La Importancia de Hablar Mierda n Buenaventura

Nicolás Buenaventura jU impmtMcU de(idlm mivuU o LOS HILOS INVISIBLES DEL TEJIDO SOCIAL cooperativo editorial MAGIST

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Nicolás Buenaventura jU

impmtMcU de(idlm mivuU o

LOS HILOS INVISIBLES DEL TEJIDO SOCIAL

cooperativo editorial

MAGISTERIO

Iliicnuvcnlurn, Nicolás. I i nnporlanciadc hablar mierda: los hilos invisibles del tejido • al / Nicolás Buenaventura. — led. — S an ta Fe de Bogotá : i i a i| m' i ni i va I ihtonal Magisterio, 1995. hV (< "lección Mesa Redonda;N° 2!8) ISIIN ‘>^K 20 0224-7 I l iliu .a ion y Democracia 2. Educacióm - Aspectos Sociales

I l li II Serle. l l i l i V/li lo | /|lH2iMFN: 0028

Colección Mrmi Utulnnda l A I M I I I I I I A N l I AI ' 1 HAIII M I M I I I I O A O lo* hi l o* Im ifalM na i h ' l l e/li lo *ot lili A utor «I N I C U l A s I IUENAYICNU'HA

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Las verdades y las mentiras de mi padre.......................

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La historia de los obeliscos................................................15 El tiempo total.................................................................. 26 El tiempo libre.................................................................. 32 La importancia de hablar m ierda....................................40 Los círculos de lectores.................................................... 47 El buen am or..................................................................... 53 Magia y ciencia................................................................6 2

¿Y de la convivencia qué? liste libro, en forma placentera, resalta la importancia de recuperar el habla narrativa, la conversa, el habla como goce, como juego, sólo com o comunicación sincera. Seni ¡llámente hablar por hablar para reconstruir el mundo. I /no de los propósitos de los PEI y de las reflexiones que lineen los maestros, con respecto a las relaciones que se establecen al interior del ambiente educativo, es la consi Micción de un manual de convivencia. ¿Quién lo debe elaborar? ,, Tómo establecer regulaciones en la vida escollar? .V partir de aquí se pueden formular ambientes que permifiiin restablecer significaciones de la vida cotidiana, perdi­ ólas en los afanes e imposiciones de la tecnología educati-

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va; y para prom over la construcción ilmexos a rm o n io s o s e invisibles de la estructura social El maestro N icolás Buenaventura i-nci u n a en la p a la b ra el verdadero sentido d< l.i convivencia,ocial. E s, a trave's de ella, cpie le n asumn las rclationcs h u m a n a s, el respeto |>oi I; \ nía poi l.i opinión ajen», el respeto p o r la dilcu n i i . i l u í i« e m neutro es posibley m u y p ro b a b le la construí c l o n d e u n a Etica del deber ydel derecho” fu n ­ damento de lu d e r e i l íos humanos. a C ' o o p i i .1111 i I d i i o n . i l M agisterio dtsea poner en d iá ­ logo el i» n .mu. un > .I. I ni.i< no Nicolás B uenaventura con los 111 Mcutí i o l o n i h i . i n o s v latinoamericanos. Con el ánimo de q i en e l e traduzcan, en m otivo de profunda', ic!Ic kmui . en tonto al discurrir cotidiano de la vida escolat y social. I

Los editores

o w i< C x c L e ¿ y

de mU fracOie UANDO YO ERA NIÑO, ÉRAMOS DIEZ hermanos, en Ja ampJia mesa deJ comedor en Ja casa, y teníamos siempre Jas verda­ des y Jas mentiras de mi padre. I a primera verdad era eJ pan. Nunca faltó eJ pan en la mesa, ni en Jos tiempos más duros. Otra verdad era Ja mesa misma, ancha, dura, que aguantaba todo, la comida, el juego, la remesa, Ja guachema. También la casa era algo cierto, era una verdad, nos mudábamos aquí y allá, mino pobres, pero siempre estuvo Ja casa. Mi padre trabajaba. Era comerciante. Vendía miel, a ve­ res toda Ja vivienda se llenaba de mieles. Era constructor, Inventaba urbanizaciones que la familia inauguraba en un peiegrinaje constante. iEra artesano, hacía banderas de

