La Belleza

LA BELLEZA La belleza está asociada a la hermosura. Se trata de una apreciación subjetiva: lo que es bello para una pers

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LA BELLEZA La belleza está asociada a la hermosura. Se trata de una apreciación subjetiva: lo que es bello para una persona, puede no serlo para otra. Sin embargo, se conoce como canon de belleza a ciertas características que la sociedad en general considera como atractivas, deseables y bonitas. La concepción de belleza puede variar entre distintas culturas y cambiar con los años. La belleza produce un placer que proviene de las manifestaciones sensoriales y que puede sentirse por la vista (por ejemplo, con una persona que es considerada atractiva desde el punto de vista físico) o el oído (al escuchar una voz o una música agradable). El olfato, el gusto y el tacto, en cambio, no están relacionados con la belleza. Más allá de la manifestación sensorial, es posible considerar algunas cosas abstractas y conceptuales como bellas. Una reflexión moral puede ser destacada como un texto bello: lo que importa en este caso es qué se dice y no cómo se dice (es decir, la belleza no está en el papel o en la pantalla de la computadora). Uno de los cánones de belleza más extendido es la armonía. Los seres humanos tienden a considerar que la armonía y las proporciones adecuadas son deseables. Lo opuesto a la belleza es la fealdad, que no causa placer sino descontento y genera una percepción negativa del objeto en cuestión.

El concepto en la filosofía La rama de la filosofía que se ha encargado del estudio de la belleza se denomina estética. Esta disciplina analiza la percepción de la belleza y busca su esencia. Dentro de la filosofía determinar qué es bello y que no consiste en uno de los problemas centrales de la estética y diversos pensadores a lo largo de los siglos han abordado esta problemática. Una de las primeras discusiones de este tema data del siglo V a.C. en Jenofonte, donde se establecieron tres conceptos de belleza que diferían entre sí: la belleza ideal (que se basaba en la composición de las partes), la belleza espiritual (el reflejo del alma y que puede verse a través de la mirada) y la belleza funcional (de acuerdo a su funcionalidad las cosas pueden ser o no bellas). Platón fue el primero en elaborar un tratado sobre el concepto de bellezaque tendría un gran impacto en occidente, tomando ciertas ideas plasmadas por Pitágoras sobre el sentido de la belleza como armonía y proporción y fusionándolo con la idea de esplendor. Para él la belleza proviene de una realidad ajena al mundo que el ser humano no es capaz de percibir completamente. Dijo: “De la justicia, pues, y de la sensatez y de cuanto hay valioso en las almas no queda resplandor alguno en las imitación de aquí abajo, y solo con esfuerzo y a través de órganos poco claros, les es dado a unos pocos, apoyándose en las imágenes, intuir el género de lo representado.” Posiblemente al día de hoy una de las teorías más aceptadas respecto a este tema es la propuesta por el relativismo, que dice que las cosas son bellas o feas según el fin que persigan.

Uso y abuso de la belleza Hay buenas razones para no dar por sentado que el arte actual tiene que contener belleza. La gran revolución pasó hace casi un siglo. Los artistas de vanguardia politizaron de un día para otro el concepto de belleza hacia 1915, más o menos a mitad del camino en el período del readymade de la carrera de Duchamp. Fue un ataque a esa relación interna que siempre ha tenido el arte y la belleza. Abusar de ella, en el sentido de vejarla, ultrajarla, pasó a ser una acción para disociar el arte de una sociedad que los artistas despreciaban. Pienso, sobre todo, en el dadá cuando hablo de esta revuelta moral. Los artistas se negaron a someter su trabajo al gusto de una clase dominante que había llevado a la carnicería que fue la Primera Guerra Mundial. El sueño de Tristan Tzara, autor del manifiesto dadaísta en 1918, era, de hecho, asesinarla. El dadá fue el paradigma de lo que yo llamo Vanguardia intratable, cuyos productos sólo por error pueden considerarse bellos. Picasso, por ejemplo, con el Guernica, quería la antítesis de una obra bella y se exhibió exhaustivamente para reunir dinero para las causas antifascistas. A su manera, el Guernica fue pintado en el espíritu que articuló las obras de la Bienal del Whitney de 1993, un momento, los 90, en que se empezó a hablar de cierto retorno de la belleza como el tema clave de la década. Fue prematuro pensar que “la belleza puede volver”. En la Bienal había muy poca, sin duda. Vista hoy en perspectiva, representó el punto álgido de la tempestad política de los 80. Los artistas desafiaban los límites de lo social, el sexo o la raza. Aquellas obras querían cambiar el modo en que pensamos y actuamos frente a las injusticias. Recuerdo a Sue Williams con una instalación sobre la discriminación a las mujeres. Incluía una piscina harto realista de vómitos de plástico, que generaba repugnancia y que expresaba, seguramente, el asco de la artista por los hombres en tanto que opresores sexuales. Hubiera sido un error artístico embellecer contenidos como éste, o los de Andrés Serrano o Cindy Sherman. El objetivo de estos artistas es cambiar la actitud moral de la gente y la belleza se interponía en el camino. En la filosofía del arte lo sabemos. El discurso de la redención estética nos asegura que, tarde o temprano, todo arte nos parecerá bello, por feo que se muestre al principio. Alguien me dijo que había encontrado belleza en los gusanos que infestaban la cabeza de vaca, cortada y en visible putrefacción, puesta en una vitrina por el artista británico Damien Hirst. No puedo evitar sonreírme al pensar cuál no sería la frustración de Hirst si la opinión de esta persona la compartiera todo el mundo. La repulsión, la abyección, el horror y el asco son hoy categorías estéticas tan válidas como lo sublime en el siglo XVIII.Que no nos cueste reconocer como arte la cabeza de vaca gusanada de Hirst demuestra lo lejos que estamos de la estética dieciochesca y lo rotunda que fue la victoria de la Vanguardia intratable. Hizo falta aquella energía para abrir una brecha insalvable entre el arte y la belleza, antes impensable, y hoy fundamental para entender el arte contemporáneo. Si antaño era una necesidad, hoy ha desaparecido del discurso

