Hora Santa Con El Papa. Orden Sacerdotal

HORA SANTA CON EL PAPA EXPOSICIÓN El Sacerdote expone el Santísimo Sacramento como de costumbre. MONICIÓN INICIAL Jesús

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HORA SANTA CON EL PAPA EXPOSICIÓN

El Sacerdote expone el Santísimo Sacramento como de costumbre. MONICIÓN INICIAL Jesús, glorioso y sentado a la diestra del Padre, se hace presente en nuestro mundo de diversas formas: la misma Iglesia, la Sagrada Escritura, el prójimo, los sacramento... Pero la más excelente de sus presencias es en el Sacramento de la Eucaristía donde todo él: su cuerpo, su sangre, su alma y su divinidad están presentes de forma real, sustancial y verdadera. En la catequesis de esta semana, el Papa Francisco nos invitaba a meditar sobre el sacramento del Orden sacerdotal por el cual “los ministros que son elegidos y consagrados para este servicio prolongan en el tiempo la presencia de Jesús, si lo hacen con el poder del Espíritu Santo, en el nombre de Dios y con amor.” Eucaristía y Sacerdocio son dos sacramentos que dependen el uno del otro, y no se entienden por separado. Jesús así lo quiso cuando en la tarde del Jueves Santo confió el Sacramento de su Cuerpo y Sangre a los apóstoles para que renovaran sacramentalmente su entrega en la cruz para la remisión de los pecados. Sin Eucaristía no hay sacerdocio, sin sacerdocio no hay eucaristía. En esta hora santa, venimos ante Jesús Sacramentado con el corazón agradecido por su presencia: especialmente en este sacramento y por su presencia a través del sacerdocio católico. El obispo, el sacerdote y el diácono están llamados a ejercer una potestad de gobierno, enseñanza y santificación haciendo las veces de Cristo, Cabeza de la Iglesia, Maestro y Pastor, Sacerdote Eterno. El sacramento reclama una identificación personal del sacerdote con Cristo, asemejándose en todo a él. Con este corazón agradecido, cantamos la Oración del Ángel de Fátima: MI DIOS YO CREO, ADORO, ESPERO Y OS AMO. OS PIDO PERDÓN POR LOS QUE NO CREEN, NO ADORAN, NO ESPERAN Y NO OS AMAN.

ORACIÓN DE ACCIÓN DE GRACIAS POR LOS SACERDOTES (Se puede intercalar alguna antífona o estribillo apropiado, como: Te damos gracias, Señor. Te damos gracias.)

Gracias, Señor, por este regalo que tantas veces no sabemos apreciar. Gracias por los sacerdotes ancianos y mayores que se han desgastado en el anonimato y la fidelidad del día a día. Gracias por los sacerdotes enfermos cuyo testimonio de entrega hasta el sufrimiento nos anima a seguir luchando en la vida. Gracias por nuestros párrocos y vicarios que, como pastores responsables, están siempre a nuestro lado para guiarnos y acompañarnos. Gracias por los sacerdotes misioneros, su ejemplo es para nosotros una invitación a dejarlo todo para anunciar en nuestro ambiente tu Palabra sin complejos. Gracias por los sacerdotes que trabajan en los hospitales, donde su presencia es signo de tu presencia que da vida y salud. Gracias por los sacerdotes que trabajan en las escuelas, las universidades y todas las instituciones educativas; ellos se esfuerzan en mostrar que la fe y la cultura se necesitan mutuamente. Gracias por los sacerdotes que acompañan tantos movimientos y grupos que hay en tu Iglesia porque hacen lo posible para que el fuego del apostolado esté siempre vivo. Gracias por los sacerdotes que nos acompañan en nuestro camino espiritual; gracias por su escucha, su silencio, su respeto y sus palabras de consejo, de ánimo y de consuelo. Gracias por los sacerdotes que trabajan en la formación de los seminaristas, dándolo todo para formales según tu corazón y al ejemplo de tu Hijo el Buen Pastor. Gracias por los sacerdotes que trabajan con los más desfavorecidos de nuestro mundo injusto; porque intentan construir con gestos proféticos el reino de las bienaventuranzas. Gracias por los sacerdotes que nos han dado el sacramento del bautismo, el don de la fe y la gracia de ser hijos de tu Iglesia. Gracias por los sacerdotes que nos alimentan en la Eucaristía con la Palabra y el Pan de la Vida que nos permiten seguir caminando como hermanos. Gracias por los sacerdotes que en tu nombre perdonan nuestros pecados y enjugan nuestras lágrimas con palabras de misericordia. Gracias por los sacerdotes que bendicen nuestros matrimonios para que sean signo de tu amor hacia todos nosotros. Gracias por los sacerdotes que nos visitan cuando estamos enfermos y nos dan fuerzas para soportar el sufrimiento y el dolor. Gracias por los sacerdotes, Señor.

