Arqueologia de Chacas. Comunidades Asent

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A Nadia y a Sergio A Vittorina (in memoriam) A los antiguos y modernos Chacasinos

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Carolina Orsini

ARQUEOLOGÍA DE CHACAS Comunidades, asentamientos y paisaje en un valle de los Andes centrales del Perú

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ARQUEOLOGÍA DE CHACAS COMUNIDADES, ASENTAMIENTOS Y PAISAJE EN UN VALLE DE LOS ANDES CENTRALES DEL PERÚ Carolina Orsini Dibujos Carolina Orsini con Chiara Andrenacci, Gerbert Asencios Lindo, Marta Battilana, Emanuela Canghiari, Elizabeth Cruzado, Isabella Di Perna, Ruy Escobar, Claudia Gentili, Enrico Giorgi, Felipe Livora, Annalisa Lollo, Giulia Marcolli, Dante Pelagatti, Liliana Piccolin, Raffaella Pivi, Marta Porcedda, Lilian Pretell, Aurelio Rodríguez, Simona Rossi, Giacomo Savelli, Michele Silani, Antonella Succu, Kasia Szremski, Oreste Teoli, Andrea Villanueva, Raul Zambrano, Michiel Zegarra Mapas Carolina Orsini con Elisa Benozzi, Alessandro Capra, Enrico Giorgi, Bebel Ibarra, Francesco Mancini, Giulia Marcolli, Elisabetta Pareschi, Lilian Pretell, Cristian Ramos, Aurelio Rodríguez, Fabio Sartori, Michele Silani, Esteban Sosa, Antonio Zanutta Preparación de los dibujos y de las mapas para la publicación Sara Franco Revisión de estilo Yolanda Sabaté Pedro Maquetación Sara Franco

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ÍNDICE Introducción El Proyecto Arqueológico Valle de Chacas: 1996-2005 Objetivos de la investigación

p. 9 p. 10

Capítulo 1. Marco metodológico. Patrones de asentamiento en los Andes prehispánicos: algunos enfoques de investigación Introducción y problemática Los estudios regionales en el área andina: problemas antiguos, perspectivas reciente Metodologías de campo e instrumentos de la investigación Criterios de identificación de los sitios Cronología Dimensiones y densidad de los sitios Instrumentos de la investigación: el SIG

p. 13 p. 16 p. 18 p. 23 p. 27 p. 29 p. 29

Capítulo 2. La investigación de campo. Documentación preliminar Introducción Territorio, ambiente, clima, geología Paleoclima Estudios previos en el área Chacas en las crónicas Confines étnicos y organización social en la colonia Datos lingüísticos y de toponomástica Extirpación de idolatrías en la zona de la sierra de Ancash

p. 31 p. 31 p. 33 p. 34 p. 44 p. 45 p. 49 p. 50

Capítulo 3. La investigación de campo. Prospección y excavaciones en los sitios representativos Catastro arqueológico de los sitios investigados Excavaciones en Chagastunán, Jatungaga Pirushtu, Balcón de Judas y Tayapucru Chagastunán Ambiente, estudios previos Evidencias arqueológicas Sondeos Sondeos en Chagastunán I Sondeos en Chagastunán II Discusión Jatungaga Pirushtu Ambiente, estudios previos Topografía Evidencias arqueológicas Descripción de los sondeos Discusión Balcón de Judas Ambiente y evidencias arqueológicas

p. 55 p. 137 p. 137 p. 137 p. 138 p. 144 p. 144 p. 147 p. 150 p. 153 p. 153 p. 153 p. 153 p. 161 p. 166 p. 167 p. 167

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Excavaciones en el área A (Sondeos I, II, III, IV) Excavaciones en el área B (Sondeo I) Excavaciones en el área C (Sondeos I, II) Excavaciones en el área D (Sondeo I) Excavaciones en la Tumba I de Cerro Balcón Discusión Tayapucru Ambiente y evidencias arqueológicas Excavaciones en el área A (Sectores I, VI, Plaza) Excavaciones en el área C (Sector V) Excavaciones en el área F (Sector I) Excavaciones en el área G (Sector I) Discusión

p. 172 p. 174 p. 176 p. 178 p. 178 p. 182 p. 186 p. 186 p. 191 p. 197 p. 200 p. 202 p. 204

Capítulo 4. Análisis de los datos adquiridos Análisis de la cerámica. Introducción Fase Pirushtu Discusión Fase Llogihuasca Discusión Fase Jatungaga I Discusión Fase Jatungaga II o Tayapucru Discusión Fase Jatungaga III Discusión La cerámica de la zona de Chacas Análisis del material lítico Contextos funerarios seleccionados Cerro Balcón, Tumba I Jatungaga Pirushtu, sector M Tumba II Jatungaga Pirushtu, sector L Tumba I Tayapucru, Tumbas II y III Elaboración de los datos SIG: patrones de asentamiento antiguos en la zona de Chacas Tendencias poblacionales, intensidad de los asentamientos

p. 209 p. 209 p. 214 p. 214 p. 218 p. 219 p. 224 p. 225 p. 230 p. 230 p. 232 p. 234 p. 235 p. 239 p. 239 p. 241 p. 241 p. 242 p. 242 p. 248

Capítulo 5. Un acercamiento a la complejidad de Chacas prehispánico Elementos de la complejidad social en una perspectiva diacrónica Complejidad social, conflictos y percepción del sí: el problema del los Llacta y Llachuaces Sacralizando un espacio común Epílogo

p. 339 p. 346 p. 350 p. 351

Bibliografía Apéndices Índice de las láminas Tabla resumen de los fechados radiocarbónicos Índice de los nombres y de los lugares

p. 353 p. 381 p. 381 p. 390 p. 391

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Agradecimientos

Quiero expresar mi gratitud a todas las personas que, a lo largo de estos años, han apoyado el proyecto de doctorado que ha sido la base de la investigación del presente libro. En particular a mi directora, la prof. Laura Laurencich Minelli, por haberme dado la posibilidad de realizar las investigaciones de mi tesis doctoral en el marco de su proyecto, que empezó en el 1996 en el valle de Chacas, y por haberme transmitido el entusiasmo por los estudios andinos. Al co-asesor de la tesis prof. Tom Zuidema, quien aportó una ayuda invalorable a pesar del océano que nos ha separado. A los codirectores de las temporadas de campo, los arqueólogos Aurelio Rodríguez Rodríguez, Liliana Pretell Saavedra, Bebel Ibarra Asencios que me ayudaron de manera infatigable con entrega y profesionalidad. A los compañeros arqueólogos y aprendices arqueólogos Chiara Andrenacci, Gerbert Asencios Lindo, Marta Battilana, Emanuela Canghiari, Elizabeth Cruzado, Isabella Di Perna, Ruy Escobar, Claudia Gentili, Enrico Giorgi, Felipe Livora, Annalisa Lollo, Giulia Marcolli, Liliana Piccolin, Raffaella Pivi, Simona Rossi, Giacomo Savelli, Michele Silani, Antonella Succu, Kasia Szremski, Oreste Teoli, Andrea Villanueva, Raul Zambrano, Michiel Zegarra, por sus ayuda durante el trabajo de campo. A los topográfos del INC de Huaráz, Esteban Sosa Chunga y Cristian Ramos Caceres, que hicieron los planos de los sitios de Huarazpampa y de Chagastunán. A mis compañeros miembros del proyecto “Antonio Raimondi”, que se ha originado a continuación de la investigación doctoral y que sigue hasta hoy en día: Florencia Debandi, Bebel Ibarra Asencios (co-director del proyecto), Emiliano Manca, Luigi Mazzari, Marta Porcedda, Fabio Sartori y en especial manera a Elisa Benozzi, quien empezó esta aventura conmigo desde la primera hora. A los colegas Isabel Druc, Joan Gero, Alex Herrera, Bebel Ibarra Asencios, George Lau, Kevin Lane, John Rick, Aurelio Rodríguez Rodríguez, Doris Walter, Steven Wegner, Marina Zuloaga, que me proporcionaron manuscritos inéditos y compartieron conmigo muchas reflexiones acerca de las diferentes manifestaciones culturales de la sierra de Ancash. A la antropóloga Sofia Venturoli que compartió su conocimiento sobre la etnografía de la zona de Conchucos, proveyó datos inéditos y dedicó mucho tiempo y paciencia a aclarar mis dudas. Este trabajo no se habría podido realizar sin la valiosa ayuda de los alumnos de la Escuela Técnica de Conservación de Bienes Arqueológicos de Tarapampa (San Luis, Fermín Fitzcarrald, Ancash), de su directora Ingrid Chumichero, cuyo recuerdo queda vivo en todos nosotros, y de los profesores de la Escuela, especialmente la arqueóloga Miriam Salazar Sáenz. A Luciano Bitelli, artista y amigo, que ha enriquecido magníficamente el proyecto aportando sus fotografías y su ayuda en la organización de las campañas así como lo hizo Tommaso Miglio, camarógrafo y director que realizó un video de las investigaciones. Al profesor Manuel Roca Falcón mi gratitud por su apoyo y amistad. Agradezco su colaboración a Massimo Stefani, quien realizó las reconstrucciones tridimensiona-

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les de algunos sitios investigados a lo largo de las etapas del proyecto y a todo el personal del Departamento de Ingeniería DISTART de la Universidad de Bolonia, especialmente a Alessandro Capra, Francesco Mancini, Antonio Zanutta, quienes me ayudaron a documentar de manera moderna la topografía de la zona de Chacas. Michele Silani realizó numerosas láminas así como los mapas del Sistema Informativo Geográfico, mientras que Marta Porcedda se encargó junto a mi en revisar y perfeccionar todos los dibujos de la cerámica, que fueron un esfuerzo común de muchos miembros del grupo de trabajo. Agradezco muy especialmente al personal del Instituto Nacional de Cultura (hoy Ministerio de Cultura), la Comisión Nacional de Arqueología y la filial INC de Huaráz por las autorizaciones concedidas. Mi gratitud al Padre Ugo de Censi, al Padre Lorenzo, a Teresi y a PierAngelo Bossini (Lima), a Lorenzo y a Luisa (Chacas), a Gustavo Conroy, a Lino y a toda la Operación Mato Grosso que han estado apoyando este proyecto desde 1996. El Museo Americano de Historia Natural de Nueva York, a través de Sumru Aricanli y del dr. Craig Morris, facilitaron mi investigación ayudándome en el examen de la Colección Bennett del Museo gracias a una beca de estudio. Diferentes instituciones italianas hicieron posible la investigación de campo: la Fundación Flaminia de Rávena, que financió la beca de doctorado, la Universidad de Bolonia a través de los fondos otorgados por el proyecto “Giovani Ricercatori”, el Ministerio de Relaciones Exteriores de Italia. El Instituto Italiano de Cultura y la Embajada de Italia en Lima facilitaron la concesión de los permisos de excavación y ayudaron en la difusión de los resultados preliminares del proyecto. Pude contar con el apoyo de las comunidades de Chacas y de Huari a lo largo de todo el proyecto. En particular Manuel Roca Falcón, Geovani Serna y los alcaldes de las Municipalidades de Chacas y de Huari, nunca dejaron de promover la investigación, actuando en manera desinteresada y en favor de un mayor conocimiento de dichas áreas. A doña Clorinda y don Ricardo Ibarra Asencios, a Bebel y a Aliz Ibarra Asencios, quienes prestaron una invalorable ayuda para la realización de las campañas 2002, 2003 y 2004, 2005, va mi infinita gratitud. Al director de las Colecciones de Arte Aplicado del Castello Sforzesco de Milán, dr. Claudio Salsi, quiero expresar mi gratitud por el apoyo desinteresado dado al proyecto. Finalmente, las revisiones de los textos corrieron a cargo de Nadia Minerva Orsini y de Yolanda Sabaté Pedro (revisión de estilo), y de las láminas a Sergio Orsini y Sara Franco. Daniela Minerva ayudó en la búsqueda de la bibliografía conservada al otro lado del Océano, mientras que doña Vittoria Monti Minerva aportó una incalculable ayuda logística, además de infinito cariño. Las deudas con los colegas y amigos son muchas, mientras que los errores y omisiones son solo de mi exclusiva responsabilidad.

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Introducción

El Proyecto Arqueológico Valle de Chacas: 1996-2005 En 1999 visité por primera vez Perú con fines científicos. En aquel entonces la profesora Laura Laurencich Minelli de la Universidad de Bolonia (Italia) estaba poniendo en marcha una investigación en la zona del valle del Chacapata1 respaldada por el Ministerio de Relaciones Exteriores de Italia. A partir del año 2000 emprendí mi propio camino de investigación bajo el proyecto iniciado por Laura Laurencich con la finalidad de presentar mi candidatura para el título de doctor en la Universidad de Bolonia (Italia). El presente estudio es el resultado del trabajo de tesis que presenté en 2005, y de los datos de investigaciones sucesivas en la zona de Ancash y que siguen hasta ahora. Así pues, los antecedentes más importantes para este trabajo fueron los estudios pioneros en Chacas de Laura Laurencich (1999) y de otro investigador peruano-alemán, Alexander Herrera (1998). A partir del año 2000 y hasta 2004, estuve coordinando las investigaciones en Chacas junto con Aurelio Rodríguez Rodríguez, con la finalidad de observar cómo los cambios sociales se reflejaban en los asentamientos locales en términos de apropiación del territorio y de conformación de algunos asentamientos. Para cumplir con dicho objetivo era necesario ampliar los catastros de Herrera y de Laurencich, mapear los restos de la arquitectura antigua y efectuar excavaciones restringidas para establecer una secuencia cerámica local. Asimismo resultó importante tratar de agregar desde el principio datos sobre la vida local en el período de la colonia utilizando datos etnohistóricos. Los datos que recogimos fueron la base para la redacción de mi tesis de doctorado (2005). Se exploraron, en 2000, las quebradas secundarias Garguanga y Potaca, ubicadas en la porción sur de la zona de Chacas – proyecto aprobado por el Instituto Nacional de Cultura con Credencial C/0942000 del 18 de agosto de 2000 y con Resolución Directoral Nacional N° 1093 del 22 de septiembre de 2000. Durante la temporada 2001 no se realizaron trabajos sino solo recorridos enfocados a la preparación del campaña 2002. En la temporada 2002 – aprobada con el credencial del Instituto Nacional de Cultura C/DGPA-076-2002 con fecha 17 de Junio de 2002 –, junto a las arqueólogas Liliana Pretell Saavedra y Elisa Benozzi, avanzamos en la prospección de la misma área y se efectuaron un número restringido de excavaciones estratigráficas en dos sitios arqueológicos elegidos entre los más representativos del área. Durante la temporada 2003 – aprobada por el Instituto Nacional de Cultura con Resolución Directoral 00161 del 22 de Agosto del 2003 – se realizó la prospección arqueológica en la quebrada Juitush descubriendo nuevos sitios, se completaron relieves y dibujos en la quebrada Garguanga y en la vertiente occidental del río Chacapata y se realizaron las excavaciones extensivas en el sitio de Balcón de Judas. Durante el temporada 2004 se procesaron los materiales adquiridos en las campañas, que posteriormente se embalaron y entre-

1 En la provincia de Asunción - Departamento de Ancash, Perú. La zona pertenece a la Cuenca del Marañón, bajo valle del río Yanamayo, Callejón de Conchucos.

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garon al Museo Regional de Ancash en Huaráz. Durante la temporada 2005, se investigó el sitio de Tayapucru. A partir del 2006 el proyecto pasó de ser una investigación finalizada a la redacción de una tesis doctoral a convertirse en un proyecto científico más amplio, codirigido por Bebel Ibarra Asencios, promovido por las Colecciones Extraeuropeas del Castello Sforzesco de Milán, patrocinado por el Ministerio de Relaciones Exteriores de Italia, y con la colaboración de la Embajada de Italia en Lima, del Instituto Italiano de Cultura de Lima y de la Municipalidad de Huari. Se agregaron nuevos temas de investigación y se decidió ponerle al proyecto el nombre del científico italiano Antonio Raimondi, quien realizó mapeos y caminatas para la exploración de la zona de Conchucos; sin duda fue un investigador ante litteram de todas las temáticas que abarcan la relación entre el hombre y su ambiente. La Misión Arqueológica y Antropológica italiana proyecto “Antonio Raimondi” fue ampliando sus áreas de investigación y durante los últimos seis años se trabajó de manera intensiva en la provincia de Huari, en la zona de la Laguna de Puruhuay. Estos últimos datos, por ser el resultado de un esfuerzo colectivo de un grupo de personas que se reconocen bajo la égida del Proyecto Antonio Raimondi, no entrarán sino en mínima parte en el presente libro que tratará principalmente el problema del patrón de asentamiento prehispánico en la zona de Chacas. Objetivos de la investigación La finalidad de la investigación fue la de proporcionar datos originales para la interpretación de la relación hombre/paisaje y la comprensión de la complejidad social local de una de las áreas más inaccesibles de la Cordillera andina. Todo ello significó el estudio de los cambios sociales y económicos de las antiguas sociedades chacasinas y cómo se reflejó en la ocupación y en la trasformación del territorio. El estudio privilegia un enfoque diacrónico y microrregional, analizando de la manera más exhaustiva posible los datos procedentes del estudio arqueológico de los asentamientos y de las organizaciones sociales de tipo pre-estatal, a partir del Período Inicial (1800 a.C.) hasta la conquista española (siglo XVI). Las investigaciones se llevaron a cabo en una zona casi desconocida tanto desde un punto de vista histórico como arqueológico, no sólo a causa del marcado aislamiento geográfico, sino también debido a que, cuando la zona de la sierra de Ancash – donde se encuentra el área de estudio – inició a ser objeto de interés para la comunidad científica, cayó bajo la acción de la guerrilla armada de Sendero Luminoso que impidió cualquier investigación durante más de veinte años. El valle del río Chacapata es un lugar riquísimo en sitios arqueológicos, y gracias a los trabajos pioneros de Laura Laurencich (1999) y Alexander Herrera (1998) fue posible reconocer, como dijmos, numerosos sitios pertenecientes a varias épocas. La variedad y cantidad de tipologías de estructuras antiguas que se encuentran en el valle, así como la posición del área situada en una zona de paso entre la selva alta peruana y la zona del Callejón de Huaylas, convierten el área en un lugar ideal para el estudio de la ocupación antigua de esta parte del Callejón de Conchucos. A lo largo de cinco años de investigaciones en el valle, se estudiaron 51 sitios de interés arqueológico ubicados en las tres eco zonas que componen la cuenca del Chacapata en los fondos del valle, en los alrededores de los ríos, en las laderas de los cerros y en las cercanías de los picos cordilleranos. La mayoría de los sitios que pudimos reconocer se concentran en las alturas que rodean la cuenca del río principal del valle, aunque varios sitios están en las quebradas secundarias originadas por ríos que parten de los macizos de la Cordillera Blanca.

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La investigación desea prestar datos nuevos a una zona de estratégica importancia por su situación geográfica, además de aportar nuevos testimonios sobre los grupos culturales recuay, cuyas evidencias arqueológicas dominan la zona durante un largo período. Conocidos casi siempre por su fina cerámica hallada en contextos funerarios, poco se sabía de estos grupos cuando se redactó este trabajo, sobre todo en lo que concierne su dimensión socioeconómica y política2. A pesar de ello, se era bien conscientes de la importancia de esta cultura debido a su gran área de influencia y a sus contactos con las zonas tanto las costeras como las de la alta selva del Perú (Thompson D. - Ravines R. 1973; Bonavia D. 1991; Makowski K. 2000, 2004; Makowski K. - Rucabado J. 2000). Partiendo del axioma de D. Clarke que cualquier investigación arqueológica de campo es una investigación de tipo espacial – prescindiendo de la “escala” a la cual se investiga3 – en el proyecto que presentamos se siguen escalas de investigación plúrimas: desde la dimensión espacial de la unidad doméstica hasta llegar a estudiar enteras porciones de territorio. La investigación a diferentes niveles permitió dar una visión de algunas, si bien parciales, dinámicas sociales y al mismo tiempo evidenciar algunos elementos de las relaciones entre las comunidades y el empleo del territorio en sus diferentes fajas ecológicas. La “escala” de la investigación es “larger than an individual site but smaller than a settlement region” (Canuto M.A. - Yaeger J. 2000: 10). Una zona de interconexión como la descrita, donde no se desarrollaron civilizaciones organizadas en estados y que no fue objeto, como veremos, de importantes dominios foráneos, representa quizás una buena ocasión para comprobar algunas teorías relativas a las antiguas dinámicas socioeconómicas en los Andes, como la que se refiere al “control vertical de un máximo de pisos ecológicos” (Murra J. 1972) o “zonal complementary”. Dicha teoría influye notablemente los estudios de arqueología del paisaje en la zona andina, sobre todo de la zona sur de los Andes. Asimismo, la comprensión de este fenómeno es básica para considerar los criterios con los cuales fueron elegidas las zonas donde asentarse. En principio fue formulada por John Murra (1967-72, 1980, 2004) valiéndose de importantes observaciones etnohistóricas acerca de un reino de la zona del Lago Titicaca, los Lupacas; posteriormente esta teoría fue reelaborada y “comprobada” arqueológicamente en varias ocasiones como modelo general aplicable al período prehispánico para la interpretación de las estrategis económicas de los grandes señoríos del Período Intermedio Tardío y del Horizonte Tardío en diferentes partes del territorio andino. Los estudios permitieron observar, como es obvio en cualquier hipótesis de trabajo, áreas donde el modelo se aplicaba más o menos bien, notando a su vez interesantes diferencias zonales4. No cabe duda de que cada área de estudio, con su conjunto de fuentes escritas, ofrece nuevas oportunidades para integrar los principios y para replantear los trabajos de Murra.

En los últimos años se publicaron varias monografías (cfr. por ejemplo Orsini C. 2007 y Lau G. 2011). “Spatial archaeology deals with human activities at every scale, the traces and artifacts left by them, the physical infrastructure which accommodated them, the environments that the impinged upon and the interaction between all these aspects. Spatial archaeology deals with a set of elements and relationships” (Clarke D. 1977: 9). 4 Cabe destacar que quizás sea por el lado de los estimadores, sea por el de los detractores de la teoría de los “archipiélagos verticales”, no se ha tomado suficientemente en cuenta de que fue concebida como una hipótesis pasible de revisión y rediscusión: “Murra nunca ha tenido paciencia por quienes toman su planteamiento, por ejemplo, acerca del manejo Inka de poblaciones mitimaes o acerca de la estrategia productiva del ‘archipiélago vertical’, para criticarlo, al demostrar que el modelo publicado no encuadra precisamente con los detalles de un nuevo caso. Cada planteamiento, modelo o corrección del modelo en la obra de Murra, surge del encuentro con un conjunto específico de textos y evidencias” (Peters A. - Santoro C. 2004). 2 3

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Las reflexiones emergidas en el curso de la investigación llevaron a confrontar este modelo con otros elaborados durante los últimos años y con las investigaciones etnográficas que se llevaron a cabo en la zona (véase infra). Por último, el estudio de la zona de Chacas tenía como objetivo proporcionar una vista “de los márgenes” sobre las potencias suprarregionales que se desarrollaron durante los llamados “Horizontes” de la historia prehispánica. La imagen que emerge de los antiguos habitantes de Chacas es la de una sociedad en evolución según dinámicas locales e internas. El tejido en que se mueven y en que se materializan los cambios, que se estudió como base de la investigación, es el paisaje: la apropiación de los espacios vitales y económicos queda, tanto durante toda la antigüedad de la zona como en el período moderno, subrayada y sancionada por la construcción, modificación y concurrencia de áreas de viviendas y de zonas de rituales y funerarias. El paisaje se convierte en un espacio cultural en el que expresar la pertenencia étnica, el culto a los antepasados míticos, la ritualidad hacia la naturaleza sin olvidar la propiedad de la tierra y del agua.

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Capítulo 1

Marco metodológico. Patrones de asentamiento en los Andes prehispánicos: algunos enfoques de investigación

Introducción y problemática El presente trabajo se propone realizar un estudio sistemático de los patrones de asentamiento hallados en una región de cerros elevados, situada en la ladera oriental de la Cordillera Blanca peruana; esta zona ocupa la cuenca hidrográfica correspondiente al valle bajo del río Yanamayo, afluente del río Marañón. El estudio, cuyas finalidades se exponen en el párrafo introductivo, se basa en datos arqueológicos, así como en algunas reflexiones etnohistóricas y etnográficas. A lo largo de este capítulo queremos manifestar la criticidad, los límites y las potencialidades de la recopilación de los diferentes datos que fuimos reuniendo, y nos proponemos debatir cuáles podrían ser los diferentes aportes y roles que algunas macro teorías históricamente aplicadas a la interpretación del pasado prehispánico pueden jugar en el tratamiento e interpretación de los datos a nuestro alcance. En los Andes existe una consolidada tradición de conjugar los estudios arqueológicos con los etnohistóricos1. La evolución de los estudios etnohistóricos demostró sucesivamente que, más que las crónicas, los documentos burocráticos como las visitas, los procesos por idolatría, etc., podían constituir una fuente independiente muy útil para entender el pasado indígena al estar estos menos distorsionados por la propaganda y el eurocentrismo que caracteriza la mayoría de las crónicas coloniales. A partir del proyecto pionero de Murra en la zona de Huánuco (1967, 1972), el empleo de los documentos burocráticos pasaron a formar parte de los datos arqueológicos a tener en cuenta, sobre todo para analizar la validez de algunos modelos antropológicos (Stanish C. 1989a: 303), además de para el estudio de los períodos tardíos de la historia andina (p.ej. el período de los así llamados Señoríos Étnicos y del Horizonte Tardío). Las aportaciones, en su mayoría teóricas, de la Antropología, de la Etnohistoria y de la Etnografía influyeron de manera distinta en la recopilación de los datos arqueológicos, a veces mitigando la visión cartesiana, de un “space as homogeneous, measurable, an inert stage or setting for human actions” (Thomas J. 2000: 491). El paisaje, así como el espacio interior de una estructura en un determinado sitio arqueológico, pueden adquirir no solo diferentes funciones durante el tiempo, sino que también pueden percibirse sincrónicamente de manera distinta por parte de diferentes grupos humanos o incluso por individuos de un mismo grupo: “Landscape is not land, bare space, or

1 Ya en los albores de la arqueología peruana se utilizaban datos de las crónicas para interpretar los hallazgos arqueológicos; el pionero fue Julio Tello (1981 [1929], 1967, junto con sus alumnos, entre los cuales Toribio Mejía Xesspe T. 1952 y Carrión Cachot R. 1955, 1959). Dicha tradición se fue consolidando en los estudios andinos a pesar de las influencias de la arqueología procesual que predicaba un mayor empleo de estudios dirigidos a comprobar modelos universales rechazando los enfoques más descriptivos (Burger R. 1989: 37 en Wernke S. 2003: 93).

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Lám. 1. Mapa de Ancash con la provincia de Asunción.

nature, but a lived context which is experienced from the position of human being” (Thomas J. 2000: 492). La misma acción del arqueólogo, mientras recorre el paisaje en búsqueda de las huellas del pasado, impregna el territorio de nuevos sentidos y nuevas funciones. Otra capa semántica, de importancia fundamental, es la que aporta la percepción actual del paisaje, estudiado por la Etnografía: las modernas comunidades andinas utilizan el espacio como una hoja en la que escribir y materializar los principios de la organización social, económica y de la religiosidad. Acudir con frecuencia a un determinado paisaje será, para ellos, suficiente para renovar y devolver vivos tales principios. A pesar de la información que cada disciplina pueda aportar, la integración de la misma es una frontera crítica de la investigación (Stanish C. 1989a: 303). Por ejemplo, las transformaciones históricas relatadas por los documentos, así como las de la cul-

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tura material, objeto de la investigación arqueológica, no siguen el mismo ritmo; un ejemplo evidente de ello surge a raíz de la experiencia de correlaciones entre datos arqueológicos y etnográficos realizada por Martti Pärssinen durante sus investigaciones sobre la ocupación de los territorios de Cajamarca, Pacasa y Yampará, en la sierra septentrional del Perú. El estudioso observó que en esa zona las transformaciones en la cultura material eran más lentas con respecto a las de la realidad social y política (Pärssinen M. 1997: 41). Una desalineación que pudimos comprobar también en la zona de Chacas. Otro problema específico en la interpretación de los datos arqueológicos a la luz de las fuentes etnohistóricas concierne a la distinción, a nivel de record arqueológico, de las “etnias”2 reveladas por las fuentes. Los cronistas reconducen las diferencias étnicas patentes en el momento de la Conquista a la observación, entre otras cosas, de las ropas y de los sombreros (Cieza de Léon P. 1995 [1553]; Cobo B. 1953 [1653]). Tales indicadores son muy difíciles de observar en la arqueología de las zonas de alta montaña, donde la conservación de estos adornos se reduce, en la mayoría de los casos, a pequeños fragmentos muy deteriorados. Indicadores que se distinguen mejor en el record arqueológico, como por ejemplo la arquitectura doméstica (Stanish C. 1989b) y las costumbres religiosas y funerarias, resultan útiles para esta finalidad, si bien fenómenos de mitmae o intercambio de productos pueden interferir en el proceso de identificación (véase Hastings C. 1987). Del mismo modo resulta útil la observación de las técnicas alfareras tradicionales (Druc I. 2009). En la zona de la sierra de Ancash, complica más la correlación de los datos arqueológicos con los que se deducen de los documentos coloniales una cierta homogeneidad de estilos cerámicos, sobre todo a partir del Período Intermedio Tardío3, vinculado a la supuesta presencia4 de grandes señoríos étnicos como los Huaris en Conchucos. En nuestra opinión (véase Cap. 5) este dato carece de fuerza tanto en lo que respecta el estudio de los patrones de asentamiento para esta fase, como en lo que respecta las observaciones más detalladas de las técnicas alfareras (véase a este propósito el extenso trabajo de Isabelle Druc 2009). Un objetivo fundamental de la metodología de investigación es pues encontrar un punto de contacto entre los datos históricos y los arqueológicos5, utilizando información procedente de diferentes fuentes independientes para confrontar los datos y evidenciar los puntos de criticidad (Wernke S. 2003: 95); así pues, trataremos de adoptar dicha estrategia a lo largo del presente trabajo. Lamentablemente tenemos pocos documentos sobre la zona de Chacas, puesto que los principales documentos burocráticos conocidos útiles para la zona se concentran en la documentación de 2 El término, de aquí en adelante, se utiliza en el sentido que le da Rostworowski (1990), sin que tenga una connotación racial basada en consideraciones biológicas. 3 El estilo de cerámica mejor conocido del Período Intermedio Tardío, sobre todo por lo que concierne el lado occidental de la Sierra de Ancash, es el llamado aquilpo. Debido a su decoración incisa y a la forma de sus vasijas, a menudo se ha puesto en relación con el estilo costero conocido como Casma inciso. La ubicación temporal del estilo aquilpo es muy aproximada: hay pocos contextos con fechados absolutos a los que se asocia esta cerámica, y tienen una cronología muy amplia. Por ejemplo, es similar a la cerámica Pashash del período Usú (600-700 d.C.) (Grieder T. 1978: 70, 78, fig. 50). Nuestro equipo excavó un entierro completo con cerámica aquilpo, que se fechó en torno al año 1000 (véase Capítulos 3 y 4). Otros fechados llegan hasta el período colonial. Además, sabemos que existen importantes diferencias regionales aún por investigar. Para un repertorio de cerámicas pertenecientes a esta fase, véase también: Fung Pineda R. - León Williams C. 1977: 136, fig. 1-2-3; Daggett C. 1983: 209-225; Lau G. 2001: 269-274; Herrera A. 2005a: 205-206, fig. 6: 22; Lane K. 2005: 118, fig. 6,8. 4 Los sistemas de asentamiento, así como la arquitectura y los artefactos del período prehispánico, integran la información que normalmente no se registra en las crónicas (Julien D. 1993: 247). 5 Así M. Pärsinnen (1997: 43): “… si fuera posible localizar e identificar los pueblos andinos del tiempo del contacto europeo, tendríamos, obviamente, puntos cronológicos, que se relacionan mucho con el tiempo histórico cómo con el tiempo arqueológico. Investigando sobre estos pueblos podríamos conocer mejor el tipo de cerámica o arquitectura que existió en el período de contacto europeo.”

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la provincia de Huánuco y en la zona del Callejón de Huaylas, sin duda áreas de mayor “interés” para el provecho económico durante la colonia. Aun así la zona se menciona en algunas visitas, en los censos en algunos documentos que conciernen a los ricos obrajes locales (véase Capítulo 2). Los estudios regionales en el área andina: problemas antiguos, perspectivas recientes La investigación sobre la arqueología del paisaje en el área andina fue proporcionando, a lo largo de los últimos años, nuevos datos sobre algunos temas fundamentales para el conocimiento de las culturas prehispánicas, algunos de ellos interesantes para la discusión del presente trabajo: 1) las relaciones entre centro/periferia 2) los fenómenos de especialización económica e intercambio. El debate acerca de la relación centro/periferia en los períodos cronológicos conocidos como “Horizontes” se desarrolló mucho en los últimos años. Los estudios regionales delimitaron drásticamente la extensión de las áreas de influencia de las grandes realidades estatales e imperiales que se asomaron al territorio andino a partir del siglo V d.C. (los Waris y los Incas). Y ello no solo en las zonas periféricas, sino también en algunas regiones clave de la zona andina. Parsons, Matos y Hastings (2000) observan cómo en una zona central y de gran importancia estratégica, como son los valles del Tarma y del Junín, en los Andes centro meridionales del Perú, no existe una directa influencia del imperio wari ni se desarrolló otra realidad a nivel estatal. Existen pues fenómenos de penetración de las potencias suprarregionales en dicha área que se mantuvieron a nivel de contactos ocasionales. Las evidencias arqueológicas de esta zona indican una gran continuidad de ocupación de las áreas y una débil influencia ejercida por el exterior, si excluimos el período inca (Earle T. - D’Altroy T. 1989). La directa consecuencia de este fenómeno es la dificultad encontrada por los estudiosos a la hora de distinguir un cambio entre las tradicionales “fases” en las que está dividida la historia prehispánica entre “Períodos” y “Horizontes”. Estas problemáticas están muy difundidas en las zonas de la sierra centro-norte y fueron objeto de discusión de varios estudiosos (véase Earle T. - D'Altroy T. 1989; Orsini C. 2002; Herrera A. 2003a), además de constituir un punto crítico que se debate en este libro. En sus estudios efectuados en la zona del bajo valle del Santa, que comprenden una interesante área de pasaje entre la zona de la sierra central, en particular la zona de la Cordillera Negra y el Callejón de Huaylas y los valles interandinos de la costa norte del Perú, David Wilson aborda el problema desde el punto de vista de las relaciones de intercambio y relaciones de poder entre costa/sierra (1988: 24). Su consideración al respecto es que el sistema regional local había evolucionado sin la presión de agentes externos, a parte en dos períodos en los cuales se encontraba la presencia Moche y Chimú. Así pues, “a great deal of regional autonomy and self sufficiently characterizes Santa” (1988: 356). El motor principal del cambio fue, según el autor, no tanto la acción de las fuerzas lejanas como los Waris o los Incas, sino los contactos interregionales, tanto a nivel de intercambio positivo como negativo (p.ej. la conquista y sumisión). Los avances de la arqueología del paisaje llevaron a una reexaminación de las periodificaciones cronológicas y de cómo estas se formularon a mediados del siglo pasado para la época prehispánica del Perú. Es más, las recientes perspectivas de arqueología doméstica, hacen que se consideren más detenidamente las dinámicas de los cambios locales, lo que ha desemboca en una crítica a la sobrevaloración del rol de las capitales y de los centros suprarregionales en la prehistoria andina (Bermann M. 1994). Esta perspectiva la fomentaron en cierta forma los mismos cronistas españoles, quienes basaban sus relatos en la visión centralizadora y civilizadora de los Incas (Moseley M. 2001 [1992]: 16-28). La arqueología andina se ocupó principalmente del estudio de los mecanismos de formación del estado y de las sociedades complejas, por lo tanto la investigación de campo se concen-

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tró en las áreas y en los contextos culturales donde estos procesos habían tenido lugar de manera más clara. Una observación más exhaustiva de los fenómenos locales originó, en los últimos años, una mayor consideración de los fenómenos de especialización económica propios de cada ecosistema (Masuda S. - Morris C. - Shimada I. 1985). A partir de la formulación de la célebre teoría de los “archipiélagos verticales”, la cuestión de la especialización económica en los Andes y del intercambio de productos se convirtió en un tema fundamental para la comprensión de los patrones de asentamiento, y naturalmente para comprender el tema de la relación centro/periferia. Los fenómenos de especialización económica afectan a un largo período de la historia andina y son determinantes en la elección de los lugares de asentamiento. La teoría de los archipiélagos verticales, elaborada a finales de los años 60 por John Murra, se basa en la observación de que algunos grupos humanos lograban explotar todas las potencialidades ofrecidas por los diferentes contextos geográficos andinos gracias al envío de “colonos” a zonas productivas contiguas. Así, el mismo grupo étnico podía contar con zonas productivas distribuidas como un archipiélago en diferentes alturas del territorio: en las áreas más bajas con cultivos, por ejemplo, de coca, en los valles quechuas (alrededor de los 3.000 mt. s.n.m.) con maíz, etcétera. En “El control de un máximo de pisos ecológicos en la economía de las sociedades andinas” (1967-72, 1972, 1975, 2002), Murra comprueba su teoría a través de cinco grupos humanos distintos, de diferente extensión y complejidad social. Si bien Murra sostuvo que la teoría podía aplicarse tanto a grupos humanos extensos como a grupos de pocas familias, varios autores subrayaron, a lo largo de los últimos años, (Pease F. [1978] 2001: 133; Hastings C. 1987) la relevancia de la cuestión demográfica para que el sistema funcione. Tras la primera formulación de esta teoría se puso a prueba el mencionado modelo en diferentes áreas andinas; el resultado fue una serie de interesantes variantes surgidas gracias a observaciones arqueológicas y etnográficas. Por ejemplo, en la franja andina intertropical el modelo que pareció más apto era el de una complementariedad de tipo microvertical: “en el sentido que Oberem (1981) le ha dado a este concepto: el que un pueblo tenga campos de cultivo situados en diferentes pisos ecológicos, que pueden alcanzar en un mismo día, con la posibilidad de regresar al lugar de residencia por la noche. [...] el centro está localizado en región fría y alta, con cultivos en los valles” (Ramírez De Jara M. 1996). Si las diferentes áreas de producción se explotan de manera diferencial para aprovechar todas las oportunidades económicas permitidas por el territorio, la mayor compresión de los espacios hace posible alcanzar un área determinada y explotarla en el arco de un mismo territorio de acción por un grupo humano organizado. Este mecanismo, junto a otros de especialización de la producción, de trabajo comunitario y de comercio a larga distancia de bienes exóticos, puede asegurar una subsistencia satisfactoria sin necesidad de colonias. No necesariamente, pues, una organización compleja y extensa de explotación de los recursos debe organizarse a nivel estatal con un “centro”. Al contrario, según Hastings, tener al alcance diferentes recursos puede implicar, sobre todo en ambientes que no pueden sustentar a un gran número de personas, el predominio de una segmentación de la población en el territorio y la proliferación de intercambios a nivel local más que de bienes producidos por otros grupos étnicos (1987: 146). Sugerimos en este párrafo qué tipo de aportaciones introduce la arqueología del paisaje en los estudios andinos. Los modelos elaborados en el pasado sugirieron que el impulso al cambio tuvo lugar en función de la influencia de fuerzas suprarregionales “irradiadas” desde los grandes centros del poder, en medida variable, hacia el resto del territorio. Este enfoque, tras un conocimiento más profundo de los contextos regionales introducido gracias a la arqueología del paisaje, hizo que en el pasado se subestimaran las lógicas locales que llevaban a un cambio, como si fuera necesario

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recurrir siempre a un motor externo para conformar el propio modus vivendi con nuevas situaciones sociales o ambientales. Al contrario, en la historia local de la sierra de Ancash, y en particular como veremos en la de la zona de Chacas, asistimos a un sucederse de cambios, de innovaciones, y a veces de involuciones, de pequeñas comunidades debidos a factores principalmente locales, donde resulta ser muy débil el eco de los sistemas sociales y económicos impuestos por los llamados imperios wari e inca. En Chacas, así como en otras zonas de los Andes (Bermann M. 1994: XVI), quizás una perspectiva de investigación de una pequeña realidad pueda ofrecer algunos datos más para la comprensión de ciertos fenómenos, como por ejemplo el nacimiento y la expansión de los estados en los Andes, reconsiderando el impacto de estos fenómenos a nivel provincial. Metodologías de campo e instrumentos de la investigación El propósito de nuestra investigación es destacar las diferencias de ocupación de un área reducida y compleja de la vertiente oriental del Cordillera Blanca (112 km2) realizando una prospección a pie intensiva y sistemática (100%) (lám. 3). A pesar de que el Perú, en particular en las áreas costeras y en los altiplanos y valles andinos de la zona sur del país6, representó un extraordinario laboratorio de experimentación y fue objeto de los primeros estudios de arqueología del paisaje desde los años ’50 del siglo XX, los estudios regionales son escasos y relativamente recientes (véase Cap. 2), en el área de altas montañas y de los valles interandinos de la sierra centro-norte del Perú, a causa de los evidentes obstáculos logísticos que presentan estas zonas. En dichas áreas resulta siempre complicado establecer una metodología de investigación al tratarse de zonas que, en el arco de pocos kilómetros, presentan una geografía diferenciada con específicos problemas de estudio e interpretación de los datos. Esta geografía tan accidentada repercute considerablemente en el trabajo de prospección, sobre todo en las zonas límite entre los diferentes ecosistemas que conforman el país (véase infra). Nuestro trabajo no representa una excepción: prefiriendo una cobertura lo más completa posible de las áreas prospectadas en el territorio que queríamos estudiar, tuvimos que restringir el área de prospección a nuestro alcance (véase infra). El marcado carácter local de la investigación nos llevó a realizar una prospección a nivel sub-regional (o micro-regional, según la definición de S. Wernke 2003); a su vez ello también nos permitió concentrarnos geográficamente en un área uniforme y delimitada por confines territoriales definidos por el mismo entorno de la Cordillera. Considerada la extrema peculiaridad de la zona objeto de estudio, tal perspectiva resultó ser de gran interés tanto por la cantidad como por la calidad de los datos que se desprenden, a pesar de las dimensiones de la zona estudiada. En este caso los límites del área indagada, aunque no permiten abarcar completamente una serie de problemáticas, como por ejemplo los contactos interregionales y quizás también los verdaderos confines de una tradición que podemos definir local, presenta la ventaja de proporcionar una fotografía de la antigua población de una de las zonas más inaccesibles del país. La imagen que obtenemos es la de un territorio muy explotado, de la cual se desprende una extraordinaria tenacidad del hombre andino en plasmar su hábitat.

6 Existe una larga tradición de estudios regionales en las zonas andinas del Perú (Billman B. - Feinman G. 1999). Recientemente se han llevado a cabo nuevos estudios en la sierra meridional (por ejemplo Wernke S. 2003; y especialmente Tripcevich N. 2007: cap. 5, quien aplicó en la zona del Colca diferentes metodologías de prospección para localizar sitios a pequeña escala) donde se adoptaron soluciones metodológicas, tecnológicas y de representación de los datos que fueron un importante punto de referencia para el presente trabajo.

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¿Qué se puede deducir, pues, de un estudio sub-regional? 1. averiguar el cambio en la población durante el tiempo o bien los crecimientos demográficos; 2. hacer conjeturas acerca del empleo del territorio; 3. observar las diferencias de tamaño y complejidad de los asentamientos, estableciendo jerarquías entre los sitios que observamos a nivel local; 4. plantear hipótesis acerca de las divisiones sociopolíticas y de los contactos interregionales que tuvieron lugar en la zona. Así pues, la investigación se desarrolló en dos direcciones: una trata de los sistemas de asentamiento prehispánicos a nivel subregional; la otra de la investigación morfo-funcional de algunos sitios representativos. El primer nivel de investigación analiza las características morfológicas del valle, la colocación de los sitios con respecto al paisaje y las relaciones entre los diferentes sitios. Tales datos se obtuvieron gracias a prospecciones sistemáticas, relieves arqueológicos y topográficos que proporcionaron una documentación cartográfica sucesivamente elaborada por un SIG (Sistema de Información Geográfica). El segundo nivel de investigación profundiza las características más específicas de cada uno de los asentamientos y tiene como finalidad evidenciar las estrategias utilizadas en la elección de la ubicación de los sitios y las peculiaridades arquitectónicas y distintivas de cada asentamiento utilizando la técnica de la excavación estratigráfica. La excavación se consideró necesaria para aclarar algunos problemas de cronología, así como para identificar las diferentes funciones de los recintos localizados. Este último elemento es, como veremos, crucial en la clasificación de los sitios. Las problemáticas surgidas en el transcurso de la investigación se pueden sintetizar en: 1. escasez de documentación cartográfica y de fotos aéreas y satelitales de buena calidad. El potencial arqueológico de la zona no se pudo verificar a priori a causa de la falta de detalles en las fotografías aéreas disponibles. A partir de 1998 se cuenta con imágenes con mejor resolución efectuadas por el PETT (Programa Evaluación y Titulación de Tierras del Ministerio de Agricultura); mientras que de 2013 con imágenes satelitales de Google Earth; 2. dificultad de acceso a los sitios; 3. falta de homogeneidad geográfica de la zona y de empleo del territorio. Una de las problemáticas más severas de la investigación fue estudiar todas las micro-áreas ecológicas de la zona, afrontando desniveles que pueden alcanzar los 2000 m en pocos kilómetros. Se trata de un logro fundamental de la investigación puesto que la interacción entre los tantos microsistemas ecológicos de la zona constituyó un elemento clave de la economía local. Por otro lado, la investigación de campo presentó no pocos problemas metodológicos, dado que las áreas del reconocimiento no eran homogéneas y ello comportó la adaptación de metodologías adecuadas que tuvieran en cuenta las peculiaridades de cada una de las áreas mencionadas (véase infra). Consideradas las dificultades expuestas líneas arriba y otras que plantearemos a continuación, la naturaleza del territorio influyó notablemente la metodología de la investigación. Volvamos ahora brevemente a considerar el punto 3), o sea la falta de homogeneidad geográfica de la zona y de empleo del territorio. En Chacas, así como en otras áreas de los Andes, existen zonas agrícolas (quechua) muy explotadas en los valles bajos afectadas en algunos casos por depósitos de sedimentos y zonas ganaderas (puna) poco explotadas y afectadas por fenómenos de erosión. En ambos casos existe un severo problema de visibilidad de los restos arqueológicos por mucho que hoy en día la zona presente escasos restos de vegetación, hecho que podría considerarse ideal para un trabajo de prospección. El problema de la visibilidad de huellas del pasado surge sobre todo cuando se trata de localizar rastros de una ocupación más antigua del territorio, por ejemplo del Formativo (véase infra).

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En las laderas de cerros que no conservan ruinas a la vista, o bien donde no hay campos cultivables en los que se removió el terreno, la presencia de una fuerte erosión no permitió una buena conservación de los objetos de cerámica superficial. Este elemento, junto con el hecho de que la arquitectura de los períodos más antiguos queda bajo el nivel del piso de frecuentación, comporta el riesgo de pasar por alto las fases más antiguas de ocupación de los sitios. Este problema, conocido en todos los contextos de investigación que cuentan con problemas de visibilidad de los restos arqueológicos (McManamon F. 1984; Shott M. 1985), se resolvió abriendo pozos de prueba en algunos sitios piloto, donde se buscaron, y cabe decir que a veces se encontraron, las fases de ocupación anterior. Considerado el tipo de explotación actual del territorio andino, con poca cerámica a la vista, no efectuar las excavaciones en pozos habría sido como si el reconocimiento no se hubiera llevado a cabo (Cambi F. - Terrenato N. 2001 [1994]: 151). Observaciones análogas añade G. Lau, durante sus investigaciones en el adyacente Callejón de Huaylas: “Finally, the program of excavation sampling at Chinchawas also demonstrates that subsurface architecture is very common in terrace areas. In many of the terrace locations, processes of erosion have buried prehistoric architecture. At any given site under such conditions, therefore, site mapping alone may not capture the full diversity of architecture” (2001: 152). También las zonas de los fondos del valle presentan problemas de visibilidad del record arqueológico a causa de los numerosos y frecuentes aluviones que afectan al área andina. En la zona Huaylas/Conchucos se cuentan ya desde la Antigüedad aluviones innumerables y trágicamente desoladores. A partir del año 1702 contamos con las estadísticas precisas obtenidas de las fuentes coloniales que conciernen numerosos acontecimientos catastróficos originados por el derretimiento de los hielos del Huascarán Norte, que domina Chacas y el valle del río Chacapata (Ferroso J. Williams R. 1999). En cuanto a este problema la repetición de la prospección efectuada a lo largo del proyecto favoreció la investigación: los reconocimientos, de por sí lentos a causa de los enormes problemas logísticos, se fueron repitiendo en algunas ocasiones a distancia de días, en otras ocasiones a distancia de años. Considerados los rápidos procesos de cambio de un área tan inestable como la que se halla al reparo de la Cordillera Blanca, lo que suponía un impedimento logístico permitió al final añadir nuevos datos a la investigación7. Debido a la falta de homogeneidad del territorio fue necesario organizar un retículo de investigación variable según las eco zonas. Dada la naturaleza del territorio andino era muy difícil aplicar un método de investigación que fuera uniforme en todo el territorio porque los obstáculos físicos que debían superarse eran considerables e impedían aplicar sic et simpliciter las técnicas de survey sistemático clásico. Se optó por emplear un método mixto que uniese diferentes técnicas funcionales al entorno objeto de investigación. Se localizaron 3 zonas principales en las que se aplicó la sectorización del territorio según su morfología ecológica: quechua, suni y puna. En dichas áreas se adoptó un sistema de reconocimiento de diferentes “intensidades”, que variaba según la zona. Las áreas de mayor intensidad se encontraban, como es obvio, en el reconocimiento dentro de los sitios, las de menor en las zonas adyacentes a los glaciares. Se llevó a cabo una prospección sistemática de reconocimiento intenso (30 m) en las zonas de bajo valle con suelo agrícola (eco zonas quechua y suni 2.550-3.800 mt. s.n.m.) y en las zonas de puna (3.800-4.800 mt. s.n.m.), mientras que se efectuó un reconocimiento de baja densidad en las zonas adyacentes a la jalca (> 4.800 mt. s.n.m.), donde se procedió localizando los sitios a vista, y, Cuando por ejemplo realizamos un primer recorrido en la quebrada Garguanga, en 1999, junto al arqueólogo Aurelio Rodríguez, no pudimos darnos cuenta de la presencia de importantes restos en la zona porque todavía no había tenido lugar un micro aluvión que forzó a los cultivadores a desplazar sus campos de cultivo, hecho que sacó la luz un interesante depósito de cerámica. 7

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Lám. 2. Mapa general de Chacas con ecozonas.

una vez identificados, se realizó un muestreo intensivo por unidades de las viviendas. En las zonas de transición entre los fondos del valle y laderas, y entre las laderas y las cimas de los cerros, se adoptó un muestrario del territorio por “transeptos”, es decir un reconocimiento sistemático en cuota con dirección perpendicular al río Chacapata y siguiendo las quebradas en dirección de las zonas de puna – otros investigadores en los últimos años adoptan esta técnica (véase por ejemplo Higueras A. 1996; Wernke S. 2003). Cuando fue posible se siguió la vía más directa, mientras que cuando no fue posible se siguieron oportunamente áreas con rastros de presencia humana como caminos trazados por el hombre o, aún mejor, andenes de cultivo donde cabía la posibilidad encontrar evidencias arqueológicas. No hay duda de que la solución de los transeptos fue en función al tipo de dificultades que se encontraron al efectuar prospecciones en una zona con desniveles tan abruptos.

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Después de revisar una bibliografía básica y de las primeras experiencias en el campo, la misma práctica y el apoyo de informadores locales ayudó a la hora de colocar los transeptos. A medida que se iban obteniendo los modelos digitales navegables de una parte del territorio, la prospección virtual antes de acceder al campo se convirtió en una herramienta realmente ventajosa. La presencia de algunos elementos del paisaje, como puntas de cerros llanas o terrazas alargadas, especialmente en lugares atractivos por ser fáciles de defender, se pudo detectar de manera muy simple en la navegación virtual. En el caso de Chacas, el área no era tan extensa como para necesitar sistemas automáticos de reconocimiento de partes del territorio donde era más probable la presencia de sitios, ni tampoco para necesitar la construcción de un modelo de predictibilidad de presencia de los sitios resultó ser necesaria, aunque la aplicación lo permitiese. Al contrario de lo que sucede en contextos donde la concurrencia del territorio es más asidua, en

Lám. 3. Extensión del área de prospección. Las área marcadas se reproducen a una escala mayor en las láminas correspondientes.

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raras ocasiones se encuentran en el área concentración objetos extra sitio que atestigüen una ocupación sin restos visibles de arquitectura. Es posible encontrar objetos alejados de un sitio, pero se trata siempre de fenómenos de dispersión; en nuestro caso recorriendo los transeptos que llevan a sitios en las cumbres de los cerros encontramos objetos que procedían de los sitios más altos – el mismo fenómeno ha sido observado en otros proyectos de prospección en áreas de puna (véase Parsons J. - Hastings C. - Matos R. 2000: 84). Algunos de los hallazgos de objetos mejor conservados efectuaron justo en las laderas de los cerros donde los fenómenos atmosféricos son menos intensos, y la atención de los saqueadores menor. Por otro lado, y por lo que respecta a los fondos del valle, que constituyen menos del 10% del territorio, se trata de una zona más fácil de investigar gracias a los campos cultivados, si bien afectada por incesantes depósitos aluviales, antiguos y recientes, que repercuten en la naturaleza del territorio, así pues la reconstrucción del paisaje antiguo y de su ocupación que se logró esbozar no podrá considerarse nunca completa. Criterios de identificación de los sitios El carácter de la mayoría de los asentamientos locales es básicamente residencial y de ocupación permanente a lo largo de la antigua historia del valle, aunque no faltan algunos con, en cambio, una frecuentación episódica. La concurrencia esporádica a los sitios parece más frecuente, como es obvio, en el caso de estructuras rituales o funerarias. Si bien podemos registrar la ocupación temporal con fines ceremoniales de algunas huacas, como los Pirushtu (véase infra), no podemos sin embargo afirmar que no se acudiera a otras huacas para realizar rituales no formalizados – sin arquitectura ni ofrendas hoy en día visibles – por ejemplo lugares naturales, que no fue posible detectar8. Tarea difícil fue la de dar una interpretación unívoca de las tipologías de los sitios encontrados y aún más de las estructuras encontradas en los asentamientos. Actualmente los instrumentos para definir las funciones de determinadas arquitecturas (unidades residenciales, administrativas, religiosas, etc.) se basan en datos recogidos en otros proyectos arqueológicos llevados a cabo en la zona de sierra peruana (p.ej. Bonnier E. - Rozenberg C. 1978; Bawden G. 1982; Isbell W. 1989; Lau G. 2001) y en las excavaciones restringidas realizadas a lo largo del proyecto (véase Cap. 3). Por su parte tampoco resultó fácil definir un jerarquía entre las diferentes arquitecturas: es decir diferenciarlas en función de los restos materiales encontrados. Así pues, la ecuación “hallazgo de bienes suntuarios en un determinado sitio” = “residencia de élite” no parece sostenible ni basándose en principios arqueológicos ni en principios etnográficos (Bermann M. 1994: 21). Existen también dificultades cuando se trata de vincular de manera unívoca un espacio a una sola función (Bawden G. 1996: 81): una misma área puede servir, en el arco de un solo día, como escenario de actividades múltiples. Del mismo modo resulta difícil establecer si en una misma estructura o aglomeración de estructuras, o “unidad doméstica”, habitaba una única familia o bien un grupo, aunque en algunos casos es posible avanzar suposiciones (véase Cap. 4). Durante algunos períodos de la historia de Chacas, es difícil incluso definir los confines espaciales de cada unidad doméstica. Sin duda hay que confrontarse con un concepto de espacio público/privado, áreas residenciales/productivas muy diferente del que percibimos en la actualidad.

8 José de Acosta (1987 [1590]: 313-314), acerca del culto de los lugares naturales en el Perú antiguo, afirma: “Reduciendo la idolatría a cabezas, hay dos linajes de ella: una es acerca de cosas naturales; otra acerca de cosas imaginadas o fabricadas por invención humana. La primera de estas se parte en dos, porque o la cosa que se adora es general como sol, luna, fuego, tierra, elementos, o es particular como tal río, tal fuente árbol o monte […] este género de idolatría se usó en el Piru en grande exceso, y se llama propiamente guaca”.

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Resulta mucho más fácil, afortunadamente, definir las actividades o, mejor dicho, la esfera de actividades (Flannery K. - Winter M. 1976: 34; Wilk R. 1991 citado en Bermann M. 1994: 23) que se llevaban a cabo en un área, pues muchas tareas podían tener como escenario un mismo espacio, realizándose una después de la otra o simultáneamente, sin que ello se refleje a la fuerza en la arquitectura. En la arqueología del paisaje el concepto de unidad doméstica constituyó la base de interpretación para las estimas demográficas. Así pues, ¿cómo lo podemos utilizar teniendo en cuenta las dificultades expuestas líneas arriba? Si consideramos el estado actual de conocimiento de la arquitectura local, podemos solo deducir datos acerca de la cantidad e “intensidad” de las varias actividades que se desarrollaban en un mismo sitio y, de manera indirecta, es posible hacer hipótesis sobre la mayor o menor fuerza trabajo empleada. Así pues, cuando en el siguiente párrafo nos referimos a las estimas de las unidades domésticas de cada sitio, lo haremos teniendo en cuenta no solo el cómputo de los recintos reconocidos, sino también todos los elementos expuestos arriba, y, naturalmente, las indicaciones que podemos deducir gracias a las excavaciones de unidades domésticas realizadas en diferentes contextos de la zona. En las líneas que siguen, ilustramos las categorías de sitios reconocidas. Sitios residenciales Se trata de áreas de concentración de estructuras poli-funcionales organizadas alrededor de espacios abiertos ubicadas, generalmente, en cimas o laderas de cerros. Estos sitios pueden presentar, o no, fortificaciones o muros perimetrales. Los espacios se organizan en muchos casos alrededor de caminos y espacios vacíos. Conservan en la mayoría de los casos una entrada que corresponde a un camino de acceso. Pueden comprender, a parte de los elementos que describimos a continuación, andenes de cultivo y estructuras ceremoniales que, por encontrarse también aisladas, se describen más abajo. Unidades domésticas. En dichas áreas, o en conexión muy estrecha con ellas, se encuentran batanes, depósitos, basureros, etc. De lo que se desprende que, en dichos espacios, se desarrollaban actividades relacionadas con la preparación de alimentos, actividades de almacenamiento y, en las cercanías, actividades de producción (áreas de textilería, metalurgia, preparación de comidas). Las unidades domésticas pueden ser de planta rectangular o circular, dependiendo del período. Se articulan alrededor de espacios abiertos, como patios, o aglomeradas en recintos. En las zonas habitacionales no es raro encontrar arquitectura adintelada, nichos y muros de doble cara. Espacios públicos de agregación. Son espacios abiertos o delimitados por muros bajos situados en las partes más altas de los asentamientos. Áreas funerarias. Ubicadas en las partes más altas de los asentamientos próximas a espacios públicos, o en las laderas en las cercanías de los sitios (para una definición de las tipologías de estructuras funerarias véase infra). Estructura funeraria / Necrópolis Son áreas de entierro único o de concentración de por lo menos dos estructuras funerarias subterráneas – tipo cámara, tipo caja en piedra o cista – o apogeas – tipo túmulo, chulpa, en cuevas y abrigo rocoso. Según las tipologías, se pueden encontrar aisladas, asociadas a terrazas panorámicas o a puntos importantes para el territorio como canales de riego, fuentes o manantiales de agua, petroglifos, y dentro/o en proximidad de sitios residenciales. Las áreas pueden estar o no estar delimitadas o señalizadas. Las tumbas tipo cámara son un patrón de entierro conocido en toda la sierra de Ancash a partir del Período Intermedio Temprano o, quizás incluso, en períodos anteriores. Se trata de cámaras fune-

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rarias subterráneas, de uno o más vanos, conectadas con la superficie a través de un antecámara o de una galería. La cámara se construye normalmente con mampostería fina y las paredes pueden presentar hornacinas. A veces una piedra colocada en la superficie indica la tumba. Normalmente la entrada se oculta a través de una laja de piedra. Este tipo de sepultura se encuentra sobre todo, en contextos de necrópolis asociadas, o no, a aldeas y como tumba intrusiva en arquitecturas de la época anterior. Las tumbas de caja o cista son construcciones subterráneas de pequeño tamaño en forma de pozos poco profundos. El diámetro de la boca oscila entre los 40 y los 80 cm. En pocos casos se encontraron restos humanos asociados; generalmente se trataba solo de un individuo. El pequeño tamaño de algunas de estas tumbas hizo suponer que podía tratarse de osarios de sepulturas secundarias (véase Rowe J. 1991: 35). Las tumbas a cista se pueden encontrar aisladas, pero también en áreas de necrópolis o en el interior de un asentamiento. La asociación cronológica de este tipo de arquitectura funeraria es todavía objeto de discusión. Numerosas tumbas a cista de la zona de la sierra de Ancash fueron registradas por Bennett (1944). Las tumbas tipo túmulo se pueden considerar una variante de la tumba del tipo cámara subterránea. La estructura de la parte interior es similar, pero la cámara se construye solo parcialmente enterrada o totalmente apogea. En el exterior, estas inhumaciones se recubren con un estrato de tierra de manera que el aspecto final resulta el de una colina. A veces un mismo túmulo puede albergar más de una cámara, como en el caso de la necrópolis de Antash (véase Cap. 3). Este tipo de sepultura se encuentra en contextos de necrópolis asociada, o no, a sitios residenciales. Los dólmenes son estructuras simples formadas por dos piedras verticales y un dintel (cfr. encontradas esporádicamente en la zona – p.ej. en el sitio de Chagastunán). Una descripción de arquitecturas similares se encuentra en Acosta Parsons (2011): “Dependiendo de su tamaño, la estructura mortuoria tipo dolmen puede estar anexada a una cámara, frecuentemente formada por muros (Herrera A. 2009). Probablemente albergaban esculturas de piedra antropomorfas (Herrera A. 2005a: 265)”. Los pucullos o chulpas son sepulturas externas que se apoyan en una base preparada ex profeso; se trata de plataformas que podían haber desempeñado tanto la función de dar un plano de apoyo a la estructura funeraria como la de lugar de asistencia de los rituales funerarios (Isbell W. 1997: 96). La variante de la chulpa machay9, o sea de una tumba adosada a una peña rocosa que forma de una hasta a tres paredes de la cámara, está también representada. Las chulpas pueden estar recubiertas de mortero de colores, en cuyo caso, y debido a su vistosidad y visibilidad, todas ellas se encontraron saqueadas y en mal estado de conservación. Las chulpas se encuentran aisladas, o no, de las zonas residenciales, en las cimas o en las laderas de las colinas, en lo alto de los cerros, y a lo largo de los caminos o senderos. Este tipo de arquitectura se empieza a construir en la sierra norte a partir de la parte final del Período Intermedio Temprano, y sigue reutilizándose durante mucho tiempo, inclusive durante la Conquista. Las cuevas naturales, artificiales y los abrigos rocosos pueden albergar sepulturas. Se ubican en su mayoría sobre los 3.900 mt. s.n.m. en las laderas de los cerros, en posiciones normalmente panorámicas. Se encuentran asociadas a sitios residenciales o aisladas. En la zona de Chacas se presentan normalmente como entierros no muy formalizados, con la cámara excavada en la roca o en la tierra o el cuerpo depositado en la cueva. Casi todas estas tipologías de entierro fueron saqueadas y los cuerpos se expusieron directamente a la intemperie sin ningún tipo de protección. No sabemos si este es el resultado de las acciones de los saqueadores o si era una costumbre funeraria. 9 La definición se estableció durante la Ia Mesa Redonda de la Arqueología de la sierra de Ancash (MeRASA, Cambridge 2003).

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Parece ser que la primera hipótesis es la más aceptable: Herrera señala casos de tumbas de abrigo rocoso y cuevas acondicionadas artificialmente en la zona del Huandoy (2008) así como en San Nicolás; estos últimos remontarían al Formativo Final-Período Intermedio Temprano 2005a). La cronología de esta tipología de entierro para la zona de Chacas es difícil: hay casos como los entierros en abrigo rocoso en los Pirushtus de Huayá donde no es insensato postular una datación temprana, mientras que las cuevas de la zona de Balcón de Judas proporcionaron cerámica tardía. Las tumbas intrusivas son entierros aislados de tipo cámara subterránea o caja. Se encuentran, aunque no a menudo, dentro de estructuras del tipo Pirushtu. Pirushtu o montículo de tipo 1 Montículo(s) artificial(es) con plazoleta circular en su cima. La palabra Pirushtu10 es un topónimo muy común en la zona de Ancash e indica colinas o alturas con restos arqueológicos. Pueden estar asociados a plazas semihundidas, rampas y escaleras. El montículo cuenta con un relleno artificial y presenta un muro de contención megalítico que presupone una gran inversión de trabajo. Precisamente esta arquitectura sugiere un empleo no doméstico. Pirushtu o montículo de tipo 2 Recinto(s) construido(s) en colinas naturales, sin rasgos de arquitectura defensiva. Este tipo es de pequeñas dimensiones y presenta terrazas con arquitectura doméstica asociadas y alguna forma de arquitectura corporativa en la cima. En las áreas alrededor de la colina pueden existir recintos dispersos. Estructura circular aislada o asociada a sitios residenciales Se trata de estructuras de planta generalmente circular, delimitadas por muros y con rampas de acceso. Se observan a menudo divisiones internas con cuartos que se asoman a una plaza o a un patio principal. Las que pudimos registrar tenían un diámetro variable que gira entorno a los 20 metros. Ibarra observa que existen sitios que comprenden estructuras similares (2003) en la zona de Huari. Cabe recordar que se consideran estructuras circulares aisladas todas aquellas que se edificaron lejos de las aldeas, si bien pueden guardar relaciones espaciales y simbólicas con estas últimas. Suelen ubicarse en cimas de cerros y en pocas ocasiones en sus laderas. En un caso se registra una del tipo “plaza circular hundida” (véase el sitio de Riway, Cap. 3). Wilson (1988) observa una estructura similar y afirma que, a pesar de ser diagnóstica del Formativo11, se encuentra en el valle del Santa asociada a estructuras y cerámicas de otros períodos (p.ej. del Período Intermedio Temprano) atestiguando un patrón arquitectónico que se utilizó a lo largo de un largo espacio de tiempo. Las arquitecturas de planta circular constituyen una tradición en la zona de la sierra de Ancash, reconocidas hace desde tiempo (Tello J. 1929; Terada K. 1979; Lau G. 2000; Ibarra B. 2003). Dicha arquitectura es objeto de amplios debates a lo largo de los últimos años (Herrera A. 2005a, 2005b; Lau G. 2010a, 2010b, 2011; Orsini C. et al. 2012). Se trata de una tradición de amplia difusión a partir del Formativo, presente por lo general en la parte oriental de la sierra de Ancash, con amplias variantes desarrolladas a lo largo de trayectoria milenaria: arquitectura doméstica y 10 Literalmente: colina (Parker G. - Chávez A. 1976), aunque más exactamente los habitantes de Chacas definen con esta palabra un montículo artificial circular de grandes dimensiones con una plaza en su cima. 11 En realidad se trata de una tipología de arquitectura común en los centros ceremoniales de los Andes ya a partir del cuarto milenio antes de Cristo.

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ceremonial, con diferencias notables de tamaño y de técnicas de construcción. Según Herrera a partir de esta forma básica se desarrolla la tipología arquitectónica domestica del patio agrupado: “Long and complex ‘life-histories’ of CPG [Circular Patio Group] are being re-constructed on the basis of recent survey fieldwork and excavations in central Conchucos. Preliminary results suggest that such structures were foci of collective social action, perhaps for as long as a millennium (300-1300 AD?). At Gotushjirka (Distr. San Nicolás, Prov. Fitzcarrald) more than ten CPG appear to have been used simultaneously. At nearby Warijirka the number is easily treble, whereas from the site of Balcón de Judas (Distr. Chacas, Prov. Asunción) only one CPG structure is known. At the two former sites long steps or ramps along the sides lead towards one or more raised benches, or stages, opposite the access. Detection of a flutter echo in CPG structure E-VIII at Gotushjirka suggests that activities in the patio were accompanied by sound: singing, music and possibly dance. Ritual practices included the distribution of food and drink. [...] Abandonment of CPG architecture does not appear to be simultaneous across the region. Two instances of architectural encasing – channelling access through a niched rectangular building before accessing the CPG – have been noted at sites on opposite sides of the Llanganuco pass (4800m), Keushu (Distr. Yungay) and Quishuar (Distr. Yanama). Further east, at Marcajirca de Juncay (Distr. Yauya), extant reuse has a domestic character, and may be related to an increase in high altitude herding during the XIII-XV centuries.” (Herrera A. - Lane K. 2004).

Estructura agrícola Modificaciones artificiales generalmente de las laderas de los cerros con tal de aprovechar terreno para la agricultura, o sea los andenes. Pueden o no estar asociadas a sitios. Se registran hoy en día en toda la zona de la sierra de Ancash un gran número de terrazas agrícolas abandonadas, ubicadas por debajo de las zonas arqueológicas. Qollqa Estructuras de almacenamiento para alimentos reconocibles, en Chacas, por algunas características como el tamaño reducido, la colocación por debajo de unidades de vivienda a manera de pequeñas cámaras semi-subterráneas y a veces la ausencia de una entrada a nivel del piso. Las qollqas de la zona de Chacas difieren por lo general de las más estudiadas de época incaica (Morris C. - Thompson D. 1985). Al parecer el área carece de los grandes conjuntos de qollqas para el almacenamiento de bienes que caracterizan el Horizonte Tardío, salvo, por lo menos, una excepción (véase Cap. 3); así pues su utilización estaría más vinculada a contextos domésticos. Restos dispersos Definimos restos dispersos aquellos rasgos arquitectónicos cuyas formas y funciones no son reconocibles debido a su mal estado de conservación.

Cronología No existe una cronología estandarizada para la zona del Conchucos. Si bien se realizaron algunos intentos de secuencias para la zona del Callejón de Huaylas, estos resultan solo parcialmente útiles a causa del diferente desarrollo del área en el período post-recuay y a una mayor presencia en el Callejón de Huaylas de influencias del altiplano sur (véase Cap. 2). Basándonos en los datos de la cerámica, de la arquitectura y en los datos radiocarbónicos procedentes de las excavaciones, así como en comparaciones con las secuencias elaboradas, entre otros,

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Cuadro cronológico simplificado de la zona del Callejón de Huaylas. Del “Boletín Informativo 4”, INC-Museo Arqueológico de Ancash, Huaráz - Julio 1990.

por Bennett (1944), Grieder (1978), Lau (2002-2004) e Ibarra (2003), se desarrolló una secuencia basada en cinco fases. La periodificación se remonta solo al período Formativo, puesto que no se hallaron datos ni para el Precerámico ni para el Inicial. Como veremos más adelante, la periodificación propuesta no coincide completamente con la panandina de J. Rowe (1962); a pesar de ello, algunas de las nomenclaturas adoptadas para cada tipo cerámico se asocian a esas definiciones para una comprensión más inmediata de las cronologías. Algunos períodos, en particular el Formativo, resultan poco detallados a causa de la escasez de datos y de material comparativo de referencia. En síntesis las periodificaciones aparecen más detalladas en algunos casos y con grandes carencias en otros. Serán necesarias más excavaciones en la zona para proporcionar una clasificación más exhaustiva de la cerámica y un mayor número de evidencias radiocarbónicas que ofrezcan cronologías absolutas de referencia para armar una secuencia más fina de esta porción de los Andes Centrales.

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Dimensiones y densidad de los sitios La escasa productividad de la zona de Chacas y las dificultades de subsistencia relacionadas con el medio ambiente hacen que la zona esté escasamente poblada, tanto hoy en día como en el pasado (véase Cap. 2), en comparación con otras. La clasificación de los sitios realizada para la zona tiene en cuenta la extensión de estos, la relevancia de la ubicación y otros factores como, por ejemplo, la complejidad y diversificación de las estructuras reconocidas. Estos diferentes elementos, y no solo la noción de “tamaño” expresada en extensión en hectáreas del sitio, creemos que pueden influir en una determinación de la centralidad socio-política y económica de un asentamiento con respecto a otros. En función de estas consideraciones pasamos a establecer tres categorías de sitios residenciales: los más “centrales” en el sentido expresado líneas arriba (categoría A), hasta los menores (categoría C). Como se verá, las dimensiones de los asentamientos y la densidad de las estructuras registradas son de tamaño sin duda inferior a los registrados en otros proyectos (p. ej. Wilson D. 1988: 79; Parsons J. - Hastings C. - Matos R. 2000: 99; Werke S. 2003). A continuación se especifican las características de las categorías localizadas. Con Sitio de tipo C señalamos áreas de un tamaño inferior a 0,5 ha. y que corresponden a un conjunto de una o varias unidades domésticas, quizás compuestas por familias extensas. La reducida extensión del asentamiento indica una baja intensidad de población y un bajo nivel de concentración de las arquitecturas, según un patrón disperso de asentamiento. Con Sitio de tipo B se indica una concentración mayor de unidades domésticas, pobladas tanto por familias emparentadas como no, aglutinadas de manera continua y más formalizada. Los sitios del tipo A son centros poblacionales que representan concentraciones más grandes de grupos familiares y su tamaño supera las 3 ha.; por sus características tienen un rol a nivel regional y quizás las visitaban personas ajenas. No cabe duda de que a un mismo sitio se le pueden atribuir diferentes “categorías” ocupacionales a lo largo de su historia. Compartimos en este caso las reflexiones y soluciones adoptadas por otros investigadores: “Los sitios grandes con múltiples ocupaciones constituyen un problema adicional para evaluar el tamaño por período en las metodologías tipo survey. De este modo, nuestro método fue el de conducir caminatas intensivas para determinar el tamaño del sitio por período. Pudimos determinar la distribución aproximada de la cerámica diagnóstica en el sitio y calcular el área total por período. Este método prevé una evaluación exacta del área de ocupación para cada sitio por período.” (Stanish C. et al. 1997). Las demás tipologías de sitios reconocidos no se clasificaron por tamaño puesto que las diferencias no son tan discontinuas: generalmente las estructuras funerarias son individuales o aparecen como conglomeraciones pequeñas. Las estructuras circulares en Chacas guardan tamaños muy similares sin demasiadas variaciones entre sí. La densidad de los sitios es otro de los criterios tenidos en cuenta: los mapas temáticos de densidad a través del tiempo muestran momentos de gran densidad así como momentos de despoblación (véase Cap. 4). No hay que pasar por alto la densidad si se quieren entender las relaciones entre los diferentes asentamientos y establecer la existencia de posibles vínculos de dependencia o vasallaje. Instrumentos de la investigación: el SIG Para las diferentes técnicas de prospección se recurrió a distintos instrumentos de documentación. Los datos recogidos durante las prospecciones configuraron un catastro arqueológico: los sitios se

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clasificaron con la sigla CVP y con un número progresivo – como veremos en el Capítulo 3. Los datos se introdujeron en el sistema de información geográfica, SIG, un archivo que puede contener tanto información textual como imágenes, mapas y planos. La fase preliminar para la realización de este instrumento de investigación, que sirve tanto para la gestión de los datos como para las consiguientes interpretaciones, consistió en la creación de una base de datos relacional que permitiera investigar, combinar y confrontar datos de diferente tipo12. Esta herramienta permitió asociar información textual, gráfica y fotográfica a cualquier huella del pasado ubicada en una cartografía local de referencia. Además de la función de archivo, el SIG nos permitió elaborar interpretaciones en función de la información que es posible pronosticar acerca del entorno geográfico; fue útil para confrontar la ubicación de los sitios con la ubicación de los relieves, de la hidrografía de la zona y de los campos cultivables. Así pues, fue posible, por ejemplo, relacionar la distancia entre los asentamientos de las diferentes fases de ocupación del valle con las fuentes de agua. Todo ello porque en el proyecto SIG la base de datos informativos de los sitios investigados cuenta con las colocaciones espaciales, que se trasladaron a la base cartográfica (las mapas del Programa Evaluación y Titulación de Tierras del Ministerio de Agricultura en escala 1:25.000; y el mapa del Instituto Geográfico Nacional en resolución 1:100.000) donde están representado tanto los ríos como las lagunas de la zona.

La base de datos corrió a cargo de Giulia Marcolli, quien presentó algunos avances de su trabajo en el II Convegno Nazionale di Studenti di Archeologia - Bolonia, Mayo de 2004 (Marcolli G. - Silani M. ms). 12

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Capítulo 2

La investigación de campo. Documentación preliminar

Introducción Con sus cuatro mil años de ocupación, la cuenca del río Chacapata y de sus quebradas secundarias constituye un entorno ideal para el estudio diacrónico de los sistemas de asentamiento de los Andes centro-septentrionales del Perú. A pesar de que el área de interés del proyecto se presenta hoy en día aislada con respecto a las rutas de comunicación modernas, en tiempos prehispánicos la vertiente oriental de la Cordillera se encontraba en un área privilegiada para el control de las rutas comerciales antiguas que cruzaban los Andes en dirección sur-norte, a través de los principales caminos incaicos y preincaicos (Burger R. 1998). Además, el valle en que se ubica la capital provincial Chacas se encuentra en uno de los puntos de la zona por los que es posible cruzar la Cordillera Blanca gracias a un paso serrano denominado “Portachuelo de Honda”. Se trata, en definitiva, de una zona de enlace importante entre la cuenca del Marañón, en la vertiente atlántica y el alto valle del Santa, que es, en el Perú, el único valle longitudinal de importancia que se abre camino hacia el Océano Pacífico. Así pues, la zona se conforma como área de tránsito entre la selva alta y la costa. En dicha área, al igual que en otras partes de los Andes, existen cuatro pisos ecológicos con altitudes variables entre los 2.550 mt. s.n.m., en las zonas más bajas del valle, y los 5.954 mt. s.n.m. del nevado Yanaraju. El territorio del valle es muy estrecho y las áreas cultivables son pocas. A lo largo de la historia de los Andes centrales el control de los varios pisos ecológicos jugó un papel fundamental en los conflictos y relaciones entre las comunidades indígenas, a su vez, la adaptación a un ambiente poco productivo fue un estímulo a lo largo de la historia andina para lograr una atenta optimización de los recursos que acabó reflejándose tanto en la esfera económica como social y religiosa del hombre. Territorio, ambiente, clima y geología La zona de Chacas es un valle de origen erosional (Onern 1975b: 3) ubicado entre los 10° y 9° de latitud sur en la Sierra Central, en la vertiente oriental de la Cordillera Blanca, en la provincia de Asunción, Departamento de Ancash, Callejón de Conchucos. Parte de la provincia ocupa la reserva natural del Parque Nacional del Huascarán. Se estima que la población actual de la provincia gira entorno a los 10.000 habitantes, el 10% de los cuales se concentra en la capital provincial Chacas. La Cordillera Blanca, que domina el valle con sus altos macizos, se extiende paralelamente a la costa peruana a lo largo de la zona central del país en dirección norte-oeste sur-este por 180 kilómetros. Su nombre se debe a los nevados y a la granodiorita de que se componen casi todos los picos de seis mil metros. De la granodiorita se desprenden las rocas sedimentarias que la rodean. La pizarra negra de la

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época cretácica abunda en muchas zonas (Kinzl H. - Schneider E. 1950: 36; Druc I. 2000: 160): se encuentra en diferentes porcentajes de concentración de carbón, y se la llama comúnmente shashal, utilizándose en la Antigüedad así como hoy en día en las construcciones de piedra y como desgrasante en la cerámica1. La zona de Chacas se ubica en la cuenca sur del río Yanamayo; esta zona la recorre en dirección aproximadamente norte-sur el río Chacapata o Chucpín. El contexto fisiográfico del área está determinado por la presencia de varias quebradas secundarias de origen erosional y de ríos de régimen permanentes que parten del valle formado por el río Chacapata, donde confluyen las aguas de los ríos Collo y Pompey. Aparte del Chacapata, existen otros ríos en la zona de régimen permanente, entre ellos el Arma y sus afluentes. El Chacapata se une al Arma en una zona en las cercanías de Chacas conocido como Puruytumaq. El Chacapata es en uno de los principales tributarios del Asnocancha que confluye en el Yanamayo que, a su vez, desemboca en el Marañón. El paisaje está conformado por suelos de baja fertilidad moderadamente profundos y altamente erosionables. El clima de la zona es seco y frío, en las áreas cercanas a la Cordillera, y en la parte de la puna, templado en la parte norte-este del valle. Las precipitaciones se concentran entre diciembre y marzo, con sequía en el resto de los meses, y la media anual fluctúa entre los 690 y los 1154 ml (Onern 1975b). Hoy en Chacas se explotan cuatro diferentes ecozonas. La zona quechua (2.550-3.500 mt. s.n.m.), ocupa los fondos del valle: en Asunción el punto más bajo corresponde a la cuenca del Chacapata en la zona de Acochaca. En esta zona se logran cultivar frutales, cereales y verduras. De acuerdo con los mapas ecológicos (Onern 1975b), la zona quechua presenta una vegetación de tipo bosque seco montano bajo que constituye el prototipo de formación ecológica más cálido y subhúmedo. Es una de las áreas más pobladas en la actualidad. La zona suni (3.500-3.800 mt. s.n.m.), ocupa las partes medias o altas de las laderas de los cerros, con terrazas agrícolas o áreas naturalmente llanas, llamadas pampas. Se cultivan patatas, quinua, habas, cebada, tarhui (chocho). La vegetación es de tipo bosque húmedo montano. El clima es levemente húmedo, lo que garantiza un hábitat propicio para la forestación. Hoy en día quedan pocos bosques, compuestos en su mayoría por una planta no nativa: el eucalipto australiano. A mediados del siglo XIX existían bosques de quenuales (Polylepis recemosa) que se aprovechaban como combustible “para el beneficio de los minerales” (Raimondi A. 1873: 227). La asidua actividad minera en Chacas a partir de la colonia explicaría la desaparición de dicha planta nativa. Las forestaciones de quenuales, según Raimondi, llegaban hasta el nivel de las nieves perpetuas (“donde se ve la nieve tocar á los troncos de los árboles” 1873: 227). La zona de la puna o jalca (3.800-4.800 mt. s.n.m.), ocupa las áreas planas o puntas de los cerros, en las cercanías de los límites bajos de las nieves perennes. No se cultiva y la vegetación típica son las especies gramíneas y las hierbas perennes. Se clasifica como páramo subandino; su clima es frío y húmedo, apto para el pastoreo. La zona de la Cordillera Blanca, janca, presenta nevados que se encuentran sobre todo en el Parque Nacional del Huascarán (el más alto es el Yanaraju -5.954 mt. s.n.m.). El territorio cultivable queda reducido, pues, al 10% del total. El fondo del valle, donde se halla la mayoría de los terrenos cultivables, no supera los 0.4 km de anchura. Solamente un pequeño porcentaje del entorno moderno de Chacas es irrigado de manera regular (Espinoza Milla S. 1994: 65). En esta zona las precipitaciones son abundantes, más que en la zo-

1

Se atestigua ya en la cerámica tardía de la época Chavín (Druc I. 1996, 2000: 162).

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na de Huaylas, y por ello no son tan necesarias las canalizaciones. El único cultivo que se hace con riego es el del maíz porque está expuesto a las sequías. Tiene lugar el trueque con áreas más productivas, por ejemplo con la zona de Llamellín, para compensar la escasa productividad de la tierra. La movilidad, sobre todo hacia la parte oriental de la Cordillera Blanca, presenta incluso hoy en día dificultades: la carretera que conduce del valle Santa superior a Chavín y Huari pasando por la punta de Cahuish se construyó después de la Segunda Guerra Mundial. Desde allí el tránsito hacia la zona de Chacas se efectuaba vía San Luis, en cambio hoy en día existe un camino directo sin asfaltar que conduce a la zona de Chacas de Huaráz, a través de la punta Olímpica. En época prehispánica, la vía directa, que todavía se recorre a pie, podría haber pasado a través de la quebrada Honda, haber cruzado el Portachuelo de Honda y llegar así a Marcará. Entre Chacas y Huari, cerca de los macizos de la Cordillera pasa una antigua vía de comunicación utilizada hasta antes de la construcción de la carretera San Luis-Huari. Según Ibarra (comunicación personal 2002) es un camino de herradura muy antiguo, posiblemente prehispánico que comunica ambos poblados; el tiempo necesario para recorrerlo es de aproximadamente unas 14 horas de camino. Paleoclima Hoy en día en Chacas el clima es templado, sin variaciones notables entre la estación seca y la estación de las lluvias. Existe en cambio un contraste de temperaturas a lo largo de las 24 horas del día: la temperatura oscila entre 10° y 30°C. de día y entre 5º y 10°C. de noche en la zona de quechua y suni, mientras que puede llegar bajo cero en la puna alta. En la Antigüedad el clima era diferente que ahora. Las evidencias de los relieves efectuados sobre algunas columnas de hielo procedentes del pico sur del Huascarán, ubicado a pocos kilómetros de la zona de Chacas, permiten determinar que el clima era más cálido en la zona hace unos 8400 y 5200 años cuando se produjo un cambio abrupto a nivel mundial (Thompson L.G. et al. 2006). La temperatura bajó de manera gradual, con fases de oscilaciones notables (véase infra), hasta la época conocida como Pequeña Era Glacial (siglos XV-XIX), un período en el cual el clima se hizo más rígido a nivel mundial: recientemente la temperatura está volviendo a subir (Thompson L.G. et al. 1995). Los análisis efectuados en el Huascarán, y de manera más extensa en otro glaciar, el caya, ubicado en proximidad de la zona de Cusco, permiten estudiar la oscilación del clima y de las precipitaciones. Partiendo de los datos observados en la columna del caya2 (Thompson L.G. et al. 1985), Lau reconstruye el paleoclima de la cercana zona del Callejón de Huaylas: “Evidence is available for the latter 5th century and indicates that the terminal portion of the Kayán [o sea IV-V d.C.] phase was pronos to wetter and colder conditions. The early part of the subsequent Chinchawasi 1 [o sea V-VII d.C.] phase was subject to strong fluctuation in wet/dry regimes, followed by an extended period of very dry and warm, drought-like conditions between A.D. 565-595. The initial four decades of the 7th century are characterized by wetter conditions, followed by another long period of below-normal precipitation and warmer weather, beginning about A.D. 635. The Chinchawasi 2 [o sea VIII-IX d.C.] occupation begins during this period of dry conditions, but then witnes2 Los estudios de las columnas de hielo del Huascarán permiten observar solo cambios siglo tras siglo, y no a una escala menor, por esta razón muchos estudiosos utilizan los datos del Quelccaya.

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ses strong decreases in temperatures. By A.D. 750, however, patterns reverse sharply to a trend towards higher precipitation and warmer weather until the end of the 8th century. The subsequent Warmi (IX-X) phase shows strong oscillations in climate, but no extended periods of extreme conditions. Throughout the period between A.D. 500-900, the Central Andes were, on average, cooler than today” (2001: 422).

A pesar de las oscilaciones locales y de la dificultad en aplicar datos procedentes de la columna de hielo del caya en una zona lejana como la sierra de Ancash (Herrera A. 2005a), se puede afirmar que el clima era más rígido al principio de nuestra era, llegando a ser templado durante los siglos IV y V, y de nuevo rígido hasta mediados del siglo VIII. Es interesante notar que a este período siguió un período de cien años de calor y humedad. Sucesivamente y hasta la llamada “Pequeña Era Glacial”, los datos de la zona del caya indican una progresiva disminución de las temperaturas con prolongados períodos de sequías (Thompson L.G. et al. 1985). Hay que remarcar que no fue un período caracterizado solo por el descenso de las temperaturas, si no que se trata otra vez de una fase con muchas oscilaciones, si tenemos en cuenta que tuvo lugar la así “Medieval Climate Anomaly” (MCA), un fenómeno presente en ambos hemisferios y que provocó una subida de las temperaturas a nivel mundial, pero cuya variabilidad en la zona andina está todavía por estudiar de manera exhaustiva (Moy C. et al. 2009: 353). Otro fenómeno climático que impacta de una manera contundente en el clima serrano es el El Niño-Southern Oscillation (ENSO), una corriente marina muy cálida que periódicamente afecta la parte norte de la costa del Perú y que provoca la llegada de aire más cálido y una menor cubertura de nubes en la Cordillera. De esta manera se multiplican las posibilidades de derretimiento de los glaciares tropicales y, por consiguiente, de aluviones, tan frecuentes en la Antigüedad como hoy en día (Thompson L.G. et al. 2011) convirtiendo en crítico el tema del manejo de las aguas. Como es sabido son suficientes pocos grados de cambio en las temperaturas para causar variaciones en los límites altitudinales de los cultivos (Cardich A. 1985). Podemos grosso modo suponer que durante condiciones parecidas a las del presente en el pasado, los límites de los cultivos fueron similares a los descritos al principio del presente capítulo. Durante períodos más rígidos los terrenos cultivables se redujeron, dejando libre más áreas para el pasto, y al contrario. No es insensato suponer que la variación en disponibilidad de tierras y pastos influyera en la elección de diferentes estrategias de ocupación del territorio (junto con otros fenómenos, véase en este sentido las críticas de Erickson C. 1999 hacia un reciente neo determinismo ecológico en los Andes), y también lo hiciera en las relaciones entre los grupos humanos (véase p.ej. Seltzer G. - Hastorf C. 1990). En la zona de Andahuaylas, por ejemplo, las prolongadas sequías que antedatan la "Pequeña Era Glacial" contribuyeron a provocar una reorganización de los patrones de asentamiento durante el Período Intermedio Tardío (Kellett L. 2013). Estudios previos en el área La tradición de los estudios en la zona de la sierra de Ancash es bastante reciente. Son escasas las investigaciones realizadas a lo largo del siglo XX y apenas en la última década el área es objeto de proyectos arqueológicos. Si dejamos de lado el viaje a Ancash de Antonio Raimondi (donde aparece una descripción de Chacas, 1873: 225-227) los únicos antecedentes modernos para los estudios arqueológicos en el territorio de Chacas son las prospecciones realizadas por Alexander Herrera (1998, 1999, 2000; Herrera A. - Advíncula M. 2001; Herrera A. - Lane K. - Advíncula M. 2002) en la cuenca del río Yanamayo, en las quebradas Arma, Chacapata o Chucpín, Asnocancha, Cunya, Yuma y Yanamayo.

