Godoy 2018 - La Puerta Del Desierto

A Gabriel y Olga, mis padres y, por supuesto, a Gabriel Godoy Sandoval, mi niño querido. LA PUERTA DEL DESIERTO. ESTAD

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A Gabriel y Olga, mis padres y, por supuesto, a Gabriel Godoy Sandoval, mi niño querido.

LA PUERTA DEL DESIERTO. ESTADO Y REGIÓN EN ATACAMA: TALTAL, 1850-1900 Milton Godoy Orellana.

simulado extos simulados texto Laboratoire International Associé (LIA) texto sim ado textos simulados MINES - “Archéologe, histoire et anthropologie des systémes miniers dans le desért d’Atacama”, Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS), Chili.

2018

“El desierto de Atacama presenta, pues, un vasto campo abierto a la industria minera y merece bajo este punto de vista toda la atención del gobierno. Si por un lado conviene dejar a la iniciativa privada particular toda su libertad de acción, hay por otra parte obstáculos que hacen difícil y costosa toda empresa en esta región, y dependen en gran parte de las medidas que tome el gobierno. He señalado ya el puerto de Taltal como el punto más importante de la costa y la verdadera puerta para penetrar en el desierto, pero no existe hasta ahora ningún medio fácil de transportarse a este. […] Tocando los vapores en Taltal se abreviaría el camino en dos jornadas, y además la facilidad de proporcionarse todos los objetos necesarios a la vida, atraería más pronto numerosos pobladores” Amadeo Pissis. Santiago, junio de 1877.

Godoy Orellana, Milton La puerta del desierto. Estado y Región en Atacama: Taltal, 1850-1900 / Milton Godoy Orellana. 1a ed. Santiago, Chile: Mutante Editores, 2018. 320 p.; maps; il. 14x20 cm. ISBN 978-956-9217-13-5 MINERIA-HISTORIA-CHILE 2.- ESTADO-REGIÓN 3.- MINERIAURBANISMO.

Primera edición: septiembre de 2018. © Milton Godoy Orellana, 2018 Inscripción: A-289374 ISBN 978-956-9217-13-5 1.000 ejemplares. Mutante Editores, 2018. Ediciones Universidad Academia de Humanismo Cristiano. Les systèmes miniers dans le désert d’Atacama (LIA Mines AtacamaCNRS). Universidad de Tarapacá. Comité científico: Dr. Nicolas Richard; Dr. (c) Pablo Artaza Barrios; Dr. Carlos Donoso; Dra. (c) Viviana Gallardo Porras; Dr. David Galaz-Mandacovic. Impresión: Andros, S.A. Diseño portada: Milton Godoy Orellana - Marco Murúa C. Diagramación: Marco Murúa C. Elaboración cartográfica Manuel Méndez y Marco Murúa C. Fotografía de portada: Vista de Taltal (detalle), 1894. Colección Museo Histórico Nacional, N° de inventario AF-51-92, papel positivo monocromo. Impreso en Chile.

ABREVIATURAS.

ANHIAT:

Archivo Nacional Histórico. Intendencia de Atacama. Santiago.

ANHJT: Archivo Nacional Histórico. Judiciales Taltal. Santiago. ANHMININT:

Archivo Nacional Histórico. Ministerio del Interior. Santiago.

ANHSM:

Archivo Nacional Histórico. Colección Santa María. Santiago.

ANHVM:

Archivo Nacional Histórico. Colección Vicuña Mackenna. Santiago.

ANBS:

Archivo Nacional de Bolivia. Sucre.

ANBSMRE:

Archivo Nacional de Bolivia. Sucre. Ministerio de Relaciones Exteriores. Sucre.

AHPUCNMININT: Archivo Histórico Pontificia Universidad Católica del Norte. Ministerio del Interior. Antofagasta. AHPUCNMRE:

Archivo Histórico Pontificia Universidad Católica del Norte. Ministerio de Relaciones Exteriores. Antofagasta.

AHMC:

Archivo Histórico Municipal de Copiapó.

AHMRAIAT:

Archivo Histórico Museo Regional de Atacama, Intendencia de Atacama. Copiapó.

AHMRATGV:

Archivo Histórico Museo Regional de Atacama, Gobernación de Vicuña. Copiapó.

BDLCH:

Boletín de Decretos y Leyes de Chile.

Índice

Prólogo. 13 Introducción: La puerta del desierto. 21 ¿Un gigante con pies de barro? Estado y región en Chile: Atacama meridional (Taltal), 1850-1900. 43 Las placillas del desierto. Construcción de espacio urbano en el despoblado de Atacama. Bolivia y Chile, 1870-1900. 89 La Placilla de Cachinal de La Sierra y la minería de la plata en el sector meridional del despoblado de Atacama. Taltal, 1880-1900. 115 La ley es una moneda en el desierto: Agentes estatales, empresarios mineros y conflictos de intereses en la periferia del Estado nacional chileno: Taltal, 1850-1900.

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Los prolegómenos de una crisis episódica: El cantón de Taltal y la ley de impuesto a la producción salitrera. 1873-1883.

189

Donde el cóndor de Los Andes apenas se posa tímido. El puerto de Cobija y el litoral de Atacama en el informe del coronel Quintín Quevedo, julio de 1867.

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Bibliografía. 283

Prólogo

Hace –aproximadamente– una década conocí personalmente a Milton Godoy Orellana, si mal no recuerdo fue en la conmemoración de los cien años de la masacre obrera en la escuela Santa María de Iquique. Tenía entonces la información que se trataba de un investigador que se interesaba en el Norte Chico, localidades como La Ligua eran de su interés específico. Recuerdo que dirigía Valles, Revista de Estudios Regionales, donde me invitó a publicar. Entonces, no podía imaginar que años después cruzaría el Paposo para interesarse en el Norte Grande, tal como lo hicieron los pirquineros, cateadores y peones chilenos de Chañaral, Copiapó, Coquimbo, en los albores del siglo diecinueve, siguiendo esos derroteros que los llevarían hacia explotaciones mineras, como Caracoles, que transformaron el desierto de Atacama de un despoblado en el más preciado de los territorios. Fue precisamente en una visita de terreno al desierto antofagastino, cuando en el viaje entre Sierra Gorda y Caracoles Godoy me comentó su interés en la minería del Norte Grande. Después, recorriendo el cantón salitrero de Taltal, estaba muy decidido, a pesar del riesgo del camino, en conocer una casi desconocida explotación minera llamada Cachinal de La Sierra. El resultado de ello fue su artículo titulado “Las placillas del desierto: Construcción de espacio urbano y sociabilidad en el despoblado de Atacama. Bolivia y Chile, 1870-1900”, allí hablaba de Caracoles, Cachinal y Esmeralda. Abordó la importancia de las placillas, sino que también la presencia del Estado chileno y, lo que para mi era lo más importante: el carácter urbano de estos sitios mineros; pues yo venía sosteniendo que ese carácter era solo atribuible (y lo sigo sosteniendo) a los cantones salitreros y no a las explota13

ciones mineras aisladas. Si bien, como lo sostiene nuestro autor, Cachinal de la Sierra se articuló con el cantón salitrero a través del ferrocarril que le unió al puerto de Taltal. De todas formas, la idea de la urbanización del cantón ha sido discutida con el historiador Pablo Artaza, incluyendo la dimensión económica, socio-política y de complejidad cultural. Desde la perspectiva de la historiografía salitrera, había una deuda con el más austral de sus cantones, pues –como bien lo señala Godoy– hubo una cierta subvaloración de Taltal en comparación con Tarapacá, Tocopilla y el cantón central de Antofagasta, que concentraron el interés de los historiadores. Reconociendo el aporte de investigadores taltalinos como Alexander San Francisco, Benjamín Ballester, Jairo Sepúlveda, Milenko Lasnibat, Ariel Sepúlveda, entre otros, quienes habían realizado un aporte al conocimiento de este cantón salitrero y algunas oficinas en particular, como Flor de Chile, considero que Milton Godoy Orellana en muy corto tiempo ha logrado una producción notable llenando ese vacío historiográfico. Cabe destacar también los aportes de Rodolfo Contreras, director del Museo de Taltal, y de Sergio Prenafeta, periodista científico. Todos ellos, nos han podido contar algo más de salitreras como San Pedro, Flor de Chile, J. A. Moreno, Chile, Santa Luisa, Lautaro, Caupolicán, Lilita, Ghizela, Britania, Salinitas, Tricolor, Esperanza, Ballena, Bascuñán, de pueblos como Catalina o puertos como Oliva y el propio Taltal. Nuestro autor menciona a Lautaro, Germania, Santa Catalina del norte, Santa Catalina del sur, Santa Luisa, Guillermo Matta, Flor de Chile, Rosario, Chilena, Española, Sara, José A. Moreno, Sudamérica, Atacama, Unión y Chicoca. No tengo dudas que Milton Godoy las ha visitado o las visitará, porque debo reconocer que es de aquellos historiadores que necesitan el sol en la piel y percibir la vida de quienes son sus protagonistas en la Historia, con H mayúscula, aunque se trate de solamente una placilla o un campamento. Y tampoco elude las interpretaciones de conjunto, y este libro así lo demuestra, está intentando una explicación general de la minería taltalina. Y no solo taltalina, y tampoco se detiene en la minería. La necesidad de Godoy por reconocer e investigar el papel del Estado-nación chileno en el Norte Chico, primero, y en el Norte Grande, después, es un claro indicador de su deseo de tener un enfoque estructural del fenómeno. Define al Estado como un Gigante con pies de barro, y tiene mucha razón, para contarnos de 14

su fragilidad en regiones como Atacama y, sin embargo, pareciera que allí está también su fortaleza, porque el vacío estatal lo llena la comunidad. Cabe indicar, que otro de los aspectos a destacar de la historiografía de Godoy Orellana es que, siendo un historiador social, logró escapar de ese remolino que es la historiografía obrerista que atrapa a quien se aproxima a la problemática minera; más aún, cuando se tiene sensibilidad social y compromiso con la causa de los trabajadores. No cabe duda de la importancia de la historiografía sobre el movimiento obrero, sin embargo, no puede ser una propuesta totalizadora que a través de ella se pretenda explicarlo todo, obnubilando otros problemas tan importantes como fue la conquista del desierto por esos mismos obreros y otros sujetos, la construcción de pueblos y campamentos, la vida cotidiana y la cultura popular, las vías de comunicación y los flujos de bienes y personas de diferentes procedencias. Sabella decía que el pampino era un hombre de cuatro rumbos, porque era hijo de los cuatro puntos cardinales. Milton Godoy, ha sido uno de los primeros en observar esa relación entre Norte Grande y Norte Chico, donde –a pesar del concepto– sería este último quien le diera vida y nombre al primero. El Norte Grande asociado a la “gran minería” y el “Norte Chico” a la pequeña minería, parecen distanciarse en escala y éxito, donde la quebrada de Taltal deviene en frontera interior, para separar a unos y otros. Este historiador con perspectiva interdisciplinaria indaga otros lazos que son más profundos, como el sociológico y antropológico, expresado en la movilidad de cientos y miles de hombres y mujeres que con sus tradiciones a cuesta llegaron al desierto de Atacama para construirlo social y culturalmente bajo el carácter e identidad chilenos. Taltal fue la región fronteriza donde se localizó nitrato de soda en cantidad suficiente para la industrialización, distanciándole de Chañaral solo por los azares de la naturaleza. Parte de esta reflexión, la pude compartir con Milton Godoy en el escrito a dos manos: “Norte Chico y Norte Grande: Construcción Social de un Imaginario compartido, 1860-1930”. El concepto Norte Grande fue el que diferenció a sus habitantes de los del Norte Chico, a pesar de las raíces comunes. Hasta el baile “Chino” de La Tirana que procede de Andacollo, temática estudiada tempranamente por Milton Godoy, ya se ha enajenado de su origen. Los habitantes de las provincias de Tarapacá y An15

tofagasta sintieron que formaban parte del mismo mapa no solo frente a la geografía nacional sino mundial. Desde entonces ha sido reconocido el Norte Grande como una macro-zona, donde Copiapó no forma parte. Taltal fue –en definitiva– a partir del siglo diecinueve una frontera que separó a los dos “nortes”, dándoles una identidad diferente a las poblaciones que habitaron el desierto de Atacama. Esa diferenciación no tuvo relación alguna con Perú o Bolivia, pues la población de esas nacionalidades se ubicó preferentemente en todos los cantones de Tarapacá y en los del Toco y Central o Bolivia de Antofagasta, mientras Taltal fue siempre habitada por chilenos de las regiones al sur del Paposo. Hemos discutido con nuestro prologado que la tensión entre Estado y Nación se hace explícita en lugares como los del desierto de Atacama (que en el amanecer del siglo diecinueve, algunos ni siquiera estaban nombrados o sus topónimos no eran comprensibles a los nuevos habitantes), donde no hay o son escasos los aparatos (ideológicos) del Estado para consolidar política y administrativamente esos territorios, entonces es la Nación la que precede y actúa a través de los habitantes. Sociológicamente hablando, en el siglo diecinueve, Atacama fue primero habitada, después nombrada y luego mapeada y registrada en la oficina de la República o las repúblicas, donde la minería fue el atractor esencial. Acertadamente, Godoy nos habla de los proyectos de Estado, afirmando que como “en la mayoría de los países latinoamericanos del siglo XIX, el Estado en Chile era un verdadero gigante con pies de barro, pues bastaba alejarse un poco de las ciudades mayores que concentraban el poder económico y político para verificar las precarias condiciones del ejercicio de la administración pública, en especial al adentrarse desde Copiapó al despoblado de Atacama, hasta avanzado el siglo XIX”. Esta afirmación ensalza a los actores de esa epopeya que significó construir el Norte Grande, primero surgió como una idea, luego un concepto, una palabra que se hizo parte del lenguaje cotidiano, con pleno sentido y significado. Hasta llegar a verlo en la portada de ese libro emblemático que escribió Andrés Sabella en 1944. Sabemos quien cerró el camino del concepto, pero no quienes lo crearon, dónde y en qué momento. Si alguien puede descubrirlo ese es Milton Godoy. 16

Volviendo a lo específico, también puso su ojo escrutador en Cobija, donde demuestra con documentos la efímera existencia de este puerto que estaba habitado por extranjeros, incluyendo chilenos, más que por bolivianos, exceptuando la guarnición militar. Ese artículo, con título poético: “Donde el cóndor de Los Andes se posa tímido. El puerto de Cobija y el litoral de Atacama en el informe del coronel Quintín Quevedo, julio de 1867”, se suma a una polémica entre historiadores (pero sobre todo políticos y diplomáticos) que no terminará hasta que la concordia vuelva a ocupar el lugar que le corresponde en la academia. Nuestro autor no niega la presencia boliviana en Cobija o Lamar, sino su consolidación como puerto y la breve temporalidad de su auge. Según Godoy, hubo una disputa por el desierto de Atacama desde el periodo republicano temprano y, en ese contexto, se entiende la construcción del puerto de Lamar en 1825 y Mejillones en 1867, agregando Antofagasta en 1868, que hacia 1872 ya contaba con municipalidad, pero casi completamente chilena. Cómo obviar los personajes que tuvieron la osadía de fundar una ciudad a partir de La Chimba. Destacan las figuras de José Santos Ossa y Francisco Puelma, entre otros. Los hermanos Latrille, representan a los aventureros europeos que llegaron a estas costas a iniciar nuevas industrias, ellos fueron estudiados por el historiador tocopillano Damir Galaz-Mandakovic. Igualmente, considero que Milton Godoy pasa revista y hace un indirecto homenaje a los primeros exploradores del desierto de Atacama como Rodulfo Philippi, cuyo libro Viaje al desierto de Atacama ha sido una fuente inagotable de la que han bebido muchos investigadores contemporáneos. Después recorrería las pampas Amadeo Pissis, en busca de recursos como una misión para el Estado de Chile, experiencia que resultó en su expresivo libro Minerales, guano y salitre de Atacama (Santiago: Imp. Nacional, 1877). Una pampa lleva su nombre en Tarapacá. Como olvidar a otro gran sabio, Ignacio Domeyko, que dejó su nombre en una cordillera en el límite oriental del desierto de Atacama. También destaca a José Victorino Lastarria, quien tuvo mucha influencia en las políticas públicas relativas al norte salitrero, como fue su Moción presentada al senado en sesión del 7 de agosto de 1876 sobre erección de dos nuevos departamentos en el territorio del norte de la provincia de Atacama, publicada en 1908. Y, por cierto, el geógrafo Francisco San Román, quien levantó los 17

primeros mapas de la frontera con Argentina, jefe de la comisión exploradora del desierto. Este notable geógrafo que precedió a Bertrand y Riso-Patrón, llamó la atención del historiador antofagastino, José Antonio González Pizarro, quien le allanó el campo de estudio a Milton Godoy. Es interesante leer de un investigador especializado en archivos, mencionar reiteradamente a exploradores, pirquineros, baqueanos y cateadores, cuando no es fácil que estos últimos puedan ser detectados en los documentos. Sin embargo, lo relevante, es que Godoy se aleja de esa mirada turneriana, sarmientina, decimonónica, ilustrada, elitista y positivista que tanto caracterizó a nuestra historiografía nacional hasta el siglo pasado. Como regalo, quizás, conoció en Copiapó a Alejandro Aracena Siares, un minero que en palabras del propio Milton Godoy: “me ha aportado una perspectiva nueva de conocimiento de la minería regional, en la voz de quien devino de antiguo explorador, pirquinero y explotador de minas, en un colega historiador que brilla con mérito propio...” La generosidad siempre tiene dos direcciones. Una pequeña diferencia de perspectiva con mi prologado es la mirada que tengo de la frontera de Taltal, pues la veo de norte a sur, en cambio él la observa desde el sur hacia el norte, quizás por ello habla de “La puerta del desierto…” en este libro, y tiene razón, es la mirada desde Chile, desde los pioneros venidos de esas regiones del centro-sur, de los pirquineros de Copiapó, de los enganchados, pero también desde el ojo contable del Estadocentral. Los nacidos en el Norte Grande, aunque seamos hijos de esos pioneros, pirquineros, funcionarios, militares, enganchados, etc., venidos desde el sur, ya no vemos puertas, habitamos el desierto como nuestro lar. Por ello, comparto esa opinión del antropólogo mexicano Gilberto Giménez y Catherine Héau Lambert, siguiendo a Bonnemaison: “La apropiación del espacio, sobre todo cuando predomina la dimensión cultural, puede engendrar un sentimiento de pertenencia que adquiere la forma de una relación de esencia afectiva, e incluso amorosa, con el territorio. En este caso el territorio se convierte en un espacio de identidad o, si se prefiere, de identificación, y puede definirse como “una unidad de arraigo constitutiva de identidad”1. Ver Sergio Gonzalez y Sandra Leiva, “El Norte Grande durante el ciclo del salitre; la política salitrera y la política exterior en la formación de un espacio transfronterizo 1

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De ese modo, esos pioneros, cateadores, pirquineros, funcionarios, militares, viajeros que se avecindaron, enganchados, etc., devinieron en pampinos, desde Pisagua hasta Taltal. Llegando a expresarse desde el siglo diecinueve esta nueva identidad en una también nueva literatura, como lo indica Mauricio Ostria González, actualmente el más versado especialista en literatura nortina: “(…) en la geografía literaria de Chile, el llamado Norte Grande ha sido objeto de poemas y relatos, en buena medida pertenecientes a escritores de otras zonas que, en ocasiones, visitaron o habitaron por períodos limitados alguna ciudad o poblado nortino (…)2. El concepto Norte Grande agrupa a toda la producción literaria minera, sea salitre o cobre, plata o bórax, incluso guano, también considera a los puertos y los valles, pero sobre todo es sinónimo de desierto. Milton nos cuenta que “en enero de 1884 los departamentos de Copiapó y Caldera, se dividieron, creándose el nuevo departamento de Taltal e instalándose un juez letrado”, sin embargo, seguía existiendo ese fantasma “del control de la tierra de nadie”, por ello, destaca la movilización de los vecinos de Cachinal de La Sierra reclamando por el nombramiento de autoridades desde la capital. No fue el único territorio del Norte Grande donde la población no solo precedió al Estado Nacional, sino le exigió su presencia, en el caso de Tarapacá Luis Castro lo dejó muy establecido. Los movilizados por este tipo de reivindicaciones no son solo obreros, son todos, habitantes que exigen ser reconocidos como parte del Estado-nación: ciudadanos. Dijimos que la generosidad tiene doble dirección, también los flujos de migrantes. Los mineros del Norte Chico que se aventuraron por el temido descampado de Atacama, para habitarlo hasta transformarlo en la querida pampa, con las crisis salitreras se vieron desarraigados y muchos debieron retornar a sus pueblos de origen, de sus padres o abuelos. Así como llevaron sus costumbres más allá del Paposo o del Loa, hicieron lo propio –cuando retornaron– portando una mochila con lo recibido en esas tierras generosas, habitadas también por hombres y mujeres de lenguas y tradiciones distintas. Tomemos como ejemplo al industrial (Bolivia y Chile, 1880-1929)”, en Estudios Atacameños 52 (San Pedro de Atacama 2016): 11. 2 Mauricio Ostria, “La identidad pampina en Rivera Letelier”, en Acta literaria 30 (Concepción 2005):71.

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chileno Daniel Oliva, quien después de visitar Taltal se aventuró en Tarapacá, Thomas O´Brien señala: “antes de finales de 1877 Daniel Oliva y Jenaro Canelo habían vendido sus oficinas al Estado. La expropiación había dejado a pequeños operarios como Oliva con una devolución de su capital, pero sin futuro en Tarapacá”3 . Oliva tuvo que volver a vestirse de pionero en Taltal. Vemos que no solo se asoció a un industrial peruano (Jenaro Canelo) muy influyente, sino aprendió todo lo necesario para volver a ser un empresario salitrero en Taltal, donde levantó un puerto. Godoy lo tiene registrado en 1881 como Gobernador en Taltal y en 1876 como empresario salitrero junto a europeos como Andrés Keating, Alfredo Quaet-Faslem, Jorge Hilliger y chilenos como Vicente Bañados, Manuel Ossa, Rafael Barazarte, generando el impulso que requería esta región para ser competitiva con las de más al norte. Oliva era dueño de las salitreras Santa Catalina, Lautaro y Bellavista, la primera tenía gran poder productivo, con tecnología que este empresario conoció en Tarapacá. Daniel Oliva es solo un ejemplo de muchos otros, de los que todavía quedan por rescatar del olvido, para ello está Milton Godoy Orellana, quien con la ayuda del archivista Marco Murúa, no dejarán archivo por pesquisar, en la región, en todo Chile o en el extranjero. La perseverancia de Daniel Oliva, se asemeja a la de Milton Godoy, permítanme el contrapunto. Para concluir, me cabe indicar que la calidad académica de los trabajos de Milton está avalada por los proyectos Fondecyt que ha ganado en justa lid para poder realizar sus investigaciones, a saber: “Construcción de Estado nacional y región en el septentrión chileno: Taltal, 1860-1910” (Fondecyt N° 11130001), siendo realizado entre los años 2013 y 2016; y “Estado, Minería y Poblamiento en una región transicional de Atacama Meridional: Taltal, 1900-1950” (Fondecyt N° 1170738) a realizarse entre los años 2017 y 2019. La alta producción como resultado de sus pesquisas nos permite sospechar, con alto grado de seguridad, que vendrán otros libros, más artículos y nuevos proyectos. Enhorabuena. Sergio González Miranda Premio Nacional de Historia 2014 Caleta Molle, 1 abril de 2018. Thomas O´Brien, The nitrate industry and Chile´s crucial transition: 1870-1891 New York: New York University Press 1982), 34. 3

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La puerta del desierto. Estado y región en Atacama. Taltal, 1850-1900

La puerta del desierto Introducción

A mediados de 1877, Amadeo Pissis recorrió la región meridional del desierto de Atacama contratado por el gobierno chileno. En su informe planteó muchas directrices acerca de su potencial y necesidad de explotación, concluyendo que el puerto de Taltal era “el punto más importante de la costa y la verdadera puerta para penetrar en el desierto”1. Pissis, informó al gobierno de Chile de las riquezas minerales y destacó la importancia de potenciar el puerto e iniciar una política de poblamiento del desierto asegurando el control del país en la región. Como pocos, el científico francés fue un visionario y sus palabras premonitorias, pues entendió la importancia geopolítica del lugar para los intereses del Estado nacional chileno. Cuando el sabio francés arribó al lugar se iniciaba el incipiente desarrollo de explotaciones salitreras y cupríferas, diseminándose por el desierto y la sierra nuevas explotaciones y exploraciones de prospección. Pissis fue uno de los científicos que recorrió la región comisionado por el Estado nacional chileno. Antes, lo había hecho Rodulfo Amando Phillipi –quien llegó hasta San Pedro de Atacama, en territorio boliviano– y el trabajo de la Comisión Exploradora del Desierto, dirigida por Francisco San Román, quien en 8 campañas realizadas entre Amadeo Pissis, Minerales, guano y salitre de Atacama (Santiago: Imp. Nacional, 1877). El destacado es mio. 1

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Introducción

1883 y 1887 trabajó en el desierto de Atacama prospectando minerales, describiendo yacimientos y realizando mapas de la región. El citado San Román escribió que la ciudad de Copiapó se presentaba como “natural punto de partida” y el centro de recursos e informaciones, destacando que era un pueblo “esencialmente minero, solo allí era seguro encontrar esa especialidad de hombres, genuino atacameño, […] de probada experiencia y natural sagacidad de observación que posee el explorador del desierto, el buscador de minas: el cateador propiamente dicho”2. San Román, en un informe acerca de sus exploraciones destacó que fueron los “exploradores de combo y barreta” los descubridores de yacimientos, quienes a su juicio debían ser apoyados y estimulados “aplicando los procedimientos científicos al mejor éxito de sus infatigables esfuerzos y a los objetos del cateo o una exploración razonada y metódica de los terrenos metalíferos”3. En efecto, cateadores y pirquineros, exploraron la región décadas antes en busca de nuevos yacimientos minerales, convirtiéndose en los verdaderos conquistadores del despoblado4. Mayoritariamente, y como había sucedido en el Norte Chico, los nombres de los descubridores de los yacimientos fueron olvidados, reconociendo a los especuladores e inversionistas que compraron las minas a precios irrisorios o financiaron las expediciones de cateo, como los verdaderos descubridores. El flujo poblacional inicial fue conformado por los trabajadores de la minería cupro-argentífera de las provincias del Norte Chico que iniciaban un proceso de franca decadencia, enfrentando un decremento en la producción que no avizoraría un restablecimiento de las condiciones que se suscitaron en la Francisco San Román, Desiertos y cordilleras de Atacama (Santiago: Imp. Nacional, 1896), 3. 3 Francisco San Román, “Exploración científica del desierto de Atacama. Informe al gobierno por la comisión exploradora”, en Anales de la Universidad de Chile 65/1 (Santiago 1884): 365. 4 Ver Milton Godoy Orellana y Sergio González Miranda, “Norte Chico y Norte Grande: Construcción Social de un Imaginario compartido, 1860-1930”, en La sociedad del salitre, (Comp.) Sergio González Miranda. (Santiago: Ed. RIL, 2013). 2

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Milton Godoy Orellana

época dorada de la región. Aun así, en el siglo XX la minería continuó siendo parte de las alternativas de supervivencia para pequeños mineros productores de oro y cobre, considerando el Código de Minería en esta clasificación las explotaciones con menos de 12 trabajadores que, según la Ley de Impuesto a la Renta, corresponderían a aquellas con menos de 5 mineros. Con los trabajadores de la pequeña minería coexistieron explotaciones catalogadas como mediana minería, entre las cuales el Instituto de Ingenieros de Minas de Chile considera las que poseen una explotación que oscila entre 300 y 8.000 toneladas de mineral diario, cantidad que equivale a menos de 50.000 toneladas de cobre fino por año5. En este contexto irrumpieron las faenas que explotaron concentraciones con leyes bajas, alta tecnología y nuevas lógicas administrativas, reiniciándose en 1999 explotaciones como Los Pelambres, una de las diez minas de cobre más grande del mundo del año 20166. En la historia minera del Norte Chico, están impresos los años del esplendor y del periodo de decadencia de la minería, suscitado hacia las últimas décadas del siglo XIX, cuando la migración se acrecentó e hizo diseminarse por las tierras vecinas a los trabajadores en busca de minerales. Una imagen de esta decadencia final la narró William Howard Russel, en 1899, cuando llegó a Carrizal Bajo, un puerto que le pareció poco cómodo e inseguro y del que opinó que “En los buenos tiempos ya pasados, […] Carrizal tenía comercio considerable. Ahora están desiertos los muelles y desembarcaderos; los hornos están apagados; la exportación de minerales que hace dos o tres años llegaba a más de 2 millones de kilos ha caído a la mitad, y las dos líneas de ferrocarril tienen poco que llevar de o traer a Carrizal”7. SONAMI, Caracterización de la pequeña y mediana minería en Chile (Santiago: Ed. Gerencia de Investigación y Desarrollo, 2014), 3. 6 Área minera. 14 de septiembre de 2017 ver http://www.aminera.com/2017/09/14/ las-20-minas-cobre-mas-grandes-del-mundo-2016 7 William H. Russell, Una visita a la pampa salitrera de Tarapacá [1890] (Santiago: Ed. Ricaventura, s/fecha), 111.

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Introducción

Este testigo de la decadencia del otrora importante yacimiento de Carrizal, no hacía más que resumir el derrotero que siguieron los diferentes yacimientos de la región, obligando a sus pobladores a buscar nuevas rutas y dispersarse por regiones mineras aledañas. El éxito rotundo del ciclo minero cupro-argentífero acrecentó la fama de los mineros del Norte Chico como eximios cateadores de nuevos yacimientos, rebasando la región de origen. Un ejemplo, es la opinión del geólogo alemán Ludwig Brackebusch, quien en 1894 narrando la vida de los mineros en Argentina escribía que, cuando en una estancia aparecía un individuo que decía ser chileno, se le recibía con gran parsimonia dado que –según Brackebusch– para los trasandinos: “Esta nacionalidad basta para que el hombre sea acogido en el lugar, pues el chileno es para el argentino el arquetipo del minero; el chileno debe ser ante todo minero; todo lo que dice sobre minería es infalible, su palabra es evangelio e inevitablemente se le otorga credibilidad. Ya sea abogado, médico, soldado, sacerdote, marino, comerciante, agricultor, maestro de escuela, posadero, sastre, carpintero o zapatero, para el argentino será inevitablemente minero de profesión, y ante su opinión deberá enmudecer incluso el especialista más eminente del Viejo Mundo”8.

Aunque, en ocasiones, esto se prestaba para el engaño de los neófitos en minería. No obstante, concluyo que “hay muchos casos en que se descubrieron genuinas vetas metálicas”. Las provincias argentinas allende Los Andes, fueron uno de los puntos a los cuales se desplazaron cientos de mineros, especialmente a La Rioja, donde trabajaron en la explotación de la mina La mejicana, en el cerro de Famatina9. De esta manera, cuando los yacimientos del Norte Chico cayeron en broceo o sus leyes disminuyeron, la ruta privilegiada Ludwig Brackebusch, La vida del minero en la república argentina (Salta: Ed. Mundo, 2013), 57. 9 Ricardo Alonso, Minería en La Rioja. Las memorias de Federico Benelishe y su descripción de Famatina en 1887 (Salta: Ed. Mundo Editorial, 2017). 8

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para prospectar nuevos yacimientos fue la del desierto, cuyas extensas pampas y sierras permanecían escasamente exploradas. Los descubrimientos de cobre, salitre, plata y oro, demandaron mano de obra, acudiendo allí los trabajadores desempleados y, cuando éstos no bastaron, nuevos componentes poblacionales recorrieron y poblaron el desierto. Se iniciaba un interesante proceso que condujo al diseño de centros urbanos como el puerto de Taltal, placillas y centros poblados menores unidos, inicialmente, por una extensa red caminera y, más tarde, por las líneas férreas de la Taltal Railway Company. En el contexto del desarrollo de las investigaciones historiográficas que realizaba en torno a la minería, su sociabilidad popular y el universo cultural que resultó del proceso en el Norte Chico, fue posible que paulatinamente me acercara a la región meridional del desierto de Atacama. Con esto seguía la huella de los trabajadores antes mencionados a una nueva zona de explotación que se visibilizaba con mayor nitidez documental desde mediados del siglo XIX. Paulatinamente, algunos datos bibliográficos y documentales invitaban a pensar y preguntarse acerca del proceso de poblamiento de esta parte del desierto de Atacama. Más tarde, en el verano del año 2013 nos reunimos con un conjunto de colegas en las “Jornadas de colaboración inter-proyectos Fondecyt” que anualmente veníamos realizando con Sergio González y Pablo Artaza. Esa vez el lugar elegido fue Taltal. Las presentaciones y discusiones historiográficas se complementaron con una salida a terreno en que recorrimos parte de la pampa taltalina y algunas oficinas salitreras. En ese momento, a la luz de las conversaciones con los colegas, la lectura de Roberto Hernández y Oscar Bermúdez10, textos “clásicos” que aludían a Taltal –los que se sumaron a mis datos documentales e inquietudes– hicieron que mis preguntas fueran Roberto Hernández, El salitre. Resumen histórico desde su descubrimiento y explotación (Valparaíso: Ed. Fisher Hnos., 1930); Oscar Bermúdez, Historia del salitre. T. II. (Santiago: Ed. Pampa Desnuda, 1984). 10

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en aumento. Taltal se presentaba como un espacio gravitante y privilegiado –metafóricamente un verdadero laboratorio– para comprender procesos historiográficos relacionados con los ciclos mineros, posibilitando analizar en un corto periodo de tiempo de no más de medio siglo, el proceso de instalación de explotaciones y la configuración del Estado nacional en el extremo norte del Chile decimonónico y sus consecuentes expansiones a fin de ese periodo, consolidadas con los tratados de 1904 con Bolivia y 1929 con Perú. Ese año tomé la decisión de presentar un ambicioso proyecto de investigación al Fondo de Ciencia y Tecnología, que fue felizmente seleccionado, denominándose Construcción de Estado nacional y región en el septentrión chileno: Taltal, 1860-1910 (Fondecyt N° 11130001), siendo realizado entre los años 2013 y 2016. Una vez finalizado, fue aprobado el proyecto Estado, Minería y Poblamiento en una región transicional de Atacama Meridional: Taltal, 1900-1950 (Fondecyt N° 1170738) a realizarse entre los años 2017 y 2019. En el proyecto Construcción de Estado nacional y región en el septentrión chileno: Taltal, 1860-1910, se planteaba como objetivo general la idea de analizar el proceso de expansión estatal hacia la frontera septentrional chilena entre 1860 y 1910, buscando explicaciones acerca de la consolidación del Estado nacional chileno decimonónico en sus márgenes. Un segundo objetivo general se proponía explicar a partir del proceso expansivo las relaciones cotidianas suscitadas entre particulares, las agencias del Estado y sus políticas en la región de Taltal. Estos objetivos, engloban el proyecto, en tanto poseen una cobertura temporal amplia y temática que enmarca la idea central contenida en el título de esta investigación. Por tanto, en esa dirección se hicieron las prospecciones y transcripciones realizadas en los repositorios que se propusieron. En términos amplios, es posible considerar que las metas propuestas para

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la obtención de resultados en torno a los objetivos señalados fueron logradas. En primer lugar, porque el trabajo de prospección documental realizado permitió formar una base de datos con un conjunto documental sólido que sustentó los 6 artículos académicos resultantes del proyecto, a la par de constituirse en la base de información de dos tesis de egresados de Licenciatura en Historia de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano y una tesis de Magíster en Historia, de la Universidad de Chile. Cabe destacar que el análisis y productos obtenidos se basaron en una prospección exhaustiva de los repositorios documentales existentes en el Archivo Nacional Histórico, el Archivo Fotográfico del Museo Histórico Nacional y las estadías en archivos regionales, a saber, Archivo del Museo Augusto Capdeville, en Taltal; Archivo Histórico de la Universidad Católica del Norte, en Antofagasta; Archivo del Museo Regional de Atacama, en Copiapó. La investigación se complementó con la revisión documental en repositorios extranjeros, tales como el Archivo General de la Nación, en Buenos Aires y el Archivo y Biblioteca Históricos de Salta Dr. Joaquín Castellanos, en Argentina; además del Archivo y Bibliotecas Nacionales de Bolivia, en Sucre; el Archive Diplomatique de la Courneuve, el Archivo del Musée Quai Branly en Paris y The National Archive en Kew, Londres. Un punto destacable fue el hallazgo de los documentos de la Intendencia de Atacama almacenados en una bodega de dependencia fiscal. La búsqueda del lugar se había extendido por algunos años, escuchando relatos de quienes habían visto los documentos y de consultas a antiguos funcionarios de la intendencia. En la obtención de la información que finalmente condujo a su encuentro, fue sumamente importante la ayuda del historiador local Alejandro Aracena Siares, con quien, después de un periplo de visita a autoridades regionales fue

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posible identificar la bodega y acceder al lugar, concretándose el hallazgo el año 2015. Después de dos arduas jornadas de trabajo, en sendas estadías de investigación financiadas por el proyecto Fondecyt 11130001, junto al archivista Marco Murúa –integrante del proyecto– logramos separar la documentación almacenada, que tenía una potencia total de alrededor de 150 metros lineales (15 m3) y con fechas extremas entre 1884-1990. De este volumen, separamos cerca de 30 metros lineales, con alrededor de 60.000 fojas, correspondientes a documentación de carácter histórico. La clasificación la instalamos a partir de los criterios establecidos en el artículo 14 del decreto ley N° 5.200 de 1929, que considera como tales aquellos documentos con más de sesenta años de antigüedad. Una vez terminada la limpieza mecánica de los documentos, procedimos a una clasificación inicial de éstos. Este proceso terminó con la entrega oficial de la documentación, consistente en 359 volúmenes, al acervo del Museo Histórico Regional de Atacama –acto que contó con la presencia del director del museo, el intendente regional y la prensa local11– donde hoy se encuentran depositados para el servicio abierto de la comunidad de investigadores. La amplia base de datos generada por todo el proceso investigativo ha permitido analizar la construcción estatal en el espacio regional, confrontando y discutiendo la corriente historiográfica conservadora que ha sustentado la idea de un Estado nacional decimonónico incólume, fuerte y centralizado, adjetivizado como “portaliano”, con un marcado tinte conservador, que enarboló como bandera de triunfo el predominio del orden impuesto por las elites económicas. Esta concepción “Rescataron 359 volúmenes desde un depósito de la Intendencia”. El diario de Atacama. Copiapó, 18 de agosto de 2015, p. 26. 11

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estatal fijó la mirada en el desorden y caos, a su juicio, instalado en los sectores populares, aunque los más duros quiebres provinieron de los sectores dominantes que se confrontaron en disputas por el poder desde sus trincheras ideológicas, que desencadenaron en la segunda mitad del siglo XIX las Guerras Civiles de 1851, 1859 y 1891. Contrario sensu, la historiografía latinoamericana ha venido sosteniendo que este dibujo, con visos de caricatura, se desarma en el análisis de sus realidades en el espacio regional. En efecto, al agudizar la mirada hacia las regiones es posible constatar que hubo un esfuerzo por hacer que las agencias estatales fueran cada vez numéricamente mayores y que la cantidad de policías controles y representantes del Estado nacional se hiciera más visible. No obstante, el ejercicio de consolidación fue más lento de lo esperado. A la par, es observable una expansión territorial previa a la Guerra del Pacífico, que careció de una avanzada militar en el interior del desierto, limitándose a la presencia de la marina en la costa, marcando hitos que friccionaban las relaciones con Bolivia. Mientras, la expansión inicial por el interior fue impulsada por la búsqueda de nuevos yacimientos y productos para responder a la demanda de los países, en el periodo principalmente europeos, que enfrentaban la expansión económica de una prolongada y cada vez más sofisticada revolución industrial. No obstante, esta nueva empresa de conquista impulsada por intereses económicos nacionales e internacionales, conducida por entrepeneurs y realizada por exploradores, pirquineros, baqueanos y cateadores, produjo una ocupación del espacio más cercana a la iniciativa privada, con escasa presencia estatal en su inicio, que a una ocupación conducida por las autoridades centrales del Estado nacional chileno. Precisamente, esta realidad tensionó las relaciones entre empresarios –quienes se sentían como la autoridad en tierra de nadie– y el Estado na-

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cional, que mediante sus representantes en la región intentaba formalizar esta ocupación del espacio al norte de Copiapó, cuyas autoridades administraban desde la distancia. Esta situación se extendió hasta la creación de una nueva subdelegación en 1884, y luego, la separación de la provincia de Atacama para incorporarse a la de Antofagasta en 1888. Mediante la prospección documental en los repositorios señalados, ha sido posible generar un cúmulo de datos e información que permiten aportar al conocimiento del proceso de expansión e incipiente consolidación del Estado nacional en el periodo estudiado. Aunque el énfasis se puso en el siglo XIX. El análisis documental y bibliográfico, redundó en aportar al estudio de la instalación estatal en la periferia nacional en los albores del siglo XX. Los resultados tangibles del proceso investigativo fueron un conjunto de ponencias presentadas en diferentes congresos internacionales12, y mediante la publicación como papers y difundidas en el presente libro. Entre éstos se considera cinco artículos publicados en revistas de investigación histórica, nacionales y extranjeras, más un trabajo inédito13, Entre ellos, el 54° Congreso de Americanistas, (Viena, agosto de 2011); en el XVII Congreso Internacional de Asociación de Historiadores Latinoamericanos. (Berlín, septiembre de 2014); el Seminario siglo XX del Institut des Hautes Etudes de L´Amerique Latine, Universidad de La Sorbonne (Paris, febrero de 2015); en el workshop del Laboratoire International Associé “Les systèmes miniers dans le désert d’Atacama” (Rennes, enero de 2015) ; en una conferencia en el Centrum Studiów Latynoamerykańskich (Varsovia, mayo de 2015); en el Congreso Internacional de la Asociación Latinoamericana e Ibérica de Historia Social (Buenos Aires Marzo de 2017) y en el XVIII Congreso de la Federación Internacional de Estudios de América Latina y el Caribe. (Belgrado, julio de 2017). 13 Milton Godoy Orellana, “La Placilla de Cachinal de la Sierra y la minería de la plata en el sector meridional del despoblado de Atacama. Taltal, 1880-1900”, en Estudios Atacameños 48 (San Pedro de Atacama 2014): 141-156; “Las placillas del desierto. Construcción de espacio urbano en el despoblado de Atacama. Bolivia y Chile, 1870-1900”, en Cahiers Alhim, Amérique latine Histoire et Mémoire, 29 (Paris 2015); “La ley es una moneda en el desierto: Agentes estatales, empresarios mineros y conflictos de intereses en la periferia del estado nacional chileno: Taltal, 1850-1900”, en Revista Estudios Atacameños 52 (San Pedro de Atacama 2016): 31-48; “Los prolegómenos de una crisis episódica: El cantón de Taltal y la ley de impuesto a la producción salitrera. 1873-1883, en Historia 49 (Santiago 2016): 455-486; “Donde el cóndor de Los Andes apenas se posa tímido. El puerto de cobija y el litoral de atacama en el informe del coronel Quintín Quevedo, julio de 1867”, en Revista Estudios Atacameños 46 (San Pedro de Atacama 2013): 127-144. 12

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que se presenta en primer lugar, con la intención de generar directrices y orden al análisis. El capítulo titulado “¿Un gigante con pies de barro? Estado y región en Chile: Taltal, 1850-1900” aúna los resultados obtenidos y discute el objetivo central de la investigación analizando el proceso de instalación del Estado y sus agencias en un complejo proceso de interdependencia entre empresarios y agentes estatales. La hipótesis de este trabajo es la precariedad del Estado nacional, realidad que se presentó a contracorriente de los discursos oficiales y el análisis de historiadores que hacían extensivo al territorio nacional la solidez del aparato estatal en el centro. Posteriormente, dos capítulos buscan sintetizar estos resultados, a saber, el artículo titulado “Las placillas del desierto: Construcción de espacio urbano y sociabilidad en el despoblado de Atacama. Bolivia y Chile, 1870-1900”, aporta a la comprensión del poblamiento del desierto y la expansión del Estado nacional chileno a través de la fundación de placillas. En este trabajo se analizan los ejemplos de poblamientos y construcción de espacio urbano en Caracoles, Cachinal de La Sierra y Placilla Esmeralda. Entre los resultados es posible constatar la irrupción de nuevos poblados y concentraciones de más de 10.000 habitantes en Caracoles, en Antofagasta; y 3.000 habitantes en Cachinal de La Sierra, al interior de la pampa taltalina, un fenómeno que se replicó en Placilla Esmeralda y la Placilla de Aguada de Cachinal, junto al mineral de El Guanaco. El proceso se consolidó en Taltal, que devino en el punto axial de una región que densificó su poblamiento e instaló pobladores en el puerto, placillas, poblados menores y cerca de 18 oficinas salitreras, en la región meridional del desierto de Atacama, donde antes de 1870 este fenómeno era impensable. Es importante iterar la idea de control espacial que contiene el diseño urbano, pues, independiente del tamaño de las ciudades y pequeños poblados fundados en la región,

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es posible constatar diferencias entre el avance del Estado nacional chileno y la presencia estatal boliviana en la zona de expansión. En efecto, un aporte de este artículo a los objetivos del proyecto y al conocimiento historiográfico de la región es haber encontrado los planos de fundación de las placillas de Cachinal de La Sierra y Esmeralda, cuyo análisis permite constatar la aplicación del damero usado en la distribución espacial de los poblados. Al analizar estos planos se observa para el caso chileno una distribución espacial elaborada por agentes comisionados para diseñar un espacio urbano donde prima el orden y la distribución de los sitios se hace con el control de los representantes del Estado. Al comparar esta distribución con el plano de la placilla de Caracoles, controlada por agentes bolivianos, es posible observar que la distribución espacial se hace en base a ocupaciones espontaneas, donde no existe una concepción del espacio urbano como la señalada con antelación respondiendo a los patrones poblacionales espontáneos de las placillas dieciochescas. Otro elemento destacable en el análisis es el discurso nacionalista que se devela en la denominación de las calles, fenómeno explícito en el caso de Cachinal de La Sierra, cuyo nombre es un homenaje a los héroes (por ejemplo, Serrano, Aldea, Prat) del combate naval de Iquique –producido solo un año antes de su fundación– y a oficiales vivos que conducían la guerra (V. Gr. Patricio Lynch). Este mismo fenómeno se manifestó en la denominación de la placilla del mineral de plata de Esmeralda en que es posible observar la elección de la denominación como homenaje a la nave homónima hundida en el combate en que murió Arturo Prat. Posteriormente, el estudio denominado “La Placilla de Cachinal de La Sierra y la minería de la plata en el sector meridional del despoblado de Atacama. Taltal, 1880-1900”, busca explicar el proceso de expansión minera en el sector

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meridional del desierto de Atacama, mediante el estudio del mineral argentífero de Cachinal de La Sierra, centrándose en las explotaciones de la Minera Arturo Prat y su vertiginoso crecimiento inicial desde 1880, hasta su descenso desde la década de los noventa del siglo XIX. Paralelamente, se analiza el impacto de esta explotación minera en la atracción de mano de obra a la placilla de Cachinal de La Sierra, situada a 148 km. al interior del puerto de Taltal, donde se suscitó una ocupación formal, con calles, servicios públicos y una concentración de población que en su momento de mayor expansión alcanzó alrededor de 3.000 habitantes. El objetivo era analizar los motivos del poblamiento y los factores que incidieron en la decadencia y abandono del incipiente poblado de la sierra taltalina, orientándose a identificar los principales cambios urbanos y sociales en Taltal y su hinterland para el periodo. En este trabajo se estudiaba la expansión en un sentido este-oeste, es decir desde el puerto al interior. Un segundo elemento a considerar es la intención de explicar el proceso expansivo y las relaciones cotidianas suscitadas entre particulares y la instalación de agencias del Estado y sus políticas en la región de Taltal. En esta línea de análisis, el proyecto presentaba como idea directriz secundaria la intención de explicar el proceso de intensificación de las relaciones entre particulares, agencias y políticas estatales en la región. El fin último podría sintetizarse en la idea de comprender cómo se representaron y articularon las agencias estatales en su relación con los habitantes y empresarios a través de la revisión de documentos judiciales, periódicos y comunicaciones. Para abordar este proceso, que no es otro que la construcción del Estado nacional chileno en la periferia norte del país, se optó por el análisis de algunas de las agencias estatales. Bajo esta premisa resultó sugerente analizar la aplicación de justicia en una región desértica, extensa y que

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tenía una escasa presencia poblacional y del aparato Estatal. Con estos elementos, como analizaremos más adelante, se podía hipotetizar, siguiendo a Bourdieu cuando afirmó que en las regiones marginales de Latinoamérica el Estado se hacía “haciendo”, es decir, se construía sobre los hechos. En éstas, la presencia estatal fue escasa y mayoritariamente vehiculizada por el empresariado minero que dominaba el espacio interior y cuyo interés principal era establecer el orden. Desde el aparato estatal se diseñaron nuevas distribuciones administrativas y se crearon los cargos correspondientes en las regiones alejadas de los centros administrativos de las capitales provinciales, donde la representación estatal era más sólida. En territorios donde el aparato estatal estaba en formación la designación de autoridades se tornaba dificultosa debido a los requerimientos de lectoescritura en una población mayoritariamente carente de formación educacional básica. En base a este objetivo y para aportar a la discusión del tema se elaboró un artículo con el título de “La ley es una moneda en el desierto: Agentes estatales, empresarios mineros y conflictos de intereses en la periferia del estado nacional chileno: Taltal, 1850-1900” en que discutía la aplicación de justicia y los problemas existentes en la región para contar con un aparato judicial independiente del empresariado. Para el efecto, se identificaron dos períodos; a saber, una fase inicial entre las primeras exploraciones y explotaciones hasta 1870, marcado por el control de empresarios como José Antonio Moreno y otros propietarios mineros que imponían sus intereses particulares en la región; en segunda instancia, el trabajo se centra en las últimas tres décadas del siglo XIX, analizando los problemas de la justicia y la complejización del aparato estatal en Taltal y su hinterland, el que no estuvo exento de problemas similares a los enfrentados en las décadas anteriores a 1870.

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Un tercer elemento a xaminar es la necesidad de buscar explicaciones a las transformaciones económicas operadas en la región durante el siglo XIX, intentando comprender las dimensiones del fenómeno ligadas, no solo al ciclo cuproargentifero, sino que, integrando al análisis de la producción salitrera, principalmente porque su explotación diseminó en el desierto un conjunto de oficinas, caminos y poblados de servicio que provocaron una transformación económica de la región durante la década del setenta e intensificaron su poblamiento. Sin duda, el trazado ferroviario implementado a inicio de la década de los ochenta contribuyó eficazmente a consolidar la ocupación del territorio y dinamizar la economía regional. El aumento de la explotación salitrera, sumado al descubrimiento del mineral de Cachinal de La Sierra cambió la dinámica regional aumentando los puertos, abriéndose nuevos puestos de trabajo y forjando incipientes fortunas. Estas explotaciones anteriores a la Guerra del Pacífico se enfrentaron a la nueva legislación, surgida del triunfo chileno, y no pudieron competir por razones diversas, llevando a muchos a la quiebra. Resultado de esta problematización se elaboró el artículo “Los prolegómenos de una crisis episódica: El cantón de Taltal y la ley de impuesto a la producción salitrera. 1873-1883”, destinado a analizar la producción salitrera y la crisis local provocada por el impuesto al salitre en ese periodo. La producción salitrera de Taltal ha sido notoriamente subestimada en las estadísticas de producción, aun considerando que hasta 1880, había 100 pedimentos de estacas productoras y 15 oficinas salitreras funcionando, a saber, Lautaro, Germania, Santa Catalina del norte, Santa Catalina del sur, Santa Luisa, Guillermo Matta, Flor de Chile, Rosario, Chilena, Española, Sara, José A. Moreno, Sudamérica, Atacama, Unión y Chicoca, las que en conjunto se calculaba que podían producir 1.150.000 quintales métricos de salitre anuales, los que equivaldrían a

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1.150 toneladas, aunque existen fluctuaciones en los cálculos de la producción, las cifras serían de esta índole. A las anteriores, se sumaban las oficinas de Moreno, Peró, Dotts, Alegre, Echeverría, Carrasco Hermanos, y Fischer, que se encontraban instaladas pero inconclusas, aunque produciendo algunas pequeñas cantidades de salitre. Este conjunto de trabajos simultáneos y sincrónicos a las explotaciones argentíferas de Cachinal de La Sierra y Esmeralda provocaron que el flujo de trabajadores migrantes de las decadentes faenas cupríferas se asentara en Taltal. En efecto, este flujo laboral se inició desde las primeras manifestaciones de los efectos de la crisis de 1873 y concentró importante número de trabajadores en una pampa que antes de este fenómeno se presentaba desolada. No obstante, la economía regional se vio fuertemente afectada por los efectos del impuesto al salitre lo que generó el quiebre de empresarios locales y el cierre de numerosas oficinas. Frente a este proceso de cierre, resulta destacable señalar que la respuesta de los empresarios fue la misma que tendrían en el futuro: el despido masivo –puesto que detenida la producción eran expulsados todos los trabajadores– un ejercicio que será recurrente en la región durante la época salitrera. Posteriormente, se provocaba la aglomeración de los cesantes en el puerto. Por cierto, se debe dimensionar esto en una ciudad pequeña como Taltal, en proceso de instalación y que no poseía más de 5.000 habitantes, que se vio copada por alrededor de 3.000 a 4.000 obreros deambulando, sin mayores perspectivas. No obstante, a fines del siglo se inició un nuevo proceso de recuperación y el poblamiento de la región continuó a la par de su consolidación como centro productor y exportador de salitre. Acerca de esto último es posible afirmar que la concentración de trabajadores en las localidades del desierto y el puerto, permite dibujar parte de la sociabilidad popular en la

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vida cotidiana de la placilla de Cachinal de La Sierra, constatando que el modelo no difiere sustancialmente de las prácticas populares suscitadas en las placillas del Norte Chico. Ambas estaban, caracterizadas por los excesos festivos y consumo de alcohol entre los mineros, como fue posible constatar en las publicaciones que resultan de este proyecto. Con relación al puerto de Taltal la sociabilidad popular fue similar, aunque en este espacio enfrentó mayor presencia de controles y debió coexistir con la sociabilidad de las elites regionales14. En términos demográficos, aunque no se produjo un artículo destinado exclusivamente a aquello, el análisis estuvo necesariamente presente en los resultados de la investigación, especialmente en su incidencia en las tensiones sociales suscitadas en el proceso de asentamiento de nuevos trabajadores. En este sentido, la prospección documental permitió tabular un conjunto de fuentes que aportan a la configuración de una noción de lo que implicó el aumento demográfico y los cambios que se suscitaron en la región. Aunque el crecimiento poblacional, por sí mismo, no explica que aumenten las tensiones sociales, sí es posible afirmar que el dato se hace importante cuando se enfrentan crisis locales como la del impuesto del salitre en 1880. En efecto, allí se puede constatar que los miles de nuevos pobladores, al enfrentar la cesantía provocada por el cierre de las explotaciones resultantes de las quiebras que provocó el ya señalado impuesto, devinieron en un peligro para los sectores dominantes una vez que estaban cesantes y eran vistos como holgazanes peligrosos. Por último, se incluye el artículo “Donde el cóndor de Los Andes apenas se posa tímido. El puerto de cobija y el litoral de Atacama en el informe del coronel Quintín Quevedo, julio de Ver Milton Godoy Orellana, Mundo minero y sociabilidad popular en el Norte Chico, 1870-1900 (Santiago: Ed. Mutante – CNRS – UAHC – IDEPA, 2017). 14

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1867”. Sin duda, ha sido un artículo polémico. De hecho, recientemente el arqueólogo Francisco García-Albarido, devenido en historiador, realizó una lectura superficial y acomodaticia que altera el sentido y la propuesta central de ese trabajo. Pues, para probar su tesis del comercio colonial entre el altiplano y la costa –asunto por lo demás conocido y desarrollado ampliamente15– establece que la evidencia de su investigación “contradice la idea del historiador chileno Milton Godoy de que Bolivia nunca tuvo una clara presencia en la costa del pacífico”16. Una lectura atenta del trabajo, más allá de las líneas del abstract, conduce a percatarse que, en ninguna parte del texto de mi autoría, que analiza el informe realizado por Quintín Quevedo en 1867, se utiliza el adverbio “nunca”, el cual acorde con el Diccionario de la Real Academia de la Lengua española refiere a “en ningún tiempo”. Esto es importante, en tres dimensiones. Primero, porque quienes nos formamos en alguna Escuela de Historia, aprendemos desde las más tempranas lecturas, uno de los pocos dogmas de la especialidad, paradójicamente, aquel señalado por Marc Bloch, indicándonos que el pasado es un dato que “siempre” tiene algo que aportar, sustentado “en la fuerza de la inercia propia de tantas creaciones sociales”17. Conscientes del peso de estos adverbios de tiempo, en el análisis historiográfico se evitan. Segundo, porque el texto refiere al periodo republicano de la segunda mitad del siglo XIX, en que el coronel Quintín Quevedo fue autoridad del litoral y no antes. Tercero, porque las afirmaciones de la feble presencia boliviana, más no la negación de su pertenencia jurídica al territorio, han sido la Para el efecto ver Victoria Castro, Varinia Varela y Carlos Aldunate, “Cobija y sus vías de conexión con el interior de Atacama. Desde la colonia hasta la guerra del salitre”, en Diálogo Andino 49 (Arica 2016): 209-223. 16 Francisco García-Albarido, “The Potosí-Cobija route: Archaeology of colonial transportation in the South Central Andes”, (Tesis for the degree of Master of Art. Colorado State Univertsity, Colorado, 2017), 104-104 17 Marc Bloch, Introducción a la historia (Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 1952), 35-36. 15

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resultante de evidencias entregadas por la documentación manada desde instituciones y funcionarios bolivianos existentes en el Archivo de Sucre. Es más, un historiador boliviano como Fernando Cajías de La Vega, quien ha realizado el más importante trabajo de Cobija hasta mediados del siglo XIX, afirmó que Bolivia tuvo una posesión “real de Atacama; pero era una posesión frágil”18 De hecho, el mismo Fernando Cajías junto a Eduardo Cavieres afirmaron que Atacama boliviana fue en esa época “un territorio conocido, pero no descubierto; un espacio perdido, sin valor económico, una carga más que un espacio favorable para visualizar un futuro; en resumen un territorio posesionado, pero no apreciado”19. Recientemente, Kathya Jemio ha destacado la situación de Cobija en relación con el territorio de Bolivia y la configuración de una “cultura portuaria” que, a su juicio fue instalada “por encima de una ralentizada presencia del Estado centralista”20, estableciendo además como punto de inflexión en la historia del puerto de cobija el periodo entre 1864 y 1871, años que considera de su “desaparición”21 y donde se inscriben los hechos analizados en el artículo discutido. Cabe destacar que estos trabajos se han visto beneficiados del financiamiento otorgado por los proyectos del Fondo de Ciencia y Tecnología N° 11130001 (2013-2016) y N° 1170738 (2017-2019). Un importante aporte ha significado contar con la Fernando Cajías y Eduardo. Cavieres, “La posesión de Atacama y la habilitación del puerto de Cobija, 1824-1845”, en Del altiplano al desierto. Construcción de espacios y gestación de un conflicto, (ed.) Eduardo Cavieres, 83-84. (Valparaíso: Editoriales Universitarias de Valparaíso, 2007). 19 Eduardo Cavieres y Fernando Cajías, “El gran quiebre: La Guerra del Pacífico. Sus contextos y sus efectos”, en Chile-Bolivia, Bolivia- Chile: 1820-1930. Desarrollos políticos, económicos y culturales, (eds.) Eduardo Cavieres y Fernando Cajías. (Valparaíso: Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Ediciones Universitarias de Valparaíso, 2008), 125-162. 20 Kathya Jemio, “A espaldas vueltas, memorias muertas. La cotidianidad de Cobija, puerto Lamar y las tareas de los prefectos (1864-1871)”, (Tesis para optar al Grado de Doctora en Historia, Universidad Nacional de Colombia, Medellín, 2015), 18. 21 Idem. 18

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red, organización y financiamiento del proyecto “Les systèmes miniers dans le désert d’Atacama: cycles, cultures et échelles de production” del Laboratoire International Associé (LIA - mines atacama, CNRS 2015-2019), más el apoyo de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano y la Universidad de Tarapacá. Como en casos anteriores, tengo una gran deuda con mis compañeros y amigos de la Escuela de Historia de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano. En el tiempo compartido hemos estructurado un trabajo conjunto, teniendo además la suerte de contar con su amistad y una gran suma de gratísimos momentos. Sin duda, Viviana Gallardo, Adriana Capaldo, Natalia Espinosa, Viviana Bravo, Manuel Fernández, Hugo Contreras, Rodrigo Araya y Marcos Feeley han significado un apoyo incondicional. En la misma línea, Marco Murua y Ricardo Escobar han sido testigos y contertulios en largas discusiones acerca de estos temas y de la región que estudio. Por cierto, Marco ha sido el compañero de viajes con quien hemos recorrido las antiguas explotaciones en los valles y la pampa, junto con trabajar en numerosos archivos relevando y revisando documentos en diversos sitios y momentos de las últimas dos décadas. Finalmente, mis agradecimientos a los colegas franceses y chilenos del proyecto LIA- Mines, centrado en la persona de Nicolas Richard, Sébastien Velut, Olivier Compagnon, Pablo Artaza y Sergio González con quienes, en los últimos cinco años, hemos desarrollado un fructífero trabajo. Los agradecimientos se extienden a mis colegas Ernesto Bohoslavsky por sus interesantes aportes y Carlos Donoso con quien desarrollamos el proyecto FONDECYT N° 1170738 (2017-2019), a Guillermo Cortés, director del Museo regional de Atacama y a Rodrigo Zalaquett, investigador en la misma institución. Por cierto, el agradecimiento se hace extensivo al personal, en especial, a Danilo Bruna. Similar deuda mantengo con Alfredo Gahona e

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Ibar González, ex funcionarios de la misma institución, quienes han apoyado permanentemente estas investigaciones. Un punto aparte merece Rodolfo Contreras, director del Museo de Taltal, quien con gran generosidad ha compartido un cúmulo de información reunida en más de una década de trabajo de la región. Sin duda, su aporte ha sido imprescindible. En esta misma línea, el conocimiento experiencial y las vivencias de Alejandro Aracena Siares, me han aportado una perspectiva nueva de conocimiento de la minería regional, en la voz de quien devino de antiguo explorador, pirquinero y explotador de minas, en un colega historiador que brilla con mérito propio. Por último, es imposible cerrar un trabajo sin agradecer a mi familia más cercana –Patricia, Daniela, Gabriel, Matías y Hayde– que me entrega la tranquilidad y confianza para seguir adelante. Más allá, en el espacio de lo intangible, están mis padres Gabriel y Olga, quienes como miles de trabajadores de la historia que motiva estos textos, enfrentaron las luchas cotidianas contra las adversidades económicas y sociales impuestas durante decenas por representantes de la elite que se negaron, y niegan, a perder sus prebendas sustentadoras de la injusticia social de mi país.

