Las Armas en La Guerra Federal

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GUILLERMO GARCIA PONCE

.AS ARMAS £l\l LA GUERRA FEDERAL EDITORIAL CANTACLARO

La prim era edición de "Las Armas en la Guerra Federal” (Editorial “ G ráfica A m erica n a ” , Caracas, sep ­ tiem bre de 1968) se encuentra to­ talm ente agotada. Este libro aborda uno de los pe­ ríodos más dram áticos y apasio­ nantes de la h istoria venezolana desde un ángulo enteram ente nuevo: las luchas y v icisitu d e s del Partido Liberal y de los ca u d illo s de la Federación por la posesión de las armas. G u illerm o G a rcía Ponce extrae del estudio del proceso de arma­ mento del pueblo venezolano en el pasado, co nclusion e s de un gran valor te ó rica s y prácticas para el proceso de form ación de una d o ctri­ na y una d irección de la Revolución Venezolana. Com o afirm aba la nota de presen­ tación de la prim era edición, “ Las Armas en la Guerra Federal” es una nueva entrega de la búsqueda creadora en el pasado y en la rea­ lidad de Venezuela de una línea de pensam iento que haga cuajar la teo ría y verdades revolucionarias u niversales con la práctica y las condiciones particulares de nuestro paífS. Para esta segunda edición, se ha conservado el texto original de la prim era edición. Ediciones "P rim era L ín e a ” Caracas, 1972

EN LA GUERRA FEDERAL BIBLIOTECA NACIONAL

Caracas, 1972

El análisis de los acontecimientos de la historia revela que las causas justas siempre son victoriosas No obstante las más variadas peripecias y la oposición que pueda ofrecerle la fuerza armada. No bastará nunca la superioridad de las armas, la acción destructora del poder bélico, para contener el progreso de los pueblos. De modo que es indiscutible la stipremacía de los factores políticos y morales sobre los ingenios metálicos. Sin embargo, esta verdad general puede convertirse en un gravísimo desatino si se supone que toda idea justa por sí sola es suficiente para rendir el poder político y abrir las puertas de las transformaciones sociales. Es difícil concebir una ingenuidad semejante. Pero no es extraño, en las concepciones erróneas, confundir la fantasía con lar realidad y atribuir a la imaginación poderes sobrenatu­ rales. Ya una vez tuvimos “filósofos por jefes, filantropía por legislación, dialéctica por táctica y sofistas por soldados”, como dijera Bolívar de los errores de la Primera República. Es bien sabido que no hay otra manera correcta de abor­ dar el desarrollo histórico sino como un proceso lleno de con­ tradicciones y antagonismos, es decir inseparable de la lucha de contrarios. Los conflictos en la vida material, en la base real de la sociedad, no se expresan de un modo idílico sino a través de una constante lucha en la cual las formas caducas de existencia no ceden su lugar sin una obstinada y agresiva resistencia. Las ideas políticas justas vencen no necesariamente porque poseen las armas sino porque se apoyan en las necesidades de la sociedad, en el conocimiento profundo de los nexos internos, vitales e irreversibles del desarrollo social y en su dominio cons­ ciente para que sirvan a la liberación, progreso y justicia de la humanidad.

Esta razón da a quienes sostienen las causas justas, a las organizaciones revolucionarias que se forman a su alrededor y a las clases sociales cuyos intereses representan, una capaci­ dad de combate, una inagotable fuente de recursos políticos y militares y al mismo tiempo de maneras de utilizarlos, que no pueden ser igualados por sus adversarios. Es claro que, a la hora de adquirir la lucha de clases —in­ evitable en toda sociedad dividida por antagonismos sociales— las formas más cruentas, no bastará a la clase revolucionaria invocar que tiene la razón, sino que deberá lograr el “armamento del pueblo”, como diría Eduardo Machado; alcanzar la posesión de las armas al nivel y contundencia que exige el propósito de vencer. Es decir, en determinados momentos, las ideas justas nece­ sitan de las armas. Al estudiar algunos de los múltiples episodios de la lucha por la posesión de las armas en la guerra de la Independencia y ahora en la guerra de la Federación, no hemos pretendido ni mucho menos destacar como único y determinante el papel de las armas sino señalar algunas experiencias que al respecto ofrece la historia. A través de las fatigas de Bolívar y de Falcón por adqui­ rir el material de guerra e introducirlo al país se manifiestan admirables virtudes de buena conducción política y militar. Además, junto a errores y fracasos que nunca fueron ca­ paces de doblegar el espíritu de lucha y perseverencia, esos mis­ mos esfuerzos pusieron al descubierto extraordinarias faculta­ des de labor práctica, de hacer activo y militante, de unidad en­ tre la palabra y la acción, bien distintas a la jefatura teorizadora y sofisticada en la cual a menudo se regocija cierta historia. Lenin recomendaba como el mejor método que cada situa­ ción se considerara: “a) solamente desde el punto de vista his­ tórico; b) solamente en relación con otras; c) solamente con relación a la experiencia concreta de la historia”. Tanto en las páginas de Las Armas en la Guerra de la In­ dependencia como en las que hoy damos a los lectores apenas he­ mos querido contribuir a divulgar algunos de los hechos más resaltantes de una “experiencia concreta de la historia” vene­ zolana. G. G. P.

Antiguas y Despiadadas Facciones

Al desaparecer los órganos e instrumentos de la domina­ ción española, ocuparon su lugar las instituciones creadas pol­ los patriotas en el curso de la guerra; en sitio predominante el ejército, cuyas fuerzas eran el apoyo fundamental de la hege­ monía de los caudillos surgidos del movimiento independentista. De todos los jefes militares —desaparecido Bolívar— José Antonio Páez era el de mayor ascendiente. Su destacada posi­ ción procedía del papel desempeñado por el Ejército de Apure. Como se sabe, la caballería llanera jugó una función casi deci­ siva a partir de 1817-18. En el ejercicio de la jefatura política y militar, Páez se convirtió en uno de los más influyentes propietarios agrarios. El poder adquirido en la contienda creció en los años de paz. A las recompensas recibidas de acuerdo a las disposiciones so­ bre reparto de bienes, que comprendieron extensas propiedades, Páez agregó el producto de especulaciones realizadas con los haberes pertenecientes a otros oficiales del Ejército Liberta­ dor. El antiguo peón de hatos y después prestigioso guerrero pasó a ocupar una posición gobernante prepotente. Alrededor de Páez se núcleo la vieja nobleza, los grandes propietarios de ganado, tierras y esclavos y los comerciantes. Los criollos realistas obtuvieron la devolución de sus propieda­ des y se constituyeron también en soportes del nuevo régimen. Después de destruido el dominio español, se estableció un es­ trecho ensamblaje entre los altos jefes del ejército, la vieja no­ bleza y los criollos realistas de retorno al país. Estos grupos sociales concentraron bajo su égida las principales riquezas: tierras, rebaños, esclavitudes, propiedades urbanas y los nego­ cios, banca, usura y comercio. Controlaban los órganos esencia­ les del Estado: las fuerzas armadas, los tribunales, la burocra­ cia y la iglesia. El círculo militar paecista pasó a ser el bas­ tión armado de las clases dominantes. El Poder republicano surgió y se desarrolló sobre la base del mantenimiento del régimen económico-social predominante

JOSE ANTONIO PAEZ Un retrato de la época.

po, al comercio minoritario, a los empleados de bajos ingresos y hasta para algunos grandes propietarios agrarios arruina­ dos, a merced de los usureros; se profundizaron las diferencias entre los menos privilegiados y una minoría de comerciantes y especuladores. La crisis económica que azotó al país alrededor de 1840 quebrantó aún más la situación general. Aumentaron las zo­ nas de conflicto entre los distintos grupos de las clases domi­ nantes, divididos en conservadores y liberales. 5 Se extendió la desocupación; se arruinaron numerosos ar­ tesanos, pequeños propietarios y comerciantes; el poder adquisi­ tivo de la moneda se vino al suelo y el salario real de los peo­ nes ya de por sí miserable alcanzó niveles más reducidos. Gran­ des masas campesinas fueron azotadas por el hambre, mien­ tras en las ciudades la pobreza llegó a proporciones desespe­ rantes. La oligarquía buscó una salida a la crisis económica me­ diante una mayor explotación de los peones y campesinos, la liquidación de los bienes de los deudores y la extorsión de las capas pobres y medias de la población. Y para reprim ir el des­ contento, se propusieron, en 1845, nuevas medidas opresivas que comprendían la anulación de la libertad de prensa, el au­ mento de las fuerzas del ejército y la policía, la intervención del poder judicial y mayores restricciones al derecho electoral. 6 En el período comprendido entre 1840 y 1858 los relevos en la camarilla gobernante, manejados unas veces por Páez y 5 “En 1840 se había constituido una oligarquía con influencia en el Gobierno; compuesta principalmente de un grupo adueñado hacía tiempo de los puestos públicos sin querer soltarlos; de los prestamistas, a quie­ nes importaba sostener la Ley del 10 de abril de 1834, que autorizaba cual­ quier premio en los préstamos; y entregaba atado al deudor al acreedor, co­ mo una víctima, sin defensa, condenado a la extorsión; de los empresarios del Banco, que absorbía parte del tesoro público y gozaba de privilegios inconstitucionales; y, en resolución, de todos los que tenían miedo a las innovaciones y a los conflictos públicos...” (Laureano Villanueva, Ezequiel Zamora, págs. 15-16). 6 En las elecciones de 1846 sólo votó el 4,71% de la población. (Ver: Carlos Irazábal, Hacia la Democracia, México, 1939). 17

Otras por José Monagas, se realizaron dentro del mismo círculo de grandes propietarios sin significar cambio fundamental al­ guno. Hambre, enfermedades, desocupación y miseria continua­ ron abatiéndose sobre el pueblo. Los voraces latifundistas ex­ tendieron sus hatos y haciendas apropiándose de las tierras bal­ días, desalojando a las comunidades indígenas y a los campesi­ nos pobres y medios. El decreto de la abolición de la esclavi­ tud, dictado cuando ya la plusvalía producida por los esclavos no compensaba los gastos de su mantenimiento, aumentó la ma­ sa de desocupados y colocó a los esclavos en una situación aún más incierta, al verse obligados a vender su fuerza de trabajo en las más precarias condiciones. La economía del país no se recuperó y una nueva sacudida la estremeció al transcurrir la década de 1850, cuando se que­ brantó el sistema monetario en los principales países compra­ dores de productos venezolanos. Los precios de la exportación nacional se fueron a pique; bajaron los ingresos del gobierno, que actuaba con un déficit crónico, mientras era constantemente presionado por la crecida deuda exterior e interna. Las gran­ des potencias se valieron de la debilidad de Venezuela para acosarla con pretensiones lesivas a la soberanía nacional. To­ dos estos factores influyeron en la inestabilidad del gobierno, la inseguridad económica, la merma de los negocios e inver­ siones y el descalabro de las actividades productivas en general. La situación, después de la Independencia, no sólo se ca­ racterizaba por las paupérrimas condiciones de vida de las grandes masas. El desbordante malestar político abarcaba a am­ plios sectores. Quienes habían servido a la causa republicana, afrontando toda suerte de riesgos, se sintieron engañados al adueñarse una camarilla de los frutos de la victoria, obtenida al costo de la vida de un tercio de la población. En las clases pobres, para quienes la guerra significó las más duras pena­ lidades, sacrificios e incalculables pérdidas, el descontento era más pronunciado. Crearon am argura y resentimiento el incum­ plimiento de las promesas de redención, formuladas para in­ corporarlas al tremendo esfuerzo de guerra contra los realis­ tas. El aliciente de recompensas materiales y políticas había sido, precisamente, uno de los factores que obró en el traslado de la adhesión popular del realismo a la causa independiente. 18

Las ofertas de reparto de propiedades y tierras, abolición de la esclavitud, igualdad democrática, llevaron a peones, campe­ sinos y esclavos y desposeídos en general a sumarse a los ejér­ citos patriotas volcando la correlación de fuerzas a favor de la República. La insatisfacción de los objetivos bajo cuyo aliento el Ejér­ cito Libertador decidió la guerra y el dominio de una camari­ lla que mantenía casi intacto el viejo orden social, fomentaron un estado de continua rebelión en los antiguos cuadros de ofi­ ciales y soldados. 7 Durante la lucha por la Independencia, en el ejército y en las guerrillas surgieron costumbres plebeyas. La obtención de ascensos gracias al valor personal y no por nobleza de cuna; el trato liberal entre jefes y soldados que comparten los azares de la guerra; el reparto del botín de las victorias; la continua prédica contra los godos, etc., desarrollaron cualidales peculia­ res en el Ejército Libertador. 8 No debe olvidarse que el ejér­ cito fue la forma principal de organización durante la guerra, la república misma, principio y fin de todas las cosas y que en su formación se invirtió un largo proceso de esfuerzos para conquistar la adhesión de los peones, esclavos y campesinos. Con el regreso a la vida civil todo cambió. La carne de cañón su­ frió una tremenda devaluación. Terminó el período de halagos. Se restableció en todo su rigor la vieja jerarquía social y la 7 “Entonces surgió la calificación de oligarcas para los hombres del poder a quienes se acusaba de vincular éste en círculo estrecho de perso­ nalidades conocidas, y se les echó sobre las frentes el estigma de godos para hacerlos aborrecibles y porque muchos hombres importantes de 1811, que se habían mantenido separados del país en las Antillas por te­ mor a los desastres de la Guerra Magna, una vez triunfante la revolu­ ción de Independencia, habían regresado a Venezuela consagrándose a la República.... despertando con ésto el celo de los soldados libertadores...’’. (Alejandro Urbaneja, La Doctrina Positivista, tomo II, pág. 441). 8 “ .. ..La Guerra de Independencia fue la primera en subvertir el orden social que venía establecido, dándole predominio al heroísmo sobre lo que se entendía por limpieza de sangre, y dándole lógicamente, al sol­ dado plebeyo o liberto, tm rango superior al que tenía el propietario blanco, engreído y vanidoso..... ” (José Santiago Rodríguez, Contribución al es­ tudio de la Guerra Federal). 19

autoridad de los propietarios, capataces y comisarios. La vida civil significó el regreso a odiosas discriminaciones y diferen­ cias, a una explotación despiadada, a la inviolabilidad de la propiedad privada, todo lo cual quería decir hambre, privacio­ nes, desocupación, azotes para la tropa, acostumbrada a vivir de la guerra. Los oficiales y soldados desplazados se sintieron despojados de derechos que juzgaban legítimamente adquiridos; retrocedi­ dos en la escala social y en una situación de desventaja en com­ paración a la imperante en la acción guerrillera y en los cam­ pamentos del ejército. Peones, campesinos, esclavos y la pobrecía de los caseríos y ciudades, se consideraron víctimas de un gigantesco fraude al no materializarse las esperanzas cifra­ das en la victoria. No era extraño que, en estas circunstancias, un fermento revolucionario prevaleciera en el país. En los campos se form a­ ban partidas armadas, integradas por antiguos oficiales y sol­ dados, por sus hijos y otros familiares que les seguían por to­ das partes, para tomar por la fuerza aquello de lo que se sen­ tían arbitrariam ente despojados. 9 Pelotones del gobierno reco­ rrían las provincias batiendo en guerra a “ladrones y cuatre­ ros”. Se dictaron rigurosas penas de azotes y presidios, y cuan­ do éstas no surtieron los efectos buscados, se practicaron fusi­ lamientos sumarios; pero todo fue insuficiente para contener una situación creada por profundos factores sociales. A la represión, los hambrientos y descontentos respondían enguerrillándose. Peones, campesinos, esclavos y desocupados, muchos de ellos veteranos de la guerra, engrosaron los grupos guerrilleros que se levantaron en armas o los motines y ten­ tativas de rebelión que desafiaban al gobierno con los más di­ símiles principios o reclamaciones. Unas veces la bandera era 9 “...No sólo eran llaneros; mulatos y zambos, los que componían aquellas gavillas; muchos eran obreros, artesanos, agricultores sin traba­ jo, a quienes acompañaban multitud de esclavos y de manumisos que 1mían del dominio de sus amos, a los cuales querían someterlos de nuevo jueces y autoridades, que sobre todo en las provincias llaneras violaban cons­ tantemente la ley de manumisión en favor de los propietarios...’’. (L. Va llenilla Lanz, Los Partidos Históricos, pág. 442, La Doctrina Positivista). 20

la reconstrucción de Colombia; en otras era el pago de los ha­ beres militares o la protesta por atropellos de las autoridades o la exigencia de oficiales desplazados ante la avalancha de la camarilla de turno en el Poder. En 1830 ocurrieron alzamientos en Río Caribe y Orituco. En Carabobo se rebeló el coronel Castañeda. El general José Tadeo Monagas hizo un pronunciamiento en las provincias orien­ tales. En 1831 hubo motines en Caracas y tomó las armas el general Bermúdez. En 1833-34 sucedieron las revueltas de los coroneles Gavante y Guillén. En 1835, el país fue conmovido por la llamada “Revolución de las Reformas”, encabezada por el general Santiago Mariño. En 1836 los hermanos Farfán rea­ lizaron dos movimientos armados. En 1838 fue la insurrección de Cordero y Figueroa, en Cumaná; la invasión del coronel Francisco María Faría por Perijá y una revuelta en Puerto Cabello. En los años siguientes: el alzamiento de Domingo Cha­ cón, en Aragua, y los motines en Nirgua, Villa de Cura, Ori­ tuco, Margarita, Cumaná, La Guaira, Caracas y otras poblacio­ nes. En 1847 y 1849, Páez dirigió dos levantamientos. 10 Durante los primeros años, sólo la fatiga creada por laguerra de Independencia, el anhelo general de paz y la gran autoridad de Páez, impidieron que los conflictos alcanzaran mayores proporciones. Ciertos períodos de mejoría en los nego­ cios, los cuales aprovechaban algunos grupos dominantes y los inclinaba al orden y a la paz, contribuían a que los movimientos armados se quedaran en sediciones abortadas o en alzamientos prontamente derrotados. Pero, cuando tales factores dejaron de tener influencia determinante y crecieron el descontento, las penurias y el malestar en el seno de las masas, las guerrillas hicieron su aparición no ya como casos aislados y esporádicos sino como una forma superior de lucha del pueblo desesperado. A partir de 1858 la lucha armada tomó definitivamente el ropaje de la federación y las consignas agitadas por el Partido Liberal. Ya antes de 1846 habían campesinos, peones y escla­

10 “...del año 1830 al 1847, que comprende el periodo mal llamado conservador, no hubo un solo día de paz en Venezuela. Partidas de ban­ doleros infestaban los desiertos y asaltaban los hatos y poblaciones del llano...’’. (L. Vallenilla Lanz, Op. cit. pág 442) 21

vos alzados en la sierra de Carabobo, en los llanos de Guárico y en las márgenes del río Yaracuy: “...M ucha gente de mal vivir se ocultaba en aquellos montes, supervivientes de las antigtias y despiadadas facciones. . . Restos de todas ellas eran estas partidas todavía en pie en el Guárico, compuestas de hom­ bres malos, insubordinados, envejecidos en el pillaje, que sin pertenecer a ninguna causa pública, estaban dispuestos en to­ das ocasiones a guerrear con cualquier capitán y bajo cualquier bandera. . . ” 11 A fines de 1846, se alzó Francisco José Rangel en la sie­ rra de Carabobo. Los conservadores anularon las elecciones en Magdaleno, donde triunfaron los candidatos del Partido Libe­ ral, y a Rangel, comisario del lugar, se despojó de las tierras que cultivaba en las vegas del río Tiznado. Rangel era un ve­ terano de la guerra de Independencia, que combatió a las órde­ nes del general Pedro Zaraza desde 1816 y estuvo entre quie­ nes asistieron al nacimiento del gobierno guerrillero de San Diego de Cabrutica: “ . . . Tenía el vigor, la astucia, agilidad y fuerza de los tigres. Escalaba las sierras a saltos y se escondía en los bosques, sin que nadie fuera dable e n c o n t r a r l o 12 Rangel reunió a centenares de peones, campesinos y es­ clavos y el 2 de septiembre de 1846 tomó por asalto a Güigüe y a otros caseríos vecinos. Para cubrir su retaguardia y retar­ dar la persecución contraria, inutilizó los puentes en el cami­ no hacia Valencia. Luego se apoderó de Magdaleno y San Fran­ cisco de los Tiznados y, después de pertrecharse de víveres, ata­ có a Villa de Cura. De este modo hizo su aparición la primera guerrilla con definida proyección política. Otros grupos armados surgieron en las cercanías de Va­ lencia, en La Victoria, por los alrededores de Guanare, en Tacarigua y valles del Tuy; guerrilleros ocuparon a Tejerías y por los lados de Cagua tomó las armas Rafael Flores, Calvareño. En las montañas de Turén, en la Empalizada, Sabana Seca y Las Mayitas operaban los partidarios de Pedro Blanco, Julián Díaz y Canelones; en Barlovento el doctor Manuel María Echan11 L. Villanueva, op. cit. pág. 86. 'J Ibídem, pág. 67. 22

día y Pedro Vicente Aguado, quien después sería famoso ge­ neral, ocuparon a Río Chico, al frente de cuatrocientos hom­ bres entre esclavos y peones y extendieron sus actividades por las costas desde Caucagua hasta la provincia de Barcelona. Los llanos de Guárico se cubrieron de guerrillas. Desde 1845, Pedro Aquino había organizado una partida armada y guerreaba por los lados del Sombrero y Barbacoas. Tenía su campamento en la confluencia de los ríos Memo y Orituco. Otras eran encabezadas por Jacinto Villa vi cencío, los herma­ nos Herrera, José Antonio Tovar y Gregorio Mature. En Camatagua, andaba la gente de Pedro Avilán, mientras Pedro Pé­ rez, Juan Aponte, Simón Flores y Gervancio Solórzano ope­ raban por Parapara y Chaguaramas. La figura de mayor relieve de estos movimientos fue Ezequiel Zamora, al frente de las guerrillas de la sierra de Carabobo, Guárico y Aragua, reconocido, por más de mil hom­ bres en la plaza principal de San Francisco de Los Tiznados, el 25 de septiembre de 1846, como general del pueblo soberano... Zamora había sido perseguido por los conservadores con encarnizamiento hasta negarle el derecho al voto. Dice su bió­ grafo, Laureano Villanueva, que “ . . . tenía la dureza de un fanático y el temple de un conspirador.. y Federico Brito Figueroa, uno de sus más apasionados historiadores, lo des­ cribe como “el alma de la asonada y de la insurrección popular contra la oligarquía. . . ” 13 Las primeras guerrillas terminaron derrotadas: Zamora fue vencido en Pagüito cuando pretendió pelear en formación regular y hecho prisionero al buscar refugio entre los campe­ sinos de las cercanías de Villa de Cura. El indio Rangel fue asesinado. Una delación condujo a las autoridades hasta su es­ condite, en la sierra de Carabobo, donde se reponía de heri­ das sufridas en el mismo combate. Enviaron a Páez su cabeza, conservada en salmuera, como signo de victoria. Los grupos de Barlovento fueron desbandados en Caño Zancudo, entre Curiepe e Higuerote, y los dispersos, cercados y rendidos en Cla­ rines. Exterminada la gente de Calvareño y él ejecutado en 13 Federico Brito Figueroa, Ezequiel Zamora, pág. 40. 23

la plaza de San Jacinto, en Caracas, en las navidades de 1847. Otras guerrillas recibieron fuertes golpes y los descalabros des­ alentaron y frenaron sus operaciones. Pero con medidas militares exclusivamente no hubiese sido posible liquidar el enguerrillamiento liberal. El gobierno de Jo­ sé Tadeo Monagas puso en práctica medidas políticas que al­ teraron las relaciones entre liberales y conservadores. Primero, fue una política de indultos que libró de la eje­ cución a Antonio Leocadio Guzmán y conmutó a Zamora y a otros jefes guerrilleros, contra quienes los implacables tribu­ nales, aun dominados por la oligarquía, habían dictado senten­ cias de muerte. Luego, la actitud de Monagas se orientó abier­ tamente hacia el Partido Liberal hasta convertirlo en el prin­ cipal apoyo político de su gobierno. El 24 de enero de 1848, al romper con el Congreso de mayoría conservadora, José Tadeo Monagas desafió abiertamente a la camarilla paecista. La oli­ garquía declaró la guerra. Ahora eran el general José Anto­ nio Páez y otros caudillos del Partido Conservador quienes tomaban el camino de las armas. Entonces se cambiaron los papeles. Los antiguos jefes guerrilleros pasaron a formar par­ te de los cuadros de mando del Ejército Constitucional mien­ tras que los generales que antes los combatieron eran ahora cabecillas de facciones alzadas. Ezequiel Zamora participó, co­ mo jefe, en las campañas de Maracaibo y de 1849; José de Je­ sús González, el Agachado, con el grado de capitán, sirvió bajo las órdenes del general Trinidad Portocarrero. Y muchos otros guerrilleros se incorporaron a las filas del gobierno: Zoilo Medrano, Pedro Manuel Rojas, Pedro Vicente Aguado, en fin, la mayoría de los insurrectos de 1846 y 1847. En marzo de 1858 el golpe dirigido por Julián Castro y organizado por los conservadores que derrocó al gobierno de los Monagas, provocaría un nuevo estallido de la lucha guerri­ llera. Los líderes del liberalismo habían aceptado la nueva situa­ ción y algunos comenzaron a colaborar en el ministerio castrista. Falcón hizo reparos pero suscribió el pronunciamiento. Zamora no opuso resistencia. José Gregorio Monagas, con el principal mando militar en Oriente, entregó las armas y se retiró a sus propiedades. Antonio Leocadio Guzmán fue visto 24

recorriendo a caballo las calles de Caracas mientras daba mue­ ras a Monagas y vivas a la revolución.14 Pero no ocurrió lo mismo en el seno de las masas libera­ les. En los llanos de Guárico y en la sierra de Carabobo resur­ gieron las guerrillas como en 1846. Zoilo Medrano y Jesús González, el “Agachado”, abrieron operaciones en las galeras de Los Morrocoyes, El Pao, Corozal y las serranías de Carabobo hasta Bejuma y las vegas de La Teta de Tinaquillo. Con ellos se fue el peonaje de las fincas, nuevamente adherido a los sue­ ños de repartimiento de tierras y propiedades, igualdad y jus­ ticia social, buscando cambios, recompensas y honores en las campañas militares. En las márgenes del Guanare y Portuguesa se levantaron grupos comandados por José Antonio Linares, uniéndoseles, después, Regino Sulbarán, Carlos Padilla, Miguel Santaella y otros jefes guerrilleros de la región. Linares era reconocido como el dirigente de la insurrección en Barinas y ostentaba el título de generalísimo. Por estos mismos territorios conmovía haciendas y caseríos la gente de Martín Espinoza, más de cua­ tro mil indios, peones y esclavos. Contaba la leyenda que hom­ bres del gobierno habían ultrajado y muerto a su mujer, una india, y desde entonces el antiguo boguero de los ríos llaneros se convirtió en fiero caudillo de bandas armadas. Pronto buena parte del país se transformó en sangriento escenario. Antonio Alvarez, cuyo asesor político y jefe de es­ tado mayor era el licenciado Francisco Iriarte, llegó a reunir una cantidad de guerrillas como para poner sitio a Guanare. En Turén combatía el valeroso Natividad Petit, y en los llanos lo hacía Pedro Manuel Rojas; en Nutrias apareció el médico francés Henrique Morton de Kerartry, con el grado de coro­ nel; en las costas de Puerto Cabello se alzó Juan José Mora; en los alrededores de Cumaná formó una guerrillera el llama­ 14 “...Recordamos haber visto ese día al señor Antonio Leocadio Guzmán recorriendo a caballo las calles de la capital y llevando lina oran espada al cinto pendiente de una faja que le cruzaba el hombro. Tam­ bién él festejaba el triunfo de la revolución y gritaba como tantos otros, “abajo los Monagas y los ladrones...” (Level de Goda, Historia Contem­ poránea de Venezuela, tomo I, pág. 74). 25

do comandante Verde y la guarnición de Guanarito desertó para unirse a los insurrectos de Barinas. La rebelión de Coro, el 20 de febrero de 1859, y las opera­ ciones de Ezequiel Zamora dieron magnitud nacional a la gue­ rra federal, así como las campañas de los Sotillo y Monagas en las provincias de Oriente y los levantamientos de Luciano Mendoza, los Lander, los Acevedo y otros, en los valles de Aragua y el Tuy, y del viejo Gabriel Guevara y de Leiciaga, en la sierra de Carabobo. La llam arada mordió las entrañas del país y no las soltaría en cinco largos años de incesantes convulsiones. La guerra federal fue, en cierta manera, una continuación histórica de la guerra de la Independencia. La política de los golpistas de marzo de 1858 hizo estallar las contradicciones en el desarrollo económico-social, asfixiado por las relaciones semifeudales y semiesclavistas, que habían quedado atrapadas en el cuerpo de la República. El detonante lo suministró la explosiva pugna entre conservadores y liberales, el agravamiento deses­ perante de la miseria de las masas campesinas y urbanas. La brutal represión desatada por el gobierno de Julián Castro pre­ cipitó el conflicto. Desde los primeros días de instaurado el poder de la oli­ garquía conservadora y pese a las declaraciones a favor de la reconciliación de los dos partidos comenzó la persecución contra los liberales y antiguos partidarios de Monagas, especialmente en las provincias donde las autoridades procedían con mayor im­ punidad. De nada sirvió el ministerio de “fusión” y la compo­ sición mixta del Consejo de Estado donde fueron incorporadas personalidades liberales conciliadoras. 15 La represión comenzó con un decreto que dispuso someter a juicio a los empleados de la administración; luego surgieron los incidentes con motivo del asilo del ex-presidente y de su familia en la sede de la Le­ gación de Francia y finalmente las disposiciones policiales con­ tra connotados líderes del liberalismo, muchos de los cuales fue­ ron reducidos a prisión y un grupo numeroso expulsado del 15 Los conciliadores eran partidarios de la fusión de liberales y con­ servadores en un “gabinete de unidad” y de la distribución de los fusionistas era “olvido al pasado”. 26

país. P ara este tiempo ya en las provincias las persecuciones tenían tiempo andando y contra ellas los liberales respondie­ ron con la resistencia armada. Pero, además de las condiciones objetivas que hicieron ine­ vitable el conflicto, las masas populares encontraron un partido que asumió la dirección y responsabilidad de la lucha arm ada: el partido Liberal, que .se disciplinó en las prisiones, se hizo indomable en la guerra y se depuró en el infortunio.. . ” 16 El Partido Liberal que asumió la organización y conduc­ ción de la guerra no era la decrépita fachada que después se co­ rrompió en el ejercicio del Poder, desprestigiándose en medio de una orgía de abyección y rapacería, sino un movimiento lo­ zano, que disfrutaba del apoyo popular e interpretaba esperan­ zas y exigencias; capaz de insuflar una fe para el combate; re­ sultado él mismo de la crisis revolucionaria, del fragor de la lucha, endurecido por la adversidad. Aún cuando ciertas capas del liberalismo habían capitu­ lado y eran “fusionistas” los comités del partido en los pueblos y caseríos, vinculados estrechamente al pueblo tomaron en sus manos la ayuda a las guerrillas, reclutando personal, suminis­ trando armas y víveres, realizando agitación a favor de la gue­ rra y prestando importantes servicios en la retaguardia urbana. “Cada liberal se sintió amenazado en sus bienes, en su libertad y en su vida; y a poco andar formáronse clubs de conspiración en todas las provincias: dióse calor a la prensa contra el go­ bierno; aclamóse el pi'incipio de Federación, como base de un programa de oposición y de guerra. . . " 17 Pero, adoptar la disposición de hacer la guerra y tomar el duro camino del campo de batalla no bastaba, no podía aspi­ rarse a la victoria sin armas. Una vez desatadas las formas más violentas de la lucha de clases, las armas constituyen medios de­ cisivos para imponerse sobre el adversario.

16 L. Villanueva, op. cit. pág. 149. 17 Ibídem, pág. 165. 27

Lo que Ningún Soldado Inteligente Debe Ignorar

En la segunda mitad del siglo XIX las armas de fuego ha­ bían adquirido un notable desarrollo. En comparación a los rús­ ticos instrumentos de los siglos XIV y XV, las principales po­ tencias contaban con un equipo militar relativamente avanzado. Del arcabuz de los primeros tiempos sólo quedaba su hue­ lla en la genealogía bélica. En el siglo XV el arcabuz sustituyó las primitivas armas manuales de fuego. Con culata curva y corta, para facilitar el apoyo en el hombro, su peso era, por lo general, de cuatro a seis kilos. Disparaba una carga de treinta a cincuenta gramos a cien metros de distancia. Uno, más ligero, estaba destinado a la caballería y otro, más pesado, de veinte a veinticinco kilos, disparaba cien a doscientos gramos apoyán­ dose en un soporte. El mosquete, sucesor del arcabuz, podía alcanzar una dis­ tancia de doscientos metros con proyectiles de cincuenta gra­ mos. Requería más de tres minutos para cargar y una hosqui11a portátil de hierro destinada a afinar la puntería. La hosquilla comenzó siendo un artefacto muy pesado, hasta que, en los ejércitos de Gustavo Adolfo, la sustituyeron por la llamada “pluma sueca”, más liviana y que. además, servía de arma an­ ticaballería pues los infantes la clavaban en tierra formando una barrera contra el envión del caballo. El viejo arcabuz funcionaba con una mecha de estopa fina, impregnada de una sustancia inflamable, la cual se introducía en el oído del arma. En el siglo XVI apareció la pistola con el sistema de llave giratoria o roldana. Al presionar sobre el ga­ tillo una rueda dentada giraba haciendo contacto con la piedra de pirita o el pedernal lo cual provocaba un haz de chispas. Este sistema sustituyó a la mecha, pero sin mejores resultados. El arcabuz fue un arma decisiva en la conquista de Amé­ rica por el efecto terrorífico que causó entre sus habitantes. Durante la guerra de la Independencia el arma individual pre­ dominante en la infantería fue el fusil de chispa. Pero ya no funcionaba mediante la llave de rueda, sino al rastrillar el martillo sobre una piedra de pedernal. Perfeccionado en las

primeras décadas del siglo XVII, su uso se extendió a la ma­ yoría de los ejércitos a comienzos del siglo XVIII. El fusil de la Independencia podía disparar una o dos cargas por minuto y tenía un alcance de doscientos a trescientos metros. La efectivi­ dad de los viejos mosquetes era de un 40% a cien metros de dis­ tancia mientras que los rifles llegaban a 50% a trescientos metros. A partir de 1818 comenzaron a llegar a manos de los pa­ triotas los rifles de ánima rayada. El más usual fue el modelo inglés de 1802, según las normas de su inventor Ezequiel Baker. Como es sabido, en estas armas la pólvora y los proyecti­ les eran colocados separadamente. La carga se introducía por la boca ajustándose el proyectil mediante una baqueta —pri­ mero de madera y luego de hierro— lo cual era un serio incon­ veniente para el infante obligado a realizar dicha operación de pie y al descubierto ante el fuego enemigo. El rifle resultó más difícil de cargar que el fusil de ánima lisa pues requería más esfuerzo y tiempo. Esta diferencia que era muy importante cuando se exigía un tiro rápido inclinó a los grandes ejércitos a conservar las viejas armas, más cómodas para el soldado. Durante un tiempo, las innovaciones en las armas de fue­ go estuvieron dirigidas a vencer lo que representaba el mayor obstáculo: las dificultades para cargar e introducir los proyec­ tiles. Se mejoró la baqueta, haciéndola más liviana, flexible y fuerte. En cuanto a los proyectiles, en 1824 comenzó la era de las balas cilíndrico-cónicas, en forma alargada, menos resisten­ tes al aire que las redondas y de mayor velocidad y alcance. Se redujo el calibre a fin de introducirlas más fácilmente, y su fabricación con un material más suave y moldeable, como el plomo, permitió menos dureza, mejor ajuste al rayado y alige­ ró el trabajo de la baqueta. En 1840 se lograron nuevos avances en balística con el sistema de ahuecar la parte posterior del proyectil a fin de apro­ vechar la acción expansiva de los gases. Al dilatarse gradual­ mente los gases en el cañón, disminuían la resistencia a la fuer­ za de expulsión y los efectos del culatazo. También significó mayor facilidad para aprovechar el rayado y, por lo tanto, un gran progreso en velocidad y alcance. En tales innovaciones jugaron un importante papel el inglés Norton, considerado co32

mo el creador de la bala cilíndrico-cónica; el ingeniero suizo M. Wild, perfeccionador de la baqueta, y los franceses Thovenin y Minié, quienes trabajaron en balística. Un paso decisivo lo constituyó la aparición del sistema de percusión. La idea se atribuye al escocés Alexander John For­ syth, cuyas investigaciones condujeron a la pólvora detonante. En el uso de casquillos con fulminante mercurial se venía traba­ jando desde comienzos del siglo XIX. En 1814, se inició la fa­ bricación de los primeros pistones de percusión y para 1820 su aplicación se había generalizado. El nuevo método permitió que las armas de fuego pudieran emplearse en condiciones de humedad y bajo lluvia y redujo el porcentaje de irregularidad en los disparos. Comenzó la era del “fusil de pistón”. Adquirieron renombre los rifles Minié, adoptados por Bél­ gica, Prusia, España y Rusia. En 1854 el modelo Enfield re­ presentó un gran progreso en relación a los primeros Lancas­ ter, ya conocidos en la3 guerras napoleónicas, y desplazó defi­ nitivamente a las armas individuales de ánima lisa en el ejér­ cito inglés. Otro rifle muy apreciado era el Prelet, consideradopor Federico Engels bastante bueno pues disparaba más de cien tiros sin atascarse, aunque sin alcanzar los seiscientos me­ tros como el Enfield. Otro problema abordado fue el sistema de carga. Ingenie­ ros y armeros se afanaron en crear una forma que permitie­ ra hacerlo por la recámara. Durante una época se ensayó la retrocarga en la artillería y también en algunas armas ma­ nuales mediante el desplazamiento de una pieza movible. Como se requería que esta parte quedara sólidamente ajustada, des­ pués del movimiento de introducción del proyectil a fin de re­ sistir los efectos de la explosión, pocas veces se lograba un dis­ paro perfecto. Patricio Ferguson, coronel británico, quien participó en la guerra contra los independentistas norteamericanos, inventó un primitivo rifle de carga por la recámara. Delvigne, también oficial británico considerado por Engels como el padre del fu­ sil moderno, construyó, en 1828, un rifle con el sistema ya bas­ 33

tante perfeccionado. 18 Pero aún pasarían unos cuantos años para que fuera aprobado por los grandes ejércitos. En 1848, los ingleses ya contaban con el fusil de retrocarga Scharps, de gran precisión y seguridad en el disparo. Sin embargo, fueron los alemanes quienes tomaron la de­ lantera. En 1835, Prusia terminaba los ensayos del fusil Dreyse, el famoso fusil de aguja, que reunía el sistema de retrocar­ ga con el cerrojo de aguja. Al mover el gatillo la punta afi­ lada penetraba en el fulminante situado en la base de la bala y ocurría la descarga. Un cartucho unía en una sola pieza la bala, la pólvora y el fulminante. Con el Dreyse los alemanes lograron cinco disparos por minuto. Fabricándolo en secreto, iniciaron la producción en serie en 1848 y cuando estalló la guerra entre Prusia y Austria, los austríacos —dependientes aún del armamento de carga por la boca— fueron derrotados. Las otras potencias no se quedaron atrás. Los prusianos fueron igualados y hasta superados en la fabricación de ar­ mas individuales de infantería. Pronto los movimientos del sol­ dado quedaron reducidos a abrir la recámara, introducir el car­ tucho, cerrar, apuntar y disparar, que podían hacerse desde cualquier posición, incluso sin detenerse y al asalto, sin ver el arma, lo cual significaba una gran ventaja en relación a las incomodidades del fusil de chispa o de pistón. Otra nueva arma, inventada a finales de la primera mi­ tad del siglo XIX, fue el revólver. Los alemanes construyeron un modelo que empleaba varios cañones girando sobre un pun­ to. El coronel Samuel Colt, aprovechando el sistema de percu­ sión, invirtió los términos y puso a girar la cámara. El Colt 44, comenzó a producirse en serie en Estados Unidos en 1847. En la artillería, los cambios fueron lentos aunque tal vez más impresionantes que en las armas manuales. Desde 1342 existen numerosas referencias acerca del empleo de toscos ins­ trumentos en la defensa de Algeciras. Los primeros cañones eran de latón. Posteriormente comenzaron a construirse en hie­ rro batido y luego en hierro colado. Durante mucho tiempo los 18 Federico Engels, The Rifle History, Engels as Military Critic, Manchester University Press, 1959, Londres. 34

En la guerra federal se usó poca artillería. Las piezas utilizadas por los federales fueron arrebatadas a los conservadores en el campo de batalla. Pertenecían al mismo tiempo de las empleadas durante la guerra de la Independencia, como el que aparece en la gráfica, de carga por la boca y un alcance aproximado de 1.200 metros. La mayoría de estos cañones procedían de las guerras napoleónicas.

proyectiles eran de piedra hasta finales del siglo XIV cuando comenzaron a usarse de hierro. En el siglo XV las bombardas y lombardas perdieron un poco su torpeza al montarlas sobre ruedas y estructuras en pla­ nos inclinados para los efectos de la retracción. Gustavo Adol­ fo fue un gran innovador de la artillería y a su ejército se con­ cede muchos de los méritos en las mejoras introducidas en los cañones de campaña, aligerados considerablemente. Federico “el Grande” fue un aficionado a los grandes cañones, a los que lla­ mó “los argumentos más respetuosos de los derechos de los re­ yes”. Napoleón mostró predilección por las bocas de fuego de doce libras, denominadas por sus soldados: “las muchachas del emperador”. La artillería empleada en Venezuela durante la Guerra de la Independencia consistió principalmente en piezas livianas: cu­ lebrinas, falconetas, cervatanas o pasovolantes, rivadoquines y robinetes, usadas como armas de acompañamiento. También en­ traron en acción cañones más toscos, como rústicas lombardas y viejos pedreros. La artillería de plaza, instalada por los es­ pañoles para la defensa de castillos y fortificaciones que cu­ brían las entradas de puertos y otros lugares estratégicos, po­ 35

día alcanzar hasta mil metros y era de ánima lisa y carga por la boca. El sistema de rayas en el ánima fue incorporado a la ar­ tillería mucho después que en las armas manuales. La ¡nova­ ción se atribuye al oficial Cavalli, del ejército piamontés, en 1845. Ya en 1850 algunos de los más importantes ejércitos co­ menzaron a sustituir las viejas piezas de ánima lisa por caño­ nes rayados, lo cual proporcionó a sus artilleros una precisión que abriría una nueva época en la guerra. Las modificaciones de las armas están relacionadas estre­ chamente con la propia guerra. Engels destacó la íntima vincu­ lación entre técnica y táctica. La técnica obliga a cambiar las formas de lucha, revoluciona la táctica. Pero, éste no es un proceso unilateral. Al mismo tiempo, el empleo de nuevas for­ mas de lucha impulsa a la búsqueda de nuevas técnicas de re­ novación y cambios en las armas. La guerra de la Independencia de Estados Unidos y las campañas de la Revolución Francesa introdujeron un conjunto de nuevos procedimientos de combate. Las escaramuzas soste­ nidas por pequeñas unidades, la combinación de líneas y colum­ nas, el orden extendido en lugar de las formaciones rígidas, no eran desconocidas en las prácticas de la guerra. Sin embargo, constituyeron para la nueva época tácticas novedosas. Las anti­ guas arm as resultaban impotentes para adaptarse a la nueva situación. Y bajo estas circunstancias, dice Engels: “se presen­ tó una vez el problema: inventar un arma que combinara el al­ cance y exactitud del rifle con la rapidez de carga y la longitud de cañón del mosquete de ánima lisa; un arma, que fuera al mismo tiempo un rifle y fácil de manejar, adecuado para ser colocado en manos de todos los soldados. . . ” 19 No hay duda que todas las modificaciones en las armas de infantería desde fines del siglo XVIII y comienzos del XIX hasta el “fusil de aguja” tuvieron como objeto satisfacer las exigencias de un tiro rápido; la táctica de un combate más vivo, ágil, de movimiento. Como decía Lenin, cambiaban los instrumentos y las arm as de acuerdo con los cambios de cir­ 19 Ibidem. 36

cunstancias y según las exigencias de la lucha. Desde cuando Napoleón afirmaba que el fusil con bayoneta constituían el ar­ ma más perfecta inventada por el hombre hasta las nuevas ar­ mas, cincuenta años más tarde, no había un largo trecho, pero lo suficiente para que ocurrieran importantes modificaciones en la técnica. Engels sostenía que “el fuego de los rifles modernos no es necesariamente tan peligroso para un batallón que ataque con espíritu... la gente se da cuenta de nuevo que son los hom­ bres y no los mosquetes los que ganan las batallas. . . ”, 20 rei­ teración de la supremacía eterna de los hombres y de la moral por encima del material de guerra. Pero no por eso, los ejérci­ tos abandonan la búsqueda de nuevas técnicas bélicas, nuevas armas, más eficaces, más destructivas. Y era el propio campo de batalla, como siempre, el que servía para establecer la rela­ ción entre técnica y táctica, entre armas y formas de lucha; compitiendo unas y otras; adaptándose y exigiéndose mùtua­ mente. Muchos de los cambios en el sistema de percusión y en los proyectiles fueron ensayados por los norteamericanos cuando arrebataron Texas, Arizona, Alta California y Nuevo México a México, casi la mitad de su territorio, en la guerra de 1846. Sin embargo, fue la guerra de Crimea el verdadero campo de experimentación del nuevo armamento. El conflicto comen­ zó entre Rusia y Turquía, en julio de 1853, con la disputa por los principados del Danubio. Francia e Inglaterra intervinie­ ron, en 1854, a favor de los turcos, y cuando las tropas rusas amenazaron a Constantinopla, los “aliados” llevaron las opera­ ciones a la península de Crimea para aliviar la precaria situa­ ción de Turquía. El prolongado sitio de Sebastopol, que duró trescientos cincuentinueve días, permitió ensayar numerosas in­ novaciones en las armas de fuego. Los franceses emplearon la carabina Minié considerada como la mejor arma individual de infantería de su tiempo. En la batalla de Alma-Balaclava-Inkerman, quedó demostrada la superioridad de los ejércitos equipados con fusiles de ánima de rayas sobre las armas lisas, aún cuando éstas eran más nume­ rosas todavía. 20 Ibidem. 37

