eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas, UNESCO /CLACSO, Buenos Aires, 2000, p

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Parcial domiciliario 1- Comente el siguiente fragmento y relaciónelo con los textos de S. Bessis, Occidente y los Otros. Historia de una supremacía y E. Dussel, “Europa, modernidad y eurocentrismo”: “Uno de los problemas que plantean las definiciones clásicas del Renacimiento es que éstas celebran los logros de la civilización europea excluyendo a todas las demás. (…) la Europa renacentista se definió y midió a sí misma en relación con la riqueza y esplendor orientales, aspecto éste que ha sido marginado dada la influencia que la versión del Renacimiento propia del siglo XIX ha ejercido hasta ahora”. (J. Brotton, El bazar del Renacimiento, Buenos Aires, Paidós, 2004, p.45).

El fragmento citado señala uno de los aspectos problemáticos de la relación que usualmente se ha establecido entre Occidente y el resto de culturas desde el Renacimiento. De hecho, lo problemático es, más bien, la eliminación dicha relación y la creación de un mito según el cual Occidente, por sí sólo y sin ayuda de nadie más que la luz de la Razón (con mayúscula), llevó a cabo un proceso de expansión imperialista sin igual, acompañado del desarrollo de la cultura, el arte y la técnica (además, como veremos, acompañado por el mayor derramamiento de sangre de la historia de la humanidad). Un dato que señala Brotton –y que es más que una simple curiosidad– es que el término “Europa” no existió sino hasta el momento en que ésta alcanzó un dominio imperial bien asentado en la mayor parte del mundo.1 Con el nacimiento del término “Europa” se originó, asimismo, una no tan elaborada ideología a través de la cual Europa se autoasignaba a sí misma –y sólo a ella misma– la humanidad moderna. Todas las culturas que la antecedieron y que compartían un espacio temporal, pero no geográfico, con ella pasaron a ser excluidas de la “humanidad”. Esta exclusión, sin embargo, niega la historia misma de Europa, cuyas raíces y desarrollo no pueden explicarse sin aludir, obviamente, a otras culturas con las que ésta estuvo en permanente contacto y con las cuales intercambió técnicas, materiales y mercancías. Como señala Dussel2, incluso si nos remontamos al origen que suele autoatribuirse Europa como parte fundamental de su mito eurocéntrico, a la Grecia clásica, nos damos cuenta, primero, que ésta “es tanto cristiano bizantina como árabe musulmán”3; segundo, que ésta no era ni por cerca la cultura más desarrollada ni privilegiada en su tiempo y tenía ella misma plena consciencia de ello. De igual manera, tampoco lo será la Europa del Renacimiento, con

1

Brotton, J., El bazar del Renacimiento. Sobre la influencia de Oriente en la cultura occidental, Buenos Aires, Paidós, 2004, p. 46 2 Dussel, E., “Europa, modernidad y eurocentrismo”, en Edgardo Lander (comp.) La colonialidad del poder: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas, UNESCO /CLACSO, Buenos Aires, 2000, p. 41 3 Íbid, p. 42

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respecto al enorme bagaje cultural y técnico que las culturas orientales poseían para entonces, y del cual Europa no podrá hacer más que nutrirse constantemente. Por eso es que Brotton4 considera erróneo pensar que Europa, en este complicado proceso de creación y asimilación de su identidad de superioridad, se definió por oposición a Oriente. Él considera, más bien, que ésta llegó a definirse mediante un amplio y complejo proceso de intercambio de ideas y de materiales. Da, incluso, múltiples detalles de cómo representantes del Renacimiento italiano tenían plena consciencia de dichos intercambios: “Personajes como Fibonacci y Bracciolini comprendieron que el comercio y los intercambios con Oriente, así como la adopción de formas más sistemáticas de negociar, habían creado las condiciones del arte, la cultura y el consumo del Renacimiento”5 Más allá del hecho de que grandes autoridades del mundo intelectual y cultural renacentista den fe de la influencia de culturas orientales en el desarrollo del Renacimiento, lo cierto es que, con el discurrir del tiempo, se fue borrando estratégicamente del discurso occidental toda alusión a las contribuciones foráneas. Esta eliminación no es, tampoco, casualidad y, según Dussel, tiene incluso fecha de nacimiento; se trata, dice el autor, de “un invento ideológico del siglo XVIII romántico alemán” 6 que, además de borrar toda influencia Oriental, cercó la tradición “universal”, dentro de los límites que van de Grecia, pasando por Roma, hasta llegar a la Europa moderna. Sin embargo, más allá de esta eliminación estratégica, la Europa del siglo XV ya se autoasignaba el rol civilizador con excusa de su afán imperialista. Bessis 7 señala dos hitos fundamentales que marcaron este cambio de conciencia de una Europa que se sabía periférica a una que se pensaba central y fundamental para el desarrollo de la humanidad: primero, la invasión de América y, segundo, la expulsión de los musulmanes y judíos de España. Con estos dos eventos, señala Bessis, se llevó a cabo un evento fundamental para la conciencia europea: se dibujaron las fronteras del Occidente moderno. Con la Europa moderna delimitada, hizo falta, sin embargo, que en el siglo XVI se llevara a cabo una importante –para Europa– labor intelectual con miras a justificar la exclusión y apropiación. Acá presenciamos literalmente la creación de una serie de mitos, que toman sólo parte de la realidad y distorsionan el resto; donde se decide quién formará parte de la prestigiosa herencia de la Razón y quién no. Presenciamos, pues, la creación de una ideología que acompañe a Europa en sus labores colonialistas en América y en África y les 4

