4 El Renacimiento, La Novela y El Teatro (1)

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Lazarillo de Tormes 1 El siguiente fragmento de El Lazarillo explica una de las facecias protagonizadas por Lázaro mientras sirve a su primer amo, el ciego. Léelo con atención y responde a las cuestiones planteadas: Estábamos en Escalona, villa del duque de ella, en un mesón, y diome un pedazo de longaniza que le asase. Ya que la longaniza había pringado y comídose las pringadas 1, sacó un maravedí2 de la bolsa y mandó que fuese por él de vino a la taberna. Púsome el demonio el aparejo delante los ojos, el cual, como suelen decir, hace al ladrón, y fue que había cabe 3 el fuego un nabo pequeño, larguillo y ruinoso, y tal que, por no ser para la olla, debió ser echado allí. Y como al presente nadie estuviese, sino él y yo solos, como me vi con apetito goloso, habiéndoseme puesto dentro el sabroso olor de la longaniza, del cual solamente sabía que había de gozar, no mirando qué me podría suceder, pospuesto todo el temor por cumplir con el deseo, en tanto que el ciego sacaba de la bolsa el dinero, saqué la longaniza y muy presto 4 metí el sobredicho nabo en el asador, el cual, mi amo, dándome el dinero para el vino, tomó y comenzó a dar vueltas al fuego, queriendo asar al que de ser cocido por sus deméritos había escapado. Yo fui por el vino, con el cual no tardé en despachar la longaniza y, cuando vine, hallé al pecador del ciego que tenía entre dos rebanadas apretado el nabo, al cual aún no había conocido por no haberlo tentado con la mano. Como tomase las rebanadas y mordiese en ellas pensando también llevar parte de la longaniza, hallóse en frío con el frío nabo. Alteróse y dijo: –¿Qué es esto, Lazarillo? –¡Lacerado5 de mí! –dije yo–. ¿Si queréis a mí echar algo? ¿Yo no vengo de traer el vino? Alguno estaba ahí y por burlar haría esto. –No, no –dijo él–, que yo no he dejado el asador de la mano; no es posible. Yo torné a jurar y perjurar que estaba libre de aquel trueco y cambio; mas poco me aprovechó, pues a las astucias del maldito ciego nada se le escondía. Levantóse y asióme 6 por la cabeza y llegóse a olerme. Y como debió sentir el huelgo 7, a uso de buen podenco, por mejor satisfacerse de la verdad, y con la gran agonía que llevaba, asiéndome con las manos, abríame la boca más de su derecho y desatentadamente metía la nariz. La cual él tenía luenga 8 y afilada, y a aquella sazón, con el enojo, se había aumentado un palmo; con el pico de la cual me llegó a la golilla. Y con esto, y con el gran miedo que tenía, y con la brevedad del tiempo, la negra longaniza aún no había hecho asiento en el estómago; y lo más principal: con el destiento de la cumplidísima 9 nariz, medio cuasi ahogándome, todas estas cosas se juntaron y fueron causa que el hecho y golosina se manifestase y lo suyo fuese vuelto a su dueño. De manera que, antes que el mal ciego sacase de mi boca su trompa, tal alteración sintió mi estómago, que le dio con el hurto en ella, de suerte que su nariz y la negra mal mascada longaniza a un tiempo salieron de mi boca. ¡Oh gran Dios, quién estuviera aquella hora sepultado, que muerto ya lo estaba! Fue tal el coraje del perverso ciego, que, si al ruido no acudieran, pienso no me dejara con la vida. Sacáronme de entre sus manos, dejándoselas llenas de aquellos pocos cabellos que tenía, arañada la cara y rascuñado el pescuezo y la garganta. Y esto bien lo merecía 10, pues por su maldad me venían tantas persecuciones. Contaba el mal ciego a todos cuantos allí se allegaban mis desastres, y dábales cuenta una y otra vez, así de la del jarro como de la del racimo, y agora de lo presente. Era la risa de todos tan grande, que toda la gente que por la calle pasaba entraba a ver la fiesta; mas con tanta gracia y donaire contaba el ciego mis hazañas, que, aunque yo estaba tan maltratado y llorando, me parecía que hacía sinjusticia11 en no reírselas. Y en cuanto esto pasaba, a la memoria me vino una cobardía y flojedad que hice, por que me maldecía, y fue no dejalle sin narices, pues tan buen tiempo tuve para ello, que la mitad del camino estaba andado; que con sólo apretar los dientes se me quedaran en casa, y, con ser de aquel malvado, por ventura lo retuviera mejor mi estómago que retuvo la longaniza, y, no pareciendo ellas, pudiera negar la demanda. ¡Pluguiera a Dios que lo hubiera hecho, que eso fuera así que así! Hiciéronnos amigos la mesonera y los que allí estaban, y, con el vino que para beber le había traído, laváronme la cara y la garganta. Sobre lo cual discantaba12 el mal ciego donaires, diciendo: –Por verdad, más vino me gasta este mozo en lavatorios al cabo del año, que yo bebo en dos. A lo menos, Lázaro, eres en más cargo13 al vino que a tu padre, porque él una vez te engendró, mas el vino mil te ha dado la vida. 1 pringadas: rebanadas de pan empapadas de la pringue de la longaniza. 2 maravedí: moneda española antigua. 3 cabe: junto a (preposición en desuso). 4 muy presto: muy rápido. 5 lacerado: infeliz, desdichado. 6 asióme: me cogió. 7 huelgo: aliento. 8 luenga: larga. 9 cumplidísima: larguísima. 10 lo merecía: el sujeto es «la garganta». 11 sinjusticia: injusticia. 12 discantar: comentar. 13 eres más en cargo: más debes.

