Jicotencal by Felix Varela

Jicoténcal Félix Varela Edición de Luis Leal y Rodolfo J. Cortina Recovering the U.S. Hispanic Literary Heritage Projec

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Jicoténcal Félix Varela Edición de Luis Leal y Rodolfo J. Cortina

Recovering the U.S. Hispanic Literary Heritage Project Publication

Arte Público Press Houston, Texas 1995

This volume is made possible through grants from the National Endowment for the Arts (a federal agency), the Andrew W. Mellon Foundation, and the Rockefeller Foundation.

Recovering the past, creating the future

Arte Público Press University of Houston Houston, Texas 77204-2090

Cover design by Mark Piñón

Varela, Félix, 1788–1853. Jicoténcal / por Félix Varela ; Luis Leal y Rodolfo J. Cortina. p. cm. ISBN 1-55885-132-1 1. Cortés, Hernán, 1485–1547—Fiction. I. Leal, Luis, 1907– . II. Cortina, Rodolfo J. III. Title. PQ7389.V38J53 1994 863—dc20 94-38161 CIP

The paper used in this publication meets the requirements of the American National Standard for Permanence of Paper for Printed Library Materials Z39.48-1984.

Copyright © 1995 by Luis Leal & Rodolfo J. Cortina Printed in the United States of America

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Luis Leal and Rodolfo J. Cortina

Varela, Félix. Ideario cubano. Publicado en conmemoración del centenario del preclaro habanero. Colección Histórica Cubana y Americana, 12. La Habana, Municipio de la Habana, Oficina del Historiador de la Ciudad, 1953. _____. Máximas morales y sociales. La Habana: Sociedad Patriótica, 1818 inter alia; 2da ed. La Habana: 1841 incluye apéndice con fábulas de Samaniego, Iriarte y Rentería; 3ra ed. 1876, en Agustín José Morales Progressive Spanish Reader, with an Analytical Study of the Spanish Language. , Appleton y Co, Nueva York; 4ta ed. en José Ignacio Rodríguez Vida, 67-70; 5ta ed. Ibid. 1944. _____. Cartas a Elpidio sobre la impiedad, la superstición y el fanatismo en sus relaciones con la sociedad. 3 Tomos. Nueva York: Imprenta de Guillermo Newell, 1835 [Tomo I.-Impiedad]; Nueva York: Imprenta de G. P. Scott y Co., 1838 [Tomo II.-Superstición]; [Tomo III.-Fanatismo: no llegó a publicarse, se desconoce el ms.]; 2da ed. Tomo I. Madrid: Imprenta de León Amarita, 1836; 3ra ed. Prólogo de Humberto Piñera Llera, Tomo I y epílogo de Raimundo Lazo, Tomo II. 2 Tomos. Biblioteca de Autores Cubanos, Nos. 5 & 6. La Habana: Editorial de la Universidad de La Habana, 1945; 4ta ed. Selección. Mariano Sánchez Roca, ed. Biblioteca Popular de Clásicos Cubanos, N 3. La Habana: Editorial Lex, La Habana,1960 [incluye también el folleto Educación y patriotismo (La Habana, 1930)]; 5ta ed. Letters to Elpidio. P. Felipe Estévez, Trad. & ed. Sources of American Spirituality Collection. New York-Mahwa: Paulist Press, 1989. _____. “Distribución del tiempo. Máximas para el trato humano. Prácticas religiosas” 1ra ed. en José Ignacio Rodríguez, Vida 1878, 1944: 333-334 [ms. inédito y autográfo en papeles de D. Agustín José Morales]. _____. “Advertencia a los católicos principalmente a los españoles que vienen a los Estados Unidos del Norte de América, acerca de los protestantes y de sus doctrinas” [ms. en papeles de Agustín José Morales]. _____. The Protestant’s Abridger and Annotator. [Seis números de una revista en la que se replica a The Protestant]. Nueva York. (1830-31). _____. “Entretenimientos religiosos en la noche buena”. Inédito. _____. “Un catecismo de la doctrina cristiana, escrito en inglés”. Inédito. _____. New York Weekly Register and Catholic Diary. Nueva York. (1833-36). _____. The Catholic Observer. Nueva York. (1836). _____. The New York Catholic Register. Nueva York. (1839-1841). _____. The Catholic Expositor and Literary Magazine. Nueva York. (184143). _____. “El Desafío”. Pieza teatral inédita. _____, ed. Elementos de química aplicada a la agricultura. Por Humphrey Davy. Trad. de F. Varela. Nueva York: Imprenta de Juan Grey Comp., 1826. _____, ed. Poesías del coronel Don Manuel de Zequeira y Arango, natural de La Habana, publicadas por un paisano suyo. Nueva York, 1829.

