La Buena Suerte Claves de Prosperidad

La Buena Suerte Fernando Trías de Bes Mingot Álex Rovira Celma La Buena Suerte Claves de l a prosperidad EMPRESA ACTI

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La Buena Suerte

Fernando Trías de Bes Mingot Álex Rovira Celma

La Buena Suerte Claves de l a prosperidad

EMPRESA ACTIVA Argentina - Chile - Colombia - España Estados Unidos - México - Uruguay - Venezuela Para Guillermo Trías de Bes, mi padre, con todo mi amor y agradecimiento, pues él me enseñó las reglas de la Buena Suerte sin relatarme ninguna fábula. El fue quien me hizo ver que, esencialmente, es una cuestión de fe, generosidad y Amor, con mayúsculas. © 2004 by Alex Rovira C elma y Fernando Trías de Bes M ingot © de las ilustracion es interiores 2004 by Josep Feliu

A mis hijos, Laia y Pol, y a todos los niños para los que los cuentos son escritos. También al niño que siempre, sea cual sea nuestra edad, llevarnos dentro, porque en él reside la alegría, el anhelo y la pasión por la vida, ingredientes imprescindibles para la Buena Suerte. A mis padres, Gabriel y Carmen, por su amor, su fe y su ejemplo . Y a todos los padres cuyo amor por sus hijos deviene la semilla de la Buena Suerte. A mi pareja, Mónica, y a todos los seres humanos que hacen de su vida una entrega generosa al otro, porque son el ejemplo viviente de que los cuentos, como la vida, puede n tener un final feliz. Álex Rovira Celma

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Índice Primera parte: El enc uentro Segunda parte: La le yenda del Trébol Mágico Tercera parte: El reencuentro Cuarta parte: Algunas personas que están de ac uerdo Qui nta parte: Decálogo, sí ntesis y nue vo origen de la Buena Suerte

Primera parte: El encuentro Una hermosa t arde de primavera, Víctor, un hombre de as pecto elegante e informal, f ue a sent arse al que era su banco preferido del mayor parque de aquella gr an ciudad. Allí se sentía e n paz, aflojaba el nudo de la corbata y apo yaba los pies descalzos sobre una mu llida alfombr a de tréboles. A Víctor, que te nía sesenta y cuatro años y un pasado lleno de éxitos, le gustaba aquel lugar. Pero esa tarde sería distint a de otras; al go inespe rado estaba a punto de ocurrir. Se acercaba al mismo banco, con i ntención de sent arse, otro hombre, también en la sesentena, Davi d. Te nía un andar cans ado, tal vez abatido. Se i ntuí a en él a alguien triste, aunque conser vaba, a su maner a, un cierto aire de dignidad. David lo estaba pasando bastante mal en esos momentos. De hecho, lo habí a pas ado mal dur ante los últimos años. David se sentó junto a Víctor y s us miradas se cruzaron. Lo extraño fue que tanto uno como otro, los dos al mismo tiempo, pens aron que un vínc ulo los uní a, al go conocido... muy lejano , pero íntimamente familiar. — ¿Tú eres Víctor? —preguntó David con precaución. — ¿Y t ú David? —contestó Víctor, ya seguro de que reconocía en aquella persona a s u ami go. — ¡No pue de ser! — ¡No me lo creo, después de tanto tiempo ! En ese instante se levantaron, se abr azaron y sol taron una sonora carcaj ada. Víctor y Davi d habí an sido ami gos íntimos en la infancia, desde los dos hasta los diez años. Eran vecinos en el modesto barrio donde vi vieron sus primeros años. — ¡Te he reconocido por esos inconfundi bles ojos azules! —le explicó Víctor. —Y yo a ti por esa mir ada t an limpia y si ncera que tení as hace..., hace... ¡cincue nta y cuatro años! No ha c ambiado en nada —le respondió David. Recordaron y compartieron ento nces anécdot as de l a i nfancia y recuperaron lugares y personajes que creían ol vi dados. Finalme nte, Víctor, que distinguí a

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en la expresión de su amigo una sombr a de tristeza, le dijo: —Viejo ami go, c uéntame cómo te ha i do en esta vi da... David se encogió de hombros y s uspiró. —Mi vi da ha sido un conjunto de despropósitos. — ¿Por qué ? —Recordar ás que mi familia dejó el barrio en el que éramos vecinos cuando yo tenía diez años, que desaparecimos un día y nunca más se supo de nosotros. Resulta que mi padre heredó una i nmens a fortuna de un tío lejano que no te nía descendencia. Nos fuimos sin decir nada a nadie. Mis padres no quisieron que se supiera que la s uerte nos había f avorecido. Cambia mos de hogar, de coche, de vecinos, de ami gos. En ese mo mento tú y yo perdimos el cont acto... — ¡Así que f ue por eso! —exclamó Víctor—. Siempre nos pre guntamos qué os habí a pas ado... ¿Tant a fortuna recibisteis? —Sí. Ade más, una parte importante de lo recibi do en herencia f ue una gran empresa textil en ple no funcionamiento y con abundantes be neficios. Mi padre la hizo i ncluso crecer más. Cuando murió, yo me ocupé de ella. Pero tuve muy mal a suerte. To do f ue en mi contra —explicó Davi d. — ¿Que pasó? —Durante mucho tiempo no c ambié nada, pues l as cosas iban más o menos bien. Pero de pronto empezaron a aparecer competidores por todas partes y l as ve nt as baj aron. Nuestro producto era el mejor, así que yo tenía la esperanza de que los clientes se dieran cuent a de que nuestros competidores no ofrecían l a misma calidad. Pero los clientes no entie nden de telas . Si de verdad hubieran sabi do se habrí an dado cue nta. Así que se lanzaron a por los productos de l as nue vas marc as que iban s aliendo al mercado. David tomó aliento. Recordar to do aquello no era agradable. Víctor permanecía en silencio, sin saber qué decir. —Perdí muc ho di nero, pero la empresa estaba aún saneada. Intenté reducir los costes tanto como pude, pero cuanto más lo hacía, más bajaban las ven tas. Estuve a punto de crear una marca propia, pero no me atre ví. El mercado pedí a marcas e xtranjeras. Eso me puso e n el límite. Co mo último recurso pe nsé en abrir una c adena de tiendas propias. Tar dé en deci dirme y, c uando lo hice, no pude hacer frente al coste de los locales, pues las vent as no lo cubrían. Empecé a f allar en mis pagos. Así que tuve que responder con los acti vos: la f ábrica, mis tierras, mi cas a, todas mis pro piedades... Lo tuve todo en mi mano, tuve todo lo que quise y lo perdí. La suerte nunca me acompañó. — ¿Qué hiciste entonces? —preguntó Víctor. —Nada. No s abí a qué podí a hacer. Todas l as personas que antes me habían alabado ahora me daban l a espal da. Anduve entre un empleo y otro, pero no me adapté o no s upieron e ntenderme... Llegó i ncluso un momento e n que pasé hambre... He sobre vi vi do durante más de quince años como he po dido, ganándo me la vida con las propi nas que obtengo haciendo re cados e i ncluso recibiendo ayuda de bue na ge nte que me co noce, en el barrio en el que ahora vi vo. La mal a s uerte siempre ha estado co nmigo . David no te nía ganas de seguir hablando, así que l e pre guntó a su amigo de

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infancia: —Y a ti, ¿cómo te ha ido e n la vi da? ¿Has tenido s uerte? Víctor esbozó una sonrisa. —Como recordar ás, mis padres eran pobres, más pobres que los tuyos cuando vi ví ais en el barrio. Mis orígenes son más que humildes, lo sabes bie n, son precarios. Muc has noches no te níamos qué comer. A ve ces, incluso, tu madre nos traía algo porque sabía que e n cas a l as cosas iban mal. Como t ambién s abes, no pude ir al colegio, así que estudié en la uni versidad de l a vida. Empecé a trabajar con die z años, precisamente poco tiempo después de que tu familia y t ú desaparecierais misteriosamente. » Empecé lavando coches. Después trabajé en un hotel, de botones. Más t arde subí de cate goría y trabajé como portero de varios hoteles de cinco estr ellas... Hasta que a los vei ntidós años me di c uenta de que yo podía tener suerte, si me lo proponía. — ¿Cómo lo hiciste? —le preguntó Davi d, con un tono me zcla de curiosidad y escepticismo. —Adquirí un pequeño t aller que estaba a punto de cerrar. Lo compré con un crédito y con todos los ahorros de que dis poní a. Era un t aller que fabricaba bolsos de piel. Yo había visto todo tipo de bolsos en restaur antes y e n los lujosos hoteles en los que trabajé. Así que s abí a lo que les gust aba a l as personas con di nero. No tení a más que fabricar lo que t ant as veces habí a visto lle var cuando trabajaba como mozo, »A1 principio, yo mismo me ocupaba t anto de f a bricar como de salir a ve nder. Tr abajé por las noches y los fines de semana. El primer año fue muy bien, pero reinvertí todo lo que gané en comprar más gé nero y en vi aj ar por todo el país, par a averi guar qué se f abricaba en otras partes. Necesitaba s aber más que nadie sobre bolsos de piel. Aprendí muc ho visitando tiendas. Pregunt aba a todo el que veía con un bolso qué le gus taba y qué le disgustaba del suyo... Víctor recordaba con pasión aquellos primeros años. Co ntinuó: —Las ve ntas f ueron creciendo. Dur ante diez años reinvertí todo lo que gané. Bus qué o portuni dades allí donde pensé que podí a haberlas. Modifiqué c ada año los modelos de mis bolsos que más se ve ndían, nunc a f ueron iguales. Nunc a dejé un problema del t aller para el día siguiente. Inte nté ser la causa de to do lo que acontecía a mi alrededor. Fui adquiriendo un t aller tras otro, luego llegaron las fábricas. Finalme nte, conseguí crear un próspero ne gocio. La verdad es que no fue sencillo, pero el resultado supera lo que i magi naba cuando e mpecé. David le interrumpió en ese punto y matizó l a úl tima apreciación: — ¿No será, e n reali dad, que t uviste mucha s uerte? — ¿Eso crees? ¿Realme nte crees que sólo tuve s uerte? —excl amó Víctor, sorprendido. —No he querido molestarte ni menospreciarte —explicó con un hilo de voz David—. Pero resulta di fícil creer que t ú solo eres el motivo de tus éxitos. La suerte sonríe a quien el destino caprichosame nte escoge. A ti te sonrió y a mí no. Eso es todo, viejo amigo. Víctor se quedó pens ati vo. Al cabo de un tiempo, le contestó: —Mira, yo no heredé ni nguna gr an fortuna, pero recibí al go mucho mejor de

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mi abuelo... ¿Co noces la diferencia e ntre la s uerte y l a Bue na Suerte, con mayúscul as? —No la conozco —contestó Davi d, si n mostrar i nterés. —Aprendí la diferencia entre l a suerte y la Buena Suerte con un cue nto que me explicaba mi abuelo cuando vi ví a con nosotros. A menudo he pensado, y aún sigo pens ando, que ese cuento cambió mi vi da. Me ha acompañado e n momentos de miedo, de duda, de i ncertidumbre, de confusión y t ambién en momentos de alegría, felicidad, gr atitud... Gr acias a este cuento decidí compr ar el taller con el fruto de seis años de esfuerzo apasionado y de ahorro. Fue también este cuento el detonante de otras muchas decisiones que lue go se han revelado cruciales en mi vida. Víctor siguió habl ando, mientr as Davi d, con l a cabeza hundi da entre los hombros, dirigí a la mir ada al s uelo. —Quizás a los sesenta y cuatro años uno ya no está par a cue ntos..., pero nunca es tarde par a oír al go que pue de ser útil. Como dice el refrán: Mientras hay vida, hay esperanza. Si lo deseas, puedo e xplicártelo. David guardaba silencio, así que Víctor prosiguió: —Es un cuento que ha ayudado a muchas perso nas. Y no solamente a gente del mundo de los ne gocios, también a e mprendedores y a profesionales de to dos los campos. Las personas que aprende n y asume n l a diferencia entre la suerte a secas y la Buena Suerte han o btenido e xcelentes resultados en s us trabajos, en las empresas e n l as que trabajaban. A otros les ha ser vi do incluso par a c ulti var un amor. Ha servi do tam bién a deportistas, a artistas, a científicos e investigadores... Y te lo di go porque lo he obser vado de primera mano ; tengo ya sesent a y cuatro años y soy testigo del efecto de la leyenda en muchas de esas per sonas. David se incorporó y habló, quizá mo vi do por l a curiosidad: —De acuerdo, dime: ¿Cuál es la diferencia e ntre la s uerte y la Buena Suerte? Víctor meditó antes de contestar. —Cuando vuestra f amilia recibió la herenci a tu visteis suerte. Pero esa suerte no depende de uno, por eso tampoco dura demasiado. Sólo tuviste algo de suerte, y ésa es l a r azó n de que ahor a no tengas nada. Yo, e n c ambio, me dedi qué a crear suerte. La suerte, a secas, no de pende de ti. La Buena Suerte, sólo depende de ti. Esta última es la verdadera. Mucho me temo que l a primera no existe. David no daba crédito a lo que oía. — ¿Me estás diciendo que l a s uerte no existe? —De acuerdo... Digamos que sí que existe, pero es tan i mprobable que resulta vano esperar que te al cance precisamente a ti, a c ual quiera. Y, si al fin llega, no dur a demasiado, es pas ajera. ¿Sabías que casi el 90 por ciento de las personas a las que les ha tocado la lotería no han t ardado más de die z años en arr uinarse o en vol ver a estar como antes estaban? En cambio, la Buena Suerte es posible siempre que te lo propongas. Por eso se llama Buena Suerte, porque es la bue na, l a de verdad. — ¿Por qué es la de verdad? ¿Cuál es la diferencia? —insistió Davi d. Empezaba a sentirse muy i ntrigado por las pal abras de su amigo. — ¿Quieres oír el cuento?

