mineros convertidos por qué no asistían a los combates de lucha libre, responderían que esto se debía al man­ damiento: «Tanto si comes como si bebes, o cualquier otra cosa que hagas, hazla para gloria del Señor». En 1829 se repetía el mensaje in­ sistiendo en que ir a un combate de lucha libre era violar por lo me­ nos ocho «normas de conducta»; se malgastaba el tiempo y el dinero, era ir con malas compañías, fomentaba la locura y la pereza, daba mal ejemplo, Dios la había prohibido porque: «Puedo morir pronto».30 * Juegos de lanzamiento al aire líbre. (N. déla t.) 29. John Wesley, Journal, edición de Everyman, 1906, I, pp. 420, 425; II, pp. 99, 265. Para un tratamiento más completo del tema, véase J. G. Rule, «Methodism, popular beliefs and village culture in Comwall, 1800-1850», en Storch, ed., Popular Culture and Custom, pp. 48-70. 30. Rule, «Methodism and village culture», p. 55. 2 1 * — RU LE

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El doctor Harrison ha subrayado que durante el siglo xix el con­ tacto más frecuente entre las iglesias y las clases trabajadoras se ha­ cía en base a los intentos de dominar el ocio popular: Los cristianos del siglo xix deploraban que toda la compleja parte recreativa del comportamiento, que incluía el juego, el adulte­ rio, la bebida, las diversiones crueles, el incumplimiento del domingo y la blasfemia; todo ello tenía lugar a la vez en la pista de las carre­ ras, el lugar de bebida, el teatro, el «banquete» y la feria.31

Los ejemplos más claros de confrontación los proporciona el metodismo en áreas como Cornualles, Kingswood, Newcastle y el Black Country. El doctor Stedman Jones ha indicado que historia­ dores que sólo han estado atentos al «ejemplo concreto para enjui­ ciar» han exagerado el impacto de los ataques religiosos sobre las diversiones populares. Es cierto que en algunas áreas los que reali­ zaban la confrontación «evangélica» fueron quizá, como él sugiere, «promotores de causas minoritarias»; sin embargo, en muchos luga­ res eran bastante numerosos para polarizar a las clases trabajadoras entre la «capilla» y la «taberna»; y en unas pocas, como Cornualles y Durham, en las que el metodismo penetró muy pronto y prosperó mucho, podían alardear de un apoyo mayoritario en términos de in­ fluencia, si no en términos de afiliación.32 El metodismo plantea una de las preguntas más difíciles de res­ ponder por parte de la teoría del «control social» en la que las fuer­ zas de presión se consideran como una imposición externa victo­ riosa de los valores de la clase media sobre las clases trabajadoras. De hecho, debemos explicar la existencia de una divisoria cultural que-escinde a las mismas clases trabajadoras y que fue tan significa­ tiva al separar a los «indecentes» de los «respetables» como lo fue el «imperialismo» de otras clases sociales. La polarización de la vida después del trabajo se centraba alrededor del «templo» que con sus atractivos establecía una rivalidad o alrededor de la «taberna» con las actividades que a ella se asociaban. Cuando los movimientos en 31. B. Harrison, «Religión and recreation in nineteenth-century England», Papers presented to the Past andPresent Conference on Popular Religión, 7 de julio de 1966, p. 2. 32. G. Stedman Jones, «Class expressions versus social control? a critique of recent trends in the social history of leisure», History Workshop, 4, 1977, p. 165.