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Fueron visitados 108 sitios, 12 de los cuales en la zona de nuestro interés. Los mayores avances en la arqueología de la zona son los de la parte occidental de la sierra de Ancash – especialmente en el Callejón de Huaylas – y en las zonas quechua y yungas que descienden hacia la costa, el valle del Santa. Por lo que concierne a la cultura recuay, cuyas evidencias arqueológicas están muy representadas en esta parte de los Andes centro-septentrionales, existen pocos estudios de patrones de asentamiento, si bien el estilo y algunas ruinas se conocen desde finales del siglo XIX. Ya que los estudios específicos sobre Chacas son escasos, ofrecemos a continuación una panorámica de las investigaciones principales en los sitios de la macro zona empezando por aquellos focalizados en los períodos más antiguos de la prehistoria local. Las huellas de ocupación humana más antigua que se conocen de la zona son las de la ocupación paleolítica de la Cueva del Guitarrero (Lynch T. 1980). Los estudios indican una ocupación estacional a partir de IX milenio a.C., aunque una ocupación más continuada se da solo a partir del VIII milenio a.C. En la cueva se encontraron restos de plantas domesticadas que indican el principio de una economía basada en la agricultura: a pesar de la polémica acerca de la antigüedad de los restos (Lynch T. 1991; Bonavia D. 2004), quedó establecida en 10.000 años por las variedades de pallares encontrados (Phaseolus lunatus), confirmando las hipótesis de Lynch (1980: XIV) acerca de la continuidad de los hábitos alimenticios en esta zona de los Andes Centrales. La cueva del Guitarrero fue un lugar importante a lo largo de todo el período prehispánico ya que estuvo concurrida durante el período recuay y post recuay. Cuevas del período precerámico se localizaron también en la cuenca del río Puchca (Amat Olazábal H. 2003), y en la misma zona de Chacas (cueva de Yanamachay en Herrera A. 1998: 12). Más amplio es el conocimiento de los períodos precerámico e inicial, gracias principalmente al estudio de los sitios ceremoniales. El nacimiento de centros ceremoniales es un fenómeno muy precoz en los Andes y en la sierra de Ancash, dicho fenómeno, ocurre sin que contemporáneamente se desarrollen asentamientos de una cierta importancia y planificados (Bonavia D. 1991; Burger R. - Salazar L. 2000). Uno de los más antiguos, Huaricoto, fue investigado por Richard Burger y Lucy Salazar (1980, 1985a; Burger R. 2003 [1985]) quienes realizaron excavaciones entre 1978 y 1980 descubriendo una serie de 13 construcciones superpuestas que abarcan una época entre el 2200 y el 200 a.C.. Se trata de un centro religioso de la tradición Kotosh, según Burger uno de los más antiguos de Suramérica (2003: 17). El centro se caracteriza por la limpieza de las áreas ceremoniales. Su referencia sobre el material cerámico resulta útil para compararla con el material coevo de la zona de Chacas. En el mencionado texto, el estudioso describe la secuencia cerámica de Huaricoto que se compone de dos estilos en el período inicial y tres estilos en el Horizonte Temprano3. Es a finales del período precerámico que se remontarían las primeras evidencias de contactos culturales con la zona de la costa, pues en el sitio arqueológico de Kotosh se encontraron ofrendas de moluscos del Pacífico fechadas en el período precerámico tardío. También la comparación con algunos estilos cerámicos de la costa en las primeras fases de ocupación del sitio de Huaricoto reflejarían un intercambio cultural (Burger R. ibíd.). Por lo que concierned Formativo, el sitio mejor conocido de la sierra de Ancash es sin duda Chavín de Huántar, en la cuenca del río Mosna (Tello J. 1956, 1960; Lumbreras L. 1974, 1993; Burger R. 1992, 1998; Rick J. - Kembel S. 2004; Rick J. 2005). A pesar de que el sitio desempeñó un rol importante a lo largo de más de 500 años, pocos y no estandardizados son los hallazgos de ce-

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Toril, Huaricoto y Capilla (temprano y tardío).

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rámica chavín en las áreas de Conchucos (véase Cap. 4). La relación del centro ceremonial con el territorio de sus alrededores constituye un campo de investigación abierto. Quedan por estudiar, para el Formativo, los patrones de asentamiento domésticos; se conocen básicamente dos sitios, Pojoc y Waman Waín, investigados por R. Burger (1982) como aldeas satélites de Chavín y La Banda, como anexo económico productivo del mismo sitio (Sayre M. 2010). El mismo fenómeno se conoce en el Callejón de Huaylas (Ponte V. 2009), en Huari (Ibarra B. 2003) y en Chacas (Cap. 3). Alexander Herrera en su estudio en la cuenca sur del río Yanamayo, analiza tres sitios formativos en Chacas (1998); otros se fueron identificando a lo largo de nuestra investigación (Orsini C. 2003a). Básicamente los estudiosos concuerdan en que la forma del montículo es la más común para los asentamientos de esta época. Existe una difundida tradición de montículos formativos en toda la zona oriental del departamento de Ancash, cuya cerámica y arquitectura denota un desarrollo paralelo y, en ciertos casos, independiente de los de Chavín. La ocupación preferencial de los bajos de los valles con sitios satélites casi siempre en alturas parece una característica de la época, como se observó en ambas zonas de Chacas (véase Capítulo 3) y de Huari. Para las áreas costeras del departamento de Ancash, David Wilson afirma que, durante la época formativa, “the presence of one or two centrally located ceremonial-civic sites […] suggests that public or religious activities was also carried out on a supravillages basis” (1988: 137). Alrededor del II siglo a.C. en el centro ceremonial de Chavín de Huántar tiene lugar una arquitectura intrusiva que parece asociada, dadas sus evidencias cerámicas, a un estilo conocido como “huarás blanco sobre rojo” o simplemente huarás4. El fenómeno no se limita al centro ceremonial, pues la reutilización de los viejos montículos formativos es común a otras zonas de la sierra de Ancash. Según Ibarra (2003) dicha reutilización ocurre sin relevantes cambios; por su parte Herrera (2001, 2003a) plantea la hipótesis de que el cambio significó una redefinición de los sistemas de asentamiento que, a partir del final del Formativo y en la transición al Período Intermedio Temprano, aumentaron y se ubicaron en zonas más altas. También en Chacas se registra una utilización de los viejos montículos del Formativo como lugar de sepultura de las élites de los períodos siguientes (p.ej. el Pirushtu de Chacas), y el uso de los montículos de algunas zonas como lugares de viviendas (p.ej. Huarazpampa y Chagastunán). También en otras zonas como en el medio valle del Santa, cesó, al final del Formativo, la construcción de sitios ceremoniales. Nuevos asentamientos surgieron en las cercanías de los viejos montículos, que siguieron estando concurridos (compárense con Wilson D. 1988: 148). Habiendo cuenta de los poquísimos sitios estudiados de esta fase a nivel de patrones de asentamiento y arquitectura doméstica, encontramos Queyash Alto, en el Callejón de Huaylas. A pesar de no proporcionar datos acerca de la secuencia cerámica y arquitectónica en el sitio, la estudiosa Joan Gero (1992, 1999) plantea una interpretación de contexto social a través del estudio de la arquitectura pública y de los restos animales que considera el resultado de comidas públicas promovidas por parte de la élite de gobernantes durante fiestas comunitarias. Otro conjunto interesante que remonta a esta fase es el de los sitios de Maquellouan Punta y Chonta Ranra Punta, sitios fortificados con actividad doméstica posiblemente en relación con un conjunto ceremonial conocido como Isabelita (Ponte V. 2009). Se trata de sitios en puntas de cerro por encima de los 4,000 m de

4 Hablar de una “cerámica huarás” es una simplificación que se utiliza solo por razones de síntesis. La cronología de este estilo no está bien definida y los materiales huarás se encuentran mezclados sea con materiales del Horizonte Temprano, sea con materiales del Intermedio Temprano (Ponte V. 2009). Esto lleva a suponer que podría tratarse de un estilo cerámico en uso durante un amplio lapso de tiempo en la zona – y no solo en el Formativo final –, y no de la expresión de un grupo cultural específico (Lau G. 2011: 137).

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altura que presentan muros de contención de plataformas y de defensa y estructuras de planta cuadrada, aparte de áreas de plaza. Al estar la mayoría de los restos enterrados, los planos presentados no son completos, como indica el mismo investigador que los excavó (Ponte V. ibíd.) Un estudio más reciente concierne los trabajos iniciados por Bebel Ibarra en el sitio de Huamparán en Huari (Ibarra B. et al. 2010: 218 et passim). Las excavaciones desvelan la existencia de un conjunto muy interesante de corralones – grandes plazas circulares hundidas – en un asentamiento con cerámica huarás y recuay. Los corralones se parecen a el de Riway en Chacas (véase Cap. 3). En el caso de Huamparán se trata de estructuras mucho más complejas con cámaras al interior, de diferentes tamaños y función. Estos trabajos están todavía por publicar de manera exhaustiva. En definitiva, podemos afirmar que durante el “período huarás” los pocos sitios reconocidos presentan patrones de asentamiento similares a los recuay respecto a su ubicación, en colinas sobreelevadas y aterrazadas de forma artificial. También algunos tratos de la cultura material, como la utilización de estelas grabadas y de algunos temas de la iconografía cerámica son comparables, por ejemplo de los vasos antropomorfos que representan personas de la élite. Queda por aclarar si existen suficientes evidencias para diferenciar supuestos grupos culturales “huarás” de los grupos de tradición recuay o si es necesario considerar el fenómeno huarás como un estilo cerámico en auge durante una época (véase también nota 4). Mucho más amplios son nuestros conocimientos sobre las epocas que giran alrededor de la era de Cristo cuando aparece la que G. Lau (2011) define la “tradición recuay”: un sistema de patrones de asentamiento, costumbres religiosas y tecnología cerámica que se difunde de norte a sur desde la zona de Huamachuco (McCown T. 1945; Thatcher J. 1972-1974, 1979; Topic J. 1986) hasta, posiblemente – faltan aún datos al respecto – la cuenca del Fortaleza. Mientras que de este a oeste dicha tradición se expandiría desde los medios valles del Santa (Clothier W. 1943; Wilson D. 1988) y del Nepeña (Proulx D. 1968, 1982) hasta la zona de Huánuco (Makowski K. 2004). El estilo cerámico recuay se conoce arqueológicamente desde finales del siglo XIX cuando el minero Agustín Icaza encontró centenares de ceramios procedentes de tumbas en sus campos de la zona de Catac y los cedió a José Mariano Macedo (1881; Almanaque de Ancash 2002-2003) quien sucesivamente los vendió en París. La colección fue adquirida por el museo etnográfico de Berlín, donde todavía se conserva (Wegner S. 2003 [1981]). El mismo período corresponde a un momento de fervor de estudios arqueológicos en el Perú, y al principio de las excavaciones sistemáticas inclusive en la zona de la sierra de Ancash. A principios de siglo XX Julio Tello hizo un recorrido por la zona de sierra de Ancash y descubrió algunas ruinas importantes como Yayno (Tello J. 1981 [1929]). El estudioso dejó la descripción de un asentamiento de tipo militar en una posición estratégica, en un cerro modificado artificialmente en forma de torreón, según un patrón bien conocido en la zona. El padre de la arqueología peruana pudo haber visitado también la zona de Chacas, San Luis y Yauya alrededor de 1934 (Wegner S. 2001), pero sin dejar descripción de ruinas. Mayores datos sobre la arquitectura y las costumbres funerarias recuay provienen del trabajo de Wendell Bennett (1938, 1944). El material procedente de su excavación, conservado en el Museo Americano de Historia Natural de Nueva York, sirvió de comparación para el estudio del material cerámico de la zona de Chacas. Bennett realizó estudios en la zona de Huaráz, como Wilkawaín, Shankayán, Irwa, Ayapampa, Katak, San Gerónimo y en Chavín de Huántar. Importante es también el material descubierto en tumbas a galerías subterráneas, simples o complejas, de unos 2,5 m de profundidad. Muchas tumbas se encontraron ya saqueadas en aquellos tiempos; en otras en cambio el ajuar se destruyó intencionalmente. Basándose en estos datos Bennett elaboró una secuencia para la cerámica de la zona del Callejón de Huaylas que se actualizó sucesivamente gracias al trabajo de Terence Grieder

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y finalmente de George Lau (véase infra), quienes detallaron la secuencia aportando, además, nuevos fechados radiocarbónicos. También Raphael Reichert (1977) dio una importante contribución ordenando por tipologías más de 700 vasijas recuay procedentes de muchas colecciones cerámicas de museos norteamericanos y europeos, incluida la colección Macedo. Cada una de las tipologías fue identificada con una letra que indica la forma y uno o dos números, según las variantes de la tipología cerámica localizada. La expansión de la cerámica recuay hacia la costa, más al norte del departamento de Ancash, y hacia el Marañón, indica una amplia zona de influencia. Ya a partir de los años ’60, varios investigadores empezaron a registrar cerámica recuay en la zona de las yungas del departamento de Ancash: por ejemplo en el medio y bajo valle del Santa (Larco R. 1960; Wilson D. 1988) y del Nepeña (Proulx D. 1968), dando lugar a los temas de territorialidad entre Moche y Recuay (Proulx D. 1982; Lau G. 2004). La expansión de la tradición recuay en el valle del Santa se evidencia – según D. Wilson – a través de diversos aspectos de la cultura material: entierros de galerías subterráneas, presencia de cerámica de caolín, patrones de asentamiento de carácter defensivo en puntas de cerros. La concentración de la ocupación recuay en el valle del Santa se intensificó durante el Período Suchimancillo Tardío (III-IV d.C.), lo que demuestra que se trató de una época de fuertes intercambios con la costa. Testigo de ello son también los hallazgos de cerámica moche en el sitio monumental recuay de Pashash (Grieder T. 1978), mientras que estos contactos parecen más débiles en la zona oriental de la Cordillera Blanca: solo Amat (2003) registra en la cuenca del Mosna objetos asociados con alfarería Moche II y Cajamarca III en tumbas recuay. En todas áreas de influencia de la tradición recuay, incluso en los yungas del departamento de Ancash, se registra un incremento demográfico y una construcción de sitios fortificados ubicados a lo largo de laderas y crestas de cerros, modificadas en forma de terrazas, (Tello J. 1981 [1929]; Disselhoff H. 1956; Proulx D. 1968, 1982; Amat Olazábal H. 1974, 1976, 2003; Wilson D. 1988; Gero J. 1992; Ibarra B. 1997, 1999, 2003; Lau G. 2001; Herrera A. 2001, 2003a; Orsini C. 2002, 2003a, 2003b). Los asentamientos recuay son aldeas aglutinadas con fortificaciones (Amat H. 2003), con habitaciones de planta cuadrada organizadas ocasionalmente alrededor de patios (Lau G. 2001, 2011; Orsini C. 2007), delimitadas por muros de contención/defensa a veces de dimensiones ciclópeas. La mampostería de los muros característica (a huanca/pachilla) para el período procede, según Tschauner (2003), de una larga tradición local que se remonta al Formativo. Los asentamientos recuay son multifuncionales y cuentan con áreas dedicadas al culto, áreas de producción y áreas de entierros. Mayores datos acerca de los asentamientos recuay se desprenden de dos excavaciones: por un lado la de Pashash, realizada en 1978 en la cuenca del río Cabana por Terence Grieder y Alberto Bueno; por el otro, la de Chinchawas en la Cordillera Negra realizada en los años 90 por George Lau, un sitio del Intermedio Temprano Tardío que florece en el Horizonte Medio. Recientemente cabe mencionar los trabajos realizados en Yayno en el Callejón de Conchucos (Lau G. 2010a, 2010b), véase infra. Pashash constituye, quizás, un caso aparte en la arquitectura recuay. Sus vínculos con la zona andina norte y con la costa, especialmente con la zona de influencia moche, se reflejan en un estilo peculiar de cerámica (véase también Bankmann U. 1979) y en el hecho de ser el único conjunto recuay donde se ha encontrado una sepultura debajo de un edificio, La Capilla, asociada a un impresionante lote de ofrendas de cerámica. Basándose en la cerámica de dichos contextos y en fechados radiocarbónicos, Grieder (1978) estableció una cronología de la historia de Pashash dividida en tres períodos: Quinú (¿-310 d. C.), Recuay (310-600 d. C.) y Usú (600-700 d. C.). Más típico parece en cambio el asentamiento de Chinchawas; se trata de un sitio arqueológico

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ubicado en la vertiente occidental del Callejón de Huaylas, en la Cordillera Negra (Lau G. 2000, 2001, 2002-2004, 2010c). Con sus estudios acerca de la realidad de esta pequeña aldea, Lau proporciona datos útiles para la interpretación de los cambios sociales y económicos occuridos en la sociedad recuay sobre todo en la porción final de su trayectoria. Chinchawas surgió en un promontorio montañoso a 3.850 mt. s.n.m.; su población residía en viviendas cuadradas y el asentamiento, cuyas características son parecidas a los del valle de Chacas (véase Cap. 3), se protegía con altos muros defensivos. Lau distingue en el asentamiento varias áreas, todas ellas con funciones diferentes. En el área habitacional del sitio localiza elementos arquitectónicos tales como escalinatas y canales de drenaje de las aguas, así como numerosas viviendas reutilizadas en sucesivas fases de ocupación. En uno de los conjuntos de viviendas se encontró una sepultura secundaria de un joven que posiblemente había tenido lugar durante la reutilización de la vivienda, patrón común también con el sitio de Queyash Alto (Gero J. 1991). La economía se basaba en la explotación de distintos pisos ecológicos y existían talleres artesanales dentro de la misma comunidad. La economía local se articulaba alrededor de la cría de los camélidos y de cultivo de tubérculos resistentes al frío. La estructura urbana fue tomando forma, según el autor (Lau G. 2000), a través del trabajo comunitario de la población encabezada por élites que podían distribuir la riqueza en fiestas comunitarias – argumento tratado también por Joan Gero (1990), que tendría relación con la veneración de los ancestros, quizás representados en Chinchawas en los numerosos monolitos escultóricos encontrados en el sitio. En cuanto a las zonas con probable función ceremonial/pública, el estudioso destaca por su importancia un área denominada “el Torreón”. Se trata de una estructura que se remonta a la fase Chinchawasi I de ocupación del sitio (V-VII d.C.), de forma circular que encierra afloraciones rocosas. En el piso de la estructura se encontraron materiales cerámicos de alta calidad. El edificio contaba con dos muros concéntricos con reparticiones radiales. Una estructura parecida se analizó también en el sitio de Riway, objeto de estudio en 2000, y en el sitio de Balcón de Judas (véase Cap. 3). Al parecer existen también paralelismos en la cerámica arquitectónica producida en pocos ejemplares por esta cultura (Orsini C. 2012). Como señalamos en el capítulo anterior, es amplio el debate acerca de la cronología y función de las arquitecturas de patrón circular – con o sin divisiones internas tipo patio agrupado – en la zona de la sierra de Ancash. Según Lau estructuras circulares semejantes al Torreón se encuentran en otros asentamientos recuay, como La Pampa y Yayno, situadas en lugares importantes y en posición panorámica (Tello J. 1981 [1929]; Terada K. 1979; Lau G. 2001: 86) con funciones variadas. El Torreón fue utilizado durante toda la fase siguiente de ocupación del sitio, denominada Chinchawasi II. El último sitio del Intermedio Temprano excavado en orden de tiempo en la sierra de Ancash es el gran sitio de Yayno (400-800 d.C.), en la zona de Pomabamba, y sus aldeas satélites (Lau G. 2010a, 2010b, 2011); los sitios presentan una majestuosa arquitectura de estructuras circulares en su mayoría con divisiones internas tipo patios agrupados. George Lau argumenta que son elementos de la tradición constructiva local recuay media y tardía, que se manifiesta de manera más evidente en la zona del Callejón de Conchucos (Lau G. 2011: 256-260). Casi todos los patios circulares de Yayno tenían funciones domésticas y para los demás la función está todavía por aclarar (Lau G. Ramón G. 2007). Uno de los aspectos mejor estudiados de la tradición recuay es el relativo a las costumbres funerarias. Gran parte de la cerámica recuay procede de contextos mortuorios. Importantes datos derivan del hallazgo de una tumba intacta en Jancu, cerca de Huaráz, ocurrido en 1969. Se trata de una tumba de cámara puesta al final de una galería. La tumba estaba revestida por una mampostería fina de huanca/pachilla, y el interior de la cámara estaba dividido en

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cuartos con nichos. Un cuarto contenía “un cadáver en cuclillas con dos ceramios al lado y el plumaje de oro en el parietal derecho de la cabeza… Muchos de los ceramios se encontraron en una repisa cerca de la bóveda monolítica de la tumba y otros dentro de los nichos pequeños u otros compartimientos. Además en las gradas del pasadizo había dos vasijas utilitarias que contenían material carbonizado” (Almanaque 2002-2003). Es interesante notar la presencia en la tumba de una vasija del estilo huarás, considerada tradicionalmente como anterior (pero véase nota 4). Dicha costumbre se registró en otros entierros de la zona del Callejón de Huaylas (Wegner S. comunicación personal 2002) y, como veremos, se registra además en la zona del Callejón de Conchucos. Sabemos que tradicionalmente los grupos de cultura recuay daban sepultura a sus difuntos colocándolos de cuclillas y en ocasiones hacían ofrendas textiles, que no suelen conservarse, excepto en tumbas recuay en la costa (Porter N. 1992). En la vertiente oriental de la Cordillera Blanca, los estudiosos relatan patrones funerarios similares; Amat describe (2003) en la cuenca del Puchca moradas subterráneas en forma de galerías o con cámaras subterráneas con nichos, similares a las que se observan en la zona del Callejón de Huaylas (véase Bennett W. 1938, 1944, 1967 y Bennett W. - Bird J. 1949). Según destaca el autor, durante las fases tempranas de la tradición recuay existieron entierros en posición genupectoral en cistas de forma cilíndrica en cima de edificios religiosos (ibíd.). Resumiendo, merece la pena mencionar el problema de la extensión temporal de la tradición recuay, objeto de intensos debates. En numerosos sitios como Pashash o Chinchawas, y en la misma zona de Chacas, como veremos, la producción de cerámica caolínica, definida como típica de esta tradición, acaba alrededor del VI siglo d.C. Esta época, considerada tradicionalmente como un período de pasaje hacia el Horizonte Medio, se caracteriza por una marcada continuidad con el período anterior aunque con situaciones diferentes, sobre todo por lo que concierne las vertientes orientales y occidentales de la cordillera, como veremos en las líneas siguientes. El Horizonte Medio se califica en diferentes partes de los Andes sur y a lo largo de la Cordillera central andina por la influencia de la cultura wari de Ayacucho, que se caracteriza, entre otros elementos, por la presencia de arquitectura de células ortogonales y de patios agrupados (Isbell W. 1991a pero véase Topic J. - Topic T. 2000; Herrera A. 2005b; Lau G. 2010a; 2011 e infra). Ya hicimos brevemente mención a la presencia de una arquitectura circular en la sierra de Ancash que posiblemente se fue transformando en arquitectura tipo patio agrupado en la fase del Horizonte Medio (véase Capítulo 1 y supra) que es evidente en algunos sitios en Chacas (p.ej. Huacramarca y Tayapucru, véase Cap. 3). En otro trabajo más extenso sobre esta temática (Orsini C. et al. 2012) planteamos que nuestra área de estudio participó en esta fase, aunque sin duda de manera modesta, en el flujo de relaciones de intercambio con la sierra sur y con toda la sierra norte, posible lugar de origen del patio agrupado5. Es diferente la situación en el Callejón de Huaylas, donde se concentran conjuntos de clara influencia wari, entre todos ellos Honcopampa que se considera como un posible centro administrativo de esta cultura (Isbell W. 1989, 1991a, 1991b, 1997), y otros sitios con notable influencia, como el complejo de Wilkawaín, Ichic Wilkawaín (Tello J. 1981 [1929]; Bennett W.1944, Paredes J. 2005) y Waullac (Tello J. 1981 [1929]; Valladolid Huamán C. 1996; Soto Verde L. 2003). Otros sitios en el Callejón de Huaylas son Pariamarca y Tocroc (véase Williams León C. - Pineda J. 1985). En varios de estos asentamientos la estratigrafía reveló la presencia de frecuentación de la época anterior: en Honcopampa sabemos que existía ocupación que remonta a la época de la tra5 Ya en los años Noventa, John Topic (1991) avanzaba la hipótesis de que los patios agrupados eran el resultado de un “encuentro cultural” entre la gente de la sierra norte del Perú y la de Ayacucho, o un verdadero préstamo de los primeros a estos últimos.

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dición recuay (Lanning E. 1965; Tschauner H. 2003) y que durante el Horizonte Medio el sitio fue ampliado y se construyeron una gran cantidad de estructuras, entre las cuales se destacan algunos mausoleos monumentales (chulpas). Los fechados radiocarbónicos de los recintos de Honcopampa excavados por Gary Vescelius y Hernán Amat indican una frecuentación alrededor del año 1000 (959 ± 110, 994 ± 210 y 1054 ± 115 d.C., en Buse H.1965: 327, véase también Lanning E. 1965, 1967) y los autores observan que el sitio fue ocupado probablemente hasta al siglo XIII. También los fechados de los contextos excavados por Isbell (1989, 1991a, 1991b, 1997, véase abajo), indican una frecuentación alrededor de los siglos VIII, IX y X d.C. Durante esta fase en Honcopampa, así como en otros sitios cercanos del Callejón de Huaylas como Ichic Wilkawaín y Wilkawaín, se establecieron relaciones con la zona de Ayacucho como lo demuestra la presencia de cerámica exótica del sur asociada a la arquitectura típica de la zona de Ancash (Bennett W. 1944) pero también en los clásicos patios agrupados en D, y la aparición de obsidiana procedente de la zona de Ayacucho (Burger R. et al. 2006). Fuera de este eje principal – la parte más central del Callejón de Huaylas – la presencia wari parece reducirse a influencias a nivel de intercambio de bienes con o sin la presencia de esporádicas estructuras de patios agrupados (que, además, tienen un aspecto mucha más local) en sitios con largas trayectorias de ocupación. Al igual que Burger (Burger R. et al. 2006) Ponte plantea la existencia de una red de intercambio lana/obsidiana entre los pastores de la puna de la Cordillera Negra y la gente del sur (Ponte V. 2011), así como una influencia en la arquitectura funeraria (Ponte V. 2001) sin mayores repercusiones a nivel de patrones de asentamiento. Consideraciones similares las hizo George Lau (2001, 2003, 2010c) para el sitio de Chinchawas, que se remonta al Intermedio Temprano pero cuyo florecimiento fue durante el Horizonte Medio (Chinchawasi fase II, 850 d.C.), sin importantes reestructuraciones. Lau enfatiza cómo la comunidad se aprovechó de los intercambios con los Waris sin sufrir una dominación directa y más bien manteniendo una identidad propia que se vincularía más a la tradición recuay/local que a una foránea. Recientes investigaciones en dos sitios de la zona de Huari, en la vertiente oriental de la Cordillera Blanca, Pinkushjirca y Ushnu (Ibarra B. - Chirinos Portocarrero R. - Borba L. 2009: fig. 2) permitieron identificar dos asentamientos con patios agrupados circulares del Horizonte Medio muy interesantes; los estudios de esta zona están en sus primeras etapas, pero aparentemente los sitios mencionados arriba son un unicum en la zona de Huari. En Keushu (2000 a.C.-1600 d.C.) se registró arquitectura de patio agrupado del Horizonte Medio. El sitio se ubica en la zona del nevado Huandoy en la provincia de Yungay, en la Cordillera Blanca. Según Alexander Herrera (Herrera A. 2005b, 2008) las estructuras tipo patio agrupado presentes en el sitio, así como en Quishuar (aldea estudiada por el mismo autor, véase abajo), serían el resultado de remodelaciones de espacios circulares ceremoniales que formarían parte de una tradición arquitectónica local, documentada por el mismo autor sobre todo en la parte más oriental de la sierra de Ancash, en el Callejón de Conchucos. El sitio más cercano a nuestra zona de estudio donde se documentaron patios agrupados es Quishuar (Ya-21, Herrera A. 2005a: 225), en la zona de Yanama, a pocos kilómetros más al norte de Chacas, ubicado en el cerro homónimo aterrazado para acoger diferentes sectores con recintos, muchos de los cuales de planta circular organizados o menos entorno a un patio cuadrangular. Algunos de estos conjuntos son de gran tamaño y posiblemente tenían más de un piso. Herrera encuentra cerámica del Horizonte Medio y del Intermedio Tardío, pero no excluye que el sitio pudiera haber tenido una ocupación de la época anterior: la comparación con estructuras similares

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de tradición huamachucana (Topic J. 1991) hacen inferir al investigador que esta tipología de arquitectura podría remontarse a un período entre el 400 y el 800 d.C. (Herrera A. 2005b). Al parecer mucho más amplio es el catálogo de estructuras en diferentes sitios de la zona más oriental del Callejón de Conchucos, que se fechan, en buena parte, entre la fase media y tardía del Intermedio Temprano y el Horizonte Medio (Herrera A. 2005b: Cuadro 1). Pero los patios agrupados de los sitios descritos en este último párrafo no se asocian de una manera clara a la presencia de los Waris, muchos de los cuales antedatan, por lo menos según los datos a disposición hoy en día, la presencia de este grupo en los Andes norte, que tuvo lugar a partir de la época 1B o 2, 750-950 d.C. (véase Knobloch P. 1991) y lo mismo se documenta para la zona de Huamachuco (véase Topic T. 1991). Como veremos en el Capítulo 5, la cuestión de los patios agrupados y su connotación local vs foránea es un tema relevante para responder a las preguntas teóricas a la base del presente trabajo, discutiendo la real presencia de las “culturas panandinas”– los Waris y los Incas – en la zona. Un período mejor conocido es el de los llamados Señoríos Étnicos (Período Intermedio Tardío, siglos XI-XV d.C.); esta época parece abarcar un largo espacio de tiempo en la zona de la sierra de Ancash: “Una limitación para la arqueología del periodo Intermedio Tardío de toda la sierra de Ancash es la falta de una secuencia fina, tanto en cerámica como en la arquitectura, que sirva para diferenciar las épocas al interior del periodo; puesto que el periodo Intermedio Tardío abarca unos quinientos años, del 950 d.C. hasta el 1470 d.C. Por lo tanto, todos los asentamientos arqueológicos clasificados como tardíos caen dentro de este lapso amplio; por eso, no se sabe si son totalmente coetáneos. Esta limitación es válida para todos los estudios del área.” (Bazán F. 2012)

Durante esta fase existe un evidente patrón de construcción de aldeas en lugares de alturas, abruptos y bien defendibles (Herrera A. 2003a; Orsini C. - Debandi F. - Sartori F. 2009; Bazán F. 2012). Tradicionalmente se asocian a las aldeas de esta fase la presencia de estructuras defensivas – para la zona de los Andes sur Arkush E. 2011, mientras que para la zona de la sierra de Ancash Orsini C. - Benozzi E. 2013. Además las aldeas se ubican en terrenos generalmente rocosos, con pendientes muy pronunciadas; en algunos casos presentan una serie de murallas que rodean completamente los sitios o solo partes de ellos (véase Orsini C. - Benozzi E. 2013, consideraciones similares las hace Bonnier E. 1997a para los sitios tardíos del valle de Shaka-Palcamayo Alto en Junín). Algunos autores proponen que en esta fase es evidente una concentración de la población en algunos sitios muy grandes y que, en general, los sitios disminuyen de número con respecto a las épocas anteriores (véase Herrera A. 2003a), dato que parece confirmado también para la zona de Chacas (véase infra lám. 118). Otra característica es que a menudo se encuentran sitios dobles (dos asentamientos asociados, véase Bazán F. 2012 y Orsini C. - Benozzi E. 2013). En diferentes áreas de la sierra de Ancash, por ejemplo la cuenca del Puchca (Ibarra B. 2003) o la Cordillera Negra (Lane K. 2005: 109), los asentamientos están ubicados en todos los puntos estratégicos del territorio, al inicio de cada quebrada o confluencia de ríos, desde donde se domina el valle. Esta situación permite que los sitios estén conectados visualmente entre sí, lo cual a su vez sugiere que existió probablemente algún tipo de comunicación. También caracteriza este período la constante presencia de estructuras hidráulicas asociadas a los asentamientos mayores, que son pero de difícil datación (Lane K. 2005). Por lo que concierne las características de las arquitecturas, en la sierra de Ancash encontramos edificios de plantas irregulares, que se adaptaban a los accidentes del terreno con las soluciones más diversificadas, por ejemplo los patrones domésticos en el sitio tardío de Ñawpamarca (Orsini C. - Ibarra Asencios B. 2007; Orsini C. - Benozzi E. - Debandi F. 2009; Orsini C. et al. 2012; Orsini C. - Benozzi E. 2013).

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Ibarra afirma que los sitios tardíos utilizan una técnica constructiva de piedras canteadas unidas con mortero y paramento irregular (comunicación personal 2002, véase también Bazán F. 2012). En cuanto al patrón funerario (chulpas6, tumbas en abrigos rocos y en cuevas) se observa que, a lo largo de este período, las tumbas se abrían “constantemente”, como es el caso de las inhumaciones de Marcajirca (Ibarra B. et al. 2010). En otras ocasiones se observa la costumbre de depositar numerosas personas dentro de una misma estructura funeraria. Aparte de los pocos datos a disposición para el sitio de Marcajirca – todavía por publicar – no son muchos los estudios acerca de los patrones funerarios tardíos de la sierra de Ancash. Muchos “pueblos de los muertos” (Herrera A. - Amaya A. - Aguilar M. 2012) supuestamente tardíos se fueron registrando a lo largo de los últimos años; conformados básicamente por chulpas, asociados, o no, a asentamientos e inclusive asociados a otros patrones funerarios (véase Cap. 3), pero de los que faltan datos de fechados absolutos que impiden asociar sic et simpliciter las arquitecturas funerarias a un determinado período cronológico. Entre los años 50 y 60 del siglo XV tiene lugar la conquista incaica del Callejón de Huaylas, cuando el territorio estaba gobernado por señoríos independientes. Garcilaso de la Vega nos informa acerca de los pueblos belicosos de esta región. La conquista llevada a cabo por el general Cápac Yupanqui no fue una empresa fácil: las poblaciones del área definidas como los Huaráz, Piscobamba y Conchucos, se aliaron para enfrentarse al invasor (Garcilaso de la Vega 1977: libro VI cap. XII). Al final de una larga resistencia, fueron subyugados y el templo de Pumacayán en Huaráz fue destruido (Almanaque 2002-2003). Sucesivamente la estrategia política del Inca Huayna Capac fue tomar como esposas secundarias a Contarhuacho y a Añas Colque, hijas de los curacas de Hurín y Hanan Huaylas (Espinoza Soriano W. 1978). Recientes trabajos sacaron a la luz en la zona de la Cordillera Negra la existencia de sitios inca con un carácter administrativo y ceremonial (Lane K. - Contreras Ampuero G. 2007; Lane K. 2012) y también en la zona de Sihuas (Astuhuamán C. - Araceli D. 2006). Por lo que concierne Conchucos, en nuestra zona de estudio no se registra una presencia inca de forma directa, a pesar de estar relativamente cerca al tramo del capac ñan que va de Huamachuco a Huánuco. El asentamiento inca más cercano a la zona de Chacas es el sitio de Maraycalla, en San Luis hacia este; otros sitios inca cercanos se encuentran en dirección sur en la zona de Huari (Noel Espinoza A. - Escobar Silva C. 2006). En algunos sitios de Chacas se encontró cerámica local que imita formas inca, como keros y arybalos. En dos sitios se identificó una arquitectura que podría ser de influencia inca: las qollqas de Geropalca y los grandes recintos de Ticcla (véase Cap. 3) de la quebrada Juitush, en estrecha relación con la ruta de comunicación hacia la zona del Callejón de Huaylas, donde la presencia inca se aprecia en diferentes asentamientos en las provincias de Recuay (p.ej. Pueblo Viejo, Tantaleán H. - Pérez C. 2003), la mayoría, mencionados y/o descritos por Miguel de Estete en su recorrido de Cajamarca hacia Pachacamac (Serrudo E. 2003 y infra).

6 Este tipo de arquitectura funeraria se difundió en una amplia zona de los Andes y se utilizó asiduamente a partir, por lo menos, de la parte final del Período Intermedio Temprano (Isbell W. 1997); como veremos, la zona de Chacas no es una excepción. La presencia de arquitectura a chulpa y su ubicación en zonas muy inaccesibles del paisaje de la Cordillera Blanca ya fue detectada por los primeros exploradores que escalaron las cumbres del Cordillera. En relación a la antigua población de la zona, los exploradores Hans Kinzl y Erwin Schneider (1950: 44) observan que: “La vertiente oeste de la Cordillera Blanca es la que más conserva estos antiguos sepulcros [se refiere a las chulpas]. Hay sitios en que las hay en tal cantidad, que parecen verdaderas ciudades de muertos. Las tumbas más pequeñas tienen forma de cubos construidos encima de una plataforma. Los muros están formados por piedras superpuestas, careciendo de argamasa […] el más imponente de estos edificios está cerca de la antigua población de Antapampa, al pie del Huandoy. Tiene tamaño 14x18 mt. de base y consiste de seis cámaras. A la salida de la quebrada de Alpamayo se ven las chulpas”.

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Aparentemente, la presencia inca en la parte oriental de la sierra de Ancash arraigó más en las zonas cercanas al camino real (véase Ibarra B. et al. 2010), sobretodo en las áreas más orientales de la región que mencionamos líneas arriba, donde aún se hallan importantes tambos relacionados con el camino. Estudios recientes demuestran que, al alejarse del camino, la influencia disminuye hasta desaparecer por completo. Esto demostraría que la administración directa, que probablemente se aplicaba en la gestión de los tambos relacionados con la vía principal de comunicación, no arraigaba de manera profunda en el territorio (Ibarra B. 2003; Herrera A. 2003a)7. Chacas en las crónicas Las noticias históricas acerca de la zona de Conchucos son en su mayoría nominales y confusas (Ravines R. 1994: 541). Durante la conquista, la zona de Ancash fue recorrida varias veces por los conquistadores. Así Pedro Cieza de León (1995 [1553] cap. XCIX fol. 109): “En los Conchucos no dexaua de auer aposentos y otras cosas, como en los pueblos que se han passado: y los naturales son de mediano cuerpo. Andan vestidos ellos y sus mugeres: y traen sus cordones o señales por las cabecas. Afirman que los indios de esta prouincia fueron belicosos: y los Ingas se vieron en trabajos para sojuzgarlos. Puesto que algunos de los Ingas siempre procuraron atraer a sí las gentes por las buenas obras que les hazían, y palabras de amistad. Españoles han muerto algunos de estos Indios en diuersas vezes: tanto que el Marqués don Francisco Piçarro embió al capitán Francisco de Chaues con algunos Christianos, y hizieron la guerra muy temerosa y espantable: porque algunos españoles dizen que se quemaron, y empalaron número grande de Indios.”

Miguel de Estete (1947 [1533]), quien acompañó a Hernando Pizarro en la expedición a Pachacamac, describe con brevedad las etapas del pasaje de Hernando Pizarro por Conchucos. Las noticias son muy genéricas y de ellas se desprende que en la región había curacazgos muy poblados. El cronista apunta la existencia de minas, la fuerte actividad ganadera, así como la escasez de leña y subraya la presencia de llactas en las cimas de las montañas. De la primera época colonial, tenemos noticias de que Francisco Pizarro repartió las encomiendas de Conchucos, en el año 1534 (Solís Benites F. 2001), a varios encomenderos. De la zona de Chacas y del territorio de Ichohuari (véase infra) fue encomendero Bartolomé Tarazona, hasta por lo menos 1561. La cédula de encomienda relativa se conserva en el Archivo de las Indias de Sevilla y sirvió de base al etnohistoriador Miguel León Gómez para reconstruir la historia del área (véase infra). Entre las noticias más antiguas sobre la zona podemos contar con la visita de Cristóbal Ponce de León de 1543 (Espinoza Soriano W. 1969) enviado por el gobernador Vaca de Castro para explorar una de las áreas que se consideraban más belicosas del territorio andino. La visita ordenada por Vaca de Castro tiene lugar cuatro años después de la matanza obrada por Francisco de Chávez como advertencia a los Conchucanos que se negaron de pagar los tributos a los conquistadores. El recorrido por la región, realizado tras la muerte de Pizarro, tenía como finalidad reordenar las posesiones del difunto Marqués y elaborar un censo de la población tributaria para estimar las rentas de los tributos en dicha zona. Lamentablemente solo concierne a la parte norte del Callejón de

7 Esto no excluye la presencia de sitios asociados a terrazas agrícolas en la zona de Huari (p. ej. Ushnu Cruz, véase Noel Espinoza A. - Escobar Silva C. 2006).

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Conchucos (Cook N. D. 1976-1977) y no comprende los territorios que nos interesan. En 1565 Lope García de Castro reúne cinco curacazgos (Conchucos, Sihuas, Piscobamba, Huari y Pinco), como señalamos regidos bajo la forma de encomiendas anteriormente por el mismo Pizarro y algunos de sus fieles ya a partir del 1532, para formar un corregimiento de Conchucos, que toma el nombre del curacazgo más importante de los cinco (Espinoza Soriano W. 1969). Más tarde es cuando se inician los reducciones indígenas y “se producen los primeros grandes desplazamientos de personas hacia las nuevas unidades económicas (obrajes)” (León Gómez M. 1996: 153). Los antiguos sistemas de asentamiento, incluso donde las reducciones no radicaron, se fueron abandonando progresivamente, convirtiendo de este modo la ciudad colonial en el nuevo foco de las actividades económicas y sociales: se inicia, de esta manera, la historia moderna de la zona andina. Confines étnicos y organización social en la colonia Como apuntamos líneas arriba, en la época colonial el territorio de los Conchucos estaba dividido en lo que eran, en principio, encomiendas fundadas en base a preexistentes grupos prehispánicos: Conchucos, Sihuas, Piscobamba, Huari y Pinco (para profundizar el tema véase Espinoza Soriano W. 1969; León Gómez M. 1996; Chocano M. 2003; Venturoli S. 2006a, 2006b). Según León Gómez, el grupo étnico huari ocupaba las actuales provincias de Asunción, Fermín Fitzcarrald, Antonio Raimondi y parte de la provincia de Huari hasta al poblado de Pomachaca. Los Huari estaban divididos a su vez en dos sayas o parcialidades Allaucahuari, que significa “a la derecha”, y que ocupaba una parte de la provincia de Huari, hasta el poblado de Pomachaca (León Gómez M. 1996: 143-144) e Ichohuari, que significa “a la izquierda”. En las fuentes la división aparece ya desde 1543 (León Gómez M. 1996: 143). La saya Icho (izquierda) huari es la que más nos interesa, porque comprendía los territorios de Asunción, Fermín Fitzcarrald y Antonio Raimondi. Hay que remarcar que estas divisiones pueden resultar como la acción de los reacomodos del período inca para crear las provincias que tenían que responder a tamaños pre-establecidos, lo de la provincia hunu (o de 10.000 unidades domésticas), dividida a su vez a medias entre parcialidades hanan/hurin: “Esta simetría inca se logró desde luego a costa de reacomodos y ajustes de los grupos políticos locales para adecuarlos al sistema administrativo imperial lo que ha sido constatado en diferentes provincias del Norte. Como la mayoría de las entidades políticas locales mayores no tenían un tamaño suficiente (la mayoría no pasaban de cinco guarangas), los incas generalmente juntaron dos o más reinos a la hora de crear las provincias” (Zuloaga M. 2008: 32). León Gómez nos informa de que la unidad básica de los Conchucanos era la pachaca, o sea un grupo de 100 personas, aunque el mismo término indicara también una agrupación de 100 familias, o sea una unidad de agregación superior, que se define normalmente como guaranga lato sensu, sin respetar demasiado la base decimal inca (véase Zuloaga M. 2008): “la pachaca era una familia extensa, unida por vínculos de parentesco. Tenía un hábitat fijo y linderos plenamente definidos; aunque algunas pachacas poseían la territorialidad” (León Gómez M. 1996: 147). En determinadas circunstancias las pachacas podían reunirse en confederaciones, guiadas por el curaca principal que, normalmente, era el jefe de la pachaca más importante8. Para una tratación extensa sobre este tema véase la tesis de Marina Zuloaga (2008) que debate el problema de las guarangas en el Callejón de Huaylas, y su rol en la organización social colonial posterior: nótense que los mismos argumentos tratados por Léon Gómez los trata M. Zuloaga para la zona de Huaylas pero tomando en cuenta como organización política la guaranga en vez que la pachaca. 8

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En el territorio étnico huari existía un curaca principal, y curacas secundarios que eran los jefes de cada pachaca. En 1571 el curaca principal de la parcialidad Ichohuari se llamaba Don Diego Xicxiguara, mientras que eran diez los curacas secundarios que gobernaban diferentes pachacas de Ichohuari. Algunos nombres de pachacas coinciden con áreas que nos interesan de cerca. Don Francisco Tocto y Alonso Pomacaque aparecen respectivamente como cabecillas de las pachacas de Chacas y de Macuas (León Gómez M. 1996: 145): pensamos que en el último caso se trata del antiguo poblado de Macuash, que efectivamente debió de tener cierta importancia porque fue objeto de una reducción al fundarse el poblado de Chacas, un año o dos después (1572-73) con mucha probabilidad como “reducción de indios” para explotar los recursos mineros de la zona (Espinoza Milla S. 1994: 17). Este dato es de extremo interés por dos motivos: en primer lugar aparte del mencionado curaca principal, que no sabemos dónde residía ni a qué pachaca pertenecía, existían otros que ejercían un control más directo en diferentes partes del territorio de Ichohuari, hecho que demostraría el alto grado de independencia de las pachacas; en segundo lugar es interesante notar que las dos pachacas citadas de Chacas y Macuash están una en frente de la otra en la quebrada del río Arma y, por supuesto, guardan importantes restos prehispánicos. Volveremos en el Capítulo 5 al posible significado de esta colocación espacial. La reorganización de los pueblos a través del sistema de las reducciones debió de afectar considerablemente a la población en la zona de Chacas así como ocurrió en otras zonas del territorio andino, donde en pocos años tuvo lugar una espantosa disminución demográfica. Las dos pachacas de la actual zona de Asunción, Macuash y Chacas, fueron incorporadas cuando tuvo lugar la fundación de la villa colonial de San Martín de Chacas; actualmente se presentan como los dos barrios principales de la ciudad de Chacas y cuyo nombre completo es San Martín I Papa de Chacas. Cabe, a mí parecer, aclarar esta cuestión. El cerro de Macuash incluye diferentes áreas arqueológicas pertenecientes a varias épocas y es muy posible que en tiempos cercanos a la Conquista viviesen personas en los diferentes sitios arqueológicos que ocupan toda la ladera y la punta del cerro: hoy en día se conoce como Macuash, un único sitio (véase CVP 22, Cap. 3), pero no es seguro que el sitio identificado por las fuentes se refiera al mismo que guarda actualmente un nombre idéntico o haga referencia más bien a otro presente en las cercanías – ¿por ejemplo Torre Jirca, que floreció durante el Período Intermedio Tardío? (véase Cap. 3). En cambio por lo que concierne Chacas, los datos arqueológicos no atestiguan la presencia de una aldea en tiempos prehispánicos, sino la de un centro ceremonial del Formativo concurrido ininterrumpidamente hasta, quizás, los primeros siglos de nuestra era (Pirushtu de Chacas, CVP 15, véase Cap. 3). A pesar de que la moderna Chacas se construyó sobre los restos prehispánicos que se encuentran en la periferia norte de la moderna capital provincial, me parece improbable que en tiempos de la Conquista existiera en la misma zona una población prehispánica tan importante como para ser la sede de una pachaca principal. Esto básicamente por dos razones: 1) hasta a la fecha, no se encontraron vestigios de arquitectura doméstica prehispánica debajo de la ciudad colonial, pues el Pirushtu de Chacas es un complejo de plataformas monumentales del Formativo, a pesar de las muchas obras realizadas en los últimos años; 2) la zona en la que se coloca el Pirushtu no corresponde al típico entorno preferido para los asentamientos de viviendas del Período Intermedio Tardío o del Horizonte Tardío, época a la cual podemos remitir las noticias acerca de la reducción; como veremos, en este período todas las construcciones se ubican en zonas altas y bien defendibles, mientras que Chacas se encuentra en una colina baja. Mucho más probables es, en cambio, que con el término Chacas se aluda a Chagas, o sea Chagastunán (CVP 13), un gran asentamiento prehispánico ubicado en el cerro homónimo que domi-

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na la colina de Chacas y que se encuentra tan solo a media hora de camino (una discusión sobre la derivación de la palabra Chacas de Chagastunán se encuentra en Espinoza Milla S. 1994: 39). Antes de comparar estos datos con los ofrecidos por las evidencias arqueológicas, podemos afirmar de manera preliminar que los españoles durante la colonia mantuvieron casi siempre las divisiones prehispánicas de las pachacas presentes en el territorio y anteriores a la Conquista, simplemente agrupándolas en las reducciones en asentamientos más controlables y conformes a sus hábitos de vida. Sin embargo, quedan todavía muchas preguntas por contestar: León Gómez menciona la presencia de un “curaca principal” de los Ichohuari, que suponemos que guiaba a los curacas secundarios que se citan para la zona de Macuas y de Chacas. Ahora bien, ¿dónde se quedaba dicho curaca? ¿Qué rol desempeñaba en concreto? Otro problema por resolver es la identificación de las otras ocho pachacas que aparecen en la lista publicada por León Gómez que se redactó en base a un manuscrito conservado en la Biblioteca Nacional de Lima. Las demás pachacas mencionadas son Guacos, Guantar, Concha, Guamas, Jumbo, Yamellín, Cullos, Mitimas. Guantar podría referirse a Huántar, Yamellín obviamente a la actual capital de la provincia Antonio Raimondi, mientras que Guamas podría ser Huamas, un pueblo que al parecer existió durante la época colonial en la zona de Yanama. Las otras pachacas no se localizaron y, en función del estado actual de la investigación, concordamos con León Gómez en la identificación de una confederación de pachacas bajo el nombre de Ichohuari, que coincide con las provincias de Asunción aunque quizás con extensiones hacia la zona de Yanama en su extremo norte, Antonio Raimondi y parte de Huari. Es interesante notar la existencia en nuestra área de interés – donde, como veremos, la dominación inca fue muy poco impactante – también de una pachaca “Mitmas” formada a partir de un contingente de foráneos procedentes presumiblemente de otros lugares, un fenómeno común tras la llegada de los Incas que supuso un parcial reacomodo de las instituciones políticas locales: “Otra opción fue crear guarangas nuevas formadas a partir de contingentes de mitimaes trasladados por los incas: un ejemplo es la guaranga Mitimaes de Cajamarca compuesta por cuatro pachacas, cada una de las cuales estaba integrada por población proveniente de diversos lugares de la sierra” (Zuloaga M. 2008: 37). Es muy importante que los documentos citen para la zona de Asunción principalmente los pueblos de Chacas y de Macuash, y que no mencionen los demás asentamientos del valle, algunos de los cuales sabemos que permanecieron ocupados hasta al Horizonte Tardío. Como veremos en el Capítulo 5, la ausencia de esta información puede, aunque como prueba “negativa”, ayudar a la comprensión de las dinámicas sociales que debieron de tener lugar en la zona en el momento de la Conquista. Una visión, si bien parcial, de la organización social durante los primeros años de la Conquista puede provenir de los datos acerca de la población. Observamos que, según León Gómez, tanto el término pachaca como el término guaranga se pueden referir a la agregación de 100 familias. Antes mencionamos que, de la lista de los curacas de pachacas de Ichohuari se reconocieron por lo menos dos pachacas en la zona de nuestro interés. Debido a la confusión acerca del número de personas que formaban lo que era una especie de pachaca alargada (¿100 personas, 100 familias?), no es posible determinar ni un mínimo de habitantes de la zona en la época inicial de la Conquista. Pero algunos datos pueden deducirse de la registración de los indios tributarios bajo los diferentes encomenderos que se sucedieron en la zona. Obviamente, a los españoles que elaboraron los primeros censos de la población indígena les interesaba el cálculo de las personas que podían pagar los tributos, o sea hombres en edad de trabajar, denominados indios tributarios; de ahí que no se contaran ni las personas ancianas ni los ni-

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ños. Además, para el caso de Ichohuari, no encontramos una repartición de indios tributarios entre las diferentes pachacas que formaban parte de esta saya; de este modo la noticia no ayuda a la hora de hacer una estima de la población, sino solo a dar una aproximación de máximo, cruzando algunos datos ofrecidos por León Gómez (1990, 1996):

Otro censo, que ofrece el diario de la segunda visita pastoral de Toribio de Mongrovejo en 1593 (Mongrovejo T. 1920 [1593], 2006; Gridilla A. 1937; Márquez Zorrilla S. 1965, 1970), proporciona noticias acerca de los indios tributarios que existían en cada doctrina. Ya existía la reducción de Chacas y la población española había formado, como es obvio, una doctrina, con 154 indios tributarios, 33 reservados y 298 de confesión, totalizando un número de 552 personas. Es imposible, en mi opinión, a estas alturas tratar de comparar estos datos demográficos con las zonas arqueológicas de las que se hicieron reducciones, o sea Chagastunán y Macuash. No solamente el dato “neto” ofrecido por Mongrovejo para la zona de Chacas, donde fueron reducidas las dos pachacas de la época prehispánica, relata de una situación lejana en el tiempo más de 50 años de la Conquista, sino que los restos arqueológicos de las dos áreas difieren mucho entre sí: la zona de Chagastunán es más extensa pero, por otro lado, en el cerro de Macuash existe más de un asentamiento. Lo que parece cierto es que con el término pachaca no se indican 100 personas, sino un grupo más amplio considerando que, si bien bajó la población durante la época colonial, se registran más de 500 personas en Chacas, resultado de la reducción de dos pachacas. Cabe, por último, destacar que no conocemos la proporción de la población de los sitios; sin embargo, según una costumbre bien difundida en la zona de la sierra de Ancash, el asentamiento más “importante” y más antiguo entre los reducidos da el nombre a la reducción, como por ejemplo la génesis del corregimiento de Conchucos, o bien la génesis de las reducciones de Huaráz y de Huari. Todo ello concuerda con los datos arqueológicos a nuestra disposición: Chagastunán, de donde deriva el nombre Chacas, era el sitio más importante de la quebrada del río Arma. Las poblaciones rurales fueron reducidas a partir de los años 70 de siglo XVI como consecuencia de la ya mencionada división del Virreinato en Corregimientos. Por un lado, me parece bastante probable que se efectuaran reducciones de los poblados prehispánicos de mayor envergadura en aquella época, o quizás de los más cercanos a las zonas donde se podía/quería implantar la reducción o un obraje – ambos sitios, Chagastunán y Macuash, están uno en frente del otro, en cerros situados sobre la colina donde queda el Chacas colonial. Por otro lado, me parece poco probable que con una estima de la población tan baja, se calculasen también los indios que vivían en las áreas más dispersas hacia la Cordillera y que, efectivamente, no se mencionan en los documentos burocráticos. Además queda por aclarar cómo se calculó el censo; futuros datos arqueológicos quizás podrán proporcionar algunas sugerencias al respecto (véase infra). Otra noticia interesante que concierne el área (León Gómez M. 2005) es la relativa a la formación

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de un obraje en Ichohuari9 por voluntad del licenciado Diego de Álvarez, en 1571. En la construcción participaron todos los curacas principales de la zona, encabezados por el curaca principal de todo el corregimiento, Don Diego Xicxiguara, ya mencionado antes. Llama la atención la presencia de dos nombres para Chacas: uno es el del curaca Francisco Tocto, que encontramos también como jefe indígena de Chacas después de la fundación del pueblo español – el pueblo español de Chacas que unía las poblaciones de Chagastunán con Macuash se fundó al año siguiente –,y el otro es el de Domingo Manyampoma, cuyo nombre no se encuentra en los documentos posteriores. Ya en 1571 se menciona la pachaca de Chacas, evidentemente refiriéndose al grupo de gente que vivía en el sitio que hoy toma el nombre de Chagastunán. Otro elemento interesante es la presencia de dos autoridades indígenas para Chacas/Chagastunán, mientras que otras pachacas, incluida Macuash, cuentan con una sola autoridad. La importancia de esta obra se deduce de la mención, en el contrato, de la construcción de un camino que tenía que conectar el obraje con el “camino principal” – el capac ñan – a la zona de Huari (trazado publicado por Ccente Pineda E. - Román Godines O. 2006). Datos lingüísticos y de toponomástica Las noticias de toponomástica y lingüística a disposición para la zona de la sierra de Ancash no son muy extensas. Sabemos que, naturalmente, el quechua no fue el único idioma de los tiempos prehispánicos. En la época de la invasión europea, la situación lingüística debía de ser bien diferente con respecto a la actualidad: ya en aquellos tiempos existían lenguas en vías de extinción, como el culle (Adaelar W. 1989), presente en el territorio de los Conchucos; más al norte con respecto a la zona de nuestro interés10, y con un enclave hacia el este (véase abajo), e inclusive, en Ancash se hablaba una variedad de quechua diferente (Quechua B) con respecto a la utilizada por los Incas – Quechua A – (Torero A. 1974; Cerrón Palomino R. 1987). Ambas variedades conducen a una lengua ancestral común, el proto-quechua, que al parecer existió en la zona de nuestro interés desde tiempos antiguos, delimitando una zona de quechua que impacta, en la porción oriental de nuestro territorio, con un corredor de lengua culle (Herrera A. 2005a), quizás un enclave de los culle-hablantes residentes más al norte, que explotaban los pisos ecológicos del área. La multiplicidad de lenguas era también un reflejo de la multiplicidad étnica; así pues, parece ser que los grupos más norteños de los conchucanos – o Conchucos Bajo según la denominación moderna– se distinguían de los grupos de la zona de Conchucos Alto. Nada conocemos de la situación lingüística de las demás etnias, como los Huaris, los Huaylas y los Pinco. Apenas más desarrollados son los estudios de toponomástica. En su trabajo arqueológico, Ibarra registró numerosos nombres de ríos, cerros, plantas, animales y pampas realizando un estudio basado en unas 500 palabras, aproximadamente. Lamentamos que los resultados estén todavía por publicar. Por lo que concierne a los topónimos del valle de Chacas, numerosos son de matriz moderna y no se remontan a los tiempos prehispánicos. Trazas de topónimos de un quechua pre-inca se conservan en la zona de Chacas (Márquez Zorrilla S. 1965; M. Gnerre comunicación personal 2002). Se trata de topónimos de cerros que aparecen también en cuentos orales, como los de héroes que lu-

9 Desafortunadamente el lugar de fundación del obraje es de difícil ubicación (el paraje de Colcabamba). Con esta término existen diferentes áreas en la zona, una de ellas con ruinas prehispánicas en Yanama. El topónimo sugiere que se trate de una zona de qollqas, o sea depositos de la epoca inca, que apuntaría a la identificación del lugar con las ruinas de Yanama. 10 Vale la pena mencionar que el citado documento para la construcción del obraje de Colcabamba (Léon Gómez M. 2005) una de las pachacas que se mencionan en el documento toma el nombre de culle.

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charon contra los Incas, Katin y Rihuay, respectivamente Gatin y Riway (véase Cap.3). Los cerros se identifican con héroes culturales, a través de un proceso bien conocido en los Andes, y en ellos surgen sitios arqueológicos (véase Orsini C. 2002). La identificación héroes/ancestros con las divinidades de los cerros se observa también en la zona del Callejón de Huaylas (Walter D. 2002). Quizás uno de los pocos estudios lingüísticos relacionados con nuestra investigación es el que gira entorno a la palabra Huari, que aparece en las narraciones históricas como nombre de etnia y que, a su vez, figura en muchos documentos como la denominación de los primeros habitantes ancestrales, de quienes se creían descendientes las poblaciones locales, según los testigos recogidos por los extirpadores de idolatría (vari viracocha runa, véase Guamán Poma [1616] 1987: 48). Alfredo Torero observa que en el quechua ancashino de los documentos coloniales, “Wari es un dios que enseña a los hombres a cultivar la tierra y es el artífice de las acequias”. Según Torero esta connotación podría revelar la naturaleza solar del dios Huari/Wari (Torero A. 1990: 246-250) y el origen de la palabra se encontraría en la lengua pano, de derivación amazónica (ibíd.). Comentado este razonamiento, Armas deduce que: “el culto de Huari fue un préstamo de la lengua pano (de la selva central) al expandirse el PQ (Proto Quechua) en aquella región” (Armas Asin F. 2001). La esfera de interacción entre la zona oriental de la sierra de Ancash y la montaña peruana parece un proceso natural debido a la cercanía entre las dos zonas y se conoce arqueológicamente desde tiempos antiguos (Thompson D. 1973; Lathrap D. 1985; Burger R. 1992); habrá que indagar en un futuro las posibles relaciones lingüísticas presentes en las dos áreas. Cabe señalar que también Herrera alude a la posibilidad de que el proto-quechua se expandiera a la zona andina contemporáneamente con la influencia de la cultura Chavín, siendo este originario de la sierra de Ancash (Herrera A. 2005a: 74). Hoy en día el habla quechua se está difundida en las zonas rurales en la variedad Ancash-Huánuco, compuesta por las subvariedades huaylas, conchucos y huamalíes. Extirpación de idolatrías en la zona de la sierra de Ancash Un corpus importante de noticias que nos proporcionan datos de primera mano sobre la esfera de la religión indígena de la zona de Ancash se desprende de los documentos acerca de la extirpación de idolatrías. Estos documentos, de los que daremos breve reseña, se estudiaron detenidamente (Duviols P. 1971, 1986, 2003; Zuidema T. 1973, 1989), y nos interesan sobre todo por los datos de asistencia ritual del paisaje por parte de grupos específicos, que a su vez tienen implicaciones importantes en el estudio de la complejidad social local. En este apartado no se pretende estudiar toda la compleja literatura sobre la extirpación de idolatrías de la zona de la sierra de Ancash, y que es especialmente rica de Cajatambo y Recuay. Para estas dos zonas existe un importante fondo documental que se conserva en el Archivo Arzobispal de Lima: entre las fuentes publicadas mencionamos Hernández Príncipe (1923 [1622]) y las noticias relativas a la zona transmitidas por Fray Antonio de la Calancha (1972 [1639]) y Padre Arriaga (1920 [1621]). Existe también un texto mecanografiado sobre las zonas de Cajatambo, Recuay y áreas contiguas, del documento de Estanislao de la Vega Bazán (1657). Como señalamos, el tema más relevante para nuestro estudio que se encuentra en estas fuentes es el de la división supuestamente étnica, religiosa, social, económica y territorial de los Huari y de los Llacuaz – Llacta y Llachua (Hernández Príncipe 1923; Zuidema T. 1989: 118), y la asistencia ritual de lugares especiales del paisaje y los mitos vinculados a ellos. La división en Huari y Llacuaz, transmitida para la zona del Callejón de Huaylas por Hernández Príncipe, está vinculada de manera profunda a la de Ichoc y Allauca, y es típica de la organización social de toda la zona de la sierra central, y no solo de Ancash.

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Hernández Príncipe es probablemente la mejor fuente sobre los temas antes mencionados: describiendo la organización ritual de tres pueblos – Recuay, Allauca y Olleros – precisa que fueron organizados en ayllus. Cada ayllu tenía un hermano-antepasado surgido del lago Titicaca y cada grupo se creía descendiente de la divinidad Huari o del Rayo. Como apuntamos, Hernández Príncipe define a estos dos grupos como Llacta y Llachua, mientras que Duviols (1973) habla de Huari y Llacuaz, respectivamente. El grupo de los Llachua o Llacuaz, aparece como el de los conquistadores que adoraron al Rayo (Lliviac), y que descendían de un antepasado masculino yaro, procedente del lago Titicaca (Zuidema 1989: 119), mientras que los Llacta o Huari adoraban al gigante Huari, una divinidad del subsuelo. También Calancha11 (1972 [1639]) y Arriaga (1920 [1621]) dan noticias acerca de este culto. A esta oposición de descendencia, aparentemente se acerca una oposición que concierne el sistema de subsistencia: los Llacta fueron campesinos, en cambio los Llachua pastores. Los Llachuases adoraban el Rayo, que se convirtió en roca y que generó 4 hermanos antepasados – esa huaca, dice Príncipe (1923), fue destruida por el visitador Avendaño –, mientras que los Llactas, o Huari, eran hijos de un antepasado local. Como ocurre a menudo en el mundo andino, esta subdivisión que algunos autores definen “étnica” funciona sea a nivel familiar y de organización interna de cada grupo, sea a nivel más amplio, es decir un nivel sobrefamiliar y político, para usar dos definiciones de T. Zuidema, “ayllu de procreación y ayllu de orientación”. Zuidema observa cómo, a este propósito, las divisiones implican también una significado de tipo social (1989: 120): “huaca se refiere a toda piedra sagrada o lugar de culto construido de piedra, y mallqui designa las momias. Aparentemente, solo las personas de clase superior podían alegar antepasados tan lejanos como para que se hubieran transformado en piedra. No obstante, debemos tener presente el hecho de que las personas de clase inferior [los conquistados o Huari] también podían adorar a huacas de piedra sin que éstos fueran considerados como sus antepasados directos”. Veremos lo difícil que puede resultar dar una dimensión histórica a la división de Huari y Llacuaz, que abarca tanto los sistemas de asentamiento como el sistema de acceso a los recursos, tema crucial para el estudio de la relación hombre/ambiente. Encontramos noticias relativas a los Huari y Llacuaz no solo en las crónicas que supuestamente relatan de una situación del periodo prehispánico, sino también encontramos estos diferentes grupos reducidos en las modernas ciudades coloniales como la de Huaráz (Almanaque 2002-2004; Zuloaga M. 2008), y la de Recuay (Masferrer Kan E. 1984). En todos los casos examinados hasta a ahora, las dos parcialidades Huari y Llacuaz también corresponden a la división Ichoc y Allauca (izquierda y derecha); las parcialidades conviven, en algunos casos, pacíficamente, mientras que en otros lo hacen con grandes tensiones. Los dos grupos mantienen sus tradiciones y sus huacas y, a su vez, intercambian cultos con la gente de la parcialidad opuesta. En muchos casos durante la época colonial estas tensiones se traducen en luchas finalizadas a la apropiación del derecho exclusivo del culto del santo patrón de la ciudad, en calidad de nueva pacarina del grupo étnico, al que asociar la posesión del agua y la tierra (el tema lo trata de manera exhaustiva Mansferrer Kan E. 1984). Del mismo modo se puede leer la lucha por la construcción de la capilla de la fundadora del pueblo de Huari entre 4 hermanos, que representan los 4 ayllu principales de la zona de Huari (Venturoli S. 2011), así como la lucha por la nueva domiciliación de la Virgen en la zona de Chacas (Espinoza Milla S. 1994). En Huaráz, como en Chacas y en Huari la parcialidad considerada “local” y originaria da el nombre a la reducción colonial (véase supra). 11 “adoraban montes altos, cerros levantados y las casas de los Huari que son los pobladores, hijos de cada tierra, que dicen que ellos fueron gigantes…” .

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Como anticipamos, las fuentes remarcan cómo los Huari y los Llacuaz eran dos grupos humanos diferentes que veneraban a antepasados diferentes, aunque también estaba vigente un sistema de intercambio entre los dos grupos que abarcaba tanto la esfera económica como la religiosa. Según las crónicas, la relación entre Huari (Llacta) / Llacuaz (Llachua) y su territorio se expresa además mediante marcadores territoriales que, como es obvio, se revelan de suma importancia para un investigación de tipo arqueológico. Las descripciones de los lugares físicos donde ocurrían estas veneraciones son múltiples en Hernández Príncipe; señalamos por cuestión de espacio solo algunas categorías entre las más importantes: en varios puntos el extirpador menciona las montañas como lugares de veneración de los grupos Llacuaz, en otros puntos se mencionan elementos del paisaje o tumbas de personas importantes. Un ejemplo célebre de este último caso es la tumba de la capacocha Tanta Carhua, enterrada en una tumba tipo pozo construida para celebrar la realización de un canal de agua por parte de su padre, Caque Poma, descendiente del grupo étnico de los Llachua. Como dijimos anteriormente los progenitores del grupo étnico de los Llachua o Llacuaz serían 4 hermanos, todos ellos hijos del Rayo convertidos en huacas de piedra (Mariscotti citada en Zuidema T. 1989: 187). Caque Poma, el padre de Tanta Carhua, fue el bisnieto del segundo hermano y, puesto que los hijos de este ya hablaban español, Zuidema (1989) calcula que pasaron cinco generaciones entre la Conquista y los hermanos - huacas. Según Zuidema, sin embargo, se trata de una genealogía mítica y el árbol genealógico sobre el que se aplicaron las reducciones debió de ser mucho más amplio (ibíd.). El acontecimiento queda descrito de manera exhaustiva por Hernández Príncipe. Existen otras fuentes independientes (Polia Meliconi M. 1999) para la zona de Ancash que hablan de la importancia de las tumbas como lugares a los que acudir para las súplicas, sobre todo peticiones de agua, costumbre que duró hasta la época moderna (Venturoli S. 2003). La información relativa a la ubicación de la tumba de Tanta Carhua, situada en la cima de una montaña en una posición panorámica y de control del territorio, tiene paralelismos con los contextos geográficos de hallazgos de las tumbas en la zona de la sierra de Ancash. Hernández Príncipe afirma que la tumba se colocó en una posición panorámica para que pudieran verla y adorarla desde el horizonte. Esta asociación entre líneas de mira, tumbas y preocupación por el agua está fehacientemente comprobada también en otros lugares de los Andes (véase Sherbondy J. 1982; Zuidema T. 1978, 1989: 134). Datos parecidos provienen asimismo de otros documentos de la zona de Huaylas (Duviols P. 1986: 476; Polia Meliconi M. 1999): todo apunta a afirmar que las poblaciones de la zonas más frías y cercanas a la sierra adoraban al Rayo, en honor del cual sacrificaban sobre todo a niños nacidos con malformaciones.Analicemos ahora los lugares de adoración del dios de los Huari. Según Cieza (1995 [1553] cap. LXXXII), en la zona antiguamente se veneraban “gigantes”– los descendientes del dios Huari (véase supra y nota 11) – en un aposento decorado con “rostros” cuya descripción recuerda Chavín de Huántar. Estanislao de la Vega Bazán (1657) da noticias sobre esta divinidad: “un templo muy grande del dicho Huari, que era come un adoratorio de los indios todo debajo de tierra con unos callejones, y laberintos muy dilatados hechos de piedras muy grandes y muy labradas, donde hallo’ tres idolos que los quemó y hizo pedaços y enterró, lo qual le defcubriò vn Indio viejo, que era facerdote del dicho Huari, que lo adoraua por medio de los dichos idolos, al qual adiuidaua fi auia de aparecer las cofas perdidas, llamando, y inuocando el dicho Huari, con el pacto fobredicho, y ofreciendole vnos granos de maiz negro y coca mafcada, y luego fe le aparecia una arana al canto del fogon, donde quemaua los dichos granos de maiz, y coca mafcada, para que aquel humo fueffe ofrecido al dicho Huari, y por la dicha arana adiuinaua las cofas”

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Añade Estanislao (ibíd.) que: “[...]Y otras vezes las llevaban a los cerros [a los enfermos], pidiendo al dicho Huari que no lo volbiefe esta enfermedad y dandole una fricacion de harina de maiz en las dichas cuchilladas, no parecia ninguna senal dellas, porque todo era aparente. [...] en los caminos ofreciefen las ofrendas de mais y de coca y otras cosas y arrojafen estas ofrendas en los cerros, [...] y que era criador, y autor de todo: con que aunque hafta aora fe auia entendido, que los indios adoraban los cerros” [...] el cual iendo a los cerros invocaba el dicho Huari con el dicho pacto [...] afi’ mismo para adivinar algunas cofas, le invocaba en los manantiales, de donde falia una culebra grande: y fi la culebra febolua a entrar en el dicho manantial, era feñal de q’ habia de acontecer lo q’ consultava; y q’ fi seguiva por otra parte no havia de acotecer lo q’ havia consultado...”

Según cuanto se lee, ambos dioses se veneraban realizando peregrinajes a los cerros para pedir agua y fertilidad. Si Lliviac, el dios de los Llacuaz, se podía identificar con el Rayo y con las lluvias, de la misma manera sabemos que Huari era el dios de las acequias y por ende relacionado con las aguas y la agricultura. Ahora bien, al parecer existían dos comunidades diferentes, con diferentes hábitos económicos y con diferentes dioses, cuyos lugares de adoración correspondían a una colocación específica. Veremos cómo esta división no se mantiene en pie en la observación de los patrones de asentamiento indígena de la última época antes de la Conquista (Cap. 5). Como ya señala, tratando el mismo problema, Kevin Lane (2009: 180) no existían en la zona de nuestro interés grupos de pastores separados de grupos de agricultores: “…by the LIP the Huari and Llacuaz were not separate ethnic groups, but rather complementary, though with unequal moiety divisions within the ayllu (ayllu is an Andean term generically signifying ‘community’) that existed side by side exploiting the resources of the highlands [….]. A similar form of organization has been observed among the farmers and herders of Sardinia.” ¿Qué pudo significar el hecho de remarcar, en las crónicas, esta división? En nuestra opinión, y como se discutirá de una forma más extensa en el Capítulo 5 resumiendo los datos que conciernen los patrones de asentamiento locales, quizás los cronistas simplificaron las dinámicas de complementariedad socio-económica de los indígenas (mal)interpretándolas como hábitos de dos grupos étnicos separados.

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Capítulo 3

La investigación de campo Prospección y excavaciones en los sitios representativos

El área donde se realizó el trabajo de prospección arqueológica es la parte sur de la provincia de Asunción comprendida entre las coordenadas UTM: 8982000 y 8992000 Norte y 228000 y 244100 Este. El área abarca una superficie de aproximadamente unos 112 km². Los sitios reconocidos a lo largo de la investigación, un total de 51, se describen a continuación; estos se hallaron durante caminatas a lo largo del curso del Chacapata y sus quebradas secundarias hasta la zona de Chacas. ••• Catastro arqueológico de los sitios investigados

•••Quebrada secundaria del río Ruricocha••• Nombre de la zona arqueológica: Riway y Riway Chico (CVP 1) Poblado: Sapchá Distrito: Acochaca – Provincia: Asunción – Departamento: Ancash Ubicación geográfica Riway: UTM Este 235927 Norte 8994892. Altitud (en mt. s.n.m.): 4.083 Antecedentes: Herrera (1998) lo registró con el código SL-14 y allí recolectó 3 tiestos, fechándolo aproximadamente entre el Horizonte Medio y el Período Intermedio Tardío. Tipología de asentamiento: sitio residencial tipo B/ Terrazas agrícolas Cronología: Período Intermedio Temprano / Período Intermedio Tardío Descripción: en 1999 Laura Laurencich Minelli, Carolina Orsini, y el topógrafo Alberto Minelli (2001) realizaron un levantamiento y un estudio del sitio. Sandra Téllez realizó una temporada de investigación en el sitio (2006), actualizando el plano topográfico después de una extensa limpieza (lám. 5). Riway y Riway Chico (lám. 4) se encuentran a una hora de camino del pueblo de Sapchá, en el límite oriental del Parque Nacional del Huascarán. Toda la zona se encuentra en un altiplano aislado, como también parece indicar el mismo topónimo Sapchá (Espinoza Milla S. 1994: 47): solo recientemente una carretera ha conectado el poblado con las otras aldeas del valle. Riway ocupa un área de 2,6 ha. El sitio se sitúa a lo largo de un espolón rocoso que corresponde a la montaña homónima (lám. 6, 7) y que se extiende en dirección este-oeste. Se encuentra en una zona panorámica y cerca de un pequeño riachuelo que constituye el límite meridional de los restos arqueológicos a una altura de 3.900 mt. s.n.m. En las cercanías del riachuelo se encontraron restos extraviados de estructuras de planta circular. En la base de la montaña, en su parte norte, permanecen otros restos extraviados

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Lám. 4. Ubicación del complejo de Riway y Riway Chico (CVP 1).

Lám. 5. Mapa de Riway (CVP 1). De Téllez S. 2006.

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Lám. 6. Vista desde sur del cerro de Riway (CVP 1) con las ruinas arqueológicas. Foto Luciano Bitelli.

Lám. 7. Vista aérea de las ruinas de Riway (CVP 1).

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Lám. 8. Muro de defensa del sitio de Riway (CVP 1).

Lám. 9. Relieve del muro de defensa del sitio de Riway (CVP 1).

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de antiguas estructuras circulares en un terreno cuya pendiente desciende hasta los 3.800 mt. s.n.m. En los alrededores del espolón rocoso existen en la actualidad áreas agrícolas de cultivos. En la escarpada del cerro por el lado norte se identificó una fisura natural en la roca que se convierte en una pequeña cueva (de 2,10 x 0,93 x 1 m de alto) antesala de una cámara funeraria. A la derecha se abre la entrada a la cámara que mide 50 cm de alto y 35 cm de ancho y se orienta hacia el este. El ambiente es rectangular y se desarrolla hacia el oeste y mide 1,75 x 1,45 x 1 m de altura. Se encontraron restos óseos de dos individuos adultos, uno de sexo masculino y el otro probablemente de sexo femenino. Las laderas y puntas del cerro, modificadas artificialmente, acogen el mayor número de estructuras mejor conservadas. Toda el área resulta aterrazada con muros de contención de doble cara a veces de dimensiones megalíticas. La muralla se apoya en las rocas del espolón y se alza apenas unos 50 cm más sobre el nivel que los antiguos pisos de la aldea, cuando no sirve de pared externa a los edificios que encierra. Un acceso antiguo se encuentra en la vertiente sur del sitio, donde se conserva un muro posiblemente de defensa del sitio con una altura de 9 m (lám. 8, 9) y que se abre en una terraza (zona A) ocupada por construcciones posiblemente domésticas. En las partes más elevadas (zona B) del sitio existen dos pequeños cerros cuyas cumbres están cortadas artificialmente para formar dos plazuelas circulares (una más alta, a 4.100 mt. sobre el nivel del mar y la otra a 4.050 mt. s.n.m., lám. 10) unidas por una planicie natural. A los pies del cerro de Riway en dirección sur permanecen algunas estructuras aparentemente no residenciales y estructuras funerarias unidas a la aldea a través de una muralla (discontinua lám. 7 n. 1) que delinea una superficie de unos 15.000 m2. En los párrafos siguientes se ofrece una descripción de las dos partes, alta y baja, de la aldea. Zona A: en la parte meridional del sitio existen restos de construcciones de planta cuadrada que se apoyan en los muros de contención del espolón rocoso. Las habitaciones conservan muros de aparejo huanca/pachilla con hornacinas: en algunos casos los muros estaban reparados o reutilizados, por ejemplo tapando una puerta y creando nuevas aberturas. Algunas de las unidades domésticas presentan divisiones internas de los ambientes similares a las viviendas del sitio de Chinchawas (Lau G. 2001: 491 fig. 4.5, véase también Lau G. 2010: 67). Grandes áreas abiertas separan los conjuntos domésticos donde en principio no se conserva arquitectura (pero véase Lau G. 2001: 151), si bien se encontraron basurales de cerámica doméstica: comparaciones con terrazas excavadas en el sitio de Jatungaga respaldan la hipótesis de que podría tratarse de zonas en las que se desarrollaban actividades de producción (véase infra). En la porción sur de este sector destaca la presencia de dos muros paralelos desplazados uno con respecto al otro que obligan a una entrada de pocas personas a la vez y quizás constituían un pasadizo que permitía el control del ingreso al sitio. Zona B: hacia el este de la zona A el terreno empieza a subir con un desnivel de 10 m aproximadamente. El patrón arquitectónico cambia: no se conservan estructuras sino tan solo aparejos murarios de excelente factura de contención de una plazoleta semi circular conectada por rampas (lám. 10). Avanzando hacia el este hay un espacio llano y alargado ubicado a una cota menor con respecto al montículo donde no se conservan estructuras superficiales sino solo muros de contención por el lado sur y algunas estructuras cuadradas hundidas (aparentemente no documentadas en el mapa de S. Téllez), destinadas quizás a ser depósito de almacenaje de alimentos. Al final de la planicie, en dirección este, encontramos otro montículo elevado sin estructuras y, prosiguiendo hacia sur, en el filo del espolón rocoso el terreno empieza otra vez a bajar abriéndose en una planicie ancha donde se encontraron estructuras funerarias subterráneas tipo tumbas “a caja” cubiertas por lajas de piedra completamente saqueadas y destruidas (lám. 7 n. 4).

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Este último sector es donde se encontró, como es obvio, la mayor concentración de cerámica fina, con abundantes restos de caolín así como de cerámica negra pulida de excelente factura (que no se publican). En la base del espolón rocoso del sitio, en dirección sur se localizaron otros conjuntos arquitectónicos. El más interesante y mejor conservado es una estructura formada por tres muros bajos perfectamente circulares y concéntricos (lám. 5 y lám. 7 n. 2). El muro externo es de contención, mientras que los internos sirven únicamente para delimitar el espacio, así el interior delimita una plazoleta circular. El muro circular externo de contención y el otro muro concéntrico son de doble cara y la altura de ambos es de aproximadamente 1,35 m, mientras que se observa un tercer muro concéntrico, de 1,50 m de altura, que encierra un piso 50 cm más bajo. Entre la corona formada por los dos primeros muros concéntricos, hay trazas de construcciones cuyas paredes externas son curvas. En el centro del piso circular de la plazoleta (cuyo diámetro mide 5 metros), se conservan dos pocitos rectangulares, uno junto al otro, cuya luz mide respectivamente 30 x 26 cm y 26 x 20 cm; los dos presentan las paredes empedradas a la misma profundidad, es decir a los 50 cm. Están separados por una laja que sirve de pared interna mientras que otra grandes lajas cubrían los pozos. Las demás paredes son empedradas. En las cercanías se encontró un instrumento en piedra pulida: quizás una mano de moler (sin publicar). Dicho patrón arquitectónico circular se puede comparar con una estructura similar encontrada en el paraje conocido como Balcón de Judas (CVP 30 véase infra), así como con las estructuras circulares identificadas por Herrera que se remontan, según el autor, por lo menos, al Intermedio Temprano (Herrera A. 2005b). En fin una estructura similar es la Rondan Circular Construction en La Pampa (Terada K. 1979). Otra construcción interesante que se encuentra en las cercanías es una tumba a montículo troncocónico rodeada por un muro cuadrado (4,5 m por lado, lám. 11). El montículo es de planta cuadrada y fue construido con un muro de doble cara (alto 1,40 m) sobre el cual se encuentra un techo de falsa bóveda. Dentro del montículo la cámara funeraria presenta una entrada rectangular, formada por dos jambas y un dintel (de 65 cm de altura y 50 cm de ancho) que se abre al centro del muro por el lado oeste. A continuación se observa un pasadizo de 60 cm que conduce a la cámara funeraria de planta rectangular (4 x 3 x 1,20 m), decorada con hornacinas y revestida con piedras pulidas y talladas. Después del entierro, el muro del montículo se tapó con tierra para formar un talud; esta operación dio a la tumba un perfil tronco-cónico y escondió su entrada, quizás para evitar posibles saqueos (un ejemplo similar lo encuentra W. Diessl en Lanchán, véase Diessl W. 2004: 489-491). Sin embargo, y lamentablemente, unos saqueadores encontraron la entrada a la tumba dejando en su interior apenas unos huesos humanos alterados entre los que se pudieron identificar los restos de por lo menos un hombre adulto. El techo está parcialmente hundido en la parte central-oeste, mientras que en la parte este está intacto, al igual que la laja que cubre la cumbre de la falsa bóveda. Por último se registró otra estructura (que no aparece en el mapa de S. Téllez), esta vez en la zona al norte del cerro de Riway, en una planicie con restos extraviados; se trata de una estructura circular de gran tamaño conectada con un muro, en el interior de la cual se encuentra una piedra colocada a manera de huanca (lám. 12 y lám. 7 n. 3). La estructura es parecida a los corrales circulares semihundidos de Romerojirca en Huari (lám. 13) cuyo tamaño y tipología de muros son comparables con los grandes edificios circulares (conservados en toda su altura) de Yayno en Pomabamba, de Pariaj y Antarragá en Llamellín (Rafael Segura s.f.). En el caso de Riway la estructura se encuentra aislada y no en un conjunto de arquitecturas similares como ocurre en los sitios mencionados líneas arriba, y además es de tamaño reducido.

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Lám. 10. Montículo oeste en el sitio de Riway (CVP 1).

Riway Chico Tipología de asentamiento: Necrópolis / Tumba a túmulo y restos dispersos Cronología: Período Intermedio Temprano Descripción: al oeste de Riway, a 0.4 kilómetros de distancia, se encuentra el sitio de Riway Chico (235377 E, 8994706 N, 4.104 mt. s.n.m.) localizado por L. Laurencich en 2000. El área se puede dividir en dos sectores. El primero es, quizás, un sector residencial en el que se conservan diversas construcciones de pirca en mal estado de conservación; el segundo sector está separado del primero y lo compone una edificación probablemente funeraria de planta cuadrangular rodeada por un muro circular. Esta estructura guarda similitudes con la estructura funeraria de Riway (lám. 7 n. 4) por lo que concierne el acabado de los muros y la existencia de un muro que delimita la construcción central. Discusión: los conjuntos arqueológicos de Riway y de Riway Chico representan importantes ejemplos de sitios residenciales conjuntos con espacios polifuncionales ocupadas por un largo período de la historia prehispánica de la zona de Chacas/Acochaca. Las colecciones cerámicas recuperadas con abundantes restos de fragmentos caolínicos muestran una ocupación desde el Período Intermedio Temprano hasta los períodos tardíos1. Las estructuras fueron reocupadas y reparadas varias veces. La presencia de inhumaciones de dos tipos diferentes, un túmulo, que se conoce como típico del Período Intermedio Temprano – véase el soterrado no 118 en Katak Tello J. 1981 [1929], y una inhumación en abrigo rocoso, parecen respaldar dicha hipótesis. Cabe destacar la presencia 1 Véase p.ej. el fragmento 389 lám. 258 con la decoración típica impresa de los estilos de la última fase de ocupación prehispánica de la sierra de Ancash.

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Lám. 11. Estructura funeraria a montículo tronco-cónico en Riway (CVP 1).

Lám. 12. Estructura circular aisldada ubicada al norte del cerro de Riway (CVP 1).

Lám. 13. Estructura circular similar a la de Riway en Romerojirca (Huamparán, Huari).

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de una arquitectura tipo plaza hundida, similar a la de Romerojirca (lám. 13) en Huamparán de Huari (Ibarra B. et al. 2010: 105), y por algunos aspectos similar a las que encontramos en el sector más alto del sitio de Chagastunán (véase infra). El número limitado de recintos para las viviendas encontrados hasta la fecha, así como las dimensiones restringidas del asentamiento, han llevado a suponer que allí vivía solamente una parte reducida de la población. Por otro lado, la construcción de los muros de contención del espolón rocoso y el trabajo de nivelación de las plazoletas debieron de significar el empleo de un considerable contingente humano. Es posible por ende que la zona se configurase como un centro residencial/administrativo y que contase con una población dispersa a su alrededor. Las abundantes fuentes hídricas y las numerosas terrazas agrícolas presentes hasta hoy en día, que comprenden en el arco de pocos kilómetros áreas más templadas alrededor de los 3,800 m, permitían posiblemente una discreta explotación de los recursos agrícolas.