artístico. La belleza apenas importa, es tan sólo una opción. Lo que importa en el arte es el significado, y si hay belleza es porque contribuye a éste. La belleza sólo podría volver a ser lo que en arte fue si se produjera una revolución, no sólo en el gusto sino en la vida misma. Una revolución política; cuando las mujeres disfruten de igualdad, cuando las razas vivan en paz, cuando la injusticia haya desaparecido de la faz de la tierra… Pero yo no puedo renunciar a un mundo sin belleza. Sería como imaginar la vida sin bondad.

Arthur C. Danto

Abismos y certezas La belleza es una certeza biológica que expresa salud y fertilidad. Su código es universal, no cultural. ¡Así de claro lo tiene la biología! La cuestión es que el hombre no es sólo biología… Pensar la belleza en el arte es más complejo porque el concepto ha cambiado con los siglos y necesita un código cultural para apreciarla. Aunque se ha metamorfoseado desde Altamira hasta nuestros días, Hans-Georg Gadamer, enLa actualidad de lo bello (1991), apunta a un quebrantamiento de la tradición artística que sucede en el siglo XIX entre el arte clásico y su sucesor, el arte moderno. En este siglo surgen la Ciudadanía, el Capitalismo y toma fuerza la idea de Estado. Es el comienzo de la Era Industrial. La industrialización transforma todo a su paso: lo social, lo político, lo moral y también lo estético. El paso de lo artesanal a lo manufacturado se inaugura, en términos artísticos, en 1913 con el primer “arte ya hecho”, el readymade de Marcel Duchamp: Rueda de bicicleta. La brillantez de esta operación intelectual todavía nos fascina. Desde entonces, la belleza será la adecuación del discurso estético al discurso sociopolítico. El caso de nuestro momento actual es distinto. Estamos en lo que algunos denominan Era Postindustrial. Lo más interesante de este momento es el vértigo que produce la tecnología de la información, el acceso desde internet (madre de todas las infraestructuras), nos sitúa en una segunda Ilustración. Es como si hubiéramos estado viendo sólo un lado de la escena y ahora toda la imagen quedara a la vista. Ese entusiasmo fue el que me condujo a empezar, en 2006, una video animación titulada Pantone -500 +2007, en la que después de una larga e intensa investigación principalmente en la red, pude dibujar los estados del mundo, desde el 500 A.C. hasta el 2007. Desde entonces, he seguido componiendo cartografías basadas en datos que sólo ahora, en este momento, están a nuestro alcance. Por algún motivo, la sociedad postindustrial es llamada, también, “sociedad de la información”. Otro concepto que puede arrojar luz para vislumbrar dónde está la belleza en la creación artística hoy es la propia definición de arte. La mía es muy

sencilla: arte es la reflexión estética de tu tiempo. Cuanto más apropiado sea el medio para expresar el discurso del artista en su realidad sociopolítica, más bella será la obra. Cuando enfrentamos un código estético contemporáneo con otro que pertenece a otro siglo, el mecanismo chirría. La serie Desnudos en el museo, por ejemplo. Es una performance clásica que consiste en permanecer desnudo en el museo, en horario abierto al público, sin aviso y sin permiso de la institución. En una sala, rodeada de obras de arte de otros siglos, en los que el cuerpo desnudo ha servido para construir el canon de belleza clásico, mi modelo y yo comenzamos una sesión fotográfica y siempre somos expulsadas por “l@s guardianes del orden”. La obra consiste en el documento fotográfico de la expulsión. El canon de belleza clásico ya murió pero sigue custodiado y aislado en los museos y no soporta la confrontación con el actual. Entre ellos hay un abismo. Este abismo sólo se supera siendo conscientes de los parámetros de la sociedad en la que se inserta la obra. El conocimiento de su contexto es fundamental para disfrutar de ella. Como espectadores, tenemos que ser capaces de mirar con claridad a nuestro tiempo y así poder acercarnos sin prejuicios al arte que éste genera.

Cristina Lucas

¿Se acabó la belleza en el arte? 

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2013/10/01

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Lady Gaga a lo Botticelli en el videoclip Applause.

La belleza es una de las ideas más sugestivas del arte. Ha sido adorada como el más alto valor artístico y denigrada como un delito estético. El deleite que la belleza ansiaba encontrar hasta el siglo XIX se truncó al pasar al XX, con una de las máximas de las vanguardias: ser deliberadamente antiestético. Duchamp, con su urinario, asestó un golpe mortal al anhelo de belleza que se creía implícito al arte. Desde entonces, su presencia parece haberse ido para no volver, aunque la duda aviva hoy uno de los debates más polémicos del arte: ¿Dónde habita y qué forma tiene? ¿Para qué sirve? ¿Importa en el arte hoy? A continuación tres textos que abordan el tema en un especial de elcultural.es

Uso y abuso de la belleza Hay buenas razones para no dar por sentado que el arte actual tiene que contener belleza. La gran revolución pasó hace casi un siglo. Los artistas de vanguardia politizaron de un día para otro el concepto de belleza hacia 1915, más o menos a mitad del camino en el período del readymade de la carrera de Duchamp. Fue un ataque a esa relación interna que siempre ha tenido el arte y la belleza. Abusar de ella, en el sentido de vejarla, ultrajarla, pasó a ser una acción para disociar el arte de una sociedad que los artistas despreciaban. Pienso, sobre todo, en el dadá cuando hablo de esta revuelta moral. Los artistas se negaron a someter su trabajo al gusto de una clase dominante que había llevado a la carnicería que fue la Primera Guerra Mundial. El sueño de Tristan Tzara, autor del manifiesto dadaísta en 1918, era, de hecho, asesinarla. El dadá fue el paradigma de lo que yo llamo Vanguardia intratable, cuyos productos sólo por error pueden considerarse bellos. Picasso, por ejemplo, con el Guernica, quería la antítesis de una obra bella y se exhibió exhaustivamente para reunir dinero para las causas antifascistas.

