Libro Offerle - Pruebas Finales

Perímetros de lo político: contribuciones a una socio-historia de la política Michel Offerlé sociedades contemporáneas

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Perímetros de lo político: contribuciones a una socio-historia de la política Michel Offerlé

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Colección Sociedades Contemporáneas Dirigida por Gabriel Vommaro y Ariel Wilkis

Perímetros de lo político: contribuciones a una socio-historia de la política Michel Offerlé Primera edición en Argentina: Editorial Antropofagia, 2011. www.eantropofagia.com.ar ISBN: 978-987-1238-76-7 Traducción: Gabriel Vommaro y Mariana Gené Offerle, Michel Perímetros de lo político : contribuciones a una socio-historia de la política. 1a. ed. - Buenos Aires : Antropofagia, 2011. 224 p. ; 23x16 cm. Traducido por: Gabriel Vommaro y Mariana Gené ISBN 978-987-1238-76-7 1. Sociología Política. I. Vommaro, Gabriel, trad. II. Gené, Mariana, trad. III. Título. CDD 306.2

Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723. No se permite la reproducción total o parcial de este libro ni su almacenamiento ni transmisión por cualquier medio sin la autorización de los editores.

Índice Presentación. Por una sociología de lo político . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7 Por Mariana Gené y Gabriel Vommaro

Los límites de lo político Ilegitimidad y legitimación del personal político obrero en Francia antes de 1914 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 27 Perímetros de lo político y coproducción de la radicalidad a fines del siglo XIX . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 71 Reconsideración crítica de los repertorios de acción colectiva (siglos XVIII y XIX) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 93

Competencias y clasificaciones políticas La cantidad de votos Electores, partidos y electorado socialista en Francia a fines del siglo XIX . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 117 Movilización electoral e invención del ciudadano. El ejemplo del medio urbano francés a fines del siglo XIX . . . . . . . . 153 El voto como evidencia y como enigma . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 175 Postfacio: Itinerarios interdisciplinarios

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“Ilegitimidad y legitimación del personal político obrero en Francia antes de 1914” fue publicado originalmente en Annales, Economies, Sociétés, Civilisations, vol. 39, n o 4, 1984, pp. 681-716. “Perímetros de lo político y coproducción de la radicalidad a fines del siglo XIX”, apareció en Annie Collovald y Brigitte Gaïti (dir.), La démocratie aux extrêmes. Sur la radicalisation politique, París, La dispute, 2006, pp. 247-268. “Reconsideración crítica de los repertorios de acción colectiva (siglos XVIII y XIX)”, en Politix, vol. 21, n o 81, 2008, pp. 183-204. “La cantidad de votos. Electores, partidos y electorado socialista en Francia a fines del siglo XIX”, se publicó en Actes de la Recherche en Sciences Sociales, vol. 71, n o 1, 1988, pp. 5-21. “Movilización electoral e invención del ciudadano. El ejemplo del medio urbano francés a fines del siglo XIX” apareció originalmente en Daniel Gaxie (dir.), Explication du vote. Un bilan des études électorales en France, Presses de Sciences Po, 1985, pp. 149-174. “El voto como evidencia y como enigma”, fue publicado inicialmente en Genèses, n o 12, 1993, pp. 131-151.

Presentación. Por una sociología de lo político

Por Mariana Gené y Gabriel Vommaro 1 Difícilmente pueda exagerarse la influencia que tuvo en las últimas décadas Michel Offerlé para los cientistas sociales de lo político –sociólogos, politólogos, historiadores, antropólogos– franceses, así como para los estudiantes extranjeros que pasaron por sus seminarios y grupos de estudio. En efecto, junto a Jacques Lagroye, Daniel Gaxie y otros politistas 2 críticos, constituyeron un núcleo que renovó el estudio de lo político en Francia y que formó a numerosos cientistas sociales, en especial en ciencia política, entre los años 1980 y la actualidad. Estos académicos más jóvenes escribieron las tesis que contribuyeron a desnormativizar el estudio de lo político en ese país, a orientar una parte de las energías de la ciencia política francesa hacia terrenos menos seguros y menos clásicos –y también más marginales, en tanto alejados del mainstream institucionalista y neoinstitucionalista norteamericano, pero también de la historia de las ideas políticas francesa–, ligados a la interrelación con la sociología, la historia, la antropología, que acercaron una disciplina demasiado limitada por corsés ideológicos a estudios empíricos capaces de dar cuenta de la historia de las formas de actuar, de percibir y de clasificar la actividad y las instituciones políticas. De la mano de estos autores, sin duda, se constituyó una ciencia social de lo político que en la actualidad ocupa un lugar entre la ciencia política, la sociología y la historia, y en especial en la definición de ese campo mestizo que es la sociología política: pensar, como sostiene Offerlé en el postfacio de este libro, en la tensión entre la importancia de guardar la especificidad de lo político y la necesidad de arraigarlo en actividades e instituciones concretas, con sus génesis, sus naturalizaciones y Agradecemos a Pedro Blois, Dante Ganem y Teresa Nissen por su colaboración en la lectura y preparación de este libro. 2 Utilicemos el término elegido por estos intelectuales para diferenciarse de los politólogos, a quienes juzgaban, con los parámetros de la época, y en virtud de la lógicas de conflicto que separaban a los cientistas sociales críticos de aquellos vinculados al poder (posiciones representadas por la École des Hautes Études en Sciences Sociales y la Universidad de París 1, de un lado, y por el Institut d’Études Politiques de París, del otro), como demasiado ligados a las preocupaciones políticas heterónomas al campo académico, vinculadas al campo de poder, y por actuar como intelectuales mediáticos, una suerte de opinólogos en el argot argentino. Hay que decir, asimismo, que Jacques Lagroye ha sido uno de los maestros de la generación de Offerlé y Gaxie. 1

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sus conflictos. Como señalaremos luego, es en este contexto que puede entenderse la importancia de la socio-historia como perspectiva de análisis fructífera de lo político. El espacio abierto por esta perspectiva se materializó en diversas instituciones, seminarios, revistas, etc. Por un lado, a pesar de su tardío ingreso a los espacios centrales de producción académica en Francia –a diferencia de lo que sucedió con Lagroye o Gaxie, no enseñó en una escuela doctoral de ciencia política hasta los años noventa, cuando ya en la Universidad de París I dio sus primeros cursos de organizaciones políticas en esa formación–, Offerlé fue y continúa siendo un formador clave de cientistas sociales de lo político, y la sociología política francesa produjo muchos de sus mejores trabajos, desde los años noventa hasta la actualidad, inspirada en los trabajos de este politista crítico. Por otro lado, su actividad institucional en la Asociación Francesa de Ciencia Política –cuyo control permaneció siempre en manos de corrientes más tradicionales–, en revistas, congresos y publicaciones colectivas, constituyó una especie de lenta pavimentación de un camino fructífero para las nuevas perspectivas de análisis de lo político. Pensemos en el grupo fundador de la revista Politix, nacida a fines de 1987 con el impulso de dar difusión a las nuevas perspectivas de lo que dieron en llamar las ciencias sociales de lo político, toda una declaración que daba cuenta de la intención de desenclaustrar a la ciencia política para asociarla a otras disciplinas sociales en cuya interacción podría enriquecerse. O en la revista Genèses, claramente abierta hacia la sociología y la historia, en la que el estudio de lo político no aparece como la propiedad exclusiva de una disciplina sino como un debate de perspectivas y aproximaciones de campo que brindan claves de “comprensión de nuestras sociedades contemporáneas a la luz de la historia”, como se sostiene en la presentación de la revista. Es sin duda el Grupo de Investigación Interdisciplinario sobre lo Político (GRIP) el espacio que lleva más claramente la impronta formativa de Offerlé. Creado en 1993, cuando, como él sostiene, las estructuras de seguimiento de tesistas en las universidades no estaban consolidadas, y cuando el mismo Offerlé aún no tenía un espacio de inserción sólido y se mantenía como un “marginal” de la ciencia política, este grupo integrado por doctorandos y maestrandos dirigidos por Offerlé funcionó primero en dependencias que tenía en Bourg-la-Reine el Instituto de Ciencias Sociales del Trabajo (ISST) de la Universidad de París I, del que Offerlé era director, y luego en la sede Jourdan de la Escuela Normal Superior-Ulm, donde él enseña actualmente. El pasaje de un espacio a

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otro da cuenta de la trayectoria académica del director del grupo. En efecto, Offerlé ingresó a la Universidad de París I en 1989 –“llegó” a París, podría decirse, como un destino y como un objetivo– luego de su paso como asistente por la Universidad de Dijón, por la propia París I y como profesor en el Instituto de Estudios Políticos de Lyon, y su puesto lo inscribía en un espacio marginal, de formación de cuadros sindicales, como era el ISST. 3 Poco menos de veinte años después, en 2007, fue electo profesor y se convirtió en coordinador de la filial de Estudios Políticos de la Escuela Normal Superior (ENS) de París, una de las grandes escuelas que se encuentra en la cima del jerarquizado sistema universitario francés. Sin duda, el GRIP, que funcionaba en la sede de Jourdan desde antes del ingreso formal de Offerlé a la ENS, cimentó su prestigio, y esto a base de un paciente trabajo de seguimiento de estudiantes de posgrado –politistas, sociólogos e historiadores de los siglos XIX, XX y XXI– que se formaban en la interrogación de sus propios terrenos a partir de terrenos y temporalidades ajenas. 4 Por último, la capacidad de Offerlé para tender puentes y formar nuevas generaciones puede apreciarse en su vocación por establecer “estados del arte” que asocien perspectivas y terrenos no siempre naturalmente asociables, en pos de extraer conclusiones generales ligadas a sus preocupaciones intelectuales, así como en abrir la “cocina” metodológica de las investigaciones empíricas, en historia, en ciencia política o en sociología, que producen conocimiento sobre las prácticas e instituciones políticas en proceso de construcción, sedimentación, destrucción, etc. Esto puede verse con claridad en “El voto como evidencia y como enigma”, texto de comentario bibliográfico de estudios recientes sobre el voto en Francia, donde Offerlé aclara que se trata de “historias que nosotros cruzamos” con el objeto de aprender sobre la institución del voto como institución y como práctica (“el acto de votar”). A continuación, intentaremos presentar brevemente algunos elementos que contribuyan a situar los trabajos de Offerlé traducidos en este El ISST había sido creado en 1951 como parte del impulso de formación y profesionalización de los cuadros políticos y sociales en Francia; en este caso, para permitir a los dirigentes sindicales completar su experiencia política en el contacto directo con el mundo universitario. 4 La dinámica del GRIP es la siguiente: a la mañana, se invita a un autor que interesa a los miembros del grupo por las temáticas que aborda. Este es presentado por alguno de los tesistas. Por la tarde, son estos últimos los que presentan sus trabajos. Es probable que, además de producir un productivo acercamiento entre autores consagrados y recién iniciados, la presencia mensual –tal la frecuencia de las reuniones del grupo– de docentes–investigadores en el GRIP permitió a Offerlé hacer visible su espacio entre prestigiosos colegas, al tiempo que forjar o consolidar vínculos académicos que podrían haber contribuido a su “ascenso” profesional. 3

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libro en el conjunto de preocupaciones del autor y en las perspectivas en las que éste se sitúa; además, propondremos algunas líneas de trabajo que inspira, sugiere y hasta motorizan las investigaciones de Offerlé para aquellos que se propongan indagar la historia política argentina con ojos de politista crítico. En primer lugar, nos ocuparemos de la perspectiva desarrollada por Offerlé. En segundo lugar, haremos algunas anotaciones sobre la socio-historia, corriente de investigación en la que se inscribe el autor. Por fin, nos interrogaremos por la medida en que los trabajos de Offerlé sirven para pensar y estudiar lo político en otros contextos nacionales, como el caso de Argentina.

1. Michel Offerlé, arqueólogo de la política francesa Desde sus primeros trabajos, Offerlé se preocupó por el estudio de la construcción de aquello que a menudo los politólogos dan por sentado: la existencia de una actividad política estable, institucionalizada, con reglas de juego y fronteras más o menos establecidas y aceptadas, y asentada en principios generales que dieron forma, progresivamente, a una ideología democrática. 5 Esta empresa analítica necesitaba tanto de los instrumentos de la historia –para establecer la forma en que tuvieron lugar procesos y acontecimientos– como de los de la sociología –para contar con conceptos/herramientas que permitieran pensar las relaciones entre los actores, los recursos que movilizaban, la socialización política, etc. En esta combinación, Offerlé pudo interrogar a las fuentes históricas con preguntas hechas de intereses analíticos y conceptuales que permitieran superar las cegueras de la ideología democrática que, en nombre de la defensa de principios como la universalización de los derechos políticos (“un hombre, una opinión, un voto”), impedían comprender la manera en que esa universalidad había sido definida, en sucesivos momentos históricos, como una forma particular de tramitar los conflictos en una sociedad. Esta “solución” supuso la creación de Este dar por sentado remite tanto a la existencia como a la ausencia de esa política democrática normal. Pueden verse, en el terreno estrictamente académico, los trabajos de la transitología de los años ochenta –en especial el clásico de G. O’Donnell, Ph. Schmitter y L. Whitehead, Transiciones desde un gobierno autoritario: conclusiones tentativas sobre las democracias inciertas, Barcelona, Paidós, 1994, v. 4– y aquellos que, en la actualidad, se preocupan por los llamados “autoritarismos subnacionales” –por ejemplo, E. Gibson, “Control de límites: autoritarismo subnacional en países democráticos”, Desarrollo Económico, vol. 47, N o 186, pp. 163-191. En el terreno experto, los barómetros de la democracia –Latinobarómetro, Eurobarómetro– fueron sin duda concebidos a partir de esta perspectiva de la democracia como un conjunto de requisitos a llenar por los regímenes políticos para ser, en verdad, democráticos. 5

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una actividad especializada, realizada en un espacio especializado con instituciones especializadas que debían ser producidas y reproducidas por agentes competentes, capaces de interiorizar y de movilizar reglas, normas, objetos, principios que hacían vivir esas instituciones. 6 Si otros autores, en especial aquellos que se inscriben en la historia conceptual francesa que gira en torno a los trabajos de Pierre Rosanvallon, han podido dar cuenta de la centralidad del carácter representativo –y de la trabajosa definición de los límites, las reglas y las atribuciones de las partes que forman parte de esa relación delegativa– de las democracias modernas y, así, han podido subrayar la importancia de la institución de la distancia entre gobernantes y gobernados como principio de funcionamiento de la política democrática 7 se trataba de trascender los debates conceptuales para enfocarse en la producción de modos de hacer y de percibir y en objetos que pueblan la actividad política. Al sostener que la profesión política y la politización no son saberes universales ni naturalmente incorporados por los actores sino el resultado de la adquisición de un manejo práctico, Offerlé se orientó al estudio de dos grandes problemas: en primer lugar, la existencia de un personal capaz de realizar la actividad política como práctica continua, progresivamente profesionalizada, así como la manera en que ese personal había reemplazado a los antiguos notables, o en que esos notables se habían reconvertido en políticos profesionales. La constitución del político profesional supuso la separación de esos actores del resto de la sociedad –la construcción de los portavoces que hacen existir a los grupos al hablar en su nombre–, al tiempo que un proceso de aprendizaje –de profesionalización– en el que ciertos sectores sociales y ciertas profesiones lograron imponer criterios de selección del personal a partir de imponer una definición dominante de los recursos necesarios para “hacer política”. En segundo lugar, Offerlé estudió la producción de un público competente de la política: electores y ciudadanos que adquieren los esquemas de comprensión y apreciación del juego político que les permiten entender y seguir la competencia por su representación. En el artículo “Movilización electoral e invención del ciudadano. El ejemplo del meEstudiar este proceso con una actitud crítica respecto de las ideologías que nos constituyen y que constituyen nuestros puntos de vista permite comprender, por ejemplo, como retoma Offerlé de los trabajos de Patrick Lagoueyte, que lo esencial del aprendizaje del acto de votar se realizó, en Francia, durante un gobierno no democrático como el Imperio de Luis Napoleón Bonaparte. Cf. “El voto como evidencia y como enigma” en este mismo volumen. 7 El trabajo de Bernard Manin, Principes du gouvernement représentatif, París, Calmann-Lévy, 1995, es en este punto una referencia. 6

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dio urbano francés a fines del siglo XIX”, que presentamos aquí, Offerlé afirma al respecto que demasiado frecuentemente se olvida que “para que haya elecciones tiene que haber electores, es decir agentes dispuestos a acordar un interés –diferencial– a la competencia electora”, y que, “contrariamente a lo que podríamos creer de forma espontánea, no va de suyo que el "pueblo" haya conquistado el sufragio universal, no va de suyo que los "ciudadanos" se hayan interesado espontáneamente en esta tecnología abstracta y con periodicidad fija, que delimita y pacifica la competencia entre las elites, en este instrumento de legitimación de los gobernantes y de institucionalización de la ruptura entre gobernantes y gobernados”. Se trataba, entonces, de estudiar las maneras de construcción de “los mecanismos que permitieron la generación de agentes lo suficientemente interesados en la competencia política como para volcarse a las urnas, con un mínimo saber práctico de la política, politizados en las dos acepciones que puede revestir este concepto”. 8 Y, tanto en el caso de los políticos profesionales como de los profanos competentes, se trataba de aprehender la definición de los saberes y capacidades legítimos, y sus procesos de aprendizaje. Es así que, por otro lado, los trabajos de Offerlé se proponen reconstruir los momentos fundantes de estos dos grandes procesos, y en especial en relación a dos dimensiones fundamentales: en primer lugar, la construcción de los límites de lo político y de la ciudadanía. En efecto, como sostiene el autor en “Perímetros de lo político y co-producción de la radicalidad a fines del siglo XIX”, texto que presentamos en este volumen, no existe ninguna democracia, por más abierta y universal que ella se quiera, que no delimite “una exclusión externa”, es decir que no hay democracia “sin designación de indeseables que no forman parte del espacio de juego, cuyas producciones, incluso las discursivas, son devaluadas y no podrían ni siquiera acceder al estatus de opiniones”; en este régimen se realizan, al mismo tiempo, “delimitaciones internas, puesto que el espacio del debate se encuentra jerarquizado en un cierto número de compartimientos más o menos estancos, que en tanto son el envite y el objeto de discusiones recurrentes, no dejan de tomar progresivamente una forma estable, institucionalizada”. De modo que la existencia de un régimen político supone complejas operaciones de definición de sus límites, límites externos –que dejan afuera (de la ley, también) las Así, podemos comprender la definición que da el autor de la movilización electoral como “el resultado del conjunto de incitaciones por medio de las cuales los emprendedores políticos trabajan para crear la costumbre del voto o reactivar en su provecho la orientación –pasiva o activa– hacia el mercado político que los mecanismos de la movilización política en sentido amplio contribuyeron a generar”. 8

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radicalidades inaceptadas– y límites internos –que sancionan jerarquías y principios de clasificación de los actores en competencia–, que es necesario estudiar. Sostener que la radicalidad es co-producida, nos lleva a interesarnos por las luchas por la inclusión/exclusión del espacio político legítimo –y legal– que realizan tanto los actores marginales –por entrar o por mantenerse afuera– como los centrales –por hacer entrar o por mantener afuera. Por otro lado, la institución de límites de lo legítimo en esa actividad especializada que es la política profesional –que no se da, por otra parte, de una vez y para siempre, sino que es objeto de recusaciones y de amenazas, de definiciones y redefiniciones que permiten hablar de fronteras más o menos móviles– supone también la fijación de derechos de entrada a uno y otro espacio –el de los políticos y el de los ciudadanos–, y por tanto exigencias de formas de comportamiento legítimas; en esencia, en las democracias liberales, se trata de la pacificación de las querellas políticas, lo que implica “deponer las armas”, en algunos casos, aprender a sublimar pasiones en otros casos, adquirir formas de actuar y luego de hablar no agresivas, etc. En definitiva, adquirir lo que Offerlé llama, en una bella expresión que puede encontrarse en el postfacio de este libro, la “paciencia democrática”. En tanto estas fronteras de los espacios y de las prácticas legítimas e ilegítimas son móviles, el gran aporte de los trabajos de Offerlé es brindar elementos para pensar las luchas por la clasificación de los actores, grupos e instituciones políticas. En todos los casos, así, el mérito de su perspectiva es tratar estos procesos como conflictivos y abiertos, o al menos con intentos de cierre más o menos exitosos pero siempre parciales, aunque naturalizados. Sin duda, como él mismo lo relata en el postfacio de este libro, las deudas intelectuales de Offerlé hacen que sus trabajos puedan ser leídos como la continuación de debates y aportes de múltiples perspectivas, en especial sociológicas, que renovaron el estudio de lo político. En el punto que sigue nos ocuparemos de la inscripción de Offerlé en la socio-historia; aquí quisiéramos señalar la importancia que tuvieron para la sociología política que practican los politistas críticos los análisis de Pierre Bourdieu sobre la política. En efecto, el interés por las actividades sociales de clasificación y jerarquización de posiciones, prácticas y cualidades asociadas a campos y a agentes de esos campos se relaciona con las preocupaciones de Pierre Bourdieu y de sus colaboradores de los años setenta –Monique de Saint-Martin, Luc Boltanski– por establecer la construcción de las “ideologías dominantes”, así como por estudiar su circulación por los diferentes espacios sociales a la ma-

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nera de recursos que funcionan como créditos asociados a personas e instituciones, es decir, lo que Bourdieu llama “capital simbólico”. Por otro lado, la concepción de la representación como una actividad que no debe entenderse ni a partir del cinismo que supone la producción demiúrgica de los empresarios políticos, ni de aquella visión que postula la elección libre, incontaminada y descontextualizada de los electores, remite al célebre artículo “La représentation politique” de Bourdieu, publicado en Actes de la Recherche en Sciences Sociales en 1981 9 en el que el sociólogo francés daba cuenta de su intento de proponer una teoría del funcionamiento del campo político capaz de fundar la separación entre representantes y representados al mismo tiempo que las jerarquías propias del campo de los políticos profesionales. Esta manera de concebir –y hasta de escribir/describir– la actividad creadora que supone la representación, y por tanto la clasificación y jerarquización del mundo social, así como la creación de grupos, organizaciones, instituciones, acompañará a Offerlé a lo largo de todos sus trabajos, y será complementada, especificada, trabajada por la sociología más historicista de la que abreva la socio-historia.

2. La socio-historia Construir sociológicamente los objetos políticos y remontarse a la génesis y los usos plurales de cada institución es el denominador común del enfoque socio-histórico. En sentido amplio, la socio-historia constituye el resultado de un encuentro y entrecruzamiento entre disciplinas: “combinar el oficio de historiador y el oficio de sociólogo”, señala Offerlé en “El voto como evidencia y como enigma”. La contribución de este último al trabajo de hibridación y de interrelación entre disciplinas, que lleva ya al menos veinte años en Francia, puede rastrearse en múltiples instancias: la publicación de revistas (edición de diversos dossiers de la ya mencionada revista Genèses. Sciences sociales et histoire) y libros (La fabrique interdisciplinaire dirigido junto a Henry Rousso en 2008), la edición de colecciones bibliográficas (es el caso de Socio-histoires, que Offerlé dirige junto a Gérard Noiriel en la editorial Belin), el dictado Sin duda, la definición que da Offerlé del partido político es tributaria de esta perspectiva desarrollada por Pierre Bourdieu, que mantiene la tensión entre la productividad de los actores y la manera en que éstos son producidos por las condiciones de su acción. Así, el partido es “un espacio de competencia entre los agentes dispuestos para la lucha por la definición legítima del partido y por el derecho a hablar en nombre de la entidad y la marca colectiva cuya existencia, o más bien la creencia en la existencia, contribuyen a mantener a través de su competencia”. 9

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de cursos y seminarios (como “Héritages et influences: Sur quelques notions en usage dans les sciences sociales” dictado junto a Christian Topalov en la Escuela Normal Superior) y la dirección de investigaciones de maestría y doctorado inscritas en esa perspectiva. Si bien este enfoque no está exento de matices y variaciones, podemos reconocer en sus distintos referentes apuestas comunes. De acuerdo a Offerlé 10 la especificidad de la socio-historia reposa en tres principios metodológicos. Por un lado, el ejercicio del asombro ante las instituciones, rutinas y objetos con los que estamos familiarizados. Aproblemáticos debido a su aparente evidencia, la socio-historia los muestra como el producto de procesos accidentados y conflictivos, de largos aprendizajes en los que se fueron sedimentando o alteraron su significado. Por otro lado, la fuerte atención a las prácticas: hacer una historia material del voto, de la profesión política, de la construcción de electorados, advertir la creación de roles y su transformación en el tiempo, la aparición de dispositivos que habilitan y estimulan ciertos modos de hacer, el modo en que los actores se apropian de esas tecnologías de forma contextual. Por último, la socio-historia presta también una atención fundamental a los conceptos y los sentidos que ellos vehiculizan: las cuestiones de nominación y clasificación se encuentran en el corazón de las preocupaciones de esta perspectiva que despliega una mirada historizante sobre los diversos sentidos que van adquiriendo los términos a través del tiempo (un elector no es lo mismo a fines del siglo XIX que a principios del XXI, como no lo es tampoco un político). A estos tres énfasis se suma, claro está, la combinación de métodos y fuentes propios de los historiadores y los sociólogos, en articulación con una cierta rama de la ciencia política. De este modo, la reflexión sobre el pasado de los historiadores se complejiza con los métodos y los conceptos de los sociólogos. A su vez, el refugio de los sociólogos en el presente, que criticaba Norbert Elias, es puesto en perspectiva con el recurso persistente a la historia, único antídoto contra las estilizaciones normativas que se preguntan por la ausencia de las prácticas reclamadas por los modelos que preconizan en lugar de comprender la historia política efectiva; de este modo, reifican las relaciones sociales en vigor. ¿Pero de qué uso de la historia se trata? Como puede leerse en el postfacio de este libro, Offerlé atribuye una importancia central a la indagación del pasado como presente del pasado y no sólo del presente: así, busca dar cuenta de las prácticas, los objetos, las interacciones, Cf. Michel Offerlé, “Socio-histoire”, en P. Perrineau y D. Reynié, Le dictionnaire du vote, París, PUF, 2001. 10

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las instituciones tal como fueron creadas, vividas y aprendidas por los actores cuando no sabían cuál era “el fin de la historia”. Se trata de poner en el centro el momento no natural de los procesos e instituciones sociales, rastrear su génesis y construirla como problema. ¿Cómo se construye el ciudadano? ¿Cómo se construyen las elecciones? En lugar de realizar una historia de las ideas o una historia conceptual de lo político, atenta a los modos en que estas instituciones fueron concebidas por sus mentores teóricos, Offerlé propone, de este modo, poner un fuerte acento en las prácticas y en los usos plurales de las rutinas democráticas y de los actores que contribuyeron a construirlas y a destruirlas en movimientos, a veces contradictorios, de ensayo y error. Esta “historia desencantada” 11 invita a reencontrar detrás de los grandes relatos de la democracia, y particularmente en Francia, de la construcción de la República, a los actores y sus vacilaciones. Sobre esta construcción material de las instituciones políticas se encontrarán múltiples ejemplos en el presente libro. Al referirse al trabajo de Alain Garrigou sobre la producción de las elecciones y de los electores, Offerlé afirma: “Se desearía poder citar aquí las múltiples anécdotas y análisis por las cuales el autor destaca a nuestros ojos la particularidad de este intercambio electoral que contribuyó a la "politización" de la población francesa. Y destacar también las contribuciones a la comprensión y al conocimiento de los objetos materiales del voto y de su encuadramiento: el cuarto oscuro, la oficina de votación, las boletas, la urna o los programas . . . pueden así, una vez retrabajados sociológicamente, pasar a ser objetos construidos que no sean sólo curiosidades arqueológicas”. Lejos de mantenerse como simples curiosidades, en los textos aquí reunidos puede advertirse lo que estos dispositivos materiales hacen a los actores (véase en este volumen “La cantidad de votos”, donde se estudia la construcción de electorados a partir de las tecnologías puestas en marcha por el comentario electoral) y lo que los actores hacen a los objetos (cf., una vez más, “El voto como enigma y como evidencia” y la descripción de las distintas maneras de votar y de significar estos soportes materiales para la constitución de una “opinión” a través del voto). Como señalamos, lo que se denomina bajo la etiqueta de socio-historia en Francia no carece de matices y divergencias. En efecto, Gérard Noiriel, titular de la cátedra de Introducción a la socio-historia en la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París y autor del libro homóMichel Offerlé, “Haires et errances disciplinaires”, en Y. Déloye y B. Voutat (dir.), Faire de la science politique, París, Belin, 2002. 11

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nimo 12 no sólo destaca los puntos resaltados hasta aquí, sino que además postula que el enfoque socio-histórico estudia fundamentalmente los medios de relación a distancia: la escritura, la moneda, los progresos técnicos, las múltiples mediaciones estatales, es decir, los “hilos invisibles” que ligan a los agentes cuando dejan de primar las interrelaciones directas fundadas en el conocimiento mutuo. Por su parte, Yves Déloye, autor del libro Sociologie historique du politique 13 y responsable de seminarios sobre sociología política y politización en la Universidad de París 1, sostiene que este acercamiento debe dar cuenta de la compleja y dinámica articulación entre lo político y lo social, entre lo global y lo local. En cualquier caso, si el término no recubre una escuela homogénea y monolítica, sí funciona como punto de reunión de preocupaciones y modos de hacer comunes. La impronta bourdiana de los mismos es innegable, así como su deuda con Émile Durkheim, Norbert Elias, Karl Polanyi y Marc Bloch. Pero, al decir de Offerlé, el término “socio-historia” no debe ser retenido por puro fetichismo, sino que debe defenderse su potencia heurística para señalar un programa y un recorrido. 14 Un listado de las distintas socio-historias practicadas en Francia abarca, entre otras: la socio-historia del Estado, de la representación y de la legitimación políticas, de la politización, del sufragio, de las políticas públicas, de las disciplinas científicas, de los grupos sociales y de la profesión política. Y muchas de ellas pueden vislumbrarse en este libro: ¿cómo se construye la figura del representante? ¿cómo se construye la figura del político profesional? ¿cómo se construye una fuerza electoral? La legitimación de ciertos actores y la descalificación de otros, o bien su inclusión en el juego político conservando el lugar rezagado que ocupan en el espacio social es abordada en profundidad en “Ilegitimidad y legitimación del personal político obrero en Francia antes de 1914”. Y, como bien lo señala Offerlé en la nota aclaratoria que agrega al final de este texto de 1984, esa apertura o clausura del espacio político no es Gérard Noiriel, Introduction à la socio-histoire, París, La Découverte, 2006. Yves Déloye, Sociologie historique du politique, París, La Découverte, 1997. 14 Cf. Michel Offerlé, “Haires et errances disciplinaires . . . ”, art. cit. Allí, el autor enseña también el gusto por la interdisciplinariedad y por la práctica de esa curiosidad entre las diversas regiones y subdisciplinas que se conforman fronteras adentro. En efecto, en campos académicos vastos las diversas especializaciones tienden a profesionalizarse e ignorarse entre sí. De modo que explorar diversos terrenos, leer autores de tradiciones disímiles, frecuentar las herramientas y las metodologías de las distintas disciplinas, constituyen componentes centrales de esta socio-historia de lo político. No para utilizar todas las referencias en una mezcla arbitraria, sino para enriquecer la propia mirada a partir de parámetros reflexivos que obligan las perspectivas ajenas. 12 13

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nunca sustancial sino que está en permanente tensión; de hecho, en la actualidad raramente los sindicalistas o representantes obreros acceden a los altos puestos de representación política referidos en ese trabajo. Como lo muestra otro de los trabajos pioneros de esta perspectiva, “Sociogenèse de la professionalisation politique”, de Eric Phélippeau, que indaga el pasaje de los notables a los políticos profesionales y las múltiples reconversiones que implicó así como las interminables discusiones en torno a la posibilidad de hacer del trabajo de representación un trabajo rentado, la socio-historia y su trabajo con los archivos busca siempre desnaturalizar las instituciones y las relaciones que se dan por sentadas, comprender relaciones de poder históricamente situadas y restituir el sentido que los actores daban a sus actos, así como la manera que encontraban de justificarlos en distintos períodos. Dicho trabajo permite restituir la incertidumbre de aquel presente pasado que opacan los grandes relatos de los historiadores, y dar cuenta de una historia en proceso de realización, ajena a teleologías y sentidos inalterables. Se perfila así un alto compromiso con el terreno y con la interdisciplinariedad, lo que da forma a un trabajo en acción que intenta suplantar una simple declaración de principios. Como afirma Yves Déloye, otro de los exponentes de esta hibridación entre sociología, historia y ciencia política, “más que evocar teóricamente el horizonte pluridisciplinario, estos trabajos atestiguan en la práctica la emergencia de un nuevo espacio de saber en la intersección de la historia y las ciencias sociales”. 15 En este trabajo, el socio-historiador minucioso realiza tareas de genealogista y se ocupa de reconstruir series que no existían, de producir nuevos datos que permitan establecer hechos que den forma a procesos, de reconstruir, en fin, ese presente pasado. En “Movilización electoral e invención del ciudadano”, refiriéndose a un trabajo de Alain Faure que logró reconstruir el cuerpo electoral parisino potencial para el año 1891, Michel Offerlé afirma: “Nunca habremos insistido lo suficiente al decir que este tipo de trabajos puede permitir la acumulación de conocimientos tanto más que decenas de generalizaciones de apariencia teórica”. Lo cual no implica, hemos insistido en ello, que el trabajo conceptual, en el caso de Offerlé apoyado ante todo en el acervo sociológico, sea sin duda fundamental para recortar problemas y reforzar su relevancia analítica. Lo importante es subrayar que, si algo caracteriza a la socio-histotria, es esta búsqueda de trascender los estudios puramente teóricos o las elaboraciones abstractas para proponer un meticuloso traY. Déloye y B. Voutat, “Entre histoire et sociologie: l’hybridation de la science politique”, en Y. Déloye y B. Voutat (dir.), Faire de la science politique, París, Belin, 2002, p. 17. 15

Presentación. Por una sociología de lo político

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bajo de campo como base de cualquier renovación de los conocimientos sobre un problema.

3. Usar a Offerlé desde Argentina A esta altura, ya hemos dado algunos indicios respecto de la potencia de la perspectiva desarrollada por Offerlé para una ciencia social de lo político en Argentina que, por un lado, practique una interdisciplinariedad que acerque a la ciencia política, la sociología y la historia (los problemas conceptuales y los problemas fácticos) y, por otro lado, que habilite un estudio de lo político no normativo ni estrictamente fabricado por compromisos morales. En este sentido, los problemas y las preguntas que el autor se plantea, e intenta resolver, pueden ser retrabajados hasta volverse componentes de una caja de herramientas que permita interrogar los procesos políticos de otros casos nacionales, como el argentino, con otras historias sociales y políticas, y por tanto con Estados y mercados constituidos de manera disímil a las maneras europeas. Sin duda, como aporte general, la importancia de tratar al pasado como un presente pasado antes que como persistencia del pasado en el presente va en otra dirección respecto de la gran relevancia que han adquirido en los últimos años los estudios de historiadores y sociólogos sobre la relación entre memoria e historia, y sobre la construcción de la historia como memoria desde los problemas e intereses del presente. Esta historia-memoria vino a recuperar ciertas herramientas metodológicas como la historia oral y los archivos militantes, antes despreciados por los historiadores, al tiempo que dio cuenta de la importancia de pensar en la historia como construcción y no como mero establecimiento de hechos. Sin embargo, la propuesta de la socio-historia no va contra esta recuperación de la historia-memoria, sino que dirige la mirada hacia otro lado, y se propone ante todo renovar la manera en que el historiador trabaja con sus fuentes para establecer los hechos. Así, como se dijo, el objetivo es trabajar con el pasado en proceso de construcción, y para ello es necesario combinar metodologías, conceptos, preguntas de la historia, de la sociología, de la ciencia política, a fin de poder aprehender la génesis social de aquello que, en el presente, damos por sentado, y que en sus orígenes era fundamentalmente un conjunto de titubeos, problemas, conflictos de los actores que luego aparecieron como “padres fundadores”, “grandes legisladores”, u “olvidados de la histo-

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Perímetros de lo político

ria”, “malditos”, etc. Las preguntas, en este contexto, hay que buscarlas en la interrogación del pasado, y no en las motivaciones del presente. Desde este punto de vista podemos, por ejemplo, repensar la historia de la construcción de la profesión política y de la práctica del voto en la Argentina de fines del siglo XIX y principios del siglo XX, así como la construcción del repertorio de la acción colectiva legítimo ligado a la legalización de las asociaciones obreras, a la reglamentación del derecho a huelga, a los debates entre acción directa y otras formas de expresión que tendían a integrarse en las prácticas legítimas del campo político y del campo de la protesta, como la manifestación y la participación electoral. Y esta revisión nos permitirá discutir con nuevos elementos las reconstrucciones normativas de la política del siglo XIX realizadas en términos de dicotomías morales y normativas como las que oponen la política facciosa a la política cívica 16 realizadas más en virtud del interés de encontrar en el pasado las fuentes de la “paciencia democrática” que se quería para Argentina 17 que de establecer la manera en que, entre contemporáneos dotados de recursos desiguales, se definían las fronteras legítimas de la política legítima. De hecho, esas preocupaciones de los historiadores se ligan a un segundo momento para el que, sostenemos, la perspectiva de Offerlé es particularmente sugerente: la construcción de un campo político democrático en 1983, cuando se produce, por un lado, una revalorización del voto y de la pacificación democrática y, por otro lado, una reconversión del personal político que debe dejar atrás modos de actuar y de decir desde entonces vistos como ilegítimos –por violentos, por corporativos, en fin, por “antidemocráticos”– en pos de nuevos principios de hacer política. Esta reconversión se produce a ambos lados del arco político: entre militantes y dirigentes políticos de izquierda, que habían participado de organizaciones armadas en los años sesenta y setenta, y que en algunos casos se transforman en dirigentes sociales territoriales, en otros en políticos profesionales, en otros en intelectuales, universitarios, ladrones de bancos, etc.; entre dirigentes políticos de la derecha Cf., por ejemplo, los trabajos de Hilda Sábato, en especial La política en las calles. Entre el voto y la movilización. Buenos Aires 1862-1880, Buenos Aires, Sudamericana, 1998; y las críticas realizadas a esta perspectiva por Silvia Sigal, La Plaza de Mayo. Una crónica, Buenos Aires, Siglo XXI, 2006. 17 Esta interpretación ha sido sugerida por el trabajo de Sabina Frederic sobre el “redescubrimiento de los vecinos” en la sociología y la historia social argentinas de los años ochenta del siglo pasado. Cf. “Los científicos sociales y la identidad de los sectores populares en la transición democrática (1982-1987)”, en F. Balbi y A. Rosato (editores), Representaciones sociales y procesos políticos. Estudios de antropología social, Buenos Aires, IDES-Antropofagia, 2003, p. 247-267. 16

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peronista y no peronista, que se convierten en políticos profesionales, empresarios, secuestradores, dueños de agencias de seguridad, etc. Habría que realizar una lista exhaustiva que permita trazar recorridos, formas de zigzagueo más o menos típicas que den cuenta de los modos de reutilización de viejos recursos en nuevas actividades, o de adquisición de nuevos recursos para ejercer actividades conocidas. Y esto sin olvidar que, en Argentina, la profesión política no tiene ni la especialización ni la firmeza en la fijación de fronteras que tiene la política francesa, sobre la que trabajó Offerlé, como tampoco la tienen otros mundos sociales como el universitario, de modo que la “multiposicionalidad”, por hablar como Luc Boltanski, otra referencia de Offerlé, no es propiedad de unos pocos miembros de grupos de élite sino que se constituye en un rasgo esencial de múltiples actividades, de modo que combinaciones de empresarios-políticos, académicos-políticos, intelectuales-empresarios no serían extrañas de encontrar en aquella lista de personal político reconvertido. En esta indagación sobre la construcción de la nueva era democrática no debería olvidarse, por otro lado, que la reconversión del personal político se produce junto a una renovación de los principios de percepción del juego político: la valoración de ciertas formas de objetivación de los apoyos por sobre otras (¿las encuestas por sobre la “calle”?), la importancia de ciertos escenarios por sobre otros (¿los medios de comunicación por sobre los estadios?), que han sido incipientemente estudiadas, permite indagar la manera en que se da la lucha por la definición de los modos legítimos de hacer política, a los que deberán atenerse los nuevos ingresantes a ese espacio, pero también los antiguos reconvertidos. En este contexto, así, habría que ver las formas de legitimación y de ilegitimidad del personal político, la construcción de personajes que concentran todas las propiedades negativas –en este caso, asociadas al “pasado”–, como Herminio Iglesias, candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires por el peronismo, que en un gesto sin conciencia de lo que provocaba y torpe por ese desconocimiento acercó un encendedor para prender fuego a un ataúd con los símbolos del principal partido competidor en las elecciones y dio lugar, en ese caso televisado a millones de personas, a múltiples comentarios posteriores a las elecciones acerca de la influencia que había tenido la “quema del cajón” en la (inesperada) derrota peronista de 1983. Y habría que tomar esos comentarios, así como los suscitados por el debate entre el senador por la provincia de Catamarca Vicente Leónidas Saadi y el canciller del gobierno de R. Alfonsín, Dante Caputo, entre otros

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Perímetros de lo político

acontecimientos en los que se forjó, progresivamente, una forma legítima de hacer y de percibir (la) política, como material para reconstruir ese proceso de clasificación y de fijación de límites. Al mismo tiempo, ese proceso se relaciona con la centralidad que adquieren ciertos profesionales del comentario político, los periodistas políticos, en la construcción del sentido de los acontecimientos. En efecto, esta socio-historia de la construcción de la política democrática, de sus actores y de sus formas de actuar, sus fronteras y exclusiones, no puede ignorar la lenta consolidación de formas del comentario político que tienden a orientar la percepción de los profanos sobre el juego político y, en este sentido, también la de los profesionales, preocupados por la manera en que se describen sus actividades ante el gran público, al que, en virtud del alejamiento –en los hechos, pero en especial en las formas de percepción de esos hechos– de los ciudadanos de los partidos, no pueden acceder por las vías tradicionales. Para establecer esta génesis del comentario político periodístico tal como la conocemos en la actualidad, no podrían ignorarse las formas que hoy nos parecen anacrónicas, por extrañas al modo actual de proceder, en que algunos cronistas no profesionalizados como Jorge Asís o Rodolfo Fogwill, que leían la política como intriga de “services” y operaciones, en clave del período político anterior, daban cuenta de los titubeos de una actividad que, al mismo tiempo, comenzaba a producir sus periodistas políticos profesionales capaces de interpretar la baja política en clave de indignación moral, pero también los deseos de esas nuevas formas del electorado alejado de los partidos condensadas bajo la figura de “la gente”. Sin duda, del lado de los profanos, habría que rehacer una historia de la militancia en los años en que, al parecer, se produce el fin de la militancia, y reconstruir las formas de reconversión, de reconducción hacia otros espacios –de la militancia sindical a la política, de la política a la social– de agentes cuyo saber-hacer pudo ser reciclado, complementado, rehecho, etc., o las formas de “vuelta a casa”, es decir de alejamiento de la política, que constituyeron nuevas y disímiles relaciones con esa actividad, desde la distancia más grande y crítica hasta la reactivación por períodos –en momentos de crisis y movilización política como hacia fines de 2001 y comienzos de 2002, por ejemplo. En este caso, también sería necesario pensar las formas de revisión de repertorios de acción colectiva asociados al período anterior a 1983, así como las formas de acostumbramiento a las elecciones periódicas, hecho raro en la historia argentina del siglo XX. Para realizar estas indagaciones, que

Presentación. Por una sociología de lo político

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enunciamos sólo a modo de sugerencia, sin pretender realizar una lista exhaustiva ni un programa de investigación, la caja de herramientas que brinda Offerlé es sin duda de suma utilidad, y para su mejor provecho se hace indispensable una cierta distancia con algunos principios naturalizados de pensar la relación entre democracia y autoritarismo que, desde nuestros compromisos políticos, hemos asimilado y trasladado a nuestra actividad universitaria. *** Por tratarse de una selección realizada sin ningún tipo de recorte temporal ni lógica editorial –excepto por los límites que nos fijaba el editor para la extensión del libro–, la elección de los trabajos aquí presentados merece una breve explicación. Se trata, en primer lugar, de trabajos muy representativos del recorrido académico de Offerlé. En segundo lugar, son, a nuestro juicio, los más fácilmente aprehensibles para un público no necesariamente familiarizado con la historia política francesa, en especial la del siglo XIX. En tercer lugar, intentamos abarcar un período de tiempo relativamente extenso, desde los primeros artículos hasta los más recientes, de modo de transitar los cambios de énfasis y de matices en la perspectiva del autor. Por último, hay una lógica que tiene que ver con la búsqueda de trabajos que se ocupan de las dos grandes dimensiones que identificamos como altamente significativas en esta presentación: la construcción de actores y públicos competentes de la política, y la lucha por la fijación de límites y clasificaciones de esos espacios –político profesional y ciudadano–, una vez establecidos. Si el lector tuvo la deferencia de comenzar por esta presentación, y llegó hasta estas últimas líneas, le recomendamos que antes de lanzarse de lleno a los artículos traducidos lea el postfacio que Michel Offerlé escribió especialmente para esta edición, que termina de situar claramente la perspectiva del autor.

Los límites de lo político

Ilegitimidad y legitimación del personal político obrero en Francia antes de 1914 1 Albert no era un hombre común. Absorbido desde su infancia por trabajos puramente manuales, no había podido dedicarle mucho tiempo a cultivar su espíritu; pero me di cuenta muy rápido de que tenía una inteligencia vivaz, un juicio sano y un buen sentido contra el que nada podía, ni las apariencias más brillantes ni los artificios de la elocuencia más refinada. Hablaba poco pero siempre con sentido. ¡Qué esmero ponía en no incomodar! Y con qué generosa solicitud se esforzaba para redireccionar hacia mí el beneficio de su influencia [ . . . ] Y esta abnegación era tanto más admirable, cuanto se originaba en un apego ilimitado a la causa que yo servía y que él creía justa. Louis Blanc, Histoire de la Révolution de 1848, t. 1, p. 141.

En 1848, la adopción del sufragio universal masculino da nacimiento a una comisión encargada de interrogar a los postulantes obreros a una candidatura. En 1864, el Manifeste des 60 2 se enfrenta vigorosamente a la no-representación parlamentaria de las clases trabajadoras. La creación del partido obrero en 1879-1880 puede analizarse como una tentativa de las elites obreras de establecer en su provecho el monopolio de la representación política legítima de esa clase: “la emancipación de los trabajadores” será “obra de los propios trabajadores”, tal como proclama el comunicado inaugural de la Primera Internacional. Pero esta pretensión no va de suyo. Abordar la cuestión de la ilegitimidad y de la legitimación de un personal político de origen obrero permite echar luz sobre algunos de los obstáculos que este tipo de personal encuentra cuando entra en competencia con los políticos ya instalados. Analizando la morfología social del personal político francés de fines del siglo XIX y los atributos de los que se vale para justificar su derecho a la palabra política, podremos comprender los tipos de legitimidad

Quiero agradecer aquí a Daniel Gaxie y Bernard Pudal, cuyos consejos y sugerencias facilitaron la relectura crítica de mi manuscrito. 2 NdT: Manifiesto de 60 obreros publicado en un diario francés el 17 de febrero de 1864, que reivindicaba la autonomía de la clase obrera y apoyaba la candidatura obrera en una elección parcial. Este texto, comentado en la última obra (póstuma) de Proudhon, De la capacité politique des classes ouvrières, es considerado, en la historia del movimiento obrero francés, como uno de los momentos clave en la constitución de un movimiento obrero autónomo. 1

28

Perímetros de lo político

vigentes en el momento en que, por primera vez de forma significativa, las elites obreras reivindican la capacidad de erigirse en representantes. 3 Podremos así resaltar todo lo que hace a la singularidad y la ilegitimidad obrera, antes de dar cuenta de las formas que adopta el trabajo de legitimación de sus dirigentes: su representatividad social 4y su buena voluntad proletaria son atributos insuficientes para permitirles establecer su autoridad; algunos éxitos electorales limitados les valen el reconocimiento de una cierta capacidad. Lentamente, les es concedido un lugar en el mercado político francés así como en el partido socialista, del cual rápidamente pierden la dirección. En la Francia de la Tercera República, la competencia política les asigna a los representantes obreros una posición reconocida pero dominada.

1. Legitimidades políticas “Los Montagnards 5 hablaban una jerga que no era propiamente el francés de los ignorantes ni aquel de los letrados [ . . . ]. Evidentemente esas Esta investigación continúa una tesis defendida bajo el título Les socialistes et Paris. Des communards aux conseillers municipaux, 1979, 2 tomos, 760 p., mimeografiado. Los materiales utilizados en este estudio han sido completados con el escrutinio de fuentes y archivos de la prefectura de policía de París concernientes a las elecciones legislativas francesas (1880-1914). También se ha estudiado el Dictionnaire des parlementaires français. A pesar de algunas distorsiones precisadas más abajo, una generalización se reveló posible a partir de las conclusiones obtenidas en la observación de la competencia municipal parisina, siempre muy política para los actores que allí se enfrentaban. Los juicios sobre el personal político fueron extraídos de fuentes que emanan del personal político mismo (discursos, programas . . . ) y de la prensa política; cierto número de diarios son aún a fines del siglo XIX cuasi-facciones al servicio de un político, y la prensa política en general constituye una instancia de consagración y de legitimación que produce y registra las reglas de funcionamiento de la competencia en ese campo. Por lo tanto, nos ha parecido indispensable utilizar sus puntos de vista de la misma forma que aquellos provenientes de los propios competidores. Los políticos legítimos serán concebidos aquí como agentes que se perciben y son percibidos en un momento dado del tiempo como portadores de la capacidad y el derecho de participar en la competencia política. Los procesos de legitimación del personal político son entendidos como el conjunto de las múltiples operaciones que tienden a acreditar esta pretensión y a imponer una cierta definición de las habilidades necesarias para el ejercicio del poder político. 4 Tal como señala J. Verdès-Leroux para los dirigentes obreros comunistas, el estigma del origen obrero les procura “su legitimidad y su status privilegiado”: no pueden entonces más que “declararse obreros de por vida e imponer esta ficción a los intelectuales”. Cf. “Une institution totale”, Actes de la Recherche en Sciences Sociales, n o 36-37, p. 55. Aún cuando ciertos dirigentes socialistas anteriores a 1914 han buscado franquearla, esta fuente de legitimación nunca fue abandonada. 5 NdT: Nombre que se les daba a los revolucionarios franceses que ocupaban la “Montaña”, es decir la parte más alta de las asambleas revolucionarias. Sus dirigentes más conocidos eran Danton y Robespierre. Luego de la caída del rey se opusieron a los girondinos. Este término es retomado por los “demócrata-socialistas” de 1848, estigmatizados por Alexis de Tocqueville. 3

Ilegitimidad y legitimación del personal político. . .

29

gentes no pertenecían al cabaret ni a los salones; creo que habían educado sus costumbres en los cafés y alimentado su espíritu sólo por la literatura de los diarios”. 6 Cuarenta años más tarde, los notables de los salones debieron acostumbrarse a la presencia de los políticos de café. Así, los cuadros 1 y 2 permiten observar las características sociales de los agentes en competencia para los puestos parlamentarios y para los cargos municipales de París. A la jerarquía de las situaciones corresponde una jerarquía social: de las candidaturas municipales parisinas a las candidaturas legislativas parisinas, de quienes resultan electos en las municipales parisinas hasta los diputados, el número de miembros de las clases superiores no deja de crecer. • Tendencialmente, el polo económico de las clases superiores está mucho mejor representado en el Concejo Municipal de París o en la Cámara de Diputados que en la delegación parlamentaria parisina: de un lado, hay más amateurs esclarecidos, notables en el sentido en que lo entiende A.-J. Tudesq 7; del otro, agentes que ya están más profesionalizados en la política (publicistas, abogados, profesores). • Pero las distorsiones entre París y el interior tienden a decrecer entre 1889 y 1914: el retroceso de los propietarios y los altos funcionarios (oficiales frecuentemente rentistas de la tierra) es correlativo con el repliegue de los conservadores, así como con las transformaciones que habían afectado el reclutamiento de su propio personal político. 8 • La democratización de la carrera política no es desestimable: a pesar de estar sub-representadas, las clases medias y populares pasan de conformar el 19% al 29% del Concejo Municipal de París, del 11.5% al 20% entre los diputados parisinos, y del 7% al 14% en el total de los diputados franceses. Sin embargo, los cambios más importantes tienen lugar al interior mismo de las categorías consideradas, donde los agentes de bolsa reemplazan a los nobles. 9 •

A. de Tocqueville, Souvenirs, Œuvres, t. XII, p. 121; cf. sobre este tema los comentarios de M. Agulhon, Le Cercle dans la France bourgeoise, 1810-1848. Etude d’une mutation de sociabilite, Cahiers des Annales, n◦ 36, París, A. Colin, 1977, p. 79. 7 “Alguien cuyo poder no resulta simplemente de la elección o al menos cuya elección ya está condicionada por un conjunto de situaciones que de acuerdo a las regiones se vinculan con el nacimiento, la fortuna o la capacidad, pero que acumula muchos de estos elementos favorables”. Les Facteurs locaux de la vie politique nationale, p. 90, Centre d’Étude et de Recherche sur la Vie locale, París, Pédone, 1972. 8 La regresión es más fuerte de lo que parece, puesto que una parte de los agricultores de 1889 son, sin duda, propietarios. 6

30

Perímetros de lo político

Aquí, como en todos los países con democracias representativas, el personal político obrero es siempre una excepción. Fuertemente sub-representados, los obreros ocupan, cuando acceden a la carrera política, puestos más especializados, de una escala más modesta, y a los que acceden en edades más avanzadas. 10 Cuadro 1. Origen social del personal político parisino y del personal parlamentario francés (1889-1890) EM París EL París candidatos 1890 candidatos 1889 N = 390 N = 173 a b

CM París electos 1890 N = 80 c

EL París electos 1889 N = 35 d

EL Francia electos 1889 N = 593 e

Propietarios rentistas

1.6

2.3

2.5

2.8

8.3

Industriales, grandes comerciantes

11.3

10.4

17.5

8.5

11.6

Profesiones liberales

18.7

26

32.5

34.5

37.3

Dirigentes de empresa asalariados

3.1

2.9

8.75

2.8

4

Altos funcionarios

3.6

8.1

-

5.7

13.3

Profesores

3.9

3.5

3.75

8.5

3.5

Profesiones literarias y artísticas

15.4

15

16.25

25.7

6.7

-

-

-

-

0.5

Clases superiores

57.5

68.2

81.25

88.5

85.2

Pequeños comerciantes, artesanos

11.5

2.9

5

-

3.1

Asalariados medios

6,7

7.5

3.75

2.8

0.3

Empleados

2.8

0.6

-

-

1.4

Profesores de primaria y profesiones intelectuales medias

1.3

1.2

2.5

-

0.2

Clases medias

22.3

12.2

11.5

2.8

5

Obreros

12.3

17.9

-

8.5

1.7

Clases populares

12.3

17.9

-

8.5

1.7

-

-

-

-

6.2

7.9

1.7

-

-

1.8

100%

100%

100%

100%

100%

Otros

Agricultores Profesiones desconocidas Total

Referencias: EM: elecciones municipales; EL: elecciones legislativas; CM: Concejo Municipal. Este cuadro ha sido construido a partir del escrutinio que realicé en los archivos de la Prefectura de Policía de París (columnas “a” “d”). Los porcentajes de las 2 primeras columnas fueron elaboradas con Daniel Gaxie en el marco de una investigación común en curso. Los porcentajes de la columna “e” provienen del artículo ya citado de Mattei Dogan, y las convenciones de codificación fueron las siguientes: la profesión considerada es la conocida al momento de la candidatura o de la elección. Industriales, grandes comerciantes. Profesiones liberales: abogados, médicos, farmacéuticos, arquitectos (en los datos de Dogan, éstos se confunden con los ingenieros en la columna “e”). Dirigentes de empresa asalariados: esencialmente los ingenieros. Altos funcionarios (civiles y militares). Profesores (de secundaria, de educación superior y directores de instituciones). Profesiones literarias y artísticas (artistas, hombres de letras, periodistas, publicistas). Asalariados medios (funcionarios medios, contables y técnicos). La división del espacio social construida con Gaxie ha sido elaborada sobre la base de los trabajos de Pierre Bourdieu.

Cf. especialmente P. Estèbe, Les Ministres de la III o République, París, Presses de la F.N.S.P., 1982. 10 Cf. M. Dogan, “Les Filières de la carrière politique en France”, Revue française de Sociologie, VIII, 1967; R. W. Johnson, “The British Political Elite, 1955-1972”, Archives européennes de Sociologie, XIV, 1973; J. Charlot, ibid., “Les Élites politiques en France de la II o à la V o République”; P. Stanworth y A- Giddens (eds.). Elites and Power in British Society, Londres, Cambridge University Press, 1974; H. Eulau y M. M. Czudnowski, Elite Recruitment in Democratic Polities, New York, Halsted Press, 1976; D. Gaxie, “Les logiques du recrutement politique”, Revue Française de Science Politique, XXX, 1980. Y más generalmente la presentación sintética de Moshe M. Czudnowski, Political Recruitment en N. W. Polsby y F. I. Greenstein, Handbook of Political Science, n o1, vol. 2, Reading, Adison Wesley, 1975. 9

Ilegitimidad y legitimación del personal político. . .

31

Ningún texto vendrá de ahora en más a restringir el acceso igualitario de los hombres a la carrera política; pero a quienes tengan la audacia social de pretender ese acceso se les recordará que existen normas implícitas de ingreso a las posiciones políticas. Las elites políticas, tanto las tradicionales como las “nuevas capas” gambettistas 11 buscan en efecto desvalorizar las tomas de posición socialistas, pero también negar a las elites obreras que pretenden tener la capacidad y el derecho de representar a las clases populares. 12 En otro registro, una batalla similar se da al interior mismo del movimiento socialista; volveremos sobre este punto. Apoyándonos en los afiches, los programas o las declaraciones, podemos poner en evidencia las cualidades de las que se valen los políticos para justificar su pretensión a ocupar cargos públicos. La exposición de estas cualidades, títulos y virtudes no es sistemática: la urgencia de una situación electoral puede obligar a un competidor naturalmente discreto sobre sí mismo a revalorizar su capital simbólico 13 utilizando un arsenal de palabras que pueden caracterizarlo socialmente o atribuirle cualidades propiamente políticas. 14 Hay múltiples maneras de decir, de no decir, de sugerir o de hacer decir que se poseen las cualidades necesarias para representar al resto; y estas modalidades dependen a la vez de los capitales que se poseen y del tipo de situación política con la cual uno se encuentra confrontado. Si estos mecanismos tienen o no efectos electorales inmediatos es un problema que no podríamos resolver aquí, si es que acaso puede resolverse. Lo que conviene mostrar es la eficaNdT: Partidarios del abogado Gambetta (1838-1882), uno de los principales líderes republicanos franceses bajo el Segundo Imperio (1852-1870) y en el comienzo de la Tercera República. El término “nuevas capas” gambettistas hace alusión a un discurso de Gambetta de 1872 en el que llama a la renovación del origen social del personal político por medio de la llegada de nuevas capas (profesionales liberales, profesores) que reemplacen a los notables tradicionales. 12 Esta presentación tajante no se justifica por la claridad de la exposición. Considerar que hay por un lado elites políticas establecidas y por el otro elites obreras, en breve, analizar sus relaciones bajo la forma de acción y reacción, sería una visión mecanicista del problema. La cuestión de la presencia de elites obreras en la competencia política es ya un elemento de estructuración de las oposiciones en el momento en que estudiamos esta cuestión. 13 Designamos bajo este término, siguiendo a Pierre Bourdieu, “el crédito fundado en la creencia y el reconocimiento o más precisamente en las innumerables operaciones de crédito por medio de las cuales los agentes confieren a una persona los poderes mismos que le reconocen”. “La représentation politique”, Actes de la Recherche en Sciences Sociales, febrero-marzo, 1981, p. 14. 14 Por cualidades propiamente políticas entendemos aquellas que remiten no a la persona social que son los candidatos y los representantes electos sino a las características de su acción política –por ejemplo: la energía, la entrega a sus electores, la convicción, la fidelidad a los compromisos. Veremos también que, a falta de poder apoyarse en otras cualidades, algunos agentes no muestran más que éstas, lo que también tiene por efecto clasificarlos. 11

32

Perímetros de lo político

Cuadro 2. Origen social del personal político parisino y del personal parlamentario francés (1912-1914) EM 1912 París electos N = 80 Propietarios rentistas Industriales, grandes comerciantes Profesiones liberales Dirigentes asalariados Altos funcionarios

EL 1914 París electos N = 40

EL 1914 París electos N = 600

-

-

6.4

21.25

5

12

25

40

39

1.25

-

1.7

5

10

8.4

2.5

10

6.4

16.25

15

6.9

-

-

1.5

Clases superiores

71.25

80

82.3

Pequeños comerciantes, artesanos

3.75

2.5

2.1

Asalariados medios

6.25

10

3.3

Empleados

6.25

2.5

1.2

Profesores de primaria

1.25

-

1.7

Clases medias

17.5

15

8.3

Obreros

11.25

5

5.7

Clases populares

11.25

5

5.7

Agricultores

-

-

3.4

Profesiones desconocidas

-

-

0.3

100%

100%

100%

Profesores Profesiones intelectuales y artísticas Otros

Total

Referencias: EM: elecciones municipales. EL: elecciones legislativas Los principios de clasificación son los mismos que los del cuadro 1. Los datos fueron construidos a partir de los archivos de la Prefectura de Policía para las elecciones parisinas de 1912 y del Dictionnaire des parlementaires français para las elecciones legislativas de 1914. La convención de codificación utilizada anteriormente no pudo ser respetada: aquí la codificación se efectuó sobre la base de la primera profesión, de lo que se deriva una cierta sobrevaluación de las categorías medias y populares.

cia simbólica de estos lugares comunes de la lucha política que, en sus repeticiones y confrontaciones, transforman una descripción sobre las características sociales en una norma de acceso a la palabra política. Si la situación financiera holgada, la disponibilidad de tiempo y la capacidad político-administrativa son cualidades necesarias para participar en la competencia, eso no significa que deban tenerse todas simultáneamente, ya que la legitimidad política parece oscilar entre dos grandes polos política y socialmente organizados. La legitimidad tradicional del ejercicio de funciones políticas por parte de amateurs esclarecidos es lo suficientemente prestigiosa y selectiva para que varios agentes la reclamen, y tanto más siendo que ésta permite estigmatizar a los más oscuros pretendientes, los falsos obreros devenidos profesionales

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de la política que pretenden hacer de la representación del proletariado su oficio. 15 Esta posición de amateurs esclarecidos se funda en una complicidad censitaria con el electorado. Tal como el diario ultra 16 Le Mémorial lo expresaba sesenta años antes: “Nos hemos negado a admitir todo artículo tendiente a dirigir o que tenga la pretensión de dirigir la opinión de los señores electores. Los intentos de este tipo son por lo menos muy inconvenientes cuando se dirigen a hombres instruidos, que conocen sus deberes, sus intereses y a sus conciudadanos” (8/3/1821). De este modo, las campañas municipales y legislativas de los conservadores de los distritos VII y VIII de París se llevan a cabo de forma discreta, salvo cuando un republicano viene a perturbar de forma demasiado tajante la quietud de los debates. Marius Riant, administrador de sociedades, reelecto desde 1871 hasta su muerte en 1897, hace poco ruido: en el barrio Europa, en sus escasos afiches, hace gala de la “unión completa de los electores y los elegidos”, de la “colaboración de los electores”, “de la comunidad de ideas que nos une”, de “vuestras ideas, que son las mías”. Habla brevemente de las obras municipales pero poco de él mismo. Su comité se encarga elocuentemente de ello desde 1890: “Su sólo nombre es el mejor de los programas y su pasado la más segura de todas las garantías. Su infatigable dedicación y los remarcables servicios rendidos a los intereses que nos son caros atestiguan lo que será el futuro y, para merecer nuestra confianza, Marius Ferdinand Riant no tiene más que permanecer fiel a sí mismo. Ustedes también permanecerán fieles a ustedes mismos, y con la misma perseverancia que, desde hace tantos años, honra tanto al elegido como a los electores”. 17 Podríamos analizar de la misma manera la carrera de Paul Lerolle: abogado, hijo de un industrial, concejal municipal del barrio de la Escuela militar de 1884 a 1898, luego diputado del distrito VII de París desde 1898 hasta su muerte en 1912. Su actividad electoral es mucho más intensa dado que el barrio es mucho más disputado: Lerolle lo reconquista a manos de los republicanos. Las campañas son por lo tanto Cf. sobre este tema el curioso artículo del Temps, “Les cabaretiers socialistes”, 18/10/1890; ver también por ejemplo el afiche del abogado radical-socialista Desplas, concejal municipal y luego diputado del distrito V de París: “He pensado en efecto que la política no es un oficio y que la pretensión de dirigir en cierta medida los asuntos de otros no es tolerable más que en aquellos que ofrecen las garantías de haber sabido dirigir los suyos y que, por medio del trabajo, se han asegurado la independencia” 1896, Archivos de la Prefectura de Policía de París (A.P.P.O.) Ba 681. 16 NdT: En el vocabulario político francés, “ultra” significa “ultra monarquista”; se trata de monarquistas a veces más partidarios de la realeza que el propio rey o el aspirante al trono. 17 A.P.P.O. Ba 1421, ver en el mismo sentido, 1910, Denys Cochin, A.P.P.O. B Ba 244. 15

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más animadas, pero la presentación del candidato se hace de una vez y para siempre en 1884, en ocasión de su primera candidatura: “Pertenezco a una familia industrial que le debe todo al trabajo [ . . . ], la misma vive en vuestro barrio desde hace 23 años. Como abogado estoy familiarizado con el mundo de los negocios y he demostrado que sé defender las causas que me son confiadas.” En 1896 (elecciones legislativas) una sola frase es suficiente: “Ustedes me conocen: un largo programa es inútil”. De allí en más su comité u otras personalidades políticas se encargan de alabar sus méritos: “carácter leal e independiente”, “experiencia en los negocios”, “dedicación sincera e instruida”, “elocuencia cálida y entusiasta”, “espíritu ilustrado, libre, independiente, que ha dado prueba de ello desde hace 20 años”, “hombre de talento”. 18 Lejos de no necesitar decir nada, difícilmente podamos esperar un homenaje más completo: su notoriedad y la antigüedad de dicha notoriedad lo autorizan a reivindicar la mayoría de las características más legítimas a la vez que le permiten negar todo sometimiento a un partido. En suma, posee un roce social suficiente como para pretender no tener que rendirle cuentas a nadie. Mientras más nos alejamos de este polo de excelencia social, más las cualidades de los postulantes y de quienes resultan electos tienden a trivializarse y aplanarse: estima, honorabilidad, trabajo, competencia e independencia son las principales virtudes alrededor de las cuales se da forma a biografías políticas que se adaptan a la historia personal y política de los candidatos y a la percepción que ellos tienen de su electorado; los candidatos “de negocios” informan en las elecciones municipales su competencia en materia administrativa y financiera, justificando de este modo su capacidad técnica para administrar bien los intereses de los contribuyentes; mientras que los candidatos radicales 19 hacen aparecer ante todo su determinación y su energía política, y muestran su pasado republicano como una prueba de su capacidad para mantener los compromisos asumidos. Todos proclaman su honorabilidad, demostrada en su actividad personal o en su dedicación a la comunidad, y los que pueden van más lejos, sacando a relucir su ascenso social: Louis Puech, abogado, concejal radical socialista del barrio Saint-Avoie (1893-1898), A.P.P.O. Ba 1154, Afiches electorales, 1884-1902. NdT: Se denomina “radical” al ala más avanzada, más radical de los republicanos franceses. El espectro del partido es muy amplio, y se puede ser radical, republicano radical, radical socialista . . . Los socialistas serán, por lo tanto, sus competidores directos luego de su entrada en la competencia política. El partido radical tendrá progresivamente grandes éxitos electorales y se convertirá en el principal partido de gobierno, posicionado en el centro, hasta el final de la tercera República francesa en 1940. 18 19

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luego diputado radical disidente del tercer distrito de París (1898-1932), es presentado como “con toda la fuerza del término, el hijo de sus obras. Es sin ningún recurso personal y a fuerza de energía, trabajo y perseverancia que ha llegado a donde está, por sus propios medios y sin frecuentar las escuelas de brillantes estudiosos de derecho”. 20 El origen obrero, entendido en un sentido muy amplio por los candidatos que así se pretenden, puede, a la inversa de la condición obrera, ser rentabilizado en ciertas situaciones. 21 El diputado de Haute-Marne, Edouard Dessein (izquierda democrática, 1914-1928), abogado y Doctor en derecho, se designaba como “hijo de obreros por parte de padre, e hijo de labradores por parte de madre”. 22 Así, se demuestra que aquel que es capaz y laborioso puede escapar a esta situación gracias al régimen republicano que permite tal promoción. De esta forma, se valoriza para ciertas fracciones del electorado un candidato poseedor de las virtudes cardinales que son el trabajo y el sentido del ahorro. Pero la honorabilidad y la dedicación no bastan; además hay que saber. Es decir, hay que ser lo suficientemente instruido y competente como para poder administrar los fondos públicos para el bien de todos y tomar decisiones con total libertad, sin alienar su libre albedrío en beneficio de un grupo intermediario, y esto gracias a una situación personal cómoda que garantice la independencia. El alegato de Charles Hebert, abogado republicano radical, candidato perdedor del séptimo distrito en las elecciones legislativas de 1910, resume bien estas virtudes y cualidades continuamente reivindicadas: “Habitante de nuestro distrito desde hace muchos años, miembro activo y consultado de organizaciones de su barrio, donde ha sabido hacer apreciar tanto su innegable talento de palabra y su experiencia en los negocios, como la firmeza de su carácter y su afabilidad conciliadora”. 23 Podríamos entonces, sistematizando estas observaciones puntuales, hacer aparecer la lógica de la distribución de dichos epítetos. Lejos de ser fortuitos, se ordenan alrededor de recursos sociales presentes y pasados que los candidatos y quienes resultan electos pueden invertir en su carrera. Entre la autoridad social natural y la autoridad social conquistada se delinea así un espacio de atributos susceptibles de ser utilizados para fundar una autoridad política y acreditar a su titular el derecho

Afiche de 1893, Bibliothèque Historique de la Ville de Paris (B.H.V.P.). Afiche B.H.V.P. de 1887, Bonin, industrial se dice “ex empleado, ex obrero, ex comerciante”, A.P.P.O. Ba 665. 22 Dictionnaire des parlementaires français, p. 1427. 23 Afiche 1910, A.P.P.O. Ba 244. 20 21

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al ejercicio desinteresado de la función política concebida como “la más sana de todas las ambiciones: ser útil a sus conciudadanos”. 24 Así, notables de salón y políticos de café revocan las pretensiones de los hombres de cabaret de penetrar en el mercado electoral. Al erigir el estatus de asalariado en anormalidad, recusan a la mayoría de los asalariados, y sobre todo a los obreros, por haber sido incapaces de salir de esta situación, y por lo tanto de asegurarse la independencia y la competencia necesarias para el ejercicio de las funciones públicas concebidas como actividad liberal.