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David dudó unos inst antes. Al fin y al c abo, aun que no po día vol ver atrás, no perdía nada por escuchar. Además, le resultaba agr adable que su mejor amigo de la inf ancia le contase, con sesenta y cuatro años, un cue nto. Y no sólo eso, hací a demasi ado tiem po que nadie le cont aba algo, como si fuese un niño. — De acuerdo, cué ntamelo —accedió por fin.

Primera Regla de la Buena Suerte La suerte no dura demasiado tiempo, porque no depende de ti. La Buena Suerte la crea uno mismo, por eso dura siempre.

Segunda parte: La leyenda del Trébol Mágico El reto de Merlín Hace mucho tiempo, e n un reino muy lejano, un mago ll amado Merlín reunió a todos los caballeros del lugar en los jar dines del castillo real y les dijo: —Hace tiempo que muc hos de vosotros me pe dís un reto. Al gunos me habéis sugerido que or ganice un torneo entre todos los caballero s del reino. Otros habéis pedi do que organice un concurso de destreza con l a lanza y la espada. Si n embargo, voy a pro poneros un reto diferente. La expectación entre los caballeros era máxi ma. Merlín continuó: —He sabi do que en nuestro reino, en un pl azo de siete noches, nacerá el Trébol Mágico. Hubo entonces un re vuelo, mur mullos y exclama ciones entre los presentes. Al gunos ya sabían a qué se refería; otros, no. Merlín puso orde n. — ¡Calma, c alma! Dej adme que os explique qué es el Trébol Mágico: es un trébol de cuatro hojas único, que proporciona al que lo posee un poder t ambién único: la suerte sin límites. Sin límite de tiempo ni lí mite de ámbito. Proporciona s uerte en el combate, suerte en el comercio, suerte en el amor, suerte en las riquezas... ¡suerte ilimitada! Los caballeros habl aban y hablaban entre ellos con gran e xcitación. Todos 6/ 41

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querían e ncontrar el Trébol Mágico de cuatro hojas. Incluso algunos se pusieron en pie, lanzaron gritos de victoria e invoc aron a los dioses. De nue vo, Merlín aplacó los mur mullos y tomó la pal abr a: — ¡Silencio! Aún no os lo he dicho to do. El Trébol Mágico de cuatro hojas nacerá en el Bosque Encantado, más all á de las doce colinas, detrás del Valle del Ol vi do. No sé en qué rincón será, pero nacerá en al gún l ugar del bos que. Aquella e xcitación inicial se vino abajo. Primero se hizo el silencio y, a continuación, los sus piros de de sánimo resonaron por los jardi nes del castillo. Y es que el Bos que Enc antado era t an extenso como la parte del reino que estaba habitada. Se trat aba de miles y miles de hectáreas de espeso bosque. ¿Cómo e ncontrar un mi núsculo trébol de cuatro hoj as en t an extenso l ugar? ¡Hubiera sido cien mil veces mejor buscar una aguja e n un paj ar! Por lo menos, ese sería un reto posible. Ante l a dificultad de l a empresa, la mayoría de los caballeros abandonaron el castillo real, mascull ando quejidos de protesta y dirigiendo mir adas de desapro bación a Merlín cuando pasaban junto a él. —Avís ame c uando tengas al gún reto que se pueda alcanzar —le decía uno. —Si hubiera s abido que se tr ataba de al go así, no me hubiera molestado en ve nir —añadí a otro. — ¡Vaya reto! ; ¿Por qué no nos has enviado a un desierto a encontr ar un grano de are na azul? ¡Hubiera si do más fácil ! —le espetaba otro, con sorna. Uno tras otro, todos los caballeros salieron del j ardín, se dirigieron a las cuadras y mont aron en sus c aballos. Sólo dos se que daron con Merlín. — ¿Y bien? —preguntó entonces el mago—. ¿Vo sotros no os vais ? Uno de ellos, que se llamaba Nott y lle vaba una capa ne gra, respondió: —Sin duda es difícil. El Bosque Encant ado es e norme. Pero sé a quién pregunt ar. Creo que po dré encontrar el trébol que dices. Yo iré a buscar el Trébol Mágico de cuatro hojas. El trébol será para mí. El otro, que se llamaba Si d y lle vaba una capa blanca, se mantuvo en silencio hast a que Merlín le di rigió una mirada escrutadora. Entonces dijo: —Si t ú dices que el Trébol Mágico de cuatro hojas, el trébol de la suerte ilimitada, va a nacer en el bosque, si gnifica que así será. Creo en tu palabra. Por eso iré al bosque. Así pues, ambos caballeros partieron haci a el Bosque Enc antado. Nott, en s u caballo negro. Si d, e n su caballo blanco.

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Segunda Regla de la Buena Suerte Muchos son los que quieren tener Buena Suerte, pero pocos los que deciden ir a por ella.

II El Gnomo, Príncipe de la Tierra El vi aje por el reino hast a el Bos que Enc antado era l ar go, y les llevó dos dí as. Así pues, disponí an sólo de cinco jornadas para hallar el lugar donde nacería el Trébol Mágico. No había tiempo que perder. A pesar de ello, ambos c aballeros decidieron descansar toda l a noche antes de empezar la búsqueda. Los dos habían hecho el vi aje por separ ado y no coincidieron en las bre ves par adas que hicieron par a dar de beber a sus respectivos caballos. Así que ninguno sabí a e n qué l ugar del bosque se encontr aba el otro. El Bosque Enc ant ado era un lugar muy oscuro. Oscuro era dur ante el día, pues los inmensos y t upidos árboles apenas permití an a los rayos del sol alcanzar el suelo. Y oscura fue esa noche, fría y silenciosa, a demás . Aunque los habitantes del Bosque Enc ant ado se habí an percat ado ya de la presencia de los nue vos visi tantes.

A la mañana siguiente, muy tempr ano, Nott, decidido a e ncontrar el trébol, pensó: «El Trébol Mágico nacerá en el suelo. ¿Quién es el que mejor conoce cada pal mo de tierra del Bosque Enc antado? Muy f ácil: el Príncipe de l a Tierra. Es decir, el Gno mo. El Gnomo vi ve bajo el suelo y ha cons truido pasillos y corredores subterráneos por cada uno de los rincones del Bosque Encantado. ¡Él me dirá dónde nacerá el Trébol Mágico de cuatro hojas » Así pues, Nott, el c aballero con caballo negro y ne gra capa, preguntó dónde podí a hall ar al Gnomo a todos los extraños seres que encontró por su camino, hast a que fi nal mente dio con él. — ¿Qué quieres? —le preguntó el Gnomo—. Me han dicho que lle vas todo el día buscándo me. —Efectivamente —afirmó Nott mie ntras baj aba de s u corcel—. He sabi do que dentro de ci nco noches nacerá e n el bosque el Trébol Mágico de cuatro hojas. Un trébol solamente pue de nacer de l a tierra, así que t ú, Príncipe de l a Tierra, debes saber el lugar do nde nacerá. Tú eres el único que conoce palmo a palmo este inmenso bosque por debajo del suelo. Tú conoces como nadie todas l as raíces de todas l as plantas, arbustos y árboles que habitan e ste bosque. Si el Trébol Mágico de cuatro hojas va a nacer de ntro de cinco noches, tú de bes haber visto ya sus r aíces. Dime dónde está.

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—Hummmmm —me ditó el Gnomo. —Sabes t an bie n como yo —prosiguió Nott— que el Trébol Mágico proporciona s uerte ilimitada solame nte a los caballeros, así que no tiene ni ngún valor par a ti, que eres un Gnomo, ni para ni nguno de los ha bitantes del Bosque Enc ant ado. Di me dó nde nacerá. Sé que t ú lo sabes. El Gnomo respondió: —Ya conozco los po deres del Trébol Mágico de cuatro ho jas. Y ya sé que su suerte ilimitada alc anza sólo a los caballeros que lo posean..., pero no he visto sus raíces en ningún l ugar del bosque. Es más, nunca han nacido tréboles en el Bosque Encantado. Es impo sible que el trébol nazca aquí . Quien te haya dicho eso te ha engañado. — ¿No serás tú quien me engaña? ¿No le habr ás dicho ya al c aballero Sid, el caballero con blanco caballo y c apa bl anc a, dónde nacerá el Trébol Mágico? — preguntó desafiante Nott. — ¡No sé de qué me estás habl ando ! No sé quién es Sid, y no tengo ni i dea de quié n te ha dicho seme jante estupidez. En este bosque nunc a ha habido un solo trébol, ni tan si quiera de tres hoj as: ¡sencillamen te, los tréboles no crecen en este bosque por que no pue den! Así que déjame e n paz. Lle vo más de ciento cincuenta años vi viendo aquí y nunc a nadie me habí a hecho una pregunt a t an estúpida. ¡Adiós! El caballero Nott lo dejó por imposible. «No es la primera ve z que me e ncuentro con al guie n que no está a l a altur a que yo merezco», pe nsó. Así que se subió a s u c aballo, dio medi a vuelta y optó por esperar al día siguiente. Después de todo, t al ve z el Gno mo tuviera r azó n y Merlín se hubiera equi vocado de sitio o de fechas. A me dida que se alejaba del Gnomo, montado so bre su caballo negro, Nott experimentó lo que s uelen experiment ar aquellos a quienes «les dicen» que s u suerte no es posible: sintió al go de miedo. Pero lo más f ácil era s ustituir ese miedo por i ncredulidad. «Senci llamente, no puede ser.» Eso fue just amente lo que pensó Nott. Por eso, decidió ignor ar lo que el Gnomo le había dic ho. «Mañana será otro dí a y qui zá la suerte me aguarde en otro lugar», pensó.

Por su parte, Si d, el c aballero de la capa bl anca, tuvo en l a mañana de l a tercera jornada e xact amente l a misma ide a que Nott. Él también sabía que el Gnomo era el más indicado par a averiguar en qué lugar brota ría el Trébol Mágico. Pasó el día i ntent ando dar con su guarida, preguntó a todos los habitantes del bosque con los que se cruzó en el cami no y, finalme nte, en contró al Gnomo unos pocos minutos después de que el caballero Nott lo hubiera dejado refunfuñando frente a una de l as entradas a su caver na de infinitos pasillos. — ¿Eres tú el Gno mo del Bosque Encantado, al que llaman el Príncipe de la Tierra? —pre guntó, al tiempo que descendía de s u caballo. 9/ 41

