El Duelo Desde El Constructivismo

“De las pérdidas, también aprendemos” “Perder y ganar” Hoy me propongo explicaros lo que el constructivismo me ha enseña

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“De las pérdidas, también aprendemos” “Perder y ganar” Hoy me propongo explicaros lo que el constructivismo me ha enseñado sobre el duelo y la pérdida, basada sobretodo, en las enseñanzas de Robert A. Neimeyer, profesional de la psicología y experto en procesos de duelo y pérdida, con quién tuve el honor de compartir un viernes y un sábado de seminario en el 2013. El enfoque constructivista de la pérdida dice que el proceso fundamental de la experiencia de duelo es el intento de reconstruir el propio mundo de significados. Esta afirmación me parece cierta, pero incompleta y en este artículo quiero exponer por qué. Si nos imaginamos nuestra vida como una novela con un interminable hilo argumental, la experiencia de sufrir una pérdida se asemejaría a perder uno de los personajes principales. Esta novela se escribe con narrativas personales sobre nosotros mismos, a eso llamamos identidad, sobre los acontecimientos que nos van sucediendo y sobre las personas con las que nos relacionamos. Esta narrativa nos aporta coherencia y continuidad porque nos permite anticipar sucesos que ya hemos experimentado. Como seres sociales que somos, construimos nuestra identidad alrededor de las personas más importantes en nuestras vidas (padres, hermanos, abuelos, hijos...). Por ello, cuando experimentamos una pérdida, algo quiebra la continuidad de esta narrativa, aportando incoherencia a las explicaciones anteriores y posteriores a la pérdida, además de generar en nosotros un vacío. Nuestro antiguo yo, ya nunca más volverá a ser el mismo después de la pérdida y, con mucho esfuerzo, podremos construir una identidad que encaje con nuestro nuevo papel y que nos proporcione continuidad. Y esta continuidad la conseguiremos reescribiendo los siguientes capítulos de nuestra vida para explicar la pérdida de manera coherente y permitir que el argumento siga adelante con los personajes que quedan. ¿Cómo podemos restablecer el argumento de una vida que ha sido interrumpida por una pérdida o un acontecimiento traumático? Por un lado, en privado intentamos dar respuesta a las preguntas: ¿Por qué a sucedido? ¿Qué sentido podría tener? Y cuando compartimos nuestras historias con los demás, les estamos pidiendo ayuda para responderlas o al menos permiso para expresarlas. De esta forma damos nombre y forma a los significados de nuestra experiencia vital. Según Neimeyer, el duelo constituye no sólo un proceso en el que se vuelve a aprender cómo es un mundo que ha quedado transformado tras la pérdida, sino también un proceso en el que nos reaprendemos a nosotros mismos. Las profundas revisiones que exige la invalidación de nuestro mundo de creencias suelen absorber un tiempo y esfuerzo considerable. No hay dos personas que se adapten a una pérdida de la misma manera, por tanto hay infinitas maneras de vivir el duelo y todas son igual de respetables. Hasta aquí, habríamos hablado de la parte cognitiva de duelo y para resumirla brevemente y de manera sencilla, comparto esta frase: “La muerte transforma las relaciones, en lugar de ponerles fin. No parece tan necesario distanciarse de los recuerdos del ser querido como abrazarlos y convertir

una relación basada en la presencia física en otra basada en la conexión simbólica”. Nos queda otra parte, a mi parecer más complicada de llevar a cabo, aunque más sencilla de explicar: las emociones. Solemos estar poco dispuestos a abrazar el dolor que provoca la pérdida el tiempo suficiente para aprender las lecciones que nos enseña y tendemos a seguir ciegamente hacia delante. Cuando hablamos de las emociones durante un duelo (depresión, ansiedad, culpa, hostilidad y amenaza) hay dos líneas de funcionamiento ambas necesarias: la conexión y la evitación. Sobretodo en las primeras etapas, se hace necesaria una alternancia entre ambas acciones, tanto momentos en los que recuerdo la pérdida, experimento y siento el dolor (conexión) y momentos en los que me disocio del dolor, y sigo con mi vida al margen de la pérdida (evitación). Así es como se consigue seguir adelante después de una herida emocional tan profunda. La mayoría de personas tenemos dificultades en mayor o menor grado con la primera de las acciones, la conexión emocional. Sentir el dolor de la pérdida es algo tan intenso y arrollador que hace invadir hasta la última célula del cuerpo, y eso, claro está, causa miedo. La pérdida produce una herida que tarde o temprano sanará, y para ello, cuanto más atención y cuidados le dedicamos, mejor será su cicatrización. Por contra, cuánto más evitemos mirar la herida, más tardará en sanar, y más alertas creará en nuestro cuerpo para reclamar curación. Cada sentimiento cumple una función y debe entenderse como un indicador de los resultados de los esfuerzos que hacemos para elaborar nuestro mundo de significados tras el cuestionamiento de nuestras construcciones. Debemos respetarlo como parte del proceso de reconstrucción de significados, en lugar de intentar controlarlo o eliminarlo. Quiero dedicar este artículo a mi padre, quién se marchó inesperadamente de forma injusta y temprana, dejándome una profunda herida y también un gran aprendizaje vital. Es mi manera de, casi 20 años después, dedicarle simbólicamente la despedida que nos merecimos y no pudimos tener. Allí donde estés, te quiero.