Fiebre Amarilla en Buenos Aires

Fiebre amarilla en Buenos Aires pti, fueron:[8] • la provisión insuficiente de agua potable; • la contaminación de las na

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Fiebre amarilla en Buenos Aires pti, fueron:[8] • la provisión insuficiente de agua potable; • la contaminación de las napas de agua por los desechos humanos; • el clima cálido y húmedo en el verano; • el hacinamiento en que vivían, sin que se tomaran medidas sanitarias para ellos, las personas negras y, especialmente en la epidemia de 1871, los inmigrantes europeos humildes que ingresaban en forma incesante a la zona más sureña de la ciudad; • los saladeros que contaminaban el Riachuelo — límite sur de la ciudad—, el relleno de terrenos bajos con residuos y los riachos —denominados «zanjones»— que recorrían la urbe infectados por lo que la población arrojaba en ellos. La plaga de 1871 hizo tomar conciencia a las autoridades de la urgente necesidad de mejorar las condiciones de higiene de la ciudad, de establecer una red de distribución de agua potable y de construir cloacas y desagües.[9] Juan Manuel Blanes Un episodio de la fiebre amarilla en Buenos Aires (1871) Óleo sobre tela, 230 x 180 cm Museo Nacional de Artes Visuales[1]

Un testigo de esta catástrofe, de nombre Mardoqueo (Mordejai) Navarro, escribió el 9 de abril, la siguiente descripción en su diario personal:[10]

Las epidemias de fiebre amarilla en Buenos Aires tuvieron lugar en los años 1852, 1858, 1870 y 1871.[2] Esta última fue un desastre que mató aproximadamente al 8% de los porteños: en una urbe donde normalmente el número de fallecimientos diarios no llegaba a 20, hubo días en los que murieron más de 500 personas,[3] y se pudo contabilizar un total aproximado de 14 000 muertos por esa causa, la mayoría inmigrantes italianos, españoles, franceses y de otras partes de Europa.[4][5]

«... Los negocios cerrados, calles desiertas. Faltan médicos, muertos sin asistencia. Huye el que puede. Heroísmo de la Comisión Popular...».

1 Brotes de fiebre amarilla anteriores a 1871

En numerosas ocasiones la enfermedad había llegado a la ciudad por medio de los barcos que arribaban desde la costa del Brasil, donde era endémica.[2] No obstante, la epidemia de 1871 se cree que habría provenido de Asunción del Paraguay, portada por los soldados argentinos que regresaban de la Guerra de la Triple Alianza;[6] ya que previamente se había propagado en la ciudad de Corrientes.[7] En su peor momento, la población porteña se redujo a menos de la tercera parte, debido al éxodo de quienes abandonaron la ciudad para intentar escapar del flagelo.[2]

Desde 1881, gracias a las investigaciones del cubano Carlos Juan Finlay, se sabe que el agente transmisor de la fiebre amarilla es el mosquito Aedes aegypti. Antes de esa fecha, los médicos atribuían la causa de muchas epidemias a lo que llamaban miasmas, emanaciones fétidas de aguas impuras que se suponía flotaban en el ambiente.[11]

Los primeros casos de esta enfermedad —a la que se le solía llamar «vómito negro» debido a las hemorragias que produce a nivel gastrointestinal— aparecieron en la región del Río de la Plata a mediados de la década de 1850: Algunas de las principales causas de la propagación de es- en 1852 provocó una epidemia en Buenos Aires. Sin emta enfermedad, transmitida por el mosquito Aedes aegy- bargo, por una nota dirigida al practicante Soler, se sabe 1

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Mosquito Aedes aegypti. Plano de Buenos Aires en 1870.

que hubo brotes antes de ese año;[2] de hecho, la primera mención de una posible infección de esta enfermedad ro, el Ferrocarril Oeste decidió aumentar el calibre del data del año 1798.[12] caño que transportaba agua desde la Recoleta, donde esSegún algunas fuentes, en el año 1857 una tercera partaban los filtros que servían para quitar las impurezas del te de la población de Montevideo sufrió el contagio del agua que se utilizaba para el buen funcionamiento de las virus, transportado por barcos provenientes de Brasil.[13] locomotoras a vapor, hasta la Estación del Parque, paEn 1858, esa epidemia se trasladó con menor intensidad ra poder así satisfacer también la demanda de agua de [14] a Buenos Aires, sin dejar víctimas fatales. los vecinos.[8] Para el resto de la población, la situación La prensa porteña solía manifestar su preocupación por era muy precaria en lo sanitario y existían muchos focos el arribo de los buques brasileños[15] debido a los antece- infecciosos, como por ejemplo los conventillos, generaldentes citados y a que la fiebre era una enfermedad cos- mente habitados por inmigrantes pobres venidos de Eurotera con carácter endémico en los puertos cariocas, entre pa o afroargentinos, que se hacinaban en su interior y caellos Río de Janeiro, por aquella época capital del Imperio recían de las normas de higiene más elementales. Otro fodel Brasil. La Historia de la Universidad de Buenos Aires co infeccioso era el Riachuelo —límite sur de la ciudad— y su influencia en la Cultura Argentina (La Facultad de convertido en sumidero de aguas servidas y de desperdiMedicina y sus Escuelas), de Eliseo Cantón, exponía que cios arrojados por los saladeros y mataderos situados en la epidemia era llevada por los navíos mercantes del Im- sus costas. Dado que se carecía de un sistema de cloacas, perio al sur. Agregaba que en el mes de febrero de 1870 los desechos humanos acababan en los pozos negros, que —verano en el hemisferio sur— se había localizado un contaminaban las napas de agua y en consecuencia los pocaso en el Hotel Roma —ubicado en la calle Cangallo, zos, que constituían una de las dos principales fuentes del en pleno centro de la ciudad— traída por un pasajero en- vital elemento para la mayoría de la población.[8] La otra fermo del vapor Piutou; y habían llegado a morir por la fuente era el Río de La Plata, de donde el agua se extraía enfermedad unas 100 personas.[2] cerca de la ribera contaminada y se distribuía por medio de carros aguateros, sin ningún saneamiento previo.[8]

2 2.1

Epidemia de 1871 Contexto

En 1871 convivían en la ciudad de Buenos Aires el Gobierno Nacional, presidido por Domingo Faustino Sarmiento, el de la Provincia de Buenos Aires, con el gobernador Emilio Castro, y el municipal, presidido por Narciso Martínez de Hoz: no existía aún el cargo de Intendente, creado 9 años después al federalizarse la ciudad; estos tres gobiernos tenían enfrentamientos políticos y jurisdiccionales.[16]

Por añadidura, los residuos de todo tipo se utilizaban para nivelar terrenos y calles.[17] Éstas eran muy angostas, no existían avenidas —la primera fue la Avenida de Mayo, inaugurada en el año 1894— y las plazas eran pocas, casi desprovistas de vegetación.[18]

