Historia y Vida Diciembre de 2019

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HISTORIA Y VIDA • 3

sumarioartículos DICIEMBRE 2019

27 Dossier División Azul La fuerza enviada por Franco a luchar con Hitler en Rusia. / F. MARTÍNEZ HOYOS, doctor en Historia, y S. VICH SÁEZ, historiador

46 Las tapadas de Lima Cubrían todo su cuerpo... menos un ojo. ¿Por qué ese anonimato? F. MARTÍNEZ HOYOS, doctor en Historia

50 Arde el Alcázar

Contra Armada. Lisboa, objetivo de los ingleses en 1589. Plano de la época. / PÁG. 60

En 1734, un incendio acabó con el palacio madrileño. / J. MARTÍN, periodista

54 Poirot, refugiado El personaje de Agatha Christie y la I Guerra Mundial. / X. CASINOS, periodista

60 La Contra Armada La respuesta inglesa a la Invencible acabó en desastre. / E. GARRIDO, periodista

66 Matar al presidente Los atentados contra el ocupante de la Casa Blanca son casi una constante. C. HERNÁNDEZ-ECHEVARRÍA, periodista

74 El agua y Barcelona Las redes de agua sustentaron el Ensanche. / I. MARGARIT, doctora en Historia

78 El escándalo Bollingen Genio, fascista... ¿Merecía Ezra Pound un premio literario? / G. TOCA REY, periodista

82 Arte Sofonisba y Lavinia Dos pintoras del Renacimiento en el Prado. / A. ECHEVERRÍA ARÍSTEGUI, periodista

Dossier. Divisionarios enviados a reforzar una sección en marzo de 1943. / PÁG. 27

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sumariosecciones 08 En breve 10 En el foco Watchmen y el legado del Ku Klux Klan Una serie de ficción de HBO reinterpreta episodios del traumático pasado racista de Estados Unidos. E. ROS, historiador del cine y periodista

14 Primera plana Los ángeles de Charlie y el #MeToo Con el estreno de una nueva adaptación cinematográfica a la vuelta de la esquina, ¿era o no feminista la teleserie original? C. JORIC, historiador y periodista

18 Lugares 20 Anécdotas 22 Arqueología Ollantaytambo Cerca de Machu Picchu se alza otro vital núcleo inca. JULIÁN ELLIOT, periodista

El sistema de terrazas construido por los incas en Ollantaytambo. / PÁG. 22 Créditos fotográficos: Aci Agencia de Fotografía: pp. 11, 37, 54-55, 64-65, 93. Álbum Archivo Fotográfico: portada y pp. 16, 17, 20, 42, 47, 51, 60-61. Álbum Archivo Fotográfico / Agencia EFE: pp. 34-35, 44-45. Edu García: p. 7. Getty Images: pp. 3, 31, 32-33, 36, 38-39, 40-41, 43, 52, 53, 56, 58, 58-59, 65, 66-67, 69, 70, 71, 72, 73, 78, 80-81, 81. Getty Images / iStock: p. 25. PhotoAISA: pp. 28-29, 30, 50-51. Shutterstock.com: pp. 4, 22-23, 24. Cortesía de Museo Nacional del Prado: portada y pp. 82-83, 83, 84, 85, 86, 87. Cortesía de Metropolitan Museum of Art, Nueva York: p. 20. Cortesía de Library of Congress: pp. 11, 12-13, 13, 48, 49, 68, 95. Cortesía de Crítica: pp. 9, 92, 94. Cortesía de HBO España: pp. 10-11, 11, 96. Cortesía de Archivo de la Societat General d’Aigües de Barcelona: pp. 74-75, 76-77. Cortesía de Sony Pictures Entertainment Iberia: pp. 14-15. Cortesía de Palacio de Gaviria, Fundación Mapfre – Madrid, Fundación Mapfre – Barcelona, Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Museo Guggenheim Bilbao, Museo Thyssen-Bornemisza, MNAC: pp. 8891. Cortesía de Historia: p. 91. Cortesía de Tusquets, Anagrama, Ático de los Libros, Ariel, Gatopardo: pp. 9295. Cortesía de Netflix/Tripictures, Caramel Films, A Contracorriente Films, Vértigo Films: pp. 96-97. The Noun Project: pp. 9, 21. CC: pp. 8, 9, 18-19, 20, 21, 57, 62-63, 63, 76, 80, 92, 94, 98. Archivo HISTORIA Y VIDA. Infografía y cartografía: Enric Sorribas / Geotec: pp. 23, 41, 63.

88 Agenda 92 Entre libros 96 De cine 98 Foto con historia Descanso de altura La icónica imagen de los obreros en la cima del edificio RCA de Nueva York.

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eleditorial DIRECTORA Isabel Margarit REDACTORA JEFE Empar Revert REDACCIÓN Francisco Martínez Hoyos MAQUETACIÓN Mercedes Barragán COLABORADORA Amelia Pérez (corrección) Publicidad GODÓ STRATEGIES, S.L.U. DIRECTOR GENERAL Pere G. Guardiola DIRECTOR COMERCIAL Yago Sosa Harguindey DIRECTOR PUBLICIDAD BARCELONA Joan Ferrando PUBLICIDAD MADRID Lucía Biagosch DIRECTORA MARKETING OFFLINE Mar Glandié Av. Diagonal, 477, 1.ª pl. 08036 Barcelona Tel.: 93 344 30 00. Fax: 93 344 31 88 María de Molina, 54, 4.ª pl. 28006 Madrid Tel.: 91 515 91 00. Fax: 91 515 91 09 Edita: GODÓ VERTICAL MEDIA, S. L. Av. Diagonal, 477, 9.ª pl. 08036 Barcelona www.historiayvida.com E-mail: [email protected]

PRESIDENTE Javier Godó, conde de Godó CONSEJERO DELEGADO Carlos Godó Valls ADJUNTO A LA PRESIDENCIA Ramon Rovira EDITORA DE VANGUARDIA DOSSIER Y LIBROS DE VANGUARDIA Ana Godó DIRECTOR GRAL. CORPORATIVO Jaume Gurt DIRECTOR GRAL. COMERCIAL Pere G. Guardiola DIRECTOR GRAL. DE NEGOCIO AUDIOVISUAL Jaume Peral DIRECTOR GRAL. DE NUEVOS NEGOCIOS Y CDO David Cerqueda Consejo de redacción Màrius Carol, Juan Eslava, M. Ángeles Pérez Samper, Álex Rodríguez, Enric Sierra, Josep Tomàs Cabot Depósito legal B.8784-1968. ISSN: 0018-2354 Fotomecánica: La Vanguardia Ediciones, S. L. Imprime: Jiménez-Godoy, S. A. Distribuye: MARINA BCN DISTRIBUCIONS, S. L. Calle E, 1 (esq. c/6) Pol. Industrial Zona Franca 08040 Barcelona. Tel.: 93 361 36 00

La deuda de Franco

E

n julio de 1941 partió de la Estación del Norte de Madrid el primer convoy de voluntarios españoles alistados para luchar junto a Hitler contra los soviéticos cuando Alemania invadió la URSS. Excombatientes inadaptados, falangistas, estudiantes idealistas atraídos por la propaganda, incluso algunos que, ante el régimen, querían lavar su imagen o la de su familia... formaron parte de la División Azul, comandada por el general Agustín Muñoz Grandes. En realidad, casi cincuenta mil españoles lucharon en sus filas como pago humano al Tercer Reich por la ayuda prestada a Franco durante la Guerra Civil. De cara a salvaguardar su neutralidad en el conflicto internacional, la acción se planteó con fuerzas voluntarias y en los términos de “lucha contra el comunismo”, tan propia del ideario franquista. La campaña de los divisionarios se inició en Alemania, donde recibieron instrucción y equipamiento por parte del ejército local. Pero las adversidades se presentaron en el traslado al frente ruso. A los largos trayectos en tren y las marchas a pie se sumó el despiadado invierno ruso, ese “general invierno” que había acabado con tantos ejércitos. Pese a los diferenISABEL tes reintegros, las bajas fueron elevadas, hasta el MARGARIT punto de que el gobierno español no pudo justifiDIRECTORA car políticamente la continuidad de la División Azul. En octubre de 1943 tuvo lugar el último combate, si bien en Rusia quedaría una unidad más pequeña. Aquella lucha de tantos miles de hombres en una guerra ajena no tuvo su recompensa por parte del franquismo. Los divisionarios que regresaron lo hicieron en medio de la discreción oficial. La victoria de Hitler se veía cada vez más lejana en el horizonte y había que congraciarse con los aliados. ɿ

Revista controlada por

PORTADA Fotografía de un miembro de la División Azul haciendo guardia en algún momento de 1942.

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enbreve Rusia. Eso fue finalmente lo que sucedió, y en ese momento Berlín se puso del lado de Viena. La contienda, tras cuatro años de sangriento combate, acabó en un desastre. El fracaso militar puso fin al II Reich, fundado con la unificación del país en 1871. El káiser, incapaz de darse cuenta de la realidad, supuso que podría verse obligado a abdicar como emperador, pero aun así contaba con mantenerse como rey de Prusia. El estallido de la revolución en una Alemania exhausta por la guerra le obligó a partir hacia el exilio. Se estableció en Holanda, donde viviría hasta su muerte. El Tratado de Versalles determinó que se le persiguiera por violar los acuerdos internacionales, pero la reina Guillermina rechazó su extradición. En aquellos momentos, la propaganda aliada le presentaba como gran culpable del conflicto. La historiografía actual considera simplista cargar sobre él todas las responsabilidades. La República de Weimar le trató con generosidad. Le permitió vivir sin preocupaciones económicas en tierras neerlandesas y mantener numerosas propiedades en Alemania. Guillermo, sin embargo, se pronunció con virulencia contra el régimen. Más tarde, en los años treinta, el antiguo soberano tuvo la esperanza de que se restaurara la monarquía. Este era un sueño imposible, porque el Führer le despreciaba por atribuirle la derrota de 1918. En un principio, el antiguo káiser simpatizó con el nazismo, pero se decepte, es debatible hasta qué punto fue un cionó ante sus purgas internas. Rechazó desacierto que prescindiera del viejo esigualmente los atropellos contra los jutadista. Este había propuesto una polítidíos en la Noche de los Cristales Rotos, ca antisocialista, y el káiser se resistía a pese a sus ideas antisemitas. En ese momedidas duras que dañaran su populamento dijo que sentía vergüenza de ser ridad en el comienzo de su reinado. alemán. Eso no impidió, sin embargo, Su rivalidad con Gran Bretaña y Francia que celebrara la conquista de Francia. contribuiría al estalliMurió poco después, a SUEÑO IMPOSIBLE do en 1914 de la Prilos 82 años. Hitler quiso, GUILLERMO II DESEABA por razones propagandísmera Guerra MunVER RESTAURADA dial. Aunque quiso ticas, que en Alemania se LA MONARQUÍA evitar un conflicto le honrara con un funeral utilizando su parende Estado: deseaba vintesco con soberanos extranjeros, su pocular su Reich con el Imperio alemán. sición partía de una contradicción imGuillermo, sin embargo, indicó que sus posible. Alemania pretendía ser aliada a restos no regresaran hasta que se prola vez de Rusia y de Austria, pero si Aus- dujera una restauración monárquica. FRANCISCO MARTÍNEZ HOYOS tria llegaba a ir a la guerra, sería contra

¿Fue culpable Guillermo II de la Gran Guerra?

EL EMPERADOR MEGALÓMANO

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ace un siglo, el 21 de diciembre de 1919, Holanda concedía asilo a Guillermo II (1859-1941; arriba). El último emperador de la dinastía Hohenzollern tuvo que salir de Alemania tras la derrota de su país en la Primera Guerra Mundial. Guillermo II es una de las figuras más polémicas de la historia germana. Accedió al trono tras el breve reinado de su padre, Federico III. Pronto quedó claro que deseaba tener un papel protagonista en el gobierno, por lo que entró en conflicto con el canciller Bismarck, al que apartó del poder. Él también protagonizaría una política expansiva, pero con un punto de temeridad que no poseía “el Canciller de Hierro”. No obstan-

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enbreve HISTORIA Y VIDA premiará la próxima carta del mes con Historia

visual de la Segunda Guerra Mundial, de J. Lopez (Crítica). En la carta deben constar nombre, dirección y teléfono.

CARTA DEL MES

LOS POLÍTICOS Y SUS PROMESAS Es un tópico decir que los políticos no cumplen lo que prometen. La realidad, como siempre, no se deja encajar en afirmaciones fáciles. En 1990, al producirse la unificación alemana (HYV 620), el canciller Helmut Kohl [arriba, en la puerta de Brandeburgo, diciembre de 1989] aseguró que su país elevaría notablemente el nivel de vida de los antiguos territorios comunistas. Los desequilibrios regionales no se eliminaron, pero la misión se llevó a cabo con un éxito razonable. En un cuarto de siglo, la Alemania Occidental realizó inversiones masivas en la Oriental: unos dos billones de euros. Por ello, no fue posible que se materializara la otra promesa de Kohl: no subir los impuestos. Tuvo que crearse el denominado “impuesto de la solidaridad”, que pagaron los ciudadanos del oeste y que se mantendrá hasta 2021. A partir de entonces solo gravará a las rentas más altas. LUCIANO SALAS PUEDES ESCRIBIRNOS al correo electrónico [email protected] o a la dirección postal HISTORIA Y VIDA. Av. Diagonal, 477, 16.ª pl. 08036 Barcelona (España). La redacción de la revista se reserva el derecho a editar las cartas recibidas.

¿Cómo se reguló la práctica del duelo en España? ESTEBAN SANTOS

E

n la Edad Media, los duelos se admitían en ciertos casos. Alfonso X los permitió para vengar la deshonra o muerte de un familiar, pero no para delitos menos graves, como el robo. A partir del siglo xv, en cambio, la monarquía intentó reprimir su práctica. Fernando el Católico amenazó con fuertes penas, como la de muerte o remar en galeras, a los que contravinieran la ley. En los años siguientes, ya bajo los Austrias, la tendencia fue la misma: castigar las disputas privadas. Felipe II, por ejemplo, dispuso que se cortara las manos a los infractores o que se los ahorcara. Pero los duelistas buscaron formas de salirse con la suya, como pelear dentro de una iglesia (estaba prohibido para las autoridades civiles entrar en ellas). Como el castigo era para el retador, el que ganaba decía que él había sido el retado. El rival, por motivos obvios, ya no tenía oportunidad de desmentirlo. Las prohibiciones siguieron sucediéndose. El Código Penal de 1870 establecía multas para los duelistas y los padrinos. Solo se preveía la prisión en caso de muerte. Pero esto no impidió que continuaran los desafíos, regidos por el código del honor que fijaba la costumbre, y no por la ley. En 1906, murió en Zaragoza el periodista Juan Pedro Barcelona en un enfrentamiento con un colega de profesión, Benigno Varela. Fue, que sepamos, la última víctima mortal del duelismo español.

ARIEL RODRÍGUEZ

© Simon Child by The Noun Project.

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enelfoco

WATCHMEN Y EL KU KLUX KLAN Las primeras entregas de la serie de HBO revisan episodios traumáticos del pasado racista de Estados Unidos, como la masacre de Tulsa. ENRIC ROS HISTORIADOR DEL CINE Y PERIODISTA

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WATCHMEN Y LA HISTORIA ESTADOUNIDENSE

Arriba, Bass Reeves, “el Sheriff Negro”. A la izqda. de la anterior, reunión del Ku Klux Klan en el estado de Virginia, 1922. Junto a estas líneas, fotogramas de la serie Watchmen (2019).

W

atchmen es una “ucronía”, es decir, un relato fantástico con hechos históricos alternativos que, inevitablemente, “resuenan” en el mundo que hoy conocemos. El cómic original, creado en 1986 por el guionista de culto Alan Moore y el dibujante Dave Gibbons, era una poderosa alegoría que reinventaba los relatos de superhéroes, introduciendo interesantes reflexiones sobre asuntos como la ebriedad de poder en relación con diversos hechos históricos, como la Guerra Fría, la guerra de Vietnam o la presidencia de Richard Nixon. El exitoso productor ejecutivo y guionista Damon Lindelof ha puesto en marcha una serie de televisión que reinventa el imaginario del cómic aludiendo a otros

episodios convulsos, vinculados con el racismo, de la historia de Estados Unidos.

La leyenda del Sheriff Negro En la escena que abre la serie, un niño afroamericano observa con emoción, en una sala de cine vacía, una cinta muda de acción (inventada para la ocasión por los guionistas) que enmienda la plana a verdaderos filmes de evidente contenido “racista”, como el largometraje épico El nacimiento de una nación (1915), de D. W. Griffith. La película proyectada muestra cómo un misterioso encapuchado vestido de negro persigue a caballo a un sheriff ataviado de blanco inmaculado. Pronto descubrimos que el representante de la ley es, en realidad, un ladrón de ganado, y su heroico perseguidor, un personaje histórico, pione-

ro de la integración de la raza negra en la sociedad norteamericana: Bass Reeves, apodado “el Sheriff Negro”. El verdadero Reeves nació como esclavo en Arkansas en 1838. Aunque los informes de la época no son demasiado claros al respecto, se cree que participó en diversas batallas durante la guerra civil. Tras un enfrentamiento con su “propietario”, William S. Reeves, huyó a territorio indio, en la zona que hoy corresponde a Kansas y Oklahoma. Cuando, en 1865, entró en vigor la Proclamación de Emancipación, dictada por Abraham Lincoln dos años antes para liberar a los 3,5 millones de afroamericanos esclavizados, Reeves pudo regresar por fin a Arkansas. Sus conocimientos del terreno y la lengua de los indios facilitaron que fuera contratado como guía de viaje de los funciona-

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enelfoco

rios norteamericanos. En 1875, el juez federal Isaac Parker, del Distrito Oeste de Arkansas, le nombró ayudante del sheriff en esa misma localidad. Pronto, su empeño y su valentía le convirtieron en una auténtica leyenda del Oeste. A lo largo de su mandato, Reeves arrestó a más de tres mil forajidos (incluido su propio hijo) y mató a otros 14. Desgraciadamente, la contribución a la sociedad del Sheriff Negro no impediría que los grupos racistas blancos crecieran de modo alarmante en las siguientes décadas.

La masacre de Tulsa La proyección de la cinta protagonizada por Bass Reeves es bruscamente interrumpida en el episodio por un estallido de violencia, que tiene lugar en las calles de una próspera comunidad afroamerica-

na de Tulsa llamada Greenwood, conocida también como el Wall Street Negro. La denominada “masacre de Tulsa”, reproducida en una espectacular escena de este primer capítulo de Watchmen, tuvo lugar los días 31 de mayo y 1 de junio de 1921, y es recordada hoy como el más grave acto de violencia racial de la historia norteamericana. Aunque la Oficina de Estadísticas de Oklahoma registró tan solo 36 fallecidos, se cree que perdieron la vida hasta 300 personas. Además, más de 800 fueron hospitalizadas y unas 6.000 arrestadas, y ardieron cerca de 1.400 casas y establecimientos. El detonante que sirvió para justificar el estallido de la violencia fue la detención de Dick Rowland, un limpiabotas de raza negra de 19 años acusado de agresión sexual por una joven ascensorista de ra-

za blanca de 17. Un grupo de ciudadanos blancos armados decidió esperar ante las puertas del juzgado, con la intención de tomarse la justicia por su mano. El diario local Tulsa Tribune, en un editorial muy poco riguroso, habló de linchamiento, lo que provocó que otro grupo de afroamericanos se personara ante el Palacio de Justicia. Una confrontación entre un hombre negro y otro de raza blanca terminó con la muerte de este último. Este hecho fue la espoleta que detonó una cruenta matanza, en la que, al parecer, participaron tiradores veteranos de la Primera Guerra Mundial e incluso, según algunos testigos, se llegaron a lanzar bombas incendiarias desde aviones. Después de la mortandad, se impuso un clamoroso silencio. Hubo una apresurada investigación oficial, pero los documentos

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WATCHMEN Y LA HISTORIA ESTADOUNIDENSE

A la dcha., desÀOHHQ:DVKLQJ ton D. C. del KKK en 1926. A izqda., refugiados en Tulsa tras los disturbios, 1921.

desaparecieron “misteriosamente”. Durante demasiado tiempo, los hechos no se contaron en los libros de historia ni fueron apenas recordados por los medios, hasta que, en 1997, el estado de Oklahoma decidió abrir una comisión para documentar lo sucedido. En sus conclusiones, los investigadores recomendaron al estado el pago de una indemnización de 33 millones de dólares a las 121 víctimas que se pudieron localizar, pero nunca se tomó ninguna iniciativa legislativa para que esto pudiera llevarse a cabo.