a Resume brevemente el episodio.

b Podemos distinguir en el texto dos partes. Señálalas y di el tema de cada una.

c Explica el significado de las siguientes expresiones o frases del texto. Púsome el demonio el aparejo delante los ojos, el cual, como suelen decir, hace al ladrón:

como al presente nadie estuviese:

¿Si queréis a mí echar algo?

lo suyo fuese vuelto a su dueño:

con sólo apretar los dientes se me quedaran en casa:

d En la última frase (mas el vino mil te ha dado la vida) hay una palabra elíptica. ¿Cuál?

e Averigua dónde está Escalona.

f En la siguiente frase del texto encontramos un hipérbaton (alteración del orden sintáctico); reescribe la frase ordenándola de manera normativa: queriendo asar al que de ser cocido por sus deméritos había escapado.

g. El fragmento, como otros del libro, muestra un sombrío tono humorístico. Destaca algunos elementos en los que sea evidente la intención humorística.

Miguel de Cervantes. La Galatea 2 El siguiente texto es un fragmento de La Galatea, de Miguel de Cervantes. Léelo atentamente y responde a las cuestiones que se plantean. Luego los dos se sentaron sobre la menuda yerba, dejando andar a sus anchuras el ganado despuntando con los rumiadores dientes las tiernas yerbezuelas del herboso llano. Y como Erastro, por muchas y descubiertas señales, conocía claramente que Elicio a Galatea amaba, y que el merescimiento de Elicio era de mayores quilates que el suyo, en señal de que reconoscía esta verdad, en medio de sus pláticas 1, entre otras razones, le dijo las siguientes: –No sé, gallardo y enamorado Elicio, si habrá sido causa de darte pesadumbre el amor que a Galatea tengo; y si lo ha sido, debes perdonarme, porque jamás imaginé de enojarte, ni de Galatea quise otra cosa que servirla. Mala rabia o cruda roña consuma y acabe mis retozadores chivatos 2, y mis ternezuelos corderillos, cuando dejaren las tetas de las queridas madres, no hallen en el verde prado para sustentarse sino amargos tueros3 y ponzoñosas4 adelfas5, si no he procurado mil veces quitarla de la memoria, y si otras tantas no he andado a los médicos y curas del lugar a que me diesen remedio para las ansias que por su causa padezco. Los unos me mandan que tome no sé qué bebedizos de paciencia; los otros dicen que me encomiende a Dios, que todo lo cura, o que todo es locura. Permíteme, buen Elicio, que yo la quiera, pues puedes estar seguro que si tú con tus habilidades y extremadas gracias y razones no la ablandas, mal podré yo con mis simplezas enternecerla. Esta licencia te pido por lo que estoy obligado a tu merescimiento; que, puesto que6 no me la dieses, tan imposible sería dejar de amarla, como hacer que estas aguas no mojasen, ni el sol con sus peinados cabellos no nos alumbrase. No pudo dejar de reírse Elicio de las razones de Erastro y del comedimiento con que la licencia de amar a Galatea le pedía; y ansí, le respondió: –No me pesa a mí, Erastro, que tú ames a Galatea; pésame bien de entender de su condición que podrán poco para con ella tus verdaderas razones y no fingidas palabras; déte Dios tan buen suceso en tus deseos, cuanto meresce la sinceridad de tus pensamientos. Y de aquí adelante no dejes por mi respecto 7 de querer a Galatea, que no soy de tan ruin condición que, ya que a mí me falte ventura, huelgue de que otros no la tengan; antes te ruego, por lo que debes a la voluntad que te muestro, que no me niegues tu conversación y amistad, pues de la mía puedes estar tan seguro como te he certificado. Anden nuestros ganados juntos, pues andan nuestros pensamientos apareados. Tú, al son de tu zampoña 8, publicarás el contento o pena que el alegre o triste rostro de Galatea te causare; yo, al de mi rabel 9, en el silencio de las sosegadas noches, o en el calor de las ardientes siestas, a la fresca sombra de los verdes árboles de que esta nuestra ribera está tan adornada, te ayudaré a llevar la pesada carga de tus trabajos, dando noticia al cielo de los míos. Y, para señal de nuestro buen propósito y verdadera amistad, en tanto que se hacen mayores las sombras destos árboles y el sol hacia el occidente se declina, acordemos nuestros instrumentos y demos principio al ejercicio que de aquí adelante hemos de tener. 1 pláticas: conversaciones. 2 chivatos: chivos pequeños. 3 tueros: leños. 4 ponzoñosas: venenosas. 5 adelfa: arbusto venenoso que crece silvestre y que también se planta con fines ornamentales en parques y jardines. 6 puesto que: aunque. 7 respecto: respeto. 8 zampoña: instrumento pastoril usado a modo de flauta. 9 rabel: instrumento pastoril de cuerda.