•••Quebradas Potaca y Garguanga (lám. 14)••• Nombre de la zona arqueológica: Huacramarca (CVP 2) Poblado: Huallin Distrito: Chacas – Provincia: Asunción – Departamento: Ancash Ubicación geográfica UTM Este 232866 Norte 8985242. Altitud (en mt. s.n.m.): 4.100 Antecedentes: Herrera A. 1998 Tipología de asentamiento: sitio residencial tipo B y Terrazas agrícolas Cronología: Período Intermedio Temprano / Período Intermedio Tardío Descripción: el sitio fue investigado durante la temporada 2000 del proyecto por L. Laurencich, C. Orsini, A. Rodríguez (2001) y por los topógrafos A. Capra, F. Mancini, S. Gandolfi, E. Pareschi (Pareschi E. 2001; Capra A. et al. 2002; Capra A. - Laurencich L. - Mancini F. - Orsini C. 2002). Sucesivamente Rafael Vega-Centeno realizó excavaciones durante cinco temporadas de campo entre el 2004 y el 2008, que culminaron en un proyecto de restauración de algunos de los conjuntos de viviendas excavados (Vega-Centeno R. 2008). Los trabajos supusieron también una revisión del mapa (lám. 16) que se realizó con A. Rodríguez y con los topógrafos Capra, Mancini, Gandolfi y Pareschi (lám. 15). A continuación se describen las ruinas tal y como las encontramos junto con Rodríguez (la descripción se basa en Rodríguez 2001) en nuestra primera exploración del sitio en 2000, agregando los datos que llegan de la investigación de Vega-Centeno. Huacramarca ocupa la cresta montañosa que divide las quebradas formadas por los ríos Potaca y Garguanga. Dicha cresta forma parte de la línea divisoria de aguas entre los mencionados ríos, que junto al río Vesuvio forman una triple confluencia en las cercanías del poblado actual de Huallin. Posiblemente el antiguo acceso al sitio era colocado en el lado occidental del cerro, que inicia su ascenso desde el margen izquierdo o norte del río Potaca. Aquí se conservan varios tramos de un camino que corre al lado de algunas terrazas agrícolas, hoy en día abandonadas. En el camino hacia el sitio se encuentran restos extraviados de construcciones de pirca, de planta circular que miden entre 1 m de altura y 1,5 m de diámetro (lám. 17). El sitio se encuentra al final del camino y ocupa un área de 2,8 h. en una terraza dominada por la cresta del mismo cerro: la meseta y la punta del cerro constituyen las dos partes en que, en función de la arquitectura, se dividió el sitio (un sector alto y un sector bajo, lám. 16). La subida al sitio se efectuaba pasando a través de una serie de puntos de control tanto naturales como artificiales obtenidos colocando estratégicamente los muros para cerrar el paso en las escarpaduras naturales del terreno.

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Lám. 14. Ubicación de las ruinas de la quebrada Potaca: Huacramarca (CVP 2), Huacramarca II (CVP 3), Huaripatac/Jato Viejo (CVP 5) ; y Garguanga: Ultopampa (CVP 4), Quenguan (CVP 7), Chilla Pampa I (CVP 38), San José (CVP 39), Pishaj I (CVP 40), Usha Kuana (CVP 41), Pishaj II (CVP 42), Chilla Pampa II (CVP 43), Garra (CVP 44), Chulpa amarilla (CVP 51), Tayapucru (CVP 37), Pupa (CVP 49).

Lám. 15. Estructuras y relieve tridimensional del cerro de Huacramarca (CVP 2).

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La entrada a las zonas de estructuras se efectuaba a través de una abertura seguramente sin funciones de defensa, sino más bien monumental, en la zona que denominamos sector 1, delimitada por dos huancas en un muro de pirca de aproximadamente 45 m de largo en forma de U, 1 m de espesor y 1 m de altura, que intercepta perpendicularmente el camino. Dicho sector se presenta como una planicie que sube gradualmente hacia la zona más densa de elementos arquitectónicos. Aquí, al igual que en Tayapucru (véase infra), cerca de la entrada, se encontró una estructura funeraria bajo un abrigo rocoso cuya entrada se había cerrado mediante un muro de piedra formando una cámara, y cuyos tres lados formaban parte del farallón (no marcado en el mapa de lám. 16). Aquí también se recuperaron restos alterados e irreconocibles de una persona y un adorno de hueso. En la parte del poblado (lám. 18) se identificaron numerosos recintos de planta circular (irregular) flanqueados por recintos menores de planta cuadrada que ocupan parte de su perímetro (y que llamaremos a partir de ahora patios agrupados). La nueva topografía realizada por Vega-Centeno permite ahora contar 20 recintos en total. Los recintos de planta circular presentan muros más bajos y casi con toda seguridad se trataba de recintos sin techo: los recintos menores, cuadrados en cambio, contaban muy probablemente con techo: se reconocieron diferentes tamaños y diferentes patrones de circulación que sugieren que los recintos cuadrados tuvieron diferentes funciones (véase infra). En el caso de los recintos menores sin entradas, parece probable su función de depósito (hipótesis confirmada por las excavaciones realizadas posteriormente por Vega-Centeno, véase infra), mientras que se trataría de recintos habitacionales en el caso de los más grandes (el mismo patrón parece repetirse en el sitio de Tayapucru, véase infra). En el extremo este del sitio se encontró una construcción denominada “corral de los nichos”; se trata de una estructura de planta circular aislada respecto a los demás sectores del sitio, construida en un relleno de la ladera del cerro de Huacramarca bajo el nivel del suelo. La estructura a corral se compone por muros de una altura media de 50 cm. Su acceso desde el exterior, es por el lado suroeste: alrededor del espacio circular se asoman nueve cuartos de planta cuadrada con áreas entre 8 y 16 m2 con vanos únicamente hacia el espacio interior del recinto. Dos de ellos, adosados al muro nor-oeste, miden en cambio solo 2 x 2 m, el suelo es sobreelevado con respecto a la depresión excavada para la construcción del recinto de aproximadamente un metro. Según Aurelio Rodríguez, la posición sobreelevada y la planta tan reducida respaldarían la hipótesis de que se trataba de nichos que debía de albergar algún objeto importante merecedor de estar bien a la vista, como los mallquis o momias de los ancestros fundadores del grupo familiar que habitó en el sitio (2001); por su parte Vega-Centeno no hace mención de ninguna función especial para este recinto. La estructura repite, en tamaño menor y con un notable esfuerzo constructivo, el esquema que encontramos en los recintos del sector viviendas/actividades productivas. Las técnicas constructivas utilizadas en las áreas descritas registran un empleo diferenciado de tres categorías de muros, que pueden ayudar en la identificación de reparaciones y reempleo de las estructuras, así como en la identificación de diferentes funciones de los recintos. Los muros mejor construidos y más sólidos (los de doble cara con argamasa y con relleno de piedras sueltas y tierra), se utilizaron para la construcción de los cuartos que se asoman a los patios o corrales, y son los muros que han aguantado mejor el desgaste del tiempo y el fenómeno de erosión eólica, especialmente fuerte en este asentamiento; en algunos casos están decorados con hornacinas. Los muros de doble cara sin argamasa – pirca – se usaron sobre todo para delimitar los cercos de los corrales. Las reparaciones y reutilizaciones se efectuaron con una tipología de muro más simple, en la mayoría de los casos con muros en seco. La excavación de algunos patios agrupados corrió a cargo del equipo de Vega-Centeno (para una

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Lám. 16. Plano del sitio de Huacramarca CVP 2 (adaptado de Vega-Centeno R. 2008).

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Lám. 17. Restos de construcciones de pirca, en la ladera del cerro de Huacramarca (CVP 2) por la quebrada Potaca.

Lám. 18. Planicie que alberga la mayoría de los patios agrupados de Huacramarca (CVP 2). La parte sobreelevada en la porción izquierda de la foto corresponde a los sectores 7 y 8. La foto fue tomada del sector 11. Nótense la quebrada Vesuvio en el fondo.

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descripción completa véase Vega-Centeno R. 2005, 2006, 2008), y revelan al menos dos diferentes fases de ocupación del sitio, y también permiten comprender que en Huacramarca los conjuntos crecían a medida que se venía concretando la exigencia de añadir otras partes, confirmando nuestra hipótesis de la reutilización de las arquitecturas a través del tiempo. Separado por un desnivel de casi 10 m de altura, encontramos la parte alta del asentamiento, donde se localizaron sectores en terrazas a diferentes alturas: el sector 9 está al mismo nivel que el sector 7, pero está separado del sector 7 por un área baja, ocupada por el sector 8. Los sectores 9 y 10 se encuentran en terrazas que suben progresivamente hasta la altura de 4.160 m. El sector 10 fue localizado en una terraza en la ladera occidental del cerro, en dirección de la quebrada Garguanga, en una planicie a la altura de 4.125 m. A. Rodríguez (2001) ofrece una descripción de dichos sectores: “El sector 7 [véase lám. 16] es una prominencia natural artificialmente nivelada quizás por un muro de contención que en la actualidad no se conserva; mientras que el sector 8, es un espacio nivelado donde se encontró un edificio de planta aproximadamente trapezoidal con dos niveles: en la parte central presenta un recinto o plaza en cuya parte central existe un bloque de piedra de planta casi cuadrada. La piedra es granito blanco, casi de un metro de lado y medio metro de espesor al parecer se trata de un antiguo altar emplazado en el núcleo del sector alto. Parte del muro de perímetro del recinto central está formado por grandes bloques de piedra clavados en el suelo, cuyos intersticios han sido rellenados con piedras de menor tamaño, llamadas “pachillas”. En un segundo nivel de esta construcción encontramos un conjunto de recintos menores que rodean a la plaza en tres de sus lados, que forman una planta en forma de “U”, con la plaza en la parte central.”

En el extremo norte de Huacramarca en su área más alta, se localizaron una serie de estructuras circulares alternadas a plazas que ocupan el declive del sector 9 que asciende hasta una cuchilla rocosa de muy difícil acceso (sectores 10, 11). El patrón de circulación a través de los distintos niveles de esta porción alta del sitio se hace más estrecho ya que aprovecha de las angosturas de las piedras naturales (en particular la gran roca junto al sector 9). En esta parte del asentamiento casi no se conservan estructuras a causa de la fuerte erosión que provocó importantes daños en la zona, inclusive derrumbes de partes de las terrazas. El sector 11 del sitio constituye la punta del cerro y el límite norte del sitio. Allí se encontraron dos estructuras mal conservadas ubicadas sobre la cuchilla de la cresta montañosa. Todo el perímetro de la plataforma está rodeado por grandes rocas que forman sus límites al norte y al sur. En la plataforma se encontraron un grupo de cantos rodados de granito blanco en la superficie. En el extremo norte de la plazoleta se localizaron restos de dos muros perpendiculares, construidos con piedras y argamasa de barro con la técnica de huanca/pachilla empleada en otros sectores del sitio. El emplazamiento tan alejado y de difícil acceso sugiere una función no utilitaria de las estructuras. Vega-Centeno no ha realizado hasta la fecha excavaciones en esta zona, y por ende no se tienen a disposición mayores datos acerca de los sectores altos del Huacramarca. El arqueólogo (2008) clasifica la arquitectura a la vista en esta parte del asentamiento como otros patios agrupados, y señala – coincidiendo con nuestras observaciones – como estructuras públicas un torreón (en el extremo norte del sector 9 en lám. 16) en el extremo norte del sitio, y una plaza en el extremo sur del espolón (sector 7 en lám. 16). Existen varias estructuras funerarias que ocupan diferentes partes del cerro de Huacramarca, y que, por haber sido reconocidas en diferentes etapas de nuestra prospección, las describimos más

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Lám. 19. Chulpas en el sector 10 de Huacramarca (CVP 2), mirando hacia la quebrada del río Garguanga.

adelante en este capítulo. De momento mencionamos solamente aquellas más cercanas a la zona residencial. En el sector 10, vertiente de la quebrada Garguanga, se encontraron los restos de dos entierros en forma de chulpa (lám. 16, 19, 20a y b) alineados de norte a sur y separados por un estrecho pasillo. Las dos chulpas, de planta rectangular sin divisiones internas, miden aproximadamente 2 x 2,5 x 1,20 m de altura. Ambas estructuras se apoyan sobre una plataforma de piedra que es además el límite de una escarpada que se abre hacia la cuenca del río Garguanga. La chulpa situada más al norte es la mejor conservada: el techo es de lajas de piedra y los muros están construidos con la técnica de huanca/pachilla; una ventana ubicada en el lado este aseguraba la ventilación de la cámara. En el mismo sector se identificó una plataforma de 10,30 m de longitud con muro de contención de pirca. En la vertiente occidental de la cresta rocosa, justo debajo de la plataforma 11, se encontraron dos chulpas situadas al pie de la pared rocosa en una pestaña del acantilado: fue imposible, por la ubicación de las chulpas, elaborar una documentación completa. Algunos restos óseos de un niño, depositados mucho más abajo, en el sector bajo del sitio, podrían proceder de estas estructuras funerarias cuyo estado de conservación es bastante lamentable además de estar derrumbadas en la escarpada. Se asocian al sitio de Huacramarca otras dos estructuras funerarias tipo chulpa ubicadas respectivamente en la ladera del cerro hacia la quebrada del río Garguanga y en un acantilado en dirección norte respecto al sitio. Esta última construcción fue denominada “chulpa amarilla” debido al color de la argamasa que recubre todo el lado visible, descritas en las secciones correspondientes (CVP 51).

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Las excavaciones de Rafael Vega Centeno (2005, 2006, 2008) realizadas posteriormente a nuestros estudios, permitieron profundizar la interpretación del sitio, aclarando la secuencia de construcción de las unidades domésticas y ofreciendo nuevos datos para la interpretación de la arquitectura a la vista que observamos durante nuestra temporada de campo. En primer lugar los fechados radiocarbónicos que se refieren a los contextos excavados por VegaCenteno demuestran que el sitio fue concurrido sobre todo durante el Intermedio Tardío, aunque su etapa de ocupación más antigua se remonta al Período Intermedio Temprano. Dichos estudios permitieron marcar las diferencias entre Huacramarca y el cercano sitio de Tayapucru (CVP 37 véase infra): la similitud de las estructuras de patio agrupados presentes en los dos sitios habían llevado a pensar en fundaciones en su mayoría contemporáneas, mientras que posiblemente Huacramarca se construyó en diferentes etapas a partir de la fase final del Período Intermedio Temprano, y los restos visibles se remontan más bien al Intermedio Lám. 20a y b. Ortofotografía de una porción del muro este de la chulpa Tardío, mientras que Tayapucru más conservada de Huacramarca (CVP 2, sector 10) y dibujo del aparejo aparentemente vio su etapa de murario. construcción más activa durante el Horizonte Medio (véase infra). Según Vega Centeno la construcción de los patios agrupados tuvo lugar, quizás, desmontando los muros de la fase anterior. Los patios agrupados fueron adquiriendo la forma irregular que observamos en etapas sucesivas, es decir que en algunos recintos se notan estructuras más grandes, que serían en su opinión las primigenias, y en los espacios dejados libres agregaron posteriormente otros recintos, que se adosaron a los primeros. Si las estructuras que acabamos de mencionar tenían una función doméstica, no es insensato pensar que nuevos recintos se iban añadiendo a medida que los grupos familiares se ampliaban. Por lo que concierne la investigación en las partes centrales de los conjuntos de patios agrupados, el equipo de Vega-Centeno realizó excavaciones en trincheras sin encontrar abundancia de mate-

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riales, quizás porque estas áreas no estaban techadas en detrimento de la conservación de los artefactos. Los trabajos de Vega-Centeno confirman además la presencia de algunos “cuartos especiales”, con un hueco en el terreno a manera de pequeño fogón (en ambientes sin aeración) o ambientes con vanos en el terreno, quizás utilizados como depósitos. En Tayapucru (CVP 37, véase infra) se encuentran conjuntos de patios agrupados con recintos especiales que contenían hornos enterrados destinados, en nuestra opinión, a la preparación de comidas comunitarias, y que pueden compararse con los recintos encontrados por el equipo de Vega-Centeno durante sus excavaciones. En las investigaciones realizadas posteriormente por nuestro equipo en algunos sitios tardíos de la zona de Huari, como por ejemplo Ñawpamarca, en las alturas de la Laguna de Puruhuay (caserío de Acopalca) se encontraron estructuras especializadas con hornos de cerámica para la preparación de alimentos (Orsini C. - Benozzi E. 2013) si bien con vías para la circulación del aire en los muros de los recintos. Actualmente en la comunidad campesina de Acopalca, en Huari, existen locales comunitarios donde se prepara la comida durante las faenas. En varias ocasiones pudimos observar la preparación de los alimentos con fogatas de leña en dichos locales cerrados, sin ventanas, y por supuesto como mucho humo: la preparación es, esta también, una tarea comunitaria que se realiza por turnos, la permanencia dentro de los locales sin aire es por ende limitada en el tiempo. En cuanto al material que pudimos recuperar en la superficie, se trató en su mayoría de tiestos no diagnósticos de piezas abiertas y de algunas jarras de textura media y de pasta anaranjada (lám. 242). Según una informadora local, de las chulpas proceden algunas vasijas conservadas en la actualidad en una colección privada en Huallin. Se trata de un conjunto de tres objetos de pasta anaranjada y textura media-fina: una vasija zoomorfa, un cuenco y un pequeño cántaro. El cuenco presenta una decoración de semicírculos en proximidad de los labios en su parte interior, rasgo diagnóstico de la cerámica de la fase Chinchawasi II (VIII-IX d.C., Lau G. 2001), mientras que la vasija zoomorfa con vasijas de la fase Warmi (IX-X d.C., Lau G. 2001) del Callejón de Huaylas. Vega-Centeno (2008) publica varias tipologías de cerámica: desde caolín con pintura negativa del Intermedio Temprano hasta fragmentos con círculos estampados muy toscos tipo aquilpo. Discusión: Huacramarca es un asentamiento de tamaño mediano, situado en una posición que domina estratégicamente la confluencia de tres ríos: el Potaca, el Garguanga y el Vesuvio. El asentamiento contaba con numerosas terrazas agrícolas para cultivos de altura. No está claro cómo se efectuaba el abastecimiento hídrico aunque cabe la posibilidad de que se hiciera a través de puquios, ahora secos, probablemente ubicados en la parte más alta del cerro en dirección norte (en la misma dirección hay una laguna que posiblemente los alimentaba, a unos 1,6 km de distancia). La estructuración de las unidades de viviendas ofrece semejanzas considerables con la del sitio de Tayapucru (CVP 37) que se encuentra en frente de Huacramarca, en la ladera del cerro Pupa, en el margen izquierdo del río Garguanga. El patrón de corrales (o patios) circulares rodeados por cuartos empleados como unidades de viviendas y como posibles depósitos (estos últimos de pequeñas dimensiones, muros bajos y posible acceso por la parte alta), el patrón de circulación, con acceso a las unidades domésticas a través del espacio, presupone que el corral central se utilizaba como espacio común, quizás por miembros que pertenecían a un mismo grupo o familia ampliada. Es posible que el espacio circular estuviese concebido como área comunitaria para actividades productivas y probablemente para guardar los animales que pertenecían a un mismo grupo. Observaciones similares se hicieron para la organización de las estructuras de patios agrupados en Honcompampa (Buse H. 1965; Isbell W. 1989, 1991a, 1991b). Recientemente algunos investigadores que trabajan en la sierra de Ancash señalaron la localización de distintos tipos de patios agrupados con diferentes funciones (Herrera A. - Lane K. 2004; Herrera A. 2005b), subrayando la diversidad de esta tipología arquitectónica.

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Mientras que el patio agrupado parece innovador con respecto al patrón de asentamiento local, la estructuración de los espacios en Huacramarca que no aparentan funciones utilitarias es común a otros sitios de Chacas: en las áreas más elevadas del sitio se localizaron recintos construidos en posiciones inaccesibles y estrechamente relacionados con las áreas funerarias. Cabe notar, en el sector 5, la estructura denominada “corral de los nichos” que se presenta como una repetición en miniatura del patrón constructivo de las viviendas: la posición alejada de las demás viviendas, su ubicación en una zona alta y su tamaño reducido junto a las refinadas técnicas de construcción llevan a suponer que este lugar no tenía una función práctica (Rodríguez A. 2001). La reutilización de los muros y las cerámicas de diferentes épocas halladas en el sitio sugieren que se utilizó durante un largo período. Queda por aclarar la relación entre el sitio y otra unidad con viviendas y corrales que se encuentra en la ladera occidental del cerro de Huacramarca, por el lado del río Potaca; de hecho las estructuras arquitectónicas presentan elementos comparables, si bien el sitio (Huacramarca II) se encuentra en un lugar accesible y las arquitecturas resultan mucho menos articuladas. Como vimos, la cerámica encontrada sugiere que Huacramarca se ocupó por lo menos a partir del Período Intermedio Temprano hasta finales del Intermedio Tardío. Análisis radiocarbónicos, inéditos y efectuados por Laura Laurencich, de una muestra de huesos procedentes de una de las chulpas revelan un fechado entre finales del Período Intermedio Temprano y el Horizonte Medio (Laura Laurencich comunicación personal 2005). De los datos expuestos se desprende que en el sitio se mezclan patrones constructivos de tradición local consolidada del Intermedio Temprano, sobre todo por lo que concierne la ubicación estratégica en punta de cerro y la ubicación de las áreas funerarias y de culto en las partes más alejadas y altas del asentamiento, y rasgos innovadores que, a partir por lo menos de la etapa de construcción de los patios agrupados, difieren de manera neta de los patrones domésticos del Intermedio Temprano local, y que vinculan el asentamiento a ejemplos del Horizonte Medio de la zona del Callejón de Huaylas. Ya que los ejemplos de asentamientos con patios agrupados no son numerosos en la zona, dejamos para la discusión final del Capítulo 5 el significado de la presencia de este patrón en Chacas. ••• Nombre de la zona arqueológica: Huacramarca II (CVP 3) Poblado: Huallin Distrito: Chacas – Provincia: Asunción – Departamento: Ancash Ubicación geográfica UTM Este 232375 Norte 8985153. Altitud (en mt. s.n.m.): 3.490 Antecedentes: /// Tipología de asentamiento: sitio residencial tipo C Cronología: ¿Período Intermedio Tardío? Descripción: conjunto de construcciones ubicadas bajo el cerro de Huacramarca en proximidad del valle del río Potaca. Se trata de un conjunto de terrazas con construcciones de forma rectangular y circular en pirca. La extensión del sitio es aproximadamente de 1,5 ha. Se distinguen por lo menos dos terrazas superpuestas, la más alta con la mayoría de recintos de estructuras circulares (¿corrales?) y un conjunto de estructuras construidas alrededor de una roca natural de forma ovalada de unos 4 m de altura. Las terrazas están alineadas horizontalmente con respecto al río. En el sitio no se encontró cerámica diagnóstica. Discusión: el lamentable estado de conservación de los restos antiguos, debido a la cercanía con zonas modernas de cultivo y a la técnica de construcción muy aproximativa de las estructuras, no

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permite fechar el sitio ni hacer consideraciones acerca de las divisiones funcionales de las áreas. A pesar de ello, el sitio presenta algunas características comparables, como la ubicación o la estructuración de los recintos, con Geropalca I y II (CVP 10). Huacramarca II se encuentra a orillas del río Potaca, en una ruta de comunicación antiquísima en dirección del Callejón de Huaylas, como parecen demostrar las pinturas rupestres encontradas por Herrera (sitio de Ichic Tío, Herrera A. 1998). Merece la pena destacar que las áreas agrícolas aprovechables en la zona son las terrazas artificiales en la parte superior del sitio, en la ladera de Huacramarca. Es posible que en la Antigüedad los habitantes del sitio cultivasen en dichas terrazas, que presentan numerosas intervenciones y reparaciones que atestiguan un largo período de utilización. La cercanía entre los dos asentamientos y la disponibilidad de un mismo conjunto de andenes llevan a pensar en una relación entre ambos. La elección del lugar y las técnicas de construcción de los muros difieren profundamente, así pues es poco probable que los dos asentamientos funcionasen durante un mismo período como aldeas independientes. En cambio parece más probable que Huacramarca II se construyera en una época sucesiva respecto a Huacramarca y se conformase como un asentamiento agregado que, a partir de una cierta época, sustituyó el de Huacramarca. Las estructuras de Huacramarca II no presentan diferentes fases de ocupación por eso es posible que el asentamiento se implantara en épocas tardías y funcionara por poco tiempo. ••• Nombre de la zona arqueológica: Huaripatac/Jato Viejo (CVP 5) Poblado: Huallin – Caserío: Huaripatac – Distrito: Chacas – Provincia: Asunción – Departamento: Ubicación geográfica UTM Este 231970 Norte 8984270. Altitud (en mt. s.n.m.): 4.100 Antecedentes: Herrera A. 1998 Tipología de asentamiento: Necrópolis / Chulpas Cronología: ¿Finales del Período Intermedio Temprano? / Horizonte Medio Descripción: conjunto de chulpas ubicadas en la planicie del cerro al frente del sitio arqueológico de Huacramarca a la orilla derecha del río Potaca. Los restos arqueológicos extraviados ocupan un área de aproximadamente 20 ha. Cerca de la zona arqueológica existe hoy en día un caserío. Los agricultores utilizaron las piedras labradas de las chulpas (aprox. 12) para construir sus viviendas, de modo que el sitio se encuentra seriamente dañado. Las chulpas presentan técnicas de construcción parecidas a las registradas en el sitio de Huacramarca. En el sitio no se encontró cerámica diagnóstica. ••• Nombre de la zona arqueológica: Ultopampa (CVP 4) Poblado: Huallin – Distrito: Chacas – Provincia: Asunción – Departamento: Ancash Ubicación geográfica UTM Este 233400 Norte 8985631 Antecedentes: /// Tipología de asentamiento: ¿Restos dispersos/área ceremonial? Cronología: Período Inicial Descripción: el sitio fue investigado inicialmente por A. Rodríguez (2001), quien identificó dos conjuntos de restos (A y B, véase lám. 22) ubicados en el margen derecho del río Garguanga, cerca del poblado de Huallin, en ecotono suni-quechua. El conjunto A se compone de terrazas semicirculares situadas en el flanco del cerro de Huacramarca, y están alineadas perpendicularmente

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Lám. 21. Quebrada Garguanga que divide el cerro de Huacramarca del cerro Pupa (del cual se ha tomado la foto). Nótense las terrazas en la falda del cerro de Huacramarca, en la parte izquierda de la foto, que hacen parte del conjunto de Quenguan (CVP 7).

al curso del río Guarguanga. Las terrazas están construidas con masivos muros de contención y sobresalen piedras paradas a manera de huancas en algunos puntos. Las terrazas parecen rodear afloramientos rocosos naturales. A poca distancia se encuentra el conjunto B, en un área de planicie al borde del río aprovechada para la construcción de un muro hecho por piedras ciclópicas alineadas y piedras naturales, interrumpido por una entrada que conduce a un punto favorable para cruzar el Garguanga (actualmente se utiliza un palo de madera). En el sitio no se encontró cerámica diagnóstica. Discusión: las construcciones con piedras ciclópicas en la zona de la sierra de Ancash se remontan al período Inicial y van hasta al Formativo. Además, la presencia de huancas es transversal en la cronología local (Bazán F. 2007). La ubicación de los restos – sobre todo los del conjunto B – aislados de otras construcciones, cerca de un río, a la entrada de una quebrada con dirección a la Cordillera Blanca y en una zona agrícola, hace suponer que se trata de construcciones de señalización/sacralización de una porción importante del territorio local. ••• Nombre de la zona arqueológica: Quenguan (CVP 7) Poblado: Huallin – Distrito: Chacas – Provincia: Asunción – Departamento: Ancash Ubicación geográfica: Conjunto A UTM Este 233396 Norte 8985074. Altitud (en mt. s.n.m.): 3.650; Conjunto B UTM Este 233572 Norte 8985145. Altitud (en mt. s.n.m.): 3.650 Antecedentes: /// Tipología de asentamiento: Restos dispersos Cronología: Período Inicial Descripción: el sitio fue investigado inicialmente por A. Rodríguez (2001). Se encuentra aproximadamente a 400 metros en dirección sur respecto a Ultopampa (CVP 4), en el mismo margen del río. Se compone de dos áreas (lám. 21, 22): una en dirección suroeste, el conjunto A, presenta re-

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Lám. 22. Croquis de las estructuras de la quebrada Garguanga: los sitios de Ultopampa (CVP 4) y Quenguan (CVP 7). Dibujo A. Rodríguez.

cintos alineados de acuerdo a la escarpada de cerro, mientras que el conjunto B se compone de dos terrazas delimitadas por un muro de contención que conserva algunas piedras colocadas a manera de pilar. Las terrazas del conjunto B miran hacia la confluencia de los ríos Vesuvio y Potaca, y actualmente forman parte de una propiedad agrícola que comprende una casa privada. No se encontró cerámica diagnóstica. Discusión: este sitio, a corta distancia de Ultopampa (CVP 4), comparte características similares y se le puede asignar una cronología/función parecida. •••

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Nombre de la zona arqueológica: Chilla Pampa I (CVP 38) Poblado: Huallin – Distrito: Chacas – Provincia: Asunción – Departamento: Ancash Ubicación geográfica UTM Este 233112 Norte 8985804 Altitud (en mt. s.n.m.): 3.690 Antecedentes: /// Tipología de asentamiento: Estructura funeraria Cronología: ¿Finales del Período Intermedio Temprano/ Horizonte Medio? Descripción: adosados a un espolón rocoso del cerro de Pishajirca en la vertiente occidental del río Garguanga se registraron varios conjuntos de estructuras funerarias similares (véase infra) de chulpas machay y entierros en abrigo rocoso. Chilla Pampa I (120 x 60 cm) es una tumba bajo abrigo rocoso parcialmente derrumbada en la fachada y cuyo techo no se conserva (lám. 23, 24). Hallamos restos dispersos de un individuo (un cráneo, una cadera y huesos largos) y numerosos fragmentos de cerámica fina de color rojo que no se publican. Discusión: la cercanía con el asentamiento de Huacramarca (CVP 2) respalda la hipótesis de que esta tumba forma parte de un sector funerario conectado con el sitio principal. ••• Nombre de la zona arqueológica: San José (CVP 39) Poblado: Huallin – Distrito: Chacas – Provincia: Asunción – Departamento: Ancash Ubicación geográfica UTM Este 232756 Norte 8986600 Altitud (en mt. s.n.m.): 3.967 Antecedentes: /// Tipología de asentamiento: Estructuras funerarias Cronología: Finales del Período Intermedio Temprano/ Horizonte Medio Descripción: ruinas de un zócalo en piedra de 5 x 1,80 m (lám. 25) adosado a la ladera del cerro Pishajirca donde se aprecian restos de por lo menos dos tumbas de las que queda solo una jamba que posiblemente sostenía la entrada de una de las dos tumbas en la extremidad meridional del zócalo. Se trata de chulpas machay adosadas a un espolón rocoso del cerro al igual que los conjuntos similares registrados a lo largo de toda la vertiente oriental del cerro Pishajirca (véase supra y infra). No se encontró material cultural. Discusión: la cercanía con el asentamiento de Huacramarca (CVP 2) respalda la hipótesis de que este conjunto, al igual que Chinlla Pampa I, formaba parte de un sector funerario conectado con el sitio principal. ••• Nombre de la zona arqueológica: Pishaj I (CVP 40) Poblado: Huallin – Distrito: Chacas – Provincia: Asunción – Departamento: Ancash Ubicación geográfica UTM Este 232478 Norte 8986999 Altitud (en mt. s.n.m.): 4.113 Antecedentes: /// Tipología de asentamiento: Corrales y restos dispersos Cronología: // Descripción: en la vertiente occidental de la alta cuenca del Garguanga, en la ceja de montaña que continúa el cerro de Huacramarca hacia el norte tomando el nombre de cerro Pishajirca, se encuentra una planicie donde se aprecia un camino, posiblemente antiguo, que conduce hacia la zona de la Punta Olímpica y al Callejón de Huaylas. En la planicie quedan restos muy dispersos de recintos circulares, tipo pirca, de piedras medianas canteadas: el único reconocible tiene un diámetro de unos 20 m. El lamentable estado de conservación de los restos no permite fechar el sitio ni plantear hipótesis sobre su función ni su tipología.

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Lám. 23 y 24. Croquis y planta de Chilla Pampa I (CVP 38). Dibujo E. Giorgi.

••• Nombre de la zona arqueológica: Usha Kuana (CVP 41) Poblado: Huallin – Distrito: Chacas – Provincia: Asunción – Departamento: Ancash Ubicación geográfica UTM Este 232779 Norte 8986048 Altitud (en mt. s.n.m.): 3.935 Antecedentes: /// Tipología de asentamiento: Estructura funeraria Cronología: Finales del Período Intermedio Temprano/ Horizonte Medio Descripción: se aprecian trazas de lo que con toda probabilidad era un conjunto de chulpas machay de las cuales solo una es reconocible. La tumba está colocada sobre un zócalo artificial contenido por un muro huanca /pachilla de 90 cm de altura y que se extiende paralelamente a la pared rocosa por una anchura de 4,40 m (lám. 26, 27). La entrada del muro formada por dos jambas

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Lám. 25. Planta de la estructura de San José (CVP 39). Dibujo E. Giorgi.

y un dintel, cuya luz mide 38 x 45 cm, se abre hacia la quebrada Garguanga. La cámara está formada en su lado oriental por el muro con la entrada y, en los otros tres lados, por la roca del cerro completada con tramos de muros. La mampostería es de buena factura. Discusión: la tumba machay de Usha Kuana es muy parecida a la de Chilla Pampa II, pues ambas comparten muchas características con los conjuntos funerarios encontrados en Huacramarca y en las cercanías (véase supra). Es bien posible que la construyeran los mismos individuos. Un patrón similar se encuentra también en la construcción de las chulpas machay, en el sector funerario del sitio de Tayapucru (CVP 37), sector que se encuentra enfrente de Usha Kuana en la vertiente opuesta del río. No se encontraron evidencias cerámicas, salvo un fragmento de cuerpo con asa acintada horizontal (lám. 203)2, pero dada la similitud con los restos de las chulpas de Huacramarca, que se fecharon hacia finales del Período Intermedio Temprano / Horizonte Medio, podemos proponer una cronología similar para este conjunto funerario. ••• 2 El fragmento se clasifica de la fase o estilo Llogihuasca (véase Cap. 4). Habiéndose saqueado todas las estructuras funerarias de la zona, no hay certeza de que el fragmento proceda de la misma estructura o se trasladara desde otro conjunto. No es infrecuente tumbas a chulpa fechadas en el Período Intermedio Tardío/Horizonte Medio donde se encontraron cerámicas de los períodos anteriores y posteriores, véase por ejemplo la descripción de la chulpa CVP 42.

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Lám. 26. Croquis y planta de Usha Kuana (CVP 41). Dibujo E. Giorgi.

Lám. 27. Vista frontal de las chulpas de Usha Kuana (CVP 41). Foto L. Bitelli.

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Nombre de la zona arqueológica: Pishaj II (CVP 42) Poblado: Huallin – Distrito: Chacas – Provincia: Asunción – Departamento: Ancash Ubicación geográfica UTM Este 232686 Norte 8986979 Altitud (en mt. s.n.m.): 4.046 Antecedentes: /// Tipología de asentamiento: Necrópolis Cronología: Finales del Período Intermedio Temprano/ Horizonte Medio Descripción: no lejos de la planicie donde se identificó el sitio CVP 40, unos 50 m más abajo y en dirección sur, se encuentran dos chulpas machay (lám. 28, 29) de planta rectangular (1,18 x 1,36; 1,85 x 1,60 m) y adosadas a un espolón rocoso del cerro que forma la pared oriental de las chulpas. Las chulpas se construyeron en una terraza natural en la ladera escarpada del cerro modificada artificialmente para acoger dicha estructuras: una al lado de la otra con la entrada hacia el valle (25 cm de anchura), comparten un muro. La mampostería, muy fina, de huanca/pachilla, recuerda la de la chulpa amarilla de Huacramarca (CVP 2). Un saqueo reciente dañó gravemente las estructuras que quizás, al igual que la chulpa amarilla, se desarrollaban en dos pisos con una altura en promedio de 1,65 m a juzgar por las paredes que aún se conservan. Se encontraron numerosos fragmentos diagnósticos de buena factura, entre ellos pedazos de la base de una vasija antropomorfa de pasta roja mal conservada y fragmentos de caolín. Discusión: el conjunto de chulpas comparte muchas características en común con los conjuntos encontrados en Huacramarca y en las cercanías y es bien posible que su construcción corriera a cargo de los mismos individuos. Un patrón similar se encuentra también en la construcción de las chulpas machay, en el sector funerario del sitio de Tayapucru (CVP 37), situado en frente de Pishaj II en la vertiente opuesta del río. Podemos plantear la hipótesis de que las chulpas estaban destinadas a acoger restos de personajes importantes del asentamiento cercano de Huacramarca, o quizás de Tayapucru. Las evidencias cerámicas encontradas se remontan al Período Intermedio Temprano y se reconocieron fragmentos de posible filiación posterior y anterior; estos últimos quizás como reliquias del pasado ofrendadas a los difuntos3, (véase Cap. 4, fase o estilo Llogihuasca y lám. 202, 203, 205, 217, 219). Las chulpas de Huacramarca se fecharon orientativamente hacia finales del Período Intermedio Temprano / Horizonte Medio; es posible establecer un fechado similar para las construcciones de Pishaj II. ••• Nombre de la zona arqueológica: Chilla Pampa II (CVP 43) Poblado: Huallin – Distrito: Chacas – Provincia: Asunción – Departamento: Ancash Ubicación geográfica UTM Este 232954 Norte 8985866 Altitud (en mt. s.n.m.): 3.790 Antecedentes: /// Tipología de asentamiento: Estructura funeraria Cronología: Finales del Período Intermedio Temprano/ Horizonte Medio Descripción: aproximadamente 100 m más arriba de Chilla Pampa I, se aprecian trazas de lo que con toda probabilidad era un conjunto de chulpas machay de las que solo una es reconocible. La tumba, de planta rectangular 2 x 1,30 m, se encuentra sobre un zócalo artificial contenido por un muro huanca/pachilla de 90 cm de altura. La entrada del muro, cuya luz mide 45 x 65 cm, se abre hacia la quebrada Garguanga. La cámara está formada en su lado oriental por el muro con la entrada, en los otros tres lados por la roca del cerro completada con tramos de muros. La mampostería es de buena factura. 3 Por otro lado no se puede descartar la hipótesis que la actual ubicación de los fragmentos de otras épocas sea fruto de la acción de los saqueadores que revolvieron todas las tumbas del cerro Pishajirca.

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Lám. 28 y 29. Vista de frente y lateral de la chulpa machay de Chilla Pampa I (CVP 38). Foto L. Bitelli.

Discusión: la tumba machay de Chilla Pampa II comparte muchas características con los conjuntos encontrados en Huacramarca y en las cercanías (véase supra). Es muy probable que la construyeran los mismos individuos. Un patrón similar se encuentra también en la construcción de las chulpas machay en el sector funerario del sitio de Tayapucru (CVP 37), ubicado enfrente de Pishaj II en la vertiente opuesta del río. No se encontraron evidencias cerámicas, pero por la similitud con los restos de las chulpas de Huacramarca, se fecharon aproximadamente hacia finales del Período Intermedio Temprano/Horizonte Medio, y podemos proponer una cronología similar para este conjunto funerario.

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••• Nombre de la zona arqueológica: Garra (CVP 44) Poblado: Huallin – Distrito: Chacas – Provincia: Asunción – Departamento: Ancash Ubicación geográfica UTM Este 233182 Norte 8985277 Altitud (en mt. s.n.m.): 3.850 Antecedentes: /// Tipología de asentamiento: patio agrupado aislado Cronología: Horizonte Medio Descripción: en la vertiente oriental del Garguanga, enfrente de Tayapucru (CVP 37) y por debajo de la cumbre donde se ubica Huacramarca (CVP 2), se encontraron restos de una estructura tipo patio agrupado (véase Tayapucru CVP 37) que sin duda formaba parte de un conjunto más amplio de estructuras que no son reconocibles en la actualidad. La estructura mide 20 x 25 m y se trata de un patio de forma más bien circular, con recintos internos que se abren hacia la parte central. Se conservan once habitaciones en la parte interna de la estructura. ••• Nombre de la zona arqueológica: Chulpa amarilla (CVP 51) Poblado: Huallin – Distrito: Chacas – Provincia: Asunción – Departamento: Ancash Ubicación geográfica UTM Este 232748 Norte 8985690 Altitud (en mt. s.n.m.): 4.052 Antecedentes: /// Tipología de asentamiento: Estructura funeraria Cronología: Horizonte Medio Descripción: chulpa machay adosada a un flanco del cerro de Huacramarca, a corta distancia del sector norte del sitio. La estructura, asentada en un zócalo de piedra de un metro de altura, es visible desde larga distancia debido a un estrato de mortero amarillo (lám. 30) que cubre su fachada hacia la quebrada Garguanga, donde se conserva una ventanita de 20 x 20 cm. La cámara interior mide 2,40 m de largo y cuenta con una entrada de 50 cm de alto en el flanco occidental. La chulpa, que originariamente era de dos pisos – se conserva una altura de 2,90 m – fue saqueada a lo largo del tiempo. Se conserva hasta hoy en día la estructura de división entre los dos pisos. Forma parte del conjunto de estructuras funerarias del cerro de Huacramarca. Se trata del único ejemplar de estructura funeraria con mortero de colores de la zona. •••

Nombre de la zona arqueológica: Tayapucru (CVP 37) Poblado: Huallin – Caserío: Quenguan – Distrito: Chacas – Provincia: Asunción – Departamento: Ancash Ubicación geográfica UTM Este 233455 Norte 8985766. Altitud (en mt. s.n.m.): 3.818 Antecedentes: /// Tipología de asentamiento: Sitio residencial tipo B Cronología: Horizonte Medio Descripción: el sitio se encuentra en la parte occidental de la quebrada Garguanga, casi enfrente de Huacramarca (CVP 2), en la ladera occidental del cerro Pupa. Fue construido aprovechando una plazoleta natural, muy ancha, ubicada en mitad de la escarpada del cerro: las ruinas ocupan un

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Lám. 30. Vista de la Chulpa amarilla (CVP 51). Foto L. Bitelli.

área de 1,2 ha. Para una descripción más detallada del sitio y de los trabajos que se hicieron durante las campañas 2004 y 2005, véase infra. ••• Nombre de la zona arqueológica: Pupa (CVP 49) Poblado: Huallin – Distrito: Chacas – Provincia: Asunción – Departamento: Ancash Ubicación geográfica UTM Este 233656 Norte 8986121 Altitud (en mt. s.n.m.): 4.227 Antecedentes: /// Tipología de asentamiento: Corrales (restos dispersos) Cronología: ¿Horizonte Medio/Período Intermedio Tardío? Descripción: área de recintos de planta circular muy irregular que se encuentra en la parte superior de Tayapucru, en una planicie que constituye la cumbre del cerro Pupa. La planicie domina toda la parte meridional de la cuenca del río Chacapata. Se conservan restos de tres corrales de diámetros variables (12, 22 y 30 m) con muros de piedras canteadas de tamaño mediano: dos de estos corrales comparten un lado. Las entradas se sitúan hacia la quebrada del Garguanga. Se encontraron pocos fragmentos de cerámica no diagnóstica. Discusión: dado el precario estado de conservación de los restos es difícil, sin efectuar excavaciones, determinar la función y la filiación cronológica del sitio. Por su ubicación en un lugar tan inaccesible – el descenso de la quebrada Garguanga se efectúa en unas 4 horas de camino – y alejado de áreas de viviendas se excluye una utilización continua de dichas estructuras, que podrían ser observatorios o corrales para la cría de los camélidos: la primera hipótesis parece la más viable porque la zona es muy ventosa y no constituye un buen reparo para los animales. Según Ibarra, que ha detectado estructuras similares en la zona de Huari, las dos hipótesis son plausibles: “La

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existencia de estructuras circulares o ‘corrales’ habría servido como lugares de guarda de estos animales, previamente seleccionados para un uso ritual, pues los camélidos tienen por hábitat natural la puna, donde el consumo del ichu y shojta favorece su buen desarrollo” (2003). Se puede apuntar la hipótesis de que se tratase de una serie de estructuras para la cría de animales “especiales”, como supone Ibarra, y a la vez miradores hacia la Cordillera Blanca de donde se cree, incluso hoy en día, proceden los camélidos y en general todos los animales (Walter D. 2002). La cercanía con el sitio de Tayapucru lleva a pensar que posiblemente el sitio lo construyeron los mismos individuos que lo utilizaban para tareas especiales.

•••Quebrada Chacapata (lám. 31)••• Nombre de la zona arqueológica: Pirushtu de Huallin (CVP 8) Poblado: Huallin – Distrito: Chacas – Provincia: Asunción – Departamento: Ancash Ubicación geográfica UTM Este 233166 Norte 8984608. Altitud (en mt. s.n.m.): 3.427 Antecedentes: Herrera A. 1998 Tipología de asentamiento: Pirushtu tipo 1 Cronología: Horizonte Temprano/Período Intermedio Temprano Descripción: sitio ubicado en el poblado de Huallin, a orillas del río Potaca, cerca del tinkui con el río Vesuvio y Garguanga (lám. 32): de esta triplice confluencia nace el río Chacapata. Es un montículo artificial con orientación oeste-este que presenta una base de cuatro terrazas contenidas por muros de dimensiones megalíticas. En una de las terrazas se encuentran grandes piedras clavadas en el suelo a manera de huanca. La parte más alta del Pirushtu es de planta más bien circular de 15 m de diámetro. No se encontró cerámica diagnóstica. El sitio se encuentra en pésimo estado de conservación, pues en algunas partes de las terrazas se instalaron familias locales que aprovecharon el terreno nivelado para actividades agrícolas y las piedras talladas del sitio como material de construcción. Discusión: la conformación del sitio es parecida a los montículos del Formativo de zonas cercanas – cuenca del río Puchca, área del Callejón de Huaylas –. El sitio presenta una estructura y ubicación comparable al Pirushtu de Chacas (CVP 15) fechado, según la cerámica diagnóstica encontrada y tomando como terminus ante quem los fragmentos de cerámica encontrados en el sitio, en el Horizonte Temprano medio o final. Por lo tanto el Pirushtu de Huallin podría haberse construido en una época cercana. ••• Nombre de la zona arqueológica: Cashapatac (CVP 9) Poblado: Huallin – Caserío: Collo – Distrito: Chacas – Provincia: Asunción – Departamento: Ancash Ubicación geográfica UTM (conjunto 1) Este 235800 Norte 8984620. UTM (conjunto 2) Este 235865 Norte 8984624 Altitud (en mt. s.n.m.): 3.576 Antecedentes: Herrera A. 1998. Tipología de asentamiento: Restos dispersos / Terrazas agrícolas Cronología:// Descripción: sitio arqueológico en las alturas del poblado de Collo, en la carretera de Chacas a Huallin. Se trata de dos conjuntos de andenes de cultivo con restos de muros de contención. El conjunto 1 se asoma al valle formado por el río Chacapata, mientras que el conjunto 2 se encuentra

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Lám. 31. Ubicación de las ruinas de la quebrada Chacapata: Pirushtu de Huallin (CVP 8), Cashapatac (CVP 9) , Mashinka (CVP 11), Quenguan (CVP 45), Llogihuasca (CVP 46), Colina de los entierros de Quenguan (CVP 47), Colina de los entierros de Lluviajirca (CVP 48), Gatin (CVP 28), Tucujirca (Vizcas) (CVP 27), Pirushtu de Pachamaray (CVP 26), Matara (CVP 36), Pirushtu de Chacas (CVP 15).

Lám. 32. Vista del alto del montículo que conforma el Pirushtu de Huallin (CVP 8).

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muy cerca, en la vertiente oriental del cerro en dirección de la quebrada Geropalca. El conjunto 2 continúa hacia la orilla occidental del río Geropalca, que forma la quebrada Geropalca o Juitush, en frente de los sitios arqueológicos de Geropalca I y II, que se encuentran en el margen oriental del río. Los conjuntos ocupan un área de 0,6 ha. En los andenes no se aprecian estructuras arquitectónicas, debido posiblemente a una aluvión (1999) que provocó la caída de una gran parte del cerro. El sitio se utiliza actualmente como área de cultivo. En el sitio no se encontró cerámica diagnóstica. ••• Nombre de la zona arqueológica: Mashinka (CVP 11) Poblado: // – Caserío: Mashinka – Distrito: Chacas – Provincia: Asunción – Departamento: Ancash Ubicación geográfica UTM Este 237329 Norte 8985738. Altitud (en mt. s.n.m.): 3.690 Antecedentes: /// Tipología de asentamiento: Necrópolis / Tumbas de caja Cronología: Horizonte Temprano final/ Período Intermedio Temprano Descripción: conjunto de tres tumbas de caja saqueadas y que salieron a la luz por el corte hecho durante la construcción de un acueducto en el flanco del cerro Balcón de Judas, lado que mira hacia el Chacapata. Se trata de cistas enterradas recubiertas con una laja y con tierra por encima; los pozos miden aproximadamente 43 x 48 cm y 66 cm de altura. Las piedras, que recubrían las paredes de las tumbas, y que ahora se encuentran fuera de contexto, son de granito blanco talladas de manera regular; sus dimensiones son aproximadamente 52 x 30 cm (lám. 33). No se encontró cerámica. Discusión: La misma tipología de arquitectura funeraria se localizó entre otros, en los sitios de Jatungaga Pirushtu (CVP 25), Tumbas de Macuash (CVP 6), Colina de los Entierros de Lluviajirca (CVP 48), donde se observan áreas funerarias con tumbas similares asociadas a restos de cerámica del Período Intermedio Temprano. Una tumba similar la encontró W. Bennett en Copa Chica (1944: lám. 4a) y en una zona de entierros en las cercanías de Wilkawaín (1944: 34). En el sitio 6H-3B se encontraron 8 vasijas enteras, no publicadas (n. 3563 hasta 3568, Bennett W. 1938) y conservadas en el Museo Americano de Historia Natural de Nueva York. Las piezas encontradas por Bennett, dada su forma y su tipología, bien podrían pertenecer al período antes mencionado.

Lám. 33. Tumba a cista en el sitio de Mashinka (CVP 11).

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••• Nombre de la zona arqueológica: Quenguan (CVP 45) Caserío: Quenguan – Distrito: Chacas – Provincia: Asunción – Departamento: Ancash Ubicación geográfica UTM Este 234693 Norte 8985340 Altitud (en mt. s.n.m.): 3.670 Antecedentes: /// Tipología de asentamiento: Necrópolis / Tumbas tipo caja Cronología: Horizonte Temprano final/ Período Intermedio Temprano Descripción: zona arqueológica que se ubica en la llanura de Quenguan, en la vertiente occidental del río Chacapata, entre el poblado de Huallin y el de Collo. Permanecen restos muy dispersos de estructuras completamente desarticuladas a lo largo de una terraza natural; los muros antiguos fueron desmontados por dos familias que viven en las cercanías para la construcción de corrales. Queda una piedra clavada en el terreno a manera de huanca, y en las cercanías quedan dos tumbas caja lamentablemente saqueadas. La posible señalización de las tumbas con una huanca es el primer caso que se registra en la zona, aunque fuera una práctica común en la sierra de Ancash (Bazán F. 2007). Discusión: la tipología de los entierros se puede fechar, en función de las comparaciones con otros similares descritos anteriormente, en la transición entre el Formativo y el Período Intermedio Temprano. ••• Nombre de la zona arqueológica: Llogihuasca (CVP 46) Caserío: Quenguan – Distrito: Chacas – Provincia: Asunción – Departamento: Ancash Ubicación geográfica UTM Este 234226 Norte 8985460 Altitud (en mt. s.n.m.): 3.887 Antecedentes: /// Tipología de asentamiento: Sitio residencial tipo C Cronología: Horizonte Temprano final/ Período Intermedio Temprano Descripción: Llogihuasca se ubica en la vertiente occidental del río Chacapata, casi enfrente del sitio de Cruzjirca, en la vertiente opuesta del río. Se encuentra en un morro natural escalonado artificialmente mediante terrazas, sobre la planicie de Quenguan (lám. 34). Las terrazas, contenidas por muros de buena factura y de técnica huanca/pachilla, son cuatro y se desarrollan en dirección sur-norte culminando con un morro plano menor en la parte de la punta, que es la plaza más alta del asentamiento. En este punto, y en las laderas cercanas, se encontraron numerosos fragmentos de cerámica diagnóstica (lám. 191, 197, 198, 200, 202, 203, 205, 207, 217, 219, 220, 246) y un batán en piedra que se dejó in situ. Las terrazas ocupan un área de aproximadamente unos 120 m desde el punto más bajo hasta la plaza más alta cubriendo un desnivel de más de 40 m. Se aprecian restos de muros en todas las terrazas, pero no ha sido posible reconstruir la planimetría de ningún recinto observando la superficie. En la muestra de fragmentería cerámica diagnóstica recogida se reconocieron cerámicas del Horizonte Temprano final/Período Intermedio Temprano y un solo fragmento del Horizonte Medio. Discusión: a pesar de que, con toda probabilidad, la arquitectura del sitio se encuentra enterrada, Llogihuasca fue un sitio residencial de dimensiones reducidas; la estructuración del asentamiento es bien similar a la de Cruzjirca, a poca distancia de Llogihuasca, a orillas orientales del río Chacapata. La cercana necrópolis que se describe a continuación (CVP 47) posiblemente la utilizaron los mismos habitantes de Llogihuasca. La cerámica encontrada permite fechar aproximadamente el sitio en el Horizonte Temprano final / Período Intermedio Temprano.

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Lám. 34. Panorámica del cerro y de las ruinas de Llogihuasca (CVP 46).

••• Nombre de la zona arqueológica: Colina de los entierros de Quenguan (CVP 47) Caserío: Quenguan – Distrito: Chacas – Provincia: Asunción – Departamento: Ancash Ubicación geográfica UTM Este 234381 Norte 8985761 Altitud (en mt. s.n.m.): 3.877 Antecedentes: /// Tipología de asentamiento: Necrópolis / Tumbas tipo túmulo y tipo caja Cronología: Horizonte Temprano final/ Período Intermedio Temprano Descripción: a poca distancia del sitio de Llogihuasca, en dirección norte se encuentra una serie de tres terrazas alineadas en un mismo eje en dirección norte-oeste donde se identificó un conjunto de tres túmulos funerarios (lám. 35). Las entradas de las tumbas se encontraron cerradas a causa de depósitos de tierra y piedras, y por consiguiente no fue posible explorar las cámaras del interior. El perfil de los túmulos se presenta de forma cónica y está adosado a las terrazas, aprovechando la presencia de grandes piedras naturales. En un caso se aprecia un camino de ventilación en la parte alta del túmulo claramente conectado con la cámara interior. Un patrón idéntico de inhumación se reconoció en el sitio de Antash (véase infra) y se conoce en el Callejón de Huaylas, por ejemplo en el sitio de Hualcayán en Caraz y en Awkismarka/Pueblo Viejo, donde estas tumbas se han llamado “machay” por la presencia de grandes rocas, (véase Acosta Parsons 2011: 23). Adosadas lateralmente a los túmulos – al igual que en el sitio de Antash – se encontraron pequeñas tumbas tipo caja con las paredes empedradas con la técnica huanca/pachilla, algunas de las cuales aprovechaban los vacíos de debajo de las grandes rocas que, cubiertas de tierra, formaban los túmulos (lám. 36, 37).

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Lám. 35. Túmulos funerarios en la Colina de los entierros de Quenguan (CVP 47).

Lám. 36. Camara funeraria debajo de una gran roca que forma uno de los túmulos en CVP 47.

Lám. 37. Caja en piedra en el complejo de los túmulos de la Colina de los entierros de Quenguan (CVP 47).

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Discusión: La fragmentería cerámica recolectada (lám. 191, 198, 208) y el patrón de la arquitectura funeraria permitió fechar las estructuras en el Horizonte Temprano final/ Período Intermedio Temprano. ••• Nombre de la zona arqueológica: Colina de los entierros de Lluviajirca (CVP 48) Caserío: Quenguan – Distrito: Chacas – Provincia: Asunción – Departamento: Ancash Ubicación geográfica UTM Este 234495 Norte 8985927 Altitud (en mt. s.n.m.): 3.917 Antecedentes: /// Tipología de asentamiento: Necrópolis/Tumbas tipo caja Cronología: Horizonte Temprano final/ Período Intermedio Temprano Descripción: prosiguiendo en dirección norte de las colinas de Quenguan se cruza un pequeño río de régimen no permanente en las cercanías del cual se encontró un conjunto de tumbas caja de planta rectangular, pentagonal y hexagonal (lám. 38) adosadas a un declive natural, obteniendo además una buena muestra de cerámica fina de la parte final del Formativo y del Período Intermedio

Lám. 38. Colina de los entierros de Lluviajirca (CVP 48): croquis de distribución de las sepulturas.

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Temprano. Se trata de cajas de piedra a pocos centímetros de profundidad (entre 10 y 15 cm) cubiertas en principio por lajas y ahora saqueadas (lám. 39, 40, 41). La mampostería del empedrado de los lados de las tumbas es de factura fina: en algunas se observaron paredes con muros huanca/pachilla, en otras, paredes formadas por una única laja de piedra granítica pulida y de forma perfectamente cuadrada. En algunas se hallaron restos óseos humanos muy deteriorados. Discusión: sepulturas similares se encontraron en varias zonas de Chacas. Las mayores comparaciones se dan con los entierros de Jatungaga Pirushtu, donde se conservan tumbas de planta octagonal (véase infra). La tipología de los entierros reconocidos se observan, a parte en la cercana Colina de los Entierros (véase supra), también en la zona del Callejón de Huaylas (véase discusión Mashinka, CVP 11), y en la zona del Puchca, donde Amat reconoce este patrón de entierro asociado a viviendas del período que define huarás (2003). Estos elementos, así como la cerámica encontrada, permiten fechar los entierros hacia finales del Horizonte Temprano final / Período Intermedio Temprano. ••• Nombre de la zona arqueológica: Gatin (CVP 28) Poblado: Chinlla – Distrito: Chacas – Provincia: Asunción – Departamento: Ancash Ubicación geográfica UTM Este 238074 Norte 8989685 (Promontorio 1). Altitud (en mt. s.n.m.): 3.637 Antecedentes: Herrera A. 1998 Tipología de asentamiento: Pirushtu tipo 2 Cronología: Horizonte Temprano / Período Intermedio Temprano Descripción: gran conjunto arqueológico en las cercanías del pueblo de Chinlla, en la vertiente norte del río Chacapata frente a Chacas. Una parte del sitio la ocupan tres promontorios aterrazados artificialmente (conjunto I) de diferentes alturas, mientras que la otra la ocupan cuatro promontorios (conjunto II); por razones de tiempo, en la temporada 2002 se pudo explorar solo el conjunto I. El promontorio más alto (lám. 42), está aterrazado en su parte superior con dos plataformas: la plataforma más alta es de forma circular alargada y mide aproximadamente 30 x 15 m y está orientada hacia nordeste; en su extremo sur se encuentran tres piedras en forma de paralelepípedo irregular puestas a manera de huancas. El promontorio 2 está ubicado a nordeste del primero y se compone de diferentes terrazas en las cuales quedan restos de muros de contención. Se trata de una zona muy vasta y el promontorio lo componen por lo menos cuatro terrazas visibles y una estructura circular en su cumbre. Una de las terrazas es muy alargada y desciende en dirección suroeste hacia el promontorio 1. El promontorio 3 está ubicado a noroeste del primero (lám. 43) y se compone de tres terrazas, con restos de muros de contención, que culminan con una plataforma circular en su cima. Toda el área está muy afectada por labores agrícolas. Se encontró cerámica diagnóstica del Formativo final (lám. 184, 186) y del Período Intermedio Temprano. Discusión: Gatin es un conjunto arqueológico que ocupa un espolón rocoso que domina el valle del río Chacapata frente a la colina donde se encuentra el Pirushtu de Chacas, en la vertiente opuesta del río. A pesar de que no se conservan evidencias arquitectónicas en superficie, las plataformas artificiales construidas nivelando las cimas de los promontorios de notable altura apoyan la hipótesis de que el sitio desempeñase un papel de importancia considerable en el pasado prehispánico. A juzgar por la cantidad, calidad y diferenciación de los tiestos encontrados, suponemos que el sitio tuvo una frecuentación continua a partir, por lo menos, de finales del Formativo hasta todo el Período Intermedio Temprano. No fue posible asociar los hallazgos cerámicos a la arquitectura, pues el sitio se encuentra muy afectado en varios puntos por labores agrícolas. Además, según el

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Lám. 39. Ejemplo de sepultura tipo caja en piedra en Lluviajirca (CVP 48).

Lám. 40. Ejemplo de sepultura tipo caja en piedra en Lluviajirca (CVP 48).

Lám. 41. Ejemplo de sepultura tipo caja en piedra en Lluviajirca (CVP 48).

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Lám. 42. Promontorio 1 del conjunto I de Gatin (CVP 28).

Lám. 43. Promontorio 3 del conjunto I de Gatin (CVP 28).

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patrón conocido para los sitios formativos (Burger R. 1982) es posible que las arquitecturas más antiguas se encuentren por debajo del suelo de frecuentación actual. Las plataformas con restos de muros de contención de buena factura con rampas de los sectores 2 y 3 recuerdan las de Chonta Corral o las de Balcón de Judas. La concentración de fragmentos cerámicos (¿basurales?) en las áreas entre los promontorios 3 y 1 llevan a pensar en una utilización de esos espacios para fines domésticos. ••• Nombre de la zona arqueológica: Tucujirca (Vizcas) (CVP 27) Poblado: Vizcas – Distrito: Chacas – Provincia: Asunción – Departamento: Ancash Ubicación geográfica UTM Este 236800 Norte 8987550. Altitud (en mt. s.n.m.): 3.580 Antecedentes: /// Tipología de asentamiento: Pirushtu tipo 2 Cronología: ¿Horizonte Temprano / Período Intermedio Temprano? Descripción: área arqueológica que se encuentra en el poblado de Vizcas, en la vertiente norte del río Chacapata a unos 3,5 km de distancia en dirección noroeste de Chacas. Ocupa unas colinas aterrazadas artificialmente (lám. 44) y en la actualidad se utiliza como terreno de cultivo. La estructuración de las terrazas y la colocación del sitio presentan similitudes con el sitio de Gatin (CVP 28) que se encuentra en las cercanías. No se recogió cerámica ni es visible arquitectura superficial. La tipología de estos montículos se conoce como formativa en la zona; futuras excavaciones podrán comprobar esta hipótesis. ••• Nombre de la zona arqueológica: Pirushtu de Pachamaray (CVP 26) Poblado: Pachamaray – Distrito: Chacas – Provincia: Asunción – Departamento: Ancash Ubicación geográfica UTM Este 236358 Norte 8987181. Altitud (en mt. s.n.m.): 3.660 Antecedentes: /// Tipología de asentamiento: Pirushtu tipo 2 Cronología: ¿Horizonte Temprano / Período Intermedio Temprano? Descripción: restos dispersos y muy afectados por cultivos de tres montículos artificiales de pequeño tamaño colocados cerca del camino de herradura que del pueblo de Vizcas conduce hacia la Mina Laborion en la Quebrada Apash. Las formaciones a montículos artificiales son comparables (aunque de tamaño menor) a las de Huayá (CVP 12). No se encontró cerámica ni restos visibles de arquitectura. ••• Nombre de la zona arqueológica: Pirushtu de Chacas (CVP 15) Poblado: Chacas – Distrito: Chacas – Provincia: Asunción – Departamento: Ancash Ubicación geográfica UTM Este 240165 Norte 8987581. Altitud (en mt. s.n.m.): 3.379 Antecedentes: Herrera A. 1998 Tipología de asentamiento: Pirushtu tipo 1/Tumbas intrusivas Cronología: Horizonte Temprano / Período Intermedio Temprano Descripción: conjunto arqueológico monumental ubicado en el extremo norte-este del área urbana del pueblo de Chacas. La reciente construcción de una carretera y de algunas viviendas com-

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Lám. 44. Colinas aterrazadas de Tucujirca (Vizcas) (CVP 27).

prometió el área. Se trata de un interesante conjunto de dos montículos artificiales ubicado en el mismo eje con dirección este-oeste (lám. 45, 46, 47). La colina artificial domina el tinkui entre los dos ríos principales, Arma y Chacapata (véase Pirushtu de Huallin), y el pequeño río que desemboca en la quebrada Cochas. El montículo este, el más alto, está formado por tres terrazas superpuestas de las cuales, la más alta, presenta una forma perfectamente circular. Los dos montículos están separados por una plaza de forma casi rectangular a nivel más bajo (0,4 ha). En las terrazas en la base del montículo este se encontraron dos tumbas intrusivas, cuyas cámaras subterráneas habían sido saqueadas (lám. 48), con rasgos típicos de las cámaras funerarias subterráneas del Intermedio Temprano (Bennett W. 1944). Las plazas monumentales debían de estar ornadas con numerosas litoesculturas, que fueron sustrayendo a lo largo del tiempo los pobladores de Chacas y, más recientemente, saqueadores clandestinos (Wegner S. ms 2003). Parte de las esculturas líticas conservadas en el Colegio Amauta Atusparia de Chacas proceden, al parecer, del Pirushtu (lám. 49, 50, 51), además, la que se considera tradicionalmente como el emblema de Chacas representa una figura cuadrúpede con círculos en el cuerpo – la cabeza no se ha conservado – y una serpiente junto a sus pies. En el sitio se efectuó una recolección superficial de cerámica diagnóstica de diferentes épocas, desde el Formativo (lám. 184, 185, 186) hasta la fase del Período Intermedio Temprano (lám. 204, 210, 212, 226). Discusión: la tipología arquitectónica es bien conocida en la arqueología de la sierra de Ancash desde los trabajos pioneros de Amat en la zona del Puchca. El sitio de Huarijircan (un dibujo reconstructivo lo realizó Diessl W. 2003: 347) excavado por el estudioso se presenta completamente comparable: inclusive en Huarijircan se encontraron tumbas intrusivas del Intermedio Temprano. El reconocimiento y las posteriores excavaciones llevadas a cabo por Amat (1974, 1976) permitieron reconocer cerámica formativa parecida, según el autor, a las encontradas en el sitio de Huaricoto, en el Callejón de Huaylas. Una pequeña muestra de cerámica formativa se encontró en las recolecciones superficiales en el sitio realizadas durante el proyecto. Otros fragmentos fueron recuperados por Herrera, quien además encontró una punta de proyectil (1998). Así pues, las evidencias permiten fechar aproximadamente el sitio estableciendo como terminus ante quem la fa-

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Lám. 45. Croquis de las estructuras del sitio Pirushtu de Chacas (CVP 15).

Lám. 46. Reconstruccion isométrica del Pirushtu de Chacas (CVP 15). Dibujo Massimo Stefani.

Lám. 47. Vista del Pirushtu de Chacas (CVP 15).

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Lám. 48. Planta y perfil de tumba del Intermedio Temprano ubicada en el flanco este del montículo más alto del Pirushtu de Chacas (CVP 15).

se del Formativo, si bien en época post-formativa siguió utilizándose, pero al parecer como lugar de entierro. El Pirushtu de Chacas es la mayor instalación de esta tipología en la zona. La larga reocupación, sobre todo del Período Intermedio Temprano como lugar de entierro de las élites locales de Intermedio Temprano, subraya la importancia del sitio, que por largo tiempo se consideró un lugar especial. No es casual su posición estratégica en el cruce de diferentes ríos, en la desembocadura de la ruta de comunicación natural hacia la zona de Huari, a través de la quebrada Arma, así como en dirección de las tierras bajas de San Luis, lo que convirtió el asentamiento en un lugar ideal para la construcción de la Chacas colonial. Es posible además que el sitio fuese adornado por esculturas de piedra que representaban animales míticos o dioses. La ubicación en una colina baja, y la falta de estructuras defensivas refuerzan la hipótesis del prestigio del centro, que al parecer tenía influencia y poder en una parte considerable del territorio. No se encontraron restos de arquitectura doméstica que podrían haberse quedado bajo el pueblo moderno de Chacas. Por otro lado, sin embargo, desconozco posibles hallazgos de cerámica o de otro material cultural fuera del sitio monumental, ni siquiera hallazgos durante las numerosas obras de modernización del pueblo de Chacas. Solamente un trabajo extensivo de excavaciones podrá esclarecer las dimensiones reales de la ocupación formativa de la colina de Chacas. Por su parte, la relación con otros centros cercanos del Horizonte Temprano, como Huarazpampa y Gatin, está a la espera de ser objeto de estudios más exhaustivos. El sitio se encuentra en mal estado de conservación, especialmente en su parte oeste puesto que parte del montículo artificial se cortó para construir una vivienda.

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Lám. 49, 50, 51. Litoesculturas posiblemente procedentes del Pirushtu de Chacas (CVP 15). Foto S. Wegner.

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••• Nombre de la zona arqueológica: Matara (CVP 36) Poblado: Matara – Distrito: Chacas – Provincia: Asunción – Departamento: Ancash Ubicación geográfica UTM Este 238731 Norte 8988529. Altitud (en mt. s.n.m.): 3.218 Antecedentes: /// Tipología de asentamiento: Pirushtu tipo 1 Cronología: ¿Horizonte Temprano / Período Intermedio Temprano? Descripción: conjunto de terrazas en la orilla occidental del río Chacapata. En el área, en la ecozona quechua, se cultiva maíz. El conjunto lo conforman dos morros concéntricos, nivelados en la cima en forma de plazoleta (lám. 52). El morro más alto (E. 0238726 N.8988540 H. 3215) mide unos 30 m de diámetro. Su construcción supuso un trabajo importante para sustentar el área más alta de la plazoleta, que se encuentra apoyada en una serie de galerías. Las plazoletas están delimitadas por huancas, que todavía quedan en el terreno. En la vertiente del morro se encontró un monolito de granito (80 x 93 x 26 cm), con representaciones de un ser sobrenatural, con apéndices ofidormofas que salen de su cabeza (lám. 53). Otro monolito se encuentra en una casa privada en las cercanías del sitio y representa una cabeza triangular con apéndices ofidomorfas que salen de su cima (lám. 54). Discusión: El sitio presenta elementos parecidos a CVP 15 (Pirushtu de Chacas) en la arquitectura y por lo que concierne la litoescultura, y podría remontarse al Formativo final. No se encontró cerámica diagnóstica.

•••Quebrada Juitush (lám. 55)••• Nombre de la zona arqueológica: Geropalca I y II (CVP 10) Poblado: Geropalca – Caserío: Collo – Distrito: Chacas – Provincia: Asunción – Departamento: Ancash Ubicación geográfica (Geropalca I) UTM Este 236392 Norte 8984241. Altitud (en mt. s.n.m.): 3.579 Antecedentes: /// Tipología de asentamiento: Sitio residencial tipo C ¿Qollqas? Cronología: ¿Período Intermedio Tardío/ Horizonte Tardío? Descripción: en la vertiente oriental de la quebrada Geropalca – o Juitush – se encuentra el cerro Balcón, que cuenta con varias áreas arqueológicas. En la parte baja, a orillas del río Geropalca, se ubica el sitio homónimo, donde se distinguen dos áreas con restos arquitectónicos: el conjunto I, situado en una pampa en la base de la vertiente oeste del cerro, y el conjunto II, que se halla aproximadamente 20 m más abajo en dirección del río. Conjunto I – Los restos visibles abarcan una extensión mínima de 1 ha y están colocados paralelamente al río que corre por debajo. Se trata por lo menos de 5 estructuras de planta cuadrangular, que ocupan por lo menos 70 m lineales, flanqueadas por una pirca en común, tipo kallankas. En las esquinas de las estructuras existen otros recintos cuadrados con las esquinas redondeadas (aprox. 2,5 x 3 m) de difícil identificación, aunque la ubicación en ejes alineados (¿quizás sobre dos líneas?) y la presencia de entrada bajas podrían recordar la estructuración de las qollqas (Morris C. - Thompson D. 1985) (lám. 56). Conjunto II (lám. 57) – caracterizado por una gran pampa alrededor de la cual se encuentran construcciones de planta circular y rectangular en pirca (¿viviendas?). En la parte norte del sitio, un muro largo de doble cara (80 cm de ancho) delimita una terraza artificial en dirección al río. El la-

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Lám. 52. Colina nivelada en la cima en forma de plazoleta en el sitio de Matara (CVP 36).

Lám. 53. Monolito de granito con representaciones de un ser sobrenatural en Matara (CVP 36).

Lám. 54. Monolito con representación de una cabeza triangular con apéndices ofidomorfas en Matara (CVP 36).

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mentable estado de conservación no permite detectar las funciones de las estructuras; a pesar de ello, los restos esparcidos en una amplia área, la presencia de estructuras diversificadas hacen pensar que se trataba de una zona de viviendas con diferentes espacios funcionales. Discusión: el sitio se puede comparar con Huacramarca II por la técnica de construcción de los edificios y por la colocación, con la orientación de las estructuras en dirección al río. Ambos sitios presentan estructuras que se encuentran debajo de cerros importantes, y con restos arqueológicos de época aparentemente precedente. Al igual que Huacramarca II, es posible que el sitio contase con una conexión directa con un antiguo camino: en este caso el camino que de la zona de Geropalca conduce hasta la quebrada Honda en el Callejón de Huaylas. Los posibles restos de qollqas apoyan la hipótesis de que el sitio estaba ubicado en una zona de tránsito para el desplazamiento de bienes desde y hacia la quebrada Honda. Las características arquitectónicas así como la ubicación indican un fechado tardío, quizás Período Intermedio Tardío-Horizonte Tardío. En el sitio no se encontró cerámica diagnóstica. ••• Nombre de la zona arqueológica: Cruzjirca (CVP 29) Poblado: /// – Caserío: Cuatroscruces – Distrito: Chacas – Provincia: Asunción – Departamento: Ancash Ubicación geográfica UTM Este 236984 Norte 8985405. Altitud (en mt. s.n.m.): 3.954 Antecedentes: /// Tipología de asentamiento: Sitio residencial tipo B Cronología: Horizonte Temprano final/ Período Intermedio Temprano/Horizonte Medio Descripción: Cruz Jirca es un área arqueológica situada cerca de la antigua vía de comunicación entre la quebrada Juitush del valle de Chacas y la quebrada Honda del Callejón de Huaylas. De dicha vía se conservan trazas de un camino de acceso al sitio. La zona que nos interesa presenta un conjunto de 11 plataformas construidas aprovechando un promontorio natural que ocupa un área de 2 ha (lám. 58, 59). El sitio presenta numerosos recintos de viviendas y terrazas quizás utilizadas para los cultivos. El

Lám. 55. Ubicación de las ruinas de la quebrada Juitush: Geropalca I y II (CVP 10), Cruzjirca (CVP 29), Balcón de Judas (CVP 30), Pununan Cóndor (CVP 31), Shagajirca (CVP 34), Huarazjirca o Ticcla (CVP 35), Chaupijirca (CVP 50).

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Lám. 56. Qollqas de Geropalca I (CVP 10).

Lám. 57. Recintos de Geropalca II (CVP 10).

área más alta se compone de una plataforma semicircular (sector A) construida sobre un montículo artificial contenido por un muro; fuera de este, en una terraza en declive se encontró un monolito escultórico atribuible a la tradición litoescultórica local del Período Intermedio Temprano (lám. 60 y 270), que representa un personaje agachado, cuya cabeza lamentablemente se ha perdido. En la plazoleta se encontraron numerosos fragmentos de un colador y más cerámica diagnóstica (lám. 200, 240, 248). Esta parte elevada del sitio está bien conectada con un área funeraria donde se encontraron tumbas a cista y en abrigo rocoso. Frente a Cruz Jirca, en eje de alineación con la es-

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Lám. 58. Promontorio aterrazado de Cruzjirca (CVP 29).

Lám. 59. Croquis de Cruzjirca (CVP 29).

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tructura circular más alta descrita, se encuentran dos estructuras circulares, claramente conectadas con el sitio, llamadas Balcón de Judas y Pununan Cóndor (véase infra). Los sectores D, E, F, G, H proporcionaron numerosos objetos de piedra – batanes y manos de moler – que dejamos in situ. Se aprecian trazas, no documentadas, de recintos cuadrangulares mal conservados (¿unidades domésticas?), a veces reparados con muros de peor calidad en pirca. Rampas de acceso unían cada una de las terrazas que descienden hacia la cuenca del Chacapata. En las últimas tres no se registraron muros y se documentaron tomando únicamente puntos GPS portátil. Debajo del área con restos arqueológicos, Lám. 60. Monolito encontrado en la plaza superior de Cruzjir- se encontraron andenes. En la actualidad en ca (CVP 29). las cercanías del sitio vive una familia que cultiva patatas y quinua en las antiguas terrazas. El abastecimiento hídrico para la familia procede de un manantial que se encuentra pocos metros más abajo de las ruinas, en dirección suroeste. Discusión: Cruzjirca es un sitio residencial de gran interés ubicado en un punto estratégico que domina la quebrada del Chacapata así como una de las principales rutas de comunicación hacia la quebrada Honda y el Callejón de Huaylas. El sitio además está enfrente de Jatungaga Pirushtu (CVP 25), en la vertiente opuesta del río Chacapata. A pocos centenares de metros en dirección sur se encuentran dos estructuras circulares – Balcón de Judas y Pununan Cóndor – alineadas con la plataforma más alta de Cruzjirca; por las características de dichas áreas (véase infra) no está fuera de lugar pensar que servían como plataformas ceremoniales que funcionaron, quizás, en una época contemporánea al sitio. La plataforma más alta de Cruzjirca pudo haber servido como arquitectura corporativa, pues sabemos que durante el Período Intermedio Temprano las litoesculturas se utilizaban como elemento decorativo de los edificios de función pública (Lau G. 2001: 196). En cambio, las terrazas más bajas, debido a su conexión con las áreas agrícolas que se encuentran por debajo, a los abundantes basurales de cerámicas encontrados junto a los instrumentos de moler, parecen más bien áreas de producción / vivienda. La importancia del asentamiento la atestiguan los numerosos hallazgos de cerámica fina, de instrumentos y del monolito, única escultura in situ de la zona de Chacas. ••• Nombre de la zona arqueológica: Balcón de Judas (CVP 30) Poblado: /// – Caserío: Cuatroscruces – Distrito: Chacas – Provincia: Asunción – Departamento: Ancash Ubicación geográfica UTM Este 237274 Norte 8985077. Altitud (en mt. s.n.m.): 4.108 Antecedentes: ///

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Tipología de asentamiento: Estructura circular ceremonial Cronología: Horizonte Temprano final/ Período Intermedio Temprano final Descripción: sitio arqueológico ubicado en la cima del cerro homónimo. El cerro de Balcón de Judas se encuentra en la confluencia entre la quebrada Juitush y la quebrada Chacapata, a unos 150 m por encima del sitio de Cruzjirca y del antiguo camino de herradura que comunica la zona del Callejón de Huaylas, a través de la Quebrada Honda, y el valle de Chacas, a través de la Quebrada Juitush. El camino, a la altura del sitio arqueológico, describe una vuelta hacia el valle Juitush abandonando así el valle del río Chacapata. Este punto del camino es conocido también como Cuatros Cruces. Se puede llegar al sitio arqueológico a través de una subida muy empinada que empieza en el camino de herradura y llega al cerro de Balcón de Judas por el lado noroeste. La parte más alta del cerro se presenta como una planicie alargada de una extensión aproximada de 0,5 km, a una altura de 4100 m. En el extremo nordeste de la planicie se encuentra una de las dos áreas arqueológicas, denominada Balcón de Judas, mientras que en el extremo sureste se encuentra el área llamada Pununan Cóndor (véase más adelante, lám. 61). El área de Balcón de Judas está colocada a manera de observatorio y la mayor parte del sitio, salvo la entrada oeste y el muro megalítico de contención (lám. 62), está al filo de la escarpada del cerro. Balcón de Judas está constituido por una única construcción circular articulada interiormente en diferentes recintos tipo “patio agrupado” (véase Cap. 1 y 2 para una discusión sobre esta tipología arquitectónica y Herrera A. - Lane K. 2004). En el sitio se realizaron excavaciones en la campaña 2003; una discusión más detallada de los trabajos realizados se encuentra en el párrafo correspondiente. ••• Nombre de la zona arqueológica: Pununan Cóndor (CVP 31) Poblado: /// – Caserío: Cuatros Cruces – Distrito: Chacas – Provincia: Asunción – Departamento: Ancash Ubicación geográfica UTM Este 237584 Norte 8984587. Altitud (en mt. s.n.m.): 4.167 Antecedentes: /// Tipología de asentamiento: Estructura circular ceremonial / Necrópolis tumbas bajo abrigo rocoso Cronología: Horizonte Temprano final/ Período Intermedio Temprano final (Estructura circular)¿?/ Período Intermedio Tardío (tumbas) Descripción: para la localización del sitio véase Balcón de Judas. Pununan Cóndor surge a continuación de la misma cima de Balcón de Judas (lám. 61); en la vertiente oriental de esta cima, que presenta asimismo una gran afloración rocosa, se encuentran hendiduras que fueron utilizadas como lugar de sepultura. Hoy en día quedan restos humanos muy deteriorados y fragmentos de cerámica comparables con los de estilo Pojoc (Burger R. 1982), que no se publican, además de un cuenco tosco (lám. 257), que se remontan al Período Intermedio Tardío. Las tumbas fueron saqueadas. El cerro en que surge el área arqueológica (lám. 63) presenta en su cima una planicie donde se encuentra una estructura circular construida sobre un relleno artificial, al igual que Balcón de Judas, contenido por un muro huanca/pachilla con una entrada (lám. 64). El muro se arregló en época posterior con una construcción en pirca (véase también Campana Jirca y Chonta Corral infra). En la parte interna de la estructura circular se encuentran restos muy mal conservados de posibles recintos o cámaras que dividían el espacio en la parte interior (se identificó el fragmento de un mortero, véase lám. 265). El sitio se encuentra alineado con la plaza de Balcón de Judas, por el lado norte, y con la del sitio de Shagajirca, hacia el sur. La evidente conexión entre estos sitios plantea el problema de las relaciones entre ellos que se discute brevemente en el párrafo dedicado a Balcón de Judas.

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Lám. 61. Vista aérea de los sitios del Cerro Balcón de Judas: nótense el camino que pasa cerca de Cruzjirca y que va al Callejón de Huaylas.

Lám. 62. Vista de la entrada con rampa y del muro megalítico en el sitio de Balcón de Judas (CVP 30).

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Lám. 63. Morro con las ruinas de Pununan Cóndor (CVP 31) (la foto ha sido tomada de Balcón de Judas.

Lám. 64. Entrada al recinto del sitio de Pununan Cóndor (CVP 31).

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Lám. 65. Estructuras de Shagajirca (CVP 34). Nótense a continuación en la foto las ruinas de Pununan Cóndor (CVP 31).

Discusión: Pununan Cóndor, así como Balcón de Judas, es un ejemplo de lo que identificamos como estructuras ceremoniales circulares de tradición local. Esta tipología de arquitectura, que puede compararse con ejemplos parecidos en varias partes del Callejón de Conchucos y del Callejón de Huaylas (véase discusión de Balcón de Judas, infra), destaca por el esfuerzo constructivo, la planta circular con divisiones internas, y por la inusual limpieza de restos de actividades productivas o de huellas humanas. Con mucha probabilidad en el sitio no se desarrollaba ninguna actividad doméstica, y es incluso probable que su utilización fuese por temporadas. Por ello resulta complicado, como en el caso de Balcón de Judas y posiblemente contemporáneo, definir un terminus post quem de la concurrencia del sitio, que al parecer fue continua a juzgar por las reparaciones evidentes en algunas partes del recinto. El terminus ante quem podría coincidir con el fechado de Balcón de Judas, o sea Horizonte Temprano final/ Período Intermedio Temprano final, debido a los muchos paralelismos entre los dos sitios. En esta parte del sitio no se encontró cerámica diagnóstica. ••• Nombre de la zona arqueológica: Shagajirca (CVP 34) Poblado: Huayá – Caserío: Cuatros Cruces – Distrito: Chacas – Provincia: Asunción – Departamento: Ancash Ubicación geográfica UTM Este 237784 Norte 8984323 Altitud (en mt. s.n.m.): 4.178

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Lám. 66. Mapa del sitio de Shagajirca (CVP 34).

Antecedentes: /// Tipología de asentamiento: Sitio residencial tipo C Cronología: Período Intermedio Tardío Descripción: el sitio fue reconocido efectuando una prospección en la zona de alturas que divide la quebrada Juitush de la quebrada Chacapata; se desarrolla en la cima rocosa del cerro Balcón. En la misma cima (lám. 65), a pocos centenares de metros, se encuentran otras áreas arqueológicas en dirección sur: Balcón de Judas y Pununan Cóndor (véase supra). El sitio de Shagajirca – cuya extensión es 1,14 ha – cubre por lo menos seis terrazas naturales que fueron fortificadas (lám. 66); quedan restos de muros en las terrazas 1, 2 y 3. Al igual que en los sitios de Huacramarca (CVP 2) y Tayapucru (CVP 37), con toda probabilidad el acceso se efectuaba a través de una serie de puntos de control que culminan en la entrada “monumental” – en la porción norte del asentamiento –

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que no tenía función de defensa pero que es bien estrecha. Dicha entrada se ubica en el sector que llamamos terraza 6A. Las estructuras visibles, concentradas en las terrazas 6A, 7A y 7B, son de dos tipos: de planta cuadrada y del tipo “patio agrupado”. Al contrario de otros sitios en los que se aprecia esta segunda tipología de estructuras, no están bien claras las entradas a cada recinto a partir del patio central, y, a causa del precario estado de conservación, es incluso difícil determinar los límites de las agrupaciones. Se localizaron dos conjuntos más definidos que se indican en el mapa como conjunto 1 y 2. En el caso del conjunto 3, es posible que los recintos II, III y IV se asomasen a un mismo espacio (ahora ya no definido por arquitectura) en dirección norte; el recinto IV tiene una entrada hacia dicho espacio. En el recinto VI del conjunto I recolectamos algunos fragmentos de cerámica de un hondo hueco hecho por saqueadores. Discusión: Shagajirca es una pequeña aldea residencial que se encuentra en un área de pura puna, en un lugar alto y de fácil defensa. Dada su ubicación en la cresta de un cerro, los restos arquitectónicos así como la cerámica están muy mal conservados. A pesar de ello, los restos arquitectónicos parecen demostrar que el asentamiento hospedó quizás un número restringido de personas, quienes, con toda probabilidad, se dedicaban al pastoreo; este dato gana fuerza con la observación del entorno en el cual se sitúa el asentamiento. La zona no garantiza demasiados recursos, pues las fuentes de agua más cercanas se sitúan a no menos de 0,7 km en la ladera occidental del cerro con un salto de cota considerable. La estructuración de los espacios y la tipología de las construcciones recuerdan los sitios de Huacramarca y de Tayapucru, aunque las técnicas de construcción parecen mucho más rudimentarias, y relacionan el sitio con los asentamientos tardíos: Torrejirca, descrito a continuación, y el mucho más conocido de Ñawpamarca de Huamantanga, en la cercana zona de Huari (Orsini C. - Benozzi E. 2013). El único fragmento diagnóstico recuperado no ayuda a fechar exactamente el sitio, si bien por su ubicación y la estructuración de los espacios podría ser tardío. Cabe destacar la cercanía con el sitio de Pununan Cóndor, que quizás los habitantes de Shagajirca mantuvieron y utilizaron en momentos especiales. ••• Nombre de la zona arqueológica: Huarazjirca o Ticcla (CVP 35) Poblado: Huayá – Caserío: Cuatros Cruces – Distrito: Chacas – Provincia: Asunción – Departamento: Ancash Ubicación geográfica. UTM Este 236884 Norte 8984397. Altitud mt. s.n.m.: 3.921 Antecedentes: /// Tipología de asentamiento: Restos dispersos Cronología: ¿Horizonte Tardío? Descripción: restos dispersos que se ubican en una planicie de la ladera occidental del cerro Balcón, a una distancia aproximada de 0,5 km del sitio de Balcón de Judas, al lado del camino de herradura que lleva hacia la quebrada Honda del Callejón de Huaylas. Se reconocieron dos recintos de forma rectangular de grandes dimensiones (12 x 5 m), uno de los cuales con estructuras cuadradas pequeñas en sus esquinas (2 x 1 m), ubicados en una planicie que recuerdan a los de Geropalca I (CVP 10). Los demás restos visibles se encuentran muy afectados por los trabajos agrícolas (lám. 67). En las cercanías de dicha área se encontró un petroglifo con un dibujo en forma de espiral (lám. 68). En el sitio no se ha encontrado cerámica diagnóstica. Discusión: La ubicación y la estructuración de los recintos hacen pensar en las posibles qollqas de

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Lám. 67. Recintos de forma rectangular de grande dimensiones en Huarazjirca o Ticcla (CVP 35).

Lám. 68. Petroglifo con dibujos en forma de espiral encontrado en Huarazjirca (CVP 35).