También se ensayaron piezas de artillería con rayas, así como nuevos tipos de morteros y granadas. El aumento del poder de las armas de fuego desarrolló una tendencia a favor de la artillería y a preferir las tácticas de­ fensivas. No es que fuese novedad la idea del predominio del fuego sobre otro elemento material de la guerra, pues desde las primeras experiencias con las armas de fuego se hicieron pa­ tentes sus recursos para imponerse en el campo de batalla. Fe­ derico I decía que combatir sin la ventaja del fuego era hacerlo estúpidamente. Cuando en Crimea la artillería y los fusiles de ánima rayada, las nuevas granadas y los morteros perfeccio­ nados, mostraron su extraordinaria fuerza, los procedimientos de la infantería se tornaron más conservadores. Los ejércitos buscaron las trincheras y las fortificaciones a fin de protegerse del fuego. Las guerras perdieron movimiento, se hicieron más lentas y se generalizó el despliegue antes de las batallas. Una consecuencia de las nuevas experiencias fue la exigen­ cia de aumentar la potencia de los explosivos para desalojar al enemigo de las posiciones reforzadas. Los mandos solicitaron nuevos artefactos con la idea de superar al advesario en el due­ lo y vencer la protección que brindaban defensas artificiales o naturales. En la teoría militar, el poder de las bocas de fuego extendió las ideas sobre la defensa como .la mejor forma de hacer la guerra.. . ”, que ya Clausewitz había sostenido en 1833. Las exigencias bélicas serán cubiertas por una industria cada vez más desarrollada en Europa y Estados Unidos. Como dice F. Engels: “ . . . en el siglo XIX, siempre que apareció la demanda de un objeto, y esta demanda está justificada por las circunstancias del caso, ésta es indudablemente satisfecha. . . ” 21 A partir de Crimea se generalizó el uso de armas de pre­ cisión, mejoraron los explosivos y se perfeccionaron las técnicas de repetición. En la guerra de Italia (1859), el ejército de Víc­ tor Manuel, entonces rey del Piamonte, logró ventajas sobre ios austríacos usando armamento suministrado por los france­ ses. Austria había adoptado la carabina Lorenz, de cualidades similares a la Minié, pero solamente para cuerpos selecciona­ dos. La mayoría de la infantería dependía de fusiles de mode21 Ibidem. 38

los antiguos y la artillería estaba equipada con cañones de áni­ ma lisa. En las batallas de Magenta y Solferino quedó decidida la victoria a favor de los italianos y de Napoleón III. El desarrollo de las armas de fuego creó nuevas diferen­ cias de poder entre las grandes potencias y aquellos países cu­ yas economías atrasadas no reunían condiciones para soportar una industria de guerra. Se acentuó el sojuzgamiento político, económico y militar de extensas áreas del mundo. La resistencia de las naciones débiles, con ejércitos pobremente armados con rústicas lanzas y antiguos fusiles, resultaba impotente ante paí­ ses que disponían de la técnica más adelantada de la época. China fue obligada a consumir opio bajo la coacción de los ca­ ñones y ceder humillantes concesiones a los extranjeros. Ya hemos visto como Estados Unidos hizo crecer su territorio a costa de México. En Africa se crearon grandes dominios colo­ niales y España realizó, entre 1859-1860, una despiadada gue­ rra de conquista en Marruecos, en la cual el armamento de pre­ cisión fue la base de la victoria a pesar del heroísmo de los moros. En la guerra civil norteamericana (1860-1865) se expe­ rimentaron ametralladoras, torpedos, lanzallamas y hasta. . . co­ hetes, todavía muy rudimentarios por supuesto. Los acorazados Marrimac y Monitor eran verdaderos armatostes flotantes; pe­ ro significaron notables cambios en la guerra en el mar. Tam­ bién aparecieron los trenes blindados equipados con cañones. El fusil de retrocarga fue perfeccionado en las primeras décadas de la segunda mitad del siglo XIX. Ya para 1866, la infantería prusiana estaba dotada con el nuevo fusil de aguja Dreysse. Los franceses, por su parte, reemplazaron la carabina Minié por el modelo Chassepot, también de retrocarga. Esta ar­ ma era de menor calibre que la alemana, de tiro más rápido y mayor alcance, cubriendo una distancia de mil ochocientos metros a la que no llegaba el Dreysse. En cuanto a las armas de repetición, se lograron nuevos progresos. Alrededor de 1820, el inventor Perkinss había crea­ do una ametralladora que funcionaba con un complicado siste­ ma de vapor, pero el pesado artefacto resultó impráctico. La ametralladora apta para el combate se asigna a Richard J. Catling, quien presentó sus primeros modelos en 1861, con diez 39

Los fusiles eran del sistema de piedra y chispa, igual a la época de la Independencia, aunque también se usó el fusil de pistón. El de la gráfica podía disparar una andanada por minuto cuando el soldado tenía cierta destreza.

cañones girando en torno a un eje fijo, a semejanza del viejo revólver alemán. Los franceses usaron un modelo tipo Catling, pero de treinta cañones. Las ametralladoras continuaron siendo bastante pesadas, y fue Hirem Maxim quien las perfeccionó, años más tarde, creando el cañón único. Cargaban, disparaban y expulsaban el proyectil automáticamente. En 1860, se utili­ zaba el fusil de repetición Spencer que hacía un promedio de diecisiete disparos por minuto, verdadera novedad en las armas individuales de infantería. En el empleo de las armas de tiro rápido tuvo gran influen­ cia los adelantos en balísticas, especialmente la adopción del cartucho metálico, la eliminación del humo de la pólvora y la aplicación de la nitroglicerina. El uso de calibres más redu­ cidos permitió al soldado llevar al combate mayor cantidad de municiones. Las primeras piezas de artillería construidas con el sistema de retrocarga fueron usadas por los prusianos en la batalla de Sadiwa (1867), causando estragos en las filas austríacas. Sin embargo, su verdadero poder se mostró más rotundamente al en­ frentarse alemanes y franceses años más tarde en la guerra de 1870. Aún cuando Francia poseía armas individuales de infan­ tería de muy buena calidad, pues el Chassepot podía aventajar al Dreysser, todavía su artillería era de bronce, carga por la bo­ ca y de un alcance inferior a los dos mil quinientos metros. 40

Los alemanes, en cambio, hicieron la guerra con cañones de acero y retrocarga. En Worth, la ventaja de los alemanes fue de doscientos treinticuatro cañones de retrocarga contra cientouno, anticuados, en la parte francesa. Las nuevas armas juga­ ron un poderoso papel para hundir en la derrota a la decadente burguesía francesa, a cuya puerta ya tocaba el puño de la Co­ muna de París. El aumento del alcance, velocidad, precisión y potencia de la artillería significó la definitiva declinación de la caballería. En 1798, unas cuantas baterías habían demostrado, abrumado­ ramente, su idoneidad para enfrentar y aplastar una fuerza a caballo más numerosa; en la batalla de las Pirámides, los ca­ ñones de Napoleón destrozaron la caballería turca integrada por diez mil mamelucos. La caballería siguió utilizándose como ar­ ma auxiliar; pero, ahora, sin la función decisiva que tuvo en otras épocas. En Waterloo, las cargas de Ney no lograron al­ canzar las posiciones inglesas. En la guerra de Marruecos, en 1860, las baterías españolas propinaron costosas derrotas a la caballería árabe en Tetuán y luego en Was Ras. En Crimea, los rusos aniquilaron completamente a los jinetes ingleses en la batalla de Balaklava. En Italia, la caballería austríaca no pudo' con la artillería piamontesa. Pero el golpe de gracia a los úl­ timos arreos bélicos de los hombres a caballo lo dió la guerra franco-prusiana de 1870, cuando los potentes cañones de acero y retrocarga aparecieron en medio del combate. En Worth, los coraceros franceses sufrieron elevadas pérdidas a manos de los artilleros alemanes. De nuevo, en Mars-la-Tour, se impusieron y en Sedán el ejército francés fue envuelto y destrozado por el fuego, resultando impotentes las cargas de los húsares y cora­ ceros. Las nuevas y complicadas máquinas de guerra exigieron cada día más conocimientos y dominio de la técnica y confir­ maron el juicio de Engels: “Ningún soldado inteligente debe ignorar el 'principio sobre el cual se ha construido su arma y qué la hace actuar. . . y sin duda alguna, la “inteligencia del país” debe conocer también el funcionamiento de las armas tan­ to como los soldados. . . " 22 22 Ibidem. 41

Soldados de la Guerra Federal

Aún no Había Llegado el Funesto Imperio

Las armas empleadas en la guerra federal no fueron muy diferentes a las de la época de la Independencia. No había lle­ gado al país las novedades de la retrocarga, las armas de pre­ cisión que ya usaban los principales ejércitos del mundo. Ni siquiera estaba generalizado el sistema de ánima rayada. Fe­ derales y oligarcas se enfrentaron con fusiles de ánima lisa, en­ cendido de piedra y alcance limitado; con los antiguos cañones de campaña de las guerras napoleónicas y las armas blancas de los combates entre realistas y patriotas. Las antiguas armas se habían depositado en los arsenales de Caracas, Puerto Cabello, La Guaira, Valencia y Maracaibo. Muchas, individuales, se encontraban en manos de particula­ res: hacendados, comerciantes y hasta de peones y campesinos, en especial lanzas y trabucos. Algunas, reconstruidas, eran he­ rencia de la guerra de la Independencia o databan de años an­ teriores mientras otras pertenecían a la propia hechura popu­ lar, fabricadas con los despojos hallados entre los escombros de los combates. Después de casi medio siglo de intermitente estado de gue­ rra, dondequiera se podía dar con un chopo o una lanza. Aún fresca la última campaña contra los realistas, las armas fueron esgrimidas por José Tadeo Monagas a nombre de la recons­ trucción de la Gran Colombia. Y eran del mismo tipo las utili­ zadas al insurreccionarse Gevante y Guillén, en 1834, y el co­ ronel José Francisco Farfán en 1836 y 1837. Durante la llamada “Revolución de las Reformas”, en 1835, los partidarios de Mariño recibieron por Oriente fusiles y mu­ niciones desde Trinidad. Un tal Mister Hodgkinson apareció introduciéndolas por la provincia de Cumaná. Al mismo tiempo ingleses ofrecían al general Páez vestir y arm ar hasta diez mil hombres. La negociación no llegó a realizarse, pero el doctor José María Vargas refirió: “Hemos recibido el 2 de este mes mil quinientos fusiles ingleses de Jamaica, de los seis mil con­

tratados, y cada día esperamos m ás. . . ”, 23 evidencia de com­ pras oficiales utilizando esa vía. En 1844, también en Jamaica, se adquirieron cuatro mil fusiles. Con estas adquisiciones se re­ pusieron las armas perdidas cuando el batallón Anzoátegui, después de rebelarse, evacuó a Caracas marchando hacia Valen­ cia y Puerto Cabello. El suceso, con sus deserciones, marchas y fugas al exterior, significó una considerable merma en los de­ pósitos militares de la República. Vencida la revuelta, Santiago Mariño anduvo por Haití y Nueva Granada solicitando armas y apoyo para una nueva in­ tentona contra las autoridades de Caracas; pero sin lograr re­ sultado positivo alguno. En la introducción de armamento más suerte tuvo Páez cuando le tocó el turno de fraguar una invasión desde el exte­ rior. Después de la derrota de Los Araguatos se refugió en la Nueva Granada. Con el aliento de sus partidarios se trasladó a Curazao donde organizó una expedición sobre La Vela. Desem­ barcó en julio de 1849, con fusiles y pertrechos comprados en las Antillas y transportados hasta las playas corianas en las go­ letas Laviana y Fígaro, bajo bandera holandesa. Las armas eran inglesas, del mismo tipo usado en contiendas anteriores. Y no les sirvieron de mucho, pues, al poco tiempo, capituló el vetera­ no caudillo en Macapo. Para 1852, según la Memoria del Secretario de Guerra y Marina, estaban depositadas en los parques dieciocho mil ocho­ cientos sesenta fusiles; pero de ellos, tres mil ciento sesenta te­ nían desperfectos y dos mil setecientos cuarenta habían sido de­ clarados inservibles. En 1858, los enemigos de José Tadeo Monagas adquirieron en Saint Thomas un armamento destinado a equipar un movi­ miento golpista. El dinero lo reunió un grupo de godos cara­ queños encabezados por Manuel Felipe Tovar y Juan B. Mija­ res. Celebró la negociación Mauricio Berresbeitía con la firm a J. M. Morón y Cía. bajo la garantía de los bienes del general Páez. Cinco mil fusiles deberían introducirse por Puerto Ca­ bello y mil más por Cumaná. No llegaron a tiempo. Los mili­ tares comprometidos habían exigido las armas como condición 23 J. M. Vargas, op. cit. vol. VI. 46

previa a la insurgencia, calculando encontrar resistencia. Pero no fue el caso. Actuando de sorpresa se apoderaron del castillo Libertador y allí encontraron medios suficientes; luego captu­ raron una goleta cargada de pertrechos al entrar a Puerto Ca­ bello desconociendo que la plaza estaba controlada por los al­ zados. Las armas de Saint Thomas llegaron una semana después. El cargamento lo integraban fusiles de las guerras napoleónicas que los ingleses vendían en Africa y América Latina para salir de un material envejecido. Sin embargo no todo el armamento individual de infante­ ría de la Guerra Federal fue de pedernal. A partir de 1860, comenzaron a llegar a los arsenales del gobierno fusiles de pistón. La memoria de la Secretaría de Guerra y Marina informa que el gobierno adquirió, desde abril de 1860 hasta febrero de 1861, once mil ochocientos fusiles, de los cuales siete mil trescientos setenta y dos eran de piedra y cuatro mil qui­ nientos de pistón. Estos últimos, seguramente, viejos fusiles de chispa reconstruidos para ser usados con el sistema de percusión. Francisco González Guinán afirmó, con toda razón, que el empleo de este tipo de armas explicaba el número de bajas, relativamente moderadas para una guerra prolongada como la federal: “ .. .Los muertos y heridos de ambos contendien­ tes fueron relativamente pocos; pero ello dependía del armamento en riso, que era el ftisil de piedra. Los revo­ lucionarios no todos iban armados de fusil, muchos portaban carabina, trabucos, escopetas, machetes y lanzas. No había llegado aún el funesto imperio del armamento de precisión...” 2* La guerra costó a ambos bandos, grosso modo, aproxima­ damente sesenta mil muertos y ciento cincuenta mil heridos. Ricardo Bastidas, en carta a Falcón, calculó las bajas en 24 Francisco González Guinán, Historia Contemporánea de Vene­ zuela, tomo VII, pág. 27. 47

cuarenta m il.25 Angel Quintero, en su discurso de juramen­ tación como Designado, en marzo de 1861, es decir a mitad del conflicto, dio la cifra de cincuenta mil. Pero Quintero tenía interés en atribuir la responsabilidad a los Monagas y por eso contaba a partir de 1848. No era nada de extraño, además, que abultara sus cuentas. La mayoría de las muertes era consecuencia de la falta de atención a los heridos durante los combates. Se carecía de hos­ pitales, de equipos sanitarios, de asistencia médica pronta y eficaz, de servicios de evacuación de heridos. Los soldados se desangraban en el propio campo de batalla o morían como resultado de graves infecciones. Otra causa de bajas mortales eran los efectos de las terribles marchas en espantosas condi­ ciones de hambre y sed.26 Hemos visto que las armas de la infantería eran fusiles, trabucos, escopetas y carabinas. También se menciona, con frecuencia, la tercerola que era una especie de carabina corta, portada antiguamente por la caballería, cuya denominación viene de ser un tercio más corta que la carabina normal. La tercióla, terciaria o tercerola funcionaba mediante el sistema de pedernal y era usada para disparar a quemarropa sobre el contrario. En cuanto a las escopetas, eran de diversas proce­ dencias y calibre. Los guerrilleros las fabricaban con piezas de alambique o viejos cañones de fusiles. Referencias sobre escopetas las encontramos en multitud de ocasiones, lo que indica que era muy común entre los federales. Lo mismo ocurre 25 Archivo del mariscal Juan C. Falcón, Vol. III, pág. 33. 26 Después de Copié, los federales hicieron una de las más terribles marchas buscando las montañas de Turén: “Los baquianos erraron du­ rante dos días los senderos e indicios por donde podía encontrarse agua; y en la dilatadísima sabana de la Mata Vieja sufrió el Ejército Federal el mayor y más inevitable desastre... La sed causó la muerte de gran número de soldados, muchos se apartaron de la formación y fueron hechos prisioneros, sucumbieron je fe s ... Ya los sedientos habían apelado a los medios conocidos para esos casos: meterse balas de plomo en la boca, tomar y mascar las frutas halladas en el camino, particularmente las de g u á c b n o ...(Level de Goda, Op. cit., pág. 207). 48

con los trabucos, uno de los cuales, como veremos más adelante, mereció la reseña de la historia; nos referimos a un tremendo trabuco usado por el indio Rangel. En cuanto a la artillería, las piezas eran de encendido por mecha y carga por la boca, el mismo sistema de las guerras napoleónicas y de las campañas de la Independencia. En 1831, la Secretaría de Guerra y Marina se quejaba de carecer de implementos para la limpieza y mantenimiento del armamento. El gobierno contaba con seis compañías de artillería, formadas por quince oficiales y doscientos treinta individuos de tropa que atendían la artillería de las fortificaciones de Puerto Cabello, Maracaibo, La Guaira y Ciudad Bolívar. Cuando fracasó el movimiento de la Reforma, Mariño se llevó a Saint Thomas doce cañones de bronce del castillo Li­ bertador, con la idea de traerlos en una invasión posterior; pero las reclamaciones del gobierno venezolano surtieron efecto y las autoridades danesas los devolvieron. En 1851, el general Carlos Castelli propuso negociar como chatarra todo el armamento depositado en los arsenales a cambio de un lote de armas nuevas, sin que se aceptara su idea. En su lugar, los viejos cañones de bronce comenzaron a ser fundidos para fabricar monedas, dando origen a los cen­ tavos “monagueros”. Provocó muchas críticas, por cierto la desaparición de una culebrina tomada por los españoles en el sitio de Pavia, cuando la humillante derrota de Francisco I a manos de Carlos V, y que se encontraba en Venezuela como prenda de inapreciable valor. En el curso de la guerra fue relativamente escaso el empleo de la artillería. En cuanto al gobierno, por imposición del propio teatro de operaciones, generalmente regiones abruptas, incon­ venientes para este tipo de arm a; dificultades en los medios de transporte y malos caminos, además de ser un material costoso y que requería cierto adiestramiento. Sin embargo el ejército godo sacó buen provecho táctico de la artillería. Y cada vez que los federales cometían el error 49

EZEQUIEL ZAMORA General del Pueblo Soberano.

de exponerse a sus fuegos, a caballo o en parapetos, resultaron vencidos.27 Entre los federales privaba la tendencia de protegerse de la artillería mediante trincheras, en actitud pasiva. Una regla elemental dice que la mejor defensa es el fuego, pero los fede­ rales, careciendo de fuego suficiente, acudían erróneamente a la defensa de posiciones con ventaja para sus enemigos quienes los destrozaban en el combate a distancia. En Santa Inés la táctica de Zamora fue distinta. Allí la artillería del gobierno quedó anulada, pero no por la trinchera sino por un dispositivo de defensa activa. El gran caudillo montó sus trincheras sin intención de mantenerlas, para agotar al adversario entregándolas después de dura resistencia mien­ tras hostilizaba los flancos y la retaguardia conservadora con cuerpos volantes. De este modo destrozó a los godos mientras éstos avanzaban ocupando los parapetos colocados como obs­ táculos en su camino. El uso de la artillería fue pobre. La mayor fuerza de esta arma empleada contra los federales fue en la campaña de persecución a Zamora, en noviembre y diciembre de 1859, que culminó en Santa Inés. Consistía en cinco piezas servidas por cuarenticuatro artilleros y veinte muías, una proporción de dos 27 En octubre de 1859, Facundo Camerro, con apoyo de artillería, derrotó a Martín Segovia que contaba con seiscientos hombres de caba­ llería, en las sabanas de Los Araguatos. Los federales atacaron movién­ dose en alas para envolver los flancos, siguiendo un procedimiento común a la caballería. Pero Camero colocó en el centro sus piezas y abrió fuego cerrado. A pesar de que el terreno permitía ciertos movimientos, Segovia quedó cubierto y resultó diezmado, sin que su caballería, actuando como húsares, pudiera chocar con las posiciones enemigas. A los pocos minutos, perdió la mitad de sus fuerzas y tuvo que abandonar el campo de batalla. En el desalojo de trincheras, entre los muchos éxitos que se anotaron los godos, uno típico fue la derrota de los liberales en Las Trincheras, en abril de 1863. Quisieron interrumpir las comunicaciones entre Valencia y Puerto Cabello para que las tropas de Carabobo no recibieran ayuda y pudiera Guzmán Blanco actuar con más facilidad. Guerrilleros de Bejuma, Nirgua y Montalbán se agruparon y tomaron las alturas, construyendo parapetos. Pero las fuerzas del gobierno les fue suficiente tres cañones de pequeño calibre para dispersarlos e impedir sus propósitos. 51

piezas por cada mil hombres, pues el ejército lo formaban dos mil quinientos soldados. Puede compararse a la proporción usada generalmente por Napoleón de tres piezas por cada mil hombres, cuarenta años antes. En cuanto a los federales, la posesión de artillería fue extraordinariamente difícil. Si tenían serios obstáculos para dotarse de pólvora, piedras de chispa, plomo y fusiles, cómo no serían de grandes los inconvenientes para adquirir artillería. ¿Traerlas del exterior de contrabando igual que otros elementos de guerra? Significaba dificultades insalvables. En primer tér­ mino, en el orden económico, y luego el transporte hasta los campamentos guerrilleros. Sólo hubo una manera de disponer de artillería: capturándola al enemigo. Pero no fue la guerra pródiga en esta clase de conquistas porque la toma de arma­ mento en el campo de batalla no es un botín barato ni el gobier­ no disponía en abundancia como para dotarla de ella a todos sus cuerpos y llevarla a los más frecuentes combates. Cuando la guerra se inició en gran escala, con la insu­ rrección de Coro, los federales se apoderaron de dos cañones de bronce montados en sus cureñas de servicio en el cuartel y que, como era costumbre de la época, llevaban nombres propios : el Titi y el Alegre. En noviembre de 1859, el general Pedro Manuel Rojas capturó dos cañones en Puerto Nutrias conocidos por los solda­ dos con los nombres de Ercila y Terror. Eran de bronce y pequeño calibre y habían sido desembarcados por el general Brito al atacar a la población.28 Pero la artillería, aun la de calibre pequeño, era difícil de operar por la cantidad de pólvora que consumía y por el sistema de guerra que estaban obligados a realizar los federales en cons­ tante movimiento, retiradas y desbandadas. Como la guerra no es siempre uniforme, lograban capturar artillería y también la perdían en los combates. En agosto de 1859, mientras Ezequiel Zamora se encontraba llevando a cabo 28 Los federales no pudieron emplearlos por falta de pertrechos y los abandonaron en el mismo lugar. Lisandro Alvarado refería que podían ser vistos en las calles de Puerto Nutrias, muchos años después de con­ cluida la guerra. 52

Las guerrillas federales reemplazaban su escasez de equipo usando armas primitivas: la pica, la punta enastada, el machete, el cuchillo, muy efectivos en la lucha cuerpo a cuerpo.

la campaña por Portuguesa, el gobierno realizó una agresiva acción en los valles de Aragua destinada a desalojar a los fede­ rales de sus posiciones. En Maracay y otras poblaciones perdie­ ron todas las piezas de artillería que habían tomado en opera­ ciones anteriores. Y en la Mesa de Barinas, en enero de 1861 —época de derrotas —un revés del general Pedro Manuel Rojas costó tres cañones de campaña, reunidos después de duras penalidades. En la batalla de Santa Inés se libraron encarnizados com­ bates por la posesión de las piezas de artillería. Hubo una ocasión en la que la artillería conservadora quedó en territorio de nadie y bajo fuego federal y para reconquistar una de las piezas, Rubín desnudó a unos negros y los deslizó hasta el cañón, sujetándolo mediante sogas lograron arrastrarlo fuera del alcance de la gente de Zamora, pero para abandonarlo más tarde cuando la derrota se hizo sangrienta desbandada. Fue después del triunfo de la Federación cuando comenzó a llegar al país artillería de ánima rayada, en primer lugar piezas para la defensa costanera. En 1870, se instaló un Arms­ trong, calibre ocho, y dos Krupp, calibre doce, de acero. Para esa misma época se hallaban en servicio en las fortalezas unos treinta cañones de hierro, de ánima lisa, calibres treintidós, dieciocho y doce; el resto eran viejas piezas de bronce. En 1880 Guzmán Blanco adquirió para la fortaleza de San Carlos, en La Guaira, doce cañones Krupp de ánima rayada. Ese mismo año se trajeron veintisiete mil fusiles de pistón, de un tiro, y mil rifles Remington de repetición. Los fusiles de pistón de un tiro prestarían servicio hasta que fueron reem­ plazados por los máusers alemanes, los famosos 71-84 y éstos, a su vez, serían sustituidos por los FN30, a partir de 1930, durante el gobierno de Juan Vicente Gómez. En la década de 1870 ya se podían adquirir, además de Amstrong y Krupp, la artillería Hotchkiss, Maxim Nordebfeldt y Grevé; los rifles de repetición Mannllícher; las ametralladoras Gatling y Rengua, las carabinas Winchester, Spéncer y Re­ mington ; los rifles Grass, Comblais y Beaumont y las granadas Shápnell. En relación a la caballería, en la guerra federal no jugó el destacado papel desempeñado durante la guerra de la Indepen­ 54

dencia. Entre otras razones, por la decadencia de la ganadería, después de los estragos de las guerras y hambrunas, la matanza de reses con el fin de vender los cueros y la ruina que azotó a los llanos durante largos años; pero, también, porque la infe­ rioridad militar de los federales los obligó a realizar la guerra en un teatro de operaciones distinto, buscando el terreno acci­ dentado de la sierra coriana o las abruptas regiones barloventeñas, las montañas y lugares difíciles, donde la caballería no tenía muchas posibilidades tácticas. Cuando, en julio de 1859, Zamora pasó revista a su tropa, de mil cuatrocientos ochenta y cinco hombres apenas doscientos treintiséis eran de caballería. Pero el viejo Sotillo logró reunir un buen contingente a caballo entre los orientales y después de la concentración del ejército en El Tinaco, a fines de aquel mismo año, al marchar a San Fernando, de cuatro mil soldados mil seiscientos eran de caballería. Sin embargo los godos tuvieron mejor dirección militar para escoger las condiciones del combate cuando los federales presentaban superioridad en caballería. En Copié así sucedió. Los federales contaban a su favor con una buena fuerza de caballería y pretendieron, sin conseguirlo, que las tropas del' gobierno aceptaran una batalla en terreno despejado. La de­ cisión favoreció a los conservadores al privar sus condiciones. Y en Abril de 1861 una fuerza de caballería, reunida nue­ vamente por los orientales, se perdió por falta de observa­ ción de las normas de seguridad. Aun cuando Monagas reco­ mendó no acampar en poblados, evitarlos, buscando siempre terreno donde maniobrar con facilidad, Miguel Sotillo hizo campamento en Chaguaramas y allí fue sorprendido por Ru­ bín sufriendo un grave descalabro. Inútil resultó después re­ tar a los godos a un choque abierto en la sabana, pues ya los jefes enemigos habían impuesto, otra vez, las condiciones de combate como lo hicieron en Copié. La Guerra Federal fue abundante en el uso de trinche­ ras y parapetos. En las poblaciones, sometidas a la amenaza de incursiones sorpresivas de los guerrilleros, constituían par­ te de un sistema de seguridad. En 1859 existían obras de pro­ tección en la mayoría de los poblados, incluso en lugares co­ mo Valencia, Puerto Cabello, Guanare y Barquisimeto. 55

El Eco del Ejército, periódico del Ejército Federal, diri­ gido por Guzmán Blanco, en su número 1, del 7 de septiem­ bre de 1859, comentaba: “ . . . ¿Qué quieren decir trincheras en Caracas, trincheras en Valencia, trincheras en Puerto Cabello, trincheras en Barquisimeto; donde quiera que se acam­ pa, trincheras! ¿Esperan la victoria por medio de mía guerra de fortificaciones, puramente defensiva? ¿No revela esa conducta que, a falta de voluntarios, for­ jan prisiones para obligar a los hombres a pelear con­ tra su voluntad, temiendo a sus propios soldados ? ¿ Có­ mo piensan sostenerse?. . Las viejas fortificaciones del tiempo de la Colonia no ju­ garon papel de mucha monta, salvo las de Puerto Cabello, que era la más importante entre todas tanto por las construccio­ nes como por su propia situación natural. La principal obra era el antiguo castillo de San Felipe (hoy Libertador), en forma de pentágono con cinco bastiones y bien artillado con piezas gruesas y livianas. Cuando la capitulación de 1823 se tomaron a los realistas más de sesenta cañones. Completaba el círculo defensivo, la fortaleza llamada Mirador de Solano y dos for­ tines : “vigía vieja” y “vigía nueva”. En el litoral caraqueño había un conjunto de castillos, ba­ luartes y fortines, bastante numerosos y provistos de artillería. Los más antiguos eran los fuertes de San Agustín y San Car­ los, después seguían en importancia: el castillo del príncipe San Miguel, llamado también el Vigía o Zamuro; los baluartes de San Fernando, Trinchera y Santa Bárbara o La Pólvora, ade­ más de un conjunto de fortines que resguardaban el viejo ca­ mino a Caracas. A la entrada del Lago de Maracaibo se levantaba el casti­ llo de San Carlos; en Cumaná, el San Antonio y en Guayana, la vieja fortaleza que protegía la ruta del Orinoco. La mayoría de estas obras fueron construidas en el siglo XV, aún cuando algunas databan de finales de 1.500. Corres­ pondían a la antigua concepción que confiaba la defensa a la muralla, a los fosos y torres. Durante siglos, el ingenio mili­ tar se prodigó, por así decirlo, entre aumentar los medios de 56

protección tras los muros y reductos y encontrar técnicas, ins­ trumentos y procedimientos para conquistarlos. Contra las primitivas murallas surgió el ariete que derri­ baba puertas y abría boquetes. En el sitio de Cartago, 146 años a.c., se empleó un ariete que necesitaba seis mil hombres para manejarlo. Cuando los asaltantes se hicieron vulnerables a las materias inflamables y a los proyectiles, buscaron medios de cubrirse: techos movedizos, máquinas que lanzaban piedras y flechas o túneles para socavar las murallas. Las construcciones defensivas de Constantinopla fueron famosas por sus fosos anchos y profundos, cubiertos de agua, y un triple sistema de murallas, con infinidad de torres eleva­ das ; todo lo cual no impidió a los turcos tomarla en el siglo XV. Las murallas entraron en decadencia cuando advino el terrible poder de la pólvora. La superioridad de la artillería sobre las fortalezas obligó a la defensa a ingeniar nuevos pro­ cedimientos. En la medida en que las armas de fuego se perfec­ cionaron las murallas resistieron menos los tremendos impac­ tos. Al mejorar la precisión de los cañones, se pudo concentrar el fuego en un punto y aumentó la vulnerabilidad de las forta­ lezas. A la defensa no le quedó otro camino que combinar los muros con la acción. Así lo hicieron los defensores de Viena, en 1529, contra Solimán, cuando el archiduque Fernando Carlos puso en práctica una defensa activa, mediante contrataques sorpresivos y el uso de minas. La defensa activa se combinó con nuevos sistemas de pro­ tección; ángulos y posiciones que servían a la defensa y al mis­ mo tiempo al contrataque; obras rasantes o subterráneas a fin de eludir el fuego de la artillería, pues ninguna protección resultaba eficaz basada exclusivamente en la defensa pasiva. Esta verdad ha sido comprobada desde las fosas y torres de Constantinopla hasta la línea Maginot. La mejor defensa ha resultado la combinación del fuego y la acción; pero, por enci­ ma de todo, el hombre, cuyas cualidades no pueden ser sustitui­ dos por ninguna fortificación. Bien decían ios suecos de los tiempos de Gustavo Adolfo: “ . ..N o defendemos nuestros hom­ bres con muros. Defendemos nuestros muros con hombres.. . Las fortificaciones que construyeron los españoles en Ve­ nezuela fueron más un elemento disuasivo que otra cosa. Cier67

tamente, no significaron obstáculos insuperables para impedir las incursiones enemigas y en la guerra de la Independencia tampoco cumplieron una relevante función, salvo servir de re­ fugio ocasional. El castillo de San Felipe fue tomado por los realistas durante la campaña contra la prim era República, aun cuando la traición de Vinoni tuviera mucho que ver con tal desenlace, y al final de la contienda lo conquistaron las tropas de Páez. Igual de vulnerables se mostraron otras posiciones fortificadas y durante la Guerra Federal no resultaron de gran utilidad militar. Las obras construidas como medio defensivo contra las gue­ rrillas que atacaban a las poblaciones en busca de armas y ali­ mentos, se adoptaban a la topografía del terreno tomando como eje generalmente la plaza mayor en el centro del poblado. Sus cuatro boca-calles se cubrían con parapetos y artillería. Las lí­ neas exteriores de defensa se retiraban progresivamente del centro a la periferia. Una prim era línea alcanzaba las manza­ nas inmediatas con trincheras y tiradores y algunas veces ar­ tillería liviana. Las casas de más de un piso se guarnecían en su parte alta. Alrededor de la plaza mayor, convertida en ciudadela, se acopiaba ganado, agua y otras provisiones. En algu­ nas poblaciones la defensa era organizada en torno a los pozos artesianos de manera de contar, en primer término, con el abas­ tecimiento de agua. La defensa de Guanare “estaba por entonces fortificada de manera que cuatro barricadas cerraban los cuatro ángulos de la plaza mayor, y en las manzanas adyacentes a ésta, y por el lado opuesto al de la plaza, había cuatro tambores que con ellos se comunicaban, desde los cuales se podía hacer fuego de enfi­ lada sobre las ocho entradas que el recinto ofrecía. . . ” 29 En cuanto a la guerra naval fueron extremadamente po­ bres los medios al alcance de los bandos en lucha. En cierta me­ dida, la Venezuela de mitad del siglo XIX disponía de menos potencial naval que los patriotas de 1825. Al finalizar la guerra de la Independencia la flotilla al ser­ vicio de los republicanos se desintegró. Muchas de las embarca­ ciones eran corsarios bajo el señuelo de las presas españolas. 28 Lisandro Alvarado, Obras Completas, tomo V, pág. 236. 58

Al term inar la contienda se trasladaron a otros teatros de ope­ raciones. El resto fueron desarmados y una buena parte entre­ gada a antiguos oficiales en pago de haberes militares. De modo que, a los pocos años, la flotilla había quedado reducida a la goleta Constitución, una nave de tres palos, con ciento diez hom­ bres y dotada de un cañón de hierro de calibre 18 y dos de 6. Cuando en Venezuela comienza la Guerra Federal ya el mundo ha entrado en la era de los navios acorazados. El des­ arrollo del armamento naval fue más lento que en la artillería e infantería, debido a los inconvenientes en adoptar las innova­ ciones a los medios flotantes. La aplicación del vapor significó una verdadera revolución en comparación a la impulsión su­ ministrada mediante los remos y el velamen. Hasta fines de la Edad Media la principal táctica fue el abordaje y durante si­ glos se usó también el espolón, una resistente prolongación de la nave que servía para embestir a la embarcación contraria y que heredaron los primeros blindados del mar en la segunda mitad del siglo XIX. Durante un largo período la guerra naval buscó dos di­ recciones: por una parte, altura, mediante castilletes en las estructuras de las embarcaciones, a fin de tener ventaja en el abordaje; la otra fue el perfeccionamiento de la fuerza y largo de los espolones, instrumentos que se juzgaban decisivos en el primer choque. El dominio de las cubiertas estaba a cargo de los ballesteros hasta el advenimiento de las armas de fuego, cuando pasaron a ocupar su lugar los arcabuseros. La versión más aceptada es que fueron los venecianos los primeros en usar la artillería naval durante sus guerras contra los genoveses en el siglo XIV. A mediados del siglo siguiente los grandes barcos de las principales potencias ya llevaban caño­ nes a bordo. Al comienzo eran de bronce y pequeño calibre. El tamaño y alcance aumentaron rápidamente cuando las pie­ zas pudieron ser armadas por parte, abriendo así paso a la sustitución de la artillería de bronce por la de hierro. Los pro­ gresos continuaron al mejorar los procedimientos y técnicas para contrarrestar los efectos de la retracción, corregir el tiro, etc., y a principios del siglo XVIII estaban generalizadas im­ portantes innovaciones en los navios de altura, tanto en sus instrumentos de navegación como en su armamento. 59

La caballería de Sotillo combatía con las mismas lanzas de los llaneros de la Independencia.