a ¿A qué género narrativo corresponde esta novela?

b Resume el contenido del diálogo entre Erastro y Elicio.

c Explica el significado de estas palabras de Erastro: Permíteme, buen Elicio, que yo la quiera, pues puedes estar seguro que si tú con tus habilidades y extremadas gracias y razones no la ablandas, mal podré yo con mis simplezas enternecerla.

d Uno de los rasgos más característicos en el estilo de este tipo de novelas es el uso del epíteto. Averigua qué recurso es éste (si no lo sabes) y localiza, al menos, cinco ejemplos en el texto.

e El calambur es un juego de palabras que consiste en la coincidencia de las mismas sílabas en diferente posición gramatical, de forma que suenan igual pero tienen diferente significado. Localiza en la intervención de Erastro un calambur muy evidente.

Miguel de Cervantes. Rinconete y Cortadillo 3 Tienes a continuación un fragmento de Rinconete y Cortadillo, una de las Novelas ejemplares realistas de Cervantes. En ella se explica cómo dos golfillos llegan a Sevilla para ganarse la vida mediante el robo y el engaño. Después de tomar un primer contacto con la ciudad y ejecutar sus primeras bellaquerías, son reclutados por un ladronzuelo y conducidos ante Monipodio, jefe de la delincuencia organizada en Sevilla. El fragmento recoge el momento de la presentación. Bajó con él la guía de los dos, y, trabándoles de las manos, los presentó ante Monipodio, diciéndole: –Éstos son los dos buenos mancebos que a vuesa merced dije, mi sor 1 Monipodio: vuesa merced los desamine2 y verá cómo son dignos de entrar en nuestra congregación. –Eso haré yo de muy buena gana –respondió Monipodio. Olvidábaseme de decir que, así como Monipodio bajó, al punto, todos los que aguardándole estaban le hicieron una profunda y larga reverencia, excepto los dos bravos, que, a medio magate 3, como entre ellos se dice, se quitaron los capelos, y luego volvieron a su paseo por una parte del patio, y por la otra se paseaba Monipodio, el cual preguntó a los nuevos el ejercicio 4, la patria y padres. A lo cual Rincón respondió: –El ejercicio ya está dicho, pues venimos ante vuesa merced; la patria no me parece de mucha importancia decilla, ni los padres tampoco, pues no se ha de hacer información para recebir algún hábito honroso. A lo cual respondió Monipodio: –Vos, hijo mío, estáis en lo cierto, y es cosa muy acertada encubrir eso que decís; porque si la suerte no corriere como debe, no es bien que quede asentado debajo de signo de escribano, ni en el libro de las entradas: «Fulano, hijo de Fulano, vecino de tal parte, tal día le ahorcaron, o le azotaron», o otra cosa semejante, que, por lo menos, suena mal a los buenos oídos; y así, torno a decir que es provechoso documento callar la patria, encubrir los padres y mudar los propios nombres; aunque para entre nosotros no ha de haber nada encubierto, y sólo ahora quiero saber los nombres de los dos. Rincón dijo el suyo y Cortado también. –Pues, de aquí adelante –respondió Monipodio–, quiero y es mi voluntad que vos, Rincón, os llaméis Rinconete, y vos, Cortado, Cortadillo, que son nombres que