El Nacimiento de La Ideologia Fascista

EL NACIMIENTO DE LA IDEOLOGIA FASCISTA (Zeev Sternell) FASCISMO COMO CULTURA POLÍTICA ALTERNATIVA 1. El fascismo antes d

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EL NACIMIENTO DE LA IDEOLOGIA FASCISTA (Zeev Sternell) FASCISMO COMO CULTURA POLÍTICA ALTERNATIVA 1. El fascismo antes de convertirse en fuerza política, fue un fenómeno cultural. Su crecimiento no hubiera sido posible sin la rebelión contra la Ilustración y la Revolución francesa. La ascensión de los movimientos fascistas y la toma de poder en Italia fueron posibles sólo debido a la conjunción de la acumulada influencia de la revolución cultural e intelectual con las condiciones políticas, sociales y psicológicas creadas a fines de la IGM. 2. La cristalización ideológica precedió a la acumulación de poder político y fue la que estableció las bases para la acción política. “El fascismo es parte integral de la historia de la cultura europea”. Ese cuerpo ideológico se formó mucho antes de 1914. 3. La Francia del nacionalismo integral, de la derecha revolucionaria, es la auténtica cuna del fascismo. Pero también es la cuna del revisionismo revolucionario soreliano, primer componente del fascismo. 4. No identificar fascismo y nazismo. La piedra de toque del nacionalsocialismo alemán es el determinismo biológico. Lo que constituye el fondo del nazismo es el racismo en su sentido más extremo; y la guerra a los judíos, la guerra a las razas inferiores, juega en él un papel mucho más preponderante que la guerra a los comunistas. El racismo NO es una de las condiciones necesarias para la existencia de un fascismo; contribuye, por el contrario, al eclecticismo fascista. 5. Aunque la ideología fascista no puede definirse en términos de una mera respuesta al marxismo, su nacimiento, por el contrario, representa el resultado directo de una revisión muy específica del marxismo. Son los sorelianos de Francia e Italia, teóricos del sindicalismo revolucionario, quienes enuncian esa nueva y original revisión del marxismo: en ello reside su contribución al surgimiento de la ideología fascista. 6. El fascismo encarna el rechazo por excelencia de la cultura política dominante a comienzos de siglo madurada durante un cuarto de siglo anterior a 1914. 7. El fascismo se revela contra los sistemas establecidos: LIBERALISMO, MARXISMO, POSITIVISMO Y DEMOCRACIA. 8. La ideología fascista es el producto de una síntesis del nacionalismo orgánico y de la revisión antimaterialista del marxismo. Expresa una aspiración revolucionaria fundada en el rechazo al individualismo, de índole liberal o marxista, e instaura las grandes componentes de una cultura política nueva y original. a. Una cultura política comunitaria, antiindividualista y antirracionalista, basada –en una primera fase- en el repudio de una herencia de la Ilustración y de la Revolución Francesa, y

b. –en una segunda fase- en la construcción de una solución de recambio total, de un marco intelectual, moral y político, único capaz de garantizar la perennidad de una colectividad humana en la que se integrarían perfectamente todas las capas y todas las clases de la sociedad. 9. El fascismo se revela contra la modernidad cuando esta se identificó con el racionalismo, optimismo y humanismo del siglo XVIII. 10. La rev fascista pretende cambiar la naturaleza de las relaciones entre el individuo y la colectividad sin que por ello sea necesario romper el motor de la actividad económica –la apetencia de beneficio- ni abolir sus cimientos –la propiedad privada- o destruir el marco indispensable –la economía de mercado. La revolución fascista se sustenta en una economía regida por las leyes del mercado. 11. El pensamiento fascista constituye claramente un rechazo del “materialismo”. Repudio de la herencia racionalista, individualista y utilitarista de los s XVIII y XIX. 12. Será la síntesis de un nacionalismo orgánico y tribal y de la revisión del marxismo adelantada en los albores del siglo por Georges Sorel y los sorelianos de Francia e Italia. 13. Es importante en el fascismo el NACIONALISMO TRIBAL. Darwinismo social y a menudo también de determinismo biológico. La nación es un organismo comparable a un ser vivo. 14. Surgimiento del Socialismo Nacional.