Milton Godoy Orellana Doctor en Historia.

Ñuñoa, primavera de 2018.

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La puerta del desierto. Estado y región en Atacama. Taltal, 1850-1900

¿Un gigante con pies de barro? Estado y región en Chile: Atacama meridional (Taltal), 1850-1900 “El precoz funcionamiento de sus puertos principales […], se debe al musculo del minero, desprejuiciado y audaz, a la resistencia broncínea del barretero y el desrripiador pampino y a la pupila de águila del cateador que recorrió las huellas del desierto y la cordillera y supo encontrar la riqueza, prendida a su pupila alucinada un retazo de espejismo, y en el corazón un temple de voluntad más recio que los mismos metales descubiertos”. Mariano Latorre, 19401.

I. Introducción En el Chile del siglo pasado predominó el relato hegemónico del conservadurismo historiográfico y político acerca de la existencia de un Estado decimonónico portaliano, en forma, fuerte y centralizado. Una instalación discursiva que persistió como verdad absoluta hasta los primeros cuestionamientos realizados por historiadores marxistas como Julio César Jobet y Hernán Ramírez Necochea que vieron en éste el medio usado por los sectores dominantes para imponer la subordinación a sus directrices2. En este contexto es sintomático que el análisis del proceso de formación del Estado nacional chileno ha sido construido desde el centro, entendiendo que la consolidación estatal se explica solo por el funcionamiento institucional de la capital nacional y principales centros administrativos regionales. Como corolario, se ha generado un debate en que se busca descentrar Mariano Latorre, “Notas de la costa norte”, en Atenea 185 (Concepción 1940): 261-276. 2 Jorge Pinto Rodríguez, La formación del Estado, la nación y el pueblo mapuche. De la inclusión a la exclusión (Temuco: Ed. Universidad de La Frontera, 2015), 93. 1

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la mirada del proceso de su propio eje constructivo, puesto que es allí donde los estudios historiográficos se han intensificado, para buscar comprender y explicar los mecanismos de construcción y consolidación estatal, un problema que además resulta característico para el contexto latinoamericano3. Las variantes investigativas han considerado a la vez la participación de las elites y su condición de constructores del Estado, entendiendo el proceso como “algo” a construir por “alguien”4. En el caso de Chile, este proceso se realizó en base a una planimetría ideológica dual, manifestada en elementos que en la fase temprana se confrontaron en discusiones políticas que condujeron a la guerra civil debido a que el diseño republicano era dicotómico y presentaba ejes semánticos sin puntos medios, a saber, federalismo/centralismo o liberalismo/consevadurismo, que minaron el proceso al igual que en el conjunto de los emergentes Estados nacionales latinoamericanos. Después de vencidos los liberales en Lircay, (1830) emergió una particular visión del orden público implantada por un conservadurismo que sustentaría el mito del orden portaliano, categóricamente definido como “en esencia un orden policial y militar”5. No obstante, el transcurso de las décadas y la eurofilia de las elites provocó remedar el modelo del Estado nación instalado en algunos países europeos y que se impuso a nivel mundial sobrepasando las concepciones de Estados multinacionales que implicaban las monarquías6. En este sentido resulta atingente recordar que en su clásico trabajo acerca del Estado en Chile, Marcos Kaplan, Formación del Estado nacional en América Latina (Santiago: Ed. Universitaria, 1969); Oscar Oszlak, La formación del Estado argentino: orden, progreso y organización nacional (Buenos Aires: Ed. Planeta, 1982). 4 Mónica Quijada, “¿”Hijos de los barcos” o diversidad invisibilizada? La articulación de la población indígena en la construcción nacional argentina (siglo XIX)”, en Historia Mexicana 53/2 (Ciudad de México 2003): 470. 5 Gabriel Salazar, Construcción de Estado en Chile, (1800-1837). Democracia de los “pueblos” militarismo ciudadano, golpismo oligárquico (Santiago: Ed. sudamericana, 2011), 517-519. 6 Ver Dieter Langewiesche, La época del Estado–nación en Europa (Valencia: Ed. PUV, 2012). 3

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Mario Góngora destacó que este era una creación “moderna” y con una concepción centralizadora “a la francesa”, pero, señalaba que esta creación poseía además la “fragilidad de los Estados recién nacidos en el siglo XIX”7. Góngora, aunque no lo explicitó, refería al diseño de una compleja estructura administrativa que se basaba en una red de mando estricta y rígidamente centralizada. Más allá de una frase afortunada, la percepción de Góngora trasunta la problematización esencial con respecto al Estado nacional y su construcción en Chile. Desde esta propuesta las perspectivas de análisis se han enmarcado en una temporalidad cuya cobertura se inicia con la centralización política, administrativa y económica sancionada en la constitución de 18338 –al menos en su fase inicial– y se extendió entre 1840 y 1880, periodo que para Chile presenta el momento de una incipiente consolidación estatal manifestada en la estabilidad política que representaron los llamados decenios y la apertura del país a los mercados externos –periodo transicional entre el Estado colonial y el Republicano9– insertándose en el sistema capitalista periférico, provocando transformaciones económicas, sociales y culturales10. Como sucedió en Europa, el nuevo orden político, territorial y social provocó confrontaciones entre los nuevos actores sociales que enfrentaban la superación de los regionalismos Mario Góngora, Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile en los siglos XIX y XX (Santiago: Ed. Universitaria, 1986), 47; ver también Anne–Marie Thiesse, “Centralismo estatal y nacionalismo regionalizado. Las paradojas del caso francés”, en Ayer 64 (Madrid 2006): 33-64. 8 Elvira López, El proceso de construcción estatal en Chile. Hacienda pública y burocracia (1817-1860) (Santiago: DIBAM, Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, 2014), 164. 9 Steven Volk, “Merchants, Miners, Moneylanders: The ´habilitación´ System in the Norte Chico, Chile: 1780-1850”, (Tesis Doctoral inédita. New York, Columbia University, 1983). 10 Sergio Grez, De la regeneración del pueblo a la huelga general. Génesis y evolución histórica del movimiento popular en Chile, 1810-1890 (Santiago: Ed. Ril, 2007); Eduardo Cavieres, Comercio chileno y comerciantes ingleses 1820-1880: (un ciclo de historia económica) (Santiago: Ed. Universitaria, 1999); Eduardo Devés, El pensamiento latinoamericano en el siglo XX: entre la modernización y la identidad (Santiago: Ed. Biblos, 2003). 7

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en aras de un ente jurídico-político que imponía la unidad cultural bajo la forma de una expresión nacional unívoca11. En Chile, como es conocido, este periodo no estuvo exento de quiebres intraelitarios, algunos con carácter de regionalistas, que minaron el “orden portaliano”, manifestados en las Guerras Civiles de 1851 y 1859. Acorde con lo anterior y considerando que las corrientes historiográficas actuales conminan a “dejar atrás el Estadonación que la disciplina moderna de la historia había dado por sentado; y no solo eso: el reto de liberarse de todas las unidades espaciales establecidas”12, el estudio de la configuración estatal resulta atingente. Primero, porque este campo de estudio, en circunstancias de condenarse al abandono, ha sido retomado con fuerza a propósito de la crisis que presenta el llamado “Estado de Bienestar”, que emergió en la Alemania de Bismarck como respuesta a las ideas socialistas y que se presentó “más como estrategia política que por exigencia ética”13. En efecto, el Wohlfahrstaat alemán, fue contemporáneo a la aparición del État–providence, francés posterior a 1860, y antecedió al Welfare state, forjado en Inglaterra hacia 194014, década en que se dibujan las primeras políticas chilenas que respondían a la idea de un Estado de bienestar15. El tema ha sido objeto de estudio debido a la insistencia en una crisis del Estado-nación a propósito de los problemas presentados por esta concepción en Ver Manuel Suárez y Mauricio Ridolfi (eds.), El Estado y la nación. Cuestión nacional, centralismo y federalismo en la Europa del Sur (Santander: Ed. Universidad de Cantabria, 2013). 12 Sebastian Conrad, Historia global. Una nueva visión para el mundo actual (Barcelona: Ed. Crítica, 2017), 108. 13 Adela Cortina, Ciudadanos del mundo. Hacia una teoría de la ciudadanía (Madrid: Ed Alianza, 2016), 59. 14 Pierre Rosanvallon, La crise de l´État–providence (Paris: Éditions du Seuil, 1992), 141. 15 Para el caso de Chile, ver Juan Carlos Yáñez, La intervención social en Chile y el nacimiento de la sociedad salarial (1907-1932) (Santiago: Ed. Ril, 2008); Rodrigo Henriquez Vásquez, En estado sólido: políticas y politización en la construcción estatal. Chile 1920-1950 (Santiago: Ed. PUC, 2014). 11

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las últimas décadas, especialmente, con relación a la emergencia de nuevas tensiones políticas que enfrentan o minan la manera en que se ha organizado y representado simbólicamente el poder. Para el efecto, se plantea un cuestionamiento a la “ilusión soberanista” que sustentó los Estados nacionales modernos, noción enfrentada a una nueva trama política, que tiene por centro la independencia16. En palabras, de Ander Gurrutxaga estas nuevas reglas de un juego nuevo, alteran las relaciones del centro y la periferia, remitiendo la soberanía al campo de la retórica política, despojándola de la representatividad del poder para devenir “más como recurso de la dialéctica política” que como un contenedor de “recursos simbólicos”17. Por cierto, los efectos se hacen ver a través de la fragmentación del poder, carente de un control central expresado con claridad. En este contexto de crisis del Estado asistencial y la expansión de un proceso global de integración económica y comunicacional18, se han realizado propuestas teóricas supraestatales definidas como una “constelación posnacional”, sustentada en una cosmovisión internacionalista19. Por tanto, la construcción estatal sigue siendo un tema presente. Para el caso de Chile es necesario repensar los planteamientos absolutos en torno a la temprana organización del territorio nacional, que en la práctica fue un asunto parcial, debido a un conjunto de fronteras interiores y a la real instalación en su periferia, donde la presencia del aparato de Estado fue escasa o feble. De hecho, los estudios antropológicos han persistido en el tratamiento del tema estatal y, aún más, proponen el análisis Ander Gurrutxaga (ed.), El presente del Estado Nación (País Vasco: Ed. Universidad del País Vasco, 2004), 40. 17 Idem. 18 Matías Ilivtzky, “Habermas y la constelación posnacional”, en Estudios Internacionales 170 (Santiago 2011): 31-53. 19 Jürgen Habermas, La constelación posnacional: ensayos políticos (Madrid: Ed. Paidos – Ibérica, 2000). 16

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desde su periferia, en tanto, la etnografía tiene una perspectiva “única del tipo de prácticas que parecen deshacer el Estado en sus márgenes territoriales y conceptuales”20. En segundo lugar, porque en el dibujo analítico que se ha hecho de este fenómeno en Latinoamérica es frecuente destacar la excepcionalidad del caso chileno y su temprana consolidación, proyectándola –en el caso de John Mayo– el resto del siglo “y más allá”21. Sin duda, en el contexto latinoamericano del periodo el ejemplo chileno, comparativamente, constituía una excepción, ya destacada por los viajeros decimonónicos, quienes como Alfred Grandidier, hacia 1860, hablaron de “la república modelo de América del Sur”, aunque este viajero puso énfasis en que el país “después de disfrutar de unos pocos años de tranquilidad, también entró en un período de revoluciones”22. Ésta realidad fue soslayada, mayoritariamente, en función directa de sustentar la visión conservadora de la historia de Chile, reafirmada además por historiadores extranjeros que comparten esa línea de análisis. La discutida perspectiva puede resumirse en las afirmaciones de Posada Carbó, quien escribió que “Chile sobresale por ser el país donde ejemplarmente reinó el orden, después del régimen instaurado por Diego Portales”23. Como antes señalaba, esta es una verdad a medias, que se ha asentado como una condición sine qua non, siendo refrendada y ampliada por Veena Das y Deborah Poll, Anthropology in the margins of the state (Santa Fe: School of American Research Press, 2004). 21 John Mayo, “The Development of British Interests in Chile’s Norte Chico in the Early Nineteenth Century”, en The Americas 57/3 (Los Ángeles California 2001): 363. Ver también Franck Safford, “La construcción del Estado nacional en América Latina, 1820-1890”, en State and Nation Building in Latin American and spain. Republic of the possible, (eds.) Miguel Centeno y Agustín Ferraro. (Nueva York: Ed. Universidad de Cambridge, 2013). 22 Alfred Grandidier, Voyage dans l´Amérique du sud. Pérou et Bolibie (Paris: Imp. de Claye, 1861), 21. 23 Eduardo Posada Carbó, “Las guerras civiles del siglo XIX en la América Hispánica: orígenes, naturaleza y desarrollo”, en La guerra en la historia, (eds.) Salustiano Moreta, et al. (Salamanca: Ed. Universidad de Salamanca, 1999), 195. 20

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los sectores conservadores a la concepción de un Estado fuerte, centralizado y construido en torno a la figura de Diego Portales, cuyo accionar político al interior del grupo de poder se ha definido con grandilocuencia en un reciente trabajo del abogado Gonzalo Arenas, quien –con más ideología que conocimiento histórico– refiere al Sistema de Gobierno Portaliano, creado “a partir de 1830 de la mano del ministro”24, el que además se resumiría en parte de “la memoria portaliana”. Una pretenciosa percepción de la historia que haría del ministro conservador el gran hacedor de la política chilena, a quien –según sus más acérrimos ensalzadores– “dieciséis meses le bastaron para dar forma, a partir de 1830 a una República Ilustrada”25. No está demás recalcar que este ha sido un tema discutido en profundidad con relación a la “falsificación histórica” en torno a la vida política de Portales y sus proyecciones, o enfatizando su condición de monopolista, sedicioso y anti demócrata26. En síntesis, la historiografía acerca del proceso de construcción estatal en Chile ha visto este fenómeno histórico desde arriba y desde adentro, en términos sociopolíticos; agregando que, desde un punto de vista geográfico, el problema se ha planteado desde el centro. Inclusive, en las más recientes publicaciones, subliminalmente, se da por sentado que la máquina política de configuración estatal operó igual en el territorio nacional, en sus diversos momentos de expansión. Es destacable que el problema es visto, principalmente, a través de la institucionalidad central, plateándose que, en periodos tan tempranos de la configuración estatal, como en 1845, “en Gonzalo Arenas Hödar, La memoria portaliana (Santiago: Ed. Historia chilena, 2017), 28. 25 Bernardino Bravo Lira, et al., El verdadero rostro de Portales (Santiago: Ed. Historia chilena, 2017), 32. 26 Ver respectivamente, Sergio Villalobos, Portales. Una falsificación histórica (Santiago: Ed. Universidad de Chile, 2005); Gabriel Salazar, Diego Portales, monpolista, sedicioso, demoledor (juicio ciudadano a un antidemocrata) (Santiago: ediciones USACH, 2010). 24

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ningún país hispanoamericano existía un Estado con las características del chileno: afianzado en su soberanía exterior e interior, en sus finanzas, en la regularidad de su ritmo electoral y en la estabilidad de su gobierno nacional”27, factores que validarían la excepcionalidad chilena. Probablemente, esto sucedía en el centro del país y algunas ramificaciones en las capitales regionales, donde efectivamente las características de excepcionalidad pueden haber existido. El asunto se hace complejo al intentar ampliar esta excepcionalidad y solidez a las extensas regiones demandadas por el Estado nacional chileno que, como en muchos otros ejemplos latinoamericanos, se constituían en una entelequia. Una realidad imprecisa y vaga que expandía su soberanía territorial en base a la constitución de la propiedad privada, fenómeno constatable tanto en la región de Taltal, en el desierto de Atacama; como en “la región inasequible” –según José Moraleda desde el siglo XVIII28– en que se había convertido Chiloé; o en la colonización de la Patagonia y Tierra del Fuego, por parte de Chile y Argentina29. Por cierto, en los más de 1.200 km. que mediaban entre Punta Arenas y Chiloé, la realidad era bastante más dura y el espacio se constituyó en una verdadera frontera interior. Sin duda, este dibujo, del Chile portaliano y sólido, no resulta del todo convincente. Cabe preguntarse, ¿Cómo se construyó el Estado chileno en las regiones periféricas? En el despoblado taltalino este tema es importante dado que permite Annick Lempérière, “¿La excepcionalidad chilena?” La formación del Estado, entre revolución e institucionalización (1810-1845)”, en Ivan Jaksic y Francisca Rengifo (eds.), Historia política de Chile, 1810-2010. Tomo II. prácticas (Santiago: Ed. FCE – UAI, 2017); ver también, Iván Jaksic y Juan Luis Ossa (eds.), Historia política de Chile, 1810-2010. Tomo I. prácticas (Santiago: Ed. FCE – UAI, 2017). 28 Tomas Catepillán. “La «Provincia de Chile»: construcción del Estado-nación en Chiloé, 1830-1880”, (Tesis para optar al grado de doctor en historia, El Colegio de México, Ciudad de México, 2017), 187-188. 29 Para este último caso ver Alberto Harambour, “Soberanía y corrupción. La construcción del Estado y la propiedad en Patagonia austral (Argentina y Chile, 1840-1920)”, en Historia 50 (Santiago 2017): 555-596. 27

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repensar el problema en la segunda mitad del siglo XIX, periodo en que predomina la tesis modernista del Estado constructor de nación “de arriba hacia abajo”30 y, agregaría, para el caso chileno, desde el centro a la periferia. Una periferia que en Chile resulta particular, la que dada su latitudinalidad se expresa en un eje norte–sur, que configura regiones “extremas” con respecto al centro administrativo. La hipótesis que orienta este trabajo sustenta que la ocupación de esos espacios fue lenta, tardía y resultó del impacto del avance capitalista sobre regiones ignotas, cuya conquista final se configuró mediante una simbiosis entre el aparato estatal y la acción de particulares. Un elemento innovador es no pensar esta participación del mundo privado en el proceso de expansión limitándolo a los empresarios o comerciantes diversificados que establecieron faenas en el desierto, sino que el modelo de ocupación del territorio del despoblado taltalino operó sobre las avanzadas de baqueanos, pirquineros y entrepeneurs que desde Copiapó y el novel poblado de Taltal, hacia mediados del siglo XIX, surcaron los valles y pampas prospectando minerales. Más tarde, esta acción fue refrendada mediante la instalación de puertos como “cabeceras de playa” –en lenguaje militar– de la penetración empresarial y estatal de los hinterland regionales, donde se fijaron las principales agencias del Estado y se proyectó la administración al interior. En términos de la determinación del tiempo en el análisis propuesto se ha fijado un periodo demarcado, aproximadamente, por los tratados de límites entre Chile y Bolivia de 1866 y 1904. Este, económicamente coincide con las primeras definiciones de la crisis denominada de la “Gran depresión” decimonónica, manifestada con claridad a partir de 1873 y la segunda fecha, por la decadencia de la minería cuprífera decimonónica que Alan Knigth, “El Estado en América Latina desde la independencia”, en Economía y política 1/1 (Santiago 2014): 5-30. 30

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hacia las primeras décadas del siglo, iniciaba otro proceso, denominado de la “era porfídica”31. Entre ambas, la oscilación poblacional fue de importancia y marcada por la expulsión de trabajadores ligados a la minería cuprífera hacia el inicio del periodo, quienes rebasaron el límite septentrional del Norte Chico en busca de oportunidades laborales, generando una nueva dinámica de ocupación y demandada por una eficiente presencia estatal. No fueron los únicos. Las demandas de mano de obra atrajeron trabajadores desde diferentes países generando un espacio de gran diversidad nacional y cultural entre los habitantes.

II. La expansión estatal en los despoblados sudamericanos Al inicio del siglo XVII, Fray Vicente do Salvador escribió que los portugueses, siendo grandes conquistadores de tierras, en lo ancho del Sertão brasileño se contentaban “de andarlas arañando a lo largo del mar como cangrejos”32. La metáfora explica de manera clara el tipo de ocupación que se produjo en las macro regiones latinoamericanas incorporadas a los Estados nacionales que se consideraban deshabitadas, tales como el desierto de Atacama (105 mil km2), Patagonia (1 millón km2), Amazonía (5,5 millones km2), el Gran Chaco (1.17 millones km2), los llanos del Orinoco (989.000 km²) o el Sertão brasileño (440 mil km2) y la cordillera de Los Andes (3,37 millones km²). En esta construcción decimonónica del espacio se negó la presencia de los componentes indígenas que ocuparon esos territorios, que considerados en conjunto sumaban aproximaLeland Pederson, La industria minera en el Norte Chico, Chile (Santiago: Ril editores, 2008), 257-315. 32 Fray Vicente Do Salvador, Historia do Brazil (Rio de Janerio: Ed. publicação da Bibliotheca Nacional, 1889), 8. 31

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damente 11.6 millones de km2 en un subcontinente como el sudamericano que posee 17,8 millones de km2. En otras palabras, hasta inicio del siglo XX el 65% de Sudamérica era un territorio con una muy baja densidad poblacional y con inexistencia de un aparato estatal sólido. No obstante, hacia el fin del siglo XVIII las grandes expediciones de circunnavegación –Cook, Bouganville, La Pérousse– habían trazado las costas de los continentes e islas principales. Se inició así un periodo en que la construcción de mapas era parte de las necesidades geopolíticas imponiéndose –como señala Sylvain Venayre– el uso “de representar los espacios desconocidos por los europeos por manchas blancas en los mapas, al interior de los continentes, en lugar de los dibujos imaginativos que antes les figuraban”33. Esta práctica era la necesidad de abundar en conocimientos objetivos, como parte de la reafirmación del discurso científico, que en palabras de Olivier Grenouilleau, era un “homenaje a la verdad y la exactitud”34, que impulsaba el discurso decimonónico. De esta manera el color homogéneo, la presencia del blanco u otro, representaba la ausencia, la nada, el negativo de la civilización, espacios que la cartografía de la época consideraba excluidos, englobando “todos los lugares donde no viven los hombres, como el desierto”35. Grandes regiones que se enmarcaban y respondían a la idea de desiertos, concepto que la Real Academia de la Lengua Española, explicaba como “despoblado, solo, inhabitado” y en una segunda acepción definía

Sylvain Venayre, “La ville Mourante du voyageur européen, 1770-1830”, en Hypothèses 19 (Paris 2016): 372. 34 Olivier Grenouilleau, Quand les Européens découvraient l’Afrique intérieure (Paris: Ed. Tallandier, 2017). 35 Lucile Haguet, “La Carte a–t–elle horreur du vide? Réexaminer les enjeux du tournant épistémologique du XVIIIe siècle à la lumière de la cartographie occidentale de l’Égypte”, en Cartes & Géomatique: revue du Comité français de cartographie (Paris 2011): 210. 33

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como “lugar, paraje, sitio despoblado de edificios y gentes”36. Remitiendo a extensos espacios geográficos que fueron concebidos en términos geopolíticos a fin del siglo XIX como parte de los territorios “desconocidos, inaccesibles, aislados, peligrosos, dominados por la naturaleza bruta, y habitado por bárbaros, herejes, infieles, donde no habían llegado las bendiciones de la religión, de la civilización y de la cultura”37. Pareciera que en la nueva geopolítica del poder no solo se rotuló como bárbaros a los habitantes vernáculos, o sus descendientes, sino que sus territorios, más allá de los limes de la civilización, devinieron en espacios yermos, salvajes e incultos, que requerían de la conquista e incorporación. En efecto, las exploraciones y el proceso de integración a los Estados nacionales de estos “desiertos” fueron estimuladas y coadyuvadas por el avance del capitalismo y las transformaciones suscitadas en Europa durante el siglo XIX. En este contexto, la revolución industrial provocó mayores demandas de materias primas, estimulando las expediciones en busca de nuevos yacimientos. Paralelamente, el triunfo de los grupos liberales que tomaron control de los gobiernos latinoamericanos produjo una rearticulación de la organización territorial y de su administración iniciándose “un proceso de construcción del territorio a través de la intervención humana”38, traducido en el avance sobre aquellos espacios no integrados. Francisco San Román, jefe de la Comisión Exploradora del Desierto, consideraba que éste se restringía “a medida que el progreso general y los descubrimientos poblaban o hacían accesibles a la exploración aquellos territorios, fundándose pueblos y creánReal Academia Española, Diccionario de la lengua castellana (Madrid: Ed. de los Dres. Hernando y Compañía, 1899), 340. 37 Janaína Amado, “Região, Sertão, Nação”, en Estudos Históricos 8/15 (Rio de Janeiro 1995): 145-151. 38 Ver Quim Bonastra y Gerard Jori (eds.), Imaginar, organizar y controlar el territorio. Una visión geográfica del Estado-nación (Barcelona: Ed. Icaria, 2013), 25. 36

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dose industrias en ellos”39. En la perspectiva de los gobiernos centrales los empresarios mineros, agricultores o ganaderos eran la punta de lanza del avance de la civilización. Es importante destacar que el imaginario nacionalista latinoamericano ha convertido a estos actores que explotaban los recursos naturales en prohombres y patriotas que instalaron verdaderas avanzadas de colonización. Este papel fue jugado por los barones caucheros y patrones azucareros40; los estancieros en Patagonia41; los patrones del comercio en Amazonía42; o, dueños de minas, en el desierto de Atacama. No obstante, también han emergido voces que ven en los trabajadores y sectores populares a los adalides de este avance, específicamente en el caso de los siringueros de Amazonía, quienes pueden explicarse como “agentes nacionales de la exploración y el territorio”43. Similar es el caso de los Tolerados, considerados los verdaderos pioneros en la ocupación del oriente boliviano44. En el desierto, tempranamente se reconoció a los “infatigables cateadores” a quienes Francisco San Román llamó, “agentes de progreso en estos páramos”45. En Taltal, como en otros centros de explotación en Latinoamérica, con los descubrimientos de nuevos yacimientos y las consecuentes explotaciones surgieron puertos y rutas dendríticas de penetración, primero trabajadas como simples Francisco San Román, Desiertos y cordilleras de Atacama (Santiago: Imp. Nacional, 1896), III. 40 Federico Bossert y Lorena Cordoba, “El trabajo indígena en economías de enclave. Una visión comparativa (Barracas caucheras e ingenios azucareros, siglos XIX-XX)”, en Capitalismo en las selvas. Enclaves industriales y Amazonía indígenas (1850-1890), (eds.), Lorena Córdoba, Federico Bossert y Nicolás Richard. (San Pedro de Atacama: Ed. del Desierto, 2015), 115. 41 Harambour, “Soberanía y corrupción. La construcción del Estado..., 555-596. 42 François–Michel Le Tourneau, Amazonie Brésilienne. Usages et représentations du territoire (Paris: Ed. IHEAL, 2017), 49. 43 Bossert y Cordoba, “El trabajo indígena…”, 117. 44 Alvaro García Linera, Geopolítica de la Amazonía. Poder hacendal–patrimonial y acumulación capitalista (La Paz: Ed. Vice–Presidencia del estado Plurinacional de Bolivia, 2017), 23. 45 San Román, Desiertos y cordilleras…, 15. 39

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caminos para el desplazamiento de carretas entre los puntos de producción y el puerto. Luego, se implementó la dinámica mercantil ferroviaria, que complejizó, aceleró y redefinió las redes de intercambios impactando en el noroeste argentino y en las regiones al sur del despoblado. De esta manera, es posible extender temporalmente este periodo de organización y consolidación estatal más allá del siglo XIX, especialmente al analizar la periferia del proceso, agregando matices y claroscuros a una realidad dibujada con una precisión y nitidez que resulta incoherente en el contexto latinoamericano. En esta línea de análisis es posible insertar este problema en un tema latinoamericano que hizo friccionar espacios con sistemas tradicionales y modernizantes46. En tanto, en otras regiones se suscitaron fenómenos parecidos con problematizaciones similares, especialmente en Amazonía, explicado muchas veces como el “vacío amazónico”, donde las búsquedas de materias primas como el caucho se transformaron en lo que se ha dado en llamar “el motor de expansión” hacia esa región47. Análogamente, en la Amazonía boliviana se multiplicaron los viajeros y exploradores que surcaban ríos y trazaban mapas en busca de rutas fluviales que optimizaran el flujo cauchero48. Acorde con lo señalado, cabe preguntarse, ¿la instalación capitalista y la construcción estatal fue un proceso espontáneo? Difícil. Al igual que para el caso del avance de Estados Unidos hacia el oeste –como señala Osterhammel– una primera mirada puede conducir a identificar una carencia de planificación. Rafael Palma y Hoffmann Odile, “La conformación de una frontera interna en las riberas del Tesechoacán”, en Historia de tierras y hombres: Playa Vicente, (eds.), Bernard Tallet y M. Teresa Rodríguez. (Paris: CEMCA–CIESS–IRD, 2009), 35-71. 47 Marcos Cueto y Adrián Lerner, Indiferencias, tensiones y hechizos. Medio siglo de relaciones diplomáticas entre Perú y Brasil, 1889-1945 (Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 2012), 43. 48 Lorena Córdoba, “El boom cauchero en la Amazonía boliviana: encuentros y desencuentros con una sociedad indígena (1869-1912)”, en Las tierras bajas de Bolivia: miradas históricas y antropológicas, (eds.), Diego Villar & Isabelle Combès. (Santa Cruz de La Sierra: Ed. Museo de Historia UAGRM, 2012), 126. 46

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Mientras que, profundizando, es posible constatar que Estados Unidos fue el primer país a nivel mundial que logró encuadrar su espacio nacional “a un orden unitario y sencillo” sustentado en la grid o cuadrícula que diseñó una “artificialidad deliberada” en sus fronteras iniciada hacia 1784 con las ordenanzas territoriales49. Tampoco se puede afirmar que este fue un proceso centralmente planificado, diseñado y dirigido, aunque el tema de la definición y apropiación territorial estaba latente y respondió a etapas en que, tanto la injerencia privada, como la estatal, se fue modificando. Esta situación conllevó la profundización de las disputas y demandas territoriales de las naciones limítrofes en que, tanto Chile como Bolivia, campeaban por sus fueros coloniales y republicanos para justificar la propiedad de un territorio que estaba en construcción50. Más allá de las visiones nacionalistas de cada postura y existiendo solidez jurídica en la propiedad boliviana –recordemos la cita de Fernando Cajías– este país tenía una posesión “real” de Atacama; aunque, era “una posesión frágil”51. Por cierto, el espacio sería de aquellos que habían logrado una mayor inmersión en la marea capitalista que golpeaba las costas de Latinoamérica, donde los puertos eran verdaderas cabezas de playa de los Estados nacionales. Fueron puntos de penetración y establecimientos axiales de los hinterland regionales y nodo principal de cruzamiento de redes que comunicaban, principalmente, con los mercados europeos y norteamericanos. Como afirmó Fernand Braudel, en su estudio del mediterráneo en el siglo XVI, “todos los puertos están en la encrucijada de Jürgen Osterhammel, La transformación del mundo. Una historia global del siglo XIX (Barcelona: Ed. Crítica, 2015), 163. 50 Isahia Bowman, Los senderos del desierto de Atacama (Santiago: [s.n.]. 1942), 106. 51 Fernando Cajías de la Vega, La provincia de Atacama: 1825-1842 (La Paz: Instituto Boliviano de Cultura, 1975), 25. 49

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los caminos de tierra y de mar”52, planteando la regla de que “a todo progreso vial reconocido, corresponde un progreso de la navegación” y viceversa53. Esta situación se confirmó en la región estudiada, debido a que puertos y caminos crecieron y decrecieron ligados a la demanda de materias primas minerales. Un elemento importante es constatar que en las costas del desierto de Atacama no hubo tempranos puertos que concentraran el intercambio comercial, a excepción de Cobija, con una efímera existencia desde 1825, que presentó hacia mediados de siglo una decadencia manifiesta, acrecentada por maremotos, epidemias y el abandono poblacional54. Es más, aunque la ocupación del territorio por parte de comunidades indígenas tuviese una gran importancia, esta se minimizaba por considerarse un erial y formar parte de espacios bárbaros, más allá de los limes de la civilización. Esta idea, que circulaba entre las elites de la época, se expresaba claramente en el discurso del senador brasileño Quintino Bocayuva, quien en 1899 declamaba que “para los jóvenes países americanos, poseedores de vastísimos territorios y todavía mal poblados, el único enemigo a dominar es el desierto, porque este es al mismo tiempo sede de barbarie y el mayor obstáculo a nuestro progreso, engrandecimiento y poderío”55. Este fue un problema amplio, en tanto, hacia el sur de Chile persistían grandes zonas de incorporación tardía, tales como la Trapananda o Patagonia Occidental, donde la presencia estatal era desdibujada y tenue, caracterizada por pequeños núcleos de ocupación dispersos entre Chiloé y Punta Arenas. Fernand Braudel, La Mediterranée et le monde méditerranéen á l´époque de Philippe II. T. I. (Paris: Ed. Armand Colin, 2017), 304. 53 Ibid…, 284. 54 Milton Godoy Orellana, “Donde el cóndor de Los Andes se posa tímido. El puerto de Cobija y el litoral de Atacama en el informe del coronel Quintín Quevedo, julio de 1867”, en Estudios Atacameños 46 (San Pedro de Atacama 2013): 127-44. 55 Luis Varela y Bernabé Lainéz, El Brasil y la Argentina. Confraternidad sud– americana (Buenos Aires: Imp. de Jacobo Peuser, 1901), 67. 52

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En esta región la forma de ocupación tuvo mucha más similitud con el hinterland taltalino y el sector meridional del desierto de Atacama, que, con la ocupación militar de Tarapacá y Antofagasta, resultante de una guerra interestatal o la llamada “pacificación” de la Araucanía. El eufemismo de la pacificación está asociado a un proceso militar, que en el contexto colonialista se entiende, en su primera acepción, como “una acción de restablecimiento del orden. Pacificar, puede ser simplemente reprimir, reducir por la fuerza armada o de las operaciones policiales, toda resistencia que pueda encontrarse”56. En efecto, la ocupación de las inmensas estepas de la Trapananda, y el acuoso desierto verde –un oxímoron que representa bien las extensas selvas insulares de Aysen– se inició hacia 190057 cuando diez empresas ganaderas y explotadoras de las maderas nativas se hicieron del control de la región mediante inmensas concesiones de colonización que rotuladas como permisos de explotación seccionaron el territorio aisenino58. Los resultados de estas apropiaciones territoriales por parte de empresarios y la imposición de sus intereses dejaron sus propias tragedias obreras, muchas de las cuales fueron similares a las del desierto atacameño y Tarapacá, aunque permanecen en un mayor desconocimiento59. La historiografía sobre la formación del Estado–nacional en Chile, ha tendido a observar este proceso principalmente desde los acontecimientos desarrollados en Santiago, asumiendo Samia el Mechat (ed.), Coloniser, pacifier, administrer XIXe-XXIe siècle (Paris: CNRS Editions, 2014), 8. 57 Mateo Martinic, “Ocupación y colonización de la región septentrional del antiguo territorio de Magallanes entre los 47° y 49° sur”, en Anales del Instituto de La Patagonia 8 (Punta Arenas, 1997): 5-57. 58 Mauricio Osorio, La tragedia obrera de Bajo Pisagua. Rio Baker, 1906. Origen de la Isla de Los Muertos comuna de Tortel, Patagonia Occidental (Aysén: Ed. Ñire negro, 2015), 27. 59 Mateo Martinic, “Las muertes de Bajo Pisagua en 1906. Nuevos antecedentes para la comprensión de la tragedia”, en Magallania 36/2 (Punta Arenas 2008): 163165. 56

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que, por extensión, el fenómeno tuvo características similares en el territorio restante. Y es que la historiografía no ha estado al margen del centralismo desproporcionado que ha caracterizado a Chile en cuanto a las decisiones políticas, económicas, sociales, etc. La opinión generalizada de esta perspectiva histórica, es que la elite actuó de forma unida y coherente durante el siglo XIX, al evitar la aparición de los caudillismos que caracterizaron a las nóveles repúblicas latinoamericanas, donde la noción de “orden” fue el pilar fundamental en el proyecto de la elite chilena60. La mayor tensión sobre la forma de pensar la sociedad que la elite habría experimentado, se vivió a mediados del siglo XIX, cuando la joven generación liberal que se organizó en la década de 1840 juzgó negativamente la conducción del país, pero una vez que llegaron al poder –un par de décadas más tarde– mantuvieron el modelo de país que emergió tras la Independencia61. Sin embargo, la mayoría de la historiografía desestima las diferencias que las elites provinciales sostuvieron con las decisiones tomadas en Santiago, las cuales vivieron su punto más álgido en la década de 1850 al estallar dos movimientos armados que rompieron con la supuesta unidad de la elite nacional, principalmente el de 1859, que, centrado en Copiapó buscó mayor autonomía regional y una transformación constitucional62. Las diferencias entre las élites provinciales y centrales, respecto de la organización administrativa de la nación es una de las maneras de abordar la formación del Estado, sin Ana María Stuven, “Una aproximación a la cultura política de la elite chilena: concepto valoración del orden social (1830-1860)”, en Revista del centro de estudios públicos 66 (Santiago 1997): 259-311. 61 Jorge Pinto, “Proyectos de la elite chilena del siglo XIX”, en Alpha 26 (Osorno 2008): 167-189. 62 Grez, De la regeneración del pueblo...; María A. Illanes, Chile des-centrado. Formación socio-cultural y republicana y transición capitalista (1810-1910) (Santiago: Ed. LOM, 2003); Luis Ortega, “La política, las finanzas públicas y la construcción territorial. Chile 1830-1887. Ensayo de interpretación”, en Revista Universum 25 (Talca 2010): 140-150; Joaquín Fernández, Regionalismo, liberalismo y rebelión. Copiapó en la Guerra Civil de 1859 (Santiago: Ed. Ril, 2016). 60

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embargo, centrar su estudio sólo en este aspecto deja fuera un sector mayoritario de la población, especialmente en lo que se ha dado a conocer como los “Aspectos cotidianos de la formación del Estado”, que ha puesto atención, entre otras cosas, a cuatro interrogantes –siguiendo a James Scott– sobre la formación del mismo: la primera es ¿cuán coherentes son, en tanto materia histórica, los proyectos de la élite?; segundo, ¿Cómo se manifiestan estos proyectos cuando se traducen a la práctica?; la tercera, ¿qué incluyen y qué excluyen esos proyectos?; y por último ¿cómo están alineados o consienten esos proyectos los grupos subalternos?63. Las tensiones, negociaciones y contradicciones que el Estado y las sociedades locales enfrentaron, se basaban en una relación dinámica que involucraba a las elites locales, los sectores subalternos y el propio Estado. Esta realidad provocó que, tanto las sociedades locales como el poder central, salieron transformados de la fase de conflicto que los enfrentó, pues la resistencia de los grupos y personas, si bien no pueden evitar las formas de dominación, dejan en ellas una huella duradera al modificarlas y condicionarlas64. Las modificaciones a que fueron sometidos los proyectos del Estado también debieron enfrentar un problema al interior del propio aparato administrativo. Al igual que en la mayoría de los países latinoamericanos del siglo XIX, el Estado en Chile era un verdadero “gigante con pies de barro”65, pues bastaba alejarse un poco de las ciudades mayores que concentraban el poder económico y político para verificar las precarias condiciones del ejercicio de la administración pública, en especial al James Scott, “Prólogo”, en Aspectos Cotidianos de la Formación del Estado, (comp.), Gilbert M. Joseph y Daniel Nugent. (México: Era, 2002), 22-23. 64 Giovanni Levi, La herencia inmaterial. La historia de un exorcista piamontés del siglo XVII (Madrid: Ed. Nerea, 1990), 10-11. 65 Milton Godoy Orellana, “Entre la metáfora de la insularidad y la construcción de Estado nacional: El Norte Chico, 1840-1880”, en Diálogo Andino 40 (Arica 2012): 74. 63

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adentrarse desde Copiapó al “despoblado” de Atacama, hasta avanzado el siglo XIX. En el centro el Estado era “poderoso, intimidante y eficaz”, mientras que en la periferia del territorio nacional se presentó “bastante más desnutrido e ineficiente de lo que se le suele considerar”66. Es posible que la ineficacia relativa del Estado en Chile en los extremos se deba a que, tras la independencia, el llamado Estado portaliano se tradujo en la formación de gobiernos fuertes, centralizados, militarizados y represivos, los que sólo debido a la riqueza obtenida por la explotación del salitre –en las últimas décadas del siglo XIX– consolidaron un aparato de Estado con mayor independencia de la elite, que habría sido truncado por ésta en 1891, para formarse finalmente con Alessandri e Ibáñez y la creación de la CORFO en las décadas de 1920 y 193067. En este sentido es dable afirmar que la formación del Estado, significa entre otras cosas, considerar históricamente que el proceso no puede ser entendido únicamente en los términos de su propio régimen discursivo o en base a imágenes autoatribuidas, sino se debe investigar tales términos en su genealogía histórica68. Esta es una cuestión que la antropología ya había señalado en términos más amplios cuando fijó su atención sobre el estudio de las sociedades complejas, justificando este interés, sobre todo por el hecho de que dichas sociedades no están tan organizadas ni tan estructuradas como sus portavoces sostienen69. Ernesto Bohoslavsky y Milton Godoy Orellana, “Ideas para la historiografía de la política y el Estado en Argentina y Chile, 1840-1930”, en Polis 19 (Santiago 2008): 25. 67 Alfredo Jocelyn–Holt, La Independencia de Chile (Santiago: Ed. Planeta, 1999), 166. 68 Philip Corrigan, “La Formación del Estado”, en Aspectos Cotidianos de la Formación del Estado, (comp.), Joseph Gilbert y Daniel Nugent. (México: Era, 2002), 26. 69 Eric Wolf, “Relaciones de parentesco, de amistad y de patronazgo en las sociedades complejas” en Antropología de las Sociedades Complejas, Eric Wolf et ál. (Madrid: Alianza, 1999), 19. 66

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Evaluar al Estado en su formación significa, además, investigarlo en términos económicos, en su producción o la distribución social y demográfica en el tiempo y el espacio, pero también considerar las relaciones sociales y culturales con otros grupos, sean elites o subalternos, y las relaciones que establecen entre ellos, teniendo en cuenta la diferenciación espacial según un desigual desarrollo de poderes sociales en espacios regionales70 y locales. Obviamente, intentar establecer una “historia total” del problema del Estado de Chile en sus márgenes –específicamente en el septentrión– resulta un trabajo lato y un tanto inasible documentalmente. Por tanto, se parte de la premisa de que es necesario estudiar la formación y desarrollo del Estado en los espacios regionales en sus aspectos cotidianos, lo que permite sacar a la luz las contradicciones presentes en el funcionamiento de los sistemas sociales que, vistos desde lejos, se presentan como coherentes. En esta discusión y “estado del arte” investigativo, el enfoque propuesto se centra en las relaciones entre el Estado, las elites locales y los sectores subalternos, en la región septentrional del Norte Chico chileno, que desde 1843 emergió con solidez jurídica en la discusión nacional.

III.

La expansión al despoblado de Atacama

El proceso expansivo se resume en la sentencia de Richard Muir para quien el Estado existe “cuando una población instalada en un territorio ejerce su propia soberanía”71, considerando tres aspectos para caracterizar el Estado: la población, el territorio y la autoridad. William Roseberry, “Hegemonía y lenguaje contencioso”, en Aspectos Cotidianos de la Formación del Estado, (comp.), Joseph Gilbert y Daniel Nugent. (México: Era, 2002), 218. 71 Richard Muir, Geografía política moderna (Madrid: Ed. Ejército, 1982). 70

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Al analizar las evidencias de la situación del Estado nacional decimonónico en Chile se pierde la perspectiva de una realidad nacional homogénea, en términos de comunicaciones e integración territorial del periodo. De hecho, la presencia estatal, sus agencias reguladoras y una pertenencia territorial con soberanía efectiva, no nominativa, es escasa y laxa en las regiones periféricas. En sentido estricto, el Chile decimonónico, hasta alrededor de la década de los cincuenta, fue el territorio comprendido entre la provincia de Atacama y Concepción, más la presencia de Valdivia, Osorno y Punta Arenas, entre otras ciudades del sur, verdaderos enclaves urbanos en extensos territorios inexplorados, una cobertura territorial de 249.747 km2, de los 756.102 km2 de Chile continental actual. Es decir, en el periodo el Estado nacional tenía presencia, más o menos constante y efectiva, en el 33% del territorio que demandaba al fin del siglo XIX. La expansión y consolidación en el caso chileno estuvo ligada al proceso de instalación de una burocracia estatal que solo en el periodo 1845–50 se expandió en un 90%, haciéndose más sólida desde 1860 en adelante72. No obstante, como se señala en otro lugar, el simple aumento en número de agentes estatales no explica, ni supone mayor eficiencia del aparato estatal, pues se debe considerar el origen de los sueldos, su financiamiento y la proveniencia social de los funcionarios73. Visto en perspectiva de larga duración el proceso de expansión estatal estuvo ligado a la integración al sistema capitalista periférico, como parte de un mercado mundial que se convirtió en “el arquetipo de los sistemas ulteriores”74. Proceso Ortega, “La política, las finanzas públicas…”, 140-150. Milton Godoy Orellana, “La ley es una moneda en el desierto: agentes estatales, empresarios mineros y conflictos de intereses en la periferia del Estado nacional chileno: Taltal, 1850-1900”, en Estudios atacameños 52 (San Pedro de Atacama 2016): 31-48. 74 Philippe Norel, L´Histoire économique global (Paris: Éditions du Seuil, 2009), 100. 72 73

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que fue claramente percibido por las autoridades, empresarios y trabajadores de la región. De hecho, en 1927 el gobernador de Taltal escribió en su memoria anual que: “El departamento produce salitre, metales de oro, plata y cobre; todo se embarca para Europa no tenemos nada que interese al resto del país, pero somos un gran mercado para todos los productos de la región del centro o del sur, como ser; artículos alimenticios, forraje, carbón, maderas y demás productos naturales, industriales y fabriles”75.

El proceso expansivo iniciado a mediados del siglo XIX se consolidó en la década de 1880 cuando las tropas chilenas ocuparon Lima y “pacificaron” la Araucanía, produciendo una extensa expansión territorial del país hacia el norte y sur. Desde esta década hasta 1930 la profundización del fenómeno fue visible y la centralización del Estado nacional chileno tendió a aumentar, creciendo además el control que ejercía en algunas regiones al generarse una mayor territorialización y conectividad. La base de esta fue una red ferroviaria que desde mediados del siglo XIX se consolidó con la construcción de diversos tramos de vías férreas en el norte minero y en el Valle Central, conectando en 1913 el país desde Puerto Montt a Iquique. A la par se desarrolló una red vial que tendía a aumentar en número y calidad, permitiendo una mejor comunicación y control, aunque es válido aquello de que “el hecho de que dos vías férreas procedentes de direcciones opuestas se encuentren y coincidan en un punto no significa que ya no queden espacios desiertos o escasamente habitados en medio”76. En el caso de Taltal es posible afirmar que el inicio de la ocupación y la conquista del desierto fue una amalgama en que se imbricaron los intereses de los empresarios y el Estado. En las primeras etapas, la presencia estatal se manifestó en el control Memoria de la Gobernación de Taltal. Taltal, 10 de agosto de 1927. ANHIANT, vol. 57, s/f. 76 Robert Kaplan, La venganza de la geografía (Barcelona: RBA Libros, 2017), 81. 75

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parcial de la costa, pues, más allá de las concesiones portuarias y algunos permisos, el Estado no jugó un papel importante. En términos demográficos, hubo pequeños grupos de indígenas con relaciones comerciales trashumantes. En el periodo colonial y republicano temprano la región taltalina estaba deshabitada y se densificó con mineros, aventureros y comerciantes. En su primera fase, en esta región no existió un Estado constructor de nación “desde arriba”, sino resultado de las acciones del empresariado y de los trabajadores ocupantes de la geografía desértica mayoritariamente chilenos. Con estos llegaron empresarios extranjeros y nacionales que impusieron sus condiciones y diseñaron un entramado del poder que les era favorable. Esta primera ocupación capitalista usó como base el conocimiento prehispánico y colonial del territorio, ocupando los centros de aprovisionamiento de agua y senderos de antiguos grupos caravaneros. Paralelamente, se ordenó a la corbeta Abtao explorar la costa entre el límite con Bolivia (paralelo 24° de LS.) hasta la caleta El Cobre, buscando un puerto seguro y abrigado, con un sitio plano para una población y acceso al interior del desierto por alguna quebrada “que pudiera habilitarse para el tráfico a poco costo”77. En 1876, la idea central era encontrar un puerto que compitiera con Antofagasta “para atraernos la población y el comercio que se situaba en este centro boliviano” y si esto no resultaba –como escribió Lastarria– “quedaba el excelente puerto de Taltal para realizar tan vasta empresa”78. Fue esta región –entendida como un espacio de integración sociocultural y económico, y no solo analizada en su dimenJosé Victorino Lastarria, “Moción presentada al senado en sesión del 7 de agosto de 1876 sobre erección de dos nuevos departamentos en el territorio del norte de la provincia de Atacama”, en Obras completas. Proyectos de ley y discursos parlamentarios, vol. VI. (Santiago: Imp. Barcelona, 1908), 109. 78 Lastarria, “Moción presentada al senado en sesión…”, 110. 77

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Taltal, vista general. c. 1900. Fuente: Archivo fotográfico, Museo Augusto Capdeville Rojas.

Taltal, vista de la bahía. c. 1900. Fuente: Archivo fotográfico, Museo Augusto Capdeville Rojas.

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sión político administrativa con relación al centro79– donde se generó un espacio de penetración económica que presionó la frontera septentrional y la hizo movible, elástica en sus limes, iniciando una expansión que culminaría desbordando sus antiguos límites, para rebasar el territorio boliviano. Esta tierra recibió la presión de la presencia chilena que, a todas luces, se percibía como amenazante para los intereses de Bolivia, los que, aun considerando la creación del Distrito Litoral, en enero de 1867, estaban escasamente representados, pues carecía de las principales agencias del Estado y sus representantes. A la sazón, el único poblado costero con un importante alcance numérico de población era Cobija, que en términos totales hacia 1867 tenía en todo el departamento del Litoral, no más de 15.000 habitantes. Es destacable, que el puerto de Cobija hacia mediados del siglo XIX poseía 483 habitantes entre los que se contaba un 21.3% de chilenos, compuesto principalmente por obreros de esa nacionalidad, cuya presencia tendió a crecer en las décadas posteriores, y significó al momento de la fundación de Antofagasta, un 84% de la población total80. La situación se consolidaría con la Guerra del Pacífico y una vez realizado el Pacto de Tregua chileno–boliviano se generó la necesidad de establecer las bases administrativas de este nuevo territorio, las que se fijaron mediante la ley del 12 de julio de 1888, que creó la provincia de Antofagasta e integró el departamento homónimo, más Tocopilla y Taltal, que fue separado de la provincia de Atacama81. En este sentido, para la región de Antofagasta se ha destacado a esta como una zona Milton Godoy Orellana, “Fiestas, carnaval y disciplinamiento cultural en el Norte Chico, 1840-1900”, (Tesis para optar al grado de Doctor en Historia, Universidad de Chile, 2009). 80 Julio Pinto, “Reclutamiento laboral y nacionalidad: el problema de la provisión de la mano de obra en la industria salitrera (1850-1879)”, en ¿Faltan o sobran brazos? Migraciones internas y fronterizas, 1850-1930, (ed.), Carmen Norambuena (Santiago: Universidad de Santiago de Chile, 1997), 227. 81 Oscar Bermúdez, Orígenes históricos de Antofagasta (Antofagasta: Ed. Ilustre Municipalidad de Antofagasta, 1966), 115. 79

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de frontera, donde primó el esfuerzo “pionero de capitalistas y mineros”, con énfasis salitrero, que precedieron a la intervención del Estado82. Así, la región se constituyó en una amplia zona de frontera, dinámica y que con elasticidad territorial tendió a la expansión, tanto en relación con el territorio tangible como en el imaginario que la sociedad configuró respecto de este83. De esta manera, resulta de interés centrar la mirada en la región de Taltal, que, siendo parte del territorio de la provincia de Atacama, por tanto, del Norte Chico, fue integrada administrativamente a lo que se comenzaba a dibujar como su complemento: el Norte Grande. En ambos periodos, antes de 1888 y después de su integración a la provincia de Antofagasta, Taltal jugaba un papel aparentemente marginal, no solo en la realidad administrativa de lenta instalación, sino en los análisis historiográficos que no se han adentrado en su estudio, centrando la mirada primero en Copiapó y luego en Antofagasta, pasando la región estudiada de ser la antigua frontera septentrional a constituirse en el sector meridional del Norte Grande de Chile. De hecho, Taltal al inicio del siglo XX y ya integrado a la producción salitrera continuó funcionando como un cantón independiente en el embarque salitrero84, comportándose como una suerte de frontera interior, instalada como una cuña entre el antiguo norte de Chile y las nuevas tierras anexadas después de la Guerra del Pacífico, deviniendo en un espacio transicional que desarrolló su propio ritmo de consolidación. En ocasiones se ha usado la perspectiva de Frederick Jackson Turner acerca de la expansión hacia el oeste de los Estados Unidos –planteada en 1893– para explicar la presencia nacional José Antonio González, “La conquista de una frontera. Mentalidades y tecnologías en las vías de comunicación en el desierto de Atacama”, en Revista Norte Grande 40 (Santiago 2008): 28. 83 Sergio González M., La sociedad del salitre. Protagonistas, migraciones, cultura urbana y espacios públicos 1870-1940 (Santiago: Ril Editores, 2013). 84 Sergio González M., “El cantón Bolivia o central durante el ciclo de expansión del nitrato”, en Estudios Atacameños 39 (San Pedro de Atacama 2010): 85-100. 82

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Taltal, Muelle de la Compañía Salitrera Alemana. 1894. Fuente: Archivo fotográfico, Museo Augusto Capdeville Rojas.

Veleros a la gira en la bahia de Taltal. c. 1900. Fuente: Archivo fotográfico, Museo Augusto Capdeville Rojas.

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Despoblado de Taltal, c. 1800. Detalle del Mapa de Chile entre Paposo y Talcahuano existente en el Archivo General Militar de Madrid (clasificación CH-02-01). Es posible establecer que este mapa es una copia del sector correspondiente a Chile del trabajo de Juan de la Cruz Cano y Olmedilla, Mapa geográfico de América meridional (Madrid, 1775), debido a una serie de elementos, tales como, la ubicación de Paposo lejos de la costa, señala El Juncal como un puerto, incluye el dato de que el Chaco Alto era “una cerca para coger vicuñas” y mantiene errores como el orden de algunos puertos ubicados al sur de Taltal.