asientan como de molde a vuestra edad y a nuestras ordenanzas, debajo de las cuales cae tener necesidad de saber el nombre de los padres de nuestros cofrades, porque tenemos de costumbre de hacer decir cada año ciertas misas por las ánimas de nuestros difuntos y bienhechores, sacando el estupendo 5 para la limosna de quien las dice de alguna parte de lo que se garbea6; y estas tales misas, así dichas como pagadas, dicen que aprovechan a las tales ánimas por vía de naufragio 7, y caen debajo de nuestros bienhechores: el procurador que nos defiende, el guro8 que nos avisa, el verdugo que nos tiene lástima, el que, cuando alguno de nosotros va huyendo por la calle y detrás le van dando voces: «¡Al ladrón, al ladrón! ¡Deténganle, deténganle!», uno se pone en medio y se opone al raudal de los que le siguen, diciendo: «¡Déjenle al cuitado, que harta mala ventura lleva! ¡Allá se lo haya; castíguele su pecado!». Son también bienhechoras nuestras las socorridas 9, que de su sudor nos socorren, ansí en la trena 10 como en las guras11; y también lo son nuestros padres y madres, que nos echan al mundo, y el escribano, que si anda de buena, no hay delito que sea culpa ni culpa a quien se dé mucha pena; y, por todos estos que he dicho, hace nuestra hermandad cada año su adversario 12 con la mayor popa y solenidad 13 que podemos. –Por cierto –dijo Rinconete, ya confirmado con este nombre–, que es obra digna del altísimo y profundísimo ingenio que hemos oído decir que vuesa merced, señor Monipodio, tiene. Pero nuestros padres aún gozan de la vida; si en ella les alcanzáremos, daremos luego noticia a esta felicísima y abogada confraternidad, para que por sus almas se les haga ese naufragio o tormenta, o ese adversario que vuesa merced dice, con la solenidad y pompa acostumbrada; si ya no es que se hace mejor con popa y soledad, como también apuntó vuesa merced en sus razones. 1 sor: señor (vulgarismo). 2 desamine: examine (vulg.). 3 a medio magate: con descuido. 4 ejercicio: oficio. 5 estupendo: estipendio (vulg. por ignorancia). 6 garbea: roba. 7 naufragio: sufragio (vulg. por ignorancia). 8 guro: alguacil (argot). 9 socorridas: prostitutas. 10 trena: cárcel (argot). 11 guras: galeras (argot). 12 adversario: aniversario (vulg. por ignorancia). 13 popa y solenidad: pompa y solemnidad (vulg.).

a Los personajes del hampa sevillana están caracterizados mediante el lenguaje que emplean. Coméntalo.

b Rinconete, a pesar de su oficio, parece tener mayor nivel cultural que Monipodio y sus secuaces. ¿En qué lo notamos? ¿Qué actitud muestra ante el lenguaje de Monipodio?

c En el patio de Monipodio, donde se desarrolla toda la segunda parte de la novela, se vive una especial religiosidad. ¿Qué tiene de chocante o particular? ¿Cómo se aprecia aquí?

d En la larga intervención de Monipodio se apuntan las corruptelas o la connivencia de algunos miembros de la seguridad y de la justicia. Hazlo notar.

e Explica el significado de las siguientes frases. El ejercicio ya está dicho, pues venimos ante vuesa merced.

... no es bien que quede asentado debajo de signo de escribano.