- Esta idea se extiende rápidamente por toda Europa. Responde a un problema de civilización que genera, en la segunda mitad del siglo XIX, el ascenso del proletariado y la revolución industrial. La solución basada en la idea de que la supervivencia de la nación exige la paz entre el proletariado y el conjunto del cuerpo social, la proclaman Barrès en la Francia de las postrimemerías del siglo, y Enrico Corradini en la Italia del primer decenio del siglo XX. 15. Tanto Corradini como Barres intentan reavivar el pacto fundamental de solidaridad familiar entre todas las clases de la sociedad italiana. 16. La violencia es el motor de la historia. Elevar la lucha de clases a un nivel superior. 17. Un estado fuerte, el individuo siempre al servicio de la colectividad, las clases sociales aunadas en un esfuerzo común en pro de la grandeza nacional –todo cuanto constituya un factor de diversidad se debe eliminar. 18. Mutaciones económica⇒mejora del nivel de vida⇒nueva prosperidad. 19. Las nuevas masas urbanas surgidas de la concentración industrial van accediendo parcialmente al menos a los mecanismos de toma de decisión. La modernización del continente europeo, la participación política y la movilización de las masas conducen a la nacionalización de éstas. 20. La ideología revolucionaria no responde a las exigencias de la vida política. El desfase entre la teoría de la lucha de clases y la aceptación tácita del orden existente acaba siendo insoportable. De esta larga polémica –lo esencial se dice entre 1895 y 1905- emerge bajo la etiqueta revisionista prácticamente el conjunto del socialismo de Europa

Occidental La polémica revisionista dividirá al movimiento socialista de Europa occidental con dos tendencias de importancia desigual: a. Una engloba prácticamente a todo socialismo occidental: se trata del revisionismo llamado “reformista”, un revisionismo liberal y democrático en el sentido propio de estos términos. Berstein. Acepta la legitimidad de los valores liberales y democráticos y las reglas de juego de la democracia liberal. b. Una minoría que aun reconociendo también el fracaso de la previsión marxista clásica, rechaza, no obstante el compromiso ideológico y político del orden establecido. Persiste en sus veleidades revolucionarias, reivindica para sí, con toda justicia, el título de “revisionistas revolucionarios”. Esta opción no quiere diluir el marxismo e interpretarlo bajo el prisma de la democracia (Berstein), sino retornar a las fuentes del marxismo para que vuelva a ser lo que nunca debió dejar de ser: una máquina de guerra contra la democracia burguesa. El proletariado debe ser el agente de la revolución (no suma de electores). Para Kautsky la función de la revolución no es introducir la dictadura del proletariado sino una democracia plena y total. 21. Mientras que los austriacos, polacos y rusos hacen lo imposible por mantenerse pegados a las teorías económicas de Marx en Francia e Italia comienza una revisión antimateriaslista del marxismo edificada sobre una violenta crítica a la economía marxista. Mientras Kautsky se convierte en el artesano de la mutación del marxismo ortodoxo en socialismo democrático, en Francia e Italia se inicia un combate feroz contra la propia democracia. 22. Incompatibilidad entre socialismo y democracia, incompatibilidad que invita a la destrucción inmediata del sistema establecido. De modo que la revolución no puede producirse si no se dan tres condiciones y si las 3 no se materializan a la vez: a. anclaje de la dinámica revolucionaria dentro de la economía de mercado, considerada en su conformidad a las leyes universales de la actividad económica. b. introducción de catalizadores de un tipo nuevo y muy particular en el marxismo. Estos elementos modifican el sentido y el carácter del sistema. Dado que los efectos de los mecanismos económicos no conducen a la catástrofe , es preciso recurrir a los mitos sociales, y, dado que la escisión material no reprodujo es necesario, crear una cesura psicológica y moral. La violencia proletaria es mito cuya finalidad es mantener un estado de tensión continúa. Sorel entiende corregir a Marx introduciendo en el marxismo elementos irracionales. El mito y la violencia son claves para Sorel. c. destrucción del régimen de democracia liberal, de sus normas intelectuales y de sus valores morales. La democracia no es más que ciénaga donde el socialismo anda perdido. Es necesario liberar al movimiento obrero del dominio de los partidos socialistas. Es preciso destruir el sistema democrático en su conjunto.

