La parroquia, comunidad de fe

LA PARROQUIA, COMUNIDAD DE FE 1. La parroquia es «comunidad de fe» y su pastor (el presbítero) ha de destacarse como ho

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LA PARROQUIA, COMUNIDAD DE FE

1. La parroquia es «comunidad de fe» y su pastor (el presbítero) ha de destacarse como hombre de fe. Solo por la fe se participa de los sacramentos que en la parroquia y por ella se celebran. El sacerdote es testigo y educador de la fe la comunidad. 2. La parroquia como comunidad de fe tiene al menos dos rasgos esenciales: a) Es una comunidad de fieles, es decir, una comunidad cristiana, por tanto, es indispensable la fe en Jesucristo. b) Tiene como tarea evangelizadora transmitir y educar la fe de sus miembros, porque es el «ámbito ordinario donde se nace y se crece en la fe» (DGC 257). 3. Lamentablemente, la fe de muchos de los fieles que integran las parroquias está desvirtuada, poco integrada en comunidad y muy lejos de ser influyente en la vida (cfr. RM 34; NMI 40; PF 2; EG 70). 4. La fe es la llave que nos introduce en el misterio Trinitario de Dios y en su obra salvífica presente en la Iglesia: «La puerta de la fe, que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en la Iglesia, está siempre abierta para nosotros» (PF 1). La revitalización de la parroquia conlleva redescubrir la fe, tenerla como «compañera de vida» (cfr. PF 15) y actuar en coherencia con ella. Una comunidad cristiana es una comunidad de discípulos de Jesucristo, por ello la parroquia debe propiciar el seguimiento de Jesús, el ser su discípulo. 5. La fe corre peligro por la falta de formación y fundamentación en la Palabra: «Es también necesario dotar de una preparación adecuada a los sacerdotes y laicos para que puedan instruir al pueblo de Dios en el conocimiento auténtico de las Escrituras» (VD 73), la parroquia debe asumir la función de servidora de la Palabra. Un cauce para ese encuentro de los fieles con la Palabra en la parroquia es la «lectura orante de la Palabra» o lectio divina (cfr. VD 87). 6. La parroquia debe revalorizar la dimensión catequética de la iniciación cristiana y de todo proceso catecumenal de manera que se garantice la educación integral en la fe (cfr. CT 20). Hay que ofrecer «itinerarios de fe» a través de los cuales los fieles (niños, jóvenes, adultos, familias enteras, etc.) redescubran su identidad cristiana, privilegiando el encuentro con la Palabra (cfr. NMI 39); la parroquia es «el ámbito ordinario donde se nace y se crece en la fe» (DGC 257).

SEM. JULIO CÉSAR PONCE GARCÍA

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LA PARROQUIA, COMUNIDAD DE FE

7. La parroquia debe establecer entre sus prioridades fundamentales la atención a la pastoral familia (cfr. FC 71). La familia cristiana, en cuanto Iglesia doméstica (cfr. LG 11) es un núcleo y plataforma de irradiación de la fe: «la familia cristiana como Iglesia doméstica es el lugar y el primer agente en el don de la vida y del amor, en la transmisión de la fe y en la formación de la persona humana según los valores del Evangelio» (SProp 47). 8. El sacerdote antes que nada es un «fiel», un «cristiano», un «bautizado», parafraseando a San Agustín: «Para vosotros soy pastor, con vosotros soy cristiano» (cfr. PDV 20). La vida sacerdotal se engrandece en la medida en que se profundiza la fe bautismal. La fe ha de ser testimoniada, el pastor de una comunidad de fe ha de ser para dicha comunidad un testigo de fe en Cristo. La fe del sacerdote se debe expresar y manifestar en actitudes pastorales. Además el sacerdote ha de ser creyente de lo que celebra. El debilitamiento de la fe en el ejercicio pastora, lleva al sacerdote a actuar ministerialmente como un simple profesional. 9. El ministerio de la Palabra y la dimensión mistérica de la celebración convierten al pastor de una comunidad parroquial en «educador de la fe». De manera especial, el sacerdote ha de asumir responsablemente la función de catequista y formador de los catequistas (cfr. PO 13; DGC 220; 224; 225). Es un deber del párroco animar la labor de los agentes de pastoral; coordinar las distintas actividades y hacerse presente en la vida apostólica de la parroquia. 10. El sacerdote debe ser un asiduo «oyente de la Palabra» (cfr. NMI 40), esto forma parte de la razón de ser de su misión profética: «antes de ser transmisor de la Palabra […] tiene que ser oyente de la Palabra» (VD 79), esto es, que la escuche, la interiorice y la anuncie, esto le dará autoridad en su predicación y vivencia de fe (cfr. Mc 1, 27).

SEM. JULIO CÉSAR PONCE GARCÍA

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