Introducción

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Obras Sobre Varela Del Ducca, Sister Gemme Marie. “A Political Portrait: Félix Varela Morales, 1788-1853”. Tesis doctoral inédita. Universidad de Nuevo México, 1966. Esteve, Juan P. Félix Varela y Morales: Análisis de sus ideas políticas. Miami: Universal, 1992. Estévez, Felipe J. El perfil pastoral de Félix Varela. Miami: Universal, 1989. _____. “Spirituality of F. Varela”. Tesis doctoral inédita. [Grado Summa Cum Laude] Universidad Pontificia La Gregoriana de Roma, 1980. Gay Calbó, Enrique. El Padre Varela en las Cortes españolas de 1822 a 1823. La Habana: Imprenta de Rambla, Bouza y Cía., 1937. Hernández Travieso, Antonio. El Padre Varela: Biografía del forjador del la conciencia cubana. Biblioteca de Historia, Filosofía y Sociología, No. 28. La Habana: Ed. Jesús Montero, 1949. 2da ed. Miami: Universal, 1984. _____. Varela y la reforma filosófica en Cuba. La Habana: Ed. Jesús Montero, 1942. McCadden, Helen & Joseph. Félix Varela, Torch Bearer From Cuba. Nueva York: United States Catholic Historical Society, 1969. 2da ed. Nueva York: Félix Varela Foundation, 1984. Miranda, Olivia. Félix Varela: su pensamiento político y su época. La Habana: Ediciones de Ciencias Sociales, 1984. Rexach, Rosario. El pensamiento de Félix Varela y la formación de la conciencia cubana. La Habana: Lyceum, 1950. _____. Dos figuras cubanas y una sola actitud: Félix Varela y Morales (Habana, 1788-San Agustín, 1853) y Jorge Mañach y Robato (Sagua La Grande, 1898-Puerto Rico, 1961). Miami: Universal, 1991. Rodríguez, José Ignacio. Vida del Presbítero Don Félix Varela. Nueva York: Imp. de “O Novo Mundo”, 1878. 2da ed. Prólogo y notas de Mons. Eduardo Martínez Dalmau. Biblioteca de Estudios Cubanos. La Habana: Ed. Arellano, 1944. Sáinz, Nicasio Silverio. Tres vidas paralelas (Arango y Parreño, Félix Varela y José A. Saco): Origen de la nacionalidad cubana. Miami: Universal, 1973. Serpa, Gustavo. Apuntes sobre la filosofía de Félix Varela. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, 1983. Sociedad Cubana de Filosofía (Exilio). Homenaje a Félix Varela. Miami: Universal, 1979.

Primera reunión entre Moctezuma II y Hernán Cortés, códice del Lienzo de Tlaxcala.

