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-Me carga viajar en el tiempo. -Pero hijo... -Es que mamá nunca viene con nosotros... Aaron Modric levantó la vista. Desde los juegos de agua de la plaza, el pequeño Mondrian lo núra­ ba con cara de querer estar en cualquier otra parte. Pensó en dejar de lado la presentación que estaba revisando en su dispositivo portátil, pero también pensó que este seda un buen momento para pro­ barla con una audiencia impaciente y gruñona. -Ven un segundo, hijo. Ven, siéntate aqui Mondrian corrió feliz a sentarse en las piernas de su padre, que al presionar el marco de sus an­ teojos comenzaron a proyectar el holograma de lo que a todas luces era un powerpoint del futuro. 6n el aire rotaba la proyección de ·ecuaciones e índices de probabilidad genética, en coloridos gráficos que cl niño perseguía a zarpazos por el aire. -Mira, este es el código del ADN de una per­ sona. Es la combinación de información genética

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que hace que las personas seamos personas y ten­ gamos dos piernas, dos brazos, un corazón, un cuello pequeño; y nos diferenciemos de, por ejem­ plo, las jirafas, que tienen ma.nchitas, cuello largo y comen hojas. En este nivel todas las personas del mundo somos iguales. Todos tenemos algo en común, y por eso es im¡portante preocuparnos por los demás, ¿no es verdad? Mondrian iba a decir "pero, pero", sin embargo

su padre prosiguió a la velocic;lad justa para que

no fuera necesario intenumpirlo. -Aunque también todos somos distintos. To­ dos tenemos cosas que nos diferencian. Algunos somos más altos, otros más bajos. Algunos tene-: mos el pelo rojo, otros lo tienen oscuro o rubio. Y las narices ... ¡Qué distintas son las narices! ¿No te parece? Cuesta mucho encontrar dos iguales. Como las personas mismas, las hay parecidas a

veces, ¿pero iguales? La imagen proyectada se empezó a enfocar en una sección especial de la doble hélke del ADN. A un costado salían más números y porcentaies, -. E�ta sección es la que nos importa, Mond. Mira. En esta área hay algo que hace que alguna gente como tú o como yo tengan el pelo de este color. Y hay algo en esta misma sección que hace

que podamos soportar los efecto:; físico� al "iajar 8

en cl tiempo. Y no sé que es, pero lo estoy buscan· do. Por eso viajo tanto y trato de llevarte conmi­ go, porque e�'tás creciendo tan rápido cuando yo estoy de viaje. Por eso, además, mamá no puede acompañarnos. Algo hay en el ADN que impide que las personas que no tienen este componente viajen e.n el tiempo; esta marquita minúscula en sus fibras más pequeñas, que además les da este color de pelo. -¿Y si te pasa. algo cuando estás lejos? Mondrian ya estaba entrando en la edad en que quería compartir con el mundo las aventuras y descubrimientos de su padre, sintiéndose orgu­

lloso de ser el lújo de una persona. tan importante. Pero no podía contarles la verdad a sus compañe­ ros, ni aun a su madre, sin que lo dejaran e.n ridí­ culo y se burlaran de él. Una vez trató de contarle a su mejor amigo que su . padre tenía la capacidad de poder viajar en el tiempo, que ve.nía del futuro, y pasaba largas semanas ausente en viajes de los que no podía.decir nada . Al día siguiente su amigo le dijo que sus papás le prohibieron volver a jugar con él. -No me va a pasar nada. 'nenes que estar tran· quilo, hijo. Recuerda eso siempre. Si alguna vez me pasa algo vas a ser el primero en saber. Mien­ tras tanto, no te preocupes. 9