Las embarcaciones de los patriotas durante la guerra de la Independencia contaban con cañones de hierro y bronce. La nave capitana en la expedición de los Cayos, por ejemplo, lle­ vaba cuatro cañones, dos de hierro y dos de bronce, además de diez carroñadas, piezas antiguas de pequeño calibre. Todo este armamento, como es de suponer, era de ánima lisa y carga por la boca. Las unidades acorazadas comenzaron a surcar los mares a partir de 1859. Ese año, los franceses blindaron un buque a vapor, el Gloire, con planchas de hierro, mientras los ingleses botaron el Warrior con un forro del mismo metal de casi cinco pulgadas de espesor. El uso de planchas de hierro a fin de au­ mentar la protección dejó atrás las defensas de cuero y ma­ deras duras que se emplearon durante siglos.30 Durante la guerra civil norteamericana aparecieron las fragatas blindadas. Merrimac, de los sureños, protegida por veintidós pulgadas de madera dura y cuatro de hierro, armada con seis cañones de ánima lisa y cuatro de rayas, además de un tremendo espolón de hierro fundido con un peso de mil 30 El doctor Jesús María Vargas dejó una curiosa y detallada des­ cripción del montaje y funcionamiento de un cañón de un navio inglés, en los comienzos del siglo XIX:...He estado viendo la novísima construc­ ción de los cañones montados, según el sistema del coronel Congreves. El cañón rueda sobre su cureña inmóvil, que dispara o entra en puntería por medio de dos ruedecitas de hierro, sobre las dos correderas horizontales de madera, y para que no salgan de su sitio tienen en la parte interior de cada larguero de la cureña, dos reglas de hierro, las cuales son abra­ zadas por arriba y por abajo, en la parte anterior debajo de las ruedas, y en la posterior debajo de la cuña, que remata el montaje principal del cañón, por dos apéndices o alas de hierro. Cuando dispara, corre sobre su cureña sin moverse ésta; y para entrar en puntería es tirado hacia adelante por dos cuerdas, que enlazan la parte media de la principal cu­ reña por medio del eje del cañón, pasan por dos poleas horizontales en los extremos anteriores de la cureña de madera. Cuando el cañón no está en acción, tiene el eje en cada lado de las ruedas una ranura perpen­ dicular, a los radios de las ruedas, en donde entra muy holgadamente un pequeño dado que, estribado en un encaje de la rueda la deja inmóvil; para dar fuego le quitan esta pieza y le dejan corriente el curso de las ruedas” (J. M. Vargas, op. cit., tomo I, pág. 374). 61

quinientas libras. Los norteños hicieron flotar la Monitor, con una torre acorazada de ocho pulgadas de espesor y armada de dos cañones de ánima lisa. Sin embargo bien pronto estos ar­ matostes quedarían como piezas de museo ante las fortalezas flotantes que los ingleses echarían al mar. En Venezuela fue en 1848 cuando un barco movido a va­ por participó por prim era vez en las luchas armadas. Ocurrió durante la revuelta de Páez contra el gobierno de José Tadeo Monagas. La sedición paecista contó con el vapor Jackson, do­ tado de tres cañones, junto a una flotilla integrada por dieci­ siete embarcaciones livianas. El gobierno, por su parte, armó un pequeño vapor, el primero de su clase que sirvió a la Arma­ da Nacional, bautizado El Libertador, que se incorporó a dos bergantines y siete goletas. Las flotillas operaron en el lago de Maracaibo y el golfo de Venezuela, pero la contienda se deci­ dió en tierra con la derrota de los partidarios de Páez. En la exposición que Antonio Leocadio Guzmán, como Secretario de Interior y Justicia, dirigió el año siguiente al Congreso, informaba que el gobierno disponía de tres vapores de guerra: el Libertador, el Jackson y el Tritón, los cuales, jun­ to con la goleta Intrépida, formaban la Armada Nacional. Sin embargo, para 1851, según la memoria de la Secre­ taría de Guerra y Marina, la Marina de Guerra había quedado reducida a dos goletas, y el Libertador que continuó prestando servicio. En febrero de 1859 los federales se apoderaron de dos go­ letas arm adas: La Coriana, de noventa toneladas, rebautizada 20 de Febrero, y La Guaireña, de ciento veintiocho toneladas, denominada en adelante Federación, y que era la mejor equi­ pada ya que disponía de cuatro cañones y dos carroñadas por banda. El 5 de Marzo, decretaron la creación de su flotilla de guerra con las goletas capturadas y otras dos embarcaciones más pequeñas, pero la flamante escuadrilla duró poco tiempo al ser acosadas por las unidades del gobierno. La Federación varó en los cayos de San Juan y la 20 de Febrero fue captu­ rada, mientras las otras dos embarcaciones huyeron a Curazao. 62

Los federales no volvieron a contar con naves de guerra salvo al final del conflicto cuando una flotilla margariteña apo­ yó el asedio del general Acosta sobre Cumaná, y en septiem­ bre de 1860 cuando lograron apoderarse, por breve lapso, de la goleta Regeneración mediante la sublevación de sus tripulan­ tes. La embarcación había ido a Curazao a someterse a repa­ raciones y los liberales emigrados aprovecharon la oportunidad para ganar la adhesión política de la marinería. Terminadas las reparaciones y apenas la goleta se hizo a la mar, el guardiamarina Pedro Sardi tomó el mando. El propósito era iniciar operaciones contra los barcos y posiciones costaneras del gobier­ no, pero surgieron desaveniencias y el plan fracasó. La nave rebelde fue entregada a las autoridades en Aruba y la tripula­ ción sometida a juicio. Durante el curso de la guerra, el gobierno mantuvo en ser­ vicio varios vapores y goletas artilladas, entre ellos el Unión, con doscientos veintidós toneladas ,dos cañones y una tripu­ lación de cuarenta y dos hombres. En la campaña de 1860, en el Orinoco, participaron los vapores Bolívar y Apure. Al firmarse el llamado Tratado de Coche, el grupo más reaccionario de los godos se refugió en los barcos de guerra pronunciándose contra el convenio. Los vapores Venezuela y Orinoco, en plan de rebeldía, se refugiaron en la rada de Puer­ to Cabello, bajo las consignas de “abajo los tratados” y “Viva el ejército". Después de la guerra Guzmán Blanco estuvo gestionan*? en Londres la adquisición de barcos con cañones de acero y ánima rayada. La compra del Libertador, años antes, había pro­ vocado acusaciones de corruptela contra el gobierno, pero esta vez el escándalo fue de mayores proporciones. Guzmán defen­ dió la inversión de doscientos mil pesos con toda clase de ale­ gatos. El objeto de la negociación era “ . . .todo de hierro, cons­ truido expresamente para el servicio de guerra, con la forta­ leza necesaria para resistir artillería rayada de a ciento; con dos máquinas separadas de vapor, lo cual equivale casi al va­ lor de dos buques; con dos hélices; con doble jarcia muerta, de 63

hierro galvanizado; con doble jarcia activa, de Rusia, con do­ ble velamen; con dos cañones de acero, rifles de a sesenta y proyectiles cónicos acerados, de a ciento; con santabárbara es­ pecial de cobre; con un parque de quinientos disparos y su re­ puesto; con aguada de hierro con sus lingotes... acomodamien­ to para trescientos hombres de dotación y capacidad para mil de transporte. .. con cien rifles; con cien pares de pistolas, cien sables de abordaje. .. como el mejor de su porte en la escuadra británica. . . y con calado de diez pies. . . ”. 31

31 La Doctrina Liberal de Antonio Leocadio Guzmán, pág. 330. 64

La Guerra Brava, Esa de los Montes

Cuando los débiles toman las armas no pueden limitarse a los procedimientos corrientes de la guerra. Necesariamente, dicen Marx y Engels, deben recurrir a formas revolucionarias: la insurrección de masas, la sublevación de las tropas, la orga­ nización de destacamentos guerrilleros,“ .... sólo así un ejército débil puede enfrentarse a otro más fuerte y mejor organiza­ d o ..." . 32 La Guerra Federal tuvo en sus primeros años esa carac­ terística, de confrontación entre el débil y el fuerte, en 1858 la camarilla gobernante contaba con fuerzas armadas relativamen­ te bien equipadas, superiores en poderío y en organización a cuanto pudiesen reunir los liberales. Tenía a su disposición los recursos del poder, la burocracia, los tribunales, la iglesia y el apoyo de los sectores social y económicamente más influyentes. La situación de los partidarios de la Federación, por el contrario, era de evidente inferioridad; no poseían armamen­ to suficiente, ni facilidades para obtenerlo debido a sus es­ cuálidos medios logísticos. Durante un prolongado período su única alternativa será la guerra de guerrillas, en la cual busca­ rán ventajas para enfrentarse al Gobierno, ”. . . en un sistema de guerrillas que les permita el ataque, la resistencia o la re­ tirada, según lo estimasen de su conveniencia. . . ”. 33 La guerra de guerrillas fue también una manera de soste­ ner la lucha armada en las condiciones más adversas; de con­ servar fuerzas y reponerlas cuando la insurrección sufría derro­ tas, como después de las batallas de Copié y Mesa de Barinas en los primeros meses de 1860 o de las pérdidas de Chaguara­ mas en 1862. Aquel despoblado e inhóspito territorio que era la Vene­ zuela de la segunda mitad del siglo XIX ofrecía innumerables 32 C. Marx y F. Engels, La Lucha de Guerrillas a la luz de los Clá­ sicos del Marxismo, Ediciones Lenguas Extranjeras, Moscú, 1940. 33 F. González Guinán, op. cit.

ventajas para las emboscadas y los ataques por sorpresa, ocul­ tar los movimientos y evadir los golpes con rápidas desapari­ ciones; .La mayor parte de estas tierras eran en 1846, mon­ tañas incultas, inhabitadas, y ni siquiera exploradas. . . ”, 34 de­ cía Laureano Vallenilla refiriéndose a la sierra de Carabobo, cerca de uno de los asientos políticos y de población más im­ portantes del país como era Valencia. Puede suponerse la si­ tuación de lugares más apartados, como las tierras bañadas por los ríos Apure, Santo Domingo o Guanare, o las desiertas regiones orientales. "En las provincias de Portuguesa, Barinas y Apure, así como en parte de las de Cojedes y del Guárico, no es posible, sino con dificultades extraordinarias e inauditas, ha­ cer campañas durante el invierno, al menos de poder embarcar tropas: los ríos y caños, que son tantos, se hinchan de un modo sorprendente, y las llanuras se aniegan, pero ¡de que modo! Y los pequeños ríos se hacen navegables, y los caminos terrestres d e s a p a r e c e n 35 Las grandes montañas y ríos y las inmensas soledades de los llanos brindaban facilidades naturales para hostigar y bur­ lar la persecución del Gobierno. Los federales aprovechaban la falta de vías de comunicación, el aislamiento entre las principa­ les poblaciones y el resto del país, los inconvenientes del Go­ bierno para desplazar sus tropas a lugares apartados, a fin de mantener y extender las guerrillas en un territorio “ . . . obstrui­ do a cada paso por grandes barrizales y hondas cañadas, en que se atascaban la tropa y los animales, y que era forzoso atrave­ sar con el agua al pecho; y bañado de ríos como el Portuguesa, el María, el peligroso Morador, entre San Rafael y Ospino, y el Guache, el Acarigua, el Agua Blanca, el Cojedes, el San Car­ los, salidos todos de madre. .. sin tener para pasarlos, puen­ tes, balsas, ni canoas. . 36 En aquellos años apenas se terminaba de construir la ca­ rretera de Caracas a La Guaira y se encontraba en sus inicios 34 L. Villanueva, op. cit., pag. 102. 35 Level de Goda, op. cit., tomo I, pag. 138. 36 L. Vilanueva, op. cit., pag. 239. 68

la de Caracas a Valencia. Las otras vías eran caminos intransi­ tables en épocas de lluvias, penosos incluso en verano. Queda­ ban, con frecuencia, extensas regiones completamente aisladas, a merced de los grupos guerrilleros. El terreno quebrado, montañoso o anegadizo era una con­ dición muy favorable para el desarrollo de la guerra de guerrilas; las distancias, los ríos, los obstáculos naturales, permi­ tían escapar de la acción militar de las autoridades, escurrirse y aparecer donde menos se esperaba, mientras las tropas de la oligarquía confrontaban grandes problemas en la ejecución de sus operaciones. Al alejarse de sus cuarteles, en los estrechos y malos ca­ minos y en las regiones abruptas, las largas columnas eran fá­ ciles víctimas de emboscadas y ataques imprevistos. Los con­ servadores no podían sacar provecho de su ejército; utilizar al máximo su armamento y organización. En cambio, los federa­ les estaban en su ambiente mientras más escabroso era el te­ rritorio ya que disponían de un profundo conocimiento del te­ rreno. Las guerrillas, integradas por lo general con gente del propio lugar, eran muy prácticas en el dominio del medio don-, de operaban... “Tengo muchos negros, me acompañan mucha de esta gente, que con su vaquía me conduce fácilmente por los bosques. . . ”, decía el general Gabriel Guevara en las márgenes del Yaracuy, y del indio Rangel se contaba que . .desapare­ cía en las derrotas por entre las quiebras, que eran sus predi­ lectos caminos de escape. . . 31 Sin embargo, aun cuando el terreno era una ventaja de primerísima magnitud no fue lo que dió vigor sísmico a las guerrillas federales. El terreno no es sino un factor más e in­ cluso puede convertirse en un obstáculo sin la ayuda de sus habitantes. La guerra de guerrillas se desarrolló y sostuvo gra­ cias a las masas campesinas. Venezuela era un país esencialmente agropecuario y la ac­ tividad económica de la mayoría de los ciudadanos estaba di­ rectamente vinculada a la agricultura o a la ganadería. De una población de un millón doscientos sesentisiete mil personas, menos del diez por ciento vivían en las zonas urbanas, mien37 Ibídem, pág. 67. 69

tras la aplastante mayoría se hallaba en el campo, en peque­ ños caseríos y apartados pueblos, dominados por el medio rural. Era en el campo donde los antagonismos sociales alcanza­ ban mayor profundidad. Se manifestaban, principalmente, en las contradicciones entre las masas de campesinos, peones e in­ dios —desposeídos y explotados— y la minoría de grandes pro­ pietarios de tierras y ganado. “Para la masa rural venezolana el orden social contra el que se lanzaba a la insurrección era evidentemente injusto de arriba a abajo. . 33 La revolución se hizo fuerte en las zonas rurales, allí don­ de eran más irreconciliables los antagonismos, donde el Poder de la oligarquía era más débil y su aparato militar policial te­ nía menos alcance y contundencia... “la revolución vivió y tuvo su asiento en los campos y en los montes. .. 39 Con el apoyo de las masas campesinas y la protección na­ tural del terreno, los liberales hicieron del campo un santua­ rio, donde encontraban refugio y se incorporaban a los grupos guerrilleros, obligados a abandonar las ciudades perseguidos por sus enemigos políticos. Dice Level de Goda: “ . . . La Federación lo había perdido todo, todo, todo, para los meses de febrero y mayo del 61; .. .de ella no quedaba sino especie de hondas. . . no ocupa­ ban una sola ciudad ni pueblo alguno importante; se posesionaron de los montes y en ellos vivían y guerrea­ ban. Pero como se aumentasen las persecuciones a los liberales todos, del gobierno y de sus agentes, como se les hacía en algunas provincias de Venezuela como a fieras rabiosas, y a muchos, habitantes pacíficos de los campos se les quemasen sus ranchos y sementeras, to­ dos ellos, huyendo, se iban a los montes y éstos se lle­ naban de ciudadanos que forzosamente tenían que ha­ cer la guerra. . . ”. 40 38 F. Brito Figueroa, Ensayos de Historia Social Venezolana, Caracas. 39 Level de Goda, op. cit., pág. XVII. 40 Ibidem, pág. 360. 70

La influencia de los federales en el campo pero su impo­ tencia para tomar las ciudades y el dominio de los conservado­ res en las ciudades pero su incapacidad para desalojar a los revolucionarios de las zonas rurales creó una correlación de fuerzas característico de aquella guerra: " . . . los federales, que eran la inmensa mayoría, alzados en los montes; los amigos del gobierno, armados en las 'plazas...’’, 41 resultado de la debilidad de la revolución en las áreas urbanas y de su fuerza entre las masas campesinas. La guerra de guerrillas encontró en el cam­ po una amplia y profunda base de sustentación. Caracas, Valencia y otras poblaciones importantes eran no sólo sedes principales del aparato armado, de las unidades mi­ litares y de la policía, de los arsenales y pertrechos, sino de la oligarquía, de los grandes propietarios, de la banca usurera y de los comerciantes ricos, así como de la burocracia y de toda clase de parásitos, mientras que las grandes masas desposeí­ das y desocupadas moraban, en su mayoría, en el medio rural, “.. .sucediendo ahora como en 1846 que los oligarcas señorea­ ban los poblados con sus tropas regulares y los liberales se es­ parcían por las selvas, dominaban las serranías y los llanos, y sublevaban a las masas populares. .. 42 La opresión política y la miseria; las persecuciones y el hambre; las frustraciones y los anhelos de posesión de tierras y ganados; la presión de los tremendos antagonismos sociales llevaron a las masas rurales a las filas de la Revolución. Pero, además, jugaron un importante papel la propia actividad del Partido Liberal, la prédica de sus caudillos y comités, su labor de agitación, propaganda y organización en el seno de los nú­ cleos populares, peones, indios y campesinos pobres. 43 41 L. Villanueva, op. cit., pág. 220. 42 Ibídem, pág. 192. 43 Páez acusaba a los liberales de actuar entre las masas populares “con el cebo de una universal usurpación de la propiedad, proclamada en vano algunas veces por insignes revolucionarios de otros tiempos y otros pueblos...”. Evidente alusión a las ideas socialistas que ya se difundían en Europa. (Ver Autobiografía del General José Antonio Páez, Caracas, 1946). 71

La lucha armada librada por los federales fue una guerra rural, campesina. Su base social, la composición predominante de sus fuerzas, la form a de estructurar los mandos, la organi­ zación de sus destacamentos y la manera de llevar a cabo sus operaciones; la mentalidad de la mayoría de sus caudillos gue­ rrilleros y las reivindicaciones recogidas, unas veces expresa y otras veladamente en los pronunciamientos políticos, le im pri­ mieron un sello provinciano, campesino, pequeño burgués a la guerra Federal. El destino final del conflicto, un mayor enfeudamiento del país y el carácter de clase de los gobiernos surgidos después del Tratado de Coche —dóciles a los manejos de los grandes propietarios— correspondió a la realidad social y política de la época. La presencia multitudinaria de las masas rurales, bajo las banderas de la Federación, no podía alterar los resultados. Debido a su atraso político, al lugar que ocupaban en la pro­ ducción, y a su condición de subordinación, los campesinos pobres, peones e indios no estaban en situación de hacer triun­ far sus intereses y demandas. Ellos formaron los ejércitos y guerrillas federales; de su adhesión y apoyo dependió la suer­ te del Partido Liberal, pero el desenlace no podía ser otro, por­ que las riendas dirigentes se encontraron siempre, firmemente, en las manos de los grandes propietarios. La guerra de guerrillas fue “la guerra brava, esa de los montes y de las hordas. . . ”, 44 de la cual tanto partido sacarían los federalistas para compensar la pobreza de armas y medios, las limitaciones de sus recursos, la indisciplina de sus hombres, la superioridad de la oligarquía y la prolongación de la con­ tienda. El apoyo campesino permitió a los federales cubrir sus ba­ jas con relativa facilidad y prontitud y nunca estuvieron es­ casos de personal. La costumbre de la época era nutrir los ejér­ citos con el reclutamiento forzoso y la incorporación de los pri­ sioneros; pero a la Federación acudían voluntarios y crecían sus filas sin que la coacción física jugara función determinante. Decía Level de Goda que: " . . . aquellas guerrillas aumentaban y crecían con la guerra en vez de disminuir, no importando para 44 Level de Goda, op. cit., pág. 360. 72

ello que sufriesen reveses o fuesen muy perseguidas". 45 El se­

creto no era otro que la identificación de las masas campesinas con el movimiento federalista. Los propios oficiales godos no ocultaban su reconocimiento al inagotable calor de masas que seguía al liberalismo en armas. El coronel Hurtado escribía al Estado Mayor G eneral: “ . . . en m i concepto todavía no se cree la extensión y dificultades que presentan estas sierras, que además de guaridas permanentes de aquellos destinados a ocultar al hombre malo, éste siempre cuenta con el apoyo de considerable número de vecinos que por todas direcciones la rodean, con la facilidad de encontrar entre ellos muchos dispuestos a seguirle . .. ”.40 Los estrechos vínculos entre el movimiento armado y las masas campesinas fueron preservados y desarrollados por los jefes más lúcidos del liberalismo quienes comprendían su ex­ traordinaria importancia como factor decisivo para sostener y ganar la guerra. Sin este apoyo el ejército federal y las guerri­ llas hubiesen quedado desamparados. Zamora y otros dirigentes procuraron siempre granjearse la confianza de los campesinos y que sus soldados actuaran co­ mo defensores de los pobres y no como verdugos. Es bien co­ nocida la anécdota de Zamora, al reprender a uno de sus hom­ bres, sorprendido cuando intentaba despojar a una humilde mu­ jer. Laureano Vallenilla puso en boca del insigne caudillo toda una definición de política revolucionaria: “¿Cómo se ha atrevi­ do usted a robar a esta infeliz? ¿Qué va a usted a rem ediar con estas miserables prendas? ¿No sabe usted que la gente del pue­ blo es sagrada? Lo que debe cogerse son los ganados, bestias y tierras de los godos; porque con esas propiedades son con lo que ellos se imponen y oprimen al pueblo. A los godos se les debe dejar en camisa, pero la gente del pueblo igual a usted se res­ peta y se protege. . . " . 47

45 Ibídem, pág. 434. 46 L. Villanueva, op. cit., pág. 133. «

Ibídem, pág. 250.

73

No puede menos que llam ar la atención el juicio tan claro que se atribuye a Zamora sobre la función de la propiedad co­ mo base de la dominación de clase y de opresión sobre el pue­ blo. Una concepción que nada tendría de extraño en labios del más radical de los revolucionarios. Zamora tam bién utilizó los mitos y la supertición para influir sobre las masas rurales, estimular su confianza y su adhesión ideológica a la causa federal. M ientras mantuvo bue­ nas relaciones con M artín Espinoza aprovechó al “adivino” de la montonera p ara vaticinar las victorias y predicar la buena suerte en la guerra celebrando ritos mágicos antes de los com­ bates. Tan im portante era m antener la confianza de los cam­ pesinos, peones e indios, en aquella época muy sensibles a toda suerte de encantamientos y creencias p rim itiv as! 48 Otras form as eran los ascensos m ilitares y el reparto del botín conquistado en el campo de batalla o de las propiedades del enemigo. E n las promesas p ara el día de la victoria, el li­ beralismo mezclaba las prédicas sobre libertad, elecciones y li­ quidación de la oligarquía con las ofertas de distribución de las tierras y el ganado. Las relaciones entre el federalismo y las masas campesinas estuvieron im pregnadas de un carácter liberal-democrático; to­ do lo contrario a la característica de los godos. En la medida en que la lucha arm ada se incrementó, el gobierno aplicó con ma­ yor odio una política represiva. A la lucha guerrillera respon­ dió con brutales acciones m ilitares contra los campesinos. Cuan­ do la campaña de Zamora y Rangel, en 1846, los campesinos fueron obligados a p restar servicios a las tropas del gobierno. Unos como guías y otros forzados a convertirse en delatores y denunciar a los guerrilleros y a sus partidarios. Cuantos pare­ ciesen sospechosos de vinculaciones con los alzados eran envia­ dos inmediatamente a la cárcel y sometidos a castigos. De esta manera, el gobierno pretendió p riv ar a las guerrillas de sumi-

48 Martín Espinoza rodeó a su “adivino” de la más alta jerarquía en el ejército. Zamora lo utilizó para predicar a la tropa desde los púlpitos de las iglesias. Era una especie de sacerdote que invocaba a los es­ píritus y a todos los santos, entrando en “trance”, y aseguraba que todo saldría bien en la guerra contra los godos. 74

istros, información y apoyo. Intensas requisas eran practicaas para despojar de víveres, útiles de labranza y ganado a los ’ecinos. En la sierra de Carabobo, las autoridades militares disusieron la desocupación de extensas regiones y la concentra­ ción en población donde los campesinos podían ser vigilados strechamente. Pero la represión no logró sus propósitos, “ . . . toos los vecinos huyen al m onte. . . 49 Cuando los jefes de operaciones se convencieron de que us medidas no surtían los efectos esperados, optaron por nueos métodos: .N o es posible conseguir la total destrucción e estos malvados si no se adopta un plan que parecerá desolaor, pero que yo lo juzgo in dispen sable... Tal es: quemar toos los conucos, y aún los ranchos, y sacar las familias a po­ blado; de lo contrario puede aseverarse que la seguridad pública quedará amenazada tan pronto como se retiren las tropas. . . ”. 50 Este plan no fue aprobado en 1846 porque Páez consideró que “ . . .la experiencia ha probado la ineficacia de tal procedimien­ t o . .. 51 Sin embargo después de 1858 la represión contra los campesinos no la detuvo ningún miramiento. Hubo oficiales sangrientos e implacables que se hicieron famosos por sus crí­ menes y depravaciones, como el “chingo” Olivo, Rubín, Del No­ gal, etcétera. En las regiones guerrilleras se aplicó sin miseri­ cordia la quema de ranchos y conucos, el desalojo y las torturas, el fusilamiento de prisioneros. . . Pero la represión no logró quebrar el apoyo que las masas rurales brindaron a la Federación. Disminuía sólo en los du­ ros momentos de grandes derrotas, cuando las condiciones ma­ teriales hacía extraordinariam ente difícil que se expresara, pero renacía en toda su extensión en la prim era oportunidad. Cada vez que un ejército federal fue organizado para dis­ putar el poder a la oligarquía sus fuentes y pilares lo constitu­ yeron el apoyo campesino y la lucha guerrillera. Sin el apoyo

49 L. Villanueva, op. cit., pág. 106 (Oficio del coronel Doroteo Hur­ tado al Estado Mayor General). 50 Ibidem, pág. 135. 51 Idem (Carta de Páez al jefe de Operaciones de Güigüe, el 17 de octubre de 1846). 75

campesino y la lucha guerrillera no hubiese sido posible crear y desarrollar un ejército capaz de derrotar al gobierno conser­ vador y dictar en Coche la voluntad de Falcón y Guzmán Blanco. Desde el mismo 5 de marzo de 1858, cuando Julián Cas­ tro dió de nuevo a la oligarquía el solio presidencial de los ve­ nezolanos, prendió en el campo la llamarada de la insurrección, en un terreno abonado por las injusticias sociales, los conflic­ tos de clase y la demagogia del Partido Liberal. Y de allí sur­ gieron los numerosos grupos armados que recorrían los llanos y sierras del país. E n 1859, Zamora integró sus fuerzas con los campesinos, como lo había hecho en 1846, cuando: “ . . . S e ­ guíanle las m ultitudes como a un libertador. Muchos de sus oficiales eran agricultores, acostumbrados a la vida sencilla y honesta de los hombres del campo; esforzados montañeses, que le acompañaban, fanatizados por las ideas nuevas y que llegaron a amarle con frenesí”. 52 Después de la rebelión de Coro hizo la campaña del Centro con los grupos guerrilleros que se iban su­ mando en la marcha. E n Morón se le unió Juan José Mora con cuatrocientos hombres y otras partidas provenientes de la sierra de Carabobo y de la costa de Puerto Cabello. Lo mismo ocu­ rrió al pasar por Yaracuy y en la provincia de Barquisimeto. En abril de 1859 se concentraron en la sabana de Juana M aría las guerrillas capitaneadas por Iriarte, Alvarez, Rojas, P etit y Li­ nares y junto con las fuerzas de Zamora form aron el llamado Ejército Federal de B arinas que desafió al general José Lau­ rencio Silva en San Lorenzo y después ganaría la histórica ba­ talla de Santa Inés. La formación de los ejércitos federales gracias a la adhe­ sión campesina y a la evolución guerrilla-ejército, también se efectuó en las provincias orientales, alrededor de los Sotillo, de los Monagas o del general Acosta. El proceso se repitió al des­ em barcar Falcón en Palma Sola, uniendo bajo su mando a las guerrillas de campesinos, peones y antiguos esclavos provenien­ tes de Cojedes, la sierra de Carabobo y lugares vecinos. Des­ pués de las derrotas, encontraban como renovarse y recuperar­ se en las guerrillas y en el apoyo de las m asas rurales.

® Ibídem, pág. 38. 76

Estas características determinaron los acentuados rasgos de guerrillerismo que el ejército federal mantuvo durante toda la guerra, y aún después de la victoria, en su organización, formación de los mandos, disciplina y maneras de combatir. Puede decirse que el ejército federal no fue jam ás un ejército regular en todo el sentido que hoy entendemos tal término, lo que explica, como veremos más adelante, buena parte de sus éxitos y también de sus fracasos. Pero si el apoyo campesino era indispensable para form ar I guerrillas y ejércitos también lo era cuando los reveses al pro3 digarse la vital ayuda de los baquianos y la información opor1 tuna, al com partir el pan y esconder a los perseguidos. A ZaI mora, como a tantos otros, el amparo de I03 hombres del cam| po significó hasta la vida en momentos de apuro y desbandada, 1 porque “ . . . eran ellos quienes le enseñaban caminos secretos en 1 los bosques, y pasos difíciles en los torrentes; quienes lo ocul'■ taban en lo más espeso de los montes, cuando tenían que huir con solo dos o tres compañeros; y le daban de comer y le avi¿ saban los movimientos del enemigo . . 63 El movimiento guerrillero no podía subsistir sin la estrecha colaboración de los campesinos quienes aseguraban las lí­ neas de abastecimientos provenientes de las costas, donde lle­ gaban los pertrechos de contrabando, o de distantes poblaciones que lo surtían de vestidos, sal y otros artículos que no se ha­ llaban en el campo. Esto significaba transportar pesadas car­ gas en largos recorridos por montañas o parajes inhóspitos en ] medio de grandes peligros y con un esfuerzo agotador. Sólo con ; el apoyo campesino podían abordarse las duras penalidades de j la “guerra brava, esa de los m ontes. . . ”, las distancias desbor} dantes de fatigas; los crueles inviernos que hinchaban ríos y ; cañadas y hacían inaccesibles los campamentos y sobrehumanas las m archas; los largos veranos que atorm entaban a los hom­ bres, convertían en polvo a los conucos y quemaban la vida de I ganados y vertientes, devastando la naturaleza. Sin embargo, I “ . . . las m u jeres. . . salían voluntariamente de las selvas y atra1vesaban grandes distancias para llevar a Zamora bastimentos I y pertrechos. Y los negros esclavos se le incorporaban con esI I I I I I I

I

53 Idem. 77

pontaneidad, armados de tercerolas, fusiles y carabinas. Le so­ braban correos y espías. . . 54

El dominio federal en el campo llegó a representar p ara el gobierno, en ciertos períodos, problemas que rebasaban las pe­ queñas escaramuzas. El hostigamiento a las comunicaciones se convirtió en cercos estratégicos sobre poblaciones: “ . . . como las fuerzas del gobierno ocupaban las ciudades y pueblos, los federales no teniendo municiones suficientes no podían atacar­ las y como éstos eran dueños de algunos montes y a las veces en ciertos caminos, los oligarcas temían salir de los poblados; y si hacían alguna excursión que no fuera en convoy, con mu­ chas fuerzas, casi siem pre salían de ellas m altrechas. . 55 H asta en los alrededores de Caracas tuvo el gobierno que empeñarse en amplias operaciones de limpieza, porque nunca faltaron fuertes guerillas cuya audacia alcanzó hasta combatir en Petare, Chacao y Sabana Grande, entonces aledaños de la Capital. P ara m antener expeditas las vías a Barquisimeto y Barinas se requirieron esfuerzos m ilitares considerables. A fines de 1862, el crecimiento de la guerra civil en el cam­ po privó al gobierno de sus fuentes de reclutamiento m ilitar y afectó la economía de los centros urbanos, escaseando los ali­ mentos y quebrantándose la confianza en las posibilidades de victoria del Partido Conservador. La pobreza de elementos de guerra impuso la táctica, obli­ gando a los federales a rehusar el combate en descubierto y aprovechar todos los recursos de la guerra en montaña. “ . . . Era guerra de emboscada la guerra que los federales adoptamos. No podíamos contrarrestar al enemigo en campo raso, y tomamos el partido de internarnos en los bosques y por medios ingenio­ sos, oponiendo el ardid a las bayonetas de que el enemigo po­ día disponer, a la pólvora como a los otros elementos de que estuvo siem pre bien provisto, le libramos b a ta lla .. . ”. 50 Las emboscadas fueron convertidas en las más temibles for­ mas de lucha. Unas veces con el objeto de liquidar a pequeñas

64 Idem. 55 Level de Goda, op. cit., pág. 361. 56 J. Pachano, Biografía del mariscal Falcón. 78

unidades o solamente p ara hostilizar y causar pérdidas en vi­ das y materiales. Pero también, en ocasiones, buscando provo­ car bajas entre el personal de jefes y oficiales, tratando de causar irreparable daño al enemigo al aliminar sus mandos, desmoralizando a los cuadros superiores. En una relación en­ viada por el coronel Pinto al general Cordero, el 19 de junio de 1860, se describe cómo los federales ocultaban a sus mejo­ res tiradores al paso de las tropas del gobierno, colocándolos en lugares bien escogidos para disparar certeramente sobre los je­ fes: “ .. .M i general, es increíble que haya hombres de concien­ cia tan criminales, ni que pueda existir una guerra de esta es­ pecie: el objeto de estos hombres no es pelear, es colocarse en cada cuarto de cuadra tres o cuatro en alturas inmensas y ce­ rradas de bosques, donde se ocultan para disparar sus armas a los jefes y oficiales, de manera que en cada salida puedo contar con cuatro o seis heridos diarios, si no m u ertos. . . ”. 67 Esta táctica de rápidos desplazamientos, dispersión y con­ centración, constituiría durante el curso de la guerra federal la manera popular de sostener la lucha arm ada contra el go­ bierno. Las guerrillas desaparecían ante el enemigo, dispersán­ dose y escurriéndose para esquivar sus golpes y luego volver a concentrarse p ara atacar inesperadamente cuando menos se esperaba. Desde su prim era campaña, en 1846, Zamora practicó la dispersión y concentración, según las circunstancias. Esa re ­ gla le permitió operar contra un enemigo que le llevaba venta­ jas en número y armas. Sólo cuando la violó y desarrolló su acción dentro de los cauces de un combate regular fue batido en Paguito, pero después de haber dado mucho que hacer al gobierno mediante “ . . .la táctica de dispersar a su gente, diciéndole donde y cuando debían reunirse, m ientras que él se iba con unos pocos a ponerse en relación con sus parciales de los pueblos y a prom over nuevos alzamientos. Cuando le parecía conveniente, reunía las partidas y luego volvía a dispersar­ las. . 68 Esas guerrillas que se evaporaban y ni huellas que­ daban de su existencia, confundiendo a sus perseguidores y 57 Lisandro Alvarado, op. cit., pag. 305. 58 L. Villanueva, op. cit., pag. 130. 79

obligándolos a perder sus esfuerzos m ilitares, eran verdaderas expertas en el engaño y sus desapariciones significaban impor­ tantes victorias tácticas; . .Páez mismo, tan avisado en este género de guerras, llegó a licenciar algunos cuerpos creyendo que no había a quien persegu ir . . 59 M ientras los mandos del ejército del gobierno buscaban la concentración de medios recursos p ara dar una gran batalla y decidir la guerra, los grupos guerrilleros, sometidos al imperio de la pobreza de arm as, procedían a la inversa, rehusando el choque abierto y frontal, dispersándose y concentrándose sólo para dar la pelea en el punto y momento donde mayor ventaja podían obtener. Laureano Villanueva decía que Zam ora: ...“E s­ condíase de día y volvía a caminar en la oscuridad. A sí era como desaparecía de los campamentos, evitaba la persecución, y renacía al poco tiem po armado y pertrechado. De esta mane­ ra engañaba al gobierno, haciéndole creer que la facción esta­ ba destruida”. 60 Y de Francisco José Rangel que “ nunca sabía nadie donde dorm ía. . 61 El general Pedro Manuel Rojas instruía a sus hombres p ara que nunca pasaran la noche cerca del lugar donde combatían. Y era así como los guerrilleros ro­ deaban del mayor secreto y ocultaban su presencia, protegién­ dose de la acción enemiga. Los federales cansaban a sus perseguidores, obligándolos a m archar y contram archar, desgastándolos en aquellas inmen­ sas soledades y en los agrestes terrenos montañosos. No pre­ sentaban batallas, pero llevaban a sus contendores a consu­ m irse en fatigosas jornadas de persecución, provocándolos cons­ tantem ente y escurriéndose en el instante oportuno; “ . . . gue­ rrear contra ellas acosándolas por ambos flancos, sin presentar

59 Idem. Cuando la guerra en España contra la invasión napoleó­ nica, la táctica de los guerrilleros fue resumida en pocas líneas por un oficial del Emperador: “Cuando nosotros llegábam os... ellos se iban, cuan­ do nosotros nos íbam os... ellos llegaban..."

60 L. Villanueva, op. cit., pág. 130. el 80

Ibídem, pág. 23.

batalla, obligándolos a marchar y contra marchar, para descon­ centrarlas, dism inuirlas por la deserción y acabarlas por can­ sancio, desaliento y todo género de contratiem pos. . 112

El general De las Casas se quejaba, en la campaña de Barinas en 1859, de la lentitud de la marcha del ejército, cuyas columnas ocupaban largo trecho del camino. La movilización del gobierno estaba ligada a las buenas vías de comunicación y en lugares donde sólo hallaba estrechas veredas, sufría la ac­ ción guerrillera y aumentaban las penalidades. En las monta­ ñas, los guerrilleros imponían la misma táctica: “ .. . gastaron todo el día en subir y bajar cuestas sin alcanzar su objeto, por­ que las partidas aparecían y desaparecían rápidamente por to­ dos lados. . 63 Los guerrilleros resultaban imbatibles m ientras seguían ta ­ les procedimientos, pero cada vez que los abandonaban se ex­ ponían a las consecuencias: durísimas derrotas y a veces la li­ quidación por largo tiem po: “ . . . esas guerrillas, dispersas, ha­ ciendo la guerra de partidas en los montes y caseríos, difícil­ mente podrían ser vencidas y menos destruidas; pero, unidas, fácil era batirlas en un combate y destruirlas enseguida. . . ” 64 Más adelante, veremos los resultados de los frecuentes erro­ res de aventurerismo en las operaciones guerrilleras y los tre ­ mendos perjuicios que causaron a la Federación las tendencias de aceptar combates en trincheras o contra fuerzas superio­ res. Decía Level de Goda que “ . .. cuando las guerrillas daban el frente eran atacadas vigorosamente por las fuerzas del gobier­ no, pero aquellas volvían al monte y no había form a de hacer­ les m a l. . . ”. 65 Y era en efecto consecuencia elemental que las

62

Ibídem, pág. 92.

63 Ibídem, pág. 110. 64 Level de Goda, op. cit., pág. 350. 65 Ibídem, pág. 320. 81

guerrillas, disponiendo del apoyo campesino y en su medio: las montañas, el desierto o los bosques de las riberas de los ríos llaneros, resultaran siempre imbatibles en la emboscada, el ata­ que sorpresivo, etcétera, pero que al enfrentarse de igual a igual con el ejército, sucumbiera inevitablemente. P ara que los federales triu n faran deberían necesariamente superar el período guerrillero, form ar un poderoso ejército y derrota a los conservadores en la guerra regular. Sin embargo, tal desenlace no era posible contando solamente con el heroís­ mo, la inteligencia y el apoyo del pueblo, era también necesario vencer la escasez de arm as, lograr la posesión suficiente de fu­ siles, pólvora y demás elementos de guerra.

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La Escasez de Armas y los Costosos Errores

Cuando Ezequiel Zamora inició su actividad guerrillera, en 1846, sus hombres estaban armados con lanzas, trabucos y pis­ tolas viejas: “cuando pasó por La Platilla, llevaba siete hom­ bres con una carabina, dos cananas y unas cuantas libras de p lo m o ...”. 66 Francisco José Rangel usaba: un trabuco enorme que cargaba con cuarenta, cincuenta y aun sesenta guáim a ro s.. 67 Los campesinos que levantó Leiciaga para ocupar a Valencia, en julio de 1859, “era una montonera armada en su mayor parte de palos; algunos de espadas y trabucos, y muy pocos de fusiles y tercerolas”. Los guerrilleros de M artín Espinoza llevaban flechas y lanzas. Al ser preguntado Bartolo Bolívar, en el tribunal, sobre la clase de arm as empleadas en 1846, respondió: “Que la caba­ llería tenía lanzas y algunos trabucos y machetes, y la infan­ tería lanzas, fusiles y algunos chopos y tercerolas. .." . 68 Joaquín Rodríguez declaró que Zamora: “se presentó en La Platilla con siete hombres, entre ellos los dos hijos de Masabé, y llevó dos cananas, dos libras de pólvora, una de balas, un par de pistolas, dos cueros de cordován teñidos, una cara­ bina, un trabuco y tres lanzas. . 69 A falta de piezas de artillería, unidades navales o abun­ dancia de fusiles y pertrechos, el movimiento federalista, tr a ­ tando de m itigar la pobreza de sus recursos, apeló a otras a r­ mas y medios, incluso los más primitivos. El uso de flechas no fue una modalidad exclusiva del in­ dio Espinoza, cuyo ejército “era nada menos que una muche­ dumbre devastadora, armada de fusiles y flechas, tocando cuer­

66 L. Villanueva, op. cit. pag. 100. 67 Ibidem, pag. 67. 68 Manuel Landaeta, Biografia del Valiente Ciudadano General Eze­ quiel Zamora, tomo I, pag. 185. 69 Ibidem, pag. 129.

,0 También las guerrillas dirigidas por Gabriel Rodríguez, en Chirgua, sólo disponían de carabinas y flechas. Y por donde pasaba Zamora, se le incorporaban “los campesinos armados de flechas”. 71 E ran en efecto, los peones y campesinos pobres que llegaban a tom ar sitio en las filas de una revolución que consideraban como suya. Durante los prim eros años predominaron las arm as blan­ cas. H erram ientas del trabajo cotidiano de peones y campesi­ nos, el machete fue uno de los símbolos del ejército popular creado por el Partido Liberal y sus caudillos. No fue necesario una copiosa inversión, ni abundante equipo m ilitar p ara hacer del hombre del campo un guerrero. El utensilio de faena se convirtió en arm a de la acción guerrillera. La carga a machete limpio llegó a ser una de las form as principales de combate. El coronel H urtado decía que los guerrilleros de Zamora y Rangel: “ desatienden la falta de arm as y se arrojan con puntas de machete e n a sta d a s.. . ” 72 describiendo el encuentro sosteni­ do en La Ollita en 1846. Una punta colocada al final de una larga vara era la m anera de im provisar una lanza y darle ma­ yor alcance al machete. Y cuando faltaba la punta de machete, cualquier objeto era útil a fin de dotarse de una lanza. Las guerrillas de An­ tonio Alvarez y Francisco Iriarte, al poner sitio a Guanare en mayo de 1859, se encontraban muy mal arm adas: “quienes en­ tre ellos iban provistos, quienes de una sim ple asta arm ada con las hojas de una tijera ; casi desnudos . . 74 Armas blancas utilizaron las m ujeres en los combates li­ brados en El Palito, al lado de sus hombres. En carta al Mi­ nistro de la Guerra, después de las operaciones de Puerto Ca­ bello, decía el general Justo Briceño: “Las m ujeres, de guayu­ nos por cornetas, sin tambores ni b a n d e ra .. .

70 L. Villanueva, op. cit., pag. 221. 71 Ibidem, pag. 192. 73 Ibidem, pag. 127. 73 Level de Goda, op. cit., pag. 128. 74 L. Villanueva, op. cit., pag. 197. 86

co y con machetes y cuchillos en mano, animaban con su ejem­ plo y exortación a los hom bres . . 75

Los barloventeños insurrectos de 1846 son descritos como " . . . cuatrocientos hombres, entre libres y esclavos, armados de lanzas, machetes y garrotes, ocuparon a Río Chico y soplaron la llama de la guerra civil en el lito ra l . . 76 El uso de estas arm as imponía reglas obligatorias en la táctica: la pelea a corta distancia, el cuerpo a cuerpo, la noc­ turnidad y la sorpresa, la emboscada y el ataque imprevisto que atenuaban las consecuencias de la inferioridad en el arm a­ mento. Las piedras fueron también buenas armas y desde las al­ turas podían significar una apreciable ventaja. En el combate de Caujaro, en junio de 1862, una piedra puso fuera de acción al coronel Juan Sutherland. Los federales amenazaban en las cercanías de Coro y el gobierno envió fuerzas a contenerlos. Falcón, al tropezar con las prim eras patrullas, colocó a sus hombres en las alturas. El jefe conservador avanzó sobre una de estas posiciones y fue recibido a plomo-. . . y a peñonazos. El general De Las Casas relata el desenlace: “ . . . se propuso tomar la altura que ocupaba el enemigo, trepando por un cerro alto y espinoso y recibiendo de los que coronaban la altura, fue­ go de fusilería y grandes piedras, una de las cuales lo hirió de­ jándolo inútil en poder del enem igo. . . ”. 17 La pobreza de medios no fue nunca causa de inhibición para los buenos combatientes. El ingenio popular reemplazaba con la malicia hasta la peor escasez de armas. La guerrilla de Regino Sulbarán, alzado en Barinas, equipada solamente con tercerolas, flechas y lanzas no estaba en condiciones de enfren­ tarse —de igual a igual— a las fuerzas del gobierno. Pero la inferioridad podía ser superada con ciertos procedimientos. Sul­ barán, por ejemplo, utilizó soporíferos para asegurar el éxito de sus operaciones. En cierta ocasión, una tropa que lo busca­ ba se detuvo en una ranchería a m itigar la sed y bebió un gua­

75 L. Villanueva, op. cit., pág. 197. 76 Ibidem, pág. 71. 77 Francisco González Guinán, op. cit. tomo VII, pág. 439. 87

rapo aí que los guerrilleros habían mezclado una sustancia dor­ midora. Cuando los soldados del gobierno dormitaban, Sulbarán los sorprendió, despojó de sus arm as e hizo más de cua­ renta prisioneros.78 Otro gran recurso fue el fuego. Los federales lo usáion como arm a ofensiva p ara desalojar trincheras y casas aspilladas. En Barinas, por ejemplo, en abril de 1859, Zamora pren­ dió en candela a la ciudad con el objeto de obligar a los godos a cesar la resistencia. Con el mismo fin, al mes siguiente, die­ ron fuego a Guanare y, en junio, a San Fernando. La tea fue un recurso devastador y brutal si se quiere; pero en las condiciones de la guerra federal era una arm a igua­ ladora frente a un adversario que poseía superiores elemen­ tos bélicos. También los conservadores usaron la candela. En agosto de 1859, el general B rito quemó a G uadarram a ocupada por Zoilo Medrano y el general Rubín incendiaba los caseríos campesi­ nos en el Tuy en represalia por la actividad guerrillera. Zamora usó el fuego como arm a defensiva p ara cubrir mo­ vimientos de retirad a o ganar tiempo, como en El Corozo, des­ pués de la batalla de Santa Inés, el encontrarse de pronto sin municiones. Level de Goda, testigo presencial, relata el episo­ dio de la siguiente m a n e ra : “ . . . se le ocurrió al general Zamo­ ra prender la sabana del Corozo, sem brada de paja alta y seca, para interponer así una columna de fuego y humo entre sus tropas im potentes por fa lta de municiones y las fuerzas ene­ migas . . 79 Pero el uso más ingenioso del fuego fue el llamado “ga­ llito de candela”, una especie de molotov voladora. Consistía en un dardo o flecha muy liviana. En su punta se colocaba un alfiler o cualquiera otro implemento que hiciera sus veces. En el otro extremo se sujetaba una mota de algodón, plumas, trapos o paja seca, que se im pregnaba de resina u otra m ateria infla­

78 Libando Alvarado atribuía la sustancia a una enredadera cono­ cida como “p ascu alito”. En el campo venezolano existen varias especies de plantas con esa propiedad. 79 Lével de Goda, op. cit., pág. 262. 88

mable. Una vez encendido era disparado sobre puertas o te­ chos y como éstos eran de madera o paja tomaban fuego fá­ cilmente. Zamora era un verdadero experto en el “gallito de can­ dela”. Personalmente enseñaba su fabricación a los soldados. F. González Guinán describe al caudillo en San C arlos: .or­ ganizando y distribuyendo m ejor las guerrillas y enseñando a los soldados como debían pelear con más ventajas y, sobre todo, como habían de lanzar, los de la guerrilla de enfrente, un pe­ queño objeto con una tenue punta, a veces un alfilar o una aguja, con tinas plumas de gallo. . . 80 Sobre el funcionamiento del ingenioso instrum ento incen­ diario, el mismo González Guinán nos dejó la siguiente ver­ sión : “ . . . arrojaban estos gallos para que se clavasen en una puerta, en una vigueta o en la caña amarga de un techo; y como tenían un maguey encendido entre la punta y las plumas, eran al cabo muy eficaces para el ob jeto . . 81 Zamora se valió de los gallitos de candela en muchas oca­ siones. Una de ellas, p ara desalojar las trincheras enemigas en El Pao, en noviembre de 1859. Morton los usó en San Fernan­ do de Apure, en junio de 1859: .al prim er cañonazo de la plaza, hizo Morton disparar un cohete que era la señal conve­ nida para arrojar con flechas estopas ardiendo empapadas en aguarrás. . . ”. 82 Sólo una elevada moral, afirm ada en la defensa de justos principios políticos y el apoyo del pueblo, permitió a la Fede­ ración superar la difícil prueba de hacer la guerra en precarias condiciones materiales, con un armamento inferior y primitivo. En el camino, hubo que vencer la escasez de armas. Los federales iniciaron la guerra en medio de la mayor pobreza de recursos. Y no la superarían de la noche a la mañana con los frutos de un combate afortunado o de una operación de contra­ bando bien realizada, sino que gravitó sobre ellos con tenaz persistencia. No fue una situación pasajera vencida al correr

80 F. González Guinán, op. cit., pág. 96. 81 Idem. 82 Lisandro Alvarado, op. cit., pág. 160. 89

de los primeros años, sino que se prolongó hasta el final mis­ mo de la contienda. En ciertas fases de la guerra lograron dis­ poner de elementos bélicos, m ientras que en otras ocasiones quedaron reducidos a la impotencia, obligados a comenzar de nuevo el proceso de reagrupam iento y acumulación de fuerzas. La guerra contra el poder conservador fue un proceso desigual: de inicio de la lucha en condiciones de dispersión, después un firm e ascenso ofensivo p ara luego caer en la derrota y des­ cender hasta la desesperación; de nuevo un auge victorioso y otra recaída y más tard e un nuevo flujo; períodos interm i­ tentes de triunfos y derrotas hasta el Tratado de Coche que puso fin al conflicto. No era un pronunciado desnivel numérico frente a los con­ servadores lo que afectaba al movimiento federalista; no era la falta de partidarios dispuestos a correr todos los riesgos. A la Federación no dejó nunca de rodearla el respaldo popular que le daba combatientes dondequiera lo exigiera la lucha a r ­ m ada; era la penuria en armamento lo que limitaba sus posi­ bilidades tácticas y colocaba en plena desventaja sus esfuerzos militares. “E n Aragua existen muchos hombres, pero no tenemos ar­ m as; en Caracas, tenemos hombres, pero no tenemos ar­ m as. . 83 decían José Antonio Plaza y Nicolás Suárez al ge­ neral José Ignacio Leiceaga. Valentín Espinal refería a su hi­ jo que los federales se presentaban en m asa a sumarse a los grupos alzados y que . .tal es su número, que desde el P re­ sidente actual de la República hasta el último de sus partidarios, han confesado y confiesan sin rebozo a cada instante, que cien veces habrían sido vencidos de tener armas sus contrarios...”. 84 Ribas Galindo escribía al licenciado José Santiago Rodríguez: “ . . . los federalistas, según se llaman ellos, son las tres cuartas partes de la población, y como el Fénix renacen de sus cenizas. El día que tengan arm as sólo Dios sabe que sucederá. . . ”. 85 83 Archivo del mariscal Juan C. Falcón, Vol I, pág. 50. 84 Conservadores y Liberales, pág. 696. Carta de Valentín Espinal a su hijo Ricardo, 8 de febrero de 1860. 83 Archivo del mariscal Juan C. Falcón, Vol. II, págs. 40-41. 90

Cuando los federales se lanzaron a la lucha arm ada no se encontraban preparados p ara obtener una victoria rápida so­ bre las bien pertrechadas tropas del gobierno. Las primeras guerrillas estaban animadas de la voluntad de luchar, de la desesperación y del odio que suscitaban las brutales persecu­ ciones, pero carecían de m aterial bédico. El resultado de las pri­ meras confrontaciones no podía ser otro que los duros reveses ocurridos. No eran suficientes el entusiasmo ni el apoyo po­ pular para derrotar a la O ligarquía; “ . . . sucedía a los revolu­ cionarios del Guárico lo que acontecía a todos los demás, que carecían de elementos de combate, de pólvora en prim er lugar; la revolución abundaba en hombres, pero carecía de petrechos . . . ”. 86 En las prim eras revueltas de 1846, los liberales apenas contaban con unos cuantos fusiles y lanzas. La inferioridad de armas no era sino una consecuencia —durante este período— de la situación de la revolución. La actividad insurreccional era esencialmente una iniciativa de vanguardia. Sólo grupos, exa­ cerbados por la política represiva, se lanzaron a la acción di­ recta en desafío del poder reaccionario. Los dirigentes y nú­ cleos urbanos del liberalismo, sobre los cuales ejercían más influencia los comerciantes y pequeños propietarios, sin la de­ cisión de tom ar el poder mediante las armas, predicaban una solución electoral a despecho de que tal camino había sido ce­ rrado por las combinaciones conservadoras. Las persecuciones desatadas a raíz de la fracasada entrevista de Antonio Leoca­ dio Guzmán y Páez desorganizaron los comités del Partido y el propio Guzmán fue arrestado quedando el liberalismo sin una dirección reconocida. Faltaban, además, caudillos m ilita­ res de prestigio. Los Monagas y Sotillo conciliaban con Páez; Zamora y Falcón no habían adquirido el renombre que disfru­ tarían años después. En tales condiciones, los partidarios de la lucha armada apenas tenían a la mano recursos logísticos muy escasos. Los jefes más atrevidos sólo podían contar con las arm as suminis­ tradas por los propios campesinos o las que, a duras penas, con­ quistaban en los combates, “ . . . para entonces, los liberales es86 González Guinán, op. cit. tomo VII, pág. 46. 91

taban absolutamente sin elementos de guerra y era más de va­ lor, heroísmo, luchar a brazo partido con enemigos potentes y dueños de la cosa pública desde 1826 y por supuesto sucumbie ron. . . ” . 87

Cuando —más de diez años después— los liberales reiniciaron la lucha armada, la escasez de armamento constituyó nuevamente su principal problema. La pobreza de recursos im­ puso otra vez la táctica de las pequeñas partidas que se dis­ persaban y escurrían p ara evitar el choque frontal, un combate prem aturo o cuando no podían sobrellevar las persecuciones y hostilidades de los conservadores, o eran montoneras, numero­ sas pero incapaces de librar exitosamente y con regularidad campañas de envergadura. Pero el movimiento revolucionario en 1958 no era el mis­ mo de 1846. E ran mejores sus posibilidades p ara reponerse de los reveses y aum entar sus fuerzas, Las condiciones p ara la lu< cha arm ada habían madurado. No sólo era irresistible la vo­ luntad de las grandes masas campesinas de rom per con el go­ bierno, aguijoneadas por las intolerables privaciones económi­ cas y la opresión social, sino también muy agresiva la actitud de importantes núcleos en el seno de los propios propietarios rurales arruinados, cuyas contradicciones con la camarilla goda, privilegiada, usurera y burocrática, los presionaban con incon­ tenible vigor inclinándonos a favor de la guerra. Cierto que, en los primeros meses del golpe de Julián Castro, hubo liberales “funionistas” sin embargo, bien pronto dejaron de tener in­ fluencia —si la tuvieron alguna vez— en los destinos de las masas federales, y el P artido Liberal pudo ju g a r un papel de activo organizador de la insurrección. La pasantía del liberalismo por el poder durante el gobier­ no de los Monagas no dejó también de tener influjo en la nueva relación de posibilidades y fuerzas. Ahora contaba con caudi­ llos militares de ascendiente entre las masas populares y se apoyaba en numerosas posiciones de autoridad en caseríos y aldeas todo lo cual facilitaba la sublevación de las zonas rurales.