23. Estos son los PPIOS del REVISIONISMO REVOLUCIONARIO que en dos etapas se convierte en fascismo: 1. 1ª fase.- los sorelianos, metamorfoseándose totalmente el marxismo, constituyen una nueva ideología revolucionaria. 2. 2ª fase.- ponen la nación en el lugar del proletariado desalentado en la lucha contra la decadencia democrática y racionalista. 3. ⇒así se va progresivamente abriendo la tercera vía entre las dos concepciones torales del hombre y de la sociedad que son el liberalismo y el marxismo. 24. Los sorelianos comparten con los reformistas la convicción de que el capitalismo no sólo no lleva en sus entrañas los gérmenes de su propia destrucción, sino que, por el contrario, favorece el progreso tecnológico, por lo cual no parece que en un futuro previsible vaya a hundirse en una crisis catastrófica. Unos y otros constan que el capitalismo es un factor de progreso social y bienestar. 25. La revolución de los sorelianos se convirtió en una revolución nacional. El proletariado declinante será sustituido por la gran fuerza ascendente, surgida de la modernización, de las guerras de independencia y de la integración cultural: la Nación. La nación con todas sus clases soldadas en el gran combate contra la decadencia burguesa y democrática. 26. A ese fascismo renaciente los sorelianos aportan la idea de una revolución que debe erradicar el régimen de la democracia liberal, y con él sus normas intelectuales y morales, sin romper, no obstante, todas las estructuras de la economía capitalista. 27. La nueva sociedad estará dominada por una poderosa vanguardia compuesta por una aristocracia de productores aliada a una juventud sedienta de acción. El fascismo incorporará también la idea de que la violencia genera sublimidad. 28. El futurismo impregnó al fascismo otorgándole su carácter de movimiento de rebelión y revuelta: de revuelta cultural, y más delante de revuelta política. 29. Con la síntesis fascista, la estética se convierte en parte integrante de lo político y de lo económico. El estilo fascista, que causa impacto por su agresividad, expresa a la perfección los nuevos valores éticos y estéticos. Se trata de una nueva escala de valores, de una nueva visión de la cultura. Odio a la cultura dominante y deseo de reemplazarla con una alternativa total. Esto les situara en línea contra la democracia burguesa. 30. Idea binaria. Violencia y patria o guerra y nación. Su anticlericalismo y su anarco-individualismo son asumidos exclusivamente dentro de esta perspectiva. TRES ELEMENTOS: - Nacionalismo integral - Revisionismo - Futurismo 31. El nacionalismo aporta también al primer fascismo el culto al poder fuerte. El Estado es, al propio tiempo, el guardián de esta unidad, que

desarrolla utilizando cualquier medio susceptible de vigorizarla. La guerra demuestra la enorme capacidad capacidad de sacrificio del individuo, la superficialidad de la idea internacionalista y la facilidad de movilización de todas las capas de la sociedad al servicio de la colectividad. 32. Para los fascistas, la guerra demuestra en gran medida lanzadas por Sorel, Michels, Pareto o Le Bon: las masas avanzan a golpe de mitos, de imágenes y de sentimientos, quieren obedecer y la democracia sólo es una cortina de humo. La Gran Guerra fue para los fundadores del fascismo un laboratorio en el que se verificaron concretamente las ideas que enunciaron a lo largo de toda la primera década del siglo. 