-Pero y si un día ... -Si un día, ¿qué? -Y si Wl día haces algo que no sea de esta época ... Algo que sea peligroso ... Con sus bucles anaranjados tapándole los tí­ midos ojos, Mondrian no pudo percibir el brillo orgulloso en la mirada de su padre. Aaron respiró profundo: en unas horas más estaría muchos si­ glos en el futuro, frente a una audiencia de reclutas y científicos ávidos de escuchar su historia, llenos de dudas técnicas y ecuaciones con múltiples in­ cógnitas por despejar. Y ahí estaba su hijo, con las preguntas más importantes, esperando la respues­ ta más simple posible. -Cuando uno hace algo que cambia el pasa­ do y puede con ello alterar el futuro, el univer­ so se porta de lo más amable, hijo. Como cuando conocí a tu rnamá, o cuando naciste tú, más de ¡ni! años antes que yo, imagínate. El universo se preocupa de nosotros y no nos deja solos. Es un lugar inmenso, y cuando cambiamos el pasado de esta forrna, lo que hace el universo es abrir un es­ pacio nuevo, acomodar los que estaban por venir y to�ai una nueva forma. No es que uno pueda terminar con el tmiverso o quedarse atrapado por siempre viviendo los mismos días. Con cada cosa que hacemos en un día com(U\ y corriente esta-

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mos cambiando la forma del lugar donde vivimos, Mond. Y por eso es importante. Aaron le hizo un cariño a su hijo, desenredan­ do suavemente uno de esos mechones rojizos, como queriendo destacar el color de pelo de los viajeros en el tiempo, y también para mirarlo a los ojos cuando le dijera lo siguiente, que era una de las lecciones de Vida más significativas que había aprendido en sus cronoviajes. Ahi se percató que los ojos que buscaba estaban cerrados, y que su hijo respiraba por la boca, profundamente perdido en un sueño plácido. -¿Có�o te voy a poder explicar la ciencia del viaje en el tiempo a los crononautas del mañana?

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Capítulo 1 En el que 1111 chancho es rescatado y conocemos a nuestros héroes, los que redben 1111 extraño llamado del destino. O de Sil jefe, que viene II ser la misma cosa, frnrzcamente.

AÑO 2181, SIGLO XXII

En otro lugar del tiempo, durante una noche os­ cura, de una oscuridad apenas más pálida por la luna media. En medio del silencio del bosque se filtraba sutilmente el imperceptible crepitar de la hojarasca. Un hombre y una mujer, enfundados en trajes que pareáan estar hechos de la núsma oscu­ ridad, se deslizaban sigilosos, procura.ndo pasar lo más desapercibido posibles. Habían conseguido eludir la seguridad robotizada de la planta de pr'O­ ducción, pero siempre era probable que hubiera patrullas humanas recorriendo los alrededores. La mujer se movía con una me7,ela de cautela y gra­ cia que daba gusto observar. Se desplazaba entre árbol y árbol con la naturalidad de w1a bailarina que ha entrenado muchos años para este momen­ to. Por su _parte, el hombre avanzaba como uno de esos malabaristas de circo que siernpn, están a punto de botar el cuarto plato que lanzan al aire,

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pero finalmente nunca botan nada. No llevaba pla­ tos; en cambio llevaba un chancho. -¡Brooohili.nk! �hhh. Tápalo. Tápale la boca. -¿Ah? -Así -la mujei: tomó !a. mano de su compañero y la puso a la fuerza contra el hocico del porci­ no, quien rápidamente intentó hacer merienda del guante del muchacho. -íAuch! Me mordió. -Merecido te lo tienes. 'Trátalo con más cuidado. -Pero si es un chanch ... -Es un ani:IJ1al. ¡Y un animal especial, además! -Yo todavía no veo qué tiene de especial este chancho ... En mi época la carne de cerdo era de Jo más común. Lidia hizo una pausa para mirar a su compa­ ñero. Ninguno de los dos cumplía aún los veinte años. Ah( temúnaban sus similitudes. Si bien am­ bos eran pelirrojos, lo eran de maneras distintas. Aún bajo la. escasa luz que proveía la luna, Lidia podría llegar a pasar por una rubia cobriza. Mon­ dri�, en c;unbio, no padría pasar por nada menos que una zanahoria atómica. En el rostro de Lidia, tanto como en sus movimientos pulidos y elegan­ tes, habla reflejada una alegria profunda e intensa, como si su cuerpo apenas pudiera contener el gus-