A su manera, el Guernica fue pintado en el espíritu que articuló las obras de la Bienal del Whitney de 1993, un momento, los 90, en que se empezó a hablar de cierto retorno de la belleza como el tema clave de la década. Fue prematuro pensar que “la belleza puede volver”. En la Bienal había muy poca, sin duda. Vista hoy en perspectiva, representó el punto álgido de la tempestad política de los 80. Los artistas desafiaban los límites de lo social, el sexo o la raza. Aquellas obras querían cambiar el modo en que pensamos y actuamos frente a las injusticias. Recuerdo a Sue Williams con una instalación sobre la discriminación a las mujeres. Incluía una piscina harto realista de vómitos de plástico, que generaba repugnancia y que expresaba, seguramente, el asco de la artista por los hombres en tanto que opresores sexuales. Hubiera sido un error artístico embellecer contenidos como éste, o los de Andrés Serrano o Cindy Sherman. El objetivo de estos artistas es cambiar la actitud moral de la gente y la belleza se interponía en el camino. En la filosofía del arte lo sabemos. El discurso de la redención estética nos asegura que, tarde o temprano, todo arte nos parecerá bello, por feo que se muestre al principio. Alguien me dijo que había encontrado belleza en los gusanos que infestaban la cabeza de vaca, cortada y en visible putrefacción, puesta en una vitrina por el artista británico Damien Hirst. No puedo evitar sonreírme al pensar cuál no sería la frustración de Hirst si la opinión de esta persona la compartiera todo el mundo. La repulsión, la abyección, el horror y el asco son hoy categorías estéticas tan válidas como lo sublime en el siglo XVIII.Que no nos cueste reconocer como arte la cabeza de vaca gusanada de Hirst demuestra lo lejos que estamos de la estética dieciochesca y lo rotunda que fue la victoria de la Vanguardia intratable. Hizo falta aquella energía para abrir una brecha insalvable entre el arte y la belleza, antes impensable, y hoy fundamental para entender el arte contemporáneo. Si antaño era una necesidad, hoy ha desaparecido del discurso artístico. La belleza apenas importa, es tan sólo una opción. Lo que importa en el arte es el significado, y si hay belleza es porque contribuye a éste. La belleza sólo podría volver a ser lo que en arte fue si se produjera una revolución, no sólo en el gusto sino en la vida misma. Una revolución política; cuando las mujeres disfruten de igualdad, cuando las razas vivan en paz, cuando la injusticia haya desaparecido de la faz de la tierra… Pero yo no puedo renunciar a un mundo sin belleza. Sería como imaginar la vida sin bondad.

Arthur C. Danto ***

Abismos y certezas La belleza es una certeza biológica que expresa salud y fertilidad. Su código es universal, no cultural. ¡Así de claro lo tiene la biología! La cuestión es que el

hombre no es sólo biología… Pensar la belleza en el arte es más complejo porque el concepto ha cambiado con los siglos y necesita un código cultural para apreciarla. Aunque se ha metamorfoseado desde Altamira hasta nuestros días, Hans-Georg Gadamer, enLa actualidad de lo bello (1991), apunta a un quebrantamiento de la tradición artística que sucede en el siglo XIX entre el arte clásico y su sucesor, el arte moderno. En este siglo surgen la Ciudadanía, el Capitalismo y toma fuerza la idea de Estado. Es el comienzo de la Era Industrial. La industrialización transforma todo a su paso: lo social, lo político, lo moral y también lo estético. El paso de lo artesanal a lo manufacturado se inaugura, en términos artísticos, en 1913 con el primer “arte ya hecho”, el readymade de Marcel Duchamp: Rueda de bicicleta. La brillantez de esta operación intelectual todavía nos fascina. Desde entonces, la belleza será la adecuación del discurso estético al discurso sociopolítico. El caso de nuestro momento actual es distinto. Estamos en lo que algunos denominan Era Postindustrial. Lo más interesante de este momento es el vértigo que produce la tecnología de la información, el acceso desde internet (madre de todas las infraestructuras), nos sitúa en una segunda Ilustración. Es como si hubiéramos estado viendo sólo un lado de la escena y ahora toda la imagen quedara a la vista. Ese entusiasmo fue el que me condujo a empezar, en 2006, una video animación titulada Pantone -500 +2007, en la que después de una larga e intensa investigación principalmente en la red, pude dibujar los estados del mundo, desde el 500 A.C. hasta el 2007. Desde entonces, he seguido componiendo cartografías basadas en datos que sólo ahora, en este momento, están a nuestro alcance. Por algún motivo, la sociedad postindustrial es llamada, también, “sociedad de la información”. Otro concepto que puede arrojar luz para vislumbrar dónde está la belleza en la creación artística hoy es la propia definición de arte. La mía es muy sencilla: arte es la reflexión estética de tu tiempo. Cuanto más apropiado sea el medio para expresar el discurso del artista en su realidad sociopolítica, más bella será la obra. Cuando enfrentamos un código estético contemporáneo con otro que pertenece a otro siglo, el mecanismo chirría. La serie Desnudos en el museo, por ejemplo. Es una performance clásica que consiste en permanecer desnudo en el museo, en horario abierto al público, sin aviso y sin permiso de la institución. En una sala, rodeada de obras de arte de otros siglos, en los que el cuerpo desnudo ha servido para construir el canon de belleza clásico, mi modelo y yo comenzamos una sesión fotográfica y siempre somos expulsadas por “l@s guardianes del orden”. La obra consiste en el documento fotográfico de la expulsión. El canon de belleza clásico ya murió pero sigue custodiado y aislado en los museos y no soporta la confrontación con el actual. Entre ellos hay un abismo. Este abismo sólo se supera siendo conscientes de los parámetros de la sociedad en la que se inserta la obra. El conocimiento de su contexto es fundamental para disfrutar de ella. Como espectadores, tenemos que ser capaces de mirar

con claridad a nuestro tiempo y así poder acercarnos sin prejuicios al arte que éste genera.