33. La síntesis fascista, en el plano de la teoría política, ya aparece con tada claridad en los años 1910-1912 en publicaciones como La Lupa en Italia en Francia. Una vez puestos los primeros jalones de la síntesis fascista en Francia, habrá que esperar la guerra para que aparezcan en Italia las circunstancias favorables a la transformación de un movimiento de estas características en fuerza política. Será al otro lado de los Alpes donde esta síntesis se extenderá y alimentará una auténtica fuerza revolucionaria, debido a la crisis casi permanente en la que se debate, en esos albores del siglo, la sociedad italiana. Los solerianos puros, detentadores del revisionismo ético, vitalista, voluntarista, adeptos a la violencia creadora y moral, constituyen el auténtico núcleo ideológico del fascismo y ofrecen el primer marco conceptual. 34. la síntesis del nacionalismo y del sindicalismo revolucionario italianos se construye sobre las mismas premisas que en Francia: por un lado, el repudio de la democracia, del marxismo, del liberalismo, de los valores llamados “burgueses”, de la herencia del siglo XVIII, del internacionalismo y del pacifismo y, por otro lado, el culto del herísmo, del vitalismo y la violencia. 35. Michels –sindicalista revolucionario alemán tiranizado-dirá que para romper el conservadurismo de las masas es necesaria una ética vitalista y voluntarista y una elite capaz de llevar a las masas al combate. 36. Durante los años de guerra y en el curso de los meses posteriores al armisticio de noviembre de 1918, el sindicalismo revolucionario se desarrolla en forma de sindicalismo nacional 37. El sindicalismo nacional, a comienzos de la década de los veinte, ya ha sintetizado los elementos de la ideología fascista, de forma que la transición hacia el corporativismo se hará sin brusquedades. 38. Pero, no todos los sindicalistas revolucionarios italianos se harán fascistas.

Dada la característica tan claramente derechista del fascismo, a lo largo de prácticamente toda su gestión de gobierno, hay que hacer un esfuerzo de ubicación histórica para aceptar que todavía en 1919, a tres años de la Marcha sobre Roma, ese movimiento se veía a s¡ mismo, y era visto por gran parte de la opinión pública, como un fenómeno de izquierda, antiimperialista, crítico de la moderación social demócrata, y mezclando libremente temas socialistas con otros nacionalistas. Muchos militantes, incluyendo a gran cantidad que luego se negaron a entrar en la variante fascista, proponían en esa época un "socialismo nacional", concepto que aún no estaba viciado por su posterior homónimo hitleriano. Mussolini Respecto al régimen mussoliniano no hay duda de que el término "fascismo" se le aplica. ¿Pero, desde cuándo fue Mussolini fascista, en el sentido en que esa palabra ha pasado a la historia? Y en qué‚ medida algunos de sus compañeros de tarea, dedicados a la renovación de las ideas de la Izquierda en sentido nacional y antiimperialista, antiliberal-burgués, pueden ser etiquetados de fascistas? Porque los que estuvieron en los primeros momentos del fascismo, o en la elaboración de las ideas que lo alimentaron -- y que luego fueron ampliamente tergiversadas por el Duce en el poder -- no podían predecir lo que ocurriría después, y mucho menos en su versión alemana. Papel de la tradición socialista Sternhell y sus colaboradores enfatizan los elementos de la tradición socialista incorporados al fascismo. El hecho es que el principal revolucionario que virtió sus ideas en el fascismo fue nada menos que el mismo Mussolini, un fecundo escritor con una muy larga trayectoria en la prensa polémica de la izquierda italiana, con estrechas vinculaciones con el mundo intelectual francés, sobre todo a través de la variante soreliana del Sindicalismo Revolucionario. Su izquierdismo no puede de modo alguno ser considerado superficial o pour la gallerie, desde sus años iniciales a comienzos del siglo, hasta aproximadamente el final de la Primera Guerra Mundial. Cierto es