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construcción local identificadas en Geropalca. Aunque los datos a nuestra disposición, procedentes entre otros de las crónicas, sugieran una presencia inca en la zona casi nula, sabemos que los emplazamientos inca estaban asociados a tramos del camino real o Capac Ñan. No se conocen tramos del Capac Ñan en Chacas, aun así los Incas igualmente utilizaban caminos locales para desplazarse (Martínez Martínez G. 2004), y no es improbable que se utilizara en aquella época la vía hacia el Callejón de Huaylas que pasaba a pocos metros del sitio. Por lo expuesto se podría fechar el sitio al Horizonte Tardío, basándonos también en la comparación con otros sitios similares en la zona de Huari (Quenhuac Jirca, Taulli, Huaga, Tambillo), de extensión y características parecidas asociados a los tramos del Capac Ñan, que pasaba por esta provincia rumbo a Piscobamba (Serrudo Torobeo E. 2003). ••• Nombre de la zona arqueológica: Chaupijirca (CVP 50) Caserío: // – Distrito: Chacas – Provincia: Asunción – Departamento: Ancash Ubicación geográfica UTM Este 240740 Norte 8978525 Altitud (en mt. s.n.m.): 4.260 Antecedentes: /// Tipología de asentamiento: ¿Sitio residencial?/restos dispersos Cronología: ¿Período Intermedio Tardío? Descripción: restos dispersos de estructuras de planta circular y cuadrada que se encuentran en las cercanías de dos pequeñas lagunas ubicadas a 50 m más abajo con respecto al sitio en dirección este. El sitio ocupa la parte llana de la cima rocosa del cerro Chaupijirca, en la quebrada Juitush. Los recintos se hallan dispersos en un área de quenuales de la que, además, no fue posible realizar un relieve de detalle de las estructuras. Los recintos miden entre 2 y 5 m de diámetro. Se reconocieron, en mal estado de conservación, 14 estructuras en pirca de piedras canteadas de dimensiones medianas. No se encontró cerámica diagnóstica y, dado el mal estado de conservación y las reutilizaciones modernas de las estructuras antiguas – la zona la utilizan los pastores –, no fue posible llevar a cabo una discusión sobre la cronología de las estructuras y de su uso. A pesar de ello, la ubicación del sitio (en una zona aislada a más de 4.200 m de altitud) y la conformación de corrales de algunas estructuras llevan a pensar en un asentamiento de pastores tardío del tipo de Torre Jirca (CVP 23) y de Shagajirca (CVP 34).

•••Quebrada Apash (lám. 69)••• Nombre de la zona arqueológica: Jatungaga Pirushtu (CVP 25) Poblado: Pachamaray – Distrito: Chacas – Provincia: Asunción – Departamento: Ancash Ubicación geográfica UTM Este 235707 Norte 8986230. Altitud (en mt. s.n.m.): 3.804 Antecedentes: /// Tipología de asentamiento: Sitio residencial tipo B Cronología: Horizonte Temprano/Horizonte Tardío Descripción: conjunto arqueológico situado en la vertiente norte del río Chacapata, a unos 5 km al noroeste de Chacas, y cuyo poblado más cercano es Pachamaray. El sitio ocupa un espolón rocoso que se encuentra enfrente de la desembocadura de la quebrada Apash, que conduce a la Mina Laborión (Cerro Laborión). Desde la zona de la mina desciende un pequeño riachuelo que posiblemente fue la fuente de agua primaria del sitio, así como del sitio de Rejrish (véase más adelante). Se puede acceder al sitio por dos lados: por la vertiente sur del cerro, a través de unos an-

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Lám. 69. Ubicación de las ruinas de la quebrada Apash: Jatungaga Pirushtu (CVP 25), Rejrish (CVP 32), Mamapampa (CVP 33).

denes de cultivos que siguen utilizándose hoy en día, o por el lado nordeste aprovechando un camino de herradura que llegaba a la mina Laborión. El espolón rocoso donde surge el sitio fue aterrazado artificialmente (lám. 70). Los restos visibles de ocupación antigua cubren un área de aproximadamente 1,5 ha. El sitio se extiende en dirección norte/oeste sur/este. El acceso antiguo seguramente se efectuaba por la parte menos empinada del lado noroeste. Las numerosas plataformas artificiales, a veces definidas mediante muros perimetrales y sostenidas por muros megalíticos, las ocupan recintos de planta cuadrada o circular. Los sectores M, N, O presentan escasos restos de recintos pero, sin embargo, abundantes restos de sepulturas en chulpas, a cistas subterráneas, a cámaras subterráneas y en abrigo rocoso. Dicha necrópolis se encuentra en unos sectores empinados colocados en la vertiente sur del cerro, inaccesible si no se pasa por los sectores más elevados del sitio. El cerro donde surge el sitio ofrece una visual muy amplia del valle principal, formado por el río Chacapata, y se coloca enfrente de la quebrada Juitush, antigua vía de comunicación con Callejón de Huaylas. Se encuentra además en una posición estratégica para el control del tránsito hacia la quebrada Apash. El sitio, por último, se encuentra enfrente al de Cruzjirca (Cerro Balcón). En el asentamiento se distinguieron diferentes sectores y, a través de la excavaciones en pozos de sondeo, se definieron posibles áreas de actividad dentro de los mismos (véase infra). Se recogió una cantidad notable de cerámica diagnóstica (véase Cap. 4), que permitió definir algunas etapas de ocupación local. Se realizaron, para terminar, algunos análisis radiocarbónicos sobre el material orgánico encontrado en el sitio. Una discusión detallada se encuentra en el párrafo dedicado a las excavaciones realizadas en este asentamiento.

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Lám. 70. Morro aterrazado del sitio de Jatungaga Pirushtu (CVP 25). La flecha en el fondo indica el espolón rocoso modificado artificialmente donde se encuentra el sitio de Rejrish (CVP 32).

••• Nombre de la zona arqueológica: Rejrish (CVP 32) Poblado: Pachamaray – Distrito: Chacas – Provincia: Asunción – Departamento: Ancash Ubicación geográfica UTM Este 235374 Norte 8986874. Altitud (en mt. s.n.m.): 3.923 Antecedentes: // Tipología de asentamiento: Sitio residencial tipo B/ Necrópolis Cronología: Período Intermedio Temprano/Horizonte Tardío Descripción: sitio arqueológico que se ubica en la quebrada Apash, sobre el cerro homónimo en dirección noroeste con respecto a Jatungaga (lám. 70). El sitio se extiende en la cresta alargada del cerro, que presenta dos áreas muy extensas donde se aprecian restos extraviados de estructuras de piedra en mal estado de conservación. En una de las dos, la más cercana a Jatungaga se accede por la misma quebrada Apash; a lo largo de una subida muy empinada hacia la cumbre se encuentran restos de muros posiblemente de defensa. En la vertiente oriental del cerro se abre la entrada a un socavón utilizado seguramente durante la época colonial para buscar minerales, puesto que la quebrada Apash termina cerca de una importante área minera conocida como Mina Laborion. En las inmediatas cercanías del sitio, bajando por la ladera del cerro en dirección a Jatungaga Pirushtu y a la quebrada del río Chacapata, se aprecia un área funeraria con una chulpa en el punto GPS E. 235398 N. 8986631 h. 3852 y otra en el punto E. 2353993 N. 8986596 h. 3817. Las tumbas se encontraron saqueadas y muy destruidas. En una pampa elevada en dirección norte con respecto al sitio se aprecian restos de canalizaciones en el punto E. 235214, N. 8987441 h. 4060 que se encuentra a media vía entre la laguna Ya-

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nacocha y el sitio: es probable que de la laguna procediese el agua para el abastecimiento hídrico ya que el río Apash se encuentra al final de una imponente escarpada. Discusión: no se apreciaron restos de arquitecturas visibles, solo muros de defensa, rampas que comunican las diferentes plataformas, de modo que resulta muy difícil fechar el sitio. Los pocos fragmentos recuperados en las chulpas (lám. 218, 220, 226, 240), permiten identificar un terminus post quem en el Intermedio Temprano o más probablemente en el Horizonte Medio. ••• Nombre de la zona arqueológica: Mamapampa (CVP 33) Poblado: // – Caserío: Mamapampa – Distrito: Chacas – Provincia: Asunción – Departamento: Ancash Ubicación geográfica UTM Este 235632 Norte 8987949. Altitud (en mt. s.n.m.): 3.973 Antecedentes: // Tipología de asentamiento: Pirushtu tipo 2 Cronología: Horizonte Temprano final/Período Intermedio Temprano Descripción: área arqueológica ubicada en la pampa homónima a unos 1,3 km al oeste del pueblo de Pampash (lám. 71). La zona se conforma como una planicie en forma de terraza que domina el poblado a este del sitio. En la parte final de la terraza en dirección del pueblo, se yergue una pequeña colina. Mamapampa se puede dividir en dos zonas: 1) una zona con un montículo artificial que conserva diferentes terrazas y muros de contención y que ocupa una colina (lám. 72); 2) un área ubicada en la planicie hacia noroeste con numerosos restos (no documentados) de recintos de planta cuadrada, algunos de los cuales reutilizados en tiempos modernos. Se trata de una zona arqueológica extensa, de la cual se documentó únicamente la porción de las plataformas que ocupan la colina (0,12 ha) de tamaño reducido conforme a las medidas en promedio de esta tipología de sitio. La colina de Mamapampa la forman cuatro plataformas superpuestas, se estructura de manera comparable a Huarazpampa (véase infra). Restos de muros de contención de buena factura se pueden apreciar en las plataformas A y B. En las plataformas C y D quizás existían recintos pero que no llegan a detectarse de manera clara. La muestra de cerámica recolectada procede de la plataforma A y se trata de fragmentos de cerámica no utilitaria en su mayoría de factura fina de la parte final del Formativo (lám. 193) y del Período Intermedio Temprano (lám. 211, 212). Discusión: Mamapampa debió de ocupar una vasta área si se tienen en cuenta los restos que se extienden en toda la planicie correspondiente. A pesar de que el sitio se encuentra muy destruido, se aprecia una división marcada en las dos zonas, que posiblemente desempeñaron una función diferente. Los recintos que ocupan la planicie en la base de la colina presentan en algunos casos una base rectangular que recuerda los recintos identificados como unidades de vivienda en el sitio de Riway. Los restos visibles en la colina se prestan a ser comparados con los montículos de Huarazpampa y Chonta Corral. En base a la arquitectura y a los restos cerámicos se podría fechar el sitio hacia finales del Formativo y/o Período Intermedio Temprano.

••• Quebrada Huayá (lám. 73)••• Nombre de la zona arqueológica: Pirushtu de Huayá (CVP 12) Poblado: Huayá – Caserío: Tayta Huayá – Distrito: Chacas – Provincia: Asunción – Departamento: Ancash Ubicación geográfica UTM Este 239137 Norte 8986191. Altitud (en mt. s.n.m.): 3.621 Antecedentes: ///

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Lám. 71. Vista del montículo de Mamapampa (CVP 33).

Lám. 72. Croquis de la plazoleta de Mamapampa (CVP 33).

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Lám. 73. Ubicación de las ruinas de la quebrada Huayá: Pirushtu de Huayá (CVP 12), Chagastunán (CVP 13), Huarazpampa (CVP 14).

Tipología de asentamiento: ¿Pirushtu? / Necrópolis Cronología: Horizonte Temprano final /Período Intermedio Temprano Descripción: conjunto de cuatro montículos a base de plataformas artificiales colocadas en las cercanías del caserío de Huayá, en proximidad de la capilla dedicada a la Virgen de Lourdes (lám. 74). Los estudios se centraron en los dos montículos más altos (3,39 ha). En la parte más alta de la plataforma noreste se encontraron restos de cuatro inhumaciones – señaladas como 1,2,3,4 – (lám. 75) a cista o de caja (véase supra) enterradas con paredes de piedra. Otra tumba (5) se encuentra en un montículo asociado a algunos restos de muros dispersos. En la vertiente oriental del citado montículo artificial, más al norte, se encuentran más restos, cerámica y huesos, en una pequeña plataforma adosada al cerro. Podría tratarse de inhumaciones a la manera de chulpas machay que aprovechan la pared de un cerro (lám. 76). En algunos casos se notan restos de muro que formaban parte de la tumba (GPS: E. 239128, N. 8986232, h. 3642, lám. 75 punto 6). En el sitio no se encontró cerámica diagnóstica. Discusión: no queda claro si las tumbas son intrusivas, posteriores a la construcción de los montículos o, si más bien, los montículos, donde no se detectó ningún tipo de estructura en la superficie si no pocos restos dispersos, se modificaron artificialmente para señalizar las estructuras funerarias. Aunque existen dudas acerca de cuál era la intención original de estas arquitecturas, parece muy probable que las sepulturas, alineadas en una serie de colinas bien visibles (lám. 75), divisorias de agua entre la quebrada de Huayá y la quebrada Cochas, funcionasen como sistema de señalización. Siguiendo en la misma cresta, encontramos el sitio de Huarazpampa (véase infra), que se conforma como un Pirushtu de tipo 2, y que posiblemente guardaba alguna relación con los Pirushtu de Huayá. El caso de montículos funerarios no es desconocido en la zona de Chacas, donde el patrón se aprecia en los sitios de las Colinas de los Entierros en Quenguan y Llogihuasca (CVP 47 y 48). Las sepulturas del área fueron objeto de la actividad de excavadores clandestinos. Un informador local señaló que en la tumba a cista empedrada se encontraron 18 huacos (sic), ahora en una colección privada (lám. 77).

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Lám. 74. Montículos de Huayá (CVP 12).

Lám. 75. Mapa de las ruinas de Huayá (CVP 12).

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Lám. 76. Restos de arquitectura funeraria adosados al flanco del montículo de Huayá, destruidos por los saqueos.

Lám. 77. Ceramios procedentes de una tumba a cista empedrada en Huayá (CVP 12), ahora parte de una colección privada de Chacas.

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Lám. 78. Vista del cerro de Chagastunán (CVP 13). La flecha blanca indica la depresión que divide Chagastunán I de II. El sector más alto de Chagastunán I es el S, los montículos principales de Chagastunán II son W y Y.

••• Nombre de la zona arqueológica: Chagastunán (CVP 13) Poblado: Huayá – Distrito: Chacas – Provincia: Asunción – Departamento: Ancash Ubicación geográfica UTM Este 239277 Norte 8985539. Altitud (en mt. s.n.m.): 3.817 Antecedentes: Herrera A. 1998 Topología de asentamiento: Sitio residencial tipo A Cronología: Horizonte Temprano / Período Colonial Descripción: conjunto arqueológico de una extensión de aproximadamente 18 ha construido a lo largo de la cresta alargada de un cerro (lám. 78). Se distinguen dos partes divididas por una depresión natural que se utilizó como lugar de inhumación. Chagastunán I está formado por construcciones de planta cuadrada o rectangular construidas sobre terrazas artificiales escalonadas. Chagastunán II se extiende en una planicie con tres montículos artificiales en los extremos y estructuras tipo pirca cuadrangulares o rectangulares en el centro. Para una descripción más detallada del sitio y de los trabajos que se hicieron durante la campaña 2002, véase infra. ••• Nombre de la zona arqueológica: Huarazpampa (CVP 14) Poblado: Huayá – Caserío: Huarazpampa – Distrito: Chacas – Provincia: Asunción – Departamento: Ancash Ubicación geográfica UTM Este 239221 Norte 8985638. Altitud (en mt. s.n.m.): 3.806 Antecedentes: Herrera A. 1998 Tipología de asentamiento: ¿Pirushtu tipo 2?/ Necrópolis de cámaras subterráneas Cronología: Horizonte Temprano /Período Intermedio Tardío Descripción: área arqueológica ubicada en una planicie bajo el cerro de Chagastunán, a 1,5 km al sur-este de la ciudad de Chacas. El conjunto principal está formado por dos cumbres alargadas, una más alta que la otra, aterrazadas artificialmente – se cuentan por lo menos 4 niveles – (lám. 79) con muros megalíticos de contención. El sitio abarca un área de aproximadamente 2,46 ha (lám. 80).

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Lám. 79. Vista de Huarazpampa (CVP 14) con la ciudad de Chacas en el fondo, la foto ha sido tomada de Chagastunán.

Se encontraron abundantes restos de cerámica diagnóstica, como cuencos y cancheros de cerámica fina del Período Intermedio Temprano. En este trabajo se publica solo un pequeño cuenco con cara efigie (lám. 229). Las terrazas están muy destrozadas y no se conservan estructuras visibles en la superficie, salvo algunos muros y dos estructuras circulares. Un muro largo en el mismo eje de los montículos conecta el pirushtu sur hacia la planicie más abajo. En dicha planicie, en dirección suroeste hacia el cerro de Chagastunán, se encuentran dos inhumaciones (E 239413, N 8985999, H. 3.624 mt. s.n.m.) hipogeas en forma de cámara subterránea con paredes empedradas, de mampostería de huanca/pachilla. Ambas cuentan con una antesala con entrada hacia el conjunto principal y una cámara principal con hornacinas. La antesala y la cámara principal se comunican a través de una entrada adintelada y con dos jambas (un croquis fue publicado por Herrera A. 1998). Las estructuras estaban cubiertas con una gran laja de piedra con tierra por encima. Al parecer algunos ceramios procedentes de las tumbas se conservan en una colección privada (lám. 81, 82). Discusión: Huarazpampa es un sitio tipo pirushtu que posiblemente aprovechó el amplio territorio agrícola de los alrededores, así como las multíplices fuentes de agua disponibles; también hoy en día, en los territorios del caserío de Huayá se produce trigo, maíz y cebada. Funcionó, con toda probabilidad, a lo largo de la fase final del Formativo, como parece atestiguar la cerámica encontrada, y fue concurrido durante el Período Intermedio Temprano. El pirushtu es comparable con otros similares en Chacas, como Mamapampa (véase supra), donde se encontraron cantidades importantes de cerámica que atestiguan el uso del sitio a lo largo de varios siglos; del mismo modo, la cerámica superficial en CVP 14 se fecha desde el Formativo hasta el Intermedio Tardío. Con mu-

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cha probabilidad las pruebas más antiguas de ocupación se encuentran enterradas, como normalmente ocurre y sabemos gracias a los pocos sitios de la época de la sierra central estudiados. En algunos casos creemos posible, para los montículos de este tipo, una función ceremonial, y en diferentes casos estos promontorios estaban rodeados por áreas bien distintas donde posiblemente se ubicaban algunas viviendas. Desconocemos, sin embargo, si es el caso de Huarazpampa. Cabe destacar que el sitio se encuentra a pocos centenares de metros de Chagastunán, que, como sabemos por los fechados radiocarbónicos (véase infra), tenía también una ocupación del Formativo final / Período Intermedio Temprano. Merecen, por ende, sucesivas y mayores investigaciones que permitan averiguar las relaciones entre los dos sitios.

Lám. 80. Croquis de las estructuras visibles de Huarazpampa (CVP 14).

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Lám. 81. Cuencos y un vaso doble apedestalado procedentes de Huarazpampa (CVP 14), ahora parte de una colección privada en Chacas.

Lám. 82. Fragmento de una vasija retrato en el típico caolín anaranjado (inicio del Período Intermedio Temprano) y un cuenco rojo mate (Formativo final), procedentes de Huarazpampa (CVP 14), ahora en una colección privada en Chacas.

•••Quebrada Arma (lám. 83) ••• Nombre de la zona arqueológica: Antash I (CVP 16) Poblado: Cochas – Caserío: Antash – Distrito: Chacas – Provincia: Asunción – Departamento: Ancash Ubicación geográfica UTM Este 240812 Norte 8985283. Altitud (en mt. s.n.m.): 3.613 Antecedentes: Herrera A. 1998 Tipología de asentamiento: Necrópolis Cronología: Horizonte Temprano final/ Período Intermedio Temprano Descripción: necrópolis y terrazas artificiales ubicadas en las orillas occidentales del río Arma al sur-este de Chacas. Las construcciones funerarias más grandes son montículos con una o dos cámaras subterráneas y con paredes de piedra labrada. Existen por lo menos dos estructuras más simples, una de las cuales contenía material óseo, como tumbas a cista enterradas con paredes de piedra (lám. 85). Un montículo se desarrolla en dos niveles con muros de contención (lám. 84): en su parte más alta se aprecian dos caminos de ventilación de forma cuadrada, uno al lado del otro. La cámara funeraria del interior del montículo se desarrolla en dos ambientes con hornacinas en las paredes.

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Lám. 83. Ubicación de las ruinas de la quebrada Arma: Antash I (CVP 16), Antash II (Campana Jirca y Chonta Corral) (CVP 17), Pirushtu de Hojchajirca (CVP 18), Gellei Arunan (CVP 19), Tishigojirca (CVP 20), Rayanpampa (CVP 21), Macuash (CVP 22), Tumbas de Macuash (CVP 6), Torre Jirca (CVP 23), Huaycho (CVP 24).

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La zona actualmente es área de cultivo y pastoreo para la población del caserío de Cochas, que utiliza el sitio también como cantera, por las piedras. Algunos informadores locales nos enseñaron batanes de piedra recogidos en el sitio y reutilizados en la actualidad. No se encontró cerámica pero al parecer, y al igual que para Huarazpampa, la cerámica sacada del sitio se encuentra en una colección privada (lám. 86). Discusión: el patrón funerario de las tumbas a túmulo con cámaras subterráneas se conoce sea localmente, sea en la sierra de Ancash, como típico del Formativo final/Intermedio Temprano. La necrópolis se presenta parecida a las de las colinas de Quenguan y Llogihuasca, que se ubican en ecozonas similares en la vertiente occidental del río Chacapata. La cercanía con las ruinas de Campana Jirca y Chonta Corral (véase infra) llevan a plantear la hipótesis de que la necrópolis se utilizaba como lugar de entierro para quienes vivían en aquellas aldeas. ••• Lám. 84. Túmulo funerario en Antash (CVP 16).

Lám. 85. Entrada de una tumba a cámara en Antash (CVP 16).

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Lám. 86. Olla con dibujos geométricos blanco sobre rojo procedente de Antash (CVP 16) y ahora en una coleccion privada.

Nombre de la zona arqueológica: Antash II (Campana Jirca y Chonta Corral) (CVP 17) Poblado: Cochas – Caserío: Campana Jirca y Chonta Corral – Distrito: Chacas – Provincia: Asunción Departamento: Ancash Ubicación geográfica UTM Este 241317 Norte 8984490. Altitud (en mt. s.n.m.): 3.863 Antecedentes: Herrera A. 1998. Cronología: ¿Período Intermedio Temprano? Descripción: conjunto de terrazas con restos dispersos de muros ubicadas en el cerro de Antash, por encima de la necrópolis descrita anteriormente (CVP 16). Se trata de un área extensa aunque muy afectada por labores agrícolas y por haber servido de cantera de piedras para la construcción de las viviendas de los caseríos cercanos. En la zona se distinguen dos conjuntos: Campana Jirca y Chonta Corral. Muy probablemente los dos sitios formaban parte de un mismo conjunto. – Campana Jirca (lám. 88) Tipología de asentamiento: Sitio residencial tipo C El acceso se efectuaba casi con toda seguridad por la vertiente norte del cerro, donde se encuentra un muro de contención /defensa, que constituye el límite más bajo del sitio. Los restos prehispánicos actualmente reconocibles se desarrollan, por lo menos, en seis terrazas, tres de las cuales todavía conservan estructuras de piedra canteada. Dichas terrazas se extienden más bien en dirección norte/sur en una área de 0,45 ha. El recinto semicircular más al norte del sitio, cuenta con una huanca en su punto central. En el área más meridional se encuentra un montículo artificial a base de tres terrazas de forma circular. Siguiendo hacia el sur, el cerro disminuye su altura y allí, en una zanja de 2 m por debajo del montículo, se halla un conjunto de tres muros paralelos dentro de los cuales, posiblemente, se ubicaban recintos de planta cuadrada, si bien tan solo queda uno reconocible. – Chonta Corral (lám. 87, 88, 89) Tipología de asentamiento: Estructura circular posiblemente ceremonial

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Lám. 87. Croquis de Chonta Corral (CVP 17).

En el extremo sur del cerro de Campana Jirca, a una distancia de 300 m en dirección sur-este, se encuentra el montículo artificial conocido como Chonta Corral. La parte más alta está formada por una plataforma circular. En el nivel más bajo, en la base del montículo, existe una terraza de entrada con un muro perimetral que rodea la plataforma. Es posible reconocer trazas de una rampa de acceso que desde la terraza llegaba hasta la entrada del montículo; esta última queda delimitada por dos huancas. Las dos entradas, la del recinto más bajo y la del montículo, están alineadas en dirección norte-oeste. Un muro de contención rodea el montículo derrumbado en su ladera oeste; en el corte se aprecian dos tipos de muro distintos, uno a huanca/pachilla más abajo, y, arriba, otro de piedras canteadas, posiblemente más tardío. En Chonta Corral se recogieron pocos fragmentos de cerámica. Discusión: el lamentable estado de conservación que presenta el sitio de Campana Jirca no permite proponer ninguna discusión acerca de su cronología ni de su posible función. Es evidente, de todas formas, que los restos deberían de considerarse asociados a los de Chonta Corral, con los cuales forman un conjunto único, aunque se construyeran seguramente con diferentes finalidades. Se encuentra en cambio mejor conservado el sitio de Chonta Corral; estructurado según un patrón conocido por la sierra de Ancash, el sitio es similar a Balcón de Judas – excavado en la temporada 2003 del proyecto –, aunque de dimensiones más reducidas. Al parecer el sitio fue reutilizado o reparado, y probablemente fue objeto de una ocupación en dos fases. Es bien difícil pensar en alguna función práctica para las ruinas, que, al igual que otras estructuras similares, se conforman más como miradores hacia la zona de la Cordillera Blanca, cuyos picos son bien visibles en dirección sur desde el montículo. Estructuras similares se conocen en una amplia área del Callejón de Conchucos; su utilización es diacrónica así que, contando tan solo con las pruebas arquitectónicas, es difícil fechar el sitio, aunque no descartamos la posibilidad de una instalación que se remontaría, por lo menos, al Período Intermedio Temprano. •••

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Lám. 88. Vista aérea del morro alargado que alberga los sitios de Campana Jirca y Chonta Corral (CVP 17).

Lám. 89. 3D del morro de Chonta Corral (CVP 17).

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Nombre de la zona arqueológica: Pirushtu de Hojchajirca (CVP 18) Poblado: Cochas – Caserío: Hojchajirca – Distrito: Chacas – Provincia: Asunción – Departamento: Ancash Ubicación geográfica UTM Este 241489 Norte 8984529. Altitud (en mt. s.n.m.): 3.828 Antecedentes: Herrera A. 1998 Tipología de asentamiento: ¿Pirushtu tipo 2? Cronología: // Descripción: caminando del sitio de Chonta Corral en dirección sur-este, en el valle de Yana Llojlla – camino de herradura hacia Huari –, se encuentra otro conjunto de sitios arqueológicos. Se trata de por lo menos tres montículos artificiales (Imapá según Herrera A.1998). Los Pirushtu de Hojchajirca se encuentran a una distancia de aprox. 200 m el uno del otro en dirección sur. Se investigó solo el pirushtu más cercano a Chonta Corral (lám. 90). El montículo lo constituyen dos terrazas artificiales escalonadas contenidas por muros. El desnivel entre las terrazas llega a 7/10 m. La terraza más alta de forma circular mide unos 10 m de diámetro. No se encontró cerámica diagnóstica ni se localizó arquitectura en la superficie, por ello no se logró fechar el sitio. ••• Nombre de la zona arqueológica: Gellei Arunan (CVP 19) Caserío: Gellei Arunan (mina) – Distrito: Chacas – Provincia: Asunción – Departamento: Ancash Ubicación geográfica UTM Este 242204 Norte 8982953. Altitud (en mt. s.n.m.): 3.899 Antecedentes: /// Tipología de asentamiento: ¿Sitio residencial? Cronología: ¿Período colonial? Descripción: área de recintos junto a la mina del cerro Gellei Arunan en la orilla occidental del río Arma a una distancia de aproximadamente 4,2 km en dirección sur-este del pueblo de Chacas. El área arqueológica está comunicada gracias a un camino de herradura construido para llegar a la mina (lám. 91). El sitio se desarrolla paralelamente al río y se puede describir como compuesto por dos áreas: una zona a montículo sobreelevado, y una zona más extensa que ocupa una planicie que se encuentra en la parte meridional del sitio. El montículo está formado por lo menos por tres plataformas concéntricas que culminan en una plataforma más alta, de forma circular. En la planicie se encuentran estructuras de planta cuadrada en piedras. No se encontró cerámica. Por falta de tiempo no fue posible estudiar detenidamente las estructuras, que se conservan en mal estado. El topónimo moderno del sitio se compone de “arunan: trabajar” y de “gellei: plata”; el lugar ya aparece en el catastro de las minas españolas de la zona en el siglo XVII. La mina pertenecía a Juan Tafur de Córdoba, capitán retirado que en la década del 1710 inauguró diferentes ingenios entre los cuales “Kellayruna”. El mismo propietario poseía también las “punas de Juitush”. Es difícil establecer si el sitio es anterior a la mina o es una instalación colonial para la explotación de la misma. ••• Nombre de la zona arqueológica: Tishigojirca (CVP 20) Poblado: Lucmabamba – Distrito: Chacas – Provincia: Asunción – Departamento: Ancash Ubicación geográfica UTM Este 242432 Norte 8987998. Altitud (en mt. s.n.m.): 3.421 Antecedentes: /// Tipología de asentamiento: Restos dispersos

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Lám. 90. Montículos alineados en las cumbres de un mismo cerro: en primer plano Chonta corral, el segundo morro y tercer morro corresponden al Pirushtu de Hojchajirca (CVP 18).

Lám. 91. Vista aérea de Gellei Arunan (CVP 19).

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Cronología: // Descripción: sitio arqueológico en pésimo estado de conservación que se encuentra en la salida hacia el cerro de Macuash, en la orilla oriental del río Arma, casi enfrente del pueblo de Chacas. Todo el sitio se utilizó como zona de cultivo e incluso se encuentran recintos para la cría de animales en varios puntos. El sitio se compone de cuatro terrazas que se desarrollan de forma escalonada y paralelamente a un riachuelo que desemboca en el río Arma. No se ha encontrado cerámica ni arquitectura superficial. ••• Nombre de la zona arqueológica: Rayanpampa (CVP 21) Poblado: Rayán – Distrito: Chacas – Provincia: Asunción – Departamento: Ancash Ubicación geográfica UTM Este 243372 Norte 8983820. Altitud (en mt. s.n.m.): 3.850 Antecedentes: Herrera A. 1998 (Kunkushgaga). Tipología de asentamiento: Sitio residencial tipo B Cronología: // Descripción: en la orilla oriental del río Arma, cerca del pueblo de Rayán, se encuentra un conjunto arqueológico de gran extensión investigado solo en parte. El sitio ocupa cuatro espolones rocosos aterrazados artificialmente y se extiende en las vertientes escarpadas del cerro. No ha fue posible efectuar un levantamiento topográfico ni recolectar cerámica. ••• Nombre de la zona arqueológica: Macuash (CVP 22) Poblado: Macuash – Caserío: Jatun Macuash – Distrito: Chacas – Provincia: Asunción – Departamento: Ancash Ubicación geográfica UTM Este 241870 Norte 8989640. Altitud (en mt. s.n.m.): 3.710 Antecedentes: Herrera A. 1998 (Wawanjirca y Macuash). Tipología de asentamiento: Sitio residencial tipo C Cronología: ¿Período Intermedio Temprano/Período Colonial? Descripción: sitio arqueológico en el cerro homónimo en la orilla oriental del río Arma. Está constituido por un conjunto de 6 terrazas que se extienden a lo largo de unos 200 m en dirección esteoeste, según la conformación natural del cerro; la plataforma más alta (3.720 mt.) se encuentra en el extremo este del sitio (lám. 92). El área arqueológica está completamente cultivada y parcialmente habitada. Se distinguen restos de muros perimetrales que delimitaban las terrazas artificiales (lám. 93). La zona más alta del sitio está formada por una serie de plataformas concéntricas de diámetro decreciente que culminan en una plazoleta circular de 17 m de diámetro. Por debajo de la plazoleta se encuentran restos de una posible galería. En la plazoleta no se conservan estructuras visibles. Recorriendo el sitio en dirección de la quebrada del río Arma se encuentra una depresión e inmediatamente después un conjunto de plataformas que descienden en dirección oeste donde quedan las piedras, posiblemente procedentes de los edificios antiguos, reutilizadas para la delimitación de los terrenos de cultivo. No se encontró cerámica. Discusión: Macuash es un sitio residencial mal conservado de extensión media, donde son pocas las evidencias visibles de arquitectura. Aun así, las ruinas se ubican en una zona extremamente favorable a los cultivos, y tanto en los alrededores como inclusive en el interior del sitio, existen numerosos andenes modernos destinados a actividades agrícolas. La ubicación del sitio, su conformación general y la presencia de galerías subterráneas, apoyarían todas ellas la hipótesis para es-

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Lám. 92. Cerro aterrazado de Macuash (CVP 22).

tablecer un fechado temprano de las arquitecturas, que podrían quizás remontarse al Período Intermedio Temprano. Además, el sitio está conectado con una zona funeraria de tumbas de caja o de cistas que pertenecerían, aparentemente, a esta misma fase. No encontramos cerámica en el sitio, sin embargo, un fragmento discutido por Herrera (1998) en estilo Pojoc según la definición de Burger (1982) o Aquilpo (Buse H. 1965), señalaría una prolongada concurrencia del área. Sabemos que en el período de la colonia Macuash fue sede una pachaca importante de la zona, residencia de un curaca. Aunque es imposible identificar exactamente la ubicación de la pachaca (véase discusión del sitio de Torre Jirca), es razonable avanzar la hipótesis de que toda la zona se frecuentó hasta la Conquista.

Lám. 93. Croquis de la zona de Cerro Macuash, con las terrazas del sitio domestico (CVP 22) y la zona con estructuras circulares y tumbas (CVP 6).

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Lám. 94. Vista aérea del sitio de Macuash (CVP 22).

••• Nombre de la zona arqueológica: Tumbas de Macuash (CVP 6) Poblado: Macuash – Caserío: Jatun Macuash – Distrito: Chacas – Provincia: Asunción – Departamento: Ancash Ubicación geográfica UTM Este 241357 Norte 8988740. Altitud (en mt. s.n.m.): 3.437 Antecedentes: /// Tipología de asentamiento: Necrópolis / Tumbas de caja Cronología: Período Intermedio Temprano Descripción: área arqueológica con restos dispersos de por lo menos un recinto de muros construidos con técnica huanca/pachilla, y una serie de tres tumbas subterráneas a cámara. El área se encuentra en una zona de bosque, bajo el cerro de Macuash en dirección oeste, en la orilla oriental de río Arma. No fue posible identificar estructuras ni hacer un levantamiento topográfico. Las tumbas se encuentran en las cercanías de los recintos, en dirección sur (lám. 93, 94). Se trata de cistas subterráneas (véase infra, Tumbas de Mashinka) cuyas paredes fueron en parte excavadas en la roca madre del cerro, y en parte recubiertas por lajas talladas en piedras, alternando piedras grandes y pequeñas – técnica huanca/pachilla –, o por lajas grandes de forma cuadrada. Las tumbas fueron saqueadas en tiempos recientes. Se observaron restos de material óseo humano no identificable. No se encontró cerámica. Discusión: la tipología de entierro era frecuente a lo largo del Período Intermedio Temprano y/o quizás en épocas anteriores, a finales del Formativo. •••

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Nombre de la zona arqueológica: Torre Jirca (CVP 23) Poblado: /// – Distrito: Chacas – Provincia: Asunción – Departamento: Ancash Ubicación geográfica UTM Este 243447 Norte 8990162. Altitud (en mt. s.n.m.): 4.060 Antecedentes: /// Tipología de asentamiento: Sitio residencial tipo A Cronología: Período Intermedio Tardío/ ¿Período Colonial? Descripción: sitio arqueológico ubicado en el cerro homónimo en la orilla oriental del río Arma, a 4,5 km al norte-este de Chacas. Desde el sitio se dominan los valles del río Arma y del río Chacapata. Se trata de un conjunto de terrazas a una altura de casi 4.100 mt. con probable acceso por su lado sur; el restante perímetro queda definido por laderas empinadas y de difícil acceso (lám. 95). El sitio ocupa una área de aproximadamente 1,8 ha. En la parte sur y este se distinguen dos zanjas/canales que rodean el sitio. La terraza en la parte más alta de la aldea corresponde (lám. 96) al sector A. El sector F es un amplia plataforma con restos de muros pirca amontonados que pertenecían a estructuras actualmente destruidas (lám. 97). El sector D, separado en parte del F por un muro, se coloca levemente más arriba de este último. Los sectores B y A (lám. 98), las partes más elevadas del sitio, se presentan como dos promontorios definidos por muros perimétricos que culminan en plazas circulares y están divididos por una zona más baja cuya amplitud es de unos 10 m. La misma estructura de pirámide trunca se observa también en el área I, que culmina con una plaza sobre la cima (lám. 99). Discusión: Torre Jirca es un sitio residencial de dimensiones medianas construido en un lugar bien defendible, de altura considerable, en una ecozona de puna, con escasas posibilidades de cultivos. El abastecimiento hídrico se aseguraba posiblemente a través de la zanja/canal que corre al sur de la zona de recintos y, aunque no pudimos trazar su ruta, se puede deducir que tomaban agua de un manantial situado aproximadamente a un kilómetro de distancia en dirección sur y que da origen a un pequeño riachuelo que desemboca en el Arma. Las terrazas encontradas guardan restos de arquitectura mal conservadas dada la fuerte erosión eólica. En la zona más reparada, en dirección del canal (sur), se encontraron recintos en pirca que no pudieron documentarse por falta de tiempo. La alternancia de grandes espacios aparentemente vacíos, de recintos en pirca de planta aproximadamente circular, y la misma posición geográfica recuerda la del sitio de Shagajirca, descrito más arriba. Un conjunto similar, Ñawpamarca, o sea una aldea de altura fortificada y en posición muy bien defendible con recintos de pirca y zanjas, asociada a restos dispersos de recintos circulares, se excavó en la zona de Huari, cerca de la Laguna de Puruhuay, en la cercana provincia de Huari (C. Orsini - Benozzi E. 2013; Orsini C. - Debandi F. - Sartori F. 2008). El discreto estado de conservación de las arquitecturas en Ñawpamarca permitió estudiar diferentes conjuntos de recintos de viviendas asociados a espacios abiertos que se utilizaban, quizás, para actividades de producción. El patrón extremamente irregular de distribución de los recintos sugiere, en Ñawpamarca, un crecimiento del asentamiento escasamente planificado a lo largo de un período de por lo menos tres siglos, entre el XII y el XV d.C. Es difícil avanzar conjeturas sobre cuándo fue construido y frecuentado Torrejirca, pues la fuerte erosión eólica impidió la conservación de cerámica superficial. Comparando el sitio con Shagajirca y con Ñawpamarca, podemos deducir una ocupación tardía, quizás Período Intermedio Tardío-Horizonte Tardío. Torre Jirca parece ser el sitio más prominente de la margen derecha del río Arma. Un fechado tardío apoya la hipótesis de que ahí se asentase la antigua pachaca de Macuas donde inclusive residía un curaca, según relatan los documentos coloniales (véase Cap. 2). Si esta hipótesis es correcta, sus habitantes fueron reducidos a Chacas apenas después de su fundación, a finales del siglo XVI.

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Lám. 95. Vista del cerro de Torre Jirca (CVP 23).

Lám. 96. Vista aérea del sitio de Torre Jirca (CVP 23).

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Lám. 97. Vista del sector F del sitio de Torre Jirca (CVP 23).

Lám. 98. Vista del sector B. La foto fue tomada del sector A de Torre Jirca (CVP 23).

Lám. 99. Vista del sector I de Torre Jirca (CVP 23). La foto fue tomada del sector H.

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••• Nombre de la zona arqueológica: Huaycho (CVP 24) Poblado: /// – Distrito: Chacas – Provincia: Asunción – Departamento: Ancash Ubicación geográfica UTM Este 242985 Norte 8990085. Altitud (en mt. s.n.m.): 3.940 Antecedentes: /// Tipología de asentamiento: restos dispersos asociados al sitio de Torrejirca Cronología: Período Intermedio Tardío/ ¿Período Colonial? Descripción: conjunto de cinco estructuras de forma aproximadamente circular que se encuentra en las cercanías de Torrejirca, en dirección del cerro de Macuash. Se trata de montículos artificiales de forma circular definidos mediante muros perimetrales. Un montículo presenta dos plataformas concéntricas que forman una pirámide trunca que culmina en una plaza circular en su parte más alta. En la plataforma más baja se reconocen restos de un recinto circular con huancas. El sitio se encuentra muy cerca de Torrejirca y es posible que, como se observó en otros asentamientos probablemente contemporáneos (Ñawpamarca en Huari, véase supra) se trate de recintos con función doméstica. En Ñawpamarca las excavaciones en algunas estructuras circulares externas al sitio permitieron identificar dicha función y establecer que los recintos se construyeron en una época temprana de ocupación del lugar. En Huaycho no se encontró cerámica diagnóstica. ••• Excavaciones en Chagastunán, Jatungaga Pirushtu, Balcón de Judas y Tayapucru Las excavaciones tuvieron lugar en cuatro sitios diferentes del valle y se llevaron a cabo con distintas finalidades. En los sitios de Chagastunán y Jatungaga Pirushtu las excavaciones en pequeños pozos tenían el objetivo de determinar la estratigrafía de las dos áreas para planear de una manera más eficaz los trabajos venideros y el de buscar cerámica diagnóstica para la construcción de una secuencia cerámica fiable para la zona. Escogimos para esta tarea dos sitios con evidencias de reocupaciones sucesivas y de arquitecturas polifuncionales que permitieran cumplir mejor con el objetivo descrito líneas arriba. En el sitio de Balcón de Judas se planeó una excavación extensiva. El sitio permitía realizar excavaciones extendidas en tiempos breves, y por otro lado se presentaba como un ejemplo excelente de arquitectura con un patrón circular típico de la sierra de Ancash alrededor del cual se multiplican los debates de los estudiosos en los últimos años (véase Cap. 2). Al ser dicha tipología de arquitectura frecuente y peculiar del área, su estudio nos pareció imprescindible para profundizar el conocimiento de los patrones arquitectónicos locales. Finalmente se realizaron excavaciones en el sitio de Tayapucru, siendo el asentamiento donde se podían estudiar los patios agrupados del Horizonte Medio de una forma más profunda. Las excavaciones aclararon muchos aspectos de la ocupación de la zona de Chacas entre los siglos VI y X de nuestra era, y a la vez suscitaron nuevos interrogantes. Chagastunán Ambiente, estudios previos Chagastunán es un conjunto arqueológico construido a lo largo de la cresta alargada del cerro homónimo por encima de los 3.900 mt. s.n.m., en un ambiente de páramo subandino. La vegetación xerofítica caracteriza el área ecológica correspondiente. La zona arqueológica se extiende a lo lar-

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go de una cresta rocosa del cerro que se desarrolla en dirección aproximadamente noroeste/sureste en paralelo a la quebrada del río Arma que desemboca en el río Chacapata. El sitio abarca un área de 18 ha, con casi 1 km de extensión a lo largo de la cresta montañosa alargada que es accesible principalmente por la vertiente oriental. Se trata de uno de los sitios más grandes del valle. El cerro está dividido naturalmente en dos partes debido a una depresión. Las dos áreas muestran rasgos de frecuentación diferenciada y se denominaron Chagastunán I y II (lám. 78). Chagastunán I (3.866 mt. s.n.m.) se encuentra más al norte en dirección de la quebrada formada por el río Chacapata, mientras que Chagastunán II (3.925 mt. s.n.m.) se encuentra en la parte más meridional del cerro. Toda la meseta se destinó a la construcción de terrazas artificiales donde surgen los recintos antiguos. El acceso al sitio arqueológico se encuentra posiblemente en la vertiente oriental del cerro, donde se hallaron restos de un camino de herradura. En el área, incluso en las terrazas y las construcciones antiguas, la población local de Huayá cultiva patatas. No existen estudios previos detallados en el sitio, que resulta únicamente registrado por Herrera (1998), y por Wegner (2001) quien lo cita en un inventario de los sitios arqueológicos de los alrededores de Chacas. Herrera, en su trabajo de prospección en la zona de Chacas, registra el sitio con la sigla “Ch-9”. Según el estudioso, el sitio se puede dividir en dos partes, que llama respectivamente Chagastunán A y Chagastunán B, siendo Chagastunán B un área funeraria. Herrera publica (1998: 10) algunos datos acerca de la porción del sitio arqueológico que denominamos Chagastunán I y estudia 4 fragmentos de cerámica. En 2001 realizamos un recorrido preliminar del área finalizado a la preparación de la campaña 2002, cuando se realizaron las excavaciones descritas a continuación. En el 2007 se volvió al sitio para actualizar el mapa utilizando nuevas tecnologías4. Evidencias arqueológicas El sitio se localizó a través de un GPS (estación S1) y se ubicó en el mapa del PETT (Programa Evaluación y Titulación de Tierras del Ministerio de Agricultura) con escala 1: 25.000. Los puntos tomados para definir la topografía del sitio fueron alrededor de 300 (lám. 100). La exploración de las vertientes del cerro produjo una recolección de importantes cantidades de cerámica, y permitió reconocer restos de muros de contención y de muros de uso indeterminado. Los sectores en que se dividió Chagastunán se definieron oportunamente siguiendo el límite de las terrazas artificiales. La sectorización fue necesaria para distinguir de manera más precisa la cerámica diagnóstica recolectada en la superficie y para subdividir en áreas de trabajo la zona. En el interior de los diferentes sectores se marcaron, cuando fue posible, los recintos por categorías morfofuncionales identificándolos con números. En Chagastunán se pueden observar dos áreas bien distintas gracias a la misma topografía del cerro. A continuación se describen las zonas más importantes de ambas áreas. Un estrecho camino excavado en la vertiente oriental del cerro de Chagastunán conectaba antiguamente la llanura de Huarazpampa en dirección de la quebrada del Chacapata con las cimas del cerro, donde se ubican los restos arqueológicos. El acceso al sitio se presenta, hoy en día, sin fortificaciones ni protecciones de rampas y/o caminos que conectan a las sucesivas terrazas, desarrolladas en dirección sur. Las terrazas de Chagastunán I (de A a S), presentan altitudes variables, desde los 3800 hasta los

4 Este último trabajo fue a cargo de Esteban Sosa Chunga y Cristian Ramos, del Instituto Nacional de Cultura de Huaráz.

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Lám. 100. Mapa del sitio de Chagastunán (CVP 13) por Esteban Sosa Chunga.

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3.900 mt. s.n.m. El área más alta de Chagastunán I se encuentra en el sector denominado S (lám. 101), una terraza que presenta la pared sur muy empinada y con una gran depresión, donde se ubica una tumba a cámara subterránea. En los sectores A, B, D no se encontraron restos de arquitectura en la superficie, mientras que en el sector que denominamos E se halló un conjunto de recintos alineados a lo largo de un mismo eje en dirección sur. Prosiguiendo hacia sur, se detectaron otras terrazas artificiales (sector F, G) y, en una depresión en dirección sur-este, un reparo rocoso utilizado como lugar de sepultura (E. 239253, N. 8985583, h. 3803, señalado como “Cueva” en el mapa lám. 100) puesto que presentaba restos óseos humanos manipulados de por lo menos cuatro personas: tres personas jóvenes, posiblemente de sexo masculino, y una mujer adulta. Continuando en dirección sur el terreno empieza a subir y se aprecian restos de una posible rampa que conectaba esta parte del sitio con una serie de terrazas que denominamos sector H. El sector H se compone de terrazas con cotas distintas; algunas de estas están ubicadas en la vertiente occidental del cerro y construidas con mampostería de calidad pobre (véase ubicación sondeo H8 en el mapa lám. 100). Del sector I hasta al sector L se registraron recintos de planta cuadrada, circular y ovalada. A partir de este punto las terrazas se restringen hasta a llegar a una zona de rocas naturales que conducen al sector O, donde quedan los restos de dos estructuras circulares. El límite sur del área P se encuentra a pocos centenares de metros subiendo del sector O. Otros muros y estructuras se conservan en el área S, al límite sur de la cual el terreno degrada de manera abrupta hasta una depresión que forma la división natural entre las dos partes del sitio: el área sin construcciones es de unos 120 m de anchura. En la parte baja de la depresión, en la vertiente oriental del cerro, se registró una tumba a cámara (Tumba II) (E 239413, N 8985250 h. 3866) (lám. 116) cuyas paredes están en parte labradas en la roca natural y en parte delimitadas por muros huanca/pachilla, como es el caso del muro oeste. Existe una antesala con una entrada hacia el este. La cámara principal mide 1,35 x 1,20 m y su altura máxima es de 1,30 m. Fue saqueada y solo pudimos encontrar algunos fragmentos de cerámica (lám. 117) y restos óseos humanos en tan mal estado de conservación que no se pudieron determinar ni el sexo del individuo ni su edad. Varios sectores de Chagastunán I se encuentran afectados por labores agrícolas. El sector E se utiliza en la actualidad como terraza de cultivo. Otras terrazas, como las N y M, están fuertemente erosionadas por el lado oriental y algunas porciones del lado de la quebrada están derrumbadas; durante las prospecciones en las paredes orientales del cerro se encontraron numerosos fragmentos de cerámica y una maqueta en piedra granodiorítica de color gris oscuro (véase Cap. 4 y lám. 271), que posiblemente procedían de los sectores M o N. Superando la depresión (lám. 78) que divide Chagastunán I de Chagastunán II, se encuentra una zanja (lám. 101) y un conjunto de terrazas sin muros a la vista. La zona de Chagastunán II se extiende en una planicie (lám. 102) de aproximadamente 500 m de longitud por 150 m de anchura, construida en la continuación del mismo cerro, en su parte meridional, donde se conservan restos arquitectónicos de planta circular y rectangular alineados a lo largo de un mismo eje en dirección SE. Al tratarse de una zona plana, los campesinos locales explotaron el área para el cultivo y los muros antiguos se desmontaron para la construcción de pircas de división del terreno agrícola en parcelas. En ocasiones los muros modernos de pirca reintegran muros antiguos construidos con un mortero de piedras molidas y arcilla, de modo que resulta difícil reconocer la integridad original de las estructuras arqueológicas. Chagastunán II se caracteriza por la presencia de lo que posiblemente fue un foso excavado que debía de funcionar como canal de riego, pues descendía de una laguna ubicada al sur del sitio y que actualmente está seca. El foso se articula hacia la parte norte del sitio sin llegar a Chagastunán I y, posiblemente, queda enterrado en las proximidades de las construcciones del sector W. El

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Lám. 101. El sector más alto de Chagastunán I (CVP 13). La foto ha sido tomada de la zanja que divide este sector de Chagastunán II, mirando hacia norte.

Lám. 102. Vista general de planicie de Chagastunán II (CVP 13).

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Lám. 103. Montículo W en Chagastunán II (CVP 13) desde norte.

Lám. 104. Montículo W en Chagastunán II (CVP 13). La foto ha sido tomada del sector Y.

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Lám. 105. Recinto ZI en Chagastunán II (CVP 13) de forma cuadrada: nótense la base de otro muro interior a corta distancia del exterior.

Lám. 106. Dos jambas que definen la entrada al monticulo norte (Omega) en Chagastunán II (CVP 13).

canal no sigue recto, sino que está excavado en la vertiente occidental de la planicie de Chagastunán II y fue desviado hacia la parte oriental a la altura del sector Z (lám. 100). La planicie de Chagastunán II se niveló artificialmente y de ella sobresalen tres montículos sobreelevados que se encuentran en los sectores Omega (a partir de ahora denominado montículo sur), Y y W (a partir de ahora denominados respectivamente montículos norte 1 y 2, lám. 78) (lám. 100). Los montículos, al igual que las construcciones, están alineados en el mismo eje sur-norte con una ligera desviación. En las estructuras de Y I e Y III los muros de pirca reintegran o restauran los muros huanca/pachilla que se encuentran por debajo. El primer montículo que se encuentra accediendo a la planicie de Chagastunán I es el norte 2, o sea el del sector W (lám. 103 y 104), que ocupa un diámetro de 20 m y tiene forma redondeada. Se caracteriza por la presencia de otro cerco de muro cuadrado en su interior, separado del muro más exterior por una distancia de aproximadamente 2,5 m, al igual que en los otros montículos de Chagastunán II (véase infra). Unas cuantas rampas conectaban este morrito artificial sobreelevado con la planicie. La misma arquitectura se observa en el otro montículo norte, o sea el del sector Y, que ocupa un diámetro parecido y tiene una entrada orientada hacia este. El cerco interior de forma cuadrada, que con-

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trasta con la apariencia circular del montículo artificial, se ubica a unos 3 m del muro más exterior. En el sector Z se ubican tres recintos de planta rectangular alineados, dos de los cuales (ZII 14x12 m y ZIII 19 x 15 m) quedaron seriamente afectados por trabajos agrícolas. El ZI (9,1 x 8,5 m) (lám. 105) parece el más intacto; se trata de un recinto de forma cuadrada con una entrada caracterizada por la presencia de dos piedras verticales rectas que se abren hacia el canal de riego. También este recinto, que no se asienta sobre un morrito artificial, como los otros, ni es de forma redondeada, presenta otro cerco de muro cuadrado en su interior, a una distancia de unos 2 m del exterior. En el límite sur del sitio se ubica el sector Omega con su montículo principal, que ocupa un perímetro de 63 m. El montículo estaba rodeado por un muro externo, con una entrada definida por dos huancas en su parte norte (lám. 106); en la parte central del mismo hay una plaza rebajada con rasgos de una construcción y de la que actualmente se encuentran solo pocas piedras sueltas. A partir de este punto no quedan estructuras ni terrazas que indiquen una continuación de la zona de ruinas, salvo un pequeño recinto (Omega 1) donde se realizó un sondeo en pozo (véase infra). Sondeos Se abrió un pozo de prueba en algunos sectores de interés con la finalidad recolectar material diagnóstico y averiguar de forma preliminar la extensión de la estratigrafía. No se realizaron excavaciones extendidas, que aguardan futuras investigaciones. Para llevar a cabo cuanto expuesto líneas arriba se consideró suficiente planear pozos de 1 x 1 m o 2 x 1 m en áreas de escombro de las estructuras5. En el sitio de Chagastunán se abrieron 4 pozos de forma cuadrada por lo general. Se procedió excavando por capas naturales hasta llegar al estrato estéril (roca madre)6. Sondeos en Chagastunán I En Chagastunán I realizamos un sondeo de 1 x 1 m en el sector H recinto H4, que corresponde al muro superviviente de la que fue probablemente una estructura. El sondeo se colocó adosado al muro noroeste (lám. 107). La unidad estratigráfica superficial (UE 1) puso en evidencia una capa de tierra compacta estéril de color marrón claro con piedras sueltas y raíces de 15 cm aproximadamente. Dicha capa contenía pocos materiales culturales, o sea fragmentería de cerámica. La unidad estratigráfica inferior (UE 2, espesor 38 cm) se presentaba con lentes de tierra arcillosa, piedras, algunas de las cuales alineadas (véase lám. 108, 109), raíces esporádicas y abundantes materiales culturales (cerámica caolín fina y decorada – lám. 22 – incluyendo cuencos de la fase Ja5 Cada uno de los pozos se denominó con la siguiente nomenclatura: la letra del sector + un número del recinto + la letra del sondeo y finalmente un número para la unidad estratigráfica. El material que procede de la excavación del pozo fue clasificado con el mismo criterio. 6 La retirada de los estratos de tierra y la recolección de los materiales arqueológicos se efectuaron de acuerdo con la estratigrafía del terreno. La técnica de excavación empleada la determinaron las capas estratigráficas del terreno. Estas capas se identificaron como “unidades estratigráficas” (UE): unidades mínimas de la excavación que señalan cada acción que se pudo determinar observando los restos visibles del terreno. Con dicho criterio, se localizaron unidades estratigráficas claramente ocasionadas por acciones humanas antiguas y modernas (por ejemplo un muro, un suelo, un relleno ocasionado por la acción de los excavadores clandestinos), así como por eventos naturales (acumulación natural de tierra, derrumbe de una estructura). Cada acción realizada en el sitio, o sea cada unidad estratigráfica, puede relacionarse con las demás, ayudando a la comprensión global de las dinámicas de construcción y frecuentación del mismo. Las unidades estratigráficas pueden relacionarse de tres maneras: superposición, igualdad, ausencia de relaciones directas. El conjunto de las unidades estratigráficas analizado en sus relaciones recíprocas constituye la secuencia estratigráfica que es el producto del análisis de la estratificación arqueológica (Manacorda D. 2000).

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Lám. 107. Vista del sector H de Chagastunán I (CVP 13) con la ubicación del sondeo de excavacíon.

Lám. 108. Mapa de la UE 2 del sondeo adosado al muro sur del recinto H4 de Chagastunán I (CVP 13). Nótense las piedras alineadas. Dibujo Lilian Pretell Saavedra.

Lám. 109. Vista del perfil Norte-oeste del muro del recinto H4 en el sector H de Chagastunán I (CVP 13). Dibujo Lilian Pretell Saavedra.

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Lám. 110. Vista del sector H de Chagastunán I (CVP 13) con la ubicación del sondeo de excavacíon.

Lám. 111. Vista del sector H de Chagastunán I (CVP 13) con la ubicación del sondeo de excavacíon.

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tungaga I – véase lám. 204, 207 y 210, un fragmento de vasija de piedra pulida, un canto pequeño, un mortero y un martillo – lám. 266 – vasijas cerradas – lám. 212, 216), y numerosos fragmentos de pirurus, además de dientes de camélidos y carbón. La estratigrafía de esta parte de la terraza H es muy baja, ya que por debajo de dicho estrato se encontró la roca madre. Las excavaciones en este sector evidenciaron una estratigrafía no compleja, con una fase de ocupación del Período Intermedio Temprano, cuyas arquitecturas no es posible apreciar sin excavaciones más extendidas. Es interesante notar que el material encontrado es en su mayoría no doméstico y de factura fina. Aparentemente en la estructura no se aprecian reutilizaciones posteriores y su estratigrafía es reducida. En la estructura 8 del sector H (1 x 1) (lám. 110), se ubicó un pozo en las cercanías de un muro de forma circular (perímetro 8 m) en una planicie en la ladera occidental del cerro; el muro mencionado se apoya en el flanco de la montaña. Las excavaciones en la UE 1 y 2 evidenciaron un derrumbe de piedras canteadas, lo que permitió observar que el muro se apoya, sin súper-imposición de estructuras, directamente en la roca madre del cerro, que aflora en varios puntos de la terraza. Se recolectó material cultural post-recuay, o sea cerámica, asociado a la UE 2 y 3. El sector P (1 x 1) (lám. 111), es una ancha plaza delimitada en su parte meridional por un desnivel de 6 m hacia la terraza Q que se encuentra a una altura mayor. Se abrió un pozo en un área sin arquitectura a la vista y que mostró una tierra compacta estéril de color marrón claro que contenía piedras sueltas, raíces frecuentes, con pocos materiales asociados; en el mismo sondeo no se apreció ninguna otra capa estratigráfica. Sondeos en Chagastunán II En Chagastunán II se ubicó un pozo de 1 x 1 en el sector 1 (lám. 112). Se trata de una estructura de planta cuadrada de unos 16 m2, formada por bloques de piedras canteadas de grandes dimensiones, diferente de las estructuras circulares que caracterizan Chagastunán II. De la estructura se conservan únicamente las paredes sur y este, y algunas piedras del muro oeste (lám. 113). La forma y las dimensiones presentaban comparaciones posibles con las supuestas unidades de viviendas, si bien caracterizadas por muros con piedras de grandes dimensiones, como se aprecia en otros sitios presumiblemente contemporáneos (p.ej. Ponte V. s.f.). Un pequeño sondeo (1 x 1 m) a partir del muro sur del área, permitió apreciar una porción de una unidad quizás doméstica: a los 30 cm aproximadamente se evidenciaron trazas de quemado asociadas a un mortero y a un mano de moler en la porción sur oeste de la cámara (lám. 114, 115). Los fechados calibrados de una muestra de carbón procedente de la UE 3 proporcionaron una fecha entre el 380 a.C. y el 50 a.C.

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Lám. 112. Vista del sector Omega de Chagastunán II (CVP 13) con la ubicación del sondeo de excavación.

Lám. 113. El recinto Omega 1 de Chagastunán II (CVP 13).

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Lám. 114. A la izquierda: interior de la estructura 1 del sector Omega, sondeo A (UE 2) de Chagastunán II (CVP 13), con mortero y mano de moler (n. 5,6). A la derecha: perfil del muro sur de la misma estructura con numeración de las unidades estratigráficas. Nótense el carbón de la UE 3 que se utilizó para el fechado de la capa.

Lám. 115. Vista de la unidad estrátigrafica 2 de la estructura 1 del sector Omega de Chagastunán II (CVP 13).

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Discusión Con sus 18 hectáreas de extensión, Chagastunán es el mayor asentamiento de la zona de Chacas. Su larga ocupación a partir del Formativo final hasta la época colonial (véase Cap. 2), su ubicación estratégica en una zona de ecotono suni-puna, con una amplio territorio fértil y con fuentes de agua a su alrededor, bien podrían respaldar la hipótesis de que el asentamiento desempeñó un rol central en las antiguas dinámicas socio-políticas de la zona. Durante el período precedente a la Conquista, en caso de ser correctas las hipótesis avanzadas en el Cap. 2, el asentamiento fue sede de un curacazgo. La hipótesis resulta viable si pensamos que, en los alrededores de Chacas, Chagastunán se presenta como el asentamiento prehispánico principal que domina un territorio arqueológicamente muy rico: Huarazpampa, en la planicie pocos metros cuesta abajo del cerro de Chagastunán, los Pirushtus de Huayá, etc. Los trabajos realizados en el sitio esclarecen solo en parte la historia constructiva del mismo, de este modo, a continuación se avanzan algunas hipótesis del pasado prehispánico de este asentamiento. Chagastunán presenta huellas visibles de arquitectura de tres períodos: del Formativo final – en la zona de Chagastunán II –, del Período Intermedio Temprano – en la zona de Chagastunán I – y huellas de arquitectura post Período Intermedio Temprano, que resulta hasta hoy en día difícil de fechar. Así pues, podemos suponer que el asentamiento tenía la ocupación más antigua en la zona de la planicie de Chagastunán II, pero no sabemos cuál era su extensión. Los sitios contemporáneos de este período, como Gatin y posiblemente Huarazpampa, cuentan en su mayoría con montículos artificiales rellenos en la actualidad de tierra, con restos visibles de muros de contención de piedras megalíticas; por su parte, los muros de la estructura Omega 1 son de un estilo similar pero al parecer pertenecen a un contexto doméstico. Los tres montículos alineados (W, Y y ) con espacios rebajados en su interior podrían remontarse a una fase contemporánea o inmediatamente posterior, ya que muestran una técnica de construcción huanca/pachilla, y un patrón redondo con una suerte de plaza rebajada que encontramos también en diferentes asentamientos del Formativo final/ Período Intermedio Temprano, como Riway (véase supra y Balcón de Judas), cuya ocupación más antigua se remonta a los primeros doscientos años de nuestra era (véase infra). Es interesante notar que dichas estructuras pueden asociarse a un espacio doméstico aunque se construyeran lejos de otras estructuras. La función de estos montículos queda por determinar, sin embargo, algunos estudiosos lanzan hipótesis acerca de una función ceremonial y una posterior transformación a doméstica (Herrera A. 2005b). Futuras excavaciones en esta porción del sitio podrán determinar si, en dichos recintos, tuvieron lugar transformaciones. De momento se observan reparaciones y reutilizaciones de muros, pero que podrían haber ocurrido en tiempos modernos. En Chagastunán I fue posible estudiar arquitecturas y materiales culturales del Período Intermedio Temprano, con una discreta concentración de cerámica fina para servir (cuencos del tipo A de la fase Jatungaga I), procedente sobre todo del sondeo H4, asociada a restos de camélidos y de carbón. En las laderas en dirección oeste y este del cerro de Chagastunán, se registró una tipología arquitectónica diferente, que comparte características con las unidades de viviendas de la vertiente sur del cerro de Jatungaga Pirushtu (CVP 25, sector EI), descritas en el párrafo siguiente. Esta arquitectura, por ejemplo la del recinto H8 donde se ubicó un sondeo, destaca por el uso de piedras de menor tamaño respecto a los períodos anteriores y un canteado menos regular. En diferentes asentamientos o bien se superimpone respecto a la asociada al Período Intermedio Temprano, o bien está ubicada en áreas marginales de las aldeas. Al parecer atestigua una fase de ocupación post Período Intermedio Temprano que corresponde a un período de engrandecimiento de los sitios; un fenómeno similar se registra en el sitio de Chinchawas (Lau G. 2001: 423-424).

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Lám. 116. Sepultura múltiple tipo cámara subterránea entre Chagastunán I y II (CVP 13).

Lám. 117. Materiales asociados a la sepultura de la lám. 116.

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Lám. 118. Cuevas funerarias en abrigo rocoso en Chagastunán I (CVP 13).

Lám. 119. Sepultura tipo dólmen en el extremo sur de Chagastunán I (CVP 13).

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Por último cabe destacar que no se encontraron en el sitio ni arquitectura tipo “patio group” ni tipologías de entierro tipo chulpa, común en la porción suroeste de la zona de Chacas. En cambio, se encontraron una sepultura tipo cámara subterránea con materiales del Horizonte Temprano final/ Período Intermedio Temprano final entre Chagastunán I y II (lám. 116, 117), y sepulturas no muy formalizadas en abrigo rocoso (lám. 118) en ambas vertientes del cerro de Chagastunán I, así como una sepultura tipo dolmen en el extremo sur de la planicie sin estructuras de Chagastunán I (lám. 119) y similar a las señaladas por Acosta Parsons (2011) en el Callejón de Huaylas – sitio de Awkismarka/Pueblo Viejo. Esta última tipología de entierro está poco estudiada todavía y hasta a la fecha no se asocia a ningún período histórico. Jatungaga Pirushtu Ambiente, estudios previos Jatungaga Pirushtu está situado en la orilla izquierda del río Chacapata (lám. 69, 70), en las cercanías del pueblo de Pachamaray, en la cima del cerro homónimo que divide la quebrada Apash y la quebrada del río Chacapata, dominando ambas zonas. La zona se encuentra a unos 5 km a noroeste de Chacas y ocupa una cima rocosa aterrazada artificialmente enfrente del desemboque de la quebrada Apash, que conduce a la Mina Laborión (Cerro Laborión). Desde la zona de la mina desciende un pequeño riachuelo que posiblemente representó la fuente de agua primaria del sitio, así como del conjunto arqueológico de Rejrish (véase supra). Posiblemente en otros tiempos se llegaba al sitio subiendo por el lado noroeste del cerro a través de unos andenes de cultivos. El cerro se ubica, además, enfrente de la quebrada Juitush y su posición es estratégica para el control de la antigua vía de comunicación hacia el Callejón de Huaylas. En la planicie bajo el cerro, encajada entre la alta colina de Jatungaga y la de un paraje conocido como Cuchicancha – por el lado suroeste, donde además hay algunas ruinas que no documentamos –, la tierra es muy húmeda y propicia para el cultivo; en cambio, el promontorio donde se ubica el sitio arqueológico se caracteriza por una vegetación xerofítica. No existen estudios previos del sitio. En 2001 el equipo del proyecto, efectuando un recorrido preliminar del área finalizado a la preparación de la campaña 2002, reconoció y fotografió las ruinas. Topografía El sitio se localizó a través de un GPS y se situó en el mapa del PETT 1: 25.000. Los puntos tomados para definir la topografía fueron más de 300. Durante el trabajo de documentación de las estructuras se realizaron algunas ortofotografías cuyo objetivo era el estudio de la mampostería de los muros. Se dividió el sitio en 13 sectores individuados con una letra progresiva de A a O (los sectores A y B no aparecen en el mapa lám. 120). Se empezaron a designar los sectores a partir del posible antiguo acceso al sitio por el lado noroeste. Evidencias arqueológicas Los restos visibles de ocupación antigua cubren un área de 1,5 ha aproximadamente (lám. 120). El sitio se extiende en dirección noroeste sureste a lo largo de unos 286 m, en diferentes niveles, cuya parte más baja se encuentra en las cercanías de la quebrada Apash, mientras que la cumbre del sitio corresponde al sector I (lám. 121).

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Lám. 120. Mapa del sitio de Jatungaga Pirushtu (CVP 25).

Lám. 121. Corte vertical de las terrazas del sitio de Jatungaga (CVP 25) con los sectores correspondientes.

Lám. 122. Vista de la cumbre de Jatungaga Pirushtu (CVP 25) desde los sectores A y B, que, en la actualidad, corresponden a terrazas cultivadas.

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Los sectores A y B corresponden a terrazas anchas y levemente en subida, cultivadas en la actualidad, y donde no se detectaron estructuras visibles (lám. 122); pensamos que es muy probable que los agricultores amontonaran piedras en el límite superior del sector para despejar la zona de cultivo. Las terrazas C (13 x 6 m) y D (32 x 15 m) quedan definidas por muros perimétricos y se comunican a través de entradas abiertas en dichos muros. La terraza D es una cuesta dividida en dos partes definidas por muros de contención y que se comunican mediante una escalinata. En la parte central de la parte oriental del sector, se detectó un hueco muy ancho abierto por saqueadores; en la estratigrafía se pudo notar un relleno encima de unos muros de contención de una antigua terraza artificial. A continuación del hueco, en dirección norte, se abrió un pozo de sondeo para reconocer e investigar las capas asociadas con el muro. El sector E es una plataforma (11 x 15 m) con una estructura cuadrangular, irregular, adosada al muro perimetral sur de la terraza. La estructura presenta una división parcial interna. Debajo de la plataforma E, con un desnivel de 10 m, se encuentran cinco estructuras (EI) de planta cuadrada (6 x 5 m) con posibles entradas hacia sureste, mal conservadas. El muro norte de las estructuras es compartido y sirve también de contención a la plataforma E. Dicho muro se construyó con piedras irregulares y argamasa: la mampostería es diferente de la empleada para los muros de la parte alta del sitio. Se abrió una cala de sondeo cerca del muro norte dentro del recinto EI, y uno en E debajo de la piedra/altar del sector F (véase infra). El pozo de sondeo en E sacó a la luz un tramo de un muro de piedras de gran tamaño que posiblemente sirvió para la contención de la terraza y de la piedra/altar. La terraza E se comunica en dirección este con la terraza siguiente F (10 x 14 m) que se encuentra en un nivel más alto de por lo menos 2 m. En la plataforma F se reconocieron diferentes recintos y en el margen occidental de la plataforma se halló una roca natural (2 x 2 x 1 m aproximadamente), con la parte superior alisada de manera artificial. Es posible que se trate de un altar o de una piedra utilizada para tareas especiales (lám. 123). En la parte oriental del sector F se reconocieron los restos de una estructura de planta semicircu-

Lám. 123. Roca altar en el sector F de Jatungaga Pirushtu (CVP 25).

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lar, y de la cual solo quedan porciones de muros, en proximidad de otro muro de división/contención de la terraza siguiente (G). Se abrió una cala de sondeo adosada al muro este de dicha estructura. La conexión con el sector G, que se encuentra a más de 3 m de altura por encima del sector F, está asegurada por una escalinata que se abre en una porción del muro de contención de la terraza G y en buen estado de conservación. En su parte inferior se utilizaron piedras talladas de forma cuadrada y de grandes dimensiones alternadas con piedras pequeñas de forma lamelar (huanca/pachilla), mientras que en la parte superior se utilizaron piedras de forma irregular (lám. 124, 125).

Lám. 124 y 125. Relieve y foto del muro del sector G de Jatungaga Pirushtu (CVP 25).

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El sector G, de forma cuadrada (13 x 12 m), se yergue, como dijimos, a más de 3 m de altura sobre el sector F. En su porción sur se reconocieron una serie de muros de división que forman dos estructuras con un muro en común. Después del área H, donde no se reconocieron estructuras, el sector I, el más alto del sitio, es la cima del promontorio de Jatungaga. En esta plataforma artificial alargada (22 x 9 m) existen dos estructuras en mal estado de conservación, una de planta cuadrada, de la que solo quedan dos muros, y otra de planta circular irregular. En la estructura de planta cuadrada se efectuó un sondeo. Descendiendo hasta al sector L, que se encuentra 2 m por debajo del sector I, encontramos dos estructuras circulares más. En una de las dos se efectuó un pozo de sondeo. Se trata de un recinto cuyos muros se apoyan en la roca madre que fue modelada en forma circular. La misma técnica se observa en la otra estructura de forma circular de este sector, cuyos límites perimetrales quedan definidos por muros excavados en la roca madre, en la parte hacia este de la plataforma L. Los sectores M, N y O (lám. 126) presentan escasos restos de recintos pero abundantes restos de sepulturas de varios tipos: chulpas, cistas subterráneas, cámaras subterráneas y tumbas en abrigo rocoso. Dicha área funeraria se encuentra en unos sectores empinados colocados en la vertiente sur del cerro, accesible solo pasando por los sectores más altos del sitio.

Lám. 126. Distribución de las estructuras funerarias en los sectores M/N/O de Jatungaga Pirushtu (CVP 25). Las dos tumbas estudiadas son TI y TII.

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Por debajo de la estructura descrita en el área L se encuentra un gran tumba tipo chulpa (tumba I, lám. 127), saqueada en diferentes momentos, donde efectuamos un trabajo de limpieza de los restos manipulados. La limpieza permitió recuperar fragmentos pequeños de los ajuares despojados por los saqueadores. La tumba fue seguramente un lugar de entierro para varias generaciones: se contaron restos óseos – que posiblemente iban envueltos en fardos – de por lo menos 36 adultos. Los restos de los ajuares proporcionaron fragmentería alfarera de diferentes épocas del Intermedio Temprano y hasta el Intermedio Tardío, fragmentos de textiles, un ticpis y pinzas de cobre, fragmentos de cobre, granos de crisocola de un posible collar (véase Cap. 4). Dicha chulpa (1,9 x 1 m) presenta una entrada hacia el norte y hornacinas en las tres paredes. Se coloca al principio de una planicie alargada y estrecha (sector M, 20 x 7 m) que otras varias estructuras funerarias hipogeas tipo cista o chulpa. La mejor conservada es la tumba II tipo cista semienterrada, de planta octagonal que se encuentra en la parte final de la planicie en dirección sur (lám. 128). La tumba fue saqueada recientemente. Es posible que en tiempos antiguos sirviera como cobijo para pequeños roedores salvajes (¿Lagidium peruanum?), que dañaron los restos humanos sepultados y el ajuar funerario. Se encontró una importante cantidad de restos óseos y de coprolitos de estos animales. La entrada de la tumba II, al igual que la de la tumba I, está en dirección nordeste. La cámara (diám. 1,62 m, h. 1,08 m) se excavó de manera parcial en la tierra, así pues la entrada queda a nivel de la terraza, mientras que el suelo de la misma queda enterrado unos 60 cm. La mampostería de los muros, muy elaborada, se compone de piedras granodioríticas de grandes dimensiones talladas en forma cuadrada alternadas con piedras pequeñas

Lám. 127. Tumba I sector L de Jatungaga Pirushtu (CVP 25).

Lám. 128. Dibujo (vista de alto) de la Tumba II, sector M, de Jatungaga Pirushtu (CVP 25).

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lamelares (huanca/pachilla) finamente pulidas. Dos hornacinas completan la decoración de los muros. El suelo es de tierra. En la tumba se efectuó un trabajo de limpieza, recuperando así numerosos fragmentos de ajuar y restos óseos humanos de por lo menos 5 adultos jóvenes y dos niños de entre dos y tres años de edad. La naturaleza del ajuar y de los restos óseos encontrados llevan a suponer que se trataba de un entierro de la élite de Jatungaga. En el sector M se hallaron otras estructuras funerarias: la tumba III se encuentra construida justo detrás de la tumba I compartiendo posiblemente una parte de un muro. Se trata de una estructura de planta cuadrada, saqueada, en la que no se llevaron a cabo investigaciones. Otras estructuras se parecen a la tumba II, pues se trata de cámaras semienterradas con la entrada a nivel del suelo de la plataforma. Existe también una tumba en abrigo rocoso: se encuentra en la pared del cerro por debajo del sector M en dirección norte. Descendiendo hacia sur/este el cerro disminuye de manera sensible y se encuentra una planicie – la última reconocida antes de la escarpada hacia el valle – con dos sectores denominados N y O. En N y en O se reconocieron numerosas sepulturas, tipo cistas enterradas, de pequeñas dimensiones saqueadas de manera sistemática que ocupan un área de 500 m2 aproximadamente. La recolección superficial en los sectores proporcionó numerosa cerámica de la transición entre el Formativo final y el Período Intermedio Temprano (véase Cap. 4 y lám. 191, 193). Las tumbas de cistas (lám. 129), de forma cuadrada, miden un promedio de 40 a 60 cm por cada lado. Una laja de piedra suele tapar el pozo que está recubierto por piedras granodioríticas talladas, en ocasiones de estilo huanca/pachilla. En una cista (43 x 35 x 85 cm) se encontraron restos óseos muy deteriorados. Otras estructuras funerarias detectadas en el sitio se encuentran en una zona alejada, en la vertiente sur del cerro, en las cercanías de los andenes de cultivos modernos y por debajo del sector A, en un sector denominado Q (no documentado en el mapa). Aquí se encontraron restos de tres entierros: uno tipo chulpa y los otros dos en el muro de contención de la terraza Q. En la chulpa (tumba I sector Q) el techo derrumbado aplastó una gran cantidad de cerámica que necesitó largos trabajos de restauración. Se recuperaron también restos óseos humanos muy deteriorados pertenecientes a tres individuos. Dicha chulpa mide aproximadamente 110 x 80 x 130 cm. La entrada se abre en dirección sur (lám. 130) con una luz de 56 cm y queda definida por una huanca. En la pared opuesta a la entrada se reconoció una hornacina muy grande (50 x 50 cm), en forma de entrada, tapada por una laja encajada en el dintel con dos picaportes recortados utilizados quizás para retirar la piedra (lám. 131). Debajo de la piedra se encontró tierra suelta con fragmentos muy pequeños y deteriorados de semillas quemadas de difícil identificación – quizás frijoles y maíz (Luigi Piacenza, comunicación personal 2002) – mezcladas con carbón que se analizó proporcionando un fechado radiocarbónico calibrado entre el 1030 y 1300 d.C. (95.4%). No se logró encontrar ejemplos de hornacinas parecidas en las chulpas del área.

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Lám. 129. Tumba tipo caja en piedra o cista en el sector N de Jatungaga Pirushtu (CVP 25).

Lám. 130. Vista desde el interior hacia la quebrada Chacapata de la entrada (pared sur) de la chulpa del sector Q de Jatungaga Pirushtu (CVP 25).

Lám. 131. Vista de la pared norte de la chulpa del sector Q de Jatungaga Pirushtu (CVP 25) con una gran hornacina completa de picaportes.

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Descripción de los sondeos Se procedió abriendo 8 pozos de prueba de forma cuadrada por lo general, en los sectores de mayor interés (lám. 120)7 con medidas 1 x 1 o 2 x 2 m o, en el caso, de las estructuras mortuorias, ocupando todo el ancho de las estructuras. El primer sondeo (D) se realizó a continuación de un área excavada por saqueadores donde, en el corte, se podía apreciar un muro (lám. 132) que en principio se pensó que tenía funciones de contención de la terraza de la parte más alta del sector D, y que tiene un perfil inclinado. Al sacar la UE 1 (20>40 cm) salió a la luz un relleno artificial que enterraba un piso de frecuentación más bajo. Se encontraron restos de un basural doméstico que incluía cerámica, huesos, y materiales orgánicos quemados y, en un nivel bajo del relleno, a unos 60 cm de profundidad en la porción sureste de la cuadrícula, se encontró tierra quemada compactada. Los análisis radiocarbónicos dieron un fechado calibrado de 1240 d.C. -1650 d.C. con un porcentaje de incertidumbre alta (68.2 %) debido a la baja cantidad de material recuperado para el fechado.

Bajando de profundidad, la UE 2 correspondía a un muro de piedras canteadas grandes alternadas con pequeñas de manera irregular con mortero. Se desarrollaba en dirección sur-oeste/norteoeste; la técnica se pudo estudiar en el perfil del lado (lám. 133). El muro continuaba con toda probabilidad hacia el sur, como se observó en el pozo de saqueadores excavado a continuación de la cuadrícula de excavación. La base del muro se detectó a los 76 cm. Dicha base estaba asociada a la UE 3, una capa compacta de tierra arcillosa de color amarillo y marrón rojizo con mica, que se atestaba a los 85 cm de la superficie, y que presentaba numerosas inclusiones orgánicas de carbón, restos óseos, de cerámica y un mortero (para la descripción véase Cap. 4). Se trata con toda probabilidad de una zona interfacie entre el relleno y el piso de ocupación (UE 4) asociado a la UE 3 y que evidencia el muro. La UE 4 señalaba una capa de tierra compacta, marrón/roja, arcillosa, con trazas de carbón regulares, y de arcilla con inclusiones de fibras vegetales. La tierra arcillosa podría ser la cobertura de una hoguera. La capa se apoyaba unos 3-5 cm en el muro, en un área de unos 60 x 40 cm, y se apoyaba además en una piedra calcinada tras una larga exposición al fuego; dicha piedra era friable, blanca y estaba descompuesta (lám. 134). El plan de frecuentación de esta área de fuego se certificaba a los 95 cm de profundidad. Por el material óseo encontrado – restos de camélidos – y por la cerámica (lám. 183, 185, 186) utilizada parece una área dedicada a la preparación de alimentos. Removiendo la UE 4 se sacó a la luz una discreta acumulación de ceniza bajo el fogata, asociada a cerámica (uno de los fragmentos en la lám. 183) y huesos, encima de una piedra de grandes dimensiones. 7 Para la metodología de denominación y de registro de los materiales encontrados véase el parágrafo relativo a las excavaciones en Chagastunán.

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Lám. 132. Detalle de un muro en la terraza D de Jatungaga Pirushtu (CVP 25) en un pozo excavado por saqueadores. El pozo fue delimitado y limpiado y en su proximidad se ubicó el sondeo A.

Lám. 133. Perfil de un muro sur-oeste/norte-oeste encontrado en la excavación del sondeo A del sector D de Jatungaga Pirushtu.

Lám. 134. Mapa de la UE 4 del sondeo A del sector D de Jatungaga Pirushtu: área de fogata.

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Los análisis radiocarbónicos efectuados en la muestra de carbón recolectada en asociación a la área de fogata proporcionaron un fechado calibrado que cubre un lapso temporal muy amplio entre el 400 a.C. y el 250 d.C. (95.4%) lapso que, desafortunadamente, no se pudo restringir realizando otros análisis.

Mayores investigaciones en el área habrían requerido una excavación extendida que no formaba parte de los objetivos de esa fase de la pesquisa, así pues la excavación no llegó a la capa final. Sin embargo, podemos avanzar algunas observaciones acerca del área. El muro detectado al principio de las excavaciones no era de contención de la terraza sino de una estructura, quizás, de planta cuadrada, pues queda un tramo corto por excavar, asociada a cerámica temprana (véase Cap. 4, fase Pirushtu), que se tapó más tarde, posiblemente durante el Período Intermedio Tardío. Por lo que concierne al sondeo del sector E (lám. 120), se ubicó en la terraza más baja del área, que se abre hacia la quebrada del río Chacapata, en la vertiente oriental del cerro de Jatungaga. Aquí se reconocieron cinco estructuras similares de planta rectangular. El sondeo E1 se adosó a la pared compartida de los recintos, la pared del lado norte. En el sondeo se apreció una estratigrafía muy baja en comparación con la de las terrazas más altas de Jatungaga, encontrándose la roca madre donde se apoyaba el muro a 5 cm apenas. Poco fue el material cultural encontrado: cerámica de épocas diferentes (p.ej. lám. 197, 202, 256), carbón y huesos animales, un piruro en piedra, algunos pulidores (lám. 266, 267). Se trata posiblemente de una capa de depósito natural sobre la cual se construyó, quizás más tarde, un muro con tan solo una pequeña parte enterrada. En la parte alta del sector, se colocó un sondeo en el extremo oriental de la terraza, en correspondencia y por debajo de la piedra altar, que se encuentra en el sector inmediatamente superior (F, lám. 135). La UE 1 puso en evidencia una capa de depósito natural de tierra suelta estéril marrón y grandes piedras, cuyas dimensiones son de unos 30 cm, con raíces frecuentes. Asociados a la capa se encontraron pocos fragmentos de cerámica diagnóstica de diferentes épocas: un cuenco de la fase Pirushtu (lám. 197), y otras vasijas de la fase Jatungaga I, que no se publican, y material lítico. En la UE 2 identificamos la cabeza de un muro de piedra que corría paralelamente a la piedra altar en dirección SO-NE. La base del muro se atestaba a los 44 cm de altura, con solo 36 cm de anchura. La UE 3 era el depósito natural asociado a la UE 2 y se presentaba como tierra suelta mezclada con arena gruesa de color marrón claro, con piedras medianas regulares y raíces ocasionales, sin inclusiones orgánicas y asociado a fragmentos de cerámica en la porción norte oeste, mientras que se presentaba como tierra más compacta en la porción sur este, en dirección de la piedra altar (lám. 136). De manera preliminar podemos suponer que el muro constituyó una delimitación no de estructuras, debido a sus dimensiones, sino quizás de un canal, posiblemente para recoger las ofrendas del altar que se ubica justo por encima del muro en el sector F. El depósito natural de materiales culturales aso-

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ciados a la estructura muraria permite fechar la misma al Horizonte Temprano final/Período Intermedio Temprano. En la extremidad oriental de la terraza F donde se encuentra la piedra altar, se ubica una estructura de planta semicircular de la que se conservan dos lados adosados al muro de contención que divide la terraza F de la G. Los dos muros difieren notablemente en su técnica de construcción, siendo el muro de separación y contención de la terraza, de doble cara y de factura huanca/pachilla, mientras que el muro de la estructura F es un muro posterior adosado al primero, de una sola cara y con largas porciones de piedras yuxtapuestas sin argamasa. En la estructura abrimos un pozo de sondeo. La UE 1 puso en evidencia una única capa de tierra suelta estéril y marrón claro, mezclada con piedras pequeñas ocasionales y raíces frecuentes. A una profundidad de 0,23 cm de promedio se evidenció la roca madre y no se detectaron etapas sucesivas en la construcción del recinto. Los materiales cerámicos asociados pusieron de relieve una construcción Lám. 135. Gran roca ubicada en la terraza E, que fortardía de la estructura. ma parte de la piedra altar del sector F de JatungaEl sector correspondiente a la terraza I, el más alto ga Pirushtu. A la base de la roca se colocó un sondel sitio, presenta dos estructuras: una de forma cir- deo. cular y la otra de forma rectangular de la que se conservan el lado norte y el lado oeste, ambos de muro huanca/pachilla. El pozo de sondeo se ubicó cerca del muro norte en un área de escombros de piedras. Se evidenció una única UE de tierra compacta con piedras frecuentes de color marrón oscuro. La zona se encontraba muy limpia de cualquier tipo de restos y la capa medía solo 10 cm de altura, atestiguando una estratigrafía muy baja y una única fase de construcción del muro asociado. El poco material cerámico recuperado presentaba una muestra de cerámica no doméstica, posiblemente del Período Intermedio Temprano, o quizás anterior, y un mano de moler (véase Cap. 4), así como un fragmento de caolín de posible producción exótica (107/1 lám. 210). Bajando al sector L se encontraron tres estructuras, dos de ellas parcialmente labradas en la roca viva del cerro. Una cala de sondeo Lám. 136. Mapa de la UE 3 del sondeo A sector E de Jatunen una estructura de planta semicircular sacó gaga Pirushtu (CVP 25).