Cristina Lucas ***

Miedo a la belleza El lenguaje lo delata todo: fijémonos que “belleza” o “bello” han ido desapareciendo del habla cotidiana, de modo que es muy difícil encontrar estas palabras como descripción de fenómenos de nuestra vida diaria. Hasta hace unas décadas su uso estaba todavía vivo. La desaparición en el idioma popular ha sido paralela a su desaparición en la esfera cultural. La belleza ha sido relegada a la utilización superficial del término en la moda, la publicidad y la cosmética. En el caso de la cosmética, la ironía es evidente pues el vocablo procede etimológicamente de cosmos, la palabra griega que otorgaba orden al mundo. El cuerpo, la arquitectura, la ciudad o el universo eran cosmos, órdenes armónicos que contrarrestaban el caos y la corrupción de las cosas. Lo que históricamente hemos llamado belleza entrañaba un significado afín a cosmos. Nosotros, en nuestro lenguaje actual, nos hemos refugiado en la dimensión más epidérmica, la cosmética. Esto nos describe y nos delata. Tenemos miedo a la indagación profunda en la belleza. Un tercer concepto nos lo puede aclarar: creemos que “jerarquía” es un término anticuado y conservador. Lo hemos politizado y rechazado. Sin embargo,jerarquía, como cosmos y como belleza, implica nuestra necesidad de armonía, nuestra búsqueda de un rescate en medio del naufragio. Sin jerarquía nos arrojamos a un mundo amorfo y apático. Asimismo, esto vale para las revoluciones. Subvertir una jerarquía es poder ofrecer una jerarquía alternativa. Esto también sucede con la transformación de nuestras ideas acerca de la belleza. Los modelos están para cambiarlos y romperlos. La modernidad artística subvirtió las formas de lo bello sin renunciar a la belleza. El arte moderno, mientras tuvo poder creador, exigió una belleza diferente en la que reflejar nuevas utopías. Esto parece haberse quebrado en los últimos tiempos bajo el dominio del utilitarismo productivo. La cultura tiene miedo a la belleza y a la subversión de la belleza. Los ciudadanos dejan de usar una palabra demasiado fuerte, demasiado comprometedora. En tanto que encarcelada en la cosmética no resulta peligrosa. Como faro del conjunto de la vida es excesivamente inquietante para el dócil sujeto que nuestra época expone como protagonista.

Rafael Argullol

LA BELLEZA EN ARTE HABLANDO DE BELLEZA Interpretar o percibir la belleza es captar el equilibrio y la armonía que está en las cosas y la que nos conduce al sentimiento de bienestar emocional, al gozo puramente cultural como un incidente de la imaginación en el acto de creación, enriquecido y fortalecido con nuestras propias experiencias en la admiración por la belleza de la naturaleza y de lo subjetivo producto de la imaginación creativa. Para percibir la belleza en una obra de arte, sus diversos elementos, líneas, luces, colores, tienen que estar dispuestos en determinado equilibrio, y luego tiene que ordenarse con armonía, pero con cierta proporción en sus elementos, de un modo cuantitativo y cualitativo, con ritmo y movimientos orientados. Al obtener todo esto, valor objetivo-estético, revelaría al pintor como un verdadero artista, de manera que la suma de todos produzca el efecto expresivo que se anhela. Alberto Einstein dijo: “La imaginación es más importante que el conocimiento”, ya que gracia a la imaginación fluye la creatividad. El empresario, el padre, el co-fundador de Apple, Steven Paul Jobs, más conocido como Steve Jobs, quién revolucionó el mundo de la informática y de los ordenadores, se emocionaba hasta las lágrimas cuando se exponía a un objeto que consideraba bello. Para entender la formación y creación de la belleza, no olvidar lo dicho por Henry Miller: “Si tú llamas experiencias a tus dificultades y recuerdas que cada experiencia te ayuda a madurar, vas a crecer vigoroso y feliz, no importa cuán adversas parezcan las circunstancias”. Las experiencias deben ayudarte a crecer emocionalmente y cognoscitivamente. Hablando de experiencia hay que tener en claro lo dicho por Steve Jobs, cuando fue expulsado de la compañía que había creado: “La pesadez de ser exitoso fue reemplazada por la liviandad de ser un principiante otra vez, menos seguro de todo. Me liberó para entrar en uno de los periodos más creativos de mi vida.” expresando de esta manera, que haber sido despedido de su compañía fue lo mejor que podría haberle sucedido, ya que por necesidad se vio obligado a ser creativo. La belleza es tal vez la más profunda del razonamiento mental que nos transporta a identificar las funciones estéticas de apreciación o la identificación de la producción de la belleza y entender que para crear la belleza debemos activar los sentidos y la percepción visual para provocar una experiencia vivida en la realidad y encajarle a los conceptos de un mundo moderno. El disfrute de lo artísticamente hermoso es una condición de la propia naturaleza humana. La belleza como valor real y universal están afincado en nuestro sentimiento como deleite racional y emotivo, que actúa como una dirección visual particular y como un regalo para el placer y el disfrute que experimentamos al apreciar cualquier imagen pictórica. El pintor italiano Jean Albert Carlotti había definido de una manera correcta “La belleza” al ver a su mujer limpiar y ordenar su taller manifestó: “La belleza son los átomos y las moléculas trabajando mutuamente en armonía y paz; no se necesita ni restar ni aumentar nada más, sólo se necesita paciencia para verla en su totalidad y en su pureza. Eso eres tú. Eres preciosa”, lo que su mujer se emocionó y le dijo: “¡Gracias por hacerme entender lo que es la belleza!”. Podrá haber muchas maneras de interpretar la belleza, pero toda conducirá al orden y la unidad correspondiente a la formación de la forma.