que luego fue robusteciendo su dimensión oportunista, y cambió de perspectiva ideológica, as¡ como la mayor parte de los camaradas que lo siguieron en el fascio. Algunos reverdecerían luego sus laureles en la República de Sal¢, pero este es ya un fenómeno distinto, uno de esos extraños monstruos que aparecen en el fin de una guerra. Incluso el antisemitismo bastante difundido en filas fascistas tiene nada despreciables raíces izquierdistas, y a él no fueron ajenos ni un Proudhon ni un Sorel (p. 124). El fascismo, básicamente, fue un engendro de la crisis de crecimiento de la social democracia europea. El corpus teórico de esa social democracia, una reelaboración reformista y pragmática del marxismo, estaba progresando en varios países del viejo continente, mezclando una práctica que no podía menos que estar llena de concesiones a los factores de poder, con una elaboración teórica que acompañaba y justificaba esa práctica. Pero era difícil compatibilizar estos avances con el estado de ánimo de las masas, que necesitaba más tiempo -- y más resultados concretos -- para deponer los sentimientos de indignación que las injusticias sociales les producían. Y no eran sólo las masas las que tenían ese estado de ánimo: tanto o más importante era lo que ocurría en niveles medios de estratificación, entre intelectuales, estudiantes, y otros grupos medios que necesitaban algo más de acero en sus almas para poder enfrentar el escándalo del régimen capitalista, sin esperar a los seculares procesos de cambio que los intelectuales reformistas avizoraban desde sus estudios. La perspectiva social demócrata era correcta en el largo plazo, pero no estuvo sensibilizada hacia la necesidad de canalizar los sentimientos "irracionales" que se podían fácilmente apoderar del ánimo popular, y sobre todo el de ciertos

sectores medios lanzados contra el orden constítudo. Estas potenciales elites estaban muy necesitadas de crear otro orden, revolucionario o no, en que además fueran ellas quienes ocuparan una posición de privilegio; todo, claro está, de manera no demasiado explícita. Sorel Uno de los principales planteamientos que, según Sternhell, alimentaron la teorización fascista, fue el de Georges Sorel, con sus Reflexiones sobre la violencia (1906). Publicada con poca diferencia con el ¿Qué hacer? de Lenin (1902), tiene puntos de convergencia con ese planteamiento antirreformista. Pero Lenin creyó en la inmediatez de la revolución social, y desarrolló la teoría y la práctica del partido revolucionario, formado por una elite muy dedicada. Ese partido podía participar en el sistema de la democracia burguesa, pero ciertamente que sólo para subvertirla. Sorel iba más allá que Lenin en la condena del sistema "partidocrático", y no tenía confianza en las posibilidades revolucionarias de algo que se definiera y se organizara como partido. Temía las tendencias hacia el aburguesamiento y la burocratización, si el partido tomaba la vía reformista, o bien de la formación de una nueva clase dominante, en un contexto revolucionario prematuro. Por eso prefería centrar la lucha del proletariado en los mismos sindicatos, que por su naturaleza estarían más permanentemente ligados a los intereses de la clase obrera. Esto, a pesar de que ya eran bastante evidentes las tendencias moderadas de las dirigencias gremiales, tanto o más que las de los partidos políticos. La diferencia, a su juicio, estribaba en que los sindicatos a la larga no podían menos que reflejar más de cerca la mentalidad y los intereses de sus bases. Con este bagage mental los sectores del socialismo italiano influ¡dos por Sorel se separaron del Partido Socialista (en esa época dominado por su corriente moderada) en 1908.

