Gustavo Varela

Clase 1: El contexto actual: ¿En qué mundo vivimos?- Gustavo Varela Introducción Desde hace varias décadas el pensamient

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Clase 1: El contexto actual: ¿En qué mundo vivimos?- Gustavo Varela Introducción Desde hace varias décadas el pensamiento filosófico anuncia que formamos parte de una nueva era. Primero fue llamada post-modernidad, un término que suponía que la concepción moderna del pensamiento ya estaba caduca y que era necesario enfrentarse a otras modalidades de construcción de sentido. Se anunció el fin de la historia, el agotamiento de los relatos, la muerte del sujeto, el acabamiento de las ideologías; es decir, el Apocalipsis de una manera de entender el mundo y la emergencia de otro diferente, con otras razones y otros procedimientos. ¿Qué mundo queda atrás y cuál surge? ¿De qué manera afecta esta transformación a los vínculos sociales? ¿Dónde queda situada la escuela, dónde la familia, dónde las relaciones laborales? A lo largo de esta clase tomaremos tres ejes: los cambios en las relaciones de poder, en la construcción de la subjetividad y en el trabajo. Cada uno de estos ejes están articulados con aspectos específicos de tres películas argentinas que forman parte del Archivo fílmico Pedagógico del Ministerio de Educación: Luna de Avellaneda, El hombre de al lado y Mundo grúa. Tres preguntas clásicas traducidas a tiempo presente: ¿Qué puedo? ¿Qué quiero? ¿Qué hago? De eso se trata esta clase, de encontrar en las respuestas un recorrido para comprender este presente.

¿Qué puedo? Lo que fue, lo que es Les propongo mirar un fragmento de la película Luna de Avellaneda. LUNA DE AVELLANEDA de Juan José Campanella (2004) Argentina https://www.youtube.com/watch?v=8yNhWJG7zVY Luna de Avellaneda: el palo enjabonado, la voz de Alberto Castillo, gomina y baile de tango. Una kermese, donde el azar, lo exótico y el entretenimiento se juntan y reúnen a toda una comunidad. Una mujer embarazada da a luz en medio de la celebración; y en un mismo grito y bajo un mismo aplauso, es la sociedad entera la que se reproduce en ese nacimiento.

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En un instante y sobre el mismo salón, lo que era una multitud celebrando se transforma en la imagen de un solo hombre, rodeado de silencio, rodeado del gris de las paredes y del agua que entra por una gotera del techo. Un mundo despintado, de a uno. Lo que era risa compartida deviene en preocupación individual. Algo parece acabarse, ¿qué? Una época, un modo de vida, una forma de estar juntos. La película es el relato de un mundo perdido y el de la resistencia de ese mundo en medio de otro nuevo que se impone. Casi como una metáfora de la escuela contemporánea, el cambio de época es el argumento de una realidad que se filma en un club de barrio o en cada aula, todos los días, en todos los alumnos y en cada docente. Discontinuidad, ruptura, alteración. Lo que domina en nuestra época es la experiencia de un cambio. El prefijo “pos” es el indicador de un giro profundo: posmodernidad, poscapitalismo, posfordismo, poshumanismo; el fin de un estado de cosas y el comienzo de otro, más complejo, más técnico, con nuevos objetos y nuevas experiencias. Es el pasaje de la era analógica a la digital, de lo mecánico a lo informático, del diccionario a las wiki. En términos filosóficos, de la sociedad disciplinaria a la sociedad de control. No un progreso o una evolución sino la emergencia de una nueva sociedad, lo que significa una modificación en las diferentes prácticas, desde las relaciones amorosas a la pedagogía o desde las maneras del entretenimiento a las formas de construcción de la subjetividad contemporánea. La sociedad disciplinaria descripta por Michel Foucault nace junto con la modernidad entre los siglo XVII y XVIII. La emergencia del dispositivo técnico moderno produjo, en Occidente, una reformulación de la práctica política. Nuevas instituciones, otros modos de administración del poder o diferentes procedimientos de intervención sobre las poblaciones surgieron a lo largo de la modernidad como parte de las transformaciones vinculadas al control social. Se trata de una forma de ejercicio de poder con mecanismos específicos, vinculados al sistema capitalista emergente y a su necesidad de productividad y eficiencia. Para ello, la disciplina de los cuerpos, el administrarlos mediante instituciones de encierro, garantizaba la incorporación de esos cuerpos al sistema productivo. La familia, la escuela, el cuartel, la fábrica, el hospital y la prisión son aquellas que Foucault define como las instituciones principales del dispositivo disciplinario. ¿Qué quiere decir esto? Una forma de ordenamiento social, un devenir por distintos espacios bajo una única modalidad: docilizar a los cuerpos. Sobre este esquema la modernidad ha elaborado sus formas, ha trazado sus recorridos afectivos, ha producido un modelo de identidad singular y colectiva. El progreso económico y el ascenso social otorgaban un sentido definido a las prácticas cotidianas; a la vez el Estado Nación oficiaba de garante de un bienestar colectivo. El surgimiento de la escuela moderna se inscribe en esta perspectiva social de integración y disciplinamiento, de acumulación de saber y de promesa de ascenso social.

