El Problema Del Conocimiento y El Metodo

Redacción: el problema del conocimiento y el método En esta redacción se nos plantea el problema de la relación entre e

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Redacción: el problema del conocimiento y el método

En esta redacción se nos plantea el problema de la relación entre el conocimiento y el método, entre el problema de si podemos conocer y la unidad del método en este problema. ¿Podemos conocer con certeza? ¿Es posible el conocimiento? Y si es posible ¿Podemos llegar directamente a él o precisamos de alguna ayuda, un método? ¿En qué consistirá ese método por el cual podremos llegar a un conocimiento cierto y seguro? A lo largo de la historia del pensamiento ha habido diversas respuestas a estos interrogantes. Evidentemente Descartes opta por la posibilidad de un conocimiento cierto y por la utilidad del método como instrumento seguro para adquirir este conocimiento. Pero esta opción plantea nuevos interrogantes: ¿Qué o quién nos asegura que realmente lo que consideramos conocimiento con certeza es tan cierto como pensamos? A lo largo de esta redacción trataremos de exponer la postura de Descartes en relación a estas cuestiones. El núcleo de nuestra exposición será la teoría cartesiana del método, así como su dualismo antropológico, su demostración de la existencia de Dios y su teoría de las ideas. Como ya se ha comentado en las cuestiones, Descartes es el primer pensador que muestra en el lenguaje la toma de conciencia de la individualidad que se había producido en el Renacimiento. Esta conciencia individual toma especial relevancia cuando se pregunta si es posible un conocimiento cierto, algo que contestará desde el yo. Yo (el individuo) soy el que piensa. Con este descubrimiento el tema principal de la filosofía será el conocimiento. Con él la filosofía dejó de ser fundamentalmente ontología para pasar a ser teoría del conocimiento. Sin duda, con el tema central de su filosofía, marcará un nuevo rumbo a la reflexión filosófica posterior: ya no serán el ser ni la realidad los objetos primordiales de la filosofía, sino el conocimiento que del ser y de la realidad podemos llegar a tener los hombres. Es decir, el problema del conocimiento se antepone al problema de la realidad. Este giro es un hecho definitorio del pensamiento moderno, y con él se inaugura una nueva etapa de la filosofía, con la que se plantearán nuevos

problemas, nuevas respuestas y una nueva actitud para encarar nuestra orientación en el mundo. Para entender este salto en la historia del pensamiento es preciso conocer el contexto sociocultural de su época. Del conjunto de rasgos que caracterizan el siglo en el que se desarrolló la vida y la obra de Descartes (triunfo de las monarquías nacionales, aparición del capitalismo comercial y surgimiento de la clase burguesa, reforma protestante y contrarreforma católica, exploración geográfica del planeta, etc.) nos interesa destacar dos acontecimientos de singular trascendencia cultural y que tienen gran relieve en la obra cartesiana. Por una parte, el antropocentrismo humanista. En un marco de profunda crisis y renovación se demanda un modelo de hombre y sociedad diferente del anterior, del medieval. Por otra, la revolución científica. Copérnico, Kepler y Galileo acaban con la imagen aristotélica de un universo cerrado tanto en el campo de la astronomía como en el de la física. La sustitución del geocentrismo por la hipótesis heliocéntrica (Copérnico), al mismo tiempo que se descubre el sistema solar con las leyes de Kepler, por un lado, y la interpretación matemática de los fenómenos físicos (Galileo) por otro, impulsa definitivamente una nueva concepción de la ciencia, cuya expresión más acabada será la físico-matemática que culminará el siglo próximo con la obra de Newton. Vemos, pues, que el salto en la concepción de cómo hacer filosofía, iniciada en Descartes, no es casual. Ante una época de profunda crisis y cambios sociales, ante la nueva situación abierta por la nueva física, ante la inestabilidad política y religiosa, resulta lógico suponer que la duda asalte al hombre que viva en este contexto. Todo aquello que se había tenido por seguro ya no lo es. Los fundamentos de las creencias que habían regido la vida de los hombres ya no parecen estar tan fundamentados. Las nuevas respuestas ya no buscan tanto los fundamentos últimos de la realidad como el explicar cómo funciona ésta. La respuesta parece clara, o mejor, resulta claro el interrogante: ¿Puedo conocer con certeza alguna cosa? ¿Hay algún conocimiento que me pueda servir de guía para mi vida?