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en Atacama, a través de pioneros (o colonos) que en aventura heroica enfrentaron el desierto con móviles civilizatorios y de interés geopolítico para Chile. No obstante, la diferencia radica en que se trató de sujetos voluntariamente trasladados desde una región contigua (y no desde la institucionalidad central), donde la iniciativa privada empresarial en algunos casos fue internacional o transfronteriza. En el caso de Taltal, cuando la región fue presa de las demandas de materias primas y el impulso externo condujo a sucesivas exploraciones e instalaciones productivas complejas y abiertas a los mercados externos, surgió el interés estatal y el proceso se tradujo en los primeros pasos de ampliación del ecúmene, caracterizado, entre otros, por un aumento de los lugares poblados, creciendo la cantidad de ciudades, pueblos, villorrios y apareciendo los primeros intentos regulatorios mediante el establecimiento de aduanas que captaran impuestos para el financiamiento de la burocracia estatal. Este proceso estuvo refrendado por la incorporación de la región a las estadísticas que entregaban los Censos de la República, realizados durante el siglo XIX, configurando con la elaboración de mapas que se discutía con antelación –según Anderson– la creación de una nueva “gramática”85 del poder, convertida en un instrumento de Estado para la expansión de la identidad nacional. Paralelo al proceso de instalación y expansión del Estado chileno, esta región frontera enfrentó el problema de control de los territorios y los consecuentes conflictos de poder que en estos se suscitaron. Especialmente, en el sector septentrional de Chile decimonónico, que contaba con habitantes escasos y dispersos. Los nuevos habitantes provenían tanto de Chile, como de diversos países, incluyéndose alemanes, ingleses, franceses, españoles, chinos, croatas, etc., que hicieron de la región lo Benedict Anderson, Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo (México D.F.: Ed. FCE, 1993), 250. 85

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que se denominó –como en otros tantos casos similares– una “nueva California del sur”86, que prosperó con los estímulos monetarios entregados por el cobre, la plata y el salitre, que alteraron profundamente las relaciones del habitante con su entorno. La comparación es interesante, aunque no solo desde la perspectiva de un verdadero crisol de nacionalidades y culturas que se amalgamaron en un territorio, sino porque el proceso de colonización por los inmigrantes chilenos es similar, en tanto, condujo a la anexión por el Estado, pues los gobiernos chilenos del periodo tenían clara conciencia de la riqueza minera y la necesidad de expansión hacia el norte87. Como señaló Atanasio Hernández, autoridad boliviana en la región, pese a los “esfuerzos y sacrificios” realizados en el caso de Cobija no se le pudo ubicar entre los puertos del Pacífico que centraban el comercio, por lo que debía “considerarse económica y aun políticamente como una colonia chilena, puesto que transportamos perennemente nuestros caudales para fomentar las casas mercantiles de Valparaíso, y la opulencia de aquel país”88. En este contexto, es dable considerar que la construcción del territorio ha sido explicada como “una estrategia con tendencia a afectar, influir o controlar a la gente y los recursos de un área [...] a través de su control territorial”, en cuya concepción las fronteras juegan un papel preponderante, en tanto constituyen, por una parte “los límites tanto del control estatal sobre el espacio como del ámbito de producción y reproducción de la identidad nacional”89. Mientras, por otra son materiales, Seminario de Problemas Regionales de Atacama (Copiapó: Ed. Departamento de Extensión Cultural de la Universidad de Chile, 1957), 30. 87 Emmanuelle Peres Tisserant, “Nuestra California. Faire Californie entre deux constructions nationales et impériales (vers 1810-1850)”, (Thèse pour l’obtention du grade de Docteur en Histoire et civilisations. Paris: EHESS, 2014), 596. 88 Atanasio Hernández al señor Ministro de Estado. Lamar a 29 de diciembre de 1850. ANBSMININT, vol. 138, N° 30, s/f. 89 Mónica Quijada, “Nación y territorio: la dimensión simbólica del espacio en la construcción nacional. Argentina. Siglo XIX”, en Revista de Indias LX/219 (Madrid 2000): 376. 86

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tangibles y posibles de ser cartografiadas90. Así, podemos analizar la ocupación de este espacio, no solo como resultado del conflicto diplomático y bélico chileno–boliviano, sino como un espacio tensionado por el empuje de los nuevos explotadores de esa porción del desierto. Es significativo que la compleja relación entre el Estado y las elites regionales está marcada por los intereses de estas últimas, quienes devinieron en los controladores del territorio. Para el caso, Bryan Roberts en su estudio de la relación entre Estado y región en Latinoamérica llegó a afirmar que “una región y su identidad se forjan mediante las imposiciones de una clase local dominante, que busca expandir su propia base material y que ejerce control sobre la administración local para promover sus fines”91, fenómeno discutible en procesos regionales de larga duración, en que la identidad regional muta o deviene en múltiple. No obstante, para el caso analizado esta sentencia resulta válida. Más aun, Roberts establece en su análisis que la relación entre región y Estado está marcada por una “aparente contradicción”92, entre la acción de un grupo que “explota un medio ambiente determinado” y sustenta su actividad económica en una serie de relaciones horizontales, basadas en prácticas socio–políticas que contribuyen a modelar los límites territoriales; las que se confrontan con la presencia del Estado, que funciona predominantemente en la dimensión de las relaciones verticales diseñadas con una visión homogeneizadora y centralizadora del país93. Se puede argüir que esta centralización del poder se constituye en Chile en la serie Presidente – Ministro del Interior–Intendente – Gobernador – Delegado – Subdelegado, configurando lo que Pierre RosanJoan Nogués, Nacionalismo y territorio (Lleida: Editorial Milenio, 1998), 61. Bryan Roberts, “Estado y región en América Latina”, en Revista Relaciones 1/4 (México 1980): 10. 92 Roberts, “Estado y región en América…”, 28. 93 Roberts, “Estado y región en América…” 28-29. 90 91

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Vista sur de la ciudad de Taltal. c. 1900. Fuente: Archivo fotográfico, Museo Augusto Capdeville Rojas.

Taltal, vista norte de la ciudad de Taltal. c. 1900. Fuente: Archivo fotográfico, Museo Augusto Capdeville Rojas.

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vallon llamó “una pirámide descendente de poder”94, siendo nombrado cada uno de los componentes de esta cadena por la decisión e incidencia de sus superiores, buscando agilizar “la trasmisión de las órdenes y la ley con la rapidez del flujo eléctrico”95. Por cierto, una declaración de principios que no fue aplicable en Francia bonapartista y menos funcionó totalmente en la periferia latinoamericana. En este contexto, los empresarios de la región estudiada buscaban el control y la autonomía de sus prácticas económicas en un nivel horizontal y, paradójicamente requerían de un Estado que regulara el proceso y asumiera en alguna medida el control vertical del proceso mediante elementos regulatorios como las definiciones territoriales y la presencia militar en la costa. En efecto, la incertidumbre de la definición territorial entre Bolivia y Chile existente antes de la Guerra del Pacífico (1879-1884) fue adversa a los intereses económicos de los empresarios, quienes los veían minados debido a los problemas diplomáticos entre chilenos y bolivianos, principalmente por la escasa claridad que existía en torno a las normas regulatorias aplicadas en el territorio. Básicamente, los empresarios desconocían a quien apelar como controlador del espacio en cuestión, ya fuese a Chile o Bolivia, debido a que no se había dictado “prescripción alguna que dé garantías al explorador”, aduciendo que la situación “ni da empuje a las exploraciones, ni desenvuelve desde luego los elementos de prosperidad y de vida que aquellos lugares encierran. El explorador no se atreve a invertir capitales que serían de consideración en una empresa de resultado incierto y en que los frutos, si los habrá, no le corresponderían ni siquiera en parte”96. Pierre Rosanvallon, L´État en France de 1789 à nous jours (Paris: Éd. du Seuil, 1993), 111. 95 Ibid…, 112. 96 Juan Velle al Ministro del Interior. Copiapó, [sin fecha]– Bienio 65/66. ANHMININT, vol. 158, s/f. 94

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La situación se revirtió después de ocupado militarmente el desierto, siendo una de las principales iniciativas estatales el financiamiento de la Comisión Exploradora del Desierto que buscaba establecer parámetros “para que los trabajos aislados, incoherentes y hasta egoístas de los directores de minas e ingenieros obedezcan a un plan definido, a un principio de unidad y a fines de interés público y de industrialización y enseñanza para los interesados en la prosperidad de los negocios mineros”97. Así, se asentó la constitución de una región septentrional de Chile, en constante movimiento en aras de nuevos descubrimientos. Éstos, a su vez, provocaban la concentración de trabajadores –como en el ya citado Cachinal de La Sierra– y consolidaban la irrupción a mediados de siglo de Taltal, establecido como centro administrativo regional desde la década de los setenta en adelante. Por tanto, es preciso reafirmar que al inicio de la explotación de la región, la población local era escasa y no existía un control territorial importante, salvo en el sector septentrional del desierto de Atacama, donde se remitía a la zona de San Pedro de Atacama, con sus comunidades aledañas de control andino con altos niveles de organización. De esta forma, en la expansión hacia Taltal no hubo resistencia indígena ni necesidad de enviar tropas como en el proceso de “pacificación” de la Araucanía, constituido en una verdadera “integración coercitiva”98. El motivo principal para no realizar una acción militar fue que la población indígena de la costa y el hinterland de Taltal no fue numéricamente importante y los grupos existentes no contaban con una estructura organizacional que fuese capaz Comisión exploradora del desierto al Intendente Manuel Carrera Pinto. Copiapó,29 de junio de 1884. ANHIAT, vol. 624, s/f. 98 Carmen Bernand, Los indígenas y la construcción del Estado–Nación (Buenos Aires: Ed Prometeo, 2017), 172. 97

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de trabar el avance de los empresarios mineros o del Estado, debido a que su estructura respondía a grupos trashumantes que vivían de la recolección costera y/o el pastoreo en la cordillera. En este sentido la expansión al norte de Copiapó y la penetración en el desierto fue una empresa privada. Las manifestaciones del Estado nacional chileno se dieron en el plano de la diplomacia y en un proceso de apropiación del espacio que significó sentar precedentes –en primera instancia– mediante la presencia de navíos. De esta manera, las tareas iniciales se limitaron a avanzar hacia el norte, autorizando a naves chilenas o extranjeras a extraer guano o sobrepasando, de hecho, más no de derecho, los límites establecidos con Bolivia. El desplazamiento por la costa implicó hacer presencia hasta Mejillones, donde en 1846 el comandante de la goleta de guerra chilena Janequeo desembarcó y enarboló el pabellón de Chile, provocando la preocupación de las autoridades bolivianas que en su documentación oficial consideraban estos actos un “signo de posesión” y que “envolvían una violación del territorio”99. No obstante, esta práctica también fue realizada por Bolivia, en tanto una autoridad chilena reclamaba en julio de 1864 a este gobierno que “los indios de Hueso–Parado (Taltal) le informaron que habiendo llegado al Puerto del Paposo el bergantín de guerra boliviano Sucre, su comandante trató de persuadirles que todo el territorio al Norte del Paposo era boliviano y no chileno”100. El Estado asumió la función de regulador de la colonización como ente que concedió las directrices de urbanización y organización espacial reproduciendo el modelo instalado en la república. Su accionar se tradujo en extender permisos de Santiago, 30 de abril de 1846. Ministerio de relaciones Exteriores, Legación de Bolivia en Chile 1839-1897. Archivo Nacional de Bolivia en Sucre, Ficha N° 6, s/f. 100 Manuel Montt al Ministro de Relaciones Exteriores de Bolivia. Santiago, 18 de julio de 1846. ANBSMRE, Legación de Bolivia en Chile 1839-1897, Ficha N° 11, s/f. 99

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Iglesia de Taltal. c. 1900. Fuente: Archivo fotográfico, Museo Augusto Capdeville Rojas.

Muelle y oficinas de la Compañía Salitrera Alemana. c. 1900. Fuente: Archivo fotográfico, Museo Augusto Capdeville Rojas.

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explotación, autorizaciones de usos de puertos, regulación de ocupaciones al margen de la ley –como el caso de José Antonio Moreno– fundó directamente ciudades–puertos de control aduanero e intentó –y con el tiempo lo logró– establecer su presencia mediante agencias estatales en el territorio incorporado. Paradójicamente, el aparato estatal central cumplió las funciones señaladas con antelación, aunque inicialmente no tuvo participación en la ocupación del hinterland. Solo una vez establecidas las explotaciones buscó regular los asentamientos instalados, no teniendo mayor incidencia en los espacios urbanos privados que constituyeron las oficinas salitreras, que emergieron con un modelo de poblado asociado a la planta de producción y cuyas habitaciones, dependencias y espacios de sociabilidad eran propiedad de la empresa. El problema territorial no se dio solo en el campo de las confrontaciones interestatales, sino que tuvo un referente en el espacio de explotación o expansión de las empresas que allí se instalaron. Este fue un problema amplio, y recurrente en la expansión capitalista. Por ejemplo, en la realidad europea hubo similares casos de escases de espacio para la instalación industrial, tal fue la situación de Ansaldo, una empresa siderúrgica, mecánica y de construcción naval que tuvo que luchar por “la conquista del suelo” antes de su organización101. El control sobre el espacio y los trabajadores se forjó con los pedimentos de explotación, la demarcación de los terrenos de la empresa y la fijación de los límites de su control, formando un núcleo denominado Oficina salitrera, compuesto –como señaló Anibal Echeverría en 1929– por “el conjunto de terreno, edificios, maquinaria, etc., que forman una unidad en la

Alain Dewerpe, Les mondes de l’industrie. L’Ansaldo, un capitalisme à l’italienne (Paris: Ed. EHESS, 2017). 101

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extracción del caliche y elaboración del salitre”102. Esta delimitación estaba enmarcada por el cerco e hitos –a veces invisibles a ojos de legos– que desempeñaron un rol preponderante en el proceso de control espacial estimulado por el capitalismo, haciendo del alambre de púas un símbolo de la demarcación y la propiedad. Los ejemplos se repiten, tal es el caso del desierto australiano, donde esta práctica estuvo predominantemente establecida y “la cuestión del control de la tierra fue de un interés permanente”103. Por tanto, la realidad de la ocupación espacial del desierto se dio, a lo menos, en dos dimensiones. En primer lugar, existió una suerte de insularidad en la dispersión de las explotaciones mineras y oficinas salitreras en la pampa, las que funcionaban controlando la vida económica como social al interior de sus explotaciones, espacios habitacionales y administrativos. En segundo lugar, estas islas de explotación capitalistas no eran autárquicas y necesitaban de ductos para el flujo de mercaderías, tanto desde la costa, como allende Los Andes, además de una extensa red hídrica que abastecía de agua desde las afluentes cordilleranas, que se complementaba con la conexión a una red dendrítica de caminos y vías férreas, que permitían los flujos y circulación de personas, productos y vituallas. A lo anterior se sumó una densa red telefónica privada que comunicaba eventuales problemas de flujo acuoso desde la alta cordillera andina, donde se ubicaban los depósitos de agua, hasta los yacimientos. En 1925, el viajero alemán Gunter Plüschow fue testigo de estas redes imbricadas:

Anibal Echeverría, Voces usadas en la industria salitrera (Antofagasta: Imp. Skarnic, 1929), 24. 103 Alan Krell, The Devil’s Rope: A Cultural History of Barbed Wire (London: Ed. Reaktion Book, 2002), 161. Ver también, Nicolás Richard y Consuelo Hernández, “Las alambradas en la Puna de Atacama: alambre, desierto y capitalismo”. Revista chilena de Antropología, N° 38, Santiago, 2018. https://revistas.uchile.cl/index.php/ RCA/article/view/49480. 102

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“Estamos cabalgando al lado de una de las tantas ´serpientes de agua´. Los caños que transportan el valioso líquido recolectado arriba [cordillera] por una cañería conjunta a través del desierto. Un terraplén de unos tres metros de altura la cubre y protege de daños. Por donde se mire se ve ese terraplén que recorre la pampa, encima de él pasan los cables telefónicos, delgados como patas de arañas, que a lo largo de los caños van a las aguadas centrales para que los guardias puedan pedir ayuda en todo momento y de todo lugar, en caso de que algo sucediera a las serpientes”104.

Las líneas telefónicas vinculaban además las diferentes empresas entre sus explotaciones en la pampa, el puerto y, mediante el cable submarino, con Europa. Un ejemplo es la petición realizada por el gerente de Vorwerk y Compañía, en representación de la salitrera The Lautaro Nitrate Company Limited para la “expedita y conveniente administración de sus intereses”105, solicitó al intendente trazar una línea telefónica de 34 km, desde la oficina Santa Luisa “al escritorio que posee en este puerto”106. Finalmente, con respecto a la construcción del Estado nacional en Chile en las regiones es posible constatar, a lo menos, tres ritmos definidos. En términos gruesos en el diseño del State building el centro representó el espacio de poder por antonomasia desde donde manaban los proyectos para aplicarse en el territorio, mientras en las provincias su presencia estuvo marcada por la capacidad de los agentes estatales para representar las directrices del centro, eventualmente mediatizadas por los intereses de las elites económicas locales y regionales. Este cuadro político representa dos realidades en tension –capital nacional y región– que han sido analizadas como variables únicas, provocando una perspectiva limitada Gunter Plüschow, A vela hacia el país de las maravillas (Ushuaia: Ed Südpol, 2013), 167. 105 Santiago, 12 de agosto de 1892. ANHMININT, vol. 1752, s/f. 106 Taltal, 22 de septiembre de 1892. ANHMININT, vol. 1752, s/f. 104

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y que puede inducir una visión maniqueísta del problema. La realidad de la configuración del poder y su representación en el territorio se presentó matizada por un verdadero dégradé, plasmado en la generación de una gradiente del poder y de la presencia estatal. Por cierto, esta imagen amplía la visión del problema, no limitándola a la relación centro/capital nacional versus periferia/capital provincial, pues la complejización de la expansión estatal condujo a un tipo de presencia y funcionalidad de los agentes acorde con la distancia y accesibilidad de los centros de poder estatal. Ergo, con las limitaciones propias de los Estados en su etapa de asentamiento y/o fortalecimiento, se provocó una doble centralización, en tanto, en Chile la presencia y administración eficaz fue mayor en la capital nacional y en las provincias aledañas en un eje norte-sur. Luego, estos atributos se reprodujeron en las capitales provinciales más alejadas, que a su vez se reproducían como nuevos centros de poder y control, difuminándose la presencia estatal en las municipalidades y subdelegaciones insertas en las provincias distantes. Es posible observar que en las etapas tempranas de la configuración estatal en la periferia hubo una existencia limitada de ciudadanos que podían asumir el rol de funcionarios que demandaba el Estado. Carente de un número importante de individuos detentadores de saberes básicos demandados por la actividad republicana, tales como la lectoescritura, expuso a limitar la práctica de agentes estatales a algunos personajes regionales y/o locales, concentrando el poder y la rotación de cargos en los individuos que componían los círculos de las elites locales o regionales. Otro elemento derivado de esta gradiente del poder fue que en los espacios periféricos no solo disminuían los agentes estatales, sino que estos estaban sustentados por el aporte económico de los empresarios. Además, con relación a estos funcionarios y su capacidad de respuesta y control se insinúa

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un espacio administrativo con presencia laxa que tiende a difuminarse y hacerse borrosa en los extremos sur y norte del país. En estas regiones periféricas se acentuaron los poderes económicos y políticos locales, manifestados en la incidencia que tenían en las decisiones de las agencias estatales, no siendo escasas las intervenciones para designar e intentar influir y/o controlar los agentes designados por el aparato central especialmente en el caso de los jueces que dirimían los problemas en torno a la propiedad. Esta centralidad del control y presencia estatal en los espacios urbanos locales se manifestó de manera concéntrica hacia el exterior y se expresó, en el caso analizado, en que mientras en el puerto había presencia estatal, en la pampa, esta se diluía y se transformaba en un espacio sin autoridad. De hecho, constantemente se demandó presencia de autoridades, especialmente de policías que –según escribió el gobernador Daniel Oliva en 1881– “como a US le consta no se conoce en estas regiones”107, destacando que esa carencia: “se hace sentir día a día con urgencia, es público i notorio que en todas las salitreras se cometen i repiten con mucha frecuencia asesinatos i crímenes de toda especie quedando casi todos impune, desde que nada puede hacer un subdelegado sin fuerzas i un juez sin ningún apoyo, sin un solo cuarto no digo cárcel para detener i castigar a los delincuentes”108.

La presencia del Estado, hacia las primeras décadas del siglo XX tendió a crecer, expresada en un mayor número de agencias estatales y de funcionarios públicos financiados con el erario nacional. Como antes se esbozaba, el aumento numérico de los funcionarios es importante para construir una imagen del Estado y su acción, en tanto la cifra permite “cuantificar un grupo social”, aunque no explica necesariamente una presencia más eficiente del aparato estatal, debido a que, analizar la cantidad de profesores, policías, jueces y demás agentes estatales “puede Daniel Oliva al Intendente de Atacama. Cachiyuyal, 22 de julio de 1881. ANHIAT, vol. 552, s/f. 108 Cachiyuyal, 6 de septiembre de 1881. ANHIANT, vol. 552, s/f 107

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no ser forzosamente un factor que permita medir la fuerza del Estado y menos, incluso la eficacia de la función pública”109. Este punto se hace más sensible en el aparato judicial, cuyo principal ámbito de manifestación fue dirimir los problemas de propiedades mineras, donde se expresó de forma más clara la incidencia y manipulación de los empresarios al controlar los jueces, muchas veces funcionarios de las empresas mineras110. No obstante, la producción de una burocracia especializada hizo que aumentaran las estadísticas censales y que estas fueran más eficientes, permitiendo en el siglo XX el afianzamiento de la estadística pública en los Estados modernos111, generando una base confiable que posibilitaba mayores certezas para enfrentar problemas del aparato estatal. En el caso de Chile, este fue un asunto de importancia, principalmente, porque la consolidación de la burocracia estatal dedicada a estas funciones se definió en la Ley 1.847 que regulaba la Oficina de Estadística112. No obstante, la mayor transformación y modernización del aparato estatal se produjo durante el gobierno de Carlos Ibáñez del Campo, planteándose una amplia reorganización de la administración pública en todos sus niveles113.

IV. Conclusiones La periodización del devenir histórico de la configuración y consolidación del aparato estatal chileno es producto de una historiografía centralizadora, fragmentada e insularizada, Jean–Philippe Luis, (ed.), L’ État dans ses colonies. Les administrateurs de l’empire espagnol au XIXe siècle (Madrid: Ed. Casa de Velásquez, 2015), 76. 110 Godoy Orellana, “La ley es una moneda en el desierto:..., 31-48. 111 Hernán González Bollo, La fábrica de las cifras oficiales del Estado argentino (1869-1947) (Bernal: Ed. Universidad Nacional de Quilmes, 2014), 77. 112 Ver Oficina Nacional de Estadística, Repertorio nacional (Santiago: Imp. del Progreso, 1850). 113 Harry Scott, Pensando el Chile nuevo. Las ideas de la revolución de los tenientes y el primer gobierno de Ibáñez, 1924-1931 (Santiago: Ed. Centro de Estudios Bicentenario, 2009), 160. 109

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tal como se ha generado la construcción del territorio y del Estado nacional en la periferia. Sin duda, tanto en el norte y sur del país los modelos de orden y organización pergeñados desde el gobierno central no funcionaban, ni respondían a la realidad volcada en las fuentes, ya sean comunicaciones oficiales, prensa o fuentes provenientes del mundo privado. En el entarimado del viejo diseño de un Estado nacional sustentado en el “orden portaliano” aplicable al conjunto del país muchos son los elementos que no lo hacen coherente. Principalmente, el problema se suscita porque se carece de una lectura global en la comprensión de este amplio fenómeno, que ha minimizado en una visión nacional integradora, basada en el centro de un país que se extiende por alrededor de 5.000 km, en el oeste de Sudamérica. Visto desde el centro, la periferia se integra a retazos en el proceso, borrando u obnubilando los matices que enriquecerían el análisis de una lectura amplia de la instalación y expansión del Estado nacional en Chile. Al igual que la revisita de la acción de trabajadores y empresarios en los territorios que se incorporaban, existen estudios que cuestionan el “supuesto vacío” entregado por las investigaciones acerca de este tema, planteando a propósito la idea de “repensar la territorialidad en términos de borde, contorno, diagrama, centro-periferia”114. Mientras, en términos cronológicos, la consolidación estatal se sustenta en una temporalidad ideológicamente construida, con un derrotero trazado desde una visión que, en el caso chileno instala una realidad de temprana y excepcional consolidación estatal, revelando una construcción del pasado marcadamente chovinista. No obstante, el análisis de la filigrana estatal en las regiones muestra un proceso complejo con ritmos e intensidades diferentes provocando que la estructura ideológica del pasado que enarbola el conservadurismo se trise, Teresa Zweifel, Medir lo inconmensurable. Los cambios en los procedimientos para relevar la pampa anterior, 1796-1895 (Rosario: ed. Prohistoria, 2014), p. 143. 114

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emergiendo de sus fracturas el desorden y, principalmente, los controles regionales y locales de elites económicas que intentaban –y en parte lograron– cooptar sus autoridades y agentes. Aun en el inicio del siglo XX, la solidez estatal no era total y se licuaba en la periferia. De hecho, el entramado del State building no fue ni tan sólido ni tan diluido, todo depende en la región del país en que el problema se evaluara. Además, profundizando la discutida gradiente del poder estatal, la situación dependería si se evalúa una realidad en la capital regional, provincial o en el poblado más pequeño de la región. Es bastante posible que en estos ámbitos predominaran los intereses de comerciantes y empresarios locales a la par de constituirse, De facto, en el centro de las esferas de influencia de ciertas familias con poder económico y redes políticas en los centros nacionales, las que se reproducían y expandían en la región mediante el clientelismo y nepotismo. Esta es, tal vez, una de las escasas sentencias historiográficas aplicable en algunos poblados del país y en un verdadero componente de la realidad actual.

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La puerta del desierto. Estado y región en Atacama. Taltal, 1850-1900

Las placillas del desierto: Construcción de espacio urbano en el despoblado de Atacama. Bolivia y Chile, 1870-1900

Desde mediados del siglo XIX el desierto de Atacama fue el centro de tensiones entre Bolivia y Chile, país que había iniciado una paulatina expansión hacia el norte de su territorio desde aproximadamente 1840, mediante una serie de acciones simbólicas que marcaban su presencia en una región con escasa definición territorial (izamiento del pabellón nacional, presencia de naves de guerra, control territorial, etc.). Si bien, el desierto de Atacama jurídicamente pertenecía a Bolivia su presencia estatal y poblacional era laxa y escasa. En el Bosquejo estadístico de 1851 se había señalado que un alto componente del total de población no se debía “tanto a su crecimiento, cuanto a las migraciones” principalmente masculina, lo que hacía del departamento Litoral el único de Bolivia con menor cantidad de mujeres1. Más tarde, el censo de 1854 determinó que Bolivia poseía 2.326.126 habitantes, mientras que el Departamento de Cobija registraba 5.582 personas, alcanzando el 0,24% de la población, desglosados en un 0,07% en la costera Provincia de Lamar y un 0,17% en la Provincia de Atacama, al interior2.

José María Dalence, Bosquejo estadístico de Bolivia (Chuquisaca: Imp. de Sucre, 1851), 211. 2 República de Bolivia, Censo general de la población de la República, formado en 1854. Biblioteca Nacional de Bolivia, MNL83/587. 1

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Como se ha señalado insistentemente, es difícil establecer estadísticamente de manera fehaciente la dimensión que las migraciones chilenas alcanzaron en la región de Atacama boliviana. No obstante, cualitativamente se ha descrito como una “avalancha de chilenos” –o “peonal” como le llamaría más tarde Julio Pinto– que se suscitó en Tarapacá en el momento de su apogeo entre 1868 y 18733 y, parafraseando a José Luis Romero, podríamos hablar de una “pampa aluvial” debido a la dimensión y velocidad con que se desplazó la población en los últimos años del fin de siglo decimonónico a estos lugares4. En 1875, un informe elaborado en la Municipalidad de Antofagasta, ciudad principal del Departamento del Litoral, señalaba que de los 5.384 habitantes, el 84% era chileno y el 7,8% boliviano, repartiéndose el 8,2% restante en diversas nacionalidades5. Así, desde el sur de Atacama se multiplicaron las expediciones en busca de nuevos puntos de explotación de una región rica en materias primas altamente demandadas en el periodo, a saber, guano, cobre, plata y salitre. El descubrimiento de minas fue provocando el aumento de la presencia de chilenos en la zona, especialmente desde la agudización de la crisis económica de la década de los setenta, cuando grandes contingentes poblacionales se habían desplazado al desierto de Atacama a trabajar en las minas de cobre y plata o para desempeñarse en las oficinas salitreras que iniciaban un periodo de apogeo. Parte de estos componentes recorrieron, poblaron y –cuando las vetas se agotaron o las condiciones económicas fueron adversas–, Julio Pinto V., “Cortar raíces y criar fama: el peonaje chileno en la fase inicial del ciclo salitrero, 1850-1879”, en Historia 27 (Santiago 1993): 428-429; Julio Pinto V., Trabajos y rebeldías en la pampa salitrera (Santiago: Ed. USACH, 2012), 59. 4 Milton Godoy Orellana y Sergio González Miranda, “Norte Chico y Norte Grande: Construcción Social de un Imaginario compartido, 1860-1930”, en La sociedad del salitre, (ed.), Sergio González Miranda. (Santiago: Ed. RIL – INTE, 2013), 204. ⁵ “Informe de la Municipalidad de Antofagasta, Setiembre 1 de 1875, al señor Inspector de Instrucción Primaria de Cochabamba”, en Matías Rojas Delgado, El desierto de Atacama (Antofagasta: Ed. Universidad de Chile, 1970), 363. 3

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Vista de la ciudad de Taltal. c. 1900. Fuente: Archivo fotográfico, Museo Augusto Capdeville Rojas.

Vista de la bahía de Taltal. c. 1900. Fuente: Archivo fotográfico, Museo Augusto Capdeville Rojas.

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despoblaron los efímeros, pero potentes, yacimientos y sus correspondientes centros urbanos denominados placillas, que germinaron en el desierto. Así, en un corto periodo de tiempo aparecieron importantes centros habitados en Atacama, tales como la Placilla de Caracoles, que en 1872 tenía más de dos mil habitantes. Mientras, al sur, en la región de Taltal surgieron los minerales de Cachinal de La Sierra, cuya placilla alcanzó tres mil habitantes; y, la placilla de Sierra Esmeralda, donde en 1883 al momento de la distribución de sitios contaba con “una improvisada población de dos mil habitantes”6. Es en este contexto que el artículo analizará la relación de los Estados nacionales boliviano y chileno con la formación, poblamiento y desarrollo de las tres Placillas mencionadas buscando explicar algunos elementos delineadores, tanto urbanos como sociales, que se establecieron en el diseño de nuevos centros poblados. Desde la perspectiva de los empresarios el proceso asentaba mano de obra, mientras que desde los respectivos Estados nacionales permitía fortalecer su presencia. Esta nueva política de estímulo al poblamiento del desierto tenía resabios de los anteriores modelos de urbanización en la zona, especialmente durante la llamada Política de Poblaciones borbónica7. No obstante, los bríos que tenía este proceso fueron efímeros, al igual que la vida en las placillas mencionadas, acabando cuando se provocó el agotamiento de los yacimientos que le habían dado intensa vida a estos lugares y, en el caso de Caracoles, un fenómeno coincidente con la consolidación del Estado nacional chileno en el territorio. La propuesta presentada se complementa con la prospección documental realizada en un conjunto de repositorios ⁶ Pan de Azúcar, 16 de noviembre de 1883. ANHIAT, vol. 60, s/f; ver también el Plano de la Placilla de Sierra Esmeralda. 1 de diciembre de 1883. ANHIAT, vol. 607, 7 Santiago Lorenzo, Origen de las ciudades chilenas. Las fundaciones del siglo XVIII (Santiago: Ed. Andrés Bello, 1983); Catalina Michieli, La fundación de villas en San Juan (siglo XVIII) (Buenos Aires: Ed. Sociedad Argentina de Antropología, 2004).

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chilenos y extranjeros. Complementariamente se analizó la literatura historiográfica acerca del poblamiento en centros mineros como una manifestación de urbanismo espontáneo y popular que reacciona frente a la instalación del poder en las llamadas plazas, sitios centrales desde donde las autoridades coloniales eclesiásticas y civiles, especialmente, las borbónicas diseñaron un entramado del poder para la administración local y de la región que le circundaba. En este contexto, en Chile emergieron múltiples poblados denominados placillas, que reunían como elemento central ser emplazamientos populares nacidos al alero de descubrimientos mineros de fines del siglo XVIII y hasta mediados del siglo XIX, las placillas de La Ligua, Chañarcillo, Tres Puntas, La Higuera, Carrizal8, etc. Un tema característico de los análisis de las placillas decimonónicas es comprenderlas como espacios alternativos de ocupación donde el Estado no tuvo injerencia en la distribución espacial, actuando más bien como regulador de una vida urbana incipiente y caracterizada por una ocupación espontánea, donde se respondía a la urgencia de asentarse en las cercanías de las explotaciones para vender productos y comprar minerales, mayoritariamente resultantes del robo, práctica conocida en la época como cangalla. Rolando Mellafe y René Salinas, Sociedad y población rural en la formación de Chile actual. La Ligua, 1700-1850 (Santiago: Ed. Universidad de Chile, 1988); Jorge Pinto, “Tras la huella de los paraísos artificiales. Mineros y campesinos en Copiapó, 1700-1850”, en Proposiciones 20 (Santiago 1991): 232-247; Hernán Venegas, “Crisis económica y conflictos sociales y políticos en la zona carbonífera. 1918-1931”, en Contribuciones Científicas y Tecnológicas 116 (Santiago 1997): 125-153; María A., Illanes, Chile des-centrado. Formación socio-cultural y republicana y transición capitalista (1810-1910) (Santiago: Ed. LOM, 2003); Daniel Palma, “Historia de cangalleros. La sociedad minera y el robo en Atacama, 1830-1870”, en Arriba quemando el sol. Estudios de historia social chilena: revuelta y autonomía (1830-1940), (eds.) Marcos Fernández, et ál. (Santiago: Ed. Lom, 2004); Hernán Venegas, El espejismo de la plata: trabajadores y empresarios en una economía en transición. Atacama 1830-1870 (Santiago: Ed. USACH, 2008); Milton Godoy Orellana, “Fiestas, carnaval y disciplinamiento cultural. El Norte Chico, 1840-1900”, (Tesis para optar al grado de Doctor en Historia, Universidad de Chile, 2009); “La placilla de Cachinal de La Sierra y la minería de la plata en el sector meridional del despoblado de Atacama. Taltal, 1880-1900”, en Estudios Atacameños 48 (San Pedro de Atacama 2014). 8

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(1882)

Placillas y puertos en el desierto de Atacama. 1830-1883.

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En el caso boliviano, la guerra de independencia provocó un largo periodo de contracción de la minería de la plata que se extendió hasta 1872, iniciándose al año siguiente un periodo de auge que ocupó el último cuarto del siglo XIX (1873-1900), principalmente en torno a la producción de la Compañía Minera Huanchaca y sus yacimientos de Pulacayo, con una numerosa población minera que contaba con almacenes y oficinas de administración9. Estos centros argentíferos generaron un tipo de poblamiento que podríamos caracterizar como campamentos mineros –ampliamente difundidos en Latinoamérica– acotados, expuestos a la represión empresarial, aislados y altamente jerarquizados10. Existen ejemplos como el de la villa de Potosí que se inició en el siglo XVI como un centro minero de poblamiento espontaneo para ser, en 1546, tempranamente urbanizado por el impulso de la actividad minera, cuando ya era un centro habitado11 y que produjo una segregación en barrios periféricos destinados a los trabajadores, mientras que en el centro de la ciudad se ubicaban las elites12. Reconociendo estos antecedentes históricos, el presente capítulo se sustenta en el análisis de las placillas emergentes en la segunda mitad del siglo XIX, bajo la hipótesis de que en Chile, estas poblaciones se expusieron a una mayor presencia de las autoridades estatales y a un intento más efectivo de los controles manados desde el poder central. De esta manera, se busca analizar y confrontar las tres experiencias de población en el desierto de Atacama una zona de penetración y disputa territorial que fue escenario de intensas exploraciones mineras, Enrique Concha y Toro, Informe relativo a la empresa Huanchaca (Valparaíso: Imp. del Mercurio, 1872), 20. 10 Carmen Salazar Soler, Supay Muqui. Dios del socavón. Vida y mentalidades mineras (Lima: Fondo Editorial del Congreso del Perú, 2006), 68-75; Laura Muñoz, “Los trabajadores mineros en la historia del movimiento obrero boliviano”, en El movimiento obrero en América Latina (México: Ed. UNAM, 1995). 11 José Blanes, Formación y evolución del espacio nacional (La Paz: Ed. Plural – PNUD, 2003), 86. 12 Pascale Absi, Los ministros del diablo. El trabajo y sus representaciones en las minas de Potosí (La Paz, IFEA, 2009), 66. 9

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las que dieron resultados en Caracoles (1870), Cachinal de La Sierra (1880) y Esmeralda (1883). Se propone, paralelamente, que estos precarios espacios urbanos fueron comprendidos como puntos de penetración y consolidación de la presencia chilena, provocando conflictos en el caso de Caracoles, inserto en territorio boliviano. En esta placilla la ocupación espontánea y sin regulación denota una menor presencia estatal boliviana, permitiendo la ocupación inicial por parte de trabajadores y empresarios chilenos sin arreglo u orden urbano alguno.

“La naciente población del desierto”13 Desde la cuarta década del siglo XIX los valles y desiertos comprendidos entre los paralelos 23°00’ LS y 31°00’ LS fueron escenario de exploraciones que se intensificaron en búsqueda de yacimientos minerales, demandados por los mercados internacionales. Los positivos resultados en una multiplicidad de explotaciones cupríferas en el norte del país situaron a Chile, entre 1851 y 1880, como el más importante productor de cobre del mundo. De manera casi sincrónica, esta región posicionó a Chile como el tercer productor de plata hasta 1887, para convertirse después del triunfo de este país en la Guerra del Pacífico, en el más importante productor de salitre a nivel mundial14. Este aumento de la productividad de minerales y fertilizantes estuvo ligado al proceso de industrialización europeo, destino final de los clippers y vapores que abandonaban los puertos de esta región, como parte del proceso de incorporación a la economía-mundo capitalista15. Expresión usada en “Arístides Martínez al Ministro del Interior”. Copiapó, 29 de diciembre de 1883. ANHMININT, vol. 780, s/f. 14 Steven S. Volk, “Crecimiento sin desarrollo: Los propietarios mineros chilenos y la caída de la minería en el siglo XIX”, en Minería americana colonial y del siglo XIX (México: Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1994), 69-70. 15 Inmanuel Wallerstein, El moderno sistema mundial. La segunda era de la gran expansión de la economía mundo capitalista, 1730-1850 (Madrid: Ed. Siglo XXI, 1999), 179-275. 13

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Como en muchas otras regiones latinoamericanas el periodo estaba marcado por la indefinición territorial de las emergentes naciones independientes, donde el Estado se encontraba en un lento proceso de estructuración, careciendo de capacidad política, recursos humanos y financieros que permitieran una definición y control territorial eficiente, provocando una presencia laxa y marginal de las agencias estatales en la periferia de los Estados en construcción16. La disputa por el desierto de Atacama se manifestó desde el periodo republicano temprano, para el efecto Bolivia había creado en 1825 el puerto de Lamar en el septentrión de este territorio. Cuarenta años después, en 1867, se fundó el puerto de Mejillones, donde se mandó a delinear la población, distribuyéndola en manzanas, acorde con el damero histórico17. A esto se sumó las concesiones salitreras hechas a José Santos Ossa y Francisco Puelma (1866) quienes habilitaron la caleta de La Chimba, fundada oficialmente por el gobierno boliviano en 1868, llamándose más tarde Antofagasta y distribuida acorde con el plano elaborado en septiembre de 186918. El avance de Chile en el desierto lo sintetizaba José Victorino Lastarria en carta a Tomás Frías, Ministro de Hacienda de Bolivia: “la infatigable industria minera de Chile había plantado ya su pabellón en la costa del desierto, convirtiendo en puertos accesibles al comercio y a la navegación las caletas de Flamenco, Chañaral, Pan de Azúcar y Taltal. Esta misma industria, atraída por los veneros de Caracoles, […] ha improvisado en seis meses una población Ernesto Bohoslavsky, y Milton Godoy Orellana. (ed.). Construcción estatal, orden oligárquico y respuestas sociales. Argentina y Chile, 1840-1930 (Buenos Aires: Prometeo, 2010); Luis Ortega, “La política, las finanzas públicas y la construcción. Chile, 1830-1887. Ensayo de interpretación”, Universum 25/1 (Santiago 2010): 140150. 17 Isaac Arce, Narraciones históricas de Antofagasta (Antofagasta: Ed. Uriarte, 1997), 36. 18 Arce, Narraciones históricas…, 86; Gloria Bravo, La flor del desierto. El mineral de Caracoles y su impacto en la economía chilena (Santiago: Ed. Dibam, 2000), 23-24. 16

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de más de cien casas en Antofagasta y otra más de doscientas en Mejillones, con casas de crédito y de comercio, destilaciones de agua salada, empresas de acarreo y de otras especulaciones. Es digna de atención la invasión en la costa del desierto”19.

Efectivamente, a solicitud del minero Diego de Almeida se habilitó para la exportación de minerales de cobre las caletas de Flamenco y Chañaral de Las Ánimas, esta última convertida en distrito de la provincia de Coquimbo en 183320. Más tarde, en 1843, Chile declaró como propiedad nacional todas la guaneras existentes “en el litoral del desierto de Atacama y en las islas e islotes adyacentes”21, dividiendo a Coquimbo, la más septentrional de sus provincias, para crear la provincia de Atacama en el desierto homónimo. Con límites inciertos, esta nueva provincia expresaba claramente la idea expansiva, induciendo a error con el territorio boliviano de igual nombre. De esta manera, las placillas dieciochescas estaban caracterizadas por una ocupación de terrenos al margen de la normativa legal existente en el contexto del gobierno colonial. Estas emergían en las inmediaciones de las explotaciones mineras y se constituían en el lugar de asentamiento de pequeños comerciantes proveedores de vituallas y alcohol, las que eran frecuentadas por mujeres para desempeñarse en diferentes oficios, entre los que se incluía la prostitución. Con algunas variaciones, esta es la imagen de las placillas tardocoloniales y decimonónicas que la historiografía ha construido. No obstante, es necesaria una revisión de esta concepción de las placillas mineras, primero porque no todas las explotaciones conllevaron un poblado con estas carac José Victorino Lastarria, Cartas descriptivas de este importante mineral dirigidas a1 Sr. D. Tomás Frías, Ministro de Hacienda de Bolivia (Valparaíso: Imp. de La Patria, 1871), 4. 20 Raúl Soto, Uti possidetis desierto de Atacama. Formación de la república en el norte de Chile, 1799-1884. Desde el exclusivismo hasta la participación ciudadana (Santiago: Ed. Universidad Arturo Prat, 2009), 127-128. 21 BDLCH (Valparaíso: Imp. del Mercurio, 1848), 118. 19

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terísticas. El común denominador es que las placillas como concentración de trabajadores en los lugares aledaños a las explotaciones es una realidad ligada a la producción de oro y plata, un escenario esencial de la remolienda y del despilfarro del dinero logrado en el trabajo o la cangalla, que financiaba los licores, las mujeres y la vida en la placilla “en las horas de la noche y en no pocas horas del día”22. Las placillas eran un espacio marginal y autogenerado de poblamiento, que no seguían el modelo urbanístico del damero que funcionaba como referente de distribución y organización espacial y permitía diferenciar disciplinariamente, definiendo espacios dentro del trazado urbano23. Así, la placilla minera fue por antonomasia un lugar de descompresión social, espacio de juerga y vida alternativa al poder que estructuraron los sectores subalternos hasta mediados del siglo XIX, donde además se fijaba la mano de obra y los dueños de minas recuperaban parte de lo pagado como salario mediante la venta de licores.

De avecindados a pobladores Durante la segunda mitad del siglo XIX el número de placillas existentes en el Norte Chico chileno tendió a descender debido al abandono de los vecinos establecidos informalmente en el lugar. Los habitantes migraban cuando las leyes y producción del mineral descendían, permaneciendo solo aquellas placillas que lograron sustentabilidad en la agricultura, fenómeno que era posible solo en los valles más fértiles al sur del Norte Chico y no en las áridas tierras del desierto de Atacama.

Benjamín Vicuña Mackenna, El libro de la plata (Santiago: Imp. Cervantes, 1882), 199-200. 23 Alan Durston, “Un régimen urbanístico en América colonial”, en Historia 28 (Santiago 1994): 109. 22

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El efervescente poblamiento y la morfología urbana, resaltan como dos elementos diferenciadores, tanto con las demás poblaciones de la región como entre las mismas placillas de Caracoles, Sierra de Esmeralda y Cachinal de La Sierra. Los centros analizados fueron, contrario censu de la carencia de centros poblados, puntos en que se aglomeró un importante número de población de la región. En efecto, la población boliviana en el desierto era escasa en el periodo estudiado, tal como lo había graficado con claridad en 1872 el sub-prefecto boliviano de Atacama, cuando informaba a su superior de la carencia de trabajadores en la provincia, debido al impacto de la minería y “las numerosas vetas que cada día se están descubriendo y cuyas adjudicaciones se están haciendo continuamente no pueden todavía ser trabajadas por falta de brazos y de otros auxilios para el laboreo”24. Demanda que fue suplida por trabajadores chilenos, encontrándose en 1875 el territorio boliviano –en el decir del Gobernador boliviano de Antofagasta– “invadidos por multitud de jornaleros y gentes mal entretenidas”25 que provenían de Chile. En este contexto, la irrupción de la placilla de Caracoles, 160 kilómetros desierto adentro, cambió la fisonomía poblacional de Atacama, debido a una concentración de población que en la región no tenía parangón. Allí, persistió una relación porcentual semejante con la presencia de chilenos, quienes en 1873 –a juicio de un articulista boliviano– superaban “a los bolivianos desparramados en este mineral en una proporción tal vez ni de un 10%”26.

A su excelencia el Prefecto del Departamento. Calama, 1 de marzo de 1872. Intendencia de Antofagasta (periodo boliviano). Antofagasta, 23 de diciembre de 1877. AHPUCN, vol. Año 1872, fs. 305-306. 25 Manuel Othon Jofré, Gobernación Boliviana en Antofagasta. Antofagasta, 23 de diciembre de 1877. AHPUCN, vol. Año 1875 (y siguientes), fs. 209. 26 La Mariposa. Alcance al número 53. Caracoles, 29 de noviembre de 1873. 24

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El impacto económico de Caracoles en la región fue de alta importancia provocando un aumento de la población y habitaciones, alcanzando alrededor de cien casas en Antofagasta y doscientas en Mejillones”27 sumando las agencias de Crédito, comercio, planta de destilación de agua, carretas, etc. Debido a que el flujo de los migrantes aumentó y que desde Antofagasta se internaban a Caracoles, el gobierno boliviano decretó en 1871 la condición de Puerto Menor para la antigua caleta de La Chimba28. El corolario fue que la riqueza de Caracoles generó en el centro de Chile un “creciente entusiasmo”, que llevó a la Pacific Steam Navegation Company a establecer una línea desde Valparaíso a Cobija dos veces al mes29. En términos de distribución espacial, el mineral de Caracoles estaba conformado por una serie de explotaciones argentíferas y dos poblados: Placilla Norte y Placilla de la Isla, la primera con alrededor de 5.000 habitantes y la segunda con 4.000, aunque se ha llegado a establecer una cifra total de 20.000 habitantes30, ambas formaban una conglomerado que poseía escuelas, diarios, teatro e iglesia31, instituciones financiadas mayoritariamente por particulares. Es posible constatar que el patrón de ocupación del espacio fue disperso y respondió a la premura de instalarse para el beneficio de las explotaciones argentíferas, careciendo de lógica distributiva y diseño de sus calles. A partir de esto, Caracoles responde al modelo de ocupación tardocolonial de las placillas, donde la presencia de las autoridades estatales fue escasa y la distribución se realizó a medida que los terrenos se ocupaban en las inmediaciones de las explotaciones. Lastarria, Cartas descriptivas de este importante mineral dirigidas…, 4. Arce, Narraciones históricas de Antofagasta…, 106. 29 Recaredo Tornero, Chile ilustrado (Valparaíso: Librería del Mercurio, 1872), 201. 30 Arce, Narraciones históricas de Antofagasta..., 243. 31 Bravo, La flor del desierto. El mineral de Caracoles..., 49. 27

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Así se constata que el surgimiento de Caracoles fue similar a la espontánea ocupación de las placillas tardocoloniales y republicanas tempranas, debido a una total carencia de planificación y de diseño urbano con arreglo al damero, el patrón predominante en el diseño urbanístico. Al respecto, André Bresson, un testigo privilegiado en el desarrollo de esta placilla escribió que en sus primeros años “todo estaba ubicado aquí o allá muy irregularmente ofreciendo el aspecto más miserable”32, formada por algunas precarias casas hechas con murallas de piedra cubierta con alfombras, carpas y tolderías, carentes de orden. La premura por habitar el espacio hacía que todos los pobladores viviesen en carpas provisorias, siendo las únicas casas de madera las de Díaz Gana33. En 1872, Bresson indica que “como se pudo, se estableció un alineamiento en las calles siguiendo la dirección general de la quebrada” y el gobierno boliviano hizo construir una pequeña vivienda para el subprefecto. Dos años más tarde, la encontró como “una pequeña ciudad”, más ordenada y con calles simétricamente alineadas, en ángulo recto, “como se usa en las ciudades de origen español”, habiéndose convertido en “populosa y rica”34. El hito que marcaría el inicio de la decadencia de Caracoles se produjo con el incendio del 8 de agosto de 1876, el que tuvo su más severo impacto en la calle de Mineros, acabando con edificios comerciales y viviendas “pocas de las casas de comercio han restablecido su negocio, y los que vivían del producto de alquileres, hacen muy poco por restablecer sus pérdidas”35. El incendio provocó un alza en los pastos para animales y en

André Bresson, Bolivia: sept années d’explorations de voyages et de sejours dans l’Amérique australe (Paris: Challamel Ainé, 1886), 326. 33 La Luz de Tacna. Tacna, de 30 de octubre de 1870. 34 Bresson, Bolivia: sept années d’explorations…, 326. 35 El Eco de Caracoles. Caracoles, 3 de noviembre de 1876. 32

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Plano de la Placilla norte de Caracoles, según planta del asentamiento36.

Fuente: Francisco García-Albarido, et ál., El mineral de caracoles. arqueología e historia de un distrito minero de la región de Antofagasta (1870-1989) (Antofagasta: Ed. FONDART, 2008). 36

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el transporte37, a lo que se sumó la disminución de las minas explotadas y la caída en la producción argentífera. Obviamente, el resultado fue una merma en el número de habitantes, hasta el abandono del poblado a partir de 1878, cuando se acabaron los años de bonanza argentífera. Diferente fue el caso de las placillas que se crearon en el sector chileno del desierto de Atacama, donde la instalación de vecinos en las cercanías de las explotaciones fue regulada inmediatamente por las autoridades centrales. Para el efecto se enviaron 3 comisionados que levantaron un plano que tenía como base el damero manteniendo una distribución ortogonal que buscaba la regularidad de las nuevas poblaciones, considerando la simetría y orden espacial implícito, que se entienden en sinonimia con el orden social. En el territorio sur del desierto de Atacama fue destacado el caso de Cachinal de La Sierra, una placilla que emergió a propósito de las explotaciones realizadas desde inicio de 1880 en el mineral homónimo. Al lugar llegaron cientos de trabajadores y sus familias en el contexto de la denominada crisis decimonónica que afectó la minería cuprífera del Norte Chico e hizo emigrar a los trabajadores hacia nuevos rumbos, cuyo flujo principal se produjo al inicio de la década de los ochenta, momentos en que la reciente explotación salitrera del cantón Taltal recibía los embates del impuesto aplicado en 1882 a la producción de salitre en los territorios anexados por la ocupación del ejército chileno. El impacto de este impuesto, en el contexto de la reducción de su precio, fue la paralización de 14 de las 18 oficinas salitreras del interior de Taltal38, provocando a la vez un problema social con los trabajadores despedidos, siendo algunos trasladados al norte de Taltal, mientras que un El Eco de Caracoles. Caracoles, 18 de agosto de 1876. Informe que el ingeniero del departamento de Copiapó pasa a la intendencia con relación a las salitreras de Taltal y mineral de Cachinal. Copiapó, 30 de abril de 1882. 37

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importante número se encaminó hacia la naciente Placilla de Cachinal de La Sierra. Descubierto en 1880, junto al Rio seco, a 2.950 MSNM el rico yacimiento de Cachinal de La Sierra generó un poblado homónimo en sus cercanías, donde llegaron mineros movidos por su “ardorosa e infatigable”39 imaginación. En el lugar se aprobaron 212 peticiones de sitios, distribuidos por las autoridades de Copiapó en un plano de damero que contenía 19 manzanas para habitación y despacho de los pobladores, más una destinada a Plaza de Armas40. En el lugar se instalaron 45 establecimientos comerciales de tamaños diferentes, entre los que se contaban algunas casas comerciales de Valparaíso41. Según un observador, el poblado llegó a constituir “una verdadera ciudad de tablas y calaminas, con trazados de calles rectangular” que poseía dos escuelas, cantinas y “donde cada tercera casa era un negocio de baratijas y en la que todo comerciante fue un acaparador de mineral”42. En este poblado, la distribución espacial para los más de 3.000 habitantes del lugar fue de total dependencia estatal, siendo los representantes del gobierno quienes distribuyeron los sitios de un poblado que persistió hasta que se incendió su principal manzana, en abril de 1889. Desde allí al fin de siglo su población disminuyó a la mitad, para llegar a 1907 con solo 293 habitantes43.

El Eco de Taltal. Taltal, 12 de julio de 1881. Plano de la Población del mineral de Cachinal. Copiapó, 29 de diciembre de 1882. ANHIAT, vol. 515, s/f. 41 Matrícula de las casas de comercio de esta subdelegación que deben patente fiscal por el presente año. Copiapó, 19 de febrero de 1883. ANHIAT, vol. 593, s/f. 42 Ludwig Darapsky, El departamento de Taltal: la morfología del terreno y sus riquezas. [1900] (Santiago: Ed. DIBAM, 2012), 219. 43 Milton Godoy Orellana, “La placilla de Cachinal de la Sierra y la minería de la plata en el sector meridional del despoblado de Atacama. Taltal, 1880-1900”, en Estudios Atacameños 48 (San Pedro de Atacama 2014). 39

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Plano de la población del mineral de Cachinal de La Sierra, 188344. El gris corresponde a las casas construidas inmediatamente entregados los terrenos.

Finalmente, el yacimiento de Esmeralda fue descubierto en septiembre de 1883 a 60 kilómetros hacia el sur de Taltal en un cerro del mismo nombre, aproximadamente a 15 kilómetros de la caleta de Guanillos, que pasó a nombrarse como el mineral y la placilla, una vez que fue declarado Puerto Menor el 19 de diciembre de 1884, estableciéndose una aduana dependiente de Taltal45. Este puerto hacia fines de la década de los ochenta Copia del plano de la población del mineral de Cachinal. Copiapó, 29 de diciembre de 1883 ANHMININT, vol. 780, s/f. El original se encuentra en ANHMININT vol. 600, s/f. 45 BLDCH (Santiago: Imp. Nacional, 1885), 1431. 44

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era “de corto caserío”46 de no más de 200 habitantes ocupados en el embarque de minerales y desembarque de vituallas y utensilios para la minería47. Esta placilla fue el resultado de una planificación que denotaba una mayor presencia del Estado, comisionándose a Máximo Villaflor para que hiciera formal distribución de sitios y estructurara la incipiente vida urbana. En 1883, escribía al intendente de Atacama acerca de las dificultades que presentaba “uniformar una importante población de dos mil habitantes”48. Más tarde, la Comisión exploradora del desierto de Atacama, realizó las mensuras para dejar “relacionado el local de las minas principales con el puerto más próximo de la triangulación general del Desierto, y además he levantado el plano topográfico y verificado otras operaciones de interés para el mejor conocimiento de ese distrito minero”49. En el caso de este mineral, el damero usado como base de la distribución del poblado se adecuó a la geografía del lugar, pues al estar asentado en una quebrada se mantuvo la forma alargada, distribuyéndose 97 sitios en ocho manzanas rectangulares en un eje norte-sur.

Distribución espacial y presencia estatal A propósito del análisis de los planos de las placillas, es posible constatar que en el caso de Chile, inicialmente, el poblamiento fue iniciativa de particulares, interviniendo Luis Risopatrón, Diccionario geográfico de Chile (Santiago: Imp. Universitaria, 1924), 322. 47 Francisco Astaburuaga, Diccionario geográfico de la República de Chile (Leipzig: Imp. de A Brockhaus, 1899), 267. 48 Máximo Villaflor al intendente de Atacama. Pan de Azur, 16 de noviembre de 1883. ANHIAT, vol. 607, s/f. 49 La comisión exploradora del desierto de Atacama al intendente. Copiapó, 24 de septiembre de 1884. ANHIAT, vol. 624, N° 41, s/f. 46

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Plano de la Placilla del mineral de la Sierra Esmeralda. 1 de diciembre de 188350.

después el Estado sin dejar el asunto al azar51. Si bien es cierto, hacia 1850 el Estado chileno tenía carencia de autoridades en la región, la presencia de empresarios mineros y trabajadores se fue acrecentando desde esa época. A la par, la presencia estatal fue mayor, especialmente cuando se trató de establecer normas Fuente: ANHIAT, vol. 607, s/f. Esmeralda, 1° de diciembre de 1883. Es destacable que esta política de expansión territorial difiere sustancialmente de la expansión del Estado nacional chileno hacia el sur, donde se enviaron primero las tropas de ocupación y luego fue ocupado por la sociedad civil. 50 51

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para el asentamiento de pobladores, los que respondieron al patrón ya indicado. Esto se produjo, tanto en la fundación del puerto de Taltal en 1877, como en la instalación de las placillas mineras de Cachinal y Esmeralda, donde el distribuidor de los sitios a poblar fue el representante local de la autoridad nacional. También es posible encontrar expresiones del nacionalismo que preponderaba en la época y que se manifestó claramente en el yacimiento de Cachinal de La Sierra, donde la mina principal recibió el nombre de Arturo Prat, héroe del combate naval de Iquique (21 de mayo de 1879), muerto tres años antes de la distribución de sitios. De la misma manera, las calles del poblado llevaron los nombres de combatientes en la Guerra del Pacífico –un conflicto bélico aun en desarrollo–en homenaje a Patricio Lynch, jefe de las fuerzas de ocupación de Lima y otros combatientes como Serrano, Riquelme o Aldea. Por su parte, el yacimiento de la placilla y el puerto menor de Esmeralda recibieron su nombre en homenaje al barco que capitaneaba Arturo Prat en el ya indicado combate. El caso de Caracoles, resulta interesante dado que se estableció en territorio boliviano, creando un espacio mayoritariamente poblado por chilenos, participando estos en la administración local mediante la sociedad La Patria, presidida por el cónsul chileno, la que a juicio de las autoridades bolivianas estaba basada “en la consideración de que ni las leyes del país, ni las autoridades que las aplica y ejecutan, son (en concepto de la sociedad) bastante meritorias para garantizar los derechos de los vecinos de Caracoles”52. Un elemento a destacar es que oficialmente en Caracoles se celebraban con tres días de fiesta –el 6 de agosto y 18 de septiembre, respectivamente– la independencia de Bolivia y Chile53. En estos días resalta la permisividad característica en El Eco de Caracoles. Caracoles, 3 de noviembre de 1876. El Eco de Caracoles. Caracoles, 18 de agosto de 1876.