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Sin embargo, en las últimas tres décadas del siglo XX una fuerte transformación en el sistema de producción abre a nuevos procedimientos: una mayor extensión de la técnica, su presencia elocuente sobre la vida cotidiana, sus efectos sobre cada uno de los planos de la vida social inaugura otra forma de habitar el mundo. Los muros de las instituciones disciplinarias parecen disolverse. La expresión repetida que describe este cambio dice: “ya no es lo que era”. No es lo mismo la mesa familiar, el aula de una escuela o los puestos fijos en una fábrica; no son lo mismo el modo de las relaciones amorosas, las formas de representación política o las maneras de comunicarnos. Y entonces, ¿qué es ahora? ¿Cómo definir este presente de una realidad acelerada y en continua novedad? La sociedad de control, definida así por Giles Deleuze a comienzo de la década de 1990, da cuenta de un nuevo entramado en la sociedad contemporánea. La sociedad disciplinaria ha perdido su vigencia, esta es su hipótesis, que ya no es necesario el encierro para la vigilancia de los individuos. La tecnología digital, el uso de cámaras, sumado a las nuevas formas de comunicación indican la inutilidad de la vigilancia ejercida por el panóptico y la emergencia de nuevos procedimientos para intervenir en la vida de la población. Ya no va a ser a través de la restricción o del encierro, sino mediante la administración y gestión de los deseos de los ciudadanos. La tarjeta de crédito reemplaza así a la ficha sindical; la fábrica, como espacio de alienación personal, da lugar a la empresa, de la que el empleado se siente parte esencial. Si la firma personal era la marca de identidad de la sociedad disciplinaria, en este nuevo entramado es la clave de acceso, el password o contraseña lo que permite el acceso a la información. Es una sociedad de abstracción numérica y digital frente a aquella otra que era de rúbrica personal y analógica. Esto no quiere decir que no haya vigilancia sino que esta se vuelve aún más excesiva, a la vez que más sutil. El modelo es el de una economía política de los deseos, el de una intervención mantenida sobre la voluntad personal y colectiva. Por ello, el consumo como una forma de construcción de la subjetividad contemporánea es uno de los modos de dominación actuales más eficaces de la sociedad de control.

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Volvamos aquí, a la película Luna de Avellaneda, del año 2004. La crisis económica y política de 2001 estaba muy cerca. El dilema final entre vender el club o no venderlo es la puja entre una economía de la eficacia, tan promocionada y tan seductora, y una política comunitaria de igualdad e inclusión. ¿No es, acaso, éste el dilema que habita hoy en las escuelas? ¿Qué tiene prioridad en la escuela actual, la económica eficacia o las políticas comunitarias?