El KKK llega al Medio Oeste Tras este vergonzoso episodio de la historia norteamericana está, por supuesto, el nefasto influjo del Ku Klux Klan. Aunque, tal como apunta el historiador Kenneth T. Jackson, la organización su-

premacista probablemente no participó de modo directo en la masacre, contribuyó a crear un clima de ira propicio al estallido social, y después no dudó en beneficiarse de la tragedia. El primer Ku Klux Klan se fundó justo después de la guerra civil, en 1866, en Pulaski, Tennessee, con la intención de restaurar la supremacía blanca, atacando a los esclavos recién liberados del sur. En la década de 1870 se promovieron leyes para conseguir su disolución. Sin embargo, el movimiento se reavivó en 1915, cerca de Atlanta, Georgia. El “segundo Klan” alcanzó su apogeo en los años veinte, extendiéndose por nuevos territorios como Oklahoma. La identificación de la cultura del Medio Oeste con los valores del sur favoreció que un número considerable de ciudadanos aten-

diera con interés a los argumentos de los “reclutadores” del Klan. Tras la masacre de Greenwood, el “Tulsa Klan” llegó a registrar unos dos mil miembros, dispuestos a convertirse en “guardianes de la moral” por la vía de la intimidación y la violencia. Este impulso reaccionario, que hunde sus raíces en los años “salvajes” de la fundación de la nación, puede observarse también en la realidad alternativa de Watchmen, una “distopía” que tiene lugar en una Norteamérica presidida por Robert Redford, en la que la policía trata de hacer frente como puede a unos nuevos y peligrosos supremacistas conocidos como “el Séptimo de Kavallería”. Así, la “ucronía” y la verdadera historia se “dan la mano”, para recordarnos un horror que jamás puede volver a suceder. ɿ

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primeraplana

LOS ÁNGELES DE CHARLIE, ¿UNA SERIE FEMINISTA?

El discurso sociopolítico de la serie original, vilipendiada en su época y reivindicada después, sigue causando polémica. /DQXHYDDGDSWDFLyQFLQHPDWRJUiÀFDGH Los ángeles de Charlie promete actualizarla a los tiempos del #MeToo. ¿Lo logrará? CARLOS JORIC HISTORIADOR Y PERIODISTA

E

l 7 de septiembre de 1968, varias integrantes del grupo feminista New York Radical Women irrumpieron en el auditorio Boardwalk Hall de Atlantic City donde se estaba celebrando el concurso de Miss América. Al grito de “¡No más Miss América!”, desplegaron una pancarta con la frase “Liberación de las mujeres”. Fue la primera vez que el movimiento de liberación de la mujer, surgido en Estados Unidos al calor de los movimientos contraculturales de la década de los sesenta, conseguía atraer la

atención de los medios de comunicación y generaba la suficiente controversia como para iniciar un debate público sobre el feminismo en todo el país. Dos años después, en 1970, la cadena CBS estrenaba La chica de la tele (The Mary Tyler Moore Show, 1970-77), una serie sobre la vida de una mujer de treinta años que se trasladaba a Minneapolis para trabajar en un canal de televisión. Fue la primera vez que se emitía en la pequeña pantalla una ficción protagonizada por una mujer trabajadora, independiente y felizmente soltera. Y fue

también la primera vez que se abordaban abiertamente temas como la desigualdad salarial entre hombres y mujeres, el sexo prematrimonial, el divorcio o la homosexualidad. El inesperado éxito de la serie, que tuvo siete temporadas y generó varios spin-offs (entre ellos, el famoso Lou Grant), descubrió a los programadores un nuevo nicho de mercado que estaba aún sin explotar.

Mujeres en acción El éxito de La chica de la tele (título español que eliminaba significativamente el

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LOS ÁNGELES DE CHARLIE, ¿FEMINISTA?

nombre propio del original) tuvo un efecto polinizador en la televisión estadounidense. En las parrillas de las cadenas comenzaron a aparecer series protagonizadas por personajes femeninos que desafiaban, o por lo menos trastocaban, los habituales estereotipos de género. Fue el caso de Maude (1972-78), una comedia sobre una mujer de clase alta, divorciada y feminista, que, a pesar de su tono satírico (era frecuente la ridiculización de las convicciones liberales del personaje), introdujo temas tan controvertidos como la violencia de género o el aborto, antes

incluso de que este fuera legal (su prohibición se declaró inconstitucional el 22 de enero de 1973). La serie no se emitió en España hasta los años noventa. También tuvieron bastante repercusión La mujer policía (Police Woman, 1974-78) y La mujer biónica (The Bionic Woman, 1976-78), dos series de acción protagonizadas por mujeres que surgieron como alternativas femeninas y sexis a series policíacas de éxito como Colombo (Columbo, 1971-2003), Kojak (1973-78) o Baretta (1975-78), todas ellas protagonizadas por hombres rudos y desaliña-

dos (y todos con el nombre propio respetado en el título español). Fue en este caldo de cultivo como surgió Los ángeles de Charlie (Charlie’s Angels, 1976-81). Ideada por un grupo de creadores capitaneados por Aaron Spelling, productor de futuros éxitos como Vacaciones en el mar (The Love Boat, 1977-87), Dinastía (Dynasty, 1981-89) o Sensación de vivir (Beverly Hills, 90210, 1990-2000), la serie nació con el objetivo de seguir explotando el interés del público por esta novedosa figura de la heroína de acción. Spelling se propuso llevar un paso más

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primeraplana

allá el arquetipo. Para ello, lo multiplicó por tres –su idea inicial era que hubiera una rubia, una morena y una pelirroja– y potenció su carga sexual enfatizando aspectos como el vestuario (siempre sugerente), el peinado (siempre impecable) y la belleza física de las protagonistas (siempre esplendorosa). El éxito fue inmediato. Los ángeles de Charlie se mantuvo en antena durante cinco temporadas, convirtiéndose en una de las ficciones más populares de la cadena ABC.

¿Una serie feminista? “Había una vez tres muchachitas que fueron a la academia de policía. Se les asignaron misiones muy peligrosas. Pero yo las aparté de todo aquello y ahora trabajan para mí. Yo me llamo Charlie”. Con estas palabras, acompañadas por la inolvidable sintonía compuesta por Allyn Ferguson y Jack Elliott, comenzaba cada

episodio de Los ángeles de Charlie. En esta introducción aparece ya enunciada la gran paradoja de esta serie, una contradicción que ha marcado las interpretaciones que se han hecho sobre su significación política y social a lo largo de los años. Por un lado, la cabecera presenta a tres mujeres policía que, según se traduce de la combinación de las imágenes y la voz en off, son infravaloradas por una cuestión de género. Mientras escuchamos “Había una vez tres muchachitas que fueron a la academia de policía”, vemos a las tres protagonistas demostrando sus habilidades profesionales: puntería, capacidad física, dominio de las artes marciales. Pero cuando oímos “Se les asignaron misiones muy peligrosas”, lo que vemos es a las tres policías poniendo multas, escribiendo informes a máquina y dirigiendo el tráfico a la salida de un colegio. Este uso de la ironía para

denunciar una situación discriminatoria hacia la mujer lo podemos calificar de feminista. Un tipo de discurso narrativo que, junto al protagonismo de tres mujeres en una serie de acción, resultaba novedoso y en cierta medida transgresor dentro del contexto de la ficción televisiva de los años setenta. Ahora bien, el análisis de esa cabecera tiene una segunda lectura completamente opuesta. El tono condescendiente de las palabras introductorias –ese “muchachitas” (“little girls” en el inglés original)–, la utilización de la voz (masculina) en primera persona –“yo las aparté”, “trabajan para mí”– y la constatación de que ese narrador es Charlie, el jefe de las tres (que luego descubriremos que es un millonario mujeriego), resultan muy elocuentes sobre el tipo de mirada que hay detrás de la serie. Las tres heroínas, por muy fuertes, inteligentes y resueltas que aparecieran,

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LOS ÁNGELES DE CHARLIE, ¿FEMINISTA?

A la izqda., Jaclyn Smith, Farrah Fawcett y Kate Jackson, actrices de la serie original, en una imagen de 1976. A la dcha., foto promocional de Angelina Jolie en Lara Croft: Tomb Raider, 2001. En la pág. anterior, Ella Balinska, Kristen Stewart y Naomi Scott en la última adaptación al cine de Los ángeles de Charlie (2019).

no dejaban de ser una fantasía masculina heterosexual. En realidad, la hipersexualización de los personajes, su posición de subordinación con respecto al hombre y el sexismo de las tramas lo delataban. Ya lo dijo la propia Farrah Fawcett –el “ángel” más popular de todos– en la revista TV Guide: “Cuando éramos número tres de audiencia, pensé que era por nuestras actuaciones. Cuando llegamos al número uno, me di cuenta de que era porque no llevábamos sujetador”.

Una nueva visión El sexismo y la banalidad de Los ángeles de Charlie sirvieron de ejemplo de lo que la crítica denominó T&ATV, acrónimo en inglés de la expresión “televisión de tetas y culos” (y cuyo máximo exponente sería Los vigilantes de la playa). La serie fue una de las dianas preferidas del feminismo durante mucho tiempo, hasta que, en las

Las tres heroínas no dejaban de ser una fantasía masculina heterosexual últimas dos décadas, fue revisada por la crítica posfeminista. Una de sus máximas representantes, Camille Paglia, la ha defendido en más de una ocasión. En un artículo para The Hollywood Reporter calificó la serie como “una aventura de acción efervescente, que mostraba mujeres inteligentes y audaces trabajando codo con codo en fructífera colaboración”.

En la misma línea se mostraron dos de las actrices protagonistas de la serie. Cheryl Ladd, sustituta de Farrah Fawcett en la segunda temporada, y Jaclyn Smith, el único “ángel” que se mantuvo fiel a Charlie durante las cinco temporadas. Las dos declararon en la revista People que la serie fue “muy novedosa” en su momento, y que resultó “inspiradora” para muchas niñas y mujeres de la época. Sexista o feminista, lo que sí parece evidente es que el éxito de la serie abrió la puerta a un tipo de personaje que poco a poco se ha ido consolidando en el cine de Hollywood: la heroína de acción glamurosa. No es difícil ver una línea que conecta a las bellas e intrépidas “ángeles” de la televisión de finales de los setenta con las bellas e intrépidas heroínas interpretadas por Angelina Jolie (Lara Croft: Tomb Raider, Sr. y Sra. Smith, Salt) o Milla Jovovich (Ultravioleta, la saga Resident Evil) en las películas del nuevo milenio. De hecho, no es casualidad que la exitosa adaptación cinematográfica de la serie que se estrenó en el año 2000, y que dio pie a una secuela (Los ángeles de Charlie: Al límite, 2003), potenciara precisamente ese aspecto, el de la acción espectacular y seductora. Este mes de diciembre de 2019 se estrena la nueva adaptación de Los ángeles de Charlie (en 2011 se emitió un remake televisivo que fue cancelado por baja audiencia). Teniendo en cuenta la aceleración que ha experimentado el movimiento feminista en los últimos años, con una presencia muy relevante dentro del discurso público, parece el momento idóneo para que Hollywood se atreva a hacer una relectura de la serie con las gafas violetas puestas. Las noticias que han ido llegando sobre la película parece que van por esa línea. La directora y guionista Elizabeth Banks (la primera vez que una mujer está detrás del proyecto) ha declarado en Entertainment Weekly que quería “hacer una película en la que las mujeres trabajan juntas y se apoyan las unas a las otras”, justo el aspecto de la serie que destacó el posfeminismo. Sin embargo, parece evidente que hay un problema difícil de resolver: ¿cómo encaja la figura de Charlie, símbolo inequívoco del patriarcado, en esta actualización de la serie en clave feminista? ɿ

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lugares FALLINGWATER, PENSILVANIA

Arquitectura natural

E

n cierta ocasión en que le preguntaron su oficio ante un tribunal, Frank Lloyd Wright (18671959) respondió que era el mejor arquitecto del mundo. Cuando su esposa Olgivanna le reprochó su presunción, él dijo que no tenía elección porque estaba bajo juramento. Humor aparte, lo cierto es que sus obras marcaron un antes y un después en la arquitectura. Este año, la Unesco ha declarado ocho de sus trabajos Patrimonio de la Humanidad. Entre ellos, el Museo Guggenheim de Nueva York y la Casa de la Cascada. Esta última, una residencia particular construida entre 1936 y 1939, representó los principios de la arquitectura orgánica, la que busca la armonía de edificio y entorno. Lo cierto es que el propietario, el empresario Edgar Kaufmann, esperaba tener una casa junto a la cascada, no sobre ella. Interpelado, el arquitecto respondió que deseaba que no se limitara a mirar el entorno natural, sino que este se convirtiera en parte integral de su vida. ɿ FRANCISCO MARTÍNEZ HOYOS

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anécdotas Nos ayudamos solos, gracias Cuando Jean-Baptiste Colbert (1619-83; abajo) se hizo cargo de las finanzas de Francia, reunió a las principales fortunas del país con la idea de sanear la economía. Para congraciarse con los convocados, les preguntó: “¿Qué puedo hacer por ustedes?”. Temerosos de que la pretensión del flamante ministro fuera sanear las cuentas reales a su costa, al unísono respondieron: “No, sire, muchas gracias. No haga nada. Déjenos hacerlo a nosotros”.

¡A ver esas luces! El presidente estadounidense Lyndon B. Johnson (1908-73; en el centro), sucesor de JFK, se ganó el sobrenombre de “Bombilla Johnson” por su obsesión con ahorrar electricidad apagando luces en la Casa Blanca.

OBRAS SON AMORES...

S

e dice que el multimillonario banquero estadounidense Andrew Mellon (1855-1937) le comentó al escritor Mark Twain (1835-1910): “No quiero morirme sin haber acudido antes al monte Sinaí para recitar allí los Diez Mandamientos”. A lo que Twain respondió: “Puede hacer algo mejor. Quedarse en su casa y cumplirlos”.

LA CIFRA

12.262

metros mide el Pozo Superprofundo de Kola (KSDB), en Rusia. Iniciado en la Unión Soviética en 1970 con fines científicos, es hoy el orificio de perforación más profundo del mundo.

© MET / Donación de The Wildenstein Foundation Inc., 1951.

Venganza en 3D La escultora e imaginera española Luisa Roldán (1652-1706), conocida como “la Roldana”, sufría continuamente el maltrato de su esposo, el también escultor Luis Antonio de los Arcos. Como desquite, en su talla El Arcángel San Miguel aplastando al diablo (en la imagen, actualmente en el monasterio de El Escorial), ella se autorretrató como arcángel, mientras que dio al demonio el rostro de su marido.

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anécdotas por GLORIA DAGANZO

La opinión (discutible) de Henri Toulouse-Lautrec La literatura y el arte no siempre se han llevado bien. Tenemos un buen ejemplo en el escritor Jean Lorrain (1855-1906; abajo a la dcha.) y el pintor Henri Toulouse-Lautrec (1864-1901). En una de sus múltiples discusiones, el primero se dirigió al pintor y cartelista diciendo: “¿Me toma usted por imbécil?”. La respuesta de Lautrec no tiene desperdicio: “En absoluto, pero puedo equivocarme”.

HACE FALTA SER TACAÑO...

E

l dramaturgo francés Victorien Sardou (1831-1908; arriba) tenía fama de tacaño. Así al menos lo corrobora la anécdota que asegura que un día, al encontrarse con un mendigo, el que por entonces era uno de los escritores mejor remunerados de Francia le dio solo una limosna de diez céntimos de franco. Al verlo, el mendicante le respondió ofendido: “¿Qué cree que puedo hacer con esto?”. Sardou, imperturbable y despreciativo, le respondió: “Désela a un pobre”.

Aristóteles, filósofo griego (384-322 a. C.)

Una situación “embarazosa” La casa Parker puso a la venta un modelo de bolígrafo en México con un eslogan mal traducido. Pretendía decir: “No perderá tinta en su bolsillo, avergonzándole”. Sin embargo, por la similitud fonética, los traductores confundieron el término inglés embarrass (avergonzar) con la palabra castellana “embarazar”. Hasta que se corrigió, el bolígrafo se publicitó con la frase: “No perderá tinta en su bolsillo, embarazándole”.

© dDara, TH by The Noun Project.

El sabio no dice nunca todo lo que piensa, pero siempre piensa todo lo que dice”.

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arqueología

LA ATALAYA DE LOS INCAS

No muy lejos de Machu Picchu se alza otro gran núcleo inca, el elitista Ollantaytambo. JULIÁN ELLIOT PERIODISTA

E

l estadounidense Hiram Bingham lo tuvo claro cuando emprendió la expedición con la que, en 1911, puso en el mapa Machu Picchu. El explorador estableció su base de operaciones en otra ciudadela de Cusco, tan antigua como valiosa. Fue por las mismas razones por las que, siglos antes, el mismísimo Inca había privilegiado ese reducto: Ollantaytambo era un sitio estratégico desde varios puntos de vista. Estaba situado en los Andes del sur

peruano, entre dos montañas, a casi 2.800 metros de altura (400 más que Machu Picchu) y a orillas de un caudaloso riachuelo, el Patacancha, cerca de donde este se une con el río Urubamba. No quedaba lejos, además, de la capital del incanato, la Cusco imperial, y de la propia Machu Picchu. El clima, por otra parte, no resultaba demasiado riguroso. Aunque seco, se beneficiaba de bastante lluvia al año como para poder cultivar y vivir allí sin escaseces. Y todo ello a las puertas del Valle

Sagrado de los Incas, que Ollantaytambo dominaba visualmente por completo y protegía por el norte, así como Písac lo defendía por el sur. Esta suma de ventajas convirtió Ollantaytambo en un bastión militar, una delegación administrativa y un centro religioso de primer orden en el incanato, todo a la vez. Pero también en una destacada cabecera regional de producción y almacenaje agrícola en este régimen teocrático. No en balde, la primera parte de su nombre indica que era una

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OLLANTAYTAMBO, LA ATALAYA DE LOS INCAS

Quellouno

PERÚ Vilcabamba

Lucma

Machu Pichu Chungui

Ollantaytambo Páchar Urubamba Písac Anta

Cusco

Abancay 0

40 km

Cotabambas

A la izqda., vista de las ruinas arqueológicas de Ollantaytambo, en el actual Perú.

de hace unos trece milenios, pero la Ollantaytambo que ha llegado a la actualidad fue una iniciativa de Pachacútec. Coincidió, de hecho, con la expansión del curacazgo, o reino cusqueño, impulsada por este primer inca histórico hasta formar el Tahuantinsuyo, el inmenso imperio sudamericano. Esto imprimió a la ciudadela, por su situación estratégica, un marcado propósito defensivo. El enclave nació, de hecho, sobre los escombros de construcciones previas que Pachacútec había arrasado al anexionarse la región por las armas. Para prevenir que se repitiera lo mismo que había hecho él, el Inca levantó un poblado, un centro ceremonial y terrazas y depósitos agrícolas. Los protegía un fuerte principal, secundado por otras estructuras militares. La idea era mantener a raya en ese punto –que convirtió en su propiedad personal, legada en adelante a su línea dinástica– cualquier amenaza de los antis. Los antis eran los habitantes de la falda oriental o amazónica de los Andes, la cordillera a la que dieron nombre estos belicosos vecinos del Antisuyo, una de las cuatro regiones en que se dividía el estado.