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la celebración de la independencia de Chile, pues aunque en las placillas se persiguió el consumo de alcohol, en la Placilla de Caracoles los dueños de minas organizaron memorables fiestas en honor de la independencia de Chile como escribió un articulista local: “todos se entregan a esas alegrías desenfrenadas y que son perdonables por hacerse con el contento que produce en cada uno el recuerdo de la independencia”54 y que se extendían como celebraciones, manteniéndose “separadas de ese programa y mantenidas tan solo por el bolsillo de algunos prójimos que no se habían conformado con los tres días de celebraciones”55. Estos días estaban caracterizados por los desórdenes y peleas al alero de las cantinas. No obstante, la prensa minimizaba los hechos que, en otros lugares y ocasiones, resultarían escandalosos: “fuera de las bofetadas que se han prodigado en exceso la mayor parte de los hombres de poncho y aun los de levita, no ha habido desordenes que hayan causado mayores desgracias que una costilla adolorida o la cara llena de peladuras”56. Destacable es, a la vez, el hecho de que funcionaran dos escuelas en la placilla, la una denominada General Sucre; la otra, en homenaje al historiador y político chileno José Victorino Lastarría57. Mientras, circulaba con publicidad en el diario la Historia de Chile de Ramón Sotomayor Valdés58, una realidad que llevó a afirmar a Gonzalo Bulnes un cronista y testigo de los hechos que “este territorio es en realidad una colonia de chilenos. Brazos y capitales chilenos han trabajado el mineral de Caracoles, chilenos son los grandes descubrimientos que allí existen, libros chilenos se ponen en manos de los niños que concurren a esas escuelas, y hasta la municipalidad allí elejida es chilena”59. 57 58 59 54 55

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La Verdad. Caracoles, 17 de septiembre de 1875. Ibid., 23 de septiembre de 1875. Idem. El Eco de Caracoles. Caracoles, 18 de agosto de 1876. El Caracolino. Antofagasta, 2 de agosto de 1876. Gonzalo Bulnes, Guerra del Pacífico (Santiago: Editorial del Pacífico, 1955), 47.

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Conclusión En primer lugar, es dable destacar que el concepto de placilla ha definido un conjunto diferente de centros habitacionales en un largo periodo de tiempo que incluye desde 1780 hasta inicios del siglo XX. En este sentido, el concepto ha sido muntifuncional y su solidez inicial se debilita con el proceso de fortalecimiento estatal, deviniendo en anacrónico y lejano a su significancia inicial, aunque historiográficamente existe una tendencia a analizar las placillas como una realidad inamovible, siendo caracterizadas como centros habitacionales espontáneos que emergían junto a los minerales60. Esta perspectiva puede ser válida para las placillas del siglo XVIII y hasta mediados del siglo XIX. Más allá de éste la nomenclatura de placilla devino en un concepto genérico aplicable a todas las ocupaciones informales ligadas a centros mineros, fuesen estas viviendas precarias, como tolderías o ramadas, hasta las de mayor solidez y permanencia en el tiempo. En todas estas realidades el común denominador fue la existencia de un centro minero al que se supeditaba el poblamiento aledaño. Declinando la producción, venía la baja poblacional y, en la mayoría de los casos, el despoblamiento. De esta forma, el poblamiento en el interior del desierto de Atacama estuvo ligado a la explotación de la plata, oro y salitre. No obstante, el tipo de centros poblados que emergió ligado a cada una de esas efímeras realidades urbanas fue diferente, aunque su permanencia estuvo atada a los vaivenes del precio de estos productos en los mercados internacionales. En esta perspectiva, las tres placillas estudiadas siguieron la suerte de muchos otros centros urbanos que en Latinoamérica estuvieron supeditados a los ciclos de materias primas que provocaron Gabriel Salazar, Labradores, peones y proletarios (Santiago: Ed. Lom, 2000), 210-211. 60

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su nacimiento, prosperando como centros de servicios de una región en proceso expansivo61. Algunas sobrevivieron en el tiempo, aunque sin la pujanza anterior, quedando estancadas, como Caracoles y Cachinal de La Sierra, siendo efímera la existencia de placilla Esmeralda. La realidad compartida por estos centros poblados es que se fueron despoblando paulatinamente, quedando como ciudades fantasmas una vez que los caminos cayeron en desuso o fueron retiradas las líneas férreas que les unía a los puertos y mercados internacionales. A partir del presente trabajo, se puede indicar que en el análisis de la expansión de los Estados nacionales el tema del orden no solo constituía un discurso formal, articulador de las políticas decimonónicas, sino que este significó la constatación de la existencia “real” de un Estado nacional62. En el caso chileno, esta presencia estatal se dio mediante la distribución espacial de los pobladores, con arreglo a una matriz urbana de larga aplicación en Latinoamérica. Así, las placillas de Cachinal de La Sierra y Esmeralda respondieron a la distribución en torno al damero, articulando el incipiente urbanismo con arreglo al orden y el poder. Un claro ejemplo de la injerencia estatal en este nuevo modelo de poblamiento, una suerte de resignificación de las antiguas placillas, fue la distribución de terrenos con arreglo al mencionado damero y la aplicación de mecanismos disciplinadores en el espacio público. Otro ejemplo de lo señalado se presentó en 1869, cuando el intendente de Atacama resumió la nueva política con relación a estos centros poblados: “se trata de reglamentar las placillas de los minerales, e impedir que se sitúen despachos en el centro de ellos, para evitar el entorpecimiento de las buenas costumbres y desordenes

José Romero, La ciudad occidental. Culturas urbanas en Europa y América (Buenos Aires: Ed. Siglo XXI, 2009), 243. 62 Oscar Ozlak, La formación del Estado argentino. Orden, progreso y organización nacional (Buenos Aires: Ed. Ariel, 1997), 60. 61

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consiguientes”63, en aras de evitar los perjuicios recibidos por los comerciantes en estos lugares y con la intención de diseñar un proceso de represión más duro, que consideró el terminar con este espacio de disolución social. En las que lograron mantenerse, la presencia de las agencias estatales tendió a crecer. Cuando la ley no se impuso, haciéndose más difícil el disciplinamiento y control, los empresarios y las autoridades procedieron a reprimir los establecimientos mediante la expulsión de los pobladores a través del incendio de estos poblados, tal como aconteció en Cachinal de La Sierra y con antelación en la placilla de Caracoles. En términos del planeamiento urbano de las placillas la diferencia se hace presente con claridad y puede ejemplificar los niveles de incidencia y proyección que tienen los estados chileno y boliviano en el territorio. El incendio de las placillas fue una práctica recurrente al momento de limitar la presencia de los sectores populares. También respondió a la intención de lograr el control comercial en el poblado, realidad que se consolidó con los Company Town,64 donde se estableció un tipo de paternalismo industrial que reguló la vida comercial y la mayoría de los aspectos de la vida cotidiana65. Las similitudes existentes entre los tipos de poblados mineros hicieron que tendiera a distorsionarse el concepto de placilla, aplicándose a realidades de poblamientos diferentes. Francisco A. Silva, “Memoria del Intendente de Atacama”, en Memoria del Ministerio del Interior (Santiago: Imp. Nacional, 1869), 16. La cursiva es mía. 64 Gabriel Salazar, Mercaderes, empresarios y capitalistas: Chile, siglo XIX (Santiago: Ed. Sudamericana, 2009), 713. 65 Hernán Venegas, “paternalismo industrial y control social. Las experiencias disciplinadoras en la minería del carbón en Chile. Lota y Coronel, primera mitad del siglo XIX”, Les cahiers ALHIM 12/27 (París 2014); Godoy Orellana, “La placilla de Cachinal de La Sierra y...”. 63

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Las placillas del desierto. Construcción de espacio urbano...

Al respecto, Jorge Pinto explicó los hechos de Santa María de Iquique como el momento de una última placilla, una metáfora que busca explicar que la represión mediante el incendio fue reemplazada por el fuego de las armas y asesinato de los trabajadores66. De igual forma, se han estudiado establecimientos periféricos y poblados marginales a las oficinas salitreras67 permitiendo pensar que muchos de estos espacios se asemejaban a las placillas en sus funciones aunque, obviamente, nadie podría afirmar que estas fueron parte constitutiva de la realidad salitrera.

Jorge Pinto Rodríguez, “Iquique, diciembre de 1907. La última placilla”, en A 90 años de los sucesos de Santa María de Iquique (Santiago: Ed. LOM, 1998), 247-257. 67 Diego Damm, “En los márgenes de lo oficial: desarrollos y asentamientos humanos en el Cantón Central”, en La sociedad del salitre, (ed.), Sergio González Miranda (Santiago: Ed. RIL - INTE, 2013), 260. 66

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La puerta del desierto. Estado y región en Atacama. Taltal, 1850-1900

La placilla de Cachinal de La Sierra y la minería de la plata en el sector meridional del despoblado de Atacama. Taltal, 1880-1900

En las tradiciones orales decimonónicas de la región meridional del descampado de Atacama, la búsqueda del derrotero del Chango Aracena fue uno de los más importantes móviles que espoleó a pirquineros y aventureros para adentrarse en el desierto tras las huellas argentíferas del codiciado reventón de plata a que refirió Vicuña Mackenna1, Carlos María Sayago2 y Francisco Marcial Aracena3. Para algunos, el mineral de Cachinal de La Sierra reunía muchas de las características que se le asignaban al mítico mineral, –como escribió este último– “en toda la provincia de Atacama donde se hace mención de tan famoso derrotero no se le pone la menor duda a su veracidad, y de aquí nacen las diversas caravanas de cateadores que de año en año exploran el desierto de Atacama”4. La exploración del desierto por parte de cateadores y aventureros fue una constante desde la cuarta década del siglo XIX, intensificándose después de mediados de siglo para Benjamín Vicuña Mackenna, El libro de la plata (Santiago: Imp. Cervantes, 1882). 2 Carlos María Sayago, Historia de Copiapó (Copiapó: Imp. El Atacama, 1874). 3 Francisco Marcial Aracena, Apuntes de viaje: la industria del cobre en las provincias de Atacama y Coquimbo, los grandes y valiosos depósitos carboníferos de Lota y Coronel en la Provincia de Concepción (Santiago: Ed. DIBAM, 2011). 4 Ibid..., 203. 1

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significar su ocupación y densificación poblacional a fines de este siglo e inicios del XX. En el análisis de este proceso la historiografía ha puesto énfasis en el estudio de la explotación del desierto de Atacama en el sector disputado con Bolivia y en el Norte Chico, soslayando el septentrión de esta región, una zona que se comportó como frontera móvil que se desplazaba hacia el norte o el sur dependiendo de la perspectiva de cada nación, convirtiendo la zona sucesivamente en una pertenencia boliviana, cuyo Estado demandaba “con entera buena fe”5 hasta el Río Salado o chilena al fijar la frontera en Mejillones. Por cierto, estas divergencias tuvieron sus soportes intelectuales, los que en la segunda mitad del siglo XIX fijaron la mirada en los límites y los debates se suscitaron entre quienes defendían los puntos de vista de sus correspondientes Estados nacionales6. En la práctica, el problema limítrofe fue medianamente solucionado a través de los tratados de 1866 y 1874 que dejaron la región de Taltal indiscutiblemente en territorio chileno, dirimiendo en derecho una situación que había significado una ocupación de hecho, en una región donde el Estado chileno ya ejercía soberanía desde mediados de siglo, cuando concedió autorización para la instalación de un muelle en 1858 y fundó su puerto más septentrional en 1877. La idea central de este artículo es analizar el proceso de la relación entre minería y poblamiento en la región interior de Taltal, más allá del enfoque salitrero, orientando la investigación a responder preguntas tales como: ¿cuál fue el impacto de la minería de la plata en este proceso de poblamiento?, ¿Qué alcances tuvo la Placilla de Cachinal de La Sierra en la atracción de mano de obra y pobladores al desierto taltalino? Roberto Querejazu, Guano, salitre, sangre. Historia de la Guerra del Pacífico (la participación de Bolivia) (La Paz: Ed. GUM, 1979). 6 Manuel Salinas, Derecho de Bolivia a la soberanía del desierto de Atacama (Cochabamba: Imprenta Nacional, 1860); Miguel Luis Amunategui, La cuestión de límites entre Chile y Bolivia (Santiago: Imp. Nacional, 1863). 5

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Por cierto, la hipótesis de trabajo es que el papel jugado por las explotaciones de plata a 148 kilómetros al interior del puerto fue gravitante y, en momentos de contracción salitrera en la región, funcionó como un eficiente sustentador de uno de los principales móviles de los trabajadores trasladados al desierto, a saber, existencia de trabajo y un nivel de pago que permitiera la subsistencia. El tema de la inmigración y ocupación de nuevos espacios y explotación argentífera, ha sido anatematizado en las investigaciones relativas a la región de Taltal y su hinterland. Entre los escasos trabajos, se encuentra el de Benjamín Vicuña Mackenna quien en su Libro de la plata7, dedicó un capítulo a Cachinal de La Sierra, desde una perspectiva vivencial y como testigo de los hechos. Los trabajos contemporáneos están principalmente centrados en la descripción del territorio y el incipiente desarrollo urbano del puerto de Taltal en la segunda mitad del siglo XIX8 o a la perspectiva jurídica para abordar el tema de la expansión chilena al norte9. A lo anterior, se suman trabajos específicos en algunas salitreras en el siglo XX, tales como Flor de Chile10, careciendo de un estudio que aborde el contexto general salitrero del cantón de Taltal, que además funcionó como distrito y puerto de embarque independiente11. No obstante, uno de los pocos estudios que trata el tema de la minería en la región estudiada lo hace desde la óptica de la antropología y, más allá de mencionar la explotación minera Benjamín Vicuña Mackenna, Libro de la plata (Santiago: Imp. Cervantes, 1882). 8 Rodolfo Contreras, “Breve historia de Taltal y la presencia alemana a través de la fotografía en el naciente puerto”, en Taltalia 5-6 (Taltal 2013): 89-127. 9 Raúl Soto, Uti possidetis desierto de Atacama. Formación de la república en el norte de Chile, 1799-1884. Desde el exclusivismo hasta la participación ciudadana (Santiago: Ed. Universidad Arturo Prat, 2009). 10 Alejandro San Francisco et ál., El cantón salitrero de Taltal. Imagen y memoria (Antofagasta: Ed. Escorpio, 2011). 11 Sergio González M., “El cantón Bolivia o central durante el ciclo de expansión del nitrato”, en Estudios Atacameños 39 (San Pedro de Atacama 2010): 85-100. 7

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que motiva esta investigación, no realiza un análisis de su instalación, producción e impacto en el poblamiento de la región12.

“La inmigración crece de vapor en vapor”13 A esta escasez de investigaciones, señalada con antelación, se suma que los estudios han fijado la mirada en los empresarios que dirigieron exploraciones, comprendidos como pioneros en la zona. Sobre ellos se ha tejido un entramado de prestigio, sustentado en las expediciones y aventuras en el desierto, convirtiéndolos en verdaderos conquistadores del despoblado, para pasar a formar parte del panteón de los llamados héroes del desierto de los que escribió Isaac Arce14 con un marcado tono elegiaco. No obstante, del ingente número de trabajadores que enrumbaron al despoblado las referencias son pocas. A contrario sensu la documentación muestra una actividad destacada de los baqueanos, pirquineros y aventureros del mundo popular, quienes en importante número se desplazaron al desierto, mayoritariamente desde el Norte Chico, en busca de mejores condiciones laborales. Este movimiento de población se hizo sentir, tanto en la región estudiada como en el territorio boliviano, solicitando en 1877 ayuda al gobierno central para contener a los trabajadores, pues –como antes citaba– Manuel Othon Jofré, Gobernador del Litoral consideraba que estaban invadidos por trabajadores y “gentes mal entretenidas” que afluían a “nuestro litoral por falta de ocupación en los minerales de cobre de Chile”15. Victoria Castro, Manuel Escobar y Diego Salazar, “una mirada antropológica al devenir minero de Taltal y Paposo”, en Diálogo Andino 49 (Arica 2012): 209-223. 13 El Eco de Taltal. Taltal, 16 de Julio de 1881. 14 Isaac Arce, Narraciones históricas de Antofagasta (Antofagasta: Imp. Moderna, 1930), 425. 15 Manuel Othon Jofré, Gobernación Boliviana en Antofagasta. Antofagasta, 23 de diciembre de 1877. AHPUCN, vol. Año 1875 y ss. f. 209. 12

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En efecto, la profundización de la crisis de los ´70, como antes afirmabamos, impulsó a los trabajadores cesantes de la minería cuprifera a internarse en el desierto de Atacama, en busca de alguna labor en las minas o en una oficina salitrera, traduciéndose la globalidad de la demanda en un aumento poblacional chileno que en 1873 El Caracolino, calculaba en más de 16.000 trabajando en Atacama16. No obstante, resulta difícil cuantificar las dimensiones precisas de estas migraciones, debido por ejemplo a que “avalancha de chilenos” –a que se hizo referencia en el capítulo anterior– que se suscitó en Tarapacá tuvo su momento más álgido en el periodo de 1868 y 187317. Es posible que desde allí se intensificara el movimiento de trabajadores, con destinos diversos al interior del desierto, supeditados a los cierres o aperturas de faenas mineras. Algunos de estos, fueron quienes poblaron y despoblaron el desierto, acorde con los señalados vaivenes económicos que caracterizaron los ciclos mineros, especialmente en la región de Taltal. Los puntos de atracción se centraron en los minerales de Cachinal de La Sierra, Guanaco y Sierra Esmeralda, haciendo que Taltal se convirtiera de golpe –en palabras de Darapsky– en “El Dorado que Chile no había conocido desde su independencia”18. De esta manera, desde mediados del siglo el número de habitantes chilenos al norte de Caldera tendió a aumentar, calculándose en la década de los sesenta en más de 12.000 personas. La cifra estimada por Aniceto Cordovés, a la sazón Intendente de Atacama, estaba basada en las importaciones que se realizaban por el incipiente puerto de Taltal, donde arribaban “Situación de los chilenos en Bolivia”, El Caracolino. Antofagasta, 10 de junio de 1873. 17 Julio Pinto, “Cortar raíces y criar fama: el peonaje chileno en la fase inicial del ciclo salitrero, 1850-1879”, en Historia 27 (Santiago 1993): 428-429; Trabajos y rebeldías en la pampa salitrera (Santiago: Ed USACH), 59) 18 Ludwig Darapsky, El departamento de Taltal: la morfología del terreno y sus riquezas. [1900]. (Santiago: Ed. DIBAM), 293. 16

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las naves con contrabando proveniente del extranjero, cuyo consumo, le parecía: “ya considerable, es quizás cuádruplo del que hace igual número de habitantes del centro o sud de la República; porque los jornales de los trabajadores son mui altos y por los hábitos de despilfarro de la gente minera, que viste de géneros europeos y consumen grandes cantidades de bienes, azúcar y otros artículos no producidos por el país. El consumo de mercaderías extranjeras en esas localidades malamente vigiladas por esta Aduana, […] es pues de considerable importancia y da lugar a que se haga contrabando, tanto de mercaderías gravadas con derechos como de especies Estancadas”19.

Esta realidad se había configurado esencialmente debido a la minería, actividad que era practicada por los pueblos indígenas con mucha antelación, aunque no con las dimensiones, participación de mano de obra e integración a amplios circuitos económicos como los que enfrentarían las explotaciones mineras de cobre, desde la cuarta década del siglo XIX; las explotaciones de plata de Cachinal de La Sierra, en la década de los ochentas; y el salitre iniciado a mediados de los setenta en el cantón Taltal. Por cierto, en la región estudiada se conoce más de las explotaciones cupríferas y salitreras que de las explotaciones argentíferas, o auriferas.

El descubrimiento y las explotaciones en la sierra Según consignó Rodolfo Philippi en sus anotaciones de viaje, hacia mediados del siglo XIX la región costera desde Huasco al Paposo era habitada por alrededor de 500 changos, “una tribu india que tiene actualmente la sangre muy mezclada”20 quienes habían olvidado su lengua vernácula. Los Aniceto Cordovéz al Ministro del Interior. Caldera, 5 de septiembre de 1860. ANHIAT, vol. 153, s/f. 20 Rodulfo Philippi, Viaje al desierto de Atacama (Sajonia: Librería de Eduardo Anton, 1860), 36. 19

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hombres estaban dedicados a la caza de guanacos, la pesca o al trabajo de las minas, mientras que las mujeres con sus niños lo hacían con la cría de cabras, moviéndose en busca de majadas con agua y pastos. Uno de estos hitos de abastecimiento era Cachinal de La Sierra, un manantial ubicado en una pequeña depresión junto a una gran llanura inclinada hacia el oeste, que era conocido con este nombre por pastores y caravaneros, siendo uno de los puntos de aprovisionamiento de agua en el desierto, donde también llegaban pastores atacameños con su ganado a intercambiar productos tales como la coca21. El citado Philippi recorrió la región algunos años antes de que se creara por decreto ley de julio de 1858 el primer muelle en Taltal, hecho que significó el paulatino poblamiento y trazado de la ciudad en 1877, convirtiéndose en una subdelegación dependiente de la intendencia de Atacama22. En este periodo las explotaciones principales eran la producción cuprífera, –aunque al inicio de la década de los ochenta estaba en el periodo de finalización de su ciclo de auge– y la explotación del salitre, iniciada hacia 1875, y que se encontraba en la región en una fase de exploración e industrialización incipiente que se extendió, precisamente, hasta 188023. Fue al inicio de la década de los ochenta cuando se provocó un crecimiento importante de la población que, según Guillermo Matta, se desarrollaba “con asombrosa rapidez”, debido al crecimiento de las explotaciones salitreras y la con Philippi, Viaje al desierto de Atacama... 37-41. Curiosamente en este momento una autoridad local señaló que la población en 1878 alcanzó a 642 habitantes, que se distribuían en tres espacios principales, permaneciendo 110 en las minas, 172 en las salitreras y 360 en el puerto. ¿fue este solo un problema estadístico, mala gestión, o un revés “estacional”? ver El gobernador de la provincia al intendente. Caldera, noviembre 14 de 1878, ANHIAT, vol. 498, s/f. 23 Sergio González M., “Las combinaciones salitreras: el surgimiento del empresariado del nitrato en Chile (1884-1910)”, en Diálogo Andino 42 (Arica 2013): 41. 21

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solidación paulatina del puerto como medio de comunicación e intercambio de productos”24. Este impetuoso desarrollo, se vio bruscamente frenado debido a una nueva política salitrera liberal,25 implementada después de la ocupación militar de los terrenos salitrales de Perú y Bolivia. En efecto, la ley denominada de los Derechos de exportación del salitre, promulgada el 1 de octubre de 1880 y que gravaría toda la producción salitrera con un peso sesenta centavos fuertes26 se tradujo en la paralización de la mayoría de las 18 oficinas salitreras que laboraban en el distrito, permaneciendo en producción Santa Luisa, Guillermo Matta, Lautaro y Santa Catalina27. Al impuesto se sumaba la pérdida de competitividad por el encarecido tráfico de las carretas, debido a que la línea férrea en esa época aún estaba sin terminar provocando un impacto, según el ingeniero comisionado para evaluar la minería en la región, que fue “fatal”, para el naciente puerto debido a la nueva carga impositiva y las negativas variaciones en el precio del salitre, minando las perspectivas que los empresarios habían cifrado en su explotación28. La situación, persistía pese a una ley especial promulgada el 14 de enero de 1882, en virtud de la cual el salitre exportado –hasta el 30 de junio del mismo año– por este puerto y caletas dependientes que procediera de su mismo distrito solo pagaría un 50% del impuesto que lo gravaba29. 24 de abril de 1880, ANHIAT, vol. 524, s/f. Sergio González M., “Las políticas salitreras peruana y Chilena. ¿del monopolio estatal a la libertad económica? (1873-1884)”, en Cuadernos de Historia 38 (Santiago 2013): 65. 26 Alejandro Bertrand, Condición actual de la propiedad salitrera en Chile y estudios de las cuestiones relativas a la industria salitrera y a los salitrales del estado (Santiago: Imp. Nacional, 1892), 86-87. 27 José Vadillo, Informe que el Ingeniero de los distritos mineros del departamento de Copiapó pasa a la Intendencia con relación a las salitreras de Taltal i mineral de Cachinal. Copiapó, 30 de abril de 1882. ANHIAT, vol. 595, s/f. 28 Copiapó, 30 de abril de 1882. ANHIAT, vol. 595, s/f. 29 Roberto Hernández, El Salitre. Resumen histórico desde su descubrimiento y explotación (Santiago: Ed. Fisher Hermanos, 1930), 117-118. 24 25

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Para los taltalinos esta Ley funcionó solo como un paliativo frente al desastroso golpe a la producción salitrera y el negativo impacto sobre el incipiente progreso y la mano de obra que se había aglutinado en estas explotaciones. La situación analizada queda expresada con claridad en las palabras del comisionado de la Intendencia de Atacama, quien comunicaba a su superior que al inicio de 1882 la situación se había agudizado: “encontré, a mi llegada, a esa población en real y justa zozobra con la presencia de 600 trabajadores impagos de las oficinas Germania, Unión i Severin, 200 a 300 operarios de otras faenas paralizadas en esos días, i un número de vagos, estimable en 200, que nunca faltan en poblaciones de actividad i en que circula el dinero de tantos empleados como son necesarios para el sostenimiento de labores salitreras”30.

Fue en este contexto socio-económico que en abril de 1880 los cateadores Pedro Peñafiel y Simón Figueroa, quienes formaban parte de una de las numerosas expediciones enviadas desde Taltal por Rafael Barazarte Oliva31, descubrieron durante su descanso nocturno junto al Rioseco, a 2950 MSNM32 rodados de plata en una pequeña colina, en el flanco este de la más tarde denominada Sierra Peñafiel, que formaba el rico yacimiento de Cachinal de La Sierra (24°57’57”S 69°31’43”W). Este yacimiento es parte de la formación geológica de Agua Amarga, arqueros, Chañarcillo, Tres Puntas, Caracoles La Florida y Esmeralda, que en conjunto lograron posicionar, entre 1810 y 1890, a Chile entre los principales productores de plata del mundo33. Inicialmente, el lugar pasó desapercibido para Taltal debido a que la producción, –a cargo de Ramón Quezada, un ANHIAT, vol.571, s/f. Caldera, 9 enero de 1882. Para el desarrollo de este tema, ver capítulo correspondiente. 31 El Eco de Taltal. Taltal, 12 de julio de 1881. Ver también Eulogio Gutiérrez, Chuquicamata Tierras rojas (Santiago: Ed. Nascimento, 1926), 53. 32 Luis Risopatrón, Diccionario geográfico de Chile (Santiago: Imp. Universitaria, 1924), 50. 33 Carlos Ruiz C., y Federico Peebles, Geología, distribución y génesis de los yacimientos metalíferos chilenos (Santiago: s.n., 1988), 185. 30

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experimentado minero de Chañarcillo– era enviada a Antofagasta desde el puerto de Paposo34. No obstante, algunos meses después se produjo un creciente movimiento de población hacia la zona debido a que el descubrimiento de plata aparecía “alagando la imaginación siempre ardorosa e infatigable del minero”35, alertando a las autoridades a tomar medidas administrativas en torno a su posible impacto36. Por cierto, los hechos posteriores harían de estas, unas fundadas preocupaciones. En rigor, el yacimiento de Cachinal de La Sierra no solo impactó sobre los trabajadores, también generó especulación y una desmesurada demanda de acciones de las compañías que se implementaron para su explotación. De hecho, un año después de su descubrimiento el ingeniero Antonio Vadillo informaba que de la totalidad de trabajos impulsados en el yacimiento solo las minas Arturo Prat y Emma resultaron fructíferas “llevando allí un gran centro de población”37. Su evaluación persistió en 1883, afirmando que aun cuando inicialmente “se alimentaron halagüeñas esperanzas” en torno al mineral, los resultados al inicio de ese año no eran buenos, a excepción de la mina Arturo Prat que ese año se mantenía “en un estado de bonanza que ha podido llamarse notable”, mientras que las demás no respondían a lo que se esperaba con relación a los capitales invertidos y a “los numerosos trabajos allí implantados”38. Aunque no fue el descubridor, para efectos de la prensa y las autoridades Rafael Barazarte sería reconocido como tal. Médico de profesión, llegó desde Talca en 1868 a ejercer en el El Eco de Taltal. Taltal, 12 de julio de 1881. Ibid., 16 de julio de 1881. Guillermo Matta al Ministro del Interior. Taltal, 23 de septiembre de 1881 ANHIAT, vol. 524, s/f. 37 Antonio Vadillo, “Informe que el ingeniero de los distritos de Copiapó pasa a la Intendencia con relación a las salitreras de Taltal y mineral de Cachinal”. Copiapó, 30 de abril de 1882. ANHIAT, vol. 595, s/f. 38 Informe del ingeniero Antonio Vadillo. Copiapó, 27 de febrero de 1883. ANHIAT, vol. 590, f. 102. 34 35

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hospital de Copiapó, casándose en 1870 con Delfina Zuleta, viuda de José Antonio Moreno39. Al año siguiente se instaló en Taltal abandonando la práctica de la medicina para dedicarse a tiempo completo a la minería sobre la base de las propiedades de la viuda de Moreno, cuyo control asumió después de haber enviado al hijo heredero a Estados Unidos y más tarde, a Europa40. Así, inició un conjunto de exploraciones en el desierto y explotó salitreras en el cantón de Taltal e instaló una fundición en Paposo41, además de diversificar sus negocios en Antofagasta, donde creó una sucursal de la Antigua Casa de José Antonio Moreno y Compañía42. Una vez descubierta la veta principal en Cachinal de La Sierra consolidó su posición creando, el 7 de diciembre de 1881, la Compañía Beneficiadora de Cachinal con un capital inicial de $ 130.000, prorrateado en 125 acciones detentadas mayoritariamente por Francisco Ossa y Rafael Barazarte43. Para la implementación de las faenas el Estado le concedió a la compañía el uso de 100 hectáreas de terreno al noroeste de la Aguada de Cachinal, así como el aprovechamiento de agua cordillerana y de manantiales cercanos, explotados mediante bombas y cañerías44. Meses más tarde, Barazarte formó la Compañía Minera de Cachinal, destinada a la exploración de nuevos yacimientos Archivo Masónico, Nº 9. Santiago, 2006 Escrito del juicio entre Antonio H. Folch y la Sucesión Rafael Barazarte. Valparaíso, 31 de agosto de 1887. (ANHSM), pieza B 4504, s/f. 41 Armando de Ramón, Biografías de chilenos. Miembros de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial (Santiago: Ed. PUCCH, 1999), 140. 42 En un aviso aparecido entre abril y junio de 1873 se publicitaba que “Rafael Barazarte. Tiene a venta constantemente harina flor de varias marcas, azúcar refinada hamburguesa y francesa de Burdeos, grasa en panza y cajones, buena clase de café de Costa rica y arroz de la India”. Ver El Caracolino. Antofagasta, 3 de junio de 1873. 43 Las acciones se distribuyen entre Francisco Ossa (50 acciones), Rafael Barazarte (20), Flavio Zuleta (15), Víctor Gana (10), Manuel Montt (5) Francisco Rodríguez (2), Joaquín Noguera (2), Francisco Riesco (16) y Lucila Zuleta (5). Ver BLDCH (Santiago: Imp. Cervantes, 1882), Libro 50, p. 63-77. 44 Subdelegación de Cachiyuyal, 29 de mayo de 1882. ANHIAT, vol. 565, f. 194. Además con mayor detalle en BLDCH, (Santiago: Imp. Cervantes, 1882), Libro 50, p. 430. 39

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y a la compra de mineral45, vendiendo parte de su propiedad en Cachinal de La Sierra en $ 2.000.000, para continuar como accionista de la Gran Compañía Arturo Prat, empresa domiciliada en Valparaíso, sede de su dirección y administración e iniciada con un importante capital producto de la emisión de 22.500 acciones de $ 10046. La Gran Compañía Minera logró importantes utilidades en los primeros años, principalmente debido a la buena ley del yacimiento, la que tendió a descender al intensificarse la explotación. Según las memorias presentadas al directorio de la Gran Compañía Minera Arturo Prat, la producción de plata alcanzó entre el segundo semestre de 1882 y el primer semestre de 1893 un total de 260.111,890 kilos de plata fina47, equivalentes a 8.388.505.8 onzas de plata, con un valor de mercado actual de U$ 261.301.955. Los trabajos se concentraron principalmente en la mina Arturo Prat, donde se explotó intensamente el yacimiento por más de una década. En 1892, el mineral de Cachinal estaba conformado por cuatro asientos mineros que comprendían más de ochenta minas, treinta de las cuales pertenecían a la Gran Compañía Minera Arturo Prat que solo trabajaba siete, con alrededor de 600 operarios, amparando por medio de la patente las restantes, formadas por pequeñas explotaciones trabajadas con escasos operarios, alrededor de veinte eran amparadas por la patente y el resto estaba en abandono48. El resultado fue que la producción tendió a descender con el paso del tiempo, de hecho, desde 1890 se iniciaron episódicos abandonos de las faenas por parte de los trabajadores, quienes se trasladaban a BLDCH, (Santiago: Imp. Cervantes, 1882), Libro 50, p. 579-571 Estatutos de la Gran Compañía Minera Arturo Prat (Valparaíso: Imp. del Progreso, 1884), 5 y 6. 47 Memoria de la Gran Compañía Minera Arturo Prat (Valparaíso: Imp. Barcelona, 1894). 48 “Correspondencia desde Cachinal”, La Comuna Autónoma. Taltal, 12 de diciembre de 1892. 45

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Milton Godoy Orellana Producción de plata fina Compañía minera Arturo Prat (1882-1893)

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Fuente: Memorias de la empresa para los años correspondientes. Una síntesis de producción en Memoria de la Gran Compañía Minera Arturo Prat (Valparaíso: Imp. Barcelona, 1894).

otras explotaciones debido a los bajos sueldos o la carestía de los alimentos. En mayo de 1890, los dueños de las minas hacían sentir su opinión a través de la prensa: “Es tiempo ya pues que los centenares de trabajadores que emigraron de Cachinal vuelvan nuevamente a sus tareas; por más que se diga, tan solo en las minas de Arturo Prat pueden hallar acomodo no menos de seiscientos operarios entre pirquineros, pallaqueros i peones a sueldo. Ahora la vida es más barata, que hace un año, es tal vez i sin tal vez, superior en mucho a la vida de otros minerales; la libra de carne solo vale 20 centavos, el pan es más barato que en esa, la leña lo mismo y Ud. señor Editor, sabe bien que habiendo carne, pan, agua i leña nadie se muere”49.

De esta forma, Cachinal tuvo una efervescente y breve actividad que inició su decadencia hacia 1900, cuando el estado del mineral se consideraba en una situación terminal y a la espera de alguna veta que revirtiera el sino de decadencia. De hecho, a mediados del mismo año los trabajos de las minas se limitaban a las faenas denominadas “a pirquén”, sistema que

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El Eco de Taltal. Taltal, 22 de Mayo de 1890.

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implicaba el arriendo de una mina, o parte de ella, pagando un canon acorde a la ley del mineral extraído50 y se habían detenido los trabajos de reconocimiento. La situación no se presentaba como halagüeña, debido a que los comerciantes mayoristas de Taltal habían suspendido la concesión de créditos a los comerciantes minoristas de Cachinal de La Sierra51. La prensa taltalina plasmaba los rumores que circulaban en la comunidad, en torno a que al estado del mineral, calificándolo de “triste, pobre i arruinado, viviéndose durante más de tres años esclavo de la esperanza y lisonjeado con la expectativa de un alcance en la mina Arturo Prat”, de no ser así, se visualizaba “muy pronto la ruina completa de este mineral”52. Los temores se fundaban en que la compañía principal presentaba cuentas impagas al comercio local y no había realizado los pagos mensuales a los trabajadores, haciendo insostenible su situación. Para el efecto, el Liberal democrático sentenciaba la situación en una de sus páginas: “Con esto i no circulando en este mineral más dinero que las fichas de bronce, que ya se despreciaban, el mineral estaba pues amenazado en lo más esencial para la vida: los víveres. Principió a faltar la carne de buey, artículos de primera necesidad, i estuvimos amenazados de no tener aún ni pan!”53. Pese a tan negativa realidad, la explotación se sostuvo con el trabajo de los pirquineros, proyectándose hasta mediados del siglo. Así, en 1929 Cachinal continuaba en explotación por parte de la Compañía minera y beneficiadora de Cachinal, produciendo el suficiente mineral para abastecer el establecimiento de beneficio por varios años54. Ricardo Alonso, Diccionario minero: glosario de voces utilizadas por los mineros de Iberoamérica (Madrid: Ed CSIC, 1995), 176. 51 La Voz de Taltal. Taltal, julio 23 de 1900. 52 El Liberal Democrático. Taltal, 30 de mayo de 1900. 53 El Liberal Democrático, Taltal, 5 de julio de 1900. 54 Julio Kuntz, Monografía minera de la provincia de Antofagasta (Santiago: Impr. Universo, 1928), 74. 50

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La placilla de Cachinal de La Sierra Ubicada al norte de la mina Arturo Prat, fue descrita a fines del siglo XIX por el ingeniero Ludwig Darapsky como una ciudad de tablas y calaminas con calles regularmente trazadas, dos escuelas, muchas más cantinas, negocios de baratijas y un sitio en que “todo comerciante fue un acaparador de mineral”55. Soslayando la grandilocuente calificación de ciudad entregada por el ingeniero alemán, su descripción responde a la imagen de una placilla, lugar de poblamiento y urbanismo espontáneo característico de los centros mineros chilenos del siglo XVIII y XIX, en que se ubicaban pequeños comerciantes que compraban los resultados de la cangalla y ofrecían la triada de alcohol, mujeres y juego a los peones de las explotaciones cercanas56. Es importante destacar la designación de placilla con que se calificó al poblado. En efecto, desde mediados del siglo XVIII las placillas, nacidas por oposición a las plazas principales en que radicaba el poder, se habían aglomerado con viviendas que configuraban espacios urbanos espontáneos y precarios donde habitaban trabajadores cuya principal característica era la ausencia de autoridades, por ende, del Estado. Dada la situación de crisis arrastrada desde mediados de la década anterior, (además del ya señalado cierre de las salitreras) fueron muchos los interesados en trasladarse a las nuevas explotaciones. Este movimiento poblacional de impor Ludwig Darapsky, El departamento de Taltal. La morfología del terreno y sus riquezas [1900] (Santiago: Ed. DIBAM, 2003), 219. 56 Jorge Pinto, “Tras la huella de los paraísos artificiales. Mineros y campesinos en Copiapó, 1700-1850”, Proposiciones 20 (Santiago 1991): 232-247; Milton Godoy Orellana, “Minería y sociabilidad popular en la Placilla de Ligua, 1740-1800”, Valles. Revista de Estudios Regionales 4 (La Ligua 1998): 77-94; María Angélica Illanes, Chile des-centrado. Formación socio-cultural republicana y transición capitalista (1810-1910) (Santiago: Lom Ediciones, 2003); Hernán Venegas, El espejismo de la plata Trabajadores y empresarios mineros en una economía en transición. Atacama, 1830-1870 (Santiago: Ed. Universidad de Santiago de Chile, 2008); Gabriel Salazar, Mercaderes, empresarios y capitalistas: Chile, siglo XIX (Santiago: Ed. Sudamericana, 2009). 55

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Entrada a la Mina Arturo Prat. c. 1900.

tantes proporciones motivó a la autoridad de Taltal a solicitar al intendente de Atacama, una intensificación de los trenes de pasajeros que acercaran a Cachinal “Gran número de personas hay aquí que tienen necesidad de viajar a Cachinal. Por vapor próximo se espera doble número de viajero con destino a ese mineral. Hay mucha escases de medios para movilización [En] Refresco, todos esperan se obligue por VS. a poner un tren especial de pasajeros compuesto de una máquina, con coche y un carro de equipaje, por lo menos dos veces por semana; de otra manera habrá graves perjuicios y odiosas reclamaciones de numerosos interesados de Cachinal”57.

Telegrama de Andrés Ossa al Intendente de Atacama. Copiapó, 27 de Septiembre de 1882. ANHIAT, vol. 579, s/f. 57

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Ingeniero José Antonio Vadillo, Croquis de las pertenencias mineras del mineral de Cachinal de La Sierra, 1882. Fuente: Archivo Histórico Pontificia Universidad Católica del Norte.

Desde mediados del siglo XIX la región interior de Taltal había sido objeto de intensas exploraciones que dieron como resultado una serie de explotaciones de salitre, plata y oro, intensificando el tráfico de personas y bienes por caminos escasos y de mala calidad, sostenidos por particulares. Según un informe de Amadeus Pissis al gobierno, hasta 1877 se carecía de naves de cabotaje, los vapores “de carrera” dedicadas al transporte de pasajeros desde Chañaral al incipiente puerto de Taltal, una realidad que hacia 1882 estaba escasamente modificada, considerando que los vapores que venían del norte llegaban a este puerto una vez a la semana y fondeaban solo dos horas58. En la época, las comunicaciones se hacían por una ruta interna que, cruzando el desierto, permitía alcanzar Cachinal de La Sierra, Guanaco y alrededores59. Desde estos lugares era posible comunicarse con el puerto mediante caminos transitados por Ruperto Álvarez, subdelegado de Taltal. Caldera, 27 de julio de 1882. ANHIAT, vol. 572, s/f. 59 Amadeo Pissis, Minerales, Guano y Salitre de Atacama. Medidas oficiales para el fomento de la Industria (Santiago: Imprenta Nacional, 1877). 58

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carretas, aunque el cierre de importantes oficinas salitreras significó que los “camineros”60, encargados de la reparación abandonaran sus tareas y dejaran las vías en deplorables condiciones, encontrándose en 1882 “en pésimo estado y los particulares dicen no contar ya con recursos para su compostura”61, inutilizándose una ruta única y que en los momentos de mayor productividad minera y “en la época próspera de las salitreras” alcanzaban las 1.200 carretas mensuales62. Una vez que la Gran Compañía inició los trabajos, Cachinal enfrentó un crecimiento poblacional sin precedentes, como señaló un testigo en octubre de 1882 “trabajándose en ella con gran actividad almacenes, hoteles, etc. Se notaba gran actividad en el comercio, a pesar de que las casas vendedoras puede decirse que recién principiaban a surtirse convenientemente”63. Solo unos meses más tarde se consolidó como un centro minero, aumentó su producción y se fue formando una placilla “con bastante población”64, adscrita a la antigua subdelegación de Cachiyuyal –N° 21 del departamento de Copiapó– y distribuida informalmente en las inmediaciones del mineral. La aglomeración de personas obligó a las autoridades y mineros a solicitar en diciembre de 1882 la creación de una nueva subdelegación que se desprendería de Cachiyuyal, permitiendo la presencia permanente de autoridades en el mineral y las salitreras aledañas. Unos días después la citada autoridad regional persistía con un nuevo telegrama al Ministro del Interior, insistiendo en lo imprescindible que era esta modificación territorial, para desempeñar mejor las funciones de control “en aquellas poblaciones que al amparo de la industria Ver informe en “caminos”. Taltal, marzo de 1883, ANHMININT, vol. 1034, s/f. Memoria de la subdelegación de Taltal correspondiente a 1882. Taltal, 25 de marzo de 1883, ANHIAT, vol. 609, s/f. 62 El camino de Taltal a Cachinal de la Sierra. Santiago, 11 de octubre de 1883. ANHMININT, vol. 1034, s/f. 63 El Industrial. Antofagasta, 21 de octubre de 1882. 64 Arístides Martínez al Ministro del Interior. Copiapó, 29 de diciembre de 1882. ANHIAT, vol. 590, f. 89. 60 61

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minera y salitrera, se levantaran en el desierto de Atacama”65. No obstante, el ministro José Manuel Balmaceda ya había decretado la creación de la nueva subdelegación de Cachinal de La Sierra66, nombrándose más tarde subdelegado a Gregorio Ramírez, un oficial inválido de la Guerra del Pacífico67. Para integrar y comunicar al nuevo poblado se ordenó la creación de un correo semanal entre Taltal y Cachinal de La Sierra68. Habitantes en Cachinal, 1883-1907

3.000 2.000 Habitantes

1.000 0 1883

1885

1895

1907

Fuentes: Elaboración propia en base a información contenida en ANHIAT vol. 569 (1883) y en Oficina Central de Estadística (1885, 1895) y Comisión Central del Censo (1907).

Según la prensa local, el ferrocarril –llamado “el progreso del siglo”69– era esperado desde su anunció en 1878 e inició su construcción en 1880, convirtiéndose en la solución para los problemas de transporte y comunicación de la región al unir el puerto con las diversas oficinas del interior. La empresa Taltal Arístides Martínez al Ministro del Interior. Copiapó, 10 de enero de 1883. ANHIAT, vol. 590, f. 94. 66 José Manuel Balmaceda al intendente de Atacama. Santiago, 3 de enero de 1883. ANHIAT, vol. 594, s/f. 67 Arístides Martínez al Ministro del Interior. Copiapó, 2 de febrero de 1883. ANHIAT, vol. 590, f. 102. También en ANHMININT, vol. 1034, s/f. 68 Santiago, 22 de febrero de 1883. ANHIAT, vol. 597, s/f. 69 El Eco de Taltal. Taltal, 26 de diciembre de 1888. 65

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Vista instalaciones Mina Arturo Prat. Cachinal de La Sierra. Fuente: Revista Zig-Zag. 1905.

Depósito de salitres, puerto de Taltal. c. 1900. Fuente: Archivo Fotográfico, Museo Histórico Nacional.

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Muelles y veleros salitreros en Taltal. c. 1900. Fuente: Archivo fotográfico, Museo Augusto Capdeville Rojas.

Administradores y empleados en cancha de tenis del ferrocarril The Taltal Railways Company Ltd. 1915. Fuente: Archivo fotográfico, Museo Augusto Capdeville Rojas.

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Railway Company inició la puesta en marcha del ferrocarril en julio de 1882, cuando comenzó a operar la línea de 82 km, entre Taltal y la estación de Refresco, alcanzando el mismo año la oficina de Catalina del Norte (km 104), continuando hasta Aguada de Cachinal (km 124) –cerca de mineral de Guanaco– en agosto del mismo año. En 1887, inició la expansión a la placilla de Cachinal de La Sierra (km 148), donde arribó el 21 de junio de 188970, cuando las explotaciones habían iniciado un periodo de descenso en la producción. La autoridad inicialmente se limitó a la distribución de sitios en un plano de damero, extendido desde las explotaciones hacia el norte y con una cobertura de 20 manzanas donde se distribuyeron 212 sitios, beneficiando a pobladores y comerciantes con un terreno en el incipiente poblado71. Solo unos meses después de iniciadas las explotaciones en la placilla de Cachinal de La Sierra se había instalado un importante número de comerciantes y el poblado fue adquiriendo una morfología urbana más interesante. Así, junto a la explotación minera surgió una placilla de aventureros, trabajadores y mineros que en importantes cantidades comenzaban a llegar al lugar. La solicitud de sitios se hacía directamente al intendente de Copiapó, quien autorizaba la instalación de los futuros pobladores provenientes mayoritariamente de esta ciudad. La súbita irrupción de estos nuevos habitantes, el alto nivel de producción y los buenos sueldos de la minería de la plata en el contexto de la crisis salitrera de los años 1882 y siguientes, provocó la alta concentración de trabajadores, comerciantes y un gran número de aventureros que se avecindaban en el naciente poblado. Una buena medida de la actividad en estos Santiago Marín, Los ferrocarriles de Chile, (1909) (Santiago: Imp. Cervantes, 1916), 63. 71 Copia del Plano de la población del mineral de Cachinal. Copiapó, 29 de diciembre de 1883. ANHMININT, vol. 780, s/f.; el original se encuentra en ANHIAT, vol. 600, s/f 70

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años iniciales fue el número de casas comerciales instaladas en la localidad, siendo posible, inclusive, constatar la presencia de sucursales de casas comerciales de Valparaíso. Para dimensionar el tamaño de la oferta en bienes, entretención y servicios es posible apelar a los pagos de patentes, un ejercicio que en el caso de Cachinal de La Sierra en los primeros años no era de lo más regular, por tanto es mucho más accesible y permite dimensionar, en parte, la magnitud del movimiento. Si consideramos los comerciantes matriculados y los que no pagaban su patente es posible encontrar 45 establecimientos comerciales de diferentes tamaños, entre los que se incluía una sastrería, una botica, 3 carnicerías, 2 panaderías, un hotel, 17 tiendas de menestras y mercaderías, 2 bodegas, 2 billares y 6 cafés72. La primera impresión de este aséptico listado es la carencia de sitios dedicados al mundo lúdico, la juerga y la entretención para alrededor de 3.000 personas en pleno desierto –el único poblado relativamente importante se encontraba a alrededor de 150 kilómetros– y la mayoría eran mineros, quienes se caracterizaban por contar con dinero y poseer una particular sociabilidad desarrollada en la Placilla de Cachinal. La localidad se convirtió en el escenario de la sociabilidad popular desenfrenada que rompía el silencio del desierto, tal como sucedía en los valles del Norte Chico, con el jolgorio etílico que arreciaba –como observó un testigo– especialmente los días del pago de salarios: “que se hace cada dos meses, i pude observar que el movimiento i fiestas de la placilla es igual al de las grandes festividades del dieciocho. Pregunté la causa i se me dijo era porque solamente se traía la mitad del dinero que se pagaba, esperando vender letras Nómina de los Establecimientos que no han pagado el impuesto de patentes correspondiente al año 1882. Copiapó, 9 de marzo de 1883. ANHIAT, vol. 599, s/f. Ver también Matrícula de las casas de comercio de esta subdelegación que deben patente fiscal por el presente año. Copiapó, 19 de febrero de 1883. ANHIAT, vol. 593, s/f.; Matrícula de las casas de negocio de esta subdelegación, y que deben patente fiscal por el presente año. Copiapó, 9 de marzo de 1883. ANHIAT, vol. 599, s/f. 72

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al comercio a medida que los operarios hacen sus compras; de modo que el pago o ajuste a los operarios dura de cuatro a seis días, lo que equivale a otros tantos de diversiones públicas”73.

El modus vivendi del minero configuraba una sociabilidad donde el juego y el alcohol desempeñaban un importante papel, no solo como un medio de escape a una dura realidad, sino como una suerte de bálsamo social que posibilitaba la interrelación entre los pares. No eran pocas las ocasiones en que la jornada acababa con una riña y los consecuentes heridos o muertos. Esta realidad se hacía más intensa debido a la llegada constante de nuevos componentes poblacionales, aumentando las preocupaciones de los empresarios y gatillando los discursos del orden: “Donde quiera que un descubrimiento, o el aliciente de fácil ganancia, haya arrastrado a multitud de aventureros, el robo i el pillaje se ha encumbrado a mucha altura. Hoy mismo estamos siendo testigos, con profundo sentimiento, con un poco recelo, como el bandolerismo engrosa i aumenta sus filas i noche a noche, manda i ordena ataques rastreros i solapados contra la vida y la propiedad. Para nadie es un misterio, como nuestra gente del pueblo gasta su fuerza vital y el germen de nuevas vidas, en indignas disipaciones, en desenfrenadas orgías”74.

En este contexto, la no aparición de bares y casas de juerga en las citadas listas de deudores de patentes, hace suponer que sus dueños se apresuraban a cumplir la norma para evitar problemas con los dueños de minas y autoridades. Otra posibilidad es que las chinganas y establecimientos similares se ocultaran ante la legalidad presentándose como cafés, un emergente espacio de sociabilidad ampliamente aceptado e imitado de las principales ciudades europeas.

Correspondencia, Cachinal, julio de 1886. El Porvenir. Taltal, 7 de agosto de 1885. 74 El Eco de Taltal. Taltal, 16 de Julio de 1881. 73

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Plano de la población del mineral de Cachinal de La Sierra. Fuente: Archivo Nacional Histórico, Intendencia de Atacama, vol. 600, s/f.

De hecho, aunque no se incluían entre los deudores de patente los bares, chinganas y otros establecimientos similares, aparecen mencionados a propósito de alguna disputa entre los habitué del lugar. Tal fue el caso suscitado entre María Hernández dueña de uno de los “salones de canto”75 existentes en Cachinal de La Sierra, quien arremetió a puñaladas en contra “De una correspondencia de Cachinal”. El Constitucional. Copiapó, 5 de mayo de 1893. 75

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de Laura Lujan, La Chola, una de las bailarinas del lugar porque había seducido al galán de la dueña. A más abundar, la crónica destaca en la misma semana un enfrentamiento a puñaladas entre dos lugareños “en uno de los numerosos chincheles que hay en esta población”76. Algunos años antes de los hechos narrados, los habitantes “decentes” de Cachinal de La Sierra, habían comunicado a las autoridades sus temores frente al populacho desenfrenado: “vivimos en una completa inseguridad”77, configurando un conjunto de demandas de control que incluían construcción de caminos, mayor presencia de las agencias estatales y, esencialmente policías. Como en otros lugares de Chile en la época, el temor al bajo pueblo estaba instalado. Quizás estos fueron los móviles del incendio que se inició sin explicación en una chingana “en donde nadie dormía de noche”78, siguiendo la suerte de la placilla de Chañarcillo, que medio siglo antes había sido incendiada por la influencia de los patrones, quienes en su “neurosis antilibido”79, el 9 de septiembre de 1848 la hicieron arder completamente. De manera similar, la Placilla de Cachinal de La Sierra ardió casi en su totalidad. La dudosa casualidad hizo que el incendio se iniciara precisamente en la chingana de Margarita Oyarzun la Piti-piti, centro de juerga sin parangón en las soledades del desierto taltalino, cuyo renombre no tuvo ninguna de las llamadas casas de remolienda o chincheles del lugar. El local de la Piti-piti, estaba situado en la calle principal –llamada Arturo Prat– y cerca de la esquina norte de la manzana central, aunque el fuego se había iniciado por las murallas que daban a la pampa80. El Constitucional. Copiapó, 5 de mayo de 1893. Los mineros y vecinos del mineral de Cachinal de La Sierra. Decretos, 1882. ANHIAT, vol. 569, s/f. 78 “Cachinal. Incendio de la principal manzana de la población”. El Eco de Taltal, 12 de abril de 1889. 79 Illanes, Chile descentrado…, 48. 80 El Eco de Taltal. Taltal, 15 de Abril de 1889. 76

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El eco de Taltal, del día 12 de abril de 1889, consignó detalladamente los hechos, indicando que después de arrasar con la chingana, las casas de Chaparro, Fraga, Manuel Silva, que “ardían como castillos pirotécnicos”, se propagó por el centro de la placilla: “con la rapidez de rayo hacia el norte hasta llegar a la esquina i volver al oriente, o más bien dicho hasta que no dejó una sola casita en pie, i al sur abrazó el Café del Prado, en seguida el despacho de licores de don Juan Corbalán, más dos o tres casas habitación, un negocio de verduras, licores i frutos del país de un señor Monardes, el Café i Posada de Juan Acevedo, el Café de José Cabrera, el id de Julián Vilche, la tienda despacho i panadería La Copiapina del señor Amador Chaparro, tienda i despacho de Fraga i Cía. id de Manuel Silva, en seguida volviendo por la calle Sarjento Aldea consumió unas casitas habitación i otras en que habían no sé qué negocitos pertenecientes a un señor N. Buceta”81.

El fuego solo se detuvo en los adobes de la última casa. Dejar en el plano del azar una catástrofe local que terminó con centros de comercio popular resulta difícil, sobre todo cuando el fenómeno se había suscitado en otros lugares de manera similar. Pareciera, que este incendio está ligado a la lógica de la instalación del orden y al igual que la ruta seguida por otros pueblos mineros con altos grados de autonomía, su desaparición responde, más bien a la sospecha que Gabriel Salazar82 instala acerca de la eliminación de los pueblos de “libre comercio”, que, lejos de ser casual, se asocia a la intención de los habilitadores capitalistas de formar agrupaciones de pobladores donde el empresario posea además el control comercial, los Company Town, donde primaba el control paternalista y la regulación de la vida cotidiana en su más amplio espectro83. El Eco de Taltal. Taltal, 12 de abril de 1889. Salazar, Mercaderes, empresarios y capitalistas:… Hernán Venegas, “paternalismo industrial y control social. Las experiencias disciplinadoras en la minería del carbón en Chile. Lota y Coronel, primera mitad del siglo XIX”, Les cahiers ALHIM, 12/27 (Paris 2014); Milton Godoy Orellana, “las casas de la empresa: Paternalismo industrial, sociabilidad popular y construcción de espacio urbano en Chile. Lota, 1900-1950” Revista Universum 30/1 (Talca 2015): 115-136. 81

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Cachinal de La Sierra después del incendio que la destruyó. c. 1905. Gentileza de Daniel Villalobos. Taltal.

Instalaciones de la mina Arturo Prat. c. 1905. Gentileza de Daniel Villalobos. Taltal.

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La historia de la placilla de Cachinal de La Sierra se vio truncada por las llamas, no recuperando su antiguo esplendor, para quedar solo en el recuerdo de sus habitantes. El lugar no recuperó sus construcciones y devino en una faena minera con los mínimos servicios y al inicio de la década de los noventa del siglo aún era considerado un mineral importante que conformaba la 7° subdelegación del departamento de Taltal y mantenía una población “activa y numerosa”84. No obstante, esta auspiciosa descripción se contrasta con la estadística oficial, debido a que su población en 1895 había disminuido a la mitad, para iniciar el siglo, según el censo de 1907, con solo 293 habitantes.

Conclusión Un primer elemento a destacar en una visión de conjunto de la realidad socio-económica de la región de Taltal en la década de los ochenta es el momento de crisis salitrera enfrentada en la región en el periodo de consolidación inicial, traducido en la cesantía de más de 1.000 trabajadores que deambularon en Taltal en busca de trabajo. En este contexto, el descubrimiento argentífero en la pampa permitió acrecentar su fama y atracción de trabajadores, consolidando una ocupación inicialmente informal para devenir en un nuevo tipo de Placilla decimonónica. Por su parte, Rafael Barazarte, aunque no fue el descubridor, para efectos de la prensa y las autoridades sería reconocido como tal, pasando al olvido los cateadores Pedro Peñafiel y Simón Figueroa. El periplo de Barazarte fue el claro ejemplo del derrotero seguido, con diferente suerte, por centenares de hombres y mujeres que desde el centro y Norte Chico de Chile arribaron al despoblado atendiendo a la demanda de trabajo y Santiago Muñoz, Geografía Descriptiva de las provincias de Atacama i Antofagasta (Santiago: Imprenta Gutenberg, 1894), 167. 84

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tras la quimera de un rápido enriquecimiento que permitiera regresar adinerado a sus antiguos pagos. Esta ruta ha sido historiográficamente seguida hasta el Valle Central donde se tradujo en inversiones especulativas, sociedades anónimas, en la banca, mansiones y propiedades agrícolas85, tal como lo destacó desde la literatura Blest Gana en su obra Martín Rivas86. La ruta iniciada por Barazarte al llegar a Copiapó en 1868 se completó en 1884, cuando volvió a Valparaíso para fungir como diputado por Copiapó y Caldera87, arrendando el fundo Peregüe del Romeral, en las cercanías de Quillota, para fallecer el 2 de diciembre de 188688. En términos eminentemente productivos los puntos máximos se alcanzaron con las 33 toneladas de plata fina en 1883, que crecieron a 37,6 toneladas en 1884, iniciando un paulatino y constante descenso que llevó a 8,5 toneladas en 1893. Un caso similar se presentó con las leyes de la plata, la que en 1882 era de un 66% para descender en 1893 a 19%, aumentando con ello los costos de producción. Aun así, la empresa continuaba rentable, permitiendo que la explotación de Cachinal de La Sierra se proyectara, con altos y bajos, en las primeras décadas del siglo XX. Como corolario, huelga decir, que el poblado constituido por la Placilla de Cachinal de La Sierra inició su desaparición con el fuego y las leyes (también de los minerales), que contribuyeron a dejar en el silencio del desierto los sonidos de las maquinarias mineras, mezclados con el canturreo y las guitarras. De esta

Luis Ortega, Chile en ruta al capitalismo. Cambio, euforia y depresión 1850-1880 (Santiago: Ed. DIBAM, 2005), 202. 86 Alberto Blest Gana, Martín Rivas (Santiago: La voz de Chile, 1862). 87 Pedro P. Figueroa, Diccionario biográfico de Chile (Santiago: Imp. Barcelona, 1901), 158. 88 Escrito del juicio entre Antonio H. Folch y la Sucesión Rafael Barazarte. Valparaíso, 27 de octubre de 1887. (ANHSM) pieza B 4504 s/f. 85

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manera, acababa uno de los más sui generis establecimientos argentíferos de fin del siglo XIX, que contuvo en su paisaje social y laboral, elementos del mundo tradicional, integrados y confrontados, con otros propios del proceso de modernización que, a la sazón, campeaba en las pampas salitreras.