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a la luz un estrato de raíces y piedras compactas que se apoyaba en un muro inclinado construido directamente sobre la roca madre, que se atesta a 35 cm de profundidad. En la transición entre el sector L y M, apenas debajo de la estructura circular del sector L, se registró una chulpa saqueada de grandes dimensiones (195 x 130 cm; h. en promedio de 160 cm, dependiendo de la inclinación del techo) que denominamos Tumba I (véase también supra). Se trata de un contexto muy disturbado con restos modernos a la vista, huellas probables de los saqueadores clandestinos. En toda la superficie de la tumba se retiró la tierra por capas artificiales de 15 cm para localizar posibles restos de material cultural tras el saqueo. La Unidad Artificial 1 puso en evidencia un contexto disturbado de tierra arenosa suelta de color marrón claro y gris, con lascas de piedras de diferentes tamaños como inclusiones ocasionales. El contexto quedó revuelto por las intervenciones de excavadores clandestinos así que los huesos – 25 mandíbulas inferiores de adultos, 5 mandíbulas inferiores pequeñas, 5 mandíbulas deterioradas, 72 fémures equivalentes a 36 pares – se encontraron acumulados en ciertos sectores juntos a lascas de piedras que sin duda formaban parte de la estructura funeraria. Junto con el material cultural prehispánico (cerámica lám.191, 204, 205, 207, 208, 210, 211, 224, 225, 234-236, 238, 240, 251, 257, 258) se encontraron ofrendas modernas, como hojas de coca, y en las hornacinas de la tumba, azúcar y cal. Las inclusiones orgánicas encontradas comprenden huesos, raíces, un artefacto de hueso, fragmentos de textiles, mientras que las inorgánicas las componen cerámica de diferentes épocas (véase Cap. 4 para la descripción), artefactos líticos y metálicos (lám. 279). La Unidad Artificial sucesiva, de 15 cm, reveló una tierra arenosa suelta de color marrón claro/gris, con lascas de piedras ocasionales de tamaño medio. Al terminar el corte no se logró reconocer ninguna capa más compacta; se siguió con un corte artificial en la mitad del sondeo (1 x 50 cm) en su lado este para encontrar el piso. Descrita anteriormente (véase supra) otra estructura funeraria de gran interés en el sector M, o sea la tumba tipo cámara semisubterránea, que denominamos tumba II, en el extremo oriental de la terraza del sector M. Al igual que la tumba I, la tumba II se encontró saqueada. Se trata de un estructura de dimensiones menores que la anterior (con diámetro de 1 m), donde se encontraron restos de un ajuar despojado por saqueadores clandestinos. Se trata de un conjunto de vasijas, de “juguetes” (véase Cap. 4, lám. 278) asociados a restos humanos de adultos y niños y de animales que se retiraron de la tumba y que se encontraron esparcidos delante de la entrada. Entre los restos humanos se reconocieron 2 pares de fémures, 5 mandíbulas inferiores de adultos, 1 mandíbula inferior de niño, 2 calotas craneanas de niños con la parte frontal y sus órbitas. Los restos animales son tanto antiguos como modernos; los restos modernos pertenecen a pequeños roedores salvajes, mientras que los antiguos remiten por lo menos a un mamífero adulto – quizás un camélido o un cérvido – del cual quedan un hueso largo y parte de la cadera. Tumbas octogonales similares se encontraron en otras zonas de Chacas y se describen en la zona del Puchca (Amat H. 2003). Las evidencias cerámicas asociadas (véase Cap. 4 y lám. 190, 191, 141, 193, 198, 226, 278) se remontan a la transición entre el Formativo y el Período Intermedio Temprano. La tumba acogía restos de personas de un estatus social alto, según demuestra la posición del entierro. Cabe notar la falta de reocupación de la estructura, rasgo que por ejemplo se nota en la tumba I, que además fue concebida, desde un principio, para acoger a un número reducido de personas. También son notables la mampostería finísima y la calidad del ajuar ofrecido a los difuntos. Queda por aclarar la función de los restos de mamífero encontrados, aunque bien podría ser que se depositaran en época contemporánea con los cuerpos en la tumba. Estos restos se encontraron, en efecto, en una par-

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te semienterrada de la cámara, en un esquina del muro muy cerca a uno de los cráneos infantiles, por ello podría tratarse de una ofrenda de partes de un animal y a la vez de los restos de una comida celebrada durante la ceremonia de inhumación8. Otra estructura funeraria de considerable interés se encontró en gran parte enterrada en el sector Q: se trata de una chulpa intacta ubicada en el área de entrada del sitio que baja hacia la quebrada del río Chacapata. La chulpa, guardaba una entrada hacia el valle, y en el lado opuesto, hacia el morro de Jatungaga, una ventana tipo hornacina con la entrada removible (véase descripción supra). Se recuperó una cantidad considerable de materiales cerámicos, asociados a restos humanos de tan solo tres individuos: 5 fémures, equivalentes a 3 pares, la mitad de una mandíbula inferior y una mandíbula entera. La cerámica se encontró aplastada debido al derrumbe del techo de la tumba. Se reconocieron fragmentos de diferentes épocas, algunos de ellos quemados, de la parte final del Horizonte Temprano al Horizonte Tardío (lám. 193, 238, 241, 244, 255-258, 260), además de un tortero (lám. 269), lo que podría indicar la presencia de una inhumación femenina, no habiéndose podido estudiar los restos humanos que se encontraron muy deteriorados. La hornacina con la entrada removible escondía un relleno de tierra que presentaba restos de carbón quemado y semillas. Como la parte norte de la sepultura, donde se abre la hornacina, está completamente adosada a la escarpada del cerro, parece improbable que las ofrendas de semillas quemadas se depositaran en épocas posteriores a la deposición de los cuerpos. Pero el fechado de los restos de carbón quemado (1030-1300 d.C.) concuerda solo parcialmente con las evidencias cerámicas que incluyen restos de diferentes épocas. Es probable, por lo tanto, que la tumba se construyera durante el Período Intermedio Temprano y se fuera abriendo para depositar más ofrendas en épocas sucesivas. Discusión Jatungaga es un ejemplo interesante de un sitio residencial de dimensiones medianas con una conservación notable de los restos arquitectónicos. Las excavaciones pusieron en evidencia la presencia de diferentes estratos de ocupación en algunas partes del sitio, que conservaban, por ende, huellas de ocupación más antiguas. Algunas áreas en cambio, como la parte más alta del sitio correspondiente a los sectores G, H, I, parecen presentar una única fase de ocupación, posiblemente del Período Intermedio Temprano. Por lo que pudimos averiguar con excavaciones reducidas, en epocas sucesivas se ocuparon partes menos “centrales” del asentamiento, como las laderas del cerro y las terrazas menos altas, al igual que lo observado en el sitio de Chagastunán. La terraza D, y quizás las otras cercanas, sufrió una profunda modificación durante el Intermedio Tardío con el fin de nivelar el terreno para asentar nuevas áreas de viviendas y/o áreas agrícolas. Al parecer durante esta época no se construía en los sectores más altos del sitio, destinados a ser lugares de entierro. Al igual que en Huacramarca, en Jatungaga, a pesar del buen estado de conservación general de las estructuras, no se encontró arquitectura tipo “patio group”. Se hallaron cuatro diferentes tipos de inhumaciones: las tumbas tipo cistas enterradas, las tumbas a cámara parcialmente enterradas, las tumbas bajo abrigo rocoso – en la ladera occidental del cerro, entre las terrazas L y M – e inhumaciones tipo chulpa. Este dato, así como la abundante fragmentería cerámica que data a partir del Formativo hasta al Horizonte Tardío y la posición estratégica en el desemboque de la quebrada Juitush que comunicaba la zona con el Callejón de Huaylas, respaldan la hipótesis de un 8 De hecho no se encontró el cuerpo entero, sino solamente partes seleccionadas con una buena cantidad de carne apta para una ofrenda/banquete (compárense con Goepfert N. 2010).

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asentamiento de gran importancia frecuentado a lo largo de toda la historia prehispánica de Chacas. Las diferentes tipologías de inhumaciones encontradas permiten recorrer hacia atrás la historia de los patrones funerarios de la zona, desde las inhumaciones hipogeas más antiguas de carácter individual o utilizadas quizás por parte de grupos familiares restringidos, hasta las inhumaciones apogeas utilizadas para sepulturas masivas de un gran número de personas; este cambio, que merece estudios más detallados, pudo significar una profunda transformación social en la zona (véase también Lau G. 2010a). En las pocas excavaciones que se realizaron se pusieron de manifiesto las potencialidades de investigación que este sitio ofrece de cara al estudio de la vida cotidiana en la zona. Aunque no disponemos de mayores datos, los restos de actividades de cocina en el área D del asentamiento, así como los numerosos instrumentos para tejer encontrados, permiten plantear la hipótesis de que en el interior del mismo asentamiento tenían lugar actividades de producción especializadas. Curiosamente Jatungaga Pirushtu no se encuentra mencionado en los documentos coloniales, sin embargo, las evidencias cerámicas apoyan una frecuentación, por lo menos de las áreas funerarias, hasta el Horizonte Tardío, pues se encontraron restos de cerámica local imitando formas incaicas (véase Cap. 4). En efecto muy pocos sitios – solo Macuash y Chagastunán – se mencionan como sede de pachacas en la zona. Es posible que, por su ubicación alejada, el sitio y sus habitantes no se localizaran durante la época post Conquista. Balcón de Judas Ambiente y evidencias arqueológicas Balcón de Judas (CVP 30, lám. 137), es un ejemplo interesante y representativo de arquitectura de planta circular del valle (lám. 138), posiblemente con función ceremonial; arquitectura investigada muy poco a pesar de ser típica en la zona (véase el párrafo Discusión). Se quiso por ello investigar la cronología de este sitio, su relación con las áreas habitacionales cercanas – en el caso de Balcón de Judas con el área de viviendas de Cruzjirca (CVP 29, véase supra) –, las semejanzas o elementos diferentes con respecto a las estructuras parecidas encontradas en contextos cercanos (Yayno - Tello J. 1929; Rondan Circular Construction de La Pampa - Terada K. 1979; Torreón de Chinchawas - Lau G. 2001 y las kancha circulares estudiadas por A. Herrera 2005b, véase párrafo Discusión). No existen estudios previos del sitio. En 2001 el equipo del proyecto, mientras efectuaba un recorrido preliminar del área finalizado a la preparación de la campaña 2002, reconoció y fotografió la zona arqueológica. En el 2002 se llevaron a cabo trabajos de levantamiento topográfico, ubicando las ruinas con GPS en las siguientes coordenadas UTM: Este 237274, Norte 8985077, H. 4108. El sitio se registró en el mapa del Ministerio de Agricultura con sus coordenadas UTM. La exploración de las vertientes del cerro permitió detectar arquitectura funeraria y restos esparcidos de recintos antiguos no contemporáneos a la estructura principal que se situaron con un GPS en el mismo mapa. El área ocupada por el sitio de Balcón de Judas era lo suficientemente pequeña como para llegar a conocer bien las estructuras durante un tiempo de permanencia no demasiado largo, y que tenía que ser compatible con las difíciles situaciones de vida de la zona, donde falta agua y por la noche se alcanzan temperaturas bajo cero. El sitio no presentaba mucha acumulación de estratos, sobre todo en el área A. Se logró de este modo terminar las operaciones de excavación (estrato estéril) llegando a cubrir un área excavada de 20% del sitio. Balcón de Judas se encuentra en la cima del cerro homónimo – a partir de ahora denominado sim-

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Lám. 137. Vista del sitio de Balcón de Judas (CVP 30).

plemente Cerro Balcón – en la confluencia entre la quebrada Juitush y la quebrada Chacapata (lám. 55), unos 150 m por arriba de sitio arqueológico de Cruzjirca, y sobre el antiguo camino de herradura que comunica la zona del Callejón de Huaylas – a través de la Quebrada Honda – y el valle de Chacas – a través de la Quebrada Juitush. El camino, a la altura del sitio arqueológico, describe una vuelta hacia el valle Juitush abandonando el valle del río Chacapata. Este punto del camino se conoce también como Cuatros Cruces. Se puede llegar al sitio arqueológico por una cuesta muy empinada que empieza en el camino de herradura y llega al Cerro Balcón por el lado noroeste. En este lado se hallaron restos esparcidos de estructuras antiguas, no reconocibles, cuyas piedras se desplazaron para cultivar en la ladera del cerro. Aquí se encontró una tumba excavada en la roca que forma parte de Cerro Balcón – y denominada a partir de ahora Tumba I. La parte más alta del mencionado cerro se presenta como una planicie alargada cuya extensión es de aproximadamente 0, 5 km y de una altura de 4,100 m. En la extremidad noroeste de la planicie se encuentra el sitio principal. En las cercanías, en la extremidad sureste del filo del cerro, se conserva otra área arqueológica denominada Pununan Cóndor (véase supra CVP 31). Balcón de Judas se ubica a manera de observatorio siendo la mayor parte del sitio, si exceptuamos la entrada oeste y el muro megalítico de contención sur, en el borde de la escarpada del cerro. Lo conforma una única construcción, aproximadamente circular, articulada interiormente en diferentes recintos: el recinto principal (A), el más ancho, es más bajo con respecto a la cámara interna (C) en la parte NO de la plaza central (lám. 139, 140) que se asenta en una prominencia natural del cerro acondicionada para hacerla llana con un muro de contención visible por tramos. En cambio, la cámara que encontramos en la parte sur (B), tenía una cota más baja con respecto a la plaza; como veremos, se entraba bajando una grada.

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La estructura se asenta en un gigantesco relleno artificial construido para acondicionar la planicie natural de esta parte del cerro Balcón, relleno contenido por un muro (lám. 141) que rodea la estructura en toda su porción SE. Otro elemento notable es la presencia de una gran huanca (2 x 1,30 m) en la parte central del recinto (lám. 142). No se encontró cerámica superficial. La falta de cerámica no resulta extraña cuando se trata de arquitectura ceremonial; así pues, en los templos de la tradición Kotosh de la zona del Callejón de Huaylas del Período Precerámico Tardío “un rasgo que se repite es la inusual limpieza de las áreas ceremoniales, quizá como expresión de pureza que el lugar representó” (Burger R. 2003 [1985]: 17). El sitio se encuentra en un ambiente de páramo subandino. La vegetación xerofítica caracteriza el área ecológica correspondiente. Ocupa una superficie de 398 m2 y su perímetro es de 84 m. La forma, como indicamos, es aproximadamente circular con un eje en dirección noroeste-sureste. Se excavaron 62 m2 de superficie.

Lám. 138. Mapa del sitio de Balcón de Judas (CVP 30) con las áreas excavadas.

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Lám. 139. Vista del recinto principal o sea la plaza central de Balcón de Judas (CVP 30) mirando en dirección del Pununan Cóndor (CVP 31) que se nota por detrás.

Lám. 140. Vista de la parte realzada del recinto en Balcón de Judas (CVP 30) donde, al excavar, se encontró una estructura tipo cámara (área C).

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Lám. 141. Muro SE de contención de la terraza artificial en la cual se asenta el recinto circular de Balcón de Judas (CVP 30).

Lám. 142. Huanca en la plaza central de Balcón de Judas (CVP 30).

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Excavaciones en el área A (Sondeos I, II, III, IV) El área A, que corresponde a la plaza aproximadamente circular del sitio, está delimitada por un muro que la rodea y, como señalamos, se trata del muro de contención de la estructura. En dicha área se abrieron cuatro sectores de excavación (lám. 138). La cuota del área es aproximadamente la misma que la de la entrada al sitio, con un ligero desnivel (¬ 55 cm) hacia el norte de dicho espacio en dirección de la parte realzada (C). La superficie total del área A es de unos 245 m2. El acceso era a través de una rampa en la parte meridional del espacio, que corresponde a la entrada general al sitio delimitada por dos jambas o piedras verticales, que supuestamente sostenían un dintel. En la parte meridional del área se observaron una serie de lajas de la entrada hacia el centro de la plaza. Las excavaciones en los sondeos II y III permitieron sacar a la luz dicha parte, descubriendo un piso que se apoyaba sobre la roca madre del cerro. Las lajas mencionadas se construyeron con piedras granodioríticas de color gris oscuro, la mayoría de ellas careadas artificialmente con un mediocre nivel de precisión así como de bloques naturales, que se tallaron en un afloramiento rocoso cercano al sitio. Se abrió también un sondeo de excavación en proximidad de la huanca/altar para averiguar la extensión de la piedra y descubrir posibles restos de ofrendas a la misma (sondeo IV). La observación superficial sugirió que podía tratarse de una plaza que no presentaba ni restos de recintos ni reocupaciones. Es la única parte del sitio que permite la concentración de un cierto número de personas. Excavaciones en el Sondeo I Ubicado en la parte norte oriental del área A, la extensión del Sondeo I abarcaba una superficie de 3 x 3 m. Los trabajos empezaron con una extensa limpieza de la vegetación sobre toda la superficie del sondeo (UE 0): una acumulación de humus, tierra y vegetación, incluso plantas cultivables posiblemente restos de una antigua cultivación a cargo de las familias que vivían en la cercana Cuatroscruces. No se encontraron materiales culturales en la parte occidental del sondeo, mientras que en la parte oriental se halló una acumulación de piedras a los 30 cm, que correspondía al derrumbe del muro perimetral que delimitaba el sector A del B (UE 1). Por debajo de la UE 1 encontramos otra capa de derrumbe (UE 2) y por último la UE 3, correspondiente a la roca madre (capa final) cuyos afloramientos se encontraron entre los 30 y 40 cm. Excavaciones en los Sondeos II, III y IV Los sondeos de excavación II y III se ubicaron en la parte suroccidental del área A y abarcaban una superficie de 7 x 4 m en forma escalonada. Sus cotas eran entre los 12 y los 20 cm por debajo del punto cero del sitio, es decir la entrada, indicando que el terreno en esta parte de la plaza se inclinaba hacia abajo. La eliminación de la capa superficial (UE 0), sacó a la luz una tierra amarillenta compacta y arenosa, en principio compactada por la aparente frecuentación al sitio (UE 1). La UE 1 se apoyaba directamente en la roca madre, que apareció a pocos centímetros por debajo, y en una serie de pocas piedras talladas en la parte meridional del sondeo. La excavación de la UE 2 reveló un piso empedrado, en parte bien conservado, compuesto por piedras canteadas amarillentas, apoyadas o a veces encajadas en los desniveles de la roca madre para formar un piso llano, que parecía repetirse en toda la parte centro sur de la plaza, posiblemente continuando hacia la entrada al sitio (lám. 143). El empedrado no cubría la totalidad de la plaza sino tan solo una parte. En toda la excavación de esta parte se encontraron solo 6 fragmentos de cerámica (en la UE 2), no diagnósticos, quemados y en mal estado de conservación.

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Podemos suponer que los trabajos agrícolas realizados en la zona afectaron la conservación del piso en la extensión total de la plaza. Ubicado en la parte noroccidental del área A, debajo de una gran roca, la extensión del sondeo denominado IV abarcaba una superficie de 2 x 1 m. Este sondeo se situó a la base de una huanca con la finalidad de encontrar estructuras o restos de actividades de veneración, como se habían encontrado en otros contextos de la sierra de Ancash (véase Bazán F. 2007), sin embargo a los pocos centímetros la excavación fue abandonada debido al afloramiento de la roca madre.

Lám. 143. Área A Sector II capa 2 (con primera, segunda y tercera ampliación en dirección sur) de Balcón de Judas (CVP 30). Se evidencia un piso empedrado que apoya en la roca madre del cerro.

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Excavaciones en el área B (Sondeo I) El área B (aprox. 66 m2) corresponde a un conjunto de estructuras de planta aproximadamente cuadrada ubicadas en el SE del sitio (véase mapa lám. 138). Durante una primera revisión de área se detectó una fuerte acumulación de piedras y de tierras que rellenaba dichas estructuras; parecían cámaras construidas una a lado de la otra compartiendo de este modo un muro de división. Se notaron por lo menos dos habitaciones adyacentes de las cuales se excavó tan solo una, la situada hacia el sur (Sondeo I). El área se delimitaba por un muro al este, que correspondía al cerco de muros externos del sitio, y por un muro que dividía el área B de la A hacia el oeste. La cota del área era, antes de la excavación, de unos 85 cm sobre el punto cero del sitio. La extensión de la habitación (Estructura 1, lám. 144) excavada en el área B es de unos 13 m2 y de forma rectangular. La Estructura 1 quedaba delimitada al este del muro externo de la zona arqueológica. Definía una habitación rectangular cuyo lado más largo está en dirección sur-norte. La amplitud este-oeste de la cámara es de 2,47 m. Las excavaciones en el Sector I permitieron sacar a la luz, como ya mencionamos, una estructura cuadrangular con entrada hacia el centro de la plaza. La estructura se construyó con piedras granodioríticas de color grisáceo oscuro talladas en forma de paralelepípedos careados con un alto nivel de precisión. En la entrada se alternaban bloques de piedras grandes con piedras lamelares, según la técnica conocida como huanca/pachilla. Las estructuras del área B descansan sobre un estrato de relleno realizado para nivelar el declive del cerro y construir la plataforma en que se encuentra Balcón de Judas. Dicha técnica de construcción se documentó en la excavación de las unidades estratigráficas del Sondeo I, sobre todo a nivel de excavación de la UE 4, que correspondía a un relleno de bloques naturales de piedras de grandes dimensiones trasladados para la construcción de la plataforma (véase infra). El objetivo de la excavación era averiguar la extensión, la profundidad y la técnica de construcción de las estructuras presentes en el área B de las que se veían las cabeceras de los muros. Además de la extensión y de la forma de dichas estructuras, se quiso investigar de cerca las dinámicas de utilización de las cámaras que, al momento de la excavación, se encontraron rellenas de varios metros de tierra y piedras. Se trata de un proceso de entierro antiguo, quizás de orden ritual como parece atestiguar el hallazgo de fragmentos de cerámica en el relleno. El acceso a las cámaras se hacía a través de la plaza principal. A pesar de que no se encontró ningún tipo de material cultural asociado a la única estructura excavada, se puede plantear la hipótesis de que dichas cámaras servían como vestíbulos para guardar instrumentos y objetos ceremoniales o incluso comidas rituales. Un empleo no doméstico lo indicarían el alto nivel de la mampostería utilizada para la construcción de las cámaras cuadrangulares y la ausencia de restos de desechos u otras huellas de actividad doméstica, por lo menos en la cámara excavada (véase la discusión final infra). La extensión del sondeo denominado Sondeo I abarcaba una superficie de 4 x 3,65 m. Los trabajos de excavación empezaron con la limpieza de la vegetación en toda la superficie de la cámara (UE 0), para sacar a la luz la UE 1 compuesta por una tierra gris, oscura y muy suelta, con abundantes piedras de gran tamaño que formaban un relleno artificial posiblemente moderno, que suponemos que servía para quitar las piedras del área A utilizada como lugar de cultivo en tiempos recientes. La remoción de la UE 1 sacó a la luz la UE 2, un estrato más compacto de tierra marrón con abundantes piedras y escasos restos de materiales orgánicos y culturales. Se trata de una fase de relleno antigua que se apoyaba en el nivel de ocupación del piso, o sea 15 cm sobre el punto cero del sitio. Dicho nivel de ocupación incluía también la entrada (171 x 47 cm prof. 50,5 cm con un escalón de 25 cm), abierta en la pared oeste de la Estructura 1 (E1) (lám. 145), y ubicada a una

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cota similar, +15 cm sobre el punto cero del sitio. La remoción de la UE 2 desveló la UE 3, un estrato aún más compacto de tierra muy oscura limo-arcillosa con piedras sueltas. Se trataba posiblemente de un relleno para nivelar el terreno y apoyar otra fase del muro, que se evidenciaba como la base de los muros que formaban la E1 y la vez, como contrafuerte que daba solidez a todo el conjunto arquitectónico. La remoción de la UE 3 sacó a la luz tan solo un estrato de relleno con piedras de gran tamaño sin ordenar (UE 4), que suponemos eran la base de preparación de la Estructura 1, donde se dio por terminada la excavación. Por último, los muros también, tal y como se constató en el trascurso de la excavación, presentaban dos fases contemporáneas. Por un lado, una fase de construcción con fines estructurales, o sea para construir el relleno y sustentar el área nivelada en que se apoya el sitio entero, y que se

Lám. 144. Mapa de la Estructura 1 en el área B de Balcón de Judas (CVP 30).

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Lám. 145. Vista frontal de la entrada de la Estructura 1 (área B) que se abre hacia la plaza en Balcón de Judas (CVP 30).

componía de varios metros de relleno de tierra y piedras, ubicadas sobre la roca madre del cerro; por otro lado, una fase que comprendía la construcción de la habitación (E1, lám. 146, 147, 148) que se encontraba al mismo nivel de la plaza del área A (véase área A, UE 4), y que posiblemente se rellenó en un período antiguo. La entrada estaba conectada a la plazoleta a través de un amplio acceso, construido con técnica huanca/pachilla. Al igual que en otras áreas, en el transcurso de la excavación solo se encontraron solo pocos fragmentos de cerámica y trazas de carbón en la UE 3, que luego se utilizaron para una medición con método AMS de la estructura (540-670 d.C., véase Apéndice 2).

Excavaciones en el área C (Sondeos I, II) El área C, de aproximadamente 52 m2, corresponde a un conjunto de por lo menos dos estructuras de planta cuadrada – solamente una aparece en el mapa – con las esquinas redondeadas ubicadas en extremo NO del sitio, construidas en una parte alta de la prominencia rocosa donde se ubica el sitio (+90 cm con respecto al área A). La prominencia está delimitada por un muro que la contiene. El acceso era probablemente a través de una rampa ubicada en la parte noroccidental de A, cerca de la zona de la huanca, que no aperece en la mapa. La rampa se encontró derrumbada en gran parte, quizás debido a la acción de los saqueadores clandestinos, que en esta área del sitio causaron varios daños. El límite norte del área C corresponde con el límite del espolón rocoso del cerro, que a partir de este punto desciende casi verticalmente hacia el valle.

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Lám. 146. Relieve de la pared este de la Estructura 1 (área B) de Balcón de Judas (CVP 30). Dibujo M. Silani.

Lám. 147. Relieve de la pared oeste de la Estructura 1 (área B) de Balcón de Judas (CVP 30). Dibujo M. Silani.

Lám. 148. Relieve de la pared sur de la Estructura 1 (área B) de Balcón de Judas (CVP 30). Dibujo M. Silani.

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Como señalamos, se encontraron los restos de por lo menos dos habitaciones; una de ellas fue objeto de dos sondeos (Estructura 2: Sondeos I y II). Ambas estaban rellenadas con tierra y desechos, incluso modernos. Las cámaras se estructuraban de manera similar a la Estructura 1 del área B descrita anteriormente. El acceso a la E2 se ubicaba en la pared este (lám. 151) y los muros se construyeron con piedras granodioríticas, de color grisáceo oscuro, bien talladas y acomodadas en huanca/pachilla (lám. 152, 153). Las excavaciones en los dos sondeos en E2 (2 x 2 m cada uno, lám. 149) permitieron sacar a la luz una secuencia estratigráfica: después de una capa superficial (UE 0) un primer relleno cubría uniformemente la estructura, con piedras sueltas y desechos modernos, sobre todo en la parte más al norte (Sondeo I), mientras que un relleno más compacto (UE 2) se encontró a una profundidad de 55 cm. En este último estrato se recogió una muestra de carbón para realizar un fechado que dio resultados muy poco precisos (800-100 a.C., véase Apéndice 2). Por último el piso de frecuentación (UE 3) estaba compuesto por una tierra amarillenta (lám. 150) donde se encontraron restos de carbón, utilizados luego para fechar con más éxito la E2, que resultó ser la zona más antigua del sitio (50-230 d.C., véase Apéndice 2).

Excavaciones en el área D (Sondeo I) El área D la ubicamos por debajo del muro que rodea el sitio (lám. 138). En el punto correspondiente a la Estructura 1 del área B se abrió una pequeña cala de sondeo (2 x 1 m), para averiguar posibles fases culturales asociadas a la construcción del muro. La excavación, muy breve puesto que se encontró a pocos centímetros la roca madre, permitió averiguar que el muro principal del sitio se construyó en tan solo una fase. Excavaciones en la Tumba I de Cerro Balcón El área arqueológica del sitio de Balcón de Judas cuenta, además de con el conjunto descrito anteriormente, con restos esparcidos de actividad humana que se ubican a lo largo de ambas vertientes del cerro Balcón (véase supra CVP 10, 11, 29, 31, 34, 35). En la vertiente occidental del cerro, el señor Geovani Cerna encontró una tumba mientras se realizaban trabajos agrícolas en su terreno (punto GPS: E 2370051, N. 8984495, H. 4096). Un derrumbe natural, causado con toda probabilidad por una infiltración de agua, había removido el terreno en este lado dejando parte de la cámara a la vista.

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Lám. 149. Mapa de la Estructura 2 en el área C de Balcón de Judas (CVP30).

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Lám. 150. Vista de alto de la UE 3 del Sondeo I de la Estructura 2 en el área C de Balcón de Judas (CVP 30). Foto L. Bitelli.

Lám. 151. Entrada en la pared este de la Estructura 2 en el área C de Balcón de Judas (CVP 30). Dibujo M. Silani.

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Lám. 152 y 153. Dibujo y vista y de la parte interna del muro norte de la Estructura 2 en el área C de Balcón de Judas (CVP 30). Foto L. Bitelli.

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La tumba se excavó en la base de una colina natural, al lado del campo cultivado. La excavación permitió remover la tierra que se había derrumbado delante de la entrada y descubrir así una antecámara muy sencilla (lám. 154), de un metro de ancho aproximadamente, con tres piedras a manera de entrada, y, hacia la cámara principal, una laja de piedra labrada que tapaba la misma. Antes de la laja se encontró un cántaro de pasta anaranjada y con decoración en relieve (véase Cap. 4, lám. 276). La cámara fue excavada en la roca sin preparación de las paredes y del suelo donde la única operación realizada fue la de compactar la tierra antes de la deposición de los cuerpos. En la parte interna de la cámara (lám. 155) se localizó un contexto disturbado a causa de un derrumbe natural. En la capa superficial de la parte interior de la tumba (UE 1) se encontró a los 22 cm de profundidad una tierra húmeda marrón oscuro, con inclusiones orgánicas en poca cantidad, restos óseos humanos (véase Cap. 4) muy deteriorados por la humedad y desprendimientos de material de las paredes de la cámara. Los restos presentaban fuertes incrustaciones calcáreas debido a una infiltración de agua en la parte superior de la cámara. Por lo tanto los individuos no se encontraron en su posición original y, tras la observación de los restos, se planteó la hipótesis de que en un principio los cuerpos se habían colocado en posición agachada, posiblemente envueltos en fardo, aunque no se encontraran restos de textiles. En la capa había además dos vasijas completas (lám. 276). La remoción de dicho estrato sacó a la luz 8 vasijas (lám. 276) que corresponden al mismo nivel o capa que se había excavado hasta llegar a una tierra estéril de color claro sin materiales culturales (UE 3). Se excavaron tan solo 5 cm de la UE 3, en parte central de la cámara. La inhumación, no muy formalizada, es, a mi parecer, uno de los pocos ejemplos documentados arqueológicamente de sepultura asociada a cerámica del Período Intermedio Tardío, conocida con varios nombres: Akilpo, Pojoc, Pinco, etc. (véase Cap. 4). La tumba es sin duda posterior a la estructura principal de Balcón de Judas. Discusión La presencia de estructuras circulares construidas en cimas de cerros en la zona de la sierra de Ancash es frecuente. Se trata de una tipología arquitectónica que se conoce, en la zona, ya a partir de principios del siglo XX gracias a los estudios de Julio C. Tello (1969). Pocas son las excavadas, sin embargo un ejemplo interesante es la llamada Rondan Circular Construction – RCC – en La Pampa (Corongo, Terada K. 1979: lám. 37); lamentamos que la cronología de esta estructura esté aún por determinar. Otra estructura importante es el Torreón de Chinchawas en la Cordillera Negra (Lau G. 2001: 83 y sigs.). Como en el caso de Balcón de Judas, se trata de una estructura de planta circular ubicada en un promontorio natural, en posición panorámica con respecto a su entorno natural. Contrariamente a Balcón, la estructura estudiada por George Lau forma parte de una aldea. Al parecer estuvo concurrida durante el Intermedio Temprano y hasta al Horizonte Medio. Se trata de un edificio circular con unas particiones internas que formaban unas cámaras (archchambers). En uno de los bloques utilizados en la estructura, Lau registró una decoración de círculos concéntricos similar a la de un petroglifo encontrado en proximidad de Balcón (véase Cap. 4, lám. 275). En la parte interna había una banqueta de piedra. Entre los hallazgos, el estudioso registró también vasijas de alta calidad y ornamentos en metal, mientras que carecían basurales o instrumentos domésticos (ibíd.). Lau excavó una gran cantidad de cenizas, hecho que demostraría actividades con fuego dentro y fuera del Torreón. El mismo autor estudió estructuras formalmente similares en otro sitio, Yayno en Pomabamba, a unos 50 km al norte de Chacas (2010a, 2010b). Ahí las estructuras, que se remontan al Intermedio Temprano, se utilizaban en la mayoría de los

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Lám. 154. Vista de la antecámara de la Tumba I de Cerro Balcón. Nótense la vasija ofrendada delante de la laja de entrada.

Lám. 155. Corte esquemático del corredor y de la cámara funeraria de la Tumba I de Cerro Balcón. Dibujo L. Pretell y S. Franco.

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casos como viviendas. El mismo Lau reconoce que este patrón arquitectónico pudo haber tenido un antecedente en las estructuras circulares no domésticas de la zona. Otro autor, Alexander Herrera (2005b) ofrece un catastro de las que él define “kanchas circulares” presentes en la parte más oriental de la sierra de Ancash en el Callejón de Conchucos. Dichas “kanchas” serían espacios circulares ceremoniales que forman parte de una tradición arquitectónica local; en la mayoría de los casos se remodelaron en épocas sucesivas, cuando las kanchas se transformarían en patios agrupados, o sea cámaras con acceso a un patio central que se define como espacio común de la estructura. Al parecer algunas, como Gotushjirka (Distr. San Nicolás, Prov. Fitzcarrald) o como es el caso de Balcón de Judas, se utilizaron a lo largo de un período prolongado a partir de finales del Formativo (Herrera A. 2004). En Gotushjirka Herrera encontró una flauta que respaldaría la hipótesis de una utilización de la estructura durante ceremonias acompañadas por música (Herrera A. - Lane K. 2004). El mismo autor (2005b) especifica que el piso empedrado en el patio interior de la kancha E VIII de Gotushjirca indicaría que era un espacio adecuado para uso público, y sugiere que el área central pudo no haber tenido techo, acaso para facilitar su uso durante la estación de lluvias (véase también infra). Otras comparaciones posibles las ofrecen algunos sitios en Chacas: a parte el cercano sitio de Pununan Cóndor (CVP 31), también el conjunto de pirushtus (montículos) de Chonta Corral (CVP 17) y los tres recintos circulares encontrados en el sector II de Chagastunán (CVP 13) presentan una arquitectura comparable a la de Balcón. Una característica común de dichas construcciones es el eje de orientación sobre el cual se desarrollan las estructuras con respecto a los sitios de viviendas más cercanos. El esquema que se repite es el de un área de utilización doméstica/funcional que se desarrolla en la parte del cerro más próximo al valle, y un área ceremonial hacia las montañas (véase supra para la descripción detallada de los sitios). Los recintos mencionados comparten la misma técnica constructiva con Balcón, con la plaza rebajada con respecto al perfil externo de los morros, donde se hallan muros de contención en estilo huanca/pachilla. En todos los casos mencionados, los montículos se encontraron bien limpios de desechos en superficie, y en las investigaciones que se realizaron, por ejemplo en Chagastunán, no se encontró casi cerámica. Esto contrasta con los hallazgos de Gotushjirca y del Torreón de Chinchawas. Por último, otro elemento común en las estructuras circulares de Chacas es que a menudo son más de una, y están desplazadas sobre cimas rocosas en dirección de la Cordillera. Retomaremos la cuestión sobre esta característica más adelante, cuando formulemos algunas hipótesis sobre la función de Balcón y por consiguiente de las otras estructuras similares. Volviendo a las investigaciones en el sitio, la excavación puso en evidencia que se había construido sobre una plazoleta artificial preparada, suponemos, con un enorme esfuerzo, nivelando artificialmente un gran espolón rocoso. El trabajo de nivelación de la plaza se manifestó a lo largo de la excavación del área B: el muro que rodea el sitio tenía la función de retener todo el relleno de piedras utilizado para nivelar la plaza, y para la construcción de los recintos secundarios del área B. La plaza, al igual que los recintos, tenía un piso empedrado. En el transcurso de la excavación casi no se encontró cerámica, ni desechos orgánicos, además de muy poco carbón. La técnica de construcción de los muros anticipa la de las mamposterías ampliamente utilizadas en el Período Intermedio Temprano en la zona. La zona se construyó en un lugar prominente del paisaje y de defensa, como se indicó para la RCC de La Pampa (Terada K. 1979); a pesar de ello, el acceso a la zona era fácil gracias a la presencia de una rampa de acceso abierta (lám. 156) y a los muros de escasa altura, quizás incluso completados con muros de adobe. Si comparamos estas estructuras con la representación de torreones en la cerámica arquitectónica de tradición recuay, si bien Balcón parece ser un sitio más antiguo, remodelado en la fase final del Período Intermedio Temprano (véase infra), los dos ejemplos a nues-

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Lám. 156. Levantamiento digital tridimensional del sitio de Balcón de Judas (CVP 30). Dibujo M. Stefani.

tra disposición – una pieza conservada en el Museo del Castello Sforzesco de Milán (Italia), y otra en el The Walters Museum de Baltimore, (lám. 157, 158) – muestran edificios circulares de varios pisos, el más alto de ellos abierto con almenas, donde aparecen unos guerreros parados (Orsini C. 2012). Por otra parte, los elementos ornamentales de la arquitectura parecen más aptos a edificios donde se celebraban ceremonias que a edificios de defensa. Estos elementos nos hacen pensar que, en esos casos, como quizás en Balcón se trataba de edificios con una función mixta: eran torreones de control pero, a la vez, edificios ceremoniales cerrados, de acceso restringido. Ya otros autores subrayaron cuánto es inadecuado el hecho “de separar aspectos seculares y rituales [...] en los Andes” (Ghezzi I. 2007) y cuánto es inadecuada “la consecuente clasificación de sitios en ceremoniales o defensivos, como categorías mutuamente exclusivas” (ibíd.). La construcción de la estructura se llevó a cabo en dos fases: la frecuentación más antigua se dio en el sector C, posteriormente se amplió el conjunto acondicionando una parte más ancha del cerro con la construcción de los altos muros que permitieron nivelar el sector de la plaza A y construir las estructuras de planta cuadrada en B. En un momento difícil de fechar, se llenaron todas las estructuras a la vista con tierra, incluidas las de la zona C. No sabemos si se trató de un entierro ritual, fenómeno que bien caracteriza los edificios públicos en diferentes partes de los Andes9. Por lo que concierne la función de este sitio, es posible imaginar que era un lugar donde se celebraban ceremonias y a la vez un puesto de control, que dominaba visualmente el valle y el camino hacia el Portachuelo de Honda y el Callejón de Huaylas, que pasaba justo por debajo de la peña en la cual se construyó el recinto. No sabemos si funcionaba también de reparo en caso de peligro de la población que suponemos habitaba en el cercano sitio de Cruzjirca (CVP 29 véase supra). Los restos a la vista de Cruzjirca se remontan al Intermedio Temprano y al Horizonte Medio, esta última una fase de ocupación contemporánea a la construcción de la gran plaza de Balcón y de sus estructuras conectadas. Respecto a la relación entre Balcón y el cercano Pununan Cóndor (CVP 31 supra) es bien posible que a un cierto punto este último funcionase de forma simbiótica con Balcón, aunque no sabemos si durante su fase más antigua o la datada en el Período Intermedio Temprano final. En otro tra9 Los entierros rituales de los edificios caracterizan también algunos conjuntos monumentales de la sierra de Ancash que pertenecen a la llamada “tradición religiosa Mito”, desarrollada por un largo período que empieza en el Arcaico Tardío y que dura hasta al Formativo (Burger R. - Salazar L. 1980; Bonnier E. 1997b; Grieder T. - Bueno A. - Smith E. Malina R. 1988). Si bien se trata de edificios muy diferentes a los de Balcón, es interesante subrayar la bien conocida costumbre de sellar un edificio de carácter ritual para renovar una fase de su construcción y utilizo.

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Lám. 157. Pieza arquitectónica en forma de edificio circular. Colección Balzarotti, Museo delle Culture, Milán.

Lám. 158. Pieza arquitectónica con dos edificios circulares. The Walters Museum, Baltimore. Licencia Creative Commons.

bajo (Mancini F. - Orsini C. - Stefani M. 2002) consideramos que quizás, a parte de las funciones de defensa/control del valle y de la quebrada Juitush, esta pareja de sitios alineados, como los demás montículos citados anteriormente, con un mismo eje en el filo de crestas montañosas en dirección sur, de la Cordillera Blanca, podría sugerir la presencia de cultos hacia el paisaje de los nevados. De manera preliminar se podría apuntar que estas áreas ceremoniales formaban parte de un recorrido sagrado, de un peregrinaje entre los montículos que se podían entender como montañas en miniatura. El peregrinaje se desarrollaba posiblemente saliendo del área habitacional del asentamiento y avanzando hacia la Cordillera. Tayapucru Ambiente y evidencias arqueológicas Tayapucru (Orsini C. - Ibarra B. 2005; Orsini C. et al. 2007; Orsini C. et al. 2012) se ubica en la quebrada Garguanga10 en las cercanías del caserío de Huallin, a 3.818 m de altura en la pared oeste del cerro Pupa (lám. 14). No existen estudios previos del sitio. En 2003 el equipo del proyecto, mientras efectuaba una prospección, reconoció y fotografió los restos arqueológicos, realizando un mapa con una estación total. Tayapucru se encuentra en un excelente estado de conservación, incluso algunas estructuras conservan un alzado de más de 2 m. Una serie de rocas naturales, al igual que en Huacramarca que se encuentra en el cerro en frente (lám. 14 y supra), constituyen una barrera natural para quienes accedían desde la quebrada del río Chacapata, escalando una escarpada. Pasando a través de diferentes puntos de control, construidos aprovechando las rocas naturales del cerro, se alcanza el acceso al sitio: una planicie con una 10 Se trata de un valle estrecho con muchas evidencias de ocupación antigua (véase supra para un catastro de los sitios en las cercanías).

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vía de acceso definida por un terraplén que conduce a un muro curvo de baja altura conservado en toda su anchura donde se abre una entrada delimitada por dos jambas. El muro está bien conservado y, dada su escasa altitud, se nota que no desempeñó funciones defensivas. Al igual que en el caso de Huacramarca, se trata posiblemente de una entrada monumental sin fines defensivos. Un campo de unos 70 m de longitud separa la entrada del primer conjunto de viviendas (campo 1, lám. 159). En el margen oriental de dicho campo, campo 1, hacia la ladera del cerro Pupa, se hallaron dos sepulturas muy deterioradas: una en abrigo rocoso bajo una peña de más de 3 m de altura, y la otra en una pequeña chulpa. En la misma vía de entrada se encontró un petroglifo de grandes dimensiones (3 x 4 m, lám. 160) grabado en la misma roca madre – de lutita – del cerro. Los dibujos representados de puntos y líneas onduladas y rectas se superponen al haber sido grabados en distintas etapas, de modo que el dibujo se presenta muy complejo. A partir de este punto, el sitio se desarrolla paralelamente a la quebrada del río Garguanga (lám. 159) con una sucesión regular de recintos circulares a los cuales se asoman recintos cuadrangulares, según el patrón tipo “patio agrupado” (Herrera A. - Lane K. 2004). La entrada a los recintos interiores de los patios se efectuaba solo a través del mismo, que se define claramente como un espacio común para todos los recintos interiores. El mismo patrón se repite igual en todos los sectores, de A hasta G con una regularidad peculiar para la zona. Así como se estableció para otros sitios de Chacas (cfr. Huacramarca CVP 2, supra), de la zona del Callejón de Huaylas (Isbell W. 1989) y del Conchucos (Herrera A. 2005b), se trata de unidades de viviendas aglutinadas con cuartos utilizados para diferentes funciones (véase infra). Existían dos vías de comunicación que conectaban cada grupo de estructuras paralelas entre sí y con respecto a la quebrada: una vía en el margen este de los recintos, en proximidad de la ladera del cerro, y la otra que se desarrollaba al oeste paralelamente al filo de la terraza que domina la escarpada hacia la quebrada. En varios puntos era posible transitar de un camino al otro. Había recintos con acceso al camino hacia la ladera del cerro; otros, tenían acceso al camino más cercano a la escarpada, y otros lo tenían a ambos. Los recintos tipo patio agrupado de forma circular (identificados en el mapa con una letra, lám. 159) son siete en total y se repiten de manera regular según un esquema de un patio central con diámetro en promedio de 12 m, siendo los recintos un número entre 8 y 13. Los cuartos que se asoman al patio principal son de forma regular y, en algunos casos, la extensión no excede los 10 m2, en otros se llega a 20 m2. Los recintos cubrían diferentes funciones. A parte de la diferencia de dimensiones, observamos patrones de construcción heterogéneos: pisos realzados de la estructura, presencia o ausencia de pozos en el interior de las estructuras, diferencias notables en el ancho de los muros, etc. Algunos recintos tenían un acceso directo a la plaza, otros a través de una grada o un pasillo con formas y dimensiones variables (véase infra). Las estructuras se construyeron tras nivelar el terreno con un relleno de piedras y tierra, y con piedras de gran tamaño en correspondencia de los ángulos de las estructuras, que son, en general, cuartos pequeños que debieron de utilizarse como dormitorios. Las entradas pueden ser realzadas para el control del acceso al cuarto. Las ventanas de forma cuadrada suelen abrirse hacia la quebrada, en posición opuesta a la puerta asegurando la circulación del aire. Los techos estaban probablemente formados por lajas de piedras, y existen pocos ejemplos conservados en forma fragmentaria in situ. Bajo los cuartos encontramos pequeños vanos (lám. 161) con una entrada baja a nivel del piso que resulta realzado. Los vanos aprovechan los pisos realzados con respecto al nivel de la plaza, y fueron construidos en el relleno por debajo del piso de la habitación. En el interior del único vano excavado (véase infra Excavaciones en el área A, Sondeo A, Recinto VI) se

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Lám. 159. Mapa de Tayapucru (CVP 37) con ubicación de los recintos excavados. Dibujo E. Giorgi.

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Lám. 160. Petroglifo encontrado en la vía de entrada al sitio de Tayapucru (CVP 37).

Lám. 161. Vista frontal de una de las estructuras que componen los patios agrupados en Tayapucru (area A, sector VI). Nótense la grada para acceder al cuarto sobrelevado y el vano debajo el piso accesible desde el patio.

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encontraron fragmentos de cerámica de grandes dimensiones, quizás ollas (descritas en Orsini C. - Porcedda M. 2007) para guardar productos. La presencia de vanos subterráneos y de algunos pisos sobreelevados puede recordar el asentamiento de Huari, en la sierra central, y los almacenes de Cerro Amaru (Topic J. 1991). Algunos de los recintos de los patios agrupados se identificaron como estructuras públicas en función de la tipología y técnica de construcción, por la posición al interior del conjunto y por el tipo de hallazgos que pudimos recolectar. En Tayapucru, así como en otros sitios de la zona de Chacas, varios muros se apoyan en grandes afloraciones rocosas naturales logrando formar así recintos artificiales, como es el caso de los recintos de las áreas D, E y G. A partir del sector D, procediendo hacia la parte norte del sitio, la planicie es más ancha, puesto que los sectores de unidades aglutinadas se alternan con campos abiertos y plazas definidas, en algunos casos, por muros. A parte de las tumbas que mencionamos anteriormente, dos áreas funerarias completan el conjunto arqueológico: una en las inmediatas cercanías del sitio, otra más alejada en dirección norte y que consideramos una verdadera necrópolis. El área funeraria más cercana se compone tan solo de dos chulpas machay que se ubican en la parte superior del asentamiento en dirección norte, a pocos centenares de metros del sector G, en la ladera del cerro Pupa. Tres lados de las cámaras formaban parte del farallón rocoso del cerro y el cuarto estaba compuesto por un muro de piedra, ahora completamente destruido. Aquí se registraron restos estropeados e irreconocibles de por lo menos dos adultos – con toda probabilidad un individuo de sexo masculino y el otro de sexo femenino – y algunos fragmentos de cerámica. Las tumbas se parecen a la “chulpa amarilla” del cerro de Huacramarca (CVP 51) y a la chulpa de Pishaj II (CVP 42). La meseta donde se encuentra el sitio de Tayapucru, a la altura del sector G, en su extremo norte, se reduce de amplitud hasta convertirse en un pequeño camino que va hacia la parte interior de la quebrada y baja hasta el río Garguanga. A mediados del camino, en una estrecha terraza, se encuentra un conjunto de seis chulpas, algunas de ellas de dos pisos, una al lado de la otra (lám. 162). El área no se pudo estudiar detenida-

Lám. 162. Farallón rocoso con una vista de la necrópolis del sitio de Tayapucru (CVP 37).

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Lám. 163. Vista general del área A de Tayapucru (CVP 37).

mente por falta de tiempo, si bien se realizó un croquis y se recogieron fragmentos de cerámica diagnóstica (lám. 280-283), entre ellos destaca un cuenco conservado al 70%. Los análisis de los restos óseos permiten establecer que acogían sepulturas de más de un individuo en forma de fardo. En la chulpa mejor conservada – la tumba II – se registraron por lo menos seis individuos. Cabe señalar por último que, a pesar de que se podía llegar al sitio también por el lado norte, dicha área no presenta ninguna muralla de defensa. Excavaciones11 en el área A (Sectores I, VI, Plaza) El área A (lám. 163), que corresponde al primer conjunto de patio agrupado accediendo al sitio desde la quebrada del río Chacapata, presenta una plaza aproximadamente circular y una agrupación de 13 estructuras de planta cuadrada a su alrededor. En dos áreas, la estructura I y VI y en una porción de la plaza, se abrieron tres sectores de excavación localizados en el mapa (lám. 159). La superficie total del área A es de unos 322 m2 y todas las estructuras se encontraron conservadas en altitud. Las excavaciones en los sectores I y VI permitieron estudiar dos estructuras diferentes: una aparentemente de carácter doméstico, mientras que la otra con función aparentemente pública. El sondeo en la plaza permitió sacar a la luz un piso empedrado muy destruido que se apoyaba sobre la roca madre del cerro. Las estructuras mencionadas se construyeron con piedras granodioríticas de color grisáceo oscuro, en su mayoría artificialmente careadas con un mediano nivel de precisión así como de bloques naturales. La observación superficial sugirió que podría tratarse de un conjunto de cuartos dispuestos para dormitorios y espacios públicos, con un ambiente central utilizado como lugar de actividades económicas.

La sectorización del sitio se realizó de acuerdo con los patios agrupados encontradas que se denominaron de A a G procediendo en dirección sur - norte. Los sondeos fueron identificados con una letra progresiva, siguiendo la dirección sur/norte. Por cada sondeo de excavación (7 en total) se adoptó el siguiente sistema de nomenclatura: la letra mayúscula del área + el número romano para el sector + la letra minúscula que indicaba la unidad de excavación + el número para la unidad estratigráfica. El material que procedía de la excavación fue clasificado con el mismo criterio, por ejemplo CVP 37/AIII/a1, o sea la sigla de abreviación del sitio, la letra del área con el número romano que indicaba el sector, la letra minúscula que indicaba el sondeo y el número para la identificación de la capa de procedencia del material. 11

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Sector VI sondeo A El sondeo A se situó en la extensión total del Sector VI (3 x 2 m) y en una porción de la plaza delante de la estructura (lám. 164). La ampliación hacia la parte delantera fue necesaria para estudiar la entrada y un pequeño espacio, quizás un almacén, ubicado en la parte baja del muro este, a la izquierda de la entrada de la estructura (lám. 161, 165). La estructura, de planta cuadrada, presentaba una entrada hacia la plaza cuya luz medía 60 cm. La entrada, elevada con respecto a la cota de la plaza de unos +75 cm, presentaba una grada de aproximadamente 30 cm de alto todavía in situ. La estratigrafía del sondeo permitió estudiar una fase de derrumbe formada por numerosas lajas grandes, y con toda probabilidad el techo de la estructura, otra fase de textura más compacta, con menos piedras y con la presencia abundante de raíces, y un estrato, que correspondía posiblemente a una fase de abandono de la estructura, aún más compacto con restos de cerámica, carbón disperso e instrumentos líticos que iban aumentando en la fase de ocupación antigua, que presentaba un piso (UE 4) al mismo nivel que el piso de la plaza (UE 5). Debajo del estrato de ocupación se encontró un relleno estructural de piedras de gran tamaño y tierra necesario para la construcción de la habitación. Según una costumbre que observamos en otros sitios de la zona, el estrato de relleno sirvió como cimiento de los muros, que también presentaba piedras megalíticas sobre todo para sustentar las esquinas, y a la vez para nivelar los desniveles naturales de las terrazas.

Lám. 164. Ubicación del sondeo A en el área A (Sector VI y Plaza) de Tayapucru (CVP 37).

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Lám. 165. Relieve de la fachada del recinto VI del área A de Tayapucru (CVP 37). La flecha indica un vano debajo del piso del recinto. Dibujo F. Sartori.

Plaza sondeo B El sondeo B (2,50 x 1 m) se ubicó en la porción sur-este de la plaza, definida en este caso por un zócalo en piedra. La ubicación del sondeo tenía la finalidad de averiguar la presencia de un empedrado y la cota del piso de frecuentación para ponerla en relación con el piso de ocupación de las estructuras. El sondeo reveló, a los pocos centímetros de excavaciones, partes de un piso empedrado (lám. 166) que posiblemente recubría toda la plaza. Al remover el empedrado, se localizó la roca madre. La cota del piso empedrado en la plaza se pudo relacionar con la cota del nivel de ocupación del Sector VI. Sector I sondeo C El sondeo C se ubicó en las cercanías de la estructura o Sector I del área A (lám. 167), que, por presentar características arquitectónicas diferentes del resto del conjunto, supusimos que desempeñaba alguna función especial. Se excavó una trinchera (1,20 x 3,40 m, lám. 168) a partir de la entrada de la estructura hacia la plaza y el interior de la estructura, interceptando los límites orientales de la entrada elevada con respecto a la plaza. La entrada sobreelevada quedaba definida por dos bloques de piedra verticales que se apoyaban sobre dos lajas, una al lado de la otra, con una pequeña hendidura entre ellas, quizás para alojar una puerta de algún material deteriorable (véase un ejemplo similar en el área C). El sondeo permitió además sacar a la luz otra entrada (lám. 169) definida por dos jambas y ubicada al mismo nivel de la plaza que unía la misma al Sector I. Después de remover una capa de derrumbe, otras capas de textura más compacta y una mayor cantidad de material cultural (cerámica, cuarzo, carbón), se ubicó el nivel de ocupación (UE 2) debajo del cual se encontró un estrato de relleno de piedras y tierra suelta, de un promedio de 40 cm, utilizado para nivelar la terraza (UE 3). En dicho estrato se halló un batán de granito gris (lám. 170), finamente pulido y depositado boca abajo antes de la construcción de la estructura, quizás a manera de ofrenda a la misma. Al remover la UE 3, se encontró un estrato gris compacto que definió la capa final de la excavación; este se apoyaba en la roca madre y correspondía al mismo nivel de la plaza y de las demás estructuras que pudimos investigar en el área A. En la parte interior de la misma estructura I se evidenciaba, adosado al muro sur/este, un pozo de forma regular (lám. 171). La limpieza superficial del pozo (sondeo G) sacó a la luz un interesante horno de planta circular de paredes empedradas con piedras calcinadas por efecto del fuego. El horno estaba rodeado por un muro conservado entero solo en la porción oriental. En correspondencia a la boca del horno el piso estaba empedrado.

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Lám. 166. Piso empedrado en el sondeo B del área A del sitio de Tayapucru (CVP 37), en la porción sur este de la plaza. Dibujo F. Sartori.

Resumen de las excavaciones en el área A Los edificios que encontramos en el área A de Tayapucru presentaban un excelente estado de conservación. Los dos edificios estudiados comparten características por lo que respecta la técnica de construcción de los muros y la técnica de construir el relleno de preparación del piso, con el típico sistema de las piedras megalíticas en las esquinas presente en muchos edificios locales. Comparten también la característica de tener pisos elevados y unos vanos almacenes por debajo del mismo: estos últimos dos elementos constituyen un unicum que no se registra en ningún otro sitio del valle por lo que averiguamos hasta la fecha. Del área A, y en particular del Sector VI, procede la mayoría de la cerámica – una colección de 1305 fragmentos en la VI – y de los instrumentos líticos recuperados en el trascurso de las excavaciones, así como de carbón disperso dentro de la estructura. Por lo que concierne la cerámica, se trata de alfarería utilitaria de factura mediana – solo 3,6% de la muestra son fragmentos decorados –, en particular cuencos, platos, cántaros y tan solo tres fragmentos de cucharas, todos ellos

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Lám. 167. Fachada de la estructura I del área A de Tayapucru (CVP 37) con dos vanos (almacenes?). El piso de la estructura I era sobreelevado, su acceso se efectuaba por una grada (véase lám. 169).

Lám. 168. Ubicación sondeo C en el área A de Tayapucru (CVP 37).

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Lám. 169. Vista desde la plaza de la entrada con dos jambas al recinto I. Nótense el pequeño pasillo y la entrada posterior definida por una grada.

Lám. 170. Batán en granito gris encontrado boca abajo en el pasillo de entrada del Sector I del área de Tayapucru (CVP 37).

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Lám. 171. Horno enterrado encontrado en el Sector I del área de Tayapucru (CVP 37).

descritos en el Capítulo 4 (véase fase Jatungaga II o Tayapucru). De la estructura I proceden la mayoría de fragmentos de coladores encontrados en el sitio12. De la VI casi todos los instrumentos líticos (descritos en el Cap. 4) localizados que servían para procesar los alimentos y para las actividades económicas; de aquí también son los únicos dos fragmentos de lascas de obsidiana recuperados en Tayapucru13. Finalmente, de la recolección de superficie del área A proceden 12 alisadores con forma oblonga. Veremos en las conclusiones qué puede significar la presencia de este material en el conjunto. Excavaciones en el área C (Sector V) El área C (lám. 172 y mapa lám. 159) corresponde a un conjunto de 13 estructuras – al igual que el área A –, algunas de las cuales no terminadas (I-II-III), caracterizado por la presencia de una banqueta y de un piso empedrado de lajas de lutita negra delgadas y regulares en la plaza central. El piso se acababa de desmontar durante nuestra primera visita al sitio ya que un campesino local había elegido este lugar plano para cultivar patatas. La plaza del sector C queda rebajada con respecto al nivel de los cuartos o unidades de viviendas que la rodean. En la parte de la plaza delante de las estructuras VIII y XIV existe un tramo de muro en forma de L, cuya función desconocemos. La entrada al área se efectuaba por un vano entre los Sectores VI y VII. En este conjunto se eligió ubicar el sondeo (sondeo E) en una estructura de dimensiones medianas que presentaba las características de una habitación de uso doméstico (Sector V). La finalidad de la excavación era comparar las estructuras aparentemente de uso doméstico de dicha área con las investigadas en el sitio, y en particular con las del área A. La superficie total del área C es de aproximadamente 309 m2. La muestra de cerámica de este recinto es más escasa, con tan solo 451 fragmentos, el 4,4% de los cuales decorados. Se trata de los únicos fragmentos de este material que pudimos recuperar en toda la zona de Chacas, pero no hay que olvidar que nuestras excavaciones en otros sitios locales fueron limitadas. 12 13

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Lám. 172. Vista general del área C de Tayapucru (CVP 37).

Lám. 173. Fachada de la estructura V del área C de Tayapucru (CVP 37).

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Lám. 174. Ubicación del sondeo E en el área C (Sector V) de Tayapucru (CVP 37).

Sector V sondeo E El Sector V (lám. 173) es un recinto cuadrado con una entrada sobreelevada y definida por dos bloques de piedras verticales que se apoyaban sobre dos lajas, una al lado de la otra, con una pequeña hendidura entre ellas, quizás para alojar una puerta de algún material perecedero. El sondeo ocupó toda la amplitud de la estructura y parte de la banqueta, o entrada, en la parte delantera, con una extensión total de 4,80 x 2,80 m (lám. 174). Las excavaciones sacaron a la luz el piso de la habitación: toda la unidad proporcionó abundantes materiales culturales, y se encuentra a la misma cota que la banqueta ubicada en la parte externa de la habitación, frente a la entrada. En la habitación no se localizó un piso empedrado o de tierra compactada uniforme, mientras que en la parte externa, en la banqueta que corresponde a la misma cota, se encontró un empedrado (UE 3). La banqueta, que parecía continuar, por lo menos por un tramo, hacia norte del perímetro de la plaza, se presentaba sobreelevada de unos 15 cm con respecto a la plaza, que guardaba, al igual que en otros sondeos, un estratificación muy escasa (UE 4). Un hacha de mano en piedra (lám. 175), depositada en la banqueta y que ubicamos debajo del piso empedrado correspondiente a la UE 3, quizás una ofrenda depositada antes de la construcción de la estructura, constituye otro interesante paralelismo con la estructura I del área A (véase supra). Por lo que concierne los demás materiales, de la estructura procede una colección de 329 fragmentos de cerámica – descritos en el Capítulo 4 (véase fase Jatungaga II o Tayapucru) – de las tipologías comunes en el sitio; así pues los cuencos son la forma más representada, después los cántaros, los platos y pocos fragmentos de cucharas y coladores, si bien con un porcentaje relativamente alto de piezas decoradas, a pesar de la muestra pequeña (12,5%), sobre todo en comparación con el material recuperado en el área A. Aparte cuatro machacadores, que además proceden de la UE 1 del Sector, tres de los cuales publicados (lám. 264, 266, 268), y la mencionada hacha, no se encontraron ins-Lám. 175. Hacha en piedra encontrada en proximidad del Sector V en el área C de Tayapucru trumentos líticos. (CVP 37).

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Excavaciones en el área F (Sector I) El área F (aproximadamente 244 m2) corresponde a un patio agrupado con características muy llamativas que se compone de ocho ambientes; es además el único con un cuarto agregado en la parte externa del conjunto. Es interesante notar que la parte del conjunto F, denominada como V (véase mapa lám. 159), es un gran recinto en forma de U sin entradas, que parece no terminado puesto que, habiéndose construido los cimientos de los muros perimétricos, falta la parte de los cuartos realzados con respecto a la plaza central con entradas sobreelevadas. La estructura más notable del conjunto es la I y donde se abrió el sondeo que se describe a continuación. Sector I sondeo D Las excavaciones (sondeo D, lám. 176, 177) en el Sector I permitieron estudiar una estructura de carácter público, una de las más grandes (25,5 m2) del sitio. Destaca por su entrada monumental ancha (1,35 m) definida por dos bloques megalíticos de perfil cuadrangular y un doble sistemas de gradas: una grada conecta la estructura con una banqueta en piedra, la otra, la banqueta con la plaza. En el nivel de ocupación de la estructura tenía un piso empedrado conservado de manera parcial. Es probable que la banqueta de piedra se extendiese no solo en la parte oriental del patio para facilitar el acceso a la estructura más importante del conjunto, o sea el Sector I, sino en todo el perímetro de la plaza. La estructura se construyó con piedras granodioríticas de color grisáceo oscuro, en su mayoría artificialmente careadas. Los dos bloques de la entrada eran uno de color grisáceo oscuro, y el otro de un gris más claro. Uno de los bloques se encontró partido en dos y desplazado al centro de la plaza. En la parte delantera de la estructura se encontró una afloración rocosa natural alineada con la entrada (¿huanca?). La estructura, además de su acceso en la parte hacia la plaza, tenía otro vano en su lado oriental, que posiblemente constituía un acceso hacia la plaza 3 (véase mapa lám. 159) y que se encontró tapado. El sondeo se ubicó en toda la extensión del Sondeo I, así como en una parte de la banqueta hasta la huanca (6,65 x 4 m). Las excavaciones permitieron sacar a la luz un amplio estrato de derrumbe, que documentamos como el colapso de la estructura (UE 1), con pocos materiales culturales. Al removerlo se encontró el nivel de ocupación de la estructura con un piso empedrado conservado

Lám. 176. Ubicación del sondeo D en el área F (Sector I) de Tayapucru (CVP 37).

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Lám. 177. Vista frontal del Sector I en el área F de Tayapucru (CVP 37) antes de empezar las excavaciones.

de manera parcial (- 60 y 70 cm) que se apoyaba en una matriz de preparación del empedrado. En la capa de frecuentación de la estructura, mientras se limpiaba la entrada de acceso, se encontró sepultada en el centro una piedra grabada de forma rectangular (lám. 178) que se dejó in situ. Las excavaciones en la parte exterior de la estructura, en la banqueta, revelaron un piso empedrado (UE 5) recubierto por un nivel de abandono (UE 3), con abundantes materiales culturales. La banqueta se encontraba a un desnivel de unos 20 cm más abajo de la estructura, a la cual se conectaba con una grada de la misma altura (-130 cm) (lám. 179). Las excavaciones en la parte oeste del sondeo permitieron sacar a la luz el nivel de frecuentación de la plaza (UE 4), apenas entre 2 y 5 cm por encima de la roca madre. Al igual que en las excavaciones en otros sectores, averiguamos que el piso de frecuentación de la plaza se conectaba con los niveles de ocupación de las estructuras, que evidentemente se construyeron en un único momento. Aparte de la maqueta/ofrenda, los materiales culturales forman una colección de 243 fragLám. 178. Piedra grabada con círculos en forma cuadrada mentos de cerámica – descritos en el Capítuencontrada sepultada en la parte lo 4 (véase fase Jatungaga II o Tayapucru) – central de la entrada del Sector I el área F de entre los cuales se reconocieron cuencos y Tayapucru (CVP 37).

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Lám. 179. Vista frontal del Sector I en el área F de Tayapucru (CVP 37) después de las excavaciones.

cántaros como formas más comunes, y en cambio solo un posible plato, forma abundante en otros sectores. También es interesante notar que proceden de aquí fragmentos de una tipología de vasijas que no se encuentra en otros sectores, similares a vasos tipo kero (lám. 251). El porcentaje de cerámica decorada es mayor con respecto a otras áreas (8,2%). Excavaciones en el área G (Sector I) Las excavaciones en área G (lám. 180) tenían la finalidad de averiguar la naturaleza de este conjunto, que guarda características diferentes respecto a los demás. Se trata de un conjunto mal conservado, adosado a una roca natural que completa parte del los muros perimetrales en su sección norte. Se conservan solamente pocos vanos organizados alrededor de la plaza central, y el aspecto de la mampostería de los muros parece en general menos esmerado. El conjunto parecía no terminado. Las excavaciones en el Sondeo I (sondeo F), permitieron descubrir que la zona había sido afectada seriamente por labores agrícolas, y que su aspecto actual es no solo parcial, al tratarse de un conjunto no terminado, sino también el resultado de reutilizaciones modernas de los muros. El sondeo F se ubicó en toda la extensión del recinto I; la remoción progresiva de las capas evidenció que la estructura se había utilizado para el cultivo de patatas hasta tiempos recientes. Las unidades estratigráficas, removidas de su posición original, proporcionaron poco material cultural de las tipologías más comunes de los cántaros, cuencos y platos. La unidad con posibles huellas de ocupación corresponde a la unidad 2 (lám. 181). Considerado el mal estado de preservación de las unidades estratigráficas, llevamos a cabo la excavación solo en parte de la estructura, abriendo un sondeo de 1 x 1 en la esquina sur este del cuarto (UE 3). La excavación permitió estudiar un relleno de un metro de altura de piedras sueltas y tierra, que constituían la preparación de la zona de frecuentación antigua (UE 2). Dado el mal estado de conservación del conjunto, no se pudieron, como veremos en las conclusiones, avanzar muchas hipótesis ni sobre las actividades ni sobre la fase de frecuentación de este recinto, que al parecer es contemporáneo a los demás. Los materiales encontrados son compatibles con actividades domésticas.

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Lám. 180. Ubicación del sondeo F en el área G (Sector I) de Tayapucru (CVP 37).

Lám. 181. Vista de alto del piso de frecuentación del Sector I del área G de Tayapucru (CVP 37).

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Discusión Tayapucru es un interesante sitio de dimensiones medianas que se asienta en la baja cuenca del Garguanga, a poca distancia de la confluencia del mismo río con el Chacapata, a la altura del poblado de Huallin. Los resultados de los análisis de las muestras de carbón14 recogidas en el sitio evidencian una ocupación en un lapso cronológico de poco más de trescientos años, entre el 540 y el 900 d.C., con una distribución horizontal homogénea de la superposición de estratos de ocupación y estratos de abandono.

Es el único sitio de la zona de Chacas con una única fase de frecuentación que se remonta a la parte final del Intermedio Temprano/Horizonte Medio. Varios recintos, además, nunca fueron terminados. Al comparar Tayapucru con los sitios contemporáneos y anteriores de la zona de Chacas se evidencia una novedosa organización espacial: las viviendas – de dimensiones reducidas – se relacionan todas con un mismo espacio común, el patio, desde y por el cual existe una única vía de acceso. Los habitantes de cada patio agrupado compartían el espacio central y quizás utilizaban para un fin común algunas estructuras. Como se observa para otros contextos (Stanish C. 1989b; Aldenderfer M. - Stanish C. 1993), es posible que una estructuración similar de los espacios se concibiera para acoger pequeños grupos de personas que tenían relaciones especiales, familiares o corporativas; a nivel macro lo mismo sucede en los sitios contemporáneos en Huamachuco (véase Topic J. - Topic T. 2000). Estas personas realizaban actividades aprovechando un espacio común, representado en este caso por el patio. Además, observamos diferencias entre las estructuras que parecen indicar que existía una división y una especialización no solo entre los recintos de cada patio, sino también entre los diferentes conjuntos, como sugiere por otro lado el análisis de los restos materiales. Los numerosos desechos, cerámica y huesos animales, encontrados en toda el área A (véase supra y Cap. 4) nos llevan a suponer que allí se realizaban actividades económicas a más amplia escala con respecto a otros patios, o quizás simplemente fue el patio frecuentado durante un lapso de tiempo más amplio. En A encontramos (Sector I) también un fogón formalizado, que no pudimos

14 Los análisis se efectuaron bajo la autorización 1579/2005 del Instituto Nacional de Cultura del Perú. Fechados calibrados con OxCal Ver. 3.10 - Reimer P.J. et al. 2004.

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detectar en otros sectores del sitio15, junto con la concentración más alta de coladores (dos ejemplos en la lám. 248) relacionados con la preparación de comida o, quizás, de chicha. Los demás patios agrupados del sitio son posiblemente recintos con las mismas funciones que los de A, pero donde se realizaban actividades económicas a menor escala o quizás frecuentados durante un período más corto, de hecho A es el único recinto terminado del sitio. Mención aparte merece el sector F a causa de la presencia de lo que parece una estructura pública de gran relevancia. Los hallazgos no ayudan a definir su función y permiten solo plantear hipótesis; así pues, la presencia de una huanca englobada en la estructura principal del conjunto (Sector I) indicaría una función no doméstica del mismo, quizás un lugar de culto como parece atestiguar la concentración exclusiva en este recinto de una peculiar forma de vasos en forma de keros que sabemos se utilizaba para las bebidas rituales (Rowe J. 1961; Cummins T. 2002: 31), y de una maqueta/ofrenda (lám. 178) con una forma no tan diferente de las así llamadas maquetas recuay que se consideran parafernalia (cfr. Smith J. 1977). A manera de resumen podemos observar que el patrón del patio agrupado registrado en Tayapucru es una novedad en Chacas ya que no encontramos ejemplos similares de la época anterior. Pero el patrón agrupado, especialmente circular, se conoce en Conchucos, pues existen canchas de este tipo a partir de, por lo menos, la fase final del Horizonte Temprano. A poca distancia de Tayapucru existen estructuras circulares con cuartos en el interior, con entradas abiertas al espacio central – por ejemplo en los sitios de Balcón de Judas (CVP 30) y de Pununan Cóndor (CVP 31) – que datan a la fase final del Horizonte Temprano. En ambos casos se trata de estructuras aisladas, aunque posiblemente relacionadas – puesto que los dos sitios se encuentran a corta distancia en la cresta rocosa del mismo cerro (véase lám. 65) – con función no doméstica, al igual que las canchas circulares de Gotushjirca (véase supra y Herrera A. - Lane K. 2004; Herrera A. 2005b). Aún mayores semejanzas existen con los patios agrupados domésticos de Huacramarca (CVP 2), y que se ubica en la misma área, en una cima rocosa divisoria de aguas entre la cuenca del Potaca y la del Garguanga. Las áreas funerarias de chulpas de ambos asentamientos están en frente de los dos lados de la cuenca del Garguanga, mientras que la zona de viviendas de Huacramarca se ubica en una terraza que da sobre la cuenca del Potaca. A juzgar por la cercanía de las zonas funerarias y por sus patrones arquitectónicos tan similares, los dos asentamientos estaban con mucha probabilidad en contacto. Otro elemento importante es que las fortificaciones en ambos asentamientos están situadas a los lados de las aldeas que desembocan hacia las quebradas, mientras que carecen de ellas las demás partes: las fortificaciones de Tayapucru protegen el sitio hacia la zona donde el Garguanga desemboca en el Chacapata, y las fortificaciones de Huacramarca hacia la vertiente del Potaca. En cambio parece que no fue nada difícil transitar por ambas vertientes de la quebrada Garguanga, subiendo desde Tayapucru hasta a Huacramarca por el lado oriental del cerro. Es razonable imaginar que entre los dos asentamientos existiesen estrechas relaciones, quizás incluso relaciones de dependencia o de parentesco entre los habitantes. Huacramarca, sin embargo, se construyó con técnicas menos refinadas y los patios agrupados aparecen menos regulares con respecto a los de Tayapucru. Además el sitio fue ocupado por un lapso cronológico más amplio (véase supra CVP 2). En el mismo cerro de Huacramarca se encontraron otras dos estructuras aisladas: patios agrupados de buena factura asociados a terrazas agrícolas y que podrían haber funcionado como resiAl parecer fogones formalizados se encontraron también en Huacramarca durante las excavaciones de Vega-Centeno (2008), quien no informa ni acerca de la cantidad ni de la distribución de estas estructuras, como tampoco menciona si se asociaban de una forma clara a algún tipo de hallazgo, como en el caso de los coladores en el Sector I del área A de Tayapucru. 15

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dencias temporales de los pobladores de Huacramarca y Tayapucru (véase CVP 44 supra). En otro trabajo avanzamos la hipótesis de que si bien, aparte los pocos ejemplos mencionados que presentan elementos comparables, no existen otros sitios como Tayapucru y el gemelo Huacramarca en la zona de Chacas, en nuestra opinión los patrones arquitectónicos de los dos sitios forman parte de una trayectoria constructiva local (Orsini C. et al. 2012). No se trata de una tradición importada, sino más bien del resultado de un proceso de transformación que nace quizás de las canchas circulares que se observan en los sitios de la época anterior, tanto en Chacas como en otras áreas de Conchucos (véase Herrera A. 2005b), quizás bajo el influjo de otras tradiciones, puesto que el patio agrupado con función doméstica está presente en Marca Huamachuco – Huamachuco (véase Topic J. 1991) y en Yayno – Pomabamba, ya a partir del Período Intermedio Temprano (véase Lau G. 2011: 256-260). ¿Si el patio agrupado es un fenómeno local de la sierra de Ancash, por qué se afirma de una manera tan clara en Chacas solamente en el pequeño territorio de la Quebrada Garguanga en los dos sitios de Huacramarca y de Tayapucru? Vale la pena recordar que los dos sitios se ubican en frente de la quebrada Juitush, por donde pasaba el camino prehispánico hacia el Callejón de Huaylas que, durante esa fase del pasado prehispánico, pudo haber servido como vía de tránsito hacia la sierra norte y hacia la zona de Huamachuco. Tayapucru floreció contemporáneamente con Honcopampa16, considerado un posible centro administrativo wari para el control y el intercambio de productos en la sierra central. Si, como afirma John Topic (1991), el patio agrupado es un fenómeno norteño que los Waris adquirieron entrando en contacto con los antiguos pobladores huamachucanos por motivos comerciales, es posible que se afirmaran más en las zonas de tránsito entre la sierra central y la sierra norte – en el caso de Chacas en el pequeño territorio de la quebrada del Garguanga – siendo muy cercano al sitio de Honcopampa. Es cierto que, en todo el lapso cronológico que abarca el Horizonte Medio, en la sierra de Ancash aumentaron considerablemente los fenómenos de intercambio de productos gracias a la presencia de los Waris, de hecho, la obsidiana procedente del sur sería un testigo de este fenómeno (Burger R. et al. 2006; Ponte V. 2011). Estos elementos pueden llevar a pensar que Tayapucru desempeñó una función como lugar de intercambio a nivel interregional. No es insensato afirmar que a nivel local estos intercambios generaron una influencia mutua en los hábitos que pusiera en marcha una reorganización social, política y productiva, hasta tal punto que el patrón del patio circular, presente localmente, experimentó un proceso de secularización y se transformó en una estructura doméstica durante esta fase (véase también Herrera A. 2005b). En definitiva, dos son los elementos nos llevan a suponer que Tayapucru fue un lugar especial. Un elemento es la presencia de un templo formalizado en una arquitectura diferente dentro de una aldea, el último de la zona, ya que a partir de ese momento no encontraremos en asentamientos tardíos arquitecturas diferenciadas con un aspecto tan marcadamente público; el otro elemento es la presencia de un gran petroglifo en la entrada del sitio y cuya función desconocemos. Por tamaño y aspecto, esta piedra grabada se parece a las “piko stone” con círculos y líneas de la tradición de las islas Hawaii – en los círculos se depositaban los cordones umbilicales de los recién nacidos (James V. 2010: 50) –, pero su función podría ser la misma planteada para los “morteritos”, tan comunes en los Andes. Con la palabra “morteritos” se nombran en Argentina y en los Andes meridionales depresiones circulares grabadas en las piedras, normalmente de diámetros mayores que los círculos del petroglifo de Tayapucru. En Perú se encontraron numerosos morteritos (véase 16 Isbell (1991b) registra dataciones asociadas a evidencias de ocupación wari en Honcopampa (cal 543-814 d.C.; cal 646-893 d.C., 928-943 d.C. y cal 657-978 d.C.), bien compatibles con los fechados que documentan la frecuentación de Tayapucru.

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Meddens F. 2006, que define esta tipología de petroglifos de una forma más apropiada como cupmarked stones) de diferentes épocas, interpretados como marcadores territoriales conectados al ciclo agrícola, al calendario y a los sistemas de irrigación. Es interesante notar que la piedra se encuentra en un espacio liminar entre lo construido y lo no construido, los campos y en las cercanías de una tumba. Los grabados fueron incisos durante mucho tiempo, quizás para conmemorar o recordar eventos importantes para el calendario agrícola.

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Capítulo 4

Análisis de los datos adquiridos

Análisis de la cerámica. Introducción La cerámica recolectada1 consta de 8.708 fragmentos de los cuales derivan aproximadamente 1.043 diagnósticos, presentados en este capítulo en una selección de dibujos. Durante la fase de análisis y descripción morfo-funcional de la cerámica, dichos fragmentos se fueron colocando cronológicamente mediante comparación, utilizando las secuencias cerámicas de contextos cercanos y basándose en la secuencia estratigráfica que, en pocos casos, se ha podido acompañar por una datación radiocarbónica. Los fragmentos que venían de excavaciones se separaron por capas de procedencia, mientras que para los procedentes de las prospecciones se hizo por unidades (sectores), cuando fue posible. Las principales comparaciones regionales tomadas en cuenta son la secuencia cerámica del valle del río Santa (Wilson D. 1988), las excavaciones del sitio de Pashash-Cabana (Grieder T. 1978), las labores en el Callejón de Huaylas y en la Cordillera Negra (Bennett W. 1944; Lau G. 2001, 2010c; Ponte V. 2000, 2009, 2011; Lane K. 2005; Lane K. - Contreras Ampuero G. 2007), las de las cuencas del los ríos Mosna y Puchca (Burger R. 1982, 1993, 2003; Ibarra B. 2003, Ibarra B. ed. 2009; Orsini C. - Benozzi E. 2013), en la misma cuenca baja del Yanamayo (Herrera A. 1998, 2005a; Vega-Centeno R. 2008) y finalmente en la zona de Pomabamba (Lau G. 2010a) y de Corongo (Terada K. 1979). Por último se consideraron algunas secuencias cerámicas de la zona de Cajamarca (Thatcher J. 1979; Reichlen H. - Reichlen P. 1985). La clasificación de la cerámica diagnóstica por cada período cultural en la zona de Chacas sigue los siguientes criterios: (1) frecuencia de hallazgo en los asentamientos y asociación con elementos diagnósticos en la arquitectura; (2) amplitud de la distribución; (3) considerable semejanza en la pasta, en el tratamiento de la superficie y en la decoración con los marcadores temporales de otras regiones o subregiones. A continuación se describen los diferentes tipos clasificados en función de la forma, la decoración y la tecnología. Las terminologías utilizadas se basan en Monsalve M. (1989) y los datos de color en la tabla de colores Munsell (2000). Fase Pirushtu La muestra recolectada es muy pequeña (83 fragmentos), de modo que los datos que se presentan deben considerarse un avance preliminar para la discusión de la cerámica de esta fase de la zona de Chacas. Se trata de la cerámica más antigua que se pudo identificar localmente. El nombre de la fase se debe al sitio de Pirushtu de Chacas (CVP 15, véase cap. 3), donde se recolectó parte de

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El material se encuentra actualmente almacenado en los depósitos del Museo Regional de Ancash en Huaráz.

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la muestra y que consideramos un ejemplo de la arquitectura de los períodos tempranos locales. Varios fragmentos que utilizamos para esta secuencia se encontraron en la plazoleta más alta del montículo principal y en una porción del relleno artificial de la misma que saqueadores clandestinos habían removido afectando gravemente al sitio arqueológico. Se encontraron también fragmentos de esta fase en otros asentamientos que tuvieron una etapa de construcción formativa como Gatin (CVP 28), Chagastunán (CVP 13), Llogihuasca (CVP 46) si bien en un solo fragmento, y en Jatungaga Pirushtu (CVP 25), tanto durante la fase de prospección como durante las excavaciones. Son importantes las muestras de la fase Pirushtu que provienen de la UE 4 y UE 5 del sondeo “A” del sector D de Jatungaga: la que procede de la UE 4 porque logró fecharse, y porque procede de la capa superpuesta a la UE 5, a un metro de profundidad aproximadamente, que restituyó materiales unívocamente asociados a la fase Pirushtu. El fechado radiocarbónico de la UE 4 indica una cronología de ocupación demasiado amplia para facilitar la colocación de esta fase en la compleja2 cronología absoluta del Formativo, entre 400 a.C.-250 d.C. (calibrado 95.4%). Suponemos que la UE 5, que se encontró al remover la 4 (véase cap. 3), es más antigua, pero por falta de recursos no se pudo realizar otro fechado. En razón de la pequeña muestra se ofrecen solamente algunos patrones generales localizados en la cerámica de esta época, más que un secuencia propiamente dicha. La fase Pirushtu corresponde en parte al Fomativo tardío y final (600-200 a.C., véase Mesía C. 2007; Kaulicke P. 2010: 400 y sigs.) para llegar a al Intermedio Temprano inicial. Las formas reconocidas en este período son: 1. Cuencos 2. Ollas sin cuello 3. Ollas de cuello corto 4. Cántaros 5. Platos. 6. Botellas. La cerámica de este período se caracteriza por una pasta de textura de fina a mediana. Los colores varían entre el rojizo (Reddish Yellow 7.5 YR 6/6: cfr. la pasta de la cerámica mosna en Lumbreras L. 2007: 591), el marrón y el gris, estas últimas al parecer similares a las tipologías de pastas identificadas como local chavín por L. Lumbreras (2007: 386) y documentada también por Bennett (1944: 81). La mayoría de los fragmentos presenta un acabado superficial con un engobe fino mate de color rojo lustroso o marrón, en las variantes marrón claro y marrón gris. También existen ejemplares negros pulidos. Solo se ha logrado separar una pequeña muestra de decoraciones típicas: incisiones lineales y en forma de círculos, pintura roja, punteado, brochado (también en las partes internas) y aplicaciones con impresiones digitales. Veremos caso por caso a qué tipo de formas y pastas se asocian. Cuencos Tipo A Los cuencos tipo A (lám. 183: 4-7) se caracterizan por presentar las paredes rectas, de un grosor de 7 mm de media, con un diámetro de la boca de 15 cm de media. La pasta es fina, de color rojo/amarillento (Reddish Yellow 5 YR 7/8), con inclusiones antiplásticas de cuarzo y shashal en su mayoría, pero hay también pastas marrones (Light Brownish Gray 10R 6/2). El acabado superficial puede ser rojo lustroso (Red 2.5 YR 4/6) o marrón pulido (Dark Grayish Brown 10R 4/2). Estos cuencos fueron identificados en las unidades estratigráficas 4 y 5 en el sondeo A del sector D en Jatungaga Pirushtu (CVP 25) y en el Pirushtu de Chacas (CVP 15). Las decoraciones asoLa cronología absoluta de la cerámica del Formativo es uno de los temas más debatidos de la arqueología andina, sobre todo por lo que concierne la secuencia del sitio de Chavín (véase Kaulicke P. 2010: 289-354) que, como es obvio, es una referencia imprescindible para quien estudia la sierra de Ancash. En Chavín existe también el problema de distinguir cerámica local de la cerámica importada, problema que haría muy urgente una secuencia de cerámica formativa de los contextos cercanos a Chavín y que no fuera del mismo templo (ibíd.). Por ello nos atrevemos aquí a publicar los pocos fragmentos del Formativo final que pudimos identificar, no tanto pretendiendo definir una secuencia formativa para Chacas, sino esperando ofrecer un avance de un trabajo mucho más completo que deberá hacerse en un futuro. 2

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ciadas a esta forma son líneas incisas simples, también pintura roja y marrón oscuro. En el fragmento de cuenco procedente de Chacas dibujado en la lám. 183, la pintura es interna y externa. Un caso aparte es el cuenco n. 7 de Jatungaga (lám. 183) que por su forma es similar a los demás pero su pasta es muy fina, de color naranja con pintura externa negra. Este fragmento no se pudo comparar con otros tiestos locales pero es muy similar a un fragmento excavado por W. Bennett (1938, 1944: 75) en Chavín (n. 3706 en la unidad conocida como Chapel Mound CH 2, a una profundidad de 1 - 1,50 m). Cuencos Tipo B Los cuencos del tipo B (lám. 183: 1-3) se caracterizan por tener las paredes inclinadas y los labios a punta. Los diámetros varían entre 22 y 15 cm. La pasta es de textura fina, de color Reddish Yellow (5 YR 7/8), con inclusiones antiplásticas finas y un típico acabado superficial bien pulido de color rojo lustroso (Red 2.5 YR 4/6), o de pasta marrón/gris (Light Brownish Gray 10 R 6/2) con engobe crema (Light Yellowish Brown 10 YR 6/4). Estos cuencos pueden tener una banda de pintura roja en la parte externa, cerca de los labios. Cuencos miscelánea Aparte de las tipologías mencionadas arriba, identificamos dos fragmentos de cuencos interesantes por tener los bordes reforzados hacia la parte externa (lám. 182). Ambos fragmentos proceden del sitio de Gatin y vienen de la recolección de superficie. La pasta de estos fragmentos es de color rosado, así como el engobe (Pink 7.5 YR 7/4), con antiplásticos fines. En uno de los dos ejemplares se observan trazas de pintura roja en la parte interna cerca de los labios. Un fragmento de cuenco similar lo encontró Victor Ponte (2009) en la tumba E en el sitio Amá II y quien lo clasifica como de la fase Cotojirca I (755-170 a.C.); su pasta es anaranjada y la decoración externa y por ello el autor (ibíd.: 144) lo asocia al estilo “rojo sobre naranja”: “Bowls with Red-onOrange decoration and divergent sidewalls like that found in context 49N11 are common in the Huaricoto and Early Capilla Styles, but there is a slight difference in the decorative painted band. The same Red-on-Orange decoration appears on neckless ollas in the refuse area context 49IV30 and is comparable to the Capilla Expansive Phase of the Pacopampa site dated by Morales (1998:118) at around 400 B.C.” Otros fragmentos idénticos por la forma proceden de los sitios de Coronguimarca y Clarinjirca en Corongo (Terada K. 1979 plate 112: 43 y 48), pero sus restos no han sido fechados hasta ahora. Otro fragmento importante es una base de una vasija muy grande, quizás un cuenco de base plana o una compotera (lám. 183: 8), con un acabado rojo lustroso y brillante que identificamos como típico de esta fase. Bennett (1938) documentó un ejemplo similar (fragmento no publicado n. 3704 procedente de la excavación de una trinchera a 1,25 m de profundidad en las cercanías del así llamado Templo Viejo de Chavín de Huántar). Ollas sin cuello Las ollas sin cuello (lám. 184: 9-15) que pudimos identificar son una muestra muy pequeña y por ello no se dividió en sub-tipos. Se trata de ejemplares diferentes los unos de los otros en la forma de los labios, inclinación de las paredes, en el tamaño y en el aspecto general. Se identificaron en Jatungaga Pirushtu (CVP 25), en el Pirushtu de Chacas (CVP 15), y sobre todo en Gatin (CVP 28). Las pastas cubren diferentes variaciones de marrones (a menudo marrón claro: Very Pale Brown 10 YR 7/4) pero también hay pastas rojizas (Reddish Yellow 7.5 YR 6/6) con engobes de la misma tonalidad. Los antiplásticos son de medianos a finos. Muchas son las posibles comparaciones, pues en casi toda la cerámica formativa de la sierra cen-

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tral y norteña se registran ollas sin cuello. No teniendo a disposición un dato estadístico de variación de las formas de las ollas sin cuello, carece de sentido tratar de hacer asociaciones puntuales. Es interesante notar que las dos ollas sin cuello con labios engrosados hacia el exterior (lám. 184: 13-14) son muy parecidas a las de la fase Pontó de Huari publicadas por B. Ibarra (2003: fig. 22 d-e), que corresponden al Formativo local. En cambio, no encontramos ollas sin cuello con los bordes engrosados tan comunes en Chavín en la fase final (Burger R. 1998: 125). Ollas de cuello corto Para las ollas de cuello corto (lám. 184: 16-19) valga lo apuntado líneas arriba, es decir, no fue posible identificar sub-tipos. La inclinación de los labios varía, y se puede encontrar, o no encontrar, la parte interna reforzada. La mayoría de los ejemplares procede de Gatin (CVP 28). Las pastas son similares a las descritas para las ollas sin cuello, con la excepción que encontramos algunos fragmentos con un acabado pulido anaranjado con pintura de color rojo oscuro externa o interna cerca de los labios (p.ej. lám. 184: 17 y 19) y un posible ejemplar con círculos impresos en el cuello (lám. 186: 33). Unas ollas de cuello corto reforzado en el punto de junción entre cuello y cuerpo (lám. 184: 17-19) las publica L. Lumbreras entre los cántaros ordinarios (que aquí llamamos ollas de cuello corto) del tipo A del estilo “Ofrendas” (2007: fig. 259 n. 220-221). Otro tipo lo publica R. Burger, entre los cántaros (1998: fig. 288 frag. 292). Cántaros Los cántaros (lám. 185: 23-26) se caracterizan por presentar un cuello simple y convexo en medida variable con el borde redondeado que disminuye su espesor en la parte de unión con el cuerpo; la muestra pequeña no permitió individuar sub-tipos. La abertura de la boca es de unos 16 cm. La pasta es fina, de color rojo (Reddish Yellow 5 YR 6/6) o marrón grisáceo, con inclusiones antiplásticas de calcita y mica. El acabado superficial es pulido con un lustre bajo y no muy uniforme. Carecen de decoraciones, excepto pocos ejemplares con pintura roja en la parte interna de los labios. La mayoría de la muestra procede de la capa 4 del sondeo D de Jatungaga (CVP 25), así como del Pirushtu de Chacas (CVP 15). Las comparaciones sincrónicas son con las vasijas abiertas de la fase Colpa registradas por Thatcher en Huamachuco (1979: lám. XIV). Los ejemplares más convexos (lám. 185: 26) pueden ser comparados con los cántaros del tipo Cashapallán publicados por Ibarra (2003: fig. 26 g) y con los cántaros de la fase Tornapampa Grey publicados por Terada (1979: lám. 108 4-5); estos últimos con una cronología poco afirmada (ibíd. 179), ya que la cerámica de esta fase se encontró mezclada a la fase formativa La Pampa sin que fuese posible separar estratos claros y con fechados ciertos. Platos Los poquísimos platos identificados (lám. 185: 20-22) procedentes en su mayoría de la recolección de superficie en el Pirushtu de Chacas (CVP 15) y se caracterizan por bordes redondeados, con abertura de unos 30 cm de media y un espesor notable de las paredes (10 mm de media). La pasta es de textura mediana y de color rojo (Red 2.5 YR 4/6), con inclusiones antiplásticas de shashal, mica y cuarzo. Carecen de decoraciones. Debido a los pocos ejemplos de platos en la cerámica formativa, sobre todo en comparación con las ollas (véase Deboer W. 2003), la atribución al grupo de la cerámica formativa es, de momento, tentativo y se basa en las semejanzas con las pastas de las otras formas. Unos platos similares fueron publicados por Thatcher en Huamachuco, aunque los bordes se presentan diferentes (1979: lám. XIV).