2. La ilegitimidad obrera Además de los reproches propiamente políticos (extremismo, utopía, demagogia, sectarismo) 25 a los candidatos obreros, raramente electos, se les reprochan esencialmente tres cosas: ser desconocidos 26 incapaces 27 e ignorantes. 28 Durante los años ‘80, una persona resume en sí misma esta ilegitimidad: Jules Joffrin, que será uno de los políticos más vilipendiados de la década. Su lenta agonía debida a un cáncer de rostro le valdrá un largo calvario de insultos de parte de la prensa boulangista que lo llamará el “canceroso”, el “purulento”, “el hombre que apesta”; y en la víspera de su muerte brindará informaciones que suenan a comunicados de victoria: “la nariz está completamente tomada, y el enfermo es presa de intolerables sufrimientos”, “la descomposición de la carne hace rápidos progresos”. 29 Aún cuando este ensañamiento con un cadáver proviene de páginas polemistas que atacan personalmente a Joffrin por haber aceptado ocupar el lugar del General Boulanger cuando su candidatura fue invalidada en las elecciones generales de 1889; en su paroxismo, estas injurias coronan su trayectoria. Afiche 1912, A.P.P.O. Ba 1458, Louis Azéma, abogado. “Con sus cabellos castaños aplastados en la sien, su cara pálida, su tinte enfermo, su andar rígido, Faillet exhibe el tipo del perfecto sectario”, Le Radical, 28/4/1887. 26 Rochefort habla de los candidatos obreros de 1881 como “candidatos sin ortografía”. 27 François Chalvet, vendedor de embutidos de Marsella, es motivo de burla en la prensa de la ciudad por “su incompetencia y su pretensión”; se lo compara frecuentemente con el vendedor de budines de Cavaliers de Aristófanes. Cf. Dictionnaire biographique du mouvement ouvrier français, t. XI, p. 161. Aunque se trata de cosas diferentes, podemos subrayar la recurrencia de ciertos temas de esta crítica, cf. J. de Romilly, Problèmes de la démocratie athénienne, Hermann, 1975. 28 Así, Bisson, obrero especialista en dorado, es defendido por un radical de extrema izquierda, el doctor G. Martin, que intenta apaciguar los murmullos reprobatorios de la asamblea: “Es un obrero, sean indulgentes si su lenguaje no es parlamentario.” 29 La Cocarde, 20 y 21/6/1980. 24 25

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En efecto, Jules Joffrin es durante este período el arquetipo del sectario demagogo y del orador popular propio de la tribuna obrera: hacia él son atraídas las miradas de la prensa. Al consultar los índices del Temps, el número de referencias a Joffrin supera ampliamente el número de referencias a Guesde, Brousse, Allemane o Vaillant. El nombre de Joffrin abre el camino a dos neologismos: el clásico partido joffrinista que entonces es parte del partido broussista, y la olvidada joffrinada que concentra el asombro ante la nueva práctica de la política instituida por Joffrin. Joffrin acumula todos los factores de ilegitimidad: las tomas de posición políticas ilegítimas de un agente socialmente ilegítimo no pueden suscitar más que la reprobación. Cuando Edouard Vaillant, médico, habla en términos marxistas en el Concejo Municipal, hace una exposición teórica 30 cuando Charles Chabert defiende los intereses de los obreros en tanto que obrero, defiende la indulgencia arguyendo su “buena voluntad” y su “honestidad”. 31 Joffrin, en cambio, va más allá: ha sido candidato en 1882 “para hacer propaganda revolucionaria” y “para hacer oposición sistemática”. 32 Desentona porque en el comienzo de su carrera política sus tomas de posición políticas agudizan la posición marginal e ilegítima que ocupa en la competencia política. En consecuencia, el respeto republicano conquistado atenuará muy poco las polémicas. Estudiando los juicios que le dedica la prensa política, en los dos extremos de la década, podemos echar luz sobre aquello que, en sus disposiciones y en sus tomas de posición políticas, se presta a cuestionamientos. 33 Al inscribir horizontalmente las apreciaciones que se llevan a cabo de Joffrin como socialista, y verticalmente los juicios sobre su condición de obrero, obtenemos las figuras n◦ 1 y 2 34. La prensa conservadora pone el tono: encuentra en Joffrin la imagen social del obrero, el físico y antes que nada las manos: “las manos que hacen falta para ajustar una locomotora, pero poco aptas para hacer Actas del Concejo municipal (P.V.C.M.) 1983, I, 30/1/1885. El prefecto le dirá, sin embargo, “No tenemos el mismo diccionario”. Ibid., 4/2/1885. 31 Ibid., 1885, II, p. 748. 32 A.P.P.O. Ba 549, 16/4/1882. 33 Hubiera sido interesante poner en relación sistemáticamente los tipos de juicios de los distintos órganos de prensa con la composición social de sus lectores. A falta de fuentes disponibles, esto se revela imposible: además el apego a un título de poca tirada parece deberse a diferenciaciones sociales y políticas más bien difíciles de aprehender. Hemos debido conformarnos, entonces, con un análisis más general e impresionista. 34 Búsquedas efectuadas en la prensa de gran difusión como Petit Parisien y Petit Journal muestran que el caso Joffrin es mucho más raramente abordado en esos medios. 30

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Figuras 1 y 2. Ilegitimidad social e ilegitimidad política. J. Joffrin ante la prensa parisina: de la oposición (0) a la aprobación (1) 1

dirigente electo obrero

1 1882

socialista

1889 - 90 socialista no posibilista dirigente electo obrero

radical

republicano oportunista 0

conservador socialista

1

posibilista

radical

opportunista

0

boulangista conservador socialista

1

flores artificiales”. 35 Se respira la fuerza, la falta de sutileza: “El exterior un poco ordinario y aceptablemente oblicuo (un conjunto bien construido en un buen armazón, pero apenas grosero), una cabeza de colocador de barreras, una cabellera medio rubia tirada para atrás, un bigote rojizo, mejillas sonrojadas, y una mandíbula que pesa 500 kilos”. 36 En definitiva, un físico brutal, grosero, poco delicado, un físico obrero que anuncia estos atributos intrínsecamente obreros; brutalidad que se actualiza en las dos peleas en las que Joffrin toma partido durante julio y agosto de 1882: “Soy revolucionario, tengo la sangre caliente y a menudo me dejo llevar por arrebatos, de los que luego me lamento”, argumenta en la tribuna de una reunión. 37 Por otra parte, Joffrin justifica poco tiempo después este medio de defensa revalorizándolo: cuando Crié, periodista de La Bataille, le envía sus testigos para demandarle reparación por un artículo publicado en Le Prolétaire, Joffrin le replica que “siendo que los obreros no pierden su juventud en abrirse de piernas en las salas de armas, batirse con un obrero es atribuirse el rol de asesino . . . ”, “espero mostrarle lo que pesa el puño de un obrero mecánico, aún si es concejal municipal, en la nariz de un burgués imbécil”. 38 La muy legitimista Gazette de France ya Don Fabrice, 28/3/1883. La entrevista que realiza Gastón Leroux a Faberot para Le Matin del 27/6/1898 insiste también sobre este aspecto: “Me estoy recuperando las manos en este momento, declaró Faberot, obrero de la industria de sombreros y ex diputado [ . . . ] sí, me estoy recuperando de las ampollas . . . para la gente honesta no hay más que eso, las ampollas”. Ordinaria para los burgueses, la mano fuerte es valorizada en las clases populares. 36 Gil Blas, 25/10/1889 37 A.P.P.O. Ba 1126, p. 635. 38 Le Prolétaire, 7/4/1883. 35

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había llegado a la siguiente conclusión: “El pueblo de París haría bien en no enviar al concejo municipal a personas que se agarran a piñas en la calle como vulgares carniceros”. 39 Esta indignidad social que afecta al concejal de Montmartre se despliega ante todo en su elocuencia de barrera. En aquel fin de año de 1882, muchos van a encanallarse viendo a Joffrin: “Es a la política activa y militante lo que Guignol es al teatro. 40 El periodista del Gaulois fue a la reunión brindada por Joffrin el 5 de octubre de 1882 y salió espantado: “El francés que habla este concejal es extraño. En un momento dijo ‘¡los diputados tienen intereses antagónicos a nosotros! Es por lo que no podemos entendernos’. Y esta palabra antagónica vuelve todo el tiempo en su discurso. Ha dicho también ‘los socialistas son adversarios leal’. Hubiera sido mejor que se guardara esta expresión para el circo”. 41 El Evénement, diario republicano moderado, interviene unas semanas más tarde comentando línea por línea la carta que Joffrin le había enviado al prefecto de policía y pidiendo a los concejales parisinos que exhorten “al intratable Joffrin a expresarse de una manera congruente y a no transportar al desaliñado de la esquina a la Asamblea municipal de la ciudad más importante del mundo”. 42 Inculto, vulgar, decididamente Joffrin se equivoca de trabajo, confunde la tribuna pública con el discurso del bar, toma sus funciones de concejal municipal como una vulgar prebenda. La justificación del reclutamiento “plutocrático” y la necesidad de estar “económicamente disponible para ejercer mandatos electivos” 43 raramente fueron tan bien expresadas como por A. de Cesena, redactor del Soleil 44. Luego de haber citado íntegramente el comunicado del comité electoral obrero socialista en el que se lanzaba una suscripción para proveer una “remuneración cotidiana” a “un ciudadano que no tiene más que su trabajo para vivir”, el periodista define claramente la concepción conservadora de la representación política: remunerar to-

La Gazette de France, 26/8/1882. Don Fabrice, ibid. 41 Le Gaulois, 6/10/1882, la referencia al circo alude al evento de rendición de cuentas del mandato de Clemenceau que Joffrin había presidido poco antes. 42 3/1/1883. La vestimenta de Joffrin es poco comentada. Cf., sin embargo, Don Fabrice, “El feroz Sr. Joffrin está simplemente vestido. Parece un poco incómodo en el traje burgués, el sombrero le molesta y el abrigo lo sofoca”, ibid. 43 M. Weber, “Le métier et la vocation d’homme politique”, en Le Savant et le politique, París, Plon, 1963 (edición original de 1919), p.112. 44 Le Soleil, 15/5/1882. 39 40

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das las funciones electivas que hasta ese momento fueron gratuitas y honoríficas sería rebajar su carácter. El día en que no solicitemos para estas funciones más que, como se pide, un puesto de guardaparques, éstas caerán en el envilecimiento y no serán buscadas más que por falsos obreros, ignorantes y perezosos, habitués de bares y cabarets. Ya es deplorable que se haya hecho del puesto de senador y de diputado objeto de un salario, en lugar de conservar su carácter de mandatos políticos; si a esto agregamos los concejales generales y los concejales municipales entregaríamos las funciones electivas a necesitados e incapaces. Al deslizarse por esta pendiente, la Tercera República prepara el día en que ya no será un honor tener un mandato electivo sino una causa de descrédito y desmerecimiento. Ese día el sufragio universal caerá en el lodo. Si la reprobación de esta iniciativa no es compartida por el conjunto de los dirigentes políticos 45 la dependencia financiera y política respecto de una parte del electorado que implicaría tal medida es señalada mucho más allá de la prensa conservadora: La Paix, diario oportunista, revela irónicamente este hecho, y Le National denuncia “al honorable autómata”, “inestimable islote del mandato imperativo”. 46 Es pues globalmente, no sólo en razón de sus tomas de posición políticas, sino debido a lo que representa socialmente, que “el desconcertante concejal municipal de las Grandes Carreras” (Le Figaro), “el energúmeno del concejo municipal” (Le Constitutionnel) es declarado persona no grata en un campo político digno de ese nombre. Cada uno debe saber comportarse de acuerdo a su posición: para los miembros de las fracciones dominantes de la clase dominante, lectores de la prensa conservadora y moderada, Joffrin es la señal de alarma que anuncia la llegada de la democracia proletaria, la que habrá empujado tempranamente a las “nuevas capas” gambettistas convocadas al gobierno. La prensa radical y radical-socialista tiene más tacto: la base social del radicalismo y la mayor proximidad (o mejor dicho, la menor distancia social) que existe entre el personal político socialista y el radical, permiten incitar al eufemismo y a la crítica constructiva. Los radicales están bien implantados en los barrios obreros desde hace algunos años; Los concejales municipales republicanos militarán a favor de la remuneración de sus funciones, o al menos del reembolso de los gastos ocasionados por dichas funciones. A partir de 1888 se asignarán 6.000 francos por año a los concejales parisinos. 46 26/1/1883. 45

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el electorado socialista puede tener que ser movilizado en la segunda vuelta y el personal político radical es en parte de origen popular, incluso obrero. Por lo tanto, la aceptación razonada y crítica de las candidaturas obreras genera menos problemas en este caso. Es cierto que el desacuerdo persiste en torno a los métodos y los fines de la política defendida por los socialistas: Le Radical condena el corsé estatutario del partido obrero, La Nation el sectarismo y el utopismo de los colectivistas, pero todos reconocen el derecho a la palabra política de los obreros. Lo hacen de manera demostrativa y un tanto condescendiente, atribuyendo a Joffrin cualidades que no deslucirían en un candidato radical debutante, señalando a grandes rasgos los continuos progresos realizados por su alumno: apto, puede mejorar, está progresando. Joffrin ha puesto en evidencia la capacidad del trabajador francés y su aptitud para formar parte de la discusión de los asuntos políticos por medio de su esforzada perseverancia, la dignidad de sus modales, la integridad de su carácter y su habilidad de palabra que progresa día a día. 47 La honorabilidad de su carácter, el ascenso y el progreso constante de sus miras de político práctico merecen ser reconocidas; este obrero mecánico ha demostrado la capacidad del trabajador francés y su aptitud para tomar parte en la discusión de los asuntos públicos. 48 En lo que respecta a la prensa socialista no diremos más que unas palabras por el momento. Si los órganos de la F.T.S. (Federación de Trabajadores Socialistas) reivindican a inicios de los años 1880 el monopolio de la representación obrera para los trabajadores manuales, la prensa de los otros grupos socialistas reclama la igualdad de trato: “La candidatura de clase no tiene nada que ver con la persona, la profesión o la condición social del candidato 49. Nos encontramos en el corazón del debate fundacional del partido socialista: los blouses contra los redingotes 50 . . .

Le Radical, 25/4/1884; La Nation del 7/5/1887 lo describe como un obrero mecánico abnegado que tiene la palabra fácil pero que se embriaga a veces con las palabras. 48 L’Action, 2/5/1887. Hay que remarcar que la última frase no es más que la copia de la frase del Radical de 1884. Cf. también, en el mismo orden de ideas, La Bataille, diario socialista escrito por obreros no-manuales: “Joffrin se ha iniciado en las cuestiones municipales y ha trabajado mucho” (29/4/1882). 49 J. Guesde, Le cri du peuple, 21/12/1884. En el mismo sentido, cf. É. Vaillant, ibid., 12/5/1884. 47

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¿Cambiaron las cosas al final de la década? Los éxitos electorales de Joffrin, su adaptación a sus funciones, su utilidad política en la lucha anti-boulangista, el apaciguamiento de su ímpetu revolucionario, su acceso a la vicepresidencia del Concejo Municipal; en resumen, la respetabilidad republicana adquirida y asegurada para él como para todo su partido, ¿son suficientes para borrar los juicios sociales? ¿Permiten ver en Joffrin a un agente político como cualquier otro? ¿Joffrin será siempre el obrero mecánico Joffrin, tal como Albert, miembro del gobierno provisorio de febrero de 1848, era siempre designado –aún en los actos oficiales– bajo la etiqueta simbólica de Albert-obrero? En realidad, los éxitos políticos parisinos de la F.T.S. trajeron consigo una reclasificación de las tomas de posición de su personal político. La figura 4 que se presentó más arriba permite visualizar esta evolución. La derecha conservadora permanece irreconciliable. Puede señalarse la permanencia de dos modalidades convergentes que se utilizan para desestimar al personal político obrero socialista. La controversia política está siempre salpicada de descrédito social: para Le Figaro, Joffrin sigue siendo el mecánico Joffrin; un mecánico que será rodeado de honores oficiales en su funeral, un mecánico que se jacta de jugar al burgués gentilhombre. Así como se burló de él por no concurrir a las ceremonias oficiales en 1882, lo señalará con el dedo algunos años más tarde por haber pretendido anunciarse en las ceremonias republicanas: “Ahora se mezcla con los burgueses, se pone el traje negro que en otra época fue despreciado por el mecánico y no se pierde un solo baile en el Hôtel-de-Ville 51. “Dicen –relata La France– que el Señor Joffrin, aunque sea obrero y socialista irá en auto al Palais Bourbon”. 52 De allí a retomar el tema de la traición de clase no hay más que un paso, que es dado rápidamente por las hojas polemistas de los boulangistas: el teléfono y el ayudante de Joffrin ocupan la crónica política de la capital; hasta se entabla un proceso de difamación por este tema afirmando que el diputado de Montmartre es un obrero “sin trabajo” (L’Intransigeant), “un bruto que se abre paso a codazos para llegar” (Le Pilori), “el tipo de falso obrero echado de todos los talleres por su nulidad” (L’Égalité), NdT: Metáfora de la vestimenta, usualmente utilizada en las controversias políticas de fines del siglo XIX en Francia, para estilizar a los burgueses que usan un sobretodo (redingote) y a los obreros que usan un delantal de trabajo (blouse). 51 Le Figaro, 9/10/1889; ver también ibid., 8/2/1889, “L’Élysée chez Joffrin”. Le Gaulois del 15/4/1889 insiste en su cambio de actitud y en el hábito que “sin embargo ha enarbolado: danzó en el baile del Hôtel de Ville con un sombrero bajo el brazo y botas de charol que causaron sensación”, idem. en La Cocarde, 16/4/1889. 52 13/11/1889. // NdT: El Palais Bourbon es el edificio que alberga la Asamblea Nacional en Francia. 50

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“¿obrero?... posiblemente, ¿pero obrero de qué? Sus manos son sucias pero los que las han visto aseguran que no son callosas” (Gil Blas). En una palabra, un obrero tránsfuga que se metió en política a causa de su incompetencia profesional. Haga lo que haga, Joffrin está fuera de lugar, desclasado. Los políticos profesionales tienen por regla general una débil legitimidad social. 53 En efecto, la actividad política es considerada a priori –y sobre todo por la derecha– como algo que no debe ser una carrera o un oficio. Hacer de la política una profesión parece a priori sospechoso, sólo puede ser el caso de individuos incapaces de hacer otra cosa que no sea representar a los otros. En esta reprobación hacia los políticos profesionales hay, sin embargo, una escala de indignidad que hemos visto expresarse tanto en las profesiones de fe de los candidatos como en las columnas de la prensa política. El umbral de tolerancia a la admisión de ciertos agentes provenientes de las clases habitualmente excluidas del poder político no está dado de una vez y para siempre, sino que es objeto de luchas y sigue las variaciones de la coyuntura política. Ciertas elites políticas pueden callar o rodear de eufemismos su desprecio social respecto de tal o cual agente en la medida en que sus intereses las conduzcan a hacerlo. Si bien la selección política obedece a una lógica social 54 en ciertas condiciones ésta deja abierta la posibilidad de que los miembros de las clases populares accedan al derecho a la palabra política. Comprendemos entonces que la imagen de Jules Joffrin en la prensa republicana de la época sea mucho menos negativa que en otro tiempo, porque los republicanos necesitan de los posibilistas y porque estos últimos modificaron, como veremos más adelante, su reclutamiento social y su línea política. Desde entonces, ya no se trata de un personal político ilegítimo que defiende posiciones ilegítimas. El obrero permanece obrero, no se puede renegar de sus orígenes sociales, pero se ha apaciguado, está en su lugar, es aceptable, dominado. La ilegitimidad social produce posiciones ilegítimas, extremistas. El reconocimiento político, en cambio, atenúa la ilegitimidad social. La prensa republicana, en diversos grados, lo registra. Le Paris pone bien alta la vara en ocasión de El poco prestigio social de la profesión política es causa y consecuencia de las características sociales de su personal. Tal como lo nota Ostrogorski para Gran Bretaña: “El título de Miembro del Parlamento ya no es estimado como un gran bien de distinción. El advenimiento de diputados obreros ha contribuido un poco a esto: ¡qué es este honor que obtienen los obreros de excavaciones y los artesanos!”, M. Ostrogorski, La Démocratie et les partis politiques, reedición Seuil, 1979, p. 87. Ver también Les Ministres de la III o Repuplique, donde en el capítulo IV P. Estèbe hace valer sus juicios sociales al estimar que en su mayoría los ministros no son esos “sub-veterinarios” que la prensa conservadora caricaturiza. 54 Cf. el artículo de Gaxie antes citado. 53

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la muerte de Joffrin al declarar que “la democracia pierde uno de sus más nobles y abnegados servidores”. 55 No, decididamente la oración del Temps suena mejor: “Sobrio, laborioso, inteligente y hábil, su oficio de mecánico siempre le sirvió para ganarse la vida”, su gran autoridad en el partido obrero se debía a su “desinterés y a su carácter activo, a su gran lealtad, a su amor por la democracia y también a las relaciones personales que nunca dejó de conservar con sus amigos de los primeros tiempos”. 56 Más allá de los clichés inherentes al género de la oración fúnebre de un político 57 sea éste adversario o no, todo está dicho sobre Joffrin en el final de su vida: los adjetivos no son inocentes ni fortuitos, sino que retrazan con exhaustividad una cierta verdad sobre la existencia política y social de un obrero trabajador dotado de las cualidades necesarias para que un obrero pueda acceder a cierta respetabilidad social. 58 El propio Jules Simon había tenido una deferencia con Joffrin un año atrás al escribir: “¿De qué sirven las raras erudiciones para ser un hombre público eficaz? Alcanza con saber lo que uno quiere y ser sincero”; Joffrin, concluía, “tiene el instinto de la emoción de las masas y la percepción nítida de las ideas políticas del medio en el que se mueve” 59. ¿Se trata del homenaje de un profesional a otro, donde el autor, sin compartir las tomas de posición políticas de Joffrin, reconoce en su acción maneras de ser comunes a la posición de dirigente político que comparten?

3. El trabajo de legitimación del personal obrero Este reconocimiento se efectuó de tres formas. El personal político obrero pudo reivindicar el derecho a la palabra política en nombre justamente de su calidad de obrero, defendiendo la representatividad social contra la competencia o la habilidad. Buscó, así, adaptarse a las condiciones de la competencia política reconvirtiendo sus recursos en atributos admisibles en este ámbito. Debió ocupar posiciones dominadas en el campo político: siendo que este tipo de personal tiene un habitus 60 poco compatible con las normas 17/9/1890, un concejal municipal había reconfortado a la prensa conservadora al calificar a Joffrin de perfecto gentilhombre durante su proceso de difamación en 1889. 56 17/9/1980. 57 Tal como lo ha hecho N. Loraux para la oración fúnebre ateniense (L’Invention d’Athènes), un tratamiento de este tipo sería sin duda apasionante. 58 En el mismo sentido, Le Matin, 16/9/1890: “un simple obrero mecánico”, “un hombre pobre, entregado a sus amigos y a la República”. Ver también Le Radical del 4/5/1889: “asiduo, trabajador, enérgico”, “vida digna y correcta” pero “sectario, y en general demasiado hablador”. 59 Según La Voix, 31/8/1889. 55

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específicas de funcionamiento del campo, la lógica de reclutamiento político consiguió marginalizarlo o reemplazarlo por agentes provistos de las cualidades pertinentes: dominados pero presentes, proletarios pero capaces, los dirigentes obreros de la S.F.I.O. (Sección Francesa de la Internacional Obrera) serán en adelante asignados a esta posición.

a) La ilegitimidad como legitimación Tiene por nombre obrerismo y se opone punto por punto a las costumbres y legitimidades del ambiente que pretende ignorar. La distancia respecto de la norma se pretende máxima, la única legitimidad que reivindican los obreros socialistas de 1880, los alemanistas de 1890 o los comunistas bolchevizados de 1925 61 es su ilegitimidad misma, blandida, reivindicada, sino totalmente asumida. 62 Los candidatos deben ser obreros: Que los abogados burgueses explotadores de toda índole envíen a uno de los suyos al Parlamento para defender sus intereses personales y de casta: nada mejor, tiene su lógica; pero nosotros, trabajadores, es nuestro deber enviar a uno de los nuestros para gritarles en la cara a estos hedonistas infames las penurias de los desheredados 63. Ellos y nosotros, dos lógicas antinómicas. El anonimato y la sumisión al grupo están ahí para impedir que el mandato se transforme en representación: los alemanistas reconstituyen un partido fiel a los principios que quieren retomar, con los preceptos que la FTS, según ellos, ha traicionado: “Es absolutamente útil eliminar todas las cabezas del partido a fin de evitar las cuestiones personales” 64 y no tomar más que “obreros de manos callosas y deformadas por el trabajo pero con el cerebro libre y no imbuido de prejuicios”. 65 Este concepto es empleado en el sentido de Pierre Bourdieu: “Conjunto de disposiciones durables y transferibles que, integrando todas las experiencias pasadas, funciona a cada momento como una matriz de percepción, de apreciación y de acción . . . ”. Cf. Esquisse d’une théorie de la pratique, Ginebra, Droz, 1972, p. 178. 61 Para estos últimos, los apoyos materiales y simbólicos que les aportan los revolucionarios rusos son, sin duda alguna, una condición indispensable de su éxito. 62 El sentimiento de indignidad se encuentra presente en un cierto número de candidatos, como veremos más adelante. Cf. también, en un sentido un poco diferente, el “verdadero drama interior” del que habla B. Franchon en Au rythme des jours, p. 104: “Me preguntaba si sería capaz de adquirir los conocimientos y las capacidades que exigía mi nueva función”, y esto sucedía cada vez que le era confiado un puesto más elevado. 63 Afiche de la elección legislativa de 1881, Saint-Denis A.P.P.O. Ba 1126. Sobre este tema, ver mi tesis, en especial pp. 154-164 y p. 372 ss. 64 Intervención de un delegado del distrito XI de París, Le Parti ouvrier, 3/11/1890. 60

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Al asumir la democracia directa, el obrerismo y el programa revolucionario, al rechazar toda distancia entre mandantes y mandatarios, al proponer como principio la adecuación de las cualidades sociales del elector y de quien resulta electo, el personal político obrero parece recusar en bloque las reglas de funcionamiento de la democracia representativa y buscar en otra lógica la legitimación de su existencia. La actividad política perdería así toda autonomía y el pertrecho simbólico de la representación quedaría descalificado. Pero la única posición compatible con la búsqueda de otro tipo de legitimación es la búsqueda de otro lugar, la no-participación en las actividades dadas como políticas en una sociedad determinada. Participando de una competencia en la que las reglas le son muy extrañas, el personal político obrero puede claramente negar su validez pero no por eso deja de experimentar una cierta atracción por ella. Personal político marginal y dominado, ocupará posiciones políticamente dominadas e ilegítimas, homólogas a su posición social también dominada e ilegítima. Son las armas políticas de aquellos que no pueden invertir en la competencia política más que los recursos del número o de la representatividad social. El obrerismo y la democracia directa son, a partir de ese momento, instrumentos de legitimación que proceden menos de una opción que del descubrimiento de virtudes en la necesidad. Aún cuando las reglas del juego no estén dadas de una vez y para siempre, puesto que son objeto de múltiples transacciones y ajustes en el marco de la competencia que libran los políticos profesionales para obtener el apoyo de los profanos, el personal político obrero sólo actuará sobre ellas de forma muy marginal. ¿Cómo se interiorizan los criterios dominantes de legitimidad? ¿Cómo se combate, rechaza o niega la indignidad social? Por cada Joffrin que reivindica su representatividad social como instrumento de legitimación, cuántos hay como Charles More, que declaraba en 1881: “Cuando se vea en los afiches que soy cochero, eso no inspirará mucha confianza”. 66 Sin ninguna duda, el aprendizaje cotidiano de la dominación y los múltiples llamados al orden social inhiben el número de obreros que pueden sumarse a comunidades obreras numerosas y cohesionadas como las que existirán en ciertos barrios de las grandes ciudades o en los grupos de viviendas para mineros.

Manifiesto de la Unión Federativa de Centro para las elecciones municipales de 1892, Le Parti ouvrier, 25/4/1892. 66 A.P.P.O. Ba 545, p. 2003. 65

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b) La capacidad obrera ¿Cómo transformar en oferta rentable (y verosímil) en el mercado político un habitus de clase obrera? La justificación de la candidatura al principio es simple: basta con que el candidato y su comité destaquen un conjunto de cualidades inscritas en el ethos obrero de clase. Este ethos no puede ser definido “en sí”: es siempre en representación, ofrecido y remodelado en el escenario electoral por los militantes que participan de dicho escenario. La puesta en escena de este ethos es siempre el juego sutil que existe entre su existencia, su percepción y su adaptación instintiva respecto a los otros. 67 Se trata de una traducción de cualidades que los obreros reivindican como propias: el carácter enérgico, trabajador, honesto, simple, desinteresado, generoso, abnegado; atributos de alguien que lleva una vida como la de todo el mundo, representativo de sus mandantes porque vive en medio de ellos, sufre y lucha como ellos, es transparente a su clase. En breve, es el extremo opuesto de los otros, de la burguesía ociosa, cínica, hedonista, panzona; y particularmente de los mentores de la clase obrera que pretenden ser los abogados y los periodistas, eternos arrivistas, “farsantes” y “charlatanes” impertinentes. 68 Si bien los mandatarios obreros también se pretenden oradores, niegan “los bellos discursos”, privilegian la palabra viva, concreta y sincera: tal como aquellos de los que son portavoces, comunican mayormente de forma oral y desconfían tanto de los circunloquios teóricos como de la cultura escrita que pertenecen al mundo de los otros. Pero si bien estas cualidades ya no bastan, tampoco desaparecen: forman parte del suelo común en el que se enraízan discursos más elaborados, más legitimantes y continúan sirviendo a los candidatos más desfavorecidos que buscan defender un capital con rentabilidad electoral dudosa, tal como lo muestra el cuadro 3, elaborado para dar cuenta de estos fenómenos en el marco de las elecciones municipales. Sin pretender sistematizar a ultranza situaciones diversificadas, podemos no obstante emitir las siguientes observaciones: mientras más situado en el nivel “inferior” de la jerarquía social está un candidato, más desprovisto se encuentra de una competencia específica, menos probabilidad tendrá de beneficiarse de una buena circunscripción y menos apoyo encontrará –tanto en dinero como en publicidad periodística–, Cf. al respecto, particularmente, P. Bourdieu, La Distinction, París, Éditions de Minuit, 1979, p. 112 y sigs. 68 Sobre este tema, cf. mi tesis, capítulo 4. Ver también M. Perrot, Les Ouvriers en grève, París, Mouton, 1974. 67

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más será llevado a valorizar su origen social y a politizar su campaña electoral. A la inversa, el detentar una competencia específica lleva al candidato a referirse a ella, reivindicando de esta forma su derecho a la palabra. Cuadro 3. Recursos sociales y políticos de los candidatos socialistas y tipos de campañas electorales municipales en París (a fines del siglo XIX) Débil capital de votos socialistas Origen social del candidato

Campaña centrada en:

Fuerte capital de votos socialistas Origen social del candidato

Campaña centrada en:

Obreros

Origen social. Carácter político del mandato

Obreros

Carácter político del mandato. Experiencia política y administrativa. Origen social

No obreros

Carácter político del mandato. Capacidad administrativa

No obreros o concejales salientes

Capacidad administrativa. Carácter político del mandato.

También podemos señalar que en todos los partidos socialistas franceses de fin del siglo XIX los candidatos obreros buscan, cuando están en posición de hacerlo, hacer reconocer su capital simbólico, retraduciendo en términos de competencia aquello que una larga experiencia práctica –en y fuera de la clase obrera– les permitió adquirir. Tomando como indicadores de esta reconversión la aparición de biografías, la estructura de los afiches electorales o el tipo de discursos pronunciados en las reuniones, podemos poner en evidencia esta reivindicación del derecho a la palabra legítima. La biografía era dada como un instrumento de verificación política y social (“reportarnos al pasado de aquellos que solicitan nuestros votos y ver si en el curso de su existencia han dado pruebas de entrega a la causa que pretenden servir”, “examinar si las reformas prometidas por los candidatos no son contrarias a sus intereses de clase o a sus intereses personales”) 69 es decir como una nueva prueba de la adecuación entre el origen de clase y las cualidades de clase y personales del candidato. Luego, ésta deviene la ocasión de alegatos pro domo, de discursos alegando el derecho a la ocupación de un puesto de concejal municipal; Joffrin se ve acreditado por una “capacidad innegable”. 70 Otros trabajadores supieron adquirir su medio de acceso a las funciones públicas: aquellos que por el estudio y la militancia adquirieron “teórica y prácticamente una capacidad indiscutible en todas las cuestiones obreras” 71 también aquellos que pueden valerse de otros títulos más allá de los pu69 70 71

Circular Dumay, 1887, A.P.P.O. Ba 566, p. 3181. Afiche Joffrin, B.H.V.P. 1887. Afiche Hoppenheimer, B.H.V.P. 1890.

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ramente sindicales o partidarios: un puesto de concejal prudhomme 72 incluso la presidencia de una de las secciones del Consejo, el detentar un puesto de administrador en una caja de escuelas, la participación en la dirección de una obra caritativa 73, he aquí las garantías de capacidad que legitiman tanto más la competencia del candidato en tanto escapan al marco de la simple “capacidad obrera” y demuestran las cualidades de administrador que el elector puede esperar del postulante. Pero es sin duda el detentar un puesto de concejal municipal lo que procura al candidato la mayor legitimidad y le permite dejar atrás las virtudes de las que ya era portador para reivindicar –con títulos que lo apoyan– su reelección en nombre de “los conocimientos específicos que ha adquirido en el ejercicio de sus funciones municipales”. 74 Quien ha sido electo y se presenta a la reelección no se muestra más en los carteles como un obrero ebanista o un obrero que fabrica botones, sino que deviene simplemente un concejal saliente, tal como otros obreros se convirtieron en diputados salientes. 75 La unción dada por el sufragio universal permite a quienes resultan electos salirse del marco del partido y extraer su autoridad del cuerpo electoral. La legitimidad democrática con la que son revestidos desde ese momento se ve reforzada por el hecho de que estiman tener desde entonces los mismos derechos y los mismos deberes que el resto de quienes son electos, mientras que antes la defensa de su circunscripción, los intereses locales, la atención de demandas individuales eran consideradas como despreciables y peligrosas. Todos los que resultan electos entre los socialistas se pretenden a sí mismos representantes como el resto 76. “Si bien me he separado de mis colegas desde el punto de vista político y económico, siempre estoy de acuerdo con ellos cuando se trata de defender los intereses generales del distrito”. 77 Esta intervención de Jules Joffrin indica claramente que, al igual que sus colegas, considera las tareas cotidianas de concejal como una de sus atribuciones normales; más aún, lo que ciertos militantes denunciaban como compromiso, es practicado con entusiasmo por todos los políticos electos: búsqueda de empleos, obtención de favores implícitos, excepciones a las NdT: Miembro de un tribunal electivo para saldar conflictos laborales compuesto en partes iguales por trabajadores y empleadores. 73 Por ejemplo, Chause, Couturat, Renou, Hoppenheimer, Blondeau. 74 Afiche Réties B.H.V.P. 1893. 75 Ver, entre otros, Dejeante en el distrito XIX de París, o Lauche en el XI. 76 “Es por otros trabajos que los verdaderos socialistas han llevado a cabo los sacrificios de tiempo, salud y dinero que representa una organización como la nuestra”, escribe al contrario J. Allemane, Le Parti ouvrier, 5/4/1893. 77 P.C.V.M. 1887, tomo 1, p. 1028. 72

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reglas, servicios, etc. Eso también forma parte de las tareas inherentes al mandato municipal. Y esta propedéutica municipal permitirá una adaptación de los que son electos entre los socialistas a las exigencias de otros mandatos: la utilización razonada de la tribuna parlamentaria no les impedirá mantener ciertos ministerios y batirse por los “intereses generales” –como se decía entonces– de su circunscripción. Para los alemanistas, defensores desafortunados del anonimato obrero, el sufragio universal ensucia. Fatalmente, la democracia representativa hace perder “al elector toda dignidad, ya que olvida la autoridad que le pertenece sobre su delegado para rebajarse hasta devenir alguien que mendiga la asistencia de este delegado, su servidor”. 78 Pero podemos preguntarnos si este sufragio universal no tiene también, para quienes resultan electos, virtudes de purificación (vertus lustrales). Transmutando al candidato en representante del pueblo, legitima a los vencedores de la competencia, autoriza y vuelve lícita la ocupación de cualquier cargo público por parte de cualquier ciudadano. De hecho, si permite pacificar la lucha política y rodearla de eufemismos, funciona como un mecanismo de selección social que permite el ejercicio de la dominación al menor costo, dada la aceptación activa de su lógica por la parte movilizada de los dominados. Así, en una competencia política que funciona con sufragio universal, a pesar de la promoción de una elite obrera se realiza una triple exclusión: en el nivel de las candidaturas, donde se excluyen los agentes “conscientes” de su indignidad social; en el nivel de la elección, donde se “eligen” electores que interiorizaron la lógica de la autoridad social; en el nivel de la ejecución del mandato, donde los llamados al orden son también incitaciones al conformismo. La buena voluntad con la que los obreros electos cumplen su mandato no es más que el resultado de esta lógica en funcionamiento. El proceso electivo ha podido darles el derecho a la palabra pero no ha borrado por completo los estigmas originales. Hay algo de irreversible en un origen social que el sufragio universal no puede borrar.

c) La excelencia socialista Durante los treinta años que van de la creación de un partido obrero a la constitución de un partido socialista, el lugar ocupado por el personal político obrero crece lentamente tanto en las municipalidades como en la Cámara de Diputados (cf. cuadros 1 y 2), mientras que desciende en 78

Marzal, Le Parti ouvrier, 25/4/1893.

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el seno del movimiento socialista organizado. Esta aparente paradoja será comentada en un artículo ulterior. Lo que hay que explicitar aquí son las operaciones de valorización de las disposiciones de los individuos que se efectúan al interior de la S.F.I.O 79. ¿El personal político obrero logra hacer que se tengan en cuenta los recursos que pueden contribuir a su legitimación? ¿La lógica de la selección política se impone aquí como en otros lugares? ¿Qué lugar, en definitiva, se les reconoce a las elites obreras? Tomando como base documental un conjunto de biografías de portavoces del socialismo 80 y aplicándoles la metodología que habían utilizado Pierre Bourdieu y Monique de Saint-Martin para aprehender las operaciones que tienen lugar en el campo universitario 81 podemos dar cuenta del sistema de clasificación que funciona en el seno de la S.F.I.O. Estas operaciones biográficas se presentan como procedimientos de verificación de la adecuación existente entre una institución que gestiona cierto tipo de capital político y los agentes singulares, susceptibles o no de apropiarse de este tipo de capital y valorizarlo en función de sus disposiciones particulares. En cada una de las figuras presentadas de aquí en adelante se traza a grandes rasgos una diagonal: las propiedades más “comunes” son atribuidas a los agentes más desprovistos de capital, sobre todo cultural, mientras que no les son reconocidas sino muy raramente las cualidades Antes de la creación de la S.F.I.O. las indicaciones son demasiado fragmentarias como para poder sistematizarlas. Véase sin embargo en el anexo la biografía de Landrin, 1894, y en el mismo sentido la presentación típica de Heppenheimer, obrero fabricante de pianos, en Le Proletaire, 29/4/1893: “un obrero poco instruido –admirable en su conciencia de probidad– (que) se esforzó por llenar las lagunas de su instrucción original, realizó enormes progresos y adquirió la capacidad que su labor reclamaba”. 80 Hemos retenido aquí, en las figuras 3 a 6, cuatro series de información sobre el personal político socialista antes de 1914: se trata de comentarios de los periodistas de L’Humanité sobre las campañas electorales de 15 candidatos en 1914, necrológicas publicadas sobre 19 personalidades socialistas fallecidas entre 1906 y 1914, y biografías de quienes resultan electos en el partido socialista para ocupar la Cámara de Diputados en 1910 y en 1914. Entre las informaciones recavadas, algunas no han podido ser utilizadas debido a su carácter alusivo o puramente informativo. Estas biografías son, en su enorme mayoría, anónimas. Para tener en cuenta lo que sigue, es necesario aceptar la consideración de estos juicios presentados en la prensa del partido socialista como representativos de un cierto estado en la lucha por la legitimidad al interior de la S.F.I.O. Una representación sistemática de todos los dirigentes en funciones hubiera sido más adecuada, pero ninguna fuente de información permitió llegar a este resultado. 81 En un artículo publicado en Actes de la Recherche en Sciences Sociales en mayo de 1975, los autores, analizando los juicios de un profesor de Khâgne sobre sus alumnos, y luego las necrológicas de los ex alumnos de la École Normale Supérieure, habían podido mostrar que el sistema de clasificación utilizado funcionaba de una punta a la otra de la carrera universitaria, y que permitía retraducir en la lógica propia de la institución los principios y los criterios de la clasificación social. 79

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que abren el derecho a la palabra. Esto es particularmente claro en la figura 3, que va del extremo de Sardin, obrero pastelero, a Albert Thomas, ex alumno de la École Normale Supérieure de la rue d’Ulm, donde se pasa de las cualidades del corazón a la calificación. “Nuestro valiente camarada Sardin. Su franqueza, su lealtad, su coraje causan una impresión excelente”, mientras que Albert Thomas “enseña el socialismo y habla con ‘ciencia’, ‘talento’, ‘autoridad’ 82. De la misma manera, los avisos fúnebres (figura 4) además de registrar una trayectoria y valorizar a aquellos que han tenido éxito (ver especialmente el caso de Landrin), exponen una gradación idéntica. Ducarouge, diputado e intendente de Digoin, sucesivamente capataz de un campo, obrero de fábrica, alfarero y agricultor, es “el tipo de hombre valiente, sincero, leal y bondadoso [ . . . ] perfecto socialista absolutamente entregado al partido” 83 mientras que el retrato de Francis de Pressensé remite al lector a la imagen del gran burgués protestante ascético, y sin embargo militante, que vive en “una austera casa de Port-Royal”, posee “tesoros de ciencia acumulados”, “una facilidad de trabajo increíble” y “una inteligencia luminosa . . . ”. 84 Las otras dos figuras presentan las mismas características y operan clasificaciones según los mismos principios: de Cadot, obrero minero, “hombre de 50 años, de una musculatura potente y de una energía poco común”, “propagandista íntegro y seguro que nunca flaquea”, y conoce a fondo “las cuestiones obreras y mineras” 85 hasta J. Locquin, educado por su padre (un “hombre distinguido”), doctor en Letras, historiador de la pintura; “un intelectual, pero un intelectual que ha comprendido desde muy joven que los libros no son todo en la vida y que la erudición no dispensa de la acción”. 86

L’Humanité, abril de 1914. L’Humanité, 10 de mayo de 1913. Asimismo, Paul Deschanel en su discurso a la Cámara evoca una imagen similar: “Nos hemos sorprendido por la sinceridad de sus esfuerzos en el estudio de los problemas que nos preocupan”. 84 L’Humanité, 21/1/1914, p. 1. Notemos al pasar que la sección, esta vez firmada –por Amédée Dunois–, revela también el punto desde el cual el periodista habla. Al poner en medio de estas afirmaciones prestigiosas una nota que subraya el hecho de que Pressensé fue siempre “el primero de su clase”, A. Dunois da libre curso a su actitud aduladora de un hombre por naturaleza tan dedicado, al mismo tiempo que devalúa sin quererlo estas cualidades vinculándolas a un criterio de evaluación “escolar”. Véase en el mismo sentido el atributo de ser “concienzudo como un verdadero filósofo” que se le acuerda anónimamente a G. Fourment, el 10/7/1910 en L’Humanité. 85 L’Humanité, 22/5/1914 86 L’Humanité, 16/6/1914 82 83

Obrero pastelero..................................................................SARDIN Obrero mecánico.................................................................. SAUVE Obrero de la porcelana, funcionario, DS................. LAVAUD Obrero tornero, DS........................................................ NECTOUX Obrero de la confección, contable, CG....................... MARTIN Mecánico, empleado de cooperativa, DS................. LAUCHE Obrero, trabajador de imprenta, DS............................... COLLY Empleado....................................................................... LEVASSEUR Técnico........................................................................... GROUSSIER Empleado, periodista..................................................... AUBRIOT Abogado............................................................................ ALBERTIN Médico........................................................................................ MUSY Médico................................................................................ NAVARRE Profesor, DS........................................................................... BRACKE Profesor, DS................................................................... A. THOMAS

E.P: escuela primaria ENS: Ecole Normale Supérieur E.P.S: escuela primaria superior DS: diputado saliente CM: consejero municipal CG: consejero general CRC: Comité Revolucionario Central (blanquista) Est. Sec.: estudios secundarios París a los… edad de llegada a París POF: Partido Obrero Francés (guesdista) POSR: Partido Obrero Socialista Revolucionario (alemanista) Resp.: responsable SFIO: Sección Francesa de la Internacional Obrera s/d: sin datos

Referencias

Ilegitimidad y legitimación del personal político. . .

Erudito Autoridad Talento, fineza, elegancia Competente, informado Inteligente Educador Elocuente Experimentado Metódico Respetado Simpático Instruido Ha obtenido conocimientos Laborioso Militante Valiente, activo, corajudo Abnegado, sin reproche Propagandista Leal Que tiene corazón Bueno, simple, franco

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Figura 3. Origen social y excelencia socialista. Los candidatos a las elecciones legislativas en el Sena en 1914.

Obrero alfarero, padre obrero alfarero, diputado 5 años.................................................................... DUCAROUGE Obrero del tejido, encargado de un cabaret, padre obrero del tejido, intendente, CG................. CARRETTE Obrero del tul, encargado de un cabaret, padre obrero del tul, diputado 4 años...................................FIEVET Obrero de la industria de sombreros, padre obrero, diputado 4 años .................................................. FABEROT Obrero de la confección, director de cooperativa, padre s/d, diputado 3 años ................................. BAGNOL Obrero tipográfico, padre obrero, diputado 11 años ................................................................................ BENEZECH Empleado, padre s/d, resp. POSR, París ................................................................................................................. ROCHE Viñador, comerciante, padre viñador, diputado 7 años ............................................................... BOUHEY - ALLEX Obrero, comerciante, padre s/d, diputado 15 años ...................................................................................... DUFOUR Obrero manual de taller, padre s/d, responsable POF, intendente ......................................................... ROUSSEL Obrero manual cincelador, padre s/s, resp. CRC, CM de París .................................................................. LANDRIN Empleado, padre s/d, resp. SFIO ............................................................................................................................ TANGER Empleado contable, corrector, padre ingeniero, diputado17 años ................................................... CHAUVIERE Obrero joyero, periodista, padre empleado, diputado 4 años ............................................................. FOURNIERE Director de Escuela de Bellas Artes, padre s/d, CG ........................................................................................ COUGNY Médico, padre s/d, resp. CRC, alcalde rural ........................................................................................................... SUSINI Médico, periodista, diputado 2 años .............................................................................................................. LAFARGUE Dr. en Derecho, profesor, de familia burguesa, diputado 1 año .................................................... TARBOURIECH Diplomático, periodista, padre pastor protestante, madre escribana, diputado 8 años...... DE PRESSENSE

E.P: escuela primaria ENS: Ecole Normale Supérieur E.P.S: escuela primaria superior DS: diputado saliente CM: consejero municipal CG: consejero general CRC: Comité Revolucionario Central (blanquista) Est. Sec.: estudios secundarios París a los… edad de llegada a París POF: Partido Obrero Francés (guesdista) POSR: Partido Obrero Socialista Revolucionario (alemanista) Resp.: responsable SFIO: Sección Francesa de la Internacional Obrera s/d: sin datos

Referencias

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Figura 4. Origen social y excelencia socialista. Los dirigentes socialistas fallecidos entre 1906 y 1914 Teórico distinguido Talentoso, brillante, original, fino Erudito, cultivado Hombre de valor, inteligente Competente, informado Elocuente, orador Reflexivo, experimentado Organizador, eficaz Avido de saber Ejemplar Buen consejero, estimado, con probidad intelectual Querido, grato, hombre de corazón Con carácter, firme, entusiasta en el trabajo De sangre fría, preciso, lúcido Simpático, entusiasta, popular Con conocimientos prácticos, educado por la acción Aplicado, constante, hace esfuerzos Militante Enérgico, valiente Abnegado, desinteresado Con disciplina, seguro Propagandista Trabajador, activo Leal, fiel Probo, bondadoso, honesto Simple, modesto, franco, bueno Robusto, fuerte, brutal, rudo

Minero, empleado, padre minero, E:P: hasta los 10 años ............................................................................ SORRIAUX Minero, funcionario, padre tejedor, E.P. hasta los 12 años ........................................................................... LEFEBVRE Minero, funcionario, padre encargado de cabart, E.P. ....................................................................................... CADOT Obrero, funcionario, padre obrero, E.P. hasta los 11 años .............................................................................. INGHELS Obrero de la porcelana, padre obrero, E.P. hasta los 11 años en Limoges .................................................... PARVY Obrero, padre obrero, E.P hasta los 13 años en Tours ......................................................................................... MORIN Obrero, artesano, padre vigilante, E.P. ................................................................................................................. LAURENT Obrero carpintero, resp. de comercio, padre leñador, estudios s/d ........................................................... VOILLOT Empleado, artesano, padre s/d, E.P. ......................................................................................................................... MELIN Obrero de la porcelana, periodista, padre obrero, E.P. hasta los 12 años en Limoges ............... PRESSEMANE Mecánico, empleado, padre s/d, escuela profesional ....................................................................................... POUZET Empleado, funcionario, padre s/d, estudios s/d ....................................................................................... LEVASSEUR Empleado, comerciante, padre artesano, E.P.S. hasta los 15 años .......................................................... CONSTANS Maestro, periodista, padre obrero, inicio de la literatura ............................................................................ MAYERAS Publicista, abogado, padre obrero, Lic. en Derecho .......................................................................................... VALIERE Profesor particular, abogado, padre obrero agricultor, Lic. en Derecho, París a los 30 años .................. LAVAL Profesor de filosofía, padre gendarme, Bordeaux ............................................................................................. CACHIN Profesor, periodista, padre maestro, Lic. en Letras ........................................................................................... DEGUISE Médico, padre s/d, doctor, París a los 24 años .................................................................................................. NAVARRE Poeta, padre s/d, estudiante en París .......................................................................................................................... LEBEY Abogado, hombre de letras, padre abogado, Dr. en Letras .......................................................................... LOCQUIN

E.P: escuela primaria ENS: Ecole Normale Supérieur E.P.S: escuela primaria superior DS: diputado saliente CM: consejero municipal CG: consejero general CRC: Comité Revolucionario Central (blanquista) Est. Sec.: estudios secundarios París a los… edad de llegada a París POF: Partido Obrero Francés (guesdista) POSR: Partido Obrero Socialista Revolucionario (alemanista) Resp.: responsable SFIO: Sección Francesa de la Internacional Obrera s/d: sin datos

Referencias

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Figura 5. Capital cultural y excelencia socialista. Los nuevos diputados S.F.I.O. electos en 1914 Teórico distinguido Talentoso, brillante, original, fino Erudito, cultivado Hombre de valor, inteligente Competente, informado Elocuente, orador Reflexivo, experimentado Organizador, eficaz Avido de saber Ejemplar Buen consejero, estimado, con probidad intelectual Querido, grato, hombre de corazón Con carácter, firme, entusiasta en el trabajo De sangre fría, preciso, lúcido Simpático, entusiasta, popular Con conocimientos prácticos, educado por la acción Aplicado, constante, hace esfuerzos Militante Enérgico, valiente Abnegado, desinteresado Con disciplina, seguro Propagandista Trabajador, activo Leal, fiel Probo, bondadoso, honesto Simple, modesto, franco, bueno Robusto, fuerte, brutal, rudo

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Dicho esto, las diagonales que podemos establecer en estas cuatro figuras no son perfectas, y de eso hay que dar cuenta ahora. Por un lado, porque los principios de construcción de la figura no podrían llevar a ese resultado; la muestra jerarquizada verticalmente no está en absoluto organizada sino que ha sido dada por el examen de la prensa y los resultados de las elecciones: un gran número de obreros tiende a concentrar los atributos en la izquierda y el centro de la figura, y es en el lado inverso donde los obreros son poco numerosos. Por otro lado, la clasificación no es y no podría ser automática. Ciertas cualidades que habitualmente son atribuidas a individuos provistos de un fuerte capital cultural, tales como la inteligencia, el talento, la cultura, la fineza o la competencia, se unen a posiciones mucho menos elevadas en la jerarquía: así, a Inghels, “trabajador instruido gracias a su energía”, se le acredita una “viva inteligencia destacada en el partido”. 87 A la inversa, ciertas cualidades “ordinarias” pueden ligarse a individuos a los que no se hubiera creído asociados a ellas: el doctor Musy, que hace una “campaña sin temor y sin reproche”; Mayeras, profesor particular y luego bibliotecario, de quien el redactor señala los “hombros plebeyos” y las “cualidades robustas”; la elocuencia de Laval, abogado, es “áspera”, y Tarbouriech, doctor en Derecho, es presentado como “un buen hombre, tan modesto como íntegro”. 88 En lo que concierne a los obreros, la aparición de estos atributos se explica, podríamos pensar, por muchas razones, entre ellas la necesidad de la S.F.I.O. de valorizar ciertos elementos proletarios ya que ella misma constituye también un partido proletario (ver en el anexo las ceremonias que rodean la inauguración del monumento de Fiévet). Al atribuirles cualidades que en principio están reservadas a individuos con estudios, L’Humanité concede garantías de capacidad y legitimidad al personal político socialista, al tiempo que se atribuye el mérito del descubrimiento. Una meritocracia socialista se instala, y los más dominados en la jerarquía del partido pueden beneficiarse de la misma a condición de someterse a ella (“hacer esfuerzos” para mostrarse dignos de confianza) y de aceptar la lógica de las clasificaciones. Esta atribución de cualidades menos comunes a los obreros es, de todos moL’Humanité, 10/7/1914. Haría falta también detallar todo el juego de restricciones implícitas: la inteligencia de Inghels es remarcada en el partido; la elocuencia de M. Cachin es admirable (21/5/1914) pero Colly tiene una “palabra ardiente y una brutal franqueza” (14/5/1910) y Aubriot una “elocuencia fuerte y gráfica” (13/5/1910). 88 Ibid., abril de 1914, 29/5/1914, 26/5/1914, 10/1/1911. Tarbouriech se encuentra así en una posición relativamente dominada; ¿se debe esto a su situación de viejo soltero mencionada también en su necrológica? 87

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dos, frágil: depende del partido y sobre todo se ve atenuada si miramos el conjunto de la biografía. La puesta en evidencia de la inteligencia y de la capacidad reconocidas a un proletario es siempre atenuada por eufemismos, al utilizar estas palabras en una frase que reduce su alcance (F. Mourin, obrero, aportará a la Cámara “los conocimientos prácticos que el proletario inteligente y atento ha sabido adquirir”) 89 y por la cantidad de adjetivos que remiten a la imagen social del proletario presentable (simple, íntegro, enérgico, trabajador, incluso firme, aplicado . . . ). Los cuadros que se reproducen aquí deben entonces leerse de manera relacional. Una cualidad es más o menos valorizada cuanto sea más o menos poseída por el conjunto de individuos estudiados, y en tanto se posea en asociación con otros atributos más o menos valorizantes. Para el fenómeno inverso hay dos explicaciones posibles: la primera se relaciona con el reclutamiento social de la S.F.I.O. Si bien el partido socialista continúa siendo un partido parcialmente obrero, hay que darle un lugar cada vez más grande a los individuos en vías de promoción social: obreros salidos de la clase obrera y establecidos, y sobre todo becarios como Laval, Mayeras, Cachin . . . en resumen, aquellos que sobresalieron a fuerza de energía. Tampoco es raro encontrar trazos de la trayectoria social en los calificativos que se les acuerdan. Los orígenes plebeyos de Myrens –pasante, profesor particular, luego profesor de ciencias físicas– también son subrayados con una referencia constante a las energías que gasta sin escatimar; y aquellos de Mistral –comerciante– en referencia a su hexis corporal: “un tipo grande y robusto, de cara enérgica, calma, huesuda”. 90 Pero estos trazos visibles de ascenso no explican el conjunto de notaciones más comunes: la juventud de quienes resultan electos a veces los perjudica al inicio de su carrera y orienta sus biografías hacia cualidades menos prestigiosas. Además, el sistema de clasificación de L’Humanité nunca es unívoco y parece que la excelencia socialista no se compone solamente de las cualidades propiamente intelectuales que podrían pasar por las únicas legítimas. Si bien experimenta –como veremos más adelante– la atracción obligatoria de la legitimidad en curso en el campo político, la legitimidad interna al partido socialista no descansa en la pura y simple reproducción 91.

Ibid., 27/5/1914. Ibid., 17/5/1910. 91 La legitimidad de la mayoría de los dirigentes socialistas es débil en el campo político. Vistos desde una perspectiva social más elevada, aparecen como becarios pretenciosos; aún cuando la Tercera República aparece como lo suficientemente generosa con aquellos que han experimentado un ascenso social. 89 90

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Para empezar, porque las clases son también clasificadoras: L’Humanité, diario de 17 periodistas, cuenta también en sus filas con algunos que han ascendido, tales como Émile Dumas o B. Mayeras, que reproducen el sistema de clasificación pero a partir de su propia posición. Tampoco es llamativo remarcar que ciertos dirigentes dotados de los títulos más envidiables se ven interpelados implícitamente por la insistencia con que sus biografías los llaman al orden interno del socialismo: la inteligencia sola no alcanza, como lo precisaba la noticia sobre J. Locquin. La ejemplaridad se demuestra por la capacidad de asumir el conjunto de cualidades reconocidas por los socialistas: conjugar las cualidades del corazón y del alma con aquellas del espíritu; ser a la vez propagandista, militante y teórico; modesto, íntegro, amado, respetado y erudito; he aquí los elementos que provocan la aprobación general. Al poeta Lebey se le reconocerá la calidad de sus artículos “por el alcance y la amplitud de su estudio”, pero se señalará también que su poesía retoma a veces “la expresión un poco altanera y secreta de los simbolistas”. 92 Hace falta volver una vez más a Francis de Pressensé, este “gran burgués liberal devenido socialista militante” que “no era sólo una conciencia, era un corazón”. Sus funerales, titula L’Humanité en enero de 1914, “alcanzaron la máxima emoción en su simplicidad”, “todo en él era simple así como todo en él era verdadero”. 93 De hecho, el sistema de clasificación de L’Humanité nos introduce en la complejidad de la realidad de la S.F.I.O. Ratifica la diversidad del partido a la vez que justifica simbólicamente la división del trabajo político en su seno. Las biografías obreras de L’Humanité, en efecto, deben ser tomadas desde todas sus facetas. Ellas no denuncian, no excluyen, no denigran como podían hacerlo los artículos de los conservadores o republicanos que recusaban toda participación obrera en las actividades políticas. Hay hasta un cierto respeto, un cierto cariño que emana de estas notas. La descripción de Pressemane es sin duda ejemplar en este sentido, y es bien posible que el redactor se encuentre en este trabajo de justificación y de clasificación: redactor en el Populaire du Centre “donde completó rápidamente su cultura intelectual convirtiéndose en un propagandista de primer orden”, pocos saben cómo hablarle con “tanta eficacia a la masa proletaria como lo hace su buen camarada”, “su elocuencia simple alimentada por una sólida cultura socialista es penetrada por un espíritu potente que provee la convicción y el entusiasmo por nuestra Gran Causa”. 94 Pero el retrato de Brenier, “hijo de 92 93

L’Humanité, 18/7/1914. Ibid., 23/1/1914.