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to por lo que estaba haciendo. Mondrian parecía más indiferente a todo. �¿Qué pasa? -Nada, vamos. Y trátalo con más cuidado ¿sí? nene sentimientos y le duele si le haces daño. A Lidia a veces se Je olvidaba que, a pesar de tener casi la misma edad, Mondrian había nacido unos dos mil quinientos años antes que ella. No lo conocía tanto, pero todos los crononautas conocían la historia de Mondrian Modric, el niño del pasado que habfa quedado abandonado en el futuro. -Comienza el conteo. Enciende los motores de extracción: Aqtú vamos -dijo Lidia a la computa­ dora de Ja nave. Ajustaron los controles de gravedad de sus tra­ jes, de lo contrario el despla.zamie:nto de la nave por el flujo temporal los pondría a rebotar contra las paredes hasta hacerlos papilla en un santia­ mén. Podían sentir como., a medida que los moto­ res de extracción temporal empezaban a acumular la energía necesaria para dejar al siglo xxn y da.r el salto de vuelta al siglo XXXVl, la crononave entera vibraba, envolviéndolos lentamente en un arrullo que a Lidia le parer que sentía, aunque al me­ nos, creía, tendrían un mínimo de privacidad para hablar. Cuando llegaron los robots con la camilla, Mon­ drian ha.bía dejado de experimeritar espasn,os; no podía mover los músculos por voluntad propia Y pareóa que cada respiración sería la última. Lidia lo acomodó en el teletransportador y cuando lle­ garon a casa, apenas rogró sacarlo de la camilla y abrazarlo. En el intento de distraer a Arcadio ha­ bían perdido demasiado tiempo. Golpeó el pecho de su compañero para darle un últi.tno impulso a su corazón, respiró en su boca para impulsar esos pu�o�es que ya no se inflarían por voluntad pro­ pia. Lo volvió a abrazar y no pudo evita.r petderse un segundo y llorar runtes de decir: -Enciende los motores de extracción.

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Capítulo VI En el que Lidia intenta arreglar las cosas, hay mríltiples saltos temporales y conversaciones sobre In importancia de los bigotes y los lunares. ¡Además! ¡Lns nuevas aventuras del pequeiio Mondrian! ¡Dinosaurios! (Bueno, casi).

Pru¡msTORlA Anocheda en la Tierra y los animales diurnos se retiraban a descansar, reponerse y esconderse de aquellos mejores acondidonados para la noche. Este cambio de guardia, propio del balance per­ fecto de un planeta que :funciona como una sola unidad armónica, era uno de los espectáculos favoritos de Lidia. Le gustaba llegar a un lugar minutos antes de la retirada del sol y ver a los la­ gartos volver bajo las piedras, los honúnidos a sus cavernas; ver como las lechuzas despertaban y las bandadas de murciélagos partían, siempre, ha­ cia el sol poniente. Asf hubiera grandes ciudades cobijando a millones de personas, o explanadas inmensas para el traslado de unos pocos dinosau­ rios, había una constante: la Tierra era un planeta de una bclleza que tomaba mudúsimas formas. Y todas estas formas confluían y fluctuaban sobre 97