Miguel de Cervantes. El Quijote 4 Lee el siguiente fragmento de El Quijote y responde a las preguntas. Don Quijote alzó los ojos y vio que por el camino que llevaban venían hasta doce hombres a pie ensartados como cuentas en una gran cadena de hierro por los cuellos, y todos con esposas a las manos. Venían asimismo con ellos dos hombres de a caballo y dos de a pie; los de a caballo con escopetas de rueda, y los de a pie con dardos y espadas, y que así como Sancho Panza los vio dijo: –Esta es cadena de galeotes, gente forzada del rey, que va a las galeras. –¿Cómo gente forzada? –preguntó Don Quijote–. ¿Es posible que el rey haga fuerza a ninguna gente? –No digo eso –respondió Sancho–, sino que es gente que por sus delitos va condenada a servir al rey en las galeras de por fuerza. –En resolución –replicó Don Quijote–, como quiera que ello sea, esta gente, aunque los llevan, van de por fuerza y no de su voluntad. –Así es –dijo Sancho. –Pues desa manera –dijo su amo–, aquí encaja la ejecución de mi oficio, desfacer fuerzas y socorrer y acudir a los miserables. –Advierta vuestra merced –dijo Sancho–, que la justicia, que es el mesmo rey, no hace fuerza ni agravio a semejante gente, sino que los castiga en pena de sus delitos. Llegó en esto la cadena de los galeotes, y Don Quijote con muy corteses razones pidió a los que iban en su guarda fuesen servidos de informalle y decille la causa o causas por que llevaban aquella gente de aquella manera. Una de las guardas de a caballo respondió que eran galeotes, gente de su majestad, que iba a galeras, y que no había más que decir, ni él tenía más que saber. Con todo eso, replicó Don Quijote, querría saber de cada uno de ellos en particular la causa de su desgracia. Añadió a éstas otras tales y tan comedidas razones para moverlos a que le dijesen lo que deseaba, que el otro de a caballo le dijo: –Aunque llevamos aquí el registro y la fe de las sentencias de cada uno destos malaventurados, no es tiempo este de detenerlos a sacarlas ni a leellas. Vuestra merced llegue y se lo pregunte a ellos mismos, que ellos lo dirán si quisieren; que sí querrán, porque es gente que recibe gusto de hacer y decir bellaquerías. Con esta licencia, que Don Quijote se tomara aunque no se la dieran, se llegó a la cadena, y al primero le preguntó que por qué pecados iba de tan mala guisa. Él respondió que por enamorado iba de aquella manera. –¿Por eso no más? –replicó Don Quijote–. Pues si por enamorados echan a galeras, días ha que yo pudiera estar bogando en ellas. –No son los amores como vuestra merced piensa –dijo el galeote–, que los míos fueron que quise tanto a una canasta de colar atestada de ropa blanca, que la abracé conmigo tan fuertemente, que a no quitármela la justicia por fuerza, aún hasta ahora no la hubiera dejado de mi voluntad. Fue en fragante, no hubo lugar de tormento, concluyóse la causa, acomodáronme las espaldas con ciento, y por añadidura tres años de gurapas, y acabóse la obra. –¿Qué son gurapas? –preguntó Don Quijote. –Gurapas son galeras –respondió el galeote, el cual era un mozo de hasta edad de venticuatro años, y dijo que era natural de Piedrahita. Lo mismo preguntó Don Quijote al segundo, el cual no respondió palabra, según iba de triste y melancólico; mas respondió por él el primero, y dijo: –Este, señor, va por canario, digo que por músico y cantor. –¿Pues cómo? –repitió Don Quijote–. ¿Por músicos y cantores van también a galeras? –Sí, señor –respondió el galeote–, que no hay peor cosa que cantar en el ansia. –Antes he oído decir –dijo Don Quijote–, que quien canta sus males espanta. –Acá es al revés –dijo el galeote–, que quien canta una vez, llora toda la vida. –No lo entiendo –dijo Don Quijote.