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—Sí, yo soy. ¡Vaya! ¡Otro ilumi nado! Y tú ¿qué es lo que quieres? —Verás, he s abi do que dentro de ci nco noches nacerá e n el bosque el Trébol Mágico de cuatro hojas y he pens ado que... —Sid no pudo acabar la frase. El Gnomo se puso rojo como un pimiento y acumuló aire en s us pulmo nes y mofletes como si fuera a estallar. — ¡Pero ¿qué pasa con este maldito Trébol Mágico ho y?! —gritó, colérico—. Ya se lo he dicho al otro caballero: No -hay-ni-ha-habido-nunca-tréboles-de-lasuerte-en-este-bosque: sencillamente no puede n nacer tréboles aquí. Quien os haya dicho eso está equi vocado. O bien os toma el pelo o ha bebido más poción etílica de l a c uent a. Lo mejor que podéis hacer es regre sar a vuestro castillo o acudir en socorro de al guna damisela en peligro. Aquí perdéis el tiempo. El caballero Sid, se dio entonces cuent a de que al go pasaba: según Merlín, en el bosque nacería un Trébol Mágico y se gún el Gnomo, era i mposible que e n l as circunstancias actuales naciera allí ni ngún tré bol. Los dos decían probableme nte la verdad, pero era posible que la verdad de cada uno f uera distinta. Así pues, quizá seguir buscando el Trébol Mágico era una pérdi da de tiempo. Si , tal y como había dicho el Gno mo, en aquellas circunstancias no podí a nacer ni ngún trébol, se trat aba entonces de saber qué era lo que ha cía falta para que naciera un trébol. De modo que Si d le preguntó, al mismo tiempo que lo c almaba: — ¡Esper a, esper a! ¿Has dic ho que nunca han na cido tréboles... ¡en el Bosque Enc ant ado!? — ¡Nunc a! ¡Nunc a j amás! —respondió refunf uñando el Gnomo, mientras se metía en su c asa-madriguera... — ¡No te vayas, no te vayas, por f avor! Explícame por qué. Quiero saber por qué nunc a han nacido tréboles en el bosque. El Gnomo se giró y e xplicó: —Es por la tierra. Natur almente que es por la tierra. Nadie se ha ocupado de renovar nunc a esta tierra. Los tréboles necesitan tierra fresca y esponjosa, y la tierra de este bosque nunc a ha sido remo vi da ni aireada. Es un suelo duro, apelmazado, ¿cómo quieres que así nazc a un s olo trébol? —Por tanto, Gnomo, Príncipe de la Tierra, si qui siera tener una sola posibilidad, aunque solamente fuera una, de que creciera un único trébol en el bosque... ¿debería renovar la tierra, cambiarla? —preguntó Si d. —Obvi ame nte. ¿No sabes que sólo se obtienen cosas nuevas cuando se hacen cosas nuevas? Si la tierra no c ambia, seguirá pasando lo mismo: que no nacerá ningún trébol. — ¿Y t ú s abes dónde po dría e ncontrar tierra fértil? El Gnomo estaba ya co n me dio cuerpo dentro de l a madriguera y con una mano a punto de cerrar la portezuela de madera. Con to do, contestó a Sid: —Hay al go de tierra fresca y fértil en el territorio de las Co wls, a poca distanci a de aquí. Es una tierra rica, pues las Co wls, las vac as enanas , amo ntonan allí su estiércol. Ésa sí que es tierra buena. El caballero le dio efusivamente las graci as al Gnomo. Se subió ent usiasmado a su bl anco caballo y cabal gó sin pérdi da de tiempo haci a el territorio de las Co wls. Sabí a que tení a muy pocas probabili dades, pero por lo menos ya tenía

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algo. Llegó al territorio de las Co wls cuando ya ano checía. Le f ue muy fácil encontrar la tierra de l a que hablaba el Gnomo. Era realme nte tierra fresca, esponjosa y, por supuesto, muy bien abonada. Sol amente pudo llenar un par de alforjas, los únicos recipientes que lle vaba en su caballo. Pero era suficiente par a una pe que ña extensión de terreno. A continuación, el caballero Sid se dirigió con l as alforjas de tierra nueva a una zona del bosque tranquil a, lejos de c ual quier pobl ado. Encontró un l ugar que le pareció adecuado y arrancó las hierbas y los matojos que allí habí a. Después, removió y quitó l a tierra viej a, l a que nunc a se habí a renovado, la de siempre. Y por fin extendió la tierra nueva en el suelo. Cuando hubo acabado, se puso a dormir. Sólo tenía tierra para unos pocos pal mos cuadr ados. ¿Sería aquél el lugar escogido par a que brotara el Trébol Mágico? Si había que ser realista, sería muy improbable tener tant a suerte. Unos pocos palmos e ntre miles de hectáre as era algo así como una posibili dad entre millones. Si n embar go, una cosa era cierta: había hecho algo distinto a lo hecho en el bosque hasta el mome n to. Si no habí a habi do tréboles, si nadie los habí a encontrado nunc a, er a porque todos los que lo habí an intent ado habí an hecho las mismas cosas de siempre, las que todo el mundo hacía. Como buen caballero, sabí a que hacer cosas diferentes era el primer paso par a logr ar algo diferente. Aun así, s abí a que había muy pocas probabilidades de que el Trébol Mágico de cuatro hojas brotara precisamente en el l ugar que había escogido para po ner la poca tierra fértil de que disponí a. Pero, por lo menos, s abí a ya por qué no habí a tréboles. Y al día siguiente sabría más. De eso estaba seguro. Sid, tumbado y con l a cabe za apoyada en el s ue lo, miraba la tierra recién extendi da. Pensó que el Gnomo decía su ver dad. Pensó tambié n que Merlín decía la suya. Eran dos ver dades aparentemente contradictorias. Pero si se actuaba como él habí a hecho, aportando nue va tierra a l a tierra de siempre, es a aparente contradicción se des vanecía. «Que en el pasado no hubiera tréboles no signifi ca necesariamente que e n el futuro no los pue da haber, ahora que l as condiciones de la tierra son distint as», pensó. Se durmió imaginando que el trébol brotaba entre la tierra nueva que había esparcido. Soñar así le ayudaba a ol vi darse de l as pocas probabilidades que había de que aquel rincón f uera el elegido por el destino par a acoger al Trébol Mágico. El sol se puso. Solamente que daban cuatro no ches.

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Tercera Regla de la Buena Suerte Si ahora no tienes Buena Suerte tal vez sea porque las circunstancias son las de siempre. Para que la Buena Suerte llegue, es conveniente crear nuevas circunstancias.

III La Dama del Lago El cuarto dí a amaneció más frío que de costumbre. El canto de los jilgueros, de los petirrojos, de los mirlos y de los ruiseñores ahogó por fin al de los grillos.

Nott subió a s u caballo después de comer algunas ba yas. No las te nía todas consigo. La i nformación que le había dado el Gnomo era verdader amente preocupante. Palabras literales: «En el bosque no pueden nacer tréboles». Es más, nunca habí a nacido un solo trébol en todo el Bosque Encantado. Y el Gnomo s abí a lo que se decía. De todas formas, quizás el Gnomo le engañaba. Sabí a que no podía fiarse de que dijera la verdad. Pensar así no le conducí a a ninguna parte, pero le tranquilizaba. Decidió dedicar el día a encontrar a alguien que pudiera desmentir la información que le habí a dado el Gnomo. Eso pondría de nue vo la suerte en sus manos. Después de cabalgar dur ante más de cinco horas, el c aballero Nott di visó a lo lejos, entre la espesura del bosque, un gran l ago. Como tenía sed e i maginaba que s u c aballo también estaría sedie nto, decidió acercarse. El lago era muy bello. Estaba lleno de nenúfares co n flores amarillas y blancas. Bebió un poco y se sentó junto a l a orilla, mientras s u c aballo be bía ansiosamente. De pronto, una vo z detrás de él le sobresaltó: — ¿Quién eres? —Era una vo z femenina; dulce, pero a la ve z profunda; frágil, 12/ 41

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pero firme; seductora, pero desafiante. Era l a Dama del Lago. Sobresalía entre las aguas del lago de un modo impresionante, una mujer de hermosura y perfección nunca vist as, mol deada con l a forma del agua. Nott habí a oído habl ar de ella. Pronto se dio c uenta de que de el la podría obtener información i m portante par a su crucial misión. —Soy Nott, el caballero de la negr a c apa. — ¿Qué hacéis tú y t u negro caballo junto a mi lago? Ya habéis bebido. Ahora, ¿qué queréis? Estáis despertando a mis ne núf ares. Y ésta es su hora de s ueño. Mis nenúf ares duerme n por el dí a y cantan por la noche . Si los despertáis, esta noche no c ant arán. Su c anto e vapora el agua del l ago durante la noche. Si los nenúfares no c ant an, el agua del lago no se e vapora; si no se e vapora agua, el lago se desborda, y si el l ago se desborda, muc has flores, plantas y árboles morirán ahogados. ¡Cáll ate, cáll ate y desaparece! ¡No despier tes a mis nenúfares! — ¡Alto, alto! -—l a i nterrumpió con ve hemencia—. No me c uentes tu vi da. No me interesan t us problemas. Me iré ensegui da. Solame nte quiero hacerte una pregunt a. Tú, Dama del Lago, tú que proporcionas agua a todo el Bosque Enc ant ado, tú que riegas todos sus rin cones. Dime: ¿dónde crecen los tréboles en este bosque ? La dama comenzó a reír. Eran c arcajadas tris temente burlonas. Reía con estruendosa discreción, una risa aguda, pero también con matices graves . Cuando dejó de reír, se puso seria y afirmó: — ¡En este bosque no puede n crecer tréboles! ¿No ves que el agua que reparto desde aquí llega a todas partes por i nfiltración? No sale de mí a través de arro yos o ríos, sino que se filtra por el lecho del l ago y lle ga a todos los rincones del Bosque Enc ant ado. ¿Acaso has visto charcos en al guna parte del bosque ? Los tréboles necesitan mucha agua. Precisan un ar royo que se la pro porcione continuame nte. Jamás e ncontrar ás un trébol e n este bosque. La Dama del Lago se sumergió de nue vo. Fue im presionante. El vapor de agua que le daba forma cayó a l a superficie en una lluvia de miles de gotas. Nott apenas prestaba ate nción al maravilloso espectáculo que ac ababa de ocurrir. Estaba harto de oír la misma c antinel a. Muy serio y pe nsati vo se preguntó qué estaba pas ando. Empe zaba a creer que t al ve z a él nunca le llegaría la suerte. Eso le pro vocaba un miedo más intenso que el que sintió el día anterior, después de habl ar con el Gnomo. «De bo encontrar a al guien que me di ga lo contra rio. Debo encontr ar a al guien que me diga que l a s uerte está aquí , que el Trébol Mágico pue de nacer en el Bosque Encantado», decía par a sus adentros. Empezó a o diar a l a suerte. Era al go abomi nable. Lo más deseado, y tambié n lo más i naccesible del mundo. Y no po día soportar ese sentimiento. Esperar la suerte le deprimía, pero era lo único que po día ha cer. Porque... ¿qué alternati va tenía? Así pues, Nott montó en s u c aballo, cabalgó el resto del dí a y vagó sin ton ni son por el Bosque Encant ado, con l a esperanza de tener la suerte de dar con el Trébol Mágico de cuatro hojas.

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Ese dí a, el caballero Sid se habí a le vantado un poco más tar de que e l día anterior. Habí a acabado de reno var l a tierra c uando anochecía, así que decidió dormir una hora más. Mientras comía unas manzanas , que compartió con s u caballo bl anco, pensó qué haría ese día. «Ya tengo l a tierra —se dijo—. Ahora necesito saber cuánt a agua necesita. La probabilidad de que haya escogido el lugar correcto es mínima, lo sé. Pero si fi nal mente este fuera el lugar elegido... entonces tendré que ocuparme de que l a tierra reciba la c antidad de agua necesaria. No lo dudó un i nstante. Er a bien s abi do por cual quiera, c aballero o no, que l a Dama del Lago era, de todos los habit antes del Bosque Encant ado, la única que disponí a de agua. Le costó un poco encontrarla. Tuvo que pregun tar aquí y allá y consultar con varios animales parlanchines que encontró por el cami no. Llegó al lago justo unos mi nutos después de que Nott se hubiera ido de allí. Se acercó muy, muy despacio. Sin ape nas hacer ruido, aunque sin querer pisó una cáscara de nue z, que crujió. Inmedi atamente emergió de forma imponente l a Dama del Lago. Ésta repitió la misma queja que a Nott: — ¿Qué hacéis tú y t u blanco caballo junto a mi lago? ¿Qué queréis? Estáis despertando a mis ne núf ares. Y ésta es su hora de s ueño. Mis ne núf ares duer men por el dí a y cant an por l a noche. Si los de spertáis, esta noche no cant arán. Su canto e vapora el agua del l ago durante la noche ; si no cantan, el agua del lago no se e vapor a; si no se e vapora agua del lago, éste se des bordar á, y si el lago se desborda, muc has flores, plan tas y árboles morirán aho gados. ¡Cállate, cállate y de saparece! ¡No despiertes a mis nenúfares! Sid quedó apabullado. No solamente por la mag nificencia del espectáculo que acababa de ver, sino también por el problema que le había e xpuesto la Dama del Lago. Si d necesitaba agua par a regar l a zona escogida, pero sin duda despertaría a los nenúfares si de dicaba todo el dí a a recogerla con c azos. Así pues, las cosas se poní an difíciles. No había agua en ni nguna otra parte del Bosque Encantado. En fin, ¿qué se le iba a hacer? Si d era u na persona sensi ble, y por eso, la mezcla de belleza, tristeza y ansiedad de l a vo z de l a Dama del Lago hizo que se interesara por el problema y que buscar a el mo do de ayudarla. —Y, decidme, señora, ¿por qué no s ale agua del lago ? De to dos los lagos sale agua. De todos los lagos nacen arroyos o ríos. —Yo... yo... —por primer a ve z, la Dama del Lago se expresó con una vo z sin matices, una vo z tris te. Había dolor en ella—. Porque en mi lago —prosiguió— no hay continui dad. No hay ríos que partan de mí. En mí, solamente cae agua. Sólo la recibo, y ningún arroyo brota de mi se no. Por eso tengo que vi vir siempre pendiente de que los ne núf ares duerman para que pue dan c ant ar