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sus obras”, “modesto y sincero, dotado en el grado más alto de estas cualidades fuertes que son propias de la clase obrera de Dauphine”, ya es más ambiguo. 95 Las biografías no santifican a la clase obrera haciéndose abanderadas del obrerismo militante y jactándose de las virtudes de la ilegitimidad para reivindicar el monopolio de la representación obrera. Éstas no registran tampoco los sistemas de clasificación que los propios obreros electos habían puesto en marcha para legitimar su ocupación de funciones públicas. La S.F.I.O. es un partido popular donde se tiene en cuenta a la vez la legitimidad dominante en el campo político a principios de siglo y la legitimación de las elites obreras. Por lo tanto ellas no excluyen explícitamente, sino que clasifican de forma implícita, reconduciendo a los humildes a su humildad al reconocerles las cualidades y virtudes que ellos mismos se reconocen, poniendo como ejemplo a aquellos que progresan y designando a aquellos que deben ser los dirigentes legítimos. Al transfigurar en cualidades políticas las disposiciones ligadas “normalmente” a los agentes en razón de sus orígenes y trayectorias sociales, no operan sólo como un simple registro de habitus de clase. Después de todo, no hay nada más acorde a los juicios sociales habituales que conceder a los intelectuales cualidades de erudición y capacidad científica, y a los obreros las virtudes que su ethos de clase valoriza: honestidad, coraje, firmeza, bondad, lealtad, abnegación, incluso dureza y vehemencia. ¿Acaso no nos sorprenderíamos si viéramos a obreros dotados de cualidades que no se corresponden con su imagen social? Desviados, atípicos, desfasados, hasta desplazados, no están haciendo su trabajo. Los agentes que se mueven en el mundo social en un momento dado deben corresponderse con la representación que se tiene de ellos. La clasificación operada en el partido socialista no es entonces más que una pura tautología: no se encontrará en la salida más que aquello que se había puesto en la entrada. Los obreros tienen cualidades de obreros, los intelectuales son intelectuales. Pero estas biografías no son solamente un registro de la realidad social; ellas constituyen, como toda operación de clasificación y de objetivación, el ajuste a un patrón de medida que es una reproducción del estado de la lucha de las clasificaciones presentes en el partido socialista. 96 Aún cuando ninguna exclusión sea realizada, aún cuando el marcaje social no sea vivido ni Ibid., 30/4/1911. Ibid., 12/5/1910. 96 La descripción de esta lucha exigiría un desarrollo más amplio. Particularmente, los debates del Congreso llevan la marca de los enfrentamientos entre “burgueses” y “proletarios”. 94 95

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recibido como peyorativo, este marcaje existe y establece una compleja jerarquía implícita. En efecto, aún si cada uno puede sacar cierto rédito de la imagen que le propone L’Humanité, podemos preguntarnos por qué estas biografías se disponen de esta manera. Podríamos sin duda concebir presentaciones que intentaran neutralizar al máximo los cursus sociales, y por tanto los juicios sociales 97. ¿Por qué entonces tales biografías? ¿Por qué estas biografías en lugar de nada? A esta última pregunta ya se ha dado una respuesta: el rechazo de la biografía como indicador de la personalización del mandato remite o bien a una posición muy dominada o bien, por el contrario, a una posición prestigiosa cuyo titular se impone por sí mismo sin necesidad de recurrir a su apología. ¿Por qué, entonces, este género de biografías? Porque tienen justamente una eficacia simbólica propia ya que permiten, en el marco de un sistema de competencia interna del partido y abierta al campo político, legitimar a los dirigentes, decir en un momento dado quiénes son los agentes más aptos para convertirse en portavoces del partido y para representar legítimamente el estado de equilibrio que lo estructura. Además, como lo muestra la figura 6, la clasificación efectuada en L’Humanité 98 vuelve a encontrarse tendencialmente en el reparto del trabajo parlamentario entre los nuevos diputados socialistas: los índices de representación de los nuevos diputados del grupo III (provenientes de las clases superiores) son casi siempre positivos y sobrepasan en términos generales a aquellos miembros de otros grupos (nuevos diputados Las biografías de aquellos que se distanciaron del partido son así mucho más fácticas (véase P. Brousse, ibid., 2/4/1912), o frías y puramente políticas: “Nacido en Troyes en 1854, M. Coutant, obrero mecánico, se presentó en 1893 como socialista en Ivry. Fue electo y conservó hasta su muerte el mismo mandato legislativo: nótese que estaba todavía en el Partido en el momento en que se fundó la unidad, y que fue excluido del mismo debido a su actitud política”, ibid., 31/8/1913. 98 No hemos podido realizar una verificación más que para este cuadro. Los otros no se prestaban a ello. Reagrupamos aquí a los nuevos diputados en tres grandes categorías en función de su status social y calculamos la posición tomada por estos tres grupos entre 1910 y 1914 en el conjunto de las actividades parlamentarias de los nuevos diputados electos en 1910 (despacho de grupos parlamentarios, representación del grupo en el Partido, comisiones parlamentarias, participación en las interpelaciones, en los debates legislativos y presupuestarios, depósito de enmiendas, redacción de informes). Los resultados aquí provistos confirman aquellos que obtuve en otro trabajo en curso sobre el conjunto del grupo parlamentario. Las columnas de la derecha del cuadro deben leerse así: por ejemplo, sobre 340 intervenciones presupuestarias, 29 emanaron de los nuevos diputados del grupo I, 165 de aquellos del grupo II, y 146 de los del grupo III; siendo que estos grupos se componen respectivamente de 5, 10 y 12 personas. El índice de representación del grupo I para este problema se establece así: Porcentaje de las intervenciones presupuestarias de los miembros del grupo I: 8,5 = 0,5. Porcentaje de los miembros del grupo I en el conjunto de la muestra: 18,5. 97

Interpelaciónes N = 18 Participación en el despacho de las comisiones parlamentarias N = 16 Representación en el grupo parlamentario N = 8 Responsabilidad en los grupos parlamentarios N = 12 Actas N = 9

1,7 1,1 1,4 0,8 1,3 1,3 1

1,1

Grupo III N =12

Grupo 0,7 0,7 0,7 0,8 0,9 0,7 1,3 1,2 II N =10

Grupo 0,7 0,7 1,4 0,6 1,1 0,5 0,4 I N =5

Enmiendas N = 104

0

Intervenciones presupuestarias N = 340 Participación de los debates N = 209

Obrero, padre obrero, E.P. hasta los 8 años .......................................................................................................... DUBLED Obrero, padre obrero, E.P. hasta los 11 años ......................................................................................................... LHOSTE Obrero, padre obrero, París a los 17 años, E.P. hasta los 10 años ................................................................. LAVAUD Obrero manual, padre obrero, E.P. .......................................................................................................................... BRENIER Obrero de imprenta, padre obrero, París a los 20 años, E.P. hasta los 13 años ............................................ COLLY Viñador, padre viñador, estudios s/d ...................................................................................................................... REBOUL Viñador, padre viñador, E.P. .......................................................................................................................... BOUHEY ALLEX Vendedor de vinos, padre viñador, estudios s/d, Lyon ..................................................................................... MANUS Empleado, padre s/d, estudios s/d, París a los 25 años ................................................................................... E. FAURE Empleado, resp. CRC, padre artesano, E.P. a los 12 años ..................................................................... SIXTE QUENIN Empleado, padre herrero, estudios s/d, Brest ...................................................................................................... GOUDE Viñador, empleado contable, padre viñador, E.P. hasta los 13 años .......................................... HUBERT ROUGER Obrero, periodista, padre obrero, estidios s/d, París a los 29 años .......................................................... E. DUMAS Técnico, padre obrero, egresado del liceo y la Escuela Diderot de París ...................................................... VOILIN Empleado contable, vendedor de vinos, padre albañil, inicio del Est. Sec. en Grenoble ................... MISTRAL Empleado, negociante, padre obrero, estudios s/d, Bordeaux a los 12 años ........................................ CAMELLE Tipógrafo, periodista, padre periodista, estudios hasta los 18 años (?) .................................................. RINGUIER Pasante, profesor secundario, padre obrero, Lic. en Física ............................................................................ MYRENS Empleado, periodista, padre oficial de Marina, Lic. en Letras, París .......................................................... AUBRIOT Farmacéutico, padre s/d, Dr. en Farmacia, estudios en Montpellier ........................................................... BARTHE Médico, padre artesano, Dr. en Medicina, estudios en París ..............................................................................DOIZY Profesor de Filosofía, padre s/d, estudios en Montpellier ........................................................................ FOURMENT Profesor de E.P.S., familia modesta, ENS Saint-Cloud ........................................................................................ BRIZON Profesor secundario, padre cartero, ENS, catedrático en Letras ..................................................... ELLEN PREVOT Abogado, originario de las Antillas, padre propietario, Lic en Derecho, estudios en París ... LAGROSILLIERE Abogado, familia burguesa, Lic. en Derecho, estudios en París .................................................................. BRIQUET Periodista, padre diputado y propietario, Ecole des Chartes ................................................................... de la PORTE

Referencias E.P: escuela primaria ENS: Ecole Normale Supérieur E.P.S: escuela primaria superior DS: diputado saliente CM: consejero municipal CG: consejero general CRC: Comité Revolucionario Central (blanquista) Est. Sec.: estudios secundarios París a los… edad de llegada a París POF: Partido Obrero Francés (guesdista) POSR: Partido Obrero Socialista Revolucionario (alemanista) Resp.: responsable SFIO: Sección Francesa de la Internacional Obrera s/d: sin datos

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Figura 6. De la clasificación social a la clasificación política en la S.F.I.O. Los nuevos diputados S.F.I.O. electos en 1910

Teórico distinguido Talentoso, brillante, original, fino Erudito, cultivado Hombre de valor, inteligente Competente, informado Elocuente, orador Reflexivo, experimentado Organizador, eficaz Avido de saber Ejemplar Buen consejero, estimado, con probidad intelectual Querido, grato, hombre de corazón Con carácter, firme, entusiasta en el trabajo De sangre fría, preciso, lúcido Simpático, entusiasta, popular Con conocimientos prácticos, educado por la acción Aplicado, constante, hace esfuerzos Militante Enérgico, valiente Abnegado, desinteresado Con disciplina, seguro Propagandista Trabajador, activo Leal, fiel Probo, bondadoso, honesto Simple, modesto, franco, bueno Robusto, fuerte, brutal, rudo

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socialistas provenientes de las clases medias y populares). Sin embargo, bajo ciertos aspectos, la actividad de estos últimos aparece como más importante: el crecimiento de ciertos índices es explicable por la multiplicación de las intervenciones, generalmente sectoriales y locales, de ciertos diputados del grupo II (Goude por el arsenal de Brest y Reboul por los viñateros de Midi) especialmente en materia presupuestaria. En lo que respecta al grupo I, sus índices caerían a 0,1 o 0,2 sin la presencia de Colly, aguerrido tras 14 años de debates municipales parisinos. Por otra parte, el profesionalismo que la figura 6 registra parcialmente para Colly permite suplir ciertas carencias en sus recursos iniciales. A pesar de estas excepciones, los miembros del grupo III intervienen más frecuentemente en los grandes debates de política general y son más representados en los despachos del grupo, en las comisiones parlamentarias o en el partido. Cuánto más importante y general es la actividad, más numerosos son los nuevos diputados que se acercan a los perfiles parlamentarios más legítimos. Existen varias maneras de ser portavoz del partido en esta época; todas tienen su utilidad, todas son reconocidas como legítimas, pero sus grados de utilidad y de legitimidad son diversos. Partido interclasista, la S.F.I.O. no retoma la lógica obrerista ni los esquemas de clasificación de los partidos no obreros. Inserto en el campo político francés, sigue su atracción ineluctable. Toda la obra de Jean Jaurès 99 consistirá en acrecentar las capacidades electorales del partido, por lo tanto en favorecer un tipo de personal político particular, apto para actuar en este terreno sin que ello implique romper lazos con la base obrera. A partir del estado inestable que revelan las biografías, podemos reagrupar los rasgos que descompusimos en nuestros tableros en cuatro categorías que corresponden groseramente a divisiones sociales: los 6 primeros rasgos se aplican sobre todo a los obreros (“espíritu un poco seco pero profundamente leal” y “específicamente proletario”, J.-B. Lavaud); los atributos siguientes remiten a valores compartidos por el conjunto del partido: disciplina, abnegación, energía, militancia; luego pasamos a las virtudes y competencias que caracterizan a los agentes en ascenso social: esfuerzo para llegar a ese lugar, posesión de conocimientos prácticos para ciertos obreros y cualidades como la seriedad, la aplicación y la perseverancia en las que se ubica especialmente a los empleados. Cuanto más se sube en la jerarquía de los calificativos, más NdT: Orador y diputado socialista francés, Jean Jaurès (1859-1914) es el primer presidente del Partido Socialista entre 1902 y 1905, y se desempeña como director del periódico L’Humanité entre 1904 y 1914. Muere ese mismo año asesinado por un militante nacionalista. Se lo reconoce por su pacifismo y su oposición al inicio de la primera guerra mundial. 99

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se privilegia la acumulación de conocimientos de mayor generalidad, y más crece el roce social y cultural de los individuos dentro de los límites marcados por aquellos medios sociales que son compatibles con la pertenencia al partido socialista y por el respeto de los orígenes sociales generalmente “modestos” de cada uno. Así, se ve justificada la asunción de la dirección por parte de los agentes que disponen de un cierto tipo de capital cultural sin que por ello sean excluidos los otros, que son no obstante ubicados en su lugar. Los agentes culturalmente desposeídos tienen entonces su lugar, pero éste se encuentra indicado en sus biografías: Cadot “conoce a fondo las cuestiones obreras y mineras” 100 así como Morin, “orador sin pretensiones”, aportará a la Cámara “sus conocimientos prácticos”. 101 No es más que post mortem que pueden, en ciertos casos, adquirir una audiencia superior a aquella que tenían en vida. Así, Landrin aparece “como la expresión individualizada de este proletariado que se alza de un impulso a la conciencia de su gran misión de emancipación histórica, de trabajo y de paz humana” (L’Humanité, 8/1/1914), y también es considerado como íntegro, abnegado, competente, valiente, afable, benevolente. 102 Fournière, obrero de joyerías devenido profesor en las escuelas de Arts et Metiers y en la Polytechnique 103 es saludado por J. Longuet como “un sociólogo muy informado” que por su “vida de dedicación y de intensa actividad intelectual” pudo “elevarse a la más alta cultura del espíritu” 104. Pero en realidad Landrin y Fournière son los representantes de un mundo en vías de desaparición. El lugar ocupado por el primero en el partido socialista es siempre modesto, mientras que el segundo –luego de su no reelección en la Cámara en 1902– se implicó más en el campo intelectual que en el político, y decir que su trayectoria es atípica sería un eufemismo. De hecho, ya no hay en la S.F.I.O. un gran líder obrero “generalista”. Es cierto que Poulain, Delory, Ghesquière, Balsy o Lamendin están lo suficientemente bien implantados en sus regiones como para que la cantidad no sea despreciable, pero su trabajo es más de ejecución que de concepción, un trabajo especializado y vinculado con los “conocimientos prácticos” que adquirieron en el terreno. De esta forma, ocupan las posiciones que convienen a sus disposiciones. Se les hace un lugar, pero poniéndolos en su lugar. Y no estamos tan Ibid., 22/5/1914. Ibid., 27/5/1914. 102 Landrin es un trabajador manual, a veces obrero a domicilio, a veces pequeño patrón. 103 NdT: Escuelas de altos estudios en Francia, de gran prestigio, asociadas generalmente a la excelencia académica y la educación de las elites. 104 L’Humanité, 6/1/1914, p. 1. 100 101

lejos de las taxonomías utilizadas por la prensa radical y socialista para ratificar la llegada al campo político de un personal político de una nueva especie; esta llegada de la plebe a los asuntos públicos es asumida, reivindicada y legitimada en la S.F.I.O., y no fue más que aceptada por los radicales, pero la justificación es parecida (experiencia, aprendizaje y sabiduría conseguidos gracias a continuos esfuerzos) y el lugar que se les asigna en el partido es sólo cuantitativamente diferente. En efecto, en la S.F.I.O., por la composición social de su dirección y la relación que ésta mantenía con el campo político, se reprodujo la lógica de la selección política; pero esta reproducción se efectuó según la tendencia de la organización, lo cual no impidió que se viera legitimada la pretensión de un personal político de origen obrero a ocupar funciones políticas. Mirando el campo político, parece que este trabajo no ha sido en vano. Aparentemente 105 las grandes polémicas de la prensa contra el personal político popular en tanto que tal han cesado: ¿es el efecto de una democratización del campo político que implicaría una apertura del derecho a participar en la competencia? ¿Es una consecuencia de las victorias electorales que, legitimando a los ojos de algunos a quienes resultan electos, los obligan a comportarse de la manera que tenemos derecho a esperar de los elegidos por medio del sufragio universal? ¿Se debe a la acción propia del partido socialista que contuvo a este personal ilegítimo, legitimándolo? ¿O es porque las polémicas alcanzan a los otros, a aquellos que acumulan ilegitimidad social e ilegitimidad política en el seno de esta forma de partido político obrerista y antiparlamentario que era la CGT antes de 1914? 106 La pregunta sobre el lugar que los agentes más desposeídos culturalmente pueden ocupar en una competencia de tipo simbólica sigue estando abierta: mediada por eufemismos o no, la controversia continúa. 107

Esta impresión debería ser confirmada por una verificación empírica de la misma naturaleza que aquella llevada a cabo para los años ‘80. 106 Ver sobre este tema, entre otros, el interés de los periodistas en el “rey Pataud”, secretario del sindicato de industrias eléctricas, descrito por Hommes du Jour del 1 o de mayo de 1909 como “un tipo gordo y alegre, jovial, lleno de alegría y de ingenio, de réplica fácil, de palabra pícara, con discursos de trazos salientes . . . ” 107 Nota de la edición española: Cuando este artículo fue escrito la controversia continuaba, dado que había sindicalistas y representantes de la clase obrera en el Parlamento; pero en la actualidad en Francia estos actores ya no llegan a la Asamblea, por lo que la controversia parece haberse saldado de hecho, excluyéndolos. 105

Anexo 1 La progresión de un artesano-obrero “Enérgico sin jactancia, de una rectitud de carácter sin afectación, modesto, de apariencia a la vez ruda y apacible; así es este revolucionario. Émile Landrin nació en París en 1841. Es obrero de cincelado. Ya de joven, sus sentimientos republicanos lo impulsaron a participar de todas las manifestaciones dirigidas contra el Imperio. En esta época fue uno de los organizadores de las Sociedades de Resistencia: Cámaras sindicales que bajo este significativo título combatían contra las organizaciones domésticas que veían favorecida su expansión por el pseudo-liberalismo imperial. También formó parte de la Asociación Internacional de los Trabajadores. En 1868, la Internacional es acorralada por la policía, y los miembros de su oficina en París son llevados ante la justicia y condenados. Una nueva comisión es nombrada inmediatamente, y Landrin forma parte de ella en calidad de secretario corresponsal [ . . . ] De regreso a París, vuelve a vivir en el distrito XX y entra al comité del Père-Lachaise, que le confía en 1887 el puesto de secretario que aún ocupa. En esta calidad, Landrin ha rendido grandes servicios a la causa republicana, socialista y revolucionaria, y a la vez al barrio de Père-Lachaise, asistiendo inteligentemente al ciudadano Vaillant en la limpieza y el embellecimiento de este barrio tan poblado y tan interesante. Desde 1889, Landrin es el secretario del Comité revolucionario central y ha sabido ganarse, en sus delicadas funciones, la estima y la amistad de todos sus camaradas. Es también uno de los más distinguidos colaboradores del diario Le Parti socialiste, al que, desde su creación, ha ofrecido una larga serie de crónicas socialistas remarcables, escritas en un lenguaje simple y correcto. Tal es el hombre que el comité electoral socialista revolucionario de Père-Lachaise y el Comité revolucionario central presentan a los electores para reemplazar al ciudadano É. Vaillant en el Hôtel de Ville. Los electores de Père-Lachaise, que ya han dado tantas pruebas de apego a la República y al socialismo, ratificarán esta elección y darán a Émile Landrin, con el testimonio de su confianza, la posibilidad de

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continuar en el barrio de Père-Lachaise la obra del ciudadano Vaillant, de quien ha sido siempre modesto colaborador.” Partido Socialista, Enero de 1894 “¡Ninguna pérdida, en efecto, podría sernos más sensible! Por la admirable unidad de su vida militante, su alta integridad intelectual y moral, la delicadeza de su carácter, la precisión y la lucidez de sus juicios, la competencia administrativa que había adquirido en veinte años de trabajo encarnizado en el Hôtel de Ville, ejercía sobre todos nosotros una verdadera autoridad patriarcal. ¡Además era tan buen hombre! ¡Tan afable, tan condescendiente! Nadie mejor que él sabía, en medio de las múltiples trampas administrativas sembradas a su paso, guiar a los recién llegados más inexperimentados! Era nuestro abanderado; en las circunstancias difíciles en que había que encarnar al partido y afirmar en nuestro nombre, ante todos, los principios de la acción colectiva del grupo, delegábamos en él de forma unánime la responsabilidad de hablar en la tribuna (del Consejo Municipal de París). Para comprender el ascendiente que ejercía, aún sobre nuestros adversarios, había que haber visto las escenas tumultuosas en que las pasiones sobreexcitadas no permitían a un orador hacerse escuchar. Cuando Landrin llegaba a la tribuna el silencio absoluto se reestablecía como por arte de magia. Los concejales de derecha y de izquierda, concentrados en las gradas, escuchaban religiosamente el lenguaje sobrio pero también enérgico, neto y preciso del líder del grupo socialista. ¡Nuestro pobre amigo ya no está! Después de haber consagrado cincuenta años de su vida a una lucha incesante en favor de la clase obrera, a la que pertenecía y a la que amaba tanto, desaparece rodeado de la estima y de la admiración de todos [ . . . ]” H. Sellier – L’Humanité, 7/2/1914 “Lo que perdemos con Émile Landrin es una fuerza de acción y de organización. Otros exponen con más vehemencia, pero él reunía en torno a su persona los elementos más diversos, los puntos más distintos, en el ejército de la Internacional. Era una conciencia que descartaba desde un principio todos los falsos compromisos que pueden tentar hasta a un espíritu alejado de la traición o la felonía.

La rectitud era su verdadero lema. Así como su figura se había mantenido recta en la vejez, su inteligencia y su corazón conservaban la misma rectitud [ . . . ] De una punta a la otra de su vida, Landrin no cesó de ser el militante de la clase asalariada. Pertenecía a esa generación de obreros que, bajo el Imperio, no separaban la República de la liberación proletaria. La masacre de la Comuna privó a la clase obrera de estos hombres cuya inteligencia buscaba ávidamente, en la instrucción que se impartía en las conferencias de barrio, armas para la batalla. Hizo falta mucho tiempo para reparar este desastre, para reformar una “elite” en las filas proletarias. El cincelador Landrin continuaba siendo, junto con otros, un ejemplo de estos trabajadores que la acción había conducido a la doctrina [ . . . ] Su sinceridad y su integridad le reportaban todos los respetos. Este hombre que no transigía jamás no tenía un solo enemigo entre sus adversarios [ . . . ] Más que cualquier otro, cuando hablaba con un tono calmo y mesurado, con una voz poco monótona, hacía discernir bajo formas diversas cuestiones que se encontraban a la orden del día, y el fondo –siempre el mismo– era la lucha de una clase explotada contra la clase explotadora [ . . . ] Se había instruido, se había perfeccionado. Había continuado siendo obrero de la Internacional. Este guía que siempre escuchábamos con provecho era modesto y acogedor.” Bracke - L’Humanité, 8/2/1914

Anexo 2 La canonización de un obrero del tul Eugene Fiévet (L’Humanité, 1/5/1910, p. 2, anónimo): la carrera de un socialista y de un sindicalista. “El estado deplorable de su salud –con los pulmones y el corazón igualmente comprometidos– no habían permitido a nuestro buen camarada Fiévet llevar adelante la campaña contra su multimillonario oponente –valeroso guerrero que le ganó el domingo pasado sin gran esfuerzo a un adversario postrado en su lecho de dolor. Hoy un comunicado de Caudry nos informa la muerte de Fiévet, que sólo sobrevivió algunos días a su derrota. Se trata de una pérdida cruel para el proletariado tan explotado y tan miserable del Cámbresis, del que Fiévet fue durante un cuarto de siglo infatigable defensor. Proveniente de una familia de pobres trabajadores del tul, habiendo trabajado en su oficio desde los diez años, Fiévet supo dar a sus compañeros de trabajo una de las más bellas organizaciones sindicales de Francia. Gracias al espíritu metódico y a la tenacidad del secretario de su sindicato, los trabajadores del tul de Caudry pudieron imponer su lucha contra los patrones por un aumento considerable de los salarios y obligar a los industriales de la ciudad a dar empleo sólo a obreros sindicalizados en todos sus talleres. Concejal municipal de Caudry desde 1892, intendente a partir de 1900, concejal general a partir de 1904, luego de haber agrupado fuertemente a los trabajadores del tul de su ciudad natal, Fiévet se consagró a la organización sindical y política de los pobres obreros tejedores manuales del Cámbresis, para quienes los mejores resultados obtenidos por los trabajadores del tul eran un ejemplo y una enseñanza. Obtuvieron en todos lados fuertes aumentos salariales. En 1906 sus camaradas de la 2 o de Cambray enviaban a Fiévet a la Cámara donde, durante cuatro años, fue el diputado obrero modelo, que no abandonó nada de su simplicidad proletaria, laboriosa e íntegra, servicial y recta. Socialista ‘moderado’, Fiévet amaba apasionadamente su partido y su clase. Como nos lo decía un día, hubiera preferido perderse una sesión en la Cámara antes que una sesión de su sindicato o de su sección. Es un

buen militante que desaparece y que no será reemplazado tan pronto en una región en la que sindicatos y Partido le debían todo. [. . .] Tuvo su recompensa, podríamos decir. Y sí, sin duda. A los 25 años fue electo concejal municipal de su ciudad. Luego se convirtió intendente, concejal general, y también diputado. Tantas funciones que para Fiévet no fueron más que nuevos puestos de combate, desde los cuales se esforzó por brindarle a los suyos nuevos y más apreciables servicios. Y sí, este sindicalista, apenas la cosa se presentó como posible, se convirtió en político. Porque había comprendido como todos su compañeros sindicalizados, y junto a ellos, que no se lucha de forma fragmentaria contra la burguesía [ . . . ]”

Perímetros de lo político y coproducción de la radicalidad a fines del siglo XIX “Del mismo modo que la Comuna, el bonapartismo no podría ser llamado un partido. Estos hermanos gemelos de la demagogia son justamente el enemigo contra el cual la República moderada debe reunir todas las fuerzas de Francia. No puede verse en ellos más que piratas que aguardan la ocasión de lanzarse sobre ella y producir su ruina”. Ernest Duvergier de Hauranne 1

A fines del siglo XIX, el término radicalidad no existe en Francia. El “radicalismo” (aparecido poco antes de 1820) remite a una configuración lexical específica. Los radicales, o “intransigentes”, o “irreconciliables”, son aquellos que “quieren ir hasta el final”, por tanto hacia el otro extremo o hacia el abismo, hacia lo que ya no es pensable ni posible políticamente, hacia las figuras de la alteridad que pueden encarnarse en la utopía, la criminalidad o la revolución. Podemos preguntarnos si la desaparición actual (¿provisoria?) de la más central de estas tres figuras, la revolución, no es lo que permite hoy al léxico de la radicalidad tomar otro lugar, recargar su peso lexical tomado de la lengua estadounidense; a través de una reinversión del término radical, muy diferente de sus usos y de su historia, y por tanto de sus inferencias, del término “radical” francés. Utilizaremos el término “radicalidad” entre comillas para dar cuenta de los márgenes y las fronteras de la democracia, focalizando la atención en las dos últimas décadas del siglo XIX, puesto que según nuestro propio punto de vista –o nuestra ceguera– historiográfico, se trata del momento en que se implementan los marcos jurídicos, cognitivos y prácticos de la democracia. Es conveniente no caer en la ilusión retrospectiva de los protagonistas del pasado que, en su presente, habrían manejado su futuro. Ciertamente, había un buen número de profetas para proclamar la llegada de nuevos tiempos y para considerar que se perfilaba el fin de un largo ciclo. Así, en la pluma de Ernest Duvergier de Hauranne, en un artículo publicado en la Revue des deux mondes el 15 de abril de 1868, célebre desde entonces, se pone en acto la maleabilidad posible del sufragio universal. Así también, Édouard Lockroy, diputado y ministro radical de fines del siglo XIX, se “La République et les anciens partis”, Revue des deux mondes, 1 de noviembre de 1872, p. 20. 1

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felicita al constatar que la República no tiene más enemigos en el sentido político del término, y que “¡Asistimos a la conclusión de un siglo de sufrimiento, de luchas, de víctimas, de desastres! Desde 1789 . . . ”. 2 Sin embargo, algunos, como Alfred Naquet, otro radical, no comparten ese diagnóstico y hablan de la reversibilidad de las cosas, del “péndulo humano” 3 o, como Renan, “del riesgo constante de los dos principales peligros que amenazan el país. Aún atravesamos un buen número de alternativas de anarquía y despotismo antes de reencontrar el reposo en el justo medio”. 4 Y Duvergier de Hauranne es menos optimista en 1872 . . . Tarde o Le Bon 5 expresan el miedo a las multitudes. La espera de la Gran Noche, de la huelga general revolucionaria, o la movilización de las masas boulangistas, nacionalistas o antisemitas no son puros fantasmas, nada prueba que los revolucionarios de aquella época no hayan creído en sus mitos. Podríamos continuar hasta los años setenta, y releer las proclamas que, aunque minoritarias, hacían de la revolución uno de los horizontes políticos posibles, sino probables, del enfrentamiento político en Francia. Albert Hirschman escribía: “Podemos sorprendernos de que, durante años, la lucha de clases, conflicto divisible por excelencia, haya podido ser considerada como un enfrentamiento primordial e inexpiable”. 6 No obstante, justamente hay que tener una doble postura al respecto, demarcando las categorías que Stocking 7 aplica a la historia de las disciplinas científicas: hay que ser presentista e historicista. Presentista, al partir del presente del pasado y así practicar la historia regresiva. Historicista, al partir del pasado del pasado, y así contextualizar, intentando ignorar el futuro de ese pasado. A pesar de todo lo que pudo haber sido escrito sobre la excepción francesa (y sobre su final, celebrado en Actas de los debates parlamentarios, Journal Officiel, sesión del 23 de noviembre de 1893, p. 124. 3 Actas de los debates parlamentarios, Journal Officiel, sesión del 27 de enero de 1880, p. 818. 4 Ernest Renan, Souvenirs d’enfance et de jeunesse, París, Calmann-Levy, 1883. 5 Gabriel Tarde, L’Opinion publique de la foule (1901), París, PUF, “Recherches politiques”, 1989; Gustave Le Bon, Psychologie des foules (1895), París, PUF, 1989; ver también Susanna Barrows, Miroirs déformants. Réflexions sur la foule en France à la fin du XIXème siècle (Yale University Press, 1981), París, Aubier, 1990; Dominique Reynié, Le triomphe de l’opinion publique. L’éspace public français du XVIème au XXème siècle, París, Odile Jacob, 1998; Jean-François Agniart, Le Vagabond à la fin du XXème siècle, París, Belin, 1999. 6 Le Monde, 24 de septiembre de 1995. El artículo resume un texto publicado en Political Theory, “Social conflicts as pillars of democratic market society”, volumen XXII, n o 2, mayo de 1994. 7 George W. Stocking Jr., “On the limits of ‘presentism’ and ‘historicism’ in the historiography of the behavioral sciences”, Race, Culture and Evolution: Essays in the History of Anthropologie, New York, Free Press, 1965. 2

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los años ochenta), una democracia se ha institucionalizado. Pero este punto de vista “presentista”, en el léxico de Stocking, no debe ocultar esa otra fase, su vertiente “historicista”, que nos obliga a volver allí donde los vencedores y los vencidos no saben todavía con certeza cuál será la continuación y el “fin” de la historia. Podemos interrogar la fábrica de la República electiva en las consecuencias que ella indujo sobre los repertorios de acción admisibles, y más generalmente sobre los registros de resiliencia 8 que los agentes sociales reinventan sin cesar para nominar, explicar, superar sus sufrimientos y la aleatoriedad de su existencia. La invención paralela de la democracia electiva y de un movimiento social 9 ligado a la esperanza de la revolución última como master template (palabra por palabra: “columna maestra”) enuncia así la pregunta sobre la coproducción de esta nueva “radicalidad”, y de sus efectos sobre las formas populares de resistencia y de resiliencia. 10 Desearía buscar en este gran vuelco de fines de siglo cuáles son los efectos acumulados de la ciudadanización republicana y de la construcción de este movimiento social, no solamente bajo las nuevas formas de la politización (limitada) de las clases populares, sino bajo el conjunto de los registros de resiliencia. La difusión y la institucionalización de los rasgos esenciales del registro ciudadano o protestatario, incluso del master template que constituye la esperanza Como es sabido, el término repertorio de acción ha sido inventado por Charles Tilly (La France conteste. De 1600 à nos jours, París, Fayard, 1986). Al ampliar el término resiliencia, que remite a los trabajos de psicología y que da cuenta de esta aptitud para adaptarse a acontecimientos dolorosos, deseo designar bajo la expresión “registros de resiliencia” el acervo práctico individual y/o colectivo, a la vez inmenso y situado social e históricamente, del que disponen los agentes sociales para nombrar, enfrentar y superar lo que les sucede. Ciertos registros son acumulables y la dicotomía individual-colectivo debe ser considerada como ideal-típica. Sin embargo, otros registros son incompatibles entre sí o son pensables y utilizables por segmentos muy diferentes de la sociedad: se es raramente vagabundo y revolucionario, hechicero y sindicalista, devoto y malviviente . . . Ver Michel Offerlé, Sociologie des groupes d’intérêt, París, Montchrestien, “Clés”, segunda edición, 1998, p. 55; y para una versión más acabada, “French Contentious Politics”, en Anna-Maija Castrén, Markku Lonkila y Maitti Peltonen, Between Sociology and History. Essays on Microhistory, Collective Action and Nation-Building, Studia Historica, n o 70, Finnish Literature Society, Helsinki, 2004. 9 No volveremos aquí sobre la historia de la forma “movimiento social” que Charles Tilly aborda en Social movements. 1778-2004, Paradigm Publishers, 2004. 10 Ronald R. Aminzade (dir.), Silence and Voice in the Study of Contentious Politics, New York, Cambridge University Press, 2001. El término “master template of contention” aparece en la pluma de Doug McAdam y William H. Sewell Jr. en su contribución a este libro: “It’s about time: Temporality in the study of social movements and revolutions” (p. 113 y ss.); para ellos, la fórmula revolucionaria, inventada en 1789, deviene “disponible como forma modulable de protesta política por un largo período”. El movimiento americano de los derechos cívicos constituye también un “master template”, un “package” disponible para los protestatarios. 8

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revolucionaria, devaluaron antiguas formas de protesta o las retrabajaron. A la inversa, formas de ser tradicionalmente admitidas, en especial en el marco de una visión religiosa del mundo social (un peregrinaje, una procesión, un sermón . . . ), pueden haber tomado coloraciones que se inscriben desde entonces en una relación contestataria. Ciertos individuos o grupos creen inventar otras formas de ser verdaderamente ciudadanos por medio de la protesta. Aquí me interesaré mucho más en las “radicalidades” asociadas a la idea de movimiento social revolucionario. En efecto, el espectro del despotismo tradicional (las intrigas monárquicas o cesaristas) tiende a atenuarse con la desbandada de los boulangistas y luego con la retracción del voto realista [royaliste]. En cuanto a los adversarios del “movimiento social-socialista”, los nacionalistas anti-dreyfusistas, son plurales y mantienen relaciones disímiles con el zócalo de creencias, de prácticas y de valores políticos de la República. El “momento antisemita”, para retomar la expresión de Pierre Birnbaum 11 amalgama medios de acción diversos, mezclando abucheos, rodeos carnavalescos, desfiles, boicots, atentados contra los bienes privados y culturales, e inicios de progroms con métodos compartidos por otros grupos (reuniones políticas, manifestaciones). Las aglomeraciones boulangistas o las jornadas parisinas de proto-revueltas (las del 25 de octubre de 1898, las del 18-20 de febrero de 1899, las del 23 de febrero de 1899) inician otras configuraciones en las que las “borracheras populares” barresianas podrían encontrar un jefe al confiarse al “huracán”. 12 Utilizaré particularmente tres fuentes que pueden permitir aproximarse a la cuestión de la “radicalidad” a través de una socio-historia de los espacios lexicales de lo político: en primer lugar, diccionarios generales y especializados en política; en segundo lugar, la base FRANTEXT que permite mostrar que esta suerte de vaivén despotismo/anarquía se remonta a los años 1830; por último, algunos debates parlamentarios (leyes sobre el derecho de reunión y asociación y sobre el derecho sindical, interpelaciones sobre las revueltas del 9 de marzo de 1883 y sobre los eventos de Decazeville en 1886, ley contra las intrigas anarquistas de 1893-1894, debate sobre el colectivismo del 20 de noviembre de 1894, debates alrededor de la ley de amnistía). 13 Después de haber recordado rápidamente las condiciones en las que se organiza en el tiempo el Le moment antisémite. Un tour de la France en 1898, París, Fayard, 1998. Estas expresiones pertenecen a Maurice Barrès. Sobre este tema, ver los desarrollos de Zeev Sternhell en Maurice Barrès et le nationalisme français, París, Presses de Science Po, 1972. 13 Ver sobre este tema Stéphane Gacon, L’Amnistie. De la Comunne à la guerre D’Algerie, París, Seuil, 2002. 11 12

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ejercicio de la soberanía reconocida a los ciudadanos masculinos y de haber reflexionado sobre las maneras en las que se configuran las fronteras internas y externas de la democracia francesa, propondré pistas de análisis para comprender cómo los modos de resistencia popular pueden ser pensados y practicados a fines del siglo XIX entre sufragio universal y movimiento social. Dicho de otro modo, cómo las “radicalidades” son coproducidas . . .

La ley del número como horizonte democrático El período posterior a la Comuna es rico en debates concernientes a la perennización del sufragio universal; peligroso para algunos, porque permitió al emperador beneficiarse de una legitimidad popular prolongada hasta el último plebiscito, porque condujo a los sectores rurales a poner la suerte del país nuevamente en manos de la cámara rural de 1871. Odiable por naturaleza para otros, ya que coloca en el mismo plano a los rústicos, los notables y los educados. Por último, ineficaz para otros porque no impidió las bacanales comuneras. Sin embargo, la “ley del número”, como se la llama entonces, sobrevive a las polémicas y a las proposiciones parlamentarias de 1874-1875. La justificación casi no pasa por la defensa de la razón del pueblo. Al contrario, es una técnica lo que se ratifica en nombre de una posesión ya durable y de una apuesta arriesgada, pero finalmente irreversible. Desde entonces, es cada vez más difícil cuestionar directa y públicamente la capacidad política de los electores franceses. La línea pasa entre los hombres mayores y los otros, ciudadanos que no son como los otros (mujeres y menores) o no autónomos (la mayor parte de los colonizados, excepto aquellos que se beneficiaron en 1898 de la ciudadanía de ejercicio pleno acordada a todos los franceses hombres mayores, por tanto a todos los colonizados de entonces). Para decirlo rápidamente, se reinventan para el espacio colonial las restricciones de capacidad o censitarias que habían sido borradas de un plumazo para las “viejas colonias” en el acceso universalista de 1848. La ciudadanía es exclusivamente un asunto de los nacionales, de los individuos suficientemente franceses como para pertenecer al cuerpo cívico. 14 En cuanto a las mujeres, ellas no Ver especialmente Damien Deschamps, La République aux colonies. Le citoyen, l’indigène et le fonctionnaire. Citoyenneté, cens civique et représentation des personnes. Le cas des établissements français de l’Inde et la genèse de la politique d’association (vers 1848, vers 1900), Tesis de Ciencia Política, IEP de Grenoble, 1998; Michel Offerlé, “De l’autre côté des urnes. Français, Françaises, indigènes, 1848-1930”, en Pierre Favre, Jack Hayward, Yves Schemeil, Être gouverné. Études en l’honneur de Jean Leca, París, Presses de Sciences Po, 14

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son reducidas a las minoridad tanto como su estatuto civil y cívico lo deja entrever, pero su participación y sus recursos no dan lugar a una eficaz publicidad en sus transacciones tanto privadas como públicas. La voz del pueblo se escucha primero en el silencio y el recogimiento de las urnas. En los grandes debates referidos a las libertades públicas que deben fundar y delimitar la República, los grandes líderes republicanos reafirman el marco de una democracia delegativa que no puede funcionar para el pueblo más que a condición de que no sea accionada por el pueblo. Ciertamente, Gambetta en Belleville o Clemenceau en Montmartre pudieron trabajar sobre la consistencia del mandato e invocar las “Libretas de (sus) electores” como fundamento de una legitimidad aún por construir: el radical Barodet pudo imponer al conjunto de los diputados la presentación solemne de un programa que reunía los compromisos de los candidatos electos. Este documento, presentado como la herramienta posible de un llamado al orden de los diputados culpables de haber olvidado sus promesas, es antes que nada la puesta en escena de una práctica republicana que desde entonces no acepta en el intercambio electoral más que los bienes públicos indivisibles, lo que vuelve obsoleta y hasta escandalosa la distribución de favores o de regalos. La definición de un “republicano de gobierno” tal como la que da Jules Grévy presenta una delimitación clara del espacio de juego acordado al pueblo concreto cuando actúa en nombre de la nación: “El elector no tienen más que un derecho, dice Grévy, el de elegir a su mandatario. No es capaz de hacer las leyes por sí mismo, y es por eso que debe elegir a aquel que las hará. Si interviene en la obra legislativa diciendo ‘hagan las leyes en tal sentido’ sale de su rol, falsea todo, mata el régimen parlamentario, prepara una dictadura, la anarquía”. 15 Las libertades republicanas son consideradas en su ángulo pedagógico. A través del debate, la libertad de reunión debe permitir educar al pueblo 16. El respeto del otro, el aprendizaje de la discusión, deben contribuir a la producción de una civilidad democrática que permita la búsqueda de la convicción y de una urbanidad política controlada. El temor del club, el miedo del tribuno son tan apremiantes como la 2003; Laure Blévis, Sociologie d’un droit colonial. Citoyenneté et nationalité en Algérie. 1865-1947: une exception républicaine, Tesis de Ciencia Política, IEP de Aix-en-Provence, 2004. 15 Jules Grévy, citado en Jérome Grévy, Les Opportunistes. Milieu et culture politiques. 1871-1889, Tesis IEP, 1996, 2 volúmenes, y en La République des opportunistes. 1870-1885, París, Perrin, 1998. 16 Ver los trabajos de Paula Cossart, “Un peuple sage ou indiscipliné. La construction par Le Temps d’un cadre interprétatif aux réunions publiques des années 1860 a 1910”, Revue d’historie du XIX o siècle, n o 26-27, 2003.

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imagen inversa, idílica, de la reunión que había dado el futuro diputado y ministro Henri Brisson durante las primeras grandes experiencias –a excepción de las coyunturas de crisis revolucionaria– de liberación de la palabra pública: “Una de las mayores ventajas del derecho de reunión es permitir a los hombres de corazón y de elite que han probado todos los beneficios de la ciencia, entrar en comunicación directa y recíproca con el pueblo inteligente, el que aprehende tan prontamente lo que todavía no sabe”. 17 La reunión pública y contradictoria es la forma principal a través de la cuál se difundirán (y serán canalizadas, a pesar de lo que piensen muchos contemporáneos) las ideas y las prácticas de los revolucionarios, de los boulangistas y de los nacionalistas: allí están los lugares de las “multitudes”. No está de más decir que el pretendido “derecho a la calle” que reivindica un Jules Guesde en 1884 no está comprendido en el pacto republicano que se implementa en los años 1880. Y esto, sobre todo después de la “manifestación” parisina del 9 de marzo de 1883, que termina con el saqueo de algunas panaderías y recuerda que el espectro de las “jornadas” revolucionarias siempre puede ser agitado de manera plausible. Se sabe que las manifestaciones fueron prácticamente siempre prohibidas en París hasta 1909 y que sólo son toleradas en el interior del país. 18 El aprendizaje de la ocupación simbólica del espacio público urbano se realiza con dificultad y los desfiles “a la inglesa o a la alemana”, que reclaman socialistas y sindicalistas, no forman parte del contrato republicano. Al responder a Édouard Vaillant en una interpelación concerniente a la libertad de manifestar en Francia, Clemenceau, entonces presidente del Consejo, es más que dubitativo cuando declara “que queda por saber si no habrá República en tanto los obreros sindicalizados no puedan pasearse de la Bastilla a la Plaza de la Opera”. 19 La ley del número no es por tanto admisible más que a condición de que sea delimitada y encuadrada por las instituciones de la razón. Este número razonablemente razonable es desde entonces susceptible de producir opiniones llamadas políticas, y el voto es considerado como un censo (la palabra reaparece habitualmente a fines de siglo) susceptible de ser analizado, tratado como tal y que puede servir para fundar una ciencia Henri Brisson en Le Temps, 4 de septiembre de 1869, citado por Paula Cossart, “Un peuple sage ou indiscipliné . . . ”, artículo citado. 18 Cf. Michel Offerlé, “Descendre dans la rue”, en Pierre Favre, La Manifestation, París, Presses de Sciences Po, 1990 [Hay traducción en español: Michel Offerlé, “Bajar a la calle. De la ‘jornada’ a la ‘manif’”, Política, Universidad de Chile, vol. 44, 2005]. Ver también Vincent Robert, Les chemins de la manifestation. 1848-1914, Lyon, Presses Univesitaires de Lyon, 1996. 19 Actas de los debates parlamentarios, Journal Officiel, 1907, p. 14. 17

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electoral en la que prefectos, policías, estadísticos o publicistas pueden invertir sus saberes y su saber-hacer.

Las fronteras de la democracia Este bricolage democrático se construye también como espejo de su contrario, o más bien de sus contrarios, ya que el 16 de mayo de Mac-Mahon está tan presente en los discursos y las advertencias como el 18 de marzo de los Comuneros. No hay ninguna democracia, entonces, sin delimitación de una exclusión externa, sin designación de indeseables que no forman parte del espacio de juego, cuyas producciones, incluso las discursivas, son devaluadas y no podrían ni siquiera acceder al estatus de opiniones. La descalificación en el campo se establece entre los partidos de gobierno (el término aparece en ese momento) y los otros, para quienes los publicistas reconocidos utilizan un muestrario infinito, incluso en la expulsión de prácticas y opiniones fuera del campo que se manifiesta en el proceso político que sanciona la ilegalidad y la sedición políticas –las requisiciones contra Boulanger o Déroulède o, a la inversa, la amnistía que reintegra plena y retrospectivamente a los Comuneros en lo político, pero esta vez en lo político-revolucionario, mientras que antes eran catalogados bajo el registro de la criminalidad pura y simple. 20 La “defensa social” no es entonces más que una cuestión de política si seguimos, por ejemplo, a Charles Dupuy, presidente del Consejo en 1894. Tampoco hay democracia sin delimitaciones internas, puesto que el espacio del debate se encuentra jerarquizado en un cierto número de compartimientos más o menos estancos, que en tanto son el envite y el objeto de discusiones recurrentes, no dejan de tomar progresivamente una forma estable, institucionalizada.

Sobre este tema, cf. el estudio militante de Jean Maîtron que relee el informe Appert. Este último, realizado en 1875, es un ejemplo muy original de estadísticas puestas al servicio de la explicación de la Comuna como empresa criminal dirigida por cabecillas llenos de resentimiento que arrastraban a las multitudes, principalmente reclutadas entre los malvivientes y las prostitutas. “Étude critique du rapport Appert. Essai de ‘contre-rapport’”, Le mouvement social, n o 79, 1972. Para otro período y en una perspectiva completamente distinta, Jean-Claude Caron, en L’été rouge. Cronique de la révolte populaire en France. 1841, París, Aubier, 2002, muestra cómo la construcción judicial del acontecimiento modula las incriminaciones y juega sobre la cualificación –folclórica, revoltosa o política– de los diversos eventos del verano de 1841. 20

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Fronteras externas La interpelación de Basly, obrero minero y diputado, muestra bien hasta qué punto no se puede ir demasiado lejos en un límite político, parlamentario, para recalificar el asesinato colectivo del ingeniero Watrin en Decazeville como un acto de legítima defensa proletaria: “Yo no apruebo ningún crimen –explicaba Basly a la tribuna el 11 de febrero de 1886–, pero debo decir: el obrero en esas condiciones no es responsable [ . . . ] No, no se debe hacer justicia por mano propia, pero a condición de que la justicia exista. ¿Acaso el señor ministro de Justicia había pensado en reprimir las exacciones de Watrin? ¡No! Entonces debió dejar pasar la justicia popular [ . . . ] Me dirijo a un gobierno que se llama republicano para pedirle que deje inmediatamente en libertad a los obreros detenidos (exclamaciones) puesto que estos ciudadanos, al admitir que son los responsables de la muerte de Watrin, se encuentran en estado de legítima defensa”. Los debates que refieren a las amnistías son interesantes de estudiar desde este punto de vista, ya que algunos grandes discursos relacionados con el perdón, la clemencia y el olvido pronunciados por grandes leaders republicanos enfatizan las proclamas de fundación y de delimitación de la República. Es necesario que “coloquen la piedra sepulcral del olvido sobre los crímenes y los vestigios de la Comuna”, decía Gambetta en la Cámara el 26 de julio de 1880. Si todos los regímenes políticos desde hace un siglo fueron fundados sobre la victoria de insurrecciones o sobre el uso de la fuerza, la República inaugura el tiempo de una política pacificada. Fuera de la amnistía de los Comuneros que se escalona en tres grandes y fuertes debates específicos, los debates de amnistía mezclan en una reconciliación republicana diversos delitos y hasta crímenes que se trata de amnistiar y no de rehabilitar como quieren hacerlo creer ciertos opositores, que no están convencidos del eclecticismo del trabajo de “fraternidad republicana”, “de olvido de las divisiones internas”, “de apaciguamiento de las conmociones civiles”. La cuestión del momento es entonces esencial, ya sea porque el gobierno tiene necesidad de una apertura hacia un lado del hemiciclo, ya sea porque las “secretas ambiciones de los partidos” “son respetadas por las fuerzas del gobierno” y porque el tiempo ha hecho su trabajo. Una faena amnistiante, por regla general preparada en comisión (los debates son a veces muy cortos, como en 1905, cuando no ocupan más que dos páginas del Journal Officiel), comprende un capítulo titulado “Delitos y contravenciones de reunión, de asociación, de prensa” (que excluye la difamación y la injuria que, según las palabras del informante de 1889, Camille Pelletan,

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“no nos pertenecen, pertenecen a los difamados” 21). También encontramos en ella delitos electorales, hechos de huelga y hasta crímenes de atentado o de complot contra la seguridad interior del Estado; algunos hechos presentados demasiado temprano como amnistiables terminan en la derrota de la propuesta o en la áspera discusión del artículo que les corresponde. Cyvoct reconocido culpable de complicidad en el atentado de Lyon de 1882, los cuatro condenados de Decazeville, los boulangistas o los déroulédianos en fuga deben aguardar, o en algunos casos no esperar más que una gracia. Es interesante notar que los más estigmatizados o los más olvidados son los cincuenta y dos sobrevivientes de la deportación en Nueva Caledonia, desterrados allí por ser responsables de la insurrección argelina de 1871: incontestablemente considerados como condenados políticos, son amnistiados en 1895 después de haber visto su caso ignorado en 1889 luego de una vigorosa intervención del inamovible diputado de Argelia, Gaston Thomson. Estos debates permiten aprehender in vivo la delimitación de los crímenes o de los delitos de derecho común, “cometidos por interés personal”, o político, “cometidos por interés general bien o mal comprendido” según la división que establece Clemenceau en la tribuna en la sesión del 16 de mayo de 1876. Ellos formulan la pegunta infinita de los hechos conexos a los hechos insurreccionales, indisociables según algunos (cuando 2 millones de hombres se ponen en movimiento, eso no puede ser “descompuesto en una multitud de hechos de derecho común”, explica Clemenceau en esta misma sesión), recalificados como políticos durante los procedimientos (trabajos forzados, conmutados en deportación o destierro en los procesos entablados contra los Comuneros). Los debates de julio de 1894 22 que tuvieron por objeto la adopción de una ley (bautizada como “infame” por sus adversarios) que autorizaba el proceso contra los autores de atentados anarquistas frente a un tribunal compuesto por jueces profesionales y no frente a una corte criminal, permiten subrayar aún mejor, en la práctica, los límites de lo decible políticamente. El campo lexical ya fijado se ensancha en asociaciones, en encadenamientos cognitivos que se vuelven lugares comunes utilizados a veces en la mala literatura: anarquía remite así al mal absoluto, horror, utopía, quimera, sueño, irracional, pasión, multitud, violencia,

Actas de los debates parlamentarios, Journal Officiel, 1889, p. 1435. Dejo aquí de lado la retórica coyuntural que intenta explicar la ola de atentados por la imputación de una responsabilidad a los realistas (royalistes) que no habrían dejado de criticar la República, o por el recuerdo de los republicanos panamistas, culpables y víctimas del torrente de fango que se abatió sobe ellos. 21 22

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fuerza brutal, terror, odio, enemigo de la sociedad. Así se pueden estilizar tres tipos de posturas entre los oradores parlamentarios. Los partidarios del orden social, cualquiera sea su color político, consideran que los atentados anarquistas no tienen ningún carácter político. Ya se trate de Denys Cochin (derecha orléanista) para quien esta “secta [ . . . ] no representa una opinión, sino simplemente el crimen” 23 ya se trate del ministro de Justicia, Eugène Guérin, quien formula este pedido de definición: “¿encuentran aquí un delito político [ . . . ] a menos que no consideren la anarquía como una opinión política?” 24 o incluso que se trate de Lasserre, el informante de la ley, autor de un remarcable lapsus cuando se indigna: “Señores, aquí está el programa socialista” en lugar de decir anarquista, y para quien la anarquía “no podía ser considerada como un partido político [ . . . ] la anarquía comienza, desde mi punto de vista, allí donde nace la provocación del crimen y el asesinato” 25 o que se trate por último de Charles Dupuy, presidente del Consejo, quien precisa que “no es una obra política, es una obra de defensa social la que perseguimos”. 26 En el otro extremo del espacio parlamentario, los diversos socialistas deben batallar para no quedar atrapados en las redes retóricas que permiten asimilar a todos los colectivistas bajo el estandarte de la destrucción social de la anarquía. Se defienden a sí mismos contra el englobamiento de la categoría “anarquista” y por tanto contra la criminalización de sus tomas de posición y contra la reducción de su libertad de palabra. Pero también utilizan la anarquía como un recurso en la justificación de la capacidad del socialismo de ser una verdadera doctrina política, ni destructiva ni utópica. Al reconstruir una historia separada del socialismo y el anarquismo, intentan mostrar cómo los socialistas encuadran las revueltas individuales y cómo “el desarrollo del socialismo impidió la perpetuación de los atentados” (Édouard Vaillant 27 , cómo enseñó a los trabajadores “que el mal no está en los hombres sino en las instituciones económicas” y cómo los sustrae “de los peligros y delirios de las sugestiones individuales” (Jean Jaurès 28. Muchos de ellos, sin embargo, no están dispuestos a deponer las armas de la revolución en nombre de la “fatalidad” de la expropiación como Actas de los debates parlamentarios del año 1894, p. 1378. Ibidem, p. 1375. 25 Ibidem, p. 1399. 26 Ibidem, p. 1402. Hacen eco estas declaraciones de Jacques Chirac pronunciadas el 15 de noviembre de 2001: “El terrorismo no expresa ninguna causa, no es más que crimen”. 27 Ibidem, p. 1380. 28 Ibidem, p. 1580. 23 24

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ley histórica (Jules Guesde) 29 , o de la necesaria conclusión de “la obra de la revolución abandonada por ustedes” (Édouard Vaillant) 30 : “Ustedes hicieron su propia revolución, nosotros haremos la nuestra; cada uno a su turno” (Arthur Groussier) 31. Los republicanos más radicales pretenden desmarcarse de estas dos posiciones. Édouard Lockroy, en el debate de noviembre de 1893, se situó entre “los conservadores” y “las escuelas utopistas”. Antonin Dubost y Charles Floquet quieren elevar el debate resituándolo en un amplio marco histórico y razonando sobre los efectos a largo plazo de la restricción de las libertades, en el pasado y en el futuro 32.

Fronteras internas Fronteras externas pero también fronteras internas, ya que el espacio político no debe ser solamente pensado respecto de sus márgenes, de su exterior, sino también de sus propias divisiones. Los trabajos que preceden la adopción de la ley sobre libertad sindical de 1884 han sido bien estudiados por Denis Barbet, quien al proponer la expresión de “limonólogo” 33 (el que divide, el que traza fronteras) quería insistir sobre la división del trabajo político que se desprende del reconocimiento de la libertad sindical. 34 El término sindical, opuesto al de político, no tiene significación sustancial precisa. Alcanza con ver cómo, histórica y espacialmente, la forma pudo ser ocupada y puesta en escena por empresas de dimensiones muy diversas y que remitían a territorios sindicales fuertemente disímiles. El artículo 3 de la ley del 21 de marzo de 1884 “relativa a la creación de sindicatos profesionales” define estas organizaciones recientemente legalizadas –y despojadas del oprobio casi centenario que la adopción de la ley Le Chapelier había lanzado sobre los cuerpos intermedios– como aquellas que tienen “exclusivamente por objeto el estudio y la defensa de los intereses económicos, industriales, comerciales y agrícolas de sus miembros”. El legislador intenta trazar una línea de demarcación clara entre la defensa de intereses generales (del dominio exclusivo “de lo político”, por tanto de los políticos) y la persecución de intereses profesionales protegidos, más prácticos, más Ibidem, p. 1414. Ibidem, p. 1393. 31 Ibidem, p. 1394. 32 Ibidem, p. 1347, p. 1370 y ss. 33 NdeT: refiere al hecho de hacer surcos y fertilizar la tierra arrojando limón. 34 Denis Barbet, “La production des frontières du sindical et du politique. Retour sur la loi de 1884”, Genèses, n o 3, 1991. 29 30

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limitados y susceptibles de aportar una contribución a la regulación del conflicto social. La delimitación de lo asociativo ha generado problemas similares y diferentes. Largo tiempo aplazado en virtud de las dificultades políticas coyunturales y de la ausencia de acuerdos sobre la manera de tratar a estos agrupamientos particulares que son las asociaciones religiosas, el debate sobre la libertad de asociación tuvo lugar antes de 1901 más que en ocasión del voto de la ley del 1 o de julio “relativa al contrato de asociación” 35 (puesto que se trata antes que nada de un contrato). La aceptación del derecho de asociación es argumentada anteriormente en las múltiples propuestas abortadas que se habían empantanado en la cámara desde 1882. Sin embargo, este derecho de asociación no tiene nada de exaltación del compromiso colectivo o de la auto-organización común o comunitaria. Ciertamente, la ley de 1901 acuerda a las asociaciones la personería moral y el derecho de contratar, de litigar en la justicia y de poseer los bienes necesarios para su funcionamiento, de lo que estaban privadas por los proyectos anteriores; pero la asociación permanece vista como un “agrupamiento temporario de individuos, reunidos por un objeto limitado, que siguen los principios de las obligaciones”. Se trataba de un “contrato establecido temporariamente entre personas cuya experiencia social y expresión pública no podrían reducirse a su pertenencia al agrupamiento”. 36 Estos derechos, asociados a los que evocamos más arriba, delimitan un perímetro propio de la expresión colectiva y pública, pero bien separado del espacio político legítimo que los parlamentarios pretenden (¿con éxito?) monopolizar para decir y hacer la opinión.

Los umbrales de sensibilidad a la injuria Y bajo formas refinadas, puesto que el respeto del intercambio político reposa sobre dos reglas implícitas que serán recordadas constantemente a los nuevos ingresantes y a los perturbadores de las disputas parlamentarias: “Aquí no se forjan personalidades”, “no estamos en una reunión pública”. No faltan las perturbaciones, interrupciones, exclamaciones, altercados; pero se autolimitan en el marco de usos y prácticas parlamentarias que han evolucionado con la transformación del tipo de El informe hecho en nombre de la comisión sobre derecho de asociación por el diputado George Trouillot en la sesión del 8 de junio de 1900 puede consultarse parcialmente en el sitio http://membres.lycos.fr/mgelbard/Trouil.htm 36 Jacques Ion, La fin des militants?, París, L’Atelier, 1997. 35

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personal parlamentario. Estas reglas de saber-vivir políticas son el resultado de formas cristalizadas anteriormente a la República y aquí, como en otras interacciones representativas (en el acto de votar, por ejemplo) hay ciertamente reglas, regularidades y prácticas, roles que definen la familiaridad (entre-soi) parlamentaria, y que se remontan a los tiempos censitarios de los Royer-Collard y de los Constant, tan frecuentemente convocados en la tribuna cuando se trata de encontrar ejemplos adecuados para iluminar el presente de las libertades. Sin embargo, en otros espacios de expresión política el umbral de sensibilidad al ataque personal, a la denuncia, a la calumnia o a la injuria es muy bajo en comparación con las prácticas de este espacio preservado (aunque relativamente para algunos) que es la arena parlamentaria. Al practicar voluntariamente un etnocentrismo retrospectivo y heurístico, no podemos más que sorprendernos por el nivel de violencias verbales de un gran número de prácticas discursivas de fines del siglo XIX. 37 Es cierto que la prensa polemista y denunciadora es la que se cita más habitualmente para ilustrar el clima de época. Allí, la injuria se despliega de manera sistemática, en una constante oscilación entre la verba panfletaria y el ataque personal que, como lo he analizado en el caso de Jules Joffrin, que padecía un cáncer de rostro, va hasta la estigmatización de las propiedades nosográficas de quien es embarrado. 38 O, como en tantos otros casos, el cuestionamiento de las personas reposa en sus pertenencias culturales o en sus creencias religiosas: el antisemitismo es así un argumento extendido en las luchas políticas de principios de la Tercera República. Se trata, se dirá, de la prensa panfletaria, la de Rocheford, Drumont, Cassagnac, o de la prensa católica, pero puede encontrarse también una literatura y una expresión política de extrema izquierda que se lee en la prensa, se despliega en las reuniones públicas y no se limita a una “ejecución” verbal sublimada de los vampiros capitalistas y de sus lacayos, de los politiqueros-abogaduchos y de los empleaduchos a su servicio. No sólo se la agarran con los símbolos personalizados; las personas mismas, más allá de sus posiciones Nos remitiremos al libro dirigido por Thomas Bouchet, L’insulte (en) politique. Europe et Amérique latine du XIX o siècle à nos jours, Editions universitaires de Dijon, 2005, que contiene una bibliografía bastante ecléctica, demostrando el estado impreciso de este campo de investigaciones. 38 Michel Offerlé, “Illégitimité et légitimation du personnel politique ouvrier en France avant 1914”, Annales ESC, n o 4, 1984 [Hay traducción en español, en este volumen: Michel Offerlé, “Ilegitimidad y legitimación del personal político obrero en Francia antes de 1914”]. En La parole pamphlétaire, París, Payot, 1982, Marc Angenot responde de otra manera a esta pregunta, ya que se interesa más en las modalidades lingüísticas de las retóricas panfletarias que en los usos social y electoralmente determinados de la injuria en política. 37

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políticas, son blancos públicos. Durante el debate de amnistía de 1889, Camille Pelletan (diputado radical) puede así constatar: “Parecemos haber jurado hacer descender las querellas políticas de las regiones de las ideas al fango de las querellas personales”. Todo aquello que puede tener sentido, desde la pertenencia de clase hasta el origen geográfico, desde la apariencia física hasta la denuncia de rasgos morales, puede ser movilizado. Y esto, tanto más cuando los socialistas, que primero reivindicaban una posición excentrada en el espacio, y por lo tanto creían actuar en nombre de principios no electoralmente determinados, se vuelven parte activa del juego electoral y son, así, llevados a utilizar estas formas argumentales para imponerse. Hasta ahora no hay una aproximación sistemática a la manera en que, progresivamente, se ha aceptado al otro físicamente, y en que se ha renunciado a destruirlo. El insulto y la injuria han sido sin duda un medio económico, en el sentido libidinal del término, de la gestión de los afectos, del odio que podía animar a un cierto número de competidores forzados a aceptar estas nuevas reglas de juego en las que las ejecuciones no podían ser más que simbólicas. En la arena parlamentaria, sin duda, pero también por fuera de ella. A fines del siglo XIX el trabajo de civilización de las costumbres políticas está en marcha . . . Si se quiere hacer la historia electoral de Francia a través de los afiches pegados en los muros de las ciudades y de los pueblos, se cometería un error al reparar sólo en las imágenes que elegimos como auténticas porque evocan estética y nostálgicamente el encantamiento de los orígenes republicanos. Si los políticos instalados, notables sobrevivientes y reconvertidos de regímenes precedentes o nuevas capas gambettistas 39 transformadas en republicanas, inventoras del “patronazgo democrático” (según la expresión de Maurice Agulhon), pueden contentarse con estar allí y manejar éticamente su capital de notoriedad, cuántos pretendientes piensan que deben cubrir las paredes con millones de afiches que o bien proclaman un programa compacto de promesas electorales, o bien se libran a un “quién da más” tipográfico poblado de consideraciones sobre la honestidad de sus adversarios, utilizando para ello los canales de la insinuación, de las falsas noticias, en breve del actuar en base a rumores 40 de lo que no guardamos más que NdeT: Partidarios del abogado Gambetta (1838-1882), uno de los principales líderes republicanos franceses bajo el segundo Imperio (1852-1870) y en el comienzo de la Tercera República. El término “nuevas capas” gambettistas hace alusión a un discurso de Gambetta de 1872 en el que llama a la renovación del origen social del personal político por la llegada de nuevas capas (profesionales liberales, profesores) que reemplacen a los notables tradicionales. 39

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algunos trazos escritos dispersos pero que debía sin ninguna duda estar presente en múltiples conversaciones e interacciones. He estilizado los tipos de bienes políticos intercambiados en las transacciones electorales –bienes públicos/privados, divisibles/indivisibles 41 ; también se podría dar cuenta de manera programática de las probabilidades del recurso a los diversos tipos de insultos en política en función de las propiedades sociales de los que interactúan (tipo de capitales movilizables), de sus propiedades posicionales en el espacio político nacional (pertenencia a una tendencia situada en los márgenes del espacio político o con una fuerte probabilidad de acceder al poder) y de sus posicionamientos situados en el espacio de competencia electoral en el que se pretende actuar (aspirante posible/ aspirante imposible/ saliente).