Jicoténcal

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domina, no hay más leyes que su voluntad. ¡Desgraciado el pueblo cuya dicha depende de las virtudes de un hombre solo! —En parte tienes razón, Jicoténcal; pero los reyes de España nos han conducido a la gloria y a las grandes acciones, bajo su dominio hemos combatido y vencido enemigos poderosos y subyugado naciones inmensas, y, desde que principiamos a discurrir, el nombre de rey va unido con todo lo que es grande, útil y bueno. Por consiguiente, el honor de un español está identificado con la fidelidad a su rey. —Ese, amigo, es mi grande argumento en favor de nuestro gobierno popular, pero que no tiene el grande inconveniente que presenta en tu aplicación. A la sombra de nuestras leyes seguimos nosotros el camino de la virtud y de la gloria, y con ellas hemos ligado cuanto hay de bueno en la sociedad. Estas leyes, este orden y arreglo de lo que exige la utilidad común, no pueden perjudicarnos a menos que no sean malas por sí mismas. “Pero un rey es un hombre, tiene pasiones y puede llegar a ser un monstruo. Mira lo que pasa a ese grande imperio mejicano. Motezuma era virtuoso, de un corazón recto y de una grande generosidad, y este mismo hombre, puesto ahora a la cabeza de veinte naciones diferentes y poderosas, se ha convertido en un tirano orgulloso, se ha olvidado de que es hombre y su dureza extrema le hace ser el azote de sus pueblos. Los malos se le unen, los buenos se corrompen y el mal es irremediable o, si no lo es, debe costar convulsiones, sangre y horrores increíbles.” A esta sazón entró el anciano Jicoténcal y, tomando parte en la conversación, les dijo: —Difícil es, hijos míos, que convengáis sobre el objeto que os entretiene. Las ideas que habéis recibido con la leche de vuestras madres son diametralmente opuestas. Creedme que todos los gobiernos tienen sus ventajas, y aún más todavía sus inconvenientes; mas, según lo que yo he podido alcanzar de ese otro mundo donde los hombres saben más que nosotros, allí, como aquí, la corrupción y los vicios son la muerte de los Estados, como las virtudes forman su vida y su vigor. “Un hombre que tenga el mando absoluto puede oprimir y vejar a su pueblo; pero si este pueblo tiene virtudes, la injusticia irritará a su honrado resentimiento y él sabrá tomarse por su mano una venganza noble y eficaz, usando de sus derechos naturales. Mas si este mismo pueblo teme exponer los pocos bienes que le deja gozar su señor, si transige con el que lo esclaviza, sus vicios y su envilecimiento, únicas causas de su sumisión, le hacen bien merecedor de su suerte. “Del mismo modo en las repúblicas, cuyo flaco es la inquietud y la discordia, tan naturales a la Humanidad, si la masa de la nación es justa

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Félix Varela

y honrada, se desharán como el humo estos estorbos para su dicha; las diferencias producirán algunas escenas de movimiento, pero el primer peligro reunirá invenciblemente al pueblo que no se vea arrastrado por las pasiones y por los vicios a las parcialidades y a los bandos. Y si estos llegan a formarse, es una serial infalible de que la nación está más o menos enferma; pero no sucumbirá hasta después de haberse corrompido. “Delante de ti tienes a ese joven, amigo Ordaz. Su valor te es manifiesto, y sus pasiones tienen toda la fuerza de su alma fuerte. Su querida, la amada prenda que debía endulzar sus días, está indignamente oprimida, fácil le sería atacar por sorpresa su prisión y no le faltarían bravos que le ayudasen. Pero también tiene una patria y sabe que debe sacrificarle sus pasiones, y este sufrimiento y esta conformidad, que yo veo con tanta pena como admiración, me hacen ver que Tlascala tiene todavía vida y vigor.” El fin de este discurso conmovió al joven general tlascalteca, que, recordando su conversación privada con Hernán Cortés, pasó inmediatamente a buscarlo, resuelto a pedirle razón de Teutila. Esta, por su parte, sufría su triste suerte, insultando a su opresor siempre que se le acercaba, y su alma noble se negó absolutamente a la desconfianza y sospechas con que la intentó turbar su astuto tirano. Hernán Cortés había encargado a doña Marina que, con maña y dulzura, procurase hacerla desconfiar de Jicoténcal, prevaliéndose para ello de las conversaciones que tuviera con él, pues que también le había encargado que observase y espiase sus pensamientos. Mas como las intrigas no siempre llenan su objeto, por esta vez obraron lo contrario de lo que se había propuesto Cortés. Doña Marina conocía bien cuánto podía perjudicar a sus intereses destruir el amor de Teutila, y así sólo aconsejaba a ésta que no se dejase seducir de las palabras dulces ni de las expresiones virtuosas de los españoles, que, diestros en el engañar no trataban más que burlarse de la necia credulidad de sus víctimas. Y como si no conociera a Jicoténcal, la compadecía en su pasión, guardando sobre él un silencio que podía tomarse por la aprobación de sus amores. Jicoténcal, que había pasado a la habitación de Hernán Cortés, fue admitido a una audiencia, que éste no le pudo negar sin escándalo. —Creo, Cortés—le dijo—, que he llenado todas las atenciones que exigen mi destino y el tuyo, y me parece que el capitán español no tendrá ninguna queja del general de Tlascala. Ahora viene a verle Jicoténcal, bien informado de que entre vosotros autoriza la costumbre el desafío, aunque lo prohiben vuestras leyes, cuya contradicción no es la única que vemos en unos hombres que pretenden pasar por perfectos.

