ETICA FILOSOFICA Un Curso Introductorio

ÉTICA FILOSÓFICA Un curso introductorio Sergio Sánchez-Migallón EUNSA 20081 / 20102 PRÓLOGO I. LA ÉTICA FILOSÓFICA 1

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ÉTICA FILOSÓFICA Un curso introductorio

Sergio Sánchez-Migallón

EUNSA 20081 / 20102

PRÓLOGO I. LA ÉTICA FILOSÓFICA 1. EL ÁMBITO DE LA ÉTICA 1.1. ¿A qué llamamos ético o moral? 1.2. El carácter debido y bueno de lo ético 2. LA ÉTICA COMO FILOSOFÍA 2.1. ¿Cuándo la ética es filosofía? 2.2. El punto de partida en la experiencia 2.3. ¿No es evidente el relativismo ético? a) El relativismo ético cultural b) El relativismo ético individual c) El relativismo ético antropológico 3. RELACIÓN DE LA ÉTICA CON OTRAS FORMAS DE SABER 3.1. Ética y ciencias experimentales 3.2. Ética y otras ramas de la filosofía 3.3. Ética filosófica y ética teológica II. LAS ACCIONES MORALES HUMANAS 4. EL ACTUAR HUMANO 4.1. ¿Somos libres de nuestras acciones? 4.2. Conciencia y voluntariedad en el actuar humano a) El conocimiento en el acto humano b) La voluntariedad del acto humano 4.3. La afectividad y su papel en la moralidad humana a) Naturaleza y modos de la afectividad humana b) El carácter moral de las formas de afectividad 5. EL IDEAL DE LA FELICIDAD Y SU MORALIDAD 5.1. ¿Qué queremos en el fondo? 5.2. En busca de la felicidad 5.3. La felicidad deseable (y posible) 6. LA VIDA MORAL LOGRADA; LO ÉTICAMENTE BUENO Y DEBIDO 6.1. El cumplimiento de la vida racional 6.2. La vida moralmente buena y debida; corolarios 6.3. Lo moralmente malo III. LA VIDA VIRTUOSA 7. LAS VIRTUDES

7.1. ¿Por qué las virtudes? 7.2. Ventajas de la virtud 8. LAS VIRTUDES ÉTICAS 8.1. Virtudes intelectuales y virtudes morales 8.2. ¿Es posible el crecimiento en la virtud? 8.3. La virtud moral como equilibrio armónico 9. LAS DISTINTAS VIRTUDES ÉTICAS 9.1. ¿Varias virtudes éticas? 9.2. Disposiciones virtuosas fundamentales a) Virtudes básicas generales b) Las virtudes cardinales 9.3. Las disposiciones éticas incorrectas y malas IV. LO ÉTICAMENTE CORRECTO Y SU CONOCIMIENTO 10. LA RECTITUD ÉTICA DEL COMPORTAMIENTO HUMANO 10.1. Corrección e incorrección en lo ético a) Su expresión normativa b) Peculiaridad de las leyes morales 10.2. Nuestro conocimiento de lo éticamente correcto 10.3. ¿Es posible una exposición de lo éticamente correcto? 11. LA CONCIENCIA MORAL COMO GUÍA SUBJETIVA PERSONAL 11.1. La conciencia moral humana a) Su peculiar índole b) La dignidad de que goza 11.2. La conciencia moral como criterio de actuación a) Autoridad y fiabilidad de la conciencia moral b) Verificación y distorsiones de la conciencia moral 12. VALORACIÓN MORAL DE LAS ACCIONES CONCRETAS 12.1. Criterio general y complicaciones 12.2. Algunas conclusiones orientadoras ANEXO: DOCTRINAS FILOSÓFICAS DE LA MORALIDAD A. Doctrinas de la felicidad o de la vida buena: 1) El eudemonismo en general 2) El hedonismo 3) El estoicismo 4) El aristotelismo