BELLEZA Y ARTE SEGÚN LA FILOSOFÍA

Quizá de entrada cabría cuestionar: ¿acaso el arte importa? Y más aún: ¿qué es el arte en todo caso? Y es que aquello a lo que llamamos arte puede ser entendido e interpretado de más de mil maneras. Ahora todo depende de la escuela, de la tradición o de la corriente de pensamiento que se siga. Por un lado están los conservadores defensores de la noción clásica de bellas artes, donde el arte va de la mano de un protagonista sumamente cuestionado: la belleza.

Claro que también están los que, no muy lejos de los primeros, defienden una noción de arte que, si bien ya es mucho más relajada cuando se trata del riguroso criterio de la belleza, apuesta por otros requisitos como la perfección de la técnica, las habilidades del artista, el contenido o el foco especial que se le da a la obra. Y finalmente están del otro lado los que, dejando de lado prácticamente todo criterio material o estético que apele a la perfección o belleza de la obra, apuestan casi exclusivamente por el discurso. Así, si nos ponemos en los zapatos de estos últimos, un retrete, una cama destendida o un vaso de agua pueden ser objetos de arte, y más aún, pueden ser obras (y maestras) de arte. ¿Pero, por qué? ¿Por qué llamar a un vaso de agua sobre un estante “obra de arte”? ¿Por qué es bello? No. ¿Por qué tiene una técnica muy sofisticada detrás de sí? Tampoco. ¿Entonces? Porque tiene un discurso detrás; y uno muy bueno, uno con una disertación filosófica, casi metafísica, sobre qué es lo que hace al vaso de agua un vaso de agua y no un árbol. Creo que, de hecho, más bien era al revés: la explicación decía qué era lo que hacía al vaso de agua un árbol y no un vaso de agua. Ahora bien ¿eso qué es, una obra de arte o un ejercicio mental? No importa realmente, pero está en un museo y la gente paga por verlo.

Arte moderno y contemporáneo Hay una cosa realmente molesta con este tipo de arte: uno tiene que poner cara de inteligente y hacer como que entiende, luego hacer un comentario pretensioso que aunque no diga nada de fondo incluya palabras rimbombantes (nótese cómo la palabra rimbombante ya es rimbombante de suyo). Claro que esto último que acabo de decir es un ya famoso lugar común en la crítica al arte moderno, pero creo que tiene algo de verdad. No me animaría, honestamente, a eliminar de un plumazo de la historia del arte aquello a lo que llamamos arte contemporáneo, pero hay que reconocer que tiene sus lagunas.

Bellas artes Respecto a las famosas “bellas artes”: esas sí son bellas, valga la redundancia; pero lo son precisamente porque tienen toda la intención de serlo. No es casualidad el nombre que les hemos dado y es que, en efecto, la belleza era la gran protagonista del mundo del arte en aquellos tiempos -una aclaración importante en este punto es que bello no es igual a bonito-. Lo que sucede con muchos de los aficionados al arte que seguimos valorando, cultivando y estudiando aquella forma de arte que llamábamos bella es que echamos de menos la belleza. Esta categoría estética comienza su historia no como categoría estética, sino metafísica; después, claro, pasó de moda la metafísica y con ella la belleza. O más bien, cuando la filosofía y la ciencia se rindieron en sus intentos por hablar de las cosas que no podían, entonces se quiso dejar de lado la metafísica. Pero aun así seguíamos reconociendo que, aunque el lenguaje filosófico y científico no nos podían hablar sobre la belleza, el lenguaje artístico sí; y por lo tanto en el arte seguíamos buscando alcanzar esos chispazos únicos y brillantes en los que considerábamos

que se manifestaba una realidad que escapa a nuestros limitados alcances. La belleza seguía inserta en el mundo humano gracias, entre otras cosas, al arte. Y no sólo eso sino que además la belleza arrojaba luz sobre realidades obscuras que, fuera de la confianza que nos daba esta “luz”, nos daba pavor enfrentar.

La belleza oculta Luego parece que se apagó la luz, quizá porque nos desilusionamos al saber que no nos pertenece, que está allá en un lugar lejano y que sólo en momentos específicos y brevísimos podíamos contemplarla. Pero ¿es así? ¿verdaderamente hablamos de una realidad fuera de la realidad, valga la expresión, cuando hablamos sobre belleza? Yo tengo la sospecha de que no. Y quizá soy demasiado romántico, pero prefiero pensar que no es así, que no se trata de una realidad fuera de este mundo. Ahora bien ¿qué se puede decir sobre eso? ¿se puede hablar sobre la belleza? ¿se puede demostrar que no está fuera de este mundo sino en él? ¿no caemos nuevamente en el planteamiento de que se trata de una entidad metafísica que se manifiesta en el mundo? No, el planteamiento es más radical, no se trata de algo ajeno a nuestras vidas que sólo vemos en chispazos brillantes, sino de algo que está ahí, pero oculto. ¿Cómo? No lo sé, por eso digo, que está oculto. Y quizá el lenguaje cotidiano, o el filosófico, o el científico y el académico en general no puedan explorar con profundidad ese lugar recóndito; pero quien sí podría hacerlo en todo caso es el arte.