87 Manuel Landaeta Rosales, Biografía del Valiente Ciudadano Ge­ neral Ezequiel Zamora,, tomo I, pág. 48. 92

Estos factores significaron una situación más favorable para desarrollar la lucha armada. No obstante, la falta de ele­ mentos de guerra continuó influyendo en la inferioridad mili­ tar de la Federación. En Caracas, por ejemplo, los liberales disponían, en 1858, de una magnífica situación para lograr una aplastante victoria sobre los conservadores. D isfrutaban del apoyo entusiasta del pueblo y de la adhesión de una parte considerable de los oficiales y del personal de tropa de la Guar­ nición sin embargo, su punto débil era la insuficiente posesión de las armas. El movimiento llamado La Galipanada no fue otra cosa que el intento de apoderarse de un depósito de armas que el gobierno tenía en La Guaira. Al fracasar, se vinieron abajo los planes de desalojar a los conservadores mediante un rápido golpe de mano. Cuando estalló el movimiento insurreccional de Coro, en febrero de 1859, Falcón juzgó que era una acción precipitada. No se disponía de elementos de guerra, no se habían completado los preparativos indispensables para llevar a cabo una guerra a todas luces difícil y larga. En la recriminación que hiciera en aquella oportunidad, estaba latente, indudablemente, el despe­ cho del jefe a quien no se consultó para acometer la audaz empresa pero también se expresa el sereno razonamiento de un dirigente que concibe la guerra no como una simple aven­ tura emocionante sino como un despliegue de organización, dis­ ciplina y recursos. Falcón se encontraba precisamente en esos días solicitando fusiles, pólvora y plomo en las Antillas. Jacin­ to Pachano, interpretando el pensamiento del jefe, aplicaría a la insurgencia coriana los más duros calificativos: “im pa­ ciencia”, “imprudencia”, “insensatez”, porque —según él— la oligarquía contaba para entonces con un partido apegado al poder, con la servidumbre que concede los lazos de la tradición y los intereses económicos, y los federales no podían enfren­ társele solamente con el entusiasmo que despertaba la causa de la oposición. Entusiasmo sin armamento significaba ir a una lucha desigual, favorable a los conservadores, decía Pachano. Iniciado el conflicto a muerte, los liberales estarían expues­ tos a todo género de contingencias debido a la pobreza de sus armas. 93

Fue la búsqueda de pertrechos lo que llevó a Ezequiel Za­ m ora a las tricheras de San Carlos. E n enero de 1860, el ejér­ cito federal se empeñó en rendir esta plaza en la creencia de encontrar en sus escombros el parque que necesitaba para se­ guir triunfante a Valencia. No hubo ningún otro motivo para un asedio tan disparatado e improductivo. Vacías las cartuchas, los eufóricos vencedores de S anta Inés tuvieron que embestir contra los parapetos, desangrarse, tratando de alcanzar la pól­ vora que requerían sus tercerolas, escopetas y fusiles. Es evi­ dente que sin esta circunstancia —bien provistos— la suerte de la guerra se hubiese decidido en los alrededores de Carabobo o a las puertas de Caracas con la derrota inevitable de los godos, desmoralizados por la humillación sufrida en las sabanas de Barinas. Ya en los combates librados en E l Corozo, durante la per­ secución que siguió a la batalla de Santa Inés, las tropas fe­ derales de A ranguren y Calderón tuvieron que permanecer dos horas y media fuera de acción, después de iniciados los fuegos, porque no tenían municiones. Y los contraataques enemigos es­ tuvieron a punto de tener éxito si Zamora no acude a la idea salvadora de interponer entre sus fuerzas desarmadas y el em­ puje contrario una ola de crepitante candela que se extendió por la reseca llanura. La batalla de S anta Inés, en la cual queda hecho añicos el ejército principal de la Oligarquía, no dió provecho en cuan­ to a la captura de pólvora y municiones. En su huida, los con­ servadores fueron entregando fusiles y artillería, pero arro ja­ ban a los ríos las municiones y la pólvora, las destruían con la calculada intención de no proporcionar a sus enemigos la ex­ plotación de la victoria. E sta acción privó a los vencedores de condiciones p ara asestar el golpe final. Y agotados aún más sus recursos en la afanosa persecución, se vieron obligados al asedio de San Carlos. El desenlace del sitio de San Carlos no pudo ser más des­ alentador. Si bien los federales lograron, al precio de la muerte de Zamora, setecientos fusiles apenas capturan dos mil cartu­ chos, el renglón de mayores urgencias. Sin el prestigioso cau94

•dillo al frente del mando, sin una dirección audaz y resuelta y ¡sin pertrechos suficientes, la suerte de aquel ejército —el meI jor hasta entonces reunido por los insurrectos— quedó sellada. En Tinaquillo se unió al ejército el general Juan Sotillo, ¡quien venía de las provincias orientales ávido también de eleImentos de guerra. La escasez de armamento lo apuraba hacia ¡el Centro, creyendo encontrar en las fornituras de sus compa| ñeros el remedio a la pobreza de municiones. Sotillo y su gente I estaban haciendo la guerra desde los primeros meses de 1859, [como en los tiempos de la Independencia, con una caballería de Ilanceros, porque carecían de bocas de fuego y de pólvora. Cuanjdo ya no pudieron por más tiempo sortear las desventajas de ¡su debilidad, tom aron el camino de la reunión con Zamora y 1Falcón. El encuentro de los federales no hizo sino complicar la si­ tuación. Una concentración sin recursos no podía sino aumentar líos problemas logísticos. Aquella multitud desarmada carecía i de medios para continuar avanzando y tom ar a Valencia que era juna plaza fuerte, fortificada con trincheras y artillería o dirilgirse a la capital de la República, donde ya les preparaban una [resistencia cuya magnitud no podía p re v e rse ... y hasta para ¡sostenerse porque incluso comenzaban a escasear los alim entos.88 Viraron entonces hacia Calabobo en solicitud de los petreIchos negados en San Carlos. Impotentes también para tomar ¡dicha población, comenzó el repliegue hacia San Fernando. Y ¡ así vemos como aquel ejército, que no había hecho otra cosa que ¡ganar batallas y llegar al borde mismo de la victoria definitiva, ¡marchar en retirada, quebrantado por la escasez de elementos ¡bélicos y la indecisión de sus jefes. El movimiento hacia Apure perseguía llegar a una región [que pudiera abastecer de ganado y proporcionar además una vía a la Nueva Granada por la cual se abriera el tránsito de armas con el exterior. La decisión fue muy discutida por los

88 “L a g ra n m asa de las fu e rza s m in adas a l mando de F alcón y I Zamora era v irtu a lm en te una fu erza desarm ada. E n ninguna época de ] la historia m ilita r del m undo se ha v is to que un ejército desarm ado haya | emprendido con éxito operaciones o fen sivas”. (Lino Iribarren Celis, prò­ li ogo a la Biografía del mariscal Juan C. Falcón, de Jacinto R. Pachano). 95

adversarios de Falcón. Sostuvieron que el ganado podía obte­ nerse sin abandonar las posiciones ocupadas y las arm as rin ­ diendo a Valencia, donde seguramente el enemigo poseía un copioso parque. Sin embargo, las dos objeciones resultaban igual­ mente discutibles. La adquisición de recursos en un territorio disputado por los conservadores y empobrecido por la guerra no era una tarea excepta de desgastes y la conquista de Valencia no era empresa fácil, desprovistos como estaban de pólvora y municiones, forzados a un asalto a sus parapetos y fortifica­ ciones. 89 Copié fué una batalla que los federales, sorprendidos por la negligencia de sus jefes, no estaban obligados a dar. En sus resultados tuvo también influencia la escasez de pertrechos, aun cuando no fuese éste el elemento determinante. Falcón lle­ gó a afirm ar que con diez cartuchos más hubiese cambiado la suerte de la lucha y derrotado al ejército conservador. En un vigoroso contraataque, cuando espoleaba a sus hombres a dal­ la carga decisiva y transform ar el esfuerzo en victoria, sus sol­ dados le m ostraron la inutilidad de su solicitud, sin una pala­ bra, levantando las cartucheras desnudas. . . Copié se convirtió en un desastre p ara la Federación no porque su ejército hubiese sido destruido en el campo de batalla sino porque quedó sin posibilidad inmediata de reponer sus ago­ tados recursos. La caballería estaba entera e incluso desafió a los jinetes adversarios a medir sus lanzas en la sabana y la infantería, aunque bastante vapuleada, conservaba sus unida­ des fundamentales y llegó a desengancharse del enemigo, con habilidad, dejándolo sin rastros, confundido, sin poder iniciar una rápida y provechosa persecución. Sin embargo, los derrotados de Copié no tenían otra alter­ nativa que el desmembramiento, el regreso a la vida guerrille­ ra cuyas ventajas podían permitirles continuar la lucha en las condiciones de penuria de armamento. En el llamado Paso de

89 “E l ejército no ten ía municiones en la abundancia que se requ ería para contin uar al centro, a Carabobo, a A ra g u a y a C aracas donde habían tropas que ven cer y donde quizás h abría tenido que com batir con tra alguna plaza atrin ch erada, en lo cual se g a sta ta n ta s m u n ic io n e s.. . ” (Level de Goda, op. cit., pág. 282). 97

las Marías, después de una penosa marcha, el ejército se dividió en varios cuerpos que a su vez se transform arían en pequeñas partidas nómadas las cuales harán la guerra en una situación de extremada pobreza: las que estaban bien dirigidas evitarán los choques frontales y presentarán combate sólo cuando su nú­ mero y la sorpresa las favorezca en espera de una m ejor opor­ tunidad para la confrontación decisiva. La escasez de arm as era tan grave en 1860 que la lucha se redujo al mínimo. En marzo de ese año, el gobierno había lo­ grado despejar de guerrillas la mayor parte de las provincias de Apure, Cojedes, Barquisimeto y Portuguesa, donde antes im­ peraban con la mayor audacia. Ahora apenas se m antenían al­ gunos núcleos im portantes en Oriente, B arinas y en muy con­ tados lugares de otras provincias. Las guerrillas federales ha­ bían reducido sus operaciones a áreas locales o se empeñaban en infructuosos ataques contra poblaciones en busca de provisiones y pólvora. En Guárico, donde se reunieron varias guerrillas hasta al­ canzar ochocientos efectivos, al mando de los hermanos Guillén y de Dionisio Seija, fueron desbandados roí* la carencia de pól­ vora. Y en la sierra de Carabobo, cuando Zoilo Medrano y José Ignacio Leiciaga lograron organizar mil partidarios, apenas disponían de machetes, lanzas y cuchillos y de tres cartuchos para cada fusilero. E n el exterior Guzmán Blanco sacaba la conclusión de que “ . . . es im posible pensar en nada form al mien­ tras no haya buques y pólvora”. 90, al llegar las noticias de los reveses. En 1861 la falta de arm as obligó a disminuir las fuerzas de Juan Sotillo, en Oriente, y el general Acosta, quien por carecer de pólvora no podía ab rir operaciones sobre Carúpano, se vio en la necesidad de dispersar p arte de sus guerrillas por la misma causa. Fueron dos años extrem adam ente duros p ara la causa fede­ ral. E ra imposible disputarle el terreno a los conservadores, sostener posiciones o hacer campañas con éxito. Las derro­ tas se hicieron cada vez más frecuentes; las desbandadas y el desaliento afectó la moral del P artido Liberal; muchos di90 Archivo del mariscal Juan C. Falcón, vol. I, pág. 70. 98

rigentes emigraron al exterior, otros se acogieron a un decreto de amnistía parcial dictado por el gobierno. Sin embargo, el movimiento armado no pereció; se replegó hasta donde podían alcanzar sus resistencias y asimiló la am argura de las dificultades y deserciones. La urgencia de armamento condujo a los federales a empeñarse en disparatadas acciones aventureras. El propio Zamora en 1859, apremiado por la necesidad de pertrechos, sufrió serios reveses. En Barinas fracasó frente a las trin ­ cheras y en Guanare fue derrotado; “Zamora, que no enten­ día de estarse en la inacción, concibe la idea de tomar a Gua­ nare, más para aumentar su parque que por otra razón .. SI Las dos derrotas fueron el resultado de operaciones m ilita­ res decididas sin acierto, dictadas por la desesperación. El ejército desarmado de Zamora poco efecto podía lograr en los asaltos a los parapetos y fortificaciones. En Guanare se salvó de peores consecuencias porque el general José Lau­ reano Silva, temeroso de llegar tarde, hizo disparar unos cañonazos de advertencia a los defensores lo que permitió a Zamora levantar campamento. La tendencia a trazarse la conquista de objetivos sin dis­ poner de fuerzas suficientes, en francas condiciones de inferio­ ridad, era característico del pronunciado espíritu aventurero que privó en la mayoría de los caudillos militares federales durante el curso de la guerra y que se expresó principalmente en la inclinación a tom ar poblaciones y asaltar posiciones atrincheradas buscando en form a errónea reponer sus agotados pertrechos. El aventurerismo ocasionó durísimas derrotas; se desper­ dició inútilm ente el escaso m aterial de guerra y se desangró al movimiento federalista de m anera insensata. La propia muerte de Zamora y los descalabros que sufrieron los revolu­ 91 “P o r segu n da ve z m e m o stra b a la desgracia o fa lta de cálculo del general Z am ora en el ataqu e de poblaciones. P retendiendo apoderarse de elevientos de g u erra •problemáticos, p erd ía n los que ten ían efectivo s en su ejército; de m anera que el G eneral que en los bosques y en las llanuras era inagotable en a/rdides y astu cias p a ra engañar y ven cer a l adversario, era mediocre y obcecado en el ataqu e a las c iu d a d e s ..." (F. González Guinán, op. cit. tomo VI, pág. 385). 99

cionarios durante los años 1859-60-61 debe atribuirse a una falta de apreciación ju sta de la correlación de fuerzas en el campo militar, a la subestimación del poder enemigo y la sobrestimación de las fuerzas propias, dejándose a rra s tra r por el ímpetu del combate. Sin faltarle razón, Level de Goda estimaba que muchos caudillos federales “ . . . peleaban por pe­ lear, por hábito, por p la cer . . . ”, 92 lo cual no es otra cosa que una manifestación típica de aventurerism o: abandonarse a la embriaguez del combate, enceguecerse por el frag o r de la lucha misma y abandonar el análisis objetivo de la realidad. Como hemos visto, ni Ezequiel Zamora — un táctico consu­ mado y un genial estratega—, a quien la Federación debió sus mejores victorias, pudo escapar a los efectos de esta tendencia y comprometió en varias ocasiones de una m anera estéril a las fuerzas bajo su mando. En 1859, además de los fracasos de Zamora en Barinas y Guanare, los federales sufrieron grandes reveses en otros inten­ tos de tom ar poblaciones, estrellándose contra posiciones fo rti­ ficadas. En junio, Morton y Márquez pretendieron ocupar a San Fernando defendida con buenas trincheras. Después de ocho horas de combate y dejar en las calles montones de cadá­ veres y perder numerosas cargas de pertrechos, tuvieron que retirarse. En agosto, Julio Monagas —sin provecho alguno— se mantuvo enganchado a las trincheras de Barcelona durante varios días m ientras sus tropas sufren toda clase de daños. En octubre, A ranguren fue rechazado en San Carlos luego de fútil despilfarro de pólvora y plomo. Y en noviembre, el general Sotillo se empeñó contra los parapetos de El Pao p ara ser rechazado con serias b ajas; dos días después insiste para ser nuevamente batido. Ya en esta misma población —en agosto— había fracasado otro intento de asalto; es decir que en el lapso de cuatro meses los federales sufrieron tres reveses graves ante las mismas trincheras. Durante 1860 repitieron los errores en la búsqueda de­ sesperada de pólvora y plomo. Miguel Acevedo estuvo durante tres días librando escaramuzas a las puertas de Río Chico y se retiró sin un cartucho. Aguado y Julio Monagas embistieron, 92 Level de Goda, op. cit., pág. 462. 100

en octubre, contra San Sebastián; inútilmente porque perdieron todos sus pertrechos y numerosos hombres. Pedro Aranguren, sin haber escarmentado de su fracaso en San Carlos, atacó durante cinco días consecutivos a Barquisimeto para ser final­ mente rechazado; se retira de Barquisimeto pero arrem ete contra Guanare con el mismo resultado y term ina por agotar los recursos que le quedaban. En abril, las guerrillas asedian a Barrancas y son derrotadas; de allí retroceden para empe­ ñarse contra Ospino donde son nuevamente vapuleadas. En 1861 y comienzos de 1862 continuó el derroche de los escasos elementos de guerra en aquella vana estrategia de colo­ car a las poblaciones como objetivos principales. Las guerrillas de Miguel Acevedo fueron despedazadas frente a Cúa; Rojas volvió al asedio de Guanare, sin resultados; Trías atacó en San Felipe y se retira, m altratados sus efectivos. Más al occidente, atacan a Coro — en esta ocasión con una fuerza respetable— y gastan en el esfuerzo más de veintidós mil cartuchos. Los fracasos en San Lorenzo, El Tinaco y Guacara se sumaron a otras infructuosas acometidas contra las pobla­ ciones atrincheradas p ara acentuar la pobreza de pertrechos y darle un baño de sangre a la revolución. E ra evidente que las necesidades apremiantes de elemen­ tos de guerra y, en muchas ocasiones, también de alimentos contribuía a exacerbar la impaciencia y desesperación en las filas federales y presionaba fuertemente sobre las m aneras de dirigir y organizar las operaciones m ilitares: " . . . cuántas ve­ ces para buscar comida o para conseguir alguna pólvora, tina partida pequeña o grande salía de los montes, de su guarida, y libraba combates sangrientos, sacrificando muchas vidas en cambio de alimentos o de p ó lv o r a ...” 93 El principal objetivo del ataque de Julio Monagas a Barcelona fue apoderarse de las mercancías depositadas en un almacén de la aduana que se requerían para vestir a los soldados. En 1861, José González lanzó más de quinientos hombres contra Coro a fin de tom ar las existencias de varias casas de comercio y m ientras unos grupos distraían con sus fuegos a las fuerzas del gobierno, otros cumplían el propósito, adueñándose de ropas y víveres. 93 Ibidem, pág. 360.

La causa de esta tendencia aventurera puede tener una explicación, entre otras, en la propia composición de los m an­ dos militares de la Federación, en los cuales predominaban los pequeños y medianos propietarios y eran muy pronunciados los rasgos del caudillismo. Los jefes m ilitares pasaron casi toda la guerra sin sujección a un mando único; actuaban sin freno en medio de una masa políticamente atrasada, y rodeados de elementos de bandolerismo e indisciplina muy frecuentes en el seno de las capas sociales arruinadas. La mayoría de ellos carecían de conocimientos m ilitares; eran improvisados conduc­ tores de guerrillas que nunca habían prestado atención al estudio de los problemas tácticos y estratégicos planteados por aquel tipo de g uerra; procedían en form a empírica, a ciegas, y reemplazaban los procesos de la inteligencia, de la reflexión y sistematización de las experiencias con el ardor del choque y un valor desbocado. Hemos visto como hubo jefes que dominaron las tácticas guerrilleras con gran m aestría; diestros en el manejo de la técnica de las sorpresas y emboscadas; que sabían rehusar astutam ente los golpes del adversario, escurriéndose y apare­ ciendo luego donde menos se les esp erab a; que poseían extraor­ dinaria habilidad para las maniobras, concentrándose o disper­ sándose para actuar siempre en v en taja; pero que, sin embargo, no eran capaces de refren ar el impulso de atacar poblaciones y se enganchaban en la lucha de posiciones desgastándose inútilmente. Muchos de estos errores dieron base a Level de Goda para sostener que la prolongación y dificultades de la guerra federal no se debieron a la escasez de m aterial bélico sino a la incapa­ cidad de sus dirigentes m ilitares: “ . . . n o puede explicarse la prolongación por cinco años de la guerra federal sino por la falta de generales y jefe s e n ten d id o s.. Z’ 94 Este juicio sólo re­ presenta una parte de la verdad. Level de Goda — dominado por sus rivalidades con Guzmán Blanco y Falcón— desconoce completamente las limitaciones y conflictos creados como re­ sultado de la pobreza de recursos confrontada a lo largo de toda la guerra.

94 Ibídem, pág. 462. 102

La terrible experiencia no podía ser totalmente despre­ ciada y, aunque ya al final de la contienda, algunas de sus ense­ ñanzas fueron recogidas. A medida que la guerra fue prolon­ gándose, varios caudillos se tornaron más prudentes. Falcón, quien había estado bajo la constante presión de la emigración liberal y de muchos de sus propios tenientes a fin de que preci­ pitara las operaciones ofensivas, revisó la estrategia de la Federación. El fracaso del año 1860 era atribuido a su incom­ petencia, a su falta de audacia, de agresividad o de iniciativas; lo acusaban de pusilánime y hasta de indolente. Los impacien­ tes juzgaban que lo fundamental era la acción aun a despecho de una correlación de fuerzas desfavorable, con desprecio inclu­ so por los imperativos tácticos que dictaba la carencia de ele­ mentos de guerra. A p a rtir de 1861, Falcón desafió a los desesperados; rehusó emplearse en una estrategia de ofensiva a todo trance y durante cierto período actuó a la ofensiva, acumulando fuerzas y pre­ servándolas de los combates inciertos. A su juicio, tenía más importancia elevar pacientemente la capacidad de su ejército que los riesgos de una campaña agresiva en condiciones de inferioridad. Guiado por esta consideración, imprimió a la di­ rección m ilitar la orientación de: “no avanzar un paso, sino seguro de no retroceder, o retroceder en condiciones siempre ventajosas.. 95 Por supuesto, no dejó de provocar el descon­ tento de los tenientes más impetuosos. Sus decisiones eran ob­ jeto de acrias censuras en las reuniones de la oficialidad. Jacinto Pachano decía que en esa época el ejército era un hervidero de “movimientos de impaciencia” y de “rumores de desagrado”. Quienes estaban acostumbrados a los combates sucesivos, a las fogosas cargas sobre las posiciones, al asalto contra las plazas atrincheradas o quienes hacían cálculos alegres sobre la guerra, subestimando al enemigo, no se resignaban a una conducta que juzgaban el colmo de la inercia, y excitaban con­ tinuamente a lanzarse a la conquista de las poblaciones. El desarrollo de la situación política favoreció la estrategia de Falcón. Las contradicciones internas en el seno del gobierno se habían acentuado y el proceso de descomposición de la cama­

95 Jacinto Pachano, op. cit., pág. 243. 103

rilla dirigente del Partido Conservador no dejaba lugar a dudas. El control del poder se lo disputaban el grupo ultrareaccionario llamado “los epilépticos” empeñado en llevar la guerra civil hasta sus últimas consecuencias y los “paecistas” p artid a­ rios de la dictadura del viejo centauro a fin de llegar a un acuerdo con los caudillos federales. Las diferencias provocaban pugnas cada vez más enconadas; reflejaban el fracaso del gobierno en su intento de liquidar la insurrección popular y en lograr respaldo nacional a su política represiva. A pesar de las victorias en el terreno m ilitar, el país comprendía que éstas no daban estabilidad a los conservadores porque no eran defi­ nitivas ni conducían a la paz. Los federales — derrotados en un combate— reaparecían con nuevos bríos, sin que los reve­ ses quebrantaran su voluntad de luchar. Falcón percibía, con suma perspicacia —y no se necesitaba ser un genio para hacerlo— que la situación política era propi­ cia a su estrategia y conservaba sus fuerzas a la defensiva m ientras acumulaba poder y el enemigo se deterioraba bajo los impactos provenientes de dos fren tes: de sus antagonismos internos y de la interm inable contienda con los grupos g u erri­ lleros, en los alrededores de las principales ciudades y pueblos, que eran como puñales clavados en sus propias costillas. En aquellas circunstancias hubiera sido insensato p ara el libera­ lismo jugar al azar, arriesgar a ganar o perder en una batalla. Mantenerse a la defensiva, evitar los asaltos improductivos a las poblaciones atrincheradas, presentar combate únicamente en líneas interiores y cuando las ventajas estaban de su parte, era la doctrina que Falcón podía aplicar p ara sacar el mayor provecho de los factores políticos. Los oficiales impacientes no alcanzaban a comprender la decisiva influencia de la política en la dirección de las opera­ ciones militares. Su visión no penetraba más allá de las esca­ ramuzas guerrilleras. No estaba al nivel de sus emociones juz­ gar la guerra como una continuación cruenta e iracunda de la lucha por el poder, moldeada y determinada, en última y defi­ nitiva instancia, por contradicciones y antagonismos políticos. Y se mantuvieron perm anentem ente en acoso p ara que se con­ cibiera la estrategia de la guerra federal como un incesante e ilimitado combatir a la ofensiva, sin apreciación seria de la 104

coi-relación de fuerzas ni en el aspecto político ni en el militar. A las insinuaciones de acción agresiva, convertidas mu­ chas veces en exigencias hostiles y en abiertas censuras, Falcón respondía: “ . . . es una cuestión de tiem po. . . ” 96 E ra evidente que el jefe de la Federación no obedecía a un impulso de simple prudencia ni menos aún al relajamiento de las fibras de la moral. No era cobarde el adusto caudillo coriano. Buena fe de su valor es su intrépido comportamiento en el campo de batalla, lo cual ni siquiera sus más beligerantes nemigos se negaron nunca a poner en duda. Solía participar ersonalmente en los choques de la vanguardia del ejército y onducía a sus hombres dando ejemplo personal de arrojo y valentía. En El Corozo, durante la persecución de los restos onservadores que huían de Santa Inés, estuvo a un paso de a muerte cuando en el encuentro cuerpo a cuerpo un oficial nemigo le disparó a quemarropa y en Copié se batió con el ayor coraje y desafió impávido el peligro. La cuestión de iempo tenía que ver con los procesos políticos que se operaban nexorablemente en el campo conservador; tenían que ver con as propias necesidades del movimiento federalista urgido, a fin le estar en condiciones de explotar militarmente la situación de a oligarquía, de elementos de guerra que sólo podían llegar al uartel general de la Federación desde el exterior tra s comlicadas y prolongadas gestiones. Sin embargo y a pesar de tan ustas consideraciones, se llevó a cabo el desafortunado ataque ontra Coro, en 1862, donde se perdieron más de veintidós mil artuchos, sin ningún resultado. El veterano Gral. José González e opuso vivamente a la operación; pero predominó la tesis de uzmán Blanco de que la captura de la ciudad im presionaría a odo el país y tendría hondos efectos en la moral conservadora, oncibiéndola más como una operación de propaganda que denro de un estricto sentido militar. Falcón cometió errores como conductor de tropas. Alguos muy graves que causaron terrible daño al federalismo. No e participa en cinco años de guerra, tomando toda suerte de ecisiones, organizando y dirigiendo una lucha arm ada comlicada y larga, afrontando numerosas dificultades y en medio

90 Ibídem, pág. 215. 105

de reveses y desventuras, sin que los desaciertos acompañen la acción. La operación sobre Bejuma, después del desembar­ co en Palma Sola en 1859, en lugar de m archar hacia los va­ lles de A ragua; la pasividad en Barquisimeto y la campaña sobre Coro, cuando el ejército bajo su mando hizo un dispa­ ratado regreso a Guanare y pierde ochocientos hombres sin haber sufrido una derrota; los errores en el campamento de Copié y tantos otros, pueden cargarse a la cuenta de sus ye­ rros. Pero, después de 1861, su empeño en no arriesgar el des­ tino de la revolución en aventuras contra posiciones atrinche­ radas y en batallas inciertas constituyó una resolución acer­ tada que impidió se hicieran crónicas las condiciones de in­ ferioridad de la Federación, impidió el despilfarro de energías y aseguró el aliento para posteriorm ente batir al ejército con­ servador y abrir el camino a Caracas y al poder. En las provincias orientales, el veterano José Tadeo Monagas también aconsejaba procedimientos distintos a los que se obstinaban en recomendar quienes soñaban con una decisión rápida. En 1861, en vez de la campaña ofensiva hacia el Cen­ tro propuesta por Miguel Sotillo, el ex-Presidente sostuvo to­ m ar a Guayana e instalarse allí p ara asegurar los abasteci­ mientos desde el exterior y las posibilidades de acrecentar los recursos revolucionarios. La campaña sobre Caracas no co­ rrespondían a los medios a disposición de los federales sino a la impaciencia del hijo del general Sotillo. Los federales esta­ rían obligados en su m archa a enfrentarse a fuerzas muy su­ periores, m ientras que Guayana era un punto débil del go­ bierno que podía ser tomado sin un riesgo sem ejante y pro­ porcionaría, en cambio, numerosas y variadas ventajas a la lucha armada. El plan de Monagas fue rechazado y privó la opinión del joven e impetuoso Miguel Sotillo p ara quien la ley de la gue­ r r a era buscar dondequiera al enemigo y no rehusar jam ás el combate. También fue desestimado su consejo de que la caba­ llería evitara los poblados y sólo acam para en terreno despe­ jado donde podía estar a cubierta de cualquier sorpresa y lis­ ta para operar con facilidad en caso de un ataque imprevisto. Los orientales habían logrado reu n ir dos mil soldados de ca­ ballería. Monagas, curtido en mil lances de la guerra de la 106

Independencia y de las contiendas civiles, intuía que la me­ jor estrategia en aquel momento eran las maniobras defensi­ vas; no comprometer la suerte de la flor y nata del federalismo oriental en una empresa aleatoria. Los resultados fueron catastróficos: Miguel Sotillo fue sorprendido en Chaguaramas cuando acampaba en el poblado y casi destruido por los centrales, consumándose de este modo una derrota de la cual no podría recuperarse la Federación en Orien­ te sino hasta el final de la guerra. Guzmán Blanco, cuyas cualidades m ilitares amigos y ad­ versarios discutían ardorosamente, supo asim ilar la lección de Coro y dirigió con habilidad la campaña de A ragua y Carabobo en 1862; prefirió evadir las ciudades o ablandar sus defensas mediante negociaciones políticas en lugar de comprometerse en una guerra de posiciones sin tener fuerzas suficientes. En octu­ bre, al frente de dos mil hombres, se aproximó a Valencia, una de las poblaciones m ejor fortificadas, pero entendió que una batalla frontal lo debilitaría tanto o más que a su contrario aun cuando al final tom ara la ciudad. Optó entonces por combinar la presión m ilitar desde afuera con la acción política en las pro­ pias filas enemigas. M ientras asediaba las defensas exteriores y ganaba tiempo para rem ontar a su caballería, acopiar víveres y m ejorar los pertrechos, sus agentes mantuvieron una incan­ sable actividad en el interior de Valencia y también en La Vic­ toria que era su inmediato objetivo. Su propósito era halagar a individuos y sectores del gobierno ofreciéndoles aceptables con­ diciones p ara adherirse a la revolución y entregar pacíficamen­ te la posición defendida. Al mismo tiempo combinaba un mo­ vimiento interno junto con los liberales urbanos para el caso en que le fallara la sagaz negociación política. Decía que: “no pudiendo, o no conviniendo asaltar ciudades fuertem ente atrin­ cheradas, por la pérdida de hombres y más que todo de muni­ ciones, es m enester ocurrir a falsearlas de este modo”. 91 Ya para esa época era evidente que el gobierno, a pesar de mantener todavía capacidad de resistir el empuje federal, había perdido la iniciativa m ilitar y comenzaba a dar signos de pro­ fundo resquebrajam iento. La posesión de Valencia o de otra 97 Archivo del mariscal Juan C. Falcón, Vol. I, pág. 139. 107

ciudad cualquiera no representaba en estas circunstancias una ventaja m ilitar decisiva, como si lo era — en cambio— sostener la presión sobre las posiciones im portantes de los conservado­ res para impedir concentraran sus fuerzas y obligarlos a ceder en una mesa de conferencias, lo cual era el objetivo de Guzmán Blanco que guiaba su actividad m ilitar por lógicas consideracio­ nes políticas. En apoyo de su tesis, Guzmán Blanco razonaba que la con­ quista accidental de una ciudad era “ventaja relativa en las peripecias de la guerra y, en muchas ocasiones, es más propia para enervar la acción de un ejército y dar tiempo al enemigo para rehacerse en otro punto que para adelantar en el camino de las conquistas. . 98 Otro error que ocasionó pérdidas de municiones y armas, en perjuicio de la necesaria posesión de los elementos de la guerra para asegurar el triunfo de la revolución, fue la tenden­ cia a defender posiciones fijas cuando la insurrección apenas estaba en capacidad de sostenerse si sabía emplear las tácticas guerrilleras, de maniobras flexibles, de rápidos desplazamien­ tos sin atarse nunca al terreno sino, al contrario, buscar en los movimientos y m archas el desgaste y agotamiento del contra­ rio. Pero, la tendencia a fijarse en una trinchera, form aba p a r­ te también de la inclinación a la aventura que predominaba en los empíricos generales y coroneles federales que pasaban por alto el tipo de guerra obligatorio en las condiciones de in ­ ferioridad. El general Aguado se empeñó en una guerra de posicio­ nes en La Victoria, en septiembre de 1859, contra fuerzas que lo superaban a las órdenes de R ubín; desalojado, volvió a f i­ jarse en Los Tiznados, donde lo destrozaron quitándole fusi­ les y municiones. En M orán hicieron una defensa de trinche­ ras el mismo año; inútil porque los conservadores —que conta­ ban con artillería— no tuvieron muchas dificultades p ara des­ truirlos. Y, en Los Reventones, Acevedo y Lander se engancha­ ron, cubiertos con parapetos y axcavaciones, a pesar de que el enemigo así lo quería, precisamente, p ara provocarles el m a­ yor número de bajas. Y cuando se retiraron, después de una 98 González Guinán, op. cit. tomo VIII, pág. 36. 108

ANTONIO GUZMAN BLANCO Después del triunfo de la Federación.

dura derrota, no buscaron escurrirse a fin de preservar sus golpeadas fuerzas sino que repitieron el erro r encerrándose en Higuerote, ahora en peores condiciones porque fueron batidos por el fuego conservador desde el m ar y por los ataques terres­ tres combinados para destrozarlos. En Carúpano, en octubre del mismo año, se obstinaron en resistir al ejército central plantados en el terreno y p ara sucumbir después de entregar armas, pertrechos y víveres. Algunos de los trabajos de trincheras en las posiciones levantadas por los federales en tan inútiles empeños no eran improvisadas. Las construidas por el general Antonio Bello, en Turgua, costaron cuatro días destruirlas a los ingenieros del coronel De las Casas; “se observó que tenían o habían tenido algún oficial inteligente en fortificacion es . . . ” 99 Pérdida de elementos de guerra, costoso derram amiento de sangre y efectos desmoralizadores en las filas revolucionarias era el crecido precio que pagaban los federales por los errores de sus jefes.