Del Inca a los Pizarro atalaya, y la final la define como un tambo, o posta incaica. En Ollantaytambo descansaban, despachaban, rezaban y se reaprovisionaban aquellos nobles del Imperio que, con funciones gubernativas y castrenses, viajaban hacia o desde Cusco, Machu Picchu, el Valle Sagrado u otros puntos del bien comunicado Camino del Inca.

Una ciudad modelo Esto explica que su arquitectura, conocida precisamente como “de élite”, adop-

tara una forma monumental. Además, con resultados tan espléndidos que se tomó como patrón urbanístico y edilicio para otras localidades andinas. Como explica el arqueólogo peruano Hernán Amat Olazábal, Ollantaytambo “es considerado como el ejemplo clásico del planeamiento urbano incaico”. Su fundación se remonta a mediados del siglo xv. Presenta vestigios anteriores, del período de Reinos y Señoríos –simultáneo a la Baja Edad Media europea– y de las propias raíces de la cultura andina,

El refundador de Ollantaytambo y probablemente también su hijo, Túpac Yupanqui, continuador de la expansión de Cusco, se esmeraron en edificar allí un poblado administrativo, o llaqta, con viviendas a la altura de los nobles a los que daría albergue. Montaron con piedras admirablemente talladas y ensambladas andenes (terrazas escalonadas) y vías de irrigación. Estas obras de ingeniería tenían fines agrícolas. Pero los andenes también cumplían funciones de contención en esa zona sísmica –muy

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arqueología En el umbral del Valle Sagrado Ollantaytambo era tanto un fuerte y una residencia nobiliaria como un centro ceremonial, agrícola y logístico. A ello se debe la variedad de sus edificios.

El parque arqueológico de Ollantaytambo comprende once grupos arquitectónicos diseminados por casi 35 hectáreas. Su núcleo, doble, está formado por la fortaleza principal, llamada la Casa Real del Sol, y la llaqta, el poblado inca. Las partes aún habitadas incorporan algunos elementos modernos, pero sectores enteros, así como el diseño urbano y la planta en la mayoría de las construcciones, pertenecen al histórico imperio andino. También destacan el templo del Sol (imagen inferior), con sus monolitos de pórfido rojo, y espacios rituales como los destinados a liturgias acuáticas. Es el caso de la fuente denominada baño de la Ñust’a, o el manantial, las escale-

ras y los nichos del Inca Misana, redescubiertos en 1980. Sin olvidar nunca su faceta militar, el sitio incluye también fortines secundarios, como los de Inkapintay y Choqana, en la margen izquierda del río Urubamba, posiblemente levantados para flanquear la entrada a la zona. El complejo tenía el acceso oficial en la puerta monumental Punku-punku. Otra característica propia de este yacimiento son sus componentes agrícolas, como las colcas, o almacenes, de Pincuylluna (foto superior), o como la andenería visible por todos los alrededores, incluso a kilómetros de distancia del núcleo urbano de Ollantaytambo.

afectada, de hecho, por un terremoto en 1650–, mientras que los canales poseían propósitos religiosos. Era el caso del Inca Misana, un acueducto con una fuente de uso ritual. El otro gran momento de Ollantaytambo tuvo lugar un siglo después. Fue cuando Manco Inca, entronizado por Francisco Pizarro de entre el medio millar de hijos de Huayna Cápac, se rebeló contra el poder español en 1536. El emperador sublevado trasladó su capital de Cusco a la elevada ciudadela del Valle Sagrado, cuyas defensas mejoró a conciencia. Ese mismo año obtuvo en sus inmediaciones una amplia victoria sobre las fuerzas conquistadoras. Sin embargo, dejó Ollantaytambo por la selvática Vilcabamba en busca de un refugio más remoto. Allí estableció de facto un incanato paralelo al virreinato del Perú hasta su disolución, 35 años más tarde. Ollantaytambo, entretanto, había pasado en 1540 a manos de otro Pizarro, Hernando, un hermano menor del anterior, como cabeza de una encomienda a la que tributaría toda la región, Machu Picchu incluida. Ese año se nombró por primera vez en una crónica hispana lo que aún se designaba solo como Tambo. Pedro Cieza de León manifestó la admiración que le causaba esta llaqta en las alturas, un lugar “lleno de grandes andenes”, adornado con figuras de “animales fieros y de hombre con unas armas en las manos a manera de alabardas”, todo “esto bien obrado y primamente” entre “edificios de las casas” con “grandes tesoros”.

Los pioneros científicos Una fascinación similar mostraron otros testigos coloniales, como el padre Acosta y el Inca Garcilaso de la Vega, siglos antes de los primeros observadores científicos, ya a partir de 1851. Entre estos últimos figura el editor estadounidense Ephraim Squier, que elogió la irrigación de la andenería y la fortaleza mayor. El austrofrancés Samuel Wiener trazó detallados planos de esta última y del poblado, y el alemán Ernst Middendorf nos legó las primeras mediciones. Ollantaytambo, sin embargo, hubo de esperar al siglo xx para ser materia de exámenes plenamente arqueológicos. En la entreguerra, Bingham se centró en las

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OLLANTAYTAMBO, LA ATALAYA DE LOS INCAS

Sistema de terrazas en Ollantaytambo.

En 2015 se desenterraron un almacén y un espacio ceremonial plazas, los andenes y los baños ceremoniales; el peruano José Gabriel Cosío describió el arte parietal; y su compatriota Luis A. Llanos sistematizó las excavaciones en el fuerte principal. La Segunda Guerra Mundial y la posguerra presenciaron más trabajos clave. El alemán Heinrich Ubbelohde-Doering y el limeño Emilio Harth-Terré concretaron en la villa señorial líneas maestras del urbanismo y la arquitectura incas. Igual de trascendentales fueron los estudios del cusqueño Luis A. Pardo, con su descripción exhaustiva de más de una decena de unidades arquitectónicas. El también peruano Antonio Astete Abril determinó en los años cincuenta la silueta trapezoidal del poblado, y en ese decenio y los años setenta, el estadounidense John Ogden Outwater Jr. analizó la fortaleza y la cantería regionales.

Al finalizar el siglo xx, la arqueóloga local Arminda Gibaja Oviedo esbozó una secuencia cronológica del sitio y estudió templos acuáticos como el Inca Misana, mientras que la británica Ann Kendall profundizó en el conocimiento de las terrazas de irrigación, la arquitectura inca imperial y los estilos de cerámica. El suizo Jean-Pierre Protzen presentó, por su parte, una completa perspectiva de las técnicas extractivas y constructivas de la cantería. Y, echando mano de recursos multidisciplinares, Amat Olazábal ofreció una magnífica visión de Ollantaytambo desde su apogeo incaico hasta la actualidad.

Entre estudios y turistas Hoy, Ollantaytambo, un yacimiento muy bien preservado, que no ha dejado de estar habitado desde hace casi seis siglos, constituye la última llaqta inca poblada en la cuenca del Urubamba. Según el Instituto Nacional de Cultura de Cusco, también es la localidad más visitada de todo el Valle Sagrado, tanto por sus propios méritos como por ser el punto de salida habitual hacia el famoso destino de Machu Picchu. Mientras tanto, el núcleo de Pachacútec y sus descendientes, declarado parque

arqueológico en 2002, continúa siendo objeto de investigación. Prueba de ello son los estudios de 2006 orientados a protegerlo de peligros geodinámicos y torrenciales, como seísmos, erosión, inundaciones o un lento y progresivo deslizamiento tectónico. Aunque también ha habido novedades agradables. Es el caso de un almacén y un espacio ceremonial desenterrados por sorpresa en 2015, cuando se efectuaban en el sitio tareas de mantenimiento. ɿ

Para saber más... ARTÍCULO AMAT OLAZÁBAL, HERNÁN. “Arqueología y etnohistoria de Ollantaytambo”. XI Congreso peruano del hombre y la cultura andina “Augusto Cardich”, tomo 1, 1997, pp. 303-337. ENSAYO CANZIANI, JOSÉ. Ciudad y territorio en los Andes: contribuciones a la historia del urbanismo prehispánico. Lima: Fondo Editorial PUCP, 2009. PROTZEN, JEAN-PIERRE. Arquitectura y construcción incas en Ollantaytambo. Lima: Fondo Editorial PUCP, 2005. VV. AA. Incamisana. Engineering an Inca Water Temple. Seattle: ASCE Press, 2016. En inglés.

r e i s s o d

N Ó I S I V I LA D L U AZ a l n e a ñ a p s E e d a b a r e p s e r e l t i n H u e n u e q ó i o t y r i o v p n o c El a e s l a i d n u n ó M i c a r a r e e r u c G a l a n d o n c ó i m Segu i r i d o c n a r F e u q o s i m o r p . s com o i r a t n u l o v e d a z r e u f a t s e e d I VICH SÁEZ G R E S Y S O Y ARTÍNEZ HO M O C IS C N A R F

N Ó I C C I F A L N E S O T L E U V N E IA N A P. 28 M E L A N E N Ó I C C U R T S N P. 32 - LA I IA S U R N E R A H P. 38 - LUC

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dossier

C

uando el general Franco envió la División Azul al frente ruso en 1941, se amparó en la ficción de que los soldados españoles solo iban a combatir el comunismo soviético. Era una acción, desde su punto de vista, perfectamente compatible con la neutralidad en

el conflicto entre los aliados y las potencias fascistas. Según su teoría, existían en realidad dos contiendas. Una, en el frente oriental, en la que España intervenía. Otra, en Occidente, donde se mantenía la neutralidad más estricta. Las raíces del famoso cuerpo de “voluntarios” se hallaban en uno de los rasgos

más definitorios de la dictadura nacionalcatólica: la profunda animadversión hacia los “rojos”. Estos encarnaban todos los vicios posibles: el desorden, la inmoralidad, la falta de patriotismo. Constituían, en definitiva, la “Antiespaña”. El alzamiento del 18 de julio de 1936 se había justificado como un movimiento

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LA INTRAHISTORIA DE LA DIVISIÓN AZUL

ENVUELTOS EN LA FICCIÓN

Franco se excusó en el comunismo para participar en la guerra junto al Reich pese a ser España un país neutral. FRANCISCO MARTÍNEZ HOYOS DOCTOR EN HISTORIA

preventivo frente a una supuesta revolución comunista. En realidad, el Partido Comunista de España, en aquellos momentos, se hallaba en una situación de marginalidad. Otra cosa es que durante la guerra experimentara un fuerte crecimiento y ocupara posiciones de poder. El anticomunismo de los militares rebel-

des se reforzó con la intervención de la URSS del lado de la República. Gracias al material bélico suministrado por Moscú, el gobierno pudo resistir a los sublevados. Pero la ayuda no fue gratuita: se pagó con las reservas de oro del Banco de España. La ayuda de Hitler y Mussolini a los “nacionales” resultó, en muchos sentidos,

bastante más eficaz. La Alemania nazi era un aliado natural de Franco, mientras que la URSS de Stalin constituía el enemigo por excelencia. De ahí que la España nacional se incorporara, en marzo de 1939, al Pacto Antikomintern, un acuerdo por el que las naciones firmantes se comprometían a conjurar el peli-

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gro representado por la Internacional Comunista. Esta organización, que reunía a los partidos comunistas de distintos países, tenía como objetivo la eliminación del capitalismo. La hoz y el martillo parecían, a primera vista, incompatibles con la esvástica. Por eso resultó tan sorprendente que Moscú y Berlín firmaran un pacto de no agresión en agosto de 1939. En España, donde solo habían pasado pocos meses desde la conclusión de la Guerra Civil, las instancias oficiales se sintieron desconcertadas. La prensa reaccionó con hostilidad ante lo que se entendía como un acuerdo contra natura.

El pacto, al estallar la Segunda Guerra Mundial, arrojó un resultado paradójico. Por un lado, el régimen franquista rechazaba que Polonia, un país católico, pasara en parte a manos de la URSS. Pero Madrid no se podía permitir el lujo de criticar demasiado abiertamente a los soviéticos, porque, en esos momentos, al menos oficialmente, estaban en buenos términos con los alemanes. Y todos recordaban que la contribución del Tercer Reich había sido decisiva para la victoria de los sublevados durante la Guerra Civil. Lo que sí hizo Franco en una entrevista concedida al diario Arriba fue criticar a los polacos. Creía que debían haberse

rendido a los nazis para conservar al menos una parte de su territorio, y estar así en condiciones de evitar la invasión de los soviéticos. La irrupción del Ejército Rojo suponía, a su juicio, una formidable amenaza para Europa. Occidente debía estar listo para unirse contra este peligro.

El precedente finlandés Cuando la URSS invadió Finlandia, en noviembre de 1939, la prensa española se puso inmediatamente del lado de los escandinavos. Con su heroica resistencia, contribuían a frenar el comunismo de la misma forma que lo habían hecho los españoles durante la Guerra Civil. Según

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LA INTRAHISTORIA DE LA DIVISIÓN AZUL

A la izqda., caricatura de Hitler y Stalin tras el pacto de no agresión entre Alemania y la Unión Soviética, agosto de 1939. A a la dcha., el mariscal Pétain saluda a Adolf Hitler, 24 de octubre de 1940. En la pág. anterior, cadetes de la Academia de Aviación durante HOGHVÀOHSRUOD victoria franquista en la Guerra Civil, 1939.

Ramón Serrano Suñer, cuñado de Franco y en ese momento ministro de la Gobernación, estaban defendiendo la civilización frente a la “barbarie asiática”. Por ello, enseguida se organizaron colectas para prestarles apoyo material, pese a las dificultades económicas por las que atravesaba entonces España. Según el historiador polaco Bartosz Kaczorowski, solo en enero de 1940, la ayuda hispana ascendía a un valor de 800.000 marcos. Hubo quien se tomó el tema aún más en serio. Entre las juventudes falangistas se multiplicaron los voluntarios para ir a luchar junto a los finlandeses. El gobierno, finalmente, se negó a organizar ningún contingente. Por el pacto germano-soviético, ir en contra de los comunistas podía interpretarse como un acto de hostilidad contra el Tercer Reich.

Sin llegar a nada Hitler procuraba atraerse a Franco a su bando. El dirigente hispano no tenía problemas ideológicos para intervenir en la contienda, pero deseaba beneficios. Re-

Franco se comprometió a entrar en la guerra, pero sin fijar fecha clamó a Berlín las posesiones francesas en el norte de África, Gibraltar y una importante cantidad de provisiones, pero los alemanes, que veían en España un estado satélite, no un aliado en igualdad de condiciones, no transigieron. Por ese camino, Berlín creía que iba a dar más de lo que podía recibir. Además, necesitaba tener a la Francia colaboracionista como aliada de cara a forzar a los ingleses a solicitar la paz. Para cumplir este objetivo, no podía ponerse en una situación de conflicto con el régimen de Vichy. España planteaba sus demandas, Alemania también. El Führer pretendía instalar una base militar en las Canarias, por lo

que reclamó la entrega de una de sus islas. A la vez pedía concesiones económicas, como una parte de los intereses mineros en el Marruecos hispano, en concepto de compensación por la ayuda germana durante la Guerra Civil. La entrevista de los dos dictadores en la localidad francesa de Hendaya el 23 de octubre de 1940 no sirvió para concretar nada. Mediante un protocolo secreto, Franco se comprometió a entrar en la contienda, aunque sin fijar ninguna fecha. Todos sus equilibrios iban encaminados a intervenir en el conflicto cuando lo peor hubiera pasado, pero a tiempo de obtener ganancias sustanciales. Como el Reino Unido estaba en esos momentos asediado pero aún conservaba un inmenso poder, Madrid no se podía permitir desafiarlo así como así. Confiaba en que los nazis invadieran finalmente Inglaterra y consiguieran doblegarla, pero este proyecto se iría finalmente al traste, porque Londres resistió la acometida del Reich. Los acontecimientos iban a precipitarse, lejos de estas islas, en el mes de junio de 1941. ɿ

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LA INSTRUCCIÓN EN ALEMANIA El adiestramiento de los divisionarios en Grafenwöhr fue corto y chocante culturalmente. SERGI VICH SÁEZ HISTORIADOR

R

ecordaba el escritor Dionisio Ridruejo que el 21 de junio de 1941, cenando con otros dos prohombres de Falange, Manuel de Mora-Figueroa, a la sazón gobernador civil de Madrid, y el ya ministro de Asuntos Exteriores Ramón Serrano Suñer, discutieron la idea de crear una unidad de voluntarios para luchar contra los soviéticos si Alemania invadía la URSS. Su suposición, que no lo era tanto, se confirmó a la mañana siguiente con el inicio de la Operación Barbarroja. Poco después se acordó abrir banderines de enganche para formar la “División de Falange para ir a Rusia”, iniciativa que no gustó al Ejército, como se vería en el siguiente consejo de ministros. En él se llegó al convencimiento de que había que posicionar a España ante un futuro Ter-

cer Reich victorioso. Enviar una fuerza militar formada por voluntarios que no comprometiera al Estado pareció la fórmula correcta. Para los líderes de la FET, era un modo de participar en el nuevo orden que creían que se impondría en Europa tras la guerra. Para el Ejército, aparecía como una devolución de la ayuda prestada durante la Guerra Civil. Para la mayoría de unos y otros, era un modo de luchar contra el comunismo que consideraban que había ensangrentado España. Todo ello sin necesidad de entrar en guerra. Otra cosa era dirimir las características de semejante unidad. Durante la reunión, se produjo un duro enfrentamiento entre Serrano Suñer y el ministro del Ejército, el general José Enrique Varela, próximo al carlismo y que sentía gran antipatía por su homólogo en la cartera de Exteriores. Se vertieron pa-

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LA INTRAHISTORIA DE LA DIVISIÓN AZUL

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labras gruesas, y a Franco le costó lograr un entendimiento, que se tradujo en una solución intermedia: no se enviaría a una fuerza alistada por Falange ni la unidad regular propuesta por Varela, sino una división de voluntarios encuadrada por el Ejército, de la que un tercio de alféreces y suboficiales provendría de las milicias de FET y de las JONS. Recibiría el nombre de “División Española de Voluntarios” (250.ª División de Infantería en los estadillos alemanes), aunque sería popularmente conocida como “División Azul” por el predominio falangista en su seno, al menos en la primera expedición. El color se iría diluyendo, sin desaparecer, en los sucesivos relevos.

El vibrante discurso pronunciado por Serrano Suñer desde los balcones de la Secretaría General del Movimiento, en el que vertió la famosa frase de “¡Rusia es culpable!”, azuzó el ánimo de los que ya barruntaban ir a los banderines de enganche. Estos se abrieron oficialmente el 26 de ese mismo mes de junio, de acuerdo con unas instrucciones que abogaban por reservar las plazas a “camaradas de probada adhesión al Movimiento”, pero que vetaban a los voluntarios indígenas del Marruecos español. Sea como fuere, y aunque en Cataluña y el País Vasco no se llegara al cupo establecido –el boicot falangista a los voluntarios tradicionalistas tuvo algo que

ver–, la afluencia superó con creces lo previsto. De hecho, en alguna ocasión se necesitó enchufe para ser admitido, y más de uno renunció a su grado militar para poder alistarse. La verdad es que la recluta fue un gran éxito. En ella se integraron no solo jerarcas de Falange, como los propios Ridruejo y Mora-Figueroa, que predicaron con el ejemplo, sino también una nutrida representación del SEU, junto a jóvenes del más variado origen.