La ciudad crecía vertiginosamente debido principalmente a la gran inmigración extranjera: para esa época vivían tantos argentinos como extranjeros, y estos últimos sobrepasarían a los criollos pocos años más tarde. El primer censo argentino de 1869 registró en la Ciudad de Buenos Aires 177 787 habitantes, de los cuales 88 126 (49,6 %) eran extranjeros; de estos 44 233 —la mitad de los extranjeros— eran italianos y 14 609 españoles. Además viviendas Situada sobre una llanura, la ciudad no tenía sistema de de los conventillos mencionados, sobre 19 000[19] urbanas, 2 300 eran de madera o barro y paja. drenaje, salvo el caso particular de unos pocos miles de habitantes que obtenían agua sin impurezas gracias Además de las epidemias de fiebre amarilla, en 1867 y a que en 1856, ante una propuesta de Eduardo Made- 1868 se habían producido varios brotes de cólera, que ha-

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bían costado la vida a centenares de personas y también estaban relacionados con la Guerra de la Triple Alianza, entre cuyos combatientes había causado varios miles de muertes.[20]

de soldados desde Villa Occidental —situada frente a Asunción— a la ciudad de Corrientes, y así la enfermedad llegó a territorio argentino.[25][24] Por otro lado, algunos diarios —como The Standard de Buenos Aires— Frente a esa situación, el censo antes citado indicaba que consideraron que no se trataba de fiebre amarilla sino de en Buenos Aires había apenas 160 médicos, menos de afecciones gástricas, y que el número de muertes diarios no era alarmante, lo que contribuyó a que no se tomauno por cada 1000 habitantes.[21] ra recaudo alguno para prevenir su traslado a la capital Las instituciones públicas no estaban preparadas para ha- argentina.[24] cer frente a las consecuencias de las deplorables condiciones higiénicas en que se encontraba la ciudad. Al respec- Durante la guerra la ciudad de Corrientes había sido el to, en marzo de 1870 la prensa comentó con preocupa- centro de comunicación y abastecimiento de las tropas ción una nota enviada por la Municipalidad al Ministerio aliadas, incluidas las brasileñas, de modo que no es sede Hacienda de la Provincia de Buenos Aires, en la que guro que la enfermedad haya llegado desde el Paraguay. informaba de su carencia de recursos. El 2 de abril del En esta ciudad de 11 000 habitantes, murieron de fiebre entre diciembre de mismo año, el diario La Prensa comentaba en su edito- amarilla alrededor de 2 000 personas [7][nota 1] 1870 y junio del año siguiente. La mayor parte rial, bajo el título Desorganización de la Municipalidad, de la población huyó, incluyendo el gobierno completo; lo siguiente: hasta tal punto estaba abandonada la ciudad que un ciudadano llamado Gregorio Zeballos entró por su cuenta al «Los amagos de fiebre amarilla, las redespacho abandonado de la Casa de Gobierno y se hizo cientes inundaciones, alarmando justamente al cargo en forma provisoria de la gobernación sin que nadie pueblo, le han impulsado a dirigir su voz a la se le opusiera. Otras poblaciones de la provincia de CoCorporación pidiendo se tomen las medidas rrientes sufrieron el castigo de la enfermedad, como San necesarias y urgentes para remediar los funesLuis del Palmar, Bella Vista y San Roque, que sumaron tos males de que está amenazado, y la Muunas quinientas víctimas más.[26] nicipalidad fijando la vista en sus arcas, tieA lo largo de la Guerra de la Triple Alianza, sucesivos ne que cruzar los brazos y permanecer impagrupos de combatientes arribaron a Buenos Aires. Essible y sorda hasta el clamor que hasta a ella [22] taban formados principalmente por oficiales, y correctallega...». mente controlados desde el punto de vista sanitario. En cambio, durante el año 1870 y a principios de 1871 lle2.2 Antecedentes inmediatos garon directamente desde Asunción y Villa Occidental grandes contingentes que no habían sido sometidos a ninDesde principios del año 1870 se había tenido noticias en gún recaudo sanitario ni cuarentena.[27] Buenos Aires de un recrudecimiento de la fiebre amarilla en Río de Janeiro. En el mes de febrero —y nuevamente en marzo— se logró evitar el desembarco de pasajeros 2.3 Los sucesos infectados que llegaron en dos vapores desde esa ciudad. No obstante, el presidente Sarmiento vetó el proyecto de Gran parte de los sucesos son conocidos gracias a extender la cuarentena a todos los buques procedentes de Mardoqueo Navarro, un comerciante catamarqueño que esa ciudad y en una oportunidad ordenó autorizar el des- vivía en Buenos Aires, dedicado a publicar en la prensa embarco de los pasajeros de dos buques provenientes de algunas notas históricas. Este contacto con la prensa le Río de Janeiro y la prisión del médico del puerto de Bue- permitió interiorizarse de las discusiones acerca de si se nos Aires por haberlo impedido.[23] trataba o no de una epidemia de fiebre amarilla, de modo el asunto para una posible publiA fines de ese año se declaró una epidemia de fiebre ama- que reunió notas sobre [28] cación en un periódico. La gravedad de la epidemia y rilla en Asunción del Paraguay, donde la población vivía la enorme cantidad de información que reunió le impidieen un estado de pobreza extrema. La Guerra de la Triron su publicación en los diarios, pero se convirtió en un ple Alianza había finalizado recientemente con la derrota retrato en vivo sobre el desarrollo del drama. Con frases de Paraguay y los diarios locales atribuyeron la epidemia breves y cortantes dejó registro de los puntos sobresaliena la llegada de algunas decenas de soldados paraguayos prisioneros que habían sido repatriados desde el Brasil. tes de cada jornada, constituyéndose con el tiempo en un La población, debilitada por el hambre, tenía pocas posi- documento único, que sería publicado por el autor en el bilidades de resistir la epidemia y se llegaron a registrar mismo año de la epidemia. veinticinco muertes por día, no existiendo registros del total de víctimas.[24] 2.3.1 Inicio de la epidemia Dos hechos facilitaron la entrada de la epidemia a la Argentina: por un lado, tras la muerte de quince de sus El 27 de enero de 1871 se conocieron en forma oficial tres hombres, el general Julio de Vedia evacuó centenares casos de «vómito negro» en Buenos Aires, ocurridos en

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Casa donde se habría registrado el primer caso (Revista Caras y Caretas, 1899).