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dur ante l a noche. Dur ante el día no duermo par a vel ar su sue ño, y dur ante l a noche sus c antos no me dejan dormir. Vi vo esclava de mi agua. Por favor, márchate y no despiertes a mis ne núf ares. Sid se dio cuent a e ntonces de que lo que el lago te nía en abundancia era, precisamente, lo que a él le hacía falt a: agua. —Yo pue do ayudarte —le pro puso Sid—. Pero dime una cosa, ¿tú sabes cuánt a agua necesita un trébol? La Dama del Lago contestó: —Necesita agua e n abundancia. Necesitan agua clara, de un arroyo. La tierra en la que nacen los tréboles debe estar siempre húmeda. — ¡Entonces, entonces... yo puedo ayudarte a ti y t ú pue des ayudarme a mí! — ¡Sssshhhhh! No grites tanto, que ya has desper tado a un nenúfar . Di me cómo. —Si me das permiso, abriré un s urco en tu orilla para que un arroyo nazc a de ti, y logr aré así que el agua no se acumule e n tu seno. No haré ningún r uido. Sencillame nte abriré un surco en la tierra y el agua s al drá de tu lago. De esta forma, no tendrás que preocuparte más por los nenúfares. Podr ás dormir siempre que lo desees. La Dama del Lago se quedó pens ati va. Después, accedi ó: —De acuerdo. Pero no hagas r uido —de inmedi ato, la Dama del Lago desapareció, ante el asombro de Síd. Sin es perar un instante, impro visó con s u espada un arado que colgó de la parte trasera de s u caballo. Cabal gó de nue vo hacia el terreno escogido. A me dida que c abal gaba, l a espada labraba un surco, que el agua llenaba, liber ando al lago de su pesada c arga. £1 agua llegó basta l a tierra fresca y fértil. Sid lo habí a conseguido: habí a enc auzado la tierra y creado un arroyo de agua clar a que nunca antes había existido en el Bosque Encant ado. Se puso a dormir j unto al espacio que había crea do. Reflexionó sobre lo ocurrido y recordó lo que siempre le había dicho s u maestro: la vida te de vuel ve lo que das . Los problemas de los demás son a menudo l a mitad de t us soluciones. Si compartes, siempre ga nas más. Era j ustamente lo que habí a pas ado: estaba dis puesto a renunci ar al agua, pero cuando come nzó a e ntender el problema de la Dama, par adójicame nte, se dio cuenta de que los dos necesitaban lo mismo, y de que con una sola acción, los dos salían ganando. Lo curioso es que Sid se percató de que cada ve z le preocupaba menos que aquél fuer a o no el lugar destinado a que naciera el Trébol Mágico. Tal ve z debería sentirse un poco estúpido por trabaj ar tanto en una zona en la que probablemente el trébol no iba a nacer. Pero no se sentía así. La certeza de que hací a lo que debí a restaba i mportancia al hecho de que hubie ra tenido suerte o no con l a elección del lugar. ¿Por qué ? No lo sabí a. Tal ve z porque regar era lo que to caba hacer después de ar ar y abo nar la tierra. Hacía lo que tenía que hacer. Por supuesto, él sabía que era muy poco probable que el sitio que había escogido par a reno var l a tierra y regarla fuera justamente el elegido para que brotara el Trébol Mágico de cuatro hojas. Pero ya sabía dos razones por las

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que no habí an nacido nunc a tréboles en el bosque. Y al día siguiente sabría más. De eso estaba seguro. Sid, con l a cabeza apoyada en el s uelo, pues in tentaba co nciliar el sueño, miraba co n esperanza su porción de tierra fértil regada por el arroyo. Una no che más, vis ualizó cómo el Trébol Mágico brotaba y crecía. Esa noche, l a imagen del trébol en s u mente aparecía más nítida y real que la noche anterior. Eso le hacía feliz. La oscuridad lo e nvol vió. Solamente que daban tres noches.

Cuarta Regla de la Buena Suerte Preparar circunstancias para la Buena Suerte no si gnifica buscar sólo el propio beneficio. Crear circunstancias para que otros también ganen atrae a la Buena Suerte.

IV La Secuoya, Rei na de los Árboles

A la mañana siguiente, Nott, el caballero de l a negr a capa, se le vantó bastante desani mado. Si hacía c aso a l a i nformación del Gnomo y de la Dama del Lago, estaba, como se dice vul gar mente, perdiendo el tiempo, ¿No sería vano su empeño ? El caballero Nott pe nsó en regresar. Si n embargo, el vi aje hasta el Bosque Encantado había sido l argo y, ya que estaba ahí , optó por quedarse hast a el séptimo día. Qui zá finalmente e n contraría a al guie n que le dijera dónde encontrar el Trébol Mágico de cuatro hojas. Nott no sabía qué hacer. ¿Con quién podí a habl ar en aquel momento ? Vagó por el bosque mont ado e n su caballo sin saber adonde ir. Encontró todo tipo de seres extraños, pero no dio con ningún trébol. Y eso que, mientr as cabalgaba,

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miraba co ntinuamente al suelo, busc ando alguna pista que pudiera i ndic arle dónde po día nacer. De pronto c ayó e n la cue nta de que no habí a i do a hablar con la Secuoya, el primer habitante del Bosque Encantado. Ella s abría algo. Cabalgó hast a el corazó n del bosque. Según contaban, l a Secuoya er a el primer árbol que habitó el Bos que Enc antado, por eso estaba en el centro. Nott bajó de su caballo y se dirigió a ella. Sabí a que e n el bosque todos los seres vi vos, incluso muchos de los seres inanimados, po dían habl ar. Así q ue se dirigió a l a Secuoya y le dijo: —Secuoya, Rei na de los Ár boles. ¿Pue des hablar ? No obtuvo respuesta. El caballero Nott insistió. —Secuoya, Rei na de los Ár boles. Me estoy diri giendo a ti. Haz el favor de contestarme. ¿No sabes quién so y? So y el caballero Nott. La Secuo ya comenzó a mo ver s u impresionante tronco y contestó al c aballero: —Ya sé quién eres. ¿Ac aso no s abes que cono zco a todos los árboles de este bosque ? ¿No s abes que a través de nuestras hojas todos, absolutamente todos los árboles de este bosque estamos en cont acto físico unos con otros? La información corre rápi do a través de nuestras r amas. Pregúntame al go si quieres, pero después, vete. Estoy cansada, te ngo más de mil años y hablar me fatiga. —Seré bre ve —contestó Nott—. He s abi do que es posible que de ntro de tres noches crezca en el Bosque Enc ant ado el Trébol Mágico de cuatro hojas, el trébol de la s uerte ilimitada. Pero tanto el Gnomo como la Dama del Lago me han dicho que jamás ha crecido un solo trébol en el Bosque Enc ant ado. Tú vi ves en el bos que desde que éste existe. Tú s abes todo lo que aquí pasa por que habl as y has habl ado con todos los árbo les. Mi pregunta es muy se ncilla: ¿Es cierto que j amás ha crecido un trébol en este bosque? La Secuo ya se tomó su tiempo par a contestar. Revisó su memoria de mil años, buscó en c ada uno de los mil anillos que conformaban s u ancho tronco. Eso le tomó algo de tiempo. Los minutos pasaban y el c aba llero Nott se impacientó: — ¡Vamos, contesta! ¡Te ngo prisa! —protestó. —Estoy pens ando. Estoy recordando. Eres impaciente como la mayoría de los humanos. Deberíais ser como los árboles, que tene mos muc ha paciencia. Pasaron unos minutos más. El caballero Nott, muy i nquieto, se dio l a vuelta, convencido de que l a Secuoya no quería contestar. Pero ella arrancó a hablar justo cuando Nott se dispo nía a subirse a su ca ballo. Como si se trat ara de una bibliotecaria que hubiera re visado las mil fichas de los libros de s u biblioteca buscando una o bra concreta, la Secuo ya contestó al fin con seguri dad: —Es cierto. Nunca ha nacido un trébol en el Bosque Encantado. Y aún menos un Trébol Mágico de cuatro hojas. Nunca en estos mil años. Nunc a. El caballero Nott estaba desolado. Probablemen te, Merlín habí a recibido l a información errónea. O incluso peor: por su c abe za cruzó la i dea de que tal vez le había engañado. Nott se sintió ver daderamente deprimido . Er a el tercer habitante del bosque que le decía que no habría suerte para él. Estaba t an obsesionado con t al realidad que no podí a ver más all á. Real mente, escuc har a otros decir lo que uno ya

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sabí a no conducía más que a reafirmarse en l a propia e vi dencia. Cualquier persona que, como Nott, esté obsesionada por saber si hay o no tréboles en el bosque no podr á pensar más allá de eso. No tomará conciencia de que es necesario hacer algo al respecto. Por eso, Nott estaba t an abatido, se sentí a víctima, se sentía utilizado, engañado. Se e n contraba en una situación en la que no veí a ninguna posibilidad de é xito.

El caballero Sid se le vantó aquella mañana más s atis fecho que l a anterior. Obser vó alegre todo lo que llevaba realizado: tierra fértil y agua abundante. Si el lugar en que debía nacer el Trébol Mágico era aquél, necesitaba saber entonces qué c anti dad de sol y de sombra necesitaría. Sid er a un caballero y no un experto en jar dinería, así que tendría que hablar con al guien sabio que supiera de plant as y ár boles. Pero ¿con quién? De pron to se le ocurrió: — ¡Cl aro! ¡Có mo no ! ¡La Secuo ya! Es el árbol más s abio del bosque. Ella sabr á cuánto sol necesita un trébol! Sid c abal gó hasta el corazón del Bosque Encanta do, Descendió de su corcel y se dirigió al árbol, como poco antes habí a hecho Nott. —Distingui da Secuo ya, Reina de los Árboles. ¿Deseas hablar ? No obtuvo respuesta. El caballero Sid i nsistió. —Respetada y ve nerada Secuoya, Reina de los Árboles, sí no estás demasiado fatigada, quisiera hacerte una pregunta. Aunque, si lo prefieres, puedo vol ver en otro momento. Lo cierto es que la Secuoya había decidido no contestar a otro de aquellos arrogantes caballeros que, impacientes, le hacían pre guntas , pero pronto vio que Si d no era un impaciente, ni un caballero arrogante. Por la amabilidad de sus palabr as y por su respetuoso gesto de inclinación de cabe za, con l a rodilla apo yada en el suelo, dedujo que era distinto. Cuando Sid estaba a punto de marcharse, la Secuo ya lo llamó . —Ciertame nte estoy fatigada. Pero, dime, ¿c uál es tu pregunt a? —Graci as por contestarme, Reina de los Ár boles. Mi pre gunta es muy sencilla: ¿cuánto sol necesita un trébol para crecer, contan do con que tenga tierra nue va y agua suficiente? —Hummmmmm —meditó la Secuo ya. Pero esta vez se tomó mucho menos tiempo para contestar por que s abí a perfectamente la respuesta—. Necesita igual cantidad de sol que de sombra. Pero no encontr arás ningún lugar así aquí. Este bosque es todo sombr a, como habr ás po dido o bser var. Por eso nunca ha naci do aquí un trébol. És a es la respuesta a t u pregunt a. Hasta pronto. Pero el caballero Sid no se des ani maba fácilme nte. — ¡Esper a, esper a! Sólo una pregunt a más, te lo ruego. Tú que eres la Reina de los Ár boles, ¿me per mites eliminar al gunas ramas de alguno de tus s úbditos?