¿Por qué alistarse? Las razones para inscribirse fueron muchas y muy distintas. Predominó el idealismo político, pero no faltaron excombatientes inadaptados, los que se movieron

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LA INTRAHISTORIA DE LA DIVISIÓN AZUL

Salida de los voluntarios de la División Azul de la Estación del Norte. Madrid, julio de 1941. En la pág. anterior, militares de la División Azul en un partido de fútbol en el Estadio Olímpico de Berlín, 12 de abril de 1942.

por razones económicas o profesionales (una buena paga o avanzar en el escalafón), los que pretendían hacer olvidar su pasado republicano o los que buscaban una forma de “pasarse” a sus afines. De cualquier modo, quienes vivieron aquellos días no dudaron. Era el signo de los tiempos, y uno animó a otro, en especial en los medios estudiantiles, que confirieron un cierto tono intelectual a la División. Con todo, la mitad de los hombres procedería de los cuarteles. Tampoco faltaron 28 rusos blancos de la Legión, que iban a pisar de nuevo su patria como intérpretes, o quienes buscaban la aventura en un país enigmático. Quedaba por ver quién mandaría la unidad.

Su jefe debía ser un militar de reconocida valía que gustara por igual al Ejército y a la Falange. La decisión no resultó difícil, pues pocos reunían las condiciones del general Agustín Muñoz Grandes. Jefe militar del Campo de Gibraltar, antiguo secretario general de FET y de las JONS, Muñoz Grandes era una persona de trato campechano con un gran predicamento entre sus hombres. La unidad se organizaría con cuatro regimientos de infantería, designados por el nombre de sus coroneles (Rodrigo, Pimentel, Vierna y Esparza), más uno de artillería, y los correspondientes servicios. Para subrayar el carácter voluntario, se decidió que sus integrantes llevaran la camisa azul de Falange y la boina roja tradicionalista (“el tomate”). Muy pronto, a algunos falangistas les dio por sacar el cuello de la camisa por encima de la guerrera, para disgusto de los mandos militares. La polémica se zanjó cuando el propio Muñoz Grandes se sacó el cuello y la costumbre se generalizó. El uniforme más utilizado fue el del modelo 1926 verde caqui, pero también se repartió una partida de color garbanzo de un almacén del Ejército Popular de la República que había caído en manos nacionales tras la toma de Barcelona. Por lo demás, era habitual ver prendidas las medallas ganadas en la pasada guerra, así como el yugo y las flechas. Por fin, el 13 de julio de 1941 salió de la Estación del Norte de Madrid el primer convoy. Lo hizo entre multitudes, arropado por familiares y amigos y con las máximas autoridades presentes, y todos los medios de comunicación se hicieron eco del evento. Se repartió tabaco entre los exultantes expedicionarios, tan convencidos de que la campaña iba a ser breve que algunos temían llegar cuando ya hubiera acabado. La mayor parte de la tropa ocupaba vagones de carga, mientras los oficiales lo hacían en uno de pasajeros.

El campo de Grafenwöhr Tras dejar Irún al día siguiente, los primeros divisionarios llegaron a Hendaya, en Francia, donde los alemanes les recibieron con honores. Tocaba ahora una ducha caliente, la desinfección de las ropas –sentida como una humillación– y la sesión de vacunas. Acabados los trámi-

Glosario

Política en el franquismo Carlismo Este movimiento se originó en 1833, cuando el infante don Carlos reclamó el trono frente a su sobrina Isabel II. Esta pugna dinástica desencadenó diversos conflictos civiles en el siglo XIX, sin que el carlismo consiguiera tomar el poder.

Falange / FET / FET y de las JONS Falange Española fue un partido de tendencia fascista que José Antonio Primo de Rivera fundó en 1933. Al año siguiente se unió a las JONS (Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista), otro grupo de extrema derecha. En 1937, este grupo se fusionó con la Comunión Tradicionalista bajo el nombre de Falange Española Tradicionalista (FET) y de las JONS.

Madrinas de guerra Por lo general, jóvenes solteras que se comprometían a mantener correspondencia con soldados desconocidos que luchaban en el frente para prestarles apoyo psicológico.

Movimiento Nacional O simplemente Movimiento. Estructura integrada por la Falange, el SEU, los funcionarios públicos y organismos como el Frente de Juventudes, dedicados al encuadramiento social.

Operación Barbarroja Nombre en clave de la invasión alemana de la Unión Soviética en 1941.

SEU Sindicato Español Universitario (1933-1965). Sindicato único de los universitarios durante el franquismo, de orientación falangista.

Tradicionalistas Miembros de la Comunión Tradicionalista, fuerza política del carlismo.

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dossier Unidades españolas son transportadas como refuerzo a una sección del frente en situación complicada. A la dcha., un joven del Servicio de Trabajo del Reich sirve unas tazas de café a los españoles de la División Azul.

tes, los hombres subieron a un tren francés que los llevó al campo de instrucción de Grafenwöhr, en el Alto Palatinado. El ánimo era bueno, pero se fue agriando a medida que se internaban en territorio francés. Se vieron mal recibidos por los ciudadanos del país vecino, entre los que se mezclaron exiliados republicanos, y de los insultos y amenazas se pasó al lanzamiento de piedras y a algún disparo ocasional. Los incidentes se repetirían en otras expediciones. Pero cuando el convoy penetró en suelo alemán, la situación cambió radicalmente. En las estaciones germanas, más allá de los ritos oficiales, fueron calurosamente acogidos por la población, mientras las muchachas de la Cruz Roja del Reich les repartían comida caliente, café y tabaco.

El primer tren llegó a Grafenwöhr el 17 de julio, tras cuatro días de viaje. El último lo haría el 23. La magnitud del lugar, con sus 80 kilómetros de perímetro, sorprendió a todos. Los pabellones de dos pisos, cuya arquitectura recreaba la popular bávara, contrastaban con los sobrios y ajados cuarteles españoles. Árboles, calles empedradas, almacenes, talleres y edificios públicos conformaban una verdadera ciudad. La buena impresión se confirmó en los limpios y cómodos alojamientos, en cuyas salas con literas y taquillas cabían una docena de soldados. A cada hombre se le dio una sábana en forma de saco que pocos supieron utilizar: se metieron dentro sin saber que se trataba de una funda en la que insertar las mantas.

Al cabo de unos días, tras la recogida de los uniformes españoles para ser lavados y almacenados, se repartió el equipo reglamentario alemán, más una insignia con los colores nacionales para la manga derecha de guerreras y abrigos y una calcomanía para el casco. Muchos conservaron sus camisas azules, así como sus medallas e insignias. Los largos calzoncillos de felpa, que entonces llamaron a la risa, luego resultaron muy útiles en el frío invierno ruso. En general, todo era de buena calidad. Sorprendió la sustitución de nuestro plato de aluminio por una marmita con tapa, aunque desilusionaron los botines tobilleros, pues los divisionarios se esperaban botas altas. La unidad tuvo que ser reestructurada para adaptarse al modelo alemán. Se

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LA INTRAHISTORIA DE LA DIVISIÓN AZUL

La población local sentía curiosidad por los morenos españoles suprimió el regimiento Rodrigo y se repartieron sus hombres entre los demás. Sumaban en total 17.458, una vez descontados los que fueron devueltos por no pasar los controles médicos, más algún delincuente y un sargento de color. Su dotación fue siempre mayor que la de sus homólogas alemanas. La designación como división de infantería hipomóvil causó decepción. Muchos creían que se convertiría en una unidad motorizada, por lo que se había hecho acopio de conductores y mecánicos, pero no de acemileros. Además, los 5.610 animales de requisa no eran adecuados. No solo era problemático obtener la partida de heno para su sustento, sino que bastantes caballos murieron de puro agotamiento. Pero en ningún caso se trató de

un desprecio hacia ellos, como se pensó, sino del equipamiento al uso en cualquier división de infantería alemana. Por contra, gustaron las armas recibidas, en especial la ametralladora MG 34, capaz de disparar entre 900 y 1.200 tiros por minuto y que sería conocida como “la máquina”. El adiestramiento duró únicamente cinco semanas por presión del propio mando, que alegó el alto número de veteranos. Las victorias de la Wehrmacht hacían prever un colapso de la URSS, y se quería llegar a tiempo. El 31 de julio se prestó juramento de obediencia a Hitler, con una variante sobre la fórmula habitual, pues se mantenía solo “en su lucha contra el comunismo”. Muñoz Grandes lo realizó en solitario con el añadido: “Lo que un español jura, lo cumple o muere”. En las negociaciones se acordó que nuestros “guripas” (término que en lenguaje cuartelero venía a significar pillastre, pero con el que los divisionarios se identificaron) estarían sujetos a los preceptos del Código Militar español, y no del alemán. El servicio de policía estaría a cargo de miembros de la Guardia Civil, que no responderían ante oficiales germanos. Se establecieron, por otra parte, dos sueldos:

los correspondientes al empleo en el ejército alemán y en el español, pagaderos al familiar designado en España, menos una cantidad que se recibiría en mano para cubrir las necesidades más perentorias. Durante su estancia en Grafenwöhr, las relaciones con la población civil fueron buenas, aunque algo distantes. Los autóctonos sentían curiosidad por los morenos españoles, si bien los miraban con un cierto aire de superioridad racial. Las más libres costumbres de las muchachas alemanas solían ser mal interpretadas y desataron algún conflicto, lo que no fue obstáculo para que algunas se convirtieran en sus madrinas de guerra. Las relaciones con las trabajadoras forzadas eslavas resultaban más fáciles. La necesidad material y el miedo de aquellas jóvenes sin duda ayudaron. En todo caso, la pulcritud de los pueblos causó envidia en unos soldados que provenían de una España en ruinas. Por su parte, los mandos alemanes los vieron como indisciplinados y sucios. Esa opinión no iba a cambiar, pero, tras entrar en combate, la compensaron con la consideración de ser tropas duras y valientes, aunque en general mal mandadas. ɿ

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LUCHAR EN RUSIA Los “guripas” pasarían más de dos años en territorio ruso combatiendo duramente junto a los alemanes. SERGI VICH SÁEZ HISTORIADOR

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LA INTRAHISTORIA DE LA DIVISIÓN AZUL

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E

l 20 de agosto de 1941 partía el primer convoy ferroviario rumbo a Suwalki, en Polonia, al que siguieron otros 65. Iban a tardar unos nueve días en recorrer 1.200 km, en vagones de ganado adaptados. Tras concentrarse en los alrededores de Grodno, arrancaba una penosa marcha a pie de otros 1.000 km hasta la Unión Soviética. Duraba 31 días en jornadas de hasta 40 km, dejando un reguero de hombres maltrechos y caballos reventados. La marcha contrarió a la tropa, pero la saturación del sistema ferroviario obligó a otras unidades a desplazarse del mismo modo por aquel trayecto, en el que las huellas de la guerra resultaban ya muy visibles. Poco después de que Adolf Strauss, general en jefe del

9.º Ejército, prometiera a Muñoz Grandes que sus hombres participarían en el asalto a Moscú, llegó una contraorden que disgustó: la División Azul pasaba a formar parte del 16.º Ejército del general Ernst Busch, cuyo objetivo era Leningrado. En el fondo, subyacía cierta desconfianza sobre la capacidad operativa de las tropas españolas, y se consideró que se desempeñarían mejor en un frente más estático como aquel. De forma que tuvieron que desandar parte de lo andado para dirigirse a Vítebsk y ser embarcados en los trenes que los acercarían al frente. Aunque aún no había finalizado septiembre, el frío arreciaba. Muchos soldados que habían efectuado cortes en sus botas para aliviar sus pies hinchados sentían que ahora se les helaban. Por donde pa-

saban, los guripas solían intercambiar todo tipo de objetos por alimentos, aunque se realizaron requisas forzosas y se perpetró algún exceso. Con todo, la relación de los divisionarios con los civiles fue bastante buena, incluidos los judíos, para escándalo de los mandos germanos. A los españoles les sorprendió la pobreza en la que vivía la población rusa, y criticaban abiertamente la dura política alemana para con ella. El 7 de octubre, los primeros divisionarios se desplegaron en un frente de unos treinta kilómetros que discurría paralelo al río Vóljov, cerca de una Nóvgorod en ruinas. Pocas eran las comodidades en aquellas arbóreas y pantanosas tierras. Quienes no estaban en primera línea solían pernoctar en las aldeas de la zona, en

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LA INTRAHISTORIA DE LA DIVISIÓN AZUL

En la pág. anterior, posición de artillería de los voluntarios españoles en Rusia, cerca de Leningrado, invierno de 1942-43.

De Suwalki a Leningrado Más de mil kilómetros de marcha, principalmente a pie Expansión alemana URSS Ruta a pie Ruta en tren Batalla Asedio

Lago Río Neva Ladoga

FINLANDIA

Leningrado Krasni Bor Tallin E S TO N I A Lago Peipus

Nóvgorod

URSS

Posselok R ío V óljov

Contingente español recién llegado al campo de instrucción, Alemania, primavera de 1943.

Bolsa del Vóljov Possad

Lago Ilmen

Vsvad

Dno Moscú

L E TO N I A Riga

MAR B Á LTI C O

RU SI A L I T UA N I A Vítebsk RU SI A

Vilna

B I E LO R RU S I A

Suwalki P O LO N I A

Con el frío creciente, los soldados se enrollaban los pies con papel de periódico singular mezcolanza con sus habitantes. Pronto se establecieron relaciones con ellos, en especial, con las jóvenes (“pañenkas”), que algunos intentarían llevarse a España. La maestra Alexandra Ojapkina, por entonces una niña de 12 años, relataría en un informe posterior que los

Lida Grodno

hispanos eran ruidosos y propensos a la pelea y el robo, pero no crueles, y en general compasivos con la población. La primera acción de guerra tuvo lugar cinco días después. Costó 3 muertos y 23 heridos, por 50 muertos y 80 prisioneros entre los soviéticos. Sorprendió la ferocidad de unos rusos que, rebosantes de vodka, avanzaban sin importarles las bajas, aunque una vez capturados se mostraban dóciles y dispuestos a ayudar en tareas auxiliares. Para atender al creciente número de bajas, se estableció una red con diversos niveles hospitalarios bajo autoridad española, atendida por personal de la Sanidad Militar, incluido un contingente de enfermeras de la Sección Femenina. Pese a todo, el intenso frío iba a causar casi tantas bajas como el fuego enemigo. El clima se tornó cada vez más gélido, y de poco sirvieron los uniformes. Los soldados se enrollaban los pies con papel de periódico y se ponían encima cualquier prenda suplementaria, algunas intercambiadas, por las buenas o por las malas, con los prisioneros. Las parkas acolchadas, las botas de fieltro y los gorros de piel de conejo eran muy apreciados, aunque se corría el peligro de ser con-

Minsk

Orscha

0

100 km

fundido con el enemigo. Pero, incluso así, resultaban insuficientes con temperaturas que superaron los -30 ºC. Los soldados de guardia tuvieron que ser relevados cada media hora, y cuando volvían al chabolo (la construcción efímera de turno) se tumbaban junto a la estufa con lo puesto. El mando optó por solicitar prendas de abrigo a España. Empezaron a llegar a finales de diciembre en remesas especiales que viajaron más rápido que las de la Wehrmacht, dada la preferencia que se dio a su transporte. Para entonces, la División había mostrado ya su valía. Localidades como la de Possad habían sido regadas con la sangre de unos hombres que el hielo impedía enterrar, como se lamentaba Juan Eugenio Blanco: “Siempre recordaré el montón de cadáveres, todos ellos del SEU de Madrid, apilados al lado del puesto de mando del comandante”.

Del Vóljov al Ishora Hambre no se pasaba, pero tampoco se comía bien. Se tomaba lo que se podía y cuando se podía, y con frecuencia se debía descongelar una comida que llegaba helada. El tabaco y el vodka eran lo más apreciado. Las raciones se completaban

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dossier Las riñas en retaguardia menudearon, por temas de hombría y de mujeres con el aguinaldo recogido por la Sección Femenina y compuesto por unos cinco kilos de comestibles y bebidas enviados desde España, aunque no siempre aparecía completo. En tan difíciles condiciones, el aseo personal se convirtió en un lujo, y matar piojos devino una ocupación primordial. Así lo explicaría Salvador Zanón: “Siento cómo bulle la vida debajo de mis sobacos, en la cintura, en la espalda...”. Pronto corrió la voz de que los caramelos alemanes que se repartían contenían bromuro para aplacar los deseos sexuales, pero tampoco había ganas de saciarlos en primera línea. En alguno de los muy escasos permisos, se podían visitar los burdeles de la Wehrmacht, pero resultaba más fácil establecer relaciones con las jóvenes del entorno, aun a despecho de los consejos del “páter”, el sacerdote, por lo demás muy tolerantes. De hecho, incluso se permitió a alguna muchacha letona viajar a España para casarse. En el frente, las relaciones con las tropas alemanas fueron en general cordiales, y se envidiaba el igualitarismo que reinaba en la Wehrmacht. No obstante, las riñas en retaguardia fueron frecuentes, aunque casi nunca por motivos ideológicos, sino por temas de hombría y mujeres. El alcohol y el hecho de no poder ser detenidos por la policía militar germana eran suficiente estímulo. Pero lo que más alegraba a los guripas eran las noticias de la patria. El correo era intenso; se ha calculado que podían circular hasta 400.000 cartas mensuales en ambos sentidos. En las grandes ciudades españolas se habilitaron buzones especiales. Ahora bien, la radio era quizá uno de los medios más apreciados por los soldados. La Reichs-Rundfunk emitía siete programas diarios en español en los que, además

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LA INTRAHISTORIA DE LA DIVISIÓN AZUL

Los hombres de la Escuadrilla Azul El régimen de Franco incluyó en su fuerza de apoyo al Tercer Reich una unidad aérea Junto a la División Azul, España envió una unidad aérea de caza conocida como la Escuadrilla Azul (15. Spanische Staffel). Constituida el 14 de julio de 1941, llegó al frente a principios de octubre, tras un período de aclimatación en la base alemana de Werneuchen, cerca de Berlín. De entrada, la equiparon con el caza monomotor Messerschmitt Me-109 E (Emil), al que sucedería el modelo F (Friedrich) y, por fin, el robusto Focke Wulf 190 A-2. La escuadrilla inicial experimentó cuatro relevos por los que pasaron 90 pilotos profesionales, todos oficiales, más el correspondiente escalón terrestre. En contra de lo esperado, no fueron asignados al mismo espacio de frente que la División Azul, a pesar de las reiteradas peti-

de música y noticias, se leían cartas de los combatientes. Celia Giménez Costeira, madrina de la División, fue un personaje muy querido. Se esforzó siempre por mantener el ánimo de la tropa a través de sus charlas y visitas. También fue eficaz la Hoja de Campaña, que se repartía entre los soldados con noticias y consejos, crucigramas y reportajes. Se llegaron a tirar 25.000 ejemplares en su mejor momento. Pero la durísima campaña causaba estragos, y aunque Muñoz Grandes organizó un sistema rotatorio de permisos –que solían gastarse en las localidades más próximas, y solo en casos muy especiales en Riga, Vilna o Berlín–, pronto se hizo evidente la necesidad de relevos. En enero de 1942, casi coincidiendo con una de las operaciones más dramáticas

ciones hechas por el mando español. Desempeñaron su labor en el centro de la URSS, donde siguieron los avances y retrocesos del Grupo de Ejércitos Centro. Aunque se da alguna discrepancia numérica, durante su estancia en el frente, antes de llegar su orden de retirada el 26 de marzo de 1944, la Escuadrilla Azul habría realizado 5.492 salidas con 159 derribos confirmados, a costa de 19 pilotos caídos. Junto a ellos, la armada española mandó a tres pequeños grupos para formarse con la Kriegsmarine en técnicas de torpedos, minado y contraminado. En total, fueron 134 hombres entre el fin de 1942 y el verano de 1943.