¿Qué quiero?: La subjetividad contemporánea Les propongo mirar un fragmento de la película El hombre de al lado. EL HOMBRE DE AL LADO de Mariano Cohn, Gastón Duprat (2009) Argentina El hombre de al lado: golpes en una pared; una ventana que se abre sobre una medianera que divide. Divide vidas, miradas, clases sociales; divide lo que se ve y lo que es sombra. Alguien abre un boquete donde no corresponde: necesito atrapar unos rayitos de sol, va a decir. Está vulnerando mi intimidad, la de mi familia, le responden. Necesito un poquito del sol que a vos te sobra, que vos no usás. La respuesta está al comienzo, apenas empieza la película, una sentencia que separa; detrás de un vidrio, mirando la ventana del vecino, dice: “Qué país feo, la puta madre”. De a uno: así parece presentarse la experiencia del mundo moderno, de distancia con el otro, de experiencia y acumulación individual. El cuerpo es la frontera, un límite infranqueable que garantiza la asepsia de las relaciones. Sin embargo, las nuevas tecnologías, a la vez que incrementan los modos de comunicación, generan distancias entre los cuerpos. Paradoja de la individualidad contemporánea: comunidades virtuales y fronteras, amistad sostenida en la distancia, tecnologías colaborativas para seguir habitando en soledad, autopistas de la información sin que haya quien maneje los autos. Lo que parece una contradicción es en realidad una lógica diferente en la comprensión de las relaciones humanas, una nueva configuración de los vínculos. Facebook es uno de los dispositivos de la técnica contemporánea creado para las construcción de afectos e intereses comunes: allí la amistad es múltiple, indefinida a veces, de lejanía virtual y mucha imagen; la identidad es relativa a las emociones, variable en cada fotografía, en ocasiones con la imagen de otro o de un objeto o sencillamente una frase; hay una sexualidad virtual, relaciones intensas que no se encuentran nunca, seducción de palabras escritas en mensajes, cuerpos virtuales aunque siempre sin aroma. La construcción de la subjetividad, los modos de verse y edificarse a sí mismo, transitan de una temporalidad regular a otra vertiginosa y de puro presente. En la

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sociedad disciplinaria el yo se desliza al tiempo de las instituciones que lo forman; hay una progresión rítmica en el despliegue de la subjetividad. La prohibición del trabajo infantil, por ejemplo, surgido en la modernidad, es un signo de esto. Lo mismo la currícula escolar en relación a la progresión psicológica o el ingreso en el servicio militar en la primera adultez. Es un ritmo institucional para la construcción del deseo singular y colectivo. La respuesta a la pregunta “¿quién soy?” exigía de un tiempo regular. La sociedad contemporánea acelera el movimiento a un ritmo tal que no son posibles las mediaciones temporales. Si la condición formal de la técnica es el de la superación permanente, sobreponerse cada vez como una instancia que mejora a lo anterior; sí, además, la técnica amplía de un modo exponencial la extensión de su presencia y todo parece quedar bajo su imperio; si es aceleración y universalidad, la construcción de la subjetividad en la época actual va a articularse sobre estas mismas condiciones históricas. El tiempo se angosta y la espera debe desplazarse. Nuevas categorías para adolescentes tempranos, la juventud como valor laboral, el vértigo en la vida cotidiana, la información al instante. A diferencia de la sociedad disciplinaria, definida por la ordenación espacial de los cuerpos, en la sociedad contemporánea es el tiempo aquello que condiciona las relaciones de poder y marca el ritmo y la modalidad de los vínculos.

