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Suelo y cultivo de alimentos en la Región del Biobío: Fracturas metabólicas continuas Isidora Troncoso G. INTRODUCCIÓN

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Suelo y cultivo de alimentos en la Región del Biobío: Fracturas metabólicas continuas Isidora Troncoso G.

INTRODUCCIÓN

La obtención de alimentos ha sido nuestra principal forma de relacionarnos con el entorno y un motor de transformaciones tanto culturales como ambientales. Si en la prehistoria éramos cazadores que asechaban tras la vegetación a su presa, hoy somos ciudadanos que nos dirigimos a diferentes puntos de venta para comprar alimentos tanto frescos como procesados. Si es posible asimilar este cambio tan grotesco en la forma de alimentarnos, no ha sido más que por la enorme cantidad de tiempo que ha tomado en ocurrir. Resulta entonces, reduccionista e injusto, que “siendo la alimentación un fenómeno biocultural complejo, acabe siendo tratada como una mercancía más, desde la visión unidimensional de lo económico” (Delgado, 2010:33). Delgado (2010) ilustra claramente un sistema alimentario a escala global, donde se aplica el llamado “régimen alimentario corporativo”; unas pocas empresas controlan el mercado global de los alimentos, incidiendo en las escalas locales de producción y comercialización. Este escenario de la comida, en conjunto con una creciente industrialización de la agricultura tras la segunda revolución agrícola, y el aumento de la población urbana, nos llevan a repensar nuestras actuales formas de producir y obtener alimento para adentrarnos en la búsqueda de alternativas (Yacamán, 2017). Desde esta perspectiva de la nueva geografía de la alimentación, me adentro en cuestionamientos acerca de las configuraciones del sistema alimentario de la Región del Biobío. ¿De dónde provienen los alimentos que adquirimos los habitantes de la región?

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¿Cuántos de esos alimentos tienen un origen local? Sin contar con datos publicados que puedan responder estas preguntas, una impresión elaborada tras las cotidianas visitas a supermercados, locales de barrio y ferias, es posible inferir una tendencia a productos ajenos a la región. Podemos reformular la pregunta para encontrar una respuesta y cuestionarnos acerca de las características del escenario productivo agrícola de la zona. ¿Cómo es el escenario de la producción de alimentos en la Región del Biobío? Para ello sería necesario indagar en todos los actantes que actúan en este sistema alimentario, como son los trabajadores, industrias, el agua, semillas, entre otros. Sin embargo, me enfocaré en el recurso suelo, teniendo en cuenta que es un espacio de confluencia de la agencia de otros actantes, y un sustento básico para el cultivo de alimentos. Foster (1999) explica la teoría de Marx sobre la fractura metabólica en base al seguimiento de las investigaciones de Liebig respecto a la calidad del suelo británico. Tras la segunda revolución agrícola, comienza una explotación intensiva del suelo, degradando sus características físicas y químicas. La sustitución de nutrientes por la aplicación de guano proveniente de Perú y Chile, genera, bajo la mirada de Marx, una fractura en la relación del ser humano con la naturaleza que es irreparable. Al explotar fuertemente el recurso, éste se agota, y para subsistir se explota otro recurso de otro lugar, quebrando el metabolismo. Considerando que la Ecología Política es un enfoque transdisciplinario que busca la superación de las injusticias socioambientales para el bienestar de los seres, analizar las dinámicas de producción, distribución y consumo de los alimentos desde esta perspectiva es necesario. Más allá de la geopolítica del hambre, el alimento es requerido por todo ser humano (sufra o no de hambre); una necesidad que debe ser continuamente satisfecha, esencial en la vida y, además, hoy un mercado seguro. Por otra parte, me parece interesante aplicar la teoría de la fractura metabólica a un suelo que

se enfrenta a procesos y conflictos territoriales muy diferentes a aquellos de la

época de Marx. ¿Es posible explicar las dinámicas actuales del cultivo de alimentos en la Región del Biobío desde la teoría de la fractura metabólica?