“Radicalidades” y revolución La realización progresiva de la profecía republicana inaugura un conjunto de derechos y de libertades, constitucionalizados y garantizados, e implica una toma de distancia temporal pero también espacial en la relación con lo político, que al mismo tiempo que se acerca al pueblo a través del sufragio debe alejarse de él con la redefinición de la transacción electoral como (en principio) estrictamente política, abstracta, programática. Autorizar la expresión de opiniones regladas es al mismo tiempo deslegitimar y recalificar antiguas prácticas, pero también volver indispensables nuevas prácticas que pueden aprehenderse con las nociones de repertorio de acción y de registro de resiliencia.

Repertorios de acción y registros de resiliencia ¿Cómo es posible quejarse cuando se da a los hombre mayores el derecho de expresarse de manera reglada y regular a través de la elección? ¿Cómo es posible quejarse aquí y ahora cuando la organización y la postergación se han vuelto evidencias tanto para los partidarios de la democracia republicana como para sus opositores, incluso los revolucionarios? Más allá de las múltiples acepciones y simplificaciones que ha sufrido en virtud de sus repetidos usos, y más allá de los límites de su potenPhilippe Aldrin, La Rumeur en politique, París, PUF, 2005. Michel Offerlé, “Mobilisations électorales et invention du citoyen”, en Daniel Gaxie, Explication du vote, París, Presses de Sciences Po, 1985 [Hay traducción en español, en este volumen: “Movilizaciones electorales e invención del ciudadano. El ejemplo del medio urbano francés a fines del siglo XIX”]. 40 41

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cial heurístico, el término repertorio de acción, inventado por Charles Tilly 42 permite aprehender una parte de este lento desplazamiento hacia la paciencia democrática. En efecto, un conjunto de componentes del (¿de los?) repertorio(s) anterior(es) se encuentra deslegitimado por el simple hecho de que hablar, expresarse, actuar políticamente es desde entonces posible y pensable con la sola condición de que sea bajo las formas de una opinión aceptable. Algunas características de las formas de actuar tradicionales, tales como el abucheo, el ataque de domicilios privados, las marchas de antorchas, etc. van a ser folclorizadas, lanzadas a la insignificancia, excepto para sus autores, que intentarán politizar estas formas de expresión antiguas. Lo que significa que las diferentes formas, rurales y urbanas, de las emociones populares son reprimidas y deslegitimadas por los mismos que habían sido sus portavoces. Basta evocar el carácter insostenible de un acto tal como el affaire de Hautefaye en 1870. 43 De este modo, se derrumba el mundo de la sociedad secreta hecha de insurrección, de la huelga eruptiva con ruptura de máquinas, de la revuelta individual que buscaba la transformación de la sociedad por medio de la reivindicación utopista, en beneficio de la votación o de la aparición de “trabajadores conscientes”, socialistas que saben como Engels distinguir el “socialismo científico” del “socialismo utópico” y de las “teorías sentimentales”, de los huelguistas que se adaptan “a los ritmos, trucos y valores de la sociedad industrial”, para retomar las expresiones de Michelle Perrot. 44 En resumen, el socialismo sustrae a los “trabajadores de los peligros y delirios de las sugestiones individuales”, afirmaba Jaurès en una sesión de la Cámara, el 21 de julio de 1894. 45 El movimiento social, pacífico y/o revolucionario, se vuelve un master template cuyos portavoces tienen la pretensión de decir que es lo suficientemente englobante como para canalizar todos los afectos, las prácticas y los valores hacia soluciones colectivas y políticas, en tanto politizadas; y que tiene entonces como consecuencia, si no como fin, ajustar a sus objetivos el conjunto de registros de resiliencia potencialmente movilizables.

Charles Tilly, La France conteste. De 1600 à nos jours, op. cit., y en una perspectiva más abierta, “Contentious repertoire in Great Britain 1758-1834”, en Mark Traugott, Repertoires and Cycles of Collective Action, Londres, Duke University Press, 1995. En los trabajos más recientes de Tilly el término ha perdido algo de su rigidez inicial. 43 Alain Cobin, Le Village des cannibales, París, Aubier, 1991. 44 Michelle Perrot, Jeunesse de la grève. France 1871-1890, París, Seuil, 1984. 45 Actas de los debates parlamentarios del año 1894, p. 1588. 42

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Al respecto, conviene aclarar algo que no es posible pedirle a la noción de repertorio de acción colectiva construida por Charles Tilly. En efecto, la acción en Tilly, además de ser colectiva es orientada políticamente. Engloba los modos de contestación dirigidos explícitamente a los detentores de posiciones de poder político o las formas publicizadas que los emprendedores de sentido pueden etiquetar y construir como susceptibles de tener una incidencia política. He propuesto ampliar el ángulo de visión y reunir tradiciones de análisis que, a pesar de que se conjugan, se dan la espalda. Sería posible pensar los universos prácticos en los que los agentes sociales pueden hacer valer sus quejas, deben acallarlas o aceptan asumir los diversos roles posibles de la docilidad hacia los otros. Las formas de “la política desde abajo”, las “artes de la resistencia”, la Strassenpolitik, el recurso a la “privacidad” popular, las modalidades múltiples de las delincuencias abiertas o discretas, forman parte de las posibilidades que pueden acompañar o, al contrario, sustituir a la acción colectiva democrática.

“Radicalidades”, ilegalismos populares y registros de resiliencia Naming, Blaiming, Claiming 46 una misma situación puede dar materia a formas prácticas de construcción de la realidad muy diferentes respecto a las disposiciones de un individuo, a los recursos populares resilientes contra el sufrimiento, individuales en su forma pero colectivamente instituidos. Hemos visto que la adopción del sufragio “universal masculino” había tenido efectos condicionantes sobre la regulación de lo decible y de lo posible en materia política. ¿La configuración de los registros de resiliencia es transformada por la “ciudadanización”, diferencial y a veces muy diferente, de los hombres, de los varones mayores? O, formulado de otra manera, ¿la introducción del voto masculino produce un efecto sobre el conjunto de los registros prácticos (individuales o colectivos, de salida, de voz o de lealtad) que ellos pueden pretender utilizar? ¿Puede imaginarse entonces que haya prácticas de “radicalidad” no explícitamente reivindicadas como tales por sus actuantes? Para hablar el lenguaje de fin de siglo, deambulantes y vagabundos, malvivientes, obreros sublimes locos de fuga, ladrones, compañeros anarquistas que practican la confiscación individual o el escape discreto 47, ¿pueden pretender esta recalificación? Visiblemente sí, pero de manera muy minoritaria, alrededor de círculos literarios o de grupos William L. F. Festiner, Richard L. Abel, Austin Sarat, “The emergence and transformation of disputes: Naming, blaming, claiming . . . ”, Law and Society Review, n o 3-4, 1980-1981. 46

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libertarios lanzados a la criminalidad pura y simple luego de la ola de atentados de 1892-1894 y los últimos sobresaltos de las bandas (Jacob o Bonnot). Como escribía Michel Foucault, los anarquistas al tomar como “punto de ataque el aparato penal, plantearon el problema político de la delincuencia; cuando pensaron reconocer en ella la forma más combativa del rechazo de la ley; cuando intentaron menos heroificar la rebelión de los delincuentes que desanexionar la delincuencia con relación a la legalidad y al ilegalismo burgués que la habían colonizado. Cuando quisieron restablecer o constituir la unidad política de los ilegalismos populares”. 48 A veces también los socialistas pueden recalificar ciertos registros, como los suicidios obreros reinterpretados como producto de la miseria. Sin duda, los republicanos no toleran estas construcciones adyacentes: al evocar a Decazeville, Pelletan habla en la Asamblea el 10 de julio de 1889 de “mareos contagiosos, esas siniestras borracheras de las multitudes, esas malas electricidades de las tormentas políticas y sociales” 49 en el mismo momento en que Locroy hace de la Comuna un “ataque de nervios”, o un “acceso de fiebre”. 50 Al ser republicano, y por tanto fundado en la razón y en la adhesión razonada a una opinión, el régimen político puede con derecho defender el orden social contra el conjunto de perturbadores individuales y colectivos que podrían alterar la tranquilidad y la seguridad públicas. La ley del 27 de mayo de 1885 sobre la relegación en las colonias de los reincidentes es representativa de este estado de espíritu. 51 Waldeck-Rousseau, Ministro del Interior hasta abril de 1885, se vale a la vez del apoyo popular a esta medida y de la “tradición” revolucionaria: “así, en el momento mismo en que estas dos grandes asambleas, la Constituyente y la Convención, formulaban los principios constitutivos de la sociedad moderna, y proclamaban solemVer sobre este punto Cécile Péchu, Du comité des mal-logés à Droit au logement. Sociologie d’une mobilisation. Les transformations contemporaines de l’action collective, Tesis de Ciencia Política, IEP de París, 2004, y “Entre résistence et contestation. La genèse du squat comme mode d’action”, ponencia presentada en la mesa redonda “Où en sont les théories de l’action collective?” del Congreso de la Association Française de Science Politique, Lyon, septiembre de 2005. 48 [La cita corresponde a la edición en castellano de Vigilar y Castigar, p. 299 (18 o edición) México, Siglo XXI, 1990]. Nos referiremos también a la tesis de Pierre Karila-Cohen en la que el autor, trabajando sobre los informes de prefectos concernientes al espíritu público y la opinión pública en las dos monarquías constitucionales, sigue la constitución y la fluctuación de las categorías de entendimiento político-administrativo sobre los problemas que afectan al orden público. Cf. Pierre Karila-Cohen, L’État des esprits. L’invention de l’enquête politique en France (1814-1848), Rennes, Presses Universitaires de Rennes, 2008. 49 Actas de los debates parlamentarios del año 1889, p. 1443. 50 Sesión del 16 de mayo de 1876, actas de los debates parlamentarios del año 1876, p. 65. 51 Martine Kaluszynski, La République à l’épreuve du crime, París, LGDJ, 2002. 47

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nemente los derechos del hombre y del ciudadano, no dudaban en privar de estos derechos a los que se volvían indignos de ellos y en transportar de por vida, lejos de la patria, a los criminales y a los vagabundos”. Socialistas y radicales contribuyeron más tarde a la humanización del vagabundeo (parcialmente erradicado por las políticas penales oportunistas), pero ninguno de ellos imaginará reintegrar a los delincuentes, clasificados en la categoría marxista de lumpenproletariado, entre los proletarios susceptibles de romper sus cadenas y de derribar la explotación y la opresión capitalistas. Ni la multitud ni los malvivientes, ni los asesinos ni los linyeras podrían ser asimilados o asimilables a la clase orgánicamente revolucionaria, al menos a su representación, ya que como toda frontera entre grupos ésta debía ser igualmente porosa. “La crisis de los suburbios”, las “revueltas urbanas” de noviembre de 2005 52 una suerte de paroxismo de las sensibilidades y violencias de los últimos veinte años, nos exponen a una suerte de test proyectivo relativo a nuestros umbrales de sensibilidad a la clasificación de los ilegalismos populares. La constitución de un espacio político con un funcionamiento autónomo y pacificado implica, entonces, en el mismo movimiento, la constitución de un espacio criminalizado a cuyas prácticas se niega el parentesco con las prácticas de revuelta social –ya sea que sus autores o sus portavoces exteriores reivindiquen o no este tipo de encuadramiento y de legitimación. La declaración que hizo en su defensa Marius Jacob frente a los tribunales de la Somme es propiamente inaudible: “Yo también repruebo el hecho por el cual un hombre se hace violentamente y con trampa del fruto de la labor del prójimo. Pero es precisamente por ello que he hecho la guerra a los ricos, ladrones del bien de los pobres. Yo también quisiera vivir en una sociedad en la que el robo sea desterrado. No apruebo ni me he servido del robo como medio de revuelta destinado a combatir el más inicuo de todos los robos: la propiedad individual”. 53 Puede verse que esta transformación, reconstituida ex-post de manera estilizada, no es ni un programa bien señalizado ni una programación tal como fue concebida. Múltiples trabajos mostraron cómo, colectiva e individualmente, estos ciudadanos frescamente convertidos en electores NdeE: Ver al respecto, en esta misma colección, Gérard Mauger, La revuelta de los suburbios franceses: una sociología de la actualidad, Buenos Aires, Antropofagia, 2007. 53 Marius Jacob, citado en Jean Maîtron, Ravachol et les anarchistes, París, Julliard, “Archives”, 1970, p. 24. Ver Alexandre Marius Jacob, Écrits, L’Insomniaque, así como los numerosos sitios de Internet dedicados a Jacob. Ver también el proceso a los anarquistas ladrones, o los ladrones anarquistas, durante el cual Fanéon habla del robo como una “reparación”, una “restitución que usted nos hace involuntariamente”. 52

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pudieron valerse de manera ambivalente de las libertades republicanas, al tiempo que hacían escuchar el bajo continuo de la amenaza de la Gran Noche; cómo pudieron abrazar estos nuevos receptáculos de la “ciudadanía” (otra vez una palabra de nuestra época que aparece espontáneamente en la escritura para hablar de este período “fundante”), alejándolos de sus dimensiones restrictivas, ampliándolos, dotándolos de significaciones imprevistas o insólitas. Coproduciéndolos. Tanto la “buena ciudadanía” como la “mala” son coproducciones de emprendedores de civismo y de Gran Noche, minorías activas y mayorías silenciosas que las dotaron, sin grandes frases, en la práctica, emocional o ideológicamente, de significaciones múltiples y compartidas a medias. Suficiente para vivir juntos a pesar de todo. Y las radicalidades, ya sean conformadas y puestas en escena bajo la etiqueta del socialismo científico, del socialismo nacional, del anarquismo o del anarcosindicalismo, también son coproducidas, sometidas al principio de definición de su espacio y de sus límites, y condicionadas en sus anticipaciones por esta escollera propiamente enorme de una república electiva que dura. Tomadas entre las estilizaciones de Gusde y de Jaurès en ocasión de su debate de Lille: para el primero se trata de la prueba “de la conquista de los socialistas por los poderes públicos de la burguesía”, en tanto que para el segundo se trata de la demostración de “la conquista por los socialistas de los poderes públicos de la burguesía”. E inversamente. 54 Al final de su obra consagrada al triunfo de la opinión pública 55, Dominique Reynié trazaba una suerte de esquema republicano ideal tripartito: de un lado, el foro interno libre de todo control, sede de las convicciones o de las bajezas íntimas. Del otro, el espacio social, el espacio del público, de la calle, potencialmente neutralizado, de donde son desterradas la no-opiniones, formas políticamente inadmisibles ya sea que se formulen de modos inadecuados (revueltas, gritos, cantos, vandalismos, vociferaciones, grafittis, destrozos, laceraciones, emblemas, aglomeraciones, carteles o hasta ciertas formas de afiches), o que no puedan pretender su existencia “gnómica” porque recaen en la categoría de la criminalidad ordinaria, o que constituyan por su misma sedición delitos de opinión. Y, por último, el espacio de la expresión po“Los dos métodos”, discurso de Jean Jaurès pronunciado en la apertura de la conferencia realizada en Lille en el mes de octubre de 1900, y debates entre Jaurès y Guesde en Roubaix el 26 de noviembre de 1900, reproducido en Jean Jaurès, Études socialistes, tomo 2, 1897-1901, París, Rieder, p. 199 y p. 214. 55 Dominique Reynié, Le triomphe de l’opinion publique . . . , op. cit. Cf. también Céline Braconnier, “Braconnages sur terres d’État. Les inscriptions politiques séditieuses dans le Paris de l’après-Commune (1872-1888)”, Genèses, n o 35, 1999. 54

lítica legítima. Los debates relativos a la libertad de prensa mostrarán esta preocupación de los diputados republicanos por trazar una división ideal entre lo que era expresión de una opinión o de una doctrina y lo que podía asociarse a un acto atentatorio de la seguridad pública o de la libertad del prójimo. Así, es en el espacio público, espacio de la palabra reglada y de la escritura, donde se realizarían a la vez la posibilidad y la expresión de la deliberación y su clausura. Es en ese mismo momento que se inventa e institucionaliza ese movimiento social-socialista que atraviesa el siglo en sus variantes colectivistas múltiples. Sus promotores tendrán la ambición de intentar canalizar, más aún que los nuevos jefes del orden público, los registros de resiliencia disponibles hacia formas reguladas de acción “revolucionariamente orientada” o vueltas compatibles con la perspectiva de una liberación humana y social. No más que sus enemigos-adversarios, ellos no lograrán apropiarse enteramente de estas energías sociales resilientes, y no podrán o querrán hacer la revolución que funda su legitimidad. Pero es a través de un análisis muy presentista que podemos afirmar esto.

Reconsideración crítica de los repertorios de acción colectiva (siglos XVIII y XIX) La mayor parte de las nociones utilizadas por los sociólogos de la acción colectiva han pasado por el tamiz de la crítica, y muchas de ellas parecen haber agotado su potencial heurístico inicial: encuadre [cadrage], estructura de oportunidades políticas, identidad, etc. 1 La noción de repertorio de la acción colectiva parece haber quedado afuera de esta crítica y el vocablo se volvió una suerte de término ineludible. Al hablar de repertorio de acción, se hace referencia implícita o explícitamente a Charles Tilly, que a fines de los años setenta intentó estilizar de manera ideal-típica y macrosociológica las diferencias que pueden oponer de manera pronunciada las formas de existencia de los contestatarios de los siglos XVII y XVIII respecto de aquellas de los siglos XIX y XX, y de subsumir la infinidad de medios de acción de los que ellos se valen, para expresarse y para expresar sus reivindicaciones, sus medios y sus odios, en una clave interpretativa que funcione como piedra angular. La noción ha tenido mucha utilidad y, como todo término exitoso, ha sido desviada, malversada, simplificada. De hecho, Tilly ha subrayado en varias ocasiones que la recepción de los “repertorios” se ha producido raramente en su versión “fuerte”, la que remite a una estilización macrosociológica de la transformación de las formas de dominación económica y política (el mercado y el Estado). De hecho, la noción de urbanización utilizada en La Vendée 2 intentaba dar cuenta de los efectos de la extensión simultánea del mercado económico y del mercado político. En cambio, son mucho más frecuentes los usos “débiles” de la metáfora, lo que implica asimilar la noción de repertorio a un medio de acción (la manifestación es un repertorio, la barricada también) o a la suma de medios de acción efectivamente utilizados o utilizables por una organización o un movimiento (los militantes antiglobalización tienen un repertorio de acción, tanto como la CGT), con una categoría social (los intelectuales tienen un repertorio cuando se comprometen a través de su nombre o de su obra, como lo muestra Frédérique Matonti); se dirá que tal grupo no tiene acceso a tal elemento del repertorio, se hablará de repertorio francés o finlandés taquigrafiando estilos nacionaPara una discusión de estos conceptos, cf. los textos discutidos en el congreso de la Asociación Francesa de Ciencia Política de Lyon en septiembre de 2005, en la mesa redonda titulada: “¿En qué están las teorías de la acción colectiva?”. Textos disponibles en www.afsp.msh-paris.fr 2 C. Tilly, La Vendée. Révolution et contre-révolution, París, Fayard, 1970. 1

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les de repertorios, o se hablará de repertorios localizados. Sin olvidar el desarrollo metafórico de la metáfora, utilizado para habar del repertorio llamado moderno evocando los repertorios en plural 3 los “repertorios de acción partidarios”, “de oferta de involucramiento”, “de modelos organizacionales” o “de acción administrativos o estatales”. Se invocarán también los repertorios “de acción democrática”, “de motivos y de acción”, “discursivos”, “de acción comunitarios” (en el seno de Europa), “de acción victimarios”, “ascéticos”, “místicos” “vernáculos” (R. Bertrand) o de los repertorios rebeldes. Por último, se hablará de “importación, de adaptación, de cambio, de extensión, de recomposición de repertorio(s)”. Apoyándome en una amplia muestra de textos que movilizan la noción, en este artículo desearía volver sobre la historia de sus usos por parte de los sociólogos y los historiadores para mostrar aquello que éstos nos pueden enseñar respecto a los campos en los que es aplicada, y subrayar en qué sentido podemos utilizarla aún de manera productiva. Al hacer este camino, propondremos pistas que permiten pensar de manera conjunta lo que la noción tiende demasiado frecuentemente a separar –las acciones colectivas protestatarias, las acciones colectivas no protestatarias y las acciones individuales– con el objeto de reintroducir la idea de una pluralidad de registros de acción “disponibles” en el tiempo, en los espacios sociales y territoriales.

Los itinerarios de Charles Tilly Es en el momento en que realizó sus trabajos de investigación sobre Francia 4 y Gran Bretaña 5 que Tilly sistematizó nociones anteriores para proponer la noción de “repertorio de acción colectiva”: “Toda población tiene un repertorio limitado de acciones colectivas, es decir de medios de acción en común sobre la base de intereses colectivos [ . . . ] Estos diferentes medios de acción componen un repertorio, un poco en el sentido en que se entiende este término en el teatro y en la música, pero que se acerca más al de la commedia dell’arte o del jazz que al de un conjunto clásico. Se conocen más o menos bien sus reglas, que Cf. S. Tarrow, “The people’s Two Rythms: Charles Tilly and the Study of Contentious Politics”, Comparative Studies in Society and History, vol. 38, n o 3, 1996. 4 C. Tilly, La France Conteste, París, Fayard, 1986. 5 C. Tilly, “Repertoires of Contention in America and Britain”, en M. N. Zald y J. McCarthy (eds.), The Dynamics of Social Movements, Cambridge, Mss, Winthrop, 1979; y C. Tilly, Popular Contention in Great Britain 1758-1834, Cambridge, Harvard University Press, 1995a. 3

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se adaptan al bien perseguido [ . . . ] El repertorio en uso dicta la acción colectiva”. 6 La “elección” de medios de acción se hace sobre la base de la preferencia por la familiaridad pero bajo ciertos condicionamientos, en función no solo de los recursos de todos los órdenes de los que dispone o pretende poder disponer el grupo (variables en los términos de la interacción), sino también de la competencia de otros grupos y de los condicionamientos situacionales (anticipaciones y realidad de sanciones, apoyo potencial, potencialidad de aprobación pasiva o de deslegitimación de los participantes potenciales y de las “opiniones” movilizables). Aun si las primeras definiciones no lo mencionan explícitamente, un repertorio es siempre una co-construcción entre los movilizados y los diversos productores del mantenimiento del orden. La “preferencia” es por tanto el resultado y el producto de las estructuras de interacción. Por un lado, un repertorio local, regido por un patrón y situado, en el que las acciones colectivas son la prolongación del tiempo cotidiano; por otro lado, un repertorio nacional, autónomo, modular, en el que la especificidad de un tiempo político ordena las escansiones de la actividad protestataria. Los componentes de estos dos repertorios pueden fluctuar según los trabajos de Tilly, lo que no es sorprendente en virtud de la infinidad de formas que podemos enumerar. 7 Como muestra el esquema de La France conteste 8 y el cuadro que resume las principales proposiciones, el gran corte que separa las maneras de protestar de un lado y otro de la línea imaginaria de los años 1830 y 1850 en Francia es tanto la transformación de las formas particulares de la acción colectiva, como aquello que da sentido a su oposición, resumida en la doble dicotomía “antiguo vs. moderno” y “repertorio local y regido por un patrón vs. repertorio nacional y autónomo”. En 1995 9 Tilly observó que había quizá autonomizado demasiado las acciones de “contestación abierta, colectiva y discontinua” (en el sentido de puntuales) en detrimento de las “formas individuales de lucha y de resistencia”, y de las formas no contestatarias de la acción colectiva. De hecho, como veremos, conviene pensar los repertorios bajo la forma de continuums en cuatro dimensiones: individual/colectivo, discreto/abierto, continuo/discontinuo, contestatario/no contestatario. CierC. Tilly, La France conteste, París, Fayard, 1986 (1984), pp. 541-542. Cf. M. Offerlé, Sociologie des groupes d’intérêt, París, Montchrestien, 1998 (1994), p. 101; G. Sharp, The politics of non-violent action, Porter Sargent Publisher, 1973. 8 Cf. Charles Tilly, La France conteste . . . , op. cit, pp. 544-555 y 548. 9 C. Tilly, “Contentious Repertoires in Great Britain”, en M. Traugott (ed.), Repertoires and Cycles of Collective Action, Durnham NC, Duke University Press, 1995. 6 7

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tas formas pueden ser clasificadas en las dos vertientes de una misma oposición como esas “acciones colectivas individualizadas”, esos “ilegalismos sectoriales” que pueden advertirse en quienes partían antes de pagar el alquiler [déménageurs à cloche de bois] a fines del siglo XIX 10 o en las formas de utoasistecia cotidiana, las micromovilizaciones y las resistencias que efectúan los habitantes de los barrios populares y de los gecekondu de Estambul 11 o en esa mezcla de géneros que quieren llevar a cabo los “consum-actores” actuales, cuando compran canastas de frutas y verduras orgánicas 12 Más recientemente, en el contexto de un trabajo colectivo llevado a cabo con Tarrow y McAdam 13 que se proponía refundar la sociología de los movimientos sociales y proponer un modelo general que permitiese “salvar” el paradigma de la contentious politics de las críticas que le habían sido dirigidas 14, Tilly defendió la idea de que la noción de “repertoires of contention” permite pensar de manera conjunta y comparativa los medios utilizados en los movimientos sociales, las olas de huelga, las guerrillas, las revoluciones, las luchas de liberación nacional o los movimientos de democratización y hasta las guerras. 15 La noción es entonces presentada como una herramienta capaz de desenclavar sectores de la investigación demasiado autonomizados entre ellos, y en especial la sociología de las revoluciones. Desde ese momento, los “repertoires of contention” son “conjuntos limitados de rutinas de formulación de demandas recíprocas disponibles para ambas partes” (Ibid.: p. 138), y su uso puede ser extendido a un lugar, una época, una población. Por último, a esta extensión del dominio cubierto por el concepto, Tilly agrega la idea de que los repertorios no son cosas fijas. Si en sus primeros trabajos la noción era concebida como relativa a lo Cf. C. Péchu, “Entre résistance et contestation. La genèse du squat comme mode d’action”, ponencia presentada en el Congrès de l’AFSP, mesa redonda “Où en sont les théories de l’action collective?”, Lyon, septiembre de 2005; y C. Péchu, Droit au logement. Genèse et sociologie d’une mobilisation, París, Dalloz, 2006. 11 Cf. J. F. Pérouse, “Les compétences des acteurs dans les micro-mobilisations habitantes à Istanbul”, en G. Dorronsoro (dir.), La Turquie conteste. Mobilisations sociales et régime sécuritaire, París, Editions du CNRS, 2005. Sobre los limites de las categorizaciones, véase M. Offerlé, “Perspectives on French Contentious Politics”, en M. Castrén et al. (eds.) Between Sociology and History, Helsinki, SKS, Finnish Literature Society, 2004. 12 Cf. S. Dubuisson-Quellier y C. Lamine, “Faire le marché autrement: l’abonnement à un panier de fruits et légumes comme forme d’engagement politique consommateur”, Sciences de la Société, n o 62, 2004. 13 D. Mc Adam, S. Tarrow y C. Tilly, Dynamics of Contention, Cambridge, Cambridge University Press, 2001. 14 J. Goodwin, J. M. Jasper (eds.), The Social Movements Reader. Cases and Concepts, Malden, Oxford, Blackwell Publishing, 2005. 15 D. Mc Adam, S. Tarrow y C. Tilly, Dynamics of Contention . . . op. cit., pp. 5-4 y 33. 10

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fijo, a lo conocido, al mismo tiempo que a la innovación, Tilly admite ahora, al tomar en cuenta una de las críticas más comúnmente dirigidas a su trabajo, la necesidad de poner “en movimiento el concepto estático de repertorio” (Ibid.: p. 48). Entre esos repertorios de protesta, el repertorio del movimiento social 16 tiende a tomar un lugar central. Se trata de una forma particular de política contestataria, de una “institución inventada” en los Estados Unidos y en Gran Bretaña a fines del siglo XVIII: una campaña dirigida hacia las autoridades, un conjunto de performances (interpretaciones de elementos del repertorio del movimiento social), y demostraciones de WUNC (worthiness, unity, number and commitment) (mérito , unidad, número y compromiso) que el autor rastrea en dos siglos, estabilizando la ruptura norteamericana e inglesa de los años 1770-1830 y buscando identificar, un poco a la manera de Touraine pero con una definición completamente diferente, si las movilizaciones recientes en India, en China, en Indonesia o en Filipinas “merecen” ser etiquetadas como “movimientos sociales”. En otro artículo 17 el autor subraya la existencia de un repertorio del movimiento social que se entremezcla con otros fenómenos como la actividad sindical o las campañas electorales; ese repertorio, escribe, combina y adapta prácticas anteriores (peticiones, panfletos, apoyo en asociaciones de tipo religioso, marchas, portación de insignias de reconocimiento, reuniones públicas) en Escandinavia, en los Países Bajos, y también en Francia durante la revolución. Pero es sin duda Gran Bretaña la que puede reivindicar el derecho de mayorazgo, al volver disponible la matriz “movimiento social” y permitir su difusión a través de la reinvención, de la transmisión en los diarios y en las correspondencias, de los viajeros, marineros, estudiantes o exiliados y, más tarde, por orquestación a través de organizaciones internacionales. Esta transmisión de tecnologías y su reinterpretación permanecen aún poco documentadas históricamente. En otro balance 18 Tilly retoma la comparación con el jazz y la precisa. Existe un repertorio de jazz como existe un repertorio de la acción colectiva, como existen programas y conciertos de jazz y performances y acontecimientos de la acción colectiva. Digamos al pasar que no es seguro que haya una definición estabilizada del jazz (lo que implicaría instancias legítimas de certificación para decir lo que es el jazz) . . . Esto Cf. C. Tilly, Social Movements 1768-2004, Boulder, Paradigm Publishers, 2004. C. Tilly, “Invention, Diffusion and Transformation of the Social Movement Repertoire”, European Review of History, vol. 12, n o 2, 2005a. 18 C. Tilly, “Ouvrir le répertoire d’action. Entretien avec Charles Tilly”, Vacarme, 31, 2005b. 16 17

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vale también para la acción colectiva, lo que plantea indirectamente el interrogante de la estructura de oportunidades políticas y el análisis de su grado de apertura y de clausura respecto de las estrategias susceptibles de ser pensables y concebibles como rentables. En Regimes and Repertoires 19 , Tilly pretende realizar una teoría general de los regímenes políticos definidos a partir de dos ejes: el grado más o menos importante de governmental capacity (grado en que las decisiones de las autoridades políticas afectan la vida de los individuos en el territorio del Estado considerado) y el grado de democracia o de no democracia. Los repertorios de protesta (repertoires of contention) están hechos de un ensamblaje múltiple de performances 20 numerosas pero no en cantidad infinita, aprendidas y rutinizadas pero a la vez inventadas sin cesar. Estos repertorios marchan junto con la historia de los regímenes políticos en los que encuentran su expresión. Son más o menos flexibles y el uso de la palabra les permite diferenciarse al mismo tiempo de la psicología de las masas (la acción es explicada por la pulsión del momento) y de las teorías de la elección racional (la acción está claramente decidida de antemano). Los efectos de las transformaciones económicas, sociales y demográficas sobre los repertorios son filtrados por los cambios en el régimen político (particularmente en el ejemplo inglés). La reducción a una dicotomía entre dos repertorios no es más que el resultado de un artificio de representación que tiene por objeto resumir los múltiples repertorios existentes. Entre el repertorio llamado “moderno”, el repertorio de movimiento social tiende a autonomizarse y a conquistar una suerte de preeminencia en relación a los otros (Ibid., p. 87, p. 111, p. 175): se caracteriza por un conjunto de medios de acción (incluido el lobby, reintroducido aquí). Estas acciones son por tanto discontinuas, públicas y colectivas, y los trabajos de Tilly dejan en la sombra, aunque no en todos los casos, otras formas de política protestataria (backroom deal, patron-client relations, organizing effort that precede claim-making . . . ). El grado en que los regímenes concretos, analizados en su doble dimensión (capacidad/democracia), condicionan, reprimen, prohíben, prescriben, dejan hacer y hasta incitan, es así directamente conectado con las inhibiciones o las transformaciones de los repertorios. En definitiva, la noción se revela inestable, oscilando entre arreglos multiformes y el mantenimiento del punto de vista ini-

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C. Tilly, Regimes and repertoires, Chicago, The University of Chicago Press, 2006. Ibid., p. 35.

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cial, ideal-típico, orientado a la estilización de dos grupos de medios de acción de protesta.

Críticas y límites de una aproximación en términos de repertorio Además de las críticas recurrentes en los trabajos sobre la acción colectiva, un conjunto de críticas 21 sobre su carácter esponjoso 22 han sido y pueden ser dirigidas a esta noción. Algunas son generales y conciernen al carácter reificador del término: en virtud de la generalidad misma de los fenómenos de los que puede dar cuenta su uso –las trayectorias posibles, pensables y útiles de la protesta en más de tres siglos, referidas a las transformaciones macrosociológicas que afectan al Estado y al mercado, y por tanto a las formas de protesta– no es posible esperar encontrar un instrumento fino susceptible de analizar la infinidad de ocurrencias concretas en las que los elementos del repertorio son activados, reinventados, remotivados. No podemos pedirle a un tipo ideal más de lo que puede darnos. Un tipo ideal es un cuadro de pensamiento que hace pensar... En segundo lugar, las denominaciones dadas a los dos tipos ideales de repertorio pueden, a justo título, desanimar a todos los decepcionados por el evolucionismo, por la teleología y hasta por el desarrollismo. Entre antiguo y moderno, como son etiquetados los repertorios, y arcaísmo y modernidad hay una evidente proximidad –aún si se puede acusar a Tilly de incluir una suerte de fin de la historia en la estilización de los procesos. Algunos han considerado más enfática la perspectiva de E. P. Thompson 23 que razona en términos de “economía moral de las multitudes” o de J. C. Scott 24 que trabajó sobre la ética de subsistencia de campesinos malayos contemporáneos. Tampoco es posible disimular la molestia que nos produce –aquí tampoco Tilly es el único responsable– escuchar hablar de un solo repertorio de la acción colectiva a partir principalmente de los casos de Francia, Reino Unido y Estados Unidos, y por lo tanto de una perspectiva occidental-centrista. Es cierto que Cf. M. Dobry, Sociologie des crises politiques, París, Presses de la FNSP, 1986; O. Fillieule, Stratégies de la rue, París, Presses de Sciences Po, 1997; y L. Mathieu, “Des mouvements sociaux à la politique contestataire: les vois tâtonnantes d’un renouvellement de perspective”, Revue Française de Sociologie, vol. 45, n o 3, 2004. 22 J. Goodwin, J. M. Jasper (eds.), Rethinking Social Movements. Structure, Meaning and Emotion, Lanham Md, Rowman and Littlefield Publishers, 2004. 23 E. P. Thompson, “The Moral Economy of the English Crowd in the Eighteen Century”, Past and Present, n o 50, 1971. 24 J. C. Scott, Weapons of the Weaks. Everyday Forms of Peasant Resistance, New Haven, Connecticut, Yale University Press, 1985. 21

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Francia y el Reino Unido han sido, y lo eran aún en el siglo XIX, laboratorios para los académicos y los políticos que trabajaban (sobre) el cuerpo social. Karl Kautsky, en Las tres fuentes del marxismo 25 , recordaba que Francia era la cabeza pensante política de Europa, y por tanto del mundo, en el marco de la teoría marxista. Sin embargo, esto no impide hacer comparaciones en el tiempo y en el espacio –lo que hace de manera programática Tilly para América Latina 26 o de manera más general en Social Movements, o lo que hacen numerosos investigadores como James W. White 27 sobre el Japón de los Tokugawas o Lucien Bianco 28 para la China del siglo XX. Las problemáticas del comparativismo –ya se trate de una comparación construida por el investigador, producida por los actores en el proceso de transferencia de tecnología políticas siempre difíciles de aprehender, o de una comparación denegada al reinventar formas ya existentes– plantean la pregunta por los antecedentes y el problema de las significaciones (¿una forma facialmente similar a otra reviste el mismo alcance en otra configuración estructural?). Cortar una ruta no significa lo mismo para los “rebeldes” franceses del siglo XVIII que para los agricultores polacos o para los piqueteros argentinos contemporáneos. Pero, en todos los casos, la comparación entre elementos de repertorios puede concebirse entre países y espacios –lo que ciertamente no prohíben los tipos ideales de Tilly. Cuadro 1. Comparar los elementos de repertorios Temporalidad similar Temporalidad diferente

Espacios similares

Espacios diferentes

Comparar una revuelta en dos puntos del territorio francés en el siglo XVIII

Comparar una manifestación en Francia y en Turquía en el siglo XX

Comparar una revuelta en el siglo XIX y una manifestación en el siglo XX en Francia

Comparar una revuelta en Francia en el siglo XVIII y una revuelta en Marruecos en el siglo XX

Pueden verse todos los efectos heurísticos que pueden producir estas gimnasias antropológicas, con los riesgos de traspié y/o de anacronismo y/o de evolucionismo. El trabajo de Lucien Bianco piensa la China del K. Kautsky, Les trois sources du marxisme, París, Spartacus, 1969 (1907). C. Tilly, “Contention and the Urban Poor in the Eighteen Century and Nineteenth Century Latin America”, en S. Arrom y S. Ortoll (eds.), Riots in the Cities. Popular Politics and the Urban Poors in Latin America, 1765-1910, Wilmington, Delaware, Scholarly Resources, 1996. 27 Cf. J. W. White, “Cycles and Repertoires of Popular Contention in Early Modern Japan”, M. Traugott (ed.), Repertoires and Cycles of Collective Action, Durnham NC, Duke University Press, 1995. 28 Cf. L. Bianco, Jacqueries et révolutions dans la Chine du XX o siècle, París, La Martinière, 2005. 25 26

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siglo XX tomando como referencia sin miramientos la Francia rebelde del Antiguo Régimen estudiada por Jean Nicolas. 29 O por ejemplo, el problema de dar cuenta del “repertorio brasileño” de la primera mitad del siglo XX –por tanto post esclavista 30 en el que se encadenan, en las ciudades, huelgas, revueltas, ilegalismos y resistencias populares, y donde, en el campo, se entrecruzan los movimientos milenaristas como el Canudos en el Estado de Bahía en 1896-1897 o el Contestado de los Estados de Santa Catalina y de Paraná en los años 1910 (e inclusive las revueltas de Formosa en el Goiás en los años 1950-1960), con el bandidismo social y los comienzos de las movilizaciones de las ligas agrarias 31. El segundo repertorio identificado por Tilly podría ser considerado como demasiado “proletario-centrista”, puesto que privilegiaba al movimiento obrero como inventor, promotor y ocupante de los elementos del repertorio y de su articulación. Numerosos investigadores han hecho, con justicia, del enfrentamiento de clases y de la epopeya obrera la clave explicativa de la historia europea de los siglos XIX y XX, ¿pero esto es verdadero en todos lados y con la misma intensidad? Sin embargo, en otros textos, movimiento obrero y revolución proletaria casi desaparecen frente a los “verdaderos movimientos sociales” –que anuncian en el largo plazo la forma normal de protesta en el marco de los regímenes democráticos– que son los movimientos norteamericanos previos a la guerra de independencia o los movimientos ingleses (alrededor de Wilkes o del cartismo). Recordando maliciosamente las publicaciones de la escuela de formación del partido comunista de la Unión Soviética, Tilly 32 señala la insistencia puesta sobre el caso francés en los ejemplos empleados en los manuales; no obstante, podríamos preguntarnos si Tilly no fuerza la celebridad precedente siguiendo el hilo extraviado de las movilizaciones inglesas wilkitas o anti-esclavistas (pero también estadounidenses) para detectar en ellas un primer movimiento social mundial que sistematiza las demostraciones existentes anteriormente e inventa la autonomía y la organización. En el orden de los protocolos, franceses y holandeses serían los co-inventores de una forma de repertorio cuya estabilización es impedida por la represión J. Nicolas, La rébellion française: mouvements populaires et conscience sociale, 1661-1789, París, Seuil, 2002. 30 Cf. J. J. Reis, “La révolte haoussa de Bahia. Résistance et contrôle des esclaves au Brésil”, Annales SHS, n o 2, 2006. 31 Cf. M. I. Pereira de Queiroz, O Messianismo no Brasil e no mundo, São Paulo, Alfa-Omega, 1977 (1966); J. de Souza, Os camponeses e a política no Brasil, Petrópolis, Vozes, 1981; y E. Grunspan-Jasmin, Lampiao, seigneur du sertao (1897-1938), París, PUF, 2001. 32 C. Tilly, Social Movements . . . op. cit. 29

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estatal, de modo que, a fin de cuentas, sería el movimiento cartista el que brindaría los “semis” y el “modelo” (o el patrón, template en el texto) para las principales movilizaciones populares del siglo XIX. 33

Los márgenes del segundo repertorio La definición del segundo repertorio oculta sobre todo tres cuestiones fundamentales y contradictorias. En efecto, no se pueden comprender las transformaciones de los repertorios sin tener en mente que los miembros de los grupos que motorizan los cambios de repertorio son, en muchos países europeos, electores y, al mismo tiempo, se reconocen en una proporción no desdeñable en un discurso –desigualmente dominado por los militantes y los adeptos– inclinado hacia la revolución. Como lo muestran los debates concernientes a la delimitación de la política legítima a fines del siglo XIX, los socialistas (y luego los comunistas) son los detentores y los productores del master template (columna maestra) revolucionario 34 que colorea y encuadra el repertorio de ese fin de siglo. Ellos son legitimados por una base social de la que contribuyen a definir los contornos –la clase obrera en Francia–, a enunciar las reivindicaciones y la identidad 35; autorizan la posibilidad de la futura ilegalidad de masas, al tiempo que garantizan, en nombre de la construcción y de la perennización de la organización revolucionaria, el respeto de la legalidad presente y la deslegitimación de los “ilegalismos populares”. Por último, la definición misma de lo que es entonces una acción colectiva, aún no autonomizada de los conflictos privados que amenazan el orden, y de las diferentes clases de delitos, nos llama a estar atentos a esa gran división que instituyen la autonomización y la profesionzalición de lo político. Es a lo largo del siglo que se constituye, en las prácticas materiales y discursivas, la separación entre los ilegalismos populares 36 y las formas toleradas o intolerables de protesta 37. Ibid., p. 48. Cf. D. Mc Adam y W. H. Sewell, “It’s about time. Temporality in the Study of Social Movements and Revolutions”, en R: Aminzade (dir.), Silence and Voice in the Study of Collective Action, Cambridge, Cambridge University Press, 2001. 35 Cf. L. Boltanski, Les cadres. Invention d’un group social, París, Minuit, 1982; y M. Offerlé, Sociologie des groupes d’intérêt . . . op. cit. 36 Cf. M. Foucault, Surveiller et punir. Naissance de la prison, París, Gallimard, 1975, p. 299. 37 Cf. C. Péchu, “Entre résistance et contestation . . . ”, op. cit.; y M. Offerlé, “Périmètres du politique et co-production de la radicalité à la fin du XIX o siècle”, en A. Collovald y B. Gaïti (dir.), La démocratie aux extrêmes, París, La Dispute, 2006. [Traducción en español en este volumen: Perímetros de lo político y co-producción de la radicalidad a fines del siglo XIX”]. 33 34

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Así, podemos considerar que aquellos que utilizan la acción colectiva no anticipan resultados concretos y hacen un uso no sustancial 38 de los medios de acción que ellos promueven: toda performance es objeto de múltiples utilizaciones, que quienes los dotan de sentido pretenden unificar. Así, no podemos hacer como si el mismo repertorio perdurara en momentos en que el mesianismo revolucionario se debilita. Las diversas modalidades prácticas y teóricas de los revisionismos doctrinarios no son ciertamente las causas de las transformaciones del repertorio, sino que son los síntomas y los acompañantes discursivos. Del mismo modo, es necesario introducir esta variable en la demostración y tomar en cuenta que la negociación (entre poderes públicos y competidores, entre patrones y asalariados) es un componente esencial del nuevo repertorio que podemos considerar como alternativo al repertorio 2 de Tilly. Los noruegos, los suizos, los franceses o los turcos no tienen desde este punto de vista la misma historia, como lo muestra por otra parte el Tilly de Social Movements. Más allá de estas cuestiones, no habría que silenciar el trabajo no protestatario que realizan con métodos diferentes los grupos más integrados, considerar que hay una ruptura entre estos diversos mundos sociales, y pensar así bajo una misma rúbrica, universos también diferentes. 39 Por otro lado, el segundo repertorio no toma en consideración a otros grupos que pueden efectuar reivindicaciones y movilizarse, como los católicos. Estos pueden, aunque de forma diferente, utilizar elementos del “repertorio obrero”; también pueden recurrir a manifestaciones que no tienen como finalidad directa demandar algo sino que pueden ser comprendidas como indicadores de la vitalidad y de la unidad del grupo (asistencia a misa, sermones, ornamentación religiosa, celebraciones de santos, toque de campanas, peregrinaciones, confesiones públicas, etc.). El análisis en términos de repertorio único ignora totalmente, por otro lado, la forma en que los campesinos han sido progresivamente integrados en los mecanismos de la decisión pública y han sido despojados del “derecho a la revuelta” que parecía garantizarles el antiguo pacto de subsistencia. Sin embargo, los campesinos no dejarán de estar apadrinados, aunque bajo otra forma, porque las organizaciones del campesinado son dirigidas más por notables que por auténticos campesinos. De la misma forma, los progroms antisemitas no aparecen en Cf. J-G. Contamin, Contribution à une sociologie des usages pluriels des formes de mobilisation: l’exemple de la pétition en France, Tesis de Ciencia Política, Université de Paris 1, 2001. 39 Cf. C. Topalov (dir.), Laboratoires du nouveau siècle. Le nébuleuse réformatrice et ses réseaux en France 1880-1914, París, Editions de l’EHESS, 1999. 38

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esta lista, aunque se trata de un registro utilizado en numerosos países, incluso en Francia, en la época del caso Dreyfus 40, esto sin contar las violencias inter-comunitarias antiguas o actuales (por ejemplo la masacre de alevitas en Kahramanmaraş, en Turquía, en diciembre de 1978). ¿Debemos considerar que estas manifestaciones se encuentran en la órbita del repertorio dominante al punto tal que no pueden actuar más que en relación a éste, y que todos los comentaristas y quienes dan sentido a las políticas protestatarias no pueden concebir estos movimientos más que a través de los instrumentos de pensamiento y de las evaluaciones impuestas por el dominio mismo del movimiento obrero o, según el esquema movimientista de Tilly, a partir del patrón del movimiento social? Por último, con este repertorio 2 no se da cuenta ni de la Strassenpolitik estudiada por Thomas Lindenberger 41 ni de la constitución de un núcleo de resistencia en los márgenes del espacio político –¿hay que erigirlo también en repertorio alternativo?–, del que los protagonistas rechazan a la vez la legalidad y la ruptura temporal que introduce el reconocimiento, condicionado o no, por parte de los revolucionarios de una revolución por venir –este núcleo está presente de forma intermitente y sólo en ciertas configuraciones nacionales de manera significativa bajo la forma y la consigna nativa de acción directa en sus variantes nacionales anarquistas y anarco-sindicalistas. 42 Este margen del espacio siempre puede ser identificado en la actualidad: ¿hay que hablar de “campo militante” 43, de “espacio de movimientos sociales” 44, opuesto a campo político o a campo partidario?

Usos de los repertorios por parte de los historiadores Numerosos historiadores franceses tienen una aproximación al menos prudente con el modelo de Tilly. Jean Nicolas 45, autor de una inmensa compilación empírica alrededor de las “rebeliones” francesas, no tiene ningún registro de sus trabajos. Contra los métodos de Tilly, él trabaja sobre “un tejido sin desgarraduras”. 46 Tampoco en La politisation des Cf. P. Birnbaum, Le moment antisémite. Un tour de la France en 1898, París, Fayard, 1998. 41 T. Lindenberger, Strassenpolitik. Zur Sozialgeeschichte der öffentlichen Ordnung in Berlin, 1900 bis 1914, Bonn, Dietz, 1995. 42 Cf. J. Maitron, Le mouvement anarchiste en France, París, SUDEL, 1955; y J. Julliard, Fernand Pelloutier et le syndicalisme d’action directe, París, Seuil, 1971. 43 C. Péchu, Droit au logement . . . op. cit. 44 L. Mathieu, “L’espace des mouvements sociaux”, Politix, n o 77, 2007. 45 J. Nicolas, La rébellion française . . . op. cit. 40

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campagnes 47 Maurice Aghulon ni Alain Corbin utilizan a Tilly. Sólo Peter McPhee 48 hace trabajar el concepto para analizar 1848 y Vincent Robert lo hace para “conciliar el estudio de los desórdenes y de las regularidades” 49 y buscar continuidad en el acontecimiento, al mismo tiempo que critica la cronología de Tilly. 50 En la reciente Histoire des gauches, el término es movilizado explícitamente dos veces de manera indirecta: por Emmanuel Fureix 51 historiador, cuando califica los banquetes de “repertorio liberal encuadrado, elitista aunque reformista”, y por Frédérique Matonti 52 polítologa, cuando estiliza los repertorios de acción de los intelectuales. Podría deberse al provincialismo francés o al hecho que el historiador no se “vista de domingo” y prefiera no rendirse a los pies de burbujas conceptuales más condicionantes que productivas, más aún cuando las nociones macrosociológicas siempre pueden aparecer como inadecuadas cuando se trata de trabajar sobre un lapso de tiempo reducido. Sin embargo, William Sewell 53 –aunque él es más interdisciplinario que historiador– interpeló a Tilly al hacer valer el hecho de que el período revolucionario, aunque considerado (en Francia pero no solamente) un fuerte corte, no podría ser minimizado cuando se trata de repertorio. Los elementos del repertorio del llamado Antiguo Régimen han sido ampliamente ocupados y hasta reinventados por los revolucionarios; nuevas maneras de actuar se volvieron luego clásicas. Y la matriz cognitiva que da sentido a las performances se convirtió en un reservorio de prácticas y de discursos listos para ser empleados bajo la etiqueta de revolución, el master template 54 revolucionario. En resumen, el repertorio, si es que hay repertorio, fue trastocado durante el período revolucionario. ¿Esto significa que hay que llevar más atrás, a los años 1790, la ruptura que Ibid., p. 16. La politisation des campagnes: Espagne, France, Italie, Portugal. Actes du colloque international, Rome, 20-22 février 1997. Roma, École française de Rome, 2000. 48 P. McPhee, Les semailles de la République dans les Pyrénées-Orientales, 1846-1852, París, Publications de l’Olivier, 1996; y P. McPhee, “Contours nationaux et régionaux de l’associationnisme politique en France (1830-1880)”, en La politisation des campagnes au XIX o siècle, France, Italie Espagne, París, Collection de l’École française de Rome, 2000. 49 V. Robert, Les temps des banquets, mémoire d’habilitation, mimeo, 2005, p. 39. 50 Cf. V. Robert, Les chemins de la manifestation, Lyon, Presses Universitaires de Lyon, 1996. 51 E. Fureix, “Banquets et enterrements”, en J. J. Becker y G. Candar (dir.), Histoire des gauches, tomo 2, París, La Découverte, 2003, p. 201. 52 F. Matonti, “Art, culture et intellectuels de gauche au XX o siècle”, en J. J. Becker y G. Candar (dir.), Histoire des gauches, tomo 2, París, La Découverte, 2003, pp. 692 y 698. 53 W. H. Sewell, “Collective violence and Collective Loyalties in France: Why the French Revolution Made a Difference”, Politics and Society, no 18, 1990. 54 Cf. D. Mc Adam y W. H. Sewell, “It’s about time . . . ”, op.cit. 46 47

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separa el antiguo del moderno? Haría falta encontrar los indicadores que permitan jubilar al antiguo: a la manera de Pierre Rosanvallon, estudiar la manera en que el marco cognitivo 55 y las formas de hacer materiales han cambiado. Este debate no es sólo una cuestión de fechas, sino que implica también una lectura particular de las movilizaciones advenidas durante la revolución francesa, ya sea que insistamos en la inventiva permanente de los insurgentes parisinos (y de los modos de percepción inmediatos de esta inventiva y de sus demostraciones) o que privilegiemos las formas recurrentes de saber-hacer de las reiteradas rebeliones ordinarias. Las movilizaciones revolucionarias serían entonces el apogeo del repertorio del Antiguo Régimen. En el monumental Faubourg Saint Marcel, de Haim Burstin 56, se sigue cronológicamente la multiplicidad de acontecimientos protestatarios que tuvieron lugar en, o que tuvieron como origen, el barrio; pero el autor no nos invita a ninguna puesta en perspectiva entre el antes y el durante revolucionarios. Así, escribe sin puntuar: “la revuelta por el azúcar (de enero-febrero de 1792) era vista aún como una manifestación tradicional y no como el primer acto de una larga serie insurreccional que era necesario cortar de cuajo: era conveniente mantener una suerte de acuerdo tácito y de compromiso con las otras fuerzas de la sección, cristalizado alrededor de una imagen de suburbio de comportamiento ejemplar, sinceramente revolucionario pero, al mismo tiempo, moderado” (p. 343). O incluso, al hablar de la delegación de masas de hombres en armas y de batallones de la guardia nacional que desfilaban frente a la asamblea: “las crónicas contemporáneas de este episodio, cuyo recuerdo sería pronto atenuado por los acontecimientos del mes siguiente, subrayan su novedad y su carácter ejemplar. En efecto, se trata de una práctica que hace aún sus primeras apariciones, pero que debía rápidamente volverse un estándar y ocupar un lugar entre las nuevas formas de expresión política” (p. 351). ¿Podemos medir esto de manera cuantitativa (número de incidentes, número de personas de las que podemos pensar que practican “otra cosa” que lo que hacían antes o que dan otro significado a actos similares)? ¿O hacerlo de manera cualitativa, a partir de textos que profetizan Esta matriz cognitiva ha sido poco estudiada por Tilly. Ella es a veces bautizada como “repertorios discursivos” –cf. M. W. Steinberg, “The Roar of the Crowd: Repertoires of Discourse Among the Spitafields Silk Weavers in Nineteenth-Century London”, en M. Traugott (ed.), Repertoires and Cycles of Collective Action, Durnham NC, Duke University Press, 1995–, “cognitivos”, o “praxis cognitiva” - R. Eyerman y A. Jamison, Social Movements: A Cognitive Approach, Pennsylvania, University Park, Penn University Press, 1991. 56 H. Burstin, Une révolution à l’œuvre. Le faubourg Saint-Marcel (1789-1794), Seyssel, Champ Vallon, 2005. 55

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una transformación o a partir de actos y de autoridades encargadas de tratar estas cuestiones (policía, justicia, panfletarios, emprendedores de protesta) y que balbucean una “novedad” que el investigador certificará? Nicolas Bourguinat 57 en su bello libro consagrado a los múltiples incidentes ligados a los cereales (revueltas y perturbaciones frumentarias), toma seriamente el esquema tillyano que, sin embargo, le parece –otra vez un efecto de foco– demasiado general y demasiado poco atento a la creatividad de los actores y “a las lógicas críticas no formuladas de los procesos de dominación que se encuentran en marcha en la violencia colectiva” (p. 21). Sin utilizar el léxico del pequeño mundo de los protest politics scientists, el autor redescubre por otras vías numerosos problemas formulados por aquellos.

Renitencias plurales La interpretación que da Bourguinat de los movimientos frumentarios como políticos es, sin embargo, problemática. Esta proposición remite, por supuesto, a los debates sobre la politización que mantienen los historiadores que, en un periodo de reevaluación de la autonomía del campesinado frente a la devaluada hegemonía proletaria teorizada por Marx, tienden a ensanchar el espacio de lo político mucho más allá de la política en las alturas, definida y monopolizada por las elites urbanas. Bourguinat va aún más lejos al ensayar un paralelo, y hasta establecer una genealogía, entre este “contrato social de subsistencia” tácito que circula entre las autoridades y los revoltosos, y el socialismo del ‘48. La economía moral de los campesinos no es más arcaica que utópico el socialismo de 1848, suerte de eco de los “habitus frumentarios campesinos”. A la inversa, Jean-François Soulet 58 en su trabajo sobre las formas de resistencia en los valles de los Pirineos durante el siglo XIX, niega toda implicación política de las prácticas populares de resistencia a la penetración del Estado en una región muy aislada. No obstante, va en el mismo sentido al enumerar a lo largo de nueve capítulos del segundo volumen las formas diversificadas y a veces complementarias de contestación: medios legales de defensa y de protesta (uso de fiestas, entierros, abucheos); rechazo de la cultura exterior (vestimenta, idioma, religión y medicina populares); transgresión de la moral sexual (conductas sexuales desviadas, abortos, infanticidios); elusión de las N. Bourguinat, Les grains du désordre, París, Editions de l’EHESS, 2002. J. F. Soulet, Les Pyrénées au XIX o siècle. Une société en dissidence, París, Editions Sud-Ouest, 1987. 57 58

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nuevas legislaciones civiles y fiscales (contrabando, insumisión, delitos forestales, delincuencia fiscal, estrategias de control de los nacimientos para evitar la división de los patrimonios); bandolerismo y self -justice; intimidaciones a los extranjeros; rechazo de cooperación con las autoridades; motines; revueltas abiertas. En su tesis, Pierre Karila-Cohen 59 analiza con fineza los modos de aprehensión, por parte de los prefectos de las monarquías constitucionales, de “la opinión pública” y las categorizaciones de las que se sirven para mantener informados a sus superiores. La compilación factual de acontecimientos y de perturbaciones al orden público constatadas por ciertos prefectos en sus territorios remite, a la vez, a las formas del trabajo prefectoral que el autor analiza, y a la incertidumbre que pesa sobre las formas de objetivación administrativas, en un momento en que un nuevo imperativo de clasificación a partir de la categoría de la opinión comienza a orientar los modos de percepción académicos y ministeriales, que llaman a señalar y a prevenir lo que proviene de la “verdadera opinión”, fundamento de una anticipación política razonada. Podemos ver aquí todo lo que proviene de un estudio del vocabulario, como la sistemática codificación que realiza Jean Nicolas sobre el vocabulario utilizado en el Antiguo Régimen 60, lo que remite a la gravedad del acontecimiento y a la manera en que las autoridades lo moldean a través de las palabras que le atribuyen, jugando así en una escala implícita que confina este acontecimiento en la insignificancia y en lo anodino o que le atribuye una coloración, si no política, al menos coordinada 61: rebeliones, insurrecciones, sediciones, motines, movimientos, emociones, revueltas. Finalmente, es el término rebeliones (2066 calificaciones, contra 1017 para concentraciones, 777 para emociones y 776 para sediciones) el que da la argamasa y el nombre del conjunto, en tanto que el viejo término de renitencia, desde entonces neutralizado, podría haber permitido pensar de manera conjunta, y sin connotaciones que la recargan, la pluralidad de medios de acción utilizados. La cuestión del vocabulario se complica aún más cuando se trata de traducir de una lengua a otra realidades próximas (la revuelta, riot o uchiko-washi japonés, y más tarde la “manif” dada como similar a demonstration en inglés o a gösteri y eylem en turco). Esto sin haP. Karila-Cohen, “L’État des esprits”L’administration et l’observation de l’opinion départementale en France sous la monarchie constitutionnelle (1814-1848), Tesis de Historia, Université de Paris 1, 2003. 60 J. Nicolas, La rébellion française . . . op. cit. 61 Cf. también A. Farge y J. Revel, Logiques de la foule. L’affaire des enlèvements d’enfants, Paris, 1750, París, Hachette, 1988. 59

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blar de elementos de repertorio sin equivalente, como el abandono de herramientas chino (jianoa nongju). En su capítulo dedicado a los “repertorios”, Bianco consagra grandes desarrollos de orden terminológico a mostrar las grandes variedades de denominaciones dadas por las autoridades que califican y registran los acontecimientos en China, y para traducir lingüística y culturalmente estas palabras del chino al francés.

¿Un tercer repertorio? Nos queda, por último, la cuestión de un tercer repertorio, no en el sentido que describí anteriormente, pensando en conjunto en el tiempo largo, el declinamiento del master template y el desarrollo de prácticas de negociación, sino en virtud de las transformaciones contemporáneas de las prácticas de contestación en las democracias occidentales. El mismo Tilly lo evoca de manera dubitativa. En La France conteste como en sus últimos artículos, mantiene la idea de la continuidad del repertorio 2: “¿Y desde entonces? Tres signos nos permiten creer en la existencia de una nueva transición: 1. La importancia creciente, en estas últimas décadas, de la guerrilla urbana, de las tomas de rehenes, de los secuestros de aviones, de los cortes de rutas, de las destrucciones de cosechas y ocupaciones de todo tipo; 2. Las innovaciones extraordinarias –asambleas internas, comités de huelgas, graffitis, etc.– de mayo-junio de 1968; 3. El uso mucho más importante de los medios de comunicación por todos los grupos de acción colectiva [ . . . ] Al mirarlas de más cerca, nos damos cuenta de que todas las formas utilizadas tienen una historia. La novedad reside en los cambios de los grupos y de las demandas”. 62 En su Sociologie des mouvements sociaux, Erik Néveu evoca de manera prudentemente interrogativa, “¿Un repertorio de tercera generación?” fundado en “el internacionalismo”, “la expertise” y “la reinvención de una actividad simbólica de puesta en escena de la identidad del grupo” 63. Robin Cohen y Shirin Rai 64 también intentaron sistematizar la necesidad de teorizar un tercer repertorio que se llamaría C. Tilly, La France Conteste . . . op. cit., pp. 540-541. E. Neveu, Sociologie des mouvements sociaux, París, La Découverte, 2002 (3 o edición), p. 24. 64 R. Cohen y S. Rai (dir.), Global Social Movements, London-New Brunswick, The Athlone Press, 2000. 62 63

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“transnacional y solidarista” (cf. cuadro 2). Los elementos del repertorio tillyano no han sido retomados sistemáticamente en este nuevo repertorio, cuyas performances son seleccionadas de manera descriptiva, al hacer referencia a acontecimientos producidos por grupos que los “transnacionalistas” confunden de manera frecuente. Al devaluar las fuerzas llamadas antiguas y las formas arcaicas de proceder, el segundo repertorio es decretado obsoleto tanto como los actores, las causas y los intereses que contribuía a poner en escena 65. Cuadro 2. Los tres repertorios de Cohen y Rai 1650/1850 Parroquial y apadrinado Revueltas alimentarias Destrucción de barreras municipales Sabotaje de máquinas Expulsión de recaudadores de impuestos

1850/1980 Nacional y autónomo Huelgas Mitines electorales Reuniones públicas Insurrecciones

1980/2000 y más allá Transnacional y solidarista Conciertos del tipos Band Aid Programas televisivos para recaudar fondos Cumbres de la tierra, de las mujeres . . . Campañas internacionales de boicot

Basado en Siméant, “Des mouvements nouveaux et globaux. Sur les mouvements sociaux ‘transnationaux’ dans quelques ouvrages récents”, op. cit.