llevadas a cabo por los divisionarios (la marcha de socorro a las tropas alemanas cercadas en Vsvad de la compañía de esquiadores del capitán José Manuel Ordás, de cuyos 228 hombres tan solo 12 regresarían ilesos), cruzaba la frontera española el primer Batallón de Marcha. Este batallón daba inicio a los progresivos relevos de la División, dado que la Wehrmacht, carente de reservas, había hecho oídos sordos a las peticiones oficiales de pase a retaguardia para que se rehicieran los hombres. Esta vez, la recluta no solo resultó más difícil, sino que se iría complicando en posteriores relevos. Aunque prevalecían antiguos voluntarios sin plaza en la primera expedición, muchos habían cambiado de opinión, puesto que las noticias

del frente no eran alentadoras. Para paliarlo, se reforzó la presión y la recluta cuartelera, especialmente en la Legión. La visión de los 1.303 voluntarios que habían regresado a España con el coronel Pimentel, que desfilaron por Madrid el 25 de mayo de 1942, no ayudó mucho. A pesar de su exultante alegría, del grandioso recibimiento y de los titulares de prensa, se les veía delgados y demacrados, y pronto corrió la voz de que los abundantes mutilados habían sido escondidos para no deslucir el acto. En cualquier caso, el 28 de abril de 1942 Hitler alababa públicamente el heroico comportamiento de unas tropas españolas merecedoras de múltiples condecoraciones. Mientras, en Rusia, los divisionarios asistían a sus camaradas alemanes a la hora

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dossier El día después de la División La creación de última hora de la Legión Azul. A tenor de las sucesivas derrotas germanas del otoño de 1943, la idea de que el Reich iba a perder la guerra planeaba sobre las cancillerías de los países neutrales, que, muy presionadas por los aliados, se adaptaron a la nueva situación. Madrid no solo pasó de una no beligerancia –nunca derogada– a la neutralidad, sino que retiraría a la División Azul del frente ruso. Aun así, no se podía agraviar a los alemanes (sus tropas se hallaban en los Pirineos) ni dar síntomas de vergonzoso abandono, por lo que se acordó dejar una fuerza de unos tres batallones (“banderas”) al mando del coronel Antonio García Navarro. La denominada Legión Azul contaría con 2.269 voluntarios, aunque algunos no lo fueran, y un nivel regimental. No iba a disfrutar de relevos, y quedó en Rusia hasta su extinción o repatriación. Concentrada en Jamburg (Kingisepp), la nueva unidad fue desplegada a finales de 1943 en el frente de Kostovo como integrante de la 121.ª División de Infantería alemana. Sufrió la imparable ofensiva del Ejército Rojo, que la obligó a unirse a la retirada general germana, hasta que, el 11 de febrero de 1944, Madrid solicitara oficialmente su repatriación. Sus últimos miembros, junto a su coronel, entrarían en España el 12 de abril de 1944. Sin embargo, no todos volvieron. Alrededor de trescientos, estos sí por voluntad propia, unieron su suerte a la de las armas germanas.

de liquidar la bolsa del Vóljov con unos 130.000 soviéticos dentro. El tiempo había cambiado, y aquella zona pantanosa, donde se atascaban los enfangados vehículos, estaba ahora infestada de unos mosquitos de respetable tamaño que hacían la vida imposible. Como contaría Tomás Salvador: “Se introducían por las mallas de las mosquiteras, obligando a bajar las mangas del uniforme, a cerrar los botones hasta la misma barbilla, a encender fogatas... Algo insufrible”. Con la reestructuración del frente, los hombres de la División cambiaron de posiciones. El 7 de septiembre fueron desplegados más cerca de Leningrado, entre Aleksandrovka y el río Ishora. Se los integró en el 18.º Ejército del general Georg Lindemann, en un nuevo tipo de lucha en que la capacidad artillera resultaba fundamental. No fue el único cambio. Un Muñoz Grandes cada vez más apreciado por los alemanes hizo temer a Franco algún tipo de maniobra política, por lo que le sustituyó. El testigo lo tomaría el general Emilio Esteban-Infantes, un militar profesional y metódico, alejado de los postulados de Falange, que nunca convenció a la tropa.

Miembros de la División Azul regresan a España. Estación del Norte, Madrid, 1943. En la pág. 42, soldados esquiadores de la División Azul en una patrulla. Invierno, 1942.

El regreso de la División Que los soviéticos habían aprendido y contaban con muchas reservas ya pudo advertirse en los combates de Posselok, donde, a mitad de enero de 1943, los españoles resistieron a duras penas en unas posiciones no preparadas. Pero el gran mazazo vino al mes siguiente en la cruenta batalla de Krasni Bor. La División registró allí más de tres mil víctimas (1.127 de ellas mortales), aunque logró estabilizar las posiciones y provocar más de diez mil bajas a los soviéticos. De todos modos, las propias eran números que el gobierno español no podía justificar políticamente, en especial cuando los gobiernos de Washington y Londres amenazaban con aplicar duras sanciones si la División no era repatriada. Tras demorarse por distintas razones, el 1 de octubre, el embajador español en Berlín, Ginés Vidal y Saura, solicitó oficialmente la retirada de la División. Le fue concedida por Hitler, y el día 5 de ese mes, los divisionarios participarían en su último combate. No obstante, no era

El general EstebanInfantes, militar profesional y metódico, nunca convenció tanto a la tropa como su antecesor

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LA INTRAHISTORIA DE LA DIVISIÓN AZUL

tiempo de desairar a los alemanes, por lo que se optó por una de aquellas fórmulas intermedias tan queridas por Franco. En su lugar, quedaría en Rusia una unidad más pequeña, formada por voluntarios, para luchar junto a sus camaradas de armas: la Legión Azul. A diferencia de anteriores recibimientos, el regreso de los últimos divisionarios fue más bien triste. El gobierno había ordenado mantener una cierta discreción, y la prensa solo hizo breves reseñas al respecto. Al cruzar la frontera por Irún, el 17 de diciembre, al general Esteban-Infantes solo le esperaban en Madrid el antiguo coronel Pimentel, ahora general,

y pocos más. El retorno de los heridos resultó, si cabe, peor. Mal atendidos con medios precarios, algunos acabaron siendo rechazados en los hospitales militares a raíz de la pugna entre el Ejército y la Falange. La labor de esta y de José Millán-Astray desde el Cuerpo de Caballeros Mutilados palió la situación. De los entre 45.000 y 47.000 hombres que pasaron por la División Azul y otras unidades afines en el frente del Este, se dieron 12.726 bajas, de las que cerca de 4.000 fueron muertos. Un porcentaje muy alto, que muestra claramente la dureza que representó para los combatientes españoles aquella lejana guerra. ɿ

Para saber más... MEMORIAS ESTEBAN-INFANTES, EMILIO. La División Azul. Barcelona: AHR, 1956. RIDRUEJO, DIONISIO. Cuadernos de Rusia. Madrid: Fórcola, 2013. MEMORIAS NOVELADAS VADILLO, FERNANDO. Gran Crónica de la División Azul. Alicante: García Hispán, 1991. ENSAYO NÚÑEZ SEIXAS, XOSÉ M. Camarada Invierno. Barcelona: Crítica, 2016. NOVELA SALVADOR, TOMÁS. División 250. Barcelona: Destino, 1970.

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LA LIBERTAD DE LAS TAPADAS LIMEÑAS Cubiertas de arriba abajo, las tapadas solo dejaban expuesto uno de sus ojos. Contra lo que pueda parecer, ese enmascaramiento, al hacerlas anónimas, era liberador. FRANCISCO MARTÍNEZ HOYOS DOCTOR EN HISTORIA

S

i las viéramos por la calle hoy mismo, probablemente atribuiríamos su atuendo a motivos religiosos. Pero las “tapadas” limeñas nada tenían que ver con el puritanismo. Con sus vestidos ceñidos aparecían provocativas y sensuales, de forma que desafiaban las ideas tradicionales sobre la subordinación de la mujer. Fue su espíritu independiente, más que su coquetería, lo que las convirtió en heroínas populares. Su indumentaria estaba compuesta por la saya, una especie de falda que cubría

desde la cintura a los pies, la camisa, el manto y el chal. Solo una parte de su cuerpo quedaba sin cubrir: un ojo. De esta forma, nadie podía saber quién se ocultaba tras el atavío. Se dio más de una vez el caso de que un galán solícito creyó cortejar a una belleza que no era tal. Algunas mujeres llegaban a utilizar caderas falsas para realzar sus atractivos. Desde muy pronto, las tapadas formaron parte inseparable del paisaje urbano de Lima. En el siglo xix, un escritor nacionalista como era Ricardo Palma dijo que constituían un fenómeno exclusivamen-

te peruano. En realidad, podemos encontrarlo también en España. En Vejer de la Frontera (Cádiz), sin ir más lejos, recibían el nombre de “cobijadas”.

Prohibiciones inútiles ¿Dónde se originó esta moda? ¿Procedía, tal vez, de la cultura árabe? Una teoría apunta que algunos moriscos, antiguos musulmanes convertidos al cristianismo, pudieron llevar esta costumbre a tierras americanas. Las tapadas, por motivos que no están del todo claros, solo llegaron a consolidarse en la capital de Perú, aun-

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TAPADAS PARA SEDUCIR

Imagen de una tapada peruana apoyada en una balaustrada, retratada alrededor de 1872 por el fotógrafo limeño Eugenio Courret.

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que también podemos encontrar rastro de ellas en el virreinato mexicano.

La censura masculina El anonimato aseguraba libertad y, por tanto, impunidad para las transgresiones. Las autoridades civiles y religiosas intentaron una y otra vez, sin ningún éxito, suprimir aquella práctica perturbadora. El tercer Concilio Limense, celebrado entre 1582 y 1583, prohibió que las mujeres, durante las procesiones religiosas, se asomaran a la ventana con el rostro cubierto. En la práctica, pocas siguieron la norma. El poeta Mateo Rosas de Oquendo, en su Sátira a las cosas que pasan en el Pirú, año de 1598, escribía que las tapadas continuaban con su rostro oculto a las miradas públicas en la procesión del Corpus. Mientras tanto, iban “disiendo libertades”. Es decir, se permitían hacer

los comentarios que les vinieran en gana. El virrey Diego Fernández de Córdoba protagonizó, en 1624, una nueva tentativa de suprimir el vestuario de las tapadas, tan fallida como todas las demás. En su exposición de motivos lamentaba que aquellas mujeres provocaran molestias en los actos religiosos: “Turban e inquietan la asistencia y devoción de los templos y de las procesiones”. En consecuencia, las que se saltaran su disposición serían castigadas de acuerdo con su estamento social. Las nobles perderían el manto con el que se cubrían y pasarían diez días en la cárcel. En el caso de las plebeyas, el período de reclusión sería de un mes. A finales del siglo xvii, el poeta Juan del Valle y Caviedes insistía en la misma crítica: las tapadas pecaban de irreverencia en las ceremonias religiosas: “Son víboras insolentes que a la herejía ase-

Tapadas “chinas” Las acuarelas que vemos en estas páginas, pertenecientes a la Biblioteca del Congreso en Washington, fueron realizadas entre 1830 y 1840 por un miembro del estudio de Tingqua (Guan Lianchang), un artista chino afincado en Estados Unidos. Se elaboraron a partir de dibujos peruanos propiedad del empresario William Wheelwright y atribuidos a Pancho Fierro.

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TAPADAS PARA SEDUCIR

mejan cuando, cubiertas del velo, pierden el de la vergüenza”.

Cabezas de turco Las acusaciones de inmoralidad se suceden. En 1746, tras el terremoto que destrozó Lima, la Iglesia culpó a las tapadas de la catástrofe. Dios había castigado a la capital por el atrevimiento de unas mujeres que todos, autóctonos y extranjeros, consideraban un símbolo erótico. En la época de las Luces, el gran arquetipo de la tapada fue la actriz Micaela Villegas, alias “la Perricholi”, amante del virrey Amat. Su historia inspiró a Prosper Mérimée para escribir La carroza del Santo Sacramento. Esta obra constituye un antecedente de la gran creación del escritor galo: Carmen, la mítica mujer fatal. En 1833, la feminista Flora Tristán viajó a Perú para reclamar una herencia fa-

miliar. Su demanda acabó en fracaso, pero la experiencia le sirvió para escribir un libro polémico, Peregrinaciones de una paria. En esta obra, Tristán reflejó su admiración por las limeñas. Creía que eran las mujeres más libres del mundo y que en ningún otro lugar ejercían tanta influencia: “Es de ellas de quien procede cualquier impulso”. Esta libertad estaba garantizada por el atuendo de las tapadas, que les permitía ir solas a todas partes, burlando la vigilancia de maridos, padres o hermanos. Si querían ser infieles, nada podía impedírselo. Fueron inspiración para muchos artistas, entre ellos, el acuarelista mulato Pancho Fierro (1803-79). Resistieron hasta bien entrado el siglo xix, cuando el éxito de la moda francesa convirtió en obsoletos sus ropajes. Su leyenda, sin embargo, persiste hasta la actualidad. ɿ

Para saber más... CLÁSICO TRISTÁN, FLORA. Peregrinaciones de una paria. Lima: Fondo Editorial UNMSM, 2006. TESIS DOCTORAL PAGÈS, GISELA. Mujeres entre mundos. Discursos, tópicos y realidades de género en América Latina (Perú, siglo XVIII). Barcelona: UAB, 2013. ARTÍCULOS VALERO JUAN, EVA M. “Otra perspectiva urbana para la historia literaria del Perú: la ‘tapada’ como símbolo de la Lima colonial”. América sin nombre, n.º 15, 2010, pp. 69-78. VICUÑA GUENGERICH, SARA. “Mantos, sayas and golden buckles: the tapado fashion in viceregal Peru”. Monographic Review, vol. XXV, 2009, pp. 45-70. En inglés.

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EL ALCÁZAR DE MADRID, EN LLAMAS

En la Nochebuena de 1734 ardía el que había sido palacio favorito de los Austrias en Madrid. ¿Tuvo algo que ver en el incendio Felipe V, el primer Borbón? JAVIER MARTÍN GARCÍA PERIODISTA

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EL INCENDIO DEL ALCÁZAR DE MADRID

La familia de Felipe V, boceto de Ranc del cuadro que se perdió en 1734. Junto a esta imagen, Madrid con el Alcázar en la parte superior izquierda. Anónimo, s. XVII.

A

l rey Felipe V no le gustaba nada el Alcázar de Madrid. No en vano, poco después de que la victoria en la guerra de Sucesión (1701-13) confirmase el cambio de dinastía en el trono de España, el francés ordenó transformarlo a su gusto. Aquel palacio oscuro, severo y asimétrico que había heredado de los Habsburgo no se parecía en nada al Versalles opulento, elegante e ilustrado donde había nacido y pasado su infancia el primer Borbón que iba a reinar en España. Por eso, cuando durante la Nochebuena de 1734 comenzó a arder con furia, los maledicentes rumores madrileños presumieron tras las llamas una maniobra orquestada por el rey, que se encontraba en el palacio del Buen Retiro. Quizá aquella conjetura parezca hoy excesiva, pero, desde su llegada a España, Felipe V había tratado de decolorar las huellas que los Habsburgo habían dejado en el país durante casi dos siglos. Y ninguna había tan simbólica como el gran palacio que dominaba la capital del reino. Tampoco ayudaba a sofocar esos rumores el recuerdo de la proverbial resistencia del edificio a cualquier desastre, tal como nos recuerdan Rosalía Ramos y Fidel Revilla en su enciclopédica Historia de Madrid: “En comparación con otros edificios de la ciudad, el Alcázar había sufrido pocos y parciales incendios”.

Las investigaciones posteriores parecen descartar esa conspiración borbónica. Todo indica que el incendio comenzó en las habitaciones del artista francés Jean Ranc, pintor de cámara de Felipe V, una de cuyas obras, La familia de Felipe V, acabó presa de las llamas. Con la familia regia en otro lugar, buena parte del servicio se encontraba también fuera del recinto. Pero era Nochebuena, y un grupo de mozos del palacio la celebraba en el Alcázar. Un exceso de alcohol en el festejo motivó que desatendieran una chimenea prendida en los aposentos de Ranc. Y sobrevino el siniestro. Después de la medianoche, el fuego brincó hasta las cortinas. De allí a los muebles, a las arcas, a las camas, los artesonados de madera... Las llamas se contagiaron de habitación a habitación. Muy próximo al Alcázar se hallaba el Real Convento de San Gil, y fueron sus monjes los primeros en advertir del incendio. Repicaron las campanas. Pero apenas habían pasado unos minutos de la medianoche, y los madrileños pensaron que estaban llamando a la misa del Gallo. Se quemaba uno de los símbolos del antiguo Madrid, un edificio en torno al cual había nacido la que ya era la capital de España.

Casi un milenio de historia Tenemos que trasladarnos a la segunda mitad del siglo ix para ver nacer el alcázar original. Era entonces emir de Al-Án-

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dalus Mohamed I de Córdoba (823-886), y lo que hoy es Madrid formaba parte de la llamada Marca Media. Aquel primitivo alcázar no era más que una pequeña atalaya desde la que otear la posible llegada de los enemigos cristianos desde el norte. Esa torre centinela fue creciendo, y en torno a ella surgieron un pequeño poblado, una mezquita y una muralla para protegerla de posibles invasores. La conquista del primitivo May rit musulmán en 1085 por las fuerzas del cristiano Alfonso VI trajo consigo la ampliación de las murallas y, sobre todo, el levantamiento, a partir de aquella humilde torre, de una nueva fortaleza, un verdadero baluarte militar. No existen apenas documentos del primer alcázar cristiano. María Isabel Gea, en El Madrid desaparecido, asegura que el primero que se conserva es “la ampliación que mandó hacer Pedro I el Cruel a mediados del siglo xiv”. El rey Enrique III (1379-1406) ofrecerá privilegios cortesanos a la ciudad, a tal punto que en ella festeja su boda con Catalina de Inglaterra, e incluso elige Madrid para celebrar nuevas Cortes. Durante su reinado, el edificio se hace más habitable. Poco después, en la primera mitad del siglo xv, con Juan II de Castilla y un interior ya más palaciego, se convierte en la residencia preferida de los monarcas.

El Alcázar de los Austrias Serán los Habsburgo los que hagan de Madrid un núcleo de su política. Y una ciudad nuclear exige una residencia real de altura. Carlos I ordena a dos de los arquitectos más prestigiosos de la época, Luis de Vega y Alonso de Covarrubias, la remodelación y ampliación del alcázar medieval. Madrid es aún una ciudad muy pequeña en el seno de Castilla, con apenas 4.060 vecinos en 1530. Sin embargo, tras la revuelta de los comuneros (152022), el emperador comienza a dar a la ciudad un trato especial. Le concede los títulos de “Coronada” e “Imperial”, y celebra en ella la firma en 1526 del Tratado de Madrid, que sienta las bases de paz con Francia tras la batalla de Pavía. Como remate, reforma el Alcázar hasta convertirlo, según asegura la especialista Véronique Gérard en De castillo a palacio, “en el palacio real más completo de España”.