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Botellas Las botellas que identificamos (lám. 186: 27-29) proceden todas de la recolección de superficie en Gatin y en el Pirushtu de Chacas. Se trata de botellas toscas, excepto un ejemplar (lám. 186: 29), con una cierta variabilidad en las pastas, por lo general de textura gruesa con antiplásticos visibles y con un color que varía entre el anaranjado (Light Reddish Brown 5 YR 6/4) y el marrón (Brown 7.5 YR 5/3). Es interesante notar que los cuellos se restringen y normalmente guardan un reborde, al igual que las botellas de Chavín pero de forma un poco diferente de los documentados por Burger (1998: 415). Fragmentos decorados En la muestra analizada no encontramos muchos fragmentos con decoración incisa, la más frecuente durante el período formativo. Los pocos que registramos se caracterizan por presentar líneas rectas, círculos estampados simples y círculos con puntos y de modelado aplicado (lám. 186: 30-33, véase también los fragmentos de la foto en la lám. 189) según la técnica de las prominencias aplicadas (Burger R. 1998: 68), tipo janabarroide (Rick J. et al. 2009), del formativo medio, sin que aparezcan, hasta ahora, también los demás complejos dibujos elaborados en Chavín y en otros sitios chavinoides. Lo mismo releva Ibarra en la cercana zona del Puchca: en los 124 sitios que el estudioso registró en 1997, solo se encontraron dos fragmentos incisos (Ibarra B. 2003: Fig. 27a, b). Casi siempre encontramos decoraciones pintadas en color rojo oscuro o marrón/negro. En el sitio de Gatin (CVP 28) se hallaron dos fragmentos muy interesantes que pertenecen a la misma vasija de pasta de textura fina, de color rojo con inclusiones antiplásticas invisibles y decoración externa de puntos grabados (lám. 186: 31+32). Esta decoración es idéntica a la que observamos en dos fragmentos recuperados en Chavín por Bennett (1938: n. 3708 y 188). Los mismos fueron estudiados también por I. Druc (2004: fig. 2-08a), quien, analizando la pasta, clasificó la cerámica como no local debido a las características de los minerales presentes, que serían ajenos a la zona del Mosna, con alto contenido de cesio (2004: 354), pero comunes en otras áreas de la Cordillera Blanca. Del mismo modo Luis Lumbreras (2007: 586) describe la decoración de punteado en el estilo “Puksha”, no local, mientras que una cerámica con punteado aparece en la local colección de la Alcaldía de Chacas3 (inv. n. 164, lám. 187 y 188). Otro fragmento menos fino y en color marrón claro con decoración de líneas y puntos alargados grabados se puede ver en la lám. 189. Otro fragmento interesante (lám. 186: 30 y foto en la lám. 189) proviene del sitio de Chagastunán (CVP 13); se trata de una parte del cuerpo de una vasija de pasta fina clara, con decoraciones de prominencias en hileras (Burger R. 1998: 138), muy similar a uno publicado por Mesía (2007: Fig. 181), encontrado en la capa 6 de la unidad de excavación ubicada en el borde sur-oeste del sector Wacheqsa en Chavín. El autor publica unos fechados4 asociados a este estrato de frecuentación: “A fourth date (AA-75387) was obtained from a clayish and sandy semi compact soil mixed with abundant small sized cobbles and angular rocks, located in WQ-4 (layer 6). The date obtained falls within the range of 836-538 BC. As the rest of the strata dated from this analytical unit, there are no Janabarriu-like ceramics present in its ceramic assemblage, only Urabarriu-like ones (figures 72, 180-181)” (ibíd. 2007: 151).

3 La colección fue estudiada por Laura Laurencich y Carolina Orsini entre 1999 y 2000. Realicé fotos y dibujos (con la ayuda de los alumnos de la Escuela de Arqueología de Chacas) de todo el lote y que están por publicar. En este capítulo se presentan algunas piezas cuando sirven para la comparación con fragmentos que proceden de nuestro trabajo de campo. 4 Como es sabido, según Christian Mesía (ibíd. et passim) la fase “janabarroide” de la cerámica chavín sería mucho más antigua de lo que afirmaba Richard Burger (1998).

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Discusión La cerámica de la fase Pirushtu de la zona de Chacas se caracteriza más por sus notables carencias que por sus presencias: llama la atención la falta de cuencos con bordes reforzados que se encuentran en muchos sitios formativos a lo largo de la Cordillera central. Falta también cerámica con elaboradas incisiones, ya sea de producción del mismo centro ceremonial de Chavín ya sea importada. Contamos con rarísimos fragmentos de cerámica con decoraciones de pintura roja sobre naranja, bien común en diferentes sitios formativos de la sierra de Ancash (Ponte V. 2009), así como en la zona del Puchca y en mismo centro de Chavín, clasificada por Lumbreras como cerámica mosna (2007: 591), y en otros sitios a lo largo de la cordillera (p.ej. en Huacaloma, Terada K. - Onuki Y. 1982). La escasa muestra a nuestra disposición no permite encajar los tiestos analizados en ninguna de las secuencias conocidas por la zona. Finalmente es imposible concebir una división cronológica más sutil de esta larga fase cuya duración indicamos, de una forma muy amplia y general, entre la parte tardía y final del Formativo hasta principios del Intermedio Temprano, y tampoco separar “estilos” ya que la muestra que analizamos es muy poco uniforme. La presencia de algunos fragmentos del Horizonte Temprano medio (p.ej. lám. 186: 30-31) nos permitiría plantear que quizás algunos sitios (en particular Gatin y quizás también Chagastunán) tuvieran una ocupación bien antigua, aunque sin una muestra más abundante de cerámica asociada a arquitectura no tiene sentido ir más allá de simples suposiciones. Alex Herrera publica fragmentos del Horizonte Temprano medio que proceden del Pirushtu de Chacas, de Huallin y de Gatin (1998: 136-149). Cabe destacar, por último que la mayoría de la cerámica que describimos con un acabado rojo lustroso se compara más fácilmente con las tipologías de las épocas siguientes, es decir las de la fase Llogihuasca (véase infra), cuando se enriquece con una decoración de pintura blanca (huarás blanco sobre rojo) ausente en la fase formativa: estudios recientes (Rick J. et al. 2009) demuestran que la tradicional cronología asociada a la presencia de cerámica huarás debería revisarse por completo (véase también Ponte V. 2009) quizás teniendo en cuenta las continuidades con las épocas anteriores, por lo menos en los sitios formativos que revisamos (con excepción de Chavín, donde, al parecer, la presencia de cerámica huarás marca un cambio radical, véase Rick J. et al. 2009). Fase Llogihuasca La muestra recolectada es pequeña (150 fragmentos diagnósticos), por ello los datos que se presentan deben considerarse como un avance preliminar. El nombre de la fase se debe al sitio de Llogihuasca (CVP 46, véase Cap. 3), donde se encontró buena parte de la colección. La mayoría de los fragmentos de esta fase se separaron en contextos funerarios, por ejemplo en los sectores funerarios asociados al mismo sitio de Llogihuasca (Colinas de los Entierros de Quenguan CVP 47 y de Lluviajirca CVP 48), de Jatungaga Pirushtu (CVP 25, tanto en áreas de tumbas octagonales y de caja como de entierros de chulpas, véase supra), y en la parte alta del sitio de Mamapampa (CVP 33). En las excavaciones fuimos separando muestras de la fase Llogihuasca en dos conjuntos domésticos en el sector E y D de Jatungaga Pirushtu (CVP 25). El material se encontró mezclado con tiestos de épocas posteriores en E (en una unidad estratigráfica superficial), mientras que estaban mezclados con tiestos de la fase Pirushtu en D, en la unidad estratigráfica 4. La muestra relativamente más abundante para esta fase permite mayores comparaciones, sobre todo con el escaso material excavado y publicado en el Callejón de Huaylas. La cerámica de este

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tipo corresponde al estilo “huarás blanco sobre rojo” del Callejón de Huaylas (Bennett W. 1938, 1944; Lynch T. 1980), de la cuenca del Puchca (Amat H. 1974, 2003) y del propio Callejón de Conchucos (Lumbreras L. 1974; Grieder T. 1978; Lau G. 2003) en función de su decoración típica. Se trata de una cerámica de textura media y fina, con pasta de color marrón/rojo oscuro (casi siempre del tipo Reddish Brown 2.5 YR 4/4), gris (Light Grey 2.5 YR 6/8) o naranja (Light Red, 2.5 YR 6/8); esta última la encontramos sobre todo en los cuencos tipo C (véase infra), con un acabado superficial de color rojo mate y decoraciones con motivos geométricos de color blanco cremoso frecuentes. Según Grieder (1978: 65) la decoración de pintura blanca se daba en la parte final que él define quinú en la secuencia local. El mismo autor (1978: 63) señala también tiestos color gris oscuro con una decoración post-cocción roja, que encontramos en cuencos5 del contexto de la tumba I del sector L de Jatungaga mezclados con materiales de diferentes épocas. Las formas más populares que logramos reconocer son los cuencos (en diferentes tipologías) y los cántaros de pequeñas dimensiones, pero otros estudiosos proporcionan también ollas sin cuello (p.ej. Grieder T. ibíd. y véase lám. 86). Como ya señaló George Lau (2011: 137), la cerámica de esta fase no se conoce muy bien y no existen estudios de tiestos en secuencia estratigráfica, salvo pocas excepciones6. Complica la identificación de los especímenes, que se caracterizan por un acabado rojo mate, por el hecho de que durante el Horizonte Medio se utiliza largamente una cerámica con el acabado del mismo color. Lau (2011: 137) relata de cómo material huarás se encuentra mezclado con caolín del Intermedio Temprano en el mismo sitio de Chavín (véase también Gamboa J. ms) y que cerámica con acabado rojo mate se encuentra durante el Horizonte Medio. El estudioso deja abierta tres posibles explicaciones: 1) que cuando se encuentra cerámica con acabado rojo mate en contextos HM se trate de cerámica muy antigua ofrendada en ajuares posteriores; 2) que sea una imitación tardía del estilo huarás, o 3) que existieran grupos de pobladores huarás que continuaran produciendo su cerámica hasta por lo menos finales del Intermedio Temprano/Horizonte Medio. En nuestra opinión las cerámicas con acabado rojo mate son demasiado frecuentes durante el Horizonte Medio para ser reliquias conservadas de las épocas anteriores, además de que algunas formas presentes en el HM de esta pasta son completamente diferentes a las formas clásicas Llogihuasca. Al mismo tiempo nosotros también encontramos vasijas con formas y acabado Llogihuasca en contextos mortuorios de chulpas, por ejemplo en diferentes zonas de la quebrada Garguanga (en las tumbas a chulpa de Tayapucru – CVP 37 y de Pishaj II CVP 42) y en dos tumbas tipo chulpa en los sectores L y Q7 de Jatungaga Pirushtu (CVP 25, véase infra), así como en estructuras funerarias tipo cistas semi subterráneas con piedras labradas (Tumba II del sector M de Jatungaga) junto con cerámica en caolín y también en pasta gris más común (lám. 190). O sea en asociación con materiales de diferentes épocas. Basándonos en su ubicación en los contextos estratigráficos, trataremos de distinguir la pasta con acabado rojo mate antigua de la post-recuay, o contemporánea a la última fase de la producción del Intermedio Temprano, ocupándonos de esta última en el párrafo de la cerámica del Horizonte Medio. Más difícil en cambio será aplicar esta distinción en los contextos funerarios. Las formas reconocidas para la cerámica de esta fase son cuencos y cántaros; se localizaron además algunas tipologías de asas, principalmente de cántaros o de botellas.

Los fragmentos no se han publicado en el presente trabajo. Por ejemplo los contextos funerarios estudiados por Bennett (1944), las excavaciones en Pashash (Grieder T. 1978, cerámica de la fase “quinú”). La cerámica de Queyash Alto (Gero J. 1986) en cambio, no se ha publicado. 7 En esta última se realizó un fechado de restos vegetales que restituye una frecuentación entre el 1030 y 1300 d.C. (véase Cap. 3). 5 6

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Para este período no pudimos separar en fases la muestra y su cronología es, como señalamos, muy problemática ya que se superimpone con la de las fases anteriores y posteriores. Cuencos Tipo A Los cuencos de tipo A (lám. 191) se caracterizan por presentar una forma abierta, las paredes rectas, los labios convexos y la base plana o levemente cóncava. Los diámetros son de unos 18 cm de media, el espesor de las paredes oscila entre los 3 y los 7 mm. La pasta es de textura media, de color marrón gris (Dark Greyish Brown 2.5 Y 4/2) y marrón rojiza (Reddish Yellow 7.5 YR 6/6), con un acabado superficial rojo mate (Red 2.5 YR 5/8) y con inclusiones antiplásticas visibles de calcita, mica y cuarzo. La decoración es geométrica, de color blanco cremoso y está cerca de los labios. Los dibujos típicos son líneas y círculos, con posibles estilizaciones de ojos. Hay casos con decoración de pintura blanca en la parte interior de las vasijas y roja en los labios. Las comparaciones más directas son con los fragmentos publicados por Lynch (1980: fig. 9.23 b y e) Bennett (1944: fig. 12g) y Amat (2003: fig. 2) y con algunos ejemplares conservados en una colección privada de Chacas (lám. 192). Los cuencos de tipo A y de tipo B (descrito líneas abajo) son las tipologías más comunes en el Callejón de Huaylas (Bennett W. 1944: 37) durante esta fase. Cuencos Tipo B Los cuencos de tipo B (lám. 193: 43, 44) se caracterizan por presentar una forma abierta, las paredes rectas, los labios convexos ligeramente evertidos y la base plana o levemente cóncava. Los diámetros oscilan entre los 14-18 cm y las paredes del cuerpo entre los 4 y los 6 mm. La pasta es de textura media, de color marrón claro (Light Brown 7.5 YR 6/4), con un acabado superficial rojo (Reddish Yellow 5 YR 7/8) y con inclusiones antiplásticas visibles de shashal y de piedra roja molida. La decoración es geométrica, de color blanco cremoso, en la parte superior de la vasija, o rojo positivo. Los dibujos típicos son geométricos, en forma de griega y con pintura en los labios. Las comparaciones más directas son con los fragmentos publicados por Bennett (1944: fig. 12b), Amat (2003: fig. 2), y con una vasija de una colección privada de Chacas, que presenta una decoración incisa por lo que concierne la forma (lám. 194), y con otra siempre de Chacas por la decoración con griegas (lám. 192 abajo). En una variante (lám. 193: 48) presentan labios más evertidos con una pasta color rojo claro (Light Red 2.5 YR 6/8), con un acabado superficial del mismo color y con inclusiones antiplásticas visibles de shashal y calcita. Los ejemplares que recogimos carecen de decoraciones, pero quizás esto se debe al mal estado de conservación de los fragmentos. Un paralelismo interesante para esta variante está representando por un cuenco muy similar (lám. 195) encontrado en la Estructura VIII del sitio de Ishla Ranra en la Laguna de Puruhuay (Huari, Ancash) junto con material muy tosco y algunos fragmentos de cuerpos de vasijas con círculos impresos (Orsini C. - Benozzi E. 2013: fig. 111). El contexto se fechó con tres muestras: 190 BC-90 AD (95.4%); 210 AD (86.8%); 510350 BC (87.4%) (ibíd. Apéndice C). Por último se señala un ejemplar idéntico a nivel de forma del cuerpo y de la boca, con una pasta marrón claro y no naranja como en los ejemplos citados anteriormente, también procedente de la local colección de la Alcaldía (inv. 367), con una decoración incisa y la base apedestalada (lám. 196). Cuencos Tipo C Los cuencos de tipo C (lám. 197) son diferentes de las tipologías antes ilustradas. Se caracterizan por su aspecto menos refinado, la forma abierta, las paredes levemente convexas, los labios re-

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dondeados. Los diámetros oscilan entre los 16-20 cm y las paredes del cuerpo entre los 5-7 mm. La pasta es de textura marrón claro (Light Yellowish Brown 10 YR 6/4), o marrón (Brown 7.5 YR 7/3) con acabado superficial rojo (Red 10 R 5/6). Las inclusiones antiplásticas visibles son de calcita y mica. En un caso se registró una pintura con líneas verticales de color rojo en la parte interna de la vasija (lám. 197: 49), además de la clásica pintura blanca cremosa en la parte externa. Cuencos Tipo D Los cuencos de tipo D (lám. 198, véase también lám. 190) presentan una forma más redondeada y la abertura de la boca menos ancha que las variantes anteriores: las paredes y la base son delgadas y levemente cóncavas y los labios redondeados. La textura de la pasta es fina y granulosa, con inclusiones casi invisibles, de cuarzo. Los diámetros oscilan entre los 14-21 cm y las paredes de los cuerpos miden 4 mm. La pasta es de color rojo mate (Red 10 R 5/6), así como el acabado superficial interno y externo, que se presenta uniforme y pulido. Se han apreciado trazas de pintura superficial de color blanco cremoso en la parte externa de las vasijas. Las comparaciones más directas son con varios fragmentos no publicados procedentes de Wilkawaín (Bennett W. 1938: 102 fragm. 3677) y con un ejemplar publicado por Diessl procedente de Warampu Patac en San Marcos (Diessl W. 2004: fig. Sma 76c). En la colección de la Alcaldía de Chacas existen diferentes vasijas (véase por ejemplo el inv. 222, lám. 199) que tienen una forma parecida, la base apedestalada pero la pasta es mucho más clara y el rojo se debe a la pintura en la parte exterior más que al engobe. Cántaros Esta tipología de vasija parece más rara; se hallaron además pocas formas. La mayoría de la muestra procede de recolección de superficie y se clasificó en base a la pasta y al acabado exterior. Los sitios de esta fase que presentaron cántaros son principalmente Llogihuasca (CVP 46), Colina de los entierros de Quenguan (CVP 47) y Jatungaga Pirushtu (CVP 25). Escasean las comparaciones sincrónicas con ejemplares a nivel regional. Cántaros Tipo A Los cántaros de tipo A (lám. 200) se caracterizan por presentar un cuello largo, cuyo grado de inclinación respecto al cuerpo puede ser muy alto (p.ej. lám. 200: 55-56), con borde redondeado. El cuello puede disminuir en espesor en la parte de unión con el cuerpo (p.ej. lám. 200: 58). La abertura de la boca mide entre los 14 y los 16 cm, las paredes entre 5 y 10 mm. La pasta es de textura de fina a mediana, de color rojo (Reddish Yellow 7.5 YR 7/6) a marrón claro (Light Brown 7.5 YR 6/3) y el acabado superficial es rojo mate (Red 2.5 YR 4/8); dos ejemplares procedentes del estrato profundo del sondeo en el área D de Jatungaga (sin publicar) son de pasta gris y engobe rosado con inclusiones antiplásticas de pirita, calcita, mica y shashal. Se observaron ocasionales trazas de pintura roja cerca de los labios en la parte interna y externa de las vasijas. Algunos ejemplares similares se encontraron en la colección de la Alcaldía de Chacas: véase por ejemplo el inv. 420 (lám. 201). Miscelánea En la lámina 202 se presentan algunas tipologías (62-66) de cántaros que no se han logrado reunir bajo una misma tipología a causa de la escasez de la muestra. Se caracterizan por su cuello mediamente alto, convexo y con borde redondeado. La abertura de la boca es mediamente ancha y las paredes miden entre 6 y 8 mm.

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Esta tipología de cántaro será popular durante las siguientes fases de la alfarería local. Se presenta además un ejemplar de botella, (lám. 202: 60+61) que no conserva el cuello, muy interesante por las decoraciones geométricas de líneas simples de color blanco cremoso, por su forma globular, y por su cuello restringido. La pasta de estas vasijas es de color rojizo (Reddish Yellow 5 YR 6/8) y de textura media con inertes de calcita y shashal. El acabado superficial y el engobe (en general en mal estado de conservación) presentan un acabado fino y un engobe rojo mate. En la lámina 203 ilustramos algunos ejemplos de cuerpos decorados, la mayoría de los cuales se encontraron en el sitio funerario de Pishaj II (CVP 42)8: una chulpa profanada donde los saqueadores dejaron abundantes restos de cerámica de diferentes épocas. El fragmento más interesante es quizás el que pertenece a la base completa y parte del cuerpo correspondiente a la forma de hombre agachado de una botella antropomorfa (lám. 203: 67). La pasta es de color rojizo (Reddish Yellow 5 YR 6/8) y de textura media con inertes de calcita y shashal, con acabado superficial fino y engobe rojo mate. El ejemplar recuerda mucho a uno encontrado por Bennett en el sitio 9H2 (fragmento no publicado n. 3676), o sea procedente de una galería subterránea (que el estudioso llama Subterranean House 2, 1944: 38) de donde se sacaron muchos materiales cerámicos de diferentes épocas. Otro fragmento interesante es el cuerpo de un recipiente de grandes dimensiones cerrado (lám. 203: 73+74) de color rojizo (Reddish Yellow 5 YR 6/8) y de textura media con inertes de calcita con engobe rojo mate y trazas de pintura blanca. Este recipiente tenía una asa acintada vertical que se rompió. Discusión La fase Llogihuasca corresponde a un núcleo de vasijas que, igual que la cerámica conocida a nivel regional como huarás o blanco sobre rojo, se reconoce por su acabado superficial. En esta fase se puede apreciar el predominio de los cuencos que constituirán la forma más común de la época siguiente (véase también Lau G. 2011: 142). Con respecto a la fase anterior, existe una continuidad en el predominio de las pastas rojizas, aunque en esta fase disminuyen las decoraciones grabadas y se afirma la pintura positiva, especialmente de color blanco. La cronología de esta fase es muy controvertida: en la zona de Chacas, así como en otros lugares de la vertiente oriental de la Cordillera Blanca y en la zona del Callejón de Huaylas, las asociaciones estratigráficas permiten identificar este núcleo como perteneciente a un momento de transición entre el Formativo y el Período Intermedio Temprano. Como es sabido, no existen muchos fechados absolutos y, en base a estudios recientes (Rick J. et al. 2009), la producción de esta cerámica podría haber durado desde el 500 a.C. hasta el 250 d.C. El contexto de hallazgo ayuda solo en parte a solucionar el dilema de la cronología absoluta de esta fase, pues en la mayoría de los casos se hallaron muestras de este estilo en contextos funerarios, en muchas ocasiones asociados a vasijas de efigies en caolín (p.ej. lám. 82, véase también Gamboa J. 2009 y ms para la asociación en los mismos contextos funerarios de cerámica blanco sobre rojo con cerámica en caolín). Vale la pena notar que en las locales colecciones privadas de cerámios procedentes de contextos funerarios se encuentra también un estilo muy interesante de cuencos y vasijas efigies en caolín con un acabado superficial rojo mate y dibujos negativos blancos, 8 Se trata de un contexto funerario que data del Intermedio Temprano tardío al Horizonte Medio gravemente saqueado: no se puede descartar la hipótesis de que la actual ubicación de los fragmentos de la fase Llogihuasca sea fruto de la acción de los saqueadores que removieron todas las tumbas del cerro Pishajirca.

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registrado también por Terence Grieder (1978: 64-65) y clasificado por el autor como perteneciente a la fase terminal del periodo Quinú, que él coloca en un período mucho más reciente (?310 d.C., Grieder T. ibíd.) respecto a J. Rick (Rick J. et al. 2009: 500 a.C.-250 d.C.). Como apuntamos, la variante B de los cuencos de la fase Llogihuasca podría remontarse a una época entre el 510 a.C. y el 90 d.C. La presencia de fragmentería de caolín en contextos Llogihuasca deja abierta la posibilidad de que la cerámica de caolín se utilizara antes del clásico estilo que se atribuye a grupos recuay y plantea además la posibilidad de una co-existencia de estilos durante mucho tiempo (incluyendo el Formativo final). Por lo que concierne los ejemplos chacasinos, la forma de cuenco con paredes rectas e inclinadas (tipos A y B) en cerámica fina, de color rojo mate, pero también en caolín (véase cuenco tipo B de la fase Jatungaga I infra), es otro elemento en común que quizás apunta hacia la definición de dos estilos, que probablemente fueron contemporáneos y compartieron muchos elementos de la decoración y de la tecnología. Finalmente cabe destacar que: por un lado, en la mayoría de los casos esta cerámica procede de contextos de tumbas subterráneas, aunque también de chulpas (pero véase nota 8), y por el otro, se registra, aunque raramente, la presencia de estos objetos en contextos domésticos y en aldeas, asociados a arquitectura ya que algunos asentamientos fueron activos a partir del Horizonte Temprano final. Como señalamos antes, inclusive en todos los casos la cerámica Llogihuasca se encuentra mezclada con fragmentería de otras fases. Por todo lo considerado hasta ahora, quizás sería más correcto clasificar la cerámica de estas características como un estilo más que como una fase, ya que su cronología es diacrónica con respecto a otras fases anteriores y posteriores. Fase Jatungaga I La colección de cerámica de esta fase comprende alrededor de 400 fragmentos diagnósticos procedentes de excavaciones y de recolecciones de superficie en diferentes sitios de la zona de Chacas. La mayoría de la muestra procede de las excavaciones llevadas a cabo en los recintos más altos de Jatungaga Pirushtu (CVP 25) – de donde toma el nombre la fase – y de Chagastunán (CVP 13), así como de contextos funerarios de los sitios mencionados y de Tayapucru (CVP 37), donde los cuencos clásicos de esta fase se clasificaron como ofrenda entre materiales de la fase Jatungaga II (véase infra). Una importante muestra procede también de las necrópolis con tumbas túmulo y tumbas caja de los sitios de Lluviajirca (CVP 48), así como de la Colina de los entierros de Quenguan (CVP 47). Distinguimos, a continuación, la cerámica con pasta de caolín y la de otras clases, debido a que las muestras de cerámica de caolín son menos con respecto a las muestras de cerámica no caolínica; además su alta calidad, junto al buen grado de conservación, nos llevaron a suponer que no se trataba de una cerámica utilizada cotidianamente, y que su empleo quedaba reservado a momentos especiales (véase también Lau G. 2011: 138 y siguientes). Los cuencos y los cántaros con cuello evertido son las formas más comunes durante la fase Jatungaga I, y la decoración más popular es la pintura positiva roja en varias tonalidades, la pintura negra y la pintura negativa blanca. Cabe destacar por último que, en la zona de Chacas, se encuentran tres variedades diferentes de cerámica caolín: una puramente blanca, una blanca rosada y una blanca anaranjada (mezcladas con arcilla seleccionada). Son casos raros aquellos en los que se registra el caolín utilizado como engobe en un núcleo reducido finísimo de pasta color negro. Las numerosas relaciones sincrónicas se registran, entre otras, con la cerámica de la fase recuay

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del Callejón de Huaylas9 (Bennett W. 1944; Wegner S. 2003), la cerámica de la fase Quimít de Pashash en el Callejón de Conchucos (Grieder T. 1978), a su vez dividida en subfases, con la cerámica de la fase Kayán de Chinchawas en Cordillera Negra (Lau G. 2001, 2003), y con la cerámica del tipo pintado fino de la cuenca del Puchca (Ibarra B. 2003). Por último, a causa de una enorme actividad de saqueos de las necrópolis de esta fase en Chacas, fue posible comparar nuestros fragmentos con ejemplares enteros, actualmente pertenecientes a la colección de la Alcaldía, que pudimos asimismo registrar y dibujar. Cuencos tipo A Los cuencos de tipo A (lám. 204) se caracterizan por sus paredes casi rectas y verticales. La mayoría de la muestra presenta una pasta blanca muy fina de caolín (White 10R 8/1) con inertes invisibles, y en algunos casos de color crema muy claro (Very Pale Brown 10 YR 8/3) o rosado muy claro (Pink 7.5 YR 8/3); quizás estos últimos son el resultado de una mezcla entre caolín y arcilla seleccionada (véase también Lau G. 2011: 138). En las excavaciones de la estructura H4 de Chagastunán (CVP 13) en la UE 2, se encontró un fragmento de un cuenco de cerámica negra pulida que corresponde a esta tipología. Los diámetros miden entre 8 y 14 cm, con un solo caso aislado de 25 cm y el espesor de las paredes oscila entre los 4 y 5 mm. Los ejemplares a menudo están decorados con pintura positiva de color rojo oscuro y con pintura positiva de color blanco en círculos aplicada en franjas de color rojo (lám. 204: 75, 79). Como ya señalamos, esta tipología de cuenco se encontró en diferentes asentamientos con fases de ocupación del Intermedio Temprano, como el Pirushtu de Chacas (CVP 15), en la unidad estratigráfica 2 del sector H de Chagastunán (CVP 13) junto con un fragmento de una vasija en piedra pulida, otras tipologías de vasijas en caolín, restos de carbón y huesos de camélidos (véase Cap. 3), así como en la recolección de superficie en el mismo sitio. Algunos cuencos procedían también de la tumba I del sector L de Jatungaga Pirushtu (CVP 25). Cuencos del tipo A se observan en la fase Kayán de Chinchawas (Lau G. 2001: fig. 7.1 A-G, Ware A) y en la fase Quimít de Pashash (Grieder T. 1978: fig. 35 T), así como en la cueva del Guitarrero (Lynch T. 1980: fig. 9.23 i). Un ejemplo de cuenco negro pulido lo excavó Victor Ponte en Marca Jirka cerca de Huaráz (400-600 d.C. comunicación: MidWest Conference, Chicago, 2012). Las paredes rectas y la profundidad aparecen como un elemento de continuidad con los cuencos de la fase anterior. Cuencos tipo B Los cuencos de tipo B (lám. 205) son una variante más inclinada y convergente del tipo anterior. Al igual que los de tipo A, estos cuencos se caracterizan por un ángulo marcado de la base, ya sea plana o apedestalada (véase también lám. 226). Los diámetros oscilan entre los 15-20 cm y el espesor de las paredes entre los 3 y 4 mm. La pasta es de textura muy fina de caolín, de color blanco (Light Grey 2.5 YR 7/1) o blanco rosado, con inclusiones invisibles y engobe interno y externo, normalmente del mismo color que la pasta, y con una decoración de pintura positiva y geométrica de color rojo. El tipo B es muy similar, como forma, a la variante B de los cuencos de la fase Llogihuasca: quizás este elemento podría atestiguar “préstamos” entre las dos fases, que, como indicamos, posiblemente fueron contemporáneas.

9 Limitamos en lo posible las comparaciones a nivel regional, aunque es bien sabido que muchas comparaciones se pueden hacer con otros estilos contemporáneos de la costa de Ancash y de la zona de la sierra, al norte de Ancash.

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Formas muy similares son las que aparecen en algunos cuencos de la Alcaldía de Chacas: p.ej. el inv. 210 (lám. 206) caracterizado por una decoración de V (uves) blancas en una faja horizontal sobre una banda roja cerca del pedestal y por V (uves) en vertical con líneas onduladas rojas sobre una faja blanca en el cuerpo de la vasija. Cuencos tipo C Tipología de cuencos profundos pero con un perfil de las paredes redondeado respecto a las dos variantes anteriores (lám. 207). Los diámetros varían entre los 12 y los 14 cm, la pasta es de textura variable entre fina y gruesa, su color varía entre el rosado fino (Pink 7.5 YR 7/4) el marrón claro (Light Brown 7.5 YR 6/3) y los tonos más rojizos (Light Red 10R 6/8). Los fragmentos finos proceden de la gran tumba I del sector L de Jatungaga (p.ej. lám. 207: 88). Se registraron fragmentos de este tipo de cuencos en contextos de estructuras en asentamientos (p. ej. en Chagastunán, lám. 207: 90). Las decoraciones son de pintura positiva roja y blanca en la parte externa, generalmente en bandas. La vasija n. 88 aparentemente formaba parte de un lote de ofrendas de recipientes en la tumba L de Jatungaga (CVP 25) de diferentes formas, todos con una decoración de bandas de color rojo con puntos blancos. Para la decoración véase Ibarra B. 2003: fig. 31 C y para la forma Lynch T. 1980: fig. 9.23j y Grieder T. 1978: fig. 36t. Cuencos tipo D La forma D (lám. 208) es la más popular de esta fase, bien representada en diferentes sitios del valle con etapa de ocupación/frecuentación del Intermedio Temprano. Existe también en muchos ejemplares en las colecciones privadas de la zona y a nivel sub-regional, siendo quizás la expresión más conocida de los cuencos del Intermedio Temprano, sobre todo en la versión con pedestal anular. No encontramos ningún ejemplar entero, pero sí numerosas bases (que se describen en la sección dedicada) y cuencos conservados hasta un 70%. Se trata de un cuenco más profundo con respecto a las tipologías descritas previamente, con las paredes más redondeadas y un ángulo menos pronunciado en la inserción de la base cóncava. Los diámetros varían entre 10 y 16 cm, el espesor de las paredes entre 3 y 6 mm, la pasta es bien fina de caolín o de caolín rosado (Pinkish White 5 YR 5/4 o Pink 7.5 YR 8/3) y en algunos casos de un color rojizo (Reddish Yellow 7.5 YR 7/6) con inertes casi invisibles, entre los cuales se distingue shashal molido. La decoración con pintura es frecuente, las pinceladas son precisas y de color rojo y negro, tanto en las partes externas como en las internas de las vasijas, incluyendo los labios. Numerosas son las comparaciones posibles, comenzando por los cuencos de tipo fino de Yayno (Lau G. 2011: lám. 4); también hay varios ejemplares que se pueden comparar en la colección de la Alcaldía de Chacas (lám. 209). Cabe destacar que un ejemplo muy bien conservado de esta tipología de cuenco se encontró en la tumba II en el sitio de Tayapucru (CVP 37, véase infra lám. 281). Cuencos tipo E Los cuencos de tipo E (lám. 210) presentan una forma similar a la tipología D pero son menos profundos y su aspecto es menos regular. La pasta es de textura y colores diferentes, entre marrón claro (Light Reddish Brown 10 YR 6/4) y gris, con algunos ejemplares en caolín; las inclusiones antiplásticas son menos finas, y presentan cuarzo y shashal. Se aprecian decoraciones en pintura positiva roja y negra en la parte superior externa e interior de las vasijas. La forma recuerda la tipología Ware Bowl 2 de la fase Kayán de Chinchawas (2001: fig. 7.1 h-w). Su difusión es amplia, incluyendo contextos de estructuras del Intermedio Temprano en los sitios de Jatungaga Pirushtu (CVP 25) y Chagastunán (CVP 13) en asociación con cuencos de otra ti-

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pología de la misma fase. Incluimos en este grupo un fragmento de caolín muy fino (107/1) con pintura de color rojo oscuro enmarcada en dos líneas de pintura positiva negra, que encaja en esta tipología solamente por la forma, mientras que su decoración y el tratamiento superficial parece ajeno de la zona de Chacas. Algunos fragmentos similares los encontró G. Lau en Chinchawas (fase Chinchawasi I: 2010a: fig.91O) y el mismo los compara con la cerámica definida Marañón por W. Bennett (ibíd.). La cerámica caolín caracterizada por una decoración positiva de líneas finas en negro y rojo, se encuentra en la zona norte oriental de los Andes centrales, comprendiendo el área de Cajamarca (fase Cajamarca Temprano del Período Intermedio Temprano, Julien D. 1993) y del Gran Pajatén (conjunto pre-fase Abiseo, Church W. 1991: fig. 13). Cántaros Tipo A Los cántaros de tipo A (lám. 211, 212) se caracterizan por tener un cuello largo evertido con borde redondeado en dos variantes: una más popular con perfil recto, y la otra con un perfil más acampanulado (lám 211: 109). La abertura de la boca mide entre los 24 y 9 cm, las paredes miden en promedio unos 10 mm. Esta forma se encuentra en los sitios con fases de ocupación del Intermedio Temprano en contextos funerarios, así como en recintos de viviendas o espacios de ceremonias. Un buen número de cántaros A y de la tipología siguiente (B) proceden de la UE 2 estructura H4 de Chagastunán (CVP 13). La pasta es de textura variable de color rojizo (Reddish Yellow 7.5 YR 7/6) y marrón (Light Brown 7.5 YR 6/4), con inclusiones antiplásticas de calcita y shashal. El acabado superficial puede ser de bajo lustre y no uniforme, así como bien pulido de color rojo mate (Red 2.5 YR 4/8). Las comparaciones más directas se dan con los cántaros de tipo plano naranja (Ibarra 2003: fig. 32) y con los cántaros de la forma B5 de Pashash (Grieder T. 1978: fig. 32) para el tipo con cuello más recto, y de la forma B10 (ibíd.) para el tipo más acampanulado. Cabe notar que el autor en su secuencia clasifica dichas formas como de la fase Yaiá (400-500 d.C.). En la colección de la Alcaldía de Chacas se conservan diferente vasijas enteras que se pueden comparar con los cántaros del tipo A por su forma y por la pasta: el inv. 425 (lám. 213) de factura mediana decorado con pinceladas de color rojo muy imprecisas en la parte externa, y la paccha inv. n. 2 con decoraciones aplicadas de aves tridimensionales en el cuello (se conserva solo una de las dos) y un tubo versador en forma de cabeza de dignitario (lám. 214). Ambos ejemplares presentan un cuello acampanulado, pero la abertura de la boca generalmente es de diámetro menor. Un perfil más recto se observa en el inv. 344 (lám. 215), pues el ejemplar presenta una pasta gris con engobe rosado y carece de decoraciones. De hecho tanto los ejemplares enteros como los fragmentos de cántaros presentados en esta sección, tienen una factura muy variable en términos de calidad y carecen de ejemplares en caolín. Cántaros Tipo B El tipo B (lám. 216, 217) se caracteriza por un cuello largo o medio con los labios evertidos. El cuello puede tener un perfil casi recto o ligeramente convexo. La abertura de la boca mide entre los 14 y 20 cm y las paredes una media de 6 mm. La pasta es variable, con ejemplares rojizos (Reddish Yellow 7.5 YR 6/8) de dimensiones anchas; se registran también algunos ejemplares en caolín. La mayoría de los tiestos carecen de decoraciones. Para la distribución de esta tipología de forma véase el tipo A. Cabe señalar que esta forma de cántaro es bien similar a las registradas durante las fases Pirushtu y Llogihuasca. Cántaros Tipo C Los cántaros que clasificamos bajo esta forma (lám. 218) son de cuello largo y muy expandido, y

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corresponden a una forma ya conocida en las fases más antiguas de la cerámica local. El mismo cuello caracteriza vasijas grandes con bocas que pueden medir hasta 28 cm, así como vasijas con una abertura de 8 cm. La mayoría de la muestra procede de una recolección de superficie en los sitios de Jatungaga Pirushtu (CVP 25), del cercano Rejrish (CVP 32) y de otros sitios del Intermedio Temprano de Chacas. La pasta de estas vasijas es de textura media y de color rojizo (Reddish Yellow 7.5 YR 6/8) con engobe de color similar. Del mismo modo que observamos en las otras formas de cántaros, hay ejemplares más finos y otros que se presentan más toscos. Cántaros Tipo D Los cántaros del tipo D (lám. 219, 220) se caracterizan por un cuello corto con un borde redondeado: el cuello aumenta de espesor en la parte de unión con el cuerpo y el ángulo de inflexión entre cuerpo y cuello es bien agudo. La abertura de la boca varía entre los 14 y 20 cm y las paredes son mediamente delgadas. La pasta es de textura mediana y de color marrón claro (Light Reddish Brown; 2.5 YR 7/3 y Brown 7.5 YR 5/4). Se observaron decoraciones de pintura blanca y roja positiva, en la parte superior externa o interior de las vasijas, de líneas rectas y onduladas. Muchos fragmentos de diferentes cántaros de esta forma proceden del sitio de Llogihuasca. Una tipología idéntica se publicó en Lynch T. 1980: fig. 9.23o. Además hay varias vasijas enteras en la colección de la Alcaldía de Chacas en las cuales se puede apreciar la misma forma de cuello y labios: por ejemplo, en el ejemplar inv. n. 393 que es una vasija utilitaria (lám. 221), así como en el magnífico cántaro con una cabeza de mujer modelada en la parte central del cuerpo (inv. 394, lám. 222). Miscelánea La miscelánea la componen tipologías diferentes y aisladas de vasijas (cántaros y ollas) (lám. 224) y una cacerola (lám. 223). Los cántaros son de pasta rojiza (Light Reddish Brown 2.5 YR 7/4): algunos de ellos presentan un cuello tipo cuenco (lám. 224: 141, 142) característico de los cántaros de la zona norte del Callejón de Conchucos (Terada K. 1979: lám. 100), de Huamachuco10 y de Viracochapampa (McCown T. 1945: fig. 18). Un caso aparte sería el del recipiente abierto finísimo de caolín blanco tipo cacerola, con cuello evertido y plano, con decoraciones geométricas rojas en la parte plana interior y en el punto de unión exterior entre el cuello y el cuerpo de la vasija (lám. 223) procedente de la recolección de superficie en el sector L del sitio de Chagastunán (CVP 13). Las comparaciones posibles con muestras a nivel regional son varias: véase, por ejemplo, una vasija publicada por Gambini (cacerola con labio anillado 1983-1984: 143), y otra publicada por McCown (1945: fig. 14l). La tipología del cuello recuerda la de los cántaros con cuello anillado encontrados en la tumba Jancu, en las cercanías de Huaráz. La misma forma con cuello anillado se observa también en otra vasija, de aspecto mucho más tosco, de pasta anaranjada en la colección de la Alcaldía de Chacas (inv. 356, lám 225). Bases y asas Se registraron numerosos fragmentos de bases planas y de bases anilladas de factura fina de caolín (lám. 226). Las asas (lám. 227) son en su mayoría acintadas horizontales con algunos ejemplares coniformes (lám. 227: 157, 158).

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Aunque los encontramos en la fase Amaru del Horizonte Medio (Thatcher J. 1972-1974: plate XXXVII).

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Vasijas efigie y cuerpos decorados En las láminas 228 y 229 se ilustran algunas tipologías comunes de decoraciones encontradas en la fragmentería de esta fase. En la mayoría de los casos las pinturas se aplican en fragmentos finos de caolín, sobre todo la pintura negra, mientras que la pintura roja y blanca la encontramos también en fragmentos comunes de arcilla. Un fragmento decorado con líneas finas de color negro (lám. 229: 202), tiene un paralelismo a nivel de pasta con un fragmento de cuenco de influencia norteña descrito líneas arriba (Cuencos tipo E y lám. 210 n. 107/1). Más allá de la pintura, encontramos decoraciones plásticas con aplicaciones, normalmente para modelar caritas de animales o partes de figuras antropomorfas, como es el caso de las vasijas efigie (lám. 229: 204, 205). Los dos ejemplares de miniaturas efigie que se presentan se hallaron en la prospección del sitio de Huarazpampa (CVP 14) y en las excavaciones en Chagastunán (CVP 13, UE 2 del sondeo A del sector H4) asociados a cerámica caolínica; otra vasija procede de un contexto funerario en Jatungaga Pirushtu (CVP 25 véase infra y lám. 278). Las dos vasijas de Chagastunán y Huarazpampa, muy similares, se caracterizan por sus pequeñas dimensiones, la abertura de la boca mide unos 12 cm, las paredes son delgadas (5 mm) y la pasta, de color naranja claro, es de textura no muy fina. La decoración en la parte superior de la vasija modelada con forma de cara humana es excisa en los ojos y aplicada en las orejas, perforadas a manera de asas. Cabe decir que permanece abierta la discusión acerca de la función de estas vasijas, sin duda no utilitarias. Discusión La variedad de las formas, así como el mayor número de sitios que presentan esta tipología de cerámica, lleva a pensar en un difusión más amplia respecto a los estilos reconocidos en los períodos anteriores aunque muchas formas de los períodos anteriores se siguen utilizando. Por otro lado sabemos que se registra un aumento en el número de los asentamientos durante esta fase. La cerámica caolín se vuelve más común, pues se conocen varias canteras de este material en la zona de Chacas, en el cerro de Macuash, de donde probablemente se extraía en el pasado. La forma que presenta la mayoría de la cerámica de caolín es la del cuenco. Sobre la base de la variación de esta forma adoptada por diferentes grupos de la zona de la sierra de Ancash a partir del Formativo final, George Lau (2011: 150-151) determina la existencia de tres grandes fases que finalizarían entre el 600 y el 700 d.C. (no se indica un período de inicio). Al parecer el autor señala tres períodos subsiguientes, basándose en la secuencia de sus propias excavaciones en Yayno (Piscobamba, Conchucos ibíd.), y en la secuencia determinada por Grieder en Pashash (1978). No logramos subdividir en subfases cronológicos los cuencos, quizás a causa de la pequeña muestra de fragmentos de excavaciones y de los escasos fechados radiocarbónicos que pudimos realizar. Por lo que concierne la cerámica utilitaria difiere de la de la fase anterior porque presenta una pasta rojizo amarillenta sin el típico acabado rojo mate que encontramos a menudo en la fase Llogihuasca. También merece la pena notar que algunas tipologías de cántaros que aparecen en esta fase serán comunes, con algunas variantes, en las fases posteriores (véase infra). Como observamos en el párrafo relativo a la discusión de la cerámica de la fase Llogihuasca, posiblemente el caolín se utilizó durante una fase más larga de tiempo de lo que se pensaba, a partir dal Formativo final. Sin embargo, también es cierto que durante el Intermedio Temprano su uso se intensifica. La mayoría de fragmentos se encontraron en contextos de asentamientos complejos, como Chagastunán y Jatungaga, en estratos que no se pudieron fechar de forma absoluta, pero que se remontan a una fase post formativa y que, al parecer, llega hasta al Horizonte Medio.

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Fase Jatungaga II o Tayapucru La colección de fragmentos de esta fase consta de 486 piezas diagnósticas, la mayoría de las cuales procede del sitio de Tayapucru (CVP 37). Otros fragmentos de esta fase se hallaron en contextos de aldeas, como el sitio de Rejrish (CVP 32), de Cruzjirca (CVP 29) de Huacramarca (CVP 2), tanto en la zona de las viviendas como en las cercanías de chulpas, en la vertiente de la quebrada Garguanga, y en diferentes recintos de los sitios de Jatungaga Pirushtu (CVP 25) y de Chagastunán (CVP 13); se encontraron en capas superpuestas o coincidentes, en ocasiones, con la ocupación del Período Intermedio Temprano. Una muestra se halló en el contexto funerario de chulpa en Jatungaga (Tumba I sector L), pero la continua reutilización que padeció la tumba no permite utilizar este material como unívocamente asociado. Los cuencos representan la forma más común: se trata de vasijas poco profundas con labios redondeados o planos, con una característica decoración en la parte interior y exterior de color rojo oscuro. El casi total abandono del uso de la pasta caolín, así como la introducción de cántaros con una doble asa de sección circular además de una mayor popularidad de las vasijas abiertas con cuello plano o anillado11, es una de las características principales. Para fechar esta fase utilizamos básicamente el material de Tayapucru asociado a carbón en las estructuras VI del área A y V del área C (véase Apéndice 2 y el párrafo relativo a Tayapucru en el Cap. 3), estableciendo un lapso de tiempo que abarca entre el 540 y el 900 d.C. sin lograr distinguir sub-fases. Afortunadamente es mucho más abundante el material de comparación contemporáneo: por ejemplo, el de Chinchawas (fase Chinchawasi I y II, Lau G. 2001, 2010), y algunos materiales excavados por Rafael Vega-Centeno (msa, msb, 2008) en el sitio más cercano a Tayapucru (Huacramarca, véase Cap. 3). Aparte de estas dos importantes referencias, mucho material comparable procede de los trabajos de Bennett (1944 y ms) y de Paredes (2001) en el Callejón de Huaylas. Cuencos tipo A Cuencos de poca profundidad con paredes cóncavas y labios redondeados (lám. 230, 231). Los diámetros miden entre 14 y 22 cm. Mientras que las paredes son de un espesor medio de 6 mm. La pasta es de un color gris rosado (Pinkish Gray 5 YR 6/2) o con tonos marrones (Light Reddish Brown 5 YR 6/4 o Light Brown 7.5 YR 6/3), o grises, de textura mediana con una cocción no muy controlada y algunas porciones de vasijas cocidas de manera distinta. Las inclusiones antiplásticas más frecuentes son de calcita y de shashal. Una decoración ocasional de pintura de líneas geométricas en la parte externa o interna de las vasijas es la única y simple decoración registrada. La mayor muestra de cuencos de tipo A procede de los sectores I y VI del área A de Tayapucru (CVP 37). Formas similares se detectan entre la cerámica de la fase Chinchawasi I de Chinchawas (p.ej. Lau G. 2010: fig. 40) pero la pasta descrita por este autor es, al parecer, de color crema y no grisácea rosada como en la mayoría de nuestra muestra. Por último señalamos que entre los “platos hondos” de Huacramarca publicados por Vega-Centeno (2008: fig. 13) hay ejemplares que se pueden comparar por su forma con los cuencos del tipo A. Cuencos tipo B Se trata de una variante más profunda del tipo A (lám. 232, 233). La pasta difiere siendo en la ma11 Esta tipología de vasija se conoce también en la fase Jatungaga I, véase lám. 223, normalmente realizadas en caolín.

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yoría de los casos rojizo amarilla (Reddish Yellow 5 YR 6/6). En pocas ocasiones se observa una pasta gris perfectamente reducida. Muchos ejemplares presentan pinturas simples en rojo, blanco o con estos colores combinados en la parte interna de las vasijas. La tipología de pasta tiene paralelismos con las vasijas tipo C de Chinchawas, que presentan además formas comparables (p.ej. Lau G. 2010: fig. 44f y g). Cuencos tipo C Esta tipología (lám. 234, 235) presenta como rasgo característico un perfil más redondeado y algunos ejemplares son profundos. Los labios pueden ser redondos pero también planos. Esta forma es similar a la tipología C de la fase anterior (lám. 207), aunque la pasta es bien diferente ya que no se encontraron ejemplares en caolín. En este último caso la pasta es de color grisáceo: a veces perfectamente reducida (Bluish Gray 5PB 5/1), a veces en parte oxidada resultando en parte rosada (Pinkish Gray 5 YR 6/2) o en parte marrón (Brown 7.5 YR 5/3). El acabado superficial puede ser de un tono más claro que el marrón (Light Reddish Brown 5 YR 6/4), o del mismo color que la pasta cuando es rosada. En general la pasta presenta inclusiones no muy seleccionadas con prevalencia de shashal. Los diámetros de los cuencos varían entre los 15 y los 9 cm. El rasgo característico es la presencia de una pintura de color rojo en la parte interna de las vasijas con un dibujo dispuesto en semicírculos y líneas pintadas con pinceladas toscas (lám. 234: 246). Dibujos similares se encuentran en diferentes tipos de cuencos de la fase Chinchawasi I y II de Chinchawas (Lau G. 2010: 151-206), sin que pudiéramos identificar un paralelismo con la pasta que permitiese unas comparaciones más precisas, y con los cuencos de la fase Tornapampa Thin Gray descrita por Terada (1979: lám. 98 10 y 11). Como dijimos, se trata de una forma “antigua” que encontramos sobre todo en contextos funerarios, especialmente en los sitios de Tayapucru (CVP 37, véase también lám. 281) y de Jatungaga Pirushtu (CVP 25). Cuencos tipo D Los cuencos tipo D (lám. 236) se caracterizan por ser una variante con paredes más rectas en comparación con los tipos descritos previamente y también por ser en general bastante hondos. En algunos casos los labios están algo abiertos hacia la parte externa (lám. 236: 261). Las paredes son más bien finas. La pasta y el acabado superficial son similares a los de las tipologías descritas y prevalecen las pastas rojiza/amarillenta (Reddish Yellow 5 YR 6/6) y gris. En algunos casos la pasta está cubierta por un engobe blanco, no muy fino, como imitando el caolín. La variedad de las decoraciones no permite definir una tipología estandarizada. Un cuenco similar a la variante con los labios hacia la parte externa lo publica Bennett, y procede del sitio de Shankayán, en el Callejón de Huaylas (1944: fig. 17 D); otros proceden de la colección de la fase Amaru del Horizonte Medio en Huamachuco (Thatcher J. 1972-1974: lám. XXXVIII 47). Cántaros tipo A Los cántaros del tipo A (lám. 237, 238) se caracterizan por la forma del cuello convexa/recta y los labios redondeados. Esta tipología de cántaro, muy popular durante esta fase, existe en una gran variedad de tamaños de 26 a 9 cm de diámetro de boca. La pasta es de textura no muy fina y de color gris o marrón grisáceo (Very Dark Gray 7.5 YR 3/1), con una cocción muy poco controlada y frecuentes huellas de quemado. Las paredes son gruesas con un espesor superior a los 6/7 mm. Las inclusiones más abundantes son de cuarzo y mica. La mayoría de los fragmentos procede de contextos domésticos como las estructuras VI del sec-

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tor A o la V del sector C del sitio de Tayapucru (CVP 37), pero también de contextos funerarios, por ejemplo, la tumba I del sector Q de Jatungaga Pirushtu CVP 25. Las comparaciones más cercanas son con los cántaros del tipo Ware C de la fase Chinchawasi II de Chinchawas (Lau G. 2010: fig. 60), que presentan seis variantes, y con los de Marca Huamachuco (McCown T. 1945: fig. 15m). Cántaros tipo B Se trata de una variante del tipo A (lám. 239) con un cuello más recto. Sus características formales y su distribución en los asentamientos, sobre todo contextos domésticos, no difieren del tipo anterior. Cántaros tipo C Los cántaros tipo C (lám. 240, 241, 242) presentan un cuello cóncavo con un punto de inflexión abrupto en los labios que, a veces, pueden ser planos (p.ej. lám. 240: 292). Entre los ejemplares encontrados, los diámetros oscilan entre los 28 y los 12 cm, las paredes son mediamente delgadas (4-6 mm) y la pasta, con desgrasante en shashal y mica, es gris (Gray 7.5 YR 6/3), con un engobe rojizo amarillento (Reddish Yellow 5 YR 6/6), de textura y acabado superficial no muy refinados. La distribución de esta tipología es uniforme en diferentes contextos: sean domésticos, sean de áreas públicas, la mayoría de los ejemplos proceden de los sitios de Tayapucru (CVP 37) y de Jatungaga (CVP 25). Las comparaciones más cercanas son con los cántaros del tipo Ware C variante 1d de la fase Chinchawasi II de Chinchawas (Lau G. 2010: fig. 61), y con los cántaros de la fase final del Intermedio Temprano de Huamachuco (Thatcher J. 1972-1974: lám. XXXV 19); finalmente véase McCown (1945: fig. 15n) para otras vasijas similares en el mismo Marca Huamachuco. Cántaros tipo D Lo cántaros tipo D (lám. 243) presentan una boca ancha con un cuello que se restringe de forma similar a los cuellos de C pero de una manera más gradual y los labios no están tan evertidos como en el tipo descrito líneas arriba. Por lo demás guardan las mismas características de pasta del tipo C, con más casos de decoración de pintura roja en la parte interna de los labios. Las comparaciones posibles son con los cántaros de la fase Chinchawasi II de Chinchawas (Lau G. 2001: fig. 7.24 bb). Cántaros tipo E Esta tipología de cántaros (lám. 244) no difiere mucho de la denominada tipo D de la fase Jatungaga I (lám. 219) a nivel de forma, aunque la pasta es de granulometría y lustre mediano con un color rojizo (Reddish Yellow 5 YR 6/6), y no marrón claro, y escasean las decoraciones. Se trata de una forma evidentemente común de cerámica que no cambia mucho a lo largo del tiempo. Los diámetros varían entre los 26 y los 14 cm, la factura es de mediana calidad y a veces la cocción es imperfecta. Unos cántaros similares los publica Vega-Centeno y proceden del sitio de Huacramarca (2008: 71) muy cercano a Tayapucru y Jatungaga de donde se ha recolectado la mayoría de los fragmentos analizados. Una forma parecida se introduce además en la fase Tornapampa de la secuencia de la zona de Cajamarca (Jar 2 A, Thatcher J. 1972-1974: fig. 43 lám. XXXVII). Cántaros tipo F También en este caso (lám. 245) podemos afirmar que este tipo de cántaro presenta una forma di-

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ferente si bien la composición y textura de la pasta los acercan a los demás cántaros de esta fase. La forma del cuello es solo ligeramente cóncava respecto al cuerpo de la vasija; el cuello no es muy largo y la boca es ancha con labios redondos. Su distribución es uniforme en diferentes contextos, domésticos y públicos, y, como en los demás casos, se encontró principalmente en los sitios de Tayapucru (CVP 37) y Jatungaga (CVP 25). Escasean las comparaciones puntuales, con exclusión del tipo 3c de los cántaros Ware C de la fase Chinchawasi II de Chinchawas (Lau G. 2010: fig. 66). Platos Los platos (lám. 246, 247) aparecen como forma común durante esta fase en dos variantes, una más honda y la otra más plana (lám. 247: 338). Se trata de vasijas cóncavas con labios redondeados con pasta y engobe casi siempre de color rojizo (Yellowish Red 5 YR 5/6 o Red 2.5 YR 5/6) o marrón (Brown; 7.5 YR 5/3), de textura media, granulosa y con inclusiones de calcita y mica, y un acabado superficial de lustre brillante del mismo color que la pasta. La mayoría de la muestra procede del sitio de Tayapucru. Siendo vasijas de servir, presentan una serie de interesantes decoraciones que van de la pintura roja y blanca en la parte interna y externa, a las aplicaciones de tiras de arcilla que forman dibujos ondulados en la parte externa. Platos similares se encontraron en las excavaciones del sitio de Huacramarca en Chacas (VegaCenteno R. 2008: 13, 15, 16), que – véase Cap. 3 – se ubica en la quebrada Garguanga frente a Tayapucru, en diferentes fases de la cerámica Chinchawas (llamados cuencos: Lau G. 2010: fig. 48 y 52), y en la cerámica de la fase Cotojirca IV en el sitio de Ancosh Punta (Ponte V. 2001: fig. 16). Un fragmento similar aparece en un complejo de vasijas de varias épocas encontradas por Bennett en una galería subterránea en Wilkawaín (1944: fig. 39-K). Coladores Los coladores (lám. 248) son en esta fase una tipología de vasija popular que solemos encontrar de forma difundida en varias aldeas: Cruzjirca (CVP 29), Huacramarca (CVP 2), Tayapucru (CVP 37) y Jatungaga (CVP 25), entre otras. La mayoría de los ejemplares mejor conservados proceden de Tayapucru, en particular de la estructura I del área A. Tienen forma de platos tendidos o hondos, son de pasta marrón (Dark Reddish Brown 5 YR 3/2) en sus variantes más amarillenta/rojiza o roja (Red 2.5 YR 5/6), de granulometría gruesa con desgrasantes de calcita y mica y paredes espesas. Se trata de ejemplares amplios de 35 a 20 cm de diámetro al igual que en los casos mencionados por Lau en la cerámica de la fase Chinchawasi I de Chinchawas (Lau G. 2010: fig. 50). Cuencas Definimos como cuencas (lám. 250) una tipología especial de vasijas hondas con bordes largos y paredes casi rectas que encontramos en escasos ejemplares y únicamente en esta fase. Los labios son evertidos, a menudo hay decoraciones plásticas y pintura, positiva y negativa, blanca y roja en la parte externa (lám. 249) e interna. Cabe destacar que la muestra procede en su totalidad del sitio de Tayapucru (CVP 37) y casi toda ella de la estructura I del sector F (véase Cap. 3), que al parecer fue una estructura especial, quizás un templo. Las cuencas no difieren mucho, por lo que concierne la pasta, de las otras vasijas de esta fase; así pues, encontramos pasta gris, en un caso con un acabado externo perfectamente reducido y pastas rojizas (Reddish Yellow 5 YR 6/6 o Light Red 10 R 6/8) de textura mediana o fina con calcita y mica. El tratamiento superficial es esmerado con engobes que suelen ser del mismo color que la

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pasta. Suponemos de forma preliminar que se trata de vasijas para servir líquidos. La forma más cercana bien documentada es la de los queros, que también se encontraron en esta fase (lám. 252). Una variante de quero muy tosco se halló en la estructura I del área F de Tayapucru (lám. 251: 355), junto con las cuencas. Lau encuentra pocos ejemplos de formas similares: en la variante L de un cuenco (bowl 3) del grupo de vasijas con la pasta tipo C de la fase Chinchawasi I de Chinchawas (Lau G. 2010: fig. 44L). Se trata sin embargo, al parecer, de una forma poco profunda (bowl). En el mismo grupo, pero con pasta tipo A, publica la forma jar 3 (Lau G. 2010: fig. 42I), más cercana a nuestros ejemplares. Otro ejemplo lo publica Theodore McCown (1945: fig. 15g) y procede de Marca Huamachuco. Miscelánea En esta sección (lám. 251) presentamos algunas vasijas de diferentes formas que en su mayoría proceden del sitio de Tayapucru (CVP 37). Se trata de ollas, dos vasos tipo quero (uno local y el otro procedente, quizás, del Callejón de Huaylas), un cuenco con decoración de cabeza de felino y algunas cucharas. El quero con paredes rectas procedente, quizás, del Callejón de Huaylas (lám. 251: 323) se encontró en la tumba I del sector L de Jatungaga Pirushtu (CVP 25). La vasija es muy fina, con un lustre muy pulido y una pasta de color negro (N 2.5 black) perfectamente reducida. Las inclusiones, muy poco visibles, son de piedra negra molida. La decoración consiste en una franja aplicada en la parte alta de la vasija. Una pieza idéntica procedente de Wilkawaín fue publicada por Bennett (1944: fig. 6 C)12. El estudioso la clasifica como “Chimú style”, aunque se localizó en un conjunto de vasijas del Horizonte Medio. Otro quero negro con paredes rectas procede de Tayapucru (CVP 37) y se trata claramente de una imitación local y de baja calidad (lám. 251: 355) de estos recipientes frecuentes en la zona del Callejón de Huaylas durante esta fase. Es interesante el hecho que, como apuntamos antes, de este tipo de quero encontrara un único ejemplar en la estructura I del sector F de Tayapucru (CVP 37), en la misma unidad estratigráfica y junto con las cuencas. Las cuencas, sin embargo, cuya forma es similar a los queros, no están hechas para beber debido a la presencia de un borde evertido, y son realizadas con mucho más esmero que demuestra un buen manejo de la técnica alfarera. Por lo que concierne el cuenco con la cara zoomorfa (lám. 251: 354) se trata del único ejemplar que conocemos localmente. Se parece a las tipologías de cuencos con decoraciones aplicadas encontradas en diferentes contextos funerarios del Horizonte Medio en el Callejón de Huaylas (Paredes J. et al. 2001: fig. 33). La vasija presenta una pasta de color y textura similar a los cuencos de esta fase y la decoración modelada en el mismo cuerpo de la vasija en forma de cabeza de felino (¿puma?) con pintura roja y blanca. En la parte interna no hay decoraciones pero se nota un engobe rojo mate de buen lustre. No es insensato pensar que esta vasija proceda del Callejón de Huaylas. Por último y respecto a las cucharitas, objetos comunes en diferentes culturas de los Andes centrales de sur (p.ej. en la cultura huarpa Knobloch P. 2010 o wari Menzel D. 1968) a norte (McCown T. 1945: lám. 19 x, y), cabe notar que, de nuevo, en la mayoría de los casos se encontraron en Tayapucru. La pasta y el acabado no varían con respecto a los estándares de esta fase, pero las decoraciones en la parte interna de volutas de color rojo representan un toque exótico – quizás de influencia norteña – si se comparan con las cucharas identificadas en contextos funerarios locales conservadas en la colección local de la Alcaldía de Chacas (lám. 253), que no presentan dibujos 12

cash.

Véase también Lau G. 2010: 268, por lo que concierne el empleo de la cerámica negra pulida en la sierra de An-

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o bien tienen dibujos lineares parecidos a los publicados por Bennett (1944: fig. 13F13) y por Lau (2010: fig. 92). Discusión La cerámica de la fase Jatungaga II se caracteriza por la aparición de algunas formas nuevas de vasijas y por el progresivo abandono del uso de caolín. Por otro lado numerosos son los elementos de continuidad con el pasado: las vasijas utilitarias repiten algunas formas antiguas y la pasta de la cerámica utilitaria no es muy diferente. Los elementos novedosos son la cantidad y variedad de platos, la aparición de las cuencas y la presencia de cucharas en contextos domésticos; varias de estas últimas se conservan en la colección local de la Alcaldía y proceden de contextos funerarios (lám. 253). En esta fase, además, es más frecuente encontrar coladores. También se nota un énfasis en la decoración de la parte interna de las vasijas abiertas, el empleo marcado de la pintura blanca y roja aplicada con pinceladas toscas en las decoraciones, y el empleo más frecuente de decoraciones aplicadas, todos ellos elementos que se observaron en diferentes zonas de la sierra de Ancash durante este período (véase Grieder T. 1978; Lau G. 2001, 2010, 2011). Desaparecen contextualmente las variedades de dibujos pintados registradas en el período anterior. Otro dato relevante es que en las vasijas de esta fase no se detecta cerámica de importación wari del altiplano sur o imitación local wari, como ocurre en el cercano Callejón de Huaylas (Paredes J. et al. 2001; Lau G. 2010: 253 et passim). Aparte del quero de pasta negra fina y con un lustre notable, que podría ser una vasija importada del Callejón o de la zona norte de los Andes (un ejemplar similar se publica en McCown T. 1945; lám. 21e), los demás escasos ejemplares que se encuentran pertenecen a la colección de la Alcaldía de Chacas y desconocemos su procedencia específica, pero probablemente fueron importadas14 (p.ej. lám. 254). En cambio, numerosas son las comparaciones entre las vasijas utilitarias registradas en la zona del Callejón de Huaylas, como vimos anteriormente. No cabe duda de que los sitios más activos en esta fase fueron aquellos que se relacionaron con la zona del Portachuelo de Honda que conduce directamente a la zona de Honcopampa en el Callejón de Huaylas, un centro de influencia wari que floreció notablemente en esta fase. La mayoría de la muestra a nuestra disposición procede de hecho de estos sitios, concentrados en la zona más conectada con el Portachuelo: Jatungaga, Tayapucru, Huacramarca y Cruzjirca. Es posible que a través de estos mismos contactos llegase la cerámica exótica de otras partes de los Andes. Por lo que concierne el fechado para esta fase nos basamos en la mayoría de los casos en los análisis de las muestras excavadas en el sitio de Tayapucru (véase Cap. 3, Apéndice 2): 550-900 d.C. Fase Jatungaga III La colección de fragmentos de esta fase consta de tan solo 200 piezas diagnósticas procedentes de excavaciones así como de recolecciones de superficie. La mayor muestra sin duda procede de las excavaciones realizadas en la tumba a chulpa I del sector Q de Jatungaga Pirushtu. Un fechado ab-

Otra cucharita publicada por Bennett (ibíd. 13 D-E) muestra una influencia cajamarca. Algunos ejemplos de cerámica exótica de la Colección de la Alcaldía de Chacas aparecen publicados en Wegner S. - Laurencich L. 2001. Considerando el entero corpus de vasijas importadas, que comprende más ejemplares de los publicados, se puede afirmar que no hay ninguna pieza de producción wari sureña. Los exóticos parecen más bien producciones de zonas cercanas, sobre todo del área del Callejón de Huaylas y quizás de la sierra al norte de Chacas. 13 14

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soluto, resultado de los análisis de unos restos de carbón asociados a semillas ofrecidas antes de sellar la tumba, establece un terminus ante quem para datar esta fase (1030 d.C., véase Apéndice 2). Quizás aún más interesante es el hallazgo de una tumba de fosa (véase Cap. 3) con un ajuar completo de 10 vasijas en el cerro de Balcón de Judas (CVP 30 Tumba I), que permitió establecer un repertorio de formas, decoraciones y pastas. Además de los contextos funerarios, vasijas de la fase Jatungaga III, se separaron en UE superficiales en los sitios de Chagastunán (CVP 13), Jatungaga Pirushtu (CVP 25), Huacramarca (CVP 2), Shagajirca (CVP 34) y de Riway (CVP 1). Las formas más comunes son los cántaros con cuello evertido y los cuencos. La decoración más popular es la pintura positiva roja y las decoraciones a pastillaje aplicado e incisas. Cántaros tipo A El 90% de la muestra de cántaros de la fase Jatungaga III procede del sitio de Jatungaga Pirushtu (CVP 25) y en su mayoría de contextos de tumbas. Por esta razón la seriación de esta tipología debe considerarse solo un esbozo. Los cántaros de la tipología A (lám. 255) son el tipo más común. Igual que los del tipo B de la fase Jatungaga II (lám. 239), presentan una forma del cuello convexa/recta y los labios redondeados. Los tamaños de la boca varían entre 16 y 6 cm de diámetro. La pasta es de textura no muy fina, con una cocción muy poco controlada y por consiguiente con par tes reducidas, de color gris, y otras oxidadas, rojizas (Gray 10 YR 5/1 o Red 2.5 YR 5/6). En ocasiones se encuentra también una pasta marrón (Brown 10 YR 5/3). La textura es media, con frecuentes inclusiones de shashal y mica. Los engobes consisten en una capa de arcilla, normalmente del mismo color que la pasta, que padece las mismas variaciones de color según la cocción recibida. Por lo que concierne la forma comparaciones posibles son con la cerámica de Inti Huarán en la Cordillera Negra (por ejemplo Lane K. 2005: LXXV 20) y con la de la fase Chakwas de Chinchawas (Lau G. 2010: 87k). Cántaros tipo B Los cántaros del tipo B (lám. 255) son una variante del tipo anterior pero con el cuello más convexo, contamos con pocos ejemplares en la muestra analizada. La pasta y el tratamiento superficial son similares al tipo A. Las comparaciones más cercanas para esta forma son con los cántaros tipo A de Ñawpamarca (1150-1400 d.C.) en la provincia de Huari (Orsini C. - Benozzi E. 2013: Table I) (cfr. forma y pasta, tipo P1, ibíd. pág. 91) y con las formas publicadas por Kevin Lane para el sitio de Yurak Pecho en la Cordillera Negra (2005: LXVIII). Cántaros tipo C Los cántaros del tipo C (lám. 256) presentan un cuello largo con perfil convexo y labios abiertos. Corresponden a una forma que se conoce también en las fases más antiguas de la cerámica local (véase, por ejemplo, lám. 218 y 238). Los ejemplares de este período son de factura variable, algunos de buena calidad, otros gruesos sin engobe. La pasta es similar a la que describimos para los tipos anteriores. Las comparaciones más cercanas para esta forma son con los cántaros tipo B de Ñawpamarca, tanto por lo que concierne la forma como la pasta (Orsini C. - Benozzi E. 2013: Table II) y con la forma de algunas vasijas de la fase Chakwas de Chinchawas (Lau G. 2010: 87o). Cántaros tipo D En esta categoría (lám. 256) agrupamos los fragmentos de cántaros con labios expandidos y fuertemente convexos con inclinación variable. Algunos de ellos proceden de la recolección de superficie en contextos domésticos de la zona de Jatungaga (CVP 25). La mayoría presentan una pasta grisácea de color claro. Los pocos y heterogéneos ejemplares no

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permiten más que esbozar algunas características que deben perfilarse. Aparte de las semejanzas con el tipo E de Ñawpamarca por forma y pasta (Orsini C. - Benozzi E. 2013: Table VIII), vasijas con un perfil parecido y procedentes de La Pampa en la zona norte del Departamento de Ancash (Caserones período cerámico), las encontramos publicadas por Terada (1979: lám. 95). Cuencos tipo A, B y miscelánea De las dos tipologías de cuencos que pudimos distinguir para esta fase, los cuencos del tipo A (lám. 257) se presentan como los más grandes y con una inclinación poco pronunciada de las paredes. Algunos de ellos se caracterizan por tener los labios ligeramente curvados hacia el interior. Se trata de vasijas con paredes bastante finas pero hechas con una arcilla poco seleccionada, con inclusiones grandes, con amplias partes reducidas de forma no intencional debido a la cocción, quizás realizada en piras donde los artefactos quedaban amontonados y por ello no había pasaje de aire. En las partes oxidadas el color de la pasta es rojizo (Reddish Yellow 7.5 YR 6/6) o marrón (Light Brown 7.5 YR 6/4), con inclusiones de calcita y shashal. No siempre se encuentra un acabado superficial, que suele ser del mismo color que la pasta. Los cuencos B son de paredes muy inclinadas (lám. 257), la pasta y el tratamiento superficial es similar a los de la tipología A, mientras que las dimensiones son menores. En esta tipología incluimos algunos ejemplares de cuencos aislados (miscelánea): uno con paredes mediamente inclinadas, una decoración aplicada y incisa en la parte externa superior (lám. 257: 388), y dos cuencos miniaturas con paredes casi rectas (lám. 257: 386-387). La distribución de estos pocos ejemplos de cuencos (A y B) es bastante uniforme: parte de la muestra procede de recolección de superficie en diferentes sitios del valle, y parte de excavaciones, desafortunadamente, no en contextos domésticos si no en tumbas (Jatungaga CVP 25, tumba I del sector Q). Las comparaciones posibles son, para el tipo A, con los cuencos encontrados en las excavaciones del sitio tardío de Ñawpamarca (Orsini C. - Benozzi E. 2013: Table XI), y con los cuencos del tipo Chakwas de Chinchawas (para el tipo A: Bowl 1b, Lau G. 2010: fig. 86, g-l; para el tipo B: fig. 86, a-f). Cuerpos decorados, bases y asas En las láminas 258, 259, 260 reunimos algunos ejemplos de cuerpos decorados, bases y asas que atribuimos tentativamente a este período. Es muy común la decoración de pasta aplicada con excisiones para formar puntos en relieve, así como tiras de arcilla aplicadas para formar festones. Curiosamente este tipo de decoración es la más adoptada en la actualidad por los alfareros chacasinos. Las decoraciones aplicadas, a pesar de no ser exclusivas de esta fase, se vuelven muy populares en los períodos tardíos en una amplia faja del norte de los Andes durante ese período, incluida la costa (Daggett C. 1983: 209-225). Por lo que concierne las bases (lám. 260), llama la atención la presencia de bases inestables de perfil cónico, que se encontraron asociadas a la cerámica de este período. No encontramos ninguna pieza entera, pero por semejanza con algunas vasijas similares conservadas en la colección de la Alcaldía de Chacas (p.ej. lám. 261) reconstruimos de forma hipotética un cántaro de base inestable a partir de un fragmento grande procedente del sitio de Jatungaga (lám. 260: 438). Discusión En razón de los pocos ejemplares que pudimos analizar, no se ofrece en este párrafo una secuencia de la cerámica tardía de la zona de Chacas, sino solo avanzamos algunas observaciones, que

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se deberán confirmar en futuros estudios. Lo primero que se observa es que la muestra separada está, por lo general, en un estado de conservación no muy bueno. A menudo procede de contextos disturbados o de la recolección de superficie en sitios con condiciones extremas (por ejemplo sitios ubicados por encima de los 4,000 mt. s.n.m.) que dieron fragmentos con el engobe superficial completamente desgastado o ausente. Podemos suponer que muchas decoraciones frágiles, como las pinturas, no se conservaron. La distribución de los ejemplares analizados es en contextos de aldeas así como de tumbas, sobre todo en el sitio de Jatungaga Pirushtu (sector Q), donde esta cerámica se asocia a ejemplares de períodos anteriores. Otra característica general concierne la proporción entre vasijas abiertas y cerradas en la muestra analizada: en las épocas anteriores encontramos una gran cantidad de vasijas abiertas (sobre todo cuencos), mientras que en esta fase son más frecuentes las vasijas cerradas. El mismo fenómeno se evidencia también en las muestras tardías de la cercana zona de Huari (Orsini C. - Benozzi E. 2013) y en la colección local de la Alcaldía. En cuanto a la pasta, se registra la total ausencia de caolín, y la pasta en general no difiere entre la producción doméstica con huellas de uso y la producción decorada sin usar. Las decoraciones, ya sea plásticas o pintadas, son de baja calidad e irregulares, aplicadas en la superficie y en pocos casos recibieron un alisado o un engobe fino (véase también Lau G. 2001: 268). Las numerosas relaciones sincrónicas se registran, entre otras, con la cerámica generalmente llamada Aquilpo del Callejón de Huaylas (numerosos ejemplares se encuentran en el Museo Regional de Ancash de Huaráz) y, en la misma área, con la fase Chakwas de Chinchawas (Lau G. 2001: 287, 2003), Cotojirca IV (Ponte V. 2001), y el estilo Wanuwallana (Lane K. - Luján M. 2009), con la cerámica del Intermedio Tardío de Huari (Ibarra B. 2003: fig. 39) y de la fase Pojoc (Burger R. 1982: fig. 9-15 y 50-55) de la zona del Mosna. La decoración de círculos incisos típica de esta fase aparece, no solo en las secuencias descritas por los autores antes mencionados, sino también en la cerámica de la fase Caserones en la zona de Cajamarca (Terada K.: 1979, lám. 97) y Cajabamba (Tello J. 1985: 128). Finalmente, Lynch publica una vasija con un cuerpo en forma de fruto y dos asas pequeñas perforadas procedente de la cueva del Guitarrero en el Callejón de Huaylas (fig. 9.22 G) que es idéntica a la encontrada en la Tumba I de Cerro Balcón (véase infra). Al parecer no es insensato pensar en un estilo compartido en una vasta área de los Andes norcentrales. No resulta para nada fácil identificar cronológicamente esta fase: un fechado absoluto, que se desprende del análisis de algunos restos de carbón encontrados en un nicho sellado de la tumba chulpa del sector Q de Jatungaga Pirushtu, ayuda a fijar un punto de partida alrededor del año mil (véase Apéndice 2). Algunos ejemplares de base cónica (lám. 260) con las características de pasta, forma y decoración descritas anteriormente, parecen atestiguar una larga fase de producción que llega hasta al Horizonte Tardío. No se registraron, ni en las colecciones de cerámicas locales ni en la muestra recolectada a lo largo del proyecto, cerámicas inca importadas, con excepción de una sola vasija identificada por Isabel Druc en una colección privada (comunicación personal 2006); existen, sin embargo, ejemplos de imitaciones locales de la cerámica imperial (lám. 261, 262). Finalmente merece la pena notar que hoy en día las decoraciones aplicadas son muy comunes en la producción moderna de Chacas y de la cercana Huari, dos zonas vinculadas, si bien con importante diferencias entre sí por lo que respecta a la aplicación de las técnicas alfareras actuales, y donde al parecer la producción no sufrió muchos cambios de los períodos tardíos a los modernos (Druc I. 2009).

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La cerámica de la zona de Chacas Una mirada distanciada a la colección de fragmentos recolectada en el trascurso de la investigación lleva a pensar que la historia alfarera chacasina no difiere mucho, en términos generales, de la de otras áreas cercanas. Hasta la fecha no hemos conseguido identificar claramente la producción más antigua: estas limitaciones se notan más a la hora de trazar derivaciones y cambios en una perspectiva diacrónica. Lo que emerge es una interesante producción a finales del Formativo y principios del Intermedio Temprano. Si bien algunas formas de cuencos son estandarizadas y casi idénticas en otras partes de la sierra de Ancash, hay otros tipos que, hasta la fecha, parecen ser típicos de Chacas, como los cuencos redondeados que clasificamos como tipo D de la fase Llogihuasca (lám. 198). Por lo que concierne el así llamado “estilo recuay”, cuyo desarrollo suele colocarse durante los primeros siglos de nuestra era, observamos que la cantidad y variedad de las decoraciones en pintura que aparecen en los ceramios de otras zonas de la sierra de Ancash, no existe en Chacas. Incluso observando la colección de la Alcaldía de Chacas, que reúne un amplio catastro de casi 400 piezas (desafortunadamente recolectadas saqueando las principales necrópolis de los alrededores de la capital provincial), no son numerosos los ejemplares de vasijas de alta calidad en caolín decoradas con la clásica policromía blanco, negro y rojo. Aún menos frecuentes son los dibujos figurativos: pocos son los ejemplos de serpientes bicéfalas y del llamado “dragón recuay”, e incluso menos los de caras radiantes. Estos tres motivos no aparecen en absoluto en la colección recolectada en el trascurso de nuestros trabajos. Vale la pena notar que, aun así, los primeros siglos de nuestra era son los más creativos por lo que concierne la producción artística de cerámica. Sin llegar a la excelencia de los alfareros de Pashash o de otras áreas de la sierra de Ancash, durante esta fase los antiguos Chacasinos desarrollaron una amplia variedad de decoraciones con dibujos geométricos y con el modelado; dicha variedad fue disminuyendo con el tiempo. En cuanto al Horizonte Medio, en la fase Tayapucru, salvo algunas formas de alfares nuevos que aparecen y que se utilizan únicamente durante este período, y salvo el progresivo abandono del uso del caolín, muchas tipologías de cerámica populares en los períodos anteriores siguen utilizándose. Escasa es la influencia exterior, que en cambio es más evidente en la cerámica de otros sitios contemporáneos de la zona más occidental de la región (Grieder T. 1978: 70; Lane K. 2012b: 187; Lau G. 2006: 163); aun así, seguramente en algunos sitios la producción tuvo una influencia foránea. Las escasas cuencas encontradas, únicamente en el sitio de Tayapucru durante un corto lapso de tiempo, constituyen con bastante probabilidad una producción “nueva”. Nos referimos además a coladores y a cucharitas, formas comunes estas últimas en otros contextos del Horizonte Medio del sur de los Andes (véase supra), para las cuales no se puede excluir una influencia externa a la subregión. Casi nulos son los estudios de la cerámica de los períodos tardíos de la sierra de Ancash, por ello resulta difícil enmarcar la producción chacasina en un panorama regional. Además, tratándose de un estilo que, al adoptar en la mayoría de los casos una decoración plástica tridimensional, cuenta con un reducido repertorio de caracterizaciones con respecto a otros estilos con una decoración pictórica. Cabe subrayar que el mismo repertorio de decoraciones aplicadas en forma de gotas, puntos excisos y bandas aplicadas, se utilizan en regiones tanto distantes como cercanas a nuestra área de estudio. Algunos estudiosos (Burger R. - Salazar L. presentación MeRASA 2014) apuntan la influencia de formas costeñas como la chimú que no parecen llegar a la producción chacasina. Para terminar con esta breve reseña sobre la cerámica prehispánica de Chacas, es necesario preguntarse si existió un “estilo” chacasino. En el estado actual de la investigación, el material a nuestra disposición no permite distinguir un número suficiente de características para definir un estilo lo-

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cal, pero parece bien claro que no existe una producción con cánones controlados como sucedió en algunos centros mayores como fue Pashash en Cabana (por lo menos en el Periodo Intermedio Temprano), quizás por falta de una demanda fuerte que sustentase un alto nivel de producción y de experimentación de estilos, técnicas y decoraciones. Análisis del material lítico El material lítico recuperado en el trascurso de las investigaciones suma alrededor de 100 ejemplares (lám. 263) que proceden tanto de excavaciones como de recolección de superficie. Además, se encontraron otros instrumentos y adornos en piedra en contextos funerarios que tratamos en la sección relativa al análisis de algunos ajuares de tumbas. En la mayoría de los casos, aparte algunas importantes excepciones, se trata de instrumentos líticos utilitarios (de molienda, martillos, alisadores) realizados con poco esfuerzo y con materiales locales (cantos rodados de río). Poca es la industria lítica en sílex o andesita, si bien se lograron recuperar algunos cuchillos, lascas de raspadores y de puntas; de andesita o arenisca son las pocas esculturas encontradas, que se tratan en el párrafo correspondiente. Tal y como señalamos, en casi todos los contextos excavados se encontraron instrumentos de molienda, salvo en el sitio de Balcón de Judas (CVP 30). El mayor número de instrumentos concentrados en el mismo contexto se identificó en el Sector A del sitio de Tayapucru (CVP 37), donde se recuperaron numerosos morteros (uno de ellos utilizado como ofrenda de fundación de una estructura, véase Cap. 3), pulidores de diferentes formas, proyectiles, un martillo y esquirlas de obsidiana (encontrada exclusivamente en este contexto) y dos instrumentos líticos que no logramos identificar. La mayoría de la muestra lítica del Sector A procede de la Estructura VI: dos martillos, dos hachas y una mano proceden de una única estructura excavada en el sector C del mismo sitio, mientras que de la estructura excavada en el sector F, se recuperó una tabla en piedra como oferta de fundación y tres proyectiles. A continuación se describen de forma esquemática los diferentes instrumentos líticos divididos por categorías funcionales, y se ofrece una síntesis de sus contextos de utilización. Por lo que concierne su cronología tentativa, a partir del contexto de descubrimiento, véase la tabla resumen en la lám. 263. Instrumentos de molienda Los principales instrumentos de molienda encontrados en los sitios son morteros y batanes junto con su parte activa, llamada mano. Los batanes identificados no se retiraron de los sitios debido a sus dimensiones y a su peso (véase Lau G. 2010: 313): se trata de piedras planas grandes (más de 50 cm de largo) que encontramos abandonados en las terrazas de los asentamientos. No hallamos ningún batán dentro de habitaciones o estructuras cerradas. Las manos horizontales normalmente se consideran la parte activa más apta para utilizar con los batanes; son pocos los ejemplares identificados (dos ejemplos en la lám. 264: CVP 13/1 y CVP 25/F/1), son de mayor tamaño (15/20 cm de largo) que las manos verticales (véase infra) y normalmente con señales de utilización en una sola cara. Estos instrumentos se usan con las dos manos y realizando un movimiento bascular o rotatorio. Morteros15 (lám. 265) y manos verticales, de diferentes formas y en mayor cantidad, se identifi15 Véase Diessl W. 1993 para una clasificación de los diferentes instrumentos de molienda, y Mazzari L. 2013 para ejemplos de instrumentos líticos encontrados en la cercana zona de Huari.