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ENSAYO TEÓRICO

1. Primera Fractura Metabólica: Colonización y violencia ontológica.

Como primera fractura metabólica asociada al suelo-tierra de la Región del Biobío, me atrevo a identificar la llegada de colonos españoles y su des-encuentro con los pueblos originarios del territorio. Los pueblos, como el mapuche, no entraban en el metabolismo desde las relaciones productivas capitalistas. Más bien sus economías estaban basadas en un bienestar general metabólico, con gran consciencia de los efectos de las acciones del ser humano sobre la naturaleza. La llegada de los españoles irrumpe esa visión de mundo e impone su propia ontología de forma violenta; las formas en que los pueblos originarios obtenías sus alimentos de la naturaleza respondía a otras concepciones de mundo que hoy nos cuesta imaginar. Hoy, ya en medio de un “rescate ontológico”, Escobar (2000:69) plantea: “En un artículo clásico sobre el tema, Marilyn Strathern (1980) sostiene que no podemos interpretar los mapas nativos (no modernos) de lo social y lo biológico en términos de nuestros conceptos de la naturaleza, la cultura y la sociedad. Para empezar, para muchos grupos indígenas y rurales, "la ‘cultura’ no provee una cantidad particular de objetos con los cuales se pueda manipular ‘la naturaleza’ ...la naturaleza no se ‘manipula’" (174,175). La "naturaleza" y la "cultura" deben ser analizadas, por ende, no como entes dados y presociales, sino como constructos culturales, si es que deseamos determinar su funcionamiento como dispositivos para la construcción cultural, de la sociedad humana, del género y de la economía (MacCormack y Strathern, editores 1980)” . Desde la Ecología Política, el reparar toda fractura metabólica, implica un cambio de pensamiento desde su raíz ontológica; ya sea desde “nuevos campos de pensamiento hibridados” o “la co-producción de conocimiento, basada en un continuo diálogo de saberes entre los actores directa o indirectamente relacionados” (Delgado, 2015:89). Cabría rescatar el concepto de “actantes” de Bruno Latour (2005), cuando Escobar (2014:96) relata: “(…) la

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enacción de las premisas de la separación ontológica entre ‘humanos’ y ‘no-humanos’, así como la forma de pensar en ‘economía’ y ‘alimentación’, conduce a la agricultura del monocultivo; en contraste, una ontología relacionan propicia formas de cultivo diverso e integral, como lo demuestra la agroecología para muchos sistemas de finca campesinos o indígenas”.

2. Segunda Fractura Metabólica: Cambio de uso de suelo, la entrada de la industria forestal.

Sin bien la entrada de la industria forestal en la región ha tenido grandes efectos en el metabolismo sociedad-naturaleza, no podemos desestimar los cambios de uso de suelo previos. Desde el siglo XVI se desarrolló una intensa actividad agrícola al costa de la deforestación del bosque nativo y la erosión de los suelos. Para “restaurar” esta fractura, el siglo XIX trajo consigo la introducción de especies forestales exóticas, donde figuran las especies Alnus, Acacia, Eucalyptus, Cupressus y Pinus; éste último habría tardado sólo 50 años en dominar la región (Vargas, 2013). El paisaje socioterritorial de la Región del Biobío se ha visto transformado de manera radical en las últimas décadas por la industria forestal; y aquello no puede dejar de tener énfasis. Vastos parajes de pinos y eucaliptos caracterizan a la región del centro sur del país, cuya historia se vincula fuertemente a la cultura mapuche y a tradiciones campesinas. Para el año 2007, la región concentraba el 28% de la superficie nacional dedicada a cultivos, de los cuales casi el 80% correspondía a plantaciones forestales (INE, 2007). Para el año 2005 la región albergaba más del 40% de las plantaciones forestales nacionales (Íbid). Con la nueva actualización del Catastro de Recursos Vegetacionales Nativos de la Región del Biobío levantada por la Corporación Nacional Forestal (CONAF) el año 2015, se detectó un gran dinamismo en el cambio de uso de suelo en la zona. Entre los años 2008 y 2015, el 5,3% de la superficie regional sufrió cambios de uso de suelo, siendo el mayor cambio por el traspaso de suelos agrícolas a plantaciones forestales con más de 60.000 hectáreas (CONAF, 2017). Otros

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datos muestran un escenario más grave aún, considerando que desde la década de los ochenta hasta el primer decenio del nuevo milenio, el traspaso de tierra agrícola a plantaciones forestales alcanzan 1.330.163 hectáreas sólo en la región (Cid, 2010). Si bien Marx plantea la fractura metabólica desde la degradación de los suelos producto de la agricultura intensiva, esta fractura resulta más compleja. No fue la explotación intensa del suelo-tierra hasta su degradación y posterior fertilización artificial, sino que fue un cambio en el uso del suelo. ¿Será acaso esta una fractura aún más profunda? Habiendo agotado los nutrientes necesarios para cultivos agrícolas, son extraídos los nutrientes y características sobrantes par el cultivo silvícola. El suelo-tierra pierde su capacidad de acoger las actividades humanas, y se erosiona cada vez más en el proceso de tala y replantación (CIREN, 2010). ¿Cómo ha de recuperarse de tal degradación?