La epidemia prosperó en los conventillos humildes de los barrios del sur, muy poblados y poco higiénicos.

el barrio de San Telmo, lugar que agrupaba a numerosos conventillos. La Comisión Municipal, que presidía don Narciso Martínez de Hoz, desoyó las advertencias de los doctores Luis Tamini, Santiago Larrosa y Leopoldo Montes de Oca sobre la presencia de un brote epidémico, y no dio a publicidad los casos.[29] En esta fecha, Mardoqueo Navarro ya parecía desconfiar de los datos de la autoridad, pues en su diario anotó, con cierta ironía:

cidió abandonar la ciudad.[33]

«27 de enero: Según las listas oficiales de la Municipalidad, 4 de otras fiebres, ninguna de la amarilla». (el texto subrayado figuraba así en el diario de Navarro)

El 4 de marzo, el diario La Tribuna comentaba que en horas de la noche, las calles eran tan sombrías que «verdaderamente parece que el terrible flagelo hubiese arrasado con todos sus habitantes».[34] Sin embargo, aún se estaba lejos de lo peor. El Hospital General de Hombres, el Hospital General de Mujeres, el Hospital Italiano y la Casa de Niños Expósitos no dieron abasto con la cantidad de pacientes. Se crearon entonces otros centros de emergencia, como el Lazareto de San Roque —actual Hospital Ramos Mejía— y se alquilaron otros privados.

El puerto fue puesto en cuarentena y las provincias limítrofes impidieron el ingreso de personas y mercaderías procedentes de Buenos Aires. Los alquileres aumentaron [35] Aunque a partir de esa fecha se registraron cada vez más fuertemente en los alrededores de la ciudad. casos —principalmente en el mencionado barrio de San Telmo— la Municipalidad continuó con los preparativos 2.3.2 La Comisión Popular relacionados a los festejos oficiales del carnaval, que en aquella época era un acontecimiento multitudinario y de El municipio fue incapaz de sobrellevar la situación, por importancia para la ciudad.[30] A fines de febrero el mélo que en respuesta a una campaña periodística iniciada dico Eduardo Wilde, que venía atendiendo casos de enpor el periodista Evaristo Federico Carriego de la Torre, fermos, aseguró que se estaba en presencia de un brote miles de vecinos se congregaron, el 13 de marzo, en la febril —el 22 de febrero se habían registrado 10 casos— Plaza de la Victoria —actual Plaza de Mayo— para dee hizo desalojar algunas manzanas.[31] Pero los festejos de signar una «Comisión Popular de Salud Pública». Al día carnaval entretenían demasiado a la población como para siguiente, tal agrupación nombró como presidente al aboescuchar su advertencia, los porteños se divertían en baigado José Roque Pérez y como vicepresidente al perioles y desfiles de comparsas y algunos, como Manuel Bildista Héctor Varela; además, la conformaron, entre otros, bao, director de La República, afirmaban rotundamente el vicepresidente de la Nación Adolfo Alsina, Adolfo Arque no se trataba de casos de fiebre amarilla.[32] gerich, el poeta Carlos Guido y Spano, el ex presidente El mes de febrero terminó con un registro de 300 casos en de la Nación Bartolomé Mitre, el canónigo Domingo Cétotal, y el mes de marzo comenzó con más de 40 muertes sar, el sacerdote irlandés Patricio Dillon y el nombrado diarias, llegando a 100 el día 6, todas a consecuencia de Carriego.[nota 2] Este último exhortaba: la fiebre. Recién el 2 de marzo, cuando el carnaval llegaba a su fin, las autoridades prohibieron su festejo: la peste ahora azotaba también a los barrios aristocráticos. Se prohibieron los bailes y más de la tercera parte de los ciudadanos de-

«Cuando tantos huyen, que haya siquiera algunos que permanezcan en el lugar del peligro socorriendo a aquellos que no pueden proporcionarse una regular asistencia».

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5 también murieron los doctores Francisco Javier Muñiz, Carlos Keen y Adolfo Argerich. El 24 de marzo, falleció el presidente de la Comisión Popular, José Roque Pérez, quien ya había escrito su testamento cuando asumió el cargo ante la certidumbre de que moriría contagiado.[38] Mientras tanto, a mediados de marzo, el presidente Domingo Sarmiento y su vicepresidente Adolfo Alsina abandonaron la ciudad en un tren especial, acompañados por otros 70 individuos, gesto que fue muy criticado por los periódicos.[39] También la Corte Suprema en pleno, los cinco ministros del Poder Ejecutivo Nacional y la mayor parte de los diputados y senadores abandonaron la ciudad.[23] 2.3.3 Síntomas y tratamiento

José Roque Pérez.

Entre otras funciones, la comisión tuvo como tarea la expulsión de aquellas personas que vivían en lugares afectados por la plaga, y en algunos casos, se quemaban sus pertenencias. La situación era aún más trágica cuando los desalojados eran inmigrantes humildes o que aún no hablaban bien el español, por lo que no entendían la razón de tales medidas. Los italianos, que eran mayoría entre los extranjeros, fueron en parte injustamente acusados por el resto de la población de haber traído la plaga desde Europa. Unos 5000 de ellos realizaron pedidos al consulado de Italia para retornar a su país, pero habían muy pocos cupos; además, muchos de los que lograron embarcar, murieron en altamar.[36] En cuanto a la población negra, el vivir en condiciones miserables los transformó en uno de los grupos poblacionales con mayor tasa de contagio. Según crónicas de la época, el ejército cercó las zonas donde residían y no les permitió emigrar hacia el Barrio Norte, donde la población blanca se estableció y escapó de la calamidad. Murieron masivamente y fueron sepultados en fosas comunes.[37] A mediados de mes los muertos eran más de 150 por día y llegaron a 200 el 20 de marzo. Entre las víctimas, estuvieron Luis José de la Peña, educador y ex ministro de Justo José de Urquiza, el ex diputado Juan Agustín García, el doctor Ventura Bosch y el pintor Franklin Rawson;

Placa recordatoria de las víctimas por Fiebre amarilla en la Iglesia de Nuestra Señora de Belén, barrio de San Telmo.

El peor problema a enfrentar era la ignorancia: ni siquiera los médicos sabían qué era lo que causaba le enfermedad. Como la epidemia era más fuerte en las zonas más pobladas del sur de la ciudad, las autoridades supusieron que la principal causa era el hacinamiento de la población pobre de los conventillos; de lo que dedujeron que la solución era echar la gente a la calle.[40] Alarmados por la suciedad que encontraron en las viviendas de la población infectada, culparon a ésta y destruyeron las pertenencias de sus habitantes. Cuando se hizo evidente que la cantidad de muertos era mayor en los barrios céntricos pero la can-