Aquí es donde entra en juego la importancia del método. Según Descartes si partimos de la evidencia (no admitir como verdadero sino lo evidente), seguimos con el análisis (dividir las cuestiones en las partes necesarias), pasamos a la deducción (conducir ordenadamente los pensamientos, desde lo simple a lo complejo) y acabamos con la enumeración (repasar las cadenas de razones para estar seguro de no haber dado un paso en falso), llegaremos al conocimiento de principios con total claridad y evidencia. Con estos principios hallaremos verdad en las ciencias ya que podremos deducir, a partir de ellos, otras verdades sin dar pasos injustificados en nuestros razonamientos. Descartes expone un método riguroso para una aplicación adecuada de nuestra razón, así como las reglas del mismo. A la hora de aplicarlo parte de la primera evidencia que encuentra en su pensamiento: la duda. Esta duda metódica y no escéptica (falacia de los sentidos, imposibilidad de distinguir vigilia y sueño, hipótesis del genio maligno) nos lleva al hallazgo de una primera verdad indudable: pienso, luego existo. Esta primera verdad es fruto de la intuición, que es la forma privilegiada de conocimiento para Descartes, pues por intuición entiende el conocimiento inmediato de ideas por la razón, y en tal forma de conocimiento no puede haber error alguno. Analizando esta primera verdad, Descartes extrae dos importantes conclusiones: a) que su verdadero ser es una res cogitans (sustancia pensante) que puede pensarse separado de su cuerpo (res extensa), lo que lo sitúa entre los pensadores dualistas; y b) que toda idea que sea conocida con igual claridad y distinción será, por tanto, igualmente verdadera. Ahora bien, entre ambas deducciones de su primera verdad, Descartes va a empezar a definir un nuevo problema: la posibilidad de extender el conocimiento más allá de la propia realidad del pensamiento ya afirmada. Hasta aquí, lo único que ha conseguido Descartes es saber que, en tanto que piensa, existe; y que los objetos de su pensamiento, las ideas, son verdaderas consideradas en sí mismas, pero dudosas si las relacionamos con objetos de una también dudosa, por el momento, realidad externa al propio pensamiento, acerca de los cuales todavía sigue dudando de que existan y de que, en el caso de existir, sean como él los conoce. Se está planteando, por lo tanto, uno de los momentos más decisivos y

delicados de la metafísica cartesiana: salir del radical subjetivismo (solipsismo) en que parece encerrarnos la primera y única verdad encontrada en este comienzo de la reflexión metafísica y según el cual solo existe o solo puede ser conocido el propio yo. La solución a este problema la encontramos en la demostración de la existencia de Dios. Mientras subsista la posibilidad de plantear la hipótesis del “genio maligno”, por muy leve y teórica que sea esta duda, “no voy a poder estar nunca cierto de cosa alguna”. Pero aclaremos, no podré estar cierto de nada distinto de mí, pues no sólo el cogito se impone incluso ante todo intento de engaño, sino que no tendría sentido el resto de la meditación cartesiana. De modo que se hace preciso “suprimir del todo” tal duda, y para ello Descartes exige: 1º) Demostrar que existe Dios, pues la garantía que busca tiene que ser tan poderosa como la duda que se pretende eliminar. 2º) Demostrar que ese Dios es veraz, que no puede ser engañador; pues en caso contrario la anterior demostración de la existencia de Dios se volvería contra la deseada posibilidad de extender mi conocimiento. En el cumplimiento de este programa se servirá del análisis de las ideas. Tras establecer los tipos de las mismas (innatas, adventicias y facticias), llegará a la conclusión de que las únicas indudables son las innatas, y, buscando entre ellas, encontrará la idea de un ser sumamente perfecto, al que identificará con Dios y cuya existencia demostrará sirviéndose tanto del argumento ontológico (San Anselmo) propio de la tradición medieval, pero que Descartes actualiza dando su propia versión, como con una prueba en la estela de la escolática, la aplicación del principio de causalidad (Santo Tomás), pero con la originalidad de referir tal principio a la realidad objetiva de la idea de Dios. Demostrada la existencia de Dios y, con ella, su absoluta perfección, encuentra en él la garantía completa del criterio de certeza en su función como criterio de verdad, pues, siendo Dios perfecto y, consecuentemente, veraz en grado sumo, no puede consentir que conozcamos con claridad y distinción nada que sea falso, nada que no se corresponda con la realidad en sí misma. Como vemos Descartes considera que la demostración de la

veracidad de Dios implica una refutación del genio maligno. Por lo tanto, ya se puede levantar la duda sobre la posibilidad de equivocarse la razón (hipótesis del genio maligno) y sobre la distinción entre el sueño y la vigilia, pero no totalmente sobre el conocimiento sensible, que sigue siendo sospechoso en la medida que su contenido no es claro y distinto. Ésta es la razón por la que Descartes distingue en la res extensa cualidades primarias y secundarias, y encuadra en las primeras todos aquellos aspectos de los cuerpos que son mensurables, matematizables, mientras que las segundas (las cualidades propiamente sensibles) son puramente subjetivas y carentes de valor cognoscitivo. Pero Descartes considera que, de este modo, ha encontrado el fundamento metafísico que dote de realidad al mundo de la física mecanicista y de la geometría analítica cartesiana. Así pues, todo lo que se presente a nuestra razón cumpliendo el criterio de certeza deberá ser tenido por verdadero, quedando para nuestra precaución ser cuidadosos con la intervención de la memoria en los procesos deductivos -pues puede ser fuente de error en los mismos, al olvidar elementos o añadir otros que no estaban en el razonamiento inicial- y con la voluntad, que puede confundir a la razón presentándole objetos que desea como verdaderos sin serlo en realidad. Por último, y como conclusión, apuntar la importancia y significado histórico que ha tenido la problemática entre el conocimiento y el método en Descartes. El racionalismo posterior tiene en él un referente básico, y por mucho que se aparten de Descartes, es desde el Discurso del método desde donde hay que entender a Spinoza e incluso a Leibniz. Más tarde, Kant y el idealismo alemán seguirán en la estela abierta por el cogito. Y ya avanzado el siglo XX, Husserl, fundador de uno de los movimientos filosóficos más vigorosos de nuestro tiempo (la fenomenología), tomará de él el título de una de sus obras fundamentales, las Meditaciones cartesianas. Son sólo unos ejemplos significativos que nos hablan de la trascendencia histórica de Descartes.