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La puerta del desierto. Estado y región en Atacama. Taltal, 1850-1900

La ley es una moneda en el desierto1: Agentes estatales, empresarios mineros, y conflictos de intereses en la periferia del Estado nacional chileno: Taltal, 1850-1900

“Los malvados pagan sicarios para vengarse. Los mandatarios no se vengan: tienen al verdugo para castigar”. Juan V. de Mira, Intendente de Atacama, mayo de 1858.

La mañana del 26 de febrero de 1858 la septentrional capital de la provincia de Atacama se encontraba efervescente y el gentío repetía detalles de los hechos ordenados ejecutar por el Intendente provincial Juan Vicente Mira. Aquel día, al igual que en los siglos coloniales, se sometió al escarnio público a José Nicolás Mujica, editor y redactor de El Copiapino, Rafael Vial y Andrés Moluendo quienes fueron castigados con doscientos azotes propinados por el verdugo. Estos habían sido sindicados y acusados, sin juicio previo, como autores de una correspondencia publicada en ese periódico dos días antes y que el intendente había considerado injuriosa2. Como en siglos anteriores, la azotaina propinada no era una simple punición corporal, era un ejercicio del poder a la manera del ancien regime, frente a la comunidad local. En otras palabras, respondía a la vieja práctica de la ritualización del castigo, que al ser aplicado en el espacio público adquiría nuevas dimensiones en términos del control social3. José Antonio Aris al Intendente de Atacama. Copiapó, 15 de julio de 1880. ANHIAT, vol. 535, s/f. 2 Juan de Mira, Defensa de don Juan Vicente de Mira, ex-intendente de Atacama en Chile: hecha en Coquimbo el día 25 de mayo de 1858 (Bogotá: Imp. de Silvestre y Compañía, 1858), 5. 3 Blanca Llanes Parra, “El castigo público como espectáculo punitivo: ritual y 1

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Si bien es cierto, los azotes como acción punitiva estaban en desuso desde mediados de siglo y se aplicaban esporádicamente a los autores de hurtos o robos, con preferencia de los sectores populares –resultaban extraños para las elites– como “un instrumento de dominación considerado indispensable”4. A ojos extranjeros el contexto político, la situación de la provincia y el actuar de algunos de sus agentes se consideraba expuesto a “abusos extraños”, como explicó la prensa internacional el caso del Intendente de Atacama. En efecto, su procedimiento fue catalogado de “insólito” para los testigos nacionales y extranjeros, que entendían su accionar en connivencia con el gobierno central5. Dada la gran expectación causada, el presidente se vio obligado a ordenar la remoción del intendente y someterlo a juicio6, aunque la crítica fue considerarla “una revocación un poco tardía”7. No obstante, la defensa de Mira fue alabada por conservadores que la consideraban como una defensa de los valores de la familia8. Más allá de lo anecdótico, la importancia del caso radica en que devela una contradicción con el proceso de modernización y consolidación del Estado nacional que a la sazón un sector de la sociedad pregonaba. Por cierto, si los hechos analizados con antelación se suscitaban en la capital regional, expuesta a control social en el Madrid de los Austrias”, en Campo y campesinos en la España Moderna. Culturas políticas en el mundo hispano, (eds.), M. J. Pérez y A. Martín García (León: Fundación Española de Historia Moderna, 2012), 1958. 4 Sergio Grez, De la regeneración del pueblo a la huelga general. Génesis y evolución histórica del movimiento popular en Chile, 1810-1890 (Santiago: Ed. Ril, 2007), 245. 5 Annuaire de deux mondes (Paris: Bureau de la revue des deux mondes; 1858), 847. 6 José Silva Cruz, “Destitución del intendente”. Copiapó, 16 de marzo de 1858. (AHMC), Caja N° 4, Carpeta N° 02, Documento s/f; ver también “Contra el exintendente de Atacama don Juan Vicente Mira, por haber hecho flagelar a unos ciudadanos”, Gaceta de los Tribunales 860 (Santiago 1859): 386. 7 Annuaire de deux mondes..., 847. 8 Miguel Aguilera, “La libertad de prensa y la defensa de Juan Vicente Mira. Un caso raro de literatura popular”, en Boletín cultural y bibliográfico 3/9 (Bogotá 1960): 577.

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controles, con opiniones disidentes y una prensa consolidada que podía informar a la ciudadanía ¿qué sucedería en las zonas de avance hacia el desierto de Atacama donde la presencia de autoridades de las agencias estatales era escasa –en algunos casos nula– y predominaba el poder de los empresarios locales? Es dable pensar que si una autoridad en la capital regional podía ordenar el castigo, sin juicio previo, a la pena de azotes ¿Cuál era el límite de los empresarios que defendían sus intereses en la región de penetración al norte de la capital regional? ¿Existía un Estado que asegurase los derechos eventualmente conculcados de sus habitantes, tales como el derecho a la protección policial o un juicio justo? Las disquisiciones anteriores conducen a pensar el tema de la presencia estatal y de sus agencias en una región en construcción. Puntualmente, es interesante analizar la relación entre autoridades, jueces locales y el empresariado minero y los eventuales conflictos de intereses o relaciones de clientelismo producidas en una zona minera del Chile decimonónico, debido a que este es el campo en que se discuten y dirimen temas tan gravitantes como la propiedad y el orden. Se puede avizorar, a manera de hipótesis, que en parte del periodo la presencia estatal en los márgenes del norte chileno era una entelequia, siendo los empresarios mineros y sus adláteres los reguladores del orden en la sociedad regional y quienes asumían algunas de las inversiones que el Estado no realizaba. No obstante, esta realidad se modificará hacia el fin del siglo XIX y puede ser analizada en las fuentes decimonónicas a partir de una densificación de las agencias estatales y una mayor dependencia directa del financiamiento estatal, principalmente, en lo que respecta a la aplicación de justicia y las vicisitudes que esto conlleva.

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Muelle de pasajeros en temporal. c. 1900. Fuente: Archivo fotográfico, Museo Augusto Capdeville Rojas.

Taltal, vista general. c. 1900. Fuente: Archivo fotográfico, Museo Augusto Capdeville Rojas.

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Plaza de Taltal. c. 1900. Fuente: Archivo fotográfico, Museo Augusto Capdeville Rojas.

Vista del muelle y oficinas de administración de la salitrera Alemania. c. 1900. Fuente: Archivo fotográfico, Museo Augusto Capdeville Rojas.

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II. Estado, agencias estatales chilenas y empresarios en el despoblado Considerando los problemas que implica la definición del Estado y la dualidad conceptual de explicarlo como expresión del territorio y del aparato administrativo, es posible abordar su estudio en los márgenes –sin intentar soslayar el problema– mediante el análisis de las instituciones con que se manifiesta. Entonces, se puede apelar a las disquisiciones de Pierre Bordieu para establecer un utillaje conceptual que dé sustento teórico a la comprensión de este proceso formativo del aparato estatal, pues en los espacios marginales de los Estados nacionales de Latinoamérica el Estado “se hace haciendo”9 y se construye en la práctica, con la prolijidad que la realidad limitante lo permite. Un planteamiento que corrobora la idea de que el Estado no irrumpe espontáneamente, ni es una creación a partir de un acto determinado, sino resultado de un proceso que instala y consolida una red compleja de atributos en momentos diferentes de su historia10. De esta manera es posible leer el Estado nacional a través de los procesos que van configurando su instalación en la región, proceso en que las agencias estatales juegan un papel fundamental, al desempeñar sus funciones se constituyen en la cara visible del aparato administrativo central. En este sentido el Estado funge como normativo de las actividades de funcionarios de las agencias que ocupando un puesto determinado, configuran una red que revierte esta práctica en la reafirmación del Estado que “como la suma de tales puestos se reserva el derecho de ejercer el gobierno sobre una sociedad limitada territorialmente”11. Por Pierre Bordieu, Sobre el Estado. Cursos en el Collége de France (1989-1992) (Barcelona: Ed Anagrama, 2014), 175. 10 Oscar Oszlak, La formación del Estado argentino. Orden, progreso y organización nacional (Buenos Aires: Ed. Ariel, 1997), 19. 11 Gianfranco Poggi, El desarrollo del estado moderno. Una introducción sociológica (Buenos Aires: Ed. Universidad de Quilmes, 1997), XX. 9

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tanto, para la comprensión de su expansión y consolidación en la periferia es posible dimensionar su presencia (o ausencia) mediante estas manifestaciones, a saber, la existencia de un cuerpo de funcionarios que en la región regentan las agencias estatales. Así, podemos analizar desde mediados de siglo la configuración de una burocracia especializada12 y la densificación de la presencia estatal mediante funcionarios que en la región detentaban –al menos en teoría– el poder y la soberanía. Aquellas instituciones que se comportan como los brazos que articulan y aplican las políticas del Estado e imponen la ley y el orden, según el diseño proveniente del aparato central. Se diría, que este es uno de los sentidos del Estado, pudiendo comprenderse como un conjunto de burocracias actuando “en consonancia con la efectividad de esos derechos, libertades y obligaciones”13. La historiografía nacional e internacional ha destacado la temprana capacidad del país para generar un Estado constitucional14, que se explica a través de la unicidad del caso chileno –junto a Brasil–, en el contexto latinoamericano, en tanto las elites gobernantes –en el decir de Safford– construyeron un temprano y “relativamente fuerte y efectivo” Estado nacional15, cuyo extremo es el planteamiento de la historiografía conservadora chilena que explica este temprano fortalecimiento en el accionar de Diego Portales llamándole “la más alta expresión del genio político de nuestra raza”16.

Hernán González, La fábrica de las cifras oficiales del Estado argentino (18691947) (Buenos Aires: ed. Universidad Nacional de Quilmes, Bernal, 2014), 39. 13 Guillermo O´Donell, Democracia, agencia y estado: teoría con intención comparativa (Buenos Aires: Ed Prometeo, 2010), 44. 14 María Stabili, “Jueces y justicia en el Chile liberal”, en Constitucionalismo y orden liberal. América Latina, 1850-1920, (Coord.), Marcello Carmagnani, (Turín: Otto Editor, 2000), 227. 15 Frank Safford, State and nation building in Latin American and Spain. Republic of the possible (Nueva York: Ed. Universidad de Cambridge, 2013), 161. 16 Francisco Encina, Nuestra inferioridad económica sus causas, sus consecuencias (Santiago: Ed. Universitaria, 1955), 190. 12

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Figura 1. Principales poblados y oficinas salitreras de Taltal. c. 1900.

Bodegas del Ferrocarril. c. 1900. Fuente: Archivo fotográfico, Museo Augusto Capdeville Rojas.

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Muelle de pasajeros. c. 1900. Fuente: Archivo fotográfico, Museo Augusto Capdeville Rojas.

Veleros salitreros a la gira en la bahía de Taltal. c. 1900. Fuente: Archivo fotográfico, Museo Augusto Capdeville Rojas.

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A Contrario sensu de estas construcciones historiográficas, la carencia de presencia estatal en la periferia norte y sur fue notable17. Así, aunque se plantee con insistencia y, efectivamente exista una mayor consolidación estatal decimonónica, es fácil constatar cómo en los sectores más alejados del centro macrocefálico del Estado nacional decimonónico, este aparecía débil y carente de una efectiva presencia de agencias estatales, tales como juzgados, escuelas, cárceles y policías. Como sintetizábamos con antelación, esto conlleva a visualizar un Estado “poderoso, intimidante y eficaz en las áreas metropolitanas” que en los márgenes se encontraba “más desnutrido e ineficiente”18. La presencia tiende a fortalecerse durante la segunda mitad del siglo XIX aunque su reproducción está sujeta a los intereses de las elites locales que, en este caso, estaban compuestas por empresarios y comerciantes enriquecidos con la explotación minera y participaban del proceso de expansión capitalista primario-exportador. Así, es posible identificar un proceso de cooptación de componentes de las agencias estatales proclives a los intereses de estos grupos, que operó mediante la recomendación, el contrato de los funcionarios estatales como empleados de las empresas mineras o a través de la configuración de redes de relaciones sociales de integración del individuo en el habitus de los grupos dirigentes. Este conjunto de elementos distorsionantes del “deber ser” de la instalación estatal en la periferia está condicionado, entre otros, por la doble centralización existente en las regiones, que ha devenido en una característica principal en la administración nacional. En este diseño, los habitantes de los sectores Jorge Pinto Rodríguez, La formación del estado y la nación, y el pueblo mapuche. De la inclusión a la exclusión (Santiago: Ed. DIBAM, 2003). 18 Ernesto Bohoslavsky y Milton Godoy Orellana, “Introducción. Ideas para la historiografía de la política y el Estado en Argentina y Chile, 1840-1930”, en Construcción estatal, orden oligárquico y respuestas sociales. Argentina y Chile, 18401930, (Eds.), Ernesto Bohoslavsky y Milton Godoy Orellana, (Buenos Aires: Prometeo, 2010), 31. 17

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periféricos del país quedan supeditados a Santiago, la capital nacional; y a Copiapó, la capital regional. Así, el despoblado de Atacama fungió como los márgenes de la periferia, un verdadero western norteamericano, un espacio geográfico territorializado con financiamiento privado en base a la concesión de permisos de explotación. Precisamente esta condición de tierra de colonización espontanea hace que la construcción del Estado nacional revista particulares características. En la región en el periodo inicial se carecía de lo que Eugen Weber y Suzanne Berger denominan “un aprendizaje político real”, en tanto no se cumplían las condiciones de integración territorial, unificación del mercado y un desarrollo pleno de los medios de comunicación, en que el territorio se comprende como un “lugar de interacciones e indica el grado de integración de las poblaciones rurales”19. En síntesis, hacia mediados del siglo XIX la región era un espacio –en un primer momento– carente de agencias estatales y regulaciones que no provinieran del empresariado minero, donde, más bien, se estaba frente a una verdadera “tierra de nadie” en que predominaba la ley del más fuerte. En una segunda instancia, existió un cuerpo policial municipal y se instaló un aparato judicial con un juez en cada distrito aunque, en ocasiones estos no cumplían con los requisitos de efectividad y actuación acorde a la ley, como condición necesaria para el ideal de la “preservación de un orden de derechos”20.

Guilles Pecout, “Los territorios de la política de la Francia y la Italia del siglo XIX: debates comparados sobre las identidades nacionales y la politización del pueblo”, en Del territorio de la nación. Identidades territoriales y construcción nacional, (ed.), Luis Castells, (Madrid: Instituto Universitario de Historia Social, 2006), 161. 20 Ricardo Salvatore y Osvaldo Barreneche (Eds.), El delito y el orden en perspectiva histórica (Rosario: Ed. Prohistoria, 2013), 15. 19

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Taltal, vista general. c. 1900. Fuente: Archivo fotográfico, Museo Augusto Capdeville Rojas.

Muelle de pasajeros. c. 1900. Fuente: Archivo fotográfico, Museo Augusto Capdeville Rojas.

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Taltal, vista general. c. 1900. Fuente: Archivo fotográfico, Museo Augusto Capdeville Rojas.

Recinto ferroviario de Taltal. c. 1900. Fuente: Archivo fotográfico, Museo Augusto Capdeville Rojas.

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Acorde con este considerando, el estudio de las agencias estatales (policía, escuelas, registro civil, etc.) ha sido objeto central en el análisis de la configuración de los Estados nacionales, los que a su vez han estado marcados por fijar la mirada en las agencias judiciales y la sociedad en que se insertan21. En este contexto existe coincidencia con lo afirmado por Raúl Fradkin, debido a que, es dable pensar acerca de la dualidad de, por una parte, la expansión del aparato judicial en coincidencia con el despliegue estatal en la sociedad rural –en este caso periférica– y; por otra, como el escenario en que se configuran las tensiones de los poderes locales y los sectores subalternos22. Para Chile el tema ha sido analizado en base, principalmente, al aumento numérico de agencias estatales y sus representantes en regiones que fueron poblándose rápidamente debido a una fuerte expansión minera. La perspectiva cuantitativa se ha usado para explicar el proceso exitoso de expansión estatal a nivel nacional23, aunque evaluar exclusivamente el aumento numérico de los representantes del Estado nacional en las diversas regiones del país no puede revelar el fondo del problema, ni llevar a conclusiones exitistas. Una mejor comprensión de este proceso no debería basarse exclusivamente en la visión cuantitativa, sino que a pensar de su utilidad con relación a los aparatos administrativos de la justicia y su

Susana Bandieri, “¿Una precariedad eficiente? Revisitando el funcionamiento de las agencias estatales de control social en los territorios nacionales”, en Los estados del Estado. instituciones y agentes estatales en la Patagonia, 1880-1940, (comp.), Nicolás Casullo, Lisandro Galluci y Joaquín Perren (Rosario: Prohistoria, 2013), 10. 22 Raúl Fradkin, “La experiencia de la justicia: Estado, propietarios y arrendatarios en la campaña bonaerense, 1800-1830”, en La ley es una tela de araña. Ley, justicia y sociedad rural en buenos aires, 1780-1830, (Comp.), Raúl Fradkin, (Buenos Aires: Prometeo, 2009), 84. 23 Luis Ortega, “La política, las finanzas públicas y la construcción territorial. Chile 1830-1887. Ensayo de Interpretación”, en Universum 25/1 (Talca 2010): 140150. 21

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profesionalización, relevancia para la solución de conflictos, ecuanimidad o legitimidad24. Las afirmaciones anteriores conducen a repensar, a lo menos, tres elementos concomitantes en la instalación de la burocracia estatal y sus agencias judiciales en Taltal, especialmente en el caso de los jueces de distrito y subdelegaciones, a quienes nombraba el gobernador del departamento a partir de una terna propuesta por el juez de letras. Para la redacción del artículo que lo regulaba se discutió la posibilidad de que las nominaciones las hicieran los alcaldes o jueces de primera instancia, desechándose la idea debido a que se consideraba el peligro de “exponerse a que teniendo estos vínculos muy fuertes con los intendentes y gobernadores, consultasen en sus propuestas, antes que otra cosa, el color político y la posibilidad de tener agentes seguros para las luchas electorales”25, representando en ello el fantasma del clientelismo. Por cierto, se suponía que los jueces de letras no estarían expuestos a este tipo de influencias, aunque no faltaron los casos en que se nombraron individuos que ni siquiera “figuraban en las ternas”26. En primer lugar, cabe preguntarse acerca del origen social, “de clase”, de los funcionarios, especialmente de los jueces no letrados, tanto de distrito como de subdelegación, representantes de una institución radical en una región donde los conflictos por propiedades y estacas mineras eran constantes. Los elegidos debían cumplir con una serie de requisitos para obtener el cargo, entre estos, ser residentes en la subdelegación

Juan Manuel Palacio: “Hurgando en las bambalinas de “la paz del trigo”: Algunos problemas teórico-metodológicos que plantea la historia judicial”, en Quinto Sol 9-10 (La Pampa 2005-2006): 108. 25 Manuel Ballesteros, La ley de organización y atribuciones de los Tribunales de Chile. Antecedentes. Concordancias y aplicación práctica de sus disposiciones. T. I, (Santiago: Imp. Nacional, 1890), 155. 26 Ibid…, 156. 24

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o distrito, ciudadanos electores y mayores de 25 años27, quienes estaban ligados a los círculos de poder económico y político, clase social desde donde provenían los “notables” y mandamases locales que recomendaban a las personas que compondrían la terna, de la que se designaba quien detentaría el cargo. Para el efecto, se enviaban cartas a las autoridades recomendando individuos con el mismo tenor “Me permito indicar a V.S. como apto para desempeñar dicho puesto y con tiempo disponible para dedicarle, al Sr. Gumecindo Navarrete. Esta nueva observación, la hago a V.S., calculando que tal vez no tenga a quien nombrar y pudiera aprovechar mi indicación”28. Por cierto, las recomendaciones provocaban la consolidación de las relaciones y redes de amistad, con su consecuente correlato de dones y contra dones. Esto hacía que las nominaciones se mantuvieran en estrechos núcleos sociales dominantes que poseían cargos municipales y cuyos representantes llegaban a insertarse en la política nacional y estaban ligados por relaciones económicas, familiares o sociales. Probablemente, este factor incidió al momento de la redacción del artículo 15 de la Ley de 1875 que regulaba y organizaba los tribunales, y definía el perfil de los individuos considerados aptos para el cargo. Entre estos se señalaba a quienes detentaran alguna de las profesiones liberales (abogado, médico, ingeniero civil geógrafo o de minas), pues contaban con “un medio seguro de subsistencia que suplen la falta de edad y de renta”29. Un segundo elemento, es que los jueces requerían de un nivel de educación importante, estando limitado el acceso al cargo por el manejo de la lectoescritura, un asunto de vital importancia en una región donde el analfabetismo en la segunda Ballesteros, La ley de organización y atribuciones…, 146-147. Manuel 2° Negrete al Juez Letrado de Taltal. Paposo, 11 de septiembre de 1886. ANHJT, vol. 408, s/f. 29 Ballesteros, La ley de organización y atribuciones…, 150. 27

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mitad del siglo XIX se mantuvo en niveles muy altos. De hecho, en el periodo intercensal de 1865 y 1895 –que incluye cuatro censos– la variación fue escasa considerando que la población ágrafa descendió del 75,6% al 70%, lo que significaba que 3 de cada diez personas sabían leer y escribir30. Esta variable provocaba que el grupo objetivo del cual se podía contar con eventuales jueces se redujese al percentil del 30% superior, traslapándose con el porcentaje correspondiente a los grupos hegemónicos. Como tercer punto, se debe rflexionar acerca del origen del financiamiento –si lo hubiere– necesario para sustentar estos funcionarios. A contrapelo, es posible verificar que en el periodo es frecuente la presencia, especialmente entre los jueces, de funcionarios Ad honorem, quienes laboraban gratuitamente y a tiempo parcial –con un mínimo de una hora al día tres veces a la semana31–, beneficiándose del poder simbólico y prestigio social que el cargo les significaba, pues la Ley de 1875 establecía que el empleo de juez de distrito era una “carga concejil. En consecuencia deberá servirse gratuitamente”32. No obstante, aunque la condición de cargo Ad honorem se ha evaluado como dificultosa para reconocer la existencia de un verdadero cuerpo burocrático, en los años iniciales de la república esta misma situación maximizaba el poder simbólico, honor y poder de quienes eran designados en un cargo público33. Por tanto, quien ostentaba un cargo de estas características debía contar con la pecunia suficiente para prescindir del sueldo. De otra manera, es posible preguntarse acerca del origen del dinero que permitía a los funcionarios estatales su Milton Godoy Orellana, “Fiestas, carnaval y disciplinamiento cultural en el Norte chico, 1840-1900”. (Tesis doctoral para optar al grado en Historia. Universidad de Chile, Santiago, 2009), 45. 31 Art. 27, Instrucciones para los jueces de subdelegación y de distrito (Santiago: Imp. de la República, 1876), 7. 32 Ballesteros, La ley de organización y atribuciones…, 158. 33 Elvira López, El proceso de construcción estatal en Chile. Hacienda pública y burocracia (1817-1860) (Santiago: Ed. DIBAM, 2014), 207. 30

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manutención. El financiamiento de las autoridades se convirtió en una importante demanda que algunos ciudadanos hicieron sentir, especialmente en el caso de los subdelegados –siendo extensivo a los demás empleados fiscales– para quienes se demandaba una renta “que los aparte de todo compromiso”34. Esto conduce a sostener que el origen del financiamiento –más allá de la eficiencia y la eficacia de los jueces– juega un importante papel en la independencia, objetividad y forma parte de los patrones de permanencía en el cargo35. De esta manera, si nombrar un juez en Taltal resultaba difícil, partiendo de la premisa de que el puerto era un espacio urbanizado con comodidades e importancia, donde existían mayores posibilidades de trabajo, cabe preguntarse, ¿Cómo era hacerlo para las localidades del interior en que se acrecentaban los litigios? Lugares que, en la mayoría de los casos, las empresas mineras y salitreras eran una de las pocas oportunidades de trabajo que se presentaban, lo que supeditaba a los eventuales candidatos a una dualidad de funcionario privado-estatal que la ley prohibía. Tal vez, este era uno de los motivos por los que en la pampa interior era recurrente el abandono del cargo, nombrándose al ciudadano que a la autoridad local le parecía pertinente, arguyendo que así este no quedaba “acéfalo por algún tiempo”36. Las consideraciones anteriormente señaladas conducen a pensar en autoridades comprometidas con quienes pugnaron por la obtención del cargo configurando una forma de clientelismo y relaciones de dependencia. Un ejemplo que grafica lo anterior es la narración de Arturo Olid, un excombatiente Carta de Máximo Villaflor a Benjamín Vicuña Mackenna. Chañaral, 29 de agosto de 1876. ANHVM, vol. 379, fs. 391-395. 35 Fernando Casullo, Lisandro Gallucci y Joaquín Perren, (Coord.), Los estados del Estado: instituciones y agentes estatales en la Patagonia 1880-1940 (Rosario:Ed. Prohistoria, 2013), 25. 36 Amador Chaparro, Notas de los jueces de subdelegación y distrito del departamento. Cachinal, 9 de diciembre de 1897. ANHJT, Caja 408, Expediente N° 6. 34

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de la Guerra del Pacífico, quien en sus andanzas por la región consignó un hecho que parece haber sido la conducta media en la relación de los mineros pobres con los empresarios locales. Este fue el caso de Casimiro Pizarro quien insistió en prospectar el cerro de El Guanaco, donde finalmente dio en 1884 con la veta de oro que llamó Tres Marías, minerales que al llevarlos a ensayar al establecimiento de Camilo Ocaña arrojaron 600 onzas por cajón. La riqueza del metal despertó la codicia del comerciante, que sumada a la carencia de capital llevó a Pizarro a negociar. Según anotó Arturo Olid el minero le dijo al comerciante: “yo soy pobre, me conviene apoyarme en un hombre rico como usted, que tenga jueces amigos, amigos abogados y amigos litigantes”37, prometiéndole entregarle seis barras de regalo si se comprometía a ponerlo bajo su égida y defenderlo de eventuales pleitos. Bajo estas premisas, es posible visualizar dos etapas claramente definidas en el proceso de configuración del Estado nacional y sus agencias estatales en el sector meridional del desierto de Atacama, región que devino –después de la ocupación de los territorios bolivianos– de frontera a espacio interior del Estado nacional chileno.

III. Justicia en la tierra del Dueño del desierto Una primera etapa de construcción estatal en la región se dio con la irrupción de las explotaciones producidas entre 1840-1870, periodo en que existió un claro dominio de los entrepeneurs mineros en la administración local. En efecto, no fue hasta mediados del siglo cuando Taltal, se convirtió en una zona de colonización espontánea, caracterizado como un espacio de mineros, baqueanos, pirquineros y cateadores que 37

La Libertad Electoral. Santiago, 11 de marzo de 1888.

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recorrían la región prospectando yacimientos de plata, cobre, guano y salitre. Administrativamente, el norte de Chile estaba integrado a la provincia de Atacama que fue creada en 1843, cuyo lejano centro administrativo era Copiapó –ubicado a más de 300 km de desierto– del incipiente poblado que se generó alrededor del muelle construido por José Antonio Moreno. Este minero se había instalado inicialmente en la caleta El Cobre (24°15´ LS.) en precarias condiciones, desde donde administraba sus minas cupríferas, principalmente la mina Placeres, cuya explotación inició con un capital de $ 30.000, con sesenta mineros establecidos en el lugar38. Su pecunia se consolidó hacia la década de los sesenta cuando poseía una extensa red de minas cupríferas distribuidas en el desierto. La región mostró los primeros visos de transformación con la creación de un muelle en Taltal según una concesión gubernamental que permitió a José Antonio Moreno39 su instalación, controlando el comercio de minerales, insumos mineros y alimentos con puertos nacionales y del exterior. Moreno se había convertido en un rico propietario –según Vicuña Mackenna le llamaban el “rey del desierto”40– que concentró el poder hasta su muerte en 1869 en una región que estaba adscrita territorialmente a la municipalidad de Chañaral, desde donde se hacían esporádicas visitas a la localidad. Esta medida no hizo más que formalizar en derecho una situación que, de hecho, se venía manifestando desde el periodo señalado con antelación y que persistió después de la muerte de Moreno, cuando su viuda se casó con Rafael Barazarte Oliva. Esta concentración de poder económico es dimensionable en las letras de un articulista copiapino quien en 1843 escribía en Rodulfo Philippi, Viaje al desierto de Atacama (Santiago: Ed DIBAM, 2008), 39. 39 BLDCH (Santiago: Imp. Nacional, 1861), 275. 40 Benjamín Vicuña Mackenna, El libro del cobre y del carbón de piedra (Santiago: Imp. Cervantes, , 1884, p. 285. 38

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El demócrata que en el desierto “no hay otra autoridad que la del más fuerte o el brazo despótico y cruel del patrón. […] Él pues es el gobierno en medio de ella”41. La condición de amo y señor del desierto que detentaba José Antonio Moreno le permitía controlar los flujos del contrabando de mercaderías, negociando al margen de la ley, sin pagar impuestos en el muelle de su propiedad. Esta actividad ilegal fue constatada en agosto de 1860, en una de las esporádicas visitas que las autoridades provinciales realizaron en Taltal, cuando un representante del intendente se apersonó en el puerto a bordo del vapor Maule, donde capturó en el establecimiento de Moreno un contrabando de cuatro fardos “de tabaco habano y uno tarijeño”, al que se sumaron dos fardos de tabaco habanero y ochocientos atados de cigarrillos encontrados en el establecimiento de El Cobre, además de un contrabando en El Paposo que debido al aviso que recibieron los administradores de la pronta presencia de autoridades en la localidad no pudo ser aprehendido. Frente a las acusaciones, los administradores señalaron que “habían recibido ese tabaco y otras especies por el vapor Polinesian remitidas por el señor Moreno dueño de los establecimientos y que ignoraban la manera de cómo hayan sido habidos”42. De hecho, en la región se entendía que el puerto de Taltal “estaba completamente cerrado para otro cualesquiera que el dueño del desierto, como se le llamaba al señor Moreno, de manera que allí no había más trabajo, más industria, ni más poder que el de este mismo”43. La condición de autoridad de Moreno se resaltaba debido a que en el periodo en las costas del desierto de Atacama El Demócrata. Santiago, octubre de 1843. MIC 240-244. José Antonio Aris al Intendente de Atacama. Caldera, 1 de septiembre de 1860. ANHIAT, vol. 230, s/f. 43 Francisco Donoso Vergara, (firmado con el seudónimo de Franz), Una rápida excursión por el desierto en Taltal (Valparaíso: Imp. La Patria, 1886), 4. 41 42

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solo existían pequeñas guarniciones de policías en Chañaral, Taltal y El Cobre, las que no alcanzaban a cubrir las demandas de seguridad en la región. A más abundar, y como señalaba el intendente en abril de 1868 este servicio era “muy deficiente” e importantes puntos estaban sin protección alguna debido a la escasa dotación del cuerpo de policía, por tanto la autoridad pretendía introducir algunas reformas “que consulten una mejor organización y un servicio más efectivo y eficaz que abrase todas aquellas localidades del departamento abandonadas hoy a las depredaciones de la gente audaz y sin freno, que se domicilia y frecuenta las poblaciones mineras”44. La situación se complejizó hacia mediados de la década de los sesenta, cuando se produjo la irrupción de un importante número de nuevos exploradores que solicitaban autorizaciones para adentrarse en el desierto en expediciones de “cateo”, destinadas a prospectar posibles yacimientos minerales. En 1865, José Santos Ossa resumía los intereses de quienes se adentraban en el desierto con “la esperanza de asegurarse una fortuna” y, la intención de “abrir a nuestro país un nuevo ramo de industria, que a la par que aumentaría su riqueza, le facilitaría los medios de ocupar y poseer tranquilamente el interior del Desierto de Atacama, que hasta ahora está casi inexplorado y en completo abandono”45. Las exploraciones no se limitaban al interior, puesto que la costa despertaba un gran interés debido a la mayor facilidad para la exportación de los minerales. El mismo año de la carta de Ossa, Juan Velles, afirmaba su propósito de realizar una expedición en el litoral desde Taltal hasta Cobija, lo que a su juicio tendría un favorable resultado y “tendería a desarrollar Memoria del Intendente Atacama correspondiente a 1867. Copiapó, 18 de abril de 1868. ANHIAT, vol.351, fs. 45-45v. 45 Francisco Puelma en representación de José Santos Ossa. Copiapó, bienio de 1865-1866, ANHMININT, vol. 158, s/f. 44

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el espíritu de empresa y seria el principio de muchas otras. Explorado así aquel extenso y desierto a la vez que rico litoral, sabe V.E. que se abriría una nueva vida para la industria en lugares que hoy en nada casi contribuyen al adelanto general”46. Debido al aumento de las explotaciones, de los trabajadores que se avecindaban y deambulaban por los incipientes poblados de la región, se produjo una demanda de mayor control sobre los sectores populares. Preocupaban los perjuicios que , según los empresarios, “en el norte del departamento acarrean a la industria minera”, especialmente las chinganas y los establecimientos donde se vendía licor. La autoridad constataba que en la subdelegación de Taltal: “tuve ocasión de notar particularmente los embarazos que encontraba la gente laboriosa para el lleno de sus labores quizás la circunstancia de hallarse acéfala esa subdelegación ha contribuido poderosamente al fomento de una emigración perjudicial bajo todos sentidos. Los dos asientos de minas que en ella existen y que por su misma situación merecen una marcada protección de parte de las autoridades, se han visto repentinamente invadidas por una clase de gente que solo especula con el vicio y la inmoralidad. De aquí ha provenido una perturbación en las faenas que compromete seriamente los intereses de sus dueños”47.

El temor más grande de las autoridades locales era la posibilidad de un alzamiento “cuyas víctimas serán los que tengan algo que perder”. Estos motivos llevaron a nombrar una autoridad en la localidad y dictar el 23 de enero de 1861 un bando y un reglamento de policía para controlar la vagancia y ventas de alcoholes, aunque con infructuosos resultados debido a que “el celo del subdelegado ha encallado en la falta de fuerza para hacerlas respetar”, enfrentándose los comerciantes a las autoridades y su incapacidad de controlarlos “por no haber tropa Juan Velle al ministro del Interior. Copiapó, bienio de 1865-1866, ANHMININT, vol. 158, s/f. 47 Federico Puelma, Reclamo posible desorden en Taltal. Caldera, 23 de febrero de 1861. ANHIAT, vol. 249, s/f. 46

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de que disponer, habiendo además un número considerable de vagos que diariamente amenazan con sublevarse como estoy seguro lo harán al menor requerimiento que se les haga”. ¿Cuál fue la solución propuesta por las autoridades locales frente al peligro del alzamiento? La respuesta fue la que recurrentemente se usaría en el futuro: apelar al ejército. En efecto, en la ocasión se solicitaba el envío del vapor Maule “o cualquier otro buque de guerra a fin de […] proteger a las personas industriosas que han aventurado sus capitales en el desierto y a quienes se les debe el descubrimiento de una nueva fuente de riqueza que ha venido a aumentar las entradas del tesoro público”48. Paradójicamente, las autoridades locales veían el peligro eventual de los sectores populares, solicitando el control directo del Estado nacional mediante las tropas de la armada y, paralelamente, hacían caso omiso del contrabando y conculcación de las leyes por parte de los empresarios mineros.

II. Hacia la consolidación del aparato estatal, 1870-1900 En el último cuarto del siglo XIX el interior del desierto taltalino se había poblado con un conjunto de oficinas salitreras, campamentos mineros y placillas que congregaban un importante número de habitantes49. En la década de los setenta Taltal, aunque dependiente de Copiapó, se configuró como el centro administrativo regional por antonomasia. La ciudad se constituyó en la plaza de las agencias estatales de Puelma, Reclamo posible desorden en Taltal. Caldera, 23 de febrero de 1861. ANHIAT, vol. 249, s/f. 49 Milton Godoy Orellana, “Las placillas del desierto: Construcción de espacio urbano y sociabilidad en el despoblado de Atacama. Bolivia y Chile, 1870-1900”, Cahiers Alhim, Amérique latine Histoire et Mémoire 29 (Paris 2015). 48

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mayor importancia, siendo también la base de los principales servicios públicos de la región. El año 1876 marcó un hito con las inversiones de europeos como Andrés Keating, Alfredo Quaet-Faslem, Jorge Hilliger y los chilenos Daniel Oliva, Vicente Bañados, Manuel Ossa, Rafael Barazarte, provocando con ello mayor afluencia de población. Por tanto, una vez asentados los empresarios, comerciantes y nuevos pobladores estos iniciaron las demandas de autoridades y controles para el desarrollo de las actividades económicas. El mejor referente del aumento de la actividad extractiva y del movimiento portuario fue un conjunto de solicitudes por parte de particulares para la instalación de sus propios muelles, tal como lo hicieron desde 1878 Eduardo Atkinson, Hermann Theobald, Peters y Cía., Compañía Inglesa de Vapores, Daniel Oliva y Berger, Van Buren y Cía.50. La expansión de la capacidad portuaria exacerbó el problema del contrabando y la evasión del pago de impuestos a mercaderías importadas. Esta realidad persistió debido a los muelles privados dispersos en una extensa bahía y a la reducida presencia de empleados de aduana, lo que hacía demandar la construcción de un muelle fiscal que, según las autoridades locales, “salvaría esos inconvenientes y sería un verdadero provecho para el fisco”51. Solo en 1888 la construcción, junto a un edificio anexo, fue adjudicada a Enrique Ravenne y en 1896 se ensanchó el muelle de ferrocarriles cuando hubo un crecimiento en la producción salitrera52. Este aumento en la actividad comercial provocó mayores peticiones de controles y se fue acrecentando la dependencia BLDCH, 1878: 323; 1879: 193; 1880: 337; 1880; 338; 1880: 341; 1880: 179. Juan Letelier al Gobernador de Caldera. ANHMININT, vol. 780. Taltal, 12 de marzo de 1881. 52 BLDCH, 1888: 2399; 1896: 36.) 50 51

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de Taltal del intendente de Copiapó a quien se le demandaba el aporte de $ 600 para la creación de un cuerpo de policía ambulante que patrullara el desierto. En la ocasión se destacaban los inconvenientes que tenían los jueces de distrito, quienes como Nicanor Marambio reclamaban el problema que les presentaba la aprehensión de criminales y remisión de ellos a Copiapó “tanto por la considerable distancia a que reside el subdelegado de muchas oficinas, como no poder contar con recursos ni soldados que pudieran destinarse al fin indicado”53. Los ejemplos se multiplicaban y manifestaban en solicitudes como las del subdelegado Salvador Reyes, quien en noviembre de 1884 escribía al Intendente de Atacama con ocasión de la creación de los distritos correspondientes a cada subdelegación. La autoridad taltalina destacaba que la demora en la implementación de la nueva división ocasionaba “graves inconvenientes” debido a la falta de administración de justicia “de mínima cuantía”54, resultado de la lentitud en constituirse los distritos donde se nombrarían los correspondientes jueces. De la misma forma, desde el interior se hacían recurrentes los llamados de los vecinos para la designación de autoridades. En 1876, Máximo Villaflor escribía al diputado Benjamín Vicuña Mackenna sintetizándole la situación que se vivía en la región: “Cada mineral que se ha descubierto, no ha recibido otra protección de las autoridades que un guardia mal rentado que mire el peso de los minerales y despache la carga en los puertos; un subdelegado o inspector, empleado generalmente de los mismos establecimientos. Que por estos solos hechos se distingue los servicios que prestaran las autoridades fiscales y judiciales”55.

Gregorio de Las Heras al Intendente de atacama. Caldera, 11 de enero de 1881. ANHIAT, vol. 556, s/f. 54 Salvador Reyes al intendente Atacama. Taltal, 6 de noviembre de 1894. AHMRAIAT, Gobernación de Taltal, vol. 1, s/f. Correspondencia, s/f 55 Carta de Máximo Villaflor a Benjamín Vicuña Mackenna. Chañaral, 29 de agosto de 1876. ANHVM, vol. 379, fs. 391-395. 53

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En esta fase se estructuró una actividad más perceptible del Estado nacional en la región. La principal característica de este periodo es la fundación oficial de Taltal el 26 de junio de 1877, como un poblado con distribución formal de sitios que conllevó la creación del espacio urbano local en un entramado del damero clásico, con 11 manzanas en un eje norte-sur, siguiendo la línea de costa56. Así, la creación de oficinas para las agencias estatales, espacios públicos y habitacionales aumentó la presencia del Estado nacional intentando controlar los poderes locales los que, sería ilusorio pensar, habían desaparecido. Para el efecto, cabe señalar el ejemplo de la Junta de Minería, institución que se comportó en el periodo de mayor auge de las explotaciones –aunque no de forma oficialmente reconocida– como un importante financista del aparato estatal, cuando este no pudo solventar los gastos correspondientes a la administración, ya sea por su incapacidad económica o la lejanía de los centros administrativos57. De esta manera, el dinero de los empresarios mineros mantenía parte de las agencias estatales de la región, beneficiándose de ello diversas autoridades. Consta que en 1865, la Municipalidad de Copiapó financiaba subdelegados de distintas localidades, más tarde pagaba además gratificaciones a los oficiales de policía y piquetes de soldados58. Es preciso pensar que con el dinero recibido de la Junta de Minería surgió un tipo de funcionarios con algún nivel de compromiso con los mineros, que en algunos casos se transformó en una duplicidad de roles, fungiendo como jueces y empleados de las compañías mineras. Obviamente, resulta escasamente verosímil suponer a estos funcionarios actuando BLDCH, 1877: 540. Hernán Venegas, El espejismo de la plata. Trabajadores y empresario mineros en una economía en transición, Copiapó 1848-1865 (Santiago. Ed. USACH, 2008), 90. 58 Guillermo Rojas, “Chañarcillo: palabras iniciales.”, Anales de la Universidad de Chile 22-23 (Santiago 1936): 273. 56 57

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con la objetividad que determinado caso demandaba. Para las autoridades la Junta de Minería: “no hacía otra cosa que pagar su sueldo a estos empleados, como que está encargada de la distribución de los fondos; pero en manera alguna interviene en el nombramiento, porque esto no puede hacerse sino por aquellas autoridades llamadas por ley a hacer tales nombramientos”59.

La incapacidad estatal hacía que los particulares asumieran parte del financiamiento que correspondía al Estado, cuyos representantes en la provincia recibían constantes peticiones de intervención. En las localidades alejadas era recurrente la solicitud de auxilio policial debido al hurto de mercancías y, principalmente, vinos y licores. Por ejemplo, en el poblado minero de El Checo, un atribulado comerciante –quien además era el Inspector de la localidad– solicitaba protección del juez de distrito frente al recurrente hurto de toneles de vino por parte de los peones mineros quienes se iban a beber su botín a las afueras del poblado y al ir a increparlos estos “le corrieron a pedradas”60. Otra conducta repetida fue el robo de minerales, como en la mina descubridora de placilla Esmeralda, que fue asaltada por ocho hombres, quienes robaron un saco “de metal rico” y después intentaron apoderarse en el camino de una carreta con metal, razón por la que se telegrafiaba de urgencia a la autoridad provincial insistiendo en que “en el mineral es de todo punto indispensable un juez que se ocupe exclusivamente de su cargo y seis buenos soldados de policía. Otra medida sería inútil, la policía de Taltal es escasa”61. Así, las demandas tenían una forma parecida de presentación y eran similares al ejemplo anterior replicándose, Boletín de la Cámara de Diputados (Santiago: Imp. Nacional, 1878), 285. Al señor Juez Letrado del departamento de Copiapó. Checo, 14 de septiembre de 1893. AHMRATGV, Correspondencia, s/f 61 Telegrama al Intendente de Atacama. Taltal, 5 de enero de 1884. AHMRAIAT, vol. 1, s/f. la cursiva es mía. 59

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en el mineral de Cachinal de La Sierra. Allí, donde según un vecino, había “una población que no baja de 400 almas, y aun no existe ni un inspector ni un guardián, ni nada que pueda infundir respeto al malvado y dar tranquilidad y garantías al individuo pacifico y trabajador”62. Los reclamos del subdelegado de Taltal a la autoridad provincial se centraban en la cotidianeidad de los hechos punibles acrecentados en los periodos de crisis económicas o en los reveses de la producción salitrera. Un claro ejemplo de lo anterior es la tensa situación producida en el contexto de la aplicación del impuesto al salitre a inicios de la década de los ochenta, cuando el cierre de salitreras y la ola de despidos masivos provocó incertidumbre y preocupación entre comerciantes, empresarios mineros y autoridades debido a la alta presencia de bandidos “ya en el puerto, ya en la mina, ya en las pampas”63. El asunto se exacerbaba con la carencia de autoridades judiciales, según el subdelegado Gregorio de Las Heras: “No habiendo juez de subdelegación ni de distrito en los lugares designados, ni aun en las oficinas del desierto, los bandidos tienen el campo expedito para cometer toda clase de fechorías, y seguros de su impunidad, continuarán con toda libertad en el camino del crimen, si oportunamente no se toman todas las medidas que las circunstancias exigen”64.

La presencia de un Estado nacional más sólido y las nuevas condiciones económicas que surgían con la Guerra del Pacífico y la incorporación de los ricos yacimientos salitreros de Tarapacá provocó una alteración en la política impositiva que beneficiaba a los productores salitreros del cantón taltalino, quienes habían gozado de beneficios desde septiembre de 1879, cuando quedaron eximidos por dos años del pago de 40 El Atacameño. Copiapó, 29 de octubre de 1881. Gregorio de Las Heras al Intendente. Caldera, 24 de noviembre de 1880. ANHIAT, vol. 536, s/f. 64 Idem. 62 63

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centavos por quintal exportado65. La nueva política salitrera entró en vigencia en septiembre de 188166 provocando un negativo impacto en la producción. Con ello se produjo una crisis social local que acrecentó los reclamos y demandas por seguridad, en especial al adentrase en el hinterland regional, donde la situación tendía a transformarse, pues como escribió una autoridad local al intendente provincial: “Estas casas del desierto, Señor, van tomando un efecto tal, que se hace necesario tomar muchas precauciones para aventurarse en él. La gente del desierto, aparte de su proverbial informalidad en todo sentido, es altiva y amenazante una vez en el despoblado, de lo que no carecemos de algún ejemplo. […]. El ingeniero que, en defensa de la ley y de su persona, hiciera uso de sus fuerzas o de otros elementos a su disposición, se expondría a las siguientes funestas consecuencias: Ser asesinado o herido. […] Aislado, y sin recursos, el ingeniero y la ley es una moneda en el desierto”67.

Efectivamente, estos parajes distantes de los centros urbanos principales, con vías de comunicación mayoritariamente precarias se ejemplifican con el caso suscitado en el llamado Pique de las Canchas –ubicado en el camino de Taltal a las salitreras– donde en 1881 se había formado una gran posada “donde alojan muchas carretas. Hay varios despachos que venden licor, se forman ahí muchos desordenes sin haber Juez ni policía”68. En el lugar se configuró una relación de poder entre los propietarios mineros y los trabajadores sin los marcos legales y político administrativos entregados por el Estado nacional. Como se señalaba con antelación, la administración pública, en general, estaba ligada a intereses particulares o de instituciones como la Junta de Minería de Copiapó, que en la provincia de Atacama aportaba al sostenimiento de las Ludwig Darapsky, El departamento de Taltal: la morfología del terreno y sus riquezas (Santiago: Ed. DIBAM, 2012), 248. 66 Alejandro Bertrand, Memoria presentada acerca de la condición actual de la propiedad salitrera en Chile: exposición relativa al mejor aprovechamiento de los salitrales del Estado (Santiago: Imp. Nacional, 1892), 86-87. 67 José Antonio Aris al Intendente. Copiapó, 15 de julio de 1880. ANHIAT, vol. 535, s/f. La cursiva es mia. 68 Subdelegación de Cachiyuyal, 6 de Junio de 1881. ANHIAT, vol. 552, s/f. 65

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autoridades en algunos de los distritos mineros69. Mediante este financiamiento se solventaban los gastos y se pagaban funcionarios como subdelegados, profesores, jueces y policías, dejando supeditadas a estas instituciones privadas, las agencias estatales existentes en la localidad. Esta realidad se hacía patente al fin de la década de los ochenta en Aguada de Cachinal, poblado que se constituye en un buen ejemplo de la situación que enfrentaban los habitantes del desierto con relación a la presencia de las agencias estatales. En efecto, allí, frente a las carencias institucionales el español Jerónimo Núñez suplía las deficiencias en los servicios públicos y “era el juez, que dirimía las cuestiones de los vecinos; la casa del godo Núñez era la oficina del correo, buzón, tienda, botica”70 y centro de la política local. En estas circunstancias los bandidos campeaban en la región y solían moverse por todo el desierto desde Antofagasta a Taltal. Desde mediados de la década de los setenta la presencia de bandidos tendió a intensificarse a la par de los nuevos yacimientos que convocaban a muchos aventureros, haciendo que el robo y el pillaje se acrecentara, hecho que provocó el recelo entre la población frente a un bandolerismo que, aparentemente, crecía y, según un articulista, “noche a noche, manda y ordena ataques rastreros y solapados contra la vida y la propiedad”71. Así, es posible identificar periodos con oleadas de robos acrecentados por la construcción literaria que hacía la prensa de imágenes estigmatizadas y estereotipadas de los delincuentes “con una función didáctica y disciplinaria”72, cuya intención Santiago, 17 de mayo de 1873. ANHMININT, vol. 644, s/f. Arturo Olid, Crónicas de guerra: relatos de un ex combatiente de la Guerra del Pacífico y la revolución de 1891 (Santiago: Ed. Ril, 2009), 274. 71 El Eco de Taltal. Taltal, 16 de Julio de 1881. 72 Nicolás Duffau, “Armar al bandido. Prensa, folletines y delincuentes: el caso de El clinudo (Uruguay, 1882-1886)”, en El delito y el orden en perspectiva histórica, 69 70

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era aumentar los controles y justificar el uso de la fuerza. Producto de estos móviles en la región se construyeron historias de bandidos épicos, tales como el “huaso Toledo” y el famoso Silverio Lazo, apodado “el Chichero”, quien era reconocido como el más peligroso bandido de la región, debido a que con antelación había cometido atracos en Antofagasta. Su reducción solo fue posible mediante la muerte, cayendo el verano de 1878 al interior del desierto taltalino con el disparo de la Winchester de Desiderio Ponce, miembro de una partida de captura formada con vecinos de la municipalidad de Chañaral, la última instancia administrativa del desierto chileno73. La organización de estas guardias de seguridad –también denominadas “partidas armadas”– para perseguir bandidos, eran estimuladas por los empresarios y las autoridades, siendo formadas por vecinos “respetables”, que fungían voluntariamente como represores de los bandidos, actuando al filo de la ley al ejercer una suerte de violencia privada aceptada societalmente. Esta práctica respondía a las necesidades de control e instauración del orden de las elites locales como solución implementada frente a la carencia de policías. El uso de este tipo de represión fue una constante en la construcción de los Estados nacionales latinoamericanos, planteándose como una instancia al margen de la ley e instalando en la práctica una suerte de solución privada al problema del control y a la incapacidad de los estados de imponer el “monopolio legítimo sobre la violencia”74. En estas condiciones se hace difícil pensar a estos representantes del orden apegados a la ley y la justicia, pues al igual (Eds.), Salvatore Ricardo, y Osvaldo Barreneche, (Rosario: Ed. Prohistoria, 2013), 80. 73 Guillermo Matta al Ministro del Interior. Copiapó, 13 de abril de 1878. ANHMININT, vol. 856, s/f. 74 Ariel de la Fuente, Los hijos de Facundo. Caudillos y montoneras en la provincia de La Rioja durante el proceso de formación del Estado nacional argentino (18531870) (Buenos Aires: Prometeo, 2014), 35.

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que los bandidos de la pampa, la única norma era la imposición del más fuerte. En el caso de las guardias de seguridad y policías al interior de Taltal estas actuaban, de hecho, como juez y parte para terminar, como escribió un testigo, “en esta localidad con el bandalaje”75, provocando reclamos por sus excesos y altanería con la población de menores recursos76. Debido a los problemas indicados, más el aumento de la población, las demandas de orden y seguridad de empresarios y comerciantes, se solicitó una fuerza policial más poderosa que implicaba contratar a 60 hombres con un financiamiento de $ 25.440 destinados al pago de los policías77. En la minería latinoamericana del periodo era un lugar común la injerencia de las empresas mineras en la policía y en la administración de justicia. En el primer caso, había cercanía y connivencia entre el empresariado local y el Estado, como instalador del orden, el control de las borracheras y la regulación de la vida cotidiana mediante un cuerpo policial organizado, financiado y anuente a los intereses de los empresarios, ubicándose sus dependencias al interior de los campamentos o poblados de las empresas78. Resultado de este accionar fueron múltiples las ocasiones en que con premura se aplicó la represión y la ley sobre los sectores populares levantiscos, el latrocinio menor o la embriaguez. Es importante destacar que el tema de la intensa persecución de la cangalla, hurto y asaltos para la obtención de metales, no solo estaba ligada a las pérdidas directas que esto Gregorio de Las Heras al Intendente. Caldera, 24 de noviembre de 1880. ANHIAT, vol. 536, s/f. 76 Ver El Eco de Taltal. Taltal, 16 de Julio de 1881; ver también El Pueblo. Taltal, 26 de marzo de 1881; El Eco de Taltal. Taltal, 19 de noviembre de 1888; El Eco de Taltal. Taltal, 26 de diciembre de 1881; La Comuna Autónoma. Taltal, 15 de marzo de 1892; La Comuna Autónoma. Taltal, 6 de diciembre de 1895; El Torito. Taltal, 24 de septiembre de 1899. 77 Guillermo Thayer, Cuadro de la dotación de que debe constar el Cuerpo de Policía de Taltal. Copiapó, 9 de agosto de 1884. ANHMININT, vol. 1234, s/f. 78 Luis Oporto, Uncía y Llallagua. Empresa minera capitalista y estrategias de apropiación real del espacio (1900-1905) (La Paz: Ed. IFEA-Plural, 2007), 69. 75

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significaba para los empresarios, también se reprimían debido a la autonomía que el dinero obtenido entregaba, aumentando la desproletarización y sumandose “a los obstáculos que imponía a la dominación social capitalista”79. En este sentido, las acciones de control validaban aquella propuesta axiomática de que una de las principales actividades del aparato de Estado es otorgar seguridad física a los componentes y establecer “un grado de orden social que permita la actividad económica pacífica”80. Para el caso de la región estudiada esta función estuvo encargada –hasta su disolución en 1882– al 3° de línea, regimiento que como otros en el futuro devino en el ariete punitivo del Estado para la tranquilidad empresarial. Un segundo elemento de importancia del Estado en su relación con la economía es su condición de regulador y diseñador de pautas legales que hagan respetar los derechos con que se configuran los agentes económicos81. En la región la principal demanda era de policías y jueces para controlar los problemas recurrentemente denunciados. Estos se podrían sintetizar en tres tipos de delitos: las pendencias y conflictos entre los peones mineros; el robo de metales y las demandas por propiedad de estacas minas; los levantamientos, más las asonadas y motines de obreros. Estos tres niveles del problema del orden tenían otras tantas soluciones. En caso del simple latrocinio existían algunas autoridades menores que buscaban castigar a los culpables y cuando se enfrentaba el problema de posibles levantamientos y quiebres del orden social se recurría a las partidas de persecución y a los escasos policías. Si la situación se llegaba a agravar, cuando se enfrentaba el fantasma de los levantamientos, asonadas o la temida huelga, el empresariado y las autoridades locales apelaban a las fuerzas María Angélica Illanes, Chile descentrado. Formación socio-cultural republicana y transición capitalista (Santiago: Lom, 2003), 54. 80 Geoffrey , Capitalismo (Madrid: Ed. Alianza, 2010), 214. 81 Ibid..., 215. 79

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militares, cuyas acciones punitivas iban dirigidas en contra de los obreros y en aras del orden social, como aconteció en Taltal en 1882 y en la huelga de obreros del ferrocarril en 1888. Finalmente, el caso que presentaba mayor problema era el robo de metales y las demandas por la propiedad de estacas minas, un asunto particularmente sensible en las zonas donde se aglomeraban las vetas y los mineros que las demandaban. Quizás, el ejemplo que contribuye a elucidar este fenómeno, fue el suscitado en Cachinal de La Sierra, lugar en que se había asentado la Compañía Minera de Cachinal, propiedad de Rafael Barazarte, como antes indicaba casado con la viuda de José Antonio Moreno y administrador de sus propiedades. Barazarte, quien luego de vender parte de la mina se convirtió en accionista de la Gran Compañía Arturo Prat82, empresa con administración en Valparaíso y que explotó este yacimiento argentífero enseñoreándose en el lugar hasta las primeras décadas del siglo XX. En el ejemplo analizado es posible constatar cómo los intereses de la Gran Compañía iban en detrimento de las explotaciones circundantes, y su accionar fue un impedimento para el desarrollo de nuevas explotaciones en Cachinal. El principal problema se produjo debido a que la carencia de autoridades en la región obligaba a los mineros carentes de capital a realizar pequeños trabajos, pues no contaban con los recursos para desplazarse desde Cachinal de La Sierra a Copiapó para hacer inscripciones de los pedimentos mineros importantes. Como escribió un minero local, este viaje “por más que se ejecute con economías y privaciones, no importa menos de 50 pesos para unos, y 100 para otros”83. Además, hacer el viaje impli Milton Godoy Orellana, “Los prolegómenos de una crisis episódica: El cantón de Taltal y la ley de impuesto a la producción salitrera. 1873-1883”, Historia 49/2 (Santiago 2016): 146. 83 El Atacameño. Copiapó, 29 de octubre de 1881. 82

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caba abandonar sus hallazgos y le exponía a que un minero con mayor pecunia llegara antes a la capital de la provincia e inscribiera a su nombre el pedimento. En enero de 1884 los departamentos de Copiapó y Caldera, se dividieron, creándose el nuevo departamento de Taltal e instalándose un juez letrado con un sueldo anual de $ 3.500 y una gratificación de $ 500 anuales84. Aun así, los problemas se agravaban debido a la inexistencia de distritos administrativos al interior de la subdelegación, esperados desde agosto de 1884, año en que cuatro minerales de importancia estaban fuera de la vigilancia de los subdelegados y que permanecía sin autoridad alguna85. Allí se repetía el fantasma del control de la tierra de nadie. En diciembre de 1892 los vecinos de Cachinal de La Sierra hacían públicos sus reclamos con relación al nombramiento de autoridades desde la capital provincial. Desde su perspectiva, al nombrar las autoridades correspondientes a su subdelegación se privilegiaban los intereses de la Gran Compañía en detrimento de quienes ejercían labores independientes y se desempeñaban como pequeños mineros o comerciantes que proveían de alimentos y suplían las demandas de los operarios y peones de minas. Estos comerciantes se consideraban perjudicados en sus litigios y problemas debido a que los pobladores pensaban que “recayendo los nombramientos de subdelegado, jueces de subdelegación y de distrito, en empleados o personas que dependen de la Gran Compañía, toda cuestión con ella, o que no sea de su agrado, es completamente ilusoria”86. En la localidad estudiada, este fenómeno se manifestó en los juicios o altercados que los pequeños mineros mantuvieron Diario Oficial. Santiago, 17 de enero de 1884. M. Carrera al Ministro del Interior. Copiapó, 14 de noviembre de 1884. ANHMININT, vol. 1168, s/f. 86 La Comuna Autónoma. Taltal, 12 de diciembre de 1892. 84 85

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con la empresa. Éstos argüían que el principal problema de la propiedad era que el yacimiento estaba constituido por un grupo de minas que se encontraban a poca distancia unas de otras y compartían la misma formación geológica, haciendo que “todos los veneros que lo crucen, contienen criaderos semejantes”87, produciendo minerales de similar calidad. Como las características y leyes del mineral producido eran semejantes para las numerosas minas explotadas, al momento de la duda, frente a un eventual robo, la Gran Compañía demandaba como suyos los minerales extraídos por mineros pobres, quienes, al conducir sus cargas a la estación se enfrentaban, sin mayores trámites a una orden de embargo. Como los perjudicados no encontraban eco en las autoridades de la localidad, ventilaban sus molestias en los periódicos. En el caso citado, La comuna autónoma, hacía hincapié en que las autoridades cuestionadas no podían ejercer sus funciones “con la independencia que requieren cargos tan delicados, pues, o proceden según convenga a la compañía o pierden inmediatamente un destino y se encuentran, casi siempre, sin tener con que sostener sus familias o como ausentarse del lugar”88. Otra manera de controlar la justicia era mediante la manipulación del juez cuando litigaba, de modo que al ser notificada la Gran Compañía se le ordenaba al funcionario de esta empresa –que ejercía como juez– permaneciera al interior de la mina durante las horas hábiles o se le enviaba en comisión a Taltal u otra localidad “de manera que el litigante no encuentra quien le practique la diligencia y tiene que desistir de su causa por muy justa que sea. Si por el contrario, la diligencia le es favorable, ella se practicará inmediatamente aunque traiga las habilitaciones requeridas y la parte será notificada donde y como se halle”89.