A la izqda., copia del retrato ecuestre de Felipe IV, obra de Rubens, perdido en 1734. Está réplica se conserva en la Galería de los 8IÀ]L)ORUHQFLD Las meninas, de Velázquez, 1656, a la derecha. Este cuadro sí pudo salvarse de las llamas que asolaron el Alcázar de Madrid.

El rey Carlos I reforma el Alcázar y lo convierte en el palacio real más completo El Renacimiento se asoma a las fachadas y estancias de este antiguo castillo medieval, siendo el llamado patio de la Reina, las salas construidas en torno al mismo y la torre de Carlos I los elementos más significativos entre los nuevos. La corte tiene un espacio donde residir cómodamente en Madrid gracias a “sus dimensiones, la claridad de la distribución, la presencia de una capilla y de una sala de fiestas”. La ciudad encuentra en el Alcázar “una de las causas de su capitalidad en 1561”, según Gérard.

La llegada al poder de su hijo Felipe y el traslado permanente de la capitalidad de la corte a Madrid en 1561 dan pie a las modificaciones más relevantes. Felipe II, un apasionado de la arquitectura, pone al frente de ellas a Juan Bautista de Toledo. Extremadamente colorida, rodeada de balcones y coronada por un espléndido chapitel, la nueva torre Dorada se convierte en emblema del palacio. Sus formas exteriores, deudoras del estilo flamenco, la erigen como una de las grandes obras del Renacimiento español. Mientras, los mejores artesanos, artistas, escultores, vidrieros o carpinteros acuden de toda Europa a llenar de boato el complejo. Pero el traslado de la corte a Madrid implica también un asunto práctico. El Alcázar se convierte en el corazón residencial del Imperio y ha de albergar, como nos cuenta Gérard, “varias casas reales: la de Felipe II, la de la reina Isabel de Valois, luego la de Ana de Austria, la casa de Don Carlos –que muere en 1568– y pronto la de los infantes”. La precipitación con la que tienen que proyectarse estas

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EL INCENDIO DEL ALCÁZAR DE MADRID

estancias impone un enfoque más pragmático, que deja en segundo plano el componente estético y acaba perjudicando la simetría del conjunto. En el Alcázar nace Felipe III, y es él mismo quien, primero con Francisco de Mora como arquitecto y, a la muerte de este, con su sobrino Juan Gómez de Mora, insta a modificar la fachada meridional del palacio para armonizarla con el conjunto, en especial con la torre Dorada. Felipe IV, quien preferirá como residencia el palacio del Buen Retiro, embellece el Alcázar con magníficas obras de artistas como Velázquez o Rubens. En 1734, ya con Felipe V, el Alcázar es, pues, un edificio sobresaliente en Madrid, pese a no ser del gusto del sobera-

no. Decíamos que aquella Nochebuena las campanas daban la alarma. Cuando los criados que permanecen en palacio comprenden lo que sucede, comienzan a desalojar a marchas forzadas las riquísimas joyas, el oro, los ajuares y el arte que ornaba las muchas estancias. Pronto acuden también los monjes de San Gil. No se dejó que entraran los madrileños de a pie por miedo al pillaje.

Se incendia un museo Pudo salvarse una de las joyas más admiradas, el llamado Joyel Rico de los Austrias, compuesto por el diamante El Estanque y la perla La Peregrina. También monedas y objetos de valor de pequeño tamaño. Sin embargo, resultaba mucho

más difícil descolgar, extraer del marco y salvar las obras maestras de la pintura que colgaban de las paredes del Alcázar. No se sabe con exactitud el número de obras de arte que desaparecieron, pero las estimaciones acercan el número a las 500. Algunas serían hoy piezas clave en los mayores museos del mundo. Entre ellas, La expulsión de los moriscos, de Velázquez, gracias a la cual consiguió el pintor sevillano alcanzar el cargo de ujier de cámara, su primer puesto en palacio. También se perdió un valioso autorretrato de Rafael. Con el Alcázar desapareció el celebrado Retrato ecuestre de Felipe IV, de Rubens, cuya copia se puede contemplar hoy en la Galería de los Uffizi de Florencia. También quedaron reducidas a cenizas la serie “Los doce césares” (Tiziano), La serpiente de metal (Rubens), Jael y Sísara (Ribera), Venus y Adonis (Tintoretto), Apolo y Marsias (Velázquez), Damas venecianas (Veronese)... Sin embargo, la rápida actuación de los trabajadores del Alcázar permitió que hoy podamos contemplar algunas obras que aquella Nochebuena llegaron a sentir el aliento del fuego. Entre ellas, Las meninas, que fue sacada por un gran ventanal por los operarios y que había sido pintada en una sala del mismo palacio, o Carlos V en Mühlberg, de Tiziano, ambas obras hoy en el Museo del Prado. Según el inventario que se realizó poco después del desastre, sobrevivieron 1.192 pinturas, junto con 44 lotes de mobiliario y escultura. Las llamas devoraron el Alcázar durante cuatro días. Solo la torre de Carlos I y dos fachadas permanecieron en pie. No fue el culpable del suceso, pero Felipe V ya tenía el camino libre. Ordenó derribar lo poco que había resistido. Sobre las cenizas del palacio de los Habsburgo iba a proyectar otro a su gusto, el Palacio Real. La residencia de una nueva dinastía, la de los Borbones. ɿ

Para saber más... ENSAYO GEA, MARÍA ISABEL. El Madrid desaparecido. Madrid: La Librería, 2003. GÉRARD, VÉRONIQUE. De castillo a palacio. El Alcázar de Madrid en el siglo XVI. Madrid: Xarait, 1984. RAMOS, ROSALÍA y REVILLA, FIDEL. Historia de Madrid. Madrid: La Librería, 2007.

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POIROT Y LOS REF

A

gatha Christie es sin duda la reina de la intriga del siglo xx, y su creación literaria Hercules Poirot le disputa el título de rey de los detectives al también investigador privado Sherlock Holmes, salido de la pluma de Arthur Conan Doyle. Uno de los grandes misterios de la obra de la gran dama de la novela policíaca no suficientemente explicado es qué hacía un detective belga, al que muchos creen

erróneamente francés, en Londres. Para comprenderlo hay que remontarse a uno de los grandes dramas humanos silenciados de la Europa de principios del siglo xx: la crisis de refugiados belgas tras la invasión alemana de 1914. Poirot debuta en la primera novela de Agatha Christie, El misterioso caso de Styles, publicada en 1920, hace ahora casi un siglo, pero escrita en 1916, en plena Gran Guerra y justo cuando Gran Bretaña vivía en primera persona la crisis de

los refugiados procedentes de la Bélgica ocupada. Se calcula que alrededor de 250.000 belgas se establecieron en las ciudades británicas, causando un gran impacto en la sociedad del país. Alemania inició el 4 de agosto de 1914 la invasión de la neutral Bélgica. Era una de las claves de la estrategia de las tropas del káiser para una rápida ocupación de París. Los belgas se enfrentaron a los alemanes en la batalla de Lieja, el primer combate de la guerra. El efecto en la población fue

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LOS REFUGIADOS BELGAS EN LA I GUERRA MUNDIAL

F UGIADOS BELGAS La Primera Guerra Mundial llevó a muchos belgas al exilio. Poirot es la versión literaria del fenómeno. XAVI CASINOS PERIODISTA

dramático. Alrededor de 1,5 millones de personas se vieron desplazadas, uno de cada cinco belgas. Muchos se instalaron en la parte no ocupada del país, pero unos 600.000 optaron por huir al extranjero, mayoritariamente a Gran Bretaña, aunque también a Holanda y Francia. El éxodo a través de canal de la Mancha fue incesante durante meses. Al inicio, y en un solo día, el 14 de agosto, llegaron al puerto de Folkestone 16.000 refugiados, que también llenaron los embarca-

deros de localidades como Tilbury, Margate, Harwich, Dover, Hull y Grimsby. Pero la jornada de mayor colapso humano se registró también en Folkestone el 15 de octubre, cuando recibió a 26.000 personas. Se trataba de un movimiento humano de una escala hasta entonces sin precedentes en Europa.

Cálida bienvenida La llegada de esos miles de belgas a las ciudades británicas tuvo una gran reper-

cusión en el país. En un inicio fueron recibidos con gran entusiasmo y con los brazos abiertos. Una crónica publicada el 21 de octubre de 1914 en La Vanguardia, firmada por H. O. Wilson, explica con detalle la voluntad de acogida y solidaridad de los locales con los ciudadanos belgas, a los que apodaron “pluckies”, una forma popular de llamarles valientes. “El Gobierno y el pueblo de Inglaterra saben perfectamente que se encuentran bajo la obligación moral de mantener a los refu-

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Albert Finney (a la izqda.) como Poirot en Asesinato en el Orient Express, cinta dirigida por Sidney Lumet en 1974. En la pág. anterior, refugiados belgas en Ostende, a la espera de un barco que les lleve a Francia o Inglaterra, en 1914.

giados belgas, con relativo confort, hasta que termine la guerra; saben que hay que atender a sus necesidades y procurar hacerles agradable la vida entre nosotros, hasta donde sea posible, procurando dar ocupación a los hombres y mujeres aptos para el trabajo”, relata el artículo. El cronista transmite también la predisposición de las ciudades y pueblos para repartirse a las familias desplazadas, proporcionándoles alojamiento y comida. Los periódicos abrieron suscripciones populares que pronto recaudaron importantes cantidades de dinero. El texto también expone casos particulares de hombres que pocas semanas atrás eran ricos y de repente se hallaban en la más absoluta indigencia. “Entre los refugiados procedentes de Amberes se cuentan un viajante de comercio, su esposa y diez hijos. Con el dinero ahorrado durante 20 años de trabajo incesante había podido comprarse una casita en los alrededores de Amberes. Fue una de las primeras que cayeron derrumbadas por el bombardeo, y el pobre viajante y su numerosa familia están ahora en la miseria”, explica el periodista.

The Times ocupaba parte de sus páginas en proponer soluciones para la acogida de los refugiados, como la creación de “una colonia especial” en la que pudieran construir sus propias casas, o la idea de que se dedicaran a la confección de “vestidos, calzado y muebles” hasta que pudieran regresar a su país natal. Asimismo, el rotativo conservador proponía crear campos de instrucción con fines militares que acogieran a voluntarios, comandados por sus propios oficiales, para que se unieran a las unidades británicas. La simpatía por aquella gente llegada del continente era generalizada por todo el país, y su sufrimiento, utilizado como medio de propaganda contra los alemanes, acusados de violar las leyes internacionales con la invasión. Uno de los refugiados describió en su diario el sobresalto que experimentó al originarse una pelea entre vecinos locales que se disputaban acarrear su equipaje. Cuando caminaban por la calle, la gente les aplaudía y animaba. El propio Hercules Poirot da fe de la gran acogida que recibieron los belgas. En el segundo capítulo de El misterioso caso

La simpatía por los belgas era generalizada hasta que se vio que la guerra se alargaba de Styles, el detective se reencuentra con el que será su asistente en muchos de los casos que investiga, el capitán Arthur Hastings, su doctor Watson particular. No se veían desde que se hicieron amigos en Bélgica años atrás. “Si estoy aquí es gracias a la bondadosa señora Inglethorp. Sí, amigo mío, ha ofrecido hospitalidad a siete refugiados de mi país. Nosotros, los belgas, le estamos eternamente agradecidos”, relata el detective a su compañero. La comunidad belga en esta localidad va apareciendo durante la narración, atestiguando que su presencia en esos años era importante en las ciudades y pueblos británicos.

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LOS REFUGIADOS BELGAS EN LA I GUERRA MUNDIAL

La hospitalidad y la solidaridad que los británicos mostraron inicialmente duraron solo unos meses. Al principio se pensaba que la guerra duraría hasta la Navidad de 1914, pero pronto las expectativas se vieron frustradas, y con ellas la constatación de que los refugiados podían convertirse en invitados permanentes. Muchas familias que les habían asilado se habían quedado sin dinero y se habían hartado de ellos. Entonces afloraron las fricciones con los recién llegados, sobre todo por la diferencia de hábitos entre ambos grupos. Para la rígida sociedad posvictoriana, las costumbres de los belgas empezaron a ser molestas. Por ejemplo, que las mujeres no llevaran sombrero en público, o que los hombres consumieran alcohol en plena calle. Sin embargo, lo más bárbaro para los británicos era que sus acogidos apreciaran el consumo de carne de caballo.

Empiezan los problemas Un muro de desaprobación social se levantó entre los dos mundos. Al malestar de los locales contribuía que los belgas llegaron a formar sus propias comunidades, en algunos casos con escuelas, periódicos, tiendas, hospitales, iglesias, prisiones y policía, con el objetivo de mantener sus tradiciones y modo de vida pese al exilio. Todo belga para los belgas, en el estilo de la propuesta lanzada por The Times. Algunas de estas áreas se consideraban territorio belga de facto. Hasta se utilizaba la moneda del país. Uno de esos enclaves fue Elisabethville, bautizado así por Isabel de Baviera, la reina de Bélgica. Disponía de agua corriente y electricidad, un lujo del que carecían los habitantes de Birtley, la localidad donde se encontraba. Las tensiones no tardaron en brotar. Muestra de la creciente hostilidad hacia los belgas es un comentario aparecido en el mes de abril de 1915 en el periódico londinense Daily Dispatch. “Un refugiado no trabajará, pero va como si fuera un duque”, se decía en un artículo. Era opinión generalizada que los refugiados consideraban las donaciones un derecho. Con ellas obtenían un nivel de vida superior al que los británicos creían que se les debía proporcionar.

La reacción de la élite Voces a favor y en contra de los belgas en Gran Bretaña Una de las personalidades impactadas por el drama de los refugiados belgas fue Henry James ( ). En un artículo póstumo publicado por The Times Literary Supplement en marzo de 1916, un mes después de su muerte, mostraba su apoyo total a los desplazados. El escritor se solidariza con los “expulsados” por una “invasión violenta no provocada” que dejó “los estragos más atroces que nunca antes ha superado un pueblo pacífico y trabajador”. Calificaba el episodio como “el mayor horror público” de la época. James era de origen norteamericano, pero residía desde hacía años en Gran Bretaña. En 1915, un año antes de su muerte, Los belgas suplieron en buena medida a los autóctonos movilizados en los frentes europeos. Se calcula que ocuparon 60.000 puestos de trabajo que habían quedado vacantes, la mitad empleados directamente en la industria de guerra. De ellos, 7.000 eran mujeres. Los exiliados en Francia contribuyeron en igual medida. Unos 22.000 fueron contratados en diversas industrias y 15.000 en el campo. Sin embargo, en Holanda engrosaron principalmente las listas del paro. En Gran Bretaña, además, se establecieron 500 empresas belgas. La más importante era la Pelabon Works, en Richmond, que fabricaba granadas de mano.

se nacionalizó británico en protesta por la no participación de Estados Unidos en la guerra. También sucumbió al drama belga el novelista y poeta inglés Thomas Hardy ( ). Incluso les dedicó el poema Sonnet on the Belgian Repatriation. Otros no pensaban igual. Ya en el inicio de la llegada de los refugiados en 1914, Winston Churchill ( ), entonces primer lord del Almirantazgo, fue muy crítico con su presencia. Defendía que los ciudadanos belgas huidos de la guerra deberían haberse quedado en su país, alimentarse con “la comida continental” y ocupar la atención de la política alemana. “No es momento para la caridad”, sentenció. El colectivo intentó mantener un cierto nivel de influencia en lo político. Así, en enero de 1917, sus representantes se dirigieron a la reina de Holanda, al presidente de Estados Unidos y al Vaticano, apelándoles a que intervinieran para aliviar “los sufrimientos tan terribles como inmerecidos” de los compatriotas que se habían quedado en Bélgica. Reclamaban que presionaran a las autoridades alemanas para que cesaran “los procedimientos inhumanos, las deportaciones en masa y la esclavitud” y que “no se repitan por más tiempo estos atentados”. El refugiado belga más famoso no existió realmente, sino que surgió de la crea-

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Agatha Christie escribiendo en su domilicilio de Devonshire (Gran Bretaña).

ción literaria de Agatha Christie. Fue, por supuesto, Poirot, considerado por él mismo como “el más grande detective del mundo”. Engreído, bajo, obeso, asocial, antipático, pedante, impertinente, egocéntrico y obsesionadamente pulcro. Su rasgo físico más característico era un rígido bigote de aspecto militar que cuidaba con esmero.

A la derecha, refugiados en las calles de Bruselas después de la Primera Guerra Mundial.

El origen de Poirot Para concebir a Poirot, la escritora se inspiró en los trágicos episodios de la Primera Guerra Mundial y en la crisis de los refugiados, que vivió muy de cerca en su juventud, con poco más de veinte años. Al parecer, Christie conoció en Torquay, su localidad natal, a un exgendarme belga que según algunas fuentes se llamaba Jacques Hornais y según otras, Jacques Hamoir. Los confusos y escasamente rigurosos registros locales de la época dificultan su identificación. La escritora, a través de Poirot, no facilita muchas pistas sobre el pasado del detective en Bélgica, al margen de su condición de refugiado y de expolicía. Las referencias que el propio personaje ofrece a lo largo de las más de ochenta novelas, relatos y obras de teatro que protagoniza tampoco resultan fiables, pues casi siempre son invenciones que utiliza en su estrategia para resolver un caso. En Poirot convergen asimismo otras influencias. Entre ellas, Hercule Popeau, un detective surgido de la prolífica escritora inglesa de novelas de intriga Marie Belloc Lowndes. También tuvieron su papel las aventuras de Jules Poiret, un detective precisamente belga creado por Frank Howell Evans. Ambos investigadores aparecieron en la década de 1910, y sus casos ocuparon muchas horas de la juventud de Christie. Y, obviamente, dejaron también su huella el analítico y deductivo Holmes de Doyle y el Auguste Dupin de Edgar Allan Poe, que dio forma al género. Poirot adquirió rápidamente gran popularidad entre los lectores. Su creadora fue dando forma caso a caso al detective, cultivando sus brillantes dotes para la investigación, pero también sus rasgos más odiosos, hasta el punto de que llegó a detestarle profundamente. Y, aunque lo deseó horrores, logró reprimirse y no

Hasta el New York Times le dedicó a Poirot un obituario en su portada matar prematuramente a su creación, como sí hizo Doyle con su igualmente asocial Sherlock (aunque se vio obligado a resucitarlo ante la presión popular). Y es que, en muchas ocasiones, cuando un personaje de ficción adquiere notoriedad, acaba dominando al escritor. Este fenómeno no ocurrió con Christie, que pudo situarse siempre por encima de sus personajes, ya fuera Poirot o la también popular solterona miss Marple. “¿Por qué, por qué, por qué tuve que dar vida a esta pequeña criatura detestable, grandilocuente y tediosa? Sin embargo, confieso que Hercules Poirot ha vencido. Ahora siento un cierto afecto que, aunque me cueste, no puedo negar”, escribió la autora en la introducción de Telón, la novela en la que finalmente mató al detective en 1975. Falleció de una afección cardíaca y resolviendo su último caso desde el lecho de muerte. Moría tan solo un año antes que la propia Agatha Chris-

tie. Tal era la celebridad que el engreído y vanidoso investigador privado belga había adquirido que hasta el New York Times le dedicó, el 6 de agosto de aquel año, un obituario que inició en la mismísima portada y siguió en la página 16, un hecho insólito y único, al tratarse de un personaje de ficción. “Hercules Poirot, un detective belga que llegó a ser internacionalmente famoso, ha muerto en Inglaterra. Su edad era desconocida”, empezaba la necrológica, que ofrecía los pocos datos biográficos conocidos a través de la obra de Christie: retirado de la policía belga en 1904, al final de su vida era artrítico y sufría del corazón, y llevaba una peluca y un falso bigote para ocultar el paso de los años. Había llegado a Gran Bretaña como refugiado.