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favor de la templanza o antialcohólico llegaban a áreas en las que el metodismo, en especial en sus formas primitivas o brianitas, tenía ya una fuerte influencia sobre la conducta de la clase obrera, no propa­ gaban tanto nuevas constricciones como reforzaban las que ya exis­ tían. El minero metodista que firmaba el compromiso estaba, con toda probabilidad, reafirmando actitudes ya existentes, más que su­ friendo una conversión radical.33 Para los propagadores de la cultura del templo o del «compro­ miso», no era suficiente predicar, era esencial la atracción contraria. Quizá la confrontación, como cuando los metodistas cómicos inten­ taron a finales del siglo xvm acallar el ruido de un jolgorio durante la fiesta del pueblo cantando himnos, o cuando hicieron servicios re­ ligiosos en una feria en Cambóme en 1840, era menos eficaz que la atracción contraria de una participación y un compromiso alterna­ tivo como el que ofrecieron los primitivos metodistas de St. Austell, que celebraron intencionadamente una reunión del resurgimiento al aire libre en el lugar donde se hacía el combate anual de lucha libre, una semana después de que aquél tuviese lugar. Los que participa­ ban en la: lucha antialcohólica eran especialmente activos, hacían marchar a la gente trabajadora detrás de bandas de música y pan­ cartas, se sentaban a tomar el té en grupos inmensos y provocaban las emociones con apasionadas confesiones públicas sobre las luchas que tenían para superar la tentación. Según el doctor Harrison, los antialcohólicos «transformaron las reuniones para promocionar la templanza de reuniones ocasionales de personas respetables influ­ yentes ... en reuniones con una función de atracción contraria que permitían que los trabajadores se aislaran de la tentación de la ta­ berna».34 Tenían que hacerlo así, porque mientras las grandes festi­ vidades no religiosas públicas ofrecían blancos de confrontación evi­ dentes contra los cuales las fuerzas del evangelismo, la templanza, el orden y los asuntos «serios» se podían aliar, la taberna era un mundo muy distinto para penetrar en él. Anthony Delves ha seña­ lado que en Derby lá gran fuerza de la taberna residía en que era en sí misma adecuada a .las necesidades de ocio de la clase obrera. No tenía la barrera que la cuota imponía a la participación (a diferencia 33. Rule, «Methodism and village culture», pp. 50-51. 34. B. Harrison, Drink and the Victorians. The T'emperanee Question in England 1815-1872, Faber and Faber, 1971, p. 180.

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del mechantes institute), y las horas en que permanecían abiertas se adecuaban a las necesidades de ocio de los obreros, cuyo tiempo y dinero no sólo eran escasos sino de provisión irregular. En aquella ciudad, a pesar de los intentos victoriosos de disciplinar el rudo ba­ lompié de calle, todavía en 1853 se subrayaba la existencia del «problema» del ocio de los obreros; en aquella fecha se estimó que el 70 por 100 de los trabajadores pasaban la tarde en las tabernas.35 En Cornualles se puede observar que después del declive de las fes­ tividades públicas y la retirada del apoyo de la gentry a los pasa­ tiempos vulgares, la lucha libre sobrevivió como una diversión tradi­ cional sólo porque eran los taberneros quienes la promocionaban.36 Se necesitaba un poderoso magnetismo para atraer a la población trabajadora y sacarla de sus tabernas; entre los recursos que más se utilizaban, en especial después de la llegada de la época del ferroca­ rril, estaban las excursiones organizadas y los «días de campo». Cuando los periódicos describieron el fin de semana de Pentecostés de 1844 en Cornualles, informaron que se había producido un nota­ ble descenso, a pesar del buen tiempo, del número de gente que acudió a las ferias de la temporada. También informaban acerca de la muy numerosa asistencia a Rechabite y a los festivales antialcohó­ licos los cuales, aparentemente (aunque nos preguntamos cómo), se «celebraron con más alegría de la habitual» incluyendo procesiones y desfiles que algunas veces estuvieron precedidos por tres bandas de música. En 1852 el ferrocarril minero llevó setenta y seis vagones de mineral llenos de abstemios con sus familias desde Cambóme a las arenas doradas de Hayle, cantando todos: El humo ya sale y nosotros estamos dispuestos; ¡Mira cómo corre la máquina que resopla! Mantened vuestras cabezas despejadas y sed firmes Vigilad vuestras copas y vigilad vuestros vestidos.*

Tres años antes, el ministro wesleyano se había llevado a los niños metodistas de la ciudad a la orilla del mar para librarles de la tenta­ ción que ofrecía una «feria llena de ruido y tumulto»: 35. Delves, «Popular recreation in Derby», pp. 98-103. 36. Rule, «Methodism and village culture», p. 55. * («Steam ís up and we are ready; / See the engine puffing goes! / Keep your heads cool, and be steady / Mind your cups and mind your clothes.»)