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¿Te ngo t u permiso? La Secuo ya contestó: —No te hace falt a mi permiso. Solame nte tienes que eliminar las ramas muertas y l as hojas secas. Nunca nadie en este bosque se ha de dicado a despejar l as copas de los árboles. Nadie j amás ha po dado nuestras ramas. Por eso no hay luz en el bosque, s us habitantes son muy vagos. Siempre dejan s us obligaciones par a mañana. Si de dicas un poco de tiempo, obte ndr ás luz y sombra por igual bajo cual quier árbol. Bast ará con que quites las hojas y las ramas muertas. No necesitas mi permiso. Cualquier ár bol al que hagas eso estará enc ant ado. «Cortar l as ramas viejas, liberarse de lo que ya no sir ve, es siempre un impulso par a l a vida del ár bol y de lo que le rodea —añadió, esta ve z con vo z cáli da y amable, la Secuo ya. — ¡Graci as! ¡Muc has gr acias, Majestad! —contestó Sid. Se incorporó y, sin dar nunca la es pal da a la gr an Secuo ya, retrocedió hasta su caballo. El caballero de la c apa blanc a cabalgó r audo has ta el lugar do nde re no vó la tierra e hizo llegar el agua. Pero era ya bastante tar de. ¿Y si despejaba l as copas de los árboles al dí a siguiente? De hecho, ya no le que daba nada por hacer: tierra, agua y l a c anti dad j usta de sol. Podía ahora descansar, y de dicaría el último día a po dar los árboles. De pronto recordó lo que le habí a dicho l a Secuoya: «No lo dejes par a mañana». Sid recordó también uno de los consejos que siempre le ha bía ido mejor: «Actúa y no postergues ». Era cierto que no habí a nada más que hacer y que tení a to do el día siguie nte para eliminar ramas . Pero si lo hacía en aquel momento, dispondría de un día más, y disponer de un dí a más podí a ser útil. Así pues, apro vec hó las pocas horas de luz que le quedaban par a podar l as ramas. Fiel a s us principios, decidió actuar y no postergar las cosas que debí a reali zar. Empezó a s ubir e ntonces a l as copas de los árbo les que rodeaban su parcela de terreno y se entregó con pasión a la t area de limpiarlos de ramas muertas. Los árboles tenían muchos pies de alt ura y tuvo que escalarlos uno por uno, con la ayuda de una cuer da que guardaba en sus alforjas. Podó ramas y elimi nó hojas muertas a f uerza de golpes de espada, sin l asti mar para nada el tronco ni el resto de ramas vi vas. De dicó bue na parte de l a noche a esta l abor, como si lo único que i mportar a en ese momento, e n su «aquí y ahora», fuera li mpi ar copas de ár boles. El resultado fi nal f ue excelente. Se sentía muy contento. Curiosame nte, ya no le preocupaba que el lugar que habí a escogido par a re no var l a tierra, c anali zar el agua y limpi ar las r amas fuera el elegido o no par a que j ustamente naciera e n él el Trébol Mágico de cuatro hojas. Ahora ya s abí a todo lo que precisaba un trébol par a arraigar y lo habí a hecho. ¿A qué dedicaría el dí a siguiente? ¡Tal ve z hubiera al go que aparenteme nte no f uera necesario, pero sí imprescindi ble! Sintió que disfrutaba con lo que estaba hacien do, que se di vertía, que se apasionaba y que todo aquello tenía un sentido, fuera cu al fuese el resultado final. Una noche más, Si d visualizó su Trébol Mágico. Esta vez lo imagi nó

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bellame nte arrai gado e n la tierra húmeda del peque ño espacio que habí a creado. Imagi nó sus c uatro hojas, c ada una con esa forma c aracte rística de corazón, abiertas par a recibir la l uz del sol que se colaba entre las r amas de los árboles gi gantes que lo rodeaban. No po día e xplicarlo, pero cuanto más s abí a acer ca de cómo crear las condiciones para que naciera un Trébol Mágico, menos le preocupaba si el suyo sería el l ugar elegido por el trébol para crecer. Por fin oscureció. Solame nte quedaban dos no ches.

Quinta Regla de la Buena Suerte Si «dejas para mañana» la preparación de las circunstancias, la Buena Suerte qui zá nunca llegue. Crear circunstancias requiere dar un pri mer paso,.. ¡Dalo hoy!

V Ston, la Madre de las Piedras

Dur ante el sexto día Nott se dedicó a vagar apesa dumbrado por el Bosque Enc ant ado. Re almente no pens aba que fuera a encontrar ni ngún trébol, pero tampoco quería vol ver solo al c astillo real. Puestos a hacer el ridículo, prefería hacerlo en compañía de Si d. Además, le costaba tanto reconocer sus errores o fracasos que opt aba por responsabili zar de los mismos a otros. «Soy víctima de un error o de un e ngaño de Merlín», se decía. El sexto dí a f ue el más aburrido de cuantos pasó Nott en el bos que. A pesar de que lo gró cazar bastantes animales r aros y topó con extrañas pl antas, no ocurrió nada rele vante. Lo peor era una sensación que le de primía enor memente: estaba ya co nve ncido

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de que él no tendrí a suerte en la vi da. De lo contr ario, ya habrí a encontr a do el Trébol Mágico. A no ser, claro está, que Merlín le hubiera e ngañado. Pero si Merlín le habí a e ngañado, ¿por qué no vol ver al c astillo? ¿Por qué en el fondo seguía es perando? Esperar era darle la razón a Merlín, er a confiar aún en l a suerte; por otra parte, cuanto más esperaba más cierto se hacía su temor de que l a suerte no llegaría. ¿Qué estaba haciendo mal? ¿Por qué era tan des graci ado ? «Aún no se ha cumplido el pl azo. Yo merezco la suerte, soy especial, pero lle vo muchos días aquí y nada i ndic a que e ncontraré el trébol», se decía Nott. Así tr ansc urrió el día para el c aballero del caballo negro y la ne gra capa. Como no le quedaba nada más que hacer, decidió ir a hablar con Ston, l a Madre de las Piedras. Quería confirmar con al guien más lo que ya sa bí a: que en el Bosque Enc ant ado no i ba a nacer ni ngún Trébol Mágico, que él no era una persona de suerte. No era extr año que Nott hiciera eso; ése es un ras go curioso de las personas que piens an que no tienen s uerte. Buscan otras personas que les confirmen su forma de ver la vi da. Ser víctima no le gusta a nadie, pero exi me, aparentemente y sólo aparentemente, de toda l a respons abili dad de l a desgracia. Ston se hall aba e n l a cima del Peñasco de los Peñascos. Una mont aña i nhóspita toda ella hecha de piedra. La escalada fue dura. Desde arriba veí a c asi todo el Bosque Encantado. Pensó que le gustaría e ncontrar a Sid, par a habl ar con él y pregunt arle si deseaba vol ver ya al castillo real. En la cima e ncontró a Ston, l a Madre de l as Pie dras, que hablaba con otros pedruscos. Ston se dirigió a él: — ¡Hombre, mir a! Uno de los caballeros que an dan busc ando tréboles. Desde hace cuatro dí as no se habla de otra cosa en el bosque. ¿Has encontr ado al Trébol Mágico? —Y emitió una pe que ña risita bur lona. —Ya sabes que no —respondió Nott, visibleme n te enfadado—. Di me, Ston, ¿ver dad que no hay ni habrá ningún Trébol Mágico de cuatro hojas en este bosque ? ¿O qui zás hay al guno por aquí, e ntre estos peñascos? No es posible, ¿ver dad? La Madre de las Piedras se desternillaba de risa. — ¡P ues claro que no! ¿Cómo quieres que crezcan tréboles entre las rocas? Se nota que empie zas a estar trastornado después de tantos dí as vagando por el Bosque Encantado. Deberías tener c uidado... si pasas demasiado tiempo aquí acabar ás loco, como casi todos los humanos que han deambulado por este bosque si n una meta cl ara. No, aquí no hay tréboles. Los tré boles mágicos de cuatro hoj as no pueden nacer do nde hay pie dras. Nott descendió despacio el Peñasco de los Peñas cos, y durante todo el descenso oyó las carc ajadas de Ston. Ya no habí a nada que hacer. Su temor se habí a visto finalme nte confirmado. «No tendré Buena Suerte», pensó. Luego se acordó de Sid y se alegró con amargura por que «ese otro loco tampoco encontrará el Trébol Mágico por muc ho que se pasee por el bosque ». Pens ar en el fracaso de Si d le tranquilizaba, le consolaba, i ncluso le alegr aba. «Si no hay trébol má gico para

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mí, tampoco lo habrá par a él», dijo en vo z alta, con r abi a, y conve ncido. Lue go montó e n su caballo y partió en busca de un lugar en el que dormir.

Por su parte, Si d comprobó al le vant arse que el tr aba jo de la noche anterior habí a dado bue nos resultados. Vio un es pectáculo muy bello: la niebl a se levantaba y daba paso a unos dorados rayos de sol que iluminaban l a tierra que puso el primer dí a en el bosque. Compro bó entonces, para s u gran s atisfacción, que el sol y la sombr a penetraban por igual en cada uno de los pal mos de aquella tierra nue va. Se sentí a ver daderamente orgulloso. Estaba feliz. Habí a renovado la tierra, habí a despejado los árboles para que llegara sol, había humedecido el suelo... Era el último día, así que había que decidir bien en qué emplearlo. Ya que habí a hecho lo que conside ró necesario, lo inteligente era descubrir si faltaba algo por hacer. Co mo él decía, el vaso estaba medio lleno. Ahor a habí a que saber cómo llenarlo del todo, por si hubiera acertado con el l ugar en el que iba a nacer el Trébol Mágico, t al y como había predicho Merlín. Como habí a pensado l a noche anterior, en aquel mo mento se trataba de descubrir si faltaba algo aparentemente innecesario, pero que fuera imprescindible. Tierra, agua, sol..., pero ¿qué más podía falt ar? Así pues, se pasó el sexto dí a pre gunt ando a to dos los seres que fue encontrando por el bosque qué es lo que podí a f altarle a l a tierra, además de la sombra, el sol y el agua, para que naciera un trébol de cuatro hojas. Pero nadie supo decirle qué era lo que faltaba. Era ya mediodí a y no se le ocurría a quién más podía pre guntar . Necesitaba inspiración, perspecti va, Así que se le ocurrió ir al punto más ele vado del bos que, par a compro bar si desde allí veía al go que le per mitiera saber si le faltaba algo más por hacer. «La perspecti va, l a distanci a, tener el horizonte en la vista siempre da ide as útiles e inesperadas», pensó. To dos los caballeros sabí an que el punto más ele vado del bosque era el Peñasco de los Peñascos, pero al llegar allí se dio c uent a de que era altísimo. Que daba sólo medio día para que acabar a el plazo que Merlín les había dado. ¿Te nía sentido subir? Aunque le llegar a l a i nspiración, tampoco tendría demasiado tiempo par a hacer algo. Aun así, decidió subir. ¿Por qué ? Sencillame nte porque pensó en lo que ya había hecho y el trabajo y la de dicación que había i nvertido. Partiendo de lo que ya habí a logr ado, quizá fuera aconsejable y bueno tr abaj ar hasta el final , par a s aber si aún f altaba algo por hacer. Escaló la mont aña. Empezó a notar la suave brisa que llegaba lejos de l ni vel del suelo, al ele varse. Final mente alcanzó la cima. Se sentó y empe zó a otear el horizonte en busca de i nspiración. Nada. De pronto, una vo z le sobresaltó. Salí a de.... ¡de la roca que pisaban s us pies! Era Ston, la Madre de l as Piedras.

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— ¡Me estás apl astando ! Sid se sobresaltó tanto que c asi cayó pe ñasco abajo. — ¿Una roca que habl a? ¡Lo que me falt aba por encontr ar! —No soy una roca que habl a: soy Ston, la Madre de las Piedras —punt ualizó, visi blemente molesta—. Supongo que t ú debes de ser el otro caballero que anda busc ando el... ¡ja, ja, ja!... el Trébol Mágico. — ¿Eres de veras l a Madre de l as Piedras ? Enton ces... no entenderás muc ho de tréboles, ¿verdad? —Evi denteme nte, no entiendo mucho de tréboles, pero al go sé —le contestó—. Ya se lo he dicho al otro caballero, al que vestía de ne gro: donde haya piedr as no puede n crecer los tréboles de cuatro hojas. — ¿Has dic ho de cuatro hojas? —replicó Síd. —Sí, de c uatro hojas. — ¿Y los de tres hojas? —vol vió a preguntar. —Los de tres hoj as sí que pue den nacer en un suelo con piedras. Pero los de cuatro hoj as crecen con menos f uerza, por lo que precisan un suelo to talmente libre de pie dras, que no impidan su crecimiento. Aquella pequeña apreciación —lo que necesitaba un trébol de tres hojas y lo que necesitaba uno de cuatro—, que hubiera parecido banal par a muc hos, no lo fue para Si d. Él s abí a que, a me nudo, los elementos clave solamente se descubren en los pequeños det alles. En lo obvio, en lo ya conocido, difícilmente se encontraba l a respuesta a lo «aparentemente innecesario, pero imprescindi ble». — ¡Cl aro! ¿Có mo no me había dado cuent a antes? ¡Mil gracias ! Me vo y, ape nas me que da tiempo. Sid bajó apresuradame nte el Peñasco de los Pe ñascos. Te nía que correr a toda velocidad hasta la zo na escogida: ¡No había quitado l as piedr as de su parcela de tierra! Al llegar, que daban todaví a dos horas de l uz. Sid quitó todas l as piedras una a una. De hecho, l a zona escogida estaba llena de ellas. Si por casualidad la zo na escogida por él fuera el l ugar donde iba a nacer el Trébol Mágico, éste nunca hubiera crecido a causa de l as piedras. Sid se dio cuent a de lo importante que era valor ar y reconocer lo alcanzado, o lo que él definía como «l a parte ya llena del vaso », así como concentrarse en lo que pudiera falt ar. Eso siempre le habí a ayudado a avanzar. Sid t ambién se dio cuenta de que en los pequeños det alles se hall aba i nformación cl ave. Aun cuando to do pareciera hecho y no que dar a más por hacer, si uno mantení a l a actitud adecuada, si se estaba dispuesto a saber si falt aba algo más por hacer, siempre se encontraban pistas que e ncauzaban por el bue n camino. De hecho, eso era lo que habí a pas ado. ¡Qué bue na decisión no dejar para el dí a siguiente la poda de las r amas!, de lo contrario nunca hubiera sa bido que había que retirar las piedr as... Una noche más se puso a dormir junto al espacio que habí a creado. Y una noche más se imagi nó al bello Trébol Mágico en to do su esple ndor, e n el centro de la tierra que él habí a preparado, il umi nado, regado y limpiado de piedras. Es a noche, además , imaginó cómo lo tomaba en sus manos. Sintió su