la misma superficie, en Jo que no podía ser sino un milagro, un prisma de belleza similar al que se observ11 en el rostro de una persona a la que uno realmente ama. Ahora, sentada en la soledad total de w,a me­ seta 1nesoamericana, todo este milagro de belleza se escapaba, resbaladizo, por su mirada perdida y sus ojos llorosos. Lloraba por el error cometido, por su amigo perdido, por el mundo en que ha­ bía estado viviendo. ¿Qué iba a ser de toda esa gente? Pensaba en el mensaje de Mondrian, en su cara descompuesta, en la tensión de sus músculos cuando entró a la celda. ¿Qué hacía en una cel­ da? No podía sacarse esa expresión pasmosa de su mente. Ni tampoco la sensación de que Arca­ dlo tenía que ver con todo esto. Entonces el padre de Mondrian tenía razón y todo, todo estaba muy mal. Y ella solo había hecho que las cosas fueran peores. En ese pasado prehistórico, un millón de años antes del lugar que había dejado atrás, las pala­ bras de Lidia hicieron eco quebrando el aire en miles de pequeñas réplicas de un sismo suave. El súbito cambio en el mundo ah-ededor, la forma en que habfa perturbado la paz de w, lugar que le gustaba precisamente por eso, porque podía estar sola y componer sus penSllmientos tranquila,_hizo 98

que saliera de la empantanada pena que la había llevado en primer lugar a buscar ,·efugio en ese momento de la historia humana. Ahora tenía que pensar qué iba a hacer para enmendar su error. Necesitaba enfocar su mente y encontrar una solución a todo esto. Había formas de cambiar la historia sin interrumpir el flujo del tieinpo, sí. Lo había estudiado con detención en la Academia y alguna vez lo había visto, al pasar, en una charla dictada por el mayor experto teórico en esta materia. Entonces supo: tendría una seria conversación conAaron Moclric. ANO

1985, SfGLO XX

Era un sábado soleado de otoño y el pruque es­ taba repleto de padres jugando con sus hijos. Era el único momento que muchos de ellos tenían para compartir y la proximidad del invierno les hacía querer aprovechar cada día de sol al máximo. Los columpios estaban llenos, los resbalines eran un torrente de niños gritando. El aire de la ciudad se llenaba de este sonido, que ocupaba el espacio que en la semana era propiedad de los motores, los taconeos acelerados, los taladros de construcción. Esto hacía que el día se sintiera especiahnente cal­ mo y dul.ce, a pesar del ajetreo. 99

Lidia Moreau había llegado ese miércoles. Ha­ bía estucüado en detalle las costumbres sociales y el comportamiento relacional de los incüviduos de esa época el jt1eves; y había intentado encon­ trar un trabajo el viernes. Como no había podido encontrar nada, el sáobado tuvo que tomar presta­ das ropa y comida de una multitienda, pues no esperaba que su atuendo de látex la hiciera pasar desapercibida en un parque Heno de niños; el viaje con Mondrian a 1984 le había enseñado varias co­ sas. El domingo estaba alimentando a las palomas cuando vio llegar a dos colorines, padre e lújo. Levantó los brazos e 1:úzo un gesto a la distan­ cia, saludando a los recién llegados. :Pero Aaron no esperaba conocer a nadie ahí, así es que ni siquiera

registró a la muchadha qué lo estaba saludando. Ttas fallar en su primer intento, Lidia procedió a acercarse lentamente donde estaban jugando los Modric. Habla tenido pocos días para acostum­ brarse a caminar pmr entre los pliegues y vuelos de las faldas que pai:ecfan ser la vestimenta típica de 1984, por lo que llegar al sector de los juegos para niños más pequeños serfa una odisea. En eso estaba cuando vio al ¡pequeño Mondrian subirse a un bloque con forma de dinosaurio y no pudo evi­ tar mirarlo y sonreír. Nunca lo había visto tan feliz. En eso trastabilló, quedó en medio de una gue-

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rra de barro a cuatro bandos, y fue a dar medio zaparrastrosa mente a la banca donde Aaron Mo­ dric veía cómo su hijo montaba a un dinosaurio de cemento, r.ecordando cómo eran los cünosaurios de verdad. -Perdón -le dijo Lidia-, ¿vienes siempre a este parque? -Cuando puedo. No tengo mucho tiempo libre, la verdad. ¿Y tú? -,le respondió Aaron. -Primera vez. !V!e gusta . -Es grande al menos. ¿Con quién vienes? -Sola. Me gusta venir a pensar y ver a los niños. Mi novio ve el fútbol y no tengo paciencia pa.ra esas cosas, la verdad -dijo ella claramente mintiendo para encubrir su personaje improvisa­ do-. ¿Y tú, vienes con alguien? -Vengo con mi hijo que está ahí saltando arriba del dinosaurio -dijo Aaron apuntando a Mondrian. -Me imaginé. Tienen el mismo color de pelo... -Hola, soy Aaron. Aaron Mondric, mucho gusto. -Hola, yo soy... Jill.

