HORA SANTA CON EL PAPA. La Familia: Madres (2)

LA FAMILIA “Las Madres” (2) Catequesis de S.S Francisco 7 de enero de 2015 HORA SANTA CON EL PAPA FRANCISCO IGLESIA DEL

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LA FAMILIA “Las Madres” (2) Catequesis de S.S Francisco 7 de enero de 2015

HORA SANTA CON EL PAPA FRANCISCO IGLESIA DEL SALVADOR – TOLEDO -

E

DE RODILLAS

XPOSICIÓN

El sacerdote revestido expone el Santísimo Sacramento como de costumbre.

M

ONICIÓN INICIAL En la Eucaristía el Hijo de Dios viene a nuestro encuentro y desea unirse a nosotros; la adoración eucarística no es sino la continuación obvia de la celebración eucarística –de la Santa Misa-, la cual es en sí misma el acto más grande de adoración de la Iglesia. Recibir la Eucaristía significa adorar al que recibimos. Precisamente así, y sólo así, nos hacemos una sola cosa con Él y, en cierto modo, pregustamos anticipadamente la belleza de la liturgia celestial. (Benedicto XVI, Sacra Carit) Jesús nos convoca y atrae hacia su presencia en la Eucaristía. Cada vez que un cristiano reza y, de forma más singular, cada vez que adora el Santísimo Sacramento nos unimos a la oración permanente que Jesucristo –Sacerdote Eterno- realiza por la humanidad. En esta noche, guiados por las enseñanzas del Santo Padre, queremos unirnos a la oración de Jesús considerando sus disposiciones, sentimientos e intenciones. Queremos unirnos a Jesús que recibió el amor de su Madre, las enseñanzas, los buenos consejos, las miradas llenas de cariño y afecto…. ¿Cuántas veces rezarían los dos juntos? Queremos unirnos a Jesús en su acción de gracias al Padre por haberle dado a su Madre, la Virgen María, la Toda Santa, por haberla colmado de todas las gracias. Queremos pedirle que nos llene de ese mismo amor con él la amó y que nos enseñe también a amar de verdad a nuestras propias madres.

*** Con fe y humildad, cantemos:

MI DIOS, YO CREO, ADORO, ESPERO Y OS AMO. OS PIDO PERDÓN POR LOS QUE NO CREEN, NO ADORAN, NO ESPERAN Y NO OS AMAN. BREVE SILENCIO

ACCIÓN DE GRACIAS POR LAS MADRES Señor nuestro Jesucristo, tú has querido tener una madre: la Virgen María. Desde toda la eternidad habías pensado en ella y la llenaste de todas las gracias. Ella iba a ser la Madre de Dios hecho hombre, tu Madre, y también la Madre de la nueva humanidad, la Nueva Eva. Queremos darte gracias por haber hecho maravillas en ella y habérnosla entregado al pie de la cruz para que fuese madre nuestra. Ella nos alumbra a la vida de la gracia, nos conduce siempre hacia ti, nos enseña el camino del cielo, nos atiende en nuestras necesidades y peligros, nos socorre siempre que la invocamos. Te pedimos que nos enseñes a amarla como tú la amaste y a obedecerla como tú la obedeciste.