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tidad era proporcionalmente mayor en los arrabales más especialista le administraba sulfato de quinina cada dos cercanos al Riachuelo, culparon a las «miasmas» o vapo- horas. Luego agua destilada de menta, algunas gotas de res pútridos de las orillas de éste.[41] éter sulfúrico y jarabe de quina. Dos veces por día se haTambién se culpó a los pozos ciegos, que nunca se cía una enema con corteza de quina roja disuelta en agua evacuaban.[41] Se llegó a afirmar que algunas de las cau- y se aplicaban sinapismos (medicamentos externos con sas posibles eran la «falta de ozono» o la «falta de tensión polvo de mostaza). En riñones, muslos y piernas se friccionaba el cuerpo con vinagre aromático. El enfermo era eléctrica» en el oxígeno del aire porteño.[42] alimentado con caldos de puchero, algo de vino y chupaba Una observación del doctor Guillermo Rawson podría ha- gajos de naranja. También se usaba alcanfor, valeriana, ber llevado a entender el vector del contagio: muchas fa- calomelano y almizcle. Se le daba importancia a la desinmilias habían huido tempranamente de la capital a algún fección con el gas cloro, al que se consideraba un prevenpueblo cercano, y Rawson observó que los miembros de tivo; a las personas que habitaban los lugares en los que esas familias que regresaban a la ciudad —aunque fuese atacaba el flagelo se les aconsejaba lavarse las manos con por unas horas— solían enfermar, pero no contagiaban a una solución de cloruro de cal en agua, o agua de Labarrasus familiares. Lo que faltaba fuera de las zonas húmedas que (cloruro de sodio), y limpiar los cuartos con este líde la ciudad era el mosquito Aedes aegypti; pero ni Raw- quido. Otras medidas preventivas eran mantener aseadas son ni los demás médicos sabían que este es el vector de las calles y la casa, ventilar las habitaciones, preparar los la enfermedad, algo que no sería descubierto hasta una recipientes para recibir las deyecciones de los enfermos década más tarde.[43] con líquido desinfectante, alejarse de los lugares húmedos De modo que, aparte de expulsar a los habitantes de y bajos, tomar alimentos en cantidad conveniente y conlos conventillos, tarea de la que se encargaba la Comi- servar «las buenas costumbres»; hacer ejercicio corporal, sión Popular, los médicos sólo podían actuar sobre los no dejarse dominar por los pesares y tristezas, sustraerse síntomas.[14] Estos se desarrollaban en dos períodos: en a las «emociones morales vehementes» y vencer el miedo [44] el primero el paciente tenía repentinos dolores de cabe- que inspiraba la enfermedad. za con escalofríos y decaimiento general. Luego seguía el calor y el sudor, la lengua se ponía blanca y había carencia de sueño. El pulso se aceleraba y aparecían dolores en el estómago, los riñones, muslos, extremidades o sobre los ojos. La sed se intensificaba y el paciente se debilitaba enormemente, sus miembros se agitaban fuertemente. A veces existían vómitos biliosos de color amarillo, o solo náuseas. En este punto la enfermedad a veces podía ser vencida naturalmente y el paciente se hallaba mejor al día siguiente con tan solo dolores de cabeza y debilidad en el cuerpo, y al poco tiempo se recuperaba. Pero si los síntomas y signos se agravaban, se llegaba entonces al segundo período de la enfermedad: la piel del paciente tomaba color amarillo, los vómitos se volvían sanguinolentos y finalmente negros. Las deyecciones también eran negras y el enfermo experimentaba opresión en el pecho y dolores en la boca del estómago. La orina disminuía hasta suprimirse completamente. Se producían hemorragias en las encías, lengua, nariz y ano. El paciente carecía de sed y a veces tenía hipo, su pulso se debilitaba. Llegaba entonces el delirio, seguido de la muerte.[44] Durante el primer período, el médico provocaba adrede la transpiración con baños de pies con harina de mostaza, ingestión de dos o tres tazas de infusión de saúco o de borraja, y envolvía al paciente con mantas. Luego de algunas horas le suministraba aceite de ricino o magnesia calcinada. También le provocaba vómitos dándole a tomar agua tibia con tártaro emético. Pero si la persona ya tenía vómitos debido a la enfermedad, entonces le administraban purgante. Para la sed, solo agua fresca, a lo sumo con limón. Para los dolores de cabeza se aplicaban paños en la frente con agua fría mezclada con vinagre.[44]

2.3.4 La actuación de la Iglesia Católica y de los médicos Aunque las autoridades nacionales y provinciales huían de la ciudad y aconsejaban oficialmente hacer lo mismo (fue la única ocasión en la historia de Buenos Aires en que las autoridades aconsejaron el éxodo),[45] el clero secular y regular permaneció en sus puestos, asistiendo en sus domicilios a enfermos y moribundos. Las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, también conocidas como Hermanitas de la Caridad, cerraron sus establecimientos de enseñanza para poder dedicarse a trabajar en los hospitales. Mientras Navarro, judío sefardí, destacó estos hechos en su diario, estas nobles acciones de la curia fueron algo silenciadas por los cronistas de la época adscriptos al anticlericalismo.[46] Una placa del Monumento del actual Parque Florentino Ameghino que recuerda a las víctimas enterradas allí, agrupa a 21 de ellas bajo el título de sacerdotes y religiosas del bajo clero regular y a dos bajo el de Hermanas de caridad. Debe agregarse que la Orden de Hermanas de la Caridad, como refuerzo ante la emergencia envió desde Francia a otras religiosas de su congregación. De esta orden fallecieron por la fiebre 7 religiosas.

Las parroquias recibían a los médicos y a los enfermos, y en ellas funcionaban las Comisiones Populares Parroquiales. Por disposición municipal, el sacerdote estaba obligado a expedir las licencias para sepulturas previa presentación del certificado médico, todo ello sumado al cumplimento de sus deberes evangélicos. Señalaba Ruiz Moreno en La peste histórica de 1871 que «el sacerdote no tenía Si la enfermedad ya había llegado al segundo período, el descanso».

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Los sucesos

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El cura Eduardo O'Gorman,[nota 3] párroco de San Nicolás de Bari, se preocupó por hallar solución a las necesidades de numerosos niños desamparados y huérfanos y en abril fundó el Asilo de Huérfanos, del que se hizo cargo personalmente hasta que —pasada la epidemia— la Sociedad de Beneficiencia lo sustituyó.[47] Los testimonios de algunos anticlericales notables como Eduardo Wilde afirman que la mayor parte del clero huyó de la ciudad[31] pero las cifras parecen desmentir esa afirmación, ya que fallecieron durante la epidemia más de 50 sacerdotes y el propio arzobispo Federico Aneiros estuvo muy grave, y además perdió a su madre y una hermana que se habían quedado en la ciudad con él.[48] Las cifras de mortalidad por profesiones revelarían que el clero fue el grupo que mayor cantidad de vidas humanas perdió en la tragedia y dio un testimonio de la dedicación que tuvo durante los aciagos días:[49] «Pero he visto también, señores, en altas horas de la noche, en medio de aquella pavorosa soledad, a un hombre vestido de negro, caminando por aquellas desiertas calles. Era el sacerdote, que iba a llevar la última palabra de consuelo al moribundo». Navarro da cuenta el día 27 de abril que ya habían muerto 49 sacerdotes. En definitiva, de los 292 sacerdotes que había en la ciudad el médico higienista Guillermo Rawson calculó en 60 los muertos por la epidemia, frente a los 12 médicos, 2 practicantes, 4 miembros de la comisión popular y 22 integrantes del Consejo de Higiene pública.[46] Entre los médicos que fallecieron en labores para contrarrestar la enfermedad estuvieron los doctores Manuel Gregorio Argerich, su hermano Adolfo Argerich, Francisco Javier Muñiz, Zenón del Arca —decano de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires—, Caupolicán Molina,[nota 4] Ventura Bosch, Sinforoso Amoedo, Guillermo Zapiola y Vicente Ruiz Moreno. Otros médicos que permanecieron en su puesto o incluso acudieron a la ciudad, y sobrevivieron, fueron Pedro Mallo, José Juan Almeyra,[nota 5] Juan Antonio Argerich, Eleodoro Damianovich,[nota 6] Leopoldo Montes de Oca, Juan Ángel Golfarini, Manuel María Biedma y Pedro A. Pardo.