Ciertos elementos del repertorio 2 han sido reutilizados y reinventados por los llamados nuevos movimientos sociales. Algunos insisten en la importancia que tomaron actualmente las actividades llamadas de tipo simbólico, y en el fuerte vínculo entre estos movimientos y los espacios mediáticos. No debe olvidarse, sin embargo, que las manifestaciones llamadas de papel 66 son también un componente no desdeñable de las manifestaciones públicas en el momento en que se estabiliza la forma manifestante 67. Un retorno actual sobre este corte entre antiguo y nuevo permite comprender la mezcla de continuidad, ruptura y reinvenciones que constituyó la mezcla de estos “nuevos movimientos sociales” y de las “ONG” en los espacios políticos nacionales, transnacionales e internacionales. Y esto porque, como lo recuerdan Doug Imig y Sidney Tarrow 68, detrás de la complacencia del término comodín “transnacional”, cargado de beneficios semánticos (superación de lo nacional, deslegitimación de las Cf. J. Siméant, “Des mouvements nouveaux et globaux. Sur les mouvements sociaux ‘transnationaux’ dans quelques ouvrages récents”, ponencia presentada en el Congrès de l’AFSP, mesa redonda “Où en sont les théories de l’action collective?”, Lyon, septiembre de 2005. 66 Cf. P. Champagne, “La manifestation”, Actes de la Recherche en Sciences Sociales, vol. 52, n o 52-53, 1984. 67 Cf. M. Offerlé, “De la ‘journée’ à la ‘manif’: descendre dans la rue”, en P. Favre (dir.), La manifestation, París, Presses de la FNSP, 1990. [Hay traducción en español: “Bajar a la calle. De la ‘jornada’ a la ‘manif’”, Política, vol. 44, Santiago de Chile, 2005.] 68 D. Imig y S. Tarrow, Contentious Europeans. Protests and Politics in an Emerging Europe, Lanham Md, Rowman and Littlefield Publishers, 2001, p. 17. 65

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formas de organización llamadas arcaicas, reivindicación de la etiqueta sociedad civil), estos diversos movimientos juegan en múltiples espacios y están muy presentes en los espacios nacionales. Por otro lado, la invención del transnacionalismo es una reinvención de diversas formas de internacionalismo practicadas en los congresos pacifistas y proletarios y en sus manifestaciones callejeras. Además, el etiquetamiento que proveen Cohen y Rai se encuentra desigualmente articulado a los precedentes. Si transnacional corresponde a local y nacional, ¿solidarista corresponde a autónomo y apadrinado? ¿No hubiese convenido más llamarlo reticular? Por último, la articulación con el esquema tillyano es más sugerida que demostrada. A este nivel de generalidad, ¿puede aceptarse que este nuevo repertorio es un derivado de la “globalización”, entendida como expansión del mercado internacional y como reducción de las superficies estatales? Tampoco deberíamos olvidar que, junto a las formas manifestantes pacificadas, a las acciones llamadas simbólicas y a la promoción de diversas formas de expertise, en numerosas democracias pluralistas estabilizadas cohabita también, como forma contemporánea, el uso de la revuelta (sea que se utilice en enfrentamientos entre “grupos étnicos” o que se dirija contra objetivos económicos y estatales específicos). Las violencias urbanas francesas de noviembre de 2005 no son más que el paroxismo de gestos desde entonces frecuentemente repetidos que constituyen un saber-hacer revoltoso sin consignas y sin reivindicaciones articuladas, pero no sin significaciones, cualquiera sea el sentido que las controversias sociológicas y politológicas puedan atribuirles. 69 Y esto sin evocar la cuestión del “terrorismo”. Cualquiera sea la manera en que puntuemos las transformaciones de las formas de actuar conjuntamente, las objetivemos o no, con fechas variables según los países y las organizaciones, en el advenimiento de un tercer repertorio no podemos hacer como si los actores del segundo estuvieran genéticamente pacificados e institucionalizados desde fines del siglo XIX, y como si la desmovilización de la revolución como perspectiva futura y la mutación de las carreras militantes (y de las disposiciones y dispositivos militantes) no fueran también variables clave para comprender los repertorios de la acción colectiva.

NdeE: Al respecto puede consultarse, en esta misma colección, Gérard Mauger, La revuelta de los suburbios franceses: una sociología de la actualidad, Buenos Aires, Antropofagia, 2007. 69

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¿Salir de los repertorios? Al final de este recorrido crítico, bien podríamos ratificar la versión débil de la noción de repertorio y calificar como tal a cualquier medio de acción utilizado por los protagonistas que actúan en el espacio político. Quizá podríamos aceptar hablar del repertorio de acción de una organización, es decir del conjunto de medios de acción que ésta lleva efectivamente a la práctica para lograr aquello por lo que fue constituida. Es lo que Tilly acepta hacer al puntuar en sus últimas obras de referencia múltiples formas de repertorios, en plural. O podríamos replegarnos en una posición fundamentalista y no retener más que dos tipos de acción colectiva (se sobreentiende, dominantes en un lapso de tiempo determinado; se sobreentiende, protestatarios). Sin embargo, podemos considerar que es posible preservar la noción de repertorio para fines didácticos, al separarla de todo evolucionismo, a condición de no considerar que existiría un solo repertorio en cada sociedad determinada, sino muchos tipos de repertorios que estarían en competencia o en ignorancia mutua. Entre estos tipos de repertorios, podríamos considerar que uno de ellos ha sido apropiado por un actor dominante que fijó sus límites y logró imponer un tipo de uso: por ejemplo, el repertorio 2 puede asimilarse al período de dominación del movimiento obrero en ciertos países. Esto significa que no solamente hay que explicar las bases materiales y simbólicas de su dominación y las condiciones de posibilidad de su advenimiento, sino que la explicación macrosociológica a través del mercado y del Estado debe combinarse con la cuestión de las condiciones de posibilidad materiales y políticas de la acción colectiva. 70 Se pueden tomar en cuenta las interacciones con las fuerzas del orden de forma empírica. 71 El trabajo reciente de Aurélien Lignereux 72 sobre la desviación de la cuestión labroussiana (“1880-1859. ¿Cómo nacen las rebeliones?”) estudia los 3725 casos de rebeliones con desacato a la autoridad que opusieron a los gendarmes franceses (excluidas París y Córcega) con grupos de personas. Contra la interpretación espontánea de las autoridades sobre una masa rebelde a las leyes y predispuesta a dejarse llevar por sus instintos, el autor reestablece, en sus complejidades temporal y geográfica, la persistencia, la transformación y la disminuCf. C. Tilly, Regimes and repertoires. Op. cit. O. Fillieule y D. Della Porta (dir.), Police et manifestants. Maintien de l’ordre et gestion de conflits, París, Presses de Sciences Po, 2006; o, para el caso turco, A. Uysal, Le répertoire d’action de la politique dans la rue: Les actions protestataires et leur gestion étatique en Turquie dans les années 1990, Tesis de Ciencia Política, Université de Paris 1, 2005 72 A. Lignereux, “1800-1859. Comment naissent les rébellions”, Revue du XIX o siècle, n o 35, 2007. 70 71

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ción de rebeliones, fenómenos explicables a través de macro-conceptos (integración al Estado-Nación, proceso de civilización, monopolización de la fuerza física legítima) y de micro-observaciones que permiten comprender los ajustes y desajustes en las interacciones entre gendarmes y poblaciones que reivindican un cierto manejo de su intimidad. Del mismo modo, haría falta deseuropeizar la aproximación general y considerar que, ciertamente, existen en otros lugares importaciones y/o reinvenciones del repertorio 2 europeo, y que el repertorio 1 europeo no es trasladable al pasado (¿cómo dar cuenta de un repertorio de la acción colectiva en el Imperio Otomano o chino?) o, peor todavía, en el presente de países que conocen actualmente revueltas urbanas y rurales. Por último, si consideramos la idea de los dos repertorios, sin duda sería necesario “decorar” el pasaje de uno a otro sin focalizarse en la fecha bisagra de los años 1830 y 1850, y tomando en consideración el desenlace de la transformación del repertorio 2. En primer lugar, a través de la retractación en numerosos países del master template of contention, lo que cambia no solamente la configuración del conjunto y modifica la configuración de los elementos, sino que también induce la aparición de nuevas piezas. Contrariamente a lo que escribió Tilly, 73 un mismo medio de acción puede tener significaciones totalmente diferentes según sus usos. La ocupación de una fábrica en los Estados Unidos en los movimientos de 1935 o en Italia en 1920, la ocupación de tierras por parte del movimiento de los sin tierra brasileño actual, o la ocupación de una agencia de empleo por parte de desocupados franceses, no es lo mismo. Además, la forma “manif” no tiene ni el mismo agenciamiento ni la misma significación si es susceptible de oscilar hacia la “jornada” o hacia la revuelta, o si se trata de una ocupación pacífica y temporaria del espacio público. Habría también que “decorar” el pasaje de un repertorio a otro, puesto que la separación entre los tiempos cotidiano y político que distingue los repertorios 1 y 2 no es tan brutal. La fiesta no está ausente de las grandes huelgas, y toda movilización prolongada implica la búsqueda de activación militante para evitar la desagregación del movimiento y la desbandada de los movilizados; el grupo se da los medios para durar, y debe encontrar ocupaciones lúdicas y materiales para enfrentar el tiempo 74. El repertorio 2 fue transformado en la medida en que se le agregaron nuevos elementos, por ejemplo bajo el registro de la contra-expertise y de la negociación, o bajo el término comodín de lobby. El coloquio, 73 74

C. Tilly, La France Conteste. Op. cit., p. 541. Cf. M. Perrot, Les ouvriers en grève, París, EHESS 2001 (1974).

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como tipo particular de exposición de un capital científico y social, debería ser tomado en cuenta en este sentido. Pero esto plantea otra pregunta, la del continuum que puede existir entre el/los repertorio(s) contestatario(s) que se expresa(n) en movilizaciones en la calle, y el otro, o los otros repertorio(s) no contestatario(s) que se expresa(n) en arenas más discretas, o hasta bajo la forma de movilizaciones silenciosas 75. Lo que cambió entonces es la disminución del lugar central del movimiento obrero en los países más desarrollados en la definición de un repertorio legítimo, este mismo retrabajado desde hace varias décadas, y también la aparición de nuevos ingresantes, que otorgan al viejo repertorio otras significaciones al hacerlo sonar, para deslizar la metáfora musical, en instrumentos bien diferentes (no violencia, acciones llamadas simbólicas, desobediencia civil). Podemos decir lo mismo de los medios de acción no contestatarios: desde este punto de vista, lo que se llama humanitario también ha transformado considerablemente las formas y la significación de la donación. Aquí vemos nuevamente en qué medida una perspectiva que reintroduce un continuum entre las acciones colectivas e individuales puede permitir pensar los repertorios de la acción colectiva en el registro más amplio de repertorios de resiliencia, como reservorios prácticos, individuales y/o colectivos, a la vez inmensos y situados social e históricamente, de los que disponen los agentes sociales para nombrar, enfrentar y superar lo que les sucede. 76

Cf. M. Offerlé, Sociologie des groupes d’intérêt. Op. cit. Cf. M. Offerlé, “Périmètres du politique et co-production . . . ”, op. cit.; L. F. Felstiner, R. L. Abel y A. Sarat, “The emergence and transformation of disputes: Naming, Blaming, Claiming”, Law and Society Review, vol. 15, n o 3-4, 1980-1981; J. C. Scott, Weapons of the Weaks . . . op. cit.; J. C. Scott, Domination and the Arts of Resistance. Hidden Transcripts, New Haven, Connecticut, Yale University Press, 1990; M. Bennani-Chraïbi y O. Fillieule (dir.), Résistances et protestations dans les sociétés musulmanes, París, Presses de Sciences Po, 2002. 75 76

Competencias y clasificaciones políticas

La cantidad de votos Electores, partidos y electorado socialista en Francia a fines del siglo XIX Los agentes más cercanos a la competencia política y más interesados en ella ya no notan la presencia en la prensa, donde se comentan las elecciones, de los instrumentos utilizados corrientemente para contribuir a la producción de los resultados electorales y a su visualización. Desde hace varias décadas, el apoyo logístico al comentario electoral comprende tradicionalmente cuadros (votos y porcentajes por partido, bancas obtenidas por partido), gráficos (avance o retroceso de los partidos, ya sea en votos o en bancas, evolución del número de abstenciones), mapas (de sufragios o de dirigentes electos) y, por supuesto, los famosos semicírculos o gráficos de barras que indican la fuerza de cada partido o de cada “familia política” en el futuro Parlamento. Herramientas de análisis que autorizan el comentario o suscitan las reacciones, estos instrumentos tienen la apariencia tranquilizadora de la técnica probada: si las cifras presentadas son a veces objeto de polémicas políticas o semicientíficas (por ejemplo, la desconfianza en las estadísticas oficiales del Ministerio del Interior), ya casi no hay discusiones sobre la legitimidad de dicha operación estadística. Los votos y las bancas son repartidos luego de su recuento entre algunas grandes corrientes que los reclamaron para sí y que se reconocieron mutuamente el derecho de apropiárselos. El cuadro, el mapa o el gráfico no harían más que traducir, visualizar estas operaciones de recuento. A fines del siglo XIX, cuando se establecen los elementos más significativos de la democracia representativa, los partidos y “sus” electorados todavía no tienen la consistencia que nosotros les acordamos. La construcción de partidos y la construcción de electorados reposan sobre la ficción bien fundada de que los electores dispersos de un partido han votado como un solo hombre por agentes intercambiables y, por lo tanto, por una entidad que puede capitalizar nacionalmente en su provecho estos sufragios intercambiables: el partido. Formidable y necesario instrumento de legitimación, si no estudiamos la génesis de esta ilusión, corre el riesgo de insinuarse como algo evidente en el trabajo del historiador o del sociólogo. Nos proponemos precisamente analizar todos los ensayos y errores olvidados y naturalizados de esta génesis, y mostrar a partir del caso del electorado socialista en Francia cómo, por acumulación estadística, se

118

Perímetros de lo político

ratificaron las múltiples operaciones de construcción de una identidad socialista continua y continuada en el espacio y en el tiempo. El gráfico, el cuadro y el mapa son medios que, creyendo describir el objeto que estudian, participan de la producción de un grupo que reivindica una existencia –la “familia” socialista. Del dirigente político al historiador se constituye una cadena de evidencias que fija un marco para el comentario electoral y, de forma más general, para el ejercicio de la palabra política. La distribución regulada de “la opinión”, el reparto aceptado mutuamente (pero siempre puesto en juego) de una representación de un sector o de una familia política que las operaciones electorales tienen por “función” contar, establecen un marco general para la clasificación y la interpretación de los “deseos” de los ciudadanos. Al decretar “esto es mío”, los portavoces de los partidos políticos en vías de constitución hicieron advenir –con una credibilidad diferencial– aquello que anunciaban, haciendo existir a esos grupos que se daban la tarea de representar. Al reconocer “esto es de ellos”, los adversarios y comentadores avalaron estas pretensiones y oficializaron este trabajo de apropiación y de representación. Contra la búsqueda historizante de los orígenes absolutos, que sociológicamente no tendría mucho sentido, hemos ubicado la investigación a fines del siglo XIX, período durante el cual tiende a estructurarse la división del trabajo político entre profanos y profesionales, y entre profesionales y especialistas del comentario. Es en esta época que se reconoce socialmente el derecho de hacer grupos, de establecer vencedores sumando los sufragios. Contra la visión estrechamente juridicista del partido como organización delimitada que recoge los sufragios y los apoyos de una base social, reflexionaremos aquí sobre el doble proceso simultáneo por el cual los portavoces de grupos políticos se organizan y ordenan su cooperación, produciendo a su vez la “base” que legitima su empresa. El “nacimiento” de una organización política no podría entonces reducirse a la “fecha de nacimiento” 1 en la que los posteriores manipuladores legítimos de la sigla situarán los orígenes. La construcción de una organización política debe analizarse como el resultado de múltiples operaciones presentes (y futuras) mediante las cuales los portavoces del grupo en formación logran hacer creer en la realidad de las estructuras partidarias y en la existencia de los intereses sociales que pretenden representar. Al producirse como portavoces, producen los grupos sobre los que tienen autoridad y de los que se supone que expresan la palabra.

1

Sin embargo, el acta de nacimiento jurídica también produce efectos sociales.

La cantidad de votos. . .

119

Nos interesaremos aquí principalmente en las empresas que reivindicaron, con un éxito desigual, el monopolio de la manipulación legítima de la definición del socialismo y de los beneficios vinculados a esta apelación. Por la clausura que establecen en relación al exterior, por la orquestación y la visibilidad que le dan a su trabajo de representación nacional, por el interés e incluso el temor que suscitan en sus competidores, los portavoces socialistas se sitúan en el corazón de un conjunto de controversias políticas y científicas constitutivas del intercambio político y del discurso a sostener sobre el intercambio. Ellos son además los primeros interesados 2 en reivindicar la fuerza del número, en sumar los sufragios, en apropiarse de los instrumentos de representación gráfica que visualizan estos reagrupamientos. Si bien este enorme trabajo de homogenización y de unificación, de puesta en escena y de puesta en forma de una identidad única –“la familia socialista”– no se lleva a cabo solamente durante los períodos electorales, éstos constituyen el tiempo fuerte, nacional y socialmente valorizado, de un conjunto de procesos que convergen en la producción de electorados. Es por eso que insistiremos particularmente en estos momentos privilegiados.

La empresa socialista de movilización Dentro del conjunto de protagonistas de la competencia política, los que se reclaman como parte del socialismo a fines del siglo XIX emprenderán un trabajo de movilización permanente producto de su posición dominada en los espacios en los que intervienen. Dotados al principio de capitales no reconocidos como legítimos, intentarán imponer su reconocimiento en nombre de una nueva definición del trabajo de representación. Mientras que los dominantes tradicionales o nuevos administran sus redes de clientela o inventan relaciones de patronazgo fundadas en su notoriedad y su pertenencia social, sea ésta adquirida o conquistada, los socialistas, postulantes desprovistos de estos capitales, trabajan para ampliar el campo de lo decible políticamente, y para imponer una nueva relación con la política. Presentando una forma mínima de la delegación –al insistir sobre la identidad del representante y el representado–, no dejan de producir la figura del político profesional, posición paradojal en la que la autonomía del ciudadano pasa por ponerse en manos de un encargado permanente de los asuntos públicos. Esto es aún más claro luego de los primeros éxitos electorales de los candidatos que se reclaman como parte del socialismo. En la década del ‘80 los portavoces socialistas intentan dar cuenta de la insuficiencia y del carácter parcial del “inventario” socialista. 2

120

Perímetros de lo político

Cuadro 1. Profesiones comparadas de los diputados “socialistas” y del conjunto de diputados franceses (en %) Pertenencia social* A

B

C

D

Inc.

Total

Conjunto de diputados franceses 1889 (n = 593)

85,2

5,0

1,8

6,2

1,8

100

Diputados socialistas 1893 (n = 52)

57,7

24,9

17,4

-

-

100

Diputados SFIO 1914 (n = 102)

35,9

27,2

29,1

6,8

1

100

Conjunto de diputados franceses 1914 (n = 600)

82,3

8,3

5,7

3,4

0,3

100

Cuadro 2. La composición social de las instancias dirigentes de cuatro “partidos socialistas franceses”, y luego de la SFIO (Sección Francesa de la Internacional Obrera) i (en %) Pertenencia social* A

B

C

Comité nacional FTS (Federación de Trabajadores Socialistas) posibilista ii 11 25.2 60.2 1882-1890 (n = 163) Comité nacional POF (Partido Obrero Francés) guesdista iii 1893-1898 45 29 26 (n=90) iv Comisión administrativa CRC (Comité Revolucionario Central) blanquista 28.9 24.2 41.7 1889-1898 (n = 79) Secretaría general POSR (Partido Obrero Socialista Revolucionario) alemanis? ? >70 ta v 1891-1898 Comisión administrativa permanente SFIO 1905-1914 (n = 243)

D

Inc. Total

-

3.7

100

-

-

100

-

5.2

100

-

-

100

7.4

100

51.8 15.7 23.9 7.4

i NdT : La Sección Francesa de la Internacional Obrera, creada en 1905, reunirá en su seno a las distintas tendencias

del socialismo francés.

ii NdT : Corriente ligada a Paul Brousse, el “posibilismo” (también denominado “broussismo”) es producto de la oposición al interior de la Federación de Trabajadores Socialistas entre el ala marxista-revolucionaria y el ala reformista. Opuestos a los guesdistas, los posibilistas entienden que el socialismo puede aplicarse por medio de reformas sucesivas, basadas en las leyes nacionales y en la descentralización de los municipios.

iii NdT : El Partido Obrero Francés, fundado en 1893 bajo el liderazgo de Jules Guesde, es identificado como el primer partido marxista en Francia y sostendrá los principios del internacionalismo proletario.

iv NdT : El blanquismo como corriente política responde a su inspirador, Auguste Blanqui, socialista no marxista y a menudo asociado a los socialistas utópicos, que afirmaba que la revolución debía ser el resultado de una acción impulsada por un pequeño grupo de revolucionarios que establecerían por la fuerza una dictadura temporaria. El hecho de preocuparse por la revolución misma más que por el socialismo concreto que le seguiría le valió la critica de “insurreccionalista”. v NdT : El Partido Obrero Socialista Revolucionario es también llamado “partido alemanista” en alusión a su fundador, el sindicalista y dirigente socialista Jean Allemane. Producto de un desprendimiento de la Federación de Trabajadores Socialistas de Francia en 1890, el POSR reivindica la acción sindical y preconiza la huelga general como modo de acción revolucionario.

* Hemos reagrupado en cuatro categorías las profesiones ejercidas por los agentes relevados. Cada vez que fue posible, tomamos la última profesión ejercida antes de la elección. No insistiremos sobre los problemas metodológicos que presentó la confección de este cuadro (comparación de categorías a 40 años de distancia, problemas de clasificación que conciernen a múltiples categorías, especialmente a los trabajadores aislados y a los obreros...). La categoría A comprende a los propietarios, los jefes de empresa, los profesionales liberales, los altos funcionarios, los profesores y las profesiones intelectuales. La categoría B reagrupa a los pequeños comerciantes y artesanos, los asalariados medios, los empleados y los maestros de escuela. La categoría C reúne a los obreros, y la categoría D a los agricultores.

Son los socialistas quienes, en efecto, inventan o al menos adaptan a la competencia política estas tecnologías cuya génesis aún queda por estudiar. Un largo trabajo de homogeneización reúne progresivamente

La cantidad de votos. . .

121

y pone en sintonía a una multitud de grupos dispersos, volviéndolos similares entre sí y unificándolos simbólicamente. Si el agrupamiento no preexiste a su expresión verbal o escrita y no existe materialmente más que por esta expresión, eso no quita que entre los grupos reales (fundados y mantenidos por interacciones cotidianas) y los que sólo existen en el papel (el partido, el electorado del partido) vengan a interponerse esos grupos efímeros y esenciales al funcionamiento de las organizaciones políticas que son los congresos periódicos (rápidamente numerados), las administraciones, comités, consejos, grupos, secciones, aglomeraciones y federaciones, mitines o manifestaciones; en fin, los diversos medios que realizan y dan fundamento a la pretensión de los portavoces de expresarse en nombre de la sigla que subsume a la multiplicidad de agentes y grupos movilizados. 3 Durante los años 1880, esta reivindicación no dispone más que de la autoridad que confiere la pretensión a la palabra de candidatos desunidos. En efecto, no hay ningún acuerdo entre todos los que utilizan la palabra socialismo, reivindican la herencia (de Babeuf 4 a la Comuna de París, incluso de los galos al inmortal Congreso de Marsella 5) y justifican la existencia del representante encontrándole una base que se le asemeja perfectamente y que da testimonio de moralidad (el Proletariado, el Trabajo). Cronología de las organizaciones socialistas en Francia Como toda cronología, ésta borra el trabajo de legitimación que se encuentra en la base de todas las filiaciones y de todas las herencias reivindicadas, asumidas y conmemoradas. La historia en proceso de construcción queda desdibujada en favor de una historia hecha o por hacer, siempre susceptible de reinterpretaciones y de enfrentamientos en función del estado de la competencia en los campos donde puede ser un objeto de luchas, aún 50 o 100 años después (por ejemplo, el campo de producción de bienes políticos y científicos: dirigentes políticos, ideólogos, historiadores . . . ). 1876 1877

oct. Congreso de la sala de Arras en París, primer congreso nacional obrero. 18 nov. Primer número de L’Egalité (J. Guesde).

1878 ene/feb. Congreso nacional obrero de Lyon. Cf. Champagne, “Statistique, monographie et groupes sociaux”, en Études dédiées à Madeleine Grawitz, París, Dalloz, 1982, pp. 3-16 y “La manifestation”, Actes de la recherche en sciences sociales, N o 52/53, junio de 1984, pp 18-41. 4 NdT: Revolucionario francés guillotinado en mayo de 1797 luego de formular la “Conjura de los iguales” contra el Directorio. Marx y Engels lo reconocieron como un precursor del comunismo. 5 NdT: El “inmortal” Congreso de Marsella, celebrado en 1879, inscribe al socialismo en una tradición revolucionaria, donde se suscriben los principios colectivistas. En dicho congreso se constituye en partido la Federación de Trabajadores Socialistas de Francia (FTSF), aunque la unidad no durará demasiado ya que al año siguiente, en el Congreso de Le Havre, se escindirá en dos. 3

122 1878

Perímetros de lo político oct. Manifiesto a los trabajadores franceses. 7 dic. Primer número del Prolétaire.

1879

oct. Congreso obrero socialista de Francia en Marsella, adhesión al colectivismo; fundación de la Federación del Partido de los trabajadores socialistas de Francia.

1880

30 jun. Publicación en L’Egalité del programa mínimo socialista elaborado en Londres por Marx, Engels y Guesde. nov. Congreso de Le Havre, adopción del programa mínimo, que se convertirá en el Programa de Le Havre.

1881

feb. Fundación del Comité revolucionario central (CRC) blanquista. dic. Programa de Montmartre, posibilista.

1882 1885 1886 1889

sept. Congreso de Saint-Etienne. El partido obrero (guesdista) se desprende de la Federación de los trabajadores socialistas (FTS) (broussista-posibilista). Creación de La Revue Socialiste (B. Malon). ene. Fundación del grupo obrero en la Cámara de Diputados. jul. Reunión constitutiva de la Internacional en París. sept. División de los blanquistas boulangistas, revisionistas: creación del Comité central socialista revolucionario (CCSR).

1890 1893

oct. Congreso de Châtellerault de la FTS, división alemanista: fundación del partido obrero socialista revolucionario (POSR). 19 jul. Millerand toma la dirección de La Petite République. ago/sept. Cincuenta socialistas resultan electos para la Cámara de Diputados.

1896

1899

mayo Discurso de Millerand en Saint-Mandé formulando la definición básica del socialismo: sustitución progresiva y necesaria de la propiedad capitalista por la propiedad social, conquista de los poderes públicos por medio del sufragio universal, alianza internacional de los trabajadores. jun. Entrada de Millerand en el ministerio Waldeck-Rousseau. dic. Primer congreso general de las organizaciones socialistas sala Japy.

1900

sept. Segundo congreso general de las organizaciones socialistas, partida de los guesdistas.

1901

mayo Tercer congreso general de las organizaciones socialistas, partida de los blanquistas.

1902

marzo Fundación del Partido socialista francés (independientes posibilistas y alemanistas): PSF.

nov. Fundación del Partido socialista de Francia (guesdistas y blanquistas): PSDF.

1904

abril Primer número de L’Humanité

1905

abril Congreso de unificación socialista, creación de la Sección francesa de la Internacional obrera (SFIO) que reagrupa a los miembros del PSDF y del PSF, salvo los que a partir de entonces se denominan socialistas independientes.

Entre Edouard Vaillant (1840-1915, hijo de un escribano, médico e ingeniero, “blanquista”), Jean Allemane (1843-1935, hijo de un comerciante de vino en medio rural, obrero y luego artesano tipógrafo, “socialista obrero revolucionario” o “alemanista”), Paul Brousse (1844-1912, hijo de un profesor de medicina, médico, “posibilista” o “broussista”) y Jules Guesde (1845-1922, hijo de un director de escuela privada, bachi-

La cantidad de votos. . .

123

ller, publicista, “marxista” o “guesdista”) 6, existen desacuerdos sobre la estrategia a adoptar (reforma o revolución), sobre las referencias doctrinales (socialismo “francés” o socialismo “alemán”), sobre las propiedades sociales de los dirigentes (partido dirigido por los blouses o por los redingotes 7 ), sobre la definición misma del socialismo. Estos desacuerdos, explicables por las diferentes trayectorias sociales y políticas de agentes dotados de capitales diferentes, encuentran su expresión en las múltiples divisiones y luchas internas de estas organizaciones. ¿Es necesario, para decir quién es socialista, para manipular de forma legítima la definición del socialismo, ser uno mismo obrero, “estar en posiciones de clase” y manejar con seguridad el discurso de la política científica 8 –marxista o positivista–, o haber recibido el espaldarazo de socialistas extranjeros internacionalmente reconocidos? ¿O acaso no basta con aportar la fuerza de los sufragios y sobre todo de las posiciones parlamentarias y periodísticas (tener acceso a un gran órgano de prensa) que un Jaurès (1859-1914, hijo de un negociante devenido chacarero, egresado de la École Normale Supérieure, catedrático y doctor en filosofía, “socialista independiente”, “jauresista”) o que un Millerand (1859-1943, hijo de pequeños comerciantes parisinos, abogado, “socialista independiente”) podrán movilizar en su conquista del “partido socialista” en los años ‘90? Ese “partido socialista” que los portavoces de los grupos más precozmente movilizados (posibilistas, blanquistas o guesdistas) no lograron cerrar en su provecho, funcionó como un espacio de competencia en el que éstos no pudieron mantener el monopolio del dominio del juego. De este modo, la manipulación legítima del socialismo ya no estaba reservada a sus iniciadores. Y desde este punto de vista la empresa socialista había triunfado. No obstante, estos “doctos ignorantes” 9 que son los doctores en socialismo no son reconocidos como persona grata en el campo político o intelectual donde pretenden producir efectos pertinentes. Los sectarios deberán pulirse y volverse civilizados antes de ser reconocidos por sus pares políticos 10 Tomamos estas cuatro figuras como representativas de las posiciones constitutivas del socialismo político de los años ‘80 sin pretender construir el campo de competencia socialista, que no se limita ni a estas cuatro posiciones ni a una competencia solamente política. 7 NdT: Metáfora de la vestimenta, usualmente utilizada en las controversias políticas de fines del siglo XIX en Francia para estilizar a los burgueses que usan un sobretodo (redingote) y a los obreros que usan un delantal de trabajo (blouse). 8 Ver sobre este punto M. Ymonet, “Les héritiers du capital. L’invention du marxisme en France au lendemain de la Commune”, Actes de la recherche en sciences sociales, N o 55, noviembre de 1984, pp. 3-14. 9 Ibid. 10 Cf. M. Offerlé, “Illégitimité et légitimation du personnel politique ouvrier en France avant 1914”, Annales. Economies, Sociétés, Civilisations, N o 4, julio-agosto 1984, pp. 681-716. 6

124

Perímetros de lo político

y los socialistas sin cátedra verán ignorados o rechazados sus desafíos durante mucho tiempo en nombre de la seriedad intelectual. Jaurès, el más próximo al polo intelectual, no podrá dar un curso libre de socialismo en la Sorbona sino hasta 1898. Durante mucho tiempo confinados a sus revistas puramente políticas o intelectualmente marginales, los socialistas sólo serán invitados de forma tardía, y por la puerta de atrás, a participar en los debates socialmente considerados como científicos. 11 Sin embargo, el socialismo, como cuestión social, política e intelectual, como idea, suscita una intensa curiosidad, aún antes de que el triunfo electoral socialista sea acreditado e imponga a algunos investigadores su agenda de preguntas. En efecto, desde los años ‘80, en la competencia política, los problemas sociales empiezan a aparecer en la agenda de la mayoría de los grandes líderes políticos nacionales. La propia palabra socialismo se convierte en el objeto de una competencia entre los republicanos extremos en algunas grandes ciudades: los clemencistas 12 se inventan una sigla en 1880, “Alianza socialista”; algunos radicales parisinos no dudan en llamarse “radicales socialistas” o “socialistas independientes” y en proclamar que “el que no es socialista, no es republicano”; en la Cámara de Diputados se forma un grupo socialista en 1886; los boulangistas, entre 1889 y 1898, se presentan como “socialistas revisionistas”. Los primeros en llegar, “guesdistas”, “blanquistas”, “posibilistas”, denuncian este “socialismo de afiches”, estos “independientes del socialismo”. Así, pueden intentar controlar la apelación reservándose el monopolio del verdadero socialismo, del socialismo moderno, del colectivismo; su desposeimiento relativo es el precio a pagar por su éxito. De la misma manera, pero de forma más tardía, el debate intelectual en la comunidad científica está atravesado por tomas de posición sobre el socialismo, que a menudo se asimila a la sociología y es considerado por algunos su pariente cercano. 13 Habría que hacer aquí la reseña de todas las apariciones concernientes a la cuestión social y el socialismo 14, contar los artículos, las revistas de mediana difusión –incluso las [Traducción disponible en esta edición: “Ilegitimidad y legitimación del personal político obrero en Francia antes de 1914”]. 11 Aquí sería indispensable un análisis sistemático de las posiciones que ocupan en diversos espacios de competencia aquellos que pretenden hablar del socialismo y en nombre del socialismo. 12 NdT: Partidarios de Georges Clemenceau, dirigente político republicano radical. 13 Cf. el curso de Durkheim sobre el socialismo dictado en 1895-96 (Le Socialisme, París, PUF, 1928). Sobre Durkheim cf. Bernard Lacroix, Durkheim et le politique, París, Presses de la Fondation nationale des sciences politiques, 1981, especialmente el capítulo 1. 14 Para un relevamiento no exhaustivo, ver la bibliografía de Cl. Willard, Les guesdistes, París, Ed. Sociales, 1965, pp. 703-730 y P. Favre, “La constitution d’une science du politique . . . ”, Revue française de science politique, N o 3, 1983, pp. 386-393.

La cantidad de votos. . .

125

científicas– dedicadas a este problema, relevar las crónicas del socialismo o del movimiento social que, a partir de los años ‘90, aparecen en estas mismas revistas. El resultado de estas movilizaciones simultáneas que superponen el arte político y la ciencia social es la aparición de una nueva “sustancia social”, el socialismo, bien intelectual y político susceptible de apropiación individual o colectiva. El proceso de unificación política socialista se realiza a fin de siglo (1898-1905). Más allá de la cuestión tradicional de saber en beneficio de quién se realiza (¿quién “ganó”? ¿Guesde o Jaurès?), conviene notar que el mismo constituye una doble victoria para estos socialistas reunidos. Por un lado, establece un cierre con el mundo exterior: ya no se puede “robar una parcela del socialismo” (Jaurès, 1898), el socialismo ya no puede “ser acaparado por sus adversarios” (Brunellière, 1906), ya que “no puede haber más que un partido socialista como no hay más que un proletariado” (Morizet, 1914). Por otro lado, este proceso de unificación establece la norma partidaria que, por carecer de la credibilidad suficiente, los voceros de las “sectas” socialistas originales no habían podido imponer. El testimonio, entre otros, de P. G. La Chesnais ilustra bien el éxito de este proceso de unificación política que brinda a los portavoces la facultad de producir el grupo que les otorga el derecho a la palabra. 15 “Gracias a la existencia de estos partidos organizados, en efecto, los términos del lenguaje político, cuya significación es fuertemente variable en el tiempo y según las regiones, adquieren un sentido más uniforme y más preciso. Se puede temer a estas organizaciones centrales de los partidos, se puede temer que a la influencia oculta y a la tiranía de los comités locales, sólo sumen la dirección oculta y la tiranía de los comités centrales. Estas son las cuestiones graves y delicadas. Pero es indudable que la masa de electores sigue con una atención cada vez más consciente los eventos políticos, que los dirigentes políticos están cada vez más inclinados a hacer depender sus decisiones de la orientación constatada o supuesta del cuerpo electoral, y que entonces existe en los gobernantes y en los gobernados una necesidad creciente de claridad en la expresión de la opinión y de la clasificación de los dirigentes electos. Es a esta doble necesidad que responden los inicios de la organización nacional de algunos partidos, y esta necesidad sería plenamente satisfecha si estas organizaciones centrales fueran perfeccionadas y generalizadas. 15

P. G. La Chesnais, “Statistique électorale”, Revue de París, 1906, p. 868.

126

Perímetros de lo político

La unidad del partido socialista fue realizada durante la última legislatura. El partido publicó una declaración, un programa, estatutos. Las federaciones departamentales y regionales se administran por sí mismas y designan los candidatos, conforme a las reglas generales del partido. La reunión de sus delegados forma el Consejo nacional, órgano central del partido. En caso de conflictos, los congresos generales son soberanos. La lista de candidatos del partido –que deben ser miembros del partido con una antigüedad de al menos tres años– fue publicada en los números de L’Humanité del 5 y 6 de mayo, así como en el Socialiste, semanario oficial del partido. Como vemos, no es posible imaginar nada más claro. El partido tiene sus candidatos y no recomienda a ningún otro, al menos en la primera vuelta. Aún si son también apoyados por otro partido, los candidatos del partido socialista le pertenecen. En ciertos departamentos, como la Gironda, hubo un candidato socialista en cada circunscripción, sin que ninguno de ellos tuviera oportunidades reales de ganar. Puede decirse, en estas condiciones, que todos los votos obtenidos por estos candidatos fueron votos socialistas, y que todos los otros fueron votos no socialistas. En otros departamentos, es cierto, por una convención de intercambio más o menos tácita, pudo verse alguna circunscripción en la que el candidato socialista no tenía rival radical, mientras que en la circunscripción vecina el candidato radical no tenía rival socialista. A pesar de eso, el recuento de los votos obtenidos por el partido socialista corresponde más acabadamente al estado real de una opinión que en ningún otro partido.” Si para que haya un partido es necesario que existan apoyos que se reconozcan mínimamente en los bienes que les son propuestos por “los candidatos socialistas”, garantizados e investidos por “el partido”, estos votos heterogéneos, producidos en diferentes lugares geográficos por razones muy disímiles, sólo existen como sufragios socialistas una vez que han sido construidos como tales por el trabajo de los portavoces interesados en la producción de sufragios homogéneos y “socialistamente” puros, así como por los comentadores y expertos en estadísticas que avalan y acompañan estas pretensiones.

Las cuentas electorales Todo lleva hoy a buscar y a mostrar al vencedor de una elección sin preguntarse por el interés de tal punto de vista ni sobre la construc-

La cantidad de votos. . .

127

ción misma de las cifras que se producen en estas ocasiones. Sin embargo, a fines del siglo XIX las organizaciones partidarias no están lo suficientemente unificadas ni el comentario electoral lo suficientemente institucionalizado como para que haya un acuerdo sobre la presentación de los resultados. Es así que a partir de millones de votos emitidos es posible producir múltiples combinaciones y reagrupamientos que permiten afirmar tanto que “el país viene de hablar y ha afirmado muy claramente . . . ” (Le Prolétariat, 27 de agosto de 1893), que “el país manifestó claramente dos cosas que quiere con la misma fuerza” (Le Temps, 22 de agosto de 1893), “que es claro que el país espera”, que “Francia no quiere nada de . . . ” (Le Temps, 8 de mayo de 1906), como que “por más dispersa que sea la manifestación del sufragio universal, dos hechos se desprenden con evidencia” (Jean Jaurès, L’Humanité, 27 de agosto de 1910) o que “el sufragio universal ha pivoteado sobre sí mismo en silencio” (L’Année politique, 1885). En efecto, podemos contar en bancas e inventariar a los dirigentes electos de las diversas tendencias en el conjunto de las circunscripciones. Si entre 1876 y 1885 hay un claro acuerdo sobre lo que está en juego en las elecciones (Monarquía contra República) para la inmensa mayoría de los protagonistas, el resto no va de suyo, pudiendo presentarse un desacuerdo a la vez sobre los recortes a efectuar entre los candidatos elegidos y sobre los principios que permiten este recorte. Se continúa presentando los resultados, aún después de 1885, oponiendo dos grandes polos: los republicanos y los reaccionarios. Los mapas de dirigentes electos que se publican en los diarios reposan en la mayoría de los casos sobre esta dicotomía. El periodista anónimo que comenta el mapa de 1902 lo justifica así: “Dará una visión de conjunto exacta de la situación de cada partido antes de la presente consulta popular y permitirá darse cuenta de las dificultades, de las ganancias y las pérdidas experimentadas de una parte y de otra”. La clasificación en dos tendencias es “a la vez más simple, más justa e interesante” [ . . . ] ya que, a pesar de todas sus divergencias, “a la hora de la acción parlamentaria los diputados se agrupan en dos grandes partidos: el partido republicano y el partido de la oposición” (La Petite République, diario “socialista independiente”). 16 Sin embargo la tendencia que prevalece a partir de entonces, en los textos y en los cuadros, es la de presentar un abanico más diversificado: se puede así ir de tres a veinte subdivisiones según se reagrupe o no al conjunto de los “reaccionarios”, “conservadoEste ejemplo ilustra perfectamente la manera en que la cartografía puede ser un medio eficaz de construcción y de objetivación de grupos. Volveremos sobre este tema. 16

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res” y “nacionalistas”, según se detallen “los republicanos de gobierno”, los “radicales”, los “socialistas” y los “revolucionarios”. El desacuerdo puede establecerse igualmente sobre las denominaciones (“conservadores” o “reaccionarios”, “aliados” o “liberales”, “republicanos” a secas o “republicanos progresistas”, “moderados” o de gobierno . . . ), y en especial sobre los principios mismos de clasificación. ¿Hay que apoyarse sobre la conducta pasada identificando al dirigente electo en función de su pertenencia a un grupo parlamentario (aunque la multipertenencia sea frecuente hasta 1910), en función de sus votos en las votaciones clave (algunos diarios publican por ejemplo en 1885 el posicionamiento de los diputados de París en una veintena de votaciones)? ¿O más bien hay que apoyarse sobre las declaraciones en las que cada candidato da su punto de vista sobre las grandes cuestiones del día (el conjunto de las circulares de los dirigentes está reunido en una compilación oficial, el Barodet, desde 1881 17)? ¿Hay que retener las informaciones que se dan en la prensa, referirse a las listas de candidatos patrocinados por tal o tal órgano de prensa, atenerse a las nóminas de la agencia Havas (establecidas desde 1906) o aceptar las estadísticas oficiales del Ministerio del Interior que a veces llega a hacer comparaciones con la composición de la asamblea anterior? Desacuerdo, al fin, sobre la presentación de los resultados: el clivaje derecha-izquierda o izquierda-derecha que reproduce la posición en el hemiciclo no se presentaba entonces bajo la forma que hoy conocemos. Se trata a menudo de una simple enumeración: en los cuadros el orden de exposición de los grupos o tendencias políticas puede deberse al puro azar, al orden alfabético, a un orden de clasificación según la importancia, o hasta al agrupamiento por alianzas o tendencias políticas que están ellas mismas subdivididas. “Sería difícil decir, luego de recorrer la lista de resultados del escrutinio de ayer, lo que será la próxima Cámara [ . . . ] no lo sabremos hasta dentro de algunas semanas, cuando un gran debate político haya tenido lugar en la nueva Cámara electa” escribe, luego del escrutinio, el El “Barodet” toma su nombre de la resolución propuesta por el diputado radical Barodet y adoptada por la Cámara de Diputados el 6 de marzo de 1882 por 397 votos a favor, 50 en contra y 75 abstenciones. A partir de 1881, el conjunto de los programas de los diputados son agrupados en un registro único. Manifestación de respeto hacia los mandantes del diputado, el “Barodet” remite a la idea de compromiso hacia los electores. Funciona como instrumento de legitimación para aquellos que, a falta (relativa) de otros capitales, deben encomendarse a sus electores para que les den la autoridad de representar al resto. El “Barodet” pudo proporcionar también la base de operaciones de recuento político e histórico: cuántos diputados, incluso cuántos electores son favorables a tal o tal medida (suponiendo que nadie ignora los programas, votar por un candidato implica desear una medida). 17

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editorialista anónimo del Journal des Débats (republicano moderado) el 24 de mayo de 1898; “Que será la próxima Cámara, nadie puede decirlo”, le responde Jean Jaurès en La Petite République (socialista) del 26 de mayo. Esta incertidumbre, que da una tonalidad particular a los comentarios electorales, continuará a principios de siglo, pero la repetición de la presentación centralizada de los resultados por los servicios de la agencia Havas y del Ministerio del Interior, así como las tentativas cada vez más marcadas de ciertos empresarios nacionales, inquietos por la cohesión reivindicada de los socialistas unificados, tenderán a homogeneizar las categorías de clasificación, sin hacer cesar no obstante las recriminaciones (“oficialmente los candidatos son catalogados como reaccionarios, nacionalistas, progresistas, republicanos de izquierda, radicales y radicales socialistas, socialistas independientes, socialistas unificados y revolucionarios. La ALP 18 había pedido que sus candidatos fueran designados como republicanos de izquierda. Pero en altas esferas se mantuvo la antigua denominación. Se estimó, en efecto, que demasiados candidatos con opiniones equívocas tomaban la etiqueta de republicanos demócratas y esto puede prestarse a lamentables confusiones”, Le Journal, 23 de abril de 1910). Sin embargo los procesos utilizados para las clasificaciones aún no estaban normalizados y la presentación de estadísticas por bancas todavía era errática. El segundo gran modo de construcción de los resultados electorales consiste en tomar en cuenta el número de votos. El campo de posibilidades es entonces aún más vasto ya que se trata, en primer lugar, de saber qué hay que contar. La mayoría de los medios ofrecen una enumeración no exhaustiva de los resultados electorales, comenzando por los de París. Los votos obtenidos en este departamento son precozmente totalizados por tendencias (muy variables, como en el caso de las bancas), ya que la apropiación de los votos le parece más justificada a los observadores y el movimiento detectable en la capital constituye en sí mismo un objeto de lucha para el comentario político. Por lo demás, la estadística de los votos a nivel nacional sólo interesa débilmente a los dirigentes y periodistas políticos, con excepción de los socialistas que, en nombre de la tríada partido-programa-investidura, reivindican desde 1880 los votos otorgados a un candidato como votos socialistas: “El programa electoral de los trabajadores socialistas, adoptado por cierto número de grupos militantes y sancionado en último lugar por el Congreso socialista de la Región del Centro, viene de obtener su primer Alianza liberal popular, cuyos principales dirigentes habían preconizado la adhesión a la República en los años ‘90. 18

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triunfo”. 19 El comentario basado en los sufragios sigue siendo excepcional hasta principios de siglo (salvo para los socialistas), cuando los intereses convergentes harán que se reconozcan la validez de este recorte y este modo de contabilizar.

Interés en contar, interés en contarse En el estado actual de las investigaciones que pueden llevarse a cabo sobre este tema, parece que este tipo de recorte en votos aparece en tres espacios que no se solapan más que parcialmente. El campo de la prensa de gran difusión presenta de manera tardía pero espectacular este tipo de puesta en forma. La lógica de la competencia entre órganos de prensa de gran tirada lleva a la búsqueda de nuevos medios para captar a un público más amplio. Le Matin (cuya tirada es de 670.000 ejemplares en noviembre de 1910) 20, que se especializó en la búsqueda de novedades (concursos, multiplicación de entrevistas, encuestas por carta entre los lectores), presenta espectacularmente el modo en que votó Francia al adicionar los sufragios y sobreponerlos sobre la imagen de un político cuyo tamaño es proporcional al número de votos que obtuvo. Rivaliza así con un modo de ilustración utilizado por otro diario, que presentaba delante del Congreso urnas de tamaño proporcional a los votos obtenidos por cada partido. Esta nueva manera de echar luz sobre la cuestión de la representación proporcional por parte de los grandes diarios es uno de los efectos del trabajo de movilización partidaria y de la intensa campaña llevada a cabo en torno al tema de la representación proporcional. A principios de siglo, en efecto, la cuestión del sufragio universal y del modo de representación sale de los cenáculos universitarios e intelectuales o de los márgenes del espacio político, donde era debatida, para convertirse en un objeto central de la competencia política. Hasta los años ‘80, sólo se interesan en la representación proporcional algunos publicistas 21, algunos expertos en estadística y políticos marginales. Editorial del Prolétaire del 7 de agosto de 1880, “Primer triunfo del programa socialista”, firmada por A. Le Roy, corrector tipográfico, 277 rue St. Jacques. Se hace alusión aquí a la elección de Christophe Thivrier como consejero de distrito en l’Allier. Este mismo Christophe Thivrier será electo alcalde de Commentry, considerada en la tradición socialista como la primera municipalidad roja de Francia (cf. el artículo de Alain Rollat en Le Monde del 11 de noviembre de 1981: “El señor Pierre Mauroy visitará la más antigua municipalidad socialista de Francia: Commentry”). 20 Cf. Archivos Nacionales F7 12842, citado en Histoire générale de la presse, C. Bellanger et al., dir., tomo 3, p. 296. 21 De la importante bibliografía consagrada a este tema, además de los múltiples artículos de revistas (especialmente en la Revue politique et parlementaire) y los voluminosos in19

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Su interés por las elecciones se encuentra entonces completamente descentrado respecto al de los protagonistas de la competencia política. Los expertos en estadística comienzan a establecer cuadros (cálculos de abstenciones por departamento) y a cartografiarlos. Falta aquí un eslabón entre los trabajos de Quételet y de Guerry 22 y los primeros mapas políticos, mucho más tardíos. Si bien esta actividad se mantiene como científicamente marginal y parece consagrada al ejercicio de estilo estadístico o a la geografía entretenida e “ilustrativa”, dichos mapas políticos no carecerán de consecuencias sobre la percepción y el vocabulario de la competencia política. Los geógrafos políticos se han interrogado muy poco hasta el momento sobre lo que es un mapa político y sobre lo que el mapa hace al objeto. Lo esencial de su reflexión metodológica se refiere a la corrección de la operación tecnológica y se atiene a los problemas “técnicos” de la cartografía (unidad de medida elegida, base de los cálculos –votos emitidos o electores inscriptos–, elección de tonalidades y gradación de colores, número de tendencias políticas representadas . . . ). 23

formes producidos por los parlamentarios franceses entre 1905 y 1914, retendremos sobre todo: E. Naville, La question électorale en Europe et en Amérique, Ginebra, 1871; M. Vernes (ed.), La représentation proportionnelle. Études de legislation et de statistique comparées publiées sous les auspices de la Société pour l’étude de la R. P., París, 1888; Ch. Benoist, De l’organisation du suffrage universel. La crise de l’État moderne, París 1895; P. G. La Chesnais, La représentation proportionnelle et les partis politiques, París, 1904; G. Lachapelle, Les systèmes de représentation proportionnelle, París, 1910; La représentation proportionnelle en France et en Belgique, París, 1911; J. Barthélemy, L’organisation du suffrage et l’expérience belge, París, 1912. Ver también Procès verbaux du congrès International de droit comparé de Paris en 1900. La représentation proportionnelle, ses progrès, ses résultats dans les différents pays, París, 1907. 22 Paul Lazarsfeld, en Philosophie des sciences sociales, menciona sin mayores comentarios la rápida expansión de la estadística moral en el siglo XIX (París, Gallimard, 1970, p. 127). Los geógrafos no se interesan en esta actividad (cf. B. Verdelay, La formation de l’école géographique française, París, Bibliothèque Nationale, 1981). Sobre la historia de la difusión de los mapas geográficos en Francia nos remitiremos al artículo de E. Weber, “L’Hexagon”, en Les lieux de mémoire, Pierre Nora (ed.), tomo 2, La Nation, París, 1986. Ver, en el mismo volumen, los mapas de 1836 de Adolphe d’Angeville sobre la estadística moral de Francia que Hervé Le Bras reproduce en su contribución, “La statistique générale en France”, op. cit., pp. 317-353. 23 Ver sobre este tema el Colloque de sociologie électorale, París, Fondation nationale des sciences politiques, 1948, mimeografiado; F. Goguel, G. Dupeux y A Bomier-Landowski, Sociologie électorale, esquisse d’un bilan, París, Presses de la FNSP, 1951 y la introducción de F. Goguel a la Géographie des élections françaises (París, Presses de la FNSP, 1951). Encontraremos un esbozo de reflexión sobre este tema en Y. Lacoste, La géographie ça sert d’abord à faire la guerre, París, La Découverte, 1976, reeditado en 1985, pp. 11 y 169; así como en H. Le Bras y E. Todd, L’invention de la France, París, Poche Pluriel, 1981, p. 89. Pero a partir de estas advertencias metodológicas, los autores sólo extraen en sus trabajos consecuencias mínimas o contradictorias.

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Sin embargo, cartografiar votos conduce a transformarlos en comportamientos lisa y llanamente políticos, interpretables y utilizables políticamente. Cartografiar estos comportamientos como políticos lleva a homogeneizar un fenómeno (produciendo las categorías de abstencionistas o de electores republicanos) y al mismo tiempo a dividirlo (porque el mapa hace “aparecer” diferencias de intensidad). El cartógrafo reúne el vocabulario político espontáneo que otorga a las entidades espaciales una fuerza impresionante en tanto remite a los determinantes más realistas y naturales, los del suelo. El comentario del mapa reenvía al comentario político que declara “cómo vota Francia”, habla de implantación, de feudo, de bastión, de arraigo, de origen geográfico, o proclama que “el Norte, que había inspirado inquietudes, se estabiliza . . . ” (A. Michel, La Petite République, 4 de septiembre de 1893). El cartógrafo (y la cartografía) está llamado a conferir su autoridad científica a aquel que puede disponer de sus producciones. La referencia al mapa –pero también al gráfico o al cuadro– refuerza sin dudas el carácter performativo de ciertos enunciados que si fueran puramente verbales no se beneficiarían de la fuerza que la escritura procura en ciertos espacios de competencia (política o científica). 24 Puntos de referencia cronológicos Esta cronología hace aparecer los medios de objetivación del análisis electoral a fines del siglo XIX, tanto aquellos que fracasaron como los que constituyen desde entonces el universo mental del politólogo. 1881 Lista de candidatos del partido obrero publicada por Le Prolétaire. L’Année politique brinda, según los cálculos de J. Reinach, un cuadro retrospectivo de las elecciones de 1876 y 1881: inscriptos, votantes, abstenciones, Republicanos, Monarquistas, votos nulos. 1882 Álbum de estadística gráfica del Ministerio del Interior: mapas de abstencionistas por departamento. 1884 Los medios socialistas contabilizan como una unidad los votos obtenidos por los candidatos socialistas en las elecciones municipales parisinas. 1885 Varios diarios publican antes de las elecciones las votaciones clave de los diputados salientes. Publicación en Le Prolétariat de un mapa de dirigentes electos: Republicanos y Monarquistas por departamento.

Sobre estas cuestiones, ver J. Godoy, La raison graphique, París, Ed. de Minuit, 1979. Una reflexión (paralela a aquella propuesta por Jack Godoy sobre los efectos sociales de la aparición de la escritura) debe llevarse a cabo para el conjunto de los instrumentos de objetivación de la ciencia política. ¿Cuáles son los efectos y los usos (políticos o semi-científicos) de los mapas, los cuadros, la encuestas de opinión y demás instrumentos que no han dejado de multiplicarse desde hace un siglo? 24

La cantidad de votos. . .

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1886 Artículo de E. Becquart en el Journal statistique de la ville de Paris sobre los votos no representados (adición de las abstenciones y los votos obtenidos por los candidatos perdedores). 1887 Publicación por Schanzer del trabajo inédito de V. Turquan que estableció el número de votos republicanos y monarquistas por departamento para 1877, 1881 y 1885. 1888 M. Vernes presenta La représentation proportionnelle, en cuyo anexo figuran los mapas de Turquan sobre los sufragios no representados. 1889 Mapa de los dirigentes electos repartidos en cuatro tendencias por circunscripción en Le Temps. 1893 Reivindicación en La Petite République de una cifra nacional de los votos socialistas. Presentación detallada de los votos obtenidos por los candidatos del POF en Le Socialiste. 1894 Primer mapa (?) electoral socialista publicado en L’almanach du parti ouvrier. H. Avenel publica Comment vote la France, primera obra global de “presentación” de resultados electorales: mapas, gráficos, diagramas, cuadros de abstenciones y de votos no representados, cuadro de votos obtenidos por cada “partido” en cada departamento, monografía por “partido”, mapa de los sufragios “reaccionarios” por distrito. 1896 Mapa de los votos socialistas por distrito de París realizado por Turquan en la Revue Bleue. 1898 Le Matin publica varios días después de las elecciones, en la página 3, una estadística de repartición de los sufragios emitidos en cinco grandes tendencias pero sin presentación en un cuadro. Primer gran artículo de comentario post-electoral: “Luego de las elecciones generales” por M. Fournier en la Revue politique et parlementaire. 1902 Publicación en Le Socialiste de la lista integral de candidatos presentados por el POF y el USR. 1906 Nómina de la agencia Havas realizada para los periodistas clasificando las candidaturas en función de algunas grandes tendencias nacionales. Cuadro recapitulativo de los votos obtenidos en cada departamento por los candidatos socialistas, “Nuestros votos en la primera vuelta”. 1910 Punto cúlmine de la campaña por la adopción de la representación proporcional. La mayoría de los diarios ofrecen en forma de cuadros, representaciones gráficas o imágenes, o enumeración, los resultados nacionales obtenidos por las grandes tendencias políticas. A. Briand hace calcular por los prefectos los sufragios acordados a diversas reformas, sumando los votos de cada candidato según las reformas que propusieron en sus programas. G. Séverin de La Chapelle y P. G. La Chesnais publican Elections législatives des 26 avril et 10 de mai 1910, primera obra de la serie de los “La Chapelle” que establece el resultado de las elecciones legislativas. 1913 A. Siegfried, Tableau politique de la France de l’Ouest sous la IIIe République. 1914 “La France socialiste 1910 et 1914”, dos mapas se publican en L’Humanité con los sufragios socialistas emitidos en cada departamento.

Todo instrumento estadístico movilizado a fines del siglo XIX –mapa, gráfico o cuadro– recuerda de forma más o menos discreta la vara con la que debe medirse la representación producida. Así ocurre con los trabajos de Turquan (director de estadística general del Ministerio de Comercio en 1887). Es a partir de su pluma y de sus servicios que surgen los primeros cuadros que reagrupan los votos de los partidos políticos y

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Perímetros de lo político

sobre todo los primeros mapas en color que conciernen a las abstenciones y los votos no representados. 25 Actualmente este tipo de argumento sólo se usa de manera marginal en el debate político. 26 Sin embargo, durante toda la Tercera República no dejará de presentarse este modo de comentario electoral con el auxilio de todas las formas de representación gráfica. “Ningún político podrá examinar los mapas confeccionados por el señor Turquan sin experimentar un cierto malestar” escribe Maurice Vernes, secretario de la Sociedad para el Estudio de la Representación Proporcional, director adjunto de la Escuela Práctica de Altos Estudios. Apoyándose sobre estadísticas “irrecusables”, cree así demostrar que el país no está correctamente representado dado que los sufragios reunidos por los diputados son generalmente inferiores a la mayoría del cuerpo electoral. Los votos no representados (abstenciones y votos de candidatos vencidos) son a menudo mayoritarios local y hasta nacionalmente; más aún, puesto que los diputados que votan la ley son sólo la mayoría de una minoría, no expresan de hecho más que la voluntad del 22 al 28% del cuerpo electoral en los escrutinios más significativos. La fórmula de Mirabeau (“los asambleístas son a la Nación lo que un mapa reducido es a su extensión física”) frecuentemente retomada en la época es entonces ridiculizada: el escrutinio uninominal por distrito no permite descubrir “la verdadera mayoría”, ni proveer la imagen real del país, su fotografía. 27 Este debate lanzado en los pequeños cenáculos no dejará de amplificarse durante los años ‘80 y principios del siglo XX. Consultaremos aquí las investigaciones de los expertos en estadística publicadas en Le Journal de la société de statistique de Paris, especialmente los artículos de E. Becquart (1886, pp.236-241), de P. Meuriot (1899, p. 201), de E. Mecquart (1904, p. 421) y de P. Meuriot (1910, p. 441). El Bulletin de l’Institut international de statistique (tomo II, 1887, pp. 47-94) publica un artículo de C. Schanzer, “Notizie sull’ordinamento del potere legislativo e sulle elezioni politiche nei principali stati d’Europa”. El autor hace allí una compilación de resultados electorales en algunos países europeos. Sólo Alemania dispone entonces de resultados nacionales oficializados por un organismo de Estado. Las otras cifras provienen de reconstrucciones realizadas por Turquan para el caso de Francia. 26 “Este vicio del escrutinio uninominal es conocido desde hace medio siglo. Ya en 1936, Georges Lachapelle había calculado que los 598 diputados de la Cámara del Frente Popular sólo habían sido electos por el 46,3% del cuerpo electoral” (T. Pfister, Dans les coulisses du pouvoir, París, A. Michel, 1986, p. 35). Ver también las declaraciones de Jean-Marie Le Pen al día siguiente de la elección cantonal de Marsella del 29 de noviembre de 1987. 27 Los argumentos utilizados entonces para justificar la representación proporcional reposan sobre algunas ideas-fuerza: la representación proporcional reemplaza las querellas personales por una lucha de ideas, hace valer el interés nacional por sobre los intereses locales, permite la claridad de las opciones, contribuye a la modernización de la vida política favoreciendo la emergencia de un sistema partidario claro y suprime los manejos dudosos en los escrutinios de ballotage. La representación proporcional induce, más que el modo de escrutinio mayoritario, una posibilidad de adicionar los sufragios. Dado que la representación proporcional implica el escrutinio de lista, los agrupamientos ya son operados en la propia constitución de las mismas. Recordemos que el modo de escrutinio en vigor de 1876 a 1914 es el escrutinio de 25

La cantidad de votos. . .

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El mismo conducirá a una reflexión sobre la democracia y las bases de la representación entre los republicanos (cfr. los trabajos de Charles Benoist y de Moisei Orstrogorski) y entre los universitarios (cfr. las reflexiones de Durkheim, Vidal y La Blanche por ejemplo). Este debate dará lugar también a una movilización directamente política: el Comité para la representación proporcional, cuyos esfuerzos culminarán en las elecciones de 1910, reunirá a gran parte del personal político interesado en la reforma electoral, es decir a “conservadores”, “republicanos moderados” y “socialistas”. Sólo los “radicales” se oponen masivamente al abandono de un modo de escrutinio que los favorece. Al menos es lo que tienden a demostrar los primeros “recuentos” o “inventarios” de fuerzas políticas que establecen los publicistas que, militando o no por la representación proporcional, comienzan a producir agrupamientos de votos, nacionales y por departamentos, osan atribuir porcentajes del cuerpo electoral a una u otra tendencia política, y trabajan por lo tanto en la invención de un nuevo tipo de comentario electoral distanciado (las crónicas aparecen unos meses después de las elecciones y están reservadas al público de revistas intelectuales, sin interesar a las instancias universitarias de sociología, de geografía o de ciencias políticas).

distrito uninominal mayoritario en dos turnos, salvo en 1885 que se trata de un escrutinio de lista departamental mayoritario en dos turnos.

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Ejercicio de estilo y reaseguro político: la génesis de la cartografía electoral

“Por el momento contentémonos con tranquilizar a los espíritus que están asustados con el ruido de los progresos aparentes, aunque sin duda ruidosos, del socialismo, y con registrar los hechos”. V. Turquan, “Reporte sobre las elecciones municipales de París”, Revue Bleue, 5, 1896, p. 634. Diapasón de tonalidades. Barrios en los que se cuenta con 100 votantes. Votos socialistas: 0/ a 20/ 20 a 40/ 40 a 60/ 60 a 80/ 80 y más

La cantidad de votos. . .

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Una manera de construir los resultados electorales Cuadro 3. Los votos no representados por cada Legislatura de 1876 a 1910 Legislatura

Votos obtenidos por los dirigentes electos

Votos no representados

Cantidad de votos no representados cada 100 votos de electores inscriptos

1876

4.458.000

5.422.000

51.96

1877

5.059.000

5.048.000

49.90

1881

4.507.000

5.600.000

55.11

1885

4.043.000

6.000.000

59.77

1889

4.526.000

5.800.000

57.40

1893

4.513.000

5.930.000

56.70

1989

4.906.000

5.638.000

53.42

1902

5.159.000

5.818.000

52.90

1906

5.209.000

6.383.000

56.30

1910

4.941.000

6.396.000

56.40

Fuente: P. Meuriot, “Los votos no representados en las elecciones de 1910”, Journal de la Société statistique de Paris, enero de 1911, pp. 7-9.