LECTURA DE LA PALABRA DE DIOS

Del santo Evangelio según san Juan

13, 1-15

Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Durante la cena, cuando ya el diablo había puesto en el corazón a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle, sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía, se levanta de la mesa, se quita sus vestidos y, tomando una toalla, se la ciñó. Luego echa agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido. Llega a Simón Pedro; éste le dice: «Señor, ¿tú lavarme a mí los pies?» Jesús le respondió: «Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora: lo comprenderás más tarde». Le dice Pedro: «No me lavarás los pies jamás». Jesús le respondió: «Si no te lavo, no tienes parte conmigo». Le dice Simón Pedro: «Señor, no sólo los pies, sino hasta las manos y la cabeza». Jesús le dice: «El que se ha bañado, no necesita lavarse; está del todo limpio. Y vosotros estáis limpios, aunque no todos». Sabía quién le iba a entregar, y por eso dijo: «No estáis limpios todos». Después que les lavó los pies, tomó sus vestidos, volvió a la mesa, y les dijo: «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis "el Maestro" y "el Señor", y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros. Palabra de Dios R/. Te alabamos, Señor. MEDITACIÓN DEL PAPA FRANCISCO. Catequesis 26-3-2014 Hay dos sacramentos que corresponden a dos vocaciones específicas: se trata del Orden y del Matrimonio. Constituyen dos grandes vías por las que el cristiano puede hacer de su vida un don de amor, siguiendo el ejemplo y en el nombre de Cristo, y así colaborar en la edificación de la Iglesia. El Orden, marcado en los tres grados de episcopado, presbiterado y diaconado, es el Sacramento que permite el ejercicio del ministerio, confiado por el Señor Jesús a los Apóstoles, para apacentar su rebaño, en la potencia de su Espíritu y de acuerdo a su corazón. Apacentar el rebaño de Jesús con la potencia, no con la fuerza humana o con la propia potencia, sino con la del Espíritu y de acuerdo a su corazón, el corazón de Jesús, que es un corazón de amor. El sacerdote, el

obispo, el diácono debe apacentar el rebaño del Señor con amor. Si no lo hace con amor, no sirve. 1. Un primer aspecto. Aquellos que son ordenados se colocan a la cabeza de la comunidad.¿Están a la cabeza? Sí. Sin embargo, para Jesús significa poner la propia autoridad al servicio, como Él mismo lo ha mostrado y enseñado a sus discípulos con estas palabras : "Sabéis que los gobernantes de las naciones las dominan, y los jefes las oprimen. No ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro esclavo; de la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos" (Mt 20, 25-28 // Mc 10, 42-45). 2. Otra característica que siempre se deriva de esta unión sacramental con Cristo es el amor apasionado por la Iglesia. Pensemos en aquel pasaje de la Carta a los Efesios, en el que san Pablo dice que Cristo "ha amado a la Iglesia. Él se ha entregado a sí mismo por ella, para consagrarla, purificándola con el baño del agua y la palabra, y para colocar ante sí a la Iglesia gloriosa, sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada" (5, 25-27). En virtud del Orden el ministro dedica todo su ser a su propia comunidad y la ama con todo el corazón: es su familia. El obispo y el sacerdote aman a la Iglesia en su comunidad. Y la aman fuertemente. ¿Cómo? Como Cristo ama a la Iglesia. Lo mismo dirá san Pablo del matrimonio. El marido ama a su mujer como Cristo ama a la Iglesia. ¡Es un misterio grande de amor, este del ministerio y aquel del matrimonio! Los dos sacramentos que son el camino por el cual las personas van habitualmente al Señor. 3. Un último aspecto. El apóstol Pablo aconseja a su discípulo Timoteo no descuidar, más bien, reavivar siempre el don que está en él, el don que le ha sido dado por la imposición de las manos. Cuando no se nutre el ministerio con la oración, la escucha de la Palabra de Dios, la celebración diaria de la Eucaristía y también la asistencia al Sacramento de la Penitencia, se termina inevitablemente perdiendo de vista el significado autentico del propio servicio y la alegría que nace de una profunda comunión con Jesús. 4. ¿Pero qué hay que hacer para convertirse en sacerdote? Ésta es una cosa donde la iniciativa la toma el Señor. El Señor llama, llama a cada uno de los que quiere que se conviertan en sacerdote. Y quizás haya algunos jóvenes aquí que han sentido en su corazón esta llamada: el deseo de convertirse en sacerdotes, el deseo de servir a los demás en las cosas que vienen de Dios, el deseo de estar toda la vida al servicio para catequizar, bautizar, perdonar, celebrar la Eucaristía, cuidar a los enfermos… Pero toda la vida así. Si alguno de vosotros ha sentido esto en el corazón, es Jesús que se lo ha puesto ahí. Cuidad esta invitación y rezad para que esto crezca y dé fruto en toda la Iglesia. BENDICIÓN Y RESERVA