-Mucho gusto, Jill. Ahora, si me disculpas, iré a casa, se me hizo tarde. -Oaro, ql1e estés bien. -Igualmente, encantado de conocerte.

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"Perfecto", pensó Lidia. Había establecido el primer contacto, pero no podía pennitirse estira.r demasiado las cosas. Por más que tuviera todo el tiempo del mundo, la ansiedad de hacer las cosas de la manera más pronta y eficiente seguJa siendo uno de sus atributos principales. Por eso, al día siguiente, fue al parque nuevamente, directo a saludarlo. -¡Aaron! Qué sorpresa, otra vez aqui -Bueno, yo vengo siempre, la sorpresa es.mía. -Espero que sea una grata sorpresa al menos. -Sí, claro. Mira, te presento a mi hijo. Mondrian, saluda a Jill. -Hola, M.ondrian. Qué bonito nombre. -Saluda pues, Mondrian -insistió Aaron al ver que su hijo permanecía catatónico. Lidia se agachó y Mondrian le colgó ambos bra­ zos al cuello para poder darle un beso en la mejilla. Ella Jo abrazó y recordó la última vez que lo había hecho; sintió que se íba a descerrajar llorando ahi mismo. Por suerte, el pequeño Mondrian la dejó y fue corriendo a jugar. -Qué entusiasta es-insistió Lidia nuevamen­ te como queriendo entablar conversación. · -Sí, tiene sus momentos. A veces se queda quieto por horas, mirando las cosas y pensando, perdido en su mundo. Pero cuando quiere jugar y pasarlo bien, va y hace lo que quiere.

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Lo miraron un momento. Lidia estaba lista, con su pregunta agazapada. El corazón le latía y pare­ cía no querer qued,ll'Se en su pecho. -Aaron, ¿te puedo hacer u.na pregunta? -Claro que sí. -Tengo una amiga que está trabajando como guiol11ÍSta en HoUywood y me comentó que están haciendo una película de un automóvil que viaja en el tiempo. Me decía que están teniendo un pro­ blema resolviendo el viaje al pasado y el posterior regreso al futuro porque... -¿Porque no hay nadie que haya viajado en el tiempo? -Bueno, también, pero ... ¿qué es lo que pasa con la. persona que vuelve al futuro? Imagínate que alguien viaja varios años al pasado y cambia las co­ sas de una forma que la afecta directamente, como impedir que sus padres se conozcan o algo así. Y después, por mucho que lo arregle, se produce al­ gún cambio, ¿no? Ill futuro no seria e>:actan1ente el mismo. ¿Cómo podría cambiar las cosas, pero de manera que no se notara la intervención? No es una situación en la que se le pueda decir a las personas que viene del futuro, o bien sa.lvarlos directamente. Supongan1os que tm buen amigo va a morir ... ¡Oh, discul pal, no es mi intención arruinarte la película. La estrenarán en julio del próximo año.

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-No hay problema, estoy seguro que de aquí a julio me voy a haber olvidado de esto. -Bueno, en la película alguien muere. Y su me­ jor amigo viaja al pasado y lo conoce cuando era joven y quiere salvru:le la vida. Ahora bien, esta persona que muere no qujere saber nada del futu­ ro, porque no quiere que su vida se altere con esta infom1ación nueva. -Algo muy comprensible, por Jo demás.