Henri Avenel presenta en 1894, en el Annuaire de la presse que él dirige, un “Cómo vota Francia” 28 que es un modelo del género. Utilizando el conjunto de elementos que hemos inventariado (gráficos, cuadros, mapas), el autor no estima dar más que una “geografía de las opiniones expresadas por los electores” (p. 64) y se atrinchera tras la verdad de las cifras para intentar responder a estas tres preguntas: “¿Dónde estamos? ¿De dónde venimos? ¿Hacia dónde vamos? Establecer una base sólida, ¡ese es el problema! Esta base sólo puede ser el cuadro claro y exacto –exacto como la geometría– de los hechos históricos presentados sin comentarios y sin reflexiones personales. He pensado pues en poner ante los ojos del público de una forma clara y concisa el movimiento de la opinión política y de sus fluctuaciones sucesivas en estos últimos 18 años, permitiendo que cada uno se explique por sí mismo, con ayuda de simples cifras, las diversas corrientes que llevan en cada momento a los partidos a la superficie del cuerpo electoral” (pp. V y VI). “Cuadro de conjunto, completo e imparcial” (p. VII), el opúsculo presenta todas Publicado luego como un folleto con el mismo título, Cómo vota Francia – dieciocho años de sufragio universal (1876-1893), París, Libraires imprimeries Réunies, 1894. Esta puesta en forma había sido precedida por dos publicaciones anónimas, de intenciones más modestas, tituladas Statistiques des prochaines élections, París, 1889 y Les partis politiques et leur valeur électorale, París, 1893 (“la marcha de las opiniones, escribe el autor, es tan general y calculable como aquella que rige en Demografía, los casamientos, los nacimientos, los suicidios o los crímenes”). 28

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Perímetros de lo político

las cifras sobre las abstenciones, los votos representados y los sufragios obtenidos por cada partido; en fin “un relevamiento exacto de los hechos, una estadística metódica y completa, hecha científicamente y presentada de forma imparcial” (p. 1). El comentario se mantiene muy restringido, las vacilaciones son numerosas 29 pero lo más importante está en otra parte; Henri Avenel no se contenta con clasificar las opiniones, sino que afirma fundamentalmente su derecho al comentario electoral, muestra el abanico de “hechos” a “observar” y autoriza la trasmutación de sufragios que se emitieron por un “candidato radical” en “votos radicales” tal como lo vemos en esta fórmula aparentemente anodina que resume el conjunto de esta operación de alquimia social: “en 57 departamentos hubo candidatos y por lo tanto votos socialistas”. Este trabajo de recuento puede retomarse para diversos usos, intelectuales pero sobre todo políticos: para señalar una progresión en votos o para protestar contra una subrepresentación parlamentaria. La vía abierta por Henri Avenel es seguida desde entonces en cada elección, poniendo siempre el acento sobre el censo de la opinión que constituye una consulta electoral y, entre los partidarios de la representación proporcional, sobre los votos no representados. “Nos hemos ocupado poco (escribe Marcel Fournier, director de la Revue politique et parlementaire, mentor 30 “republicano moderado”) de los votos emitidos por los electores y de los indicadores que pueden resultar de ellos. Sin embargo, se trata de un factor ciertamente positivo, que permite percibir la marcha de la opinión y conocer las tendencias generales [ . . . ] Cuando hayamos constatado que existen en Francia, por fuera de los conservadores, tres masas de electores –una republicana en progreso, una socialista igualmente en progreso y una masa radical que decrece– consideraremos quizás que es interesante observar aquello en lo que se convertirá esta masa radical [ . . . ] El elemento esencial a revelar luego de estas elecciones generales, el elemento capital a considerar para el hombre de Estado, Como todos sus sucesores, incluyendo a La Chapelle, Henri Avenel debe argumentar sus agrupamientos en votos, explicando su método de cálculo de manera más detallada que cuando se trata de estadísticas sobre las bancas. 30 Intentaremos mostrar en otro trabajo, sobre los comentadores electorales y su lugar en la competencia política, que la relación que establecen los productores de bienes políticos con el espacio político influye directamente sobre el punto de visión a partir del que juzgan las elecciones. Los editorialistas del día siguiente a las elecciones prestan más atención a las bancas que van a determinar la situación parlamentaria, mientras que los que escriben dos días después privilegian con más distancia y más altura otros objetos. 29

La cantidad de votos. . .

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es el de los desplazamientos de votos, la formación de nuevas masas que indican estos desplazamientos y las corrientes reales, palpables solamente en esta ocasión, que existen en el cuerpo electoral”. 31 Los trabajos ulteriores 32 de P. G. La Chesnais y de Séverin de La Chapelle, que parecen disputarse por un tiempo el monopolio de la producción de buenas cifras, coronarán el edificio. El éxito de La Chapelle, ratificado ya por la denominación contemporánea (El La Chapelle da los “resultados oficiales” de cada elección con los honores de la publicación en las ediciones del diario Le Temps, en 1936), es sancionado además por el reconocimiento que se le otorga en los manuales. Para Maurice Duverger, seguido por muchos otros autores, es posible remontarse hasta 1902 para establecer una serie electoral 33 continua. Por su parte, Jean-Marie Mayeur 34 se apoya sobre las mismas cifras pero criticando algunos agrupamientos efectuados para ciertas tendencias políticas. 35 Estos libros y artículos producidos en una lógica de competencia editorial y política abren un espacio al comentario electoral experto (André Siegfried, creador aparentemente solitario de geografía electoral, no estaba –como vemos– tan aislado), acompañan y sancionan un trabajo de apropiación llevado a cabo por los portavoces M. Fournier, “Après les élections générales”, Revue politique et parlementaire, N o 16, 1989, pp. 489-511. De todos modos el autor se mantiene cauteloso. Sus cuadros se titulan “Totales aproximativos de votos obtenidos por las diferentes opiniones”. 32 Además de la serie de los La Chapelle, inaugurada en 1910 con P. G. La Chesnais y proseguida por el propio La Chapelle de 1914 a 1936, y L’Année politique de 1874 a 1905 (pero que presenta a lo sumo estadísticas sobre las bancas, salvo en 1881 y 1885), los principales artículos de comentarios son de J. Darcy, “A propos des élections législatives de 1902”, Revue des deux mondes, 15 de agosto de 1902; F. de Witt-Guizot, “Le suffrage universel et les élections de 1906”, Revue des deux mondes, 1 de agosto de 1906; P. G. La Chesnais, “Statistique électorale”, Revue de Paris, 15 de junio de 1906; Ch. de Calan, “Les élections et la géographie social de la France”, Bulletin de la Société intenationale de science sociale (órgano de prensa de los leplayistas disidentes), 1914, fascículo 118. Recordaremos también el trabajo aislado de un universitario, Charles Seignobos, publicado en L’Européen del 26 de abril de 1902 bajo el título “La situation électorale en France”. 33 Constitutions et documents politiques, París, PUF, Colección Thémis, 5 o edición, 1968, pp. 278-279. 34 J. M. Mayeur, La vie politique sous la Troisième République (1870-1940), París, Seuil, Colección Points, 1984, especialmente pp. 61, 66, 116, 133, 158, 180, 185, 213, 221, 230. Charles Seignobos, que como hemos señalado se abocó también al comentario electoral, escribe en 1902 que “en los distintos países, son diferentes partidos los que se enfrentan” (op. cit., p. 308). En el tomo VIII de su Histoire de la France contemporaine (París, Hachette, 1921), Ernest Lavisse no presenta, hasta 1889, más que los votos republicanos, conservadores o de oposición y la repartición en bancas. A partir de 1893 sólo se presentan los resultados en bancas. 35 Recordemos aquí que la cuestión no es saber si las cifras de La Chapelle o de La Chesnais son falsas, sino que lo esencial es comprender los mecanismos que llevan a la producción de tales cifras. 31

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Perímetros de lo político

Cuadro 4. El electorado socialista: los números La cifra instantánea: la producción en caliente 1881 1885

El comentario distanciado

El registro del historiador

∼ 70.000 (1)

Apenas 100.000 ó 114.474 (2)

1889

35.000 POF 91.000 175.575 (7)

1893

246.660 POF > 700.000 (8) 665.038 (10)

1898

940.000 (9) 940.680 (13)

1902

860.827 (14) De los cuales: 299.853 soc. rev. 516.380 PSF 31.047 otros

1906

850.000 876.347 894.034

(17)

1910

1.107.369 1.110.561 1.091.934

(21)

1914

1.400.000 1.397.373

(26)

(17) (18) (22) (23) (27)

(3) (4)

175.575

(6)

(5)

598.000 (4) 598.206 (5) ó 864.045 (5) 665.038 (10) 598.206 (11) 440.000 (12)

600.000 (6a) 160.000 POF (6)

791.148 751.554

(11)

∼ 800.000 (6a) 295.000 POF (6)

860.827 ó 825.540

(12)

(12)

(6a)

875.532 875.532

(16)

877.221 (19) 1.198.949 (20) SFIO e independientes

877.221 877.221

(16)

(24)

1.110.561 1.110.561

(16)

1.110.561 1.125.877

(12)

(25)

1.408.114 (28) SFIO y PO

(6a)

(6a)

1.413.044 (6a) 1.413.044 (16)

Referencias: (1) Le Prolétaire, 1881; (2) Le Cri du peuple, 1885; (3) Le Socialiste, 1893; (4) J. Bordeau, RPP, 1898; (5) D’Avenel, 1894; (6) J. M. Mayeur, 1973 y Cl. Willard, 1965 (POF); (7) Le Socialiste, 1893; (8) Almanach Socialiste, 1894; (9) Le Matin, 1898; (10) La Petite République, 1893 y 98; (11) M. Fournier, Revue Pol. et parl., 1898; (12) J. Bordeau, Revue Pol. et parl., 1902; (13)La Petite République, 1898; (14)La Petite République, 1902; (15) La Chesnais, 1902; (16) Duverger; (17) L’Humanité, 1906; (18) Le Socialiste, 1906; (19) La Chesnais, Revue de Paris, 1906; (20) De Witt-Guyot, Revue des deux mondes, 1906; (21) L’Humanité, 1910; (22) Le Socialiste, 1910; (23) Le Matin, 1910; (24) La Chapelle y La Chesnais, 1910; (25) J. Bordeau, Revue Pol. et parl., 1910; (26) L’Humanité, 1914; (27) Le Socialiste, 1914; (28) La Chapelle, 1914.

nacionales de las empresas políticas, sobre todo socialistas. Es la coincidencia entre estos trabajos y la movilización socialista a nivel central lo que permite a los socialistas imponer, en primer lugar y con cifras en mano, el resultado exitoso de la apropiación de una fracción o de un sector del cuerpo electoral. 36 El cuadro “El electorado socialista, los números” hace aparecer claramente la estabilización de la cifra a principios de siglo. 36

La cantidad de votos. . .

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“Mostrar su inmenso número” El artículo que reproducimos a continuación fue publicado por Bracke (1861-1955, hijo de un cantautor, docente de la École Normale Supérieure, profesor en la École des Hautes Études, diputado a partir de 1912) en L’Humanité del 17 de abril de 1910. Es ejemplar sobre distintos aspectos de la literatura electoral nacional. El trabajo de agrupación, de separación y de homogenización del electorado socialista aparece en toda su pureza bajo la pluma de uno de sus portavoces más autorizados. Producir un grupo “[El candidato socialista] les dice a todos los que están penando bajo el yugo de la explotación burguesa, a todos los que viven penosamente vendiendo su fuerza de trabajo, a todos aquellos a los que la miseria de hoy los defiende apenas contra la miseria peor de mañana, por la desocupación, por la enfermedad, por la vejez, por el cambio ocurrido en las herramientas o en las condiciones de la producción, por un descubrimiento científico, por un cambio de la moda: —Sí, camaradas, ustedes nos encuentran fuera de los bandos en los que hasta ahora se han dejado encerrar. No les ofrecemos ninguna de las papeletas de colores que están acostumbrados a encontrar en la tienda electoral. Justamente estamos aquí para apartarlos de todos los bandos políticos en los que consintieron enrolarse. Abandónenlos todos y formen su propio ejército. Ustedes son la fuerza, ustedes son el número [ . . . ]. Alrededor de ustedes, lejos de ustedes, de Norte a Sur, de Este a Oeste, el mismo llamado se hace escuchar. Allí como aquí, se dirige a trabajadores como ustedes, a los que soportan el trabajo forzado en la fábrica, el campo o la oficina. Allí como aquí, los invita a unirse, a hacer masa como un solo hombre, a mostrar en una reivindicación única por una acción única la multitud inmensa de creadores de la riqueza despojados cada día de sus creaciones, frente al pequeño número de los poseedores de los medios de trabajo, a quienes va el beneficio de esta expoliación. Hablando de esta forma, en todos los lugares en donde la batalla ha podido darse, por medio de los camaradas elegidos para representarlo, el Partido rompe las fronteras que el modo de escrutinio tan celosamente conservado por sus beneficiarios radicales ha establecido entre todas las circunscripciones. Es como a un vasto escrutinio de lista que se invita al mundo del trabajo, el día en que está acostumbrado a oírse llamar como “pueblo soberano”. Es por un solo “candidato” que el Partido invita a todos los expropiados a “contarse”, es decir a mostrar su enorme número. Cualquiera sea el nombre impreso en la boleta, significa en todos lados algo uniforme: Proletariado. Así, la propaganda socialista para las elecciones no sólo da su definición a la lucha de clases, le da también su orientación [ . . . ]”. Bracke, “Aux élections”, L’Humanité, 17 de abril de 1910.

Sentimos aquí el trazo del largo proceso de construcción y mantenimiento de una identidad central socialista que unifica y da sentido a

142

Perímetros de lo político

todas sus manifestaciones locales. Los dirigentes socialistas pueden valerse de la fuerza del número y de la calidad de las fuerzas reunidas, que son los dos principios de legitimación de la “familia” socialista a partir de entonces unificada. Antes, la debilidad de los resultados obtenidos por cada uno de los grupos que reivindicaba la herencia socialista en vías de constitución impedía el recurso a tal sistema de justificación. Cuando los primeros grupos socialistas estructurados se suman a la contienda electoral en los albores de los años ‘80, sus dirigentes desarrollan, como lo vimos, una estrategia de legitimación que al principio da la espalda a las referencias en cifras. Si compiten para pretender representar al proletariado, la clase obrera, el socialismo . . . , el censo 37 que las elecciones permiten realizar para ellos es siempre sesgado, el cálculo es (y será siempre) incompleto, debido a tres razones que utilizan de forma alternativa o convergente en su argumentación: por un lado, las reglas del juego están trucadas en beneficio del adversario –presiones, fraudes, debilidad financiera del partido y modo de escrutinio, llevan al desvío de sufragios–; por otro lado, la educación política de las masas es algo por hacer. Su ignorancia las vuelve ciegas a sus propios intereses, les hace avalar las peores mentiras anti-colectivistas, o les hace tomar a pseudo-socialistas por verdaderos representantes de su clase. “Apenas un décimo de los electores votan con conocimiento de causa”, escribe el redactor anónimo Javelot en Le Prolétariat (posibilista) del 21 de septiembre de 1889, bajo el título “Victoria moral”. Por último, es el principio mismo del sufragio universal como modo de contabilización de las opiniones el que se revela inadecuado. Instrumento de movilización, el voto universal produce un inmenso desajuste en materia de representación; y vemos allí a los socialistas apropiarse de los primeros trabajos con cifras de los expertos en estadística (Paul Brousse, por ejemplo, se reapropia del análisis de Emile Becquart publicado en el Journal de statistique de 1886). En nombre de la ciencia, Paul Brousse se rehúsa a constituir en electorado la expresión compleja de la “voluntad del pueblo”: “Para comentar seriamente un escrutinio, mostrando todas las facetas de su significación política, el nombre y el programa de los dirigentes electos no bastan. Es necesario también conocer la edad, el nombre, la profesión del elector, su opinión personal sobre los principales temas en cuestión tales como la separación de la Iglesia del Estado, la existencia de una segunda cámara, el impuesto al trigo, la intervención del Estado en la economía, Empleamos este término de manera voluntaria. Lo encontramos entre los socialistas, en los primeros comentadores políticos y en los politólogos fundadores de la geografía electoral. 37

La cantidad de votos. . .

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etc . . . En otros términos, en lugar de un secreto escondido en el fondo de una urna, de una suerte de revelación religiosa, de esta entidad metafísica, la soberanía nacional, el voto tendría que ser un acto materialista, una operación estadística conducida con método, como por ejemplo aquella del censo de la población” (Le Prolétariat, 13 de abril de 1886). Racionalización muy interesante la de esta toma de posición que denota a la vez una posición dominada en el espacio político y una utilización de la legitimidad de la ciencia en la competencia inter e intra-partidaria. Estos discursos de negación no son, sin embargo, más que una de las caras del trabajo de concentración que está a la base de la construcción de los partidos y, luego, del partido socialista. La participación aún periférica en la competencia política simbólica engendra un conjunto de reacciones en cadena que afectan al mismo tiempo el sistema general de las posiciones en el campo y la posición relativa de los candidatos socialistas. 38 La competencia entre los grupos socialistas por la manipulación legítima de la etiqueta socialista y la reivindicación de la atribución de una porción del cuerpo electoral los llevarán, más que a los otros y antes que a los otros, a unificar nacionalmente su acción y a reivindicar un electorado socialista, parisino en los comienzos, y después nacional. Es así que vemos aparecer por primera vez en Francia partidos (originalmente uno solo) divididos en federaciones que tienen la vocación de implantarse sobre todo el territorio nacional (1879: Federación del partido de los trabajadores socialistas de Francia, 1880: PO 39, 1881: CRC, 1882: FTS y PO, 1889: CCSR, 1890: POSR, 1901: PSDF, 1902: PSF, 1905: SFIO); dotados de programas nacionales generales –Programa de Havre (1880), Programa de Montmartre (1881), modificado en Saint-Etienne en 1882, Declaración de CRC (1892), Programa legislativo del POSR (1892), Programa de Saint-Mandé (1896), Carta del PSDF (1901), Declaración de la SFIO (1905)– y especializados (programas municipales, 1881: FTS, 1891: POF, 1893: POSR, 1896: CRC – agrícolas, 1892: POF, 1894: POSR). Estos partidos difunden permanentemente un material de propaganda nacional, “envían” oradores a los departamentos, “disponen” de un órgano nacional de prensa oficial u oficioso (L’Egalité, luego Le Socialiste, “órgano central” del POF, del PSDF y luego de la SFIO, Le Prolétaire o Le Prolétariat, “órgano oficial de la FTSF”, mientras que Le Parti ouvrier no es más que un “órgano de los trabajadores socialisMichel Offerlé, Les socialistes et Paris, 1881-1900. Des communards aux conseillers municipaux, Tesis de Ciencia Política, París I, 1979. 39 Para el significado de las siglas de los partidos socialistas remitimos a la “Cronología de organizaciones socialistas en Francia”, presentada en el inicio del artículo. 38

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tas de Francia y de Argelia”, La Petite République, un diario socialista, así como L’Humanité), “ponen en práctica” una estrategia nacional de investidura (“nuestros candidatos”) y de renuncia a las candidaturas. No hay que exagerar (antes como después de 1905) ni la fuerza de la implantación ni la homogeneidad así realizada. Como todo partido, los partidos socialistas del siglo XIX son en distintos grados (según las regiones y los grupos) federaciones de empresas que cooperan y compiten por el derecho a hablar en nombre de todo el partido. Sin embargo esta pretensión precoz de orquestar y poner en escena centralmente a la “familia socialista” se apoya sobre una reivindicación, al principio tímida y después avasallante, del derecho a contarse. Desde 1881 aparecen las primeras cifras y desde 1885 las primeras controversias entre partidos rivales por establecer estadísticamente quién es el vencedor de la pequeña sub-competencia poco visible que opone a guesdistas y posibilistas por el título de “verdadero” y/o primer partido socialista de París, incluso de Francia. A los cálculos del diario posibilista Le Prolétariat, que titula “Posiciones mantenidas” y compara los resultados obtenidos en París por distintas listas socialistas en 1885 y los resultados de las elecciones municipales de 1884, se oponen las rúbricas de Le Socialiste (guesdista) que, bajo el título “Cifras y hechos”, o “Nuestras fuerzas” (24 y 31 de octubre de 1885), trabajan para combatir, números en mano, las pretensiones de su contrincante en socialismo. 40 Desde entonces, el número y el equipamiento gráfico que lo produce y lo pone en forma no dejarán de acompañar los comentarios electorales socialistas. El número permite paliar la ausencia de reconocimiento político y atribuirse las formas exteriores de la cientificidad. Los grupos socialistas, constantemente perseguidos por la angustia estadística y por la obsesión de la investigación en el terreno, encuentran allí un espacio para intentar acumular el doble beneficio de la cantidad y de la ciencia que ellos imponen, sin que por eso esta actividad contable se apoye en grandes refinamientos matemáticos. Sumando resultados dispersos, es posible establecer distinciones de uso interno (¿qué federación obtiene los mejores resultados en votos, en porcentajes de sufragios emitidos, en relación a los electores inscriptos, respecto del número de carnets de adherentes?), o de uso externo (¿cuál es el primer partido socialista –lo Daniel Renault (1880-1958, hijo de un abogado, periodista socialista): “Para un partido como el nuestro, cuyas preocupaciones principales deben ser la propaganda y el reclutamiento, lo que importa, más que la cantidad de bancas, es el número de votos” (L’Humanité, 26 de abril de 1910), o también André Morizet: “Tener candidatos electos es algo, pero lo que cuenta sobre todo es tener votos, es tener con nosotros a toda la clase obrera, desencantada, esclarecida, marchando con el partido” (ibid., 28 de abril de 1910). 40

La cantidad de votos. . .

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cual es importante para las negociaciones que conciernen a la unificación de los grupos socialistas, por ejemplo en 1899– o incluso el primer partido de Francia?). 41 Los balbuceos de la cartografía socialista

Almanaque del partido obrero para el año 1894. Entre el cuadro y el mapa, el autor produce aquí al electorado guesdista (247.969 sufragios) y su representación espacial.

Comparando los resultados obtenidos en el tiempo y según las regiones, se contribuye a nacionalizar las elecciones legislativas pero también “Un pequeño esfuerzo más y quizás nos clasifiquemos primeros, a la cabeza de todos los partidos”, L’Humanité, 13 de abril de 1914, editorial de Louis Dubreuilh (1862-1924, periodista profesional, funcionario del partido, secretario general del PSDF y luego de la SFIO, “ex blanquista”). 41

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las elecciones llamadas locales, porque se tratan estadísticamente de la misma manera los votos emitidos a favor de los candidatos que fueron investidos por el o los partidos socialistas. Desde los primeros agrupamientos balbuceados en la década del ‘80 hasta los anuncios triunfales de principios de siglo (“más de un millón de sufragios socialistas”) se construye el éxito social de la imposición de una marca política “enraizada” y reconocida por sus adversarios. Por otra parte, este propósito adquiere un tono bien realista en afinidad con los medios de objetivación acuñados (especialmente el mapa). Paul Brousse (La Petite République, 19 de junio de 1898) habla de una cristalización que se opera luego de que “la masa inorgánica del partido” se volcara sobre “la sociedad burguesa, sin tomar contacto íntimo, penetrante, con ella”. Alexandre Millerand escribe (La Petite République, 29 de mayo de 1898) que “la idea socialista ha echado profundas y vivas raíces en el suelo de Francia”. Jaurès compara al partido socialista de 1910 (L’Humanité, 27 de abril de 1910) con “una capa geológica nueva y profunda que ya asoma en algunos puntos pero que por todas partes se eleva con un movimiento lento e irresistible”. Y Bracke, comentando los mapas electorales, exclama: “El avance socialista se produjo sobre toda la extensión del territorio, conquistando uno a uno los departamentos que hasta entonces eran rebeldes, reforzando –¡y cómo!– el color de los que ya estaban pintados de negro, es decir de rojo”. [ . . . ] 34 nuevos dirigentes electos surgen “como para tomar posesión de una nueva comarca en nombre del proletariado” (L’Humanité, 17 de mayo de 1914). Convendría dar cuenta con mayor detalle de las dos cuestiones esenciales que dividen a los hacedores de grupos de los profesionales del comentario político, y reconstruir los agrupamientos y escisiones que afectan a los que se reconocen y son reconocidos como legitimados para reclamarse como parte de la etiqueta socialista. Se mostraría así como, en la SFIO de los años 1910, se establece un frágil equilibrio entre aquellos que atribuyen los sufragios al padrinazgo de la sigla que sirven y los que se atribuyen los votos emitidos a favor de la marca de la que se sirven. Problema que reencontramos de manera recurrente en la historia de estas organizaciones, donde se ve una desigualdad en los aportes iniciales de capitales personales y también diferencias en los beneficios individuales obtenidos por la manipulación de los capitales colectivos de la organización. Los dirigentes electos, aún los de origen obrero, pueden pretender ser el producto de sus resultados electorales

La cantidad de votos. . .

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en un comité electoral que controlan más que de un grupo del partido sobre el que su autoridad puede ser insuficiente. La querella de los brousistas y los alemanistas 42 en 1890, por ejemplo, es bien representativa de estas luchas internas de apropiación de los sufragios. Detrás del número único atribuido al partido se disimula una tensión constante, aún en el espacio cerrado que se instaura en 1905 por la fundación de un partido indiscutiblemente legitimado para producir el buen número de los electores socialistas. Anteriormente la fluidez de una expresión no garantizada por los portavoces oficiales dejaba la puerta abierta a las múltiples estrategias de los competidores y los comentadores; entre el grupo puro y el grupo extendido, se tantea para encontrar la buena forma del grupo. 43 El cierre inducido por el crecimiento de la organización y por el descenso de la ambigüedad inscripta en las investiduras oficiales no logra silenciar las infinitas discusiones, internas (propicias a las estrategias de tal o cual dirigente que se hace reconocer como portavoz de un subgrupo electoral, por ejemplo los agricultores socialistas) y sobre todo externas, donde los votos contados son también pesados y examinados desde el punto de vista de su pureza. También cada elección ve a los dirigentes socialistas inaugurar nacionalmente eso que es el saber-hacer del representante, del fabricante del grupo: producir una cifra, mostrar la voluntad (es decir el programa) que anima las unidades así reunidas, demostrar la homogeneidad del agrupamiento. En efecto, los comentadores reticentes denuncian las pretensiones socialistas de contabilizar el conjunto de sus sufragios: “hay que distinguir a los socialistas conscientes, a los semi-adherentes, los descontentos, los aliados” (J. Bordeau, Revue politique et parlementaire, N o 17, 1898, p. 407), “los socialistas se jactan de haber obtenido un millón de votos pero es bastante complicado definir a un socialista hoy en día” (E. d’Eichtal, Revue politique et parlementaire, N o 18, 1898, p. 60), el total de los sufragios del partido socialista comprende “un cierto número de electores de todos los partidos, y especialmente de electores de derecha” (G. La Chapelle, Elections législatives des 26 avril et 19 mai 1914, París, 1914, p.11). Los voceros del partido socialista responden invocando el cierre del partido: los candidatos investidos y disciplinados no pueden reunir más que a electores conscientes que se apropiaron del proNdT: En 1890 la Federación de Trabajadores Socialistas de Francia (FTSF), de tendencia brousista, sufre una escisión liderada por Jean Allemane que da nacimiento al Partido Obrero Socialista Revolucionario (POSR), de tendencia alemanista. 43 Luc Boltanski, Les cadres, París, Ed. de Minuit, 1982, pp. 22 y ss. 42

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grama del partido. “Es la primera vez que el socialismo se alinea en masa detrás de puntos fundamentales y de sus doctrinas [ . . . ] lean los afiches de nuestros candidatos [ . . . ] El sufragio universal nos juzgará a nosotros, a nuestro partido, a nuestra doctrina” (Editorial de La Petite République del 8 de mayo de 1898 por G. Richard [1860-1911], obrero y más tarde periodista, redactor en jefe de La Petite République [1897-1906], diputado de 1893 a 1898, luego de 1902 a 1911, socialista independiente). “Esta vez es sólo por la idea que el proletariado se ha puesto en movimiento” (J. Jaurès, ibid., 26 de mayo de 1898), desde 1896 “hemos purificado nuestro partido, hemos precisado nuestra doctrina” (ibid, 30 de mayo de 1902, R. Viviani [1863-1925], hijo de colonos argelinos, abogado, periodista, diputado de 1893 a 1902 y de 1906 a 1922, socialista independiente). “Pegué en los muros de 62 comunas rurales todos los afiches del partido, desarrollé nuestra doctrina integral en mis discursos [ . . . ], ¿quién osaría decir entonces que las campañas no responden al socialismo? (L’Humanité, 11 de mayo de 1906, M. Allard [1860-1942], hijo de escribano, licenciado en derecho, abogado, periodista, blanquista, diputado de 1898 a 1910). “Este gran partido que ha agrupado bajo su doctrina un millón de votos y que siente palpitar en él el corazón ardiente de la clase obrera . . . ” (J. Jaurès, ibid., 19 de mayo de 1906). “Los votos reunidos de esta manera no son votos del azar canalizados hacia nosotros por una de esas confusiones corrientes que atraviesan en ciertos momentos la masa electoral; son sufragios de reflexión y de razón” (ibid., 12 de mayo de 1906, L. Dubreuilh, quien niega los 100.000 votos suplementarios que Le Petit Parisien otorga al partido socialista). “El socialismo realiza progresos que todo el mundo puede constatar gracias a la cantidad de nuestros votos” (ibid., 30 de abril de 1914, M. Sembat [1862-1922], hijo de un director de correos, abogado, periodista, doctor en derecho, diputado de 1893 a 1922, ex blanquista). “Es a la pulcritud de su actitud, a la precisión de su programa, a la unidad esencial de su pensamiento que el partido socialista debe el éxito incontestable del escrutinio del domingo” (J. Jaurès, ibid., 28 de abril de 1914). 44 Sin embargo se recaban ciertas voces discordantes (“Como todos los partidos de oposición hemos agrupado en torno a nuestra bandera un cierto número de ciudadanos que votaron menos por nosotros que contra un régimen social que sufren”, A. Millerand, La Petite République, 29 de mayo de 1898). Ernest Poisson (1882-1942, hijo de funcionario, abogado, funcionario socialista, periodista) escribe que “un gran número de sufragios nos hubiera asustado” (L’Humanité, 15 de mayo de 1910). “Los candidatos se presentaron ante los electores a la buena de Dios, proponiendo cada uno por su lado y no con la autoridad colectiva del Partido las reformas inmediatamente posibles en lugar del ideal revolucionario. Podría 44

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La naturalización de la familia socialista E. Labrousse, “El ascenso del socialismo”, La Revue socialiste, N o 1, mayo de 1946, p.26.

Porcentaje de sufragios socialistas en Francia de 1848 a 1945

Los electorados son entonces producto de construcciones que se operan en diversos espacios sociales. La producción de grupos por parte de los empresarios políticos hace posibles los agrupamientos efectuados por los comentaristas y los trabajos de objetivación de los expertos en estadística, pero este trabajo político es también tributario de los ejercicios de estilo y las investigaciones de estos últimos. Otras investigaciones serán aún necesarias para dar cuenta de la puesta en sintonía a fines del siglo XIX –en espacios de competencia distintos y, por concreerse, al comparar algunos de estos programas, que el Partido se reserva la posibilidad de hablar un lenguaje diferente según las circunscripciones” (ibid., 22 de mayo de 1910, P. Aubriot [1873-1959], hijo de mecánico, licenciado en letras, empleado de comercio, diputado en 1910). Estas reticencias lúcidas deberían ponerse sistemáticamente en relación con las estrategias internas de los agentes al interior del partido socialista.

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siguiente, por trofeos distintos– de profesionales (de la política, de la estadística) que contribuyen a producir el número de votos y a establecer los fundamentos del comentario electoral politológico, de la buena lectura de los resultados de las elecciones. 45 Solo recordaremos aquí que los instrumentos de construcción de los electorados, lejos de ser “la realidad”, son una de sus representaciones posibles, e incluso participan en la construcción de una realidad que se supone que deben reflejar. La claridad y la oficialización que aportan las técnicas de recorte del cuerpo electoral en electorados pertinentes no podrían hacernos olvidar los presupuestos implícitos de este golpe de fuerza simbólico. De la boleta doblada en el sobre a la agregación en un número, el sufragio ha seguido una transmutación sobre la cual es necesario interrogarse. Los electores puestos en serie por los mecanismos del sufragio universal son juntados, reunidos en grupos que tanto los portavoces como los especialistas van a hacer actuar. Este largo trabajo de construcción de los electorados permite al político actual, por ejemplo, hablar y hacer hablar “al electorado gaullista”, al periodista anunciar que “el electorado comunista rechaza las consignas del PCF”, y al politólogo interrogarse sobre “la volatilidad del electorado socialista”. Por obra y gracia de las encuestas de opinión los electorados tienen la existencia y la consistencia que aseguran las objetivaciones exitosas. De los electores que deliberaban juntos físicamente en las circunscripciones electorales, pasamos a los votantes puestos en serie que un trabajo de agrupamiento partidario y doxométrico hace existir como grupo (real y estadístico) y luego como colectivo permanente, susceptible de ser conocido, movilizado y utilizado: los electorados. Este constructo extraño –rara vez interrogado 46– no deja por tanto de presentar problemas. Se supone que los electores así contabilizados y reunidos bajo una sigla expresaron opiniones lo suficientemente parecidas como para ser adicionadas; la boleta gaullista de Jouy-le-Potier es acumulable con la boleta gaullista del segundo Más bien buenas lecturas, ya que aunque los profesionales del comentario están de acuerdo en los números, se oponen en su interpretación. Pero tendremos una idea de la limitación de las grillas de lectura al comparar, por ejemplo, los comentarios sobre elecciones francesas con aquellos sobre las elecciones turcas o el referéndum polaco de noviembre de 1987 (donde, como en otro tiempo en Francia, el campo de los comentarios posibles es mucho menos estable). Remarquemos que en los sistemas políticos competitivos contemporáneos la valoración del número de votos tiende a ceder lugar a la primacía del número de bancas cuando se pasa del mercado político al campo de poder político (ver en el mismo sentido el trabajo de Daniel Gaxie, “Du Parlement au gouvernement: jeu et atouts dans le jeu”, Colloque l’Assemblée Nationale aujourd’hui, 1985, mimeografiado). 46 Ver B. Lacroix en M. Grawitz y J. Leca (eds.), Ordre politique et ordre social. Traité de Science politique, tomo I, París, PUF, 1985, pp. 469-565 y M. Offerlé, Les partis politiques, París, PUF, 1987, pp. 101-106. 45

distrito de París. Aún si el sentido práctico del político y las investigaciones de los politólogos revelan claramente la heterogeneidad más o menos acentuada de estos grupos, los individuos que los componen no dejan de considerarse como intercambiables entre ellos por más que no se encuentren allí por las mismas razones, ni con la misma intensidad, ni con la misma capacidad de hacer reconocer y hacer tener en cuenta los intereses que se encuentran en el principio de su voto. De la entrega de sí a la delegación 47, de la reafirmación identitaria al cumplimiento del deber cívico, el voto puede tener múltiples usos y significados. Sin embargo, los electorados no son puros y simples artefactos estadísticos o colecciones de agentes arbitriamente reunidos. Claro que existen: no es raro hacerlos hablar y actuar, como un hombre, como un solo hombre. Su éxito social impide que podamos desatender los usos de los que son objeto. Si los electorados no existen 48 en el sentido usual del término, existen no obstante a la manera de un gran número de colectivos de las sociedades complejas. 49 Trabajar sobre los electorados significa entonces rechazar el realismo espontáneo inscripto en las palabras del debate político que conduce a antropomorfizar los constructos sociales, y rechazar también el punto de vista individualista ingenuo que, al no ver en los electorados más que conjuntos de electores, impide estudiar el modo de existencia y los usos sociales (políticos o científicos) de estos grupos. El electorado de un partido es a la vez una colección de individuos, un artefacto estadístico y un conjunto de grupos movilizados; es un grupo llamado a la existencia por el trabajo de representación que lo ha hecho reconocible y que conlleva la creencia en su existencia y en su unidad: permite, así, actuar a aquellos que tienen la autoridad para autorizarse a hacerlo.

Cf. Daniel Gaxie y Patrick Lehingue, Enjeux municipaux, París, PUF, 1984, pp. 205 y ss. Cf. Pierre Bourdieu, “L’opinion publique n’existe pas”, Les temps modernes, N o 318, enero de 1973, pp. 1292-1309, reproducido en Questions de sociologie, París, Ed. De Minuit, 1980. 49 Cf. Luc Boltanski, op. cit. y Patrick Champagne, “Opinion publique ou opinions publiées?”, Réseaux, 1985, N o 13, pp. 62-73. 47 48

Movilización electoral e invención del ciudadano. El ejemplo del medio urbano francés a fines del siglo XIX ¿La elección ha sido una elección de opinión pública? Comisión de investigación sobre la elección del distrito 11 de París, 1902.

Es necesario comenzar por una verdad de perogrullo: para que haya elecciones tiene que haber electores, es decir agentes dispuestos a acordar un interés –diferencial– a la competencia electoral 1. Ahora bien, aquello que se nos presenta como un dato previo de toda investigación sobre la constitución de un mercado político parece ampliamente impensado en una gran cantidad de trabajos sociológicos e históricos que tienen por objeto los mecanismos por medio de los cuales se generan los procesos de intercambio característicos de la “democracia representativa”. Sin duda, porque las visiones comunes e ingenuas de la democracia –populistas o elitistas– predeterminan los límites de lo pensable y eliminan de su campo de investigación justamente aquello que es problemático. Sin embargo, contrariamente a lo que podríamos creer de forma espontánea, no va de suyo que el “pueblo” haya conquistado el Este estudio reposa sobre el escrutinio de archivos concernientes a las elecciones legislativas francesas de 1876 a 1914 (Archivos nacionales serie C) y las elecciones municipales parisinas de 1881 a 1912 (Archivos de la Prefectura de Policía de París serie Ba). También nos hemos apoyado en los debates de la Cámara de Diputados sobre la verificación de los poderes de los candidatos proclamados electos y sobre los numerosos trabajos de historia regional sobre este período. Los datos cuantitativos producidos aquí se referirán solamente a las elecciones legislativas, ya que la falta de lugar impide tratar las distorsiones introducidas por los distintos tipos de elecciones. Los límites cronológicos del estudio han sido fijados de forma arbitraria. En efecto, varias contemporaneidades coexisten en este lapso de tiempo, pero las fechas que retuvimos fueron elegidas en función de dos criterios: el carácter reñido o no de tal o cual competencia electoral y la proximidad de un censo de población susceptible de proveernos una base de comparación. De la misma manera, hemos retenido aquí una predefinición del “medio urbano” que se apoya en los recortes impuestos por la estadística administrativa; intentar construir redes de interrelaciones urbanas es, en efecto, muy costoso. Por lo tanto, en un primer momento elegimos apoyarnos en una gran muestra de comunas (“grandes ciudades”, “ciudades predominantemente administrativas, comerciales, artesanales o industriales”, “ciudades pequeñas y medianas”, “suburbios”) sin pretender, por el momento, organizar una tipología sistemática. 1

154

Perímetros de lo político

sufragio universal, no va de suyo que los “ciudadanos” se hayan interesado espontáneamente en esta tecnología abstracta y con periodicidad fija, que delimita y pacifica la competencia entre las elites, en este instrumento de legitimación de los gobernantes y de institucionalización de la ruptura entre gobernantes y gobernados. Reintroducir el punto de vista schumpeteriano y los principales hallazgos de la sociología de la politización en el análisis de los mecanismos que condujeron a la “invención del ciudadano” parece, entonces, indispensable. Sin pretender hacer aquí el balance de la literatura existente sobre este tema, podemos subrayar la extrema riqueza de los trabajos de Maurice Agulhon y de Eugen Weber 2 y lamentar que la dicotomía “arcaísmo-modernidad” que ellos presentan casi no los conduzca a buscar hitos cronológicos (los años 1850 o 1890) como emblemáticos de un proceso de “modernización”. Además, en estos autores la dicotomía “urbano-rural” se superpone a la anterior para delimitar zonas de modernidad precoces en donde los ciudadanos se ajustarían a su ciudadanía, lo que los opondría a los campesinos que se mantendrían ajenos a la política o replegados en problemas puramente locales. 3 En cuanto a los trabajos de sociólogos, debe reconocerse que, o bien remiten a altos niveles de generalidad, 4 o bien utilizan un conjunto de datos cuyo principio de recolección genera problemas 5. Es cierto que en los casos estudiados encontramos fenómenos que subrayaremos para el caso francés: caída momentánea de las tasas de participación correlativa a la extensión del derecho de voto; aprendizaje diferencial de la práctica del voto; imposición progresiva de la problemática legítima al conjunto de los mercados políticos locales. Sin embargo, podemos preguntarnos si las diferencias que aparecen entre estos trabajos y los desarrollos que siguen se deben a una cierta originalidad del caso francés, o si más bien provienen de presupuestos metodológicos divergentes. Ver especialmente M. Agulhon, La République au village, París, Plon, 1970 y E. Weber, La fin des terroirs, París, Fayard, 1983. 3 Ver por ejemplo E. Weber (1983), p. 399: “El campesinado se elevaba poco a poco a las ideas urbanas (es decir, generales), a las cuestiones abstractas (es decir, aquellas que no eran locales)”. 4 Por ejemplo T. H. Marshall, Class, citizenship and social development, Garden City, Doubleday, 1964; R. Bendix, Nationbuilding and citizenship, University of California Press, 1964. 5 H. Tingsten, Political behavior, Bedminster Press, 1937 y S. Rokkan, “Electoral mobilization party and national integration”, en J. La Palombara y M. Weiner (ed.), Political parties and political development, Princeton University Press, 1966; S. Rokkan (ed.), Citizens, elections, parties, Oslo, 1970. 2

Movilización electoral e invención. . .

155

En efecto, si tomamos por base la distinción urbano/rural, no encontramos para la Francia de fines del siglo XIX una participación electoral superior en el “medio urbano”. Por el contrario, en muchos casos las tasas de participación son muy inferiores a aquellas del “campo”. El grupo obrero, del cual muchos autores describen el ascenso hacia la conciencia de clase, no es en absoluto mayoritario en todas las “ciudades”, no es para nada homogéneo 6 ni es tan politizado y separatista como algunos análisis hacen creer. Si parece tal cosa es porque su visibilidad social da un salto exponencial a fines del siglo XIX, debido a una movilización política y sindical importante pero minoritaria. Es también porque los gobernantes atribuyen al conjunto de los agentes movilizados la integralidad de la ideología que vehiculizan sus dirigentes, quienes se valen del apoyo integral que su ideología recibiría para justificar la razón de ser de estos movimientos. Además, al dejarse imponer tales datos (ciudad: aglomerado de más de 2.000 habitantes), se acepta, sin controlarla, una definición preconstruida de aquello que es un espacio urbano de interrelaciones. Agregando mecánicamente cifras de participación o resultados electorales, se presupone la existencia anterior de lo que será el resultado de un largo trabajo político y de una serie de golpes de fuerza simbólicos: la creación de un mercado político nacional y la invención de los electorados. En este estudio nos proponemos presentar los primeros resultados de una investigación sobre los mecanismos que permitieron la generación de agentes lo suficientemente interesados en la competencia política como para volcarse a las urnas, con un mínimo saber práctico de la política, politizados en las dos acepciones que puede revestir este concepto 7. Se tratará aquí de estudiar la movilización en “medio urbano” a fines del siglo XIX. Emplearemos deliberadamente esta definición temporal vaga ya que los mecanismos que estudiaremos se despliegan de manera diferencial en varias décadas sin que podamos fijar ni un punto de partida (no hay un punto cero absoluto en la materia) ni un dudoso punto Aquello que llamamos “clase obrera” es siempre el resultado de la acción de múltiples agentes que lucharon por la definición y la representación de este grupo, que sin embargo es muy heterogéneo. 7 Ver S. Berger, Les paysans contre la politique, París, Seuil, 1975, y las dos definiciones complementarias de Daniel Gaxie: “atención acordada a la dinámica de la competencia política”, en Le cens caché, París, Seuil, 1978, p. 46, y de Bernard Lacroix: no “una delgada película de saber político explícito”, sino el “complejo coherente de usos diferenciados de la política”, en “Ordre politique et ordre social: objectivisme, objectivation et analyse politique”, en M. Grawitz y J. Leca (ed.), Traité de science politique, París, PUF, 1985. 6

156

Perímetros de lo político

de llegada generalizador (la evolución no es lineal ni irreversible). Y ya que el uso del término metafórico “movilización” parece controversial, precisemos que llamaremos movilización política (en el marco de la construcción de un Estado de tipo democrático en el sentido de Schumpeter) al conjunto de procesos que permiten la creación y el mantenimiento de un mercado político donde agentes en competencia 8 intentan intercambiar bienes políticos por apoyos activos o pasivos. La movilización política en sentido restringido será entendida aquí, siguiendo a Anthony Oberschall, como el conjunto de procesos por medio de los cuales ciertos agentes reúnen sus recursos a fin de alcanzar objetivos colectivos, en nombre de un grupo descontento y en contraposición a los detentores de la autoridad política 9. La movilización electoral será comprendida como el resultado del conjunto de incitaciones por medio de las cuales los emprendedores políticos trabajan para crear la costumbre del voto o reactivar en su provecho la orientación –pasiva o activa– hacia el mercado político que los mecanismos de la movilización política en sentido amplio contribuyeron a generar. Es decir que la movilización electoral puede estar excluida o incluida en un proceso de movilización política en sentido estricto. Es decir también que la movilización política en sentido amplio es la condición de posibilidad de la movilización electoral, ya que de esta forma son creados los agentes interesados en la conquista del mercado y los agentes sociales consumidores de política interesados, o supuestamente interesados, por los bienes que se intercambian en este mercado. Es decir, en fin, que los mecanismos de la movilización electoral contribuyen en parte al refuerzo periódico de la movilización y de la integración política, en la medida en que la oferta política se encuentra multiplicada y el modo de transmisión del poder por medio del sufragio universal es considerado legítimo. Señalamos así que nuestra atención se centrará en la contribución que los emprendedores políticos, interesados en los resultados de la movilización electoral, aportaron a la producción de un acostumbramiento a los procedimientos electivos. Huelga decir que esa acción es concomitante con la que se lleva a cabo en múltiples campos sociales. Esta reactivación orquestada sólo es la parte más visible de un conjunto de mecanismos que hacen posible tal intercambio político (ya se trate de Designaremos a estos agentes con el nombre de empresarios políticos o emprendedores políticos (entrepreneurs politiques). 9 Hemos retomado aquí algunos rasgos de la definición que ofrece A. Oberschall en Social conflicts and social movements, Englewood Cliffs, Prentice Hall, N.J., 1973, p. 29. 8

Movilización electoral e invención. . .

157

transformaciones de la morfología social o de transformaciones concomitantes que modifican las representaciones de la realidad). Abordar estas cuestiones conlleva el riesgo de empañar la vulgata republicana naïf o la virtuosa añoranza de un pasado en el que se proyectan todas las indignaciones frente a la supuesta indigencia del debate político contemporáneo. Lejos de ser debates de ideas con los que algunos adornan con nostalgia el pasado, las campañas electorales de fin del siglo XIX ofrecen lecturas diferenciales y perspectivas de retraducción que permiten extender el círculo de votantes más allá del cenáculo restringido de los espectadores habituales de la competencia política; lo que prueba que “un argumento de campaña electoral es particularmente eficaz si podemos descubrir en él una diversidad de significaciones” 10.

La medida de la movilización electoral El indicador más habitualmente utilizado en Francia para medir la amplitud de la participación electoral es la tasa de participación, es decir la relación entre el número de votantes y el número de electores inscriptos. Sin embargo, este instrumento parece poco apto y un tanto “deformador”, ya que no permite subrayar la amplitud diferencial de las tasas de no inscripción. Si bien la tasa de inscripción (porcentaje de inscriptos en relación a los electores potenciales) se sitúa alrededor del 93% en 1876 y del 95% en 1889, los inscriptos no están en absoluto repartidos de forma homogénea en el conjunto del territorio. 11 Los habitantes de medios rurales parecen estar inscriptos en mucha mayor medida que aquellos de las “ciudades”; y entre estos últimos aparecen diferencias considerables: cerca del punto óptimo en Roubaix, Creusot o Nîmes en 1889 (alrededor del 95%), los inscriptos no representan más que tres cuartos de los electores potenciales en París o Troyes, y dos tercios en Bordeaux y en los suburbios de las ciudades, especialmente en la región parisina 12. P. F. Lazarsfeld, B. Berelson y H. Gaudet,The people’s choice. How the voter makes up his mind in a presidential campaign, New York, Columbia University Press, 1948, p. 151. 11 Ver A. Lancelot, L’abstentionnisme électoral en France, París, Presses de la Fondation Nationale des Sciences Politiques, 1968 (mapa de la p. 33, en el que las tasas de no-inscripción están subestimadas ya que la base de cálculo es la población mayor francesa y extranjera). Ver también A. y M.-T. Lancelot, Atlas des circonscriptions électorales en France depuis 1875, París, Presses de la Fondation nationale des sciences politiques, 1970. 12 El electorado potencial fue calculado sobre la base de los únicos censos que proporcionan algunos detalles sobre la estructura de las poblaciones urbanas (1876 y 1891). Restamos a los menores, las mujeres, los extranjeros y a una gran parte de las poblaciones contadas aparte. Los datos de 1876 no deben estar muy alejados de una realidad a la que sólo podríamos 10

158

Perímetros de lo político

Parece entonces indispensable referirse a las tasas de movilización, es decir a los porcentajes de electores que efectivamente votaron respecto de aquellos que legalmente tenían la posibilidad de inscribirse y dirigirse a las urnas. Esta tasa permite medir la amplitud de la indiferencia política y reflexionar sobre las condiciones sociales de puesta en práctica de la ciudadanía que, para numerosos agentes, sólo se efectúa cuando es interpelada por una oferta dotada de realidad. La tasa de movilización permite así dar cuenta de los ritmos diferenciales de politización, ya que se presenta a la vez como el indicador de la adquisición de un “reflejo” electoral y del grado en que este “reflejo” es coyunturalmente interpelado por los empresarios políticos. Esta tasa no viene a repetir la información brindada por la tasa de participación. Aunque no podamos proceder a la demostración aquí por falta de espacio, sucede que en muchos casos estas dos tasas no varían de la misma manera. Es decir que las correlaciones explicativas de la no inscripción y de la abstención no coinciden con exactitud 13. En el cuadro n o 1 hemos seleccionado algunos municipios “urbanos” que permiten, a partir de ciertos ejemplos típicos, aclarar nuestro propósito 14. Tres aclaraciones son necesarias en este punto. Por empezar, la gran variación de las tasas, ya que las poblaciones urbanas muestran un interés muy desigual por la competencia electoral: en 1876 un elector sobre tres se dirige a las urnas en los suburbios de París, en Saint-Etienne o en Niza, mientras que uno sobre dos lo hace en París, Rouen o Bordeaux, dos sobre tres lo hacen en Lille, Avignon o Amiens, y cuatro sobre cinco en Niort o en Creusot. A su vez, la escasa magnitud de estas tasas aparece con claridad cuando las comparamos con aquellas del conjunto francés (69%) y cuando las confrontamos con aquellas de las circunscripciones rurales cercanas a las ciudades de referencia: en la mayoría de los casos las tasas departamentales son superiores a las tasas urbanas. Finalmente, las cifras de 1889 tienden a mostrar una moderación de las particularidades evocadas aquí arriba, ya que las diferencias de amplitud entre Saint-Denis y Roubaix o entre las tasas urbanas y llegar por medio de estudios locales muy costosos; y tomaremos los números de 1889 como puramente aproximativos debido a los importantes márgenes de error producto de los datos poco desarrollados del censo de 1891 (que sirvió de base para las tasas de las elecciones de 1889). 13 Convendría hacer el estudio de los usos sociales del carnet de elector que, entre otras utilizaciones, sirve a fines del siglo XIX como documento de identidad. 14 Ver la nota preliminar al inicio de nuestro estudio. i Ver nota 12

Movilización electoral e invención. . .

159

Cuadro 1. Tasa de participación y tasa de movilización en 1876 y 1889 i Tasa de participación

Tasa de movilización

1876

1889

1876

1889

Aubervilliers

65

79

33

53

Saint-Denis

66

80

39

53

Saint-Etienne

47

74

39

49

Niza

44

70

40

60

Saint-Nazare

61

66

44

39

Brest

51

48

45

37

París

77

79

46

58

Rouen

78

62

48

42

Le Havre

79

71

50

52

Bordeaux

68

69

51

47

Nantes

67

76

52

56

Toulouse

66

71

53

65

Rennes

64

66

55

50

Orléans

71

78

56

58

Lyon

76

71

57

46

Marsella

77

66

56

45

Nancy

66

70

58

63?

Angers

66

78

61

74

Perpignan

63

52

62

48

Lille

64

79

63

62

Epinal

75

73

65

67?

Vesoul

78

77

65

70

Nîmes

81

65

67

64

Laval

72

76

68

74

Le Mans

74

73

68

70

Blois

77

76

70

70

Amiens

74

78

70

72

Mantauban

80

85

70

72

Roubaix

84

82

73

75

Chateauroux

85

82

76

75

Niort

81

77

78

74

Le Creusot

81

85

80

84

Francia

74

77

69

73

las tasas departamentales se ven un tanto atenuadas. Pero la elevación de las tasas de movilización no es general: los efectos de la campaña boulangista y del comienzo de la implantación de las empresas socialistas son disímiles (véanse París y Saint-Denis y, à contrario, Bordeaux

160

Perímetros de lo político

o Rennes). A pesar de una coyuntura en principio favorable 15, parece que el crecimiento de las tasas de inscripción no implica una utilización inmediata del derecho de voto. Pasada una cierta tasa, se inscriben poblaciones para las cuales el grado de realidad de los problemas políticos corre el riesgo de ser muy débil. En ausencia de incitaciones fuertes, cabe entonces esperar un estancamiento de la movilización electoral. El cuadro n o 2 da cuenta acabadamente de estos factores contradictorios 16: si en 1876 las tasas de movilización aparecen en neto crecimiento, signo de un acostumbramiento a los procedimientos electivos, esta elevación no implica la ausencia de estancamientos o retrocesos. No se trata aquí de proporcionar una explicación sistemática de las diferencias constatables entre las ciudades estudiadas. La clasificación de las ciudades por tamaño (como indicador de volumen y de la densidad de las relaciones sociales) no es de ninguna utilidad. Los suburbios y las grandes ciudades son, es cierto, polos que se repelen: esto se debe en parte al nomadismo de una población migrante no estabilizada que cambia frecuentemente de oficio y de lugar de alojamiento. Cuando falta coacción social (como en Creusot o en la Grand-Combe), cuando las redes de sociabilidad se distienden, cuando la competencia política está todavía insuficientemente estructurada como para proponer bienes susceptibles de interesar a consumidores novatos en materia de servicios políticos, las tasas de movilización sólo pueden mantenerse a un nivel muy bajo. A la inversa, cuando se mantienen los lazos de clientela, cuando las redes de sociabilidad (de base regional como en París para los auverñanos, los limousinos o, más tarde, los bretones, o de fundamento social) se arraigan en los barrios, cuando las prácticas de patronazgo y los mecanismos de recolección de votos se instituyen, las incitaciones colectivas devienen lo suficientemente apremiantes como para reactivar y crear el sentimiento de deber cívico y generar socialmente el acostumbramiento a la realización de un acto individual, cada vez más individualizado 17.

En París el número de inscriptos y de votantes aumenta en 1889. Parece que asistimos a un fenómeno similar en las muy reñidas elecciones de 1902. 16 En el estado actual de las fuentes disponibles no es posible calcular, siquiera aproximativamente, las tasas de movilización para 1902 y 1914. Por lo tanto el cuadro 2 no puede ser leído más que horizontalmente, ya que la morfología desigual de las ciudades impide toda comparación. No obstante hemos retirado de la base de cálculo la población contada aparte (militares, miembros del clero . . . ). Las tasas muy bajas se deben en parte a la presencia de una fuerte población extranjera. 15

Movilización electoral e invención. . .

161

Cuadro 2. Porcentaje de votantes respecto de la población total (Cálculo sobre la base de los censos de 1876, 1891, 1901, 1911) 1876

1889

1902

1914

Aubervilliers

10.2

13.9

16.6

17.3

Saint-Denis

12.6

16.2

19

19.5

Saint-Etienne

12.5

15.3

20.6

20

Niza

10.5

11.8

12.4

11.7

Saint-Nazare

12.4

11.9

13.3

16.6

Brest

14.3

10.5

13.5

16

París

14.8

16.7

18.5

17.2

Rouen

15.4

13.2

17.6

16

Le Havre

13.5

13.8

14.9

14.3

Bordeaux

15.5

13.5

15.3

15.5

Nantes

15.6

17.3

18.8

19.3

Toulouse

17.2

19

22.2

21.8

Rennes

17

14.7

16.9

19.1

Orléans

17

18.3

21.8

21.4

17.5

13.7

15.3

15/15.5

14

12.5

14.5

13.6

Nancy

19.7

18.5

20

21.4

Angers

19.6

21.1

23.4

23.4

Perpignan

16.4

12.5

18.1

16.4

Lille

11.4

13.6

18.5

20

Epinal

18.2

15.5

20.2

18.2

Vesoul

16.9

20.4

23.2

16.9

Nîmes

22.2

20

20.3

16.7

Laval

16.5

19.9

20.8

21.8

Le Mans

21.2

22.3

23.1

22.7

Blois

23.2

21.4

22

21

Amiens

21.2

21

21.7

21.6

Mantauban

24.2

26.5

25.8

24.4

9

10.7

17.4

20.6

Chateauroux

20.3

23

24.8

25.1

Niort

22.1

22.9

22.8

21.9

Le Creusot

21.7

23.6

27.7

27.6

Francia

20.3

21

22.9

22.1

Lyon Marsella

Roubaix

162

Perímetros de lo político

Se trata menos de tamaño que de morfología social y de espacios sociales reales. En efecto, parece inadecuado intentar extrapolar la ley que H. Tingsten quería ilustrar cuando estudiaba el caso de las elecciones vienesas de 1923, “clara excepción a la regla general que indica que la participación crece a medida que aumenta el estatus social”. 18 Si bien advirtió en muchas ocasiones que la categoría estadística “obreros” votaba cada vez más, en todos los casos, cuando su peso aumentaba en la población, H. Tingsten, que analizaba de manera secundaria un material preexistente, no pudo estudiar las configuraciones sociales que están a la base de la producción de votos. En ausencia de estudios parecidos, basados en el escrutinio de las listas de participación, podemos no obstante, a partir del caso parisino, emitir un cierto número de hipótesis 19. De estos datos se desprenden pistas contradictorias. Por un lado, no todos los barrios predominantemente obreros están rezagados: el cuadrado del centro-noreste (formado por los distritos 3, 11 y 20 de París) se sitúa a la cabeza, sobre todo después de 1889; se trata allí de una población obrera estabilizada, calificada y de origen parisino. 20 Del mismo modo, los barrios centrales de comercios y talleres (parte de los distritos 1, 2 y 3) también revisten tasas elevadas. En cambio, los barrios menos movilizados son siempre los más burgueses y aristócratas de París (distritos 7 y 8), donde los miembros de la burguesía económica practican, con su grado de domesticidad, un abstencionismo de buena ley. No obstante, las categorías obreras más desposeídas presentan, ellas también, un aumento de los niveles de movilización. En efecto, estos sectores votan cada vez más: en 1890 un elector potencial sobre dos se dirige a las urnas en los distritos 13 y 14 (contra aproximadamente uno sobre tres en los años 1870). Para el caso del distrito 13 debe señalarse, siguiendo a A. Faure, que la no-movilidad debida a la precariedad de status y a la búsqueda de proximidad con el lugar de trabajo puede fijar El voto es en principio secreto, pero la ausencia de sobre y de dispositivo de aislamiento hasta 1914 vuelve difícil su implementación. Hay muchas diferencias entre el voto en público, manifestación acusada de sumisión clientelista, la boleta obligatoria distribuida a obreros llevados a las urnas por sus capataces y el voto a boleta abierta de muchos obreros parisinos que se dirigen individualmente a los colegios electorales (ver sobre este tema los reportajes de periodistas al día siguiente de los escrutinios y los testimonios numerosos y de delicada interpretación contenidos en las carpetas de la serie C de los archivos nacionales). 18 H. Tingsten, op. cit., p. 155. 19 Los cálculos fueron efectuados sobre la base de los trabajos de A. Faure que pudo reconstruir el cuerpo electoral parisino potencial para el año 1891 (“Les racines de la mobilité populaire à Paris au XIXe siècle”, en Changer de région, de métier, changer de quartier, Université de París-Nanterre, 1982). Nunca habremos insistido lo suficiente al decir que este tipo de trabajos puede permitir la acumulación de conocimientos tanto más que decenas de generalizaciones de apariencia teórica. 17

Movilización electoral e invención. . .

163

a una población desfavorecida y abrir así las condiciones de posibilidad de la constitución de grupos susceptibles de encontrarse con la oferta de empresas políticas que son también, como por añadidura, empresas de politización. Cuadro 3. La movilización electoral según los distritos parisinos Distritos

1889* 1893* 1889* 1893* 1898* 1902*

1o

58

45

5

13

3

2o

58.8

45

3

13

1

1

3

62

50

1

5

2

2

4o

53.2

45.3

9

11

14

13

5o

49.9

41.4

17

17

18

18

6o

59.6

47.3

2

9

4

4

7o

42.7

35.9

19

19

19

19

8o

41.7

30.2

20

20

20

20

9o

55.9

40.2

8

18

10

10

10 o

51.8

42.1

14

16

15

15

11

o

56.3

50.5

6

4

6

6

12 o

52.7

48.6

12

8

16

16

13 o

56

53.4

7

2

5

5

14 o

53.2

51.2

9

3

6

7

15 o

52

49.9

12

6

17

17

16 o

51.6

44.1

15

15

8

8

17 o

53.2

45.7

9

10

13

14

18 o (1 ra circunscripción)**

45.3

42.1

17

12

12

12

18 o (3 ra circunscripción)**

52.7

49.9

19 o

51.5

49.3

16

7

11

11

20 o

58.3

56.4

4

1

9

9

París

56

48

o

* Tasa de movilización (1889-1903). Clasificación por rango de los distritos (1889-1893-1898-1902). Ver la nota 17. Los rangos 1898 y 1902 fueron calculados a partir de datos menos precisos que aquellos indicados en la nota 17. Los primeros cálculos que efectuamos para 1876 dan tasas de movilización relativamente menos bajas para los distritos aristocráticos, pero para esta fecha como para las otras habría que descender al nivel de los 80 barrios parisinos. A falta de lugar, no podemos comentar los desfasajes existentes en los resultados de este cuadro; ellos se deben en parte al carácter heterogéneo de ciertos distritos (el 2 o o el 19 o por ejemplo) o a las particularidades de ciertas elecciones (la de 1893, que tuvo lugar en pleno verano). ** No hay datos disponibles para la segunda circunscripción.

Para desarrollos más amplios sobre este tema, nos permitimos remitir a mi tesis, Les socialistas et Paris, 1881-1900, Université de Paris I, 1979, mimeografiada. 20

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Perímetros de lo político

Las empresas políticas Conviene entonces interrogarse sobre los mecanismos propiamente políticos que hacen posible el aumento progresivo o repentino de la movilización. Digamos ya mismo que si la oferta política aparece como preeminente en el proceso de intercambio, en tanto delimita las formas de la nueva ciudadanía por medio de un trabajo de reactivación periódico (las campañas electorales) y un trabajo cotidiano (la actividad de terreno del empresario político), no se trata aquí de abandonar la visión naif del ciudadano que genera a su representante para reemplazarla por la idea cínica del emprendedor que manipula el proceso de representación. El aforismo de Gaetano Mosca, “Cuando decimos que los electores eligen a su diputado, nos expresamos sin ninguna precisión. La verdad es que el diputado se hace elegir por sus electores” 21, permite revocar este tipo de alternativa. Lejos de poder crear, por una suerte de marketing electoral de panóptico, las condiciones de su éxito, es decir las condiciones de una movilización que es tan buscada porque se supone que les concede la autoridad para hablar en nombre del mayor número de personas, los empresarios políticos se sostienen de dos maneras: por un lado, por lo que son, por el volumen y la estructura de los capitales que pueden comprometer en su propio nombre o en tanto que portavoces de una organización en la competencia política; por otro lado, por la existencia o la ausencia de grupos que acuerden una atención y un interés diferenciales a las incitaciones de estos emprendedores. El importante número de agentes no movilizados muestra bien que no tienen la facultad demiúrgica de establecer un intercambio cuando las condiciones no están reunidas; pero tienen la posibilidad de fijar los términos del intercambio y de imponer el reconocimiento o la aceptación progresiva de la legitimidad de los procedimientos de representación. Las empresas políticas que se disputan un mercado que contribuyen a hacer existir tienen características muy específicas a fines del siglo XIX: son en principio locales y personalizadas, y tienen, en la mayoría de los casos, una actividad discontinua. 22 Empresas locales, ya que el mercado a conquistar es en un principio local 23 aún si, progresivamente, las cuestiones nacionales son introducidas en la competencia local a veces con el costo de una doble retraducción (las querellas locales ilustran los debates nacionales y la política nacional es reinterpretada en una lógica local); aún si las marcas, los signos y los emblemas par21

G. Mosca, Elementi di scienza politica, Turin, Fratelli Bocca, 1953, vol. 1, p. 206.

Movilización electoral e invención. . .