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Estamos alegres y tenemos razón, Aunque no vayamos a la feria; Emplearemos mejor la feliz temporada Respirando el aire fresco del mar. ¡Felices niños! ¡Felices niños! ¡Cuántos vamos a ser allí!37

Hacia mediados del siglo no sólo los metodistas y los partidarios de la templanza habían llegado a ver las posibñidades de las excur­ siones en ferrocarril. En Birmingham, las excursiones de los talleres se habían convertido en una parte regular del recreo subvencionado y aprobado por los empresarios. Conocidas a nivel local como «fies­ tas de gitanos», estas excursiones al campo, según el testimonio de algunos artesanos en 1849, estaban restando con éxito participantes en las celebraciones de veladas y los pasatiempos rudos que en aquel momento sólo se permitían, sobre todo «a hurtadillas, los obreros de la vieja escuela». Los grupos de gitanos habían extendido la «buena voluntad y la cordialidad» durante los cinco años anterio­ res. No es difícil comprender por qué se habían ganado la aproba­ ción y el apoyo de los empresarios, puesto que eran una forma de diversión básicamente controlable, y vigilada, para acabar con el «carnaval». Los obreros ahorraban pagando contribuciones sema­ nales durante todo el año y los empresarios acababan de completar los fondos. Ha sobrevivido el relato, bastante detallado, de una «fiesta de gitanos» organizada por una empresa de agujas de acero: 350 obreros fueron en carros a comer y a bailar en tiendas, «no completamente abstemios, pero muy moderados». Con anterioridad se había dado a cada uno una hoja impresa con el siguiente título: Normas que se deben Cumplir en Ocasión de la Excursión de Placer organizada por los señores Hinckes, Welles and Co. Cada uno tenía un número de asiento señalado, y si no estaba preparado para partir a las 6.30 de la mañana puntualmente, se le dejaría sin derecho a re­ cuperar su contribución: «Cuando los carros hayan partido hacia las colinas, se ruega no mezclarse con otros grupos». Todo aquel que fuese visto dañando los árboles o los setos sería despedido del tra­ bajo, y los excursionistas deberían andar en filas de a cuatro. Una 37. Ibid,, pp. 55-59. («We rejoice, and we have reason, / Thoügh we don’t attend the fair; / Better spend the happy season / Breathing in the fresh sea air. / Happy Children! Happy Children! / What a number will be there!»)

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vez llegados a las colinas: «Se ruega no vagar en pequeños grupos separados, de otro modo provocaréis un serio disgusto en vuestros patronos „ . A l sonar la trompeta, todo el mundo debe volver para comer en el mismo orden». Al volver a Birmingham a las 8 de la tarde, los excursionistas no debían cantar camino de casa por las ca­ lles, y se esperaba que durante el día se hubiesen observado «el ma­ yor orden y propiedad».38 El sector de la cíase obrera que se opuso a los pasatiempos ru­ dos y degradantes de los «indecentes» no procedía sólo de las filas de la religión. Hombres como Francis Place y William Lovett resu­ mían el cambio de actitudes entre los artesanos, y mostraban un or­ gullo especial en afirmar una «mejora de la conducta entre la pobla­ ción trabajadora más inteligente». Place advertía a los que leyesen las memorias de su juventud en. el Londres de la década de 1780, para que se preparasen: Las circunstancias que, como se verá, he mencionado en relación a la ignorancia, la inmoralidad, la grosería, la obscenidad, la embria­ guez, la suciedad y la depravación de la media, e incluso de una gran parte de las mejores gentes de oficios, los artesanos y los oficiales de los oficios de Londres en los días de mí juventud, pueden dar lugar a la sospecha de que lo que he trazado es una caricatura.39