¿QUÉ ES LA BELLEZA?

Según él, el conocimiento lógico tiene por objeto la belleza. Esta es lo perfecto o lo absoluto reconocido por los sentidos. Y la bondad, por otra parte, es lo perfecto alcanzado por la voluntad moral. Define la belleza como una correspondencia, es decir, un orden entre ambas partes, en sus relaciones mutuas y en su relación con el conjunto. En cuanto al fin de la belleza, es gustar y excitar el deseo. Haré notar, de paso, que es todo lo contrario de la definición de Kant. Por lo que toca a las manifestaciones de la belleza, Baumgarten estima que la encarnación suprema de la belleza nos aparece en la naturaleza, y deduce de ahí que el ideal supremo del arte sea copiar a la naturaleza: esta conclusión se contradice de todo en todo con las que formularon los tratadistas de estética posteriores.

Si se nos permite, dejaremos de mentar a los sucesores inmediatos de Baumgarten, Maier, Eschenburg y Eberchard, que sólo modificaron ligeramente la doctrina de su maestro distinguiendo lo agradable de lo bello. Pero conviene citar las definiciones dadas por otros contemporáneos de Baumgarten, tales como Sulzer, Moisés Mendelsshon y Móritz, que están ya en contradicción con él y dicen que el arte ha de tender a la bondad y no a la belleza. Súlzer (1720-1777) sólo considera bello lo que contiene una parte de bondad; la belleza es lo que evoca y desarrolla el sentimiento moral. Mendelsshon (17291786) cree que el único fin del arte es la perfección moral. Estos tres estadistas destruyen por completo la distinción establecida por Baumgarten entre las tres formas de lo perfecto: lo verdadero, lo bello y lo bueno, y suman lo bello y lo verdadero a lo bueno. Tampoco esta concepción la aceptan los tratadistas del período siguiente; la refuta por completo el famoso Winckelmann (1717-1768) , que niega que el arte deba tender a ningún fin moral, y le asigna como meta la belleza exterior, que limita a la belleza visible. Según Winckelmann, hay tres especies de belleza: primero, la belleza de la forma; segundo, la belleza de la idea, que se expresa por la posición de las figuras; y tercero, la belleza de expresión, que resulta del acuerdo de las dos anteriores bellezas. Esta belleza de la expresión, es el fin supremo del arte; realizóla el arte antiguo; por consiguiente. El arte moderno debe tender a imitar el arte antiguo Hállase una concepción análoga de la belleza en Léssing, Héder, Goethe y la mayoría de los tratadistas de estética, hasta que Kant la destruye y sugiere otra diametralmente opuesta. Multitud de teorías estéticas aparecen durante el mismo período, en Inglaterra, Francia, Italia y Holanda; y aun cuando esas teorías no tienen nada de común con la de los alemanes, son como ella confusas y oscuras. Según Shaftesbury (1690-1713), lo que es bello es armonioso y bien proporcionado, lo que es armonioso y bien proporcionado es verdadero; y lo que es a la vez bello y verdadero es naturalmente agradable y bueno. Dios es la suma de toda belleza; de él procede la belleza y la bondad; así, a juicio de ese inglés, la belleza es distinta a la bondad, y, sin embargo, se confunde con ella. Según Hutcheson (1694 – 1747), el fin del arte es la belleza, cuya esencia consiste en evocar en nosotros la perfección de uniformidad en la variedad. Tenemos dentro de nosotros un sentido interno, que nos

permite reconocer lo que es arte, pero que puede estar en contradicción con el sentido estético. En fin, según Hutcheson, la belleza no corresponde siempre a la bondad, sino que a veces se aparta de ella y hasta es su rival. Según Home (1696-1782), la belleza es lo que gusta. Únicamente el gusto define. El ideal del gusto es que el máximo de riqueza, de plenitud, de fuerza y de variedad de impresiones, esté contenido en los más estrechos límites. Tal es también el ideal de una obra perfecta de arte. Dice Burke (1729-1797) que lo sublime y lo bello son los fines del arte, tienen su origen en nuestro instinto de conservación y de sociabilidad. La defensa del individuo, y la guerra, que es su consecuencia, son las fuentes de lo sublime; la sociabilidad y el instinto sexual que de ella dimanan, son la fuente de lo bello. Mientras los pensadores ingleses se contradecían así, tratando de definir la belleza y el arte, lo propio les ocurría a los franceses. Según el padre André (Ensayo sobre lo Bello, 1741), hay tres especies de belleza; la divina, la natural y la artificial. Según Batteux (1713-1780), el arte consiste en imitar la belleza de la naturaleza y su objeto debe consistir en agradar. Tal es también la definición de Diderot. Voltaire y d” Alembert estiman que las leyes del gusto deciden en materia de belleza, pero que esas leyes no pueden definirse. Según un autor italiano del mismo periodo, Pagano, consiste el arte en reunir las bellezas dispersas en el seno de la naturaleza. A juicio suyo, la belleza se confunde con la bondad: la belleza es la bondad hecha visible y la bondad es la belleza interna. En opinión de otros italianos, Muratori (1762-1790); y Spalletti (Saggio sopra la belleza, 1755), el arte se asemeja a una sensación egoísta nacida a impulsos de la sociabilidad. De entre los holandeses, el más notable es Harmterbuis (1770-1790), que ejerció Influencia real sobre los tratadistas alemanes y sobre Goethe. Según él, la belleza es lo que procura más placer, y lo que nos procura más placer es lo que nos da mayor número de ideas en el menor espacio de tiempo. Así el goce de lo bello es, para él, el mayor de todos porque nos da mayor cantidad de ideas en menos espacio de tiempo.