165

tidarios se van imponiendo poco a poco y van cobrando sentido; aún si en la competencia local crece la introducción de recursos nacionales (capital político y social parisino), esto toma tiempo y se lleva a cabo de manera muy diversificada según las ciudades y los grupos sociales. El acontecimiento simbólico que constituye la “creación” de los partidos políticos por la imposición de una marca, de una sigla o de un líder único, y por la reivindicación de un electorado (sobre cuya construcción todavía se han formulado pocos interrogantes 24), triunfará lentamente. Recorriendo toda Francia, proponiendo bienes unificados, clasificando y clasificándose, los políticos (y los periodistas) más famosos contribuyen a hacer advenir aquello que proclaman. Pero los emprendedores locales, aún cuando busquen ser investidos como candidatos, deben primero contar con sus propios recursos y pagar con su persona los ataques personales: localismo 25 y personalización proveen puntos de referencia a los ciudadanos menos politizados que, sin estas brújulas, se enfrentarían a una maquinaria abstracta. Sino, ¿qué significaría esta participación solicitada con fecha fija, recortada de la vida cotidiana, que incitaría a votar por alguien que no se conoce directamente y de quien nadie tiene garantías? Es cierto que las empresas de protesta trabajan para imponer una nueva relación entre los electores y los dirigentes electos, pero lo hacen con resultados muy desiguales y con precaución. 26 La homogenización de los derechos de comités, mucho más precoz en estos tipos de empresas, va acompañada de un recurso más frecuente a un programa único y político (en el sentido más corriente del término). Pero los efectos de la competencia interpartidaria y la evolución correlativa de un público parcial y progresivamente politizado tienden a acarrear una doble reconCuanto más débiles son los capitales de los que disponen los empresarios y más se eleva la competencia política, más permanente tiende a devenir la organización (es el caso de los socialistas y gran parte de los boulangistas y los radicales). La organización reactivada en los períodos electorales es inútil o molesta para sus dirigentes, que se contentan con administrar su capital social informal o formal (clubes, por ejemplo). Sobre estos diversos puntos, ver la elección de Bischoffsheim, primero electo y luego invalidado en Niza en 1889. Archivos nacionales, C5313. 23 También parece difícil contabilizar sin precaución los votos de los partidos a nivel nacional durante este período. 24 Un electorado es una producción simbólica, producto objetivado del trabajo de una multiplicidad de agentes (políticos, periodistas, comentaristas políticos) que logran imponer la idea de que puede explicarse de manera unitaria aquello que es el resultado de mecanismos muy complejos y diferenciados que llevaron a los electores a votar, por distintas razones, por un mismo candidato (y en consecuencia por candidatos de una misma marca). 25 Convendría mostrar aquí cómo el argumento “Un hombre del pueblo”, e incluso en París “Un hombre del barrio”, es utilizado (y por quién), y cómo se instituye y pone en escena la defensa de los intereses locales. 22

166

Perímetros de lo político

versión 27: los agentes más localizados también recurrirán a la retórica programática, y los emprendedores a priori más desposeídos localmente descubrirán las virtudes de la argumentación local para perfeccionar su implantación y agrandar su base social. En todo caso, cualquiera sea la forma que toma la organización, una estructuración diferenciada deviene cada vez más necesaria. Sea que la empresa haya nacido de la reconversión de un capital social personal (capital de notoriedad heredado por los propietarios rentistas o los notables de la industria o de las cortes de justicia) o de la especialización de una estructura multifuncional anterior (dirigentes de círculos, de sindicatos o de asociaciones), el pasaje a una forma especializada se volvió ineluctable. En función de los tipos de capitales que estos empresarios pueden invertir en la competencia política y de los apoyos que son capaces de movilizar, podemos definir de manera típico-ideal cuatro tipos de empresa. Viendo el cuadro n◦ 4 se podrá advertir que esta tipología no coincide con la clasificación nativa del espacio político. 28 En función de su desigual acceso a los recursos personales, colectivos o estatales, los emprendedores que pertenecen en principio a la misma marca política llevarán adelante campañas electorales muy diferentes. En efecto, los recursos utilizables y la disposición (desigualmente compartida) a utilizarlos delimitan intrigas muy diversificadas. Sin duda nos desplazamos, y con serios desfasajes temporales, hacia una estructuración muy diferente del intercambio político.

El intercambio político Reconvirtiendo sus capitales en política, los notables tradicionales intentan perpetuar los lazos de clientela o de patronazgo 29 que están a la Sin embargo, los líderes nacionales pueden presentarse en muchas circunscripciones con posibilidades considerables de ganar y, a la inversa, las empresas de protesta tienen mucho más éxito ya que reposan sobre un arraigo local previo, sobre todo para los más desposeídos de capital en todas sus formas. 27 Sobre el proceso de legitimación del personal político de origen obrero, ver nuestro artículo, “Illégitimité et légitimation du personnel politique ouvrier avant 1914”, Annales. Economies, Sociétés, Civilisations, 4, 1984. [Traducción en este volumen: “Ilegitimidad y legitimación del personal político obrero en Francia antes de 1914”] 28 Es cierto que si los empresarios políticos locales disponen de recursos similares tienden a reagruparse en un mismo partido, pero esto no quiere decir que no haya excepciones. Además, por ejemplo, un médico radical en un barrio obrero llevará adelante una campaña distinta a la de un médico radical que vive en un barrio más diversificado, ya que el mercado a conquistar es diferente, y seguramente no debe presentar las mismas características sociales que su colega. 26

Movilización electoral e invención. . .

167

Cuadro 4. Capitales y agentes electorales de los empresarios políticos a fines del siglo XIX según tipo de empresa Tipos de empresas políticas

Capitales comprometidos por los empresarios

Agentes electorales

Tipos de remuneración de los agentes Materiales

Tendencias políticas

Amateurs

Recursos materiales

Agentes remunerados

Boulangistas Liguistas

Clientela

Capital personal y notoriedad Recursos materiales personales Mandatos públicos

Clientela personal Materiales y notables

Conservadores Republicanos

Patronazgo

Mandatos públicos Capital personal y notoriedad

Notables y agentes públicos

Materiales y simbólicos

Conservadores Republicanos Radicales Socialistas

Militantes

Capital colectivo militante

Militantes

Simbólicos

Boulangistas Liguistas Radicales Socialistas

base de su poder social, trabajando para conservarla o reactivarla por medio de la distribución (o la promesa de distribución) de bienes privados divisibles e indivisibles y de bienes públicos sobre todo divisibles. 30 Sin embargo, este mecanismo se agota, particularmente en el medio urbano. A partir de cierto momento, el intercambio se vuelve demasiado desigual para una de las partes y las lealtades recíprocas se resquebrajan. 31 Además, cuando existe la competencia política otros empresarios políticos intentan imponer, en nombre de una moral política también fundada sobre sus intereses bien concebidos, una visión nueva de la competencia política. 32

Distinguiremos aquí la clientela en sentido estricto (relación de dependencia personal que reposa sobre un intercambio recíproco de favores entre dos personas que controlan recursos desiguales. Ver J. F. Médard, “Le rapport de clientèle: du phénomène social à l’analyse politique”, Revue française de science politique, 26 [1], febrero de 1976, pp. 103-131), del patronazgo, modo de intercambio de servicios mucho más puntuales. 30 Designamos con estos términos, en función del origen de los bienes ofrecidos (privado o público) y de su destino (personal o colectiva): Bienes privados divisibles: dinero, empleos privados, bien de salud; Bienes privados indivisibles: favores colectivos o amenazas de sanciones colectivas; Bienes públicos divisibles: favores personales, condecoraciones, ayudas públicas, puestos administrativos o electivos, amenazas de despidos; Bienes públicos indivisibles: oferta de ayudas políticas, políticas públicas (nacionales, locales, sectoriales). 29

168

Perímetros de lo político

De la misma manera que se ha podido analizar la verdadera emergencia de la democracia ateniense como el resultado de la lucha Cimón-Pericles, es decir la victoria de la utilización de los recursos de la Ciudad contra los recursos clientelistas personales 33, podría mostrarse cómo la desaparición de las condiciones de posibilidad del cara a cara y la aparición correlativa de un personal político de origen social menos elevado, incapaz de controlar recursos sociales para constituirse una clientela o para entablar relaciones de patronazgo, permiten también explicar las nuevas formas de la competencia política. La victoria de los recién llegados sobre las elites instaladas pasa por la distribución colectiva de fondos públicos para la constitución de “clientelas” electorales y por la denuncia de prácticas tradicionales estigmatizadas como interesadas y corruptas. Y aún más cuando, en muchos casos, la práctica de los regalos y del voto en público tiende a ser nada más que instrumentos de condicionamiento social, en momentos en que el Brotgeber, protector tutelar cuya dominación va de suyo, comienza a ser vivido como un simple “explotador”. Entre la campaña electoral que hace un candidato cuando visita un barrio, las bebidas que el patrón ofrece naturalmente a su clientela y la compra de votos a cambio de algunos vasos de aguardiente, hay toda una serie de matices y de maneras muy diferentes de practicar y usar la política. Estudiar el último período del siglo XIX en el medio urbano implica subrayar cómo se pasa de un repertorio de movilización predominantemente fundado en la oferta de bienes privados, a una oferta de bienes más abstractos –bienes públicos indivisibles–, oferta de discursos, de representaciones, de imágenes de futuro, de políticas inmateriales. Pero no debería creerse que este pasaje, si bien desvaloriza los modos de representación anteriores y lanza al oprobio la compra-venta de voHaría falta, por supuesto, identificar aquí los micromecanismos que hacen posible el progresivo abandono de una relación que antes iba de suyo. 32 Los pedidos de impugnación, que deben manejarse con muchas precauciones, se apoyan generalmente en cuatro considerandos principales: reuniones de borrachera (rastels), reparto de alcohol, distribución de dinero, presión administrativa e injerencia clerical, calumnias, maniobras de última hora, fraudes en el establecimiento de las listas o el recuento de votos. Las quejas y testimonios traducen un descenso, aunque relativo, del umbral de sensibilidad de los electores: “¿La presión patronal se ejerció por otros medios que la justa influencia que puede tener un patrón humanitario y benévolo sobre sus obreros?” (JO, Chambre, 1898, p. 255). Sobre la presión patronal, ver especialmente el debate Millerand-Motte (JO, Chambre, 1898, p. 217) y sobre la presión socialista (ibid., p. 223 y M. Perrot, Les ouvriers en grève, París, Mouton, 1973). ¡Qué decir, al fin, de la acción difusa o de las presiones del clero, o de los diputados-médicos que prestan gratuitamente sus servicios! 33 R. Sealey, Essays on Greek history, 1965. 31

Movilización electoral e invención. . .

169

tos, conlleva la creación universal del ciudadano libre consciente de la importancia de su voto y de sus intereses. En efecto, como permite mostrar la sociología de la politización, esta transición no tiene por resultado la adquisición de una competencia política universal, sino la imposición progresiva del reconocimiento de la legitimidad de la utilización del voto y la adquisición de un mínimo manejo práctico para los ciudadanos movilizados. Es decir que, si bien los emprendedores políticos tienen un margen de maniobra, su posibilidad de acción está determinada por los recursos que pueden invertir en la contienda, por la lógica de la competencia que impone el mercado y por la estructuración misma de las redes que preexisten a sus intervenciones: no se puede ofrecer cualquier bien, en cualquier momento, a cualquiera. Aún antes de que los emprendedores intervengan, los electores que van a intentar agrupar y movilizar ya tienen grados de estructuración muy variados e inserciones muy diferentes en el proceso general de politización. El grado de proximidad de los grupos sociales es muy heterogéneo, y sus “intereses” son diversamente instituidos y reconocidos. Por lo tanto, no es sorprendente constatar que los grupos más “fácilmente” movilizables son justamente aquellos que aparecen como los más “reales”, es decir los que reposan en interrelaciones cotidianas o pueden hacerse eco de los llamados al orden comunitario interiorizados o reactivados por una coacción social visible y apremiante: se trate de lazos de clientela o de patronazgo, son solidaridades fundadas sobre unidades locales, arraigadas en prácticas cotidianas de barrio. 34 Cuando los posibilistas 35 tienen sus primeros éxitos electorales en París, se debe antes que nada a su trabajo cotidiano, a su inmersión en los barrios obreros y a la utilización de reuniones públicas –forma concreta y oral del debate político. Cuando los guesdistas 36 comienzan a conquistar el Norte, es sobre todo gracias a la red de cooperativas de sindicatos y de cabarets, gracias también a la amenaza de reprobación pública que hacen pesar las interrelaciones cotidianas sobre las posibles ovejas negras. Así los empresarios políticos realizan tanteos, constantemente balanceados entre la ingenuidad y el cinismo, usando con desigual rentabilidad instrumentos de creación y de reactivación del interés por la competencia misma que son capaces de instalar ante públicos diferenciados y a los que tienen acceso de forma muy desigual.

170

Perímetros de lo político

Los cuadros n◦ 5 y n◦ 6 permiten resumir muy brevemente los productos políticos que son ofrecidos y la manera en que éstos se proponen a los electores potencialmente movilizables. Está de más decir que estos bienes son siempre muy complejos. Las razones de su aceptación o rechazo suelen ser ignoradas por los propios empresarios, que están predispuestos por la lógica de su profesión a atribuir el fracaso de una movilización a la ignorancia del pueblo o a las maniobras y complots de los adversarios, y a analizar los éxitos de sus acciones bajo el modo de la simplificación generalizadora que atribuye al buen electorado una plena conciencia de sus intereses. Cuadro 5. Categorías sociales, tipos de empresas y tipos de bienes ofrecidos* Categorías sociales

Tipos de empresas Empresas de amateurs

Empresas de clientela

Empresas de patronazgo

Empresas de militantes

Clases superiores Bienes públicos indivisibles

Bienes públicos divisibles e indivisibles. Bienes privados divisibles

Bienes públicos divisibles e indivisibles

Bienes públicos indivisibles

Bienes públicos indivisibles y bienes privados divisibles

Bienes privados divisibles e indivisibles

Bienes públicos divisibles e indivisibles

Bienes públicos indivisibles

Clases populares Bienes privados Bienes privados divisibles y bienes divisibles e públicos indivisibles indivisibles

Bienes públicos divisibles e indivisibles. Bienes privados divisibles

Bienes públicos indivisibles

Clases medias

* Sólo figuran aquí, para cada caso, los principales tipos de bienes ofrecidos y los soportes esenciales de la movilización.

Nos permitimos remitir al lector a la lectura de nuestro trabajo presentado en el congreso de Grenoble de la Asociación Francesa de Ciencia Política (La mobilisation électortale en milieu urbain, mimeografiado, 60 p. y anexos) en el que precisamos los aspectos concretos de la movilización de los distintos grupos sociales. 35 NdT: El “posibilismo” (también denominado “broussismo”) es producto de la oposición al interior de la Federación de Trabajadores Socialistas entre el ala marxista-revolucionaria y el ala reformista. Opuestos a los guesdistas, los posibilistas entienden que el socialismo puede aplicarse por medio de reformas sucesivas, basadas en las leyes nacionales y en la descentralización de los municipios. 36 NdT: El “guesdismo”, cuyo nombre proviene del liderazgo de Jules Guesde (1845-1922), constituye la doctrina política dominante al interior del socialismo hasta 1914. Es identificado como el primer partido marxista de Francia y sostiene los principios del internacionalismo proletario así como la oposición a todo reformismo y a la participación de los socialistas en gobiernos burgueses. 34

Movilización electoral e invención. . .

171

Cuadro 6. Categorías sociales, tipos de empresas y soportes de la movilización* Categorías sociales

Tipos de empresas Empresas de amateurs

Clases superiores Afiches

Clases medias

Afiches Reuniones públicas

Clases populares Afiches Canciones Reuniones públicas Distribución de bienes materiales

Empresas de clientela

Empresas de patronazgo

Empresas de militantes

Prensa Visitas

Prensa Visitas Reuniones privadas

Afiches

Convocatorias

Prensa Afiches Reuniones privadas

Afiches Reuniones públicas

Reuniones y votos organizados Distribución de bienes materiales

Reuniones públicas y privadas Afiches Distribución de bienes materiales

Reuniones públicas Afiches Canciones

* Sólo figuran aquí, para cada caso, los principales tipos de bienes ofrecidos y los soportes esenciales de la movilización.

Si bien aquí no es posible interrogarse más en profundidad sobre las lógicas de retraducción de los discursos políticos, sobre la forma en que los agentes sociales se apropian de ellos lo suficiente como para prestarles atención y dirigirse a las urnas, es necesario subrayar que a fines del siglo XIX, como en la actualidad, estos agentes entablan relaciones multiformes con el mercado electoral. De la misma forma en que hay muchas razones para participar de una revuelta urbana o de una manifestación 37, hay múltiples maneras de estar concernido por una elección: la movilización electoral que podemos dimensionar con una tasa movilización es siempre el resultado de una multitud de movilizaciones simultáneas que no encuentran un sentido unitario más que por el trabajo político del que son objeto por parte de los emprendedores, los periodistas y los comentaristas políticos. Esquematizando, podemos decir que los agentes sociales, por su posición en la división social del trabajo y por la probabilidad que tienen de estar confrontados a una oferta política apropiada, pueden mantener tres tipos de relaciones con el mercado político en vías de construcción:

P. Champagne, “La manifestation. La production de l’événement politique”, Actes de la recherche en sciences sociales, 52/53, junio de 1984, p. 23. 37

172 • • •

Perímetros de lo político

una exterioridad total, en cuyo caso los bienes ofrecidos no tienen para ellos ninguna existencia y ningún grado de realidad; un reconocimiento práctico de la existencia del mercado y una percepción mínima (directa o retraducida) de los bienes ofrecidos y del interés que los mismos pueden tener; un dominio práctico e informado de la estructuración de la competencia política.

Estas relaciones dependen a la vez de los propios agentes y de los emprendedores políticos, ya que estos últimos tienen la posibilidad, en las campañas más activas, de acrecentar el volumen y la naturaleza de las incitaciones a votar, aún cuando no puedan hacer lo que realizarán sus sucesores, dado que el sentimiento de deber cívico y los mecanismos de identificación partidaria sólo constituyen un resorte para una pequeña parte de la población movilizable. También podemos emitir la hipótesis de que la movilización electoral no es más que un caso particular de la movilización política en el sentido en que la entiende Anthony Oberschall. Si retomamos el esquema que produjo este autor inscribiendo verticalmente el vínculo que los agentes tienen con el mercado y, horizontalmente, los mecanismos de encauzamiento del voto a los que pueden estar confrontados o de los cuales pueden sufrir los efectos 38, podemos desprender un cierto número de hipótesis que pueden dar cuenta de los modos diferenciales de producción de votos. 39 Queda establecido que, como lo hemos constatado, dados los grados de estructuración de los grupos, también los agentes desposeídos podrán ser movilizados debido a las repetidas incitaciones de las que podrán ser objeto. En ausencia de un mercado nacionalmente unificado y controlado por marcas políticas dotadas de visibilidad y densidad, nos encontramos con ofertas locales muy diversificadas según los contextos urbanos y altamente especializadas según los grupos sociales. Si bien ciertos mecanismos de movilización pueden parecer comunes, las formas son muy disímiles según los tipos de personal político y los tipos de público. Hacer la sociología de estos mecanismos de movilización es fundamenHabría que poder dar cuenta de las movilizaciones ascendentes y descendentes, resultados del interés bien entendido, de la presión difusa o de la coacción social que llevan a ciertos agentes o ciertos grupos a hacer lo que hace todo el mundo (algunos comerciantes en los barrios obreros, por ejemplo) o a seguir como consejos, o incluso órdenes, las indicaciones implícitas o explícitas de voto dadas por las personas importantes. Sobre estos mecanismos, consultar para la época contemporánea: Jacques Lagroye, Société et politique. J. Chaban-Delmas à Bordeaux, 1947-1965, París, Pedone, 1965. 39 Cf. P. Bourdieu, La distinction, París, Minuit, 1979, capítulo 8. 38

talmente hacer la sociología de las interrelaciones y los lugares de encuentro concretos entre ofertas que compiten entre sí y una demanda que ellas contribuyen a constituir, por lo que es también interrogarse sobre el grado de realidad que estas ofertas en competencia pueden presentar. Cuadro 7. Los modos de producción de votos Tipos de empresas

Vínculo con el mercado político Politización

Empresas de amateurs - Voto sobre los temas centrales - Presiones

Empresas de clientela

Empresas de patronazgo

Empresas de militantes

- Voto sobre los temas centrales - Presiones

- Voto sobre los temas centrales - Presiones

- Voto sobre los temas centrales - Presiones

Sentimiento de deber - Entrega cívico - Presiones

- Entrega: voto de clientela - Presiones

- Entrega - Presiones

- Entrega: identificación partidaria - Presiones

Exterioridad

- No-inscripción - Abstención - Voto de clientela

- No-inscripción - Abstención - Venta del voto - Voto de conformidad - Voto errático

- No-inscripción - Abstención - Voto de conformidad - Voto errático

-

No-inscripción Abstención Venta del voto Voto errático

Sin que podamos aún especificar por medio de qué mecanismos se efectúa este encuentro, es decir cómo se genera e instituye un mercado político unificado, podemos señalar que si la existencia de redes de relaciones es indispensable para los emprendedores que transforman sus expectativas, la forma que toma este trabajo político de representación lleva a una transfiguración de los “intereses” de los ciudadanos, poco a poco englobados en los mecanismos de mercado. En lugar de poder crear el mercado político a su antojo, de forma consciente y cínica, los emprendedores políticos son tributarios de este mercado. Lo que aportan –como por añadidura– por medio de su competencia son los tipos de bienes y las tecnologías que, volviéndolos indispensables, encuentran también consumidores que pueden descubrir en ellos un mínimo grado de realidad. Lejos de ser una consecuencia lógica de la movilización (en sentido amplio) de los individuos, la “democracia representativa” aparece mucho más como el resultado del conjunto de las luchas y competencias que los empresarios políticos libraron.

El voto como evidencia y como enigma Libros comentados: Alain Garrigou, Le vote et la vertu. Comment les Français sont devenus électeurs, París, Presses FNSP, 1992, 288 p. Patrice Gueniffey, La Révolution française et les élections, Tesis de Historia, EHESS 1989, 2 volúmenes multigrafiados, 546 p. + anexos. Raymond Huard, Le suffrage universel en France 1848-1946, París, Aubier, 1991, 493 p. Patrick Lagoueyte, Candidature officielle et pratiques électorales sous le Second Empire (1852-1870). Tesis de historia, París 1. 1990, 3 volúmenes multigrafiados, 1129 p. + 2 volúmenes de anexos, 1622 p. Marie-Joëlle Redor, De l’État légal à l’État de Droit. L’évolution de la doctrine publicisté française 1879-1914, Aix-París, Economica, Presses universitaires d’Aix-Marseille, 1992, 389 p. Pierre Rosanvallon, Le sacre du citoyen, París, Gallimard, 1992, 409 p.

Hasta los últimos años, la historia y la sociología del sufragio universal eran ámbitos, si no bandonados, al menos tratados por omisión. Ciertamente hablaban del tema las tesis de historia regional, los trabajos de ciencia política que tratan sobre el sentido y el carácter censitario del voto o las obras de los juristas sobre derecho electoral, pero en tanto su objeto no era ni la institución sufragio universal ni el acto de votar (en el sentido muy práctico del término), construían la elección a partir de otro punto de vista y para objetivos diferentes. Ahora bien, vemos que desde hace varios años aparecieron y aparecen un conjunto de trabajos que renuevan ampliamente el tema y permiten hacer un balance de nuestros conocimientos y formularnos un conjunto de preguntas sobre la forma en que se puede escribir la historia (social, sociológica, intelectual, política) de esta institución.

Banderas y barreras disciplinarias Antes de discutir el fondo de la problemática en cuestión, no se podría eludir el problema de la toma de la palabra en este espacio, en tanto el conjunto de estas obras –de manera explícita o no– remite a la cuestión de la historia política y la historia de lo político. Al decir de numerosos autores, se ha resuelto la cuestión de los Annales y en adelante es posible abogar, sin vergüenza, por el renacimiento de una historia política despojada de las escorias marxistas o de sus epígonos. El argumento de

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René Rémond queda claro desde este punto de vista, cuando se vale de los atributos de cientificidad atribuidos (¿son innegables?) a los Annales para delimitar mejor su alcance: “Abrazando los grandes números, trabajando en la larga duración, tomando los fenómenos más globales, buscando en las profundidades de la memoria colectiva o del inconsciente las raíces de las convicciones y los orígenes de los comportamientos, la historia política realizó una revolución completa”. 1 Aunque se olvida quizás que hay una historia de lo político en los Annales que no se resume a la tercera parte de Fernand Braudel 2 y que rompe con las definiciones más convencionales de la esfera de lo político y “por tanto” del campo de investigación de las disciplinas que pueden contribuir a su conocimiento 3. En efecto, las tres principales obras reseñadas aquí se diferencian y se distinguen, en primer lugar, por una delimitación a veces polémica de las fronteras disciplinarias. Raymond Huard, ubicándose bajo la égida de René Rémond, se propone inaugurar una nueva visión de y sobre “la historia política habitual” abordando la historia de Francia “desde el punto de vista del sufragio universal”. Alain Garrigou también se refiere al “tiempo largo de la política” al subrayar que “la distinción entre un tiempo largo de la historia económica y social y un tiempo corto de la historia política no tiene mucho sentido. Vuelta un dogma, impidió concebir los procesos largos de la historia política”; y se colocó bajo los auspicios de otros inspiradores muy distintos: Durkheim, Elias, Goffman. Pero es seguramente en Pierre Rosanvallon donde la demostración se encuentra más acabada. Las páginas 11 y 12 de su obra merecerían citarse in extenso, en tanto constituyen un verdadero manifiesto que instituye una jerarquía explícita entre las maneras de trabajar la historia: descalificación “de la historia política tradicional”, rechazo de una “historia de las ideas o instituciones”, cercana a la historia-batalla, desconfianza respecto al reduccionismo “de la historia social” en favor de una historia “más conceptual”, de una “historia intelectual de lo político” consistente en “comprender las condiciones en las cuales se elaboran y se transforman las categorías con las cuales se refleja la acción, analizar cómo se forman los problemas, cómo éstos atraviesan lo social, delineando un marco de posibles, delimitando sistemas de oposición y tipos de recusación”. René Rémond, Pour une histoire politique, París, Seuil, 1988, p. 31. Fernand Braudel, La Méditerranée et le monde méditerranéen à l’époque de Philippe II, París, A. Colin, 1949. 3 Basta con referirse a Les rois thaumaturges de Marc Bloch, Strasbourg, Publications de la Faculté des Lettres, 1924. 1 2

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Construir objetos Situadas en tres espacios de referencia disciplinaria distintos (historia política, historia intelectual y sociología política), estas tres “historias” construyen objetos bien distintos a partir de puntos de vista muy diferentes. El objeto recortado por Raymond Huard queda claramente asumido: “definición de la ciudadanía y las condiciones de ejercicio del derecho de voto”, “práctica del sufragio”, “debate de ideas” y “dialéctica entre sufragio universal e instituciones políticas” forman su esqueleto. Trabajo de roturador basado en una importante bibliografía de historia, la prensa y un acervo de afiches, pero que indaga bastante poco en archivos originales. Trabajo pionero muy poco discutido por sus dos sucesores, unos de los cuales, Alain Garrigou, lo cita para deshacerse de los “debates doctrinales que recorren la historia del sufragio universal” 4 en tanto que el otro, Pierre Rosanvallon, revoca una opinión basada en la confusión del principio y los procedimientos: “no se puede poner en pie de igualdad a las historias del escrutinio, de la representación proporcional o del cuarto oscuro y la del derecho de voto”. 5 Es decir que el propósito de Rosanvallon es más limitado: concentrarse en el derecho de sufragio. Y más ambicioso. No se trata solamente de subrayar la especificidad de la historia de Francia sino de reconsiderar todo el gran siglo XIX pensando la entrada a la modernidad a través de la institución del sufragio. Así, desacredita las tipologías al estilo de T. H. Marshall 6 y reconsidera las evidencias producidas por una visión de la historia basada en la superioridad del conflicto de clases. Los socialismos –Marx como sus competidores– no son nunca más que una forma de organicismo y el principio del Estado benefactor es inventado mucho antes de que sea admitida esta “equivalencia a la vez inmaterial y radical entre los hombres” que introduce el sufragio universal, que “entreabre algo inaudito”: la llegada de la edad del individuo y la formación de un nuevo vínculo social. “El derecho de sufragio produce a la sociedad misma: es la equivalencia entre los individuos que constituye la relación social” (p. 15). La democracia es mucho más moderna y revolucionaria que el socialismo. Como ya es habitual, Pierre Rosanvallon moviliza una documentación de primera y segunda mano absolutamente notable, constituida Nota 2 p. 9. De hecho, el autor cita muy poco los materiales que constituyen la base de los trabajos de R. Huard o de P. Rosanvallon. 5 p. 19. Destaca no obstante que estas historias se cruzan a veces al final del siglo XIX. Con todo, la manera en que trata los debates de 1817 (p. 216 y p. 222) indica que esta diferencia de naturaleza entre derecho de voto y técnicas electorales no es evidente. 6 T.N. Marshall, Class, Citizenship and social development, Garden City, Doubleday, 1964. 4

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de amplias indagaciones de documentos originales para los momentos clave de su demostración. En cuanto a la obra de Alain Garrigou, su observación es diferente, puesto que se trata para el autor de descentrar el interés acordado a las elecciones, construidas generalmente a partir de sus consecuencias o como reveladoras de las estructuras de la opinión, para comprender de qué manera la institución sufragio universal, desde entonces naturalizada, se ha constituido en y por los usos que hicieron aquellos que la “habitaron”. Para que haya elecciones es necesario que haya electores, y es necesario también que haya candidatos. El acto de votar hace aparecer objetos, producciones y conceptos nuevos 7 de la urna a los electorados, de los carteles a los comentarios . . . el elector, recuerda Garrigou, elige pero “se olvida que la elección primero ha ‘hecho’ al elector” (p. 18). El trabajo está basado en el escrutinio de unas sesenta cajas de archivos, así como en los debates parlamentarios y en la movilización de manuales electorales que proporcionan múltiples anécdotas e indicaciones sobre el aprendizaje de la obtención de votos.

La cuestión cronológica Cada cual con su punto de partida. Pero más allá de estas diferentes aproximaciones, ¿qué nos hacen ver estos trabajos? En primer lugar, y es un tema recurrente en este terreno, nos muestran que hay un problema previo de cronología. Problema triple, punto de partida y punto de llegada. Problema de escansión interna en la manera de periodizar y de escribir la historia. Problema también de las zonas de sombra, de los agujeros negros de la historiografía. Para Pierre Rosanvallon, que aboga por una suerte de escucha flotante de los orígenes, no se trata de remontarse a las elecciones del Antiguo Régimen, que no tienen, según él, más que un parecido superficial con lo que luego será llamado “elecciones”, ya se trate de las elecciones eclesiásticas o comunales. Para el autor, hay que ir a ver el momento en que “se produce el giro”, cuando “un problema empieza a trabajar” en algunos autores –¿no estamos aquí en una muy clásica historia de las ideas? Ante todo en Locke y en los fisiócratas, para quienes la propiedad es el soporte de la representación. En especial en los constituyentes –Sieyès, Condorcet, Target . . . – a quienes se consagra un tercio del libro. Es allí que todo cambia drásticamente. Es allí que emerge la figura moderna Se refiere aquí a las actas del coloquio sobre el acto de voto organizado por el GRAV (Grupo de investigación sobre el acto de voto) del CRPS en diciembre de 1992 (véase Revue Française de Science Politique, 1993/1 y en Politix). 7

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del ciudadano-elector, figura abstracta y desocializada. Ni propietario ni contribuyente, ni censitario ni enraizado en las comunidades o en los intereses, el ciudadano es un sujeto autónomo y abstracto. El tipo de sufragio adoptado en 1789 puede ser calificado, según el autor, de “universal”. Las exclusiones no están fundadas más que en distinciones naturales. Así, para los revolucionarios pensar la autonomía del individuo lleva a codificar exclusiones del cuerpo cívico que se dirigen fundamentalmente a aquellos grupos pensados como provenientes de la esfera natural o familiar, por tanto exteriores a la sociedad política y carentes de la independencia intelectual, social o económica que define al individuo autónomo. Los menores y las mujeres, pero también los incapaces, los domésticos, los monjes, los mendigos y los vagabundos y los pequeños contribuyentes. Francés, hombre, mayor, con domicilio, no incapaz, pagador de un mínimo de impuestos: este es el ciudadano activo constituido como individuo que rompió marras con su inserción anterior en la sociedad corporativa. Resumen de la vía francesa a la ciudadanía cívica: oscilaciones entre un sufragio muy restringido y un sufragio masculino universal. Los ingleses, en cambio, acceden a la ciudadanía por la eliminación progresiva de las condiciones censitarias. 8 Sin embargo, tanto en Francia como en Inglaterra, la cláusula de residencia, la inscripción en un territorio, permanece como una condición y una consecuencia de la ciudadanía que Rosanvallon retoma sin extraer verdaderamente sus consecuencias (p. 78). Toda esta larga historia que hace pensable y decible lo que Rosanvallon llama un sufragio ya universal, es abandonada por Alain Garrigou, que no convoca a ninguno de los oradores revolucionarios y fija su punto de partida cronológico en las elecciones de 1848. El “montaje” de la institución sufragio universal, término al que se apela en la introducción aunque luego no sea utilizado sistemáticamente, le interesa poco. Para el autor, por otro lado, “las doctrinas mismas permanecían subordinadas a las luchas y a las representaciones ordinarias de la vida política” (p. 78). Para otro objeto, otra cronología: se trata de comprender las evidencias naturalizadas del presente –el voto universal y secreto– al mostrar cómo la institución fue a la vez construida y ocupada por sus usuarios, los electores y los candidatos. Para ello, el tiempo largo de la política, más allá de los regímenes y de las peripecias electorales, “elude la cronología precisa”, y el período 1848-1914 se vuelve rendidor. Es la imagen que desarrolla ya Antonin Lefèvre-Pontalis, Les lois et les moeurs électorales en France et en Anglaterre, París, Michel Lévy, 1864, en especial pp. 252-253. 8

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Para Raymond Huard, por último, el período anterior a 1848, que “inaugura verdaderamente la historia del sufragio universal en nuestro país” (p. 14), es invocado rápidamente a título de una herencia revolucionaria (burguesa y restrictiva en los constituyentes, democrática sin futuro inmediato pero reivindicada más tarde, en los convencionales) y de una herencia censitaria (hay elecciones, ciertamente de uso limitado, bajo las dos monarquías constitucionales). Y el estudio se acaba en 1946, en el momento en que la victoria de las fuerzas democráticas durante la Liberación “brinda la ocasión de una actualización sin precedentes de la institución” (p. 15); la adopción de la representación proporcional viene entonces a coronar el edificio igualitario. 1848-1914, 1848-1946, o 1770(?)-1990 en Rosanvallon (que abandona su relato cronológico a fines del siglo XIX para retomar en la larga duración el tema del retroceso de las fronteras de la ciudadanía: mujeres, niños, incapaces, “indígenas” y extranjeros, sin omitir una representación del no humano). Segundo problema, el de las escansiones internas, los tiempos fuertes de estas “historias” –con focos y ángulos diferentes– del sufragio universal. Hay unanimidad sin ninguna duda para el conjunto de los autores en torno a 1848-1851, punto de inicio naturalizado, y en torno al final del siglo 1880-1914 (inmensa parte de la obra de Garrigou, más de un tercio en Huard, un quinto en Rosanvallon). En cambio, hay también desfasajes muy sensibles: Huard presta una fuerte atención a los debates de los años 1870 y también a los períodos posteriores a 1914, Rosanvallon realiza un larga discusión sobre el universalismo del sufragio, la representación de los intereses y capacidades bajo la Monarquía de Julio y después de la Comuna; y Garrigou pone el acento en la invención del cuarto oscuro, iniciando su observación en la elección de 1914. Para el autor, la individualización materializada del voto viene a cerrar y a subrayar un proceso en curso de terminación. Anteriormente encastrado en las relaciones sociales, el voto se convierte lentamente en una forma fugaz y particular de actividad social. Sin embargo, no caigamos nuevamente en el debate historizante sobre las fechas 9 ya que no hay aquí una historia del sufragio sino historias que nosotros cruzamos y que construyen o siguen sus cronologías en función de su problemática. Señalemos, no obstante, para terminar con estas cuestiones, que estas tres obras permiten delimitar bien las zonas de sombra de nuestros conocimientos. Aún si los métodos de tratamiento del tema pueden plantear algún problema, las grandes confrontaciones en torno a la cuestión del sufragio son relevadas por las obras de Huard y de Rosanvallon 10 y los tres

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autores proporcionan sólidas bases historiográficas para la comprensión del final del siglo XIX. En cambio, la práctica (si se puede utilizar este vocabulario poco riguroso) del sufragio antes de 1848 11, bajo el Segundo Imperio, y después de 1918, permanece aún mal definida. Antes de 1848, no habría “verdaderas” elecciones 12 el Segundo Imperio sería un paréntesis infeliz durante el cual el sufragio universal se atascó, y las elecciones posteriores a la Primera Guerra Mundial sólo tendrían interés en tanto permiten al historiador y al sociólogo de la política disponer de series largas y cuantificables sobre las estructuras de una opinión que se revela en el fondo de las urnas. O incluso . . . 13

Elecciones revolucionarias La tesis de Patrice Gueniffey viene, en efecto, a llenar esta laguna que representaba la ausencia de interés por las elecciones revolucionarias. No volveremos aquí sobre la primera parte, de factura bastante clásica, que refiere a la construcción del derecho electoral revolucionario. Aunque el calificativo de censitario aparece en la pluma del autor, para él, la tensión que existe entre la afirmación de la universalidad del derecho de sufragio y su confinamiento no demuestra la ambigüedad o la duplicidad de los constituyentes, sino que traduce a la vez una creencia en la necesidad de una legitimación amplia del poder y una desconfianza respecto a una multitud dependiente y manipulable. De ahí el temor a Cf. la puntualización de Pierre Rosanvallon en la p. 21 y en su conclusión, y de Alain Garrigou en su epílogo, donde aborda la cuestión de la comparación de las “elecciones libres” en el tiempo y el espacio. La multiplicación de los procedimientos electivos en el marco de las “salidas de dictadura” hizo crecer el mercado de la exportación de las tecnologías democráticas así como la reflexión sobre este tema. Ver sobre este punto, por ejemplo, Georges Couffignal (ed.), Réinventer la démocratie: le défis latino-américain, París, Presses de la FNSP, 1992. 10 Remitimos a Stéphane Rials, “Les royalistes français et le suffrage universel”, Pouvoirs, 1989, n◦ 20 y, más recientemente, a Odile Rudelle, “Le suffrage universel”, en Jean-François Sirinelli (dir):Histoire des droites en France, París, Gallimard, 1992, volumen 3, para la historia de las ideas de derecha relativas al derecho y la organización del sufragio. 11 Remitimos a los trabajos de André Jean Tudesq, en particular “Institutions locales et histoire sociale: la loi municipale de 1831 et ses premières applications”, Annales de la Faculté des lettres et des sciences humaines de Nice, n◦ 9-10, 1969. Políticamente, quienes apoyaban este método de extensión del sufragio son derrotados en 1848 y en 1875. Sus voces se hacen oír en los debates de 1874. Seguramente, no hemos agotado aún el significado de esta otra vía de acceso a la ciudadanía electoral en el marco comunal rural. 12 Jean-Yves Coppolani, Les élections en France à l’époque napoléonienne, París, Albatros, 1980. Al igual que Pierre Rosanvallon, olvida los plebiscitos. 13 Las formas de acceso de las mujeres a la ciudadanía en 1945 no han suscitado hasta ahora trabajos de investigación. 9

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la coalición de los más ricos y los más pobres. De ahí la idea de que el sufragio censitario es un compromiso provisorio para conjugar exigencias contradictoras. Se trata, como lo confiesan sus partidarios, de un “sufragio universal en devenir”. Entre la explicación frecuentemente esgrimida de los votos de los constituyentes, que defienden por anticipación los intereses de la burguesía, y esta interpretación que concede bastante rápido un cheque en blanco a la buena fe de los actores, podría llevarse a cabo, para sobrepasar una historia-muy-historia-de-las-ideas, una reflexión sobre lo que son la política y las tomas de posición políticas, en el momento mismo en que este espacio se encuentra en vías de autonomización y de organización. En el momento mismo en que los actores no son, en el sentido posterior del término, profesionales de la política, y que ignoran que se encuentran en proceso de producir un nuevo tipo de actividad social. En resumen, ¿cómo dar cuenta de la lógica intelectual y práctica de las tomas de posición de estos constructores del espacio 14 político, que no deben integrar en sus acciones la gestión de sus recursos políticos? Gueniffey destaca mucho más que Rosanvallon 15 la escansión de los ritmos y movilizaciones revolucionarios en la comprensión de las argumentaciones de los diseñadores de la institución sufragio. El segundo punto que debe destacarse, además del debate relativo a las exclusiones, es la gestión de la base de la ciudadanía. Gueniffey pone de manifiesto que el problema de la propiedad es central. Si numerosos revolucionarios pensaron, con los fisiócratas, que era la tierra lo que debía representarse, les es difícil salir de este marco de pensamiento. Los electores ciudadanos de segundo grado y los elegibles son “verdaderos ciudadanos” de hecho, mientras que los ciudadanos activos se distinguen de los pasivos por su estado de contribuidores fiscales mínimos, indicador arbitrario de su posición “de accionista social”, según la fórmula de Sieyès. Proprietarios en el sentido lockiano y no fisiócrata del término. Este diseño muy vigente constituye, según Rosanvallon, El artículo de D. Gaxie, “Les partis politiques et les modes de scrutin en France (1985-86): croyances et intérêts”, in Serge Noiret [éd.], Political Strategies and Electoral Reforms: Origins of Voting Systems in Europe in the 19th and the 20th Centuries, Baden Baden, Nomos Verlagsgesellschaft Baden Baden, 1990, propone un marco de reflexión sobre este tema para el período contemporáneo. 15 En dos breves páginas (p. 185-86), P. Rosanvallon recuerda que la disución sobre la ley electoral se realiza en el trasfondo de la movilización popular (“la historia intelectual es indisociable de la historia social”). Para otras perspectivas sobre las elecciones revolucionarias, remitimos en especial a los trabajos de Paul Bois, Paysans de l’Ouest, París, Flammarion, 1971; a los de Melvin Edelstein, “La place de la Révolution française dans la politisation des paysans”, AHRF, n◦ 280, 1990; y a los de Jean-René Suratteau, “Heurs et malheurs de la "sociologie électorale" pour l’époque de la Révolution française”, AESC, n o 3, 1968. 14

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que sistematiza numerosos descubrimientos de Gueniffey, la clave de la comprensión de la relación francesa con la ciudadanía. Lejos de derivarse de una situación social anterior (la propiedad), la ciudadanía “anticipa al contrario el futuro de la sociedad moderna relacionándola con su esencia. El ciudadano es el individuo abstracto, a la vez más allá y más acá de todas las determinaciones económicas, sociales o culturales que lo hacen rico o pobre, inteligente o retrasado mental, prefigura al hombre igual” (p. 87). Pero el trabajo de Patrice Gueniffey parece aún más novedoso cuando retoma el expediente electoral revolucionario desviándose “de lo que siempre ha constituido la parte fundamental de los estudios electorales –el análisis de los resultados”. Toma entonces a contrapelo las problemáticas electorales clásicas y también la historiografía revolucionaria que abandonó este terreno. ¿Qué puede aprenderse en esta doble dirección, observando “episodios accesorios” que a lo sumo, “al renovar a los equipos en el poder, confirman cambios y depuraciones que ya tuvieron lugar”? Doble historia de las elecciones revolucionarias y de la revolución de la elección. El estudio plantea directamente la cuestión del carácter incompleto de las fuentes y de las interrogaciones que deben hacerse a estos restos dispersos. ¿Cómo calcular tasas de participación cuando no existen listas electorales propiamente dichas, cuando las actas son sorprendentes (con respecto a nuestras normas), cuando las categorías bien codificadas y objetivadas con las cuales pensamos los resultados (inscriptos, votantes, votos válidos, votos obtenidos por tal o cual candidato) aún no fueron producidas? Los activos potenciales formarían un 61,5% de la población mayor de 25 años y los “votantes” representarían una minoría muy pequeña (y muy diversificada geográficamente): 31,1% en 1790, 17,4% en 1791, 14,7% en 1792, 28% en 1793, 16-18% en 1795. Los electores “vuelven a sus casas” a partir de 1791 . . . En cuanto a las orientaciones políticas, no se puede “deducir nada sobre lo que se llamaba el espíritu público”, y el autor, a partir de algunos casos, estudia en primer lugar las variaciones de opiniones de los representantes. Los mismos electores designaron individuos que tenían trayectorias completamente diferentes y que, según las circunstancias y las relaciones de fuerza, pudieron ordenarse bajo las banderas parisinas de los Feuillants, de los Girondinos o de los Montañeses, recodificando las querellas locales anteriores. Es sin duda en el estudio de la forma misma de la elección que la observación de Gueniffey es más novedosa. La elección revolucionaria asocia, en efecto, prácticas antiguas (el voto en asamblea y la prohibi-

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ción de las candidaturas) y prácticas nuevas (el voto secreto por escrito e individual en la cabecera del cantón). Así, parece querer romper las formas de lealtad comunitarias y hacer de la elección no un “acto de reafirmación de la cohesión de la comunidad” sino una forma de gestión de las divisiones. Con todo, la participación en el acto electoral toma formas bien diferentes. Las de 1792 y 1793 se desarrollan a menudo según el modelo parisino del voto nominal en voz alta e inteligible, con publicidad de las sesiones y “preparación” de la asamblea por la movilización previa de los grupos revolucionarios rivales. Pero las elecciones de 1790 y 1791 presentan también, a pesar de la escasa participación en virtud del miedo, de la negativa a prestar el juramento cívico que implica el reconocimiento del hecho de la Revolución, o a la incomprensión frente a un acto nuevo e indeterminado socialmente, características alejadas de las anticipaciones atribuidas a aquellos que las promueven. La deliberación 16, que formaba el fondo de las experiencias previas, se transforma a menudo en tumulto, en conciliábulos y en maniobras en las que las solidaridades locales preexistentes que se pensaba disolver resurgen en negociaciones entre comunidades autoorganizadas. Las sesiones electorales que incluyen la verificación del derecho al voto desembocan así en numerosas maniobras donde la individualización del voto y la producción de un ciudadano desprendido de sus vínculos sociales y sus intereses aparece como una virtud del espíritu. ¿Es necesario, por lo tanto, concluir con Gueniffey que el sistema electoral, destinado a ser conservador pero contaminado por las pasiones revolucionarias, sólo comienza a funcionar según su “modelo” a partir del momento en que los revolucionarios son vencidos y las candidaturas son legalizadas por el decreto del 25 Ventoso del año V (lo que suprimiría las estrategias minoritarias antes de las asambleas)? Los escrutinios del año III al año V serían así “pre-democráticos”. Sin embargo la emergencia del pluralismo y de la competencia no resistió la intervención del régimen directorial ávido de controlar a posteriori los resultados que no le convenían. La retórica del modelo y su aplicación empobrecen seguramente el interés de la observación.

“La asamblea electoral”, “el colegio electoral” continuan perteneciendo al vocabulario de la elección en tanto que toda discusión o deliberación políticas son de allí en más prohibidas en la sala de votación. Las prácticas concretas del voto en asamblea debieron tomar formas muy variadas incluso hasta 1848. 16

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El desencastramiento de lo político El problema que se plantea es, en efecto, el que aborda frontalmente Alain Garrigou en su obra a partir de una reflexión sobre los usos de la elección. Para él, lejos de tratarse de la marcha real de la encarnación de un principio en el funcionamiento de una institución, la historia del sufragio universal, reconstruida a partir de las prácticas de sus “usuarios”, es el resultado de distintos tanteos y ensayos prácticos. “El principio de la opinión personal (un individuo, una opinión, un voto) era concebido confusamente por los promotores del sufragio universal” (p. 277). Dejando a un lado los grandes debates de principio sobre el sufragio (por ejemplo 1789-92, 1817, 1847, 1848-50, 1874-75), el autor procura comprender su producción a través de la aparición correlativa del ciudadano-elector y del empresario político. Prolongando trabajos previos 17 al mismo tiempo que sistematizándolos, muestra cómo, paradójicamente, “el voto fue un acto social reapropiado según esquemas de percepción preexistentes” (p. 58), cómo la intensidad de los vínculos sociales y de las relaciones de dependencia pudo producir fuertes participaciones y conducir a prácticas de voto comunitario bien distantes de una cierta retórica del sufragio universal. “Inicialmente, aunque más no sea por el hecho de la desigualdad del saber-hacer, la institución electoral reforzó los lazos de la dominación social” (p. 71) y la “movilización electoral y por tanto el éxito del sufragio universal estuvieron parcialmente asegurados por los mecanismos de dominación que luego se convirtieron en su negación” (p. 277). La elección está encastrada en la vida social y el elector de quien se temen la degradación o la brutalidad, el “demasiado” de la pasión o el “demasiado poco” de la indiferencia, debe ser guiado, enmarcado, controlado. 18 Esta visión, a la vez espantosa (el populacho, el número) y tranquilizadora (la sumisión, la deferencia), que devuelven la inmensa mayoría de los testimonios de archivos, corre el riesgo de inducir al investigador hacia una visión muy unilateral de la politización, que la elección tiende a difundir y canalizar. Ciertamente, el descubrimiento de un continente social autonomizado –lo político– tuvo como efecto deslegitimar los antiguos saber-hacer reivindicativos y protestatarios, si no hacerlos desaparecer. 19 Pero Alain Garrigou destaca con razón que si bien siempre se tiende a atribuir a las élites sociales una capacidad de clarividencia y sangre fría que ellas pretenden acreditarse en su relación con la barbarie de los de abajo, estas élites también debieron aprender el manejo del sufragio. Ahora bien, no es posible negar que las élites sociales intentaron controlar y difundir un método de gestión de los conflictos sociales

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y “los desafíos emocionales de la vida social” 20, aún cuando algunas sólo se convirtieron tardíamente y a falta de una opción mejor a este tipo de regulación política. 21 Sus propios esfuerzos fueron coordinados o paralelos a aquellos de múltiples actores que se comprometieron en esta empresa por razones y según modalidades muy diferentes.

El aprendizaje del deber cívico Puede así destacarse, siguiendo a Olivier Ihl 22, la manera en que se abre durante los veinte últimos años del siglo XIX una política festiva que acompaña el proceso de politización e integración en y para la República. Sin querer fundar una religión cívica republicana, los republicanos en el gobierno instauran un calendario festivo que se vincula con las ceremonias previas al mismo tiempo que se propone combatirlas. Se trata de promover, contra las prácticas comunitarias y el simbolismo católico, una socialización en una nueva “intimidad colectiva”. La orquestación es nacional pero es en los pequeños municipios donde se arraigan estas prácticas que contribuyen, ellas también (la cuestión de los efectos aislables es aquí insoluble), a legitimar no sólo un régimen sino también una manera de vivir juntos: la República. Esta política acompaña, así, la conquista republicana del pueblo (bajo las formas muy variadas de las apropiaciones locales) y naturaliza una forma razonable y contenida de participación ciudadana que el acceso al sufragio también traduce. La tesis de Yves Déloye 23 permite también hacer avanzar la reflexión a partir de un material que tuvo hace tiempo su hora de gloria: los manuales escolares. El autor puede así destacar cómo las obras republiCf. en especial Daniel Gaxie (éd.), Explication du vote, París, Presses FNSP, 1985, p. 11 a 20 y p. 77 a 174; Bernard Lacroix, “Ordre politique et ordre social”, en Madeleine Gravitz y Jean Leca (éd.):Traité de science politique, París, PUF, 1985, Tomo 1 p. 517 a 539; e Yves Déloye y Olivier Ihl, “Des voix pas comme les autres”, RFSP, n o 2, 1991. 18 Ver sobre estos problemas Susanna Barrows, Miroirs déformants, París, Aubier, 1990. Debe decirse que Gabriel Tarde distingue claramente lo público, los públicos y la multitud. 19 Para ingresar en la reflexión sobre este punto, cf. Alain Corbin, Le village des cannibales, París, Aubier, 1990 y particularmente la nota 140, así como los trabajos de Maurice Agulhon. Ver también el capítulo 1, “La violence comme savoir social”, de la tesis de Renaud Dorandeu “Faire de la politique”: contribution à l’étude des processus de politisation. L’exemple de l’Hérault de 1848 à 1914, Tesis de Ciencia Política, Universidad de Montpellier 1, 1992. 20 Philippe Braud, Le jardin des délices démocratiques, París, Presses FNSP, 1991. 21 La producción de los años 1871-1875, revisitada por R. Huard y por P. Rosanvallon, merece mucha atención. 22 La citoyenneté en fête: célébrations nationales et intégration politique dans la France républicaine de 1870 à 1914, Tesis de Historia, EHESS, 1991. 17

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canas de moral y educación cívica ponen en escena, en su diversidad, una definición de la ciudadanía que funda su necesidad y su legitimidad en la producción de un individuo autónomo capaz de expresarse sin pasión, personalmente, en el conjunto de la vida social (y particularmente por el voto secreto). En oposición (ideal-típica) con la enseñanza católica que permanecía fiel “a una representación naturalista y comunitaria de la Nación”, pero obligada no obstante a llamar a la defensa católica también en el terreno del sufragio universal. Esta confrontación es estudiada en el terreno a partir de las movilizaciones y contramovilizaciones católicas y republicanas alrededor de los manuales, cuyo envite es nada menos que el control de la socialización cívica de la población francesa.

“Ortopedia social” y usos del sufragio Sin embargo, se cometería un error al pensar que este descenso de la política hacia las masas y “la ortopedia social” o “la domesticación del elector” hayan sido unilaterales. Garrigou (como Deloye e Ihl) destaca bien tres fenómenos. El elector, lejos ser ese idiota de pueblo que pintan las caricaturas, realiza un aprendizaje de las distancias sociales, de la deferencia calculada y del intercambio. Aprende también a apropiarse de la relación electoral. Por una parte, porque la dominación puede muy bien aparecer bajo el modo de lo “evidente” encantado o naturalizado (a falta de oferta alternativa). Por otra parte, porque esta relación de dominación puede utilizarse bajo la forma del regateo: los candidatos son asistidos, son “castigados”, como escribe Boni de Castellane o como lo expresa la declaración del diputado Ollivier sobre las elecciones en Bretaña. La reunión de borrachera [rastel] electoral manifiesta también la potencia de las colectividades sobre los candidatos (p. 119-120). Y más aún cuando otros competidores que disponían de otros recursos proponían bienes públicos indivisibles ante los bienes privados que esgrimían los notables tradicionales. Es decir que, si la elección “hace” y transforma al elector, ella hace y produce competidores de estos notables para quienes la elección era la “ratificación de la autoridad social evidente”, según la bonita expresión de André Siegfried. La llegada a la arena electoral de nuevos aspirantes dotados de recursos diferentes La citoyenneté au miroir de l’école républicaine et de ses contestations: Politique et religion en France XIXe- XXe siècles, Tesis de Ciencia Política, Universidad de París 1, 1991. Como su título lo indica, este trabajo supera ampliamente la pregunta por la llamada ciudadanía cívica. 23

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redistribuye las cartas: éstos no pueden ni quieren jugar el mismo juego y por tanto van a construir otra imagen del pueblo y del intercambio electoral. Es cierto, sin erigir la competencia popular en justificación del sufragio universal 24, ya que si para los republicanos el número no es “brutal”, amerita no obstante que se ocupen de él (“esclarecerlo”, “guiarlo”). Si se reconoce la autonomía del elector, si los prolegómenos del análisis politológico 25 comienzan a aparecer, nadie produce, con todo, una definición del sufragio que vaya más allá de la de Ledru-Rollin (lógica de la igualdad y medio de evitar las revoluciones) o de la profesión de fe universalista de Clemenceau (“el principio del sufragio universal no permite ningún compromiso. Da el mismo derecho al sabio y al ignorante; lo otorga en virtud de un derecho natural”). 26 Sin embargo, este pueblo que depende de ellos y del que ellos dependen es en adelante considerado como emisor de una opinión al momento de votar. Por lo tanto, conviene ayudarlo a producirla (escolarización, o universidad popular en caso de recaída) y a mantenerla. Las grandes leyes de 1913-14 que Alain Garrigou coloca en el centro de su demostración aparecen, de este modo, como el resultado del proceso de desencastramiento del voto de su control comunitario. Llega la hora del cuarto oscuro, que corona el largo proceso de individualización del voto y del reconocimiento implícito de la capacidad ciudadana. Y marca también la victoria de estos empresarios de moral y virtud cívica. Ciertamente, admiten en adelante lo que sus antecesores habían rechazado (el voto en el municipio o el escrutinio uninominal), pero logran la ley que garantiza el voto secreto y deslegitiman las prácticas corruptivas. Al calificar jurídicamente como ilegales las prácticas que durante mucho tiempo se habían considerado legítimas, o al menos tolerables, ratifican un largo proceso mediante el cual las antiguas técnicas de conquista de votos, que incluían falsos ruidos, uso de la dominación o compra de votos, se habían devaluado o transformado progresivamente. Haciendo obligatorio el sobre y el cuarto oscuro, ponen un punto final al desarrollo de la individualización (material) del acto de voto y a la construcción simbólica de su significación. Liberan al elector de las presiones y obligan Como lo recueda Garrigou (p. 169), se trata de una convención más tácita que razonada. Las caricaturas de la prensa pasan lentamente del atolondrado o el borracho a la ingenua burla, y luego al que ya no se deja pasar. 25 Cf. Michel Offerlé, “Le nombre de voix”, Actes de la recherche en sciences sociales, n◦ 71-72, 1988 [hay traducción en español, en este mismo volumen: “La cantidad de votos. Electores, partidos y electorado socialista en Francia a fines del siglo XIX”]; Pierre Favre, Naissances de la Science politique, París, Fayard, 1989; Alain Garrigou “Invention et usages de la carte électorale”, Politix, n◦ 10-11, 1990. 26 Citado por P. Rosanvallon p. 15. 24

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al defraudador a inventar otros medios, ligados menos a los actores del voto 27 que a los objetos del voto (boletas-listas-urnas). Liberan también al representante de la dependencia que mantenía con el elector (subvención y contra-subvención): aunque, al mismo tiempo, la obligación del programa explícito y la inversión en las campañas electorales crean otros sometimientos. 28 El cuarto oscuro no es en Garrigou un simple mueble, una simple técnica como en Rosanvallon, que apenas lo discute (p. 19 y 448). Se trata de un instrumento que realiza, en el sentido fuerte del término, un nuevo vínculo entre el elegido y el elector y abre verdaderamente la vía a una relación de intercambio propiamente política en el marco de un ritual austero. Una burbuja democrática recortada del mundo social y que vive según sus propias leyes. Se desearía poder citar aquí las múltiples anécdotas y análisis 29 con las cuales el autor destaca a nuestros ojos la singularidad de este intercambio electoral que contribuyó a la “politización” de la población francesa. Asimismo, desearíamos destacar sus aportes a la comprensión y el conocimiento de los objetos materiales del voto y de su encuadramiento: el cuarto oscuro, el espacio de votación, las boletas, la urna o los programas . . . pueden así, una vez retrabajados sociológicamente, devenir objetos construidos que no sean sólo curiosidades arqueológicas. Se lamentará, no obstante, además de la escritura por momentos caprichosa de la obra, que el autor, al tomar partido por el “tiempo largo de la política”, haya borrado algunos debates historiográficos o sociológicos.

Redescubrir el Segundo Imperio El período del Segundo Imperio está un poco descuidado, aunque se incluye con mucha razón en el tiempo largo de este acceso a la politización; Rosanvallon lo ignora casi completamente y Huard le concede una interpretación clásica que resulta de la visión republicana del régimen Sin duda, las formas de la presión se transformaron, pero todas las “presiones” están lejos de haber desaparecido. Se encuentran anotaciones últiles sobre el trabajo prefectoral preelectoral en los años 1960 (distribución de favores, elección de los adversarios, candidaturas apoyadas o desaconsejadas) en el libro fuertemente anecdótico de Charles Rickard, Vérités sur les élections, J.-P. Gisserot, 1991. 28 Aún cuando se trate de casos diferentes en todos los puntos, podría deslizarse la analogía a partir de las relaciones artesanos/comanditarios, artistas/mercado, abordadas por Norbert Elias en Mozart sociologie d’un génie, París, Seuil, 1991. 29 Sobre el ambiente y los incidentes de la campaña y del voto, sobre la evolución del saber-hacer, sobre el trabajo político (cf. en especial las páginas relativas a la red de Mackau), sobre la construcción de la desviación electoral y de la dignidad del elector . . . 27

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imperial. Sin embargo, pasa algo importante bajo el Segundo Imperio, y la tesis de Lagoueyte viene a precisar las intuiciones de Guy Hermet, que escribía que la participación electoral había crecido constantemente, que se había vuelto “más auténticamente representativa de una opinión informada” y que los votos de oposición crecientes contribuyen a consolidar el carácter democrático del régimen. 30 A partir de una óptica y de una estrategia de demostración muy –demasiado– historizantes, Lagoueyte viene a colmar un vacío historiográfico. Lo que solemos llamar candidatura oficial no es una particularidad del Segundo Imperio. Antes como ahora, se concibe frecuentemente la elección menos como el hecho de escoger, como un desempate (cualquiera sean sus fundamentos), que como la ratificación de una decisión tomada anteriormente. Al votar, los electores responden a una prescripción estatal que puede asimilarse a otras prácticas vinculantes como la conscripción o el pago de impuestos. Lo que el Segundo Imperio introdujo es una sistematización de la práctica por medio de la organización y la orquestación meticulosa de la presión administrativa. Además de la desmovilización de los opositores por medio de la vigilancia y la represión, estableció un marco electoral erigido en la movilización de la pirámide administrativa, de los prefectos a los jueces de paz, de los alcaldes hasta los peones camineros, y la preparación meticulosa del conjunto de las operaciones, de la división en circunscripciones al trabajo sobre las listas, de los carteles blancos hasta la distribución sistemática de las boletas de los candidatos oficiales . . . Con todo, el conjunto de la tesis de Lagoueyte demuestra el carácter evolutivo de las prácticas electorales imperiales y destaca la paradoja de estas elecciones. “El Imperio permitió, seguramente para defender a su cuerpo, la emergencia del ciudadano rural, por la que hacían votos todos sus adversarios, sin darse cuenta de que nacía en sus narices”; “se puede decir que en el momento de la caída de Napoleón III, las costumbres electorales francesas se encuentran fijadas, en sus grandes rasgos, por décadas”. De hecho, es bajo el Imperio que las normas fundamentales de la organización del sufragio se codifican (decretos de 1852) y que una parte de las prácticas, apoyos y materiales electorales se extienden (boletas y carteles, reuniones públicas, candidaturas, propaganda electoral a domicilio, reglamentación de las urnas . . . ). Es que, en efecto, “la administración” no es una cosa, un aparato. Su movilización exitosa supone una serie de condiciones. La ocupación de 30

Aux frontières de la démocratie, París, PUF, 1983, p. 82.

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un mandato político tampoco se improvisa. El personal político imperial no corresponde a lo que desearían los dirigentes centrales. Y, sobre todo, el debilitamiento de las coacciones políticas y el crecimiento de la competencia (de notables monárquicos y republicanos y de una nueva generación política menos dotada de redes relacionales pero que comenzaba a construir empresas sistemáticas de conquista de los votos) desembocan en una triple consecuencia. Los electores comienzan a ganar su autonomía y a considerar la elección como un objeto en disputa. Los opositores inventan un nuevo papel político, el de candidato libre que puede usar los mismos métodos que sus adversarios (el rastel electoral, las presiones y los fraudes) o intentar imponer un nuevo modelo de conquista y recuento de votos basados en la virtud de las elecciones, de los electores y de los dirigentes electos (véase la relación que mantiene Gambetta en 1869 con sus mandatados de Belleville). Eso obliga, por fin, a los candidatos oficiales a tomar distancia del patrocinio administrativo, fuente de sus recursos; a transformarse ellos también en elegibles en el sentido en que lo entiende Marc Abélès, y en consecuencia a aceptar la batalla en el terreno de la conquista de votos y no en el de la simple presión administrativa. Las candidaturas únicas en provincia pasan de un 46,4% en 1852 y un 49,8% en 1857 a un 25,9% y un 11,3% en 1863 y 1869. Las últimas elecciones imperiales se asemejan en muchos aspectos a las de la Tercera República. El material reunido por Lagoueyte es impresionante, aún cuando su construcción y su exposición sean demasiado descriptivas y enumerativas. Lamentamos, y la reserva vale también para los demás trabajos aquí citados, que ciertos problemas sean ocultados.