Le

quitaría la gracia a vivir y podría incluso impedir que ese momento sucediera.

-¡Exacto! Entonces, lo que mi amiga me pre­ guntaba es si se me ocurría una solución mejor pru:a salvru: a este personaje su, provocar una pa­ radoja temporal del tipo: si se salvó, entonces su amigo no habría podido viajru: en el tiempo. -Pero, espera, ¿fue la muerte del amigo lo que provocó el viaje en el tiempo, o esta otra persona podía viajar desde antes? -No, no. Ambos podían viajar desde antes, lo que pasa es que una de ellas viajó justo después de la muerte de su antlgo.

-Bueno, en ese caso no es tan complicado. Se­

ría cosa de generar un cambio sutil Podría dejarle una carta en el pasado. O volver no al momento

mismo, sino unas horas antes y regalarle un chale­ co antibalas. O algo así. Usar un clcmcnto externo.

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-Podría, por ejemplo, ¿volver unas horas atrás y llevarse a su amigo para otro lado? -Pero eso generaría cambios demasiado des en la línea temporal. En casos como este, Lidia, lo mejor es cambiar lo menos posible. Verás, en mi experiencia, el universo tiene cierto grado de elas­ ticidad y, conforme el tiempo pasa, los cambios en el pasado se pierden en el cauce del futuro. Cam­ bias el col01· del sombrero de una persona y en dos semanas los acontecinúentos hlstóricos son los mismos, pero hay ciertas decisiones más grandes que podrían generar universos para lelos, puntos de no retomo o incluso tú pen:;ar ""Ju que nos

para ver la inmensidad de cosas que nos quedatl por ver. Esa nave va a necesitar de un mando .fir­

encontraríamos al intentar volver. Creo que ya está

me y disciplinado, pero compasivo y dispuesto a

bueno, además, de viajes hacia el futuro. Mi padre

cambiar drásticamente de planes cuando lo situa­

tenía razón. Además, tenemos tanto por explorar

ción lo amerite. Y ya te dije que este va a ser un

aquí. Aún hay enfermedades por curar, historias

mundo mejor y más humano. ¿Quién mejor que

por contar y proyectos para realizar. Proyectos que

tú para construirlo?

no sigan el in1pulso de la voz que grita más fuerte

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Lidia cerró los ojos por un segundo. Pensó en

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todo lo que dejaba atrás, en su familia, amigos, en el exnovfo ficcionauta, en todos los ficcionau­ tas, en el Nautilus que ya nunca sería como en sus tiempos. Había conocido un mundo perfecto, basado en tma mentira, y ahora el trabajo de Stt vida sería construir uno parecido, pero esta vez de verdad. Estiró los brazos y sintió que del otro lado del esa·itorio Mondrian le tomaba la mano. No quería abrir los ojos todavía. El futuro estaba recién empezando.

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AGR>\OECfMrF.NTOS

Pilar De Aguirre un día me dijo "¿y por qué no mandas tu novela al Concurso El Ba.tco de Va­ por?", y asf empezó todo. Por eso, su nombre va tan cerca de la palabra "agradecinuentos". Maria José Navia es la mejor lectora de este uni­ verso y de varios más. Este libro es bastante mejor gracias a clla. Yo mismo soy bastante mejor gracias a ella. Catalina Echeverría editó este libro y tuvo que lidiar con mi testarudez, ambos motivos para hacerle un monumento. Si usted puede leer este ejemplar siI'I problemas ni saltos de lógica, es todo gracias a ella. María José Marconi leyó lUla versión pre.liminar de esta novela con la mirada pedagógica justa para ayudanne a afinar un par de detalles. Sus alunmos tienen toda la suerte del intmdo y lo saben. Y, claro, a ti, que estás leyendo esto. Asumien­ do que ya leíste las ciento y tantas páginas previas, porque si eres de esos que lee los agradecimientos antes que el libro, bueno... tus agradecimientos te están esperando en algún lugar del futuro.