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suave textur a e n el roce con su piel, su intenso color verde, s us bellas hojas desplegadas. Le pareció incluso que sentí a el agr adable olor a clorofila que el Trébol Mágico desprendí a. Er a todo tan real que si ntió por primer a ve z l a certeza de que ése sería el lugar en el que nacería. Podía i magi narlo, podí a sentirlo con todo lujo de detalles. Eso le hacía sentir muy bie n. Un profundo sentimiento de alegría serena y de paz i nterior le acompañaba. De todos modos, al día siguiente lo sabría. De eso también estaba se guro. Llegó la oscuridad. Sol amente quedaba una no che. La vísper a del dí a en que tenía que nacer en el Bosque Enc antado el Trébol Mágico de cuatro hojas, el trébol de la suerte ilimitada.

VI El encuentro de los caballeros en el bosque

Sexta Regla de la Buena Suerte Aun bajo las circunstancias aparentemente necesarias, a veces la Buena Suerte no llega. Busca en los pequeños detalles circunstancias aparentemente innecesarias..., pero ¡imprescindibles!

La última noche, mientras Nott buscaba un sitio para dormir, notó que s u caballo pisaba un trozo de tierra fresca, re gada, sin ni nguna piedra, y al mir ar haci a arriba descubrió un claro abierto entre las copas de los árbo les. Más allá, observó a Sid echado y s u caballo at ado a un árbol. — ¡Si d!

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Éste se incorporó. Aún no había conciliado el s ueño. — ¡Nott! — ¿Cómo te va? ¿Has e ncontrado el trébol? —preguntó Nott a Si d. —No. Bue no, de hecho lle vo ya tres dí as sin bus carlo. El primer día el Gnomo me dijo que no había tréboles en todo el bosque, así que decidí dejar de bus car... —Entonces —preguntó Nott—, ¿qué di ablos haces aquí? ¿Por qué no vuel ves al castillo? Antes de que pudiera responderle, se percató de que Sid te nía s us ropas tiznadas del musgo que crecía en el tronco de los árboles, sus botas embarradas y, e n general, su i ndument aria aparecía cl aramente man chada como result ado de los últimos cuatro días en el Bosque Encantado. —Pero... ¿qué es lo que te ha pas ado? —Desde que el Gno mo me dijo que no po dían na cer tréboles en el Bosque Enc ant ado, me he dedicado a crear este espacio. ¡Fíj ate! Tiene agua fresca y está bien abonado. ¡Acompáñame ! Te enseñaré el arroyo que he hecho llegar desde el lago donde habita l a Dama.. . Y ¡mira, mir a! —prosiguió Sid, emocionado e ilusionado por poder mostrar a al guien lo que había creado—, éstas son todas l as piedras y r amas que he retirado en dos dí as, porque no sé si sabes que donde hay piedr as... Nott le interrumpió. —Pero ¡¿te has vuelto loco?! ¿A s anto de qué te dedicas a mont ar un huerto de... unos cuantos pal mos... cuando no tienes ni remota ide a de dó nde va a nacer el Trébol Mágico? ¿No sabes que este bosque es al go así como millones de veces más extenso que esta pe queña parcela ? Pero ¿eres bobo? ¿No te das cuenta de que no tiene senti do hacer todo lo que has hecho si nadie te dice dónde de monios hay que hacerlo? ¡Estás mal de l a cabeza! Ya nos veremos en el castillo real. Yo me vo y a buscar un sitio tranquilo do nde pasar l a noche. Nott desapareció entre los árboles. Si d se lo que dó mirando, sorprendido por lo que le habí a dicho. Y pensó: «Merlín dijo que po díamos encontrar el Trébol Mágico, pero NO DIJ O que NO fuera necesario hacer al go».

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Séptima Regla de la Buena Suerte A los que sólo creen en el azar, crear circunstancias les resulta absurdo. A los que se dedican a crear circunstancias, el azar no les preocupa.

VII La Br uja y el Búho visitan a Nott La última noche podí a haber transcurrido plácida mente..., pero alguien quiso que no fuer a así para ni nguno de los dos caballeros...

Mientras Nott dormía —esperaba ansioso el momento del amanecer para regresar a s u castillo—, un rui do le sobresaltó de tal maner a, que se le vantó en un segundo y desenvai nó s u espada. — ¡Uuuuuuuhhhhhh! —Er a el búho de l a bruj a Morgana; se encontr aba de pie, junto a él, parcialmente iluminada por l a l umbre del fue go que el caballero habí a encendido hacía un r ato para superar el frío. — ¿Quién eres? ¿Qué quieres? ¡Te n c uidado, mi espada está afilada! —Guar da tu espada. He ve nido a hacer un trato conti go, Nott, c aballero del caballo negro y de la ne gra capa. — ¿Un trato? ¿Qué trato quieres hacer? No quie ro tratos con bruj as, y menos aún conti go, Mor gana; tienes muy mala fama. — ¿Estás seguro? Es sobre... un trébol de cuatro hojas —dijo sutilmente l a bruj a Mor gana, mientras mostraba s us ne gros dientes, frotaba s us viej as manos de lar gas uñas y arrugaba su nariz aguileña y afilada en lo que pretendía ser una sonrisa amable. El caballero Nott envainó s u espada y se inclinó hacia del ante. —Hablemos. ¿Qué s abes ? —Sé dónde nacerá el Trébol Mágico de cuatro hojas. — ¡Vamos, r ápi do! ¡Dímelo! —exi gió, impaciente, Nott. —Te lo diré si antes prometes cumplir t u parte del trato. — ¿Y c uál es esa parte del tr ato que de bo cumplir? —preguntó Nott de inmedi ato. —Quiero que c uando encue ntres a Merlín... ¡lo mates con t u espada! — ¡¿Cómo?! ¿Por qué he de mat ar a Merlín? —Porque él te ha e ngañado. Él s abe dónde nace rá el Trébol Mágico, al i gual que yo lo sé. El pacto es muy claro: yo te digo dónde encontrar el Trébol Mágico y t ú mat as a Merlín. Suerte ilimitada para ti, final de mis problemas de hechicería para mí. Co n el final de Merlín, tú accedes al Trébol Mágico y yo elimino a mi principal ri val. Nott estaba tan desengañado y frustr ado y tení a t ant as ganas de tomarse la 26/ 41

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revancha y ser él quien hallara el Trébol Mágico que decidió aceptar . Eso no era extraño, c uando una persona ya no tiene fe en que puede crear Bue na Suerte, lo que hace es comprársela al primero que se la ofrece. De hecho, el que espera encontrar suerte cree que es al go fácil y que no requiere trabajo. Y eso es lo que le pasó a Nott. —Trato hecho. Dime dónde nacerá el Trébol Má gico. —Recuerda que has dado t u pal abr a. El Trébol Mágico nacerá mañana... ¡en el jardín del c astillo real! No está ni estar á nunc a en este bosque, —¡¿Có mo?! —e xclamó Nott, que no daba crédi to a lo que ac ababa de oír. — ¡Cl aro! ¿No te das cuent a? Merlín consi guió e ngañar a to dos los caballeros con su estratagema: al plantearles el reto de buscarlo en el Bos que Enc anta do, todos los caballeros que daron emplazados a venir aquí a perder el tiempo. Sólo vi nisteis dos. Merlín pensaba que ve ndrían más. Pero, en cualquier caso, logró despistar la atención del jardí n del castillo real. Nadie espera e ncontrar allí el Trébol Mágico. Él estará mañana allí para arr anc arlo. De bes apresurarte. Necesitaste dos dí as par a llegar aquí y tienes solame nte una noche par a regresar. ¡Ensilla tu caballo y cabalga r au do, aunque tu ne gro corcel reviente! Nott estaba ver daderamente enf urecido. Pero, por fin todo e ncaj aba. «Por eso todos y cada uno de los habit antes del Bosque Encant ado me han tomado por un estúpi do que perdía su tiempo buscando un Trébol Mágico que nunca había nacido, ni nacerá aquí... To do enc aja», pe nsó. Así pues, Nott ensilló su c aballo y des apareció enfurecido y a gr an velocidad entre los árboles, cami no del reino habit ado, con destino al c astillo.

Octava Regla de la Buena Suerte Nadie puede vender suerte. La Buena Suerte no se vende. Desconfía de los vendedores de suerte.

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VIII La Br uja y el Búho visitan a Sid

La br uja soltó una rui dosa y malé vola c arcajada y se dirigió hacia el norte, donde sabía que Sid pasaba l a noche. Sid dormí a plácidame nte. Tanto, que al búho le tomó tres aullidos despertarlo. — ¡Uuuuuhhhh! ¡Uuuuuhhhh! ¡Uuuuuhhhh! — ¿Quién va? —preguntó Si d; se puso en pie y asió con firmeza l a empuñadur a, si n llegar a desenvai nar su espada. —No temas. Soy Morgana, la br uja. —Sid se mant uvo e n pie. — ¿Qué es lo que deseas de mí ? La br uja era mal vada. Ella quería dos cosas: por una parte, que Nott mat ara a Merlín y, por la otra, persuadir a Si d para que se marchara del lugar. De este modo, ella se quedaría con el Trébol Mágico en c aso de que al día siguiente éste naciera en al gún l ugar del bos que. Morgana i deó otra me ntira para Si d: —El Trébol Mágico nacerá mañana. Pero Merlín te ha menti do. No es un trébol de suerte ilimitada, es el trébol de la desgr acia! Yo misma realicé el conjuro: «El que lo arr anque mo rirá a los tres días ». Pero si nadie lo arranca, entonces Merlín morirá al caer l a noche. Por eso, os ha engañado a ti y al otro caballero. Para que al guno de los dos muera en s u l ugar. Merlín precisa que el trébol sea arrancado antes de mañana al anochec er. Vuel ve al castillo: Nott ya está en camino. La br uja había si do muy astuta: no dejaba opción a Sid. Si al dí a si guiente encontraba el Trébol Mágico no sabría qué hacer. Si lo arr anc aba, moriría. Pero ¿y si el que tení a razón era Merlín? ¿Y si en realid ad era el Trébol de la Buena Suerte? Lo mejor y lo más f ácil sería hacer como Nott: abandonar el bos que y no enfrentarse a ese dilema. Pensó durante unos segundos y a continuación le dijo a Mor gana: —Bien. Entonces partiré esta misma noche... La br uja sonrió, satisfecha, aunque Sid añadió: —... Pero iré a buscar a Merlín. Le pe diré que sea él quien arranque el Trébol Mágico. El hechi zo del que me habl as dice que quien lo arranque morirá a los tres días, pero si quie n lo arr anc a es Merlín, entonces él no mor irá. El conjuro que dar á deshecho, ya que el que de be morir si no se arranca y el que ha de morir si se arranc a son l a misma persona. Así, Merlín quedar á a sal vo y después me dar á el trébol. Sid había si do más intelige nte que la br uja Mor gana, que ahora ya no so nreía. Al darse cuent a de que Sid no habí a c aído e n su trampa, dio me dia vuelta con el búho en su hombro, se subió a la escoba y partió ve loz, cual perro con el

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rabo e ntre las piernas, refunf u ñando r uidosamente. Sid reflexionó sobre lo sucedi do. Él sabía que Merlín no e ngañaba a nadie. ¿Cómo podí a Nott haber creído en al go así o en lo que f uera que le hubiera di cho la bruj a? ¿No s abí a, como buen c aballero, que lo ver daderamente importante era no perder l a fe en la propi a empresa? Había visto a tantos caballeros desesperarse y abandonar cuando l a Bue na Suerte tar daba en llegar , que habí a apre ndi do lo importante de mantener la fe en lo que uno pens aba que era lo correcto. Antes de dormirse, pe nsó también lo importante que er a no cambi ar la empresa propia por l a empresa de otro, es decir, la de l a bruj a por la s uya propi a. La Bue na Suerte le habí a llegado siempre que se había mantenido fiel a su empresa, a s u cometido, a s u mi sión, y a s u propio propósito. Por último, recordó lo que siempre le habí a di cho su maestro: «Desconfía del que te propone as untos en los que se gana muc ho de forma f ácil y r ápida. Des confía del que te venda s uerte».