Brotton J., op cit. p. 49 Íbid., p. 58 6 Dussel, E., op cit., p. 41 7 Bessis, S., Occidente y los otros. Historia de una supremacía, Madrid, Alianza, 2002, caps. 1 y 4. pp.23-24 5

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permita justificar lo injustificable, “se trataba menos de propagar una verdad revelada que de basar su derecho a la dominación en la razón”8. Es sumamente relevante para nosotros –los históricamente excluidos y, sin embargo, arrastrados por el proyecto europeo moderno– conocer las falacias que sustentan una visión eurocéntrica de la historia global y que nos excluyen completamente como “la otra cara dominada, explotada y encubierta”9, así como dar visibilidad al reverso de la idealizada Modernidad a la que tan acostumbrados estamos, reverso que oculta la absoluta sinrazón y crueldad sin igual del romantizado proceso “civilizatorio” llevado a cabo por Europa. 2- Relacione y explique los siguientes párrafos. Indique cuáles son las formas de transmisión de la memoria colectiva: “Dada la multiplicidad de identidades sociales y la coexistencia de memorias opuestas y alternativas (…) conviene pensar en términos plurales sobre los usos de la memoria por distintos grupos sociales, que muy bien pueden tener distintas visiones de lo que es significativo o “digno de recordarse”. (…) Es importante preguntarse: ¿quién quiere que alguien recuerde qué y por qué? ¿A quién pertenece la versión del pasado que se registra y preserva?” (P. Burke, “La historia como memoria colectiva”, en Formas de historia cultural, Madrid, Alianza, 2000, pp. 80-81). “(…) ¿Qué explica que esos textos panfletarios hayan alimentado tanta creencia, mejor, que hayan fundado tantas convicciones? ¿Por qué resultaron tan temiblemente eficaces? (…) sabemos que la memoria de los panfletos circuló ampliamente, ya sea a través de una lectura directa – las tiradas eran limitadas pero pudieron ser repetidas- o a través de un juego de citas retomadas por el escrito o la transmisión oral. (…) La ficción panfletaria sólo se apoya en su propia autoridad (…) mucho antes de que la persona de María Antonieta resultara directamente cuestionada y luego suprimida, ella ya había sido devorada, desde hacía tiempo, por sus ficciones”. (J. Revel, “María Antonieta y sus ficciones: La puesta en escena del odio”, en Revel, J., Un momento historiográfico. Trece ensayos de historia social, Buenos Aires, Manantial, 2005). En la cita de Burke se habla de “usos” de la memoria. Me parece que es reveladora la selección de términos porque nos ayuda a desembarazarnos de una idea según la cual existiría una relación inmediata entre la memoria y lo acontecido realmente, los hechos. Tal idea nos llevaría a prescindir de la importante relación existente entre la memoria y el olvido, así como del necesario proceso de selección, ya sea consciente o inconsciente, que implica todo acto de recordar (e incluso los actos de olvido). Para Burke10 la memoria no es obra de individuos aislados, sino que está mediada por un proceso de selección e interpretación de los hechos que está, a su vez, íntimamente relacionado con el grupo social que lleva a cabo el proceso de rememoración, con sus deseos e intereses. De ahí la relevancia que da el autor al carácter maleable del recuerdo y al proceso por el cuál este 8

