Mies Van Der Rohe

arquitectura Ignacio Volante El autor de casi Ignacio Volante nada Mies van der Rohe, piedra angular del Movimiento

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arquitectura Ignacio Volante

El autor de casi

Ignacio Volante

nada

Mies van der Rohe, piedra angular del Movimiento Moderno, dueño de una obra marcada por icónicos edificios y de un pensamiento contundente que para muchos “va más allá de la arquitectura”, habría cumplido en marzo 125 años de vida. El creador de conceptos como “menos es más”, que definía su obra como “casi nada”, sigue marcando generaciones de profesionales.

La Casa Farnsworth fue construida entre 1949 y 1951 en un terreno de 4 hectáreas con abundante vegetación y frente al río Fox.

latinstock

Texto, Claudia Pérez Fuentes

C

onsistencia, coherencia, trascendencia, rigor, son algunas de las palabras que se cruzan en el discurso de quienes conocen la obra de Mies van der Rohe, un peso pesado de la arquitectura moderna ante el cual pocos quedan indiferentes y muchos completamente absortos. ¿Las razones? Para todos son las mismas: la profundidad de su pensamiento y la contundencia de sus ideas –las que aparecen encarnadas en las formas que concibió–, un universo conceptual que ha sido capaz de traspasar generaciones y sostenerse por décadas. “La de Mies es una obra concentrada y persistente. Estuvo años insistiendo en lo mismo, con claridad y trabajo. Es un arquitecto que nunca deja de sorprender”, dice Albert Tidy,

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director de la Escuela de Arquitectura de la U. San Sebastián y patrocinador del proyecto Superespacio del artista Manuel Peralta, quien hace unos meses en la galería de arte Patricia Ready, dio vida a una réplica 1:1 de la Casa Farnsworth, uno de los proyectos más famosos de Van der Rohe. Es parte de las muestras que en diversos países están dando cuenta de la relevancia de un personaje que acaba de conmemorar 125 años de su nacimiento; más de un siglo para una personalidad que sigue creciendo en el tiempo y que, según algunos, se imponía sólo con su presencia. “Se notaba que era una roca que iba a perdurar, tenía una reciedumbre de carácter notable; para él, si no había rigor, no había nada que hacer”, recuerda

La Neue National Gallerie (1962–1968), en Berlín, fue el último edificio concebido por el arquitecto alemán.

Eva García Pascual

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El Crown Hall (1950–1956), construido para la Escuela de Arquitectura, Urbanismo y Diseño, es una de las más importantes contribuciones de Mies al IIT. El proyecto de Fox River es el único en el que Mies optó por separarse del terreno, ya que éste era inundado por el río.

Sergio Miranda, arquitecto, profesor emérito de la UC y a quien el alemán hizo clases en los 50’, en Chicago, Estados Unidos. Fue en esa ciudad, a la que el autor del célebre “menos es más” se trasladó en los años 30 –tras cerrar la Bauhaus en Alemania, entidad que dirigía por esa época y para la cual no aceptó las presiones del régimen Nazi– donde se hizo cargo del Departamento de Arquitectura del Armour Institute of Technology, más tarde Illinois Institute of Technology (IIT). En América, dio cuerpo a creaciones paradigmáticas como la encargada por la doctora Edith Farnsworth, cercana al río Fox, en Illinois, y cumplió su sueño de construir un rascacielos vidriado, el Lake Shore Drive; luego siguieron otros como

el Commonwealth Promenade Apartments y el Seagram Building que “marcó su gran consagración en la arquitectura”, dice Horacio Torrent, arquitecto UC y presidente de Docomomo Chile, grupo que trabaja por la conservación de aquello relacionado al Movimiento Moderno. Sin embargo, agrega el experto en arquitectura moderna, el alemán varios años antes había comenzado a pavimentar su legado marcando en 1929 otro hito: el Pabellón de Barcelona. “Es en esta época cuando la figura de Mies se vuelve importante; consolida lo que había venido trabajando desde sus primeras obras a inicios del siglo XX: sus ideas de transparencia, del espacio abstracto, de la tensión entre el uso de una estructura más bien clásica y la

fluidez de los recorridos; su interés por la obra de arte total”. Se trata, según Torrent, de las “claves que recorrerán todo su quehacer” y ante las que nunca estuvo dispuesto a transar. “Si usted tiene una idea, ¿por qué la va a desfigurar?”, decía a sus alumnos en el IIT, recuerda Miranda. Era parte de lo que buscaba transmitir a quienes lo percibían como un tipo más bien solitario. “No le pedía ayuda a nadie, lo que no significa que fuera un antisocial”, aclara. Al contrario, “era jovial, un gran conversador, se moría de la risa comentándonos las desavenencias con la señora Farnsworth –quien le entabló un juicio por haberse excedido en el presupuesto–. Nos decía que el proyecto de Fox River era el más caro en horas oficina vivienda | decoración

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Eva García Pascual

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Según los entendidos, en el Lake Shore Drive, así como en sus otros edificios, Mies usó de “manera notable” el muro cortina.