Mas uno de los guardas, le dijo: –Señor caballero, cantar en el ansia, se dice entre esta gente non sancta confesar en el tormento. A este pecador le dieron tormento y confesó su delito que era ser cuatrero, que es ser ladrón de bestias, y por haber confesado le condenaron por seis años a galeras amén de doscientos azotes que ya llevaba en las espaldas; y va siempre pensativo y triste, porque los demás ladrones que allá quedan y aquí van, le maltratan y aniquilan y escarnecen y tienen en poco, porque confesó y no tuvo ánimo para decir nones: porque dicen ellos, que tantas letras tiene un no como un sí, y que harta ventura tiene un delincuente que está en su lengua su vida o su muerte, y no en la de los testigos y probanzas; y para mí tengo que no van muy fuera de camino. –Y yo lo entiendo así –respondió Don Quijote–, el cual, pasando al tercero, preguntó lo que a los otros; el cual de pretesto y con mucho desenfado, respondió y dijo: –Yo voy por cinco años a las señoras gurapas, por faltarme diez ducados. –Yo daré veinte de muy buena gana –dijo Don Quijote–, por libraros de esa pesadumbre. –Eso me parece –respondió el galeote– como quien tiene dineros en mitad del golfo, y se está muriendo de hambre sin tener adonde comprar lo que ha menester. Dígolo, porque si a su tiempo tuviera yo esos veinte ducados que vuestra merced ahora me ofrece, hubiera untado con ellos la péndola del escribano, y avivado el ingenio del procurador a manera que hoy me viera en mitad de la plaza de Zocodover en Toledo, y no en este camino atraillado como galgo; pero Dios es grande, paciencia, y basta [...] –... quiero rogar a estos señores guardianes y comisarios sean servidos de desataros y dejaros ir en paz, que no faltarán otros que sirvan al rey en mejores ocasiones, porque me parece duro caso hacer esclavos a los que Dios y naturaleza hizo libres: cuanto más, señores guardas –añadió Don Quijote– que estos pobres no han cometido nada contra vosotros; allá se lo haya cada uno con su pecado; Dios hay en el cielo que no se descuida en castigar al malo ni de premiar al bueno, y no es bien que los hombres honrados sean verdugos de los otros hombres, no yéndoles nada en ellos. Pido esto con esta mansedumbre y sosiego, porque tenga, si lo cumplís, algo que agradeceros, y cuando de grado no lo hagáis, esta lanza y esta espada, con el valor de mi brazo, harán que lo hagáis por fuerza. –Donosa majadería –respondió el comisario–: bueno está el donaire con que ha salido a cabo de rato: los forzados del rey que le dejemos, como si tuvieramos autoridad para soltarlos, o él la tuviera para soltarlos, o él la tuviera para mandárnoslo. Váyase vuestra merced, señor, norabuena su camino adelante, y enderécese ese bacín que trae en la cabeza, y no ande buscando tres pies al gato. –Vos sois el gato y el rato y el bellaco– respondió Don Quijote; y diciendo y haciendo, arremetió con él tan presto, que sin que tuviese lugar de ponerse en defensa, dio con él en el suelo mal herido de una lanzada; y avínole bien, que éste era el de la escopeta. Las demás guardas quedaron atónitas y suspensas del no esperado acontecimiento; pero volviendo sobre sí pusieron mano a sus espadas los de a caballo, y los de a pie a sus dardos, y arremetieron a Don Quijote, que con mucho sosiego los aguardaba; y sin duda lo pasara mal, si los galeotes, viendo la ocasión que se les ofrecía de alcanzar la libertad, no la procuraran procurando romper la cadena donde venían ensartados. [...] –Bien está eso –dijo Don Quijote–; pero yo sé lo que ahora conviene que se haga, y llamando a todos los galeotes, que andaban alborotados y habían despojado al comisario hasta dejarle en cueros, se le pusieron todos a la redonda para ver lo que les mandaba, y así les dijo: –De gente bien nacida es agradecer los beneficios que reciben, y uno de los pecados que más a Dios ofenden es la ingratitud. Dígolo porque ya habéis visto, señores, con manifiesta experiencia el que de mí habéis recibido; en pago del cual querría, y es mi voluntad, que cargados con esa cadena que quité de vuestros cuellos, luego os pongáis en camino y vayáis a la ciudad del Toboso, y allí os presentéis ante la señora Dulcinea del Toboso y le digáis que su caballero, el de la Triste Figura, se le envía a encomendar, y le contéis punto por punto todos los que ha tenido esta famosa aventura hasta poneros en la deseada libertad, y hecho esto os podréis ir donde quisieredes a la buena ventura.