William Lovett señalaba a este respecto que desde su llegada a Londres en 1821 se había producido una gran mejora entre los tra­ bajadores.40 Estos hombres y otros líderes de la clase obrera como Thomas Cooper, Henry Vincent o Robert Applegarth, preocupados por elevar el nivel y la dignidad de su clase, no eran favorables a la bebida excesiva ni a la grosería de gran parte del ocio obrero. En Derby se opusieron al desenfreno anual del balompié callejero que suponía rotura de huesos, destrozo de ventanas y borracheras. Du­ rante la dura huelga de 1833-1834 en aquella ciudad, los líderes de 38. Razzell y Wainwright, Victorian Working Class, pp. 298-299. 39. Place, Autobiography, pp. 14-15, y su declaración ante el Select Committee on Artisans and Machinery, B. P. P., 1824, V, segundo informe, p. 46. 40. W. Lovett, Life and Struggles in Pursuit o f Bread, Knowledge and Free­ dom, 1876, reeditado en 1967, MacGibbon and Kee, p. 26. Véase el tratamiento de los artesanos «respetables» que se hace en Rule, Experience o f Labour, pp. 204206.

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las trade unions se opusieron a que se celebrase, porque detectaron que en el intento de algunos superiores, desde el punto de vista so­ cial, inclinados hacia el populismo y que adoptaban una actitud de defender las tradiciones, había el deseo de fortalecer el paternalismo, o más bien de desacreditar a los obreros de la ciudad: «Vues­ tros superiores se dedican sobre todo en esta Fiesta a azuzaros como perros brutales a la lucha. Sí, criaturas reverentes, llenas de santi­ dad, han contribuido con su voz a que el pueblo actúe de manera violenta». Su decisión de boicotear el balompié y organizar en su lu­ gar una manifestación de fuerza de la trade unión fue aplaudida por el Pioneer de Owen: ¡Aquel glorioso grito de revolución moral! Hablaba sinceramente de las mejores cosas Hacía que nuestras almas ganasen cinco Sabbaths. Dejad que vayan los que vacilan, a embrutecerse, pero no un miembro de la union, ni uno.*

El martes de Carnaval, 2.000 sindicalistas desfilaron por la ciu­ dad con bandas y pancartas cantando himnos y canciones populares para reunirse a siete kilómetros de la ciudad con 900 sindicalistas más, procedentes de la región. El miércoles también se celebró un segundo mitin: «Que se traguen la píldora los moralistas. Dejad que la union haga lo que ni la fuerza pública ni los evangelios podrían conseguir».41 Las unions de carpinteros de ribera de South Shields también celebraron un mitin en 1850, en el que alrededor de 1.700 personas llegaron en ocho barcas de vapor, con bandas y pancartas, para asistir a una reunión masiva en Newcastle. Dos años después un número parecido de carpinteros hicieron una marcha por la ciu­ dad.42 Los que se aliaron en la lucha por reprimir las diversiones «tra­ dicionales» e imponer otras «racionales» no siempre pudieron evitar * «That glorious shout of moral revolution! / It spoke a heartful of the. kin­ dest things / It made our soulds five Sabbaths better. Let others go who list, / to the imbruted, but not a Union man - not one.» 41. Delves, «Popular recreation in Derby», pp. 104-116. 42. J. F. Clarke, -«Workers in the Tyneside shipyards», en N. McCord, ed., Essays in Tyneside Labour History, Newcastle upon Tyne Polytechnic, 1977, p. 111.