La Comuna Autónoma. Taltal, 12 de diciembre de 1892. Idem. Idem.

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Acorde con lo expuesto en el texto analizado todas las autoridades de Cachinal de La Sierra tenían alguna dependencia de la Gran Compañía. Por tanto, cuando se presentaba un fallo adverso, esta recusaba al juez por ser dependiente asalariado de la empresa. Obviamente, si este le era favorable, predominaba el silencio. El caso de la Compañía Minera Arturo Prat no fue el único. El problema de los jueces se repitió y profundizó en las oficinas salitreras, pues en el primer lustro del siglo XX, en la pampa, los Jueces de Menor Cuantía eran empleados de la empresa y la prensa obrera exigía al Estado el envío de funcionarios que “para dictar sus fallos no se consulten antes con los gerentes de las salitreras”90. Esta irregularidad se acrecentaba al ser este un cargo sin remuneraciones estatales, según la perspectiva de Fernando Ortiz, “era natural que existiendo tal vicio. No existiera la posibilidad de jueces imparciales. Tampoco podía esperarse rectificaciones de los más altos magistrados”91. El problema de los jueces y la aplicación de la ley en los sectores populares fue motivo de las demandas de Luis Emilio Recabarren, quien en el mismo periodo del caso anterior, escribía que en la región esto era “una enfermedad crónica que no tiene remedio dentro del actual régimen judicial. Realmente da pena saber y ser testigo de la conducta que observan los jueces”, los que según sus reclamos no tenían respeto por quienes acudían a su presencia “salvo en los casos en que acuden caballeros de posición”92. Esta opinión, más allá de considerarse ideologizada representa un punto de vista común con lo planteado por Rivas Vicuña, miembro del partido liberal, quien hacía hincapié en El Defensor de la clase proletaria. Iquique, 15 de noviembre de 1902. Fernando Ortiz Letelier, El movimiento obrero en Chile, 1891-1919 (Santiago: Ed. Lom, 2005), 111. 92 Luis E. Recabarren, “Los jueces y la justicia”. La Vanguardia. Antofagasta, 15 de enero de 1906, en Recabarren. Escritos de prensa 1898-1924, T. II, (recop.), Eduardo Devés Valdés y Ximena Cruzat Amunátegui (Santiago: Terranova 1985), 5. 90 91

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que todo el sistema “era absurdo”, pues la concesión de cargos debía someterse a reglas diferentes “y no podía influir en las designaciones el color político de los candidatos, sin amenazar por ese solo hecho la independencia e integridad del poder judicial”93. Por cierto, el partido político y el financiamiento de particulares minaban las posibilidades de objetividad que el ejercicio de la aplicación de la ley requería. No fueron las únicas autoridades cuestionadas. La crítica se amplió a los subdelegados, partiendo a fines del siglo XIX reclamos contra la carencia de autonomía frente al poder económico, que con el paso del tiempo, se asentaba en la región. Las demandas insistían con el mismo tenor, al no respetarse las normas diseñadas para el disciplinamiento de los sectores populares y sus expresiones festivas, especialmente durante el carnaval, fiesta que se celebraba con borracheras en las chinganas locales. En 1888, pese a haberse recibido la orden de la gobernación de Taltal de prohibirlas, persistían y “En la Pampa, donde el subdelegado es un maniquí de un pobre diablo extranjero, fue peor aún”, puesto que el subdelegado impidió las diversiones públicas en cumplimiento a la orden recibida, “pero los chinganeros no le obedecieron, patrocinados como estaban por un paisano de García Moreno”94.

Manuel Rivas Vicuña, Historia política y parlamentaria de Chile (Santiago: Ed. Biblioteca Nacional, 1964), 324. 94 El Derecho. Taltal, sábado 25 de febrero de 1888. 93

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Conclusión Como pocos espacios en Chile, la región estudiada presenta una interesante oportunidad de acercarse a la comprensión de la construcción del aparato estatal en la periferia. Si bien es cierto, esta no constituía una región despoblada, su ocupación era escasa y dispersa en un hábitat desértico, la que se vio engrosada por la paulatina presencia de baqueanos y pirquineros que antecedieron a las partidas de exploración que recorrerían la región, palmo a palmo, en busca de yacimientos cupro-argentiferos. Estas exploraciones dieron como resultado las primeras ocupaciones que se asentaron al alero de las explotaciones de José Antonio Moreno, quien fue hasta los setenta la mayor autoridad, con escasa presencia de representantes estatales. La situación sufrió un severo cambio desde la década de los setenta, cuando irrumpieron los primeros exploradores de yacimientos salitreros, los que en un corto periodo se expandieron en la región y complejizaron la estructura económica y social, demandando mayor seguridad y con ello policías y jueces. Para el efecto, se requería de un aparato judicial cuya presencia garantizara alguna objetividad con apego a las leyes, para poder trasvasijar al nivel local –aminorando las presiones de las elites regionales– las directrices manadas desde el aparato central de un gobierno macrocefálico que instalado en la capital nacional, se reproducía con un símil administrativo en la capital provincial. Esto último no se logró totalmente. Los factores económicos y las redes de poder local minaron el desarrollo de un aparato judicial local que dirimiera eficientemente los problemas de la población del desierto. Como en otras regiones de Latinoamérica, los problemas presentados fueron “en gran parte

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el fruto de la reacción de la sociedad local al vacío estatal que provocaba esa lejanía”95. El conjunto de elementos analizados con respecto al Estado y sus agencias –particularmente en el caso de los jueces– dan cuenta de que el proceso de expansión y consolidación del Estado en la periferia fue paulatino y vehiculizado por el empresariado. Como ha afirmado Jorge Pinto, aunque este proceso de modernización contenía visos de preocupación por lo social y la sociedad en sentido amplio, tropezó y enfrentó el límite que significaban los “intereses económicos de liberales y conservadores, miembros todos de una elite que dispuso de un país para su propio beneficio”96. Así, es constatable que a fines del siglo XIX en la periferia el país estaba en construcción y enfrentó problemas severos con relación a la autonomía y objetividad de la aplicación de justicia. Verdaderamente, esta fue durante gran parte del periodo una tierra de nadie, aunque también esto fue resultado de la acción y los intereses del empresariado que vieron con buenos ojos la conveniencia de una aparato estatal instalado para su instrumentalización. Este modelo resultaba más acorde con sus intereses, en la medida que estableciera los controles precisos y necesarios para el desarrollo de su actividad comercial.

Palacio, “Hurgando en las bambalinas de la paz del trigo”:…, 110. Jorge Pinto Rodríguez, “Proyectos de la elite chilena del siglo XIX (II)” Alpha 27 (Osorno 2008): 138. 95

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La puerta del desierto. Estado y región en Atacama. Taltal, 1850-1900

Los prolegómenos de una crisis episódica: El cantón de Taltal y la ley de impuesto a la producción salitrera. 1873-1883 “Los que habitan ciudades manufactureras o agrícolas no imaginan lo que es un pueblo abierto de pronto a la riqueza; un pueblo en que cada individuo es un conquistador de fortuna. Aquel puerto [Taltal] pelado y claro se convirtió de pronto en un centro cosmopolita, con la soltura atrabiliaria de lo improvisado”. Salvador Reyes, Los tripulantes de la noche, 1943.

En abril de 1882, el cónsul francés en Chile informaba al ministro de relaciones exteriores de su país que, a excepción de Taltal, todos los puertos de exportación salitrera “fueron parte de los territorios conquistados sobre Bolivia y el Perú”1, después de 1879. En efecto, el emergente puerto de Taltal se convirtió, desde mediados del siglo XIX en el punto de penetración de baqueanos y arrieros que recorrían la geografía desértica del meridión del despoblado de Atacama. En esta región, los descubrimientos calicheros se fueron intensificando hasta constituir en 1880, dieciocho yacimientos que se convirtieron posteriormente en las correspondientes oficinas, configurando un tejido ramificado de establecimientos salitreros, algunos de las cuales estaban unidos por una red caminera –y desde 1882 ferroviaria– al puerto de Taltal. Otros yacimientos poseían sus propios caminos hacia puertos de embarque exclusivos, en algunas de las caletas subsidiarias del puerto principal. En 1858, el gobierno chileno2 había autorizado la construcción Adolfo d´ Avril, “Légation de la République Française ou Chili. Santiago”, 5 de abril de 1882. Archives Diplomatique de La Courneuve, Correspondance Commerciale Santiago du Chili, 1882-1887, vol. 13, s/f. 2 BLDCH, Libros 26 y 27. (Santiago: Imp. Cervantes, 1861), 275. 1

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de un muelle para la salida de la producción cuprífera de José Antonio Moreno y en 1877 el incipiente poblado fue regulado y superó su condición de puerto de cabotaje para convertirse en Puerto Mayor, regulador de la exportación e importación internacional de productos, ordenándose su trazado urbano en agosto del mismo año3. La región emergió como un centro de explotación minera hacia la década de los cuarenta, aumentando su población y creando nuevos espacios urbanos de tamaños y condiciones diferentes, tales como la ciudad de Taltal, puertos menores aledaños, caletas, placillas en el desierto –Cachinal de La Sierra, Aguada de Cachinal y Esmeralda– además de oficinas salitreras. El contexto de esta expansión fue inicialmente el descubrimiento de yacimientos cupríferos y desde la década de los setenta yacimientos argentíferos y mantos calicheros en los alrededores de la Aguada de Cachiyuyal, en la pampa. Hacia el inicio de la década de los ochenta este crecimiento poblacional y expansión de lugares habitados en el desierto taltalino fue bruscamente desacelerado debido al impuesto al salitre establecido por el gobierno de Chile. Este fue un duro revés a la incipiente explotación calichera, provocando, de paso, un quiebre social importante en una región pionera y antes no urbanizada ni explotada en términos capitalistas. Taltal a fines de la década logró superar los impases provocados por la legislación salitrera y durante el siglo XX se convirtió en el más meridional e importante de los cantones salitreros del país, configurando con la producción de oro, plata y cobre un distrito minero complejo. Así, cabe preguntarse ¿Cuál fue el impacto específico de la nueva legislación salitrera sobre la incipiente explotación de BLDCH, Santiago, 17 de agosto de 1877, vol. 45, (Santiago: Imp. de La Independencia, 1877), 340. 3

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la región? ¿Es posible comprender este proceso como una crisis local? Finalmente, ¿cuál fue la respuesta del empresariado y las autoridades locales frente a los problemas sociales provocados por el alza de impuestos? Estas preguntas se validan en un contexto historiográfico en que el estudio del cantón salitrero de Taltal –con relación a Tarapacá y Antofagasta– ha sido poco abordado. Los trabajos que han referido más ampliamente a la historia salitrera de la región estudiada son los de Roberto Hernández, Oscar Bermúdez, Sergio González y José Antonio González4, quienes han aportado diversos datos y análisis, enfatizando la necesidad de abordar en profundidad esta tarea. Además, en el último tiempo se han publicado algunas recopilaciones fotográficas acerca del cantón y la historia de la localidad5. Cabe destacar que existen bastantes inexactitudes con respecto a la producción salitrera de la región, insistiéndose en su carencia antes del funcionamiento del ferrocarril en 18826, la imposibilidad de la producción previa a la Guerra del Pacífico7 o un mal tratamiento de las cifras que no dimensionan Roberto Hernández, El salitre. Resumen histórico desde su descubrimiento y explotación (Valparaíso: Ed. Fisher Hnos., 1930); Oscar Bermúdez, Historia del salitre, T. II, (Santiago: Ed. Pampa desnuda, 1984); Sergio González., Hombres y mujeres de la Pampa: Tarapacá en el ciclo del salitre (Santiago: Ed. LOM, 2002); ver del mismo autor La sociedad del salitre, protagonistas, migraciones, cultura urbana y espacios cívicos (Santiago: Ed. Ril, 2013); José A. González, “La conquista de una frontera. Mentalidades y tecnologías en las vías de comunicación en el desierto de Atacama”, en Norte Grande 40 (Santiago 2008): 23-46; José Antonio González, et ál., “Británicos en la región de Antofagasta. Los negocios concomitantes con la minería del desierto de Atacama y sus redes sociales (1880-1930)”, en Estudios Atacameños 48 (San Pedro de Atacama 2014): 175-190. 5 Alejandro San Francisco, et ál., El cantón salitrero de Taltal. Imagen y memoria (Antofagasta: Ed. Escorpio, 2011); Rodolfo Contreras, “Breve historia de Taltal y la presencia alemana a través de la fotografía en el naciente puerto”, en Taltalia 5-6 (Taltal 2013): 89-127. 6 Ian Thomson, “La Nitrate Railways Co. Ltd.: la pérdida de sus derechos exclusivosen el mercado del transporte de salitre y su respuesta a ella” en Historia 38/1 (Santiago 2005): 87. 7 Al respecto se ha planteado que esta explotación no se produjo “debido a la situación crítica que vivía el país” durante la Guerra del Pacífico, ver Luis Ortega, Chile en ruta al capitalismo. Cambio, euforia y depresión 1850-1880 (Santiago: Ed. DIBAM, 2005), 432. 4

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el alcance que esta tuvo, manejando cantidades minimizadas de este proceso8. La hipótesis que orienta este trabajo, sustentada en una extensa prospección documental, es que el caso de Taltal, en el periodo analizado, fue señero para el estudio del ciclo salitrero. La nueva carga tributaria y las reacciones locales, configuraron un conjunto de medidas del aparato Estatal y de los empresarios, que serían una suerte de morfología de la reacción frente a los problemas venideros. Precisamente, esta política dominante se ha definido como resultado de un Estado liberal que no tenía en el horizonte de sus preocupaciones la situación social de los trabajadores y limitaba su accionar a la seguridad pública9. Sin duda, en las décadas posteriores cambiaría la reacción de los sectores populares, quienes desde fines del siglo XIX fueron capaces de responder con mayor organización política a la problemática. Estas respuestas configuraron los inicios de los movimientos populares chilenos, los que significaron una articulación de demandas ordenadas y orientadas a exigir respuestas de un Estado con responsabilidad social inexistente.

Crisis y migración en el Norte chileno Visto en perspectiva histórica, el norte de Chile es una página abierta durante el periodo 1840 a 1900. Esta fue una zona de expansión del Estado nacional chileno en el desierto de Atacama, –jurídicamente boliviano, pero con laxa presencia estatal y poblacional– en que el antiguo límite colonial se difumó desde los años iniciales de la década del cuarenta, cuando se iniciaron las tensiones territoriales con Bolivia; la Juan Braun-Llona, et ál., Economía Chilena, 1810-1995. Estadísticas históricas (Santiago: Instituto de Economía, PUCH, 2000), 49. 9 Crisóstomo Pizarro, La huelga obrera en Chile (Santiago: Ed. Sur, 1986), 29. 8

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región comenzó a manifestarse como una zona de frontera, en tanto espacio de interacción e intercambio10 y de conflictos por el control. En la década de los ´80 fue incorporada a Chile, después de la guerra que desplazó el norte y el límite nacional hasta la Línea de la Concordia establecido en 1929. Estos cambios estuvieron ligados a las crisis de 1873 y sus efectos en el trasvasije poblacional, que llevó a miles de mineros cesantes a recorrer el desierto11. Mientras, el sector septentrional de la provincia de Atacama vivió profundas e intensas transformaciones desde mediados del siglo XIX. Hubo en esta región un incipiente proceso de modernización y la integración de nuevos medios de transporte, tales como el ferrocarril, la creación de caminos y puertos, que conectaron su hinterland con la capital y las ciudades europeas que demandaban los productos mineros de la región. Esta dinámica regional se ligaba a una economía configurada desde fines del siglo XVIII, como un sistema de economías mundo y del capitalismo periférico12. Hasta la década de los setenta del siglo XIX allí se vivió un acelerado periodo de expansión del comercio internacional al que, mayoritariamente, se habían integrado las economías latinoamericanas, como resultado de la configuración de nuevas relaciones comerciales, innovaciones tecnológicas y una mejor competitividad13. Ver Silvia Ratto, “El debate sobre la frontera a partir de Turner. La New Western History, los borderlands y el estudio de las fronteras en Latinoamérica”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Emilio Ravignani 24 (Buenos Aires 2001): 105-141. 11 Milton Godoy Orellana y Sergio González Miranda, “Norte Chico y Norte Grande: Construcción Social de un Imaginario compartido, 1860-1930”, en La sociedad del salitre, (ed.), Sergio González M. (Santiago: Ed. RIL - INTE, 2013), 195-211. 12 Inmanuel Wallerstein, El moderno sistema mundial. La segunda era de la gran expansión de la economía mundo capitalista, 1730-1850 (Madrid: Ed. Siglo XXI, 1999). 13 Colin Lewis, “Economías de exportación”, en Historia general de América Latina, T. VII. (Paris: Ed. Unesco, 2008), 86. Ver también Ángel Duarte, “La dinámica económica”, en La construcción del presente. El mundo desde 1848 hasta nuestros días, (coord.), Jordi Casassas. (Madrid: Ed. Ariel, 2013), 153. 10

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No obstante, ese mismo progreso en la conectividad marcó un ciclo en la región, exponiéndola a los vaivenes de la economía de los países industrializados del mundo occidental que impondrían el ritmo de la situación económica regional. La mayor integración a este mercado mundial no fue total en los países que aportaban materias primas, sino que se centró en las regiones productoras y se sustentó en el abaratamiento en los costos del transporte –según los cálculos de Paul Bairoch– en razón de 7 a 1, durante el transcurso del siglo XIX14. Además, disminuyeron los tiempos de viaje debido al ingreso de barcos a vapor, que intensificaron los intercambios intercontinentales, cuyo centro eran los países europeos que controlaban, al menos, dos tercios de los flujos comerciales mundiales15. La prueba patente de las transformaciones de la economía mundial fue el brusco freno de la bonanza que significó el inicio de la crisis de 1873. Ese año, cuando el ciclo de crecimiento se detuvo debido al colapso bursátil, iniciado en mayo en Viena, y su posterior impacto en Alemania, alcanzando al conjunto de las economías integradas al sistema capitalista mundial. Los factores señalados para explicar su desencadenamiento son variados e incluyen, tanto, el cambio desde el sistema bimetálico al del oro, que planteaban populistas en Estados Unidos y junkers alemanes16; como a factores climáticos que potenciaron la crisis con sequias y hambrunas17. Mientras, en Chile y la región estudiada, se experimentaba en 1877 uno de Régis Bénichi, Histoire de la mondialisation (Paris: Ed. Vuibert, 2003), 26. Ibid..., 27. Charles Kindleberger, Historia financiera de Europa (Madrid: Ed. Crítica, 2011), 94. 17 En la década de los setenta el impacto de la corriente de El Niño tuvo fuertes repercusiones a nivel mundial y en especial en India. China, Corea, Egipto, Argelia, Marrueco, el sur de África, provocando la denominada “sequia global” y grandes hambrunas, en los años 1877 y 1878. Ver Mike Davis, Los holocaustos de la era victoriana tardía. El niño, las hambrunas y la formación del Tercer Mundo (Valencia: Ed. PUV, 1991), 78-79. 14

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los más grandes temporales de lluvia y aluviones del siglo18. La crisis se acrecentó y estimuló la partida de trabajadores con la epidemia de viruela que azotó la región desde 1876 y en Taltal se manifestó con intensidad, hasta 1880, “haciendo estragos en esta localidad”19. La incidencia de estos factores tendió a potenciarla y existe consenso en que en su irrupción –a nivel mundial– incidieron los malos resultados de las empresas ferroviarias por efecto de las alzas de salarios, el aumento del costo de construcción de las vías férreas, bajas en los dividendos y quiebras de empresas, a lo que se sumó el desempleo y la mengua salarial, gatillando una disminución en la demanda de viviendas20. Paralelamente, un escenario similar se provocó en el mercado norteamericano, doblemente afectado por la crisis bursátil que también se potenció con su propia crisis ferroviaria, llevando al cierre de bancos y una baja general en los precios. En la periferia del sistema se produjo una disminución del crédito y se manifestó una caída del comercio exterior de los países que sustentaban su economía en productos agrícolas y minerales, cuyos precios tendieron a la baja, decayendo en importantes porcentajes. Por cierto, en Chile el fenómeno tuvo un nivel de impacto que ha sido caracterizado como “dramático”, pero, con efectos retardados, manifestándose principalmente entre 1876 y 187821, provocando una caída del precio del cobre en un 40% con respecto a cinco años antes22. Benjamín Vicuña Mackenna, Ensayo histórico sobre el clima de Chile (Valparaíso: Imp. del Mercurio, 1877), 423-463. 19 José Letelier, Gobernador de Caldera al Ministerio del Interior. Caldera, 12 de marzo de 1881. ANHMININT, vol. 780, s/f; El Mercurio de Valparaíso, julio de 1872; El liberal democrático. Taltal, 11 de noviembre de 1873. 20 Philippe Gilles, Histoire des crises et des cycles économiques Des crises industrielles du 19e siècle aux crises actuelles (Paris: Armand Colin, 2009), 123. Ver también Carlos Marichal, “La crisis mundial de 1873 y su impacto en América Latina”, en Istor 36 (México 2009): 22-47. 21 Carlos Marichal, Nueva historia de las grandes crisis financieras. Una perspectiva global, 1873-2008 (Buenos Aires: Editorial Sudamericana-Debate, 2010), 45. 22 Ortega, Chile en ruta al capitalismo…, 405. 18

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En la región, esto fue parte del problema enfrentado, pues interactuó con un conjunto de falencias o “factores de producción desfavorables”23 –escasa formación técnica, mano de obra, tecnología, economía poco dinámica, sistemas arcaicos en el financiamiento, legislación minera antigua y un débil mercado nacional, entre otros– que impactaron en la minería cuprífera del Norte Chico, generando el cierre de faenas y con ello el desempleo24. Es en esta medida que se considera que la crisis de los setenta solo agravó una decadencia –ya visibilizada en las condiciones preexistentes señaladas– desde el inicio de la década anterior que, con un breve intervalo de recuperación debido a la guerra franco-prusiana, incidieron en su declive25. En términos del número de pobladores, la provincia de Atacama tuvo un explosivo crecimiento en el decenio 1854-1865 de 28.282 habitantes, que significó un aumento del 55,8%, para contraerse por la crisis económica y la decadencia de los trabajos mineros que provocaron la disminución de la población en Copiapó, la otrora bullente capital de la provincia más septentrional de Chile. El censo de 1885 constató un decrecimiento poblacional de 9.490 habitantes, que significó la pérdida del 12% de la población. La contracción fue patente en algunos oficios, como es el caso de los llamados peones-gañanes, quienes constituyeron el grupo de trabajadores que más migró durante el periodo26. La situación se resume nítidamente en la carta de Telesforo Espiga, administrador de minas, quien desde Copiapó le escribía en 1878 a su jefe destacándole que “por acá Para el efecto ver el capítulo III de Pierre Vayssiere, Un siècle de capitalisme minier au Chili: 1830-1930 (París: CNRS, 1980), 67-76; también en Ortega, Chile en ruta al capitalismo…, 57-80. 24 Ver Ortega, Chile en ruta al capitalismo…, 184-185. 25 Para los efectos de la crisis en Chile, ver William Sater, “Chile and the World Depression of the 1870’s”, en Journal of Latin American Studies 1 (Cambridge 1979): 68; Ortega, Chile en ruta al capitalismo…, 403-405. 26 Milton Godoy Orellana, “Fiestas, carnaval y disciplinamiento cultural en el Norte chico, 1840-1900”, (Tesis doctoral, Universidad de Chile, Santiago 2009), 105 y ss. 23

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todo marcha mal, al extremo de que los agricultores no tienen peones para hacer sus cosechas”27. En el censo de 1875, ya se había advertido estadísticamente la adversa situación de declive de la minería atacameña y su estela de decadencia económica. Según los redactores del padrón censal, produjo “fatales resultados en el incremento de la población de esta provincia, provocando abundante emigración a las regiones vecinas, donde se han alcanzado gran ensanche en aquellos trabajos”28. Sabido es que uno de los destinos de los trabajadores despedidos fueron las tierras del desierto de Atacama, donde acudieron como exploradores o cateadores de yacimientos cupríferos o atraídos por las explotaciones argentíferas de Caracoles (1870), más tarde, Cachinal de La Sierra (1881); y por las explotaciones salitreras en las múltiples oficinas que emergían en la pampa, convertidas en permanentes receptoras de mano de obra29. Efectivamente, en Chile se provocó un aumento de las exportaciones mineras en el quinquenio 1878 y 1883, triplicándose desde su momento de partida, para mantenerse una vez terminado el periodo30. Este indicador positivo en las exportaciones, tuvo como eje central el crecimiento de la producción salitrera debido a la anexión territorial de las provincias de Antofagasta y Tarapacá y, en menor medida, el impacto de la producción minera de Taltal. Es dable destacar que el componente más importante, en términos de nacionalidades, fue el de los trabajadores provenien Carta de Telésforo Espiga a Julián Amaya. AHMRA, Libro de Cartas y cuentas desde febrero 28 de 1878 a agosto 27 de 1887, vol. 1, fs. 193. Copiapó, 16 de febrero de 1881. 28 Quinto censo general de la población de Chile (Santiago: Imp. de El Mercurio, 1876), 563. 29 Pizarro, La huelga obrera en Chile..., 216-217. 30 Marcello Carmagnani, Desarrollo industrial y subdesarrollo económico. El caso Chileno (1860-1920) (Santiago: Ed. DIBAM, 1998), 142. 27

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tes de los yacimientos en decadencia del Norte Chico. Así, las salitreras de Taltal –al menos en esta etapa– no fueron el punto de convergencia multinacional que caracterizó a los cantones de Tarapacá o Antofagasta y, aun considerando la cercanía, no hubo presencia significativa de trabajadores bolivianos31. Mientras, en el Norte Chico los problemas se sumaban. Agregándose sequías, coladas de barro u otros fenómenos que de tiempo en tiempo arrasan la región. Así, la crisis se manifestó potenciándose con otras adversidades. Un corresponsal de El copiapino escribió desde Caldera en 1872 un artículo que por su impacto se reprodujo en El Mercurio de Valparaíso. Resulta interesante constatar que antes de la eclosión mundial, en la región ya se avizoraban los problemas a propósito de la propia dinámica económica regional. En el texto aludido se intentaba sintetizar la situación, definiéndola como: “Una crisis fatal. El frio de la estación, la viruela que nos invade con caracteres alarmantes, la miseria y la pobreza obligan a la mayor parte a abandonar nuestros queridos lares para ir al extranjero en busca de abrigo y fortuna. Recorriendo en diversos tonos el diapasón de nuestras desgracias, nos hemos familiarizado tanto con ella, que ya no parecemos pueblo sino una grey de ilotas. Las varias arterias que constituían la riqueza de este pueblo ribereño se ha agotado. La industria, el comercio y la minería en un total abandono, en la más completa inactividad. Trasplantada casi en su totalidad esta población a las fronteras bolivianas, al rico Caracoles, al turbulento Antofagasta”32.

De esta forma, tanto la dimensión mundial del problema, como los factores internos de la economía regional conspiraron para que la situación deviniera en terminal y se convirtiera en expulsora de mano de obra a las regiones mineras aledañas.

Sergio González Miranda, “La presencia boliviana en la sociedad del salitre y la nueva definición de la frontera: auge y caída de una dinámica transfronteriza (Tarapacá 1880-1930)”, Chungara 41/1 (Arica 2009): 77. 32 El Mercurio de Valparaíso. Valparaíso, julio de 1872. 31

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La exploración del desierto: “Una nueva vida para la industria”33 En 1876, frente a “la crisis general que nos agobia”, Benjamín Vicuña Mackenna se preguntaba en la Cámara de Diputados “¿no es acertado volver la vista a esos parajes inexplorados, pero que se sabe contienen riquezas de variedad infinita?”34. La respuesta la darían los hechos, pues en la década en que se iniciaba el declive decimonónico de la minería del cobre, el sector septentrional del Norte Chico era el escenario de nuevas búsquedas y derroteros. Este era un paisaje marcado por la aridez, en que la presencia de algunos valles fértiles se acaba, uniéndose a la realidad geográfica del desierto de Atacama. Fue un espacio en que proliferaron las expediciones privadas que recorrían el desierto y donde el Estado de Chile realizó una serie de reconocimientos en un territorio en que carecía de representantes e infraestructura portuaria. De hecho, hasta la década del ´70 Chañaral era el más meridional de los puertos chilenos formalmente organizados con presencia de agencias estatales y bajo su control. En este aspecto, fue pionera la expedición financiada por el gobierno de Chile35, para que Rodulfo Amando Philippi recorriera el desierto durante el verano de 1854, coincidiendo con la exploración de la costa hecha por la Janequeo entre noviembre y enero de 1853 y 185436. Carta de Juan Velle al Ministro del Interior. Sin lugar de emisión, 1866, ANHMININT, vol. 158, s/f. 34 Benjamín Vicuña Mackenna, Obras completas. Discursos parlamentarios, T. III. (Santiago: Ed. Universidad de Chile, 1939), 429. 35 Augusto Bruna, et ál., “La epopeya de un sabio: Rodulfo Amando Philippi en el desierto de Atacama”, en Rodofo Philippi, Viaje al desierto de Atacama (Santiago: Ed. DIBAM, 2008), 36; Ver también Sergio González Miranda, “Auge y crisis del nitrato Chileno: la importancia de los viajeros, empresarios y científicos, 1830-1919”, Tiempo Histórico 2 (Santiago 2011): 159-178. 36 José Victorino Lastarria, Obras completas. Proyectos de ley y discursos parlamentarios (Santiago: Imp. Barcelona, 1908), 109. 33

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En noviembre de 1876, el vapor Abtao, inició la búsqueda de un puerto apropiado para la penetración en el desierto debido a que –como escribió José Victorino Lastarria– “la necesidad en que la crisis de la Hacienda Pública y la situación industrial nos ponían de abrir nuevos horizontes”, para contar con un puerto que compitiera con el de Antofagasta37. En 1877 Amado Pissis resumía su experiencia en la exploración del desierto señalando que este era un campo vasto para la minería y que Taltal era “el punto más importante de la costa y la verdadera puerta para penetrar en el desierto”38, por lo que requería la atención del gobierno. Desde su habilitación en 1858, como puerto de embarque de cobre, había concentrado un conjunto de habitaciones y oficinas de servicios para suplir la demanda portuaria generada por las exportaciones de cobre, más tarde plata, oro y luego la fiebre salitrera que densificaría poblacionalmente la región. En 1860, existía cierta regularidad de navíos que ingresaban a la bahía a cargar cobre y como informaba Aniceto Cordovés, jefe de Aduana de Caldera “jamás ha dejado de haber en el puerto de Taltal cuatro, cinco i hasta seis buques descargando mercaderías o cargando metales”39. De esta manera, Taltal permaneció desde su creación como un puerto destinado a las exportaciones cupríferas de José Antonio Moreno y, hasta 1875, solo contaba con 134 vecinos en sus inmediaciones40, mayoritariamente ligados a las faenas portuarias. Una década después el censo de 1885 consignaba que el departamento contaba con 12.423 habitantes41, de los cuales el 64% eran hombres. Lastarria, Obras completas. Proyectos de ley…, 109. Amadeus Pissis, Minerales, Guano y Salitre de Atacama. Medidas oficiales para el fomento de la Industria (Santiago: Imprenta Nacional, 1877), 49. 39 Aniceto Cordovés al Intendente de Atacama. Caldera, 5 de septiembre de 1860. ANHIAT, vol. 153, s/f. 40 Quinto censo…, 563 41 Sesto censo general de población (Valparaíso: Imp. La Patria, 1889), 740. 37

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Según los dueños de salitreras, la importancia de la región se había potenciado desde el 14 de diciembre de 1875, cuando el gobierno peruano decretó la expropiación e instauró el monopolio sobre la producción de Tarapacá. Esta acción motivó que muchos chilenos abandonaran Iquique y se internaran en la región taltalina a explorar en busca de los yacimientos que las exploraciones científicas habían señalado42. Entre estos salitreros que dejaron Tarapacá destaca Daniel Oliva quien era dueño en 1876 de las oficinas China y Salar las que le fueron expropiadas por el gobierno peruano, trasladándose a Atacama, donde poseía Santa Catalina, Lautaro y Bellavista43. Con este mismo fin José Victorino Lastarria escribió al intendente de Atacama acerca de los intereses que movía a la expedición que se preparaba, cuyo objeto era examinar los campos salitrales de Aguas Blancas y Cachiyuyal “recién descubiertos en el desierto, y de informar acerca de las ventajas de la industria salitrera”, identificando los medios necesarios para fomentarla en el establecimiento de poblaciones en Taltal y el puerto al norte de la punta de Remedios44. Una vez definidos los lugares destinados a puertos, el Presidente de la República emitió el decreto para ordenar su poblamiento45, levantándose los planos para crear los puertos de Blanco Encalada y Taltal, siendo este último el que logró establecerse con distribución de calles y entrega de sitios. Estos poblados no fueron dejados al azar, en términos de su diseño urbano, sino que existió una política reguladora, tanto en el Solicitud que presentan al soberano Congreso Nacional Lamarca i Ossa Hermanos: industriales de la zona salitrera del Departamento de Atacama. Subdelegación de Taltal, Imp. Estrella de Chile, Santiago, 1880, p. 6. 43 Pedro Pablo Figueroa, Diccionario biográfico de Chile, T. II. (Santiago: Imp. Barcelona, 1897), 396. 44 José Victorino Lastarria al intendente. Santiago, 15 de marzo de 1877 ANHMININT, vol. 371, s/f. Esta carta fue reproducida en El Mercurio de Valparaíso. Valparaíso, 17 de marzo de 1877. 45 Santiago, 5 de julio de 1877. ANHMININT, vol. 371, s/f. 42

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puerto como en las placillas interiores de Cachinal de La Sierra, Aguada de Cachinal y Esmeralda, en que se distribuyeron los sitios en base al damero, manifestación espacial del orden urbano46.

Expedición al desierto. c. 1900. Fuente: Archivo fotográfico, Museo Augusto Capdeville Rojas.

Desde 1870 las expediciones mineras salidas de Copiapó y Taltal al interior se multiplicaron. El citado Telésforo Espiga informaba a su jefe Julián Amaya que: “hoy ha salido una caravana de cateos, compuesto de buen número de personas y con buenos recursos, que unos cuantos amigos y yo hemos mandado al ya afamado Cachinal de la Sierra. Uno de los que va tiene halladas desde hace

Milton Godoy Orellana, “Las placillas del desierto: Construcción de espacio urbano en el despoblado de Atacama. Bolivia y Chile, 1870-1900”, Cahiers Amérique Latine histoire et mémoire 29 (Paris 2015). 46

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largos años varias vetas que en otras épocas no convenía trabajarlas. Y es hombre que conoce todo el desierto”47.

El aliciente para atraer a nuevos pobladores fueron los descubrimientos salitreros y argentíferos resultantes de la búsqueda iniciada en 1871 entre los paralelos 24° y 26° de latitud sur, especialmente en Taltal, donde el caliche de encontraba en yacimientos entre 2.000 y 2.400 metros sobre el nivel del mar48. Los primeros resultados de estas prospecciones se dieron al inicio de 1872 en las cercanías de Aguada de Cachiyuyal, en una de las expediciones financiadas por Emilio Concha y Toro y Juan Francisco Rivas49, sumándose a mediados del mismo año las caravanas de Emeterio Moreno en las pampas de Aguas Blancas y José Antonio Moreno en Taltal. Desde 1876 se inician las inversiones de algunos europeos como Jorge Hilliger, Andrés Keating, Alfredo Quaet-Faslem y los chilenos Manuel Ossa, Daniel Oliva, Rafael Barazarte y Vicente Bañados50. El conjunto de esta actividad se tradujo en una serie de solicitudes de inscripciones que tendieron a aumentar hasta 1880 –a excepción de los años 1874 y 1875– donde no hubo registros en las notarías de Copiapó. La tendencia de las peticiones e inscripciones presentó su mayor crecimiento –coincidiendo con la distribución de sitios que hizo el Estado– entre 1877, con 167 inscripciones; y 1880, cuando alcanzó 700 inscripciones anuales51. Si bien es cierto, no existe un correlato entre las so Carta de Telésforo Espiga a Julián Amaya, Copiapó, 20 de agosto de 1887. Libro de cartas y cuentas desde febrero 28 de 1878 a agosto 27 de 1887. AHMRA, v. 1, f. 482. 48 Emiliano López, Consideraciones sobre la industria del Salitre (Santiago: Imprenta Cervantes, 1925), 314. 49 Manuel Ravest, La Compañía Salitrera y la ocupación de Antofagasta 18781879 (Santiago: Ed. Andrés Bello, 1983), 142. 50 Ver Oscar Bermúdez, Historia del salitre desde sus orígenes hasta la Guerra del Pacífico (Santiago: Ed. Universidad de Chile, 1963), 297-309; el tema se trabaja también en el texto del mismo autor, Breve Historia del Salitre. Síntesis histórica desde sus orígenes hasta mediados del siglo XX (Santiago: Ediciones Pampa desnuda, 1979), 23. 51 Índice de las salitreras de Taltal. Desde el año 1872 hasta 1882 (Antofagasta: Imp. Dálmata, 1905). 47

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18 74 18 75 18 76 18 77 18 78 18 79 18 80 18 8

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0 Fuente: Índice de las salitreras de Taltal. Desde 1872 hasta 1882 (Antofagasta: Imp. Dálmata, 1905).

licitudes de mantos salitreros y la instalación de oficinas, este es un indicador de las expectativas que este producto provocó en mineros y empresarios que prospectaban el desierto demandando sitios para eventuales explotaciones. En febrero de 1879, José Antonio Vadillo, ingeniero de los distritos mineros del Departamento de Copiapó, realizaba el último de tres informes anuales –expedidos desde 1877 al gobierno– para mensurar las salitreras del territorio chileno en el sector meridional del desierto de Atacama, comprendidas entre los paralelos correspondientes a Paposo y Taltal. Aunque el ingeniero Vadillo señalaba los problemas técnicos referidos al tipo de acumulación calichera y la falta de continuidad de la capa de salitre y su separación del terreno base. Vadillo, resumía su experiencia destacando que “no cabe duda alguna acerca de la importancia de las Salitreras, pues los descubrimientos que sucesivamente se va haciendo de esa sustancia en nuevas localidades prueban la extensión que abraza la capa salitrera,

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y a medida que avanzan esos cateos puede uno formarse una idea más clara de la importancia de los depósitos”52. Este ingeniero, acorde con el cuadro adjunto, realizó una minuciosa revisión de todas las pertenencias existentes y mensuró con arreglo a cada uno de quienes demandaban sus terrenos. Su informe daba cuenta de la existencia de caliche explotable y de calidad, con excepciones notables como en las propiedades de Lamarca y Ossa, de Lappé y las de Hilliger y Cía., las cuales poseían un salitre que en la disolución dejaba escasos residuos, aunque en términos amplios se explotaba con una ley de concentración del 25 a 30 por ciento, con sistemas productivos carentes de maquinaria avanzada. Hasta el año anterior al proceso de discusión del impuesto, existía en plena producción la oficina Santa Catalina de Daniel Oliva, que contaba con una máquina de beneficio por vapor, que permitía producir 120 quintales españoles por día. En 1877, Oliva había marcado el rumbo al embarcar hacia Europa un cargamento de salitre de 15.430 quintales53, equivalente a 710 toneladas, elaboradas en su oficina, siendo –escribió Vadillo– “la primera partida de consideración que se embarca en la costa de Chile procedente de las salitreras de Atacama”54. Un caso que destacó era el de las oficinas de Lamarca y Ossa Hermanos, quienes el mismo año de 1877, poseían una máquina de vapor e instalaban una nueva que permitiría elaborar de 13,8 a 18,4 toneladas diarias y contaban en esta oficina con más de 184 toneladas embodegadas. Estos empresarios José Antonio Vadillo, Informe sobre las salitreras de Taltal. Copiapó, 8 de febrero de 1879, ANHIAT, vol. 523, fs. 10. 53 Julio Zegers al Intendente. Taltal, 27 de enero de 1879, ANHIAT, vol. 519, s/f. 54 Vadillo, Informe que el Ingeniero de los distritos mineros... Copiapó, 8 de febrero de 1879, ANHIAT, vol. 523, f. 13. A partir de esta afirmación de Vadillo, aunque no están los datos, debemos suponer que antes hubo otras más pequeñas. La cursiva es mía. 52

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habían exportado 4.140 toneladas hasta noviembre de 1879 y ese mismo mes preparaban un embarque de 1.012 toneladas. Otro importante productor del periodo fue la sociedad Hilliger y Cía., quienes habían montado una “oficina de parada”, que había elaborado más de 18 toneladas, logrando vender en 1878, parte de su producción a la Fábrica Nacional de Pólvora establecida en Freirina55. La incipiente explotación salitrera en la región se complementaba con los trabajos desarrollados por Rafael Barazarte en Las Lagunas, donde se instaló una máquina a vapor. A esto se sumó la salitrera Germania de Herman Lappé quien también incluyó una máquina a vapor que le redituaría alrededor de 300 a 400 quintales diarios, equivalentes a 13,8 y 18,4 toneladas, respectivamente. En 1880, aparte de los pedimentos indicados, había 15 oficinas salitreras funcionando, a saber, Lautaro, Germania, Santa Catalina del norte, Santa Catalina del sur, Santa Luisa, Guillermo Matta, Flor de Chile, Rosario, Chilena, Española, Sara, José A. Moreno, Sudamérica, Atacama, Unión y Chicoca, las que en conjunto se calculaba que podían producir 1.150.000 quintales métricos de salitre56 anuales, que equivaldrían a 1.150 toneladas, aunque existen fluctuaciones en los cálculos de la producción, las cifras serían de esta índole57. A las anteriores, se sumaban las oficinas de Moreno, Peró, Dotts, Alegre, Echeverría, Carrasco Hermanos, y Fischer, que se encontraban instaladas Vadillo, Informe que el Ingeniero de los distritos mineros... Copiapó, 8 de febrero de 1879, ANHIAT, vol. 523, f. 14. 56 Eulogio Allendes, Un viaje en los vapores de la mala del Pacífico y una mirada al desierto de Atacama (Santiago: Imp. Nacional, 1880), 29. 57 En efecto, un periódico de Santiago destacaba que en Taltal “La industria salitrera va como suele decirse, viento en popa, pues las diferentes oficinas que se han establecido siguen su marcha normal y esportan de 600 a 1,000 quintales de salitre cada día; y esto sin que las calicheras sufran menoscabo alguno en su potencia ni en la calidad de su producido”, El Mercurio de Valparaíso. Valparaíso, 6 de junio 18 de 1880. 55

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Milton Godoy Orellana Mensura de pertenencias salitreras en Taltal (1879) Propietario

Nombre salitrera

1. Hermann Lappé

Germania Carcomida Blanca

2. Daniel Oliva

Santa Catalina Lautaro (con Enrique Gaete)

3. Lamarca y Ossa Hnos.

Tres amigos

4. Amaya y Gaete 5. Barón, Romo y cía.

s/datos Rosario Porvenir María Isabel

N° pertenencias

Extensión en km 2

16

19

12 (3 con Enrique Gaete)

12

20

20

3

3

15

15

6. Olegario Pairoa

s/datos

5

s/datos

7. Jorge Hilliger y cía

s/datos

19

19

Callejas y Guzmán

s/datos

7

7

Fuente: José Antonio Vadillo, “Informe sobre las salitreras de Taltal”. Copiapó, 8 de febrero de 1879, ANHIAT, Vol. 523, fs. 1-18.

pero inconclusas, aunque produciendo algunas pequeñas cantidades de salitre58. La información es poco clara, puesto que si se contrastan los datos entregados al gobierno por el subdelegado en el resumen de actividades del año 1880, se reconocerían 13 oficinas funcionando, con una producción de 2.905 toneladas. Mientras, las cifras entregadas por los propios productores, –en una reunión para acelerar la construcción del ferrocarril– al inicio de 1880, alcanzaban las 3.220,4 toneladas mensuales: “En el día la elaboración de salitre alcanza a setenta mil quintales mensuales, elaboración que cada día irá en aumento a juzgar por las muchas oficinas que se están planteando i muchas otras que se proyectan”59, solo en el mes de enero habían producido

Allendes, Un viaje en los vapores de la mala del Pacífico…, 30. Francisco Pastene al Ministro del Interior. Taltal,15 de mayo de 1880 ANHMININT, vol. 779, s/f 58 59

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4.524 y en febrero llegaron a 4.573,6 toneladas60. Un año después existen estadísticas oficiales que indican que la oficina Lautaro producía 1.150; Catalina, 691; Atacama y Julia, 460 toneladas exportadas por el puerto de Taltal. A esta cifra se debe sumar 1.380 producidas por las oficinas Santa Lucía y Guillermo Matta, las que eran exportadas por Puerto Oliva, con un total de alrededor de 3.681 toneladas mensuales61. En términos objetivos, la región salitrera chilena –donde se incluía Aguas Blancas y Taltal– produjo un exiguo porcentaje de lo que constituiría la producción del país una vez ocupada Tarapacá. Al analizarla, es posible constatar que en Taltal y Aguas Blancas hubo entre 1877 y 1878 un crecimiento exponencial, aunque significó, una pequeña parte del total. Cuando se anexa la provincia de Tarapacá los montos de la producción chilena –en este momento con el monopolio extractivo del salitre– alcanzan dimensiones impensadas, pues en el año 1879 se obtienen 59.344 toneladas y en 1880 se alcanzan las 226.09062, El Mercurio de Valparaíso. Valparaíso, 12 de julio 18 de 1881. Arístides Martínez, Informe que el Injeniero de los distritos mineros del departamento de Copiapó pasa a la Intendencia con relación a las salitreras de Taltal y mineral de Cachinal. Copiapó, 7 de mayo de 1882. ANHMININT, vol. 1035, s/f. 62 Braun-Llona, et ál., Economía chilena, 1810-1995..., 49. Aunque el texto citado contiene datos para la producción chilena –a saber, Aguas Blancas y Taltal– antes de 1879, éstos no son confiables y minimizan la producción en el periodo puesto que entrega cifras parciales y erróneas de 330,7 toneladas anuales para 1875; 290,5 en 1876; 229,5 en 1877; y, 741,4 en 1878. Estos datos pueden ser discutidos con los informes de los ingenieros que recorrieron la región en la década del setenta, pues como informa José Vadillo un solo embarque de Daniel Oliva en 1877 era de 710 toneladas, mientras las estadísticas de Braun-Llona et ál., indican solo un tercio de esa cantidad. Ver José Vadillo, Informe sobre las salitreras.... Copiapó, 8 de febrero de 1879, ANHIAT, vol. 523, f. 13. A más abundar, las estadísticas realizadas en las salitreras de Taltal, antes de 1880, entregan una producción de alrededor de 4.000 toneladas mensuales. En tanto, el ingeniero Martínez registró 3.681 mensuales hasta el inicio de mayo en 1882, ver Arístides Martínez, Informe que el Injeniero de los distritos mineros…, Copiapó, 7 de mayo de 1882. ANHMININT, vol. 1035, s/f. Por tanto, si consideramos las cifras aportadas por el estudio citado y estamos prevenidos que un mismo barco podía ir llenando sus bodegas en diferentes puertos ¿Qué beneficio económico se puede obtener al cargar salitre en un puerto que en 1877 producía como promedio 62 toneladas mensuales, si un Clipper podía cargar de 1.000 a 2.000, como mínimo? Ver Basil Lubbock, The Nitrate Clippers (Glasgow: Brown, Ed. Son & Ferguson, 1953). 60 61

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Oficina Santa Luisa, fines del siglo XIX63.

lo que convertía la producción taltalina en una reducida cantidad para el periodo.

De la grandeza de los sueños salitreros a la crisis local Las exploraciones habían dado sus frutos y a mediados de los setenta en el hinterland taltalino se había desarrollado una producción salitrera de relativa importancia, –percibida con amplias proyecciones– ramificándose un conjunto de caminos que conducían a diversos puntos de la pampa. La región, antes de iniciada la Guerra del Pacífico, recibió estímulos desde el gobierno central para su desarrollo, cuyas autoridades habían acogido con beneplácito los descubrimientos realiza-

Fuente: Ludwig Darapsky, El departamento de Taltal: la morfología del terreno y sus riquezas (Santiago: Ed. DIBAM, 2012). 63

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dos. Como se señaló con antelación, la actividad de Amadeo Pissis en la región era una explícita respuesta de apoyo a estas nuevas explotaciones. Este estímulo se mantuvo con el decreto de septiembre de 1879, cuando se estableció un impuesto de 40 centavos por quintal, equivalente a 46,003 kilos64, para la producción salitrera, a excepción de quienes lo hacían al sur del paralelo 24, quedando Aguas Blancas y Taltal, liberados del pago por un plazo de dos años65. No obstante, este periodo inicial de producción de nitratos en la región, se vio afectado por los cambios suscitados en la política salitrera –calificada por Sergio González como “explícitamente liberal”66– implementada una vez que el Estado chileno tomó el control del territorio entre Tarapacá y Taltal. Paradojalmente, Chile había justificado la ocupación de Antofagasta debido al aumento de diez centavos por quintal exportado, decretado por la Asamblea Nacional de Bolivia en 1878, contraviniendo el tratado de 187467. Una vez ocupados militarmente estos territorios e incluidos bajo la égida del Estado nacional Chileno, el primer paso fue replantear la carga impositiva. En efecto, la ley denominada de los Derechos de El denominado quintal español tenía una equivalencia de 46,0093 kilos y el quintal métrico de 100 kilos. Ver François Cardarelli, Scientific Unit Conversion: A Practical Guide to Metrication (Londres: Ed. Springer-Verlag, 1999). 65 Darapsky, El departamento de Taltal: la morfología del terreno…, 248. Ver también Sergio González Miranda, ¿Especuladores o industriosos? La política Chilena y el problema de la propiedad salitrera en Tarapacá durante la década de 1880, Historia 47/1 (Santiago 2014): 41. 66 Sergio González Miranda, “Las políticas salitreras peruana y Chilena. ¿del monopolio estatal a la libertad económica? (1873-1884)”, en Cuadernos de Historia 38 (Santiago 2013): 65. 67 Luis Ortega, Los empresarios, la política y los orígenes de la Guerra del Pacífico (Santiago: Ed. FLACSO, 1984), 16. Aunque mayoritariamente existe consenso en que el motivo fue una conjunción de intereses económicos, públicos y privados, Manuel Ravest considera esta tesis como “sesgada” y producto de un “revisionismo” –al que habrían contribuido historiadores chilenos, norteamericanos y europeos– debido a que, a su juicio, se hace “abstracción de factores jurídicos y del honor y dignidad nacional comprometidos en la infracción del Pacto”. ver Manuel Ravest Mora, “La casa Gibbs y el monopolio salitrero peruano: 1876-1878”, en Historia 1/41 (Santiago 2008), 65-66. 64

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exportación del salitre, promulgada el 1 de octubre de 1880, estaba determinada por la realidad tarapaqueña, pero gravaba toda la producción salitrera entre esta región y Taltal con un peso sesenta centavos por quintal. La única salvedad fue que su vigencia para las explotaciones al sur del paralelo 24° L.S. entraría en vigencia el 11 de septiembre de 188168. La respuesta de los productores de Taltal se resumía en el petitorio enviado el 25 de julio de 1880 por los empresarios Lamarca y Ossa al Congreso Chileno, acción que sería imitada por los salitreros de Aguas Blancas con similares argumentos y calificando el cobro como “un golpe de muerte”69, para ambas producciones. El tema central de su demanda se hacía enarbolando el discurso del nacionalismo y condición de impulsores del poblamiento de la región. En síntesis, argüían que el impuesto proyectado produciría la pérdida de importantes capitales y “la suspensión de una industria esencialmente nacional, y por ello, la expulsión de millares de obreros que pueblan un vasto territorio. Ayer desierto, y hoy emporio de florecientes trabajos, fundados a la sombra de las leyes para fomentar el verdadero engrandecimiento de la república”70. Sus demandas se hacían recordando a las autoridades el papel jugado por el sector privado para hacer producir el desierto, consiguiendo “después de esfuerzos inauditos abrir esta importante parte del desierto a los mercados del Mundo”71. Alejandro Bertrand, Memoria presentada acerca de la condición actual de la propiedad salitrera en Chile: exposición relativa al mejor aprovechamiento de los salitrales del Estado (Santiago: Imp. Nacional, 1892), 86-87. 69 Solicitudes que presentan al soberano Congreso acompañadas de un informe pericial los industriales y comerciantes de la zona salitrera de Aguas-Blancas: adhi-riéndose a la representación hecha por los establecimientos salitreros de Taltal. Antofagasta, julio 20 de 1880 (Valparaíso: Imp. Universo, 1880), 8. 70 Solicitud que presentan al soberano Congreso Nacional Lamarca i Ossa Hermanos: industriales de la zona salitrera del Departamento de Atacama, Subdelegación de Taltal (Santiago: Imp. Estrella de Chile, 1880), 4. 71 Francisco Pastene al Ministro del Interior. Taltal, 15 de mayo de 1880 ANHMININT vol. 779, s/f. 68

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En mayo de 1881 el gobierno, considerando que se realizaba la construcción del ferrocarril al interior, suspendió la normativa vigente en los artículos 10 y 12 sobre el despueble de salitreras que establecía un mínimo de producción o su equivalente en inversión72 , hasta que las obras estuvieran finalizadas73. El tren era vital para la supervivencia de las oficinas que no cerraron, puesto que la paralización de algunas de ellas provocó el término de la mantención del camino al puerto debido a “la ruina de los salitreros que hoy no ganan en el negocio ni el valor del impuesto”. El tema se complicaba porque las oficinas que continuaron produciendo no podían bajar los minerales74. El principal argumento de los salitreros afectados por la medida eran los altos costos existentes en la producción regional. Según Pierre Vayssiere los costos fijos de la producción salitrera no excedían el 10% y la fluctuación principal estaba en la triada formada por los salarios, el combustible y los transportes75. En el caso de Taltal se agregaba otro problema, común en la minería de la región: la carencia de agua, a la que se sumaban la inexistencia de transporte eficiente y de bajo costo, como el ferrocarril, que permitiera –según las elucubraciones de los empresarios de la época– transportar el salitre en bruto para ser beneficiado en la costa o en un punto intermedio entre Taltal y las salitreras donde podría obtenerse agua en abundancia. En 1880, el ingeniero Manuel Prieto76 elaboró un acabado estudio acerca de las diferencias entre la región de Tarapacá y “Salitre y boratos. Se dicta reglamento para su concesión”, Santiago, 28 de julio de 1877. Recopilación de las leyes y decretos sobre colonización (Santiago: Imp. Nacional, 1892), 87-90. 73 Bertrand, Memoria presentada acerca de la condición actual…, 90-91. 74 Copiapó, 26 de diciembre de 1881. ANHMININT, vol. 779, s/f. 75 Vayssiere, Un siècle de capitalisme minier au Chili:…, 170. 76 Manuel Antonio Prieto fue un ingeniero que trabajó en el desierto de Atacama y publicó sus resultados en los Anales de la Universidad de Chile. Más tarde, fue Senador y Ministro de Industrias y Obras Públicas. Figueroa, Diccionario biográfico de Chile…, 507. 72

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la zona meridional de Atacama, estableciendo tres elementos como principales, a saber: A) la Distancia de las oficinas al puerto y los medios de conducción, que aumentaba los costos de producción no solo de manera proporcional a la distancia, sino que en una proporción de uno a tres, encarecido por el costo de transporte de carbón, forraje, agua, materiales y salitre; B) La Naturaleza y calidad de los depósitos de caliche: en esta variable se consideraba la presencia de la capa salitrera a más de 7,7 metros, con una costra estéril a veces dura y compactada u otras veces blanda, a lo que se sumaba leyes que fluctuaban entre un 20% y un 60%; C) la Calidad y abundancia de agua: este era un elemento escaso, mayoritariamente de mala calidad y distribuido de manera muy desigual en la región, lo que incidía notablemente en los costos de producción de cada quintal de salitre77. La síntesis de Prieto finalizaba con un hipotético cálculo que demostraba las diferencias de la aplicación del impuesto en ambas regiones, dados sus costos de producción por quintal de salitre. Acorde con sus estimaciones, si la producción de un quintal en Tarapacá ascendía a $ 1,30, en Taltal se alzaría a $ 1,82, es decir un 40% más. Lo anterior provocaba que el impacto del impuesto por quintal producido no fuera el mismo y tendía a aumentar porcentualmente hacia el sur78, haciendo que al vender el producto proveniente de ambas regiones, las utilidades en Tarapacá eran mayores. Por lo demás, esta era una aseveración altamente difundida al momento de la discusión en el Senado. No obstante, en el ámbito político hubo quienes rechazaron o apoyaron la aplicación del impuesto, destacando el diputado Francisco Cf. Agustín Tagle Montt, Estudio sobre el proyecto de impuesto al salitre (Santiago: Imp. Librería El Mercurio, 1880), 81-83. 78 Ibid…, 83. 77

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Puelma –ingeniero discípulo de Domeyko79–, entre quienes defendían la postura de los salitreros perjudicados y planteaba en 1880 que en el proyecto tributario, el gobierno “había tomado en cuenta del salitre Chileno únicamente el interés fiscal y no el interés del país”80. Mientras, entre los proclives a un impuesto aplicado a todos los salitreros estaba Nicolás Naranjo, diputado por Vallenar, quien un año después propuso revisar la ley que eximía del pago del impuesto a las salitreras al sur del paralelo 24° L. S.81 Un ardoroso defensor de la eliminación del impuesto y de la necesidad de que el Estado estimulara la producción en Aguas Blancas y Taltal fue Matías Rojas, quien desde las páginas editoriales de El industrial de Antofagasta fue un acérrimo opositor a su aplicación en “el territorio Chileno propiamente dicho”82. Rojas, consideraba a Antofagasta en mejor pie que Taltal, pero en muy inferior condición que Tarapacá, donde “estando implantada esta industria desde hace largos años, se cuenta con vías más fáciles y menos costosas y con caliches muy superiores en ley con calidades especiales, que hacen su elaboración mucho menos costosa que en Antofagasta, y por consiguiente enormemente menos que en el territorio al sur del paralelo 24”83. Francisco Donoso, de vasta experiencia en minería y economía –en la época era caracterizado como un “economista notable”84– realizó un balance de la situación durante Figueroa, Diccionario biográfico de Chile…, 513. Cámara de Diputados. Sesión del 13 de julio de 1880. Ver Hernández, El salitre. Resumen histórico…, 106. 81 Nicolás Naranjo, “Sesión ordinaria de 29 de agosto de 1881”, en Boletín de Sesiones, Legislatura Ordinaria y Extraordinaria de 1881. Cámara de Diputados. 82 El industrial. Antofagasta, 16 de agosto de 1881. Cabe destacar que el conjunto de sus artículos referentes al tema se editaron en Matías Rojas, El desierto de Atacama y el territorio reivindicado. Colección de artículos político-industriales publicados en la prensa de Antofagasta en 1876 a 82 (Antofagasta: Imp. de El industrial, 1883). 83 Idem. 84 Figueroa, Diccionario biográfico de Chile…, 378. 79

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un recorrido en la región minera taltalina. La importancia del texto radica en que contiene una mirada crítica, estableciendo causas distintas a las ya señaladas para el cierre de salitreras y la disminución de la producción. Su perspectiva se sustentaba en que el capital perdido en las oficinas de Taltal estaba ligado a la inexperiencia y precipitación con que los empresarios de la región buscaron aprovechar el periodo de bonanza que implicó el estar exentas del derecho de exportación, para después pagar solo la mitad de este, “y se lanzaron a elaborar ese artículo sin estar preparados para ello”85. A su juicio, para muchos bastaba con constatar la existencia de caliche, sin considerar la importancia de los depósitos y sin un estudio científico previo del yacimiento: “De todo esto pueden sacar una lección provechosa los salitreros de Taltal […] aunque la industria salitrera sea fácil en sí misma, es decir en cuanto a transformar el producto primitivo o sea la materia prima, sin embargo, tiene, no diremos secretos, pero si, procedimientos científicos, y no cualquiera puede, desde el primer momento lanzarse a montar una oficina y a elaborar salitre, sin correr el riesgo de experimentar un desastre.[…] Tal es lo que ha sucedido en Taltal y Aguas Blancas en los años anteriores”86.