Jicoténcal

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Dime pues, con franqueza: ¿dónde está Teutila? ¿Qué hace? ¿Por qué no la dejas en libertad? Y si te niegas a contestarme, dame una satisfacción con las armas, las que podrás elegir entre las tuyas o las mías. —¡Joven imprudente! Mi respeto a los altos deberes de mi destino te libra de pagar bien cara tu arrogancia. Sabe de una vez que jamás verás a Teutila y que no volveré a sufrir tu insolencia. Y Cortés salió, dejando a Jicoténcal rabiando de cólera y de despecho. En este estado lo encontró doña Marina, y, entre mil expresiones afectuosas, comenzó a tocarle con maña las heridas más sensibles de su corazón y a darle consuelos vagos y generales, pero de que tanto necesitaba en aquel momento. —¿Eres —le dijo él— todavía americana? ¿Arde aún en tu pecho la llama del amor patrio, o bien te han corrompido y contaminado las artes mágicas de esos hombres que trastornan todas las ideas de lo justo y de lo injusto, de lo bueno y de lo malo? Respóndeme con franqueza. —No, amigo; el destino me ha hecho su esclava, pero mi razón los conoce y mi corazón los detesta. ¡Infeliz de mí! ¿Qué quieres que haga sin apoyo, sin defensores, sin amigos, sin parientes, sola y abandonada de todo el mundo? Procuro instruirme, por si algún día puedo ser útil a los míos y expiar con mi conducta posterior las apariencias criminales que hoy tiene mi vida. ¡Una mujer joven y hermosa, sin apoyo ninguno! ¡Una mujer que, en su esclavitud, conoce y ama las virtudes! ¡Qué objeto tan noble y tan grande para la compasión de Jicoténcal! Este le aseguró, con entusiasmo generoso, que si arriesgando su vida pudiera conseguirle la libertad, no dudaría ni un instante en emprenderlo. Y como de la compasión al amor no hay grande distancia, el bravo tlascalteca cayó poco a poco en las redes de su astuta y hábil compatriota. En una palabra: sin dejar de amar a su Teutila, se enamoró de las gracias con que doña Marina se había embellecido en su trato con los europeos, y hablando con ésta de la otra, se explayaba su pasión a las dos. Bien pronto conoció doña Marina su conquista, la que procuró conservar sin comprometerse, con la idea de encontrar en cualquier evento un refugio en su desgracia. Ordaz era el único ídolo de su corazón, el mismo que la despreciaba y aborrecía; pero ella no desconfiaba poderlo comprometer otra vez esperando quebrantar su austeridad a fuerza de repetidas derrotas. Con este fin, en todas ocasiones le hablaba de “la pobre Teutila”; y como ella era la única que pudiera proporcionarle verla y hablarla, su pasión a Teutila le obligó a entrar en transacciones con la mayor enemiga de su amor puro y desinteresado. De esta manera tuvo el buen Ordaz el consuelo de ver algunos