Sorel, como casi todos los teóricos marxistas de su tiempo, incluido Lenin, consideraba necesario que el capitalismo se desarrollara a fondo, antes de que una revolución expropiatoria tuviera éxito. Mientras no se diera este proceso, había que encastillarse en los sindicatos, hasta el momento en que, según los clásicos planteamientos de Karl Marx, se combinara un altísimo desarrollo tecnológico e industrial, con una población educada y experimentada, impactada por una crisis final que al proletarizar a las masas las llevara a una revolución exitosa. Lenin difería en cuanto al momento de la insurrección, pues creía que era posible en un país atrasado como Rusia organizar una revolución y luego dejar que los capitalistas desarrollaran la economía, pero bajo dominio político de los obreros, o mejor dicho del partido que se decía su representante. En un enfoque diametralmente opuesto al leninista, Sorel pensaba que la mejor manera de hacer crecer al capitalismo era dejar que se desataran las fuerzas del mercado, en lo que hoy llamaríamos neoliberalismo, sin preocuparse por la existencia de redes de contención ni Estado de Bienestar Social, ni tampoco necesariamente democracia parlamentaria, que son las peores adormideras de las clases populares. El resultado del crecimiento capitalista "salvaje" sería la polarización social, y su inevitable secuela, la revolución. La revolución, bajo esas condiciones de super desarrollo, implicaría la abolición del Estado, y por lo tanto también la supresión del rol de los intelectuales y demás parásitos del orden actual. De todos modos, en las Reflexiones y otras obras de Sorel no está muy claro hasta que‚ punto él creía realmente que una revolución, desencadenada por la huelga general, sería posible, aunque fuera en un futuro. Por algo se refería al mito. Estrictamente hablando, un mito es una cosa en que se cree, y que es capaz de estimular las pasiones, aunque ella no sea cierta. Quizás Sorel pensaba que las masas podr¡an, entonces, creer en “the right thing for the wrong reason”. No hay que perder de vista que él comenzó como autor de ensayos históricos sobre la Antigüedad. Una de sus primeras obras fue La ruina del mundo antiguo, en la que

por supuesto resalta el rol del cristianismo como mito destructor del sistema de dominación existente, y ya antes había escrito un trabajo sobre El proceso de Sócrates (1889). A estas consideraciones se unió en el mismo Sorel y en sus compañeros y seguidores, una fuerte influencia de las ideas "modernas" literarias y artísticas de Giovanni Papini o Filippo Marinetti, o las de Nietszche, o los análisis sociológicos de Robert Michels y Vilfredo Pareto. Todo, mezclado con un buen componente de antisemitismo (p. 186), porque los judíos eran el paradigma del pensamiento calculador y egoísta del capitalismo, como ya lo había señalado Karl Marx en La cuestión judía. Michels, critico de izquierda de la social democracia, autodefinido en el campo del sindicalismo revolucionario, terminó apoyando al fascismo durante y después de su acceso al poder. Pareto, de posición más conservadora, también condenaba a la democracia burguesa por desconocer el rol de las elites, y saludó el advenimiento del fascismo como señal del derrumbe del régimen liberal corrompido. El buen poeta y pésimo ideólogo Gabriele D' Annunzio, una especie de Lugones italiano más lanzado a la pol¡tica de acción, con su prédica irredentista y su aventura sobre Fiume, contribuía a dar más brillo a este conjunto por cierto "irracional", si es que la palabra puede usarse. Ante el materialismo utilitario de la burguesía y de un reformismo obrero que contaba los centavos, se valoraba a la aristocracia, al altruismo, al sacrificio y por lo tanto a la misma guerra como trauma liberador. No era casualidad que hacia la misma época se difundía el psicoanálisis, que aunque consistía en un muy racional intento de análisis de lo instintivo, tuvo como efecto secundario dar legitimidad y respeto a lo irracional como componente irreductible de la experiencia humana. Sorel, bastante inestable en sus convicciones, y en búsqueda constante de nuevas síntesis teóricas y de nuevos