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caron en contextos domésticos, bien enterrados en los pisos o bien abandonados en terrazas abiertas. De los morteros son pocos los ejemplares enteros (solamente 4) y, por lo general, se modelaron a partir de bloques de granito, blanco o gris, o de arenisca. En un caso un mortero fue tallado de forma intencional (lám. 265 CVP 37/AI/c3-1) y ofrendado boca abajo en la entrada de una estructura en el sector A del sitio de Tayapucru (véase Cap. 3). Los morteros suelen medir entre 15 y 25 cm de diámetro; en un caso se encontró un mortero miniatura (7 x 5,5 cm) en una fogata con restos animales en el sector D del sitio de Jatungaga Pirushtu (véase Cap. 3). El mortero más antiguo que pudimos identificar en un contexto fechado (380-50 a.C.) es de dimensiones muy pequeñas, apenas esbozado en una piedra gris y utilizado con un mano, que es poco más que una piedra redonda con trazas de utilización. Procede de un contexto doméstico (sector 1) del sitio de Chagastunán (CVP 13, véase Cap. 3, lám. 114 a la izquierda). Entre las manos verticales identificadas, distinguimos algunas formas: redondas (lám. 264: CVP/25/E3/1), ovoides (lám. 264: CVP/13/ /a-1), y alargadas de sección circular o paralelepípeda (lám. 264: CVP 37/CV/e1-1), además de las llamadas (véase Lavallée D. - Julien M. 1983: 93) manos de doble plano (lám. 266: CVP 37/GI/f2-2; CVP 37/AVI/a4-5) similares en medidas y formas a las encontradas en Asto. Martillos, percutores Se hallaron una serie de instrumentos que con mucha probabilidad se utilizaron para machacar cáscaras o como percutores en el trabajo de las piedras, por ello suelen presentar diferentes huellas de desgaste y melladuras. Es posible que los mismos instrumentos se utilizasen también para procesar las semillas, al igual que las manos. Los martillos (lám. 266: CVP 37/CV/e1-3; CVP 13/H4/a2-1; CVP 37/AVI/a4-4) miden entre 6 y 12 cm y presentan una cara plana, mientras que los guijarros percutores son más pequeños (4-5 cm, lám. 264: CVP 37/AVI/a4-1 y 2; CVP 37/GI/f21; CVP 13/ /a-1) y quizás se utilizaran para trabajos más finos. La distribución de este tipo de artefactos es bastante amplia y la mayoría de los ejemplares proceden de Tayapucru (CVP 37). Pulidores y objetos redondos Similares por su forma redonda a los guijarros percutores pero generalmente con una superficie más brillante y con escasas huellas de desgaste son los pulidores utilizados para alisar otros instrumentos y la cerámica. En un caso, que no publicamos, se encontró un ejemplo con un prendedor para facilitar su uso. Instrumentos con la misma función, pero con forma alargada y en piedra más oscura, se encontraron en diferentes sitios de Chacas y, en una concentración bastante alta (12), en el sector A de Tayapucru (CVP 37). Otros objetos redondos de menor tamaño (lám. 267) con respecto a los pulidores (diámetro medio entre 1,5 y 3 cm), son unas esferas de piedra color oscuro y bien pulidas que diferentes autores interpretan como proyectiles para cazar (Lau G. 2010: 320) o para la guerra (Arkush E. 2011: fig. 4.17), pero cuyo uso es ambiguo (Brown Vega M. 2008: 65). Sin embargo, hay también autores que los interpretan como objetos para calcular o pesar (Lavallée D. - Julien M. 1983: 99). La distribución de estas pequeñas esferas es en contextos domésticos y funerarios (véase infra) en los sitios de Jatungaga Pirushtu (CVP 25) y Tayapucru (CVP 37). Miscelánea Entre los manufactos en piedra únicos o con pocos ejemplares encontrados hay: 1. un ejemplar de hacha de mano (11,5 x 8,5, lám. 175) cuya parte terminal está rota, de piedra cal-

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cárea blanca, que procede del sitio de Tayapucru (CVP 37, área C sector V UE 3) enterrada a manera de oferta de fundación en una estructura (véase Cap. 3). 2. dos utensilios (lám. 268), que parecen hachas, contruidos a partir de guijarros planos de color gris (8 x 4,8 y 8 x 6,6 el más grande), con una parte en forma triangular útil para sujetarlos, al parecer no enmangados. Ambos proceden de Tayapucru (CVP 37), respectivamente del área C, Sector V - UE 1 y del área A, Sector VI - UE 4. 3. un fragmento tipo mango de piedra, que formaba parte de un recipiente, de piedra gris oscuro muy bien pulida cuya función desconocemos y que procede del sitio de Chagastunán (CVP 13) sector H4 sondeo A UE 2; se encontró junto con numerosos otros materiales culturales. 4. tres herramientas tipo hacha o rompeterrones en piedra, con huellas de perforación bicónica en ambos lados (véase Dissel W. 2004: 165 y Arkush E. 2011: fig. 4.17), que se utilizaban enmangadas y procedentes de la recolección de superficie o de excavaciones en los sitios de Jatungaga (CVP 25) y de Chagastunán (CVP 13). Los ejemplares se rompieron, bien durante el proceso de fabricación (lám. 266: CVP 13/ 3 -12,4 x 11,2 - y CVP 25/EI/a1-1 que mide 9 x 6) o bien debido a su uso (lám. 266: CVP 13/2 -15 x 8). Existe una objetiva dificultad en distinguir para esta tipología de instrumentos una función específica, así pues podrían haberse utilizado como armas y como instrumentos agrícolas. 5. varios torteros, de diferentes tipologías en piedra (lám. 269) que se publican junto a algunos ejemplares en cerámica. Esculturas y tablas en piedra Consideramos en este breve párrafo algunas piedras esculpidas “portátiles”, de diferentes formas y cronologías, encontradas en Chacas. Por lo que concierne las grandes esculturas que formaban parte de la arquitectura local remitimos a las descripciones generales del Capítulo 3 (sitios de Matara, Pirushtu de Chacas y Tayapucru). El único ejemplar de escultura antropomorfa portátil a tuttotondo (lám. 270) localizada in situ en Chacas procede de Cruzjirca (CVP 29), una aldea concurrida entre el Horizonte Temprano final y el Horizonte Medio que se ubica en el camino de la Quebrada Juitush rumbo al Callejón de Huaylas (véase Cap. 3). La litoescultura estaba abandonada en una de las terrazas superiores del sitio. Se trata de un bloque de andesita gris, con una gran melladura en la parte que correspondería a la cabeza (la parte restante mide 15 x 39), y esta podría ser la razón por la cual la pieza no fue saqueada. Sin embargo, no hay que descartar la hipótesis de que la cabeza se cortara para la venta y el cuerpo se abandonara. Representa un personaje agachado, la parte de los pies está bastante erosionada, pero parece que están dirigidos hacia adentro. La escultura tiene forma de columna, con un énfasis vertical, en consideración de la falta de una parte de la cabeza; Lau (2006) indica como 3:5 la proporción más común de las estatuas de Chinchawas, lugar de donde procede la muestra más grande de esculturas del Intermedio Temprano/ Horizonte Medio en contexto. En general las esculturas verticales de Chinchawas descritas por Lau son estatuas más achatadas y que se miraban frontalmente, mientras que nuestro ejemplar posiblemente se tenía que mirar todo alrededor, pues la figura estaba esculpida en los cuatros lados; cada cara mide 15 cm y tiene forma redondeada. Lamentablemente la figura aparece solo esbozada en la parte de las piernas y no se aprecian detalles del torso, pero quizás sí de los hombros, por lo tanto no fue posible establecer comparaciones. Lau (2006) propone que las esculturas antropomorfas del Intermedio Temprano/Horizonte Medio representan en muchos casos a los antepasados difuntos ya que en Chinchawas la mayoría de ejemplares se encontraron en la proximidad del sector funerario. La escultura de Cruzjirca se halló en la parte del sitio por la que se accede a una serie de cuevas funerarias (véase mapa lám. 59), pero el objeto estaba abandonado en la superficie, por lo cual re-

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sulta difícil establecer su ubicación originaria. Cuatro tablas de piedras de diferentes formas, y probablemente cronología, se encontraron a lo largo de la investigación. El ejemplar más interesante (lám. 271) es una maqueta en andesita color gris/verde de forma casi cuadrada (18 x 18,7 en la parte más ancha en el sentido vertical), cuidadosamente tallada en dos lados de forma recta, mientras que los otros dos no tienen forma regular: no sabemos si debido a melladuras o separación de partes (¿ocasionados durante su caída?) puesto que el objeto se encontró en la escarpada con restos de muros derrumbados de la plataforma L en el sitio de Chagastunán – CVP 13, o porque se dejaron dos lados en estado “natural” de la piedra. De hecho el manufacto se encontró muy desgastado, sin huellas evidentes de golpes recientes, quizás porque el derrumbe había tenido lugar mucho antes. Se esculpió con el fin de obtener un tablero con cuadros rebajados: dos grandes y simétricos en el centro, y los demás de alrededor de forma variable. También hay depresiones en forma de círculos esculpidas en una franja sobreelevada que separa la parte con los cuadrados mayores de la otra parte lagunosa con cuadrados muy pequeños. Este tipo de manufacto es común en la zona de la sierra de Ancash durante un lapso de tiempo que va del Intermedio Temprano hasta al Horizonte Medio. Según Smith (1977) podría tratarse más bien de objetos utilizados para hacer un juego que implicaba un cálculo con semillas, que de modelos arquitectónicos, tal y como indica la interpretación clásica (Kubler G. 1986). Hay también autores que sugieren que estos objetos (a veces llamados yupanas) serían una forma sintética de la expresión de un mundo simbólico que pondría en relación el cálculo, el espacio y la arquitectura (Dam P. 2011). Otros ejemplares de piedras talladas con depresiones (¿plazas?) y zonas sobreelevadas se encontraron en otras partes del Perú; así, en los últimos años, diferentes autores están tratando de reconocer sitios específicos en estas representaciones (véase Pardo C. 2011; Régulo Franco J. 2012). No se reconoció ningún sitio de la sierra de Ancash en las maquetas del Intermedio Temprano localizadas en esta parte de los Andes Centrales (Lau G. 2011: 178 y sigs.): por ejemplo, la maqueta que se encontró en Pashash no parece corresponder a ninguna parte del sitio, la maqueta de Chagastunán presenta una planta que defiere en la distribución de los espacios de la que podría ser su supuesta representación en piedra. En los tableros de la sierra de Ancash no hay un patrón reconocible con una forma prefijada; en muchos casos estos tipos de maquetas presentan dos partes sobreelevadas simétricas y en oposición diagonal o lateral, con un espacio vacío al centro, y en otros, las maquetas no tienen porciones sobreelevadas. Wilhelm Diessl publica dos maquetas (2004: 163) que proceden posiblemente del sitio de Pariac en el distrito de Huántar (Provincia de Huari), una con una porción sobreelevada y la otra llana. Lau (2011: 178 y sigs.) afirma que algunas maquetas podrían haberse utilizadas para un juego en el cual dos comunidades, representadas con una metáfora espacial a través de las partes sobreelevadas – las aldeas de esta época a menudo se ubican en morros aterrazados – se enfrentaban idealmente jugando con las maquetas; quizás el juego lo dirigían los jefes de las comunidades implicadas y la función del juego era la de disolver las contiendas de una forma controlada. Se trata de una hipótesis fascinadora, pero que no se puede aplicar en el caso de maquetas donde no hay partes opuestas, por ejemplo la maqueta de Chagastunán y la citada de Pariac (véase supra). Del mismo modo considero que no se puede descartar la posibilidad de que estos tipos de objetos tuvieran múltiples funciones, como contar y a la vez jugar, y su aspecto sugiere algún tipo de relación con un espacio ordenado vinculado con el concepto de orden ideal “una geografía sagrada hecha por números más que por espacios reales” (Gavazzi A. 2012: 168). La maqueta de Chagastunán procede de un sitio ocupado durante un largo lapso de tiempo, pero suponemos, comparándola con otras, que se remonte al Intermedio Temprano. Otro tablero de piedra (lám. 272) se encontra en Chacas en el sitio de Tayapucru (CVP 37), cuya

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ocupación se remonta, como sabemos, al Horizonte Medio (véase Cap. 3). Es de piedra gris, cuadrado, los huecos no son muy profundos y son de forma irregular, además no se conserva en buen estado; pudimos reconocer tres huecos de forma rectangular en el centro y, por lo menos, 16 huecos de forma circular alrededor, tres de los cuales en los ángulos más grandes. Este objeto (15 x 12, con 4 cm de espesor) se encontró enterrado en la entrada de la estructura I del Sector F de Tayapucru, en la grada de acceso de la entrada monumental delimitada por dos columnas. Se trata de un edificio de carácter público y podría ser una estructura de culto (véase Cap. 3); así pues, si esta maqueta o tablero se encontró a manera de oferta a la estructura que era lugar de culto, este tipo de objeto tuvo una función de parafernalia, quizás para utilizarse durante un juego ritual como se sugiere líneas arriba. Otros dos objetos (lám. 273, 274), posiblemente de la misma categoría, proceden de la zona de Chacas, pero se distinguen por estar construidos en una piedra mucho más blanda (arenisca) y por su aspecto general: uno es un bloque esbozado en forma rectangular (y no cuadrada), y el otro parece un fragmento sin esbozar y sin forma. Ambos objetos presentan sencillos y profundos agujeros circulares esbozados con un instrumento puntiagudo. Miden respectivamente 14 x 7 y 9 x 10 cm; el más grande presenta 10 agujeros mientras que el otro solamente 3. Se localizaron durante la prospección en el cerro Balcón, uno en proximidad de la tumba I de Balcón, el otro no lejos del sitio tardío de Huarazjirca o Ticcla (CVP 35). Lau (2010: fig. 123) publica un fragmento de piedra redonda con agujeros redondos en círculo – el objeto viene de la recolección de superficie. Dichos agujeros recuerdan otra piedra con foros en círculo de aspecto simple encontrada en el mismo sitio por el mismo autor (Lau G. 2006: 222). Similar a las maquetas tardías apenas descritas es un objeto publicado por Wilhelm Diessl (2004: 256, ¿un juego?) que registró en una colección privada en la zona de La Banda (San Marcos); el aspecto de los agujeros profundos e irregulares recuerdan mucho a los objetos de las láminas 273, 274, pero, en este caso, con agujeros en ambas caras. Por último encontramos, abandonada en el sitio de Huarazjirca o Ticcla (CVP 35), una piedra de forma rectangular (18 x 22) con un dibujo en espiral (lám. 275) grabado en una arenisca marrón claro al igual que las dos piedras con foros descritas arriba. Elisabeth Arkush (2011: 134) encuentra piedras con dibujos en espiral en una serie de recintos con función de culto del Intermedio Tardío en Mallakasi; así, la autora afirma que se trata de un tema común en el arte rupestre de esta fase. Por otro lado, George Lau encuentra en Ancash una piedra con dibujo en espiral en el Torreón de Chinchawas (2001: 86 y fig. 10.4e) que guarda ciertas relaciones arquitectónicas con el sitio de Balcón de Judas (véase Cap. 3), muy cercano al lugar donde se encontró la piedra con espiral. Contextos funerarios seleccionados Se describen a continuación materiales procedentes de tres de los diferentes contextos funerarios objeto de excavaciones e ilustrados en el Capítulo 3: una tumba de fosa excavada en la roca y en la tierra, en la zona del Cerro Balcón; una tumba de planta octagonal semienterrada encontrada en el sector M del sitio de Jatungaga Pirushtu (CVP 25), y por último, una tumba chulpa procedente del mismo sitio, en un sector cercano (sector L). Se agrega además la descripción de una serie de fragmentos de vasijas encontradas en la recolección de superficie en la zona de necrópolis de Tayapucru. Cerro Balcón, Tumba I En la vertiente occidental del cerro Balcón se estudió una tumba a cámara, descrita en el Cap. 3, que contenía un ajuar formado por 10 vasijas del tipo Jatungaga III (lám. 276) asociadas a restos

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óseos humanos – un cuerpo casi completo – de un hombre y una mujer16 (lám. 277). El cráneo bien conservado, muestra una deformación intencional, quizás de tipo anular oblicua o tabular oblicua17. Las vasijas, excepto una encontrada en la entrada de la sepultura (lám. 276: CVP 30/TbI/1), formaban parte de un ajuar hallado en la parte interior de la tumba. Se trata de vasijas de factura pobre, aunque posiblemente no todas utilitarias, a juzgar por el discreto estado de conservación de algunas, quizás fabricadas como ofrenda a los difuntos. Otras vasijas, en cambio, presentan rastros de quemado y pueden representar vasijas utilitarias reutilizadas en el ajuar. Vasija 1 (lám. 276: CVP 30/TbI/1). Se trata de un cántaro con un cuerpo completamente globular y de base inestable. El cuello es recto con los labios levemente evertidos (rotos). La abertura de la boca en la parte mejor conservada y mide unos 7 cm; el espesor de las paredes varía alrededor de los 6 mm. La pasta es de color rojizo anaranjado (Reddish Yellow 7.5 YR 6/8), las inclusiones son de calcita, cuarzo, shashal. La decoración se limita a una franja aplicada en la juntura entre el cuello y el cuerpo. Consta de una banda con círculos grabados. Vasija 2 (lám. 276: CVP 30/TbI/2). Jarra con asa cintada vertical con huellas de quemado en el cuerpo. La parte conservada del cuello es recta y levemente convexa; la base de la vasija plana irregular. Las paredes de la vasija miden entre 4 y 7 mm de espesor. La pasta es de color rojo (Red 2.5 YR 5/8) y presenta inclusiones antiplásticas toscas de calcita, cuarzo, shashal, mica. Vasija 3 (lám. 276: CVP 30/TbI/1/3). Jarra con asas cintadas verticales/ laterales. La forma del cuello se presenta convexa en la parte cerca de los labios, que están rotos, y cóncava antes de la juntura con el cuerpo. La pasta es de color rojizo (Yellowish Red 5 YR 5/6) con un acabado superficial tosco, una cocción aproximativa y huellas de quemado. La base es plana. Las paredes miden 5 mm. La decoración plástica es muy sencilla y presenta un apéndice en el cuerpo y cuatro agujeros ubicados en los lados de una de las asas. Analogías posibles con las jarras de la fase Chakwas de Chinchawas (Lau G. 2010: 88c). Vasija 4 (lám. 276: CVP 30/TbI/1/4). Olla con dos asas cintadas verticales/ laterales. El cuello es levemente convexo. La base es plana e irregular. Las paredes, muy gruesas e irregulares, miden entre los 7 y 10 mm. La pasta es tosca de color marrón oscuro (Strong Brown 7.5 YR 4/6) con inclusiones rústicas de calcita, cuarzo, shashal y mica. La forma del cuello, mal conservado, y de las asas que se juntan directamente en los labios recuerda la de los cántaros del tipo C de la fase Jatungaga II. Diferentes vasijas de las fases Chinchawasi II y Warmi del Callejón de Huaylas presentan características parecidas (Lau G. 2001: fig. 7.27 y 8.13). Evidentemente se trata de una tipología de vasija popular a lo largo de un período prolongado, quizás una vasija utilitaria. Vasija 5 (lám. 276: CVP 30/TbI/5). Jarra con huellas de asa vertical posiblemente cintada, que no se conserva. El cuello es cóncavo y la base plana. Las paredes miden entre 4 y 7 mm. La decoración es muy simple y presenta un apéndice en el cuerpo. La pasta es marrón claro (Light Brown 7.5 YR 6/4) con inclusiones rústicas de calcita, shashal, mica. Vasija 6 (lám. 276: CVP 30/TbI/1/6). Vasija modelada en forma de un fruto o de calabaza, con dos asas en la parte superior del cuerpo de perfil redondo. La forma del cuello, con labios redondeados, es cóncava. La boca es muy estrecha y mide 3,3 cm. La base es cóncava e inestable. La pasta de

16 En la capa superficial de la tumba se identificaron la mayoría de los restos óseos que, como apuntamos, se encontraron completamente desarticulados: 2 fémures, 2 tibias, 1 peroné, 1 cúbito, 1 radio y un cráneo con deformación tabular o anular oblicua, 1 fragmento de cráneo de otro individuo, fragmentos de vertebras, fragmento de mandíbula, huesos del pie (1 astrágalo, 6 falanges en pésimo estado y otros huesos que no se identificaron debido al mal estado de conservación), 1 fragmento de pelvis, 15 dientes (molares, premolares e incisivos) y 12 fragmentos de huesos largos no identificados. En la UE 1 se identificó tan solo un fragmento de hueso largo y dos dientes. 17 Agradezco a Marla Toyne por indicarme estos datos.

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la vasija es rojiza (Yellowish Red 5 YR 5/6). Una vasija similar la publica Lynch (1980: fig. 9.22 G). Vasija 7 (lám. 276: CVP 30/TbI/1/7). Cuenco de factura aproximada, profundo y con base cóncava (véase frag. 386 lám. 257). La abertura de la boca, que está fragmentada, es de 9,3 cm y las paredes son gruesas con un espesor variable entre los 5 y los 8 mm. La pasta es rojiza (Yellowish Red 5 YR 4/6). Vasija 8 (lám. 276: CVP 30/TbI/8). Cuenco de factura aproximativa, profundo y con base cóncava. La abertura de la boca es de 7,2 cm y las paredes son gruesas con un espesor variable entre los 4 y los 8 mm. La pasta es rojiza (Reddish Yellow 7.5 YR 6/6) y de factura muy aproximativa. Vasija 9 (lám. 276: CVP 30/TbI/1/9). Cantarito con rastros de asa vertical cintada, que no se conserva. Se trata de una miniatura de cántaro con cuello evertido y base plana, con una abertura de la boca, conservada en un pequeño fragmento, de unos 5 cm. Las paredes son de espesor mediano (4 mm) y la pasta rojiza (Yellowish Red 5 YR 5/8). La decoración es a base de pinceladas toscas de color rojo en la parte exterior de la vasija, y rojas/ gris en la parte interior. Vasija 10 (lám. 276: CVP 30/TbI/10). Jarra pequeña con asas laterales verticales minúsculas y cuello recto. Es una variante del tipo descrito antes, si bien en este caso presenta una decoración plástica en forma de apéndice. Jatungaga Pirushtu, sector M Tumba II Las vasijas y materiales líticos expuestos en la lámina 278 representan parte de un ajuar saqueado encontrado en la Tumba II del sector M de Jatungaga Pirushtu asociado a restos óseos humanos y animales (véase Cap. 3). Pertenecen al mismo contexto fragmentos de cuerpos de vasijas y minúsculos fragmentos de metal que no se publican; este material data, por su estilo, entre las fases Llogihuasca y Jatungaga I. El material cerámico encontrado entero consta de una vasija efigie (lám. 278: 466) de pequeñas dimensiones, con pedestal y con detalles de la cara de un hombre incisos en la parte delantera. En la parte de atrás se observan dibujos geométricos en forma de triángulos abiertos realizados con pintura roja. Dos apéndices en forma de orejas completan la decoración. Se recuperó también un fragmento de un cuenco (lám. 190) de bordes delgados, de pasta roja muy fina, con engobe rojo mate y decoraciones de triángulos de color blanco cerca de los labios de forma marcadamente cóncava, del tipo cuenco D de la fase Llogihuasca (lám. 198). Los materiales líticos comprenden un tortero de piedra (lám. 278: 467), una vasija miniatura de alabastro con tres minúsculos soportes (lám. 278: 468) y un canto redondo con un diámetro menor de 1 cm (lám. 278: 469). La vasija miniatura permite establecer comparaciones con las encontradas en otros contextos de la zona de Chacas y con algunas vasijas de la zona del Callejón de Huaylas (Bennett W. 1944: fig. 13 B; Ponte V. 2012 ms). Los cantos de dimensiones minúsculas se encontraron en diferentes contextos de excavaciones, asociados a capas del Período Intermedio Temprano y posterior de la zona de Chacas, al igual que las pequeñas piedras redondas (véase supra “proyectiles”). Jatungaga Pirushtu, sector L Tumba I Los materiales presentados en la lámina 279 son, como en el caso anterior, parte de un ajuar saqueado encontrado en la Tumba I del sector L de Jatungaga Pirushtu, descrita en el Cap. 3. Pertenece al mismo contexto el fragmento de cuenco conservado en un 70% aproximadamente (n. 386) presentado en la lámina 257, y una cantidad abundante de fragmentería cerámica perteneciente a

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diferentes épocas (láminas 191, 204-205, 207-208, 210-211, 224, 226, 234-236, 238, 240, 245, 251, 258), así como restos óseos humanos y fragmentería de materiales variados (metales, textiles, cuero, un fragmento de calabaza, piedras de varias formas) que no se publican. El material completo encontrado consta de dos minúsculos artefactos en cerámica, uno en forma de cascabel perforado (lám. 279: 471) y el otro de cuenco (lám. 279: 472), y dos pirurus (lám. 279: 476-477). Se encontró además material lítico: un tortero de piedra pulida (lám. 279: 478), un cántaro en miniatura de piedra negra (lám. 279: 479), una escultura zoomorfa en forma de llama (lám. 279: 473) y cuentas de collares en crisocola y piedra negra (lám. 279: 480). Se identificó además un raspador irregular (lám. 279: 474) (véase Lau G. 2001: 11.6b) y diferentes cristales de cuarzo (naturales y entallados, p.ej. lám. 279: 475) y un ticpis de cobre (lám. 279: 482) (compárense con Lau G. 2001: 11.27c) con la cabeza rectangular doblada y algunos fragmentos de metal alternados a cuentas de crisocola, que quizás formaban parte de un collar (lám. 279: 481). Se conserva también un objeto de hueso: un pendiente zoomórfico (lám. 279: 470). Debido a que la tumba se encontró saqueada con los estratos revueltos, y a que se utilizó durante largo tiempo como lugar de deposición por varios individuos, no sorprende que los objetos pertenezcan a diferentes épocas; así pues, datan a partir, por lo menos, del Intermedio Temprano, como parece demostrar la numerosa fragmentería de cerámica en caolín encontrada. El ticpis en cobre y algunos artefactos en piedra son comparables con los objetos similares encontrados por Lau (ibíd.) que se remontan a la fase Chinchawasi II del sitio de Chinchawas. Habiendo cuenta de todos estos elementos, no es improbable que la tumba fuera reutilizada hasta el Horizonte Medio. Tayapucru, Tumbas II y III La “necrópolis” de Tayapucru es un pequeño complejo de seis chulpas que fueron saqueadas y parcialmente destruidas. Los fragmentos de las vasijas que formaban parte de los ajuares, así como los restos óseos humanos se encontraron esparcidos y mezclados en toda el área. Pudimos reconocer algunas vasijas que posiblemente pertenecían al mismo contexto en la Tumba II y en la Tumba III, y que se presentan en las láminas 280-281 y 282-283. El material consta de una muestra abundante de cerámica que pertenece a la fase Tayapucru o Jatungaga II por su pasta y su forma característica; los cuencos son numerosos, de finos a medianos, decorados con dibujos geométricos en la franja superior externa en rojo oscuro sobre un engobe blanco (en algunos casos caolín pero de baja calidad). También se encontraron cántaros y ollas sin cuello. Se encontraron además otros materiales que no se publican: un buen número de cuentas de collares en concha y en hueso, una espátula de madera (largo 6,6 cm) con una extremidad horadada, una aguja en hueso (largo 11,2 cm), el fragmento de un pito en cerámica fina de color marrón (5 YR 6/8), y varios torteros, uno de ellos de forma tronco cónica con trazas de pintura roja. Elaboración de los datos SIG: patrones de asentamiento antiguos en la zona de Chacas En esta sección se presenta una discusión sintetizada de los datos que emergen del análisis de los sitios localizados con su entorno geográfico. El objetivo de la misma es ilustrar los cambios, a lo largo de la historia prehispánica de la zona de Chacas, de las estrategias de ocupación del territorio. La elaboración de mapas temáticos y diacrónicos en relación con los recursos de la zona sugiere preferencias diferenciadas a través del tiempo en la elección de los lugares de asentamiento, que son la respuesta a distintas exigencias socioeconómicas y políticas, y quizás responden inclusive a cambios religiosos en algunos períodos. Esta parte de la investigación se revela de es-

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pecial interés a la hora de enfrentar la discusión del modelo económico de micro-verticalidad que consideramos (véase Cap. 2) como el más adecuado para una subsistencia en la zona de Chacas en la antigüedad. Horizonte Temprano medio (Fase Pirushtu)18 Aparte de dos sitios tentativamente fechados en el Período Inicial (lám. 284) en la zona de la Quebrada Garguanga, los ejemplos más antiguos de arquitectura de la zona de Chacas se remontan al Horizonte Temprano medio. Encontramos en esta fase dos tipologías de asentamiento diferentes, ambas caracterizadas por la presencia de montículos: los Pirushtu (véase Cap. 2) de carácter principalmente público y los Pirushtus con áreas de asentamientos19. Los Pirushtus se ubican en su mayoría en las cercanías de la cuenca del Chacapata, a alturas variables entre los 3.000 y los 4.000 mt. s.m.n. (lám. 291), a escasa distancia entre sí (lám. 285). Cabe destacar que no hay sitios en un ecotono puna, sobre los 4.000 metros. La amplitud de los sitios es escasa en la fase más antigua y existía, con toda probabilidad, una población dispersa que quizás dejó pocas trazas arqueológicas20. En la zona más baja del valle se concentran pues la mayoría de los asentamientos más antiguos. Se trata de grandes centros construidos sobre montículos artificiales, a menudo ubicados en las confluencias de los ríos (Pirushtu de Chacas CVP 15 y Pirushtu de Huallin CVP 8), que pueden acoger grandes plazas. Los dos sitios citados, así como el sitio de Matara, se construyeron acumulando un considerable volumen de material, tanto para el relleno de los montículos como para la construcción de los muros de contención de los mismos, hechos con piedras de dimensiones ciclópeas, que comportaron un empleo de fuerza trabajo, organizado posiblemente a través de tareas comunitarias que se atestiguan ya sea en sitios más antiguos, ya sea en contemporáneos (Feldman R. 1987; Fung Pineda R. 1988; Burger R. 1992: 37), incluyendo la zona de Ancash (Bazán F. 2007). Es posible que en nuestro caso se trate de una movilización de trabajo a pequeña escala (compárense con Burger R. - Salazar L. 1986) enmarcada en rituales religiosos a nivel comunitario (DeMarrais E. - Castillo L. J. - Earle T. 1996). El carácter no utilitario de parte de estas tipologías arquitectónicas se conoce por la asociación frecuente con litoesculturas que representan seres zoomorfos fantásticos. Wegner (2001: 14-15) observa que: “The best known pieces [monolitos escultóricos] are said to have been brought from the nearby site of Pirushtu [de Chacas] and were incorporated into the walls of the main staircase of the church in the 1940s. One of these was called “the Stone of Chacas” by Padre Márquez Zorrilla. The rectangular block of granite is carved on two adjacent sides. One shows a large human face with four stepped appendages extending out diagonally. Above the face is a design resembling a human hand or some type of plume. Below is seen the tail and coiled body of a serpent, which continues to the right around to the other side and ends in a triangular head with curled “whiskers”. The main design of the second side is a standing animal that has a spotted body and its head turned to the right side.

Puesto que las macro fases identificadas del Chacas prehispánico se basan en parte en una cronología absoluta, y en parte en una cronología relativa, o sea en estilos de cerámica que a veces soprepasan las épocas, utilizamos a continuación la terminología clásica de períodos y horizontes acompañada por la que expresa las fases locales que fuimos identificando a lo largo de nuestra investigación. 19 No se trata de dos categorías que se excluyen entre sí, sino de una clasificación sugerida por la observación, que seguramente tendrá que ser revisada a la luz de futuras investigaciones. 20 Véase el Cap. 1 para el problema de la visibilidad de los sitios durante esta fase. 18

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Though it is not very clear, there appears to be a severed human head held by its hair in the animal’s mouth”. Al parecer las litoesculturas se empleaban en los sitios monumentales de esta época, como parece confirmar el hallazgo in situ de una de grandes dimensiones en el sitio de Matara (véase Cap. 3, y lám. 54). La iconografía terrorífica de la escultura de Matara – conservada en una colección privada – y de las piedras de Chacas (lám. 49, 50, 51) subrayan el carácter especial de algunos sectores de los Pirushtu. Los montículos de esta época se caracterizan además por haber sido erigidos en lugares bien visibles desde lejos y en una posición central del valle, dos rasgos clásicos de la arquitectura pública (Moore J. 1996: 143 y 153). El mismo patrón se conoce en la zona del Puchca, por ejemplo en Huarijircan y en Yamllipitec (Ibarra B. comunicación personal 2002) y en la zona del Santa (Wilson D. 1988: 137). De hecho, los Pirushtus, en términos de inversión de energías y de importancia estratégica, eran la materialización (sensu DeMarrais E. - Castillo L.J. - Earle T. 1996) más prominente a nivel social de la ideología dominante del período. Es interesante notar como su simbología en términos de iconografía tenga poca o ninguna conexión con el cercano centro de Chavín de Huántar. La arquitectura de tipo doméstico de esta época se conoce muy poco, del mismo modo que los patrones funerarios. Es evidente que los datos a disposición son todavía preliminares; así pues, el hallazgo de cerámica formativa en los estratos más bajos del sitio de Jatungaga Pirushtu plantearía el problema de la auténtica difusión de los asentamientos que se remontan a esta fase. Además, fragmentos del Horizonte Temprano medio se encontraron también en Chagastunán y en Gatin: el primero un sitio con una extensa área doméstica; el segundo, caracterizado por montículos, uno de los cuales con un basural de cerámica que podría indicar la presencia de un área de viviendas. Horizonte Temprano Final/Período Intermedio Temprano (Fase Llogihuasca y Fase Jatungaga I) Durante los períodos siguientes, que definimos en base a la cerámica Período Llogihuasca y Jatungaga I, la mayoría de los asentamientos se ubican en el límite superior de la zona quechua/suni, confirmando un modelo observado también en el Callejón de Huaylas por Gero (1992, 1999) y por Lau (2001). Una tendencia similar se registra también en la época siguiente. Casi todos los asentamientos del HT medio fueron reocupados durante el HT final, pero es sobre todo la continuidad y la superimposición del fase HT final con la fase del Período Intermedio Temprano lo que complica, si no se llevan a cabo excavaciones, separar la ocupación de la fase o “estilo” Llogihuasca21 en las aldeas con niveles de ocupación sucesivos. Es posible que los pequeños montículos, derivados con toda probabilidad de la tradición de los Pirushtus – colina baja en el quechua local22 –, con áreas aterrazadas con viviendas, como en el caso de Mamapama y Huarazpampa, entre otros, se remonten al HT final. Las grandes plazas que habían caracterizado los sitios de Chacas, de Huallin y, quizás, de Matara, cuyas ruinas están muy afectadas por las labores agrícolas, dejaron de construirse. Se trata de sitios que se ubican en un ecotono más alto respecto a la mayoría de los sitios de la fase anterior (lám. 291), y con un patrón constructivo de arquitectura doméstica más reconocible23. El número de los asentamientos crece (lám. 286).

Véase supra en el párrafo “Discusión” de la fase Llogihuasca para la problemática cronología de esta fase. La presencia de una parte más elevada es característica de muchos sitios del Intermedio Temprano, como Riway y Jatungaga. No sabemos si el montículo es el núcleo de construcción primaria, o si se trata de una tradición que se mantiene también en los sitios de nueva construcción. 23 La única que pudimos excavar se encuentra en Chagastunán II, y se trata de un recinto de planta cuadrada asociado a una zona de montículos con características no domésticas, que es difícil colocar a nivel cronológico (véase Cap. 3). 21 22

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Un dato evidente es la variedad de las tipologías de sitios de esta época, esparcidos por una vasta área del territorio. Por último, se observa la presencia prominente de arquitectura funeraria (infra). Aparece además una estructura ceremonial circular, sin plazas monumentales asociadas, objeto de investigación de otros estudiosos en varias zonas de la sierra de Ancash (véase Cap. 2 y Cap. 3 sitio de Balcón de Judas). Como apuntamos, registramos un cierto número de entierros de esta época, bien distribuidos en la totalidad del territorio analizado, en su mayoría montículos o arquitectura fúnebre hipogea tipo cajas de piedra. Es evidente que, sin excavaciones que nos informen acerca del sexo de los individuos enterrados, sus status, etc... resulta muy complicado deducir argumentos generales sobre la dimensión social (Chapman R. 2003) de estos cementerios. En la totalidad de los casos, se trate de montículos visibles o de cajas enterradas, su distribución y ubicación en crestas que dividen quebradas, o en zonas de tránsito, hablan de la posibilidad de que estos monumentos estableciesen límites24, aunque posiblemente solo a nivel de micro-comunidad local o de familia. Existía sin duda una “escala” de importancia también dentro de estos monumentos, que quizás será posible detectar una vez realizadas excavaciones que permitan distinguir entre el culto de los antepasados a nivel familiar y otro a nivel más amplio (compárense Herrera A. - Amaya A. - Aguilar M. 2012). Las evidencias arqueológicas más destacadas del valle de Chacas aparecen a partir de la fase Jatungaga I, cuando surgen nuevos asentamientos tipo sitios residenciales, que ocupan un área mucho mayor respecto a los períodos anteriores y, básicamente, abarcan todas las quebradas secundarias de la zona de Chacas, además de la quebrada principal del Chacapata, cerca de la cual se asentaban las construcciones de los períodos anteriores. El incremento de los asentamientos con función de vivienda atestigua un nivel más formalizado de las aldeas. Cabe destacar el aumento de la ubicación en crestas rocosas de cerros y en lugares estratégicos para el control del territorio, así como la presencia de arquitectura defensiva y de áreas con diferentes funciones dentro de los asentamientos. Suelen encontrarse áreas habitacionales en terrazas – viviendas de planta cuadrada – y áreas públicas con un patrón de acceso restringido asociadas a áreas de necrópolis hipogeas, así como parcialmente apogeas. Se registraron también monumentos fúnebres aislados, normalmente en zonas de cultivo. Ciertos sitios monumentales de la época anterior, en particular el Pirushtu de Chacas, al parecer siguen considerándose “huacas”, si bien cambian la praxis de los rituales que se celebraban (compárense Moore J. 2010), ya que se transforman en lugares de entierro. Futuras investigaciones podrán aclarar por qué este proceso afectó solo algunos monumentos. La distribución horizontal más amplia de cerámica de la fase Jatungaga I, así como una asociación más clara con la arquitectura de esta época, permite estimar una distribución mayor de la población respecto a la época anterior. Horizonte Medio (Fase Jatungaga II) En el período sucesivo solo algunos sitios con evidencias visibles de ocupación de la fase Jatungaga I se reutilizaron (lám. 287). Estas consideraciones valen por lo que concierne la zona de Chacas en general, pero a la hora de examinar la parte sur de la subregión, se nota que una importante y nueva actividad constructiva atañe algunos sitios de esta porción del territorio en correspon-

Para la relación entre monumentos mortuorios y territorio, la literatura a partir de los años 70 es abundante, con algunos títulos importantes por lo que concierne los temas de la visibilidad de los montículos fúnebres (entre otros Fleming A. 1973; y en general Renfrew C. 1976; Chapman R. 1981); para los casos andinos véase Hyslop J. 1977; Dillehay T. 1995: 8; Isbell W. 1997. El tema ha sido objeto de debate también por lo que concierne la situación de Ancash: Lau G. - De Leonardis L. 2004; Herrera A. 2005a: 127 et passim, 2007; Mantha A. 2009; Canghiari E. - Orsini C. 2014. 24

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dencia con la zona de la quebrada Juitush. Allí se identificaron los ejemplos más antiguos de estructuras de viviendas tipo “patio group” y de arquitecturas funerarias tipo chulpas. Interesante y llamativo a la vez es el patrón difundido de las chulpas en la zona de la quebrada Garguanga, en ambas faldas de la cuenca del río, hacia el cerro de Huacramarca, así como en la falda donde surge el asentamiento de Tayapucru (véase Cap. 3). La misma entrada a la quebrada está dominada visualmente por la cresta donde se emplazaron el grupo de chulpas de Huaripatac, que se asoman además a la triple confluencia entre los ríos Potaca, Pompey y Garguanga (lám. 287). Los monumentos fúnebres apogeos no son una novedad de esta fase, existen ya a partir de la época anterior (véase supra), horizontalmente distribuidos en asociación, o no, con los asentamientos contemporáneos, algunos de los cuales posiblemente cubrían una función de protección y delimitación del territorio de la comunidad. El mismo fenómeno se puede observar en la construcción de la arquitectura funeraria de esta fase, cuando parece más marcada la función relativa a la visibilidad, con un énfasis en monumentos altos y a veces incluso decorados para que se puedan ver desde lejos (Herrera A. 2007). Aun no alcanzando la complejidad de las comunidades mortuorias de la zona de Huaylas (véase Herrera A. 2005a: 264), sospechamos que se trata de un fenómeno que no se repite, ya que la mayoría de las chulpas se construyen en esta fase y no en las sucesivas, cuando, como veremos, el patrón de los entierros será mucho menos formalizado. Llama la atención además el hecho de que este patrón funerario se afirmara en la porción de la subregión de Chacas, más conectada con la zona del Callejón de Huaylas, donde existen numerosos “pueblos de los muertos” (Kinzl H. - Schneider E. 1950: 44). Período Intermedio Tardío - Horizonte Tardío (Fase Jatungaga III) Durante la fase Jatungaga III se siguen utilizando algunos de los sitios del período anterior y contextualmente surgen algunos sitios nuevos, en un ecotono puna (lám. 288). De hecho, la concentración de población en los cerros y en las zonas altas de los valles por encima de los 4.000 mt. s.n.m. es la característica más subrayada en la literatura científica sobre los patrones de asentamiento de esta época en la sierra peruana (véase, entre otros, Earle T. - D’Altroy T. - LeBlanc C. 1978; Bonnier E. et al. 1983; Parsons J. - Hastings C. - Matos R. 2000: 132; Bauer B. 2004: 81 et passim). Ancash no es una excepción (véase Herrera A. 2003a, Ibarra B. 2003, Mantha A. 2006; Orsini C. - Debandi F. - Sartori F. 2009; Herrera A. - Amaya A. - Aguilar M. 2012). El número de los asentamientos disminuye y hasta la fecha no se han detectado asentamientos de grandes dimensiones que se extiendan por varios kilómetros, como sucede en la zona de Huari (Ibarra B. 2003). Así pues, al parecer, no hubo una concentración de población en un menor número de sitios de gran amplitud. Seguramente tuvo mucha importancia la posibilidad de ubicar aldeas en zonas dominantes (compárense Lane K. 2005: 109; Mantha A. 2009; Herrera A. - Amaya A. - Aguilar M. 2012), con amplia disponibilidad de pastos y en las cercanías de lagunas o puquios estacionales para el abastecimiento hídrico (véase Orsini C. et al. 2012; Herrera A. - Amaya A. - Aguilar M. 2012; Orsini C. - Benozzi E. 2013) y conectadas visualmente entre sí. Otro elemento que llama la atención es la presencia de sitios contemporáneos a corta distancia, fenómeno que observado en la zona del Callejón de Huaylas (Bazán F. 2012) y en Huari (Orsini C. - Benozzi E. 2013). En el caso de Chacas se construyó Huacramarca II cerca de Huacramarca (lám. 288: 2 y 3), y también en esta época funcionan en simbiosis dos sitios muy cercanos como Rejrish y Jatungaga (lám. 288: 32 y 25). Es muy probable que se construyeran ex novo y contemporáneamente los sitios de Torrejirca y Huaycho (lám. 288: 24, 23), si bien el segundo parece formar parte del primero. Una simbiosis quizás existió entre Shagajirca y Pununan Cóndor (lám. 288: 31, 34): Shagajirca era una aldea, mientras que Pununan era un lugar de ceremonias más antiguo que, sin embargo, estuvo concurrido durante el Intermedio Tardío, quizás por gente de Shagajirca, ya que solo pocos centena-

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res de metros separan los dos sitios. En Huari, la aldea tardía de Ñawpamarca estaba conectada con un centro ceremonial con muros concéntricos de piedra, al igual que Pununan, conocido como Awilupaccha (Orsini C. - Benozzi E. 2013: 75). Más difícil es discutir acerca de las características intra sitio de esta fase ya que, como apuntamos, los sitios de nueva construcción son pocos en comparación con los que se siguen frecuentando, y en su mayoría no cambian mucho la arquitectura anterior. A nivel de observación general, se aprecia una baja planificación del espacio aldeano y de diferenciación entre las estructuras sea a nivel de técnica de construcción sea por la forma, al igual que en otras zonas de los Andes; según algunos autores sería un indicio de un bajo nivel de diferenciación social (Bonnier E. 1997). La presencia de estructuras defensivas y la ubicación en terrenos generalmente rocosos, con pendientes muy pronunciadas, suelen asociarse tradicionalmente a las aldeas de esta fase. Bonnier (ibíd.) señala que se disfruta de manera amplia de las características del terreno y que, por esta razón, las obras de fortificaciones no son continuas, pues generalmente se construyen en los puntos donde son necesarias (véase también Arkush E. Stanish C. 2005). La estudiosa (Bonnier E. 1997) registra además recintos fortificados, uno dentro del otro y con fosos en el medio. Los espacios que separan las murallas que rodean los sitios se quedaron a menudo sin construir (Bonnier E. 1997). Todos estos elementos están presentes en dos sitios de nueva construcción en la parte central de la subregión, Torrejirca y Rayanpampa, mientras que no aparecen en los demás. Al parecer no se asiste a un proceso de fortificación de los sitios de la época anterior, que siguen frecuentándose, como por ejemplo el sitio de Chagastunán. Respecto a la arquitectura funeraria, son muy escasos los contextos encontrados. Aparte de la cueva de Pununan Cóndor (CVP 31) y de la cercana tumba I de Balcón (véase supra), sabemos que se reutilizaron chulpas en Jatungaga (CVP 25) y cuevas en las cercanías del sitio de Riway (CVP 1). No se conocen los grandes complejos funerarios machay del tipo encontrado en otras zonas de Conchucos (véase Ibarra B. 2009; Herrera A. 2007; Herrera A. - Amaya A. - Aguilar M. 2012) o en la zona de Rapayán (Mantha A. 2006, 2009), que delimitaban los territorios étnicos mayores (Mantha A. 2009) marcando un paisaje social con una clara función política (Herrera A. 2007). Quizás la zona sufrió una fase de marginalidad, que continuó durante la época sucesiva, cuando, exceptuando la construcción de dos sitios a corta distancia en la zona de tránsito hacia el Callejón de Huaylas, con posible función de almacenaje (lám. 289: CVP 10, CVP 35), no se empezaron nuevos proyectos. Los pocos sitios del Intermedio Tardío siguieron utilizándose, como parece atestiguar la presencia de una cerámica local que imita a la inca, pero en general poco diferenciada de la del Intermedio Tardío puesto que no se ha identificado en una fase específica (véase supra). En general no se detecta la presencia de material inca en la zona, salvo pocas excepciones. Respecto a esta cuestión, Wegner (2001: 34) señala: “There is a fine blackware Inca bottle (“aryballos”) in a private collection in Pampash. Its small size and dark color suggest that it was made on the North Coast in the conquered Chimu territory. In the museum’s collection [Museo de Chacas], there is a red ceramic version of an Inca cup or kero [véase lám. 262]. Keros, often made of wood, were used frequently to serve chicha in many ceremonies of ritual exchange. Perhaps, the Chacas kero belonged to a local cacique or a low-level imperial administrator. Local potters also made pottery imitating standard Inca vessel forms. One tall bottle [véase lám. 261] has a pointed base like that of an aryballos, but without the side handles, narrow neck and elegant contours of an Inca vessel. Its painted decoration of red wavy lines on the neck and vertical loops on the shoulder was probably derived from the local ceramic tradition of the Conchucos ethnic group.” Período colonial La ciudad de Chacas se fundó entre 1572 y 1573 como “reducción de indios” (Espinoza Milla S. 1994: 17). En el capítulo 2 tratamos de una forma extensa la cuestión de la reducción que signifi-

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có, posiblemente, el desplazamiento de grupos humanos de los sitios que se ubican en el valle del río Arma (lám. 290). La fundación respondió a la creciente presencia de Españoles en la zona intencionados a explotar los recursos mineros de la región. La elección de la zona del Arma para la fundación respondía posiblemente a una doble exigencia: “reducir” indios de una zona medianamente poblada de la subregión – en la zona del Arma se ubicaban los asentamientos mayores en los periodos tardíos (véase lám. 289: 22, 23, 24,13) – y emplazar una ciudad colonial a corta distancia de la zona de Huari, a un día de camino recorriendo la quebrada Arma en dirección sur25. No es casualidad que la única fundación, salvo la ciudad de Chacas, que pudimos detectar sea un sitio minero de la primera década del 1700 ubicado en la misma quebrada del Arma (lám. 290: 19). Otro posible sitio minero, cerca del antiguo poblado de Rejrish, no se logró definir con claridad, nisiquiera la primera instalación minera de Nuestra Señora de la Limpia Concepción de Tumac, implantada en la primera mitad del siglo XVI y operativa hasta mediados del siglo XVIII. Tendencias poblacionales, intensidad de los asentamientos Los datos elaborados por el SIG permiten hacer algunas consideraciones acerca de las tendencias poblacionales de la zona a través del tiempo. En primer lugar se aprecia que los sitios más antiguos de la zona se asoman a la cuenca principal de la zona del Chacapata y no se distancian excesivamente el uno del otro. Si estos sitios representaron el núcleo de las actividades socio-económicas, aun considerando el patrón disperso de una población que vivía en habitaciones deteriorables, y por ende no detectables por la arqueología, es poco probable que existiese una población numerosa. La tendencia poblacional es creciente en los períodos sucesivos, cuando tiene lugar una expansión en dos direcciones: hacia las quebradas secundarias de la zona de Chacas y, por consiguiente, hacia pisos ecológicos más elevados, puesto que la zona de la cuenca del Chacapata es la parte más baja del valle. Esta tendencia es progresiva e indica una diferenciación de los recursos locales. El progresivo levantamiento de asentamientos en ecotonos suni-puna permitía controlar un número mayor de territorios con un provecho diferente, necesarios para sustentar una población más numerosa a medida que pasaba el tiempo. Dicho fenómeno, al parecer, inicia en Chacas en tiempos remotos, o sea a finales del Período Formativo, cuando sitios como Gatin y Jatungaga Pirushtu se fundaron. Es probable que este fenómeno tan precoz determinara un impulso, bastante evidente a lo largo del Período Intermedio Temprano, para ocupar nuevos territorios y para construir nuevos asentamientos. La explotación de nuevos territorios para sustentar a una población que iba creciendo es un fenómeno macroscópico hasta finales de la fase Jatungaga I. Durante la fase Jatungaga II el número de los asentamientos parece ir en disminución, con excepción de la parte sur del valle, mientras que durante la fase III la disminución es aun más evidente: son menos los asentamientos que dominan un territorio más amplio, a veces en parejas, con cada pareja distanciada entre sí, invirtiendo de este modo la curva de alta densidad evidente en los períodos anteriores. Contextualmente desaparecen las tipologías diferenciadas de los asentamientos presentes en los períodos anteriores, predominando la aldea nuclear con un bajo nivel de formalización. En otras áreas de la sierra de Ancash las aldeas de esta fase alcanzan una extensión enorLa misma preocupación la encontramos en el acta de fundación del primer obraje de Colcabamba (¿zona de Yanama?), que data del 1571; las autoridades se esmeraron en construir un camino de conexión entre Colcabamba y Huari (véase Cap. 2). 25

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me, desconocida en Chacas. Sin embargo, cabe destacar que el sitio de Chagastunán posiblemente alcanzara su mayor extensión en esta época. Por último, la época de la Conquista y de la institución de las reducciones (véase Cap. 2) cambia de manera radical los patrones de asentamiento, concentrando la población en los obrajes y en las villas coloniales, hecho que causa además una progresiva despoblación de las zonas altas del territorio – puna – y una concentración mayor en las aldeas ubicadas en la zona quechua, si se exceptúan los sitios mineros.

Lám. 182. Cuenco con borde reforzado encontrado en el sitio de Gatin (CVP 28).

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Lám. 183. Cuencos tipo A (4-7), B (1-3) y miscelánea (8) de la fase Pirushtu.

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Lám. 184. Ollas sin cuello (9-13) y ollas de cuello corto (14-17) de la fase Pirushtu.

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Lám. 185. Platos (20-22) y cántaros (23-26) de la fase Pirushtu.

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Lám. 186. Botellas (27-29) y fragmentos decorados (30-34) de la fase Pirushtu.

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Lám. 187. Ceramica Alcaldía de Chacas inv. 164.

Lám. 188. Cerámica con punteado de color marrón con trazas de pintura de relleno roja y amarilla. Procede de una tumba de caja cerca de Wilkawaín. De Bennett W. 1944: plate 2.

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Lám. 189. Fragmentos decorados formativos: un tiesto se caracteriza por una decoración tipo prominencias en hileras (véase tambíen lám. 186), los otros presentan circulos estampados, excisos simples y líneas grabadas.

Lám. 190. Un cuenco miniatura efigie en pasta de textura gruesa con engobe blanco y decoración roja geométrica y un cuenco fino tipo D del periodo Llogihuasca encontrados en la misma estructura funeraria (Tumba II del sector M de Jatungaga Pirushtu, CVP 25).

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Lám. 191. Cuencos tipo A de la fase Llogihuasca.

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Lám. 192. Ejemplos de cuencos de la fase Llogihuasca en una colección privada en Chacas. La forma del ejemplar de abajo es compatible con las formas del tipo A de la lám. 191.

Lám. 193. Cuencos tipo B de la fase Llogihuasca.

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Lám. 194. Cuenco tipo B de la fase Llogihuasca procedente de una colección privada de Chacas, nótense la decoración incisa.

Lám. 195. Cuenco similar al tipo B de la fase Llogihuasca encontrado en la Estructura VIII del sitio de Ishla Ranra en la Laguna de Puruhuay (Huari, Ancash). De Orsini C. - Benozzi E. 2013: fig. 112.

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Lám. 196. Cuenco parecido a la variante más abierta del cuenco tipo B de la fase Llogihuasca. El ejemplar procede de la local Colección de la Alcaldía (inv. 367), presenta una decoración incisa que no hemos encontrado en ningun ejemplar de la fase Llogihuasca en nuestras excavaciones, y la base apedestalada.

Lám. 197. Cuencos tipo C de la fase Llogihuasca.

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Lám. 198. Cuencos tipo D de la fase Llogihuasca.

Lám. 199. Ejemplar similar a los cuencos tipo D de la fase Llogihuasca en la Colección de la Alcaldía de Chacas (inv. 222).

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Lám. 201. Ejemplar similar a los cántaros tipo B en la Colección de la Alcaldía de Chacas (inv. 420).

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Lám 202 y 203 (página siguiente). Miscelánea de vasijas de la fase Llogihuasca.

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Lám. 204. Fase Jatungaga I cuencos tipo A.

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Lám. 205. Fase Jatungaga I cuencos tipo B.

Lám. 206. Cuenco similar a los del tipo B de la fase Jatungaga I en la Colección de la Alcaldía de Chacas (inv. 210).

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Lám. 207. Fase Jatungaga I cuencos tipo C.

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Lám. 208. Fase Jatungaga I cuencos tipo D.

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Lám. 209. Ejemplar similar a los cuencos tipo D de la fase Jatungaga I en la Colección de la Alcaldía de Chacas (inv. 360).

Lám. 210. Fase Jatungaga I cuencos tipo E.

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Lám. 211. Cántaros del tipo A de la fase Jatungaga I.

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Lám. 212. Cántaros del tipo A de la fase Jatungaga I.

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Lám. 213. Ejemplar similar a los cántaros del tipo A de la fase Jatungaga I en la Colección de la Alcaldía de Chacas (inv. 425). La decoración es de pinceladas toscas en color rojo.

Lám. 214. Ejemplar similar a los cántaros del tipo A de la fase Jatungaga I en la Colección de la Alcaldía de Chacas (inv. 2). La decoración es de color rojo positivo.

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Lám. 215. Ejemplar similar a los cántaros del tipo A de la fase Jatungaga I en la Colección de la Alcaldía de Chacas (inv. 344).

Lám. 216. Cántaros del tipo B de la fase Jatungaga I.

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Lám. 217. Cántaros del tipo B de la fase Jatungaga I.

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Lám. 218. Cántaros del tipo C de la fase Jatungaga I.

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Lám. 219. Cántaros del tipo D de la fase Jatungaga I.

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Lám. 220. Cántaros del tipo D de la fase Jatungaga I.

Lám. 221. Ejemplar similar a los cántaros del tipo D de la fase Jatungaga I en la Colección de la Alcaldía de Chacas (inv. 393).

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Lám. 222. Ejemplar similar a los cántaros tipo D de la fase Jatungaga I en la colección de la Alcaldía de Chacas (inv. 394). La decoración pintada geométrica es de color blanco, rojo amarillento y marrón sobre un engobe rosado.

Lám. 223. Fase Jatungaga I: vasija de cuello plano en caolín.

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Lám. 224. Miscelánea de formas de vasijas de la fase Jatungaga I.

Lám. 225. Vasija abierta con cuello anillado en la colección de la Alcaldía de Chacas (inv. 356).

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Lám. 226. Diferentes tipologías de bases de la cerámica de la fase Jatungaga I.

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Lám. 227. Diferentes tipologías de asas de la cerámica de la fase Jatungaga I.

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Lám. 228. Cuerpos decorados y vasijas efigie de la fase Jatungaga I.

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Lám. 229. Cuerpos decorados y vasijas efigie de la fase Jatungaga I.

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Lám. 230. Fase Jatungaga II: cuencos tipo A.

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Lám. 231. Fase Jatungaga II: cuencos tipo A.

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Lám. 232. Fase Jatungaga II: cuencos tipo B.

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Lám. 233. Fase Jatungaga II: cuencos tipo B.

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Lám. 234. Fase Jatungaga II: cuencos tipo C.

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Lám. 235. Fase Jatungaga II: cuencos tipo C.

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Lám. 236. Fase Jatungaga II: cuencos tipo D.

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290

Lám. 237. Fase Jatungaga II: cántaros tipo A.

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Lám. 238. Fase Jatungaga II: cántaros tipo A.

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Lám. 239. Fase Jatungaga II: cántaros tipo B.

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Lám. 240. Fase Jatungaga II: cántaros tipo C.

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Lám. 241. Fase Jatungaga II: cántaros tipo C.

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Lám. 242. Fase Jatungaga II: cántaros tipo C.

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Lám. 243. Fase Jatungaga II: cántaros tipo D.

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Lám. 244. Fase Jatungaga II: cántaros tipo E.

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Lám. 245. Fase Jatungaga II: cántaros tipo F.

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Lám. 246. Fase Jatungaga II: platos.

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Lám. 247. Fase Jatungaga II: platos.

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Lám. 248. Fase Jatungaga II: coladores.

Lám. 249. Ejemplar casi completo de cuenca de la fase Jatungaga II decorado con una faja de pintura blanca en la parte mediana del cuerpo, y en la parte plana de los labios evertidos. En la parte restante del cuerpo se aprecia una decoración negativa en fondo rojo con dibujos geométricos. En la parte delantera de la vasija una tira de arcilla define un espacio donde habia una decoración plástica, con posiblemente la cara de un hombre, de la cual quedan una orejera o un ojo.

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Lám. 250. Cuencas de la fase Jatungaga II.

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Lám. 251. Miscelánea de la fase Jatungaga II.

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Lám. 252. Fragmentos de un quero procedente del sitio de Tayapucru (CVP 37).

Lám. 253. Cucharas en caolín rosado con mango que termina en forma de mano (inv. 178) y cuchara con mango roto (inv. 179) decorada con pintura positiva blanca y negra. Ambas proceden de la colección de la Alcaldía de Chacas.

Lám. 254. Vaso triple en cerámica negra polida de posible importación del Callejón de Huaylas. Colección Alcaldía de Chacas inv. 129.

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Lám. 255. Cántaros tipo A y B de la fase Jatungaga III.

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Lám. 256. Cántaros tipo C y D de la fase Jatungaga III.

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Lám. 257. Cuencos tipo A, B y miscelánea de la fase Jatungaga III.

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Lám. 258. Cuerpos decorados de la fase Jatungaga III.

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Lám. 259. Asas de la fase Jatungaga III.

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Lám. 260. Bases de la fase Jatungaga III.

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Lám. 261. Dibujo y fotografía de la vasija con base instable inv. 424 de la Alcaldía de Chacas.

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Lám. 262. Dibujo y fotografía de quero inca de producción local inv. 404 de la Alcaldía de Chacas.

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Lám. 263. Tabla resumen de los instrumentos líticos analizados.

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Lám. 264. Manos de diferentes formas.

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Lám. 265. Morteros procedentes de varios sitios en Chacas.

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Lám. 266. Martillos: CVP 37/CV/e1-3, CVP 13/H4/a2-1, CVP 37/AVI/a4-4; instrumentos tipo achas o rompeterrones: CVP 13/3, CVP 25/EI/a1-1, CVP 13/2; manos de doble plano: CVP 37/GI/f2-2, CVP 37/AVI/a4-5.

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Lám. 267. Objetos redondos procedentes de varios sitios en Chacas.

Lám. 268. Utensilios procedentes del sitio de Tayapucru (CVP 37): quizás achas con una forma apróximadamente triangular.

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Lám. 269. Torteros de diferentes tipologías en piedra y en cerámica.

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Lám. 270. Escultura antropomorfa portátil localizada en el sitio de Cruzjirca (CVP 29).

Página siguente: Lám. 271. Maqueta en andesita encontrada en la escarpada con restos de muros derrumbados de la plataforma L en el sitio de Chagastunán (CVP 13). Lám. 272. Tablero en piedra procedente del sitio de Tayapucru (CVP 37).

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Lám. 273 y 274. Bloques en arenisca con agujeros circulares procedentes del cerro Balcón.

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Lám. 275. Piedra de forma rectangular con un dibujo en espiral encontrada en el sitio de Huarazjirca o Ticcla (CVP 35).

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Lám. 276. Ajuar procedente de la Tumba I de Cerro Balcón formado por 10 vasijas del tipo Jatungaga III.

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Lám. 277. Cráneo femenino con deformación intencional de la sepultura en la Tumba I de Cerro Balcón.

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Lám. 278. Artefactos que hacían parte del ajuar saqueado encontrado en la Tumba II del sector M de Jatungaga Pirushtu (CVP 25).

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Lám. 279. Artefactos que hacían parte del ajuar saqueado encontrado en la Tumba I del sector L de Jatungaga Pirushtu (CVP 25).

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Lám. 280 y 281 (página siguiente). Vasijas de la fase Tayapucru o Jatungaga II encontradas en la Tumba II de la necrópolis de Tayapucru (CVP 37).

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Lám. 282 y 283 (página siguiente). Vasijas de la fase Tayapucru o Jatungaga II encontradas en la Tumba III de la necrópolis de Tayapucru (CVP 37).

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Lám. 284. Mapa con la ubicación de los sitios del Período Inicial identificados en la zona de prospección.

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Lám. 285. Mapa con la ubicación de los sitios del Horizonte Temprano medio (Fase Pirushtu).

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Lám. 286. Mapa con la ubicación de los sitios del Horizonte Temprano Final/Período Intermedio Temprano (Fase Llogihuasca y Fase Jatungaga I).

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Lám. 287. Mapa con la ubicación de los sitios del Horizonte Medio (Fase Jatungaga II).

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Lám. 288. Mapa con la ubicación de los sitios del Período Intermedio Tardío (Fase Jatungaga III).

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Lám. 289. Mapa con la ubicación de los sitios del Horizonte Tardío (Fase Jatungaga III).

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Lám. 290. Mapa con la ubicación de los sitios del Período Colonial.

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Lám. 291. Distribución de los sitios por altitud.

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Capítulo 5

Un acercamiento a la complejidad de Chacas prehispánico

“Long-term processual analysis are necessary, since atemporal studies can only demonstrate correlations and cannot reveal the historical or causal processes responsible for societal variations” (Feinman G. 1991: 229-230)

Elementos de la complejidad social en una perspectiva diacrónica Las poblaciones del valle de Chacas en ningún momento fueron objeto de una organización estatal (sensu Sanders W. 1992: 2791), más bien podemos suponer la existencia de pequeños grupos que alcanzaron diferentes fases de complejidad a lo largo del tiempo sin llegar a desvincularse de un nivel de organización pre-estatal. Los datos etnohistóricos que se refieren a la coexistencia de muchos grupos humanos en un territorio limitado, respaldan esta hipótesis (León Gómez M. 2003). Esto no significa, como ya tuvimos ocasión de afirmar en un trabajo anterior (Orsini C. 2006), que las antiguas sociedades chacasinas no construyeran una identidad compleja o que no supieran negociar dicha identidad frente a otros grupos humanos. En nuestro estudio se parte del presupuesto que la diferenciación social, y por ende la complejidad social entre los antiguos chacasinos, surgió de mecanismos de especialización económicos vinculados a factores endógenos y exógenos a la sociedad misma. Una ubicación territorial aislada, la ausencia de influencia de organizaciones estatales multivalles, un ecosistema comprimido entre zonas de producción diferenciadas, y a su vez contiguas, fueron fortaleciendo la identidad étnica, las diferencias faccionales y las formas de heterogeneidad reconocidas en otros contextos prehispánicos americanos, por ejemplo en los Andes sur (Janusek J. 2001) o en Mesoamérica (Hare T. 2000), como elemento de complejidad a la par con jerarquía y especialización económica. Esta consideración implica que, a nivel espacial, no tiene lugar una planificación sistemática del espacio de toda la microrregión, sino más bien la subdivisión de los espacios y la coexistencia de pequeños centros administrativos sugiere un modelo de organización social no igualitaria basado en relaciones de parentesco. En un territorio tan limitado geográficamente como el que estamos tomando en consideración, no existe pues un centro de dominio predominante, o al menos no de manera estable (véase infra). Es también poco probable que los varios asentamientos dependieran de un centro administrativo lo“Terms like “ranking” and “stratification” are often used interchangeably by archaeologists and are equated with the terms “chiefdom” and “state”[…] There is, of course, a broad correlation of the chiefdom (as a political form) with ranking (as a principle of status differentiation), and the state with stratified society […]. I would define chiefdoms as political systems in which political statuses area based solely or predominantly on kinship. States could be defined not only as systems where the exercise of force is legitimized […], but […] as political systems in which specialized institutions of power, separate from kin-ranked-based structures, have evolved; in the early stages of state formation, these occur side by side with the older structure”. 1

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calizado en otra área, por ejemplo del Callejón de Huaylas, al menos a juzgar por los fuertes elementos de continuidad diacrónica en la evolución de los asentamientos locales. Tales procesos se manifiestan de manera simultánea inclusive en zonas limítrofes durante el Período Intermedio Temprano, por ejemplo la zona de Cajamarca (véase Topic T. 1991; Julien D. 1993), donde tradiciones comunes, a pesar de las diferencias microregionales y de las competencias entre los diferentes grupos, funcionaron como elemento de cohesión junto con la religión. La complejidad social cambió a través del tiempo materializándose a través de la ocupación física y simbólica de los diferentes espacios y ecotonos de la región a lo largo del tiempo, reflejándose en la cultura material, en la religión y en los hábitos funerarios. Durante el Formativo, conocido todavía a nivel muy superficial, observamos la construcción de plazas que, en principio, podían acoger a un gran número de personas y que imaginamos que funcionaban como centros de referencia, presumiblemente a nivel de valle, para la celebración de los cultos religiosos. Desafortunadamente, al contrario de lo que sucede en otras áreas, pocas son las evidencias de zonas residenciales asociadas a estos sitios, es por eso que resulta difícil formular hipótesis sobre la entidad de la población y la naturaleza de los asentamientos. Los centros ceremoniales de Formativo llevan a suponer que existía una consistente población que prestaba la mano de obra necesaria para la realización de estas imponentes construcciones. Sin embargo, este nivel de organización no se considera suficiente para poder definir los estándares mínimos de una organización estatal; en varias ocasiones ya se demostró que la movilización de una gran cantidad de fuerza trabajo para construir extraordinarias obras arquitectónicas en los Andes habría tenido como único motor el de la religiosidad (Burger R. 1995: 37). En tal caso “the ideology represents the community, not individual or élite groups” (Stanish C. 2001: 45). Este nivel organizativo se conoce como “pilgrimage center model”, puesto que el esfuerzo y la cohesión social aparecen en la medida en que son útiles a la construcción y al mantenimiento del centro religioso. Los centros de peregrinaje revelan una estrategia de planificación territorial, pues se sitúan en puntos estratégicos del paisaje y de sacralización del territorio, que dejan suponer que los cultos de ese período estaban estrechamente conectados con el mundo agrícola y, en particular, con el control de las aguas: no es casual que se ubiquen en confluencias de ríos. Como señalamos, no se debe por ello imaginar una sociedad organizada como un curacazgo2 o un estado: “many of the surface attributes of organization can exist [en el “pilgrimage model center”] – large centers, widespread distribution of art style, and sé forth-without the actual socioeconomic hierarchies that anthropologists see as central to organizations” (Stanish C. 2001: 52). A finales de este período se pone en marcha un significativo proceso de cambio. En una etapa, cuyo inicio podemos suponer alrededor del 400 a.C., encontramos evidencias de sepulturas, asentamientos relacionados con terrazas agrícolas y situados en zonas altas y fácilmente defendibles. También las estructuras ceremoniales cambian de forma y de ubicación, prefiriéndose para ellas áreas vinculadas a zonas de viviendas, es decir, en lugares más altos, como por ejemplo el sitio de Balcón de Judas o el sector de los montículos de Chagastunán (véase Cap. 3). Dichas estructuras ceremoniales son, además, mucho más pequeñas con respecto al período anterior. Dejan de realizarse las grandes plazas que habían caracterizado los centros de peregrinaje, así como se abandona la tradición escultórica monumental que retraía oscuros dioses ántropo-zoomorfos que parece Para definir un nivel de organización pre-estatal, como por ejemplo el de los curacazgos, se necesita la presencia de un jefe de una élite basada en un sistema de parentesco, una estratificación social, la presencia de un sistema económico organizado y un modelo repetitivo y visible de asentamientos (Sahlins M. 1958, 1963; Service E. 1965: 149; Carneiro R. 1981, Earle T. 1987, 1997: 193). 2

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en neta decadencia; en su lugar se da espacio a una producción cerámica más rica y a litoesculturas de tamaño menor que representan a los ancestros o a animales míticos. La misma ubicación de los asentamientos pone de manifiesto un fenómeno que va adquiriendo cada vez mayor relevancia: el énfasis por el control de los terrenos agrícolas y de la ganadería, la delimitación de los territorios más altos de la zona que adquieren importancia en la economía y que se “sacralizan” mediante marcadores territoriales bien visibles, como las estructuras dedicadas al culto y a las inhumaciones de la élite. Para esto último véase el caso de los Pirushtu de Huayá, una hilera de montículos con estructuras funerarias que delimita la división de aguas entre el valle del Arma y la Quebrada Huayá. Tiene lugar un proceso de delimitación de los territorios que destaca, de manera evidente, junto con el proceso de creación de una nueva élite que justifica la conservación de su poder en las relaciones de parentesco y en la gestión de bienes materiales. Esta fase todavía se conoce poco porque los asentamientos se encuentran bajo los del período siguiente y no podemos calcular la amplitud de los poblados ni su número exacto. Sin embargo, algunos de los fenómenos que acabamos de describir no descartan la posibilidad de que tuvo lugar un importante cambio del sistema social y económico. La mayor distribución de los recursos se refleja en el crecimiento de la producción de cerámica. Del mismo modo la estratificación social y las instituciones políticas debieron de adquirir una conformación más definida en esta fase. Las áreas de actividades dedicadas a la producción de bienes quedan pues asociadas a estos asentamientos, lo que hace suponer que hubo un control directo sobre las actividades económicas, probablemente administradas bajo una cierta supervisión de las élites que habitaron en las áreas residenciales de dichas aldeas. Considerada la densidad de terrazas agrícolas, asentamientos y otras huellas de estructuras que caracterizan los primeros siglos de la era cristiana en el valle de Chacas, imaginamos que la población no residía exclusivamente en los pequeños asentamientos. Parece más bien que la aldea se concebía como lugar de concentración de productos, bienes santuarios, viviendas y tumbas de la élite. Podemos suponer que las viviendas de parte de la población eran de materiales degradables y estaban dispersas en el territorio. Diferentes autores (Lane K. 2006; Lau G. 2007; Ponte V. 2007) señalan que crece de manera sensible en esta fase la importancia de la ganadería3, y que el emplazamiento de los centros de la época permitía el crecimiento de una economía mixta, más agro-pastoril a partir de la época sucesiva (Lane K. 2005, 2006). Es posible que, a lo largo del tiempo, los procesos de especialización económica fueran causando una división social que expresaba, para decirlo con P. Duviols (1973), una relación de oposición pero a la vez de complementariedad entre grupos especializados de la misma comunidad (véase Lane K. 2005: 239 et passim). Retomaremos este tema más adelante. Los centros del poder, o sea las aldeas situadas estratégicamente en la ecozona de producción suni, controlaban las actividades económicas relacionadas con la producción que tenía lugar en su interior, por ejemplo la elaboración de las materias básicas, así como su redistribución a través de rituales y festividades que involucraban a toda la comunidad (Gero J. 1990, 1992, 2001; Lau G. 2002) sin la necesidad de la existencia de un centro de control único, como se afirmaba en la teoría clásica del curacazgo (p. ej. Service E. 1965: 144). No es insensato defender que junto con una explotación más exhaustiva del territorio y el empeño en emplazar los asentamientos en una franja del territorio estratégica para el control de diferentes pisos ecológicos se fue afirmando un modelo económico de microverticalidad comple3 Que está documentada arqueológicamente desde tiempos mucho más antiguos en la zona, véase Burger R. - Miller G. 1995.

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mentaria (Oberem U. 1981; Ramírez De Jara M.C. 1996; Herrera A. 2003a, 2006; Orsini C. 2006), que bien se adaptaba a la gran compresión del territorio que estudiamos, un valle muy estrecho donde en pocos kilómetros se encuentran territorios explotados de manera distinta. Aceptando tales premisas, se pone sin duda en evidencia que los modelos de complementariedad vertical a larga escala que prevén la ocupación de territorios situados en zonas ecológicas muy diferenciadas, por parte de diferentes segmentos de un mismo grupo – como se planteó para otras zonas del Perú (véanse Cap. 1 y 2) –, no parecen describir bien los sistemas sociales y económicos de Chacas. Hasta hoy en día es costumbre obtener productos de las áreas más cálidas a través del trueque o, en el caso de las poblaciones de la zona más oriental del valle de Chacas, gracias a los desplazamientos a campos de cultivo en áreas más templadas que se puede realizar en un mismo día4. ¿Pero en qué términos se relacionaron los varios centros que consideramos contemporáneos en este período? Un número relativamente alto de asentamientos no pudo compartir un territorio tan estrecho y limitado en recursos sin conflictos o, por lo menos, tensiones. La posición de muchos sitios enfrentados para controlar una misma porción de territorio, se configura como una planificación de control que debió de ser objeto de una coordinación de mayor nivel. Sin embargo, hasta la fecha, no se encontró un asentamiento principal que pudiera haber actuado como guía para la planificación del territorio. Es posible que los términos de esta autoridad fueran frágiles, que las decisiones se tomasen alternativamente en diferentes sitios o que existiera una fuerte política matrimonial y de intercambio que permitió solucionar el problema y cuyo resultado fue una convivencia relativamente pacífica5. Por otra parte, los distintos tamaños y niveles de expansión de los sitios tomados en consideración, apunta hacia la inexistencia de sistemas políticos uniformes y estables en la zona. Con toda probabilidad fueron activos una serie de pequeños centros en expansión y contracción con una base cultural común y liderados por una autoridad, que se podría definir de primus inter pares, desempeñada por diferentes asentamientos a lo largo del tiempo (véase en el área maya el fenómeno del “peer-polity network” Freidel D. 1986; Sabloff J.1986; Demarest A.1992). La zona de la actual ciudad de Chacas gozó de suma y especial importancia gracias a su posición de control, tanto hacia oeste como hacia el norte, y también gracias a su ubicación en dirección a otra área importante durante el pasado prehispánico, la actual provincia de Huari. Chacas se encuentra además en la confluencia de dos importantes ríos y fue sede de un importante huaca durante el Período Formativo (Pirushtu de Chacas, CVP 15). La zona la rodean asentamientos contemporáneos; entre ellos destaca Chagastunán, el sitio mayor de la zona meridional del valle. El mismo término Chacas, como señalamos (Cap. 2), alude al sitio arqueológico de Chagastunán cuyas poblaciones fueron reducidas a Chacas para la construcción de la ciudad colonial. A su vez, el asentamiento prehispánico de Chagastunán, que presenta señales de ocupaciones de finales del Formativo, pudo haber nacido como área satélite del sitio del Pirushtu de Chacas, y luego ir adquiriendo progresivamente importancia; sin embargo, la misma huaca ya durante los primeros siglos de nuestra era dejó de funcionar como centro ceremonial para convertirse en lugar de sepultura de las élites en la fase Jatungaga I. La reutilización de los viejos montículos del Formativo in4 En la actualidad, como probablemente sucedió en pasado, las poblaciones que viven cerca de las tierras bajas y húmedas, en la parte oriental de la provincia de Chacas, cultivan estas tierras aunque los asentamientos y las viviendas se encuentren en una zona más elevada, ecotono quechua (véase el caso de Tarapampa en la contigua provincia de Fitzcarrald, justo al este de Chacas, Venturoli S. comunicación personal 2004), mientras que quienes viven en la zona centro occidental de la provincia acceden a tales bienes mediante intercambio. 5 Aunque no siempre, como indican las armas y los proyectiles de piedra encontrados en las partes altas de los asentamientos de la fase Jatungaga I y II.

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dica, a nuestro parecer, que tuvo lugar un cambio dentro de la sociedad así como un proceso de “historización” y de una cierta “visión” del pasado (Thomas J. 1993), importante instrumento de propaganda política de la nueva élite y de fortalecimiento de la identidad comunitaria (Sinopoli C. 2003; Van Dyke R. - Alcock S. 2003; para un caso andino compárense Moore J. 2010). Es posible que Chagastunán funcionara como autoridad tipo primus inter pares subregional durante un período, tal vez durante la fase Jatungaga I y el Período Intermedio Tardío. No sabemos en qué términos se expresaba esta autoridad subregional y, lamentablemente, la escasez de estudios sobre los sistemas de asentamiento y sobre la sociedad del Período Intermedio Temprano en la zona de la sierra de Ancash no nos permite establecer comparaciones con modelos políticos parecidos. Entre los grupos que hacen parte de la tradición recuay la afirmación de una nueva clase política se pone de relieve con la multiplicación de imágenes de los jefes; imágenes que sugieren una inmediata asociación entre líder y poder político, religioso y económico indicando su capacidad de mantener relaciones sociales, a veces incluso a través de políticas matrimoniales (acerca de las imágenes de relaciones sexuales hombre/mujer sus implicaciones políticas véase Gero J. 2004). A pesar de contar con pocos datos a disposición, de ellos se desprende que durante el Período Intermedio Temprano la autoridad se basaba en sistemas de parentesco, y que el culto de los muertos tenía un papel muy importante en la manifestación pública del poder (Lau G. 2000, 2002). Durante el lapso de tiempo correspondiente con la expansión del estado wari, algunos asentamientos del período anterior en Chacas siguen siendo la base de la vida social local, pero no todos se mantienen activos. Los pocos sitios nuevos de este período se concentran en la zona suroccidental del valle y se colocan sobre todo en áreas elevadas. Se aprecia contextualmente la desaparición de temas figurativos que conciernen a la élite, para volver a una iconografía geometrizante y/o abstracta, por lo menos en la cerámica local6. El énfasis en las estructuras domésticas concebidas para acoger a familias ampliadas, patio group, y la construcción de nuevas tumbas, destinadas no a pocos individuos como en el período anterior, sino a un grupo más amplio, son quizás la señal más visible de la consolidación de una identidad clánica (cfr. Isbell W. 1997: 281-283; Herrera A. 2005a: 264, 2007). La adoración de los antepasados de cada grupo étnico, iniciada ya en el período anterior, se convierte quizás en predominante y en nuevo motor de cohesión social. Como ya observamos, el territorio oriental de la Cordillera Blanca, al menos en el área de estudio que nos ocupa, no conoció antes de la colonia una organización estatal. Según la teoría que goza de mayor aceptación, fueron los Waris quienes fundaron, en la zona de los Andes Centrales, los primeros estados organizados difundiendo así su modelo de organización social en buena parte del área andina. Aunque los términos y las modalidades de esta expansión en Ancash se cuestionaran bastante recientemente (véase Ponte V. 2007), es innegable que los Waris llegaron al área del Callejón de Huaylas influenciando, en qué medida es todavía objeto de discusión, algunos centros de viviendas y ceremoniales locales. La cultura wari parece no haber tenido ningún contacto con la zona de Chacas, si se excluyen débiles cambios de bienes exóticos, que deducimos tras la observación de objectos en colecciones privadas (Wegner S. 2001) pero que no podemos probar con datos arqueológicos. Sin embargo, se detectan algunos cambios como un nuevo estilo constructivo y la importancia creciente de la arquitectura funeraria de chulpa: estos fenómenos tuvieron, como vimos, una evolución paralela a la misma historia local de la zona. Es complicado ofrecer una explicación exhaustiva de estos fenómenos, que no son imputables a una sola causa sino a elementos relacionados que, como demuestran los lentos procesos de evolución y cambio de la zona de Chacas, se arraigan de manera 6 Mientras que en la zona del Callejón de Huaylas se conocen botellas antropomorfas de producción local con fuerte influencia wari (véase p.ej. Paredes J. - Quintana B. - Linares M 2001; Paredes J. 2005; Ponte V. 2007).

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profunda en la historia local. La mayor importancia de los grupos familiares, con respecto a las familias nucleares independientes, podría ser la natural evolución del fenómeno de organización del trabajo para una explotación de los recursos agro-pastoriles más difundida, dando una mayor importancia a las actividades de ganadería que destaca en diferentes áreas en esta fase (compárense Lane K. 2005, 2006; Lau G. 2007; Ponte V. 2007). Por su parte no hay que olvidar que tales cambios se precipitaron debido a una serie de transformaciones que caracterizan toda el área andina alrededor del Horizonte Medio; estas transformaciones, que acompañaron la expansión wari son evidentes, por ejemplo, en el contiguo Callejón de Huaylas, y es posible que aceleraran procesos ya en acto en la zona de Chacas. Ponte (2007) sugiere que el pastoreo en la zona de la sierra de Ancash aumentó gracias a la influencia de los Waris, quienes probablemente fomentaron la producción de lana de camélidos a cambio de productos exóticos, o incrementaron la producción con la mita en las zonas del Callejón de Huaylas7. No es casual que la mayor concentración de arquitectura tipo patio group y de necrópolis de chulpa se encuentre en la zona suroccidental de Chacas, en correspondencia de la quebrada Juitush que comunica con el Callejón de Huaylas y cuya continuación en la vertiente occidental de la Cordillera es la Quebrada Honda, sede del importante sitio de influencia wari de Honcopampa. En cuanto al período siguiente, que corresponde a la fase Jatungaga III, el dato más evidente es un fuerte descenso del número de asentamientos, y el predominio de aldeas, mientras que desaparecen casi por completo las muestras de otras tipologías de sitios. Otro dato relevante es que las aldeas de nueva construcción se establecen en zonas muy altas (compárense Herrera A. 2003a; Ibarra B. 2003; Mantha A. 2006; Orsini C. - Debandi F. - Sartori F. 2009; Herrera A. - Amaya A. Aguilar M. 2012). Sin duda la especialización de la economía pastoril fue aún más notable a partir de esta fase (Lane K. 2005), momento en que grupos especializados construyeron en toda la sierra de Ancash nuevos asentamientos en áreas más cercanas a los pastos para los rebaños. Se trata de un período que corresponde a la fase así llamada de los señoríos étnicos, que en la zona de Conchucos fueron descritos por primera vez por Waldemar Espinoza (Espinoza Soriano W. 1969; León Gómez M. 1996, 2003; Chocano M. 2003; Venturoli S. 2006a, 2006b). En el Capítulo 2 detallamos lo que fue la organización étnica durante los períodos tardíos de la historia de Conchucos: Chacas formaba parte de la saya Icho – izquierda– del grupo de los Huaris, que comprendía los actuales territorios de Asunción, Fermín Fitzcarrald y Antonio Raimondi. No sabemos si esta división se remonta al período que nos interesa, o si fue el resultado de una política de reacomodos de los poderes provincianos por parte de los Incas (Zuloaga M. 2008: 32). Muy probablemente el área de Chacas fue sede de caciques menores, como ocurrió en el siglo XVI (véase Cap. 2), que mantenían relaciones con otros grupos. Durante la época inca, la influencia del Tawantinsuyu en esta zona de los Andes fue débil y circunscrita a la zona del camino real, que no pasa por la sub-región objeto de nuestro estudio. No se

7 “Uno de los principales proyectos del estado Wari pudo haber sido el incentivo, adquisición y administración de mayor ganado camélido [...] El aprovechamiento de la llama como elemento de transporte y carga, el uso de fibra lanar de alpacas y vicuñas silvestres para la elaboración de finos textiles, así como su constante empleo en sacrificios para ceremonias pudieron constituir, entre otras razones (Shimada y Shimada 1985), bienes económicos de suma importancia para la administración Wari. Sociedades que practicaban la agricultura y el pastoreo pudieron haber sido potenciados o incorporados a la maquinaria estatal. [...] La frecuencia de telares Wari induce a pensar que el pastoreo de camélidos fue una actividad prioritaria para el estado, el cual dio materia prima para la producción artesanal textil especializada. Usando una analogía con el Imperio Incaico, Wari pudo promover el pastoreo en la puna del Callejón de Huaylas mediante el tributo textil estatal mit´a, impuesto por los Inkas, que consistía en trabajo que las comunidades debían realizar para el estado. Sin embargo, este sistema empleado en la época Inkaica todavía no puede ser aplicado para el Imperio Wari por carecer de sustento arqueológico” (Ponte V. 2007: 95).

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observan mayores cambios en los patrones de asentamiento, como ya detallamos en el Capítulo 4, y sospechamos que la zona sufrió una fase de marginalidad. El débil eco de la dominación inca8 nos lleva a pensar que se practicaron mitmae, aunque no lo podemos saber a ciencia cierta. Resumiendo la última fase de la historia del Chacas prehispánico, contamos con datos arqueológicos que aluden a asentamientos a más de 4.200 mt. s.n.m. y la escasa presencia del Inca. Los relatos etnohistóricos que tratan de esta fase documentan una considerable producción de textiles y abundancia de cabezas de ganado en todo el territorio de Conchucos (Cieza de León P. 1995 [1553]: Cap. LXXX). Según Lane (2005, 2006), la pastoricia se desarrolla mucho en el área ya en el Horizonte Medio, y en la última fase de la historia prehispánica gana importancia, lo que el estudioso define, parafraseando a Cribb, un pensamiento nomádico (Lane K. 2005: 15), o sea el adoptar un modus vivendi que responde ante todo a las exigencias de las tareas pastoriles. Los elementos principales que forjaron, en nuestra opinión, la complejidad social en Chacas a través del tiempo, o sea la microverticalidad complementaria en un marco de subsistencia agro-pastoril, la competencia pero a la vez la interconexión entre los grupos locales, la ausencia de una autoridad central permanente, y una cierta independencia de la zona respecto a las áreas contiguas, se pueden apreciar a contra luz en las crónicas. Por ejemplo en los escritos que tratan la visita del 1543 de Cristóbal Ponce de León a la zona cercana a la actual ciudad de Conchucos, en la parte norte del callejón homónimo, se nombran un buen número de caciques con las relativas llactas gobernadas (Soriano Espinoza W. 1964); de ahí aprendemos que antes de que se implantara el sistema de las reducciones, existían llactas donde vivían indígenas que procedían de otra parcialidad o guaranga9, y que no dependían del curaca de la llacta donde estaban viviendo. Soriano (ibíd.) se pregunta si acaso estas personas se encontraran fuera de su territorio para cumplir con obligaciones de reciprocidad prestando turnos de trabajo voluntario (mita). Este dato parece documentar la movilidad de personas de diferentes parcialidades dentro de un mismo territorio étnico debida a deberes como la mita10, que reflejan dinámicas de circulación y de intercambio que se integran perfectamente en un sistema de micro-verticalidad y gestión fluida de la autoridad regional que deben de haber existido desde épocas remotas.

8 A este propósito vale la pena recordar el mito chacasino de “El Inca y el shashal”. En este relato se explica cómo, al llegar el Inca a la zona, obligó a los habitantes de Chacas a pagar los impuestos. Los chacasinos rechazaron y el Inca, desde un cerro, les castigó enviando la tierra negra, shashal, a la zona de Chinlla (antiguo distrito ollero enfrente de Chacas) mientras que, por otro lado, envió a San Andrés de Llamellín las semillas de la abundancia (cuento recogido por S. Venturoli, existe una versión similar en Márquez Zorrilla S. 1965). Tradicionalmente las zonas de San Luis, San Andrés de Llamellín y sus tierras más bajas y cálidas, son áreas mucho más favorables al cultivo respecto a las tierras de Chacas que, posiblemente, fueron ignoradas por el Inca. En San Luis se registró una cierta presencia inca (véase Herrera A. 2005a: 110; Ccente Pineda E. - Román Godines O. 2006). Según Herrera (2003c, 2005a: 71), los andenes de cultivo de San Luis y de las tierras bajas y cálidas a su este, como la zona de Yangón proporcionaban cosechas de algodón y sal utilizados por el Inca (ibíd.: 123), o sea eran zonas con finalidades productivas específicas: “Vertical archipelagos established by internally differentiated societies probably never functioned to provision whole populations but to produce goods that were critical to the maintenance of political power” (Van Buren M. 1996: 12). Hasta hoy en día es costumbre intercambiar algunos productos con estas poblaciones (Espinoza Milla S. 1994). Quizás los intercambios tanto hoy como en el pasado no eran de productos de uso cotidiano. S. Venturoli nos informa que en Chacas y en Huari, los productos de las tierras cálidas como el ají no forman parte de la dieta cotidiana de las comunidades que viven en la puna y no cuentan con el abastecimiento de productos industriales (S. Venturoli, comunicación personal 2004). 9 “Constituían las guarangas cuerpos políticos forjados y consolidados a lo largo del tiempo. El nombre de guarangas (mil) se ha relacionado con la organización decimal inca pero ello no nos debe confundir. Los especialistas concuerdan en que las guarangas representaban complejas organizaciones sociales previas a los incas – además de circunscripciones territoriales [...] típicas del norte peruano” (Zuloaga M: 2008: 19). 10 Sistema que posiblemente continuó funcionando en la época de la conquista, véase infra.