Respondió por todos Ginés de Pasamonte, y dijo: –Lo que vuestra merced nos manda, señor y libertador nuestro, es imposible de toda imposibilidad cumplirlo, porque no podemos ir juntos por los caminos, sino solos y divididos, y cada uno por su parte, procurando meterse en las entrañas de la tierra por no ser hallado de la Santa Hermandad, que sin duda alguna ha de salir en nuestra busca; lo que vuestra merced puede hacer, y es justo que haga, es mudar ese servicio y montazgo de la señora Dulcinea del Toboso en alguna cantidad de Ave-Marías y Credos, que nosotros diremos por la intención de vuestra merced, ésta es cosa que se podrá cumplir de noche y de día, huyendo y reposando, en paz o en guerra; pero pensar que hemos de volver ahora a las ollas de Egipto, digo a tomar nuestra cadena y a ponernos en camino del Toboso, es pensar que es ahora de noche, que aún no son las diez del día, y es pedir a nosotros eso como pedir peras al olmo. –Pues voto a tal –dijo Don Quijote ya puesto en cólera–, don hijo de la puta, don Ginesillo de Parapillo, o como os llamáis, que habéis de ir vos solo rabo entre piernas con toda la cadena a cuestas. Pasamonte, que no era antes bien sufrido (estando ya enterado que Don Quijote no era muy cuerdo, pues tal disparate había cometido como el de querer darles libertad), viéndose tratar mal y de aquella manera, hizo del ojo a los compañeros, y apartándose aparte, comenzaron a llover tantas y tantas piedras sobre Don Quijote, que no se daba manos a cubrirse con la rodela, y el pobre de Rocinante no hacía más caso de la espuela que si fuera hecho de bronce. Sancho se puso tras su asno, y con él se defendía de la nube y pedriscos que sobre entrambos llovía.

a Resume brevemente el contenido del episodio (del que hemos eliminado algunos fragmentos).

b Don Quijote, en aras de la libertad, está predispuesto a encontrar leves las culpas de los condenados. ¿Cómo contribuyen estos a que el caballero afiance esta impresión?

c Este episodio muestra claramente el contraste entre el idealismo de don Quijote (que aquí se presenta en una situación extrema y muy delicada) y la realidad del mundo circundante. Coméntalo.

d Como hemos dicho en el punto anterior, el idealismo de don Quijote (mezclado con su locura) se presenta en una situación especialmente delicada: libera a unos delincuentes que son conducidos (naturalmente, contra su voluntad) a galeras. Escribe un texto opinando sobre la actuación de don Quijote.

e ¿Qué opinión le merece al propio Ginés de Pasamonte la actuación de don Quijote?

f La actitud de Sancho ante los distintos acontecimientos nos desvela su personalidad y su carácter. ¿Cuál es en este caso?