aliados, llegó a interesarse y a colaborar periodísticamente con la acción Francesa de Charles Maurras, a pesar de su monarquismo (que podía ser un mito más). Ya, décadas antes, Mikhail Bakunin, ante la guerra franco prusiana de 1870, había aconsejado a los revolucionarios franceses converger con los bonapartistas y estimular el nacionalismo y de los campesinos, pues el tambaleante emperador seguía, a su juicio, contando con el fervor popular, al cual había que reorientar hacia objetivos más radicales. Estrategia no demasiado distinta de la de los "entristas" de izquierda en los movimientos populistas latinoamericanos, especialmente el varguismo y el peronismo. El caso de Italia tras la IGM Contra todo este corso se alzaba, en Italia, la práctica irritantemente moderada y negociadora de los Liberales, encabezados por Giovanni Giolitti. Giolitti era el paradigma del gobierno por pactos y arreglos, que iba "transformando" lentamente unas mayorías parlamentarias en otras, con una sutil alquimia de cooptaciones y ocasionales represiones, para mantener un capitalismo legitimado a través de importantes reformas sociales. Giolitti pensaba que el régimen había tenido éxito en incorporar a dos minorías antisistema: primero, a los católicos, y luego a los socialistas, en su ala dominante social demócrata. Con las convulsiones de la guerra, y más aún el ejemplo de la revolución Rusa, la captación socialista se volvía complicada, pues al viejo tronco le habían brotado dos extraños retoños: el maximalismo, pronto conocido como comunismo, y el fascismo, ambos igualmente antidemocráticos y violentos, y en alguna medida reminiscentes de las antiguas convicciones del movimiento socialista, que en sus principales cohortes se había moderado y encauzado en el régimen parlamentario, bajo la dirección de Filippo Turati en Italia. Con un poco de muñeca y de suerte se podría captar a ambas nuevas corrientes, y particularmente a la fascista, menos anclada en

experiencias extranjeras. Pero la estrategia le fracasó al viejo mago de la política italiana. Giolitti, en el poder por última vez desde mediados de 1920 a 1921, trató de llevar a cabo esa pol¡tica, cuando ya el fascismo estaba cambiando de ideología, lo que podría ser una señal de su moderación y eventual cooperación. Giolitti cayó por una de las tantas crisis parlamentarias, de manera que no pudo llevar a cabo a fondo desde el poder su proyecto de dar poder parcial al fascismo para que éste se moderara. Ante la agitación de la Marcha sobre Roma (octubre 1922), basada en un partido aún minoritario pero dueño de las calles y de muchas nuevas simpatías en la Derecha, Giolitti y muchos otros como él estuvieron de acuerdo en dar el voto de confianza como Primer Ministro a Mussolini, llamado por el rey ante el vacío de poder que se estaba creando. El mismo Benedetto Croce consideraba por ese tiempo que el fascismo -- dentro de la Constitución -- podía cumplir un rol positivo para dar fuerza al ejecutivo y unificar al país ante el peligro de desorden social revolucionario que se había adueñado de la zona industrial italiana por un par de años en la inmediata posguerra. Pocos años después ya la característica violenta y derechista del fascismo se hacía evidente. En parte ello había resultado de que sus militantes, muchos de ellos de raíces izquierdistas, se habían dado cuenta de que la clase obrera era reticente a las actitudes revolucionarias. En eso, su perspectiva coincidía con la de Lenin, igualmente desconfiado de las tendencias tradeunionistas del proletariado industrial. Pero mientras que Lenin buscó como alternativa la formación de un partido revolucionario, los fascistas buscaron apoyos en otras clases sociales, sobre todo la pequeña burguesía y grupos "funcionales" como los militares y sobre todo los soldados que volvían de las trincheras, sin por eso descuidar al partido como órgano del cambio. Un primer Fascio rivolucionario d'azione internazionalista fue creado en 1914 por dirigentes del sindicalismo revolucionario, y entre ellos no se encontraba Mussolini, aún militante dentro del ala izquierda del Partido Socialista. El concepto de fascio era de clara