Monumento erigido en 1873 a los caídos por la fiebre amarilla de 1871, en el centro del Parque Ameghino, barrio de Parque Patricios, Buenos Aires. (Obra de Manuel Ferrari).

parte, los carros de basura se incorporaron al servicio fúnebre y se inauguraron fosas colectivas. Por otro lado, el número de saqueos y asaltos a viviendas aumentaron: existieron casos donde los ladrones accionaban disfrazados de enfermeros para introducirse en las casas de los enfermos. Fue incesante la actividad que desarrolló la Comisaría Nº 14, a cargo del Comisario Lisandro Suárez: día y noche recorrían las calles, cerrando con candados —cuyas llaves eran entregadas al Jefe de Policía— las puertas de calle de las casas de San Telmo, abandonadas precipitadamente por sus dueños.

El cementerio del Sur, situado donde actualmente se encuentra el parque Ameghino en la Avenida Caseros al 2300, vio rápidamente colmada su capacidad. El gobierno municipal adquirió entonces siete hectáreas en la Chacarita de los Colegiales (donde hoy se encuentra el Parque Los Andes, entre las actuales avenida Corrientes y las calles Guzmán, Dorrego y Jorge Newbery) y creó allí el nuevo Cementerio del Oeste. Quince años más tar2.3.5 Entierro de las víctimas de, éste se trasladaría a pocos metros de allí, al actual [50] La ciudad contaba solamente 40 coches fúnebres, de mo- Cementerio de la Chacarita. do que los ataúdes se apilaban en las esquinas a la espera El 4 de abril fallecieron 400 enfermos, y el administrador de que coches con recorrido fijo los transportasen. De- de dicho cementerio informó a los miembros de la Cobido a la gran demanda, se sumaron los coches de plaza, misión Popular que tenía 630 cadáveres sin sepultar — que cobraban tarifas excesivas. El mismo problema con además de otros que había encontrado por el camino— los precios se dio con los medicamentos, que en verdad y que 12 de sus sepultureros habían muerto. Fue entonpoco servían para aliviar los síntomas. Como eran cada ces cuando Héctor Varela, Carlos Guido Spano y Manuel vez más los muertos, y entre ellos se contaban los carpin- Bilbao, entre otros, tomaron la decisión de oficiar de enteteros, dejaron de fabricarse los ataúdes de madera para rradores; al hacerlo rescataron de la fosa común a algunas comenzar a envolverse los cadáveres en trapos. Por otra personas que aún manifestaban signos de vida, entre ellas

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una francesa lujosamente vestida.[51] No fue el único caso: en su diario, Navarro afirmaba que hubo enterramientos de gente viva. Esto se condice con relatos de diversos periódicos: por ejemplo, “La Prensa” del 18 de abril comentaba de un tal Pittaluga, que fue dado por muerto y “revivió" en camino al cementerio, y de otro caso, ocurrido el 15 de abril, en que un enfermero se pescó una borrachera y al ir a su casa se desvaneció y quedó sobre una calle, hasta que fue levantado por un recolector de cadáveres que lo arrojó a una fosa. El supuesto muerto tuvo la suerte de despertarse a tiempo, justo cuando comenzaban a rociarlo con cal.[51] En el Cementerio de la Chacarita llegaron a enterrarse 564 personas en un solo día, y en la memoria colectiva quedó el recuerdo macabro de las inhumaciones nocturnas de cadáveres.[50] El Ferrocarril Oeste de Buenos Aires extendió una línea a lo largo de la calle Corrientes (hoy avenida) hasta el mencionado nuevo cementerio de la Chacarita, con el objetivo de inaugurar lo que se dio en llamar el tren de la muerte: realizaba dos viajes cada noche, sólo para transportar cadáveres de personas atacadas por la epidemia. El trayecto se iniciaba en la estación Bermejo, situada en la esquina sudoeste de la calle homónima (hoy Jean Jaurés) con Corrientes. Tenía luego dos paradas, una en la esquina sudoeste de Corrientes y Medrano; y otra en Corrientes y Scalabrini Ortiz (entonces llamada Camino Ministro Inglés) ángulo sudeste. La “parada fúnebre” final era en el apeadero de Corrientes y Dorrego, en la esquina de la “quinta de Alsina”, junto al cementerio, donde los cadáveres eran dejados amontonados en galpones utilizados como depósitos.[nota 7][52] 2.3.6

El pico de la epidemia

El 7 de abril —era Viernes Santo— murieron 380 personas por la fiebre (y apenas 8 por otras causas). El Sábado de Gloria fallecieron 430 de fiebre. Del 9 al 11 de abril se registraron más de 500 defunciones diarias, siendo el día 10 el del pico máximo de la epidemia, con 563 muertes; debe considerarse que el promedio diario normal de muertes antes de la tragedia era de veinte individuos. Comenzaron a producirse además casos fulminantes, gente que moría uno o dos días después de contraer la enfermedad.[53] En la Memoria presentada a la Municipalidad en la Comisión de Salubridad de la Parroquia del Socorro 18711872, se describe en detalle la situación de los conventillos en cuanto a la mugre y su estado de abandono y desidia: «(...) la comisión multiplicó las visitas domiciliarias, y fijó toda su atención en los Conventillos, y casas de inquilinato. En los últimos días del mes de Marzo, hizo sacar de una de éstas, situada en la calle de Artes 433, mon-