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las desavenencias en sus filas. Los hombres de negocios de Derby que se agruparon alrededor del alcalde para suprimir el balompié en 1845 querían acabar con la engorrosa presencia de aquél en las ca­ lles, pero a su vez querían reemplazarlo por una carrera de caballos que se celebraría hiera de la ciudad, para que disminuyesen las mo­ lestias pero siguiese siendo beneficiosa para los negociantes. Sus aliados evangélicos no estaban dispuestos a aprobar esta sustitución, por muy enérgicamente que aprobasen la represión del balompié. En el caso de los líderes de las trade unions obreras, quizás es mejor considerar que no tenían ninguna alianza con otro grupo. El pare­ cido de los textos, en cuanto a retórica moral, escondía unos objeti­ vos incompatibles, puesto que aquello que los sindicalistas querían conseguir era una cultura obrera transformada, y no un individua­ lismo competitivo.43 Las actividades de los grupos de la clase media, observables a partir de finales de la década de 1830, que consistían en promover las diversiones racionales eran al menos en parte, por cierto, una contraofensiva cultural en respuesta al miedo de que la iniciativa en este aspecto pasase a manos de la clase obrera organi­ zada. Esto se pone de manifiesto en las enérgicas prohibiciones de lecturas radicales y de literatura que iban unidas a la provisión de bibliotecas y de escuelas por parte de la clase media. La Librairies A ct de 1849 no tenía tanto la intención de fomentar el florecimiento en un desierto literario, como de volver a tomar posesión de un te­ rreno que estaba ya cubierto por el pujante crecimiento de las salas de lectura controladas por la clase obrera.44 En Sheffield no siempre era fácil trazar la línea que separaba los patronos de los trabajadores, por lo menos hasta mediados del si­ glo xix, y un sector de la clase obrera fue integrado, por medio de la «respetabilidad» que ya ejercía su influencia dentro de la comuni­ dad, en una ideología social común a las clases medias y en tensión con un sector de la propia clase, el de «los indecentes». El sector que se integró incluía a los obreros que asistían al templo, los que firmaban el compromiso, que mandaban a sus hijos a las escuelas dominicales y ponían parte de sus ahorros en las cajas de ahorros. Pero entre los «respetables» y los «indecentes» había un grupo cuya 43. Delves, «Popular recreationin Derby», pp. 109-113. 44. E. Yeo, «Culture and constraint in working-class movements, 18301855», en Yeo y Yeo, eds., Popular culture and Class Conflict, p. 179.

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implicación en el sindicalismo hacía que fuese imposible darles ca­ bida en uno u otro, a pesar de su respetabilidad general. Este grupo aspiraba sólo a aquellos aspectos de las clases medias que les conve­ nían, y su expansión a finales del siglo xix se convirtió en una ame­ naza para la hegemonía cultural de la burguesía en la medida en que luchaba por la respetabilidad sin incorporarse a las instituciones que se hallaban bajo la dirección de aquélla.45 Eileen Yeo ha descrito y documentado los logros y los problemas de las organizaciones y los movimientos obreros, durante el período 1830-1850, al dar lugar a lo que en algunos casos podría ser equivalente a «un mundo social completo para las horas de ocio», que incluía actividades recreati­ vas, educativas y (puesto que también se debía incluir a los obreros metodistas y a los grupos de abstemios) religiosas. Las dificultades eran grandes. Tenían que luchar por el «espacio», puesto que las ca­ lles y las plazas les estaban prohibidos; por ejemplo, la proclama real del 3 de mayo de 1839, que daba poder a los magistrados para prohibir las reuniones carlistas casi a su voluntad, provocó los tu­ multos Bull Ring en Birmingham, y es un ejemplo claro de confron­ tación de la autoridad con los movimientos de la clase obrera en el nivel fundamental de limitar sus derechos de reunión pública. Los salones de reunión y las salas de lectura abiertos por los movimien­ tos de la clase obrera eran símbolos más que esperanzadores de una cultura dignificada. Eran territorios que la clase obrera controlaba de forma independiente. Si bien se disputaban una zona fronteriza con la omnipresente, y apenas en retirada, taberna, eran mucho más conscientes de que tenían un enemigo común; y a pesar de que los abstemios se encontrarían en una situación embarazosa al reunirse en una taberna, muchas trade unions, sociedades de socorro mutuo y otros grupos obreros lo hacían habitualmente. El hecho de aportar fondos para tener locales era un problema importante, porque las cuotas elevadas para tener acceso hubiesen impedido la entrada a aquellos grupos que ya se habían enfrentado con la «inhospitalidad organizada» de los mechanics institutes con sus cuotas. Además de tener influencia en este área, los movimientos de la clase obrera in45. Caroline Reid, «Middle-class values and working-class culture in nine­ teenth-century Sheffield - The pursuit of respectability», en S. Pollard y C. Holmes, eds., Essays in the Economic and Social History o f South Yorkshire, S. Yorkshire C.C., 1976, pp. 275-278.