inspiración de izquierda, simbolizando la fuerza de muchos elementos débiles unidos en un haz. Ya lo habían adoptado los trabajadores del Sud, a fines del siglo XIX, en la rebelión de los Fasci Siciliani, nombre también adoptado por uno de los grupos fundadores del Partido Socialista en la Argentina. En 1914 Mussolini inicia la publicación de su peri¢dico, Il popolo d'Italia, de orientación intervencionista en la guerra, manteniendo al mismo tiempo su dirección del periódico oficial socialista, Avanti. Finalmente, y después de algunos otros intentos de formación de fasci (p. 331), Mussolini lanza su movimiento oficialmente en una gran concentración en Milán, a comienzos de 1919, con amplio apoyo de sindicalistas revolucionarios y de socialistas de izquierda, muchos de los cuales ya disienten de la agitación de ocupación de fábricas (que por razones teóricas consideran destinada al fracaso y por lo tanto haciéndole el juego a la burguesía). Por parecidas razones piensan que la revolución soviética no tiene futuro, dada su incapacidad para manejar la economía. La reorientación hacia la derecha, la búsqueda de aliados en la pequeña burgues¡a urbana y rural, y luego en sectores más altos, se empieza a evidenciar a fines de 1920, y desde entonces ya no la burgues¡a sino el socialismo ser el enemigo principal. Entre los primeros militantes hay desconcierto, y muchos siguen creyendo que, a pesar de las apariencias, "el fascismo [aunque] quiere ser conservador, terminar siendo revolución", mientras que otros piensan que la destrucción del socialismo reformista es una etapa necesaria pero no definitiva en el camino de la revolución socialista nacional. CRÍTICA

Sternhell y sus colaboradores señalan, de todos modos, que una buena cantidad de sindicalistas revolucionarios, teóricos o dirigentes obreros, rechazaron la involucración fascista. No mencionan, quizás por considerarlo fuera del tema de su trabajo, la gran cantidad de militantes, intelectuales y dirigentes del Partido Socialista, en su vertiente moderada o en la maximalista, luego Comunista, que constituyeron una importante fuerza de resistencia contra el fascismo. Hubiera sido útil, en este tema, haber presentado alguna lista de personas, aunque fuera una primera aproximación a una muestra representativa, para poder estimar el peso del aporte de la izquierda al pensamiento y la acción del fascismo. Al no tener esa lista en el libro, el lector desprevenido puede llegar a la conclusión, equivocada, de que la mayor parte de los sindicalistas revolucionarios italianos se plegaron al fascismo. Por otra parte, también habría que hacer otro listado, con los principales dirigentes o militantes fascistas, para ver cuántos provenían de otros orígenes, para nada izquierdistas: está n ah¡ los nacionalistas de Enrico Corradini, los filo maurrasianos, y tantos otros. Pero no hay duda de que el aporte de la izquierda tuvo un rol muy significativo en generar el mundo de ideas que entusiasmó a amplios sectores, detrás de un fenómeno de masas cuya significación completa tardaría en evidenciarse. Sternhell y sus colaboradores, al enfatizar los orígenes revolucionarios y socialistas "nacionales" del fascismo, presentes ya claramente como mezcla ideológica en la primera d‚cada del siglo, minusvaloran el rol anticomunista que habr¡a cumplido el fascismo (p. 337). Polemizan al respecto con Renzo de Felice, quien, sin ignorar esas ra¡ces, señala que el acceso del fascismo al poder fue en buena medida un mecanismo de contención al peligro de revolución comunista que exist¡a entre la burguesia italiana, muy atemorizada por las ocupaciones de f bricas, que aunque hab¡an cesado, pod¡an repetirse en cualquier momento. En realidad, las dos interpretaciones no son contradictorias sino que se complementan. El fascismo, como el nazismo luego en Alemania, tuvo una etiolog¡a propia, enraizada en grupos en gran medida de clase media, y fuerte alimentación desde la izquierda en proceso de mutación. La combinación de una búsqueda de renovación social profunda, y de la defensa contra ese otro tipo de renovación que hubiera sido el comunismo, es lo que produjo la tragedia del fascismo.