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tones inmensos de basura, perros muertos, estiércol en descomposición, y una crecidísima cantidad de huevos podridos. Es casi imposible decir exactamente lo que costó a la Comisión cambiar el aspecto detestable de esta casa. El desalojo de los Conventillos vino enseguida. En estos establecimientos era especialmente en donde la fiebre se desarrollaba con mas vigor. Como hubiera sido inhumano y cruel arrojar a sus habitantes a la calle, la Comisión les decía que por el tren del Ferro-Carril del Oeste se les facilitaría pasaje gratis para que salieran a la campaña en donde hallarían casa. Si esto no les cuadraba, habían ya viviendas improvisadas bajo los Sauces de la Ribera. Sin embargo, los asilados en los conventillos no entendían absolutamente nada, y seguían obstinados en aquellos mortíferos alojamientos. «La inquebrantable resistencia, la ignorancia, la decisión que mostraban para no abandonar aquellos lugares en que la muerte iba a encontrar un gran elemento a su insaciable voracidad, fueron otros tantos escollos contra los cuales fue a chocar la buena voluntad de que la Comisión hacía alarde. Por último, y después de mucha perseverancia, algunos fueron desalojados. Con otros fue necesario solicitar la acción de la autoridad para dejar cumplido el mandato.(...) «(...) debemos tratar de evitar que en lo sucesivo, se repita el caso que un cadáver quede cuatro días insepulto, ó que presenciemos las horribles escenas que han visto los que realmente hemos penetrado en medio de esos repugnantes cuadros de miseria, dolor y degradación moral; la mayor parte de esta gente muere por falta de recursos, otros no quieren curarse, por ser vulgar entre ellos la idea, que el Gobierno paga médicos para matarlos. En estos parages es donde se manifiesta lo terrible que serán en el porvenir, las masas ignorantes que viven en nuestro país; en los conventillos se encuentran cadáveres comidos por los ratones, otros alumbrados en el suelo, muchachos saltando por encima de enfermos espirando; la mayor parte hacinados en un mismo cuarto, también nos ocultan los cadáveres para tener tiempo de sustraer sus camas, hay quienes abandonan sus deudos en el último trance de su vida, sin querer prestarse a encajonarlos, y mas de una vez, al penetrar en los corralones, he visto a los Inspectores Seguí, Viovide, Salvadores y Lopez, haciendo de peones cargando con los cadáveres, de actos tan meritorios, como testigo ocular y miembro de esta Comisión, me permito enumerarlos, haciendo una mención especial del Sr. Seguí que es el Inspector que de mí depende, por la cooperación que me

2.4

Cifras finales

9

ha prestado noche y día, para atender un servicio tan urgente, como penoso (...)»[54]

pueblo de Morón, por ejemplo, se registraron 40 casos mortales entre el 15 de marzo y el 9 de mayo.[56]

El 15 de abril, como consecuencia de la pretensión de la Comisión Popular de incendiar los conventillos —en uno de ellos se llegaron a contabilizar 72 muertos—, el Municipio decidió emitir una ordenanza que disponía el desalojo de las casas de inquilinato.

En otras provincias —aparte de Corrientes— los daños fueron mucho menores. En Santa Fe, el gobierno se ufanaba de haber logrado evitar el ingreso de la enfermedad,[57] mientras en Córdoba hubo un número indeterminado de víctimas en los barrios más pobres de la capital.[58]

Las autoridades que aún no habían abandonado la ciudad ofrecieron pasajes gratis a los más humildes y habilitaron vagones del ferrocarril como viviendas de emergencia en zonas alejadas. La Comisión Popular también aconsejaba abandonar la urbe «lo más pronto posible». En la mencionada fecha del pico de muertes (10 de abril), los gobiernos Nacional y Provincial decretaron feriado hasta fin de mes, una medida que —en realidad— oficializaba lo que de hecho ya estaba sucediendo.

2.4 Cifras finales

El diario inglés The Standard publicó una cifra de víctimas fatales por la fiebre que se consideró exagerada y provocó indignación a los porteños: 26 000 muertos.[59] El doctor Guillermo Rawson afirmó que fallecieron 106 personas por cada 1000 habitantes, cifra también conTodos los diarios cerraron, con dos excepciones: La Pren- siderada muy alta. Es difícil establecer con exactitud la sa redujo a dos páginas su edición, que normalmente era cantidad correcta, pero los datos de las fuentes más sede cuatro; y el diario La Nación continuó normalmen- rias la cifran entre los 13 500 y 14 500. te, pese a la gran cantidad de enfermos de su personal En efecto, la cifra considerada oficial es la que dio la Rey pese a que el propio director también había caído en la vista Médico Quirúrgica de la Asociación Médica Bonaedesgracia.[55] rense, una entidad que concentraba a muchos profesiona2.3.7

Últimos casos

Ayudada por los primeros fríos del invierno, la cifra comenzó a descender en la segunda mitad de abril, hasta llegar a 89. Sin embargo, a fin de mes se produjo un nuevo pico de 161, probablemente provocado por el regreso de algunos de los autoevacuados, lo que condujo a su vez a una nueva huida. El mes terminó en definitiva con un saldo de más de 7 500 muertos por el flagelo, y menos de 500 por otras enfermedades. Los decesos disminuyeron en mayo, y a mediados de ese mes la ciudad recuperó su actividad normal; el día 20 la comisión dio por finalizada su misión. El 2 de junio, por primera vez, ya no se registró ningún caso. Años después, el afamado historiador Paul Groussac, que fue testigo de la catástrofe, afirmaba que «Por centenares sucumbían los enfermos, sin médico en su dolencia, sin sacerdote en su agonía, sin plegaria en su féretro».

les que habían colaborado en el combate de la epidemia. La Asociación contabilizó 13 763 muertos, que es a su vez una cifra mayor —aunque muy cercana— a la registrada por Mardoqueo Navarro. Las cifras de este último —más bajas que las aportadas por otros autores— fueron publicadas gracias a la imprenta del desaparecido diario República, acompañadas con un cuadro con las estadísticas de mortalidad, por mes y por nacionalidad.[60] El 10 de abril de 1894, las cifras fueron nuevamente publicadas en los Anales del Departamento Nacional de Higiene (n.º 15 del año IV del mes de abril de 1894). Sin embargo, no fue hasta cincuenta años después que un estudioso puso su atención en las notas de Navarro: el doctor Carlos Fonso Gandolfo, profesor de enfermedades infecciosas en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires, dictó en 1940 una conferencia basada esencialmente en dichas notas. Con el nombre de La epidemia de fiebre amarilla de 1871, la conferencia apareció en el tomo III de las Publicaciones de la Cátedra de Historia de la medicina, tomo III del año 1940.[61]

La cifra de Navarro fue tomada por cierta por el historiador Miguel Ángel Scenna.[62] El doctor José Pena a principios de la década de 1890 investigó la cantidad de El médico higienista Guillermo Rawson testimoniaba ha- cadáveres de personas fallecidas por la fiebre registrados ber visto en los cementerios, obteniendo: Sin embargo acotó que "Es posible que mi estimación contenga también errores, explicables quizá porque muchos fallecidos por enfermedades comunes fueron anotados a continuación de los febricientes sin establecer el verdadero diagnóstico; pero aun así se ve que la mortalidad absolupor la epidemia osciló alrededor de los 14 Fuera de la ciudad, hubo casos de fiebre amarilla en prác- ta producida [63] 000". ticamente todas las localidades cercanas, en todos los casos introducida por enfermos venidos de la capital. En el A continuación, el cuadro de las cifras de Navarro por «...al hijo abandonado por el padre; he visto a la esposa abandonada por el esposo; he visto al hermano moribundo abandonado por el hermano...».