5) El tomismo B. Doctrinas derivadas del empirismo: 1) Los inicios del empirismo moral: Th. Hobbes y D. Hume 2) Desarrollos del empirismo moral 3) El relativismo moral C. Doctrinas de la acción correcta: 1) El utilitarismo o consecuencialismo 2) El deontologismo formal de I. Kant 3) El deontologismo intuicionista de W. D. Ross D. Doctrinas de inspiración fenomenológica: 1) El ideal de racionalidad de E. Husserl 2) La ética del valor de M. Scheler 3) La ética de la alteridad E. Doctrinas procedimentales o sociales: 1) Rasgos generales 2) La ética del discurso: K. O. Apel y J. Habermas 3) La teoría de la justicia de J. Rawls 4) El comunitarismo: Ch. Taylor y A. McIntyre BIBLIOGRAFÍA SELECTA

Prólogo El proyecto de escribir un libro de ética filosófica que quiere presentarse como un curso introductorio es hoy, sin duda, un desafío. En primer lugar, el presunto objetivo de un texto semejante es animar a pensar filosóficamente. Pero cunde en nuestros días la idea de que resulta superfluo pensar, al menos pensar “filosóficamente”. ¿No es verdad que podemos vivir sin complicarnos la vida con preguntas poco prácticas?, ¿no vivimos de hecho cómodamente sin esos problemas que los filósofos se empeñan en plantear sin resolverlos nunca?, ¿no ofrece nuestra moderna sociedad, por fin, distracciones y opiniones comunes suficientes para poder vivir sin esas preocupaciones?, ¿no demuestra ya la ciencia que no necesitamos la filosofía, y que incluso ésta nos ha engañado por demasiado tiempo? En segundo lugar, supuesto que oigamos a los filósofos, ¿no se presentan sus discursos como un heterogéneo enjambre de pensamientos inconclusos? Desde luego, pertenece a la filosofía su condición de búsqueda, de amor a la sabiduría –como decían los clásicos–, pero eso mismo parece desanimar a quien espera objetividad y diálogo auténtico, por no decir acuerdo compartido y apelable por todos. Y por si esto fuera poco, que un libro semejante trate de ética puede ser la estocada final. Si ya es difícil admitir una base objetiva sobre la que hablar en la filosofía en general, flota en el ambiente la opinión de que esto en la ética es sencillamente imposible, o al menos utópico. Se piensa –no sin razón, por cierto– que quien habla (o escribe) de ética proyecta sus propias convicciones y valoraciones en su discurso. Lo cual, se añade, priva de objetividad lo enunciado. Todo pretendido discurso ético distinto del propio se percibe, entonces, como alzándose poco menos que amenazando la propia vida y libertad. En asuntos morales, casi siempre queremos escuchar lo que nos agrada oír. Si acaso, el único discurso ético o moral pertinente, y posible, deberá limitarse a defender la autonomía del pensamiento y valoraciones de cada uno, asegurando la libertad individual y la convivencia social. La pregunta tan inocente como peligrosa es: ¿no resulta este discurso, también, una proyección de la persona, sociedad, cultura o civilización que lo sostiene?, ¿cómo se podrá tenerlo por seguro frente a otros argumentos? Pero esto, se dirá, vuelven a ser incómodos enredos de filósofos; ¿qué importa y soluciona esto en la vida práctica? Sin embargo, antes de dar por fracasado el proyecto anunciado, antes de que el lector sucumba a la tentación de dejar de leer (y el autor de escribir), miremos la otra cara que hay –según creo– de la moneda. Un primer dato, tal vez poco conocido para quien se acerca inicialmente a la filosofía, es que los buenos libros de esta antigua actividad saben mostrar que, aunque los sistemas filosóficos sean muchos y muy variados, los problemas a los que esas doctrinas pretenden dar solución no son tantos; es más, son muy pocos, pero duros de roer como ellos solos. Gran parte del raro hechizo de la filosofía es el reto que supone hincarle el diente a cuestiones que desde hace veinticinco siglos tienen perplejas a cabezas realmente privilegiadas; algo así como emprender la escalada de unas montañas cuyas cumbres no se dejan conquistar. Y aunque incluso la filosofía no es propiamente la conquista sino el ascenso, y éste puede acometerse desde las más diversas y siempre nuevas caras, las montañas no son imposibles de identificar. La ética filosófica no es una excepción a este respecto.