Invitados a irse Tras el armisticio de noviembre de 1918, Poirot fue uno de los pocos que siguieron

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LOS REFUGIADOS BELGAS EN LA I GUERRA MUNDIAL

residiendo plácidamente en Inglaterra. Pero eso ocurrió porque transcurría en una ficción en la que Christie había determinado que la burguesía británica, a la que pertenecía la propia escritora, aceptaba al investigador obviando su condición de refugiado. En la realidad, aquellos miles de ciudadanos desplazados por la guerra fueron empujados por Londres a volver a su país, aunque hay que decir que su disposición al regreso ya era mayoritaria, en la esperanza de recuperar sus propiedades. El gobierno del liberal David Lloyd George ya había creado en 1917, un año antes del fin de la guerra, un comité especial para la repatriación. En 1921, el 90% de los refugiados ya había abandonado suelo británico. Para promoverlo, se cancelaron los contratos de trabajo y se facilitaron billetes de ida gratuitos. También volvieron a Bélgica la mayor parte de los refugiados en Holanda y Francia,

aunque para las autoridades de París nunca fue una prioridad la repatriación y no impulsaron ninguna medida en este sentido. Eso permitió que varios miles se establecieran definitivamente en la región de Normandía para dedicarse al cultivo de la tierra. Los que volvieron a casa no fueron muy bien tratados. Los que habían permanecido en el país les calificaron de cobardes, traidores y desertores. En el mejor de los casos recibieron indiferencia, y su contribución a la guerra se consideró marginal. Bélgica corrió una cortina de olvido sobre el primer gran drama de refugiados en Europa. Muchos se suicidaron, al comprobar a su regreso que sus granjas habían sido destruidas. Hoy, un solitario monumento, el Belgian Refugees Memorial, se erige en Londres, en Victoria Embankment, junto al puente de Waterloo sobre el Támesis. Al margen de este conjunto escultórico, el rastro

de aquellos refugiados en las ciudades británicas prácticamente se ha desvanecido. Al final de la guerra, aquel capítulo quedó sumergido en una amnesia nacional. Como si nunca hubiera sucedido. Claro que siempre nos quedará Poirot. ɿ

Para saber más... CLÁSICO CHRISTIE, AGATHA. El misterioso caso de Styles. Barcelona: Espasa, 2018. ENSAYO CURRAN, JOHN. Agatha Christie’s secret notebooks: fifty years of mysteries in the making. Londres: HarperCollins, 2009. En inglés. GATRELL, PETER Y ZHVANKO, LIUBOV. Europe on the move: refugees in the era of the Great War. Manchester: Manchester U. P., 2017. En inglés. JENKINSON, JACQUELINE (ed.). Belgian refugees in First World War Britain. Nueva York: Routledge, 2018. En inglés.

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LA CONTRA ARMADA

EL MAYOR DESASTRE NAVAL DE INGLATERRA Isabel I, en respuesta a la Gran Armada de Felipe II, envía su particular “Invencible” con la misión de acabar con la hegemonía del Imperio español. EDUARDO GARRIDO PERIODISTA

L

a Corona británica consiguió ocultar durante siglos la conocida hoy como Contra Armada, expedición comandada por Francis Drake y John Norris, con el objetivo de acabar con la superioridad de la monarquía hispánica. Tras el fracaso de la armada española –bautizada “Invencible” con fines propagandísticos por lord Burghley, asesor de la reina Isabel I–, Inglaterra preparó una imponente fuerza de represalia con más naves y soldados que su antecesora. Pretendía aprovechar la debilidad de la flota española, con buena

parte de su escuadra dañada tras el revés sufrido en aguas inglesas.

Décadas de desencuentros La guerra angloespañola (1585-1604) enfrentó a Isabel I de Inglaterra con la España de Felipe II. El conflicto se inició con victorias inglesas como la de Cádiz en 1587 o la de la Gran Armada ya en sus costas al año siguiente. No obstante, diversos éxitos españoles, el varapalo recibido por la Contra Armada isabelina y la mejora en la protección de la flota de Indias desembocaron en el debilitamiento de Inglaterra y la consecuente

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EL DESCALABRO DE LA FLOTA INGLESA

La Gran Armada, P.-J. de Loutherbourg, 1796.

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firma, en Londres, de un tratado de paz favorable a España en 1604. Motivos políticos, religiosos y económicos fueron los desencadenantes del conflicto. El creciente poder de la monarquía hispánica estaba en clara expansión en América, al tiempo que en Europa contaba con importantes apoyos. Inglaterra lo interpretaba como una amenaza, y no dudaba en respaldar a los enemigos de España. En los Países Bajos, las Provincias Unidas luchaban por su independencia de la Corona española con ayuda militar inglesa. En 1585, con la firma del Tratado de Nonsuch, se oficializaba la alianza militar angloholandesa frente a España. Asimismo, en Portugal, anexionado a la Corona española en 1580, el prior de Crato don Antonio, pretendiente al trono luso, contaba con el favor de Inglaterra. Por otra parte, las desavenencias entre el protestantismo inglés y el catolicismo español eran evidentes. Isabel I de Inglaterra, hija de Enrique VIII y Ana Bolena,

su segunda esposa, fue excomulgada en 1570 por el papa Pío V. Catorce años más tarde, Felipe II y la Santa Liga de París firmaron el Tratado de Joinville con el fin de combatir el protestantismo. En lo concerniente a la economía, los ataques de los corsarios ingleses contra los territorios españoles en las Indias y su flota, que retornaba a la metrópoli cargada de riquezas, eran continuos. Alentados abiertamente por la monarca inglesa, John Hawkins, Francis Drake, Thomas Cavendish o Walter Raleigh fueron algunos de sus protagonistas. En 1585, Drake, que sería nombrado sir por la reina en reconocimiento a su labor, saquea Vigo y Santiago de Cabo Verde y, aunque sin éxito, lo intenta en La Palma. Cruza el Atlántico y captura Santo Domingo, Cartagena de Indias y San Agustín (La Florida), por cuya devolución exige un cuantioso rescate a las autoridades españolas. Poco después, en 1587, la ejecución de María Estuardo, reina de Escocia, causa

una gran conmoción entre los católicos. Felipe II recibe autorización del papa Sixto V para deponer a la reina de Inglaterra y, finalmente, ordena armar una gran flota con la misión de invadir Inglaterra.

La Gran Armada Los preparativos de la formidable operación sufrieron contratiempos de todo tipo. La reunión de tropas en Lisboa con flotas procedentes de distintos lugares del Imperio se hizo interminable. En palabras del investigador Luis Gorrochategui: “Muchos hombres tuvieron que esperar meses embarcados. La espera produjo brotes epidémicos, esto generó retrasos que conllevaron problemas de abastecimiento”. Además, don Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz, prestigioso marino designado por el rey para ponerse al frente de la empresa, falleció en febrero de 1588. Fue Alonso Pérez de Guzmán el Bueno, duque de Medina Sidonia, quien, con escaso entusiasmo, le sustituyó.

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EL DESCALABRO DE LA FLOTA INGLESA

Jugando al gato y al ratón El trayecto de la Gran Armada y el de la Contra Armada inglesa.

Is. Orcadas Is. Hébridas ESCOCIA

OCÉANO

MAR Edimburgo DEL NORTE

ATLÁNTICO IRLANDA

Dublín INGLATERRA Londres Gravelinas (1588) Plymouth Portland Calais Le Havre París Brest

Kinsale

FRANCIA Burdeos

a Las Azores

La Coruña

La corte de Isabel I vista por el pintor Henry Gillard Glindoni.

Drake sería nombrado sir por la reina en reconocimiento a su labor contra España Al fin, la mañana del 30 de mayo zarpa la flota al completo. Tras una escala en La Coruña, la Armada española encara el canal de La Mancha. Pocas jornadas después, frente a las costas de Plymouth, se produce el primer choque con la fuerza inglesa, comandada por Charles Howard y Drake. Tras un considerable intercambio de fuego y con condiciones climatológicas adversas, los ingleses se retiran.

Vigo

Cascais Lisboa

Cabo Espichel

Santander

Madrid

E S PA Ñ A Cádiz (1587)

0

200 km

En los primeros días de agosto, naves españolas –con el galeón San Juan al mando del almirante Juan Martínez de Recalde– que cierran la retaguardia se ven rodeadas por navíos ingleses a la altura del cabo de Portland Bill. Los cañones del Revenge de Drake y del San Juan de Recalde no descansaron durante una hora. En medio del estruendo y la espesa humareda aparece la escuadra del almirante guipuzcoano Miguel de Oquendo, que se lanza contra los enemigos. Estos, de nuevo, huyen precipitadamente. Rumbo a Londres, el 8 de agosto de 1588 tiene lugar el único enfrentamiento que quizá merezca la denominación de batalla naval: el ocurrido en Gravelinas. El duque de Medina Sidonia fondea en aguas francesas, frente a Calais, a la espera de los tercios de Alejandro Farnesio que, procedentes de Flandes, debían embarcar. La desventaja del sitio, desabrigado y sometido a fuertes vientos y corrientes, es aprovechada por los ingleses para lanzar

Barcelona

MAR MEDITERRÁNEO Ruta de la Gran Armada Ruta de la Contra Armada

un contundente ataque. El balance, tras varias horas de encuentro desigual, fue tan solo de un barco español hundido y dos galeones lusos dañados. Así las cosas, la flota de Felipe II se ve obligada a huir hacia el norte y circunnavegar las islas británicas para regresar a España. Pescadores de las islas Orcadas avistan cerca de un centenar de barcos flanqueados por los imponentes galeones españoles. La noticia de que se encuentran frente a las costas de Escocia llega a Londres. Se desata la alarma, e Isabel I, desconociendo las intenciones del enemigo, da instrucciones a su armada para prevenir un eventual ataque. Tantas jornadas de navegación en condiciones tan duras pasan factura. Los fuertes temporales y las costas afiladas de Escocia e Irlanda provocan 28 naufragios en la flota española, así como un centenar de buques con daños importantes. A pesar de todo, ni un solo barco español fue abordado a lo largo de toda la campaña. Tal como ex-

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Las otras armadas Tras el desastre que supuso la expedición de la Armada “Invencible”, España no tiró la toalla. En la década de 1590, aunque sin éxito, lanzó numerosos ataques contra la Inglaterra de Isabel I. Felipe era consciente de que su poderío dependía de la superioridad en el mar. Necesitaba frenar a los ingleses, cuyos corsarios amenazaban el comercio con América, puntal de la economía de sus dominios. Finalmente, el rey decidió emprender un esfuerzo extraordinario y doblegar, de una vez por todas, a Inglaterra. Una nueva armada, dirigida por el almirante Martín de Padilla, que se había distinguido en Lepanto, zarpó rumbo a Irlanda en el otoño de 1596. Felipe II, convencido de que la ayuda divina estaba de su parte, se negó a retrasar la empresa, pese a la renuencia de Padilla a emprenderla en aquella época del año. Poco después de zarpar, la flota se vio sorprendida por un gran temporal frente a la costa gallega del que se salvaron 49 barcos de 81. En 1597 envió una fuerza más poderosa. En esa ocasión, una tempestad en el canal de la Mancha desarboló la armada. En 1601, ya con Felipe III en el trono, España lanza una nueva ofensiva. El éxito inicial al tomar la ciudad irlandesa de Kinsale se tornó en fracaso tras el asedio de las tropas inglesas. En 1602, los españoles se rindieron. Debido al prolongado enfrentamiento, Inglaterra y España se encontraban exhaustas económica y militarmente. Con la firma del Tratado de Londres de 1604, ambos contendientes pusieron fin a las hostilidades.

presa Luis Gorrochategui: “La Gran Armada no fue nunca derrotada. Jamás le negó el combate al inglés. [...] Pero la estrategia anglicana de evitar el enfrentamiento definitivo ha terminado por agotar la capacidad de permanencia de la flota en el teatro de operaciones”.

Respuesta inglesa Ante este escenario, Isabel I decide aprovechar la debilidad de los españoles y no darles tiempo para reparar sus maltrechas naves. Ordena que se dispongan los preparativos para poner en marcha la Contra Armada. Inglaterra fija tres objetivos: destruir el grueso de la armada de su rival, que se encuentra en reparación en Santander, tomar Lisboa e interceptar la flota de Indias en las Azores para colapsar la conexión con América. Francis Drake, como almirante, y John Norris, en calidad de general de las tropas de desembarco, son los designados para ponerse al frente de la flota isabelina. A la expedición se suma don Antonio, pretendiente al trono de Portugal, quien ofrece a Londres cinco millones de ducados, si alcanza el poder, y la autorización para que Inglaterra mantenga guarniciones en castillos portugueses. Así, el 28 de abril de 1589, con un total de 180 barcos y 27.667 hombres (la Gran Armada contó con 137 y 25.696, respectivamente), la fuerza inglesa leva anclas en Plymouth. En lugar de dirigirse a Santander, como se le había ordenado, Drake, con la excusa de vientos desfavorables y el temor a verse cercado por la flota española en el Cantábrico, pone rumbo a La Coruña. Allí, a lo largo de ese año, se había casi concluido la fortaleza de San Antón, en un islote frente a la amurallada ciudad. A pesar de que los ingleses no tenían ninguna experiencia en organizar grandes campañas navales, La Coruña no pudo impedir el desembarco en el interior de su ría, y la ciudad, asentada en una península, fue sitiada por tierra. Aun así, todos los ataques desde el mar fueron rechazados. La noche del 5 de mayo, los ingleses desembarcan con 1.500 hombres, atacan el muro que preserva el istmo y sorprenden por la espalda a sus defensores. Los asediados se repliegan hacia la antigua ciudad medieval, y el grueso del

Las mujeres arremeten con picas y espada contra los sitiadores ejército inglés penetra en la población. En los días siguientes, los españoles repelen varios ataques con escalas a la muralla, al tiempo que los sitiadores excavan un túnel con intención de volarla. El por entonces gobernador militar de Galicia, Juan Pacheco Osorio, marqués de Cerralbo, ordena fortalecer el tramo que están minando. La tarea se encomienda a las mujeres, que con tierra y piedra robustecen el muro de manera significativa. Al finalizar el túnel, los invasores se llevan una desagradable y devastadora sorpresa. Gracias al refuerzo realizado por las defensoras, la explosión en la mina no encuentra salida intramuros, y 300 ingleses quedan sepultados. A continua-

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EL DESCALABRO DE LA FLOTA INGLESA

Lisboa en el siglo XVI. A la izqda., María Pita, por Arturo Fernández Cersa, 1889.

ción se desata una lucha furibunda sobre los escombros, mientras arcabuceros y mosqueteros disparan sin cesar. Es entonces, tras varias horas de combate, cuando entra en acción, tras dar muerte a un oficial inglés, la heroína de la ciudad, doña María Mayor Fernández de la Cámara y Pita. Muchas mujeres, comandadas y jaleadas por María Pita, que será nombrada Alférez Perpetuo por Felipe II, arremeten con picas y espada, al tiempo que arrojan pesados adoquines sobre los invasores. Los ingleses, incrédulos, optan por la retirada. Han perdido 1.500 hombres, y los heridos se cuentan por miles. Sin haber conseguido su objetivo, las tropas de Drake se repliegan y zarpan rumbo a Lisboa. Mientras, Norris desembarca el grueso de su ejército a 80 kilómetros al norte de la capital lusa. Tienen previsto atacar la ciudad tanto por vía marítima como terrestre.

Ataque a Lisboa Lisboa estaba avisada y lista para la llegada de la Contra Armada. Cuando los ingleses se aproximan, se encuentran con una considerable defensa. Alonso

de Bazán (hermano del difunto Álvaro) se halla al mando de una poderosa flota, y cerca de seis mil hombres están preparados en tierra. Las tropas de Norris son recibidas por una intensa artillería desde las galeras de Bazán, lo que les ocasiona numerosas bajas. Los enfrentamientos no cesan, pero cada intento de avanzar por parte de los ingleses es atajado con contundencia. El 31 de mayo se lleva a cabo una exitosa encamisada (asalto nocturno realizado por un comando) que culmina con centenares de víctimas entre el ejército invasor. Tres días más tarde se lanza un ataque simultáneo, en tres frentes, con 1.100 soldados. La acción aplastó el regimiento del coronel Brett, que muere junto a sus oficiales. Norris intenta huir, pero es descubierto por los españoles, que inician su persecución. En los 20 kilómetros que separan Lisboa de Cascais, los ingleses sufrieron cerca de cinco mil bajas. Drake, acorralado, ordena zarpar sin esperar viento propicio. La flota española le alcanza, y el 20 de junio, frente al cabo Espichel, en la desembocadura del Tajo, la Contra Armada pierde siete

barcos y sufre daños en muchos más. Derrotada y dispersa, la armada inglesa regresa finalmente a Inglaterra. De los 180 buques que habían zarpado volvieron 102. Muchos de sus tripulantes estaban infectados de peste, que propagaban al bajar a tierra, por lo que se les prohibió viajar a Londres bajo pena de muerte. De todos los embarcados, solo 3.722 sobrevivieron para reclamar sus pagas. Distintas fuentes, tanto inglesas como españolas, coinciden en estas sobrecogedoras cifras, que convierten la expedición, cuyas pérdidas duplicaron las de la “Invencible”, en el mayor desastre naval de la historia de Inglaterra. ɿ

Para saber más... ENSAYO GORROCHATEGUI SANTOS, LUIS. Contra Armada. La mayor catástrofe naval de la historia de Inglaterra. Madrid: Ministerio de Defensa, 2011. KELSEY, HARRY. Sir Francis Drake. El pirata de la Reina. Barcelona: Ariel, 2002. RODRÍGUEZ GONZÁLEZ, AGUSTÍN RAMÓN. Drake y la “Invencible”. Madrid: Sekotia, 2011.

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OBJETIVO: MATAR AL PRESIDENTE Los intentos de acabar con la vida de presidentes en EE. UU. han sido casi una constante. CARLOS HERNÁNDEZ-ECHEVARRÍA PERIODISTA

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E

l 14 de abril de 1865, Abraham Lincoln estaba en la cima. Hacía solo cinco días que la guerra civil había terminado con la rendición del sur esclavista y al presidente le quedaba casi todo su segundo mandato para gestionar la paz. Lincoln decidió darse un descanso y pasar la noche del viernes con su esposa y unos amigos en el teatro, sin saber que por ello se convertiría en el primer presidente de EE. UU. asesinado. Aunque Lincoln fue el primero, otros tres presidentes más han muerto en atentados desde entonces, todos ellos por el muy estadounidense método del arma de fuego. Han sido cuatro las ocasiones en que el asesino ha logrado su objetivo, pero muchísimas más, incontables, las que se ha pretendido acabar con la vida del inquilino de la Casa Blanca. Desde Lincoln hasta hoy, el presidente ha pasado de estar protegido por un policía y una secretaria a tener un pequeño ejército de guardaespaldas siguiendo cada uno de sus movimientos. Todo para intentar evitar que lo impensable vuelva a suceder.