La familia y la escuela se ven fuertemente interpeladas por estos cambios. Ya no son las relaciones permanentes lo que domina en el seno familiar, como tampoco es el ascenso social aquello que sostiene a un alumno en la escuela. Familias ensambladas se articulan con una educación más heterogénea, con más desplazamientos, sin las expectativas de una única unidad de sentido. La mesa familiar y la clase en la escuela se ven intervenidas, cada vez más, por los dispositivos técnicos de comunicación. El

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presente continuo traza sus marcas y denuncia con ello lo vetusto de las formas estables. Los procesos son complejos, nada parece estar fijado a un suelo. “Modernidad líquida” llama el filósofo Z. Bauman a este presente: “Los sólidos conservan su forma y persisten en el tiempo: duran, mientras que los líquidos son informes y se transforman constantemente: fluyen. Como la desregulación, la flexibilización o la liberalización de los mercados” (2004, Modernidad líquida. México: Fondo de Cultura Económica). Liquidez en las relaciones y en la subjetividad contemporánea. Los dispositivos técnicos habilitan a una reformulación de los vínculos colectivos a la vez que a nuevos procedimientos para la composición de sí mismo. Los cambios en el sistema de producción, articulado con la digitalización de las prácticas (laborales, de entretenimiento, de comunicación, etc.), emplazaron a los sujetos a una experiencia de mercantilización de la vida. En ella, la extensión amplificada del consumo se impone como un modo de vida y no como respuesta a una necesidad vital; la publicidad y los medios de comunicación se combinan en la composición de una individualidad exitosa como ideal para la construcción de la subjetividad contemporánea. Tensión competitiva y realización de sí mismo a través del trabajo, esa es la lógica que impone sobre los sujetos la sociedad contemporánea; consumo y productividad se requieren. En este montaje, la presencia del otro resulta una amenaza. ¿Es mejor, entonces, levantar una pared? EL HOMBRE DE AL LADO de Mariano Cohn, Gastón Duprat (2009) Argentina

¿Qué hago? Subjetividad y trabajo Mundo grúa: levantar cada vez, cada mañana; levantar el peso de la necesidad y cargar con el olvido de sí. El placer para después, la salud para después, y el sueño que es cansancio de obrero- de vuelo breve y sentado. La grúa levanta lo que es pesado, la carga cotidiana de una vida sencilla exigida en un trabajo incómodo, para colmo inestable, en los años noventa. No hay metáfora. La necesidad no espera y el trabajo falta. La economía argentina anuncia, en la última década del siglo XX, que ningún trabajo es para siempre. Mundo grúa es eso, la imagen de algo que se termina y el comienzo de otra cosa: la llegada rugosa de un mundo laboral flexible. Les propongo mirar un fragmento de la película Mundo grúa. MUNDO GRÚA de Pablo Trapero (1999) Argentina

En términos de la economía política es posible reconocer tres momentos de transformación en las formas de producción y en las relaciones de trabajo contemporáneas. El primero, a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX, con el surgimiento de la sociedad de masas y la emergencia de la producción en serie. Los

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desplazamientos de la población mundial provocaron una reformulación en las relaciones de dominio y, con ello, la afirmación de los Estados nacionales como figura esencial de la práctica política: la uniformidad de la producción se correspondía, entonces, con una uniformidad en las expectativas de una población heterogénea. Este modelo productivo colapsa con la crisis financiera de 1929, lo que trae una reformulación de las relaciones económicas internacionales y una forma de producción nueva en la que lo producido es intencionadamente más volátil, más rápidamente perecedero. Esto con el fin de garantizar la renovación de los productos y, con ello, la incentivación de la industria. Es decir, inaugurar el consumo como modalidad comercial. Por último, a lo largo de los años setenta se inicia un proceso de mayor flexibilización laboral con el fin de bajar los costos de producción. Esto va a estar acompañado de un dispositivo tecnológico en plena expansión que, a la vez que va a incrementar esta flexibilización, va a acelerar los procesos de producción y con ello, una mayor precipitación en el consumo. De acuerdo al filósofo italiano Franco Berardi, el surgimiento de este modelo económico en el que se impone una nueva modalidad de producción, va acompañado por una ideología que hace que los sujetos se muevan voluntariamente “a invertir y a dedicar las energías al esfuerzo económico”. Esa ideología es la de una promesa de felicidad personal brindada por el crecimiento económico; sobre ella el sujeto actual tiende a considerar al trabajo como la parte más esencial de su vida, la más singular y la más personalizada (a diferencia del obrero industrial, donde las 8 horas era una suspensión de sí mismo de la que se despertaba con la sirena del fin de la jornada). El trabajador se entrega plenamente a estos nuevos dispositivos: su capacidad innovadora, su creatividad, su tiempo en los momentos libres; la competencia no se detiene y el deseo de éxito invade también los momentos de esparcimiento y distracción. El trabajo es explotación pero también, y fundamentalmente, una instancia de desarrollo personal. ¿Cómo se explica esta conversión de los trabajadores?, ¿Cómo ocurre el pasaje de la desafección al trabajo propio de la etapa fordista, a esta adhesión sin límites?