Este punto de vista pareciera poseer cierta razonabilidad, en tanto, las oficinas que funcionaban en 1880 tenían como característica no ser propiedad de grandes consorcios, sino que sus dueños eran “aislados empresarios sin el respaldo de los grandes capitales”87. Estos, mayoritariamente, no pudieron resistir el pago del impuesto y tuvieron que abandonar las faenas antes de la entrada en vigencia de la nueva carga impositiva, debido a que no alcanzarían la cuota de 30.000 quintales, equivalentes a 1.380 toneladas mensuales. Francisco Donoso Vergara (firmado con el seudónimo de Franz), Una rápida excursión por el desierto en Taltal (Valparaíso: Imp. La Patria, 1886), 15. 86 Donoso Vergara, Una rápida excursión..., 15. 87 Darapsky, El departamento de Taltal:…, 317. 85

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En esta misma línea de argumentación, es posible observar que, aun cuando las fuentes (hasta ahora) no presentan dimensiones ni descripciones acabadas de las instalaciones, se puede inferir que la caracterización de oficina para algunos lugares de explotación era grandilocuente. Por los escasos datos con que se cuenta, algunas de las llamadas oficinas, no pasaban de ser un punto de explotación con un gran galpón que contenía de 200 a 300 trabajadores que laboraban en grupos de 100 a 150 en turnos con rotación de seis horas88. No obstante, hubo construcciones más significativas, como las de Daniel Oliva quien construyó tres oficinas, 50 edificios (considerando bodegas y casas) y varios muelles llegando a acumular 5 oficinas y alrededor de 200 pertenencias, además de incorporar maquinaria moderna89. Finalmente, José Vadillo, ingeniero comisionado por el Estado para catastrar y dimensionar la situación, consideró “una circunstancia fatal” para la localidad, el que la aplicación del impuesto coincidió con la baja del precio lo que “vino a defraudar por completo las esperanzas que cifraban los industriales”90 para continuar con su trabajo.

“La ruina de Taltal estaba sellada”91 Las citadas palabras de Darapsky, resumían los negativos augurios acerca del futuro de la naciente ciudad. No obstante, es necesario tamizar los argumentos esgrimidos por la prensa y autoridades locales, principalmente porque refleja los intereses de los empresarios salitreros. En este aspecto, el mineral de Allendes, Un viaje en los vapores de la mala del Pacífico…, 21. Hernandez, El salitre. Resumen histórico…, 86. Vadillo, Informe que el Ingeniero de los distritos mineros... Copiapó, 30 de abril de 1882. ANHIAT, vol. 595, s/f. 91 Darapsky, El departamento de Taltal:…, 249. 88 89

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plata de Cachinal de La Sierra, que llegó a tener alrededor de 3.000 habitantes, jugó una importante función al demandar gran número de trabajadores en los años que coinciden con la crisis, funcionando como un mecanismo de descompresión social, retención de mano de obra en la región y de revitalización de parte del comercio local. Así y todo, el impacto fue de altas proporciones. El argumento para cuestionar el impuesto que revestía mayor aceptación general fue que el desarrollo de la producción salitrera de Aguas Blancas y Taltal se realizó confiando en “las promesas de franquicias que el gobierno le dejó vislumbrar en todos sus documentos públicos”92, para finalmente enfrentarse a un tributo cuyos cobros harían sucumbir las salitreras o no alcanzar las proporciones con que inicialmente se proyectaron las inversiones. En esta medida, el golpe inicial fue sobredimensionado por los intereses de corto plazo del empresariado salitrero de Taltal y Aguas Blancas, pues los hechos demostrarían “con elocuencia verdaderamente abrumadora” –escribió Guillermo Billinsghurst, en 1903– que se subestimó la importancia de la región salitrera al sur del Loa, pues “aun soportando el mismo derecho de exportación que el salitre de Tarapacá, florece hoy día, industrialmente, de una manera amplia y paralela y con iguales provechos que la zona salitrera que dejó de pertenecer al Perú”93. No obstante, la recuperación de la producción salitrera en Taltal fue paulatina y se produjo años después de aplicado el discutido impuesto. Como segundo elemento de análisis, es destacable que la aplicación del impuesto evidenció conflictos sociales in-

Matías Rojas, El desierto de Atacama y el territorio reivindicado (Santiago: Ed. Dibam, 2011), 87. 93 Guillermo Billinghurst, Legislación sobre salitre y bórax en Tarapacá. Introducción. (Santiago: Imp. Cervantes, 1903), X. 92

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manentes a las explotaciones extractivas del periodo. En este aspecto, el principal problema radicaba en la inexistencia de políticas de protección a los trabajadores, quienes se exponían a la práctica empresarial del despido masivo. Este era utilizado episódicamente, acorde con los vaivenes de precios de los productos explotados en los mercados o de eventuales bonanzas y crisis que marcaban los ritmos de activación o paralización de las oficinas salitreras. En este sentido, los trabajadores de la minería compartían las vicisitudes laborales con los demás obreros extractivos en las áreas carboníferas y cupríferas, teniendo en común el “ser asolados por una realidad económica que los ubicó en el centro de un pozo sin fondo que tuvo su más dramática expresión en la crisis”94. En este contexto, la crisis de 1929 aparece en el imaginario como la de mayor impacto, –aun considerando los antecedentes en las depresiones de 1918, 19211922 y 1925-1926–, sin mencionar el duro revés de la crisis de 1873 y las 5 crisis que anteceden con regularidad de diez años entre 1816 y 186695– ejemplos de lo vulnerable que podía ser la situación de un asalariado vinculado al sector extractivo, cualquiera que este fuera. En este sentido, el impacto social en la región fue de importantes dimensiones. Los más perjudicados en el cierre de salitreras fueron los trabajadores, quienes se vieron forzados a migrar, notándose la dimensión del flujo poblacional cuando se iniciaron los problemas de mano de obra. Como destacaba El Atacameño en noviembre de 1881: “Hay escasez de operarios; y esto se explica, porque, aun cuando la paralización de las salitreras ha dejado sin ocupación a muchos trabajadores, la mayor parte, llevados siempre por su espíritu andariego del

Hernán Venegas, “Crisis económica y conflictos sociales y políticos en la zona carbonífera. 1918-1931”, en Contribuciones Científicas y Tecnológicas 116 (Santiago 1997): 125-153. 95 Charles Kindleberger, Manías, pánicos y cracs, historia de las crisis financieras (Barcelona: Ed. Ariel, 2012), 59. 94

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peón Chileno, se han embarcado para Iquique, Pisagua, y otros puertos del norte”96. ¿Era solo el “espíritu andariego” de los peones chilenos la explicación del problema? Claramente, no. Los móviles fueron bastante más pedestres y estaban ligados a la carencia de trabajo en las salitreras del incipiente cantón taltalino, donde –como antes se indicaba– uno de los escasos lugares en que se hacía posible encontrar faenas era en Cachinal de La Sierra, punto hacia donde migraban los trabajadores97. Como señaló una autoridad local, “con la suspensión de la mayor parte de las salitreras y el estado de las que quedan con que apenas pueden pagar al trabajador un sueldo que escasamente alcanza para vivir lleno de privaciones, todo el mundo fluye a Cachinal”98. Además, la demanda de trabajadores en las tierras tarapaqueñas, asociadas a mejores condiciones laborales y salariales, incidió en que durante este periodo el flujo poblacional fuera hacia esa provincia. Antes de la discusión y aplicación del impuesto, Taltal se había convertido en el más meridional de los cantones salitreros y, aunque estos mayoritariamente tomaban la denominación de la pampa o el pueblo central, se le conocía con el nombre del puerto99. Este era el punto central de una red caminera que penetraba en la pampa hacia diversas oficinas, las que despachaban sus remesas al extranjero y se conectaban directamente con los poblados, oficinas y campamentos del interior, mediante una El atacameño. Copiapó, 10 de noviembre de 1881. Milton Godoy Orellana, “La Placilla de Cachinal de la Sierra y la minería de la plata en el sector meridional del despoblado de Atacama. Taltal, 1880-1900”, en Estudios Atacameños 48 (San Pedro de Atacama, 2014), 141-156. 98 Subdelegado de Cachiyuyal al Intendente. Cachiyuyal, 16 de noviembre de 1881. ANHIAT, vol. 552. 99 Sergio González y Pablo Artaza, “El concepto de «cantón salitrero» y su funcionalidad social, territorial y administrativa: Los casos de Zapiga, Lagunas y El Toco”, en La sociedad del salitre. Protagonistas, migraciones, cultura urbana y espacios públicos, 1870-1940, (comp.), Sergio González. (Santiago: Ed. Ril – Universidad Arturo Prat, 2013). 96 97

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Llegada de trabajadores y sus familias a Taltal. c. 1900. Fuente: Archivo fotográfico, Museo Augusto Capdeville Rojas.

red dendrítica de caminos y, desde julio de 1882, a través de la empresa Taltal Railway Company que inició el funcionamiento del tren hasta la Estación Refresco (km 82) y en julio de 1888 llegó a Catalina del Norte (km 104), alcanzando Aguada de Cachinal (km 124) en agosto del mismo año100. Así, se estableció una dinámica comercial en que Taltal funcionaba como un verdadero puerto-emporio en que se ubicaba la aduana, bodegas de almacenamiento, los servicios portuarios y comerciales101. El puerto era esencial en términos del abastecimiento de las oficinas del interior, allí arribaban las mercaderías para la subsistencia de miles de trabajadores dispersos en la pampa taltalina, que carecía de los productos Godoy Orellana, “La Placilla de Cachinal de La sierra…”, 148-149. Para un tratamiento de este tema ver Leopoldo Benavides, “La formación de Valparaíso como entrepôt de la costa Pacífico 1810-1850”, Vol. XXXIV, Recueils de la Société Jean Bodin, Bruselas, 1974), 161-183; Jacqueline Garreaud, “La formación de un mercado de tránsito. Valparaíso 1817-1848”, en Nueva Historia 11 (Londres 1984): 157-194. 100 101

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para su manutención. De esta manera, existía una dependencia entre el interior y la costa, de cuya supervivencia y producción dependían ambos puntos. Es necesario resaltar que la red de conexiones alcanzaba allende Los Andes, consolidando flujos comerciales que proveyeron a la pampa con mulas de Antofagasta de La Sierra y en general del noroeste argentino102. Visto por la autoridad, el poblado “antes del 12 de setiembre último, había alcanzado a un grado de desarrollo admirable en dos años o poco más de existencia”103. La ciudad fue trazada en 1877 con arreglo a un plano que delineaba calles rectas y espaciosas, se habían construido edificios en el centro y el puerto que contaba amplias bodegas, era frecuentado por un importante número de naves. Existió al inicio de la década de los ochenta un gran crecimiento de la población y del puerto como medio “natural” de comunicación e intercambio de productos104. Los datos contenidos en la subdelegación demostraban que entre 1879 y 1880, la población aumentó en un 64%105. Dos años después, era calculada por la autoridad en alrededor de 6.000 habitantes en el puerto y 4.500 a 5.000 en las oficinas salitreras y explotaciones cupro-argentíferas del interior. La comunicación con el hinterland se hacía con alrededor de 800 carretas que traficaban carga entre las oficinas y el puerto, más 200 que hacían el servicio de las pampas con 5.300 mulas106.

Raúl Molina, “Los otros arrieros de los valles, la puna y el desierto de atacama”, en Chungara 43/2 (Arica 2011): 177-187; también Viviana Conti, “El norte argentino y Atacama. Flujos mercantiles, producción y mercados en el siglo XIX”, en Puna de Atacama. Sociedad, Economía y Frontera, (comp.) Alejandro Benedetti, (Córdoba: Ed. Alción, 2003), 21-52. 103 Al intendente de Atacama. Caldera, enero 9 de 1882. ANHIAT, vol. 571, f. 5. 104 Guillermo Matta al Ministro del Interior. Copiapó, 24 de abril de 1880, ANHIAT, Vol. 524, s/f. 105 Taltal, 28 de abril de 1880. ANHIAT, vol. 538, s/f. 106 Al intendente de Atacama. Caldera, enero 9 de 1882. ANHIAT, vol. 571, f. 6. 102

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El primer impacto sobre esta incipiente consolidación fue la disminución del 40% de las oficinas que laboraban en el desierto taltalino, reduciéndose los operarios, cocheros, trabajadores portuarios y demás participantes en el proceso productivo. Finalmente, las únicas en producción serían tres oficinas y se preveía que en enero de 1882 permanecería solo la oficina Lautaro de Lamarca, Roca Hnos, que se podría mantener con la mitad de su producción hasta la finalización del esperado ferrocarril. Los factores señalados con antelación (escases de agua, calidad del caliche, capital, etc.) se encargarían de que, aun rebajándose el impuesto, ocho de ellas no volverían a producir. Por cierto, esta realidad se hizo más compleja cuando a la paralización de las oficinas salitreras le secundó el estancamiento del comercio local y la disminución de los barcos que arribaban al puerto. Como escribió la autoridad enviada para cuantificar la crisis “de quince a veinte buques conductores de víveres, carbón, forraje y cargando salitre hoy se ven solo cuatro o cinco buques conduciendo carbón y materiales para ferrocarril”107. La prensa local contribuía a esparcir la sensación de inseguridad entre los habitantes del poblado, como El Constituyente, que en 1880 publicaba un artículo comentando que “los desórdenes están a la orden del día en ese pueblo” y referir al robo sufrido por el periódico local El salitrero”108. En otros medios, tal como El Eco de Taltal se resaltaba la diferencia entre la “desconocida y miserable caleta”, antes del nitrato y el Taltal que comenzó a crecer por el aumento de las exportaciones y, en 1881, alzaba “soberbio su frente, merced a la constante y activa labor de los abnegados salitreros a quienes el Supremo Gobierno,

Al intendente de Atacama..., f. 8 El Constituyente. Copiapó, 3 de mayo de 1880.

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como premio a sus grandes sacrificios y a sus penosas tareas, les va a dar un IMPUESTO que sobrepasa bárbaramente a las utilidades que tal industria deja”109. El reflejo más claro de este freno al pujante progreso del puerto fue la disminución de la demanda por sitios, que había aumentado de 5 solicitudes en 1880 a treinta en 1881110 y 160 en 1882, las que en julio de ese año se encontraban archivadas frente al desinterés de los eventuales pobladores. El problema también se reflejó en las arcas municipales que daban cuenta de la disminución de los cobros a las carretas e impacto del impuesto que una vez aplicado “la emigración de industriales se hizo sentir inmediatamente y de aquí la reducción de entradas en ese pueblo111. Como se ha discutido, el punto central era el negativo efecto del impuesto en la rentabilidad de los salitreros taltalinos. Cuando los empresarios no fueron escuchados por el gobierno y solo obtuvieron la disminución de la mitad del impuesto, optaron por el despido masivo de los trabajadores. A diferencia de lo suscitado con la crisis de los setenta en Copiapó, donde el fenómeno fue paulatino y decayeron poco a poco las diversas explotaciones cupro-argentíferas, en el caso salitrero de Taltal el problema fue sincrónico provocándose el cierre simultáneo de una serie de oficinas. De esta forma, una importante masa de trabajadores se vio despojada de su fuente laboral y expuesta a la inopia. Entonces, como lo harían muchas veces en el futuro, abandonaron los campamentos usando los caminos que se internaban en el desierto y comunicaban las salitreras con el puerto.

El eco de Taltal. Taltal, 16 de Julio de 1881. Solicitudes de terreno. Taltal, 15 de diciembre de 1881. AHNIAT, vol. 550. s/f. 111 Municipalidad de Chañaral al Ministro del Interior. Chañaral, 1882. AHNMININT, vol. 1031. s/f. 109 110

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Pronto, la ciudad se enfrentó a grandes grupos de obreros que deambulaban por la calles en busca de una solución. Por cierto, los motivos que los habían llevado a dejar las faenas para ir al puerto –escenario de la sociabilidad desenfrenada en los días de las bajadas a pueblo– no era la remolienda con que recurrentemente buscaban disipar los esfuerzos de la faena. En esta ocasión lo hacían preocupados por lo que venía. Por tanto, las discusiones acerca de la cesantía, el posible trabajo más al norte y la imposibilidad de viajar se intensificaron, de allí a la frustración y la demanda medió poco tiempo. Paralelamente, las opiniones de la prensa y la autoridad hablaban de la posible violencia y subversión del orden de los trabajadores cesantes, apelando al viejo y anquilosado recurso del miedo a la plebe112. El intendente provincial escribía al Ministro del Interior que el clima social estaba marcado por “el temor y la intranquilidad en que se decía vivía ese pueblo, eran positivas y fundadas. La generalidad de las familias de los comerciantes no dormían o mantenían en sus casas un servicio estricto de serenos, que contribuyeran a evitar los diversos incendios y robos que se intentaron, habiéndose efectuado de estos últimos algunos”113. El temor a la masa cesante estaba instalado. Mientras, el individuo estuviera en la faena y respondiera a las normas del empresariado salitrero trabajando y manteniéndose en los marcos del orden instaurado por la autoridad, no representaba mayor peligro. El problema se iniciaba cuando se convertía en cesante y se unía a otros para enfrentar el descontento. De esta manera, los cerca de 5.000 trabajadores que laboraban en la minería y en el puerto de Taltal –mientras las Ver Scarlett O´Phelan, “La construcción del miedo a la plebe en el siglo XVIII”, en, El miedo en el Perú: siglos XVI al XX, Ed., Claudia Rosas. (Lima: Ed. PUCP, 2005), 123-138. 113 Arístides Martínez. Copiapó, 12 de enero de 1882, AHNMININT, vol. 1035, s/f. 112

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explotaciones estaban en buenos momentos– eran vistos como conquistadores y “héroes del desierto”114, para convertirse en vagos –según la autoridad local– cuyas “tropelías se cometen ya en el puerto, ya en la mina, ya en las pampas”115. Cuando la economía fue adversa, los miedos se desataron frente a los cesantes –quienes cargaban el estigma de la eventual secuela de eclosión social– y los otrora trabajadores, devenían en enemigos públicos y potenciales criminales, que deambulaban por la región “sin el menor respeto ni a la policía”116. La preocupación de las elites locales era la vagancia de los trabajadores despedidos que podía traducirse en la provocación de atentados incendiarios contra la propiedad privada, intentos que efectivamente se produjeron en los momentos de mayor tensión. Contradictoriamente, también existía el temor de que el traslado de los despedidos a otras faenas provocara que “la improvisada ciudad de Taltal quedaría vacía”117. Aunque la ciudad no fue quemada y tampoco quedó vacía, los momentos de tensión producto del anuncio de la entrada en vigencia del decreto del impuesto salitrero, con su secuela de despidos, provocó elevados niveles de tensión social. Las medidas tomadas, incluida la consabida represión, se constituyó en una suerte de anuncio –los prolegómenos– de los caminos que tomarían las autoridades en conflictos similares que significaran la paralización de la producción y las crisis salitreras en los años que se avecinaban. La primera escena de la crisis taltalina fue lo que se ha denominado en otro caso el “proceso de atemorización colecti-

Allendes, Un viaje en los vapores de la mala del Pacífico…, 25. Gregorio de las Heras al Intendente. Caldera, 24 de noviembre de 1880. ANHIAT, vol. 536, s/f. 116 Subdelegado de Cachiyuyal al Intendente. Cachiyuyal, 21 de diciembre de 1881. ANHIAT, vol. 552. 117 Allendes, Un viaje en los vapores de la mala del Pacífico…, 24. 114

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Vista norte bahía de Taltal. c. 1900. Fuente: Archivo fotográfico, Museo Augusto Capdeville Rojas.

Muelle salitrero. c. 1900. Fuente: Archivo fotográfico, Museo Augusto Capdeville Rojas.

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va”118, sustentado en los referidos temores, el rumor y la reacción, a veces sobredimensionada, de la autoridad. En Taltal, el primer sensor del problema y su socialización fueron las autoridades, quienes en un tenor parecido al de la prensa local, destacaron el peligro que representaba el populacho aglomerado en la ciudad: “desde hace quince días, una plaga de bandidos que noche a noche intentan un robo atrevido abriendo puertas o quitando los barrotes de las ventanas, en las principales casas de Comercio; pero felizmente han sido sorprendidos con oportunidad aunque no ha sido posible capturarlos, debido al poco número de policiales”119. Así, desde el inicio de los despidos se resaltaba el aumento de los crímenes, asesinatos120 y la presencia de condenados en la cárcel, que por su materialidad y escaso personal, no entregaba garantía alguna121. En escaso lapso de tiempo las descripciones del puerto pujante, tranquilo y con loas al progreso, se había convertido en un pueblo que estaba invadido por “el desarrollo constante del bandalaje”122. Las primeras soluciones se tradujeron en que la intendencia aumentó la fuerza policial, con un aporte al presupuesto de $ 1.000, para financiar más policías que pusieran coto al “gran número de robos y salteos que tienen lugar”123. Paralelamente, se organizó con la “gente decente” y pudiente una Guardia de Seguridad, que había contribuido a aquietar los ánimos. No obstante, al ser perseguidos del puerto “los vagos y malhechores” huían a las faenas de Cachinal u otra que persistiese en el desierto. Por tanto, las oficinas que permanecían funcionando propusieron organizar partidas de hombres para “limpiar aquellos Eduardo Devés, Los que van a morir te saludan. Historia de una masacre, escuela Santa María de Iquique, 1907 (Santiago: Ed. Lom, 2002), 166. 119 Gregorio de Las Heras al Intendente. Caldera, 24 de noviembre de 1880. ANHIAT, vol. 536, s/f. 120 Ibid..., 10 de noviembre de 1880. ANHIAT, vol. 536, s/f. 121 Ibid..., 24 de noviembre de 1880. ANHIAT, vol. 536, s/f.; 122 C. García al Intendente. Caldera, 30 de julio de 1881. ANHIAT, vol. 458, s/f. 123 Manuel Recabarren al Intendente de Atacama. Santiago, 10 de septiembre de 1880. AHNIAT, vol. 561, s/f. 118

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lugares de facinerosos”, o capturarlos para la leva forzosa, bajo la justificación de que “la patria necesita soldados y esos vagos y malhechores podrían prestar buenos servicios al ejército”124. Desde el poblado, este aporte no representaba un cambio en la situación que vivían, calculando en $ 5.520 el monto que permitiera dotarlos de diez policías estables y algunos caballos. Esta nueva demanda monetaria se hizo a inicios de septiembre de 1881, con ocasión de la cercanía de las fiestas de celebración del 18 de septiembre, fecha en que los temores a la masa desbordada se acrecentaron. Los trabajadores en aquellas ocasiones abandonaban las faenas para dirigirse a los poblados principales a remolerla y endilgarse borracheras masivas, que hacían difícil la mantención del orden. Estas celebraciones en tiempos de bonanza no presentaban más peligro que la gresca o el conato de sublevación pasajera. El problema se suscitaba cuando se presentaba la mixtura de fiesta y problemas económicos como bajos sueldos y escasez de trabajo, que hacían de la fiesta el momento privilegiado para que en un contexto de crisis se provocara un levantamiento de proporciones125. Precisamente, estos eran los miedos que trasuntaba la petición de refuerzos que hacía el intendente Matta al Ministro del Interior, debido a que “la afluencia de trabajadores de las pampas, minas y ferrocarril que bajarán en los días del dieciocho de septiembre” era un peligro debido a que contaba con 7 policías mal rentados, y esperaba una afluencia de más de 4.000 trabajadores, lo que a su juicio convertía a Taltal en “una población vendida y entregada al saqueo”126. En diciembre de 1881, el gobierno central envió un comisionado para cerciorarse de las dimensiones del problema Gregorio De las Heras al Intendente. Caldera, 30 de noviembre de 1880. ANHIAT, vol. 536, s/f. 125 Ver Godoy Orellana, “Fiestas, carnaval y disciplinamiento...”. 126 Guillermo Matta al Ministro del Interior. Taltal, 1 de septiembre de 1881. ANHIAT, vol. 524, s/f. 124

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social existente y tomar las medidas respectivas frente a “las alarmas de su vecindario”127. Los resultados permiten verificar una práctica de las autoridades y elites regionales que se hará persistente en el fin del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX. Lo realizado por la autoridad regional y su representante contó con la anuencia del poder central y con el beneplácito de los sectores empresariales de Taltal. El escenario descrito por el representante del gobierno, en el periodo previo a la aplicación del impuesto, era similar al de las autoridades locales, con énfasis en el proceso de decadencia. Según el comisionado, la población estaba –como citaba en el capítulo anterior– “en real y justa zozobra”, con la presencia de 600 trabajadores impagos de las oficinas Germania, Unión y Severin, a los que se sumaban 200 a 300 operarios de otras faenas paralizadas y “un número de vagos” que estimaba en 200. Esta presencia de trabajadores despedidos, los calculó, entre 900 a 1.000 individuos “que amenazaban la tranquilidad y el hogar de los vecinos, el movimiento y el haber del comercio”128. Algunos meses después, la situación se intentó revertir mediante una ley destinada exclusivamente a esta zona, que fue promulgada el 14 de enero de 1882, en virtud de la cual el salitre exportado por Taltal y caletas dependientes que tuvieran este origen tendrían como garantía que pagarían hasta el 30 de junio de 1883 un 50% del gravamen, fijando el monto en 80 centavos por cada 100 kilos129. Al mediodía del 14 de enero, la comunidad recibió el aviso telegráfico de la reducción del impuesto, la población local inició una fiesta, considerándose “tener aseguradas las

Al intendente de Atacama. Caldera, enero 9 de 1882. ANHIAT, vol. 571, f. 1. Idem. 129 Bertrand, Memoria presentada acerca de la condición actual…, 93; Hernández, El salitre. Resumen histórico…, 117-118. 127

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bases de su porvenir con la magnífica concesión”130. La noticia se expandió por la región y fue recibida, según la prensa, “con un entusiasmo loco desde el primer momento” congregándose el vecindario en la plaza local para ver los actos de presentación de una parada y ejercicio de armas realizado por la quinta Compañía del batallón Miraflores. Sn duda, esta puesta en escena era parte de la celebración, pero también puede interpretarse como un ejercicio del poder y control del espacio público por las autoridades y una soterrada advertencia frente al desorden: “Allí fue calorosamente aplaudida dicha compañía, su capitán y oficiales. El pueblo estaba ansioso por manifestarles su satisfacción y en ese día les demostró bien claro el aprecio y respeto que sienten por ella. La ciudad fue embanderada, los cohetes quemados fueron muchos, las salvas de cañón muy atrayentes. El hotel Colon se vio totalmente lleno de caballeros, que celebraban con finos licores las noticias. Muchas señoritas presenciaron el ejercicio y se entusiasmaron con la alegría de los soldados cada vez que ejecutaban el calacuerda y sin el ataque al yatagán. La fiesta del martes fue muy general. Hubo un baile de máscaras por la noche en el teatro de la plaza.”131.

Causa atención que el periódico destacaba la felicidad de caballeros, señoritas, el baile de máscaras y los brindis con finos licores ¿los trabajadores compartían la alegría? Difícil saberlo. Después del primer impacto, la celebración se diluyó como un momentáneo solaz de la comunidad, debido a que la decadencia continuó, al igual que los problemas, durante el año 1882. ¿Cuáles fueron los pasos seguidos por autoridades, empresarios y comerciantes para el control de esta masa dispersa? La imagen construida a propósito de las fuentes existentes tiene una estructura interesante, en tanto, emerge como una nueva manera de enfrentar las crisis locales. Taltal de fiesta. El Mercurio, 30 de enero de 1882. El Progreso. La Serena, 18 de enero de 1882.

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Es destacable la insistencia en torno a la seguridad y la carencia de policías –pese al aumento antes indicado–para resguardar el orden y la cárcel. Con un clima social adverso y que empeoraba, la solución fue la intervención del ejército. Para el efecto, se trasladó desde Caldera el Batallón Cívico Atacama N° 3, con 50 soldados enganchados en Taltal, un grupo problemático para las autoridades, puesto que la mayor parte fueron enrolados entre los mismos operarios despedidos “y aun impagos o de vida dudosa”132, por tanto no entregaban confianza. Cuando esta unidad acantonada en Caldera fue disuelta133, tuvo que ser reemplazada por un destacamento del batallón Miraflores. La presencia de los trabajadores mantuvo el temor e intranquilidad entre los comerciantes y las familias pudientes, quienes financiaban en sus casas un servicio de serenos que contribuyera a evitar los diversos incendios o robos que se intentaron, “habiéndose efectuado de estos últimos algunos en lugares no apartados de la población”134. Para disminuir las tensiones y el peligro de saqueos, los comerciantes y empresarios locales reunieron mediante una colecta $ 900 para los obreros impagos de la oficina Germania. Estos fondos rápidamente se agotaron, y su demanda aumentó debido a que los despidos iban creciendo. La solución parcial fue posible mediante la intervención del Estado, para lo cual desde la capital provincial se solicitó al Presidente de la República permiso para disponer de dos mil pesos “en la conservación del orden en Taltal”135.

Al intendente de Atacama. Caldera, enero 9 de 1882. ANHIAT, vol. 571, fs. 2. Fabián Berríos, Desde Caldera hasta Tacna. Testimonios de Rafael segundo Torreblanca (Copiapó: Ed. Legatum, 2014), 143. 134 Al intendente de Atacama. Caldera, 9 enero de 1882. ANHIAT, vol.571, f. 4. 135 Arístides Martínez al Ministro del Interior. Copiapó, 12 de enero de 1882. ANHMININT, vol. 1035, s/f. 132 133

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En este sentido, la intervención del Estado para mitigar el impacto del problema era innovadora, puesto que décadas antes este hubiese sido un asunto privado y la autoridad se hubiera limitado al envío de policías. Es posible que este fuera el resultado de factores como la guerra y las nuevas disposiciones adoptadas para enfrentar –aunque en una mínima parte– los problemas sociales, práctica que se había acrecentado en el último cuarto del siglo XIX, donde el miedo que infundían los sectores populares a la elites fue una de las motivaciones para el cambio136. El representante del gobierno escribió al intendente informando que “al iniciarse este último reparto y estando los operarios reunidos, les manifesté que sería la última vez que se les socorriera”137, e inmediatamente estableció tres soluciones, más radicales, para terminar con la aglomeración de cesantes en la ciudad: 1° Trabajar en las faenas del ferrocarril que ofrecía 150 centavos diarios, solo para peones, desde las 5 de la mañana hasta las 7 de la tarde. 2° Aceptar el pasaje a Iquique que el Gobierno ofrecía gratis, donde “hallarían trabajo como ellos lo deseaban, con la garantía de que se atendería al cobro de sus letras en la forma que el señor Ministro del Interior aconsejaba”138. 3° Quedar sujetos a las medidas coercitivas “que las circunstancias creadas por unos cuantos mal intencionados de entre ellos aconsejaban”139. Sergio Grez Toso, De la “regeneración del pueblo” a la huelga general. Génesis y evolución histórica del movimiento popular en Chile (1810-1890) (Santiago: Ed. RIL, 2007), 770-771. 137 Al intendente de Atacama. Caldera, 9 enero de 1882. ANHIAT, vol.571, f. 2. 138 Ibid. ANHIAT, vol.571, f. 3. 139 Al intendente de Atacama. Caldera, 9 enero de 1882. ANHIAT, vol.571, f. 3. La cursiva es mía. 136

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Los trabajadores rechazaron inmediatamente la idea de trabajar en la construcción de la línea férrea, por considerarlo un trabajo mal remunerado, con 14 horas diarias, que no establecía diferencias en el pago a peones o trabajadores con especialidades (carpinteros, herreros, etc.). En su etapa de construcción y puesta en marcha las faenas del ferrocarril fueron motivo constante de reclamos por la falta de seguridad que denunciaban los obreros, negándose a trabajar “por cuanto la línea es defectuosa y el material rodante pésimo”140. La entrega de pasajes gratuitos y el traslado masivo de los cesantes funcionó con un importante número de trabajadores. Esta, fue una medida que en el futuro sería recurrente para descongestionar los puertos, con la intención de evitar las aglomeraciones de trabajadores descontentos y con ello, –como acontecería en la huelga de 1922– descomprimir la “atmósfera social” que esto generaba141. Inicialmente, se entregaron alrededor de 180 pasajes y se ocupó la capacidad del transporte Chile para trasladar más cesantes, actividad que persistió después del retiro del representante de la autoridad provincial, quien afirmó que “después de mi salida este número debe haber aumentado considerablemente con la falta de auxilios para vivir”142. Por lo demás, en 1883 continuaría la paralización de oficinas, como fue el caso de Catalina del Sur, desde donde los despedidos se fueron a Taltal en “gran número de trabajadores que han quedado sin tener que hacer a consecuencia de la paralización de la salitrera”143.

Ruperto Álvarez al intendente. Caldera, 28 de septiembre de 1882. ANHIAT, vol.573, f. 5. 141 Julio Pinto Vallejos, Desgarros y utopías en la pampa salitrera. La consolidación de la identidad obrera en los tiempos de la cuestión social (1880-1923) (Santiago: Ed. LOM, 2007), 185. 142 Al intendente de Atacama. Caldera, 9 enero de 1882. ANHIAT, vol.571, f. 5. 143 El Mercurio de Valparaíso. Valparaíso, 22 de junio de 1883. 140

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El delegado del intendente afirmó que, en primera instancia, “creí prudente no usar desde luego medidas represivas y circunscribirme a calmar la ansiedad de los vecinos hasta la llegada el destacamento Miraflores”144. Cuando esta unidad inició las patrullas y el control en la ciudad aparecieron las acusaciones de abusos, como el allanamiento de domicilios y captura indiscriminada, por autorización del subdelegado, de “toda aquella gente que no tenía patrón y era desconocida la condujera al cuartel hasta que reclamaran por ellos”, especialmente a los que calificaba como “flojos y mal entretenidos”145. La represión también se manifestó a través de reclutar forzosamente a “trabajadores conocidos y a niñitos de corta edad para llenar las bajas ocasionadas por la deserción de sus soldados”146, que se detuvieron cuando el administrador de la Taltal Railway Company se presentó ante las autoridades para solicitar la entrega de los operarios capturados. En definitiva, la medida provocó aún más molestias entre los trabajadores. Es notorio el hecho de que entre las autoridades estaba ya instalada la idea del trabajador-niño, que requiere de un patrón responsable que lo conduzca, una práctica que destacó Eduardo Devés con ocasión de los hechos en Santa María de Iquique, donde el discurso de los patrones veía en los trabajadores a “un grupo de niños a quienes el mal ejemplo arrastra fácilmente”147. De manera similar, en Taltal, uno de los argumentos para sustentar los reclamos fue la preocupación por miles de trabajadores que una vez despedidos, serían “expuestos a los excesos y al crimen”148.

Al intendente de Atacama. Caldera, 9 enero de 1882. ANHIAT, vol.571, f. 2. Nota del subdelegado de Taltal transcrita por el gobernador de Caldera G. de la Piedra al Intendente. Caldera, 10 de enero de 1882. ANHIAT, 571 s/f. 146 Nota del subdelegado de Taltal. Caldera, 1 de febrero de 1882. ANHIAT, vol. 563, s/f. 147 Devés, Los que van a morir te saludan…, 68. 148 Allendes, Un viaje en los vapores de la mala del Pacífico…, 24. 144 145

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Para el efecto, los encargados de aplicar las medidas represivas fueron los soldados del regimiento “Miraflores” a las órdenes del Mayor del ex regimiento Atacama, Ramón Soto Aguilar, que recorría todas las noches la población. El conjunto de acciones logró apaciguar los ánimos y –según el delegado– cesaron “las tentativas de incendios y robos que antes de mi llegada y dos o tres veces durante mi estadía tuvieron lugar”149. Las remesas de dinero para financiar el orden social, continuaron con la entrega al Subdelegado de la suma de $ 1.100 para alimentación diaria de los despedidos de la oficina Severin y $ 900 a Saint Marie y Lappé, dueños de las oficinas Germania y Unión para el mismo tema. La única exigencia que se hacía era que los trabajadores conservaran en su poder las letras de cambio con las cuales se les había cancelado el sueldo impago, aunque la medida no pudo aplicarse puesto que la mayoría de los trabajadores de las oficinas cerradas se habían visto en la obligación de vender “sus créditos o letras por un 60, 80 i hasta 90% de descuento, y sin este documento era difícil conocer si se auxiliaba a un trabajador o a un vago”150. En febrero de 1882, la autoridad local solicitaba el retiro de la compañía del regimiento Miraflores, porque la situación de indisciplina entre los soldados se había extendido por “los desórdenes cometidos y de los temores y mala voluntad que inspiran a este pueblo”, considerando superada la tensión y controlada la alarma producida “por los numerosos vagos y operarios impagos” reunidos en el puerto debido a “haber salido unos y encontrarse trabajando otros”151. Pareciera, que la medida más eficiente había sido la descompresión social que significó el traslado de cientos de trabajadores hacia Tarapacá, Al intendente de Atacama. Caldera, 9 enero de 1882. ANHIAT, vol.571, f. 4. Idem. 151 Nota del subdelegado de Taltal. Caldera, 1 de febrero de 1882. ANHIAT, vol. 563, s/f. 149

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región que tenía sus faenas en marcha y se había convertido en un polo de atracción laboral.

Conclusión El impacto de la crisis mundial de 1873, marcó la década de los setenta a nivel mundial, convirtiéndola en el contexto temporal de la más dura y severa recesión en la historia de Chile152, extendiéndose entre 1874 y 1879, para terminar con la Guerra del Pacífico. En este sentido, al enfrentarnos al problema regional de inicio de los ochenta, es posible verificar que no se trató de una crisis exógena, repercusión de una crisis mundial, sino provocada por una política errada que dejó como alternativa a los trabajadores poder marcharse a otros cantones, oportunidad que las crisis generales futuras limitarían. Esta dimensión la hizo citadina, con gran impacto en la opinión pública, en una década en que la palabra estaba a la mano, inclusive antes de la irrupción de la Gran Crisis decimonónica, cuando en el Norte Chico se manifestaban los primeros estertores de una larga decadencia. Así, la expresión formaba parte del vocabulario usual de la prensa, los discursos y las publicaciones del periodo. Por cierto también lo era para la elite que instrumentalizó su uso153. En este contexto es posible pensar la crisis como un concepto que refería o daba cuenta –como escribe Myriam Revault d´Allonnes– no solo de “una realidad objetiva” sino también de una experiencia de vida. En este sentido es una Ortega, Chile en ruta al capitalismo…, 409. Stéphane Boisard, “De l’usage de la «crise» dans les essais de vulgarisation d’histoire économique au Chili (1860-1960)”, en Amérique Latine Histoire et Mémoire. Les Cahiers ALHIM [En línea], 28 | 2014, Publicado el 05 diciembre 2014. URL: http://alhim.revues.org/5056. 152

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metáfora, que teniendo origen en el dominio de la medicina, se aplica a toda la experiencia moderna, en tanto ha devenido “en un concepto operativo”154. Esta dimensión es la que, aparentemente, abordaron los salitreros en la región. Conscientes que la palabra traía a colación un conjunto de fracturas sociales, hambrunas e inestabilidades –hablar de crisis era apelar a esta dura realidad– la usaron recurrentemente para graficar su situación y presentar una realidad terminal del incipiente progreso local. En este sentido, el impuesto sería la muerte de la floreciente explotación del nitrato y los efectos de esta postura, se maximizaron mediante la prensa local y regional. Como en otras ocasiones el populismo y paternalismo de empresarios y comerciantes se hizo palpable: preocupaba la situación de los cesantes y el futuro de la localidad. Obviamente, en el fondo de la retórica estaban los intereses económicos de los salitreros, quienes con el impuesto perdían rentabilidad en su esfuerzo por construir el país del que hablaba el citado diputado Puelma. Durante el periodo –antes o después del impuesto– en la dimensión laboral no hubo cambios. De hecho, la producción decimonónica se basó en el uso extensivo de la mano de obra, difundida en pequeñas unidades productivas –cuyo modelo también operó en algunos casos de la industrialización europea155– con una cobertura que incluyó el territorio entre Pisagua y Taltal. El sino del ciclo salitrero, como otros ciclos productivos en Latinoamérica, fue la crisis –devenida como terminal hacia 1914– y su exposición a los vaivenes de sobreproducción, estancamiento y desde 1884 el intento de regulación Myriam Revault, La crise sans fin. Essai sur l’expérience moderne du temps (Paris: Éd. du Seuil, 2012), 171. 155 En Francia a mediados del siglo XIX casi dos tercios de los trabajadores se desempeñaban en pequeñas industrias, cuyo modelo se impuso lentamente. De hecho, todavía en 1881 menos del 10% de los salarios provenían de las grandes industrias. Ver Claire Fredj, La france au XIXe siécle (Paris: Presses Universitaire de France, 2014), 81. 154

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de los precios mediante las “combinaciones” salitreras156. En el periodo estudiado la dependencia de los mercados externos impuso el ritmo de la producción y determinó la fluctuación en los requerimientos de mano de obra debido a la baja en la producción, interrupción del funcionamiento o el cierre de una oficina. Estadísticamente entre 1903 y 1910, hubo una variación anual del 25% de las oficinas en producción, una cifra que se acrecentó al 50% entre 1910 y 1915, al 70% después de 1921157 y finalmente la crisis de 1929 que arrasó con la industria y puso fin al ciclo salitrero, aunque algunas oficinas en Taltal persistieron hasta la década de los setenta. En este particular caso la respuesta de los empresarios fue la misma que tendrían en el futuro: el despido masivo, un ejercicio que será recurrente en la región durante la época salitrera. Posteriormente, se provocaba la aglomeración de los cesantes en el puerto que era el centro del cantón. Por cierto, se debe dimensionar esto en una ciudad pequeña como Taltal, en proceso de instalación y que no poseía más de 5.000 habitantes, que se vio copada por alrededor de 3.000 a 4.000 obreros deambulando, sin mayores perspectivas, debido a que no podían volver a la pampa y tampoco contaban con el dinero para marcharse. En este aspecto, es importante considerar las fases siguientes en el caso de Taltal: instalación del miedo a los cesantes, masa eventualmente peligrosa y algunos atentados contra la paz social. Todo en aras de justificar la intervención de la policía y el ejército para establecer el orden. Finalmente, en este modelo de respuesta –que predominaría a futuro– se consideró la participación del Estado. Sergio González Miranda, “Las combinaciones salitreras: el surgimiento del empresariado del nitrato en Chile (1884-1910)”, en Diálogo Andino 42 (Arica 2013): 41. 157 Gabriel Salazar, Movimientos sociales en Chile. trayectoria histórica y proyección política (Santiago: Ed. Uqbar, 2012), 271. 156

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No solo a nivel del envío de tropas del regimiento Atacama y Miraflores, sino que con aporte monetario para financiar la manutención de los cesantes, mientras se buscaba la solución. La que por cierto, también sentaba un precedente, y no fue otra que el financiamiento de los pasajes para abandonar la ciudad y descomprimir el espacio evitando un posible conflicto mayor. Esta fue una migración forzada por las circunstancias –migración punitiva como le llama Sergio González158–, debido a que cerrada la oficina cientos de trabajadores no tenían más opción que irse a otro lugar. Así, este episodio marcó un hito en lo que vendría a futuro en el mundo salitrero regional. La debacle para Taltal se manifestó desde 1882 en adelante, puesto que de las numerosas explotaciones que se habían iniciado solo quedaron las oficinas Santa Luisa y Guillermo Matta, controladas por alemanes; aparte de Lautaro y Santa Catalina, que permanecieron trabajando autónomamente un tiempo más hasta que fueron adquiridas por ingleses159. La mayoría de las inversiones quedaron detenidas por alrededor de diez años, cuando con un aumento del consumo160 y las mejores condiciones de transporte que ofrecía la empresa Taltal Railway Company, se reactivó la producción, quedando algunas salitreras en propiedad de empresas extranjeras que las compraron. De hecho, parte de la recuperación vendría con la The Taltal (Chile) Nitrate Company Limited, creada el 5 de noviembre de 1888 e inscrita en Londres, con un capital de £ 85.000, repartida en 17.000 acciones de £ 5 y que explotaría los yacimientos comprados por Georges Thompson, representante de la empresa, en un monto de £ 26.665 a Telésforo Andrada, Peregrina Barrios, Hortensia Moreno y Clara Moreno161. González Miranda, Hombres y mujeres de la Pampa…, 148. Darapsky, El departamento de Taltal:… 160 Hernández, El salitre. Resumen histórico…, 154. 161 Contrato de compra de The Taltal (Chile) Nitrate Company Limited, incorporated in 1888 dissolved before 1916. The National Archive (Kew, London), Board on Trade and Successor, Company N° 27261, BT 31/4212/27261. 158 159

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Paulatinamente, debido al conjunto de medidas y las alternativas que presentaron las nuevas explotaciones de plata, la situación comenzó a estabilizarse y se retomó el trabajo en la pampa, aunque no con el ímpetu que anteriormente había demostrado. Ciertamente, el impacto negativo del proceso, tanto en el número de habitantes, como en la economía fue importante. Algunos años después, Taltal pudo recuperar su movimiento portuario, dinamizando la economía regional hacia fines del siglo XIX y primeras décadas del siglo XX, periodo de su mayor esplendor. De hecho, un resumen de la situación fue entregado a fines de la década de los ochenta por la Nouvelle géographie universelle, en cuyas páginas se destacaba la realidad geopolítica del desierto de Atacama, y de Taltal en términos puntuales, resaltándose que este puerto se conectaba mediante un ferrocarril con Cachinal de La Sierra, en la base de la cordillera andina, habiendo “devenido en uno de los puertos activos de Chile, sobre todo para la exportación, al igual que Iquique y Antofagasta, completándose con un sector periférico de plantas metalúrgicas”162. Esta imagen fue refrendada en 1895 por el poeta y viajero francés André Bellesort, quien destacaba la fundición de minerales de Taltal “que humea en medio de las arenas” y el ferrocarril que comunicaba con el interior163. De hecho, ese mismo año Taltal superó en movimiento portuario a los vecinos de Caldera y Carrizal Bajo, realidad palpable en el pago de derechos de aduana que alcanzaron un monto de $ 3.544.556, de los cuales el 95,9% fue pagado en Taltal164. Élisée Reclus, Nouvelle géographie universelle. Amérique du Sud, les régions andines (Paris: Lib. Hachette, 1893), 778. 163 Este viajero dejó una vívida imagen de la vida cotidiana y la marcada condición desértica de Taltal: “sobre las alturas que la dominan se instalaron cisternas que reciben, por medio de largos tubos, agua de mar para ser desalada. Me acordaré largo tiempo de su plaza, su inmensa plaza vacía, rodeada de casas pintadas, de tenderetes rosados y verdes” André Bellessort, Joven América. Chile y Bolivia (Paris: Ed. Perrin et Cie, 1897), 18. 164 Román Espech, El jubileo de Atacama: estudio sobre la situación econ6mica de esta provincia a través de cincuenta años (Santiago: Ed. La Gaceta, 1897), 17. 162

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Finalmente, si bien es cierto que la situación enfrentada y los hechos desencadenados a propósito del impuesto no fueron terminales, estos si se configuraron como los prolegómenos de las futuras crisis –de mayor envergadura, alcance e intensidad– cuyos impactos se resumen en una carta de Daniel Oliva, viejo salitrero de Tarapacá y luego de Taltal, quien en febrero de 1883 comentaba al Intendente de Atacama los efectos de este episodio salitrero y la situación de abandono del puerto. Oliva, finalizaba diciendo que al recorrer la pampa taltalina: “causa verdaderamente tristeza ver en el desierto tantas salitreras de para y abandonadas […] y que hoy nada producen”165. Ciertamente, debido a las fluctuaciones episódicas de la producción salitrera en el periodo, alrededor de medio siglo después sus palabras volverían a tener profunda validez.

Daniel Oliva al Intendente de Atacama. Cachinal de La Sierra, 26 de febrero de 1883. ANHIAT 599, s/f. 165

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Plano de Taltal. 1877. Fuente: Colección Sala Medina, Biblioteca Nacional.

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La puerta del desierto. Estado y región en Atacama. Taltal, 1850-1900

Donde el cóndor de Los Andes apenas se posa tímido1. El puerto de Cobija y el litoral de Atacama en el informe del coronel Quintín Quevedo, julio de 1867

Atacama, representó por siglos en el imaginario de viajeros, cronistas y naturalistas una denominación evocadora de carencias, aridez y extremos climáticos. Quienes emprendieron la travesía del llamado “despoblado” enfrentaron condiciones adversas, que condujeron a la muerte a no pocos osados que erraron la ruta o intentaron la travesía, carentes de vituallas. En tanto, las características que presentaban sus 560 kilómetros de costa se limitaban a la ocupación del puerto de Cobija formada –según Frezier, quien recorrió la zona hacia 1712– por unas cincuenta “habitaciones de indios” fabricadas con cuero de lobos marinos, donde vivían expuestos al suelo estéril y limitado acceso al agua, un conjunto que, según el viajero, lo convertía en un puerto que “carece de todo”2. El antiguo Cobija, fue también descrito por Antonio Alcedo en su Diccionario geográfico, a fines del siglo XVIII y sus condiciones no habían variado en lo sustancial, manteniéndose como un poblado precario, habitado por pescadores Memorándum que eleva a Su Excelencia el Capitán General don Mariano Melgarejo el Coronel Quintín Quevedo. Lamar, Julio 3 de 1867, ANBS, Carpetas Legación de Bolivia en Chile s/f. 2 Amedée François Frezier, Relación del viaje por el mar del sur a las costas de Chile y el Perú durante los años de 1712, 1713 i 1714 (Santiago: Imp. Mejía, 1902), 142. 1

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de congrios que comerciaban con el interior y la sierra como productos salados o “charquecillos”3. Más específica fue la referencia a la realidad del puerto de Magdalena de Cobija, hecha en 1791 por Pedro Cañete y Domínguez, asesor de la intendencia de Potosí, quien analizó su emplazamiento, aportes y limitaciones, formándose al respecto un juicio categórico: “querer fomentar un sitio privado de todas estas conveniencias juntas, para habitación de hombres, es pretender o matarlo de miseria o pensionar perpetuamente al Rey para que costee la subsistencia. Luego, Cobija no es capaz de fomento, por todas las circunstancias expresadas”4. Esta percepción persistió hacia el inicio de la década del ´30, cuando Alcides d´Orbigny describió el poblado compuesto por algunas casas “de pobre apariencia”5. Contrariamente a tan negativos informes y percepciones, –desde su habilitación en 1825, por orden de Bolívar– el puerto de Cobija fue considerado primordial por los gobiernos bolivianos, concretándose tanto en las políticas de habilitación del puerto, como en las normativas de imposiciones fiscales tendientes a reforzar el comercio y la circulación hacia el interior del país. El hecho de establecer la capital del Departamento Litoral en este puerto debe ser interpretado como una muestra más de dicho interés6. No obstante, apelando nuevamente a Fernando Cajías, es posible insistir en la fragilidad de la posesión boliviana producto de los errores gubernamentales, la anarquía interna y factores naturales o humanos7. Este mismo autor señaló in Antonio Alcedo, Diccionario geográfico-histórico de las indias occidentales o América: es a saber de los reynos del Perú, Nueva España, Tierra firme, Chile y nuevo reyno de Granada (Madrid: Imprenta de Benito Cano, 1786) 597. 4 Pedro Vicente Cañete y Domínguez, Potosí colonial: guía histórica, geográfica, política, civil y legal del gobierno e intendencia de la provincia de Potosí, [1791] (La Paz: Imp. Artística, 1952), 270. 5 Alcides d´Orbigny, Viaje a la América meridional (Buenos Aires: Ed. Futuro, 1945), 945. 6 María Sanhueza y Hans Gundermann, “Estado, expansión capitalista y sujetos sociales en Atacama (1879-1928), en Estudios Atacameños 34 (San Pedro de Atacama 2007): 114. 7 Fernando Cajías de la Vega y Eduardo Cavieres, “La posesión de Atacama y la habilitación del puerto de Cobija, 1824-1845”, en Del altiplano al desierto. Cons3

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extenso en un estudio anterior los motivos que provocaron su pérdida –mediante la guerra y posterior ocupación militar–, entre los que consideró temas políticos, económicos y sociales8. En el periodo inicial del movimiento comercial de Lamar, su actividad principal giró en torno a las exportaciones de minerales bolivianos e importación de mercaderías procedentes del extranjero9. El puerto se vio particularmente beneficiado por la situación política internacional de Argentina, al resultar como alternativa para los comerciantes de Salta y Jujuy, quienes enfrentaban en 1826-1827 el bloqueo marítimo francés a Buenos Aires10. Este fortalecimiento de Cobija se vio interrumpido por el conflicto boliviano-peruano que se tradujo en el bloqueo de 1831 y destrucción en septiembre de 1835 a manos de las tropas peruanas bajo el mando de Santiago Salaverry, quien en el contexto de la guerra contra el gobierno de Santa Cruz desembarcó una fuerza invasora que arrasó con el puerto11. No obstante, después de este conflicto la relación con el noroeste argentino se consolidó al establecerse sucursales de las casas comerciales salteñas, cuya presencia persistió con intensidades diferentes hasta el inicio de la época de decadencia de Cobija a mediados del siglo XIX12. La importancia que el puerto había adquirido se acrecentó en 1836 con el impulso gubernamental de Santa Cruz, quien dictó un reglamento de comercio que, entre otras medidas, declaraba como depósitos los puertos de El Callao, Paita y trucción de espacios y gestación de un conflicto, (ed.) Eduardo Cavieres, (Valparaíso: Ed. De la Universidad Católica de Valparaíso, 2007), 83. 8 Fernando Cajías de la Vega, La provincia de Atacama, (1825-1842) (La Paz: Ed. Instituto Boliviano de Cultura, Ed. Fundación Bartolomé de Las Casas, 2002), 47. 9 Idem. 10 Viviana Conti, “Vinculaciones mercantiles entre el norte argentino y los puertos del pacífico a través de las importaciones (1825-1852)”, en Historias compartidas. Economía, sociedad y poder, siglos XVI-XX, (eds.) Margarita Guerra, et ál. (Lima: Ed. Pontificia Universidad Católica del Perú, 2007). 11 Juan Albarracín, Una visión esplendorosa de Bolivia. Las exploraciones de Alcides d´Orbigny en Bolivia (La Paz: Ediciones plural, 2002), 376. 12 Conti, “Vinculaciones mercantiles entre el norte argentino…”

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Arica, nominando a Cobija como puerto franco13 e impactó negativamente en el comercio chileno, al obligar a parte de los comerciantes ingleses instalados en Valparaíso a derivar allí sus embarcaciones. Este mismo año el observador belga Guillermo Bosh-Spencer resumió las características que presentaba el puerto, pareciéndole que pronto tendría un crecimiento rápido y significativo, que dañaría la comercialización que se hacía desde Tacna y Arica al mercado boliviano. El citado observador destacó que hubo un importante aumento de la población en poco tiempo, construyéndose casas, tiendas, “y todo apuntaba a una ciudad en crecimiento, pero pronto se hizo evidente que la naturaleza puso obstáculos insuperables para la prosperidad de este puerto nuevo”14, refiriéndose a la cordillera de Los Andes y al extenso desierto, verdaderos obstáculos geográficos que históricamente separaron a Cobija de las villas del interior.