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nacionalidad y mes, y el detalle de cuantos murieron por 2.5.1 Mejoras sanitarias en Buenos Aires otras enfermedades: Estos números adquieren su verdadera dimensión al ser A partir de la epidemia, las autoridades y la población de confrontados con los datos de mortalidad de los años an- la ciudad tomaron conciencia de la urgencia de establecer teriores y posteriores a la tragedia: el año 1871 terminó una solución integral al problema de la obtención y districon un total de 20 748 muertos en la ciudad, contra los bución de agua potable. En años anteriores, el ingeniero John Coghlan había iniciado estudios sobre el desagüe de 5886 del año anterior, y los 5982 del año 1869. aguas pluviales y cloacales por separado, en redes subLa mayor parte de las víctimas vivían en los barrios de terráneas. En 1869 el ingeniero inglés John F. La Trobe San Telmo y Monserrat (el centro de Buenos Aires) y en Bateman había presentado un proyecto de red de aguas los barrios situados en proximidades del Riachuelo, bajos corrientes, cloacas y desagües. El mismo Bateman dirigió y húmedos, aptos para la proliferación de mosquitos.[44] —a partir de 1874— la construcción de la red de aguas Del total de muertos, 10 217 —un 75 % del total— fueron corrientes, que hacia 1880 proveyó de agua a la cuarta inmigrantes, especialmente italianos.[4] parte de la ciudad. En 1873 se inició la construcción de obras cloacales. En 1875 se centralizó la recolección de residuos al crear vaciaderos específicos para depositarlos, 2.5 Consecuencias ya que hasta entonces usualmente la gente los arrojaba en las zanjas y riachos. Todas estas medidas ayudaron a reTras la muerte del presidente de la Comisión Popular havertir el estado insalubre de la ciudad, que había sido uno bía asumido el cargo su vicepresidente, Héctor Varela, de los motivos de la expansión de la enfermedad, princide intolerante conducción. La comisión había entrado en palmente en los inquilinatos. Al respecto, la mencionada conflictos con las comisiones de Higiene, la Municipal, la “Memoria presentada a la Municipalidad” por la “ComiMédica y todas las autoridades. Como si fuese poco, sus sión de Salubridad”, realizó un enojoso pedido a las autointegrantes se habían peleado entre sí; el propio Varela ridades para que los recursos fuesen destinados a mejorar lo hizo con quien había sido hasta entonces su amigo, el la salud de la población: militar y escritor Lucio V. Mansilla. Muchos historiadores han considerado a esta epidemia como una de las principales causas de la notable disminución de las personas de piel negra en Buenos Aires,[64][65] pues hizo estragos entre ellos, que en su mayor parte vivían en condiciones miserables en la zona sur de la ciudad, cerca de las zonas bajas de los arroyos y el Riachuelo.[66] No obstante, estudios demográficos detallados ponen en duda que la epidemia haya tenido efectos demográfica terminales sobre ese sector de la población.[4] El final de la epidemia dio lugar al inicio de numerosos juicios, relacionados con testamentos sospechosos de haber sido fraguados por delincuentes que buscaban hacer fortuna a costa de los verdaderos herederos; de acuerdo al testimonio de Navarro, el día 1 de junio —cuando aún había 51 enfermos y se registraron cuatro nuevos casos— el número de fallecidos sin herederos era de 117. Además, algunas casas abandonadas habían sido saqueadas por ladrones. Una vez más, el día 22 de junio, el cronista sintetizó lacónicamente la canallesca situación: «La epidemia: olvidada. El campo de los muertos de ayer es el escenario de los cuervos de hoy: Testamentos y concursos, edictos y remates son en el asunto. ¡¡¡AY DE TI JERUSALEM!!!».[nota 8] El 21 de junio de 1871 se fundó la primera Orden de Caballería Argentina, a la que se denominó “Cruz de Hierro de Caballeros de la Orden de los Mártires”, que le fue concedida a quienes habían auxiliado a los damnificados por la enfermedad.[67]

(...) Desde el principio de este terrible azote, esta Comisión se colocó a la altura que las circunstancias requerían...pero desgraciadamente en nuestro país se echa mano a recursos á última hora, pésimamente organizados: en la actual epidemia, nada hay preparado, los sucesivos avisos de cólera, tifus, fiebre amarilla, etc., de poco o nada nos ha servido, el estado insalubre de la ciudad es el mismo o peor que antes, por la aglomeración de habitantes en un municipio completamente descuidado; pero si las inmundicias, las aguas corrompidas, las basuras, las letrinas, los sumideros, las fábricas inmundas en el corazón de la ciudad, el hacinamiento en las habitaciones, el asqueroso Riachuelo, los inmundos conventillos, son excelentes causas para que todos los habitantes no gocemos de perfecta salud, inútil es tanta dedicación, para nada sirven las comisiones; pero si por el contrario los hombres científicos creen encontrar las causas del espantoso desarrollo del mal que nos aqueja, ¿Por qué no son removidos con tiempo? Se contestará que no hay recursos, razón que no es admisible en pueblos que empiezan a encorbarse bajo el peso de enormes contribuciones pretendiéndose hacer pesar aun empréstitos extranjeros, á mas de otras numerosas cargas, para no tener en recompensa en los momentos supremos porque pasamos, ni dinero para saciar el hambre, ni camas, ni ropas para los apestados indigentes, pero que pagan sus respectivas contribuciones

11 (...)[54]

cuarto está abierta y en su entrada se observa al abogado Roque Pérez (en el centro) y al doctor Manuel Argerich (a su derecha), ambos miembros de la comisión popular y muertos en las semanas siguientes, víctimas también de la fiebre. Este célebre cuadro se convirtió en un emotivo homenaje a quienes dieron su vida intentando salvar la de los demás, aunque no refleja exactamente el hecho histórico: el cuerpo sin vida de la mujer fue hallado por un vigilante de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, y el niño fue trasladado a la comisaría, mientras que su padre no pudo ser hallado.[71][nota 9]

A partir de la segunda mitad del año 1871 se iniciaron masivamente obras de saneamiento en toda la ciudad. Las zonas ubicadas inmediatamente al norte del centro, habitadas por ciudadanos de recursos medios y altos que no habían sufrido tanto la epidemia con las del sur, fueron las que más avanzaron en este sentido. La Comisión de Salubridad de la Parroquia del Socorro, por ejemplo, logró grandes avances por medio de la intimación a los comerciantes y propietarios más conocidos por su falta de higiene; se pavimentaron veinte cuadras y se realizaron Guillermo Enrique Hudson, naturalista y escritor nacido cien cuadras de veredas. Otras comisiones obtuvieron loen Argentina, escribió en 1888 un cuento llamado “Ralph gros más modestos, y el rápido crecimiento de la ciudad Herne”, que transcurre durante la epidemia de 1871. En anularía parcialmente estos logros en años posteriores.[44] él realizó la siguiente descripción: En cuanto a los saladeros de carne, localizados todos sobre la margen derecha del Riachuelo, se convirtieron en ...Pero los años de paz y prosperidad no el chivo expiatorio de las muertes por el vómito negro: borraron la memoria de aquella terrible épouna ley sancionada el 6 de septiembre de 1871 prohibió ca en que durante tres largos meses la sombra sus actividades en la ciudad, prohibición que se extendió del Ángel Destructor se tendió sobre la ciudad a las graserías.[68] del agradable nombre, cuando la diaria coseAl año siguiente el médico Eduardo Wilde fue comisionado a Montevideo para firmar un convenio sanitario con el Uruguay, Brasil y Paraguay destinado a prevenir la difusión de enfermedades por vía marítima o fluvial.[31]

cha de víctimas eran arrojadas juntas -viejos y jóvenes, ricos y pobres, virtuosos y viles- para mezclar sus huesos en un sepulcro común; cuando el eco de los pasos interrumpía el silencio cada vez con menos frecuencia, como era antes durante la noche, hasta que las calles estuvieran “desoladas y cubiertas de pasto”.[72]