99 Lisandro Alvarado, op. cit. Vol. V, pág. 305. 110

Cuantas Armas y Pertrechos Hubieron A las Manos

Los federales afrontaron grandes dificultades para superar la pobreza de armamento. En cierta medida éstas fueron de mayor envergadura que las de los patriotas durante la guerra de la Independencia. Como hemos visto, las prim eras guerrillas se dotaron de las arm as aportadas por los propios combatientes. Así comen­ zaron la guerra Rangel, Zamora, Calvareño, Zoilo Medrano, el “Agachado” y otros jefes de partidas liberales en 1846 y quie­ nes insurgieron después del golpe de Julián Castro, en marzo de 1858. El armamento inicial era, como puede suponerse, escaso y deficiente. P or lo general se tratab a de arm as viejas sobrevi­ vencias de las luchas independentistas o de las frecuentes con­ tiendas civiles posteriores, enmohecidas en algún rincón. La segunda y más im portante fuente de elementos era la guerra misma. “Zam ora no contó nunca sino con los 'pertre­ chos que quitaba al enemigo y con los que rem itían sus copartidarios ”. 100 En su prim era campaña guerrillera (1846-47), Zamora fue poco afortunado. Cuando el Auditor de Guerra lo interrogó acerca del origen de los elementos de guerra utilizados por sus fuerzas y quien se los sum inistraba, responde: “A mi no me ha sum inistrado nadie, porque un barril de pólvora que tuve lo tomé en San José de Tiznado en casa de Valentín Tovar, y esta pólvora la perdí en el ataque de E l Limón consumiéndola en la pelea”. 101 Allí fue batido por tropas del gobierno al mando del 100 L. Villanueva, op. cit., pág. 143. 101 Ibíd, p. 118. En ésta su primera prueba de fuego como “Gene­ ral del Pueblo Soberano”, Zamora fue sorprendido al confiar que un ca­ ño crecido impediría el paso a sus enemigos. En la desbandada estuvo a punto de morir; se arrojó a las aguas desbordadas que lo arrastraron río abajo y hubiera perecido ahogado si no es por la oportuna interven­ ción de uno de sus hombres que puso a su alcance una cuerda y logró arrastrarlo a una orilla.

coronel F. Guerrero. Cuando el tribunal insistió en conocer de donde había sacado la pólvora, el plomo y las arm as usadas en los últimos combates, Zamora afirm a: “Para los últimos en­ cuentros conté con las armas y municiones tomadas por Rangel en E l Pao de San Juan Bautista, y para los otros, ya con los elementos de guerra tomados en el ataque de los Bagres, y ya especialmente con las armas y municiones con que contribuía cada vecino que se presentaba al llamamiento que se hacía ”. 102 Fue en los Bagres, en noviembre de 1846, donde Zamora logró sacar mayor provecho al b atir al capitán José del Rosario Villasmil, cuyos hombres dejaron en su huida arm as y m uni­ ciones. En el resto de la campaña no obtuvo ganancia alguna. En La Ollita se vio obligado a retirarse frente a un enemigo que lo superaba en arm as y número. E n La Yuca fue un en­ cuentro sin suerte donde sólo hubo un tiroteo. Igual ocurrió más adelante, en Guacamaya. E n Los Leones hubo una excep­ ción de poca monta y ganó algunos pertrechos a Julián Castro, pero éste logró zafarse del enganche y salvarse gracias a la llegada de tropas de refuerzo. La escasez de arm as impulsó a Zamora a in ten tar la toma de Maracay. Suponía hallar un almacén de pólvora, pero una escaramuza en el sitio denominado La Culebra puso en alerta a las autoridades las cuales movilizaron fuerzas superiores y obligaron a los liberales a replegarse. A p a rtir de ese momento, sin posibilidad de contar con arm as, la prim era campaña de Zamora quedó destrozada. Acosado por todas partes pudo es­ currirse del cerco en Cataure. Sin embargo, en Pagüito, sin poder evitar el choque, resulta derrotado después de quedar “sin un cartucho ”. 103 El enemigo fue la fuente principal del arm am ento guerri­ llero en 1846. En sus declaraciones ante el tribunal, el 16 de abril de 1847, José Bernardo Masabé dice: “Preguntan: ¿Con qué recursos contaba la facción para m antenerse, con qué ar­ mas contaba y con qué pertrechos?: La facción no contaba con auxilio de nadie sino con los que tomaba, en cuanto a arm as y

102 Idem. 103 Ibíd, pág. 144. 114

pertrechos los que se recogían en los choques y algunos que los vecinos tenían ” . 104

Villanueva relata como, m ientras Zamora tomaba el ca­ mino de la Sierra de Carabobo, otras partidas casi simultánea­ mente tomaban arm as y municiones en las localidades vecinas. Un grupo, dando vivas a la libertad y mueras a la oligarquía, se apoderó de Tejerías “y recogen y se llevan cuantas armas y pertrechos hubieron a las manos”. 105 Uno de los más renom­ brados guerrilleros de la época, el comandante Pedro Aquino, alzado desde 1845, había reunido sus armas capturándolas en asaltos a las comisarías de El Sombrero y Barbacoa. Proce­ dencia del mismo estilo tenía el armamento de los hermanos Herrera, Evangelista Cabeza y otros jefes de guerrillas del Guárico y Aragua. Hicieron igual las guerrillas de Barlovento diri­ gidas por Pedro Vicente Aguado y el Dr. Echandía. Al comenzar de nueva la lucha armada, después del gol­ pe de marzo de 1859, los liberales no tendrán otra alternativa que equiparse con las arm as y municiones arrebatadas al ad­ versario por sorpresa y en el propio campo de batalla. La campaña de Zamora, en 1859, fue posible iniciarla por­ que los jóvenes liberales de Coro, en una de las acciones más audaces de la guerra, se apoderaron del cuartel donde habían novecientos fusiles, dos cañones y cierta cantidad de pólvora. Será con estos elementos bélicos que el caudillo federal sacará la contienda por prim era vez del limitado marco de la activi­ dad guerrillera y emprende operaciones en gran escala. En adelante, Zamora alim entará su guerra del propio cam­ po de batalla. En el paso del río Yaracuy (22 de marzo) toma fusiles y municiones. En El Palito (25 de marzo), con la vic­ toria que le da un ataque sorpresivo —arte que dominaba con tanta soltura— aumentó su equipo. Gracias a esta conquista pertrecha las guerrillas del coronel Mora sumadas en la m ar­ cha. En la captura de San Felipe (28 de marzo) obtiene nue­ vos elementos, aumentados con los de sus propios partidarios

104 Ibíd, pág. 118. 105 Ibíd, pág. 114. 115

en la ciudad. 106 En el combate de A raure, llamado también de la Galera (9 de abril) se apodera del m aterial que deja en su derrota el comandante Manuel H errera. Pero a pesar de estas victorias, las arm as y municiones capturadas —sobre todo estas últimas— no eran suficientes para sostener una campaña de envergadura ni p ara resistir la respuesta del gobierno. M ientras Zamora se movía hacia los lla­ nos ya un ejército con el general Laurencio Silva a la cabeza seguía sus pasos. Pensando encontrar doscientas cargas de per­ trecho, trescientos fusiles, además de cañones y pólvora que su servicio de información ha detentado, Zamora estrelló contra las trincheras de Barinas (16 de ab ril), “donde estaba deposi­ tado, bajo la custodia del general Ramón Escobar, el gran par­ que de Occidente. . 107 Los efectos de esta desacertada aco­ metida son negativos. Apenas logra tom ar un cañón y unos cuantos fusiles perdiendo, en cambio, parte del parque tomado en La Galera. Más provecho sacaron P etit y Vásquez capturando en Barinitas (14 de mayo) cuatrocientos fusiles y cinco mil cartu­ chos cuando su costodia se rinde a discreción. Buena falta ha­ cía este m aterial a los federales cuyos pertrechos habían que­ mado en un infructuoso asalto a Guanare. En junio, Zamora fracasa al in ten tar extender sus posi­ ciones hacia Trujillo y Mérida. El propósito le cuesta varios oficiales, numerosos hombres y arm as, quedando sus fuerzas más afectadas que nunca por la pobreza de recursos. La campaña de Santa Inés (diciembre de 1859) se apoyó en ochenta barriles de pólvora descubiertos en Barquisimeto y entregados bajo amenaza de fusilamiento. 108 Con este parque

106 "El señor M anuel F erre id a dió a Z a m o ra algunos b a rriles de pólvora, y g ra n núm ero de escopetas vizca ín a s de calibre de bala de onza.: elem entos que sirviero n p a ra el com bate de A ra u re ”. (L. Villanueva, op. cit. pág. 200). 107 Ibid., pág. 216. 108 “A q u í se les cogieron a los godos en un escon dite ochenta b a rri­ les de p ólvora que con lo que h allé en o tra casa ten drem os p a r a so sten er los fu egos h a sta un año s i fu e r a necesario...” . Carta de Zamora a Falcón (citada por L. Villanueva, op. cit. p. 266). 116

pueden los liberales prepara el dispositivo que les de la victo­ ria en el famoso campa de Barinas. Aun así, a pesar de obte­ ner allí una aplastante victoria, Zamora no logra las armas y municiones que podía esperar. En su huida, las tropas del go­ bierno van inutilizando las cargas de pólvora y los cartuchos. Esta acción de los suyos salvará de la debacle al gobierno con­ servador. En efecto, Santa Inés no significa el fin de la oligarquía goda porque Zamora, sin pólvora ni municiones, tuvo que em­ peñarse contra los parapetos de San Carlos donde según sus informaciones se encontraba un copioso parque. Allí pierde la vida. Y también pierde la campaña. San Carlos capitularía, pero no apareció por ningún lado el almacén de pertrechos. 109 A p artir de la desaparición de Zamora, los desaciertos de Falcón conducen al desastre de Copié y a la dispersión del ejército federal en el Paso de las Marías. El campo de batalla como fuente de aprovisionamiento de elementos de guerra jugó un im portante papel en la logística de los revolucionarios pero sin llegar a tener un efecto decisivo. Las arm as y municiones capturadas en un combate apenas al­ canzaban para sostener los fuegos del próximo. Los pertrechos tomados en El Palito sirvieron para equi­ par las fuerzas de Mora y operar sobre San Felipe. Los que utilizan en La Galera provienen de las capturas de San Felipe. Lo que se saca de provecho en el encuentro de La Galera ali­ mentará los fusiles en los próximos combates. La pólvora ha­ llada en Barquisimeto se consume en Santa Inés y en los cho­ ques La Palma, El Bostero, Maporal, Caroní, Punta Gorda, El Corozo y Curbatí, persiguiendo a los derrotados. En El Corozo hubo que pegarle fuego a la sabana p ara cubrirse porque habían agotado la pólvora. La idea de superar la pobreza de medios arrebatándolos al enemigo guiaba tam bién el pensamiento de los revolucionarios de la S ierra de Carabobo. Los partidarios de Leiciaga elabo­ raron un plan p ara un ir a todos los federales y apoderarse de Caracas donde se encontraba un cuantioso parque del gobierno: 109 En San Carlos los federales tomaron setecientos fusiles pero apenas dos mil cartuchos que en nada repusieron lo perdido en el asalto. 117

¿“Por qué, pues, no nos reunimos todos los ejércitos federales flanqueando a Valencia por un lado para m archar todos unidos sobre Caracas para hacernos de ocho m il chopos que existen en dicho parque? De otro modo nos irán batiendo al detai, y al fin vendremos a ser presos de los gobiernos oligarcas . . 110

En Oriente el camino inicial de la posesión de las arm as no tuvo muchas variantes. La guerra se inició con las arm as reunidas por los Sotillo y sus partidarios. Al poco andar las aumentaron en el combate de Banco de los Pozos (marzo de 1859) al derrotar a una fuerza del gobierno y cuando hace cau­ sa común con la Federación un cuerpo del ejército al mando del general Isava. También contribuyó a proveer a los insur­ gentes el contrabando de fusiles y pólvora desde la vecina T ri­ nidad, menesteres que ocuparon sistem áticamente a los Monagas y a los Sotillo. Sin embargo, el armamento se perdió con rapidez. E n abril fueron batidos en el combate de Las Piedras y dejaron en poder del enemigo la mayor p arte de los pertrechos. En la provincia de Cumaná, la insurección se armó tam ­ bién con lo que aportó cada combatiente. U na guerrilla así fo r­ mada, dirigida por Carmen Castro, se sostuvo en operaciones por largo tiempo. Cuando estos recursos no eran suficientes, los obtenían en los asaltos a las comisarías y en las embosca­ das a las comisiones del gobierno. En A ragua y los alrededores de Caracas se siguieron los mismos pasos. En Apure fue distinto ya que los herm anos Se­ govia, que iniciaron allí la contienda, form aban parte de las unidades m ilitares destacadas por el gobierno en la región. Des­ pués de marzo permanecieron unidos godos y liberales, pero, al extenderse la guerra, la división se hizo inevitable; afectó también al ejército. Una parte quedó con la Federación mien­ tra s otra permaneció al servicio de los conservadores. D urante todo el curso de la guerra, el combate continuó siendo una fuente incierta de armamento. En los últimos años ya será un factor decisivo porque la suerte del gobierno estaba en bancarrota y el desenlace a favor de los federales era irre-

110 Archivo del mariscal Juan C. Falcón, tomo I, pág. 50. Carta de José Antonio Plaza y Nicolás Suárez al general José Ignacio Leiceaga, agosto 14 de 1859. 118

versible. En Chupulún (mayo de 1862), el general Luciano Men­ doza gana mil doscientos fusiles y un copioso parque, lo cual le da supremacía en Barlovento. El general P. M. Rojas toma a Guanare y con la ciudad caen más de tres mil quinientos fu­ siles, grandes cantidades de pertrechos y recursos de todo gé­ nero. En la batalla de Buchivacoa (diciembre de 1862), que marca el comienzo de la fase de superioridad absoluta de los federales en el terreno m ilitar, los conservadores pierden más de mil fusiles, varias piezas de artillería y numerosas cargas de pólvora y municiones. Meses antes, Guzmán Blanco había logrado un buen botín cerca de Valencia tomando doscientos fusiles y un apreciable acopio de pertrechos, mientras León Co­ lina pone en fuga a M artín Davalillo en el combate de Catalina y se apodera de su parque. Pero estas conquistas tuvieron significativos efectos ya en los finales de la lucha. Los primeros años fueron de dura infe­ rioridad; por la carestía de recursos bélicos y sus consecuen­ cias en una guerra en la cual el adversario llevaba apreciable ventaja material. Los reveses ocasionaron dolorosas pérdidaá de armamento. La tendencia aventurera a tom ar poblaciones y hacer guerra de posiciones sin fuerza suficiente p ara ello provocó numerosos descalabros que se reflejaban en la posesión de las armas. Era también frecuente que los éxitos en el campo de batalla no se tradujeran en rendim iento en el orden de la captura de arm a­ mento : el enemigo abandonaba el terreno pero los federales que­ daban con sus cartucheras vacías; cuando más ganaban unos cuantos fusiles pero se les negaba la pólvora y el plomo que eran los elementos más urgentemente requeridos. Las tropas del gobierno, que no eran pródigas en dejar pertrechos, soltaban los fusiles pero quemaban o inutilizaban la pólvora. M ientras los caudillos federales y sus guerrillas campesi­ nas libraban “la guerra brava, esa de los montes” sus copartidarios en las ciudades no eran pasivos. Los miembros del Partido Liberal que desarrollaban acti­ vidades subversivas en las ciudades, los “revolucionarios urba­ nos” como eran llamados en los círculos conservadores, contri­ buyeron tam bién a la dotación de recursos armados para llevar a cabo la guerra federal. 119

En la Venezuela de aquel entonces una gu erra del pueblo podía menos que apoyarse en las grandes masas rurales co­ mo la fuerza revolucionaria principal. Una de las particulari­ dades de la época —particularidad que se mantuvo hasta bien entrado el siglo XX— era que todo intento de reform a social, de lucha contra el poder reaccionario dominante, tenía que afin ­ carse en los campesinos y peones; es decir las fuerzas poten­ ciales principales de la revolución venezolana tenían un m ar­ cado carácter rural. E sta particularidad no era más que el re­ sultado de una situación objetiva. En 1859-63, como hemos señalado con anterioridad, la in­ mensa mayoría de la población venezolana estaba establecida en el campo, ligada a las actividades agropecuarias predominantes y fundamentales en aquel tiempo; m ientras que los centros u r­ banos sólo reunían una escasa proporción de los habitantes del país, la mayor parte de ellos vinculados al aparato burocrático, al comercio, a actividades secundarias y parasitarias. Los principales antagonismos sociales, derivados del régi­ men latifundista, del predominio de los caudillos m ilitares semi-feudales y de las secuencias de la esclavitud, se expresaban especialmente entre las clases enlazadas en form a más directa con la propiedad de la tie rra y de los rebaños de ganado, con las relaciones de producción en el campo. Estos antagonismos lanzaban beligerantemente, en prim er térm ino, a las m asas de campesinos y peones al centro de los conflictos de la época: políticos, militares y económicos. Los campesinos no se encon­ traban, como clase, en el acelerado proceso de descomposición —que es una de las características de la Venezuela petrolera, m inera y urbana de un siglo después— sino que constituían la imagen más representativa del pueblo venezolano, un verdade­ ro símbolo del régimen económico-social p ara entonces vigente Sobre su fuerza de trabajo se asentaba la riqueza de la socie­ dad semi-feudal, atrasada y ru ra l; de su seno se reclutaban los ejércitos; sus rasgos daban la auténtica fisonomía de la Nación. En las ciudades, las clases populares estaban form adas por heterogéneas capas de pequeños artesanos y empleados, perso­ nal doméstico y del comercio, además de ciertos estam entos muy pobres integrados por desempleados, gente sin ocupación fija, etc. Tanto por su relación no activa con los antagonismos prin110

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cipales de la época como por su número relativamente escuálido las masas urbanas no estaban en capacidad de desempeñar un papel decisivo en la g uerra federal como los campesinos y peo­ nes, quienes aportaban a la lucha los contingentes más nume­ rosos y beligerantes y soportaban el peso fundamental de la misma. E ran las masas rurales el centro del agrupamiento po­ lítico y m ilitar federalista, la vanguardia del Partido Liberal, los hombres de las guerrillas y del ejército. Por su peso en la vida económica, el carácter abrumadoramente rural de la Ve­ nezuela de m itad del siglo XIX, la posesión del campo y no de las ciudades, era el factor clave en la correlación de fuerzas, lo que al final de cuentas inclinaba el desenlace de la contienda a favor de uno u otro bando. Los “revolucionarios urbanos" esta­ ban tan interesados en la victoria de la Federación como el más entusiasta m ilitante liberal, pero las condiciones objetivas no les perm itían influir en el desarrollo y victoria del movimiento revolucionario en igual magnitud a como podían hacerlo quienes se apoyaban en las guerrillas y ejércitos campesinos. Los “revolucionarios urbanos” estaban, por otra parte, su­ jetos a una situación desfavorable. En las ciudades tenía ven­ taja el poder conservador; eran asiento de las clases dominan­ tes y de su aparato burocrático y m ilitar; la escasa población y las reducidas áreas urbanas no se prestaban para la sorpresa, el ocultamiento y la simulación, indispensables en la lucha clan­ destina, o para llevar a cabo operaciones militares de sabotaje o guerrilleras. M ientras en el campo el terreno daba ventaja a los federales, gracias al apoyo campesino y a la adopción de formas de lucha que aprovechaban las grandes distancias, los ríos torrentosos y desbordados, el territorio inhóspito; en las ciudades, la supremacía pertenecía al gobierno. E ra fácil con­ trolar el perím etro urbano, m antener bajo estrecha vigilancia a una población pequeña, conocida, fam iliar y ejercer sobre ella una mayor presión política y social. Sin embargo, la Federación obtuvo de la actividad de los liberales urbanos medios y recursos constantemente, que ayu­ daron a aum entar sus elementos bélicos, su caudal de comba­ tientes y jefes, a im pulsar la lucha armada. En agosto de 1858, los liberales de Caracas intentaron apo­ derarse de la ciudad contando con el respaldo de una parte de la 121

guarnición de Maiquetía y otras unidades militares. El plan consistía en sorprender los establecimientos del gobierno en el vecino litoral, arm arse y m archar sobre la Capital, donde se esperaba el apoyo de oficiales y tropas comprometidas. La “Galipanada”, como fue llamado este movimiento, constituyó uno de los errores de la infancia del federalismo. La acción fue un fracaso completo; la mayoría de los participantes fueron dete­ nidos en el viejo camino de Caracas a La Guaira, en el sitio denominado Galipán. Los liberales pretendían aprovechar a su favor la situación surgida con motivo de las reclamaciones ex­ tranjeras contra el gobierno venezolano y la presencia en el puerto de La Guaira de barcos de guerra franceses e ingleses. Un mes más tarde se descubriría en Caracas una conspiración de sargentos. Fueron condenados a m uerte los suboficiales Severino Lugo, Luis M aría Centeno, Tomás Heredia, José Díaz, Domingo Cruz y José A. Gómez, los más activos en los enlaces con los comités del Partido Liberal. Cuando en Caracas se supo la insurección de Coro, los “re ­ volucionarios urbanos” intentaron tom ar las arm as y asaltaron algunas comisarías: “Del 29 de febrero al 1 de m arzo hubo grande excitación y alarma en Caracas y el gobierno temió una revolución en la ciudad. Los liberales distribuyeron cintas ama­ rillas con letreros de “Viva la Federación”, se reunía el pueblo formando grandes grupos y algunos gritaron “abajo el gobier­ no” . . . Uno de los batallones de la guarnición de Caracas y un grupo de caballería atacaron y cargaron al pueblo indefenso, atropellando a unos e hiriendo a otros. . 111 Hubo manifestaciones y nuevos conatos insurreccionales en Caracas, Valencia y otras ciudades cuando Zamora obtuvo la victoria de El Palito y llegaron las noticias de que avanzaba sin resistencia hacia el centro de la República. En los prim eros días de agosto de 1859, los “revolucionarios urbanos” trataro n de aprovechar en Caracas la agudización de las contradicciones en el seno de la propia oligarquía p ara pro­ vocar un cambio político favorable al P artido Liberal. Una fac­ ción conservadora, la más agresiva se enfrentó a Julián Cas-

111 Ibíd, vol. I, págs. 38-39. Carta de Guzmán Blanco a Falcón. 122

tro a fin de constituir un gobierno que hiciera la guerra a los federales con mayor ensañamiento. El desembarco de Falcón en las playas de Puerto Cabello y los éxitos de Zamora en Barinas mantenían una viva inquietud en las filas oficiales. Cuando se consumó el golpe de estado, los liberales aprovecharon el va­ cio de poder para constituir el llamado “gobierno de San Pa­ blo”. 112 Al mismo tiempo, en el litoral, el general Pedro Agua­ do al frente de los partidarios de la Federación se apoderó de los cuarteles y armó al pueblo. El gobierno insurreccional de San Pablo formó milicias populares y llamó al general Aguado a unírsele; “ . . . comenzó a circular la noticia de que los batallo­ nes veteranos iban a atacar a los milicianos reunidos en el cuar­ tel de San Pablo a órdenes de los coroneles Pinto y Mijares, y también al gobierno provisorio; éste dió orden para que el pue­ blo que circulaba y se amotinaba fuese a armarse al parque, corrió la voz de “al parque a armarse”, y allí se dirigieron mu­ chos del pueblo. . . también se dirigieron algunos del pueblo a la casa de un comerciante en donde se aseguraba que había armas. . 113 Pero tanto las milicias de San Pablo como las fuerzas del general Pedro Aguado fueron derrotadas dando fin así a la insurrección de los liberales de Caracas. En enero de 1861, fue descubierto un plan de los comités federales de Maracaibo p ara apoderarse del cuartel y procla­ mar la Federación. E n tre los detenidos figuraba un hijo del general Aguado. Junto a sus compañeros de conspiración fue enviado al castillo de Puerto Cabello. En marzo de ese mismo año, los “revolucionarios urbanos” de Valencia prepararon un movimiento, en combinación con las guerrillas de la sierra de Carabobo. Bajo la dirección del ge­ neral Jesús M aría Lugo, quien se ocultaba en la ciudad. Los presos m ilitares y políticos, en una audaz operación, levanta­ ron la guardia de la cárcel y atacaron por sorpresa al cuartel Anzoátegui dominándolo rápidamente. Simultáneamente estalló una rebelión en el Batallón “Cinco de Marzo”. Doscientos gue-

112 Así denominado por reunirse cerca de la plaza de San Pable lugar hoy ocupado por el Teatro Municipal. 113 Level de Goda, op. cit. pág. 183. 123

rrilleros avanzaron sobre la ciudad para unirse a los insurrec­ tos que ya controlaban a Valencia. Las autoridades quedaron re­ ducidas a la Casa de Gobierno. Sin embargo, los federales no supieron explotar audaz y resueltamente sus primeros éxitos; no llevaron hasta el final la ofensiva; no actuaron a tiempo y con energía para liquidar los últimos reductos conservadores; los guerrilleros se retrasaron en el camino y no llegaron opor­ tunamente para apoyar la rebelión. Los conservadores aprove­ charon la situación y con tropas leales que acudieron a soco­ rrerlos aplastaron la insurección de Valencia. En los años 1862 y 1863, los federales urbanos se m ostra­ ron también muy activos conspirando para ganar la adhesión de las tropas de guarnición y lograr el debilitamiento de la ca­ pacidad bélica del gobierno. Hubo intentos de sublevación en Maracaibo, La Victoria, Valencia y otras ciudades. En La Vic­ toria, la conspiración costó la vida a los tenientes Manuel Garcilazo y José Rodríguez, fusilados por “traición”. Ocurrieron audaces evasiones de las cárceles gestadas por los activos comités de revolucionarios urbanos del Partido Li­ beral. En 1859 logró fugarse el general Gerardo Monagas. En 1862 una combinación de civiles y elementos de la custodia se apoderaron de las bóvedas de La Guaira y liberaron a todos los prisioneros políticos. El plan era más ambicioso ya que el propósito era aprovechar el parque y las armas de la fortaleza e insurreccionar a todo el Litoral. Pero dos graves errores im­ pidieron su realización. No fue ocupado el telégrafo. El go­ bierno de Caracas se enteró de los sucesos y colocó en alerta sus fuerzas. Por otra parte, Luciano Mendoza comprometido a simular un ataque sobre la capital a manera de diversión para perm itir ganar tiempo a los fugados, no concurrió oportuna­ mente. Los federales se conformaron con liberar a los presos y escapar hacia Barlovento. Una de las evasiones más espectaculares fue realizada en la Rotunda, en febrero de 1863. Después de prolíjera labor pre­ paratoria y con la complicidad de miembros de la guardia, se descolgaron por los muros de la tétrica cárcel los generales Silverio Galarraga, José de Jesús Vallenilla y Diego Beluche. Desafortunadamente un accidente en el momento de la fuga provocó la alarm a de las autoridades y los generales Vallenilla 124

y Beluche fueron muertos en la persecución. Al cabo Francisco Bolívar y al soldado Bernardo Tovar, descubiertos como cóm­ plices, se les quitó la vida en la Plaza Bolívar. Los “revolucionarios urbanos” usaban todos los medios de lucha a su disposición. Desde las acciones de propaganda clan­ destina hasta las intrigas, a fin de utilizar a su favor las dispu­ tas en el campo de sus adversarios. “A l día siguiente de haber cerrado sus sesiones la Convención Nacional aparecieron en las paredes del templo de San Francisco y en las de algunos edifi­ cios particulares de Valencia letreros que decían: “Viva la fu­ tura revolu ción .. 114 Como puede verse, los federales no se quedaron cortos para hacer agitación política mediante la pin­ tu ra callejera. Cuando la pugna en el Partido Conservador, en­ tre los “epilépticos” y los partidarios del general José Antonio Páez, se hizo más tensa, el movimiento federalista encontró ingeniosas maneras con el objeto de intervenir en la misma y atizar el fuego de la división. Los “epilépticos" eran principal­ mente ricos propietarios y viejos mantuanos muy reaccionarios promotores de la guerra contra el Partido Liberal a toda costa. El círculo de Páez favorecía un acuerdo con los caudillos fe­ derales para pacificar al país y salvaguardar lo» grandes in­ tereses de las clases dominantes. Como quiera que el retorno del general Páez era un motivo de encendida polémica y podía cons­ titu ir la chispa que prendiera la escisión en el gobierno, los li­ berales se dieron a la tarea de recoger firm as y form ar juntas que invitaban al retorno del “Ciudadano Esclarecido”. Pero una de sus principales actividades era hacer llegar a r­ mas y pertrechos al movimiento guerrillero en las zonas ru ra ­ les. En este sentido fueron una fuente no despreciable de re­ cursos para la lucha armada. Las armas y pólvora eran obte­ nidas por los comités urbanos federalistas mediante adquisicio­ nes entre oficiales y soldados simpatizantes, comprándolas a los contrabandistas o hurtándolas en los parques del gobierno gra­ cias a la complicidad de funcionarios oficiales. Junto al arm a­ mento iba información sobre los movimientos de las tropas con­ servadoras o suministros de vestuarios y otros implementos que escaseaban entre los combatientes. 114 González Guinán, op. cit., tomo VI, pág. 332. 125

De los más beneficiados con estas labores de dotación de armamento fueron las fuerzas de Luciano Mendoza, Pedro To­ más Lander, Miguel Acevedo y Antonio Bello que actuaban en las cercanías de Caracas y los grupos guerrilleros próximos a Valencia, La Victoria y otras poblaciones centrales. No se dieron nunca por vencidos los más emprendedores jefes federales en el empeño por superar la escasez de elemntos de guerra, sobre todo de pólvora cuya obtención era tan difícil incluso en el propio campo de batalla. En uno de los intentos más serios para pertrecharse con sus propios esfuerzos uno de los jefes federales en Portuguesa, el general Juan Antonio Michelena, estableció una fábrica de pólvora en su campamento. El general Michelena aprovechó los conocimientos piro­ técnicos de un liberal de San Carlos, aficionado a los experi­ mentos químicos, cuyos persistentes ofrecimientos de entregar a la Federación la fórmula para alimentar la carga de sus fu­ siles lo convenció de que tenía entre sus manos el recurso para la guerra más prolongada. Este general era hombre de audaces iniciativas. Además de atrevido conductor de guerrillas por los alrededores de Guanare, poseía inteligencia suficiente para des­ cubrir la invalorable ayuda que a la causa de la guerra puede p restar el arte de la propaganda, de los boletines de noticias, de la información y contra-información, y como si fuera un moderno oficial de Estado Mayor “ había convertido su cam­ pamento en una activa oficina de información ,de donde salían para todas partes las más halagüeñas noticias sobre la marcha de la revolución", 115 de modo que junto a los rudos hombres de machete y tercerola se encontraba el útilísimo corresponsal de guerra. Parece que cerca de Turén existían algunos yacimientos de salitre y en las cercanías podía conseguirse azufre, el caso es que Juan M aría González, que así se llamaba el químico a las órdenes de Michelena, montó un molinillo y se dio a la tarea de surtir las escopetas y fusiles de los revolucionarios. El acon­ tecimiento llenó de entusiasmo a todos cuantos tuvieron cono­ cimiento de la rudim entaria fábrica de explosivos. El general

115 González Guinán, op. cit. pág. 243. 126

Prudencio Vásquez lleno de optimismo se apresuró a escribir al general F alcón: .he encontrado una famosa elaboración de pólvora, que el infatigable general Juan Antonio Michelena ha puesto en práctica en el mismo terreno que existen minerales de azufre y nitro, pues hasta la naturaleza se presta en todo en bien de nuestra causa. Dicha elaboración produce una muy re­ gular cantidad y dentro de pocos días tendremos pólvora sufi­ ciente para sostener la guerra por 30 años. . . ”. 118 Ya sea porque el molino o todo el proceso de refinería del salitre y del azufre era deficiente o por mala calidad de las mi­ nas o definitivamente porque el tal Juan María González era sólo un charlatán, lo cierto fue que las esperanzas de los fede­ rales se vieron pronto defraudadas. La pólvora resultó de mala factura, de encendido irregular, floja y de excesiva humareda; las mechas o pistones se quemaban inútilmente y los cartuchos no tenían efectividad. La perseverancia de Michelena logró m ejorar la fábrica y cubrir las necesidades locales, pero siem­ pre en situación defectuosa que poco remedio significaba para las urgencias de la lucha armada. En aquella época, los esfuerzos de una guerrilla aislada para intentar de este modo una solución a la escasez de pól­ vora no podía dar sino pobres resultados, por mucho entusias­ mo que pusieran sus promotores. Sin los instrumentos adecua­ dos, técnica y personal competente, muy lejos estaban de alcan­ zar lo que se proponían. La fábrica de pólvora del general Mi­ chelena debe apreciarse, sin embargo, como un testimonio de la penuria de pertrechos y, al mismo tiempo, de la decisión de los federales de luchar contra las dificultades a fin de conti­ nuar la guerra contra la oligarquía conservadora. Más fácil fue la instalación de “fábricas de lanzas” que no requerían de un nivel técnico más allá del necesario para levantar un modesto taller de herrería. Zamora instaló uno al ocupar Barinas en 1859; el general P. M. Rojas organizó otro en la misma Barinas en 1861 y los orientales reparaban sus a r­ mas blancas en las fraguas montadas en Santa Ana. 116 Archivo del Mariscal Falcón, Vol. III, pág. 13-14, carta del ge­ neral Prudencio Vásquez el 16 de marzo de 1861 desde Sabaneta de Turen. 127

Si la miseria de pólvora era general en las filas federales igual situación se confrontaba en cuanto a las municiones. Sin proyectiles las armas de fuego se convertirían en piezas inúti­ les; al agotarse el plomo aquellos pesados fusiles resultaban una incómoda carga que ya no prestaba ningún servicio, un estorbo en la marcha y en el campamento, inservibles p ara el combate. El material para los proyectiles tenía el inconveniente de su peso. Las dificultades para transportar grandes cantidades por malos caminos y a través de ríos y pantanos contribuía a su escasez. Mientras más lejos de las principales vías de comu­ nicación se combatiera más inaccesible eran las municiones. Un soldado del gobierno no podía transportar por sí mismo más de 5 kilos de plomo en las cartucheras y todo exceso hacía más lentas las marchas o estorbaba los movimientos en las opera­ ciones. Las muías representaban un raro auxilio en aquel país desvastado por la guerra y arruinado por el abandono en que se encontraban la ganadería y la agricultura. La captura de proyectiles en los asaltos a las comisarías y en las embosca­ das arrojaba por lo general un balance bastante desalentador e incluso las más importantes victorias como Santa Inés o la conquista de Barinas, Barquisimeto, San Carlos, dieron pobres resultados. La obtención de plomo en aquellos primeros años de la guerra se convirtió en una empresa de envergadura. En sus recorridos y acciones por los pueblos y haciendas, las guerri­ llas tomaban cuanto material de plomo, cobre y bronce cayera en sus manos para transform arlo en proyectiles. H asta los alam­ biques de los trapiches y viejos utensilios de cocina, adornos y reliquias fueron transformados en perdigones. Una buena parte de las guerrillas vivieron en sus inicios de la práctica del saqueo. Este era una forma casi obligada a fin de asegurarse no sólo la propia subsistencia en cuanto se refiere a los alimentos y ropa sino una manera de obtener re ­ cursos destinados a sufragar la adquisición de pólvora y plomo. Por lo general este tipo de acción no afectaba indiscrimi­ nadamente a toda la población sino a las personas ricas o co­ nocidas como enemigos de la causa federal. A los pobres había muy poco que quitar y la mayoría de los jefes liberales se cui128

daban de respetar a la gente humilde y no ocupar bienes sino a los contrarrevolucionarios. Ya hemos citado en capítulos anteriores la reprimenda de Zamora al soldado que se apropió de las pertenencias de una m ujer del pueblo. “Zamora recomendaba, donde quiera que lle­ gaba, que no se ocuparan ganados y bestias sino a los enemi­ gos”. 117 No sería fácil evitar los excesos de la guerra y la prác­ tica del bandolerismo en aquella época, en la situación política y social que daba carácter y marco histórico al conflicto entre las masas liberales y la oligarquía conservadora. Las necesida­ des de la confrontación arm ada imponía la búsqueda de todo tipo de recursos que alim entara el dispositivo de la guerra. Es­ tas urgencias se mezclaban frecuentemente con la primitiva sed de justicia de los más desposeídos, con la desnudez e indi­ gencia de los campesinos y peones, con el odio acumulado por largos años de desigualdad y abusos, con las enceguecidas reac­ ciones que despierta la brutalidad represiva del enemigo. Entre quienes tomaban las arm as en respuesta al llamamiento fe­ deral se encontraban los que seguían el esplendor de las consig­ nas políticas del program a liberal y también los que huían de las persecuciones de los hacendados y comisarios; el peón en­ deudado que evadía las penas policiales establecidas; el que se escondía de la saña de los tribunales por haber cobrado un atropello con su propia mano; los hijos humildes del pueblo co­ locados fuera de la ley por delitos cometidos bajo el acoso del hambre o de las tropelías de los propietarios y sus autoridades. En la infancia del movimiento guerrillero federal algunos grupos tuvieron pronunciados rasgos de bandolerismo y para ellos la lucha arm ada era simplemente un motivo de rapiña; vivían exclusivamente de los saqueos, las exacciones, forzando contribuciones y cometiendo depravaciones, “ . . . llamóslos Za­ mora a todos, no para acaudillarlos como jefe de malhechores, sino para corregirlos, moralizarlos, disciplinarlos en las filas de la Revolución popular, y convertirlos de bandidos en soldados, y de soldados en hombres útiles”. 118 117 L. Villanueva, op. cit. pág. 198. 118 Ibídem, pág. 86. 129

M artín Espinosa fue acusado de saquear Sabana Seca y fusilado por orden expresa del propio Zamora en Santa Inés. ¿Fue tal acusación un pretexto para eliminar a este jefe de guerrillas cuyas indisciplinadas montoneras causaban preocu­ pación hasta a los propios caudillos liberales? En 1859 segu­ ramente Sabana Seca tenía muy pocas cosas de valor salvo una o dos pulperías, un depósito de tabaco y algún alambique. Se sabe que Espinosa tenía una numerosa caballada producto de sus correrías por hatos y poblaciones. Pero en ésto M artín Es­ pinosa no difería de Juan Sotillo, Zamora o Rojas que también acostumbraban contar con reservas de cabalgaduras sin dete­ nerse mucho en su procedencia. Prudencia Figueredo, otro jefe de montoneras acusado de saquear Barinas, recibió también la muerte por orden de Zamora ante un pelotón de fusilamiento en castigo a sus depravaciones. Las acusaciones contra M artín Espinosa y Prudencio F i­ gueredo y la aplicación de tan severos castigos ante la tropa fundamentándolos en delitos como “robo” y “saqueos” indica que no se practicaba el pillaje en forma indiscriminada y que los principales jefes federales tenían cierta moral, la cual apli­ caban con rigor según los intereses políticos y militares de su causa. Sin esta moral, cuyos principios más sobresalientes fue­ ron el respeto a la vida de los prisioneros y a las pertenencias de los pobres, muchos de los enunciados programáticos de la lucha armada hubieran carecido de atracción y poder convin­ cente. Las revoluciones populares deben m ostrar en la práctica su diferencia con el enemigo. La oligarquía conservadora no podía esperar una lid prin­ cipesca dentro de la torm enta desatada por sus privilegios, in­ justicias y tropelías. Los años de explotación, miseria y ag ra­ vios se arremolinaban en la venganza de los vejados. Y no po­ día ser cuestionada históricamente la acción de guerra por la presencia de los excesos que han acompañado todas las convul­ siones venezolanas desde la epopeya de la Independencia hasta nuestros días. “Cierto que Zamora se asoció para empezar la guerra a muchos hombres de mala condición, como hacen todos los revolucionarios. . 119 E sta insoslayable compañía iría tam-

Ibídem, pág. 38. 130

bién junto a la Federación en las campañas de los años 185863. Los grandes movimientos sociales cuando de veras son pro­ fundos, como los cataclismos, revuelven con sus fuerzas hasta el fondo. Las grandes masas del pueblo no irrumpen en las pá­ ginas de la historia sin sacar inevitablemente a la superficie algo del lastre y de los desechos de la sociedad. En la guerra federal se juntaron también los héroes y los picaros, los ladro­ nes y los apóstoles. “E ra Aquino salteador de fama, que amena­ zaba constantemente las plazas del Sombrero y Barbacoas, y llegó más de una ocasión a embestirlas y robarlas”. 120 E sta mezcla de bandolero y revolucionario en épocas de lucha arm ada popular ya fue señalada por Carlos Marx al es­ tudiar las revoluciones españolas del siglo X IX : “Claro está que las revoluciones españolas presentan ciertos rasgos carac­ terísticos. Por ejemplo, la combinación del bandolerismo con las actividades revolucionarias, combinación que se puso de mani­ fiesto por prim era vez en la guerra de guerrillas contra la inva­ sión fran cesa. . . El guerrillero español ha tenido algo de ban­ dolero desde los tiempos de V iriato. . . ”. 121 En algunas guerri­ llas federales, en donde privaba una situación de aislamiento con respecto a los mandos superiores y era floja la disciplina mili­ ta r y deficiente la dirección política, se acentuaban con más frecuencia las tendencias al pillaje. Tal era el caso de las mon­ toneras que tenían como jefes a M artín Espinosa o Prudencio Figueredo. Debe recordarse, por otra parte, que durante largos períodos, principalmente después de la muerte de Ezequiel Za­ mora, la guerra federal fue sostenida por partidas guerrilleras aisladas unas de otras, sin ningún centro de poder ni discipli­ na, librando la lucha en extensas regiones, abandonadas a su suerte, obligadas a proveerse de sus propios árbitros y enfren­ tarse en medio de duras dificultades a las ofensivas de exter­ minio del ejército conservador. No debe extrañar tampoco que influyera la composición de clase de algunos mandos guerrille­ ros formados por pequeños propietarios arruinados y elementos 130 Ibídem, pág. 85. 121 Carlos Marx, artículo en el New York Daily Tribune, 4 de sep­ tiembre de 1854. 131

desclasados cuya mentalidad era propensa a la acción dispersa, aventurera y anárquica. La combinación guerrillero-bandolero fue más común en los años iniciales del movimiento armado. Sin embargo mu­ chos rasgos del bandolerismo se mantuvieron aun después. En el ejercicio del gobierno, los caudillos del Partido Liberal, sal­ vo muy contadas excepciones, no se caracterizaron precisamente por su honradez en el manejo de los fondos públicos sino al con­ trario actuaron como una banda de forajidos que usufructuaba el poder con la misma voracidad que se atribuye a Espinosa, Figueredo y Aquino el pillaje de las poblaciones llaneras en los años de la “guerra brava”. La práctica de adquirir recursos mediante exacciones era un procedimiento usado tanto por los federales como por el gobierno. “Zamora decía que la guerra había de mantener la guerra; yero sus contrarios profesaban la misma máxima; con la diferencia de que en aquél tiempo los periódicos, que eran todos gobiernistas, hablaban mal de Zamora y de todos los liberales, sin que nadie los co n tra d ijera .. . ” 122 Las fuerzas de un bando y del otro se adueñaban de cuantos recursos encon­ traban a su paso, necesarios a los fines de subsistir y continuar la guerra. Suponer que las guerrillas federales tuvieran líneas de abastecimiento independientes de las que les proporcionaba la propia guerra o que las unidades del gobierno mantuvieran almacenes bien provistos a lo largo de su ru ta o un sistema de transporte y adquisiciones que los librara de tom ar por la fuerza cuanto requerían sería una concepción bien distante de la realidad. “E ra costumbre de carácter natural que las tropas de unos y otros se alimentaran con los ganados de los particu­ lares y usaran sus bestias sin que se pensara en pagarlos.. . ” 123 El federalista en armas “no tenía dinero, vivía de los co­ nucos y de las reses que encontraba”. 124 Igual cosa hacía la tropa del gobierno: “Incúlpase a las fuerzas liberales que hu­ bieran tomado en algunas poblaciones y caserías ropas, cóbi122 L. Villanueva, op. cit. pág. 134. 123 Ibídem, pág. 267. 1-4

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Ibídem, pág. 143.

jas, víveres y otras cosas, y con este motivo se les insultaba por la prensa y en documentos oficiales con los más oprobiosos calificativos; sin tener en cuenta que los del gobierno llevaban a cabo los mismos irregulares procedimientos, pues entre ambos robaban conucos, hatos, haciendas, pulperías y tiendas . . . ” 125

En algunos casos los federales expedían recibos por las expropiaciones de sus tropas como lo parece indicar la recla­ mación de la señora Josefa Peña, de Pueblo Nuevo en la sierra coriana con quien no se siguió este procedimiento y lo hace constar en carta a Falcón: “E n ese día y en el siguiente, se tomaron para raciones del tocado ejército varios animales y frutos y como no se nos expidieron recibos de lo que nos perte­ necía, esperamos que usted nos certifique. . . como es de cierto que entre los animales que se tomaron del ganado mayor iban treintiséis reses m ayores . . . que se tomaron para raciones tam­ bién cuarenta cabras . . . siete cerdos gordos que teníamos allí y diez fanegas de m a íz . . 126 E ntre los artículos más solicitados por los federales se encontraban: cueros de ganado, cacao, tabaco y café. Con ellos podían negociar arm as y pertrechos en el exterior. Los cueros de reses y otras pieles eran muy apreciados en los mercados extranjeros obteniéndose por ellos buenos precios. También se sacaba ganado en pie hacia la Nueva Granada. Zamora expidió un decreto en Barinas declarando botín de guerra los depó­ sitos de café, tabaco y pieles. Fueron vendidos en pública subasta a fin de despachar a Morton a Bogotá a comprar pól­ vora y municiones. En 1862, Guzmán Blanco encargó al coronel Luis Silva de la venta de cacao en las Antillas con el objeto de hacerse de un cargamento de pertrechos. O tra fuente de recursos para equipar a los combatientes de la Federación fue la práctica de los empréstitos forzosos. En las provincias bajo gobierno liberal se dictaban providencias estableciendo contribuciones a los vecinos pudientes. En mayo de 1859, cuando los federales conquistaron a Barinas, dictaron una Ley de Orden Público autorizando un empréstito por quince

125 Ibídem, pág. 134. 126 Archivo del Mariscal J. C. Falcón, Vol. III, pág. 134. 133

mil pesos. Igual procedimiento aplicaron Sotillo y Acosta en las provincias orientales, Rojas en Apure y Guzmán Blanco en el centro. Por lo general se extendían documentos sobre las sumas recibidas o se apelaba al expedito medio de “listas de contribuyentes”. Los federales disfrutaron de la ventaja de contar con las simpatías y apoyo de las masas populares. En la mayoría de las poblaciones las contribuciones eran voluntarias. “Los libe­ rales del Pao de San Juan Bautista enviaron emisarios a Zamo­ ra y a Rangel a ofrecerles armas, ropas y pertrechos. . . ” 127 Los vecinos de Puerto N utrias suministraron pólvora y plomo a las guerrillas de Alvarez e Iriarte en marzo de 1859. Zamora obtuvo la ayuda espontánea de los pueblos de occidente y centro del país durante la campaña de 1859. Igual ocurría con las fuer­ zas de Sotillo en Oriente. Pero estas contribuciones, en su mayoría de gente de condición humilde, no eran suficiente para las necesidades de la lucha armada. E ra indispensable obligar a los ricos a sufragar los gastos de la revolución. “Son sensibles las cartas y noticias que vienen de Barquisimeto de los actos ejercidos allí para poder sacar recursos de dinero en estos últi­ mos día s . . . Los ciudadanos y sus bienes no tienen garantías en los campos y en los poblados no hay más que dudas, temores y sinsabores para los amantes del orden y de la p a z . . . ” 128 Muchos jefes federales contribuyeron con su propio peculio a comprar armas. Zamora, careciendo de dinero, pidió a su suegra tres mil pesos. José Tadeo Monagas, pagó la mayor parte del armamento introducido por Oriente. Falcón entregó sumas considerables para las adquisiciones en Colombia y las Anti­ llas. Maximiliano Iturbe estableció un negocio de molienda a fin de reunir fondos con el mismo objeto. Guzmán Blanco le escri­ bía: “No abandones tu proyecto de molienda, ni omitas nada para reunir fondos, pues teniéndolos es seguro que no nos fal­ tará pólvora, plomo, etc., tanto como la necesitam os . . . ” 129

127 L. Villanueva, op. cit., pág. 127. 128 Lisandro Alvarado, tomo V, Obras Completas, p. 517. 129 Archivo del Mariscal J. C. Falcón. Carta de Guzmán Blanco a Maximiliano Iturbe, agosto 4 de 1862. 134

Aquel grupo de dirigentes principales del Partido Liberal vivía para la conquista del poder. Se dieron con pasión a la acción armada, sin regatear tiempo y dinero; tensos el esfuerzo perso­ nal y la voluntad hasta lograr el empeño. Igual que los patriotas en la guerra de la Independencia también los caudillos federales pensaron en la posesión de Guayana como una fuente de recursos. La posibilidad de hacer de Guayana una plaza fuerte de la revolución y obtener armas, pólvora y plomo de las Antillas a cambio de ganado, pieles y otros productos sacado de aquel territorio surgió como otra solución a la escasez de armamento. Guayana había dado a la lucha contra España los medios para prolongar el conflicto; una región abastecedora de recur­ sos a fin de mantener la guerra; una base en líneas interiores de segura comunicación con Apure y la Nueva Granada, con los llanos de Casanare y del Guárico; pero, principalmente, una posición de fácil acceso a la introducción de armas desde el exterior. La liberación de Guayana permitió a Bolívar y a los suyos el dominio sobre las ricas misiones del Caroní. Centenares de reses, caballos, muías y numerosas cargas de madera, algodón, tabaco y otros frutos comenzaron a ser embarcados hacia los mercados de las Antillas asegurándose el negocio de inter­ cambio con los proveedores de fusiles y pertrechos de guerra. Se abrieron las vías para establecer relaciones con vendedores y contrabandistas de armas. Se instalaron instituciones que ofrecieron al extranjero y al propio país la impresión de una contienda que iba más allá del marco de una protesta de des­ contentos para expresar la concepción de una guerra nacional contra España. Permitió la formación de un ejército regular, de un centro estable de poder, de arterias logísticas que alimen­ taban la lucha armada, significó un considerable cambio en el proceso de la guerra, lo cual influyó decisivamente en la con­ quista de la superioridad militar por parte de los patriotas. En la segunda mitad del siglo ya Guayana no era la misma rica región de la época de las Misiones del Caroní de las que la administración del cura y coronel José Félix Blanco pudo extraer en los primeros ocho meses: 14.513 reses, 1.787 yeguas, 851 caballos, 301 muías, 202 pacas de algodón, y madera pre135

ciosa y frutos menores. No en vano había pasado casi media centuria de malos gobiernos, dilapidaciones, bandolerismo y guerras. Sin embargo continuaba siendo una posición estraté­ gica de primera magnitud tanto para obtener recursos como para introducir armas desde la Nueva Granada o las Antillas. La solución de establecerse en Guayana fue propuesta por primera vez en 1859 cuando el ejército federal abandonó la intención de tomar Valencia, muerto Ezequiel Zamora en las escaramuzas finales de San Carlos, y marchó hacia la ruta de Apure. Apremiado por la falta de recursos e imposibilitado de ocupar San Fernando, ante cuyos parapetos resultaba inútil la carga sin artellería o proponerse un sitio sin contar con pólvora y municiones, se presentó en la reunión de oficiales en Misión de Abajo el plan de Guayana que consistía en trasladar el ejército a la ribera sur del Orinoco e instalarse en la antigua Angostura. La derrota de Copié y la dispersión de los restos de la Federación relegó al olvido la propuesta. En abril de 1862, el general José Tadeo Monagas sacó nuevamente a relucir la idea. El viejo caudillo que sabía de las dificultades de una guerra prolongada y no veía perspectiva inmediata de un desenlace victorioso propuso dirigir la cam­ paña sobre Guayana. La fórmula no difería de la de 1816: ocupar el estratégico territorio para valerse de sus recursos; aprovechar sus vías al exterior; enlazar con los revolucionarios de la Nueva Granada; introducir armamento por la vía de Trinidad y las Antillas. Los proyectos del viejo Monagas de hacer la guerra desde una posición de defensa estratégica no convencieron a los otros jefes federales. A Miguel Sotillo más le atraían las operaciones de decisión rápida: lanzarse sobre el centro donde confiaba batir al enemigo con el empuje de su caballería y tomar en el propio campo de batalla los medios que necesitaba la revolución. El ascendiente del hijo mayor de Juan Sotillo impuso la deci­ sión. Los argumentos de Monagas no surtieron efecto: “Apode­ rados de Guaya?ia, decía Monagas, somos dueños de una formi­ dable base de operaciones que nos proporcionará en abundancia recursos y elementos de guerra, con los cuales podemos em­

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prender luego la campaña del centro seguros del éxito ”, 130 Los federales marcharon hacia Caracas y fueron derrotados en Chaguaramas resultando un completo fracaso la campaña de Miguel Sotillo. En el rechazo del plan de Monagas influyeron la mentalidad aventurera de los caudillos federales y las contradicciones que distanciaban a quienes hacían la guerra en Oriente y Occidente bajo la misma bandera del Partido Liberal. Sobrestimando sus propias fuerzas y subestimando las del enemigo, haciendo un mal cálculo de las debilidades del gobierno y juzgando con autosuficiencia la capacidad de sus tropas, Miguel Sotillo pen­ saba que la oligarquía conservadora no estaba en condiciones de resistir un ataque frontal en sus posiciones principales y que, al lograr un desenlace en ellas, conquistaría a Caracas, el poder y la hegemonía de la revolución. De tal manera que una cam­ paña sobre Guayana no aparecía como la fórmula para asegu­ rarse la victoria en la guerra sino más bien como una errónea estrategia, de retirada, que daba a otros la oportunidad de ganar las glorias y méritos del triunfo. Mientras hubo oportunidad de hacerlo, la idea de instalarse en Guayana constituyó la mejor alternativa en. la situación confrontada por la Federación. Pero sobre consideraciones es­ tratégicas valederas privaron la impaciencia y el aventurerismo.