Leopoldo Benavides, “La formación de Valparaíso como entrêpot de la costa pacífico, 1810-1850”, Recueils de la Societe Jean Bodin, T 34. (Bélgica: Société Jean Bodin, 1974), 177. 14 Guillermo Bosh-Spencer, Notice sur le commerce de la côte occidentale de L’Amérique du sud, et sur le commerce avec Manille. Enero de 1836 (Bruselas: Imp. de Vandoor en Fréres, 1836). 13

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Mayoritariamente, la historiografía resume una comunicación lenta, excesivamente difícil y muy onerosa. Caracterizado por su lejanía de los centros administrativos, debido a que cualquier comunicación implicaba una larga travesía que duraba alrededor de cuarenta días desde La Paz, más de cuarenta de Cochabamba y alrededor de treinta saliendo de Potosí. Según Atanasio Hernández –comisionado gubernamental en 1830 para recorrer desde La Paz al puerto– se enfrentaba una dificultosa última jornada que desde la pascana de Chacance al puerto de Cobija demandaba un camino de 25 leguas por una explanada yerma, carente de leñas, pastizales y agua15. Hacia 1853, el influyente The Illustrated London News incluía a Cobija, entre los puertos destacados en el sector meridional de Sudamérica, indicándolo como único entre Arica y Valparaíso16. De manera casi sincrónica, El Mercurio

Poblado de Cobija. Fuente: Hydrographic Office, 10 de agosto de 1837. National Archive (Kew, London). Acuarela de la costa en que se emplaza el poblado de Cobija, realizada por marinos de la Royal Navy. A. Hernández, “Diario de un viaje practicado por el ciudadano Atanasio Hernándezdesde la ciudad de La Paz hasta el puerto de Lamar…” [1830], (La Paz: Imp. Universo,1975), 385. 16 The Illustrated London News. Londres, 13 de agosto de 1853, p. 116. 15

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de Valparaíso refería la competencia que para Cobija, como puerto exento de impuestos, significaría Caldera y su recién inaugurado ferrocarril a Copiapó, que permitiría conducir las mercaderías destinadas a Salta y Jujuy en este moderno medio para continuar después por los pasos cordilleranos, evitando con ello el esfuerzo que significaba el desierto que, según el cronista, obligaba “Como las caravanas de la Arabia a llevar competente provisión de víveres para sí, y alimento necesario para sus cabalgaduras[…]. La república Argentina, irá a buscar por Copiapó su vía natural por el ahorro que esta vía le proporciona en grandes costos de conducción y acarreo por los arenales de Cobija”17.

La persistencia de los problemas anteriormente discutidos fue corroborada en 1861 por el político y diplomático boliviano Mariano Reyes Cardona en un informe dirigido al presidente de la república dando cuenta de la adversidad geográfica para las comunicaciones, haciendo hincapié en que “el desierto que nos separa de Cobija me ha arrancado otra vez un grito de desesperación. Lo he creído, sino el origen de nuestras desgracias, la causa más eficiente de ellas. […] Un desierto de 200 leguas será siempre un desierto, aun cuando este sembrado de estrellas”18. Desde el establecimiento del puerto de Lamar el tema de la conectividad con el Estado central fue altamente gravitante, proponiéndose una serie de soluciones a la escasa comunicación que se inició con el uso de carretas hacia mediados de 1840 y dos décadas después el gobierno boliviano propuso la construcción de un camino que uniera a Cobija con el altiplano, contexto en que se proyectó la utilización de los denominados “caballos de vapor”19, idea que acabó en su enunciación.

El Mercurio de Valparaíso. Valparaíso, 26 de diciembre de 1851. Mariano Reyes, Exposición dirigida al señor presidente de la República (Sucre: Imp. de Beeche, 1861), 7. 19 Idem. 17 18

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El camino en 1862, era una ruta caravanera que por siglos había unido ambos puntos y que destacó el mapa topográfico del altiplano boliviano publicado en Londres por Hugo Reck –levantado para complementar los estudios de un ferrocarril del altiplano al Océano Pacífico– donde detalla los caminos y senderos que comunicaban los poblados altiplánicos incluyéndose entre ellos la ruta Sucre – Potosí a Cobija20. Después de este año las propuestas de caminos entre ambos puntos continuaron con Juan Ramón Muñoz Cabrera, en 1863, persistiendo al inicio de la década del setenta con el proyecto del comerciante Juan José Aguirrezabala –quien en 1871 decía llevar 26 años insistiendo en el tema– para unir Cobija con Alto Tames21. El camino permitiría conducir a Calama o Caracoles, comisionando para el efecto al ingeniero Federico Stuven, quien lo trazó desde la costa a la altura de Tames con una gradiente del 3%. La importancia del tema hizo que Quintín Quevedo en 1867 insistiera en la necesidad de construirlo, comprendiendo que sin éste se ponía en peligro la posesión del litoral. A más abundar, un claro referente de las distancias y esfuerzos que demandaban las comunicaciones con el interior está dado por el informe que presentó el Cónsul Ladislao Cabrera al Foreign Office en Londres, comunicando las vicisitudes del nuevo servicio postal semanal de 1864. Requería más de cuarenta días de viaje desde Cobija a Cochabamba, transportando el correo en mulas alrededor de 216 kilómetros hasta Calama y caminar desde allí 150 kilómetros, mediante un sistema de Chasquis o postas, para llegar a Potosí y continuar a pie los restantes 560 kilómetros hasta la capital Cochabamba22. Hugo Reck, Mapa topográfico de la altiplanicie central de Bolivia: trabajado en 1862 para el proyecto de canalización y ferrocarril a la costa del Océano Pacífico (London: Litografía James Wyld, 1862). 21 José González, “La conquista de una frontera. Mentalidades y tecnologías en las vías de comunicación en el desierto de Atacama”, en Revista Norte Grande 40 (Santiago 2008): 28. 22 Manuel Fernández, Arica 1868: un tsunami y un terremoto (Santiago: Ed. DIBAM – Universidad de Tarapacá, 2007), 99. 20

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Camino de Potosí a Cobija. Trazado en base a Hugo Reck, Mapa topográfico de la altiplanicie central de Bolivia (London: Litografía James Wyld, 1862).

El autor del Memorándum Quintín Quevedo Ferrari y García, había nacido en Caminiaga, en las cercanías de Córdoba en octubre de 1823, hasta donde se había trasladado su padre huyendo de las tropas españolas, para retornar a Bolivia después del triunfo de Ayacucho, en diciembre de 1824. Su infancia la vivió entre La Paz y Cochabamba, trasladándose a Chile a los 13 años para estudiar en el Instituto Nacional de Santiago. Regresó en 1841 a Bolivia e ingresó al ejército un año después como teniente segundo23. Desde este momento Quevedo tuvo una importante participación en la escena intelectual y política de su país y, como escribió un contemporáneo en 1875, fue “parte activa en Juan Francisco Velarde, Rasgos biográficos del coronel Quintín Quevedo: enviado extraordinario y ministro plenipotenciario de Bolivia en el Brasil y Repúblicas del Plata (Buenos Aires: Imprenta de Mayo, 1868), 6. 23

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todas las revueltas intestinas de Bolivia”24, hasta que le cupo una importante actuación en el gobierno del general Mariano Melgarejo (1864-1871), donde participó en diversas comisiones de gran magnitud en la política internacional boliviana, en un momento en que los problemas fronterizos de su país no se resumían en los asuntos de límites con Chile. En virtud de su cercanía con el presidente Mariano Melgarejo fue nombrado prefecto del Distrito del Litoral, con emplazamiento en Cobija, en mayo de 1866, abandonando el puerto el 7 de julio de 1867, cuatro días después de terminado su memorándum. En esa ocasión embarcó con dirección a la corte de Río de Janeiro, vía Panamá, como representante diplomático y ministro plenipotenciario de Bolivia en Brasil y las Repúblicas del Plata25, previo paso a Lima, donde recibió nuevas órdenes para dirigirse a México a congratular al triunfante Benito Juárez e interceder por la vida de Maximiliano,

Fondeadero y pueblo de Cobija. Fuente: Hydrographic Department; Coastal and Riverine Views, South América West Coast (Fitz Roy, HMS Beagle, C. 1836). National Archive (Kew, London). José Cortés, Diccionario biográfico americano. Este volumen contiene los nombres, con los datos biográficos i enumeración de las obras de todas las personas que se han ilustrado en las letras, las armas, las ciencias, las artes, en el continente americano (París: Tipografía Lahure, 1875). 25 Velarde, Rasgos biográficos del coronel Quintín Quevedo:…, 33. 24

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quien paradójicamente había sido fusilado un mes antes, el 19 de junio en Querétaro26. Es posible inferir su participación en las discusiones acerca de la cuestión del Acre que enfrentaba al imperio de Brasil y la república de Bolivia dado que, como antes indicaba, fue enviado a la corte brasileña, razón por la que cabe suponer su presencia en las negociaciones finales del tratado del 27 de marzo de 186727, que se efectuaron en septiembre de ese año estableciendo la soberanía formal de Bolivia entre la confluencia del Mamoré y el Beni, cediéndola sobre el río Madera, una región ampliamente conocida por Quevedo puesto que había vivido allí hasta 1861 un periodo de destierro político, publicando varios opúsculos que destacaban la importancia de la región28. Más tarde, en el contexto de los problemas limítrofes con Argentina participó como representante de su país en el tratado de 1868, que aseguró la permanencia de Tarija bajo jurisdicción boliviana. Un año después estaba enfrascado en las discusiones acerca de la cuestión del Chaco y le correspondió firmar el protocolo de 1869 que dejaba el asunto pendiente29. Su regreso al Distrito del Litoral no se produjo hasta agosto de 1872, cuando irrumpió en Antofagasta en un infructuoso intento militar de controlar la región para deponer al general Agustín Morales, presidente de Bolivia. La toma del puerto de Antofagasta y las acciones posteriores provocaron un affaire diplomático que implicó una acusación al eventual apoyo chileno en su fallido intento30. Velarde, Rasgos biográficos del coronel Quintín Quevedo:…, 49. Ver Tratado de amistad, límites, navegación, comercio y extradición, celebrado entre la República de Bolivia y el Imperio del Brasil en 1867 (La Paz Imp. Paceña, 1867). 28 Quintín Quevedo, El madera y sus cabeceras (Belén del Pará: Tipografía de Santos Yrmaós, 1861); Pequeño bosquejo de la provincia de Mojos en el departamento del Beni (La Paz: Imprenta Paceña). 29 Pilar García, Estado, región y poder local en América Latina, siglos XIX-XX (Barcelona: Universitat de Barcelona, 2007), 161. 30 Sergio Villalobos, Chile y Perú la historia que nos une y nos separa, 1535-1883 26 27

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Vista de Cobija en 1886. André Bresson.

Cobija y el litoral en el texto de Quevedo El informe constituye el ejercicio final que hacían los prefectos y gobernadores de la época al término de su mandato, en una suerte de memoria de los hechos acontecidos en el periodo, incluyendo los avances y problemas que identificaban. Entonces, ¿Cuál es el diagnóstico que realiza Quintín Quevedo? Para los intereses bolivianos en el litoral este fue poco halagüeño, dado que el resumen de su permanencia entre mayo de 1866 y julio de 1867 a cargo del Departamento Litoral devela una precariedad profunda en temas de administración y presencia del Estado boliviano en la zona bajo su jurisdicción. Un aspecto que destaca el texto –como antes discutía– era la carencia de caminos de calidad para una fluida comunicación con el interior, una realidad que desbordaba la región estudiada y constituía un problema nacional. En efecto, el “camino (Santiago: Edit. Universitaria, 2002), 100; H. Pereira, Trabajos sobre la Guerra del Pacífico y otros estudios de historia e historiografía peruana (Lima: Ed. Instituto Riva-Agüero, 2010), 43.

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W. Mooney. Cobija Flag-staff. Hydrographic office, 10 de agosto de 1837. National Archive (Kew, London). Acuarela del poblado de Cobija, realizada por marinos de la Royal Navy. Nótese la bandera del Estado Sud-peruano (1836-1839).

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Detalle de la bandera del Estado Sud-peruano. Estaba compuesta por un sol y cuatro estrellas circundantes, se plantea que el Estado Sud-peruano agregó una quinta estrella en representación del Departamento del Litoral.

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de postas” que unía Cobija con Potosí, estaba al mismo nivel que los caminos centrales de la red vial que Bolivia tenía en la época. Este “camino de postas” no era diferente al que unía Potosí con Sucre, ni La Paz con Oruro, o a éste con Potosí. Por lo tanto, respondió al estado general del país, que en este caso se vio acrecentado, probablemente, por las características del desierto y el flujo que se producía hacia la costa. A más abundar, es dable afirmar que la realidad caminera boliviana no difería en lo sustancial de otras naciones de Latinoamérica que intentaban configurar sus Estados nacionales decimonónicos, especialmente en zonas periféricas a Estados centralizados de lenta construcción, donde existían intereses regionales y/o la presencia estatal era escasa, V. Gr. Loreto, en Perú; el Norte Chico en Chile; o, Salta en Argentina31. En este aspecto, el siglo XIX fue escenario temporal de los intentos de integración territorial de regiones marginales que estaban expuestas a la disputa entre dos o más Estados, generando zonas de conflicto tales como el desierto de Atacama, Patagonia o Amazonía32. En estos casos estos problemas de construcción del Estado nacional decimonónico se asocian a las carencias de recursos humanos, políticos y materiales de unos Estados ineficientes en sus márgenes33. Dicho en palabras de Garavaglia Frederica Barclay, El Estado federal de Loreto, 1896. Centralismo, descentralización y federalismo en el Perú a fines del siglo XIX (Lima: Ed. Centro Bartolomé de Las Casas – Instituto Francés de Estudios Andinos, 2010); Luis Ortega, Chile en ruta al capitalismo. Cambio, euforia y depresión 1850-1880 (Santiago: ed. Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, 2005); María Fernanda Justiniano, Entramados del poder. Salta y la nación en el siglo XIX (Buenos Aires: Ed. Universidad Nacional de Quilmes, 2010). 32 María C. Sanhueza y Hans Gundermann, “Estado, expansión capitalista y sujetos sociales en Atacama (1879-1928)”, en Estudios Atacameños 34 (San Pedro de Atacama 2007): 113-136; Ernesto Bohoslavsky, El complot patagónico. Nación, conspiracionismo y violencia en el sur de Argentina y Chile (siglos XIX y XX) (Buenos Aires: Ed. Prometeo, 2009); Cristian Garay, “El Acre y los “asuntos del pacífico”: Bolivia, Brasil, Chile y Estados Unidos, 1898-1909”, en Historia 41/2 (Santiago 2008): 341369; Natàlia Esvertit, La incipiente provincia. Amazonía y Estado ecuatoriano en el siglo XIX (Quito: Ed. Universidad Andina Simón Bolívar, Corporación Editora Nacional, 2008). 33 Ernesto Bohoslavsky y Milton Godoy Orellana, Construcción estatal, orden oligárquico y respuestas sociales. Argentina y Chile, 1840-1930 (Buenos Aires: Ed. Prometeo, 2010), 31. 31

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se carecía en estas regiones de “un entramado de relaciones sociales de dominación”34 que caracteriza al Estado moderno en Latinoamérica. Como muchas regiones Latinoamericanas, Atacama durante el siglo XIX profundizó su inserción en el sistema capitalista periférico –una realidad que ya se había verificado en el llamado Norte Chico chileno35– de la mano del ciclo del guano y cupro-argentifero, donde los yacimientos de guano en la costa y los minerales de cobre en la cordillera de la costa y de plata como Caracoles, descubierto en 1870; y Cachinal de La Sierra, en 1880, fueron el aliciente para el traslado de trabajadores a estas explotaciones mineras, en una región que desde inicios del siglo XIX estuvo ligada a la minería y el arrieraje intensificado con estas explotaciones, con activos circuitos36. De hecho, este móvil económico fue el principal motivo para que la región de Atacama boliviana recibiera la presión de la presencia chilena, la que a todas luces se percibía como amenazante para los intereses bolivianos, los que aun considerando la creación del Distrito Litoral, en enero de 1867, carecía de las principales agencias del Estado y sus representantes. A la sazón, Cobija era el único poblado costero con un importante índice numérico de población, que en 1867 alcanzaba en todo el departamento del Litoral a no más de 15.000 habitantes. A escasos años de la fundación del puerto de Lamar la población estaba compuesta por 483 habitantes, de los cuales un 21,3% eran chilenos, situación que en el Distrito Litoral boliviano tendió a acrecentarse a mediados de siglo, cuando un informe del cónsul chileno de 1858 establecía que la mayoría Juan Carlos Garavaglia, Construir el Estado, inventar la nación (Buenos Aires: Ed. Prometeo, 2007), 229. 35 Godoy Orellana, “Fiestas, carnaval y disciplinamiento...”. 36 Hans Gundermann, “Los atacameños del siglo XIX, una antropología histórica regional”, Documento de trabajo N° 51, (San Pedro de Atacama: Comisión Verdad y Nuevo Trato, 2002), 7. 34

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de la población provenía de su país, en tanto “casi todos los obreros empleados allí han sido llevados de esa república”37. En las décadas posteriores la presencia chilena aumentó de manera notable en el litoral boliviano, especialmente en Antofagasta donde la población proveniente de Chile alcanzó en 1875 el 84%38. El análisis de Quevedo en líneas posteriores es aún más categórico en tanto realiza una severa crítica acerca de la realidad costera, fruto de la experiencia de haber sido la principal autoridad administrativa de la región. Alejada de las confrontaciones políticas del centro, Cobija era para el autor la tierra de la especulación industrial que se formó de “modo artificial y por la sola voluntad de los hombres”, sustentada en los beneficios que le procuraba el comercio interior del sur de la república, estimulado por las franquicias aduaneras y los descubrimientos de yacimientos de cobre y guano, que en conjunto entregaban existencia al poblado. Hacia 1867, Cobija a juicio de su máxima autoridad política: “ha vegetado siempre muy distante de vincularse con la nación, sin embargo de diversas disposiciones protectoras que han llamado la población con exenciones y recompensas. Si los descubrimientos no se hubieran verificado, Cobija en un triste y estéril raquitismo, apenas había subsistido como aislada caleta de desembarque para el interior. Así, el único puerto boliviano nunca habría pasado de una agonizante vitalidad, difícil y pesada para los mercados mismos que sirve”39.

Julio Pinto, “Reclutamiento laboral y nacionalidad: el problema de la provisión de la mano de obra en la industria salitrera (1850-1879)”, en ¿Faltan o sobran brazos? Migraciones internas y fronterizas, 1850-1930, (ed.), Carmen Norambuena, (Santiago: Ed. Universidad de Santiago, 1997), 227. 38 Matías Rojas, El Desierto de Atacama y el territorio reivindicado: colección de artículos políticos-industriales publicados en la prensa de Antofagasta en 1876 a 82 (Antofagasta: Imprenta de El Industrial, 1883), 363. 39 Quevedo, Memorandum..., s/f. En adelante todas las citas han sido tomadas del mismo documento y no se indica su número de foja debido a que el documento original carece de ellos. 37

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Más preocupante para los intereses bolivianos fue que el Memorándum establecía con claridad el nivel de injerencia e impacto que tenían los capitales y trabajadores chilenos en la localidad, que sumado a la lejanía de los centros administrativos más importantes de Bolivia le asignaba cierta autonomía e independencia, exponiéndola –a ojos de Quevedo- a la influencia del país del sur. Para él, la región se veía empapada “no solo de las costumbres de Chile, que le suministra su gente, sino en las preocupaciones y las influencias de ese país”, asunto que aparte de provocarle problemas de gobernabilidad le hacían temer por el porvenir con respecto a los límites “tan susceptibles y falsos”. Obviamente, Quevedo aludía a la inestabilidad que éstos presentaban desde 1842, cuando Chile determinó unilateralmente la frontera en el paralelo 23° L.S. y se fijó finalmente, en 1866, en el 24°, considerando la distribución equitativa de las utilidades de aduana en una zona compartida, iniciada en el paralelo 23°, aproximadamente a 60 kilómetros al sur de Cobija, hasta el paralelo 25° L.S. Así, en el contexto de la crisis de los setenta el avance de chilenos hacia el norte se hizo más intenso, materializándose en inversiones en las regiones salitreras de Antofagasta y Tarapacá40. Esta arremetida chilena desde el sur del territorio boliviano de Atacama era tanto más peligrosa en cuanto, hasta la primera mitad del siglo XIX, Atacama fue para Bolivia un territorio marcado por la imposibilidad efectiva de posesión y control sobre la escasa población residente. Ésto hacía que en cierta medida se considerara un espacio perdido. Como afirmaron Eduardo Cavieres y Fernando Cajías, Atacama boliviana fue en esa época –como citaba con antelación– “un territorio conocido, pero no descubierto; un espacio perdido, sin valor económico, una carga más que un espacio favorable Luis Ortega, Los empresarios, la política y los orígenes de la Guerra del Pacífico (Santiago: Ed. FLACSO, 1984), 315. 40

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para visualizar un futuro; en resumen un territorio posesionado, pero no apreciado”41. No obstante, la preocupación por estos temas estaba instalada en la discusión política boliviana desde la década de los cuarenta, cuando empresarios mineros, habilitadores y trabajadores chilenos iniciarán un proceso de expansión hacia el norte, ampliando su radio de acción desde Copiapó, considerado en la época, según Benjamín Vicuña Mackenna, el “último asiento septentrional de la civilización chilena”42. Así desde mediados del siglo, este espacio geográfico comenzó a ser intensamente surcado por expediciones con móviles económicos, políticos y científicos, traslapándose unos y otros, en intereses que buscaban tanto reconocer el territorio como describir sus riquezas minerales. Como en otras regiones, irrumpen los “ojos estatales”43 que buscaban taxonomizar la realidad circundante, plasmándola en mapas y publicaciones divulgativas que fungían como verdaderos –en el decir de Anderson– “instrumentos de colonización” impresa. La necesidad del mapa en la configuración espacial de los Estados nacionales en construcción, fue indubitable en el escenario decimonónico. Chile había comisionado a Claudio Gay para que cumpliera esa tarea, entregando su obra en 1836, la que fue publicada masivamente en el Atlas de la Historia física y política de Chile44. Bolivia en este tema no estuvo a la saga, pues el Estado comisionó al Teniente Coronel Juan Ondarza, el Eduardo Cavieres y Fernando Cajías, “El gran quiebre: la Guerra del Pacífico. Sus contextos y sus efectos”, en Chile-Bolivia, Bolivia-Chile: 1820-1930. Desarrollos políticos, económicos y culturales (Valparaíso: Ed. Universidad Católica de Valparaíso y Universidad Mayor de San Andrés, 2008), 130. 42 Benjamín Vicuña Mackenna, El libro de la plata [1882] (Buenos Aires: Ed. Francisco de Aguirre, 1978), 209. 43 Milton Godoy Orellana, “Tras la huella minera del Chile decimonónico: Francisco Marcial Aracena y su periplo por las tierras del cobre y el carbón, 1878-1883”, en estudio preliminar del libro La industria del cobre en las provincias de Atacama y Coquimbo (Santiago: DIBAM, 2011), XII. 44 Claudio Gay, Atlas de la Historia física y política de Chile [1854] (Santiago: Ed. DIBAM, 2010). 41

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Comandante Juan Mariano Mujía y el Mayor Lucio Camacho para que entre 1842 y 1859 levantaran y organizaran el Mapa de la República de Bolivia45, que mostraba una compleja red de vías fluvio-terrestres muy antiguas y fue distribuido en todas las escuelas de la república46. Hacia el norte, el Perú había realizado una tarea similar, publicando en 1865 el Mapa mineralógico del Perú47, realizado por Mateo Paz Soldán, quien además bosquejó la primera “Geografía Nacional”48. Analizando los hechos en esta perspectiva, resultan comprensibles las dudas y aprehensiones de la diplomacia boliviana al preguntarse desde su óptica el viaje del prestigioso científico Rodolfo Amando Philippi, quien comisionado por el gobierno chileno recorrió en el verano de 1853-1854 el desierto de Atacama y penetró en territorio Boliviano, causando la consecuente preocupación de los representantes diplomáticos de este gobierno en Santiago, como en el país mismo y, puntualmente, en Cobija. Al respecto el representante de Bolivia en Chile escribió al ministro de relaciones exteriores comentando que: “Es difícil conocer el verdadero objeto del Gobierno Chileno para la mencionada exploración, pues por los documentos sometidos al dominio de la publicidad, solo aparece un designio científico. Empero, si los antecedentes pueden fijar un punto departida para calcular sobre el que se haya tenido en mira, no aparecen exagerados los recelos de la Prefectura de Cobija. Y esto es tanto más atendible, si se recuerda que el Señor Tamayo, Prefecto del Distrito Litoral, estuvo en contacto con los individuos de la comisión exploradora, en San Pedro de Atacama, circunstancia Mapa de la República de Bolivia. Levantado y organizado en los años de 1842 a 1859 por el teniente coronel Juan Ondarza, el Comandante Juan mariano Mujía y el mayor Lucio Camacho. Grabado, impreso y publicado por I. H. Colton, Nueva York, 1859. 46 Sonia Avilés, “Caminos antiguos del Nuevo Mundo Bolivia - Sudamérica, Siglos XIV - XVII, a través de fuentes arqueológicas y etnohistóricas”. (Tesi di dottorato, Università di Bologna, Bolonia, 2010), 321. 47 Mariano Paz Soldán, Geografía del Perú. Grabado por Delamare, (Paris: Imprenta Janson, 1865). 48 Carlos Contreras y Marcos Cueto, Historia del Perú Contemporáneo (Lima: Ed. Instituto de Estudios Peruanos, 1999), 99. 45

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que le ofreció la oportunidad de penetrar su verdadero objeto, o de procurarse al menos los datos necesarios para calcularlo49.

Es importante insistir en la preocupación boliviana acerca del “verdadero objeto”, en el decir del diplomático, que movía al gobierno chileno al enviar a Philippi en una expedición, que rebasaba la frontera establecida a la fecha de su viaje50. Como escribió Benedict Anderson, mediante la triangulación, la guerra o el tratado “avanzó la alineación del mapa y el poder”51. A los planteamientos anteriores habrá que agregar que la exploración de tierras ignotas era el antecedente necesario para iniciar los procesos de demanda e incorporación territorial. Este tema se percibe en un documento elaborado en 1856 por Gabriel René Moreno acerca de la provincia de Atacama donde respondió a las indicaciones presentadas por el diputado territorial de esa región, estableciendo algunos puntos que rebatían a esta autoridad y que permiten comprender la situación a mediados de siglo. En la época persiste la acusación de que Cobija era la puerta del comercio clandestino de oro y plata, situación que aunque negada, permite visualizar la falta de control sobre el espacio, máxime si se carecía de una fuerza de policía que controlara el contrabando y las revueltas de los mineros, pareciéndole imposible poder cubrir las 200 leguas existentes entre Tocopilla y Antofagasta, con una tropa de 15 hombres como la que se proponía. Moreno, reconocía la carencia de trabajadores bolivianos, teniendo que contratar peones extranjeros, a su juicio “casi enteramente compuesto por gente

Al Señor Ministro de Relaciones Exteriores de la República de Bolivia, Legación de Bolivia en Chile. Santiago, 12 de Julio de 1854. ANBS. s/f, carpetas legación boliviana en Chile. La cursiva es mía. 50 Jordana Dym, “Mapeando patrias chicas y patrias grandes: cartografía e historia iberoamericana, siglos XVIII-XX”, en Araucaria 24 (Sevilla 2010): 100. 51 Benedict Anderson, Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo (México: Ed. del Fondo de Cultura, 2007), 242. 49

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chilena”52, a quienes se consideraba aptos para el trabajo, a excepción de cuando se emborrachaban haciéndose temibles. Para lograr este objetivo en Cobija y neutralizar las influencias de Chile, Quevedo proyectó, primero la colonización mediante el envío de soldados con sus familias por periodos anuales, gratificándoles posteriormente para que se establecieran en el lugar. Segundo, propone la contrata de trabajadores bolivianos en Iquique y Tacna, donde frecuentemente acudían en búsqueda de trabajo, huyendo del servicio militar forzado, el que definitivamente se debía prohibir en el litoral para aumentar el interés en dirigirse a ese punto. Tercero, se debía ciudadanizar a los extranjeros, solo previa inscripción en el registro civil y sin condición alguna, estableciendo además que los nacionalizados recibirán la donación gratuita de terrenos para establecerse en la población y un terreno de labor en el Loa. El complemento de la nacionalización del litoral que la autoridad visualizaba era la descentralización de la justicia civil y penal, permitiendo aumentar la toma de decisiones en Cobija, disminuyendo la dependencia que se tenía de la Corte de Potosí, agilizando los juicios que se entorpecían y extendían debido a la topografía del país, lo despoblado del territorio y los altos costos de las vías de comunicación. En este contexto, incumplimientos tales como la irregularidad en el pago de los sueldos de funcionarios del Estado acrecentaba los problemas económicos debido a las condiciones de escasez y carestía de víveres, donde hasta el agua se debía comprar. Al dejar su cargo, Quevedo dejó entrever los problemas administrativos de quienes fungían como representantes del poder central en la región y que –a su juicio– carecían de autonomía en la toma de decisiones, las que debían supeditarse Gabriel Moreno, “Informe sobre las minas de Atacama. Lamar, 20 de julio de 1586”, en Historia (La Paz: Ed. Chuquimia, 1997), 546. 52

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a la espera de las instrucciones del interior. Para revertir esta situación Quevedo proponía que los prefectos de este lugar debían contar con una corporación asesora que funcionara como organismo colegiado y ampliara sus facultades para tomar decisiones. En términos de infraestructura, la necesidad de una carretera a Potosí era imperiosa, porque “poner a Cobija en comunicación con el interior, es habilitar los capitales del sur de Bolivia ante el contacto del mundo y asegurar para toda la república la presencia mercantil”. Similar preocupación le demandó la carencia de custodia en el litoral, solicitando un “vaporcito pequeño” que hiciera el servicio de guarda costa, la necesidad de establecer un periódico, una escuela mercantil que solo se podía lograr en el extranjero. En síntesis, el informe elevado por Quevedo es eminentemente crítico, aunque en un apéndice final indica los avances del poblado, centrando su mirada en las carencias políticas y militares del Estado boliviano. Es más, un análisis crítico de sus aportes en el corto periodo de tiempo que fungió como autoridad regional permite argüir las carencias que el autor del memorándum destaca. Su primer paso fue equilibrar la situación financiera, que estaba en “un lamentable atraso y con más de Cien mil pesos de pasivo”. En términos de obras públicas orientó sus esfuerzos a la obra de un pozo artesiano que implicó un gasto de más de doce mil pesos y que financió con acciones, del vecindario de Cobija que se beneficiaría con más de mil galones de agua útil y potable; refaccionó el cuartel local y el muelle; amobló la prefectura, reparó el alumbrado público aumentando seis faroles sobre los que antes existían, vistió con un uniforme de parada y dos de cuartel a la guarnición del Departamento; compró un bote para la capitanía de puerto por un valor de ciento veinte pesos; levantó el mausoleo del Coronel Vicente

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Urdininea en el Panteón de Cobija; allanó dos calles públicas antes obstruidas; construyó una escuela de niñas; contrató los trabajos de la “casa pretorial” y el patio de la aduana nacional. Mientras que en Mejillones trazó el sitio de la nueva población, rematando terrenos por un valor de más de seis mil pesos y reservando las mejores localidades para la plaza, el culto y los edificios fiscales; y, finalmente, logró en 1866 réditos por más de 420.000 pesos, gracias al contrato de guanos con Pedro López Gama y el Barón Arnous de Riviére.

Los alcances del Memorándum En primer lugar, el documento transcrito es de alta importancia debido al escaso conocimiento que existe en la actualidad acerca del periodo de gobierno boliviano en Atacama, hecho que a juicio de algunos autores ha conducido a pensar “desterritorializadamente lo atacameño en favor de lo Chileno”53. Precisamente, el documento en cuestión es un aporte para la ampliación de dicho conocimiento. En esta misma dirección, la importancia del informe redactado por este alto funcionario del Estado boliviano –con una gran experiencia política en estos temas– radica en las opiniones que se formó de la realidad de Atacama las que, esencialmente, estaban relacionadas con el ejercicio de la soberanía en la región. El problema calaba tan hondo en la realidad cotidiana del principal poblado del litoral que su máxima autoridad, con una clara visión de futuro, demandaba al gobierno central la necesidad de “nacionalizar a Cobija procurándole gérmenes bolivianos”, para aumentar la vinculación con el centro y consolidar Alonso Barros Van H., “Identidades y propiedades: Transiciones territoriales en el siglo XIX atacameño”, en Estudios atacameños 35 (San Pedro de atacama 2008): 134. 53

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la seguridad futura de su posesión. En palabras de Quevedo, “tal operación tiene de ser la base que vincule al Departamento con la madre patria, no solo para la conveniencia sino también para la seguridad futura de su estado de ser territorial”. Los peligros que la citada autoridad intuía se acentuaban dado que una vez finalizado el proceso de independencia e iniciada la construcción de los Estados nacionales emergió con fuerza el principio jurídico del uti possidetis, que es defendido por autores de ambas nacionalidades hasta la actualidad54. En este sentido, la soberanía de la región disputada se intentó probar con títulos coloniales, tales como reales cédulas y reales órdenes, las que en la perspectiva legalista de Sergio Villalobos serían de importancia principal, dejando las crónicas, mapas, descripciones y relatos como “antecedentes de segundo orden”55, con la clara intención de invalidar los derechos bolivianos sobre el territorio, asunto que ha sido cuestionado y discutido de manera importante56. En otro sentido, las investigaciones de Sergio González, desarrollan una línea de análisis que tiene como entibo las ideas de Isaiah Bowman, geógrafo norteamericano, cuya mirada externa permite afirmar que el método basado en la cita de documentación colonial “se invalida en terreno común por su absoluta inconsistencia”57 en tanto unos y otros pueden invocar este tipo de documentos o autoridades, un tema abiertamente discutido en la prensa chilena del periodo58. En su análisis González presenta argumentos de autoridades que Raúl Soto, UtiPossidetis desierto de Atacama. Formación de la república en el Norte de Chile, 1799-1884 (Santiago: Ed. Universidad Arturo Prat, 2009). 55 Sergio Villalobos, “Bolivia y el mar”, en Cuadernos de Historia 28 (Santiago 2008): 133. 56 José Miguel Barros, “Charcas y el mar”, en Cuadernos de Historia 30 (Santiago 2009): 7-28; Sergio Villalobos, “En torno al mar de Bolivia”, en Cuadernos de Historia 32 (Santiago 2010): 123-135; José Miguel Barros, “Charcas y el mar: ¿secuela terminal?”, en Cuadernos de Historia 35 (Santiago 2011): 153-166. 57 Isaiah Bowman, Los senderos del desierto de Atacama (Santiago: Imprenta Universitaria - Sociedad Chilena de Historia y Geografía, 1942). 58 El Ferrocarril. Santiago, 3 de noviembre de 1857. 54

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discuten títulos coloniales probatorios de la jurisdicción colonial de los países que se disputaban este territorio, a saber: Bolivia Argentina Perú y Chile59, para sustentar el principio jurídico discutido, aunque tampoco logra establecer acuerdos, puesto que el mismo tratado de 1866 superó aquellos límites. Entonces, si volvemos a la lectura de Quevedo es posible percatarse que, en rigor, Bolivia poseía el puerto de Cobija con una autoridad civil que contaba con una escasa dotación militar, carente de medios para resguardar el litoral, y con una alta presencia de mano de obra extranjera. En este contexto, resulta atingente agregar al análisis la idea planteada por José Antonio González, quien incluye el factor demográfico y comprende al minero chileno “como pioneer del despoblado”60, emergiendo como ocupante de hecho del territorio. Como corolario, surge la metáfora de Quintín Quevedo, acerca del altiplano como espacio primordial de desarrollo estatal, dando la espalda al litoral de Atacama. Para los comerciantes del puerto de Cobija, “conservado con los sacrificios del gobierno boliviano y los esfuerzos de los habitantes de esta costa ingrata”61, el descubrimiento al inicio de la década de los setenta del rico mineral de Caracoles fue una presencia negativa, al no contribuir a su consolidación y sí impactó en su decaimiento, en tanto no pudo convertirse en el puerto de entrada y salida de los productos que esta importante explotación minera demandó, una disputa que, según Matías Rojas además de Cobija implicó a Tocopilla, que Sergio González M., “El Norte Grande de Chile: La definición histórica de sus límites, zonas y líneas de fronteras, y la importancia de las ciudades como geosímbolos fronterizos”, en Revista de historia social y de las mentalidades 13/2 (Santiago 2009): 9-42. 60 José Antonio González, “Chile y Bolivia. 1810-2000”, en Argentina, Chile y sus vecinos, (comp.), Pablo Lacoste. (Mendoza: Colección Cono Sur, Caviar Bleu, INTE, 2005), 338. 61 Juan José Aguirrezabala, Litoral boliviano. Proyecto para la construcción de un camino carretero entre Cobija y Alto de Tames en la dirección de Calama y Caracoles (Valparaíso: Imp. del Mercurio, 1871), 15. 59

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subsistía gracias a unas minas en sus alrededores; Mejillones con las guaneras y minas de cobre cercanas; y, Antofagasta, que aparecía como el puerto principal para el comercio62. El motivo principal fue la morfología del terreno y la calidad de los caminos que resultaba, en el decir de los pobladores, en que “la serranía costera ha espantado a todos los empresarios de Caracoles”, beneficiando a la naciente Chimba o Antofagasta. En efecto, como destacó el citado ingeniero Josiah Harding la cordillera de la costa impedía la comunicación, elevándose en algunos lugares en menos de un kilómetro lineal a más de mil metros de altitud, “de manera tan abrupta como para no permitir el paso a lo largo de la costa”63. La situación en los años posteriores a la permanencia de Quevedo en Cobija no fue mejor. El 13 de agosto de 1868 un terremoto y el posterior tsunami que afectó desde la costa sur del Perú hasta Cobija hizo estragos en la población, cuya reconstrucción se vio retardada por la propagación de una peste de fiebre amarilla que según Oscar Bermúdez causó la muerte de parte de la población e hizo huir a quienes salvaron su vida64, aunque esto no significó una migración masiva y el abandono total del poblado para asentarse en Antofagasta. Aun considerando, esta serie de impactos sobre el poblado, éste persistió en su emplazamiento y pareció recuperarse al inicio de la década de los setenta. Esta afirmación se desprende de los comentarios vertidos por André Bresson, quien visitó la zona en 1875, destacando que Cobija le parecía “relativamente elegante y mucho más limpia que los pueblos pequeños de la costa peruana”65, plasmando su experiencia en uno de los El Caracolino. Antofagasta, 3 de junio de 1876. Josiah Harding, “The Desert of Atacama (Bolivia)”, Journal of the Royal Geographical Society of London 47 (Londres 1887): 250. 64 Oscar Bermúdez, Orígenes históricos de Antofagasta (Antofagasta: Ed. I. Municipalidad, 1966), 64. 65 André Bresson, Bolivia: sept années d éxplrations de voyages dasn Lámerique australe (Paris: Challamel Ainé, 1886), 283. 62

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escasos grabados que existe del lugar, el que muestra un incipiente paisaje urbano, denotando una situación de estabilidad enfrentada hasta la década de los setenta, por el centro poblado más importante del litoral boliviano66. No obstante, cuando el destino de Cobija –como afirmaron los testigos– pareció sellarse, fue la noche del 9 de mayo de 1877 en que un terremoto y el consecuente maremoto arrasaron el poblado. Un vecino del puerto narró a Manuel Señoret, teniente de la marina de Chile, el impacto de una subida de mar de alrededor de 12 metros, que irrumpió en el poblado sobrepasando los malecones, destruyendo el muelle, las paredes, tapias y todo lo que estuvo a su alcance, provocando daños calculados en más de $ 600. Según el citado testigo, después de unos minutos “ya no existían ni la plaza, ni la calle del comercio (que se llamaba de Beni); habiendo desaparecido por lo tanto 97 casas de las cuales no hay más que unas veinte paredes que se mantienen de pie por casualidad”67, al observador se le hacía difícil dirimir cuales fueron derrumbadas por el sismo o arrastradas por el ímpetu del mar, que además se llevó a 14 personas. Sin duda, la destrucción provocada por terremotos y tsunamis se sumó al conjunto de factores económicos y políticos adversos como prolegómenos del futuro del puerto de Cobija, que fue perdiendo preponderancia frente a la consolidación de Antofagasta como centro administrativo regional, convirtiéndose hacia las primeras décadas del siglo XX, según el geógrafo Luis Risopatrón, en un caserío de cuatro calles de colores claros y “de triste aspecto”68.

Bermúdez, Orígenes históricos de Antofagasta…, 18. Francisco Vidal Gormaz Algunos datos relativos al terremoto del 9 de mayo de 1877, i a las ajitaciones del mar i de los otros fenómenos ocurridos en las costas occidentales de la Sud-América (Santiago: Imp. Nacional, 1878). 68 Luis Risopatrón, Diccionario geográfico de Chile (Santiago: Imp. Universitaria, 1924), 222. 66 67

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Anexos

Memorándum que eleva A S. E. el Capitán general don Mariano Melgarejo el Coronel Quintín Quevedo.

Lamar, Julio 3 de 1867. Excelentísimo Señor Al retirarme del departamento litoral que la voluntad de V. E. confió a mi administración, quiero cumplir el deber de elevar a vuestro conocimiento este corto Memorándum relativo a los intereses de la localidad. I Sabia la providencia en sus inescrutables designios ha depositado sobre los yermos desiertos de Cobija las valiosas e incalculables riquezas de explotación que contiene. Con ellas ha podido acumularse la población artificial y creciente del país, que en medio de las más duras privaciones i las más serias dificultades de la naturaleza, se afana por arrancar los valiosos productos del desierto, de los mismos senos en donde el cóndor de los Andes apenas se posa tímido para el descanso i se remonta veloz temeroso de la sed i del hambre. Esta excepcionalidad ha hecho acumular aquí, en medio de alguna escoria, mucha gente viril, de empresa i de vigor, capaz de las más difíciles i fecundante del predominio industrial del país sobre todos los instintos humanos, aun en los libertinos, hijos ávidos de los placeres. De ello resulta que en Cobija, donde el pensamiento de la especulación industrial, es el resorte de acción, no es

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conocida la vida superficial de mucha juventud, en el interior, ni su espíritu y tendencias a la política y empleomanía: de tal manera que, es casi ajena la excitación de los partidos políticos con sus luchas y sus pasiones. Sentado este estado de ser, la administración y su Gobierno muy poco tienen que trabajar para mantener el orden y establecer los prestigios de la autoridad.Prestando su concurso al desarrollo industrial, provocando la mayor expansión posible de los gérmenes que tiene el país, aplicando la equidad i la justicia distributiva, conservando una constante independencia y un igual equilibrio de influencias y prescindiendo y haciendo prescindir á los agentes del poder de las especulaciones y los negocios; el Gobierno departamental del Distrito, seguirá en las más azarosas circunstancias la senda de la paz y del orden, y aun en la posibilidad de cruzadas extrañas, el pueblo secundará, con eficacia, la conservación de sus autoridades, por estar vinculados sus intereses con el sosiego público. La historia del país, en sus raras combustiones, así lo manifiesta y lo confirma de un modo elocuente la época presente, que, habiendo encontrado hondos y frescos rastros de la anarquía del 65 y a pesar de pensamientos bastardos de afuera y de instigaciones diversas, no ha precisado ninguna medida de represión, estando, como está, desguarnecido y sin más prestigio ni fuerza que la personal y una corta policía. II Un año y tres meses que he servido esta prefectura y comandancia General me ha hecho ver palpablemente este estado de ser del Departamento, á cuyo mejor desarrollo se oponen aun algunos defectos, de situación, algunas disposiciones administrativas y otras exigencias que sigo a manifestaros. Cobija y todo el litoral, formado, como llevo dicho, de un modo artificial y por la sola voluntad de los hombres, apenas ha podido mantenerse a beneficio del comercio interior del sur de la república, fomentado y cultivado desde la época del General

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Santa Cruz, con disposiciones protectoras y diversas franquicias aduaneras. Fuera de este móvil de su existencia pública y nacional, ha vegetado siempre muy distante de vincularse con la Nación, sin embargo de diversas disposiciones protectoras que han llamado la población con exenciones y recompensas. Si los descubrimientos de minas de cobre y guanos no se hubieran verificado, Cobija, en un triste y estéril raquitismo, apenas había subsistido como aislada caleta de desembarque para el comercio del interior.- Así, el único puerto boliviano nunca habría pasado de un agonizante vitalidad, difícil y pesada para los mercados mismos que sirve. Más una vez halladas esas riquezas, la vida de Cobija ha tomado un desarrollo propio y fecundante y una independencia conocida. Con ese desarrollo y esa independencia ha crecido el litoral, fundando caletas y establecimientos de importancia, pero sin fundar y desarrollar, al mismo tiempo, el nacionalismo de la República. Ha crecido, pues, Cobija, con solo los elementos y el concurso de los Intereses industrial y especulativo y con el contingente de los capitales y de los brazos del extranjero. Por eso se ve el país todo empapado, no solo en las costumbres de Chile, que le suministra su gente, sino en las preocupaciones y las influencias de ese país.- De una existencia tal nacen muchas dificultades de administración para la localidad y para el Gobierno mismo, sin perjuicio de los azares del porvenir respecto de límites territoriales, tan susceptibles y falsos, como el interés político que los basa. De esta palpitante situación surge, pues, la necesidad, de nacionalizar a Cobija, procurándole gérmenes bolivianos. Tal operación tiene que ser la base que vincule al Departamento con la madre patria, no solo para la conveniencia sino también para la seguridad futura de su estado de ser territorial. Estudiar la manera de llevarla a cabo con el mejor suceso, es una de las grandes atenciones del Gobierno.

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El suscrito cree que para tal objeto la operación primordial sería fomentar la concurrencia y el ensanche de la población boliviana, que, con su número, su nacionalidad y sus costumbres, neutralice las influencias extrañas. Esta idea podría ser fomentada por el envío periódico de soldados con familia para el servicio de la guarnición militar, que reemplazados anualmente se radiquen en el país, previa una gratificación moderada, por el envío sucesivo de caravanas de la provincia de Chichas, fomentadas por el Sub-Prefecto de allí, a quien se podía facultar para el correspondiente adelanto de movilidad con cargo de reintegro; por igual autorización al Cónsul de Tacna y al Agente boliviano que debe existir en Iquique para contratar la gente boliviana que acude siempre a esos lugares en pos de trabajo. Esa gente se halagaría fácilmente con la seguridad incontestable del ventajoso trabajo que ofrece el Litoral y la de su contrato por temporada con los empresarios de minas quienes están dispuestos á aceptar esos envíos y á restituir el adelanto. Mucho favorece a esta idea el buen crédito que los peones bolivianos tienen como trabajadores laboriosos, pacíficos y honrados.Como garantía de este pensamiento es precisa la previa emancipación absoluta de la peonada boliviana del Litoral en el servicio militar forzado, bajo penas severas a los infractores. Sin tal condición, los peones bolivianos tendrían al azar de la recluta que hoy mismo los aleja conocidamente de la localidad. Fuera de estos medios de fomento, sería Igualmente importante la franquicia de la ciudadanía a todo extranjero, sin condiciones, que manifieste el deseo de inscribirse en el registro cívico: y a fin de alagar esta nacionalización podría otorgarse a todo boliviano el derecho de donación gratuita de un terreno limitado, para sitio, en las poblaciones y de una extensión de tierras de labor en la provincia o en el Loa, de los baldíos y sobrantes que el Estado posee.

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III Desarrollada así la nacionalización del Litoral quedan todavía pendientes algunas otras reformas de fomento y de localidad, que el país demanda imperiosamente. Necesita Cobija una administración de justicia independiente que haga eficaces las responsabilidades de los jueces, que garantice la resolución definitiva de los juicios y apresure las sentencias en lo civil y lo criminal. La forma actual de ese magisterio no solo dificulta y entorpece los fallos, sino que imposibilita su conclusión por diferentes causas. En primer lugar la dependencia de este Tribunal de la Corte de Potosí, a 160 leguas, opera los más funestos retrasos en la necesidad de su previa calificación y de su confirmación en cualquier juicio. Vista esa larga distancia, calculado el tiempo que precisa y las dificultades de la travesía, se colige indudablemente el entorpecimiento inevitable de los juicios con perjuicio directo de los intereses que representan, con mengua de la cosa pública en las causas criminales. Con los recursos a Potosí se perjudica directamente la acción de los más débiles, puesto que se les obliga a constituir apoderados en aquella capital y á costear los fuertes desembolsos consiguientes, que el pobre no puede sostener. De esta manera la acción del débil muere ante la palpitante justicia de su derecho y el poderoso triunfa impunemente. Una de las más precisas condiciones del fallo judicial es, además, la oportunidad y la competencia. En la dilatoria de ocurrir a Potosí la oportunidad, es perdida indudablemente y en cuanto a la competencia disminuye notablemente su garantía, desde que tiene que conocerse a priori y por ausentes sobre casos comunes y antecedentes de localidad, más fáciles de definir en ella misma. Aparte de estas palmarias observaciones y otras que pudieran aducirse para robustecer la independencia de los juicios comunes y criminales en primera y segunda instancia, creo llegada la ocasión de iniciar mis convicciones al respecto, prescindiendo de las localidades. La práctica y la experiencia a patentizado en todo Bolivia el mal

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resultado del actual sistema de administración de justicia, ni la topografía del país, ni su muy extenso y despoblado territorio, ni las dificultades y costos de sus vías de comunicación, permiten aun la acción de la tramitación instructiva, que para países mui poblados y con vías férreas será acomodada. La extensa Jurisdicción de los agentes de ese poder, no solo los coloca en mil inconvenientes de tramitación y en casos de violencia para el interés público, sino también en la más absoluta imposibilidad de tramitarlos. Por otra parte, nuestra inestabilidad política y la consiguiente irresponsabilidad de los jueces, ha fomentado con exageración la indolencia, la dejadez y el predominio de las influencias para su conocimiento, apoyándose este vicio en la complicación y latitud, de las jurisdicciones. En tal virtud, y por tan obvias causas sería preferible la sustitución del juicio por jurados. Cuanto más importante es esta sustitución en Cobija, cuanto que continuamente se ve el país en acefalía, por falta de empleados judiciales, que no pueden proveerse o sustituirse corrientemente, con perjuicio de las transacciones y de la buena fe. Si este nuevo y filantrópico sistema no pudiese aun ser aplicado en toda la República, por la falta de instrucción popular, en la mayor parte de nuestros pueblos, las Capitales y poblaciones mayores se hallan en aptitud de recibirlo. El Litoral con especialidad, tiene las condiciones necesarias para ese ensayo. IV Cobija es indudablemente el único puerto boliviano, por ahora, de contacto con el extranjero. Sus transacciones mercantiles las opera entre el interior y los mercados del mundo. Por esta causa el comercio arrastra al Tesoro Departamental en sus relaciones, teniendo que asegurar su buen crédito con la exactitud de sus pagos. Surge de aquí, que esta oficina nacional, está obligada a conservar el más exacto equilibrio de ingreso y egresos, so pena del desdoro y el descrédito de toda la Nación.

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Las condiciones de escases y carestía de este departamento, donde hasta el agua se compra, lo colocan, por otra parte, en el caso indeclinable de tener sus empleados pagados con exactitud, pues de otra manera estos funcionarios no podrían vivir sin apuros y dificultades perniciosas para la moral y la justicia. V La distancia en que Cobija se halla de los centros donde suele residir el Gobierno y la importancia de los asuntos que ocurren frecuentemente en el Litoral, exige una autorización especial a su primera autoridad, para adoptar prontas resoluciones, sin previa consulta Suprema: y como el personal de esa autoridad no ofrece, por un lado, mas garantía que los otros Prefectos del interior y como por otro, un individuo, Acaso forastero, no abona siempre las resultas de Esa ampliación de facultades debería crearse, á objeto de consulta, una corporación que, presidida por el Prefecto, resolviera esos asuntos con cargo de cuenta. Ella misma podría asumir las funciones municipales. VI El establecimiento de la vía carretera a Potosí y Oruro, no necesita demostración. En el querer del Gobierno está el realizarlo, desde que ya hay propuesta hecha por empresa particular. Los señores Barón Arnous de Riviera y Juan Antonio Fernández, ya la tienen solicitada sin gravamen del Fisco. Poner a Cobija en fácil y económica comunicación con el interior, es habilitar las capitales del sur de Bolivia ante el contacto del mundo y asegurar para toda la República la independencia mercantil que le conviene, para no estar siempre sujeta á las restricciones ó franquicias que el Perú y sus diplomacia nos otorgan.

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VII El establecimiento de una prensa y un periódico en el Puerto, es otra mejora muy sentida y de importantes resultados. Las noticias del mundo circularían en el interior por ese medio. El comercio tendría con ella la llave de su movimiento. Allí se verían las operaciones de la administración pública, por la publicidad de sus documentos. La autoridad departamental cesante publicaría allí el Memorándum de su época y las indicaciones de su experiencia para el porvenir y para las mejoras. VIII Poco costaría a la Nación la compra de un vapor pequeño, que hiciera el servicio de guarda costa y que, al mismo tiempo, en viajes semanales por todo el Litoral pusiera en contacto las caletas con este puerto, concentrando así el comercio y los productos mineros en un punto común, este servicio comercial, establecido bajo una tarifa módica de fletes y pasajes, sostendría por sí los gastos del vapor sin gravamen al Fisco. IX Más que el comercio está fundado el porvenir de Cobija en la minería y en la explotación de sus riquezas de guano, bórax, salitre etc. Proteger su desarrollo e incremento por medio de franquicias y de reglamentaciones adecuadas, es la manera de poblar el país y de enriquecerlo. La gravedad de esta materia no me permite detallar mi juicio respecto de sus aplicaciones. Ella debe ser el resultado de un estudio profundo y de la experiencia. Los documentos, los estados y los informes que se publicarían, según tengo hecha indicación, en la gaceta del Puerto, darían las luces y los conocimientos que ilustren esta materia. Entre tanto, la amplia franquicia del Puerto, los premios industriales, la extinción absoluta de derechos locales

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y la reducción al mínimum de los derechos de exportación y explotación de metales, son exigencias en ese sentido; así como lo son la introducción de inventos de elaboración, las maquinarias y la aplicación de las vías férreas. X Una escuela mercantil, con instrucción de lenguas vivas, procuraría a la juventud, la educación que necesita en este Litoral, y que hoy con penuria y gravámenes se consigue muy en pequeño para los que pueden costearla en el extranjero. Esa escuela, único plantel de su clase en la República, serviría hasta para los naturales del interior que quisieran dedicar sus hijos al comercio. Si esta creación de una palpitante conveniencia pudiera ofrecer el inconveniente de su gravamen fiscal, hay que tener presente, que aparte de poseer Cobija, de un modo excepcional para Bolivia, doble renta que egreso, según los balances de su Tesoro, el incremento comercial, y la creciente explotación de sus metales y guanos producirán infaliblemente un aumento compensativo. Fuera de lo dicho, la sola economía de algunos cargos inoficiosos, equivaldría tal vez a esa compensación.- El Puerto tiene seis guardas, bastándole cuatro para el servicio del resguardo. Hay cuatro marineros y un patrón de bote de la capitanía, podría economizarse el patrón por superabundante. En la Provincia hay dos guardas y un guarda Mayor, con los dos guardas estaría ella bien servida bajo de una estricta reglamentación. La Provincia tiene un Sub-Prefecto innecesario Puesto que el Litoral despoblado se basta para el buen servicio con la autoridad directa de la Prefectura. La población del Departamento no alcanza á quince mil almas; numero exiguo respecto de las provincias y de los departamentos del interior.

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Apéndice Después de haberos manifestado la situación en grande y las necesidades de Cobija en su régimen y gobierno, debo concluir con una relación de la actualidad, y de las pocas cosas que yo he podido hacer en beneficio del país. No me contraeré a detallar los afanes económicos con que he concurrido al equilibrio posible de la situación financial; ellos se han revelado en mis constantes empeños oficiales ante vuestro Gobierno para su normalización. Persuadido de los efectos trascendentales al Estado respecto de la equidad y consideración de los compromisos del Tesoro, aunque sea por efecto de las agitaciones políticas, obtuve de V. E. el reconocimiento y el pago de algunos créditos fiscales y la amortización de algunos vales forzados que se habían arrancado al comercio. Doy á V. E. las más eficaces gracias por su concesión a este respecto. Habiendo encontrado este Tesoro departamental en un lamentable atraso y con más de Cien mil pesos de pasivo, he escollado en esa pobreza para la realización de muchas obras públicas necesarias al país y que he deseado realizar. Sin embargo de ello, se ha sostenido la obra de un pozo artesiano con erogación fiscal de más de doce mil pesos y con el concurso, por acciones, del vecindario. Esa obra está a punto de rendir sus importantes frutos al país y ahora mismo produce ya un contingente de mil galones de agua útil y potable. Se ha refaccionado con el gasto de $ 353.87 ½ ¢, el cuartel que en su maderamen y paredes amenazaba destrucción.

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Se ha rehecho la chaza del muelle y el Muelle mismo se ha asegurado con el gasto de 486-78¢. Se ha gastado en amueblar la prefectura la suma de ciento cuarenta pesos doce centavos. Se ha arreglado el alumbrado público aumentando seis faroles sobre los que antes existían y disminuyendo su costo fiscal. Se ha vestido con un uniforme de parada y dos de cuartel la columna de guarnición del Departamento, habiéndose hecho uno de los vestuarios de cuartel con los fondos de la columna. Se ha comprado un bote para la capitanía valor de ciento veinte pesos. El mausoleo del finado Coronel Vicente Urdininea de Mármol, ha sido levantado en el Panteón de esta Capital, habiéndose colocado el cadáver dentro de un segura bóveda de piedra: esta obra ha costado la suma de $ 452.65¢. Sin recurrir al Fisco, con varias economías y algunos fondos de policía, se han allanado dos calles públicas antes obstruidas. Se ha hecho, de la misma manera; una Escuela de niñas que según su tasación vale tres mil pesos. Quedan en contrata para trabajarse la casa pretorial y el patio de la aduana nacional. En Mejillones se ha trazado el sitio de la nueva población, con sujeción á las reglas de comodidad y armonía y se han rematado parte de esos sitios hasta el valor de más de seis mil pesos, reservando las mejores localidades para la plaza, el culto y los edificios fiscales.

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Dos contratos de guanos, la del Señor Pedro López Gama y la del Barón Arnous de Riviere han beneficiado la Caja central con más de 420 mil pesos, en el año de 1866. En la provincia se ha construido en su mayor parte la casa pretorial, con recursos extraordinarios y suscriciones y se ha abierto en Calama una zanja de desagüe para la salubridad y la mejora del camino carretero. El suscrito ha podido salvar también una difícil situación que la suspensión y pago de los trabajos de Mejillones ofreciera, acumulando en este Puerto más de 350 peones sin trabajo y sin recursos. Con un corto empréstito del comercio, negociado bajo la garantía del fisco se socorrió á esas gentes, garantizando así el país y las existencias de la empresa de Mejillones. A beneficio de esta medida el Barón Riviere que ha amortizado el empréstito, continúa sus trabajos en aquella localidad sin haber recibido perjuicios. Tales son, Señor, las pequeñas cosas que A favor del país ha podido realizar el suscrito, luchando con la notoria pobreza de él. Vuestra alta ilustración valorándolas debidamente, sabrá apreciar los esfuerzos y consagración que me han costado. Para vuestro mejor conocimiento de la localidad, os acompaño un cuadro general rentístico del Tesoro y otro igual del estado de la minería. Por ambos documentos podréis conocer más tarde el creciente incremento y progreso de este Departamento, que cada día avanza notablemente. En respecto de las necesidades y reformas que a grandes rasgos os indico en este Memorándum, sé muy bien que disimulando la ligereza de la obra, apreciareis solo el móvil

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patriótico que me ha impulsado y que con el civismo y espíritu de progreso que os caracteriza haréis que se realicen en bien del Departamento. Con tales esperanzas tengo la honra de ofrecerme a V. E. como un decidido amigo y un fiel y constante Servidor Quintín Quevedo.

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