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Si la subjetividad laboral encuentra una necesidad de consumir sin límites, el tiempo por fuera del trabajo no puede quedar al margen de una productividad permanente. Importa aquí que producción y consumo se articulan como parte de una promesa de vida plena. Es una utopía personal, es decir de a uno y no colectiva; afirma Berardi: “La riqueza no es ya el goce del tiempo de las cosas, de los cuerpos, de los signos, sino producción acelerada y expansiva de su carencia, transformada en valor de cambio, transformada en ansia”. Por ello, porque resulta inextinguible el deseo de esta felicidad económica, es que las enfermedades propias de nuestra época son el ataque de pánico y la depresión. Es decir, la aceleración permanente en el trabajo hasta el momento del colapso (pánico); o la imposibilidad de mantenerse en pie en un mundo laboral de competencia salvaje y cruel y, entonces, el abandono (depresión). Son los efectos sobre el cuerpo de conjugar trabajo y felicidad personal; y sus remedios: estimulantes en todas sus modalidades (energizantes, drogas, estimulantes naturales, psicotónicos, etc.); o antidepresivos. Lo productivo se impone como fundamento para el despliegue del propio deseo (la jornada laboral no tiene horarios y se prolonga indefinidamente). Es la dicha íntima y nocturna por el cansancio laboral junto con la sensación de haber cumplido en el trabajo con todo lo que debíamos hacer; es la experiencia de reunir plenitud y agotamiento como garantía del crecimiento y despliegue individual. La subjetividad se alimenta de una eficacia mercantil que exige del cuidado preciso del cuerpo y de la conjura de posibles excesos: “Invertir más en el poder adquisitivo es invertir menos en el goce. Por ello la expansión de la esfera económica coincide con una reducción de la esfera erótica”. Esto afirma Berardi, que se impone la eficacia por encima del placer y la economía por sobre el erotismo. Con la tecnología digital el espacio de trabajo es virtual y, por ello, ubicuo (posible de estar en todas partes): el teléfono móvil, la conexión a la red disponible casi en todas partes, todos los nuevos procedimientos de comunicación permiten llevar el trabajo a cualquier lugar donde estemos y en cualquier momento. En realidad es el trabajo el que nos lleva a nosotros por su propio recorrido, es él quien conduce nuestro tiempo y él quien define nuestra mayor o menor cercanía a una felicidad económica prometida. A pesar de una descripción escéptica y pesimista, Berardi afirma que es necesario “repensar la riqueza como goce del tiempo y no como pulsión adquisitiva”. Parafraseando esta afirmación es rico, no el que tiene más dinero, sino el que tiene más tiempo. La apropiación del tiempo como una instancia para el goce personal, el recuperar un espacio donde la vida íntima no quede cooptada por la fiebre del trabajo, el salir de una rueda de urgencias y angustia: este es el desafío principal para la conquista de la autonomía humana en la sociedad contemporánea.