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Sofia Venturoli indica que en la cercana ciudad colonial de Huari, a un día de camino de Chacas, se practicaba una mita reuniendo a gente que procedía de las comunidades más cercanas a Huari (Venturoli S. 2006a); el mismo fenómeno se observa en Huaráz para la época pre-inca (Zuloaga M. 2008: 36). El aspecto quizás más interesante es que, cuando el sistema de movilización entre llactas ya no existe porque los indios quedan reducidos en las ciudades coloniales, quienes se desplazaban a los nuevos centros administrativos mantenían una estrecha relación con la comunidad de origen, sea a nivel de propiedad de la tierra, sea a nivel de vínculos rituales y religiosos (Venturoli S. 2006a y 2006b). En mi opinión este dato es consistente con un sistema de cohesión interna de los diferentes grupos (que convive con cierta competencia y rivalidad, véase infra y Platt T. 1976), que aparece bien reflejado en los datos que emergen de la arqueología de Chacas. Por lo que concierne otro tema clave, el de la competencia entre grupos afines, en los documentos que hablan de los indios reducidos en las ciudades coloniales se detecta mucha rivalidad entre los miembros de una misma colectividad o guaranga. De nuevo es necesario hacer referencia a documentos que tratan de las zonas cercanas puesto que Chacas no figura casi nunca en las crónicas; sabemos que en la fundación de la ciudad colonial de Huaráz, los españoles mantuvieron la división de los diferentes grupos humanos para la repartición de los pueblos reducidos en los diferentes barrios de la ciudad. Se lee en la documentación de la época que se adoptó esta estrategia para evitar conflictos (Almanaque 2002-2003). Las relaciones conflictivas entre los diferentes grupos humanos de la zona persiste hasta al siglo XVII (Mansferrer Kan E. 1984) e implican dinámicas de control de los recursos a nivel microrregional más que un enfrentamiento con grupos foráneos. Vamos a tratar este tema de una forma extensa en las líneas que siguen. Complejidad social, conflictos y percepción del sí: el problema de los Llacta y Llachuaces En diferentes documentos que tratan de la zona de nuestro interés, la distinción entre facciones dentro de un mismo grupo a menudo hace referencia a una repartición dual, la de los Llacta y Llachuaces (Hernández Príncipe R. 1923 [1622]; una recopilación completa de las fuentes se encuentra en Duviols P. 1973, 1986, 2003, véase también Robles Mendoza R. 2007 y Orsini C. Venturoli S. 2007 para una análisis reciente del mito). Los términos – se utilizan con el mismo significado también Huari y Llacuaz – se refieren a dos grupos distintos de indígenas que se proclamaban, respectivamente, descendientes del dios Huari y del dios Libiac o Lliviac. La misma distinción la encontramos aplicada a grupos de otras áreas de los Andes centrales (véase Arriaga P. J. de 1920 [1621]: Cap. II y XV; Calancha A. de la 1972 [1639]: Cap. 2). Los Llacta o Huari se identificaban con la parcialidad Ichoc (véase Mongrovejo T. de 1920 [1593]) y según las crónicas eran agricultores y habitantes de las tierras bajas, en cambio los Llachuaces o Llacuaz lo hacían con la parcialidad Allauca (Mongrovejo T. de ibíd.), eran pastores y habitantes de la puna (véase Cap. 2). Algunos documentos señalan también la oposición entre “autóctonos” Huaris y “forasteros” Llacuaz, mientras que en otros los Huaris también parecen proceder de lejos (Duviols P. 1973, 1986). En un contexto donde la arqueología proporciona al territorio de nuestro interés un cuadro de sistemas de subsistencias mixtas, de micro verticalidad y de escasa influencia de grupos foráneos, ¿cómo se puede interpretar esta división, que aparentemente marca una oposición neta entre grupos que practicaban medios de subsistencia diferentes y que hasta parecen pertenecer a dos etnias distintas? No solo, la distinción Huari/Llacuaz va acompañada de una disposición geográfica (Ichoc/Allauca) que implica también una jerarquía de tipo social al igual que la noción de Hanan/Hurin en el contexto inca (Hana y Hura en Ancash). En nuestra opinión esta división aparentemente étnica y geográfica podría ser una lectura europea

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de un fenómeno de dualismo complementario, bien arraigado en la sociedad andina, que haría sombra a procesos de jerarquías locales del poder en constante cambio (véase Zuidema T. 1973, 1989). Vemos los motivos. Durante el Intermedio Tardío no se registran notables diferencias en los sistemas de asentamiento, así como tampoco en la cerámica de la zona, ni a nivel de zona de Chacas ni a un nivel más amplio. Estos elementos descartarían la hipótesis de que la zona sufriera invasiones de presuntos grupos de personas étnicamente diferentes y que practicaban de forma prevalente el pastoreo, los Llachuac o Llacuaz. En el caso de Chacas11 parece más plausible la hipótesis de que la especialización económica, proceso estrechamente vinculado a la evolución local, originara dentro de la sociedad grupos diferentes que accedían de manera distinta a los recursos y que intercambiaban de manera muy permeable bienes y huacas, a pesar de vivir en la misma zona y en los mismos asentamientos. Los asentamientos del PITa son aldeas posicionadas en áreas por encima de los 4,000 metros, en zonas aptas al pastoreo, lo que no excluye que los habitantes practicasen también la agricultura. Por ejemplo, las excavaciones en el sitio de Ñawpamarca (4.100 mt. s.n.m.) en una zona muy cercana a Chacas, proporcionaron un buen número de instrumentos agrícolas y para la molienda de cereales (Mazzari L. 2013: 98). Los análisis de restos vegetales y sobre las tipologías de madera utilizadas en la cotidianidad del sitio, apuntan para un manejo de diferentes pisos ecológicos, incluyendo las partes bajas del territorio circunstante (Mazzari L. - Porcedda M. 2013: 1718). Buscando en las crónicas detalles acerca de la ubicación espacial de los Huari y los Llacuaz, observamos que, por lo menos en un caso, estos grupos se asentaban espacialmente “uno frente al otro”12. Este dato es interesante por dos razones: es compatible con el patrón de aldeas acopladas descrito para el Intermedio Tardío (véase Cap. 4), y parece sugerir que no necesariamente las aldeas de los Huari y de los Llacuaz se encontraban en marcos ecológicos distintos. En diferentes documentos se remarca, por un lado, una oposición, pero por el otro la existencia de intercambio de productos (Duviols P. 2003: 274) hasta llegar a situaciones en las cuales los grupos se reunen en un mismo asentamiento (Duviols P. 1986: 52-53). No es insensato pensar que los españoles interpretaron esta oposición en un sentido marcadamente diacrónico, en lugar de sincrónico, creyendo en la existencia de un grupo “originario” y uno de “forasteros” que llegaron a la zona posteriormente. Con mayor probabilidad, la oposición conflictiva citada por los documentos coloniales es una lectura europea de un fenómeno de dualismo complementario: la conflictividad entre las dos mitades es una expresión metafórica de la tensión entre los dos partes que forman la unidad. Este conflicto es necesario para el mantenimiento de un equilibrio entre las partes, y se conoce en la literatura antropológica de diferentes partes de los Andes (Platt T. 1976; Bastien J. 1985), referido a facciones corporativas en el interior del mismo grupo humano, típicamente pastores y agricultores. La oposición entre grupos humanos que ocuDiferente la situación en la zona de la Cordillera negra. Lane (2005: 97) por ejemplo, aceptado que: “Huari and Llacuaz during the LIP were complementary facets of the same macro-etnia ... they spoke the same language variant, Central Quechua (Heggarty 2004), and more importantly that they venerated their separate gods on the same days, around the Christian feast of Corpus which is when the harvest is gathered in the highland regions (Rostworowski 1988b: 56)”, pero sostiene que hubo movimientos de poblaciones en épocas anteriores (Horizonte Medio y principios del Intermedio Tardío). También sostiene (2005: Cap. 8) que la especialización económica de los grupos Huari y Llacuaz se refleja en diferentes patrones de asentamiento a lo largo de su área de estudio (la Cordillera Negra de Ancash), con un área donde predomina una economía pastoril y otra zona donde es prevalente la agricultura, y que los grupos de pastores tuvieron más prestigio en el PITa (ibíd.). 12 “Este pueblo da la Magdalena de Ichoca parece visito según dicen el Doctor Diego Ramírez desde el pueblo de Marca por bajar muy mal dispuesto a Lima de los trabajos de la visita. Es un pueblo de desabrido y frígido temple, y de pocos indios arruinado por un obraje que está fundado en su contorno fueron reducidos de cuatro pueblos que están unos enfrente de otros los tres llactas y el uno llachuas llamados Huahalla Yanas Pallanto y Cascaparac.” (Duviols P. 1986: 479). 11

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pan zonas asociadas respectivamente a la agricultura y la ganadería se identifica con términos diferentes inclusive en la zona de los Andes del sur (véase por ejemplo la zona del Titicaca: Bouysse-Cassagne T. 1986). En el pueblo de Huari, en la vertiente oriental de la Cordillera Blanca a pocos kilómetros al sur de Chacas, hasta hace 30 años, se celebraba una fiesta durante la cual las mitades Hana/Ichoc y Hura/Allauca de la ciudad, reducidas durante el siglo XVI, respectivamente, en la reconstrucción de S. Venturoli (2006b), de las comunidades de las partes altas – la zona de la puna tradicionalmente asociada a las actividades ganaderas – y de las tierras bajas y más fértiles del territorio étnico de los Huaris, se enfrentaban en la plaza de la ciudad en una guerra ritual que se llevaba a cabo con palos de madera prendidos como antorchas (Venturoli S: comunicación personal 2005). De la misma manera en Huari la concentración de edificios de la época colonial más antiguos, y pertenecientes a familias ancestrales y económicamente influyentes de la zona, es el reflejo de la parcialidad más poderosa – Allauca/Hura – con respecto a la otra – Ichoc/Hana –, cuyos edificios se ubican en el lado opuesto de la plaza (Venturoli S. 2006b). Al revés que en el caso de la división inca de Hanan, o sea Allauca, y Hurin, o sea Ichoc, la parte baja del pueblo se identifica con la parcialidad Allauca que reúne a familias más antiguas y prestigiosas, mientras que la parte alta lo hace con la parcialidad Ichoc, que se identifica con familias procedentes de la parte más pobre. Según Venturoli, este fenómeno es congruente con la división entre Ichoc y Allauca que involucra todo el territorio de los antiguos Huari (de dicha división, se hace referencia en el Cap. 2), puesto que la parcialidad Ichoc del pueblo de Huari se encuentra en dirección de la zona de Chacas, o sea hacia la parte alta del territorio, hacia el noroeste. Marina Zuloaga (2008: 33) subraya que: “Los nombres de las guarangas, tal como las conocemos en la época colonial podían hacer referencia al origen y filiación étnica mayoritaria del grupo: los pomas o los guaraz, los checas, los quinti etc., a la posición jerárquica que ocuparan dentro de su grupo: Allauca (los del lado derecho) que tenían un estatuto privilegiado respecto a los de Ichoc (lado izquierdo)”. En este caso el binomio grupo privilegiado/allauca parece conservarse en su forma más clásica. El dato importante que subraya la estudiosa es que: “Solía tratarse de una historia idealizada, transmitida a través de generaciones y muy estereotipada. Las tradiciones estaban referidas a la ñawpa pacha “los tiempos antiguos”, a una época en que se dio origen a los ritos y costumbres (antiguas)....” y recuerda de cómo estos relatos se repetían y se iban renovando hasta tal punto que es imposible y peligroso atribuirles un valor cronológico lineal según parámetros occidentales. Todo ello significa, en nuestra opinión que el estatus de Huari y Llacuaz no se refiere strictu sensu a una división étnica (véase Gose P. 1992), más bien a una percepción de un estatus móvil y momentáneo, de modo que, en algunas áreas, la asociación entre división geográfica y estatus de privilegio cambia según las zonas (¿y las épocas?). La mención de Huari y Llacuaz, así como la que suele hacerse en todo el área de Ichoc y Allauca, se refiere evidentemente a una especialización de tipo económico relacionada con una división del trabajo; quizás este proceso, como tuvimos ocasión de señalar, se vuelve más evidente en el período posterior a la fase Jatungaga II, si bien a principios de nuestra era estaba ya vinculado a la creciente complejidad social que se iba perfilando. Así pues, a pesar de practicar cotidianamente una economía mixta, poseer ganado fue en algunos momentos un símbolo de prestigio, por ejemplo para los caciques durante la época colonial (véase Hernández Príncipe R. 1923). Si leemos la oposición Huari/Llacuaz en este sentido, como actividad de un grupo social más asociada a la cría del ganado, los Llacuaz percibieron su actividad como más prestigiosa, más aún en los tiempos en los cuales esta actividad se documentó, o sea en los tiempos del incanato y de la Conquista, cuando la zona de la sierra de Ancash estaba considerada un área de alto rendimiento de lana de camélidos, un elemento extremamente valorable para los Incas (véase Murra J. 1980: 98-117) y para los españoles en épocas posteriores. A propósito de la autodefinición o percepción que un gru-

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po o un individuo proporciona de sí, Lane (2005: 71) afirma: “That an ethnically similar community should have multiple and sometimes contested identities is not a rare occurrence. Identity is always multi-vocal, of which ethnicity is a component (Maalouf 2000); a person or a community will therefore draw upon and will associate with distinct overlapping and sometimes contradictory identities depending on what is being discussed or negotiated (Holland et al. 1998; Sökefeld 1999)”. En la metáfora de oposición y complementariedad, el prestigio se pudo “convertir” en conquista; podría ser que de esta manera los españoles percibieran como conflictiva, opositiva y diacrónica una relación que expresaba, quizás, un enfrentamiento entre bandos (véase supra), parte de una misma realidad social y de un mismo substrato cultural. Concordamos con P. Duviols (1973) en que los procesos de división social desarrollados a medida que los grupos humanos de la zona maduraban una organización socio-política y económica más compleja, podrían haber fomentado relaciones de oposición y complementariedad entre grupos, pero en nuestra opinión solo entre grupos pertenecientes a una misma comunidad étnica. Las hipótesis expuestas nos llevan a considerar de manera diferente las relaciones de poder entre los grupos humanos de la zona de la sierra de Ancash referidas por los cronistas. La condición de Huari y Llacuaz aparece más como estatus social que como división étnica, y como una condición no perenne, sino transitoria. Los cambios ambientales podrían haber favorecido, con el pasar del tiempo, el mayor desarrollo de las esferas económicas vinculadas a cada uno de estos grupos. Como en una alfombra de hojas secas en un bosque13, el sucederse de las estaciones causa nuevas estratificaciones, dejando en la memoria colectiva la percepción de un tiempo “antiguo” en que dominaron grupos que ahora son conquistados. No sorprende, por último, que el grupo entregado a la actividad económica principalmente rentable en el momento de la conquista ofreciera una percepción de sí como “conquistadores” extranjeros. Es común en la tradición oral andina, el topos literario de la hegemonía de una élite guerrera que puede jactar descendencias exóticas, o de célebres pacarinas, como por ejemplo el lago Titicaca (al igual que los Llacuaz, véase Duviols P. 2003: 274), a pesar de ser parte de un mismo grupo local. La persistencia en la memoria colectiva de estos mecanismos es todavía muy fuerte; hoy en día el apellido Llaquas existe en la zona oriental de la Cordillera Blanca y es percibido como un apellido “extranjero” (Venturoli S: comunicación personal 2004). Del mismo modo existen mitos locales que postulan la presencia en la zona de Huari de los huarirunas, fuertes guerreros entregados a la agricultura que dominaban, en cambio, en tiempos remotos las zonas de Huari y Yacya (Venturoli S. comunicación personal 2005). Así pues, podemos concluir que las evidencias arqueológicas a nuestra disposición apoyan la hipótesis de que, a nivel de recursos primarios para la sustentación, en Chacas, la explotación de las varias áreas ecológicas tuvo lugar sin grandes desplazamientos de gente, y que, en el arco de una misma jornada laboral, era posible llevar a cabo actividades tanto ganaderas como agrícolas. A. Herrera, quien primero observó este fenómeno en la zona de Chacas y de San Luis, considera este sistema de sustentación como el más viable y difundido en la zona (Herrera A. 2003a). Para que este sistema funcione, es necesario que dentro del mismo grupo exista un nivel de especialización de las actividades económicas y que algunas determinadas personas tengan la tarea, en ciertos períodos del año, de encargarse a rotación del ganado de todo el grupo y, quizás, también del ganado de las élites. Podemos suponer que las parcelas de campo las utilizaban a nivel comunitario y que este tipo de organización favorecía la cohesión del grupo, la especialización y al mismo tiempo la competitividad con respecto a los grupos externos del control de los recursos de los pastos. 13 La eficaz imagen me la sugirió T. Zuidema (2004) durante una de las muchas conversaciones que tuvimos sobre este argumento.

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Sacralizando un espacio común Los procesos señalados en el párrafo anterior dejaron huellas más o menos visibles en el territorio. Los cambios sociales se reflejan en una nueva organización espacial, significan también una evolución en la cosmovisión religiosa e implican la aparición de nuevas señales sobre el territorio que sancionarán la transformación simbólica, además de física, del paisaje (Moore J. 2004). Tanto en el pasado como en la actualidad, los rituales medían la relación con un entorno de fuerzas sagradas. Es por ello significativo el proceso de transformación en la ubicación y en la función de las áreas sagradas en la época prehispánica de la zona de Chacas. En la época más antigua – fases Pirushtu y Jatungaga I – la cohesión social entre los diferentes centros tuvo probablemente como base compartir no sólo un mismo sistema social y económico, sino también religioso. El esfuerzo por mantener el sitio del Pirushtu de Chacas podría ser una señal de ello; se trata de un centro ceremonial que surge en un lugar de carácter sagrado incluso en épocas anteriores, y que durante la conquista sigue siendo un lugar mágico de apariciones: la Virgen se lo indica a los españoles como lugar de fundación de la Chacas colonial (Espinoza Milla S. 1994). Quizás este lugar era un foco de concentración para rituales de cohesión de las diferentes comunidades que vivían en el territorio. En la zona de Chacas se observa, a partir de finales del Formativo, un modelo de asentamiento mucho más articulado, con respecto al período anterior, que prevé una ocupación más sistemática de diferentes pisos ecológicos y donde las zonas residenciales de la élite destacan dada su importancia. Contextualmente a la relevancia otorgada a los nuevos asentamientos situados en el límite entre la zona quechua y puna, en este período se siente la necesidad de construir zonas ceremoniales más cercanas a las comunidades y así sacralizar el nuevo espacio vital. En algunos asentamientos existen áreas con funciones públicas compuestas por una arquitectura de forma circular, posiblemente ceremonial. Dichas estructuras se estudiaron en varias partes de los Andes norcentrales, como en La Pampa (Terada K. 1979), y Chinchawas (Lau G. 2001). Se trata de arquitecturas construidas sobre montículos artificiales o aprovechando las cimas de cerros modeladas como plataformas. A partir de la fase Jatungaga I la litoescultura ya no representa a los dioses antropo-zoomorfos sino a la élite local, según una iconografía predominante también en la cerámica. Dicha iconografía en el arte lítico no celebra de manera directa a los nuevos jefes, sino más bien celebra el linaje al que la élite pertenece. Inicia de este modo un predominio del culto de los antepasados, que llegará a ser predominante a lo largo del período sucesivo. El papel de mediación y prestigio de los linajes adquirirá paulatinamente mayor importancia a lo largo del largo período siguiente. De hecho, este papel determinó la aparición de sepulturas bien visibles en el entorno natural y que debían de funcionar como marcadores territoriales. Esta tendencia ya se registra a finales del Formativo, cuando los divisorios de aguas entre las diferentes quebradas se marcan con filas de sepulturas ubicada en montículos, (véase los sitios tipo el Pirushtus de Huayá, Cap. 3). Sin duda estas nuevas señales dejadas en el terreno marcaban los límites entre los territorios de los diferentes asentamientos y revindicaba, mediante la presencia de las inhumaciones de los antepasados, su explotación. Al igual que en otras sociedades, la ocupación de espacios tiene lugar contemporáneamente con una apropiación simbólica de dichos lugares: “access to territory seems to have been controlled by the symbolism of place, expressed so vividly in the location of burial monuments and ceremonial sites. These were the fixed points in the social landscape, and many types of activity, from the locations of settlements areas to the disposal of occupation debris, were carried out with an awareness of these associations” (Bradley R. 1991: 65).

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El énfasis en una ritualidad más relacionada con las dinámicas internas de cada asentamiento se vuelve evidente con la construcción de áreas sagradas en el corazón de las aldeas. Marcando el territorio con la presencia de tumbas de los antepasados se señala una exigencia bien diferente con respecto a los rituales comunitarios a nivel intrarregional que caracterizaban el período anterior. En último lugar, en un momento de transformación importante para la historia de Chacas, es decir a finales de la fase Jatungaga II, el modelo de inhumación de tipo cámara destinado a pocos individuos, en ocasiones a la familia nuclear, queda desplazado por grandes inhumaciones destinadas a recoger grupos más numerosos de difuntos. Las tumbas, reabiertas continuamente a partir de esta fase, por ejemplo en el sitio de Jatungaga (véase Cap. 3), se convierten con bastante probabilidad en el nuevo foco de las actividades cultuales, como lo demuestran también los documentos de extirpación de idolatrías (véase Cap. 2 y Duviols P. 1986: 52-53). En áreas más pobladas, como el Callejón de Huaylas, se realizaron estudios sobre verdaderas “comunidades mortuorias”, ubicadas en áreas elevadas para guardar los territorios de explotación agro-pastoril de enteras regiones (Herrera A. 2006). Epílogo La arqueología de la zona de Chacas presenta aún muchos aspectos desconocidos. Los breves y discontinuos resquicios abiertos por esta investigación ofrecen una visión de los márgenes, de la antigua historia prehispánica de la zona de los Andes centrales. El fenómeno tal vez más notable de la historia local aquí presentado es la permeabilidad, y al mismo tiempo la autonomía, que las antiguas sociedades de la zona ofrecieron a las influencias de los centros mayores de cultura de la zona andina como Chavín, Huari y Cuzco, junto con una diferenciación social horizontal, en vez de jerarquizada y vertical, que funcionó como estímulo para la construcción de una identidad comunitaria. Es importante remarcar que la función de este estudio es analizar los procesos que definen la emergencia de la desigualdad y de la estratificación social, es decir el escenario donde tienen lugar las relaciones sociales, en un contexto como la sierra de Ancash, donde las clásicas señales que acompañan a estos fenómenos – alto nivel de jerarquización, urbanismo, estructuras sociopolíticas de jefaturas o estados – (véase, entre otros, Service E. 1965; Carneiro R. 1981; Earle T. 1987, 1997) aparecen casi en claroscuro. La diferenciación social horizontal se expresa en grupos que desempeñan funciones importantes tan a nivel social como económico para los grupos humanos de la sierra de Ancash, al igual que dos caras de la misma moneda, y que, durante la colonia, se cristalizan en la interpretación europea como relaciones de supremacía de grupos ajenos. El conflicto entre bandos que forman parte de un mismo grupo y la diferenciación social horizontal son dos elementos importantes para el fortalecimiento de la identidad étnica y son parte de una estrategia de cohesión social que perdura en el tiempo. Los múltiples estudios acerca de los mecanismos sociales andinos a través de datos arqueológicos, y los estudios cada vez más exhaustivos acerca de la complementariedad zonal, darán lugar a nuevos estímulos para la investigación de cómo algunos mecanismos internos de la sociedad pueden empujar al cambio y a las transformaciones. Mientras tanto, tratamos de demostrar que fenómenos como la complementariedad zonal, si bien a nivel de micro-pisos ecológicos, los conflictos intra-étnicos, la especialización económica junto a los rituales religiosos de cohesión social, desempeñaron un rol paritario en el surgimiento de una sociedad compleja en Chacas.

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Apéndices Índice de las láminas

Lám. 1. Mapa de Ancash con la provincia de Asunción. Lám. 2. Mapa general de Chacas con ecozonas. Lám. 3. Extensión del área de prospección. Las área marcadas se reproducen a una escala mayor en las láminas correspondientes. Lám. 4. Ubicación del complejo de Riway y Riway Chico (CVP 1). Lám. 5. Mapa de Riway (CVP 1). De Téllez S. 2006. Lám. 6. Vista desde sur del cerro de Riway (CVP 1) con las ruinas arqueológicas. Foto Luciano Bitelli. Lám. 7. Vista aérea de las ruinas de Riway (CVP 1). Lám. 8. Muro de defensa del sitio de Riway (CVP 1). Lám. 9. Relieve del muro de defensa del sitio de Riway (CVP 1). Lám. 10. Montículo oeste en el sitio de Riway (CVP 1). Lám. 11. Estructura funerariaa montículo tronco-cónico en Riway (CVP 1). Lám. 12. Estructura circular aisldada ubicada al norte del cerro de Riway (CVP 1). Lám. 13. Estructura circular similar a la de Riway en Romerojirca (Huamparán, Huari). Lám. 14. Ubicación de las ruinas de la quebrada Potaca: Huacramarca (CVP 2), Huacramarca II (CVP 3), Huaripatac/Jato Viejo (CVP 5) ; y Garguanga: Ultopampa (CVP 4), Quenguan (CVP 7), Chilla Pampa I (CVP 38), San José (CVP 39), Pishaj I (CVP 40), Usha Kuana (CVP 41), Pishaj II (CVP 42), Chilla Pampa II (CVP 43), Garra (CVP 44), Chulpa amarilla (CVP 51), Tayapucru (CVP 37), Pupa (CVP 49). Lám. 15. Estructuras y relieve tridimensional del cerro de Huacramarca (CVP 2). Lám. 16. Plano del sitio de Huacramarca CVP 2 (adaptado de Vega-Centeno R. 2008). Lám. 17. Restos de construcciones de pirca, en la ladera del cerro de Huacramarca (CVP 2) por la quebrada Potaca. Lám. 18. Planicie que alberga la mayoría de los patios agrupados de Huacramarca (CVP 2). La parte sobreelevada en la porción izquierda de la foto corresponde a los sectores 7 y 8. La foto fue tomada del sector 11. Nótense la quebrada Vesuvio en el fondo. Lám. 19. Chulpas en el sector 10 de Huacramarca (CVP 2), mirando hacia la quebrada del río Garguanga. Lám. 20a y b. Ortofotografía de una porción del muro este de la chulpa más conservada de Huacramarca (CVP 2, sector 10) y dibujo del aparejo murario. Lám. 21. Quebrada Garguanga que divide el cerro de Huacramarca del cerro Pupa (del cual se ha tomado la foto). Nótense las terrazas en la falda del cerro de Huacramarca, en la parte izquierda de la foto, que hacen parte del conjunto de Quenguan (CVP 7). Lám. 22. Croquis de las estructuras de la quebrada Garguanga: los sitios de Ultopampa (CVP 4) y Quenguan (CVP 7). Dibujo A. Rodríguez. Lám. 23 y 24. Croquis y planta de Chilla Pampa I (CVP 38). Dibujo E. Giorgi. Lám. 25. Planta de la estructura de San José (CVP 39). Dibujo E. Giorgi. Lám. 27. Vista frontal de las chulpas de Usha Kuana (CVP 41). Foto L. Bitelli. Lám. 28 y 29. Vista de frente y lateral de la chulpa machay de Chilla Pampa I (CVP 38). Foto L. Bitelli. Lám. 30. Vista de la Chulpa amarilla (CVP 51). Foto L. Bitelli. Lám. 31. Ubicación de las ruinas de la quebrada Chacapata: Pirushtu de Huallin (CVP 8), Cashapatac (CVP 9), Mashinka (CVP 11), Quenguan (CVP 45), Llogihuasca (CVP 46), Colina de los entierros de Quen-

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guan (CVP 47), Colina de los entierros de Lluviajirca (CVP 48), Gatin (CVP 28), Tucujirca (Vizcas) (CVP 27), Pirushtu de Pachamaray (CVP 26), Matara (CVP 36), Pirushtu de Chacas (CVP 15). Lám. 32. Vista del alto del montículo que conforma el Pirushtu de Huallin (CVP 8). Lám. 33. Tumba a cista en el sitio de Mashinka (CVP 11). Lám. 34. Panorámica del cerro y de las ruinas de Llogihuasca (CVP 46). Lám. 35. Túmulos funerarios en la Colina de los entierros de Quenguan (CVP 47). Lám. 36. Camara funeraria debajo de una gran roca que forma uno de los túmulos en CVP 47. Lám. 37. Caja en piedra en el complejo de los túmulos de la Colina de los entierros de Quenguan (CVP 47). Lám. 38. Colina de los entierros de Lluviajirca (CVP 48): croquis de distribución de las sepulturas. Lám. 39, 40, 41. Ejemplo de sepultura tipo caja en piedra en Lluviajirca (CVP 48). Lám. 42. Promontorio 1 del conjunto I de Gatin (CVP 28). Lám. 43. Promontorio 3 del conjunto I de Gatin (CVP 28). Lám. 44. Colinas aterrazadas de Tucujirca (Vizcas) (CVP 27). Lám. 45. Croquis de las estructuras del sitio Pirushtu de Chacas (CVP 15). Lám. 46. Reconstruccion isométrica del Pirushtu de Chacas (CVP 15). Dibujo Massimo Stefani. Lám. 47. Vista del Pirushtu de Chacas (CVP 15). Lám. 48. Planta y perfil de tumba del Intermedio Temprano ubicada en el flanco este del montículo más alto del Pirushtu de Chacas (CVP 15). Lám. 49, 50, 51. Litoesculturas posiblemente procedentes del Pirushtu de Chacas (CVP 15). Foto S. Wegner. Lám. 52. Colina nivelada en la cima en forma de plazoleta en el sitio de Matara (CVP 36). Lám. 53. Monolito de granito con representaciones de un ser sobrenatural en Matara (CVP 36). Lám. 54. Monolito con representación de una cabeza triangular con apéndices ofidomorfas en Matara (CVP 36). Lám. 55. Ubicación de las ruinas de la quebrada Juitush: Geropalca I y II (CVP 10), Cruzjirca (CVP 29), Balcón de Judas (CVP 30), Pununan Cóndor (CVP 31), Shagajirca (CVP 34), Huarazjirca o Ticcla (CVP 35), Chaupijirca (CVP 50). Lám. 56. Qollqas de Geropalca I (CVP 10). Lám. 57. Recintos de Geropalca II (CVP 10). Lám. 58. Promontorio aterrazado de Cruzjirca (CVP 29). Lám. 59. Croquis de Cruzjirca (CVP 29). Lám. 61. Vista aérea de los sitios del Cerro Balcón de Judas: nótense el camino que pasa cerca de Cruzjirca y que va al Callejón de Huaylas. Lám. 62. Vista de la entrada con rampa y del muro megalítico en el sitio de Balcón de Judas (CVP 30). Lám. 63. Morro con las ruinas de Pununan Cóndor (CVP 31) (la foto ha sido tomada de Balcón de Judas). Lám. 64. Entrada al recinto del sitio de Pununan Cóndor (CVP 31). Lám. 65. Estructuras de Shagajirca (CVP 34). Nótense a continuación en la foto las ruinas de Pununan Cóndor (CVP 31). Lám. 66. Mapa del sitio de Shagajirca (CVP 34). Lám. 67. Recintos de forma rectangular de grande dimensiones en Huarazjirca o Ticcla (CVP 35). Lám. 68. Petroglifo con dibujos en forma de espiral encontrado en Huarazjirca (CVP 35). Lám. 69. Ubicación de las ruinas de la quebrada Apash: Jatungaga Pirushtu (CVP 25), Rejrish (CVP 32), Mamapampa (CVP 33). Lám. 70. Morro aterrazado del sitio de Jatungaga Pirushtu (CVP 25). La flecha en el fondo indica el espolón rocoso modificado artificialmente donde se encuentra el sitio de Rejrish (CVP 32). Lám. 71. Vista del montículo de Mamapampa (CVP 33). Lám. 72. Croquis de la plazoleta de Mamapampa (CVP 33).

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Lám. 73. Ubicación de las ruinas de la quebrada Huayá: Pirushtu de Huayá (CVP 12), Chagastunán (CVP 13), Huarazpampa (CVP 14). Lám. 74. Montículos de Huayá (CVP 12). Lám. 75. Mapa de las ruinas de Huayá (CVP 12). Lám. 76. Restos de arquitectura funeraria adosados al flanco del montículo de Huayá, destruidos por los saqueos. Lám. 77. Ceramios procedentes de una tumba a cista empedrada en Huayá (CVP 12), ahora parte de una colección privada de Chacas. Lám. 78. Vista del cerro de Chagastunán (CVP 13). La flecha blanca indica la depresión que divide Chagastunán I de II. El sector más alto de Chagastunán I es el S, los montículos principales de Chagastunán II son W y Y. Lám. 79. Vista de Huarazpampa (CVP 14) con la ciudad de Chacas en el fondo, la foto ha sido tomada de Chagastunán. Lám. 80. Croquis de las estructuras visibles de Huarazpampa (CVP 14). Lám. 81. Cuencos y un vaso doble apedestalado procedentes de Huarazpampa (CVP 14), ahora parte de una colección privada en Chacas. Lám. 82. Fragmento de una vasija retrato en el típico caolín anaranjado (inicio del Período Intermedio Temprano) y un cuenco rojo mate (Formativo final), procedentes de Huarazpampa (CVP 14), ahora en una colección privada en Chacas. Lám. 83. Ubicación de las ruinas de la quebrada Arma: Antash I (CVP 16), Antash II (Campana Jirca y Chonta Corral) (CVP 17), Pirushtu de Hojchajirca (CVP 18), Gellei Arunan (CVP 19), Tishigojirca (CVP 20), Rayanpampa (CVP 21), Macuash (CVP 22), Tumbas de Macuash (CVP 6), Torre Jirca (CVP 23), Huaycho (CVP 24). Lám. 84. Túmulo funerario en Antash (CVP 16). Lám. 85. Entrada de una tumba a cámara en Antash (CVP 16). Lám. 86. Olla con dibujos geométricos blanco sobre rojo procedente de Antash (CVP 16) y ahora en una colección privada. Lám. 87. Croquis de Chonta Corral (CVP 17). Lám. 88. Vista aérea del morro alargado que alberga los sitios de Campana Jirca y Chonta Corral (CVP 17). Lám. 89. 3D del morro de Chonta Corral (CVP 17). Lám. 90. Montículos alineados en las cumbres de un mismo cerro: en primer plano Chonta Corral, el segundo morro y tercer morro corresponden al Pirushtu de Hojchajirca (CVP 18). Lám. 91. Vista aérea de Gellei Arunan (CVP 19). Lám. 92. Cerro aterrazado de Macuash (CVP 22). Lám. 93. Croquis de la zona de Cerro Macuash, con las terrazas del sitio domestico (CVP 22) y la zona con estructuras circulares y tumbas (CVP 6). Lám. 94. Vista aérea del sitio de Macuash (CVP 22). Lám. 95. Vista del cerro de Torre Jirca (CVP 23). Lám. 96. Vista aérea del sitio de Torre Jirca (CVP 23). Lám. 97. Vista del sector F del sitio de Torre Jirca (CVP 23). Lám. 98. Vista del sector B. La foto fue tomada del sector A de Torre Jirca (CVP 23). Lám. 99. Vista del sector I de Torre Jirca (CVP 23). La foto fue tomada del sector H. Lám. 100. Mapa del sitio de Chagastunán (CVP 13) por Esteban Sosa Chunga. Lám. 101. El sector más alto de Chagastunán I (CVP 13). La foto ha sido tomada de la zanja que divide este sector de Chagastunán II, mirando hacia norte.

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Lám. 102. Vista general de planicie de Chagastunán II (CVP 13). Lám. 103. Montículo W en Chagastunán II (CVP 13) desde norte. Lám. 104. Montículo W en Chagastunán II (CVP 13). La foto ha sido tomada del sector Y. Lám. 105. Recinto ZI en Chagastunán II (CVP 13) de forma cuadrada: nótense la base de otro muro interior a corta distancia del exterior. Lám. 106. Dos jambas que definen la entrada al monticulo norte (Omega) en Chagastunán II (CVP 13). Lám. 107. Vista del sector H de Chagastunán I (CVP 13) con la ubicación del sondeo de excavacíon. Lám. 108. Mapa de la UE 2 del sondeo adosado al muro sur del recinto H4 de Chagastunán I (CVP 13). Nótense las piedras alineadas. Dibujo Lilian Pretell Saavedra. Lám. 109. Vista del perfil Norte-oeste del muro del recinto H4 en el sector H de Chagastunán I (CVP 13). Dibujo Lilian Pretell Saavedra. Lám. 110. Vista del sector H de Chagastunán I (CVP 13) con la ubicación del sondeo de excavación. Lám. 111. Vista del sector H de Chagastunán I (CVP 13) con la ubicación del sondeo de excavación. Lám. 112. Vista del sector Omega de Chagastunán II (CVP 13) con la ubicación del sondeo de excavación. Lám. 113. El recinto Omega 1 de Chagastunán II (CVP 13). Lám. 114. A la izquierda: interior de la estructura 1 del sector Omega, sondeo A (UE 2) de Chagastunán II (CVP 13), con mortero y mano de moler (n. 5,6). A la derecha: perfil del muro sur de la misma estructura con numeración de las unidades estratigráficas. Nótense el carbón de la UE 3 que se utilizó para el fechado de la capa. Lám. 115. Vista de la unidad estrátigrafica 2 de la estructura 1 del sector Omega de Chagastunán II (CVP 13). Lám. 116. Sepultura múltiple tipo cámara subterránea entre Chagastunán I y II (CVP 13). Lám. 117. Materiales asociados a la sepultura de la lám. 116. Lám. 118. Cuevas funerarias en abrigo rocoso en Chagastunán I (CVP 13). Lám. 119. Sepultura tipo dólmen en el extremo sur de Chagastunán I (CVP 13). Lám. 120. Mapa del sitio de Jatungaga Pirushtu (CVP 25). Lám. 121. Corte vertical de las terrazas del sitio de Jatungaga (CVP 25) con los sectores correspondientes. Lám. 122. Vista de la cumbre de Jatungaga Pirushtu (CVP 25) desde los sectores A y B, que, en la actualidad, corresponden a terrazas cultivadas. Lám. 123. Roca altar en el sector F de Jatungaga Pirushtu (CVP 25). Lám. 124 y 125. Relieve y foto del muro del sector G de Jatungaga Pirushtu (CVP 25). Lám. 126. Distribución de las estructuras funerarias en los sectores M/N/O de Jatungaga Pirushtu (CVP 25). Las dos tumbas estudiadas son TI y TII. Lám. 127. Tumba I sector L de Jatungaga Pirushtu (CVP 25). Lám. 128. Dibujo (vista de alto) de la Tumba II, sector M, de Jatungaga Pirushtu (CVP 25). Lám. 129. Tumba tipo caja en piedra o cista en el sector N de Jatungaga Pirushtu (CVP 25). Lám. 130. Vista desde el interior hacia la quebrada Chacapata de la entrada (pared sur) de la chulpa del sector Q de Jatungaga Pirushtu (CVP 25). Lám. 131. Vista de la pared norte de la chulpa del sector Q de Jatungaga Pirushtu (CVP 25) con una gran hornacina completa de picaportes. Lám. 132. Detalle de un muro en la terraza D de Jatungaga Pirushtu (CVP 25) en un pozo excavado por saqueadores. El pozo fue delimitado y limpiado y en su proximidad se ubicó el sondeo A. Lám. 133. Perfil de un muro suroeste/norte-oeste encontrado en la excavación del sondeo A del sector D de Jatungaga Pirushtu. Lám. 134. Mapa de la UE 4 del sondeo A del sector D de Jatungaga Pirushtu: área de fogata.

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Lám. 135. Gran roca ubicada en la terraza E, que forma parte de la piedra altar del sector F de Jatungaga Pirushtu. A la base de la roca se colocó un sondeo. Lám. 136. Mapa de la UE 3 del sondeo A sector E de Jatungaga Pirushtu (CVP 25). Lám. 137. Vista del sitio de Balcón de Judas (CVP 30). Lám. 138. Mapa del sitio de Balcón de Judas (CVP 30) con las áreas excavadas. Lám. 139. Vista del recinto principal o sea la plaza central de Balcón de Judas (CVP 30) mirando en dirección del Pununan Cóndor (CVP 31) que se nota por detrás. Lám. 140. Vista de la parte realzada del recinto en Balcón de Judas (CVP 30) donde, al excavar, se encontró una estructura tipo cámara (área C). Lám. 141. Muro SE de contención de la terraza artificial en la cual se asenta el recinto circular de Balcón de Judas (CVP 30). Lám. 142. Huanca en el espacio vacío central de Balcón de Judas (CVP 30). Lám. 143. Área A Sector II capa 2 (con primera, segunda y tercera ampliación en dirección sur) de Balcón de Judas (CVP 30). Se evidencia un piso empedrado que apoya en la roca madre del cerro. Lám. 144. Mapa de la Estructura 1 en el área B de Balcón de Judas (CVP 30). Lám. 145. Vista frontal de la parte interna de la E1 (área B) de la entrada abierta en la pared oeste en el sitio de Balcón de Judas (CVP 30). Lám. 146. Área B Sector I de la Estructura 1 de Balcón de Judas (CVP 30): pared este. Dibujo M. Silani. Lám. 147. Área B Sector I de la Estructura 1 de Balcón de Judas (CVP 30): pared oeste. Dibujo M. Silani. Lám. 148. Área B Sector I de la Estructura 1 de Balcón de Judas (CVP 30): pared sur. Dibujo M. Silani. Lám. 149. Mapa de la Estructura 2 en el área C de Balcón de Judas (CVP30). Lám. 150. Vista de alto de la UE 3 del Sondeo I de la Estructura 2 en el área C de Balcón de Judas (CVP 30). Foto L. Bitelli. Lám. 151. Entrada en la pared este de la Estructura 2 en el área C de Balcón de Judas (CVP 30). Dibujo M. Silani Lám. 152 y 153. Dibujo y vista y de la parte interna del muro norte de la Estructura 2 en el área C de Balcón de Judas (CVP 30). Foto L. Bitelli. Lám. 154. Vista de la antecámara de la Tumba I de Cerro Balcón. Nótense la vasija ofrendada delante de la laja de entrada. Lám. 155. Corte esquemático del corredor y de la cámara funeraria de la Tumba I de Cerro Balcón. Dibujo L. Pretell y S. Franco. Lám. 156. Levantamiento digital tridimensional del sitio de Balcón de Judas (CVP 30). Dibujo M. Stefani. Lám. 157. Pieza arquitectónica en forma de edificio circular. Colección Balzarotti, Museo delle Culture, Milán. Lám. 158. Pieza arquitectónica con dos edificios circulares. The Walters Museum, Baltimore. Licencia Creative Commons. Lám. 159. Mapa de Tayapucru (CVP 37) con ubicación de los recintos excavados. Dibujo E. Giorgi. Lám. 160. Petroglifo encontrado en la vía de entrada al sitio de Tayapucru (CVP 37). Lám. 161. Vista frontal de una de las estructuras que componen los patios agrupados en Tayapucru (area A, sector VI). Nótense la grada para acceder al cuarto sobrelevado y el vano debajo el piso accesible desde el patio. Lám. 162. Farallón rocoso con una vista de la necrópolis del sitio de Tayapucru (CVP 37). Lám. 163. Vista general del área A de Tayapucru (CVP 37). Lám. 164. Ubicación del sondeo A en el área A (Estructura VI y Plaza) de Tayapucru (CVP 37). Lám. 165. Relieve de la fachada del recinto VI del área A de Tayapucru (CVP 37). La flecha indica un vano debajo del piso del recinto. Dibujo F. Sartori.

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Lám. 166. Piso empedrado en el sondeo B del área A del sitio de Tayapucru (CVP 37), en la porción sur este de la plaza. Dibujo F. Sartori. Lám. 167. Fachada de la estructura I del área A de Tayapucru (CVP 37) con dos vanos (almacenes?). El piso de la estructura I era sobreelevado, su acceso se efectuaba por una grada (véase lám. 169). Lám. 168. Ubicación sondeo C en el área A de Tayapucru (CVP 37). Lám. 169. Vista desde la plaza de la entrada con dos jambas al recinto I. Nótense el pequeño pasillo y la entrada posterior definida por una grada. Lám. 170. Batán en granito gris encontrado boca abajo en el pasillo de entrada de la estructura I del área de Tayapucru (CVP 37). Lám. 171. Horno enterrado encontrado en la estructura I del área de Tayapucru (CVP 37). Lám. 172. Vista general del área C de Tayapucru (CVP 37). Lám. 173. Fachada de la Estructura V del área C de Tayapucru (CVP 37). Lám. 174. Ubicación del sondeo E en el área C (Estructura V) de Tayapucru (CVP 37). Lám. 175. Hacha en piedra encontrada en proximidad de la Estructura V en el área C de Tayapucru (CVP 37). Lám. 176. Ubicación del sondeo D en el área F (Estructura I) de Tayapucru (CVP 37). Lám. 177. Vista frontal de la Estructura I en el área F de Tayapucru (CVP 37) antes de empezar las excavaciones. Lám. 178. Piedra grabada con círculos en forma cuadrada encontrada sepultada en la parte central de la entrada del Sector I el área F de Tayapucru (CVP 37). Lám. 179. Vista frontal de la Estructura I en el área F de Tayapucru (CVP 37) después de las excavaciones. Lám. 180. Ubicación del sondeo F en el área G (Estructura I) de Tayapucru (CVP 37). Lám. 181. Vista de alto del piso de frecuentación de la Estructura I del área G de Tayapucru (CVP 37). Lám. 182. Cuenco con borde reforzado encontrado en el sitio de Gatin (CVP 28). Lám. 183. Cuencos tipo A (4-7), B (1-3) y miscelánea (8) de la fase Pirushtu. Lám. 184. Ollas sin cuello (9-13) y ollas de cuello corto (14-17) de la fase Pirushtu. Lám. 185. Platos (20-22) y cántaros (23-26) de la fase Pirushtu. Lám. 186. Botellas (27-29) y fragmentos decorados (30-34) de la fase Pirushtu. Lám. 187. Ceramica Alcaldía de Chacas inv. 164. Lám. 188. Cerámica con punteado de color marrón con trazas de pintura de relleno roja y amarilla. Procede de una tumba de caja cerca de Wilkawaín. De Bennett W. 1944: plate 2. Lám. 189. Fragmentos decorados formativos: un tiesto se caracteriza por una decoración tipo prominencias en hileras (véase tambíen lám. 186), los otros presentan circulos estampados, excisos simples y líneas grabadas. Lám. 190. Un cuenco miniatura efigie en pasta de textura gruesa con engobe blanco y decoración roja geométrica y un cuenco fino tipo D del periodo llogihuasca encontrados en la misma estructura funeraria (Tumba II del sector M de Jatungaga Pirushtu, CVP 25). Lám. 191. Cuencos tipo A de la fase Llogihuasca. Lám. 192. Ejemplos de cuencos de la fase Llogihuasca en una colección privada en Chacas. La forma del ejemplar de abajo es compatible con las formas del tipo A de la lám. 191. Lám. 193. Cuencos tipo B de la fase Llogihuasca. Lám. 194. Cuenco tipo B de la fase Llogihuasca procedente de una colección privada de Chacas, nótense la decoración incisa. Lám. 195. Cuenco similar al tipo B de la fase Llogihuasca encontrado en la Estructura VIII del sitio de Ishla Ranra en la Laguna de Puruhuay (Huari, Ancash). De Orsini C. - Benozzi E. 2013: fig. 112. Lám. 196. Cuenco parecido a la variante más abierta del cuenco tipo B de la fase Llogihuasca. El ejemplar procede de la local Colección de la Alcaldía (inv. 367), presenta una decoración incisa que no hemos encontrado en ningun ejemplar de la fase Llogihuasca en nuestras excavaciones, y la base apedestalada.

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Lám. 197. Cuencos tipo C de la fase Llogihuasca. Lám. 198. Cuencos tipo D de la fase Llogihuasca. Lám. 199. Ejemplar similar a los cuencos tipo D de la fase Llogihuasca en la Colección de la Alcaldía de Chacas (inv. 222). Lám. 200. Cántaros tipo A de la fase Llogihuasca. Lám. 201. Ejemplar similar a los cántaros tipo B en la Colección de la Alcaldía de Chacas (inv. 420). Lám 202 y 203. Miscelánea de vasijas de la fase Llogihuasca. Lám. 204. Fase Jatungaga I cuencos tipo A. Lám. 205. Fase Jatungaga I cuencos tipo B. Lám. 206. Cuenco similar a los del tipo B de la fase Jatungaga I en la Colección de la Alcaldía de Chacas (inv. 210). Lám. 207. Fase Jatungaga I cuencos tipo C. Lám. 208. Fase Jatungaga I cuencos tipo D. Lám. 209. Ejemplar similar a los cuencos tipo D de la fase Jatungaga I en la Colección de la Alcaldía de Chacas (inv. 360) Lám. 210. Fase Jatungaga I cuencos tipo E. Lám. 211 y 212. Cántaros del tipo A de la fase Jatungaga I. Lám. 213. Ejemplar similar a los cántaros del tipo A de la fase Jatungaga I en la Colección de la Alcaldía de Chacas (inv. 425). La decoración es de pinceladas toscas en color rojo. Lám. 214. Ejemplar similar a los cántaros del tipo A de la fase Jatungaga I en la Colección de la Alcaldía de Chacas (inv. 2). La decoración es de color rojo positivo. Lám. 215. Ejemplar similar a los cántaros del tipo A de la fase Jatungaga I en la Colección de la Alcaldía de Chacas (inv. 344). Lám. 216 y 217. Cántaros del tipo B de la fase Jatungaga I. Lám. 218. Cántaros del tipo C de la fase Jatungaga I. Lám. 219 y 220. Cántaros del tipo D de la fase Jatungaga I. Lám. 221. Ejemplar similar a los cántaros del tipo D de la fase Jatungaga I en la Colección de la Alcaldía de Chacas (inv. 393). Lám. 222. Ejemplar similar a los cántaros tipo D de la fase Jatungaga I en la colección de la Alcaldía de Chacas (inv. 394). La decoración pintada geométrica es de color blanco, rojo amarillento y marrón sobre un engobe rosado. Lám. 223. Fase Jatungaga I: vasija de cuello plano en caolín. Lám. 224. Miscelánea de formas de vasijas de la fase Jatungaga I. Lám. 225. Vasija abierta con cuello anillado en la colección de la Alcaldía de Chacas (inv. 356). Lám. 226. Diferentes tipologías de bases de la cerámica de la fase Jatungaga I. Lám. 227. Diferentes tipologías de asas de la cerámica de la fase Jatungaga I. Lám. 228 y 229. Cuerpos decorados y vasijas efigie de la fase Jatungaga I. Lám. 230 y 231. Fase Jatungaga II: cuencos tipo A. Lám. 232 y 233. Fase Jatungaga II: cuencos tipo B. Lám. 234 y 235. Fase Jatungaga II: cuencos tipo C. Lám. 236. Fase Jatungaga II: cuencos tipo D. Lám. 237 y 238. Fase Jatungaga II: cántaros tipo A. Lám. 239. Fase Jatungaga II: cántaros tipo B. Lám. 240, 241, 242. Fase Jatungaga II: cántaros tipo C. Lám. 243. Fase Jatungaga II: cántaros tipo D. Lám. 244. Fase Jatungaga II: cántaros tipo E. Lám. 245. Fase Jatungaga II: cántaros tipo F.

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Lám. 246 y 247. Fase Jatungaga II: platos. Lám. 248. Fase Jatungaga II: coladores. Lám. 249. Ejemplar casi completo de cuenca de la fase Jatungaga II decorado con una faja de pintura blanca en la parte mediana del cuerpo, y en la parte plana de los labios evertidos. En la parte restante del cuerpo se aprecia una decoración negativa en fondo rojo con dibujos geométricos. En la parte delantera de la vasija una tira de arcilla define un espacio donde habia una decoración plástica, con posiblemente la cara de un hombre, de la cual quedan una orejera o un ojo. Lám. 250. Cuencas de la fase Jatungaga II. Lám. 251. Miscelánea de la fase Jatungaga II. Lám. 252. Fragmentos de un quero procedente del sitio de Tayapucru (CVP 37). Lám. 253. Cucharas en caolín rosado con mango que termina en forma de mano (inv. 178) y cuchara con mango roto (inv. 179) decorada con pintura positiva blanca y negra. Ambas proceden de la colección de la Alcaldía de Chacas. Lám. 254. Vaso triple en cerámica negra polida de posible importación del Callejón de Huaylas. Colección Alcaldía de Chacas inv. 129. Lám. 255. Cántaros tipo A y B de la fase Jatungaga III. Lám. 256. Cántaros tipo C y D de la fase Jatungaga III. Lám. 257. Cuencos tipo A, B y miscelánea de la fase Jatungaga III. Lám. 258. Cuerpos decorados de la fase Jatungaga III. Lám. 259. Asas de la fase Jatungaga III. Lám. 260. Bases de la fase Jatungaga III. Lám. 261. Dibujo y fotografía de la vasija con base instable inv. 424 de la Alcaldía de Chacas. Lám. 262. Dibujo y fotografía de quero inca de producción local inv. 404 de la Alcaldía de Chacas. Lám. 263. Tabla resumen de los instrumentos líticos analizados. Lám. 264. Manos de diferentes formas. Lám. 265. Morteros procedentes de varios sitios en Chacas. Lám. 266. Martillos: CVP 37/CV/e1-3, CVP 13/H4/a2-1, CVP 37/AVI/a4-4; instrumentos tipo achas o rompeterrones: CVP 13/3, CVP 25/EI/a1-1, CVP 13/2; manos de doble plano: CVP 37/GI/f2-2, CVP 37/AVI/a4-5. Lám. 267. Objetos redondos procedentes de varios sitios en Chacas. Lám. 268. Utensilios procedentes del sitio de Tayapucru (CVP 37): quizás achas con una forma apróximadamente triangular. Lám. 269. Torteros de diferentes tipologías en piedra y en cerámica. Lám. 270. Escultura antropomorfa portátil localizada en el sitio de Cruzjirca (CVP 29). Lám. 271. Maqueta en andesita encontrada en la escarpada con restos de muros derrumbados de la plataforma L en el sitio de Chagastunán (CVP 13). Lám. 272. Tablero en piedra procedente del sitio de Tayapucru (CVP 37). Lám. 273 y 274. Bloques en arenisca con agujeros circulares procedentes del cerro Balcón. Lám. 275. Piedra de forma rectangular con un dibujo en espiral encontrada en el sitio de Huarazjirca o Ticcla (CVP 35). Lám. 276. Ajuar procedente de la Tumba I de Cerro Balcón formado por 10 vasijas del tipo Jatungaga III. Lám. 277. Cráneo femenino con deformación intencional de la sepultura en la Tumba I de Cerro Balcón. Lám. 278. Artefactos que hacían parte del ajuar saqueado encontrado en la Tumba II del sector M de Jatungaga Pirushtu (CVP 25). Lám. 279. Artefactos que hacían parte del ajuar saqueado encontrado en la Tumba I del sector L de Jatungaga Pirushtu (CVP 25).

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Lám. 280 y 281. Vasijas de la fase Tayapucru o Jatungaga II encontradas en la Tumba II de la necrópolis de Tayapucru (CVP 37). Lám. 282 y 283. Vasijas de la fase Tayapucru o Jatungaga II encontradas en la Tumba III de la necrópolis de Tayapucru (CVP 37). Lám. 284. Mapa con la ubicación de los sitios del Período Inicial identificados en la zona de prospección. Lám. 285. Mapa con la ubicación de los sitios del Horizonte Temprano medio (Fase Pirushtu). Lám. 286. Mapa con la ubicación de los sitios del Horizonte Temprano Final/Período Intermedio Temprano (Fase Llogihuasca y Fase Jatungaga I). Lám. 287. Mapa con la ubicación de los sitios del Horizonte Medio (Fase Jatungaga II). Lám. 288. Mapa con la ubicación de los sitios del Período Intermedio Tardío (Fase Jatungaga III). Lám. 289. Mapa con la ubicación de los sitios del Horizonte Tardío (Fase Jatungaga III). Lám. 290. Mapa con la ubicación de los sitios del Período Colonial. Lám. 291. Distribución de los sitios por altitud.

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Tabla resumen de los fechados radiocarbónicos

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Índice de los nombres y de los lugares

Acochaca 32, 55, 61 Acopalca 71 Acosta, J. de 23 Advíncula, M. 34 Aguilar, M. 43, 245, 246, 247, 344 Akilpo (véase: Aquilpo) Alcock, S. 343 Aldenderfer, M. 204 Allaucahuari 45 Alpamayo, quebrada 43 Almanaque de Ancash 37 Álvarez, Diego de 49 Amaru, Cerro 190 Amaru, fase 223, 226 Amat, H. 35, 38, 40, 41, 91, 95, 165, 215, 216 Amaya, A. 43, 245, 246, 247, 344 Amá II 211 Ancash, costa 220 Ancash, departamento 31, 36, 38, 232 Ancash, museo 10, 28, 209, 233 Ancash, subvariedad quechua 50 Ancash, zona/sierra 9, 10, 14, 15, 18, 24, 25, 26, 27, 34, 35, 36, 37, 39, 40, 41, 42, 43, 44, 48, 49, 50, 52, 55, 61, 63, 71, 72, 73, 74, 76, 77, 80, 82, 83, 84, 86, 87, 88, 90, 91, 94, 95, 99, 101, 104, 105, 108, 110, 112, 114, 115, 120, 123, 125, 126, 127, 129, 131, 133, 134, 137, 173, 182, 184, 185, 206, 210, 214, 216, 220, 224, 229, 230, 234, 238, 239, 243, 245, 246, 248, 258, 343, 344, 346, 347, 348, 349, 351 Andahuaylas 34 Antarragá 60 Antash 25, 88, 123, 124, 125, 126, 382 Añas Colque 43 Apash, quebrada y río 94, 112, 113, 114, 115, 153, 381 Aquilpo 15, 71, 132, 182, 233 Araceli, D. 43 Argentina 206 Arkush, E. 42, 236, 237, 239, 247 Arma, río 32, 34, 46, 48, 95, 97, 123, 124, 129, 131, 133, 134, 138, 248, 341 Armas, F. 50

Arriaga, P. de 50, 51, 346 Asnocancha, río 32, 34 Asto 236 Astuhuamán, C. 43 Asunción, provincia 9, 14, 31, 32, 45, 46, 47, 55, 63, 72, 73, 74, 76, 77, 80, 82, 83, 84, 86, 87, 88, 90, 91, 94, 99, 101, 104, 105, 108, 110, 112, 114, 115, 120, 123, 126, 129, 131, 133, 134, 137, 344 Atusparia Amauta, colegio 95 Avendaño, visitador 51 Awilupaccha 247 Awkismarka 88, 153 Ayacucho 40, 41 Ayacucho, sierra 40 Ayapampa 37 Balcón de Judas 9, 26, 39, 60, 94, 99, 101, 104, 105, 106, 107, 108, 109, 110, 127, 137, 150, 167, 168, 169, 170, 171, 173, 174, 175, 176, 177, 178, 179, 180, 181, 182, 184, 185, 205, 233, 235, 239, 245, 340 Balcón de Judas, cerro 86, 105, 106, 183, 231, 247, 321, 323, 324 Baltimore 185, 186 Balzarotti, F. colección 186 Bankmann, U. 38 Bastien, J. 347 Bauer, B. 246 Bawden, G. 23 Bazán, F. 42, 43, 74, 87, 173, 243, 246 Bennett, W. 25, 28, 37, 40, 41, 86, 95, 209, 210, 211, 213, 215, 216, 217, 218, 220, 222, 225, 226, 228, 229, 230, 241, 254 Benozzi, E. 9, 42, 71, 110, 134, 209, 216, 231, 232, 233, 246, 247, 258 Berlín 37 Bermann, M. 16, 18, 23, 24 Billman, B. 18 Bird, J. 40 Bitelli, L. 57, 79, 81, 83, 180, 181 Bolonia 9, 30 Bonavia, D. 11, 35 Bonnier, E. 23, 42, 185, 246, 247 Bouysse-Cassagne, T. 348 Bradley, R. 350, 355 Brown Vega, M. 236 Bueno, A. 38, 185 Burger, R. 13, 31, 35, 36, 41, 50, 94, 105, 132,

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169, 185, 206, 209, 212, 213, 233, 234, 243, 340, 341 Buse, H. 41, 71, 132 Cabana 38, 235 Cahuish 33 Cajabamba 233 Cajamarca 15, 38, 43, 47, 209, 222, 227, 230, 233, 340 Cajatambo 50 Calancha, A. de la 50, 51, 346 Cambi, F. 20 Cambridge 25 Campana Jirca 105, 124, 125, 126, 127, 128 Canghiari, E. 245 Canuto, M.A. 11 Cápac Yupanqui 43 Capilla, estilo 35, 211 Capra, A. 63 Caque Poma 52 Caraz 88 Cardich, A. 34 Carneiro, R. 340, 351 Carrión Cachot, R. 13 Caserones, fase 232, 233 Cashapallán, estilo 212 Cashapatac 84, 85 Casma, estilo 15 Castillo, L.J. 243, 244 Castro, L.G. de 45 Catac 37 Ccente Pineda, E. 49, 345 Cerna, G. 178 Chacapata, río 9, 10, 20, 21, 31, 32, 34, 55, 83, 84, 85, 86, 87, 91, 94, 95, 99, 104, 105, 109, 112, 113, 114, 125, 134, 138, 153, 160, 163, 166, 168, 186, 191, 204, 205, 243, 245, 248 Chacas, capital provincial 31, 32, 46, 47, 49, 91, 94, 95, 97, 119, 120, 121, 123, 129, 131, 134, 153, 213, 216, 244, 257, 258, 342 Chacas, colección de la Alcaldía 213, 217, 220, 221, 222, 223, 229, 230, 232, 233, 234, 254, 259, 260, 261, 265, 268, 271, 272, 276, 277, 278, 304, 311, 312 Chacas, reducción de 48, 97, 134, 247, 248, 350 Chacas, valle/zona 9, 10, 12, 15, 18, 19, 20, 21, 22, 23, 25, 26, 27, 29, 31, 32, 33, 34, 35, 36, 37, 39, 40, 41, 42, 43, 44, 46, 47, 48, 49, 51, 55, 61, 63,

72, 73, 74, 76, 77, 80, 82, 83, 84, 86, 87, 88, 90, 91, 94, 95, 97, 99, 101, 104, 105, 108, 110, 112, 114, 115, 117, 120, 121, 123, 126, 129, 131, 133, 134, 137, 138, 150, 153, 165, 167, 168, 182, 184, 187, 190, 197, 204, 205, 206, 209, 210, 211, 213, 216, 217, 218, 219, 220, 222, 223, 224, 228, 230, 232, 233, 234, 236, 237, 238, 239, 241, 242, 243, 244, 245, 246, 248, 249, 315, 317, 339, 341, 342, 343, 344, 345, 346, 347, 348, 349, 350, 351 Chagas 46 Chagastunán 25, 36, 46, 47, 48, 49, 63, 117, 120, 121, 122, 137, 138, 139, 140, 141, 142, 143, 144, 145, 146, 147, 148, 149, 150, 151, 152, 153, 161, 166, 167, 184, 210, 213, 214, 219, 220, 221, 222, 223, 224, 225, 231, 236, 237, 238, 244, 247, 249, 319, 340, 342, 343 Chagastunán, cerro 120, 121, 150, 153 Chakwas, fase 231, 232, 233, 240 Chapman, R. 245 Chaupijirca 101, 112, 381 Chávez, A. 26 Chávez, F. de 44 Chavín 33, 35, 36, 37, 52, 210, 211, 212, 213, 214, 215, 244, 351 Chavín, cerámica 36, 210, 213 Chavín, cultura 50 Chavín, época 32 Chicago 220 Chilla Pampa I 64, 76, 77, 80, 81 Chilla Pampa II 64, 78, 80, 81 Chimú 16, 229, 234 Chinchawas 20, 38, 39, 40, 41, 59, 150, 167, 182, 220, 221, 222, 225, 226, 227, 228, 229, 231, 232, 233, 237, 239, 240, 242, 350 Chinchawasi, fase I 39, 222, 225, 226, 228, 229 Chinchawasi, fase II 39, 41, 71, 225, 226, 227, 228, 240, 242 Chinlla 91, 345 Chirinos Portocarrero, R. 41 Chocano, M. 45, 344 Chonta Corral 94, 105, 115, 124, 125, 126, 127, 128, 129, 130, 184 Chonta Ranra Punta 36 Chucpín, río 32, 34 Church, W. 222 Cieza de León, P. 15, 44, 52, 345 Clarinjirca 211

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Clarke, D. 11 Clothier, W. 37 Cobo, B. 15 Cochas, poblado 123, 125, 126, 129 Cochas, quebrada 95, 117 Colca 18 Colcabamba 49, 248 Collo, río 32, 84, 87, 99 Colpa, fase 212 Concha, pachaca 47 Conchucos, callejón/zona 9, 10, 15, 20, 27, 31, 36, 38, 39, 40, 41, 42, 43, 44, 49, 108, 127, 184, 187, 205, 206, 215, 220, 223, 224, 247, 344 Conchucos, ciudad 345 Conchucos, corregimiento 45, 48 Conchucos, grupo étnico 43, 45, 49 Conchucos, subvariedad quechua 50 Contarhuacho 43 Contreras Ampuero, G. 43, 209 Cook, N. 45 Copa Chica 86 Cordillera Blanca 11, 13, 18, 20, 31, 32, 33, 38, 40, 41, 43, 74, 84, 127, 186, 213, 343, 348, 349 Cordillera Negra 16, 38, 39, 41, 42, 43, 182, 209, 220, 231, 347 Corongo 182, 209, 211 Coronguimarca 211 Coscopunta 356 Cotojirca, fase 211, 228, 233 Cruzjirca 87, 101, 102, 103, 104, 105, 106, 113, 167, 168, 185, 225, 228, 230, 237, 319 Cuatroscruces 101, 104 Cuchicancha 153 Culle, lengua 49, 353 Cullos, pachaca 47 Cunya 34 Cusco (véase: Cuzco) Cuzco 33, 351 D'Altroy, T. 16, 246 Daggett, C. 15, 232 Dam, P. 238 De la Vega Bazán, E. 50, 52 De Leonardis, L. 245, 366 Debandi, F. 42, 134, 246, 344 Deboer, W. 212 DeMarrais, E. 244 Dillehay, T. 245

Dissel, W. 237 Disselhoff, H. 38 Druc, I. 15, 32, 213, 233 Duviols, P. 50, 51, 52, 341, 346, 347, 349, 351 Earle, T. 16, 243, 244, 246, 340, 351 Erickson, C. 34 Escobar Silva, C. 43, 44 Espinoza Milla, S. 32, 46, 47, 51, 55, 247, 345, 350 Espinoza Soriano, W. 43, 44, 45, 344, 345 Estete, M. de 43, 44 Feinman, G. 18, 339 Feldman, R. 243 Fermín Fitzcarrald, provincia 27, 45, 184, 342, 344 Ferroso, J. 20 Flannery, K. 24 Fleming, A. 245 Freidel, D. 342 Fung Pineda, R. 15, 243 Gambini, W. 223 Gamboa, J. 215, 218 García de Castro, L. 45 Garcilaso de la Vega 43 Garguanga, quebrada y río 9, 20, 63, 64, 68, 69, 71, 73, 74, 75, 76, 78, 80, 82, 83, 84, 186, 187, 190, 204, 205, 206, 215, 225, 228, 243, 246 Garra 64, 82, 380 Gatin 50, 85, 91, 93, 94, 97, 150, 210, 211, 212, 213, 214, 244, 248, 249 Gavazzi, A. 238 Gellei Arunan 124, 129, 130 Gero, J. 36, 38, 39, 215, 244, 341, 343 Geropalca 43, 73, 86, 99, 101, 102, 110, 112 Ghezzi, I. 185 Giorgi, E. 77, 78, 79, 188 Gnerre, M. 49 Goepfert, N. 166 Gose, P. 348 Gotushjirca 184, 205 Gotushjirka (véase: Gotushjirca) Gran Pajatén 222 Gridilla, A. 48 Grieder, T. 15, 28, 37, 38, 185, 209, 215, 219, 220, 221, 222, 224, 230, 234 Guamas, pachaca 47 Guamán Poma, F. 50 Guantar, pachaca 47

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Guitarrero, cueva 35, 220, 233 Hare, T. 339 Hastings, C. 15, 16, 17, 23, 29, 246 Hastorf, C. 34 Hawaii 206 Hernández Príncipe, R. 50, 51, 52, 346, 348 Herrera, A. 9, 10, 15, 16, 25, 26, 27, 34, 35, 36, 38, 40, 41, 42, 43, 44, 49, 50, 55, 60, 63, 71, 73, 84, 91, 94, 95, 105, 120, 121, 123, 126, 129, 131, 132, 138, 150, 167, 184, 187, 205, 206, 209, 214, 245, 246, 247, 342, 343, 344, 345, 349, 351 Higueras, A. 21 Honcopampa 40, 41, 71, 206, 230, 344 Huacaloma 214 Huacramarca 40, 63, 64, 66, 68, 69, 70, 71, 72, 73, 76, 78, 80, 81, 82, 109, 110, 166, 186, 187, 205, 206, 225, 227, 228, 230, 231 Huacramarca II 64, 72, 73, 101, 206, 225, 246 Huacramarca, cerro 65, 67, 68, 72, 73, 74, 76, 82, 190, 205, 246 Huaga 112 Hualcayán 88 Huallin, poblado 63, 71, 72, 73, 74, 76, 77, 80, 82, 83, 84, 87, 186, 204 Huamachuco 37, 42, 43, 204, 206, 212, 223, 226, 227 Huamalíes, subvariedad quechua 50 Huamantanga 110 Huamparán 37, 62, 63, 380 Huandoy 26, 41, 43 Huántar 47, 238 Huánuco 13, 16, 37, 43 Huarás, estilo cerámico 36, 37, 40, 43, 214, 215, 218 Huarás, grupos culturales 37, 215 Huarás, período 37, 91 Huaráz 10, 28, 33, 37, 39, 43, 48, 51, 138, 209, 220, 223, 233, 346 Huaráz, grupo étnico 43 Huarazjirca 101, 110, 111, 239, 322 Huarazpampa 36, 97, 115, 117, 120, 121, 122, 123, 125, 138, 150, 224, 244 Huari, capital provincial 10, 51, 348 Huari, curacazgo 45 Huari de Ayacucho 190, 351 Huari, dios 50, 51, 52, 53, 346 Huari, grupo étnico (véase: Huaris)

Huari, palabra 50 Huari, reducción/ciudad colonial 48, 346 Huari, territorio étnico 46 Huari, valle/zona 10, 26, 33, 36, 37, 41, 43, 44, 45, 47, 49, 51, 60, 62, 63, 71, 83, 97, 110, 112, 129, 134, 137, 212, 216, 231, 233, 235, 238, 246, 247, 248, 258, 342, 345, 346, 349 Huaricoto 35, 95, 211 Huarijircan 95, 244 Huaripatac 64, 73, 246 Huarirunas 349 Huaris, grupo étnico 15, 45, 49, 50, 51, 52, 53, 344, 346, 347, 348, 349 Huarpa 229 Huascarán 20, 31, 32, 33, 55 Huayá, poblado y montículos 26, 94, 108, 110, 115, 117, 118, 119, 120, 121, 138, 150, 341, 350 Huaycho 124, 137, 246, 382 Huaylas, callejón 10, 16, 20, 27, 28, 33, 35, 36, 37, 39, 40, 41, 43, 45, 50, 52, 71, 72, 73, 76, 84, 88, 91, 95, 101, 104, 105, 106, 108, 110, 112, 113, 153, 166, 168, 169, 185, 187, 206, 209, 214, 215, 216, 218, 220, 225, 226, 229, 230, 233, 237, 240, 241, 244, 246, 247, 304, 340, 343, 344, 351 Huaylas, grupo étnico 49 Huaylas, subavariedad quechua 50 Huayna Capac 43 Hyslop, J. 245 Ibarra, B. 10, 26, 28, 33, 36, 37, 38, 41, 42, 43, 44, 49, 63, 83, 84, 186, 209, 212, 213, 220, 221, 222, 233, 244, 246, 247, 344 Icaza, A. 37 Ichohuari, pachaca 44, 45, 46, 47, 48, 49 Imapá 129 Inca 16,18, 43, 44, 45, 47, 49, 112, 233, 247, 312, 344, 345, 346, 348 Incas 16, 42, 45, 47, 49, 50, 112, 344, 345, 348 Inti Huarán 231 Irwa 37 Isabelita, petroglifo 36 Isbell, W. 23, 25, 40, 41, 43, 71, 187, 206, 245, 343 Ishla Ranra 216, 258, 371 James, V. 206, 364 Jancu 39, 223 Janusek, J. 339 Jatun Macuash 131, 133

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Jatungaga Pirushtu 59, 86, 91,104, 112, 113, 114, 137, 147, 153, 154, 155, 156, 157, 158, 159, 160, 162, 163, 164, 166, 167, 210, 211, 212, 214, 215, 217, 219, 220, 221, 223, 224, 225, 226, 227, 228, 229, 230, 231, 232, 233, 236, 237, 239, 241, 244, 246, 247, 248, 255, 325, 326, 351 Jatungaga Pirushtu, cerro 150, 157, 163, 166 Jatungaga, fase I 150, 163, 219, 225, 227, 241, 244, 245, 248, 264, 265, 266, 267, 268, 269, 270, 271, 272, 273, 274, 275, 276, 277, 278, 279, 280, 281, 282, 333, 342, 343, 350 Jatungaga, fase II 197, 199, 201, 219, 225, 230, 231, 240, 242, 245, 248, 283, 284, 285, 286, 287, 288, 289, 290, 291, 292, 293, 294, 295, 296, 297, 298, 299, 300, 301, 302, 303, 327, 330, 342, 348, 351 Jatungaga, fase III 230, 231, 239, 246, 305, 306, 307, 308, 309, 310, 323, 334, 335, 336, 344 Juitush, quebrada y río 9, 43, 86, 99, 101, 105, 109, 112, 113, 129, 153, 166, 168, 186, 206, 237, 246, 344 Jumbo, pachaca 47 Juncay 27 Junín 16, 42 Katak 37, 61 Katin (véase: Gatin) Kaulicke, P. 210 Kayán, fase 33, 220, 221 Kellayruna (véase: Gellei Arunan) Kellett, L. 34 Kembel, S. 35, 374 Keushu 27, 41 Kinzl, H. 32, 43, 246 Knobloch, P. 42, 229 Kotosh 35, 169 Kubler, G. 238 Kunkushgaga 131 La Banda 36, 239 Laborión, cerro y mina 94, 112, 113, 114, 153 Lanchán 60 Lane, K. 15, 27, 34, 42, 43, 53, 71, 105, 184, 187, 205, 209, 231, 233, 234, 246, 341, 344, 345, 347, 349 Lanning, E. 41 La Pampa 60, 167, 182, 184, 212, 232, 350 Larco, R. 38 Lathrap, D. 50

Lau, G. 11, 15, 20, 23, 26, 28, 33, 36, 37, 38, 39, 40, 41, 59, 71, 104, 150, 167, 182, 184, 206, 209, 215, 218, 219, 220, 221, 222, 224, 225, 226, 227, 228, 229, 230, 231, 232, 233, 234, 235, 236, 237, 238, 239, 240, 242, 244, 245, 341, 343, 344, 350 Laurencich, L. 9, 10, 55, 61, 63, 72, 213, 230 Lavallée, D. 236 Leblanc, C. 246 León Gómez, M. 44, 45, 46, 47, 48, 49, 339, 344 Libiac 51, 53, 346 Llachua (véase: Llacuaz) Llachuac (véase: Llacuaz) Llachuaces (véase: Llacuaz) Llachuas (véase: Llacuaz) Llachuases (véase: Llacuaz) Llacta/Llactas 50, 51, 52, 346 Llacuaz 50, 51, 52, 53, 346, 347, 348, 349 Llamacorral 371 Llamellín 33, 60, 345 Llaquas, appellido 349 Lliviac (véase: Libiac) Llogihuasca, sitio 85, 87, 88, 117, 125, 210, 214, 217, 223 Llogihuasca, fase/estilo 78, 80, 214, 215, 218, 219, 220, 222, 224, 234, 241, 244, 255, 256, 257, 258, 259, 260, 261, 262, 333 Lluviajirca 85, 86, 90, 92, 214, 219 Lucmabamba 129 Luján, M. 233 Lumbreras, L. 35, 210, 212, 213, 214, 215 Lupacas 11 Lynch, T. 35, 215, 216, 220, 221, 223, 233, 241 Macedo, J. 37, 38, 367 Macuas 46, 47, 134 Macuash, cerro 46, 48, 86, 131, 132, 133, 137, 224 Macuash, pachaca 46, 49, 132, 167 Macuash, poblado 46, 47, 131, 133 Macuash, sitio 46, 48, 49, 86, 124, 131, 133, 167 Macuash, Tumbas 86, 124, 133 Makowski, K. 11, 37, 356, 365, 367 Malina, R. 185, 362 Mallakasi 239 Mamapampa 113, 115, 116, 121, 214, 244 Mancini, F. 63, 186 Mansferrer, K. 51, 346, 367 Mantha, A. 245, 246, 247, 344, 367 Manyampoma, D. 49

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Maquellouan Punta 36 Maraycalla 43 Marañón, río y cuenca 9, 13, 31, 32, 38, 222 Marca Huamachuco 206, 227, 229 Marca Jirka 220 Marcajirca 43 Marcará 33 Marcolli, G. 30 Márquez Zorilla, S. 48, 49, 243, 345 Martínez Martínez, G. 112 Mashinka 85, 86, 91, 133 Masuda, S. 17, 368 Matara 85, 99, 100, 237, 243, 244 Mazzari, L. 235, 347 McCown, T. 37, 223, 227, 229, 230 McManamon, F. 20 Meddens, F. 207 Mejía Xesspe, T. 13 Menzel, D. 229 Mesía, R. 210, 213, 368 Miller, G. 341, 356 Milán 10, 185, 186 Mitmas, pachaca 47 Mito, tradición religiosa 185 Moche, 16, 38 Moche, cerámica 38 Mongrovejo, T. 48, 346, 368 Monsalve, M. 209 Moore, J. 244, 245, 343, 350 Morris, C. 17, 27, 99 Moseley, M. 16 Mosna, río y zona 35, 38, 209, 213, 233 Mosna, cerámica 210, 214 Moy, C. 34 Murra, J. 11, 13, 17, 348 Ñawpamarca 42, 71, 110, 134, 137, 231, 232, 247, 347 Nepeña 37, 38 Noel Espinoza, A. 43, 44 Oberem, U. 342 Ofrendas, estilo 212 Onern 31, 32 Onuki, Y. 214, 376 Orsini, C. 11, 16, 26, 36, 38, 39, 40, 42, 50, 55, 63, 71, 110, 134, 185, 186, 190, 206, 209, 213, 216, 231, 232, 233, 245, 246, 247, 339, 342, 344, 346 Pacasa 15, 372

Pachacamac 43, 44 Pachamaray, poblado 94, 112, 114, 153 Pacopampa 211 Pampash 115, 247 Pano, lengua 50 Pardo, C. 238 Paredes, J. 40 Pareschi, E. 63 Pariac 238 Pariaj 60 Pariamarca 40 París 37 Parker, G. 26 Parsons, J. 16, 23, 25, 29, 88, 153, 246 Pärssinen, M. 15 Pashash 15, 38, 40, 209, 215, 220, 222, 224, 234, 235, 238 Pease, F. 17, 372 Pérez, C. 43 Peters, A. 11, 372 Piacenza, L. 159 Pinco, grupo étnico 45, 49 Pineda, J. 40 Pinkushjirca 41, 363 Pirushtu, fase 163, 209, 210, 214, 222, 243, 250, 251, 252, 253, 332, 350 Pirushtu de Chacas 36, 46, 84, 85, 91, 94, 96, 97, 98, 99, 209, 210, 211, 212, 213, 214, 220, 237, 243, 244, 245, 342, 350 Pirushtu de Hojchajirca 124, 129, 130 Pirushtu de Huallin 84, 85, 95, 214, 243, 244 Pirushtus de Huayá 26, 115, 117, 150, 341, 350 Pirushtu de Pachamaray 85, 94 Piscobamba 112, 224 Piscobamba, grupo étnico 43, 45 Pishaj I 64, 76 Pishaj II 64, 80, 81, 190, 215, 218 Pishajirca, cerro 76, 80, 218 Pizarro, F. 44, 45 Pizarro, H. 44 Platt, T. 346, 347 Pojoc, fase o estilo 105, 132, 182, 233 Pojoc, sitio, 36 Polia Meliconi, M. 52, 372 Pomabamba 39, 60, 182, 206, 209 Pomacaque, A. 46 Pomachaca 45

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Pompey, río 32, 246 Ponce de León, C. 44 Ponte, V. 36, 37, 41, 147, 206, 209, 211, 214, 220, 228, 233, 241, 341, 343, 344 Pontó, fase 212 Porcedda, M. 190, 347 Portachuelo de Honda 31, 33, 185, 230 Porter, N. 40 Potaca, quebrada y río 9, 63, 64, 67, 71, 72, 73, 75, 84, 205, 246 Pretell, L. 9, 145, 183 Proulx, D. 37, 38 Puchca, quebrada y rio 35, 40, 42, 84, 209, 215, 220 Puchca, zona 91, 95, 165, 213, 214, 244 Puksha, estilo 213 Pumacayán 43 Pununan Cóndor 101, 104, 105, 107, 108, 109, 110, 168, 170, 185, 205, 246, 247 Pupa, cerro 71, 74, 82, 83, 186, 187, 190 Pupa, sitio 64, 83 Puruhuay, laguna 10, 71, 134, 216, 258 Puruytumaq 32 Quebrada Honda 33, 101, 104, 105, 110, 168, 344 Quellcaya, glaciar 33, 34 Quenguan, caserío 82, 87, 88, 90 Quenguan, Colina de los entierros (CVP 47) 85, 88, 89, 117, 125, 214, 217, 219 Quenguan, sitio (CVP 7) 64, 74, 75 Quenguan, sitio (CVP 45) 85, 87 Quenhuac Jirca 112 Queyash Alto 36, 39, 215 Quimít, fase 220 Quintana, B. 343 Quinú, período 38, 215, 219 Quishuar 41 Raimondi, A. 10, 32, 34, 45, 47, 344 Ramírez de Jara, M. 17, 342 Ramón, G. 39 Ramos, C. 138 Rapayán 247 Ravines, R. 11, 44 Rayán 131 Rayanpampa 124, 131, 247 Rayo, divinidad 51, 52 Recuay, cerámica 37, 39, 234 Recuay, cultura/grupos culturales 11, 35, 37, 38,

39, 40, 205, 219 Recuay, fase/período 27, 35, 38, 147, 215, 219 Recuay, capital provincial, 43, 50, 51 Recuay, tradicción 37, 38, 39, 40, 41, 184, 343 Reichert, R. 38 Reichlen, H. y P. 209 Reimer, P. J. 204 Rejrish 112, 113, 114, 153, 223, 225, 246, 248 Renfrew, C. 245 Rick, J. 35, 213, 214, 218, 219 Rihuay (véase: Riway) Riway 26, 37, 39, 50, 55, 56, 57, 58, 60, 61, 62, 115, 150, 231, 244, 247 Riway, cerro 59, 60 Riway Chico 55, 56, 61 Robles Mendoza, R. 346 Rodríguez, A. 9, 20, 63, 65, 68, 72, 73, 74, 75 Romerojirca 60, 62, 63 Román Godines, O. 49, 345, 357 Rostworowski, M. 15, 347 Rowe, J. 25, 28, 205 Rozenberg, C. 23, 355 Rucabado, J. 11 Ruricocha, río 55 Sabloff, J. 342 Sahlins, M. 340 Salazar, L. 35, 185, 234, 243 San Gerónimo 37 San Luis 7, 33, 37, 43, 97, 345, 349 San Marcos 217, 239 Sanders, W. 339, 374 Santa, río y valle 16, 26, 31, 33, 35, 36, 37, 38, 209 Santa, zona 244 Santoro, C. 11 Sapchá 55 Sartori, F. 42, 134, 193, 194, 246, 344 Sayre, M. 36 Schneider, E. 32, 43, 246 Segura, R. 60 Seltzer, G. 34 Serrudo, E. 43, 112 Service, E. 340, 341, 351 Sevilla 44 Shagajirca 101, 105, 108, 109, 110, 112, 134, 231, 246 Shaka-Palcamayo 42 Shankayán 37, 226

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Sherbondy, J. 52 Shimada, I. 17, 344, 368 Shott, M. 20, 375 Sihuas 43, 45 Silani, M. 30, 177, 180 Sinopoli, C. 343 Solís Benites, F. 44, 353 Sosa, E. 138, 139 Stanish, C. 13, 14, 15, 29, 204, 247, 340 Stefani, M. 96, 185, 186 Suchimancillo, período 38 Tafur de Córdoba, J. 129 Tahuantinsuyo (véase Tawantinsuyu) Tambillo 112 Tanta Carhua 52 Tantaleán, H. 43 Tarapampa 7, 342, 378 Tarazona, B. 44 Tarma 16 Taulli 112 Tawantinsuyu 344, 372 Tayapucru, fase/estilo, 197, 199, 201, 225, 234, 242, 327, 330 Tayapucru, sitio 10, 40, 64, 65, 70, 71, 78, 80, 81, 82, 83, 84, 109, 110, 137, 186, 188, 189, 190, 191, 192, 193, 194, 195, 196, 197, 198, 199, 200, 201, 202, 203, 204, 205, 206, 215, 219, 221, 225, 226, 227, 228, 229, 230, 234, 235, 236, 237, 238, 239, 242, 246, 304, 317, 319, 327, 330 Tayta Huaya 115 Téllez, S. 55, 56, 59, 60 Tello, J. 13, 26, 35, 37, 38, 39, 40, 61, 167, 182, 233 Terada, K. 26, 39, 60, 167, 182, 184, 209, 211, 212, 214, 223, 226, 232, 233, 350 Terrenato, N. 20 Thatcher, J. 37, 209, 212, 223, 226, 227 The Walters, museo 185, 186 Thomas, J. 13, 14, 343 Thompson, D. 11, 27, 50, 99 Thompson, L.G. 33, 34 Ticcla 43, 101, 110, 111, 239, 322 Tishigojirca 124, 129 Titicaca, lago 11, 51, 348, 349 Tocroc 40 Tocto, F. 46, 49 Topic, J. 37, 40, 42, 190, 204, 206

Topic, T. 40, 42, 204, 340 Torero, A. 49, 50 Toril, fase 35 Tornapampa, estilo 212, 226, 227 Torre Jirca (véase: Torrejirca) Torrejirca 46, 110, 112, 124, 132, 134, 135, 136, 137, 246, 247 Toyne, M. 240 Tripcevich, N. 18, 377 Tschauner, H. 38, 41 Tucujirca 85, 94, 95 Ultopampa 64, 73, 74, 75 Usha Kuana 64, 77, 78, 79 Ushnu 41, 44 Usú, período 15, 38 Vaca de Castro, C. 44 Valladolid, C. 40 Van Dyke, R. 343 Vega-Centeno, R. 63, 65, 66, 68, 70, 71, 205, 209, 225 Venturoli, S. 45, 51, 52, 342, 344, 345, 346, 348, 349 Vescelius, G. 41 Vesuvio, quebrada y río 63, 67, 71, 75, 84 Viracochapampa 223 Vizcas 85, 94, 95 Wacheqsa, sector en Chavín 213 Walter, D. 50, 84 Waman Waín 36, 355 Wanuwallana, estilo 233 Warampu Patac 217 Wari 16, 18, 40, 41, 50, 206, 229, 230, 343, 344 Waris 16, 41, 42, 206, 343, 344 Warmi, fase 34, 71, 240 Waullac 40 Wawanjirca 131 Wegner, S. 37, 40, 95, 98, 138, 220, 230, 243, 247, 343 Wernke, S. 13, 15, 18, 21, 29 Wilk, R. 24, 379 Wilkawaín 37, 40, 41, 86, 217, 228, 229, 254 Wilson, D. 16, 26, 29, 36, 37, 38, 209, 244 Winter, M. 24 Xicxiguara, D. 46, 49 Yacya 349 Yaiá, fase 222 Yamellín 47

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Yamllipitec 244 Yampará 15 Yana Llojlla, valle 129 Yanacocha 115 Yanama 27, 41, 47, 49, 248 Yanamachay, cueva 35 Yanamayo, río 9, 13, 32, 34, 36, 209, 362 Yanaraju, nevado 31, 32 Yaro, antepasado mítico 51 Yauya, distrito 27, 37 Yayno 37, 38, 39, 60, 167, 182, 206, 221, 224 Yuma 34 Yungay 27, 41 Yurak 231 Zuidema, T. 50, 51, 52, 347, 349 Zuloaga, M. 45, 47, 51, 344, 345, 346, 348

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