Señor nuestro Jesucristo, junto contigo adoramos los proyectos de Dios Padre al crear el mundo y al establecer para prolongar su acción creadora en la transmisión de la vida la unión de un hombre y una mujer. Te damos gracias por la generosidad de todos los hombres y mujeres que a lo largo de la historia del mundo han hecho fecunda su amor cumpliendo el mandato del principio: Creced y multiplicaos. Te damos gracias por tanto amor, entrega, sacrificio silencioso, por tantos sufrimiento; especialmente por el de las madres que con su hacer callado y cotidiano van haciendo la historia. Te pedimos por la mujer –para que en este tiempo de confusión y de rebelión a la misma ley natural- sepa vivir su vocación a la maternidad con entrega y generosidad, sabiendo que ahí reside su mayor realización. Te pedimos que nunca renuncie a los más grande: ser madre. Señor nuestro Jesucristo, te damos gracias porque nos has dado una familia y una madre que nos ha concebido y desde ese mismo momento nos ha amado con un amor único. Te doy gracias por mi madre, Señor. (Digamos cada uno en nuestro interior el nombre de nuestra madre). Ella ha sido la primera que me ha mirado con amor y me ha sonreído siendo reflejo de tu amor. Ella me alimentado, me acariciado, me ha consolado y me ha animado en el camino de mi vida… Ella, mi madre, me ha guiado en los primeros pasos de mi vida, me ha enseñado tantas cosas, me ha dado tanto…. Gracias, Señor, gracias por mi madre. Te pido que la llenes de tus bendiciones, que le perdones sus errores y culpas. Que me enseñes a amarla de verdad. Señor nuestro Jesucristo, te damos gracias por todas las mujeres que por el reino de los cielos y para ejercer una maternidad espiritual sobre los hijos de la Iglesia, ya en la vida religiosa y consagrada, ya en la vida familiar, han renunciado a formar una familia y ser madres. Gracias por su testimonio, por su docilidad y fidelidad a tu amor; gracias por su entrega al prójimo. Te pedimos que las alientes en su vocación, que las consueles en la soledad y le concedas la alegría que nace de saberse amadas por ti y veneradas por sus hermanos. Señor nuestro Jesucristo, mira con bondad a cada madre que está esperando un hijo. Consuela a las madres que han perdido hijos, que están enfermos o separados de sus familias, que se encuentran en peligro o problemas de cualquier tipo. Muéstrales Tu misericordia y dales fortaleza y serenidad. Colma de tu paz a las madres que ya no están con nosotros, que disfruten en Tu presencia del fruto de sus esfuerzos en la tierra. Amen.

BREVE SILENCIO Y SENTADOS

ectura del libro de los Proverbios

31, 10-31

La mujer fuerte, ¿quién la hallará? Vale mucho más que las perlas. En ella confía el corazón de su marido y no tiene nunca falta de nada. Le proporciona siempre el bien, nunca el mal, todo el tiempo de su vida. Ella se procura lana y lino y hace las labores con sus manos. Es como nave de mercader, que desde lejos trae su pan. Se levanta cuando aún es de noche, y prepara a su familia la comida y la tarea de sus criados, Ve un campo y lo compra, y con el fruto de sus manos planta una viña. Se ciñe de fortaleza y esfuerza sus brazos. Ve alegre que su negocio va bien, y ni de noche apaga su lámpara. Coge la rueca en sus manos y hace bailar el huso. Tiende su mano al miserable y alarga la mano al menesteroso. No teme su familia el frío de la nieve, porque todos en casa tienen vestidos dobles. Ella se hace cobertores, y sus vestidos son de lana y púrpura. Celebrado es en las puertas su marido cuando se sienta entre los ancianos del lugar. Hace una hermosa tela y la vende, y vende al mercader un ceñidor. Se reviste de fortaleza y gracia, y sonríe al porvenir. La sabiduría abre su boca y en su lengua está la ley de bondad. Vigila a toda su familia, y no come su pan de balde. Alzanse sus hijos y la aclaman bienaventurada, y su marido la ensalza. "Muchas hijas han hecho proezas, pero tú a todas sobrepasas." Engañosa es la gracia, fugaz la belleza; la mujer que teme a Dios, ésa es de alabar. Dadle los frutos del trabajo de sus manos, y alábenla sus hechos en las puertas. Palabra de Dios. R/. Te alabamos, Señor.

PUNTOS PARA LA MEDITACIÓN. S.S. Francisco, 7 de enero de 2014 LA MADRE DE JESÚS. Escribe el evangelista Mateo: «Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron» (Mt 2, 11). Es la Madre que, tras haberlo engendrado, presenta el Hijo al mundo. Ella nos da a Jesús, ella nos muestra a Jesús, ella nos hace ver a Jesús. LA MADRE. Continuamos con las catequesis sobre la familia y en la familia está la madre. Toda persona humana debe la vida a una madre, y casi siempre le debe a ella mucho de la propia existencia sucesiva, de la formación humana y espiritual. La madre, sin embargo, incluso siendo muy exaltada desde punto de vista simbólico —muchas poesías, muchas cosas hermosas se dicen poéticamente de la madre—, se la escucha poco y se le ayuda poco en la vida cotidiana, y es poco considerada en su papel central en la sociedad. Es más, a menudo se aprovecha de la disponibilidad de las madres a sacrificarse por los hijos para «ahorrar» en los gastos sociales. LAS MADRES EN LA IGLESIA. Sucede que incluso en la comunidad cristiana a la madre no siempre se la tiene justamente en cuenta, se le escucha poco. Sin embargo, en el centro de la vida de la Iglesia está la Madre de Jesús. Tal vez las madres, dispuestas a muchos sacrificios por los propios hijos, y no pocas veces también por los de los demás, deberían ser más escuchadas. Habría que