130 Level de Goda, op. cit. pág. 103. 137

Lo que Hoy le Falta al Enemigo

Mientras transcurría la guerra federal en Venezuela, las principales potencias mundiales dilataban su influencia econó­ mica, política y militar en todo el orbe. Al iniciarse la segunda mitad del siglo XX, Europa había pasado el largo período de reajuste de fronteras que siguió a los acuerdos del Congreso de Viena. La paz, impuesta por los vencedores después de las guerras napoleónicas, permitió a la burguesía acelerar el proceso de mecanización de la industria y de desarrollo capitalista. En medio de sacudidas revoluciona­ rias y años de feroz reacción, la burguesía se abrió paso y ex­ tendió sus dominios. Inglaterra se había adueñado de enormes posesiones en todo el mundo. India fue convertida en colonia; China obli­ gada a abrir sus mercados bajo el impacto de los cañones; la conquista inglesa alcanzó numerosas naciones de Asia y Africa. El imperio de Su Majestad, la Reina Victoria, abarcaba terri­ torios en todos los continentes. Inglaterra —interesada en desalojar a España y apode­ rarse de sus mercados— impulsó su influencia en América Latina mediante armas, dinero y apoyo político a los movi­ mientos independentistas. En 1822 otorgó reconocimiento diplo­ mático a los gobiernos surgidos de las guerras contra Fernan­ do VIII. Pronto los ingleses tuvieron apreciables intereses eco­ nómicos en las nuevas repúblicas. En Londres se formaron compañías que manejaban treinticuatro millones de libras es­ terlinas para hacer inversiones inmediatas.131 Los países latinoamericanos se abastecían de productos de las factorías inglesas. El capital británico controlaba también el comercio de exportación. No tuvo nada de extraño que cuan­ do la Santa Alianza brindó su apoyo a España para la recon­ quista de las colonias encontrara la oposición de los intereses de Inglaterra. 131

C. Willian W. Kaufmann, Historia de América Latina.

Pero también otros países buscaban beneficios en las áreas del Nuevo Mundo. El antiguo imperio español con sus trece millones y pico de kilómetros cuadrados y sus quince millones de habitantes era una presa codiciada. Francia, después de la derrota de Napoleón, pasó un pe­ ríodo sin aventuras fuera de sus fronteras. En 1830, con una expedición a Argel, reanudó la política colonial. En 1840 el comercio francés representaba el diez por ciento de las tran­ sacciones mundiales, un tercio de la cifra que abarcaba In­ glaterra. Entre 1840-1850 Francia colonizó un extenso terri­ torio en Africa Ecuatorial y comenzó sus aventuras en el sud­ este asiático, China e Indochina; se lanzó sobre el Pacífico y Madagascar. La burguesía francesa buscó nuevas posiciones en América Latina donde ya en el pasado había tenido importan­ tes bastiones. Su propósito culminó, en 1864, con la instaura­ ción de Maximiliano de México. En dos décadas, Estados Unidos había doblado su pobla­ ción gracias a una rapaz política de anexiones. Con Lusiana y la Florida, adquiridas en 1803 y 1819, respectivamente, du­ plicó también su territorio. En 1823, el Presidente Monroe de­ claró que no admitiría nuevas conquistas europeas en el Con­ tinente. Los norteamericanos se reservaban el derecho exclu­ sivo de hacerlo. En 1845 se anexaron Texas, que era parte del territorio de México, y después se adueñaron de Nuevo México, Arizona y California, dos millones de kilómetros cua­ drados. Sin embargo, para esa época, ni Francia ni Estados Uni­ dos estaban en condiciones de competir en gran escala con Inglaterra. Unía a la supremacía de sus barcos y cañones el desarrollo de su industria y comercio. En 1822, las inversio­ nes inglesas en América Latina representaban más de treinta millones de dólares mientras que Estados Unidos, el más cer­ cano rival, apenas sumaba catorce millones. Tres años después las inversiones se habían duplicado. En 1830 el capital inglés en la zona latino-americana llegaba a cuarenta millones de li­ bras esterlinas. Con el tiempo, la competencia a Inglaterra vendría de la joven burguesía norteamericana. Pero, al comenzar la segun­ da mitad del siglo XIX, aún no estaba en condiciones de dis142

putar el botín. De 1850 en adelante Estados Unidos aumentó su interés por los mercados sudamericano y se extendieron las áreas de contradicciones con Inglaterra y Francia. Venezuela despertó temprano en el apetito de las grandes potencias. La zona del Caribe y los territorios vecinos eran, desde el descubrimiento, lugares de conquistas, intrigas y ma­ niobras internacionales. Inglaterra y Estados Unidos tuvieron mucho que ver en el fracaso del Congreso Anfitriónico de Panamá, convocado por el Libertador, y con la ruptura de la Gran Colombia. La política colonial estimulaba el fracciona­ miento y la contraposición entre los latinoamericanos. Las contradicciones anglo-norteamericanas en torno a Ve­ nezuela surgieron incluso cuando el país aún no había termi­ nado su guerra de Independencia. Ya en 1818 Estados Unidos se quejaba de que sólo aparecía la bandera inglesa en los actos patrióticos celebrados en Angostura y de la constante presen­ cia de comerciantes de esa nacionalidad. En 1818, los norteamericanos propusieron al Libertador —según la correspondencia del gobernador de Trinidad Mr. Woodford— establecer una base militar en las costas orienta­ les a cambio de ayuda en dinero y armas. Estas pretensiones fueron formuladas a Bolívar por el comodoro Perry y el agente Irvine durante la visita del primero a Angostura. El mismo Woodford informó a las autoridades de Londres que el Liber­ tador había rechazado las proposiciones. Por su parte, los ingleses aspiraban ocupar a Río Caribe y sus inmediaciones. El gobernador de Trinidad trató repe­ tidas veces el asunto con Londres. El establecimiento de una colonia de Inglaterra en aquellas costas parecía a los comer­ ciantes de las Antillas una segura garantía para el tráfico marítimo y una adecuada protección a sus intereses. Otro motivo de controversia con los norteamericanos fue el Congreso de Panamá y luego los proyectos de Bolívar de li­ bertar a Cuba y Puerto Rico. “ . . . No creo que los americanos deben entrar en el Congreso del Istmo”, 132 sostenía el Liberta­ dor durante las gestiones diplomáticas en torno a la reunión internacional. Desde 1825, Bolívar comenzó a trabajar en los 132

Carta del 21 de octubre de 1825. 143

preparativos para enviar un ejército a Cuba. Dió instruccio­ nes a Páez y puso a la disposición del proyecto el batallón Junín al mando del coronel Ortega. 133 Estados Unidos se opuso decidida y abiertamente, pero los venezolanos continuaron los planes aún después de la muerte de Bolívar como se puede apreciar en la correspondencia de Santiago Mariño, en los pa­ peles de Páez y en otros documentos de la época. Posteriormente, los norteamericanos se dedicaron a corte­ jar a Páez buscando aumentar su influencia sobre los factores de poder. Fue invitado a Estados Unidos y le hicieron ho­ nores y agasajos para estimular sus ambiciones. Los objetivos de la política norteamericana estaban claros. Se trataba de contrarrestar la penetración de franceses y británicos, ganar ventajas en el comercio y liquidar aquellas ideas expediciona­ rias a Cuba y Puerto Rico, vivas en el pensamiento de los veteranos libertadores. Al hacerse más aguda la confrontación entre la oligarquía conservadora y el Partido Liberal ya Estados Unidos había decidido con que bando jugar sus cartas. El grupo de viejos mantuanos y grandes propietarios, los prestamistas y banque­ ros, ‘‘todos los que tenían miedo a las innovaciones y a los con­ flictos públicos ... ”, 134 constituían el sector que más estabili­ dad podía ofrecer a las inversiones norteamericanas y asegu­ rar su prosperidad. En aquel entonces los liberales aparecían como una facción de demagogos sociales, peligrosos, demasiado audaces. Cuando los conservadores se hicieron beligerantes cons­ piradores contra el gobierno de José Tadeo Monagas, los li­ berales acusaron a sus enemigos de contar con el respaldo de los norteamericanos. “Para mí no es dudoso que los oligarcas están tramando, la insolencia de sits papeles, sus conversacio­ nes con Páez y los yanquis. . 135 anotaba Falcón al Ministro de la Guerra del gabinete liberal para expresar sus sospechas Bolívar a Páez, 30 de agosto de 1825. 134 L. Villanueva, op. cit. págs. 15-16. 135 Archivo del Mariscal Falcón, t. I, carta de Falcón al general L. Castelli, Maracaibo, 20 de agosto de 1850. 133

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sobre los planes subversivos de los adversarios del gobierno. En sus círculos, los godos se jactaban de la amistad de los norteamericanos hacia Páez; distribuían panfletos y periódicos con detallada información de los homenajes que recibía el caudillo llanero entre los más connotados grupos sociales y políticos de Estados Unidos y aprovechaban estas circunstan­ cias para estimular las esperanzas de sus partidarios. Las noticias que llegaban del Norte excitaban a la reconquista del poder, perdido por la alianza de José Tadeo Monagas con los liberales. Tal era el ambiente que rodeaba la visita de Páez a Estados Unidos y los halagos de que era objeto en ese país que los rumores en Venezuela llegaron a dar por cierta la for­ mación de una expedición armada norteamericana en respal­ do a las intenciones de la oposición. “Muy alegres lian estado

los oligarcas de ésta desde la llegada de una goleta de Curazao según me parece, unos dicen que es por la noticia del recibi­ miento de Páez en Estados Unidos, otros que por que Páez organizará una expedición de yanquis, otros que por que con­ seguirán que salga Rondón, han tenido bailes, banquetes, etc. Acabo de saber que se está reimprimiendo aquí la parte de un periódico que detalla la llegada de Páez al Norte. Como co­ nocemos el carácter aventurero de una parte de la población de Estados Unidos, no es difícil que el ambicioso derrotado vuelva con alguna fuerza a Cum aná.. 136

Las relaciones del gobierno de Monagas con Estados Uni­ dos se habían deteriorado. En 1851 el bergantín norteameri­ cano Horatio fue detenido en la entrada del Lago de Mara­ caibo. Los liberales denunciaron que se encontraba en tratos con los conspiradores del Partido Conservador. La representa­ ción diplomática de Estados Unidos en Caracas hizo una re­ clamación; pero fue rechazada. El incidente provocó una nueva ola de comentarios. La cuestión del Horatio y la nota nortea­ mericana se convirtieron en tema de controversia política. Pa­ ra los liberales, el Horatio estaba haciendo sondeos costaneros al servicio de la expedición de Páez. Los conservadores acu­ saron al gobierno de caprichoso y arbitrario. “Vuestra Señoría

no puede tener una idea del interés que han tomado los oligarcas 136 Ibidem, carta del SI de agosto de 1850. 145

aquí con el asunto bergantín Horatio, baste decirle que pa­ rece como de ellos, todos hablan y todos amenazan ya con nor­ teamericanos. . 137

Años más tarde se agregarían nuevos motivos de tensión en las relaciones entre los dos gobiernos debido a los problemas surgidos por la explotación de huano. Venezuela declaró in­ subsistente un contrato que se había celebrado con el ciuda­ dano norteamericano J. D. Wallace para extraer huano de la isla de las Aves. Cuando los representantes diplomáticos nor­ teamericanos alegaron los derechos de la Philadelphia Guano Company y presentaron una reclamación ante las autoridades venezolanas, el gobierno de Caracas se negó a dar un paso atrás y sostuvo su determinación de desconocer la contratación en vista de las violaciones cometidas por la empresa. Era cos­ tumbre que las compañías norteamericanas dedicadas al nego­ cio de recoger huano en las islas venezolanas llenaran las bo­ degas de sus barcos sin pagar un solo centavo. El contrato de Wallace fue anulado cuando éste dejó de cancelar las sumas estipuladas. Por los mismos motivos fueron expulsados de la isla de los Monjes, en 1855, los ciudadanos norteamericanos John E. Goiven y Franklin Copeland. 138 Una vez transcurridos los primeros años de la guerra fe­ deral, el entusiasmo norteamericano a favor de Páez tendería a disminuir. El ya anciano centauro se mostraba partidario de llegar a un acuerdo con los federales. Entonces los agentes de Estados Unidos darían su apoyo a la fracción de los “epilép­ ticos” formada por los adictos a la guerra sin cuartel. Al ser derrocado Gual por un golpe militar del círculo de Páez, Es­ tados Unidos manifestó diplomática pero ostensiblemente su descontento. Los norteamericanos veían en un acuerdo con los federales una victoria de los intereses de Francia e Inglaterra cuyas simpatías hacia el Partido Liberal y sus jefes no habían nunca disimulado. Los “epilépticos” representaban la línea in­ transigente del Partido Conservador que no daba cuartel a las 137

Ibídem, carta del 25 de octubre de 1851.

138 Pedro Manuel Arcaya, Historia de las Keclamaciones contra Ve­ nezuela. Editorial Pensamiento Vivo, Caracas, 1965.

146

ideas y a los hombres de la Federación. El grupo de Páez veía la guerra irremediablemente perdida y amenazados todos sus intereses si la contienda se prolongaba. En una paz negociada podían moderarse las consecuencias de la victoria del bando rival. La intervención de Estados Unidos en el conflicto interno de Venezuela no fue más directa y beligerante debido a la guerra de secesión que estalló en aquel país. Esta circunstan­ cia obligó a los norteamericanos a consagrar más su atención a la política doméstica. Sin embargo, no dejaron de persistir sus influencias a favor del Partido Conservador. Incluso, fi­ nalizada la guerra federal, cuando el grupo de los más agre­ sivos “epilépticos” desconoció el tratado de Coche y se atrin­ cheró en Puerto Cabello dispuesto a continuar las operaciones armadas se rumoró una combinación con Estados Unidos a fin de asegurar, mediante una intervención militar, una suerte distinta a la lucha perdida por los godos: “ ... se rola por estos mundos el estar los atrincherados en tratados con Estados Unidos. . 139

Inglaterra y Francia, como hemos dicho, no ocultaron su apoyo a las actividades del Partido Liberal y sus.agentes apa­ recieron numerosas veces mezclados inconfundiblemente en las conspiraciones contra el gobierno de la oligarquía conservadora. Las dificultades de los conservadores con los representan­ tes diplomáticos franceses se agravaron a raíz de los inciden­ tes ocurridos en la sede de la Legación de Francia, en Ca139 Archivo del Mariscal J. C. Falcón, t. I. Carta del general León Colina al general Juan Bautista García. La adversión de los jefes del federalismo venezolano hacia Estados Unidos puede medirse por la siguiente opinión del mariscal J. C. Falcón: “Aquí he tenido ocasión de conocer algunos norteamericanos y puedo ase­ gurarte, que salvo algunas excepciones, son, por lo general, poco simpá­ ticos en sociedad. Mascan tabaco, tienen hábitos y maneras vulgares, des­ precian todo lo que sea literatura; lo que ellos llaman inteligencia prác­ tica es el único que aprecian y estiman; lo demás no vale nada. Inteli­ gencia práctica quiere decir habilidad para ganar dinero, poco importa como. Los vínculos de familia, el amor fraternal y filial, son casi nulos en el yanqui, todo lo hiela su feroz egoismo...’ (Archivo del Mariscal J. C. Falcón, carta al general José Ramón Yepes, 16 de octubre de 1869). 147

racas, durante el asilo de José Tadeo Monagas y sus fami­ liares, a los pocos días del golpe de estado de Julián Castro. Hubo un intento de asalto a la sede diplomática a fin de apo­ derarse del ex-mandatario y luego una sucesión de diferen­ cias que causaron prolongadas negociaciones entre los dos go­ biernos. Finalmente se firmó un protocolo en el que las auto­ ridades venezolanas daban garantías a los Monagas para que abandonaran el país. Surgieron divergencias en el seno del pro­ pio gabinete sobre el cumplimiento del protocolo. Algunos sec­ tores, incluyendo varios ministros, lo consideraron una gro­ sera intervención extranjera en los asuntos internos de Ve­ nezuela. La situación se complicó cuando los representantes de Francia e Inglaterra consideraron “ultrajadas sus digni­ dades”, llamaron barcos de guerra y el Cleopatía, francés, y el Tartar, inglés, bloquearon La Guaira y Puerto Cabello en brutal agresión a la soberanía venezolana y en medio del es­ panto de los conservadores. Los liberales vieron en los incidentes diplomáticos y en el bloqueo naval una circunstancia favorable a sus planes. Juzgaban que las dificultades internacionales amarraban las manos de sus enemigos y les permitía dar un golpe sensible. La intentona de agosto de 1858, conocida como “La Galipanada”, pretendió aprovechar un momento difícil del gobierno. Descubierto y fracasado el movimiento, los conservadores se apresuraron a utilizar el suceso políticamente y acusaron a los liberales de traición a la Patria, “los malos hijos de Venezuela,

enemigos de todo orden de cosas que no sea la licencia para todo género de abusos, pretenden apoyarse con la amenaza de los cónsules y aún llegarán a traicionar su nacionalidad, unién­ dose para obrar contra su P a tria .. 140

Vale la pena recordar que algunos años más tarde, en noviembre de 1861, un grupo de propietarios y prohombres del Partido Conservador, dirigieron un insólito documento al go­ bierno de Gran Bretaña exponiendo: “Es un deber que tienen las naciones civilizadas de Europa de tender la vista a estos

140 José Santiago Rodríguez, Contribución al estudio de la Guerra Federal en Venezuela. Carta de Julián Castro a José del Rosario Armas, 30 de junio de 1858, pág. 214,1 .1.

148

países e intervenir en ellos de una manera directa, cuya in­ tervención no podrá menos que pi-oducir los mejores resulta­ dos . . . Ninguna de las naciones de Europa puede con más ventaja poseer a Venezuela como la Gran Bretaña, y creemos que le sea más ventajosa esta posesión que la que tiene en la India Oriental”. Proponían a los ingleses tomar el territorio de Guayana perteneciente a Venezuela y terminaban pidiendo: “De­ bemos manifestar y encarecidamente pedir al Gobierno Britá­ nico la más pronta resolución de esta materia ya sea que se acoja nuestra idea respecto a la negociación de la Guayana, o bien que se decida y lleve a cabo la intervención de una manera igual a la que las tres potencias occidentales de la Europa em­ plean respecto a M éxico.. 141

Richard Bingham, encargado de negocios de la Gran Bre­ taña, era un activo y ostensible colaborador de los liberales y participaba beligerantemente en la política de oposición contra el gobierno. “La situación que había creado la conducta del Sr.

Ricardo Bingham para con el Gobierno de Venezuela había distanciado tanto las buenas relaciones con el gobierno inglés, que de hecho aquellas estaban rotas. . . ”. 142 Finalmente las au­

toridades venezolanas lo acusaron de conspiración y pidieron a Londres el retiro de sus credenciales. En 1859, fue sometido a prisión cuando Inglaterra designó a Federic Deventon Prme como su jefe de misión diplomática en Caracas. En cuanto a los representantes de Francia, el principal de ellos, L. Leveand, recorrió las costas venezolanas a bordo del buque de guerra Lucifer, a fines de 1859, en descarada actitud de provocación. En Barcelona demandó la inmediata libertad del súbdito francés Martey bajo la amenaza de sus cañones. Martey había sido acusado de militar en las filas fe­ derales y participar en un reciente ataque armado a la ciudad. En Cumaná, sostuvo entrevistas con los jefes de las fuerzas revolucionarias que ocupaban la población y en Saint Thomes se reunió con los exilados. 141

Citado por José Santiago Rodríguez, op. cit., t. II, págs. 257-263.

142

Ibídem, t. II, pág. 9. 149

En septiembre de 1859 el gobierno dio a Leveand un pla­ zo de cuarentiocho horas para abandonar el país. En respues­ ta, una flotilla francesa se presentó a La Guaira con un ul­ timátum. El Presidente de la República debería pedir oficial­ mente excusas a Francia y remover al Ministro de Relaciones Exteriores. Los franceses residentes en el país no ocultaban su adhe­ sión a la causa de la Federación. Es bien conocida la actua­ ción del médico Carlos H. Morton. Hizo las campañas de Barinas y Portuguesa y llevó el grado de General. Después de la victoria, el mariscal Falcón le concedió la ciudadanía venezo­ lana. Otros franceses ayudaron activamente a los federales incluso con sus bienes, " . . . como la contienda federal comen­ zó en 1858 en la legación francesa... casi toda la familia fran­ cesa residente en Venezuela, simpatizó con la revolución, des­ de el Santo Domingo hasta el Manzanares. Mucha parte de ella ofreció sus recursos a los federales, o los dió sin repug­ nancia, y otra gran parte tuvo pérdidas, por la persecución sistemática de los gobiernos oligárquicos...”. 143

El período de la Guerra Federal coincidió con otros con­ flictos internacionales que ocuparon la atención de Inglaterra y Francia. Lo que explica, en parte, que las potencias europeas no aprovecharan la ocasión para una intervención más directa en la situación venezolana. Francia e Inglaterra acababan de salir de la difícil y sangrienta guerra de Crimea durante los años de 1854-56. Inmediatamente después los franceses se com­ prometieron en la guerra de Italia, en 1857, y al año siguiente estaban en hostilidades con Austria. Por otra parte, un gran ejército francés intervenía en México, en 1862, para verse obligado a sostener una prolongada guerra contra Benito Juá­ rez hasta 1867. Inglaterra siguió teniendo dificultades con Ru­ sia en Europa; en la India estalló una sangrienta rebelión que duró dos años (1857-59) y mantuvo movilizadas importantes fuerzas británicas, mientras se enfrentaban también a una enconada resistencia en China. 143 La Doctrina Liberal de Antonio Leocadio Guzmán, t. II, pág. 330, Caracas, 1961.

150

Los federales buscaron armamento en las posesiones fran­ cesas en las Antillas, y contaron con la complacencia de las autoridades coloniales. Los conservadores mantuvieron latente el temor de que la complicidad de Francia fuera más allá y se manifestara en el suministro directo de armas y municiones.

“Si en el estado que hoy se encuentra la República tuviéramos la desgracia de que la Francia nos buscase camorra, por la cuestión Levraund, dejo a su consideración cual sería el re­ sultado, pues lo que hoy le falta a los enemigos lo tendrían en abundancia: a rm a s...”. 144 El gobierno conservador llevó las

relaciones con Francia a pulso, soportando las humillaciones que imponían los barcos de guerra para evitar el riesgo que significaba el auxilio en fusiles, pólvora y plomo franceses a los revolucionarios. En medio de esta situación internacional, los federales gestionaron en el exterior la adquisición de su material de guerra a fin de cubrir las necesidades de su insurgencia con­ tra la oligarquía conservadora. Igual que los patriotas en la guerra de la Independencia, los hombres de la Federación no tenían ninguna posibilidad de triunfar al menos que asegu­ raran un abastecimiento regular de armas desde el exterior. Un movimiento que confiara exclusivamente en alimentarse de los recursos internos estaba destinado al fracaso o a una de­ plorable subsistencia en condiciones de crónica inferioridad. La Federación no carecía, como hemos visto, de comba­ tientes, de hombres dispuestos a tomar el fusil, la lanza o el machete y sacrificar sus vidas en el choque heroico; no con­ frontaba dificultades para reemplazar sus pérdidas en los re­ veses y nutrir sus filas en las campañas, “como la causa era tan popular les sobraban hombres con que reponer los perdi­ dos . . . ”. 145 Su problema consistía en dotarse de armas y per­ trechos. Las conquistas en el campo de batalla fueron muy mez­ quinas en los primeros años de la contienda. También la con­ ducción desacertada y aventurera de muchos jefes federales ocasionó un derroche de pólvora y municiones imposible de 144

José Santiago Rodríguez, op. cit., tomo II, pág. 40.

145

Level de Goda, op. cit., pág. 460. 151

reponer por la vía de la propia guerra. Era imprescindible ha­ llar los conductos vitales para que por esta causa la lucha no desfalleciera, los medios que permitieran ensancharla, medirse ventajosamente con el poder conservador. La solución condujo inevitablemente fuera de las fronteras venezolanas. Los jefes federales arriesgaban en este empeño que el go­ bierno, llamándolos traidores a la Patria, los acusara de tra­ tos inconfesables con las potencias extranjeras. Francia e In­ glaterra querían cobrar las supuestas afrentas recibidas en los incidentes cuando el asilo a la familia Monagas y más aún ambicionaban aumentar su influencia en el país apoyándose en los intereses de algunos círculos dirigentes del Partido Li­ beral. A cambio de conceder ciertas facilidades en el tráfico de armas en las Antillas esperaban obtener ventajas en el comer­ cio venezolano. Sin embargo, no estaban dispuestos tampoco a correr una aventura. Al final, poco obtuvieron los federales en sus gestiones con ingleses y franceses, demasiado comprometidos en otras áreas de sus intereses mundiales. Poco tenían además que ofrecer los revolucionarios. Su presencia apenas representaba los tí­ tulos de una facción en armas que sólo conocía las derrotas; un partido numeroso, pero disperso; caudillos reducidos a ban­ das guerrilleras cuyos éxitos definitivos en el conflicto eran muy discutibles. La imagen que daba Venezuela en el exterior era de un país anarquizado y bárbaro; de una nación arruinada y en caos, asolada por las pugnas, de una república caricaturezca corroída por el desorden y las guerras civiles. Los jefes fe­ derales que buscaban armas no podían hablar sino a nom­ bre de grupos perseguidos, acorralados. La causa de la Federación se benefició de la disputa entre el gobierno conservador y Francia e Inglaterra, aprovechó estas contradicciones para sus planes políticos y militares hasta don­ de pudo hacerlo en sus condiciones y sin que pueda decirse que sus principales hombres se prestaron a servir a intereses que no fueran los suyos propios de venezolanos. Los revolucionarios contaron con la benevolencia de las autoridades británicas y francesas que no opusieron obstáculo a sus correrías comprando armas en Trinidad, Saint Thomes, 152

Aruba, Curazao y otras dependencias europeas del Caribe, que por demás, era una actividad común y frecuente en esta zona. El tráfico de material de guerra era negocio de comerciantes y contrabandistas desde viejos tiempos sin que los funciona­ rios coloniales hicieran mucho empeño en impedirlo. Pero nada lograron de regalo. Cada onza de pólvora, cada carga de mu­ niciones, cada fusil hubo que comprarlo a buen precio, el que se cobra a hombres desesperados. El resultado que temían los conservadores, que Francia utilizara el incidente con Levraund para intervenir más abier­ tamente a favor de los liberales “pues lo que hoy le falta a los enemigos lo tendrían en abundancia: a rm a s...”. 146 no fue el caso. El movimiento federalista se vió en apuros para dotarse de armamento en las Antillas. El trato con los negociantes y contrabandistas en armas de las posesiones europeas del Caribe, que pedían por su mer­ cancía precios que resultaban casi prohibitivos para las des­ provistas alforjas federales, representó una constante fuente de sacrificios y limitaciones. Los revolucionarios no tuvieron más remedio que acudir a ellos para abastecerse en cantidades muy pequeñas de lo que tanto requerían sus fuerzas en el in­ terior de Venezuela. Sin embargo no se redujeron a negociar con ingleses y franceses sino que buscaron otras vías: Haití, la Nueva Gra­ nada ... La suerte de aquella causa en la que tantos depositaban sus esperanzas dependía de si lograba vencer la inferioridad militar a la que estaba condenada por la escasez de armas, pól­ vora y plomo!

146 José Santiago Rodríguez, op. cit. tomo II, pág. 40. 153

Cuidado! No se Venga de Curazao

Curazao se convirtió en el más importante centro de ope­ raciones para introducir armas a Venezuela y equipar a las fuerzas federales. La fácil vecindad con el litoral occidental permitía la lle­ gada del armamento o el desembarco de personas con relativa desenvoltura. El pabellón extranjero protegía de las represa­ lias y garantizaba un amplio margen de inmunidad ante las amenazas del Gobierno de Caracas. Los federales aprovecharon estas ventajas. Cuando Ezequiel Zamora huyó del país, en 1858, se estableció en la pequeña isla acompañado de un grupo de los más ardorosos enemigos de la oligarquía conservadora. La conspiración hizo de Curazao un activo bastión. Emisarios viajaban a las Antillas o penetra­ ban en el país y establecían enlaces con los grupos partidarios instando a la acción revolucionaria inmediata. Al ocurrir el levantamiento de Coro, Zamora y los suyos no se hicieron esperar. Sin pérdida de tiempo, desembarcaron en las playas venezolanas y el intrépido caudillo se puso a la cabeza de la insux*rección. Los conservadores enviaron tropas para cortarle el avance hacia el centro de la República, pero dedican su mayor esfuerzo, la dirección del contrataque prin­ cipal, a reconquistar a La Vela de Coro. Antes que ninguna otra operación, interesa al gobierno cerrar las vías de acceso al exterior abiertas con la posesión por los revolucionarios de las costas corianas. La insurrección de Coro y la toma de La Vela, donde los federales se adueñan de varias embarcaciones, coloca en manos de la revolución la posibilidad de un rápido flujo de fusiles, pólvora y municiones desde Aruba y Curazao, lo cual signifi­ caba el armamento de un numeroso ejército porque la causa federal dispone de un vasto apoyo de masas. Los conservadores conocen bien el peligro. Falcón está negociando un cuantioso parque en las Antillas; la emigración liberal en Aruba y Curazao es intransigente partidaria de la lucha armada y Zamora es un diligente organizador militar.

No pueden subestimar las conquistas revolucionarias si desean mantener la superioridad en el terreno de las armas. Mien­ tras los insurrectos se mueven hacia el centro del país, las tro­ pas del gobierno —trasladadas con urgencia— procuran ase­ gurarse, en primer término, la posesión en las playas de La Vela y de este modo “impedir el desembarco fácil de Falcón con su parque. . . y aún en caso de que ésto no sucediera, podía siempre ( Zamora ) introducir por aquel puerto fusiles y ví­ veres de Curazao..

147

Falcón tiene por los momentos otros planes. La insurrec­ ción de Coro ocurre fuera de sus cálculos. Su ocupación es la adquisición de armas, consecuente con la idea de que la acción revolucionaria no debería precipitarse sin contar con medios de guerra suficientes. El suceso provoca su protesta. Coro se adelanta torpemente porque todavía el movimiento no cuenta con las armas necesarias y —según él— la pobreza de recursos impondrá una táctica de pequeñas escaramuzas que prolon­ gará el conflicto y desangrará a los federales. Sus proyectos eran otros: primero las armas y luego el estallido insurreccio­ nal. Pero Zamora, lleno de audacia, confía en que la adhesión de las masas populares obrará milagros y surtirá a la Fede­ ración de todo cuanto le hace falta. Zamora va a donde está la guerra y el enemigo. Está pren­ dido en sus venas el ardor de la lucha. Irá de combate en com­ bate para reunir armas y pertrechos; cuenta con lo que el va­ lor de sus hombres arrebatará al adversario en los campos de batalla y con lo que el pueblo liberal —los peones y campesi­ nos— pondrá a su disposición en el curso de las campañas. En solicitud de las armas se empeñará más de una vez en in­ fructíferos asaltos a trincheras y en temeraria guerra de po­ siciones hasta dejar la vida en San Carlos tras de ochocientos fusiles y unas cargas de pólvora. Falcón, paciente, se queda en Curazao en las gestiones de adquisición del armamento. No dará un paso hasta que, junto a él, hagan fila los fusiles ingleses y se amontonen las cajas de pólvora, las piedras de chispa y las municiones en las bodegas de los botes. Su conducción militar no tendrá el brillo de los 147 L. Vilanueva, op. cit. pág. 193. 158

Las flechas marcan los puntos principales donde llegaban los embarques de armae procedentes de Curazao. La introducción de armamento por las costas corianas se intensificó a partir de la instalación del cuartel general de Falcón en Churuguara.

inspirados. Su campaña, después del desembarco cerca de Puer­ to Cabello, estará llena de desaciertos; pero la perseverancia para dotar a la revolución de medios y recursos a fin de sos­ tener una guerra prolongada le abrirán el camino de la victoria. Desde 1858, cuando ya el liberalismo tomó la decisión de dirimir sus contradicciones con el partido gobernante en el campo de batalla, venía funcionando un comité revolucionario en Curazao. Su actividad jugó un importante papel en los acon­ tecimientos de Coro al relacionarse con los jóvenes liberales de aquella ciudad. La presencia de Zamora dio impulso a la iniciativa y al clamor de quienes exigían una respuesta armada a la represión de los conservadores. Después que las primeras campañas de Zamora y Falcón demostraron que la guerra no tendría un desenlace rápido sino que sería prolongada, los exilados en Curazao y Aruba pasaron a jugar un importante papel en la introducción de material de guerra a Venezuela. En febrei’o de 1859, Zamora había dejado en Coro a Na­ poleón Sebastián Arteaga dedicado a gestionar armas con los negociantes que participaban en el contrabando costeño. El general buscaba el armamento en arsenales del enemigo; pero no olvida que en Venezuela el aprovisionamiento en el exterior es un recurso obligatorio en la guerra. Las órdenes a Napoleón Sebastián Arteaga son de disponer de todos los medios a fin de hacer llegar a las costas occidentales fusiles, pólvora y plomo. Marcha con sus hombres en busca del campo de batalla y como Bonaparte dice que la guerra alimenta a la guerra. Sin embargo, Curazao puede abastecer una campaña en la cual cada onza de pólvora y cada carga de municiones vale tanto como el oro. A partir de 1860, una junta se encargó de adquirir los elementos de guerra y de un sistema de enlaces, depósitos y embarcaciones para introducirlos a las playas venezolanas. La junta tiene la misión de tratar con vendedores de armas y contrabandistas, administrar los fondos enviados desde el inte­ rior de Venezuela y los que logra reunir entre la emigración liberal; evade la acción de los agentes del gobierno de Caracas que compran funcionarios y pagan espías y prepara cada uno 160

de los viajes de las goletas que llevan las cargas de fusiles, pólvora y plomo a los federales. La organización del dispositivo de Curazao se deberá prin­ cipalmente a Juan C. Falcón y Antonio Guzmán Blanco. En 1862, Falcón designa a Jacinto Pachano —miembro de la fami­ lia, ayudante y hombre de confianza— al frente de todo el traba­ jo en la isla. Level de Goda, quien en su obra la guerra fe­ deral niega con frecuencia el papel que a la pobreza de ar­ mas cupo en la inferioridad militar de la revolución, reconoce que: “entonces si andaban muy escasos de municiones”. 148 La posesión holandesa frente a las costas corianas cobraría singu­ lar importancia en los planes de los jefes federales. La dispo­ nibilidad de medios en el interior del país ha venido agotán­ dose inexorablemente. Ya las guerrillas desesperan por la falta de los más elementales recursos. Solicitan auxilios al exterior, a la emigración, a los jefes federales exilados, las únicas fuen­ tes que pueden abastecerlas: “ ... ninguna de las guerrillas tie­

ne pólvora... la piden por el amor de Dios y no hay quien la mande entre estos señores. . . ”. 148

La atención directa de Falcón y Guzmán Blanco y la desig­ nación de Jacinto R. Pachano permitirán reformar la actividad en Curazao que pasa a ocupar en esos años un lugar relevante en la estrategia revolucionaria. El resultado de la guerra de­ pendía, en gran medida, de que pudiera mantenerse con regu­ laridad una vía de introducción de armas y pertrechos. Lo contrario significaba adormecer la lucha armada y abatir las esperanzas de las filas liberales. No fueron pequeñas las dificultades opuestas a las gestio­ nes en las Antillas. Los comerciantes ingleses y franceses exi­ gían estrictos compromisos económicos y colocaban en apuros a los federales. Las autoridades holandesas se mostraban, por lo general, complacidas en ayudar a combatir a un gobierno desagradable para Londres y París, pero también se mostraban hostiles cuando la presión de sus intereses contradecía la ac118

Level de Goda, op. cit. pág. 479.

149 Archivo del mariscal Juan C. Falcón, carta de Guzmán Blanco, tomo I, pág. 69.

161

tividad de los exilados. Embarques completos de material de guerra fueron incautados por la policía en más de una opor­ tunidad. En las proximidades de las playas orientales, una goleta británica de guerra confiscó al general Juan Sotillo un bergantín lleno de fusiles, pólvora, lanzas y sillas de montar. Sin embargo, ninguno de estos contratiempos desgaja el ánimo de los revolucionarios; cuando más aplaza sus urgencias de elementos bélicos. Jacinto R. Pachano dio al centro liberal establecido en Curazao el impulso necesario para que llenara su cometido en la lucha armada; “Desde que usted llegó a Curazao esta­ mos tranquilos. Usted no debe pensar en venirse. En ninguna parte hará lo de ahí. Acá cualquiera hace lo que usted hiciera. Allí nadie lo s u p le ...”. 150 En efecto, de hombres que toma­

ran el fusil o de coroneles que mandaran una guerrilla estaba bien surtida la Federación. De ninguna manera las faltas en la dirección militar llegaría a cubrirlas el cuñado y ayudante de Juan C. Falcón; mientras que la línea de abastecimientos de Curazao, de la cual tanto se esperaba, si era una empresa que podía confiarse a su talento. Administrar fondos; negociar fusiles, pólvora y plomo; contratar embarcaciones y despachar las cargas a las costas venezolanas era una labor silenciosa, bien distinta a la acción en los campamentos federales. Al lado de la vigilia permanente del vivac, los sobresaltos del combate y la muerte que ronda todos los días, está la gloria de la victoria. Para los soldados endurecidos en las contiendas, los hombres de un partido de­ dicado a la guerra, los laureles en los campos de batalla no podían ni siquiera parangonarse a los callados esfuerzos logísticos de Curazao. Aunque no era figura de tropel y espada y su coronelato, más que premio a la bravura, era la conquista de la adhesión filial a Falcón, a cuya sombra se había formado un grupo de oficiales y políticos que Ezequiel Zamora solía llamar “los patiquines de Juan”, Jacinto R. Pachano también se vió tentado por el atractivo de las batallas. Y cuando se muestra impa­ ciente por regresar a Venezuela, Guzmán Blanco, quien sabe 180 Ibídem, carta de Guzmán Blanco, tomo I, pág. 106. 162

de la inutilidad de Pachano en el campamento y de su papel indispensable al frente de la adquisición e introducción de las armas, lo ataja con energía: “Cuidado si se viene de Cura­ zao!". 151 Aquel “patiquín”, coronel de salón, cumpliría una extra­ ordinaria función al frente de la causa federal en Curazao. La revolución le deberá más que a muchos de los generales que no cesan de empuñar las espadas en las hazañas de guerra. Por su mano fluye a Venezuela la pólvora y las municiones que mantienen activa la lucha armada. Su contribución a la derrota de los conservadores no queda registrada en las es­ caramuzas y batallas; pero está en los botes que calladamente dejan su preciosa carga entre los arenales y rocas, en los per­ trechos que son deslizados a filo de medianoche, en el tráfico clandestino que esquiva la vigilancia del gobierno, en el dispo­ sitivo logístico que monta con eficacia y sin cuya asistencia no habría victorias. Curazao suministra armas no sólo a las guerrillas de Coro, sino también a los insurgentes de distantes regiones. Cuando Falcón establece su cuartel general en Churuguara, entre otras razones porque tiene a mano el abastecimiento que viene de la posesión holandesa, llegan ante él las comisiones enviadas desde los frentes más remotos del interior de Venezuela en so­ licitud de material de guerra. En aquel momento, a principios de 1862, las fuerzas de la revolución habían mermado considerablemente. Eran bandas errantes que conservaban cierta capacidad combativa gracias al coraje de sus hombres y a pequeñas operaciones que realiza­ ban para obtener alimentos, vestidos y algún pertrecho. El general Acosta, en Cumaná, había dispersado sus guerrillas porque carecía de recursos. La postración de la lucha armada condujo incluso a la deserción de algunos jefes locales. En la provincia de Barcelona lo hicieron los generales Matías Alfonso y Emilio Santodomingo. Fue el año de la gran derrota de Chaguaramas, en la cual los federales pierden las armas reu­ nidas tras de costosos esfuerzos; del sitio de San Felipe donde 161 Ibídera, caita de Guzmán Blanco, Churuguara 16 de agosto de 1862, tomo I, pág. 114. 163

las fuerzas del general Trías son rechazadas y obligadas a huir no sin antes perder los últimos barriles de pólvora; del fracaso de San Lorenzo cuyas trincheras resisten la embestida de las guerrilas; de la derrota de la Maestranza y de la incierta batalla de la Pefiita en la cual los del gobierno abandonan el campo pero no queda un solo cartucho en manos de los federales. La alternativa para continuar la lucha se abre en las cos­ tas corianas a donde llega —lento, irregular, pero seguro— el pertrecho proveniente de Curazao. Y en el cuartel general de Churuguara, las comisiones de las guerrillas de Barlovento, de los llanos de Guárico y Cojedes, de las montañas de Yaracuy, de Barquisimeto, pueden acudir en busca de las armas que Jacinto R. Pachano despacha con premura: “Nos urge venga el parque que se mandó a buscar; sobre todo el plomo nos hace indecible falta. Aquí están los comisionados de los Estados del Centro, Cojedes y del G u á r i c o . 152

No siempre Curazao respondía a las apremiantes y cre­ cientes necesidades de la guerra. Era la única fuente del exte­ rior que funcionaba con cierta seguridad. La introducción de armas desde la Nueva Granada debía afrontar numerosas con­ tingencias. La vía de los llanos era intransitable en los largos períodos de invierno y las distancias ocasionaban duros con­ tratiempos. De modo que el centro establecido en la colonia holandesa sufría el recargo de atender casi la totalidad de las exigencias. A lo que debe agregarse las propias dificultades derivadas de adquirir los pertrechos a los precios impuestos por los vendedores que se aprovechaban la situación para rea­ lizar una franca especulación; además, era preciso obtenerlos a tiempo, embarcarlos y asegurar que llegaran a su destino. Las cartas de Guzmán Blanco revelan hasta que punto dependían los federales, aquel 1862, de Curazao y de Jacinto R. Pachano: “Vuelvo a repetir a usted que trabajen porque nos manden más pólvora, mucho más plomo, piedra de chispa y algunos fósforos.. 153 Las remesas de elementos de guerra

llegaban al litoral venezolano al ritmo de las posibilidades y

164

152

Ibídem, tomo I, pág. 111.