Novena Regla de la Buena Suerte Cuando ya hayas creado todas las circunstancias, ten paciencia, no abandones. Para que la Buena Suerte llegue, confía.

IX El viento, Señor del Destino y de la Suerte

A la mañana siguiente, Sid se le vantó algo i nquieto. Se sentó cerca de la tierra

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que habí a preparado y esperó. Pas aron l as hor as, pero nada ocurría. El dí a f ue avanzando, pero seguí a si n suceder nada. Si d pensó: «Bueno, en c ual quier caso, he vi vi do apasionada mente estos días en el Bosque Enc ant ado. He hecho lo que he creído que era correcto y necesario.» En verdad era muy difícil escoger el lugar exacto en el que se suponí a debí a brotar el Trébol Mágico de cuatro hojas, el trébol de la suerte ilimitada. Pero de pronto ocurrió algo i nesperado. El vie nto, el Se ñor del Destino y de la Suerte, aquel que en apariencia se mue ve al azar, empezó a agitar l as hoj as de los árbo les. Y a continuación comenzaron a llo ver unas semillas pe queñas, que er an como minúscul as pe pitas de oro verde. Eran semillas de tréboles de cuatro hojas, cada semilla era... ¡UN TRÉBOL DE LA SUERTE EN POTENCIA! Y no er a una sola... llo vían multitud de semillas de tréboles de cuatro hojas. Pero lo verdaderamente inaudito es que no sólo caían e n el lugar do nde estaba Sid, sino en todo el Bos que Enc ant ado, ABSOLUTAMENTE EN TODOS Y CADA UNO DE LOS RINCONES del bosque. Y no sólo en el Bosque Encant ado, sino en todo el reino: lloví an semillas de tréboles de cuatro hojas sobre las cabezas de los caballeros que no acept aron el reto de Merlín; llo ví an sobre todos los seres del bos que, sobre el Gnomo, sobre la Sec uoya, sobre l a Dama del Lago, sobre Ston...; llo ví an sobre Nott y sobre Morgana. Llo ví an semillas de tréboles de c uatro ho jas... ¡EN TODAS PARTES! Los habit antes del Bosque Enc ant ado y del reino habitado no les prestaron atención. Sabí an que una ve z al año, por esas fechas, se daba esa lluvi a e xtraña de semillas ver de oro «que no ser vía para nada». De hecho, cada año suponí a una molestia, pues era una lluvia bastante pri ngos a... Al cabo de pocos minutos, dej aron de llo ver semi llas de tréboles de cuatro hojas. Las mi núscul as semillas de oro verde se confundieron entonces con el suelo, como pequeñas gotas de agua en un océano, a me dida que caí an por todos los rincones del Reino. Sencillamente, se perdían como l as simientes que se arrojan al desierto. Y así se desperdiciaron, pues no germi narían. Mi llares y millares de ellas murieron en el suelo gastado, duro y pedregoso de un bosque sombrío. To das, excepto unas decenas de ellas que fueron a parar a una pe queña extensión de tierra fresca y fértil, en l a que l ucía el sol y refrescaba l a sombra, en la que había agua abundante y que estaba libre de pie dras. Ésas y solamente esas semillas se convirtieron al cabo de poco en brotes de tréboles de cuatro hojas, en multitud de brotes de Tréboles, Mágicos, un número suficientemente gr ande par a tener s uerte todo el año... hasta l a lluvi a del año siguiente. En otras pal abr as: suerte ilimitada. Sid o bservó e xtasi ado l a Bue na Suerte que había creado. Conmo vi do y emocionado, se arrodilló en signo de gr atitud y brotaron lágrimas de sus ojos. Cuando se dio cuent a de que el viento amainaba quiso despe dirse de él y darle las gr acias por haber traído l as semillas. Así que, mirando al cielo, lo in vocó: —Viento, Señor del Destino y de la Suerte, ¿dón de estás? ¡Quisiera darte las gracias !

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El vie nto le respondió: —No es necesario que me des las gr acias. Cada año, por estas mismas fechas, reparto semillas de tré boles de cuatro hojas por todo el Bosque Encantado y por todos los rincones del reino habitado. Soy el Señor del Destino y de l a Suerte y entrego, si guiendo un orden firme, las semillas de l a Bue na Suerte allí por donde paso. En contr a de lo que muchos piensan, yo no reparto suerte, sencillamente me ocupo de disemi narl a en todas partes por igual. Los Tréboles Mágicos nacie ron porque tú creaste las co ndiciones adecuadas para ello. Cualquiera que hubiese hecho lo mismo hubiera creado Bue na Suerte. Yo me limité a hacer lo que siem pre he hecho. La Buena Suerte que lle vo conmigo está siempre ahí. El problema es que casi to do el mundo cree que no es necesario hacer nada. Y prosiguió: —De hecho, daba i gual el lugar que hubieras ele gido. Lo importante era que lo prepararas tal y como hiciste. La suerte es la suma de oportunidad y preparación, Pero la oportunidad... siempre está ahí. Y así es. Solame nte crecieron tréboles de cuatro hojas, Tréboles Mágicos, bajo los pies de Si d, porque él era el único en todo el reino que habí a creado las condicio nes par a que crecieran. Porque, contrariamente a lo que muchos creen, la Buena Suerte no es al go que pase a pocos que no hacen nada. La Buena Suerte es aquello que nos pue de pasar a todos, si hacemos algo. Y ese al go consiste tan sólo en crear l as condicio nes par a que l as oportunidades, que están ahí par a todos por i gual, no se nos mueran como semillas de tréboles de cuatro hojas que cae n en tierra estéril. Y el vie nto se alejó, a la vez que Sid abandonaba el Bosque Enc ant ado para encontrarse con Merlín.

Décima Regla de la Buena Suerte Crear Buena Suerte es preparar las circunstancias a la oportunidad. Pero la oportunidad no es cues tión de suerte o azar: ¡siempre está ahí! ...por tanto:

Crear Buena Suerte únicamente consiste en... ¡crear circunstancias!

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X El reencuentro con Merlín

Nott cabalgó durante toda la noc he de l a séptima jor nada. Al llegar al c astillo, su caballo negro tení a el lomo y los costados ensangrentados por los gol pes de fusta y los frenéticos toques de espuel as. Te ní a que lle gar j usto a tiempo para coger el Trébol Mágico que suponí a habí a brotado e n los jar dines del castillo. Poco después, el pobre corcel moría de agotamie nto. Nott atravesó la puerta del c astillo y cada uno de sus s alones, derribando a golpes y pat adas todo cuanto encontró en su c ami no. Lle vaba l a espada desenfundada, y su rostro desencajado mostraba unos ojos rojos de ira. — ¡Merlín! ¡Merlín! ¿Dónde estás ? ¡No te escondas, porque te encontraré ! Nott decidió ir al verde y frondoso jardí n del cas tillo, pues sabí a que allí encontraría a Merlín. Cuando abrió la puerta que conducía al exterior, pudo obser var a Merlín e n el centro del jardí n. De pie, firme y sereno, apoyado en s u l argo bastón, con el semblante serio. Pero el jardín no er a ya un j ardí n... ¡era un patio de losas! ¡Durante las últimas siete noches, los maestros de obra del castillo se habí an dedi cado a cubrir la tierra! A Nott le cayó la espada de l a mano. — ¿Por qué lo has hecho ? ¿Por qué has cubierto el jardín de losas ? —le preguntó a Merlín. —Porque si no, hubieras intent ado matar me. No hubieras ate ndi do a mis explicaciones. Era l a única forma de conve ncerte de que aquí no h abía ni ngún trébol y de que la br uja te engañó. Yo , Merlín el Mago, lo sé todo. Sabía que l a 32/ 41

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bruj a te ve ndería su suerte: la que c asi nunca s ucede. Sabía que ve ndrías hasta aquí para matarme y sólo después de buscar horas y horas en el jardí n te convencerías de que aquí no estaba el Trébol Mágico. Necesitaba disuadirte antes. No que ría luchar vaname nte contra ti. Nott empezó a darse cuent a de su error. Había ele gido el camino f ácil. Él siempre pensó que se merecía la s uerte. En aquel preciso momento, e n el jar dín del cas tillo, junto a Merlín, tomó conciencia de que estaba e qui vocado. Merlín prosiguió con s us explicaciones: —Ahora ya lo sabes: el Trébol Mágico no está aquí. Nació hace unas horas e n el Bosque Enc antado, t al y como prometí. Habí a suficiente s Tréboles Mágicos, también para ti. Pero te abandonaste a ti mismo: no creíste en ti. Es más, esperaste siempre que los demás te regal aran s u s uerte. Tu visión de esta empresa era demasiado limit ada y c arecía de l a pasión, el ent usiasmo, la entrega, la ge nerosidad y la confianza necesarias par a llegar a obtener c uantos tréboles mágicos de l a Bue na Suerte hubieras querido. Nott dio me dia vuelt a y, si n espada ni c aballo, an duvo hasta s u c astillo, donde permaneció en negra soledad por muy lar go tiempo.

Al dí a siguiente, Si d llegó a l a ciudad. Lo primero que hizo f ue ir al c astillo par a decirle a Merlín que había encontrado el Trébol Mágico, el trébol de la suerte ilimitada. Quería darle las gracias . — ¡Merlín, Merlín! ¡Mira! —y le mostró un puñado de tréboles de cuatro hojas, tréboles de la Buena Suerte. Fíjate, no se tr ataba de un solo Trébol Mágico: hay t antos como quieras. — ¡Cl aro, Si d! Porque si uno crea cir cunstancias, puede gener ar tanta Buena Suerte como quiera. Por eso, la Buena Suerte es suert e ilimitada. —Me gustarí a darte l as gr acias de al guna forma, Merlín. A ti te lo de bo. — ¡En absoluto ! —Le respondió Merlín—. Yo no hice nada. Absolutamente nada. TÚ decidiste ir al Bosque Enc ant ado, TÚ acept aste el desafío entre cientos de caballeros, TÚ opt aste por renovar la tierra, a pesar de que te dijeron que nunca nacería un trébol en el bosque. TÚ decidiste compartir tu suerte con l a Dama del Lago. TÚ decidiste perseverar y no postergar la limpieza de las ramas. TÚ te diste cuent a de lo que era aparentemente innecesario pero imprescindible y comprendiste la importancia de quit ar las pie dr as cuando parecía que ya lo habí as hecho todo. TÚ decidiste creer para ver. TÚ creíste en lo que habí as hecho, aun c uando te dijeron que te podí an ve nder l a s uert e. Y Merlín añadió: —Pero, y esto es lo más importante, Si d, TÚ DE CIDISTE NO CONFIAR EN LA CASUALIDAD P ARA ENCONTRAR EL TRÉBOL, Y PREFERISTE CREAR LAS CIRCUNSTANCIAS P ARA QUE ÉL VI NIERA A TI. Y sentenció:

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—TÚ DECIDISTE SER LA CAUSA DE TU BUE NA SUERTE.

El nuevo origen de la Buena Suerte Dado que crear Buena Suer te es crear circunstancias... la Buena Suerte solamente depende de TÍ. A partir de hoy, ¡TÚ también puedes crear Buena Suerte! Sid se despi dió de Merlín con un firme y afectuo so abrazo. Después subió a s u blanco caballo y partió en busca de ave ntur as. Pasó el resto de sus días ense ñando a otros caballeros y no caballeros, incluso a los niños, l as regl as de l a Bue na Suerte. Ahora que sabí a crear Bue na Suerte, no podí a guar dar ese secreto solamente par a sí, porque la Bue na Suerte es par a compartirla. Y es que Sid pe nsó que si, actuando en solitario, habí a sido c apaz de crear tanta Bue na Suerte en tan sólo siete jornadas, ¿de qué no sería capaz todo un Reino, si cada uno de sus habitantes aprendí an a crear Bue na Suerte el resto de sus vi das?