comprender más su lucha cotidiana por ser eficientes en el trabajo y atentas y afectuosas en la familia; habría que comprender mejor a qué aspiran ellas para expresar los mejores y auténticos frutos de su emancipación. Una madre con los hijos tiene siempre problemas, siempre trabajo. LAS MADRES SON EL ANTÍDOTO MÁS FUERTE ANTE LA DIFUSIÓN DEL INDIVIDUALISMO EGOÍSTA. «Individuo» quiere decir «que no se puede dividir». Las madres, en cambio, se «dividen» a partir del momento en el que acogen a un hijo para darlo al mundo y criarlo. Son ellas, las madres, quienes más odian la guerra, que mata a sus hijos. Muchas veces he pensado en esas madres al recibir la carta: «Le comunico que su hijo ha caído en defensa de la patria...». ¡Pobres mujeres! ¡Cómo sufre una madre! Son ellas quienes testimonian la belleza de la vida. El arzobispo Oscar Arnulfo Romero decía que las madres viven un «martirio materno». En la homilía para el funeral de un sacerdote asesinado por los escuadrones de la muerte, él dijo, evocando el Concilio Vaticano ii: «Todos debemos estar dispuestos a morir por nuestra fe, incluso si el Señor no nos concede este honor... Dar la vida no significa sólo ser asesinados; dar la vida, tener espíritu de martirio, es entregarla en el deber, en el silencio, en la oración, en el cumplimiento honesto del deber; en ese silencio de la vida cotidiana; dar la vida poco a poco. Sí, como la entrega una madre, que sin temor, con la sencillez del martirio materno, concibe en su seno a un hijo, lo da a luz, lo amamanta, lo cría y cuida con afecto. Es dar la vida. Es martirio». Hasta aquí la citación. Sí, ser madre no significa sólo traer un hijo al mundo, sino que es también una opción de vida. ¿Qué elige una madre? ¿Cuál es la opción de vida de una madre? La opción de vida de una madre es la opción de dar la vida. Y esto es grande, esto es hermoso. LA MADRE, TRANSMISORAS DE LA FE. Una sociedad sin madres sería una sociedad inhumana, porque las madres saben testimoniar siempre, incluso en los peores momentos, la ternura, la entrega, la fuerza moral. Las madres transmiten a menudo también el sentido más profundo de la práctica religiosa: en las primeras oraciones, en los primeros gestos de devoción que aprende un niño, está inscrito el valor de la fe en la vida de un ser humano. Es un mensaje que las madres creyentes saben transmitir sin muchas explicaciones: estas llegarán después, pero la semilla de la fe está en esos primeros, valiosísimos momentos. Sin las madres, no sólo no habría nuevos fieles, sino que la fe perdería buena parte de su calor sencillo y profundo. Y la Iglesia es madre, con todo esto, es nuestra madre. Nosotros no somos huérfanos, tenemos una madre. La Virgen, la madre Iglesia y nuestra madre. No somos huérfanos, somos hijos de la Iglesia, somos hijos de la Virgen y somos hijos de nuestras madres. Queridísimas mamás, gracias, gracias por lo que sois en la familia y por lo que dais a la Iglesia y al mundo. Y a ti, amada Iglesia, gracias, gracias por ser madre. Y a ti, María, madre de Dios, gracias por hacernos ver a Jesús. Y gracias a todas las mamás aquí presentes: las saludamos con un aplauso.

B

ENDCIÓN Y RESERVA