La estrella teatral que acabó con Lincoln John Wilkes Booth era una superestrella de su tiempo. Provenía de una afamada familia de actores, y él mismo se había labrado un gran nombre en el teatro gracias a sus representaciones de Shakespeare y a su buen porte de galán. Pero, además de todo esto, Booth era un esclavista entusiasta y un partidario declarado del sur en la guerra civil. Su decisión de no alistarse para combatir al inicio del conflicto torturaba su conciencia, así que, en la recta final de la guerra, decidió embarcarse en una operación audaz para ayudar a los suyos. Al principio, Booth y su pequeño grupo de conspiradores no querían matar a Lincoln. El plan era secuestrarlo y llevárselo al sur para usarlo como moneda de cambio. Un mes antes del asesinato, se escondieron junto a una carretera rural por la que tenía que pasar el carruaje del presidente, pero Lincoln cambió de idea y no apareció por allí. Después de planear otros intentos de secuestro, llegaron a la conclusión de que era mejor asesinarlo. Sorprende el enorme éxito que tuvo John

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Wilkes Booth, si se tiene en cuenta lo poco que pudo planear el magnicidio. No fue hasta la misma mañana del crimen cuando se enteró de que el presidente iba a acudir al teatro Ford a ver la comedia Nuestro primo americano. Por suerte para Booth, él había actuado en muchas ocasiones allí y conocía bien el lugar. Unas horas antes de la función, entró al palco donde sabía que estaría el presidente y manipuló la puerta para que no se pudiera cerrar desde dentro. Por la noche, el asesino regresó al teatro y, tras mostrar una identificación a un mayordomo del presidente, logró llegar al pasillo desde donde se accedía al palco presidencial. El único guardaespaldas de Lincoln aquella noche, el policía John Parker, que ya había sido sancionado previamente por emborracharse estando de servicio, se hallaba en ese momento bebiendo en el bar de al lado. Alrededor de las 10.15 de la noche, cuando la obra ya estaba en el tercer acto, Booth entró en el palco con un pequeño revólver Derringer y disparó a Lincoln en la cabeza a corta distancia. Tal vez por ser el asesino un actor de renombre, el crimen tuvo mucho de teatral. Según varios testigos, en el momento del disparo gritó una proclama y se enzarzó con un oficial militar que acompañaba a Lincoln esa noche, apuñalándolo con una daga. Después saltó desde el palco al centro del escenario y gritó en latín: “¡Sic semper tyrannis!” (“Así siempre a los tiranos”), y desapareció por la puerta de atrás del teatro, donde otro de los conspiradores le tenía preparado un caballo. Booth y sus compañeros querían crear un vacío de poder que permitiera al sur recién rendido levantarse de nuevo en armas. Por eso, al tiempo que el actor asesinaba al presidente en el teatro Ford, otro de sus compinches apuñalaba al secretario de Estado de Lincoln en su mansión. Booth y otro de sus aliados lograron huir hacia el sur esa misma noche, mientras Lincoln se debatía entre la vida y la muerte en una casa de huéspedes que estaba frente al teatro. A la mañana siguiente, el presidente murió. El gobierno lanzó una operación de búsqueda sin precedentes, con más de mil soldados siguiendo el rastro de Booth, además de ofrecer una recompensa enor-

Booth era tan conocido como actor que a los investigadores les resultó fácil localizarle

me por su captura. El actor era tan conocido que los investigadores no lo tuvieron difícil para localizar sus pasos. Empezaron a hacer preguntas en la pensión en la que se había alojado en Washington, y allí mismo detuvieron al hombre que había apuñalado al secretario de Estado. Varias personas más fueron arrestadas en los días siguientes, incluyendo un médico que había tratado a Booth de una fractura en la pierna durante su huida.

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Charles Guiteau asesina al presiGHQWH*DUÀHOG 1881. Grabado. A la izqda., John :LONHV%RRWKHO asesino de Abraham Lincoln. En la pág. anterior, JFK el día de su asesinato. 'DOODV

John Wilkes Booth y su compañero de escapada lograron esquivar a sus perseguidores durante doce días, pero les acabaron encontrando en un granero de tabaco donde se habían refugiado. Aunque su acompañante se rindió, el asesino del presidente dijo estar dispuesto a resistir hasta el final, y los soldados prendieron fuego al granero para obligarle a salir. Cuando lo hizo, uno de ellos disparó a Booth en el cuello. Tres horas después, el asesino del presidente Lincoln estaba muerto.

James Garfield: muerto por un cargo James Garfield estaba deseando salir de Washington. El 2 de julio de 1881 llevaba solo cuatro meses en la presidencia, pero había tenido un duro enfrentamiento con el Congreso, y ahora iba a dejar atrás el calor y la humedad de la capital para emprender unas vacaciones familiares en Nueva Inglaterra. Charles Guiteau tenía planes diferentes para él.

El presidente conocía a su asesino, aunque puede que no lo reconociera. Guiteau había tenido una reunión con él en la que le había entregado un discurso que había escrito en su nombre durante la campaña, y había exigido a Garfield que le nombrara cónsul en París como recompensa. En su entorno pensaban que estaba desequilibrado, pero él creía que su discurso había sido fundamental para la elección del nuevo presidente. Cuando este no le dio ningún cargo, Guiteau se lo tomó bastante mal, y una noche tuvo una visión mientras dormía: Dios quería que matara a James Garfield. El asesino concibió cuidadosamente el crimen. Hizo prácticas de puntería y escogió un revólver con empuñadura blanca en el convencimiento de que acabaría en un museo (como así fue, aunque la Smithsonian Institution perdió la pieza en algún momento). Después recorrió la capital durante semanas en busca de una oportunidad para disparar a Garfield. Parecía que no iba a lograrlo, pero

la mañana en que el presidente empezaba sus vacaciones Guiteau se encontraba al acecho en la sala de espera de la estación de Baltimore Potomac. El primer disparo apenas rozó el brazo de Garfield. Sin embargo, el segundo le penetró en la espalda. Charles Guiteau trató de huir, pero lo retuvo una multitud que, de no ser por la intervención de la policía, lo habría linchado allí mismo. Aunque la herida no era necesariamente mortal, el presidente topó con un enemigo mucho más peligroso aún que un demente que quería ser cónsul: la medicina del año 1881, que fue la que en realidad mató a James Garfield. Solo en los momentos inmediatamente posteriores al disparo, una decena de médicos examinó al presidente y toqueteó su herida sin siquiera lavarse las manos. Se empezó a recuperar bien durante los primeros días, pero los tratamientos erróneos le hicieron empeorar. Mientras le atiborraban de alcohol y morfina, seguían rebuscando en la he-

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presidente McKinley, jefe de nuestra nación y de nuestro imperio”. Pero, entre tanto seguidor entusiasmado, había un joven con ideas muy diferentes. Leon Czolgosz era un obrero estadounidense de origen polaco que se declaraba anarquista y había leído con gran interés la historia de Gaetano Bresci, el hombre que asesinó al rey italiano Umberto I. Unos días antes de la llegada de McKinley a Buffalo, Czolgosz se compró la misma arma que había usado su héroe y esperó su oportunidad. En ese discurso multitudinario que pronunció McKinley al llegar a la feria, Czolgosz estaba muy cerca, pero tuvo miedo de fallar. Al día siguiente decidió acercarse mucho más y, con la pistola envuelta en un pañuelo, se unió a la fila de los que esperaban para estrechar la mano del presidente. Cuando fue su turno, le disparó dos veces antes de que lo derribaran. Una bala rebotó en un botón

El anarquista /HRQ&]ROJRV]DVHVLQDD:LOOLDP0F.LQOH\

rida sin ninguna higiene para tratar de extraer la bala, llegando a convocar al inventor del teléfono Alexander Graham Bell para que les ayudara con un rudimentario detector de metales. Después de dos meses la infección era ya terrible, y se lo llevaron a la costa a intentar salvarlo. Allí, en esas vacaciones que tantas ganas tenía de tomarse, fue donde murió. Le habían disparado 79 días antes, y solo llevaba 200 como presidente. En cuanto a Charles Guiteau, su locura no le salvó de pagar por el crimen. Estaba convencido de que, cuando Garfield muriera y el vicepresidente Chester Arthur llegara a la Casa Blanca, este lo indultaría. Cuando eso no sucedió, su defensa decidió alegar locura. Sin embargo, el jurado no se lo tragó, y lo declaró culpable después de deliberar apenas una

hora. En el juicio había declarado que él había disparado, pero que los que habían matado a Garfield eran sus médicos. Aunque probablemente tenía razón, fue ahorcado en Washington un año después de disparar al segundo presidente asesinado de la historia de EE. UU.

William McKinley, víctima de un anarquista Al presidente McKinley la vida le sonreía a finales del verano de 1901. En su primer mandato, había echado a España del Caribe y las Filipinas y había logrado la reelección con poco esfuerzo. Cuando llegó a la Exposición Internacional Panamericana de Buffalo, más de cien mil personas se juntaron para escucharle hablar, y un espectáculo de fuegos artificiales escribió en el cielo: “Bienvenido,

Para Czolgosz, no debían existir los mandatarios y creía correcto matarlos de McKinley, pero la segunda entró en el estómago del presidente. La reacción de McKinley es una de las más célebres en la historia de los atentados. Primero se acordó de su mujer: “¡Mi esposa! Tened cuidado de cómo se lo decís”, y luego ordenó a los soldados y a los policías que dejaran de golpear a Czolgosz. El asesino, sin embargo, no fue tan clemente. Desde un primer momento dejó claro que había actuado en solitario y por motivos ideológicos: “No creo que debamos tener mandatarios y, por tanto, creo que es correcto matarlos”. Su sinceridad le llevaría a la silla eléctrica después de un juicio de ocho horas en el que el juez no quería dejarle declararse culpable. En cuanto a McKinley, sus médicos fueron tan optimistas en un principio que hasta su vicepresidente y

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sucesor se fue tan tranquilo de vacaciones. No tardaría en tener que volver, porque las heridas del presidente se gangrenaron, y McKinley murió solo seis días después del atentado.

Kennedy: la eterna conspiración En menos de sesenta años, EE. UU. había perdido a tres presidentes a punta de pistola. Parecía casi que cada generación estaba destinada a tener su magnicidio, pero tras la muerte de McKinley el gobierno se puso serio y empezó a proteger como es debido a los inquilinos de la Casa Blanca. El Servicio Secreto del Departamento del Tesoro se hizo cargo de su seguridad, y así pasaron seis decenios sin asesinatos. Aquellas muertes de presidentes ya parecían una sombra del pasado cuando John F. Kennedy viajó a Texas en 1963. Todos tenemos la imagen en mente: el joven presidente Kennedy y su esposa Jackie van por las calles de Dallas en un coche descapotable. Es una soleada mañana de noviembre y queda todavía un año para las elecciones. Las aceras están llenas de gente, pero al pasar por el parque Dealey Plaza ya quedan menos curiosos. Es entonces cuando suenan los disparos: la primera bala entra por el cuello de Kennedy y sale por su garganta, la segunda le destroza la cabeza. No hay agonía como con Lincoln, Garfield o McKinley. Media hora después de recibir los impactos, el presidente es declarado muerto en el hospital. Por primera vez en la historia, los estadounidenses reciben las malas noticias casi instantáneamente. Las grandes cadenas de televisión interrumpen su programación y pasan varios días retransmitiendo el minuto a minuto de la desgracia nacional. Muestran las imágenes del tiroteo, pero también el luto: vemos al hijo del presidente fallecido, que cumple tres años ese día, hacer el saludo militar al féretro de su padre. Vemos el drama de la familia y la fortaleza del gobierno, que ha seguido en marcha exactamente como preveían las leyes. Da la vuelta al mundo la imagen de Lyndon Johnson jurando el cargo en el avión presidencial, junto a una Jackie Kennedy que aún lleva el vestido manchado con la sangre de su marido.

Muertes “bajo sospecha” Dos teorías apreciadas por los devotos de la conspiración Hay dos presidentes cuyos fallecimientos han dado mucho que hablar. El primero es Zachary Taylor, que, tras celebrar la fiesta nacional el 4 de julio de 1850, regresó a la Casa Blanca muy acalorado y se dio un homenaje a base de cerezas, leche helada y agua. El menú lo mató: falleció tras cinco días de terribles diarreas y deshidratación. Su médico personal creyó que el causante era el cólera, pero se ha querido especular con un envenenamiento.

El otro caso más citado por los conspiranoicos es el de Warren Harding (abajo, con su esposa), que tenía una salud delicada,

pero decidió embarcarse en una gira por el país de cara a su reelección. En el viaje, su estado dio señales de alarma, y los doctores de la Casa Blanca querían intervenir, pero su médico personal, un homeópata, decía que no había de qué preocuparse. Después de varios incidentes y de algunos días con fiebre, murió de repente en la cama mientras su mujer le leía un elogioso artículo de prensa. Sus últimas palabras fueron las más apropiadas para un político que se encuentra ante un periódico que habla bien de él: “Qué bueno, continúa”. Pero hubo quien dejó caer la posibilidad de que le hubiera asesinado su esposa, en venganza por supuestas infidelidades.

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Matar al candidato La carrera a la presidencia también comporta peligro

de un año, entregaron un informe que decía que Lee Harvey Oswald actuó en solitario, aunque en los años setenta una comisión de la Cámara de Representantes concluyó que, muy probablemente, otra persona más disparó contra Kennedy aquel día. Se ha especulado con que el autor o autores pudieron recibir apoyo del exilio cubano, la Mafia o incluso de los propios servicios de seguridad de EE. UU., pero nada de esto ha sido probado.

Cientos de intentos

A veces, en EE. UU., la muerte le ha llegado al político antes de ser elegido presidente. El caso más conocido es el del senador %REE\.HQQHG\ DUULED DVHVLQDGR cinco años después que su hermano John. Había ganado la primaria de &DOLIRUQLDDTXHOODQRFKH\WHQtDEXHnas perspectivas de cara a las elecFLRQHVJHQHUDOHVSHUROHPDWyXQ refugiado jordano que rechazaba su apoyo al estado de Israel. Años desSXpVXQWHUFHUKHUPDQRHOVHQDGRU 7HG.HQQHG\WDPELpQTXLVRVHUSUHVLGHQWH7UDVVXIDOOHFLPLHQWRHO)%, reveló las decenas de amenazas de muerte que recibió por ello. A pesar de que, por primera vez, la muerte de un presidente se ve en directo, o tal vez precisamente por ello, el asesinato de Kennedy despierta mil teorías conspiratorias que aún viven hoy en día. Lee Harvey Oswald fue detenido solo unas horas después del crimen. Es un empleado del depósito de libros desde el que se cree que se han hecho los disparos, pero no solo eso: además es un exmarine con formación de tirador de élite que ha vivido un par de años en la Unión Soviética y simpatiza con el comunismo. Él niega su autoría desde el principio, pero la teoría de una gran conspiración se refuerza cuando, dos días después, él mismo muere

Un feroz enemigo de los .HQQHG\HOJREHUQDGRUUDFLVWD GH$ODEDPD*HRUJH:DOODFHWDPbién sufrió la violencia en campaña. Había saltado a la fama como el gran defensor de la segregación racial cuando quiso impedir por la fuerza que alumnos negros estudiaUDQHQOD8QLYHUVLGDGGH$ODEDPD\ en 1972 se presentaba por tercera vez a la presidencia. Un joven de 21 años llamado Arthur Bremer le disSDUyHQXQPLWLQGHMiQGRORSDUDSOpjico. Su crimen ni siquiera tenía un fin político: quería ser famoso y tenía HQPHQWHPDWDUDOSUHVLGHQWH1L[RQ pero Wallace estaba más a mano. asesinado antes de poder defenderse en un juicio. La policía lo estaba trasladando a una cárcel más segura delante de las cámaras, que retransmitieron en directo su alegato de inocencia y el momento en el que Jack Ruby le disparó a corta distancia. Oswald morirá en el mismo hospital donde había fallecido Kennedy horas atrás, y también Jack Ruby morirá, de una embolia, antes del juicio definitivo. La historia oficial del crimen la escribió la Comisión Warren, un comité investigador formado por orden del sucesor de Kennedy que tomó el nombre de la persona que lo encabezaba, el presidente de la Corte Suprema Earl Warren. Después

A cuatro presidentes los han asesinado, pero ¿a cuántos más han intentado matar? La respuesta más probable quizá sea que a casi todos, al menos en la era más reciente. El presidente de EE. UU. recibe amenazas todos los días, y muchas veces los autores no se quedan en la mera intimidación. Ha habido unas cuantas ocasiones en las que han estado muy cerca. En 1835, un pintor en paro intentó disparar al presidente Andrew Jackson en el Congreso, pero por fortuna las dos armas se le encasquillaron. En 1912, un camarero disparó a Theodore Roosevelt –que había ocupado la presidencia hasta 1909– durante un mitin, aunque por suerte la bala perdió fuerza al atravesar las cincuenta páginas de discurso que llevaba escritas. Roosevelt aumentó su leyenda negándose a recibir atención médica hasta acabar de pronunciarlo. A Franklin D. Roosevelt le dispararon en Miami en 1937. Él salió ileso, pero su acompañante, el alcalde de Chicago, murió unos días después a consecuencia de las heridas. A Gerald Ford le intentaron tirotear dos veces en 1975 en menos de tres semanas, y la policía detuvo a dos hombres armados por tratar de atentar contra su sucesor, Jimmy Carter, en 1979. El último presidente seriamente herido en un atentado fue Ronald Reagan, en 1981. Un desequilibrado llamado John Hinckley disparó seis veces contra el presidente con el objetivo de impresionar a Jodie Foster, la actriz con la que estaba obsesionado. Reagan recibió un balazo en el pecho y necesitó cirugía y dos semanas de ingreso en el hospital. Es muy recordado el buen humor con el que se tomó lo sucedido. Cuando entró en quirófano, dijo a los médicos: “Por favor, decidme que sois republicanos”. Hinckley fue ab-

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Instantes GHVSXpVGHODWHQWDGRFRQWUD5HDJDQPDU]RGH

Sadam Husein le envió un coche bomba a Bush padre durante una visita a Kuwait suelto por razones de salud mental y ha pasado la mayor parte de su vida en un hospital psiquiátrico, aunque desde 2016 está en una especie de libertad vigilada. Si bien la mayoría de los intentos de asesinato se han producido en actos públicos, otros asesinos potenciales han sido mucho más creativos. En 1950, dos nacionalistas puertorriqueños asaltaron a tiro limpio la casa donde dormía la siesta el presidente Truman, matando a un guardaespaldas e hiriendo a dos. Otro aspirante a asesino presidencial secuestró un avión para intentar estrellarlo en 1974 contra la Casa Blanca de Nixon, y acabó matando a los dos pilotos y suicidándose cuan-

do no pudo despegar. Sadam Husein le envió un coche bomba a Bush padre durante una visita a Kuwait en 1993, y el año siguiente un tipo estrelló una avioneta contra la Casa Blanca de Clinton. El demócrata sufrió varios atentados más, incluido uno organizado por Osama bin Laden, que colocó una bomba en el puente que el presidente debía atravesar durante un viaje a Filipinas en 1996. La racha sigue: en los mandatos de Bush hijo y de Obama se disparó contra la Casa Blanca, pero, además, al primero le tiraron una granada que no explotó durante un viaje a Georgia, y al segundo le mandaron una carta con veneno. En cuanto a Donald Trump, sabemos que, durante un acto de campaña en Las Vegas, un británico intentó quitarle la pistola a un policía para matar al candidato, pero no lo logró. Después de once meses encarcelado, fue deportado a Gran Bretaña. Está claro que ser presidente en EE. UU. es un trabajo de alto riesgo, por eso su seguridad es un asunto tan serio y tan caro. Cada vez que sale de viaje, ello representa mover un mínimo de dos aviones presidenciales, cinco helicópteros y

tres ejemplares de su limusina a prueba de bombas y ataques biológicos, “la Bestia”. Además, se pone en alerta a un equipo de las fuerzas especiales del Ejército y a otro del FBI especializado en rescate de rehenes. Todo ello sin contar con que el servicio secreto dispone de 5.500 agentes cuya principal misión es proteger al presidente, al vicepresidente y a sus familias. Y aun así, cada poco tiempo, hay un error que les indica que sigue siendo posible “matar al presidente”. ɿ

Para saber más... BIOGRAFÍA $/)25'7(55