3. Tercera Fractura Metabólica: La tenencia de la tierra y formas naturalizadas de producción.

El último Censo Agropecuario indica que el 48,6% de las propiedades tiene una extensión menor a 5 hectáreas, y la cifra supera el 60% si la extensión es menor a 10 hectáreas (INE, 2007). Sin embargo, la superficie total de las propiedades menores a 10 hectáreas abarca sólo el 6,6% de la superficie explotada de la región, reduciéndose a un 2,9% si limitamos la extensión a menos de 5 hectáreas. En otro rubro, la región alberga casi el 30% de los cultivos industriales nacionales, y sólo el 10% de los huertos caseros (ODEPA, 2016). Este proceso de acumulación por desposesión (Harvey, 2004) es descrito por Li (2012): habría una primera apropiación de la tierra para iniciar un capital, luego la producción del proletariado y la formación de una reserva de trabajo. En el escenario regional, en cuanto al suelo-tierra para el cultivo de alimentos, más de la mitad de la superficie agropecuaria es propiedad de productores individuales, y sólo el 15% corresponde a sociedades anónimas y limitadas (INE, 2007). Sin embargo, estos datos no reflejan algunas realidades de los pequeños campesinos, que se ven obligados a abandonar sus tierras por la presión de las plantaciones

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forestales, ya sea por incendios, escasez hídrica o aislamiento. El proceso sería similar al descrito por Li, quien recalca las operaciones que va articulando un agente económico mayor para ir “acorralando” a los campesinos, hasta “descampesinarlos”, pero sin “matarlos”, con el fin de mantener una fuerza laboral de reserva. Y al otro lado de la cadena, los consumidores de alimentos no tienen márgenes holgados de elección, pues la capacidad de entrar al mercado limita únicamente a los grandes productores (Li, 2012). El Estado ha implementado programas a través del Instituto de Desarrollo Agropecuario (INDAP) y la Corporación Nacional de Fomento (CORFO) para la integración de pequeños productores a mercados extranjeros, sin embargo, estos programas apuntan a la capitalización de los pequeños productores, el aumento de su productividad, la transferencia tecnológica unidireccional, y otras acciones que empujan a la agricultura intensiva. Si bien estos programas también contemplan el fomento de la producción orgánica, ésta se reduce a monocultivos de algunas pocas especies frutales cuyo fin es la exportación. Este “capitalocentrismo”

imposibilita la existencia de otras formas productivas, otras

formas de hacer agricultura, otras economías; las opciones convergen en el capital, ya sea buscando su destrucción o empleándolo como fundamento universal (Gibson-Graham, 2006). La industria forestal pareciera tener mayor legitimidad por su “aporte” al crecimiento económico, así como también la producción agrícola en tamaño industrial, pues su centralidad es la reproducción del capital. No así las economías rurales o campesinas, cuya producción de subsistencia no tiene otro fin más que alimentar a la familia, trocar con los vecinos, reproducir la vida y obtener algo de dinero al margen (Cid, 2014). La práctica de la agricultura campesina se ve amenazada por la invisibilización de su valor en la economía local y doméstica, y por la presencia de agroquímicos que contaminan la producción agroecológica; es por esto que la agroecología requiere de cierto grado de territorialidad para evitar o defenderse de esta contaminación (Burch, 2014). En este sentido, la tenencia de la tierra se vuelve un eje articulador, que podría evitar la contaminación por agroquímicos. Organizaciones como la

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Asociación Nacional de la Mujer Rural e Indígena, expresan la necesidad de una reforma agraria que permita el acceso a la tierra a las familias campesinas.

ARGUMENTO

El suelo se encuentra en una encrucijada de múltiples dimensiones. Desde las fracturas ontológicas, que impiden imaginar otros mundos posibles diferentes a aquel capitalocentrista (Escobar, 2014; Gibson-Graham, 2008), pasando por la fractura generada por la irrupción de las plantaciones forestales, la fractura de la tenencia de la tierra y la agricultura intensiva. La complejidad de la problemática en torno al suelo me lleva a cuestionar si la teoría de la fractura metabólica es lo suficientemente flexible como para abarcar la multidimensionalidad del conflicto. Pues, desde mi perspectiva, no es una sola fractura la que nos hace perder nuestra relación con el suelo-tierra, sino que son múltiples fracturas que funcionan en diferentes dimensiones del actante. No es únicamente el imposibilidad de regeneración de suelo por la aceleración e impaciencia de las dinámicas productivas generadas, sino que también son fracturas legales, fracturas culturales, fracturas históricas; son desposesiones para la acumulación, que impiden la recuperación y conservación de los suelos y el trabajo sustentable de la tierra. Destaco el origen ontológico de las fracturas metabólicas, pues es nuestra visión y construcción del mundo la que da las condiciones para que este proceso se desarrolle de forma continua y tienda a agravarse. A la vez, es un cambio en nuestra ontología lo que nos permite evitar o restaurar las fracturas metabólicas. La relación sociedad-naturaleza, desde una perspectiva materialista, tiene un contacto físico y constante a través del suelo. Transitamos, habitamos, extraemos y nos alimentamos del suelo, por lo que es un recurso soporte para la vida y, por lo mismo, un escenario donde convergen muchos de los problemas socioambientales.

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