Ibid, p. 29 Dussel, E., op cit. p. 48. 10 Burke, P., La historia como memoria colectiva”, en Formas de historia cultural, Madrid, Alianza, 2000, p.66 9

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puede ser maleado y por el autor del mismo. Es por eso que Revel 11 habla de “fuentes impuras” a las que los historiadores han tenido que acoplarse, pues la anterior ilusión de dar con una historia objetiva y definitiva se ha ido derrumbando poco a poco, para dar paso a múltiples historias que se reconocen parciales pero que no por eso dejan de aportar importantes interrogantes y destellos de verdad. Revel se pregunta, entonces, partiendo de fuentes tan evidentemente falseadas y poco serias como la literatura panfletaria en torno a Maria Antonieta, cómo se explica la fuerte influencia y eficacia de los mismos para generar una “representación colectiva” de tal magnitud y extensión como la que a finales del siglo XVIII se creó en torno a la entonces reina de Francia. Acá cabría resaltar la afirmación de Burke según la cual los grupos sociales “recuerdan muchas cosas que no han experimentado directamente”12, pues en la relación entre los individuos y el grupo social al que pertenecen, los primeros tienden a identificarse con los acontecimientos públicos que son importantes para su grupo. Así, Revel llegará a la explicar cómo, a pesar de que el objetivo de los panfletos no estaba directamente relacionado con transmitir una verdad, bastaba a estos con partir de premisas aceptadas por sus coetáneos –como la variedad de rumores difundidos en torno a la figura de la reina– para generar una sensación de verosimilitud en la audiencia, por más que las premisas constituyeran únicamente un punto de partida que se abandona completamente en las más extremas e incluso descabelladas conclusiones. Así, estas construcciones discursivas debían cumplir únicamente un requisito mínimo de plausibilidad para generar el efecto deseado y desencadenar el odio y aversión hacia la figura de Maria Antonieta 13. Sin embargo, esta fuente de transmisión que constituyeron los panfletos, no habría bastado por sí sola de no haberse transmitido previamente, por vía oral, toda una retórica difamatoria en torno a María Antonieta, que serviría como punto de partida indispensable para la vasta red de intertextualidad que llegaron a constituir los panfletos, que fueron, a su vez, adquiriendo así una considerable “capacidad de desarrollo autónomo de un tema que tiende a reformular por completo la realidad que pretende evocar” 14. Es mediante este proceso de autonomización con respecto a la realidad que la ficción panfletaria llega a construir su propia realidad, indiferente a la realidad que pretendía describir. Además de las dos fuentes de transmisión de memoria evocadas en la reflexión sobre María Antonieta –a saber, los registros escritos y la oralidad–, Burke 15 señala otras fuentes 11

Revel, J., Un momento historiográfico. Trece ensayos de historia social, Buenos Aires, Manantial, 2005, p. 253 12 Burke, P., Op cit., p. 66 13 Revel, J., op cit. p. 266 14 Íbid. p. 265 15 Burke, Op cit, pp. 70-71

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de transmisión que también podríamos vincular a la reflexión sobre María Antonieta. Así, por ejemplo, el uso de imágenes también jugaba un papel relevante en los panfletos y, aunque muchas veces no tenía ni siquiera relación con el contenido del panfleto, permitía un acercamiento más inmediato que permitía facilitar la evocación deseada. Por otro lado, el espacio también ejercía su influencia en la transmisión: así, en la medida en que a María Antonieta se le reprochaba la búsqueda de un espacio privado que le permitiera escapar del ojo público, en la misma medida los panfletos aprovechaban para crear situaciones en las que se representaba a la reina cometiendo actos viles y depravados en espacios privados presentes en el imaginario colectivo. La última fuente de transmisión de la memoria que señala Burke se refiere a los rituales que, en tanto actos de rememoración del pasado, “constituyen recuerdos, pero también tratan de imponer determinadas interpretaciones del pasado, moldear la memoria y, por lo tanto, construir la identidad social”.16 3- Ubique en su contexto y compare los fragmentos seleccionados de Heródoto y Tucídides. Indique las diferencias de método en la recolección de testimonios. Podría resultar valioso empezar la discusión sobre el contexto de estos autores haciendo referencia a la idea, que encontramos en Dosse 17, que relaciona el inicio de la disciplina histórica con el contexto de la Grecia del siglo V. Contra esta opinión, y considerando los temas tratados en la primera pregunta de este parcial, preferiría defender, junto con Fontana18, la existencia de otras tradiciones historiográficas previas (Fontana hace alusión al Oriente Próximo, al Egipto faraónico y a China, aunque ésta última aparece como posterior). Lo que habría que conceder, sin embargo, a Dosse es el hecho de que el contexto de la pólis permitió (aunque sólo momentáneamente) el paso de una historia centrada en la justificación de estados monárquicos, a un tipo de historia más preocupada por los acontecimientos humanos. Cabe resaltar, entonces, el nacimiento de la conciencia política de los ciudadanos de las póleis, como factor posibilitante de la tradición histórica griega, entendida como “investigación «histórica» de hechos que tienen que ver con el presente”19, un presente relacionado particularmente con la actividad humana. Me parece que una buena forma de comenzar a discutir sobre las discrepancias en los métodos de ambos autores es citando el inicio de la obra de Heródoto:

16

íbid. Dosse, F., La historia. Conceptos y escrituras, Buenos Aires, Nueva Visión, 2004, p. 11 18 Fontana, J., “Los orígenes. La historiografía en la antigüedad clásica”, en La Historia de los Hombres, Barcelona, Crítica, 2001, p. 19 19 Íbid. p. 25 17

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“La publicación que Heródoto de Halicarnaso va a presentar de su historia, se dirige principalmente a que no llegue a desvanecerse con el tiempo la memoria de los hechos públicos de los hombres, (…) así de los griegos como de los bárbaros”20 En el fragmento, en el que Heródoto parece establecer una distancia con respecto a lo narrado, percibimos la intención mencionada anteriormente de llevar a cabo una investigación relativa a los asuntos humanos –y no a los divinos–, pero también relata el motivo que lo lleva a escribirlo: el de evitar que la memoria de éstos asuntos se borre. Al mismo tiempo, Heródoto se compromete no sólo a narrar la historia propia de su pólis, de los ciudadanos de ella, sino también la de los bárbaros, que podríamos entender como el Otro de los atenienses, el extranjero, que no poseía derechos políticos. Resulta destacable, entonces, la pretensión de pluralidad del discurso historiográfico de Heródoto. Siguiendo esta pretensión, Heródoto se verá compelido, en ocasiones, a recolectar múltiples versiones de un mismo hecho, para luego escoger la que le parece más razonable. Frente a esta amplitud de miras de Heródoto, en Tucídides encontramos una valorización más fuerte de lo que el autor entenderá como el discurso verdadero. Asimismo, en oposición a Heródoto, la historia escrita por Tucídides tiene una intención más localista, pues tiene por objeto principal a Atenas. Tucídides no se preocupará por mostrar una multiplicidad de versiones, sino por transmitir con su relato la versión “verdadera” de los hechos que, dicho sea de paso, considera queda establecida de una vez y para siempre, por la relación privilegiada que tiene el historiador en cuanto a la cercanía temporal con los acontecimientos, cercanía que no podrá ser superada ulteriormente. Esto nos lleva a un segundo aspecto que es el de la importancia que dan ambos autores al hecho de narrar sólo lo que se ha podido atestiguar directamente, privilegiando, entonces, el estudio del presente. Podemos destacar, como menciona Dosse21, la primacía que otorgan estos historiadores a la percepción, y con ella a la oralidad, por sobre la escritura, que en el imaginario de la época se relacionaba con lo egipcio, por tanto, con lo monárquico. Cuando hay que recurrir a testimonios, sin embargo, mientras que Heródoto expone cada una de las perspectivas y elige la que le parece más racional, Tucídides, en cambio, desconfía: “ya que no es posible, sin más, conceder autenticidad indistintamente a cualquier testimonio, porque los hombres aceptan sin fiscalización alguna las tradiciones del pasado, aunque se trate de su propio país” 22. Hace falta entonces, para Tucídides, un proceso de selección crítico antes de volcar en el texto lo recolectado mediante el testimonio. 20

Heródoto, Los nueve libros de la historia, México D.F, Porrúa, 1986. p. 1 Dosse, F., op cit., p. 13. 22 Tucídides, La guerra del Peloponeso, Madrid, Guadarrama, I, 20., p. 42. 21