Lope de Rueda. Las aceitunas 5 Tienes a continuación un fragmento de uno de los pasos más conocidos de Lope de Rueda, conocido como Las aceitunas. Léelo y responde a las cuestiones planteadas. TORUVIO: Vengo hecho una sopa de agua. Mujer, por vida vuestra, que me deis algo de cenar. ÁGUEDA: ¿Y qué diablo os voy a dar si no tengo nada? MENCIGÜELA: ¡Jesús, padre, y qué mojada que venía aquella leña! TORUVIO: Sí, hija, y después dirá tu madre que el agua que traigo encima es el rocío del alba. ÁGUEDA: Corre, mochacha, aderézale un par de huevos para que cene tu padre, y hazle luego la cama. Estoy segura, marido, que nunca os acordáis de plantar aquel renuevo de olivo que os rogué que plantaseis. TORUVIO: ¿Pues en qué creéis que me he entretenido tanto, si no? ÁGUEDA: ¡No me digáis, marido! ¿Y dónde lo habéis plantado? TORUVIO: Allí junto a la higuera breval, adonde, si os acordáis, os di un beso. MENCIGÜELA: Padre, bien puede entrar a cenar, que ya tiene todo aderezado. ÁGUEDA: Marido, ¿no sabéis qué he pensado? Que aquel renuevo de olivo que habéis plantado hoy, de aquí a seis o siete años llevará cuatro o cinco fanegas de aceitunas y que poniendo olivos acá y allá, de aquí a veinticinco o treinta años tendréis un olivar hecho y derecho. TORUVIO: Eso es la verdad, mujer, que no puede dejar de ser lindo. ÁGUEDA: Mira, marido, ¿sabéis qué he pensado? Que yo cogeré las aceitunas, y vos las acarrearéis con el asnillo, y Mencigüela las venderá en la plaza. Mira, mochacha, que te mando que no me des el celemín a menos de a dos reales castellanos. TORUVIO: ¿Cómo a dos reales castellanos? ¿No veis que es un cargo de conciencia pedir tan caro? Que basta pedir a catorce o quince dineros por celemín. ÁGUEDA: Callad, marido, que es el olivar mejor de toda la provincia. TORUVIO: Pues a pesar de eso, basta pedir lo que tengo dicho. ÁGUEDA: Ya está bien, no me quebréis la cabeza. Mira, mochacha, que te mando que no des el celemín a menos de dos reales castellanos. TORUVIO: ¿Cómo a dos reales castellanos? Ven acá, mochacha, ¿a cómo has de pedir? MENCIGÜELA: A como quisiéredes, padre. TORUVIO: A catorce o quince dineros. MENCIGÜELA: Así lo haré, padre. ÁGUEDA: ¡Cómo así lo haré, padre! Ven aquí, mochacha, ¿a cómo has de pedir? MENCIGÜELA: A como mandáredes, madre. ÁGUEDA: A dos reales castellanos. TORUVIO: ¿Cómo a dos reales castellanos? Yo os prometo que si no hacéis lo que yo os mando, que os tengo de dar más de doscientos correazos. ¿A cómo has de pedir? MENCIGÜELA: A como decís, padre. TORUVIO: A catorce o quince dineros. MENCIGÜELA: Así lo haré, padre. ÁGUEDA: ¡Cómo así lo haré, padre! ¡Toma, toma! Hacé lo que yo os mando. TORUVIO: Dejad la mochacha. MENCIGÜELA: ¡Ay, madre; ay, padre, que me mata! ALOXA: ¿Qué es esto, vecinos? ¿Por qué maltratáis así la mochacha? ÁGUEDA: ¡Ay, señor! Este mal hombre que me quiere vender las cosas a menos precio y quiere echar a perder mi casa: ¡unas aceitunas que son como nueces! TORUVIO: Yo juro por los huesos de mi linaje que no son aun ni como piñones. ÁGUEDA: Sí son. TORUVIO: No son. ALOXA: Ahora, señora vecina, hacedme el favor de entraros allá dentro, que yo lo averiguaré todo. Señor vecino, ¿dónde están las aceitunas? Sacadlas acá fuera, que yo las compraré aunque sean veinte fanegas.

TORUVIO: Que no, señor. Que no es de esa manera que vuesa merced piensa, que no están las aceitunas aquí en casa sino en la heredad. ALOXA: Pues traedlas aquí, que yo las compraré todas al precio que justo fuere. MENCIGÜELA: A dos reales el celemín, quiere mi madre que se vendan. ALOXA: Cara cosa es esa. TORUVIO: ¿No le parece a vuesa merced? MENCIGÜELA: Y mi padre a quince dineros. ALOXA: Tenga yo una muestra de ellas. TORUVIO: ¡Válgame Dios, señor! Vuesa merced no me quiere entender. Hoy, yo he plantado un renuevo de olivo, y dice mi mujer que de aquí a seis o siete años llevará cuatro o cinco fanegas de aceitunas, y que ella las cogería, y que yo las acarrease y la mochacha las vendiese, y que a la fuerza había de pedir a dos reales por cada celemín. Yo que no y ella que sí, y sobre esto ha sido toda la cuestión. ALOXA: ¡Oh, qué graciosa cuestión; nunca tal se ha visto! Las aceitunas aún no están plantadas y ¿ha llevado ya la mochacha trabajo sobre ellas? a Explica qué son los pasos de Lope de Rueda.

b Los pasos se representaban ante un público no letrado. ¿Se aprecia esto en el estilo del que acabas de leer?

c Resume brevemente el argumento del paso.

d El paso tiene una base tradicional que encontramos también en el exemplo de doña Truhana, de don Juan Manuel (siglo XIV) y en el cuento de la lechera, del que hizo una versión en verso Samaniego en el siglo XVIII. Localiza ambas historias (puedes hacerlo en Internet) y compáralas con el paso de Lope de Rueda. ¿En qué aspectos radican las diferencias fundamentales?