Tales eran en Europa las diversas teorías estéticas cuando Kant (17241804) propuso la suya, que ha sido luego una de las más célebres. La teoría estética de Kant puede resumirse así: El hombre conoce la naturaleza fuera de él, y se conoce a sí mismo en la naturaleza. En la naturaleza busca la verdad, en sí mismo busca la bondad. La primera de esas investigaciones pertenece al dominio de la razón pura, la segunda, al de la razón práctica. Pero, además, de estos dos medios de percepción, existe también la capacidad de juzgar, que puede producir juicios sin conceptos y placeres sin deseos. Esta capacidad es la base del sentimiento estético. La belleza, según Kant, es, desde el punto de vista subjetivo, lo que gusta de una manera general y necesaria, sin concepto y sin utilidad práctica. Desde el punto de vista objetivo, es la forma de un objeto que agrada, con tal de que este objeto nos agrade, sin cuidarnos para nada de su utilidad. Definiciones análogas se dieron de la belleza por los sucesores de Kant, entre los cuales figura Schiller (1759-1805). Muy distinta es la definición de Fichte (1762-1814). Este sostiene que el mundo tiene dos aspectos, existiendo en una parte la suma de nuestras limitaciones, y en la otra la suma de nuestra libre actividad ideal. Por el primer aspecto, todo resulta desfigurado, comprimido, mutilado y vemos su fealdad; por el segundo, percibimos los objetos en su plenitud y vidas íntimas, viendo así la belleza. Según Fichte, ésta no reside en el mundo, sino es el alma bella. Tiene el arte por fin la educación no sólo de la inteligencia y del corazón, sino del hombre entero. De ahí resulta que los caracteres de la belleza no provienen de las sensaciones exteriores, sino de la presencia de un alma bella en el artista. Dejemos las teorías de Federico Schlegel (1772-1829) y de Adam Múller (1779-1829), para llegar a las del célebre Schelling (1775-1854). Según este filósofo, el arte es el resultado de una concepción de las cosas en la cual el sujeto es la percepción de lo infinito en lo finito. El arte es la unión de lo subjetivo y de lo objetivo, de la naturaleza y la razón, de lo consciente y de lo inconsciente. Y la belleza es también la contemplación de las cosas en sí, tales como existen en sus prototipos. Ni la ciencia ni la destreza del artista producen la belleza, sino de la idea de la belleza que está en él. Después de Schelling y su escuela, aparece la famosa doctrina de Hégel. Esta es la que, aun hoy día, adviértase o no, forma la base de las opiniones conscientes acerca del arte y de la belleza. No es, por otra parte, ni más clara ni más precisa que las doctrinas precedentes, sino que, por el contrario, es aún más abstrusa y nebulosa, si cabe. Según

Hégel (1770-1831), Dios se manifiesta en la naturaleza y en el arte bajo la forma de la belleza: La belleza es el reflejo de la idea de la materia. Únicamente el alma es bella; pero la inteligencia se muestra a nosotros bajo la forma sensible, y esta apariencia sensible del espíritu es la única realidad de la belleza. La belleza y la verdad en tal sistema son una sola y única cosa: la belleza es la expresión sensible de la verdad. Esta doctrina la adoptaron y desarrollaron y enriquecieron los discípulos de Hégel, los tratadistas Weisse, Ruge, Rosenkrantz, Víscher y otros. No se crea, sin embargo, que el hegelianismo, monopolizó las teorías estéticas en Alemania. Junto a ése aparecieron otros sistemas que no sólo admitían, como Hégel, que la belleza fuera el reflejo de la idea, sino que contradecían formalmente la definición, la refutaban y la ridiculizaban. Limitémonos a citar dos de estas teorías: la de Herbart y la de Schopenhauer. A juicio de Herbart (1776-1841), no hay ni puede haber una belleza que exista en sí misma. Nada existe fuera de nuestra opinión, y ésta se basa en nuestras impresiones personales. Hay ciertas relaciones que llamamos bellas; y el arte consiste en describirlas, así en la pintura como en la música y la poesía. Según Schopenhauer (1788-1866), la voluntad se objetiva en el mundo en diversos planos; cada uno de ellos tiene su belleza propia, y el más alto de todos es el más bello. El renunciamiento de nuestra individualidad, permitiéndonos contemplar esas manifestaciones de la voluntad, nos da una percepción de la belleza. Todos los hombres poseen la capacidad de objetivar la idea en diferentes planos; pero el genio del artista tiene tal capacidad en más alto grado y puede así producir una belleza superior. Después de esos escritores famosos, hubo otros en Alemania, de una originalidad e influencia menores, pero cada uno de los cuales parecía tener a gala destruir las doctrinas de sus cofrades pasados y presentes. Tales fueron Hartmann, Kirkmann, Schnaase, el físico Helmholtz, Bergmann, Jungmann, etc. Según Hartrnann (nacido en 1842), la belleza no reside ni en el mundo exterior, ni en la cosa en sí, ni en el alma, sino en la apariencia producida por el artista. La cosa en sí no es bella, pero nos parece bella cuando el artista la transforma.