153

Ibídem, tomo I, pág. 103.

COSTAS DE BARLOVENTO Las guerrillas que actuaban en los alrededores de Caracas se surtían de armamento por las coetas de Barlovento. Guzmán Blanco utilizó esta misma vía para abastecerse del material proveniente de Curazao cuando fué designado jefe del distrito militar del Centro.

recursos de la Junta Liberal de Curazao, pero: "No es bastante,

tenemos premiosa necesidad de más pólvora, de más plomo (el venido es demasiado poco), papel y piedra de chispa, de las que se carece mucho, mucho en todas partes”. 154

Otra figura clave en el dispositivo logístico de Curazao fue Maximiliano Iturbe, especie de comisario del cuartel ge­ neral de Churuguara. Hombre también de la incondicional confianza de Falcón y Guzmán Blanco, servía de enlace con Pachano y la Junta de Curazao. A su cargo estaba la red de recepción de las embarcaciones, armas y pertrechos que llega­ ban a las costas corianas. Despachaba los mensajes y comi­ sionados de la isla, se ocupaba del transporte desde las playas hasta los campamentos y su responsabilidad abarcaba los fon154 Idem.

165

dos destinados a las adquisiciones en el exterior. Maximiliano Iturbe comandaba las operaciones de embarque y desembarque: “Mi estimado Maximiliano : Van trescientos ocho pesos con

noventa y seis centavos, de los cuales le dirás a Jacinto que aparte los ochenta para el uso que le indico y el resto se lo entregue a la Junta para emplearlo en elementos de guerra, junto con todo lo demás que le haya ido y le vaya en esta oca­ sión. No debe detenerle la salida ni por un momento, pues es de vital importancia”. 155

Las armas eran desembarcadas en lugares cuidadosamente seleccionados por Iturbe. Grupos de federales bien armados cui­ daban puntos estratégicos situados desde la punta de Manza­ nilla hasta las playas de Curamichate, en la boca del Hueque y en las costas de Sabana Alta. A partir del establecimiento del cuartel de Falcón en Churuguara se hizo más estable el dominio federal sobre todo este litoral de manera que la in­ troducción de los elementos de guerra encontró un apoyo más firme en fuertes destacamentos guerrilleros que recogían las cargas y las transportaban a los campamentos en el interior de la sierra. En los primeros años de la guerra, el armamento prove­ niente de Curazao ingresaba por las costas de Aroa, la boca del Yaracuy y las playas en El Palito. Los revolucionarios de Yaracuy y de la sierra de Car abobo llegaron a dominar una extensa región: “esas guerrillas parecían invencibles, y ya te­ nían cerca de dos años en aquellos lugares recorriendo desde las cercanías de Puerto Cabello hasta el Yaracuy; y no sólo no habían sido vencidas sino que frecuentemente obtenían ven­ tajas y triunfos sobre fuerzas del gobierno. Por otra parte, en posesión de una gran extensión de costas, a veces recibían con facilidad municiones del extranjero”. 156

El jefe de estas guerrillas era el viejo general Gabriel Guevara, veterano de las campañas de la Independencia y cau­ dillo de la sierra de Carabobo. Hecho prisionero durante una

155 Ibídem, Juan C. Falcón a Maximiliano Iturbe, Churuguara 12 de septiembre de 1862. 156 1G6

Level de Goda, Ibídem, pág. 344.

batida llevada a cabo por las tropas del gobierno, fue recluido en la cárcel de Valencia y luego en las bóvedas de La Guaira. En mayo de 1862, una revuelta de los soldados de la custodia, con el apoyo de la población, lo rescató de la prisión. Se re­ fugió en Barlovento en donde murió al poco tiempo. También los generales Mora y Leiciaga se mantuvieron en la sierra de Carabobo y llegaron a conducir importantes contingentes fe­ derales. Mora combatió al lado de Zamora en la campaña de 1859 y Leiciaga desempeñó un importante papel en la mayo­ ría de las acciones armadas en Valencia y su vecindario. Los caseríos de Canaobo y Moroncito constituían las pla­ zas fuertes de esa zona guerrillera. Por los caminos de la sie­ rra enlazaban con los llanos de Guárico y los valles de Aragua, por las costas con los corianos y con los revolucionarios de color de las antiguas esclavitudes, fervorosos partidarios de la Federación y muy recios combatientes. Además prestaban una inestimable ayuda como baquianos. Se conocían al detalle todos los senderos de las montañas y eran diestros navegantes, expertos y audaces en las faenas del contrabando. Por estas mismas costas se introducía propaganda revo­ lucionaria editada en el exterior, salían emisarios liberales pa­ ra hacer contactos con la emigración y entraban los agentes de Falcón para dar instrucciones al movimiento guerrillero. A fines de 1860, el gobierno se dispuso a exterminar las bases guerrilleras para cortar las líneas de abastecimiento con el exterior. La ofensiva duró tres meses. Se inició los primeros días de noviembre después de concentrar una considerable fuer­ za militar. Los federales cometieron también aquí el error de hacer una guerra de posiciones. El 12 de diciembre se atrin­ cheraron en Canaoba, donde pelearon reciamente hasta ser des­ alojados por piezas de artillería. La resistencia continuó en Mo­ roncito que era una especie de capital de la zona guerrillera. Nuevamente la artillería del gobierno ganó el combate. Des­ pués de sufrir numerosas bajas, los federales abandonaron las poblaciones cuyo absoluto control habían ejercido desde que se inició la guerra. De este modo quedó eliminada la introduc­ ción de material bélico por las costas de Yaracuy y Carabobo. La caída de esta zona guerrillera fue un duro golpe a la causa liberal. En los meses finales de 1860, la Federación 1C7

DEL RIO TOCUYO DE LA COSTA-'

COSTAS dt PUERTO CABELLO 1 SIERRA dt CARABOBO

DE AROA

ALBARICO SAN FEL IPE

EL CAMBUR

CHORONIy OCUMARE DE LA COSTA

COSTAS DE MORON Y PUERTO CABELLO Por la boca del Aroa y en las costas de Puerto Cabello, los combatientes federales de Yaracuy y la sierra de Carabobo recibían fusiles, pólvora y otros elementos de guerra.

atravesó un período de graves reveses que afectaron mucho su influencia y prestigio. Después de la tremenda derrota de Co­ pié y la fragmentación del ejército federal, las fuerzas que que­ daron actuando en diversas regiones del país sufrieron costo­ sas pérdidas. Fracasó la invasión de Mérida y Trujillo. Julio Monagas fue diezmado cerca de San Mateo. Dos intentos por tomar a Guanare terminaron por causar la ruina de los gru­ pos revolucionarios de Portuguesa. La última ciudad impor­ tante que tenían en los llanos, Barinas, fue desocupada en diciembre ante la victoriosa acometida conservadora. La repre­ sión alcanzó enormes proporciones. El gobierno se valía de los descalabros de la revolución para atacarla a fondo. Las cárce­ les se repletaron de prisioneros políticos y militares. Hasta el inhóspito islote denominado Bajo Seco fue destinado a la re­ clusión de centenares de liberales cautivos. La causa federal fue sacudida por el abatamiento y las desmoralización; en el mando de las guerrillas imperaban dudas, divergencias y te­ mores. Al perderse las costas de Morón y la boca del Yaracuy se desplomó la introducción de armas desde Curazao que equipa­ ba a los guerrilleros de Gabriel Guevara y de otros jefes fede­ rales. Quedó clausurada una arteria logística que había man­ tenido el puño crispado y beligerante de la revolución. El vital tráfico no volvería a reanudarse sino dos años después, cuan­ do Falcón y Guzmán Blanco se instalaron en Churuguara, Maxi­ miliano Iturbe monta el dispositivo de recepción en las costas corianas y Jacinto R. Pachano se ocupa de nutrir las embarca­ ciones que salen de Curazao. Entonces Curazao volvió a ser una fuente constante de fusiles, pólvora, piedra de chispa y municiones; sostén de los fuegos de las guerrillas federales: “Lo que reúnas allí envíalo para la adquisición de todos los demás elementos que se nece­ sitan, sobre todo recomienda que vengan más piedras de chis­ pas y pistones de fusil tan abundantes como se pueda, pues esto se consume m ucho.. 157

157 Archivo del mariscal Juan C. Falcón, carta de Falcón a M. Itur­ be, 14 de noviembre de 1862, tomo I, pág. 145. 169

Y Curazao no tenía derecho alguno a fallar: “Con pena y disgusto, hasta con desesperación he visto tu carta en la que me anuncias que el bote no trajo pólvora, por lo que media hora después de recibida la correspondencia salen estas cartas para que ustedes hagan salir esos botes sin perder momen­ tos. . 158

158 Ibídem, tomo I, pág. 120. 170

A ese Precio Preferimos Triunfar Solos !

Cuando Zamora hizo la campaña de Barinas, en 1859, lo­ gró la pólvora, las municiones y las piedras de chispa de la Nueva Granada. Los medios de pago no eran difíciles ya que el ganado que se recogía en la sabana o se tomaba en los co­ rrales de los propietarios servía de buena moneda. Morton en­ cabezó varias comisiones encargadas de llevar ganado y regre­ sar con pertrechos. Los federales también recurrían a cueros, plumas de garza y tabaco, artículos bien aceptados por los tra­ ficantes de la frontera. De manera que las guerrillas conta­ ban en los llanos apureños y barineses con recursos para con­ tinuar la guerra. El negocio de las armas se hacía utilizando la larga fron­ tera en la región del alto Apure y del Arauca. En aquellas soledades, con infinidad de pasos y caminos, prácticamente no había gobierno. Por los lados del Casanare se encontraba una numerosa emigración liberal huyendo de la represión de los con­ servadores. Allí se juntaban refugiados políticos y a su lado quienes buscaban un lugar para aventuras y malas cuentas. El medio natural brindaba protección al contrabando. No se re­ quería de mucha astucia para burlar a los escasos comisarios en aquel vasto territorio. Las limitaciones las imponía la propia geografía. Las dis­ tancias, los malos caminos, la inclemente travesía y el rudi­ mentario transporte obligaban a reducir las cargas y oponía severas dificultades al abastecimiento. En la época de lluvias, la región era intransitable; se desbordaban ríos y caños; se anegaban las llanuras; el lodo y las aguas lo cubrían todo. El traslado de las armas se convertía en una dura odisea. Aun en temporada de verano no resultaba una tarea fácil. El arma­ mento sufría con el trajín, los golpes y el polvo; las piezas quedaban inutilizadas o con fuertes averías. El peso de las cajas de plomo se hacía intolerable. En tales condiciones, los elementos de guerra llegaban a alcanzar elevadísimos precios y poco rendía el esfuerzo invertido en su adquisición y trans­ porte.

Con el transcurso de la guerra comenzaron a reducirse las posibilidades de sacar ganado, pieles y tabaco de los llanos. La contienda desvastaba al país. Florecientes poblaciones se redujeron a ruinas. Potreros y sembrados acabáronse hasta las raíces. Barinas y San Fernando fueron convertidas en cenizas. Guanare y Nutrias saqueadas. Los hombres se iban con las guerrillas o eran reclutados por el gobierno. Quienes no en­ traban a la guerra huían hacia las poblaciones andinas. La tea y el pillaje de ambos bandos agobiaron las tierras y las ciudades. Hubo épocas en las cuales las guerrillas federales no lo­ graban ni la comida menos aún podían negociar con los trafi­ cantes de la frontera. La pobreza y los altos precios hicieron prohibitiva la adquisición de las armas o la redujeron a tér­ minos bastante escuálidos. El material no era diferente al que se obtenía en Curazao o en las Antillas: viejos fusiles ingleses y franceses de la época napoleónica; la mayoría eran armas de chispas, otros, más nuevos, funcionaban con el sistema de pistón. Una buena parte procedía del comercio inglés; sin embargo casi todas las anti­ guas armas de encendido de pedernal eran las mismas con las cuales habían combatido patriotas y realistas durante la gue­ rra de la Independencia. En 1860, después de la muerte de Ezequiel Zamora, cuan­ do el ejército federal quedó sin suficiente material de guerra para intentar la captura de Valencia, Falcón prefirió buscar la vía de los llanos. Su idea es alcanzar la frontera de la Nueva Granada donde podía encontrar pólvora y municiones: “En

Apure era evidente que se allanaba una de las dos grandes necesidades de aquellos días, la necesidad de la subsistencia, por la abundancia de ganado para las tropas y de pastos para la caballería; mientras que la otra, más imprescindible toda­ vía, de carácter mucho más urgente, la de proveerse de muni­ ciones de guerra, ofrecía menos inconvenientes para la comu­ nicación con la vecina República.. . ”. 159

Como se sabe este plan no resultó. Una desacertada con­ ducción militar facilitó la victoria conservadora en Copié y 159

174

Jacinto R. Pachano, Biografía del mariscal Juan C. Falcón.

los federales se vieron obligados a dispersar el ejército reuni­ do por Zamora al cual se habían agregado loa contingentes de Monagas y Sotillo llegados de las provincias orientales. Falcón proyectaba hacerse fuerte en Apure; acopiar ga­ nado y otros recursos; organizar la introducción de armas des­ de la Nueva Granada; convertir la montonera desarmada en un ejército bien equipado. Pero aquellas formaciones guerrille­ ras se habían unificado bajo el influjo y las victorias de Ezequiel Zamora, teniéndolo a él como centro de poder, y perdie­ ron gran parte de su capacidad combativa con la muerte del caudillo, la retirada del Tinaco, la desconfianza hacia el nuevo mando y la carencia de pertrechos. Las trincheras de Cala­ bozo y San Fernando fueron demasiado para su espíritu de­ bilitado. Andaban bajo el signo de la derrota y la dispersión. Una vez consumada la fragmentación que impuso Copié, la Nueva Granada continuó siendo, sin embargo, una espe­ ranza para aliviar la pobreza de armas e intentar de este modo la acumulación de fuerzas, la recuperación de las derro­ tas, la vuelta a la ofensiva. Falcón tomó la misión en sus ma­ nos. Por la vía del Amparo traspasó la frontera y comenzó su gestión en la vecina República en solicitud de los fusiles, la pólvora y las municiones que exigían las cartucheras vacías de los federales. “Nos preguntamos, ¿qué falta cuando en masa nos acompañan los pueblos, cuando el enemigo no puede hacer sino la guerra defensiva, cuando la Federación está en el cora­ zón de todos. . . y cuando, al cabo de cuanto hemos hecho, seria mengua dejar de completar la obra?. . . la posesión de los elementos de guerra, en la escala que la empresa acometida los dem anda.. 160

En la Nueva Granada, los federales encontraron la soli­ daridad y el apoyo del Partido Liberal. El liberalismo vene­ zolano y el neogranadino sostenían ideas comunes sobre dife­ rentes problemas políticos. En sus declaraciones programáti­ cas compartían puntos de vista similares en torno a la orga­ nización democrática del poder, la extensión del sufragio, las libertades públicas, la abolición de ciertos privilegios que las

160 González Guinán, op. cit. carta de los jefes federales a Juan C. Falcón, Apure, 3 de abril de 1860, tomo VII.

175

leyes y las costumbres concedían a los grandes propietarios, así como otras reformas civiles y constitucionales. Especial difusión había tenido en las filas del liberalismo en ambos países la idea de reconstruir la Gran Colombia, di­ suelta a consecuencia de la acción separatista de Páez y sus partidarios. Incluso liberales venezolanos y neogranadinos enarbolaban la consigna de integrar una federación de repúblicas latinoamericanas regida por principios democráticos aun cuan­ do no concretaban ni su estructura ni su orientación política. Desde hacía muchos años los vínculos entre ambos Parti­ dos eran bastante estrechos. Antonio Leocadio Guzmán jugó un destacado papel en la prensa liberal de la Nueva Granada y muchos de sus compañeros participaron activamente en la política del país. Después de la derrota de Copié, numerosos oficiales del ejército federal se alistaron en las fuerzas del general Tomás Cipriano Mosquera alzado contra el gobierno conservador de Mariano Ospina. Los venezolanos liberales se integraban a las luchas del Partido Liberal en la Nueva Granada como si se tratara de nacionales, sin medir diferencias. Encabezaban ambos partidos una lucha armada contra la oligarquía conservadora. No era extraño que consideraran esta vinculación como algo natural y legítimo y se prestaran apoyo mútuo. Desde las primeras luchas guerrilleras hubo flujo de ele­ mentos de guerra por la frontera en el alto Apure aunque en pequeñas cantidades debido a las dificultades que hemos visto. El federalismo de Portuguesa, Barinas y Apure se benefició de este tráfico sin poder encontrar una mejor vía para su lo­ gística. Martín Segovia repuso muchas veces su pólvora y mu­ niciones trayéndolas por El Amparo. Otras rutas del Arauca y del Casanare permitieron pertrechar a las guerrillas de Na­ tividad Petit, Martín Espinosa, P. M. Rojas, Aranguren y a la mayoría de los grupos federales que actuaban en los llanos. Cuando Falcón aprueba la decisión de ir personalmente a la Nueva Granada el proyecto abarcaba más de lo que hasta entonces había significado aquel abastecimiento menudo. Los jefes federales que reunidos en asamblea confieren a Falcón el encargo piensan en dar una solución estable y definitiva a la escasez de material de guerra; consideran que por esta vía 176

van a encontrar medios que los ayuden a superar la inferio­ ridad de condiciones y a obtener la victoria. Pero en la Nueva Granada están gobernando los conser­ vadores. Falcón encontrará a su paso la severa vigilancia de las autoridades y la importancia de sus amigos. Los planes elaborados en Misión Abajo no tienen éxito. Apenas los libe­ rales de las provincias de Santander, Bolívar y el Magdalena acuden en auxilio de los revolucionarios venezolanos y facili­ tan recursos económicos, relaciones y partidarios que colabo­ rarán en la medida de sus posibilidades a que la frontera siga suministrando armas a las guerrillas. El 18 de julio de 1861, las tropas de Tomás Cipriano Mos­ quera entran a Bogotá. Mariano Ospina es derrocado y se instala un flamante gobierno liberal. La situación cambiará favorablemente para el liberalismo venezolano que desespera por dotarse de recursos: “Por fortuna para los liberales, en la guerra de esta República triunfaban los liberales y había de encontrarse protección y apoyo para obtener municiones y otros e l e m e n t o s 1,1

A la hora del triunfo, Falcón no se encuentra en la Nueva Granada. Apenas hace unos días ha desembarcado por las cos­ tas de Casicuro trayendo junto a él el parque que tantas ve­ ces había ofrecido a sus soldados y que ha adquirido en las An­ tillas después de numerosas humillaciones. A Bogotá va An­ tonio Leocadio Guzmán con un haz de apremios. Utilizando su prestigio y los servicios prestados a la causa del liberalismo neogranadino, Guzmán inicia largas entrevistas con los personeros del nuevo gobierno. El viejo agitador entrega todos sus bríos a la misión. Ya no es la fulgurante figura del 40, pero su pasión todavía no se ha apagado. A los triunfadores no les sobran las armas porque han hecho una guerra que consumió elementos y es poco lo que pueden ofrecer. No faltan en el escenario quienes sólo se mues­ tran dispuestos a atender la solicitud de los venezolanos a cam­ bio de compromisos políticos. Sin embargo, los votos de amis­ tad no van a quedarse en retórica. El Partido Liberal de la Nueva Granada se siente obligado a tender la mano a los Level de Goda, op. cit. pág. 440. 177

federales venezolanos y cumplir las promesas proclamadas en los años de infortunio. Precisamente cuando están entrando victoriosos a Bogotá en el momento de mayor represión contra el liberalismo en Venezuela. El 19 de julio, Gual ha decretado las más severas medidas de persecución política a fin de liquidar a sus adver­ sarios. Se establece el fuero militar para juzgar y condenar a todos los comprometidos en actividades subversivas y la pena de fusilamiento a quienes mantengan comunicación con los federales; se prohíbe la publicación de noticias o comentarios sobre las operaciones militares y queda sometida a castigo la publicación de folletos o periódicos favorables a las ideas de la Federación. Las autoridades conservadoras desatan una cam­ paña de detenciones en todo el país y ordenan activar las ac­ ciones militares contra las guerrillas. Es el gobierno de los “epilépticos”, el ala más reaccionaria del Partido Conservador. “No concedamos tregua a la revolu­ ción social que nos devora. Combatirla en las ciudades, en los pueblos y en los campos, perseguirla hasta en sus últimos atrin­ cheramientos, castigarla ejemplarmente y consolidar un go­ bierno que resista con vigor el combate de enfurecidas pasio­ nes, ese es mi programa .. . ”, dice Angel Quintero trémulo de

ira y golpeando la tribuna del Congreso cuando acepta el car­ go de Designado y Ministro del Interior. De sus manos salen las órdenes para que sean sometidos a juicios militares todos los sospechosos de auxiliar a los federales: “Sus cómplices, au­

xiliadores y favorecedores en las poblaciones y en los campos, serán sometidos al juicio y penas que establecen el código mi­ litar”, puntualiza una orden. Otro oficio instruye a las auto­

ridades para que encarcelen inmediatamente a quienes pongan a circular o introduzcan al país periódicos, panfletos y hojas sueltas “encaminadas a fomentar la salvaje revolución que combate el gobierno nacional”. Una resolución dictada a los comisarios y jefes civiles dispone el reclutamiento obligatorio de todos los hombres entre los 15 y 60 años en un plazo de 24 horas. En el aspecto militar, la situación de los revolucionarios no era menos precaria. Aún sufrían las consecuencias de los desastres de fines de 1860 y comienzos del 61, cuando la Fe178

deración “lo había perdido todo, todo. . . ”. 162 El gobierno con­ trolaba, sin que se le hiciera casi ninguna resistencia, las pro­ vincias de Maracaibo, Táchira, Mérida, Trujillo, Barquisimeto, Yaracuy y Coro. Apenas en los alrededores de Barquisimeto se mantenían las guerrillas comandadas por Patiño. En Apure y Portuguesa, estaban a la desbandada. En Barinas, después de la derrota sufrida en la Mesa de Barinas, Pedro M. Rojas se había refugiado en la Nueva Granada. En Cumaná, José Eusebio Acosta, demostrando sus extraordinarias ha­ bilidades como jefe guerrillero, era capaz de sostener las ope­ raciones de hostigamiento. Lo habían obligado a retirarse de Río Caribe, pero aprovecha que Sutherland sale de Cumaná con sus principales fuerzas y toma la ciudad por sorpresa apoderándose de algunos elementos de guerra. Sin embargo, Oriente no se ha recuperado de las trágicas pérdidas sufridas por Sotillo y de la muerte de Julio Monagas. En Coro, aco­ sados por el hambre, 500 hombres asaltan las posiciones del poblado. No se proponen tomar la ciudad, sino llevar al cam­ pamento en la sierra algunas cargas de provisiones. Antonio Leocadio Guzmán no pierde su tiempo para con­ vencer a Mosquera y a sus colegas de cuanto necesitan los venezolanos. Pero sólo es en junio de 1862 cuando escribe a Loreto Arismendi, entonces en la jefatura del estado mayor de Rojas, anunciándole el éxito de sus gestiones. Ya para ese momento, la situación de la Federación en Barinas y Portu­ guesa no es tan desesperada. Gracias al tráfico de armas que viene haciéndose por la frontera, después de la caída del go­ bierno de Ospina, las guerrillas han podido recuperar cierta fuerza. En febrero de ese año, Rojas ha obtenido un sorpre­ sivo triunfo sobre los conservadores en el sitio denominado El Mamón. Como consecuencia de este suceso, la provincia toda de Barinas queda abierta a la ofensiva de los revolucionarios. El coronel Herrera, sintiéndose en condiciones desventajosas, abandona la ciudad de Barinas y Rojas entra en sus calles proporcionando una gran victoria moral a los federales. Dueños de Barinas, que daba poder sobre numerosas vías de comunicación con la Nueva Granada, se intensificó la in162 Ibídem, pág. 360. 179

troducción de armas. Las comisiones que viajaban a fin de in­ tercambiar ganado por municiones se hicieron más frecuen­ tes: " . . . estaban aguardando por momentos al señor Juan F. Altuna, quien debía venir de la Nueva Granada con un carga­ mento de municiones, materias primas para elaborarlas, co­ bijas y hasta algunos vestuarios. Todo esto adquirido a cam­ bio de ganado y de dinero que había llevado A ltu n a ...”. 163

El viejo Guzmán despachó desde Bogotá un parque de conside­ rables proporciones por la vía del Arauca. La afluencia de armas desde las fronteras, gracias a las facilidades otorgadas por el general Mosquera, permitió a los federales de Barinas no sólo equiparse sino incluso enviar car­ gas de pólvora y municiones a sus compañeros de Cojedes y Barquisimeto y en algunas ocasiones hasta al propio cuartel general de Churuguara cuando se cortaban los suministros de Curazao. Pero la corriente de armas proveniente de la Nueva Gra­ nada, que tanta ayuda prestaba a la causa federal, trajo junto a ella algunos conflictos políticos. Las armas que llegaban por la frontera del Arauca avivaron el aliento fusionista de los viejos liberales que querían reconstruir la Gran Colombia co­ mo en los tiempos del Libertador. Antonio Leocadio Guzmán veía en este movimiento, además de la realización de un em­ peño puntero del programa del Partido desde los tiempos de sus disputas con Páez, la posibilidad de una sólida unión con el victorioso liberalismo neogranadino como el único camino para liquidar a sus enemigos de la oligarquía conservadora. A la llegada de Mosquera al poder, una de las primeras medidas dictadas en Bogotá fue decretar el estado de “no beligerancia” que permitía al gobierno favorecer a los federales. Sin em­ bargo, ésto no bastaba. Se requería que los liberales venezo­ lanos declararan la unión con la Nueva Granada: “ . . . por

este medio podían los federales de Venezuela recibir auxilios ostencibles de elementos de guerra y el decidido apoyo del go­ bierno de aquella República, al paso que, de otra manera, el 163 Ibidem, pág. 490. 180

apoyo del general Mosquera y los auxilios que diera, no podía ser sino ocultamente. . 164

Antonio Guzmán Blanco y otros dirigentes del liberalis­ mo eran fervorosos adictos a tales ideas. Bogotá exigía su aplicación como condición para incrementar la ayuda en ar­ mas y dinero. De modo que los pronunciamientos no tarda­ ron en producirse. Al despacho de Mosquera comenzaron a lle­ gar los comisionados venezolanos. En una mano traían los acuerdos en los cuales constaba el testimonio de las asambleas constituyentes de las provincias de Venezuela declarándose es­ tados “colombianos” y en la otra un pliego de peticiones de fusiles, pólvora y municiones. Mosquera había dictado un de­ creto cambiando el nombre de Nueva Granada por Colombia a fin de facilitar la incorporación de los nuevos estados. En abril de 1862, el general Acevedo reunió en Caucagua a todos los jefes guerrilleros del Tuy y Barlovento. Una Asam­ blea Constituyente declaró el territorio “estado colombiano bajo el nombre de Estado Caracas”. El general Pedro M. Rojas pa­ trocinó una asamblea parecida y Barinas también se hizo estado colombiano. El influjo fusionista se encontraba en su más alto nivel. La aureola de las victorias obtenidas en la Nueva Granada prestaba aliento y apoyo a sus partidarios. Como una oleada se propagaba el entusiasmo por el ejemplo de Bogotá donde ya flameaba, en la espada de Mosquera, el gobierno de los liberales. Siguiéndole los pasos a las asam­ bleas de Caucagua y Barinas, las provincias de Oriente se aprestaron también a declararse estados de Colombia. Para la mayoría de los liberales de ambos países, la Fe­ deración Colombiana representaba no una gestión romántica sino un imperativo de la necesidad a fin de darse ayuda mu­ tua en la lucha contra los conservadores. Para los combatien­ tes federales no existía en aquel momento mayor apremio que el impuesto por la pobreza de sus pertrechos y la inferioridad en el terreno militar. La carta de la Federación Colombiana les ofrecía la seguridad de una fuente de recursos en la fron­ tera para llevar la lucha armada hasta su final victorioso. 164 Ibídem, pág. 360. 181

Él cuartel general de Churuguara no compartía plena­ mente esta tendencia. Falcón y Guzmán Blanco deseaban apo­ yo y auxilios, pero no al precio de desplazar al poder a Bogotá. Porque tal era el precio inevitable que costaba la solidaridad de la Nueva Granada. Pólvora y municiones a cambio de la “anexión” a Colombia, resultaba un compromiso inaceptable. Para Falcón y Guzmán Blanco la dirección de la revolución saldría de Churuguara si se aceptaban las condiciones de Bogotá. Polemizando con su padre, quien era el principal inspi­ rador de la campaña fusionista, Antonio Guzmán Blanco le escribe una reveladora carta: “Tú, que te formaste en Co­ lombia, que la vistes viviente, que oíste a Bolívar; tu tienes un mundo delante que la generación que yo pertenezco no co­ noció, y de aquí que a tí te parezca natural lo que a mi me causa disgusto. Tú has estado treinta años esperando a Co­ lombia como la verdadera Patria y yo los he empleado en amar a Venezuela como la Patria única. Tú encuentras hoy a tu Pa­ tria, porque la Patria como la madre no es más que una; pero por lo mismo yo me figuro que me quitan la mía, para impo­ nerme otra que no la siento del mismo modo en el corazón. De aquí que todos hayamos repugnado la anexión. A ese precio preferimos triunfar solos. . . ”. 165

Cuando en el cuartel general de Churuguara se cierra el paso a la carrera de pronunciamientos y se envían presurosas delegaciones a Caucagua y Barinas a fin de cortar el empeño anexionista han cambiado las condiciones. Ya las vías del Arauca no son las únicas esperanzas para el abastecimiento de elementos de guerra. Jacinto Pachano está en Curazao. Maxi­ miliano Iturbe asegura goletas y botes en las costas corianas. La Junta Liberal promete un envío regular de pertrechos. El cuartel general se considera capaz de nutrir de poder de fue­ go a los combatientes federales. Ya no volverán a las penurias del año 1861. Si otras fueran las circunstancias y el movi­ miento federalista no tuviera más alternativas que acudir a la frontera de la Nueva Granada, Falcón y Guzmán Blanco 165 La Doctrina Positivista, carta de Guzmán Blanco a su padre, citada por Lisandro Alvarado, tomo I, pág. 353.

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se vieran en aprietos para hacer cumplir sus instrucciones. La Federación está en una encrucijada: o se armaba como diera lugar o sucumbía ante la superioridad de sus enemigos. Si el cuartel general de Churuguara no está en situación de ofrecer y dar suministros, si Curazao no puede surtir las costas barloventeñas y Trinidad no llena en algo las exigencias de los revolucionarios orientales, las necesidades logísticas tomarán inevitablemente el rumbo del Arauca y Casanare aun al precio de los pronunciamientos a favor de Colombia como habían he­ cho Caucagua y Barinas. El “preferimos triunfar solos” rompe el avance de la unión con la Nueva Granada. Falcón y Guzmán Blanco no quieren arriesgar su dirección política y se confían a los abas­ tecimientos porvenientes de las Antillas, los cuales les permi­ tían mantener bien sujetos los atributos del mando de la re­ volución.

183

Cuando Amanece Ya no hay ni Señal de lo que Ocurrió en la Madrugada

Al pasar Antonio Guzmán Blanco a la dirección de la gue­ rra en las provincias centrales una de sus principales ocupa­ ciones fue intensificar el contrabando de elementos de guerra. Falcón designó a Guzmán Blanco en agosto de 1862 aprove­ chando que Miguel Acevedo, quien no gozaba de la confianza de Churuguara, había sido desplazado del mando por un gru­ po de sus oficiales. Acevedo venía ejerciendo la jefatura su­ prema de las guerrillas federales en los alrededores de Caracas. Las costas del litoral central eran lugares de introducción de armas desde los primeros días de la guerra civil. ‘‘El gene­

ral Acevedo se sostenía en Barlovento, gran centro federal, por doyide se hacía introducciones de parque del extranjero.. 166

Los desembarcos se efectuaban por las playas de Ocumare, en las cercanías de Higuerote y Carenero o internándose en pe­ queños botes por la boca del río Tuy, con el apoyo de la po­ blación y gracias a que la vigilancia del gobierno no podía cu­ brir tan grande extensión de costas. Las guerrillas de Lander, Paz Castillo, Luciano Mendoza, Antonio Bello, Martín Gómez, Miguel Acevedo y otros se ha­ bían equipado en esta forma. Los vínculos del litoral con Cu­ razao y Aruba eran muy antiguos. Los moradores de la costa venezolana solían concurrir a las islas vecinas a fin de hacer contrabando de licores, telas y toda suerte de mercancías en pequeña escala. Eran muy prácticos en estos menesteres. Su extraordinaria pericia era buena ayuda para los revoluciona­ rios. Antiguos esclavos o sus descendientes, víctimas de la ex­ plotación en las haciendas cacaoteras y de los azotes en los botalones, siempre fueron activos partidarios de la causa fe­ deral a la cual identificaban con soñadas y latentes vivencias libertadoras y justicieras. Tan pronto arribaban las embarcaciones, los vecinos acu­ dían a descargar los pertrechos, ocultarlos o transportarlos has166

Level de Goda, op. cit. pág. 444.

ta los campamentos federales con entusiasmo y gran destreza:

“¿Ve usted como yo tenía razón 1 Toda vigilancia es nula en una costa tan extensa y donde jefes, oficiales, soldados, las mujeres y hasta los muchachitos salen a recibir, transportar y defender la preciosa mercancía, de modo que cuando amanece ya no hay ni señal de lo que ocurrió en la m adrugada.. 167

Se hubiera necesitado una numerosa flotilla de guerra y guarniciones bien distribuidas a lo largo de todo el litoral para contener aquel tráfico. Estos requerimientos resultaban inal­ canzables para un gobierno ya bastante maltrecho por la con­ tienda revolucionaria, que no disfrutaba del apoyo de las ma­ sas volcadas a favor de las armas federales. La embarcación contrabandista no se adelantaba nunca al día fijado para su llegada a fin de encontrar en disposición de recibirla a los liberales de la zona. Podía atrasarse en re­ lación al día acordado ya que la guerrilla apostada en la playa aguardaría en la cercanía. En la noche se fijaba una cande­ lada en la orilla como señal de que la espera estaba lista. Se convenía en otras señales para identificar la nave. El conoci­ miento profundo de las costas facilitaba las operaciones. Des­ pués de recibir una remesa de material de guerra de Curazao, Guzmán Blanco se jactaba de que la carga había llegado: “con toda facilidad; ni un zancudo molestó a sus conductores. . . ”. 168 Cuando el gobierno establecía en determinados puntos al­ guna fuerza militar, los federales se las ingeniaban para bur­ lar a sus enemigos mediante la fuerza o la astucia. Era deci­ sivo en este aspecto seleccionar un buen sitio de desembarco de modo que los abastecedores y sus embarcaciones no corrie­ ran peligro. Los escurridizos contrabandos debían efectuarse en un terreno propicio que favoreciera el apoyo de las guerri­ llas federales: “Yo estoy listo para cuando se me avise para

apoyar el desembarco. Esto debe hacerse por el puerto de Turiamo, porque este punto nos ofrece todas las comodidades de utilidad para que se efectúe sin ningún contratiempo, pues

167 Archivo del Mariscal Juan C. Falcón, carta de Guzmán Blanco a Moller, Guatire, 1 de marzo de 1863, tomo I, pág. 163. íes ídem.

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COSTAS ORIENTALES Otras armas eran introducidas por las costas situadas entre Barcelona y Cumaná.

aunque en esa costa no falta quien la resguarde, los buques que la hacen son botes que sólo cargan diez hombres y no va­ le la pena para estorbarle. En una goleta cualquiera puede venir el pertrecho y desembarcarse sin ningún riesgo. Dígame el día en que debo estar preparado allí esperándolo, que yo respondo con mi cabeza que lo tom aré.. . ”. 169

Las armas y pertrechos que llegaban a las costas barloventeñas, después de 1860, provenían del dispositivo organizado por Falcón y Guzmán Blanco en Curazao, con la asistencia de la Junta Liberal y de Jacinto R. Pachano. Desde Curazao se podía actuar con más o menos descaro. La isla está situada a escasas 38 millas de la costa. Las goletas sólo necesitaban que se les indicara el lugar donde entregar su carga para des­ lizarse en el extenso y vulnerable litoral venezolano. Cuando Antonio Guzmán Blanco —muchos años después— estableció su dominio absoluto sobre el poder, no faltó entre sus proyectos, aconsejado por la experiencia, eliminar este ex­ traordinario privilegio que disfrutaba cualquier alzado contra el gobierno. Propuso a Holanda iniciar negociaciones a fin de adquirir la isla para la soberanía venezolana. Pensaba el “Ilus­ tre Americano” que así podía borrar definitivamente de los recursos de sus enemigos el santuario de Aruba y Curazao. Las gestiones no dieron resultado y las posesiones holandesas con­ tinuaron siendo un centro de operaciones de los conspirado­ res venezolanos y de los vendedores de armas hasta comienzos del siglo X X cuando el imperialismo norteamericano impuso su total hegemonía en las aguas del Caribe. Curazao recobraría su viejo papel, aunque fugazmente, en 1929, al caer bajo el audaz asalto de Gustavo Machado y Rafael Simón Urbina para servir de trampolín contra la fortaleza gomecista. Al tomar el mando de la Federación en las regiones cen­ trales, Guzmán Blanco percibió inmediatamente que habían dos problemas decisivos a fin de librar con éxito la lucha ar­ mada en aquel frente. Uno era la falta de unidad en el mando, las rivalidades que separaban a los distintos jefes guerrille­ ros y que amenazaban con paralizar la acción militar. El otro 163 Ibídem, carta del general María Aular a Jacinto R. Pachano, noviembre de 1862, tomo I, pág. 102.

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era la pobreza de pertrechos cuyas consecuencias se hacían sentir duramente sobre la capacidad de operaciones de las gue­ rrillas. Guzmán Blanco no era un guerrero. En los propios círculos revolucionarios se hacía mofa de su título de general y de sus pretensiones de conducir tropas. Pertenecía al grupo de “los patiquines de Juan”, según el mordaz decir de Zamora. Había ascendido a los más altos niveles de la jerarquía en el ejército federal gracias a su influencia en el ánimo de Falcón y al pres­ tigio protector de su padre. No era un hombre de armas, for­ jado en los campamentos y montoneras; no tenía el pecho cur­ tido de lanzasos; pero ni sus propios enemigos podían negarle su extraordinaria lucidez como político. Y era su conocimiento del arte de la dirección política lo que le permitía no se le escapara el dominio de los problemas estratégicos fundamenta­ les de aquella guerra. En Guatire, donde instaló su cuartel general, después de someter al análisis las cuentas militares que le entregaban sus nuevos tenientes y tomarle personalmente el pulso a la situación, atribuye a la falta de unidad revolucionaria y de su­ ficientes elementos de guerra la deplorable condición en la cual encuentra a las regiones centrales: "La falta de unidad y de

concierto, por una parte, y por la otra la escasez de municio­ nes han hecho improductivo o menos productivo de lo que de­ bería el inmenso capital de fuerzas y elementos bélicos que en­ cierran los estados centrales”.

La falta de cohesión en el mando y en las filas del movi­ miento federalista y la escasez de armas y pertrechos no eran factores que estaban completamente desvinculados. Guzmán Blanco demostraría como la posesión de las armas puede con­ vertirse en un factor esencial para la creación de un centro único de poder. Desde que fue reconocido, y no sin reservas, como jefe supremo en el frente central y delegado de la autoridad de Juan C. Falcón, el hombre dispuso como primera ocupación la introducción de armamento desde el exterior. Hizo se recogie­ ran fondos apelando a todos los recursos. Se tomaron las cose­ chas de las fincas cacaoteras y fueron embarcadas hacia las Antillas. Igual se hizo con los rebaños de ganados. A cambio,

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los propietarios recibían bonos y vales firmados por el caudillo federal. La zona central era uno de los frentes más importan­ tes por su cercanía a la capital de la República. Las guerrillas se habían mantenido hostilizando al gobierno, aunque en condi­ ciones muy irregulares e inestables. En agosto de 1859, cuando la caída de Julián Castro y el golpe del coronel De las Casas contra el “gobierno de San Pablo”, el movimiento guerrillero llegó a adquirir tal magnitud que se convirtió en una arrolla­ dora insurrección de masas apoderándose de la mayoría de las poblaciones que rodeaban a Caracas. Fueron destituidas las autoridades conservadoras y se formaron juntas de gobierno afectas a la Federación. El gobierno de Gual se vió precisado, entonces, a emplear las principales fuerzas del ejército para controlar de nuevo la situación. En Petare y El Valle se libraron encarnizados com­ bates. En El Valle fue derrotado el jefe liberal Pedro Manuel Lander por el comandante Rubín. Petare fue tomado a sangre y fuego por tropas bajo el mando del comandante Capó. Los revolucionarios resistieron en Guanare hasta que fueron desalo­ jados por la artillería. Charallave tuvo también que ser lim­ piado del control federal. Lo mismo se repitió en Los Teques, Turmero, La Victoria. Higuerote volvió a las manos del go­ bierno el 13 de septiembre. La batida general contra los insu­ rrectos se llevó a cabo con el apoyo de la goleta de guerra “Constitución”. En La Guaira y Maiquetía, la insurrección po­ pular la encabezó el general Aguado y se necesitó numerosos efectivos por mar y tierra para derrotarlo. A los federales no le quedó otra alternativa que dispersarse de nuevo en los mon­ tes de Barlovento y en las vegas del Tuy. La contra-ofensiva conservadora logró sus principales objetivos. La insurrección fue reducida. La amenaza directa al corazón político y militar de la oligarquía conservadora (“la capital comenzaba a carecer-

de artículos de primera necesidad, particularmente de ganados, porque los federales ocupaban las principales vías que condu­ cen a ella. . I7°) mermó hasta quedar convertida, después de

dos meses de agresivas operaciones, a pequeñas partidas que 170 Level de Goda, op. cit. pág. 200.