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papel para los días uiti ios con toda la tropa am iliar. Era cazador y ti menudo lleg ab a a tiempo con bunas p iezas. IVio además ese universo paterno de las vedades en el I i o | m i s e ensanchaba y se apuntalaba en cuaito la m adre también producía. E lla era costurera y horfclana. C o sía pac olilla a pedal en to d o s los resquicios o rabs que podía huí lacle a la dura jo rn a d a del oficio doméstic) y tenía eras .le hoilab/.is que cuidaba de las gallinas cubiiéndolas con alteii un >n/.idos tle cham izas resecas. IVio la m í

i la pat con todas estas ricas verdades, tuvim os mpic la ineiiliras de mi padre.

A la c alu c . i .i d r la i m

a o e n las visitas o tertulias, en la al vie|o no lo detenía nadie cuan­ do s e e mp e n a b a ( n i| ver a lomar el hilo de cualquiera de ais fantásticas historias que ya todos conocíamos bien, l ian meninas prodigiosas por una razón: porque siempre Inerón e icciendo sin límites, mucho más que crecía la progenie. Pero, además, eran mentiras argumentadas siem­ pre con un lujo de precisiones y certidumbres absolutas. a l a . adrc luvo que distraer del aburrimiento i la tripulación ley e n d o , a Ja luz de Jos elám pagos y con voz atronadora,

una novela entera de lobos de mar. ¡Qué raro ! — acotaba el viejo al termina;, con la mayor Seriedad— . ¡Qué extraño! Y la historia de las yucas, por ejemplo, ¡cómo llegó a c r e c e r este suceso! La primera vez que la contó, las cosas ocurrieron así: Mi padre fue a comprar cerdos a una isla del río Cauca y se enconlró, para gran asombro suyo y del dueño, con que se habían perdido los animales, con que toda la piara había desaparecido de la finca. Era muy raro, muy extraño, me explicaba mi padre, porque en ese tiem­ po no había robos ni nada semejante. No obstante, el

enigma se vendría a despejar pronto. Al recorrer el yucal, irsulta que los tubérculos de las raíces de esas plantas n a n tan grandes, tan descomunales, debido a la fertilidad ilcl suelo, que los cerdos cebados, comiendo yuca, habían hecho cuevas dentro de ellos y estaban allí allí metidos, i orno armadillos en sus casas. I n la última versión de la leyenda, los marranos se pier­ den definitivamente y ya no es posible hallarlos ese día. .Sólo semanas después, haciendo muchas indagaciones, se puede dar con el paradero de los animales. Y el caso fue i4 sie la tierra era tan fértil que las raíces del yucal habían i invado por debajo del cauce del río, desde la isla, hasta iillciiiizar la tierra fírme en la ribera. Entonces los cerdos, devorándolas, habían hecho túneles y se habían escapado di. la finca. — ¡Qué raro! — dijo él.

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lian corrido m uchos años desde tenido iluda ile que las mentiras l a n í o alim ento, tanta fortaleza y ■n i I Iioj-. i, com o lo fueran el verdades,

entoces y y o n u n c a he de ni padre h a y a n sido proveho p a ra n o so tro s pan / todas sus dem ás

I oda com unidad humana, y la prim en de todas, la fam i­ lia a está viva, se com porta así: I n m •ln ■I nom ine de verdades». Es h tram a o tejid o de n ía . 111< ■ l e l ii i e n a las cosas, i los objetos. Otra, la 111 le i e | >1 e .en i amos a r repente, el hombre común, gracias a la apertura del miiiido, al riesgo de «hacer América», por ejemplo, roml*r con su destino natural e impone su destino individual. i algo más: este-profundo cambio en las relaciones hunas se va expandiendo desde Europa hacia todos los 11 >nfines del mundo, en forma que ya no se trata de un hombre o de un «héroe» que rompe con las amarras del pisado, sino de una civilización asentada en un lugar del mundo, la que parece ir modelando a su imagen el mundo. I’ties bien, es esta Edad Moderna, tan «juiciosa» o llena de inicio, aparentemente, y cuyo centro es la llamada «civili/ ación occidental»; es este el escenario donde surgen y se definen y toman cuerpo las culturas que hemos llamado •leí «tiempo libre».