Schnaase (1798-1875), dice que no hay en el mundo belleza perfecta. La naturaleza se aproxima a ella; el arte nos da lo que no puede darnos la naturaleza. Estima Kirkmann (1802-1884), que hay seis grandes divisiones en la historia: de la ciencia, de la riqueza, de la moral, de la fe, de la política y de la belleza. El arte es la actividad ejerciéndose en el dominio de esta última división. Juzga Helmholtz (1821-1896), que sólo se ocupó de estética musical, que la belleza en la música sólo se obtiene mediante la observación de ciertas leyes invariables: leyes que el artista no conoce, pero a las cuales obedece de un modo inconsciente. Bergmann (Ueber das Schoene, 1887), asegura que es imposible definir la belleza de un modo objetivo. La belleza no puede ser percibida sino de un modo subjetivo, y por consiguiente, el problema de la estética consiste en definir lo que gusta a cada cual. Según Jungmann (muerto en 1885), 1º la belleza es una cualidad suprasensible de las cosas; 2º el placer artístico se produce en nosotros por la simple contemplación de la belleza; 3º la belleza es el fundamento del amor. ¿Hay necesidad de decir que mientras Alemania producía estas doctrinas, no descansaba la estética en Francia y en Inglaterra? En Francia trabajaba Cousín (1792-1867), un ecléctico que se inspira en las doctrinas de los idealistas alemanes. A juicio suyo, la belleza descansa siempre sobre una base moral. Afirmaba que podía ser definida objetivamente, y que era, por esencia, la variedad en la unidad. Su discípulo Jouffroy (1796-1842), veía en la belleza una expresión de lo invisible. El metafísico Ravaissón consideraba la belleza como el objeto y fin supremo del universo. El metafísico Renouvier decía a su vez: No dudemos en afirmar que una verdad que fuese bella no seria más que un juego lógico de nuestro espíritu, y que la única verdad sólida y digna de este nombre es la belleza. Todos estos pensadores partían de las teorías alemanas; otros querían ser más originales: Taine, Guyau, Cherbuliez, Verón, etc. Según Taine (1828-1893), hay belleza cuando el carácter esencial de una idea importante se manifiesta más completamente que en la realidad. Según Guyau (1854-1888), la belleza no es una cosa exterior al objeto, sino la quintaesencia del objeto. El arte es la expresión de una vida razonable y consciente, que evoca en nosotros a la vez la conciencia más profunda de nuestra existencia y los más altos sentimientos y los

pensamientos más nobles. A su parecer, el arte transporta al hombre desde la vida personal a la vida universal por medio de una participación de los mismos sentimientos y de las mismas ideas. Según Cherbuliez, el arte es una actividad que: 1º satisface nuestro amor innato por las apariencias; 2º encarna, en esas mismas apariencias, ideas; y 3º da al mismo tiempo placer a nuestros sentidos, a nuestro corazón y a nuestra razón. He aquí, para completar esta relación, los juicios de algunos autores franceses más recientes. La Psychologie du beau et de l”art, por Mario Pilo (1895), dice que la belleza es producto de nuestras impresiones físicas. El fin del arte es el placer: pero el autor estima que este placer debe ser eminentemente moral. El Essai sur l”art contemporain, por Fierens-Geváert (1897), dice que el arte consiste en el equilibrio entre el mantenimiento de las tradiciones de lo pasado y la expresión del ideal de lo presente. El Sár Peladán afirma que la belleza es una de las manifestaciones de Dios. No hay más realidad que Dios, no hay más verdad que Dios, no hay más belleza que Dios. La Esthétique, de Verón (1878) se distingue de las demás obras del mismo género, por su claridad y por lo comprensible que es. Sin dar una definición exacta del arte, el autor tiene el mérito de desembarazar la estética de todas las vagas nociones de la belleza absoluta. EI arte, según Verón, es la manifestación de una emoción exteriorizada por una combinación de líneas, formas, colores, o por una sucesión de movimientos, de ritmos y de sonidos. Los ingleses, por su parte, convienen casi todos en definir la belleza, no por sus cualidades propias, sino por la impresión y el gusto personales, Así pensaban ya Reid (1704-1796) Alison y Erasmo Darwin (17811802); pero más notables son las teorías de sus sucesores. Dice Carlos Darwin (1805-1882) que la belleza es un sentimiento natural, no sólo en los hombres, sino en los animales. Los pájaros adornan sus nidos y se fijan en la belleza, en sus relaciones sexuales. La belleza, por otra parte, es un conjunto de nociones y de sentimientos diversos. El origen de la música debe buscarse en el llamamiento dirigido por los machos a las hembras. Siguiendo a Herberto Spencer (nacido en 1820), el origen del arte debe buscarse en los juegos. En los animales inferiores toda la energía vital se emplea en asegurar la vida individual y la de la raza; pero en el hombre, cuando sus instintos están satisfechos, queda un exceso de fuerza que se consume en los juegos y luego en el arte.

Grant Allen en su Physiological Esthetics, (1877), dice que la belleza tiene un origen físico. Los placeres estéticos provienen de la contemplación de la belleza, pero la concepción de la belleza es el resultado de un proceso fisiológico. Lo bello, es lo que procura un máximo de estímulo con un mínimo de gasto. Las diversas opiniones sobre el arte y la belleza que acabo de mencionar, añadiendo por lo que toca a Inglaterra las de Todhunter, Mozeley, Ker, Knight, etcétera, están lejos de constituir todo cuanto se ha escrito acerca de tal materia. No pasa un día sin que surjan nuevos tratadistas en cuyas doctrinas campean igual vaguedad y parecidas contradicciones. Algunos, por inercia, se limitan a reproducir con ligeras variantes, la estética mística de los Baumgarten y los Hégel; otros plantean el problema en la región de la subjetividad y hacen depender del gusto la belleza; otros, los de las últimas generaciones, buscan el origen de la naturaleza en las leyes de la fisiología, y otros, en fin, plantean el problema del arte fuera de toda concepción de belleza. Sully, en su Sensation and Intuition, elimina en absoluto la noción de belleza. El arte, en su definición, es sencillamente un producto capaz de procurar a su productor un goce activo y hacer nacer una impresión agradable en cierto número de espectadores o de oyentes, con independencia de toda consideración de utilidad práctica.