Tercera parte: El reencuentro Al ac abar el cue nto, David tambié n estaba descal zo y apoyaba sus pies desnudos sobre los frescos tréboles que habí a bajo el banco en el que los dos ami gos se habían sentado. Los dos quedaron en silencio, como si me ditaran acerca del cuento. Así pas aron unos minutos. Los dos estaban pens ando en algo. Una l ágrima rodó por la mejilla de David. El primero en hablar f ue Víctor: —Sé lo que estás pens ando, pero no veas se gun das i ntenciones en mis pal abras... — ¿Por qué ? —preguntó Davi d. —Supo ngo que pie nsas que es solamente una f á bul a, un cue nto... no sé... no quise decir que tú... yo solame nte quería hacerte llegar l a Bue na Suerte. —Precisamente pens aba e n eso, Víctor. Pensaba en la forma e n que este cuento

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ha llegado a mí: la for tuna de un e ncuentro con mi ami go de l a i nfancia, que no veí a desde hací a cinc uenta años, ha puesto este cuento en mis manos. Víctor reflexionó sobre ello, sobre el encuentro casual con Davi d: una tremenda casualidad. Eso habí a sido suerte, y no Buena Suerte. Pensó que el cuento de l a Bue na Suerte le habí a llegado a Davi d por azar. ¡Vaya par adoj a!, pensó. Le dijo a David: —Sí, es cierto. El c uento de l a Buena Suerte ha lle gado a tus manos por azar. — ¿Eso crees? —le espetó Davi d—. Precisamente yo estaba pe nsando todo lo contrario. — ¿Lo contrario? —preguntó Víctor sin comprender a qué se refería David. —Sí, lo contr ario. He sido yo el que ha creado las circunst anci as par a que este cuento llegar a a mí. Par a que la Buena Suerte llegar a a mis manos. -¡¿Tú?! —Sí, Víctor. No es cas uali dad que tú y yo nos ha yamos encontrado. En estos últimos cuatro años, los peores que he pas ado, mi única esperanza era e ncon trar al único amigo que he te nido: a ti. En los últimos años no hubo un solo dí a que no buscar a tu rostro en cual quier semblante con el que me cruzar a. En c ada persona que me s alía al paso, en c ada semáforo, en l as terrazas de los bares, en todos los rincones de la ciudad... nunca he dejado de mirar a c ada c ara, con l a esperanza de reconocer la tuya. Eres el único amigo que te ngo y que he te nido. He imagi nado muc has veces que te encontraba. He vis uali zado muc has veces nues tro reencuentro, igual que Sid veí a crecer su trébol. A veces, incluso he podi do sentir el abrazo que nos di mos hace una hor a escasa... jamás dejé de creer que sucedería. Y añadió: —Te he encontrado porque yo quise encontrar te... El c uento de la Buena Suerte ha llegado a mí, porque yo, sin s aberlo, lo estaba buscando. Visi blemente emocionado, Víctor le dijo a David: —Así pues, e n realidad piensas que la fábula está en lo cierto... —Claro —prosiguió Davi d—, pie nso que la fábula está en lo cierto. No pue de ser de otro modo: nuestro encuentro me ha demostrado que yo tambié n pue do ser como Sid. Hoy he sido yo el que ha creado Buena Suerte. Yo también pue do crear Bue na Suerte. ¿No te das cue nta? — ¡Natur almente ! —e xclamó Víctor. — ¿Podrí a añadir yo una regla más a tu fábula? —le preguntó entonces su ami go. —Por supuesto —dijo Víctor. Y David añadió:

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El cuento de la Buena Suerte... ...nunca llega a tus manos por casualidad. Víctor sonrió. No hacía f alta decir nada más. Entre bue nos ami gos, l as pal abr as son, muchas veces, i nne cesarias. Se abrazaron de nue vo. Víctor se fue, pero David se quedó sent ado en el banco y vol vió a po ner sus pies desnudos sobre la fresca hierba del gran par que de l a ciudad. David notó un cosquilleo en el tobillo. Se i nclinó y, sin mir ar, arrancó una brizna que le rozaba muy suave mente la piel, que reclamaba s u atenció n. Era un trébol de cuatro hojas. David había decidi do, a sus sesenta y cuatro años, empezar a crear Bue na Suerte.

...¿Cuánto tiempo esperarás tú?

Cuarta parte: Algunas personas que están de acuerdo «El noventa por ciento de l éxito se basa simplemente e n ins istir.»

Woody Allen « ¿C ircunstancias? ¿Qué son las circunstancias? ¡Yo soy las circunstancias!» Napoleón Bonaparte «Sólo triunfa en el mundo quien se levanta y busca las cir cunstancias, y las crea si no las encuentra.» George Bernard Shaw «Muchas personas piensan que tener talento es una suerte, pocas sin embargo piensan que la suerte puede ser cuestión de talento.» Jacinto Benavente «La suerte favorece sólo a la mente preparada.» Isaac Asimov

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«La suerte ayuda a los osados.» Virgilio «La suerte es el pretexto de los fracasados.» Pablo Neruda «El fruto de la suerte sólo cae cuando está maduro.» Friedrich von Schilter «Creo muchísimo en la suerte y descubro que cuanto más trabajo, más suerte tengo.» Stephen Leacock «C uanto más practico, más suerte tengo.» Gary Player «Existe una puerta por la que puede entrar la Buena S uer te, pero tú tienes la llave.» Proverbio japonés «De todos los medios que conducen a la suerte, los más se guros son la perseverancia y el trabajo.» Marte R. Keybaud «La suerte ayuda a los valientes.» Publio Terencio «La resignación es un suicidio cotidiano.» Honoré de Bahac «Q ue la inspiración llegue no depende de mí. Lo único que yo puedo hacer es ocuparme de que me encuentre trabajando.» Pablo Picasso «La suerte del ge nio es un uno por ciento de inspiración y un noventa y nueve por ciento de transpiración, o sea, sudar.» Thomas Edisson «El secreto de un gran negocio consiste en saber algo más que nadie sabe.» Aristóteles Onassis «Tú eres el motivo de casi todo lo que te sucede.» Niki Lauda «La suerte no es más que la habilidad de aprovechar las ocasiones favorables.» Orison Sweet Marden «Sólo aquellos que nada esperan del azar, son dueños del destino.» Mattbew Arnold «El hombre sabio crea más oportunidades que las que encuentra. » Francis Bacon

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«Un optimista ve la oportunidad en toda calamidad; un pe simista ve una calamidad en toda oportunidad.» Winston Churchill « ¿Y cuándo piensas realizar tu sueño?», le preguntó el Maestro a su discípulo. «C uando tenga la oportunidad de hacerlo», respondió éste. El Maestro le contestó: «La oportunidad nunca llega. La oportunidad ya está aquí.» Anthony de Mello «Dios no juega a los dados con el Universo.» Albert Einstein

Quinta parte: Decálogo, síntesis y nuevo origen de la Buena Suerte Pri mera Regl a de l a Buena Suerte La suerte no dur a demasiado tiempo, porque no de pende de ti. La Buena Suerte la crea uno mismo, por eso dur a siempre. Segunda Regl a de l a Bue na Suerte Muchos son los que quieren tener Bue na Suerte, pero pocos los que deciden ir a por ella. Tercera Regl a de l a Buena Suerte Si ahora no tienes Bue na Suerte tal ve z se a porque l as circunstancias son l as de siempre. Para que la Buena Suerte llegue, es conve niente crear nue vas circunstancias . Cuarta Regl a de l a Buena Suerte Preparar circunst anci as para la Buena Suerte no sig nifica buscar sólo el propio be neficio. Crear circunstancias para que otros tambié n ganen atrae a l a Bue na Suerte. Qui nta Regl a de l a Buena Suerte Si «dejas para mañana» la preparación de l as ci rcuns tancias, la Buena Suerte quizá nunca llegue. Crear circunst anci as requiere dar un primer paso... ¡Dalo hoy! Sexta Regl a de l a Bue na Suerte Aun bajo las circunst ancias aparentemente necesarias, a veces la Buena Suerte no llega. Busca e n los pe que ños detalles circunstancias apare ntemente innecesarias..., pero ¡imprescindibles!

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Sépti ma Regl a de l a Buena Suerte A los que sólo creen en el azar, crear circunst ancias les resulta absur do. A los que se de dican a crear circunstancias, el azar no les preocupa. Octava Regl a de l a Buena Suerte Nadie puede ve nder suerte. La Buena Suerte no se vende. Desconfía de los ve ndedores de suerte. Novena Regl a de l a Buena Suerte Cuando ya hayas creado to das l as circunstancias, ten paciencia, no abando nes. Par a que l a Bue na Suerte llegue, confía. Déci ma Regl a de l a Buena Suerte Crear Buena Suerte es prepar ar l as circunstancias a l a oportunidad. Pero la oportunidad no es cuestión de s uerte o azar: ¡siempre esta ahí! Sí ntesi s Crear Buena Suerte únic ame nte consiste en. ¡Crear circunstancias! El nue vo orige n de la Buena Suerte dado que crear Buena Suerte es crear circunstancias ... La Buena Suerte solamente de pende de TI. A partir de hoy, ¡TÚ t ambién puedes crear Bue na Suerte! Y recuerda que...

El cuento de la Buena Suerte... ...no esta en tus manos por casualidad Este libro se escribió en ocho horas, de un solo tirón. Sin embargo, nos llevó más de tres años identificar las reglas de La Buena Suerte. Algunos sólo recordarán lo primero. Otros, sólo recordarán lo segundo. Los primeros pensarán que tuvimos suerte. Los otros pensarán que aprendimos y trabajamos para crear «Buena Suerte».

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Agradeci mientos A Gre gorio Vl astelica, nuestro editor en Ur ano, que desde el pri ncipio creyó en el proyecto. Gracias a su sensi bilidad y ge nerosidad este relato tiene sin duda un alc ance mayor al pre visto por los autores. A todos y cada uno de los profesionales que for man el fant ástico equipo de Ediciones Ur ano. A Isabel Monte agudo y Maru de Montserrat, nuestras age ntes literarias, por s u ilusión y empuje. Por sus cientos de horas dedic adas a cont actar con e ditores de todo el mundo y conseguir que un c uento de dos barceloneses viera la luz simultáneamente en tantos países y en tantas lenguas; sin duda, un hecho editorial sin precedentes. A todos los co-agentes de International Editors' Co. y en especial a Laura Dail por su tenacidad y su fe en este pe que ño libro. Solame nte ella podía lograr que La Buena Suerte se publicara en todos los países de habl a i nglesa. A Sus an R. Williams, nuestra editora en Est ados Uni dos y e n todos los países de habla inglesa. Susan t uvo el coraje de apostar por el libro y hacer de él un proyecto mundial. A Philip Kotler, por su hermos a cita, que nos ha autorizado a incluir e n la portada de todas las ediciones del mundo. Por su inestimable apoyo par a que este libro se publicar a en los Estados Unidos de América. A Emilio Mayo, con quien compartimos Buena Suerte desde hace siete años y esperamos seguir com partiendo muchos años más. A Jordi Nadal , por su t alento y amistad. Jordi es nuestro Merlín particul ar. A Manel Arme ngol, un verdadero Si d, amigo y compañero: él nos animó a partir en busca del trébol. A josep Ló pez, por que s u experiencia e ditorial es fuente inagotable de inspiración y mejora. A Josep Feliu, por las ilustraciones, con las que tan amablemente nos obsequió y que acompañan este cuento. A Jorge Escribano, por mostrarnos el cami no ha cia el Bosque Enc ant ado y por crear las circunstancias para que crezcan tréboles. A Mo ntse Serret, por su ge nerosa ayuda, p asión y apoyo desde que vio el primer manuscrito. A Adolfo Blanco, s us brillantes obser vaciones y aportaciones al primer manuscrito permitieron que todo lo positivo que hay que e n él que dar a más patente. A nuestros colegas y compañeros en ESADE, a to dos los participantes en los diferentes programas y se minarios que impartimos. Por ser fuente de i nspiración. A nuestros diferentes maestros y profesores, porque son la base de nuestro apre ndi zaje y conocimiento. A María, Blanca y Alejo, por su apo yo, y por las horas robadas. Ellos están detrás de esta historia, e n c ada frase, en c ada palabra. A Mó nica, Laia y Pol por su amor y c aricias. Sois el motivo por el cual cada día tiene sentido crear circunst ancias para que crezcan tréboles mágicos.

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También de Ále x Rovira Cel ma y en Empresa Activa La Brújula Interior

La Brújula Interior es un libro original, sorprendente y por encima de todo distinto: un nue vo paradi gma par a e ntendernos a nosotros mismos y a los de más. A tr avés de una serie de cart as di vertidas , apasionantes y lúci das, se abre a los ojos del lector una nue va perspecti va para entender la vi da, para desarro llar la creati vi dad, para comprender mejor lo que sig nifica una e xistencia autóno ma y feliz. Los términos «misión», «meta», «objeti vos», «posicionamiento» forman parte del trabajo habitual de un ejecutivo o directivo. Pero curiosamente estas pal abras r ara vez son utilizadas par a l a definición de una misión e n l a propia vi da, de un posicionamiento personal o de unos objeti vos que lle ven a la propi a realización.

www.labr ujul ainterior.com

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