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La comprensión temporal es otro aspecto crucial de ese modo de producción de las subjetividades, pues se incorpora de manera casi permanente a los gestos, las actitudes, los ritmos de vida. Basada en la explotación del trabajo asalariado, el capitalismo ha impuesto, desde sus orígenes, una “tiranía de los relojes”. Pero esta se ha ido acentuando y estamos ahora sometidos a una dictadura de los tiempos cortos, los ritmos acelerados y una prisa mantenida artificialmente para involucrarnos sin dejar espacio para una posible distancia reflexiva. Una tiranía de la urgencia que contribuye a construir esta angustia de “retratarse”, que es una dimensión importante en la producción de las subjetividades competitivas. El ser humano está ahora en el tiempo como un buceador en el fondo del océano sin sus botellas de oxígeno: en apnea, al borde de la asfixia, obligado a una prisa permanente que parece haberse vuelto una cuestión de supervivencia. Pero la lucha contra el tiempo siempre resulta perdida, no por nuestra condición de mortal, sino porque se pierde en cada instante. El reino de la inmediatez impone esta ley: cuanto más se acelera todo, más hace falta el tiempo. Cuanto más se gana tiempo, más es el tiempo el que gana. (Fragmento del libro Adiós al capitalismo (2014) de Jerome Baschel. Buenos Aires: Editorial Futuro Anterior]

Les pedimos que una vez que hayan dado lectura de la clase y visualizado todo el material que se propone, nos encontremos en el Foro - ¿En qué mundo vivimos? En este Foro cada tutor/a los acompañará en el proceso de reflexión y debate, para que en forma grupal se aborden los conceptos de la clase y comenzar así a transitar juntos de qué se trata la integración del lenguaje visual en las prácticas pedagógicas. Bien, a tomar impulso y allí los esperamos!

La sociedad disciplinaria han perdido su vigencia “Estamos en una crisis generalizada de todos los lugares de encierro: prisión, hospital, fábrica, escuela, familia. La familia es un “interior” en crisis como todos los interiores, escolares, profesionales, etc. Los ministros competentes no han dejado de anunciar reformas supuestamente necesarias. Reformar la escuela, reformar la industria, el hospital, el ejército, la prisión: pero todos saben que estas instituciones están terminadas, a más o menos corto plazo. Sólo se trata de administrar su agonía y de ocupar a la gente hasta la instalación de las nuevas fuerzas que están golpeando la puerta. Son las sociedades de control las que están reemplazando a las sociedades

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disciplinarias.” (G. Deleuze (2004) [1991]. “Posdata sobre las sociedades de control”, en Ch. Ferrer (comp.). El lenguaje libertario. Buenos Aires: Editorial Terramar, 2004) Panóptico Es un tipo de arquitectura carcelaria ideada por el filósofo utilitarista Jeremy Bentham hacia fines del siglo XVIII. El objetivo de la estructura panóptica es permitir a su guardián, guarnecido en una torre central, observar a todos los prisioneros, recluidos en celdas individuales alrededor de la torre, sin que estos puedan saber si son observados. Según Foucault, en la arquitectura del panóptico este individuo “es visto, pero él no ve; objeto de una información, jamás sujeto en una comunicación”. Zygmunt Bauman Nació en Polonia en 1925. Junto a su familia huyó a la Unión Soviética ante la invasión nazi y más tarde se enroló en el ejército polaco como instructor político, del que más tarde sería expulsado. Estudió filosofía en la Universidad de Varsovia y a partir de los años setenta vive en Gran Bretaña. Tiene más de medio centenar de libros publicados y su obra transita desde la cuestión obrera en la modernidad al análisis de la sociedad contemporánea, a la que llama “mundo líquido” en oposición a la solidez del mundo moderno. Franco Berardi “Bifo”: Filósofo italiano, nacido en Bolonia en 1949, fue activista del autonomismo obrero de los años setenta y fundador de la radio comunitaria italiana Radio Alice en 1977. Ha publicado varios libros de análisis de la sociedad contemporánea relacionados con los cambios en las formas del capitalismo actual; entre ellos Generaciones Post-alfa. Las hipótesis principales de sus ensayos y artículos giran en torno a los cambios en la concepción contemporánea del trabajo y al impacto de las nuevas tecnologías sobre las nuevas generaciones.

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