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merodeaban por los alrededores sin contar con muchos re­ cursos. Sin embargo, a pesar de todos los descalabros de 1859, la Federación siempre mantuvo grupos guerrilleros actuando en las cercanías de Caracas. Aún en mayo de 1860, cuando

“las guerrillas existentes eran, más que otra cosa, una protesta armada: la protesta de un partido. No combatían en el momen­ to, se dispersaban al primer amago __ ” 171 existieron impor­

tantes focos en Barlovento. Incluso después de la gran derrota del ejército federal en Copié, en plena fase de desmoralización y dispersión del movimiento armado, las guerrillas federales dominaban algunas poblaciones en los alrededores de Caracas como Parocoto, San Diego, San Antonio y San Pedro y eran muy frecuentes sus asaltos a los pueblos y caseríos del Tuy y Aragua. En junio de 1861, Martín Gómez y Antonio Bello ocupaban con más de mil hombres a Santa Lucía y fue nece­ sario que el gobierno se empleara a fondo para desalojarlos de sus trincheras. En mayo de 1862, eran suficientemente auda­ ces como para que Luciano Mendoza hiciera operaciones de em­ boscadas en Petare, Sabana Grande y Chacao y provocara la furia de Páez y el pánico de los círculos conservadores de la Capital. Pero las relaciones entre los diferentes caudillos guerrille­ ros estaban emponzoñadas por las rivalidades. Entre aquellos jefes curtidos en los trajines de la guerra, sobrados de valor, cada uno seguido por sus hombres con devoción casi mística, la disciplina y subordinación a una jefatura única era un proceder extraño que disminuía los méritos ganados en impetuosas cargas a machete limpio. Todos aspiraban a mandar. Mientras Zamora vivió, lo tuvieron como el jefe de todos, aunque siguie­ ran sin concierto, en medio de pugnas y zancadillas. Muerto Zamora y ausente Falcón, se acentuaron las diferencias y ren­ cillas. La marcha de las operaciones se quebrantó, mientras el gobierno recuperaba terreno y golpeaba con más fuerza al movimiento revolucionario. La división estrechaba los recursos y disminuía la capacidad táctica. Al regresar Falcón, se dispuso 171 González Guinán, op. cit. pág. 163. 193

dar coherencia y unidad al mando. Formó distritos militares que dependían del cuartel general. El Distrito del Centro com­ prendía a Carabobo, Aragua, Guárico y Caracas y fue colo­ cado bajo las órdenes de Rafael Urdaneta —el hijo del pro­ cer—, quien murió poco después durante una escaramuza. Guzmán Blanco fue enviado en abril de 1862. Comenzó sus actividades concentrando las guerrillas dispersas en Yaracuy. Sólo en septiembre fue reconocido en Aragua, Carabobo, Guárico y Caracas. Hizo de la obtención de las armas, de su abastecimiento y distribución, la primera preocupación del ejército. Las armas darían a Guzmán Blanco el poder para restablecer la autoridad, la disciplina y la unidad en las bandas federales. La línea logística tendida desde Curazao y el apoyo del cuartel general de Churuguara le sirvieron para someter a la subordinación a los díscolos comandantes guerrilleros. “Te­

nemos en el centro un ejército, en lugar de montoneras desor­ ganizadas, hay un plan de campaña trazado, cada jefe, cada fuerza tiene su puesto de ejecución o cumple instrucciones que lo apoyan, se ha reunido algún dinero y enviado una comisión a Curazao para que traiga pólvora, está recaudándose más, para que haya más dinero y venga más pólvora, y todas las fuerzas del Guárico se mueven, se organizan y pelean, empeñadas en proverse de subsistencias en cambio de la pólvora que les mando y el apoyo que les he prestado . . . ” m

Aquellos indóciles coroneles y generales no tuvieron más alternativa que aceptar como jefe supremo al “patiquín” por­ que era éste quien llenaba sus cartucheras. Agotadas las posi­ bilidades de que por su propia cuenta, como en los primeros tiempos de la guerra, hicieran comercio con las Antillas, las guerrillas estaban obligadas a acudir al cuartel general y a su delegado. Lo contrario hubiese sido correr el riesgo de ser diezmados, reducidos como estaban casi a la impotencia por la falta de pólvora y municiones. Guzmán cuidaba de mantener el suministro y que se hiciera en condiciones de igualdad a fin de no debilitar la autoridad adquirida: “A Césperes lo mandaré de segundo de Tovar, después que yo venga de Aragua, porque

172 Archivo del Mariscal Falcón, carta de Guzmán Blanco a Juan C. Falcón, Potrerito, 7 de octubre de 1862, tomo I, pág. 128.

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ahora lo necesito como Inspector del ejército de Caracas, depo­ sitario de los fondos que se recauden y encargado de recibir, elaborar y distribuir el parque que venga de Curazao para evi­ tar que los jefes rivales desconfíen de la igualdad proporcional con que se les tra ta . . . ” 113

Pero Guzmán no se abstuvo únicamente a Curazao. Orga­ nizó el tráfico de armas con la isla de Saint Thomas. Vendían las cosechas de cacao y adquirían municiones y pólvora. En 1862, comenzaron a venir de Saint Thomas goletas cargadas de fusiles, plomo, pólvora y piedras de chispas. Dirigía las operaciones de suministros el comandante Leopoldo Coronado, excelente marino y hombre de acción. Saint Thomas abastecía a los revolucionarios de Oriente, como lo hacían otras islas antillanas. Sin embargo, en cuanto se refiere a las provincias orientales, el principal centro de adquisición e introducción de elementos de guerra fue Trini­ dad. Los comerciantes ingleses tenían viejas armas en desuso. Las facilidades de comunicación y transporte con las costas venezolanas hacían el resto. Como hemos visto en capítulos anteriores, los agentes di­ plomáticos ingleses en Venezuela se mostraron partidarios de los dirigentes liberales, especialmente de los Monagas. B. Histon Wilson, quien fuera durante algunos de aquellos años de la guerra, el principal representante de la Gran Bretaña, no ocul­ taba su parcialidad a favor de los federales y públicamente se mostraba opositor a Páez. Cuando se agolparon las evidencias sobre las actividades conspirativas de Mr. Bingham, de manera tajante su complicidad en la introducción de armamento, las autoridades británicas hicieron gestos de aparente neutralidad. Un bergantín fletado por Juan Sotillo cayó en las redes de la Armada de Su Majestad al intentar desembarcar fusiles, pól­ vora y municiones en las costas del Cedro. El viejo Sotillo ya había pisado tierra venezolana y logró evadir a los gendarmes ingleses; pero todos los elementos de guerra fueron capturados y confiscados. A pesar de estos esguinces, los Monagas recibieron fre­ cuente cooperación de los británicos. Fue fácil a los federales 173 Ibíd., pág. 124. 195

de Oriente hacer negociaciones por armamento en las diversas posesiones inglesas del Caribe. El alzamiento del general Soti11o, en Santa Ana en 1859, fue equipado con elementos prove­ nientes de Trinidad. El año 1861 desembarcó en Barroso un parque el propio José Tadeo Monagas, después de remontar el Morichal Largo, con el apoyo de una guerrilla mandada por el famoso Tiburcio Lira. Otros desembarcos de armas provenientes de Trinidad se verificaron en 1861 y aumentaron en 1862 cuando José Eusebio Acosta dominaba una extensión considerable de las costas de Cumaná. Durante todos estos años, la introducción de elementos de guerra corrió siempre con los riesgos propios de esta empre­ sa. Fue mucho el parque que no llegó a su destino porque en la mitad del camino se presentó una fuerza superior del gobierno o porque una marejada diera final a la aventura. En otras ocasiones, la operación era sorprendida en las propias playas. Varios cargamentos cayeron de esta manera en las manos de los conservadores. Uno de ellos, comandado por Dionisio Figueredo con destino a Río Caribe, fue una pérdida particularmente dolorosa para la causa federal ya que lo esperaba Eusebio Acosta para dar vida a sus guerrillas. Cuando fallaba la línea de abastecimiento de Trinidad, los federales de Oriente se veían desposeídos de medios de guerra. Así ocurrió en enero de 1860. Sotillo buscó, entonces, el camino hacia el centro. Creía que en esa ruta o en su encuentro con Zamora y Falcón podía obtener los pertrechos que necesitaba. Los orientales tenían una abundante caballería, pero pobre­ mente armada. Abandonaron sus correrías por la provincia de Barcelona y los llanos de Maturín y fueron a reunirse con Falcón en la vía de Tinaquillo. La suerte adversa en San Carlos y los escuálidos recursos del ejército federal hizo que aquella unión diera muy pocos resultados. Después de Copié, Sotillo volvería a exigir de las fuentes trinitarias los instrumentos vitales para continuar la lucha armada. Ya el origen de las armas y pertrechos fuese Trinidad, Curazao, Saint Thomas o la Nueva Granada, hubo un factor que jugó un importante papel en la adquisición del material de guerra: la emigración liberal. 196

Las sucesivas oleadas represivas desatadas por la oligar­ quía venezolana conservadora desde la instauración del gobier­ no de Julián Castro arrojaron fuera del país a numerosos jefes y activistas del liberalismo. Los exilados se establecieron, en su mayoría, en las Antillas cercanas a las costas de Venezuela o en las zonas fronterizas de la Nueva Granada. Mientras se prolongó la guerra ésta emigración aumentó. Cada nueva derrota —y los federales anduvieron de derrota en derrota los cinco años de la guerra— significaba una nueva oleada de prófugos que buscaba refugio en el exterior. Muchos de los exilados volvían al país en las frecuentes invasiones que se organizaban en las Antillas o en la Nueva Granada. Otros, con menos aptitudes para la guerra, se quedaban fuera del país prestando útiles servicios a la revolución. La ocupación principal de los exilados era la adquisición e introducción de armas a Venezuela: “ .. .en Curazao, en Saint Thomas, en Trinidad no se ocupaban los venezolanos sino en la consecución de elementos de guerra y en los preparativos de invasión promoviendo alzamientos en el país. . . ” 174

Los recursos económicos para sufragar la compra de ar­ mas provenían de dos fuentes principales: el dinero tomado en la acción contra el enemigo como fruto de las operaciones de guerra y los fondos que se recogían entre los partidarios de la causa. En algunas ocasiones, los revolucionarios del interior del país no enviaban dinero sino cargas de cacao, ganado, cuero o mercancías de la más variada índole, productos de la captura en los asaltos a los recursos del gobierno. La venta de estos artículos se destinaba a respaldar las gestiones por la adquisi­ ción de los elementos de guerra. Estas actividades requerían cierto grado de organización. Las negociaciones con los vendedores de armas, el dispositivo para ocultarlas y enviarlas a Venezuela, la contratación de las embarcaciones y marinería, el enlace con las fuerzas federales en el interior del país, todo esto era un trabajo de envergadura imposible de cumplir sin dirección, organización y disciplina en el exterior. Además de armas, también se introducía propa­ ganda, periódicos, folletos, hojas impresas, con mensajes del 174 Level de Goda, op. cit. pág. 114.

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COSTAS O R I E N T A L E S y del G O L F O de PARIA

CARLPANO

YACUARAPARO

GÜIHI \

MATURIN

COSTAS ORIENTALES Y DEL GOLFO DE PARIA Las armas adquiridas en Trinidad por los Monagas y los Sotillos se introducían por las playas de Carúpano, en las costas de Güiria y Yaguaraparo o por los caños y ríos que salen al golfo. Estaban destinadas al abasteci­ miento de las guerrillas orientales.

movimiento federalista y las proclamas de sus principales jefes. Recuérdese como Gual, cuando los “epilépticos” tomaron las riendas del poder, dictó severas sanciones contra la introducción de propaganda a favor de los federales. La Junta Liberal formada por los exilados en Curazao tuvo una actuación destacada en todo el curso de la guerra. Desde Curazao prácticamente se organizó la insurrección de Coro, en febrero de 1859. Después, la misma Junta, cumplió una activa función en la logística de la revolución. En Saint Thomas se estableció, en 1858, una Junta Patriótica integrada por connota­ das figuras del liberalismo en el exilio, entre ellos Antonio Leocadio Guzmán. Fue esta Junta la que elaboró el primer programa de la revolución federal. Proclamó la prohibición de la esclavitud, de los títulos nobiliarios, de los mayorazgos, de los fueros, de los monopolios, de los privilegios, de los embar­ gos por causas políticas y de los castigos infamantes. Declaró sus principales objetivos de lucha la consagración de las garan­ tías individuales y el sufragio democrático. Para ser reconocido como Jefe Supremo del movimiento federal, el general Juan C. Falcón viajó a Saint Thomas a reunirse con la Junta Patrió­ tica y comprometer su adhesión al programa aprobado. Poste­ riormente, un grupo de exilados continuó trabajando en Saint Thomas en la adquisición y embarque de armamento con des­ tino a Venezuela. En la Nueva Granada también se estableció una numerosa colonia de políticos prófugos de Venezuela que contribuyeron a la causa federal, especialmente a incrementar la lucha armada en los llanos de Barinas, Apure y Portuguesa. En Trinidad formaron su cuartel general la mayoría de los caudillos federales de Oriente. Allí vivió y conspiró el viejo José Tadeo Monagas, acompañado de su tribu, y todos los Sotillo. Otros liberales se refugiaron en Martinica y Granada. Dedicaron sus ocupaciones a equipar expediciones y gestionar pólvora y municiones. “De cuando en cuando, así en los últimos

meses del año 1860 como en los primeros del 61, los emigrados de las Antillas y en la Nueva Granada, lograban introducir en Venezuela alguna pólvora, papel y plomo, por las costas del mar o por las del río Arauca, artículos aquellos más estimados enton­ ces por los federales que el oro, sobre todo la pólvora; y eran

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esas introducciones motivo de verdaderas fiestas para aquellos que estaban en los montes, quienes, de seguida se preparaban y disponían para dar combates buscando al enemigo. . . ” 175

Los exilados buscaban apoyo a sus gestiones donde quiera que fuera posible encontrarlo y se tradujera en elementos de guerra. En 1860, una comisión encabezada por Ramón Alejan­ dro Ramos recorrió la Nueva Granada y solicitó la ayuda del liberalismo. El general mexicano Santa Ana, desterrado en Saint Thomas, contribuyó en una ocasión con trescientos pesos a otra comisión que requirió su cooperación. Parece que a los federales no les convenía mucho revelar la identidad de este colaborador. Guzmán Blanco recomendó a Falcón: “por supuesto que no debe más nadie tener conocimiento de esto’’. Y Falcón se ocupó de desmentir la vinculación con Santa Ana y dejarlo en la nómina de los contribuyentes secretos al lado de muchos ingleses y fran­ ceses. Mientras los liberales neogranadinos estuvieron consagra­ dos a la guerra contra el Presidente Mariano Ospina represen­ taron una temible competencia para los venezolanos en los azares de comprar armas en las Antillas. Los vendedores de armamento preferían ir con su mercancía a donde el general Mosquera antes que ofrecerla a los derrotados y empobrecidos liberales de Venezuela. Al fin y al cabo lo que prevalece en este negocio es la prontitud en su ejecución y las ventajas ma­ teriales. “ Temo que aquellos tercios que usted conoce están en

camino de Colombia, porque juzgan que el éxito o las ganancias llegarán primero por él que por el nuestro. Mosquera les ofrece dominar el mar y ellos deducen que les otorgará contratos de galletas, carne, pólvora, fusiles, armamento y refacciones de buques, que producen dinero más pronto que el que les ofrece­ mos nosotros . . . ” 176 Otras veces la competencia venía por Mé­

xico donde las armas encontraban un buen mercado. De modo que frecuentemente los federales venezolanos no encontraban quien les vendiera las armas o los precios y condiciones llegaban a niveles inalcanzables.

Ibídem, pág. 360. Archivo del Mariscal Falcón, carta de Guzmán Blanco a Jacinto R. Pachano, Churuguara, 1862, pág. 91. 175 176

200

Las gestiones condujeron hasta Haití en la misma ruta de Bolívar en 1816. Los primeros oficios fueron encomendados a Ramón de la Plaza y a Rafael Urdaneta. En Curazao se dieron los fondos para costear la delegación. A comienzos de 1861 se iniciaron las conversaciones con el general Nicholas Fabre Geffrard, entonces Presidente de Haití y cabeza del movimiento armado que derrocó a Elié Faustín Soulouque proclamado Em­ perador. La restauración de la República le ganó las simpatías del liberalismo latinoamericano. De la Plaza y Urdaneta hicieron toda clase de esfuerzos a fin de persuadir al gobierno haitiano de la bondad de la causa federal en Venezuela. Ningún resultado se obtuvo y regresaron a Curazao con las manos vacías y el ánimo destrozado. La emigración liberal se había hecho a la idea de una nueva expe­ dición de Los Cayos. Los federales se veían cruzando el mar, repletos de fusiles las goletas y los bergantines. Cuando fracasó la misión, muchos pensaron que terminaban allí todas las es­ peranzas. A pesar del fracaso, los revolucionarios insistieron con Haití. En julio de 1862, llegó a Guzmán Blanco la noticia de que el gobierno haitiano ahora se encontraba dispuesto a pres­ tar ayuda. Comunicó la nueva a Falcón: ‘‘aquel gobierno está dispuesto a levantar un empréstito en favor de los federales de Venezuela. Por supuesto que se propondrán los agentes ganar algo; pero que nos importa? A mi juicio usted va y saca el empréstito aunque sea en buques, fusiles y pólvora. Medite ésto, mire que en Haití quizás está el éxito de nuestros p la n e s...”. 177 Falcón que no despreciaba nada que pudiera

significar obtener los recursos que exigía la lucha en Vene­ zuela, viajó a Haití tras de aquella ilusión. Las noticias no eran verídicas. Los haitianos acababan de salir de una guerra con los dominicanos. El conflicto oca­ sionó serios trastornos políticos y económicos al país. El Pre­ sidente Geffrard recibió cortesmente a Falcón, pero declaró su disposición a mantenerse neutral. La situación en la fron­ tera le impedía comprometer sus fuerzas. Las informaciones sobre un empréstito no pasaban de ser proyectos de especu177 Ibídem, carta de Guzmán Blanco a Falcón, pág. 162. 201

ladores antillanos con la intención de convertirse en agentes de la negociación y arran car una buena comisión a los revolu­ cionarios venezolanos. Antes de marcharse de Haití, Falcón recibió un cofre de G effrard con una contribución económica personal. Y allí murieron las esperanzas de repetir, en 1862, la expedición de Los Cayos. Descartado Haití, los federales volvieron a concentrar sus esfuerzos en Curazao. La emigración federal recibía los fracasos con ánimo contradictorio. Después del desastre de Copié el prestigio de Falcón rodó por el suelo. Se le culpó de la suerte del ejército federal. Cada nuevo revés repercu­ tía sensiblemente en la moral. Veían prolongar aquel con­ flicto sin ninguna perspectiva de salida victoriosa. Falcón in­ sistía en encontrar la solución dotando a la revuelta de los instrum entos indispensables de combate. Muchos no volverían a creer en Falcón hasta que el ge­ neral no se instaló en Churuguara. Falcón mismo, como lo di­ ría en uno de sus manifiestos, comprendió que no recupe­ ra ría la confianza de los suyos hasta que no cumpliera la promesa de desembarcar en Venezuela con los ansiados ele­ mentos de guerra.

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Mendigo de Pólvora

A Falcón se le juzga severamente por su actuación durante la guerra. Su indecisión frente a Puerto Cabello, después de desembarcar en Palmasola; sus operaciones sobre Bejuma en vez de m archar hacia los valles de Aragua; la inercia en Barquisimeto, m ientras su presencia era decisiva en otros frentes; la disparatada campaña sobre Coro, cuando su ejército, sin sufrir una derrota, regresa a Guanare con una pérdida de ochocientos hombres; el repliegue al Tinaco para reunirse con Sotillo, a raíz de la muerte de Zamora; la resolución de aban­ donar la campaña del Centro para marchar a San Fernando; el desastre de Copié y finalmente la prolongada posición defen­ siva en Churuguara, son unos cuantos de los actos de su vida militar que sus críticos le censuran acervamente. Pero ¿cómo pudo aquel hombre que cometía tantos errores y era tan desafortunado en la guerra ser el jefe’ supremo de la revolución federal? A Zamora, las victorias lo convirtieron en el máximo cau­ dillo de la guerra. Los combates de Boca de Yaracuy, El Palito, San Felipe, La Galera; su bravura en los asedios a Barinas y G uanare; el extraordinario triunfo en Santa Inés y la victoriosa persecución del ejército conservador en La Palma, El Bostero, Maporal, Caroní, Punta Gorda, El Corozo y Curbatí abren su ascenso a la gloria. A Zamora no se le puede disputar el mando de la Federa­ ción m ientras estuvo con vida porque aquella guerra del pueblo tuvo en él un agigantado intérprete y conductor. Se creció con el apoyo apasionado de las masas en todos los ardides de la lucha arm ada popular. Sabía usar a plenitud las tácticas gue­ rrilleras y combinarlas con la acción política al estimular y sostener las demandas revolucionarias de los campesinos y peones. Pero Falcón es un jefe envuelto en reveses y fracasos, críticas y polémicas hasta bien entrado el año 62, es decir hasta casi el final de la guerra.

Cuando la Galipanada, se queda a bordo de un barco extranjero en aguas de La Guaira m ientras el movimiento, que lo ha mandado a llamar p ara hacerlo su jefe, se extingue con la prisión de sus principales participantes. La insurrección de Coro, en 1859, no entra en sus planes, y en tanto Zamora desem­ barca y toma la dirección de las operaciones, Falcón protesta desde las Antillas la impaciencia y precipitación de los alzados. En julio de 1859, la idea era desembarcar en los propios atracaderos de Puerto Cabello, donde el comandante Mariano Tirado, jefe de la fortaleza, tiene comprometido su apoyo. Sin embargo, Falcón abandona el proyecto original y lo hace en Palmasola. De modo que la revolución deja escapar la oportu­ nidad de dominar los bastiones artillados y un respetable p ar­ que por invadir las playas desiertas de M orón.178 Y luego del desembarco, no se dirige a los valles de Aragua, donde un fuerte movimiento guerrillero puede sumarle im portantes contingen­ tes. Toma camino a Barquisimeto con la ilusión de que la plaza le será entregada por el comandante Amengual. Al resultar fal­ so, el ejército federal, confuso y desalentado, queda malprendido en una campaña imprecisa e infructuosa. Después de Barquisimeto, decide abrir operaciones sobre Coro. Su marcha carece de diligencia y audacia. A diferencia de Zamora, Falcón carece de la virtud guerrera de la velocidad. Imprime a su tropa un ritmo torpe y desganado. No domina el secreto de Napoleón, de quien se decía llevaba la victoria en las piernas de sus soldados. Por falta de prontitud, se pierde la sorpresa. Coro es reforzado. Sin nada ya que hacer, ordena volver a Guanare. En esta ida y venida, escogiendo las peores travesías, en desatinado orden de marcha, aquel ejército queda maltrecho. No ha tenido una sola derrota, pero sus fuerzas han quedado reducidas a una esquelética montonera, desmoralizada, agobiada, que ha sufrido ochocientas bajas y perdido la fe en su jefe.

178 Esta desventura tendrá como explicación la presencia de barcos del gobierno en la rada de Puerto Cabello. Una de las goletas de Falcón, La Tarcia, fue apresada. 206

No sólo de estos errores lo acusan sus críticos, también cargan a su cuenta las derrotas sufridas por la Federación después de la muerte de Zamora. Lo condenan por salir al en­ cuentro de Sotillo en El Tinaco, en lugar de concentrarse en Valencia. No encuentran justificado el abandono de la campa­ ña del Centro. Ni siquiera porque Falcón sostiene que era impo­ sible aventurarse contra Valencia y Caracas careciendo de mu­ niciones. Los desaciertos posteriores ya no son sino consecuen­ cia de la situación de un ejército desarmado moral y material­ mente. Fracasó en Calabozo, cuyas trincheras son irreductibles para el escaso parque de los federales. Falcón busca los llanos de Apure ansioso de los recursos que pueden brindar la reco­ lecta de ganado y el contrabando de armas con la Nueva Gra­ nada. M ientras tanto, los conservadores se han recuperado del espanto de Santa Inés y pisan sus talones buscando el desqui­ te; Falcón intenta cruzar el río por el paso real, frente a San Fernando, pero la artillería de Facundo Camero le cierra el camino. Tampoco puede intentar el asalto de la ciudad cuyos defensores cuentan con buenas trincheras, y se resigna a mon­ tar un descuidado campamento al oriente del poblado, entre el Caño Caracol y la Sabana de Copié. Aquí lo sorprende el go­ bierno y se suma a su cuenta la más tremenda derrota que golpeara a la revolución desde 1858. Los federales tenían una buena caballería y a campo despejado y en posición de combate el choque los hubiera favorecido. Sin embargo, los conservado­ res, superiores en artillería y en pertrechos, no dieron tiempo a que los jinetes de Sotillo impusieran sus condiciones; aprove­ chándose de que el campamento federal no tenía un efectivo sistema de seguridad, las fuerzas del gobierno inician el ataque cuando no lo esperaban sus enemigos. En medio de la sorpresa, los soldados de la Federación resisten con coraje pero desfa­ llecen al poco tiempo. Montada apresuradamente, la caballería estaba desorganizada y sus cargas carecen de poder. Aún así, Falcón encabeza sus hombres y se arroja sobre el parque de las tropas del gobierno con el propósito de conquistarlo. Ven­ cido, le queda el consuelo de decir: “ Tan vigoroso y parejo fue el ataque que si tengo diez cartuchos más, allí entierro la Oli­ garquía bajo los escombros de su postrer ejército; pero todavía coservo presente la expresión del rostro de los soldados cuando, violentados por mí, para que siguiesen cargando, levantaban las 207

cartucheras y, abiertas, me las mostraban completamente va­ cías . . . ” 17!)

Este hombre que tiene tan largo y amargo período de de­ rro tas y desaciertos se mantiene, sin embargo, como jefe del movimiento federalista. Y así debe reconocerlo hasta uno de sus más enconados adversarios: “ . . .en las filas de la Federa­ ción, aunque calificados los federales en armas, por sus con­ trarios, de ladrones, bandidos y malos, en tantos años de gue­ rra y apesar de la infinidad de reveses que sufrieron, de tantas persecuciones y sufrim ientos de todo género, de la anarquía que algunas veces reinó entre ellos, de la reconocida ineptitud del caudillo federal, y de su ausencia en el extranjero por más de un año, ningún jefe eyi armas lo desconoció.. 180 Falcón pertenecía a los terratenientes y caciques semi-feudales que mantuvieron en sus manos la hegemonía del libera­ lismo venezolano en el siglo X IX , lo cual ya le daba condición dirigente. Por razones históricas, del propio desarrollo del país y de la correlación de fuerzas sociales, la guerra federal no podía estar conducida sino por representantes de los dueños de la tierra y del ganado quienes disfrutaban de una situación predominante en la sociedad venezolana y ejercían una in­ fluencia decisiva sobre las masas de campesinos y peones. A la hora del conflicto que separó a liberales y conservadores en bandos armados, Falcón supo escoger al partido cuyos lí­ deres levantaban un program a democrático y de reivindica­ ciones sociales en oposición al gobierno de los círculos más reaccionarios de los latifundistas, de los usureros y la buro­ cracia. Surge como uno de los principales caudillos del sector de propietarios agrarios que con la bandera liberal va a disputar el poder a la clase comercial y usurera y a otras camarillas de grandes terratenientes. Tenía fam a de valiente, organiza­ dor, hombre sereno y equilibrado y obtuvo la confianza de la ju n ta de exilados de Saint Thomes, integrada por propieta­ rios, intelectuales y personas de las capas medias del Partido Liberal, que en 1868 proclama la guerra contra los conser­ vadores. 179 González Guinán, op. cit. pág. 365. 180 Level de Goda, op. cit. pág. 278. 208

Pero estas razones no eran suficientes. A su nivel, abun­ daba la competencia. En el movimiento federalista habían otros jefes con títulos semejantes a los de Falcón. Caudillos de largo itinerario m ilitar y político como José Tadeo Monagas; pe­ leadores incansables como Juan Sotillo; hombres de primera fila como Rojas, Bruzual, Aguado, Trías, Luciano Mendoza, sin contar a Ezequiel Zamora muerto prematuramente. En cuanto al valor, sobraban sus exponentes en los campamentos federales donde la hombría se derrochaba todos los días y en todas las ocasiones. P ara m antener su liderato, pese a los contratiempos, de­ rro tas y negaciones, Falcón tuvo que agregar a sus condicio­ nes la posesión de las armas, el hecho de ser el hombre que podía arm ar a los federales, sum inistrar los elementos de gue­ r r a al esfuerzo revolucionario. De modo que la jefatura de Falcón está estrechamente asociada a las gestiones en procura de armamento, a los desembarcos de fusiles y pertrechos en las costas venezolanas, a la organización de los dispositivos de introducción de arm as y municiones desde Curazao y las An­ tillas, a la dotación de elementos de guerra a los frentes gue­ rrilleros. Falcón salió de Venezuela a fines de mayo de 1858. Dis­ frazado de cochero escapa a la persecución y en La Guaira toma una goleta que lo lleva a Curazao. Desde los primeros días de su exilio se ocupa de la posesión de las armas. Co­ mienza incesante recorrido por las Antillas en solicitud de re­ cursos y en negociaciones con los vendedores procedentes de Inglaterra y Francia. Zamora, más audaz, hombre de arries­ gadas empresas y rápidas decisiones, no esperó tener acopio de pertrechos. Su doctrina era buscar los recursos en la pro­ pia g uerra; arrebatarle al enemigo sus propios arsenales y hacerlos sucumbir con el fuego tomado de sus mismas cartu­ cheras. La insurrección de Coro pareció darle la razón: " Salieron calladamente de la casa donde estaban reunidos y de uno en uno tomaron la acera del cuartel; sorprendieron y des­ armaron al oficial de guardia, que tranquilamente estaba sen­ tado en la puerta; hicieron igual cosa con el centinela y a los gritos de: Viva la Federación! Abajo el Gobierno!, se apo209

deraron de aquel punto m ilitar. . . La sorpresa de la guarni­ ción fue completa y rápida la ejecu ción .. . ”. 181

La toma del cuartel coriano abrió las puertas a la acción que esperaba Zamora. Desde este momento hasta San Carlos combate con lo que le depara la guerra y las arm as que traen consigo quienes se incorporan a sus filas. H asta que, preci­ samente, buscando la conquista de un arsenal, una bala le quitó la vida. Falcón no comparte esta concepción de la di­ rección militar. Desaprueba el estallido de Coro y los sucesos que le siguen porque se llevan a efecto: “ . . . sin tener acopia­ dos y listos los elementos de guerra indispensables para una im portante cam pañ a.. . ”. 182 M ientras Zamora avanza sobre Yaracuy y luego abre operaciones en Barinas, y los Sotillos se alzan en las provin­ cias orientales, Falcón se mantiene imperturbable adquirien­ do arm as en el exterior. Asigna un papel decisivo al equipaje de los elementos de guerra. Falcón no es un jefe guerrillero; no hace cálculos sobre los golpes de su audacia sino que cree en la contundencia de la superioridad de fuerzas. No quiere arriesgarse hasta tanto no tenga si no repleto el parque pol­ lo menos algo seguro en sus cartucheras. Son dos escuelas. Zamora cree que la velocidad, la sorpresa, el movimiento, las maniobras tácticas, pueden suplir el escaso poder de fuego y la inferioridad de sus arm as; Zamora saca provecho, hasta el máximo, del terreno, del entusiasmo y la moral de sus hombres, del engaño al enemigo y de sus debilidades. Falcón saca la cuenta primero del número de fusiles que llevan sus hombres, de las cargas de pólvora, de las cajas de plomo, de las piedras de chispas y de los pistones. Hace la guerra llevando una con­ tabilidad de sus recursos. Le atraen las doctrnas defensivas, desgastar a sus contrarios en una contienda prolongada, unir la acción política a las operaciones militares, no aventurarse en decisiones precipitadas, asegurar líneas firm es de abaste­ cimientos. Falcón no podía sino reforzar su autoridad con la po­ sesión de las armas. Presentarse ante el movimiento federal 181 González Guinán, op. cit. pág. 108. 182 Idem, pág. 134. 210

sin capacidad de arm ar a sus hombres, sin llegar a cubrir si­ quiera en parte la urgencia de elementos de guerra, en un país donde el caudillismo ocupaba un lugar de primer orden, significaba perder su influjo y dirección personales. La auto­ ridad del centro de poder alrededor de Falcón dependerá, co­ mo él mismo lo expresaba más adelante, de sus posibilidades de arm ar a los combatientes federales. Falcón no regresará a Venezuela hasta que no tenga las goletas cargadas de fusiles y municiones. No se someterá a los impacientes que critican sus actividades en las Antillas. Per­ manecerá fiel a su proyecto de invadir una vez que pueda traer junto a él las cargas de pertrechos. “Algunos revolucionarios im pacientes encontraban moracidad en las diligencias del ge­ neral Falcón y se imaginaban que el estado de la opinión pú­ blica de Venezuela tan favorable a la reacción liberal, era su­ ficiente para lanzar con buen suceso el grito revolucionario; pero sufrían un grave error porque no basta el afecto popu­ lar para hacer triunfar ninguna causa por más que haga pro­ digios la opinión p ú b lic a .. . ”. 183 No basta una situación revolucionaria, es indispensable te­ ner arm as; no basta el estado de ánimo favorable de las masas populares, es necesario estar armados; no basta una declara­ ción revolucionaria, es preciso tener las armas para imponer la revolución. Y con estas ideas se tomó Falcón cinco meses más para completar sus preparativos. Incluso urdió y puso en práctica un plan dirigido a engañar al gobierno acerca de sus verdaderas intenciones. Hizo despachar a su ayudante, Level de Goda, a Caracas a fin de que despistara a Julián Castro. Hizo creer a los conservadores que estaba dispuesto a “llegar a un acuerdo” y “renunciar a la guerra”. Los efectos fueron logrados. La vigilancia sobre los movi­ mientos de Falcón bajó de tono y éste aprovechó para desem­ barcar en Palmasola el 24 de junio de 1859 con mil fusiles y dieciséis mil cartuchos. Las mismas ideas sobre la posesión de las armas deter­ minan los pasos de Falcón después del combate de San Car­ los y la m uerte de Zamora. El ejército federal se repliega 183 González Guinán, ibidem. 211

a Calabozo y luego a San Fernando bajo el imperio de la es­ casez de pertrechos, imposibilitado de seguir la campaña so­ bre Valencia y Caracas o quedarse aguardando a dar una ba­ talla a las reorganizadas fuerzas del gobierno. Su objetivo es m ontar una posición defensiva, apoyado en los ríos del Alto Apure, en tanto pueda introducir elementos de guerra de la Nueva Granada y acumular recursos p ara una nueva cam­ paña ofensiva: “A l saber el general Falcón la aproximación del ejército del gobierno, y sin juzgarse con pertrechos su fi­ cientes para una batalla, resolvió, previa consulta con los prin­ cipales jefes, trasladar la campaña al A lto Apure, defenderse y conservarse apoyado en los ríos m ientras se recolectaba ga­ nado y se le enviaba a vender a la Nueva Granada para con sus productos adquirir los elementos necesarios para la elabo­ ración de un m illar de t ir o s .. 184 Es difícil predecir que hubiera hecho Zamora en el caso de Falcón. E ran distintas las concepciones estratégicas de am­ bos caudillos. Pero más difícil predecir los resultados si en lu­ gar de replegarse el Ejército Federal presenta combate en los alredores de Valencia o se lanza al asalto de Caracas. No debe olvidarse que Zamora desafía los parapetos de San Carlos porque la escasez de parque le está mordiendo las fu rn itu ras y se siente muy pobre de pólvora y municiones p ara emprender la escalada hacia la capital. Zamora había probado varias ve­ ces la derrota cuando se obstinaba en tom ar las ciudades, co­ mo en Barinas y Guanare. El genio de la guerra de movimien­ tos en la cual tan brillantemente sabía explotar las condiciones del terreno y m ostrar sus inmensas habilidades en las tácticas guerrilleras, se estrellaba en la guerra de posiciones. En la guerra de guerrillas, Zamora aprovechaba mucho la audacia, el valor personal, la moral de los combatientes; la astucia, la sorpresa, el ímpetu en las cargas; los combates cuerpo a cuerpo en los cuales tanto valía la destreza en el ma­ nejo de la lanza y el machete. En la guerra de posiciones estos factores también son importantes, pero hay que contar tam ­ bién con el fuego, con las trincheras, con mayores medios para sostenerse en la defensa o al ataque. En la guerra de 184 Ibidem. 212

posiciones, la inferioridad de medios era una considerable ven­ ta ja que daban los liberales al gobierno. Mientras que en la guerra de guerrillas la lucha armada del pueblo multiplicaba los recursos y medios. Después de San Carlos, las posibilidades de victoria de la Federación estaban en usar contra Valencia y Caracas no la guerra de posiciones sino la guerra revolucionaria, en la cual el dominio de Zamora era indisputable. Sacar a los go­ dos de las posiciones y llevarlos a combatir en el terreno de su preferencia, como en Santa Inés; agotarlos en las escaramu­ zas, sometiéndolos al duro efecto del acosamiento guerrillero; prender las insurrecciones en el corazón mismo del enemigo, en Caracas; azotar su retaguardia y sus líneas de abasteci­ miento con partidas volantes; seducir a las tropas y amoti­ narlas contra sus jefes; levantar en rebelión los caseríos y vecindarios; hacer sucumbir al gobierno no en una batalla campal sino en las llamaradas de una guerra revolucionaria de masas. ¿ E ra capaz Zamora de aplicar esta estrategia? Des­ de el punto de vista militar hay dos Zamora y resultaría un juego de la fantasía idealizar la figura del caudillo antepo­ niendo exclusivamente la imagen potentosa del genio de Santa Inés. H ay el Zamora que despliega y ejecuta la campaña de Coro a El Palito y de Yaracuy a los llanos. Sus operaciones hacen exclamar al reaccionario Juan Vicente González: “La existencia del ejército de Ezequiel Zamora es un misterio para nosotros. Desde Coro hasta las puertas de Puerto Cabello y hasta la capital de Yaracuy y hasta las cercanías de Barquisim eto; allegándose partidarios por entre Portuguesa y Barinas; rechazados con pérdidas sin destruirse; derrotado muchas ve­ ces sin desvanecerse, perseguido de una armada poderosa sin alcanzarle; dueño de escoger el punto de ataque sin colocarse entre la m uerte y la victoria; nosotros no podemos comprender bien los varios incidentes y filosofía de esta g u e rra ..." . Es el brillante táctico que sorprende a sus enemigos en El Palito, captura a San Felipe en una acción audaz y enérgica y des­ troza con sus cargas por los flancos al comandante Manuel H errera en La Galera. Hay el Zamora que convierte a Santa Inés en una tram pa mortal, infierno y sepulcro del mejor ejército conservador, después de efectuar: “marchas y contra­ en

marchas hasta llevar a sus contrarios a un sitio que para él era segura la victoria”. 185

El que con inigualable m aestría obliga al ejército enemi­ go a disputarle unas trincheras colocadas a su paso y que va cediendo a medida que entra en su terreno, porque son el cebo preparado para engancharlo y consumirlo, m ientras sus franco­ tiradores y partidas guerrilleras hacen estragos. Cuando los conservadores han entrado profundamente en su dispositivo defensivo y se han desangrado en el laberinto de trincheras, Zamora, que ha conservado intactas sus fuerzas fundamentales, descarga su ofensiva como un torbellino destrozando las fa ti­ gadas filas del gobierno. Pero también hay el Zamora que con mil doscientos hom­ bres es rechazado en Barinas, en abril de 1859, por una guar­ nición de doscientos soldados y tiene que retirarse maltrecho ante las casas artilladas que le opone el general Ramón Es­ cobar; el Zamora nuevamente derrotado en Guanare, en mayo del mismo año, porque se obstina torpemente en atacar las po­ blaciones fortificadas, “de manera que el general que en los bosques y en las llanuras era, inagotable en ardides y astucias para engañar y vencer al adversario, era mediocre y obsecado en el ataque a las ciu d a d es.. 186 el Zamora que fracasa en la celada montada al general José Laurencio Silva, cerca de Ba­ rinas, donde lo provoca para que penetre en una tram pa de trincheras y zanjas sin que el viejo lugarteniente de Bolívar caiga en el juego; el Zamora que paga con pérdidas en hom­ bres y arm as la aventura de extender las operaciones a Mérida y Trujillo. Ciertamente, Zamora era capaz de hacer aquella guerra revolucionaria que en las condiciones de inferioridad de me­ dios se necesitaba p ara tom ar a Valencia y Caracas en 1859. Pero, Falcón no porque su escuela m ilitar, apegado al cálculo, a los reglamentos y a la prudencia lo hacen cauteloso, defen­ sivo y conservador. La existencia de disímiles doctrinas y estrategias de gue­ rr a en la dirección de la lucha arm ada no era un fenómeno 185 José Santiago Rodríguez, op. cit. pág. 147. 186 González Guinán, op. cit. pág. 168. 214

desvinculado de la heterogeneidad y complejidad en la compo­ sición de clases del movimiento federalista. Concurrían a su seno, aunque nunca en el mismo rango ni con idéntica partici­ pación, un sector de propietarios agrarios y caudillos semifeudales en disputa con comerciantes, usureros, burócratas y las camarillas de terratenientes en el poder; pero también a su lado participaban la mayoría de las capas medias, la pobrecía urbana, los intelectuales liberales y las grandes masas de campesinos y peones sin tierras, estremecidos por el des­ pojo, la explotación económica, la inferioridad social, las des­ igualdades raciales y políticas, la presión del régimen domi­ nante. Tal heterogeneidad de clases y estratos sociales era inevitablemente una fuente generadora de diferentes intere­ ses, los cuales se reflejaban también en la manera de conducir y concebir la guerra. Junto a jefes inflamados de pasión revolucionaria, caudi­ llos consagrados a un ideal de redención social, se encontra­ ban aventureros sin más noción que los instintos primarios de la hombría y la ciega resolución de combatir a la Oligar­ quía y jefes militares morigerados, defensistas y hasta me­ diocres. El desastre de Copié, obra de la irresponsabilidad e im­ previsión de los jefes federales, volvió a colocar en el plano de las urgencias la adquisición en el exterior de los elementos de guerra. La escasez de fusiles, pólvora, municiones, se con­ virtió en el obstáculo principal que afectaba las posibilida­ des de la revolución. En ese momento, Falcón representó de nuevo las esperanzas de la posesión de las armas. En la reunión celebrada por los más importantes jefes de la Federación después de Copié, las conclusiones destacarán, por encima de todas, la tarea de dotar de armamento al mo­ vimiento federal: — el gobierno se mantiene: “por la falta de pólvora que nosotros padecemos”. 187 187 Ibídem, carta de los jefes federales a Falcón, abril 3 de 1860. 215

— “ . . . l a carencia de elementos con que tropieza el ejér­ cito por todas p a r te s .. . nos impone a todos el deber de pensar en el modo de adquirirlos. . . ”. 183 — Qué hace fa lta para la victoria?: “La posesión de los elementos de guerra, en la escala que la empresa acometida lo dem anda . . 189 En carta que firm an en el cuartel general de Apure, los jefes federales exhortarán a Falcón a tom ar en sus manos la misión que juzgan decisiva: “es indispensable que os resolváis, vos en persona, a trasladaros a donde podáis obtenerlos (los elementos de guerra) por vuestro crédito, vuestro prestigio y con el carácter de jefe reconocido de la Federación, represen­ tante por tanto de la unidad revolucionaria, y en cuya prome­ sa verá el extranjero comprometidos con vuestra palabra, la pa­ labra de veinte m il ciudadanos que form an nuestro ejérci­ to. . . ”. 190 Falcón estaba consciente de que aquel movimiento sin ca­ pacidad de hacer la guerra en amplia escala por la estrechez de sus recursos se fragm entaría en el guerrillerismo local y y que en esta dispersión también neufragaría su dirección. Una deducción tan evidente no podía escapar a su criterio y al juicio de quienes lo rodeaban; la dotación de medios de gue­ rra a la insurrección constituía un factor esencial de poder, un aspecto fundamental de mando m ilitar y político, sin el cual toda autoridad se disgregaría en la situación padecida por la Federación: “Dígase a los jefes que firm an la anterior manifestación que, puesto que únicamente juzgan que la ac­ tualidad de la guerra demanda m i presencia en otra parte, como lo único que está en capacidad de negociar en el extran­ jero e introducir inm ediatam ente al territorio los elementos de que carece el ejército y sin los cuales no haremos sino prolon183 Idem. 189 Idem. 190 Idem. 216