En 1884, temiendo la aparición de un nuevo brote, los doctores José María Ramos Mejía, director de la asistencia pública, y José Penna, director de la Casa de Aislamiento (actual Hospital Muñiz), se decidieron por cremar el cuerpo de un tal Pedro Doime, que había sido afectado El Monumento a los caídos de la fiebre amarilla erigido de fiebre amarilla. Esta se convirtió en la primera crema- en 1899, es el único monumento que existe hoy en la ciudad en memoria de la peor tragedia —por la cantidad de ción realizada en Buenos Aires.[69] muertos en comparación con el total de la población— Con posterioridad a la gran epidemia de 1871 se regisque haya sufrido Buenos Aires. Se encuentra situado en traron en Buenos Aires casos aislados de fiebre amarilla, el lugar que ocupara el edificio de la administración del hasta principios del siglo XX. En el resto del país tamCementerio del Sur (actual parque Ameghino), frente al bién hubo registros de infecciones que no revistieron mahospital de infecciosas Francisco Javier Muñiz.[nota 10] En yor gravedad. No se registró caso alguno en territorio armedio de este parque, el monumento ostenta una inscripgentino entre 1966 y 2008, fecha en que fueron detectación central:[73] dos diez casos en la Provincia de Misiones; por lo que los médicos infectólogos suelen considerar a la enfermedad El sacrificio del hombre por la humanicomo erradicada pero susceptible de volver a ingresar, dad es un deber y una virtud que los pueespecialmente en el norte del país.[70] blos cultos estiman y agradecen. El municipio de Buenos Aires a los que caye2.6 Expresiones artísticas sobre la gran ron víctimas del deber en la epidemia de fiebre amarilla en 1871 epidemia Juan Manuel Blanes, pintor uruguayo que vivió en Buenos Aires, pintó un óleo sobre tela (actualmente en Montevideo) llamado “Episodio de la Fiebre Amarilla”, que se reproduce en este artículo, inspirado en un hecho acontecido durante la tragedia, probablemente el 17 de marzo de 1871, en la calle Balcarce. En él se observa a una mujer —Ana Bristani— muerta por la fiebre y caída sobre el piso de un conventillo. Su hijo, un bebé de pocos meses, busca el seno de su madre; a la derecha, sobre un lecho, se encuentra el cadáver del padre. La puerta del

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REFERENCIAS

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Notas

[1] Entre los médicos muertos en Corrientes se contó el doctor José Ramón Vidal, que había sido vicegobernador de la provincia y fue el padre del después gobernador y senador Juan Ramón Vidal. Véase Córdova Alsina, Ernesto (agosto de 1970). «Juan Ramón Vidal, el “rubichá" de Corrientes». Todo es Historia (Buenos Aires) (40). ISSN 0040-8611. [2] Este grupo estaba formado por los líderes del movimiento político y periodístico que en 1867 habían logrado la renuncia de la Corporación Municipal de Buenos Aires a raíz de su deficiente desempeño durante la epidemia de cólera. Véase Galeano, 2009. [3] Eduardo O'Gorman era hermano del jefe de policía, Enrique O'Gorman y de la famosa Camila O'Gorman, fusilada veintitrés años antes por orden de Juan Manuel de Rosas. [4] Caupolicán Molina, Cirujano Mayor del Ejército, estaba a cargo del Hospital Militar de Retiro (Buenos Aires) desde 1867. [5] José Juan Almeyra fue condecorado con la Cruz de Hierro otorgada por la Municipalidad de Buenos Aires, la medalla de oro del Consejo de Higiene Pública y citado en el informe que presentó la Comisión de Homenaje del gobierno nacional. Sobre el trágico suceso escribiría su Breve memoria sobre la epidemia de la fiebre amarilla que ha visitado la ciudad de Buenos Aires en el año 1871. [6] Al caer víctima de la enfermedad el doctor Caupolicán Molina, Damianovich quedó al frente del Hospital y por los servicios prestados a la población mereció la medalla de oro acordada por la Municipalidad. [7] La locomotora La Porteña, primera en haber operado en la Argentina, fue afectada a este servicio. Véase Montórfano, Analía. «Cementerios de Buenos Aires: Cementerio de la Chacarita, ex Cementerio del Oeste». Apellidos Italianos. Archivado desde el original el 29 de noviembre de 2015. Consultado el 12 de septiembre de 2012. [8] En mayúscula en el original. [9] El cuadro de Blanes también originó un conflicto con el gobierno uruguayo, cuando la Argentina pretendió que el cuadro fuese donado a este país. [10] La elección del nombre del hospital es también un doble homenaje: el Dr. Muñiz fue un destacado epidemiólogo, y también falleció por la fiebre en 1871.

5 Bibliografía consultada • Scenna, Miguel Ángel (1967). Fiebre amarilla en Buenos Aires. Revista Todo es Historia. Nº 8 (diciembre). • Diario de la Epidemia de Mardoqueo Navarro, publicado en abril de 1894 en Anales del Departamento Nacional de Higiene, Nº 15, Año IV, con el título de Fiebre Amarilla, 10 de abril de 1871. • Crónica Histórica Argentina, Tomo IV, (1968) Editorial CODEX. • Julio A. Luqui Lagleyze (1998). Buenos Aires: Sencilla Historia, La Trinidad. Librerías Turísticas. ISBN 950-99400-8-9. • José Luis Romero y Luis Alberto Romero, Buenos Aires, historia de cuatro siglos. Editorial Abril, 1983. • La ciudad del Tango: Fiebre amarilla en Buenos Aires, por Ángel Pizzorno. Centro Cultural de la Cooperación. • “Vómito Negro, Historia de la fiebre amarilla, en Buenos Aires de 1871” por Diego Howlin, Revista Persona. • Historia de las Organizaciones de Socorro, la epidemia en Buenos Aires de Ángel Jankilevich. • La Iglesia en Buenos Aires durante la epidemia de fiebre amarilla de 1871 según el Diario de la epidemia de Mardoqueo Navarro, de Jorge Ignacio García Cuerva.

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Origen del texto y las imágenes, colaboradores y licencias

6.1

Texto

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Imágenes

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