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“Era escéptico a las expresiones emocionales de la arquitectura”, dice Sergio Miranda sobre el autor de La Neue National Gallerie, en la foto.

©Pepo Segura, gentileza Fundación Mies van der Rohe

“La obra de Mies se podría sintetizar como un silencio que conmueve”, dice Albert Tidy. En la imagen, la Neue National Gallerie.

En el Pabellón, sobresalen las sillas Barcelona de acero y cuero blanco, cada una ocupa un lugar específico.

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que jamás iba a tener. Tal vez por eso recomendaba no hablar de arquitectura a los clientes, más bien de sus hijos y mascotas. Era simpático, sin embargo cuando se enojaba...¡uf!”. Para el pupilo de Van der Rohe, “Mies fue una inyección cultural muy fuerte”. Un hombre de tal lucidez y honestidad con su trabajo que estaba dispuesto a asumir los riesgos que eso significaba, “como pelearse con otros, a quienes dejaba sin respuestas rápidamente. ‘Yo propongo una arquitectura que perdure’, les decía, por ejemplo, a los que reclamaban que sus edificios no se podían habitar porque echaban de menos poner un florerito”. “Recuerdo que el primer día de clases nos pidió una carta de presentación: el proyecto de una casa en una semana. Me esmeré por hacer lo más representativo para mí, que era situarme en alguna pendiente. Caballerosamente ponderó los méritos y defectos de mi obra, y sentenció: Nosotros –hablaba como el Papa, en plural– creemos que el hombre vive más cómodamente en un solo nivel. No seguí argumentando”.

Nace un grande La historia de este alemán de nombre Ludwig que llegaba a hacer clases “a eso de las 15:00 horas fumando su gran puro Montecristo y con un lejano dejo de haberse deleitado con un buen cognac de sobremesa”, cuenta Sergio Miranda, comenzó a escribirse en 1886, año en que nació en la ciudad de

Aquisgrán, en una familia católica. Su padre, Jakob Mies, era cantero, con él empezó a formar su noción sobre los materiales, todo, inmerso en un ambiente en el que ya dejaba ver su afán, casi obsesión, por lo trascendente, por la calidad de la construcción y de los detalles. Asiduo lector de revistas filosóficas –solía preguntarse por el origen de la verdad y el orden– dejó el colegio a los catorce años. En 1905 se trasladó a Berlín para trabajar como diseñador de muebles en el taller de Bruno Paul. En este periodo realizó su primer encargo, la casa del profesor de filosofía Alois Riehl con quien comenzó a insertarse en el círculo artístico e intelectual al que perteneció la mayoría de sus primeros clientes. Más tarde trabajó en la oficina de Peter Behrens, donde coincidió con Le Corbusier y Walter Gropius. En 1913 abrió su propio estudió, lo hizo poco después de casarse con Ada Bruhn, con quien tuvo tres hijas –Marianne, Waltrani y Dorotea que cambió su nombre por Georgia–, familia de la que, sin embargo, Primera Guerra Mundial mediante, terminó separado. No así de la vanguardia del momento, con la que estaba profundamente involucrado y en la que figuraban nombres como Man Ray, Walter Benjamin, Raoul Haussmann y Ludwig Hilberseimer, arquitecto alemán que lo ayudó en su periodo como director de la Bauhaus, entre 1930 y 1933. A esas alturas, además del Pabellón, otros iconos como la Casa Tugendhat ya lo perfilaban como

un referente. Cada uno habla de su constante búsqueda reflejada, por ejemplo, en el estudio de los materiales y la técnica constructiva, “Siempre tuvo un interés por llevar las cosas al extremo, a la perfección”, expresa Albert Tidy sobre “el dominio de la anatomía de la obra” que tenía Mies, en cuyo mundo nada quedaba al azar. Si era necesario, él mismo pulía las imperfecciones de las soldaduras.

Ocultaba los clósets y ponía sólo los objetos precisos que tenían relación con la obra; diseños propios como la silla Barcelona en la que usó acero, elemento que junto al vidrio cruza toda su labor, aunque no porque se negara a usar otros. “Una vez le pregunté si construiría una casa de madera. Claro, me dijo, lo único que hay que tener en cuenta es la naturaleza del material y la tecnología, eso, más las

proporciones correctas producirán lo eterno”, cuenta Miranda. Menos elocuente que sus pares del Movimiento Moderno, como Le Corbusier y Frank Lloyd Wright, “solía describir su obra como ‘casi nada’, un aforismo más radical que el ‘menos es más’ que le ha significado adeptos y detractores”, comenta Ignacio Volante, académico de la Escuela de Arquitectura de la UDP. Entre estos últimos, célebre

es el “less is bore” –en alusión al “less is more”–, acuñado por Robert Venturi. Van der Rohe no se inmutaba. Hasta su muerte en 1969, en Estados Unidos, se mantuvo fiel a sus principios. “Rigor, disciplina, economía de medios, precisión técnica y la universalidad de una arquitectura que nos remite a un creador genuino, cuya influencia en Chile y el mundo es innegable”, concluye Volante.

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