El elector y los electores En primer lugar, y sin volver a caer en la verdadera falsa querella del fechado (¿la modernidad aparece en 1848, en 1869, en 1898?), hay que tener en cuenta que no se puede, en el estudio de la actividad electoral, razonar en términos de elector en singular o de electores indiferenciados. Ciertamente, Lagoueyte intenta poner en evidencia algunas diferencias regionales y Garrigou pretende oponer la situación de Aviñón en 1876 a la de Narbonne en 1898. Pero podríamos haber esperado tentativas de sistematización ideal-típicas que permitiesen dar cuenta de los ritmos diferenciales de transformación de la relación con el sufragio en los electores y en los candidatos. El horizonte de 1870 o el horizonte de

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1913 pueden llevar aquí a fenómenos de ceguera, explicables por los recortes de objeto. 31 Además, puede asombrar el lugar finalmente minúsculo concedido a las elecciones menos conocidas –las municipales– de las que se sabe por otra parte que son las más ricas en envites dotados de un fuerte grado de realidad. Y se puede pensar que contribuyeron a hacer sentir concretamente el significado del acto de voto. El acostumbramiento creado por esta repetición significativa no debe descuidarse. 32 Además, si Lagoueyte pone de manifiesto que bajo el Segundo Imperio los electores urbanos no son los más espontáneamente movilizados, lo que recorta conclusiones ya observadas para la Tercera República, casi no se interesa, al igual que Garrigou, por el aprendizaje del voto por parte de estas poblaciones. Ahora bien, no se puede generalizar el esquema (paso del notable al empresario) para el conjunto del territorio. El estudio del voto urbano permite trabajar sobre las formas “modernizadas” de patronazgo, y sobre la aparición de transacciones en base a bienes públicos indivisibles. Permite también comprender mediante qué procesos los comentaristas, al inferir de “lo urbano” a lo rural (o más bien a las formas diferenciadas de los rurales por su sufragio) construyeron poco a poco el voto como resultado de una opinión constituida.

La universalización del voto El conjunto de trabajos reseñados proporcionan así una amplia cosecha de información sobre la habituación, el acostumbramiento, la domesticación a través de los dispositivos materiales y cognitivos que canalizan y permiten dar cuenta de la expresión electoral. Excepto en el caso de Rosanvallon que, al deslizar la idea principal de su obra –cómo reconciliar el número y la razón–, ve el pueblo concreto a través de la figura del pueblo que producen aquellos que entran en competencia por su definición y su dirección. Los campesinos que están allí son campesinos de papel o de discurso, aquellos sobre los que Ferry va a hacer descansar la base republicana después de haber denunciado su incuraPreferir una historia tecnológica antes que una historia cronológica elimina algunas dificultades. Pero la contextualización sobre secuencias delimitadas que permiten dar cuenta del “color” del tiempo parece indispensable para incluir la forma, la naturaleza y la intensidad de intercambio de “golpes” y de su secuencia. 32 Cf. en especial Maurice Agulhon (dir), Les maires en France du Consulat à nos jours, París, Publications de la Sorbonne, 1986; Christian Thibon, Pays de Sault, les Pyrénées audoises au XIXe siècle: les villages et l’État. Centre régional d’éditions de Toulouse, 1988 Éd. CNRS, p. 110, 133, 194... ; cf . la tesis ya citada de Renaud Dorandeu, en especial p. 53 y siguientes y la revista Politix , n o 6 de 1989 y n◦ 15 de 1991. 31

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ble ignorancia. No se trata del campesino del que el historiador social o socio-historiador intenta dar cuenta a partir de los usos que hace del sufragio, y que sólo aparece muy episódicamente en la obra, esencialmente como objetivo, raramente como actor movilizado, casi nunca como elector. Pero este empecinamiento por seguir la pista inicial lleva al autor a abrir nuevas perspectivas al reflexionar sobre lo que llama “el trabajo de la universalización”. De ahí surge una reflexión que prolonga los trabajos reunidos por Michelle Perrot con respecto a la capacidad electoral de las mujeres 33: el “retraso” francés no es explicable –o no exclusivamente– por los prejuicios sociales y los cálculos políticos. Debe explicarse en referencia a la historia larga del sufragio. Las mujeres británicas acceden más rápidamente a las urnas ya que allí son llamadas a hacerlo en tanto que mujeres, representando intereses particulares. Las francesas sólo accederán al sufragio después de pasar por el filtro del universalismo. Para acceder al voto, las mujeres deben antes acceder al estatuto de individuo autónomo, mientras que en el extranjero su integración en la ciudadanía es corolario de la extensión de las políticas sociales como forma de “maternismo” político 34. La misma demostración se utiliza para el estudio de las restricciones a la elegibilidad de los empleados domésticos y de los pobres o de las justificaciones que buscan excluir del electorado a los “alienados” (según criterios formalmente jurídicos en Francia, donde solamente los inimputables se excluyen del derecho de voto) o los “niños” (que, menores, comienzan a ser reconocidos como sujetos de derecho). Desde entonces, individualidad biológica y ciudadanía cívica coincidirían, coincidirán para contradecir así a Guizot, para quien el sufragio universal, tomado al pie de la letra, era increíble y absurdo, puesto que “no hay día en que todas las criaturas humanas, cualquiera sean, puedan ser llamadas a ejercer derechos políticos”. 35 Se deja de lado a los extranjeros, que constituyen la última frontera insuperable: la universalización del sufragio no puede, según Rosanvallon, infringir este límite que separa la sociedad civil (a la cual los extranjeros pertenecen) de la sociedad política (que implica “inscripción en una historia y en una cultura política”). Por lo tanto, las tres historias del sufragio universal propuestas por Pierre Rosanvallon se superponen sin confundirse. Tienen temporalidades Michelle Perrot y Georges Duby (éd.), Histoire des femmes, tomos IV y V, París, Seuil, 1992. 34 “El ‘golpe de teatro’ de 1919 no es fácil de analizar” escribe Rosanvallon para explicar el voto masivo de la Cámara de Diputados en favor del derecho de voto para las mujeres. La historia intelectual de lo político no puede sin duda omitir el pasaje por la historia política de lo político. 33

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propias y escansiones diferentes. La historia “jurídica e institucional” dista mucho de cerrarse, puesto que los límites de la esfera cívica han sido ampliados sin cesar. La historia “epistemológica” sigue estando abierta, puesto que el número y la amplitud suministrada a su poder de decisión nunca obtuvieron una legitimación frontal. La historia “cultural”, bautizada también “historia técnica” o “historia material” del sufragio, se acaba a principios de siglo, en el momento en que el sufragio se trivializa y entra en las costumbres 36. Aunque su historia, en el sentido historiográfico del término, es un territorio aún sin cultivar. Pero para Rosanvallon es la historia epistemológica la que está en el puesto de comando y permite explicar la singularidad francesa. Singularidad de Francia abordada menos en términos de precisión cronológica que a partir del significado que cubre la distancia temporal existente entre la aceptación jurídica del principio y su recepción nunca teorizada (a falta de un montaje articulado entre número y razón) en la cultura política francesa. 37 Habría así, en Francia, “un problema específico de epistemología de la democracia”. El racionalismo francés que recorta el interés general de los intereses particulares se opone así al utilitarismo británico que construye la democracia sobre el suelo de los intereses. “Lejos de encarnar un modelo, la democracia francesa constituye más bien el repertorio de las aporías de la modernidad política” (p. 455). Las obras analizadas confirman claramente un retorno de lo político en la historiografía francesa. No en el estrecho sentido en que una historia política intentaría mostrarlo, sino en la apertura de un nuevo continente atento a la investigación de quienes piensan que la historia política no se limita a las interrogaciones, los métodos y las problemáticas de la historia de la política. Abierto también a quienes no olvidan que la historia de lo político pasa también por la historia de la política. Al compás de estas lecturas aparecen así terrenos sin cultivar que hemos señalado a lo largo de este artículo. Pueden referir a períodos olvidados, objetos abandonados (el comentario electoral, la formación de las organizaciones políticas, el material electoral, las formas –no solamente jurídicas– de la exclusión electoral . . . ). Implican nuevas miradas, François Guizot (26 de marzo de 1847), Histoire parlementaire de France, París, Michel Lévy, 1864, p. 383. 36 El problema que plantea este método es el de la articulación entre estas historias. ¿Cómo pensar la concordancia de los campos donde se construye el sufragio universal? 37 Solamente Rosanvallon aborda la cuestión desde un punto de vista comparativo y es incluso uno de los objetos centrales de su obra. Hay allí un vasto territorio a conquistar para la sociohistoria de lo político. 35

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incluso sobre las formas contemporáneas del acto de votar, en virtud de la atención prestada al dominio práctico y a los usos que hacen los electores de su derecho de voto. Esto significa, sin lugar a duda, que se acepta combinar en esta tarea el oficio de historiador y el oficio de sociólogo.

La parte del derecho También hubiéramos podido esperar que los autores hicieran más hincapié en la contribución propia de los juristas al conjunto de estos procesos. La obra que María-Joëlle Redor consagra “a la edad de oro de la Tercera República” (1879-1914), que es también “la edad de oro” de la doctrina publicista francesa, nos interesa indirectamente, puesto que la autora se pregunta por los debates que oponen a los juristas al legal-centrismo francés, es decir, a la omnipotencia parlamentaria contra la cual se construye un Estado de Derecho. Y en su camino la autora encuentra la cuestión de la soberanía (su titular y su amplitud), la de la representación (¿qué representan los parlamentarios, cuál es la naturaleza de su mandato?), y en consecuencia la del alcance y las formas de un sufragio universal que los juristas deben integrar a falta de asumirlo plenamente. Si bien la autora razona a partir de categorías preconstruidas (por ejemplo “la doctrina”) y sobre la base de una lectura y una confrontación muy “interna” de los textos, echa luz sobre un conjunto de producciones insuficientemente conocidas que revelan los interrogantes que afloran en el plano jurídico en el momento de la naturalización del derecho de sufragio. Junto con el comentario politológico que acompaña el sufragio, surge así una elaboración propiamente jurídica que, en otros terrenos y con otros conceptos, se da por tarea pensar los puentes que llevan del gobierno representativo a esta monstruosidad jurídica 38 que es la democracia representativa. O se está en el marco de una democracia donde el pueblo gobierna directamente, o se está en el marco de un régimen representativo en el cual el gobierno de las capacidades se encarga de hacer hablar a la voluntad general que no preexiste a su expresión y que el pueblo elector –extendido hasta el sufragio universal– no podría “poseer”. 39 Si el nuevo personal político –demócrata por virtud y por interés– acepta iniciar nuevas maneras de hacer y de prestarse a las ceremonias del programa, de la libreta electoral, de la presentación en el comité electoral, del acta de mandato, o incluso de la dimisión en blanco, los puntos de referencia se

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transforman. “Una antinomia cada vez más profunda se produjo entre este sufragio y el régimen representativo, de tal modo que el principio que debía garantizar el triunfo de este régimen amenaza hoy, casi por todas partes, con sumirlo en la decadencia y la ruina”. 40 A pesar de la autonomización de un mundo de juristas que ya no son, como antes, los autolegisladores de sus propias doctrinas, vemos que la argumentación polémica (miedo al número, menosprecio del nuevo personal político) 41 prima en la reflexión sobre el mandato. Y las soluciones que preconizan remiten a los debates políticos sobre la representación proporcional (que extrañamente algunos avalan aunque está en total contradicción con la teoría de la soberanía nacional) y sobre la representación de los intereses (también incompatible con este principio). La autora no da pistas sobre el lugar exacto que ocupan los juristas en la construcción de la institución sufragio universal, pero destaca su indispensable trabajo de acompañamiento de la emergencia de la democracia llamada representativa. Una manera también de reflexionar sobre las producciones de los revolucionarios a las que Rosanvallon dota, sin duda en demasía, de un don de dos caras, puesto que pudieron resolver la aporía de esta democracia inexistente que no podían anticipar, pero a la que iban a legar el principio de la representación y el princpio de una determinada igualdad. Terminaremos subrayando que el conjunto de los trabajos aquí comentados incitan a la reflexión a partir de tres entradas presentes de manera implícita y explicita, que deberían permitir prolongar los resultados obtenidos con enfoques diferentes y a veces excluyentes.

El sufragio universal como institución ¿Qué es el sufragio universal? Es una “institución”. El término aparece frecuentemente en estos textos en un sentido a veces relajado o de manera más construida. Garrigou hace frecuentemente mención a este Así, el famoso artículo 3, párrafo 1, de la Constitución de 1958: “La soberanía nacional pertenece al pueblo que la ejerce por sus representantes y por medio del referéndum”. 39 Sobre estas cuestiones, ver el capítulo preliminar de Daniel Gaxie, Le cens caché, París, Seuil, 1978. 40 Th. Ferneuil, “La crise de la souveraineté nationale et du suffrage universal”, Revue politique et parlementaire, 1896, tomo X, p. 491. Ferneuil como Fouillée y por supuesto Benoist deberían ser revisitados. 41 Según Charles Benoist, publicista y diputado moderado, en “Parlements et Parlementarisme” (citado por María-Joëlle Redor, p. 95), las condiciones de posibilidad de funcionamiento del régimen representativo son: un personal político “informado, competente, independiente, desinteresado, capaz de soportar la contradicción, tolerante”. Lo que no le parece característico de quienes, a fines de siglo, construyen y vuelven aceptables las reglas del juego político, virtuoso y republicano. 38

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término en su introducción, aunque sin referirse a él de manera continua y sin integrarlo en su índice temático. Con todo, la cuestión que trata es la historia de la institución sufragio universal, o más bien la historia de su institucionalización. En este sentido, reflexionar a partir de este punto de vista implica, como lo hacen los autores de Le Président de la République, interesarse en “la construcción de la institución” como resultado de “compromisos y actividades heterogéneas, nunca completamente queridas ni totalmente controladas por nadie, sin abandonar jamás la idea de que la institución escapa, por esta misma razón, a sus autores, como a sus intérpretes, aunque no tenga quizá otra consistencia que aquélla que le confieren la variedad de las empresas que tienden a apropiarse y a servirse de ella”. 42 Esto es, un programa de investigación que se propone reintegrar el derecho en la órbita de las cuestiones sociológicas y que implica una interrogación sobre las génesis de la institución y sobre las coyunturas críticas donde se deja ver el trabajo multiforme de los actores interesados en y por la construcción de la institución, a través de los usos que hacen de ella. Formalización, codificación, consolidación, son así la avanzada de una interrogación sobre la intervención realizada por las múltiples partes involucradas en esta construcción. Esta recopilación es entonces un incentivo para deshacerse de una visión “institucional” o “institucionalista” de las instituciones (el estudio estricto de los textos, el significado único de un texto, las intenciones del instituyente como verdad del texto, la atribución de un texto a su autor jurídico . . . ) y a combinar los enfoques para dar cuenta de los procesos diversificados de la institucionalización. ¿Cómo se inventó y se trivializó el sufragio universal? Como hemos visto, las historias referidas aquí se dan la espalda. En Huard, los ciudadanos, los hombres y los pensadores políticos contribuyen a ello. En Garrigou, se hace hincapié en la relación continua entre los electores y los empresarios de política. La codificación jurídica se percibe en este marco como el resultado nunca fijado por adelantado “de la uniformización de las conductas”. Para Rosanvallon, al contrario, y a pesar de la presencia de estas tres historias cruzadas y jerarquizadas a las que se refiere, la institución parece ser la lenta, contrariada pero ineluctable realización de una historia teleológica inscrita en los debates iniciados por los revolucionarios de 1789. Una historia intelectual que, si bien abre una perspectiva sobre lo que el autor denomina la “cultura políBernard Lacroix y Jacques Lagroye (ed.), Le Président de la République, usages et genèses d’une institution, París, Presses FNSP, 1992, p. 9-10. Sobre esta problemática, ver también Pascal Vennesson, L’institutionnalisation de l’armée de l’air, 1890-1934, Tesis de Ciencia Política, IEP, París, 1992. 42

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tica” francesa (dicho de otra forma, una taquigrafía de los marcos de pensamientos de las élites), corre el riesgo de no ser más que una historia descontextualizada de los intelectuales en su relación con el voto. No entraremos aquí en una construcción programática de los actores afectados por la institución. Ellos son diferentes según los períodos y actúan de acuerdo a estrategias y con recursos variables en función de los espacios de competencia en que se comprometen. Si se toma seriamente la idea de automatización y especialización de los espacios sociales y aquella de la profesionalización del personal político, no se puede sin duda razonar de la misma manera para comprender los objetos de disputa y las estrategias, según que exista o no un espacio político profesionalizado. 43 De la misma forma, difícilmente puede desconocerse la emergencia, correlativa a la del sufragio universal, del desarrollo de la institución estatal, en su doble forma de redistribuidor de bienes sobre los que se asientan las “promesas electorales” y se amalgama el “lazo social”, y de instancia reputada de burocrática capaz de garantizar condiciones aceptables de equidad en la competencia política. 44

La politización en el sufragio, la politización por el sufragio Segundo gran problema planteado por estos textos, el de la politización. Tema difícil y controvertido, sobre el cual nuestros tres autores de referencia divergen o guardan silencio y sobre el cual los politólogos aparecen divididos. Se conoce la definición clásica que proporcionó Daniel Gaxie: “atención prestada a la competición política y a lo que está en juego en ella”. 45 Entendida en este sentido, la politización puede medirse y remite a prácticas particulares y a una habilidad al mismo tiempo social y técnica. Dado que politizado y politización no son términos reservados a los usos sociológicos, algunos vieron en ellos una forma de legitimismo cultural 46 que degradaba la relación con la política bajo modalidades éticas y erráticas, y que infería que no hay más que una relación esclarecida y legítima con la política. A la inversa, los políticos o comentadores ofrecen públicamente la interpretación conforSobre estos problemas, además de la carta de Friedrich Engels a Conrad Schmidt (1894), Lettres sur le Capital, París, Éditions sociales, 1964, remitimos, para el período contemporáneo a Le Président de la République, op.cit., y a la tesis de Bastien François, La V o République dans son droit, Tesis de Ciencia Política, Université de París I. Para fines del siglo XIX, queda por hacer la sociología de los productores de referentes jurídicos (“la doctrina”). 44 Sobre este punto, ver los bosquejos de reflexión sobre la doble cara del Estado –burócrata y empresario electoral– en mi comunicación: “Le doublé corps de l’électeur, enquête sur les cartes et les listes électorales”, Coloquio “El acto del voto”, 1992, mimeo. 43

El voto como evidencia y como enigma

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me a la mitología ciudadana: un hombre, un voto, una opinión, como lo resume Garrigou. Parece que este expediente, que deberá reabrirse, puede ser aprehendido por dos observaciones. Más allá de las querellas éticas y políticas relativas a la creencia democrática, y precisamente porque las normas de funcionamiento son similares, se puede razonar aquí como respecto de los sondeos. La opinión pública no existe, escribía Pierre Bourdieu, y Patrick Champagne añadía unos quince años más tarde que a pesar de todo ella existe puesto que se la hace hablar. De la misma manera, la mixtura igualitaria que se realiza en la urna, mezcla votos de alcance desigual y de desigual intensidad que son dados como equivalentes aún cuando cada uno sabe que no lo son. Lo importante es analizar tanto esta inequivalenca como los efectos políticos y sociales de esta equivalencia declarada y, en fin, los métodos de producción de estos votos constituidos en opinión. El recurso a la historia del sufragio permite comprender cómo se ha construido esta disposición a votar. ¿Se puede aprehender esto como un aspecto del proceso continuo de politización entendido por Lacroix como el “complejo coherente de los usos diferenciados de la política”? 47 La disposición a votar no es solamente una imposición de legitimidad que desciende de las élites hacia las masas, sino que debe analizarse como una transacción continua entre empresarios de política y profanos; como una relación en la cual los profanos mantienen un vínculo evidente con la política. ¿Es necesario llamarla politización? Lo que es importante saber es que “ellos” no ponen en ese lugar lo que se pretende que pongan; lo que conviene conocer es lo que “ellos” ponen allí, las consecuencias sobre el voto y la política de lo que “ellos” depositan allí y sobre todo los usos que “ellos” hacen del voto. 48 La entrega de sí en el voto y en el candidato puede muy bien acompañarse de una dosis de reserva que algunos votantes pudieron aprender en el momento mismo en realizaban el aprendizaje de una sumisión a los procedimientos electorales. Así, deberíamos preguntarnos, cosa que los autores hacen bastante poco, sobre las formas y los límites de la devaluación de los antiguos Daniel Gaxie, Le cens chaché, op. cit., p. 46 y “Le vote desinvesti”, Comunicación en el coloquio del GRAV, diciembre de 1992, donde escribe: “sin duda, los votantes difieren menos por la orientación política de su opción que por su relación con el voto, especialmente en el grado de compromiso con el acto electoral”. 46 Sobre este punto, cf. Claude Grignon y Jean-Claude Passeron, Le savant et le populaire, París, EHESS, Galllimard, Seuil, 1989, y la introducción de Annie Collovald y Frédéric Sawicki, “Le populaire et le politique”, Politix, n◦ 13, 1991. 47 B. Lacroix, 1985, op. cit. 48 ¡“Nosotros”, los sabios, “ellos”, los profanos! 45

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medios de protesta, algunos de los cuales se vuelven a ejercer en las distintas fases del voto hasta el inicio del siglo XX, como lo destaca Garrigou (cf. abucheos, retos de honor . . . ) y lo demuestra Dorandeu, para quien la politización no es ni un puro aprendizaje, ni un puro contagio, sino la apropiación diferencial de las nuevas formas con el apoyo de las formas tradicionales de competencia.

¿Qué es el lazo social? Es necesario, en tercer lugar, avalar el conjunto de la cadena que lleva a la individualización de la votación, del voto y del votante. Que el cortejo haya sido sustituido por la fila, que el elector haya sido sustraído de la mirada de los otros en el momento de poner su boleta en el sobre, que ningún otro le pueda poner el sobre en la urna, que su gesto sea interpretado como un gesto individual producto de una conciencia libre y libremente esclarecida, que sea colocado físicamente y construido intelectualmente en la posición de este ser ficticio y desocializado que representa esta suerte de “pasaje a un estado límite de la sociedad”. 49 Que así sea. Que se pueda también señalar gracias a un primer trabajo etnográfico llevado a cabo en lugares de votación contemporáneos 50 que las reglas no se aplican siempre, y que no se aplican por las razones que dan los productores de reglas o los que se autorizan a ser portavoces de los silencios populares. Bastará aquí con recordar que, al igual que toda institución, la relación con el voto y con los “objetos del culto” es muy diferente según la posición ocupada en las jerarquías sociales y culturales. ¿Equivale a decir que el voto comunitario no desapareció? Equivale a decir que la invención de este ser ficticio, el ciudadano, no cambió la relación que mantienen los individuos con el acto de voto y con el mundo social. Que sólo se trata finalmente de una fina película tecnológica que, ciertamente, contribuyó a la modificación de las relaciones de dominación, pero que no eximió al voto de sus determinaciones sociales. ¿Detrás del voto está la expresión de los intereses, detrás de los candidatos la “maisonnalité” (C. Thibon) o la “elegibilidad” (M. Abélès), detrás de los partidos la gestión de cadenas de solidaridad locales y sociales? Los electores no son estos seres abstractos que harían advenir los teóricos de la democracia. Como lo recuerda Dorandeu en la conclusión de su tesis: “En el origen del acto de voto se juegan todos los 49 50

Claude Lefort, L’invention démocratique, París, Fayard, 1981. Sobre este punto, ver el coloquio organizado por el GRAV, diciembre de 1992.

intercambios que movilizan este sentido común que permite anticipar el alcance de las transacciones que se concluyen” (p. 604). La cláusula de domicilio 51, que apenas se examinó hasta ahora, no remite sólo a problemas técnicos (hacer votar a alguien en alguna parte, facilitar el acceso regular a las urnas, evitar los desordenes) o políticos (evitar los desplazamientos orquestados de electores). Implica, a pesar de todas las controversias sobre el alcance del mandato, una territorialización de la expresión electoral que viene a reforzar los métodos de organización partidarios y los sistemas electorales. 52 ¿Se puede a partir de allí, como lo hace Rosanvallon, inferir del trabajo de construcción y de legitimación de la institución una transformación del lazo social que no resulta ni de la “división del trabajo, ni de la asignación de cada uno a un lugar en un tiempo organizado, ni de la existencia previa de una creencia” (p. 15)? “El derecho de sufragio produce a la sociedad misma: es la equivalencia entre los individuos que constituye la relación social” (ibíd.). Bonita fórmula que esquiva la dificultad al evitar definir y trabajar la noción misma de lazo social, expresión cuyo uso se amplía al compás de su indeterminación, y recíprocamente. El reconocimiento y la interiorización de la igualdad entre los hombres abre un campo de posibles. Logra la aceptación, al menos tácita, de las reglas de juego concernientes al carácter temporal del poder. Logra también la anticipación de aquello que los mediadores políticos profesionales proveerán por procuración y por su trabajo de representación –decir y hacer–, la cohesión, la argamasa del conjunto. Cualquiera sea la importancia del lazo cívico, como forma de integración al grupo nacional, como método de solución de los conflictos comunes, como sentimiento de dignidad personal y colectiva, como realización el mismo día del mismo gesto –el acto electoral– en todos los puntos del territorio, no agota, sin embargo, el contenido de la ciudadanía y no absorbe por sí solo toda la definición del lazo social. Detrás del voto, ante el voto, se encuentran así las relaciones y las formas sociales que constituyen aquello que llamamos el Estado. Si la socio-historia puede tener sus tierras vírgenes, es por este lado que hay que buscar. Tomando seriamente la idea misma de políticas públicas. No para “evaluar” y decir retrospectivamente lo que podría haberse hecho si hubiéramos estado en su lugar 53 sino, más simplemente, para decir Cf. nota 45. Ver sobre este punto la tesis de Frédéric Sawicki, que hace hincapié en la necesidad de pensar la política mucho más encastrada en lo social de lo que lo señalan los trabajos que subrayan la profesionalización política: La structuration du parti socialiste. Milieux partisans et production d’identités, Tesis de Ciencia Política, Univesité de París 1, 1993. 51 52

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cómo los contemporáneos y sus sucesores comprendieron y construyeron “lo que pasó”.

B. Lacroix, “Le politiciste et l’analyse des institutions”, en Le président de la République, op. cit. p. 24, nota 1. 53

Postfacio: Itinerarios interdisciplinarios Mis amigos argentinos me complacen en publicar en español un conjunto de artículos aparecidos en revistas científicas francesas de distintas disciplinas entre 1984 y 2008. Releerlos incita a intentar comprender y hacer comprender una trayectoria de investigación y un compromiso universitario. Volver explícitos los debates y los objetos de disputa estrictamente franceses para un público extranjero, implica una puesta en perspectiva a la vez temporal y espacial que demandaría una suerte de socio-análisis capaz de situar una trayectoria, la mía, en el espacio de las ciencias sociales francesas y seguramente también en su relación con el espacio político y militante francés. Otra tentación podría ser la de realizar una generalización y naturalizar y universalizar una afirmación que ciertamente puede circular fuera de estas fronteras lingüísticas, pero de la cual es necesario recordar que se produjo en un espacio de referencias francés, necesario de explicitar para proveer las claves de su comprensión. Comencé a trabajar en la ciencia política francesa en los años setenta, después de haber hecho estudios de derecho e historia, y después de haber vacilado en cuanto a mi orientación disciplinaria. Esta ciencia política de los años setenta estaba ampliamente dominada por la orientación institucionalista de Maurice Duverger (elecciones/partidos/grupos de presión) y por las distintas maneras de practicar “las” ciencias políticas en el Instituto de Ciencia Política de París [Sciences Po], dónde se enseñaba una ciencia política muy orientada hacia la historia y la vida política (geografía electoral, luego sociología electoral renovada por el recurso a los sondeos de opinión), y también otra ciencia política que comenzaba a ir a buscar referencias a los Estados Unidos, importando los paradigmas “de moda” –sistémico, funcionalista, pluralista, elitista, desarrollista–, y dando a conocer numerosas referencias –buenas o malas– que tomaron tiempo para aclimatarse entre los que consideraban que la ciencia política “americana” era ante todo la ciencia política de los estadounidenses (entonces se decía americanos) y que era, casi congénitamente, sospechosa. Esto porque la separación de los campos universitario y político-militante, que es una cuestión recurrente en la historia de las ciencias sociales, no estaba en absoluto zanjada y la lucha de clases que jugábamos en el espacio social podía encontrar su traducción en la lucha de paradigmas y de lugares en el espacio universitario. Entonces, el marxismo académico de tipo neo-gramsciano o althusseriano podía dar

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un punto de apoyo crítico a los que pretendían no satisfacerse con los objetos y los modos de pensamiento de las otras ciencias políticas. Este período fue breve, ya que una parte de nuestra generación se vio fascinada por el halo de Pierre Bourdieu, que entre otros terrenos también había comenzado a penetrar el político, en particular a través de su famosa y controvertida conferencia de 1972, “La opinión pública no existe”. Éramos algunos politistas (la palabra se inventó un poco más tarde para diferenciarnos mejor de los “politólogos” que tenían el monopolio de la difusión mediática) quienes “íbamos a la misa”, como decíamos, es decir, a los seminarios que Bourdieu comenzaba a dar en la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París primero, y más tarde en el Collège de France. Sin duda Jean Pierre Mounier 1 y Daniel Gaxie 2 fueron los iniciadores de esta sociología política bourdiana que se constituyó alrededor del departamento de Ciencia Política de la Sorbona, tanto como Patrick Champagne o Dominique Merllié fueron los facilitadores de esta aproximación del lado de los sociólogos. A fines de los años setenta y durante los años ochenta contribuimos a hacer reconocer que, contrariamente a lo que habían podido pensar nuestros nuevos padres fundadores disciplinarios, Emile Durkheim y Marcel Mauss 3 podía haber una sociología de lo político que no fuera la simple compilación de este arte político, técnica de gobierno. Esta sociologización tuvo como efecto acercarnos a los sociólogos y predisponernos al intercambio interdisciplinario con, desde luego, los sociólogos: aún si se defiende la idea de una especialización y de una profesionalización política, y por tanto de una aproximación en términos de autonomía del campo político, no se comprende en absoluto el funcionamiento de este espacio sin un conjunto de herramientas metodológicas y teóricas extraídas de las fuentes de la sociología y más aún de las ciencias sociales, y por tanto también en un diálogo interdisciplinario con antropólogos, historiadores, etc. Una ciencia social de lo político se vuelve así el horizonte de conocimiento contra las fronteras disciplinarias y contra un comentario de la política –de historiador o de politólogo– que no hace más que retomar las categorías de pensamiento y los problemas que se plantean y que practican los actores políticos. Esta orientación, que permitió sociologizar e historizar la ciencia política francesa, tuvo también por efecto volver nuestros productos poco Jean-Pierre Cot y Jean-Pierre Mounier, Pour une sociologie politique, 2 tomos, París, Colección Points, Seuil, 1974. 2 Daniel Gaxie, Le cens caché. Inégalités culturelles et ségrégation politique, París, Seuil 1978. 3 Cf. en especial la reedición de la colección Points de la editorial Seuil. 1

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exportables fuera de Francia, puesto que numerosos politistas no se sentían en sintonía con la ciencia política europea o estadounidense del llamado mainstream, muy diferente en sus preocupaciones y en sus construcciones de objeto de esta sociología política primero bourdiana y luego más diversificada y múltiple en sus referencias. No es más que progresivamente que ciertos aliados y ciertas connivencias-resonancias pudieron ser hallados fuera de Francia, en ocasiones fuera de la ciencia política, y a veces también fuera de los Estados Unidos, en ciertos países como Argentina o Brasil, donde existen investigadores que quieren pensar de otro modo. Otro estímulo fue sin duda importante en mi generación: sin referirme a los estudios foucaultianos, que también fueron para algunos puntos de apoyo para pensar lo político, quiero hacer referencia a los trabajos del primer Boltanski, quien publicó Le cadres. La formation d’un groupe social en la colección dirigida por Pierre Bourdieu. Es cierto que este último, en su trabajo y en la revista Actes de la Recherche en Sciences Sociales que creó en 1975, había insistido sobre la dimensión histórica de los agentes y de los campos y combatía, al igual que Norbert Elías, “El refugio de los sociólogos en el presente” 4 pero es sin duda la doble deconstrucción operada por Luc Boltanski –de la construcción del objeto y de las condiciones históricas de la cristalización de los colectivos– que invita aún más fuertemente a interrogar el pasado en el presente y el presente en el pasado. A partir de estos recorridos y de estas contribuciones pudo constituirse lo que más tarde se llamó socio-historia, que no es solamente de lo político, sino que, como lo muestran la revista Genèses. Science sociales et histoire, iniciada por Gérard Noiriel, y posteriormente y de otra manera, Politix. Science social du politique, atraviesa y transgrede las fronteras disciplinarias. Por supuesto, esta sociología y esta socio-historia no fueron concebidas a priori y de manera planificada. Entre otros 5 yo fui parte de este proceso, sin duda porque no podía encontrar un tema de tesis contemporáneo y porque, al inicio de mi carrera, enseñaba historia social e historia del movimiento obrero, historias que consideraba sin duda con una perspectiva demasiado militante. Hice mi tesis en una posición intermedia, trabajé sobre la construcción del partido socialista en Francia a partir del caso parisino y utilicé fuentes de archivos. Ciertamente, mi tesis era muy de historiador y fue progresivamente que integré, en mis Norbert Elias: “The retreat of sociologists into the present”, Theory, Culture and Society, 1987, n o 4, p. 223-247. 4

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publicaciones ulteriores, perspectivas sociológicas que provenían de mi pertenencia al grupo de sociólogos críticos al interior de la ciencia política francesa, de mis cursos que se alejaban de la historia social y de las investigaciones más contemporáneas que había iniciado. Los dos primeros artículos traducidos aquí, “Illégitimité et légitimation du personnel politique ouvrier en France avant 1914”, Annales. Histoire, Sciences Sociales, 1984, vol. 39, n o 4, pp. 681-716; y “Mobilisations électorales et invention du citoyen”, en Daniel Gaxie (dir.), Explication du vote, París, Presses de la Fondation Nationale des sciences politiques, 1985, serán –sin que yo lo supiera entonces– el punto de partida de tres preocupaciones constantes durante estos últimos 25 años. Las dos primeras, el aprendizaje del voto y la profesionalización política, se encuentran relacionadas. Se trataba de reflexionar sobre ese acto tan simple que es “votar”, desnaturalizándolo e intentando reencontrar sus significaciones plurales en los tiempos históricos y en los espacios geográficos. A tal fin, se discutían grandes síntesis macro-sociológicas que, armadas o no de un aparataje estadístico más o menos sofisticado, tienden a aplanar los sentidos y los usos del voto. Periódicamente retomo un curso sobre este tema, vuelvo a hacer un artículo de síntesis, hago un curso de presentación fuera de Francia para comprender lo que “quiere decir votar” y lo que “quiso decir votar”, en Argentina en 2005, en China en 2009, en Turquía en 2010, o intento robar tiempo al tiempo para trabajar en los archivos con el objeto de continuar con esta interrogación. Y, desde hace mucho tiempo, he abierto mi curiosidad por el comparativismo. Intento poner en relación tradiciones de análisis que con frecuencia se ignoran mutuamente. Los autores de habla inglesa ignoran el francés o el español y se interesan por el voto más en una perspectiva transitológica 6 –explicar los prerrequisitos y hasta la causalidad de la “democracia”– que con un interés explicativo: comprender, como decía el republicano francés de los años 1870, León Gambetta, “el misterio de este pequeño pedazo de papel blanco” –la boleta electoral–, comprender por qué hay electores. En este volumen se encontrarán rastros de No quiero hacer aquí un ranking de autores y de libros. Además del manual de Jacques Lagroye, Sociologie Politique, Presses de la FNSP, 1 o edición 1991 [traducido al español, Sociologia Politica, Buenos Aires, Fondo de Cultura Economica, 1994], puede advertirse este movimiento en las revistas Genèses o Politix, y en los libros colectivos: Bernard Lacroix y Jacques Lagroye (dir.), Le président de la République, Usages et genèses d’une institution, París, Presses de la FNSP, 1992; Michel Offerlé (dir.), La Profession politique (XIX◦ -XX◦ siècles), París, Collection Socio-histoires, Belin, 1999; Jacques Lagroye (dir.), La Politisation, París, Collection Socio-Histoires, Belin 2003; Jacques Lagroye y Michel Offerlé (dir.), Sociologie de l’institution, París, Collection Sociologiquement, Belin, 2011. 5

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este recorrido en varios artículos bibliográficos (por ejemplo “Le vote comme évidence et comme énigme”, Genèses, 1993, vol. 12, n o 1, pp. 131-151) y empíricos y, en la bibliografía final, referencias en idioma francés. De hecho, desde hace 25 años un cierto número de investigadores 7 han transitado este campo de investigaciones siguiendo perspectivas diferentes. Conocemos un poco la historia electoral francesa, conocemos ahora la socio-historia de los electores y por tanto el lugar de las elecciones en los repertorios de la acción colectiva (“Retour sur les répertoires de l’action collective”, Politix, vol. 21, n o 81, pp. 183-204, 2008), indispensable de analizar para comprender lo que “aporta” y lo que “quita” el hecho de votar. La cuestión de la radicalidad y de la amenaza de la “Gran Noche” permanecen muy presentes en un país como Francia, sin duda más que en otros lados, incluso muchas décadas después de la instauración y de la estabilización del voto. De aquí un muy bello problema historiográfico, aquel que refiere a cómo reestablecer esta incertidumbre histórica en nuestros análisis cuando conocemos el fin de la historia: la revolución no tuvo lugar en Francia desde la Comuna de París de 1871 (“Périmètres du politique et coproduction de la radicalité à la fin du XIXème siècle”, en Annie Collovald y Brigitte Gaïti (dir.), La démocratie aux extrêmes, París, La Dispute, 2006). Sabemos más sobre lo que quiere decir votar, puesto que, en primer lugar sabemos mucho más sobre un conjunto de “hechos” ignorados hasta entonces, puesto que anteriormente los estudios electorales se inHay actualmente un renacimiento de los estudios “transitológicos” o macro-sociológicos aplicados al caso europeo y estadounidense del siglo XIX. Son escasos los que se mantienen en la senda de Barrington Moore (Social Origins of Dictatorship and Democracy, Beacon Press, 1966) y se esfuerzan por cuantificar de manera más o menos sutil y convincente el por qué del pasaje a la democracia, en tanto que se interesan demasiado poco por la cuestión del cómo. Entre estos trabajos, remitimos en especial a economistas y sociólogos tales como: Daron Acemoglu y James A. Robinson, Economic Origins of Dictatorship and Democracy, Cambridge University Press, 2006; Alessandro Lizzeri y Nicolas Persico “Why Did the Elites Extend the Suffrage? Democracy and the Scope of the Government, with an Application to Britain’s Age of Reform”, Quarterly Journal of Economics, 2004/118; Adam Przeworski, “Conquered or Granted? A History of Suffrage Extensions”, British Journal of Political Science, Vol. 39/2, 2009; y a los comentarios y trabajos de Daniel Ziblatt: “How Did Europe Democratize?”, World Politics, Vol. 58, 2006/2, y su introducción con Giovanni Capoccia en el número especial de Comparative Political Studies de septiembre 2010, The Historical Turn in Democratization Studies. 7 En especial, desde perspectivas diferentes, entre los investigadores franceses, Raymond Huard, Pierre Rosanvallon, Alain Garrigou, Yves Déloye y Olivier Ihl, Eric Phélippeau, Anne Verjus, Jean-Louis Briquet. Y por supuesto, antes, Maurice Agulhon y Eugen Weber. Sobre la cuestión de la politización a través del voto, remito a mi artículo bibliográfico “Capacités politiques et politisations: faire voter et voter, XIX◦ -XX◦ siècles”, Genèses, n◦ 67-68, septiembre de 2007. 6

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teresaban ante todo por los resultados de las elecciones y por sus efectos presumidos sobre la repartición de cargos políticos o sobre los eventuales cambios de las políticas públicas. Los electores, a imagen de los electores actuales, eran interesantes porque manifestaban sus opiniones políticamente constituidas a partir de esos censos (el término era utilizado por los primeros comentaristas del voto de fines del siglo XIX) periódicos de las opiniones que eran las elecciones. Las transformaciones del cuerpo electoral y los debates y combates que los iniciaban y acompañaban, los momentos de desnaturalización del derecho y del deber de votar, y por tanto la lenta e incierta deslegitimación de otras maneras de hacer (no encuadradas electoralmente y que rechazaban la paciencia democrática) eran por mucho desconocidas. Y cada uno hacía como si los franceses se hubiesen vuelto electores espontáneamente. Los objetos utilizados por los electores no habían encontrado sus historiadores, se ignoraban la fecha y las condiciones de adopción del cuarto oscuro, no se sabía nada de la estandarización de las urnas o de la constitución de las listas electorales. En cuanto al trabajo político de constitución de un intercambio electoral, se sabía poco sobre las formas adquiridas por las transacciones electorales y los apoyos de las campañas, y no se pensaba que las categorías de clientelismo o de patronazgo político, a condición de ser trabajadas, podían ser utilizables en más terrenos que el folclorizado de Córcega –aún si los antropólogos de Córcega sabían bien de qué hablaban. Sabemos desde entonces que el cuarto oscuro fue instaurado en Francia en 1913 (cf. Alain Garrigou), mucho después que en Australia (1857, de ahí la denominación de Australian Ballot) o en Gran Bretaña (1872). Sabemos que las elecciones de 1848 tienen poco que ver con las nuestras, sabemos que los franceses aprendieron a votar en el Segundo Imperio (1852-1870), en un régimen autoritario, pero que el voto no surgió con el “sufragio universal masculino” y que anteriormente existían prácticas electivas que pueden interesar al antropólogo de lo político o, cada vez más, al historiador de la Revolución francesa, del Imperio y de las monarquías censitarias. Sabemos que los últimos debates en torno a una posible limitación del derecho de sufragio universal masculino se sitúan en el momento de la consolidación por defecto de la República, en los años 1871-1875. Sabemos que las vías del voto no siguieron la realización de una teodicea democrática y que la inculcación escolar o el apoyo paradojal de la Iglesia católica a la producción del deber cívico y a las prácticas

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electorales repetidas tomaron atajos que una aproximación normativa podría calificar de poco democráticos. Sabemos que los profesionales de la política fueron producidos al producir a los electores que los producían como mediadores, y que transformaron considerablemente la definición misma de lo político y de la política. Sabemos que la moral electoral y la construcción de intercambios políticos desencastrados de la vida social ordinaria erigieron los bienes públicos indivisibles (promesas de programas a futuro) como las únicas formas de transacción admisibles en el marco democrático. Los vínculos personales que ligaban al elegido y al elector fueron así desatados de manera abstracta. El secreto del voto materializa esta doble ignorancia: el político no sabe de dónde vienen sus sufragios y el elector se encuentra preservado de las presiones y de los vínculos de dependencia que las formas de dominación social podrían infringirle. Sabemos que los electores no son ni esos idiotas culturales descriptos en los informes prefectorales, ni esos portadores de opiniones nacionalmente constituidas que les atribuyen los inventores de una geografía electoral que encuentra su legitimidad en la reconstitución de series largas y continuas. Sabemos que el término politización puede remitir, en el caso de los historiadores tanto como en el de los sociólogos, a una decena o más de definiciones. Sabemos que no podemos comprender la relación letrada con lo político sin aclarar el equipamiento cognitivo, y por tanto sin hacer una historia conceptual de éste (cf. Pierre Rosanvallon), que funda y justifica la manera de dividir un cuerpo electoral (el punto de vista universalista francés). Sabemos que el análisis de las categorías intelectuales y de las políticas públicas de la ciudadanía no permite inferir una percepción y unas prácticas de sufragio uniformes. Sabemos también que, para comprender el tríptico un hombre (o bien, más tarde, una persona), un voto, una opinión, conviene ante todo interesarse (un hombre) por las condiciones intelectuales y bien materiales de constitución de un cuerpo electoral, aprehender las operaciones estatales de categorizaciones y de materializaciones de los sufragios y comprender la manera en que el Estado y las comunas, es decir los titulares de las funciones políticas locales y nacionales, institucionalizaron progresivamente un estado de derecho electoral que garantiza una competencia tendencialmente sincera y no tergiversada. Podemos también detenernos en las maneras concretas (un voto) en que los electores y sus mandatarios se co-produjeron: interiorización del deber electoral, promoción del desarrollo de disposiciones orienta-

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das hacia la elección, construcción material y moral del acto electoral como acto individual, atracción exitosa hacia las transacciones materiales e ideales electorales y limitación de las eventuales pretensiones gobernantes populares, construcción del oficio político y descubrimiento de la posibilidad y de la autorización del cambio por la vía política, pero también uso y extensión de las formas tradicionales –religiosas o clientelares– de dominación en los intercambios electorales y contribución de estas formas y de sus promotores a la consolidación de la evidencia democrática, reconversión progresiva de las prácticas notabiliarias parcialmente inoperantes y deslegitimadas en el nuevo marco democrático, invención de los modos materiales de difusión de los programas y de movilización de los sufragios, deslegitimación de las formas tradicionales de expresión de las expectativas y los descontentos, construcción progresiva de una sinceridad democrática y delimitación de las prácticas electorales intolerables. El famoso pequeño pedazo de papel blanco del que hablaba Gambetta al evocar la boleta electoral es, en efecto, cuando se reflexiona bien, un objeto muy abstracto y enigmático, y todo el trabajo político y social consistió en traducir la política y en hacer este pequeño papel apropiable por todos los electores al demostrarles, en la práctica, que su vida cotidiana podía ser afectada de manera positiva a través de su uso. Por último, es necesario interrogarse sobre las maneras en que los votos, una vez debidamente expresados, son objeto de un trabajo (los electorados) de modelaje gráfico, estadístico y cognitivo que permite volverlos equivalentes y autoriza el comentario que se apropia y clasifica bajo categorías partidarias unificadas, homogeniza a los electores en electorados y permite la controversia sobre lo que los “franceses” o los “electores socialistas” quisieron significar a través de sus boletas agregadas de esta forma (“Le nombre de voix”, Actes de la Recherche en Sciences Sociales, 1988, vol. 71, n o 1, p. 5 - 21). Esta actividad, llevada a cabo a partir de fines del siglo XIX por periodistas y publicistas, fue precedida por el trabajo de clasificación iniciado por los especialistas de la opinión pública que fueron los prefectos, sub-prefectos, procuradores o comisarios de policía; luego, fue sistematizado por los primeros especialistas de ciencia política. El trabajo de agregación ha sido mucho más complejo en Francia que en otros países (Alemania, Inglaterra o Estados Unidos), debido a la estructuración muy local de los partidos políticos que no dominan nacionalmente ni las investiduras de los candidatos ni a los electores que estos candidatos investidos reivindican como suyos. De ahí que siempre votemos tres veces (o cuatro en el caso de los cató-

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licos, que tienen que dar cuenta de su voto en el juicio final): en efecto, votamos la primera vez con una boleta, por una persona, un partido, o por o contra cualquier otra cosa; una segunda vez, idealmente, votamos por el voto; por último, indirectamente, votamos por aquello por lo que los profesionales del comentario pueden interpretar a través de algunas categorías nacionales y politizadas como el sentido de múltiples boletas que expresan una elección, o de boletas anuladas que remiten a la burla, a la desposesión o al rechazo de ser desposeído del significado de su voto, o incluso al comentario de las múltiples modalidades de la abstención o de la no inscripción en las listas electorales. En dos décadas, y a partir de puntos de vista y de referencias muy diferentes, varias decenas de libros y de artículos llenaron esos vacíos de conocimiento y crearon nuevos espacios de investigación y de incertidumbre. Vemos así que la comprensión del aprendizaje del voto pasa por una reflexión sobre la co-construcción de la institución por parte de los electores y sobre la construcción del profesional de la política. 8 Habremos progresado en relación a los debates sobre la politización si, aceptando la significación plural de este término, reconocemos las múltiples tensiones que caracterizan los intercambios políticos, signos a la vez de la dominación de los de arriba y de la autonomía y la creatividad de los de abajo. Esta práctica de investigación de campo me permitió trabajar empíricamente en los archivos, leer trabajos de otros y escribir, al tiempo que practicar la interdisciplinariedad e integrar la historia –de lo político– en una práctica de sociólogo, y a la inversa. Para los politistas, la historia ha sido siempre un recurso y una vuelta a las fuentes: ya sea como reservorio de exempla en las ciencias camerales, como modo de formación en las ciencias políticas concebidas como entrecruzamiento interdisciplinario, o como profundidad de campo necesaria para la comprensión de fenómenos contemporáneos en su estabilidad y en sus formas institucionalizadas, en una ciencia política atenta al tiempo largo de lo político. La historia también puede ser movilizada en el marco del gran comparativismo de los macro-sociólogos, preocupados por establecer grandes estilizaciones heurísticas que confronten las formas de construcción estatales, los modos de estructuración de los clivajes sociales o las modalidades de pasaje a la democracia. Historia política, historia de las ideas políticas, historia de las instituciones Además de Michel Offerlé (dir.) La profession politique, op. cit., cf. Los partidos políticos, Santiago de Chile, LOM, 2004, traducción española modificada de Les partis politiques, París, PUF, 1987. 8

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políticas y sociología histórica de lo político son, así, elementos constitutivos de nuestra disciplina. ¿Es necesario recordar que el pasado interesa al socio-historiador por más de una razón? No bajo esa forma chata de las lecciones de la historia o del pasado que explicaría el presente. Ante todo, el pasado nos interesa como pasado porque el socio-historiador es también un historiador que establece hechos, que recompone intrigas, que intenta, a través de la gimnasia de la ignorancia del fin de su historia, rendir cuenta de las interacciones en desarrollo. El pasado es también interesante como pasado en tanto suscita el comparativismo, que puede ser tanto temporal como espacial. Pero también como pasado del presente, que permite la puesta en perspectiva sin determinismo cronológico. Y es además indispensable porque está en el presente, como historia en disputa, como historia memoria pero más aún como historia latente, incorporada y depositada en dispositivos materiales, en roles sociales, en esos instrumentos de objetivación que son el derecho, las estadísticas y las producciones cognitivas, marcos de pensamiento heredados que delimitan nuestras visiones de la realidad. ¿Es necesario recordar en qué medida nos interesa también el presente? Nos interesa como presente del pasado, puesto que la vieja definición de la historia como forma de observación científica de procesos concluidos y observables es aún rescatable. Además, el presente estimula la historia regresiva 9 que, sin sacrificar al “ídolo de los orígenes” 10 autoriza a reencontrar retrospectivamente los momentos nodales de la historia, las génesis. Lo que observamos en el presente, bajo una forma solidificada y naturalizada en esos momentos de desobjetivación de una institución o de un grupo, es tanto mejor comprendido cuanto las circunstancias de su consolidación pueden hacer aparecer las formas de la necesidad y de la improvisación que se encuentran en el principio de su institucionalización. El presente es también estimulante porque provee un reservorio de problemáticas, de conceptos y de desafíos que, en sus usos controlados, permiten leer de otra forma los documentos, ordenarlos de manera diferente y por tanto mostrar que la historia no se encuentra nunca cerrada porque la historiografía no está nunca terminada. El cambio de escalas Cf. Marc Bloch, Apologie pour l’histoire ou métier d’historien, Cahiers des Annales, Armand Colin, 1949 (1 o edición de 1941). 10 Hago referencia a un artículo clásico de François Simiand que se ensaña con los “ídolos” de la historia política clásica, cf. “Méthode historique et science sociale”, Revue de synthèse historique, 1903, disponible en http://classiques.uqac.ca/classiques/simiand_francois/methode/ methode_12/methode_hist_sc_soc2.pdf 9

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temporales forma parte de este perspectivismo que evita encerrar el objeto en una construcción unidimensional. La socio-historia de lo político es una etiqueta que apareció hace unos veinte años en el espacio intelectual francés. No abarca ni a una escuela de pensamiento unificada ni a una subdisciplina organizada, sino que hace referencia a un conjunto diversificado de trabajos que tienden a conjugar la práctica y el saber-hacer de los historiadores (archivos e historia oral) y el uso razonado de la conceptualización sociológica que autoriza a construir de otro modo los objetos y a leer de otro modo las fuentes históricas. Esta cita interdisciplinaria se constituyó por ensayo y error durante las dos últimas décadas, por medio de la hibridación y las referencias de los sociólogos históricos norteamericanos, de la obra de Norbert Elias, de las interrogaciones y las dudas que provienen de la reconsideración de la herencia de la llamada escuela de los Annales (historia desarticulada, interrogaciones sobre la definición de la historia social, resurgimiento de lo político en la historia). También se alimentó de las controversias surgidas de la difusión masiva en Francia de las diversas formas del interaccionismo, tomando casi como consignas expresiones tales como construcción, reconstrucciones, invención, génesis, amnesia, anamnesia, e incitando a los sociólogos, a los historiadores, a los politistas, a los antropólogos y hasta a los economistas o los estadísticos a retomar por su cuenta objetos canónicos y a explorar nuevos terrenos. Los diálogos interdisciplinarios pueden ser la mejor o la peor de las cosas, como cuando se vuelve a la conclusión pobre de una oposición entre la ideografía histórica y la nomografía sociológica, reiterando las relaciones sucesivas entre las ciencias sociales. Desde hace varias décadas hay felizmente un verdadero diálogo, a veces una compenetración, que no reposa sobre una caracterización “de tipo étnico”, a la manera del prefecto del siglo XIX 11 (el historiador es naturalmente ingenuo y descriptivo, y el sociólogo es genéticamente obtuso y pretencioso), sino sobre una voluntad de saber y de comprensión interdisciplinaria que pasa por una postura militante y profesional. Para “comerciar” con el otro es necesario interesarse por sus fuentes, sus materiales, sus mañas y sus rutinas. Es necesario, sin duda, saber practicar su cotidianeidad y observar lo que él observa, es decir, en el caso del socio-historiador, leer los archivos del historiador, aprender a contextualizar contra las desviaciones eternizantes y comprender el aparataje profesional de los historiadores. Y, para el historiador, significa preocuparse por los conceptos

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utilizados por los sociólogos contemporáneos, practicar situaciones de entrevista y abordar los archivos de manera etnográfica. Es necesario también volver a aprehender los puntos de apoyo, los instrumentos de objetivación del otro, para, como en toda actividad académica o nativa, pensar con y pensar contra. Y cuando el sujeto vuelve evidente la proximidad a través de la utilización de las mismas palabras, explicitar los malos entendidos, importar la caja de herramientas con buenas o malas reputaciones, contextualizar las controversias conceptuales; en resumen, jugar el rol de traductor disciplinario que rechaza la ceguera de fijarse solamente en la paja en el ojo ajeno. Tres cosas me parecen fundamentales en este comercio. En primer lugar, el grado de proximidad con los problemas de los otros a los que los historiadores deben restringirse, es decir de qué maneras deben prestar atención a las querellas conceptuales que pueden expresarse en las casas vecinas, bajo la forma de controversias prácticas suscitadas por investigaciones de campo, o en el camino trabajoso de querellas de mayor generalidad, recalificadas como crípticas, filosóficas e inútiles para el trabajo empírico delimitado por las fuentes, por definición finitas, que se encuentran a disposición de los investigadores. Esta operación de imposición conceptual sobre el pasado debe tener un objetivo heurístico y declinarse en el modo de “hagamos la experiencia”, sabiendo al mismo tiempo que este recorrido experimental no debería ser tomado como de primer grado: si es eficaz, permitirá ver las cosas de otro modo y advertir lo que no habíamos visto con los instrumentos habituales, autorizará a leer las fuentes de otro modo, significará las diferencias que prohíben transpolar la revuelta de los campesinos revoltosos de 1637 con la de los obreros textiles de Lyon de 1831, al tiempo que abrirá la puerta a lo que se encuentra implícito en este conjunto de ejercicios: practicar el comparativismo histórico como doble reflexividad. Ese debate, que consiste en preguntarse si conviene o no “ir a ver”, me parece superado aún si se trata de un verdadero debate, no solamente técnico sino también epistemológico. Hacemos referencia a los prefectos franceses, representantes del Estado en los departamentos que envían informes al ministro del Interior para describir “el estado del espíritu público”, de la “opinión pública”, en sus departamentos. Largo tiempo considerados como las fuentes principales de un informador fiable, estos informes son ahora estudiados como fuentes de segundo grado, es decir como un producto del trabajo administrativo. Sobre este punto, cf. los trabajos de los historiadores: Alain Corbin, Le monde retrouvé de Jean-François Pinagot, sur les traces d’un inconnu 1798-1876, Collection Champs, Flammarion, 1998; Pierre Karila-Cohen, L’état des esprits. L’invention de l’enquête politique en France, 1814-1848, PUR, 2008; y “Les préfets ne sont pas des collègues. Retour sur une enquête”, Genèses, 2010/79. 11

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De hecho, todos nosotros trabajamos por procuración. Todos nuestros trabajos están hechos de partes de primera (observación, entrevistas, archivos), de segunda (entrevistas, archivos, libros) o de tercera mano (libros). No es posible remontarse a la fuente de las fuentes y releer todos los libros que otros han leído, o revisitar las fuentes que otros han construido como datos. Como en otros casos, se trata de operaciones de construcción de objetos. Cuando Daniel Ziblatt 12, historical sociologist estadounidense, trabaja sobre las unificaciones alemana e italiana, sobre las razones de la adopción o el rechazo del cerealismo en Italia o en Alemania, en sus construcciones estatal y nacional, no puede retomar desde cero las múltiples historias y los múltiples problemas que transforma en indicadores numéricos (23 estados y principados alemanes y 7 italianos). Prefiere decir que “los historiadores saben mejor que yo”. Entre los sociólogos que se hacen de la historia y los que se hacen a la historia, toda la gama es posible y todo depende del tipo de construcción de objetos que se pretende llevar a cabo. Desde ese punto de vista, hay posturas divergentes en la forma de abordar un campo y de encontrar soluciones razonables en términos de investigaciones: desde los macro-sociólogos comparatistas, que buscan dar cuenta de los tipos de Estado y los tipos de construcciones de Estado, pasando por la constitución razonada de muestras de acontecimientos, como lo ha hecho en el campo de la protesta Charles Tilly 13 hasta las formas socio-históricas de construcción no cronológicas de una cuestión, o al tratamiento de una secuencia breve, de un acontecimiento.

Bibliografía seleccionada de Michel Offerlé Libros Les partis politiques, París, Presses Universitaires de France, 1987 (7◦ edición, 2010). [Hay traducción en español: Michel Offerlé, Los partidos políticos, Santiago de Chile, LOM Ediciones, 2004]. Un homme, une voix ? Histoire du suffrage universel, París, Gallimard, 1993 (2◦ edición, 2002). Seminario del Groupe de recherches interdisciplinaires sur le politique, París, 29 Mai 2010, alrededor de Structuring the State: The Formation of Italy and Germany and The Puzzle of Federalism, Princeton University Press, 2008 (http://grip.free.fr/). 13 Me doy cuenta que Charles Tilly no fue citado en esta presentación. A pesar de que no fue un “especialista” del voto, todo su trabajo desde La Vendée, pasando por los repertorios de la acción, hasta sus trabajos finales sobre la contentious politics, han sido indispensables para pensar la significación de la institución electoral. 12

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Dirección de la compilación La profession politique XIX-XX◦ siècles, París, Belin 1999.

Artículos y capítulos de libros “Illégitimité et légitimation du personnel politique ouvrier en France avant 1914”, Annales ESC, n o 4, 1984. "Mobilisations électorales et invention du citoyen”, en Daniel Gaxie (dir.) Explication du vote, París, Presses de la Fondation nationale des sciences politiques, 1985. “Le nombre de voix. Electeurs, partis et électorat socialistes à la fin du XIX◦ siècle en France”, Actes de la Recherche en Sciences Sociales, n o 71-72, 1988. “Vie et mort des groupes parlementaires”, Le Journal des élections, n o 3, 1988. “Descendre dans la rue”, en Pierre Favre (dir.) La manifestation, París, Presses de la Fondation Nationale des Sciences politiques, 1990. [Hay traduction en español: Michel Offerlé, “Bajar a la calle. De la ‘jornada’ a la ‘manif’”, Politica, Santiago de Chile, 2005] “Le vote comme évidence et comme énigme”, Genèses, n o 12, 1993. “L’électeur et ses papiers. Enquête sur les listes et les cartes électorales 1848-1939”, Genèses, n o 13, 1993. “Usages et usure de l’hérédité en politique”, Revue Française de Science Politique, n o 5, 1993. “Eclats de voix. L’élection comme objet de science politique”, Regards sociologiques, n o 7, 1994. “Les Schneider en politique», en Les Schneider, Le Creusot. Une famille, une entreprise, une ville, París, Fayard, 1995 . “La nationalisation de la citoyenneté civique en France”, en Rafaele Romanelli (dir.), How did they become voters?, London, Kluwer, 1998. [Hay traducción en portugués: “A nacionalização da cidadania cívica”, en Letícia Bicalho Canêdo (org.), O Sufragio Universal e a invenção democrática, São Paulo, Estação Liberdade, 2005]. “Le nom et le nombre”, en Anne Marie Christin (dir.), L’écriture du nom propre París, L’Harmattan, 1998. En colaboración con Gérard Noiriel: “Citizenship and Nationality in Nineteenth-Century France”, en Jytte Klausen y Louise Tilly (dir.), European Integration in Social and Historical Perspective 1850 to the Present, New York-Oxford, Rowman and Littlefield Publishers, 1999. “Des voix qui parlent: les élections européennes du 13 Juin 1999 en France”, Regards sur l’Actualité, n o 353, 1999. “Les figures du vote, pour une iconographie du suffrage universel”, Sociétés et Représentations, n o 13, 2001. “Affari elettorali. Candidati e elettori nelle campagne elettorali francesi della fine del XIX secolo”, Memoria e Ricerca, nuova serie, n o 8, 2001.

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Entradas sobre “boycottage”, “carte d’électeur”, “cooptation”, “émeutes et manifestations”, y “socio-histoire du vote”, del Dictionnaire du vote, Pascal Perrineau et Dominique Reynié (dir.), París, PUF, 2001. Entradas sobre “Voter” y “Elections” del Dictionnaire de la République, Vincent Duclert et Christophe Prochasson (dir.), París, Flammarion, 2002. En colaboración con Pierre Favre: “Connaissances politiques, compétence politique. Enquête sur les performances cognitives des étudiants français”. Revue Française de Science Politique, n◦ 2-3, 2002. “De l’autre côté des urnes. Français, françaises, indigènes, 1848-1930”, en Pierre Favre y Yves Schemeil (dir.), Etre gouverné. Études en l’honneur de Jean Leca, París, Presses de Sciences Po, 2003. “La transparence du représenté. Les deux affaires Pierre Vaux 1852-1897, Août-Septembre 1894”, en Patrick Charlot (dir), Utopies: entre droit et politique, Dijon, Editions Universitaires de Dijon, 2005. “Périmètres du politique et co-production de la radicalité à la fin du XIX◦ siècle”, en Annie Collovald y Brigitte Gaïti (dir.), La démocratie aux extrêmes, París, La Dispute, 2006. “Qu’est-ce qu’un parti politique en France au XIX ◦ siècle”, en Anne-Marie Saint-Gille (dir.), Cultures et partis politiques aux XIX◦ et XX◦ siècles : l’exemple allemand, Lyon, Presses Universitaires de Lyon, 2006. “‘À Monsieur Schneider’. Quand les ouvriers demandent à leur patron de se présenter à la députation (janvier 1902)”, en Pierre Favre, Olivier Fillieule y Fabien Jobard (dir.), L’Atelier du politiste. Théories, actions, représentations, París, La Découverte, 2007. “Archiver la politique? Professions politique et métiers de la politique”, en Les archives des hommes politiques contemporains, París, Gallimard, 2007. “De l’histoire électorale à la socio-histoire des électeurs”, Romantisme, vol 1, n o 135, 2007. “Capacités politiques et politisations: faire voter et voter, XIX◦ -XX◦ siècles”, Genèses, n◦ 67-68, 2007. “Retour sur les répertoires de l’action collective”, Politix, n o 81, 2008. Entradas sobre “Histoire» y “Groupes d’intérêts”, en Fillieule Olivier (dir.), Penser les mouvements sociaux, París, La Découverte, 2010. Entrada sobre “Histoire et science politique”, en Delacroix Christian (dir.), Historiographies, 2 tomos, París, Gallimard-Folio, 2010. Entrada sobre “Elections en Europe” del Dictionnaire historique de la civilisation européenne, Daniel Roche (dir.), París, Fayard, 2011.

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Se terminó de imprimir en Doblas 1968, en marzo de 2011.