Nos referimos a ese momento que hemos querido ilustrar Vdignificar con la escena del fútbol en la calle: los óbre­ las le arrancan allí, a la jornada monótona y mecánica, un pequeño espacio de luz, de creatividad, de fantasía, es decir, de juego. lis el rescate histórico, constante, tenaz del «tiempo li­ bre», por parte del usufructuario del mismo, o sea del ii abajador.

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Pues b ie n , este rescíte o reivindicación tiene lujar en el período d e tránsito ie l trabajo m anual al trabaj) fabril, cuando el hombre de las herram ientas, con m ilbnes de años de existencia, cede su tu rn o al nuevo hombie de las m áquinas. Son tres siglos justos: el X V III, del cual nos hemos o c u ­ pado, sig lo de la máquina de vapor; el XIX, sigio de la electricidad, y el XX de la m icroelectrónica. Pues bien, en este largo tránsito ocurre que el trabajo del hombre, en su expresión más hum ana, la industria, pierde su hum anidad. Ya hemos visto cóm o, a partir de la p ro ­ ducción fabril moderna, hacer obra de arte y hacer utensi­ lios o valores de uso serán dos tareas distintas. Y ello con una lógica muy clara. En la fábrica del produc­ tor, el obrero no volverá a hacer nunca un zapato ni menos un reloj, y ni siquiera una aguja. Simplemente, el produc- I tor hará un pequeño fragmento del producto, un mínimo tramo, repetido mil o más veces al día o a la hora. Así, el trabajo se desintegra, se deshumaniza y, a la vez, el obre­ ro se objetiviza en cuanto se integra él mismo al complejo mecánico. Son las ergástulas de la primera fase de Ja era industrial moderna. Como todos sabemos, la sociedad había experimentado, antes de la «revolución industrial», este tipo de trabajo desarticulado o fragmentario en las diferentes m odalida­ des de esclavitud, en minería, en el transporte, etc. Pero el trabajo de escllavos siempre estuvo a la retaguar-

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illa, siempre tuvo el peor instrumento, el más burdo y un ll.id >. Y milo cuando este tipo de trabajo, o mejor, de «antiiiribiijo», por su deshumanización, se coloca a la punta del ii nilimiento, dando lugar a la tecnología más avanzada, nidn en estas condiciones pueden Jos obreros modernos • o p e r a r a los antiguos esclavos. ejemplo del partido de fútbol en Ja calle, esa rendija de juego y creatividad, partiendo en dos la jornada, vuelve otra vez a iluminarlos en esta disertación. V el

ilegal

definitiva, fue esto lo que ocurrió durante los tres 'ligios. Los obreros rompieron sistemáticamente el ritmo de ese trabajo monótono, mecánico, abriéndole rendijas o ventanas de luz cada vez más anchas. I n

Por ejemplo, en las primeras manufacturas fabriles los

empresarios ingeniaban mecanismos para alimentar al medio día al grupo de operarios, en su mayoría mujeres y iilftos, sin necesidad de interrumpir la jornada. No fue

. lili il la resistencia para conseguir la hora del «almuerzo». i 'orno es obvio, toda jornada de trabajo tiene un límite. No puede ser mayor de 24 horas. Sin embargo, para los empresarios del siglo XIX resultaba difícil lograr este limite óptimo debido a la costümbre del sueño entre 109 obreros, así que lo más que podía lograrse eran jornadas de 18 horas. ’ómo logró pasarse, a lo largo de dos siglos, de aquellas jornadas heroicas de 18 horas, a las de 14 y luego 10, basta llegar a la clásica jornada actual de 8 horas?