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4- Ubique a Marc Bloch en la corriente historiográfica a la que pertenece y destaque los aportes metodológicos que concretó en sus obras. Bloch es, junto con Lucien Febvre, uno de los fundadores del movimiento Annales, que recibe su nombre de la revista que dichos autores dirigieron y cuyo título inicial fue Annales d'histoire économique et sociale. Este movimiento surgió en un contexto en el que el historicismo alemán, cuyos preceptos hasta entonces habían sido considerados como el paradigma de la historia23, empieza a ser puestos en tela de juicio. Se trata de un contexto en el que el estatus epistemológico de las ciencias sociales constituye un debate importante, del cual el grupo de Annales se va a nutrir y al cual hará también aportes memorables. Una de las mayores influencias que encontramos en Bloch es la de la sociología durkheimiana, de la cual retomará la crítica a von Ranke y al historicismo alemán. Asimismo, es un hecho importante el que en el movimiento de Annales se hayan conjugado una serie de intelectuales de diversas disciplinas, así como el hecho de que un mismo autor, como Bloch, recurra a distintos enfoques disciplinares según el problema que se dedica a investigar. Burke24 hace énfasis en la necesidad que se hacía notar en el interior del movimiento por llevar a cabo un intercambio intelectual: así, el comité de redacción incluía historiadores, un geógrafo, un sociólogo, un economista y a un especialista en ciencias políticas. El movimiento de Annales, en oposición al historicismo alemán, propondrá una ampliación del objeto de estudio de la historia, que los alemanes habían reducido primordialmente a las cuestiones político-diplomáticas, a la historia oficial del Estado, y hará que el mismo se vuelque hacia los fenómenos sociales e incluso se inmiscuya en las mentalidades de dichos colectivos. Asimismo, propondrá una ampliación del archivo de manera tal que casi cualquier objeto, en manos del historiador, se convertirá en posible fuente. La siguiente cita de Bloch ilustra esta ampliación: “… fue necesario recurrir a una multitud de documentos de índoles muy diferentes: libros de cuentas, piezas administrativas de todas clases, literatura narrativa, escritos políticos o teológicos, tratados médicos, textos litúrgicos, ilustraciones de monumentos, y aún más: el lector verá desfilar antes sus ojos hasta un juego de cartas”25 En cuanto a los aportes metodológicos de Bloch, además del carácter multidisciplinar de su propuesta historiográfica, podemos resaltar la concepción suya según la cual la historia 23

Geremek, B., “Marc Bloch, historiador y resistente”, en Cuadernos de teoría e historia de la historiografía, n° 16, Buenos Aires, Biblos, 1990. p.28 24 Burke, P., La revolución historiográfica francesa. La Escuela de los Annales. 1929-1989, Barcelona, Gedisa, 1993, p.28 25 M. Bloch, Los reyes taumaturgos, México, FCE, 1995, p. 30

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debe realizarse abordando problemas específicos. Según esta concepción de la historiaproblema, es necesario para el historiador mirar hacia el pasado con una serie de preguntas o problemas considerados anteriormente que sirven como recortes para la investigación. Asimismo, Bloch utlilizó frecuentemente el método comparativo que, si bien no fue inventado por el movimiento de Annales, sí fue llevado a la práctica sistemáticamente y con resultados esclarecedores. Este método debía servir para “descubrir tanto las semejanzas cuanto las diferencias y no puede referirse más que a los fenómenos y conjuntos más próximos”26. Aunque este método no fue empleado con la rigurosidad con la que se enuncia, permitió a Bloch la visualización de nuevos problemas y representó una herramienta metodológica sumamente fecunda. Además del método comparativo, Bloch empleó el método que Burke 27 llama “método regresivo”, que consistía en establecer una prioridad en cuanto al orden de la investigación, proponiendo ir “leer la historia hacia atrás”, de manera que se parta de períodos más cercanos y por tanto más conocidos, hacia lo desconocido. No se trata, sin embargo, de hacer hablar al pasado sobre el presente, sino de partir de un estudio del presente, de lo mejor conocido, para pensar de nuevas formas el pasado. La conjunción de estas nuevas herramientas metodológicas empleadas por Bloch le llevaban a menudo a salirse por completo de lo que tradicionalmente se había considerado propio de la historia, de ahí lo revolucionario de su propuesta historiográfica que llevó a una ampliación de la disciplina en múltiples sentidos: en lo relativo a su objeto, sus métodos y sus fuentes.

26 27

Geremek, B., op cit, p. 33 Burke, P., op cit, p. 30