A continuación, y esto sí es más propio de la ética, nos enfrentamos a la objeción de la innegable proyección de valoraciones y concepciones de la vida en el discurso ético. Ese carácter de innegable, y aun de inevitable, coloración dice mucho de la ética; es decir, ilumina más que oscurece, como veremos. Pero lo interesante por ahora es que esas valoraciones y concepciones, así como el modo en que colorean otros argumentos, no se escapan del todo a la objetivación, como lo prueba el poder hablar de ellas. Esos contenidos y procesos subterráneos pueden sacarse a la luz y traducirse en razones, y, así, discutirse según el peso de las razones mismas, sea quien sea quien las esgrima y lo haga con la vehemencia que sea. Si esto es posible, también se perfila la posibilidad de la ética misma. Además, el hecho de que tendamos a defender con uñas y dientes nuestras valoraciones y proyectos de vida, y de que discutamos acaloradamente sobre su legitimidad, es un signo de que lo ético (que trata justo de esto) sí nos importa, y mucho. Habitualmente no nos preocupa demasiado ver defendida tal o cual teoría del mundo o del conocimiento, pero nos inquieta oír a alguien poner en duda la justificación de nuestra conducta y vida. A poca conciencia que tengamos de nosotros mismos, a poco –y por raro que sea– que reflexionemos sobre nuestro vivir, queremos ver justificada nuestra vida. Por eso la ética despierta pasiones, alerta los espíritus, sacude y hasta molesta las conciencias; en ella, más que en ningún otro saber, nos va la vida, nuestra vida propiamente humana, la única forma de existencia que merece ser vivida. Pueden aburrirnos las teorías éticas, pero no los problemas éticos. De hecho, no necesitamos estímulos para reflexionar sobre la ética: lo hacemos con más frecuencia de la que suponemos. Pero aún hay más. El convencimiento que nos empuja a justificar nuestras valoraciones y actitudes éticas entraña necesariamente unos contenidos de naturaleza asimismo ética. Son contenidos que sabemos, o creemos saber; un conocimiento moral espontáneo, del que partimos más que al que llegamos. Conocimiento que, naturalmente, podrá ser más o menos sólido, más o menos coherente, más o menos fundado, más o menos justificado. Buena parte de la ética filosófica no consiste más que en iluminar, cribar y ordenar esas convicciones espontáneas. Y eso es lo que pretende este libro –como cualquiera que quiera tratar de auténtica ética–; esto es lo que puede alegarse como su justificación, tras el balance de los argumentos anteriores. En realidad, entonces, la ética sí nos importa, y su justificación también. Justificación que es necesariamente teórica; y es que no es cierto que podamos vivir completamente sin preguntas, y sin algunas respuestas fundamentales. Podemos, sí, vivir sin eso –de un modo no realmente humano– ocasionalmente, pero no siempre. Todos lo sabemos, por fortuna. Y la filosofía –más aún la filosofía moral– es esa incómoda disciplina que nos lo recuerda. Incómoda, pero a la vez salvadora, capaz de sacarnos de lo que algunos han llamado con razón la vida inauténtica, es decir, vivir anónimamente a merced de lo que se dice, se piensa, se cree, se opina. De acuerdo con el objetivo señalado, intentaré en estas páginas reflexionar lo más que pueda sobre la experiencia misma, que todos puedan compartir, y evitar en lo posible basarme en conocimientos que puedan ser o desconocidos por el no especialista, o imposibles de demostrar aquí por razones obvias. Consecuentemente, además, y por tratarse de un curso introductorio, que por tanto resulte ágil para quienes no están acostumbrados a la filosofía y a la vez sirva de guía primeriza para la reflexión y el estudio, he optado por no utilizar en el texto más que las mínimas referencias bibliográficas; citas que, en todo caso, tienen una función ilustrativa.

Tampoco la bibliografía final es muy extensa (ya existen elencos muy cuidados y completos en otros textos). Pero esta brevedad y selección obedece a un deliberado doble propósito. Primero, advertir al lector del horizonte o perspectiva de pensamiento en que me muevo, que de modo inevitable pero razonado orienta el discurso. A este respecto se advertirá enseguida que me nutro fundamentalmente del pensamiento aristotélico, y que trato de recoger lo que considero aciertos básicos de otras tradiciones, como la agustiniana, la intuicionista y la fenomenológica. El segundo propósito de la lista bibliográfica es ofrecer una relación abarcable de libros de ética filosófica (en lengua castellana) para quien desee continuar, o discutir, las reflexiones aquí presentadas.