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tentaron dar un nuevo significado a las antiguas fechas festivas, de modo que celebraban sus actividades en martes de Carnaval, Pascua, Pentecostés, Navidad y Ano Nuevo y, a diferencia del período que llegaba hasta 1850 y ponía su acento en un ocio centrado en el hogar, mantenían viva la integración de la familia en la comuni­ dad.46 El doctor Cunningham se ha opuesto recientemente a la opinión de que el período de la revolución industrial tuvo un «vacío recreativo» afirmando que en él se dio un «enérgico desarrollo del recreo popular y de la comercialización de aquél, comparable a la comer­ cialización de las diversiones de la clase media que el profesor Plumb ha identificado para el siglo xvm», Aunque sin negar que se produjo una restricción general de las oportunidades de ocio y del tiempo de ocio para la masa de la población, argumenta que en el contexto de conflicto en el área de lo recreativo se dio un aumento de las oportunidades de ocio de tipo «indeseable» para las clases trabajadoras. Parte de la población, quizá la mayor, elaboraba su propia cultura de una forma diferente a la de los «partidarios del re­ creo racional» y á la de los movimientos obreros.47 Como ha indi­ cado el doctor Storch, una de las razones por la cual los reformado­ res abstemios veían una necesidad extrema de «mejora moral» de las masas era la profusión real de las actividades de juego y diver­ sión que se centraban en la taberna de las ciudades de la primera época victoriana.48 En las primeras décadas de la revolución indus­ trial, las oportunidades de las clases más bajas para divertirse iban en aumento, porque además de que muchas tradiciones sobrevivie­ ron más tiempo del que se ha supuesto habitualmente, por ejemplo las veladas del Lancashire y otras consiguieron sobrevivir sin protección," se iban desarrollando constantemente otras formas nuevas. El resultado fue ün «florecimiento» del ocio popular, a finales del siglo xvm y principios del xix, que permite comprender la virulencia de las campañas contrarias a él. Los organizadores de espectáculos am­ bulantes, los jinetes, circos y fieras constituían un mundo de diversión ofrecido profesionalmente e impuesto a una «cultura popular

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46. E. Yeo, «Culture and constraint», pp. 155-166. 47. Cunningham, Leisure in the Industrial Revolution, p. 15. 48. R. Storch, «The problems of working-class leisure. Some roots of middleclass reform in the industrial north», en Donajgrodski, ed., Social Control, p. 153.

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homogénea». Esta cultura no estaba en decadencia, ni era una «reli­ quia», puesto que gran parte de ella era nueva y adecuada tanto para las ciudades en crecimiento como para las zonas rurales. Si esto era el equivalente a «cultura popular», era tan innovador como tra­ dicional, pero su centro, al igual que el de la cultura artesana de la dignidad con sus sociedades de debate y sus salas de lectura, estaba inserto en el pueblo como algo opuesto a aquella autoridad que se les imponía:49 Sin embargo, la capacidad de un pueblo para elaborar su propia ; cultura tiene sus limitaciones últimas en la oposición procedente de la autoridad. Lo que el pueblo conservó, lo que innovó y lo que sus­ tituyó, todo indica la debilidad de dar por supuesto un triunfo in­ condicional de parte de las clases medias y altas en su confrontación con los usos populares del tiempo dedicado al ocio. No se dieron constantes, pero en la formación de su propia cultura, la población trabajadora tuvo una actitud de defensa contra la represión y de reacción frente a las restricciones. Estas limitaciones procedían en su mayor parte de los imperativos del capitalismo industrial emer­ gente. Una postura defensiva era inevitable. Incluso en el caso de que hubiese logros a la hora de crear o de mantener una cultura po­ pular independiente, los parámetros estaban, como siempre, defini­ dos por el momento histórico: el de un capitalismo empresarial na­ ciente.

49. general.

Cunningham, Leisure in the Industrial Revolution, pp. 26-27, y cap. 1 en