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Esta historia e s tá profúndam ete ligada al h e c h o efe q u e la fragm entación y la rutina, o sa la m u tila c ió n s íq iic a o la atrofia del p ro d u c to r se hata convertido e n un m edio maravilloso p a ra sustituir cáa vez más e i « g o b e » del obrero por el g o lp e más duro^ certero del m a rtillo m ecá­ nico, para reem plazar el cote y la m an ip u lació n y el esfuerzo, y aún la atención de trabajador, p o r u n e ercic io mucho más rá p id o y preciso tue la m áquina. De esa m anera ocurría que la presión de los o p erario s por abrirse espacios de recreo ei la jornada, p o r ganar un dominical retribuido, por aco-tar las horas d e trabajo, se convertía entre 109 empresarios en urgencia p ara acelerar el proceso de m ecanización y autom atización del trabajo. Sin duda el sím bolo maravilloso de esta historia de la «cultura del tiempo libre» es la famosa consigna obrera de finales del siglo XIX que se extendió desde Europa por los cinco continentes: «Ocho horas para trabajar, ocho horas para dormir y ocho horas para lo que nos dé la gana». Es la historia del Primero de Mayo, que originalmente ocurre como una huelga m undial para imponer la jornada de las ocho horas. Una h isto ria por esencia ética y racionalista, impregnada del {principio del deber ser. He aquí algunos himnos típicos edel Primero de Mayo en el período de tránsito entre los dcos siglos, XIX y XX. Hoy es el Primero de Mayo. Nuestras ocho horas son el prtincipio de la victoria social,

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el pti/ner paso hacia la meta donde se Jiilfr’ la acción sindical. Nuestras ocho horas: un lrm ite solidario •. m I >s camaradas desempleados. Nm \ ras ocho horas es emplearse a llmltcr nuestra servidumbre, es encontrar i ii nuestro hogar el tiempo de los estudios leí un Jos. Nuestras ocho horas es el placer de pensar en lo que somos: e\ afirmar y retomar a sí nuestra dignidad de hombres. Nuestras ocho horas es para mañana: hi ruptura de pesadas cadenas que estorban todavía el camino de las libertades que están cercanas.

I ra una historia laica, sin religiones ni dioses, pero tam­ bién era una historia de la fe religiosa. Por ejemplo, los i utólicos catalanes consagran el Primero de Mayo a «Nues|in se puede perder todo lo que se ha ganado. Habla­ m o s Hay que medir cada palabra, ahora no es charla. AIioi.i la palabra no se casa con la palabra. Ahora la

palabra se casa con el asunto, con la idea. A hora no hay tiempo que perder, lia cuestión va en serio. Sin embargo, mi vecina está hoy muy almidonada, muy de blanco, está echando lujos. Y no reparo en decírselo por embromarla. — ¿Es que viene el doctor, verdad?— . Y vuellvo a la carga con el traje y el doctor. Y ya estamos embarcados en el «doctor» río abajo. La última vez que vino... ¿y el otro? — ¡Bueno, esc no volvió! — El otro, el chiquito, ¿qué se hizo? Hablamos. Nos echamos un rato por ese atajo, sin querer. Porque el tiempo corre y no nos hemos puesto de acuerdo. Ya se sienten pasos de animal grande. No obstante, recu­ peramos el tema, el terreno firme. No vamos a ceder, las cosas son como son. Hay que poner todo en su punto. Pero mi vecina no da prenda y yo me azaro. — Vecina, ¿usted qué dice? En la comunidad no puede haber secretos. El tipo ni siquiera permite sacar fotoco­ pias de esos papeles. Vecina, ¿ese asunto se va a tratar o no se va a tratar? Ahora ya es tarde. Ya está entrando la comitiva y el rumor se asienta. Ya nadie alborota más. Los corrillos se disuel­ ven, encuentran su acomodo. Algunos se quedan de pie, quizás para facilitar la escapada. Y es en ese momento, ¡Dios mío!, cuando úene lugar el milagro. Ese milagro increíble de la transfiguración o la metamorfosis de mi vecina, de esta buena mujer que se

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niele cin cualquier escondrijo del barrio, que es uña y uniere c o n cada uno, con todo mundo. I incre;íble pero es cierto. Sucede que se lee el orden del din y em primer Jugar está ella, el saludo y el informe de rllu. A í que mi amiga, mi interlocutora, mi vecina, pasa a la minina y/ empieza a hablar frente a la asamblea. Ilnhla mii vecina. Pero no es ella. Desde que ocupa la tribuna s